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Relato erótico: “Superman, historias. (1)” (POR JAVIET)

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Salt Lake, (Estados unidos) En la actualidad.

Hola gente, soy yo de nuevo Clark kent más conocido por todos como SUPERMAN, pero en la actualidad desplazado a esta ciudad por motivos laborales, sigo currando de emborronacuartillas es decir periodista del montón y además soy un superhéroe que lucha contra el mal en mis ratos de ocio.

Mi aspecto físico es el de siempre ya sabéis cuadrado y fortachón, me he dejado la típica barbita de tres días porque eso se lleva mucho ahora con tanto metrosexual suelto, ligo a menudo con machotes muy machos totalmente gays pero sin amaneramientos, me divierto dándoles algo que hacer con la boca además de hablar, pero nada más pues me siguen gustando las tías más que a un tonto una tiza, en fin que me dejo querer pero nada más, se que ya he destrozado algún corazón y de paso algún cogote ¡pero yo soy así!.

Eso también va cambiando, recordareis el relato titulado “Superman en carnaval” escrito por mi amiguete Javiet (es buen tío pero pasa más hambre que yo) bueno pues a raíz del tema de cargarme a aquella zorra, los del gobierno me exigieron que me refrenase en mis impulsos lascivos, me pusieron un tratamiento con el que reducir la potencia de salida de mi esperma y tras negociar con ellos cedí, conseguí un pito algo más grande y grueso que resultaba acorde con mi físico, luego tras varios meses de eyacular contra maniquís (perforándolos con mis corridas) y después contra siluetas de cartón consiguieron su objetivo y afloje bastante, lo siguiente fue probar con una mujer real, a la primera al correrme la puse la cara como al rocky después de la pelea con el ruso.

Las tres siguientes “voluntarias”a una por mes, solo les salieron cardenales en pechos y mejillas, fueron necesarios un par de meses más de bajada de testosterona y un aditivo liquido, para llegar a correrme tanto en la cara como en la vagina de una hembra como un tío más o menos normal, los científicos me aseguran que mi liquido preseminal es un excitante potente y adictivo, para que a la mujer le resulte más fácil la lubricación interna a fin de evitar daños, ahora descargo el equivalente a un vaso de agua pero en la fuerza justa de una eyaculación normal, mi esperma no dejaría embarazada a nadie, pero es muy blanco y cremoso con un cierto sabor a vainilla.

Volvamos al tema de porque estoy en esta ciudad, pues es porque estoy libre para viajar, no tengo familia ya que mi adorada Luisa Lane murió de vieja esperando que me la tirase sin cargármela, ya sabéis que ambos nos consolábamos a base de pajas y mamadas mutuas, pero yo siempre me corría fuera de su boca, ¡cuántos recuerdos¡ tantos como tejas cambié, yo sigo igual pues envejezco muy lentamente en comparación con los humanos corrientes.

Ahora basta de historietas y luchas con súper villanos, en esta nueva etapa con mi cara normal y mi aspecto de machote voy a disfrutar la vida, con mi supervisión veo a las titis en pelotas por las calles, distingo las bragas de cuello alto o los tangas, la que no lleva sujetador o lo lleva tipo andamio, llorzas, rellenos etc. no digamos a los tíos, tamaño bígaro o normalito por no mencionar el salchichón o las escasas mortadelas, esto me sirve para ver si las parejas son afines o la hembra está dispuesta a cosas más grandes como la mía.

Para no cansaros os contare lo de la pájara del mes pasado, era por la noche y volvía vestido con mi traje a mi apartamento en el centro, de repente escucho jaleo en un callejón y dominado por la curiosidad asomo la cabeza, veo a dos puertorriqueños y un moreno jugando con sus navajas amenazando a una joven castaña de pelo corto de unos 20 añitos, entro en el callejón y uno de ellos dice:

– Tu pringao lárgate, esto no es asunto tuyo.

– Si tio pirate o lo vas a sentir mucho,

El moreno no dice nada, se limita a apoyar la navaja en el cuello de la chica, esta tiembla contra la pared de ladrillo veo miedo en sus ojos.

– Soltad a esa chica, no repetiré el aviso.

– Jodete payaso, vas a morir.

Los dos puertorriqueños se abalanzan contra mí, esquivo el primer navajazo y tomo la muñeca del agresor retorciéndosela, escucho romperse la muñeca y escucho gritar a su propietario, el segundo ya está encima y me pincha, su navaja se dobla contra mi estomago, antes de que reaccione el agresor ya tiene mi frente sobre el puente de la nariz, el cabezazo le hunde el hueso, el tío gime sangra y se desploma al suelo, el primero huye sujetándose la muñeca herida, el enfrentamiento a durado 15 segundos.

El negro me mira asustado pues ha visto todo, sus piernas tiemblan dentro de sus pantalones caídos como los de Cantinflas, me acerco a él pisando la columna vertebral de su amigo, soy tan sutil como un elefante para darle miedo, le debo parecer la imagen de “terminator” a punto de machacarle el coco, digo:

– Suéltala y vete, – Hago la señal de la cruz en el aire y añado – ¡o la palmas!

Escucho claramente una ventosidad y un sonido húmedo, la entrepierna de sus pantalones caídos parece caer un poco a la vez que toma un color más oscuro, el tío tira la navaja y sale corriendo torpemente en dirección al otro extremo del callejón donde se golpea con unos contenedores en sus prisas por salir a la avenida.

La chica está a punto de desmayarse, la sujeto antes de que caiga al suelo y la miro detenidamente, no es una pandillera más bien parece una chavala normal a la que metieron en el callejón con amenazas, lleva una camisa de color crema y un top verde a modo de sujetador, también un pantalón pirata azul y un tanga a listas azules y rojas sobre su chochete depilado, ya dije que la súper visión funcionaba de coña, ahora la uso para enviar un par de ráfagas de calor suave sobre el tanga y el top, sin perder tiempo la abrazo a la vez que digo en su oído con voz suave:

– Tranquila señorita no pasa nada malo estas en las mejores manos, yo seré tu Superman particular.

La frase es tonta ya lo sé, pero la intención es lo que cuenta, la chavala nota calor de repente en sus zonas erógenas al ser abrazada por el tío que acaba de salvarla, la reacción suele ser siempre la misma, ella no me rechaza ni a mis labios cuando buscan los suyos, se pega a mi cuerpo como una lapa y corresponde a la caricia, mis manos sueltan los botones de su camisa valorando sin tapujos sus pechos de mediano tamaño, miro su cara de piel fina, labios apenas pintados pero finos y seductores, nariz pequeña y recta, ojos grandes verdes y vivarachos que reclaman mis caricias.

Acabo de abrir su camisa y subo el top, lamo sus pechos tras calentarlos un instante con la mirada, ella gime de placer y el sonido reverbera en las paredes del callejón, se deja lamer con la manos en mi cabeza a la vez que rodea una de mis piernas con las suyas, noto el vaivén de sus caderas y su chocho mojado rozándose contra mi pierna, redoblo la velocidad de mi lengua y paso de un pecho al otro castigo sus pezones con mi lengua y la siento gemir a la vez que aumenta el roce de su coñito contra mí, siento la verga dura como una piedra y las pelotas cargándose.

La separo un poco de mi y la digo que se quite el pantalón, ella no protesta y me hace caso, esta preciosa con las mejillas coloradas bajo la mortecina luz de una farola, yo despojo de la trenka al puertorriqueño inconsciente y la pongo sobre uno de los cubos de basura, veo a la chavala acabar de sacarse los pantalones y la cojo en brazos colocándola sentada sobre la trenka, abro sus piernas y me agacho entre ellas apartándola el tanga a rayas, su vagina es bonita pequeña y sin pelo, entreabro sus empapados labios subiendo y dejando al descubierto el clítoris, un rápido vistazo con mi súper vista lo calienta sin quemarlo pero lo pone a mil, meto entonces mi boca y se lo chupo con frenesí ella se agita aferrándose con ambas manos a mi cabeza, jadea a la vez une sus piernas a mi espalda, la chupo dentro alrededor y fuera de los labios, absorbo su clítoris mamándolo como si fuera un pito en miniatura, finalmente entre dos jadeos meto con fuerza la lengua dentro y la barreno con ella agitándola en su interior, el flujo moja mi cara ella se contonea gime y se retuerce, se corre entre gemidos y maullidos de placer pero no me suelta, yo insisto y ella empalma su placer con otro orgasmo que esta vez me empapa la cara y bebo con gusto.

Me levanto a la vez que desabrocho mi pantalón, este cae al suelo junto con mi bóxer gris, luzco una erección enorme con sus veinte centímetros de largo y tan gruesa que no me la abarco con los dedos, el glande luce un atrayente color rojizo, ella con los ojos aun semicerrados la ve y da un gritito, consigue decir:

– No va a caber, es demasiado… grande y…

– Ya veras como si cielo, mira como si que te entra.

Un tirón a sus nalgas para ponerla en el borde del cubo y un empujoncito, mi tesis queda demostrada al segundo empujón, la vagina se adapta a mi prepucio que entra hasta el frenillo rebozado en flujo y saliva, ella abre la boca gimiendo y la beso en ella mientras empujo más a fondo, la verga entra mas a cada vaivén y mis caderas no paran, dirijo la mirada a sus bonitas tetas y se las caliento de nuevo tomándolas en las manos a continuación, la follada continua sin parar, me noto feliz aquí dentro pues ella sabe como apretar y dejarme ir de su empapada gruta, nos acoplamos perfectamente a los vaivenes y el placer aumenta, la chica oscila y junta sus piernas tras mi culo, meneo las caderas impulsando una y otra vez la verga dentro de su chorreante gruta, es una pasada el escándalo que formamos el cubo se bambolea, me muevo más rápido y la castaña se acopla al ritmo meneándose con más ganas, ella goza y se estremece agitándose de pies a cabeza en un nuevo orgasmo que la hace temblar, grita:

– Aahh… siii mas jooo…der que biii…een mee voooyy.

– No paro cii…elo disfruta nena co…rrete no parare.

– Ahhh asi, me coorro, siii me co…rrooo, aaahh.

sus contracciones son la leche y me van a hacer correr me lo noto sé que me viene, se lo digo a la oreja:

– Me voy ahh.. correr nena… uff deee..jame salir un mo… momentooo, ohhh te rellenooo.

No se resiste y aparto sus piernas de mi culo, doy un paso atrás superando mi voluntad de continuar, saco mi polla a tiempo y me corro en la entrada de su chochete, ella aun corriéndose nota el cálido chorro golpeando potentemente su clítoris, entrando y salpicándola por dentro y fuera a la vez, sus labios reciben una impresionante ducha blanca que salpica por todas partes, ella goza como nunca estremeciéndose por el orgasmo, mira la verga escupiendo semen sobre su vagina y vientre en una cantidad que jamás ha visto,

Siento mi cantidad acostumbrada de entre doce y quince espasmos, el placer es intensísimo pues casi caigo hacia atrás, afortunadamente la joven me retiene por un brazo, yo aun sigo aferrado a sus pechos, su vientre es un charco de esperma, el tanga queda oculto y blanco pues no puede absorber tanto liquido como el que resbala de su cuerpo.

Ella comete un error sin saberlo y tras mojar dos dedos en el esperma se los chupa con vicio, aquel gesto me gusta y me provoca más deseo, a ella le causa un efecto más o menos similar pues ya dije que mi esperma era adictivo y con sabor a vainilla, antes de que pueda decir nada la chica da un saltito y se agacha a limpiarme el rabo con su bonita boca, sus labios quedan enseguida perfilados con una buena capa de leche que ella relame.

Nos miramos a los ojos unos instantes ella chupa con más ganas al sentir que mi erección renace, dirige sus manos a la vagina y se masturba a la vez con el charco resbalando por su vientre, la chica con sus dedos empapados de esperma se esmera en la mamada y usa la mano izquierda para sobarme las pelotas, la otra se mueve febril en su conejo, me vuelve loco de placer paseando su lengua por toda la superficie de la verga, vuelve al glande y lo enreda entre su lengua y labios dejándolo entrar suavemente, una vez dentro se pone en marcha y es un placer atroz cuando sube y baja la cabeza siento sus mejillas oprimiendo, su lengua rotando su saliva rodeándolo, pero la contengo y hago que pare un momento, saco la verga veo su boca y barbilla blancas y goteando leche, hago que se levante y gire dejándome sus nalgas bien a la vista.

Aprecio sus curvas, su culito tiene una forma estupenda y me atrae, pero no para lo que imagináis, acerco la verga a su culo y la rozo por la zona extendiendo el esperma que aun no se ha secado, el cordel del tanga me molesta así que lo rompo de in tirón arrojándoselo a la cabeza del desmayado puertorriqueño, ella esta tan caliente que todo el callejón huele a hembra en celo, flexiono ligeramente las rodillas y dirijo mi polla a su chochete, ella se pone de puntillas y da un gritito al sentirse penetrada, la tomo desde atrás por las caderas y comienzo una follada más bien suave pero la chica se incorpora guiando mis manos a su pechos, aprieto los pezones y amaso sus tetas sin dejar de moverme, ella me acompaña oscilando las caderas y nuestro ritmo aumenta, los restos de mi anterior corrida se mecen al compas salpicando alrededor, la chica entre jadeos gira la cabeza y me pide un beso, se lo doy sin importarme los restos blancos, después la beso en el cuello mosdisqueandola la oreja a continuación, ella quiere más de todo lo pide a gritos yo no paro de moverme.

– Mee corrooo – Jadea – me vas… haa a partir de joo…der que.. corridaaa.

La chica ya no controla, su cuerpo tiembla y se estremece, saco la verga rebozada en semen y flujo y empujo de nuevo pero esta vez en su ano, ella da un gritito pero no protesta apenas, me hundo su culo donde los restos de mi semen harán de las suyas calentándola por dentro, el resultado no se hace esperar la digo que se masturbe con los dedos a la vez que la sodomizo, ella obedece y disfruta más y mejor, su esfínter me aprieta la polla y siento que no tardare en rellenarla las tripas, aumento la velocidad y disfruto de cada vaivén ella no para de gozar se estremece de nuevo y aunque no grita se que se ha corrido otra vez, aprieto sus pezones y grita como una condenada, siento que me corro dentro y se lo digo al oído entre mordisquitos y jadeos, ella debe de acompañarme corriéndose de nuevo sino no entiendo la escandalera que formamos, se estremece y me corro, chorros de esperma me abandonan y rellenan su culo, saliendo a presión sobre su mano que tiene medio hundida en la vagina, salgo de ella y la hago girarse, me da tiempo seguir soltando chorros de leche sobre sus pechos cuello y cara, todo está salpicado de blanco cuando acabo de correrme sujetándome como puedo al cubo que hemos usado de apoyo.

Todo está salpicado de semen, cubos chaqueta pantalones bóxer, las abundantes corridas que ahora tengo son la hostia pero me dejan chafadisimo, la chica se me abraza besándome en la cara, respondo a su beso pero sin mucho entusiasmo pues no quiero que se caliente de nuevo tan pronto, separo nuestros rostros y preguntó:

– ¿Cómo te llamas encanto? Yo soy Clark.

– Yo soy Cris, vivo cerca de aquí y me ha gustado como me has ayudado.

– Bien Cris, para mí ha sido un placer ayudarte, te lo garantizo.

– Gracias Clark pero ellos eran tres y solo te lo he agradecido dos veces, ¿te apetece venir a mi casa y te lo agradezco de nuevo? así saldrán las cuentas redondas.

– Te acompañare si quieres pero ya estoy bien pagado, la verdad es que iré contigo porque me gustas.

– Tu a mi también Clark, en serio eres todo un machote, ven vamos.

Cris se limpio como pudo, usamos la trenka del tío dormido y mi bóxer para ello, tirándolos después a un cubo de basura, nos vestimos y salimos del callejón rumbo a su casa donde nos daríamos una noche de sexo escandalosamente bueno y húmedo, el tanga quedo olvidado sobre la cara del delincuente inconsciente, actualmente Cris me da alguna que otra llamada y siempre digo que si, algunas veces me recoge con el coche y se toma un buen batido de vainilla de tubo antes de irse a dormir, otras vamos a su casa y nos damos unos revolcones apoteósicos, pero ella quiere tener un par de críos y yo no puedo, así que sigue con su novio al que quiere mucho.

Hay más historias que contar, mi amigo Javiet dice que se leerán bien, ¿vosotros que opináis? Dejadle vuestra opinión en los comentarios y ya veremos, sed felices y buenos o me veréis cabreado.


Relato erótico:”Gracias al padre 8, el adiós de Lucía” (POR GOLFO)

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Capítulo 8

RELATO TOTALMENTE INÉDITO con el que doy por finalizada esta serie.

Al llegar a mi habitación, Lucía seguía dormida con Jane entre sus brazos y queriendo darle una sorpresa cuidadosamente retiré a nuestra sumisa, dejando su lugar libre para que Chita ocupara su lugar. Todavía dormida, a la que en su anterior vida había sido Isabel le costó reconocer a su socia con la cabeza rapada y solo cuando vio que empezaba a acariciar a su dueña, cayó en la cuenta de quién era.
-No digas nada- susurré en su oído queriendo que mi esposa descubriera por si sola el sacrificio que había sido capaz su ex amiga para que la aceptáramos en nuestros juegos.
Tal y como supuse, Lucía ni siquiera se dignó a abrir sus ojos al dar por hecho que era Jane la que la acariciaba. Durante un par de minutos permitió que mamara de sus pechos y la calentara, hasta que ya excitada por tanto toqueteo quiso que se deslizara entre sus piernas para disfrutar de una comida de coño. Fue entonces y solo entonces cuando se percató que la lengua que había recorrido su piel no era de ella sino de la otra. Con los ojos abiertos de par en par, no se podía creer lo que veía y buscando una explicación me buscó con la mirada.
-Sabiendo que te repugnaba tanto vello, Chita ha decidido congraciarse contigo y como muestra de fidelidad, ha sacrificado su pelo con el solo objetivo de gustarte.
-¿Se lo has exigido tú?- preguntó alucinada mientras en plan coqueta la aludida modelaba su nuevo look ante ella.
-Para nada, fue iniciativa suya. Yo no tengo nada que ver- respondí atento a sus reacciones.
Al comprobar lo que su amiga desde la infancia había sido capaz de hacer para ser aceptada, se quedó muda y quizás por vez primera mi esposa se percató de hasta donde llegaba el dominio que podía ejercer sobre Patricia.
-¿Has hecho eso por mí?- insistió impresionada.
Chita orgullosa de haberse afeitado por su dueña contestó:
-Siempre he sido su esclava y le agradezco a su marido que me haya dado la oportunidad de demostrárselo.
La entrega de esa mujer la tenía perpleja y tras unos momentos de indecisión, la llamó a su lado. Sin saber qué le esperaba, la morena se acercó y fue entonces cuando tirando de su brazo mi esposa la tumbó junto a ella y la empezó a besar con una voracidad que hasta mí me dejó impresionado.
«Joder, ¡va a resultar que Lucía también estaba enamorada!», pensé con un deje de celos y dirigiéndome a la otra sumisa, la exigí que me siguiera diciendo:
-Prepárame el desayuno, ¡no hacemos nada aquí!
Tan molesto estaba que no advertí que Jane se había percatado del dolor de mi mirada y que mientras me seguía desnuda rumbo a la cocina, no podía dejar de sonreír creyendo que quizás a partir de ese momento ella podía ocupar el lugar de mi esposa. No fue hasta que me sirvió el café cuando caí en la cuenta del modo en que ese mujeron me miraba y deseando averiguar el motivo de su felicidad, directamente le pedí que me lo dijera.
Isabel, incapaz de mirarme, me preguntó si podía hablar libremente y al contestarle que sí, respondió con lágrimas en los ojos:
-Cuando me forzó a ser su esclava, lo odié y deseé su muerte. Pero ahora que he sido suya y que me ha hecho descubrir sensaciones que no conocía, daría mi vida por usted.
Esa confesión me dejó descolocado porque aunque ya había advertido que esa zorra se había encaprichado de mí, nunca me imaginé que su entrega llegara a tanto.
-Para mí eres solo una sumisa- contesté queriendo dejar claros nuestros papeles.
Tras oír mi exabrupto, Jane se arrodilló a mis pies y posando su cabeza sobre mis rodillas, afirmó que lo sabía pero que aun así era feliz porque al ser mi esclava tenía la oportunidad de estar a mi lado. Dejando caer mi mano, acaricié su melena y sin dejar por un momento mi carácter dominante, le exigí que no se le ocurriera cortarse el pelo.
-No volveré a hacerlo hasta que mi señor me lo pida- respondió con una dulzura que me hizo saber que no había mentido al afirmar que daría su vida por mí.
Sé que debía haber gratificado su fidelidad pero, como en ese momento me sentía cabreado, no dije nada. Es más, dejándola tirada en el suelo, cogí mis cosas y me fui de casa. Ya en mi coche, me puse a pensar en lo que me depararía mi futuro porque no tenía ninguna duda que esa mañana había perdido a mi mujer pero fue hasta llegar a mi oficina cuando recordé que antes de levantarme había volado los puentes que me unían a España. Si os preguntáis cómo lo supe, es fácil. Nada más entrar mi secretaria me informó que la plana mayor de la compañía me esperaba reunida en la sala de juntas.
«Mierda, ¡me olvidé del email!», sentencié al recordar que había ordenado al administrador de las empresas pantalla que lo mandara.
Sabiendo antes de cruzar esa puerta que estaba despedido, me resigné a lo inevitable:
«Voy a quedarme en el paro, sin esposa pero con mis espaldas cubierta con un montón de millones».
Tal y como había previsto, Don Juan, mi consejero delegado me preguntó a boca jarro cuándo iba a comentar que había aceptado una oferta de trabajo.
-Se equivoca- me defendí- hasta este momento, no sabía si iba a aceptar pero viendo lo poco que confían en mí, presento mi renuncia con carácter irrevocable.
Tras lo cual, pregunté como mero formalismo cuanto tiempo necesitaban para hacer el traspaso de mis asuntos.
-Preferimos que se vaya inmediatamente, recoja sus cosas y márchese- respondió sin tomar en cuenta mis quince años de servicio en la compañía que actualmente dirigía.
Aunque sabía que era la práctica habitual, tengo que reconocer que me jodió especialmente por la amistad que se suponía que me unía con ese capullo. Por ello sin despedirme, salí de la reunión y me fui a recoger mis efectos personales de mi despacho. Cinco minutos después había terminado y mirando la caja semivacía que atesoraba mis años de trabajo, me quedé pensando en lo poco que realmente significaba para mi toda esa mierda.
«¡Qué le den!», exclamé tirando directamente a la basura los diplomas y fotos de mi paso por esa empresa. Salvando de la quema, una pluma que me había regalado mi antigua secretaria.
Con las manos vacías, salí dando dos portazos. El primero sonoro que retumbó en toda la oficina y el segundo íntimo a esa parte de mi vida.
«Nunca más volveré a trabajar para otro. Se acabó para mí el estrés y las prisas. ¡Quiero vivir la vida!», zanjé bajando por las escaleras rumbo a la calle.
Ya en sentado en mi coche, durante largos minutos me quedé pensando en mi futuro. Cuando lo tuve claro, llamé a un amigo y le pedí que me dejara una mesa donde trabajar esa mañana. Manuel ni siquiera preguntó el motivo y escuetamente contestó:
-Vente.
Me alegró saber que, a pesar de la amargura y cabreo que sentía, existían al menos una persona que salvaría de la pira antes de cambiar de vida. Al llegar al piso donde estaba ubicada la firma de abogados que fundó hacía un par de lustros, Manuel salió a recibirme sin importar que en ese momento tuviese unas visitas en su despacho. Confirmando su amistad, me llevó a un cubículo vacío y tras darme la clave de entrada a su red, puso a mi disposición a una administrativa para todo lo que necesitara.
-Solo preciso internet y una impresora- respondí sacando mi portátil.
Dos horas después y con una carpeta de documentos bajo el brazo, me despedí de él diciéndole que ya tendría noticias mías. Sin nada más que hacer, supe que no podía postergar mi vuelta a casa y con el corazón encogido me dirigí a mi hogar.
Chita me abrió la puerta. La alegría que leí en su cara despertó mis suspicacias y obviando su saludo, me dirigí a la habitación donde había instalado mi estudio. Una vez allí, abrí la caja fuerte y saqué el dosier que resumía las inversiones que había realizado con el dinero que en su día robó el padre de Lucia. No había tenido tiempo ni de sentarme cuando desde la puerta escuché que mi esposa me decía:
-Pedro, tenemos que hablar.
Al girarme, comprendí que mis negros pronósticos se iban a cumplir al pie de la letra al observar que se había rapado al igual que su amiga de la infancia.
-Tú dirás- respondí casi balbuceando por el dolor que sentía.
Lucía con lágrimas en los ojos me soltó:
-Quiero que me liberes de la promesa de ser tu esposa hasta fin de año.
-¿Algo más?- pregunté destrozado al darme cuenta lo mucho que me importaba esa mujer.
-No quiero nada, excepto que me cedas a Patricia. He descubierto que no puedo siquiera pensar en que alguien que no sea yo la toque.
Tomando aire y reteniendo las ganas de gritar al enterarme hasta donde estaba dispuesta a perder por tener a su amada, contesté poniendo en sus manos una carpeta:
-Desde que vi tu reacción esta mañana, sabía que esto iba a ocurrir y por eso he dado orden que la mitad de nuestra fortuna sea transferida a tu nombre. Aunque tú no cumplas nuestro trato, yo pienso hacerlo. En los papeles que te he dado están las claves que necesitarás para hacerte con tu parte. Te aconsejo que busques un asesor que vigile tus inversiones y que te mudes a otro país para que hacienda no te persiga.
-¿Y Patricia?- insistió ratificando que esa morena era lo único que le importaba.
-En su día quedamos que nos íbamos a repartir todo al cincuenta por ciento. Como tenemos dos sumisas, quédate con ella y sé feliz- respondí.
-Gracias, no sabes lo mucho que significa lo que estás haciendo para mí- dijo antes de informarme que ya tenía las maletas y que se iba en ese preciso instante.
-Adiós- respondí sin fuerzas para acompañarla a la puerta y sentándome en mi sillón, me quedé rumiando mi dolor mientras las oía marcharse.
Tras su marcha solo me quedaba una cosa que hacer y cogiendo una carpeta busqué a Isabel. No me costó encontrarla y tomándola del brazo, la obligué a tomar asiento en el sofá del salón. Ella comprendió que era importante y sin olvidar por un momento que era mi sumisa preguntó que deseaba.
-Quiero que sepas que yo fui quien quebró tu compañía – y sin darle tiempo a reaccionar, exhaustivamente le expliqué como había tendido la red en la que su socia y ella habían caído.
Durante un cuarto de hora, permaneció callada mientras la ira se iba apoderando de ella y al terminar lo único que me preguntó fue el porqué de esa repentina confesión.
-Te lo he dicho porque quiero que sepas la clase de hombre que soy antes de irme- contesté mientras le daba un cheque con ciento cincuenta mil euros que era el daño económico que le había causado: -Eres libre para rehacer tu vida.
-¿Eso significa que ya no soy su sumisa?- indecisa quiso saber.
-Así es- repliqué.
Liberando la tensión que llevaba acumulada me soltó un tortazo, tras lo cual, con una sonrisa de oreja a oreja, preguntó:
-¿A dónde vamos?
Con mi mejilla adolorida, le pregunté a esa belleza porqué quería acompañarme:
-Aunque seas un cerdo y un cabrón, sé que mi lugar está a tu lado.
La seguridad de su tono y el cariño con la que me miraba, me desarmó y tomándola de la cintura la intenté besar pero entonces separándose de mí, me dijo que la esperara en la cama. Al preguntarle el porqué, contestó:
-Soy una mujer libre. Yo decido cuándo, cómo y dónde mi hombre me va a hacer el amor- y mientras salía del salón me soltó: -Hoy quiero que sea en cinco minutos, dulce y en tu cuarto. Tienes ese tiempo para decidir si quieres que viva contigo como tu pareja.

Todavía alucinando por la reacción de Isabel, me serví una copa. Había supuesto que al enterarse de mi papel en su caída, esa mujer me odiaría y por eso me costaba asimilar que aun molesta, deseara quedarse junto a mí.
«Fui un verdadero hijo puta con ella. Lo lógico es que hubiese salido huyendo de aquí sin ganas de verme más», me repetí mientras daba un primer sorbo a mi bebida, «pero en cambio me ofrece libremente ser mía».
Rememorando la dulzura de sus ojos al decirme que su sitio era junto a mí, me bebí el resto de un solo trago y corriendo subí las escaleras, no fuera a ser que llegara a mi cuarto y malinterpretara mi ausencia.
«No pueden haber pasado los cinco minutos», me dije angustiado al no verla. Mirando mi reloj comprendí que así era y ya tranquilo me tumbé en la cama a esperarla.
Mi espera fue corta pero mereció la pena porque aunque había disfrutado con anterioridad de Jane, la mujer que apareció por la puerta no era mi sumisa sino una diosa.
«Parece otra», rumié extrañado al advertir la seguridad de su mirada y sin poder dejar de contemplarla como si fuera la primera vez, me puse hasta nervioso al admirar las curvas que dejaba adivinar ese picardías transparente.
«No es posible que nunca me hubiese fijado en lo bella que es», medité avergonzado al sentir que mi pene se alzaba bajo mi pantalón con el mero hecho de imaginarme besando los impresionantes senos de los que era dueña.
Seguía pensando en ello cuando con una sensualidad calculada, Isabel se acercó a los pies de la cama y sin retirar su mirada, dejó caer los tirantes que sostenían su camisón. Juro que mi corazón se puso a bombear como loco al valorar con nuevos ojos a la que quería ser mi pareja porque aunque suene ridículo, si sus pechos me habían resultado irresistibles al contemplar como su cintura de avispa daba paso a sus caderas me costaba hasta respirar.
-Ven- me ordenó con voz segura.
Como un autómata sin voluntad, fui hacia a ella. Isabel al tenerme a su lado, forzó mis labios con su lengua mientras con sus manos me empezaba a desnudar. Excitado como pocas veces, permití que me quitara la camisa.
-¿Te ayudo?- pregunté desabrochándome el pantalón.
No supe interpretar el brillo de sus ojos cuando vio caer mi pantalón y menos me esperaba que dándome un empujón me lanzara sobre las sábanas mientras contestaba:
-Hoy es mi turno. Tú solo déjate llevar.
Desconociendo como actuaba como mujer libre, me quedé quieto mientras observaba como sacando dos corbatas de mi armario las ataba al cabecero de la cama. Supuse que quería inmovilizarme y aunque esa idea no me hacía mucha gracia después de lo mal que me había portado con ella, seguí en silencio sin moverme.
Fue entonces cuando subiéndose a horcajadas sobre mí, ese bellezón susurró en mi oído:
-Coge las corbatas y no las sueltes.
Obedeciendo las tomé al comprender que lo que esa mujer quería era llevar ella la iniciativa y tenerme a su disposición sin correr el riesgo que intentara tocarla. Con una pierna a cada lado de mi cuerpo, me impregnó de aceite mi pecho y mientras sus manos resbalaban por mi piel, Isabel fue relajando cada uno de mis músculos.
-Cierra los ojos- ordenó.
Ese inesperado masaje duró poco porque gradualmente experimenté como se iba transformando en una danza de apareamiento. Cegado por voluntad propia percibir cómo esos hinchados senos que tan bien conocía aunque nunca los había valorado suficiente restregaban contra mí mientras su cuerpo buscaba la fusión con el mío. La postura que me hizo adoptar con los brazos en cruz me impedía acariciarla, pero en mi interior supe que no lo que a esa morena le hacía falta era otra cosa, buscaba haciéndome el amor una completa catarsis que le hiciera olvidar las humillaciones que había soportado a mi lado.
Asumiendo que al menos ese mediodía, Isabel quería ser la dominante, la voz cantante que hiciera y deshiciera a su antojo no hice ningún intento por moverme para que ella fuera la que dosificara nuestro deseo y de esa forma que ese polvo purificara tanto su alma como nuestra relación.
Inerme, me dejé amar pasivamente mientras la boca de la que había sido mi esclava se apoderaba de mis labios y con suaves mordiscos, me obligaba a abrirlos. Su lengua jugó con la mía antes de abandonar mi boca deslizándose sobre mi cuerpo. Sus besos recorrieron mi cuello, mis hombros, concentrándose en mi pecho mientras ella sentía la presión de mi pene sobre su propio estómago. Supe que iba a ser un día difícil de olvidar cuando siguió bajando por mi cuerpo rumbo a mi sexo. Este la recibió urgido de sus caricias y en posición de firme, esperó a sus labios.
Cuando ella la rozó con la punta de su lengua, no pude seguir obedeciendo y abrí los ojos. Fascinado observé cómo su boca se abría haciendo desaparecer dentro de ella toda mi extensión. Sus lentas caricias y mi respiración se fueron acelerando al ritmo que fue creciendo mi deseo.
-Necesito que me dejes tocarte- pedí sudando.
La sonrisa que iluminó su cara, la delató al hacerme saber lo feliz que se sentía al haber excitado a su macho. Queriendo incrementar su dominio sobre mí, acercando su cara a la mía, susurró en mi oído:
―Reconoce que me deseas.
―¡No sabes cómo! ¡Tómame de una puta vez!― imploré fuera de mí sabiendo que no podría seguir aguantando mucho más las ganas que tenía de hacerla mía.
Isabel tomó esa respuesta como mi rendición e incorporándose sobre mí tomó posesión de su feudo introduciendo mi pene lentamente dentro de su cueva. La supuesta apatía con la que se fue empalando me pareció una cruel tortura pero como el fiel esclavo de esa diosa no dije nada. Cuando mi glande tropezó con la pared de su vagina, sonrió e inclinándose hacia delante me ofreció sus pechos como recompensa.
-Te los regalo.
Aceptando ese presente, mi lengua recorrió el borde de sus areolas antes de apresar entre mis dientes el botón de sus pezones. Como si fuera el banderazo de salida, sus caderas empezaron a moverse, disfrutando del prisionero que tenían encerrado entre sus piernas y haciendo cada vez más profundas sus embestidas. Dos gotas de sudor recorriendo mis mejillas fueron el preludio del placer que se iba acumulando en mi ser y sin poder permanecer más tiempo inactivo, mis manos agarraron sus hombros en un intento de acelerar sus movimientos mientras ella me montaba ya totalmente desbocada.
«No puedo correrme todavía», maldije al saber que estaba a punto de fallarle y tratando de retrasar lo inevitable, me concentré en evadirme. Ajena a que estaba pasando en mi mente, Isabel pasó sus brazos por mi cuello al sentir que ella también estaba a punto de derramarse. Cuando sin poder aguantar más, mi antigua sierva explotó entre mis piernas y un río de lava ardiente envolvió mi sexo, comprendí que era mi igual y descargué mi simiente en su interior con una intensidad brutal.
-Dios, ¡qué gozada!- aulló agotada y se desplomó sobre mi pecho.
Con una emoción que no supe interpretar, la abracé sin decir nada. Las palabras estaban fuera de lugar. Hasta ese momento no me había percatado de al entregarme a ella, no solo me había hecho el amor sino que de alguna forma había cerrado la puerta bajo diez candados al recuerdo de Lucía y echando la vista atrás, mi vida con ella me pareció una farsa.
Fue una broma del destino que el que el mismo día que me había abandonado y con la última persona que esperaba, hallara la razón para seguir viviendo y meditando sobre ello me sumí en un profundo sueño, feliz porque a la mañana siguiente me iba de España con Isabel.

Relato erótico: “El pequeñin 5” (POR KAISER)

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El Pequeñín

 

Por el patio del colegio, y en medio de varios silbidos y piropos, Susana avanza a paso firme. Normalmente la morena le sonríe a aquellos que le dicen cumplidos pero en esta ocasión esta muy apurada para ponerles atención. Deambula de un lugar a otro observando en todas direcciones hacia las bancas del patio, después va a la biblioteca, al quiosco y finalmente a la cafetería donde ve a sus amigas, exceptuando a una, “otra vez esa yegua” murmura.

 

Susana nuevamente se pone en marcha aunque esta vez va a otros lugares menos concurridos como el gimnasio, la bodega del tercer piso y cuando va llegando al baño al fondo del pasillo encuentra a quien buscaba, o en realidad a quienes buscaba. “¡Como siempre estuviste genial, eres mejor que tener un consolador listo a toda hora!” dice sin tapujos Jessica. Sebastián al ver a Susana y sobre todo al ver la expresión en su rostro se detiene en el acto. La morena esta de brazos cruzados y con una cara que deja muy en claro que no esta de buen humor. “¿Y bien?” pregunta Susana muy seria, Sebastián va responder pero Jessica se le adelanta, “¿y bien que?” contesta con un tono lleno de insolencia. “¿Dónde andaban?”, “¿y a ti que demonios te importa?” fue la dura respuesta de Jessica, Susana se mantiene seria, demasiado seria para Sebastián que la observa algo temeroso, cuando la morena esta en pie de guerra es de temer.

La relación entre Susana y Jessica se ha deteriorado bastante últimamente y Sebastián sabe bien cual es la causa, él. Desde que Jessica pudo comprobar de primera mano los, “atributos” de Sebastián casi no lo deja en paz y esto ha provocado los celos de Susana que en varias ocasiones quedo plantada por que su prima lo agarro, y esto muy literalmente, primero. Susana respondió de igual manera y desde entonces ambas se han lanzado palabras muy duras entre ellas y han hablado pestes la una de la otra ante Sebastián que ahora queda en medio de la pelea.

 

“Te lo estas acaparando” dice Susana sin cambiar su pose en ningún momento, “¿y cual es el problema?” le contesta Jessica que sigue maquillándose sin siquiera mirar a su prima, “es la tercera vez esta semana, y apenas es martes”, “yo no veo nada malo, tu te lo dejaste para ti sola por semanas, además ya era hora que Sebastián tenga a una mujer de verdad con la cual divertirse”. Esas palabras sonaron como una declaración de guerra para Susana, Sebastián podría jurar haber visto chispas salir de sus ojos, para la morena ese fue un golpe bajo y ciertamente no lo va a dejar pasar.

 

“Pues, me parecería raro que Sebastián se conforme con tan poca cosa, y con algo que ha pasado por tantas manos y… vergas”, Sebastián da un paso atrás, para Jessica eso fue demasiado. De inmediato se voltea y se pone cara a cara a su prima, ahora la cosa es en serio. “Miren quien habla” dice en un tono burlesco mientras mira fijamente a Susana, “o acaso debo recordarte la fiesta en la playa del verano pasado, cuántos te follaron en esa cabaña, tres, cuatro, cinco sabes perdí la cuenta en esa ocasión”, Susana se desarma un poco, al parecer era un secreto muy bien guardado que tenia, o al menos creía que era secreto. “Al menos eso fue una vez, o acaso te olvidaste de todos los exámenes orales y prácticos que diste el año pasado para pasar de curso, el director los profes de química, castellano, ciencias, historia, matemáticas”, ahora Jessica se sonroja un poco, pero ciertamente esto no ha terminado.

 

Durante unos minutos que le parecieron una eternidad Sebastián se ve atrapado en la feroz discusión que ambas tienen, se sacan en cara cada una de sus “escapadas” y cada vez que él trata de mediar en el asunto lo hacen callar y cada vez que trata de irse, no lo dejan. “¡Aquí el único que puede resolver esto eres tu!” le dice Susana que le apunta con un dedo como si se tratara de una espada, “¡cierto, él ha estado con ambas y será juez y jurado!” agrega Jessica, “¡¿cuál de las dos es la mejor en el sexo?!” le dicen al mismo tiempo.

 Sebastián se queda de una pieza, ambas lo miran fijamente de tal manera que tiene la impresión que le están haciendo unos rayos X. “Eh, bueno este… es algo difícil de … yo creo que lo mejor es…”, “¡responde de una vez!” demandan ambas. Sebastián comienza a sudar debido a la presión y se pone colorado como un tomate. “¿Responder que?” dice una voz femenina bastante severa. En ese momento aparece Elena, la inspectora que se percata de la actitud sospechosa de los tres. Como nunca Sebastián esta feliz de verla aunque en ocasiones la aborrece, rápidamente toma su oportunidad para desaparecer. “Nada importante, permiso adiós” dice y se retira a paso ligero antes que Susana o Jessica lo detengan.

 

Los días siguientes fueron una autentica pesadilla para Sebastián. Normalmente hubiera estado feliz de ser acosado por semejantes bellezas, pero ahora simplemente esta cansado, hastiado de esta situación. En los recreos, la colación, en la biblioteca, a la salida e incluso a la llegada al colegio ellas lo esperan. A veces es una sola la que trata de dar sus mejores “argumentos” para convencer a Sebastián que es la mejor en el sexo. Esto le ha generado múltiples problemas, desde llegar atrasado a clases hasta ser acusado por una profesora de estarse “propasando” con una compañera, aun cuando la situación fue a la inversa, más encima sus padres que fueron notificados de esto lo castigaron en el acto y tiene detención en las tardes en el colegio. Toda esta situación lo tiene bastante irritado y para peor no hay señal que Jessica o Susana vayan darse por vencidas en este asunto o al menos hacer las paces entre ellas.

De muy mal humor viene saliendo de detención, Elena lo hizo tener que ordenar toda la bodega del tercer piso y más encima hacer aseo en dos salas más, Sebastián esta exhausto y furioso, lo único que quiere es llegar a su casa darse una ducha, comer algo y dormir, no quiere saber nada más de nada ni de nadie. Esta por llegar a la salida cuando de una puerta alguien lo agarra por sorpresa y lo tira dentro, Sebastián pierde el paso y cae pesadamente, al levantar la vista lo primero que ve es a Susana y a Jessica.

 

“¡Por que rayos te has estado escondiendo de nosotras!” le reclama Susana, “¡desde hace días que queremos hablar contigo, aun tienes algo pendiente!” continua Jessica. Mientras ellas siguen insistiendo una y otra vez en lo mismo y continúan como si fueran un par gallinas que no se cansan nunca de cacarear, Sebastián se pone de pie tranquilamente, se arregla su ropa y recoge su mochila.

 

“¡SILENCIO!”………. Susana y Jessica se callan en el acto, “¡ustedes dos ya me tiene harto con este asunto, me tiene enfermo de los nervios y si alguna de ustedes dice una palabra más la ahorco aquí mismo!”. Ambas guardan silencio en el acto, al ver la cara de Sebastián, que parece que va a explotar ya que su rostro esta de un vivo color rojo, no se atreven siquiera a murmurar. “¡Mientras no dejen de pelear no quiero ver a ninguna de las dos!” dice después, “¡¿ESTA CLARO?!”, ambas llegan a saltar y solo atinan a mover la cabeza, Sebastián se retira diciendo barbaridades y dando un violento portazo tras de si.

 

El fin de semana fue tranquilo, solo sus hermanos y el castigo fueron un problema. Al llegar al colegio ve a Susana y Jessica juntas, pero Sebastián hace un notorio gesto de desprecio y pasa a su lado sin siquiera saludarlas conducta que mantuvo durante todo el día, a pesar que se cruzaron varias veces no les dijo una sola palabra.

 

Saliendo de detención Elena le encargo que llevara unas cajas con archivos a la bodega del tercer piso y después se fuera, es su ultima semana de castigo y esta aliviado que sea así. Tras dejar dos cajas cargadas de carpetas Sebastián recoge su mochila y ahí se topa cara a cara con Jessica y Susana.

 

“¡Si van a comenzar de nuevo con esto!” advierte, pero ellas lo tranquilizan, “¡no te enojes, no te enojes!” le pide la morena al ver como se sonroja de nuevo, “¡en serio con Susana hicimos las paces!” agrega Jessica rápidamente. Sebastián las observa, no esta muy convencido. “Ambas conversamos y llegamos a la conclusión que se nos fue la mano el otro día” dice Susana algo nerviosa, “así que decidimos hacer las paces y disculparnos contigo” continua Jessica.

 

Sebastián guarda silencio, sigue desconfiando de ambas pese a todas las garantías que le dan. “Mira sabemos que es difícil que nos creas después de todo lo sucedido”, “así que con Susana acordamos demostrarte que hablamos en serio y que en lugar de pelearnos mejor compartimos” sentencia Jessica. Susana avanza sobre Sebastián y lo hace sentarse en una silla, “solo mira”, entonces la morena se da media vuelta y con Jessica se dan un tremendo beso. Sebastián se frota los ojos para convencerse que esto es verdad, y en efecto lo es. Ambas siguen besándose cruzando sus lenguas entre si mientras sus manos recorren sus cuerpos lentamente.

 

Ellas hacen una pausa y observan la cara de Sebastián que al parecer aun trata de convencerse que lo que ve, es verdad. Así que Susana y Jessica siguen adelante. Jessica se muestra más activa, fiel a su personalidad, y le estruja los pechos a Susana, le abre su blusa y hunde su rostro entre los senos de su prima, se los besa y lame mientras poco a poco le va quitando el sostén. La morena esta apoyada contra un escritorio y deja que su prima le haga lo que quiera. Sebastián pronto siente como su miembro comienza a ponerse más duro que nunca, Susana al percatarse del notable bulto que se recorta en sus pantalones sonríe maliciosamente.

 

Jessica recuesta a Susana sobre el escritorio y Sebastián observa como le devora el coño, pasea su lengua ansiosamente sobre el clítoris de su prima y mete furiosamente sus dedos en el mientras Susana no deja de gemir y de acariciarse sus pechos, “¡ves, te dije que sabia como le gusta a mi prima!” le dice Jessica sonriente. Solo en revistas o películas pornográficas había visto una escena así antes, pero ahora la tiene frente a sus con dos chicas que siempre le habían quitado el sueño.

 

Al cabo de un rato ambas hacen un furioso 69 sobre la mesa, se lamen con tantas ganas que Sebastián ya no pudo más y saca su miembro de sus pantalones, de inmediato se extiende por completo como si lo hubiera tenido amarrado por mucho tiempo. Ellas siguieron dándose entre si por un instante hasta que vieron la enorme erección de Sebastián. “Oye míralo, ya es hora vamos a darle lo que se merece” dice Susana. Jessica se quita de encima y ambas van hacia él y se hincan en frente con sus pechos al descubierto.

 

“Disfrútalo” dice Jessica y entre las dos le comienzan a hacer una mamada, la mejor que Sebastián ha recibido. Las lenguas de ambas recorren todo su miembro, envuelven su roja cabeza y se deslizan por todos lados. Siente como Susana y luego Jessica chupan su miembro y después lo frotan con sus pechos, Sebastián sonríe de forma estúpida y suspira como si esto fuese un sueño, cierra sus ojos y disfruta de este momento que antes solo existía en su imaginación. Como para asegurarse que no es un sueño él toma de la cabeza a cada una como para asegurarse que son reales y las acompaña en el movimiento que hacen mientras sus lenguas se pasean sobre su miembro.

 

“¡QUE DEMONIOS SIGNIFICA ESTO!”, Sebastián abrió los ojos de golpe como si lo hubieran despertado de un sueño muy placentero con un balde de agua fría y cae de espaldas con la silla, en la puerta, con sus manos en las caderas y con una expresión de furia esta Elena. “¡Esta no es la conducta a esperar de unas alumnas de este colegio!” sigue gritando mientras Jessica y Susana se arreglan sus ropas rápidamente. Sebastián trata de manera desesperada de meter su miembro en sus pantalones de nuevo, pero le resulta algo casi imposible considerando la tremenda erección que tiene, luego de un rato pudo ponerlo en su sitio y ponerse de pie ante la severa mirada de Elena, “¡los tres vengan conmigo, y rápido!”.

 

Al llegar a la oficina Elena hace pasar a Jessica y Susana mientras Sebastián espera afuera. Los gritos de Elena retumban por todo el lugar mientras escucha como ellas le ruegan para que no llame a sus apoderados. Finalmente salen de la oficina y Sebastián mira fijo a Susana, “detención por un mes y dos anotaciones en nuestra hoja de vida por conducta impropia” dice Susana lamentándose, “la sacamos barata, muy barata” agrega Jessica que luce muy preocupada, Sebastián jamás la había visto así. Elena sale detrás y las llama, “¡tú espérame en mi oficina!” y Sebastián pasa.

Él se siente como si estuviera esperando su ejecución. Pasaron unos extremadamente largos cinco minutos hasta que Elena volvió y tomo asiento sin levantar la vista ni mirar siquiera de reojo a Sebastián que guarda absoluto silencio. Se quita su chaqueta y la cuelga en su silla y después llena unos papeles y habla por teléfono. Sebastián no sabe si siquiera tiene permitido respirar y Elena continua con lo suyo sin prestarle atención.

