Quantcast
Channel: PORNOGRAFO AFICIONADO
Viewing all 7997 articles
Browse latest View live

Relato erótico: “Destructo III Reino de dragones” (POR VIERI32)

$
0
0

I. Año 1368

La nevada no había mermado en intensidad durante toda la noche y el fuerte murmullo del viento imposibilitaba a Mijaíl Schénnikov pensar con claridad. El frío le parecía el más intenso que había vivido en años y el solo respirar empezaba a volverse doloroso; o, tal vez, pensó, era solo su creciente nerviosismo lo que jugaba en su contra. Se inclinó sobre su montura para fijarse mejor en el lejano grupo de fogatas del campamento mongol; incontables manchas amarillentas y pálidas, como estrellas, dispersas sobre el oscuro terreno.

Descansaban al otro lado del Río Volga, ahora congelado por el efecto del invierno. Cuando la ventisca amainaba creía oír sus cánticos y gritos ahogados en la lejanía. Se sacudió la nieve sobre su rubia cabellera, como si también quisiera quitarse el sentimiento de impotencia e indignidad. Hacía solo un par de noches se encontraba arrimado en la cama junto a la voluptuosa Anastasia Dmítrievna, hundiendo su rostro entre sus enormes pechos mientras el fuego de la chimenea les calentaba los cuerpos, mas ahora hacía las veces de vigía en medio de una insufrible noche.

Sonrió con los ojos cerrados al recordar el último vestido que la muchacha llevaba; no hacía fuerza alguna en detener los vaivenes de sus senos cuando esta paseaba por los pasillos del palacio; aprovechando una rutina de patrullaje, la llevó hasta la cocina para abrirla de piernas. Por un momento, creyó sentir el sabor de su sexo.

La idea de haberse follado en cuantiosas ocasiones y posiciones a una futura princesa, reservada para el Príncipe de Kholm, le hizo esbozar una sonrisa triunfal que rompió la piel de los pálidos labios.

Pero el frío, que mordía sus pulmones al respirar, lo sacaba de sus recuerdos. “Esos malditos mongoles”, pensó mirando de nuevo el campamento. Habían invadido Nóvgorod y dejaron destrucción a su paso. Le vino a la mente, como destellos fugaces, las imágenes de cientos de cuerpos amontonados en las calles y el río ennegrecido de sangre, con incontables cadáveres enganchados entre sí, flotando sin rumbo.

Al soldado, aquellos muertos no le importaban en lo más mínimo. A sus ojos era solo un montón de nobles que disfrutaban de una vida de excesos mientras él arriesgaba la vida afuera de los muros de la ciudad. Era el salvajismo lo que le hacía estremecer. Esos demonios, pensaba él, no tendrían piedad de nadie.

Meneó la cabeza para tranquilizarse; de nuevo creyó oír los gritos y cantos de aquellos enemigos, como un retumbe en la lejanía. A la señal de la cruz, rezó empuñando una colgante de Santa Sofía, deseando que todos aquellos monstruos del infierno cayeran cuanto antes.

Se recompuso al oír a un caballo acercarse a su solitario puesto de vigía. Reconoció a Gueorgui, el gigantesco comandante de la caballería novgorodiense, debido a la gran armadura de acero que llevaba. Este se retiró el yelmo sin pronunciar palabra alguna, revelando una mirada severa. Tenía cejas pobladas y una barba abundante; Mijaíl se sentía como una mísera hormiga bajo el escrutinio de aquel oso.

—Mi comandante —saludó.

No pronunció respuesta. Guio su montura al lado del joven y se dedicó a observar el lejano campamento. Mijaíl aprovechó para ponerlo al tanto.

—Atravesaron el río gracias a la superficie congelada. He visto los estandartes, blancos con rayas rojas, de la Horda de Oro. Les acompaña un ejército menor, con estandartes verdirrojos… —hizo una pausa y miró al inmutable comandante—. Se aliaron con Bulgaria de Volga. Su número podría rondar entre los diez y doce mil.

El oso hizo un ademán para interrumpirlo.

—Como si fueran cien mil. Persigámoslos como a aquellos perros lituanos. Dime lo que tienes en mente.

Mijaíl sonrío con los labios apretados. Él era la cabeza y su comandante el puño, que solo necesitaba de un estratega que le indicara dónde y cómo golpear.

—Debemos atacar esta noche o al amanecer ya se habrán dado cuenta de que hemos asesinado a sus vigías. Podríamos enviar unos mil arqueros que atraviesen el río a caballo y mermen sus líneas en un ataque sorpresa. Gracias a la ventisca, no oirán nada hasta que les resulte demasiado tarde. Luego podríamos realizar una falsa retirada; probablemente los mongoles que sobrevivan no tarden en alcanzarnos, tienen caballos árabes y son más rápidos —se giró sobre su montura y señaló el vasto terreno boscoso tras ellos—. Pero no están acostumbrados a la nieve. Un grupo de otros mil lanceros y arqueros estarán esperando para rematarlos.

Gueorgui asentía. Lo veía todo claramente en su mente. Incluso se visualizó a él mismo clavando la cabeza cercenada de un enemigo en la punta de su pica y sonrió para sí mismo ante la agradable idea. Mijaíl notó la sonrisa y continuó con confianza.

—Por otro lado, y al mismo tiempo, usted estará cruzando el río bordeando un bosque a cinco leguas al noreste. Tomará al enemigo por detrás.

Gueorgui frunció el ceño; deseaba estar en la vanguardia, pero no iba a discutirle a alguien que, posiblemente, se trataba del mejor estratega entre sus hombres. Mijaíl creció en Nóvgorod, además, y conocía el terreno mejor que cualquier otro.

—Muy bien —asintió Gueorgui—. Haré que las órdenes corran cuanto antes. Tú estarás al frente de la línea de arqueros en el primer ataque.

Mijaíl parpadeó un par de veces, desconcertado. Era una misión suicida y no entendía cómo es que Gueorgui decidió aquello.

—Mi comandante —forzó una sonrisa—. Me temo que no podré de ser de mucha ayuda entre los arqueros.

—Te las ingeniarás. Eres inteligente.

Mijaíl sintió su boca secarse. No se sentía capaz de enfrentarse a esos salvajes entes del infierno. En Nóvgorod fue testigo de su crueldad y ahora le estaban ordenando que estuviera entre los primeros hombres.

—Pero, hermano mío —sacó a relucir su lazo familiar con desespero—, ¿qué clase de estratega va a la vanguardia de una batalla?

—Uno que calienta su cama con la hija del Príncipe de Nóvgorod… hermano mío.

Tal vez Mijaíl podría haber respondido algo de no ser por la mandíbula desencajada. En ese instante, los mongoles, su gigantesco hermano y hasta el frío desaparecieron de un golpe. Fue tan cuidadoso de no dejarse descubrir durante sus escarceos con la hija del Príncipe que simplemente no encontraba en su mente ni un solo sospechoso que pudiera delatarle.

Y la hija estaba encantadísima con él. Incluso le juró su amor mientras Mijaíl reía entre copas y copas de vino, sintiendo esos gruesos labios cerrándose en su verga. ¿Cómo iba a traicionarlo? Luego se fijó en su comandante y se encogió completamente ante aquella mirada severa.

—Pero, ¿quién? —preguntó Mijaíl.

Gueorgui agarró con brusquedad el cuello del joven. Tenía las cejas fruncidas, convertidas en una sola y gruesa línea, y los ojos parecían destellar fuego.

—¿Quién, dices? Yo en tu lugar me preocuparía por otros asuntos.

Gueorgui no estaba ciego ante el hecho de que la ingeniosa cabeza de Mijaíl había salvado al reino contra los lituanos, pero su verga los mandaría a la perdición. Se suponía que la muchacha debía llegar virgen a su matrimonio con el Príncipe de Kholm y mediante ello pagar el vasto ejército que ahora los acompañaba para cazar a los mongoles.

Lo soltó y, mirando para otro lado, bufó:

—El Príncipe de Nóvgorod pidió tu cabeza, Mijaíl.

—¡Por Dios! ¿Entonces es eso? ¿Acaso vienes a matarme tú, Gueorgui?

—No —hizo un ademán—. Le dije al Príncipe que, si no fuera por ti, habríamos perdido contra los lituanos de Algirda. Se tranquilizó cuando le prometí que te llevaría a la vanguardia contra los mongoles y que todo quedaría en mano de Dios.

Mijaíl se mantuvo en completo silencio hasta que el oso volvió a hablar, ahora mucho más distendido.

—¿Y bien? ¿Valió la pena?

—No me lo estarías preguntando si hubieras visto esas tetas…

Ambos rieron entre dientes, momento aprovechado por Gueorgui para acercarle a un odre con licor. El joven aceptó y bebió de inmediato; gruñó al sentir el calor en su garganta.

—¿Esas son mis opciones? Morir ahora a manos de los tártaros o sobrevivir esta noche y morir mañana a mano del Príncipe de Nóvgorod.

—Sobrevive esta noche y esperemos clemencia de parte del Príncipe. Mis mejores arqueros y mis caballos más rápidos cabalgarán a tu lado. Con suerte, yo sobreviviré también y mañana hablaremos sobre cómo nos meamos sobre sus cadáveres gracias a nuestro gran estratega. El Príncipe no matará a un héroe de guerra.

Mijaíl pensó aquello por largo rato antes de echar la cabeza para atrás y terminarse el licor.

—¡Cristo! Espero que tengas razón.

—Que Dios esté contigo, Mijaíl.

Muy a su pesar, Mijaíl se encontraba en la primera línea; su caballo era incapaz de mantenerse quieto, como si percibiera el estado de ánimo de su propio jinete, quien se frotaba las manos enguantadas. Su hermano ya había partido con el vasto ejército de Kholm y ahora la vida del joven estaba en manos de un viejo general novgorodiense que cabalgaba al frente de sus guerreros.

Era una larga y nutrida fila; para quien mirase desde la distancia observaría la oscura línea curvada de jinetes sobre la blanca nieve. La mayoría, a diferencia de Mijaíl, eran guerreros de contrastada experiencia, de varias batallas a sus espaldas. Se sentía sobrecogido al ver la impasibilidad de todos esos rostros a su alrededor, indiferentes al olor a Muerte.

El viejo general se fijó en Mijaíl. Reconoció al hermano menor de Gueorgui, ahora completamente absorto. Sonrió, acercándose.

—¿Tienes miedo? Trata de poner otro rostro cuando enfrentes a esos perros —se oyeron un par de carcajadas y el general se animó más—. Me pregunto qué vio la princesa en ti. ¿No estaría borracha cuando te la llevaste a la cama?

Mijaíl se sintió paralizado al oír las risas a su alrededor. Los rumores se extendían rápido en la caballería, pensó.

—¿Qué sucede? —preguntó un divertido jinete—. ¿Crees que el Príncipe te cortará la verga? Pues yo también estaría aterrorizado.

Más carcajadas surgieron, algún que otro coscorrón cayó en la cabeza de Mijaíl, pero pronto el general levantó la mano para apaciguarlo todo.

—Si algo cortaremos esta noche serán las cabezas de esos demonios —unos asintieron, otros elevaron sus arcos—. Esperemos que una de nuestras flechas atraviese el cráneo del Orlok para terminarlo todo más rápido.

—El Orlok —asintió Mijaíl; se trataba del Mariscal de los ejércitos mongoles del Kan. En cierta manera admiraba al Orlok por sus astutas estrategias con las que sometía a los reinos rivales, pero no lo echaría de menos si una flecha ponía fin a su vida.

—¡Oíd! —gritó el general. Mijaíl dio un respingo—. La noche es nuestra aliada y sembrará caos en ellos. Pero necesito un avance veloz y manos rápidas. La primera y segunda línea, a mi señal, os detendréis para disparar. La tercera y cuarta línea disparará antes de que se oigan siquiera los primeros aullidos de esos perros. Tirar y repetir. ¡Tirar y repetir! Diez disparos cada soldado y luego nos volveremos hasta este mismo lugar. No me falléis. Esta noche seremos un solo hombre. ¡Dios con nosotros!

Los jinetes rugieron al unísono.

—¡Dios con nosotros!

En la oscuridad de la noche cabalgaron a gran velocidad y atravesaron el congelado Volga durante una veintena de minutos que a Mijaíl le parecieron una eternidad. Aquellas lejanas fogatas repartidas sobre la nieve poco a poco iban agrandándose ante su atenta mirada y se preguntó si el fuerte ulular de la ventisca sería suficiente para ocultar el sonido de los cascos de miles de caballos.

Le resultaba insufrible todo aquello; el viento azotaba su rostro y sentía como si cientos de cuchillas afiladas se clavasen en él. Además, la tortura de saber que pronto se enfrentaría a esas bestias se volvía más insoportable; incluso sentía que pronto caería de su montura como un saco de arena. Se recompuso como pudo pues la idea de morir pisoteado por caballos no era de su agrado.

Para su alivio, el viejo general se detuvo y levantó el puño para que todos le imitasen. El campamento estaba a unos trescientos pasos y parecía que ningún enemigo se había dado cuenta de la presencia de la caballería.

Alrededor de Mijaíl, todos tensaban sus arcos entre crujidos. El joven logró espabilar; retiró también el suyo y se dispuso a buscar una flecha con las manos temblorosas. Cerró los ojos e imaginó dónde podría estar ese Orlok; con suerte, lo mataba y todo terminaría más rápido. Apuntó hacia las estrellas, susurrando una última oración a Santa Sofía.

El general, por su parte, bajó el brazo y cientos de saetas cruzaron el cielo negro.

II. Año 2332

El mercado de Nianchang parecía interminable. Una ruidosa maraña de angostas callejuelas repletas de puestos de venta de comidas y manualidades. Los letreros de neón poblaban por completo las alturas, iluminando la noche, y parecía no caber ni uno más. Decenas de ladridos rebotaban por las calles y las gallinas amontonadas en jaulas parecían encontrarse más inquietas que de costumbre.

Resultaba peculiar el contraste entre el despliegue tecnológico y los mercaderes que pululaban las calles, entorpeciendo el rugiente tráfico y cargando sus grandes bolsas de arroz sobre sus espaldas o en carretillas.

Eran dos mundos fusionados a la fuerza.

La disparidad estremeció a Ámbar quien, sentada a la mesa de un bar, lo observaba todo con fascinación. Sabía que, tras el Apocalipsis trescientos años atrás, en el mundo existían naciones con ese tipo de divergencias en donde pareciera que la hecatombe había transcurrido solo hacía poco tiempo, en tanto que en otras regiones todo parecía largamente superado. El ajetreo era similar al de su natal Nueva San Pablo, pero todo lo demás tenía un aire extraño y poco agradable. No se trataba únicamente del tufo a arroz frito y licor flotando en el aire, era el descontrol. No era capaz de percibir ningún atisbo organización en la marabunta. Como antigua miembro de la policía militarizada, aquello la superó por un momento, imaginándose cómo sería patrullar en una ciudad así.

Luego se volvió a su peculiar batalla contra aquellos fideos fritos en el cuenco; nunca fue buena manipulando los palillos. Estaba hambrienta y, si nadie la mirase, podría agarrarlos con sus dedos para llevárselos a la boca. Pero alguien la miraba. Apretó los labios y se fijó en el hombre que la acompañaba en la mesa.

Alonzo Raccheli era el hombre que, comandando a su ejército de Cruzados del Vaticano, la había rescatado a ella y a los ángeles. Sus canas le daban un aspecto distintivo; corte clásico con raya y barba poblada. Iba trajeado, lejos de su blanco y radiante traje EXO, contrastando con toda la informalidad su alrededor.

Alonzo elevó una mano, con dos palillos entre sus dedos.

—Pon un palillo entre el dedo pulgar y el del medio. Pon otro sobre el pulgar y el índice.

Ámbar achinó los ojos; ese hombre tendría la edad de su padre y, de hecho, actuaba como uno. Asintió y volvió a la faena.

Alonzo enarcó una ceja al verla tan concentrada en la comida. Se preguntó si ella tenía idea siquiera de cómo la veía el mundo entero. Se trataba de la mujer que había derrotado al ángel que cayó del cielo, además de haber sobrevivido a la lucha contra un Serafín. Y, para sorpresa de todos, liberó al ángel capturado, arrancando al mundo entero la oportunidad de dar un salto histórico en el desarrollo de curas y ciencias. Ámbar era temida y ciertamente odiada, pero allí estaba ella, sonriendo a los fideos que logró capturar por fin.

Y, extrañamente, a Alonzo aquello le resultaba encantador. Aquella mujer tenía el peso del odio de todo el mundo sobre su espalda, pero actuaba como si no le importara.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó ella, mirándolo.

—Se me ocurre llevarte a un paseo en los jardines Yu, o un viaje en tren rumbo a Shangai para ver esos edificios de hace cuatro siglos que aún se mantienen de pie. Luego una cena y podríamos alojarnos en el hotel Xiang…

Ámbar hizo un ademán.

—No. Hablo en serio. ¿Qué quieres de mí?

—Yo también hablo en serio, mujer.

—¿Atravesaste medio mundo y entraste a una nación enemiga para invitarme a una cita?

—Atravesé medio mundo y entré en una nación no cristiana para rescatar al ángel que vuestra milicia quería capturar y vender al mejor postor. Te sacamos porque mucho futuro no tenías allí.

—Te agradezco el rescate no solicitado. Pero me temo que no puedo aceptar ninguna cita —y volvió a su particular batalla contra los fideos.

—¿Algún motivo en particular? No veo ningún anillo en tu dedo.

Ámbar gruñó mirando para otro lado.

—¿Tailandia? —preguntó ella, volviendo a por los fideos.

—Nianchang, China.

—“Nian-chan” —pronunció con dificultad, y el dulce acento portugués fue otra estocada para el corazón de Alonzo—. El famoso Reino de los Dragones.

El hombre asintió y, con suavidad, dejó sobre la mesa una funda de cuero negro que guardaba la espada-fusil de Ámbar. La mujer sintió un nudo en la garganta al verla; apartó el cuenco y la agarró, desenvainándola para comprobar el estado de su hoja.

Seguía reluciente y sonrió con los labios apretados. Era una parte importante de ella misma. Se sentía segura con su espada. La guardó de nuevo y se fijó en las calles para perder la mirada en la desorganizada marabunta.

—Mi hija siempre quiso tocar un dragón. Su preferido era ese de escamas plateadas… ¿Doğan?

—Nío. Doğan es de escamas doradas.

—Hmm —asintió ella—. ¿Cuándo vas a decirme dónde están los ángeles?

—No hay muchos lugares en el mundo donde les recibirían con los brazos abiertos. Ni siquiera a ti. El gobierno chino ofreció al Vaticano una reserva ecológica con instalaciones. Aunque el hospedaje nos sale gratis: exigieron el cadáver del ángel que murió en Nueva San Pablo.

—Reserva ecológica —repitió ella—. No conozco a los otros, pero la muchacha de cabellera roja puede ser muy problemática. Si se entera que está recluida en una suerte de zoológico habrá muchos problemas. Es muy orgullosa. ¿La has conocido?

—No es un zoológico y aún no he tenido el placer de conocer personalmente a ninguna de ellas, aunque ya conocí al varón, de nombre “Fomalhaut”. Es muy poco dado a hablar, pero soy mejor conversador. Charlamos brevemente sobre rangos. Por ejemplo, los ángeles tienen a los Serafines, seres de seis alas considerados los mariscales en el campo de batalla. Tú has visto a uno de esos.

Ámbar frunció el ceño. Claro que había visto a uno; enfrentó a un Serafín, nada más y nada menos, el Mariscal o Comandante de los ángeles. Se preguntó cómo fue posible que un ser de semejante rango no trajera consigo a su propio ejército para enfrentarse a Perla. O estaba muy confiado o, tal vez, se trataba de un trabajo que debía hacerlo personalmente.

—El rango de este ángel —continuó Alonzo—, es “Dominación” y pertenecía a una especie de guardia personal del Trono o gobernador. Su función es la de un rastreador.

Ahora la mujer apenas prestaba atención. Sus pensamientos se volcaban en la joven Querubín. Todo cuanto la mujer había hecho y sacrificado era por Perla, y aún no la había visto desde la lucha que libró en aquel campo de flores. La voz de Alonzo se había convertido poco a poco en un eco lejano hasta que tocó un tema importante:

—La Dominación puede guiarnos hasta los dragones. Hasta el mismísimo Leviatán.

Ámbar se atragantó y tuvo que hacerse con una taza de vino de arroz. “Leviatán”, repitió mentalmente. Aquel nombre por sí solo generaba pavor; en el mundo no había niño o adulto que no conociera al líder de los dragones y sus terroríficas historias. Hacía trescientos años que los dragones habían aparecido durante el Apocalipsis; reunidos por el gigantesco Leviatán, luego de la hecatombe, sumieron poblados bajo cenizas y, en algunas ocasiones, ciudades enteras.

Pero hacía casi una veintena de años que Leviatán se había escondido en algún lugar recóndito del mundo, llevándose consigo a su legión. Unos los pensaban muertos, pero muchos temían que, tarde o temprano, volvería a salir para sembrar el caos.

Alonzo suspiró.

—Pero nuestro honorable rastreador se encargó de dejarnos bien en claro que no abandonará a sus congéneres para guiarnos hasta el dragón.

—Pues haríais bien en dejar de perseguir dragones. Es, literalmente, jugar con fuego.

—Suenas como mi hija —Alonzo meneó la cabeza—. Ese grupillo de ángeles te tiene una gran estima por lo que hiciste. Cuando les hicimos un lugar en la reserva ecológica, ordenaron una habitación para que puedas alojarte cerca de ellas.

Ámbar enarcó una ceja al saberse siendo agasajada de esa manera. No lo esperaba, desde luego. Cuando pudiera, tendría que agradecer el gesto.

—Te adoran —continuó Alonzo—. Convéncelas para que esa Dominación nos ayude. Reykō moverá su maquinaria de guerra pronto y me temo que no podré hacer mucho si decide marchar contra China. Destruirá todo a su paso y buscará capturarlas, y casi el mundo entero la apoyará en su empresa.

—Si tanto problema van a causar, mejor que vuelvan al sitio donde pertenecen —murmuró ella.

Ámbar se acomodó en su silla y miró el ajetreo en las calles. Sintió envidia de todos aquellos hombres y mujeres que vivían una vida más sencilla; ajetreada, pero sencilla. Porque la mujer se encontraba ahora en medio de una posible guerra que, a su pesar, había contribuido a generar. Extrañamente, todos en las calles detuvieron sus rutinas y miraron al cielo con una precisión casi cronométrica. Era como si repentinamente el tiempo se hubiera detenido: el rugir del tráfico, el murmullo del gentío e incluso los ladridos. Ámbar achinó los ojos.

—Pero vinieron aquí —continuó Alonzo—. Y aunque decidan volver a su hogar, no impedirá que Reykō se abalance sobre nosotros. Fuimos directo a las fauces del lobo para rescataros y ahora vendrán las consecuencias. No tenemos un ejército como el de ella y necesitamos a Leviatán, no para una guerra, sino simplemente como medio persuasivo para que nos dejen en paz. El Dominio dijo que los dragones son la caballería de los ángeles. No me cabe duda de que, con sus amos de vuelta, podrían ser un importante activo a nuestro favor.

—¿Y qué te hace pensar que yo sería capaz de convencer a nadie? Esos pichones no me tienen en estima, no al nivel que crees. Si me permites, déjame terminar la cena…

Un apagón generalizado sumió la ciudad en una completa oscuridad. Y el silencio se había vuelto sepulcral hasta el punto que Ámbar se oyó tragando saliva. Luego escuchó un alarido lejano en un lugar en la calle y el crujir del acero en otro punto indefinido en la oscuridad. Como si algo cayese sobre el techo de un automóvil. Alargó la mano y se hizo con su espada en el momento que el gentío estalló en gritos de espanto para dispersarse raudamente en todas direcciones.

Alonzo se levantó dando golpecitos al lóbulo y apretó los puños cuando cayó en la cuenta de que su sistema de comunicaciones no funcionaba. Miró a las calles y creyó ver a un par de sus soldados, en radiantes trajes EXO color blanco, cayendo sobre coches o sobre el suelo, entre gritos y sonidos de disparos de rifles de plasma.

Alguien estaba atacando a sus hombres apostados en las azoteas. Intentó advertir a la mujer, pero Ámbar ya había desaparecido en la oscuridad.

Salió disparado hacia las calles, esquivando a la marabunta que huía despavorida. Las luces volvían intermitentemente y podía ver, aterrorizado, cómo sus hombres caían del cielo como una lluvia, para luego perderlos de vista al volver la oscuridad, oyendo solo sus aullidos cuando caían en el pavimento y se retorcían de dolor. Los enemigos debían ser varios.

Se ocultó detrás de un automóvil, asomando la mirada; arriba había un centenar de ágiles sombras que saltaba de un lado a otro, de una azotea a otra, arrojando a sus hombres como si estos fueran muñecos de trapo. Las luces en la ciudad parpadearon un par de veces más para finalmente volver. Se sorprendió de ver cómo quedó la pequeña calle del mercado, ahora abarrotada de soldados heridos, destruidos letreros eléctricos y cables que chispeaban.

Y la luz trajo consigo un adusto silencio; ahora, donde fuera que mirase, solo había ángeles. Sentados en los bordes de las azoteas, parados sobre los toldos de los comercios mientras que otros se mantenían elevados en el aire.

Luego vio a un ángel, de pie sobre el techo de un coche, protegido por otros dos congéneres. Las cuatro puertas del vehículo estaban abiertas y fuesen los que lo ocupaban ya había huido. Se fijó mejor en aquel ser celestial: era distinto. Tenía seis alas, de rostro severo y mirada intensa, con una espada que pendía de su cinturón y otra más en la espalda, pues veía la empuñadura destacando tras él. Tenía que ser un Serafín, el mariscal de la legión de guerreros alados.

—¡Debo ser la mujer más afortunada del mundo! —gritó Ámbar, de pie sobre el techo de un taxi, a cuatro coches de distancia del Serafín—. A donde sea que vaya, me encuentro con más pichones. Dichosa coincidencia.

Todo el ejército celestial la observó con curiosidad. Y en el porte y actitud notaban que esa mortal no los temía. Alguien como ella, que lo había perdido todo: su estatus, su lugar en el mundo; odiada y buscada, ya no temía a nada y enfrentaría la amenaza de frente. Ámbar también se fijó en las alas del ángel principal y supo que debía ser otro de aquellos mariscales de los que le había mencionado Alonzo. Y este sí que lo era; rodeado de su vasto ejército.

El Serafín Durandal ladeó el rostro, curioso, para fijarse mejor. Si le hubieran dicho que una mortal luchó contra el Serafín Rigel y terminó victoriosa, hubiera castigado al responsable de aquella broma de tan mal gusto. Pero allí estaba ella, la única mortal que no había huido con el gentío, encarándolo.

—No es coincidencia, mortal —respondió él en un fluido portugués—. Tengo rastreadores.

—¿Me buscabais?

—¿Es ella? —preguntó Durandal a uno de sus alumnos.

Su súbdito asintió.

El Serafín apretó los labios. Desenvainó su nueva arma, sujeta por correas en su espalda. La espada zigzagueante del Arcángel Miguel refulgía, como si tuviera vida propia, y la apuntó con ella.

Ámbar, como respuesta, ladeó su gabardina para desenvainar su espada. Activó la corriente y la filosa hoja cabrilleó de electricidad, robándose la admiración de todos los ángeles. También parecía tener vida propia. Sobre las azoteas, algunos silbaron largamente contemplando a aquella mortal que afrontaba sin miedo al Serafín.

Alonzo, cada vez más aterrado, se preguntaba si debía intervenir de alguna manera. Concluyó que aquel ángel debía ser el Serafín que invadió con su ejército la Capital del Hemisferio Norte. Si ahora se encontraba en China, con la espada del Arcángel Miguel, cayó la dulce posibilidad de que el Serafín pudiera haber asesinado a Reykō para hacerse con el arma.

—Vine a ver con mis propios ojos —dijo Durandal—, a la mujer que dicen que luchó contra el Serafín Rigel y salió victoriosa. ¿Acaso eres tú?

—¿Ese grandulón? No recuerdo haberle dado el tajo final, pero me hubiera gustado.

Durandal tragó aire; estaba ofendido, pero sabía que su rostro debía encontrarse desprovisto de emociones e hizo un esfuerzo por contenerse.

—Cuida tu lengua, mortal.

—¿Venís a por Perla? —preguntó ella, ahora apuntándolo con su espada—. ¿O venís a vengar a vuestro amigo caído?

—Vine por ti.

Reykō se acomodó en su mullido asiento que daba al ventanal de su oficina, y suspiró perdiendo la vista en la brillante ciudad del Hemisferio Norte: Valentía, de la nación Gran Iberia. Deseaba tocar la empuñadora de la espada del Arcángel Miguel, siempre lo hacía cada vez que le asaltaban dudas, pero ahora su mano se cerraba en el vacío. Había perdido la espada zigzagueante, pero se consoló al recordar que al menos consiguió sacar algo bueno de aquel “vil robo”.

Se cruzó de piernas con suavidad y apoyó la barbilla en una mano. Frente a ella estaba el ángel que el Serafín Durandal entregó como intercambio para evitar una batalla. “Un ser semidios por una espada mítica”, pensó, y la idea le pareció un intercambio justo. El espécimen era un varón de físico que le resultaba atractivo, de alas y cabellera plateadas, y se preguntó si en la legión de ángeles todos resultarían ser unos adonis.

Varios soldados de Reykō, tras ella, no dejaban de apuntarlo con sus rifles, completamente desconfiados aún pese a la evidente pasibilidad del ángel. Entre ellos se encontraba el comandante del ejército de Reykō, Albion Cunningham, frustrado por no haber podido evitar el robo de la espada. Su cabellera castaña era corta, casi rapada, y sus ojos intensos parecían destellar fuego.

—Tu amo te ha entregado a mí —dijo ella—. ¿Cómo te sientes al respecto, pequeña ave?

El ángel plateado ladeó el rostro.

—No es mi amo, los hacedores lo son. El Serafín Durandal es mi superior.

—Si él es un Serafín, tú eres…

—Una Dominación —hizo una reverencia—. Espero serle de utilidad.

Reykō volvió a sonreírse, visiblemente fascinada. Quién diría que la primera humana en forjar una alianza con los ángeles sería ella misma, que los quería ver aplastados bajo sus botas por haber sido los causantes de la destrucción del mundo moderno, trescientos años atrás. Pero algo bueno sacaría de todo ello antes de coserlo a jeringas en algún laboratorio.

Había que probarlo antes.

—Desnúdate —ordenó, y oyó tras ella cómo sus soldados se removieron incómodos.

El ángel asintió y se deshizo del cinturón y luego de la túnica; Reykō enarcó una ceja pues esperaba que se negase o mostrase algún tipo de vergüenza. Pero se olvidó de todo cuando se reveló lo que la mujer ya había sospechado: aquella Dominación poseía un cuerpo que haría a toda humana o humano derretirse. Un adonis tallado exquisitamente por los dioses. Lástima, se dijo ella, que esos ojos suyos transmitiesen tanto vacío; como si no sintiera pudor o el más mínimo deseo de carne.

—Acércate —ordenó Reykō.

Sus soldados volvieron a removerse, aunque ahora era otro tipo de incomodidad. No deseaban que el ángel se acercara más a ella, pero nadie tenía el valor de contrariar a la mujer más poderosa del mundo. El comandante Cunningham, no obstante, avanzó un paso con su fusil apuntando la cabeza del ángel.

Con un ademán, la mujer lo detuvo sin mirarlo.

—¿Qué sucede, Albion? ¿Miedo o celos?

Cunningham no apartaba la mirada de los ojos del ángel. Cómo iba a confiar en un ser despreciable como ellos, causantes de tanta destrucción. Su propia nación, Alba, aún a día de hoy era solo escombros, hambruna, pobreza aderezado con sectas fanáticas. Cómo iba a dejar que se acercara un centímetro más a ella, que lo sacó de ese infierno cuando niño para hacer de él un gran hombre.

Respondió a regañadientes.

—Reconsidere lo que está haciendo, mi señora.

—No me cabe duda de que, si el ángel quisiera matarnos, ya lo habría hecho, Cunningham. Pero aquí estamos todos. Dime tu nombre, Dominación.

—Deneb Kaitos —y mirando al comandante Cunningham, agregó—. Me llamo Deneb Kaitos, mi señora.

La mujer asintió complacida. Aprendía rápido; le gustaban los hombres así. Alargó el brazo y, con los nudillos, acarició el sexo del ángel, mirándolo a los ojos para descubrir su reacción. Luego agarró con sutileza la carne, elevándolo, sopesando. Se entretuvo un largo y silencioso tramo, comprobando la suavidad y la rugosidad de las diferentes partes. Pellizcó y se decepcionó al notar la misma vaciedad de siempre en la mirada de la Dominación.

—A veces me pregunto para qué vuestros hacedores os crearon con vergas si ni siquiera sois capaces de darle uso —suspiró—. Ven aquí, Albion, a su lado.

Cunningham dio un respingo y miró a sus subordinados, quienes desviaron la mirada para todos lados menos hacia él. Pero bajó su rifle y se dispuso como ordenó. Deseaba llevar un casco y que la visera ocultara el evidente desagrado que le suponía estar en presencia del ángel.

Reykō hizo un gesto con el índice, girándolo en el aire.

El comandante procedió a desnudarse, enrojecido debido a una mezcla de vergüenza y disgusto; tardó más tiempo que el ángel debido a que vestía armadura EXO y no una túnica. Reykō se acomodó en el asiento y ordenó a los demás soldados que salieran del cuarto, orden que acataron presurosos y nerviosos.

Deneb Kaitos observaba todo con curiosidad. Tal vez, pensó él, todo ello no era sino una rara costumbre de los mortales. Le sonrió a Cunningham, fijándose en su cuerpo para comprobar que, como él, el mortal poseía rasgos de un auténtico guerrero que, en los Campos Elíseos, serían vistos con buenos ojos. Alto, de marcada musculatura y mirada intensa. Tenía una marca llamativa en el hombro derecho, similar al ala de ángel.

El gesto fue tomado por el comandante como ofensivo, quien se sintió incómodo bajo el escrutinio de aquel ángel. Se cubrió cuando notó que miró su verga.

—¿Qué mierda miras, pajarraco?

Reykō se inclinó hacia su soldado y, alargando el brazo, posó la palma en el vientre del hombre y clavó las uñas en la piel. Intercedió con voz serena.

—Tranquilo. Aquí el único que me preocupa eres tú, querido.

Los dejos bajaron hasta el sexo cuando notó que el comandante había tragado su orgullo. Las caricias despertaban su hombría, que crecía y crecía, y pronto la mujer lo capturó como una garra de un halcón que ciñe a la presa con fuerza. Cunningham también le resultaba un hombre atractivo, tanto o más que el ángel, y bien que lo había entrenado ella en todo tipo de artes. Viendo al ser celestial y humano desnudos, no sabría decantarse por uno. “Tal vez ambos…”.

Iniciando un vaivén, miró a Deneb Kaitos.

—¿Qué? Eso que tienes entre tus piernas sirve para algo más que mear, querido. Y te sorprenderías de los usos que puedo darle.

La mujer se excitó abruptamente ante la idea de pervertir a un ángel. Dejó de estimular a su presa y sonrió al ser celestial, apretando el sexo del comandante, taponando la punta con su dedo índice pues ya relucía un brillo viscoso.

—Espérame en la cama —ordenó ella sin mirarlo.

El comandante debatió internamente aquella idea, realmente no deseaba dejarla sola, pero era verdad que el ángel, al menos aquel, resultaba pacífico. Asintió, con la excitación y la frustración inundándole todo el cuerpo. Se retiró dando presurosas zancadas, olvidándose de su traje y armas en el suelo.

Cuando quedaron solos, Reykō miró a Deneb Kaitos.

—Y tú, ¿también querrás venir a mi cama?

—Haré lo que ordene, mi señora.

La mujer chasqueó los labios. Deseaba ver un poco de resistencia, pero ese ángel no tenía alma ni pudor. Así no tenía gracia para ella. Aún se divertía recordando el rostro de sus consejeros la primera vez que los obligó a desnudarse y arrodillarse ante ella. Se levantó de su asiento, dirigiéndose hacia una mesa de bar para servirse de una copa de vino. El ángel se había girado para ver la ciudad a través del ventanal, momento aprovechado por la mujer para admirar su trasero.

Metió un dedo en la copa de vino, dándole vueltas.

—Tu superior dijo que los de tu rango sois rastreadores. Que podrías encontrarme cualquier objeto perdido en el universo si es necesario. Pero no deseo nada de valor, la verdad. Necesito que guíes a un escuadrón militar hacia el dragón Leviatán y su legión de dragones. ¿Puedes hacerlo, Deneb Kaitos?

—Los dragones se extinguieron hace milenios, mi señora.

—Ojalá fuera cierto, querido.

Deneb Kaitos se giró. Al principio no creyó que pudiera haberlos, fueron aniquilados todos por la legión de Irisiel en el inicio de los tiempos, pero, por curiosidad, intentó localizar alguno. Cerró los ojos y pronto se sorprendió al detectar tenuemente al mismísimo Leviatán escondido en algún lugar del reino humano.

—Pero, ¿cómo es posible…? ¿Cómo es que tenéis dragones en vuestro reino?

—Desde hace trescientos años los tenemos —dijo ella, bebiendo el vino—. Vinieron con el Apocalipsis.

—Yo no debería guiarles hasta Leviatán. Estoy aquí para buscarle una riqueza, cualquiera sea, no un dragón.

—Tu superior ha dicho que me encontrarías la riqueza que yo deseara, y esto es lo que deseo. Si no es así, vuelve junto a él y dile que has fallado. Dile que vuestra palabra no vale absolutamente nada. Que no habrá paz y que todo mi ejército se abalanzará sobre vosotros y vuestros aliados.

—No me entiende. No me gustaría guiarles hacia vuestra muerte. Leviatán es una bestia peligrosa, mi señora.

—¿Y? ¿Qué te hace pensar que yo no lo sea?

El ángel la miró a los ojos y supo que había convicción en sus palabras. Ir en búsqueda de aquel lagarto era solo tarea para temerarios o torpes. Reykō no le parecía en absoluto una mortal torpe.

—Entiendo. Si eso es lo que deseáis, os guiaré.

Reykō miró al ángel con una apenas perceptible sonrisa. Deseaba invadir China cuanto antes y aniquilar no solo a los ángeles sino a todos los que los protegían; los consideraba traidores de la humanidad. Pero primero era necesario anticiparse. Destrozaría a los dragones y evitaría que la alianza entre los cruzados del Vaticano y China sumaran en fuerza bélica; sus espías ya le habían informado de todo.

—Eso es lo que quería oír, querido. Vamos a la cama.

La espada zigzagueante dio varias vueltas en el aire y cayó clavada en el techo del taxi donde Ámbar se encontraba, arrancando un grito de pavor del conductor del vehículo, encogido en su asiento.

—Esta espada —dijo el Serafín—, fue creada en los inicios de los tiempos por los hacedores. Es más que un arma. Es un estandarte. Fue hecha para los Arcángeles, los protectores del reino de los humanos. Ninguno de los tres se encuentra vivo desde hace trescientos años y me temo que yo no estoy interesado en el cargo.

Ámbar vio el arma y notó que se trataba de la mismísima espada flamígera del Arcángel Miguel. Arma que poseía Reykō, pero que por alguna razón ahora estaba allí, a sus pies.

—Dime tu nombre —preguntó Durandal.

—¿Mi nombre? No sé en el lugar de donde vienes, pero, aquí, el que entra haciendo barullo y lanzando soldados por los aires es el que normalmente se presenta primero.

Se escuchó un par de risas alrededor; la mortal caía bien entre los ángeles.

—Mi nombre es Durandal —extendió brazos y alas, como siempre hacía para imprimir porte y presencia—. Soy Serafín de los Campos Elíseos. ¿Quién eres tú, mortal?

La mujer enfundó su arma al ver que no había hostilidad de parte de ninguno para con ella. Se inclinó hacia la espada zigzagueante y la tomó de la empuñadura para arrancarla del techo del vehículo. Era liviana y podía verse a sí misma reflejada en la hoja.

—Me llamo Ámbar Moreira —extendió los brazos hacia los lados—. Y estoy desempleada.

—Ámbar —repitió el Serafín, absorbiendo las palabras y aquel nombre—. Yo te nombro Protectora del reino de los humanos. Mis ángeles y los de las demás legiones te reconocemos, y te serviremos cuando lo necesites para honrarte a ti y la humanidad que proteges. Que el coro recite tu nombre en los cánticos heroicos, y que el cielo y la tierra tiemblen a tu paso, “Nari-il”.

Durandal se hincó sobre una rodilla y golpeó su pecho. Antes de que la mujer dijera algo, vio cómo todos y cada uno de los ángeles repetían el gesto. Tanto los que estaban en las azoteas como los que se encontraban elevados, bajaron de los cielos para hincarse en la calle. La mujer se giró, sorprendida, al comprobar que todos estaban rindiéndole un respeto que no comprendía por qué recibía.

—¡Nari-il! —gritó un ángel.

Miró a un lado y enarcó una ceja al ver a Alonzo cerca, manos en los bolsillos y sonriente.

—Parece que ya no estás desempleada, mujer.

—Sí, bueno, ¿no deberías preocuparte por tus soldados? Los oía gimotear hace un rato.

—Todos están bien —golpeó el lóbulo, indicando que había vuelto a entablar comunicación—. Nos llevamos un buen susto.

—¡Nari-il! —gritó otro ángel, elevando el puño.

Y se sumó otro más. Y luego otro, hasta que los ángeles rugían alrededor de ella como una sola fuerza. Los que tenían lanzas repiqueteaban el suelo, los que tenían espadas la blandían al aire. Otros se golpeaban el pecho rítmicamente, visiblemente alegres ante el nombramiento de un nuevo representante entre ambos reinos. “¡Nari-il, Nari-il!”. Ámbar ni siquiera comprendía su idioma, pero de alguna manera aquello le llegaba con tanta fuerza que logró conmoverla. Miró de nuevo a su alrededor, no se lo creía; no había ángel que no celebrara su nombramiento.

—Alonzo —dijo sin mirarlo—. ¿Qué están gritando?

—No lo sé. Imagino que es sumerio.

Cuando volvió la vista hacia el Serafín, este ya se había retirado. Solo plumas se balanceaban en el aire. Algunos de sus súbditos también abandonaban el mercado de Nianchang, elevándose en el cielo mientras otros aún gritaban, reían y festejaban a su alrededor. En medio de una lluvia de plumas, Ámbar, por primera vez en la noche, sonrió.

Estaba convencida de que todo cuanto había hecho sería visto como un delito deleznable, que los libros la tacharían de traidora. Pero allí estaban esos “pichones”, como les decía ella, festejando y reconociéndola por sus sacrificios y valor. Cómo no sonreír cuando su propia vida, abruptamente, volvió a cobrar sentido. Si tan solo su hija estuviera allí para ver con sus propios ojos cómo Ámbar se había convertido en la heroína que la niña siempre creyó.

—¡Mujer! —Alonzo la sacó de sus pensamientos—. ¿A ellos también les vas a rechazar como a mí?

Ámbar rio, meneando la cabeza.

—¿Acaso puedo? Se ha retirado antes de que rechazara la oferta.

—Tal vez ese Serafín presuponía que era una oferta irrechazable.

—Puede que sí —asintió ella—. ¿Lo has oído? Dijo “Reino de los humanos”.

—Ojalá fuera un reino. Lo haría todo más sencillo.

Pero no era un reino. Era todo un mundo, con sus contrastes, de odio y temores enraizados, unido a otro nuevo y con peculiares seres alados que habían venido, aparentemente, para quedarse. Para buscar un nuevo hogar. Eran dos mundos fusionados a la fuerza y a los que habría que buscarle una cohesión.

—Acepto tu propuesta —dijo ella, posando la espada zigzagueante sobre su hombro.

—¿Cuál? ¿La cita en los jardines Yu?

—No —gruñó—. Vayamos en búsqueda de los dragones, Alonzo.

III. Año 1368

Oír el grito y llanto de los mongoles ante las oleadas de flechazos fue como una música dulce para los oídos de Mijaíl. Por un momento, al tensar su cuarta flecha, se sintió poderoso; la muerte en sus manos. El sentimiento era idéntico en toda la fila de arqueros. Partió la saeta y, mientras buscaba otra, miró el campamento atacado. Una lástima que la oscuridad de la noche no mostrara mucho de aquellos demonios sufriendo y cayendo, pensó, pero al llegar el amanecer se encargaría de recorrer el lugar para verlos a todos, derrotados y con saetas clavadas en sus cuerpos.

Varios cuernos resonaron en el campamento mongol, avisando del ataque sorpresa. Pronto se oyeron los casquetazos de los caballos enemigos, yendo y viniendo por doquier; los mongoles se estaban organizando y pronto estarían partiendo para cazarlos. Pero una nueva oleada de flechazos terminó por derribar a casi toda la línea frontal que estaba formándose, entorpeciendo a los que venían detrás. De un lado, los novgorodienses rugían victoriosos y del otro, los mongoles aullaban de dolor. Pese a todo, los jinetes enemigos seguían llegando para agruparse, sorteando los heridos y levantando los escudos para protegerse de la lluvia de saetas.

Octava flecha. Mijaíl sintió un frío sudor recorrer la frente; esos demonios no se acababan. Sus flechas sí. Y, para colmo, tenía la sospecha de que la noche no los estaba desorganizando como pretendían. Si docenas de jinetes caían, sonaban los cuernos en notas cortas y venían otros más para reemplazarlos; parecía una máquina de guerra bastante bien engrasada.

Al sonido largo de un cuerno, vio sobrecogido cómo una inmensa línea de jinetes partía hacia ellos como si fuera una sola y terrorífica fuerza infernal.

El viejo comandante novgorodiense levantó el brazo para que todos parasen el asedio. Habían logrado su cometido de crear la distracción y todo quedaba en manos del ataque sorpresa de Gueorgui.

—¡Retirada!

Se giró sobre su montura y se fijó en el pávido Mijaíl. El único paralizado y que además miraba la aún lejana fila de jinetes enemigos. Hizo un ademán frente a su rostro, despertándolo de su trance.

—Pero, ¿sigues aterrorizado, joven? ¡Muévete!

Mijaíl parpadeó. No era terror. Simplemente, no esperaba experimentar cierta admiración por la organización y el ardor de sus enemigos. Los pensaba como míseros salvajes y poco más. Definitivamente, no eran como los lituanos. Asintió y tomó las riendas de su montura, ajustando su escudo sobre la espalda. Todos estaban al tanto de la habilidad de los mongoles de disparar desde sus monturas en plena galopada, y debían tomar precauciones si estos se les acercaban excesivamente durante la huida.

Confió en cruzar a tiempo el Volga para que los lanceros y otros arqueros que aguardaban al otro extremo se ocuparan de sus perseguidores. Pero, sobre todo, esperaba que Gueorgui pudiera asestar el golpe definitivo. Que matara rápidamente a un enemigo en especial; el único causante de que aquella marabunta de salvajes fuera tan organizada y estuviera tan preparada.

“Caza al Orlok”, pensó mientras emprendían la rápida huida. “Y la victoria será nuestra”.

Gueorgui sonrió cuando notó el trajín en el campamento enemigo. Saber que ahora estaban a su merced hizo que, súbitamente, el largo y tortuoso avance alrededor del Volga desapareciera de sus pensamientos.

Organizó una larga fila de lanceros en cuyo centro irían los mejores pertrechados, él mismo entre ellos. A un gesto suyo, partió la caballería novgorodiense. Unos cincuenta jinetes avanzaron sobre la fila, formando así una cuña en cuya punta se encontraban Gueorgui y sus hombres. En los flancos se desplegaron sendos grupos que, sobre el blanco pálido del terreno, dibujaban una suerte de garras que se cerrarían sobre los enemigos para aplastar hasta el último de todos.

La cuña penetró hasta el corazón del campamento, dejando por los suelos tanto a hombres como tiendas; el encontronazo se dio entre aullidos de terror mezclándose con el repiquetear intenso de las herraduras. Los caballos sin jinetes huían despavoridos y los mongoles que de alguna manera lograban sobrevivir la primera oleada de Gueorgui y sus hombres eran pisoteados por la línea que le seguía.

La estela de enemigos caídos al paso de los jinetes se alargaba y la sangre corría sobre la nieve; la caballería de Nóvgorod y de Kholm era como una barra de hierro candente pasando por la carne. Por un momento, la victoria parecía ser solo una cuestión de tiempo.

Varios cuernos sonaban en puntos dispersos del campamento, alertando a los mongoles del nuevo ataque sorpresa. Pronto, una larga fila de guerreros se formó y alzó sus sables para desafiarlos en combate; no contaban con caballos, al menos no tenían tiempo de hacerse con uno, y Gueorgui, cuya armadura ya relucía cubierta de sangre, guardó su lanza en la funda de su montura.

Desenfundó su espada y la levantó al aire en respuesta al desafío; al grito de “¡Dios con nosotros”, él y sus hombres se abalanzaron con ferocidad.

Mijaíl vio despavorido cómo un jinete novgorodiense, delante de él, caía de su montura con dos flechas clavadas en su espalda. Tragó saliva y apuró al caballo; esos malditos enemigos eran realmente rápidos. Cayó otro compañero al otro extremo del nutrido grupo de jinetes. Ahora ya podía oír las flechas cortando el aire sobre él.

Cerró los ojos cuando, en la lejanía, oyó a sus compañeros aullar de dolor; probablemente al ser alcanzados por los mongoles eran rematados con picas.

Esperaba cruzar el río cuanto antes y que los grupos apostados en la ribera terminaran por deshacerse de sus perseguidores, pero hacía rato que había agachado la cabeza y no se atrevía a levantarla para comprobar cuánto faltaba.

Su caballo relinchó al recibir un flechazo y Mijaíl se dio prisa en saltar de su montura; el animal cayó tropezado sobre el hielo y el joven consiguió rodar para no ser aplastado, meneando la cabeza para espabilar. No se atrevía a mirar a sus perseguidores, pero oía los casquetazos y hasta sentía el temblor en el Volga. Alargó la mano hacia la empuñadura de su espada, sujeta en la cintura, y cerró los ojos temiendo el peor de los finales.

Se levantó; sus rodillas crujían y apenas sentía la empuñadura en sus congelados dedos. La espada se le resbaló y repiqueteó en el suelo. Y los vio a todos, que venían en marcha infernal entre gritos, levantando sables unos, tensando arcos otros, claramente rabiosos. Parecían demonios. Como único gesto, cerró los ojos y empuñó su colgante de Santa Sofía.

Inesperadamente, oyó tras él a cientos de saetas cruzando el aire y cayendo sobre los estupefactos mongoles, que cambiaron sus cánticos rugientes por aullidos lastimeros. Cuando el sorprendido guerrero se giró, vio a sus propios compañeros deteniendo la falsa retirada, ahora lanzas en ristre, girándose para embestir al enemigo. Y tras ellos, en la ribera y en las colinas circundantes, notó a cientos de arqueros tensando sus arcos.

Mijaíl seguía estupefacto mientras los novgorodienses avanzaban a sus lados para acabar con los mongoles. Miró sus temblorosas manos. Estaba seguro de que eran sus horas finales y que la Virgen María había oído sus plegarias. Luego pensó en Gueorgui, luchando al otro lado contra esos mismos feroces enemigos.

Apretó los puños y golpeó el hielo; no tenía el valor de su hermano.

Un jinete se detuvo frente a él; era el viejo general novgorodiense. Una flecha atravesaba la hombrera de su armadura, pero él actuaba como si no estuviera allí, sonriéndole al muchacho. Le habló, pero Mijaíl apenas oyó entre los espadazos y gritos varios que se producían más adelante.

—¡He dicho que está resultando un plan estupendo, joven! Quédate en el campamento, ya has hecho lo tuyo. Mis hombres y yo iremos a ayudar a tu hermano.

Mijaíl tragó saliva.

Gueorgui atravesó con su espada el pecho de un jinete y la sangre le roció violentamente en el rostro. Podía comprobar, de vez en cuando, cómo todo el terreno repleto de aliados y enemigos pasaba de un negro profundo a un gris pálido mientras el cielo se azulaba cada vez más. Estuvieron luchando durante horas, retrocediendo y avanzando una y otra vez por el campamento, y sintió un gran desgaste en su brazo derecho cuando quiso extraer la espada de un fuerte tirón.

Seguido por sus hombres, llegó hasta un terreno elevado, sorteando cadáveres aguijoneados de flechas, y tuvo una buena perspectiva del campo de batalla. Sabía que sus guerreros estarían extenuados y que la contienda se había equilibrado hacía rato; los enemigos eran bravos y respondían a la batalla mejor que los lituanos. Luego oyó griteríos de júbilo en el fondo del campamento mongol, superando por momentos a los rugidos de los guerreros enfrentados.

Fijó la mirada hacia el Volga y notó un nutrido grupo de jinetes regresando a través del río congelado en rápida galopada, debido a la oscuridad no pudo diferenciarlos, eran solo una mancha oscura, pero los más adelantados empezaron a elevar al aire los estandartes blancos y rojos de la Horda de Oro, entonando largas notas con los cuernos. Gueorgui lanzó su casco al suelo con desazón; no podía ser verdad que aquellos perros al final consiguieran aniquilar a toda la caballería novgorodiense a pesar de las artimañas que habían preparado.

Al sonido estridente de otro cuerno, el campamento mongol se abrió en dos para dejarlos pasar y que así prestasen ayuda en la batalla.

Gueorgui escupió un cuajo sanguinolento, rabioso, y alzó su espada.

—¡Si hoy nos toca caer, mejor llevarles un tributo a nuestros hermanos idos! ¡Por los caídos, Dios con nosotros!

Un fuego renació en los ojos de muchos jinetes. Gueorgui estaba consumido por la rabia que apenas pensaba con claridad, pero sus hombres lo seguirían hasta el fin del mundo; levantaron sus espadas y bramaron con sus últimas fuerzas antes de seguirlo.

Volvieron a formar una cuña para penetrar en las filas enemigas, con más ímpetu si cabe, pateando, rajando y derribando a quien osara de acercarse. Los enemigos levantaban la mirada y veían aterrorizados a ese gigantesco y pertrechado dios oscuro de la guerra, bañado en sangre mientras repartía espadazos, y pronto se vieron cercados en pequeños grupos por un rabioso e innumerable ejército, como islas rodeadas por el mar.

Se oyeron nuevos gritos en el corazón del campamento mongol. Eran aúllos, más bien, y los cuernos sonaban en distintos tonos en varios lugares; a veces eran largos, otros eran cortos, otros eran intermitentes. Los mongoles echaban la mirada hacia atrás, confundidos. Era como si diversas y contradictorias órdenes viajasen por el aire.

Gueorgui sujetó las riendas de su caballo y levantó la mirada para entender qué sucedía.

Los recién llegados no eran jinetes mongoles, por más que levantasen al aire los estandartes de la Hora de Oro. Cuando las nubes le abrieron paso a la luna llena, notó que en realidad se trataba del ejército novgorodiense. Se abrieron paso entre el sorprendido campamento, disparando saetas y repartiendo sablazos a su paso, formando una gigantesca cuña que penetraba hasta el corazón del ejército invasor.

El ataque sorpresa fue devastador para los mongoles, que no podían sostener dos frentes, y los sobrevivientes huyeron en desbandada. Algunos grupos de jóvenes cazadores los siguieron, pertenecían a la retaguardia y no habían participado en la batalla, pero deseaban mostrar su valentía.

Se elevaron cientos de espadas en el aire entre gritos de algarabía y los que estaban en las colinas vieron con sonrisas cómo parecía formarse bajo la luz del alba una especie de gigantesca piel de puercoespín; eran los novgorodienses, desahogándose y festejando la victoria con feroces rugidos.

Gueorgui estaba ansioso y se movía como una avispa entre los hombres, buscando a su querido hermano. No lo vio, pero sí reconoció al viejo general novgorodiense, y se carcajeó estruendosamente. Si ese viejo estaba vivo, su hermano también habría sobrevivido, concluyó. En secreto le había pedido que cuidara de él.

—¿En la vanguardia, mi general? Debería dejárselo a los más jóvenes.

El general hizo un ademán y luego señaló con el pulgar a un guerrero montando a su lado. Mijaíl estaba claramente fatigado y bañado de sangre, con un cuerno mongol colgado de su cuello, y no respondió cuando el oso se acercó y lo tomó del hombro, asintiéndole. No solo usó los estandartes enemigos para infiltrarse y dar un golpe fatal al campamento, sino que aprendió a dar órdenes con el cuerno. Solo ese joven sería capaz de planificar una locura como aquella, pensó Gueorgui.

—¡Oídme! —gritó el oso, y los que lo rodeaban callaron inmediatamente—. ¡Al volver beberemos hasta hartarnos! ¡Y brindaremos! ¡Por nuestros hermanos caídos! ¡Porque Cristo nos ha guiado hasta la victoria! ¡Y por mi hermano, el hombre que venció a los mongoles!

Mijaíl oyó los vítores y por un momento sintió sus fuerzas regresar paulatinamente. Se deshizo del yelmo y la lanzó al suelo con rabia, provocando rugidos victoriosos a su alrededor. Nunca había estado tan al borde de la muerte y en tantas ocasiones, pero por un momento como aquel, en donde todos lo reconocían, bien que valía la pena.

—¡Por Mijaíl! —gritó un jinete novgorodiense con el puño levantado.

—¡Por un gran hombre! —afirmó el viejo general—. ¡Al menos lo será hasta que nuestro Príncipe le corte la verga!

Nuevamente las carcajadas tronaban el lugar. Pero, por primera vez, Mijaíl volvió a sonreír. Cómo no hacerlo. Era verdad que ningún mongol cayó bajo su espada o sus flechas, pero qué importaba cuando ahora todos coreaban su nombre como una sola fuerza. “¡Mijaíl, Mijaíl, Mijaíl!”. El propio suelo parecía vibrar. Se giró sobre su montura solo para deleitarse de la vista y el dulce cántico entonado; todos los hombres acompañaban el himno, incluido el oso.

Levantó el puño cerrado y bramó con todas sus fuerzas, justo antes de caer desmayado.

En una lejana colina, varios jinetes contemplaban el festejo. El Orlok mongol había hecho de su rostro una máscara indescifrable aún para sus hombres más cercanos, pero por dentro ardía de rabia y solo tenían una sospecha de su ánimo debido a la intensidad de su mirada. Se retiró el yelmo y la brisa meció las decenas de trenzas de su larga cabellera. Pese a ser un guerrero nacido en las estepas de Mongolia, la contextura fuerte y tez morena así lo demostraban, era también mucho más alto que sus súbditos. Más imponente.

—“Mi-jaíl” —pronunció con dificultad; aspiró y cerró los ojos, repitiendo mentalmente la palabra como tratando de encontrarle un significado. Podría ser una palabra humillante dedicada a los derrotados. Tal vez fuera una palabra para festejar. O podría ser el nombre del héroe que los condenó.

—Orlok Kadan—irrumpió uno de sus hombres.

—No nos queda nada aquí, Orlok —insistió otro subordinado—. Volvamos.

El mariscal mongol lo sabía muy bien y gruñó al escuchar aquellas obviedades. Debía emprender un largo viaje hasta el campamento principal de su Kan, al este de Asia. Y pesarían sobre sus hombros todas y cada una de las pérdidas. Cientos de miles de mujeres y niños lo mirarían, humillado y derrotado, esperando que explicara cómo dejó que sus maridos o padres cayeran en aquella emboscada. El Kan sería el primero en exigir que esclareciera todo.

Tal vez hasta su propia cabeza apeligraba.

—“Mi-jaíl” —volvió a pronunciar, escupiendo al suelo.

—¡Orlok Kadan, debe escucharnos! —intentó advertir otro—. ¡Podrían tener vigías buscánd…!

Los demás dieron un respingo al notar un fugaz fulgor plateado. La cabeza del subordinado rodó por la nieve mientras el Orlok limpiaba su sable ensangrentado. Lo guardó en la funda con absoluta tranquilidad y se giró sobre su montura mientras los demás mantenían un adusto silencio.

Para él, sería un mejor final morir junto con sus hombres y no tener que rendir explicaciones a nadie. Pero si tras aquella masacre se encontraba vivo solo podía ser obra del Dios Tengri, concluyó, y debía haber una razón para ello. Su sable debía probar la sangre del culpable y hacer justicia.

—Nos volvemos —ordenó en tono severo, preparándose para el galope—. El Kan nos espera.

Continuará.

Nota del autor: Si bien en China regía la Dinastía mongola conocida como “Yuan”, como había narrado en el primer capítulo, en Rusia, en el mismo periodo, regía el kanato mongol conocido como la “Horda de Oro”. Ambos gobiernos se consideraban parte del Imperio mongol. En este capítulo he decidido centrarme solo en el protagonista ruso, pero la historia se situará tanto en China como en Rusia, y el lazo que les unió: su lucha contra el yugo mongol.


Relato erótico: Una nochecita en mi taxi (POR TALIBOS)

$
0
0

 

Menuda mierda de trabajo – exclamé.

 

Allí estaba yo, hablando solo, sentado en mi taxi un viernes por la noche, aparcado en la parada de taxis que había cerca de la zona de marcha de la juventud.
Odiaba trabajar esas noch
es, pues normalmente acababas llevando a sus casas a niñatos (y niñatas, para ser políticamente correcto), borrachos como cubas (o cubos como dice la imbécil de la ministra), que no se acordaban ni de sus nombres, con lo que no era extraño que te dejasen algún regalito en el suelo del taxi, que claro, había que limpiar antes de coger al siguiente viajero.
No me malinterpreten, yo también había sido joven (aún lo soy, coño, que sólo tengo 32 tacos) y me he cogido más de una curda, pero los de mi generación teníamos un poco más de respeto y ni en sueños se me hubiese ocurrido echarle la papa en el coche a un pobre taxista que lo único que hacía era tratar de ganarse el pan.
Y era precisamente eso lo que trataba de hacer esa noche, ganar algo de pasta, echando horas extra, pues en mi casa la íbamos a necesitar. Y es que, seis meses atrás, mi querida mujercita me había anunciado que íbamos a ser uno más en la familia.
¡Mi primer hijo! ¡Cuánta felicidad había sentido cuando mi Julia me había dado la noticia! Pero, claro, tras la euforia inicial llegó el brusco encontronazo con la realidad.
Cuando nos pusimos a amueblar el cuartito del bebé, que si ropita (que según decían todos mis amigos con hijos, no les duraban ni un mes por lo deprisa que crecían), que si juguetes, que si pañales, que si termómetro cutáneo, que si sillita para el baño, cubiertos, biberones, baberos…. Bueno, seguro que todos se hacen una idea. Los pocos ahorros que teníamos… a tomar por culo.
Y Julita no ayudaba precisamente. Al tercer mes de embarazo, a los terribles vómitos matutinos, se unió un tremendo dolor de espalda, que digo yo que de qué sería, si aún no tenía barriga ni nada, así que, aprovechando que el médico de cabecera era amigo nuestro, se cogió la baja y… ¡ala! A verlas venir.
Con el contrato de mierda que tenía en la tienda en que trabajaba, durante la baja sólo cobraba una parte del sueldo, así que el resto del dinero para cubrir el presupuesto… que trabajase el menda.
¡Ostias! ¡Qué falta de educación! Acabo de darme cuenta de que ni siquiera me he presentado. Me llamo Carlos… y soy taxista (por si alguien no lo sabía, je, je).
Si habéis leído hasta aquí (y algunos no lo habrán hecho, pues de momento no ha habido nada de triki triki) pensaréis de mí que soy un quejica. Pues coño, no os falta razón, un poco llorón sí que soy, pero es que todavía no sabéis lo mejor de la historia… y es que mi mujer me tenía en el dique seco desde hacía 3 meses.
Pues sí. Cuando empezó con los “dolores de espalda” (que al parecer no le impedían salir de compras por la tarde con su madre), entró también en un periodo de “inapetencia sexual”, por lo que llevaba desde el 10 de mayo (cayó en sábado y si quisiese, podría deciros cuántos días, horas, minutos y segundos han pasado desde entonces, pero no lo haré, para que no penséis que soy un enfermo…) sin echar un polvo.
Ni pajas me hacía la muy (“z–CENSURADO–a”), pues decía que le dolía la espalda… Que se pegara 14 horas seguidas en el taxi, como yo hacía, y que después me hablara de dolores.
Y éste es justamente el motivo de que os haya largado todo este rollo. Quiero que entendáis que no soy un cabrón sin entrañas que va por ahí poniéndole los cuernos a su pobre mujer embarazada… bueno, sí que lo soy, pero hay circunstancias atenuantes.
Que quede claro que yo quiero mucho a mi mujer y espero estar casado con ella muchísimos años (por lo menos tantos como nos dure la hipoteca, pues eso significaría que hemos estado juntos hasta ser bien viejos). Pues eso, que en lo que pasó después, influyó decisivamente el tiempo que llevaba sin echar un kiki. Que estaba más caliente que el palo de un churrero, vaya.
Retomando el hilo del relato, estaba sentado en mi auto, esperando turno en la fila de taxis de la parada para coger viajeros. Llevar jovencitos es casi siempre una mierda, pues a los inconvenientes que mencioné al principio, se unía el que los jóvenes no tienen un duro nunca, así que podías olvidarte de la propina.
Y claro, además estaba la inseguridad de trabajar de noche, que la vida está muy jodida y cualquiera puede atracarte… y a los taxistas, más.
Pero, eso sí, había una cosa que sí estaba bien de trabajar en las zonas de marcha: las chavalas.
Madre mía cómo están las chicas que pululan por ahí. A Dios le pido que, si tengo una hija, jamás se le ocurra vestirse como las golfillas que veo pasar los viernes por la noche. Tremendas.
Sé que es una frase muy manida y bastante machista, pero es que no encuentro otra forma de expresarlo: se visten como putas.
Y es que no puedes fiarte ni un pelo de a qué le echas el ojo, pues con la cantidad de maquillaje que se ponen y la cantidad de carne que exhiben con sus exiguos vestiditos parecen mucho mayores de lo que son en realidad. Te quedas mirando algún pivón impresionante que pasa junto a la ventanilla y luego resulta que si se sube al taxi y la escuchas hablar… no tiene más de 13 años… para cagarse.
Legendaria entre los taxistas es la historia de Manolo, compañero de gremio, que le echó unos piropos demasiado soeces para reproducirlos aquí a un pedazo de rubia de pelo rizado que pasó con sus amigas, justo antes de descubrir que era su hijita con 14 añitos recién cumplidos. Eso fue hace 2 años, pero todavía seguimos cachondeándonos de él.
Pues eso, cuando estás en una parada de taxis, normalmente buscas algún entretenimiento entre cliente y cliente, lees, escuchas música, hablas con los compañeros… pero los viernes de marcha no. Esas noches me dedico a mirar disimuladamente a todas las jamelgas que pasan junto al coche, imaginándome cómo sería ponerlas mirando a Cuenca, pero sin atreverme a nada, claro.
Y esa noche más que nunca. Llevaba una semana jodida, trabajando mucho, y encima esa tarde había estado hablando con un compañero que tenía fama de donjuan, y que alardeaba de la guiri que se había tirado la tarde anterior. Personalmente yo no me creía ni la mitad de las historias que contaba, pero el tío lo hacía con tal lujo de detalles que ese día había logrado entonarme un poco, así que miraba a las chavalitas que pasaban por allí como un toro en celo… y claro, mirarlas hacía que me pusiese más cachondo.
Altas, bajas, rubias, morenas, de tetas gordas, piernas largas… y todas estaban buenas. Y es que esas chavalas sabían maquillarse, de forma que todas resultaban atractivas (no guapas, que la que es fea, es fea, pero sí sexys, al menos, por la pinta de zorrillas que tenían todas). Y lo mejor: las minifaldas. No saben cómo me alegré cuando hace un par de años volvieron a ponerse de moda.
Contemplar esos muslámenes juveniles al aire me ponía burro total. Supongo que debía tener pinta de pervertido, allí espiando a las chicas, salido perdido, pero eso sí, disimulando, no me fuera a ver el novio de alguna moza devorando con los ojos a su media naranja y me sacase del taxi para calzarme dos ostias, que como dije antes, la vida está muy jodida y cualquiera con quien te cruces puede cascarte por una nimiedad o hacerte algo peor.
Pues allí estaba yo, voyeur enfermizo de jovencitas, esperando que llegase mi siguiente carrera… hasta que llegó.

 

¿Está usted libre? – dijo una voz juvenil tras abrirse la puerta trasera.

 

Me di la vuelta para decirle que cogiera mejor el taxi de delante, el primero de la fila (protocolo normal en la parada de taxis), pero, al hacerlo, me encontré con una morenita preciosa, vestida con un top brillante, de esos que dejan la espalda al aire, sujeto por unos finos tirantes, que marcaba a la perfección sus rotundos senos y con una minifalda negra tableada, que dejaba al aire dos muslos de estatua griega.
La chica tenía medio cuerpo dentro del taxi para preguntarme, por lo que su soberbio canalillo quedaba justo frente a mí. Tras quedarme medio alucinado un par de segundos mirando su escote, la chica volvió a preguntar:

 

¿Está libre?
Sí, sí, claro… – balbuceé.
Estupendo – dijo el bomboncito – ¡Vamos, Nuri!

 

¿Nuri? ¿Quién coño era Nuri?
Nuri resultó ser su amiga, otra morena de buen ver. Tenía el pelo negro, oscurísimo, teñido sin duda, y la verdad es que estaba bastante buena, aunque sin alcanzar los niveles curvilíneos de su compañera. También vestía un top, de color blanco, y unos pantalones de esos ceñidísimos, los llamados de sordomudo, porque se pueden leer los labios sin problemas.
Bueno, no estaba mal, dos por el precio de una.
En cuanto cerraron la puerta trasera arranqué, rezando porque el compañero que estaba primero en la fila de taxis (al que le hubiese correspondido la carrera) no se mosquease mucho por habérsela quitado.

 

¿Adónde vamos?
A la calle Bosque Verde, en el Puerto de la Reina ¿la conoce?
Sí, no os preocupéis, conozco la zona.

 

Me alegré, porque la barriada del Puerto de la Reina está en la otra punta de la ciudad, con lo que la carrera iba a ser larga, pero lo mejor no era el dinero que iba a cobrar, sino el largo rato que iba a poder pasar espiando a aquellas dos mozas por el retrovisor, que, obviamente, ya había ajustado adecuadamente para obtener una buena panorámica del asiento trasero. ¿Pervertido yo? No, no, ¡Señor pervertido! (es una categoría superior).
Lentamente, arranqué el taxi apartándolo del bordillo, dejando poco a poco atrás el bullicio de gente. En los primeros instantes me concentré en la conducción, más que nada porque en aquella zona, con el montón de niñatos borrachos que había, tenía uno que andarse con cien ojos, no fuera a ser que alguno se cruzara delante del coche.
De todas formas, alguna miradita disimulada sí que eché por el retrovisor a las dos chavalitas de atrás. Se las veía ligeramente achispadas (habían bebido, sin duda), lo que se notaba espacialmente en las risitas tontas que soltaban continuamente.
A medida que dejábamos atrás la zona de marcha (y por tanto disminuía la probabilidad de atropellar a algún capullo borracho) mis ojos se apartaban con mayor frecuencia de la calzada para atisbar por el retrovisor.
Disimuladamente, trataba de vislumbrar los soberbios muslos de “Jamona”, nombre con el que había bautizado mentalmente a la chavalita de la minifalda. Madre mía qué cachas tenía la nena y qué escotazo tan impresionante. La baba se me caía sin poderlo evitar. Cada vez que se reía por algún comentario de su amiga, se removía en el asiento, con lo que su exigua minifaldita se subía, revelando un par de jamones que ni los de Jabugo.
Su amiga, Nuri, también estaba muy buena, pero mis ojos apenas se apartaban de “Jamona”, pues además de ser mucho más voluptuosa iba vestida más provocativamente. Y ese fue mi error.
En un momento dado, desvié la mirada hacia Nuri y me encontré frente a frente con sus ojos reflejados en el espejo, mirándome divertidos. Me había pillado devorando a su amiguita.
¡Joder, qué susto! Rápidamente aparté la mirada, nervioso por si la chica me decía algo. Tanto criticar a los jóvenes y resultaba que el pervertido era yo. Si la nena quería, me podía montar una escenita de órdago, lo que me producía una vergüenza enorme.
Tratando de disimular, me concentré por completo en la conducción, esperando que, de un momento a otro, estallara la bronca. Pero los minutos pasaban y Nuri no decía nada, lo que, en vez de tranquilizarme, me ponía cada vez más nervioso. En mi mente, podía sentir la mirada de la chica clavada en mi espalda, al acecho, esperando que su presa cayera en la tentación de volver a espiarlas para montarle un cristo de cojones. Os juro que, a esas alturas, yo sudaba como un cerdo. Y entonces escuché la encantadora vocecita de “Jamona” susurrando:

 

¡Ay! Aquí no… estate quieta…

 

¡Ay, madre!, para cagarse en los pantalones. Agucé el oído cuanto pude, sin atreverme a mirar de nuevo por el retrovisor y alcancé a escuchar unos suaves jadeos y el inconfundible sonido de chupetones.
Mis manos apretaban el volante con tanta fuerza que los nudillos se me pusieron blancos. El sudor corría por mi espalda hasta la raja del culo; era mucho peor imaginarse lo que estaban haciendo aquellas dos en el asiento trasero que comprobarlo realmente. No me atrevía a mirar, estaba seguro de que era una treta de Nuri para que volviera a espiarlas y pillarme in fraganti, tenía que resistir, concentrarme en el volante, olvidarme de ellas… y una mierda.
Mis ojos, sin control alguno, volvieron a apartarse de la carretera para ir al retrovisor y allí me encontré con el reflejo de la escenita más erótica que había visto en mi vida.
Era cierto, las dos chavalas estaban enrollándose en mi taxi. En ese preciso momento, Nuri tenía el rostro hundido en el cuello de “Jamona”, sin duda lamiendo y besando esa zona tan sensible. “Jamona” por su parte, se dejaba hacer, disfrutando con los ojos cerrados de las caricias de su amiga. Además, había colocado uno de sus muslazos sobre el regazo de Nuri, la cual, sin dejar de besarle el cuello, lo acariciaba deslizando una mano sobre la tersa piel de “Jamona”, de manera que el borde de la faldita subía cada vez más.
¡Madre mía! Para mear y no echar gota. ¡Menudo espectáculo! En ese momento iba conduciendo por instinto, guiado por la Fuerza, o dirigido por el Dios de los voyeurs, pues lo cierto es que si no tuvimos un accidente fue por alguna de esas razones y no porque yo estuviera mirando la calle.
Nuri apartó entonces el rostro del cuello de su amiga y me miró sonriente, pero no dijo ni pío. Comprendí entonces que el show estaba dirigido a mí, así que, tras darle las gracias mentalmente a Santa Nuria bendita, me dediqué a disfrutar por el espejo, olvidándome por completo de que llevaba un coche entre manos.
Pero todo lo bueno acaba y aquello lo hizo un poco bruscamente. La manita de Nuri comenzó a deslizarse bajo la falda de su amiga, por lo que “Jamona”, sorprendida, abrió los ojos y miró hacia delante, dándose cuenta rápidamente de que yo estaba espiándolas por el retrovisor. Dando un respingo, se apartó bruscamente de Nuri, que sonreía sabiendo perfectamente lo que pasaba. Como buenamente pudo, “Jamona” se sentó bien el asiento, componiendo rápidamente su vestuario.
Yo aparté la mirada con tristeza, aunque tranquilo porque sabía que ninguna de las dos iba a echarme la bronca. Porque a ver, quién coño iba a reprocharle a un hombre heterosexual no difunto que espiara un show lésbico improvisado en el asiento trasero de su coche. Es ley de vida.
Desde mi asiento podía escuchar cómo las dos cuchicheaban en voz baja, y aunque no entendía lo que decían, por el tono podía adivinar que “Jamona” estaba nerviosa y enfadada mientras que su amiga se estaba divirtiendo de lo lindo.
Un poco más tranquilo ya, sabiendo que lo bueno se había acabado, seguí conduciendo, aunque la tremenda empalmada que llevaba (¿alguien lo dudaba?) me hacía sentir bastante incómodo.
Poco a poco las chicas fueron serenándose y comenzaron a charlar con normalidad, aunque Nuri continuaba jugando con su amiga, procurando que la conversación fuera ligeramente picante, para que “Jamona” (obviamente mucho más tímida que su lanzada compañera) pasara vergüenza al saber que yo estaba escuchándolas.

 

En serio, tía – decía Nuri en ese momento – mientras bailábamos Toni me daba unos refregones tremendos. Te juro que hasta le notaba las venas de la polla cuando se apretaba contra mí.
¡Tía! – exclamó “Jamona” escandalizada.
¿Qué? ¿Te vas a poner mojigata? Pues antes he visto que Manu te sobaba el culo.
Tía, qué vergüenza…
Y con la pánfila de su novia en la barra pidiendo mojitos – añadió Nuri – aunque no me extraña, tú estás mucho más buena…
¡Calla, zorra! – dijo “Jamona” riendo – que Toni también tiene novia.
Me la suda. Porque ya era tarde y tú tenías ganas de irte ya para casa, si no te juro que me lo llevo al baño y se la como entera.
¡TÍA!
Venga, no seas tonta, si este señor no va a decir nada…

 

Al darme por aludido alcé la mirada al retrovisor, y me encontré con los ojos de las dos chicas, avergonzadísima una y pasándoselo bomba la otra. No era difícil juzgar el carácter de aquellas dos, se veía que les daba igual carne que pescado (no sé si me entienden) especialmente a Nuri, que daba perfectamente la imagen de tía chulilla de vuelta de todo. “Jamona” en cambio se veía cortadísima, sin duda era el elemento sumiso en aquella pareja de “elementas”, valga la redundancia.
Poco a poco, el volumen de la charla fue bajando, lo que me molestó mucho, pues escuchar lo que se decían aquellas dos guarrillas me estaba gustando bastante.
Tratando de pensar en otra cosa, bajé el volumen de la emisora de los taxis y puse algo de música en la radio, pero la apagué enseguida, pues me salió la mierda de canción (y digo canción por llamarla de alguna forma) de la “Mayonesa”… genial.
De vez en cuando, volvía a mirarlas, pero ahora se hablaban al oído, muy serias las dos, con lo que comprendí que ya no estaban de broma. Un par de veces, sorprendí a Nuri mirando hacia mí mientras hablaba con la otra, por lo que supuse que yo era el tema de conversación.
No me pregunten por qué, pero aquello no me gustó. Supongo que sería mi instinto de taxista curtido en mil batallas, pero noté que allí se cocía algo raro.
Disimuladamente, accioné el botón del bloqueo infantil, porque no sé muy bien cómo se me metió en la cabeza la idea de que aquellas dos querían jugármela. Haciendo esto, impedía que las puertas traseras se abrieran desde dentro. Fue uno de los mayores aciertos de mi vida.
Cuando estábamos cerca de la barriada del Puerto de la Reina, tuve que detener el taxi en un semáforo y justo entonces las chicas entraron en acción.

 

¡Ahora! – gritó de pronto Nuri.

 

Como dos rayos, las dos chicas se abalanzaron contra sus puertas. Frenéticamente, forcejearon con las manijas, tratando de abrir para largarse sin pagar la carrera. Afortunadamente, el bloqueo infantil impidió su fuga, y yo, acostumbrado a este tipo de numeritos por parte de niñatos, puse en marcha de nuevo el coche (me salté el semáforo, pero a esas horas qué coño importaba).

 

Vaya, vaya con las lesbianas. Así que queríais jugármela ¿eh?

 

Mientras decía esto, las miraba de nuevo por el retrovisor, pero ahora sin ganas de broma, sino con un cabreo de tres pares de cojones. Nuri estaba bastante calmada, consciente de que las había pillado y no había escapatoria; seguro que se había visto envuelta en marrones de este calibre con anterioridad, pues el aplomo que mostraba tenía que ser fruto de la experiencia. “Jamona”, en cambio, estaba acojonadísima y continuaba forcejeando inútilmente con la manija de la puerta.

 

Mira, niñata, deja la puta puerta de una vez, a ver si encima me la vas a romper. ¿Qué coño vas a hacer si la abres? ¿Tirarte del coche en marcha? – le espeté.

 

Llorosa, mi querida “Jamona” abandonó sus infructuosos esfuerzos y se volvió hacia su amiga, sin duda rogándole a Dios que Nuri la sacara de aquel lío.

 

Me debéis 22 euros y mientras sigamos con el coche en marcha el taxímetro va a seguir corriendo. Así que ya estáis aflojando la pasta.

 

Nuri me lanzó una mirada de profundo odio, pero ahora yo era el amo total de la situación. En circunstancias como estas me había visto muchas veces antes y sabía perfectamente cómo manejar a aquellas dos niñatas. Si se hubiera tratado de un par de tíos de 2 metros, otro gallo hubiera cantado, pero en aquel taxi, a aquellas horas de la madrugada, el hijo de mi madre se bastaba y se sobraba para manejar a un par de estúpidas timadoras.

 

Bueno, ¿qué? ¿Me pagáis o vamos derechitos a comisaría? Os advierto que el trayecto hasta allí también lo vais a pagar vosotras.

 

Tras un par de segundos de duda, Nuri me respondió.

 

No tenemos dinero.
¿Cómo? – dije conociéndome perfectamente el truco – Me parece que no te he oído bien.
He dicho que no tenemos dinero – dijo Nuri en tono desafiante – ¿No has tenido bastante con el numerito de antes?
¡Coño! – exclamé –Y encima se pone chula. Mira Nuri, ¿me dejas que te tutee? Como ya nos conocemos tan bien… Te lo voy a explicar clarito. No es la primera vez que me encuentro con algún gilipollas que quiere hacerme el gato, así que no me complicaré mucho la vida. Nos vamos a ir disparados a la comisaría del barrio y allí le explicaré a los maderos la situación. Ellos también están muy acostumbrados a estas cosas, así que en menos de cinco minutos estarán llamando a vuestros padres y veremos cómo solucionan la cosa ellos.

 

Por el retrovisor pude ver cómo la sola mención de sus papás hacía que la sangre se helara en las venas de “Jamona”. En menos de un segundo, se puso a llorar como una magdalena, aunque yo no me conmoví en absoluto. Acojonada, se volvió hacia su amiguita y le susurró algo en voz baja.

 

¿Y qué coño quieres que haga? – respondió Nuri – No llevo ni un céntimo.
¿Y entonces? – dijo su llorosa amiga.
Pues tú verás, mis padres están fuera, así que…

 

Decidí que era hora de dejar de lado al poli malo y probar con el poli bueno.

 

Mirad chicas, entiendo que a vuestra edad se hacen muchas tonterías, así que vamos a buscar otra solución que nos os complique mucho la vida.

 

“Jamona” me miró en ese instante como si yo fuese el mesías.

 

Por lo que he escuchado, tus padres no están, pero los tuyos – dije refiriéndome a “Jamona” – sí. Podemos ir a tu casa, aparcamos en el portal y tú subes a pedirle dinero a papá. Mientras, tu amiguita Nuri se queda conmigo para asegurarme de que vas a volver a pagarme y todos tan contentos.

 

Otra vez llorando cual magdalena…

 

No… no puedo. Mis padres creen que estoy estudiando en casa de Nuri. Si se enteran de que sus padres no están y de que nos hemos ido por ahí me matan…

 

San Crisóstomo bendito, dame paciencia…

 

¿Y tú? – le dije a Nuri – ¿No tienes dinero en casa? Aunque no me fío mucho de ti, confío en que no dejarás a “Jamo…”, digo… a tu amiga tirada. Subes a tu casa y bajas con la pasta.
En mi casa no hay ni un euro – sentenció Nuri.
¿Tus padres se van por ahí y no te dejan dinero?
No se fían de mí. Me dejan la comida preparada y la tarjeta de crédito en casa de la vecina por si hay una emergencia.
La verdad, no entiendo por qué tus padres no se fían de ti – ironicé – Bueno, pues vamos a casa de la vecina y después a un cajero.
Sí, claro y que mis padres se enteren de que no me he quedado estudiando.
¡Pero, Nuri! – exclamó “Jamona”, que veía cómo sus últimas posibilidades de escapar del lío se esfumaban.
¡Ni Nuri, ni ostias! – dijo la chica enfadada – ¿cuánto crees que tardarían mis padres en llamar a los tuyos si se enteran?

 

“Jamona” se quedó callada.

 

Bueno, chicas – dije un poco harto – pues si no hay más remedio nos vamos a comisaría.

 

Puse el intermitente y doblé una esquina, decidido a ir a la poli.

 

Menudo par de elementos estáis hechos. Y conociéndote, ¿cómo coño te dejan tus padres sola en casa? Para una putilla como tú no hace falta pasta para salir por ahí a liarla – dije.
¡No me insultes, cabrón! – chilló la chica con los ojos como ascuas.
Sí, enfádate lo que quieras, que ya escuché lo que ibas a hacerle al novio de tu amiga en el baño de la disco.

 

Aquello la dejó callada. Punto para el caballero.

 

Responde a lo que te digo. ¿Tus padres pasan de ti o qué?
No, me llaman a casa para controlarme.
¿Y entonces?
¡Para eso está el desvío de llamadas, imbécil! – me espetó la niñata.
¿Y tus padres se lo tragan? – dije extrañado.
No – dijo ella en tono bajo – Pero como Natalia se quedaba conmigo…

 

Natalia. Bonito nombre.

 

Ya veo. Ella es la buena chica. Si tus papás te llaman, tú le pasas el teléfono a Natalia y ellos se quedan tranquilos.

 

Nuri, no contestó, pero como el que calla otorga…

 

Y tú, “Ja…”, digo, Natalia. Ese es tu nombre ¿verdad?

 

El acojonado bomboncito asintió con la cabeza.

 

Tú pareces buena chica. ¿Cómo te has dejado enredar?

 

Natalia no dijo nada, limitándose a encogerse de hombros.

 

¿No te das cuenta de que esto es un delito? ¿Tanto te compensa meterte en este lío sólo por ahorrarte el taxi?

 

Las lágrimas brotaban de nuevo de los hermosos ojos de la chica, pero yo no me dejaba conmover. ¿Acaso les había dado pena yo a ellas? ¿Les importaba que yo estuviera currando de madrugada para ganar unos cuantos putos euros? Me mantuve firme, aunque he de reconocer que tenía un nudo en la garganta. Nuri miraba en silencio a su llorosa amiga, supongo que sufriendo el desagradable estrujón de tripas de los remordimientos.
Entonces doblé una esquina, enfilando la calle donde estaba la comisaría. Y se lió la marimorena.

 

Espera – dijo Nuri poniéndome una mano en el hombro.
¿Qué? – dije pensando que había ganado la batalla – ¿Has recordado que sí tienes dinero?
No… – dijo ella muy seria – Si no nos denuncias te hago una mamada.

 

En mi interior se desató un intenso dilema moral. Aquella chica era con toda probabilidad una menor (rondaría los 17 o 18 años), yo estaba casado y amaba a mi mujer, aquello no estaba bien, la Biblia lo prohíbe… A quien quiero engañar, no tardé ni un segundo en aceptar.

 

Vale – dije mientras mi polla volvía a ponerse como el mástil de la bandera – ¿adónde vamos?

 

Miré por el retrovisor y pude ver una expresión de ligera sorpresa en el rostro de Nuri, supongo que debido a lo rápido de mi aceptación. Natalia en cambio, no se mostraba sorprendida, sino cataclísmicamente alucinada por lo que acababa de proponerme su amiga.

 

PERO, ¿ESTÁS LOCA? – aulló mi querida “Jamona” – ¿CÓMO SE TE OCURRE SEMEJANTE LOCURA?
Déjala, bonita – pensé yo – si no es para tanto.
¿Y qué coño quieres que haga? ¿Prefieres que se enteren tus padres? Yo no sé lo que te harían los tuyos, pero los míos me dijeron que, al siguiente follón, me iba a pegar 6 meses castigada. ¿Te imaginas que tuviera que irme todos los fines de semana al pueblo con ellos? ¿Sin poder salir?
Bueno – argumentó Natalia, derrotada.
¡Prefiero chupársela a este cabrón y salir de este lío!
Oye, niña… Sin faltar – intervine.

 

Pero la chica iba lanzada.

 

¿No has visto cómo nos miraba antes? ¡Es un salido asqueroso! ¡Seguro que se corre en un minuto y se terminó el follón!

 

Pensé en reprenderla por los insultos, pero ¡qué coño! Después de todo, aquel bomboncito me la iba a chupar… De todas formas la interrumpí.

 

Entonces, ¿qué? Mira que el taxímetro va ya por 30 euros. ¿Te decides o qué?
Sí, sí – dijo Nuri – Ya te he dicho que sí. Conduce hasta el llano detrás del mercado. Allí hay un sitio donde puedes parar.

 

Conocía el sitio. Era una explanada donde se hacía un mercadillo los viernes. Seguro que las parejitas iban allí a aparcar por las noches para el ñaca-ñaca. Y seguro que Nuri había ido más de una vez.
Sin perder más tiempo, aceleré un poco, conduciendo hacia el descampado. Las dos chicas conversaban en voz baja, pero yo no podía oírlas, pues en mi cabeza sólo resonaban una y otra vez cinco palabras mágicas: “ME LA VAN A CHUPAR”.
En un par de minutos, las luces del taxi iluminaron el oscuro descampado. Pude constatar que por allí había aparcados 3 o 4 coches, pero estaba seguro de que los dueños, concentrados en sus propios asuntos, no iban a venir a molestarme en los míos.
Conduje hasta un lugar un poco apartado y detuve el auto, volviéndome para ver bien a las chicas por primera vez, no a través del reflejo del retrovisor. Las dos estaban buenísimas, ¡pero “Jamona” estaba increíble!

 

Bueno, ¿qué? ¿Estás lista? – dije entusiasmado.
Sí, cabrón – respondió Nuri, altiva.
Nena, no me insultes más, anda. Me llamo Carlos y si me llamas por mi nombre, yo te llamaré Nuria y no tendré que llamarte putilla, por más que sea cierto que yo soy un poco cabrón y que tú eres una puta de cuidado ¿vale?
Vale – dijo ella viniéndose un poco abajo.
Hija mía – le dije – Si la chupas la mitad de bien de lo que insultas, esto va a ser realmente la ostia.

 

No sabía yo hasta que punto.
No era la primera vez que me lo montaba en un coche (mi Julia y yo éramos bastante ardientes en nuestros tiempos), así que no me faltaba práctica. Con habilidad, desplacé el asiento del pasajero todo lo que pude hacia delante e incliné el respaldo hasta que el cabecero tocó el tablier del coche.

 

Es para tener más sitio – les expliqué inútilmente.

 

Encendí la luz interior del coche (no quería perderme detalle) y, con torpeza, me colé entre los dos asientos hasta la parte de atrás. Habría sido más cómodo salir del taxi y abrir la puerta trasera, pero a saber qué eran capaces de hacer aquellas dos si me salía del coche aunque fuera un segundo.
Por fin, logré mi objetivo, sentándome en el asiento trasero en medio de las dos mozas, quedando Natalia a mi izquierda (tras el asiento del conductor) y Nuri a mi derecha con más espacio, pues estaba detrás del asiento del pasajero, completamente desplazado hacia delante.

 

Estupendo – dije sonriendo – Se está bien aquí detrás.

 

Mientras decía esto, les daba a las dos afectuosas palmaditas en las piernas, como si fuésemos tres amigos de cachondeo. Ninguna protestó.

 

Bueno, acabemos con esto – dijo Nuri enfadada.
Claro, chata. Siéntate en el respaldo del asiento, así estaremos más cómodos.

 

Ella me entendió enseguida, por lo que se levantó del asiento, permitiéndome echarle un buen vistazo a su espléndido trasero, que llenaba a la perfección sus ajustados pantalones. Con habilidad (sin duda no era su primera vez moviéndose en semejantes estrecheces) se dio la vuelta y se sentó sobre el respaldo del asiento del pasajero. Yo me desplacé un poco hacia su lado, para estar más cómodo.

 

Venga, sácatela – me apremió Nuri – Cuanto antes acabemos, mejor.

 

Yo no estaba muy de acuerdo con esa afirmación. Me encontraba en una situación que envidiaría cualquier mortal y quería disfrutarla. Pero como no había ningún motivo para retrasarlo, me quité los zapatos, levanté el culo del asiento y me desabroché el pantalón, bajándomelo hasta los tobillos junto con el slip, quitándomelos finalmente ambos.
Al dejarme caer de nuevo sobre el asiento, mi polla, dura como una roca, osciló con alegría. Yo no dispongo de un arma tipo Rocco Sigfredi, pero estoy bastante orgulloso del tamaño y grosor de mi herramienta, y más orgulloso que me sentí al notar dos pares de ojos juveniles clavados en mi enhiesto instrumento. Flipante.