 

De golpe ella cierra un libro de clases y Sebastián se sobresalta. Elena suspira profundamente se saca los lentes y suelta su cabello castaño que es bastante largo y se reclina en su silla con sus ojos cerrados. Sebastián no puede evitar notar que a pesar de todo lo que se ha dicho de Elena, ciertamente tiene sus encantos. “¿Y bien chico travieso que debería hacer contigo ahora?”, Sebastián, que espera una severa reprimenda a gritos, no comprende bien lo que Elena le dice. Lo observa fijamente y en sus ojos cafés se aprecia un extraño brillo al tiempo que sube sus piernas a su escritorio. De manera instintiva Sebastián las observa algo de lo que Elena se percata en el acto.

 

“Vaya numerito que tenias con tus amigas” agrega después mientras juega con un lápiz que desliza en sus labios. Su rostro es de facciones mas bien alargadas pero bastante armoniosas, nunca se había percatado de esa belleza sobria que Elena posee. Sebastián aun no se atreve a decir nada y le cueste entender que ella no le este gritando tras lo sucedido sabiendo lo estricta y moralista que es.

 

“¡Bien, ya es hora de que pagues por tu atrevida conducta!” dice repentinamente Elena golpeando la mesa, ella se pone de pie y avanza directamente hacia Sebastián que la mira de forma incrédula, antes que él pueda decir algo Elena se le arroja encima y comienza a besarlo apasionadamente al tempo que le abre los pantalones buscando ansiosamente su miembro. Sebastián esta a su completa merced y no sabe que hacer ante esta situación.

 

Elena se muestra terriblemente ardiente, con mucha fuerza le frota su miembro mientras lo sigue besando. Después se abre su blusa y le restriega sus pechos, de buen tamaño, en la cara. “Vaya pero esto es toda una novedad, con razón esas chiquillas te acosan tanto” dice Elena complacida. Antes que Sebastián le diga algo ella se lanza a mamar su verga la cual se pierde en su boca. Es una mamada mucho más intensa y Elena demuestra claramente que los años son de experiencia y lo hace acabar en su boca la cual se llena de semen, “pero que abundante y espeso es, eres todo un caso muchacho”.

 

Sebastián no alcanza a recuperar el aliento cuando Elena se le monta encima y se empala de una sola vez en su verga, “¡así pero que bien se siente tan dura, tan tiesa es excelente!”. Elena se lo hace de una manera más que salvaje, le cabalga con todo y el sillón llega a crujir con el movimiento, la recibe toda en su sexo y no le da ni un instante de respiro. Sus pechos no paran de moverse y Elena lo sujeta de tal manera que lo inmoviliza, Sebastián siente como si Elena lo estuviera violando.

 

Durante unos muy largos minutos Elena soltó toda su lujuria con él, como si por años no hubiera tenido sexo y quisiera recuperar el tiempo perdido. Sebastián se corre al menos tres veces pero incluso así Elena continua hasta dejarlo prácticamente seco y exhausto. Es la primera vez que una mujer hace trabajar así su miembro.

 

“Veo que eres todo un campeón chiquillo” le dice al oído con una sonrisa maquiavélica. Elena se pone de pie y se arregla su ropa. “Puedes irte” le dice y Sebastián como puede guarda todo y se dirige a la puerta, “de ahora en adelante te quiero en mi oficina los martes y los viernes después del horario de clases esta claro”, “yo no soy su juguete” replica Sebastián, Elena sonríe otra ves, “pues yo diría que si, ¿no querrás que tus padres reciban una comunicación donde les indico que te estabas aprovechando de un par de compañeras de colegio o si?”, la cara de horror de Sebastián lo dice todo.

 

“¿Acaso me esta chantajeando para tener sexo conmigo?” pregunta incrédulo, “pues claro, eso lo hace más excitante no crees” responde Elena con una sonrisa. Sebastián se retira y a la salida se encuentra con Susana y Jessica las cuales aun se lamentan por lo sucedido. “¿Y bien como te fue?” le pregunta la morena ansiosa, “eh, debo ir a hacer aseo a su oficina los martes y viernes después de clases” les responde aunque sin mirarlas a los ojos. “Vaya esa mujer es toda una perra” dice Jessica, “parece que necesita una buena cogida a ver si eso le arregla el carácter” agrega después, Sebastián se mantiene en absoluto silencio aunque concuerda con Jessica plenamente.

 

Relato erótico: “Historias de ascensor 01: Te mentí…” (POR TALIBOS)

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HISTORIAS DE ASCENSOR 01: TE MENTÍ…

–          Francisco, pásate por mi despacho un poco antes de salir, a las menos cuarto más o menos – me dijo Gloria, la jefa.

Olé. Ya estaba. Dos años de trabajo de esclavo en la agencia de publicidad por fin habían dado fruto. La jefa iba a cumplir lo prometido y me iba a ofrecer un contrato fijo. Ya estaba bien de contratos de mierda de aprendiz, de becario, de estudiante… de puta para todo, vaya.

Aún recordaba con cuanta ilusión había comenzado a trabajar en la agencia dos años atrás, para encontrarme de bruces con la realidad. Cuántos cafés servidos, cuántas fotocopias hechas antes de que me permitieran trabajar en aquello que había estudiado, antes de poder mostrar mi talento.

Pero había merecido la pena. Meses atrás Gloria me había encargado un trabajo: colaborador junior en una importante campaña publicitaria. Madre mía, jornadas de 12 horas en el curro, para después continuar trabajando en casa. Sin vida social, sin poder ver a mis amigos, sin salir a divertirme…

Había sido un infierno, pero la campaña había sido un éxito y por fin Gloria iba a cumplir su palabra y la empresa me iba a contratar como publicista. La cosa iba a cambiar: ahora sería yo el que dispusiera de becarios a los que explotar, el que se marchara todos los días a su hora para casa, mientras los demás pringados echaban horas extra, el que iba a ganar pasta gansa por disponer de porcentaje de ganancias en las campañas…

Podía sentir en mi espalda las miradas de envidia de mis compañeros… por fin abandonaba el rebaño de los borregos y me iba a convertir en el pastor, ya no tendría que aguantar que el imbécil de Mario me mandara hacer todos los recados que se le ocurrían aunque yo estuviese hasta el cuello de trabajo y por fin podría borrar la sonrisilla condescendiente del careto de Espe, la puta secretaria del dueño de la agencia, que nos miraba con aire de perdonavidas a todos los pobres curritos de la agencia.

Y lo mejor… iba a trabajar codo con codo con Gloria, de igual a igual con el pivón más impresionante de la agencia… y por allí pasaban muchas modelos, ya saben.

Cómo estaba la tía… morena, ojos verdes, medidas de infarto, y con esa sensual manera de vestir, siempre con trajes sastre, faldas entalladas, dando imagen de jefa responsable de cara a la galería… pero con ropa de secretaria porno en mi calenturienta imaginación…

La de veces que había fantaseado con encalomármela a lo bestia, allí mismo, en el trabajo. Entrar en su despacho, barrer todos los papeles de su mesa de un manotazo, retreparla en la mesa, subirle la falda y clavársela hasta el fondo…

Aquel viernes iba a pasar a la historia, iba a firmar el contrato… iba a irme a mi casa… iba a llamar a mis colegas… iba a salir de juerga… iba a cogerme la borrachera más grande desde los tiempos de Boris Yeltzin…

¡¡¡¡¡Y UN MOJÓN!!!!!…………………………………………………….

A las dos y media de la tarde, con la oficina completamente vacía me encontraba en mi cubículo vaciándolo con expresión perpleja (con cara de gilipollas para los de la LOGSE) sin acabar de creerme lo que acababa de pasar.

Gloria, la muy cabrona, había esperado adrede a última hora para convocarme a su despacho, así la oficina se quedaba vacía y yo no podría montarle una escena delante de los compañeros. Allí sólo quedábamos ella, yo y Esteban, el viejo guarda de seguridad que se encargaba de cerrar las oficinas… y con mi suerte, seguro que si llego a montarle algún pollo a la jefa, el vejete de manos temblorosas era capaz de pegarme un tiro.

La madre que la parió. Me había despedido… bueno, eso no es exacto, en realidad “se había decidido la no prorrogación de mi relación contractual con la empresa, toda vez que se trataba de un acuerdo hasta final de obra y servicio y ésta ya había terminado”.

Vamos, que como conforme a la ley ya no era posible seguir haciéndome contratos temporales, pues habían pensado que era más beneficioso para la empresa echarme a la puta calle antes que hacerme fijo con la correspondiente subida de sueldo. Con mi salario podrían contratar a otro gilipollas recién salidito de la escuela al que podrían darle igualmente la patada tras 2 años de cruel explotación, mangoneo y humillación.

En resumen, que además de puta… apaleada.

En estado de shock, repasaba mentalmente la entrevista que acababa de tener con Gloria, recordando cómo me había manipulado, cómo me había utilizado en los últimos meses, usando su atractivo físico para tenerme de perrillo faldero, atento a cualquier cosa que ella necesitara, ofreciéndome siempre voluntario para todas las tareas chungas de la campaña, pensando, imbécil de mí, que aquello me haría ganar puntos para lograr el contrato…

Estaba cada vez más rabioso, enfadado conmigo mismo por haber sido tan inocentón, pero sobre todo con ella, por perra y manipuladora. Y lo que más me cabreaba eran sus palabras cuando le recordé su promesa de hacerme fijo en la empresa:

–          Te mentí – me dijo lisa y llanamente la muy puta mientras me miraba con aires de superioridad, como si no entendiera cómo un capullo como yo podía siquiera soñar con aspirar a trabajar junto a una elegida de los dioses como ella.

Cabreado, seguí metiendo mis tristes pertenencias en una caja de cartón de Ikea. Los muy cabrones, ni se habían dignado en hacerme un regalo de despedida, sólo una puta caja de cartón que cogí del almacén de material… y encima había tenido que montarla yo.

Los muy puercos… incluso me había dicho que, con el fin de no tener que pagarme las vacaciones no disfrutadas, me daban 2 semanas libres en las que seguiría cobrando el sueldo, pasadas las cuales podía pasar por la gestoría a firmar el finiquito. ¡Y lo había dicho con una sonrisa en los labios! ¡Como si me estuviera haciendo un favor!

Poco a poco fui calmándome, a medida que lo abrumador de la situación me fue superando. Madre mía, otra vez al paro… y con lo jodida que estaba la cosa… A punto de echarme a llorar, acabé de meter los pocos objetos personales que había acumulado en mi mesa y cerré la caja. Con un súbito ataque de melancolía, eché un último vistazo a mi alrededor, mirando por vez última el sitio donde había pasado la mayor parte de los últimos dos años, consciente de que, al final, todo el esfuerzo y el trabajo no habían servido para nada.

Apesadumbrado, caminé arrastrando los pies hacia la salida de la agencia, sin apenas prestar atención a lo que había a mi alrededor, cargando con la maldita caja de cartón en la que se agolpaban las fotos, agendas y las cuatro putas mierdas que podía decir que eran mías. No quise ni llevarme un triste boli que perteneciera a la empresa; no iba a darles el gusto de decir que había cogido algo que no fuera mío.

Como un zombie, llegué al rellano de la escalera, y me quedé contemplando el cartel de “AVERIADO” que había en la puerta de uno de los dos ascensores.

–          Como siempre – pensé – No sé por qué me preocupo tanto. Esto es lo mejor que me podía pasar. Abandonar esta cutre agencia de mierda que no tiene pasta ni para instalar un ascensor que funcione.

Con total desgana, alargué una mano y pulsé el botón de llamada del otro ascensor, provocando los típicos chirridos y crujidos que indicaban que el cacharro se ponía en marcha. Por suerte, el ascensor tardó poco en venir, pues a esas horas estaba libre ya que, siendo un edificio de oficinas, a las tres de la tarde de un viernes no pillabas allí ni al Tato.

Justo entonces, escuché unos tacones a mi espalda resonando en el suelo enlosado. Me giré para mirar, aunque estaba bastante seguro de quién era su dueña. Al hacerlo, mi mirada se encontró con la de Gloria, que llevaba unos papeles en las manos, por lo que hasta ese instante, no se había apercibido de mi presencia.

–          ¡Oh! Aún estás aquí… – dijo con voz un tanto incómoda.

–          Tenía que recoger las cosas de mi mesa – respondí.

En ese momento, la puerta del ascensor se abrió. Lentamente, entré en él y me di la vuelta para pulsar el botón, encontrándome con que mi exjefa no se decidía a entrar.

–          Vamos, Gloria – dije dando un suspiro – que no te voy a comer. El otro ascensor está roto y ya sabes lo lentísimo que es este cacharro. Te vas a quedar esperando por lo menos cinco minutos entre que este trasto baja y vuelve a subir. Y a patita son 12 plantas de escalera con esos tacones.

Aún dudando, Gloria se miró los pies, como para verificar que yo había dicho la verdad y llevaba tacones puestos (gilipollas). Se veía incomodísima con la situación, podía leer perfectamente en sus ojos lo que estaba pensando su cerebrito: que cómo había podido ser tan tonta de no darse cuenta de que yo estaba esperando el ascensor. Si hubiera estado atenta se habría podido ahorrar aquella violenta situación.

Por fin, pareció armarse de valor y asintió con la cabeza. Entró en el ascensor y yo me retiré hasta el fondo, apoyándome en el espejo que había, mientras ella me daba la espalda quedándose junto a la puerta, sin duda rezando para que el trayecto fuera lo más rápido posible y que yo no me volviera loco y le dijera algo que la hiciera pasar vergüenza.

 Gloria pulsó el botón del sótano (teníamos nuestros coches en el garaje) y el cacharro se puso en marcha con un crujido. Lentamente, comenzamos a descender, ambos en silencio, sin ganas de decirle absolutamente nada al otro. Por un momento consideré la posibilidad de montarle una escena, pegarle cuatro gritos y acojonarla un poco, pero con mi suerte, seguro que sacaba un spray anti-violación del bolso y me daba una buena rociada. Aquella puta tenía pinta de llevar uno seguro y yo sabía que no le daría ningún escrúpulo utilizarlo.

Pensando gilipolleces semejantes, me dediqué a observar su prieto culito enfundado en aquella faldita entallada que tan bien dibujaba sus curvas. Como estaba de espaldas a mí, podía contemplarla a mi antojo sin que se diera cuenta, aunque a esas alturas me importaba una mierda que se diera cuenta o no.

¡Joder, qué culo! Los cachetes se dibujaban perfectamente, apretando y tensando al máximo la negra tela de la falda. Si tuviera cojones, lo ideal sería aprovechar la postura y agarrarle los mofletes con las manos. Aunque me llevara una ostia, que después me quitaran lo bailado. O mejor, agarrarle la tetas por detrás, seguro que no se esperaba algo como eso y podría incluso arrancarle la blusa de un tirón y dejarle las domingas al aire.

Con semejantes pensamientos el viaje hasta el sótano se me hizo más corto que nunca (y eso que duraba cerca de 2 minutos, cronometrado por mí y por un compañero en cierta ocasión) hasta que por fin, el  display de la pared marcó -1.

Justo entonces, se escuchó un monumental crujido y el ascensor pegó un brinco. Pareció detenerse y, de repente, se hundió un poco, dando una especie de bote.

–          ¡Ahhh! – Gloria profirió un gracioso gritito, tirando el bolso y todos los papeles que llevaba por los suelos y se volvió hacia mí, mirándome con ojos desorbitados.

Yo, más acostumbrado a los caprichos de aquel viejo cacharro, no me alteré en absoluto y mi lado altruista y magnánimo me hizo intentar tranquilizar a aquella zorra, aunque no se lo mereciera en absoluto.

–          No te preocupes – le dije – ya estamos abajo; habrá sido un fallo del motor. Como esta mierda es tan vieja…

–          ¿Y por qué no se abre la puerta? – me respondió con los ojos como platos.

¡Coño, la verdad es que tenía razón! Las puertas seguían cerradas, a pesar de que el display indicaba que habíamos llegado al sótano. Fue entonces cuando me fijé que el -1 que aparecía en la pantallita temblaba, como dudando en si marcar -1 o -2.

–          ¡Joder! – exclamé, me parece que a este cacharro le han fallado los frenos y nos hemos pasado de planta.

–          ¡PERO, ¿CÓMO COÑO VA A PASAR ESO? ¡SI NO HAY MÁS QUE UNA PLANTA DE SÓTANO! – aulló Gloria con expresión aterrorizada.

–          Mira, tía, a mí no me chilles – le espeté bastante cabreado – En el hueco del ascensor queda siempre un espacio, para que entren los técnicos y eso. Ahí es donde están los amortiguadores. Seguro que el bote de antes fue porque estamos apoyados sobre ellos.

La chica se había quedado paralizada, no atinó ni a contestarme. Intuitivamente, comprendí que aquella mujer debía sufrir de claustrofobia, pues si no, no se explicaba tanto follón por quedarse encerrada en el ascensor. Me sorprendió un poco que Gloria, habitualmente tan fría, tan dura, tan segura de sí misma, tuviera una debilidad tan común (y tan intensa), pero la verdad es que me importaba un huevo y lo único que quería era salir de allí.

–          A ver, aparta, que voy a intentar abrir la puerta.

La mirada de loca agradecida que me dirigió me estremeció, hasta me compadecí de ella y todo a pesar de lo que me había hecho. Decidido, dejé la caja con mis cosas en el suelo y aferré las hojas de la puerta, tratando de separarlas. Mis músculos (no demasiado fuertes) se tensaron bajo mi camisa mientras yo apretaba los dientes por el esfuerzo… Nada, las puertas no se movieron ni un centímetro.

–          ¡Joder! – exclamé – ¡Qué duro va esto! ¡Esto no hay quien lo abra!

–          ¡APARTA DE AHÍ! – chilló Gloria empujándome a un lado.

Como loca, se colocó en mi lugar y forcejeó con las puertas, tratando de introducir las uñas en la ranura que quedaba entre ambas. Cuando se convenció de que no iba a lograr nada, se puso histérica y comenzó a dar golpes y patadas en la puerta, gritando pidiendo auxilio.

–          ¡SOCORRO! ¡EEEHHHHH! ¡ESTAMOS ATRAPADOS EN EL ASCENSOR! ¡SACADNOS DE AQUÍ!

–          Sí, sí, tú grita, puta – pensé – Que a estas horas de un viernes va a venir Superman a sacarte.

 Un poco aturdido y soliviantado por los gritos (hasta los cojones de tanto chillido para los de la LOGSE), la agarré por los hombros y la obligué a volverse hacia mí. Pensé en calzarle un par de buenas ostias, que según sale en las pelis es mano de santo para curar el histerismo, pero mi caballerosidad innata provocaba que me resultara incómodo pegar a una mujer, así que me limité a agitarla con fuerza tratando de que se calmara.

–          ¡Deja ya de dar golpes, que estamos en el sótano y no te va a oír nadie! ¡Usa el puto telefonillo, cojones!

El ascensor, como ahora obliga la normativa, tenía instalado un comunicador con la central de emergencias (me parece que con la de la empresa de ascensores) y bastaba con pulsar el botón 5 segundos para establecer comunicación con ellos (o eso decía el cartelito que había junto a los botones). Por desgracia, aquello no bastó para tranquilizar a la tía.

–          ¡ESA PUTA MIERDA NO FUNCIONA! ¡EL MES PASADO CUMPLIÓ EL CONTRATO Y LA JUNTA AÚN NO HA DECIDIDO RENOVARLO! ¿TE CREES QUE SOY GILIPOLLAS O QUÉ? – me aulló en la cara.

Joder, menuda empresa de mierda, en menudo edificio de mierda, rodeada de menudo montón de empresas de mierda era la agencia en la que había estado trabajando. Serían cutres. Tendría que haber probado los malditos extintores antes de salir de la oficina. Seguro que estaban todos vacíos y habría podido denunciarles por incumplir la normativa de seguridad en el trabajo.

–          Pues usa el maldito timbre de llamada – dije, encogiéndome de hombros – Esteban debe andar por ahí y a lo mejor lo oye.

Una repentina luz de esperanza brilló en los ojos de Gloria que, de un tirón, se libró de mí, abalanzándose sobre el cuadro de botones. Como una fiera, hundió su dedo índice en el botoncito amarillo con una campanita dibujada (ya saben cual), y una especie de sirena parecida a un pollo esquizofrénico comenzó a atronar en el ascensor.

–          ¡PIOPIOPIOPIOPIOPIOPIOPIOPIPIOPIO! – resonaba la alarma.

–          ¡SOCORROOO! ¡AYUDAAAA!  – aullaba la loca, con el dedo blanco por la fuerza con que apretaba el botón.

Yo, tapándome los oídos con las manos para proteger mis tímpanos del ruido, intenté (sin éxito) calmarla un poco.

–          ¡Gloria! – grité tratando de hacerme oír por encima de la barahúnda – ¡Que te lo vas a cargar!

Joder, si llego a saber antes que tenía dones proféticos hubiera jugado más a la Primitiva. En cuanto hube dicho esas palabras, al pollo le dio un infarto y se quedó mudo.

–          ¡PIOPIOPIOPIOPIOOOGUAJ…………!

Gloria, ya histérica del todo, comenzó a pulsar una y otra vez el botón, tratando de que volviera a chillar.

–          ¡VAMOS CABRÓN DE MIERDA, SUENA! ¡SOCORROOOOO!

–          Sí, tú dale, dale, que así lo vas a arreglar – dije yo, aunque no creo que ella me oyera.

Siguió chillando y dando golpes por lo menos diez minutos más. Yo, ya bastante cansado de tanto jaleo, me senté en el suelo y me apoyé en una pared, meditando sobre nuestra situación. Al principio yo también esperaba que el viejo Esteban alcanzara a escucharla pero, cuanto más tiempo pasaba, más comprendía yo de que el tipo debía haberse instalado ya en su cuartito de la planta baja, tras haberse asegurado de que las oficinas estaban cerradas y estaría ya viendo la mierda de programación de Tele 5, como yo sabía que hacía en cuanto se vaciaba el edificio. Entre sus obligaciones estaba hacer la ronda un par de veces, pero, estando solo y sin supervisión, quién coño sabía si la haría o no. Y si la hacía ¿para qué cojones iba a bajar al sótano, si allí no había nada?

Aburrido, saqué mi móvil del bolsillo, sólo para comprobar lo que ya sabía; dentro de aquel ascensor no había cobertura. Si habitualmente ya era mala en todo el edificio, ni les cuento cómo era dentro del ascensor, enterrado en lo más profundo del sótano. Al verme, Gloria se abalanzó sobre su bolso y, como loca lo registró en busca de sus dos (el personal y el de empresa) teléfonos móviles. Y una mierda. Ni gota de cobertura. Asustada, arrojó los teléfonos al bolso y volvió a reanudar sus golpes contra la puerta.

Poco a poco, fui haciéndome a la idea de que íbamos a tardar en salir de allí y, al parecer, mi forzosa compañera también, pues cada vez gritaba menos y golpeaba con menos ganas. Por fin, siguió mi ejemplo y se sentó en el suelo, apoyándose en la puerta del ascensor, cosa nada fácil debido a la falda que llevaba. Se abrazó las rodillas y comenzó a sollozar, meciéndose levemente adelante y atrás.

Aquello me conmovió un poco, pero enseguida otro tipo de pensamientos  ocuparon mi mente. Para poder sentarse con aquella falda había tenido que subírsela un poco, por lo que una pequeña parte de sus muslos quedaba expuesta, deliciosamente enfundados en unas medias negras con pinta de caras.

Así funciona la mente masculina, era perfectamente posible que me viera obligado a pasar unas cuantas horas encerrado en un ascensor (hasta que en mi casa me echaran en falta), sin agua ni comida, y me distraía pensando en lo buena que estaba la puta que acababa de despedirme.

La verdad es que Gloria me daba un poco de pena, la poderosa mujer de negocios reducida a una triste criatura sollozante, pero su voz todavía resonaba en mi cabeza, diciéndome:

–          Te mentí… – Justificando con dos simples palabras, la gran putada que me habían hecho.

Fue justo entonces cuando se hizo la luz y la inspiración me inundó de golpe. Mis pupilas se dilataron ante la brillante idea que se me había ocurrido. Me acordé de la charla que había tenido un par de meses atrás con Raúl, un amigo que había estudiado Ingeniería Industrial.

–          Espera, Gloria – dije – Acabo de acordarme de algo.

No me hizo ni caso y siguió abrazada a sus rodillas, meciéndose obsesivamente.

–          Quizás sea capaz de abrir la puerta – continué.

Al decir esto, logré captar por fin la atención de la chica. Bruscamente, clavó su mirada en mí, haciéndome estremecer por la cara de loca que tenía.

–          ¿Cómo? – exclamó con ansia – ¿Qué dices?

–          Recuerdo que un amigo me contó que es posible abrir estos ascensores desde dentro, si se sabe cómo. Por lo visto tienen un seguro interior para evitar este tipo de incidentes. Es sólo cuestión de soltarlo y las puertas quedan sueltas, con lo que se puede abrir con las manos.

–          ¿En serio? – dijo incorporándose – ¿Y a qué esperas?

Mientras hablaba, tironeaba de mi brazo, tratando de obligarme a ponerme en marcha.

Obediente, me puse en pié y me aproximé a las puertas.

Justo encima de las mismas, había un embellecedor medio suelto. Con un par de certeros golpes, logré soltarlo y quitarlo, dejándolo en el suelo. Apareció un amasijo de cables eléctricos, que yo examiné con aire entendido. Por fin, di con la clave.

–          ¡Ah! – exclamé – Ahí está.

–          ¿Ya sabes cómo abrirla? – exclamó Gloria con gran ilusión.

–          Sí, ya he visto el mecanismo. Se trata simplemente  de cortar el manguito del cierre hidráulico de las puertas. Con eso se suelta el cierre y las puertas pueden abrirse.

–          ¿Y a qué esperas? – repitió – ¡Hazlo!

–          Bueno… – dije titubeante – Falta una pequeña cosa.

–          ¿El qué? ¡Dime! – respondió ella, expectante.

Tras hacer una pequeña pausa dramática (siempre he sido muy amante de los efectismos) le espeté:

–          Que me hagas una buena mamada…..

Juro que me costó horrores no descojonarme de la risa al ver cómo su expresión pasaba de la ilusión y alegría más desbordantes a la estupefacción más absoluta.

–          Pero… ¿qué…? – atinó a balbucear.

–          Creo que me has oído perfectamente. Quiero que me la chupes aquí, en este ascensor, para que me lleve al menos un buen recuerdo de esta maldita empresa. Te has pasado dos años chupándome la sangre y ahora, como fin de fiesta, quiero que me chupes otra cosa.

–          Pero ¿qué coño te crees gilipollas? – escupió con furia – ¿Te crees que voy a chupar tu… tu asquerosa polla sólo para salir de aquí?

–          Bueno…  pienso que sí, pero, si no quieres, no hay problema. Hacemos otra cosa.

–          ¿El qué? – exclamó ella con sequedad, supongo que barruntándose mi respuesta.

–          Podemos quedarnos aquí sentaditos hasta que la peña regrese el lunes. Aunque sin comida ni bebida lo tenemos algo chungo.

–          Hijo de puta – siseó Gloria, con el odio refulgiendo en su mirada.

–          Y no hablemos de cuando tengamos que mear – dije agitando la cabeza – Yo todavía podré apañarme, pero lo tuyo va a ser un espectáculo.

Las películas dirán lo que quieran sobre dar ostias para quitar el histerismo, pero les aseguro que el cabrear a la gente es un remedio muchísimo mejor.

–          Te crees muy listo, ¿verdad? – dijo sonriendo – Pero ahora que sé que se trata de cortar un cablecito puedo hacerlo yo misma.

–          ¿De veras? – respondí con suficiencia – ¿Y sabes cual de todos es el que tienes que cortar?

–          Me importa una mierda. Si hace falta los arranco todos.

–          Ya – respondí asintiendo – Y con 1,65 que mides ¿cómo vas a llegar hasta los cables? Porque si crees que te voy a aupar sin algo a cambio… Y el precio ya lo sabes…

Joder. Qué gustazo. Borrar de un plumazo su expresión chulesca fue un placer difícil de olvidar. Poco a poco percibí como el brillo del miedo volvía a asomar en sus ojos.

Bruscamente, Gloria se puso en pié y se arrojó contra la puerta, dando torpes saltitos intentando alcanzar los cables. Tras uno de ellos, pisó mal con los tacones por lo que cayó al suelo con estrépito, quedando de rodillas, la cabeza hundida contra el pecho.

Pronto, su cuerpo se estremeció con los sollozos, mientras yo permanecía de pié a su lado, inconmovible.

Seguimos así unos minutos, mientras ella se hacía a la idea de cómo estaba la cosa. A medida que la situación penetraba en su mente, los sollozos disminuían de intensidad, con lo que comprendí que estaba a punto de salirme con la mía. Un escalofrío mitad excitación y mitad expectación recorrió mi columna.

Por fin, Gloria alzó la cabeza y clavó en mí sus ojos llorosos. La verdad es que estaba muy guapa a pesar del llanto.

–          Eres un cabrón – me dijo mientras se derrumbaban sus últimas defensas.

–          Pues anda que tú – respondí – Dos años, hija de la gran puta, dos años esclavizado en esta puta agencia mientras me mentías prometiéndome un contrato. He tragado mierda por un tubo… y ahora te toca a ti tragarte otra cosa.

–          Hijo de puta.

–          Sí, eso ya lo has dicho. Y bien, ¿nos ponemos a ello o me siento otra vez a esperar que nos rescaten?

–          …………………………..

–          O si lo prefieres puedes empezar a gritar y a dar porrazos otra vez, aunque te noto un poquito afónica – (era verdad).

Aún tardó un par de minutos en ceder, pero, por fin el miedo pudo más que sus escrúpulos.

–          Está bien – concedió – Al menos espero que no le cuentes esto a nadie.

Aquellas sencillas palabras consiguieron que mi pene comenzara a endurecerse dentro del pantalón. No podía creerlo, mi jefa iba a chuparme el nabo (bueno, exjefa, pero quien pensaba en esos detalles).

A regañadientes, Gloria se agachó frente a mí, mientras mi corazón amenazaba con salírseme por la boca de puro nerviosismo.

–          Vamos, sácatela – dijo Gloria evitando mirarme.

–          De eso nada, nena – respondí – Tú te encargas de todas las operaciones. Yo me dedico sólo a disfrutar del momento.

La chica me miró con un acerado brillo de odio en los ojos. Un escalofrío me recorrió la columna, al imaginarme que ella decidiera vengarse de mí cuando tuviera mi polla en la boca. Sacudiendo la cabeza para librarme de esos tétricos pensamientos, le metí un poco de prisa.

–          Aligera, Gloria. Que es para hoy. Y esa polla no se va a chupar sola.

Ella siseó una respuesta cortante, “hijo de puta” creo. Pero no estoy seguro al cien por cien.

Por fin, la chica se acuclilló delante de mí y llevó las manos a la bragueta. Al abrirla, se topó con un bulto ya bastante notable apretado contra la tela del slip. Con manos expertas (se notaba su profundo conocimiento en esas lides), Gloria sacó a mi pequeño general de su encierro, que quedó enhiesto mirando al techo del ascensor mientras la chica le daba unos suaves apretones, para lograr la máxima excitación.

Un tenue rubor teñía las mejillas de Gloria, lo que le confería un aspecto si cabe todavía más erótico. Sus ojos estaban clavados en mi falo y pude detectar un ligero brillo de admiración en su mirada, lo que provocó que mi ego alcanzara las más altas cotas de orgullo masculino. No me malinterpreten, no la tengo como un actor porno, pero no estoy nada mal equipado.

–          Venga, ¿a qué esperas? – la exhorté.

Gloria aún dudó un segundo más antes de decidirse a actuar. Incluso ese segundo se me hizo eterno, hasta que, finalmente, sus labios se entreabrieron para recibir mi ardiente barra entre ellos.

Un ramalazo de placer sacudió mi cuerpo cuando la boquita de zorra de mi exjefa se apoderó de la punta de mi instrumento. Sentir cómo mi verga se deslizaba entre sus carnosos labios me produjo tal placer que la cabeza me daba vueltas. Como pude, mantuve los ojos abiertos, para no perderme detalle de la mamada.

Gloria, queriendo acabar con rapidez, había atrapado la punta con la boca, mientras que su mano derecha me pajeaba el falo con intensidad, para provocarme un orgasmo veloz, y claro, yo no estaba dispuesto a permitirlo.

–          Pero, ¿qué clase de mamada de mierda es ésta? – la interrumpí – ¿Qué te crees? ¿Que estamos en una peli porno y me vas a chupar sólo la punta? De eso nada guapa, lo que yo quiero es una MA-MA-DA, bien a fondo y con sentimiento. No una mamada de puta de 20€.

Gloria me clavó una mirada de odio insondable tan intensa que me hizo temer por la integridad de mi pene, pues, a pesar de todo, la tía no se lo había sacado de la boca. Afortunadamente, decidió claudicar y hacer caso de mis deseos. Para estar más cómoda, se arrodilló directamente en el suelo, en vez de permanecer en cuclillas, con lo que su postura se hizo más firme.

–          Así, mucho mejor – asentí cuando Gloria comenzó a deslizar su lengua lentamente a lo largo de todo el tronco – Eso es, chúpame los huevos. ¿Ves cómo sabes hacerlo? Ni por un momento he dudado de tu habilidad como chupapollas.

Gloria decidió ignorar mi pulla y siguió con su tarea. Su mamada era ahora infinitamente más placentera, su lengua recorría toda mi polla, vibrando levemente provocándome estremecimientos de placer. Al llegar arriba, se entretenía jugueteando con el glande, que absorbía con los labios, haciéndola deslizarse en el interior de su boca, de forma que la punta se apretara contra su mejilla, provocando que ésta se abombara por el exterior de forma harto erótica.

Poco a poco, fue acostumbrándose al grosor del intruso, por lo que cada vez se introducía en la boca una porción mayor de chorizo.

Yo disfrutaba inmensamente de aquello, pero estaba decidido a disfrutar todavía más.

–          Gloria – siseé entre gemidos de placer – Enséñame las tetas.

Ella se sacó mi polla de la boca un instante, lo justo para contestarme.

–          De eso nada, eso no entraba en el trato.

El hecho de que siguiera chupándome la polla con tantas ganas me indicó que sus barreras estaban cayendo.

–          Vamos – insistí – Déjame verlas… Piénsalo, cuanto más cachondo me ponga, antes acabaremos.

Pensé que iba a tener que insistir un poco más, pero no hizo falta. Además, Gloria obedeció mis instrucciones de un modo muy excitante… Sin sacarse mi verga de la boca.

En pocos segundos Gloria desabrochó los botones de su camisa, revelando un encantador sujetador de encaje gris y negro. Sin hacerse de rogar (y sin dejar de paladear mi nabo), la chica desabrochó el broche del sostén y lo dejó caer al suelo, permitiendo así que mis ojos se regalaran con la magnífica visión de sus exquisitos senos.

Qué tetas, madre mía. Rotunas, redondeadas, de piel suave y aterciopelada, con un tono ligeramente moreno, sin duda fruto de sesiones de rayos uva, con areolas redondas, bien delimitadas y unos hermosos y enhiestos pezones que se mostraban desafiantes.

Me hubiera encantado sobar aquellas maravillas, pero en la postura que estábamos, conmigo de pié y con ella arrodillada frente a mí era imposible. Pensé en pedir tiempo muerto y sentarme en el suelo, pero la mamada estaba resultando demasiado buena como para interrumpirla.

A no ser que fuera por obtener un bien mayor…

Gloria ponía cada vez más intensidad en la tarea. Yo sabía que, poco a poco, había empezado a disfrutar de la situación. Era consciente de que aquella furcia se follaba al dueño de la empresa, y el tipo andaba más cerca de los sesenta que de los cincuenta, por lo que debía resultarle un agradable cambio el tener una polla joven y salerosa que llevarse a la boca (y nunca mejor dicho).

Por esto, decidí tentar a la suerte y tensar un poco más la situación.

–          Gloria – le susurré – Quiero ver tus piernas, tu ropa interior, súbete la falda.

Ahí estaba. Si lo lograba iba a sacar mucho más de allí.

–          ¿En serio? – dijo ella con una increíble voz de zorra – ¿Quieres verme las braguitas?

Mientras hablaba, Gloria deslizaba lentamente su cálida mano sobre mi ensalivado falo.

–          Sí, por favor – asentí – Si lo haces seguro que acabo antes…

Sonriendo, Gloria abandonó mi pene, dándole un respiro que les aseguro era muy necesario a esas alturas. Con algo de torpeza por estar de rodillas, Gloria tironeó de su falda entallada hasta subírsela por encima de la cintura. Mientras lo hacía, fue dejando al aire un sexy liguero a juego con el sostén, pues, obviamente, semejante bomba sexual no iba a usar panties corrientes.

Por fin, pude comprobar que sus bragas (tal y como había imaginado cientos de veces) eran de tipo tanga, extraordinariamente sensuales y, por supuesto, parte del mismo conjunto del sostén y el liguero.

Una vez satisfecha mi petición, Gloria intentó reanudar su faena. Hasta el momento se había ganado las dos orejas, pero yo iba a intentar que se llevara también el rabo.

–          Tócate – le dije – Sé que lo estás deseando. Quiero que te masturbes mientras me la chupas. Si lo haces, estoy seguro de que no aguanto ni un minuto.

A esas alturas el argumento de conseguir que me corriera deprisa carecía por completo de peso, pero hay que tener en cuenta que la pequeña Gloria había dado muestras evidentes de estar ya bastante caliente. Así que decidió seguirme la corriente.

Sin decir nada, volvió a enterrar su cara en mi entrepierna, con sus labios apoderándose ansiosamente de mi polla. Mientras, deslizó una de sus manos en el interior de sus braguitas, comenzando a toquetearse entre los muslos justo como su mamá le había dicho que no hiciera.

Yo me daba discretos cabezazos contra la pared del ascensor, para intentar que mi nivel de excitación descendiera. Y es que el espectáculo era para morirse. Tener a la tía más buena que conoces comiéndose tu rabo mientras se hace una paja es uno de las cumbres más altas a las que puede aspirar cualquier hombre. Y si esa mujer es tu superior, mejor…

Gloria ya estaba completamente entregada, disfrutando tanto de la polla que se estaba comiendo como de la paja que se estaba haciendo. Justo entonces se me ocurrió una pequeña idea que me ayudó a centrar mi mente en otras cosas.

Con cuidado, deslicé una mano en el bolsillo del pantalón, agarrando el objeto que buscaba: mi móvil.

Con mucho disimulo, activé la cámara y comencé a grabar en vídeo el tórrido encuentro que estaba manteniendo con mi exjefa. Ella no se daba cuenta, porque, dedicada al máximo a su tarea, tenía los ojos cerrados. No sé por qué, pero verla comerse mi nabo a través del visor del móvil, me excitó todavía más.

Ya no aguantaba, sentí como mis pelotas iban a entrar en erupción. Por un instante, pensé en hacerle caso al diablillo de mi conciencia y pegarle un buen lechazo en la boca a la muy zorra, sabiendo que no le daría tiempo a evitarlo, pues mantenía más de la mitad de mi nabo hundida en la garganta. Sin embargo pensé que era mejor no cabrearla, pues así quizás obtendría algo más.

–          Glo… Gloria – balbuceé – Ya me viene…

Con la rapidez y la habilidad de mil pollas comidas, Gloria sacó mi instrumento de su boca y lo pajeó con destreza, apuntando hacia un lado. Y lo hizo justo a tiempo, pues enseguida mis pelotas comenzaron a derramar su carga. Bueno, a derramar no, más bien a disparar a cañonazos de semen que cruzaron el ascensor de lado a lado, impactando sonoramente contra la pared de enfrente. En mi vida me había corrido tanto.

–          Joder, Francisco. Ibas bien cargado ¿eh? – dijo una sonriente Gloria sin soltar mi polla que expulsaba los últimos lechazos.

–          No es eso – respondí – Es que estás muy buena… y la chupas divinamente.

No estoy del todo seguro, pero creo que Gloria se sintió un poco halagada por mi obsceno piropo. Zorra como pocas, ya lo he dicho antes.

–          Bueno – continuó – Ahora cumplirás con tu parte, ¿no?

Sí, como que se me iba a escapar viva de allí.

–          Claro, Gloria – asentí – Un trato es un trato. Pero sería una lástima que lo dejáramos aquí. Vamos, no me negarás que tienes ganas de un poquito más de marcha ¿eh?

Ella me miró unos segundos con expresión divertida, tratando de decidir si se rendía a su libido o si me mandaba a la mierda por lo que le había hecho. Yo estaba a punto de explotar, pues la chica no había hecho intento alguno por taparse, por lo que seguía con la falda enrollada en la cintura y las domingas al aire.

–          Venga… si lo estás deseando – dije moviendo la cintura, para que mi todavía morcillona polla diera brinquitos de expectación.

Aquello hizo reír un poco a Gloria, mientras negaba con la cabeza con aire divertido. Eso fue suficiente para mí y, como un animal en celo, me abalancé sobre ella, pudiendo por fin echarle mano a su escultural anatomía.

–          ¡UF! Cabrón – siseó Gloria – Me has puesto cachonda. Al final te vas a llevar un finiquito de puta madre, ¿eh?

–          Sí, como se corra la voz en la empresa la mitad de la plantilla se despide mañana mismo.

–          Como se te ocurra contárselo a alguien te la corto en rodajas…

Mientras charlábamos de esa forma, no parábamos de magrearnos el uno al otro. Yo me había situado pegado a la espalda de Gloria, apretando mi levemente mustio miembro viril contra su prieto trasero. Mientras, mis manos se habían apoderado de sus espléndidas mamas, y me dedicaba a amasarlas y estrujarlas con lujuria, provocando que Gloria gimiese quedamente, fruto de la excitación y el deseo.

Jugueteé y tironeé de sus pezones, palpándolos y excitándolos todavía más. Con pasión, besé su cuello y lamí y mordisqueé el lóbulo de su oreja, elevando cada vez más la excitación de la mujer. Justo entonces, una de mis manos se deslizó por su plano vientre y se introdujo en sus braguitas, encontrándose con un enorme charco de humedad y calor entre sus piernas.

Gloria, sorprendida por la súbita intrusión, apretó con fuerza los muslos, atrapando mi mano entre ellos, aunque me daba igual pues mi mano estaba justo donde yo quería que estuviera.

Mientras, Gloria movía sus caderas rítmicamente, frotando su delicioso culito con mi cada vez más duro cipote. Pronto tuve el hacha completamente en pié de guerra, dispuesta a perforarla y horadarla hasta el fondo, pero estábamos disfrutando demasiado del magreo, así que seguimos así unos segundo más.

En ese momento, así la barbilla de Gloria y la giré hacia mí, con intención de hundirle la lengua en la boca y buscarle las amígdalas, pero ella apartó bruscamente el rostro, impidiéndome besarla.

–          Déjate de besos, cretino – me espetó – A ver si te crees que esto va ser algo más que un polvo con el zángano de turno.

La madre que la parió. Hasta allí, con las tetas al aire y el coño empapado, la muy puta se las arreglaba para ser arrogante y autoritaria. No sabéis cómo me tocó los cojones.

Un poquito enfadado, empujé a Gloria apartándola de mí. Sorprendida, estiró las manos para evitar darse de morros con la pared del ascensor. Agarrándola por las caderas, tiré un poco hacia atrás, obligándola a quedar inclinada hacia delante con las manos apoyadas en la pared.

De un tirón, le bajé las bragas hasta los tobillos, dejando al aire su espléndida grupa. Me agaché tras ella y agarré una nalga con cada mano, separándolas para echarle un vistazo a su apretadito ano. Tenebrosos pensamientos circularon por mi mente y la posibilidad de romperle el culo cobró fuerza en mi cerebro. Sin embargo, fue como si ella fuera telépata, pues me dijo:

–          De eso nada, amiguito. Lo que tienes que hacer es comérmelo bien comido.

Mientras decía esto movía el culo de un lado a otro, manteniendo sus muslos bien abiertos, lista para que yo le comiera el coño desde atrás. Pensé en obedecer, pero mi orgullo masculino prevaleció.

Metí una mano entre sus muslos, empapándola bien de sus fluidos vaginales, que luego extendí sobre mi ardiente falo, completamente listo para la acción.

Con habilidad, me incorporé a espaldas de Gloria y deslicé la polla entre sus piernas, colocándola en posición. De un viaje, le clavé el cipote hasta las bolas, sorprendiendo bastante a la chica que esperaba otra cosa por mi parte.

–          ¿PERO NO IBAS A COMÉRMELO? – aulló mientras mi polla la perforaba sin piedad.

No me digné ni a contestar y, con fuerza, comencé a bombearla desde atrás. Para que no se soltara, me agarré a sus caderas y seguí propinándole certeros pollazos a su encharcado coño.

Gloria, desequilibrada, sólo podía apoyar las manos en la pared y dejarse hacer, pero pronto comprendí que eso no le disgustaba en absoluto.

–          ASÍ CABRÓN, ¡FÓLLAME! ¡MÁS DURO! ¡DALE MÁS DURO!

Joder, a eso sí que le hice caso. Pronto me encontré con mi culo bombeando a toda velocidad en la grupa de la chica, hasta creo que se oyó un ruido cuando alcancé el mach uno y rompí la barrera del sonido. En mi vida había echado un polvo más salvaje.

Normalmente, cuando estoy con una chica, me preocupo por ella y por no hacer nada que le desagrade o le moleste, pero con Gloria me desinhibí por completo y me la follé a lo bestia, pues a aquella tía parecía no haber nada que no le gustara.

Pronto se acomodó al ritmo de mis embestidas y afianzándose en su posición, levantó un pié del suelo para apoyarlo en la barandilla que había al fondo del ascensor, donde estaba el espejo. Al hacerlo, quedó con un único pié apoyado en el suelo y con el otro en alto, ofreciéndose completamente abierta a mí.

Giré la cabeza y nos vi a ambos en el espejo; una guarra medio loca despatarrada a lo bestia y un zángano zumbador agarrado a ella cual garrapata. Me acordé del móvil y, sin dejar de bombear, volví a cogerlo y nos grabé follando como conejos aprovechando el reflejo.

–          ¡MECORRO, ME CORRO! – aullaba ella a pesar de estar medio afónica – ¡ME VOY A CORRER HIJO DE PUTAAAAA!

Vale, vale, pensaba yo, pero eso sí, sin dejar de zumbármela.

–          Pero, ¿qué haces cabrón? – gritó de pronto – ¿Nos estás grabando?

Y estallé. Mis huevos volvieron a explosionar justo en el instante en que Gloria, cabreadísima, Me daba un empellón hacia atrás, apartándome de su cuerpo serrano. Desequilibrada por la inestable postura, cayó despatarrada al suelo, en un confuso montón de tetas, coño, piernas y ropa.

Mi mente no daba para más, agotado y confuso por la increíble sesión de sexo, puse la guinda  a la fiesta de la manera más brillante. Agarrándome el nabo, esta vez fui yo quien dirigió los disparos de leche, pero escogí un blanco mucho más excitante que la pared del ascensor.

Gruesos pegotes de semen comenzaron a impactar contra el sudoroso cuerpo de Gloria, que en la confusión, no acertaba a levantarse del suelo. Le impacté en la cara, en las tetas y la visión de su cuerpo pringoso de mi corrida hacía que me corriera todavía más. Y todo esto sin dejar de grabar. Como un profesional.

Finalmente, Gloria logró incorporarse y ponerse a salvo de mis descargas, aunque para ese entonces no me quedaba munición. Con los ojos en llamas, se volvió hacia mí hecha una furia.

–          ¡Hijo de puta, ya estás borrando el vídeo inmediatamente!

–          Vamos, Gloria, que es sólo un recuerdo, no voy a enseñárselo a nadie y me servirá para recordar que, por una vez, conseguí a la más guapa.

No sabía ni qué cojones decía, pero me daba igual. El móvil ya estaba seguro dentro del bolsillo y mi verga volvía a estar a salvo dentro del pantalón.

Gloria, comprendiendo que no podría quitarme el móvil a las bravas, cambió de táctica.

–          Bueno, ya hablaremos de eso luego – dijo mientras se limpiaba mi leche con un pañuelo – eres un cerdo, no veas cómo me has puesto.

–          Lo siento, ha sido la excitación del momento. La verdad es que yo pretendía correrme en tu coño, pero como me has empujado y te has caído delante de mí… Ni me lo he pensado.

–          Qué hijo de puta – masculló con expresión de hastío.

Gloria tardó unos minutos en adecentarse un poco, aunque era imposible hacer milagros. Se echó una mirada en el espejo, lo que aprovechó para eliminar una manchita de semen que le brillaba en el pelo. Por fin, mínimamente satisfecha, se dirigió hacia mí.

–          Bueno, espero que ahora me invites a una copa. Normalmente sería al revés, primero la cita y después el sexo, pero te las has apañado muy bien para liarme.

Esa era su táctica. Iba a intentar recuperar el móvil con un acercamiento pacífico.

–          Claro, nena, te invito a una copa cuando quieras – respondí.

–          Vale, pues vamos, ¿y a qué esperas?

–          ¿A qué te refieres?