 

¿Te gusta? – dije haciéndola bambolear hacia Nuri.
Vete a la mierda – respondió ella, aunque sus ojos seguían fijos en mi erección.
¿Y a ti? – dije inclinándola hacia Natalia.
……….

 

La chica no dijo nada, pero su rostro encendido me calentó aún más. Allí había infinitas posibilidades.

 

Cuando usted quiera, maestra – dije abriendo bien mis muslos y ofreciéndole mi enardecido nabo a la zorrita.

 

Nuri, por primera vez, no dijo nada, sino que se inclinó hacia delante, quedando arrodillada entre mis piernas. Mientras lo hacía, deslizó sus manos por mis muslos, en una lenta caricia que hizo que se me erizara el vello de la nuca. La chica iba metiéndose en situación.
Entonces, deslizó su mano derecha hasta mi nabo y lo agarró por el tronco, haciendo que deliciosos espasmos de placer recorrieran mi cuerpo. ¡Cuánto había echado de menos aquello!
Acercando su rostro a mi enhiesto miembro, sacó su lengua y le dio un lametón en la punta, haciéndome ver estrellitas de colores. Siguió lamiéndola unos segundos, humedeciéndola bien, antes de decidirse a introducir el glande entre sus carnosos labios, lo que me trasportó a un indescriptible universo de placer. Sin duda aquella chica era toda una experta en aquel tipo de operaciones, el tal Toni no sabía lo que se había perdido por no mandar a tomar por el culo a su novia.
Nuri siguió con sus expertas maniobras, tragando en cada embite un trozo más grande de nabo, acomodando poco a poco su garganta a la talla de mi instrumento. De esta forma, llegaba cada vez más adentro, realizando un trabajito de lengua, labios y garganta que ya quisieran dominar las más afamadas miembros del gremio puteril.
Hablando en plata: “CÓMO LA CHUPABA LA JODÍA”.
Aunque la chica no necesitaba ayuda, no pude resistirme a colocar mi mano derecha sobre su pelo, para acompañarla en el ritmo de la mamada y hacerla adoptar la cadencia que más me gustaba. Ella no protestó, por lo que comencé a acariciar suavemente su cabello y la tersa piel de su cuello.
Justo entonces, cuando estaba en lo mejor, desvié la mirada hacia Natalia, para comprobar cómo la estaba afectando aquella aventurilla y lo que vi me encantó: Natalia estaba cachonda perdida.
Su rostro, enrojecido por la excitación, tenía una expresión de lujuria como yo no había visto antes. Inconscientemente, se mordía el labio inferior, cosa que siempre me ha puesto un montón. Sus senos, rotundos y firmes, subían y bajaban al ritmo de su agitada respiración. Sus manos, reposaban sobre sus magníficos muslos, que asomaban bajo la cada vez más subida minifalda, acariciándolos con sensualidad. La chica estaba a punto. Aquella era mi oportunidad.

 

Espera – le dije a Nuri, apartando con cuidado sus labios de mi polla.
¿Qué? – dijo ella algo confusa, mientras me miraba con expresión de ¿desilusión?
Quiero que siga ella – dije mirando a Natalia.

 

Nuri aún tardó unos segundos en comprender lo que yo quería. Cuando lo hizo, un brillo de furia apareció en su mirada y empezó a ponerme verde.

 

¡SETRÁS CABRÓN! ¡ESE NO ERA EL TRATO! ¡HABÍAMOS QUEDADO EN QUE YO…!

 

La chica no pudo continuar, pues se quedó boquiabierta al ver cómo su querida amiga Natalia (“Jamona” para los amigos) se arrodillaba en el asiento a mi lado como si estuviera en trance y, sin decir nada, se inclinaba acercando su voluptuosa boquita a mi enardecido falo, que la aguardaba con desespero.

 

¡PERO, NATALIA! ¿QUÉ COÑO HACES?

 

Mientras gritaba, Nuri trató de apartar a su amiga de mi juguetito, pero “Jamona” se resistió, no permitiendo que mi polla escapara de entre sus labios. Yo, delicadamente pero con firmeza, empujé a Nuri hacia atrás, obligándola a sentarse de nuevo en el respaldo del asiento del pasajero. La chica, comprendiendo que nadie estaba obligando a su amiga a saborear mi caramelo, se rindió, mientras contemplaba estupefacta como la dulce Natalia me hacía un trabajito oral.
Ni que decir tiene que la chica no gozaba de la misma habilidad y experiencia que su amiga, pero lo compensaba sobradamente con entusiasmo y por qué no decirlo: por lo tremendísima que estaba. Queridos amigos, si en vuestra vida no os la ha chupado una tía de diez, no sabéis lo que os estáis perdiendo.
Sabedor de que tenía que seguir forzando la situación para sacar de allí todo lo que se me antojara, aproveché la propicia postura de Natalia para aplicarle un tratamiento dactilar. Como estaba de rodillas a mi lado, con su rostro hundido en mi entrepierna, su culo quedaba en pompa, cosa que no desaproveché.
Deslicé mi mano izquierda por su espalda, acariciándola con ternura, hasta llegar finalmente a su destino: el tremendo trasero de “Jamona”. Una vez allí, lo sobé y estrujé con ganas, arrancando a su dueña estremecedores gemiditos de placer que se deslizaban sobre mi polla, bien enterrada en las húmedas profundidades de su boca.
Sin dejar de sobarle el culo, le subí la faldita, dejándola sobre su espalda, dejando así al aire el más soberano trasero que había visto en mi vida, vestido, obviamente, por un tangazo de color negro que se perdía entre sus dos soberbios cachetes. Amasé un poco más aquellas prietas nalgas, pero pronto seguí navegando hacia mi objetivo, que estaba un poco más al sur.
Con cuidado, deslicé mis insidiosos dedos entre sus muslos, buscando su chochito, a esas alturas de seguro empapado. Natalia, comprendiendo mis intenciones, separó aún más las piernas, dejándome expedito el acceso a su intimidad. Hábilmente, mis dedos se deslizaron bajo el mojadísimo tanga, comenzando a explorar y acariciar la cálida gruta de la chica.
Comencé a aplicarle entonces todos mis años de experiencia en materia sexual, masturbando a la preciosa chica mientras ella no dejaba de comerme la polla. Insidiosos impulsos asaltaban mi miente y os juro que me costó verdadero esfuerzo no abalanzarme sobre sus esculturales nalgas y morderlas con ganas, así de buena estaba.
Como es lógico, a esas altura yo estaba que reventaba, pero como quería alargar un poco más el momento, me puse a pensar en cosas no excitantes, tratando de retrasar el momento de mi explosión y nada mejor para ello que la odiosa cancioncilla de la radio.
“MA – YO – NE – SA, ella me bate como haciendo mayonesa, como me corra en la boca de esta tía, le voy a volar la cabeza”. Bueno, la última parte de la letra es de cosecha propia.
Allí estábamos, en la parte trasera de mi coche, con un pivón impresionante chupándomela mientras yo le hacía una paja a ella. Pero allí había otra invitada.
Sonriendo, alcé la mirada hacia Nuri, la cual también estaba a punto de caramelo. No sé si sería la situación, o el hecho de ver a su querida amiga abalanzarse sobre una polla como una leona sobre su presa, pero lo cierto es que todo aquello había hecho mella en mi querida Nuri, la cual se estaba masturbando lentamente, con una mano metida en los pantalones mientras no se perdía detalle de cómo me la chupaba su amiga.
Deseoso de congraciarme con ella, estiré mi mano libre (la derecha, pues la izquierda estaba muy ocupada) hacia ella, tratando de llamar su atención. Con ello conseguí que saliera un segundo del trance y con la mano le hice gesto de que se acercara.

 

Si quieres – le dije con voz entrecortada – puedo ocuparme de eso por ti.

 

La chica comprendió mis intenciones y, tras dudar un instante, se incorporó acercándose a mi mano, que ahora reposaba sobre el asiento. En cuanto estuvo a mi alcance, deslicé mis dedos por la cinturilla de su pantalón, buscando con rapidez su empapado chochito.

 

UMMMMMMMM. DIOSSSSSSSSS – siseó Nuri cuando mis dedos se abrieron paso entre sus labios vaginales y comenzaron a masturbarla con dulzura.

 

El coño de aquella chica también estaba a tono y no me costó nada deslizar el dedo corazón en su interior, provocando que un espasmo de placer recorriera su cuerpo. Enseguida encontré un ritmo adecuado con las dos manos, de forma que masturbaba a las dos chicas a un tiempo.
Nuri, comenzó entonces a estrujarse los pechos, disfrutando como loca de la paja que yo le hacía. Sus caderas comenzaron a moverse cadenciosamente adelante y atrás, de forma que mi mano frotase profundamente su intimidad. Mientras, Natalia movía el culo cada vez más rápido, obligándome a hundir mis dedos en su coño cada vez más fuerte.
Imagínense la situación, un chocho en cada mano y unos tiernos labios en mi polla: el paraíso.

 

Nuria, enséñame las tetas – siseé – Quiero verlas.

 

Nuri bailaba con los ojos cerrados sobre mis dedos, mientras se acariciaba los pechos. Cachonda a más no poder, se quitó el top, sin dejar de mover las caderas. Un segundo después, su sostén reposaba en el suelo de mi auto, permitiéndome al fin ver las espléndidas mamas de la chavala.

 

Acércate – susurré.

 

Hábilmente, mis labios se apoderaron de los senos de Nuria, que seguía su danza con mis dedos enterrados en su interior. Chupé como pude uno de sus pezones, jugueteando con la lengua sobre él. Tenía un delicioso sabor salado y un regusto a fresa, no sé si por el perfume que usaba la chica o porque las tetas le sabían a pastel.
Y ya no pude más. No me negarán que me merezco una medalla por aguantar tanto tiempo aquel tratamiento de dos diosas.

 

Memf coggo… – balbuceé como pude, con el rostro apretado contra el pecho de Nuri.

 

No se entendió ni una mierda y claro, como Natalia no tenía mucha experiencia en aquellas lides, no comprendió mi aviso. Así que: lechazo que te crió en toda la boca.

 

UAHHGGGHHH – farfullaba yo sin querer abandonar los pechos de Nuria.
UMMMMMFFFFFF – resoplaba Natalia mientras se apartaba de mi polla, que no paraba de disparar su carga directamente en su garganta.
¡UAHHHHHH! – aullaba Nuri, pues en mi entusiasmo le había dado un pequeño mordisco a su pezón (pequeño, ¿eh?).

 

Natalia se incorporó, de rodillas sobre el asiento, con lo que mis dedos, protestando, tuvieron que abandonar su gruta. La chica, con los ojos llorosos, escupía pegotes de semen en el suelo, mientras tosía medio ahogada.
Yo pensaba que se iba a enfadar (ya sé que correrse en la boca sin avisar es una putada y más si se trata de una carga de meses como la mía), pero sorprendentemente no dijo nada. Nuri en cambio sí me reprochó lo que había hecho, pero acallé sus protestas en un instante redoblando mis esfuerzos dactilares sobre su coño. Se corrió en menos de un minuto.

 

¡AH! ¡DIOS! ¡ME CORRO! ¡ME CORROOOOO! – aullaba la morenaza mientras se derrumbaba sobre mí mientras yo no dejaba de juguetear con su chocho.

 

Permanecimos unos segundos así, respirando agitadamente los dos, con su cuerpo desmadejado sobre el mío. Entonces algo me cayó encima.
Intrigado, me aparté un poco de Nuri, cogiendo el objeto que me había caído y me encontré con el tanga de Natalia entre los dedos. Dando mentalmente gracias a Dios, me volví hacia “Jamona” que se había sentado en el asiento, con la espalda apoyada en la puerta.

 

Ahora me toca a mí – me dijo con una expresión de golfa que tiraba de espaldas, mientras se sujetaba la falda mostrándome su palpitante coño.

 

Delicadamente, aparté a Nuria de mí, dejándola reposar apoyada en el respaldo del asiento del pasajero. Me puse de rodillas en el asiento, frente a frente con Natalia. Ella clavó los ojos en mi mustio miembro (tranquilos, que aunque ya no tengo 20 años, estaré en forma muy pronto otra vez) sonriendo divertida. Yo, sin pensármelo un instante la agarré por los tobillos y tiré con fuerza, haciéndola quedar tumbada de espaldas, mientras la chica daba grititos de sorpresa.

 

Te vas a enterar – siseé mientras me abalanzaba sobre ella, hundiendo la cara entre sus torneados muslos.

 

Si las tetas de Nuria sabían a fresa, el coñito de Natalia sabía a miel, así de dulce lo tenía. Madre mía, qué mar de jugos había entre aquellas piernas, el asiento del coche estaba quedando empapado, pero, como comprenderán, a mí me importaba un huevo.
En aquel instante, todo mi mundo se reducía a la maravillosa gruta que escondía aquella preciosidad entre sus muslos, así que me concentré en explorar aquella hermosa cuevecita a conciencia, sólo que en vez de hacerlo con mapa y brújula, lo hice con mis dedos y mi lengua. Y lo hice al milímetro, sin dejar ni un solo rincón sin recorrer.
Chupé, mamé, lamí, penetré, le comí el coño hasta lo más hondo, deseando que aquello durara para siempre. Natalia, gemía y chillaba como loca, disfrutando a fondo de mi mamada, hasta que los sonidos que profería quedaron de repente ahogados.
Sin dejar de comérselo, alcé la mirada y me encontré con que Nuria se había arrodillado junto a ella y ambas se comían la boca la una a la otra con desesperación. Nuria, había logrado soltar los tirantes del top de Natalia, dejando sus tetas al aire, para poder estrujarlas y acariciarlas a placer. Mientras, “Jamona” había deslizado una mano entre los muslos de su amiga, frotándole el coño por encima del pantalón.
A esas alturas, mi amiguito “cipotón” había despertado por completo y no queriendo hacerlo esperar más me incorporé y tirando de nuevo de los tobillos de Natalia, la arrastré sobre el asiento acercándola más a mí. Agarrándola por las caderas, despegué su trasero del asiento, y, tras apuntar bien mi polla en la entrada de su vagina, la penetré sin muchos miramientos, deslizando mi erección dentro de ella sin dificultad alguna.

 

¡Uaggggggg! – farfullaba la chica sin dejar de morrearse con su amiga.

 

Sin perder un segundo y agarrándola con firmeza por las caderas, comencé un lento mete y saca, sintiendo como cada centímetro de mi miembro se enterraba en lo más profundo de aquella dulce chica.
Ella gemía y gritaba, disfrutando cada segundo, pero no se entendía nada, pues sus labios continuaban fundidos con los de su amiga. A medida que me la follaba, se encendía cada vez más, frotando vigorosamente la entrepierna de Nuri con su mano.
Nuria, por su parte, deseosa de sentir mejor las caricias de su amiga, abandonó sus labios momentáneamente, aprovechando para despojarse de sus pantalones y su tanga, quedando a nuestro lado como Dios la trajo al mundo.
Nuri iba a abalanzarse de nuevo sobre Natalia, pero yo tenía otros planes.

 

¡Espera! – resoplé dirigiéndome a Nuri, sin dejar de bombear a su amiga – Súbete en su cara.

 

A buen entendedor, pocas palabras bastan, así que Nuria, ni corta ni perezosa, deslizó una pierna a un lado de la cabeza de Natalia, apoyando la rodilla en el asiento y dejando el otro pié apoyado en el suelo. De esta forma su coño quedaba directamente frente a la cara de su amiga, la cual no se hizo de rogar y empezó a comerle el chocho, mientras yo no dejaba de follármela.
Por desgracia, Nuri se había colocado de espaldas a mí, para poder agarrarse con las manos a la puerta y mantener el equilibrio, así que no pude besarla mientras me follaba a su amiguita, pero no me importó, pues en esa postura podía contemplar en todo su esplendor su magnífico trasero así como las bamboleantes tetas de mi víctima.

 

¡ASÍ, NATI, ASÍ…. POR AHÍ… SÍIIII! – aullaba Nuri ante el tratamiento que le aplicaba su amiga.

 

Natalia también gemía, pero, con la cara entre las piernas de la otra chica, no se le entendía.
Lo que sí entendí fue el brutal orgasmo que le proporcioné a mi querida “Jamona”, la cual, en el momento del clímax, cruzó sus piernas tras mi trasero, atrayéndome al máximo contra su cuerpo, obligándome a clavársela hasta el fondo. Mientras se corría, llevé una mano hasta sus soberbias tetazas, que estrujé con ganas, pues hasta ese instante no había podido tocarlas.
Natalia, por su parte, berreaba como loca contra el coño de la otra chica, que disfrutaba enormemente de lo que le estaban haciendo.

 

¡NATALIAAAAAA! ¿QUÉ COÑO HACES? ¡AY! ¡NO ME MUERDAS! ¡ZORRAAAAAA!

 

Sí, mucho quejarse, pero la tía no se apartaba.
Cuando los últimos espasmos de placer abandonaron el cuerpo de Natalia, no quise perder un segundo y, con una sola idea en mente, se la saqué de golpe y echándome hacia delante, quedé a horcajadas sobre el estómago de la chica, mientras que mi rezumante falo se aproximaba traicionero a la desprevenida grupa de la preciosa Nuria.
Sin pensármelo dos veces, deslicé mi nabo entre sus muslos, tratando de encontrar la entrada de su coño. La verdad es que fue la mar de fácil, pues la simpatiquísima “Jamona”, comprendiendo mis intenciones, me agarró la polla, le abrió el coño a su amiga y me colocó en posición, de forma que lo único que tuve que hacer fue dar un buen empellón.

 

¡UAAAAAHHHHH! ¿QUÉ HACES? – aullaba la sorprendida Nuri.

 

Como si no lo supieras rica.

Empujando con fuerza, comencé a propinarle certeros culetazos a la espléndida grupa de Nuri, acariciando sus muslos, caderas y senos con mis inquietas manos. Sentí entonces cómo la queridísima Natalia participaba en el juego, atrapada como estaba bajo los cuerpos de su amiga y del mío, comenzando a administrarnos excitantes lametones en su coño y en mi polla mientras procedía al mete y saca.

Corrijo lo que dije antes. El verdadero paraíso era éste.
Madre mía, follarme aquel chochito, mientras su dueña se sujetaba como podía a la puerta del taxi, con una morenita adolescente chupándome los huevos es lo máximo que puedo esperar de la vida. Para hacer un cuadro.
Sin dejar de estrujar sus tiernos senos, seguí follándome como loco a Nuria, consiguiendo poco después llevarla a un devastador orgasmo, que hizo que se derrumbara contra la puerta. Durante un instante, consideré la posibilidad de desclavarla y terminar con Natalia, pero me quedaba muy poco para alcanzar el clímax, así que redoblé mis esfuerzos sobre su caliente chochito, seguro de acabar de un instante a otro.

 

No… – acertó a balbucear la desmadejada Nuri – Dentro no….
Tranquila… – susurré.

 

Cuando estuve a punto, se la saqué del coño, frotándola vigorosamente entre los labios vaginales de la chica. Natalia, por su parte, siguió lamiéndomela con fuerza, así que pronto me corrí, con mi polla atrapada entre cuatro labios, dos del coño de Nuria y dos de la boca de Natalia.
Cuando hube acabado, me derrumbé, sentado en el asiento. Natalia, también derrengada, se estiró, colocando sus pies sobre mi regazo. Nuri, por su parte, se arrastró como pudo, sentándose en el suelo del auto, con la espalda apoyada en la puerta, acariciando con cariño el cabello de su amiga, que tenía la cara completamente manchada por los restos de mi corrida.
Los tres resoplábamos cansados, aunque mentalmente rezaba porque la noche no hubiese acabado aún.

 

Pues sí que nos ha salido barata la carrera – dijo de repente Natalia, mientras se limpiaba un espeso pegote de semen de la cara con los dedos y lo contemplaba atentamente.

 

Todos nos echamos a reír, poco a poco al principio, pero pronto estallamos en carcajadas incontroladas. Cuando por fin nos calmamos, nos quedamos mirándonos los unos a los otros, sin saber muy bien qué decir. Por fin, Nuria rompió el hielo.

 

Oye… – dijo dirigiéndose a mí – Perdona por haber intentado timarte antes.

 

Miré a la chica sorprendido, pues no me esperaba que, precisamente ella, tuviera remordimientos.

 

No te preocupes, ya es agua pasada – dije sin saber muy bien qué decir.
Lo que ha sido una pasada ha sido esta juerguecita – dijo Natalia haciéndonos reír de nuevo.

 

Segundos después, fui yo el que hablé.

 

Madre mía, todavía no puedo creerme lo que ha pasado.
Ni yo – respondió Natalia.
Pues anda que yo, concluyó Nuria.
Aunque no negaré que esta es la fantasía de cualquier tío. Por cierto, ¿cuántos años tenéis?
Diecisiete – dijeron las dos al unísono.
¡Joder! Así que soy un corruptor de menores…
Efectivamente, ahora somos nosotras las que podríamos llevarte a comisaría – dijo Natalia riendo.
No pasa nada – bromeé – En cuanto les explicara el caso a los policías, estoy seguro de que todos comprenderían lo que he hecho. Quien iba a renunciar a montárselo con dos pivones como vosotras.
Entonces buscaríamos a una mujer policía.
¿Y qué? Con lo buenas que estáis y lo que os gusta el rollo bollo, tampoco se resistiría ninguna mujer.
¿Y si fuera un poli gay?
Se volvería hetero. No le quedaría otra.

 

Risas de nuevo.

 

Bueno – dijo Natalia con voz susurrante, mientras seguía tumbada boca arriba en el asiento – Con todo esto hemos pagado lo que te debíamos ¿verdad?
Claro, hija – asentí.
Pero yo aún estoy lejos de mi casa… – continuó – ¿No iras a dejarnos aquí solas, eh?
Niña, claro que no – dije sin comprender – Que tan cabronazo no soy…

 

Natalia comenzó entonces a frotar descuidadamente mi dormida polla con sus piececitos, que reposaban en mi regazo. Comprendí entonces sus intenciones y me regocijé interiormente. La cosa no había acabado todavía.

 

Pues eso – dijo “Jamona” – Ahora habrá que pagarte el trayecto hasta casa ¿no?
Sí, tienes razón – contesté mientras sentía que la vida retornaba a mi miembro.
¿Y cómo podríamos pagarte?
Ya se nos ocurrirá algo.

 

Nuri intervino entonces, mirando con sorpresa a su amiga.

 

Quien te ha visto y quien te ve, hija. En menudo zorrón te has convertido.
Ay, cari, tenías razón. Lo que necesitaba era olvidarme del imbécil de Lucas. Era cuestión simplemente de encontrar a alguien que sepa follar y soltarme un poco.

 

Ni que decir tiene que mi ego masculino alcanzó las más altas cumbres en ese instante.

 

¿Y te parece que este tío folla bien? – dijo Nuri con una sonrisilla en los labios.
Zorra – pensé.
A mí me ha gustado mucho.

 

Mientras la chica hablaba, sus caricias con los pies se hacían cada vez más decididas sobre mi nabo, que poco a poco iba recobrando su vigor. Yo, por mi parte, estiré una mano y comencé a acariciar sus melonazos, obra maestra de la naturaleza que en la vida podría cansarme de sobar.

 

¿Y a ti no te ha gustado? – le dije mientras a Nuri, un poco picado.
No ha estado mal… – respondió ella sonriente – Cabronazo.
Pues ven acá, putilla – dije riendo a mi vez – Que todavía puedo hacerlo mejor.

 

Con movimientos felinos, Nuri se incorporó acercándose a mí. Sin mediar palabra, sus labios se apoderaron de los míos, y nos fundimos en un abrasador baile de lenguas, mientras mi mano libre sobaba sus prietas nalgas y se perdía entre sus muslos, acariciando su cálido coño.

Natalia, por su parte, me estaba propinando una decidida paja con los pies, cosa que era la primera vez en mi vida que me hacían, pero, no queriendo acabar corriéndome de esa manera, la detuve y cogiéndola de la mano, hice que se incorporara quedando sentada, atrayéndola hacia Nuria y hacia mí.
Ella no tardó ni un instante en hundir su rostro en nuestro beso, así que me encontré morreándome simultáneamente con dos bellezas de impresión, mientras mis pícaras manos exploraban hasta la última curva de sus espléndidas anatomías. Nuestras lenguas danzaban excitadas, mientras las caderas de las chicas bailaban sobre mis dedos.

 

¿Por qué no me la chupáis las dos a la vez? – dije cuando tan maravillosa idea penetró en mi mente.
¿Eso te gustaría, eh? – dijo una de ellas, no sé cual.
¿A ti que te parece? – respondí.

 

Tremendamente obedientes (no sé de qué coño se quejaban sus padres) las dos chicas se deslizaron hasta el suelo, quedando cada una a un lados de mí, arrodilladas en el suelo. Yo estaba sentado en el centro del asiento, sin creerme todavía lo que estaba pasando y dándole gracias a Dios desde lo más profundo de mi corazón.
Todavía riendo, las dos ninfas acercaron sus rostros a mi erección, que a esas alturas resultaba casi dolorosa, y cuando sentí sus tibias bocas apoderarse de mi falo: vi el sol, la luna y las estrellas. Todo a la vez.

 

¡Diosssss! – siseé – ¡Esto es la ostia!

 

Y vaya si lo era. Las dos chavalas se dedicaron a propinarme una fenomenal mamada, aunque más bien lo que hacían era besarse la una a la otra, jugueteando con sus lenguas, mientras mi polla quedaba atrapada entre sus labios. De vez en cuando, una de ellas (no sé cual, pues yo estaba con los ojos cerrados, disfrutando hasta el último segundo de aquel tratamiento) se deslizaba hacia abajo, lamiendo todo el tronco y me chupaba dulcemente las pelotas, mientras la otra introducía el glande entre sus labios y se tragaba todo lo que podía de mi polla. IMPRESIONANTE.
Consciente de que de esa forma no iba a aguantar mucho más, decidí pararlas, pues no estaba muy seguro de que mi pene fuera a empinarse de nuevo tras una tercera corrida (no soy Superman, qué coño) y como tenía muchas ganas de endiñarles un buen pollazo a cada una lo mejor era reservar fuerzas.

 

Parad, chicas, parad – les dije mientras apartaba mi nabo de sus ávidas bocas – Como sigáis así me voy a correr y me gustaría meterla otra vez en caliente.
Vaya, vaya – dijo Nuri divertida – Así que el señor ya no puede más ¿eh?
Y qué quieres, hija. Vosotras dos seríais capaces de secarle las pelotas a un equipo de fútbol entero.
Vale – dijo de repente Natalia – Yo primero.
¡Y una mierda! – dijo súbitamente Nuria – ¡Lo echamos a suertes!

 

Fue bastante surrealista ver cómo aquellos dos bombones, uno completamente en pelotas y el otro vestido tan sólo con una faldita, se jugaban a piedras – papel – tijeras quien iba a ser la primera en recibir mi sagrado instrumento.
Fue Natalia la que ganó, y no se cortó un pelo en celebrarlo.

 

¡Yo primera! ¡Yo primera! ¡La polla es para mí!

 

Joder con la niña.
Sin perder un segundo, Natalia se sentó a horcajadas sobre mí, mientras yo permanecía sentado. Introduciendo una mano bajo su minifalda, ella misma se encargó de colocar la punta de mi nabo en la entrada de su vagina, y, poco a poco, fue deslizándose sobre el tronco, empalándose hasta que nuestras entrepiernas quedaron unidas.

 

¡UFFFFFFFF! – resopló “Jamona” mientras sentía cómo mi polla se clavaba en su interior.

 

Enseguida comenzó una cadenciosa danza de caderas sobre mi polla, mientras sus brazos rodeaban mi cuello. Sus tremendos senos quedaron aplastados, contra mi pecho, cosa que lamenté, pues no podía seguir sobándolos, así que tuve que conformarme con agarrar bien sus nalgas, amasándolas y usándolas como asidero para ayudarla en su movimiento de cabalgar sobre mi pija.
Disfrutando tremendamente de aquel polvazo, aproveché que era ella la que hacía todo el trabajo para echarle un vistazo a nuestra común amiga. Nuri, mientras aguardaba su turno, se había tumbado en el respaldo del asiento del pasajero, aprovechando la espera para masturbarse lánguidamente.
Natalia, a medida que crecía su excitación, chillaba desaforadamente, disfrutando al máximo de la cabalgada. Yo, que quería acelerar su orgasmo para que me quedaran fuerzas para afrontar a Nuri, subí las apuestas: cuando menos se lo esperaba, le metí el dedo corazón por el culo.

 

¡UAAAAAHHHHHH! – aullaba la chica – ¿QUÉ HACES?
¿Cómo que qué hago? ¡Te estimulo el ano para sodomizarte después! – contesté con aplomo.
¡Y UNA MIERDAAAAAAAA! ¡YO NO HAGO ESAS COSASSSSS!

 

Era verdad. Me había olvidado que me enfrentaba a dos chicas modositas y bien educadas. No sé cómo se me ocurrían aquellas guarrerías.
La verdad es que Natalia mucho quejarse de lo del dedo, pero en ningún momento me dijo que se lo sacara, así que seguí estimulándola, tratando de acelerar su orgasmo.
Natalia estaba como poseída por el espíritu del sexo, ya no controlaba muy bien. Llegó incluso a golpearse un par de veces contra el techo mientras botaba como loca sobre mi polla. De pronto, decidió que quería cambiar de postura, así que me obligó a tumbarme boca arriba, mientras ella continuaba con su infernal cabalgada, lo que por desgracia hizo que tuviera que sacarle el dedo del culo.
Yo miré a Nuri un tanto confuso, sorprendido por el frenesí de la chica, y vi que también ella estaba sorprendida. Sorprendida y excitada, pues ya no se limitaba a acariciarse lentamente, sino que se estaba haciendo una paja en toda regla. Me acordé entonces de que aún no había catado el chochito de la chica y así se lo hice saber.

 

¡NURIA! ¡VEN ACÁ, QUE QUIERO COMERTE EL COÑO!

 

Así, comedido y educado.
Nuria no se lo pensó ni un segundo y en seguida me encontré con otra chica montada sobre mí, sólo que esta se había colocado sobre mi cara. Deseando probar las mieles de su intimidad, enterré mi lengua entre los labios vaginales que la chica tan gentilmente me ofrecía, descubriendo que su sabor era distinto del de su amiga, pero también absolutamente delicioso.
Como Nuri se había colocado mirando hacia su amiga, las dos empezaron a morrease, mientras ambas seguían cabalgando sobre mí, una en mi polla y otra en mi cara. La postura me permitía además acceder al culito de Nuri, así que empecé a estimularlo con mi lengua y dedos.

 

¡Ni se te ocurra! – escuché que decía Nuri de pronto – ¡Quítate eso de la cabeza!
¡Fanquila! – farfullé con la boca llena de coño – ¡Eeftoy folo juganfdo!

 

Y fue justo entonces cuando Natalia se corrió. Fue un poco inesperado, pues yo creía que me iba a costar más hacer que se corriera, pero supongo que las dos corridas que me había pegado antes habían hecho que mi aguante aumentara.
Natalia se derrumbó sobre mi cuerpo, mientras mi polla se salía de su interior. Nuri, sabedora de que le tocaba a ella, se bajó de mi cara, y me ayudó a escapar de debajo del cuerpo de su amiga. Como pude me puse de pié medio agachado, para no dar con el techo, con mi polla empapada de jugos de Natalia cimbreando en busca de otra hembra.
Sin mediar palabra, empujé a Nuri, que dio un gritito de sorpresa, obligándola a tumbarse sobre el respaldo del asiento del pasajero. Situándome entre sus piernas, la penetré con rapidez y con suma facilidad, pues estaba empapada. Ahora quería ser yo el que marcara el ritmo.

 

¡AAAAGHH! ¡AAGGHH! ¡AAHHHHH! – aullaba Nuri mientras soportaba mis empellones.

 

Yo no decía nada, concentrado como estaba en follarme aquel tierno coñito y en evitar caernos al suelo, pues el respaldo del asiento se agitaba con cada culetazo que yo pegaba.

 

¡ASÍ! ¡ASÍ! ¡MÁAASSS! – gritaba ella.

 

Como usted mande.
Redoblé mis esfuerzos en su coño, horadándola sin compasión, y pronto (supongo que caldeada por la paja que se había estado haciendo y por mi comida de coño), la pequeña Nuri alcanzó un devastador orgasmo.
Derrengada, se deslizó entre mis brazos, deslizándose sobre el respaldo hasta quedar sentada en el suelo. No podía creerlo. Tanto esforzarme por complacerlas a las dos y resultaba que era yo quien más aguante tenía. Esta juventud….
Pero claro, yo no podía quedarme, así. Tenía que acabar ya y descansar de una vez. Consideré un instante el pelarme la polla hasta correrme, pero, ¡qué coño! Habiendo marisco quien se conforma con pan.
Me coloqué a horcajadas sobre Natalia, que seguía tumbada sobre el asiento. Colocando mi polla entre sus tetas, comencé a hacerme una deliciosa cubana con sus monumentales senos. La chica, en un último esfuerzo por colaborar, se apretó las tetas, estrujando mi falo entre ellas con fuerza. No duré ni un minuto.
Mi corrida se desparramó entre los pechos de Natalia, manchándole aún más el cuello y la cara. Era curioso, todas las veces me había corrido encima de la modosita, mientras que la putilla se había escapado. Cosas de la vida.
Cansado, levanté los pies de Natalia del asiento, sentándome y dejándolos de nuevo sobre mi regazo, pero esta vez la chica no hizo nada. Ya habíamos tenido suficiente.
Cuando pasó un rato, fuimos recuperando fuerzas. Los tres bebimos de una botella de agua mineral que yo siempre llevaba en el taxi y Natalia usó el agua que sobró para limpiarse un poco el semen que la empapaba.
Como pudimos, fuimos recuperando nuestras ropas, mientras bromeábamos sobre lo ocurrido. Cuando estuvimos listos, colocamos bien los asientos y las llevé a casa de Nuri. Las dos se despidieron de mí con un beso.
Absolutamente derrengado, esa noche pasé de trabajar más, así que me fui a casa, pasando antes, eso sí por un lavado de coches 24 horas, pues al día siguiente tenía que currar de nuevo y no creía que a los clientes les gustara el olor (y otras cosas) que había en el interior de mi taxi.
Y bien, esa es la historia. Han pasado varios meses desde aquello. Mi hijo ha nacido y mi vida sexual conyugal ha mejorado notablemente.
Pero eso sí. Los viernes por la noche acudo puntualmente a la zona de marcha, directamente a la puerta del garito o discoteca cuyo nombre he recibido antes por sms. Las chicas han obtenido un servicio de chófer gratuito desde la puerta de la disco hasta su casa y yo he obtenido… je, je, je…
FIN
TALIBOS
Si deseas enviarme tus opiniones, envíame un E-Mail a:

Relato erótico: Dominada por mi alumno 10: Celebración (POR TALIBOS)

$
0
0
 
 

CELEBRACIÓN:

La mañana siguiente desperté bastante tarde, tras haber dormido toda la noche de un tirón, agotada por los intensos acontecimientos de la víspera.
Adormilada, miré a mi alrededor, contemplando el apocalíptico revoltijo de sábanas y cuerpos que había sobre mi cama. Gloria, dormida como un tronco, estaba abrazada a mí, con su cara apoyada directamente en mi pecho. Sin poder evitarlo, sonreí en silencio al observar que un fino hilillo de saliva había escapado de entre sus labios mientras dormía, con lo que la piel de mi teta izquierda brillaba por sus babas. No me molestó.
Aún un poco aturdida, tardé unos segundos en darme cuenta de que no se veía a Jesús por ninguna parte, señal inequívoca de que ya se había levantado. Me angustié un segundo al pensar en si se habría molestado porque sus esclavas fuésemos tan dormilonas, pero supuse que, si hubiera requerido nuestra presencia, no se habría cortado en despertarnos.
Con mucho cuidado, aparté lentamente el brazo de Gloria que me rodeaba y me las ingenié para escapar de su abrazo sin llegar a despertarla. Pienso que mis precauciones fueron innecesarias, pues la chica, más que dormida, parecía comatosa. Juguetona, incluso pensé en pegarle un buen grito en la oreja, a ver si se espabilaba.
En lugar de hacerlo, me quedé unos instantes contemplándola en silencio. Tenía que admitir, a mi pesar, que Gloria era realmente bella. Sentí un repentino ramalazo de celos al pensar en que ella; con todos sus defectos, compartía con Jesús una relación a la que yo no podía aspirar. Me acordé de las veces en que se había referido a la joven como “su novia”, lo que me hizo sentir mal.
Yo era plenamente consciente de mi propio atractivo, pero no pude evitar envidiar la juventud de Gloria, a pesar de que yo no era ni mucho menos mayor.
Pero pronto pasó ese momento de debilidad y sonreí en silencio rememorando el intenso placer que aquella jovencita me había suministrado el día anterior. Y los que estaban por venir…
–         Mírala – dije para mí – Parece un angelito. Cualquiera diría que en realidad es una golfa de cuidado.
–         Como tú – exclamé en voz alta esta vez, dirigiéndome a mi misma.
Gloria se estremeció levemente en la cama, pero no llegó a despertar, limitándose a girarse, poniéndose boca arriba, con lo que sus deliciosas tetitas quedaron a la vista, apuntando desafiantes hacia el techo. Sentí el inexplicable impulso de morderlas.
–         No, si al final haremos de ti una lesbiana – dije de nuevo para mí.
En ese instante un escalofrío recorrió mi cuerpo, lo que me devolvió a la realidad. Aquella mañana hacía un poco de frío y estar allí de pie, en pelota picada, una vez abandonada la calidez del lecho, me hizo sentirlo con intensidad.
Procurando no hacer ruido, abrí el armario, saqué mi bata y me la puse, abandonando a continuación el dormitorio, decidida a dejar que Gloria durmiese un ratito más. Justo antes de entrar en el salón escuché unos tenues jadeos que, durante un loco instante, me hicieron pensar que Jesús podía estar masturbándose en mi sofá, por lo que, al descubrir lo que hacía en realidad, no pude evitar sonreír.
Mi Amo (como era lógico por otra parte, si no cómo explicar su cuerpazo bien cuidado) estaba realizando una sesión de gimnasia matutina, vestido únicamente con un pantalón corto de deporte. En aquel preciso momento, estaba enfrascado en la realización de una larga serie de abdominales, de espaldas a la puerta por la que yo había entrado.
Durante unos segundos permanecí en silencio, admirando con placer la musculada espalda, recordando cómo mis manos habían recorrido hasta el último centímetro de su piel, cómo mis uñas se habían clavado en ella mientras la enhiesta verga del muchacho me horadaba sin compasión una y otra vez. Sentí un ligero estremecimiento entre mis muslos, lo que me indicó que mi excitación estaba empezando a despertar.
–         Buenos días, perrita – dijo entonces mi Amo, sacándome bruscamente de mi ensimismamiento.
Sorprendida por el inesperado saludo, me quedé unos instantes con la boca abierta, sin comprender cómo había notado Jesús mi presencia.
–         Bu… buenos días – contesté – ¿Sabías que estaba aquí?
–         Pues claro – dijo él sin interrumpir su ejercicio.
–         Pero, ¿cómo…?
–         Desde aquí huelo tu coño… – respondió él con voz cavernosa.
Mientras decía estas palabras, Jesús interrumpió su ejercicio y se volvió hacia mí, clavando sus ojos en los míos con tal intensidad que las rodillas me temblaron y pensé que iba a caerme.
–         ¿Q… qué? – balbuceé sin saber qué decir.
Entonces se echó a reír.
–         ¡Ay, perrita! ¡Qué ingenua eres!
–         ¿Cómo? – dije aún bastante aturrullada.
–         Te he visto reflejada en el cristal de ese mueble – dijo Jesús señalándomelo con un gesto de su cabeza.
Resoplé divertida, haciendo un mohín medio de enfado medio de humor, lo que hizo que Jesús sonriera todavía más alegremente.
–         Da gusto decirte esas cosas – me dijo – Te lo crees todo.
Extrañas palabras que adquirirían una enorme dimensión en mi vida.
–         ¿Has desayunado? – pregunté deseosa de complacer a mi Amo.
–         No. He puesto la cafetera y he tomado café. Pero no quería desayunar antes de hacer ejercicio.
–         ¿Y eso lo haces todas las mañanas? – pregunté recordando su anterior estancia en mi casa.
–         ¡Oh, no, no! – dijo él – Voy al gimnasio un par de veces por semana. Pero esta mañana me he levantado un poco anquilosado y quería desentumecerme un poco.
–         Comprendo – asentí.
–         ¡La verdad es que ayer me disteis un buen tute! – exclamó de nuevo con su lobuna sonrisa en los labios.
–         Y tú a nosotras – respondí juguetona – Nos dejaste echas polvo. Ni me he enterado de cuando te has levantado.
–         Pero seguro que quieres más, ¿eh? – dijo él guiñándome un ojo.
Sin poder evitarlo, me ruboricé. Aquella actitud cariñosa y amable de Jesús siempre me desubicaba por completo. Sabía que él lo hacía para jugar conmigo, para que bajara mis defensas antes de sorprenderme con alguna orden que debía ser obedecida con presteza. Pero el saberlo no evitaba que me sintiera insegura.
–         ¿Preparo el desayuno? – pregunté más por cambiar de tema que por otra cosa.
–         Te lo agradezco – dijo él – Voy a hacer unas cuantas series más y después me daré una ducha.
–         Vale – asentí dirigiéndome a la cocina.
Antes de empezar a preparar el desayuno, me serví una taza de café recién hecho. Para ello utilicé la misma taza de Jesús, pues el chico, apañado como el solo, había lavado la taza en el fregadero tras utilizarla y la había dejado en el escurreplatos. Una vez más, me sorprendía lo detallista que podía mostrarse.
Tras echar un trago al café, empecé a disponerlo todo para llevarlo a la mesa del salón. Saqué magdalenas, galletas, embutidos… todo lo necesario para un buen desayuno continental que nos sirviera para recobrar fuerzas de cara a la intensa jornada que se nos presentaba.
Mientras preparaba unas tostadas, unos poderosos brazos me abrazaron desde atrás, haciéndome dar un respingo por el sobresalto. Sin embargo, cuando las manos se deslizaron dentro de mi bata y comenzaron a acariciar mi carne con la intensidad y el deseo que tan bien conocía, mi cuerpo se estremeció de placer y no pude evitar que un tenue gemido escapara de mis labios.
–         No te he dicho lo bien que te queda esta bata ¿verdad perrita? – me susurró Jesús al oído sin dejar de acariciarme.
–         Me… me alegro de que te guste, Amo – susurré con los ojos cerrados, enardecida por el lujurioso contacto del joven.
–         Hoy va a ser un día estupendo – continuó – Seguro que lo pasamos muy bien.
–         Seguro que sí – asentí.
Justo entonces, cuando empezaba a sentir una creciente presión en mi grupa, nos interrumpieron.
–         Buenos días… – resonó la somnolienta voz de Gloria en la cocina.
Durante un instante, me enfadé con Gloria, pensando que había aprovechado la oportunidad de interrumpir mis jueguecitos con Jesús adrede, pero bastó echar un vistazo a su cara de sueño para comprender que la chica simplemente acababa de levantarse.
–         ¿Hay café? – preguntó ignorando por completo el hecho de que Jesús estuviese metiéndome mano.
–         Sí… sí… – asentí – En ese armario tienes las tazas.
Y Jesús, como si nada, seguía sobándome a placer, dificultando mi tarea de preparar el desayuno, que seguía realizando pues él no me había indicado otra cosa.
Mi corazón latía desaforado mientras sus firmes manos estrujaban y acariciaban mis pechos, que poco a poco iban poniéndose duros.
Cuando, inesperadamente, una de sus manos bajó por mi torso, abriendo por completo mi bata y se incrustó entre mis muslos, un arrasador estremecimiento de placer azotó mi cuerpo, tan intenso que casi me hizo caer, por lo que tuve que sujetarme como pude a la encimera, mientras los hábiles dedos de Jesús no dejaban ni por un segundo de explorar en mi intimidad.
Al doblarme hacia delante, mi trasero se incrustó contra la ingle de Jesús, permitiéndome percibir que el monstruo comenzaba a despertar, lo que me alborozó enormemente.
Entonces, inesperadamente, Jesús abandonó mi cuerpo y se apartó de mí, provocando que, en mi interior, estallara un gigantesco grito de frustración que a duras penas pude ahogar.
–         Has tardado en despertarte, ¿eh? – dijo prestando atención por vez primera a Gloria.
–         Sí, Amo… lo siento – dijo ella apartando la taza de café de sus labios – Anoche terminé agotada…
–         No te preocupes – dijo él en tono despreocupado.
El alivio que se dibujó en el rostro de Gloria fue tan intenso que no pude evitar sonreír.
–         ¿Has escrito los mensajes?
Durante un instante, Gloria no supo a qué se refería. Cuando el entendimiento penetró en su mente, sus ojos se dilataron momentáneamente, volviendo a mostrar una expresión de intensa angustia.
–         No, Jesús, perdóname – dijo la pobre chica con nerviosismo – Ayer se me olvidó.
–         No te preocupes – dijo mi alumno tranquilizándola – Hazlo ahora y luego ve a atenderme en la ducha.
–         ¡Vaya! – pensé – Se ve que esta mañana Jesús está de buenas.
De nuevo Gloria mostró una radiante sonrisa de felicidad y, tras apurar su café, salió disparada de la cocina.
Consciente de haberme perdido algo y percibiendo que el estado de ánimo de Jesús era propicio, me animé a interrogarle, a pesar de saber a él le gustaba explicarnos las cosas cuando le parecía apropiado.
–         Perdona, Jesús – dije mientras quitaba unas rebanadas del tostador – ¿A qué mensajes te referías?
–         Tranquila – me dijo – Enseguida recibirás el tuyo.
Tras decir esto, me dio un cariñoso cachete en el culo y salió de la cocina, dejándome sola para que acabara de preparar el desayuno. Mientras lo llevaba todo al salón, escuché el sonido del agua de la ducha proveniente del baño, acompañado de unos grititos y risitas de Gloria que me confirmaron que, esa mañana, Jesús estaba con el ánimo juguetón. Nuevamente envidié a la joven.
Mientras esperaba en el salón a que terminaran, me acordé de los mensajes. Como Gloria había dicho que iba a enviarlos enseguida, supuse que se trataría de un sms.
Efectivamente, al comprobar mi móvil me encontré con un mensaje proveniente de mi alumna. El texto era bastante conciso: “Os comunico a todas que paso a ser la nº 6”.
–         ¡Ah! Así es como lo hacemos – pensé.
Era bastante lógico, por otra parte. Un sistema sencillo y eficaz. Yo aún no tenía los teléfonos de todas las chicas, pero ahora veía que tenía que conseguirlos sin tardanza.
–         O sea, que ahora soy la nº5 – dije en voz alta – Un ascenso rápido… Cuando tenga los móviles de todas crearé un grupo en la agenda: “Las furcias de Jesús”
Entonces me eché a reír.
–         ¡Las furcias de Jesús! – exclamé riendo – ¡Parece un grupo de rock satánico!
Cuando Jesús y Gloria regresaron al salón con los cabellos mojados por la ducha y vestidos con sus propios albornoces (que supuse habían traído en la bolsa de deporte) observaron con extrañeza cómo yo aún seguía riéndome. Por fortuna, no preguntaron el motivo.
Poco después, los tres desayunábamos alegremente en armonía, charlando animadamente de temas que nada tenían que ver con el sexo. Aquello incluso logró por un momento serenar mi líbido, pues me convertí simplemente en una joven profesora conversando tranquilamente con dos de sus alumnos.
Durante un rato hablamos de las clases y de cómo les iba con los otros profesores, aunque, en el fondo de mi mente, no perdía de vista el momento en que Jesús se cansaría de tanta charla y volvería a clavarme la polla hasta las entrañas.
Sin embargo, Jesús nos tenía reservada una pequeña sorpresa desagradable, pues anunció que un rato después empezaba la carrera de Fórmula 1 y que quería verla.
–         ¿Pero eso no fue ayer? – pregunté sin pensar al darme cuenta de que el momento del disfrute iba a retrasarse.
–         No – dijo Jesús mirándome seriamente – Ayer fue la clasificación. Hoy es la carrera.
Consciente de haber metido la pata, me apresuré a responder.
–         Vale, pues ponte cómodo en el sofá mientras nosotras recogemos la mesa. Gloria tú lo recoges todo y yo cargo el lavavajillas. ¡Vamos, muévete!
Le di un tono perentorio a mis palabras, ordenándole a Gloria que me obedeciera, pues, como decía el sms, ahora ella era de rango inferior al mío. La chica, sin dudar un instante, se apresuró a obedecer mis órdenes, lo que hizo que Jesús sonriera en silencio, cosa que me alivió enormemente.

–         ¡Uf! Casi la meto hasta el fondo – le dije a Gloria en voz baja cuando estuvimos solas en la cocina.

–         Bienvenida a mi mundo – dijo ella riendo – No sabes la de veces que la cago por hablar a destiempo.
–         No, nena, si me hago una idea – respondí rememorando la jornada anterior.
–         Es que, a veces una no puede evitarlo.
–         Cariño – le dije mirándola fijamente – Tú no lo evitas nunca.
Y las dos nos echamos a reír.
Un poco después regresé al salón y pregunté a Jesús si necesitaba algo. Como me dijo que no, regresé para terminar de recogerlo todo con Gloria.
–         Otra vez estamos como ayer – me dijo la chica.
–         Sí – asentí – ¿Cómo dijiste ayer? ¡Ah, sí! “Que preferiría estar ya con la polla de Jesús metida hasta el fondo”.
–         Pues aquí estamos – dijo ella – ¡Fregando platos!
Volvimos a reír.
Incapaz de seguir callada, Gloria me reveló lo que andaba dándole vueltas por su calenturienta cabecita.
–         Oye Edurne…
–         Dime – respondí mientras guardaba el azucarero en un armario.
–         Verás… Ayer, cuando estábamos en esta misma situación…
–         Te fuiste al salón a comerte la polla de Jesús mientras yo preparaba el almuerzo – retruqué con rapidez.
Gloria me miró sorprendida, antes de echarse a reír al ver que yo bromeaba.
–         ¡Cierto! – asintió divertida – Aunque reconoce que lo que hice fue obedecer sus órdenes.
–         Claro, claro – afirmé sin dejar de sonreír.
–         Pues verás… Antes de que Jesús me llamara… tuve una pequeña idea para… ponerle en marcha y acelerar los acontecimientos.
Aquello me interesó vivamente.
–         ¿En qué estabas pensando?
–         Verás… es una táctica que ya ha funcionado otras veces…
–         Vale, vale, ve al grano – la apremié.
–         Bueno, te cuento. Jesús, en este momento, no nos ha dado instrucciones de ningún tipo. Somos libres de hacer lo que nos plazca mientras él no nos diga otra cosa.
Empezaba a comprender por donde iban los tiros.
–         Bien – continuó – Se me ocurrió que… podríamos ir a salón y repetir lo del otro día… cuando me comiste el coño tan bien…
–         Y claro, Jesús se pondría cachondo y nos follaría.
–         Exacto – dijo ella con su sonrisilla maliciosa en los labios.
–         Es un buen plan – concedí.
–         Lo sé.
–         Pero te olvidas de una cosa.
–         ¿De qué? – preguntó extrañada.
–         De que ahora soy yo la jefa, así que no voy a ser yo la que te coma el coño… – dije con expresión de suficiencia.
–         ¡Eso no es problema! – exclamó ella demostrando una vez más su completa falta de pudor en materia sexual – ¡Te lo como yo a ti!
–         ¡Estupendo! – exclamé, aunque en el fondo estaba un poco sorprendida.
Gloria, entusiasmada, se dirigió a la puerta de la cocina, mientras yo la seguía un poco aturrullada. Inesperadamente, se detuvo y se volvió hacia mí con los ojos brillantes.
–         ¡Espera! – exclamó – ¡Se me ocurre algo mejor!
Y salió disparada dejándome en la estacada sin darme tiempo a reaccionar.
Un poco inquieta por no saber qué tenía la chica en mente, regresé al salón y me senté junto a Jesús, que contemplaba con aire aburrido la televisión mientras hacía zapping.
–         ¿Aún no ha empezado? – le pregunté.
–         No. Falta un poco. Aún están con la previa. Y lo interrumpen cada dos minutos para echar anuncios. Al que inventó la publicidad en la tele tendrían que haberlo ahorcado.
Estaba de acuerdo, pero no llegué a decirlo pues Gloria regresó portando algo en las manos que me hizo estremecer. Jesús alzó la vista y, al verla, sonrió ladinamente con lo que comprendí que nuestras intenciones eran completamente cristalinas para él.
La chica portaba un arnés de cuero, del que asomaban dos vigorosos consoladores de color negro. Uno, el de tamaño más normal, estaba sin duda pensado para ser introducido en la vagina de la chica que se colocaba el arnés, mientras el otro, el enorme, serviría de miembro viril a la chica para follarse el agujerito que se le pusiese a tiro.
–         A… aquí traigo lo que me pediste – dijo Gloria con inseguridad.
–         ¿Se lo has pedido tú? – dijo Jesús mirándome con sorpresa.
–         Bueno… Sí… Le he ordenado que traiga algo para entretenernos. No te molesta ¿verdad?
–         Para entreteneros, ya veo… – dijo Jesús asintiendo con  la cabeza – Y claro, si le dices una cosa así a Gloria, ten por seguro que ella no va a traer una baraja de cartas precisamente…
Aparté la cara de Jesús para que no pudiera ver mi sonrisa. Gloria, sin molestarse en absoluto por la insinuación, agitaba de un lado a otro el instrumento, de forma que los consoladores bamboleaban como las negras alas de un cuervo. Uno bastante pervertido por cierto.
–         Sí, bueno – continué – He pensado en usar un poco mi rango con Gloria y hacer que me practicara un poco de sexo oral, como yo tuve que hacerle a ella hace un par de días. Pero luego se me ha ocurrido probar otras cosas y ella me ha sugerido…
–         Vale, vale – me interrumpió Jesús divertido – Me parece muy bien. Además, será un bonito espectáculo hasta que empiece la carrera. Por mí no os cortéis.
Mientras decía esto, Jesús se pasó de forma casi inconsciente una mano por la entrepierna, lo que me regocijó enormemente, pues eso demostraba que el plan de Gloria, aunque obvio a más no poder, podía resultar eficaz.
Ni corta ni perezosa, Gloria se repantingó en el sofá y se abrió el albornoz, dejando al descubierto sus juveniles curvas. Sin dudar un segundo, se abrió el coño con dos dedos y, tras chuparse los de la otra mano, empezó a frotarse vigorosamente el clítoris.
–         ¿Qué haces? – pregunté estúpidamente.
–         Quiero lubricarme un poco antes de ponerme el arnés. Yo en tu lugar haría lo mismo. Ese dildo es bastante gordo, te lo digo por experiencia.
No me había parado a pensarlo. Obcecada con la idea de calentar a Jesús, no se me había ocurrido que aquel trozo de goma iba a clavarse en mi coñito. El día anterior me había metido uno mayor, pero si la que bombeaba era Gloria…
–         Mejor ve a por el tarro de lubricante que usamos ayer – dije tras sopesarlo un instante.
–         ¡Buena idea! – exclamó Gloria levantándose de un salto y saliendo escopetada.
Mientras la chica volvía cogí el arnés y lo examiné cuidadosamente. Sintiéndome observada, levanté la vista y me encontré con la sonrisa ladina de Jesús.
–         Te advierto que Gloria puede ser un poco borrica – me advirtió sin dejar de sonreír – Sobre todo cuando se entusiasma.
Cuando la susodicha regresó, yo ya había decidido un pequeño cambio de planes, un poco inquieta por cómo se presentaba la situación.
–         Creo que será mejor que yo sea la parte activa de esto… – dije con voz insegura – Y tú la pasiva.
Aquello no alteró a Gloria en lo más mínimo, supongo que porque no perdía el objetivo final (el rabo de Jesús) de vista en ningún momento.
–         Como ordenes. ¿Has usado uno de estos alguna vez? – preguntó con pragmatismo.
–         La verdad es que no – respondí clavando de nuevo los ojos en los consoladores.
–         Déjame a mí.
Empujándome suavemente, Gloria hizo que me sentara en el sofá. Deslizando sus dedos por mi bata, abrió con destreza el cordón que la sujetaba, rebelando mi desnudez. Con la habilidad que da la experiencia, separó mis muslos y se arrodilló en el suelo en medido de ellos y suavemente, deslizó su cálida mano por mi cada vez más húmeda rajita.
–         Hay que lubricarlo bien – susurró empezando a acariciarme.
Con la respiración acelerada y el corazón latiendo cada vez más deprisa, alcé la mirada y vi que Jesús no se perdía detalle, lo que hizo que una nueva oleada de calor recorriera mi cuerpo.
Mientras tanto, Gloria había abierto el bote de lubricante y había hundido los dedos en él, para, a continuación, comenzar a extender la crema por mis labios vaginales, llegando cada vez un poquito más adentro.
Enseguida me encontré con los inquietos deditos de mi alumna horadando mi intimidad, incrementando mi creciente humedad con el lubricante que había sacado del bote, hasta que quedó satisfecha con el resultado.
Simultáneamente, su otra mano se había perdido entre sus propios muslos, aplicándose en el coño un tratamiento similar al mío. En un par de minutos, estuvimos ambas dispuestas para ofrecerle un buen show a Jesús.
Agarrando el arnés con cuidado, Gloria extendió una buena capa de lubricante en el consolador más corto. Tras hacerlo lo aproximó a mi vagina y, separando bien los labios con los dedos, comenzó a frotarlo suavemente por toda la longitud de mi rajita, enviando deliciosos calambres de placer a mis sentidos.
Lentamente, con habilidad, Gloria fue introduciendo el consolador en mi gruta, logrando que las paredes de húmeda carne fueran separándose para acoger al negro invasor.
Cuando me quise dar cuenta, el intruso de goma estaba hundido hasta el fondo de mi ser, con lo que su hermano mayor parecía surgir de entre mis muslos como una erección. Me resultó curiosa la sensación de tener verga.
–         Levántate un segundo – me dijo Gloria con voz queda.
Comprendiendo sus intenciones y ayudada por la chica, me puse trabajosamente en pié, pues aún no me había acostumbrado por completo al visitante que había en mi intimidad.
Gloria, toda hacendosa, volvió a empujármelo hasta el fondo, pues al incorporarme se había salido un poco, lo que me hizo estremecer de nuevo. Tras hacerlo, se ubicó detrás de mí y, asiendo las correas del arnés, las sujetó a mi espalda, cerrando las hebillas, de forma que el consolador quedó firmemente sujeto y clavado en mis entrañas, mientras su hermano mayor bamboleaba entre mis piernas, como buscando un lugar acogedor donde meterse.
–         Ya estás lista – exclamó Gloria dándome un cachete en el culo.
Me volví hacia ella con mi falo bamboleante asomando entre las piernas. Me contemplé un instante, sintiéndome extraña por tener polla y a continuación miré a Jesús, que observaba la escena divertido.
–         ¿Y ahora qué hago? – pregunté bastante estúpidamente.
–         ¿Y tú qué crees? – respondió Gloria tumbándose boca arriba en el sofá.
Moviéndome con torpeza, pues cada paso me hacía sentir con intensidad el visitante que había en mis entrañas, me acerqué al sofá y me arrodillé sobre los cojines, justo a los pies de Gloria.
La chica, deseosa de marcha, abrió sus muslos todo lo que pudo, ofreciéndome sin vergüenza alguna acceso completo a su coño.
Caminando sobre mis rodillas, avancé hacia ella por encima de los cojines hasta situarme en la posición adecuada. Lentamente, para no hacerme daño con el consolador, me incliné hacia delante hasta quedar sobre Gloria, apoyando mis manos en el sofá.
–         Espera – me dijo – Yo me encargo.
Tratándome como si yo fuese un inexperto jovenzuelo perdiendo la virginidad con una prostituta, la propia Gloria se encargó de agarrar mi “polla” con las manos y colocarla en la entrada de su gruta. A una señal suya, eché para adelante mis caderas, con lo que el émbolo de goma fue abriéndose paso en su interior sin encontrar apenas resistencia. La sensación que experimenté al penetrar a mi alumna fue extrañamente placentera y no lo digo sólo por el consolador alojado en mi coño. Me sentí, no sé muy bien cómo expresarlo… poderosa. El ver cómo la chica cerraba los ojos y gemía de placer mientras yo la empitonaba, fue una experiencia muy intensa, casi mística… Me excité increíblemente.
Sin esperar a ver si la chica estaba lista, empecé lentamente a mover mis caderas entre sus muslos. El movimiento que tenía que imprimir era ligeramente distinto a cuando era yo la que cabalgaba sobre una verga, pero no tardé en cogerle el tranquillo. En pocos instantes, tenía a Gloria completamente entregada, gimiendo y resoplando de placer por mis culetazos, mientras era yo la que progresivamente iba perdiendo el control.
El consolador que tenía metido me procuraba gran placer, a pesar de estar fijo por las correas, por lo que no era su movimiento lo que me enardecía, sino la manera en cómo se clavaba en mi interior al ritmo de mis propios empellones.
Pero ese placer no era nada comparado con el que sentía al ver cómo Gloria gemía y disfrutaba. Enfebrecida, la chica rodeó mi cuello con sus brazos, atrayéndome hacia sí para poder besar mi boca con lujuria. Nuestras lenguas se entrelazaron y bailaron al unísono mientras mis caderas hundían el émbolo de látex una y otra vez en el juvenil coñito.
Nuestros pechos, apretados los unos contra los otros, se frotaban lujuriosamente entre sí, aumentando el placer si es que eso era posible. Enardecida por el placer, desvié la mirada hacia Jesús, encontrándome con que nuestro Amo, excitado por nuestro coito, se había abierto el albornoz y masturbaba lentamente su enhiesto pene, visión que logró ponerme por fin en órbita.
El orgasmo me azotó intensamente, eléctrico, de improviso, tensando mis músculos y recorriendo mi cuerpo de la cabeza a los pies. Con la cabeza un poco ida, mordí los labios de mi deliciosa compañera y ella me devolvió el mordisco, inmersas ambas en un mar de incontrolable lujuria.
Queriendo sentirme todavía más, la pequeña Gloria rodeó mis caderas con sus piernas, anudándolas a mi espalda, obligándome a penetrarla cada vez más hondo, cada vez más fuerte…
Y yo bombeé y bombeé, cada vez más intensamente, rugiendo como una tigresa mientras traspasaba una y otra vez el coño de mi compañera.
En ese momento sentí la mano de mi Amo en mi hombro, lo que me hizo abrir los ojos y mirar a mi alrededor. Me di cuenta de que Gloria, a pesar del paroxismo de placer, había empezado a quejarse por la violencia de mi embite. Comprendí que, follando, yo era tan violenta y despiadada como lo era el propio Jesús. Si hubiera nacido hombre…hubiera sido como él.
Pero el simple contacto de mi Amo me había devuelto a la realidad y a recuperar el control. Preocupada, pregunté a Gloria si se encontraba bien.
–         Sí, sí, no te preocupes – gimió ella mientras luchaba por recuperar el resuello – Hay que ver cómo te pones.
–         Lo siento.
–         No te preocupes, no pasa nada. Ha sido genial, sólo que al final te has desmadrado un  poco.
–         Perdóname, debería haber dejado que fueras tú la que manejara este cacharro. Pero tenía miedo de que me hicieras daño y al final he sido yo la que se ha vuelto loca.
Aquella conversación era un poco surrealista, pues yo seguía tumbada sobre ella con mi “polla” enterrada en su interior. Mientras, Jesús había vuelto a su asiento y nos observaba en silencio.
–         Espera, vamos a cambiar – dijo la joven.
Trabajosamente, me incorporé en el sofá, sacando lentamente el consolador del interior de mi alumna. Observé hipnotizada cómo su coño parecía abrirse como una flor a medida que el intruso de látex abandonaba sus profundidades.
Siguiendo las indicaciones de la joven, me senté en el sofá, con la espalda apoyada en el respaldo y los pies bien afirmados en el suelo. Gloria, por su parte, se incorporó y, tras estirar un poco los músculos, se ubicó a horcajadas sobre mis muslos, con las rodillas apoyadas en el asiento y, con destreza, se empaló de nuevo en el consolador, hundiéndoselo hasta el fondo, hasta que su culito quedó pegado a mis muslos.

–         ¡Ufffffffffff! – resopló la chica cuando el chisme le llegó hasta el fondo – ¿Lo ves? Ahora marcaré yo el ritmo.

Tras decir esto volvió a rodearme el cuello con los brazos y me dio un tierno piquito en los labios. Empezaba a cogerle cariño a aquella zorrilla.
–         ¡Pues cabalga, vaquera! – exclamé.
Mientras decía esto, le propiné una sonora palmada en la nalga a la joven ninfa, que le hizo dar un gritito mitad de sorpresa mitad de placer. Riendo, empezó a hacer bailar sus caderas sobre las mías, clavándose y desclavándose una y otra vez del consolador al compás que más le gustaba, mientras el que yo tenía dentro se agitaba al son de la misma tonada.
Mis ojos se encontraron con los de Gloria y pude ver el brillo del placer bailando en el fondo de los mismos. Sus labios dibujaban una media sonrisa lujuriosa mientras dejaban escapar dulces gemiditos de gozo al ritmo de sus caderas. Su tez sonrosada, tersa, hermosa, me hizo envidiarla una vez más.
Un poco celosa, pues involuntariamente había vuelto a pensar que Gloria era más guapa que yo, aparté mi mirada de la suya y busqué a Jesús, deseosa de constatar si habíamos logrado nuestro objetivo de excitarle.
Vaya si lo habíamos hecho.
Sorprendida, observé que nuestro Amo había abandonado su asiento en el sillón y se encontraba de pié, a menos de un metro de donde estábamos nosotras. Completamente desnudo, su poderosa erección apuntaba al frente, desafiante, anhelando unirse a la acción.
Con un silencioso gesto, llevó un dedo hasta sus labios y me dedicó el signo internacional de “quédate calladita”. Yo era plenamente consciente de lo que se proponía y, deseosa de ayudarle distrayendo a la pequeña Gloria, acerqué mis labios al desprevenido cuello de mi alumna, donde clavé ligeramente los dientes mientras mis labios succionaban con intensidad, proporcionándole a la chica la huella de un buen chupetón.
–         ¡Ay! – se quejó la joven sin dejar de danzar sobre mi regazo.
Mis ojos buscaron nuevamente el rostro de mi Amo por encima del hombro de la chica, encontrándome de nuevo con su estremecedora sonrisa.
–         Gloria, agárrate que viene curvas – pensé en silencio.
Jesús, sigiloso como un gato, se situó justo a la espalda de la desprevenida muchacha, mientras estaba completamente concentrada en su tarea de proporcionarnos placer a ambas.
Jesús no se molestó en usar el bote de lubricante, sino que, empleando métodos más tradicionales, escupió un poco en su mano y se extendió la saliva por su enhiesto rabo.
En ese preciso momento, Gloria percibió que algo no iba del todo bien, o quizás es que notó la respiración de Jesús en su nuca… lo cierto es que, repentinamente asustada, giró la cabeza y se encontró de bruces con nuestro Amo, cuyas intenciones fueron comprendidas instantáneamente por la muchacha.
–         ¡Espera, Jesús, no…! – gimoteó.
Demasiado tarde.
Con la habilidad de mil culitos partidos, Jesús colocó su hierro en la entrada trasera de la chica (“la puerta de la Gloria”) y sin prisa pero sin pausa, se la clavó en el culo hasta las bolas.
–         ¡UAAAAAAAAAAHHHH! – aulló la pobre chica doblemente penetrada.
–         Te gusta, ¿eh puta? – susurraba nuestro Amo al oído de la joven.
Para ahogar sus propios gritos, esta vez fue Gloria la que hundió el rostro en mi cuello donde mordió con fuerza.
–         ¡Ay, guarra! – me quejé – ¡No muerdas!
Esta vez le propiné un azote mucho más contundente y severo. Realmente se lo di más bien en el muslo, pues sus nalgas estaban bien cubiertas por las caderas de Jesús, pero aún así logré mi objetivo, pues la chica dejó de morderme.
Una vez la tuvo empitonada, Jesús cargó contra nosotras, por lo que su peso, combinado con el de Gloria, cayó sobre mí, amenazando sofocarme contra el sofá. No me importó, pues el cuerpecito de Gloria, sometido al doble tratamiento, se agitaba espasmódicamente sobre mí, haciendo bailar el consolador de mi coño.
–         ¡¡DIOS MÍO, DIOS MÍO, DIOS MÍO! – aullaba Gloria descontrolada  – ¡ME VAIS A PARTIR!
Como si eso a Jesús le importara.
Inmisericorde, empezó a propinar certeros culetazos al ídem de Gloria. Yo no podía ni moverme, inmovilizada por el peso combinado de mis dos alumnos, mientras la parte central de aquel sándwich berreaba y aullaba enfebrecida.
Mentalmente, di gracias por haber acabado en aquella posición, con mi culito bien a salvo apoyado contra el sofá. Gloria, por su parte, disfrutaba como loca de su segunda doble penetración del fin de semana.
Sin embargo, Jesús pronto se cansó de aquella postura, pues al estar nosotras sobre el sofá, él tenía que colocarse prácticamente en cuclillas para tener buen acceso a la grupa de la joven. Por eso decidió cambiar de posición y lo hizo como siempre: sin dar explicaciones a nadie.
Haciendo un increíble alarde de fuerza, como en él era habitual, se limitó a incorporarse hasta quedar completamente de pié. Mientras lo hacía, sus brazos se deslizaron bajo los muslos de la joven y, usándolos como asidero, la levantó en vilo, sacando el consolador de su coño y sosteniéndola en el aire con la polla bien enterrada en su culo.
Sorprendida, alcé la vista y me encontré de bruces con el coño de mi alumna, pues Jesús la sostenía completamente despatarrada frente a mí. Un poco alucinada, observé cómo los labios vaginales de la chica iban cerrándose lentamente, una vez liberados del grueso juguete de látex que los mantenía separados. La visión me excitó.
–         Levántate Edurne – resonó la firme voz del Amo – Vamos a follárnosla de pié.
Como un resorte me puse en pié dispuesta a obedecer las instrucciones, pero entonces tropezamos con un inesperado problema logístico.
Como yo era más corta de estatura que Jesús, mi “polla” quedaba un poco más baja de lo necesario para efectuar la doble penetración.
–         No llego Amo – le dije mientras daba estúpidos saltitos para ver si lograba alcanzar el coño de Gloria.
–         ¡Mierda! – se quejó el chico.
Pero yo no estaba dispuesta a dejar insatisfechos los deseos de mi Amo. Miré a mi alrededor, a ver si encontraba algo donde pudiera subirme para ganar altura. Una silla… demasiado alta. El sofá… tampoco. Un momento…

Dando un gritito de entusiasmo, me abalancé a la mesita donde reposaba el teléfono, con el consolador dando botes de un lado a otro. En una pequeña repisa de cristal que había en la base, se amontonaban unas cuantas guías telefónicas y páginas amarillas.

–         Bien pensado perrita – me dijo Jesús, al comprender mis intenciones, lo que me llenó de felicidad.
Mientras yo preparaba un pequeño podio con 4 guías (dos montones, uno para cada pié), Jesús permanecía de pié en medio del salón, con Gloria empalada analmente, mientras sujetaba en vilo el cuerpo de la chica sin esfuerzo aparente.
Ella, por su parte, medio desmayada, tenía la cabeza echada para atrás, apoyada en el hombro de Jesús, diciendo cosas ininteligibles, mientras sus caderas experimentaban leves espasmos que hacían que sus pies dieran graciosos saltitos de vez en cuando.
–         Y pronto seré yo… – pensé con inquietud.
El montón de guías quedó que ni hecho a medida. Rápidamente me encaramé encima, comprobando que los 10 o 15 centímetros que había ganado eran más que suficientes para lo que nos proponíamos hacer.
Como yo no podía moverme sin bajarme de las guías, Jesús se acercó a mi portando a la semi inconsciente Gloria. Esta vez fui yo la que apuntaló el consolador en la posición adecuada y, cuando estuve lista, Jesús hizo descender lentamente el cuerpo de la chica, volviendo a clavarle el juguete hasta el fondo.
Aquello espabiló a Gloria de golpe. Sus ojos se abrieron como platos y comenzó a gemir y resoplar de nuevo, aferrándose a mis hombros como si le fuese la vida en ello, lo que pareció enardecer todavía más a Jesús.
Más que follársela, lo que Jesús hacía era levantarla unos centímetros y luego dejarla caer para que su polla y la mía se le clavaran hasta el fondo. Miré preocupada a Gloria, por si aquello era demasiado para ella, paro la chica gemía con la cara desencajada por el placer. Pensé que yo jamás sería capaz de hacer las cosas que ella hacía.
Qué ilusa.
El cuerpo de la chica se agitaba contra el mío, mientras yo me afanaba en hundir una y otra vez el dildo en su tierno chochito. No sé ni cuantas veces alcanzó Gloria el orgasmo, pero si sé que llegó un punto en que mis fuerzas se agotaron y fui incapaz de aguantar más sobre las guías.
–         ¡Amo! – jadeé – No aguanto más…No puedo…
–         Tranquila perrita – respondió Jesús jadeando por el esfuerzo – Yo la sostengo.
Derrotada, me dejé caer de rodillas en el suelo, obteniendo una vista en primer plano de la sodomización de Gloria.
Pero el espectáculo no duró mucho, pues Jesús también estaba a punto.
–         ¡Joder, perrita! – siseó – ¡Me corro! ¡Chúpame los huevos!
Como un autómata, me incorporé y me arrodillé frente a Jesús, con el cuerpo de Gloria suspendido sobre mi cabeza. Inclinándome bajo ellos, estiré el cuello para que mis labios tuvieran acceso al tenso escroto de mi alumno. Amasé y chupé sus pelotas con pasión y pude sentir perfectamente el instante en que entraron en erupción y descargaron su contenido en el ano de la chica.
–         ¡Cómele el culo! – gimió Jesús – ¡Que no se escape nada!
Colocándome entre los abiertos muslos de la joven, llevé mi boca hasta su ano y empecé a chupar con fruición. Jesús se corrió intensamente en su interior y, al estar en posición vertical, el semen resbalaba del interior del culito, momento en que era atrapado por mi ansiosa boca.
Una vez vaciados sus testículos, Jesús se apartó de mí y depositó con sumo cuidado el exánime cuerpo de Gloria sobre el sofá.
–         Acaríciala un poco – me ordenó – Hoy se lo ha ganado…
Obediente, dediqué los siguientes minutos a confortar y aliviar el cuerpo de la chica. La besé, la acaricié, la abracé… todo con el mayor de los cariños,  agradecida una vez más a aquella jovencita por el intenso placer que era capaz de suministrarme… y al Amo también.
Mientras confortaba a Gloria, Jesús fue a la cocina y regresó con refrescos para todos. Ambas agradecimos la dosis de azúcares y pronto nos encontramos más recuperadas.
–         Menudo par de putas estáis hechas – nos dijo un sonriente Jesús mirándonos por encima de su lata de cola – Habéis logrado que me pierda media carrera.
Era verdad. En la parte superior de la pantalla de televisión ponía 33/65 y aunque no entiendo ni una mierda de Fórmula 1, comprendí perfectamente qué significaban aquellas cifras.
–         Lo siento Amo – dije sin sentirlo en absoluto.
–         No pasa nada. Esta “carrera” ha estado mejor.
Cuando nos recuperamos un poco, Jesús nos mandó a las dos a la ducha.
Para nuestra sorpresa, anunció que iba a preparar algo de pasta para comer mientras nosotras nos aseábamos.
–         Jo, se ve que hoy está de muy buen humor – me dijo una sorprendida Gloria mientras nos metíamos juntas en la ducha.
–         Sí que es verdad – coincidí.
Nos lavamos mutuamente bien a fondo, jugueteando divertidas bajo el agua caliente. Una vez aseadas y bastante más recuperadas, nos secamos, nos pusimos los albornoces y regresamos al salón.
–         Poned la mesa mientras yo me doy una ducha rápida – nos indicó Jesús cuando entramos en la cocina.
Menos de diez minutos después, compartíamos los tres el almuerzo. Las dos felicitamos efusivamente a Jesús, pues la pasta estaba en su punto y la salsa, sencilla pero casera, estaba realmente rica.
–         ¿Veis? Se me dan bien otras cosas aparte de las que ya sabéis – dijo con un guiño.
Gloria y yo nos ruborizamos como colegialas.
El almuerzo fue ameno y divertido, pero, por desgracia, todo lo bueno se acaba y la cosa se torció a media tarde.
Mientras tomábamos café en el salón, un teléfono móvil se puso a sonar inesperadamente. Era el de Gloria.
–         ¡Mierda! – exclamó tras echarle un vistazo – Es mi padre.
Tras mirar a Jesús y tras un sutil gesto de éste, la chica contestó al teléfono.
–         Dime papi… Sí, con Jesús… Venga, no fastidies…
La expresión de la chica, tan relajada segundos antes, había cambiado profundamente. Sus ojos buscaron anhelantes a Jesús, pero no encontraron comprensión en él.
–         ¿Qué quiere tu padre? – preguntó el chico.
–         Quiere pasar la tarde conmigo. Dice que no me ha visto en todo el fin de semana… – dijo la chica tapando el micrófono con la mano.
–         Pues ya sabes lo que te toca – sentenció Jesús.
Gloria asintió, resignada. Yo la entendía perfectamente. Era una putada tener que marcharse y perderse lo que quedaba de diversión ese fin de semana. Pero claro, un padre es un padre…
–         Vale… Ahora voy – dijo la chica colgando el teléfono enfurruñada.
Una expresión indescifrable se dibujó en el rostro de Jesús. ¿Se habría enfadado con Gloria por tener que marcharse? Esperaba que no, pues no era culpa de ella…
–         Venga, Gloria, no te enfades – la consoló el chico, aliviándome al comprobar que no estaba enojado – Sabes que a tu padre le gusta pasar tiempo contigo y no siempre puede hacerlo. Hasta que no cumplas 18 y puedas emanciparte, se supone que tu custodia la tiene tu madre. Y tu padre tiene derecho a disfrutar de ti…
Era verdad, no me acordaba de que los padres de Gloria estaban divorciados.
–         Pero ya estuve con él el viernes… – se quejó la chica.
–         Gloria… – la amonestó Jesús con seriedad, lo que, por fortuna, indicó a la chica que no debía seguir protestando.
–         Vale…
Con aire cansado., Gloria se dirigió al dormitorio para vestirse y recoger sus cosas. Pocos minutos después regresó, portando una bolsa con la ropa sucia.
–         Bueno – dijo Gloria con tristeza – Nos vemos mañana.
–         Estupendo – dijo Jesús – Ven temprano y Edurne nos lleva al instituto. Recuerda que tienes cita con Mariano…
–         Sí Amo – dijo ella tan dócilmente que me dio pena.
–         Bueno… – intervine – Si tu padre se cansa pronto de ti quizás puedas volverte a la noche…
Gloria miró un segundo a Jesús antes de contestar.
–         No creo. Estaría feo salir corriendo a las primeras de cambio y dejando a mi padre solo otra vez.
–         Buena chica – dijo Jesús sonriendo.
La joven se despidió de nosotros con sendos besos en la mejilla y se marchó, dejándonos solos. Por un instante, el corazón se me aceleró al comprender que iba a pasar el resto de la tarde a solas con mi Amo, pero luego comprendí que follar con Gloria de por medio había resultado tremendamente divertido… y placentero. Iba a echarla de menos.
–         ¿Te parece si vemos una peli? – me preguntó Jesús.
–         Vale – respondí encogiéndome de hombros.
Y eso hicimos.
La tarde fue increíblemente normal para lo que estábamos acostumbrados. Lúgubremente, pensé que aquella tarde de domingo podría haberla pasado perfectamente con Mario, pues nos dedicamos exclusivamente a charlar, bromear y hacer el tonto… parecíamos novios.
Y lo peor estaba por llegar.
Cuando llegó la noche, después de cenar, a Jesús le entraron ganas de follar y yo… SIEMPRE TENÍA GANAS DE FOLLAR CON ÉL.
Sin embargo, el sexo fue incomprensiblemente decepcionante.
Jesús se metió en la cama conmigo y se mostró extrañamente dulce, amoroso incluso. Me besó y acarició por todas partes, explorando cada centímetro de mi piel, con cariño, con suavidad… como nunca lo había hecho.
Yo estaba descolocada, sorprendida, dejándome hacer y tomando parte activa, pero la pasión, la intensidad, el desenfreno… brillaban por su ausencia.
No podía creérmelo… Jesús me no me folló… me hizo el amor… Durante un loco momento, soñé que se había enamorado de mí y por eso había empezado a tratarme con dulzura… Pero todo mi ser clamaba contra aquello, no era lo que yo necesitaba, no era lo que Jesús siempre me brindaba…
Cuando se corrió estuve a punto de gritar de frustración. Había sido dulce, considerado, pero a mí no había logrado enardecerme en absoluto. No llegué ni una sola vez, aunque, obviamente, aterrada por la posibilidad de enfadar a mi Amo, fingí los orgasmos más intensos mientras me retorcía presa de devastadoras oleadas de falso placer.
La madrugada me sorprendió insomne, con los ojos clavados en el techo, mientras Jesús dormía profundamente a mi lado. Decepcionada e insatisfecha, sopesé por un instante agarrar a MC y encerrarme con él en el baño, pero no lo hice pues me asustaba la posibilidad de que Jesús me sorprendiera dándome placer.
Por fin logré dormirme y descansar unas pocas horas. El despertador me levantó temprano y, cansinamente, fui al baño a ducharme.
Cuando acabé, Jesús ocupó mi lugar bajo el grifo, mientras yo, muy cansada, regresaba al cuarto y hacía la cama.
Justo entonces, mientras me inclinaba sobre el colchón para remeter las sábanas por debajo, Jesús aprovechó para asaltarme con violencia. Me dio tal susto que el corazón casi se me sale por la boca.
Cuando me quise dar cuenta, Jesús me había arrojado encima del colchón y de un brusco tirón, me desgarró las bragas dejándome desnuda de cintura para abajo.
Sin darme tiempo a decir ni mu, mi Amo colocó su dura polla en la entrada de mi coño y me la clavó de un tirón. Su falo penetró sin oposición, pues bastó el simple contacto violento de sus manos para que mi coño se convirtiera en un charco.
–         ¡AAAAHHHHHHH! – gemí con la cara incrustada en la almohada mientras experimentaba el orgasmo que se me había negado la noche anterior.
–         Te gusta, ¿eh maldita furcia? – me susurró Jesús tirando con fuerza de mis cabellos y echando mi cabeza para atrás – Esto es lo que te gusta de verdad ¿eh?
Joder. Vaya si lo era.
Jesús inició su mete y saca inmisericorde, horadando una y otra vez  mi coño. Yo me afanaba en apartar mi rostro de la almohada, esforzándome simplemente en respirar. El chico tironeaba sin compasión de mis cabellos, haciendo que se me saltaran las lágrimas de dolor, pero me era completamente indiferente… estaba disfrutando al máximo.
Me corrí un par de veces en rápida sucesión, con los orgasmos estallando como fuegos artificiales en mi interior. Jesús tampoco tardó mucho, quizás porque la noche anterior tampoco había acabado muy satisfecho.
Su polla se vació a placer en mi interior, provocando que una vez más su ardiente semilla abrasara mis entrañas. Noté como su dura verga se retiraba de mi cuerpo y, aunque no me hubiera importado seguir un rato más, no pude evitar que una sonrisilla de gatita satisfecha se dibujara en mi semblante.
–         Vístete que vamos tarde – me dijo Jesús dándome un ligero azote en el trasero como parecía haber tomado por costumbre.

Mientras me cambiaba de bragas y me vestía, no dejé de darle vueltas al comportamiento de Jesús la noche previa. Imaginé que el chico simplemente había querido probar otra cosa, sexo un poco más normal y, por fortuna, había comprobado que no le satisfacía.