–          ¡A la puerta! ¡Ábrela de una vez!

–          Lo siento, Gloria, pero no tengo ni puta idea de cómo se abre.

–          ¡¿QUÉ?! – aulló.

–          Lo que has oído. ¿De veras te creíste lo del manguito del cierre hidráulico? Que esto no es un autobús…

–          Pero tú dijiste… – balbuceó la pobre chica con incredulidad.

–          Te mentí…

Y me quedé más ancho que largo.

……………………………………………….

Nos rescataron un par de horas después. Mi familia se inquietó por mi tardanza y, como no contestaba al móvil, mi hermano vino hasta el trabajo y junto con Esteban bajó al aparcamiento a comprobar si mi coche seguía allí.

Cuando nos sacaron, yo presentaba cortes y magulladuras de diversa especie. Nunca he visto a nadie más parecido a una gata furiosa que a Gloria en aquel ascensor.

Sólo 3 cosas más:

–          Por si se lo preguntan la charla que tuve con mi amigo Raúl fue sobre un polvo que había echado en un ascensor de su facultad.

–          He descubierto una cura infalible contra la claustrofobia.

–          El móvil lo tengo en el bolsillo a buen recaudo.

Un saludo.

FIN

PD: A todos los fans del gran Goyo Jiménez (cuando hace monólogos, no presentando programas cutres), un saludo especial y les pido perdón si les ha molestado el chistecito copiado del genial humorista.

TALIBOS

Si deseas enviarme tus opiniones, envíame un E-Mail a:

ernestalibos@hotmail.com

Relato erótico: ” Las tortuosas vacaciones de una inocente jovencita “. (POR GOLFO)

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Este relato lo escribi junto con una de mis lectoras (E.R.)
El día que salí de Tuxtla rumbo a Houston no me esperaba que ese viaje cambiara para siempre mi vida. Mi idea era disfrutar de semana de compras y descansar. Agotada de tanto estudiar, el pasarme siete días sin tener que ver un libro era una especie de paraíso.
«¡Podré hacer lo que me venga en gana!»,  pensé mientras pasaba el control de pasaportes ya en Texas.
Para una joven de veinticuatro años como yo, esas vacaciones eran un breve paréntesis antes de volver a la universidad.  Habituada a estudiar como una mula, había decidido que me iba a tomar el sol y vaguear durante una semana. Por yo nada mas inscribirme en el hotel, me cambié de ropa y me puse el bikini que me había comprado exprofeso para ese viaje. Como no podía ser de otra forma, en cuanto me lo hice busqué en el espejo de mi habitación el comprobar cómo me quedaba.
-¡Me queda de miedo!- exclamé al verificar que ese traje de baño realzaba mi ya de por sí exuberante pecho. Dando media vuelta, miré mi trasero y sonreí también satisfecha por la firmeza de mis nalgas.
Desconociendo el efecto que causaría mi joven culito en los otros huéspedes, agarré una toalla y me dirigí a la alberca del hotel. Ya en el pasillo, las miradas que me echaron un par de  gringos me incomodaron por el brillo asqueroso de sus ojos:
«Son unos viejos verdes»,   sentencié y deseando huir del deseo que exteriorizaban  ese par de maduros, salí corriendo meneando mi trasero al ritmo de la  música que oía a través de los cascos de mi iPod.

Los tipos no pudieron evitar mirar mi culo ni mis tetas y eso lejos de agradarme, me enfadó  porque me parecía inconcebible que se fijaran en una cría que bien podía ser su hija. Afortunadamente ese mal rato acabó en cuanto crucé la puerta que salía al exterior ya que esos malditos prefirieron quedarse bajo el aire acondicionado del hall.
Todavía sintiéndome sucia por el modo que esos babosos me habían mirado, me tumbé en una hamaca y me puse a darme crema mientras echaba un vistazo a mi alrededor. La piscina estaba casi vacía. Únicamente un matrimonio chino jugaba con su hijo en la parte menos profunda. Eso me dio la tranquilidad de esparcir el bronceador  por mis nalgas.

Estaba terminando cuando sentí una presencia a mi lado y al girarme, comprobé que un hombretón enorme se había sentado en una mesa cercana y desde allí me observaba. Me puse colorada al notar sus ojos recorriendo mi trasero y por eso dejé de inmediato el bote de crema en el suelo y me giré para que no me siguiera mirando el trasero.
Fue entonces cuando escuché que me decía mientras tomaba un sorbo a su cerveza:
-Cómo no te eches crema en el pecho, esas tetitas blancas van a ponerse muy rojas.
No me digné a contestar y agarrando todas mis pertenencias, me cambié de lugar para evitar su cercanía. Lo que no me esperaba fue que ese tipo soltara una carcajada y mientras huía por segunda vez en menos de una hora, me soltara:
-¡Tienes un culo precioso! ¡Quién fuera su dueño!
«¡Menudo cerdo!», maldije en silencio al dejar mis cosas sobre la nueva hamaca, «¿Quién se cree que soy? ¡Una de sus putas!».
Todo mi ser seguía molesto con ese individuo y quizás por eso, de vez en cuando me giraba a ver que narices hacía. Afortunadamente, se había olvidado de mí y estaba charlando amigablemente con el empleado del bar. Observándolo de lejos, sospeché que debía de tener dinero por la forma de actuar pero lo confirmé cuando vi que una rubia con pinta de secretaria se sentaba junto a él y le empezaba a dar papeles para que firmara.
Durante cinco minutos, estuvo ocupado firmando  como el típico ejecutivo pero algo me decía que el respeto que le mostraba su empleada era excesivo y qué había algo raro entre los dos. No fue hasta que hubo terminado y la muchacha se hubo levantado, cuando comprendí que les unía algo más que una relación de trabajo porque antes de irse la rubia le beso una mano, la misma con la que dio un sonoro azote mientras le decía:
-Espérame en la cama desnuda, zorrita mía.
En ese momento, me indigné tanto con él como con la mujer. Con el tipo por el modo humillante con el que la había tratado y con ella, por permitírselo.
«Esa chava es idiota», pensé, «si tuviera un poco de dignidad, le mandaría a la fregada».
Encabronada sin motivo, decidí irme y no queriendo pasar por delante de ese cerdo, di la vuelta a la alberca entrando por una puerta lateral al hotel.
Ya en mi habitación, me desnudé y me metí a la regadera sin parar de pensar en esa pareja y en el extraño modo en que la mujer lo miraba:
«¡Parecía una perrita rogando el cariño de su dueño», dije escandalizada.
Aunque había leído 50 sombras de Grey, siempre lo había visto como literatura e increíblemente, esos dos me hicieron saber que ese tipo de relaciones enfermizas eran más comunes de lo que mi mente inexperta creía hasta entonces.
Continúe con mi baño, disfrutando el agua helada caer por mi cuerpo. Después de quince minutos disfrutando, salí a mi cuarto y comencé a buscar algo para salir a comer, hacia un día hermoso como para quedarme encerrada en mi cuarto así que busqué entre mi ropa algo para salir a comer.
Mientras me cambiaba miraba en el espejo toda mi anatomía, aunque soy una chica de estatura baja (154 cm) tengo una lindas piernas y un abdomen plano, a pesar de solo salir a correr por las tardes, mi piel es de color claro y resalta mi cabello rizado de color rojo y por ultimo mis pechos, que son un poco grandes resaltan muchas veces con la ropa que utilizo, además de mi estatura que también ayuda a que resalten.
Para salir a comer me recogí el cabello y me puse una camisola un poco holgada, unas mallas de color negro junto con un short corto por encima de ellos y para finalizar unas botas de color café.
« ¡Estoy esplendida! » me dije mirándome al espejo. Y salí directo a uno de los restaurantes de la ciudad. A pocas calles del hotel había uno agradable y decidí comer ahí, mientras esperaba a que me atendieran una chica se me acercó y me pidió permiso para sentarse junto conmigo. Cuando la miré, me quedé sorprendida. Era la chica que vi con aquel tipo asqueroso de la alberca.
Tartamudee un poco por la petición pero al final acepté que se sentara conmigo. 
 Hola, antes que nada quisiera disculparme por la actitud de mi jefe contigo esta mañana yo…
-No se preocupe, no le tome importancia – le dije interrumpiendo en eso llegó la camarera, que nos preguntó que queríamos tomar. -Una piña colada por favor – ordené-
La rubia ordenó lo mismo que yo pero al hacerlo noté que le tiró una mirada a la camarera y pensé que de seguro algo quiere con ella.
Seguimos hablando, pero no había mucho tema de conversación, sentía que ella quería hacerme su amiga, pero yo no se lo permitía, me incomodaba su presencia. De pronto se me quedó mirando y me dice:
-Sabes, tienes bonitos pechos.
Al oírla, me quedé con cara de “¡¡¡what!!!”.
-Eres muy hermosa, tienes un cabello fantástico y de color rojizo y tu piel parece muy suave.
En eso llego la camarera con las bebidas y agradecí que lo hiciera porque me estaba incomodando mucho. No espere a que me la sirviera y tomé mi bebida dando un gran trago.
Los próximos 3 minutos fueron de silencio y se me hicieron eternos, decidí que tenía que salir de ahí. Me puse de pie pero de forma inmediata me sentí muy mal y la vista se me empezó a oscurecer.
Cuando desperté estaba en un cuarto muy arreglado y sobre una cama muy cómoda, me dolía un poco la cabeza y no sabía dónde me encontraba. Durante unos instantes, traté de recordar cómo había llegado a ese lugar pero mi último recuerdo era en ese restaurant. Mi sorpresa no acabó ahí porque al fijarme en cómo iba vestida, me encontré que llevaba un uniforme de colegiala.
Os reconozco que me empecé a asustar y levantándome, busqué infructuosamente mi ropa mientras intentaba saber quién me había desnudado y vestido con ese disfraz. El convencimiento que me habían secuestrado iba creciendo en mi mente.
«Ha sido esa rubia», pensé y tratando de huir, fui hasta la puerta pero no se abrió. « ¡Estoy encerrada!», concluí muerta de miedo.
Durante una hora y a pesar que voz en grito llamé  a la causante de mi retención, nadie hizo acto de presencia. La soledad incrementó mi miedo y estaba ya francamente aterrorizada cuando se encendió una televisión que estaba colgada en la pared y empezó a mostrar diferentes partes de una finca. Sabiendo que mi futuro dependía de esa pantalla, me senté sobre el colchón y seguí atenta la evolución de la filmación.
En un momento dado, la imagen se mantuvo fija mostrando un elegante despacho. De improviso, el hombretón de la piscina entró a esa habitación y mientras se servía una copa, se dirigió a mí diciendo:
-Buenos días, jovencita. Antes de nada quiero presentarme, soy Alfonso Cisneros y estás en una de las fincas que poseo en Texas. Ayer cuando nos conocimos, tendrás que reconocer que te comportaste de un modo muy maleducado y por eso he decidido educarte.
Dando un sorbo a su bebida, esperó a que asimilara la noticia antes de proseguir diciendo:
-Considérate mi alumna porque dependiendo de tu evolución serás premiada o castigada. A partir de este momento, comienza tu educación y por eso te pido que abras el cajón que tienes a la derecha y enciendas el iPad que encontrarás en él.
Tan asustada estaba que no pude más que obedecer. Al encender  la tableta, apareció en ella el hombretón que sonriendo maléficamente, me pidió que con ella en la mano abriera la puerta. En esta ocasión no tuve problemas al girar el pomo y saliendo del cuarto donde había permanecido encerrada, observé que había un salón con amplias ventanas. Corriendo hacia ellas buscando averiguar que había en el exterior, observé con disgusto que alrededor de la casa se extendía una especie de desierto y que no había ningún signo de civilización.
-Tienes razón- dijo mi captor leyendo mis pensamientos- estás a veinte kilómetros de la primera carretera y a cincuenta del primer pueblo. Y por si fuera poco, verás que hay una verja que circunda la casa. Está ahí para protegerte porque fuera de ese límite, empieza mi parque zoológico particular. Lo creas o no, estás en medio de una reserva natural de cien mil hectáreas donde he recreado la fauna de la sabana africana. Si intentas huir, caerá en las garras de los leones o de las mandíbulas de alguna hiena.

Con lágrimas en los ojos y mirando su figura en esa pequeña pantalla, pregunté qué era lo que quería de mí. El malvado soltó una carcajada y respondió:

-Todo y nada. Eres mi experimento. Tus necesidades estarán plenamente cubiertas pero para conseguirlas tendrás que pagar un precio.
-No entiendo- respondí con el sudor ya recorriendo mi frente.
-Ya lo entenderás. Ahora quiero que salgas al jardín para que te vayas familiarizando con tu hogar- contestó cerrando la comunicación.
Con mi moral por los suelos, salí fuera de la casa y allí me encontré con un maravilloso vergel al que no le faltaba nada. Parecía el sueño de cualquier humano pero no pude  disfrutar de su belleza al saber que era mi jaula, de oro pero mi jaula.
« ¡Maldito perturbado!», exclamé mentalmente temiendo que de exteriorizarlo, ese hombre me oyera y me castigara.
Mi desazón se incrementó al recorrer la verja y descubrir a lo lejos a una leona con sus cachorros bebiendo de un pequeño riachuelo que cruzaba esa zona. Al verificar que ese hijo de puta no me había mentido, comencé a tiritar de miedo al saber que de algún modo ese tipo quería poseerme tanto física como mentalmente. Actuando como una autómata recorrí el resto del jardín. Tras lo cual volví al interior de la mansión y mecánicamente fui grabando en mi cerebro las diferentes habitaciones sin atreverme a tocar nada.
«Ese loco ha pensado en todo», sentencié al verificar que exceptuando un teléfono y un ordenador, esa casa disponía de todas las comodidades.
Al cabo de media hora deambulando sin rumbo fijo, decidí encender la televisión del salón pero entonces el iPad comenzó a sonar y al mirarlo, apareció en la pantalla:
“Para ver la televisión, deberás quitarte el jersey y la corbata”.
« ¡Maldito cerdo!», protesté en silencio y aunque esas prendas realmente me sobraban, no quise complacerle y por eso preferí quedarme sin ver la jodida tele.
Lo peor no fue eso sino que confirmé de esa forma las palabras de mi secuestrador cuando me dijo que tendría que pagar un precio. Tratando de saber cuál era el costo que tendría que asumir para cubrir mis necesidades, fui a la cocina y al intentar abrir la nevera, en la tableta pude leer:
“Quítate la falda y mastúrbate”.
Ese mensaje me trastornó y con todos los vellos de mi cuerpo, fui probando cada uno de los aparatos, descubriendo que cada uno encerraba un mensaje y que estos cambiaban cada vez que repetía esa acción. Así la primera vez que quise abrir el grifo del agua fría, leí que debía tocarme un pecho mientras que a la siguiente vez, ese cabrón me pedía que me descalzara.
Hundida en la miseria al saber que ese malvado me tendría como rata de laboratorio y que gobernaría cada uno de mis pasos, no pude soportar la angustia y me tiré en la cama a llorar. Durante dos horas no hice otra cosa que berrear y arrepentirme de haber iniciado ese viaje hasta que habiendo agotado todas mis lágrimas, comprendí que aunque no me gustara y hasta que averiguara el modo de huir tendría que obedecer si no quería fallecer de inanición.
«Obedeceré para que se confíe y en cuanto pueda: ¡Le mataré!», me dije en silencio declarando abiertas las hostilidades contra ese malnacido.
Lo avanzado de la hora y el tiempo que llevaba sin comer, me hicieron volver a la cocina y  que fuera por comida el primer pago. Al intentar abrir nuevamente la nevera, pude leer el siguiente mensaje:
“Abre el primer cajón de la derecha y bébete uno de los frascos que encuentres. Aviso es un potente afrodisiaco”.
La certeza de que ese loco nunca exageraba y que por tanto con ese líquido quería forzar mi excitación, me hizo dudar pero asumiendo la inutilidad de mis esfuerzos y creyendo que al estar sola en ese lugar el estar bruta no sería para tanto, decidí obedecer y abriendo el puñetero cajón, me bebí el contenido de uno de los botes.
En un principio, solo sentí  su sabor excesivamente dulzón por lo que abriendo la nevera, me puse a revisar los estantes:
« ¡Hay de todo!», mascullé entre dientes y sacando una bandeja con lasaña, quise calentarla en el microondas.
“Enciende el equipo de música”, con disgustó leí al comprobar que no servía.
Al seguir sus instrucciones comenzó a sonar  una canción que conocía de Jane Birkin, su Je t´aime. Curiosamente me hizo gracia que ese capullo creyera que me iban a afectar los gemidos que esa cantante daba a lo largo de esa melodía y muerta de risa me puse a tatarearla mientras se calentaba mi comida. No me percaté del modo subliminal que esa canción me fue preparando y tranquilamente me puse a comer cuando de pronto empecé a sentir calor.

Os juro que no había asumido esa sensación como producto del afrodisiaco y por eso me quité el jersey, mientras seguía tenedor a tenedor disfrutando de la lasaña. Pero cuando el calor seguía en aumento y ya me sobraba la corbata de colegiala, asustada comprendí la razón de tal sofoco. Aterrorizada y dejando al lado el dichoso plato, luché durante unos segundos que me parecieron eternos contra esa calentura química.

«Agua, un vaso de agua», suspiré ya con el rubor cubriendo mis mejillas.
Al intentar abrir el grifo y ver que estaba bloqueado, con angustia giré mi cabeza para leer la pantalla de la tableta:
“Abre el primer estante de la izquierda, saca el arnés y póntelo”.
Sin conocer realmente el significado del mensaje, fui a ver qué era lo que quería ese maldito. Al abrir la puerta de ese estante, descubrí entre sus baldas una especie de cinturón de castidad que llevaba adosado un pene.
-¡No pienso ponerme esa mierda!- grité a las paredes sabiendo que mis palabra serían escuchadas por mi captor. Sudando copiosamente pero decidida a no colocarme ese instrumento, me desabroché un par de botones de la camisa y usando un plato como abanicó, intenté refrescarme.
Desgraciadamente, el estimulante sexual que había tomado lentamente se iba apoderando de mi cuerpo y sufriendo lo indecible, noté como mi clítoris se empezaba a hinchar en mi entrepierna.
-No. ¡Por favor!- rogué al vacío mientras la calentura se incrementaba a tal grado que el mero roce de mis bragas contra ese botón ya erecto me producía espasmos de placer.  Sin dudarlo, me quité el tanga traidor  y liberada momentáneamente de esa tortura, recordé que había una piscina. En ella, creí encontrar la solución:
«Un capuzón es lo que necesito”, sentencié bastante segura que con eso podría apaciguar el incendio que en ese momento calcinaba mi cuerpo.
Desgraciadamente al intentar salir de la cocina,  la puerta se negó a abrirse y con un sonido, el iPad  me informó que tenía instrucciones. Desesperada, leí el mensaje:
“Para salir, ponte el arnés”.
-¡Maldito hijo de puta! ¡Te odio!- chillé mientras descargaba mi ira cogiendo una silla y estrellándola contra el suelo una y otra vez.
Histérica por el conjunto de sensaciones que se iba acumulando en mi entrepierna, intenté tirar la maldita puerta de un empujón pero solo conseguí hacerme daño.
-¡Nunca me lo pondré!- aullé derrotada al notar la calidez de mi flujo goteando por mis piernas.
Todo mi cuerpo me pedía lo liberara llevando mis dedos hasta mi sexo pero reuniendo la poca voluntad que me quedaba, continué luchando con todas mis fuerzas contra mi captor que seguía manteniéndose invisible pero que sabía que me miraba a través de las innumerables cámaras.
La certificación que ese maldito seguía atentamente la evolución de su experimento llegó a modo de ola de calor. Trabajando al cien por cien, el fan-coil del aire acondicionado escupía fuego.
-¡No me atormente más!- lloré tirada sobre el suelo de la cocina.
Un nuevo “vip” de la tableta me informó que mi secuestrador me mandaba un mensaje:
“Ponte el arnés. Si lo haces, funcionará toda la casa durante doce horas”.
-¡Hijo de puta!- grité al leerlo porque comprendí que lo quisiera o no, tenía que ponerme ese instrumento. Aun así, durante cinco minutos batallé contra la idea de sucumbir mientras mi cuerpo sufría el acoso de la sustancia que me había hecho beber.
Con mi camisa casi totalmente desabrochada, el sudor campeando por mi escote y mis pezones inflamados por el mismo ardor que sacudía mi sexo, me levanté y cogí el arnés. Tratando de averiguar cómo se colocaba leí su etiqueta y me eché a llorar:
“Aviso: una vez se cierre, este cinturón no podrá abrirse hasta el día siguiente”.
Mi pataleta debió de hacer gracia a mi captor porque se aminoró el calor que salía del fan-coil. Esa migaja de piedad me encolerizó porque no quería agradecerle nada a ese maldito y mirando a una de las cámaras, chillé mientras me ponía ese siniestro artilugio:
-¡Nunca me vencerás!
Para colocármelo, tuve que incrustar el pene que llevaba adosado en mi sexo y aunque no me costó que entrara gracias a lo lubricado que lo tenía, en mi interior me sentí violada y odié cada uno de los veinte centímetros que tenía de longitud. Con mi conducto atiborrado hasta límites impensables, cerré su hebilla sabiendo que no podría quitármela hasta que hubiesen pasado veinticuatro horas.
-¡Ya está maldito!- grité mientras me encaraba con mi oculto enemigo cuando de improviso ese enorme consolador empezó a vibrar y a moverse dentro de mi coño.
La intensidad con la que mi cuerpo recibió esas indeseadas caricias me dejó paralizada y ni siquiera había llegado a la puerta cuando pegando un berrido me corrí por primera vez.
«¡Aguanta!», me rogué a mi misma mientras gateaba rumbo a la cama en la que había despertado,«¡ No le des el gusto de ver tu orgasmo!”.
Lentamente y con mi cuerpo presa de un placer desconocido por mí, fui arrastrándome hasta esa habitación mientras me mordía los labios intentando que de mi garganta no saliera un ruido que confirmara a ese cabrón lo que realmente estaba sucediendo en mi cuerpo.
«¡Ya falta poco! », pensé al cruzar la puerta y ver que apenas un metro me separaba de las sábanas en las que pensaba ocultar mi gozo de ese sujeto.
Esos pocos palmos de distancia me parecieron una montaña insalvable porque a cada movimiento de cualquier parte de mi cuerpo, mi cerebro recibía una sacudida de placer que me hacía parar durante muchos segundos hasta que me relajaba.
Tras un buen rato e innumerables orgasmos, al fin conseguí escalar ese colchón y usando la manta como escudo ante sus miradas, mordí la almohada y liberando la tensión que se iba acumulando clímax tras clímax,  sucumbí de placer mientras mi mente lloraba de vergüenza e ignominia.
Los espasmos y orgasmos siguieron llenando todo mi cuerpo hasta que sin darme cuenta me quedé profundamente dormida. Durante toda la noche tuve sueños muy extraños, sueños donde yo me encontraba en situaciones sexuales y que las sentía de forma real, producto de los efectos de aquella bebida que tomé.
A la mañana siguiente el vibrador que aún seguía dentro de mi comenzó a vibrar con todo su poder y eso me despertó de mi letargo, aun con algo de sueño trataba de sacármelo pero era imposible. Me tomó algunos minutos poner mis pensamientos en orden y comprender de nuevo la situación en la que me encontraba.
Me senté en la cama sintiendo mi interior vibrar y miré a una de las cámaras que había en mi habitación.
– ¡Ya deja de torturarme! – le grité y casi de forma inmediata dejé de sentir las vibraciones en mi conchita.
Me puse de pie y lo primero que hice fue entrar al baño, como no quería que me espiara, tapé con una toalla la cámaras que había en las paredes y de forma inmediata me saqué el asqueroso uniforme de colegiala que tenía puesto desde ayer. Ya desnuda, lo único que tenía puesto era ese maldito arnés. Observé mis piernas cubiertas de mis juguitos secos de anoche y pude notar que mi sexo estaba muy rojo y sensible.
Comencé a llorar en silencio hasta que me quedé un poco más tranquila y me tomé una ducha.
Después de salir del baño me sentía mejor y con más fuerzas, me envolví en una toalla y salí al cuarto. En la cama había un conjunto y una nota que decía:
“ Para hoy, usa esto”.
Miré el conjunto y decidí probarlo.  No era nada del otro mundo, era un camisón azul un poco transparente que dejaba ver un poco el brasier blanco que venía, unos short cortos que realzaban mis piernas y unas botas cafés.
« Maldito pervertido, al menos esta vez no me veré como colegiala».
En eso sonó la Ipad dejando un mensaje:
“Dirígete al comedor para desayunar “.
Me dirigí hacia el comedor y al parecer todo estaba como ayer, solo y bien acomodado, incluso el desorden que dejé ayer en la cocina estaba acomodado.
«Hay alguien en la casa», comprendí mientras todos los vellos de mis brazos se erizaban.
En la mesa había servida una charola con algunos huevos, pan tostado, jugo y un poco de tocino, al solo verlo mi estómago comenzó a gruñir pero como a mi captor le hacía gracia, tenía que darle algo para poder comer. Mire la tableta:
“Para poder  disfrutar de tu desayuno sácate el brasier”.
« ¡Desgraciado! », maldije pero no me importo sacármelo, ya que mi blusa me cubría un poco, al instante que me lo saqué, la bandeja se abrió y pude por fin disfrutar de mi desayuno.
Una vez terminado, me puse de nuevo el brasier y revise la Ipad:
“ Si quieres deshacerte de mí regalito de anoche, dirígete hacia el sótano”.
 « Y ahora, ¿Qué pretende?», pensé con desánimo.
Tras lo cual y durante quince minutos busqué la puerta del sótano hasta que la encontré. Con una mezcla de miedo y desesperación,  bajé por las escaleras. Iba por el segundo escalón cuando a mi espalda, la puerta  se cerró de golpe dejándome completamente a oscuras.
“Continua bajando”, decía la IPad y así lo hice.
El corazón me latía muy fuerte y estaba en alerta contante, de pronto llegué a una mesa iluminada por una lámpara y encima de ella había una caja con una jeringa de vidrio.
“Bueno preciosa, esta es tu sorpresa”, leí en la pantalla, “si quieres salir de aquí inyéctate el contenido de esa jeringa”.
Me quedé estupefacta con su petición. Aunque sabía que era su peculiar rata de laboratorio, la idea de inyectarme otro químico me enervó y a oscuras grité:
– De ninguna manera me voy a inyectar algo que tú me pidas.
Un ruido me hizo mirar el iPad:
“Sabía que dirías eso, así que si no haces lo que te digo mis amigos se van a divertir contigo”.
Nada más terminar de leer esa amenaza,  dos luces se prendieron detrás de mí. Al girarme descubría que tras de unas rejas había dos tipos altos y descuidados, con pinta de locos, que para colmo de males empezaron a piropear mis pechos mientras en sus bocas babeaban lujuria.
Fue entonces cuando la reja que los contenían se empezó a abrir lentamente. Los sujetos al advertir que en pocos segundos podrían cruzarla, comenzaron a golpear los barrotes mientras chillaban dando gracias a mi secuestrador por el bombón que les regalaba.
Desesperada, sabiendo  que iban a violarme si no hacía algo, grité:
– ¡¡¡Esta bien, tu ganas!!!-  y sin pensarlo dos veces, me inyecté todo el contenido de la jeringa en mi pierna.
“Demasiado tarde preciosa”, escribió ese maldito antes de apretar el botón que abrió de golpe esa reja.
Los dos tipos salieron disparados hacia mí. Al verlo, comencé a correr por la oscuridad, recordando los pasos por los que había llegado ahí y mientras lo hacía, el consolador que se encontraba dentro de mi comenzó a vibrar muy fuerte ocasionando que mis piernas flaquearan. Sin mirar atrás, me puse de pie y seguí corriendo, Subí las escaleras, sintiendo los gemidos de mis persecutores muy cerca de mí cuando de pronto algo me toma de mi tobillo y me hace caer.
Afortunadamente el terror me repartir patadas al aire, algunas de las cuales debió de acertar porque sentí que dieron en algo blando y de inmediato me soltó. En eso la puerta detrás de mí se abrió y salí de ese infierno inmediatamente.
“Te has librado por poco”, leí, “esto te enseñara a obedecer a la primera. Recuerda que soy tu dueño y mientras sigas mis indicaciones, nada malo te pasara“.
Tirada en el suelo del hall, lloré mi desgracia durante más de una hora, hasta que ya con mis lagrímales secos, empecé a sentir una comezón en mis pechos. Asustada me quité el sujetador sin importarme que ese voyeur me viera para descubrir que se me habían hinchado y que mis pezones estaban extrañamente erectos:
-¡Cerdo!, ¿Qué me he inyectado?- chillé enfrentándome a uno de las cámaras.
“No te preocupes, no es peligroso. ¡Solo es un estimulador usado para la producción de leche!”. No me costó comprender cuál era la fantasía que ese fetichista quería ver cumplida porque el mismo me lo dijo al escribir: “Tu tarea esta mañana es ser mi vaca lechera, si quieres comer tendrás que ordeñarte y rellenar un vaso para que yo me lo beba”. Tras lo cual me envió una serie de instrucciones que harían más llevadera esa láctea función.
«¡Maldito degenerado!», pensé al leer que si no quería sufrir dolor debería masajearme tanto los pechos como mis areolas durante horas  y que además podía acelerar  mi producción lechera por medio del placer: «¡Quiere que me masturbe para él».
Tontamente, creí que la fama de buenas amas de cría que tenían las mujeres de mi familia me evitaría sentir los rigores de esa estimulación y por eso en vez de hacerle caso, me puse a leer un libro tirada cómodamente en el sofá del salón.
A la media hora, me di cuenta del error que había cometido al sentir una  dolorosa punzada en mis senos. Mi captor debió observar eufórico como me doblaba en el suelo presa de una agonía sin par. Sabiendo que ese sufrimiento se aminoraría amasando mis tetitas, me quité ese incómodo camisón y usando mis manos comencé a darme un masaje.
-¡Dios! ¡Como duele!- exclamé descompuesta al sentir como si unas agujas se estuvieran clavando en mis más que abultados pechos.
Durante largos minutos, sufrí los embates de mi estupidez hasta que mi sufrimiento físico fue menguando gracias a la acción de mis dedos pero por contrapartida, el psicológico  se vio incrementado al advertir que contra mi voluntad mi sexo se estaba encharcando.
-¡No quiero!- grité en cuanto sentí los primeros síntomas de un cruel orgasmo.
Incapaz de parar de masajear mis pechos y de estirar de mis pezones al conocer el destino que de dejar de hacerlo sufriría, la calentura se fue incrementando en mi entrepierna a pasos agigantados. Sabiendo que no tardaría en correrme, me puse a pensar que razones tendría mi secuestrador para torturarme de esa forma y entonces comprendí que en su perversa mente, era un objeto de estudio y que tanto el arnés como esa inyección cumplía un propósito:
« ¡Quiere lavarme el cerebro a través del sexo! Con el arnés me indujo un placer mecánico, con esta inyección me está obligando a buscarlo con mis manos… ¡Me está preparando para que me entregue a él!”.
Ese descubrimiento lejos de aminorar la excitación que ya nublaba mi entendimiento, la incrementó y gimiendo de vergüenza, llevé una de mis manos a mi entrepierna y escarbando entre los labios de mi vulva, busqué mi clítoris con ardor. Nada más posar una de mis yemas en ese botón, todas las neuronas de mi cerebro explosionaron y pegando un berrido, me corrí.
-¡Te detesto!- llegué a gritar antes que con renovada pasión mis manos reanudaran los pellizcos sobre los sensibles pezones de mis tetas y la dulce tortura sobre mi sexo. Pronto la leche empezó a emanar de mis pechos y mis manos se empaparon del líquido blanco que producía.
“Eso es preciosa, mastúrbate para mi” – escuché que desde unos altavoces me decía mi captor.
Todavía no me había repuesto de oír su voz cuando me ordenó:
-Ahora, sé una buena cría y llena el recipiente de vidrio que está en la mesa con esa rica leche que produces.
Humillada escuché sus órdenes mientras el placer de los orgasmos invadía mi cuerpo por completo. Luchando contra las sensaciones que asolaban mi cuerpo, tomé el camisón y cubrí mis pechos mientras trataba de ponerme de pie. Cuando lo logré un fuerte espasmo seguido de un orgasmo intenso me hizo caer de rodillas.
-Mmmm…. Aaaahhhh…. Uuuummmm…. –gemí sin reprimirme por primera  vez y desconociendo que esos ruidos eran el inicio de mi claudicación.
Gateando conseguí llegar al sofá y allí di rienda suelta a mi calentura mientras mi secuestrador me azuzaba a masturbarme mientras seguía ordeñando mis pechos.  Uniendo un orgasmo con el siguiente la lujuria me dominó y por eso no caí en que el tipo que me mantenía cautiva allí se había presentado ante mí cuando me hizo entrega de un vaso donde depositar mi leche.
-Dame de beber- ordenó con tono duro.
Abducida y sin voluntad, rellené ese envase al tiempo que todo mi cuerpo colapsaba por el placer hasta que perdí el conocimiento. Cuando desperté, todo el cuerpo lo sentía entumecido y no sabía que había pasado conmigo. El terror me paralizó al descubrir frente a mí al tipo observándome. Durante un minuto, reuní los pocos arrestos que me quedaban para preguntar:
-¿Qué quiere de mí?

 

Mi grito hizo gracia a mi captor que con una cruel sonrisa en sus labios contestó al tiempo que acercándose, hundía sus dedos en mi melena:
-Jajajaja, excelente pregunta, princesa.  Lo quiero todo de ti- y soltando una carcajada prosiguió diciendo: -Muñequita, quiero tu odio, quiero tu miedo, tu desesperación, tu placer y tu cuerpo.
La excitación que leí en sus ojos me aterró y más cuando al descubrir una gota de leche brotando de uno de mis pezones, se acercó y la recogió entre sus dedos para acto seguido llevársela a la boca.
Al ver el modo que se relamía saboreando el producto de mis pechos, sollocé aterrada más que por el miedo que ese tipo me producía, por el latigazo de placer que experimenté entre mis piernas.
-¡No me haga nada!- rogué tapando mis pechos con mis manos.
El siniestro sujeto sonrió y disfrutando de mi angustia, se sentó junto a mí mientras me decía:
-Eso no lo decides tú. Aunque no lo aceptes todavía eres mía y te usaré cuando y como me venga en gana.
No había todavía asimilado sus palabras cuando haciendo realidad su amenaza, me atrajo hacía él y retirando mis manos, se puso a admirar mi cuerpo sin importarle la vergüenza y el asco que se reflejaban en mi cara.
-Tienes unas tetas excelentes- susurró en mi oreja mientras me tocaba los pechos y jugaba con mis pezones sin que pudiera hacer nada por evitarlo.
Fue entonces cuando agarró el camisón que todavía llevaba puesto y lo bajó por mis hombros, dejándome totalmente desnuda. Indefensa y consciente que estaba en su poder, dos lagrimones recorriendo mis mejillas fueron el acicate que ese perverso necesitaba para sacando la lengua, comenzar a lascivamente lamer mi cara mientras yo tenía que refrenar las ganas de vomitar.
Obviando mi sufrimiento, me puso encima de sus rodillas. Tras lo cual se dedicó a satisfacer sus necesidades magreando mi trasero y restregando su miembro contra mi vulva mientras su boca se deslizaba por mi cuello.
-Por favor, ¡No me viole!- sollocé sabiendo que nada que dijera le iba a convencer.
Mis palabras lejos de hacerle apiadarse de mí, incrementaron el morbo que sentía y pegando un gemido, se apoderó de uno de mis pezones con su boca. Al notar sus labios mamando de mis pechos, experimenté una vergüenza doble, porque a la angustia de esa caricia forzada se sumaba la desesperación de sentir  que mi sexo se encharcaba.
Ajeno a lo que ocurría entre mis piernas, me obligó a ponerme a cuatro patas sobre el sofá y mientras sus yemas iban recorriendo todos los puntos sensibles de mi cuerpo, se desabrochó su pantalón y sacando su pene, se puso a juguetear con su glande en mi clítoris. Al descubrir la humedad de mi vulva, soltó una carcajada y pegándome un azote, el muy cerdo me preguntó:
-¿Qué prefieres que use antes? ¿Tu coño o tu culo?
Sabiendo que inevitablemente ese sujeto iba a violarme, creí que era menos humillante que me follara a que me sodomizara y por eso, reteniendo las ganas que tenía de arañar su cara, contesté:
-Mi coño.
Malignamente, mi captor soltó una carcajada y aprovechando que en esa posición tenía mi culo en pompa, cambió de objetivo y poniendo su glande en mi ojete de un golpe, me clavó todos sus centímetros en mi interior.
-Maldito- grité al sentir mi esfínter desgarrado.
El dolor que experimenté con ese maromo destrozando mis entrañas fue brutal y por eso intenté zafarme tirándome sobre el sofá pero el cabrón agarrándome de las caderas lo impidió. Os juro  que nunca en mi vida había sentido una invasión tan masiva. Era tanto mi sufrimiento que me costaba hasta respirar.
-¡Me duele!- grité paralizada por el martirio al que estaba siendo sometida cada vez que sentía su pene estrellándose una y otra vez contra mi culo.
El instrumento con el que me acuchillaba era tan enorme que cada vez que me forzaba el ojete pensaba que no era posible tanto dolor. Chillando con todas mis fuerzas imploré que dejara de sodomizarme pero cuanto más me quejaba mayor era la violencia de su asalto. Con cada estocada me faltaba el aire y solo cuando lo sacaba, mis pulmones podían respirar. No sé las veces que rogué que  cesara mi castigo, de lo único que soy consciente es que ese indeseable siguió con su falo castigando mi maltrecho ojete hasta que pegando un aullido me informó que se corría.
Al hacerlo, me mordió el hombro mientras su miembro explotaba dentro de mi culo. El copioso semen que se desparramaba por mi interior al menos sirvió como lubricante y por eso recibí con gozo cada una de sus explosiones. El desalmado malinterpretó mi suspiro y penetrando por última vez mi esfínter, se dejó caer a un lado mientras me decía:
-Esto solo ha sido un aperitivo. En cuanto me reponga, ¡Me harás una mamada!
Conociendo de antemano que siempre cumplía sus amenazas, lloré en silencio mi desgracia…..
 
 
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 

¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

Relato erótico: “Las tortuosas vacaciones de una inocente jovencita 2” (POR GOLFO)

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Para los que no hayáis leído la primera parte, me llamo Esthela y para mi desgracia, durante un viaje de placer fui secuestrada por un millonario texano que me recluyó en una finca. Allí, he sufrido humillaciones de todo tipo: teniendo todo a mi disposición, debía de pagar en carne por ello. De forma que he sido su conejita de laboratorio y mediante hormonas, me ha convertido en  una vaca lechera a la que ordeña a su antojo.

Mis días han sido una sucesión de agravios, dolor y sexo. Para comer he tenido que mamársela, dejar que me sodomice y solo he mantenido mi virginidad a salvo porque ese malvado dice que la tiene reservada para un evento especial. Aunque no me he atrevido a preguntar cuándo va a hacer uso de ella porque temo su respuesta, sé que pronto lo averiguaré y que lo que ha planeado no va ser de mi agrado.

Os lo digo porque mi “dueño”, así quiere que le llame, hoy me ha traído ropa y me ha ordenado que me la ponga para dormir. Nada más verla, comprendí que esa túnica blanca podría ser mi “traje de novia y que con ella, ese pervertido me va a desflorar y quitar con ello, la poca autoestima que me queda.

¡Odio a ese cabrón! Ojala tuviera fuerzas para suicidarme y que terminar así con mi sufrimiento…

Mi despertar en unas ruinas.

A la mañana siguiente desperté completamente desnuda en una especie de catre. Recordaba haberme vestido con la túnica que me entregó mi secuestrador por lo que alguien debió de quitármela. Durante unos segundos dudé si esa habitación era parte de la finca pero rápidamente comprendí que estaba en una choza al ver a través de los huecos de los troncos que sostenían el tejado, que estaba en mitad de la selva.

«¡Hay gente!», exclamé esperanzada al oír voces en el exterior.

Creyendo que me había liberado, no me importó el salir corriendo sin nada que me tapara. Nada más irrumpir al exterior, se me cayó el alma a los pies al descubrir que estaba en mitad de la selva, dentro de una especie de aldea. Viendo que había un grupo de mujeres de aspecto oriental en una de las chozas, me acerqué a donde estaban y les pregunté:

-¿Dónde estoy? ¿Pueden ayudarme?

Las indígenas me miraron y mediante señas me hicieron entender que no me comprendían. Insistiendo, repetí mis preguntas en inglés con el mismo resultado, para ellas mis palabras eran ininteligibles. Casi llorando intenté explicarle que me habían secuestrado y que necesitaba su ayuda, pero lo único que conseguí fue que con una sonrisa una de las más ancianas me diera agua en un cazo de barro.

-No tengo sed, ¡lo que quiero es volver a casa!- grité derrumbándome al saber que ese sujeto había planeado todo y que me había dejado esperanzarme para que así fuera todavía más duro el saber que seguía en sus manos.

Sentada en un  tronco, me dejé llevar por mi angustia y comencé a sollozar desconsoladamente mientras esas mujeres me sonreían. Su actitud amable lejos de confortarme, azuzó mis llantos y durante largo rato, no hice otra cosa que llorar hasta que una joven de ojos rasgados se acercó a mi con un crio en sus brazos.

– Cho bú, cho bú- me pidió.

Al no comprender que era lo que quería, me la quedé mirando y entonces, me pasó al bebé mediante gestos me explicó que quería que le diera de mamar. Estaba a punto de negarme cuando el puñetero enano al sentir mis pechos repletos, llevó su boca hasta uno de mis pezones y se puso a chupar con desesperación. La  sensación de esa boquita mamando de mi teta me gustó e incluso solté un suspiro, al notar que al vaciar mi seno estaba rebajando el dolor que sentía al tenerlo lleno.

Todavía no me había acostumbrado a tener al crio colgado de mi pecho cuando otra madre viendo que del otro brotaba un chorrito de leche, trajo a otro crio y lo puso también a mamar. La sorpresa de sentirme ama de cría me paralizó y aunque estaba indignada, no pude reaccionar al saber que dependía de la buena voluntad de los habitantes de ese poblado para sobrevivir. Mi decisión resultó acertada porque mientras los dos bebés me ordeñaban, llegó otra indígena con un plato de frutas y sin pedirme opinión, comenzó a darme de comer en la boca.

«Me están cebando para obtener mi leche», comprendí desesperada cuando la madre del chaval viendo que el niño ya se había atiborrado lo recogió, cediendo  su puesto en mis tetas a los retoños de otras dos mujeres que esperaban haciendo cola frente a mí.

Humillada hasta decir tuve que aguantar que, de dos en dos, los pequeños de la aldea mamaran de mis pechos hasta que consiguieron vaciarlos. Al darse cuenta que ya habían ordeñado todo su contenido, las mujeres cogieron a su hijos y reanudaron sus labores cotidianas, dejándome allí tirada.

«Para ellas, ¡soy ganado!», comprendí mientras volvía llorando a la choza en la que desperté y aunque fuera por un momento, eché de menos a mi captor porque al menos él era uno.

No llevaba ni diez minutos, escondida y llorando mi desgracia en la penumbra de esa cabaña cuando un ruido en la entrada me hizo levantar la mirada. Al hacerlo descubrí a dos muchachos todavía adolescentes observándome desde la puerta. En sus ojos detecté un extraño brillo, que se incrementó cuando en silencio se acercaron hasta el catre donde yo estaba.

-¿Qué queréis?- grité angustiada al no saber sus intenciones.

No tardé en comprobar qué era lo que les había llevado allí porque sentándose uno a cada lado, tapándome la boca, me hicieron callar mientras llevaban sus bocas hasta mis pechos. Al contrario que los niños que solo se alimentaban, la forma en que esos dos recorrieron con sus lenguas mis pezones me hizo saber que sus razones eran otras y más cuando el más avispado de los dos, llevó su mano hasta mi entrepierna y se puso a pajearme obviando mis protestas.

« ¡Van a violarme!», incapaz de gritar pensé mientras intentaba zafarme de su acoso.

A los mocosos les hizo gracia mi rebeldía y reteniéndome entre los dos, sin dejar de intentar succionar mi leche, se dedicaron a recorrer mi cuerpo con sus manos mientras intentaba defenderme con un frenesí que me dejó agotada. Cuando dejé de debatirme, las caricias de los chavales se hicieron más sensuales pero no por ello menos humillantes. Usando sus dientes mordisquearon mis pezones al tiempo que con sus dedos hurgaban en mis dos agujeros. La ausencia de violencia no consiguió tranquilizarme y por ello, intenté gritar cuando obligándome a ponerme a cuatro patas uno de ellos, separó mis nalgas con  sus manos y hundiendo su cara en ellas, comenzó a lamer mi ojete con su lengua.

-¡Por favor! ¡No lo hagas!- chillé al sentir su apéndice hurgando dentro de mi culo.

Pero entonces su acompañante, tirando de mi melena hacia abajo, introdujo su falo hasta el fondo de mi garganta evitando de ese modo mis quejas. Afortunadamente el tamaño de ambos miembros nada tenían que ver con la verga de mi captor porque de haber tenido la longitud y el grosor al que me tenía acostumbrada ese indeseable, a buen seguro me hubieran roto el culo de una manera cruel. Aun así al no haber preparado con anterioridad mi esfínter, su intrusión me dolió atrozmente.  

Con su pene en el interior de mis intestinos, el puñetero chaval llevó sus manos hasta mis ya adoloridos pezones y cogiéndolos entre los dedos, comenzó a tirar de ellos con pasión.

-¡Dios!- chillé al sentirlos maltratados.

La tortura de tetas produjo un efecto no previsto y como si esas adolescentes yemas hubiesen abierto un grifo en mis areolas, de  estas comenzó a brotar un chorro de blanca leche que emocionó al muchacho que tenía su polla en mi boca.  Sacando su miembro, se tumbó debajo de mí y se puso a mamar de mis pechos mientras su amigo machacaba sin parar mi entrada trasera.

-¡No quiero!- chillé angustiada al sentir que los dientes del puñetero crio alternando entre mis pechos y el pene  del otro campeando en mi culo estaban elevando la temperatura de mi cuerpo.

La mezcla de humillación, dolor y excitación me tenía confundida. Mientras mi mente se revelaba ante tamaña agresión, mi cuerpo comportándose como un traidor me pedía más. La humedad de mi chochito era una muestra evidente de mi calentura pero más aún que involuntariamente llevara una mano entre mis piernas y sin pensar, me pajeara mientras esos dos me forzaban. Mis agresores se rieron de mis gritos de angustia y mientras uno se daba un banquete con el nutritivo producto de mis tetas, el otro comenzó a azotarme en el culo pidiéndome mediante gestos que me moviera.

-¡Dejadme!- imploré descompuesta al notar que contra mi voluntad todas mis neuronas estaban en ebullición.

Sé que de haberme entendido, tampoco me hubiesen soltado ese par de energúmenos porque para ellos yo solo era un medio para satisfacer sus oscuras necesidades. Al no comprender siquiera mis palabras, los dos indígenas siguieron  a lo suyo hasta que sentí que el pene que estaba martilleando dentro de mi trasero, eyaculaba rellenando con su semen mi culito.

-¡Maldito!- aullé menos indignada de lo que debería porque en ese momento mi coño parecía un ardiente polvorín a punto de explotar.

La gota que derramó el vaso y que me llevó en volandas hasta el mayor orgasmo que nunca había sentido, fue levantar mi mirada y ver a mi “dueño” sonriendo a dos metros del catre donde estaba siendo violada. Su presencia y la satisfacción que sentía al verme disfrutando de esa agresión, hizo que mi cuerpo colapsara y liberando mi tensión, me corrí en voz en grito mientras increíblemente le pedía perdón a ese sujeto por hacerlo. Os juro que todavía hoy no comprendo que fue lo que me motivó a disculparme.

Muerto de risa, mi captor echó a los críos de la cabaña y sentándose en el catre, me contestó mientras acariciaba mi melena:

-Putita mía, no has podido evitarlo. Desde que conocí a esta tribu hace años y descubrí que estaban esperando que su diosa les mandara una reina, te he estado buscando por todo el mundo. Sabiendo que según sus creencias esa deidad les mandaría una virgen de cuyos pechos brotara leche, te capturé y te estoy condicionando para ser su representante terrenal.

-No entiendo- respondí limpiando las lágrimas que surcaban mis mejillas.

Mi “dueño” me regaló un lametazo en un pezón antes de contestar:

-Para ellos, esa reina les procurara alimento mientras ellos le ofrecen placer. Todas las penurias a las que te he sometido tenían una razón, está noche te desvirgaré en su presencia mientras amamantas a los miembros de la tribu.