Ronroneé feliz. La velada había sido una mierda, pero la mañana había empezado muy bien
Mujer de poca fe. A esas alturas ya deberías saber que todo lo que hace tu Amo obedece a un propósito. Aunque aún tardaría un poco en averiguar cual era el de aquella extraña noche.
Una vez vestida, fui a la cocina, donde Jesús me aguardaba con café y tostadas. Minutos después se nos unió Gloria, que se mostró un poco más silenciosa de lo habitual. Pero yo estaba tan pletórica por sentirme recién follada que apenas presté atención a lo insólito del hecho.
Un rato después llegábamos los tres al instituto. Todavía era temprano, pues Gloria tenía que asistir a su clase de “manualidades” con Mariano, así que nos separamos en la entrada.
Gloria se fue a sus quehaceres y Jesús y yo también nos separamos, pues tenía que pasar por la sala de profesores a recoger unos papeles.
Las dos primeras clases fueron una mierda, pues yo no dejaba de rememorar los acontecimientos del fin de semana, con lo que no podía concentrarme.
Después tenía una hora libre antes del recreo y fue entonces cuando me acordé del cumpleaños de Jesús.
–         ¡Mierda! ¡Es mañana! – me dije.
Tenía que llamar a Kimiko y lo hice sin tardanza. No me extrañó encontrármela bastante nerviosa y estresada, pues era la encargada de preparar la comida de la fiesta.
–         Ha habido un pequeño cambio de planes – me dijo con voz tensa.
–         ¿En serio? – la interrogué – ¿Qué sucede?
–         Cambio de sede.
–         ¿Cómo? – pregunté intrigada.
–         Perdóname, Edurne, pero ando super liada. ¿Podrías pasarte por el restaurante luego y te lo explico todo? Vente a comer.
–         Bueno – contesté.
Pero ya me había colgado.
–         Joder, cómo se estresa – pensé – Espero que no haya cambiado de idea sobre nuestro regalo…
Nyotaimori. Me gustaba como sonaba la palabreja.
El resto de clases también fueron un asco, pero, por fortuna, los lunes tras el recreo tenía clase con el grupo de Jesús y luego… podía largarme.
Así que me fui derechita al restaurante de Kimiko, con idea de ver si podía echarle un cable con los preparativos.
A esas horas el restaurante ya estaba abierto al público y pude constatar que, a pesar de tratarse de un lunes laborable, había una buena cantidad de clientes en el local.
Me recibió el mismo chico asiático que en mi anterior visita y, como buen maitre, me reconoció enseguida a pesar de haber estado una única vez en el local.
Mostrándose muy amable, me condujo a un reservado donde, minutos después, aparecía Kimiko con idea de almorzar conmigo.
–         Hola Edurne – me saludó besándome en las mejillas.
–         Hola Kimiko. ¿Qué tal lo llevas? Por teléfono te noté un poquito agobiada.
–         ¡Y que lo digas!
Y procedió a explicarme todas las tareas que se había visto obligada a realizar en los últimos días así como en qué consistía el cambio de planes.
Al parecer, Jesús le había llamado por la mañana para comunicarle que la cena no se haría en el restaurante, sino que celebrarían la fiesta en casa de Natalia y Yolanda.
–         ¿Y eso? – exclamé un poco sorprendida – ¿No pasa nada por decidir hacerla allí tan repentinamente? ¿No habrá problemas?
–         Olvidas que Jesús es nuestro Amo – dijo la japonesa muy seria – Si quiere disponer de la casa de una de sus mujeres, ésta no puede negarse.
–         No, si no me refiero a eso – insistí – Estaba pensando más bien en el marido de Natalia… ¿No dirá nada?
–         ¡Ah! No te preocupes por él.
Supuse que Natalia sabría manejarle. Aunque no me imaginaba cómo se las iban a apañar las tetonas para expulsar al hombre de su propia casa para permitir que Jesús celebrara su cumpleaños con las mujeres de su harén.
El almuerzo transcurrió de manera tranquila. Kimiko aprovechó la comida para descansar un poco de tanto ajetreo, pues, aunque ya tenía dispuestas todas las cosas que iba a necesitar al día siguiente, había tenido que currárselo para organizar el transporte hasta casa de Natalia.
–         Y tú – me dijo – lo que tienes que hacer ahora es pasarte por el spa de Rocío. Ella ya está avisada y sabe qué tratamientos tienes que hacerte.
–         ¡Ah, vale! ¿Y qué tratamientos son esos? – pregunté.
–         ¿Tú qué crees? ¡Hay que depilarte de la cabeza a los pies! – respondió ella guiñándome un ojo.
Lógico.
–         ¿Y mañana? – inquirí – ¿Me paso por aquí y nos vamos juntas?
–         No, no. Ahora te doy la dirección de Natalia. La fiesta empieza a las nueve, así que procura estar por lo menos tres horas antes. No hace falta que te arregles, después podrás hacerlo en la casa, pero eso sí, ven con tiempo – me insistió.
–         Tranquila. Pero si quieres me paso y te recojo. O me vengo a comer otra vez y te ayudo con todo.
–         Te lo agradezco, pero no hace falta. Además, casi con seguridad yo me iré por la mañana apara empezar a prepararlo todo. Eso sí, tú procura almorzar bien que luego no podrás probar bocado…
–         Ah, vale, tienes razón.
Seguimos charlando un rato hasta que empezó a aproximarse la hora de mi cita en el spa. Kimiko me recordó una vez más que fuese puntual al día siguiente y me dio un papel con la dirección de las tetonas escrita.
Me planté rápidamente en el centro de estética y confirmé la cita en recepción. La chica que allí había se me quedó mirando unos segundos, lo que me recordó que había escuchado la conversación subida de tono que había mantenido con Gloria en mi primera visita. Me ruboricé un poco, así que me aparté del mostrador y fui a sentarme en un sofá hasta que Rocío pasó a buscarme.
La chica se mostró tan tímida y sumisa como siempre, a pesar de mis esfuerzos para lograr que se relajara.
Como ella no era la encargada de la depilación, me condujo hasta un cuarto donde una compañera suya se encargó del tratamiento.
No deseo extenderme sobre lo doloroso de la depilación a la cera. Por fortuna, yo mantenía mi vello corporal bastante bajo control, pero aún así, cuando eliminaron el mechoncito del pubis, vi las estrellas y los luceros.
Cuando terminó, me miré en un espejo comprobando que me habían dejado el chocho como el de una muñeca. Axilas, brazos, piernas… ni el más diminuto pelo había escapado al profesional tratamiento.
Y tras el dolor… el placer de un buen masaje con aceites aromáticos. Aunque, por desgracia, la encargada del mismo no fue Rocío, así que no pude solicitar el “tratamiento completo”.
Después, una horita en el jacuzzi, un par de batidos de frutas… me fui para mi casa con una boba sonrisa de satisfacción en la cara.
Justo al salir, Rocío vino a despedirse, disculpándose por no haber podido encargarse ella misma de mi masaje.
–         Es que, mi jefe, Martín… Había que poner al día unas cosas y he tenido que ayudarle…
–         Tranquila, cariño – le dije – No pasa nada. Por cierto, ¿te han avisado ya del cambio de sede de la fiesta?
–         Sí, sí – respondió mirándome con una extraña expresión – Kimiko me mandó un mensaje…
–         Bueno, pues nos vemos mañana.
Una vez sola en mi piso, tras una buena cena y una pequeña dosis de televisión, rememoré en la cama los acontecimientos del día, pero no duré demasiado despierta pues, agotada por no haber descansado bien la noche anterior y profundamente relajada por la sesión en el spa, enseguida me quedé dormida como un tronco.
Como me olvidé de poner el despertador, el día siguiente empezó bastante acelerado, conmigo llegando tarde a trabajar.
Las clases se me hicieron eternas, especialmente porque ese día no tenía clase con el grupo de mi Amo. Aunque intenté localizarle (para felicitarle por su cumpleaños), averigüé que ese día no había acudido al instituto. Ni Gloria tampoco. Al parecer la pequeña golfa estaba pasando el día con nuestro Amo. No me gustó.
Mejor no les cuento lo nerviosa que estaba en mi casa, horas después, tomando un buen almuerzo (como Kimiko me había ordenado), a pesar de tener un nudo hecho en el estómago por los nervios.
El cumpleaños de mi Amo… la fiesta… el regalo del coche… el regalo privado que íbamos a hacerle Kimiko y yo… y finalmente… mi culo sería esa noche propiedad de Jesús…
Tratando de olvidarme de todo eso, me zambullí en los preparativos. El vestido de noche (sí, el que “adquirí” en la tienda de Natalia el día que me la presentaron) fue revisado una vez más, para asegurarme de que estuviese impoluto y, a continuación, devuelto a su funda. Los zapatos de tacón alto… listos. En el cuello no llevaría joyas, sino el colgante que me había regalado Jesús, del que no me separaba nunca. Eso sí, pasé un buen rato escogiendo unos delicados pendientes y una pulsera que hicieran juego con el mismo. La ropa interior… la más sexy que pude encontrar en los cajones, de color negro, medias, tanguita y liguero… sostén no, pues el vestido dejaba la espalda al descubierto.
A pesar de tener GPS en el móvil y de haber programado la dirección de Natalia, me aseguré todavía más accediendo a la web de Googlemaps e imprimiendo un plano en papel. Sólo por si acaso. La batería del móvil… bien cargada.
A eso de las cinco de la tarde, me di una ducha, me vestí con ropas cómodas, recogí todas las cosas y me marché del piso con el corazón a punto de salírseme disparado por la boca.
Me llevó una media hora el salir de la ciudad y conducir hasta la urbanización de lujo ubicada en las afueras a la que correspondía la dirección de las tetonas. Admirada, conduje mi coche entre lujosas mansiones, separadas las unas de las otras por centenares de metros, gozando todas ellas de extensos jardines rodeados por muros que aseguraban la completa intimidad a sus ocupantes.
Por fin, llegué a la dirección correcta y bajando la ventanilla del conductor llamé a un timbre con videovigilancia que quedaba al lado del auto. Tras unos segundos de espera, me sorprendió escuchar la voz de la propia Kimiko que me saludaba por el telefonillo. Tras devolverle el saludo, se escuchó un chasquido y las puertas que daban acceso al jardín empezaron a abrirse lentamente.
–         El garaje está siguiendo el camino de la derecha – oí que me decía la japonesa mientras ponía de nuevo el coche en marcha.
Minutos después, la misma Kimiko me abría la puerta de la casa, saludándome con los dos besos de rigor.
–         Estupendo – me dijo – Llegas temprano. Espera, que te ayudo con eso.
Agarrando una de las bolsas que llevaba, me condujo al interior de la casa, mientras yo contemplaba admirada el lujo del que se rodea la gente que tiene pasta. Entramos en un pequeño dormitorio que había cerca de la cocina, que según me dijo Kimiko pertenecía a la criada y allí dejamos las cosas.
–         Dejémoslo todo aquí de momento – me dijo.
–         Vale – asentí resoplando.
–         ¿Estás lista?
–         Sí, claro – asentí.
–         Estupendo. ¿Un poquito nerviosa?
–         Sí.
–         Tranquila, que lo único que tienes que hacer es estarte quietecita. Ahora vamos a la cocina, que estamos organizándolo todo.
La cocina era tan grande como mi salón. Todo se veía impolutamente limpio. Sobre la enorme mesa central (hecha de azulejos) reposaban los ingredientes no perecederos de la comida. El resto, al parecer, estaba en las neveras.
Allí nos aguardaban dos japoneses, que imaginé serían los cocineros, afanándose en ordenarlo todo.
–         Edurne, te presento a Kenji-san y Tooru-san, mis chefs, que se van a encargar de preparar el sushi que luego serviremos.
–         Encantada – dije mientras ellos me saludaban con ligeras reverencias.
–         La comida occidental la traerá una empresa de catering y debe llegar sobre las ocho. Para esa hora debemos haber empezado ya contigo. Calculo que nos llevará como una hora u hora y media prepararte. Aprovechemos para enseñarte la casa y después vamos a darte un buen baño.
–         Vale, pero acabo de bañarme.
–         Tienes que estás impoluta para el Nyotaimori.
–         Lo que tú digas. Eres la experta.
Kimiko me sonrió.
–         Chicos, ¿tenéis todo lo que necesitáis? Pues manos a la obra – dijo Kimiko añadiendo a continuación unas frases en japonés.
La joven me tomó de la mano y me sacó de la cocina, procediendo a actuar como cicerone en la visita de aquella fabulosa mansión.
Primero me condujo al salón, donde iba a celebrarse la fiesta. Allí parecía estar todo bien dispuesto. La sala no había sido decorada especialmente, nada de carteles con “Felicidades” ni guirnaldas o globos, sino que se había respetado la decoración del lugar, moderna y elegante.
Lo que llamaba la atención era la enorme mesa que habían colocado en el centro, al menos de tres metros de largo por 1.50 de ancho. Ordenados alrededor del borde había un montón de cubiertos, palillos chinos y platos artísticamente decorados, con las servilletas dobladas adoptando diferentes formas. Hasta ese día yo ignoraba que pudieran hacerse tantas figuras con un simple trozo de tela. Pero fue otra cosa lo que atrajo mi atención.
–         Kimiko – dije insegura – En la mesa hay bastantes más de 8 cubiertos…
–         Verás – dijo ella mirándome un poco aturrullada – Es que… además de nosotras… Va a haber algunos invitados más.
–         ¡¿CÓMO?! – exclamé sin poderlo evitar.
Ella me miró muy seria, cortando de raíz cualquier idea que yo pudiera tener de protestar.
–         ¿Te supone eso algún problema? – me dijo en tono cortante.
–         No, no… si es el deseo de Jesús…
–         Buena chica – respondió ella sonriéndome con ternura.
Con tranquilidad, me mostró el resto del salón, la barra de bar, conteniendo una impresionante variedad de bebidas alcohólicas, los cómodos sofás que habían sido arrimados a las paredes, un par de divanes, sillones… todo con pinta de cómodo… y de caro.
A continuación salimos por unas puertas de cristal que daban a la terraza y en ella, una enorme piscina, donde supuse se había desarrollado el último capítulo de la historia con Natalia y Yolanda que Jesús me había contado un par de días antes. En uno de los extremos, había un jacuzzi que nada tenía que envidiar al del spa.
–         Mira – me dijo Kimiko señalándome una senda de losas – ese camino rodea la casa y lleva hasta el garaje donde has dejado el coche. Y esta puerta de aquí – me dijo abriendo una puerta de madera que había cerca de la cristalera por la que habíamos salido – Lleva a un dormitorio.
Abrió la puerta y me condujo a un lujoso dormitorio, decorado como yo sólo había visto en las películas. Una enorme cama ubicada junto a una de las paredes parecía reinar en la estancia. Me estremecí pensando en las sesiones que habrían contemplado aquellas 4 paredes.
–         Esa puerta lleva al baño privado y ésta otra… – dijo mientras la abría – Nos devuelve al salón.
–         ¿Este es el dormitorio principal? – pregunté intrigada.
–         ¡Ay, no nena! – respondió la chica – Es un simple cuarto de invitados. Te lo he enseñado porque es el que suele utilizar Jesús…
–         ¿El que suele utilizar?
–         Sí, cariño. Verás, en nuestro grupo, es muy normal celebrar ciertas… reuniones en las que Jesús nos junta a todas.
–         Comprendo.
–         Lo hacemos más o menos una vez al mes y claro, con semejante palacio a su disposición, solemos hacerlas aquí.
Me imaginaba en qué debían de consistir esas reuniones.
–         Eso me recuerda algo – dije – ¿Dónde están las dueñas de la casa?
–         ¡Oh! Es verdad. Me había olvidado. Después de comer Natalia y su hija se han ido al spa para hacerse un masaje y un tratamiento de belleza.
–         Ah, claro.
–         La verdad es que yo he influido un poquito en que se fueran – dijo sonriendo la joven – Así, con un poco de suerte, conseguiremos mantener en secreto nuestro regalo hasta la hora de la fiesta.
–         Bien pensado – asentí sonriendo.
Pasamos un rato más visitando el resto de la casa, envidiando en silencio el lujo y la opulencia que me rodeaba. Y lo peor era que la decoración era realmente apropiada, nada de extravagancias, lo que demostraba que la voluptuosa Natalia estaba dotada de un gusto exquisito.
–         Bueno – dijo Kimiko consultando su reloj – creo que ha llegado la hora de asearnos.
Me llevó al dormitorio de invitados al que se accedía desde el salón y me dijo que entrara al baño y fuera duchándome. Mientras, ella se dirigió a la cocina a ver cómo iba todo y pasó por el cuarto donde estaban mis cosas para recogerlas.
Me desnudé y dejé mi ropa en un confuso montón en el suelo. Abrí la mampara de la ducha y me introduje bajo el caliente chorro de agua, que dejé resbalar sobre mi piel durante varios minutos, tratando de relajarme y borrar todo rastro de nerviosismo de mi ánimo.
Inesperadamente, sentí cómo la mampara volvía a abrirse y con la vista enturbiada por el agua vislumbré como la pequeña Kimiko, completamente desnuda, había decidido compartir la ducha conmigo.
–         Eres muy hermosa – susurró mientras se aproximaba a mí.
–         Gracias – atiné a responder mientras la observaba con atención.
Era muy delgada, pero aún así, su cuerpo tenía curvas en los lugares apropiados, sólo que no tan exuberantes como las mías. Su piel, lisa y muy pálida, aún dejaba entrever las tenues marcas de las sesiones de bondage que Kimiko practicaba con Jesús. Era bellísima.
Su presencia allí me había hecho sospechar que la chica tenía intenciones de combatir el estrés de la jornada con una sesioncita lésbica y lo cierto es que no me hubiera parecido mal (amén de no haber podido negarme), pero Kimiko simplemente quería asegurarse de que mi aseo era lo suficientemente concienzudo.
Asiendo una esponja, la empapó de gel líquido, pero no usó el bote que había en la repisita de la ducha, sino uno que había traído con ella.
–         Es jabón inodoro – me dijo en respuesta a mi mirada interrogadora – No podemos usar jabón de olor, pues contaminaría el sabor de la comida.
Dicho esto, la japonesita procedió a frotar todo mi cuerpo con la esponja, añadiendo jabón cada vez que el volumen de espuma empezaba a menguar. Fue muy agradable sentir las caricias de sus expertas manos sobre mi piel y, aunque no tenía intención de hacerlo, no pude evitar sentirme un poquito excitada mientras me aseaba.

Sintiéndome un poco juguetona, agarré otra esponja y empecé a lavarla a ella a mi vez, logrando que la chica me dedicara una encantadora sonrisa. Estuvimos así un buen rato, aseándonos mutuamente hasta que Kimiko quedó satisfecha. Agarró entonces la ducha de teléfono y suavemente, dirigió el chorro hacia nuestros cuerpos, eliminando por completo el jabón.

Sin decir nada, ya que no hacía falta, Kimiko me sacó de la ducha una vez estuvimos bien enjuagadas y utilizando varias toallas, nos secamos la una a la otra.
–         Siéntate aquí – me dijo señalando un pequeño banquillo.
La obedecí, quedando sentada frente al espejo y ella comenzó a secarme cuidadosamente el cabello, usando un secador de mano que allí había. A continuación procedió a cepillármelo amorosamente durante varios minutos, para finalmente recogérmelo en un moño estilo japonés, muy similar al peinado que ella lucía habitualmente.
–         Preciosa – me susurró mientras miraba nuestro reflejo en el espejo.
–         Gracias – respondí enrojeciendo levemente.
–         Ahora vamos a maquillarte.
Lejos de lo que yo esperaba (por la imagen mental que tenía de las geishas) el maquillaje que me aplicó Kimiko fue muy sobrio y sencillo. Un poco de sombra de ojos, una pizca de polvos, perfil para los labios… la chica tenía buena mano.
–         Ya lo he dicho, pero lo repito. Eres preciosa – dijo haciéndome enrojecer de nuevo.
En aquel rato de intimidad con Kimiko, nuestros lazos de amistad se estrecharon. En aquel instante aprecié de veras a la pequeña japonesa y, sin poder evitarlo, le sonreí a través de mi reflejo, haciéndole una pequeña inclinación de cabeza que ella correspondió.
–         Ahora te toca a ti – le dije levantándome.
–         Ay, no cariño, me temo que debes ir ya al salón. Tooru y Kenji ya deben estar esperándote.
Tragando saliva para armarme de valor, me vestí únicamente con un ligero albornoz que Kimiko me entregó y salí del baño, dejando allí a la joven mientras se acicalaba. Bastante nerviosa, encaminé mis pasos al salón, donde me aguardaban los dos chefs japoneses con todo preparado.
Haciendo de tripas corazón, respiré hondo, recordándome a mi misma que todo aquello lo hacía por Jesús y me planté en la sala, tratando de aparentar seguridad y confianza frente a los dos hombres.
Cuando entré, los dos se volvieron hacia mí, saludándome con una reverencia. Yo la devolví torpemente y me reí con nerviosismo, pero los dos japoneses se mostraban imperturbables, lo que me tranquilizó un poco.
–         ¿Tú lista? – me dijo uno de ellos, aunque no supe cual, pues no sabía quien era Tooru y quien Kenji.
–         Sí – dije asintiendo con la cabeza.
–         Tú desnuda – me dijo moviendo las manos indicándome que me librara del albornoz.
Un poquito acojonada, obedecí acordándome una vez más de Jesús. Tratando de aparentar tranquilidad, me quité el albornoz y lo dejé sobre un sillón, mientras, por el rabillo del ojo, veía que los dos cocineros no se perdían detalle.
Decidida a mostrarme dura, me volví hacia ellos como si estar allí en medio como Dios me trajo al mundo fuera la cosa más natural imaginable.
Las pupilas de los dos japoneses se dilataron, en un inequívoco signo de admiración. El que me había hablado susurró unas palabras en japonés a su compañero, que se limitó a asentir con la cabeza sin apartar la mirada de mí. Me sentí cohibida, pero al mismo tiempo… halagada.
–         Tú mucho guapa – dijo mi interlocutor poniéndose por fin en marcha.
–         Gracias – respondí sonriéndole – Veo que no hablas mucho español.
Él me miró sin entender.
–         Español… – insistí – Tú no hablar mucho bien mi idioma – le dije hablando en voz alta y adoptando inconscientemente la lengua de los indios arapahoes.
¿Por qué coño hacemos eso cuando alguien no habla nuestro idioma?
Pero funcionó, pues su cara se iluminó al entender lo que yo lo decía.
–         ¡Ah! Yo poco español – dijo haciendo el signo de “pequeñito” con los dedos – Tooru – dijo apuntando a su colega – Nada.
Bueno, ya sabía quien era quien.
–         Bueno – dije – ¿Me tumbo?
–         Sí, sí – dijo Kenji asintiendo vigorosamente – Tú tumba.
–         Espero que no te refieras a una del cementerio – dije riendo.
El japonés también se rió, aunque estoy segura de que no había entendido un carajo. Aunque, bien pensado, quizás se reía por el júbilo que experimentaba por el espectáculo que yo estaba ofreciendo.
Sintiendo sus miradas clavadas en mi culito, avancé hasta el extremo de la mesa, que había sido despejado de platos para permitir que me subiese. De un saltito, quedé sentada sobre la madera y, ayudándome de las manos, fui arrastrando el trasero por la madera hasta quedar ubicada más o menos en el centro de la mesa.
–         Tú tumba – repitió Kenji, insistiendo en sus deseos de enviarme a la cripta.
Si bien, hay que reconocer que su frase estaba preñada de sentido, pues, en el fondo, lo que se esperaba de mí es que me quedara quieta como una muerta.
Y así lo hice.
En cuanto me hube tumbado, los dos chefs se inclinaron sobre mí. Uno se encargó de colocar bien mis brazos, que yo había puesto pegados al cuerpo, colocándolos en un ángulo de 30º con las palmas abiertas y pegadas a la mesa. El otro, mientras tanto, ponía en posición mis piernas, separándolas un poco, con lo que estuve segura de que obtuvo un excelente primer plano de mi afeitadito pubis de muñeca.
Una vez satisfechos, comenzaron a colocar la comida sobre mi cuerpo. El encargado de hacerlo fue Kenji, mientras su compañero iba trayendo lo necesario desde la cocina.
He de reconocer que me sorprendieron bastante pues, a tenor de las miraditas que me habían dedicado, yo esperaba que aprovecharan la ocasión para sobarme un poco… Ya había pensado antes en que algo así podía pasar y estaba totalmente decidida a dejarme hacer, pues cualquier sacrificio era poco con tal de hacerle un buen regalo a mi Amo Jesús; pero los japoneses fueron extraordinariamente profesionales. Kenji ni siquiera usó las manos para colocar las delicadas porciones de sushi y sashimi sobre mi cuerpo, sino que utilizó unos palillos chinos, que usaba con tal destreza, que pensé que ni con cien años de práctica lograría emularle.
–         Tú quieta – me reconvino Kenji en una ocasión en que alcé la cabeza un poco en un intento de ver cómo iba quedando la cosa.
Obedecí y les aseguro que fue un acto de tremenda fuerza de voluntad. Durante casi una hora los dos chefs japoneses se afanaron trabajando sobre mi cuerpo, organizando la comida que los invitados iban a disfrutar usándome como bandeja humana. Yo intentaba no mover ni un músculo, pero aún así algún trocito resbaló y cayó sobre la mesa. Ni un mal gesto, ni una protesta, los hombres se limitaban a limpiar lo ensuciado, deshacerse de lo que había caído y colocar un nuevo trocito sobre mi piel, en una posición más adecuada para evitar que volviese a caer.
Progresivamente fui logrando controlar los nervios y sumirme en un estado letárgico, de relajación extrema, tratando de ignorar todo lo que sucedía a mi alrededor. Apenas si me di cuenta de que Kimiko se reunía con nosotros y ayudaba a sus empleados, encargándose de ciertos arreglos florales que iban a quedar sobre la mesa, rodeando mi cuerpo.
Al rato, Kimiko salió para recibir a los del catering con la comida occidental, a los que, por fortuna, condujo directamente a la cocina, privándoles del espectáculo de la tía en bolas del salón. Ayudada por Tooru, fue disponiendo las bandejas en varias mesitas que habían distribuido por la habitación, pero no en la mesa central, donde reposaba el plato principal… Yo.
Por fin, la actividad a mi alrededor fue menguando y los profesionales fueron dándole los últimos toques a su obra, mientras intercambiaban palabras entre ellos en su lengua materna. Entonces, Kimiko, que hasta ese instante no me había dicho ni mú para no alterar mi concentración, se acercó a mí y me habló quedamente al oído.
–         Estás sublime querida. No, no hables, es necesario que permanezcas quieta. Falta poco para que la gente empiece a llegar y tengo que ir a acabar de arreglarme. Pero Kenji y Tooru desean despedirse y quieren decirte que ha sido un placer trabajar contigo, que eres muy bella y que están seguro de que los invitados van a disfrutar enormemente de la comida. Al principio tenían sus dudas de hacer esto contigo, pues es difícil incluso para las profesionales quedarse quieta para el Nyotaimori, pero tú lo has hecho fabulosamente bien.
Tan sólo mis ojos se movieron hacia un lado para captar la imagen de los dos chefs haciéndome una reverencia. Yo, sin poder moverme, sólo pude corresponder cerrando los ojos, pero ellos me entendieron perfectamente. No podía ni hablar, pues habían colocado porciones sobre mi cuello, por lo que se habrían caído de haber intentado articular palabra.
–         Ahora se marchan, pues sólo los invitados podemos estar aquí durante la fiesta. Voy a cerrar las puertas y vas a quedarte un ratito sola. Tranquila que no será mucho tiempo, son casi las nueve y todas somos muy puntuales cuando se trata de Jesús.
–         Y tanto – pensé sin decir ni pío.
–         Este ratito va a ser el más duro, pero es necesario que no te muevas ni un ápice para que no se caiga nada. Luego, cuando llegue la gente, podrás relajarte, pues, en cuanto empiecen a comer, no pasará nada si algo se cae… Lo tirarán ellos. Por cierto, he puesto la calefacción, pero no muy alta. Lo justo para que nos sientas frío.
Volví a cerrar los ojos asintiendo, agradeciéndole el gesto.
Muy cariñosa, Kimiko me dio un tenue beso en la frente y salió de la sala acompañando a los dos chefs. Sentí cómo cerraban la puerta tras de si, dejándome allí sola.
Por desgracia la nº 4 del harén de Jesús (ascendida en virtud a la bocaza incontrolable de Gloria) tenía razón y los siguientes minutos se me antojaron eternos. Ni siquiera podía respirar hondo para relajarme pues, de haberlo hecho, quizás habría desparramado la comida.
Traté de concentrarme en cosas tranquilizadoras, evitando pensar en todo lo que pudiera ponerme nerviosa. Jesús, Amo, culo, sodomización se convirtieron en temas tabús durante ese periodo, en los que repasé mis horarios de clase, la planificación de la materia, la revisión del coche, las fechas de los cumpleaños de mis padres…
Joder… mis padres. Si me hubieran visto en ese momento… Qué orgullosos se habrían sentido… sic…
Pero todo lo bueno se acaba y lo malo también, así que, tras unos 20 minutos que a mí me parecieron horas, comenzó a sentirse cierta actividad al otro lado de las puertas.
Saludos, grititos, risas, sonidos de seres humanos interactuando llegaban hasta mí, bastante amortiguados por las gruesas puertas de madera que cerraban la sala. Aquello, en lugar de tranquilizarme, me puso más nerviosa, pues el momento en que iba a ofrecerme a mí misma como regalo para Jesús se aproximaba.
Mentalmente imaginaba lo que estarían haciendo. ¿Actuaría Kimiko como anfitriona? ¿Habrían llegado ya las dueñas de la casa? ¿Y los misteriosos invitados?
Apurada, logré tranquilizarme lo suficiente para no echarme a temblar, pero aún así mi respiración se aceleró un poco, lo que me puso todavía más nerviosa.
–         Vamos, entrad ya, entrad ya – repetía mentalmente – Jesús, Amo, ven a mí… Contempla a tu esclava que lo haría todo por ti…
Escuché entonces una puerta que se abría, lo que disparó los latidos de mi corazón,  pero no se trataba de la principal, sino la del dormitorio. Instantes después, Kimiko, vestida con un elegante vestido chino (aunque no pude apreciarlo muy bien) se acercaba a la mesa para hablarme.
–         Impresionante Edurne – susurró – Me he adelantado para comprobar que todo iba bien. Increíble chica, no has movido ni un pelo.
Le respondí con una ligera sonrisa.
–         Les vas a encantar – me dijo – Tranquila que enseguida venimos.
Apreté los ojos.
–         ¿Sabes? Jesús está un poco enfadado contigo, pues piensa que no has venido a la fiesta. Nos ha salido perfecto. ¡La sorpresa que se va a llevar!
Me sentí eufórica. Estaba segura de que aquello iba a gustarle a mi Amo.
–         Te dejo, cariño. Vuelvo en un minuto.
El corazón me latía jubiloso en el pecho. Todo nos había salido bien. Esperaba que el esfuerzo que habíamos invertido Kimiko y yo fuera recompensado por Jesús. Bueno, qué coño, esperaba ser recompensada yo y Kimiko… otro día.
Sin querer, me había puesto a pensar en Jesús, en su polla y en lo que había prometido hacerme esa noche. Sin poder evitarlo, la zorra que hay en mí empezó a calentarse.
–         Joder – pensé – El que se coma el sushi que me han puesto en la entrepierna se lo va a llevar bien mojadito…
No sabía yo cuanto.
Por fin, las puertas del salón se abrieron de par en par y las luces se encendieron. Una exclamación de asombro resonó en la sala cuando los invitados vieron el extraordinario servicio que había dispuesto sobre la mesa.
–         ¡No me jodas! – escuché la inconfundible voz de Gloria – ¡Si es Edurne!
Una barahúnda de voces riendo y profiriendo exclamaciones de asombro inundaron la habitación, aunque yo, incapacitada para moverme, no pude apreciar las expresiones faciales de los que las emitían.
Enseguida me vi rodeada por las mujeres del harén de Jesús, que me miraban asombradas mientras cuchicheaban entre ellas. Me sentí orgullosa y feliz al percibir la admiración (y un poquito de envidia) de mis compañeras, que nos felicitaban a Kimiko y a mí por la extraordinaria idea que habíamos tenido.
Pero ni punto de comparación a lo que experimenté cuando percibí la perturbadora presencia de Jesús, que se había aproximado a mí desde atrás, donde no podía verle. Inclinándose sobre mí me susurró al oído, haciendo que se me erizase la piel. Por fortuna el día anterior habían eliminado todo el vello de mi cuerpo, si no los pelos se me habrían puesto tan de punta que se habría caído todo el sushi.
–         Exquisito, perrita – me dijo mi Amo colmándome de felicidad – Me preguntaba donde estarías y resulta que estabas haciéndome este maravilloso regalo…
Tras decir esto, me besó muy suavemente en los labios y yo creí morir de felicidad. Por desgracia, las felicitaciones no eran sólo para mí.
–         Kimiko, un trabajo delicioso – dijo Jesús.
–         Gracias, Amo – respondió la chica – Estábamos ansiosas por complacerte y pensé que una cosa así te encantaría.
–         ¡Pensamos, cacho zorra! – exclamé para mí.
–         Y Edurne-san está haciendo un trabajo realmente impresionante. Estaba deseosa de hacer esto por ti…
–         Bueno, vale… te perdono – pensé.
Con pena sentí cómo el Amo se apartaba de mi lado, intercambiando palabras de afecto con todas sus esclavas.

Kimiko tenía razón, una vez que no estuve sola no me resultó tan difícil permanecer quietecita. Las conversaciones de las demás me distraían y sus felicitaciones y celosas miraditas me halagaban, por lo que pude relajarme un tanto. Por el rabillo del ojo, traté de vislumbrar a mis compañeras, intentando sobre todo encontrar a Yolanda, la única a la que no conocía.

La puta que la parió (bien pensado, era verdad que su madre era bastante puta), qué buena estaba la jodía. Ataviada con un vestido largo de noche de color blanco y negro (a juego con el de su madre), estaba simplemente arrebatadora. Con su media melena peinada a lo paje de cabello negrísimo, que le daba un aire de infantil, pero con una sonrisilla pícara en el rostro… y con un par de tetas que dudaba mucho mi espalda hubiera podido sostener.
–         Bien, chicas – dijo de pronto Natalia – Id tomando asiento que el resto de invitados acaba de llegar.
Me había olvidado de que aquella noche no íbamos a estar solas. Nuevamente la inquietud se apoderó de mí.
Las chicas, en un revuelo de risas y bromitas, fueron sentándose a la mesa, rodeándome. Curiosamente, no se sentaron unas junto a otras, sino que iban dejando una silla vacía entre ellas. Enseguida averigüé por qué.
–         Bienvenidos – resonó la voz de Jesús apagando todas las conversaciones.
El ambiente había cambiado. Las chicas se habían quedado calladas, mirando hacia la puerta del salón. Gloria, que estaba cerca de mi cabeza, dibujó una sonrisilla maliciosa y me dirigió un guiño cómplice. Se lo agradecí, pues me tranquilizó bastante.
–         Bien, ya estamos todos – dijo Jesús – Sentaos amigos míos.
Joder, qué acojonada estaba. Y la cosa no mejoró.
Las sillas vacías empezaron a ser ocupadas por hombres vestidos de smoking negro y pajarita, lo que no era nada extraordinario teniendo en cuenta los elegantísimos vestidos que portaban las mujeres. Lo intimidante era que todos llevaba el rostro cubierto por un antifaz decorado, que les cubría desde la frente hasta el labio superior, ocultando sus rostros.
La escena me recordó a la peli esa de Tom Cruise, “Eyes Wide Shut”, aunque mi enloquecida mente pensó que el título de la película en la que me encontraba sería más bien “Eye Wide Open” a tenor de lo pretendía hacerme Jesús después.
Muy nerviosa, observé a los invitados masculinos. Era seis en total, lo que sumado a Jesús hacía un total de 7 hombres y siete mujeres, con lo que no hacía falta saber muchas matemáticas para imaginarse lo que iba a acontecer en aquella fiesta. Me armé de valor mientras me repetía mentalmente que Jesús había prometido estar conmigo esa noche (bueno, por lo menos con mi culo), así que los desconocidos se repartirían a las demás.
–         Es preciosa – dijo uno de los tipos, que por sus canas parecía ser el mayor.
–         Sublime – respondió otro – Menudo espectáculo Jesús, no me habías dicho que la cena iba a estar tan bien presentada.
–         Yo mismo no lo sabía. Ha sido un regalo especial – respondió mi Amo.
–         Hijo mío, qué vida te pegas – dijo otro – Qué bien te tratan.
–         Así que ésta es la famosa Edurne – volvió a intervenir el canoso.
–         Así es.
–         Es muy hermosa. ¡Seguro que la comida va a saber mucho mejor servida en semejante fuente! ¡Me pregunto cuánto pagarían en Christie´s por semejante bandeja!
Todos rieron.
–         Bueno, no hagamos más cumplidos – dijo Jesús – ¡Que aproveche!
–         ¡Jesús! – exclamó el tipo mayor – ¡Déjame que me encargue yo de trinchar el pavo!
Nuevas risas.
–         ¡A mí no me gusta mucho el sushi! ¡Pero está tan bien servido que creo que voy a probarlo!
–         ¡Yo voy a rebañar el plato!
A pesar de las burlas (unas encantadoras, otras bastante groseras) me fijé en que había dos hombres que no participaban en la algarabía general, no alzando nunca la voz. Se limitaban a conversar con la chica que les había tocado al lado, uno con Yolanda y el otro con su madre, por lo que en medio del follón no pude escuchar sus voces.
Sin esperar más, empezó el rumor de cubiertos y platos, mientras los comensales comenzaban a servirse pedazos de comida de mi cuerpo.
–         ¡Sushi con sorpresa! – exclamó el canoso tras coger un trocito que cubría uno de mis pezones – ¡Y qué bonita sorpresa! ¡Dan ganas de llevársela a la boca!
El jolgorio continuó en el salón, animándose cada vez más a medida que los comensales regaban la comida con buen sake. Algunos de ellos se levantaban de tanto en cuanto para servirse de las bandejas que había sobre las otras mesitas, aunque ninguno se privó de servirse de lo que había sobre mi piel.
Alguno, un poco más osado, llegó incluso a juguetear donde no debía. Di un pequeño respingo cuando me pellizcaron en un pezón, pero, por fortuna, no derramé nada.
Como no podía hacer nada más, me dediqué a observar en silencio a los misteriosos invitados y fui bautizándolos mentalmente a todos. Primero teníamos al del pelo canoso, al que llamé viejo verde; después había uno que parecía ser ligeramente más joven al que denominé tito Luis, pues me recordaba a mi tío; luego estaba golfo, que debía tener la misma edad que tito Luis, al que llamé así porque hablaba menos… y metía mano más. Luego estaba timidín, que no parecía muy mayor y que parecía estar un poquito azorado. Y por último estaban los dos silenciosos.
Mudito 1 y mudito 2… Y en ese preciso instante reconocí a uno de los dos: Yoshi.
Al llevarse la copa con la mano izquierda, la manga dejó al descubierto un tatuaje sobre el brazo. Aunque sólo lo vi un segundo me bastó para reconocer al hermano de Kimiko.
Así que la gigantesca polla de Yoshi estaba en la fiesta… aquello me inquietó bastante, pero luego pensé que no había nada raro en que Jesús invitara a su cumpleaños a un buen amigo como Yoshi. Además, no había que olvidar que el japonés conocía al dedillo las actividades y aficiones del Amo, las compartía e incluso había llegado al punto de entregarle a su propia hermana en bandeja. Su presencia era normal.
Mudito 2 tenía algo familiar, la manera en que me miraba… pero mis ensoñaciones se cortaron de raíz cuando Jesús se puso en pié para hacer un brindis.
–         Quiero agradeceros a todos que hayáis venido esta noche a celebrar conmigo mi cumpleaños. Que estemos juntos muchos años más y que podamos celebrar cien fiestas como estas. ¡Salud!
Extrañamente, sólo los hombres correspondieron al brindis con sus copas, pero enseguida Jesús se dirigió a las chicas.
–         Y a mis zorras – dijo alzando su copa de nuevo – Porque sigan tan buenas y obedientes como hasta ahora. ¡Ése es el mejor regalo que pueden hacerme!
Esta vez todos brindaron.
–         Y esta noche quiero agradecer especialmente a Kimiko y a Edurne por la extraordinaria cena que nos han servido. Os habéis portado muy bien. Estoy muy satisfecho.
Casi pude sentir físicamente las miradas del resto de mujeres clavándose en mi desnuda piel. Pero todas acompañaron el brindis.
–         Bien – dijo Jesús – veo que me habéis guardado la mejor parte.
–         Claro, hombre – dijo viejo verde – Es tu cumpleaños.
–         ¡Y ganas de comérmelo no han faltado! – asintió golfo.
–         Bien. Hagamos los honores.
No sabía muy bien a qué se refería, pero como ya casi no quedaba sushi sobre mi cuerpo, aventuré una miradita hacia el sur. No pude evitar sonreír al darme cuenta de que los invitados habían respetado el sushi que había colocado directamente sobre mi vagina. Bocatto di cardinale.
–         ¡A vuestra salud! – dijo Jesús cogiendo la porción con los palillos.
–         ¡Pero mójalo, hombre! – exclamó tito Luis – ¡La salsa es lo mejor!
Durante un breve instante, no entendí a qué se refería, pero Jesús lo había pillado a la primera. Muy lentamente aproximó la porción a mi entrepierna, y frotándolo un poco, logró introducirlo entre mis labios vaginales, mojándolo bien en mi intimidad. Me estremecí.
–         Ummm… Delicioso – siseó Jesús tras probar el manjar bien sazonado.
Los demás estallaron en aclamaciones y gritos, mitad burlones mitad ebrios.
Yoshi y los demás palmearon a Jesús en la espalda y le llevaron a un lado, hacia la barra de bar, para servirse unas copas. Kimiko, aprovechando la tregua, se acercó a mí y me ayudó a incorporarme, cosa que hice muy trabajosamente, pues estaba bastante entumecida.
–         Ven, por aquí cariño – me dijo ayudándome aponerme en pié – Lo has hecho muy bien. Estoy muy orgullosa.
Por fortuna, la maternal Natalia se acercó a ayudarnos, pues las piernas, acalambradas, no me sostenían. Entre las dos, me sacaron del salón y me condujeron de vuelta al cuarto de baño.
–         Menudo par de zorras estáis hechas – nos reconvenía la tetona señora – Qué calladito os lo teníais. Podríais haber dicho algo, que así sólo vosotras habéis quedado bien.
–         Vamos, Nati – le dijo Kimiko – ¿Me quieres explicar cómo habríamos podido colocar el sushi encima de ese par de montañas? ¡Se habría caído todo!
–         Y el superglue no está bueno – dije con una sonrisa cansada.
–         ¡Par de fulanas! – exclamó Natalia riendo – ¡Encima cachondearos! ¡Que lo habéis hecho en mi casa! ¡Podríais haberme avisado!
–         ¿Y estropear la sorpresa? Ya sabes que eres incapaz de guardar un secreto.
–         ¡Claro! ¡Por eso nos mandaste a Yoli y a mí al spa! – exclamó Natalia comprendiendo de repente.
Seguimos bromeando mientras me reponía en el baño. Muy atenta, Kimiko me dio unas friegas en los músculos, para recuperarme un poco.
Poco a poco, todas las chicas fueron asomándose al aseo para ver cómo estaba. Comentaron admiradas cómo había sido capaz de permanecer tanto rato sin moverme y, en general, no detecté demasiada hostilidad en el ambiente.
–         Seguro que esta noche serás tú la que Jesús se lleve al cuarto – dijo Yoli a la que acababan de presentarme.
–         ¡Eso seguro! – exclamó Gloria – Pero eso se sabía ya de antes. ¡Hoy va a estrenarle el culito!
–         ¿En serio? – preguntó Yolanda – ¿Te lo ha respetado hasta hoy? ¡Querría guardárselo de pastel de cumpleaños!
–         No es eso Yoli – dijo mi alumna – Vente conmigo, que te voy a contar la historia del director de mi insti…
Cuando me dejaron tranquila pude por fin tomar una ducha para asearme, con cuidado de no mojarme el pelo, para no estropear el encantador peinado que Kimiko me había hecho.
Justo cuando me secaba, Natalia y la japonesa regresaron con mis cosas y, delicadamente, me ayudaron a vestirme.
–         Edurne, tengo que decirte una cosa – me dijo Natalia mientras me enfundaba las medias.
–         Dime.
–         Es sobre esta noche, sobre esta fiesta y el hecho de que se haya celebrado aquí.
–         Cuenta – contesté con un breve atisbo de inquietud.
–         Verás, una de las razones de que estemos aquí… eres tú.
–         ¿Yo?
–         Esta noche va a ser… tu prueba final.
–         ¿Mi prueba? – pregunté cada vez más nerviosa.
–         Sí. Jesús me ha pedido que te avise.
–         No lo comprendo. ¿Prueba para qué?
–         Para pertenecer definitivamente al grupo.
–         Pe… pero – balbuceé – Creía que ya pertenecía al grupo.
–         Sí. Pero aún te queda una cosa más por hacer. Hoy tienes que decidir cómo va a ser tu vida de aquí en adelante – me dijo Natalia muy seria – Aún puedes cambiar de opinión y volver a tu vida de antes.
–         Eso es ridículo – respondí con sequedad – Jesús es todo mi mundo y haré cualquier cosa que me pida.
–         Entonces no habrá problemas.
Contemplé unos segundos a las dos mujeres, sopesando lo que acababan de decirme.
–         ¿Y cual es esa prueba?
–         Jesús te lo dirá. No puedo decirte más.
–         ¿Tiene algo que ver con esos hombres?
No me respondieron, pero la mirada que se dirigieron la una a la otra fue suficiente respuesta.
–         Pues me da igual – continué – Si me pide que folle con todos ellos, lo haré. Pero no me apartaré de Jesús por nada.
–         Entonces ya eres una de las nuestras – me dijo Kimiko sonriéndome.
–         Por supuesto.
Natalia me miró sonriente, se encogió de hombros y, rodeando a Kimiko por la cintura, la condujo fuera del baño.
–         Como te digo, no creo que tengas problemas. Termina de arreglarte y reúnete con todos en el salón. Vamos a tomar unas copas y luego le daremos a Jesús las llaves del coche. Está aparcado fuera.
–         Vale.
–         Si tienes hambre, puedes picar algo fuera – dijo la japonesa – Queda mucha comida en las mesas. Aunque nada de sushi; se lo han comido todo – añadió guiñándome un ojo.
Estuve dándole vueltas a la cabeza a sus palabras mientras terminaba de acicalarme. ¿Estaban locas? ¿Qué iba a ordenarme Jesús que pudiera hacer que yo quisiera apartarme de su lado? ¡Nada!
Minutos después, salí del dormitorio y me reuní con los demás. Al verme llegar, me recibieron con efusivos saludos y felicitaciones, alguno incluso aplaudió. Un poco azorada, busqué a Jesús con la mirada, localizándole cerca de la barra, charlando con Mudito 2, ambos con sendas copas en la mano. Cuando me vio, alzó su copa hacia mí a modo de saludo. Yo le sonreí.
A pesar de que deseaba acercarme a él, me vi arrastrada por viejo verde y por golfo, quienes, tras ponerme una copa en la mano, me condujeron hasta un sofá, donde no pararon de piropearme y hacer bromas subidas de tono a mi costa. Yo, imitando a las demás, me vi obligada a seguirles la corriente, actuando como la perrita obediente que era, siguiéndoles el juego a los invitados de Jesús.
A pesar de todo, no me caían mal los dos tipos, especialmente viejo verde, que lograba que sus bromas soeces resultaran bastante graciosas.
Entonces Natalia, golpeando suavemente su copa con una cucharilla, atrajo la atención de todo el mundo.
–         Quisiera proponer un brindis por nuestro querido Jesús – dijo alzando su copa – Querido, no exagero un ápice cuando digo que has cambiado profundamente la vida de todos los que aquí estamos, lo que nunca te agradeceremos lo suficiente.
No la entendí. ¿La vida de todos? ¿De los hombres también?
–         Así que brindo para felicitarte por tu décimo octavo cumpleaños, tu mayoría de edad. Gracias Amo.
–         ¡Ahora las cosas que haces son legales! – gritó viejo verde a mi lado.
Jesús sonrió, alzó su copa y todos brindamos.
Minutos después, estábamos todos en el jardín enseñándole a Jesús el regalo que le habíamos hecho. Él sonreía satisfecho sentado en el asiento del conductor, soportando las jocosas felicitaciones masculinas.
Una vez examinado el regalo, Jesús se bajó del auto y fue acercándose una a una a sus esclavas, susurrándonos unas palabras al oído que nos hicieron enrojecer de placer a todas. Yo fui la última.
–         Perrita, gracias por haberte portado tan bien en mi cumpleaños, me habéis hecho muy feliz. Me ha encantado el coche y tu regalo… mucho más. Pero no te olvides de que hoy me habías prometido otra cosa…
–         Soy toda tuya Amo – respondí en voz baja.
–         Esta noche promete ser muy, muy larga – me dijo – Y va a empezar a tu lado…
Sonreí encantada.
–         Espérame en el dormitorio. Sabes cual es, ¿verdad? Enseguida estoy contigo. Es hora de empezar la fiesta de verdad.
Mi corazón volvió a desbocarse. Sentía intensamente los latidos atronando en mis oídos, por lo que apenas percibí las burlas que me dirigieron los hombres cuando, toda azorada, me dirigí a la puerta lateral que daba al dormitorio.
Con una sonrisilla tonta caminé hacia la puerta, deseando que Jesús viniera ya, mirando ruborizada al resto de invitados que me miraban sonrientes, sabiendo perfectamente lo que iba a pasar en la intimidad del cuarto. Entonces vi a mudito 2, que me miraba intensamente.
–         Espera tu turno campeón – pensé en silencio – Si mi Amo me lo ordena quizás luego puedas catarme.
Premonitorias palabras.
En cuanto hube entrado en el cuarto cerré la puerta tras de mí y apoyé la espalda contra la misma, respirando profundamente con los ojos bien cerrados. Traté de calmarme, para serenar los latidos de mi corazón, lo que logré tras un par de minutos.
–         No seas estúpida – dije hablando sola en voz alta – Ya has follado con Jesús veinte veces. No tienes por qué estar nerviosa. Y el sexo anal no es para tanto, todas las demás lo practican y les gusta y tú no vas a ser menos. La otra vez fue duro pues fue con el mierda de Armando, pero esta vez es con Jesús…
Más tranquila, me senté en la cama a esperar. Pensé en desnudarme, pero recordé que el chico me había ordenado que le esperase allí, no que lo hiciera en pelotas.
Para distraerme, dejé vagar la mente por los acontecimientos de la noche. ¿Quiénes serían esos hombres? Si Yoshi estaba allí, debía ser un grupo de amigos de Jesús, aunque algunos eran bastante mayores… Y era indiscutible que todos sabían lo que Jesús hacía con nosotras, es más, estaba bastante segura de que la noche iba a acabar en una orgía…
Mis elucubraciones fueron bruscamente interrumpidas por el clic de la puerta que daba al salón. Todos mis intentos por tranquilizarme acabaron en fracaso, pues bastó aquel sonido para que mi corazón volviera a dispararse.
Como un resorte, me puse en pie de un salto y permanecí quieta como una estatua junto a la cama.
Y por fin entró Jesús.
Me miró, allí quieta y me dirigió una de sus sonrisas, tan intensa que las rodillas me flaquearon. En ese momento me di cuenta de que estaba muy excitada, aunque eso no tenía nada de extraño.
–         Bueno perrita – me dijo sin dejar de sonreír – Aquí estamos.
–         Sí Amo – respondí sin que mi cerebro fuera capaz de articular otra cosa.
–         Esta noche estoy muy contento contigo – dijo mirándome fijamente – Estás bellísima.
–         Gracias – respondí azorada.
–         Desnúdate.

El corazón me dio un vuelco. La entrepierna me ardía. Los pezones, duros como diamantes. El momento había llegado.

Sin decir nada, deslicé los tirantes de mi vestido de mis hombros y simplemente lo dejé resbalar por mi cuerpo, donde quedó hecho un guiñapo a mis pies.
–         Eres muy bella – repitió él haciéndome estremecer.
Con paso firme, Jesús caminó hacia mí, pero, aunque yo lo ansiaba desesperadamente, no me tocó. Con aire descuidado se quitó la chaqueta y la dejó sobre una silla. Se aflojó la pajarita y, tras desabrocharse un par de botones de la camisa, se dejó caer sobre el colchón.
–         Quítame los zapatos – me ordenó.
Vestida únicamente con la ropa interior y los tacones (con las tetas al aire) caminé hasta los pies de la cama para obedecer las instrucciones de mi Amo. Sentía su mirada sobre mi cuerpo, abrasando mi piel, lo que hacía que mi corazón latiese todavía más deprisa.
Sumisamente, desaté los cordones y le descalcé, dejando sus zapatos bien colocados a los pies de la cama.
–         Los calcetines – me indicó – Quiero que me chupes los dedos de los pies.
–         ¿Eso era todo? ¿Esa era la prueba que tenía que superar? – me dije mientras le obedecía – Sin problemas.
Obedeciéndole, le quité los calcetines de ejecutivo y, sin pensármelo dos veces, empecé a masajear delicadamente sus pies con las manos, mientras mi lengua empezaba a deslizarse entre sus dedos. Estaban salados, pero no me dio reparo ninguno hacerlo. Hasta los saboreé como un manjar, pues eran los dedos de mi Amo.
–         Quítame los pantalones.
Con rapidez, gateé por encimadle colchón y desabroché el cinturón de sus pantalones. No pude evitar sonreír complacida al percibir el notable bulto que tensaba la tela del pantalón.
Con rapidez y un poquito de ansiedad, libré a Jesús de la prenda encontrándome de bruces con su erección, pues el joven había optado por ir sin calzoncillos.
–         Te gusta ¿eh perrita? He pensado que era mejor no ponérmelos porque no iba a durar mucho tiempo con ellos puestos.
–         Estupendo Amo.
–         Cállate y empieza a chupar.
No tardé ni un segundo en obedecerle. Con ansia, agarré su erecto falo, que sentí ardiente entre mis dedos y, lentamente, deslicé todo el tronco entre mis labios, hasta que mi cara quedó apretada contra su ingle. Alzando los ojos, miré el rostro sonriente de mi Amo, que contemplaba cómo su perrita se metía su polla hasta el fondo de la garganta.
Deleitándome en el momento, fui poco a poco retirando mi boca del ardiente pene, dejando que mis labios resbalaran voluptuosamente por toda su longitud, provocando que Jesús emitiera un ligero gruñido de placer, cosa que me encantó.
Cuando sólo me quedó la punta dentro de la boca, empecé a juguetear con la lengua en el glande, logrando que mi Amo cerrara los ojos estremecido por el placer.
–         Mejoras día a día, zorra – me susurró.
–         Gfafias – le respondí.
Su mano se apoyó en mi cabeza, marcándome el ritmo que le gustaba. Sin embargo, no permanecimos mucho tiempo con aquel saludable ejercicio, pues Jesús tenía otras cosas en mente.
–         Para, perrita, para – me ordenó – Esta noche estoy muy excitado y no quiero acabar tan pronto. La primera corrida va a ir al fondo de tu coño, para así durar más rato encargándome de tu culo.
–         Como digas Amo – respondí tras abandonar a regañadientes mi jugoso caramelo.
–         Arrodíllate sobre la cama, a mis pies.
–         ¿Me quito los zapatos? – le pregunté mientras seguía sus instrucciones.
–         No. Me excitan las mujeres con medias y tacones.
Nota mental: A la basura con todos los zapatos de suela plana.
–         Acaríciate – me dijo una vez hube adoptado la posición indicada.
Sensualmente, comencé a deslizar mis manos por mi cálida piel. Siguiendo sus indicaciones, me entretuve acariciando mis senos, poniendo especial interés en mis pezones que pellizqué suavemente con los dedos.
–         Enséñame el coño – siseó.
Incorporándome sobre las rodillas, me bajé las bragas hasta medio muslo, dejando mi depilado coñito expuesto a los lujuriosos ojos de Jesús.
–         Te lo has depilado por completo – me dijo mientras yo me abría bien el coño para que pudiera recrearse con las vistas.
–         Sí. Tuve que hacerlo para el Nyotaimori. Me depilaron todo el cuerpo.
–         Normalmente no me gustan los chochos pelados. Pero a ti te queda bien.
–         Gracias.
Tras decir esto, Jesús se inclinó hacia un lado para abrir el cajón de una mesita de noche. Tras rebuscar en su interior unos segundos me arrojó uno  objeto que rebotó sobre el colchón frente a mí. Un vibrador.
–         Úsalo.
Sin pensármelo un instante, agarré el juguetito e hice girar el conmutador para ponerlo en marcha. Un suave zumbido inundó el cuarto mientras yo, muy despacito, empezaba a juguetear con el ronroneante aparato en mi vulva.
Un calambrazo de placer se extendió por mi cuerpo cuando las vibraciones se desataron en mi coñito. Cuando empecé a frotar el cacharro en mi clítoris, no pude evitar dejar escapar un pequeño gemido de placer.
–         Me encanta que seas tan puta – me dijo Jesús.
Mientras yo me masturbaba, Jesús aprovechó para librarse de la camisa, última prenda que quedaba sobre su cuerpo. Ya completamente desnudo, colocó una almohada contra la cabecera de la cama y apoyó la espalda, dedicándose a disfrutar del espectáculo mientras se sobaba distraídamente el falo.
–         Métetelo hasta el fondo.
Y lo hice. Abriéndome bien el coño coloqué el vibrador en la entrada de mi gruta y lo deslicé sin problemas hasta el fondo, pues ya estaba muy mojada. No me costó trabajo el admitir el juguete en mi interior, pues no era demasiado grande, sin embargo al sentir las vibraciones en el fondo de mi ser me puse a resoplar sin control, con los ojos bien cerrados para sentirlo por completo.
De repente, noté cómo Jesús se movía sobre el colchón, lo que me hizo abrir los ojos. El chico se desplazó hasta quedar también de rodillas frente a mí, con su enhiesto nabo apuntando hacia mí con descaro.
–         Vuelve a chupármela.
Inclinándome hacia delante, apoyé las manos sobre la cama, quedando a cuatro patas, con mi boca justo frente a la picha de Jesús. Sin decir nada, separé los labios y fue el mismo chico el que simplemente echó las caderas hacia delante, deslizando una buena porción de rabo en mi boca.
Con delicadeza, inició un suave movimiento de vaivén, con lo que lo único que yo tenía que hacer era mantener la cabeza firme y los labios bien apretados, mientras sentía cómo la verga de mi Amo se hundía una y otra vez en mi boca. Mientras, el vibrador seguía clavado en mi coño y sus insidiosos movimientos estaban empezando a provocar que mi jugo escapara a borbotones, resbalando por mis muslos hasta mojar las sábanas.
–         Ah, perrita, cómo me pones – siseó Jesús.
Echándose para adelante, Jesús deslizó un buen trozo de nabo en mi garganta. Mientras, sus manos se deslizaron por mi espalda, acariciándome, hasta que finalmente llegaron a mis nalgas, que fueron amasadas con fruición.
Justo entonces, una de sus manos agarró el extremo que asomaba del vibrador y empezó a deslizarlo en mi interior, logrando que el placer que experimentaba se incrementara.
–         Ughghggghh – gorgoteaba yo con la polla de mi Amo enterrada hasta la garganta.
–         Te gusta, ¿eh zorrilla? Qué bien te conozco.
Era verdad. En un par de minutos, Jesús me puso a punto de caramelo y cuando quise darme cuenta, experimenté el primer orgasmo arrasando mi cuerpo, logrando a duras penas mantener la polla del joven en la boca y reprimiendo unas irrefrenables ganas de morderla.
Con desgana, noté cómo la verga de Jesús iba saliendo de entre mis labios, pues su dueño no tenía intención de acabar allí dentro. Dejándose caer a mi lado, Jesús me observó sonriente, mientras los últimos estertores del orgasmo recorrían mi cuerpo.
–         Échate boca arriba.
Pletórica, obedecí de inmediato, quedando tumbada a su lado. Con firmeza, su mano se deslizó por todo mi cuerpo, empezando por el cuello, estrujando mis enardecidos pechos, acariciando mi estómago hasta perderse finalmente entre mis piernas, en busca del insidioso juguetito que no había parado de vibrar.
No pude evitar retorcerme de placer cuando Jesús extrajo el vibrador de mi interior. Sin apagarlo, repitió la trayectoria que antes había seguido su mano sobre mi cuerpo pero en sentido contrario, usando esta vez el vibrador.
Cuando llegó a mis pechos, se entretuvo unos instantes jugueteando en los pezones, que se pusieron más enhiestos si cabe debido a las placenteras vibraciones.
–         Chúpalo – me dijo cuando apoyó el juguete en mis labios.
Y así lo hice. Fue una extraña sensación el sentir el cacharro zumbando dentro de mi boca, pero aquel juego me permitió paladear mi propio sabor.
Entonces Jesús se incorporó, arrodillándose a mi lado, dejando el vibrador activado entre mis labios. Su polla quedó suspendida sobre mi cuerpo, proyectando su libidinosa sombra sobre mi piel, mientras mis ansiosos ojos no se despegaban de él ni un segundo.
Caminado de rodillas sobre el colchón, Jesús avanzó hasta quedar a mis pies y entonces, bruscamente, me agarró por los tobillos y levantó mis piernas, empujándolas al máximo, hasta que mis pechos quedaron apretados contra mis muslos y mis pies, aún con los tacones puestos, tocaron el colchón a los lados de mi cabeza, plegando mi cuerpo por completo, totalmente ofrecida a él.
–         ¡Ah! – gemí sorprendida sin poder evitarlo.
Sin soltar mis tobillos ni un instante, Jesús deslizó sus caderas sobre mí hasta dejar su polla bien apuntada en la entrada de mi coño. La tenía tan dura que no precisó usar las manos para colocarla bien y, de un tirón, me la clavó hasta las bolas sin más contemplaciones.
Mis ojos se dilataron al sentir la súbita penetración. Sin poder evitarlo, mis dientes mordieron el consolador,  lo que produjo un extraño sonido de repiqueteo al vibrar el juguete contra mi dentadura e incontrolables balbuceos escaparon de mis labios mientras sentía cómo aquella verga me asolaba.
Lejos de molestarle, aquello pareció enardecer aún más a Jesús, pues apretó con muchísima fuerza mis tobillos contra la almohada, redoblando la intensidad de los pollazos en mi expuesto coñito.
–         Joder, puta, cómo me pones – siseó Jesús con los dientes apretados por el esfuerzo – Tu coño es increíble. No me canso de follarlo.
Sus palabras me hicieron regocijarme de placer, pero no pude responderlas, pues seguía con el vibrador en la boca. Por fortuna, Jesús me libró de él.
–         ¡Escupe eso! – ordenó – ¡Quiero oírte chillar de placer!
Girando la cabeza, escupí el juguete a un lado sobre la cama, donde permaneció emitiendo su perturbador zumbido tras rodar unos centímetros. Volví la mirada y clavé mis ojos en los de Jesús, leyendo en ellos la lujuria más absoluta.
–         ¿Te gusta zorra? – me dijo – ¿Te gusta cómo te follo?
–         Sí Amo, me gusta – gimoteé – Mi coño es tuyo para que lo uses, me encanta cómo me follas, me gusta todo de ti.
–         ¿Harás todo lo que te diga?
–         Pues claro, Amo. Haré cualquier cosa que me pidas.
–         Bien. Espero que eso sea verdad.
Y siguió follándome sin compasión.
A pesar de la incómoda postura, sentí un placer terrible con la intensa follada. Me sentía llena de gratitud con el Amo por el inmenso placer que me daba cada vez que me jodía y experimenté alivio al constatar que no pensaba volver a follarme delicadamente como había hecho un par de noches antes. Comprendí que ese tipo de sexo no me bastaría nunca más. Era la zorra de Jesús.
–         ¡Uf! Date la vuelta Edurne. Quiero follarte desde atrás.
Desclavándome un instante, Jesús me liberó de sus manos para permitirme colocarme a cuatro patas. Sin aguardar un segundo, se colocó tras de mí y me empitonó el coño con destreza, obligándome a morder la almohada para no ponerme a aullar de placer.
Agarrado a mis caderas, Jesús bombeó a su antojo, hundiendo una y otra vez su durísima estaca en mi interior, dándome empellones tan fuertes que pronto me encontré empotrada contra la cabecera de la cama.
Y justo cuando estábamos en lo mejor, sentí de pronto como uno de los dedos de Jesús se hundía por completo en mi ano. Sorprendida y agitada, mi cuerpo se tensó enormemente, pero he de reconocer que me gustó la sensación. Instantes después, me corrí nuevamente, mientras Jesús penetraba mis dos agujeros.
–         Perrita – siseó entonces – Voy a llenarte el coño de leche…
–         Co… como tú quieras, Amo…
Y se corrió. Sentí cómo el semen se desparramaba en mi interior, llenado mis entrañas de fuego. Enfebrecida, volví a hundir el rostro en la almohada y me puse a pegar berridos sin control, afortunadamente amortiguados por la tela. Jesús se había quedado muy quieto, agarrándome con firmeza de las caderas, procurando que toda su semilla se alojara dentro de mí. Apuesto a que lo hizo así para no mancharse de leche después, pues la sesión no había ni mucho menos acabado.

Una vez vaciadas sus pelotas, Jesús me la sacó y se dejó caer a mi lado. Derrengada, me tumbé junto a él, mirando el techo mientras luchaba por recuperar el resuello.

–         Ha estado muy bien perrita – me susurró – Pero lo mejor aún está por venir.
–         Claro, Amo.
Permanecimos unos instantes en silencio, recuperándonos. De reojo, observé la rezumante verga de mi Amo, que aún permanecía morcillona reposando sobre su ingle. Sabía que, cuando aquella cosa recobrara su vigor, se hundiría de nuevo en mi cuerpo por la vía menos transitada.
Jesús, como quien no quiere la cosa, alargó la mano y agarró el vibrador, que no había parado de zumbar y lo apagó, dejándolo sobre la mesilla.
–         Te ha gustado el juguetito, ¿eh? – me dijo.
–         Me gusta cualquier cosa que tú me des – respondí.
–         Buena perrita.
Más recuperado, Jesús se giró hacia mí, quedando sobre un costado. Su polla dio un saltito y quedó apoyada en mi cadera. Al sentir su calor me estremecí, deseando que volviera aponerse gorda y regresara a mi interior, aunque fuera por el culo.
–         Me encanta follarte – me dijo mientras jugueteaba con sus dedos en uno de mis pezones.
–         Y a mí que me folles.
–         Veremos si es así después de esta noche.
La angustia me embargó. Clavé mis ojos llorosos en él, pero no llegué a preguntarle, pues sus palabras me lo impidieron.
–         Date la vuelta.
Temblorosa, obedecí al instante, quedando tumbada boca abajo sobre el colchón. Incorporándose, Jesús quedó sentado a mi lado y sentí cómo sus manos acariciaban mi espalda, especialmente la zona que exhibía el tatuaje.
–         Yoshi hizo un buen trabajo – dijo – Aunque claro, el lienzo es inmejorable.
–         Gracias – respondí amándole intensamente.
–         He visto que tienes el culito ya recuperado. No te has quejado cuando te he metido el dedo.
–         Es todo para ti.
–         Lo sé.
Sus manos aferraron mis nalgas y las separaron, dejando mi ano al descubierto. Un inquieto dedo recorrió el borde del agujerito, pero no llegó a penetrarlo.
–         Perrita, me pones a mil, no puedo esperar más. Este culito tiene que ser mío.
Me estremecí con nerviosismo, pero también con ansiedad, expectante por lo que iba a pasar. Jesús volvió a abrir el cajón de la mesilla (donde al parecer había de todo) y extrajo un bote de lo que yo supuse era vaselina.
–         Esto lo usaremos las primeras veces – me dijo – para hacértelo más fácil. Pero pronto no lo necesitarás más.
Con cuidado, abrió el botecito y dejó la tapa en la mesilla junto al vibrador. A continuación metió dos dedos y los sacó con un grueso pegote de crema, que procedió a extender por mi ano.
Yo trataba de relajarme, de mantenerme calmada, pero aún así no pude evitar tensarme cuando un dedo embadurnado de vaselina penetró, con lo que mi culo se contrajo, ciñendo al intruso con fuerza.
–         Cómo aprietas, perrita – me dijo Jesús – Cuando tenga la polla dentro espero que hagas lo mismo. Así disfrutaré más.
–         Claro – respondí sin saber que más decir.
Durante un par de minutos, Jesús trabajó en silencio en mi retaguardia. Como tenía la cara vuelta hacia él, pude constatar que aquellas maniobras preparatorias excitaban terriblemente al chico, pues su verga había vuelto a despertar ella solita y volvía a estar apuntando al techo.
–         Madre mía – pensé -Y me va a meter todo eso en el culo…
Y además estaba lo de la última prueba a la que me tenían que someter para aceptarme en el grupo. Claro, eso era, sin duda se trataba de mi sodomización. Jesús disfrutaba con el anal y quería comprobar que podía hacerlo sin problemas. Pues no iba a sentirse defraudado, no me importaba lo que doliera, iba a aguantarlo sin quejarme… por Jesús.
–         Creo que ya está bien lubricado, Edurne. ¿Estás lista?
–         Claro. Cuando tú quieras.
Delicadamente, Jesús hizo que levantara un poco el torso del colchón y deslizó una almohada debajo, para que mi culito quedara más alzado. Yo estaba nerviosísima, mientras sentía una extraña sensación en el ano debido a la crema que me había puesto.
Finalmente, Jesús quedó satisfecho y, nabo en ristre, se colocó detrás de mi grupa. Se entretuvo unos instantes más acariciando mis nalgas, hasta que por fin sentí su ardiente barra en contacto con mi piel. Para lubricarse, Jesús llevó su polla hasta mi coño y la frotó repetidas veces, para que se empapara con mi humedad y cuando la tuvo lista, la colocó apoyada en mi ano.
–         Allá vamos – susurró.
Yo no dije nada, simplemente clavé mis uñas en las sábanas, preparándome para soportar el dolor.
Y vaya si me dolió.
Sin prisa pero sin pausa, la verga de Jesús fue abriéndose paso en mis entrañas. No puedo decir que fuera violento ni salvaje, pero lo cierto es que me la clavó de un tirón, lentamente eso sí, pero de un tirón.
Mientras sentía cómo aquella gruesa barra de carne me invadía, apreté los dientes para soportar mejor el dolor, clavando las uñas salvajemente en las sábanas hasta que los nudillos se me pusieron blancos.
Por fin, sentí cómo las pelotas de mi Amo quedaban apoyadas contra mi grupa. Me la había clavado hasta el fondo.
–         Joder qué culo… qué culo… – siseó Jesús – Barato se lo vendí al cabrón del director.
A pesar del dolor, las palabras de Jesús me llenaron de gozo. A mi Amo le gustaba mi culo, le gustaba darme por detrás. Si él era feliz, si él disfrutaba, yo no necesitaba nada más.
–         Tranquila – me dijo entonces – Lo peor ha pasado ya. Me quedaré quieto un minuto. Si después te duele un poco tendrás que aguantarte, porque yo voy a follarme este culo sea como sea.
Sus palabras me hicieron estremecer… Allí estaba el Jesús que yo adoraba. El que me usaba como si yo fuese simplemente una funda para su polla. Cerré los ojos sintiéndome exultante.
Lentamente, Jesús se retiró un poco de mi interior y, con sorpresa, noté que no me dolía tanto como al principio, lo que me tranquilizó enormemente. Tras extraerme unos centímetros, volvió a clavármela de un tirón hasta las bolas, esta vez más violentamente. Me dolió, pero no tanto como había pensado. Soportable.
–         ¿Te ha dolido? – preguntó.
–         Un poco – respondí.
–         Me importa una mierda – respondió él haciendo que mis rodillas temblaran.
Y empezó a follarse mi culo.
Poco a poco, la polla de Jesús empezó a incrementar su ritmo en mi recto. La vaselina que me había aplicado lograba que su verga se deslizara sin problemas en mi interior y pronto me encontré con su pelvis aplaudiendo alegremente contra mi trasero.
Me dolía, sí, pero descubrí que también me gustaba. Que te dieran por el culo era algo… humillante. Y a mí me encantaba que mi Amo me humillara, que me usara a su antojo.
Cuando me quise dar, cuenta, estaba gimiendo como una perra.
–         Joder, qué puta eres – resoplaba Jesús sujetándome firmemente por las caderas – Tanto gimotear y ya estás disfrutando de la enculada. Eres peor que la tetona.
No podía discutírselo. Estaba disfrutando. Me dolía, pero el placer era mayor.
–         Tienes razón Amo, me gusta que me des por el culo – gemí – Tenía miedo, pero tu polla es magnífica. Me encanta que me encules.
Estaba exagerando para excitarle, claro. Pero no demasiado.
–         Eres perfecta, zorrita – siseó el chico – Pero aún te falta un poco…
–         ¿El qué, Amo? – pregunté con angustia.
–         Debes estar dispuesta a todo para estar conmigo.
–         ¡Y lo estoy!
–         ¿En serio? Pues empieza por chuparle la polla a mi amigo.
Alucinada, giré la cabeza y me encontré con un hombre completamente desnudo junto a la cama, exhibiendo una erección tan intensa que su polla parecía un cohete a punto de despegar. Sorprendida, me fijé en que el hombre llevaba todo el cuerpo depilado, sin rastro de vello corporal, como yo.
Justo entonces reconocí el diseño del antifaz que cubría su rostro. Era mudito 2.
El tipo había sido super sigiloso para entrar en el cuarto, pues yo no había escuchado ni la puerta ni sus pasos, aunque, bien mirado, quizás había sido por estar concentrada en otros asuntos.
–         Así que ésta es la prueba – pensé – Follarme a sus amigos. Pues vaya cosa.
Sin decir nada, simplemente estiré la mano y agarré la ardiente polla que me miraba con descaro. Tirando suavemente, lo atraje hacia mí, hasta que logré que quedara de rodillas sobre el colchón a nuestro lado. Sin embargo, no era aquello lo que buscaba aquel tipo, pues, dando un gruñido, liberó su polla de mi mano, para asirla a continuación con la suya propia.
Yo estaba algo confusa, pues no entendía qué quería el desconocido, pero pronto se hicieron patentes sus intenciones. Con la mano libre, me aferró por los cabellos y tiró, acercando mi rostro a su erección. Luego, enarbolando su verga como si fuese una porra, me golpeó varias veces en la cara con ella, lo que me sorprendió muchísimo.
–         Abre la boca, perrita, o nuestro amigo te va a ostiar a pollazos – dijo Jesús riendo mientras redoblaba sus esfuerzos en mi culo.
Un poquito anonadada, separé levemente mis labios para admitir entre ellos la erección de mudito 2, que aprovechó el estrecho hueco para hundírmela en la garganta sin contemplaciones. Medio asfixiada, no pude reprimir dar arcadas cuando el trozo de carne me llegó hasta el fondo, pero logré controlarme tras unos segundos, pues el volumen era algo inferior al de la polla de Jesús, con lo que ya estaba acostumbrada a manejarme con tallas mayores.
El cabrito aquel no se cortó un pelo y, aferrando con fuerza mis cabellos, empezó a follarme la boca con ganas. Al principio aquello me molestó mucho, pues me impedía respirar con normalidad y me costaba lo mío reprimir las arcadas; sin embargo, poco a poco, fui cogiéndole el gusto al asunto; me encantaba que el tipo fuera tan brusco, que se limitara a obtener de mí lo que le apetecía, me sentía cada vez más caliente, cada vez más puta…
En ese momento, Jesús me propinó un fuerte azote, que apunto estuvo de provocar un buen mordisco en la polla que tenía en la boca por la sorpresa. Por fortuna, supe controlarme.
–         Para, zorra – me ordenó Jesús – Vamos a probar otra cosa.
Con reluctancia, tuve que dejar escapar la cada vez más sabrosa polla de entre mis labios. Satisfecha, no pude reprimir una sonrisa de agradecimiento a nuestro misterioso invitado. Me había gustado chupársela.
Justo entonces Jesús se puso en acción. Lentamente, me extrajo la verga del culo, cosa que me dolió un poquito, consiguiendo que volviera a concentrarme únicamente en él.
–         Ah, perrita, qué maravilla de culo.
Entonces hizo algo inesperado. Se levantó de la cama y caminó hacia un armario, en cuyo interior estuvo rebuscando unos instantes. Cuando regresó a la cama, portaba un objeto que no tardé mucho en identificar: una cámara digital.
–         Enséñame el culo, zorra – me ordenó mientras activaba la cámara.
Y yo, obediente, me incliné y separé las nalgas con mis manos, ofreciéndole a mi Amo un primer plano de mi culito recién follado.
–         Me encanta cómo se te va cerrando el agujerito después de sacarte la polla – dijo mientras me grababa.
–         Gracias, Amo – respondí avergonzada.
–         Tú – dijo haciéndole un gesto a Mudito 2 – Túmbate boca arriba – Y tú, quiero que te claves su polla en el coño.
Súbitamente comprendí sus intenciones. Recordé el fin de semana pasado con Gloria en mi casa y comprendí que iba a experimentar la doble penetración. Tragué saliva y respirando hondo, me armé de valor para subirme a horcajadas sobre la verga del tipo, que ya había adoptado su posición.
–         Así me gusta – dijo Jesús mientras yo me clavaba lentamente en la polla del desconocido.
Cuando quedé bien empalada en la verga, con mi culito apoyado contra la ingle del hombre, éste agarró con fuerza mis nalgas con las manos, con tantas ganas que me hizo daño, sin embargo no me quejé. El muy cabrón tiró hacia los lados con intensidad de mis mofletes, ofreciéndole a Jesús una vista completa de mi culito y de mi coño penetrado.
–         ¡Estupendo primer plano! ¡Menuda grabación! ¡Spielberg, muérete de envidia!
Seguimos un par de minutos con el jueguecito de la grabación. El tipejo estrujaba mis nalgas con ganas, recreándose en mis curvas, pero he de reconocer que aquello me excitaba. A pesar de permanecer un rato sin hacer nada, la verga en mi interior no decreció un ápice, si acaso se sentía cada vez más gorda e hinchada.
Por fin, Jesús se cansó de grabar y, tras dejar la cámara encendida sobre la mesita de noche, ocupó su posición en mi popa. No pude evitar sentirme asustada.
–         Tranquila, perrita, que esto te va a encantar.
Sentí cómo su polla se frotaba entre mis nalgas, buscando la posición adecuada como un espeleólogo busca la entrada de una cueva. Mis uñas volvieron a clavarse en la almohada cuando sentí cómo el glande se abría paso de nuevo en mi esfínter. Justo entonces, mis ojos se encontraron con los de mudito 2 y eso provocó que me embargara una inexplicable sensación de inquietud.
Sin embargo Jesús logró borrarla de un plumazo por el sencillo sistema de encularme hasta los huevos.
–         ¡AAAHHAHHAHHHHH! – aullé cuando me sentí completamente llena por las dos barras de carne.
–         ¡Oh, perrita! – gimió Jesús – ¡Cómo aprietas! ¡Es genial!
Mudito 2 también gruñía de placer, pero no dijo nada inteligible.
Sentí como mi cuerpo se acalambró al sentirme repleta de verga. A duras penas era capaz de mover mis miembros y mucho menos de articular un pensamiento racional. Mi mente era un fogonazo de luz, me sentía deslumbrada por la intensidad de las sensaciones. Y cuando Jesús empezó a bombearme, llegó el éxtasis.
–         ¡Qué te dije, colega! – resoplaba Jesús mientras me follaba el culo – Ya se ha corrido otra vez. ¡Esta zorra es de marca mayor! ¡Categoría extra!
–         Sí, insúltame, humíllame – repetía mi mente – Dime lo zorra que soy, la guarra que estoy hecha por estar aquí follando con un alumno, dime que me joderás el resto de mi vida, que harás conmigo lo que te plazca, te obedeceré en todo, pero por favor…
–         ¡DAME CON TODO! – grité mientras los dos hombres se hundían en  mí una y otra vez sin compasión.
Creo que en ese momento perdí incluso el conocimiento durante unos instantes. Cuando desperté, la cabeza me daba vueltas y me sentí momentáneamente desorientada, hasta que noté los empellones que Jesús propinaba en mi culo y cómo la otra verga se retorcía en mi coño. Una sonrisa demente se dibujó en mi cara, abandonada por completo al placer.
Al desmayarme, me había derrumbado por completo sobre el cuerpo de mudito 2. Agradecida, empecé a chupar y a besar su cuello, pero de pronto me detuve, pues la extraña inquietud que había sentido antes volvió a apoderarse de mi ser.
Y justo entonces se corrieron. Primero mudito 2 se tensó enormemente bajo mi cuerpo. Sus dedos se clavaron como garras en mis nalgas, apretándome con toda el alma, lo que me hizo dar un gritito. Sentí cómo su semilla inundaba mi interior y mi mente alucinada pensó en cómo su semen iba a mezclarse con el de mi Amo.
Y mi Amo también estalló. Su leche se desparramó en el interior de mi recto, quemándome como lava ardiente, inundándome por completo, arrasándome.
Me sentía elevada, próxima al nirvana, con aquellos dos hombres prendidos a mi cuerpo, dándomelo todo y exigiéndomelo todo a cambio.
Cuando estuvo saciado, Jesús salió de dentro de mí, se derrumbó sobre el colchón a nuestro lado y me sonrió alegremente. Agotada, le devolví la sonrisa como pude y él me respondió con un guiño.
–         Espera – vamos a inmortalizar el momento.
Tras decir esto, Jesús recogió la cámara de encima de la mesita y la enfocó hacia nosotros.
–         Bueno, perrita, creo que ha llegado el momento de que conozcas a nuestro invitado. Quítale la máscara.
La inquietud retornó. El corazón atronaba en mi pecho y me retumbaba en los oídos. No sabía por qué, pero de repente, no quería saber quien era el desconocido. Temblorosa, alargué la mano hacia su rostro y miré a Jesús, que seguía grabándonos.
No es exacto, en realidad me grababa A MÍ, queriendo sin duda captar mi expresión cuando descubriera la identidad del misterioso desconocido. Estaba asustadísima.
Con torpeza, mis dedos  aferraron el borde de la máscara y, muy lentamente, la despegaron del sudoroso rostro de mudito 2.
Me quedé petrificada, el espanto se abrió paso por mis venas. No entendía nada, no sabía qué estaba pasando, todo a mi alrededor se me antojaba irreal…
Tumbado en la cama bajo mi cuerpo, con su cada vez más menguante polla aún hundida en mi interior, los ojos de mi novio me contemplaban con una indescifrable expresión en el rostro.
Era Mario.
Continuará.
                                                                                TALIBOS
Si deseas enviarme tus opiniones, mándame un E-Mail a:
ernestalibos@hotmail.com
 
 

Relato erótico: “Rompiéndole el culo a Mili (30)” (POR ADRIANRELOAD)

$
0
0

Desperté descansado… la luz del día entraba por la ventana, el canto de las aves, era un día cálido con una fresca brisa, todo parecía perfecto… pero estaba solo… ¿dónde estaba Mili?… otra vez se me activo en mi cabeza la alarma paranoica por lo que pudiera hacer o decir Vane….

Esa loca podía cambiar de humor y planes fácilmente, si nos escuchó anoche en el baño y se puso celosa… podía contarle a Mili todo… total ya era de día y podía largarse cuando quisiera en su auto… salte de la cama y me disponía a salir en busca de Mili…

– ¿A dónde vas?… me pregunto una voz detrás mío.

– Ufff… que susto… iba a buscarte… repuse viendo a Mili en la puerta del baño.

Ella sonrió coqueta y volvió a entrar al baño… creo que tras todas las veces que la poseí en ese club y en todas las formas posibles… estaba por muy satisfecha y despertó de muy buen ánimo… yo más aliviado aún tenía la duda de donde estaba Vane… así que le saque la información a mi manera.

Me acerque al baño, Mili ahora tenía un polo translucido, que igual le llegaba hasta la mitad de la cadera, dejando ver sus gordas nalgas, el camisón de la noche anterior estaba deshecho en una esquina… Mili orgullosa de lo que sus formas causaban en mí, me miraba a través del espejo del lavabo…

– ¿Estamos solos?… pregunte, abrazándola por detrás y sintiendo sus formas.

– Uhmmm… si… dijo complacida de sentirme, luego agrego… Guille vino a buscar a Vane temprano, creo que para disculparse, salieron juntos, seguro estarán desayunando…

Yo comenzaba a acariciarla por encima de su corta y delgada ropa… Mili procuraba hacerse la difícil, la desentendida… pero viendo sus gestos a través del espejo, sabía que estaba cediendo… más aun cuando yo tenía la clásica y habitual erección matutina intentando abrir sus gordas nalgas…

– Ay… yaaa… no te basto abusar de mi anoche… se quejó ella pícaramente, apartándome un poco.

A decir verdad me dio un culazo para hacerme retroceder y me causo gracia. Mili tenía el cabello desordenado, parecía escoba vieja… dándose cuenta tomo una liga y levantando los brazos fue acomodándose el cabello hasta formar una cola… mientras yo me morboseaba mirando su otra cola, la de sus apetitosas nalgas.

Al levantar la vista y ver su sonrisa mientras ella miraba abajo buscando la pasta de dientes… me di cuenta que Mili cometió el error de que al hacerse la cola en el cabello, dejo descubierto su cuello, su punto débil que aprovecharía para abusar nuevamente de su otra esponjada cola.

La abrace por detrás nuevamente, empujando con mis manos su vientre para que su trasero se hunda en mi ingle otra vez… y bese su cuello desnudo… aquel punto débil que le hizo erizar la piel y ponerse nerviosa… soltó el cepillo y la pasta de dientes…

– Qué terrible eres… repuso con los ojos entrecerrados.

– Sera la última antes de irnos… insistí, porque debíamos partir más tarde.

– Nooo… esperaaa un pocooo… refuto Mili.

Seguro quería que me aguante hasta que termine de acicalarse, para que se siente mejor… pero para mí ese era el momento… Mili procuro no prestarme atención, aunque tenía mi verga dura dividiendo sus gordos glúteos. Siguió echando pasta de dientes al cepillo y luego se lo metió a la boca…

Esa espuma blanca que se formaban en sus labios, me recordó como la noche anterior mi leche la salpico por todo el rostro y como incluso se le metió a la boca… no resistí más… me baje el short, le subí un poco el polo y mi verga rebusco entre sus infladas posaderas…

– Ohhhh… exclamo sorprendida al sentirme piel con piel.

En ese instante, la mezcla de agua y dentífrico, se le escapó de la boca, yendo a parar sobre sus senos que ya traslucían a través del polo delgado… pero que ahora mojados se mostraban en todo su esplendor, más aun con su pezón endurecido…

Ella miro sus enormes melones con satisfacción, tratando de oponerse a esa febril excitación… con un dedo tomo un poco de pasta que había chorreado en su seno izquierdo y se lo metió con su dedo en la boca, casi chupándoselo… en una infartante imagen provocadora… eso era todo… no podía masss…

– Ayyy… ouuu… se quejó Mili al sentir mi verga la perforándola otra vez por donde le gustaba.

Nuevamente soltó el dentífrico y el cepillo, esta vez no los quiso recuperar, solo se aferró a los bordes del lavabo sintiendo sus entrañas invadidas por mi erección matinal… tenía los ojos entrecerrados, una expresión de disfrute, aun se escurría algo de espuma entre su mentón y sus senos…

– Nooo… yaaa nooo… insistía Mili resistiéndose a lo inevitable.

Procuro volver a sostener el cepillo, como para continuar limpiándose los dientes… abrió el grifo de agua para enjuagarse, se inclinó para tomar agua y lo hizo… pero fue una mala jugada para ella y buena para mi… en esa inclinación, sus nalgas se abrieron de par en par y no desaproveche la ocasión para hundirle unos centímetros más de tiesa estaca, apretándola más contra mí con mis manos en su cintura…

– Oufff… Ouuu… uhmmm… gimió casi ahogándose.

Ante esa brutal clavada, su vientre se contrajo, obligándola a votar de su boca todo el agua que recién acaba de absorber para enjuagarse… nuevamente su pecho se llenaba de humedad, su polo ya parecía el de esos concursos de camisetas mojadas… donde se aprecian por completo los senos…

No me resiste a jalonear esos deliciosos globos… Mili me miraba sorprendida por el espejo, respirando aun forzadamente… luego volteo aun con la boca, abierta… su cuerpo había despertado hace poco y esa avalancha de sensaciones la estaba inundando y sacándola de sus cabales…

– Ayyy… ¿qué me haces?… uhmmm… gimoteo sorprendida casi sin voz.

Tenía apresada a Mili por todos lados, como un pulpo: una mano apresando su vientre y jalándola hacia mí entrepierna que a su vez apresaban sus pulposas nalgas, mi otra mano estrujaba sus senos que se inflaban con su respiración agitada… y obvio, mi verga empalándola dulcemente por su arrugado anillo…

Mili en vez de intentar huir, más bien frotaba su cuerpo contra el mío nerviosamente, producto de su excitación… tanto que casi me hizo perder el equilibrio porque se apoyaba mucho en mi… en rápida maniobra me recompuse parándome mejor… pero prácticamente la levante un poco… la tenía como bandera en ristre y en vez de quejarse lo disfruto…

– Ohhh… uhmmm…

En mi nueva posición, dada nuestra diferencia de altura hasta ella misma se había empinado un poco como para acomodarse, para evitar que mi verga saliera de su ano… quería conservar cada centímetro llenándola hasta la raíz… en esa extraña posición sus nalgas se abrían más aún…

Mi verga atorando sus entrañas era nuestro punto de apoyo, su senos subían y bajaban con su agitada respiración… sin embargo, se dio maña para voltear el rostro y robarme un jugoso y desesperado beso, mezcla de todas las sensaciones que disfrutaba… al menos ahora su aliento era a fresca menta…

Cuando no soporto más, nuevamente se apoyó contra el lavabo, yo abrí un poco las piernas para no tenerla empinada en esa forzosa posición… ella sola se rindió, ya había olvidado el cepillo y la pasta, esa labor quedo a medias dejando huellas blancas en sus labios, mentón y senos…

– Ayyy… me encanta lo que me haces sentir… uhmmm… dijo en voz ahogada.

Mili solita se iba inclinando y empinando su gordo rabo, para que lo fustigue en una cabalgata feroz, esta vez con los codos y brazos apoyados en el lavabo y las manos aferradas al borde, para resistir todo.

No necesite mayor consentimiento para comenzar a taladrarle su cálido esfínter que ya palpitaba ansioso sobre mi verga… la tome de la cintura y empecé a estamparla contra el lavabo. Era temprano, había descansado bien y tenía todo el ímpetu de tener las cosas más claras respecto a Mili, la adoraba.

– Uyyy… que biennn… asiii… uhmmm… exclamaba satisfecha.

En esa posición semi agazapada, me dejaba su culo a mi merced, para que se lo rompa a placer… mientras veía sus senos saltar… con cada incursión veía sus nalgas remangarse en mi ingle y rebotar, yo estaba aferrado a su estrecha cintura que por momentos parecía que se iba a quebrar…

Puse mis manos a los lados de lavabo para apoyarme en él y darme impulso, ahora los recorridos de mi verga en sus entrañas no eran tan largos, más bien eran más rápidos y cortos pero con mayor impacto…

– Ayyy diosss… que fuerteee… me partesss… siii… uhmmm… gemía enloquecida.

Ella me miraba sorprendida, con la boca abierta en expresión entre aterrada y placentera… yo estaba completamente absorto en sus nalgas rebotando en mí, en esa dulce fricción que me generaba… pero sentí que me miraba… y fue peor para ella…

Note que su otra cola, la de su cabello, también saltaba por el ímpetu que le imprimía a su enorme trasero… me dije ¿Por qué no?… la tome del cabello con una mano y la jale hacia atrás, mi otra mano la apoye en su cintura para evitar que deje esa posición…

– Ahhh…. Ouuu… se quejó levemente por mi accionar.

Más bien en esta maniobra le estaba arqueando la espalda… ella sumisa me seguía en todo lo que hiciera, sabía que también se beneficiaría, que le proporcionaría más placer… con sus manos aun aferradas en el lavabo, los senos saltando, ella lagrimeaba de placer…

En esa posición, la estaba cabalgando en todo el sentido de la palabra… ella nuevamente se retorcía de placer… parecía estar esperando que me viniera para dejarse llevar… pero su cuerpo no pudo más y en violentos pero reconfortantes espasmos termino su dulce agonía en un violento orgasmo…

– Uhmmm… uffff… uhmmm… resoplo finalmente satisfecha.

– No amorrr esperaaa… reclame sintiéndome cerca de llegar.

– Si… si…. Ven… me dijo.

Evidentemente su inflado trasero y su goloso esfínter estaban sensibles tras ese brutal orgasmo… me di cuenta de eso y solté un poco las riendas, dándole cierta libertad…

– ¿Qué haces?… exclame al verla actuar inusualmente.

Ella se desengancho de mí rápidamente, aun la veía agitada… pero inmediatamente se arrodillo frente a mi… al ver que no actuaba o le seguía la corriente… increíblemente… procedió a pajearme y succionarme la verga… terminando la tarea que su delicioso rabo dejo casi por terminar…

– Ay mierd… salteee… le advertí.

Pero no hizo caso, mi verga exploto sobre su garganta, cuando empezó ahogarse la alejo un poco… pero sin dejar de pajearla como para que escupa todo… no le importaba que le manchara el rostro, esta vez se esparció más que el día anterior por todo su rostro…

– Ohhh… ufff… ufff… estás loca… ufff… exclame satisfecho.

Otra vez, en agradecimiento por el fenomenal orgasmo que le di… procedió a limpiarme la verga, exprimiendo hasta la última gota de semen en mí…. Luego se alejó sonriendo, aun con leche escurriendo de su rostro… tomo un poco del mentón y se lo metió con un dedo…

Eso me hizo escupir una gota más que con su lengua limpia… antes se había tragado mi leche, creo que esta vez quiso probarlo… en ese momento de placer y locura dimos rienda suelta a disfrutar sin complejos ni limites… ella me estaba enloqueciendo…

Creo que el día anterior, al notar como casualmente al acabar en su boca me excito al máximo, Mili quiso repetir esa situación… si yo hacia todo por satisfacerla analmente, porque ella no podía complacerme de esa forma…

Había algo de reciprocidad en esto… yo hacia el esfuerzo físico sometiéndola para darle placer y ella me causaba un impacto visual con sus formas, su entrega y ahora con sus mamadas y tragadas de leche…

También creo que había algo de competencia por lo de Vane… Mili quería mostrarse más audaz y atrevida conmigo en el sexo, cosa que seguramente no tendría con la blanquiñosa y desabrida de Vane… así que Mili decidió desinhibirse por completo como para darme la más grata experiencia y que no mire a otros lados…

Por otro lado, luego me dijo que se atrevió a eso porque temía que me canse de ella, que su cuerpo dejara de excitarme… ya que en algunas de las ocasiones en el club yo la hice llegar 2 veces (en el rio y en la fiesta) y ella solo me hizo llegar una vez… entonces pensó que quizás me estaba volviendo inmune a sus encantos… que debía encontrar otras formas de hacerme llegar con ella…

Bueno, no podía decirle que aquellas veces que me demore más fueron porque tenía la cabeza en otro lado por culpa de Vane… al final gracias a ella conseguí mayor satisfacción con Mili… creo que en parte debía estar agradecido porque la presencia de Vane ayudo a mejorar mis encuentros sexuales con Mili…

Volviendo al relato, Mili y yo habíamos quedado extasiados en el baño, recuperando la respiración ambos sin dejar de mirarnos y sonreír satisfechos… yo estaba feliz, encontrar una mujer que haga de todo por complacerte es genial… estábamos tan abstraídos, perdidos en nuestras miradas y sonrisas, que para nosotros no importaba nada más… pero…

– Ayyy… uds. son… son unos cochinos… aggg… exclamo Vane con expresión asqueada.

No nos percatamos que Vane toco la puerta del cuarto, ni de sus pasos yendo al baño… la imagen que ella encontró fue: Yo aun de pie exhausto apoyado contra la pared con mi verga aun parada y Mili arrodillada frente a mí con todos mis líquidos chorreando por su rostro, sobre todo su boca y labios, y también sobre sus senos…

– No le hagas caso amor a esa reprimida… me dijo Mili en voz baja, luego agregó: esta celosa porque solo puede llegar así en sus sueños húmedos…

– Jajaja… ¿en serio?… reí nervioso recordando y haciéndome el desentendido por lo de ayer.

– En realidad creo que… ella se estuvo masturbando ayer… olía terrible su cuarto… me dijo Mili.

– Ah sí… seguramente… agregue siguiéndole la corriente a Mili y aliviado que pensara así.

No quise profundizar más en lo sucedido anoche, no me convenía… solo le di a entender a Mili que poco importaba lo que pensara la loca de Vane, (total cada quien disfruta su sexualidad como le plazca)… cerramos la puerta, por si acaso el fisgón de Guille se asomaba… después nos reímos de la situación… Vane parecía destinada a atraparnos en las situaciones más íntimas, para incrementar su envidia…

Escuchamos afuera la voz curiosa de Guille preguntando qué pasó… pero oímos que se alejaron de la cabaña para darnos nuestro espacio. Después nos enteramos que habían ido a buscarnos preocupados porque no aparecimos en el restaurante para desayunar… Además debíamos abandonar las cabañas a mediodía, teníamos alistar nuestras cosas para preparar nuestro regreso a la ciudad.

Mili y yo nos acicalamos rápidamente y fuimos al restaurante a devorar el desayuno… la expresión de felicidad que teníamos nadie nos la borraba. Tampoco nadie le borraba la extraña expresión que traía Vane, mezcla de molestia y asco… seguro recordaba lo que había visto… en parte fue bueno, porque por esa aversión que nos tenía, se le había pegado más a Guille y la inhibió de mandarme indirectas…

El problema era que Vane al principio también sintió asco de vernos follando como perros en la casa de Guille y en la oficina del profesor, pero luego se le antojo que le hiciera lo mismo, hasta me chantajeo… ahora, según ella, yo le debía algo… solo esperaba que no pidiera eso… a estas alturas, esperaba que con el shock que le causamos, se le hubiera olvidado eso…

Subimos nuestras cosas al auto de Vane, ahora el problema es quien manejaba… Vane aduciendo que estaba muy cansada no quería manejar, esa fue una indirecta que me mando sonriendo por mi inesperada visita del día anterior… por suerte Mili lo tomo como que nosotros no la dejamos dormir, y bueno Mili tampoco tenía licencia para conducir.

Guille, era el más descansado, quería continuar amistándose con Vane, si ella no conducía era obvio que iría en los asientos de atrás, y el iría con ella… entendiendo eso, me ofrecí a manejar… solo esperaba que no le pasaran factura a mis reflejos lo poco que dormí, todo lo que bebí y lo mucho que cogí esos días…

Con las cosas en el auto y decidido el conductor, almorzamos en el club a manera de despedida y confraternidad… esperaba que después de eso, no volviéramos a estar tanto tiempo juntos otra vez, más que nada por Vane, que con sus locuras y enredos desestabilizaba al grupo…

Enrumbe por la carretera de regreso, con una sonriente Mili de copiloto. A los pocos minutos, producto del calor y de la merienda, mis compañeros cayeron somnolientos. Poco después me di cuenta que el retrovisor frente a mí no estaba ajustado a mi medida, lo iba mover.

En eso note la mirada coqueta de Vane que había despertado y me miraba casi desvistiéndome… no quise distraerme viéndola… pero sentí su mirada persistente… al voltear nuevamente note que me mostraba 2 dedos, en forma de V… luego hizo una mueca a manera de beso entre ellos…

Dándole sentido a sus señas, habían sido 2 veces las que estuvimos juntos en el club, mejor dicho enganchados sexualmente en las cabañas… bueno, para mi ahí quedaron las cosas… pero Vane insistía en distraerme… otra vez al ver por el retrovisor, me hizo los gestos que temía…

– Me debes una… dijo en voz baja, luego haciendo un puño movió su mano como cuando se come un helado, con la boca abierta y lengua hacia un gesto como de una mamada.

Parecía que después de todo Vane, a pesar de lo que me dijo mientras bailábamos, no dejaría las cosas zanjadas en el club y que nuevamente a pesar de todo el asco que mostro… se le antojo lo que vio…

Vane quería prolongar mi agonía en la ciudad… sospechaba que eso no terminaría bien para nadie…

Continuara…

Relato erótico: “Aunque me costó: ¡Por fin me follo a mi mujer!” (POR GOLFO)

$
0
0
Segundo episodio de Marina, la perroflauta con la que me casé.
Tal y como os comenté en el primer episodio, la vida me sonreía pero me faltaba un hijo para sentirme satisfecho. Por eso me puse a buscar una mujer con la que tener descendencia. El problema fue que cuando la encontré resultó que no solo era una extremista sino que me odiaba porque sin saberlo había mandado a su padre al paro.
Aunque éramos polos opuestos, vi en ella un oponente formidable y por eso cediéndole la mitad de mi fortuna me casé con ella. No teníamos nada en común, ella era una activista de izquierdas y yo un potentado. Ella creía en elevados ideales y para mí, el dinero era mi razón de ser.
Para colmo, en mi despedida de soltero, contrato a una puta que parecía su clon que resultó una mujer maravillosa…
 
 
Mi noche de bodas
Al terminar nuestro banquete de boda, pensé que había llegado el momento de hacerla mía y por eso, acercándome a su lado, le susurré al oído:
-No es hora que nos vayamos a la cama.
-Claro, “cariño”- contestó la muy zorra- tú a la tuya y yo a la mía.
Creyendo que iba de broma le recordé el contrato que habíamos firmado. Fue entonces cuando soltando una carcajada, sacó una copia de su bolso y me dijo:
-Para ser un tiburón financiero, tienes muy malos asesores. Léelo bien. Este contrato solo me obliga a engendrar a tu hijo, no ha tener vida marital.
-Te equivocas- respondí cabreado- lo he redactado yo mismo y sé que te obliga a vivir bajo mi mismo techo.
Descojonada, me contestó:
-Tu mayordomo vive bajo tu mismo techo. ¿Eso significa que te acuestas con él?
-¿Y cómo cojones vas a quedarte embarazada sino es acostándote conmigo?
-Con inseminación artificial- respondió disfrutando la hija de perra.
-Me niego- protesté.
-Entonces te demandaré por incumplimiento de contrato y no solo me quedaré con mi 50% sino también con el tuyo.
 Dándome cuenta por primera vez del lío en el que había metido, salí hecho una furia del salón. Hasta mi llegó el sonido de sus risas.
“Sera puta”, pensé, “esto no se queda así”.
Sentado en la barra del bar, llamé a mi abogado y tras explicarle el tema, me dijo:
-Manuel, ¿Puedo serte sincero?
-¿Tan mal lo ves?
Se tomó unos segundos para contestar diciendo:
-Según mi opinión profesional, estás jodido. El contrato ha sido mal redactado y tu única solución, aunque no está nada claro que ganes, es que intentes anularlo.
Sin poder echar la culpa a nadie más que a mí, colgué el teléfono y pedí una copa al camarero. Anular el contrato además de casi imposible, significaría que había ganado esa cabrona y por eso apurando de un trago mi whisky pedí otro más mientras pensaba en cómo solucionarlo. Tenía claro que no iba a dejar que esa cría se saliera con la suya y encima se quedara con la mitad de mi dinero pero no se me ocurría como darle la vuelta.
Cuando más desesperado estaba por no encontrar una salida, sentí que me tocaban en el hombro. Al darme la vuelta, vi que Marina con otro traje sonreía a mi lado. Pensando que venía a torturarme, ni siquiera me digné a saludarla y me di la vuelta.
-Chiquillo, ¿Así es como saludas a tus amigas?
Al escuchar su acento sevillano, caí en que no era mi nueva esposa sino su clon. Sentí que mi noche iba a cambiar y levantando mi culo del asiento, le pedí que me acompañara.
-¿Qué te ocurre para estar tan malhumorado?- me preguntó mientras llamaba al camarero.
Increíblemente no me importó su pregunta ya que entre nosotros se había tejido una extraña amistad impensable entre puta y cliente. Quizás por eso o puede que en ese instante necesitara una segunda opinión, le expliqué lo sucedido. La muchacha me escuchó atentamente y solo cuando terminé, me soltó con su típico gracejo andaluz, muerta de risa:
-La jodida te tiene agarrado de los huevos.
-Así es- respondí de mejor humor por la burrada- es peor que la serpiente de la biblia.
Fue entonces cuando me percaté que no sabía su nombre porque la noche anterior había insistido en que la llamara Marina, por eso bromeando con ella, le solté:
-¿Qué quieres por tu nombre real?
-Poca cosa, un beso y…mil euros.
Saqué de inmediato de mi cartera su tarifa pero antes de dársela, le dije:
-Espero que esto incluya toda la noche.
Descojonada, la castaña me respondió:
-Por supuesto, puedo ser una puta cara pero no una estafadora como tú.
Encantado por su caradura, le di un beso e insistí en que me dijera como se llamaba.
-Triana me puso mi santa madre.
Satisfecho por no tener que llamarla como a ese engendro del demonio y volviendo al tema que me había llevado hasta la barra de ese bar, le dije:
-¿Se te ocurre algo para salir de este embrollo?.
-Lo tienes fácil…- contestó haciendo una pausa-…¡Mátala! o ¡Viólala!
-No seas bestia- respondí soltando una carcajada- matarla lo había pensado pero lo de violarla me parece muy duro.
-“Quillo”, entonces tendrás que enamorarla. Estoy segura que esa zorrita se moja con solo pensar en que te la tires.
-¡No la conoces! ¡Es fría como un tempano!
Sin importarle las demás personas que estaban en el local, cogió mi mano y se la llevó a la entrepierna diciendo:
-Si eres capaz de excitarme sabiendo que solo eres un cliente, ¿Qué crees que le ocurrirá a esa niña?
Su optimismo me dio esperanzas y bastante más verraco de lo que nunca le llegaría a reconocer, pagué nuestras copas y directamente, me la llevé a la habitación.
Nada más cerrar la puerta, Triana se lanzó sobre mí y sin darme tiempo a quitarme los pantalones, sacó mi pene de su encierro. Pensé que iba a hacerme una mamada pero en vez de arrodillarse, se bajó las bragas y me pidió que la tomara. Su entrega me calentó de sobre manera y apoyando su espalda contra la pared, la cogí en mis brazos y de un solo arreón la penetré hasta el fondo.
-¡Animal!- chilló al sentirse invadida y forzada por mi miembro, pero en vez de intentarse zafar del castigo, se apoyó en mis hombros para profundizar su herida.
La cabeza de mi pene chocó contra la pared de su vagina sacando sus primeros gemidos. Sabiendo que no estaba suficientemente lubricada, esperé a que se relajara antes de iniciar un galope desenfrenado, pero ella me gritó como posesa que la tomara diciendo:
-¡Fóllame!
Fusionando nuestros cuerpos con un ritmo brutal,  la garganta de la muchacha no dejó de aullar al mismo tiempo que sentía su coño forzado. En pocos segundos un cálido flujo recorrió mis piernas mientras Triana se derretía en mis brazos con una extraña facilidad. Sin llegarme a creer su entrega, fui testigo de su orgasmo aún antes de que el mío diera señales. Manteniéndola en volandas, disfruté de su placer mientras en mi entrepierna se iba acumulando la tensión.
Sin estar cansado, la llevé hasta la cama y tumbándola sobre el colchón, la volví a penetrar con mi miembro. Esta nueva postura me permitió deleitarme con la visión de sus enormes pechos bamboleándose al ritmo de mis caderas mientras su dueña pedía mis caricias. Absorto en esas dos maravillas, las acerqué a mi  boca.
Triana berreó como una loca cuando sintió la tortura de  mis dientes sobre sus pezones. Ya totalmente fuera de sí, clavó sus uñas en mi espalda. El dolor que sentí azuzó mi morbo y deseando derramarme en su interior, comencé a galopar sobre ella. Con mi pene golpeando su vagina y mis huevos rebotando contra su sexo, exploté dentro de su cueva  mientras a mis oídos llegaban sus gritos de placer.
Agotado me desplomé a su lado. Aunque no me lo esperaba, Triana se abrazó a mí y con su cabeza sobre su pecho, sonriendo me soltó:
-Definitivamente, Marina tiene suerte- y levantando su mirada, me preguntó: -¿A qué hora os marcháis?
-A las ocho- respondí.
Mirando su reloj sonrió y dijo:
-Tengo tres horas para que nunca olvides tu noche de bodas….
 
Nuestro viaje en avión.
 
Esa mañana me levanté gracias a la alarma del despertador. Había dormido poquísimo pero no me arrepentía, mi noche de bodas había resultado perfecta de no ser que la había pasado con una mujer que no era mi esposa. Lo único malo fue que al abrir los ojos, la sevillana había desaparecido. Asumiendo su papel, discretamente se había marchado sin despedirse.
“¡Qué muchacha más encantadora!”, me dije notando su ausencia.
Lamentando en cierta forma el haberme casado con Marina y no con Triana, me vestí y bajé a encontrarme con mi esposa. La muy hija de perra estaba esperándome en el hall y nada más verme se acercó a mí, diciendo:
-Tienes mala cara, ¿Te emborrachaste ayer?
-Para nada- respondí- un ángel se apiadó de mí y me hizo olvidarme de la que faltaba en mi cama.
La mera insinuación de que había pasado la noche con otra mujer, curiosamente le afectó y de muy mal humor, me pidió que saliéramos rumbo al aeropuerto. Durante el trayecto en coche, se mantuvo en silencio demostrándome sin querer su cabreo. Pensando en su reacción, por primera vez, dudé si Triana tenía razón y esa perroflauta en verdad se sentía atraída por mí.
“Es imposible”, sentencié.
Ya en mi avión particular y en vista de su silencio, saqué unos informes sobre el país donde íbamos para ver si había alguna posibilidad de hacer negocio aprovechando mi estancia.  Al cabo de una hora me había hecho una idea de lo que me iba a encontrar; Sierra Leona es el segundo país más pobre del mundo. Su pobreza viene en gran medida de la guerra civil que ha devastado ese país durante décadas, así como por la corrupción de sus gobernantes. Tras leer que entre  sus riquezas naturales estaba una de las reservas más importante de “rutilo”, me empezó a interesar ya que ese mineral es la base para extraer  “titanio”.
-Coño- me dije- puede que no haya sido tan mala idea venir hasta el culo del mundo.
Cogiendo el teléfono, llamé a un contacto para que me investigara si había forma de contactar con los actuales gobernantes. Acababa de colgar cuando al girarme, vi que Marina estaba dormida en un asiento cercano.
“Dormida parece hasta buena”, pensé.
Recreándome, observé su belleza. La naturaleza le había sido generosa, no solo era una mujer bellísima sino que tenía un par de poderosas razones realmente espectaculares. Vestida con un vestido de algodón, se veía a través de la tela que sus pechos estaban decorados con dos negros y hermosos pezones.
“Está bien buena”, sentencié ya interesado.
Bajando mi mirada por su cuerpo, disfruté de sus piernas.
“Es perfecta”.
Sus muslos y sus pantorrillas parecían cincelados por un escultor, pero lo que realmente me dejó impresionado fue la perfección de sus pies. Cuidados con esmero, tenía las uñas pintadas de rojo.
Llevaba al menos cinco minutos admirándola cuando oí que se quejaba de la postura. Apiadándome de ella, me acerqué y sin despertarla, la cogí entre mis brazos y la llevé hasta la cama que había en el pequeño dormitorio del avión. Al depositarla sobre las sabanas, la vi tan bella que no me pude retener y le robé un suave beso.
Fue entonces cuando abriendo los ojos, sonrió y me dijo:
-Aunque seas un ladrón, gracias.
Creí ver en su respuesta una clara invitación y por eso quise tumbarme a su lado pero ella lo impidió diciendo:
-Sigue trabajando y déjame en paz.
Su tono indignado me hizo salir de ese compartimento y enfadado, volver hasta mi asiento.
“Será hija de puta”, mascullé.
Desgraciadamente para mí, esa mujer me atraía y sus desplantes lo único que conseguían eran incrementar mi deseo. Intentando olvidar su presencia, intenté concentrarme en la pila de informes que tenía que revisar pero me fue imposible.
¡No podía quitármela de la mente!
No me siento muy orgulloso de lo que os voy a contar pero dejando a un lado los papeles y actuando como voyeur, conecté vía ordenador con la cámara instalada en esa alcoba. Mi primera sorpresa fue descubrir que creyéndose a salvo, Marina se había desnudado pero la segunda y sin duda la mayor de las dos, fue percatarme que esa supuestamente frígida se estaba masturbando con los ojos cerrados.
“¡No puede ser!”, exclamé mentalmente mientras seguía totalmente hipnotizado esa escena.
Durante un largo rato, violé su intimidad observando como mi esposa masajeaba su clítoris mientras con su otra mano pellizcaba sus pezones. La razón pero sobre todo la moral me empujaban a apagar el portátil, pero el morbo de espiarla mientras esa mujer se dejaba llevar por la pasión me lo impidió. Así fui testigo de cómo Marina se iba calentando sin ser consciente que su lujuria estaba siendo observada por mí.
“Dios, ¡Que erótico!”, sentencié mientras en la otra habitación, la mujer disfrutaba.
Coincidiendo con su clímax, me pareció leer en sus labios mi nombre.
“Me he equivocado”, pensé al parecerme imposible que fuese yo el objeto de su deseo, “¡Debe estar pensando en otro!”.
Celoso hasta decir basta, apagué el puñetero ordenador y me serví una copa.  Aunque me serví mi whisky preferido, no pude disfrutar de su sabor porque mi mente estaba ocupada recordando la visión de su cuerpo mientras se masturbaba. Desplomándome sobre mi asiento, descubrí aterrorizado que ya no era cuestión de amor propio sino que realmente deseaba hacerla “mi mujer”.
 
Llegamos a Sierra Leona.
 
El aterrizaje en el aeropuerto de Lungi transcurrió sin novedad a pesar de lo exiguo de su pista. Al bajarnos del avión, ese país nos recibió con una bofetada de calor que me hizo pensar en un horno a todo gas.
-¡Puta madre! ¡Qué bochorno!- exclamé casi sin respiración.
A mi lado, mi esposa se rio de mí diciendo:
-Solo a ti se te ocurre venir con corbata.
Sé que debí de hacerla caso pero el orgullo me impidió quitármela en ese instante. Soportando más de cuarenta grados, la seguí hasta la terminal. Dentro del edificio, la situación empeoró porque al calor del ambiente se sumó el producido por el gentío allí congregado.
“A la mierda”, me dije y claudicando, me desprendí de la puñetera corbata.
Por mucho que fuera el aeropuerto de la capital de ese país, sus instalaciones eran una mierda. Sin aire acondicionado y con sus muros agrietados, me hizo temer lo que nos íbamos a encontrar en el campo de refugiados. Mi humor ya era pésimo pero al ver la alegría con la que esa mujer entregaba los pasaportes al policía, se incrementó mi malestar y nuevamente me arrepentí del día que tomé la decisión de casarme con esa mujer.
“Está disfrutando la muy zorra”, rumié  entre dientes de muy mala leche.
Cualquier situación es susceptible de empeorar, dice una de las leyes de Murphy y doy testimonio de su veracidad. Si ya de por sí, ese calor era inhumano cuando por fin salimos de la terminal y junto con los miembros de la ONG nos subimos en la parte de atrás de una pick-up, comprendí las penurias que tendríamos que soportar durante ese jodido mes.
-Verdad que es precioso- soltó Marina camino a nuestro destino.
“¡Es un estercolero!”, pensé pero en vez de exteriorizar mi espanto, le respondí:
-Maravilloso.
-La pena es que a este paraíso lo jodieron las internacionales con sus oscuros intereses.
Debí morderme la lengua pero me indignó la forma tan evidente con el que retorcía la historia a favor de su ideología y sin medir las consecuencias, le solté:
-¡No me jodas! A todas las multinacionales les interesa la estabilidad para así hacer negocios, a esta tierra la ha devastado la división entre sus diferentes tribus.
Mi respuesta cargada de razón no la satisfizo y dimos inicio a una larga discusión donde ella achacaba todos los males de ese pueblo a  los mercaderes de armas y yo, a su incultura y al odio entre las diferentes etnias. Nuestros compañeros de batea nos miraban acojonados. Sin atreverse a intervenir, no les parecía normal que unos recién casados discutieran de ese modo.
En un momento dado, Marina dando por finiquitada la discusión soltó:
-Mejor dejémoslo porque no eres más que un fascista.
Incapaz de quedarme callado, respondí:
-Tienes razón, es imposible hacer razonar a una perroflauta como tú.
 Con nuevos bríos renovamos nuestra bronca y solo dejamos de echarnos los trastos cuando la camioneta llegó al campo de refugiados. La pobreza y la masificación del lugar era tal que incluso me llegó a afectar. No cabía en mi mente que tantos hombres y mujeres y niños pudieran subsistir en tan paupérrimas condiciones.
-Joder- exclamé realmente conmovido.
A mi lado, Marina con el corazón encogido lloraba como una cría. Para ella ver toda esa hambre y desesperación, fue demasiado y cerrando los ojos, deseó que no fuera verdad lo que veía,
-¿Cuánta personas malviven aquí?- pregunté a uno de los veteranos.
-Más de treinta mil- respondió- y crece cada día.  Aunque ahora Sierra Leona está en Paz, no dejan de llegar nuevos refugiados de otros países de la región.
Sabiendo que era solo uno de muchos y que la ONU calculaba más de diez millones de desplazados en esa área, realmente me impactó ver ese conglomerado de chabolas, sin luz eléctrica, sin agua pero sobre todo sin las menores condiciones higiénicas. Al paso de nuestro vehículo, multitud de esos desgraciados se acercó buscando quizás unas migajas que llevar a sus hambrientos estómagos. La angustia que leí en sus ojos, me emocionó y por eso antes de llegar a donde tenía esa ONG su cuartel general, decidí que había que hacer algo.
La casualidad quiso que la directora de ese lugar estuviera esperando nuestra llegada y obviando que Marina esperaba mi ayuda con nuestro equipaje, la cogí del brazo y me la llevé de paseo.  Al cabo de una hora, me hice una idea de las necesidades más perentorias del campamento y sin explicárselo a mi mujer, tomé medidas para que mi gente organizara el rápido abasto.

Al  volver a donde había dejado a Marina bajando nuestros enseres, tuve que preguntar por ella porque no la veía por ninguna parte. Un voluntario me ayudó a encontrar la tienda de campaña donde íbamos a dormir. Cuando entré, mi esposa estaba roja de ira y antes de que me diera cuenta, tiró mi ropa y mi saco de dormir fuera diciendo:
-No soy tu chacha para ir cargando tus cosas mientras tonteas con esa zorra.
-¿De qué zorra hablas?
-De la rubia con la que te has ido dejándome sola con todo.
El desprecio con el que se refería a la jefa de todo ese tinglado, me hizo gracia y sin sacarla de su error, hurgué en su herida diciendo:
-Es lo único agradable que  me he encontrado en esta mierda de país.-
Disfrutando de la reacción que había provocado en ella mi desaparición con Helen, le dije:
-Por cierto, hemos quedado con ella a cenar. Nos espera en una hora.
-No te da vergüenza en vez de trabajar a favor de esta gente, dedicarte a ligar con todo lo que lleva faldas.
Solté una carcajada al oírla y saboreando la situación, le solté:
-¿No estarás celosa?
-Vete a la mierda- contestó y dotando a su tono de todo el desprecio que pudo, terminó diciendo: -¡En África hay que tener cuidado! ¡No vaya a ser que  cojas el sida!…
 
Nuestra primera noche y nuestro segundo día en ese campamento.
 
Tal y como me había anticipado, esa noche, Marina se negó de plano a acompañarme y por eso, cené solo con la directora. Esa cena además de muy agradable, nos permitió planear el modo en que distribuiríamos los víveres que había conseguido. La rubia estaba tan encantada con mi colaboración que incluso se apuntó a acompañarme al día siguiente a ver al presidente de esa república africana.
Al volver a nuestra tienda, la cabrona de mi esposa se n. egó a dejarme entrar aun sabiendo que si dormía a la intemperie sería pasto de los mosquitos. Por mucho que insistí no conseguí hacerla cambiar de opinión y no  me quedó más remedio que irme a dormir al amparo de la nave de una iglesia protestante que había en el lugar.
El sol del amanecer me despertó y tras desayunar, fui a coger ropa con la que al menos dar imagen de hombre de negocios y no la de un pordiosero. Al no ver a mi esposa, cogí lo que necesitaba de la mochila y me fui a duchar. Al cabo de media hora y ya vestido con mejores galas, me recogieron para llevarme a la capital.
Estaba metiéndome en el coche cuando vi aparecer a Marina. Ella al verme acompañado por la directora del campo, llegó corriendo y me preguntó dónde iba.
-A Freetown con Helen- respondí sabiendo que se molestaría- ¿Quieres venir?
-No, me quedó trabajando- de muy malas maneras me contestó.
Como seguía indignado por el modo que me había prohibido la entrada en la tienda que era tanto de ella como mía, no le expliqué las razones de mi partida dejándola con la duda de que narices iba a hacer con esa mujer…
Freetown, la capital de Sierra Leona, con más de un millón de habitantes no se le puede considerar una gran ciudad sino un puerto rodeado de kilómetros de chabolas. Mis contactos me había conseguido una cita con el mandatario de ese país y por eso nada más llegar al palacio presidencial, nos llevaron directamente a verle.
La sorpresa fue que no estaba solo sino con otros dos ministros. Helen me miró alucinada porque llevaba cinco años por esos parajes y nunca había conseguido ver a nadie superior a un subsecretario. Viendo su inexperiencia, le pedí que me dejara hablar a mí.
Para resumir, rápidamente les expliqué que me había comprometido con esa ONG a donar gratuitamente el abasto de arroz y legumbres que necesitaran durante dos años pero como no era mi intención el figurar, le pedí al presidente que anunciara él la medida. El tipo que era un viejo zorro comprendió que eso aumentaría su popularidad y dejando a sus ministros que cerraran los flecos de la ayuda con Helen, me cogió del brazo y me susurró:
-Ya que nos hemos ocupado del pueblo, ahora, ¡Hablemos de negocios!
El mandatario me llevó a una cantina que tenía en el sótano y alrededor de de una mesa y una botella, nos pusimos a negociar. Seis horas después y con varios contratos bajo el brazo, llegamos de vuelta al campamento.  Los primeros camiones con los víveres ya habían llegado. Al buscar a Marina la vi repartiendo la comida recibida entre esa pobre gente. Si de por sí ya estaba enfadada conmigo cuando al acercarme a saludarla, olió que me había tomado varias cervezas se indignó y dejándolo todo, fue contra mí pegándome mientras gritaba:
-¡Y yo que pensaba que conseguiría cambiarte!
Aunque pude evitar casi todos sus golpes, no me fue posible parar su último bofetón.  Sin decir nada, me di la vuelta y me fui directamente a hacer las maletas. Podía soportar sus desplantes pero nunca que se atreviera a usar la violencia.
“Soy un imbécil”, me dije mientras  doblaba la ropa para salir por patas de ese país y de su vida.
Acababa de cerrar las maletas cuando la vi entrar con lágrimas en los ojos.
-Lo siento- dijo avergonzada- me volví loca cuando te vi irte con Helen. Ahora que me ha contado la ayuda que has prestado no sé qué decir.
-Me da igual lo que digas, ¡Me voy!
Acercándose a donde yo estaba, me cogió de la mano, diciendo:
-Perdóname, he sido una tonta. Los celos me hicieron actuar así.
El silencio se adueñó de la tienda, tanto ella como yo,  nos dimos cuenta del verdadero significado de sus palabras. Esa mujer, la extremista que en teoría me odiaba en realidad deseaba compartir conmigo su vida.  El modo artero y cruel con el que me había tratado era un modo de defensa. Sin tenerlas todas conmigo, la agarré de la cintura y la besé.
Marina respondió con pasión a mi beso, frotando su pubis contra mi pene. La presión que ejerció sobre él, me produjo de inmediato una erección y ya dominado por la calentura de tenerla entre mis brazos, deslicé mis manos hasta su trasero.
-¿Estas segura?
Separándose de mí, me miró mientras dejaba caer los tirantes que sostenían su vestido. Al caer este al suelo, me permitió observarla totalmente desnuda por primera vez. Era de una belleza deslumbrante. Con un cuerpo de escándalo, sus grandes pechos y su estrecha cintura eran el adorno necesario para hacer honor a su trasero.
¡Sus duras nalgas eran dignas de un museo!
Os juro que de buen grado me hubiera quedado observándola durante horas porque era perfecta pero al descubrir en sus ojos un enorme deseo, decidí tumbarla en la cama. Marina sonriendo dejó que lo hiciera. Teniéndola sobre el pequeño catre, empecé a acariciarla. Mis manos recorrieron su cuello, bajando por su cuerpo. Sus dos negros botones se le pusieron duros incluso antes de que los tocara.
-Eres hermosa- susurré mientras pellizcaba uno de ellos.
Mi esposa, la perroflauta, gimió al sentir mi caricia. Deseando darle placer, sustituí mis dedos  por mi lengua y apoderándome de ellos, los mamé como iba a hacer nuestros hijos en unos años.
-Me encanta- suspiró reteniendo un grito.
Tener su pezón en mi boca mientras, mis yemas se recreaban en el resto de su cuerpo, era una verdadera gozada. Disfrutando de todos y cada uno de sus gemidos decidí que nuestra primera vez tenía que ser ideal.
Quería  hacerla mía lentamente. Por eso poniéndome en pie, me fui desnudando sintiendo sus ojos clavados en mis maniobras. Su mirada era una mezcla de deseo y de necesidad que me dejó alucinado. Marina me observaba ansiosa, nerviosa, como si estuviera temerosa de fallarme. Ya desnudo, me tumbé a su lado abrazándola.
Mi todavía no estrenada esposa restregó su pubis contra mi sexo, invitándome a que la poseyera pero en vez de lanzarme de lleno, le dije:
Antes necesito tocarte.
Bajando por su cuerpo, dejé sus pachos y me concentré en su estómago liso. Sin gota de grasa era precioso.  Mi lengua fue recorriéndolo.
-Te deseo- gimió descompuesta al notar que me acercaba a su entrepierna.
Al contrario de la mujer que tanto se parecía, Marina lo tenía exquisitamente depilado. Su aspecto juvenil era un engaño porque no tardé en comprobar que olía a hembra hambrienta.
-¡Qué maravilla!- alcancé a decir antes de hundir mi cara entre sus muslos.
Usando mis dedos, separé sus labios y fue entonces cuando apareció ante mí su  erecto botón rosado. La genuina hermosura de su clítoris me invitó a jugar con él. Con la lengua como instrumento de tortura lo lamí continuadamente  mientras pellizcaba sus pezones.
-¡Como me gusta!- berreó gritando para acto seguido llenar mi boca con el flujo que manaba de su cueva.
El dulce orgasmo que asoló a la muchacha se vio prolongado durante un largo rato. Aferrando con sus manos mi cabeza, me pidió que la hiciera el amor. En un intento de prolongar el placer que estaba sintiendo mi mujer, no dejé de beber de su rio hasta que llorando me imploró:
-¡Fóllame!
-¿Quién quieres que te folle?, ¿Tu novio?, ¿Tu Amante? o ¡Tu esposo!-, le pregunté cruelmente, poniendo la cabeza de mi glande en su abertura.
-¡Mi esposo!- me respondió con la respiración entrecortada.
-¿Acaso tienes novio o amante?- dije mientras jugaba con su clítoris.
-¡No! ¡Solo te tengo a ti!-, contestó apretando sus pechos con sus manos.
Escucharla tan desesperada, me excitó e introduciendo la punta de mi pene en su interior, esperé su reacción.
-¡Fóllame!, por favor, ¡no aguanto más!-.
Lentamente, le fui metiendo mi pene. Al hacerlo, toda la piel de mi extensión disfrutó de los pliegues de su sexo al irla empalando. La estrechez y la suavidad de su cueva sublimaron mi deseo y viendo que mi calentura era total,  comprendí que en esa postura no tardaría en correrme.  Por eso sacándola de su interior, la puse a cuatro patas.
-¡Qué haces! ¡Te necesito dentro de mí!- gritó molesta.
Al ver su trasero advertí alborozado que esas poderosas nalgas escondían un tesoro virgen que no desvirgué en ese instante al estar convencido de que iba a hacerlo en un futuro. Colocando la cabeza de mi verga en la entrada de su cueva, le pedí que se echara despacio hacia atrás.  Pero su urgencia y la necesidad que tenía de ser tomada le hizo de un golpe insertársela hasta el fondo.
Marina al sentirse llena empezó a mover sus caderas como si se recreara con mi monta. Comportándose como una yegua, relinchó al sentir que me agarraba a sus dos ubres y empezaba a cabalgarla. Apuñalando sin piedad su sexo con mi pene, no tardé en escuchar sus berridos cada vez que mi glande chocaba con la pared de su vagina.
-¡Úsame como a una de tus putas!- gritó descompuesta al sentir el chapoteo que producían sus labios cada vez que sacaba mi verga de su interior.
Al escucharla, agarré su negro pelo a modo de riendas y azotando su trasero, le ordené que se moviera. Mis azotes  la excitaron aún más y sin importarle que alguien del campamento nos escuchara, me pidió que no parara. Disfrutando de mi dominio, me salí de ella y me tumbé en el catre.
-No seas cabrón- me soltó molesta por la interrupción.
Con su respiración entrecortada y mientras no dejaba de exigirme que la tomara, poniéndose a horcajadas sobre mí, se empaló con mi miembro reiniciando un salvaje cabalgar. No tardé en deleitarme con la visión de sus pechos rebotando arriba y abajo al compás de los movimientos de sus caderas.
-Bésate los pezones- ordené.
Mi ya por entera mujer me hizo caso y estirándolos con las manos,  se los llevó a su boca y los besó. Eso fue el detonante para que naciendo en el fondo de mi ser, el placer se extendiera por mi cuerpo y explotase en el interior de su cueva.
Marina, al sentir que mi simiente bañaba su estrecho conducto, aceleró sus embestidas. Acababa de terminar de ordeñar mi miembro, cuando  ella empezó a brutalmente correrse sobre mí. Con su cara desencajada por el esfuerzo, me dio las gracias diciendo:
-No sabes cómo necesitaba ser tuya.
Totalmente exhausto caí sobre las sabanas, abrazado a una mujer que apenas conocía pero que se había convertido en  mi obsesión. Llevábamos cinco minutos descansando cuando apoyándose en los codos, me preguntó:
-Cariño, ¿Por qué no me explicaste lo que había hecho?
Muerto de risa le contesté:
-Mi querida perroflauta, nunca lo hubieses entendido. Hay veces que hace más quien está en un despacho al teléfono que un centenar de obreros maza en mano.
Sonriendo aunque me había metido con su ideología, contestó:
-Para ser un facha de mierda, tienes bastante razón – y soltando una carcajada, prosiguió diciendo: – A partir de hoy, tomaré en cuenta tu opinión, pero ahora fóllame otra vez o te pongo a trabajar repartiendo la comida.
Por supuesto que esa noche me la follé y no solo una vez, sino varias. Lo que nunca le conté fue que habiéndome gastado quinientos mil euros en dar de comer a esa pobre gente, gané con su presidente más de diez millones.

 
 

Relato erótico: “La gemela 4” (POR JAVIET)

$
0
0

Se recomienda la lectura de los capítulos anteriores para una mejor comprensión de la historia.

Paco estaba algo cortado, aunque intentaba integrarse en la animada conversación que sostenían los padres de Laura y Lola con Marcos el novio de esta última, no podía evitar lanzar furtivas miradas al escote de la mujer, su perfil tan parecido al de la joven, junto a sus pechos grandes y aquellos pezones que pujaban contra la tela liviana del vestido amarillo le atraían excitándolo, de hecho comenzó a empalmarse sin proponérselo, cambió de postura para que no se le notase el bulto pero al estar sentados todos en el tresillo en forma de L ante la tele, tenía pocas opciones para cambiar de lugar, decidió coger su botellín de cerveza aun frio y ponérselo como al descuido sobre el paquete para bajarlo un poco, pues el mejor que nadie sabía el tamaño que podría alcanzar y no quería causar mala impresión.

Dos minutos después se oyó cerrar una puerta en el piso de arriba, se oyeron pasos bajando las escaleras y risas femeninas, unos segundos después las gemelas Lola y Laura aparecieron por la puerta del salón casi directamente ante Paco, pues era el más cercano a aquella entrada y que no pudo más que admirarlas mientras se ponía en pie.

Una de ellas (Lola) llevaba su negro pelo sujeto con un coletero rosa sobre su nuca, dejándoselo caer hasta el principio de la espalda, dejando perfectamente visible su preciosa carita en forma de corazón, en sus orejas lucía unos pendientes finos en forma de aros dorados, bajo su estilizado cuello una camisa de manga corta de color blanco con finos cuadritos rojos, que acababa unos centímetros por debajo de sus pechos donde unas lengüetas de la misma tela permitían hacer un coqueto nudo, se había dejado abierto el escote lo bastante para insinuar sus perfectos pechos, la prenda dejaba bien a la vista su cintura y ombligo, el cual estaba decorado con un pequeño pero llamativo piercing en forma de perla, una falda de algodón azul cielo con volantes blancos, junto con unas deportivas a juego completaban su indumentaria.

Laura llevaba el pelo suelto desparramándose por sus hombros, traía puesta una bonita camiseta azulona de cuello barco con tirantitos finos, que aún sin ceñir su torso resaltaba sus pechos tamaño pomelo, apenas se vislumbraban dos o tres centímetros de piel entre la camiseta y la ligera faldita blanca de amplio vuelo que lucía, esta acababa unos centímetros antes de las rodillas, también llevaba unas zapatillas a juego con su vestimenta.

Ambas chicas eran de semejante altura y hermosa figura, a simple vista era casi imposible distinguirlas, las dos jóvenes se habían pintado y maquillado resaltando la belleza de sus facciones, sus ojos sabiamente realzados y sombreados en tonos suaves resultaban un imán para las miradas, los labios de ambas resultaban tentadores por su brillante efecto de humedad, aunque el tono de carmín usado por ellas variaba ligeramente de color.

La pausa de las chicas en la puerta del salón apenas había sido de 5 ó 6 segundos, pero a Paco le parecía muchísimo más tiempo mientras las observaba, intentando saber cuál de las gemelas era “su” Laura y cual no, entretanto el volumen de su paquete aumento al excitarse con la visión de aquellas hembras tan excitantes, el no se dio cuenta pero ellas si lo hicieron, las chicas le miraron y cuchichearon algo entre risitas para seguidamente acercarse y saludarle, Laura dijo:

– Hola cielo, – Añadiendo más bajito, mientras le besaba en la mejilla.- Menos mal que le das la espalda a mis padres, parece que te hemos gustado mi hermanita y yo.

– Estooo… si claro perdona, Hola Laura tenía muchas ganas de verte.

– Ya se nota nene, mira te voy a presentar a mi hermana Lola, mira Lola este es Paco, ya te he hablado de él.

– Si, ¡y mucho! – dijo ella mientras se acercaba a darle un beso, aprovechando para rozarle el pecho con sus tetas.

– Eencantadoo de conocerte Lola, – dijo el notándose aun mas excitado al sentir aquella presión sobre su pecho, a la vez que cortado por la presencia en la sala de los padres y el novio de la chica.

Seguidamente las chicas fueron a saludar a marcos, momento que Paco aprovecho para excusarse e ir al servicio, Laura le dijo que usara el de la primera planta a la derecha de las escaleras, pues era el que iba mejor, Paco subió y una vez allí dentro se saco el nabo y tras abrir el agua fría del lavabo lo metió en ella, manteniéndolo sumergido mientras se le bajaba la erección, a la vez que se miraba al espejo y decía:

– ¿Pero tú estás tonto o qué? Ponerte así delante de toda esta gente que no conoces, ¿quieres que te echen a patadas o que, so idiota? Y lo peor que ambas se han dado cuenta de cómo estabas, ¡joder si hasta Lola te ha dado un roce con las tetas que…uuff! Bueno pues ahora tranquilízate un poco y sales como si nada, vamos a ver si causamos buena impresión y nos vamos pronto, tengo ganas de repetir lo del otro día con Laura pero a solas.

Entre tanto, en el salón tenía lugar otra conversación a media voz entre los padres, las hijas y Marcos, Lola estaba diciendo:

– Llevabas razón hermanita, menuda polla se gasta, la he notado a través de la falda.

– Ya te dije que estaba muy bien dotado – Dijo Laura, añadiendo. – y cuando entra te rellena a base de bien, creedme que es el más grande que he probado.

– Pues yo lo voy a probar hoy mismo hermanita. – Dijo Lola. – Aquí a marcos no le molesta, verdad cari.

– Ya sabes que no ¡zorrita mía! – Dijo el aludido Marcos mientras metía la mano bajo la falda de su novia, añadiendo a continuación – Así volveré a follarme a Laura mientras tú te lo montas con ese Paco, hace más de 15 días que no la monto.

– Porque estabas ocupado con nosotros, ó es que no recuerdas el trió que nos montamos el miércoles. – Dijo Jesús sonriendo, mientras metía un dedo desde atrás en coño de Pili por debajo del vestido amarillo.

Esta empezó a menear las caderas según entraba libremente aquel dedo en su chochete pues no llevaba bragas, dejando la mente abierta para que la excitación que sentía fuera percibida por sus hijas, se mojó los labios lascivamente con su lengua y gimió sin dejar de menearse mientras decía:

– No me lo vayáis a espantar por ser muy lanzadas, ya sabéis que yo también deseo probarlo.

– Yo quiero montarme un trió con mama y con él, no lo olvidéis. – Dijo Jesús.

– ¿sabéis qué? esto me empieza a sobrar. – Dijo Laura mientras se quitaba el tanga negro que llevaba y donde ya se apreciaban manchitas de humedad.

Marcos que estaba de pie entre ambas chicas no perdió el tiempo y sin dejar de sobetear la entrepierna de Lola, metió su otra mano bajo la falda de Laura, apreciando la humedad de su coñito, un minuto después pajeaba a las chicas a dos manos, la tele sonaba en segundo plano al ser bajado su volumen para poder oír si Paco bajaba del baño, así que solo se escuchaban los sonidos de chapoteos de dedos en las ansiosas vaginas y los suspiros de sus dueñas en el salón.

Las tres hembras hábilmente masturbadas y de sobras recalentadas por el morbo de la situación, además de percibirse gozando en sus mentes y verse las unas a las otras disfrutando a tan corta distancia, no tardaron en correrse de pie como estaban contra los dedos invasores de sus sexos, Laura se estremeció gimiendo y abrazándose al brazo izquierdo de Marcos cuya mano la hacía gozar, Lola estaba abierta de piernas recibiendo las caricias digitales de la mano diestra del joven, con el culete apoyado en el respaldo del sofá, cuando se corrió a su vez entre jadeos que ella misma procuraba ahogar tapándose la boca con una de sus manitas, casi encima de ella Pili estaba inclinada con el culo en pompa recibiendo los dedos de Jesús dándola placer en su chochete, enseguida se corrió y para ahogar los gemidos de gusto beso a Marcos en la boca.

Laura se recupero un poco y ordenó sus ropas, vio como su madre le comía la boca al novio de su hermana, aun persistía en su mente la sensación de calentura sexual y supo que eso no podía detenerse de golpe, no al menos con aquellas dos lobas al lado y con ganas de guerra, así que tras secarse un poco el chochete con el tanga pero sin ponérselo dijo:

– ¿vais a parar un poquito o no? Hay alguien nuevo en la casa.

– No cielo, ahora que papa esta cachondo y marcos también vamos a tirarnos a nuestras chicas. – Dijo Jesús.

Marcos la miro sin ocultar su deseo, mientras se lamia los dedos que la habían hecho gozar dijo:

– Laura cielito, si no quieres ser la única sin follar de aquí a 5 minutos, deberías subir a ver como tu chico se baja la erección.

– Si anda hija, ve a ver que hace Paco y entretenle un ratito. – Dijo Pili.

– En media hora subo a relevarte y estrenármelo, así que ni te hagas la mema recatada, ni por el contrario la zorra ansiosa y me lo vayas a agotar. – Dijo Lola.

– Mejor será que te apuntes el cuento y no seas ¡TU! la que me lo agote niña, recuerda que yo también quiero probar esa mortadela. – Dijo Pili a la vez que suspiraba con los dedos de su marido Jesus moviendose aun dentro de su chochete.

Así que Laura salió del salón y subió las escaleras hasta el baño de la primera planta, donde aplicó el oído a la puerta asiendo la manilla y dándose cuenta de que el pestillo no estaba echado, en el interior Paco con los pantalones de color mostaza caídos alrededor de los tobillos, no conseguía bajarse la erección, pues cuando parecía haberlo logrado escucho lo que parecían grititos y gemidos, con lo que su aparato había vuelto a crecer hasta estar más duro que una piedra, al pensar en lo que deberían estar haciendo los vecinos. (En su cabeza resultaba imposible pensar que sus anfitrionas estuvieran siendo pajeadas justo bajo sus pies en el salón)

Llevaba allí metido más de 10 minutos y nada, seguía erecto del todo, pensó seriamente en golpearse la erección con el teléfono de la ducha ó contra la pila del lavabo para que se bajase, pero se contenía porque le rondaba la idea de tirarse a Laura esa tarde y aquello sería francamente contraproducente, además también estaba la salida de hacerse un pajote, pero no le parecía ni correcto ni decente en esas circunstancias y rodeado de desconocidos.

La puerta se abrió de repente y apareció Laura entrando decidida en el baño, viendo a Paco con aquello en la mano (ó con la mano en aquello, como queráis decirlo) dio un pequeño grito, nuestro amigo se quedó mudo de la sorpresa y cuando quiso reaccionar ella se había abalanzado sobre él y le estaba besando en la boca con una pasión increíble, le mordisqueaba los labios y le metía su inquieta lengua en su boca, el respondía al beso como buenamente podía mientras las manos de la chica se adueñaban de su miembro, en un momento y tras comprobar su dureza interrumpió el beso el tiempo suficiente para empujarlo dejándolo sentado en la taza del wc y fue situándose sobre él para una vez levantada la falda, dejarse caer suavemente sobre el amoratado prepucio de nuestro amigo.

Pese a haberse secado el chochete en la planta de abajo, la visión del erecto y enorme miembro de Paco la había vuelto a excitar, cuando sintió el prepucio rozándole los labios vaginales, su chochete ya producía flujos en abundancia y ella simplemente se dejo caer sobre aquel erecto miembro que tanto había deseado, se le clavo profundamente sintiéndose rellena de carne caliente y notándolo hasta en el cuello del útero, Laura abrió la boca por la impresion dejando salir un largo jadeo de gusto mientras se cogía de los hombros del chico para sujetarse, seguidamente comenzó a cabalgarlo despacio para sentir cada centímetro dentro de su interior, el placer la hacía ir cada vez más rápido a la vez que agitaba sus caderas.

Paco no permanecía quieto, metió sus manos bajo el borde de la camiseta azul y las subió acariciando la piel de Laura hasta llegar a sus preciosos pechos desprovistos de sujetador, los pezones de la chica estaban erectos reclamando sus caricias y el rápidamente acaricio y presionó en el derecho mientras lamia y mordisqueaba ávidamente el otro pezón, mientras su dueña se empalaba repetidamente en la verga del muchacho y le abrazaba la cabeza contra su pecho mientras gemía cada vez más fuerte.

El intentó acoplar sus caderazos a los vaivenes del cuerpo que lo cabalgaba pero la chica se agitaba velozmente saltando sobre él, sentía su miembro estrujado dentro de la ajustada funda movediza y encharcada que era el chochete de su Laura, unos placenteros instantes después y sin detener la frenética cabalgada, la sintio tensarse y estremecerse a la vez que lanzaba un grito contra la cabeza que seguía mamándola los pezones, seguido de una serie de jadeos entrecortados al correrse en plena cabalgada, Laura disfruto de su orgasmo mientras u cuerpo se arqueaba entre espasmos y temblores hasta que ralentizo su cabalgada tras aquella gozada, pues su cuerpo intentaba relajarse tras la liberación de placer, a la mente de la chica llegaban sensaciones de placer no solamente propias, sino de su madre y hermana disfrutando mientras follaban en la planta baja.

Pero Paco no sabía nada de aquellas sensaciones, solo sabía que lo estaba pasando de vicio con su chica y que ella aflojaba la cabalgada tras su corrida, el solo sabía que no quería quedarse a medias y decidió tomar la iniciativa, sacando las manos de la camiseta de Laura las bajo hasta sus caderas y acaricio con ellas los firmes cachetes del culito de la chica que seguía moviéndose suavemente sobre el aun empalada, Paco no queriendo quedarse a medias además de ansioso y deseoso de disfrutar de su chica, notaba las contracciones del túnel vaginal en toda la longitud de su miembro y comenzó a moverse, dando caderazos fuertes que impulsaban su rabo en las profundidades de la empapada vagina, disfruto del placer de follarse a su chica mientras ella volvía a gemir de nuevo, se miraron a los ojos y se besaron con pasión mientras el aumentaba los caderazos enviando una y otra vez su tieso órgano dentro de ella, la jodía agarrado a los cachetes del culo para impulsarse y al mismo tiempo generar un efecto de rebote que les hizo aumentar la velocidad e intensidad del placer.

En la mente de Laura el sentimiento de placer que sentían su madre y hermana, se unía al placer autentico que sentía en su cuerpo mientras sentía la verga del chico dentro de ella hasta lo más profundo de su vientre, notaba el prepucio meterse en su útero con cada envite recibido; el punto “G” no era rozado con la penetración del miembro, ¡era aplastado! en cada vaivén contra la pared vaginal dado el calibre del miembro invasor que se movía arriba y abajo, rebozado en abundante flujo que no paraba de producir el prensil chochete de la chica, su clítoris estaba sensible e hinchado como pocas veces había estado y le enviaba sin parar ramalazos de puro gusto, ella gozaba y pasó de jadear a casi rugir con todas aquellas sensaciones agolpándose en su cabeza, se corrió dos veces más sin que el chico aflojara el ritmo de la follada que la estaba propinando.

Paco disfrutaba una enormidad, pero esteba algo incomodo, por lo que decidió cambiar de postura así que la dijo:

– Laura cariño, agárrate a mi cuello y no te caigas que nos vamos de viaje.

– Cooomooo que deee viaajee, yo yaaa eestooy de viaaje al cieeeloo.

– Tu solo agárrate que nos vamos.

El se movió levantándose de la taza del wc, ella seguía clavada sobre el muchacho pero al notarse en el aire, ciñó con sus piernas las caderas de Paco y se sujetó con fuerza, Paco se giro un poco y dio un par de pasos mientras la daba un par de profundos envites, apoyo a la chica en la pared con el culo contra el toallero y allí la dio varias fuertes arremetidas como si quisiera clavarla a dicha pared, Laura gritaba de gusto al sentirse así usada y dominada por aquel macho fuerte que la jodía en vilo y sin parar, Paco se giro un poco mas y su siguiente escala fue en la pila del lavabo que aun tenía el agua que había usado para bajarse los ánimos infructuosamente, volvió a apoyar allí el culete de Laura y siguió metiéndola el miembro sin parar de disfrutar, ella le recibía ansiosa pero ahora con cada arremetida que impulsaba el miembro en el chochete su culete bajaba, al tocar el agua fría daba un respingo y saltaba hacia arriba, justo para recibir el siguiente envite que la sumía la verga de nuevo y aun más profundamente.

Laura entre gemidos y con los ojos semicerrados decía:

– Asiiii dame maas, machoteee follameee, estoy empapadaa.

– No voy a aguantaar mucho más cieeloo.

– Pueees damelooo, coorretee,

Paco volvió a cogerla y la levanto con el miembro bien dentro de su chochete, la chica se aferraba con brazos a piernas al cuerpo del muchacho, sus pechos se agitaban rozándose contra su camisa mientras completaba el giro y volvía a la taza del wc, dejándola sentada en la tapa de madera, Laura se soltó al sentirse apoyada y se concentro en el placer que sentía, mientras el bueno de Paco reanudaba la follada ahora desde una postura más de su agrado y con renovados ánimos, mantenía con sus manos separados los muslos de la chica y veía su depilado vientre, aquel chochete era invadido por su gordo rabo que lucía una corona blancuzca de flujo batido alrededor, el miembro se movía sin dificultad y Paco se dejo llevar buscando su inminente corrida mientras aumentaba su velocidad de penetración, el placer se adueño de ambos y acoplaron sus movimientos, Laura levanto su camiseta y se tironeaba los pezones con las manos tensándose de gusto mientras alcanzaba otra corrida, los movimientos y temblores provocaron el orgasmo de Paco que soltó sus dos primeros y más potentes chorretones de esperma en el interior de Laura mientras decía:

– Arggg nenaaa me corrooooo.

– Siii loo notoooo, damelooo, todooo dentrooo.

Pero por prudencia o instinto, el se retiro y saco el miembro de aquella ajustada funda mientras seguía eyaculando el siguiente chorretón regó la entrada del chochete, empapándola el clítoris y los labios mayores, los cuatro o cinco que siguieron fueron a parar a su vientre y dejaron su blanca muestra láctea hasta la parte baja de sus pechos, el gustazo que sintieron los hizo estar en silencio unos segundos mientras sus cuerpos se relajaban.

Paco al acabar de eyacular había vuelto a meter el miembro en la rajita de Laura, esta se frotaba el cuerpo con el esperma del chico para excitarlo y de paso aprovechar e hidratarse la piel del vientre y los pechos, incluso se chupó lujuriosamente los dedos al acabar, el seguía erecto y estaba aumentando el ritmo de un segundo polvo arrancándola un suspiro de gusto, pero ella recordando a su hermana y madre esperando turno, decidió no agotarlo así que dijo:

– Paco para, tenemos más gente en casa y llevamos aquí un montón de tiempo.

– Si cielo, llevas razón pero estas tan buena y eres tan…

– Luego seguiremos estate tranquilo, pero ahora sal de mi y estate quieto, mira me he manchado un poco la camiseta con tu leche, saldré del baño e iré al salón a ver que andan haciendo, enseguida volveré a la habitación a cambiarme, vístete espera 5 minutos y ven es la puerta de la izquierda, así luego bajaremos juntos.

– Está bien, pero ¿estarán muy mosqueados por la tardanza? No quiero causar mala impresión.

– Tu estate tranquilo que seguro que algo habrán estado haciendo y seguro que no nos han echado de menos, ahora venga… dame un beso y haz lo que te he dicho.

Mientras se besaban Paco la dio unos cuantos meneos, pero ella fue inflexible y finalmente salió de aquel cálido conejito, Laura se limpio con un poco de papel se colocó la ropa y salió del baño, bajando al salón y sonriendo como el gato que se comió al canario, luciendo orgullosa la mancha de esperma en su camiseta azulona, ante el cuadro que formaban sus seres queridos.

Paco se lavó y se peinó pues tenía el pelo como un loco, procedió a vestirse y al pasar los 5 minutos salió y se dirigió a la habitación de la izquierda.

CONTINUARA…

Bueno niños y niñas, espero que os haya gustado esta entrega, en el siguiente capítulo veremos que pasaba en el salón entre Marcos y Lola y los padres de las chicas, mientras nuestra parejita “facía coyunta” en el baño, me ha parecido mejor hacerlo en capítulos separados por ser menos lioso dado el número de personas, habitaciones, pisos y posturas. Gracias a eso me he podido extender un poquito en el texto, en fin que lo disfrutéis y os ayude a ser un poquito más felices, cuidaros y no seáis rácanos dejando comentarios, si dais consejos o ayudas a la historia serán tenidas en cuenta.

Relato erótico: “Borracha y semidesnuda me esperó mi jefa en el portal” (POR GOLFO)

$
0
0

Como otros muchos, llevaba cinco años trabajando en una gran empresa y aunque entré pensando que en una estructura tan grande tendría oportunidad de escalar posiciones, la realidad es que no lo había conseguido y seguía siendo un gerentillo de un área pequeña de ese monstruo.

A través de ese tiempo, muchos habían sido mis jefes y mientras a ellos les veía subir peldaños en la compañía, yo en cambio me había quedado estancado en mi trabajo. Aunque no me podía quejar porque además de tener un sueldo aceptable, al tener dominado mis dominios eso me permitía disponer de mucho tiempo de ocio y era raro el mes donde no me tomaba unos días libres, para golfear fuera de Madrid.

Como mi trabajo salía a tiempo y mi sección no daba problemas, ningún superior se quejó de mí pero tampoco me promocionaron cuando consiguieron un ascenso. La realidad es que nunca me importó porque desde ese rincón podía hacer lo que me viniera en gana.

Para bien o para mal, todo cambió hace seis meses cuando a Don Joaquín, mi jefe durante dos años,  lo promocionaron como jefe regional y trajeron a una enchufada. Fue entonces cuando caí en manos de Aurora, una zorra recién salida de la carrera que queriendo comerse el mundo, puso patas arriba todo el departamento. A partir de entonces, mi idílica vida de cuasi funcionario quedó trastocada sin remedio.

Todavía recuerdo el día que apareció por la oficina esa rubia. Embutida en un conjunto gris, me pareció una monja sin personalidad que jamás pondría en cuestión lo poco que trabajaba. Lo cierto es que no tardé en comprender que esa mujer me iba a hacer la vida imposible porque no llevaba una semana trabajando bajo sus órdenes cuando tras llamarme a su despacho, me informó que había visto los resultados de los últimos años y había descubierto que la única sección que mantenía un crecimiento constante era la mía. Creyendo que al saber que conmigo al mando se podía olvidar de esa línea de productos, muy ufano le solté:

-Gracias, mi gente y yo sabemos lo que nos traemos entre manos. Si confías en nosotros, podrás ocuparte de los demás problemas.

Fue entonces cuando esa jovencita de ojos verdes, contestó:

-Lo sé. Por eso he decidido que me ayudes y he decidido que seas mi segundo.

Su propuesta me dejó helado porque eso significaba decir adiós a mi pequeño paraíso y tener que trabajar en serio. Tratando de escaquearme de esa responsabilidad no deseada, señalé otros candidatos más cualificados para desempeñar esa labor pero ella tras escucharme lo único que dijo fue que agradecía mi franqueza pero que su decisión era firme y que a partir de ese instante, yo era el subdirector.

«¡Me cago en la puta! ¡Esta niña me va a hacer currar!», pensé mientras hipócritamente agradecía la confianza que depositaba en mí.

Mis temores no tardaron en ser realidad porque mientras en mi antiguo puesto era raro el día que no salía a la seis, a partir de que Aurora hiciera su aparición, mi horario se convirtió en todo menos normal. Entraba a las ocho de la mañana y esa lunática del trabajo me tenía esclavizado codo con codo con ella hasta pasadas las nueve. Obsesionada con los resultados, diariamente repasábamos los informes de las distintas secciones y no permitía que me fuera hasta que, entre los dos, tomábamos las actuaciones pertinentes para solucionar los problemas.

Para que os hagáis una idea tuve que dejar los dardos y mis partidas de mus en el bar de enfrente porque ese engendro que el demonio había mandado para torturarme solo confiaba en mi criterio y queriéndome en todo momento a su disposición, hacía imposible que, como me había acostumbrado, me tomara tres tardes libres a la semana. Os juro que aunque mi sueldo casi se dobló echaba de menos a mis antiguos jefes y también os reconozco que varias veces pensé en dimitir pero la crisis económica que asolaba España, me lo impidió.

Como sostiene Murphy, todo es susceptible de empeorar y eso ocurrió cuando una tarde casi a las ocho me cazó con el maletín en la mano y me pidió que la ayudara a revisar un expediente que había llegado a sus manos solo media hora antes.

«¡Maldita psicópata! ¡Eso lo podemos ver mañana!», exclamé mentalmente. Hundido en la miseria porque había quedado con una morenaza que pensaba follarme, tuve que dejar mis cosas en una silla y reunirme con ella para releer esa documentación recién llegada. Para colmo rápidamente descubrí que esa mujer tenía razón para estar preocupada porque según ese informe, teníamos un boquete de varios millones dejado por mi antiguo jefe y el cual si no conseguíamos demostrar, iba a ser adjudicado a nosotros.

-Comprendes ahora porqué te pedí que me ayudaras- dijo casi llorando al saber que todo apuntaba a que ese desfalco había sido realizado bajo su mandato.

Por vez primera vi que tras esa fachada hierática se escondía una niña y compadeciéndome de ella, me puse manos a la obra para intentar resolver ese meollo. Totalmente conmocionada, Aurora solo pudo permanecer sentada a mi lado mientras yo, aprovechando los conocimientos adquiridos durante años del sistema informático de la compañía, buscaba en el servidor las pruebas que descargaran la culpa de ella y se la adjudicara al verdadero culpable.

«¡Será cabrón!», mascullé entre dientes cuando después de una hora, no había conseguido encontrar nada. El viejo zorro de D. Joaquín había sabido ocultar su estafa bajo una maraña de asientos contables que imposibilitaban sacarlo a la luz. Únicamente el convencimiento que tenía de la inocencia de esa cría me hizo seguir husmeando entre datos hasta que ya bien entrada la madrugada descubrí el rastro de sus maniobras.

-¡Te pillé! ¡Hijo de puta!- grité al tirar de la madeja y demostrar que la muchacha nada tenía que ver con ese delito.

Mi grito hizo despertar de su letargo a mi jefa que al oírme se apresuró a pedir que le explicara qué era lo que había encontrado. Satisfecho pero no conforme todavía, no le hice caso y me puse a imprimir los documentos que nos exculpaban. Solo cuando tenía una copia en impresa, me tomé mi tiempo para contarle cómo había desenmascarado la trama. Durante cinco minutos, Aurora permaneció atenta escuchando mi perorata y al terminar con una sonrisa, dijo:

-¡Me has salvado la vida!

Tras lo cual y antes que pudiese hacer nada por evitarlo, me besó pegando su cuerpo al mío. Al sentir sus pechos juveniles, me dejé llevar y respondí con pasión a sus besos hasta que recuperando la cordura, mi jefa se separó de mí y recogiendo los papeles, se despidió de mí diciendo:

-Sabré agradecer lo que has hecho por mí.

Asustado por mi calentura, me la quedé mirando mientras se iba y fue en ese momento cuando valoré por primera vez que esa universitaria tenía un culo de ensueño.

«¡La he cagado!», pensé dando por hecho que al día siguiente esa mujer me iba a echar en cara el haber abusado de su momentánea debilidad….

 

Al día siguiente y habiendo dormido solo un par de horas, llegué a la oficina destrozado y por eso no me hizo ni puñetera gracia que mi jefa me pidiera que la acompañara a ver al “puto bwana”, al “gran caca grande”, al “sumo pontífice”, que no era otro más que el máximo dirigente de la compañía.

Agotado y sin afeitar, intenté zafarme diciéndola que estaba hecho una piltrafa pero entonces y mientras disimuladamente acariciaba mi trasero, la rubia riendo contestó:

-Yo te veo guapísimo.

Su desfachatez me paralizó y por eso no pude negarme a seguir sus pasos rumbo al trigésimo piso donde se encontraba el despacho de ese mandamás. Jamás en mi vida había soñado con subir a esa planta y menos que Don Arturo hiciera un hueco en su agenda para recibirme. En cambio, Aurora parecía estar habituada a moverse en esas altas esferas porque nada más salir del ascensor, se dirigió a la secretaria del tipo y le dio su nombre.

La respuesta de esa agria cuarentona me dejó aún más desconcertado porque luciendo una sonrisa de oreja a oreja, contestó:

-Su padre le está esperando.

En un primer momento creí que había oído mal porque el apellido del tipo que íbamos a ver era Talabante mientras que el de mi jefa era Ibáñez. El saludo del sesentón incrementó mi zozobra porque plantándole un par de besos en la mejilla, la recibió diciendo:

-Hija, ¿qué es eso tan importante de lo que querías hablarme?

-Papá, ¿recuerdas que te conté que había algo que no me cuadraba en la división donde trabajo?

El viejo afirmó perezosamente con la cabeza. Ese breve gesto que a mí me hubiese aterrorizado, la rubia se lo tomó como un permiso para seguir hablando:

-Te presento a Andrés, mi segundo. Juntos hemos descubierto un desfalco millonario en las cuentas.

Don Arturo abrió los ojos y ya interesado, pidió a Aurora que se explicase pero ella me pasó la palabra diciendo:

-Mejor que te lo explique Andrés que es el que realmente sabe cómo se ha llevado a cabo.

Sin modo de escabullirme, empecé a explicar la forma en la que habían ocultado al departamento de auditoria el desvío de fondos pero entonces ese zorro me paró en seco y tomando el teléfono ordenó al director administrativo que subiera. Ya presente, tuve que reiniciar mi exposición pero esta vez con todo lujo de detalles al tiempo  que contestaba las preguntas de los dos financieros. Durante dos horas aguanté ese interrogatorio y no fue hasta que el gran jefe descargó su cólera sobre su subalterno por no haberlo detectado cuando pude descansar.

Aurora viendo que no hacíamos falta, pidió permiso a Don Arturo para volver a nuestros quehaceres y por eso salimos del despacho casi sin hacer ruido. Cabizbajo por no tenerlas todas conmigo al sentirme engañado por esa “espía”, la seguí hasta el ascensor. Mi jefa espero a que se cerraran las puertas para decirme:

-Has estado magnífico.

Tras lo cual se lanzó sobre mí y sin importarle que alguien nos viera, me comenzó a besar restregando su cuerpo contra el mío. Pero al contrario que la primera vez, sus labios me supieron a burla y separándola de mí, le dije:

-¿La niña pija se aburre tanto que me ha elegido como su mascota?

El desprecio con el que imprimí a mis palabras hizo mella en Aurora que comprendiendo que no me había gustado enterarme así que era la heredera de todo ese tinglado, casi llorando, contestó:

-Siento no haberte contado quien era pero no quería que la gente pensara que me habían dado ese puesto por ser su hija. ¡Sabes y te consta que soy excelente en mi trabajo!

Indignado al sentirme usado, me la quedé mirando y queriendo humillarla, llevé mis manos hasta sus pechos y  respondí:

-Lo único que sé es que estás buena- tras lo cual y aprovechando que se había abierto el ascensor salí rumbo a mi oficina donde me encerré durante el resto del día…

Todo cambia ¿para bien?

Como resultado de nuestro informe, Aurora sustituyó a Don Joaquin al frente de la delegación regional y a mí con ella. Mi promoción incluyó un nuevo despacho, el cual a mi pesar estaba pegado al de mi jefa, de forma que a través de los cristales esa criatura del infierno podía controlar mis movimientos.

«No voy a poder ni moverme», me quejé al comprobar las cristaleras que formaban la división entre los dos cubículos. Si ya de por sí era incómodo, más lo fue comprobar  que existía un acceso directo entre ellos que permanentemente la rubia mantenía abierto. «Va a escuchar hasta si me tiro un pedo».

Decidido a no dar pie a que pensara que me sentía atraído por ella, intenté mantener un trato frío con esa mujer pero me resultó imposible porque desde un principio Aurora hizo todo lo posible porque así no fuera. Lo primero que cambió fue su forma de vestir, dejando en el armario las faldas largas y las chaquetas holgadas, comenzó a usar minifaldas y suéteres pegados.

«Lo hace a propósito», protesté en mi interior al verificar lo difícil que me resultaba apartar la mirada de su cuerpo. Si con anterioridad a la noche en que salvé su prestigio nunca me había fijado en ella, en esos días no podía de mirar de reojo lo buena que estaba.

Dotada por la naturaleza con unos pechos perfectos, me costaba un verdadero sacrificio no babear al observar el canalillo que se formaba entre ellos, pero lo que realmente me traía jodido era ese culo en forma de corazón y esas piernas largas y contorneadas.

Mi jefa que sabía los efectos que su belleza causaba en mí y buscando romper la actitud profesional que trataba de mantener, no perdía oportunidad de exhibirse a través de la cristalera. Conociendo que lo mejor de su anatomía era su trasero, la muchacha solía regalarme con una exhibición del mismo tirando papeles, bolígrafos o lo que se le ocurriera al suelo para que al recogerlos torturarme con lo que me estaba perdiendo.

«Tiene un buen polvo», tuve que reconocer un día cuando al contemplarla hablando por teléfono puso sus pies descalzos sobre la mesa y sus encantos hicieron despertar de su letargo a mi pene.

Sufrí es sutil acoso durante dos semanas pero viendo que no disminuía la brecha que nos separaba, Aurora decidió dar otro paso. El primer síntoma que había  zanjado incrementar la presión sobre mí fue cuando aprovechando que le estaba mostrando un informe, esa zorrita posó sus pechos sobre mi hombro mientras disimulaba haciendo que leía esos papeles. Reconozco que al sentir esas dos maravillas me excitó pero lo que realmente me volvió loco fue oler el aroma de su perfume mientras escuchaba su respiración al lado de mi oído.

«Aguanta, ¡no te excites!», tuve que repetir mentalmente al notar que bajo mi pantalón crecía sin control una brutal erección. Para mi desgracia, la arpía se percató del bulto de mi bragueta y mordiéndome la oreja, preguntó que le ocurría a mi pajarito.

No sé qué fue peor, si la traición de mis neuronas al rojo vivo o la vergüenza que sentí al tener que aguantar su burla. Lo cierto es que cabreado hasta la medula, le pedí que dejara de tontear conmigo pero entonces sonriendo, mi jefa me contestó:

-Andres, lo quieras o no, ¡vas a ser mío!

Tras lo cual y ratificando con hechos sus palabras, pasó su mano por mi entrepierna antes de volver a su despacho. La breve caricia de sus dedos hizo saltar por los aires mi indiferencia e involuntariamente un gemido de deseo surgió de mi garganta. Gemido que ella aprovechó para decirme desde la puerta:

-No tengo prisa.

Lo cerca que había estado de caer en su telaraña me hizo levantarme de mi asiento y salir a tomarme un café mientras intentaba borrar la sensación que esas dos tetas habían dejado en mi mente.

No habiéndolo conseguido, al volver a mi cubículo me encontré un mensaje de mi jefa en mi correo. Al abrirlo, me topé con una sensual foto de Aurora en la que aparecía totalmente desnuda pero tapándose los pechos y su coño con las manos. Alucinado por el grado de persecución al que me tenía sometido, lo peor fue leer el texto:

-Me tienes a tu disposición, solo tienes que pedirlo.

Cabreado decidí responder y sin meditar las consecuencias, contesté a su email diciendo:

-¿Cuánto cobras? Si es muy caro, no vales la pena.

Al mandárselo, me quedé observando su reacción. Esperaba que ese nada velado insulto la cabreara y diese por olvidada su obsesión por mí. Tal y como esperaba, al leer mi mensaje se enfadó pero lo que jamás había previsto es que acto seguido cruzara la separación entre nuestros dos despachos y que tras bajar las persianas para que nadie pudiese verla, me dijera:

-¡Nunca en tu vida has tenido una mujer como yo!- tras lo cual, se despojó de su ropa y quedándose en ropa interior, insistió diciendo: -¡Soy todo lo que puedes desear!

Confieso que me quedé anonadado al comprobar in situ que ese cerebrito tenía un cuerpo de revista y que lejos de perder erotismo sin ropa, semidesnuda era todavía más irresistible. Con la boca abierta de par en par, fui testigo de cómo esa bruja se volvía a vestir y de cómo sin despedirse salía hecha una furia de mi despacho rumbo a la calle.

El dolor que leí en su cara, me hizo reaccionar y tras unos segundos de confusión, salí corriendo en su busca. La alcancé en el ascensor justo cuando se cerraban las puertas y sin mediar palabra, la besé. Aurora intentó rechazar mis besos pero al notar que mi lengua forzando sus labios, cambió de actitud y respondió a mi pasión con una lujuria infinita. Su entrega provocó que mi pene se alzara y ella al sentir la presión del mismo contra su sexo, no solo no se quejó sino que comenzó a restregarlo contra su entrepierna. Os juro que si no llega a abrirse en ese momento el ascensor, mi calentura me hubiese obligado a hacerle el amor allí mismo. Pero la presencia de un grupo de oficinistas mirando nuestra lujuria hizo que nos separáramos.

Aurora, satisfecha por mi claudicación, rompió el encanto de ese instante al reírse de mí diciendo:

-Sabía que no podrías soportar mis lágrimas. Reconócelo, ¡estás colado por mí!

El tono chulesco de mi jefa me enervó y  para no romperle la cara de un guantazo, preferí irme del edificio mientras escuchaba que cabreada me pedía que no me fuera.

«No debí confiar en ella, ¡esa zorra me ha manipulado!», sentencié al recorrer la acera en un intento de olvidar su afrenta y tranquilizarme.

Sin ganas de volver a mi oficina, directamente me fui a casa. Saberme objeto de su caprichoso carácter y el convencimiento que una vez  me hubiese domesticado, Aurora me tiraría como a un kleenex usado, no me permitía ni pensar. Todas las células de mi cuerpo me incitaban a ceder ante ella mientras mis neuronas intentaban hacerme entrar en razón y rechazarla por completo.

 Intenté combatir el calor que nublaba mi mente con un ducha pero en la soledad de mi baño, el recuerdo de esa rubia, de la majestuosidad de sus pechos pero sobre todo la perfección de sus nalgas hicieron que contra mi voluntad me volviera a excitar. Inconscientemente en mi imaginación  me puse a desnudarla mientras el chorro de la ducha caía por mi cuerpo. Como en el ascensor, Aurora se contagió de mi pasión y ya desnuda se metió conmigo  bajo el agua. En mi cerebro al ver y sentir sus pechos mojados fue demasiado para mí y por eso no pude evitar soñar que hundía mi cara entre sus tetas. Mi Jefa al sentir mi lengua recorriendo sus pezones, gimió de placer mientras con sus manos se hacía con mi miembro.

-¡Dios como la deseo!- exclamé creyendo que eran sus dedos los que empezaban a pajear arriba y abajo mi verga ya erecta.

Entonces esa imaginaria mujer se dio la vuelta y separando sus nalgas con sus dedos, me tentó con su culo diciendo:

-¿Te apetece rompérmelo?

En mi fantasía, caí rendido ante tanta ese bello trasero e hincando mis rodillas sobre la ducha, usé mi lengua para recorrer los bordes de su ano. Aurora al experimentar esa húmeda caricia en su esfínter, ahogó un grito y llevando una mano a su coño, empezó a masturbarse. Urgido por dar uso a ese culo, metí toda mi lengua dentro y como si fuera un micro pene, empecé a follar a mi jefa con ella.

-¡Sigue cabrón!- chilló en mi mente al sentir esa incursión.

Estimulado por su insulto, llevé uno de mis dedos hasta su esfínter e insertándolo dentro de ella, comencé a relajarlo. El gruñido con el que esa zorra contestó a mi maniobra, me informó que le estaba gustando y metiendo lo hasta el fondo, comencé a sacarlo mientras la rubia se derretía dando gritos.

-¡Fóllame! ¡Lo necesito!- chilló descompuesta al tiempo que se apoyaba en los azulejos de la ducha.

La urgencia de esa imaginaria mujer me hizo olvidar toda precaución y ya dominado por la lujuria, con lentitud forcé por vez primera ese culo con mi miembro. El culo de mi jefa absorbió centímetro a centímetro mi verga y solo cuando la rubia comprobó que la había incrustado por completo, aulló diciendo:

-¡Empieza de una puta vez!

Su actitud me sacó de quicio y sin avisarla empecé a mover mis caderas, deslizando mi miembro por sus intestinos. La presión que ejercía su ojete en un principio, se fue diluyendo por lo que aceleré mis penetraciones sin importarme que le doliera. La rubia al notarlo, se quejó pero en vez de compadecerme de ella, le solté:

-¡Cállate y disfruta! ¡So puta!

Que su empleado la insultara, le cabreó y tratando de zafarse de esa cuasi violación, me exigió que se la sacara. Pero entonces hice caso omiso a sus deseos y recreándome en mi indisciplina, di comienzo a un loco galope sobre su duro trasero.

-¡Me haces daño!- rugió al experimentar como forzaba su esfínter con el brutal modo con el que la estaba empalando.

Vengando todas sus afrentas, recalqué mi acción soltando un duro azote en una de sus nalgas. Ese azote la hizo reaccionar y contra pronóstico, mi jefa empezó a gozar entre gemidos.

-¡Dame otro!- chilló alborozada al disfrutar del escozor de esa caricia.

Recordando su engaño y la manipulación que había sido objeto, decidí seguir castigando su trasero y a base de sonoras nalgadas, marqué el ritmo con el que me la follaba. Dominada por la lujuria, la rubia gozó de cada azote porque sabía que acto seguido vendría una nueva estocada de mi verga. Comportándose como la zorra que era, me pidió que siguiera usando su culo mientras con sus dedos no dejaba de masturbarse. La suma del triple estimulo, las palmadas, mi pene en su culo y sus yemas torturando su clítoris, terminaron por calentarla y convulsionando bajo la ducha, me informó que se corría.

-¡Córrete dentro de mí!

Oír que me pedía que anegara con mi semen el interior de su culo, fue la gota que derramó el vaso y acelerando aún más la velocidad de mis embistes, dejé que mi pene explotara en sus intestinos…

Estaba todavía recuperándome cuando de improviso comenzó a sonar mi móvil, molesto por esa interrupción, salí de la ducha y poniéndome una toalla fui a ver quién era. No me costó reconocer qué me llamaban del trabajo y creyendo que sería Aurora, dudé en descolgar. Finalmente la cordura imperó y contesté.

-Soy Lucia Santos, la secretaria de Don Arturo- dijo mi interlocutora al otro lado del teléfono. –Le llamo para informarle que el jefe me ha pedido que quiere verle en la fiesta que da esta noche en su casa.

Cómo comprenderéis supe de inmediato quien realmente me quería ver en ese festejo pero como no podía hacerle un feo a ese hombre, únicamente pregunté a qué hora y cómo debía ir vestido.

-A las nueve y de etiqueta- respondió la cuarentona tras lo cual colgó sin despedirse.

Sabiendo que es una encerrona, voy a la fiesta.

En ese momento agradecí saber que uno de mis primos tenía un smoking de mi tamaño y sin soltar el móvil, lo llamé para que me lo prestara. Como vivía cerca tuve tiempo de ir por él y de prepararme para la evidente encerrona de esa arpía.

«No debes seguirle el juego», repetí continuamente mientras anudaba la pajarita alrededor de mi cuello al sentir que lo que realmente estaba anudando era la soga con la que Aurora iba a ejecutarme.

Al no hacer asistido nunca a una fiesta de la alta sociedad, excesivamente toqué el timbre de la mansión donde vivía tanto Don Arturo como mi jefa. Lo que no me esperaba fue que fuera la propia rubia quien me abriera la puerta y menos que al verme de pie en el porche de su casa sorprendida me soltara:

-¿Qué coño haces aquí?

La expresión de su rostro me dejó confundido y por vez primera sospeché que ella no tenía nada que ver con el tema. Por otra parte también tardé en responder porque sin querer mis ojos recorrieron su cuerpo enfundado en un impresionante traje negro de raso. Ver a esa hermosura con su metro setenta y cuervas de escándalo, me había impactado y balbuceando le expliqué que su viejo a través de su secretaría me había invitado.

-Pues no puedes quedarte- me soltó todavía cabreada por la forma que después de besarla la había dejado plantada y me hubiera ido si no llega a ser porque en ese instante Don Arturo hizo su aparición y cogiéndome del brazo me introdujo dentro de su chalet.

Como no conocía a nadie, ejerciendo de anfitrión el gran jefazo me fue presentando a los presentes, dándome una importancia que a todas luces no me merecía. La incomodidad que sentí en ese momento, se fue diluyendo con el paso del tiempo y poco a poco fue cogiendo confianza, entablé conversación con varios de los miembros de tan selecta fiesta mientras buscaba a mi alrededor al ogro rubio de Aurora.

«¿Dónde se habrá metido?», me pregunté al cabo de un rato de no verla. Su cabreo y su desaparición no cuadraban con la idea de la encerrona.

Todavía me confundió más el hecho que a la hora de tomar asiento, me sentaran a la derecha del viejo mientras su hija lo hacía en otra mesa.

«No entiendo nada», mascullé al verlo.

Durante la cena, tuve un montón de trabajo al tener que responder un montón de preguntas sobre la empresa que sin parar me hizo Don Arturo. Afortunadamente, conocía bien los entresijos de la compañía y pensando que al día siguiente esa zorra me iba a despedir, fui sincero y le conté errores que veía y que a buen seguro sus subalternos nunca le habían expresado. Curiosamente mi franqueza fue del gusto de ese hombre de negocios y ganándome un respeto que hasta entonces no tenía, pasó a preguntarme sobre mi vida.

Mientras le explicaba donde había estudiado y a qué se dedicaban mis padres, desde la mesa de al lado escuché las risas de Aurora y de reojo observé cómo tonteaba con uno de sus acompañantes. Mi examen no le pasó desapercibido a su viejo que riendo a carcajadas, intentó sonsacar que tenía con su chavala.

-Nada, es solo mi jefa- respondí sin poder apartar mis ojos de ella al percatarme que el tipo en cuestión había pasado la mano por su cintura.

Descojonado al ver los celos reflejados en mis ojos, ese astuto financiero me soltó señalando a la rubia:

-Esa que ves ahí, no es ella. Está actuando para sacarte de las casillas. La conozco bien y desde que vi su mirada mientras nos contabas el desfalco en mi despacho, supe que sentía algo por ti.

Esa confidencia me perturbó porque en cierta forma el sesentón estaba dando su conformidad a nuestra supuesta relación y por eso durante el resto de la cena me quedé callado pero al terminar y dar inicio el baile, Don Arturo sin pedirme opinión llamó a su hija y le pidió que bailara conmigo. En un principio, se negó pero ante la insistencia de su padre me tomó de la mano y me llevó hasta la pista.

Una vez allí, me impresionó verla desenvolverse al ritmo de la música porque no solo era una experta bailando sino porque sus curvas de infarto dentro de ese vestido escotado eran una tortura. Cayéndoseme la baba, observé cómo sus senos seguían el ritmo de la música y por mucho que me esforcé en dejar de mirarlos, continuamente mis ojos volvían a su canalillo.

Mi calentura se exacerbó hasta límites insospechados cuando dieron inicio las lentas. No deseando bailar pegado a ella, le pedí volver a la mesa con su padre pero ella se negó y tomándome de la cintura empezó a bailar. Al notar sus pechos clavándose en mi camisa y sus caderas restregándose contra mí, sentí que no iba a poder soportar mucho sin que mi excitación hiciera su aparición bajo mi bragueta. Tratando de evitarlo, me separé de Aurora pero al notarlo, comprendió mis razones, Satisfecha al descubrir una debilidad en mí, se pegó aún más y sin que nadie se diera cuenta rozó con sus dedos mi extensión mientras me preguntaba:

-¿Qué tanto hablabas con mi padre?

-De lo puta que es su hija- respondí mientras una descarga eléctrica recorría mi cuerpo y retiraba su mano de mi entrepierna.

Sabiendo que mi insulto tendría respuesta preferí que no fuera en medio de la pista y por eso sin darle tiempo a reaccionar, la llevé hasta el baño. Al cerrar la puerta, la ira acumulada la hizo intentar darme un tortazo pero previéndolo, paré su golpe y cogiendo su cabeza, la besé. Durante unos segundos pataleó e intentó zafarse de mi beso pero sujetándola, evité que huyera hasta que rindiéndose a lo inevitable, respondió con pasión a mi lengua y sin mediar palabra, como una perturbada comenzó a desabrocharme el pantalón y sacando mi miembro, quiso volver a mamármelo. Pero decidido a que supiera quien mandaba, no se lo permití y girándola sobre el lavabo, le bajé las bragas y cogiendo mi verga, la ensarté violentamente.

Aurora gritó al experimentar quizás por primera vez que alguien le mandaba y facilitando mis maniobras, movió sus caderas mientras gemía de placer. De pie y apoyando sus manos para no caerse, mi jefa se dejó follar disfrutando de cada acometida. Si en un principio, mi pene se encontró con que su coño estaba casi seco, tras unas breves envestidas, este campeó libremente mientras ella se derretía a base de pollazos.

Olvidando donde estaba y que los demás asistentes a la fiesta podían oírla, esa niña mimada se corrió dando gritos cuando yo apenas acababa de empezar. Tras lo cual, encadenó un orgasmo tras otro mientras me rogaba que no parara de hacerla mía. Como bien imagináis, la hice caso e incrementando mi ritmo conseguí convertir su sexo en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.

-¡Dios mío!- aulló al sentirlo y ya totalmente entregada, rugía descompuesta cada vez que mi mi pene se incrustaba hasta el fondo de su vagina.

El ardor que había tomado posesión de su cuerpo, me permitió seguirla penetrando con mayor intensidad hasta que dominada por el placer se desplomó sobre el lavabo mientras toda ella se estremecía, presa de la lujuria. Habiendo compensado sus afrentas, me dejé llevar y llenando su aristócrata conducto con mi semen, me corrí sonoramente mientras ella sufría los estertores de su orgasmo.

jovencitaAgotado, me senté en el wáter y fijándome en ella, observé que mi jefa sonreía con los ojos cerrados. “La fierecilla está domada” pensé erróneamente creyendo que había dejado atrás sus ínfulas de niña bien. Pero entonces, abrió sus parpados y mirándome fijamente, me dijo:

-Se nota que mi padre te ha ofrecido algo. ¿Qué te ofreció por hacerme caso? ¿Un puesto?

-¡Eres idiota!- contesté indignado porque creyera que su viejo me había comprado. Sin esperar a que terminara de acomodar su ropa, la saqué arrastrándola del brazo y llevándola donde Don Arturo, le entregué a su hija diciendo: -¡Dimito! ¡Aguántela usted que yo no puedo!

Tras lo cual saliendo de la mansión, cogí mi coche y sin nada mejor que hacer, me fui a ahogar las penas en un bar cerca de mi casa, pero ni la presencia de unos amigos ni el whisky que me pedí, consiguieron hacerme olvidar a Aurora. Cuanto más lo pensaba, mayor era mi cabreo al darme cuenta que estaba colado por esa mujer y sabiendo que había tomado la decisión correcta al renunciar a mi trabajo, saber que no volvería a verla me impidió hasta beber y tras dos horas, removiendo mi copa volví a casa.

Al salir del lugar tuve que agenciarme un paraguas porque  estaba lloviendo, quizás por eso no me percaté de su presencia. Estaba abriendo mi portal, cuando escuché desde un rincón:

-Perdóname, lo siento. Fui una tonta al creer que mi padre  te había convencido.

Al girarme para soltarle una fresca, la vi empapada, borracha y semidesnuda. Su vestido mojado se transparentaba dándole un aspecto todavía más desvalido. Compadeciéndome de ella, la tomé en mis brazos y cargando con ella, entré en el edificio. Aurora al sentir que la cargaba, posó su cabeza sobre mi pecho y llorando  me pidió que la dejara quedarse conmigo esa noche.

Todavía no sé lo que me empujó a contestar:

-Si te quedas hoy, tendrás que quedarte para siempre.

Mis palabras la sorprendieron pero tras pensárselo unos segundos, levantó su mirada y con una sonrisa que no pudo enmascarar sus lágrimas, respondió:

-Mañana traigo mis maletas.

Para comentarios, también tenéis mi email:
Desnuda

Relato erótico: La señora. Las mujeres de la casa (POR RUN214)

$
0
0

   
 Aurora estaba despierta. Se encontraba boca arriba en su cama, mirando al techo y 
lamentándose de su mala suerte. Lo tenía todo o, mejor dicho, había estado apunto de tenerlo. Pero todo se había torcido. Su maldita nuera la había descubierto en el peor momento y el pusilánime de su nieto no había ayudado mucho en su comprometido lance. El mismo pusilánime que se encontraba ahora entre sus piernas follándosela.
 Su nieto jadeaba en su oído con cada envestida mientras sobaba sus tetas como si fueran masa de pan. De vez en cuando se llevaba un pezón a la boca y se lo lamía y chupaba con esmero. Lo estrangularía si no fuera por que le tenía casi tanto miedo como a su hijo.
-Joder abuela, tienes un coño de puta madre. Lo que debía disfrutar el abuelo follándote, ¿eh?
 Aurora obvió su comentario absorta como estaba en sus propios y negros pensamientos.
-Me voy a correr dentro abuela, te voy a llenar de semen. ¿Te imaginas que te preño?
 Y encima gilipollas. El idiota se cree gracioso. Por suerte para ella la tortura no duró demasiado. Su nieto no tardó mucho en correrse y acto seguido se tumbó junto a ella.
-¿Te ha gustado abuela? Menudo polvo te he echado ¿eh? ¿Te has corrido mucho?
-Vete a la mierda.
-¿Es una insinuación para que te de por el culo, abuela?
 Esta vez Aurora no se atrevió a replicar. Sabía por experiencia que era mejor cerrar la boca y abrir las piernas. En este caso las piernas ya las tenía abiertas mientras la mano de su nieto hurgaba entre ellas. Su dedo se deslizó hasta encontrar su ano, lo que hizo que se pusiera tensa. Garse era un auténtico cabrón. Sería capaz de follarla por el culo solo por fastidiarla. Por suerte para ella se apartó, se bajó de la cama y abandono la habitación. Al menos esa noche dormiría tranquila.
– · –
Al otro lado de la pared de su cabecera se encontraba Elise. También ella miraba el techo tumbada en su cama, absorta en sus pensamientos. Su hijo había intentado violarla en varias ocasiones desde que el matrimonio Brucel abandonara la mansión. La mayoría de ellas con éxito para Lesmo, su hijo. Ahora con el retorno de los Brucel las cosas habían mejorado mínimamente. Madre e hijo habían alcanzado un acuerdo por el cual Lesmo no utilizaría la violencia física a cambio de dejarse follar por él sin oposición, tal y como estaba haciendo en este preciso momento.
Sus manos asían las barras de la cabecera de la cama mientras Lesmo disfrutaba con sus tetas y su boca. La cadera de Lesmo golpeaba sus últimos estertores contra ella llenando su coño de semen, como ya era habitual cada noche.
Su marido, conocedor de las costumbres de su hijo, no solo no desaprobaba el acto filial sino que se sentía orgulloso de su zagal e instaba a su mujer a que fuera más animosa con el muchacho, algo que Elise odiaba sobremanera.
A diferencia de Garse, cuando Lesmo terminó de correrse, no se apartó a un lado sino que se quedó tendido sobre ella utilizándola de colchón. Elise le empujó hacia un lado y le exhortó para que abandonara su cama, cosa que hizo a regañadientes. Quizás pudiera dormir algo antes de que su marido llegara aquella noche.
– · –
En una habitación contigua Bethelyn, al igual que las anteriores, también se encontraba boca arriba y con las piernas abiertas pero a diferencia de ellas sí disfrutaba con el hombre que se estaba corriendo entre sus piernas. Era la tercera o cuarta noche que acudía a su amante, Ernest el jardinero, que tantos problemas le causo indirectamente. Ahora las cosas habían cambiado mucho. Tenía el consentimiento de su marido para follar con él cuantas veces quisiera y desde hacía varias noches acudía al dormitorio de su amado donde conseguía dormir plena y feliz en mucho tiempo.
– · –
En las afueras de la mansión, Eduard acababa de llegar de un largo viaje desde la capital. Volvía con varios de sus criados como tantas veces. Mientras ellos se ocupaban de alojar los caballos, el coche, así como el resto de enseres, él se retiró a su alcoba donde siempre encontraba a su mujer dormida. En esta ocasión, al llegar a su dormitorio lo encontró vacío. Bethelyn no estaba allí y supo porqué, peor aun, supo con quién. Ernest se la estaba follando de nuevo.
Se moría de rabia imaginando al jardinero montando a su mujer. Metiéndole su polla una y otra vez, corriéndose dentro, amasando sus tetas, comiéndole la boca. Ella le chuparía la polla y los huevos, se tragaría su semen.
Se sentó en la cama con la cabeza entre las manos, derrotado. La culpa había sido suya, él había propiciado la espantada de su mujer. Todo por culpa de su absorbente trabajo y el desgraciado desliz con Berta.
Metió una mano en uno de sus bolsillos y sacó unas bragas, las miró durante un buen rato, se levantó y abandonó la habitación.
– · –
Berta aun estaba despierta cuando su padre entró en su dormitorio. Leía un libro en la cama bajo la luz de una vela y se sorprendió al verle.
-¿Qué haces en mi habitación a estas horas?
-Me llevé tus bragas el día que tu madre nos pilló. Venía a devolvértelas.
-¿Ah sí?, no hacía falta que te dieras tanta prisa…
-No quería que pensaras que me las quería quedar.
-Ni tan siquiera sabía que las tenías.
Eduard se quedó parado delante de Berta que aun no había cerrado el libro a la espera de que su padre se largara de la misma manera que había venido. Daba vueltas a las bragas entre sus manos con la vista fija en el suelo.
-Tu madre no está en su dormitorio.
-¿Ah no?
-Y la cama esta sin deshacer. No ha dormido en esa cama en toda la noche.

-Ya, entiendo. –comentó impaciente.

-Tenía muchas ganas de… de estar con ella. Y así de paso… limar asperezas.
Berta se ruborizó y guardó silencio. Era el tipo de conversaciones que la incomodaban.
-Apostaría algo a que estará follando con ése.
-¿Cómo? Ah, sí bueno, la verdad papá… -Berta se revolvió en la cama inquieta. –últimamente mamá ha pasado mucho por el dormitorio de “ése”.
-La culpa es mía, joder.
Se sentó en el borde de la cama de su hija y hundió la cabeza en sus manos. Berta cerró el libro y apoyó la mano en su hombro.
-Bueno, no te lo tomes muy a pecho. Mamá está resentida contigo… bueno con nosotros. Quizás lo hace más por venganza que por deseo. Seguro que con el tiempo las cosas vuelven a ser como antes.
-Tu madre ya follaba con Ernest desde mucho antes.
-Quiero decir…
-Ya sé lo que quieres decir pero tu madre no va a desaprovechar la ocasión de follar con él cuando le venga en gana ahora que puede hacerlo con mi consentimiento, aunque sea forzado.
Berta se sentó junto a su padre y le pasó el brazo por el hombro con compasión. Era como abrazar una vaca gigante. Eduard miró a su hija con ternura. El canalillo de su camisón dejaba al descubierto gran parte de su anatomía. Las tetas de su hija parecían más grandes que la última vez, quizás por la tenue luz. Sea como fuere Berta se dio cuenta de la mirada de su padre y se tapó instintivamente.

Se hizo un silencio embarazoso entre los 2. Eduard bajó la cabeza al captar la reacción de su hija. Berta, azorada, empezó a sentir que el camisón tapaba menos de lo que debía. La presencia de su padre se le hacía cada vez más incómoda. Le quitó el brazo del hombro.

-Papá, creo que deberías irte.
-¿Me haces una paja?
-¿Qué? ¿Para eso has venido aquí?
-Vamos hija, ¿Qué te cuesta? Tu madre no está en su dormitorio y llevo varios días sin…
-Cállate, joder que asco. Eres mi padre.
-Mira como estoy. Llevo así varios días. No te estoy pidiendo nada del otro mundo.
Eduard se señaló el bulto de su entrepierna a lo que Berta respondió con una mueca de desagrado.
-Joder, papá, que cara más dura tienes. Que soy tu hija.
-Estoy así por tu culpa. Te dejé darme por el culo con aquella cosa. Y mientras lo hacías me hiciste una paja que me ha traído más problemas que satisfacciones. Tu madre se está follando a otro y yo no tengo quien me haga una miserable paja de mierda. Lo único que te estoy pidiendo es que me menees la polla como lo hiciste la otra vez.
Iba a abofetear a su padre pero detuvo su mano. No quería verle por más tiempo en su habitación. Levantó el dedo índice frente a su cara.
-Siento mucho todo lo que ha pasado pero debes entender… las cosas a veces… ¡Joder papá, vete de mi cuarto de una vez!
Eduard no protestó más. Se levanto y se fue hacía la puerta en silencio cabizbajo. Berta le vio alejarse paso a paso, derrotado. Un toro bravo, toreado, estocado y rendido.
-Espera, espera un poco. –tomó aire. –te hago una paja.
– · –
 

Eduard estaba tumbado en la cama de Berta, desnudo y con las piernas semiabiertas. Su hija estaba sentada en el borde de la cama con la mirada fija en la polla de su padre. Su mano subía y bajaba frenéticamente a lo largo de aquel pollón.