Al conocer mi destino debía de haberme sentido molesta pero mi cuerpo me traicionó al notar su lengua recorriendo mis pechos y pegando un grito, me volví a correr sin poderlo evitar. Aun sabiendo que era producto del lavado de cerebro al que me tenía sometida, me retorcí sobre ese catre pidiendo que me tomara. Necesitaba ser desvirgada por “él” y por eso comportándome como su puta, me arrodillé frente a mi captor para rogarle que me hiciera suya.

Ese cabrón sonrió al ver mi entrega y manteniéndose de pie junto a mí, se bajó su bragueta. Comprendí que se esperaba de mí y por vez primera mi sexo se encharcó mientras metía una mano dentro de su pantalón para sacar su verga. Al sentir entre mis dedos ese duro tronco, mi boca se me hizo agua y como si me fuera mi vida en ello, se la saqué mientras babeaba.

-Necesito chupársela- susurré obsesionada mientras acercaba mi boca a su miembro.

En ese momento, mi mente estaba dividida. Una parte estaba avergonzada por mi claudicación pero la otra se sintió  arrastrada a devorar esa morbosa tentación que tenía a mi alcance. Sacando mi lengua me puse a lamer su extensión con lágrimas en los ojos.

« ¿Qué estoy haciendo?», maldije al tiempo que recorría golosamente los bordes de su glande. Cómo un ser sin voluntad, abrí mis labios y agachando lentamente mi cabeza, experimenté como ese pene se iba introduciendo en el interior de mi boca. La satisfacción que experimenté al sentir su erección llenando mi garganta y el latigazo de placer que inundó mi coño, me hicieron saber que estaba perdiendo la batalla contra ese sujeto.

El que se autodenominaba como mi dueño gruñó al experimentar la húmeda caricia con la que yo, su puta, le estaba regalando y presionando con sus manos sobre mi cabeza, hundió su verga por completo en mi interior mientras me ordenaba que me masturbara. Os juro que intenté hacer oídos sordos a su mandato pero entonces me vi contrariando mis deseos y separando mis rodillas, hundí un par de dedos en mi sexo al tiempo que su glande se hacía presente contra mis amígdalas.

« ¡No puedo parar!», casi llorando pensé al comprobar el ardor con el que torturaba mi clítoris.

Cuanto más intentaba evitar seguir pajeándome, con mayor énfasis introducía sin pausa mis yemas en mi vulva. Dominada por una pasión incontrolable buscaba que el placer de mi secuestrador coincidiera con el mío y por eso al sentir la explosión de su polla en mi boca, me corrí nuevamente mientras mi mente sollozaba de vergüenza.

Habiendo satisfecho sus oscuras apetencias, el sujeto me obligó a limpiar su verga con mi lengua para acto seguido desaparecer sin despedirse.

Durante el resto de la mañana, me quedé encerrada en la choza. Una vez que mi secuestrador me había dejado sola, la certeza que nunca volvería a mi país me hizo llorar desconsoladamente. Hundida en mi depresión, me acurruqué en un rincón del camastro dando rienda suelta a mi dolor. Fueron horas duras en las que añoré mi vida anterior dándola por perdida.

Mi humillación fue máxima cuando sobre sobre las doce, tres jovencitas llegaron cargadas con frutas. Al verlas me recluí todavía más en mi sufrimiento pero entonces ellas me forzaron a comer. En un principio incluso me abrieron la boca para que tragara hasta que viendo la inutilidad de mi rebeldía dejé que me fueran dando uno tras otro trozos de lo que ellas consideraban un manjar. El problema vino cuando al terminar y tal como me había anticipado el sujeto esas tres crías exigieron su recompensa.

Sacándome de mi sopor una de las muchachas me abrió la camisa y antes que me pudiese quejar acercó su boca a mi pezón para comenzar a mamar. Jamás en mi vida me imaginé amamantando a una mujer y menos a dos, porque a los pocos segundos una segunda se apropió del pecho libre y buscó mi leche. Os parecerá extraño pero tras la sorpresa inicial, la sensación de esas dos lenguas ordeñando mis ubres me gustó y por eso relajándome sobre el catre, dejé que siguieran ordeñándome. Lo que no me esperaba fue que la tercera, viendo mi disposición, se acomodara entre mis piernas y separándolas, hundiera su cara entre ellas.

-¡Qué haces!- protesté pegando un gemido.

La oriental malinterpretó mi queja y creyendo que era de placer, usó su lengua para dar un largo y profundo lametazo a lo largo de mi sexo. La ternura y sensualidad con la que esa jovencita trató mi coñito, me hizo gritar pero esta vez de gusto, tras lo cual sus dos compañeras sin dejar de mamar quisieron también agradecer mi leche por medio de caricias. Esas seis manos y esas tres bocas al unísono, me hicieron boquear y sin poderlo evitar, la calentura me dominó. Colaborando con mis captoras, separé aún más las rodillas al notar las manos de las chicas torturando mi clítoris mientras su amiga seguía dando buena cuenta de mi coño.

-¡Parad!- les pedí sabiendo que estaba a punto de correrme sin percatarme que, según sus creencias, ellas debían de procurar el placer de su reina para que sus pechos nunca se vaciaran.

Azuzadas por mis gritos, esas crías me hicieron ponerme en pie y mientras dos de ellas se ocupaban de mi sexo, sentí que la otra separaba mis nalgas y hundía su lengua dentro de mi ojete. Al experimentar esa intrusión, me volví loca y presionando las cabezas de las que tenía frente a mí, me corrí dando aullidos. Ellas al sentir el geiser en el que se había convertido mi coño, se alternaron en el intento de secar ese manantial mientras a mi espalda, la tercera seguía follando con su lengua mi culito.

-¡Dios!- gemí llena de gozo ya entregada al placer.

La persistencia y la profundidad de las caricias de las orientales hizo que uniera sin pausa un orgasmo con el siguiente al tiempo que en mi mente la idea que ese destino no iba a ser tan malo empezaba a florecer….

Relato erótico: “El pequeñín 6” (POR KAISER)

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El Pequeñín

“¡Ya yo me voy a estudiar con mis amigas chao!” grita Carolina, la hermana mayor de Sebastián, antes de irse, “¡pórtate bien!” le replica su madre, “mama si solo voy a estudiar”, “y yo soy un monje tibetano” agrega de Sebastián de manera sarcástica, sabe bien lo que significan esas “reuniones de estudio” de su hermana, Carolina lo mira con furia pero no dice nada. “No seas pesado Sebastián, sabes que tu hermana es muy estudiosa y le va muy bien en sus exámenes” le contesta su madre, “de seguro da puros exámenes orales” murmura en voz baja de tal forma que solo Carolina lo escucha.

“¡Ven acá pequeño renacuajo te romperé la cabeza!”, Sebastián sale corriendo y se encierra en su habitación antes que ella lo atrape, “¡eres un imbecil ya te voy a agarrar!” le grita pero Sebastián no se preocupa. La relación entre ambos antes era fluida pero desde que Carolina le hizo unas burlas en el pasado se han vuelto bastante tormentosas, Sebastián ahora ya no se preocupa por las bromas que le hacen, pero aprovecha cada ocasión que puede para fastidiar a su hermana y devolverle el favor.

Ya es de noche cuando el teléfono de la casa suena, Sebastián esta por irse a dormir cuando escucha que su madre lo llama a gritos. “¡Que pasa, que pasa me voy a dormir!”, “¡vístete de inmediato y quiero que te vayas con tu hermana!” esto por que los hermanos sus hermanos están en un viaje de estudios, Sebastián abre los ojos de par en par, “¿debe ser un chiste?”, “¡no, no lo es, me acaban de llamar tu padre desde la oficina, se colapsaron cuatro servidores y hay un desastre con toda la información perdida así que deberé ir a ayudarle y esto nos tomara toda la noche!”. Sebastián no comprende mucho, “¿y eso que tiene que ver conmigo?, puedo cuidarme solo”, pero su madre no lo ve de esa manera.

De malos modos sube a su habitación y se viste, “Carolina va a matarme por esto” piensa para si mismo. Tras vestirse recoge unas cosas en su bolso, “que raro tu hermana no contesta, bueno vete en un taxi y cuando llegues allá me llamas”, Sebastián intenta alegar por ultima vez pero es en vano, a pesar de todo aun lo tratan como a un niño chico algo que él detesta y lo pone de mal humor.

Al bajarse del taxi frente a la casa de Rachel, la amiga de Carolina donde están estudiando, Sebastián escucha el sonido de la música a todo volumen, tras asomarse por la cerca observa que en el patio de la casa hay una feroz fiesta que esta en lo mejor. “¡Ja, con que reunión de estudio ni que carajo!”, decidido a hacerla pasar un mal rato Sebastián se cuela sin tocar la puerta, con el ruido de la música nadie escucha cuando él salta el cerco y casi se rompe el cuello al caer encima de unas cajas de madera que no vio.

Carolina comparte con sus amigas cerca de la parrilla donde se están preparando unas carnes junto a otros amigos, ella conversa alegremente y se bebe un trago cuando Rachel se le acerca, “oye, ¿no es ese tu hermano menor?”. La cara de horror que Carolina puso al ver a Sebastián lo dijo todo, “¡ahora si que te voy a asesinar!”. “¡Tranquila, tranquila no fue idea mía venir!”. Sebastián entonces procede a explicar lo sucedido y el por que lo enviaron. Las demás amigas y amigos de Carolina se acercan a ver que sucede.

“Realmente te compadezco por tener como hermano a este perdedor” dice Rachel haciéndole un gesto de desprecio, Sebastián no se inmuta. “¡No se como lo vas a hacer pero te largas en el acto!” le grita Carolina furiosa, “si así lo quieres me voy, total no era mi intención venir a este, prostibulo” responde Sebastián mirando de reojo a Rachel que es la dueña de casa, “iré a la oficina de los viejos y les diré que no me quisiste recibir en la fiesta en la que estas y me enviaste solo de regreso”, se da media vuelta y se pone en marcha, pero en ese momento Carolina lo sujeta y lo tira de vuelta.

“¿Cómo que fiesta?, es una reunión de estudios” le dice en un tono amenazante, “pues yo no veo ninguna reunión de estudios, yo veo una fiesta y más encima estas hedionda a alcohol” responde Sebastián desafiándola. “Hermanita, no hay nada que puedas hacerme que no me hayan hecho antes” agrega después. Carolina suspira profundamente, “esta bien, dime tu precio”, “¡vaya, así que esto es lo que se siente tener el sartén por el mango, es reconfortante!” y suspira profundamente lleno de satisfacción. “¡Ve al grano de una vez!” le grita su hermana exasperada, “bueno ya que lo mencionas y lo pides con amabilidad, en primer lugar quiero bebida, comida, una habitación alejada y un televisor”, “hecho” responde Rachel, “y en segundo lugar quiero que te hagas cargo de hacer mis tareas por todo un mes y me vas a dar la mitad de tu mesada”, “¡pues te vas al demonio en este instante!” responde su hermana escandalizada ante semejante trato, “¡esto es un chantaje, no un acuerdo comercial, tómalo o déjalo ese es el precio de mi silencio!”, Carolina sabe muy bien que Sebastián es capaz de delatarla, apretando los dientes acepta.

“Ven por aquí” le dice Rachel, cuando Sebastián se pone en marcha tras ella, “¡eres todo un pendejo!” le dice Valentina, una de las amigas de Carolina, “¡señor pendejo para ti mujer, además si yo soy un pendejo tu eres una puta!”. Valentina no estando dispuesta a soportar insultos se abalanza sobre Sebastián y lo sujeta del cuello, pero él permanece tranquilo, “sabes hermanita, cualquier agresión física a mi hermosa persona significaría el rompimiento inmediato de nuestro acuerdo”, Carolina los separa a ambos, sabe bien que no esta en posición de hacer demasiado por ahora, “gracias, así esta mejor, pero vamos sigan adelante no se preocupen por mi”.

Rachel lo deja en una habitación del segundo piso con todo lo que pidió. “¿Satisfecho?” le pregunta con sarcasmo, “pues por ahora si, puedes irte te llamare cuando te necesite” le responde Sebastián con arrogancia, “no te pases de listo mocoso imprudente” y da un violento portazo. Ciertamente Sebastián esta gozando esto.

A medida que transcurre la noche y la fiesta la cosa se pone cada vez más intensa. Luego de un par de copas todos se olvidan de Sebastián que se entretiene comiendo, viendo tele y después con un computador portátil que le prestaron. Aprovecha de ver varios videos pornográficos que están en el además de algunos juegos. Abajo ya el alcohol esta haciendo efecto y en varios rincones se va a algunas parejas metiendose mano, Carolina ciertamente no es la excepción siendo una chica bastante guapa y popular comienza a hacer un trío con Rachel y otro amigo. Otros ya están desnudos en la piscina, pero los chicos están tan ebrios que según Valentina, “no sirven de mucho a estas alturas”.

“Vamos llévalos, sácalos en silencio que no te escuche el pendejo ese”, sin embargo Sebastián escucha claramente todo, pero se hace el desentendido. Luego de escucharlas bajar las escaleras Sebastián mira, a escondidas, por la ventana hacia la piscina y el lugar de la fiesta, pero un árbol no lo deja ver mucho salvo un grupo de chicos borrachos que siguen bebiendo y apenas se mantiene en pie. Creyendo que se trata de una falsa alarma va a cerrar la ventana cuando se percata de algo. Daniela y Jocelyn están besándose apasionadamente y corriéndose mano entre ellas a vista de los demás.

Sebastián bien escondido las observa, ve como se van quitando la ropa y siguen dándose unos apasionados besos con lengua y empiezan a lamerse entre si. Ambas se dan con todo sin tapujos. Sebastián queda con la boca abierta, todas estas chicas ya son bastante mayores que él, todas universitarias como su hermana e incluso Carolina se muestra muy desinhibida a estas alturas.

Si bien por sentido común Sebastián sabe que debe quedarse donde esta su calentura termina por ganarle y en silencio baja al primer piso y desde ahí trata de ver algo más aunque sin mucho éxito, la piscina esta algo alejada y donde se encuentra no se ve demasiado. Así que se dirige a la cocina y sale por la puerta posterior. Se oculta tras unos arbustos y observa lo que ocurre en la piscina, es toda una orgía lesbica.

Daniela, Rachel, Jocelyn, Valentina y Carolina están ahí montándoselo entre ellas mientras los chicos están todos borrachos incapaces de hacer algo. Observa a su hermana de espaldas en el borde de la piscina con sus piernas abiertas y Rachel lamiéndole el coño, Daniela se pone encima de su hermana y se soba sus pechos, lejos posee el busto más grande entre todas, mientras Carolina le hace sexo oral. En otro lado Valentina esta en cuatro sobre una mesa con su gran trasero bien expuesto y Jocelyn le mete incansablemente un consolador en el culo mientras usa sus dedos en su sexo.

Sebastián siente que su miembro le va a romper los pantalones por la erección que tiene, nunca pensó que su hermana fuese así de caliente ya que ella siempre se había mostrado más recatada. “¡Vaya, vaya pero que tenemos aquí!”, Sebastián se da media vuelta y se topa cara a cara con Francesca a quien no había visto y que se encuentra también desnuda. Sebastián trata de arrancar pero ella lo reduce de inmediato, por desgracia Francesca es cinturón negro en karate y muy buena también.

“¡Oigan chicas miren lo que me encontré por aquí!” grita Francesca alertando a las demás. “¡Pequeño degenerado estabas espiándonos aquí te pasaste de la raya!” le dice Rachel que se pone frente a él, Carolina se cubre un poco y se muestra algo más seria ahora. Francesca con ayuda de Valentina sujetan a Sebastián de pies y manos. “No sean malas, el pobre seguramente nunca había visto a una mujer desnuda”, Sebastián se hace el tonto, Susana, Isabel, Mónica, Jessica, Elena, piensa él, para evitarse más líos prefiere no responder.

“¿Saben por le dicen el pequeñín?” habla Rachel y todas le ponen atención, “por que tiene así un maní” agrega después burlándose y haciendo un gesto con los dedos, las carcajadas brotan de inmediato incluso Carolina se ríe. “Saben, ya es hora de darle una lección a este pendejo” dice Valentina que no se olvida como la trato Sebastián antes, “bajémosle los pantalones lo fotografiamos y lo subimos a Internet”. “Eh chicas no creo que sea una buena idea” les dice Sebastián, que aun siente su miembro terriblemente erecto y duro, solo lo ajustado de sus pantalones y ropa interior oculta su tremenda erección.

“Oh que pasa, el nene quiere llorar” se burla Rachel, “demasiadas palabras ya bájaselos de una vez” demanda Jocelyn. Todas, incluso Carolina, se le acercan y lo rodean. Rachel se hinca frente a él y le desabrocha el pantalón, “¡es en serio no es una buena idea!” les ruega Sebastián, “ahora ajustaremos cuentas” dice Carolina.

“¡Aquí esta!” dice Rachel al tiempo que le baja los pantalones y ropa interior a Sebastián de un solo movimiento, sin embargo la verga de Sebastián sale disparada como si tuviera un resorte y golpea a Rachel en la punta de su prominente y afinada nariz. “¡Idiota me pegaste con… que…!”, las caras burlescas de todas se borraron como por arte de magia, algunas no dan crédito a lo que tiene ante sus ojos y después se voltean hacia Carolina que tampoco cree lo que ve.

“¡A esto le llamas un maní, pero si es enorme!” le reclama Francesca. El miembro de Sebastián esta en plena demostración de poder, con su cabeza roja brillante y su tronco completamente erecto y duro como acero. “¿Oye y es de verdad?” pregunta Daniela con algo de ingenuidad. Francesca lo toma con sus manos haciendo saltar a Sebastián, “pues si es de verdad, es increíble esta tan dura y tiesa, la siento palpitar en mis manos”, de inmediato todas, excepto Carolina, se lanzan a manosear el miembro de Sebastián como para asegurarse que es real, “¡oigan, oigan más respeto!” se queja él, pero no le ponen atención.

Valentina tiene una idea, “tráiganlo y pónganlo aquí”, entre todas lo levantan y lo ponen encima de silla de playa. Pese a los forcejeos de Sebastián ellas se las arreglan para amarrarlo a la silla e inmovilizarlo dejándolo acostado. Sebastián sigue intentando liberarse pero es inútil, ellas por su parte tiene otros planes en mente.

Luego de unos instantes de vacilación Jocelyn toma la iniciativa y se la comienza a masajear con ambas manos, de arriba abajo apretándola con fuerza, “¡pero de donde sacaste esto, pero si esta tan dura es como si tuviera un hueso dentro!”, “¡a un lado déjame probar!”, Valentina desea cerciorarse por si misma si es verdad tanta maravilla y tras masajeársela un rato le hace una mamada ante la sorpresa de las demás que observan atentamente como semejante miembro desaparece en su boca y luego le pasa su lengua por toda su extensión. “¡Oye me toca!”, “¡a mi también!”, Francesca y Daniela se lanzan y entre ambas comienzan a mamarsela sin detenerse. Daniela y Rachel tampoco se quedan atrás y entre todas se turnan para mamar semejante miembro que es el más grande que han visto.

“¡Siempre había querido pajear con mis pechos una verga así!” dice Daniela que posee los pechos más grandes entre sus amigas. Lo envuelve por completo y lo restriega con fuerza. Sebastián se siente en las nubes, pero así y todo reclama para que lo dejen ir, “¡hablas demasiado!” le dice Rachel que se monta sobre él poniéndole su coño en la cara, “¡oh vaya, pero si hasta su lengua la sabe usar!” y mueve lentamente sus caderas. “que pasa, ¿no vienes?” agrega después mirando a Carolina cuya boca se le hace agua. Todas la miran y Francesca mueve el miembro de Sebastián como ofreciéndoselo.

Carolina se acerca y se hinca al lado de su hermano que apenas ve algo con Rachel en su rostro, “vamos, has los honores” dice Valentina y Carolina lo pone en su boca y se la empieza a mamar. “¡Eres toda una puta mamandosela a tu hermano menor!” bromea Francesca. Las chicas se la chuparon con tantas ganas que Sebastián se esfuerza por no acabar, algo que le resulta sumamente difícil ante la intensidad con que se lo hacen, además ellas siguen dándose entre si y ve como Francesca y Daniela le meten mano a su hermana mayor y la hacen que siga mamando su miembro.

“¡Ya es hora, ve tu primero!” le dice Jocelyn a Carolina que se pone sobre Sebastián que la observa algo confundido, nunca había visto a su hermana con esa mirada tan lujuriosa en sus ojos. Rachel sujeta su miembro y Carolina, que es más esbelta y delgada, se va dejando caer encima. Carolina empieza a gemir a medida que el enorme miembro de su hermano menor se va metiendo en su sexo hasta que finalmente lo acoge todo. “¡Presiona contra mi sexo es impresionante!” exclama ella que poco a poco le cabalga encima con más fuerza, a Carolina le toma un tiempo acostumbrarse pero lo esta gozando como nunca, incluso Sebastián se relaja y deja todo en manos de las chicas.

Carolina se folla bien duro a su hermano y las otras chicas no se quedan solo mirando. Se besan entre ellas y a Carolina le acarician sus pechos, pequeños, pero bien formados. Francesca le hace un dedo en el culo y pronto Sebastián se ve con Valentina poniéndole su sexo en la cara. Es una orgía con todas sus letras y él en el centro de todo.

“¡Oye deja algo para las demás te lo puedes follar cuando quieras!” reclama Daniela que de inmediato toma el lugar de Carolina, sus pechos se agitan vigorosamente mientras se lo monta sobre Sebastián. Francesca y Rachel le chupan sus pechos y Carolina le mete mano a diestra y siniestra, “¡oh si es tan dura, tan tiesa, tan exquisita!” exclama en medio de sus fuertes gemidos. Sebastián no solo se ve obligado a satisfacerlas con su miembro, también con su lengua ya que ellas se turnan para ponerse encima de su rostro. Rachel, Francesca y Jocelyn se le montan después dándole con todo y quedando impresionadas por lo bien que se mantiene pese a que lo han follado de forma bien salvaje.

Valentina sin embargo, tiene otros planes para él. Ella va a buscar a su bolso una botella con lubricante y la aplica sobre el miembro de Sebastián y después con ayuda de Rachel y Daniela en su culo. “Siempre había querido recibir una así aquí atrás” comenta algo nerviosa. Valentina es la más bajita en estatura, pero posee un enorme trasero. Sebastián la observa incrédulo como se le acerca, Carolina sujeta su miembro y lo guía entre las prominentes nalgas de Valentina. Sebastián ve como su miembro se empieza a abrir paso y los quejidos de Valentina delatan como su se abre ante semejante miembro. “¡Me va a partir en dos!” grita ella hasta que poco a poco lo recibe por completo, Sebastián siente como su miembro se ve apretado de una forma increíble.

Fueron los minutos más placenteros de su vida, Sebastián siempre había querido darle por el culo a una chica pero siempre dudo seriamente que alguna se lo permitiría, hasta ahora. Valentina arremete con todo y pronto Daniela coge el consolador y se lo mete en su coño mientras las demás se lo montan entre ellas. Valentina lo follo hasta que Sebastián no pudo más y termino acabando de una manera tan abundante que las dejo sorprendidas a todas. Incluso Francesca y Rachel se lo volvieron a follar para hacerlo acabar de nuevo.

“¡Uff, pero que bien estuviste, parece que no eres tan pendejo después de todo!” le dice una sonriente Valentina a Sebastián que aun amarrado trata de recuperar el aliento, Sebastián y Carolina intercambian miradas cómplices, “esta bien, si alguien pregunta fue una reunión de estudios pero con una condición”, todas lo miran extrañadas, “¡que me desaten en este instante con un demonio!”.

Durante una semana ni Sebastián ni Carolina hicieron comentario alguno por lo sucedido, lo único extraño en casa era la paz que reina entre ellos pero aparte de eso nada más. El sábado los padres de Sebastián tuvieron que ir a la oficina otra vez y él se queda solo en la casa. Tras jugar un rato en su computador baja a buscarse algo de comer cuando se topa cara a cara con su hermana y con las amigas de esta que lo rodean en el acto.

“Hola” dice él visiblemente nervioso, “hola” le responden ellas que lo miran fijamente y de forma bastante lasciva. “Decidimos tener una reunión de estudios aquí” le dice Carolina, Sebastián trata de alejarse pero le cierran el paso, Valentina le muestra una botella con un liquido bastante familiar y Daniela juguetea con una cuerda en sus manos. Carolina chasquea sus dedos y antes que Sebastián se de cuenta Francesca aparece por su espalda.

Una hora después Sebastián se encuentra atado a la mesa de centro, nuevamente las chicas se turnan sobre él mientras beben unas cervezas, “¡es realmente necesario que me amarren!” se queja Sebastián, “¡pues si, te ves mejor!” le responde su hermana. En ese momento se oye el timbre de la puerta y Daniela, desnuda y todo, va a ver. Se asoma un poco y después abre dejando pasar a otro grupo de chicas. “Decidí invitar a otras amigas para que las conozcas mejor” dice Carolina, “esta será una larga noche” piensa Sebastián.

 

Relato erótico: “El obseso. Un pervertido en casa.” (POR RUN214)

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     Giro la llave intentando no hacer demasiado ruido. No quiero que mis padres me sientan entrar en casa, no soportaría que intentaran darme una charla por lo que pasó la tarde de ayer. Bastante mal lo he pasado hoy durante toda la mañana en clase emparanoiado pensando en que todo el mundo me miraba y sabía lo que había pasado.
Una vez dentro de casa cierro la puerta con sigilo. Nada más comenzar a caminar por el pasillo mis esperanzas de pasar inadvertido se van a la mierda. Me cruzo con mi madre que me mira con una mezcla de preocupación y miedo. Aparta la mirada de mí y continúa su camino hacia la cocina. ¿Se lo habrá contado a mi padre?
Al pasar frente a la puerta del salón cruzo la mirada con mi padre. Normalmente me mira durante un segundo mientras separa levemente sus labios intentando articular un saludo que nunca pronuncia antes de volver a ignorarme y continuar mirando al televisor y volver a ser 2 extraños viviendo en la misma casa. Pero hoy es distinto, está de pie, esperándome. Su mirada se queda fija en mí y me penetra. Abre la boca intentando empezar un discurso padre-hijo que tampoco sale. Al menos no como él quisiera.
-Miguel… –me llama.
Le ignoro y continúo mi camino hacia mi cuarto como si no le hubiese oído, como si no me enterase de que me está llamando repetidamente a mis espaldas.
Llego a mi dormitorio, cierro la puerta y me siento en la cama a esperar. Sé que van a entrar, los dos. Primero entrará mi padre, serio, taciturno. Hablará despacio durante el inicio de la charla antes de levantar gradualmente la voz. Mi madre se quedará en la puerta, fuera del ring, observando los acontecimientos, esperando el momento de intervenir en la disputa. Pero hoy no intercederá por mí. No, hoy ella está con la parte acusadora.
Oigo pasos tras la puerta. Estoy intranquilo, me levanto de la cama y camino nervioso por la habitación. Ayer no pensé en las consecuencias de lo que hice y ahora me toca comerme los cojones. Me siento de nuevo pero esta vez lo hago frente a mi escritorio. Disimulo como si estuviera estudiando, como si lo de ayer no tuviera importancia.
Los pasos tras la puerta van y vienen. Parece que mis padres discuten en el pasillo en voz baja. Al final los oigo alejarse entre susurros. Estoy a salvo… por el momento.
– – – – –

No he salido de mi cuarto en todo el día, ni para comer. Sé que ellos esperan que abandone mi refugio e intentarán un nuevo ataque. He permanecido horas a resguardo de esos dos pero aun así debo salir. Ha llegado la hora de la cena y no acudir a ella es aceptar mi culpabilidad. La culpabilidad del que no se atreve a afrontar las consecuencias y se esconde como un cobarde, como un niñato. Porque eso es lo que soy, un puto niñato malcriado y sinvergüenza.