Pero Eduard no conseguía relajarse. Aquella paja no estaba resultando como él esperaba, nada que ver con la paja que le hizo el día que su mujer les pilló. El ambiente era frío y tenso. Se encontraba ridículo desnudo frente a su hija.
Berta se esmeraba en su trabajo manual, tanto que había conseguido mantener la polla de su padre dura como una roca, sin embargo el orgasmo no tenía visos de aparecer pronto. Su frente estaba perlada de sudor y ya había cambiado varias veces de mano debido al cansancio.
-Joder papá, ¿te vas a correr o qué?
-No sé que pasa. Te juro que estoy a mil pero…
-Pero ¿qué?, ¿no pensarás que me voy a tirar así toda la noche?
Eduard se pasó la lengua por los labios resecos.
-Enséñame las tetas.
Berta paró de meneársela en seco.
-Sí hombre, ni lo sueñes.
-Anda mujer, si ya te las he visto antes. Venga.
-Se te está olvidando que soy tu hija…
-Y yo tu padre, aquel al que se la metiste por el culo.
Se quedó callada con los labios apretados. Su padre tenía razón, pero eso no quitaba el hecho de que era un cerdo.
Con cara de hastío y vergüenza dejó caer su camisón por los hombros a la vez que continuaba su tarea masturbatoria. Su padre agrandó los ojos cuando vio aparecer aquel manzanal por encima del camisón.
La cosa estaba mejorando, podía sentirlo en el sudor y la respiración de su padre. De repente una manaza se posó en una de sus tetas. Berta dio un respingo y la apartó de un manotazo.
-¿Pero que coño haces?
-Joder Berta, solo quiero tocarte un poco, nada más.
-Te estoy haciendo una paja y te enseño las tetas, confórmate con eso y no me metas mano.
-No te meto mano, solo te toco un poco. Joder que solo es una caricia.
Berta siguió pajeándole con la esperanza de que el orgasmo llegase cuanto antes pero de nuevo la mano de su padre se posó sobre su teta. Esta vez no intentó quitarla, más le valía a su padre correrse de una puñetera vez.
Pero pasaba el tiempo y su padre no se corría pese a que sudaba y respiraba como un jabalí a la carrera. Y lo peor de todo era que ahora su padre le sobaba sus tetas con ambas manos sin el menor disimulo.
Continuaba pasando el tiempo y Berta se ponía cada vez más nerviosa. La polla de su padre era enorme, dura, venosa y él no solo le sobaba las tetas si no que además se las estaba lamiendo. Chupaba y pellizcaba sus pezones mientras le sobaba todo el cuerpo con sus manazas. En una determinada ocasión una de las manos de su padre se coló bajo el camisón hasta palpar sus bragas.
-¡Basta!
-¿Qué?
-Ya está bien. Deja de meterme mano.
-Pero hija, ya estoy casi a punto. Vamos, no pares.
-Llevas diciendo eso toda la noche.
-Pero es que es verdad, vamos no pares, y sóbame los huevos con la otra mano, anda.
Berta soltó un bufido y continuó con la paja de su padre. Eduard por su parte volvió a meter la mano entre sus piernas y acarició las bragas de su hija haciendo caso omiso de sus quejas. La polla de su padre tenía el glande empapado de fluido seminal. Berta aplicó el lubricante por todo el mástil. Su mano recorría su polla en toda su extensión mientras acariciaba sus testículos con la otra.
Minutos después por fin aquella polla soltó su carga. Un volcán de carne escupiendo grandes cantidades de semen. Era evidente que su padre llevaba mucho tiempo sin descargar sus pelotas. Las sostuvo en su mano, absorta en su tamaño. Su mano apenas podía abarcar sus grandes huevos velludos. Se encontró abstraída en la polla y los huevos de su padre con la respiración irregular y acelerada por el cansancio. Pese a todo no podía evitar reconocer con cierto orgullo la hermosura y el tamaño de su miembro y sus genitales a los que seguía masturbando y acariciando lentamente. Sin saber porqué se encontró excitada, caliente. Giró la cabeza y vio la causa de ello. La mano de su padre se ocultaba entre sus bragas.
Sin saber en que momento había ocurrido, uno de sus dedos, grandes como pepinos, se había introducido en su coño y llevaba un buen rato a masturbándola.
-¿Pero que coño haces?
Su padre no contestó. Berta le miró con horror y desconcierto antes de cerrar los ojos con fuerza, arrugar la frente y echar la cabeza para atrás.
-Jod-der…, jod–der…, serás cab-brón. –gimió de placer.
Comenzó a mover las caderas al compás de la mano de su padre. Abrió los ojos y los fijó en la polla que aun contenía su mano. Se agacho hacia ella y se la metió en la boca. Se la chupó mientras le masajeaba las pelotas cada vez más excitada por la paja que le hacia su padre hasta que en un determinado momento se separó de la polla, empujó la mano de su padre fuera de su coño y se deshizo de sus bragas y del camisón anudado en su cintura.
Eduard vio a Berta colocarse a horcajadas sobre él, completamente desnuda. Se colocó la polla en la entrada del coño y descendió por ella con suavidad. Era la segunda vez que Eduard veía desaparecer su polla en aquel coño, un coño grande como el de su mujer y su madre.
Berta pasó del trote al galope en poco tiempo. Hundía sus dedos entre el vello pectoral de su padre. Sus uñas se clavaban cada vez con más fuerza cuanto más excitada estaba. Los gemidos de ella eran cada vez más sonoros.
Eduard estaba pletórico, sus manos no descansaban un momento. Amasaban las tetas y el culo de su hija sin cesar. Tanteó su ano con la yema de un dedo mientras lamía sus pezones. Notó como se contraía con cada envestida.
Mientras tanto Berta arañaba su piel como una gata mientras gritaba como una diablesa. La cama se movía debido a las envestidas de la fémina que galopaba a su padre como una posesa.
-¡Así, así! –Gritaba –ya casi estoy.
Su padre no sabía si sentía más dolor por los arañazos de su hija o placer de la follada que le estaba dando pero estaba apunto de alcanzar el cielo otra vez, un nuevo orgasmo estaba a punto de llegar junto con la correspondiente descarga de semen.
-Yo también me voy a… correr. –balbuceó Eduard, que había apoyado la cabeza hacia atrás en la cabecera de la cama con los ojos cerrados, mientras manoseaba el culo y el ano de Berta.
-¿Qué?
-Me… corro…
-¿Te vas a correr ya?
-Sssssssí…
La hostia que recibió Eduard casi le parte la cabeza en dos.
Abrió los ojos asustado y miró hacia los lados esperando encontrar algún hombre escondido bajo la cama. Su polla seguía dura como una roca pero del susto, y sobretodo de la hostia, se le había cortado el orgasmo de golpe.
El oído le pitaba y tenía un lado de la cara insensible con evidentes indicios de enrojecimiento. Sin embargo Berta, ajena a los pensamientos de su padre, seguía galopando y gritando como una loca como si tal cosa. Su coño tragaba y escupía su polla sin cesar, sus tetas continuaban botando frente a su cara arriba y abajo y su culo, que aun estaba entre sus manos, se tensaba con cada sacudida.
Sin embargo, ahora sus uñas se clavaban como agujas en los pezones de su padre que aguantaba el dolor como podía. Las lágrimas asomaban a sus ojos y los mocos le colgaban de la nariz.
-¿Te vas a correr? –preguntó Berta entre gemido y gemido.
“No me atrevo”. Estuvo a punto de contestar Eduard.
En su lugar sujetó las muñecas de su hija y apartó sus manos llenas de uñas de su cuerpo malherido, liberando así su pecho del mortífero ataque gatuno. Miró a su princesa con enorme desconcierto que seguía botando sobre su polla. “Sal del cuerpo de mi hija seas quien seas”.
Para su asombro, Berta aumentó sus embestidas todavía más fuertes. Su boca, abierta en toda su extensión, lanzaba gritos cuyo sonido ya no se limitaba a la intimidad del cuarto aunque, por suerte, tuvo el decoro de pegar la boca al cuello de su padre en un beso vampírico ahogando con ello la mayoría de sus decibelios. La loca había alcanzado el clímax por fin.
“¿Así será como se corren las perturbadas en los manicomios?” Pensó Eduard.
Berta se estiró, dio los últimos latigazos a su cuerpo y se dejó caer sobre su padre como una hierva recién cortada por la raíz. Feliz, satisfecha, plena.
-Ahora ya te puedes correr. –susurró.
Eduard no se movió durante un buen rato intentando analizar lo que había pasado esa noche. Era la segunda vez que Berta le jodía bien jodido.
En mitad de sus cavilaciones Berta descabalgó su polla, se tumbó y se giró de espaldas a él dispuesta a dormirse. Eduard, frustrado por el polvo a medio terminar no quiso insistir en acabarlo así que la imitó metiéndose entre las sabanas con resignación. Por hoy ya había tenido suficiente jodienda.
-¿Qué haces?
-¿Cómo que qué hago? Pues dormir, como tú.
-Pero no en mi cama, lárgate.
-Pero…, pero…
-Ya te he dado más de lo que querías. Has venido a que te hiciera una paja y has terminado follando conmigo. No pretendas además plantar tu culo en mi cama.
-Está bien. –refunfuñó a regañadientes mientras salía de la cama dando manotazos a las sábanas. –espero que mañana estés de mejor humor para follar.
Berta dio un respingo y se encaró a su padre.
-De eso ni hablar. No soy tu puta que te espera con las piernas abiertas.
-Pero… yo pensaba que te había gustado lo de hoy.
Berta entrecerró los ojos, tomó aire y levantó el dedo índice.
-Por alguna extraña razón, que no llego a entender, siento cierta atracción hacia tu polla y tus pelotas, sí, y además me he corrido como pocas veces en mi vida pero, si alguna vez decidiera repetir contigo, cosa altamente improbable, ya te lo haría saber en su momento. Hasta entonces no vuelvas a entrar aquí sin mi permiso.
Berta se volvió a tumbar dándole la espalda. “Joder con la chiflada”. Pensó Eduard mientras recogía su ropa del suelo y murmuraba por lo bajo.
Antes de abandonar la habitación vio las bragas de Berta caídas en el suelo, las recogió, se las llevó a la nariz y se limpió los mocos con ellas. Después las echó sobre la cama. Si había suerte, su hija se las pondría y a lo mejor se le quedaban pegadas al coño a la hija de la gran puta.
– · –
Cuando Eduard entró en su dormitorio encontró a Bethelyn acostada y dormida. Evidentemente había abandonado el dormitorio de Ernest antes de que la mujer de éste, la cocinera que había acompañado a Eduard durante su viaje a la capital, los pillara in fraganti.
Se acostó sigilosamente a su lado y se durmió intranquilo pensando en la puta de su mujer y la zorra de su hija.
 
A todos gracias por leerme, SI QUERÉIS HACERME ALGÚN COMENTARIO, MI EMAIL ES boligrafo16@hotmail.com

Relato erótico: “Descubrí a la ingenua de mi tía viendo una película porno”. (POR GOLFO)

$
0
0
La historia que os voy a contar me ocurrió hace algunos años, cuando estaba estudiando en la universidad. Con casi veintidós años  y una más que decente carrera, mis viejos no podían ningún impedimento a que durante las vacaciones de verano, me fuera solo a la casa que teníamos en Laredo. Acostumbraba  al terminar los exámenes a irme allí solo y durante más de un mes, pegarme una vida de sultán a base de copas y playa. Por eso cuando una semana antes de salir rumbo a ese paraíso mi madre me informó que tendría que compartir el chalet con mi tía, me disgustó.
Aunque mi relación con la hermana pequeña de mi madre era buena, aun así me jodió porque con Elena allí no podría comportarme como siempre.
«Se ha acabado andar desnudo y llevarme a zorritas a la cama», pensé, « y para colmo tendré que cargar con ella».
Mis reticencias tenían base ya que mi tía era una solterona de cuarenta años a la que nunca se le había conocido novio y que era famosa en la familia por su ingenuidad en temas de pareja. No sé cuántas veces presencié como mi padre le tomaba el pelo abusando de su falta de picardía hasta que mi madre salía en su auxilio y le explicaba el asunto. Al entender la burla, Elena se ponía colorada y cambiaba de tema.
―No entiendo que con casi cuarenta años caigas siempre en esas bromas― le decía mi vieja, ― ¡Madura!
Los justificados reproches de su hermana lo único que conseguían era incrementar la vergüenza de la pobre que normalmente terminaba yéndose de la habitación para evitar que su cuñado siguiera riéndose de ella.
Pero volviendo a ese día, por mucho que intenté hacerle ver a mi madre que además de joderme las vacaciones su hermana se aburriría al estar sola, no conseguí que diera su brazo a torcer y por eso me tuve que hacer a la idea de pasar un mes con ella.
Nos vamos a Laredo mi tía y yo.
Tal y como habíamos quedado,  a mediados de Junio, me vi saliendo con ella rumbo al norte.  Como a ella no le apetecía conducir en cuanto metimos nuestro equipaje, me dio las llaves de su coche diciendo:
― ¿Quieres conducir? Estoy muy cansada.
Ni que decir tiene que en cuanto la escuché acepté de inmediato porque no en vano el automóvil en cuestión era un precioso BMW descapotable. Encantado con la idea me puse al volante mientras ella se sentaba en el asiento del copiloto. Ya preparados, nos pusimos en camino. No tardé en comprobar que mi tía no había mentido porque al rato se quedó dormida.
Para los que no lo sepan, entre Madrid y Laredo hay unos cuatrocientos cincuenta kilómetros y se tarda unas cuatro horas sin incluir paradas y viendo que no iba a obtener conversación de ella, puse la radio y decidí comprobar si como decían las revistas, ese coche era una maravilla. Con ella roncando a pierna suelta y aunque había mucho tráfico, llegué a Burgos en menos de dos horas y como me había pedido parar en el hotel Landa para almorzar, directamente me salí de la autopista y entré en el parking de ese establecimiento.
Ya aparcado y antes de despertarla, me la quedé mirando. Mi tía seguía dormida y eso me permitió observarla con detenimiento sin que ella se percatara de ese escrutinio.
«Para su edad está buena», sentencié después darle un buen repaso y comprobar que la naturaleza le había dotado de unas ubres que rivalizarían con las de cualquier vaca, «lo que no comprendo es porqué nunca ha tenido novio».
En ese momento fue cuando realmente empecé a verla como mujer ya que hasta entonces Elena era únicamente la hermana de mamá pero ese día corroboré que esa ingenua era dueña de un cuerpo espectacular. Su melena castaña, su estupendo culo y sus largas piernas hacían de ella una mujer atractiva. La confirmación de todo ello vino cuando habiéndola despertado, entramos al restaurante de ese hotel y todos los hombres presentes en el local se quedaron mirando embobados el movimiento de sus nalgas al caminar.
Muerto de risa y queriendo romper el hielo, susurré en su oído:
―Tía, ¡Debías haberte puesto un traje menos pegado!
Ella que ni se había fijado en las miradas que le echaban, me preguntó si no le quedaba bien. Os juro que entonces caí en la cuenta que no sabía el efecto que su cuerpo provocaba a su paso y soltando una carcajada, le solté:
― Estupendamente. ¡Ese es el problema! – y señalando a un grupo de cuarentones sentados en una mesa, proseguí diciendo: ― ¡Te están comiendo con los ojos!
Al mirar hacía ese lugar y comprobar mis palabras, se puso nerviosa y totalmente colorada, me rogó que me pusiera de modo que tapara a esa tropa de salidos. Cómo es normal, obedecí y colocándome de frente a ella, llamé al camarero y pedí nuestras consumiciones.
Mientras nos las traía,  Elena seguía muy alterada y se mantenía con la cabeza gacha como si eso evitara que la siguieran mirando. Esa actitud tan esquiva, ratificó punto por punto la opinión que mi viejo tenía de su cuñada:
« Mi tía era, además de ingenua, de una timidez casi enfermiza».
Viendo el mal rato que estaba pasando, le propuse que nos fuéramos pero entonces ella, con un tono de súplica, me soltó:
― ¿Soy tan fea?
Alucinado porque esa mujer hubiese malinterpretado la situación, me tomé unos segundos antes de contestar:
― ¿Eres tonta o qué? No te das cuenta que si te están mirando es porque estás buenísima.
Mi respuesta la descolocó y casi llorando, dijo de muy mal humor:
― ¡No me tomes el pelo! ¡Sé lo que soy y me miro al espejo!
Fue entonces cuando asumiendo que necesitaba que alguien le abriera los ojos y sin recapacitar sobre las consecuencias, contesté:
― Pues ponte gafas. No solo no eres fea sino que eres una belleza. La gran mayoría de las mujeres desearían que las miraran así. Esos tipos te están devorando con los ojos porque seguramente ninguna de sus esposas tiene unas tetas y un trasero tan impresionantes como el tuyo.
La firmeza con la que hablé le hizo quedarse pensando y tras unos instantes de confusión, sonriendo me contestó:
― Gracias por el piropo pero no te creo.
Debí haberme quedado callado pero me parecía inconcebible que se minusvalorara de ese modo y por eso cometí el error de cogerle de la mano y decirle:
― No te he mentido. Si no fueras mi tía, intentaría ligar contigo.
Lo creáis o no creo que en ese preciso momento esa mujer me creyó porque mirándome a los ojos, me dio las gracias sin percatarse que bajo su vestido involuntariamente sus pezones se le habían puesto duros. El tamaño de esos dos bultos fue tal que no pude más que quedarme embobado mientras pensaba:
« ¡No me puedo creer que nunca me hubiese fijado en sus pitones».
Tuvo que ser el camarero quien rompiera el incómodo silencio que se había instalado entre nosotros al traer la comanda. Ambos agradecimos su interrupción, ella porque estaba alucinada por el calor con el que la miraba su sobrino y yo por el descubrimiento que Elena era una mujer de bandera.
Al terminar ninguno de los dos comentó nada y hablando de temas insustanciales, nos montamos en el coche sin ser enteramente conscientes que esa breve parada había cambiado algo entre nosotros.
«Estoy como una cabra», mascullé entre dientes, «seguro que se ha dado cuenta de cómo le miraba las tetas».
        
Durante el resto del camino la hermana de mi madre se mantuvo casi en silencio como rumiando lo sucedido. Solo cuando ya habíamos dejado atrás Bilbao y estábamos a punto de llegar a Laredo, salió de su mutismo y como si no hubiéramos dejado de hablar del tema, me preguntó:
― Si estoy tan buena, ¿Por qué ningún hombre me ha hecho caso?
Como su pregunta me parecía una solemne idiotez, sin medirme, contesté:
― Ya que tienes ese cuerpazo, ¡Muéstralo! ¡Olvídate de trajes cerrados y ponte un escote! ¡Verás cómo acuden en manada!
Confieso que nunca preví que tomándome la palabra, me soltara:
― ¿Tú me ayudarías? ¿Me acompañaría a escoger ropa?
La dulzura pero sobre todo la angustia que demostró al pedírmelo, no me dio pie a negarme y por eso le prometí que al día siguiente, la acompañaría de compras. Lo que no me esperaba que poniendo un puchero, Elena contestara:
― No seas malo. Es temprano, ¿Por qué no hoy?
Al mirar el reloj y descubrir que ni siquiera era hora de comer, contesté:
― De acuerdo. Bajamos el equipaje en casa, comemos y te acompaño.
Su sonrisa hizo que mereciera la pena perderme esa tarde de playa, por eso no me quejé cuando habiendo descargado nuestras cosas y sin darme tiempo de acomodarlas en mi habitación, me rogó que fuéramos a un centro comercial a comer y así tener más tiempo para elegir.
― ¡He despertado a la bestia!― exclamé al notar la urgencia en sus ojos.
Elena soltando una carcajada, me despeinó con una mano diciendo:
― He decidido hacerte caso y cambiar.
La alegría de su tono me debió advertir que algo iba a suceder pero comportándome como un lelo, me dejé llevar a rastras hasta ese lugar. Una vez allí, entramos en un italiano y mientras comíamos, mi tía no paró de señalar los vestidos de las crías que iban y venían por la galería, preguntando como le quedarían a ella. El colmo fue al terminar y cuando nos dirigíamos hacia el ZARA, Elena se quedó mirando el escaparate de Victoria Secret´s y mostrándome un picardías tan escueto como subido de tono, me preguntara:
― ¿Te parecería bien que me lo comprara o es demasiado atrevido?
Cortado por que me preguntara algo tan íntimo, contesté:
― Seguro que te queda de perlas.
Elena al dar por sentada mi aprobación entró conmigo en el local y dirigiéndose a una vendedora, pidió que trajeran uno de su talla.  Ya con él en su mano, se metió en el probador dejándome a mí con su bolso fuera. No habían trascurrido tres minutos cuando vi que se entreabría la puerta y la mano de mi tía haciéndome señas de que entrara. Sonrojado hasta decir basta, le hice caso y entré en el pequeño habitáculo para encontrarme a mi tía únicamente vestida con ese conjunto.
Confieso que me quedé obnubilado al contemplarla de esa guisa y recreando mi mirada en sus enormes pechos, no pude más que mostrarle mi asombro diciendo:
― ¡Quién te follara!
La burrada de mi respuesta, la hizo reír y mientras me echaba otra vez para afuera, la escuché decir:
― ¡Mira que eres bruto! ¡Qué soy tu tía!
Por su tono descubrí que no se había enfadado por mi exabrupto ya que aunque era el hijo de su hermana, de cierta manera se había sentido halagada con esa muestra tan soez de admiración.
 « No puede ser», pensé al saber que además para ella yo era un crío.
Al salir ratificó que no le había molestado tomándome del brazo y con una alegría desbordante, llevándome de una tienda a otra en busca de trapos. No os podéis hacer una idea de cuantas visitamos y cuanta ropa se probó hasta que al cabo de dos horas y con tres bolsas repletas con sus compras, salimos de ese centro comercial.
Ya en el coche, mi tía comentó entre risas:
― Creo que me he pasado. Me he comprado cuatro vestidos, el conjunto de lencería y un par de bikinis.
― Más bien― contesté mientras encendía el automóvil.
Ni siquiera habíamos salido del parking cuando haciéndome parar, me pidió que bajara la capota ya que le apetecía sentir la brisa del mar. Haciendo caso, oprimí el botón y en menos de diez segundos, el techo se escondió y ya totalmente descapotados salimos a la calle.
― ¡Me encanta!― chilló con alegría,
La felicidad de su rostro mientras recorríamos el paseo marítimo, me puso de buen humor y momentáneamente me olvidé el parentesco que nos unía, llegando al extremo de posar mi mano sobre su muslo. Al darme cuenta, la retiré lo más rápido que pude pero entonces Elena protestó diciendo:
― Déjala ahí, no me molesta.
La naturalidad con la que lo dijo, me hizo conocer que quizás en pocas ocasiones había sentido sobre su piel la caricia de un hombre y por eso no pude evitar excitarme pensando que podía seguir siendo virgen.
« Estoy desvariando», exclamé mentalmente al percatarme que esa mujer que estaba deseando desflorar era mi familiar mientras a mi lado, ella había vuelto a poner mi mano sobre su muslo.
Instintivamente, mi imaginación voló y mientras pensaba en cómo sería ella en la cama, comencé a acariciarla hasta que la realidad volvió de golpe en un semáforo cuando al mirarla descubrí que tenía su vestido completamente subido y que podía verle las bragas.
« ¡Qué coño estoy haciendo!», pensé al darme cuenta que estaba tocando a la hermana de mi madre.
Asustado por ese hecho pero no queriendo que ella se molestara con una rápida huida, aproveché que se ponía verde para retirar mi mano al tener que meter la marcha y ya no volví a ponerla sobre su muslo. Pasado un minuto de reojo comprobé que Elena estaba cabreada pero como no podía reconocer que estaba disfrutando con los toqueteos de su sobrino y más aún el pedirme descaradamente que los continuara.
Afortunadamente estábamos cerca de la casa de mis padres y por eso sin preguntar me dirigí directamente hacia allá. Nada más cruzar la puerta, mi tía desapareció rumbo a su cuarto dejándome con mi conciencia. En mi mente me veía como un pervertidor que se estaba aprovechando de la ingenuidad de esa mujer y de su falta de experiencia y por eso decidí tratar de evitar cualquier tipo de familiaridad aun sabiendo que eso me iba a resultar difícil porque estaríamos ella y yo solos durante un mes.
Habiéndolo resuelto comprendí que lo mejor que podía hacer era irme a dar una vuelta y eso hice. En pocas palabras, hui como un cobarde y no volví hasta que Elena me informó que me estaba esperando para cenar.
― Al rato llego― contesté acojonado que le dijera a mi vieja que la había estado tocando.
Aunque le había dicho que tardaría en volver, comprendí que no me quedaba más remedio que ir a verla y pedirle de alguna manera perdón. Creo que mi tía debió de suponer que tardaría más tiempo porque al entrar en el chalet, escuché que estaba la tele puesta.
Al acercarme al salón, la encontré viendo una de mis películas porno. No sé si fue la sorpresa o el morbo pero desde la puerta me puse a espiar que es lo que hacía para descubrir que creyéndose sola, se estaba masturbando mientras miraba como en la pantalla un jovencito se tiraba a una cuarentona.
« ¡No me lo puedo creer!», pensé al saber que entre todas mis películas había ido a escoger una que bien podría ser nuestra historia. «Un veinteañero con una dama que le dobla en edad».
Ese descubrimiento y los gemidos que salían de su garganta al acariciarse el clítoris, me pusieron  como una moto y bajándome la bragueta saqué mi pene de su encierro y me empecé a pajear mientras observaba en el sofá a mi tía tocándose. Elena sin saber que su sobrino la espiaba desde el zaguán, separó sus rodillas y metiendo su mano por debajo de su braga, separó sus labios y usando un dedo, lo metió dentro de su sexo.
Sabía que me podía descubrir pero aun así necesitaba verla mejor y por eso agachándome, gateé hasta detrás de un sillón desde donde tendría una vista inmejorable de sus maniobras.  Para empeorar la situación y mi calentura, en ese momento, mi querida tía cogió uno de sus senos apretándolo con la mano izquierda mientras  la derecha no dejaba de torturar su mojado coño.
« ¡Está tan bruta como yo», tuve que admitir mientras me pajeaba para calmar mi excitación.
A mi lado, Elena intensificó sus toqueteos pegando sonoros gemidos. Os juro que podía ver hasta el sudor cayendo por el canalillo de su escote pero aun así quería más. Totalmente excitada, la vi cómo se arqueaba su espalda y como cerraba sus piernas con su mano dentro de ella en un intento de controlar el placer que estaba sintiendo. En ese momento, cerró los ojos cerrados y mientras disfrutaba de un brutal orgasmo, mi tía gritó mi nombre y cayó agotada sobre el sofá, momento que aproveché para salir en silencio tanto de la habitación como de la casa.
Ya en el jardín, me quedé pensando en lo que había visto y no queriendo que Elena se sintiera incómoda, me dije que no le contaría nunca que la había descubierto haciéndose una paja pensando en mí.
« Está tan sola que incluso fantasea que su sobrino intenta seducirla», sentencié tomando la decisión de no darle ninguna excusa para que se sintiera atraída.
La cena.
Diez minutos más tarde, no podía prolongar mi llegada y como no quería volverla a pillar en un renuncio, saludé en voz alta antes de entrar.
― Estoy aquí― contestó Elena.
Siguiendo el sonido de su voz, llegué a la cocina donde mi tía estaba preparando la cena. Nada más verla, supe que me iba a resultar complicado no babear mirándola porque se había puesto cómoda poniéndose una bata negra de raso, tan corta que apenas le tapaba el culo.
« ¿De qué va?», me pregunté al observarla porque a lo escueto de su bata se sumaba unas medias de encaje a medio muslo. « ¡Se está exhibiendo!».
La certeza de que Elena estaba desbocada y que de algún modo intentaba seducirme, me hizo palidecer y tratando de que no notara la atracción que sentía por ella, abrí el refrigerador y saqué una cerveza. Todavía no la había abierto cuando de pronto se giró y dijo:
― Tengo una botella de vino enfriando. ¿Me podrías poner otra copa?
Su tono meloso me puso los vellos de punta y dejando la cerveza, saqué la botella mientras trataba de ordenar mis pensamientos. Al mirarla, descubrí que ya se había bebido la mitad.
« Macho recuerda quien es», repetí mentalmente intentando retirar mi mirada de su trasero, « está buena pero es tu tía».
Sintiéndome un mierda, serví dos vasos. Al darle el suyo, mi hasta entonces ingenua familiar extendió su brazo y gracias a ello, se le abrió un poco la bata dejándome descubrir que llevaba puesto el picardías que había elegido esa tarde. Mis ojos no pudieron evitar el recorrer su escote y ella al notar que la miraba, sonriendo me soltó:
― Me he puesto el conjunto que tanto te gustó― tras lo cual y sin medirse, se abrió la bata y modeló con descaro a través de la cocina la lencería que llevaba puesta.
Por mucho que intenté no verme afectado con esa exhibición sentándome en una silla, fallé por completo. Sabía que estaba medio borracha pero aun así bajo mi pantalón mi pene salió de su letargo y como si llevase un resorte, se puso duro como pocas veces. El tamaño del bulto que intentaba ocultar era tal que Elena advirtió mi embarazo y en vez de hacer como ni no se hubiera dado cuenta, acercándose a mí, susurró en mi oído con voz alcoholizada:
 
― ¡Qué mono! A mi sobrinito le gusta cómo me queda.
Colorado y lleno de vergüenza, me quedé callado pero entonces, mi tía envalentonada por mi silencio dio un paso más y sentándose sobre mis rodillas, me preguntó:
― ¿Tú crees que los hombres se fijarían en mí?
Con sus tetas a escasos centímetros de mi boca y mientras intentaba aparentar una tranquilidad que no tenía, con voz temblorosa, respondí:
― Si no se fijan es que son maricas.
Mi respuesta no le satisfizo y cogiendo sus gigantescas peras entre sus manos, insistió:
― ¿No te parece que tengo demasiado pecho?
La desinhibición de esa mujer me estaba poniendo malo. Todo mi ser me pedía hundir la cara en su hondo canalillo pero mi mente me pedía prudencia por lo que haciendo un esfuerzo contesté:
― Para nada.
Mi tía sonrió al escuchar mi respuesta y disfrutando de mi parálisis, se bajó de mis rodillas y dándose la vuelta, puso su pandero a la altura de mi cara y descaradamente siguió acosándome al preguntar:
― Entonces: ¿Será que no me hacen caso porque tengo un culito gordo?
Para entonces estaba como una moto y por eso comprenderéis que tuve que hacer un verdadero ejercicio de autocontrol para no saltar sobre ese par de nalgas que con tanta desfachatez mi tía ponía a mi alcance. Como no le contestaba, Elena estrechó su lazo diciendo:
― Tócalo y dime si lo tengo demasiado flácido.
Como un autómata obedecí llevando mis manos hasta sus glúteos. Si ya de por sí me parecía que Elena tenía un trasero cojonudo al palpar con mis yemas lo duro que lo tenía no pude más que decir mientras seguía manoseándolo:
― ¡Es perfecto y quién diga lo contrario es un imbécil!
La hermana de mi madre al sentir mis magreos gimió de placer y con su respiración entrecortada, se sentó nuevamente sobre mí haciendo que su culo presionara mi verga. Entonces y con un tono sensual, me preguntó:
― ¿Entonces porque no tengo un hombre a mi lado?
Si cómo eso no fuera poco y perdiendo cualquier recato, mi  tía comenzó un suave vaivén con su trasero, de forma que mi erecto pene quedó aprisionado entre sus nalgas.
― Elena, ¡Para o no respondo!― protesté al sentir el roce de su sexo contra el mío.
― ¡Contesta!― gritó sin dejar de moverse― ¡Necesito saber por qué estoy sola!
La situación se desbordó sin remedio al sentir la humedad que desprendía su vulva a través de mi pantalón y llevando mis manos hasta sus pechos, me apoderé de ellos y contesté:
― ¡No lo sé! ¡No lo comprendo!
Mi chillido agónico era un pedido de ayuda que no fue escuchado por esa mujer. Mi tía olvidando  la cordura, forzó mi calentura restregando sin pausa su coño contra mi miembro. Su continuo acoso no menguó un ápice cuando la lujuria me dominó y metí mis manos bajo su picardías para amasar sus senos, Es más al notar que cogía entre mis dedos sus areolas, rugió como una puta diciendo:
― ¿Por qué no se dan cuenta que necesito un hombre?
Su pregunta resultaba a todas luces extraña si pensáis que en ese instante, mi verga y su chocho estaban a punto de explotar pero aun así contesté:
― ¡Yo si me doy cuenta!
Fue entonces cuando como si estuviéramos sincronizados tanto ella como yo nos vimos avasallados por el placer y sin dejar de movernos, Elena se corrió mientras sentía entre sus piernas que mi pene empezaba a lanzar su simiente sobre mi pantalón. Os juro que ese orgasmo fue brutal y que mi tía disfrutó de él tanto como yo pero entonces debió de percatarse que estaba mal porque levantándose de mis rodillas, me respondió:
― Tú no me sirves, ¡Eres mi sobrino!― y haciendo como si nada hubiera ocurrido, me soltó: ― ¿Cenamos?
Reconozco que tuve que morderme un huevo para no soltarle una hostia al escuchar su desprecio porque no en vano se podría decir que casi me había violado y que ya satisfecha me dejaba tirado como un kleenex usado. Pero cuando iba a maldecirla, vi en su mirada que se sentía culpable de lo ocurrido.
« Siente remordimientos por su actitud», me pareció entender y por eso, no dije nada y en vez de ello, le ayudé a poner la mesa.
Tal y como os imaginareis, durante la cena hubo un silencio sepulcral producto de la certeza de nuestro error pero también a que ambos estábamos tratando de asimilar qué nos había llevado a ese simulacro de acto sexual. Me consta que a ella le estaba reconcomiendo la culpa por haber abusado del hijo de su hermana mientras yo no paraba de echarme en cara que de alguna manera había sido el responsable de su desliz.
Por eso cuando al terminar de cenar, Elena me pidió si podía recoger la mesa, respondí que sí y vi como una liberación que sin despedirse mi tía se fuera a su habitación. Al ir metiendo los platos en el lavavajillas, no podía dejar de repasar todo ese día tratando de hallar la razón por la que esa mujer había actuado así, pero por mucho que lo intenté no lo conseguí y por eso mientras subía a mi cuarto, sentencié:
« Esperemos que mañana todo haya quedado en un mal sueño»…
Todo empeora.
Esa noche fue un suplicio porque mi dormitar se convirtió en pesadilla al imaginarme a mi madre echándome la bronca por haber seducido a su hermana borracha. En mi sueño, me intenté disculpar con ella pero no quiso escuchar mis razones y tras mucho discutir, cerró la discusión diciendo:
― Si llego a saber que mi hijo sería un violador, ¡Hubiera abortado!
Por eso al despertar, me encontraba hundido anímicamente. Me sentía responsable de la metamorfosis que había llevado a esa ingenua y apocada mujer a convertirse en la amantis religiosa de la noche anterior. No me cabía en la cabeza que mi tía me hubiera usado para masturbarse para acto seguido desprenderse de mí como si nada hubiera pasado entre nosotros.
« ¡Debe de tener un trauma de infancia!», sentencié y por enésima vez resolví que no volvería a darle motivos para que fantaseara conmigo.
Cómo no tenía ningún sentido quedarme encerrado en mi cuarto, poniéndome un bañador bajé a desayunar. Allí en la cocina, me encontré con Elena. Al observar las profundas ojeras que lucía en su rostro comprendí que también había pasado una mala noche. La tristeza de sus ojos me enterneció y mientras me servía un café, hice como si no me acordara de nada y fingiendo normalidad, le pregunté:
― Me apetece ir a la playa. ¿Me acompañas?
― No sé si debo― respondió con un tono que traslucía la vergüenza que sentía.
Todavía no me explico por qué pero en ese momento intuí que debería enfrentar el problema y por eso sentándome frente a mi tía, le dije:
― Si es por lo que ocurrió anoche, no te preocupes. Fue mi culpa, tú había bebido y te juro que nunca volverá a ocurrir.
Mi auto denuncia la tranquilizó y viendo que yo también estaba arrepentido, contestó:
― Te equivocas, yo soy la mayor y el alcohol no es excusa. Debería haber puesto la cordura― tras lo cual y pensándolo durante unos segundos, dijo:―  ¡Dame diez minutos y te acompaño!
Os reconozco que me alegró que Elena no montara un drama sobre todo porque eso significaba que mi vieja nunca se enteraría que su hijito se había dado unos buenos achuchones con su hermana pequeña. Aunque toda esa supuesta tranquilidad desapareció de golpe cuando la vi bajar por las escaleras porque venía estrenando uno de los bikinis que se compró el día anterior y por mucho que se tapaba con un pareo, su belleza hizo que me quedara con la boca abierta al contemplar lo buenísima que estaba.
« ¡Dios! Está para darle un buen bocado», pensé mientras retiraba mi vista de ella.
Afortunadamente Elena no advirtió mi mirada y alegremente cogió las llaves de su coche para salir al garaje. Al hacerlo me dio una panorámica excelente de sus nalgas sin caer en el efecto que ellas tendrían en su sobrino. 
« ¡Menudo culo el de mi tía!», farfullé mentalmente mientras como un perrito faldero la seguía.
Ya en su BMW, me preguntó a qué playa quería ir. Mi estado de shock no me permitía concentrarme y por eso contesté que me daba lo mismo. Elena al escuchar mi respuesta, se quedó pensando durante unos momentos antes de decirme si me apetecía ir al Puntal. Sé que cuando lo dijo debía haberle avisado que esa playa llevaba varios años siendo un refugio nudista pero entonces mi lado perverso me lo impidió porque quería ver como saldría de esta.
― Está bien. Hace tiempo que no voy― contesté.
Habiendo decidido el lugar, bajó la capota y arrancó el coche. Como Laredo es una ciudad pequeña y el Puntal está a la salida del casco urbano, en menos de diez minutos ya estaba aparcando. Ajena al tipo de prácticas que se hacían ahí, mi tía abrió el maletero y sacó las toallas y su sombrilla sin mirar hacia la arena. No fue hasta que habiendo abandonado el paseo entramos en la playa propiamente cuando se percató que la gran mayoría de los veraneantes que estaban tomando el sol estaban desnudos.
― ¡No me dijiste que era una playa nudista!― exclamó enfadada encarándose conmigo.
― No lo sabía – mentí― si quieres nos vamos a otra.
Sé que no me creyó pero cuando ya creía que nos daríamos la vuelta, me miró diciendo:
― A mí no me importa pero no esperes que me empelote.
Por su actitud comprendí que sabía que se lo había ocultado para probarla pero también que una vez lanzado el reto, había decidido aceptarlo y no dejarse intimidar. La prueba palpable fue cuando habiendo plantado la sombrilla en la arena, se quitó el pareo y con la mayor naturalidad del mundo, hizo lo mismo con la parte superior de su bikini. Ya en topless, me miró diciendo:
― ¿Es esto lo que querías?
No pude ni contestar porque mis ojos se habían quedado prendados en esos pechos que siendo enormes se mantenían firmes, desafiando a la ley de la gravedad. Todavía no me había recuperado de la sorpresa cuando escuché su orden:
― Ahora te toca a ti.
Su tono firme y duro no me dejó otra alternativa que bajarme el traje de baño y desnudarme mientras ella me miraba. En su mirada no había deseo sino enfado pero aun así no pudo evitar asombrarse cuando vio el tamaño de mi pene medio morcillón. Por mi parte estaba totalmente cortado y por eso coloqué mi toalla a dos metros de ella, lejos de la protectora sombra del parasol.
Mi tía habiendo ganado esa batalla sacó la crema solar y se puso a embadurnar su cuerpo con protector mientras yo era incapaz de retirar mis ojos del modo en que se amasaba los pechos para evitar quemarse. Aunque me consta que no fue su intención, esa maniobra provocó que poco a poco mi ya medio excitado miembro alcanzara su máxima dureza. Previéndolo, me di la vuelta para que Elena no se enterara de lo verraco que había puesto a su sobrino. Por su parte cuando terminó de darse crema, ignorándome,  sacó un libro de su bolsa de playa, se puso a leer.
« ¡Qué vergüenza!», pensé mientras intentaba tranquilizarme para que se me bajara la erección: « Esto me ocurre por cabrón».
Desgraciadamente para mí, cuanto mayor era mi esfuerzo menor era el resultado y por eso durante más de media hora, tuve la polla tiesa sin poder levantarme. Esa inactividad junto con lo poco que había descansado la noche anterior hicieron que me quedara dormido y solo desperté cuando el calor de la mañana era insoportable. Sudando como un cerdo, abrí los ojos y descubrí que mi tía no estaba en su toalla.
« Debe de haberse ido a dar un paseo», sentencié y aprovechando su ausencia, salí corriendo a darme un chapuzón en el mar.
El agua del cantábrico estaba fría y gracias a ello, se calmó el escozor que sentía en mi piel. Pero no evitó que al cabo de unos minutos tomando olas al ver a Elena caminando hacia mí con sus pechos al aire, mi verga volviera a salir de su letargo por el sensual  bamboleo de esas dos maravillas.
― ¡Está helada!― gritó mientras se sumergía en el mar.
Al emerger y acercarse a mí, comprobé que sus pezones se le habían puesto duros por el contraste de temperatura y no porque estuviera excitada. El que sí estaba caliente como en celo era yo, que viendo esos dos erectos botones decorando sus pechos no pude más que babear mientras me recriminaba mi poca fuerza de voluntad:
« Tengo que dejar de mirarla como mujer, ¡Es mi tía!».
Ignorando mi estado, Elena estuvo nadando a mi alrededor hasta que ya con frio decidió volver a su toalla. Viéndola marchar hacía la orilla y en vista que entre mis piernas mi pene seguía excitado, juzgué mejor esperar a que se me bajara. Por eso y aunque me apetecía tumbarme al sol, preferí seguir a remojo. Durante casi media hora estuve nadando hasta que me tranquilicé y entonces con mi miembro ya normal, volví a donde ella estaba.
Fue entonces cuando levantando la mirada de su libro, soltó espantada:
― ¡Te has quemado!― para acto seguido recriminarme como si fuera mi madre por no haberme puesto crema.
Aunque me picaba la espalda, tengo que reconocer que no me había dado cuenta que estaba rojo como un camarón y por eso acepté volver a casa en cuanto ella lo dijo. Lo peor fue que durante todo el trayecto, no paró de echarme la bronca y de tratarme como un crío. Su insistencia en mi falta de criterio consiguió ponerme de mala leche y por eso al llegar al chalet, directamente me metí en mi cuarto.
« ¿Quién coño se creé?», maldije mientras me tiraba sobre el colchón.
Estaba todavía repelando del modo en que me había tratado cuando la vi entrar con un frasco de crema hidratante en sus manos y sin pedirme opinión, me exigió que me quitara el traje de baño para untarme de after sun. Incapaz de rebelarme, me tumbé boca abajo y  esperé como un reo de muerte espera la guillotina. Tan cabreado estaba que no me percaté del erotismo que eso entrañaría hasta que sentí el frescor de la crema mientras mi tía la esparcía por mi espalda.
« ¡Qué gozada!», pensé al sentir sus dedos recorriendo mi piel.
Pero fue cuando noté que sus yemas extendiendo el ungüento por mi culo cuando no pude evitar gemir de placer. Creo que fue entonces cuando ella se percató de la escena y que aunque fuera su sobrino, la realidad es que era una cuarentona acariciando el cuerpo desnudo de un veinteañero, porque de pronto noté crecer bajo la parte superior de su bikini dos pequeños bultos que se fueron haciendo cada vez más grandes.
« ¡Se está poniendo bruta!», comprendí. Deseando que siguiera, cerré los ojos y me quedé callado.
Sus caricias se fueron haciendo más sutiles, más sensuales hasta que asimilé que lo que realmente estaba haciendo era meterme mano descaradamente. Entusiasmado, experimenté como sus dedos recorrían mi espalda de una forma nada filial, deteniéndose especialmente en mis nalgas. Justo entonces oí un suspiro  y entreabriendo mis parpados, descubrí una mancha de humedad en la braga de su bikini.
Su calentura iba en aumento de manera exponencial y sin pensarlo bien, mi tía decidió que esa postura era incómoda y tratando de mejorarla, se puso a horcajadas sobre mí con una pierna a cada lado de mi cuerpo. Al hacerlo su braguita quedó en contacto con mi piel desnuda y de esa forma certifiqué lo mojado de su coño. El continuo masajeo fue lentamente asolando su cordura hasta que absolutamente entregada, empezó a llorar mientras sus dedos recorrían sin parar mis nalgas.
― ¿Qué te ocurre?― pregunté dándome la vuelta sin percatarme que boca arriba, dejaba al descubierto mi erección.
Ella al ver mi pene  en ese estado, se tapó los ojos y salió corriendo hacia la puerta pero justo cuando ya estaba a punto de salir de la habitación, se giró y con un gran dolor reflejado en su voz,  preguntó:
― ¿Querías saber lo que le ocurre a tu tía?― y sin esperar mi respuesta, me gritó: ― ¡Qué está loca y te desea! – tras lo cual desapareció rumbo a su cuarto.
Su rotunda confesión me dejó K.O. y por eso tardé unos segundos en salir tras ella. La encontré tirada sobre su cama llorando a moco tendido y solo se me ocurrió, tumbarme con ella y abrazándola por detrás tratar de consolarla diciendo:
― Si estás loca, yo también. Sé que está mal pero no puedo evitar verte como mujer.
Una vez confesado que yo sentía lo mismo que ella, no di ningún otro paso permaneciendo únicamente abrazado a Elena. Durante unos minutos, mi tía siguió berreando hasta que lentamente noté que dejaba de sollozar.
― ¿Qué vamos a hacer?― dándose la vuelta y mirándome a los ojos, preguntó.
Su pregunta era una llamada de auxilio y aunque en realidad me estaba pidiendo que intentáramos olvidar la atracción que existía entre nosotros al ver el brillo de su mirada y fijarme en sus labios entreabiertos no pude reprimir mis ganas de besarla. Fue un beso suave al principio que rápidamente se volvió apasionado mientras nuestros cuerpos se entrelazaban.
― Te deseo, Elena― susurré en su oído.
― Esto no está bien― escuché que me decía mientras sus labios me colmaban de caricias.
Al notar su urgencia llevé mis manos hasta su bikini y lo desabroché porque me necesitaba sentir la perfección de sus pechos. Mi tía, totalmente contagiada por la pasión, se quedó quieta mientras mis dedos reptaban por su piel. Su mente todavía luchaba contra la idea de acostarse con el hijo de su hermana pero al notar mis caricias, tuvo que morderse los labios para no gritar.
Por mi parte yo ya estaba convencido de dejar a un lado los prejuicios sociales y con mis manos sopesé el tamaño de sus senos. Mientras ella no paraba de gemir, recogiendo entre mis dedos uno de sus pezones lo acerqué a mi boca y sacando la lengua, comencé a recorrer con ella los bordes de su areola.
― Por favor, para― chilló indecisa.
Por mucho que conocía y comprendía sus razones, al oír su súplica lejos de renunciar me azuzó a seguir y bajando por su cuerpo, rocé con mis dedos su tanga.
― No seas malo― rogó apretando sus mandíbulas al notar que mis dedos se habían apoderado de su clítoris.
Totalmente indefensa se quedó quieta mientras sufría y disfrutaba por igual la tortura de su botón. Su entrega me dio los arrestos suficientes para sacarle por los pies su braga y descubrir que mi tía llevaba el coño exquisitamente depilado.
― ¡Qué maravilla!― exclamé en voz alta y sin esperar su respuesta, hundí mi cara entre sus piernas. 
No me extrañó encontrarme con su sexo empapado pero lo que no me esperaba fue que al pasar mi lengua por sus labios, esa mujer colapsara y pegando un gritó se corriera. Al hacerlo, el aroma a mujer necesitada inundó mi papilas y recreándome en su sabor, recogí su flujo en mi boca mientras mis manos se apoderaban de sus pechos.
― ¡No sigas!― se quejó casi llorando.
Aunque verbalmente me exigía que cesara en mi ataque, el resto de su cuerpo me pedía lo contrario mientras involuntariamente separaba sus rodillas y posando su mano en mi cabeza, forzaba el contacto de mi boca. Su doble discurso no consiguió desviarme de mi propósito y mientras pellizcaba sus pezones, introduje mi lengua hasta el fondo de su sexo. 
Mi tía chilló de deseo al sentir horadado su conducto y reptando por la cama, me rogó que no continuara. Haciendo caso omiso a su petición, seguí jugando en el interior de su cueva hasta que sentí cómo el placer la dominaba y con su cuerpo temblando, se corría nuevamente en mi boca. Su clímax me informó que estaba dispuesta y atrayéndola hacia mí, puse la cabeza de mi glande entre los labios de su sexo.
― Necesito hacerte el amor― balbuceé casi sin poder hablar por la lujuria.
 Con una sonrisa en sus labios, me respondió:
― Yo también― y recalcando sus palabras, gritó: ― ¡Hazme sentir mujer! ¡Necesito ser tuya!
Su completa aceptación permitió que de un solo empujón rellenara su conducto con mi pene. Mi tía al sentir mi glande chocando contra la pared de su vagina, gritó presa del deseo y retorciéndose como posesa, me exigió que la amara. Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé con ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos.
Fue cuando entre gemidos, me gritó:
― Júrame que no te vas arrepentir de esto.
― Jamás―respondí y fuera de mí, incrementé mi velocidad de mis penetraciones.
Elena respondió a mi ataque con pasión y sin importarle ya que el hombre que la estaba haciendo gozar fuera su sobrino, me chilló que no parara. El sonido de los muelles de la cama chirriando se mezcló con sus aullidos y como si fuera la primera vez, se corrió por tercera vez sin parar de moverse. Por mi parte al no haber conseguido satisfacer mi lujuria,  convertí mi suave galope en una desenfrenada carrera en busca del placer mientras mi tía disfrutaba de una sucesión de ruidosos orgasmos.
Cuando con mi pene  a punto de sembrar su vientre la informé que me iba a correr, en vez de pedirme que eyaculara fuera, Elena contrajo los músculos de su vagina y con una presión desconocida por mí, me obligó a vaciarme en su vagina mientras me decía:
― Quiero sentirlo.

Ni que decir tiene que obedecí y seguí apuñalando su coño hasta que exploté en su interior y agotado por el esfuerzo, me desplomé a su lado. Fue entonces cuando Elena me abrazó llorando. Anonadado pero sobretodo preocupado, le pregunté que le ocurría:
― Soy feliz. Ya había perdido la esperanza que un hombre se fijara en mí.
Sabiendo de la importancia que para ella tenía esa confesión, levanté mi cara y mientras la besaba, le contesté tratando de desdramatizar la situación:
―No solo me he fijado en ti, también en tus tetas.
Soltó una carcajada al oír mi burrada y mientras con sus manos se apoderaba de mis huevos,  respondió:
― ¿Solo mis tetas? ¿No hay nada más que te guste de mí?
― ¡Tu culo!― confesé mientras entre sus dedos mi pene reaccionaba con otra erección.
Muerta de risa, se dio la vuelta y llevando mi miembro hasta su esfínter, susurró:
― Ya que eres tan desgraciado de haber violado a tu tía, termina lo que has empezado. ¡Úsalo! ¡Es todo tuyo!
 Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 
 

 

 

“ESA MUJER INDEFENSA FUE MI PERDICIÓN” Libro para descargar (POR GOLFO)

$
0
0

indefensa1

Sinopsis:

Conozco a través de su asistente social a una indefensa e ingenua jovencita, madre de una hija. Como ave de rapiña, decido aprovecharme de ella sin saber que quizás de cazador, me convertiría en presa. Consciente de la atracción que siento por ella, Malena se dedica a tontear conmigo en plan zorrón.
Pero cuando intento acercarme a ella, se comporta como una calientapollas sin permitir siquiera que la toque. Cada vez más cachondo, tengo que soportar que me deje al cuidado de su hija… ¡Coño! ¡No soy su padre!

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:
 

Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos

 

Capítulo 1

Reconozco que siempre he sido un cabrón y que a través de los años he aprovechado cualquier oportunidad para echar un polvo, sin importarme los sentimientos de la otra persona. Me he tirado casadas, divorciadas, solteras, altas, bajas, flacas y gordas, en cuanto se me han puesto a tiro.
Me traía sin cuidado las armas a usar para llevármelas a la cama. Buscando mi satisfacción personal, he desempeñado diferentes papeles para conseguirlo. Desde el tímido inexperto al más osado conquistador. Todo valía para aliviar mi calentura. Por ello cuando una mañana me enteré de la difícil situación en que había quedado una criatura, decidí aprovecharme y eso fue mi perdición.
Recuerdo como si fuera ayer, como supe de sus problemas. Estaba entre los brazos de María, una asistente social con la que compartía algo más que arrumacos, cuando recibió una llamada de una cliente. Como el cerdo que soy, al oír que mi amante le aconsejaba que rehacer su vida y olvidar al novio que la había dejado embarazada, no pude menos que poner atención a su conversación.
«Una posible víctima», pensé mientras escuchaba como María trataba de consolarla.
Así me enteré que la chavala en cuestión tenía apenas diecinueve años y que su pareja, en cuanto nació su hija, la había abandonado sin importarle que al hacerlo, la dejara desamparada y sin medios para cuidar a su retoño.
«Suena interesante», me dije poniendo todavía mayor atención a la charla.
Aunque ya estaba interesado, cuando escuché a mi polvo-amiga recriminarle que tenía que madurar y buscarse un trabajo con el que mantenerse, supe que sería bastante fácil conseguir una nueva muesca en mi escopeta.
Tras colgar y mientras la asistente social anotaba unos datos en su expediente, disimuladamente me acerqué y comprobé alborozado que la tal Malena no solo no era fea sino que era un auténtico bombón.
«Está buenísima», sentencié al observar la foto en la que su oscura melena hacía resaltar los ojos azules con los que la naturaleza la había dotado y para colmo todo ello enmarcado en un rostro dulce y bello.
Reconozco que tuve que retener las ganas de preguntar por ella. No quería que notara que había despertado mi interés, sobre todo porque sabía que mi conocida no tardaría en pedir mi ayuda para buscarle un trabajo.
Y así fue. Apenas volvimos a la cama, María me preguntó si podía encontrar un trabajo a una de sus clientes. Haciéndome el despistado, pregunté qué tipo de perfil tenía y si era de confianza.
―Pongo la mano en el fuego por esta cría― contestó ilusionada por hacer una buena obra y sin pensar en las consecuencias, me explicó que aunque no tenía una gran formación, era una niña inteligente y de buenos principios que la mala suerte la había hecho conocer a un desalmado que había abusado de ella.
―Pobre chavala― murmuré encantado y buscando sacar mayor información, insistí en que me dijera todo lo que sabía de ella.
Así me enteré que provenía de una familia humilde y que la extremada religiosidad de sus padres había provocado que, al enterarse que estaba preñada, la apartaran de su lado como si estuviera apestada.
«Indefensa y sola, ¡me gusta!», medité mentalmente mientras en mi rostro ponía una expresión indignada.
María desconocía mis turbias intenciones y por ello no puso reparo en explicarme que la estricta educación que había recibido desde niña, la había convertido en una presa fácil.
―No te entiendo― dejé caer cada vez más encantado con las posibilidades que se me abrían.
―Malena es una incauta que todavía cree en la bondad del ser humano y está tan desesperada por conseguir un modo de vivir, que me temo que caiga en manos de otro hijo de perra como su anterior novio.
―No será para tanto― insistí.
―Desgraciadamente es así. Sin experiencia ni formación, esa niña es carne de cañón de un prostíbulo sino consigue un trabajo que le permita mantener a su hijita.
Poniendo cara de comprender el problema, como si realmente me importara su futuro, insinué a su asistente social que resultaría complicado encontrar un puesto para ella pero que podría hacer un esfuerzo y darle cobijo en mi casa mientras tanto.
―¿Harías eso por mí?― exclamó encantada con la idea porque aunque me conocía de sobra, nunca supuso que sería tan ruin de aprovecharme de la desgracia de su cliente.
Muerto de risa, contesté:
―Si pero con una condición…―habiendo captado su atención, le dije: ―Tendrás que regalarme tu culo.
Sonriendo de oreja a oreja, María me contestó poniéndose a cuatro patas en el colchón…

Capítulo 2

Sabiendo que al día siguiente María me pondría en bandeja a esa criatura, utilicé el resto del día para prepararme. Lo primero que hice fui ir a la “tienda del espía” y comprar una serie de artilugios que necesitaría para convertir mi chalet en una trampa. Tras pagar una suculenta cuenta en ese local, me vi llevando a mi coche varias cámaras camufladas, así como un completo sistema de espionaje.
Ya en mi casa, coloqué una en el cuarto que iba a prestar a esa monada para que ella y su hijita durmieran, otra en el baño que ella usaría y las demás repartidas por la casa. Tras lo cual, pacientemente, programé el sistema para que en mi ausencia grabaran todo lo que ocurría para que al volver pudiera visualizarlo en la soledad de mi habitación. Mis intenciones eran claras, intentaría seducir a esa incauta pero de no caer en mis brazos, usaría las grabaciones para chantajearla.
«Malena será mía antes de darse cuenta», resolví esperanzado y por eso esa noche, salí a celebrarlo con un par de colegas.
Llevaba tres copas y otras tantas cervezas cuando de improviso, mi teléfono empezó a sonar. Extrañado porque alguien me llamara a esas horas, lo saqué de la chaqueta y descubrí que era María quien estaba al otro lado.
―Necesito que vengas a mi oficina― gritó nada más descolgar.
La urgencia con la que me habló me hizo saber que estaba en dificultades y aprovechando que estaba con mis amigos, les convencí para que me acompañaran.
Afortunadamente, Juan y Pedro son dos tíos con huevos porque al llegar al edificio de la asistente social nos encontramos con un energúmeno dando voces e intentando arrebatar un bebé de las manos de su madre mientras María intentaba evitarlo. Nadie tuvo que decirme quien eran, supe al instante que la desdichada muchacha era Malena y que ese animal era su antiguo novio.
Quizás gracias al alcohol, ni siquiera lo medité e interponiéndome entre ellos, recriminé al tipejo su comportamiento. El maldito al comprobar que éramos tres, los hombres que las defendían, se lo pensó mejor y retrocediendo hasta su coche, nos amenazó con terribles consecuencias si le dábamos amparo.
―Te estaré esperando― grité encarando al sujeto, el cual no tuvo más remedio que meterse en el automóvil y salir quemando ruedas. Habiendo huido, me giré y fue entonces cuando por primera vez comprendí que quizás me había equivocado al ofrecer mi ayuda.
¡Malena no era guapa! ¡Era una diosa!
Las lágrimas y su desesperación lejos de menguar su atractivo, lo realzaban al darle un aspecto angelical.
Todavía no me había dado tiempo de reponerme de la sorpresa cuando al presentarnos María, la muchacha se lanzó a mis brazos llorando como una magdalena.
―Tranquila. Si ese cabrón vuelve, tendrá que vérselas conmigo― susurré en su oído mientras intentaba tranquilizarla.
La muchacha al oírme, levantó su cara y me miró. Os juro que me quedé de piedra, incapaz de hablar, al ver en su rostro una devota expresión que iba más allá del mero agradecimiento. Lo creáis o no, me da igual. Malena me observaba como a un caballero andante bajo cuya protección nada malo le pasaría.
«Menuda pieza debe de ser su exnovio», pensé al leer, en sus ojos, el terror que le profesaba.
Tuvo que ser María quien rompiera el silencio que se había instalado sobre esa fría acera, al pedirme que nos fuéramos de allí.
―¿Dónde vamos?― pregunté todavía anonadado por la belleza de esa joven madre.
―Malena no puede volver a la pensión donde vive. Su ex debe de estarla esperando allí. Mejor vamos a tu casa.
Cómo con las prisas había dejado mi coche en el restaurante, los seis nos tuvimos que acomodar en el todoterreno de Juan. Mis colegas se pusieron delante, dejándome a mí con las dos mujeres y la bebé en la parte trasera.
Durante el trayecto, mi amiga se encargó de calmar a la castaña, diciendo que junto a mí, su novio no se atrevería a molestarla. Si ya de por sí que me atribuyera un valor que no tenía, me resultó incómodo, más lo fue escucharla decir que podía fiarse plenamente de mí porque era un buen hombre.
―Lo sé― contestó la cría mirándome con adoración― lo he notado nada más verlo.
Su respuesta me puso la piel de gallina porque creí intuir en ella una mezcla de amor, entrega y sumisión que nada tenía que ver con la imagen que me había hecho de ella.
Al llegar al chalet y mientras mis amigos se ponían la enésima copa, junto a María, acompañé a Malena a su cuarto. La cría estaba tan impresionada con el lujo que veía por doquier que no fue capaz de decir nada pero al entrar en la habitación y ver al lado de su cama una pequeña cuna para su hija, no pudo retener más el llanto y a moco tendido, se puso a llorar mientras me agradecía mis atenciones.
Totalmente cortado, la dejé en manos de mi amiga y pensando en el lio que me había metido, bajé a acompañar a los convulsos bebedores que había dejado en el salón. A María tampoco debió de resultarle sencillo consolarla porque tardó casi una hora en reunirse con nosotros. Su ausencia me permitió tomarme otras dos copas y bromear en plan machote de lo sucedido mientras interiormente, me daba vergüenza el haber instalado esas cámaras.
Una vez abajo, la asistente social rehusó ponerse un lingotazo y con expresión cansada, nos pidió que la acercáramos a su casa. Juan y Pedro se ofrecieron a hacerlo, de forma que me vi despidiéndome de los tres en la puerta.
«Seré un capullo pero esa cría no se merece que me aproveche de ella», dije para mis adentros por el pasillo camino a mi cuarto.
Ya en él, me desnudé y me metí en la cama, sin dejar de pensar en la desvalida muchacha que descansaba junto a su hija en la habitación de al lado. Sin ganas de dormir, encendí la tele y puse una serie policiaca que me hiciera olvidar su presencia. No habían pasado ni cinco minutos cuando escuché que tocaban a mi puerta.
―Pasa― respondí sabiendo que no podía ser otra que Malena.
Para lo que no estaba preparado fue para verla entrar únicamente vestida con una de mis camisas. La chavala se percató de mi mirada y tras pedirme perdón, me explicó que como, había dejado su ropa en la pensión, Maria se la había dado.
No sé si en ese momento, me impresionó más el dolor que traslucía por todos sus poros o el impresionante atractivo y la sensualidad de esa cría vestida de esa forma. Lo cierto es que no pude dejar de admirar la belleza de sus piernas desnudas mientras Malena se acercaba a mí pero fue al sentarse al borde de mi colchón cuando mi corazón se puso a mil al descubrir el alucinante canalillo que se adivinaba entre sus pechos.
―No importa― alcancé a decir― mañana te conseguiré algo que ponerte.
Mis palabras resultaron sinceras, a pesar que mi mente solo podía especular con desgarrar esa camisa y por ello, al escucharme, la joven se puso nuevamente a llorar mientras me decía que, de alguna forma, conseguiría compensar la ayuda que le estaba brindando.
Reconozco que, momentáneamente, me compadecí de ella y sin otras intenciones que calmarla, la abracé. Lo malo fue que al estrecharla entre mis brazos, sentí sus hinchados pechos presionando contra el mío e involuntariamente, mi pene se alzó bajo la sábana como pocas veces antes. Todavía desconozco si esa cría se percató de la violenta atracción que provocó en mí pero lo cierto es que si lo hizo, no le importó porque no hizo ningún intento de separarse.
«Tranquilo macho, no es el momento», me repetí tratando de evitar que mis hormonas me hicieran cometer una tontería.
Ajena a la tortura que suponía tenerla abrazada y buscando mi auxilio, Malena apoyó su cabeza en mi pecho y con tono quejumbroso, me dio nuevamente las gracias por lo que estaba haciendo por ella.
―No es nada― contesté, contemplando de reojo su busto, cada vez más excitado― cualquiera haría lo mismo.
―Eso no es cierto. Desde niña sé que si un hombre te ayuda es porque quiere algo. En cambio, tú me has ayudado sin pedirme nada a cambio.
El tono meloso de la muchacha incrementó mi turbación:
¡Parecía que estaba tonteando conmigo!
Asumiendo que no debía cometer una burrada, conseguí separarme de ella y mientras todo mi ser me pedía hundirme entre sus piernas, la mandé a su cuarto diciendo:
―Ya hablaremos en la mañana. Ahora es mejor que vayas con tu hija, no vaya a despertarse.
Frunciendo el ceño, Malena aceptó mi sugerencia pero antes de irse desde la puerta, me preguntó:
―¿A qué hora te despiertas?
―Aprovechando que es sábado, me levantaré a las diez. ¿Por qué lo preguntas?
Regalándome una dulce sonrisa, me respondió:
―Ya que nos permites vivir contigo, que menos que prepararte el desayuno.
Tras lo cual, se despidió de mí y tomó rumbo a su habitación, sin saber que mientras iba por el pasillo, me quedaba admirando el sensual meneo de sus nalgas al caminar.
«¡Menudo culo tiene!», exclamé absorto al certificar la dureza de ese trasero.
Ya solo, apagué la luz, deseando que el descanso me hiciera olvidar las ganas que tenía de poseerla. Desgraciadamente, la oscuridad de mi cuarto, en vez de relajarme, me excitó al no poder alejar la imagen de su belleza.
Era tanta mi calentura que todavía hoy me avergüenzo por haber dejado volar mi imaginación esa noche como mal menor. Sabiendo que, de no hacerlo, corría el riesgo de pasarme la noche en vela, me imaginé a esa preciosidad llegando hasta mi cama, diciendo:
―¿Puedo ayudarte a descansar?― tras lo cual sin pedir mi opinión, se arrodilló y metiendo su mano bajó las sábanas, empezó a acariciar mi entrepierna.
Cachondo por esa visión, forcé mi fantasía para que Malena, poniendo cara de putón desorejado, comentara mientras se subía sobre mí:
―Necesito agradecerte tu ayuda― y recalcando sus palabras, buscó el contacto de mis labios.
No tardé en responder a su beso con pasión. Malena al comprobar que cedía y que mis manos acariciaban su culo desnudo, llevó sus manos hasta mi pene y sacándolo de su encierro, me gritó:
―¡Tómame!
Incapaz de mantener la cordura, separé sus piernas y permití que acomodara mi miembro en su sexo. Contra toda lógica, ella pareció la más necesitada y con un breve movimiento se lo incrustó hasta dentro pegando un grito. Su chillido desencadeno mi lujuria y quitándole mi camisa, descubrí con placer la perfección de sus tetas. Dotadas con unos pezones grandes y negros, se me antojaron irresistibles y abriendo mi boca, me puse a saborear de ese manjar con sus gemidos como música ambiente.
Malena, presa por la pasión, se quedó quieta mientras mi lengua jugaba con los bordes de sus areolas, al tiempo que mis caricias se iban haciendo cada vez más obsesivas. Disfrutando de mi ataque, las caderas de esa onírica mujer comenzaron a moverse en busca del placer.
―Estoy cachonda― suspiró al sentir que sopesando con mis manos el tamaño de sus senos, pellizcaba uno de sus pezones.
Obviando su calentura, con un lento vaivén, fui haciéndome dueño con mi pene de su cueva. Ella al notar su sexo atiborrado, pegó un aullido y sin poder hacer nada, se vio sacudida por el placer mientras un torrente de flujo corría por mis muslos.
―Fóllame, mi caballero andante― suspiró totalmente indefensa― ¡soy toda tuya!
Su exacerbada petición me terminó de excitar y pellizcando nuevamente sus pezones, profundicé el ataque que soportaba su coño con mi pene. La cría, al experimentar la presión de mi glande chocando contra la pared de su vagina, gritó y retorciéndose como posesa, me pidió que no parara. Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé en ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos. Fue entonces su cuando, berreando entre gemidos, chilló:
―Demuéstrame que eres un hombre.
Sus deseos me hicieron enloquecer y cómo un perturbado, incrementé la profundidad de mis caderas mientras ella, voz en grito, me azuzaba a que me dejara llevar y la preñara. La paranoia en la que estaba instalado no me permitió recordar que todo era producto de mi mente y al escucharla, convertí mi lento trotar en un desbocado galope cuyo único fin era satisfacer mi lujuria.
Mientras alcanzaba esa meta imaginaria, esa cría disfrutó sin pausa de una sucesión de ruidosos orgasmos. La entrega de la que hizo gala convirtió mi cerebro en una caldera a punto de explotar y por eso viendo que mi pene no tardaría en sembrar su vientre con mi simiente, la informé de lo que iba a ocurrir.
Malena, al escuchar mi aviso, contestó desesperada que me corriera dentro de ella y contrayendo los músculos de su vagina, obligó a mi pene a vaciarse en su interior.
―Mi caballero andante― sollozó al notar las descargas de mi miembro y sin dejar que lo sacara, convirtió su coño en una batidora que zarandeó sin descanso hasta que consiguió ordeñar todo el semen de mis huevos.
Agotado por el esfuerzo, me desplomé en la cama y aunque sabía que no era real, me encantó oír a esa morena decir mientras volvía a su alcoba:
―Esto es solo un anticipo del placer que te daré.
Ya relajado y con una sonrisa en los labios, cerré los ojos y caí en brazos de Morfeo…

Relato erótico: “ Pablo, Ana. José, Mila y familia. 2″ (POR SOLITARIO)

$
0
0

Esta es la continuación de:

Pablo, Ana. José, Mila y familia.

Y la historia comienza con: 16 días cambiaron mi vida. Capítulos 1 á 7

Sigue con: Mi nueva vida. Capítulos 1 á 7

Y continua con: 16 días, la vida sigue Capítulos 1 á 7

Mi perfil lo encontrareis aquí: solitario

ANA

Vaya, anoche le di a Pablo los cuadernos de mi madre y no sé si he hecho bien, no creo que se lo diga a nadie, pero no estaré tranquila hasta que hable con él.

Han llegado papá, Marga y Claudia de Madrid.

–Papá, ¿Como estas? ¿Qué ha pasado?

–Muchos papeles hija. Mila, tenemos que hablar.

Mi madre está seria, preocupada.

–¿Qué ha pasado José? ¿Más problemas?

–¡No, mi vida! Parece ser que las cosas se van solucionando. Isidro deja la herencia a sus hijos. Al ser menores Claudia es la que administrará los bienes hasta su mayoría de edad. A ella también le corresponde una parte, en base a los años de convivencia. Lo de Gerardo es curioso. Te lo deja todo a ti y a tu hijo. Alma quedaba fuera y no sé si lo que he decidido es lo correcto. Le he cedido, en tu nombre, el usufructo del local de parejas. Por otra parte, de nuevo eres propietaria de los pisos y aquí también he hecho algo en tu nombre. Les he dejado el local que preparamos a Amalia y Edu y les va muy bien. Pagarán todos los gastos y te ingresarán un diez por ciento de los beneficios netos. Todo se ha firmado ante notario. ¿Estás de acuerdo?

–¡Cómo no voy a estarlo José! Lo que tú hagas, bien hecho está, cariño. Lo que quiero es apartarme de todo eso…. Olvidar, José… olvidar.

–Entonces no pienses más en esto. Lo hemos solucionado. Así que todo resuelto. ¿Y por aquí, cómo van las cosas?

–Bien, Pablo ha estado viendo a las niñas, anoche estuvo cenando con nosotras. Hemos hablado mucho, eso nos hace bien, sobre todo a mí.

–Quiero verlo para hablar con él. ¿Cuándo volverá?

–Creo que esta noche, aunque no cena, nos acompaña y charlamos.

Marga y Claudia nos han dado un beso y han salido disparadas, están arriba con los niños. Se oyen reír, deben estar jugando.

Dejo a mis papis hablando de sus cosas y voy por Claudia, vamos a casa de Pablo para nuestra sesión de comecocos.

Nos recibe con la sonrisa de siempre. Me cae bien, mi madre dice que es una persona íntegra, en la que podemos confiar.

–Buenas tardes, señoritas. ¿Cómo les trata la vida?

–Por ahora, bien. El curso está por comenzar y no sabemos lo que nos vamos a encontrar en el insti. ¿Conoces algún profesor de aquí?

–No, mis relaciones las tengo en Valencia, pero puedo intentar averiguar si conozco alguno de los profes que vais a tener. Cuando empiece el curso hablaremos. Hoy vamos a centrarnos en vuestras experiencias. Tengo una vaga idea de cómo se inició Ana, pero no sé cómo llegó Claudia a entrar en ese mundo.

–Puff. No sé lo que sabes de Ana, pero a mí me ocurrió algo parecido. Cuando Paolo dejó a Ana, me propuse ligármelo, no fue difícil, como le hizo a ella, me llevo a bailes, discotecas, clubs, donde era popular. Me deslumbró. Me colé por él y me dejé hacer de todo. No contento con eso me llevó un noche a un local, donde, después de tomar algunas copas, unos amigos suyos me follaron por todos mis agujeros. No me importaba, estaba con él y eso me bastaba. Si me pedía que se la mamara a un tío, yo lo hacía, si quería que follara con otro, follaba y además me lo pasaba bien. Hasta que una tarde me llevó a su piso. Después de follar me llevo a casa de María, en la misma planta, nos presentó y dijo que tenía que salir para no sé qué. Me quede cortada, no conocía a aquella mujer, pero se portó muy bien conmigo, me invitó a un refresco mientras esperaba. Mucho después supe que esta señora utilizaba a jovencitos, como Paolo, para que le llevaran niñatas tontas, como nosotras, para introducirlas en el mundo de la prostitución. Ganaban mucho dinero con nosotras.

Poco después llegó una chica, joven, guapa, bien vestida. La saludó con dos besos, me presentó y nos sentamos a charlar de cosas intrascendentes. Así está vamos cuando llamaron al timbre, María se levantó para abrir y la chica me dijo:

–Este es mi cliente, voy a prepararme.

Se fue por el pasillo y oí abrir y cerrar una puerta. María entró con un hombre, me miró y sin decir nada se fue por el pasillo donde había entrado la chica, abrió y cerró la misma puerta, María sonreía y me hacía gestos extraños.

–Ya van a estar liados los dos tortolitos. ¿Quieres ver lo que hacen?

Le contesté con un encogimiento de hombros. Cogió mi mano y me llevo, por el mismo pasillo a otra habitación. Quitó un cuadro de la pared, había un agujero, me indicó que mirara por él y lo hice. El hombre le comía el chochito a la chica, desnuda, tumbada de espalda sobre la cama. Él, vestido, se masturbaba con furia mientras su cara se perdía entre los muslos de su acompañante.

Me mojé. Casi sin darme cuenta, María, situada detrás de mí, acariciaba mis pechos, bajaba la mano hasta mis muslos, subía la falda y acariciaba mi cuquita sobre las braguitas.

Al principio me sorprendió, después me dejé llevar por el morbo de la situación. Recuerdo que cogió la cintura de las bragas y de un tirón las puso en mis tobillos. Su cara entre mis nalgas, lamiendo mi culo, mientras sus manos abrían mi chuchita y masajeaba mi perlita.

Me provocó una serie de orgasmos, con una intensidad desconocida para mí. Se me aflojaron las piernas, casi me caigo, ella me arrastró hasta una cama que había detrás de nosotras, me tendió y siguió chupándome la almejita, no podía parar de correrme, era una locura. Aquella mujer sabía cómo satisfacerme. Su boca, sus manos, todo el cuerpo era una máquina de proporcionar placer. Yo estaba alucinada, nunca había tenido contacto íntimo con otra chica y esta mujer, que podía ser mi abuela, me había hecho sentir lo que ningún tío, ni siquiera Paolo.

Después de aquello, María me propuso trabajar en su casa, me ofreció la posibilidad de ganar mucho dinero y acepté. A partir de aquel día visitaba una o dos veces por semana su piso, donde ella me concertaba las citas con los clientes. En una ocasión coincidí con Ana, creo que lo hizo adrede, desde entonces hicimos muchos trabajos las dos juntas. Lo demás ya lo sabes.

–¡Vaya historia chicas! Tengo que reconocer que habéis sido muy valientes. Entrar en ese tortuoso mundo y haber podido salir, es de elogiar. También debéis de reconocer que la suerte os ha acompañado en estas aventuras. ¿No pensabais en que podían haberos contagiado alguna enfermedad? ¿Y la posibilidad de caer en manos de algún desaprensivo que pudiera haberos hecho daño?

Ana baja la cabeza, asiente.

–Eso lo pensamos ahora, pero en aquellos momentos solo veíamos el dinero y la diversión. Porque a veces lo pasábamos muy bien.

Claudia estaba pensativa.

–Ya, pero tienes razón, Pablo. Ana ¿Recuerdas cuando nos llevaron a las dos a aquella fiesta en una mansión en el campo? Allí pasamos mucho miedo. Eran cuatro hombres, de más de cincuenta años, nos desnudaron y nos colocaron collares de perro y un plugin dentro del culo, con una cola colgando. Nos trataron como perras y ahora que lo pienso, lo éramos. –Sollozó—Éramos dos perras, teníamos que andar a cuatro patas, oler sus partes bajas como los perros, nos hicieron lamer sus miembros, los culos. Echaban comida al suelo y teníamos que comerla cogiéndola con la boca, sin utilizar las manos. Bebíamos de unos platos que tenían un brebaje raro, sabía a leche y menta.

Es lo último que recuerdo. Cuando desperté, en un colchón en el suelo, desnuda, helada de frio, llena de moratones en las tetas y las nalgas, con el chocho y el culo dolorido e irritado. Tú estabas a mi lado, aún dormías. Te zarandeé para despertarte. En un rincón estaba nuestra ropa, tirada en el suelo. El vestido, que había comprado para esa ocasión, estaba manchado, sucio, como si lo hubieran arrastrado por el suelo.

Nos vestimos y al salir nos dimos cuenta que no estábamos en la casa donde fuimos. Era una caseta de aperos de labranza en medio de un campo. Cerca vimos a un pastor, con un rebaño de ovejas. Nos miró y se reía. Nos hacía gestos indicándonos que había estado follando con las dos.

Tuvimos que andar, campo a través hasta una carretera, donde, después de muchos intentos, conseguimos que un coche parara y nos llevara de regreso a Madrid. Le preguntamos al conductor donde estábamos y nos dijo que cerca de Illescas, en la provincia de Toledo. Aquella semana no fuimos a casa de María. Cuando nos decidimos a ir, íbamos dispuestas a tener una bronca con ella, amenazamos con denunciarla. Pero ella nos convenció. Nos dio dos mil euros a cada una y así se cerró el asunto.

–¡Dios mío! ¿Suerte? No sabéis de lo que pudisteis haberos librado. Pensad en las chicas que se han encontrado asesinadas. Algunas de ellas como consecuencia de “Fiestas”, en las que el alcohol, las drogas y personalidades psicopáticas, han convertido en sádicos asesinos, a los participantes, que nunca serán castigados, porque ostentan posiciones de poder que los hacen intocables. Es bueno que habléis de esto, para que toméis conciencia de los peligros a los que habéis estado expuestas. Ahora vamos a realizar un ejercicio de relajación. Sentadas como estáis, poneros lo más cómodas que podáis, cerrar los ojos, descansad las manos sobre los muslos con la palma hacia arriba. Inspirad profundamente, contad, uno, dos …hasta diez. Dejad el aire en los pulmones, uno, dos…hasta cinco. Expirad, uno, dos…hasta diez. Hacedlo tres veces….

Pablo nos fue diciendo como debíamos respirar, nos guió para relajar la mente, para controlar el flujo de pensamiento. La verdad es que el ejercicio de relajación fue muy positivo. Tras recordar lo que narró Claudia, me puse muy tensa. Realmente, estuvimos muy cerca de sufrir un percance, que podía haber terminado con nuestras vidas.

Ya más tranquilas y relajadas, le dije a Pablo que lo esperábamos para cenar, que mi padre había vuelto y quería hablar con él. Regresamos a casa, donde nos esperaban las personas que nos querían y a las que yo quería.

PABLO.

Tras la marcha de las chicas intenté relajarme, pero no dejaba de pensar en las cosas que me habían contado. Tan niñas y sometidas a los peligros de gente sin escrúpulos, capaces de las mayores atrocidades. Precisamente en los alrededores de Valencia, habían ocurrido hechos horribles. Jóvenes asesinadas, ultrajadas, cuyos crímenes estaban aún por esclarecer y seguramente, jamás saldrá a la luz la verdad de lo sucedido.

Me dirijo a casa de José. Me presentan a Claudia, a Marga ya la conocía, acompañaba a Mila, en una de nuestras entrevistas, en la cafetería del hotel de Madrid, donde me suelo hospedar. Me veo obligado a cenar. Intento oponerme, pero las muy tunas, se las apañan para obligarme a saborear los exquisitos platos que preparan. Son mis debilidades. La buena comida, el buen vino y después, una copa de brandi o pacharán, me ablandan, no puedo negarme, es el pecado de gula. Lo confieso, soy un pecadorrr.

Veo a Ana seria, con cara de preocupación, en un aparte, mientras recogen la mesa.

–Ana ¿Qué te preocupa?

–Vaya, te has dado cuenta. Verás, el pendrive que te di, con las hojas escaneadas de los cuadernos de mi madre, se lo copié del ordenador de mi padre, sin él saberlo. No quiero tener secretos con él. No se lo merece. ¿Qué puedo hacer?

— Yo no he leído nada aún. Si quieres borro la información y se acabó. Pero tienes otra opción. Decírselo. Tal vez se enfade, pero por lo que conozco a tu padre, no le durará mucho el cabreo. No es bueno que guardéis secretos entre vosotros.

Al terminar el ágape, nos sentamos fuera, en el jardín. José comentaba lo que habían hecho en Madrid. Ana, sentada a mi lado, como buscando mi apoyo y protección.

–Papá, mamá, he hecho algo que creo que no está bien. Lo he comentado con Pablo y me ha animado a decíroslo. Papá ¿Recuerdas el día que se cayó Pepito? Cuando te lo llevaste al centro de salud dejaste el ordenador encendido. Fui a apagarlo y vi lo que estabas leyendo.

José agachó la cabeza hasta tocar la barbilla en el pecho. Alzó la cara.

–¿Y qué hiciste?

–Copiar el pendrive en mi ordenador, después le di una copia a Pablo. Lo siento.

Ana cubre la cara con las manos y llora. Paso mi brazo por los hombros y atraigo su cuerpo, me abraza. José me mira, no detecto enfado en su cara.

–Tranquilízate Ana. No pasa nada, precisamente quería hablar con vosotras de este tema. Mila, le di a Pablo un pendrive con las notas que tomé. Pero lo peor y tú no sabes, es que escaneé tus cuadernos, los que guardabas bajo llave en el baúl que tenias en tu armario. Es lo que Ana copio y entregó a Pablo.

Mila abatida.

–Por favor, dejadlo ya. No sigáis atormentándome. ¿Lo ves Pablo? Yo destruí esos cuadernos, pero de nuevo el pasado cae sobre mí. ¡He sido una puta! ¡He hecho cosas que sonrojarían al Maques de Sade! ¡Soy culpable de haber gozado con mi cuerpo durante años!… De todo eso no me arrepiento…Lo que me está matando es haberte engañado y estar enamorada de ti, José. Jamás he amado a ningún hombre. Los utilizaba, me aprovechaba de ellos. Solo era sexo, placer carnal, no conocía el amor, hasta que lo descubrí,… contigo. Por eso no soportaba la idea de perderte, por eso hice lo que hice. Pero ¿Hasta cuándo debo soportar esta tortura? ¿Qué puedo hacer, para que cese este tormento?

Me limitaba a observar las reacciones de los presentes. Mila se levantó para irse. Marga la abrazó. José se levantó y fue hacia ella, con delicadeza apartó a Marga y se fundió en un amoroso abrazo con su esposa. Claudia, madre e hija y Ana hacían pucheros. Las lágrimas corrían por sus mejillas. Tomé la palabra, con voz grave, pausada.

–Por favor, sentaos. Vamos a hablar. Creo que es un buen momento para empezar a sentar las bases de unas relaciones más estables de cara al futuro. Vuestro futuro. Ya conocéis las consecuencias de los engaños. Mila, lo que acabas de hacer es la mejor terapia. Habla, desahógate, confíales todo lo que llevas dentro, sácalo fuera…Habla. No te calles nada. Lo que piensas, lo que sientes, lo que te preocupa, lo que quieres…Habla. Te hará bien. Dime, ¿qué hay en los cuadernos, de los que habla José, que te afecta tanto? ¿Qué es lo que más te duele?

–Me afecta todo, Pablo. Pero hay episodios que son extremadamente dolorosos. Sobre todo los relacionados con su padre, mi suegro. Es algo que no puedo superar.

Solloza amargamente, con el rostro cubierto con sus manos.

–En eso te equivocas, Mila. ¡Sí puedes superarlo! Y debes hacerlo. Habla de ello, habla hasta que se convierta en algo trivial. ¿Que sucedió? ¿Que no puedes borrarlo? De acuerdo, pero ahora ya no ocurre, es el pasado, algo que debe ser, debe quedar convertido, en un simple recuerdo. Nada más. Como una enfermedad pasada, superada. Imagina que pasaste por un cólico renal, eso es muy doloroso, mucho, te lo puedo asegurar, pero una vez has expulsado el cálculo, todo vuelve a la normalidad.

Todos estaban pendientes de mis palabras. Proseguí.

–Mira a tu familia, ellos no te reprochan nada. Te quieren. Y no están dispuestos a seguir viéndote sufrir. Acepta lo ocurrido como algo que le pasó a otra Mila, a la Mila pasada, no a la Mila presente. Esta es otra Mila. Distinta. Con otros valores, con otras miras de cara al futuro. Al futuro de toda la familia, donde incluyo a Marga, a Claudia,..A todos. Como te dije la otra noche, dedícate a buscar su felicidad…Y encontraras la tuya. Háblanos de lo que te preocupa, cuando lo expreses, comprobaras que no es tan importante como pensabas.

Mila me mira, suspira, une las palmas de las manos como si fuera a orar.

–Pablo, no puedes entenderlo. He hecho cosas horribles. Mi suegro hizo lo que quiso conmigo durante años, sin que su hijo supiera nada.

–Pero ahora lo sabe. Lo sabe y a pesar de lo doloroso que le pueda resultar, su amor por ti hace que esos horrores, a los que te refieres, carezcan de importancia. Lo que ahora desea es que tú superes esto, que vuelva la alegría a tu cara. ¿No ves que sufren con tu dolor? Piensa que la actitud que adoptes es primordial. Una cara afligida supone preocupación en los que te rodean. Un gesto alegre, alegra sus vidas. Y si te obligas a cambiar tu actitud, comprobaras como, poco a poco, tu vida cambia. La receta es para todos. Obligaos a mantener una actitud positiva, alegre, con gestos cariñosos, afables. Y vuestra vida cambiará.

José sonríe, acerca su copa a la mía haciendo chocar los cristales.

–No me equivoqué contigo, Pablo. Lo que acabas de decir me parece muy razonable, vamos a tratar de alegrar nuestras vidas. Vamos a dejar las lamentaciones…Por cierto, hablando de hablar, te propongo algo, quiero que todas estéis de acuerdo, si alguien tiene algún reparo, no se hará. Pablo. ¿Puedes darle forma de historia a las notas que te di para publicarlas? Y vosotras ¿Estáis conformes? Creo que puede ser una forma de airear los recuerdos, de, como has dicho antes, trivializarlos.

Miro a todas y asienten con la cabeza.

–De acuerdo, cambiaré, nombres, direcciones, en fin, dodos los datos que sean relevantes para evitar la identificación. Antes de la publicación los supervisaréis y me daréis vuestra conformidad. ¿De acuerdo?

Todos aceptan. Ana me mira.

–Vaya, mira por donde voy a ser protagonista en una novela porno. Pero ¿incluirás los cuadernos de mi madre en los relatos?

Mila se muestra incómoda.

–Sí, creo que debes incluir lo que anoté en los cuadernos. Es un compendio de atrocidades, sí, pero que me producían un gran placer al cometerlas. Cuando era yo quien las controlaba, pero te repito, lo de mi suegro fue distinto. Me vi forzada a aceptar una relación que no deseaba, pero él estaba acostumbrado, al igual que su padre, el abuelo de José y muchos de los señoritos amigos suyos, a hacer lo que les daba la gana con quien querían, por las buenas o por las malas. No pude oponerme, era capaz de cualquier cosa, estaba como loco.

Ahora era José el que arrugaba el entrecejo.

–Lo sé, Mila. Y yo no soy quien para juzgarte, mucho menos para condenarte y menos aún para castigarte. Lo que ocurrió, como bien dice Pablo, es pasado, le pasó a otra Mila, la que me engañaba. Ahora eres distinta, me consta que eres sincera en lo que dices. Solo te pido que cambies tu actitud. Queremos que vuelva la alegría a tu cara. ¡Dioss, te quiero!

Se abrazan los dos y se besan con verdadera pasión. Ana acaricia las manos de su amiga Claudia y se funden en un ardiente beso. Marga y Claudia también comienzan a jugar, se acarician. Me siento desplazado, tengo la sensación de estar al borde de un volcán en erupción.

–Bueno familia, creo que estoy estorbando. Me voy a casa…

Marga viene hacia mí y Claudia la sigue.

–Por favor Pablo. No puedes dejarnos solas, llevamos varios días sin sexo y lo necesitamos. Ven con nosotras…

–Pero, es qué yooo….

–Tú déjate llevar. ¿Cuánto hace que duermes solo, que no estás acompañado en la cama?

–Bastante tiempo. Pero no creo que deba…

–Debes. No puedes declinar la invitación de dos damas. ¿Verdad?

Me veo arrastrado hacia las habitaciones en la parte superior de la casa. Las dos jovencitas entran en una de ellas, dejan la puerta abierta. José y Mila van a, la que supongo, su habitación y las dos hermosas mujeres que me llevan de los brazos, como un condenado a la silla eléctrica, entramos en otro cuarto, con una gran cama formada por dos de matrimonio unidas. Marga me acaricia la mejilla con las yemas de los dedos. Un escalofrió recorre mi espalda. Claudia, tras de mí, pasa los brazos bajo los míos y se dedica a pellizcar mis pezones, que responden a la caricia endureciéndose. Marga acerca su boca a la mía, cierro los ojos, cuando se unen nuestros labios en un suave pico.

Mis manos moldean sus caderas, Claudia mordisquea mi oreja, otro escalofrió. Mi hermano pequeño se yergue, pugna por liberarse del encierro, una mano lo acaricia sobre la tela del pantalón, otra desabrocha el cinturón, el botón y la cremallera.

Antes de darme cuenta tengo los pantalones y el bran slip en los tobillos, la camisa casi arrancada, por la espalda y empujado sobre la cama.

Se desnudan en un santiamén y como dos tigresas en celo se abalanzan sobre mí.

Me siento como un cervatillo entre las garras de las fieras. Pero que garras, que fieras, que delicia de piel, de bocas, manos. Manos, las mías, acariciando masajeando magreando a derecha e izquierda, cuatro pechos, dos pequeños y dos grandes, sexos suaves, calientes, húmedos. Una boca se aferra a la verga, mientras otra muerde mis labios, mis tetillas. Lame mi mejilla, intento besarla pero no me deja, me inmovilizan, soy un juguete en sus manos.

La obscuridad me impide ver quien se ha empalado sobre mi verga, pero sobre mi cara se sienta…La otra. El aroma del sexo femenino invade mi paladar. ¡Diooooss! ¡Qué sabor, es delicioso! Con la lengua exploro las cavidades que se me ofrecen, las manos acarician los cuatro pechos, que ahora están unidos, dos a dos, intuyo que se besan, se abrazan, me acarician cuatro manos….

La cabalgada es cada vez más rápida, intento pensar en ecuaciones de segundo grado. Es la estrategia que utilizo para no correrme antes de tiempo, y lo logro. No sé el tiempo que llevamos, han cambiado de sitio varias veces, me han colocado sobre una de ellas mientras la otra, tendida sobre mi espalda se restriega por todo el cuerpo. Han hecho un sándwich conmigo.

No sé cómo, consiguen que yo le coma el coño a una, ésta a la otra y la otra mame mi verga, tragándosela como si fuera a engullirme entero.

Los inevitables orgasmos llegaron, traté, por todos los medios de que fueran ellas las primeras y lo conseguí, pero cuando me di cuenta que una se había empalado por el culo, no pude más. El espasmo me obligó a arquear la espalda y levantar a Claudia en vilo. Marga, ya las identificaba por el aroma, me comía la boca, hasta casi asfixiarme.

Grité. No pude evitarlo y debió sonar fuerte, porque se encendió la luz, se apartaron las dos lobas y me vi rodeado por casi toda la familia, excepto los niños. Todos estábamos desnudos, los cuerpos brillantes por el sudor. Aplaudían y se reían. Intente tapar mis partes pudendas, pero ante la situación lo consideré innecesario.

Me animaron a levantarme y todos juntos bajamos al salón, donde tomamos unas copas, haciendo chanzas de la situación. Mila tenía un cuerpo precioso. Ahora comprendía el éxito en su anterior ocupación. Miraba a todas y me sentía bien. Relajado, agusto con aquellas personas, para las que el sexo tenía otro sentido.

Yo había frecuentado algunas playas nudistas, una que me gustaba mucho era Los Caños de Meca, en la provincia de Cádiz. No me era raro estar desnudo ante otras personas, pero esto era diferente.

Acababa de echar un polvo inolvidable con dos preciosas mujeres y estaba ante una familia que había estado teniendo relaciones a la par que nosotros y estaban allí, con la mayor naturalidad. Padres e hijas juntos, comentando como lo habían pasado, el placer que habían sentido.

Mi mente era un torbellino, estaba descolocado. Una cosa era que te contaran como vivian y otra muy distinta comprobarlo y ser partícipe de esas vivencias.

Mila me miraba con, ¿curiosidad?

–¿Cómo lo has pasado, Pablo? Estas muy callado.

–Sí, Mila. La experiencia ha sido muy fuerte. Jamás había vivido algo semejante. Y he tenido muchas y buenas, pero esto de hoy…

–Te comprendo. El hecho de que seamos familia no te cuadra.

–Pues sí, me descoloca un poco. Pero por lo que veo para vosotras es de lo más natural.

Ana se ríe con ganas. Se acerca y pasa la mano por mis testículos. Con suavidad me aparto un poco.

–¿Y por qué no había de serlo? Nos queremos y así compartimos placeres que la inmensa mayoría de familias se pierde. Y no encuentro una razón para eso. Los tabúes impuestos por, no se sabe quien, ni por qué, nos parecen absurdos. Y no hay motivos para mantenerlos en el siglo veintiuno. Pertenecen a la “moralina” absurda de una sociedad hipócrita.

–Entonces, pregunto…¿Por qué tu madre está tan perturbada por su vida anterior? Ella ha hecho durante años lo que, en conciencia, ha querido. Con esta mentalidad no debería estar afectada.

Mila estrecha el brazo de su marido, sentado a su lado.

–Ha sido el engaño, Pablo. El haber tomado conciencia del daño que he infringido a José por haberlo engañado durante años.

–Pero. ¿Te has parado a pensar que a quien engañabas era a otro José? ¿A un hombre aquejado de traumas, arrastrados desde su niñez, que le impedían acompañarte en tu particular forma de vida?

–Sí, quizá tengas razón, tengo que convencerme de que somos dos personas distintas a las que fuimos. Pero me resulta difícil. Y tengo que reconocer que ahora me siento más satisfecha, sexualmente, que cuando ejercía la prostitución. Es un tipo de placer distinto, más pleno. Un abrazo, un beso de José, ahora, me enciende como una antorcha, son sensaciones desconocidas para mí. Que las he tenido de todo tipo.

–Pienso mucho en todo esto y he llegado a la conclusión, que una simple mirada de amor, es mucho mejor, no puede compararse al placer que he sentido al participar en una orgía. Donde practicaba el sexo mecánicamente, donde los orgasmos estaban vacios, eran solo descargas físicas. Nada comparado a lo que siento, desde que descubrí lo que, realmente era, hacer el amor. Esa sensación de plenitud, de cariño inmenso hacia el otro. Eso, no lo había experimentado nunca, con nadie. No lo conocía.

–¡Por fin! ¡Aquí tienes un motivo, una razón, para que tu vida cambie! ¿Te parece poco? Eso que aprecias ahora, que te colma de gozo, es lo que te ha convertido en una persona distinta. Ni mejor ni peor. Distinta. Las experiencias cambian nuestra vida, la modulan. Normalmente son pequeños cambios, pero en ocasiones, y esta es una de ellas, suceden cosas que producen cambios profundos, en nuestra forma de ver la vida, de comprenderla, de vivirla. Hoy he vivido una de esas experiencias, gracias a vosotras. Mi vida a partir de hoy será distinta. He aprendido mucho aquí, hoy.

Claudia, a mi lado, deja caer su cabeza sobre mi hombro. Susurra a mi oído.

–¿Lo has pasado bien? ¿Te gustaría repetir conmigo? Porqué a mi me encantaría.

Me giro hasta tropezar mi boca con la suya, el beso me provoca de nuevo un escalofrío. Me avergüenzo al comprobar que mi miembro está tieso como un palo, intento disimularlo, pero me resulta imposible. Se produce una carcajada generalizada. José es el único que no se ríe a carcajadas, solo sonríe.

–No te apures, Pablo, a mí me ocurre a menudo y estoy acostumbrado a sus chanzas y sus risas. Ya te habituaras. Esta familia se mantiene unida, entre otras cosas, gracias a la risa de sus mujeres.

–Ya lo veo, ya. Pero, la verdad, es un corte ¿No?

Siguen las risas. Cuando se calman, José se levanta y se lleva a Mila. Marga los sigue. Ana y Claudia, hija, suben a su dormitorio. Claudia sigue besándome, acaricia mi pecho y lleva mi mano a su sexo empapado.

–Vámonos arriba, Pablo, duerme conmigo esta noche. Serás solo para mí y yo para ti. Me gustas mucho y lo que has hecho, correrte en mi culito, me ha dejado muy cachonda.

–Pero ¿Y Marga?. ¿No duerme contigo?

–Marga duerme con quien quiere. Pero prefiere hacerlo con Mila. Está enamorada de ella y la comparte con José.

–Pero entonces, José y ella…

–También follan, si les apetece. No hay reglas ni obligaciones. Solo el respeto a los deseos de los demás. Si propones y te dicen que sí, bien, si la respuesta es no, pues es que no. No hay más que hablar.. ¿Vamos?

–Vamos, la verdad es que tu también me gustas mucho, Claudia.

Subimos apagando luces, acariciándonos y besándonos. La noche fue apoteósica. Follamos de todas las formas imaginables, algunas de ellas desconocidas para mí. Claudia era una mujer fantástica. Disfruté como un adolescente, no ya con mis corridas, sino con las suyas. Se entregaba en cuerpo y alma, era un autentico volcán de pasión y por lo que pude comprobar, muy necesitada de sexo.

–Eres maravillosa, Claudia. Ni en mis más cálidos sueños, pude imaginar algo así en una mujer.

–Lo estoy pasando muy bien contigo, Pablo. Me gustas mucho, te lo dije y lo repito. Me has hecho sentir como hasta ahora, solo lo había hecho José. Él fue el primer hombre con el que llegue a correrme.

Conocía la historia por haberla leído en las notas de José. Aún así le pregunté.

–¿Y con tu marido? Tuviste hijos. ¿No sentías nada?

–No. Mi marido era…especial. Buscaba solo su satisfacción, yo era, para él, como una muñeca hinchable.

En la obscuridad pude ver como una sombra se acercaba, un movimiento en la cama, unos susurros.

–Mamá, Ana se ha quedado frita y yo no puedo dormir, ¿me puedo quedar?

–Está Pablo conmigo Claudia y no se si…

–Por mí no te preocupes, Claudia. La cama es grande. Yo me aparto…

–No, no. Quédate donde estas. Solo quiere un cariñito, ¿verdad amor?

–Sí, mami, porfiii.

Con la tenue claridad que entraba por la ventana, pude ver como la chica se acurrucaba junto a su madre. Unos movimientos significativos me hacían sospechar que algo ocurría entre las dos. Poco después gemidos, suspiros y un estremecimiento me indicaron que la chica había tenido su orgasmo. Quedé, sobrecogido, en silencio, con una terrible excitación. Estaba de lado, tras Claudia. Una mano acaricia mi herramienta y la conduce hasta la raja del culo.

Claudia también se había excitado haciéndole lo que fuera a su hija. Con la calentura segregaba líquido preseminal, con el que lubriqué el canal e introduje el miembro en su ano. Me movía lentamente, oía respirar a la hija, que al parecer dormía. Mi anfitriona se masturbaba por delante, acariciaba su vulva y llegaba a acariciar mi aparato. Bombeé hasta que sus uñas se clavaron en mi nalga, aquello fue el detonante de un orgasmo simultáneo. Logré controlar los gemidos, pero el temblor de los cuerpos y de mis piernas, despertaron a la chica.

–Mamá, ¿ya estáis liados otra vez? Me tienes que dejar que le eche un kiki a Pablo.

–Ya veremos. Ahora duérmete….

Relato erótico: La orquídea y el escorpión 2 (POR MARTINA LEMMI)

$
0
0
Al llegar a casa al atardecer, pasé casi sin saludar a mis padres con rumbo hacia mi habitación.  Me preguntaron algo acerca de cómo había estado mi día y no sé qué contesté.  Me encerré en mi habitación y me dejé caer en la cama sintiéndome terriblemente baja… y sucia.  Yo, Luciana Verón, estudiante siempre brillante y de personalidad segura y bien formada, había sido degradada al punto de sentirme la peor basura del mundo y todo había sido obra de una muchachita rubia con aires de engreída… Las sensaciones se encontraban y chocaban, tanto que en algún momento lloré… pero también en algún momento me toqué, me acaricié el sexo mientras a mi mente acudía el recuerdo de cada una de las escenas vividas en el buffet y en baño de la facultad.  Reconstruí todo mentalmente mil veces porque hasta tenía temor de olvidarme de algún detalle con el correr de las horas… ¿Y qué habría sido de Tamara?  No la vi al irme; claro, yo no asistí la clase que aún nos quedaba y quizás ella sí lo hizo… o tal vez no; ignoro qué tan turbada pudiese estar ella ante lo que había presenciado.
          Permanecí en la habitación hasta asegurarme de que ya no había movimientos en la casa; mi madre me llamó a cenar, pero le dije que no me sentía bien… Se preocupó, obviamente, como toda madre, pero le dije que ya se me pasaría, que cenaran sin mí y que yo vería después cómo me las arreglaba.  Ya era más de medianoche cuando me cercioré de que nadie estaba aún levantado y salí finalmente del cuarto.  Lo primero que hice fue darme una ducha…y debo admitir con vergüenza que el hecho de hacerlo era una necesidad (ese día había sido orinada nada menos) pero al mismo tiempo sentía pena porque no quería eliminar de mi cuerpo los vestigios que pudiesen quedar de la meada que Loana me había propinado, como si se tratase de haber sido rociada con el néctar de una diosa… Una vez duchada me dirigí hacia la cocina… Estaba a punto de abrir la heladera para rescatar algo, pero la verdad era que no tenía hambre… Tantas sensaciones nuevas vividas en un solo día me habían cerrado el estómago… En lugar de ello fui a buscar mi notebook; entré otra vez a ver el facebook de Loana, ése que se me presentaba inaccesible y sin poder ver nada de lo que en él había.  Me quedé subyugada con la única foto que podía ver, es decir la del perfil.  Sólo se veían su rostro y tórax, aparentemente sentada y acodada en algún lado, luciendo ese aire orgulloso y diríase despreciativo que era tan característico en ella.  Guardé la foto como archivo en mi notebook y, más aún, la puse como fondo de pantalla… Ello aumentaba la sensación de sentirme vigilada, controlada y poseída… Realmente no podía pensar en otra cosa que no fuese en Loana: ¿en dónde estaría ahora? ¿en su casa tal vez? ¿haciendo qué? ¿estaría en su cama? ¿desvistiéndose para acostarse?  Dios… las imágenes se me venían a la mente y yo sólo quería estar allí, quzás preparando la cama o quitándole la ropa para luego permanecer toda la noche de rodillas junto a su lecho mientras ella dormía… ¡Qué pensamiento enfermo! ¿En qué me había convertido? ¿Adónde había ido a parar mi dignidad?
         Dirigí mi atención a la foto de portada que, sacando la de perfil, era lo único a lo que prácticamente podía yo tener acceso.  Si no había reparado más detenidamente en dicha foto antes, era porque no se trataba de ninguna imagen de ella, lo cual me había hecho, seguramente, perder interés.  De hecho, se trataba de una imagen con fondo blanco que era recorrida por una línea rugosa y serpenteante de derecha a izquierda.  Al clicar en la foto advertí algo de lo que antes no me había dado cuenta: no era otra cosa que la silueta de la cola de un escorpión y, por cierto, hacía acordar mucho al tatuaje que ella llevaba ascendiendo desde el empeine de su pie…  La lista de sus amigos permanecía oculta y ni siquiera me aparecía la indicación de que hubiera algunos en común… Nadie en absoluto, como si la vida de aquella muchacha transcurriera en otro mundo, en un universo inasible e inaccesible para mí…
          Me fui a la cama, no sin antes masturbarme pensando en los sucesos del día; tardé en dormirme, pues mi cabeza no hacía más que divagar en torno a Loana y a la naturaleza oculta que en mi persona había yo encontrado por obra de ella… El sueño me venció finalmente… No sé bien con qué soñé porque no lo retuve al despertar, pero no me extrañaría que lo hubiera hecho con aquella diosa rubia… y con escorpiones… y con orquídeas…
 
             Desperté con los nudillos de mi madre golpeteando contra la puerta.  Tanto ella como mi padre salían a trabajar en la mañana relativamente temprano y, seguramente, notaron que yo aún no lo había hecho siendo que en algún momento más debería partir hacia la facultad.  Miré el reloj y eran las ocho menos cuarto.
          “Lu… Lu… – repetía – se te hace tarde, nena.  ¿A qué hora cursás hoy?”
            Me restregué los ojos y me sacudí un poco la modorra… Era viernes y, por cierto, ese día, yo entraba algo más tarde que de costumbre, pero había una realidad… ¿podría ir a la facultad después de los sucesos del día anterior?, ¿estaba preparada para soportar las miradas, los comentarios y las burlas de todos?, ¿para encontrarme con Tamara y, peor aún, cruzarme con Loana? Y de ocurrir esto último, ¿cómo iba yo a comportarme?… O quizás la pregunta era más bien cómo DEBÍA comportarme…   La realidad era que yo no sabía cuál sería mi futuro con respecto a la vida universitaria pero por lo pronto lo que sí sabía es que ESE viernes no podía asistir… Por suerte después llegaría el fin de semana y eso ayudaría a poner un poco de distancia con lo sucedido… o al menos eso creía… Ilusa de mí…
             “No, mamá, no voy… a ir” – dije, a la vez que bostezaba.
             “Nena, ¿qué te pasa? ¿Se puede entrar?” – preguntó mi madre, obviamente cada vez más preocupada.
              Decidí que lo mejor era que me viera… y así supiera que, después de todo, lo que le pasaba a su hija no era para preocuparse o, al menos, no en la medida en que ella lo estaría haciendo.  Le abrí la puerta, hablamos un rato sentadas en la cama y le expliqué que había tenido mucho dolor de cabeza el día anterior y que necesitaba recuperarme… que pensaba que era mejor faltar el viernes y así recuperarme entre el sábado y el domingo.  Me preguntó cien veces si tenía fiebre, tantas como apoyó el canto de su mano contra mi frente y, al cerciorarse de que no era así, insistió también varias veces en si yo no tendría baja presión o algo así… Busqué tranquilizarla de todos los modos posibles, diciéndole que ya me sentía mucho mejor pero que sólo pensaba que si asistía a clase, el tener que fijar la vista, prestar atención, etc., iban a hacer que no lograse una absoluta recuperación.  Demás está decir que me dijo cien veces que llamara al médico y que la pusiera al tanto si me sentía mal durante el día; a todo contesté como tratando de no darle importancia al asunto.  Lo que quería era que se marchara a su trabajo lo antes posible y, siendo la hora que era, ya seguramente mi padre lo habría hecho, con lo cual me quedaría sola en la casa, situación más que ideal para evaluar lo vivido en la víspera.  Se marchó finalmente…
 
 

Tomé el celular y envié un mensaje de texto a Tamara para avisarle que no iba, dado que solíamos encontrarnos en un punto determinado, a pocas calles de la facultad.  No me lo contestó… extraño en ella, por cierto… Pero, en fin, no tenía forma de imaginar qué estaría pasando por la cabeza de ella… Sobre la noche le envié otro preguntando si había ido a clase, pero tampoco me lo contestó…

         Si mi esperanza era que entre el viernes, el sábado y el domingo se iban a alejar de mi cabeza los pensamientos y sensaciones que me atormentaban, fue quedando en claro que me equivocaba a medida que los días fueron pasando.  Pasé un fin de semana casi de autorreclusión.  Un par de ex compañeras del colegio vinieron a visitarme, pero fue lo mismo que si no hubieran venido, tal el estado ausente y abstraído en que yo me encontraba.  Más sobre la noche recibí la vista de Franco, un muchacho que me andaba revoloteando alrededor desde hacía tiempo y con quien compartíamos, esporádicamente, alguna que otra salida pero sin título de noviazgo.  Tampoco eso ayudó a que me despejara; él, por supuesto, no es ningún tonto y me notó extraña… pero a la larga desistió de tratar de entender lo que me pasaba o, tal vez, se fue con la idea de que estaría atravesando uno de los clásicos procesos de confusión sentimental.  Pero como no éramos novios y él bien lo sabía, tampoco insistió demasiado al respecto.
        El domingo fue otro día de “ausencia” por mi parte; no había nada que me distrajera y los intentos por hacer las actividades de la facultad fueron en vano, como también el de ver una película, la cual abandoné a la mitad por mi poca capacidad de concentración.  Lo que más me angustiaba era que se acercaba el lunes y no sabía bien qué iba a pasar al día siguiente ni cómo debería actuar yo…
          Lunes… Para muchos el día más odiado de la semana; para mí nunca lo había sido demasiado pero ese lunes en particular aparecía cargado de dudas e inseguridades.  Faltar a clase un día más era un despropósito y definitivamente lograría que mis padres se preocuparan en serio, lo cual no resultaría productivo.  Tomé el colectivo como lo hacía siempre y mi estado era tal que cada vez que veía una mujer rubia algo me sacudía por dentro, como si la imagen de Loana estuviera sobrevolándome permanentemente.  De todas formas, por alguna razón, me resultaba difícil imaginar a Loana viajando en un transporte público.  Traté de pensar en otras cosas: puse algo de música en mi ipod y eché un vistazo a los apuntes como para reubicarme en el tema de la clase del día pero… una vez más, nada funcionó.  Me bajé a unas cinco cuadras de la facultad como siempre lo hacía y caminé hasta llegar a la esquina en la cual siempre me encontraba con Tamara, quien llegaba al lugar en otra línea de colectivos.  No habíamos quedado particularmente en nada y, a decir verdad, yo no le había enviado más mensajes después de que no me contestara los del viernes.  La esperé unos veinte minutos y no apareció, con lo cual decidí encaminarme hacia la facultad o bien llegaría tarde a clase.  ¿Estaría Tami decepcionada conmigo?  ¿Tan duramente me juzgaría mi amiga por la actitud sumisa y carente de autoestima que yo había exhibido en el buffet aquel día?
           Llegué al predio y recorrí el parque en dirección al aula magna con el corazón palpitándome a mil.  Es que apenas estuve en el lugar, empezaron a escudriñarme las miradas de aquellos que, seguramente, habían presenciado todo lo ocurrido el jueves.  Aunque yo no podía oír una sola palabra de lo que decían, era evidente que cuchicheaban entre sí y que hablaban de mí… y aquellos que quizás no hubieran sido testigos de lo que Loana me había hecho, estarían seguramente siendo puestos al corriente por aquellos que sí lo habían sido.  A medida que me iba acercando al recinto del aula, las miradas eran cada vez más… Noté sonrisas y algunas risotadas, pero estaba tan paranoica que no podía determinar si yo era el único y real motivo de las mismas… Posiblemente lo fuera en parte… Y en buena parte… Yo, de todos modos, bajé siempre la vista con vergüenza… Me fue inevitable, sin embargo, mirar de reojo hacia el lugar en el que siempre solía estar ubicada Loana; el corazón, por supuesto, latía en mi pecho con más fuerza que nunca.  Y, en efecto, la diosa rubia allí estaba… Situación típica, como si su rutina nunca se hubiera visto alterada, como si lo ocurrido el jueves sólo hubiera sido un incidente menor tras habérsele interpuesto en su camino una larva, un insecto insignificante sin ninguna consecuencia para la marcha de una diosa inmaculada e incorruptible como era ella.  Esta vez, al verla, ocurrió en mí el efecto inverso al que me había provocado en las anteriores oportunidades.  No pude quedarme con la vista clavada en ella aun cuando se me hiciera difícil, sino que bajé la vista avergonzada y hasta rogué que no me viera… Por suerte (y como parecía norma) no me advirtió en absoluto al parecer…
         Entré presurosa al aula saltando los escalones de dos en dos, como si quisiera refugiarme de las miradas de todos cuando la realidad era que en un momento más el lugar estaría atestado de todos aquellos que afuera aguardaban… la propia Loana incluida.  Me senté y estaba casi sola… apenas unos pocos estudiantes más desparramados por el inmenso anfiteatro que daba, de ese modo, apariencia de vacío.  En un momento entró el profesor y, casi de inmediato, el sitio comenzó a inundarse con la presencia de la estudiantina.  A medida que se iban ubicando, yo bajaba la vista y fingía estar viendo mis apuntes al solo efecto de no tener que mirarles a la cara: una mezcla de vergüenza y terror inundaba todo mi ser.  Sin embargo, la sorpresa fue que, si bien los cuchicheos, los rostros y los gestos de burla siguieron presentes, esta vez, a diferencia de lo que había ocurrido tantas veces antes, había muchos que me saludaban.  De algún modo extraño y casi enfermo, lo ocurrido con Loana me había introducido finalmente en el ámbito universitario.  Quizás para los demás yo era un energúmeno, una basura, un ser muy bajo… pero al menos era todas esas cosas… era algo; me veo tentada a decir que eso constituía un progreso para mí pero sé que corro el riesgo de que el lector deje de leerme por considerarme una enferma psicótica…
           Pero el momento clave fue, por supuesto, el ingreso de Loana… Las piernas comenzaron a temblarme y no exagero si digo que estuve a punto de hacerme pis encima.  Instintivamente bajé la vista hacia los apuntes, lo cual constituía más un gesto reflejo que algo necesario porque lo cierto era que la soberbia rubia pasaría caminando con su orgulloso paso como mucho a unos diez metros de donde yo estaba y, habiendo tanta cantidad de gente y teniendo en cuenta además su conducta habitual, era prácticamente imposible que reparase en mí.  Como era usual en ella, lucía vestido corto (difícil era creer que utilizara atuendo capaz de dejar oculto el tatuaje de la orquídea), sólo que esta vez de un color salmón; detrás de ella marchaba el habitual séquito de seguidores y obsecuentes: creo que mi desprecio hacia ellos rezumaba más bien una fuerte sensación de envidia.  Sin embargo, se me ocurrió pensar en ese momento si alguno de todos ellos habría sido meado por la magnífica rubia… y extrañamente… sonreí, como si hubiera sacado alguna ventaja sobre ellos.  ¡Por Dios! ¡Qué pensamiento más denigrante el mío!  Cada vez me sorprendía más la pseudo criatura aborrecible en que me estaba convirtiendo…
 


Por suerte Loana se ubicó lejós de mí y eso hizo que incluso levantara algo más decididamente la vista hacia ella.  En ese mismo momento escuché una voz femenina contra mi oído izquierdo:

          “Qué momento, ¿no?”
           Sorprendida, giré la cabeza lentamente para descubrir que quien me hablaba era una muchacha simpática y bonita aunque algo regordeta a quien yo había visto varias veces por allí, pero con la cual jamás me había hablado.  Estaba ubicada detrás de mí, en la fila inmediatamente superior del anfiteatro.
           “¿Perdón…?” – inquirí, como fingiendo no entender o tal vez directamente no entendiendo ya que no sabía específicamente a qué se refería, si bien lo más probable era que fuese algo relacionado con Loana.
            La chica se sonrió de oreja a oreja.
            “Loana… – aclaró, confirmando lo que yo suponía –, qué momento te hizo pasar el otro día, ¿no?”
           Bajé la cabeza avergonzada y, al parecer, ella lo notó…
           “No te sientas mal – me dijo, con tono misericordioso -.  Es el estilo de Loana… nadie va a cambiarla, jaja”
            En ese momento la clase comenzó.  Honestamente no tengo idea de sobre qué giró.  Por momentos yo ni siquiera estaba tomando apuntes sino que más bien garabateaba con la lapicera sobre el papel.  Dibujos aleatorios y anárquicos, sin sentido.
            A la hora, el profesor decidió hacer un alto, un pequeño recreo.  Y la muchacha regordeta volvió a hablarme:
           “ Se ve que te dejó mal” – me dijo.
           Giré la cabeza y levanté la vista hacia ella sin entender del todo.
           “Loana… – aclaró -. Se nota que te dejó mal” – señaló con su dedo índice hacia los dibujos que yo había estado garabateando sobre el papel.
            Bajé la vista, los miré, me encogí de hombros.
          “Hmmm… no te entiendo” – le dije.
            Esta vez la joven, más que sonreír, soltó una pequeña risa.
           “Estuviste dibujando todo el tiempo una orquídea y un escorpión” – apostilló.
             El comentario me hizo dar un respingo como si me hubieran apoyado un cuchillo de hielo en la base de la espalda.  Bajé una vez más los ojos y agucé la visión para descubrir que… ¡la chica tenía razón!  Lo que hasta un momento atrás eran sólo trazos sin sentido, al hacer una visión global del conjunto daba claramente formas que se asemejaban mucho a los pétalos y al tallo de una orquídea así como al cuerpo de un escorpión… ¡Y yo ni siquiera me había dado cuenta!  Yo que tanta fascinación tenía por los testes de Rorschach y por la interpretación de los dibujos infantiles… Y de pronto era mi propio inconciente el que estaba siendo develado por una compañera de estudios a quien ni siquiera conocía.  Supongo que debo haber quedado mirando los dibujos con una expresión estúpida y con el labio inferior caído.  La joven volvió a hablarme:
             “No te preocupes – adoptó un tono tranquilizador -.  Loana tiene una personalidad muy fuerte y no te sientas mal por haber caído bajo su influjo”
             Más que tranquilizarme, sus palabras me mortificaron aun más.  La chica se me presentó: se llamaba Alejandra.
             “¿Y le pediste disculpas después de lo del otro día? – me inquirió en un momento.
             Me sentí perdida.  Recapitulé a velocidad supersónica los pormenores del episodio del jueves y, en efecto, recalé en el hecho de que en ningún momento me había disculpado.  En parte, claro, eso había sido porque Loana tampoco me dejó hacerlo.  Cada vez que yo empezaba a tratar de emitir alguna palabra llegaba alguna orden, algún cachetazo o alguna humillación indecible.  La verdad era que no había pensado en eso.  El carácter profundamente denigrante de los castigos que había recibido parecían eximir de cualquier pedido de disculpas.

             “Yo que vos lo haría” – me dijo Alejandra; sonrió y se levantó de su asiento para dirigirse al exterior del aula.

              Me quedé pensando sobre el asunto.  Lo que ella había dicho era absolutamente válido.  Resultaba inconcebible no haber pedido disculpas formalmente después de haberle derramado la gaseosa encima.  Pero por otra parte, con todas las humillaciones degradantes a que me había visto sometida por Loana, ¿no era el pedido de disculpas en tal contexto una humillación más?  Presa de tales cavilaciones, me dirigí fuera del aula magna, saliendo al parque en el cual los estudiantes disfrutaban de su recreo.  Caminé buscando con la vista el sitio en el cual siempre se solía sentar Loana… y allí estaba.  La imagen de siempre: sólo ella sentada y un grupito de chicos y chicas de pie congregados a su alrededor.  Me detuve en seco; tragué saliva.  ¿Sería capaz de abrirme paso hacia ella para pedirle humildemente mis disculpas por lo ocurrido? ¿Yo? ¿Acercarme a Loana por propia iniciativa?  No sé de dónde saqué coraje verdaderamente.  Tragué aire, hinché el pecho y caminé a paso decidido hacia el semicírculo de estudiantes que se formaba en torno a ella.  Pasé entre ellos y, súbitamente, me encontré frente a la diosa rubia.  Me miró con algo de sorpresa, pero a la vez con cierto desprecio y un deje de indiferencia, como si un insecto hubiera importunado su desayuno al aire libre.
               “Lo… ana – comencé a decir, tartamudeando aun a pesar de los grandes esfuerzos que hacía por hablar segura -.  Quería… pedirte mis humildes disculpas por el momento que te hice pasar el jueves… No fue mi intención derramar… la gaseosa sobre tu vestido ni… sobre tu cuerpo…”
               Durante unos segundos me miró sin emitir palabra y con la misma indiferencia que venía exhibiendo.  En derredor nuestro, el grupo de testigos involuntarios de la escena estaba envuelto en un silencio que hasta erizaba la piel.  Loana revoleó un poco los ojos hacia arriba y luego hacia el costado; es decir, dejó de mirarme directamente.
              “Ponete de rodillas” – me ordenó.
 Algunos rumores se elevaron del grupo.  Yo, una vez más, me sentía ensartada en mi dignidad por aquella arrogante muchacha.  Me puse blanca… pero por otra parte sabía que TENÍA que cumplir con lo que me había sido ordenado.  Así que, sin dudar más, me puse sobre mis rodillas, con lo cual mi rostro quedó a la altura de sus piernas al estar ella sentada… y ello hizo que quedara momentáneamente hipnotizada por la magnífica visión de la orquídea sobre su muslo.
             “En primer lugar – comenzó a explicar Loana sin volver a mirarme en ningún momento – no tenés por qué tutearme… Así que ahora vas a repetir tu pedido de disculpas como se debe..”
             Una nueva estocada contra mi dignidad.  Ella me tuteaba pero yo no podía hacerlo… yo le debía otro respeto y otra reverencia.  Tragué saliva y me aclaré la garganta.  Comencé a hablar nuevamente…
            “Quiero… pedirle mis disculpas…”
             “¡Más alto! – me interrumpió -. Así nadie te escucha, idiota”
             Otra estocada.  Las palabras de Loana evidenciaban que la intención era que no sólo ella me escuchara, sino que lo hicieran todos los que en el lugar se hallaban.  Al pensar después sobre el asunto, llegué a la conclusión de que ese tipo de método era un doble mecanismo para humillar a quienes ella consideraba inferiores, pero a la vez para mostrar poder ante los demás.  Volví a aclarar mi voz y comencé nuevamente:
           “Quiero pedirle humildes disculpas por el mal momento que pasó Usted el jueves.  Fui una estúpida y no tuve intención de derramar la gaseosa sobre su ropa y su cuerpo”
             Lo dije de corrido, sin pausa pero claramente.  Había logrado hablar sin  que mi voz saliera entrecortada.  Alcancé a oír el coro de rumores a mis espaldas y pude apreciar la sonrisa de satisfacción que se dibujó en los labios de Loana.  Seguramente el agregado mío acerca de mi estupidez le había gustado; volvió a mirarme, con aire complacido.
            “Besame los pies” – ordenó secamente.
              Definitivamente a Loana ninguna humillación de mi parte parecía terminar de conformarla; era como que siempre había lugar para alguna degradación más… Estábamos en el parque, a la vista de prácticamente todos los estudiantes de mi clase y algunos de otras comisiones… Y me estaba pidiendo que besara sus pies.
            Sin girar la cabeza eché un vistazo de reojo a un lado y luego al otro, comprobando que no sólo los chicos y chicas seguían allí, sino que se apreciaba a simple vista que se había congregado aun más gente, seguramente atraída por un nuevo espectáculo, en este caso al aire libre.  Las murmuraciones, por supuesto, iban en aumento… Me incliné hacia adelante; Loana estaba sentada, como solía hacerlo, de piernas cruzadas y besé, por lo tanto, en primer lugar, la punta de la sandalia del pie izquierdo, es decir el del escorpión… Y la imagen del arácnido ante mis ojos reavivó otra vez mi conciencia acerca de la situación a que me hallaba sometida.  Una vez más caía yo profundamente en el insondable foso que parecía no encontrar fondo… Luego de besar el pie izquierdo, apoyé las palmas de mis manos contra el suelo y bajé mi cabeza hasta que mis labios tocaron la sandalia del pie derecho, todo ello mientras escuchaba como el murmullo de voces seguía aumentando y se convertía ya en un coro de comentarios a viva voz; aun así, creo que era tal el estado en que yo me hallaba que no fui capaz de retener una sola palabra de las que pronunciaban…  Una vez hube cumplido con la orden de besar ambos pies me incorporé hasta volver a quedar con la espalda erguida pero seguía arrodillada.
           Loana asintió ligeramente en señal de aprobación, pero ya sin mirarme… Dirigió su atención a la cartera que, apoyada sobre la superficie del banco, tenía a su lado… y extrajo un atado de cigarrillos de la marca del camellito.  En ese momento llegó a mis oídos el sonido simultáneo de varios tipos buscando algo en sus bolsillos y supe que tenía que ser más rápida… Extraje del bolsillo trasero de mi pantalón mi encendedor y, avanzando sobre mis rodillas, lo puse frente a su cigarro.  Loana enarcó una ceja (una sola) e hizo un gesto satisfecho y aprobatorio.  Acercó su cigarrillo a la lumbre que yo le acercaba e inspiró profundamente la primera pitada.  Hasta el acto de dejar escapar el humo, lo hizo con su aire cargado de presuntuosidad y pedantería.  Yo, por mi parte, me sentía satisfecha porque les había ganado a todos en la carrera por darle fuego.
            “Muy bien taradita – aprobó la diosa rubia -.  Ahí tenés un trabajito para hacer de acá en más, a ver si redimís tu culpa… Cada vez que estemos en el parque te quiero cerca de mí para encender mi cigarrillo”
          No puedo describir la emoción que sentía por dentro.  La pérdida de la autoestima hasta niveles indecibles se batía a duelo en mi interior con una felicidad que me embriagaba.  ¡Dios! Jamás había sentido algo así en toda mi vida… Es que las palabras de Loana implicaban una sola cosa… que yo de allí en más ya no necesitaría excusas para estar cerca de ella… Ahora pertenecería a su “círculo”… con un rol no muy decoroso, por cierto: yo estaba para encenderle el cigarrillo mientras otros charlaban con ella; casi podría decirse que mi papel era el de ser la escoria del grupo… Pero eso poco me importaba en ese momento; durante días había buscado el acercamiento con aquella mujer increíble y ahora, de manera no prevista, se me había entregado una credencial para entrar en su círculo, para estar cerca de la diosa…
          En ese preciso instante recomenzó el desfile hacia el aula magna, señal de que el profesor retomaba la clase.  Loana, por supuesto, siguió incólume en su sitio, fumando su cigarrillo y hablando con algunos de quienes la rodeaban.  Yo, que en otro momento, hubiera ido hacia el aula apenas comenzaran a hacerlo los demás estudiantes, permanecí allí junto a ella… como sentía que debía hacerlo… y ya sé que al lector le debe costar entender esto… pero me sentí feliz en ese momento.
          Cuando Loana terminó con su cigarrillo, lo dejó caer y lo pisoteó con su sandalia (incluso a ese simple acto lo cargaba de sensualidad y altanería) y se puso de pie para encaminarse hacia la clase.  El resto lo fueron haciendo tras ella y yo, en último lugar, me incorporé para seguirlos también.  Ese día ingresé al aula magna siendo parte de ese séquito de obsecuentes a los que yo siempre veía con desprecio… y con envidia…
             Ese día me senté en el aula relativamente cerca de ella y así lo hice también en los siguientes.  Era como que yo me consideraba ya lo suficientemente apta para integrar el círculo de los que estaban más cerca de Loana.  No era que me ubicase junto a ella por supuesto; ello hubiera parecido una osadía y una desfachatez y, de algún modo, la propia Loana, con su actitud, daba a entender que sentarse junto a ella no podía ser para cualquiera.  Había algunos chicos que parecían tener más afinidad y se ubicaban a su lado pero noté, como lo venía advirtiendo ya antes, que nunca nadie se sentaba a menos de medio metro, como si hubiera que dejar forzosamente una cierta distancia libre a los efectos de no profanar el espacio de la diosa.  No daba la impresión de ser algo hablado o acordado, sino más bien tácito e implícito.  La mayoría de las veces Loana no necesitaba hablar para imponer su superioridad y su poder…
           Pero mis momentos de mayor éxtasis coincidían, paradójicamente, con los de mayor humillación.  Todos los días, en los recreos o en la antesala de alguna clase, me tenía Loana a mí arrodillada a su lado mientras los demás conversaban con ella… Esa sola situación me hacía ser quien más cerca estaba de su magnífica presencia, aun cuando esa cercanía no obedeciera a un motivo muy decoroso que digamos.  No importaba: cada vez que Loana amagaba a extraer un cigarro, yo estaba ya presta con el encendedor en mano; lo normal era que ella prendiese su cigarrillo sin siquiera dedicarme una mirada (mucho menos una palabra de agradecimiento) y continuara la plática con el resto… En general la charla giraba sobre lo que podría uno llamar frivolidades: salidas nocturnas, eventos del fin de semana, etc. ; jamás se trataba de algún tema académico o que hiciera a la carrera en sí.  Pero además de todo y ya desde mi segundo día de “servicio” se notó que Loana no me tenía sólo para encender su cigarrillo; ese mismo día (un martes) me ordenó que lustrase sus sandalias con mi lengua, de modo análogo  a como lo había hecho en el baño unos días atrás… y demás está decir que así lo hice: recorrí cada centímetro del calzado con la húmeda superficie de mi lengua y con especial afán me dediqué a suelas y tacos.  Todo ello ante la vista entre divertida y azorada (aunque cada vez más acostumbrada) de todo el mundo.  Yo había sido convertida en la peor mierda del planeta… Y sin embargo me sentía feliz.  Cada noche al regresar a mi casa no podía dejar de excitarme al recordar los momentos que durante el día de clase vivía… y por momentos me atacaba la angustia de extrañar a Loana…
 

La proximidad del fin de semana, normalmente celebrada y festejada, se convertía para mí en una frustración inminente porque sabía que eran días en que no vería a Loana y por lo tanto no podría servirla.  En mi cuarto día de sumisión a sus pies, ella me ordenó que apoyara mi mejilla contra el suelo y, una vez adoptada la posición exigida, pude sentir cómo apoyaba su pie sobre mi nuca, evidenciado ello en el punzante taco que parecía querer entrar en mi cerebelo.  Lo hacía, aparentemente, para descansar el pie… y mantuvo ese hábito durante casi todos los días siguientes: el día en que no lo hacía, yo me salía de mí misma por mi deseo de recordárselo o bien de ofrecérselo… pero no, no podía osar decirle a una diosa lo que tenía que hacer.  Un detalle: jamás Loana preguntó mi nombre y, obviamente, nunca me llamó por él… Las veces en que a mí aludía, utilizaba epítetos tales como “imbécil”, “idiota”“estúpida”, “tarada”, “retardada”, “infradotada”, etc.  Un día me llamó “putita” y yo sentí que me humedecía… Repitió también ese apelativo varias veces en días sucesivos.  Nunca Loana se iba a molestar en aprender mi nombre porque eso iría en contra del proceso de deshumanización a que me sometía: para ella yo era una cosa… un objeto… Y los objetos carecen de nombres propios…

           Extrañé, eso sí, y de manera enferma, la paliza, el dedo en el ano y la meada a que me había sometido en el baño el primer día.  ¿Habría posibilidad de que esas cosas se repitieran?  No sabía yo aún decirlo, pero además de eso tampoco sabía si temía que eso volviera a ocurrir o bien lo deseaba…
            En uno de esos días en que Loana tenía su pie sobre mí, yo permanecía con mi rostro en tierra, ladeado y, por lo tanto, disponiendo de alguna visión lateral.  Fue entonces cuando vi pasar, a unos veinte o treinta metros de distancia, a Tamara… Había reaparecido… Marchaba, como era su costumbre, presurosa a clase llevando sus carpetas y cuadernos de notas contra su pecho.  Pude ver cómo dirigió una mirada de soslayo hacia donde yo me encontraba y no llegué a determinar si su gesto fue de repulsión, de lástima o una mezcla de ambas.  Hacía ya más de una semana que faltaba a clase…
             Ese día, cuando entré al aula siguiendo, como siempre, a Loana y a su séquito, eché un vistazo hacia el lugar en el que típicamente Tami solía ubicarse… y allí estaba.  Se me cruzó por la cabeza la idea de ir a sentarme junto a ella, pero no… yo ahora pertenecía al círculo de Loana y, como tal, debía seguirla… Jamás la rubia me había dado una orden acerca de dónde debía ubicarme yo en el interior del anfiteatro, pero yo interpretaba que debía ser así y temía sobremanera que si resignaba o dejaba ese sitial de privilegio, algún otro u otra rápidamente lo ocuparía.  Lo lamenté por Tamara, pero me senté lejos de ella.
             Al finalizar la clase la vi retirarse; una vez más me dirigió una mirada que, esta vez, me pareció de indulgencia… y sin decir palabra ni hacerme gesto alguno se fue… Yo permanecí un momento más en el aula hasta que Loana decidió marcharse.  Varias veces tuve la tentación de seguir a la diosa, intrigada por  saber adónde iría, con quién lo haría o en qué transporte lo haría… pero me abstuve.  Podía ser un insulto, una profanación.  Por lo tanto, apenas abandonábamos el predio de la facultad yo hacía mi propio camino: esas pocas cuadras que me separaban de la parada del colectivo.  Y ese día no fue distinto, sólo que cuando apenas me había alejado una cuadra del predio universitario, escuché que alguien me chistaba; al principio pensé en algún mujeriego pero no, al girarme me encontré con mi amiga Tamara.
           “¿Qué tal? ¿Cómo estás?” – me dijo en un tono que no supe interpretar si era o no de ironía.
           “Tami…” – comencé a saludarla.
            “Parece que ahora te sentás entre los lameculos de Loana” – me espetó, extrañamente sin perder el tono amable en la pronunciación de las palabras, aun cuando las mismas fueran durísimas.
            “Gracias por el concepto – le contesté, buscando ser igualmente irónica -.  Quiero pensar que no viniste a hablar para agredirme”
             Tamara me guiñó un ojo, como indicándome que todo estaba bien.
            “Para nada, Lu… pero me parece que tenemos que hablar sobre todo esto que está pasando, ¿no?  No se te ve bien con el pie de esa rubia presumida arriba de tu mejilla”
             Desvié la mirada.  Verdaderamente no sabía qué decir, ni hasta qué punto las intenciones de Tamara eran de ayuda o de sarcasmo liso y llano.
            “Es tu elección desde ya – agregó -… pero la pregunta es… ¿es realmente tu elección? ¿O ya perdiste tu capacidad de decidir por cuenta propia?  Siempre me di cuenta que esa chica es una líder, pero…¿tanto poder puede haber conseguido sobre vos?”
             Yo seguía sin articular palabra.  ¿Qué iba a decirle?  ¿Que a pesar de las humillaciones que a diario vivía me sentía a gusto a los pies de aquella joven arrogante?  Claro, era lógico que Tami estuviera algo molesta por el hecho de que no me hubiera sentado junto a ella; lo único que se me ocurrió como para objetar algo fue un “pase de factura”.
             “Te estuve enviando mensajes el viernes y no me contestaste – dije -.  No fui yo la que buscó alejarse”
            “Sí, amor, los recibí… Y admito mis culpas… ¿Podemos hablar por un momento?  Tengo algo para mostrarte…”
 

Entramos a un café que había en esa misma esquina.  Apenas nos sentamos a una de las mesas advertí que entre sus carpetas y apuntes Tamara llevaba también su notebook, lo que no era habitual.  Parecía tan ansiosa por mostrarme lo que me había anunciado que le dio encendido aun antes de que la camarera llegase a atendernos.

             “¿Oíste hablar del Rey Escorpión?” – me preguntó sin dejar de mirar su notebook.
             “Hmmm…. sí, recuerdo haber visto una película – respondí, tratando de hacer memoria -.  No muy buena, pero recuerdo que actuaba un morochote que se partía de bueno que estaba y que cada vez que aparecía en pantalla me hacía caer los calzones”
             “La leyenda del Rey Escorpión es un mito del Alto Egipto, de la etapa predinástica o protodinástica.  Durante mucho tiempo todo lo que hemos sabido sobre él tuvo que ver con una lápida a la que incluso se ha considerado como el documento escrito más antiguo de la humanidad…”
             “¿Vas a hablarme de historia? – le interrumpí -. Sabés que me aburre…”
             “Lo que pocos saben es que se ha encontrado también una serie de estelas en el desierto que ilustran mucho más sobre la historia de ese rey… – continuó sin hacerme caso -. Durante años se ha dudado de su existencia; algunos, sin embargo, afirmaron que fue el precursor de lo que luego sería la unificación de Egipto.  Pero lo que hasta ahora nadie sabía…”
            “Pero que vos tenés como data en tu notebook… “ – interrumpí sarcásticamente.
            Levantó la vista y me miró con severidad.
            “No te me hagas la rebelde – me espetó -.  No te queda bien considerando que andás tomando pis”
               El comentario fue realmente hiriente.  Se produjo justo en el momento en que la camarera llegaba con nuestros cafés e incluso llegué a advertir que dio un respingo al oír el comentario.
               “El Rey Escorpión parecía tener,  por lo que se sabe – continuó – la habilidad o el influjo de ejercer poder sobre sus súbditos con muy poco.  Seguramente fue esa característica la que lo convirtió en rey en una etapa en la cual las monarquías unificadas y centralizadas aún no existían.  Tenía, al parecer, la protección del dios Horus pero, en fin, eso es, claro, lo que la gente de la época quiso ver”
               “Horus es un mito, ¿verdad? – apunté -, pero el rey Escorpion resulta que no lo es…”
               “El Rey Escorpión parece no haber tenido rivales en su camino hacia el poder ni tampoco los tuvo una vez que el poder estuvo en sus manos.  Extendió sus conquistas hacia los cuatro puntos cardinales, pero fue en el sur en donde se encontró con problemas”
             “¿Problemas?” – pregunté, fingiendo algo de interés.
             Tamara giró la notebook hacia mí
              “¿Conocés esto?” – me preguntó.
            Quedé realmente absorta ante la imagen que me mostraba y que ocupaba prácticamente todo el monitor de la notebook.  Era una flor, pero no cualquier flor, sino una orquídea de color rojo violáceo, de una tonalidad semejante a la del vino tinto… y prácticamente idéntica a la que Loana lucía sobre su muslo.
             “Es una orquídea africana – explicó Tamara al notar que mi perplejidad probablemente no me permitía emitir sonido alguno -.  Te cuento… los días del Rey Escorpión terminaron cuando se encontró con una tribu de amazonas que obedecían a la Reina Orquídea”
               Demasiada información para mi cabeza… Me parecía una locura lo que Tamara me estaba contando… Solté una risita…
               “Tami… ¿de dónde sacaste todo este delirio?  ¿Es por esto que estuviste faltando?  ¿Estuviste día y noche ahondando en todas esas boludeces?”
               “La Reina Orquídea tenía el mismo poder que el Rey Escorpión – continuó ella haciendo caso omiso de mis intervenciones -, es decir tenía también el extraño poder de ser seguida por sus súbditas por alguna cualidad imposible de definir con exactitud.  Y entró en guerra con el Rey Escorpión… ¿entendés lo que eso significa?”
             “Algo así como la pelea del siglo, ¿no?”
             “O del milenio – corrigió Tamara -.  ¿Conocés algo sobre las propiedades de las orquídeas? – la miré sin entender -.  O sea… ¿sabés cómo se reproducen?”
            “Siempre esa mente tan perversa, ¿no? – bromeé -.  No, nunca me interesé verdaderamente por la actividad sexual de las flores”
            “Son plantas zoofílicas.  ¿Sabés lo que eso significa?” – me interrogó.
              Me reí nuevamente:
            “Seguimos con la idea fija, Tami… Me suena a sexo con animales de granja”
             “Las orquídeas son plantas que se valen de los animales para conseguir sus propósitos… De los insectos, sobre todo, que actúan como agentes polinizadores – explicó, con paciencia didáctica -.  Pero lo llamativo es el poder que tienen para atraer, seducir a los insectos y tenerlos a su servicio… llevarlos a hacer lo que ellos quieren”
             Por primera vez empecé a entender hacia dónde iba Tamara con todo aquello.  Aun así, me seguía pareciendo un delirio absoluto: estaba asociando la acción de una orquídea con la actitud de Loana; en realidad, no estaba tan mal la analogía entre un insecto y yo, ya que exactamente así era como me sentía en su presencia.
             “Para la Reina Orquídea – siguió explicando Tamara -, todos eran insectos a su servicio.  Incluso el Rey Escorpión.  Hubo una guerra… adiviná quién ganó…?”
              La respuesta era tan obvia que no hacía falta que yo dijera nada.
          “La Reina Orquídea apresó al Rey Escorpión – continuó -.  Lo hizo suyo, lo convirtió en su esclavo y posiblemente lo usó sexualmente”
           “Guau… – me reí -, una verdadera comehombres”
             “Tal cual – acordó -.  El mito dice que lo devoró… y que desde entonces lució sobre su pie la imagen de un escorpión… En el pie, claro… el lugar que le tocaba a alguien que había sido vencido.  Y al devorar al Rey Escorpión, también absorbió su poder, con lo cual aumentó el suyo”
             “Se quedó con el poder de los dos… pero puestos al servicio de ella” – agregué, para ver si había entendido; el asentimiento de Tamara con su cabeza me hizo entender que así era.
              “Pero hay más… – agregó -.  Las estelas encontradas muestran a la Reina Orquídea devorando al Rey Escorpión, mientras su vientre aparece hinchado”
              “¿Embarazada?” – yo ya no podía con mi incredulidad; era un disparate que estuviera sentada a la mesa de un café siguiendo los razonamientos de una amiga que parecía haber tenido una experiencia alucinógena con alguna sustancia.
                “Es de creer que la Reina Orquídea tuvo un hijo… o una hija… que continuó el legado, transmitiendo el influjo de la Orquídea y el Escorpión a lo largo del tiempo”
 

Revoleé mis ojos y me mordí el labio inferior.  Palmoteé el aire, como aplaudiendo.  No quería ser descortés con mi amiga, pero francamente no podía creer que expusiera con pretensiones de verosimilitud una historia tan demencial.

                 “¿Y de dónde sacaste eso? ¿De internet?  Si querés te puedo contar el nacimiento de Goku en Dragon Ball Z… Además, decime una cosa, Tami… Es decir, yo imagino a lo que vas: me vas a decir ahora que Loana tiene algún parentesco lejano con la Reina Orquídea y el Rey Escorpión.  Pero… no sé… a los egipcios no los veo muy rubios… y en cuanto a esas amazonas, si habitaban hacia el sur de Egipto, es de creer que fueran de raza negra… No me cierra en absoluto que hayan tenido descendencia rubia, jaja”
           Pero Tamara no se reía.  Volvió a girar la notebook hacia mí para mostrarme una nueva imagen.  Era un clásico bajorrelieve de esos que uno ha visto mil veces en los libros de historia del secundario.  Representaba a una mujer sentada rodeada de súbditas que aparecían en posición genuflexa, postradas ante ella… Pero lo más escalofriante del asunto era que mientras todas las mujeres que estaban arrodilladas presentaban un tono claramente oscuro en la piel y en sus cabellos, la que parecía ser la reina tenía su cabellera absolutamente clara, rubia diríase…
           Debo confesar que por primera vez me estremecí.  Pero de inmediato sacudí la cabeza y me dije que estaba entrando en la locura de Tamara.  Se lo dije:
          “Estás loca, Tami”
           “¿Loca? – repreguntó -. ¿Por qué?  ¿Por investigar un poco?  Loco es andar lamiendo el calzado de alguien  o bien tomando su meo”
            Suficiente.  Llamé a la camarera para pedir la cuenta.  Me encargué de  dejar en claro a Tami que no tenía ningún problema con ella y que la seguía respetando y queriendo… pero que no iba a entrar en semejante locura sólo por unos datos de dudosa fuente casi con seguridad extraídos de la red.  Nos despedimos bien a pesar de todo.  Ella me deseó suerte y yo a ella también… Cuando la dejé, me dio la impresión de que, al igual que lo había hecho en el aula magna, me miraba con una profunda lástima…
            Mentiría si dijera que el relato de Tamara no me afectó en modo alguno.  Esa noche en la cama se me cruzaron varias de las imágenes de la historia que me había contado.  Y se hacía inevitable pensar en Loana; realmente no había mejor analogía que la imagen de una imponente orquídea dominando el muslo y, por debajo, al pie, el escorpión vencido, domesticado…y también incorporado y asimilado.  Pero intenté por todo y por todo alejar tales pensamientos turbadores y, por el contrario, busqué concentrarme en los días que estaba viviendo con Loana, en mi sumisión, en mi degradación y cosificación a su lado.
             Durante los días siguientes continué a su servicio en el parque y, si algo lamentaba, era, una vez más, la proximidad del fin de semana, en que sabía que no la iba a ver.  Sin embargo ocurrió lo que, por lo menos para mí, era totalmente inesperado.  Alguien, dentro del semicírculo que, como siempre ocurría, se arracimaba alrededor de Loana, hizo referencia a cierto trabajo sobre los orígenes del conductismo que había que entregar el lunes.  Loana se lamentó:
            “Un fin de semana dedicado a eso… ¡qué espanto!… Espero que esas dos idiotas tengan idea de cómo hacerlo”
             Yo no tenía idea alguna de a quiénes aludía.  Alguien, una joven, le señaló a Loana que era un trabajo de bastante extensión como para hacerlo en un fin de semana y que implicaba, además, mucha lectura.
            “O sea que voy a necesitar más ayuda que la habitual – conjeturó, cavilativa, Loana, a la vez que se llevaba el cigarro a la boca.  Estaba en eso cuando pareció que algo se le hubiese ocurrido y se giró hacia mí -. ¿Vos tenés idea sobre cómo hacerlo?”
             La pregunta me tomó desprevenida pero el corazón me comenzó a latir con más fuerza.
             ¡Sí! – contesté enfáticamente sin poder ocultar mi entusiasmo y, a la vez, tratando de sonar segura ya que, a decir verdad, no me había puesto todavía a pensar demasiado en el trabajo, en parte porque la excitación de esos días me tenía absorbida y con la cabeza y los sentidos en otra cosa.
              La blonda diosa volvió a desviar su mirada de mí y se llevó nuevamente el cigarro a la boca.
             “Creo que voy a necesitar tus servicios de acá al lunes– anunció -.  Así que dejá dicho en tu casa que mañana te vas a lo de una amiga por todo el fin de semana”
              ¿Era real lo que estaban mis oídos oyendo?  ¿Iba a llevarme a su casa? Realmente no podía imaginar en ese momento una situación más excitante… Definitivamente, tantos días arrodillada a los pies de ella estaban dando largamente frutos.
                 En efecto anuncié a mis padres que pasaría todo el fin de semana en casa de una amiga y que el objetivo de tal visita era poder realizar un trabajo que debíamos presentar en la comisión de trabajos prácticos y que era harto demandante y exigente.  De alguna forma, no faltaba a la verdad… No hablé con Franco y, como sabía que la noticia de mi ausencia n le iba a caer bien, preferí dejar la noticia para dársela al otro día; le llamaría por teléfono.
              Al llegar el viernes, no cabía en mí de la excitación.  Al finalizar la última de las clases del día, Loana me ordenó que la siguiera y tuve el honor de hacerlo incluso más allá del predio universitario.  Me hubiera gustado ser la única que tenía tal satisfacción, pero había también tres varones y una chica que nos acompañaban.  Caminamos una cuadra y media pero con un rumbo diferente al que llevaba yo cada tarde al ir hacia la parada del colectivo.  Llegamos ante un Volkswagen de los llamados “escarabajo”, de estilo obviamente retro pero novísimo, pulcro y reluciente.  Yo permanecí de pie en la acera a la espera de instrucciones acerca de donde debería sentarme, para lo cual obviamente primero debía dejar que se sentasen todos los demás y, seguramente, mi sitio sería el que quedaba.  Error: Loana se dirigió hacia la parte trasera del coche y abrió el baúl; bastó un solo ademán y un gesto de su rostro para que yo entendiera que ése era mi lugar.  La cabina estaba reservada para los demás… La novedad, obviamente, me shockeó un poco, pero pensándolo bien, ¿qué se podía esperar?  ¿Podía un energúmeno, un insecto como yo, pretender viajar en donde lo hacían el resto?  Si consideramos, además, que adelante podían viajar sólo cinco, la cabina ya estaba completa y estaba más que obvio quien constituía el primer lastre a eliminar.
            Sin chistar, eché mi bolso adentro e ingresé seguidamente de un salto.  Me arrebujé como pude y adopté una posición que podría llamarse fetal mientras Loana cerraba la tapa del baúl y todo se convertía para mí en oscuridad… No sé bien cuánto duró el viaje: escuchaba las risotadas de quienes viajaban en la cabina y, cada tanto, notaba que teníamos una detención y alguno de los jóvenes se despedía.  Los iban dejando de a poco; difícil era creer que Loana los llevara hasta sus respectivas casas: lo más probable era que los dejase cerca en la medida en que su recorrido pasase por las proximidades de los hogares de cada uno.  O incluso cerca de alguna estación de subte o parada de colectivo.  En determinado momento ya no escuché voces, sólo el ruido del motor y algo de música que parecía sonar en la cabina.  Una nueva detención se produjo y esta vez se apagó el motor.  En cuestión de segundos la tapa del maletero se abrió y vi, recortándose contra el cielo del atardecer, la figura escultural e imponente de Loana.
            “Vamos… Abajo” – me ordenó, con voz de hielo.
             Yo no tenía idea de dónde podíamos estar y ni siquera podía presumirlo por el tiempo transcurrido porque, como ya dije, perdí noción temporal.  Tal como bien había supuesto, no había ya nadie más que Loana. Pensaba yo que habríamos llegado a la casa de ella y me embargaba una fuerte emoción de saber que estaba por conocer la misma, algo que la gran mayoría de las chicas de la facultad envidiarían.  Sin embargo al salir del baúl del auto, comprobé que nos hallábamos en una zona comercial en donde era altamente improbable que Loana residiera.  La espléndida rubia cerró la tapa una vez que yo hube salido del interior y, a continuación, comenzó a caminar en dirección a lo que parecía ser la entrada de una galería comercial.  A mí, por supuesto, no me quedaba más que seguir sus pasos.
            Entrando en la galería pasamos ante varios locales que vendían los artículos más diversos, desde juguetes hasta arañas de techo pasando por juegos de computación.  Pude comprobar una vez más el magnetismo que irradiaba Loana ya que las miradas, tanto de hombres como de mujeres, se clavaban en ella y, al caminar, daba la impresión de que, como acto mecánico, todos se apartaran.  Lo mismo que ocurría en la facultad ocurría allí.  Era casi imposible ver a Loana con alguna persona a menos de un metro de ella,  aun cuando (como en este caso) se tratase de un lugar comercial altamente concurrido y transitado.  Subimos por una escalera y recorrimos otro largo pasillo hasta llegar a un codo del mismo, lugar que era ocupado por un local de tatuajes.
             El tatuador, de unos cuarenta y cinco años y de aspecto bohemio, salió de atrás del mostrador y se dirigió a recibir a la recién llegada casi como si se tratase de una figura de la realeza.  El tono efusivo de los saludos evidenció que había una amistad importante entre ambos, lo cual debo decir, me produjo una cierta envidia, sobre todo cuando vi que aquel tipo besó a Loana en ambas mejillas y luego, en un acto que no supe interpretar si era de caballerosidad o de reverencia, hizo lo propio con la mano derecha de la muchacha.
              “Hace rato que no se te veía por acá – decía el hombre entre dientes, como si su boca estuviera ocupada por una sonrisa permanente. – ¿Me trajiste una nueva?”
              Un respingo me vino de pronto y recorrió mi espina dorsal.  ¿Una nueva? ¿Hablaban de mí?  ¿Y a qué se refería, exactamente, con lo de “nueva”?
              “Sí, sí – respondió Loana -.  Y supongo que te acordás bien de lo que tenés que hacerle… – sonrió malignamente -. Vas a ser bien recompensado”
               “Por supuesto que me acuerdo  – dijo enfático el tatuador, manteniendo siempre el mismo tono jocoso -. ¿Y vos? ¿Cuándo vas a dejarme hacerte un tattoo nuevo?”
           Interesante… parecía que estábamos ante el artista que había hecho las dos obras maravillosas que lucía Loana, tanto en el muslo como en el pie.
           “Por ahora estoy bien con los que tengo – repuso Loana -.  Y la verdad es que sos el mejor: un genio tatuando”
            “Ja… pero si ni siquiera llevás visibles los que yo te hice” – objetó el tatuador, un poco en broma y un poco en serio por lo que llegué a inferir.
             Lo cierto era que con aquel comentario, la suposición de estar ante el genial autor de la orquídea y el escorpión se caía hecha pedazos.  Y lo que dijo a continuación terminó de servir como corolario.
             “Alguna vez me vas a contar quién te hizo esa orquídea y ese escorpión…”
             Loana sonrió:
            “Jamás” – dijo, y rápidamente escapó del tema -.  Bueno, te parece que empezamos con ésta?”
            El tatuador estuvo ampliamente de acuerdo y fue en procura de sus instrumentos.  Loana se giró hacia mí y me miró con gesto imperativo:
            “Desnudate” – me dijo.
             La orden, por cierto, me descolocó y me hizo vacilar porque la realidad era que estábamos en un lugar terriblemente público.  Cierto era que en ese preciso momento no había nadie en el interior del local salvo nosotras y el hombre.  Pero dada la cantidad de gente que deambulaba por la galería era de esperar que en cualquier momento alguien pudiese hacer su ingreso.  Y algo más: el local, en forma de letra “ele”, estaba rodeado de cristales que daban a ambas callejas de la galería, con lo cual, sencillamente, cualquier que pasase por fuera vería perfectamente lo que adentro sucedía.
           “Para hoy, idiota, sacate todo” – insistió la diosa rubia.

Relato erótico: “Descubrí a mi tía viendo una película porno 2” (POR GOLFO)

$
0
0

Después de esa primera vez, mi tía se quedó abrazada a mí con una expresión en su cara llena de felicidad y eso que cuando intenté usar su maravilloso pandero, el dolor que sintió lo hizo imposible.

Al tenerla entre mis brazos, me puse a pensar cómo era posible que esa mujer apocada y tímida se hubiese convertido en una ardiente amante en menos de dos días, sobre todo asumiendo que era la hermana pequeña de mi madre.
Al pensar en ella, no pude más que saber que si mi jefa se enterara de nuestra incestuosa relación, pondría el grito en el cielo sin admitir que en parte era culpa suya.
― Fue ella quien insistió que Elena me acompañara― sonriendo murmuré sin percatarme que la aludida podía oírme.
― ¿Qué decías?― levantando su cabeza de mi pecho, preguntó.
Dudé en un principio si revelar mis pensamientos, podría hacerle sentir mal pero al mirarla y ver que sus ojos mantenían ese brillo pícaro de cuando le hice el amor, se despertó mi lado perverso y muerto de risa, contesté:
―Estaba pensando en lo que va a decir mi madre cuando le cuente lo zorra que es su hermana.
En un principio se quedó helada pero entonces comprendió que iba de broma y cogiendo con una mano mis huevos, respondió mientras los apretaba:
―Por tu bien, no te lo aconsejo.
Su nada velada amenaza azuzó mi morbo y siguiendo con la guasa, dije:
―Tienes razón, mejor se lo digo a mi padre. ¿Te imaginas la cara que pondría al enterarse que su tímida cuñada se anda tirando a su retoño?
Descojonada, la muy puta respondió:
―Tú hazlo pero cuéntale también como me encantó mamársela a mi sobrino y así puede que se atreva a intentarlo él también.
Su desfachatez me hizo reír. Saltando sobre ella, le cogí un pecho y mientras me llevaba su pezón ya erecto a mi boca, pregunté:
― ¿Te gustaría que compartiera tus tetas con él?
Fue entonces cuando presionando mi cara contra su seno, mi tía Elena respondió:
― ¿Quién te ha dicho que no las conoce?
El descaro con el que insinuó que mi viejo había disfrutado de esos melones, me puso bruto y usando mis dientes, empecé a mordisquearlo mientras con mis manos separaba sus rodillas. Al pasar mis yemas por su sexo, descubrí que lo tenía encharcado.
―Te he dicho alguna vez que eres una guarra― le solté y llevando mis dedos impregnados con su flujo hasta su boca, forcé sus labios diciendo: ―Fíjate lo mojada que estás y eso que  tu sobrino todavía no te ha comido el coño.
La sola mención de que pensaba hundir mi cara entre sus muslos, la hizo estremecerse y deseando que se hiciera realidad, prefirió jugar conmigo y de golpe cerró sus piernas diciendo:
―Todavía no te lo has ganado. Antes tienes que convencerme. ¡Richard!
Durante unos instantes no comprendí porque me había llamado con ese nombre anglosajón, pero entonces recordé que era el del protagonista de la película porno que había estado viendo.
« ¡Esta zorrita quiere jugar!», comprendí al ver su sonrisa.
Al repasar su argumento, recordé que en ese filme el joven intentaba seducir a la madura pero ella no le hacía caso y que este asumiendo que nunca iba a poder convencerla una noche, usando la violencia,  había conseguido atarla a los barrotes de la cama y con ella indefensa, se había dedicado a calentarla hasta que ya dominada por la pasión, la mujer había cedido.
« ¡Quiere que simule que la violo!», sentencié más excitado de lo que nunca le reconocería.
Decidido a complacerla, me levanté en silencio de la cama y fui al cuarto de baño a por unas vendas. Con ellas en la mano, volví a la habitación pero entonces descubrí que mi tía se había vestido y se había ido. Que hubiese desaparecido justo cuando más caliente me tenía, me hizo desear castigarla de alguna forma:
« ¡Tengo que darle una lección!».
No teniendo nada que hacer hasta la cena, me puse una camiseta y un bañador con los que salir a dar una vuelta. Ya en la calle, estaba paseando con mi mente a cien por hora cuando de improviso me topé contra un sex―shop. Al hacerlo vi en esa casualidad una premonición y sacando mi cartera, entré decidido a comprar los utensilios que necesitaría a mi vuelta.
« Esa zorra no sabe lo que hizo al intentar jugar conmigo», resolví muerto de risa mientras pagaba en la caja.
Con ellos bajo el brazo, volví a la casa a esperar el retorno de mi tía. Mi espera no fue larga porque al cuarto de hora, Elena llegó con una bolsa y saludándome como si nada hubiese ocurrido, me preguntó que quería de cenar.
Acercándome a ella, contesté mientras mis manos se apoderaban de sus pechos:
―El conejo maduro de una madrileña.
Riendo, se trató de zafar de mi acoso justo cuando sintió que cerraba un par de esposas alrededor de sus muñecas.
― ¿Qué coño haces?― exclamó todavía descojonada.
Tomando el mando, la tiré sobre el sofá y ya en él, tras atarla, le coloqué otros grilletes en sus tobillos. La actitud de mi tía seguía siendo tranquila pero cuando le coloqué una mordaza en su boca, noté que se estaba empezando a preocupar.
―No te he contado― comenté― Ayer te pillé masturbándote mientras veías una peli porno y he pensado que te gustaría ser la protagonista de una.
La tranquilidad que había mantenido hasta entonces se disolvió como un azucarillo al oírme y conociendo mis intenciones, intentó liberarse sin conseguirlo. Descojonado, saqué la cámara de fotos y colocándola sobre un trípode, la encendí mientras le decía:
―Con esas dos tetas, a buen seguro me sacaré un buen dinero vendiendo la película.
El sudor que ya recorría su frente, me confirmó que iba por el buen camino y sacando una máscara de latex, me la puse en la cabeza mientras le explicaba que tenía una fama que mantener y no me apetecía que me reconociera al verla en internet. Para entonces los ojos de mi tía ya reflejaban el terror que sentía por verse así expuesta.
Incrementando su turbación, saqué unas tijeras y con parsimonia fui cortando la camisa blanca que se había puesto Elena. Al sentir el filo contra su piel, mi tía se quedó completamente horrorizada y aunque me dio pena, obvié su sufrimiento mientras pensaba en mis siguientes pasos.
Una vez totalmente desnuda y atada de pies y manos, me la quedé mirando y tuve que admitir que asustada, mi tía se veía todavía más guapa. Tanteando el terreno, pellizqué las negras areolas que decoraban sus pechos antes de sacar el siguiente utensilio que usaría. Elena al sentir la ruda caricia de mis dedos sobre sus pezones intentó gritar pero la mordaza que llevaba en la boca se lo impidió y solo surgió de su garganta un suave gemido.
― ¿Te gusta cómo te trata tu sobrino?― pregunté recochineándome de su infortunio.
Indignada, movió de lado a lado su cabeza negándolo. Reconozco que estaba disfrutando y más cuando haciendo como si fuera un mago, saqué de mi espalda un enorme consolador con dos cabezas.
― ¡Chazan!― exclamé y mostrando ambos glandes ante sus ojos, fui recorriendo con ellos su cuerpo hasta llegar a su sexo.
Una vez allí, jugueteé con sus dos entradas antes de embadurnarlos bien con gel porque aunque quería castigar, no me apetecía hacerle sufrir en demasía. Para entonces mi tía lloraba como una magdalena y sus ojos iban de la cámara que estaba grabando a mí continuamente.
―Vas a estar preciosa en todas las televisiones de los pervertidos de este país― le dije mientras incrustaba la cabeza más grande en su coño.
Para entonces, mi tía había dejado de debatirse y mantenía sus ojos cerrados creyendo que así disminuiría su vergüenza pero no pudo evitar abrirlos al sentir que con el segundo forzaba su esfínter.
―No te quejes― me reí obviando que me había resultado imposible usar su culo― ¡Mi pene es de mayor tamaño y bien que me pediste que te lo metiera!
La doble penetración fue solo el inicio porque en cuanto noté que se había acostumbrado a la intrusión de esos dos objetos, encendí ese consolador a la máxima potencia mientras le decía desde la puerta:
―Te dejo sola durante una hora. ¡Qué lo pases bien!― tras lo cual me fui a preparar algo de cenar.
Haciendo tiempo, abrí una cerveza. Con ella en mi mano, me fui a comprobar en mi cuarto como evolucionaba mi víctima a través del monitor de mi ordenador. En cuanto conecté vía wifi con la cámara, me encantó descubrir que mi querida tía se estaba retorciendo de gusto contra su voluntad.
«Tal como preví, le está gustando», mascullé antes de empezar a grabar todo en la memoria de mi pc.
Con Elena gozando y sin nada más que hacer que mirarla, me quedé pensando en cómo había cambiado mi vida en esos días.
« Y yo que creía que mi tía era una estrecha», recapacité más excitado que nunca al comprobar que en la imagen que llegaba desde el salón, esa mujer se estaba corriendo sin parar.
Satisfecho, me terminé mi cerveza y me desnudé antes de volver a su lado. Al llegar, mi tía estaba presa de un gigantesco orgasmo y  decidido a humillarla,  saqué el pene que tenía en el coño y lo sustituí por el mío mientras retiraba la mordaza de su boca.
― ¡Maldito!― gritó al sentir que podía hablar― ¡Pienso denunciarte!
Al escucharla, solté una carcajada y sin hacer caso a sus quejas, comencé a follármela a un ritmo constante. El compás que imprimí a mis caderas, acalló sus maldiciones y paulatinamente se vieron transformadas en gemidos de placer. Una vez se había corrido por enésima vez, saqué mi falo de su interior y chorreando de su flujo, lo acerqué hasta su boca y con tono secó, ordené:
―Cométela ¡Puta!
Incapaz de repeler mi agresión de otro modo, cerró sus labios a cal y canto. Fue entonces cuando le solté:
―Si no me la mamas, tendré que darte por culo.
Mi amenaza cumplió su propósito y de muy mala leche, abrió su boca. Aprovechando el momento, se la metí hasta el fondo y presionando con mis manos su cabeza, evité que intentara sacarla. La violencia con la que la forcé curiosamente provocó que mi zorrita se aviniera a razones y lentamente comenzó a usar su lengua para congraciarse conmigo.
―Así me gusta― comenté mientras acariciaba su melena.
La maestría que demostró en esa mamada aunque no pudiera usar sus manos, fue tal que no tardé en explotar en su interior. Mi tía al saborear mi semen, se comportó como la puta que era y lejos de quejarse me rogaba que siguiera eyaculando en su boca.
― Elena― descojonado le recordé: ―No deberías ser tan zorra, ¡Te estoy grabando!
― ¡Me da igual! ¡Me encanta tu lefa! ¡Regálame más!
La lujuria que demostró consiguió sacar hasta la última gota de mis huevos y ya totalmente ordeñado, la liberé. Sin atadura alguna, lo lógico hubiera sido que esa mujer hubiese intentado huir pero en vez de hacerlo, se acurrucó entre mis brazos diciendo:
―Eres un cabronazo. Realmente pensé que me estabas grabando.
Muerto de risa, me levanté y conectando la cámara a la televisión, le demostré lo equivocada que estaba y que realmente había filmado “su violación”. Acojonada, me preguntó:
― ¿Qué piensas hacer con ella?
Quitando la memoria se la di, diciendo:
― Regalártela para que cuando vuelvas a Madrid, recuerdes los buenos ratos que pasaste con tu sobrino.
Fue entonces cuando realmente descubrí lo puta que era la hermana pequeña de mi madre porque devolviéndomela y con una sonrisa en sus labios, me soltó:
―Todavía le queda espacio para más sesiones― y soltando una risita, prosiguió diciendo: ―¿Qué otras películas tienes en tu biblioteca que podamos ver y luego representar?
Alucinado comprendí que había despertado una bestia y queriendo averiguar sus límites, pregunté:
― ¿Te apetece que veamos juntos una de un trio?
Su respuesta me dejó helado:
― ¡Siempre que sus protagonistas sean dos mujeres y un hombre!
Esa era la opción en la que había pensado pero queriendo conocer sus motivaciones insistí:
― ¿Estas segura?
Con tono pícaro, me contestó:
―Siempre he deseado saber que se sentiría al comerme un coño.
Su confesión me hizo gracia y por eso le pedí que nos sirviera unas copas mientras elegía una.
―Que sea muy morbosa― contestó mientras se levantaba del sofá….
Hacemos realidad su fantasía.
Esa noche, no solo vimos una película sino que ya en la cama reiniciamos lo que habíamos dejado inacabado en la tarde y por fin pude hoyar su trasero con gran satisfacción de su parte. Con su esfínter relajado por la acción del consolador, mi tía no sufrió casi dolor cuando le incrusté mi pene en su trasero. Es más sé que disfrutó como una perra porque al terminar, me informó que al día siguiente y durante el resto de nuestra estancia en Laredo tenía permiso de usarlo.
―¿Entonces ahora te gusta?― pregunté
Elena poniendo cara de puta asintió con una sonrisa y abrazándose a mí,  quiso que le contara con quien pensaba hacer realidad su fantasía.
― ¡Coño! ¡No lo había pensado!― reconocí.
Pero entonces soltando una carcajada y mientras se incorporaba para buscar su móvil, me comentó:
― ¿Recuerdas a Belén? La que fue tu novia hace un par de veranos
― Sí― contesté sin saber a qué venía porque llevaba tiempo sin verla.
Sacándome de dudas, me explicó que se la había encontrado en Madrid saliendo de un tugurio de mala reputación y que al comentarle que iba a pasar el verano en Laredo, le dio su teléfono. Con la mosca detrás de la oreja, pregunté de qué clase de antro salía cuando se topó con ella.
Muerta de risa y mientras agarraba entre sus manos mi pene, respondió:
― Solo puedo decirte que esa niñata me miró las tetas.
Tras lo cual, marcó su número y recordándole quien era, quedó en que al día siguiente pasaríamos a por ella para ir a una cala…
 
A la mañana siguiente, nos despertamos sobre las nueve ya que con buen criterio mi tía había quedado con Belén temprano al saber que tardaríamos tres cuartos de hora en llegar a la playa que habíamos elegido.
Mientras desayunábamos, observé que Elena estaba nerviosa y queriendo averiguar el motivo le pregunté que le pasaba.
-¡Pareces tonto!- contestó: -¡No ves que nunca he estado con una mujer!
En ese momento no quise decirle que por propia experiencia dudaba que esa cría fuera lesbiana y acercándome a ella, pasé mi mano por su trasero mientras le decía:
-Si quieres, cancelamos la cita y nos quedamos retozando los dos solos en el jardín.
Mi tía dejó que le masajeara su culo durante un instante pero viendo que se estaba poniendo bruta, se separó de mí diciendo:
-¿No te estarás echando atrás? ¡Me prometiste hacerlo!
Muerto de risa, le contesté:
-Para nada, ¿Me crees tan idiota de no querer disfrutar en la cama con dos bellezas?
Mi piropo levantó su alicaído ánimo y dejándome en la cocina, me informó que se iba a cambiar. Aprovechando que estaba solo, me puse a recordar la peli porno que habíamos visto la noche anterior y tuve que reconocer que por mucho que mi tía quisiera reproducirlo ese día, veía imposible que pudiéramos seducir a Belén.
«No la veo comiendo la almeja de Elena», refunfuñé preocupado por si además de no aceptar nuestras insinuaciones luego se iba de la lengua y contaba a todo el mundo que me andaba tirando a mi tía.
Mis temores no disminuyeron a pesar que al volver mi pariente estaba impresionante con el bikini que llevaba puesto. Confieso que babeé al admirar sus enormes pechos apenas cubiertos por un triángulo de tela.
-¿Te gusta?- me preguntó mientras modelaba ese conjunto.
-Mucho- reconocí.
Mi cara debió reflejar mi calentura porque riendo esa madura me soltó:
-No te calientes antes de tiempo.
Cabreado me quedé callado mientras salíamos de la casa y solo cuando ya estábamos en el coche, pregunté:
-¿Cómo piensas seducirla?
-No voy a ser yo, ¡Vas a ser tú!- contestó.
-No entiendo- tuve que decir porque aunque fuera hace dos años, yo ya me la había follado y ese día lo que íbamos a intentar era hacer un trio.
Elena viendo mi turbación, me explicó:
-¿Recuerdas que vi a esa morena saliendo de un bar de lesbianas? Pues resulta que la dueña es amiga mía y cuando le pregunté por Belén, me contó que era una cría que todavía no había dado el paso y que aunque cortejó a varias maduras como yo, nunca había culminado por miedo.
-Ya veo- respondí- Como no ha salido del armario, quieres que la seduzca para que luego tú te incorpores.
-¡Tengo un sobrino imbécil!- exclamó: -¡Al contrario! Quiero que le cuentes que descubriste que tu “pobre” tía es calentorra que incapaz de rechazar cualquier insinuación sexual provenga desde donde provenga y que le da lo mismo que sea de un hombre o de una mujer.
-¿Quieres que le cuente que eres una ninfómana?
Partiéndose de risa, me contestó:
-Así es y que te confabules con ella para reíros a costa mía.
-Ahora sí que me he perdido- reconocí.
-¡Estás espeso!– soltó cabreada:- Pídele que te ayude a ponerme bruta. Si mi amiga no me ha mentido, no podrá negarse a hacerlo y ya puestos, nos la tiraremos entre los dos.
Ese plan me parecía un disparate pero Elena parecía tan segura de su éxito que no me quedó otra que aceptarlo y de esa forma, en menos de diez minutos, llegamos hasta el espléndido chalet donde vivía Belén con sus padres.
Al tocar el timbre, fue esa morena quien abrió la puerta y mientras me quedaba sorprendido por el cambio que había dado desde que no la veía (¡Estaba buenísima!), nos hizo pasar diciendo:
-He pensado que, como hasta mañana no vienen mis viejos, mejor tomemos el sol en la piscina.
Estaba a punto de negarme cuando mi tía al comprobar que desde el exterior no se veía el jardín, aceptó diciendo:
-Me parece estupendo.
Tras lo cual, mi antigua novia meneando su trasero nos llevó hasta unas tumbonas donde dejamos nuestras cosas. Mirándola de reojo no me podía creer lo que estaba viendo. Los tres o cuatro kilos que había engordado le sentaban de maravilla sobre todo porque gran parte de ese peso extra se había acumulado en sus tetas. Si de por si Belén era tetona, ahora era una vaca lechera.
Sé que se percató de la forma en que la observaba porque en plan coqueta, me lo recriminó diciendo:
-¿Te parezco gorda?
-En absoluto- respondí- Estás guapísima.
Elena ratificó mi opinión diciendo:
-Tienes un culo precioso. ¿No ves las miradas que te echa mi sobrino?
Me molestó que mi tía me traicionara de ese modo y sin medir las consecuencias, devolví su pulla al contestar:
-Las mismas que tú o ¿Crees que no me he dado cuenta?
Nuestro rifirrafe cogió desprevenida a Belén que tratando de calmar la situación me pidió que le acompañara a la cocina por unos refrescos. Como os imaginareis accedí y la seguí mientras entraba en el chalet.
Estaba abriendo el refrigerador cuando como de paso me dijo:
-Cuando discutías con tu tía, me pareció entender que insinuabas que era lesbiana.
Muerto de risa al saber por dónde iba, contesté bajando la voz:
-Sí y no. Elena tiene un problema…
-¿Qué problema?- preguntó interesada la morena.
Con tono misterioso, contesté:
-Ahí donde la ves, tiene una sexualidad exacerbada. No puede evitar excitarse con facilidad y ya caliente le da igual quien esté cerca, ¡Sea hombre o mujer se lo tira!
-No te creo- respondió: -Me estás tomando el pelo.
Reforzando su interés, me atreví a decir:
-Te lo juro. Si no fuera porque es mi tía, te lo demostraría.
Al oírme, bajo la tela de su bikini aparecieron dos pequeños bultos que me confirmaron su interés por Elena y soltando un órdago, la reté diciendo:
-¿Por qué no lo intentas tú y así nos reímos? – y viendo su cara de estupefacción, insistí: – Estoy seguro que con que la toques un poco, se pondría a gemir como una cierva en celo.
Sus ojos brillando me informaron que la idea le atraía pero creyendo que era broma, contestó a mi burrada diciendo:
-Y mientras la excito: ¿Tú qué harías?
– Ayudarte-contesté.
Al no creerme, no pudo evitar soltar una carcajada y cogiendo los refrescos fue de vuelta a la piscina. Al llegar allí, nos encontramos a mi tía acostada en una tumbona con los ojos cerrados como dormida.
-Tiene unas tetas impresionantes, ¿Verdad?- susurré al oído de Belén al percatarme que no podía apartar sus ojos de ellas: ¿Le pedimos que se ponga en Topless?
Lo lógico hubiera sido que no me hubiese contestado pero para mi sorpresa y mientras se mordía los labios, respondió:
-Me encantaría.
Asumiendo que mi pariente nos estaba oyendo, hice hincapié en la idea diciendo:
-¿Te imaginas que pedazo de pezones debe tener?
Inconscientemente, Belén llevó su mano a su pecho y al notar que los tenía erectos, se puso roja y forzando su calentura, dije:
-Me encantaría hundir mi cara entre ellos.
La cría confirmando las palabras de la dueña de ese bar, cerró sus rodillas intentando que no me diera cuenta que hablar así de esa madura la estaba poniendo cachonda.
« ¡Va a resultar bollera!», sentencié al descubrir una mancha de humedad en su braga.
Que los deseos de Elena fueran posibles, me excitó y poniendo cara de lujuria, me lancé al abismo diciendo:

-Me da vergüenza decírtelo pero no sé qué daría por echarla un polvo.
Al escuchar mi confesión se quedó pensando en ella. Noté su lucha interna. En su mente debía estar debatiendo si me ayudaba con esa increíble madura y de paso ella conseguía su sueño de estar con una mujer. Tras unos segundos de indecisión, en voz baja, me soltó:
-Te voy a reconocer algo que nadie sabe, lleva unos meses rondándome la idea de saber que se siente al estar con alguien de mi mismo sexo.
Justo en ese momento, mi tía hizo como si se despertara y en silencio se levantó y se tiró a la piscina. Mientras nadaba, me acerqué a donde Belén y directamente le pregunté:
-¿Y si la atacamos entre los dos? Ambos haríamos realidad nuestras fantasías.
Turbada por mi pregunta no me contestó inmediatamente sino se quedó mirando a Elena que salía con su bikini empapado. No me costó percatarme en el modo en que admiraba sus pechos.
-¡Fíjate!, el agua fría le ha puesto duros sus pezones- susurré en su oreja.
La morena babeó claramente al oírme e incapaz de mirarme, cogió mi mano mientras me decía:
-Júrame que nunca se le contarás a nadie lo que ocurra.
-Te lo juro- respondí sabiendo que esa zorrita había caído en la trampa.
No queriendo darle tiempo a que cambiara mi idea, le pregunté si tenía crema de broncear y al traérmelo sin pedirle opinión me eché un buen chorro en las manos.
-¿Qué vas a hacer?- me preguntó.
Bajando la voz, le dije:
-Recuerda, mi tía tiene el sexo a flor de piel y estoy seguro que le pondrá como una moto ver cómo te echo crema. De esa forma no corremos riesgos, si no es verdad que sea ninfómana lo único que puede ocurrir es que te haya metido mano un antiguo novio pero si es verdad, ambos disfrutaremos del cuerpazo de esa madura.
Reconociendo el sentido común de mi plan, se acostó en la tumbona diciendo:
-Adelante, ¡No te cortes! ¡Soy todo tuya!
No os tengo que adelantar que le hice caso y haciendo como s mi intención fuera otra,  empecé a untar de bronceador sus piernas. Fue entonces cuando Belén me sorprendió al empezar a gemir al notar mis dedos subiendo por sus muslos.
-¡No exageres!- murmuré: ¡Se va a dar cuenta!
Su respuesta me dejó helado porque mordiéndose los labios, me soltó:
-No estoy exagerando, ¡Me pone bruta que me toques con ella a pocos metros!
Su confidencia me hizo mirar a su entrepierna y allí confirmé sus palabras al descubrir su tanga mojado. Azuzado por sus palabras, mi pene reaccionó bajo mi traje de baño y no queriendo adelantar acontecimientos, seguí untando de crema sus piernas pero ya con un destino fijo que era su coño.
Mientras lo hacía miré de reojo a mi tía y comprobé que seguía atenta mis maniobras. Satisfecho al observar que tenía sus pitones tiesos, murmuré al oído de Belén:
-Elena nos está mirando.
La morena no pudo reprimir una sonrisa al saberse observada y abriendo sus piernas de par en par, me pidió que la masturbara. Desobedeciendo, la besé mientras le decía en voz baja:
-Voy a hacer algo mejor. ¡Veamos cómo reacciona cuando te coma el coño!
Sin preguntar mi opinión, Belén se quitó la parte de debajo de su bikini y dejando su sexo expuesto, contestó:
-¡Te estás tardando!
Descojonado, di por descontado que mi tía se calentaría mientras yo me ponía las botas y por eso, estaba colocándome entre sus piernas cuando tocándome en la espalda, me dijo:
-¿Me dejas hacerlo a mí?
Temiendo la reacción de mi amiga, miré hacía ella pero al contestar con la mirada que la dejara, me hice a un lado y permití que Elena tomara mi lugar. Desde la tumbona de al lado vi que, al contrario que yo, mi tía en vez de abalanzarse sobre su sexo empezaba besando en cuello de Belén:
«Bien pensado, es uno de los puntos débiles de esa zorrita», me dije comprobando también que no se quedaba satisfecha con ello y que mientras lo hacía, llevaba una de sus manos hasta la entrepierna de la morena.
Mi amiga excitada y avergonzada por igual, cerró sus ojos al sentir los dedos de Elena separando los pliegues de su chocho cómo no queriendo saber lo que ocurría. Por su parte, a mi tía la supe nerviosa al observar que una de sus piernas temblaba sin parar.
«Joder, ¡Esto se está poniendo interesante!», exclamé para mí al comprender que aunque Belén no lo supiera para Elena era también su primera vez.
Como buen mirón no me quedó otra que callar y observar mientras esperaba mi turno. Desde mi sitio, fui testigo del profundo gemido que salió de la garganta de Belén al notar el aliento de la madura cerca de su pezón.
-¡Sigue! ¡Me vuelve loca!– gritó descompuesta cuando recogiendo su areola entre los labios, mi tía empezó a mamar de su pecho mientras comenzaba a torturar su clítoris.
Sin dejar de masturbarla, durante unos minutos alternó de un pecho a otro y con la confianza que le daba los berridos de la cría, Elena decidió que era tiempo de probar el sabor de su sexo. En silencio, con lentos besos fue bajando por su torso mientras su víctima se retorcía sobre la tumbona.
-¡No pares!- aulló cuando tomando un descanso, mi tía cesó de deslizarse. La calentura de esa morena era tal que incorporándose y casi llorando le rogó: -¡Necesito que me lo hagas sentir!
Sonreí al comprobar que le costaba decir abiertamente que deseaba que esa madura le comiera el coño y por eso, interviniendo di un azote en el culo de mi tía mientras le ordenaba:
-¡Comételo de una puta vez! ¡So puta!

No sé si fue el azote, la orden o el insulto pero me da lo mismo, descojonado, observé que había conseguido mi objetivo al ver a Elena recorrer los pliegues de mi amiga con su lengua. El agudo chillido con el que Belén nos regaló al experimentarlo fue suficiente estímulo para que mi pariente perdiera los estribos y se lanzase a devorar ese coño como posesa.
Usando sus dedos para follarla mientras su boca se regocijaba entre los labios y el atormentado botón, no tardé en comprobar que mi amiga se corría dando gritos. No queriendo inmiscuirme todavía pero totalmente excitado, me quité el bañador y me puse a pajearme a la vez que esas dos disfrutaban del amor lésbico. Por su parte, mi tía al saborear el torrente de cálido flujo que salía de la vulva de Belén, descubrió que le gustaba y usando su lengua, se puso a recogerlo para que nada se desperdiciara.
Uniendo un clímax tras otro mi amiga estaba haciendo su sueño realidad pero yo seguía a dos velas y viendo el meneo del culo de Elena al comerse ese coñito, decidí que ya estaba bien de esperar y bajándole las bragas, le incrusté de un solo golpe mi pene en su interior.
El chillido de mi tía al experimentar mi intrusión en su trasero, provocó que Belén abriera los ojos para ver qué pasaba y al comprobar mi maniobra, con voz llena de lujuria, me soltó:
-¡Dale duro a esta guarra! ¡Te lo mereces!
Aunque no me hacía falta su aprobación, me alegró saber que nuestro acuerdo seguía vigente y con mayor énfasis, cabalgué sobre mi montura. El ritmo brutal que imprimí a su trasero junto con la excitación que ya acumulábamos los dos, hizo que no tardáramos en corrernos y mientras derramaba mi simiente en su interior, escuché los aullidos de Elena.
No contento con ello, seguí galopando sobre su grupa hasta que ordeñé por completo mis huevos y mi verga perdió su dureza. Agotado, me dejé caer al suelo mientras sobre la tumbona, mi tía y su recién estrenada amante se besaban sin parar.
Os confieso que creí que ya no me quedaba más que hacer en ese chalet viéndolas cuchichear entre ellas pero entonces Belén cogiendo a Elena de la mano, sonriendo, me soltó:
-¿Nos acompañas arriba?
Intrigado, pregunté para qué.
MI amiga soltando una carcajada, me lo aclaró diciendo:
-Quiero comerme el coño de tu tía… y que al terminar, me des el mismo tratamiento.
Imaginaros mi cara y cuando creía que nada me podía sorprender, muerta de risa, me dijo:
-Este día lo recordaré siempre. No solo habré probado que se siente con una mujer sino que también que tras mi primer trío, un ex novio desvirgará mi culito.
   Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 
 
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

Relato erótico: “se completa mi harén” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

$
0
0


Como les prometí a los lectores escribir sobre Blanca, la última profesora que había en mi escuela. Con esta historia termino mi saga de mis profesoras.