Llego a la cocina. Mis padres están sentados en la mesa. No han tocado sus platos. Intuyo que para ellos la “charla” va a ser tan desagradable como para mí. Me siento entre los dos, compungido, acojonado más bien.
Cenamos en silencio. Apenas ninguno prueba bocado. Nadie abre la boca, nadie dice nada, solamente nos miramos los unos a los otros de reojo. Casi me dan ganas de ser yo el que hable de lo de ayer. Debería mostrarme arrepentido, pedir perdón y después aguantar el chaparrón y las consecuencias. Que acabe de una puta vez este ambiente de cementerio.
-Miguel… –a mi padre le sale un gallo. Se aclara la voz.
-Ejem, Miguel…
No me atrevo a mirarle a la cara y clavo la vista en el plato de donde sigo comiendo sin ganas.
-Miguel, ayer te pasaste de la raya con tu madre.
No contesto, solo escucho.
-La atacaste, la hiciste llorar.
-No la ataqué.
-Sí lo hiciste. La arrinconaste contra la pared y la atacaste.
-No, ella estaba junto a la pared yo solo me acerque un poco…
-¡INTENTASTE VIOLAR A TU MADRE!
Abro los ojos como platos. Separo los labios para decir algo pero no me salen las palabras. Miro a mi madre que me observa con lágrimas en los ojos.
-N…No, no, eso no es cierto. No es verdad. Yo solo quería… A ver, yo solo quería…
Me cuesta respirar. Empiezo a sudar y me paso la mano por la frente. Esto va mucho más lejos de lo que yo pensaba. Mi madre se ha creído que quería violarla, joder, que marrón.
-A ver, papá. Lo que yo hice ayer… lo que pasó…
Vuelvo a mirar a mi madre.
-S…Solo quería verte las tetas, solo eso, nada más. Solo por curiosidad, no quería asustarte. Te lo pedí, ¿te acuerdas? Te pedí que me las enseñaras… no dije nada de querer violarte.
-Te echaste encima de mí y me cogiste un pecho, me restregaste el pene por la falda mientras te masturbabas sobre mí y me empujabas con la cadera. Me pusiste la falda perdida de, de… tu semen.
Mi padre tiene el ceño fruncido y la cara colorada. Aun sostiene los cubiertos en cada mano y los aprieta tanto que los nudillos se han vuelto blancos. Me apunta con el cuchillo. ¿Me va a matar?
-¿Cómo has sido capaz de intentar violar a tu madre?
-Que no, que no. Que te digo que no fue así. Lo que pasó… a ver… dejadme que os explique.
Eso, eso. Explícales lo que hiciste porque ni tú mismo lo sabes, me digo. Tomo aire intentando pensar en una explicación honrosa y plausible, algo que suene dulce a los oídos de mis padres pero solo me viene a la cabeza la verdad. La cruda, amarga y asquerosa verdad.
-Mira, lo que pasa es que últimamente estoy obsesionado con echarme novia, ¿sabéis?
El ceño de mi padre se relaja, o al menos a mí me lo parece. Me envalentono y sigo con mi explicación.
-El caso es que no consigo ligar con ninguna chica y… claro, me como la cabeza con eso, día tras día, noche tras noche. Cuanto menos caso me hacen más obsesionado estoy con ellas y con… con follar, porque yo todavía no he follado nunca… soy virgen.
No he debido decir esto último. Acabo de confesar que quería follar con mi madre, mierda.
-L…Lo que quiero decir… es que nunca he visto a una chica desnuda. Nunca he visto unas tetas ni un coño. Por eso me paso horas y horas mirando porno en internet en lugar de estudiar, es… es como una obsesión.
Me estoy cubriendo de gloria. A mi padre se le está acelerando la respiración y mi madre me mira como las vacas al tren. Resulta que además de pervertido he reconocido ser un vago y un pajillero. Ole tus cojones, Miguel. Mi padre me va a inflar a hostias.
A estas alturas estoy sudando copiosamente, respiro como si quisiera acabar con todo el oxigeno de mi casa y empiezo a marearme. En menudo lío estoy metido. No soporto esta tensión y a mis ojos afloran unas lágrimas que apenas puedo contener. Me quiero morir.
-N…No te quería violar, mamá, de verdad. Lo que pasó… lo que pasó fue que…
A la mierda. Me rompo y me vengo abajo. Comienzo a llorar como una nena.
-Lo que pasa… es que soy un mierda incapaz de ligar con una chica. Soy un friki que se pasa las tardes viendo porno en internet y les miente a sus padres haciéndoles creer que está estudiando. Soy un obseso que les mira el culo a todas las tías y luego se hace pajas con ello.
Soy tan cerdo que hasta he llegado a pajearme con las bragas de mamá por que es la única mujer con quien soy capaz de tener contacto.
Lloro como una nenaza y casi no puedo hablar de la congoja. Soy un manojo de lágrimas y mocos confesando mi culpa, la culpa de un degenerado.
-Joder, soy un pervertido, un enfermo de mierda. Tengo tantas ganas de follar que soy capaz de meterle mano a mi propia madre, follaría con cualquier mujer si pudiera. Pero como no puedo me paso los días haciéndome pajas a todas horas. Al despertarme, al llegar a casa antes de comer, durante la tarde, a la noche… y los fines de semana ni os cuento la de veces que me masturbo.
Mis padres abren la boca en perfecta coreografía. Se miran entre ellos y me miran a mí, al pervertido de su hijo
-No sabéis las veces que he pensado en suicidarme y acabar con mi vida ya que no puedo acabar con mi puñetera virginidad de mierda y follar de una puta vez. Solo tengo que saltar desde mi ventana. Cada mañana cuando levanto la persiana pienso lo mismo. Desde esta altura acabo con todo de un solo hostión. Se acabó el no follar, se acabo mi miserable vida de friki mojigato.
Noto la mano de mi padre en el hombro aunque no le distingo. Tengo los ojos encharcados en lágrimas. Escondo la cabeza entre mis manos y apoyo los codos sobre la mesa.
-B…Bueno, a ver, hijo… no pasa nada, tranquilízate.
-Sí, sí. Tú tranquilo, ¿eh? –acompaña mi madre. –no pasa nada. No-pasa-nada.
-Olvida lo que tu madre y yo te hemos dicho. No estamos enfadados contigo. No pasa nada.
-Claro que no estamos enfadados. Además sabes que te queremos mucho, ¿verdad hijo?
¿Qué?, ¿qué pasa? Levanto la cabeza y los miro a ambos. Mi madre también apoya una mano sobre mi hombro y me da leves masajes sobre él de forma maternal. Me observan como si fuera un bicho raro. Ya no tienen el rictus de enojo en su cara sino todo lo contrario, están asustados. ¿Me tienen miedo?
-A ver Miguel. No hay por que dramatizar tanto. Lo de suicidarte…
-Mira hijo. –le interrumpe mi madre. –Nosotros te queremos muchísimo y solo queremos lo mejor para ti. No estamos enfadados contigo. Anda deja de llorar, por favor. Y lo de ayer… pues nada, no pasa nada. Ya está olvidado, ¿te parece?
Poco a poco lo voy entendiendo todo. No me temen a mí sino lo que pudiera hacer, lo que pudiera hacerme a mí mismo. Temen que me suicide. Pero… si solo era una forma de hablar. Solo quería expresar lo mal que me siento conmigo mismo por ser como soy.
-Vete a tu cuarto, anda. –mi madre es todo amabilidad. -Duerme tranquilo y no te preocupes por lo de ayer. Si al final es algo normal. Estás en edad de querer estar con chicas y… claro.
-Claro que sí. –corrobora mi padre. –eso es algo que les pasa a todos. No llores, hombre. Venga, vete a tu cuarto y descansa. Mañana no vayas a la universidad si no quieres. Total, por un día.
-Eso, eso. Si es que con tantas cosas que os hacen aprender allí no me extraña que no acabes agotado. Vete a la cama Miguel. Y quédate tranquilo que tus padres no están enfadados contigo.
Me tratan como si fuera un poco gilipollas. Aunque con el espectáculo que les he ofrecido no es para menos. Me levanto como un autómata y les obedezco. Voy a esconder lo último que queda de mi autoestima entre las sabanas de la vergüenza.
– – – – –
He dormido toda la noche, me he despertado a la hora de siempre y he ido a la universidad como todos los días, desoyendo el consejo de mis padres. No me he enterado de nada, como es habitual. Me limito a copiar de la pizarra cosas que no entiendo, acumulando más y más conocimientos inservibles en hojas de papel que nunca leo.
Ahora ya estoy de vuelta en casa y estoy parado delante de la puerta de la entrada. He pasado todo el día en la biblioteca de la universidad hasta que se ha hecho de noche. He cenado fuera algunos pinchos y al llegar a mi casa he subido los 5 pisos por las escaleras. No sé si inconscientemente intento atrasar el momento de enfrentarme de nuevo a mis padres. Ya sé que ya no me juzgan por lo que hice antes de ayer pero el hecho de que me consideren un suicida además de un pervertido sexual que ha reconocido querer follarse a todo lo que se mueve incluida su propia madre me hace sentir como un mierda.
No lo retraso más y meto la llave en la cerradura. No me molesto en no hacer ruido, lo que tenga que ser será. A ser posible que sea que no haya nadie en casa.
-¿Miguel?
Mi padre me llama desde la sala. No ha esperado ni a que pase por delante de él. Mal empezamos, otra charla.
Me acerco y veo a mis padres dentro. Mi padre está de pie. Se frota las manos, nervioso. Mi madre está sentada, evita mi mirada y el semblante de su cara no dice nada bueno. Me temo lo peor. Me van a comunicar que han hablado con unos loqueros buenísimos que me acogerán en su puta mierda de “maricomio” para tratar mi afición de salto de ventana. Pero no debo preocuparme, seguro que entre encerrarme con una panda de locos o dejarme en paz ésta era la mejor opción que han encontrado para mí.
-Miguel, tu madre y yo hemos estado hablando de ti y de… tu problema.
-Escucha papá…
-Nos hemos dado cuenta de que no te hemos prestado mucha atención.
-Sí, bueno mira, yo también he pensado en ello…
-Sabemos que estás pasando por una etapa muy complicada de tu vida. Con unos cambios en tu cuerpo que no te esperabas y con unas hormonas que te lo están haciendo pasar mal.
Me pongo colorado. Joder, la etapa a la que se refiere es la adolescencia. Mi padre no tiene ni puta idea de que ya tengo 25 tacos. Me está haciendo sentir peor.
-Sabemos que necesitas canalizar esa energía que recorre tu cuerpo…, ese cúmulo de sensaciones que te desconciertan…
Hasta él mismo se ha dado cuenta de que se está metiendo en un berenjenal del que no sabe como salir. Mira a mi madre pidiendo ayuda.
-Tu problema, Miguel… –mi madre toma el relevo. –Tu problema es que te has obsesionado con algo que debería haber sido normal a los 15 ó 19 años. Conocer chicas, salir con ellas y… disfrutar del sexo.
-S…Sí, bueno, eso es cierto pero veréis…
-Mira Miguel, cuanto más te has obsesionado con ello más introvertido te has vuelto y eso ha hecho que te cueste más relacionarte. Así que te obsesionas más y más, cerrando un círculo vicioso. Ahora tienes 25 años, ya eres un adulto, un hombre con carencias de adolescente.
-Ya, ya, pero si me dejáis hablar…
-Sabemos por qué te pusiste de aquella manera con tu madre el otro día. –Mi padre me interrumpe tajante. –Y te comprendemos, de verdad.
-Eh,… ¿sí?
-En el fondo lo que te pasa es que necesitas cubrir todas tus carencias. Necesitas quitarte, de una vez por todas, ese estigma que te has auto-impuesto de “inadaptado”, de bicho raro. Quieres tener lo mismo que todos los demás para ser igual que ellos, para dejar de ser un excluido, un paria.
Gracias papá. Yo no lo hubiese expresado mejor. Que te den por culo. Joder, ¿no me humillé lo suficiente yo solo ayer mismo?
-Tu madre y yo estamos de acuerdo en ayudarte para desquitarte de tus obsesiones puesto que es eso lo que necesitas.
-Eeeh,… ¿ayudar? No, mirad, de verdad no creo que necesite que ningún…
-Necesitas sexo para romper con todas las barreras que te acorralan y te acomplejan, eso es lo que has estado buscando siempre. –Toma aire y se aclara la voz. -Tu madre y yo hemos hablado. Está dispuesta a darte lo que tu cuerpo está pidiendo a voces, todo lo que necesitas, lo que querías de ella.
Parpadeo varias veces incrédulo. No sé de qué coño están hablando. Mi madre se levanta del sillón y me mira nerviosa, sigue frotándose las manos obsesivamente. Mi padre la mira y después me mira a mí.
-Hoy tengo un turno muy largo. No vendré hasta mañana por la mañana así que podéis utilizar nuestro dormitorio si quieres.
Se acerca a mí y me rodea los hombros con su brazo. Mi madre también se acerca y me coge de las manos. Las manos de mi madre siempre están calientes y secas sin embargo ahora las noto frías y sudadas.
-Solo queremos lo mejor para ti, hijo. Queremos que te pongas bien y recuperes tu ánimo.
“Mis ganas de vivir” quiere decir. Después de decir esto coge la chaqueta y se va hacia la puerta principal. Oigo el “clack” del pesillo al cerrarse. Mi madre continúa cogiéndome de las manos.
-¿Quieres que vayamos a mi dormitorio?
Asiento como un autómata. Todavía no estoy seguro de lo que acaban de proponerme mis padres pero mi subconsciente toma el mando y decide seguir la corriente. ¿Para qué vamos a su dormitorio? ¿Va a darme sexo? ¿Va a enseñarme las tetas? ¿Es eso lo que va a hacer?
Veo a mi madre salir de la sala y la sigo por el pasillo. Camina despacio y creo que sé la causa. Es la misma por la que yo he pasado todo el día fuera y he subido por las escaleras. En el fondo no desea hacer esto, lo detesta y su subconsciente lo retrasa todo lo que puede.
Entramos en su dormitorio y cierra la puerta tras de mí, en silencio. Pasamos un buen rato uno enfrente del otro. Yo no me atrevo a abrir la boca, que sea ella la que lleve la iniciativa y así me entero de lo que vamos a hacer realmente.
-¿Quieres que me quite la ropa?
Casi me cago encima. Hostia, vamos a hacer justo lo que pienso. Asiento con la cabeza porque todavía no soy capaz de hablar, en el fondo estoy acojonado.
Mi madre comienza a soltarse los botones de la camisa. El pulso le tiembla. Agacha la mirada, parece que vaya a llorar. ¿Cómo debe ser para ella tener este tipo de relaciones con su hijo? Me imagino si yo sería capaz de hacer algo tan desagradable para ayudar a alguien a quien quisiera. ¿Dejaría que mi padre me diera por el culo si con ello pudiese curar alguna enfermedad senil que tuviera?
Sacudo la cabeza al visualizar la imagen. Joder que asco me ha dado. Arrugo la cara y me entran ganas de vomitar y escupir. En ese momento miro a mi madre que está soltando los últimos botones de su camisa. Sigue con la mirada baja y el rictus contraído. Para ella esto debe ser algo similar. ¿Tanto me quiere que es capaz de pasar por esto?
Sujeto sus manos justo cuando están a punto de soltar el último botón de la camisa.
-Espera, no sigas. –le digo. –déjame hacerlo a mí.
Suelto el último botón y abro la camisa. La vista de su sujetador es espectacular para mis ojos. Sus tetas son tan grandes como me imaginaba. Apenas puedo distinguir alguno de sus pezones a través de su sujetador blanco tipo “madre-de-las-de-antes”.
Poso una mano sobre su teta y la aprieto levemente. Mi madre no hace nada para detenerme y eso me gusta. La amaso con suavidad y le cojo la otra teta con la otra mano. Mis manos están llenas de tetas. Es la primera vez que se las toco y quiero más.
Paso las manos por detrás de su espalda en un abrazo e intento soltarle el sujetador. Para tener varios años de carrera me muestro bastante inútil a la hora de quitar el puto cierre así que le pido ayuda a mi madre.
Pasa la mano tras su espalda y de un solo gesto suelta el enganche. La prenda se afloja pero no se desliza de su sitio. Cojo el sostén de los tirantes y los deslizo hacia los brazos haciendo que la prenda caiga hasta los pies de ella. Lo que veo me deja sin aliento.
Las aureolas de sus pezones son enormes y oscuras. Mi madre resiste su impulso de taparse sus partes pero no puede impedir abrazarse el vientre en un intento de mitigar la sobre exposición de su cuerpo. Le cojo suavemente de sus muñecas y se las coloco a ambos lados del cuerpo. Noto que su pulso va a cien por hora igual que su respiración.
Vuelvo a coger sus tetazas con mis manos. Las sopeso y las amaso con dulzura nuevamente. Son suaves, calientes y blanditas. Acaricio sus pezones con mis pulgares con la vana esperanza de que se endurezcan pero no lo consigo, normal.
No puedo aguantar más y le chupo un pezón. Después el otro. Paso mis manos por su falda y rodeo su culo, lo aprieto hacia mí. Busco la cremallera en un costado y la suelto. Su falda cae junto a su sujetador.
Me separo levemente para verla de cuerpo entero. Sus bragas sí trasparentan lo suficiente para adivinar que debajo de ellas hay un coño negro y grande. No tardo en posar mi mano sobre ellas. Recorro su pubis y deslizo la mano entre sus piernas. Su primer instinto es juntarlas pero después las va abriendo poco a poco para facilitar mi exploración.
Tengo una mano en una teta y la otra en sus bragas mientras le chupo un pezón. Estoy a punto de correrme y eso que todavía no me he tocado la minga.
Me aparto de mi madre y me quito la parte superior de mi ropa de un tirón. Me descalzo de dos patadas y me bajo los pantalones y los calzoncillos. Leí en internet que follar con calcetines es de horteras. No entiendo por qué es así pero me los quito de todas las maneras. Mi madre me mira atónita con la boca abierta. Ha cerrado las piernas y se cubre sus tetas. Está acojonada de verdad, creo que es ahora cuando se ha dado cuenta de lo que está a punto de hacer. O eso o yo me he colado tres pueblos y no veníamos a follar… mierda puta, ¡que solo iba a enseñarme las peras!
-P…Perdona, mamá… es que creía que… joder, que corte. Ya me visto.
-No, no, tranquilo. Está bien así. Es que me he asustado. No me esperaba verte así. Tú tranquilo hijo, tú tranquilo.
-Ah…, o sea…, puedo seguir…
-Haz todo lo que quieras. Para eso estamos aquí. Para hacer todo, todo.
“Todo”, ha dicho “todo”. Joooooder, me va a dejar follar. De puta madre.
Me vuelvo a acercar a ella. Tengo la polla superdura, la pego a sus bragas y me aprieto contra ella. Mmmm, qué bien se siente y que cuerpo tan calentito, me gusta.
-¿Te puedo bajar las bragas?
-¿Eh? Ah…, claro.
Cojo de los extremos del elástico y tiro hacia abajo. Poco a poco va apareciendo vello púbico negro y rizado. Dejo todo su coño a descubierto, me encanta, estoy en la gloria.
Paso un buen rato mirándola en silencio. Mi madre está incómoda. Si ya es duro que alguien la observe desnuda mucho peor deber ser que sea tu propio hijo el que te coma con los ojos. Pongo mi mano sobre el pelo de su coño y lo acaricio. Siento su suavidad y meto mis dedos entre el matojo.
-Joder mamá, esto, esto… es lo mejor que me ha pasado en mi vida.
Mi madre me dedica una sonrisa forzada y pone una mano sobre mi mejilla. Su cara me da un poco de pena, me da la impresión de que tiene ganas de llorar. La abrazaría pero en este momento la tentación es tan grande que no puedo parar de sobarle el coño.
-Esto que te estoy tocando son los labios del coño, ¿no?
Asiente con la cabeza y abre ligeramente las piernas para que la siga tocando a mi antojo.
-Estoy muy cachondo. Mira como tengo la polla. ¿Mi polla es grande?
-¿Cómo?
-De tamaño digo. Que si la tengo grande.
-Pues… no sé. Normal, creo.
-O sea, comparado con otros, ¿mi polla es grande o pequeña?
-No lo sé. Solo he conocido a tu padre pero… es normal…, normal. Tienes una polla normal.
-Ah, es que solo he visto pollas en las pelis porno y claro, con esos las comparaciones no valen.
Este tipo de conversación la ruboriza más de lo que ya está. Intento meter un dedo entre los pliegues de sus labios y se pone tensa.
-Uy, perdona, ¿te he hecho daño?
-No, no, que va. Solo ha sido la impresión. Puedes seguir, no pasa nada.
-Por aquí está el clítoris, ¿no?
-¿Eh? Pues, pues… no, un poco más arriba.
Se le ha quebrado la voz. Cierra los ojos y se muerde los labios para que no se le note que está a punto de romper a llorar.
-¿Quieres que nos tumbemos en la cama? –Me pregunta.
-Sí, sí, claro. –contesto.
Mi madre se gira pero no va hacia la cama sino hacia la lamparita de la mesilla. La enciende y apaga la luz central. Adivino lo que quiere hacer, no quiere que la vea llorar. Además se cree que con menos luz todo será más fácil, lo que no sabe es que la oscuridad no tapará su vergüenza por mucho que la oculte.
-No, espera. Enciéndela.
-Pero es que…
-Si bajas la luz no puedo verte bien, venga enciélela otra vez. Que haya más luz.
Ambas luces están encendidas lo que provoca no solo que no se haga la oscuridad en el dormitorio sino que haya más claridad. Está incómoda, impunemente desnuda a la vista de su hijo. Y no es solo eso. También sé, porque lo he leído en internet, que la gran mayoría de las mujeres se avergüenzan de alguna parte de su propio cuerpo. Tener menor visibilidad sería igual que ocultar dichas partes.
Para mí el cuerpo de mi madre es precioso. Sus tetas, su culo, su coño… uf, joder como me pone su coño negro. Las marcas blancas que el bañador deja en la piel le dan más morbo. Un triángulo negro dentro de otro triángulo blanco. Igual que sus pezones. Grandes círculos negros dentro de triángulos de piel blancos.
Señalo la cama. Ella duda un instante pero termina tumbándose en ella con las piernas juntas y las manos a cada lado del cuerpo. Sigue respirando agitadamente mientras le tiembla el labio inferior. En su frente brilla algo de sudor. Me tumbo junto a ella y vuelvo a acariciarle las tetas.
Bajo mi mano hasta su coño pero esta vez no abre las piernas para dejarme el camino libre entre ellas. Las separo con suavidad aunque noto su reticencia y no está lo suficientemente abierta de piernas como para que manosee entre ellas.
-¿Podrías abrir las piernas para que te acaricie el coño?
No creo que se acostumbre nunca a oírme hablar así. Las abre con lentitud, retrasando lo inevitable. Me tomo mi tiempo acariciándola. Recorro sus labios con las yemas de mis dedos. No pensaba que pudiera ser tan suave.
-Más, ábrelas más. Quiero ponerme entre ellas. –La he dejado muerta.
-¿Cómo? Ah…, claro, claro. –Las abre un poco más.
-Más, más. Ábrelas mucho más.
Obedece y las abre por completo. En esta posición le veo todo el coño hasta el ano. Es la imagen más guarra que podía esperar ver en mi madre y me excita, me excita muchísimo. Joder, como quiero follar con ella.
Pero primero voy a hacer algo que he deseado siempre, comerle el coño. He leído que si le lames a una tía el clítoris se pone a mil por hora. Ya va siendo hora de que mi madre disfrute un poco, se lo debo.
Acerco mi cara a su coño y me llevo una sorpresa muy desagradable, huele mal. Aquí algo no funciona. Todos los relatos que he leído hablan de lo bien que sabe un coño y no sé cuantas chorradas más. No es que me tire para atrás pero no es el “aroma” que yo esperaba. Creía que sería como aspirar una fragancia embriagadora tipo “chanel” número cinco pero esto, esto no llega ni a “patchouli”.
Es igual, tengo tantas ganas de lamerle el coño que poso mis labios sobre los suyos. Mi madre cierra las piernas de golpe.
-¿Qué haces?
-Pues… iba a lamerte el coño. Solo un poco.
-Pero, pero, eso… eso es una guarrada.
-Que va. Esto lo hacen todas las parejas del mundo. En serio… lo he leído.
-No sé hijo, pero creo que mejor deberías… no sé…
-Déjame, anda. Quiero hacerlo, tengo ganas de comerte el coño.
Arruga la cara cuando me oye hablar así. Pero se resigna y vuelve a su posición inicial. Noto que se relaja, saco la punta de la lengua y recorro su raja. Sé por donde queda el clítoris, más o menos, así que me centro en masajear con toda la suavidad posible esa zona. Por la reacción que ha tenido me doy cuenta de que a mi madre nunca le ha lamido el coño mi padre.
Si internet no miente dentro de unos minutos empezará a lubricar por el coño y se le pondrán los pezones duros. La voy a poner súper cachonda y voy a hacer que se corra como nunca. Va a flipar conmigo.
Llevo varios minutos lamiendo su coño y no sé qué pasa. Sus pezones siguen igual y su coño no lubrica nada. Incluso he lamido a lo largo de toda la raja para ver si así conseguía algún progreso pero nada. No sé el rato que llevo con la nariz aplastada contra el pelo de su pubis respirando el aire filtrado por los pelos de su coño y ya se me está cansando la lengua. ¿Qué hago mal?
Levanto la cabeza y veo con horror que mi madre esta llorando en silencio. Tiene la cabeza girada y se tapa la cara con una mano para evitar que me de cuenta. Pero… ¿por qué no está excitada? ¿Es que la he hecho daño?
No, no es eso. Es algo mucho peor. La respuesta es mucho más sencilla. La he formulado antes pero he estado huyendo de ella todo el tiempo.
¿Cómo actuaría yo si tuviera que dejar que mi padre me diese por el culo para que él pudiera recuperarse de algún problema psicológico? Más aún, ¿me correría si él me chupara la polla por muy bien que quisiera hacerlo? Pues eso mismo es lo que le pasaba a mi madre.
Me quiere tanto que es capaz de dejarse sobar y follar por mí solo para que se me quite la tentación de suicidio, para que pueda ser un poco más normal o menos gilipollas. Ni en mil años voy a conseguir que se corra por mucho que lama su chocho.
Me miro de arriba abajo y por primera vez me veo con otros ojos, con los ojos de una persona normal. Estoy completamente desnudo en la habitación de mis padres acostado sobre mi madre con la polla tiesa intentando tirármela. Mis labios están empapados de mi propia saliva y de su coño. ¡He estado lamiendo el coño de mi madre! Dios mío, ¿pero qué estoy haciendo? ¿Hay algo más patético?
Me tumbo a su lado y empiezo a llorar. Quiero morirme, me digo. Si no tenía suficiente con ser un friki pajillero inadaptado además he tenido que denigrar a mi propia madre conmigo. He hecho que se convierta en una furcia para mí y mi padre en un cornudo consentido. Mi madre está llorando por mi culpa.
¿Cómo he podido consentir que mis padres se rebajen a esto? ¿Cómo puedo tener el corazón tan sucio y permitir que mi madre se humille de este modo?
Pensaba que mi vida era una mierda pero ahora me doy cuenta de que es mucho peor. Es una mierda que salpica más mierda a los que me rodean. Me quiero morir, dios, me quiero morir.
Noto una mano cálida en mi pecho. Abro los ojos y veo a mi madre asustada sobre mí.
-Tranquilízate, hijo. No pasa nada. Todo está bien. Si a mí no me importa hacer esto, de verdad.
No sé cuanto tiempo he estado pensando en voz alta pero mi madre ha escuchado lo suficiente como para salir de su agonía y preocuparse por la mía. Manda cojones que todavía tenga fuerzas para seguir preocupada por el crápula de su hijo.
-No estaba llorando hijo, de verdad, estoy bien. Lo que pasa… lo que pasa… es que tenía suelo y estaba bostezando.
No me lo creo ni yo y las lágrimas se me escapan con más fuerza. Que mal me siento. Ahora sí que saldría corriendo hacia la ventana y me tiraría por ella.
La mano de mi madre que acariciaba mi pecho y baja hasta mi polla y mis huevos. Los agarra con suavidad, después coge mi polla y comienza a masturbarme. Sigue asustada por mí.
-¿Te gusta? ¿Te gusta así? Vamos venga, sigue tocándome. Te prometo que no voy a llorar más. Ha sido solo un momento. Un momento de debilidad pero ya se me pasó. Anda Miguel, hijo, no llores más. Venga, tócame. Tócame las tetas, venga.
Me pone mi mano sobre una de sus tetas y me la mueve amasándosela. Se tumba sobre mí y me besa en el cuello. Coloca sus piernas a cada lado de las mías y comienza a mover la cadera como si me follara. Su coño acaricia mi polla.
-¿Así, te gusta así?
No soy capaz de contestar, estoy algo aturdido y todavía no sé si debo levantarme y marcharme a mi cuarto para suicidarme en soledad.
-Venga, hijo mío. No pasa nada, todo está bien.
Sigo sin reaccionar. Lo curioso es que mi polla tampoco lo hace y eso es porque realmente estoy muy arrepentido. No puedo seguir haciendo daño a mi madre. No, a ella no.
-¿Quieres que te chupe?
-Eh…, ¿Qué?
-¿Qué si quieres que te chupe?
Supongo que se refiere a que si deseo que “me la chupe”. Sopeso la idea de corregir su error gramatical pero me doy cuenta de que no merece la pena poner al día a mi madre en temas que jamás le van a preocupar. Aparto mi mano de su teta y la coloco sobre su hombro. Ya ha tenido suficiente, es hora de acabar con esta patética agonía.
Antes de que la empuje para que se quite de encima, ella se aparta de mí. Se mueve sobre la cama hasta colocar su cara a la altura de mi cadera, coge mi polla y se la lleva a la boca. “HOS–TIAS”
Me mira con la polla metida en la boca intentando ver en mí una reacción positiva a su caricia. Cierro los ojos porque no soporto su mirada, me siento lleno de culpa mientras se esmera en darme gusto y conseguir que me calme. Voy a pedirle que pare. Espero un poco más y alargo el momento antes de terminar con esto. Cuando pasa más de un minuto me doy cuenta de que no se lo voy a pedir. En el fondo soy un cerdo, un cerdo y un hipócrita.
Me relajo y dejo que me la mame, abro un poquito más las piernas para que pueda seguir acariciándome las pelotas con más facilidad. Aunque nunca me han chupado la polla diría que no lo está haciendo bien del todo. Creo que mis padres han follado muy poco en su vida y con muy pocas variaciones. Sus movimientos son torpes, no me da mucho placer. Esto no se parece en nada a lo que he leído en internet. Cuando una tía se la chupa a un tío es lo más “de puta madre” que le pueden hacer en su vida. Yo no tengo los ojos en blanco, no estoy viendo mariposas de colores ni mamonadas de esas. Entre esto y una buena paja, me quedo con la paja.
-¿Te gusta así?
-S…Sí.
-¿Quieres que siga?
-Sí, pero… –no quiero que piense que lo hace mal. –mejor me pongo yo encima de ti, ¿vale?
Mi madre se tumba de nuevo y abre las piernas igual que antes. Esta vez su cara muestra un semblante más alegre aunque sé que es forzado. Se me pone dura de golpe cuando la miro por completo, con el coño negro otra vez delante de mí. Sé que en el fondo ella no lo desea, solo lo hace por mí. Como vea que se pone a llorar otra vez, me pego un tiro, pero de verdad.
Me coloco sobre ella y pego mi polla a su coño. Me la cojo y apunto a su raja. Aprieto y… no entra. Pruebo de nuevo, nada.
-¿Me la metes tú? Yo es que… no sé exactamente…
-No pasa nada, no te preocupes, es normal, yo lo hago.
Me coge la minga con una mano y la otra se la lleva al coño. Hasta ahora lo que más me está gustando es que me coja la polla. Me encanta sentir las yemas de sus dedos toqueteándome.
-Ahí, empuja.
Empujo pero no noto que entre nada. Mi madre contrae un poco la cara de dolor y me asusto. La verdad a mi tampoco me resulta placentero intentar meterla.
-Empuja más.
-Pero… ¿No te hago daño?
-No, venga.
-No te creo. Pones una cara… Te hago daño, paso.
-Que no, hombre. No seas tonto. Espera.
Se chupa los dedos y se los pasa por el coño, después se los vuelve a chupar y me unta la punta de la polla con su saliva.
-A ver ahora.
-Joooe. Ahora sí.
La meto a empujoncitos hasta que se me acaba la polla.
-L…La he metido entera.
Mi madre me mira como si me estuviera viendo destapar un bote de cola-cao con premio.
-Mamá, te he metido la polla entera.
-Sí.
-Tengo la polla en tu coño.
-Sí.
-Te… te la he metido en el coño. En tu coño.
A estas alturas sé que debo parecer medio idiota pero me da igual. Al fin y al cabo es lo que soy, un puto friki idiota que ha conseguido meter la polla en el coño de su madre al segundo intento y con ayuda.
Saco la polla casi hasta el final y la meto de nuevo. Estoy tan feliz que no me doy cuenta de que me estoy riendo. Mi madre sonríe al verme tan alegre y yo me pongo más contento todavía al verla sonreír a ella.
-Esto, esto… no lo voy a olvidar en mi vida, te lo juro.
-Ya lo sé.
-Te lo juro mamá. Sé lo que estás pasando conmigo.
-No pasa nada, hijo. Todo está bien.
-Joder, mamá, joder, qué pasada.
Y empiezo a llorar. Pero esta vez es de alegría. Mi madre se contagia y alguna lágrima asoma a sus ojos.
-Tú tranquilo, Miguel. Y disfruta, venga disfruta.
Y disfruto, joder que si disfruto. La follo despacito, sin prisa. Mi padre pasará toda la noche fuera de casa así que tengo tooodo el tiempo del mundo para follar con mi madre. No quiero correrme en mucho tiempo.
Sus pezones no se endurecen y es una pena porque me hubiese gustado que se excitara y poder lamer sus pezones duros. Me conformo con amasar sus tetazas y con besárselas y con que me deje follarla.
-Cada día me hago unas 4 ó 5 pajas por lo menos.
-¿Que te haces…? ¿Tanto?
-Eso de media. Si es fin de semana y estoy solo en casa me hago el doble.
Mi madre abre los ojos sorprendida. No sé si es porque el comentario no ha venido a cuento o por la cantidad de pajas. Mientras la follo sus tetas se bambolean arriba y abajo rítmicamente.
-No paro de pensar en tías y en follar. Por eso estoy convencido de que un día me voy a volver loco.
-No digas eso, me asustas.
-Y cada vez voy a peor. Me excito con cosas que antes ni me imaginaría.
-Como mi amiga Pilar. ¿Es lo que me dijiste, no? Que te gustaría…
-Sí, como ella. Siempre la he visto como una señora mayor pero de repente un día me fijo en sus tetas y zas, empiezo a hacerme pajas pensando en ellas.
-No me hago a la idea de que te pueda excitar Pilar.
-No, ella no, sus tetas. Bueno… al final ella también. Si pudiera me la follaría.
Mi madre no me entiende, normal.
-Oye, ¿Pilar tiene las tetas tan grandes como tú?
-¿Eh? Pues… no sé. Parecidas, supongo.
-¿No se las has visto?
-Pues claro que no. ¿Por qué tendría que habérselas visto?
-Como sois amigas pensaba…
-¿Y qué tiene eso que ver? ¿Acaso tú te enseñas el pito con tus amigos?
Touché. Eso me ha jodido el doble. No tengo amigos.
Mi madre cierra los ojos y levanta un poco las piernas para acomodarse. Llevo un rato follándola y creo que se está cansando.
-¿Quieres que pare?
-No, no, tú sigue. No te preocupes por mí. Yo estoy bien.
-No, no estás bien ¿Quieres que pare?
-Que no, que no. Estoy a gusto, de verdad. Si esto para mí no es nada.
-¿Te gusta que te folle?
-Claro.
-Mentira.
Se sonroja. La he pillado mintiéndome. Claro que no le gusta.
-Miguel, hijo. –me dice cogiéndome la cara con sus 2 manos. –Te aseguro que esto es lo que quiero hacer. Lo que realmente no soporto, lo que me duele de verdad es verte como estabas el otro día, fuera de ti. Tienes que quitarte todas esas obsesiones que tienes dentro.
-Ya pero…
-Fóllame, fóllame todo lo que quieras. Tu padre y yo lo hemos hablado y creemos que es lo mejor para ti. Preferimos mil veces verte sano entre mis piernas que tener que visitar una lápida con tu nombre.
-Ah, bueno respecto a eso…
-Déjalo ya, miguel. No le des más vueltas. A saber las cosas que harán los demás en sus casas.
No insisto en desmentir que quiera suicidarme y estoy pensando que es mejor no volver a tocar ese tema, sobretodo ahora que me la estoy follando.
Sus tetas siguen moviéndose arriba y abajo con cada empujón y me estoy poniendo cada vez más cachondo. Le sobo el culo con las 2 manos y alargo una mano hasta llegar a su ano.
-¿Qué haces?
-Quería meterte un dedo por el culo.
-¿Por mi…? Pero, ¿por qué?
-No sé, me gustaría follarte así, con el dedo dentro del culo mientras te meto la polla por el coño.
Abre la boca sorprendida. No se esperaba que tuviera unos gustos tan raros. Lo que pasa es que no comprende que el morbo está en detalles como éste, pero tampoco se molesta en entenderlos. Desfrunce el ceño lentamente y noto como relaja su ano. Mi dedo presiona contra él intentando meterse dentro con dificultad y se me ocurre una idea.
-Chúpame el dedo.
Con el dedo embadurnado de saliva intento meterlo de nuevo. Esta vez entra suavemente hasta la segunda falange. Lo meto y lo saco igual que hago con mi polla, como si la estuviera follando el culo.
Mi madre levanta la mirada hacia sus cejas como intentando concentrarse, o mejor dicho evadirse, mientras respira a bocanadas. Yo estoy a punto de empezar a correrme.
-Oye, ayer no me hice ninguna paja.
-¿Qué dices? Ah, me parece muy bien.
-Debo tener las pelotas llenas de semen, ¿Sabes?
-Bueno, creo que no me hacía falta esa información…
-Es que… me voy a correr.
A mi madre se le ilumina la cara. Creo que es porque ve más cerca el final de la follada.
-Pues muy bien, venga, adelante.
-¿M…Me puedo correr dentro?
-Pues claro.
-Te advierto que tengo mucho semen, ¿eh? Igual te lleno.
La veo sonreír. Debo de haber dicho una gilipollez.
-Córrete tranquilo, anda.
-¿Y si te preño?
-¿P…Preñarme? No, eeh…, no, no hay problema.
-¿Seguro?
-Segurísima, córrete dentro de una vez.
-¿Darías a luz un hijo mío?
-¿Cómo? Pues, pues… ¿Qué preguntas son esas? Te he dicho que no mes vas a dejar embarazada.
-Pero ¿Y si te dejara?
-Pues entonces… tu padre y yo… supongo que… Ay hijo, de verdad, deja de preocuparte por eso y córrete dentro de una vez. Te he dicho que no pasa nada y punto.
Empiezo a correrme. El placer invade mi cuerpo hasta hacerme poner los ojos en blanco. Es curioso lo que cambia la percepción humana en ese momento, justo cuando me estoy corriendo. En ese instante el deseo más arrollador se adueña de mí y me invade la necesidad más intensa que he tenido nunca. No puedo evitar besar a mi madre en la boca.
Ella se asusta y se resiste pero después de una breve lucha me deja invadir su boca con mi lengua. No se opone a mí y deja que disfrute con el beso, mi primer beso.
Un beso con lengua es más lascivo que el propio polvo que le estoy echando. Es caliente, húmedo y sorprendentemente placentero. Disfruto con él y no quiero dejar de entrelazar mi lengua con la suya.
Mi madre acompaña mis movimientos dándome todo lo que le pido. Nuestras lenguas juguetean y luchan. Joder, besar a una mujer es lo más caliente que me ha pasado nunca. De esto no hablan los relatos eróticos pero la sensación es acojonante, más que la mamada de antes.
Mi orgasmo termina y la última gota de semen cambia de propietario. Dejo de besarla y separo mi boca de la suya. La miro a la cara horrorizado.
-¿Q…Qué he hecho?
-¿Cómo?
-N…No quería besarte.
-Ah, ¿eso? No pasa nada.
-No, en serio. No sé por qué lo he hecho. No pienses cosas raras ¿eh?
-No tienes que darme explicaciones. –Sonríe.
-Es que,… n…no estoy enamorado de ti, ¿eh?
-Ya lo sé.
-No, en serio…
-¡Miguel! –me corta. –ya sé lo que te ha pasado y es normal, relájate. Te ha apetecido besarme mientras te corrías. Lo hace todo el mundo.
No sé si todo el mundo morrea a su madre como si se la quisiera comer. A mí me parece que no es normal.
-Esto no se lo cuentes a papá.
-¿Acabamos de follar pero no quieres que se entere de que me has besado en la boca?
-Eso.
-Como quieras.
-Y…
-¿Sí?
-¿Me puedo quedar un ratito con la polla dentro?
-Todo el tiempo que quieras. ¿Quieres dormir aquí esta noche?
-Pues… no sé.
– – – – –
No sé cuanto tiempo ha pasado. Me he quedado dormido un ratito con la cabeza apoyada en el cuello de mi madre. Mi mano agarra una de sus tetas que no he soltado durante toda la follada. Recuerdo donde tengo la otra y saco mi dedo lentamente, su cara muestra alivio.
Me despego de mi madre y miro entre mis piernas. Saco mi polla despacio y la pongo sobre el pelo de su coño, sobre su pubis. Me arrodillo frente a ella entre sus piernas y la contemplo de nuevo.
Sonrío. Por alguna razón el cuerpo desnudo de mi madre ya no me atrae y aunque parezca una ironía me siento feliz.
-Me voy a mi cuarto.
-¿Seguro?
-Sí. –sonrío de nuevo.
-¿No quieres quedarte conmigo?
-No.
-Podemos hacer lo que quieras, Miguel. ¿No quieres desquitarte por todo el tiempo que has deseado estar con una chica?
Meneo la cabeza mientras sonrío. Qué buena es mi madre. De repente me doy cuenta de que la quiero muchísimo, tanto que sería capaz de morir si me lo pidiera… pero no deseo follar con ella de nuevo. Ni mi polla tampoco que no se levanta ni para despedirse.
Cojo mi ropa y me voy hacia la puerta. Mi madre se ha sentado en el borde de la cama. Se tapa las tetas y cierra las piernas para que no se le vea el coño. Qué ironía, acabo de follármela, ya le he visto todo.
Llego a mi cuarto y me tumbo en mi cama, noto que mi mente está tranquila. No tengo ese perpetuo dolor de cabeza que no me deja dormir. Noto el sueño que me aplasta contra la almohada, esta noche voy a dormir bien por una vez en muchísimo tiempo.
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Comentarios, alabanzas, insultos y demás apostillamiemtos serán siempre bien recibidos.
Aunque no lo creáis estoy de rodillas besando la imagen de santo Tomás del prepucio rogando por cualquier tipo de comentario o, cuando menos, que voteis el relato si os ha gustado… y si no os ha gustado también, por supuesto.
A sus pies de ustedes: Un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo…
 
 
 
 

Relato erótico: “Las Profesionales – Es tiempo de volver…” (POR BLACKFIRES)

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Notas Aclaratorias:

El presente trabajo es un relato de ficción. Los nombres, lugares y eventos son producto de la imaginación del autor. Las situaciones descritas aquí son en el mejor de los casos imposibles o muy inmorales en el mundo real.

El presente capítulo es parte de la serie “Las Profesionales” publicada en la categoría Amor Filial y Control Mental. Este capítulo en especificó presenta contenido de Amor Filial, también presenta situaciones de Dominación y Violencia Sexual. Si no es usted afín a estos géneros por favor se le pide no leer este escrito.

Las Profesionales son relatos originalmente escritos en español y no existen versiones en ingles o en otros idiomas por el momento. 

Las situaciones sexuales descritas en estos relatos son producto de la ficción. En el mundo real, existen serios peligros de enfermedades de contagio sexual, practique el sexo seguro. Use preservativos y protéjase usted y a su pareja sexual.

Las Profesionales – Es tiempo de volver…

Nombre: Vanessa Harper.

Profesión: Oficial de Policía.

Ubicación actual: Cuartel General Policía Metropolitana.

Status: Disable – Inactivo.

Había sido un largo día recorriendo las calles de la gran ciudad. Por lo menos había sido un día sencillo, solo dos llamados por hurto menor, dos infracciones de transito, una por estacionar en lugar prohibido, otra por conducción con aliento alcohólico y una falsa alarma de infante extraviado. Solo el asfixiante tráfico de la ciudad era lo suficiente para que la oficial Vanessa Harper anhelara unas vacaciones o si se pudiera un cambio de ambiente algo más tranquilo.

En eso pensaba Vanessa mientras la llave abierta de la ducha, en los vestidores de damas de cuartel general de policía, mojaba su cuerpo limpiando su piel y el jabón dejaba sobre el un rico aroma a flores frescas. No era tarde pero ella si era la última oficial en salir del turno, así que los vestidores estaban literalmente desiertos.

Vanessa cubriendo su cuerpo desnudo con una toalla se miraba al espejo mientras, secador en mano, terminaba de dar forma a su cabello. Mientras se observaba le pareció una tontería pero casi no reconocía a la chica que le devolvía la mirada desde el espejo. Su piel era perfecta y sus pómulos eran ahora más estilizados haciendo juego con su nariz perfilada, su rostro se había acentuado al perder peso siguiendo un estricto régimen de alimentos sanos y ejercicios para tonificar su figura.

Mirando su figura que ahora cubría con la toalla blanca que contrastaba con su piel color ébano, el casi desconocido reflejo del espejo le mostraba un par de redondos, firmes y paraditos pechos que marcaban sus duros pezones en la toalla. La sonrisa picara y perfecta del reflejo casi la hizo ruborizar al ser cómplices del morboso gusto que había desarrollado por estar desnuda, ese pensamiento le hizo sentir más duros sus pezones y sentir como su coño se empapaba a medida que su temperatura aumentaba. Vanessa luchó por concentrarse en su cabello y olvidar su calentura pues dejar que siguiera adelante implicaba volver a tomar otra ducha, esta vez una ducha fría, destruiría todo el trabajo que le había costado que ahora su cabello finalmente estuviera seco.

Se puso a pensar en su trabajo para distraerse. Ya estaba por aplicar para la prueba de detectives y subir su rango a Teniente, fácilmente conseguiría aprobar esa prueba que consideraba hecha para idiotas, ella era una mujer inteligente y hermosa, claro que solo su inteligencia le ayudarían a detener a los chicos malos pues ella era una “buena chica”, solo recordar esa simple frase fue suficiente para que las piernas de Vanessa se debilitaran y su cuerpo se erizara mientras ella sentí como su respiración y su corazón aceleraban su ritmo mientras su coño se inundaba.

Le tomo dos o tres segundos recuperarse agarrando con fuerza la mesa donde descansan los lavamanos y mientras se miraba al espejo y sonriendo le dijo a su reflejo.

– Si no te conociera tan bien como te conozco pensaría que te estas volviendo toda una puta…

En ese momento su teléfono móvil empezó a sonar, reconociendo el numero Vanessa contesto alegremente.

– “Hola”

– “¿Hola Vanessa esta sola?”

– “Si lo estoy, por qu…”

– “DREAMLAND”

Nombre: Dennis Sandoval.

Profesión: Ingeniera Química.

Ubicación actual: Restaurante Italiano, Área comercial.

Status: Disable – Inactivo.

La tarde ya casi moría y Dennis había pasado una amena velada con su nuevo galán, habían tomado un café, reído de lo lindo y mientras seguían mirándose y comiéndose con las miradas la noche se iba apoderando de la ciudad.

Mientras el galán se preguntaba que había sido aquello que hizo cambiar tanto a Dennis, segundos después desecho ese pensamiento y se concentro en imaginarla desnuda sobre él mientras la penetraba, acariciando ese hermoso par de pechos que casi se desbordaban por esos nuevos y reveladores escotes que Dennis ahora gustaba tanto lucir.

Dennis se preguntaba como se había negado tanto tiempo en acostarse con su nuevo galán, ya lo había probado en la oficina, la sesión sobre el escritorio había sido, dura, plena, gratificante pero sobre todo muy corta, debido particularmente a que en cualquier momento podían tocar la puerta y sorprenderlos, aunque en verdad eso era lo que mas morbo y placer daba a la situación… A parte de que ese chico que la desvestía con la mirada desde el otro lado de la mesa era casado.

Sintiendo como su coño volvía a quedar completamente inundado y palpitando de excitación Dennis con una picara sonrisa le comenta a su galán.

– Ve pidiendo la cuenta, mientras voy al baño…

– Crees que podría acompañarte.

– Lo creo posible, pero no creo que los administradores tengan ganas de escuchar mis gemidos, llamarían a la policía para que nos lleven por conducta inmoral… aunque esa sea una de mis fantasías…

– ¿Hacerlo en un baño público?

– También suena bien, yo hablaba de que me esposaran… Pero me gusta como piensas.

– Quiero escucharte gemir…

Sin dejar de sonreír Dennis se levantó de la mesa y moviendo rítmicamente sus caderas se alejó con rumbo al baño, el chico sintió como su pene dio un brinco y se puso más duro al ver como ese par de nalgas latinas, apenas cubiertas por esa minifalda, se balanceaban al compás del “clac-clac” de los tacones de aguja que sostenían esas torneadas piernas de piel canela.

Un momento después Dennis salía de un privado del baño, limpiaba sus manos mientras el reflejo del espejo la miraba complacida pues Dennis hacia varias semanas había aceptado su total cambio de imagen, su color de cabello, su aumento gradual y sustancial de senos, su nueva forma de maquillarse y vestirse que traía locos a más de cuatro hombres y alguna que otra chica en su oficina. Pero lo primordial, Dennis había aceptado que muy por el contrario a toda su educación, principios y valores, el sexo era lo más gratificante en su vida.

En ese momento su teléfono Mobil empezó a sonar Dennis lo saco de su bolso, reconoció el número y contesto alegremente.

– “Hola”

– “¿Hola Dennis esta sola?”

– “Si lo estoy, estoy en el baño, puedo llamarte lueg…”

– “DREAMLAND”

Nombre: Gissel Fanovich.

Profesión: Abogada.

Ubicación actual: Torre 101 – Oficial Centrales de Duval & Asociados.

Status: Disable – Inactivo.

La abogada Gissel había estado con un humor de perros la última semana y media, luego de esperar y dar por hecho que ella sería la ganadora del puesto de acompañante junto al Dr. Duval a la gran gala benéfica que esa noche se daría en la zona cultural de la ciudad. Al final la ganadora había sido “la estúpida” de Noris, quien la había superado por un mínimo margen en las pruebas de desempeño y aptitud profesional de la oficina.

Lo que más enfadaba a Gissel era que ella había quedado como una estúpida perra trepadora ante el propio Dr. Duval, cuando al darse cuenta de que Noris le ganaría, ella se había quedado hasta muy tarde para conversar a solas con el Dr. Duval, todo iba bien hasta que tocaron el tema de la gran gala y ella dijo sin titubear que “haría cualquier cosa con tal de tener el privilegio de acompañarlo en una noche tan importante… cualquier cosa”

Dos minutos después ella estaba topless con su falda ejecutiva enrollada en su cintura, mientras Duval sostenía con una mano una de sus nalgas y con la otra le acariciaba la espalda o le sostenía una teta mientras le mamaba o le mordía delicadamente un pezón, subiendo y bajando ella sentía como el erecto pene de Duval, previamente mamado con maestría por ella, entraba y salía de su húmedo coño. Momentos después, por solo dos o tres segundos una duda razonable paso por su cerebro cuando nuevamente estaba arrodillada en la alfombra esperando que Duval descargara su semen en su cara y en sus duros pechos mientras lo masturbaba con una mano y con la otra se metía tres dedos en el coño. Que carajos hacia ella en el suelo de esa oficina semidesnuda, sintiéndose caliente y excitada, después de recibir una buena sesión de sexo, sostenía la verga de su jefe mientras lo escucha respirar agitado a punto de eyacular. Valía la pena todo esto por ir a una mierda de gala y demostrar ser superior a todas las perdedoras de la oficina.

Ella era la mejor abogada de la firma, educada en las mejores universidades, sabia cuatro idiomas, tenia su apartamento, su auto propio y…. Duval descargo su leche caliente en el rostro de ella cubriéndole el ojo derecho, manchando su cabello, su mejilla, algo cayo en su boca entreabierta y escurrió hacia sus pechos… que más da, era tan excitante ser la puta golfa trepadora de la oficina. Recogió todo el semen que pudo en su boca y mirando desde el suelo arrodillada a su jefe, trago sin pensarlo.

De nada sirvió… la puta parlanchina de Noris iría a la gala y ella solo había sido una muñeca sexual inflable para recibir la leche de su jefe.

En la soledad del ascensor que la llevaba al estacionamiento de ejecutivos de la firma su móvil empezó a timbrar, el incesante repique del móvil le saco de sus pensamientos.

No tenia que mirar el número, de seguro serian Ximena o Kimaura, Xixi y Kiki o Tonta y Retonta como a ella le gustaba pensar de las dos pasantes pechugonas de la firma, estarían abajo en el auto, en la calle, esperando que ella bajara. Las tres se irían a comenzar una noche de copas y discotecas como habían acordado. Al menos en la disco o en el bar ese par de tontas servían para algo más que llevar papeles y traer el café. Ese juego de tetas eran un imán para atraer buenos machos, después de un par de tragos patrocinados por los machos que fanfarronearían de su hombría, su trabajo y su dinero, más un poco de absurda plática, ella escogería al mejor macho y le dejaría las sobras a las tontas.

Dudó por enésima vez acompañar a Puta y Reputa al bar, podía también irse a casa y cambiarse de ropa, algo mucho más cómodo y casual, algo que la hiciera pasar desapercibida. Ella estaba de humor suficiente para visitar “The Red Hand”, un exclusivo club de la ciudad, donde los que podían pagarse el lujo, se entretenían degustando vinos y quesos y las otras exquisiteces que eran la especialidad del lugar. A Gissel esa noche le apetecía una botella de vino blanco y la rubia numero 023 del catalogo.

The Red Hand obviamente era un club de sadomasoquismo donde por un precio justo Gissel podía hacer con 023 todo lo que se le ocurriera para someterla, humillarla y degradarla. Como era de esperarse 023 era lo más parecido físicamente a Noris que Gissel pudo encontrar en el catalogo y ella era la razón por la cual Gissel desde hacia semana y media se había vuelto tan asidua clienta.

Al decir lo “más parecido” entiéndase estatura, peso, tallas de culo, tetas y cintura; Hasta el color de ojos, piel y cabello. Gissel en sus muchas sesiones nunca había visto el rostro de 023 pues una mascara de cuero rojo lo ocultaba. La mascara solo permitía ver sus ojos, parte de su respigada nariz y su boca. Un collar de cuero negro con una argolla y un candado numerado 023 impedían quitarle la mascara, a menos que Gissel pagara en precio nada económico para ver el rostro de la chica.

A Gissel le encantaba esperarla de pie en el cuarto, verla entrar, verla detenerse ante ella y Gissel caminar a su alrededor viéndola solo cubierta con la mascara roja y sus zapatos de tacón de aguja, le encantaba agarrarla por el cuello y mientras la sofocaba un poco preguntarle:

– “¿Cuantas pingas y coños te has comido hoy perra estúpida?”

– “Me comí 7 vergas y 4 cucas mi señora”

Un “Plff” fue el siguiente sonido que lleno la habitación.

– “¿Dime lo que eres?”

– ” Soy una perra estúpida, una simple puta, un culo, una cuca, una boca y un par de tetas”

Otro “Plaff” seguido de otros dos llenó la habitación mientras Gissel descargaba a cachetadas su enojo por perder su lugar en la gala junto al Dr. Duval. A Gissel no le tomo mucho tiempo entender el nombre del local mientras sentía su mano caliente después de varias sesiones de cachetadas y nalgadas que 023 aceptaba con gusto, Gissel se sentía poderosa sentada en la cama con sus manos rojas y su propia “perra Noris” comiéndole el coño acomodada a 4 patas entre las piernas de la gran abogada.

El móvil volvió a sonar esta vez con un timbre diferente al anterior, la insistencia de las llamadas pusieron a Gissel de peor humor. Sin siquiera molestarse en mirar el identificador de llamadas contesto con un tono de voz que no dejaba dudas sobre su enfado.

– “Diiime…”

– “¿Hola Gissel estas sola?”

– “Si estoy sola, como te explico que me molesta que me llames tan…”

– “COCKSUCKER”

Tres pisos más abajo, en un auto estacionado a un costado del edificio, Ximena y Kimaura esperan a que Gissel bajase en su auto último modelo a la calzada para seguirla al bar donde regularmente inician sus noches de copas.

Aburridas de escuchar música y comentar los últimos chismes de la oficina conversaban mientras Gissel, para variar, hace que ellas desesperen por llegar al bar.

– ¿Cuanto más puede tardar?

– No lo sé, no contestó mi llamada, debe estar ocupada.

– O no quiere contestar tú llamada, ¿Dime otra vez por qué salimos con esa víbora de dos patas?

– Por que es tan egocéntrica y pedante que para no humillarse con nuestro dinero, ella termina pagando las cuentas, solo es cuestión de darle suficiente alcohol…

Ambas ríen mientras recuerdan las últimas salidas con Gissel.

– La verdad si no fuera por eso, no iría con ella ni a la esquina. Siempre se hace la importante y se lleva al mejor tipo.

– Si, también me molesta cuando hace eso, aunque algunas veces nos ha ido muy bien.

– Si, pero generalmente nos toca compartir el galán.

Ximena con su mano acaricia la pierna de Kimaura y sonriéndole le dice:

– Por lo general me encanta compartir un galán contigo, me encanta estar los tres en la cama. Sentir como él me bombea y yo meto mi carita entre tus piernas par escucharte gemir.

Lentamente sus rostros se van acercando mientras Kimaura toma la mano de Ximena y la va guiando bajo su falda rumbo a su coño, estando a centímetros de que sus labios y lenguas se toquen, Ximena se separa al ver el auto de Gissel salir del edificio y entrar en el tráfico.

– Mierda, ¿Se olvido de nosotras o qué?

Encendiendo el auto entran al tráfico de la tarde y siguen al auto de Gissel, a dos cuadras ya están por alcanzarlo cuando Gissel gira a la izquierda.

– ¿Pero qué pasa con esa loca? El bar esta hacia el otro lado.

– ¿Será que vamos a un lugar nuevo?

– No tengo idea pero voy a llamarla hasta que conteste.

Ximena está a punto de remarcar cuando su teléfono empieza a timbrar

– Debe ser ella…

Sin dejar de conducir tras de Gissel contesta la llamada.

– “¿Hello Gissel?, hola… Sí… Ella esta a mi lado…Ok”

Kimaura observa como la expresión de Ximena cambia de una radiante sonrisa a lo que podría definirse como una total desconexión de la realidad, sus ojos se vuelven vidriados y opacos mientras su boca queda entreabierta.

– ¿Pero qué carajos te pasa Ximena estas bien?

Ximena no contesta y guía el auto al borde de la calzada y se detienen. Apartando el teléfono de su oído le dice a Kimaura:

– La llamada es para ti…

Kimaura toma nerviosa el teléfono y sigue mirando asustada a Ximena, que sigue allí mirando la nada, con la voz entrecortada contesta el.

– “Hola… ¿Quien es, qué le dijiste a mi ami…?

– “COCKSUCKER”

Lo último que la mente conciente de Kimaura pudo ver fue a Ximena separando las piernas y apartando de su coño sus bragas, mientras ella sentía como su propio cerebro se apagaba y sus piernas se abrían de par en par como las de su amiga.

– “¿Me escuchas claramente perra estúpida mama vergas?”

– “Si escucho claramente…”

– “Haras todo la que te ordene y te sentirás feliz de hacerlo por que la obediencia es placer…”

– “Todo lo que ordenes… La obediencia es placer…”

– “A tu lado esta sentada una perra tan estúpida como tú, con las piernas abiertas masturbándose mientras espera que le llenen en coño, quiero que del bolso de ella saques un huevo vibrador, lo humedezcas un poco y se lo metas en el coño a la zorra”

– “Así lo haré”

Tomando el bolso de su amiga, busca hasta el fondo del bolso y descubre un ovalo de color plata que en un extremo tiene un hilo y el hilo finaliza en una argolla plateada, con total práctica Kimaura empieza a babear y esparcir su saliva sobre toda la superficie del huevo, luego girándolo lentamente escucha un clic y siente como el aparatito cobra vida vibrando con fuerza suficiente para moverse en las manos de Kimaura. Ella lo toma con fuerza y mirando a la cara de Ximena empieza a deslizar el huevo dentro del húmedo coño de su amiga que gime, pero sin moverse ni oponer resistencia. Lentamente el intruso va ganando terreno, lo envuelven los labios vaginales y Ximena lo siente a la mitad del camino y suelta un gemido largo al sentir como con un casi inaudible “Glup” el huevo queda dentro de ella.

– “Esta hecho como me lo ordenaste…”

– “Buena chica, ahora mastúrbate para mi y entrégale el teléfono a tu amiga.”

Kimaura obedece y entrega el móvil a Ximena mientras ella aparta sus bragas y después de mamar y lamer sus tres dedos los introdujo en su coño.

Ximena escucho atentamente las órdenes que recibió por el móvil, tomó el bolso de Kimaura y repitió el proceso con el huevo vibrador que sacó del bolso de Kimaura, babeándolo, activándolo y metiéndolo en el coño de Kimaura.

Ambas permanecieron sentadas y el murmullo de los huevos se hizo casi imperceptible, entre los gemidos y la agitada respiración de las chicas. Ximena cerró el teléfono y dirigiendo el auto a la calzada entró al tráfico de la ciudad tomando el mismo rumbo que hacia minutos habían visto tomar a Gissel.

A varios kilómetros de distancia en una amplia sala parecida a un centro de control de tráfico o un centro de monitoreo espacial, con pantallas gigantes, teléfonos y equipos de última tecnología de Sistema de Posicionamiento Global, varias chicas sentadas en sus estaciones de monitoreo iban cerrando sus llamadas, quitándose los auriculares se levantaban y salían de la sala. Al final solo 6 chicas permanecieron en la sala observando con atención la pantalla principal de la sala donde un mapa mostraba todos los sectores de la ciudad y sus alrededores. En el mapa varios cientos de puntos rojos se desplazaban sin orden o coherencia, pero poco a poco cada uno de los puntos se detenía unos segundos cambiando a un color amarillo y finalmente la luz cambiaba a verde, poco a poco cientos de puntos cambiaban a verde y todos tomaban la misma dirección hacia el nuevo distrito cultural de la ciudad, específicamente hacia el nuevo edificio de conciertos y eventos.

Cuando la luz etiquetada como Vanessa Harper cambio a verde, bajo el nombre se pudo leer “Enable – Activada” y dos minutos después el mapa mostró que salía del cuartel general de la policía de la ciudad, Helen Bells tomó un teléfono y con una voz que no ocultaba su emoción y excitación dijo a quien escuchaba al otro extremo de la línea.

– “Todos los elementos de los lotes están en camino Amo”

– “Buena chica Helen, un trabajo excelente como siempre”

– “Gracias Amo, espero tener mi recompensa pronto”

– “Claro que la tendrás, ahora se una buena chica y encárgate de recibir los paquetes, te veré luego”

Robert Sagel cerro la llamada y observo, a través de un enorme ventanal en el piso más alto del edificio de conciertos y eventos, como la noche devoraba la ciudad, dos luces provenientes de enormes reflectores desplegaron columnas de luz que marcaban el lugar a donde muchísima gente se dirigía esa particular noche. Algunos por voluntad propia, otras sin voluntad, pues no tenían la menor opción y avanzaban hacia las luces como las polillas vuelan a la flama de una vela.

Aquellos primeros años parecían ahora tan lejanos, cuando la operación empezó tan solo con la colaboración de una psiquiatra con intereses ocultos en sus pacientes más hermosas, fue muy fácil convencer a Carol Arellanos de participar en el proyecto, ella llevaba años haciendo mierda los sesos de sus ingenuas pacientes que salían de la consulta de Carol felices sin saber que por hora y media habían sido los hipnotizados juguetes sexuales de la buena doctora.

Ni que hablar de la discreción y excelente oportunidad que ofrecía la Clínica Dental del Dr. Barreto, donde además de un excelente trabajo dental las bellas pacientes, con un poco de ayuda química y drogas, ofrecían al Dr. la oportunidad de acariciarles las piernas, los pies, las tetas y el coño, todo esto bien documentado en video para el posterior deleite del doctor.

Decirle a Barreto que con su contribución obtendría muchísimo más que acariciar o mamar a sus clientas fue como proponerle al lobo cuidar de las ovejas.

Con aquellos dos puntos de selección y reeducación funcionando la operación por fin despegó y en un tiempo que a todos pareció eterno, un par de decenas de lindas esclavas sumisas estuvieron listas para empezar a generar placer y ganancias.

Todo fue bueno al principio y una lista de clientes exclusivos, estudiados a fondo y con un increíble poder adquisitivo se creo con rapidez entorno a la decena de jóvenes profesionales que se ofertaban a los más selectos y morbosos miembros de la sociedad de la ciudad. Pero como en muy pocos casos la perfección es una de las metas más ambiciosas de cierta clase de personas, Robert podía ser un perfeccionista obsesivo.

Aunque el servicio de esclavas sexuales fue rápidamente aceptado y muy solicitado, distaba mucho de lo que Robert había imaginado. El tiempo de reprogramación de aproximadamente 3 meses era demasiado para la creciente demanda de clientes que solicitaban novedades. Igualmente esclavas sumisas que prácticamente eran solo zombies sexuales sin voluntad, a las cuales literalmente había que activar de forma presencial y llevar de la mano hasta donde el cliente solicitara, eran una tarea que hacían impráctica la operación.

El primer golpe de suerte llego cuando Robert haciendo investigaciones dio con los experimentos y desarrollos de pruebas de conductivismo y regeneración neuronal de la Dra. Helen Bells. Tomo muy poco tiempo para que la inocente y visionaria Dra. Bells, fuera convencida de que Robert y su consorcio financiarían las nuevas pruebas y subieran la investigación al siguiente escalón, pruebas en humanos.

Helen podía ser muy inocente pero no estúpida. Poco tiempo le tomó a la doctora darse cuenta que los planes de Robert no eran la regeneración neuronal, eran la reprogramación neuronal. Lamentablemente para ella ya todo el material necesario para continuar pruebas independientes había sido robado por el buen Robert, cuando Robert propuso a Helen un porcentaje de utilidades y le detallo el uso de la nueva tecnología ella lo rechazo de plano.

A Robert no le quedo más remedio que tomar a Hellen como otro espécimen de pruebas. El resultado fue para todos inesperado, debajo de la inocente, recatada y a veces temerosa investigadora dormía en su subconsciente una perra insaciable, adicta al trato duro y sádico, esa otra personalidad devoro la personalidad primaria de Helen, pero mantuvo su altísimo coeficiente intelectual, teniendo ahora por meta demostrar que en cada chica había una puta perra reprimida esperando ser liberada.

Finalmente se conseguía la autonomía suficiente y la capacidad de tener a una chica completamente “conciente” de sus actos, con una personalidad secundaria deseosa de obedecer, adicta al sexo y a ser usada como un mero juguete sexual. Esclavas que podían ser activadas vía telefónica y que con gusto complacerían a cualquier cliente en cualquier lugar, y luego de ser usadas simplemente despertarían a su rutinaria y aburrida vida. Cuando Robert pensó tenerlo todo resuelto, la demanda sobrepaso la oferta.

Un segundo golpe de suerte llego en la figura de uno de sus principales proveedores y posteriormente cliente y socio, James Michael Baxter quien había ya solicitado la ayuda de Robert para resolver un lío de faldas de oficina, ahora se presentaba con la propuesta de entregar el control total de las Clínicas Baxter, que eran financiadas por él, pero administradas por su esposa Susan Baxter.

El motivo, a parte del bien común, era la venganza. James había llegado al límite de la tolerancia sobre los malos manejos de las finanzas por parte de su esposa y sobre la compulsiva necesidad de ella en acostarse con hombres y mujeres, lo que a parte de dejarlo a él como un imbécil, estaba destruyendo la imagen pública de sus compañías. Eso sin contar la actitud prepotente y déspota de sus hijastras y las fiestas desenfrenadas que en más de una ocasión habían sido motivo de primeras planas de tabloides de chismes y escándalos, esas tres perras harían que el apellido Baxter pronto no valiera un solo centavo, en un mundo donde la credibilidad y apariencia lo son todo.

Fue una transacción de lo más conveniente para ambas partes, con un golpe de manos James Baxter se convirtió en un hombre que podía hacer realidad la fantasía de muchos al poder cojerse a su esposa y a su amante al mismo tiempo y en su propia casa, y si eso fuera poco las otras dos invitadas a la cama eran sus hijastras. Turnando a las 4 perras en la habitación mientras se cojia a una o a dos a la vez, las otras dos miraban la escena masturbándose solas o ayudaban mamando coños o la verga de James cuando él lo ordenaba. En pocas palabras La vida era muy buena para James. Por otro lado Robert conseguía apoderarse de todos los centros y salones de belleza del Grupo Baxter, lo que generó miles de nuevas sumisas esclavas a las que se les aplicaba la última tecnología en reprogramación y aunque parecía una gran ironía, ellas felizmente pagaban fuertes sumas por ser reconvertidas en esclavas sumisas. Ir a la sala de belleza se volvía para ellas una droga, un deseo compulsivo que debían saciar.