No hace falta que diga que mis profesoras y yo follábamos sin parar y que Charo cambió hasta su forma de vestirse parecía otra. No la mojigata que era antes. Estaba hasta buena. Claro esos cambios se notaron en el colegio y claro no se lo explicaban.
Incluso Blanca que muchas veces la hacía bromas de mal gusto y se reía de ella, lo notó. Por cierto voy hablar de Blanca. Ella tiene 45 años, esta buena la cabrona y lo sabe. Viste muy moderna. Es de media melena morena, tiene un genio de cojones y pobres de los alumnos a quien le pille fumando o tenga problemas con ella.
Pero sigamos ella había notado lo que había cambiado Charo como dije antes, se reía de ella y la hacía toda las clase de bromas de mal gusto mientras Charo no la decía nada y lloraba y se lo guardaba para ella.
-Que te ha pasado para cambiar, se te ha parecido tu príncipe o algo por el estilo- la dijo la cabrona a Charo- porque ese cambio no es propio de ti. Vamos cuéntame que pasa.
-No puedo cambiar- dijo Charo déjame en paz.
-Lo averiguare quieras o no -dijo la muy puta.
Charo en una de nuestras orgias cuando estábamos follando nos lo comento lo mala persona que era y bicho. No me parecía mal la idea y la gustaría vengarse ya que ella le había mucho sufrir. A mí me parecía bien ya que aparte de hija de puta que era Blanca, estaba bastante buena. Yo ya había tenido problemas con ella alguna vez pero como lo haríamos.
Solo se me había ocurrido una cosa hacerla chantaje, yo conseguiría unas papelinas de coca y se la metería en su bolso y las filmaríamos con las cámara y si nos denunciaba estaría perdida. La dije a Charo que quedara con ella en casa de Maricarmen y nosotros la ayudaríamos.
Blanca no sabía que nos reuníamos para tomar algo y al decírselo Charo acepto encantada y Charo la dijo que la contaría todo. Pero sigamos quedo como las otras en casa de Maricarmen y bueno llego allí y vio a todas las profesoras, las saludo y empezaron hablar.
Yo estaba escondido por supuesto, sin que nadie me viera en otra habitación secreta que solo sabían las otras. Después de varias copas ella dijo:
-Lo estoy pasando muy bien pero eso no implica nada porque has cambiado.
Como dejaron los abrigos y los bolsos en el perchero y en otra habitación, yo aproveche para meterla en el bolso las papelinas de coca.
-De verdad quieres saberlo.
-Pues claro, a qué viene tanto misterio.
– Veras- la dijeron las otras- nosotras nos reunimos aparte de beber y comer para follar.
-Que dices estáis de broma- dijo Blanca.
-No es ninguna broma mira esos videos.
Puso los videos ya que nosotros nos grabábamos algunas veces y se quedó de piedra. Allí se veían auténticas guarradas follando conmigo y chupando poyas.
-Todas estáis locas, yo me voy. S lo diré a todas a la dirección, os echara del colegio.
-No creo mira en el bolso.
Ella salió y cogió el bolso, lo abrió y había varias papelinas de coca.
-Estas siendo grabada, la casa está llena de cámaras y si dices algo o no te unes a nosotras, llegara un video a la dirección del colegio. Eso te pasa por zorra y querer saber todo sobre nosotras y hacer daño a Charo. Tú decides.
-No os saldréis con la vuestra.
-Cállate zorra- dije yo saliendo de la habitación.
Ella aunque me conocía, no se lo esperaba y entre mis profesoras y yo la cogimos y la desnudamos y la atamos.
-Grita todo lo que quieras, aquí no te va oír nadie ya.
Como sabéis la casa estaba insonorizada y empezamos a meterla mano:
-Déjadme cerdos.
La hicimos esnifar una raya de coca y poco a poco empezó a desinhibirse mientras Charo la comía el chocho.
-Ahora me voy a vengar de ti cuando te reías de mí.
-No por favor- lloraba- perdona.
-Nada cabrona, todo el mundo está hasta la poya de ti. Te vas a enterar.
Yo me saque la poya y las otras se desnudaron.
-Cómeme la poya.
-Ni hablar- dijo.
-Ya lo harás.
Cada vez estaba más desinhibida y se reía.
-Que me pasa.
-Cariño con lo que te has esnifado vas a ser un zorra de primera como nosotras- dijo Nuria.
Estaba ya como ida y se reía. La coca empezaba hacer efecto, yo la metí la poya en la boca y ya me dijo:
-Dame más biberón – y empezó a mamar mientras las cámaras de video grababan todo menos a nosotros.
La grababan a ella chupando polla y que un tío sin ver mi rostro la daba coca y ella lo aceptaba sin ver que estaba atada y obligada. Ya no podía resistirse, todas empezaron a chuparse el chichi y a meterse los consoladores. Nuria la metió a Charo un consolador por el culo y Maricarmen le comía el chocho a Nuria mientras Pili me chupaba a mí la poya.
Eso al ver a nosotros follando y la coca que la habíamos dado, la puso a mil.
-Por favor desatarme me uniré a vosotros, seguro si hare lo que decís.
-Si nos mientes habrá consecuencias, ya que estas siendo grabada con cocaína y esnifándote una papelina.
-No lo juro además estoy muy caliente, cabronas.
-Fóllatela a esa zorra Carlos mientras nosotros la follamos el ojete a esta guarra.
La metí la poya hasta los huevos, ella se volvió loca de gusto mientras las otras la chupaban el culo o la metían un consolador. Ella nunca había follado así, estaba en la gloria.
-Ahahahaha, me muero de gusto- decía ella,
Estaba tan caliente que ya no hacía falta obligarla. Charo quería chuparla el chocho y ella también se lo permitió ya que para ella era una experiencia nueva ya que ella con el genio que tenía no salía con nadie y se veía que estaba a falta de poya. Luego la prepararon el ojete para que yo la diera por culo.
-Va a ser una zorra como nosotras, ya verás que gusto vas a tener cuando te abra Carlos el culo.
-Sisissi, quiero probar todo.
Total que se la metí poco a poco hasta los huevos, no la hice mucho daño ya que como estaba esnifada no se enteraba del dolor toma hasta los cojones mientras las otras la comieron las tetas y el chocho.
-Si quieres que te siga follando y dándote gusto, dime que eres-
-Soy vuestra puta, no paréis por favor –decía.
-Y que quieren las putas.
-Mucha poya- decía ella.
-Pues toma poya, zorra.
-No pensaba que esto era así, que gusto, no paréis. No quiero parar, quiero ser una de vosotras- dijo la muy puta.
Se veía que era una tía sin una poya que llevarse a la boca, por eso de su mala leche y el genio que tenía.
Charo dijo:
-Quiero follármela yo.
Blanca la pidió perdón por lo mal que se había portado con ella y se pusieron a follar como leonas mientras las otras me chupaban el rabo o se metían mano entre ellas. Hicimos de todo y todas con todas y conmigo. Yo estaba feliz tenía mi harén y cuando quedaba follábamos como leones pero lo bueno no dura eternamente y el colegio se terminó. Lo cerraron y todas las profesoras y los alumnos fuimos a la calle, ellas tuvieron que buscase la vida en otro sitio e hicimos la ultima orgia para despedirnos, ya que no nos volveríamos a ver.
Fue apoteósico.
Tengo un video grabado, todavía recuerdo todas con todas, follando entre ellas, follando conmigo. Maricarmen vendió el piso y se cambió de lugar, ya no la volví a haber igual que a las otra. Fue el mejor recuerdo de mi juventud y así termina mi historia espero que a los lectores les haya gustado.

Relato erótico: Un desconocido sacó lo peor de mí 2 (POR CARLOS LÓPEZ)

$
0
0
 

Hola, mi nombre es Victoria (como ya dije, es un nombre falso, ya que no puedo permitirme que nadie me identifique) y, después de lo que me pasó en las fallas de este año y que he narrado en mi relato anterior, mi vida ha tomado una nueva dimensión. Mejor dicho, mis vidas, porque ahora tengo dos vidas y no sé realmente cuál de ellas representa mejor a cómo yo soy en realidad. Ni yo misma me explico cómo me he podido ver atrapada en esto que voy a tratar de contar, más como terapia que como otra cosa. He entablado una relación perversa con un chico retorcido que sabe los que quiere, mientras que yo, insegura, me he visto arrastrada a renunciar a mi orgullo y dignidad, movida por una irrefrenable avidez de conocer los bajos fondos del mundo del sexo… la pareja perfecta.

Como podéis leer en el relato anterior, las pasadas fiestas de las fallas en Valencia celebrábamos la despedida de soltera de una de mis mejores amigas. En ese viaje, por circunstancias que no voy a repetir, me quedé sola en la ciudad buscando a mis amigas y, aún no sé porque, permití a unos chicos desconocidos que me usasen a su antojo. Me hicieron todas las fantasías y aberraciones sexuales y yo me presté a ello. Al principio quise resistirme, pero luego caí en su juego, me dejé llevar sin poder evitarlo, y me hicieron gozar del sexo como jamás pensé que haría en la vida. Joder, me trataron como una auténtica puta. Con lo lista que siempre me he creído, con mi brillante carrera de Derecho y mi puesto ejecutivo… no me imaginaga que esto podía ser así.
Lo más grave de todo es que durante estos meses no he podido dejar de pensar en ello. Y no con rechazo. Cada vez que lo recordaba o que oía la palabra Valencia, aunque sea en el telediario, sentía un pinchazo de placer en mi vientre. No lo puedo evitar. Por más rabia que me dé, aún me excito pensándolo. No sé en qué me he convertido. Yo, que siempre he sido una chica bien, responsable, fiel a mi pareja… habían abierto una faceta desconocida en mí y, pese a todo, durante estos meses tenía la firme convicción de olvidarla. Tenía la firme convicción de considerarla una locura que nunca repetiría, y mandarlo a rincón de las fantasías que no se realizan nunca. Tenía la firme convicción de volver a mi vida con mi pareja y mi trabajo, con mis rutinarias sesiones de sexo y mi existencia acomodada.
Pero claro, dicen que toda situación es susceptible de empeorar. En mi caso, hace unas semanas recibí un correo electrónico de mis “amiguitos” valencianos con un mensaje parecido al siguiente “Ola guapa, te echamos de menos. tu seguro que tb quieres verte de nuevo entre nosotros no? como en la foto. Vamos a ir a Madrid y ya t diremos dnde y cndo pero solo si kieres q no somos unos cerdos (kerras)”, acompañado de una foto en la que aparezco inclinada siendo penetrada desde detrás por el más alto y con el sexo del bajito dentro de mi boca. ¡Dios mío! Inmediatamente me he puesto a llorar. No sabía que me habían fotografiado con su móvil, además ¿cómo han localizado mi correo electrónico?… si sólo llevaba el carnet de identidad… ¡lo han leído! ¡lo han anotado! Joder, y la foto… aunque no se me ve completamente la cara, está claro que soy yo… así que me ha quedado un desasosiego tremendo, y sí, lo confieso, lo que es peor es que también siento una emoción en mi mente y un cosquilleo entre mis piernas… aunque mi mente quiera, no lo puedo evitar.
Dudé mucho sobre como contestar. Una vez más, mis dos personalidades luchaban entre sí. Por una parte, había conseguido ocultar lo que me pasó en Valencia, nadie lo sabía y mi vida transcurría igual en mi trabajo y con mi pareja. Me daba mucho miedo arriesgar mi modo de vida, cómodo y agradable. Me gustaba mi vida. Me gustaba mi chico aunque muchas noches de sexo acababan en nada. Y yo era (¡soy, joder!) una chica respetable. Pero por otra parte, en mil sueños mi cuerpo deseaba ser tratada como sólo esa noche en mi vida había sido. Me levantaba empapada. Deseaba experimentar de nuevo todas las sensaciones. Creo que una parte de mi mente también lo necesitaba.
Al final me bloqueé, me pudo mi miedo, y les contesté por email diciendo que no estaba preparada para esta situación. Que reconozco que lo pasé bien con ellos, pero que soy una mujer casada (mentira, porque en realidad mi chico y yo no estamos casados), y no podía permitirme entrar en su juego. Por favor, que no me hagan entrar en ello.
A los pocos días llegó su respuesta “No seas tonta, Victoria. Lo estás deseando y lo sabes. Tenemos que hablar, prefieres darme tu móvil o quieres que vayamos a verte cuando vayamos a Madrid”. Sin duda lo había escrito el chico alto, que pese a su imagen de macarra, se le notaba una cultura mayor que la de sus compañeros. Tenía algo que le hacía especial.
Ahora sí que me asusté terriblemente… y se lo di. Les di mi teléfono y empecé a dormir mal por la noche de lo angustiada y excitada que estaba. Odiaba el momento en que me tuviese que enfrentar a la situación. No quería verlos. Pese a ello cada vez que salía de casa miraba a un lado y a otro deseando ocultamente encontrarlos. Aunque me duela reconocerlo, desde ese día empecé a ir especialmente guapa. Engañándome a mí misma pretendía no ir sexy y no llevaba faldas o vestidos, pero algo me hacía ponerme mis vaqueros más bonitos o algún suéter entallado. Así iba vestida para ir al trabajo el día en que ocurrió y aparecieron sin llamar.
 

Habían pasado unos días de su última comunicación y ya estaba relajándome, cuando al salir de casa para el trabajo un día de diario un coche paró a mi lado. Se abrió la ventanilla y me dijeron imperativamente “sube”… dudé 2 o 3 segundos, pero mi excitación y las fotos mías que tenían hablaron por mí y subí. Subí temblando. Sabía que eran ellos. El coche era mediano, parecía de esos preparados por los chicos jóvenes para lucirse, pero sin exagerar.

Me senté en el asiento del copiloto y cerré la puerta. Vi que iba él solo. Ni me miró. Tengo que reconocer que era guapísimo. Se había afeitado la barba aunque no iba completamente apurado. Llevaba unos vaqueros desgastados y una camiseta. Me preguntaba a qué demonios podía dedicarse profesionalmente un chico así. Tenía el pelo revuelto, sus ojos oscuros que nada más verlos me acordé del poder que tenían sobre mí. De hecho, nada más ponerse en marcha y, sin mediar un saludo o un beso, dijo “abre las piernas, Victoria” y os imagináis mi reacción: Sí, las abrí inmediatamente. Dios mío, si sólo con esas palabras ya sentía que se me empezaba a humedecer. Por no hablar de que en cada semáforo y continuamente ponía su mano inocentemente entre mis piernas, sobre mi pantalón vaquero y mi cuerpo reaccionaba pese al rechazo de mi mente y mi nerviosismo. Incluso experimentaba un escalofrío cuando rozaba mi pecho con su antebrazo. Estaba acojonada pero excitadísima.
No sabía adonde nos dirigíamos y, aunque lo pregunté, ni me contestó. Temblando saqué fuerzas de flaqueza para intentar evitar lo inevitable y empecé a contarle que no estaba preparada para esto, que era una chica buena y que estaba casada, que lo pasé muy bien con ellos pero que no quería hacerlo más veces. Que por favor no me hicieran nada y que me dejase tranquila. Casi lloraba cuando se lo decía. Él parecía no hacerme ni caso mientras conducía. Eso sí, con una mano en el volante y la otra ocasionalmente apoyada sobre mi entrepierna sobre el pantalón, que temía que estaba empezando a mojarse y él lo notaba. No nos alejamos demasiado. Aparcó en el parking subterráneo de un centro comercial al que yo iba a veces, en una esquina apartada.

Cuando me temía lo peor, dijo “Victoria, dame un beso y luego, si quieres, sal del coche, no te voy a hacer nada”… “paso de estar con nadie que no quiera estar conmigo”… “no me hace falta”… yo no reaccionaba, no me lo esperaba, pero él seguía “anda, dame un beso y vete, que esto no es para ti”. Y yo me relajé, en ese momento me sentía agradecida porque llevaba semanas temiendo que me chantajearían o que me usarían. Ahora me daba cuenta de que yo le daba exactamente igual, que sólo me quería si era capaz de proporcionarle distracción y me tranquilicé. Con todo, no podía evitar estar un poco contrariada. Rechazada como mujer. Joder, qué complejas somos.

En ese momento, no sé por que pero confiaba en él. Acerqué mis labios a los suyos darle un último beso y él abrió su boca comenzando lo que yo pensaba que era un beso tierno de despedida… ¡qué equivocada estaba! Me besaba de tal manera que no podía despegarme de él, suave y tiernamente… no lo sé explicar, pero poco a poco incrementaba la pasión del momento. Con sus manos agarró mi cara, acariciándome, descubriendo con sus fríos dedos la piel bajo el cuello del suéter cisne que llevaba. Me empezaba a estremecer, me había colocado enfrentada a él y sus antebrazos rozaban mi pecho produciéndome escalofríos. Agarró mi pelo recogido desde detrás y manejaba mi cabeza a su antojo. Su lengua era como una serpiente que me tenía hechizada. Dentro de mi boca o sobre mi cuello… combinándose con sus labios, cerca de mi oído. Uffffff ya estaba enfrentada a él y jadeaba como una auténtica zorra. No quería irme. Puso su mano sobre el botón de mis vaqueros y hasta yo metí tripa deseando que los desabrochase y no me echase del coche… estaba dominada por la misma sensación que tuve en Valencia en las fallas, pero esta vez no podía poner la excusa de que había alcohol de por medio… no había nada. Sólo deseo.
Obedecía sus órdenes como una autómata. Me hizo desnudarme de cintura para abajo. Mis braguitas estaban empapadas. Se las quedó. Combinaba frases tiernas con otras del tipo “¿has echado de menos a mi polla?, a la que yo respondía disciplinadamente con lo que él quería oír “sí, todos los días”, y él continuaba con “seguro que llevas días preparándote, depilando tu coño y matándote a pajas pensando en el momento justo en que te la meta”. Creo que a ésa no contesté, pero recuerdo que pensé con cierto remordimiento que era la pura verdad.
Notaba cómo tenía un dominio absoluto de mí y de la situación, y eso me ponía mucho. Siempre me han gustado los chicos que aparentan control. Pese a todo, jugaba conmigo, cariñoso y cruel mientras me acariciaba “que piernas más suaves tienes puta” “porque eres una puta, ¿lo sabes?” o “rózame con las tetas, que sé que te mueres por hacerlo” o directamente “ven aquí” creo que es su autoridad lo que me vuelve loca. Su autoridad. Su habilidad. Su control. Su olor. Su cuerpo. Su piel. Me comportaba como una adolescente cachonda y desatada. Estuvo un rato besándome la boca, sujetando mi pelo con una mano mientras sólo rozando exteriormente mi sexo con la otra me tenía al borde del éxtasis. Cuando introdujo dos dedos en mi cuerpo me moría de ganas, y comencé a mover yo sola mis caderas clavándome sobre su mano. Buscando que llegase a todos mis rincones. Él decía susurrando “tranquila Victoria” o “tranquila putita”. Mi nombre en sus labios me ponía aún más. En cuanto introdujo el tercer dedo, esta vez en mi ano, me vino a la mente el episodio de Valencia empalada por los dos amigos y tuve mi primer orgasmo a gritos entre espasmos.
Él sabía manejarme perfectamente, sabía lo que hacía. Yo, que no recuerdo haber gritado en un orgasmo con mi pareja, ahora lo hacía con un desconocido sólo acariciándome. Estaba en sus manos y no me importaba en absoluto lo que me hiciese, lo que me degradase, ni estar faltando a mi trabajo, ni estar siendo infiel a mi pareja… nada. Hasta deseaba que continuase con su lenguaje sucio conmigo.
Quería mucho más de él. Subirme encima, que me follase como quisiera, por donde quisiera. Quería corresponderle. Estaba loca por acceder a su paquete, pasaba su mano por encima y lo notaba durísimo. Estaba desatada, ansiosa, jadeando, pero él, sólo con decirme “quédate ahí quieta”, me situó en mi asiento. A pesar de que no pasaba demasiado de los 20 años, me manejaba como a un muñeco. Después, pensándolo, creo que él buscó a propósito ese momento en el que no había sido capaz de proporcionarle placer a él. Algo así como para jugar con mis sensaciones y mis sentimientos. Como podéis imaginar, obedecí y me senté clavadita en mi butaca. Permanecía mirándole con una especie de admiración, como una niña pequeña. Juntando mis piernas entre sí y con mis manos unidas entre ellas, intentando apurar las últimas sensaciones de mi orgasmo anterior. Ahora no tenía ninguna duda, me sentía suya, no me acordaba de mi trabajo ni de mi pareja ni de mi vida, me sentía sólo suya, y estaba dispuesta a hacer lo que él me pidiese. Y él iba a hablar.
Me dijo “Victoria, eres una chica preciosa y está claro que quien sea tu marido no te sabe tratar. Te voy a proponer una cosa, si quieres aceptas y si no te vas”. Yo estaba nerviosísima, completamente excitada y ávida de conocer su proposición. Pero él hablaba pausadamente: “Mira, de vez en cuando vengo a Madrid. Cada dos o 3 meses. Y cuando vengo a veces me apetece tener a una chica para mis juegos. Que te quede claro que sólo te quiero para follarte, para usarte o para llevarte a alguna fiesta. A veces vengo sólo y a veces no. Quiero una puta, y tú eres una puta, bajo un barniz de chica encantadora, pero una puta. No quiero rollos ni cosas románticas. Me tienes loco con tu cuerpo, con tu clase, con esa inexperiencia que no aparentas… me gusta que seas una chica bien. Por eso me apetecía volver a verte, pero que te quede clara una cosa, que quiero una puta”.
Me dejó un poco descolocada. No sé describir lo que pasaba por mi mente en ese momento. Evidentemente tenía razón “soy una puta bajo una imagen de chica encantadora”… yo misma sabía que estaba dispuesta a hacer todo lo que él me dijese. Pero que lo plantease así, tan directa y abiertamente, que me dijese con todo el descaro que me quería sólo como “su puta” hería profundamente mi dignidad. Otra vez mi mente se debatía entre la abogada triunfadora y esposa respetable, y la mujer llena de fuego que necesitaba la manera de calmarlo. La primera estaba a punto de escapar del coche indignada y abofeteando al individuo por su impertinencia, mientras que la segunda… la segunda estaba loca por que el mismo individuo infame dispusiese de mi cuerpo a su antojo, me usase, me follase o me humillase.
El resultado fue que no era capaz de articular palabra, debatiéndome entre ambas ideas. Sé que mi orgullo pugnaba por encontrar una fórmula en la que fuese yo quien pusiese algunas condiciones, pero no me atrevía a prever las consecuencias. Él me miraba fijamente, y yo me ponía más nerviosa, más excitada, y más ansiosa. Temblaba.
Después de dejar transcurrir así aproximadamente un minuto que se me hizo eterno sin atreverme a contestar, él dijo “anda, vete, no me vales…” y en ese momento me puse a llorar. A intentar abrazarme a él. “quita, Victoria, no me vales, vístete y vuelve a tu vida”. Joder, no sé por que pero el mundo se me había caído encima en ese momento.
La realidad es que estaba llorando desesperada, medio desnuda, intentando abrazarme a un chico más de 10 años menor que yo. No sabía su nombre, ni a qué se dedicaba… me moría por saberlo, por que me hiciese caso. Estaba abrazada a él, rozándole torpe e impúdicamente con mi cuerpo y diciendo cosas inconexas acerca de lo “puta” que era para él. Era la culminación a unos días de emociones diversas, y sentimientos encontrados. Pero ya lo tenía claro. Quería ser su puta, me moría por serlo. Luego, pensándolo con más calma, reconozco que lo que me ha ofrecido es lo mejor que podía pasarme, algunas sesiones de puro sexo al cabo del año, sin interferir en modo alguno con mi vida. Mi vida que tanto me gustaba y no quería cambiar, pese a que le faltaba esa emoción y ese sexo al que ahora se me hacía durísimo renunciar.
Lo que empezó a partir de entonces es demencial. Algo que no sé si alguna vez seré capaz de contar siquiera a mi mejor amiga. De película porno dura. Él dijo “¿entonces quieres ser una puta? Bueno, pues vamos a probarte”, y sacó su teléfono e hizo una llamada… dijo básicamente “Tío, estoy en el parking… en la planta -2, zona D, plaza 184. Anda baja, que tengo una sorpresa para ti”… “Síii, de las que a ti te gustan, jajajajaja”. Yo estaba alucinada, había llamado a alguien para que bajase al parking diciéndole que tenía una “sorpresa”… ¡y la sorpresa era yo! No me lo podía creer, pero estaba dispuesta a demostrarle que podía usarme para lo que quisiera. Él sacó un pañuelo negro de la guantera y se me puso a vendarme los ojos… suavemente, como preparándome para algo. Dio dos vueltas vendando mis ojos y, después de unos segundos creo que observando su obra, dijo “perfecta”.
No pasó más de un minuto cuando se abrió la puerta del coche y entró al asiento de atrás una persona saludando a mi… a mí chico… joder, no sé ni como llamarle. En ese momento podría decir que a mi “dueño”. Después de unos saludos cordiales entre ellos, como si yo no existiese, el extraño dijo “a ver qué has traído de Valencia”… y él, sin aclararle que soy de Madrid dijo “lo que a ti te gusta, jajajaja una chica bien que se aburre con su marido”… “anda, pruébala, que la estoy enseñando”. Pero la persona que entró quería verme y tocarme. Me movieron al asiento trasero con el desconocido. Tenía un olor peculiar, no era del todo a sudor, pero sí era una mezcla entre eso y algún desodorante barato. Él me abrió las piernas porque “quería ver el coñito de esta putita”… se reía porque no estaba completamente depilada. Me tocaba, me metía sus dedos en mi sexo, y se reía más “está completamente encharcada la muy puta”.
Joder, qué extraño mecanismo es la mente humana. Nunca en mi vida habría pensado que admitiría una situación así. Si me lo describen de alguien jamás lo hubiera creído, y de mí mucho menos. Pero lo cierto es que estaba completamente excitada. Dos desconocidos hablando de mí y tratándome de puta para arriba como si yo no estuviese presente. Me había dejado tapar los ojos, estaba desnuda de cintura para abajo, en el asiento de atrás de un coche en un parking me estaba dejando tocar con brusquedad por alguien que ni siquiera sabía quién era, y con todo ello, cada vez que usaban palabras más sucias acerca de mí, más cachonda me ponía. Había perdido completamente los papeles, la identidad…
Me cogió del pelo y me dirigió la cabeza hasta que su miembro tocó mi cara. A pesar de que tenía un olor fuerte y no muy agradable, no tuvo que decirme nada y yo sólita abrí la boca para metérmela dentro y esmerarme para hacerle la mejor mamada de la que era capaz. Mientras ellos seguían con sus comentarios humillantes “aún tiene que aprender esta zorrita, pero no lo hace mal del todo”, decía el extraño mientras me introducía su polla hasta la garganta provocándome arcadas. “No te quejes… que te lo tienes que tragar todo”. Estaba arrodillada en el asiento, con la cabeza metida en su regazo y había puesto mi mano en la base de su polla, lo que pareció gustarle y así me evitaba que la metiese tan profunda en mi boca. Mi “chico” se entretenía poniendo canciones en el aparato de música, y el extraño comenzaba a jadear como un jabalí. Joder, si hasta me sentía orgullosa de tenerle así. Me dijo “tócate putita, que yo te vea” y me faltó tiempo para llevar una de mis manos a mi perlita y acariciarme en su presencia. Él seguía con sus comentarios, pero el tono de su voz le delataba, estaba a punto de terminar y noté como sujetaba mi cabeza para que no pudiese apartarme y empezó a descargar su semen espasmo tras espasmo. Yo lo tragaba como podía, porque era mucha cantidad, pero no quería decepcionar a ninguno de los dos. Creo que no lo hice.
Había quedado en posición fetal sobre el asiento. Me sentía sucia y usada, pero contenta por haber complacido al amigo de mi dueño. Había hecho de mí lo que había querido y, mientras se abrochaba, decía “quiero follarme a esta zorrita, ¿cuándo la traes?”. Mi “chico” respondió “Ahora no, que me tengo que ir a Valencia. Cuando vuelva por aquí”. Yo sabía que era mentira, pero no abría la boca.
Cuando el desconocido se fue, me indicó que me vistiese y que me llevaría al trabajo. Me sentí decepcionada porque quería con todas mis fuerzas sentirle dentro de mí. Estaba ardiendo por todo lo que había pasado, pero él me dijo riendo “jajaja, por el momento prefiero que sigas deseando mi polla, pero para mañana tengo una sorpresa para ti”. Y continuó, esta vez con tono firme “vamos, vístete que tengo prisa”. Por supuesto obedecí al instante y, después de secarme como pude con una toallita de mi bolso, me puse los vaqueros directamente sobre mi piel. Como la otra vez, él se había quedado con mis braguitas. No sé porque pero me atreví a pedírselas, y él me contestó “acostúmbrate a venir con ellas e irte sin ellas”.
Por el camino me acariciaba ocasionalmente la mejilla, diciéndome cosas cariñosas que me hacían sentir bien. Decía que era guapísima, que le encantaba tenerme con él, y yo sonreía al oírlas. Me comportaba con él como una niña pequeña. Joder. De alguna forma me engañaba pensando que en el fondo era un buen chico. Mi chico para esta faceta de mi vida y, aunque no lo creáis, incluso después del episodio de su amigo, me sentía contenta. Me dio algunas instrucciones para el día siguiente. Dijo que me buscaría por la noche para ir a un club de swinggers, de intercambio de parejas. Ufffff otra vez mezcla de sensaciones… vergüenza, curiosidad, deseo, excitación, miedo a encontrar a alguien conocido… más aún cuando me fue describiendo la ropa que debía llevar.
Mientras, yo pensaba en cómo había llegado hasta allí… lo inverosímil que me parecía. Una parte de mí pensaba que debía escapar, pero mi otra parte ya estaba pensando la excusa que iba a tener que dar en casa a mi novio para poder faltar toda una noche. Uffff toda una noche.
Muchas gracias por las sugerencias, comentarios y correos (que me hacen ilusión), y por leer hasta aquí.
Carlos López.  diablocasional@hotmail.com
 
 

Relato erótico: ” Descubrí a mi tía viendo una película porno 3″ (POR GOLFO)

$
0
0

 

 

Esa tarde, entre mi tía y yo dimos buena cuenta de Belén. Nuestra recién estrenada amante se comportó como una hembra ansiosa de sexo y no paro de exigirnos más hasta que tuvo sus dos agujeros casi descarnados. No sé la cantidad de veces que o bien Elena, bien yo o bien los dos juntos hicimos uso de ellos. Ya era bien entrada la tarde cuando viendo lo agotada que estaba, decidimos volver a casa.

―¿Os tenéis que ir?― preguntó mi exnovia al ver que recogíamos nuestras cosas.

Fue entonces cuando mi tía acercándose a ella y tras darle un beso tierno en la boca, dijo en su oído:

―Descansa ahora pero mañana te quiero ver en nuestro chalet. Los tres tenemos mucho que aprender y disfrutar.

La muchacha sonrió al escuchar de sus labios que quería prolongar ese trío durante el resto del verano y levantándose de la cama, nos acompañó hasta la puerta. Al salir, Elena me lanzó las llaves y a carcajada limpia me soltó:

―Tenemos que ir de compras.

Al mostrarle mi extrañeza por ese súbito deseo consumista, la hermana de mi madre, pasando su mano por mi entrepierna, contestó:

―Quiero darle una sorpresa a esa putita.

Por su tono supe que estaba pensando en una maldad y al interrogarle por sus motivos, me explicó que tenía muchas fantasías que cumplir y que Belén iba a ser nuestra conejilla de laboratorio. No tuve que ser un genio para comprender que deseaba usar a la morena de todas las maneras posibles y que si jugaba bien mis cartas, ese mes de agosto pasaría a la eternidad. Por ello, únicamente pregunté donde quería que la llevara:

―A un sex―shop ― respondió entre risas….

Tal y como se había comprometido, a la mañana siguiente Belén apareció por mi casa. Curiosamente, al abrirle la puerta, descubrí que estaba nerviosa y avergonzada. Al tratar de encontrar un motivo a esa actitud, comprendí que no habíamos tenido ocasión de hablar de lo que había pasado el día anterior y de cómo se había entregado a los dos en plan putón.

«No sabe cómo actuar después de lo de ayer», pensé, «tiene ganas de seguir pero no se atreve a plantearlo».

Dando tiempo al tiempo, la hice pasar a la cocina donde Elena estaba todavía desayunando. Mi tía nada más verla, la llamó a su lado y forzándole la boca con su lengua, le dio la bienvenida. La cría al sentir ese beso posesivo, se derritió como un azucarillo y casi llorando, le reconoció que tenía miedo que lo ocurrido hubiese sido un sueño y que no se volviese a repetir.

―Cariño, por eso no te preocupes― dijo mientras acariciaba los pechos de la recién llegada― en estas vacaciones, te vas a hartar de comer su polla y mi coño.

El gemido que surgió de su garganta fue una muestra clara que aceptaba el papel que le estaba encomendando y al saberse dueña de los destinos de la muchacha, la cuarentona forzó su entrega diciendo:

―¿Te parece que hoy juguemos un rato fuera de casa?

Al no saber que se proponía, Belén bajó la cabeza y sin mirarla a los ojos, muerta de miedo, respondió:

―Haré lo que me mandes.

Su respuesta, satisfizo a mi tía que cogiéndola del brazo se la llevó a la planta superior mientras yo daba buena cuenta del segundo café de la mañana. Sabiendo el jueguecito que tenía planeado, no me importó quedarme plantado en la cocina mientras ella preparaba a mi ex para lo que iba a acontecer. La media hora que tardaron en bajar y el rubor en sus mejillas me hicieron sospechar que Elena había aprovechado para darse un revolcón con Belén entre tanto.

―¿Listas?― pregunté haciéndome el despistado.

Mi tía supo que la había descubierto y pegando su cuerpo al mío, me pasó unos mandos mientras me decía:

―¿Te gustaría ver cómo funcionan?― tras lo cual, se puso al lado de la morena y levantando las dos faldas, prosiguió diciendo:―No ha sido fácil esconder los dos vibradores en nuestras bragas.

Descojonado, me acerqué a comprobar que ambas tenían incrustados sendos aparatos en el coño pero entonces obligando a que Belén se diera la vuelta, abrió sus nalgas y me enseñó que también le había colocado uno dentro del culo.

―¡Lleváis cada una dos!― sorprendido exclamé.

Muerta de risa, la hermana de mi madre contestó:

―Es hora que los pruebes.

Francamente interesado, sin saber cuál era, agarré el primer mando y tanteando los botones, encendí el que mi tía tenía inmerso en el ojete. El gemido de Elena me hizo saber que era el suyo y poniéndolo a plena potencia, probé el siguiente. Mi ex al sentir que su chocho y su culito se ponían a vibrar a la vez, aulló calladamente mientras se relamía sus labios con la lengua. Durante cerca de un minuto, jugueteé subiendo y bajando la fuerza de los aparatos hasta que la cuarentona con la respiración entrecortada, me pidió que los apagara:

―Si sigues así, ¡no esperaré a que nos lleves fuera de casa!

Comprendiendo que quería cumplir una de sus fantasías, accedí y silencié los suyos, dejando los de Belén funcionando aunque a un ritmo más bajo. Todavía no habíamos llegado al coche cuando percibí de reojo que mi ex estaba empezando a sufrir las consecuencias de esa estimulación dual:

«Está tan cachonda que hasta le cuesta caminar», pensé mientras incrementaba a propósito la velocidad del vibrador de su culo. La morena al experimentarlo, se tuvo que agarrar a la puerta para no caer. El orgasmo que sacudía su cuerpo era tal que tanto mi tía como yo pudimos observar cómo se estremecía y cómo partiendo de sus braguitas, brotaba un riachuelo que manchaba con flujo sus muslos.

―No seas capullo, déjala descansar― me advirtió sonriendo mi tía al ver la tortura a la que tenía sometida a la muchacha.

Sabiendo que tenía razón y antes de apagar los instrumentos, los puse a toda potencia durante unos segundos. El chillido de Belén nos hizo reír y abriendo la puerta del coche, susurré en su oído:

―¿Te ha gustado putita?

Antes de responder, cogió mi mano y la restregó contra su encharcado sexo y mordiéndose los labios, me contestó:

―Me has puesto como una moto. Te aseguro que me vengaré.

Por el tono, más que amenaza, era una promesa y por ello, mi pene reaccionó irguiéndose bajo mi pantalón deseando que hiciera efectivas sus palabras, me instalé en el asiento del conductor. Elena nada más ajustarse el cinturón de seguridad, me pidió que las llevara hacía el centro. Al preguntarle si quería algún sitio en especial, muerta de risa, me confesó:

―Llévanos a uno con mucha gente y a poder ser seria.

Su deseo no era sencillo de cumplir en una ciudad turística pero justo cuando ya me daba por vencido, recordé que había leído un cartel donde se anunciaban unas conferencias sobre historia. Imaginando que podría manipular la excitación de ese par en una sala casi en silencio donde no podrían mostrar los signos de su calentura, decidí dirigirme hacía allá. Al preguntar mi tía donde íbamos, me reí sin aclararle nada. En cuanto aparqué frente a la casa de la cultura, descojonada musitó entre dientes:

―Eres un pervertido. Aquí no podremos gritar.

Sus risas me confirmaron que le gustaba mi elección y por eso cogiéndolas de la cintura, entramos en ese local. La sala estaba casi repleta de público y por eso creí que no íbamos a poder sentarnos juntos cuando desde una esquina escuché que llamaban a Belén.

―¡Mis padres!― nos informó avergonzada.

Nos estábamos acercando a saludar al matrimonio cuando decidí aprovechar la circunstancia para putear a las mujeres y encendiendo los vibradores, les di un par de toques en el coño para que supieran cuales iban a ser mis intenciones.

―Ahora no― suplicó mi ex temiendo que sus viejos se percataran que algo ocurría.

En cambio mi tía no dijo nada y eso que producto de los mismos, sus pezones estaban como piedras bajo su blusa. Para desgracia de ambas, la presencia de los padres de Belén lejos de hacerme parar, incrementó el morbo que sentía y aprovechando que Elena estaba saludando a Don Nicolás, puse a toda potencia tanto el vibrador de su chocho como el de su culo. Para su desgracia, mi tía no pudo evitar gemir calladamente al notar la vibración y para colmo, el tipo creyó que algo le dolía e interesándose por ella, preguntó si le dolía algo.

―Estoy un poco mareada― comentó queriendo pasar el mal trago.

Lo que no había previsto fue que el padre de Belén al ayudarla a sentarse, le mirara el escote dando un buen repaso al canalillo formado entre sus dos peras. El brillo de sus ojos del cincuentón lo delató y ese descubrimiento incrementó su calentura, encharcando sin remedio el tanga que llevaba puesto. La humedad de su coño era tanta que Elena temió que traspasara su falda y que al levantarse todo el mundo pensara que se había meado y por eso se quedó sentada mientras el resto seguíamos charlando de pie. Muerto de risa le ataqué su sexo con una serie de sensuales vibraciones que la hicieron palidecer aún más.

―¿Seguro que te sientes bien?― insistió Don Nicolás al ver que las piernas de mi tía temblaban sobre su asiento.

La mujer se sentía incapaz de dejar de moverse aunque lo intentaba y por eso le contestó que tenía un poco de frio por el aire acondicionado. El hombretón asintió y sin saber que era lo que le ocurría a Elena, caballerosamente le preguntó si quería salir de esa sala tan gélida.

«¡Si supiera que lo que tiene esa zorra es calor!», pensé y sin inmutarme, programé los dos aparatos para que empezaran a vibrar acompasadamente. Cuando uno paraba, el otro comenzaba de forma que en ningún momento mi tía se sentía liberada.

El incremento de mi ataque la hizo retorcerse y creyendo que al salir de la sala, iba a perder la frecuencia y que con eso se pararía la tortura a la que la tenía sometida, nos pidió perdón y levantándose salió del acto. Lo que ninguno de los tres esperábamos fue que Don Nicolás creyendo que realmente mi tía se sentía mal, decidiera acompañarla.

En ese momento, quise acompañarles pero el padre de Belén, me dijo:

―Quédate con tu novia, yo me ocupo.

Que se refiriera a su hija como mi novia, me dejó anclado en mi sitio ya que entre ella y yo ya no había nada más que sexo. Fue entonces cuando su esposa interviniendo, nos preguntó que cuando habíamos vuelto a salir. Estaba a punto de negar esa relación cuando escuché a la aludida decir:

―Llevamos casi un mes.

La sonrisa de su madre me informó que me veía con buenos ojos y no queriendo defraudarla, pasé mi mano por la cintura de su hija mientras accionaba el mando para que sufriera un ataque igual al que había lanzado sobre mi tía. Pero entonces y al contrario de lo que hizo mi familiar, esa zorrita pegando su cuerpo al mío, susurró en mi oído:

―Me encanta que seas tan malo.

Su ronroneo fue una declaración de guerra y aprovechando que el acto empezaba me senté entre ella y su madre para así poder actuar más libremente. La fortuna se alió conmigo cuando al poco de empezar a hablar, el conferenciante apagó las luces de la sala para que viéramos mejor las diapositivas de su charla. La exigua iluminación me dio ánimos para mientras ponía sus consoladores a plena potencia, posar mi mano sobre uno de sus muslos.

Doña Aurora, su madre, ajena al placer que estaba demoliendo las defensas de su hija, me estaba preguntando cuando llegaban mis viejos, justo en el instante que su retoño cogía mi mano y se la llevaba a su entrepierna.

―Este año dudo que vengan. Mi padre está a tope de trabajo― contesté al tiempo que con un dedo separaba la braga de Belén y me ponía a pajearla.

La guarrilla de mi ex al experimentar esa caricia, separó sus rodillas de par en par para facilitar mis maniobras mientras su progenitora charlaba animadamente con el que consideraba su yerno. El morbo de estar masturbando a su hija frente a esa señora me hizo hundir una yema en el interior de su vulva hasta tocar el aparato que llevaba incrustado. Al hacerlo decidí sacarlo y usando dos de mis dedos lo extraje de su interior para acto seguido empezar a usarlo como estoque con el que acuchillar su chocho.

Belén no pudo acallar un gemido cuando notó que la estaba follando con ese dildo pero reponiéndose al momento, siseó en mi oreja:

―Fóllame como tú sabes.

Aunque no me hacía falta su permiso, su entrega facilitó las cosas y al tiempo que contestaba una nueva pregunta de Doña Aurora, comencé a meter y a sacar ese falo de plástico de su coño. LA velocidad que imprimí a esa acción provocó el orgasmo de la morena que sin poderlo evitar se corrió calladamente mientras yo disimulaba mi erección con el folleto de la conferencia.

―Sabes hijo, me encanta que hayáis vuelto a salir― me confesó su madre: ―Últimamente, no me gustaban las compañías de Belén.

Esa confesión me interesó y dejando momentáneamente el sexo de la morena en paz, pregunté a su madre a qué se refería. La señora se dio cuenta que había sido imprudente y por eso tuve que insistir para que exteriorizara sus dudas:

―Las amigas de universidad de mi hija creo que son lesbianas.

Soltando una carcajada, reinicié mi ataque contra el coño de la aludida mientras calmaba a su madre diciendo:

―Le puedo asegurar que su hija no se comporta como tal conmigo.

Esa media verdad tranquilizó a la señora y digo media verdad porque no en vano la noche anterior había sido testigo de cómo Belén hundía su cara entre las piernas de mi tía. Para entonces la morena estaba nuevamente a punto de correrse y llevando mi mano hasta su pecho, di un duro pellizco en uno de sus pezones mientras oía como Doña Aurora me contestaba:

―No sabes cómo me alegra el oírte. No tengo nada contra esas niñas pero prefiero que salga contigo aunque seas un poco golfo.

Al escuchar esa frase me fijé que sin cortarse esa cuarentona estaba señalando el bulto de mi entrepierna y completamente colorado, intenté disculparme pero entonces esa cuarentona murmuro en mi oído:

―No te preocupes. Para mí es un alivio verte calentar a mi hija y que ella disfrute.

«¡Joder con la vieja!», exclamé mentalmente al saber que no había conseguido engañarla pero que en vez de enfadarse alentaba esa actuación. Mi ex novia que ya se había corrido al menos dos veces y que no sabía que su madre se había dado cuenta, llevó su mano hasta mi bragueta y sin cortarse un pelo, la bajó introduciendo su mano dentro de mi pantalón. Doña Aurora al observar que su retoño me empezaba a pajear, no dijo nada y retirando su mirada, se concentró en la charla aunque bajo su camisa, dos pequeños bultos la traicionaron mostrando su propia calentura.

Cortado y excitado por igual, estaba perplejo tanto por la actitud permisiva de esa señora como por la lujuria de su cría y sin poder hacer nada más que dejar que siguiera su curso, me acomodé en mi silla para disfrutar del modo en que la mano de Belén ordeñaba mi miembro. La morena imbuida por la lujuria que sentía, aceleró la velocidad con la que me pajeaba mientras al otro lado su vieja miraba de reojo sus maniobras. La sonrisa de sus labios al notar que me corría incrementó todavía más mi morbo y dejándome llevar alcancé un brutal orgasmo mientras el conferencista terminaba su exposición. Os juro que solo me dio tiempo de acomodarme la ropa antes que encendieran las luces.

Todavía caliente y avergonzado me tocó acompañar a esa señora fuera del local para encontrar a su marido y a mi tía hablando animadamente en una terraza. Don Nicolás al vernos salir, se acercó a su esposa y dando un beso en su mejilla, se disculpó diciendo que se había perdido la charla por la indisposición de Elena. Su señora estaba tan contenta de que su niña no fuera de la otra acera que no advirtió la mancha blanca que su marido lucía en sus pantalones. Mancha de semen que yo sí vi y aprovechando que mi ex novia estaba despidiéndose de ellos, me acerqué a mi tía y haciéndome el celoso, le pregunté:

―¿Te has tirado al padre de Belén?

La muy puta sonriendo, contestó:

―Dos veces.

Su desparpajo al reconocerlo, me hizo reír y aunque resulté extraño de creer, me alegré porque de esa forma la hermana pequeña de mi madre me acababa de demostrar que había conseguido borrar todos sus problemas con los hombres y haciéndole una confidencia, le conté lo ocurrido dentro del salón de actos y cómo Doña Aurora se había sentido encantada de que su hija estuviera con un hombre en vez de con una mujer.

Al terminar de contárselo, Elena soltó una carcajada y cogiéndome de la cintura me llevó hasta Belén. Ya con sus dos amantes bajo el brazo, nos preguntó:

―¿A dónde os apetece ir?

Ni que decir que los dos respondimos al unísono que a follar a casa.

————————————-

Ya en el chalet, Belén me asaltó y en connivencia con Elena, ni siquiera había cerrado la puerta cuando se lanzó sobre  mí. Sin esperar a que mi tía entrara,  izándola entre mis brazos, me quité los pantalones y de un solo empujón la penetré hasta el fondo.

La morena chilló al sentirse invadida y forzada por mi miembro y deseando ese castigo, apoyó sus manos en mis hombros para profundizar la penetración. Mi glande chocó contra la pared de su vagina al conseguir que la totalidad de mi miembro se hubiese acomodado en su interior. Casi sin lubricar,  su estrecho conducto presionó fuertemente mi verga al entrar y sin esperar a acostumbrarse, comenzó a empalarse una y otra vez, olvidado el dolor que le provocaba esa cruel penetración.

Las  lágrimas de sus ojos me hicieron saber que estaba desgarrándola y fue entonces cuando mi tía me pidió que esperara a que se relajara antes de iniciar un galope desenfrenado. Pero Belén contrariando las órdenes de Elena me gritó como posesa que la tomara y que no tuviera piedad.

―Me tienes hirviendo― soltó mientras usaba mi sexo como ariete con el que demoler sus defensas.

Los gemidos y los aullidos de mi ex se incrementaron al ritmo con el que hoyaba su interior y en pocos segundos un cálido flujo recorrió mis piernas.  Mi tía colaboró conmigo mamando de los pechos de la cría mientras su dueña se arqueaba en mis brazos con los ojos en blanco, mezcla de placer y de dolor. No me podía creer lo caliente que se había puesto la muchacha y lo mojada que estaba. La enorme facilidad con la que mi pene salía y entraba de su sexo, me hizo saber pensar que no tardaría en correrse.

Deseando dar cabida a Elena, le pedí que se sentara en la mesa y dando la vuelta a Belén, puse su cara en contacto con el chocho de mi pariente. Mi ex al ver los pliegues de mi tía a escasos centímetros de sus labiós, sacó su lengua y empezó a recorrerlos mientras yo la volvía a penetrar. Esta nueva postura me permitió deleitarme con sus pechos. Grandes y duros se movían al ritmo con el que me follaba a  la morena.

Elena aulló como una loba cuando sintió como los dientes de mi ex torturando su clítoris y totalmente fuera de si,  clavó las uñas en la espalda de la muchacha como  buscando aliviarse la calentura. Ese arañazo consiguió que se incrementara  la lujuria de nosotros dos y  mientras Belén chillaba como una loca,  cogí sus tetas como agarre y comencé a galopar desenfrenadamente sobre ella.

―Dale duro. ¡Que sienta que es nuestra!― pidió mi tía al verme.

Olvidando toda precaución, forcé su coño con mi pene hasta que mis huevos rebotaban como en un frontón contra su cuerpo. Ella al sentir la forma en que eso la desgarraba aulló de dolor y de gozo. Sus lamentos me hicieron explotar y cuando rellené su cueva  con mi semen, ambas mujeres se unieron a mí, azotadas por el placer.

Agotado me desplomé sobre Belén sin sacársela y mi victima hizo lo propio sobre Elena mientras sufría los últimos estertores de su clímax.

Vamos a la cama― nos pidió la cuarentona en cuanto comprobó que nos habíamos recuperado un poco.

De la mano de ellas dos, fuimos  a mi  habitación donde comprobé que mi pariente no nos iba a dejar descansar porque nada más llegar, abrió un cajón y sacando un arnés, se dirigió a Belén diciendo:

―¿Cómo quieres que te follemos tus dos agujeros?…

Relato erótico: Entresijos de una guerra 7 (POR HELENA)

$
0
0
 
 
 

El sol brillaba con fuerza sobre Binz, aunque no llegaba a calentar del todo. Y si cerca de Berlín todavía era posible encontrar los últimos resquicios de nieve en algún sitio apartado de un bosque en el que no diese mucho el sol, allí era imposible ver algo así a principios de mayo si no se miraba directamente hacia las montañas.

-Tendremos que volver mañana. Lo siento mucho, de verdad – se disculpó Herman irrumpiendo en el porche y anunciando lo que nos temíamos.
La boda había sido algo sencillo, apenas una veintena de invitados – los amigos más íntimos de la familia Scholz más algún que otro familiar –. Y nuestra luna de miel, aunque era mucho más de lo que soñé tener nunca, también estuvo en concordancia con las circunstancias de la ceremonia que nos había declarado “marido y mujer”. Binz, una localidad con kilómetros de playas bañadas por el Báltico, plagada de balnearios y casas de arquitectura típicamente alemana que pertenecían a las mejores familias del país – y donde los Scholz también tenían la suya –, había sido nuestro destino. A pesar de que finalmente tendríamos que regresar un día antes, porque a Herman le esperaban unos asuntos que no podían esperar más. Supongo que en medio de una guerra como aquella, concederle a un Teniente algunos días de descanso, era todo un lujo que ni siquiera podías permitirte si no tenías un apellido como el que ahora yo también tenía. Erika Scholz, ahora soy la señora Scholz, o la señora del Teniente Scholz.
-No importa – acepté sin reparo alguno – ¿qué ocurre?
-En Berlín están saturados. Todavía no se han recuperado del bombardeo de principios de abril, la Luftwaffe metió bien la pata con la defensa y el Führer está que trina… – me contestó en un resignado suspiro -. Había puesto fecha a la ofensiva contra Rusia para mostrarles a los ingleses que sus esfuerzos por detenernos son inútiles y el avance de las tropas estaba previsto para mediados de mayo. Pero ahora resulta que Italia necesita ayuda en África y Grecia. Quieren reordenar las tropas, será imposible atender a todo… se están pasando. Todo esto se les va a ir de las manos, ya lo verás…
Sí, todavía seguía sin explayarse en cuanto a todo aquel misterio que rodeaba aquel trabajo que tan a disgusto desempeñaba en el campo de prisioneros. Pero me mantenía informada de lo demás. Y también puedo decir que no le hacía demasiada gracia, siempre repetía que “el mundo vendría a por Alemania”.
-¿Y a dónde quieren que vayas?
-A Oranienburg, a mi puesto de trabajo. El lunes llegarán más prisioneros y algunos de los oficiales estarán fuera por toda esa mierda de la reorganización de frentes – dijo con cierto descontento mientras se encendía un cigarrillo sentándose en las escaleras que daban al jardín trasero -. Tendré que mandarles construir más barracones, ya no me queda sitio para meter a más gente… – añadió frotándose la nuca agobiado ante la idea.
-¿Por qué siguen mandando prisioneros? – Reflexioné en voz alta – si recluyen a la gente en los guetos…
-No lo sé, Erika… – me interrumpió antes de dar una calada a su cigarro – no lo sé, ni quiero saberlo… yo sólo tengo que hacerles sitio.
Quería saber más, no sólo porque era mi trabajo, sino porque me interesaba verdaderamente todo aquel rompecabezas que el Reich tenía armado en torno a la marea de prisioneros que amontonaba en los campos y que luego explotaba libremente. Pero reconocí aquel tono en la voz de Herman que me decía “basta de preguntas”. Ni siquiera llevábamos una semana casados, no quería que pensase que yo sería una carga para él, de modo que opté por tener un mínimo tacto en lugar de presionarle. ¿Para qué forzar algo que seguramente llegaría con el tiempo? Si me conformaba con lo que me decía, probablemente quisiera decirme más cosas que si viese nuestras conversaciones como incómodos interrogatorios.
Al día siguiente regresamos a una casa que – a parte de los caballos y los empleados de las caballerizas – nos esperaba completamente vacía. La madre de Herman y Berta ya se habían despedido de nosotros antes de que saliésemos hacia Binz porque tenían pensado mudarse antes de que regresásemos. “Puede que la eche de menos a usted, pero no echaré de menos nuestras clases” fue la peculiar despedida que Berta me dedicó entre las lágrimas que no pudo contener al despedirse de su hermano, por mucho que su madre le prometiese enviarla unos días con nosotros de vez en cuando. Me reí para mis adentros al pensar en la pobre alma que ahora tendría que ganarse el cielo ocupándose de la educación de Berta Scholz – mi cuñada de trece años -.
La mayor parte del servicio se había ido a Berchstesgaden con la viuda y con Berta, sin embargo Herman prometió ocuparse de eso a la semana siguiente. Ser la señora Scholz era extremadamente cómodo, excepto cuando llegaban invitaciones para merendar, cenar o comer en casa de los vecinos, que se morían por contar con el joven matrimonio Scholz entre sus amistades. Acudí a la primera merienda a la que fui invitada, el primer fin de semana después de que regresásemos de Binz, y acudí ciertamente animada por aquella acogida social que me habían brindado, segura de que mis relaciones sociales también me ayudarían en mi trabajo extraoficial. Pero salí de allí segura de que no volvería a poner el pie en una de esas reuniones a menos que llevase un par de copas encima. Y todavía no sabría decir qué parte de la conversación me aborreció más; si la de los devaneos del marido de una tal Gretchen Meyer o la de especulaciones sobre cuándo llegaría nuestro primogénito. Sopesé la posibilidad de sincerarme y decirles que Herman y yo – bueno, más bien yo – no podíamos tener descendencia, después de todo, se acabaría sabiendo. Pero entonces concluí que probablemente ése sería el tema estrella de la siguiente merienda de urracas y preferí dejar que sus conjeturas derivasen en una ronda de apuestas, aunque no sin antes defecar mentalmente en cada uno de los familiares de aquellas mujeres. Y por supuesto, archivé la anécdota en lo más hondo de mi memoria en cuanto salí de allí.
El domingo amaneció lluvioso, dando al traste con nuestro plan de salir a pasear a caballo, así que decidimos quedarnos en casa durante la mañana, a la espera de que por algún milagro las nubes nos diesen un descanso. Lo hicieron a media tarde, de modo que tras enfundarnos las ropas de montar salimos hacia las cuadras.
Todavía seguía acordándome de Furhmann cuando rebasaba el tercer y último escalón de la entrada. Pero aquello parecía ya muy lejano. Tanto, que el comportamiento de Herman aquel día casi se me antojaba fruto de mi imaginación, aun teniendo por delante la ardua tarea de descubrir los recovecos de su trabajo y asumiendo el hecho de que Furhmann no era el primero que moría a manos del Teniente Scholz – a pesar de que esto último resultaba bastante irrelevante teniendo en cuenta que Herman había estado destinado en varios frentes -.
-Buenas tardes, señora Scholz – me saludó Frank sacando a Bisendorff de la cuadra.
Todavía no me había acostumbrado a que todo el mundo pronunciase aquello de; “señora Scholz” con un infinito respeto, pero pude ver que Herman me sonreía de refilón mientras echaba un vistazo a unos papeles que acababa de entregarle Frank. Iba a corresponder al cordial saludo del encargado pero Herman se me adelantó con una pregunta.
-¿Cree que podría aumentar la cifra hasta setenta?
-¿Setenta? – Preguntó Frank incrédulo – eso sale a casi dos personas por cuadra, señor… no sé si sería prudente…
-Claro que sí, Frank. Mire, aquí, en personal de pista, ahí puede pedir cinco personas más – dijo Herman señalando los papeles – invéntese también “mantenimiento del material”, podría pedir seis o siete personas para limpiar las sillas y los arreos… y no sé… puedo traerle algún veterinario, seguro que hay alguno…
-Pero hasta ahora los mozos de cuadra han sido los que se han encargado del material, y el veterinario viene tres veces por semana, no necesitamos uno aquí todo el tiempo.
-Pero si lo tenemos será mejor. Y también si tenemos a gente que se encargue sólo del material. Y, ¿sabe qué? Ponga cuatro o cinco personas más para que se encarguen de los comederos, o de lavar a los caballos. Cuanto más personal me pida, menos tendrá que hacer usted.
-Veré lo que puedo hacer, señor.
-Muy bien, pero no me pida menos de setenta personas, ¿de acuerdo?
-Son muchas… – repitió Frank sin estar muy convencido.
-Se portarán bien, ya lo verá. Se lo prometo – insistió.
Era evidente que estaban hablando de contratar gente, pero a juzgar por lo que había podido escuchar, yo me decantaba del lado de Frank. Setenta personas eran demasiadas, la plantilla normal de trabajadores en las cuadras oscilaba entre las veinte, así que la pregunta fue obligada en cuanto abandonamos los establos en dirección al campo.
-¿Para qué quieres a setenta personas en las cuadras? – Inquirí con curiosidad.
-Para que las atiendan – me contestó con una leve sonrisa que no entendí. Guardé silencio intentando descifrar lo que le hacía sonreír, pero acabé determinando que me había perdido algo -. Erika, voy a contratar a prisioneros para trabajar en casa – dijo finalmente.
Sopesé sus palabras detenidamente. Negándome a creer lo que acababa de escuchar. Él, que tanto se quejaba de que aquella gente tenía su vida antes de que el Führer ordenase su aislamiento y de que se les estaba explotando. Yo creía que, aun obligado a ejercer su cargo, en el fondo era consciente de que no era justo. Y sin embargo, ¿ahora se sumaba al abuso?
-No me habías comentado nada – dije mirando hacia otro lado para esconder mi profunda decepción.
-Lo sé, y lo siento. ¿Te parece mal? – Me encogí de hombros sin querer pronunciarme al respecto -. No son peligrosos, el Reich simplemente les discrimina porque sobran en el proceso de pureza racial.
-Setenta personas son muchas – zanjé con rotundidad para no concederle la oportunidad de darme otro brillante argumento como aquél.
-Venga, las cuadras son amplias. Ya sé que treinta serían más que suficientes pero mientras les tenga en casa no estarán allí… – me informó reflexivamente -. También he pensado en traer jardineros y algunas sirvientas para casa…
-¿De cuántas personas me estás hablando? – Pregunté al escuchar su preocupante tono de voz.
-Espero que no menos de noventa – dijo tras pensárselo durante algunos minutos.
-¿Un centenar de personas? ¡¿Estás loco?! – Ni siquiera Versailles necesitaría ese número de trabajadores para su mantenimiento.
-Tenemos hectáreas de finca, les sobrará qué hacer… además, he pensado que podríamos rehabilitar el huerto. Me gustaría volver a ver cosas plantadas, yo solía ayudar a mi abuela a regar las hortalizas cuando era niño. Y también el gallinero, mis abuelos tenían gallinas…
Ahogué un suspiro completamente descolocada por lo que acababa de decirme el mismo hombre que hacía un par de minutos me había hablado de la depuración racial del Reich y que ahora estaba exponiéndome su proyecto de granja.
-Oye – dijo completamente serio acaparando mi atención – son de fiar. Nunca he visto a ninguno que osase revelarse, y motivos no les faltan, créeme.
Y yo no dudaba de eso, ya sabía que al régimen le hacían falta apenas un par de cosas para considerar a alguien como “enemigo natural de la Nueva Alemania”. Yo seguía teniendo esa leve punzada de dolor que me había causado el hecho de que él también se aprovechase de esa esclavitud, aunque lo hiciese porque de paso les sacaba de allí. Algo que tampoco me tranquilizaba demasiado al pensar que no podía resultarle tan fácil llevarse a cien prisioneros para trabajar en casa sin que nadie hiciera nada.
-¿Y dónde dormirán?
-No pueden dormir en casa como el servicio normal, son prisioneros. Los traerán unos soldados a primera hora de la mañana, los vigilarán durante el día y se los llevarán al terminar la jornada.
-¡Estupendo! – Exclamé con sarcasmo.
-Los soldados no entrarán en casa, ni te molestarán para nada. Te guardarán el mismo respeto que a mí. Ahora eres mi mujer.
Mentiría si dijese que no me tocaba la fibra sensible la forma que tenía de llamarme “su mujer”. Pero intenté que no se percatase de ello debido al carácter de la conversación. Seguía sin hacerme ninguna gracia todo aquello, era demasiada gente, ¿en qué narices estaba pensando? Sin embargo no dije nada más.
El martes llegaron los nuevos empleados de la casa. Un centenar de personas que llegaron en dos camiones que el ejército alemán debía haber usado ya en la Guerra Mundial, aunque cuando los vi bajarse comprobé que su estado no era mucho mejor que el de su medio de transporte. Dejé mi desayuno en la mesa de la cocina y salí al patio delantero para recibirles, tal y como me había pedido Herman. Él venía con ellos para darle las directrices básicas de sus nuevos trabajos.
 

Me saludó con un cariñoso beso en los labios y procedió a separar a los nuevos empleados, que apenas me miraron de reojo bajo el atento escrutinio de cuatro soldados que acompañaban a Herman. El grupo que trabajaría en las cuadras se separó del resto cuando él lo pidió mientras estudiaba detenidamente unos papeles que sostenía en sus manos. Se quedó mirando el numeroso grupo de personas y se acercó a un hombre de unos cuarenta años, quizás tuviese menos, pero todas aquellas personas aparentaban una edad difícil de calcular debido a la pésima imagen que ofrecían.

-Usted es veterinario, ¿me equivoco? – Le preguntó amablemente recogiendo una temerosa negación por parte del recluso – bien. Acompañe a Frank, él le explicará a usted y al resto cómo funcionan las cosas. También les enseñará dónde tienen los vestuarios, allí encontrarán ropa de sus respectivas tallas. Vestirán igual que el resto de los empleados, lo único que deben conservar es la banda del brazo con la estrella.
El grupo – que constaba de aproximadamente setenta personas, tal y como había acordado con el viejo Frank – siguió las órdenes caminando por detrás del encargado al mismo tiempo que un par de soldados les seguían.
-¡Un momento! – Exclamó Herman – no quiero que entren armados ahí. Se lo prohíbo terminantemente. Cualquiera de esos caballos vale más que cualquier cosa que hayan podido tener delante en toda su vida.
-Pero, mi Teniente, las órdenes son que… – protestó el de más edad mientras se cuadraba a medida que Herman avanzaba hacia él.
-¿Qué órdenes va a recitarme usted a mí que yo no sepa, soldado? Los prisioneros estarán perfectamente identificados, tal y como regula la normativa de trabajo, y ustedes sólo deben prestar atención para que no se escape nadie, eso pueden hacerlo aquí mismo. Ahí dentro estarán supervisados por personal de mi confianza y si tienen algún problema, entonces les avisarán. Pero si me entero de que entran ahí armados tomaré las medidas que yo considere necesarias por insubordinación, porque no quiero que ningún altercado perturbe la tranquilidad de esta casa, ¿me han entendido?
Aquel no era Herman, era el Teniente Scholz, aquél que casi nunca venía a casa y del que me olvidaba a menudo. Pero alguien con quien al fin y al cabo, yo también estaba casada.
Los soldados obedecieron las órdenes y se quedaron con los otros dos mientras Herman seguía separando a los jardineros, a los trabajadores del huerto y finalmente, a diez mujeres que se ocuparían de la casa.
-Tampoco será necesario que mantengan una vigilancia continua sobre las empleadas del hogar, ni sobre los jardineros, ni con los encargados del huerto… trabajarán bajo las órdenes de personas que han estado al lado de mi familia desde hace años – les informó a los soldados cuando hubo indicado sus respectivos destinos a los grupos – limítense a traerlos cada mañana y a hacer el recuento antes de llevarlos de vuelta. Es un trabajo fácil, pero si no son capaces de hacerlo… tendré que buscarles otro destino, ¿no creen? – Preguntó casi con ironía.
Los cuatro negaron al unísono, aceptando de nuevo sus órdenes.
-¿Y qué hacemos durante el día, mi Teniente?
-Hagan lo que quieran con tal de que no molesten a nadie. Si los prisioneros no hacen bien sus tareas, entonces no me servirán para nada – les contestó desinteresadamente mientras les daba una de las hojas que tenía en sus manos -. Aquí tienen, son los grupos de trabajo para que les sea más cómodo hacer el recuento. Si tuviesen algún problema con cualquiera de ellos, les repito que no quiero ningún altercado en mi casa, diríjanse a mí y yo me encargaré.
Eso último no sonaba nada bien, pero Herman había repetido hasta la saciedad que nadie daría problemas. Así que intenté no pensar demasiado en ello mientras entraba en casa con él, seguidos por el nuevo servicio.
-Mi mujer les enseñará los cuartos del servicio anterior, allí encontrarán la ropa que deberán usar. Deben conservar el distintivo con la estrella, al igual que el resto. Lo siento mucho, no hay forma de saltarse esa norma… al menos legalmente – les dijo en un modesto tono sin recoger absolutamente ninguna contestación por parte de las mujeres -. Bueno, ustedes ya lo saben… Erika, querida, llévalas al ala del servicio para que se cambien e indícales sus tareas mientras yo hago un par de llamadas – me pidió antes de dirigirse a las escaleras.
Hice una breve presentación de mi persona, indicándoles que podían prescindir de formalidades y llamarme Erika a secas, pero me dio la sensación de que ni siquiera se dirigirían a mí para nada. Sólo callaron. Así que eché a andar hacia la zona de la casa en la que se encontraban las habitaciones del servicio ahora vacías, seguida por aquel silencioso séquito de mujeres que apenas asentían o negaban con la cabeza de un modo visible.
Les expliqué que no tenían que hacer mucho. La casa era grande, pero sólo usábamos la cocina, el salón, un par de baños, la biblioteca y un dormitorio de los quince que había. De modo que decidí apropiarme el plan de limpieza de mi suegra y contentarme con que limpiasen las habitaciones que no se usaban un par de veces a la semana. Aun así, eran diez, me sobraba gente y no tenía ni idea de qué hacer con ella. Yo jamás había tenido que preocuparme por dirigir una casa, y menos una como la de los Scholz. Terminé por pedirles que me esperasen en el salón unos minutos y decidí hablar con Herman. Aunque los hombres no se educasen en las labores del hogar, por lo menos él había vivido toda su vida con sirvientes a su alrededor.
Me abrió la puerta del despacho cuando llamé y me indicó con el dedo índice sobre sus labios que guardase silencio mientras se dirigía de nuevo al escritorio y cogía el auricular del teléfono.
-Bueno, te decía que la cría de caballos es un negocio. No pertenece al sector de la industria… pero también demanda mano de obra, Berg. Todos los oficiales contratan prisioneros para sus tareas, el Comandante también tiene servicio… – de repente guardó silencio, hizo una pausa para escuchar a su interlocutor y continuó hablando con una sonrisa – ¡Pero si has visto mi casa más de mil veces! Mi madre se ha llevado más personal a Berchstesgaden del que yo tengo ahora mismo atendiendo la casa, ¡y es una residencia vacacional!
La idea de que aquel contrato masivo ya le estuviese causando algún problema comenzó a incomodarme cuando Herman escuchó de nuevo sin decir nada. Pero hablaba con Berg, y Berg nunca le daba problemas, más bien todo lo contrario. Aquel hombre debía tener algún tipo de complejo de padre con Herman, lo sé porque el General fue mi padrino de boda y pude comprobar que tenía a mi marido en bastante más estima que a un simple “hijo de un compañero”.
-No… de verdad, puedes estar tranquilo… no van a darme problemas, pertenecen todos a mi subcampo, los tengo bajo control. Oye, tengo que atender otros asuntos. Nos vemos mañana en Berlín, ¿de acuerdo?
Esperé pacientemente a que colgase el teléfono y entonces le planteé mis dudas acerca de qué hacer exactamente con diez mujeres y una casa. Se rió un buen rato antes de sacar el tabaco, encenderse un cigarrillo y pasarme uno.
-Está bien, luego te ayudaré con eso. ¿Puedo pedirte algo? – Me preguntó después de sopesar mi gran problema.
-Claro – acepté con seguridad.
-Intenta hablar con ellas. Yo lo he intentado alguna vez pero jamás he conseguido que me digan ni una sola palabra. Sé de esas personas lo que figura en los informes con sus números, y no puedo culparles por no querer decirme nada más, así que prefiero no insistir.
-¿Qué quieres que les diga? – Inquirí imaginándome que quizás quisiera saber algo más de ellos que lo que tenía en aquellos informes.
-Lo que quieras. Sólo quiero que las animes a hablar, muéstrales que no pasa nada porque hablen entre ellas. Si se lo dices directamente no lo harán. Se pasan el día así, trabajando en silencio, excepto cuando les mandan correr cantando… ¿tú crees que eso es vida?
-¿Les mandan correr cantando? – Pregunté incrédula. Él asintió desdibujando la débil sonrisa que tenía en aquel momento – ¿Para qué quieren que corran cantando?
-Porque mientras tú y yo estábamos de luna de miel llegó un cargamento con calzado fabricado para el ejército alemán. Era un nuevo modelo de bota y querían probarlo, así que ordenaron a los prisioneros ponérselas y les tuvieron corriendo un par de horas diarias después de la jornada de trabajo para probar la resistencia del calzado – me contó con resignación antes de dar una calada.
-Pero, ¿y lo de cantar? – Quise saber aunque lo de correr dos horas diarias después de trabajar durante todo el día ya me produjo una oleada de rechazo hacia mi propio marido.
-A nosotros también nos lo hacían en la escuela militar. Tras los primeros veinte minutos respirar se convierte en una odisea, así que no te queda más remedio que mejorar tu capacidad pulmonar. Pero cuando apenas comes y vives al límite de tus fuerzas…
No terminó la frase. Dejó que sus palabras muriesen a medida que el humo salía de sus labios, apagó el cigarrillo antes de levantarse y esperó a que yo hiciese lo mismo. Sentí la necesidad de preguntarle si él hacía cosas así, si de verdad tenía que ir cada mañana a organizar y explotar a un puñado de gente como aquella que había traído a casa, tan huesuda y demacrada que parecían conformar el elenco de alguna necrópolis. Pero no lo hice. Me respondí a mí misma que él no era así, que lo que tuviese que hacer era porque era parte de su trabajo. Y opté por esa opción porque en el fondo temía que me contestase que sí. Que él no era distinto de aquellos que obligaban a los prisioneros a correr durante dos horas mientras cantaban, o quizás miedo a que me dijese que él hacía cosas incluso peores. Como pegarles un tiro en el cráneo y ordenar a alguien que se llevase el cuerpo sin ningún tipo de preocupación, algo que ya le había visto hacer meses atrás.
Pero Herman tenía esa capacidad innata para jugar con esas dos personalidades tan distintas que tenía que alternar a diario. Y siempre mostraba la correcta justo a tiempo para que uno no creyese que era quien no debía ser. Como hizo cuando se plantó delante de aquellas mujeres cabizbajas y les explicó muy correctamente cómo tenían que ocuparse de la casa tras preguntar quienes sabían cocinar y elegir a dos de ellas para que se dedicasen exclusivamente a la cocina, todo con la misma educación que sus padres le habían dado sin pensar nunca que la utilizaría para dirigirse a esa gente.
 

Algo que me provocó una tenue sonrisa aunque no obtuvo ninguna respuesta de sus oyentes.

-Bueno, tengo que regresar ya – dijo finalmente antes de dirigirse a la entrada -. A la hora de comer se llevarán a los hombres de vuelta, pero ellas pueden quedarse. Diles que se cocinen lo que creas conveniente, pero especifícales el qué. Si les dices que “coman algo” no comerán nada por miedo a coger algo que no podían. ¡Ah! Y échales un vistazo a esos soldados, asegúrate de que no molestan, ¿de acuerdo? – Asentí mientras recibía un beso frente a la puerta de casa y luego le observé partir de nuevo hacia ese punto negro de Oranienburg del que había salido toda aquella gente.
No pude reprimir un gesto de contrariedad mientras regresaba a casa. Pero me repetí de nuevo que Herman no era así y me encaminé hacia la cocina dispuesta a entablar conversación con una de las dos mujeres que ahora eran las cocineras de la casa.
Sólo conseguí saber que la más joven se llamaba Rachel y la otra Esther. Después me resultó completamente imposible arrancarles cualquier otra palabra. Ni siquiera cuando les pregunté si les apetecía alguna comida en especial, así que en vista de que solamente miraban hacia el suelo sin decir nada, intenté recordar si el judaísmo era una de esas religiones que prohíbe algún tipo de comida y finalmente les dije que hiciesen un cocido con la comida que había en la despensa. Herman tenía razón, aquella gente parecía muda. Pero en su falta de palabras no se veía ningún tipo de discapacidad oral, sino terror. Solamente miedo en estado puro.
Salí hacia el viejo huerto, a ver si tenía más suerte con el personal masculino. Observé durante algunos minutos el meticuloso trabajo de un par de hombres que araban la tierra y finalmente me decidí a probar con el que estaba plantando algo en el terreno recién removido.
-¿Necesitan ayuda?
Ni siquiera me miró para negar con la cabeza, aunque pude ver que dirigía sus ojos hacia mis pies, seguramente pensando que mis zapatos eran lo menos indicado del mundo para meterme allí. Me quedé un rato más mirando cómo plantaba, reparando inconscientemente en la banda blanca con una estrella de David que llevaba en el brazo. Era el distintivo que el Reich les obligaba a llevar ya desde mucho antes de confinarlos en guetos o campos de prisioneros, pero por más que miraba, no alcanzaba a comprender por qué tanto odio hacia alguien que si no llevase aquella banda, sería tan normal como yo misma.
-¿Cómo se llama? – Pregunté con la débil voz que me salió a causa de estar adelantándome ya a mi derrota por entablar una conversación con alguno de ellos.
-Moshe – me respondió con una voz que le costó entonar.
-Moshe – repetí agachándome para intentar ver su cara tras comprobar que los soldados no andaban cerca. No tenían por qué acercarse allí, Herman les había ordenado quedarse esperando en la entrada y el huerto quedaba en la parte trasera de la casa -. Soy la señora Scholz, pero puede llamarme Erika – repetí al igual que con Rachel y Esther.
La respuesta de Moshe fue igual que la de mis cocineras, inexistente. Y mi sonrisa tampoco me había servido para nada, ya que ni siquiera me miró.
-¿Quiere un cigarrillo? – insistí sintiéndome culpable en cuanto le acerqué la cajetilla de tabaco, pues la rehuyó como si tuviera la peste -. Lo siento, no pretendía ser… ¿pueden fumar? Me refiero a si su religión… – también me sentí una estúpida al preguntar eso. Yo simplemente quería ser amable, interesarme por ellos, pero seguramente acababa de dar la imagen de la típica señora de Teniente que les trataba como si fuesen algún tipo de animal exótico que nunca antes había visto -. Da igual, olvídese de esta gilipollez de pregunta… si no fuma no pasa nada – dije mientras me incorporaba para seguirle un par de pasos hacia delante mientras plantaba -. ¿Puede enseñarme a plantar tomates? – Pregunté tras echar un ojo a la bolsa de semillas que tenía a un lado. Me sentí triunfante cuando el hombre elevó su cara para mirarme, así que seguí hablando para no echarlo todo a perder – siempre quise tener un huerto, pero no tengo ni idea. Nací en Berlín, jamás tuve la oportunidad de plantar nada hasta que vine a esta casa – le mentí.

En el orfanato de Suiza teníamos huerto y plantábamos nuestras propias hortalizas. Las ayudas económicas no eran demasiadas así que teníamos que procurarnos ocupaciones que resultasen productivas. Y también recuerdo que odiaba las semanas que me tocaba ocuparme del huerto, pero cuando aquel hombre asintió, sentí que podría plantar invernaderos enteros. Luego miró con temor hacia la salida.

-No se preocupe. Mi marido les ha dicho que esperen en la entrada.
-Está bien. Pero será mejor que se limite a mirar, no es necesario que se ensucie las manos con esto – dijo tímidamente.
-Bueno, luego nos las lavaremos – contesté con una sonrisa haciendo un agujero en el suelo tal y como le había visto hacer a él. Estaba eufórica con mi gran logro personal. Tanto, que el hombre me miró con una pizca de miedo, por lo que traté de mostrarme menos efusiva.
Asistí con ilusión a mi clase de botánica, aunque más allá de las palabras necesarias para instruirme, el silencio fue la opción por la que Moshe volvió a decantarse. Le ayudé a terminar las semillas de tomate y a plantar algunas coles, pero luego decidí regresar a la casa para lavarme las manos y echar un vistazo por las cuadras. Allí también reinaba el mismo silencio que en el resto de lugares en el que aquella gente trabajaba. Y al final, tras andar de un lado para otro durante toda la mañana, intentando entablar alguna conversación, decidí hablar con los soldados.
-Buenos días, señora Scholz – entonaron casi al unísono, cuadrándose ante mí como si estar casada con Herman me otorgase su mismo rango militar.
-Buenos días, ¿desean tomar algo? ¿Un café, o un té? Llevan aquí parados toda la mañana, ¿no se aburren?
-No señora, muchas gracias pero no se preocupe. El Teniente nos ha ordenado esperar aquí.
Asentí vagamente antes de retirarme. Desolada por no encontrar a nadie dispuesto a darme un mínimo de conversación aunque hubiese más de un centenar de personas en aquella casa. Ser la señora Scholz no era ninguna ventaja para entablar una vida social fuera del elitista círculo al que pertenecía mi nuevo apellido.
Aquel día solamente me dediqué a asegurarme de que las mujeres del servicio comían, y lo hicieron con muchas ganas aunque ninguna repitió plato cuando les dije que podían hacerlo si querían. Por la tarde acompañé a Herman a las cuadras para supervisar personalmente el trabajo de los nuevos empleados. Había pedido la tarde libre por asuntos personales y la dedicó íntegramente a dar instrucciones precisas sobre cómo tratar a los animales o cómo realizar las tareas de mantenimiento, tanto de las instalaciones como del material. Y puedo decir que en ningún momento observé por su parte ningún trato incorrecto – ni siquiera una palabra pronunciada en un tono más alto que otra – hacia los prisioneros. A decir verdad, no parecía darles órdenes. Solamente les pedía las cosas, igual que siempre lo había hecho con los empleados de la familia. Un detalle del que siempre había carecido por completo mi difunto suegro, porque al Coronel le encantaba pasear recitando imposiciones.
Hice constar aquello en mis informes. Evitando intencionadamente pensar en el hecho de que quizás estaba intentando “lavar” la imagen que mi bando pudiese tener del Teniente Scholz, o tratando de hacerle más digno del trato que yo había exigido para él al terminar la guerra. No, yo no le estaba “suavizando” al hablar de él en mis informes. Me limitaba a reflejar lo que veía en casa. Aunque sabía que estaba obviando por completo una peligrosa parte que era la razón por la que todo el mundo se negaba a pronunciar una sola palabra en mi presencia. Pero aquello también era una gran incógnita para mí, porque aunque a veces se animaba a relatarme algún que otro incidente que acontecía en su trabajo, yo seguía sin conocer los detalles.
Asumí que aquella gente no me hablaría nunca para algo que no fuese estrictamente necesario y durante más de mes y medio me limité a seguir con la vida que se suponía que debía llevar. Una que nunca imaginé que podría tener, consistente en recibir los respetuosos tratamientos que mi posición de “señora Scholz” me otorgaba y en invertir las horas del día en cualquier cosa que me apeteciese mientras esperaba a que Herman regresase del campo. Seguía haciendo mi trabajo, pero ahora era coser y cantar acercarse al despacho que Herman jamás cerraba con llave y fotografiar los documentos que me diese la gana, incluso me podía parar a echarles un vistazo. Algunos me resultaban interesantes y otros no llegaba a entenderlos, pero fotografiaba todo a pesar de saber que la documentación perteneciente a la gestión de su trabajo en el campo le acompañaba siempre en su carpeta de cuero. Y no por ello lo que captaba con aquella reducida cámara que me habían entregado dejaba de ser valioso, porque en las estanterías del despacho seguía habiendo información acerca de la estrategia militar alemana y otras operaciones de las que las Waffen-SS ponían al tanto a un Teniente.
Las cosas siguieron como siempre hasta el verano. Y aunque el ejército alemán a esas alturas, avanzaba imparable por el territorio soviético sin registrar un preocupante número de bajas, Herman no se cansaba de repetir que la estrategia era deficiente. Que la operación debía haberse retrasado otro año más al no poder haberla iniciado cuando estaba previsto y que cometerían exactamente el mismo error que Napoleón, aunque el Führer hubiese dispuesto varios bloques en el frente en lugar de uno sólo y compacto – como el legendario conquistador francés -. Vaticinaba que, en el mejor de los casos, la “apropiación del territorio” se quedaría incompleta, como ya había ocurrido en Francia.
Llegué a creer de verdad que le preocupaba la suerte del ejército alemán, a pesar de que no hiciese más que sacarle defectos estratégicos y hubiésemos bromeado cientos de veces cuando los ingleses lograron hundir el Bismarck en la primera batalla naval abierta que el indestructible acorazado alemán libró contra la marina inglesa. Pero toda aquella atención que prestaba al frente ruso, me obligó a preguntarme si de verdad no tendría un preocupante “sentimiento patriótico” del que yo no me había percatado nunca. Lo cierto es que al final, terminé completamente perdida al ser incapaz de determinar qué esperaba él exactamente de aquella campaña. Porque vivía pendiente del frente a pesar de que ninguna de las noticias fuesen de su agrado.
Una mañana a principios de julio, tras redactar el informe que tenía que entregar aquella tarde y que recogía las últimas noticias “no oficiales” que sabía acerca de la contienda soviética gracias a Herman, me dirigí a la puerta trasera de la cocina para echar un vistazo al huerto que Moshe había cultivado con mimo y que comenzaba a dar resultados. Pero reparé en unas botas completamente embarradas que había al lado de la puerta. ¿Por qué las botas del uniforme de Herman estaban cubiertas de barro a principios de julio? Era raro, pero lo atribuí a esas continuas construcciones de barracones que tenía que ordenar para dar cabida a más prisioneros.
Las cogí dispuesta a limpiarlas, decidida a liberar de un trabajo más a aquellas sirvientas que no hacían otra cosa que trabajar en silencio. Pero un escalofrío recorrió mi espalda cuando al darles la vuelta contemplé una suela completamente colapsada por una mezcla de barro reseco y pelo. Marañas de cabello fino, que no pertenecían a la crin de un caballo, que eran inequívocamente humanos y que ocupaban casi la totalidad de los huecos que dejaba el dibujo de la suela siendo mucho más abundantes que el mismo barro. <<¿Pero qué coño…? >> Ni siquiera fui capaz de formularme una pregunta completa al respecto, cogí ambas botas de nuevo y regresé a la cocina.
-Esther, ¿qué narices es esto? – Ella se quedó mirando las botas amedrentada sin saber qué decir –. Me refiero a por qué las botas de mi marido están llenas de barro y pelo – maticé enseñándole la suela de las botas. De nuevo el mismo gesto mientras Rachel entraba en la cocina portando una bandeja de verduras -. Muy bien – les dije tratando de calmarme y completamente decidida a arrancarles una respuesta –. Todos ustedes saben que mi marido y yo les estamos dando un trato que jamás, en ningún otro lugar de Alemania, podrían recibir en esta mierda de Reich. Llevo desde que han llegado intentando que se comporten de una manera completamente normal mientras están en mi casa, y también saben que ni él ni yo nos oponemos a que tengan aquí unas libertades con las que ni siquiera pueden soñar ahí fuera. Así que les pido por favor que si saben algo de esto, contéstenme sinceramente, porque sólo quiero saber por qué estas botas están llenas de barro y cabello. Sólo eso.
Mi discurso pareció no causarles el más mínimo efecto. De hecho, mi cabeza ya estaba ensayando las palabras con las que le exigiría a Herman una respuesta a esa misma pregunta cuando la débil voz de Rachel rompió el silencio ante la atónita mirada de Esther.
 
 

-Es porque están llegando los prisioneros soviéticos, señora. A todos se les ducha y se les corta el pelo al llegar. Pero están llegando tantos que las duchas no son suficientes y se les lava al aire libre con mangueras de riego.

-¿Qué? – Pregunté casi para mí con un débil hilo de voz.
Le creía más humano, mucho más que aquello, aunque supiese que era un maldito Teniente de las SS. ¿Por qué siempre me olvidaba de aquel puto detalle? Supongo que porque en casa se comportaba correctamente con todos los empleados, llevasen o no aquella puñetera banda en el brazo. Sí, tan correctamente que se me hizo doloroso imaginármelo ordenando duchar a gente con mangueras de riego, como si no supiese que podía hacer cosas mucho peores.
-Está bien, muchas gracias – concluí finalmente mientras intentaba calmarme.
Salí de la cocina indignada conmigo misma, por cometer el mismo error una y otra vez, por disculparle continuamente y consumida al mismo tiempo por saber que después de algunos días, preferiría pensar que él no tenía otra alternativa y que sólo aplicaba unas órdenes de la mejor manera posible.
Fui a mi antigua habitación y añadí una hoja más a mi informe detallando el trato que recibían los prisioneros soviéticos sólo para empezar. Y en aquella ocasión me esforcé por no poner nada que jugase a favor de la imagen de Herman. Aguantando aquella sensación de estar traicionándole y decantándome por la intuición, que esta vez me decía que cesase en mi empeño por mostrarle como alguien condenado a cargar con el apellido de su familia y desempeñando a disgusto un cargo que le horrorizaba. Cayendo en la aplastante obviedad de que si seguía en aquel sitio, era precisamente porque las SS estaban contentas con su gestión. Algo que decía mucho en su contra y muy poco a su favor.
Entregué el informe por la tarde, aprovechando para comprar en la calle un periódico en el que se reflejaba el último gran avance en la campaña soviética. Probablemente Herman se equivocaba. Los alemanes seguían avanzando. Minsk había caído por el sur, se dirigían a Leningrado por el norte y todo el mundo daba por sentado que se llegaría a Moscú antes de finales de mes.
Aquella noche cené en silencio, bajo la atenta mirada de Herman, que dibujó distintos grados de curiosidad antes de convertirse en preocupación y finalmente se aventuró a formular la pregunta que seguramente llevaba un buen rato aplastándole.
-Erika, querida… – empezó con mucho tacto – ¿ocurre algo?
-No, Herman.
-Dos palabras, no está mal – se burló irónicamente -. Está bien, supongo que si quisieras contármelo ya lo habrías hecho – zanjó mientras se frotaba la frente.
Es cierto que no era la típica conversación que un matrimonio de menos de un año mantiene durante la cena, pero también era cierto que en aquella mesa éramos un Teniente de las SS y una espía de la resistencia francesa. Así que lo raro era que esas conversaciones hubiesen tardado tanto en aparecer.
-¿Qué has hecho durante el día? – Preguntó probando otro camino.
-Nada interesante, ¿qué has hecho tú?
-Desconozco si lo que he hecho yo te parecería interesante, pero no lo sabremos porque no puedo contártelo, ya lo sabes -. Supongo que su tono ciertamente punzante fue provocado por la reticencia de mi respuesta.
-Muy bien, entonces está todo hablado – contesté sin inmutarme.
-¡Joder, Erika! ¡¿Qué cojones te pasa ahora?! – Me quedé anonadada al escuchar aquello. Unas palabras perfectamente coloquiales que Herman jamás había utilizado conmigo de una forma tan directa y singular –. Me voy a cama, he tenido una mierda de día… – dejó caer casi en un murmuro mientras se levantaba de la mesa.
Del millón de posibilidades de hacer alguna referencia a su “mierda de día” acabé no escogiendo ninguna. En lugar de eso me quedé sola en la mesa, sintiéndome como una idiota a la que dejan dolida después de una burda discusión que ella misma había provocado. Justo lo que yo era en aquel momento. Ni más, ni menos.
Los días siguientes fueron difíciles. Seguíamos ligeramente molestos el uno con el otro sin saber muy bien el por qué, ya que nuestras respectivas reacciones resultaban desmedidas para atribuirlas a aquel mal cruce de palabras que ahora me parecía ridículo. Echaba de menos a Herman, al que siempre me abrazaba en cama en lugar de darse la vuelta y quedarse dormido sin ni siquiera acercar sus pies a los míos. Le echaba mucho de menos y me amedrentaba el hecho de que aquel irascible Teniente le estuviese ganando terreno a mi marido.
Y la confusión me cegó tanto que hice lo que una mujer en el mismo grado de desesperación que el mío haría, lo más obvio y también lo menos prudente.
Herman me había comentado alguna vez que la familia de Rachel tenía una pastelería que el ejército había destrozado hacía algunos años durante la que ya se conocía como “la noche de los cristales rotos”. Así que a mediados de la semana siguiente, durante una tarde en la que no tenía nada que hacer y harta de las comidas en silencio, me acerqué a ella con la excusa más idiota del mundo, aprovechando también que Esther estaba ayudándole a Moshe a limpiar lo que habían recogido del huerto para almacenarlo en la despensa.
-Rachel, ¿sabes hacer bizcocho?
-Sí, señora Scholz – me respondió de la misma débil manera de siempre.
-¿Podrías enseñarme? Yo nunca he sido demasiado buena con los fogones y lo cierto es que me encuentro patética cuando me doy cuenta de que tampoco hago nada para remediarlo.
Adorné mi argumento con una despreocupada risa que logró arrancarle una débil sonrisa a mi cocinera. Rachel tenía una sonrisa bonita, siempre pensaba que era todo un mérito saber sonreír así con toda la mierda que le había tocado aguantar.
-Claro, ¿quiere hacer uno ahora o prefiere dejarlo para más tarde? – Me preguntó casi con un minúsculo atisbo de ilusión.
-Ahora está bien… si tenemos todos los ingredientes, para mí es un buen momento…
Reconozco que no había estado especialmente habladora con nadie desde la última vez que me había dirigido a ellas para preguntarles por qué había pelo de persona en las botas de Herman, pero inexplicablemente, había habido un cambio en aquella muchacha que se dirigía apresuradamente a la despensa para coger los ingredientes necesarios para hacer un bizcocho. Presté atención a las explicaciones de Rachel procurando que la conversación no se extinguiese, aunque no resultase interesante. Sólo era una forma de tejer cierta confianza para introducir el tema que quería. Y aproveché un silencio un poco más largo de lo normal mientras removíamos nuestras respectivas mezclas para abordar el espinoso tema.
-Herman me ha dicho que no soléis hablar mucho, y es cierto, me preguntaba por qué. Cuando llegasteis yo creí que os conocíais del campamento…
-Sí, nos conocíamos de vista – me confirmó. Era demasiado inocente, o quizás el hecho de que no hubiera mantenido una conversación normal en meses la obligaba a no desaprovechar una oportunidad como aquella. En cualquier caso, la situación me favorecía -. Pero no se suele hablar mucho cuando todas nos dedicamos durante todo el día a lo mismo. Además, los soldados allí no nos dejan hablar mientras trabajamos, quizás por eso a su marido le parezca que hablamos poco.
-¿Herman no os deja hablar? – Pregunté como si me sorprendiese que realmente pudiese llegar a tomar esa medida.
-Su marido no nos supervisa personalmente a diario, es un oficial – contestó casi con un tono de disculpa -. Son los soldados quienes nos vigilan, y ellos tienen esas órdenes – dijo con una voz suave, como si temiese herir mi sensibilidad. Algo que me pareció sumamente altruista por su parte -. Pero eso no es decisión de su marido, señora Scholz. Yo he estado en otro campo antes de que me trasladasen aquí y allí también era igual.
-Lo siento… – dije sinceramente tras algunos minutos de reflexión acerca del devenir de desgracias que tenía que haber sido la vida de aquella muchacha durante los últimos años. Ella me miró escondiendo su curiosidad con un gesto neutral -. Te parecerá raro, pero a mí todo esto de la depuración racial del Reich me parece una aberración – le confesé con la boca pequeña en un arrebato de locura transitoria.
De todos modos, estaba segura de que no pasaría nada. Si ella cometía la grandísima estupidez de decir que yo había dicho semejante cosa, bastaría con que les dijese a los soldados de allí fuera que me estaba difamando. Pero sabía que no ocurriría, porque ella me sonrió y yo le devolví una sonrisa llena de complicidad.
-Y ojalá mi marido pudiese sacaros de allí, pero me ha dicho que no puede. Lo máximo que ha conseguido es que vosotras podáis comer en casa – añadí completamente segura de que acababa de hacer mi primera amiga en mucho tiempo.
Sí, ahora era una espía casada con un Teniente y con una amiga clasificada como “judía” en medio de un régimen extremadamente antisemita. Comenzaba a creer que no conseguiría salir viva de aquella casa.
-Bueno, gracias al trabajo que nos ha dado también nos ha conseguido vacunas, que nos dejen más tiempo para ducharnos o que no tengamos que cortarnos el pelo tan a menudo… – la miré estupefacta, gratamente sorprendida por lo que acababa de escuchar de los labios de alguien a quien se suponía que estábamos explotando -. Se cuida más la higiene y la apariencia de quienes trabajan en casa de los oficiales que la de los que lo hacen allí o en las fábricas… – añadió tímidamente.
-Él no dice nada… pero yo sé que tampoco le encanta lo que hace… – comenté con tristeza tras plantearme durante algunos segundos si de verdad era factible la idea de decirle algo así a alguien como ella. Pero Rachel me sonrió tímidamente mientras me indicaba que teníamos que esparcir mantequilla en el molde en el que íbamos a poner la mezcla que acabábamos de batir. Quizás sólo me sonriese por cortesía y en realidad, en lo más hondo de su cabeza, me estuviera mandando a la mierda. Pero yo necesitaba introducir a Herman como objeto de conversación para saber algo de lo que pasaba allí, algo que me diese alguna pista de lo que hacía día a día en aquel macabro lugar -. No quiero decir que a mí me parezca bien lo que hace. Él ya sabe que no, y supongo que por eso no me cuenta nada. Pero yo le quiero, y no lo haría si no tuviese algo que le diferenciase del resto. Es difícil para él… no sé cómo explicarte…
Ella guardó un silencio que yo interpreté claramente como una forma de decirme: “usted no tiene ni puta idea de lo que hace su marido” al mismo tiempo que un nudo en mi garganta parecía obstruirme la respiración.
-Señora Scholz, usted no tiene por qué explicarme nada – dijo tímidamente cuando yo fui incapaz de esconder más mi cara -. Mire, no puedo decirle que nos tratan bien allí, le mentiría. Pero sí le puedo decir que nunca ningún oficial se había preocupado de que los soldados no cometiesen abusos en su campamento, ni por reducir el número de bajas… – la miré descolocada, preguntándome verdaderamente si lo que estaba escuchando eran de verdad palabras que, contra todo pronóstico, dejaban a Herman en un “buen lugar”. Y entonces Rachel siguió hablando con cierta inseguridad – el otro día… cuando le dije de dónde había salido el pelo de las botas de su marido… bueno, debí explicarle que en los demás campamentos se dejó a los prisioneros esperando dentro de los mismos vagones en los que habían llegado porque casi no hay sitio. Estaban muriéndose encerrados bajo el sol, así que su marido…
Rachel no terminó la frase porque la abracé inesperadamente con fuerza. Primero porque no podía creerme que esa gente, en la posición en la que estaba, pudiese ser capaz de decir nada bueno acerca de alguien como Herman. Y segundo, porque eso sólo podía significar que, después de todo, él también era capaz de influir positivamente en el Teniente que no tenía más narices que ser.
-Lo siento – me disculpé por mi impulsiva reacción intentando contener unas lágrimas de felicidad.
-No importa – contestó descolocada mientras regresábamos de nuevo a la elaboración del bizcocho.
Procuré buscar otro tema de conversación. Dándome por satisfecha con aquel enorme – mejor dicho, gigantesco – avance y animada porque por fin tenía a alguien con quien hablar en la ausencia de Herman. Alguien que además parecía disfrutar de nuestras vagas palabras y que -aunque mostraba una gesticulación oxidada por el desuso – dejaba entrever cierta nota de agradecimiento por una simple conversación.
Aquella tarde, cuando Herman llegó a casa, le recibí con un gran abrazo en la entrada del salón.
-¿Qué demonios has hecho esta tarde? – Me preguntó extrañado tras aceptar el enorme beso que había deseado darle desde que había obtenido el fruto de mis pesquisas por libre.
-¡Te he hecho un bizcocho!
-¡Venga ya! – Exclamó riéndose.
Decidí mostrárselo directamente y le conduje hasta la mesa del comedor, donde mi gran obra culinaria reposaba orgullosamente inflada de una forma desigual. Tenía que haberle hecho caso a Rachel y servirlo troceado para que no se apreciase el “amorfismo”.
-Dios mío… – murmuró – creí que lo habrían las cocineras y que intentarías convencerme de que lo habías hecho tú. Pero es evidente que esto es obra tuya… – dijo frunciendo la nariz de una forma graciosa mientras lo observaba.
-Vamos, Herman… – ronroneé sujetando su brazo – sólo intento que me perdones por comportarme como una imbécil estos días.
No estaba muy acostumbrada a pedir disculpas, y en este caso, ni siquiera estaba segura de tener que pedirlas. Pero yo quería a mi marido de vuelta y alguien tenía que dar el primer paso.
-Está bien, probemos esta “maravilla”… – accedió pacíficamente antes de besarme en la coronilla y tomar asiento.
-¿No quieres cenar primero?
-No, no tengo mucha hambre… – me informó desabrochándose el primer botón del uniforme, aquél que parecía ahogarle manteniendo el emblema con la doble S rúnica celosamente ceñido a su cuello.
Serví también el chocolate que habíamos preparado para acompañar el bizcocho y cenamos mientras me comentaba que los ingleses se habían aliado con los soviéticos después de que Leningrado hubiese sido atacada por el ejército del norte. Después elogió el sabor de mi bizcocho remarcando entre risas que nada hacía presagiar que fuese comestible. Le conté que el que Rachel había hecho para enseñarme tenía una pinta estupenda pero que les había insistido para que se lo comiesen ellas, algo que le sorprendió positivamente a juzgar por su reacción.
-Erika, comprendo que todo este “secretismo” acerca de mi trabajo te inquiete… pero si lo hago de esta manera es porque ya te he dicho que no quiero que tengas nada que ver con todas esas barbaridades, ¿lo entiendes? – El corazón me dio un vuelco al escuchar “barbaridades”, pero no pude hacer otra cosa que asentir mientras le miraba a los ojos -. Te quiero – dijo cogiendo mi mano sobre la mesa.
-Y yo a ti – contesté con sinceridad -. ¿Vamos a cama? – Pregunté en voz baja como si temiese que alguien pudiese más pudiese escucharme a pesar de que estábamos solos.
-No puedo, todavía tengo que ocuparme de algunos asuntos antes. Pero ve tú y espérame, terminaré enseguida.
No acepté, pero tampoco hice nada para detenerle cuando se levantó de la mesa y recogió su carpeta antes de desaparecer camino del despacho. Me quedé un par de minutos pensando en mi oxímoron favorito: él. Un cúmulo de incongruencias que no terminaba de contemplar al mismo tiempo. Como si realmente me resultase imposible conjugar todos los aspectos que conocía de su personalidad mientras me imaginaba los que todavía me quedaban por conocer. Bueno, por lo menos sabía que él trataba como podía de mantener el orden en la pequeña parcela del Reich que le tocaba administrar, y eso me producía un sentimiento de orgullo hacia él que – al menos de momento – me hacía verle con buenos ojos.
Me levanté y me dirigí a nuestra habitación. Pero me puse el camisón y ni siquiera me planteé esperarle en cama, sino que me dirigí al despacho de Herman. No había cerrado la puerta del todo así que sólo tuve que empujarla levemente para encontrarle en el escritorio, firmando algo y leyendo atentamente unas hojas.
-¿Te queda mucho, Her? – Inquirí con cierta picardía.
Él dejó la pluma sobre la mesa y me miró sonriente mientras apoyaba su cara sobre su mano. Sonreía porque sin duda sabía lo que quería, y lo sabía porque – a parte de mi lenguaje corporal – me había apropiado del diminutivo con el que Berta se refería a él para reclamarle aquello que ahora no estaba moralmente vedado para nosotros. Aunque nunca nos importó lo más mínimo que lo estuviese.
-Nunca te rindes, ¿verdad? – Dijo mientras me indicaba con su dedo índice que me acercase. Di un par de pasos hacia delante, caminando lentamente mientras negaba con la cabeza – ¿No? – Insistió mientras yo seguía negando a medida que avanzaba con deliberada suavidad – ¿Puedes enseñarme tu mano derecha? ¿Qué llevas ahí? – Preguntó derrochando un tono burlón mientras yo le enseñaba la alianza que me convertía en lo que tantas veces me había negado a ser.
-Alguna vez me he rendido… – confesé mientras rodeaba la mesa para ponerme a su lado – ¿puedo saber qué haces?
-Organizo unos traslados que quiero solucionar cuanto antes – contestó mientras apartaba los papeles a un lado para llevar una mano a mi cintura, instándome con ella a colocarme en el poco espacio que había entre él y la mesa.
-¿Puedo preguntarte algo? – Inquirí rodeando su nuca cuando él dejó caer su cabeza sobre mi vientre mientras cercaba mis muslos con sus brazos. Me asintió con un vago sonido -. ¿Cómo puedes traer a cien prisioneros a casa todos los días sin que nadie se oponga? – Mi voz sonó débil, como temiendo encontrarse con otra respuesta ambigua que no iba a aclarar mis dudas. Pero no fue así.
-Nuestros caballos… – me adelantó en un suspiro -. Tenemos una de las ganaderías más prestigiosas del país, Erika. Hago tratos con el ejército, les vendo ejemplares o simplemente se los presto para algún desfile… igual que ellos me dejan a mí algunos sementales de vez en cuando. Es un negocio y eso me convierte en empresario. Con lo cual, tengo derecho a utilizar la mano de obra que el Reich le está ofreciendo a sus empresarios. Oficialmente, toda esa gente viene aquí a trabajar en el negocio familiar. Excepto un par de empleados que vienen a ocuparse de la casa o del jardín – me explicó con una pausada voz como si estuviese a punto de quedarse dormido.
-Pero los soldados que les acompañan saben que no es así, que tienes reclusos esparcidos por toda la finca, ¿y si tiran del hilo?
-Los que podrían tirar del hilo tienen las manos atadas por Berg… esos soldados que vienen a casa no tienen derecho a ponerme en duda, están aquí bajo mis órdenes. Pero nadie va a osar tirar del hilo cuando se trata de la familia Scholz, Erika. Ni siquiera la secreta. Hay más condecoraciones en mi familia que en todo el cuerpo de la secreta… nadie pone el ojo en una familia como la nuestra. Se supone que yo soy igual que mi abuelo y que mi padre… – su voz volvió a sonar cansada. Pero yo me encogí al pensar que si la policía secreta del Reich metía las narices en algo, lo más prudente que yo podría hacer sería pegarme un tiro – en el fondo lo soy, sino no llevaría este uniforme…
Si le dijese que no lo era, él insistiría en que sí lo era y entonces nos saldríamos por la tangente antes de tener la oportunidad de preguntarle algo que recordé en aquel momento.
-¿Berg te ha dicho algo de todo esto?
-No. Berg es demasiado bueno en todo, sabe perfectamente qué decir para no comprometerse y para no comprometerme a mí…
-¿Qué quieres decir?
Herman suspiró, me soltó y se recostó sobre el respaldo de la silla antes de frotarse la frente mientras comenzaba a hablar.
 
 

-Berg lo sabe todo y sólo sabe lo que le conviene, Erika… por eso es tan jodidamente bueno. No hace falta hablar directamente de algo porque él ya sabe de qué estás hablando. Me conoce demasiado bien, sabe que no necesito a toda esa gente. Y lo sabe tan bien como yo sé que está de acuerdo, porque él también lo haría si su puesto le diese la oportunidad. Es de fiar, no es como mi padre, que hubiera traicionado a cualquiera de su nosotros por seguir ciegamente los ideales del régimen. Él tiene principios, y lo que es más importante, sabe imponerlos de forma que parezcan los principios que a él le han impuesto. Jamás haría nada que me pusiera a tiro –hizo una pausa para mirar despreocupadamente hacia otro lado y después continuó hablando -. ¿Acaso crees que no sabe lo que pasó con Furhmann? Supo desde el primer momento que lo que yo le dije no era más que lo que quería que figurase en el informe oficial. Pero los dos sabíamos que si yo mencionaba lo que había hecho, él estaría en la obligación de delatarme. Y como no iba a hacerlo, el hecho de mentir descaradamente fue el equivalente a guardar las formas para ahorrarnos un favor. ¿Y sabes qué me dijo antes de colgar? – Esperé ansiosa a que continuase hablando, sorprendida de que me estuviera confesando el teatro que se traía con Berg y sacando mis propias conclusiones. Eso significaba que tomaban ciertas precauciones con sus propios “camaradas” y que yo para él también era “de fiar”-. Me dijo: “¡Joder, muchacho! Si supiese que iba a perder la cabeza en Rusia, le hubiese enviado antes. Ahora te mando a alguien, no te preocupes”. Y nadie preguntó nada porque la orden venía de arriba. Así funcionan las SS.

Y aunque me desbordaba la curiosidad de saber por qué dos oficiales de poderosas familias se tomaban semejante molestia a la hora de “guardar las formas”, sabía que de momento no me iba a decir nada más. Sólo pude estremecerme en su franqueza al mismo tiempo que mis pupilas se clavaban en las suyas antes de recorrer el relajado gesto de su cara. Como si en el fondo estuviese deseando que todo aquello que le sustentaba se fuese al traste, contradiciéndose de nuevo a sí mismo y jugando otra vez a estirar esa frontera que distinguía lo que era y lo que otros querían que fuese. Pero recordando con entrañable ilusión que yo para él, era alguien de fiar.
-Te quiero – le dije suavemente mientras le tendía una mano para que me diese la suya. Correspondió mi gesto con la misma dejadez con la que me había contado todo aquello y yo tiré de él para que se incorporase -. Te quiero muchísimo – repetí cuando sus manos rodearon mi cintura y su torso se adhirió al mío con cuidado.
Su agradable olor me capturó antes de que llegase a besarme con aquella entrega que solía poner al hacerlo. Casi había olvidado qué se sentía cuando me besaba de verdad a causa de aquel eclipse de afecto que mi estúpida reacción de hacía algunos días había provocado. Pero tuve el inmenso placer de volver a experimentarlo en el mismo momento en el que mis labios se abrieron bajo los suyos, recibiendo el abrazo de su lengua sobre la mía con la misma delicadeza que ponían sus brazos al rodearme mientras arrastraban el bajo de mi camisón hasta mis costillas. Diciéndome con todo ello que nadie me haría sentir nunca ni la mitad de mujer de lo que me sentía con él. Con quien yo quería estar realmente, porque sabía que a ningún otro le abriría las piernas de la misma manera que las abrí para él tras elevarme sobre mis pies y sentarme al borde de la mesa. Ahogando el leve malestar que me produjo el recuerdo de aquella escena similar en la que él estaba justo dónde había estado su padre, pero de distinta forma, porque en mis encuentros con el Coronel sólo había de por medio el más genuino interés por llevar a cabo un trabajo. Un trabajo que con él quedaba relegado a un segundo plano, o incluso a un tercero. No tenía nada que ver, así que no tenía que sentirme culpable sólo por entregarme en el mismo lugar.
No me resultó difícil convencerme de aquello, y menos con la ayuda que sus manos me brindaron al deshacerme de mi ropa interior después de que él se apartase durante un instante para luego regresar al interior de mis muslos de una manera sugerentemente atropellada, como si los segundos que acababa de invertir en dejar al descubierto mi sexo le hubieran parecido años enteros. El gesto me arrancó una sonrisa que me duró poco, lo mismo que él tardo en adueñarse otra vez de mi boca. Esta vez con decisión, devorándome de una forma que me obligaba a hacer lo mismo mientras sentía que mi deseo se inflamaba a medida que sus manos me retiraban ahora el camisón para descubrir mis pechos.
Y su boca me abandonó para atenderlos cuando me encontré completamente desnuda y a su merced, dejando caer mi espalda hacia atrás al ritmo que marcaban las manos que me guiaron hasta depositarme sobre la superficie del escritorio sin que su lengua osase separarse en ningún momento de mi busto, regalándome su cálido tacto sobre la sensibilidad que derrochaban ahora aquellos pezones que yo notaba rígidos. Tan rígidos como aquella protuberancia que me abrasaba la entrepierna mientras yo dudaba de que él pudiese encontrar en mis pechos ni una mínima parte de aprovechamiento de lo que yo le veía a lo que pugnaba por liberarse de sus pantalones. Algo a lo que sin embargo, no prestaba atención alguna.
Él sólo seguía saboreando mi cuerpo, deslizándose por donde creía conveniente mientras me arrancaba con ello todo tipo de reacciones, excepto la de refrenarle. Ésa no tenía cabida cuando se entretenía conmigo de aquella forma. Es más, siempre me inducía la necesidad de apremiarle inútilmente, porque al fin y al cabo, terminaba dándomelo en la dosis que le daba la gana. Pero era parte del juego. Pertenecía a esos preliminares que él dominaba a la perfección y que le servían para decirme sin palabras que me conocía de una manera casi insultante. Aunque bien mirado, no puedo negar que me encantaba que lo hiciera.
Mi cuerpo se convulsionó sobre la mesa con la placentera sensación que su lengua depositó sobre mi clítoris mientras sus manos colocaban estratégicamente mis muslos sobre sus hombros, flanqueando aquella cara que me regalaba las atenciones de su boca de un modo que me forzaba a luchar por el aire en lugar de respirar, mientras que mis párpados cubrían mis ojos dejando que fuese mi piel la que me dejase constancia de lo que ocurría sobre mi cuerpo. Un cuerpo que aun siendo golpeado por la inminente necesidad de ser ocupado, era capaz de traducir para mi cabeza cada uno de los roces de aquella lengua incomparable que hacía que mis caderas bailasen tímidamente en busca de su constante atención. Siguiéndola un poco más cuando parecía abandonarme para proponerle mi humedad a cambio de la suya, mi propia humedad que ella había hecho crecer una vez más.
Pero la atención cesó en uno de esos momentos en los que Herman sabe dejarme, perfectamente consciente de que es en ese instante cuando más deseo que continúe. Y consciente también de que mi excitación crece todavía más cuando su cuerpo sobrevuela el mío a ras de mi piel hasta que los ojos del azul más limpio que he visto en mi vida se encuentran con los míos. Cosa que casi siempre sucede al mismo tiempo que su miembro palpa tenuemente mi hendidura, dejando que se escurra tentadoramente entre mis labios mayores para mostrarle a mi resbaladizo y algodonado sexo la implacable consistencia del suyo antes de penetrarme. Como si estuviese avisándole de que va a llevárselo por delante a la vez que me incita a desear que lo haga.
 
Ahogó un gemido sobre mi cuello cuando lo hizo. Obligándome a que yo dejase escapar el que había contenido desde que su boca se había separado del lugar en el que ahora se estrellaba su bajo vientre con cada una de sus cuidadosas acometidas. Siguiendo aquel patrón que le encantaba marcar para que no me quedase más remedio que retorcerme con cada milímetro que me introducía o me sacaba.
Me enerva que haga eso. Me encantaría sujetar su mandíbula para obligarle a mirarme y suplicarle que lo haga más rápido en lugar de condenarme a esperar temblorosamente desde que comienza ese retroceso hasta que su cuerpo vuelve a rendirme tributo enterrándose en lo más hondo del mío con una particular vagancia que no me deja más remedio que ceñirme a sus caderas con mis piernas. Pero supongo que se reiría con esa despreocupación con la que sabe salir airoso de cualquier lance y después me lo haría todavía más lento. Así que acepto libremente el decreto que le permite torturarme durante algunos minutos, a sabiendas de que luego me los devolverá con intereses.
Y sin embargo, esta vez sus caderas parecían atormentarme más que nunca, desenvolviéndose entre mis muslos sin desprenderse del cauteloso ritmo que marcaban, y hasta conseguir que el roce de su sexo al moverse a través del mío me resultase la forma más inhumana de saciar el deseo de alguien.
-Herman, más rápido por favor… – imploré entrecortadamente en un par de suspiros.
El hecho de que su boca estuviese ocupada jugando en las inmediaciones del lóbulo de mi oreja no fue suficiente para no permitirme percibir un jocoso atisbo de risa que murió cuando su pelvis me dio lo que le pedía mientras que una de sus manos se deslizaba hasta mi nuca, dejando su pulgar al final de mi mandíbula para sujetar mi cara de un modo dominante que me resultaba increíblemente tierno.
Ahora sí que me deshacía. Mis dedos se expandieron sobre su espalda anclándose a su musculatura mientras respiraba frenéticamente sobre mi yugular y me embestía ensartándose con firmeza, hasta que sus caderas desplazaban mi cuerpo bajo el suyo. No hice nada, no podía moverme más que lo justo para ofrecerle una penetración limpia, pero no importaba porque con sus movimientos era más que suficiente para que mi orgasmo estuviese a punto de hacer una estelar aparición. Y comencé a jadear, completamente convencida de que iba a ser el mejor de mi vida, avanzando imparable hacia ese momento en el que un escalofrío anuncia lo irremediable. Incluso cerré los ojos con fuerza y estiré mi cuello para recibir el apoteósico momento.
Y entonces mi orgasmo – mi prometido y perseguido final – se quedó entre bambalinas cuando Herman, tras clavarse con ahínco dentro de mí, decidió retomar sus perezosos movimientos.
Abrí mis ojos con desesperación, apretando fuertemente mis mandíbulas para ahogar un grito antes de intentar relajarme.
-Más rápido, Herman… – susurré con una melosa e inocente voz. Mis plegarias fueron vanas. Esperé durante algunos segundos pero mi petición no fue atendida – Her… – insistí con el mismo tono cerca de su oído. Pero “Her” continuaba su vago quehacer con la cara completamente hundida en mi cuello, suspirando agitadamente mientras me penetraba a un ritmo más bajo que el de su respiración – ¡Herman, por Dios! – supliqué probando con un tono más alto.
-No –. Fue lo único que me dijo elevando su cara un par de centímetros para volver a desaparecer de nuevo al lado de mi cuello.
No tuve más remedio que quedarme quieta bajo su cuerpo, dejándole hacer y sabiendo que seguiría haciéndolo de aquella manera que crispaba mis nervios al acercarme tan lentamente a un final que ya se me había escapado de las manos por su puñetera culpa.
Me rendí y me abandoné a sus movimientos lentos, intentando poner en práctica aquello de: “si no puedes con tu enemigo, únete a él” y disfrutando de la abrasadora sensación que me producía cuando llegaba al final y empujaba todavía un poco más, como si quisiera asegurarse de que ya no era posible trepar más arriba.
-Sólo un poco más rápido… – le pedí cerrando los ojos mientras ese plano emocional que precede al orgasmo y que parece ajeno a la realidad se hacía dueño de mi cuerpo, prolongándose en el tiempo sin llegar a dármelo. Tampoco me hizo caso -. Por favor… – susurré invirtiendo mis últimas fuerzas en contorsionar mi cuerpo a causa del infinito placer que su vaivén me regalaba.
Sus movimientos se acortaron mientras su mano me obligaba a enfocar su cara. Ahora entraba hasta el final con una dosis extra de empuje y salía solo hasta la mitad de su miembro, pero igual de insoportablemente lento.
-Te he dicho que no – me impuso interrumpiendo su atolondrada respiración.
Y él tenía razón. Hacerlo así era como si el momento previo a un final de órdago se perpetuase hasta perder la noción del tiempo y hasta llegar a consumirte en la inminente necesidad de alcanzar el clímax por fin. Contradictorio, sí, pero sumamente placentero. Y también indescriptiblemente satisfactorio cuando mi vientre comenzó a contraerse casi por propia voluntad antes de que lo hiciesen también los músculos de mi sexo, abrazando aquel cuerpo que se deslizaba en su interior y ofreciéndome cada detalle de sus movimientos al mismo tiempo que Herman era incapaz de reprimir un gemido que pareció sorprenderle incluso a él mismo.
-Oh, Dios… no aprietes… – alcanzó a decir tras modular la respiración.
Puede que si las cosas hubiesen sido de otra manera le hubiera hecho caso. Pero en cuanto su voz me lo pidió con la misma desesperación que la mía hacía unos minutos, supe enseguida lo que tenía que hacer. Y apreté. Apreté haciéndole boquear a escasa distancia de mi cuello, derramando su aliento sobre mi piel y enloqueciéndome al tratar de imponerse un ritmo que comenzaba a escapar a su control mientras que yo me deleitaba en aquellas traviesas embestidas que no lograba retener en algunas ocasiones.
<<¿Qué te ocurre, Her?>> Pensé mientras intentaba dar con el momento para preguntárselo con aquel tono socarrón que ya estaba preparando. Pero todo aquello se me quedó en una mera intención ante la imposibilidad de dominar mi respiración, porque yo estaba experimentando una sensación de colapso general que me impedía hacer cualquier otra cosa que no fuese centrarme en cómo mi cuerpo se rendía a la fruición que poco a poco iba embargándolo, mientras las suaves oleadas que dibujaban las caderas de Herman entre las mías iban acumulando poco a poco cada nota de placer. Matizándolas con la satisfacción de dejarme sentir su pulso acelerado al posar su pecho sobre el mío, o besándome el cuello sin más freno que sus propias espiraciones, que me dejaban pequeñas muestras de aquel olor que me hacía buscarle con todos mis sentidos mientras esperaba pacientemente, supeditada a su voluntad ante la imposibilidad de hacer nada más que confiar en que sabría devolverme el tiempo una vez más.
Abrí más mi boca para respirar, incapaz de hacerme con el aire que necesitaba valiéndome sólo de mi nariz y demandando cada vez inspiraciones más profundas. Proporcionales a la magnitud de aquellas penetraciones que cada vez se adentraban más, al mismo tiempo que aquel vientre se llevaba mi clítoris con el suave barrido que iba a hacer que me corriese después de unos minutos que me habían parecido horas.
Y después de eso, simplemente estallé en medio de sus aterciopelados movimientos. Tensando mi cuerpo hasta límites insospechados antes de rendirme al orgasmo más nítido que había tenido en mi vida. Las piernas me temblaban con cada sacudida en medio de lo que yo percibí como un pasaje más propio de un cuadro del romanticismo, mientras apreciaba claramente cada convulsión de mi sexo y las que pertenecían al de Herman. Sí, también era capaz de percibir las convulsiones de aquel arrogante marido que me empapaba a medida que se derrumbaba apabullado, aferrándose a mis caderas desesperadamente para seguir hundiéndose entre mis piernas aunque eso pudiera parecer ya imposible. Y todo aquello fue absolutamente delicioso, aunque pensar ahora en lo que costaba alcanzarlo me originaba una enorme pereza.
Me llevé una mano sobre la frente cuando mi cuerpo se relajó después del fragor de la batalla más candente que jamás habíamos librado, afanándome por volver a respirar con normalidad mientras trataba de convencerme a mí misma de que había sido real.
-Te odio… – dije después de darme cuenta del placentero extremo que había llegado a alcanzar siendo coaccionada con la más ardua de las desesperaciones.
Él se rió mientras reposaba todavía sobre mí.
-Y una mierda, querida – contestó antes de elevarse sobre sus brazos y besarme -. Me quieres tanto como yo a ti. Y lo sabes.
No lo rebatí. Hubiese sido inútil, así que le devolví el beso y nos fuimos a cama tras recoger mi ropa. Aquella noche volví a dormirme en los brazos de Herman, deseando que al día siguiente no tuviese que levantarse para ir a ningún sitio – o más bien, a ése sitio en concreto -.
Pero no fue así. Al día siguiente me desperté justo a tiempo de acercarme a la ventana y verle subir en el coche que le recogía cada mañana. Y también vi los camiones que traían a los empleados, así que me vestí para bajar a desayunar, ligeramente esperanzada por la posibilidad de que Rachel no hubiese perdido la confianza que habíamos establecido el día anterior.
Me agradó comprobar que no lo había hecho, e incluso mantuvimos una conversación bastante normal mientras desayunaba. Le ofrecí un bollo de desayuno, pero lo rechazó. Supongo que todavía no habíamos llegado a ese punto y recordé que la tarde anterior había tenido que hacer verdaderos méritos para que se comiesen el bizcocho que ella había hecho. Pero ya me las arreglaría. Aquella mañana estaba exultante. Por lo menos lo estuve hasta que “mi suegra” telefoneó a casa para decirme que “mi cuñada” pasaría un par de semanas con nosotros.

<> Pensé mientras recibía la noticia con fingida alegría.

Mas relatos míos en:

http://www.todorelatos.com/perfil/1329651/
 
 
 

Relato erótico: Una Chica especial (POR KAISER)

$
0
0
 

Calladamente llega a clases, entra a la sala y se ubica en su puesto a la espera que llegue el profesor. Reservada y tranquila, así es ella. Saluda a sus compañeras de manera bastante seria, algo típico en Gabriela. Al principio les molestaba su actitud tan distante, pero ahora ya no la toman en cuenta, “es una perra amargada” dijeron en una ocasión.

Gabriela mantiene distancia con todo en el curso. Siempre trabaja sola y cuando debe hacerlo con otro compañero lo hace solo en el colegio, rara vez se junta con alguien después de clases a menos que sea estrictamente necesario. No es nada popular entre sus compañeros por ello, la encuentran arrogante y sobrada. Muy poco se sabe de ella, vive sola en un departamento que sus abuelos le pagan, no se sabe nada de sus padres o si tienes hermanos o algo así, básicamente ella es todo un misterio.
Ella no es fea, posee un bello rostro de facciones suaves, ojos claros y pelo castaño claro hasta el hombro. Siempre viste ropas bien holgadas y sueltas, aunque en una ocasión se le vio llegar con un peto más ligero y se aprecia una bella figura, algunos chicos se le han acercado pero los rechaza de forma bastante directa e incluso los llega a insultar.
Es día viernes en la tarde y la clase de deportes esta por empezar. Todos llegan al gimnasio y se preparan para la clase y se cambian de ropa, Gabriela espera afuera a que se desocupe el camarín de mujeres, esto mientras sus compañeras se alistan. “Que rara es esta tipa” comenta Teresa al ver a Gabriela afuera, “déjala si es así” le responde Valeria. Al cabo de un rato entra Gabriela y rápidamente se cambia de ropa. El contraste entre ella y sus compañeras es notable, mientras la mayoría opta por poleras ajustadas y pantalones deportivos bien cortos para lucir sus cuerpos ella se viste con poleras anchas y holgadas y pantalones deportivos largos e igualmente anchos.
A pesar de todo Gabriela es una buena deportista, en la práctica de deportes se muestra muy activa. Una de las evaluaciones consiste en una demostración de básquetbol donde deben enfrentarse en uno a uno, la rival de Gabriela será Valeria, una de las chicas mas populares del curso.
El profesor da las indicaciones y el partido comienza. Gabriela rápidamente demuestra su habilidad, para sorpresa de sus compañeros, y Valeria tiene problemas al marcarla, todos están atentos al duelo y lo siguen con interés. Valeria se esfuerza por seguirle el paso pero se le resulta muy complicado, por su parte Gabriela se siente algo incomoda cuando Valeria se le encima para marcarla, el sentir los pechos de su compañera en la espalda la hacen desesperarse un poco, Valeria es reconocida por el tamaño de su busto.
El partido continúa y se vuelve mas intenso, Valeria no esta dispuesta a perder y se empeña por marcar a su compañera. Sorpresivamente cuando Gabriela salta para tratar de encestar Valeria salta a marcarla y ambas chocan. Al caer Valeria pierde el equilibrio y le cae encima a Gabriela la cual queda bajo su compañera, de forma involuntaria la rubia le restriega sus grandes pechos en la cara. Gabriela se desespera y trata de poner se de pie.
“¿Oye estas bien?”, le pregunta Valeria, Gabriela se pone de pie y se aleja cojeando, “si gracias, solo me torcí el tobillo”. Valeria se le acerca a revisarla pero Gabriela se aleja con un gesto algo brusco. “Oye que te pasa solo quería ver si estabas bien” le replica Valeria molesta, “¡solo déjame ya!” replica Gabriela en un tono mas duro. El profesor interviene y da por terminada la evaluación para ambas y envía a Gabriela a descansar. “¿Qué demonios le pasa a esa tipa?” reclama la rubia, “solo déjala ya sabes que es bien rara” dice Teresa, “ven vamos a comprar algo de beber me muero de sed” agrega Ana. Gabriela se queda sentada en una orilla y se toma la cabeza, a la distancia las chicas la ven con extrañeza.
Gabriela esta comprando en un quisco cuando se da cuenta que la clase termino. De inmediato regresa al gimnasio y se asegura que no haya nadie en el camarín de mujeres para poder darse una ducha y cambiarse ropa. A la distancia solo esta el profesor el cual recoge sus cosas y se va. Ella entra al camarín y lo revisa no encontrando a nadie.
De un casillero saca su bolso y se va la última ducha disponible en el fondo del camarín. Se saca su ropa y la guarda en su bolso, luego deja una toalla en una percha y se mete bajo el agua. Gabriela se relaja un poco y respira hondo, ha sido un día bastante agitado y solo quiere volver a su casa. Se acuerda del duelo que tuvo contra Valeria, el solo recordar la sensación de sentir los pechos de la rubia sobre su cuerpo le provoca un escalofrió, ella trata de olvidarlo pero no puede, de forma casi involuntaria comienza a deslizarse una mano entre sus piernas.
“¿Y bien como te fue en la fiesta el otro día?”, al oír esto Gabriela reacciona casi aterrada, de inmediato cierra la llave de la ducha para no ser oída, no quiere ser vista por sus compañeras. “Horrible, toda una decepción, pensaba follarlo pero el idiota se corrió en mi boca cuando se la estaba mamando” se lamenta Valeria acerca de su cita de anoche, “¿y a ti como te fue? Supe que tu primo iba a venir” le pregunta después a Teresa, “así es llego ayer, pero llego con su novia”, “¿y él es tan guapo como dices?” pregunta Ana, “si es bien guapo, de hecho hace tiempo que le tengo ganas, por desgracia no es muy listo, le insinué en un par de ocasiones hacer un trío con él y su novia pero ni siquiera me tomo en cuenta, ¿y tu como lo pasaste?”, “pésimo, yo trabaje de promotora ayer en la noche en un evento, me canse que puros viejos se me insinúen a cada rato” comenta Ana.
Las tres chicas conversan alegremente de su vida privada. Gabriela guarda estricto silencio, no dice una palabra. Por una rendija las espía mientras las chicas se van sacando la ropa y se preparan para darse una ducha. Ella observa a sus amigas desnudas y no puede evitar excitarse un poco, algo que le avergüenza. Gabriela cierra sus ojos y carga sus manos entre sus piernas, fue ahí cuando de pronto Valeria abre la puerta de la ducha y la sorprende, al verla ella se queda sin habla. Al notar la reacción de su amiga Ana y Teresa acuden a ver que ocurre, “¡que rayos!” exclama Ana en voz alta, Gabriela abre los ojos y se ve sorprendida, desesperada ella simplemente cae al piso y rompe en llanto.
Las chicas casi no saben que hacer, finalmente Valeria le hace un gesto a Ana y esta sale corriendo y cierra la puerta del camarín con llave para que nadie más entre. Teresa entra a la ducha y levanta a Gabriela mientras Valeria la envuelve en una toalla y la hacen sentarse en una banca, tratan de calmarla como pueden. Gabriela no deja de llorar, ellas se miran las caras sin saber que hacer ante esta situación, “¿pero como es posible esto?” le pregunta Ana, “¡no se, no se!” responde Gabriela visiblemente alterada, “¡desde que me acuerdo he sido así, no se que hacer ahora que todos lo van a saber!”, Valeria la sacude con firmeza para hacerla reaccionar, “¡solo cálmate, nadie lo va a saber, no se lo vamos a decir a nadie!” le insiste y sus amigas repiten lo mismo, esto hace que Gabriela se calme un poco, Teresa le ofrece algo de beber y poco a poco se recupera.
Ya más calmada ellas miran atentamente a Gabriela, un miembro se asoma entre sus piernas y al mismo tiempo posee un coño, ellas no entienden nada. “Soy hermafrodita” les dice, “¿Qué cosa?” pregunta Valeria, “hermafrodita, tengo pene y vagina, una mujer pero con órganos sexuales masculinos y femeninos al mismo tiempo”, la cara de asombro de todas es más que evidente. “¿Pero como es posible?” le pregunta Teresa, “no lo se, al principio era una chica normal, hasta que cuando cumplí los 10 años esto se empezó a desarrollar, nunca se lo dije a nadie y siempre trate de ocultarlo, no saben por lo que he pasado para esconder esto” dice ella muy apenada y con lagrimas en sus ojos, sus compañeras se compadecen y entienden el por que es tan reservada y distante con los demás, el miedo que ella siente de que la descubran debe ser muy grande.

Gabriela ya se siente mejor, “tranquila no le diremos a nadie, tu secreto estará a salvo” le dice Valeria que le da un efusivo abrazo. En ese momento la rubia siente algo presionando contra su cuerpo, al separarse se da cuenta que el miembro de Gabriela se ha puesto duro y erecto, “¡vaya es increíble!” comenta, sus amigas observan atónitas. Gabriela se sonroja y se avergüenza por ello, “¿te excitaste con mi abrazo?” le pregunta Valeria, pero su amiga solo baja la mirada avergonzada y trata de cubrirse su verga, Teresa no se lo permite, “déjanos ver” le dice. Gabriela de forma reticente separa sus piernas y aleja sus manos, sus compañeras se hincan frente a ella y observan su miembro asombradas, esta duro y erecto su roja cabeza se aprecia claramente.

Ana toma la iniciativa y delicadamente lo toma con una mano, Gabriela suspira profundamente y Ana lo siente palpitar, lo frota levemente y este reacciona al igual que Gabriela cuya respiración se vuelve entrecortada. “déjame probar” dice Teresa, ella es más directa y frota con ambas manos el miembro de Gabriela la cual trata de impedirlo pero Valeria la detiene. La rubia se sienta tras ella y apoya sus pechos en las espalda de su amiga y le toma las manos, “tranquila, solo relájate” le dice al oído y le empieza a besar el cuello delicadamente haciendo que su amiga se derrita. “¿Te has masturbado con el?” le pregunta Ana, débilmente Gabriela le responde que si mientras Valeria la sigue besando en el cuello y con sus manos ahora busca sus pechos, “¿y te has corrido?”, de nuevo le responde que si.

Valeria no deja de masajear los senos de Gabriela, ella esta muy excitada y trata de controlarse, pero la rubia no la deja. Teresa y Ana siguen acariciando la verga de su amiga, se la frotan y envuelven con sus manos su miembro el cual sienten palpitar a cada instante. “Vamos a probarlo” dice Ana y Gabriela observa desaparecer su verga entre los labios de su amiga, la calidez de su boca y el roce de sus labios la hace estremecerse por completo. Sus gemidos se hacen más fuertes hasta que Valeria sella sus labios con los suyos y hunde su lengua en la boca de su amiga. Gabriela se siente inundada por toda clase de sensaciones, Ana y Teresa se la están mamando al mismo tiempo y se sobresalta cuando Ana le separa bien las piernas y le roza su coño, “eres bien sensible” le dice.
Las tres ponen a Gabriela sobre la banca. Valeria se pone encima de ella y la besa apasionadamente y frota sus pechos contra los de ella, poco a poco Gabriela cede ante sus amigas. Teresa se ocupa de hacerle una tremenda mamada, “¡tu verga sabe increíble!” le dice, Gabriela se retuerce al sentir como Ana se lo hace en su coño, mete su lengua y sus dedos sin darle tregua. Valeria le pasa sus pechos en la cara y Gabriela de inmediato se los chupa y lame, “no sabes desde hace cuanto quería hacerte esto” le confiesa Gabriela, “¡pues házmelo!” le responde la guapa rubia.
“Te la quiero mamar ahora” dice Valeria, Ana y Teresa le devoran los pechos y la besan mientras Valeria usa sus carnosos labios, “¡es grande, dura y deliciosa!” dice la rubia que se la chupa y se la frota insistentemente. Mete su lengua en su coño y después continúa hasta llegar a su miembro. Ana le toma una mano a Gabriela y la lleva hasta su entrepierna, “presiona tus dedos aquí” le dice y ella se los hunde en el coño, Teresa hace lo mismo y mientras le devoran los pechos Gabriela masturba a sus amigas. Valeria no deja de mamarle su verga, se la chupa con insistencia y le mete sus dedos en el coño, Gabriela no deja de moverse nunca había sentido algo así antes. “¡No puedo más, no puedo más!” comienza a gritar Gabriela y Valeria siente como su boca se llena de semen el cual se escurre por su cuerpo.
Las chicas observan como brota del miembro de Gabriela y se apresuran a saborearlo lamiendo todo lo que cae. Valeria se monta sobre Gabriela y le da un beso haciéndole probar su propio semen, “sabe delicioso, es mucho mejor que el de un hombre” le dice. Gabriela esta completamente extasiada. “¡Oye mira esto!” le dice Ana a Valeria, las tres se dan cuenta como, a pesar de haberse corrido en abundancia, la verga de Gabriela aun seguía dura y erecta, “¡increíble!” exclama Teresa, Valeria sonríe, “¡veamos que más puede hacer!”.
La voluptuosa rubia se monta sobre Gabriela, sus amigas sujetan su verga que se siente dura y palpitante. Gabriela las observa como su amiga se va metiendo lentamente su verga, “¡aaaaah, es grande es increíble!” exclama la rubia a medida que siente aquel miembro recorriéndola por dentro. Gabriela se muerde los labios de placer, la sensación es indescriptible mientras su verga se ve envuelta por el coño de la rubia. Valeria finalmente la recibe toda dentro, “¡la siento palpitar en mi sexo eres sensacional!” le dice a Gabriela que esta casi fuera de si.
Valeria comienza a cabalgarle encima, primero lentamente pero a medida que va tomando el ritmo lo hace con más fuerza y rapidez. Sus pechos se agitan frente a Gabriela que la toma de las caderas y empuja también para penetrarla mejor. Ana y Teresa comenzaron a besarse con Valeria, le soban sus grandes pechos y Ana le hace un dedo en el culo algo que a la rubia le encanta. Gabriela estira sus manos y le soba sus pechos mientras Valeria le cabalga encima, “¡se mueve, se mueve dentro es increíble nunca había sentido una verga así antes!” dice la rubia cuyas palabras se entremezclan con sus gemidos. Teresa se pone sobre Gabriela restregándole su sexo en la cara, de inmediato ella le hace sexo oral y Teresa siente su lengua entrando en su coño.
Las tres chicas se empezaron a turnar para montarse sobre Gabriela, Ana tomo ansiosa el lugar de Valeria, ella es mucho mas esbelta que la voluptuosa rubia pero no menos ardiente. Ana se inclina un poco y Teresa se encarga de hacerle un dedo a Gabriela en su sexo, Valeria le pone su coño en la cara y Gabriela se ve complacida por todos lados. “Follame de otra manera” le dice Teresa. Ella es más bajita que sus amigas, pero tiene un culo bien grande. Se pone de espaldas en la banca y apoya sus piernas en los hombros de Gabriela, Valeria coge el erecto miembro y se lo mete en el coño a su amiga, “ahora bombéale con todo” le dice a Gabriela.
Teresa se queda casi sin aliento mientras Gabriela la folla, Valeria por detrás no deja de meterle los dedos a Gabriela, ya sea por el culo o por su coño y Ana pasa su sexo en el rostro de Teresa. “¡Más fuerte, dale más fuerte!” le incita Valeria mientras hunde sus dedos bien adentro de su amiga, Gabriela le da con todo a Teresa hasta dejarla sin aliento a estas alturas ya sabe muy bien como usar su verga y hacer delirar a sus amigas.
Valeria se pone en cuatro en el piso apoyándose en una toalla, “ven aquí, quiere me desvirgues por el culo”, Gabriela esta impresionada al igual que Teresa y Ana. Valeria aprecia la verga de Gabriela apuntando a su cual daga apunta un soldado, sus amigas le ayudan y le lubrican su culo para facilitar la penetración, el miembro de Gabriela no ha perdido un ápice de dureza. Gabriela lo toma en sus manos y lo dirige metiéndolo entre las nalgas de Valeria que esta más expectante que nunca. Lentamente empieza a presionar y este comienza a desaparecer en el culo de su amiga, “¡aaaaay!” se le escucha a la rubia que aprieta sus puños a medida que se dejante miembro se le va clavando en su culo virgen, Gabriela siente la estreches de Valeria envolviendo y apretando su miembro pero con una acometida final la empala completamente.
“¡Ahora te haré gritar!” le dice, Gabriela la sujeta de las caderas y la folla salvajemente, le arremete con todo ante el asombro de sus amigas que más excitadas que nunca observan a Gabriela destrozarle el culo a Valeria. “¡Más despacio me vas a partir en dos!” le suplica Valeria en medio de sus quejidos pero Gabriela no la escucha y le sigue dando, los pechos de la rubia se agitan ante cada embestida y Gabriela simplemente no le da tregua, la escena tiene atónitas a Teresa y a Ana que solo observan y se masturban entre ellas.
De pronto Valeria colapsa y cae rendida al piso, casi desmayada abrumada por el orgasmo. Gabriela entonces las emprende sobre Teresa cuyo gran culo, más grande que el de Valeria, es un blanco apetitoso ahora. Teresa ya tiene experiencia en el sexo anal, pero la forma en que Gabriela la coge la sorprende por completo y casi no puede seguirle el paso. Gabriela la somete hasta ponerla de espaldas en el piso con su miembro bien enterrado en su culo y usando sus dedos contra el coño de su amiga, Teresa se retuerce y se contorsiona ante semejante cogida que le dan, nuevamente y al igual que con Valeria ella colapsa totalmente extasiada.
Ana observa los ojos de Gabriela, tiene una mirada fija en ella. Gabriela la arrincona y la besa, a la fuerza la voltea y la pone de cara contra la pared. Ana no alcanza a decir nada cuando siente como su culo, también virgen, es penetrado por Gabriela. “¡Aaaaah, es muy grande me vas a partir!” le grita pero Gabriela no la escucha y le sigue dando y metiendo su mano entre los muslos frotando su coño. La aprieta contra la pared metiendo su miembro hasta el fondo y dándole bien duro al igual que como lo hizo con Valeria y Teresa las cuales están al lado observándola. “¡Ya no puedo más!” grita Gabriela y Ana siente su culo inundado por semen, Gabriela saca su verga y Ana cae absolutamente rendida. Gabriela entonces termina de correrse sobre Valeria y Teresa que gustosas reciben su calida descarga, agotada Gabriela se desmaya y queda rendida en el suelo.
A las cuatro chicas les toma varios minutos recuperarse. Ana y Valeria tiene sus culos casi destrozados, Gabriela no les tuvo compasión ni siquiera por ser su primera vez, Teresa esta mejor. Bajo la ducha y en medio de abrazos y caricias se dan un baño y luego se arreglan y se van. “Ahora que ya no tienes que ocultar tu secreto con nosotras, podrás usar tu encanto cada vez que quieras lo haces mejor que un hombre” le dice Valeria, Ana y Teresa están totalmente de acuerdo.
El lunes están en clases de nuevo, Gabriela se muestra más alegre y todos se sorprenden al verla charlando tan animadamente con sus nuevas amigas. En el recreo Ana y Teresa las buscan desesperadamente a Valeria y Gabriela, las perdieron de vista al salir de la sala. Al final las encuentran escondidas en el fondo del patio, Valeria con su blusa abierta y su falda subida con Gabriela dándole por detrás, “¡hey, teníamos un acuerdo que gozaríamos las tres!” reclama Ana, Valeria no responde, esta ocupada siendo follada, “¡no importa, aun tengo para todas!” contesta Gabriela, “bien en ese caso aun nos quedan 15 minutos de recreo” dice Teresa, ella y Ana se empiezan a aligerar sus ropas y esperan su turno junto a Valeria.

Relató erótico: “Descubrí a mi tía viendo una película porno 4” (POR GOLFO)

$
0
0

Descubrí  a mi tía viendo una película porno 4

Después de años de abstinencia, producto de unos complejos absurdos que le habían hecho vivir una existencia sin sexo, mi tía se sentía liberada y feliz al ir descubriendo las distintas facetas de su sexualidad conmigo. Desde que la descubrí viendo una película porno, ha dado rienda suelta a sus fantasías y no solo se ha acostado conmigo sino con Belén y con el padre de esta última.

Decidida a recuperar el tiempo perdido, estaba acurrucada a mi lado cuando al pensar en cómo había cambiado su existencia, supo que jamás volvería a ser la mojigata de antes y sonriendo me empezó a acariciar. Aún dormido, mi pene reaccionó a sus mimos y poco a poco fue poniéndose erecto ante la mirada satisfecha de esa mujer. Al alcanzar el tamaño deseado, se puso a horcajadas sobre mí y colocando mi glande entre los pliegues de su sexo, se fue empalando lentamente.

Al sentirlo  me desperté y me quedé pasmado al comprobar la mirada de lujuria  con la que la zorra de mi tía me recibió. Como estaba medio dormido, me dejé usar durante un par de minutos hasta que ya espabilado, cogiendo sus nalgas entre mis manos, colaboré con ella metiendo hasta el fondo el resto de mi miembro. Elena al sentir que la cabeza de mi pene chocaba contra la pared de su vagina, pegó un aullido de placer y como si fuera yo su montura, comenzó a cabalgar sobre mí buscando que su cuerpo disfrutara nuevamente del placer de ser mujer.

-La zorrita se ha despertado con ganas de juerga- comenté jocosamente al comprobar el volumen de sus berridos.

-¡No lo sabes bien!- fue lo único que alcanzó a decir la hermana de mi madre antes de empezar a sentir que un orgasmo le atenazaba la garganta.

Con su chocho convertido en grifo antes de tiempo, la mujer que durante años se había comportado como una monja, comprendió que en solo dos días se había vuelto adicta a mí y mientras se corría, comenzó a reír a carcajadas.

Sus  risas me hicieron saber que disfrutaba con mi pene inserto en su cuerpo y que era feliz sintiéndose mía.  Sabiendo que esperaba de mí, cogí sus pechos entre mis manos y llevándolos hasta mi boca, me puse a mamar de ellos mientras le decía que tenía unas tetas queme volvían loco.

Mi comentario incrementó su lujuria y ya sin pausa, se puso a saltar usando mi verga como el extintor con el que apagar el incendio que sufría y moviendo sus caderas se echó hacia atrás para darme sus pechos como ofrenda.  La visión de sus pezones, contraídos por la excitación, fueron el acicate que necesitaba  y usando una de mis manos, puse uno de sus senos en mi boca.

Elena gritó al notar que mis dientes se cerraban cruelmente sobre su pezón y agarrando mi cabeza, me exigió que siguiera diciendo:

-¡Muérdeme más!

Su entrega era total y viendo que había aminorado el ritmo con el que se empalaba, tuve que ser yo quien, asiéndola de su culo, la  ayudara a sacar y meter mi sexo dentro del suyo. Al percatarse que ya no le era tan cansada esa postura, se puso como loca y acelerando sus maniobras,  explotó  derramando su flujo sobre mis piernas.   Los gemidos de placer de esa mujer me espolearon y como un joven garañón, galopé en busca de mi orgasmo.

En mi mente, ella no era mi tía sino mi hembra y yo, su semental. Siguiendo el dictado de mi instinto busqué esparcir  mi simiente en su campo. Con el coño completamente mojado, Elena disfrutó  cada vez que mi pene rozaba los labios de su vulva y rellenaba su vagina.   Su orgasmo estaba siendo sensualmente prolongado por mis maniobras, llevándola del placer al éxtasis y vuelta a empezar.  Clavando sus uñas en mi espalda, me rogó que me corriera, que necesitaba sentir mi eyaculación en su interior. 

Ese arañazo derribó mis defensas y pegando un grito, deje que mi tallo explotara dentro de su vagina. Mi tía al sentir los cañonazos de semen en su conducto, chilló de placer riendo.

-¡Cómo me gusta ser tan zorra!- comentó satisfecha dejándose caer a mi lado.

Una vez había desahogado sus ganas, se quedó dormida en la cama. Aprovechando su descanso, me puse a observarla. Su melena morena cayendo sobre la almohada, dotaba a esa madura de una sensualidad difícil de describir pero para colmo esos enormes pechos eran tan duros que aunque estaba acostada boca arriba, seguían como por arte de magia apuntando al techo.

«La vieja tiene un polvo», pensé mientras recordaba en que habíamos quedado con Belén para ir a la playa a tomarnos fotos que inmortalizara nuestra extraña relación…

El book erótico con la persona no esperada.

Dos horas más tarde, me senté a su lado y la empecé a acariciar con el propósito de despertarla. Mi tía al sentir mis manos por su cuello, se despertó y viendo que estaba vestido, me pidió que me desnudara y que volviera a la cama.

-Levántate, hemos quedado- comenté mientras mis yemas se apoderaban de uno de sus pezones.

Su areola, se contrajo dando muestra clara de su excitación y tratando de forzar su calentura para que fuese bien calentita la playa, llevé mi boca hasta su pezón. Elena creyendo que quería hacerle el amor, intentó llevarme nuevamente entre sus brazos pero dando un suave mordisco, le reiteré que se levantara.

-Todavía tenemos tiempo para otro polvo – dijo con voz sensual al tiempo que cogía mi polla entre sus dedos -¿No te apetece volver a tirarte a la zorra de tu tía?

Muerto de risa al ver el monstruo en que se había convertido, la cogí entre mis brazos y llevándola hasta la ducha, le dije:

-No debemos hacer esperar a Belén.

Diez minutos después, Elena salió del baño todavía enfadada por no haber cedido a sus deseos y sin dirigirme la palabra se puso a vestir. Cuando hubo terminado, comprobé que el resultado no podía ser más satisfactorio. Aprovechando que íbamos ir a una cala casi desierta, mi tía se puso un bikini tan escueto y sensual que tuve que reconocer que resaltaba la perfección de sus formas.

«Será una puta pero está buena», sentencié mentalmente al admirar su cuerpo maduro.

La hermana de mi madre se percató de mi mirada y sonriendo me dijo que ya estaba lista por lo que con la cámara de fotos colgada en mi cuello, la llevé hasta su coche y ya en él, me dirigí hacía la playa donde habíamos quedado con mi ex novia.

-Me has dejado cachonda-  protestó rompiendo el silencio..

-Más te vas a poner- respondí señalando la cámara.

Debió de comprender que tenía planeado porque poniendo una expresión pícara, me soltó:

-Mi sobrino es un pervertido.

Al mirarla, me fijé en que sus pezones se le habían erizado. Su reacción me sorprendió. Aunque sabía de su facilidad para calentarse pero aun así el que la perspectiva de ser fotografiada la pusiera cachonda, me pilló desprevenido. Intentando confirmar su calentura, dije:

-Aprovechando que estaremos solos, os voy a hacer a Belén y a tí un book erótico.

Mi tía al oír mis intenciones sonrió con la idea de tomarles fotos de carácter porno y con tono divertido me preguntó si mi ex novia lo sabía.

-Claro- respondí- esa zorrita fue la que me dio la idea. Quiere tener un recuerdo de  este verano.

Sin ocultarle nada, le conté que había aceptado hacer ese reportaje porque al tenerlo grabado, tendríamos bien atada a esa morena para que no se le ocurriera contar nada de nuestra relación incestuosa.  Mi plan le hizo gracia y queriendo formar parte de ello al llegar a nuestro destino, me preguntó:

-¿Qué quieres que haga?

-Follártela mientras yo tomo las fotos.

-¿Nada más?- insistió poniendo cara de perra en celo.

La expresión de cara me informó que quería incluirme en dicho reportaje, Descojonado no contesté  y me puse a bajar las cosas del coche. La playa y tal y como  había previsto estaba desierta y viendo que Belén todavía no había llegado, extendimos nuestras toallas cerca de unas rocas.

Más de media hora después, creí que mis planes se habían ido al garete cuando vi que no era Belén, la que se acercaba a nosotros sino su madre. Tratando que no se me notara la decepción, me levanté a saludarla.

-Buenos días, Doña Aurora. ¿Dónde ha dejado a su hija?- pregunté marcando las distancias.

-Llámame Aurora, el doña me hace sentir vieja- comentó dejando caer su bolso al lado de nuestras toallas y mientras extendía la suya, contestó a mi pregunta diciendo: -Belén se ha tenido que ir con su padre y como aquí no hay cobertura, he decidido venir personalmente para no dejaros plantados.

Tras lo cual, se despojó del vestido que llevaba puesto, dejando comprobar tanto a mi tía como a mí que tenía un cuerpo al menos tan apetecible como el de su retoño. Embutida en un sugerente bikini, esa cuarentona estaba de lo más apetitosa.

«¡Coño! ¡Menudos melones!», valoré al revisar de reojo el tamaño de sus pechos. Eran tan enormes que involuntariamente mi miembro se endureció  solo con pensar en que se sentiría teniéndolos en la boca.

Esas ubres tampoco pasaron desapercibidas a mi tía que comiéndola con los ojos, les dio un buen repaso antes de preguntar si alguien la acompañaba a darse un chapuzón. La erección que sufría me impidió acompañarla y por eso me tuve que quedar tumbado boca abajo mientras salía corriendo rumbo a la orilla.

Para mi mayor confusión la cuarentona al ver que nos quedábamos solos y mientras se echaba crema en ese par de monumentos, soltó:

-Por cierto, me divirtió comprobar que mi hija no es lesbiana. Aunque te reconozco que nunca me esperé de ti que fueras capaz de ponerla cachonda en mi presencia.

Rojo como un tómate, me la quedé mirando totalmente avergonzado. Estaba a punto de pedirle perdón cuando esa señorona  bajando la voz me confesó que llegando a su casa, había interrogado a su niña por nuestra relación.

-¿Y qué te dijo?- pregunté.

Aurora, incrementando mi turbación, soltó una carcajada mientras respondía:

-Según esa zorrita, es solo sexo lo que os une.

Os juro que en ese momento no sabía dónde meterme e incapaz de contestarle, me quedé callado mientras ella seguía comentándome que Belén le había reconocido que conmigo disfrutaba en la cama como nunca antes.

«No me jodas, ¡le ha contado todo!», mascullé entre dientes al verme cazado y sin vías de escape.  Temiendo interiormente que esa mujer le fuera con el cuento a mi madre y que así se enterara de lo que hacía con su hermana, decidí entrar al trapo diciendo:

-Tu hija es muy exagerada. No soy para tanto.

Aurora percatándose del mal trago que estaba pasando, juzgó que todavía no era suficiente y lanzándome el bote de la crema, me soltó:

-Ponme bronceador, ¿no querrás que tu suegrita se queme?

Reconozco que no me esperaba ni el tono meloso con el que lo pidió y menos que tumbándose boca abajo sobre la toalla, se quitara la parte de arriba del bikini, de forma que tuvo que ser también Aurora la que me sacara de la parálisis en la que me había instalado al decirme con los ojos cerrados.

-¿Qué esperas?

Viéndome abocado al desastre, me eché un buen chorro en la mano y tanteando el terreno, comencé a esparcirla por sus hombros.  La actitud de esa cuarentona me tenía desconcertado porque parecía estar tonteando conmigo pero el saber que era la madre de Belén me cohibía.

-Me encanta- susurró al sentir mis dedos dando un suave masaje a los músculos de su cuello.

Para entonces, mi mente era un torbellino. Esa mujer era amiga de mi vieja y por tanto inalcanzable pero su proceder era el de un zorrón desorejado. No sabiendo a qué atenerme, decidí seguir untando la crema y que fuera ella quien diera el siguiente paso, si es que quería darlo. Actuando como si nada, dejé sus hombros y bajando por su cuerpo, cogí el bote y directamente eché bronceador por su espalda, formando un camino.

Aurora suspiró al notar el frescor sobre su piel pero no dijo nada por lo que me puse a esparcirlo, valorando en su justa medida el buen estado físico en que se conservaba.

«¡Tiene un par de polvos!», me dije mientras mis yemas recorrían su anatomía.

Habiendo embadurnado con suficiente crema su espalda, creí que mi función había acabado y me separé de ella, bastante más afectado de lo que me gustaría reconocer porque no en vano, esa mujer estaba buena. Al percatarse que me alejaba, protestó diciendo:

-Me falta el trasero, ¿no pretenderás que se me queme  con tanto sol?

Muerto de vergüenza, volví a su lado y antes de empezar me quedé mirando el culo que tenía que untar. Mordiéndome los labios, comprendí que me iba a resultar imposible no ponerme bruto si tenía que echar crema a esos dos cachetes porque a pesar de sus años, esa mujer lo tenía espléndido. No queriendo parecer ansioso por tocárselo, comencé a embadurnarlo solamente con las yemas sin apoyar la palma, no fuera a ser que se sintiera molesta pero entonces con tono duro, Aurora me exigió que usara toda la mano para que no le quedara marca.

«¿De qué va esta tía?», me pregunté al saber que estaba haciéndome pasar un mal rato apropósito.

Obedeciendo me puse a untar su trasero sin cortarme, esperando que fuera ella quien se turbara al notar la friega descontrolada que hice sobre sus nalgas. Lo que no me esperaba fue que  separando sus rodillas, me pidiera que recogiera la tela de su bikini para no mancharla.

«No te cortes, si es lo que quiere ¡hazlo!», sentencié mientras retiraba la parte de debajo de su bañador.

Al hacerlo, me permití recorrer los bordes de su ojete y fue entonces cuando sorprendiéndome por enésima vez, Aurora se incorporó y sacándolo por los pies, me dijo al tumbarse nuevamente:

-Mejor así. Sigue que me gusta lo pillo que eres.

Sus palabras fueron la confirmación que era una zorra y que deseaba que le diese el mismo trato que a su hija y por eso derramando suficiente crema por la raja de su culo, me puse ya sin reparos a disfrutar de ese trasero. Magreando con descaro sus nalgas, las abrí para contemplar por vez primera el inmaculado ojete de la mujer.

«Nunca se lo han roto», pensé ya excitado y queriendo verificar los límites de esa mujer, crucé la frontera de lo moralmente aceptable, hundiendo una de mis yemas en él.

El gemido de placer que surgió de su garganta me confirmó que esa mujer había venido a la playa a que me la tirara y por eso no solo no se lo saqué sino que usé mi otra mano para tomar posesión de su clítoris. Relajando su culo al tiempo que empezaba a masturbarla, busqué a mi tía. Fue entonces cuando descubrí que desde las rocas, Elena estaba inmortalizando el momento con mi cámara. «Ha debido cogerla sin que nos diéramos cuenta», medité mientras hundía un segundo dedo en el rosado esfínter de la mujer.

-Dios, ¡cómo me gusta!- aulló la cuarentona ya totalmente cachonda por el doble estímulo al que la estaba sometiendo.

Sabiendo que no tardaría en correrse, incrementé la velocidad de mis incursiones mientras me acomodaba de forma que Elena pudiera obtener las mejores instantáneas de lo que iba a suceder.  Quitándome el bañador, separé las piernas de la mujer y cogiendo mi pene, me puse a juguetear con el sexo de la madre de Belén al mismo tiempo que introducía un segundo dedo en su culo.

-Tómame- imploró con su rostro transformado por la lujuria al experimenta el modo en que mi glande se iba abriendo paso entre sus pliegues.

El morbo de saber que nos estaban fotografiando me puso a mil y con un duro movimiento de caderas hundí mi verga en el coño de Aurora. Al tenerlo encharcado, entró con facilidad hasta chocar con la pared de su vagina.

-¡Dame polla! ¡Hazme gritar como a una puta!- rugió la cuarentona al notarse invadida. Tras lo cual moviendo su trasero  se empezó a meter y a sacar mi pene de su interior a una velocidad inusitada.

La velocidad que esa zorra imprimió a sus movimientos me dejó clarísimo que su marido la tenía desatendida pero su afán por ser tomada era tan grande que buscando su placer, me hizo daño.

-Tranquila, ¡coño!- grité al sentir que si seguía a ese ritmo me iba a romper mi pene. Al ver que no respondía y seguía descontrolada, le di un duro azote en su culo diciéndole: -¡Te he dicho que más despacio!

Aurora relinchó al sentir el azote y chillando me pidió que no parara. Al comprobar su entrega, decidí ir en busca de mi placer y cambiando de postura, agarré la melena de la rubia y renovando mis azotes, la azucé a incrementar su ritmo. Eso, la enervó y todavía con más ardor me exigió que siguiera castigando sus nalgas.

-¡Fóllame duro como a mi hija!- aulló con su respiración entrecortada por el placer.

Riéndome de ella y susurrando en su oído lo puta que era seguí cabalgando su cuerpo mientras desde las rocas Elena dejaba para la posteridad grabado en la memoria de la cámara.

Como todavía no quería correrme, incrementé el ritmo de mis cuchilladas para conseguir sacar de su cuerpo un orgasmo que recordara en el futuro. Ejerciendo una autoridad que nadie me había dado exigí a Aurora que se masturbara al mismo tiempo. La cuarentona no se hizo de rogar y cumpliendo mi mandato, llevó su mano hasta su clítoris y lo empezó a  pellizcar al compás de la follada.

El doble maltrato llevó a la mujer hasta el límite y obteniendo un placer  descomunal, se corrió empapando  mis piernas con su flujo.  Sus chillidos fueron la gota que azuzó a mi tía, que  hasta entonces se había mantenido en un discreto segundo plano, a acercarse. Al verla llegar con haciendo una foto tras otra la sonreí y levantando la cabeza de mi presa, le señale la presencia de Elena, diciendo:

-Todavía no hemos acabado, zorrita.

Al percatarme que la recién llegada estaba dejando constancia de su infidelidad, intentó separarse pero reteniéndola con mis brazos, cambié de objetivo y de un solo arreón le metí mi pene hasta el fondo de su culo.

-¡Sácamela!- gritó al experimentar por primera vez su ojete invadido. -¡Me duele!

Sus lamentos lejos de acerme retroceder, me dieron alas para forzando hasta lo indecible ese rosado esfínter, comenzar a machacar sus intestinos con mi verga.

-Te aconsejo que te relajes- murmuró mi tía mientras enfocaba  para tomar un primer plano del momento.

Los pezones de Elena marcándose bajo el bikini me confirmaron que  se estaba viendo excitada por la escena. Al fijarme en su parte de abajo, una mancha oscura ratificó su calentura y aunque me apetecía que participara,  bastante tenía con mantener aferrada a la madre de Belén mientras seguía solazándome en su culo.

Paulatinamente, Aurora fue aceptando su derrota y gracias a ello, dejó de debatirse y sin darse cuenta empezó a disfrutar. Al irse diluyendo el dolor y ser sustituido por el place hizo que la cuarentona se viera inmersa en un mar de sensaciones nuevas hasta que admitiendo su destino, me confeso con lágrimas sus ojos que le estaba gustando.

-Lo sé. De tal madre tal hija. A Belén tampoco le apetecía que le rompiera su culo pero al final gozó como una perra- contesté viendo su entrega.

La mención a su retoño incrementó la temperatura de su cuerpo y ya sin ningún tipo de recato, me rogó que la tratara como a ella.

-¿Eso quieres? ¿Estás segura?-  pregunté muerto de risa- ¡Te aviso que tu hija es muy zorra!

Desbocada, me respondió:

-¡Yo lo soy más!

Al escucharla, solté una carcajada y llamando a mi tía a participar, mordí la oreja de Aurora mientras le decía:

-Tu niña es bisexual y le encanta comerse el coño de Elena mientras la tomo.

Elena sin esperar la respuesta de la mujer, se acercó a ella y agachándose en la toalla, puso los pechos de la cuarentona en su boca y los empezó a mamar.  Os confieso que me alucinó la reacción de la señora  porque sin importarle que fuera una fémina quien estuviera mordiendo sus pezones, gimió de placer al tiempo que me insistía en que reanudara el asalto sobre su culo.

-¡Sigue!- suplicó al sentir los dientes de mi familiar mordisqueando sus areolas.

Durante un rato, use su trasero como frontón mientras Elena se  conformó con los pechos de nuestra víctima pero viendo que había conseguido vencer sus reparos iniciales y que Aurora estaba disfrutando, tumbándose en la toalla, siguió bajando por su cuerpo y llegando hasta su sexo separó los labios de su vulva, tras lo cual, se apoderó de su sexo con la boca.

-¡Me encanta!- suspiró aliviada al asimilar que la boca de esa mujer le gustaba.

Esa confesión dio a mi tía el valor suficiente para con sus dientes y a base de pequeños mordiscos, llevarla hasta su enésimo orgasmo. De rodillas, sobre la toalla y con la arena pegada a su piel, Aurora se corrió con mi pene incrustado en su culo y con la lengua de una mujer, recorriendo su sexo.

-¡Malditos! ¡No aguanto más!- chilló descompuesta.

La derrota de la madre de Belén  fustigó mi pasión y llevando mi ritmo a unos extremos brutales, acuchillé su interior sin parar. El colmo fue ver que mi tía usaba sus manos para satisfacer su propia lujuria e incapaz ya de parar, busqué liberar mi tensión vía placer. La explosión con la que sembré sus intestinos, se derramó y saliendo por los bordes de su ano, empapó con su blanca simiente no solo las piernas de Aurora sino las mejillas de mi familiar.

Esta al advertir que había terminado, usó la fuerza bruta para abrirle los dos cachetes y con verdadera sed, se puso a beber mi semen.

-La leche de mi sobrino es mía- chiiló al tiempo que la recolectaba con la lengua.

Aurora disfrutó como una perra de los lengüetazos en su culo y prolongando su orgasmo, le imploró que no dejara de lamerla. Elena la hizo caso y se mantuvo recorriendo el ano de la cuarentona hasta que confirmó que no quedaba ningún rastro de lefa en él.

Por mi parte, tumbado sobre la arena, vi como al terminar, esas dos mujeres se quedaban abrazadas entre ellas mientras se reponían del esfuerzo. Durante unos minutos fui testigo de sus carantoñas hasta que con ganas de reiniciar las hostilidades, Aurora sonrió y nos dijo:

-Tengo que confesaros un secreto.

Por su tono, comprendí que no me iba a cabrear por ello pero en cambio a Elena le pudo la curiosidad y por eso le preguntó cuál era. Aurora, la madre de Belén y amiga de mi propia madre, se acurrucó entre nuestros brazos antes de decirnos:

-¡Fui yo quien insistió que mi hija acompañara a su padre porque quería que esto ocurriera!

 

“Mi secretaria tiene cara de niña y cuerpo de mujer” (LIBRO PARA DESCARGAR POR GOLFO)

$
0
0
portrait of a young student hidden behind a chalkboard

Sinopsis:

A nuestro protagonista lo nombran delegado en Oviedo. Al llegar toda la organización se pone en su contra excepto María, una administrativa a la que nombra su secretaria sin saber que tras esa cara de niña buena se escondía una hembra hambrienta de sexo y menos que esa cría deseara que fuera él quien hiciera realidad sus fantasías.
María no tarda en confesar que desde el momento que desde niña supo que su destino era convertirse en sumisa y que cuando lo vio entrar por la puerta, comprendió que él era el amo que estaba esperando. Para colmo, le reconoce que su madre está de acuerdo.
Tras la sorpresa inicial que una mujer tan joven quiera tenerlo como dueño, Manuel está convencido que su vieja es una zorra que la tiene dominada y decide ir a su casa para enfrentarse a ella. Lo malo es que allí descubre que esa mujer tiene las mismas fantasías que su hija y que en vez de tener que cuidar solo de la chica, también tendrá que ocuparse de esa madura.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

https://www.amazon.es/dp/B077S23G7C

PARA QUE PODÁIS HACEROS UNA IDEA OS INCLUYO LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

CAPÍTULO 1.―

Como no podía ser de otra forma, el día en que tomé posesión de mi nuevo puesto estaba lloviendo. No penséis que una ligera llovizna, os juro que parecía el diluvio universal. Para que os hagáis una idea, en el breve tramo entre salir del taxi que me llevó y las oficinas, me empapé y por ello mi entrada triunfal resultó bastante patética.
Calado hasta los huesos, por no decir hasta los huevos, mis primeras palabras fueron para pedir una toalla con la que secarme.
―Existe algo llamado paraguas― respondió muerta de risa la jovencita que me abrió la puerta.
―Menos cachondeo― respondí molesto por la guasa, no en vano yo iba a ser su jefe― soy Manuel Giménez y he quedado con Alberto Torres.
La cara de la cría palideció al darse cuenta de quién era y roja como un tomate me trajo la toalla que le había pedido, diciendo:
―Disculpé pero pensaba que era un turista y no el nuevo director. Ahora mismo llamo al gerente― tras lo cual, salió corriendo en busca del interlocutor que me iba a presentar al resto del equipo.
Mi llegada había empezado mal pero empeoró cuando al cabo de diez minutos, la misma chavala volvió y sin haber conseguido encontrarle, se inventó la excusa que el ejecutivo en cuestión estaba en mitad de un atasco.
―¡Ni que estuviéramos en Madrid!― contesté con muy mala leche mirando mi reloj y ver que llevaba al menos media hora de retraso.
No tuve que ser un genio para comprender que la relajación era la norma general en esa delegación. Decidido a que eso sería lo primero que tenía que cambiar, le pedí que me enseñara mi despacho.
La muchacha supo que no la había creído y con la cara desencajada, me llevó hasta el lugar que en teoría estaba reservado para mí.
«Menuda mierda de sitio», pensé al ver el oscuro cubículo en el que tendría que pasar tantas horas del día.
Cabreado, le pedí que me mostrara el resto. La niña, obedeciendo, me enseñó las distintas dependencias entre las que se encontraba la oficina del impresentable que me había dejado plantado. Al ver que era un despacho el doble que el mío y con una espléndida vista, me apropié del lugar diciendo:
―Llama al conserje para que se lleve las cosas del señor Torres al otro despacho, ¡me quedo con este!
La morenita no sabía dónde meterse pero asumiendo que no le convenía contrariar al que iba a ser su superior, obedeció de forma que cuando, después de cuarenta y cinco minutos, llegó el susodicho se encontró que le había arrebatado su mesa, su silla y hasta su ordenador.
Por supuesto que intentó protestar pero me mantuve firme en mi decisión y pasando por alto sus quejas, le solté la primera de las muchas broncas que a partir de ese día le echaría hasta que cansado de mí, dimitió.
El segundo problema con el que tuve que lidiar fue con Beatriz, la secretaria que me habían asignado, la cual acostumbrada al ritmo de sus antiguos jefes, no aceptó de buen grado la carga de trabajo que le encomendé y de muy malos modos protestó diciendo:
―Nunca nadie me ha tratado así.
Decidido a dar un escarmiento a toda la oficina, le contesté:
―Ya se ve que no y así va esta delegación― y luciendo la mejor de mis sonrisas, le espeté: ―Como no voy a cambiar, ahora mismo decida. O trabaja a mi modo o tendré que buscarme otra secretaria.
Creyendo que los cinco años que llevaba en la empresa eran una salvaguarda a su puesto, la muy boba se atrevió a decirme que buscara a otra. Sin hacer aspavientos, dejé que volviera a su mesa para llamar a María, la joven que me había servido de guía y le pedí que entrara al despacho.
Una vez sentada, le comenté:
―Me han encomendado salvar esta delegación, para ello necesito a mi lado personas con ganas de trabajar, que me obedezcan y sin limitaciones de horario. ¿Puedo contar contigo?
―Por supuesto― contestó.
―Bien, entonces a partir de ahora serás mi asistente. Tu primera tarea, será redactar el despido de Beatriz. ¿Algún problema?
―Ninguno, en cinco minutos lo tendrá sobre su mesa.

Desde esa misma tarde, comprendí que había acertado eligiendo a esa cría como ayudante. Encantada con su nuevo puesto y sus nuevas responsabilidades, María se concentró en cumplir mis órdenes y ya cerca de las ocho de la tarde, tuve que mandarla a descansar diciéndola que podía terminar al día siguiente.
―No se preocupe― respondió― váyase usted, ya casi acabo― la seguridad de sus palabras me hizo creerla y cogiendo mis cosas, salí rumbo al hotel donde me hospedaba.
No fue hasta el día siguiente cuando al volver a mi despacho y me encontré con todo la información que le había pedido encima de mi mesa, cuando me percaté del volumen de curro que le había encomendado. Estaba todavía alucinando con lo que había elaborado en solo un día cuando escuché que tocaban a mi puerta. Al levantar mi mirada, la vi entrar sonriendo:
―Buenos días, jefe. Le he traído un café, espero que le guste con azúcar.
Reconozco que me gustó su tono servicial y mientras removía con una cucharilla la bebida, pregunté a qué hora había terminado la noche anterior.
―A las once y media― respondió sin que su rostro reflejara queja alguna.
No sabiendo que decir, le ordené que me preparara una reunión con los vendedores para ese mismo día. La chavala asintió y saliendo de mi despacho, se puso a organizarlo todo mientras me ponía a revisar los informes que ella había elaborado.
«Esta niña es una joya», medité al comprobar la calidad de su trabajo. No habiéndoselo pedido, María había desarrollado de manera rudimentaria pero eficaz un pormenorizado análisis de las fortalezas y debilidades de los distintos clientes. «Me ha ahorrado una semana de estudio», sentencié satisfecho.
Estaba todavía revisando esos papeles cuando entrando nuevamente en mi despacho, María me informó que ya había contactado con todos los vendedores y que la reunión tendría lugar a las seis de la tarde.
―¿No es un poco tarde?
Muerta de risa, contestó:
―Son una pandilla de vagos, ya es hora que se enteren que ha llegado un “líder” que les va a hacer trabajar.
La entonación con la que pronunció la palabra “líder” me hizo vislumbrar en ella una especie de adoración que nada tenía que ver con alguien que acababa de conocer. María, confirmó mis sospechas cuando sentándose frente a mí, me dijo:
― Apenas me ha tratado pero desde que me otorgó su confianza, siento que su éxito será el mío y por eso quiero que sepa que puede contar conmigo para todo. Seré su herramienta y jamás discutiré sus órdenes. Llevo soñando desde que entré a trabajar en esta empresa, con que el día que llegara un jefe que supiera valorar en su justa medida mis capacidades― y haciendo una breve parada, sin importarle lo exagerado de sus palabras, prosiguió diciendo: ―Sé que usted es ese guía que necesitaba y que junto a usted, creceré como persona.
Si ya de por sí esa declaración de intenciones era desmedida, lo que realmente me impresionó fue observar en sus ojos que era sincera. Por eso, medio cortado, quise quitar hierro al asunto diciendo en son de guasa:
―Ten cuidado, no vaya a tomarte la palabra y exigirte algo que seas incapaz de dar.
Sorprendiéndome nuevamente, esa morenita respondió con una dulce sonrisa en sus labios:
―Cuando le he dicho que puede contar conmigo para todo, es ¡para todo!― tras lo cual, se levantó dejándome pensando en el significado de sus palabras.
«¿Se me ha insinuado o solamente quería dejar clara su fidelidad como trabajadora?», pensé mientras la veía alejarse rumbo a su mesa. A pesar que de esa conversación no podía deducirse nada fuera de un ámbito profesional, por su tono, deduje que había algo más.
Sin tiempo que perder, dejé de pensar en ello y me puse a preparar mi reunión con los agentes. Estudiando el tema, de nuevo los informes que había preparado esa cría me sirvieron de gran ayuda y antes de las dos, ya me había hecho una idea de todos y cada uno de esos tipos. La mayoría de ellos tenía una buena base comercial pero tras años dejados a su libre albedrío, se habían apoltronado en su puesto y estaban cometiendo el peor de los pecados en un buen vendedor: ¡habían perdido el hambre de nuevas operaciones!
«A partir de hoy, deben saber que eso de quedarse en la oficina, se ha terminado», me dije mientras tomaba el paraguas para salir a comer.
―¿Ya se va?― preguntó María desde su mesa.
Fue entonces cuando hice algo que nunca había hecho hasta entonces, olvidándome que era mi secretaria y mirándola a los ojos, contesté:
―Coge tus cosas que te invito a comer.
Tras la sorpresa inicial, aceptó y cerrando su ordenador, me pidió un minuto para pasar al baño. Ese minuto se convirtió en un cuarto de hora pero os tengo que reconocer que no me importó la espera cuando la vi salir.
«Joder, ¡menudo cambio!», mascullé para mí al darme cuenta por primera vez que, tras esa cara de niña buena, se escondía un pedazo de mujer.
Si os preguntáis por qué la respuesta es muy sencilla, María había aprovechado ese tiempo para maquillarse y sintiéndose guapa, hasta su caminar había cambiado. Dejando atrás a la cría, la María que salió del servicio era una hembra deslumbrante, sabedora de su atractivo.
―¿Nos vamos?― preguntó con alegría.
Más afectado de lo que debería estar, sonreí y abriéndole la puerta, la dejé pasar delante para así poder valorar su trasero.
«Tiene un culo cojonudo», sorprendido confirmé, que a pesar de no haberme fijado antes, era dueña de unas preciosas y duras nalgas.
Si de por sí ese descubrimiento me había alterado las hormonas, mi zozobra se incrementó cuando debido a la lluvia, María se refugió bajo el paraguas que acababa de abrir. Obviando que yo era su jefe, esa bebita pasó su mano por mi cintura mientras se pegaba a mí.
«Tranquilo, macho», tuve que repetir al darme cuenta que me estaba excitando su cercanía.
Aun así, inconscientemente la abracé cuando de reojo un taxi se acercaba. Mi asistente, lejos de molestarle mi gesto, parecía encantada y levantando su mirada, me preguntó dónde la iba a llevar a comer.
«Dios, ¡qué buena está!», exclamé en mi mente al ver su boca a escasos centímetros de la mía.
Juro que estuve tentado de morder esos carnosos labios pero afortunadamente, pude contener mis instintos animales y aprovechando que el taxista había parado, abrí la puerta del coche. María entró en su interior pero en vez de moverse hasta el otro lado, se sentó justo en la mitad del asiento, de forma que nuestros cuerpos quedaron uno junto al otro al sentarme.
―No me has contestado, ¿dónde vamos a comer?― susurró en mi oído sin separarse y tuteándome por primera vez.
Mi pene se despertó de inmediato al sentir su aliento sobre mi piel y dejándome en ridículo se alzó bajo mi pantalón. Fue tan evidente mi erección que no le pasó inadvertida y al advertirla, la pobre criatura no sabía dónde meterse. Totalmente colorada, se movió hacia la ventana mientras haciendo como si no pasara nada, le contestaba que me habían hablado muy bien de la Casa Fermín.
―Es un sitio carísimo― respondió incapaz de girarse.
Cabreado y molesto por mi torpeza, alzando la voz, contesté:
―¡No discutas! Lo he dicho yo y basta.
Mi exabrupto tuvo un efecto no previsto, bajo la camisa de María como por arte de magia aparecieron dos pequeños montículos señal que esa orden tajante la había puesto cachonda. Mi extrañeza se multiplicó exponencialmente al oírla murmurar:
―Lo siento, te juro que no era mi intención llevarte la contraria.
«No es normal la actitud de esta chavala», medité al descubrir una especie de satisfacción al sentirse recriminada, «es como si le gustara que la dirijan».
Asumiendo que tendría tiempo de sobra de indagar en ello, pasé página y me concentré en sus rasgos. Su pelo negro y corto relazaba la palidez de su piel pero no conseguía endurecer sus facciones porque la dulzura de sus ojos oscuros lo impedía
«Es una monada», sentencié enfadado al darme cuenta que al menos le llevaba veinte años, «puedo ser su padre».
Estaba rumiando nuestra diferencia de edad cuando el taxista nos informó que habíamos llegado y tras pagar la carrera, salimos del coche. Esta vez, María mantuvo las distancias y siguiendo mi paso, entramos al restaurante. El maître debió de pensar que éramos familia y que ella era menor porque al pedir una botella de vino, educadamente me preguntó qué era lo que iba a beber mi hija.
Al escuchar esa metedura de pata en boca de alguien que se le supone profesional, solté una carcajada pero entonces María muy molesta, contestó:
―El señor no es mi padre. Mi padre ha muerto.
El dolor que manaba de sus palabras me hicieron compadecerme de ella y cogiendo su mano entre las mías, le dije que lo sentía mucho.
―No hay problema― respondió al tiempo que se echaba a llorar como una magdalena.
Os juro que no me esperaba esa reacción y enternecido la abracé. Ella al sentir ese cariñoso gesto, hundió su cara en mi pecho mientras me decía:
―Le echo mucho de menos. Con él me sentía segura.
―Tranquila― respondí acariciando su pelo― conmigo tampoco tienes nada que temer.
La tristeza de la cría se transformó en alegría al escuchar esa frase y levantando su mirada, preguntó:
―¿Eso quiere decir que quieres protegerme o lo dices por decir?
Alucinado por la pregunta contesté, sin saber bien a que me comprometía, que mientras me obedeciera siempre cuidaría de ella.
Mi respuesta la satisfizo y con genuina felicidad, esa morenita:
―Si te obedezco en todo y no discuto tus decisiones, ¿me aceptarías como tu pupila y serías mi tutor?
Fue entonces cuando caí en la cuenta que la propuesta de María iba más allá de lo profesional y no queriendo asumir un compromiso sin tenerlo claro, quise antes conocer en profundidad a que se refería. Al preguntárselo, contestó:
―Mi madre fue inmensamente feliz mientras mi padre vivía. Nunca se arrepintió de plegarse a sus deseos y que él decidiera lo que había que hacer.
―¿Me estás diciendo que quieres que yo sea una especie de mentor y que deseas formar parte de mi vida fuera de la oficina?― impresionado insistí.
―Sí. Siempre he soñado con maestro al que seguir y creo que tú puedes ser el hombre indicado. Me entregaría a ti en cuerpo y alma― el brillo excitado de sus ojos ratificó sus palabras mientras involuntariamente sus pezones adquirían un desmesurado tamaño.
Ya convencido que María era una sumisa sin dueño y que lo que realmente buscaba era servirme, contesté:
―Pensaré en tu oferta― y llamando al camarero, le informé que comeríamos el menú de degustación mientras frente a mí y sentada en su silla, la morena no dejaba de sonreír asumiendo quizás que era cuestión de tiempo que aceptara su extraña oferta.
Durante la comida ninguno de los dos hizo referencia al tema pero cuando nos trajeron el café, mi asistente dio un nuevo paso en su entrega al decirme:
―¿Tienes visto algún piso donde vivir?
―Todavía no. Sigo viviendo en un hotel porque no he tenido tiempo de buscarlo― acepté.
Nuevamente esa criatura me sorprendió diciendo:
―Te lo digo porque si quieres le pregunto a mi madre si te alquila la habitación de invitados. A ella le vendría bien el dinero y estoy segura que le gustaría el tener de nuevo un hombre en casa.
Tanteando sus verdaderas intenciones, muerto de risa, le solté:
―No lo creo y más si termino aceptando tu oferta.
En ese instante, María me terminó de descolocar al poner un gesto de extrañeza mientras me decía:
―No entiendo, ¿por qué lo dices?
Tanteando el terreno comenté sin ser muy preciso no fuera a ser que hubiese malinterpretado los términos de su propuesta:
―Joder, María. No creo que le guste saber que su inquilino es el “mentor” de su hija.
―Al contrario― contestó― me ha educado para eso y estaría encantada de saber que tengo un amo que me cuida y enseña. Pero antes tiene que aceptarte.
Con una naturalidad increíble, me acababa de confirmar su naturaleza sumisa y eso fue el empujón que necesitaba para decidirme. Ya convencido respondí, al tiempo que cogía su mano entre las mías:
―Si no quiere, tendrás que buscar otra casa donde vivas conmigo.
Tardó unos segundos en comprender que estaba aceptando su oferta y entonces, con un júbilo desbordante, se levantó de la silla y sentándose sobre mis rodillas, me besó mientras me decía:
―Nunca dejaré que te arrepientas de hacerme tuya.
Usando mi poder recién adquirido, dejé caer mi mano por su cintura y por primera vez, acaricié su trasero. María al sentir mis dedos recorriendo sus nalgas, susurró en mi oído:
―Solo espero que mi madre también te acepte como maestro.
No entendí la insinuación que me hizo y creyendo que insistía en la necesidad de permiso de su progenitora, contesté:
―Me da igual lo que diga― y dando un suave azote en ese culito que deseaba desflorar, descojonado, comenté: ―Serás mía cuando y como quiera.
Mis palabras lejos de preocuparla, le hicieron gracia y con un tono pícaro en su voz, respondió:
―Entonces, pronto tendrás dos mujeres que te cuiden y yo no tardaré mucho en cumplir mis deseos.
Tras lo cual, cogió su teléfono y marcando a su vieja, esperó a que contestara para sin ningún tipo de rubor decirle:
―Mamá, como te anticipé anoche, mi nuevo jefe ha aceptado quedarse con nosotras.
Aunque no lo oí, su vieja debió de aceptar porque colgando el móvil, sonriendo, me espetó:
―Después de la cita con los vendedores, mi madre nos espera en casa.

Como imaginareis con razón, durante el resto de la tarde, mi mente estuvo dando vueltas al tema y cuanto más pensaba en ello, más extraño me parecía todo. No en vano según María, su madre no solo no pondría reparo alguno a su sumisión sino que la vería con buenos ojos.
«¿Qué tipo de mujer será?», me preguntaba una y otra vez.
Al terminar la reunión con los representantes de Asturias, os tengo que confesar que estaba confuso y por ello cuando nos quedamos solos, la llamé a mi despacho.
―Cierra la puerta― le pedí al no querer que nadie nos interrumpiera.
La cría obedeció de inmediato y tras pasar el pestillo, se acercó con un peculiar brillo en su mirada. Sus movimientos reflejaban nerviosismo pero también la satisfacción de saber que tenía dueño y por ello no pudo reprimir su felicidad cuando le ordené que se sentara en mis rodillas.
Al satisfacer mi deseo, suspiró y confirmando su disposición, susurró en voz baja:
―¿Qué es lo que desea mi dueño?
No siquiera la contesté y llevando mi mano hasta los botones de su camisa, me puse a desabrochar uno por uno mientras intentaba descifrar su reacción. El silencio de María fue total pero su cuerpo mostró involuntariamente una calentura sin igual y por ello cuando terminé de soltar el último botón, esa criatura tenía los pezones erectos.
―¿Te pone cachonda que te desnude?― pregunté al menos tan excitado como ella.
―Mucho― consiguió mascullar presa del deseo.
Su sometimiento me permitió soltar el cierre de su sujetador, liberando por fin sus pechos.
―Tienes unas tetas preciosas― comenté admirado por el tamaño y la forma de esas dos maravillas que tenía a mi disposición.
Reconozco que no pude dejar de admirar la belleza de su juvenil cuerpo. Dotada de un pedazo de ubres que serían la envidia de cualquier mujer, esa jovencita era todo lujuria. Si sus tetas eran cojonudas, su duro trasero no le iba a la zaga. Con forma de corazón parecía diseñado para el disfrute de los hombres. María al advertir el efecto que provocaba en mí, se acercó y llevando sus manos a mi cinturón, comenzó a desabrocharlo. Bajo mi pantalón, mi verga se alzó y por eso cuando me la sacó, ya lucía una impresionante erección.
―Reconoce que me deseas― susurró mientras se arrodillaba y lentamente se la metía hasta el fondo de la garganta.
Me quedé paralizado al notar sus labios abriéndose y recorriendo la piel de mi extensión. Aunque todo me indicaba que era una mujer fogosa, rápidamente comprobé que era toda una diosa. Mi falta de reacción permitió que se la sacara tras lo cual usando su lengua, embadurnó de saliva mi tallo antes de volvérselo a embutir como posesa. Dejándome llevar por su maestría, permití imprimiera un pausado ritmo sin quejarme. Ardiendo en mi interior, me mantuve impasible mirando como devoraba mi sexo con fruición.
Con mis venas inflamadas por la lujuria, sentí su lengua recorrer los pliegues de mi capullo. Cuando la excitación me dominó por completo, ya sin recato alguno, la agarré de la cabeza y presionándola contra mí, le introduje todo mi falo en su garganta. La chavala lo absorbió sin dificultad e incrementando el compás de su mamada buscó mi placer. Mi semen tardó poco en salir expulsado en su interior. Ella al notarlo se lo tragó sin quejarse sin dejarme de ordeñar hasta que consiguió extraer hasta la última gota. Entonces alegremente, me soltó:
―Llevo años soñando con sentir una verga en mi boca.
Queriendo devolver parte del placer que me había brindado, llevé mi boca hasta una de sus rosadas areolas y sacando la lengua, me puse a recorrer los bordes mientras ella empezaba a sollozar.
―¿Qué te pasa?― pregunté sorprendido.
Casi llorando de felicidad, mi asistente contestó:
―Mi madre no mentía cuando me avisó de lo mucho que me gustaría que mi dueño mamara mis pechos.
Atónito comprendí que María jamás había disfrutado de la compañía de un hombre y que era la primera persona con la que estaba. Por ello, tuve que preguntarla si era virgen.
―Sí― respondió orgullosa― sabía que algún día te conocería y por eso me he reservado para ti.
Lleno de dudas, mi excitación desapareció al instante y tratando que no notara mi turbación, ordené a María que se tapara. La niña que no comprendía nada, me miró desconsolada y preguntó en que me había fallado.
―En nada, preciosa― contesté al no poderle reconocer que estaba indignado y que echaba la culpa de todo a su progenitora: ― La primera vez de una mujer es importante y quiero que sea inolvidable.
Mis palabras consiguieron calmarla y creyendo a pies juntillas mi mentira, la felicidad volvió a su rostro. Cabreado por el tipo de educación al que había sido sometida esa morena, decidí encararme con la autora de semejante aberración cuanto antes y disimulando la ira que me consumía, le dije:
―Quiero conocer a tu madre.
Confiada, María sonrió y tras plantarme dulce beso en mis labios, se levantó de mis rodillas y recogió sus cosas sin saber que en ese momento, su supuesto amo no podía comprender como alguien podía aleccionar a su retoño con semejantes ideas.
«Tengo que separarla de su vieja. Si la dejo allí y sin mi cuidado, María será presa fácil de cualquier desalmado».

Viewing all 7997 articles
Browse latest View live