Finalmente todas las piezas del rompecabezas estaban en su lugar, bueno casi todas, pero Robert miraba satisfecho la pantalla de su smartphone mientras veía como los centenares luces verdes convergían hacia su ubicación. Se aparto de la ventana por donde también podía ver la marea de personas que empezaban a agolparse en ambos lados de la alfombra roja por donde en cuestión de horas desfilarían los ricos, famosos y poderosos de la ciudad.

Robert abrió su saco y de un bolsillo extrajo una foto, observo un momento la imagen y dando un par de pasos atrás se escucho un “plog” cuando Robert sacó su verga de la boca de María Patricia Zurita, la afamada reportera de noticias, que desnuda se mantiene de rodillas mamándole la verga y los huevos a Robert. Él se acomodo el pantalón, guardando su verga y ajustó su smoking guardando nuevamente la foto en su bolsillo, mientras la insatisfecha Patty lo miraba suplicándole por seguir mamando.

– Buena chica, ahora córrete para mí…

Robert volvió a mirar por el ventanal y sonrió al escuchar gemir a la putita reportera que convulsionaba sin control de su cuerpo y sus deseos.

– Levántate, vístete y ve a que te maquillen y alisten para la gala, necesito que hoy te veas más radiante que nunca.

– Siiiii… si mi señor.

Consultando su reloj y volviendo a mirar por la ventana Robert dice en voz alta:

-Ya es tiempo de volver…

Continuara…

En principio agradecerles a todos los que se han tomado su valioso tiempo en leer este relato y les insto escribir sus comentarios. Saber su opinión es la mejor manera de mejorar los relatos.

Esta entrega se publica para celebrar el primer año del blog dedicado a las profesionales:

http://lasprofesionales.wordpress.com/

Agradeciendo las 12,000 visitas al blog y las 183,000 en Todorelatos, espero esta entrega sea el preámbulo al esperado final de la serie.

Blackfires.

blackfires@hotmail.com

Relato erótico: El Pequeñin 7 (POR KAISER)

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El Pequeñín
“¡Oye, oye!” le dice Susana y con Jessica lo miran fijamente y de brazos cruzados, Sebastián reacciona como si lo hubieran hecho volver a la tierra, “¡ah, que, que pasa!” dice él moviendo su cabeza en todas direcciones, “¿se te perdió algo?” le pregunta Jessica mirándolo fríamente, “eh, no nada” y de reojo observa a alguien que esta del otro lado de la calle, detrás de ambas chicas que al darse cuenta le cierran la visual.
“¿Por si no lo sabias nosotras también tenemos lo mismo?” le recuerda Susana cruzando sus brazos de tal forma que realza el tamaño de sus pechos, “y también en abundancia” agrega Jessica, ante el silencio de Sebastián y viendo que aun trata de mirar, ambas lo toman de los brazos y se lo llevan, “concéntrate en lo que debes hacer ahora” dice Susana muy seria y entran a la casa de él donde le siguen reclamando por lo distraído que esta. “No se como la puedes mirar tanto, es pura silicona lo que tiene además de estar muy vieja” continua Jessica mientras intentan hacer una tarea, Sebastián se queda callado y trata de cambiar la conversación pero sigue pensando en otra cosa, o más bien en su nueva vecina que llego hace una semana.
La presencia de Sara ha causado revuelo en el vecindario, se mudo a una casa que esta a una calle de donde vive Sebastián y a pesar que vive sola no pasa desapercibida ni mucho menos, al contrario, Sara se hace notar y eso es lo que ha provocado toda clase de reacciones entre las mujeres del vecindario. “¡Es una exhibicionista!”, “¡no tiene moral esta mujerzuela!”, “¡es una roba hombres, hay que hacerle la ley del hielo para que se vaya del vecindario!”, “¡es una come vergas!” dice otra. Sebastián se habituó a escuchar esos comentarios cuando las amigas de su madre van a la casa, solo Mónica se mantiene en silencio y prefiere ponerle más atención a Sebastián que a los comentarios acerca de Sara.
Sin embargo Sara, que esta muy al tanto del pelambre en contra de su persona, no les presta mayor atención y tampoco parece molestarle ser el centro de tantas miradas indiscretas, la razón de esto se puede describir en una sola palabra, voluptuosa. Sara tiene de todo y lo tiene en abundancia, además hace todo lo posible por lucir esos atributos. No es muy alta, rubia teñida y con unos bien llevados cuarenta y tantos años, ciertamente no posee rostro de modelo pero Sara tiene unos generosos y enormes atributos que se encarga de lucir. Sus pechos parece que se le van a escapar de los petos o poleras que usa y sus faldas, en realidad ultra mini faldas, recortan la silueta de su enorme culo el cual mueve de forma muy sexy cuando camina y eso ya ha provocado más de un accidente en el vecindario.
“¡Es que las tiene tan grandes y apetecibles!” dice de pronto Sebastián con una boba sonrisa en su rostro justo cuando Susana y Jessica hablan mal de Sara y aseguran que sus pechos son pura silicona, algo que a él parece no importarle, de inmediato se impuso un silencio digno del más escalofriante cementerio y Sebastián podía sentir el peso de las miradas de ambas chicas sobre él que no tomaron de buena manera su lapsus. Sebastián debió pasar el resto de la tarde dando explicaciones y disculpándose con ambas que tomaron de muy mala manera su desliz mental.
Caminando se vuelve a casa el día siguiente, se las arreglo para evitar a Jessica y Susana las cuales aun están en pie de guerra tras lo sucedido ayer. Sebastián apura el paso ya que el día esta muy nublado y una fría brisa que corre en el ambiente hace presagiar la lluvia que se avecina. Viene pasando frente a un gimnasio cuando de improviso choca con alguien, “uy perdón señora disculpe no fue mi… intención”, ante su sorpresa se encuentra con Sara que le sonríe de forma coqueta, algo muy típico en ella. “No te preocupes, no hay problema jovencito” que recibe de vuelta su bolso que se le paso a caer. “¿Te he visto en otro lado como te llamas?”, “Sebastián” le responde él, “y si nos hemos visto en la calle señora”, ella se ríe, “no que va no me trates de señora solo dime Sara” insiste.
Ambos se van caminando juntos, Sebastián tiene serios problemas en concentrarse en el camino, Sara va enfundada en una ajustadísima tenida deportiva que marca al milímetro cada curva de su voluptuoso ser. Sus pechos lucen con un escote de infarto y mientras Sara le habla él se pasa películas acerca de cómo se vería su miembro deslizándose entre esos enormes senos.
“Y como te decía con los problemas que hay en la oficina el gimnasio siempre me sirve para relajarme un poco y olvidarme de los problemas pero hoy ni siquiera eso pude hacer”, “ya veo” dice él que trata de engancharse de nuevo en la conversación. “Lo malo es que parece que se metió un virus en mi computador y perdí gran cantidad de información que ahora debo reponer, nadie ha podido ir a mi casa a resolver el problema y…”, “yo la puedo ayudar” dice Sebastián de improviso, “¿en serio?” le dice Sara que lo mira con incredulidad, “pues si, bueno no es mucho lo que se pero al menos he podido salvar información valiosa de mi computador que a veces también se llena de virus”. Sara lo invita a pasar a su casa y Sebastián se pone manos a la obra de inmediato, lo que sea con tal de verla por un rato más.
La casa de Sara esta bastante desordenada, algo que sorprende un poco a Sebastián, ella de inmediato se excusa diciéndole que la empleada no ha venido en varios días. Sara lo lleva a una habitación que usa como oficina y le muestra su computador detallándole los problemas que tiene. Sebastián de inmediato reconoce la situación y le explica lo que va a hacer y mientras él le habla Sara se pone detrás y apoya sus monumentales pechos en su espalda, al sentirlos Sebastián cierra sus piernas con fuerza tratando de controlar su erección.
“Bueno, veo que sabes bastante así que te dejo trabajar mientras yo me voy a dar una ducha”, Sara se retira cuando Sebastián le pide un pendrive para guardar unos datos, “esta en mi cartera, la deje en mi dormitorio en el segundo piso cuando lo necesites ve a buscarlo no más”.
Sebastián revisa el computador de Sara y se sorprende al encontrar grandes cantidades de pornografía en el. Videos donde aparecen mujeres maduras como en ella envueltas en tremendas orgías con varios hombres. En cuestión de un instante Sebastián ya esta hirviendo. Finalmente decide volver a su trabajo y cierra todo lo que abrió en ese momento decide ir por el pendrive de Sara con el fin de guardarle unos datos importantes en el.
Al ir a su dormitorio pasa junto al baño donde escucha el agua de la ducha caer, muerto de calentura y curiosidad decide tratar de espiarla por el ojo de la cerradura, pero por desgracia Sara cerro las cortinas de la ducha así que se ve solo su silueta sin embargo Sebastián pronto advierte algo más. Unos ardientes suspiros escucha y estos se van haciendo cada vez más fuertes, Sara se esta masturbando, y por lo fuertes de sus gemidos lo esta disfrutando una barbaridad, “si así goza sola como será con un hombre”, piensa él.
Al entrar a su dormitorio lo primero que encuentra es ropa tirada encima de la cama, incluida una muy sexy ropa interior, sostenes de generosas dimensiones y unos calzones tipo tanga que se pierden entre sus apetecibles nalgas. También ve abierto un cajón del mueble donde guarda su ropa el cual esta lleno de lencería muy fina. Curioso Sebastián saca uno de sus sostenes y lo inspecciona en detalle y debajo encuentra la mayor colección de vibradores que jamás había visto, algunos de notables dimensiones.
Delicadamente saca uno y lo sujeta como si se tratara de una bomba, mientras lo inspecciona lo pasa a encender y el artefacto vibra con fuerza en sus manos, Sebastián se asusta y se le cae al suelo, desesperadamente trata de apagarlo, al levantarse no se fija en el cajón y se asota la cabeza con el mismo, “¡maldito hijo de p…!” murmura en voz baja mientras se sacude su cabeza. El sonido de una puerta abriéndose lo espanta y rápidamente guarda todo y cierra el cajón con tanta prisa que no saca sus dedos de el dándose un fuerte apretón, con un supremo esfuerzo no grito y no dijo las barbaridades que llenaron su boca. Al ver la cartera de Sara saca el pendrive y trata de escabullirse a la oficina pero se topa con ella en la entrada del dormitorio. “¿Buscando el pendrive?” le dice ella en un tono casual, Sebastián demora en responder, esta descolocado al verla envuelta en una pequeña toalla que apenas la cubre, “eh, si venia por el” responde nervioso y se aleja rápidamente.
Aun se soba la cabeza y los dedos cuando finalmente termina con su trabajo, Sara aparece entonces y le ofrece un jugo algo que realmente necesita. Sara ahora luce un vestido largo pero bien ajustado que resalta la voluptuosidad de su cuerpo, para variar el escote es notable. Tras una ligera charla Sara le pregunta cuanto va a cobrar, lo primero que se viene a Sebastián a la cabeza es una buena mamada y una paja con sus senos pero después cambia a una suma de dinero la cual Sara no objeta en absoluto. Sebastián se excusa que debe volver a casa y que se le ha hecho tarde, Sara se despide de forma muy cariñosa y lo sorprende al darle un pequeño beso en la boca, “adiós guapo” le dice con una muy coqueta sonrisa. Sebastián llega hirviendo a su casa y al ver que esta solo con su hermana mayor, Carolina, va a su habitación dispuesto a calmarse con ella, se la follo de tal manera que casi la partió en dos.
Es sábado en la tarde Sebastián regresa corriendo a casa tras un intenso partido de fútbol, lo único que desea es una ducha caliente y algo que comer ya que esta hambriento, esta a una calle cuando un fuerte golpe lo envía con violencia al piso y queda tirado en la calle, al mirar al lado ve un auto ahí detenido. “¡Pero que horror no te vi venir!” exclama Sara que se para al lado de Sebastián y le pregunta si se encuentra bien, “¡por estar pendiente de mi celular no me di cuenta que venias!” dice ella que revisa a Sebastián viendo si esta herido o algo similar. Sebastián se excusa diciéndole que esta bien pero cojea visiblemente y en una rodilla se le ve una herida, Sara esta espantada, “¡tu no vas a ningún lado así, ven a mi casa y te haré una curación en la herida!” le dice ella y Sebastián es literalmente arrastrado dentro.
En un sillón del living Sara lo tiene sentado mientras busca algo de algodón y alcohol para limpiar la herida, Sebastián esta nervioso ante esta situación. “Bien muchachito, ahora bájate los pantalones” le dice Sara que luce un peto y una mini bastante corta. Sebastián no hace nada, “vamos bájate los pantalones como quieres que limpie esa herida que tienes”, durante unos instantes Sebastián se hace el tonto pero ante la insistencia de Sara accede y se baja sus pantalones y con sus manos trata de tapar su erección.
Sara se hinca ante él y pasa un algodón con alcohol sobre la herida, esto le arde una barbaridad y de improviso saca sus manos, Sara se percata en el acto. “Vaya veo que no es muy grave pero de todas formas te debo una compensación” le dice con una voz cargada de sensualidad y erotismo. Discretamente ella sube su mano hasta llegar al miembro de Sebastián que se recorta a la perfección bajo sus calzoncillos, “pero mira nada más que tenemos aquí” dice ella haciéndose la sorprendida al ver la erección, solo cuando le aparta bien las manos a Sebastián se toma una idea de lo grande que es.
Durante unos instantes ella juguetea con él, se divierte pasándole las manos encima, Sara lo provoca y se divierte, sin embargo Sebastián ya ha tenido suficiente con ella. De improviso se pone de pie y se baja su ropa interior exhibiendo por completo su miembro totalmente erecto, Sara esta incrédula, no todos los días se ve algo así, pero antes que pueda decir algo Sebastián se le arroja encima.
No tiene tiempo para reaccionar cuando Sebastián la tiene de espaldas sobre la alfombra y a tirones le quita el peto para descubrir su enormes pechos que de inmediato le empieza a chupar y lamer, Sara siente como él le sube su mini y mueve sus caderas restregando su enorme verga contra su vientre y su coño. Sebastián le mete mano y le frota su entrepierna también mientras sigue mamando aquellos pechos que tanto lo enloquecen.
“¡Oye espera un poco, déjame siquiera ah…!”, pero Sebastián no le deja hacer nada, “¡ahora te daré lo tuyo!” y antes que Sara haga algo él se le pone encima y comienza a hacerse una paja con los pechos de su vecina. De pronto Sara se ve con un grueso miembro que se desliza rápidamente entre sus senos y su roja cabeza le llega hasta su boca. Sebastián cumple su sueño y sigue pajeandose con ella, “¡vamos abre esa boca!” le exige y Sara le obedece recibiendo entre sus labios la verga de su joven vecino.
Sara se ve atragantada por semejante miembro que trata de degustar y atraparlo con sus labios, lo chupa y lo acaricia con su lengua mientras este se desliza con fuerza en su boca. Sebastián le exprime sus enormes pechos y sigue pasando su miembro entre ellos. Sara pasa su lengua por su roja cabeza y Sebastián se la folla por la boca casi sin dejarla respirar.
En completo control de la situación Sebastián le sujeta firmemente los muslos a Sara y su miembro apunta hacia su de manera amenazante. Ella ni siquiera tiene tiempo de decirle algo cuando siente que es penetrada por el enorme miembro de Sebastián que se hunde de una sola vez en su sexo, Sara apenas puede creer que él se lo haya así, de manera tan directa y ruda. Sebastián la empieza a bombear con todas sus fuerzas y Sara se estremece ante cada acometida que recibe. Sobre la alfombra ambos se deslizan y Sebastián la besa apasionadamente y Sara lo envuelve con sus piernas presionándolo sobre su cuerpo. Sebastián no le da tregua y la sigue penetrando incansablemente, Sara delira al sentir aquel miembro recorriéndola de manera tan ruda por dentro, le encanta que se la follen así.
Con un gran esfuerzo Sebastián la voltea y la pone en cuatro sobre la alfombra
 

presionándola contra la misma, Sara mira hacia atrás y siente de nuevo el miembro de Sebastián hundiéndose en su cuerpo. Los gritos y gemidos de Sara se escuchan en toda la casa, incluso transitando en la calle la escucha claramente y Sebastián le sigue dando tan duro como puede, el tener ese culo tan exquisito al alcance lo hace aprovechar su oportunidad y Sara reacciona incrédula al sentir como le abren su culo, “¡ahhh!” grita Sara al sentir el enorme miembro de Sebastián enterrándose en su trasero, ella aprieta sus puños y él se carga con todo su peso sobre ella hasta penetrarla por completo.

Abrazándola de sus anchas caderas Sebastián la bombea tan duro como puede. Su miembro entra y sale furiosamente del espléndido culo de Sara que se entrega completa y goza como loca de semejante cogida, ruda y apasionada como a ella le gusta. Ambos ruedan sobre la alfombra y Sara queda encima de él y le cabalga sobre su miembro que se pierde en su culo. Ella le da con todo y se maravilla de la resistencia y capacidad de Sebastián que la hace gozar como nunca hasta que un enorme orgasmo la invade y siente una calidez en su trasero, al levantarse Sara desliza su lengua ávidamente por el miembro de Sebastián, pero ellos aun no terminan.
El baño se convierte en el nuevo escenario donde se lo montan, Sara se encarga de dejar reluciente la verga de Sebastián con agua, jabón y sus labios haciéndole tal mamada que lo hace correrse en su boca y luego ser empalada ahí mismo otra vez a ella le encanta el sexo anal y nunca había encontrado una verga capaz de satisfacerla a ese nivel.
En su dormitorio siguen follando, Sara esta asombrada por la habilidad de Sebastián que se lo sigue dando bien duro en su sexo o en su trasero de todas las formas posibles. Ella se le monta encima y mientras la folla por su culo Sara usa uno de sus varios consoladores para satisfacer su sexo. Sus gemidos y gritos son tales que en la calle gente que pasa se queda impresionada por los mismos. Solo el cansancio finalmente los detiene y Sara esta más que satisfecha. “Pues vas a tener que venir a verme bastante seguido” le dice Sara que aun esta desnuda en su cama a Sebastián que se esta vistiendo. “Con ese talento que tienes podrías ganar mucho dinero” agrega después, pero Sebastián no le pone mucha atención, ya es bastante tarde y debe volver a su casa.
El domingo a medio día Sara llega a un conocido country club en las afueras de la ciudad, ahí la esperan algunas de sus amigas y Mónica esta en el grupo. “¿Y bien?” pregunta una de ellas ansiosa, Sara se toma su tiempo antes de responder, “pues, es todo un semental, realmente increíble me dejo más que satisfecha”, “Vez te lo dije, es increíble” dice Mónica con satisfacción. Las expresiones de asombro de las presentes, excepto Mónica, son evidentes, Sara jamás había hablado así de uno de sus amantes ya que saben que es muy exigente en la materia. “Es un poco tímido pero una vez motivado no hay como detenerlo” agrega después. “Bien señoras” dice una de ellas, “al parecer ya tenemos algo interesante entre manos aquí” y todas se muestran de acuerdo.

Relato erótico: “Adiestrando a las hijas del jefe”(POR GOLFO)

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Todo lo que voy a narraros tiene su origen en una entrevista de trabajo, acaecida hace tres años. Provengo de los barrios bajos de una ciudad cualquiera, y gracias a los esfuerzos de mis viejos, pude estudiar una carrera. Durante años tuve que fajarme duramente para ir escalando puestos, hasta que ya como ejecutivo de valía reconocida, una empresa del sector me llamó.
La entrevista resultó un éxito, Don Julián, el máximo accionista, se quedó encantado no solo por mi currículum, sino por mis respuestas y mi visión de futuro. Y tras un corto proceso de selección, fui contratado como Director General de la compañía.
Durante el primer año, trabajé doce horas diarias codo con codo con el anciano, logrando darle la vuelta a la sociedad. Donde solo habían números rojos y perdidas, con una situación cercana a la quiebra, conseguimos beneficios y lo que es mas importante que los bancos volvieran a confiar en nosotros.
El segundo año fue espectacular, como si fuera una locomotora la compañía se había comido a su competencia y éramos quienes poníamos los precios y las condiciones, no aceptando ya que los clientes dictaran nuestras políticas. Los otros accionistas no se podían creer que tras muchos años palmando dinero, de pronto no solo recuperaran su inversión sino que el valor de esta se hubiese multiplicado.
No fue solo labor mía, Don Julián era un zorro al que solo le faltaba tener un buen segundo que le comprendiera, que aplicara sus ideas, llevándole la contraria cuando no estaba de acuerdo con ellas. Éramos un tándem perfecto, experiencia y juventud, conservadurismo y audacia. Demasiado bueno para perdurar, y el comienzo del fin fue la fiesta que organizó en su casa para celebrar los resultados cojonudos de la compañía.
Nunca me había invitado al chalet que tenía en la zona mas exclusiva de la ciudad, por lo que me preparé con esmero para mi particular fiesta de presentación en sociedad. Por primera vez en mi vida me hice un traje a medida, me corté el pelo e intenté parecer de esa alta sociedad a la que no pertenezco.
Nervioso, por mi falta de experiencia, toqué el timbre de la casa.
Fue la primera vez que vi a Natalia, la hija pequeña del jefe, una preciosidad de veintidós años, recién salida de una universidad americana . Ver a esa hermosura con su metro setenta y cuerpo de escándalo, ya valía lo que me había gastado en vestuario, realmente me había impactado, por lo que apenas pude articular palabra, y tuvo que ser ella quien hablara:
-¿Qué desea?-, me preguntó educadamente.
Vengo a la fiesta de Don Julián-, le contesté cortado, pensando que a lo mejor me había equivocado de hora.
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Lo que no me esperaba era su respuesta:
Perdone, pero los camareros entran por la puerta de atrás-.
Menos mal, que en ese momento, mi jefe hizo su aparición y pegándome un abrazo me introdujo en la reunión, porque si no, no sé si me hubiese atrevido a entrar. Como dice el viejo refrán, “la mona aunque se vista de seda, mona se queda”, y por mucho que había intentado aparentar, seguía siendo un chico de barrio. La incomodidad que sentí en ese momento, se fue diluyendo con el paso del tiempo, sobretodo por que gracias al trabajo conocía a la mayoría de los hombres de la fiesta y a un par de las mujeres. Poco a poco fue cogiendo confianza y al cabo de un rato, fui el centro de atracción, ya que era el segundo de la organización y el mas que probable sucesor del jefe en el cargo. Por ello, a nadie le extrañó que me sentaran a su derecha, justo al lado de su hija mayor, Eva.
Durante la cena, tuve un montón de trabajo, teniendo que alternar entre darle conversación al viejo y entretener a su niña. Por un lado, Don Julián me pedía constantemente mi opinión sobre los mas que variados temas y por el otro, la muchacha no hacía otra cosa que coquetear conmigo. Todo iba sobre ruedas, hasta que al terminar, empezó el baile, y sin pedirme opinión, Eva me sacó a bailar. En un principio, rechacé su ofrecimiento pero su padre viendo mi incomodidad me pidió que bailara con ella.
Si Natalia me había impresionado, Eva todavía mas. Rubia, guapa, inteligente y simpática, con unas curvas de infarto, convenientemente envueltas en un vestido escotado que mas que esconder, revelaba la rotundidad de sus pechos y caderas. Cuando bailaba, era una tortura el observar como sus senos seguían el ritmo de la música, y mas de una vez tuve que hacer un esfuerzo conciente para dejar de mirarlos. Ella estaba encantada, se sabía atractiva y para ella, yo era una presa, por lo que como una depredadora tejió sus redes y como un imbécil caí en ellas. Era la mujer maravilla, y yo su mas ferviente admirador.
El culmen de mi calentura esa noche, fue cuando iniciando las canciones lentas, le pedí volver a la mesa con su padre, pero ella se negó y pegándose a mi, empezó a bailar. Al notar sus pechos clavándose en mi camisa, y sus caderas restregándose contra mí, sentí como una descarga eléctrica recorría mi cuerpo. Todo mi cuerpo reaccionó a sus maniobras, y desbocado mi corazón empezó a bombear sangre a mi entrepierna. Ella, al notarlo sonrió satisfecha, y lejos de detener su juego, como una hembra en celo, se las arregló para sin que nadie se diera cuenta y como quien no quiere la cosa, rozarlo con su mano, palpando toda su extensión.
Afortunadamente, cuando casi estaba a punto de cometer la estupidez de besarla, la niñata me pidió una copa, por lo que como un criado obediente, fui a la barra a por su bebida y al volver había desaparecido. Molesto pero excitado, no pude mas que esperarla. Después de diez minutos de espera y viendo que no volvía, decidí ir al baño.
Nada mas entrar y sin haberme bajado la bragueta todavía, unas voces de mujer que venían del jardín, llamaron mi atención. Eran las dos hermanitas, que riéndose comentaban la pinta de rufián que tenía el favorito de su padre, y descojonadas oí como se cachondeaban de cómo ganando la apuesta, Eva había conseguido excitarme. Se me cayó el mundo en ese momento, al darme cuenta de que había sido objeto de una broma y cual era la verdadera opinión de las muchachas. Cabreado, me fui de la cena sin despedirme de nadie.
Al día siguiente, con mi carta de dimisión en el bolsillo, fui a ver a Don Julián, y este al ver mi cara de pocos amigos, me pidió que antes de decirle nada le escuchara unos minutos. Me caía bien el viejo, por lo que en ese momento no me importó esperar, antes de presentarle mi renuncia.
Fernando, tengo que agradecerte lo que has hecho por mí durante estos dos años-.
“¡Coño! Me va a despedir”, pensé al oírle pensando que algo había pasado para que de pronto cambiara radicalmente su opinión de mí, por lo que sin interrumpirle esperé a que continuara.
Sé que es mas de lo que un jefe puede pedir, pero me gustaría que me hicieras un favor
Lo que usted quiera, Don Julián-, le dije intrigado.
Mira muchacho, has sabido ganarte mi confianza, eres quizás ese hijo varón que nunca tuve-, algo le preocupaba, y no le resultaba fácil el decirlo,- Como padre soy un fracaso, he criado a dos hijas que son dos monstruos, bellos pero altaneros, egoístas, y creídos, que se han olvidado que su padre viene de orígenes modestos y que se creen tocadas por la gracia divina. Y para colmo, se han buscado como novios a dos inútiles, que lo único que esperan es heredar-.

Algo debía de haber llegado a sus oídos de la broma que me habían preparado el día anterior. Totalmente descolocado, por que no tenía de la menor idea de lo que se proponía le pregunté que quería que yo hiciera, ya que no era mas que su empleado.-Es muy sencillo, quiero que las eduques-, me espetó de pronto.

-¿Y como ha pensado que lo haga?-, le respondí ya totalmente intrigado.
Ese es tu problema, no el mío. A partir de hoy a las tres, voy a desaparecer con Mariana durante seis meses y solo tú vas a saber donde estoy y como comunicarte conmigo. He firmado esta mañana la renuncia a mi puesto en la empresa, te he nombrado presidente, y aquí tienes el contrato de alquiler de mi casa, solo te pido, que al menos, les des tres días para que se busquen un sitio donde vivir-.
No me podía creer que era lo que me estaba pidiendo, antes de responderle, me entretuve leyendo los documentos que me había dado. En una primera lectura, era un traspaso de poderes, pero analizándolos con detenimiento, eran unos poderes de esos llamados de quiebra, si quisiera le podía dejar de patitas en la calle.
Jefe, se da usted cuenta de lo que ha firmado-, le dije impresionado.
Chaval, confío en ti-, me contestó, y sin darme tiempo de protestar me pidió que le dejara solo, ya que tenía muchas cosas que resolver.
Joder, con el viejo”, pensé, “se va seis meses con su amante dejándome un marrón”. Me sentía halagado por su confianza, jamás me hubiera imaginado el aprecio que me tenía, no podía fallar a una persona que me había dado tanto.
Quise llevarle al aeropuerto, pero Don Julián se negó diciendo que tenía mucho que pensar y hacer, que solo tenía seis meses para llevarlo a cabo. Por mucho que insistí, no dio su brazo a torcer, por lo que me quedé en la oficina rumiando mis planes.
Como me había explicado que sus hijas llegaban todos los días a las nueve de la noche, decidí adelantarme a ellas. Aparqué mi coche en la entrada del chalet, de forma que obstaculizaba el paso al garaje. Lo primero que hice fue darle dos meses de vacaciones pagadas al servicio, con la condición de que quería que se fueran en ese mismo momento. Aceptaron encantadas, por lo que quedándome solo, me tomé mi tiempo en trasladar mis pertenencias a la habitación de su padre.
Me acababa de servir un whisky, cuando las oí entrar despotricando por que alguien había dejado una tartana de coche en el jardín. Venían con sus novios, se les veía muy felices, pronto iban a cambiar de humor al enterarse de mis planes. Al no responderles las muchachas, empezaron a buscarlas por la casa. Pero no hallaron lo que esperaban, ya que al entrar en la biblioteca, me vieron a mi sentado en el sillón de su padre.
-¿Qué haces aquí?, ¿no sabe que mi padre está de viaje?-, me soltó de una manera impertinente Natalia, la menor de las hermanas.
-Si lo sé-, y mirando a los dos muchachos que les acompañaban, les pregunté,- me imagino que sois Fefé y Tony-, al no contestarme supe que había acertado.-Bien, entonces lo que les tengo que decir a ellas, os interesa. Por favor tomar asiento-, no era una pregunta, era una orden. Nadie les había hablado nunca así, por lo que no supieron que contestar, y obedeciendo tomaron asiento.
Estáis desheredadas-, les solté sin suavizar la dureza de mi afirmación y sin alzar la voz.
Tras unos instantes, en los que la incredulidad inicial dio paso a la perplejidad, y ésta a la ira descontrolada, Eva, la mayor de las dos, me gritó que no me creía. Sin mediar palabra, les extendí mis poderes y una carta de su padre, en la que les decía que se buscaran la vida, que estaba harto de sus tonterías.
-¡No puede hacernos esto!-, dijo Natalia con lágrimas en los ojos.
Claro que puede, y lo ha hecho-, le respondí, y dirigiéndome a los dos niños pijos, – A partir de este momento, todo es mío, por lo que si esperabais compartir el dinero de ellas, os aviso que éste no existe-.
Si a las muchachas se les había desmoronado todo, a Fefé y Tony (hasta sus nombres eran ridículos), de un plumazo se les había acabado el chollo. En sus caras se podía vislumbrar el desconcierto. Fefé, realmente enojado, le pidió a su novia que le dejara ver los papeles y tras estudiarlos, su semblante adquirió el tono blanquecino de quien ha visto un fantasma.
Tiene razón-, sentenció el muchacho, –es una donación intervivos, no tenéis nada que hacer. Vamos Tony, dejemos que hablen solas con él, ya que ni tu ni yo tenemos nada que ver-.
Y saliendo de la habitación se cumplió el viejo dicho de que las ratas son la primeras en abandonar el barco. Las dos hermanas estaban juntas en su desgracia, y si sus, hasta entonces, les abandonaban, no podían esperar que nadie las ayudara.
Las cosas han cambiado en esta casa, para empezar os he anulado las tarjetas, me tenéis que dar las llaves de los coches y si queréis seguir viviendo aquí, vais a tener que ganároslo, para empezar, Eva haz la cena, mientras tu hermana pone la mesa-, les dije con una sonrisa de oreja a oreja.
-¡Cerdo!-, me contestó intentando el pegarme, pero como me lo esperaba, le sujeté la mano y retorciéndole el brazo, la besé en los labios de forma posesiva antes de empujarla al sofá.
-¡Hoy!, no cenas– le espeté y mirando a su hermana le dije:- Natalia haz comida solo para dos, porqué tu hermana quiere irse a dormir– .
Llorando me dejaron solo en la biblioteca, cada una se marchó a donde les había ordenado. Satisfecho, me terminé la copa, degustando el amargo sabor de la venganza.
Cuando la cena estuvo lista, me senté en la mesa disfrutando de cómo la odiosa muchacha me servía. Era una delicia el observarla, con su top de niña bien y su minifalda parecía hasta humana, pero esa belleza de cuerpo encerraba a una arpía. Su padre me había pedido que la educase y eso era lo que iba a hacer.
Me había preparado unos huevos con jamón, mientras ella se iba a tomar un sandwich . Su actitud servil no me cuadraba, pero cuando con el tenedor cogí un poco de comida, en su mirada descubrí la traición.
-¿Qué has hecho?-, le dije cabreadísimo.
Nada-, me contestó ella nerviosa.
Comételo-, le dije extendiéndole el plato.
Intentó negarse, pero cogiéndola de la cintura, la puse en mis piernas, y subiéndole la falda, empecé a azotarla. Gritó y lloró como loca, al sentir los golpes en su trasero, creo que mas por la humillación que sentía que por el dolor mismo. No tuve piedad de ella, como llevaba un minúsculo tanga, pude notar como su culo se enrojecía con cada azote. Por mucho que intentó escapar, no pudo, y tuvo que soportar el castigo. No paré hasta que todo su trasero tenía el color de un tomate, entonces y solo entonces la liberé.
-¿Qué has hecho?-, le volví a preguntar.
Te he echado un laxante-, me contestó llorando.
Comételo-, le ordené nuevamente. Esta vez, sin dejar de sollozar se metió un trozo en la boca,-Todo, ¡Que no quede nada en el plato!-.
Sabiendo que si no lo hacía, le iba a ir como en feria, se lo acabó sin rechistar. Al terminar me pidió permiso para irse a su cuarto, pero no la dejé diciendo:
No, bonita. Si te vas, iras al baño a vomitar, y lo que quiero es que te haga efecto
Tardó tres minutos en hacerlo, los tres minutos mas duros de su vida, ya que como si fuera un condenado a muerte, tuvo que estar sentada mientras su estómago digería el laxante. Al sentir que se venía por la pata abajo, me rogó que la dejara ir al baño, ni siquiera tuve que negarme, porque como si fuera una explosión, por su esfínter se vació totalmente, manchando de mierda sus piernas, la silla y la alfombra.
Quítate la ropa, y limpia lo que has manchado-.
-¿Aquí?-, me preguntó asustada ante la perspectiva de tener que hacerlo en mi presencia.
No, en el baño, vete que ya te llevo yo lo que debes ponerte- le respondí, y marchándome al cuarto de servicio, saqué un uniforme de criada. Como no lo encontré de mi gusto, con unas tijeras corté lo que le sobraba, y tocando la puerta, se lo entregué por el hueco que había dejado al abrirla.
-¡Cabrón!-, alcancé a oír antes de que la cerrara. Acto seguido me senté a comerme el sándwich, mientras ella se cambiaba. Fue una espera corta, pero el resultado resultó mejor de lo que me esperaba. Le quedaba estupendamente el uniforme, la poca tela que dejé en la falda, no podía mas que esconder una parte de sus nalgas, dejando al aire todas sus piernas y el pronunciado escote hacía resaltar la rotundidad de sus formas.
Pero fue al agacharse a limpiar la alfombra, cuando caí en la cuenta que no llevaba el tanga, un afeitado sexo, resultado de muchos cuidados, se mostraba glorioso junto con un rosado agujero entre sus nalgas. No me pude aguantar, y acariciando su maltratada piel, le pregunté si le dolía. Ella reaccionó a mis caricias, poniéndose tensa, pero sin retirarse siguió con su labor. Su actitud sumisa me envalentonó, y con la yema de mis dedos, empecé a jugar cerca de sus labios. Ella se dejaba hacer y yo totalmente excitado hacía. Sus piernas se entreabrieron para facilitar mis maniobras y bruscamente le introduje dos dedos en su sexo. La que hasta hace unos minutos creía una mojigata, estaba disfrutando, su cueva manaba flujo, mientras su dueña se retorcía buscando su placer. Mi pene, ya me pedía acción, cuando ella se dio la vuelta diciéndome:
Si me acuesto contigo, ¿Me devuelves mis tarjetas?-
No, pero te liberaría de las labores en la casa-.
Con eso basta-, me respondió y abriéndome la bragueta, liberó mi extensión de su encierro.
Me senté nuevamente en la silla, y abriendo las piernas facilité, su labor. Se acercó a mi, de rodillas, y en su mirada descubrí a la puta que tenía dentro, aún antes de sentir como su boca engullía toda mi pene. Era una verdadera experta, su lengua se entretuvo un instante divirtiéndose con el orificio de mi glande, antes de lanzarse como una posesa a chupar y morder mi capullo, mientras sus manos me acariciaban los testículos. Mi reacción no se hizo esperar y alzándola de los brazos, la senté en mis piernas, dejando que fuera ella quien se empalara gustosa. Su cueva me recibió fácilmente, la muy guarra estaba totalmente lubricada por la excitación que sentía en su interior. Pero fue cuando llamándola puta, le ordené que se moviera, el momento en que se volvió loca, pidiéndome que la insultara. Sus caderas se movían rítmicamente, en sintonía con sus músculos interiores, de forma que parecía que me estaba ordeñando. Ya sobrecalentado, desgarré su vestido descubriendo unos magníficos pechos, cuyos pezones me miraban inhiestos deseando ser besados. Cruelmente tomé posesión de ellos, mordiéndolos hasta hacerle daño, mientras que con un azote, le obligué a acelerar sus movimientos.
-¿Te gusta, Putita?- le dije al oído.
Su rebeldía había desaparecido, todo en ella me pertenecía ahora. Su sexo era todo liquido y su respiración entrecortada presagiaba su placer.
No me has contestado si te gusta-, le susurré mientras mis dedos pellizcaban cruelmente uno de sus pezones.
Me encanta-, me contestó.
Satisfecho por su respuesta, la premié con una tanda de azotes en el trasero, mientras ella no dejaba de gritar de dolor e excitación. Pero fue cuando le susurré al oído que esa noche le iba a romper el culo, el momento en que sin poder evitar que brutalmente y reptando por mi cuerpo, se corriera a manos de su ahora peor enemigo.
Todavía con mi pene erecto, la levanté de mis rodillas, y tirando los platos de la mesa, la puse dándome la espalda. Tenia unas nalgas poderosas, duras por su juventud, y enrojecidas por el maltrato sufrido. Solo podía pensar en la forma que me había tratado, en como me habían humillado su hermana y ella con esa broma cruel. Tenía que hacerla ver quien era el jefe, y cogiendo la aceitera, vertí una buena cantidad sobre el canalillo que formaba la unión de sus dos cachetes.
-¡No!, ¡por favor!, ¡nunca lo he hecho!-, sollozó al sentir como un dedo se introducía en su intacto agujero. -¡Dios!-, gimió desesperada al notar como un segundo se unía en la tortura. Y finalmente cuando de un solo embiste, la penetré brutalmente, me gritó que la sacara, que la estaba partiendo por la mitad.
Vano intento, toda mi extensión ya estaba en su interior, y no pensaba parar. Con lágrimas en los ojos, tuvo que soportar que me empezara a mover. Siguió berreando cuando tomando sus pechos como asa, comencé a cabalgarla. Lejos de compadecerme, su actitud me estimulaba. Me excitaba la idea de estar follándome a la hija pequeña de mi jefe pero mas el saber que tenía seis meses para usarla a mi antojo.
Al sentir, como mi propio orgasmo se aproximaba, incrementé la velocidad de mis penetraciones. E inundando todo su intestino, eyaculé dentro de ella. Mis gemidos de placer y sus gritos de dolor se unieron en una sinfonía perfecta, que anticipaba el trato que iba a recibir.
Al sacar mi miembro, mi semen y su sangre recorrieron sus pantorrillas.
-Dile a tu hermana, que quiero que me lleve el desayuno a la cama, me levanto a las ocho de la mañana-, le ordené mientras salía del comedor, dejándola a ella llorando desplomada sobre la mesa.

Relato erótico: “El pequeñin 8” (POR KAISER)

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El Pequeñín

“¡Orden, orden en la sala siéntense todos que vamos a sortear las parejas para el trabajo!” dice el profesor en medio
del tumulto que hay en ese momento. Sebastián regresa a su puesto y espera ver con quien le va a tocar. El profesor de una bolsa va sacando los nombres y las parejas comienzan a formarse rápidamente aunque algunos quedan bastante disconformes.
“Fabiola y Sebastián” dice el profesor de improviso y Sebastián instintivamente busca con la mirada a su compañera, “oh que lata” dice ella con evidente decepción y Sebastián lo toma como un insulto personal, “oye, oye yo estudio y trabajo cuando debo hacerlo así que un poco más de respeto” reclama él, “tu problema es otro” le responde de forma enigmática.
Ambos siguieron discutiendo entre si pero finalmente se pusieron de acuerdo para trabajar en el recreo a fin de ir avanzando rápidamente en el trabajo de biología, “no tengo la menor intención de estar a ultima hora haciéndolo” dice Fabiola que en ocasiones irrita bastante a Sebastián, siempre ha sido considerada una chica de carácter y una persona difícil para entenderse. Fabiola es bastante guapa, cabello negro bien largo y liso similar al de Susana pero de piel blanca en lugar de ser morena, rostro de niña chica de bellas facciones ciertamente tiene lo suyo, pero la mayor diferencia con la morena es que mientras Susana es una chica bastante voluptuosa Fabiola es mucho más delgada y esbelta debido que practica atletismo de forma regular, es una muchacha que tiene sus encantos que por desgracia se ven opacados por su personalidad.

Al terminar las clases ella se va a la biblioteca y Sebastián la alcanza más tarde, “¿dónde rayos te habías metido?” le reclama, “en.. la inspectoria… cumpliendo castigo con Elena” dice Sebastián tratando de recuperar el aliento, Fabiola lo mira incrédula, “¿qué hiciste para estar con esa perra?”, él se hace el desentendido, “larga historia que no viene al caso” y de inmediato se pone manos a la obra.

Están avanzado en su trabajo cuando de sorpresa aparece Susana en la biblioteca mirando en todas direcciones hasta que ve a Sebastián, “hablando de tu problema” dice  Fabiola al notar a la morena, “hola, puedo hablar contigo un momento” le dice a Sebastián pero antes que él responda Fabiola intercede, “no puede esta ocupado” dice con sequedad, Susana la mira pero prefiere ignorarla, “es solo un momento” agrega después la morena, “dije que esta ocupado” agrega Fabiola, “no estoy hablando contigo” retruca esta vez Susana y Fabiola levanta la vista y se pone de pie encarando a la morena.

Sebastián algo temeroso las mira a ambas y lentamente se pone de pie tratando de mediar entre las dos, “sabes, siempre andas molestando a medio mundo, ahora estamos haciendo un trabajo muy importante y él no tiene tiempo para, distracciones baratas”, Sebastián mira a Susana y juraría haber visto chispas en sus ojos, “te sugiero que no te metas donde no te llaman”advierte la morena en tono amenazante, “¿podemos hablar un instante?” le dice después a Sebastián, pero Fabiola no ha terminado aun, “que acaso no puedes calmar tu calentura tu sola que lo necesitas tanto, siempre andas así con todo el mundo haciéndote la niña bonita y parándole el culo a todos los chicos en este colegio”. Susana se sonroja evidentemente y aprieta sus puños de rabia, sin decir una palabra se retira echando humo. Sebastián le lanza una fría y dura mirada a Fabiola y recoge sus cosas.

“Ya vas a salir detrás de ella” dice Fabiola, “no solo iré con ella, también hablare con el profesor y le pediré que me deje hacer el trabajo solo”, Fabiola lo mira incrédula, “eres la persona más desagradable que conozco, siempre pensando lo peor de los demás y hablas de otros sin siquiera conocerlos, ahora entiendo por que nadie te quiere cerca y por que pese a lo guapa que eres todos te detestan”, Fabiola se queda sin habla al escuchar a Sebastián, ella trata de decirle pero él la corta, “¡ah, vete al demonio!” agrega y se va.

Al día siguiente Sebastián no le dirigió la palabra a Fabiola en toda la clase y la evito continuamente, finalmente ella lo alcanzo en la cafetería. “Que paso, no te basto con insultarla a ella, vas a seguir conmigo ahora” dice Sebastián, Fabiola se cruza de brazos y gesticula como si lo que va a decir ahora fuese algo venenoso o desagradable, “hable con tu reverenciada Susana y me disculpe con ella”, Sebastián se queda quieto, no luce muy convencido de lo que Fabiola le dice, “que quieres que te traiga un certificado por ella para que me creas”, “pues nos seria mala idea”, Fabiola va a decirle algo más pero el intercede, “ya esta bien te creo, pero podría saberse a que se debe este gesto tan sorprendente”, “pues, yo no puedo con todo el trabajo sola”, “¿y?” agrega Sebastián, “quería demostrarte que no soy esa clase de perra que crees”, “ya veo, ¿nos quedamos después de clases?”, “no puedo, tengo practica de atletismo, juntemos a las ocho afuera de la pista y terminamos todo en mi casa, ahí tengo el material y un computador para editar la información”.
Tal como lo habían acordado se juntan afuera de la pista y Sebastián se queda algo sorprendido al ver a Fabiola usando unos shorts de laycra bien ajustando luciendo sus delgadas pero esbeltas piernas y un trasero bien parado y firme, “mejor nos apuramos tenemos mucho que hacer” dice ella y rápidamente se ponen en camino.
En la casa de Fabiola trabajan incesantemente, ella posee una extensa colección de libros y ahí encuentran todo lo que buscan, pero por desgracia deben editar todo y esa es la parte más tediosa del trabajo. Son casi las diez de la noche y aun les queda bastante por hacer. “Lee este capitulo y resúmelo para poder copiarlo e imprimirlo” dice Fabiola y Sebastián se comienza a leer aunque ya esta muy cansado y la materia de por si es aburrida. “¿Un café?” le ofrece Fabiola y él asiente con la cabeza mientras ella sale de la habitación, “a ver si con esto me mantengo despierto” comenta él mientras lo bebe.

Sorpresivamente Sebastián levanta la cabeza y mira en todas direcciones algo asustado, “¡que rayos me quede dormido!” dice él, Fabiola lo mira sonriendo, “si te quedaste dormido, pero no te preocupes al menos ya habías terminado de resumir y con eso ya terminamos, no te quise despertar eso es todo”, Sebastián luce aliviado al escucharla pero aun así se siente algo raro, mira su reloj y este marca las doce y media de la noche, “demonios por esto es que odio trabajar en la noche” agrega él. Tras asegurarse que todo esta orden y disculpándose nuevamente con Fabiola Sebastián recoge sus cosas y toma un taxi hasta su casa.

Al día siguiente Fabiola llego con el trabajo y lo entregaron al profesor, Sebastián se mostró aliviado aunque tiene la sensación que Fabiola algo le oculta, pero después se convence a si mismo que son solo ideas suyas, sentimiento de culpa por haberse dormido en su casa, sin embargo en pleno recreo vio algo que lo desconcertó por completo, Fabiola conversando animadamente con Susana y Jessica, esto luego que ambas casi se ahorcaron entre si en la biblioteca el otro día, pero la historia no termino ahí.

Cada vez que se topan en los recreos ellas lo saludan y lo miran como si supieran algo que él no, es más, Sebastián siente escalofríos por ello y parece que fuese un chiste o algo así. Discretamente trata de averiguar algo pero no obtiene nada y Susana simplemente se hace la desentendida, Fabiola hace lo mismo y eso lo irrita mucho.

Esta terminando la clase cuando Fabiola pasa a su lado y le deja un DVD en su escritorio, “revísalo en privado” le dice al oído y se retira a sus practicas de atletismo. Sebastián lo guarda de inmediato y se va rápidamente hasta su casa donde tras cenar se encierra en su habitación para no ser molestado.
En su computador pone el DVD y comienza a revisarlo. “¿Quieres un café?” aparece Fabiola en la pantalla del computador y luego ella sale de su habitación avanzando hacia la cámara que esta filmando todo escondida detrás de la puerta, “vengan por aquí mejor” dice Fabiola y la cámara la sigue, “¿están seguras de esto?” dice ella, “si seguras, será muy divertido” dice una voz familiar y Sebastián ve, con total desconcierto, a Susana en la pantalla, pero aun hay alguien más, “pon tres de estas en su café” dice alguien y él se queda boquiabierto al reconocer a Jessica pasándole unas pastillas a Fabiola, “son pastillas para dormir, con tres es para que no despierte mientras nos divertimos”, “¿nos divertimos?” murmura Sebastián.
Nuevamente la cámara sigue a Fabiola y se detiene al llegar a la puerta, “a ver si con esto me mantengo despierto” dice él y comienza a beber el café, “vaya se lo bebe todo” dice Susana que espía tras la puerta. Incrédulo él sigue observando y pronto comienza a verse como se va quedando dormido y los esfuerzos de su parte por evitarlo, sin embargo tras beber semejante dosis de pastillas Sebastián se queda dormido en un instante. Fabiola se voltea y lo observa atentamente, ella se le acerca y lo sacude un poco para ver si despierta o no, pero no se mueve para nada.
“Vengan es seguro” dice y de inmediato Susana y Jessica entran a la habitación. “Pongámoslo sobre mi cama” dice Fabiola y Jessica deja la cámara encima de un mueble. Sebastián aprecia como entre las tres lo tomaron y lo dejaron sobre la cama de Fabiola tirado, “vaya que pesa este sujeto” comenta Susana y Sebastián no sabe que pensar. “Ahora veremos si es tanta la maravilla” comenta Fabiola, “pues velo por ti misma” le responde Jessica y Fabiola comienza a abrirle los pantalones a un dormido Sebastián. Él observa casi con la boca abierta la pantalla de su computador sin creer lo que esta ocurriendo o mejor dicho ocurrió esa noche.
La cámara se mueve un poco y Jessica enfoca a Fabiola que le abre completamente los pantalones a Sebastián y saca su miembro, la expresión de asombro en su rostro es evidente, “¡pero si esta cosa es enorme!” exclama ella y lo levanta aun flácido como si se tratara de un trofeo, Sebastián siente rabia y excitación de una vez. “Mira esto” dice Susana que comienza a frotar el miembro de Sebastián el cual poco a poco se va volviendo extremadamente duro y tieso para asombro y deleite de todas, en especial de Fabiola que es obvio que jamás ha visto algo así antes.
“¡Jamás había visto un miembro así!, he visto otros pero nada como esto” dice con expresión de asombro. “Pues que esperas, este no es solo para mirarlo es para gozarlo” dice Jessica que le pasa la cámara a Susana. La pecosa prima de Susana sujeta el miembro de Sebastián sin pudor alguno y ante la atónita mirada de Fabiola le pasa su lengua de arriba abajo como si estuviera degustando un sabroso helado y luego lo chupetea con muchas ganas. Susana hace un acercamiento a Jessica y Sebastián observa boquiabierto a la sexy pelirroja chupar su verga y lamerla de arriba abajo sin parar, Susana cambia de enfoque y sorprende a Fabiola acariciando su entrepierna por encima de sus shorts deportivos algo que lo sorprende, “se ve que estas caliente, no seas tímida y pruébala” le dice la morena y Fabiola se acerca a Jessica que le ofrece el miembro de Sebastián como si fuese un helado o algo así.

Aun con dudas Fabiola se acerca y sujeta entre sus gráciles manos el grueso miembro de Sebastián, “se siente palpitar” comenta ella que la frota haciéndole una paja, su miembro reacciona de inmediato e increíblemente se pone aun más duro de lo que ya esta. “¿Vamos por que tan tímida que acaso eres virgen?” dice Susana algo impaciente por la pasividad de Fabiola. “No que va como se te ocurre, pero es que nunca había visto un miembro así” insiste ella que finalmente la acerca a sus labios y comienza a besarla lentamente para después atraparla completamente entre sus labios y hacerle una sabrosa mamada, algo que a ella misma la sorprende.

Pronto Jessica se le une y Sebastián observa a las dos mamar su verga al mismo tiempo recorriéndola con sus lenguas de arriba abajo e incluso intercambian unos besos entre ellas notándose de inmediato que para Fabiola el sexo con otra mujer es algo nuevo. En ese momento la cámara se mueve y Susana la deja sobre un mueble apuntando a la escena que se desarrolla en ese momento. Sebastián inconsciente sobre la cama pero su miembro plenamente activo y junto a él Jessica, la atractiva pelirroja, le mete mano a Fabiola que en un principio se resiste pero poco a poco va cediendo a la calentura y ahora Susana se une a ellas.
La morena lo primero que hace es mamar el miembro de Sebastián con sus carnosos y apetecibles labios. Jessica se abre su blusa y enseña sus pechos que Fabiola le acaricia con algo de timidez, “vamos muestra los tuyos” dice Susana que junto a su prima desvisten a Fabiola que se siente un poco intimidada ya que sus pechos son mas pequeños que los de Jessica y en especial que los de Susana que ahora se lucen ante la cámara. “Son hermosos” dice la morena que se los empieza a chupar a Fabiola en el momento en que Jessica le da un ardiente beso casi a la fuerza y pronto Fabiola se ve atrapada entre ambas chicas que la manosean como quieren sin que ella se oponga a estas alturas.
Sebastián ya excitado, y medio enojado, observa lo que ocurre en la pantalla. Fabiola esta dedicada a mamar su verga y por detrás Susana y Jessica la follan con sus dedos haciéndola gemir y estremecerse, para él esto resulta algo notable considerando que siempre había pensado que Fabiola era una chica bastante fría y distante pero ahora deja ver su otra cara de la mejor manera posible. Jessica y Susana le devoran el coño y se ve con claridad como le meten los dedos por un agujero y otro deleitándola por completo y haciendo que Fabiola se vuelva aun más desinhibida.
“Móntate encima” le dice Susana y Fabiola, algo temerosa, se pone sobre Sebastián y Jessica sujeta su verga para mantenerla derecha. Fabiola se apoya en Susana que acerca la cámara y la apunta directamente al coño de Fabiola dándole a Sebastián un primer plano de cómo su miembro se va metiendo en el coño de Fabiola y de fondo los quejidos de su parte, “¡es enorme, me va a partir en dos!” dice ella, “tranquila al principio cuesta pero después te vas a acostumbrar y lo vas a gozar” le dice Susana.
A Fabiola le toma unos instantes poder recibirlo todo, el contraste entre el enorme miembro de Sebastián y la delgada figura de Fabiola es evidente, pero aun así ella sigue adelante hasta que la recibe completamente ayudada por Susana y Jessica. Lentamente Fabiola comienza a moverse, a cabalgarle encima, despacio para que irse acostumbrando a semejante verga. Fabiola esta con sus ojos cerrados gimiendo, Jessica sujeta la cámara y Susana frota sus grandes pechos contra los de Fabiola rozándole delicadamente sus pezones y dándole unos besos que ahogan sus gemidos.

Jessica decide dejar la cámara en un mueble grabando todo y se une también. Ahora Fabiola se ve atrapada entre ambas chicas que la besan y chupan sus pechos mientras se monta sobre la verga de Sebastián con fuerza esta vez. “¡Oh, oh es increíble, roza todo mi coño!” exclama una extasiada Fabiola, “vez, te lo dije” dice Susana que le da un beso y Jessica se pone de pie entre ambas haciendo que Susana, su prima, le devore el culo y Fabiola se lo haga en el coño siendo la primera vez para ella que le hace sexo oral a una chica.

En su habitación Sebastián esta con la boca abierta viendo como ellas lo usan, muy literalmente, como un juguete para divertirse. Susana se pone de pie en la cama y se inclina apoyándose en la pared para que Fabiola le devore el coño mientras Jessica esta detrás tomándole sus pechos, la escena le parece simplemente increíble. “Me toca” dice Jessica y Fabiola le cede el lugar para montárselo con Susana a un lado. La pelirroja, siendo bastante más agresiva, se empala sobre Sebastián con más fuerza y le empieza a cabalgar de manera mucho más salvaje. Su cabellera pelirroja se agita al igual que sus pechos, ella le da con todo gimiendo y gozando como loca.

Susana se besa con Jessica y Fabiola le toma los pechos, ambas primas cruzan sus lenguas de una manera muy ardiente mientras Sebastián inconsciente debajo es cabalgado por Jessica a la que le encanta su enorme miembro. Jessica se inclina hacia delante y mueve sus caderas con fuerza empujando hacia el miembro de Sebastián metiendoselo bien adentro de su sexo, los gemidos y jadeos de la voluble pelirroja son impresionantes mientras su lado Fabiola le besa los pechos a Susana y le mete mano entre sus piernas.

Nuevamente la cámara se mueve, ahora es Fabiola quien la sujeta, “oye, déjame algo te lo estas quedando para ti” reclama Susana y Jessica se ve obligada a “bajarse” del miembro de Sebastián. Susana se acerca a él, la morena coge su miembro y se inclina para hacerle una jugosa mamada con esa apetecible boca que tiene, Fabiola la graba muy de cerca y después enfoca a Jessica que le mete los dedos por detrás. Susana se yergue por completo y se monta encima hasta recibirla toda en su coño apoyando sus manos en el pecho de Sebastián que continua en el país de los sueños. “Uhh que rico, se siente tan bien” dice ella con sus ojos cerrados y suspirando profundamente.

Susana comienza a moverse cada vez con más fuerza sobre Sebastián, Jessica le soba el culo y frota su pubis sobre las nalgas de su prima al tiempo que la besa en el cuello y la sujeta de las caderas. Los pechos de Susana se mueven libremente y Fabiola hace un close up de ellos con la cámara. Los ardientes gemidos de la morena se hacen más intensos y Fabiola deja la cámara a un lado y se une a ella. Las tres chicas intercambian besos entre si y Fabiola se deleita chupandole los pechos a Susana.

“¡Tengo especial aquí!” dice Jessica que se pone de pie y busca su mochila, después aparece con un consolador en sus manos de un vivo color rojo, pero es doble. Sebastián detiene la imagen para asegurarse que es cierto lo que ve y de inmediato se acuerda de Sara que posee toda una colección de esas cosas. Jessica se lo pasa a una desconcertada Fabiola y ella toma la cámara. “Vamos, chupa tu un extremo y Susana el otro”.
Susana no tiene problema en hacerlo pero a Fabiola le cuesta tomar el ritmo hasta que finalmente lo hace bien, entre ambas chupan aquel juguete como si se tratara de un miembro de verdad. Jessica las enfoca y de cerca y Sebastián observa todo con lujo de detalles. Luego es entre Jessica y Fabiola mientras Susana sigue dándole sin descanso al miembro de Sebastián aparece placidamente dormido en las imágenes.
Fabiola toma la cámara es dejada en un mueble y Susana sigue cabalgando con fuerza sobre Sebastián hasta que Jessica la sorprende y la hace inclinarse hacia delante, “¡oye!” exclama Susana, “no te quejes, solo muestra el culo” dice su prima y Fabiola las enfoca. En ese momento Jessica se va metiendo lentamente un extremo en coño y después avanza sobre Susana y le comienza a meter la otra punta entre sus nalgas, “¡por ahí no!” se queja la morena, “¡y como cuando te lo hicieron así en el verano no te quejaste!” replica Jessica que se lo sigue metiendo mientras Fabiola las enfoca y Sebastián observa todo simplemente atónito.
La pelirroja comienza a moverse empujando aquel juguete dentro de su coño y en culo de Susana  que gime y jadea apoyada sobre Sebastián. “¡Mmm que rico, encanta darte por el culo!” dice Jessica y Susana esta sin habla. Fabiola acerca la cámara y se el consolador metido en el sexo de Jessica y también entre las nalgas de la morena. Fabiola deja la cámara en un mueble dando una vista completa de la escena y se recuesta sobre Sebastián para que Susana le haga sexo oral y la morena reacciona de inmediato devorando su sabroso coño con más ganas que nunca.
Sebastián apenas da crédito a la escena que se muestra ante sus ojos, con Susana siendo doble empalada por él, en estado inconsciente, y por Jessica con un juguete en su trasero que también disfruta. Por su parte la morena le hace sexo oral a una desatada Fabiola que se retuerce sobre Sebastián mientras le meten la lengua en su coño. La cosa esta a tal nivel que es cuestión de tiempo antes que las chicas comiencen a acabar ahí mismo.

Como era de esperarse Susana fue la primera totalmente extasiada por la verga de Sebastián y por el consolador de Jessica que también se corre. Fabiola esta igual al ser su primera vez con una chica y Susana simplemente le dio sexo oral sin tregua, el miembro de

Sebastián se yergue cual monumento sobre la cama. “Hagámoslo acabar para que veas una verdadera corrida” dice Susana a Fabiola y junto a Jessica le hacen una intensa mamada chupandola y pasándole sus lenguas con muchas ganas, las bocas de las tres cubren su roja cabeza y juguetean con ella hasta que la sienten palpitar y de pronto una enorme descarga de semen las sorprende y las deja con sus rostros salpicados, Fabiola es la más asombrada por todo esto. “Les juro que esto no lo voy a olvidar jamás” dice ella exhausta.

En ese momento Jessica alcanza la cámara, “ya mejor nos apuramos ya que este pronto va a despertar”, “dejémoslo solo para que su maravilla descanse” agrega Susana con risas y la cámara se apaga. Sebastián queda sentado frente al monitor con cara de no comprender que paso, como tratando de asimilar lo ocurrido, o más bien lo que le hicieron, al final entre enojado y caliente se va a dormir.
“¿Crees que Sebastián se enoje?” pregunta Fabiola mientras camina con Susana y Jessica en el colegio, “no, para nada de seguro lo tomara con humor” dice muy segura de si misma la morena y en ese momento Jessica se detiene de golpe con la vista clavada al frente, “¿realmente lo crees así?” dice algo angustiada, en ese momento Susana y Fabiola se percatan que Sebastián esta frente a ellas con cara de muy pocos amigos, la ultima vez que lo vieron así por poco las ahorco. De inmediato Jessica y Fabiola se esconden tras la morena, Sebastián esta tan colorado de rabia que se podría freír un huevo en su frente.
“¿Y bien?” dice Sebastián con sus manos atrás y en un tono excesivamente amable y sarcástico, “¿podría alguna de ustedes tres darme una explicación acerca de, lo sucedido aquella noche antes que las empiece a ahorcar una a una?” agrega después mirando fijamente a Jessica, después a Fabiola y al final a Susana. “Fue su idea” dice rápidamente Jessica apuntando a su prima, “es cierto, a ella se le ocurrió” agrega Fabiola y Susana queda descolocada y abre la boca pero ninguna palabra sale, “pensamos que seria divertido” dice la morena nerviosa, “¡divertido mi trasero largo de aquí antes que las mate!” ruge Sebastián y las tres salen corriendo.

Paso una semana antes que Sebastián decidiera hablar con alguna de ellas, al final decidieron apelar a algo más que el sexo para hacer las paces con Sebastián, llevaron una enorme pizza, a él le encanta comer. “Esta.. me.. las deben” dice con la boca llena, “me deben una por esta bromita” agrega después de haber tragado, “tranquilo en cualquier momento te podemos pagar” dice Jessica sin darle importancia al asunto. Sebastián se pone de pie y regresa con un jarro de jugo y les sirve a todas ellas que beben con ganas ya que estaban sedientas. “¿Y tu no bebes?” pregunta Fabiola, “¿yo?, por supuesto que no” responde él sonriendo, sonrisa que las intriga a todas, “¿que tienes en tus manos?” pregunta Jessica al notar algo con lo que Sebastián juega, Susana de un rápido movimiento se lo quita.

“¡Pastillas para dormir!” dice la morena sorprendida y Sebastián sonríe más que antes, “les dije que me la pagarían” y entonces ellas lo comprenden, “el jugo” dice Jessica. “¡Pequeño canalla como te atreves!” exclama Fabiola y las tres le brincan encima para darle su merecido, “¡era broma, era broma no le puse nada al jugo, ay no esperen eso duele!” grita Sebastián pero ellas no le creen mientras lo golpean con sus mochilas.

Relato erótico: “la cueva 2 FINAL” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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estaba yo tomando unas cervezas con mi familia cuando una chica de la cueva me hace señales para que venga me disculpé con mis padres y fui hablar con ella me di cuenta de que era Juana y me dijo:
– hay otra reunión hoy e iremos todos procura no faltar si no te arrepentirás.
– iré dije.
– te presentare a todos hasta la tarde.
luego volví con mis padres.
– veo que ya has hecho amigas aquí y eso que no querías venir aquí son buenas chicas no como las de la capital y quien sabe si a lo mejor te sale novia.
– si papa.
dije que iba a venir un poco tarde.
– no te preocupes aquí no hay peligro todos se conocen.
así que fui a la hora acostumbrada y llamé esta vez a la puerta de la cueva y me abrieron.
– quién eres tú -dijo uno de ellos.
– soy charles.
– déjale pasar le hemos invitado nosotras.
– y como coño -dijeron los demás- se os ocurre invitar a un extraño.
entonces ellas contaron como nos habíamos conocido los otros dijeron:
– como se te ocurre colarte en una cueva sabiendo que está ocupada.
– no lo sabía.
– pero viste la puerta.
– fue la curiosidad la que me empujo a colarme.
– había que romperte la cara- dijo uno.
– si queréis me voy- dije yo.
– de eso nada -dijeron las otras chicas- sabe todo y tiene que ser uno de los nuestros.
– como podemos fiarnos de él -dijeron los demás.
– porque ha venido vamos tomate una cuba libre te presentare a los demás -dijo Juana -a Maria y a Elisa y a mí ya nos conoces. esta es Sol y su hermana Herminia. estos son Gonzalo Paco y aquel Macario.
– encantado- dije yo- este de allí es fernando y su hermana Dora.
los salude a los dos.
– vamos dijo Juana ya que estamos todos vamos a divertimos a pasarlo bien.
así que empezamos a bailar y a tomar cubas libres ya que habían traído bebidas algunos porros y algo de comida para picar Juana me cogió a mí y me saco a bailar ya que no había salido con muchas chicas.
– veo que viniste eso me gusta.
pasaron las horas y ya estábamos casi medios pedos de beber y bailar y fumar algún porro que otro cuando dijo Juana:
– hay que animar la fiesta chicas estos se están durmiendo.
y empezaron a despelotarse todas.
– ya verás que pronto se despiertan estos cabrones.
y empezaron a ponernos cachondos y hacer striptease nosotros ya estábamos cachondos perdidos viendo como todas se despelotaban con una cara de vicio que alucinas los otros que eran más brutos que yo ya tenían la poya fuera.
– vamos a follar- dijeron todos.
– Sissi- dijeron las chicas.
así que empezó la fiesta Juana me bajo los pantalones y me comió la poya mientras las otras chicas ya en pelotas chupaban a Paco y a Gonzalo. poyas a diestro y siniestro había unos colchones allí viejos pero limpios y nos tiramos todos allí vi a Maria comer la poya a Macario mientras Macario le comía el chocho a Sol.
– así cabrón no pares que gusto- dijo ella mientras Juana me comía la poya a mí.
paco la dio por el culo estando agachada.
– así dame bien cabrón con tu poya.
– toma zorra.
yo nunca había estado en una orgia y estaba flipando jodíamos unos con otros sin parar y cambiábamos de postura vi a Sol y a Herminia comiéndose el chocho una a la otra mientras Macario jodía a Maria. luego yo cogí a Dora y la di por el culo mientras Gonzalo la daba por el coño fernando su hermano jodió a Sol mientras Herminia le comía los huevos que dijeron los demás:
-qué te parece madrileño esto no pasa en tu ciudad seguro.
– y tan seguro -dije yo estoy alucinado.
– para que veas -dijo Sol -que las mujeres de aquí no tenemos nada que envidiar a las señoritingas de la capital. somos más guarras que ellas y follamos mejor.
– es ya lo veo joder- dije yo.
luego cambiamos de postura cogí a Juana y se la metí por el culo mientras Gonzalo la daba por el chocho se volvía loca.
– si cabrones follarnos a todas queremos disfrutar mucho -dijo Juana.
– tomar zorras- dijo Macario mientras se jodía a Maria y esta chupaba la poya a fernando.
– así así hijo puta dame toda la pirula por el chocho quiero correrme.
fernando ya no aguanto más.
– toma mi leche so putas -y se corrió en su boca
la otra se tragó la leche diciéndole:
– que rica cabrón y calentita la tienes.
luego yo me folle a Herminia por el culo mientras paco la daba por el chocho ella estaba como n una nube:
– asisisisiis que gusto cabrones más mas quiero más biberón -dijo ella y se corrió a chorros.
yo ya no aguantaba mas solo quedábamos paco y yo por corrernos ya que los demás ya se habían corrido encimas de ellas o follándolas así que cogí a Sol que era la única que me faltaba por follar y se la metí mientras paco se hacía chupar por Maria.
– que gorda la tienes cabrón -dijo Maria -paco es para ti puta gozar como una zorra que eres si dame gusto sigue.
al final se corrió en su coño ya no pudo aguantar más luego me saqué la poya y dije chicas:
– quero correrme en vuestras bocas a todas poner las bocas.
y empezaron a chupar varias eso ya no lo pude aguantar ni yo mi leche salió despedida en sus bocas y se lo pasaron las unas a las otras diciendo:
– que rica la leche calentita.
cuando termino la orgia estaba desecho de tanto follar pero me lo había pasado de miedo y volví a mi casa me arregle la ropa lo mejor que pude esos días quedamos para más orgias y lo pasamos de miedo yo pensaba que me iba a aburrir y fue las vacaciones mejores que he tenido en mi vida me harte de follar me hice amigo de los del pueblo pero como yo soy de playa ya no volví nunca luego me enteré que con los años se deshizo el grupo unos se casaron y se fueron otras se fueron del pueblo y nunca he vuelto a saber más de ellas pero la cueva me han dicho que sigue ahí fue una experiencia que nunca olvidare y tengo en mi memoria
FIN

Relato erótico: “Adiestrando a las hijas del jefe 2” (POR GOLFO)

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Esa noche estaba contento, la primera parte de mi venganza había ido sobre ruedas, no solo me había apoderado de sus vidas, sino que había ya forzado a la mas joven de ellas. Natalia, no siendo la mas dura de mis oponentes, era en cambio la que mejor cuerpo tenía. Un metro setenta de hembra de infarto al que acababa de ver retorcerse entre mis brazos cuando de una manera cruel le desvirgué su parte trasera.
Eva era diferente, sus curvas menos perfectas, pero mas atractivas, me subían la libido solo con pensar en como me apoderaría de ellas. Pechos grandes, duros. Caderas poderosas, donde agarrarse. Y una mala leche que tenía que domesticar.
Pobre destino el de las dos hermanas, su padre me había confiado una misión, educarlas, y por dios que iba a conseguir que esas dos pijas bebieran de mis zapatos antes que terminara la semana. Nada ni nadie me lo impediría.

La habitación del viejo, donde estaba durmiendo era enorme. Su cama de dos por dos era del tipo oriental con un dosel de madera, sustentado por cuatro columnas y del que cuelga una especie de mosquitero me podría servir en el futuro.
Tras dejar tirada a Natalia, me entretuve en revisar el cuarto que iba a ser mío al menos seis meses. El armario constaba de tres cuerpos, el principal estaba repleto de ropa de Don Julián, sus trajes perfectamente planchados, sus corbatas de Armani y sus zapatos de Gucci lo llenaban por completo. La criada había acomodado mi ropa en el que estaba a la izquierda, pero mi sorpresa fue al abrir el de la derecha, descubrir un enorme surtido de instrumentos de sado. Puto anciano, me había conseguido engañar durante tres años, nunca hubiese supuesto que entre sus gustos estuviera el sexo duro, pero sonreí al pensar el uso que le iba a dar yo a ese arsenal.
Pero eso iba a ser mañana, por lo que decidí irme a la cama. El colchón era excesivamente duro, de esos que recomiendan los médicos pero en lo que resulta imposible dormir hasta que te acostumbras. Gracias a lo cual, dos horas después seguía dando vueltas en la cama sin poder dormir, y digo gracias por que me permitió oír como las hermanas salían del cuarto, y tomaban el pasillo en dirección al de su padre.
Sabiendo que eran unas arpías y que la visita que tenían planeada a donde supuestamente yo estaba descansando, no era de cortesía, sino que sus intenciones no podían ser otras que castigarme y humillarme, me levanté en silencio a esperarlas. Pero antes de esconderme en el baño, coloqué las almohadas de forma que parecía que seguía frito bajo las sabanas, y aguardé.
No tuve que permanecer mucho tiempo refugiado tras la puerta, por que al minuto escuché que entraban a la habitación. A través del resquicio, oí como entraban de puntillas, y poniéndose enfrente de la cama, susurraban entre ellas, cuando de repente sonó un tiro.
Eva sostenía una pistola humeante, con la que había disparado al bulto que ellas pensaban que era yo. Natalia gritó asustada, diciéndola que si estaba loca, que eso no era lo planeado. Su hermana soltando el arma se encaró a ella, contestándola:
Te acababa de violar, y yo al escuchar tus gritos llegué a defenderte, fue en defensa propia-.
“Será zorra”, pensé desde mi escondite. Sabía que no iba a aceptar mi autoridad a la primera, pero su violenta reacción desbordó todas mis previsiones. Todavía en el baño, vi como después de discutir unos momentos las dos hermanas se dirigían a comprobar el resultado, momento que aproveché para salir y apoderarme del arma.
Si esperaban encontrar mis sesos desparramados, se llevaron una desilusión, al descubrir que le habían atinado a la almohada y que en vez de sangre lo que estaba esparcido por el colchón no era sangre sino plumas.
-¡No es él!-, dijo Natalia al recobrarse de su estupor.
Una cruel carcajada resonó entre las cuatro paredes. Las dos hermanas al oírla, se dieron la vuelta para descubrirme de pie, en medio de la habitación, en mi mano el pedazo de metal las apuntaba.
La mas pequeña se arrodilló en el suelo diciendo que no había sido idea suya, que su hermana le había obligado. En cambio Eva se mantenía erguida demostrándome su valor.
Creo que voy a llamar a la policía, veamos quince años por intento de asesinato, mas otros cinco por nocturnidad, alevosía y ventaja, en total veinte-.
Sus rostros empalidecieron con la perspectiva, incluso la mas altiva de las dos se desmoronó llorando, pidiéndome perdón. Cuanto más lloraban, más estaba disfrutando la situación. Y recreándome en su desgracia le expliqué:
Fijaros, vuestro padre en un viaje de seis meses, no podrá hacer nada por vosotras, y para cuando se entere y os pueda buscar un abogado ya habréis sido sentenciadas y seréis las cachorritas de alguna celadora o de alguna presa en la cárcel. Os prometo iros a visitar, a través de un enorme cristal oír de vuestros labios como os tocan y violan tras las rejas-.
Su orgullo había desaparecido, las dos niñas bien, que no habían tenido reparos en reírse del segundón de su padre, hincadas sobre la alfombra me imploraban. Me prometían que no volvería a suceder, que si las perdonaba, me obedecerían, harían todo lo que yo quisiera.
-¡Con eso no basta!- les grité.
A Eva que era la inteligente de la pareja, se le iluminó su cara al oírme, “está negociando” debió de pensar, y por eso levantándose del suelo, me preguntó:
-¿Qué quieres?-
-Vuestra completa sumisión, durante los seis próximos meses seréis mis esclavas
Ni siquiera preguntó en que consistía, ni tampoco discutió ningún término del acuerdo, ayudando a su hermana pequeña a incorporarse, me contestó:
Hecho, durante seis meses seremos tus esclavas-.
-Zorrita, ¡ para ti!, ¡soy Amo!-
Le saltaron dos lágrimas, cuando rectificando dijo:
Hecho, durante seis meses seremos tus esclavas, Amo-.
Con otra carcajada, cerré el pacto antes de decirlas:
Desnudaros, quiero revisar la mercancía-.
Después de unos instantes de perplejidad, dos camisones cayeron al suelo dejándome disfrutar de sus cuerpos. Dos preciosas mujeres me mostraban tímidamente sus encantos. Acercándome a ellas, sin soltar en arma, retiré los brazos de Natalia que me impedían contemplar con libertad sus pechos y obligando a Eva a abrir las piernas, le introduje el cañón, entre sus muslos. Ambas mujeres se mantuvieron en silencio, todo el tiempo que duró mi exploración, ni siquiera se quejaron cuando les abrí las nalgas para contemplar sus ojetes, sabían lo que se jugaban, pero no hasta donde podía llegar mi perversión.
-Tumbaros en la cama-, les ordené.
Mientras ellas lo hacían acerqué una silla, desde donde tener una perfecta visión de los que les iba a obligar a hacer. Sentándome en ella, me acomodé antes de darles otra orden. Cuatro ojos me contemplaban asustados, sin saber a ciencia cierta que les iba a pedir, pero concientes que no le iba a gustar.
-¿Os queréis?-, mi pregunta absurda, les destanteó,-Quiero verlo-.
-¡Somos hermanas!-, intentó protestar Natalia.
-¡No somos lesbianas!-, le secundó la otra.
Cabreado, me levanté dándole un tortazo a la que tenía mas cerca.
Mejor el chocho de una persona amada, que el de una carcelera
Me entendieron a la primera, era eso o pasarse los próximos veinte años entre rejas. Eva, la mayor, fue la primera en rehacerse, y tratando de tranquilizar a su hermana, le susurró al oído algo que no pude oír, pero si contemplar el resultado.
La muchacha se tumbó en la cama, con la piernas abiertas, dejando que la tocase.
Venciendo su reluctancia, le dio un beso en los labios antes de bajar por su cuello. Su lengua recorrió lentamente la piel que separaba el hombro de los pechos, lo que provocó que se le erizara la piel, y en consecuencia el negro pezón se endureciera. No era por deseo, tampoco por asco, quizás lo que le ocurría es que era una novedad.
Juega con él-, le ordené.
Supo al instante a que me refería. Y dejando un húmedo rastro, fue acariciando las rugosidades de la aureola antes de que abriendo la boca, succionara su pecho en su interior. Primer gemido. Natalia no pudo reprimir a su garganta, al sentir la lengua jugando con su botón.
-Muérdelo-, dije desde mi sillón.
Los dientes de Eva se cerraron sobre el seno de su hermana, mientras que su mano recorría su estómago acariciándola. No dije nada, pero me encantó ver como su sexo empezaba a brillar por la excitación. Había dicho que no era lesbiana, pero esa forma tan experta de mamar un pecho, le delataba.
Cómete su coño-.
Nuevamente, su lengua reinició su camino, centímetro a centímetro se fue acercando a su destino. El depilado sexo le esperaba. Con una tranquilidad pasmosa, fue separando los labios con la punta, antes de que su aliento ni siquiera lo tocara. La reacción de la niña fue la que me esperaba, los dedos de sus pies de tensaron al notar su cercanía, pero no hizo ningún intento de cerrar la piernas.
Viendo su tranquilidad, se apoderó de su clítoris recorriendo todos su pliegues mientras lo humedecía con su saliva. Esta vez, el gemido fue más profundo, surgiendo desde su interior salió despedido como un ciclón de su garganta. Con su cueva inundada y mordiéndose el labio, dejó que su hermana continuara.
Eva, envalentonada, mordisqueó la pepita de placer, con sus dientes, para sorprendida recibir en su boca, la primera oleada de flujo. Solo viendo como disfrutaba bebiendo el elixir que manaba de la almeja, se acabaron mis dudas, esta mujer al menos era bisexual.
Usa tus dedos
La larga cabellera rubía se incorporó, para rogarme. Pero no obteniendo clemencia, se volvió a agachar entre las piernas de su querida. Con el dedo índice en el interior y como si de un pene se tratara fue introduciéndolo y sacándolo al compás de los chillidos de su victima.
He dicho ¡dedos!-.
El segundo se incrustó al escucharme. Y tras acomodarse en su interior, recorrió su vagina, acariciándola. La excitación de Natalia ya era palpable. Con los brazos extendidos sobre las sábanas, sus manos se cerraban y abrían de placer al sentir como el tercer dedo se introducía dolorosamente en el interior de su vaina. Esta vez, ya con la vagina llena se retorcía con cada envite de su hermana, gimiendo lloraba la degradación que sentía al derramarse hirviendo en su interior, producto de tan fraternal atención.
-¡Más!-, grité a Eva. La cara de sorpresa de ambas muchachas, se transformó en indignación al escucharme decir: -¡Toda la mano!-.
El placer se convirtió en tortura cuando intentó delicadamente introducir otro mas. El estrecho coño no admitía nada mas. Por mucho que intentó dilatarlo con caricias, había llegado a su máximo. Su lengua, su saliva fracasaron en el intento. Gruesas lágrimas, recorrían las mejillas de ambas mujeres. Pero sobre todo las de Eva. En la suerte, le había tocado el papel de verdugo, y al igual que su víctima sufría con sus maniobras.
-¿Quieres que lo haga yo?-, le dije riéndome en su cara.
La mueca de espanto que vi en su rostro, fue suficiente respuesta.
-Lo siento-, le escuché que le decía a Natalia, y cerrando los ojos, forzó su vulva con sus cinco dedos.
Los gritos estallaron en la habitación. Chillidos de dolor sufrido y de espanto provocado por la culpa de suministrarlo. Aria majestuosa a mis oídos, música alegre que me hablaba de mi venganza.
Incapaz de soportar el castigo, la morenita trataba de zafarse, reptando por el colchón, pero la rubia sabedora de que si lo conseguía, un correctivo aún más cruel y brutal recaería sobre las dos se lo impidió. Olor a sumisión y a sexo. Paulatinamente, los gritos se fueron transformando en sollozos, gemidos ahogados que dejaron de resultarme divertidos.
-Ven aquí-, le dije suavemente a la rubia, pero en cuanto vi que se levantaba, le grité: -A cuatro patas-.
No tardó nada en llegar a mi lado, gateando sobre la alfombra. Con el rimel corrido, dejando tras de sí oscuros riachuelos que bajando desde sus ojos recorrían su cara, se puso a mi vera.
-Bien hecho, zorrita-, le susurré acariciándole la melena.-Has sido una buena esclava y te mereces una recompensa-.
Poniéndome de pié, le acaricie el lomo, recorriendo sus caderas, llegué a sus poderosas nalgas, a las cuales regalé un doloroso azote. No escuché ningún quejido. Separándole las nalgas, verifique el estado de su oscuro agujero, llevándome el presente de descubrir que al igual que el de su hermana era virgen. Introduciéndole un dedo, le cuchicheé que me gustaba pero que lo iba a reservar para mas tarde. Tenía un objetivo claro y un instrumento que usar. Dándole otro cachete en su trasero, le exigí que se abriera mas y que levantara el culo.
Vi como esa mujer, antes altiva y orgullosa, sumisamente se ponía en posición de castigo. “Me esta gustando esta nueva zorrita”, pensé mientras le recorría con el frío cañón su piel. Eva al darse cuenta cual era el instrumento que la tocaba, empezó a temblar de miedo.

-Tranquila, que a priori mi intención no es disparar-, le dije mientras separa los labios inferiores y de un solo golpe le introducía hasta el mango el arma.
Gritó de dolor, pero no hubo ni un pestañeo por su parte. Dejé que se fuera relajando antes de cómo si fuera un mortífero consolador empezar a sacar y a meter la pistola.
Tengo miedo-, me rogó.
No me digné a contestarla, la muchacha no sabía que la había descargado para evitar accidentes. La tenía donde quería. A mis pies, llorando por su vida. Otro azote tuve que darle para que se moviera.
-Piensa que es mi pene-, le dije mordiéndole una oreja.
Cerró los ojos, tratando de imaginarse que el duro tubo que la penetraba era en realidad de carne endurecida por acción de la sangre bombeada. Poco a poco, percibí que sus movimientos al principio circulares, se iban convirtiendo a ritmo de su excitación en lineales, de adelante hacia atrás, y como sus caderas sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo, terminaron presionando sobre mi mano para que profundizara su empalamiento.
“La muy puta, ha conseguido ponerme bruto”, tuve que reconocer cuando visualicé que la calentura había empapado su sexo y que le estaba sobreviniendo un orgasmo brutal. Sus muslos vibraban al recibir las descargas de su clímax, y berreando como una cerda, se corrió en la alfombra.
Sacando el arma de su interior, le agarré del pelo, y llevándola donde su hermana, le obligué a arrodillarse. Echando a Natalia de la cama, me senté en la cama.
-Ya sabéis que hacer-, les dije quitándome los pantalones.
Mi extensión estaba en todo su esplendor. Las muchachas a mi lado esperando que les ordenara apoderarse de ella. Silencio en el cuarto. Todo era tensión. Un brillo en sus ojos me hizo pensar que quizás creían que podían jugármela, por eso apuntando a la mas joven en la sien, les informé:
-Sin tonterías, no quiero decorar su cara con un agujero-, mensaje recibido, -no quiero que dejéis una gota-.
El paraíso. Dos bocas y dos lenguas afanándose en ser la mejor. Eva, reclamando su primogenitura, fue la encargada de jugar con mi glande, mientras su hermana se dedicaba a masajear con su boca mis testículos. No hubo pliegue ni milímetro de todo mi pene, que no fuera humedecido por ellas.
Me resultó curioso, la manera tan exquisita y dulce que lo hicieron, temiendo mi reacción se esforzaban en hacerlo bien, consiguiendo que en breves minutos empezara a sentir los primeros síntomas de mi propio orgasmo. Las mujeres al notarlo se entregaron sin pausa a su tarea, incrementando el ritmo y la profundidad de sus caricias, de forma que las primeras gotas de líquido preseminal aparecieron en mi glande. Eso desató su locura, cada una de ellas quería congraciarse conmigo debido al terror que las atenazaba, y por eso pugnaban por ser ellas quien recibiera en su boca mi semilla. Cuando exploté lo hice repartiendo mi semen entre las dos, ambas tuvieron su parte y se lo tragaron golosas, mientras sus manos terminaban de ordeñar mi miembro. Fue brutal, la mejor mamada de mi vida.
Tal era su pavor que se mantuvieron chupando y succionado mis partes, bastante tiempo después de haberme dejado seco. Lo que aproveché para reponerme.
Natalia, abre ese armario y saca dos esposas-.
La joven se levantó de la alfombra y abrió las puertas del mueble. Alucinada descubrió una faceta desconocida de su progenitor, al ver que estaba lleno de aparatos de sado, pero sin hacer ningún comentario, buscó y recogió lo que le había pedido.
-Ahora, ataros, zorras mías, a las columnas de la cama-
Con lágrimas en los ojos, puso uno de los extremos de una esposa en la muñeca de Eva y el otro a uno de los soportes del pie de la cama. Cuando iba a hacer lo propio con su muñeca, me oyó decir:
-No perrita, tu átate aquí arriba, no vaya a ser que esta noche me apetezca usarte-.
Esa noche, dormí acompañado por dos mujeres humilladas, dolidas y usadas. En mi fuero interno sabía que no era suficiente, debía de someterlas, dominarlas y adiestrarlas para que pasados los seis meses y su padre volviera, ya estuvieran condicionadas y fueran mis esclavas por voluntad propia.
Pensando en ello, me acosté al lado de la cachorrita de pelo negro, que muerta de miedo me esperaba en el colchón, desnuda, pero sobretodo dispuesta.
Capitulo dos.
La noche transcurrió sin novedad, nada que valga la pena contarse, excepto un par de polvos a la muchacha, mas por satisfacción personal que por necesidad. Natalia, tiene una constitución atlética, su culo duro y un cuerpo escultural, que provoca que cualquier hombre que la tenga desnuda a su lado no pueda evitar follársela. Lo único destacable fue que observé un pequeño cambio, la segunda vez que la tomé, no solo se dejó hacerlo sino que participó activamente e incluso creí descubrir un deje de protesta cuando conseguí correrme, como si se hubiese quedado insatisfecha y deseara mas.
El despertador sonó a las ocho de la mañana, tenía trabajo, por lo que sin dirigirles la palabra me levanté a ducharme. El agua caliente cayendo sobre mi cara consiguió espabilarme. Siguiendo mi plan preconcebido, me afeité y me vestí tranquilamente, sin hacer caso a las dos mujeres que atadas a la cama me miraban expectantes. No sabían que les deparaba mi perversa mente, pero esperaban angustiadas mi siguiente paso.
No tuvieron que esperar mucho, por que después de desayunar opíparamente, volví a la habitación con dos litros de leche.
Zorritas, tenéis que desayunar-, dándole a cada una un tetrabik, me senté a observar mientras les decía- bebéroslo entero, que no quede gota-
No se hicieron de rogar, cogiendo la leche con ambas manos, se bebieron todo, por miedo a enfadarme. Viendo que habían obedecido dócilmente, me despedí de ellas diciéndoles:
-Hasta esta noche-
Eva, asustada, me preguntó que si las iba a dejar así. Cogiéndola del pelo le dí un beso posesivo, mi lengua forzó su boca y durante un minuto me entretuve magreándola antes de contestarle:
-¿Tú, que crees?-
Al cerrar la puerta, escuché su desamparo.
Durante el día no me dejaron parar, diversos asuntos se amontonaban en mi mesa, no hay que olvidar que el jefe me había dejado solo y ahora tenía que hacer el trabajo de los dos. Reunión tras reunión se fueron pasando las horas sin que me diera cuenta, la actividad del día a día me impidió pensar en las dos bellas muchachas que me esperan pacientemente en casa. Mi secretaria no me dejó descansar durante toda la jornada, que si tenía que autorizar una obra, que si tenía que firma unos cheques….
Isabel llevaba trabajando conmigo desde que llegué a la empresa y era quizás la persona que mejor me conocía. No tenía que decirle nada, que ella sabía en cada momento lo que me ocurría. La confianza con ella era máxima, hasta tal grado que cuando humillado por las hermanitas estuve a punto de dimitir, hablé con ella, para que se viniera conmigo al siguiente trabajo. Por eso cuando al volver, le conté que no la había presentado, tuve que explicarle lo que había pasado, y lo que pensaba hacer.
Ella, al igual que yo era de origen humilde, por lo que la idea de hacer pagar a esas dos pijas con su propia cosecha, le pareció una idea estupenda, y lejos de tratar de convencer para que no lo hiciera, se prestó voluntaria para lo que necesitara. En ese momento, le dije que por ahora no me hacía falta, pero que no me olvidaría de ella si me urgía ayuda.
Por eso no me extrañó, cuando ya estábamos a punto de salir de la oficina que me preguntase como me había ido con las dos fierecillas.
-Bien, son unas niñatas tontas, pero están aprendiendo-,le contesté.
-No seas malo, ¡cuéntame!-.
Me hizo gracia su interés, y como no tenía nada que perder, ya que si me salía mal el adiestramiento, tanto a ella como a mi nos pondrían de patitas en la calle, le hice un pequeño resumen. Le expliqué la reacción de sus novios al enterarse de que no tenían un duro, el castigo que le di a Natalia por echarme un laxante en la comida. A esa altura sus ojos ya brillaban, pero fue cuando le conté como me habían tratado de asesinar y cual había sido mi venganza, cuando ya sin reparos me pidió que le diera detalles.
A un hombre no le hace falta que le piquen en demasía para que cuente los detalles de sus conquistas, y yo no era una excepción, de forma que le explique como les había obligado a regalarme un Show Lésbico, como me habían hecho el sexo oral, y sobretodo como les había dejado atadas a la cama desde la mañana.
-¡Que envidia!-, le escuché decir cuando ya se iba.
En ese momento, no supe que era lo que envidiaba, si a mí por tener a dos mujeres a mi disposición o a ellas por el tratamiento que les había dado. No me preocupó el descubrir la causa, por que recapacitando sobre ello, decidí que en menos de una semana, la haría participe de mi juego y entonces lo sabría. La idea no me desagradaba, por que aunque Isabel estaba un poco gordita tenía unos pechos y un culo de escándalo.
Satisfecho con el trabajo realizado y caliente tras la conversación con mi secretaria, salí de mi despacho y bajando al garaje cogí mi coche. Las calles y los semáforos pasaban a mi lado sin darme cuenta, mi mente solo podía pensar en mis dos juguetes esperando atadas a la cama la llegada de su amo.
Las luces del chalet, estaban apagadas. “Buena señal”, pensé ya que al salir de la casa era de día y si ellas no habían conseguido zafarse de sus esposas, nadie podía haberlas encendido. Subiendo por las escaleras, lo hice con precaución porque bien podrían haberse soltado y estar esperándome en el rellano.
Pero al abrir la puerta de mi cuarto, y antes de encender la luz, ya supe que no lo habían logrado al llegarme el olor a orín reconcentrado.
Era parte de mi plan, un litro de leche por cada una y la imposibilidad de ir al baño, no podía tener otro resultado que ambas mujeres lo hubiese tenido que hacer sobre la alfombra persa de su viejo. Deben de estar aterrorizadas y hambrientas, anoche les impedí cenar por lo que deben de llevar mas de treinta horas sin probar bocado.
Al encender la luz, cerraron los ojos del dolor. Me dieron hasta un poco de pena al observar el resultado de su castigo. Despeinadas, con el rimel corrido, los labios agrietados de la sed, y asustadas, terriblemente asustadas.
-¿Cómo están mis putitas?-, les pregunté alegremente.
-Muy bien, amo-, me contestaron al unísono.
Su recibimiento me sonó a música celestial, al no tener que recordarles mi título. Decidí darles un premio, y yendo al baño, me serví un vaso de agua.
¿Tenéis sed?-, sus ojos casi se salieron de sus orbitas al contemplar el preciado líquido, -Tumbaros-.
Como perras bien amaestradas, me obedecieron sin tener que repetir la orden, y cuando las vi perfectamente acostadas sobre el colchón, derramé el agua sobre sus cuerpos. No les había terminado de decir: -Bebed-, cuando como posesas se lanzaron una sobre otra, absorbiendo el agua que corría por sus cuerpos. Tanto me gustó el ver como se lamían una a otra los pechos, las piernas, el estómago e incluso el coño en busca de satisfacer su sed, que siendo magnánimo, les volví a premiar con otro vaso.
Ya con menos sed, me imploraron que las liberase, que me juraban que iban a cumplir el pacto. Fueron tan insistentes y tan sinceras, que llegué ……a cabrearme.
Silencio-, les grité,-no os he dado permiso para hablar-.
Todavía no estaban listas, decidí saliendo del cuarto y yéndome a cenar. Después de comerme un pollo recalentado, y dos cervezas, no tuve mas remedio que hacer caso a mis niñas, no fueran a desmayarse de hambre, ya que esta noche las necesitaba enteras. Por lo que abriendo el refrigerador me proveí de lo necesario.
-¿Tenéis hambre?-, les pregunté, pero al no recibir contestación abriendo la bolsa fui poniendo sobre el aparador lejos de su alcance jamón, queso e incluso un bote de nata montada. Y haciendo que me iba volví a interrogarles diciendo:- ¿seguro?-.
-Si, mi amo, estoy hambrienta-, me contestó Eva.
-Y yo, amo-, me dijo su hermana llorando de vergüenza.
Sin responderlas, me acerqué primero a la mayor y soltándole la esposa que estaba sujeta al dosel de la cama, y volviéndosela a cerrar sobre su otra muñeca, poniéndola los brazos hacia atrás, la tumbé en la cama. Ninguna de las dos conocía mi plan, por lo que sumisamente Natalia se dejó que repitiera con ella la misma operación.
Una vez en posición de manera que no pudiesen usar sus manos, les abrí las piernas y enchufándoles el bote de nata montada, en su sexos , se los llené de forma que sus vaginas y entrepiernas quedaron anegadas.
-Ahora comed-.
Fue una delicia el observar desde la silla, como trataban de llegar a su sexo reptando como culebras sobre el colchón hasta que las dos formaron un perfecto sesenta y nueve, y como con fruición se
fueron comiendo entre ellas en un ágape totalmente sexual. Sus lenguas no tuvieron mas remedio que buscar el alimento dentro de la vagina de la otra, y contra su voluntad tanto deseo hizo que se excitaran, lo que era mi intención. En esa posición las dejé unos cinco minutos, hasta que ya no quedaba ni rastro de la crema.
-¿Queréis mas?-
A las dos se le había abierto el apetito, y las dos me contestaron que sí.
-Bien, pero ahora de una en una-.
Y obligando a Eva a tumbarse de cara, le abrí las nalgas y rociando abundantemente su ojete, se lo puse en la cara a su hermana. Natalia no tuvo reparos en comenzar a chuparle el culo, tanta era su hambre que creo que incluso metió la lengua por el negro agujero. Una vez que había acabado repetí la operación intercambiando los papeles, pero en esta ocasión, Eva no se conformó con la nata, sino que cuando ya no quedaba rastro siguió con el flujo que manaba de la cueva de la morena.
La visión de su culo en pompa, mientras le comía todo, me hizo poner bruto, pero tuve que reprimir las ganas de pegarle un buen polvazo ya que tenía otros planes, y separándolas les dije:
-Jamón y queso solo hay para una, ¿a cual creéis que debo de dárselo?-.
Se formó un alboroto, las dos mujeres me pedían que fuera ella la elegida, llorando y chillando se echaba una a la otra la culpa de todo. Que si había sido culpa de Natalia la idea de humillarme, que si Eva había intentado pegarme un tiro, etc… No se daban cuenta pero estaba consiguiendo separarlas, por lo que después de escuchar sus tonterías le ordené callar.
-Homo hominis lupus-
Hubiese pagado por haber grabado sus caras, ninguna de las dos había oído nunca esa sentencia latina, por lo que tuve que explicársela.
-El hombre es un lobo para el hombre-
Acto seguido, agarré a la rubia y atándole una mano a cada columna de la cama, liberé a la morena.
Gracias, te prometo obedecer-, suspiró aliviada Natalia al sentir sus muñecas libres.
El consuelo le duró poco, porque poniendo en sus manos una pequeña fusta, le susurré al oído:
-Veinte latigazos, y que sean fuertes-.
Eva empezó a chillar pidiéndole a su hermana pequeña que no lo hiciera, mientras me insultaba diciendo que me arrepentiría.
-Treinta-, grité.
Mi voz autoritaria sacó a Nati, del ensimismamiento en que había caído y acercándose a su hermana, le contestó:
-Te digo lo que tú me dijiste ayer, ¡lo siento!-, empezando a descargar toda su furia y frustración reprimida sobre el trasero de su hermana.
Latigazo tras latigazo, se vengó de mi, de ella, y de la vida. Gemidos de dolor, insultos, ruegos de Eva, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas al hacerlo, pero sus ojos mostraban una firma resolución que solo se aplacó cuando habiendo terminado vio el resultado de su ira. Ambas nalgas estaban al rojo vivo.
Come-, le dije dándole su premio, al atarla nuevamente.
Devoró las lonchas de jamón y los trozos de queso, mientras yo descolgaba a su hermana. La pobre muchacha estaba llorando, no comprendía que alguien de su propia sangre hubiese sido tan bestial solo por tener algo que llevarse a la boca.
Sacándola de la habitación y llevándola a su cuarto, se llevo la sorpresa que sobre la cama, había una cena completa, con su sopa, su pan, el pollo que había dejado e incluso una botella de vino.
Túmbate en la cama, y come mientras te curo-, le dije dulcemente mientras le daba un beso en la mejilla.
No creyendo en su fortuna, empezó a cenar mientras yo extendía una crema hidratante en su maltratado culo. -“¡Pobrecita!”, “¡Que bestía!”, “¡Como se ha pasado!”-, no dejé de decirla mientras la atendía, –pero bebe un poco de vino te vendrá bien-.
Con el estómago lleno, y bastante alcohol en el cuerpo, la muchacha no pudo reprimir su dolor y se echó a llorar. Consolándola la abracé acariciándola durante minutos hasta que se hubo repuesto un poco, y entonces le ordené que fuera al baño a hacer sus necesidades.
Me miró agradecida y sin que yo se lo pidiera me dio un beso en los labios diciéndome: -Gracias, amo-.
Aproveché a desnudarme mientras se levantaba al aseo, y al volver era otra, perfectamente peinada y maquillada, venía dispuesta a conquistarme. Yo por supuesto, me dejé, y dando una palmada en el colchón le dije:
-Hoy dormirás conmigo-.
Una sonrisa iluminó su cara, y coquetamente se acerco a la cama, tratándome de calentar. No hacía falta, la rubia ya me había puesto a cien, por lo que por primera vez pude disfrutar de esos pechos enormes y de sus negras aureolas.
Buscando el efecto de la zanahoria y el palo, mi lengua recorrió lentamente su cuello, y como si le diera miedo el acercarse a su pezón, tardó una eternidad en decidirse a atacar sus rugosidades y su oscura superficie, pero cuando lo hizo y mis dientes mordisquearon suavemente sus botones, Eva me regaló un suspiro y una buena ración del flujo que manaba de su cueva.
-Amo-, le oí decir, antes de que bajando por mi cuerpo su boca se hiciera fuerte en mi miembro, y humedeciéndola empezara a practicar la ancestral penetración oral. La muchacha, no solo sabía comerse una almeja, sino que además era una experta mamadora, que sin sentir arcadas se incrustó todo mi pene en su garganta.
Me apetecía correrme dentro de su boca, pero aún mas hacerlo dentro de su culo, por lo que sacándolo de su prisión, la puse de espaldas, y rociándola con aceite, empecé a relajar su ojete.
Soy virgen de ahí-, me dijo sin protestar, como pidiéndome que se lo hiciera despacio.
Su sumisión me agradó, y haciéndole caso me entretuve acariciando sus músculos circulares hasta que mi dedo entraba y salía con facilidad. Fue entonces cuando le introduje el segundo. Eva notando que no la iba a forzar, se dejó hacer de forma que rápidamente estaba lista para que la desvirgara.
Acariciando su cabeza, le dije:
-Ponte en pompa-.

Cuidadosamente le separé las nalgas, y colocando mi lengua al principio de su espalda, recorrí el canalillo bordeado por sus rotundas nalgas. Su garganta emitió un suspiro cuando mis dientes le dieron un pequeño mordisco a ese glúteo tan apetecible, siguiendo a continuación su camino hacia mi objetivo. Inconscientemente levanto un poco mas su trasero para facilitarme las cosas, y por fin pude disfrutar del olor a hembra insatisfecha que manaba su sexo.
Poniendo la punta de mi glande en su entrada trasera, me entretuve jugando con los rebordes de su ano, hasta que viéndola completamente relajada, forcé la entrada de su anillo.
-Por favor-, gritó al sentir la cabeza de mi pene en su interior. Pero sin pausa hice caso omiso de su dolor y lentamente fui completando mi penetración de manera que toda mi piel pudo sentir la dureza de su esfínter al traspasarlo.
Con mi verga completamente en su interior, dejé que se relajara, dándole besos y diciéndole cosas agradables. El dolor era grande, pero soportable, y rápidamente su ano se acostumbró al castigo. Viéndola aliviada, empecé a moverme. Era un movimiento continuo sin brusquedades, de manera que poco a poco su resistencia fue cediendo y mi pene entraba y salía con mayor facilidad.
El placer fue desplazando al dolor, y Eva tomando impulso con sus brazos incrementó el ritmo de nuestra cabalgada, diciendo:
-No me lo puedo creer, ¡Pero me encanta!-.
Sus palabras fueron el banderazo de salida, a un galope frenético. Con mis testículos golpeando su trasero como si fuera un frontón, y con mis manos apoyadas en su hombros, éramos yegua y jinete. Y como buena cabalgadura, relinchó de gusto, cuando azotándole el culo le exigí que incrementara su velocidad.
-Mas fuerte-, me pidió. No sabía a que se refería si al azote o a mis penetraciones por lo que no tuve mas que aumentar la fuerza de ambas para complacerla.
Era alucinante verla moverse, gimiendo de placer con mi vara en su interior. Totalmente fuera de sí, apoyándose con un solo brazo, usó su mano libre para masturbarse ferozmente, mientras me pedía que me corriera.
Todo en ella, anticipaba su climax, por lo que acelerando todavía mas mis embistes, y usando mi pene como si fuera una espada, la acuchillé cruelmente mientras se desplomaba sobre las sabanas. Su almeja totalmente empapada por el flujo, no pudo contener tal cantidad y brotando como un geiser, me mojó las piernas. Tanta calentura, terminó por excitarme y en intensas oleadas de placer, me derramé en su interior, llenando su intestino con mi semilla.
Escucharla decir:-Gracias amo-, nuevamente, fue como cuando recibí mi primer sobresaliente en la carrera, una pasada, y dándole la vuelta, le coloqué las esposas diciéndole:
-Ves esclava, como si obedeces puedes disfrutar-.
Bajó los ojos ruborizada, pero escuché como de sus labios en bajito salía un avergonzado: -Si, amo-.
Sin darse cuenta, Eva se estaba convirtiendo en mi sierva, paulatinamente la violencia, las privaciones estaban transformando a la pija. Pero la fuerza mas potente, con la que contaba era con su espíritu de supervivencia, hermana contra hermana compitiendo por mis favores.
Quiero verte guapa-, le ordené, -¿cuál es tu camisón mas sexi?-.
-El rojo-.
Abriendo el cajón de la cómoda, lo saqué, diciéndole que se lo pusiera. La muchacha suspiró aliviada al sentir el tacto de la primera ropa en mas de veinticuatro horas.
Amo, ¿cómo te puedo agradecer esto?-, me dijo insinuándose.
Durmiendo, mañana será otro día-.
Su cara de felicidad era completa, creía que por fin me había conquistado, se veía ya como mi preferida. Y acomodándose él colchón, se relajó cayendo dormida al instante.
Esperé a que su sueño fuera profundo antes de levantarme. Comprobando que seguía profundamente adormecida, coloqué las sábanas de forma que taparan las esposas, pero mostrando claramente sus piernas apenas tapadas por el camisón.
Salí al pasillo, con dirección al cuarto del viejo. Al abrir la puerta, el tufo a orín, me resultó insoportable. Natalia, totalmente sucia y despeinada, lloraba en silencio.
-Nati-, le dije usando su apelativo familiar, mientras la liberaba, -no alces la voz, no vaya a ser que nos oiga tu hermana, vamos al baño que te debes de estar a punto de hacer encima-.
La niña, me miró con una mezcla de agradecimiento y de suspicacia, no se fiaba de mis intenciones, pero al ver que la acercaba al váter, sin importarle mi presencia, se sentó en él, y violentamente descargó sus intestinos.
Lo siento, mi niña, pero no puedo hacer nada más por mejorar tu estado, porque he llegado a un acuerdo con tu hermana-, le dije mientras se limpiaba, -no sé como decírtelo pero tu hermana te ha vendido-.
Alzó la cabeza para gritarme:
-¡No te creo!-.
-Ese es tu problema, eres demasiado inocente. Eva se ha entregado a mis brazos, quiere ser mi favorita, sin importarle tú. Es mas mientras se duchaba, y maquillaba se reía de lo sucia que tu estabas-.
-¿Se ha duchado?-, me respondió alucinada.
No solo eso, está durmiendo en su cama, sin esposas, con un precioso camisón, contenta de servirme, y además ha cenado como una dama, y no las obras que tú has comido-.
-¡Es imposible!, ¡cerdo!, mi hermana no lo haría-.
Le solté un bofetón, –Soy amo-, y colocándole las esposas y un trapo en la boca para que no hablara, la llevé a la otra habitación.
-¡Mira!-, le espeté señalándole a Eva,-No te he mentido, está limpia, suelta, y dispuesta. Te ha engañado, mientras tú sufres, ella disfruta-.
La angustia de la muchacha se multiplicó por mil al ver sobre la mesa, los restos de la cena. Totalmente convencida, se dejó llevar de vuelta al cuarto de su viejo. Mentalmente estaba humillada, hundida.
Atándola otra vez a la cama, repleta de orín, al quitarle el bozal hecho con el pañuelo, le di un suave beso en los labios, mientras le decía:
Tu ibas a ser la primera, pero ella se te ha adelantado-.
-¡Amo!, dime lo que tengo que hacer para ser tu mejor esclava-.
Solté una carcajada al escuchárselo decir, y dándole otro beso en los labios, le solté:
-Dormir, mañana será otro día-.
Misma frase, distinto significado. “Le queda poco para ser totalmente mía”, pensé mientras cerraba la puerta dejándola hundida en la miseria.

Relato erótico: “mi amiga la sumisa PRIMERA PARTE” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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mi nombre es charles como sabe el lector tengo la costumbre de meterme en redes de sexo para buscar pareja. ese chat es de mujeres calientes que buscan quedar para follar total que a lo tonto me metí en uno cuando descubrí un perfil que me llamo la atención.

no podía ser. era una amiga mía que hace tiempo la pedí de salir y me dio calabazas. mire su perfil y efectivamente era sumisa. no me lo podía creer la mujer que había querido era sumisa y buscaba sexo. se iba a enterar ahora.
así que quede con ella y la dije:
– que tal esas de buenas maneras.
– para que me llamas si sabes que no me gustas y no voy a salir contigo.
– de verdad.
– pues claro que te piensas.
-A lo mejor te hago cambiar de opinión -dije yo.
– lo dudo déjame en paz -me dijo -no quiero saber más de ti.
– mira esto- dije y le presenté la página donde estaba ella de sumisa -sino accedes a salir conmigo y a ser mía, mañana todos nuestros amigos sabrán como eres y lo que eres. una mujer caliente que busca poya y encima eres sumisa y te gusta que te hagan de todo, por todos los lados. tu vera.
– eres un cabrón y un hijo de puta.
– eso me lo paso por ahí o accedes a ser mía o todo el mundo sabrá que eres sumisa y te gustan más las poyas que un tonto en el colegio los caramelos. tu vera.
– accedo.
-ya decía yo.
– donde quedamos- me dijo.
– en un hotel por supuesto que yo pagare.
-maldito será solo una vez.
– bueno eso ya veremos- dije yo- lo mismo te convierto en mi puta para toda la vida ya que cuando pruebes mi rabo no creo que quieras otro.
quedamos en el hotel por la tarde ella estaba tremenda.
– bueno -me dijo- te decides o que. a ver si terminamos pronto.
– tranquila cariño vas a ser mía toda la noche ya lo veras.
– no jodas -me dijo -vas a aguantar toda la noche conmigo.
– bueno ya veremos.
así que entramos en el hotel el hotel estaba a bastante bien con su ducha y su pantalla de plasma. ella empezó a denudarse.
– bueno ya me tienes haber- me dijo- hazme lo que quieras y terminemos pronto.
– de de eso nada monada ven aquí y chúpame la poya.
y me saque el rabo del pantalón.
– a cuatro patas zorra te quiero. quiero que vengas aquí a la cama y me empieces a comer el rabo.
así que ella gateo desde la cama y se metió mi poya en la boca y empezó a chupar joder como chupaba tuve que hacer un esfuerzo para no correrme.
– que gusto cabróna. como te gusta a poya te voy a dar poya hasta mas no poder.
– quiero verlo.
– te ríes de mi te vas a enterar.
y empecé a meterle la poya en toda la boca hasta lo cojones.
– toma zorra chupa.
ella se volvía loca luego la dije:
– ahora quiero follarte el chumino so puto ábretele bien que entre mi rabo a tu chocho hasta los cojones. toma poya.
y empecé a follármela.
– así así cabrón dame bien.
– di que eres mi puta o te la saco.
– soy tu puta dame más.
-di que vas a estar toda la vida conmigo y nunca me dejaras.
– lo hare cabrón no pares necesito tu poya.
ella se volvía loca de gusto.
– date la vuelta quiero tu culo quiero darte por culo hasta los cojones te meteré.
y empecé a follarme la por el culo mientras le metía mis dedos en el chocho ella se volvía loca.
– así así hijo puta que gusto me muero de gusto- y empezó a correrse- me corrooooooooooo cabrón ahahahahahaha.
– todavía no hemos terminado quiero comerte esas tetas tan ricas.
y empecé a chuparle los pezones que los tenía duros como piedras luego la pase mi poya por las tetas.
– quiero que me hagas una paja cubana zorra vamos.
y empezó a frotarme las tetas y chuparme la poya.7
– a partir de ahora eres mi puta llevaras lencería sexi- la dije- y harás lo que yo te diga sin rechistar entendido.
– si entendido.
– me llamaras amo y te correrás cuando yo diga no antes. ah no habrá intimidad entre nosotros nos ducharemos juntos y me pondrás a mear cogiéndome la poya y te meare cuando me de la gana entendido.
– si amo y pobre de ti si me desobedeces porque te zurrare en el culo como una chica mala con unos buenos azotes. me podrás cuando venga de trabajar siempre caliente con las piernas abiertas y me harás un striptease no llevaras por la noche ropa apenas buscaras otras mujeres como tú para follaros a las dos juntas. Entendido.
– si.
– sí que zorra.
– si amo.
– ahora hazme correr que quiero mearte en tu cara y en tu cuerpo.
total, que me chupo la poya y ya no pude más me corrí en su boca la cual se tragó la leche sin pestañear diciendo:
– que rica es tu leche cabrón perdón mi amo.
– pues eso ah y te meteré fruta en tu chocho como plátanos y fresas con nata así quiero verte serás una buena zorra para mí. Entendido.
– si amo.
CONTINUARA


Relato erótico: “Adiestrando a las hijas del jefe 3” (POR GOLFO)

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Esa mañana, decidí que tenía que cambiar de táctica, no fuera que las privaciones a las que tenía sometidas a las dos hermanas hicieran mella en sus cuerpos, y enfermaran. Para ello, debía encontrar una persona que me las cuidara mientras yo trabajaba. El problema era quien, no conocía a nadie que me inspirara la suficiente confianza para dejarle a Natalia y a Eva a su cuidado.
Nada más despertarlas, la obligué a darse un baño, a peinarse, y a pintarse, ya que las quería en plena forma.
Os necesito guapas-, les dije, mientras les elegía la ropa.
Encantadas con la idea, esperaron ilusionadas que les dijera que es lo que debían de ponerse. Por eso, creo que quedaron un poco decepcionadas cuando les mostré su vestimenta, la cual consistía en un collar de cuero y un conjunto muy sexy de sumisa, con el sujetador y el cinturón de castidad a juego.
La primera en vestirse fue la mayor. Eva, con sus grandes pechos y hermosas caderas, estaba perfecta. Esa noche había hecho uso de ella, pero al verla con ese atuendo, me empecé a poner bruto. Sólo el saber que tenía que vestir a Natalia, evitó que la tomara allí mismo. Ésta tampoco tenía desperdicio. Con su metro setenta, su piel blanca contrastaba con el negro del cuero, dotándola de una morbosidad fuera de lo común. Todavía no le había terminado de atar el cinturón, cuando con su cara de no haber roto un plato, me pidió que al volver la eligiera a ella, quería ser mi favorita esa noche.
Sonreí al darme cuenta que las estaba subyugando poco a poco, y llevándolas a la cocina, les dije:
Tenéis diez minutos para desayunar, y hoy os voy a dejar que os llevéis al cuarto toda la comida que queráis, pero debe ser rápido-.
Las muchachas no comieron, sino devoraron, recordando las penurias pasadas. De tal manera que pensé que les podía sentar mal, tamaña ingesta. Satisfechas, las llevé cada una a su cuarto, pero antes de cerrar sus puertas, les di a cada una, un consolador y un vaso, diciéndolas que esa noche cuando volviera a casa, debían de llenarlo de flujo, y que la que consiguiera más cantidad, iba a tener premio.
Todavía me estaba riendo al coger el coche, pensando en como las muchachas se iban a masturbar durante todo el día, intentando ordeñar sus coños al hacerlo, de manera que al retornar, me las iba a encontrar exhaustas y calientes. Pero sobre todo, que de esa forma, no iban a tener tiempo de pensar. “Soy malo”, me dije, disfrutando de la excelente idea que había tenido.
Al llegar a la oficina, el trabajo se me había acumulado, por lo que me pasé toda la mañana firmando pedidos y autorizando presupuestos. El tiempo voló y casi sin darme cuenta ya era la hora de comer. Isabel, mi secretaria, llegó con una bandeja de sandwiches.
-Fernando, ¿quieres algo más?-, me preguntó antes de irse.
Algo en su actitud, me hizo levantar la cara de mis papeles, y viendo que era ella, quien quería decirme algo, le pedí que se sentara.
-¿Qué te ocurre?-.
Se puso colorada, al saber que me había dado cuenta, y bajando la mirada me respondió:
-Disculpa, pero quería saber como te iba con las dos hermanitas-.
Era eso, recordaba como se había excitado oyendo los castigos que había inflingido a las dos mujeres el día anterior, y ahora, venía a que le siguiera contando más.
-¿Quieres escuchar como hice que Natalia azotara a su hermana?-.
La sola idea de pensar en ello, provocó que sus pezones se erizaran bajo la tela, y la muchacha totalmente ruborizada, no pudo más que reconocer que era lo que buscaba.
-¡Desabróchate dos botones!-
-¿Como?-, me respondió protestando.
-Si esperas que te cuente todo sin nada a cambio, ¡vas jodida!-
Estuvo a punto de levantarse indignada, pero tras pensárselo durante unos segundos, se llevó la mano al escote y aflojándose la blusa, retiró dos botones de sus ojales. Como ya conté Isabel era una mujercita regordeta, pero atractiva a la vez, y al hacerlo, su canalillo perfectamente formado tras un sujetador de encaje, quedó a la vista.
-¿Por donde empiezo?-
Por el principio-, me contestó, cerrando involuntariamente las piernas.
Sin darle tiempo a pensar, me coloqué detrás de ella, y posando mis manos en sus hombros, empecé a explicarle como las había hallado después de más de veinte horas sin comer y unas diez sin beber. Mi secretaria no dijo nada, su mente sólo estaba centrada en mis palabras, en como les había derramado el agua en sus cuerpos, obligando a las dos muchachas a absorberla de sus propios sexos.
-¡Que excitante!-, me alcanzó a decir, mientras ya sin ningún reparo le acariciaba el cuello.
-Quítate la camisa-, le susurré al oído.
Isabel estaba con la mirada ausente, debía de estar meditando acerca de lo bajo que iba a caer si me obedecía. Pero cuando ya pensaba que se iba a negar, mi secretaria suspiró y manteniendo la cabeza gacha, se despojó con rapidez de su blusa y de su sujetador. Sonreí al percatarme que se había desnudado totalmente de cintura para arriba, y eso era mucho más de lo que le había pedido.
Sus enormes pechos se me antojaron atractivos, y sin medir las consecuencias me apoderé de ellos, sopesándolos con mis manos. No hubo rechazo, al contrario se acomodó hacia atrás en la silla, para facilitarme el hacerlo. La muchacha se estaba calentando a marchas forzadas, con los pezones erizados, me pidió susurrando que siguiera.

La situación se estaba convirtiendo en algo muy fuerte, y previendo su curso, decidí cerrar la puerta de mi despacho. Al volver a su lado, directamente le pellizqué un pezón. Jadeó sorprendida, pero cogiendo mi otra mano se la llevó al pecho libre, para que repitiera la operación. Esta vez, como si estuviera sintonizando una radio, retorcí sus pezones, escuchando sus primeros gemidos de placer.
-¿Te gusta?-.
Con la respiración entrecortada, me respondió afirmativamente.
-¡Quiero ver como te masturbas!-
No tuve que repetírselo. Isabel abriendo sus piernas, se introdujo la mano bajo la falda pasando su dedo por encima de la braga, mientras yo alucinaba de su calentura. No había marcha atrás, y ella lo supo cuando separándome de ella, acerqué mi silla, para verlo mejor. En ese momento quiso parar, quizás cortada, pero dándole un tortazo le dije que no le había dado permiso para hacerlo.
Era la primera bofetada que le daba, pero no iba a ser la ultima, ya al contrario de la lógica le había excitado, y quitándose el tanga, se afanó en ser observada. Sus rollizos muslos terminaban en un sexo totalmente depilado. Pude ver, como se abría los labios, y se concentraba en su clítoris, mientras no dejaba de mirarme. En pocos minutos, ya olía a sexo, y sus gemidos se escuchaban en la habitación.
Fue el momento que elegí, para despojarme de mi pantalón, y acercando mi sexo a su boca, le ordené que me mamara sin dejar de pajearse. Sentada, con las piernas abiertas y con su mano torturando su pubis, abrió la boca para recibir mi extensión. Dejé que llevara el ritmo, acariciándole la cabeza. Su lengua era una experta recorriendo los pliegues de mi glande, de manera que rápidamente todo mi pene quedó embadurnado con su saliva, y la muchacha forzando su garganta, se lo introdujo lentamente.
Me encantó, la forma tan sensual con la que se lo metió, ladeando su cara hizo que rebotase en sus mofletes por dentro, antes de incrustárselo. Noté como se corría, sus piernas temblaban al hacerlo, pero en ningún momento dejó de masturbarme, era como si le fuera su vida en ello. No soy un semental de veinticinco centímetros, pero mi sexo tiene un más que decente tamaño, y aún así, la muchacha fue capaz de metérselo por entero. Por increíble que parezca, sentí sus labios rozando la base de mi pene, mientras mi glande disfrutaba de la presión de su garganta.
Fue demasiado placentero, y desbordándome dentro de ella me corrí, sujetando su cabeza al hacerlo. Mi semen se fue directamente a su estómago, porque Isabel no trató de zafarse, sino que profundizando su mamada, estimuló mis testículos con las manos para prolongar mi orgasmo.
-¡Fernando!-, me dijo feliz, al sacar mi pene de su boca,-tienes el miembro tan rico como me imaginaba-.
Su lujuria me dio la idea, y levantándola de la silla, mientras la terminaba de desnudar, le dije:
-¿Te apetece ayudarme con dos putitas?-.
-¿Qué tengo que hacer?-
-Por ahora, disfrutar-, le respondí mientras la inclinaba sobre mi despacho, dejando su trasero sensualmente dispuesto.
Su culo era enorme, pero bien formado. Separando sus dos nalgas, descubrí una entrada todavía virgen. Era rosada, cerradita y mía, saber que estaba a mi disposición me provocó una brutal erección. Isabel lo notó al instante, y cogiéndose ambos cachetes con las manos, me pidió que lo hiciera con cuidado.
Pasé mi mano por su sexo, y recolectando un poco de su flujo, lo unté en su hoyuelo. La muchacha, más alterada de lo que era normal, se tumbó directamente en la mesa, dejándome hacer. Con un dedo recorrí sus bordes, antes de introducirlo en su interior. Era tentador, pero no quería destrozarla por lo que me entretuve en relajarlo antes de meter el segundo. Escuché un jadeo. Le dolía pero no se quejaba, lo que me dio motivos para continuar. Forzando un poco sus músculos, fui encajando y sacando mis dedos hasta que desapareció la resistencia, entonces y solo entonces, acerqué mi glande a su entrada.
Durante unos instantes, jugueteé acariciándolo, y al percatarme que estaba lista, posé mi manos en sus hombros y le introduje la cabeza. Chilló de dolor al sentir violado su recto, creo que incluso derramó unas lágrimas, pero no se rajó, al contrario echándose para atrás, obligó a mi pene a empalarla con su consentimiento. Lo hizo tan lento, que me dio tiempo a notar, como toda mi extensión iba rozando las paredes de su ano, destrozándolo. Mordiéndose los labios, aguantó el dolor de sentirse desgarrada. Con mi sexo completamente en su interior, esperé a que se acostumbrara.
-¿Lista?-, le pregunté.
Al no contestarme, deduje que lo estaba, iniciando mi ligero trote. A Isabel nunca le habían echo un anal, y por eso le dolió brutalmente al principio, pero después de unos minutos, con el esfínter ya relajado empezó a disfrutar. Me di cuenta de ello, cuando bajando su mano, se empezó a masturbar. Sabiendo que era el momento, le azucé dando un azote en su trasero.
Fue como si se desbocara mi gordita, berreando como una hembra en celo, movió sus caderas violentamente hacia atrás, clavándose hasta el fondo mi herramienta. Gritando me pidió que la ayudara, y entonces comprendí que le excitaba el maltrato, y dándole una tanda a modo de aguijón, conseguí que su cuerpo adquiriera un ritmo infernal. Sus pechos se bamboleaban al compás de mis penetraciones y sus carnes oscilaban como un péndulo, mientras ella se desgañitaba chillando su placer.
Su orgasmo me empapó de arriba abajo, ya que de su sexo manó su flujo en demasía, recorriendo sus piernas, de modo que cada vez que chocaba contra su trasero, salpicaba por todos lados. Su brutal reacción terminó de excitarme, y uniéndome a ella, le regué con mi semen todos sus intestinos.
Agotados, quedamos unidos por nuestros sexos, mientras descansábamos del esfuerzo. Y sólo cuando nuestras respiraciones ya eran normales, ella separándose de mí, se arrodilló a limpiar con su boca mi pene. Era increíble, una máquina, usando su lengua retiró rápidamente todos los restos de nuestra lujuria, y al terminar como si no hubiese pasado nada se vistió sin hablar. Pero justo, cuando ya salía por la puerta, se volvió para decirme:
-¿A qué hora?-.
La muy zorra no se había olvidado de mi promesa, y riendo le contesté:
-A las ocho, pero tráete ropa, te vas a quedar por lo menos una semana-.
-¿Y el trabajo?-
-Soy tu jefe, ya veré que me invento-.
Meneando sus caderas, salió del despacho, no sin antes prometerme que no me iba a arrepentir. Poniéndome manos a la obra, llamé al departamento de personal de la compañía, para advertirles que Isabel iba a ser trasladada durante un mes a Barcelona, por lo que debían de preparar sus dietas. De esa manera, nadie la iba a echar de menos durante un mes, dándome tiempo para adiestrar de manera conveniente tanto a las hijas de mi jefe, como a mi más reciente adquisición.
Lo que no tenía claro, es cual iba a ser el papel de mi secretaria, porque le gustaba demasiado recibir azotes. Pero algo si era seguro, fuera cual fuese su participación, es que se había ofrecido voluntaria, por lo que me podía fiar de ella. Meditando sobre ello, pensé que detrás de una buena masoquista, se podía descubrir a una buena sumisa o a la domina más cruel. Cerrando mi ordenador, me dije que lo iba a saber en pocas horas.
Al salir de la oficina, me entretuve comprando en un sex-shop los artilugios que me faltaban, no en vano, aunque el viejo tenía todo un arsenal, era insuficiente al estar pensado para una pareja, y a partir de esa noche íbamos a ser cuatro. Llevaba años sin entrar en un tugurio parecido, y por eso me quedé pálido al observar hasta donde podía llegar la imaginación perversa de los fabricantes. Obviando el hecho de que había muchos instrumentos cuya finalidad no entendía, me maravilló observar la exageración del tamaño de muchos de ellos, siendo el culmen una verga que imitaba el sexo de un burro, con más de cincuenta centímetros de largo y al menos diez de ancho. También había otros, en los que mi sorpresa era lo retorcido de su uso, y que sólo una mente sádica podía haber diseñado, como una especie de ataúd, con clavos donde encerrar a una esclava.
No sé cuanto tiempo pasé dentro del local, pero mucho, cada estante tenía una novedad, de forma que cuando fui a pagar, el palo que di a mi tarjeta de crédito fue de órdago, más de dos mil euros. Al llegar a casa, cargado con tres bolsas, Isabel me estaba esperando en la puerta. Venía vestida como al mediodía, pero al ver el tamaño de su maleta, comprendí que me había hecho caso y que traía ropa suficiente para su estancia.

Lo primero que hice, fue mostrarle la casa, donde estaba el comedor, la cocina y los diferentes salones, dejando para el final lo más importante que eran las dos muchachas. A propósito, alargué el momento invitándole una copa, ella tomaba ron, por lo que mientras se sentaba en el salón, le expliqué que quería.

Mira, Isabel, como te dije esta mañana necesito ayuda, no puedo mantenerlas eternamente atadas, y me vendría estupendamente alguien que me relevara cuando no estoy-.
-Sólo tengo una duda, ¿voy a poder hacer uso de ellas?-.
Soltando una carcajada, le contesté:
Claro, deberás participar en su adiestramiento, tendrás barra libre cuando no esté yo, pero en mi presencia siempre tendrás que obedecerme-.
-Eso no será difícil-, me contestó en plan coqueta, –me imagino que la obediencia, también será sexual-.
-Sexual, oral, anal, y mental. A todos los efectos serás mi esclava, pero ellas tendrán que tratarte como su maestra, ¿comprendido?-.
-Si, amo-, dijo sonriendo,- creo que si me vas a presentar, será mejor que me cambie antes, no vayan a tener una idea equivocada de mi función-.
Su completa aceptación, me satisfizo. Isabel no sólo me iba a ayudar, sino que había aceptado voluntariamente ser mi esclava. Las próximas semanas iban a resultar placenteras, me dije, mientras aprovechaba para ir a por las dos muchachas, que ignorantes de su destino me esperaban cada una en un cuarto. Lo primero de lo que me di cuenta era que ambas habían cumplido mi orden y orgullosas me mostraron que el vaso con su flujo estaba lleno, pero además se había producido un cambio, las dos estaban perfectamente aseadas, peinadas y hasta pintadas, luego poco a poco se iban acostumbrando al nuevo rol que les había impuesto.
Sin explicarles que les tenía preparado, las llevé al salón. Ellas pensaron que era el premio a su diligencia, no suponían que les iba a presentar a su nueva ama y compañera, por lo que cuando les dije que se sentaran, creyeron que su suplicio había terminado. Por eso cuando les serví una copa, esperando a Isabel, Natalia me preguntó si podía quitarse el collar. No pude contestarle por que en ese mismo momento, mi secretaría entró en la habitación, vestida totalmente de cuero con un corsé que realzaba sus curvas, dotando a sus enormes pechos de un siniestro atractivo, al estar comprimidos por un sujetador con forma cónica.
Tanto Eva como su hermana menor se quedaron calladas, al verla entrar. Realmente, disfrazada de esa forma era una mujer impresionante. Tras ese atuendo, se adivinaba a una hembra seductora y fascinante, segura de su feminidad, cuya silueta rellenita, lejos de causar rechazo, tenía una belleza singular.
-Amo, ¿me permite explicarles que hago aquí?-, me dijo sabiendo mi respuesta por anticipado.
La rapidez con la que entró al meollo de la cuestión, me sorprendió, y haciendo un gesto con la cabeza, le autoricé a dirigirse a ellas.
-Zorritas, mi nombre no os importa, pero a partir de ahora deberéis dirigiros a mí como Maestra. Mi amo me ha ordenado que os enseñe las bondades de la sumisión. Debéis estar agradecidas, por que vais a descubrir lo maravilloso que es la entrega total-, para aquel entonces las muchachas se abrazaban asustadas, y con los ojos fijos en Isabel seguían sus instrucciones sin pestañear. –Una mujer que no ha probado la subordinación a un ser superior, no ha disfrutado del sexo-.
Hizo una pausa antes de proseguir, y yo viendo que mi función iba a ser la de mero observador, decidí ponerme una copa. Estaba sirviéndome los hielos, cuando escuché:
-Un amo no debe mancharse las manos teniendo tres sirvientas. ¡Tú! , la rubia, levántate y ponle su whisky. Lo toma con mucho hielo-.
No tuvo que ordenárselo dos veces, Natalia levantándose de un salto, llegó corriendo a auxiliarme, mientras su hermana se quedaba sola en manos de la mujer. Estaba nerviosa, sus manos temblaron al echar los hielos en el vaso, y susurrándome me dijo:
-Amo, ¿acaso está enfadado conmigo?-.
-No, preciosa, es por vuestro bien. Verás como en unos días me agradeces el haberos traído alguien que os enseñe-.
Isabel esperó que la niña volviese a su lugar para seguir hablando:
Antes de nada, os voy a enseñar a permanecer en posición de sumisa-, les dijo obligándolas a arrodillarse, con el cuerpo y los brazos echados hacia delante, de manera que sus culos quedaron en pompa, en disposición de ser usados. No le costó ningún esfuerzo ponerlas así, quizás debido al miedo o quizás por el interés de aprender algo nuevo, las muchachas dócilmente aceptaron sus órdenes. Contenta, por el resultado, siguió diciendo mientras les acariciaba con una fusta: –Este mundo está dividido entre amos y sirvientes, los primeros han nacido para mandar y ser obedecidos. Puede parecer que es el papel ideal, pero estáis equivocadas, porque jamás podrán liberarse del poder y disfrutar realmente de la vida. En cambio, las sirvientes, al no poder decidir por nosotras mismas, podemos lanzarnos al disfrute sin pensar en las consecuencias-.
Creo que fue entonces, cuando realmente empezó la clase, ya que eligiendo a Eva y recorriendo con la fusta los bordes de su sexo, dijo:
-Fijaros, ahora estoy acariciando a esta perra. Mientras ella sólo tiene que concentrarse en lo que siente, yo debo de decidir que hago. Por ejemplo, tengo dos posibilidades, o azotarla o penetrarla-, y dirigiéndose a la hermana preguntó, -¿qué quieres que haga?-.
Natalia, apiadándose de ella, respondió que penetrarla. Su maestra separando los labios de la mujer, le introdujo el instrumento duramente hasta que chocó con la pared de la vagina. Eva, indefensa, se retorció al sentirse violada. Mi secretaría sacando y metiendo la fusta, la estaba follando, de modo que en pocos instantes los chillidos de Eva se fueron transformando en placer. Viéndola disfrutar, volvió a preguntarle a la hermana, que venía a continuación. Ésta, levantó los hombros sin saber que responder, por lo que tuvo que ser Isabel quien le dijera que le pellizcara en ambos pechos.
La rubia, medio excitada ya, se acercó y agarrando los pezones de la otra, los torturó con saña, mientras su maestra sin dejar de mover la fusta, empezó a azotar el trasero de la sumisa con una mano. Eva no pudo resistir el notar como era violada, pellizcada y azotada, por lo que pude oír como se corría entre grandes gritos. Su coño rebosando de flujo, se licuó mientras pedía que no pararan.
Entonces, Isabel dio por terminada la primera lección diciendo:
-¿Quién ha disfrutado?, ¿Eva o nosotras?, ¿la sumisa sólo sintiendo?, o ¿Natalia y yo actuando?-.
Con la respiración todavía entrecortada, Eva respondió que ella.
-Lo veis, es mejor servir que actuar-.
En sus miradas supe que, aunque todavía no habían aceptado plenamente, había nacido la duda y sólo era cuestión de tiempo que ambas mujeres se convirtieran, en sus manos, en perfectas esclavas. El morbo de verla dando una cátedra me empezó a calentar, pero sabiendo que no podía intervenir, me mantuve en un segundo plano.
Sentado en el sofá, terminándome la copa, me dispuse a disfrutar de la segunda lección. Esta vez, no eligió a una de las dos, sino que sacando de la bolsa del sex-shop, unas cuerdas, las ató tumbadas sobre la alfombra, de modo que eran incapaces de moverse, con sus culos levantados, y sus sexos expuestos.
-Ahora, vais a aprender el placer de la inmovilización-, les dijo mientras colocaba en sus cuerpos dos cinchos, cuya principal virtud era el tener un enorme consolador adosado, y con él que las penetró,- No debéis correros, ni intentar disfrutar, nada más tenéis que sentir como os calienta y evitar el orgasmo, cuanto más duréis mayor será la recompensa. La primera que se corra, será azotada-.
En la habitación sólo se oía la vibración de los dos aparatos, ninguna de las dos mujeres se movía, creo que incluso ni respiraban, temerosas de defraudar a su maestra. Si verlas en esa posición era excitante, más aún fue ver a Isabel gateando hacia mí, diciendo:
-¿Le gusta a mi amo como las enseño?-.
Sus pechos se bamboleaban hacia los lados, mientras su dueña se acercaba a mí. Sus propios pezones, totalmente erectos, me gritaban que los tocase, pero no era el momento, debía permanecer quieto demostrando quien mandaba. Al llegar a mí, adoptando la posición que les había mostrado, apoyó su cabeza en mis piernas. Mi pene se alborotó por su cercanía, pero no dije que me lo sacara, sabía lo que quería y no pensaba complacerla fácilmente, quería que sufriera un poco.
De esa manera, estuvimos contemplando a nuestras dos siervas. Ninguna hacía demostración de lo que sentía, pero tanto Isabel como yo sabíamos que en ese momento sus sexos estaban hirviendo y que sólo era cuestión de tiempo que una o las dos se corrieran. Pudimos percatarnos de los primeros efectos de tanta estimulación , Natalia, sin poder reprimir unos ahogados jadeos, fue la primera en moverse, pero corriendo a su lado mi secretaria de un sonoro bofetón le cortó de cuajo el orgasmo. La sensación de poder me hizo soltar una carcajada y sacando mi pene de su prisión, le ordené que me complaciera.
Me sorprendió ver la cara de felicidad que puso al volver a mi lado, y sin esperar ninguna otra orden, se apoderó con sus manos de mi miembro.
-Con la boca-
-Si, amo-, me respondió sacando su lengua, y recorriendo sensualmente toda mi extensión.
No quise esperar y, cogiéndola del pelo, forcé su garganta al introducirla por completo dentro de ella. No se quejó, creo que se lo esperaba, de manera que permaneció con mi pene incrustado, esperando mis mandatos.
-Usa tu boca como un coño-, le ordené.
Dicho y hecho, sacándoselo, lo besó, para acto seguido metérserlo, y repitiendo la operación consiguió hacerme creer que la estaba penetrando, en vez de estar recibiendo una mamada. Era increíble, el sentir como su garganta presionaba mi glande. La mujer era una experta, rozándose, como una perra, contra mis zapatos se masturbaba en silencio. Su cara era todo lujuria. Con los ojos cerrados, parecía estar concentrada en disfrutar de la sensación de ser usada oralmente, sin dejar de moverse a mis pies.
-¿Qué desea mi esclava?-, pregunté.
-Servirle-.
Su respuesta me hizo recapacitar sobre su verdadera personalidad. La conocía hacía años, y durante ese tiempo jamás me había llevado la contraria, es más cuando estaba equivocado, me lo hacía saber de una forma tan sutil, que al final la rectificación parecía haber surgido de mí y no de ella. Me di cuenta que su vena sumisa la llevaba incluso al aspecto profesional, aceptando y maniobrando a mis espaldas, evitando siempre el enfrentamiento directo. Realmente, no conocía a Isabel.
-¿Eres bisexual?-.
-Hasta ahora, ¡ no!, pero seré lo que quiera mi dueño-, me contestó.
-Si quiero-.
Debía convertirse en la jefa del harén, no es que lo necesitase, pero me complacía la perspectiva de tener un firme aliado para controlar a tanta mujer, por lo que debería disfrutar de sus siervas. Recapacitando sobre ello, sentí que me iba a correr en su boca, y no era lo que quería, por lo que separándola le dije:
-Quiero verte con una de ellas, ¿quién prefieres?-
Tardó en contestarme, creo que dudó al elegir. Por una parte estaba Natalia con su cuerpo casi adolescente, y por la otra Eva con sus curvas y grandes pechos. No era una elección fácil, ya que ambas tenían su atractivo.
-La que me elijas, estará bien-
-Entonces, las dos-, su gesto me hizo saber que aceptaba gustosa mis órdenes, y más cuando le exigí que las llevara a mi cama, ya que si iba a gozar, mejor que lo hiciera cómoda,-suéltalas pero no le quites los cinchos, no quiero que se enfríen-.
Rápidamente, les quitó sus ataduras, manteniendo el cinturón con el consolador incrustado en sus cuerpos, de manera que al andar parecían que se acababan de bajar de un caballo. Ambas muchachas sudaban del esfuerzo continuado por no correrse. Me excitó verlas seguir a su maestra con la cabeza gacha, pero con la mirada plagada de deseo.
-Tumbar a vuestra maestra-, les ordené.
Sin vacilar, agarraron a Isabel y la echaron sobre el colchón.
-Inmovilizadla-, dije, lanzándoles cuatro ataduras que especialmente había comprado esa misma tarde, las cuales consistían en cuatro sujeciones a la cama, diseñadas para atar a la sumisa con unos brazaletes de cuero que se ajustaban con una hebillas corredizas.
Las caras de las muchachas eran de dicha, iban a poder abusar de su dueña y encima con mi consentimiento. No tuve que ordenarles lo que tenían que hacer, porque nada más atarla, se lanzaron como posesas a chupar y pellizcar sus pechos, mientras sus manos acariciaban el inmóvil cuerpo de mi secretaria. Era alucinante verlas apoderándose de su piel, parecía como si les hubiesen inyectado un afrodisiaco. Las dos hermanas competían en ser la que más excitara a la mujer, de manera que Isabel no tardó en notar los primeros síntomas del orgasmo.
-Tienes prohibido correrte hasta que yo te diga-, le susurré al oído.
Al oír Natalia y Eva mi orden, incrementaron sus caricias con el objeto de hacerla quedar mal. Pero la más perversa, a gran distancia de su hermana, fue la mayor que agachándose sobre el sexo cautivo de mi secretaria, le separó sus labios y cogiendo con los dientes su clítoris, empezó a mordisquearlo mientras la penetraba con los dedos.
-Toma-, le dije extendiéndole un estimulador anal, –úsalo como te gustaría que ella lo usase-.
Eva entendió a la primera, y metiéndoselo en la vagina, lo lubricó, para que no le doliera en exceso antes de introducírselo por el ano. Su maestría me confirmó, que de las dos era la que más inclinaciones lésbicas tenía. La muy perra estaba disfrutando incluso más que su victima, y sin poderse aguantar se corrió con grandes gritos, mientras no dejaba de maniobrar en el cuerpo de la mujer.
Tanta excitación me afecto, y quitándole el cincho a Natalia le puse a cuatro patas, penetrándola de un solo golpe. Gimió al sentirse llena, y como loca me pidió que acelerase. No tenía que pedírmelo por que mi propia calentura me hizo hacerlo, cogiéndole de los pechos y apuñalando con mi pene su ya bien mojada cueva, conseguí que se corriera.
-Por favor, amo-, chilló Isabel, viendo que le dominaba el placer.
Córrete!-, le dije apiadándome de ella.
Fue una explosión, berreando y reptando sobre las sábanas, gritó su placer, llenando la boca de su sierva de su flujo, la cual satisfecha de hacer conseguido su propósito se afanó en beber el resultado de sus caricias, de forma que prolongó el éxtasis de la mujer.
Sólo faltaba yo, pero no quería hacerlo en Natalia, Isabel se merecía el ser inseminada, por lo que quitando a Eva de su sexo, coloqué mi miembro en su entrada, y jugando con su clítoris, se lo introduje hasta el fondo. No me esperaba lo que ocurrió a continuación, ya que contra todo pronóstico la hermana mayor cogió a la pequeña y poniéndola en posición de perrito, la forzó analmente, mientras le azotaba el trasero. La cueva de mi secretaría me recibió totalmente mojada, pero a la vez con una suave presión que hizo mis delicias, y más cuando asiéndome de sus pechos le oí decir:
-Esto es lo que deseaba desde que le conocí, mi querido amo–.
La aceptación de su deseo y los gritos de Natalia al correrse por segunda vez, me llevaron al orgasmo y derramándome en su vagina, le llené de mi simiente mientras le gritaba mi deseo de preñarla. Incapaz de callarme mientras explotaba en su interior, le hice saber que debía dejar de tomar anticonceptivos, que si regordeta me gustaba, embarazada me iba a encantar. Mi imaginación volaba, idealizando las posturas que iba a tener que efectuar para penetrarla con una panza germinada.
Creo que a ella, le ocurrió lo mismo, por que me contestó que si yo quería me iba a dar familia numerosa, mientras de su cueva manaba el fruto de su gozo.
Exhausto, me desplomé sobre ella. Y usando sus enormes pechos como almohada, descansé mientras me recuperaba. Entonces la oí quejarse, no podía respirar, por lo que ordené a las dos hermanas que la soltaran y se despojaran de sus cinchos.
-¿Como nos colocamos?-, me preguntó Natalia.
-Una a cada lado –, ordené, de manera que se puso Eva a mi vera y ella, a la de Isabel.
“Debo de hacerme una cama a medida”, pensé al darme cuenta que aún siendo de dos por dos, quedaba estrecha para cuatro personas. “No sé que voy a hacer cuando vuelva el viejo, me he acostumbrado a lo bueno”. Inconscientemente, abracé a Eva, quizás como una forma de asegurar mi dominio.
Ella al sentir mi brazo, apretándola contra mi cuerpo, levantó su cara y susurrándome al oído me dijo:
-Amo, si usted quiere, a mi también me encantaría darle un hijo
Desde el otro lado de la cama escuché a Natalia gritar:
Yo al ser la más joven, le daría un heredero más fuerte-.
Sin dar crédito, las tres mujeres empezaron a discutir quien debía preñarse antes. En menudo lío me había metido, si no las ataba corto iba a tener un equipo de fútbol, por lo que estuve a punto de hacerlas callar, pero entonces pensé: “ Quieto que por fin, has conseguido adiestrar a Isabel y a las hijas de mi jefe”, y levantándome de la cama, dejé que se enzarzaran en una pelea, esperando sólo que si llegaban a las manos, al menos sus lesiones no fueran permanentes.

Relato erótico: “Historias de un ascensor 02: Compañeros de oficina” (POR TALIBOS)

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HISTORIAS DE ASCENSOR 02: COMPAÑEROS DE OFICINA

–          Planta décima. Contabilidad.

La impersonal grabación del ascensor anunció, como todas las mañanas, que habíamos llegado a nuestro destino.

–          ¡Los pringados de contabilidad! – exclamó una voz anónima, provocando una risilla generalizada.

También, como todas las mañanas, algún gilipollas de las plantas superiores se burlaba de nosotros, los pobrecitos currantes que éramos, según el jefe de personal, “el pegamento que mantenía unida la empresa” y según el resto de empleados, los cabrones que les recortaban la cuenta de gastos, limitaban los presupuestos de proyectos y les congelaban la paga de Navidad. Como si fuera culpa nuestra y no de los de arriba.

Éramos como zombies apaleados, eso sí, vestidos elegantemente debido al código de vestimenta de la empresa, traje para ellos, con algo más de libertad para ellas, obligados a usar las malditas corbatas que nos ahogaban, no fuera a ser que llegara suficiente aire a nuestros cerebros, cosa que los jefes no podían permitir.

Como todos los días, me abrí paso como pude entre el gentío que abarrotaba el ascensor. Era un montacargas enorme, pensado para llevar unas 20 personas, pero allí dentro viajábamos muchos más. Cualquier día iba a haber una desgracia.

Yo iba codo con codo con Dani, un compañero de fatigas y el tipo más vicioso y descarado de toda la empresa (de nuestra sede y de las demás esparcidas por el mundo. Estoy seguro) tratando de salir del habitáculo. Y justo delante de nosotros… Estaba Carlota.

No me llegan las palabras para describir lo buena que está. Morena, ojos azules, curvas redondeadas… no importa. Imagínense la tía más buena que conozcan y denle la misma nota a Carlota. Y entonces… súbanle un par de puntos más.

–          Venga, pringados, daros prisa, que es para hoy – insistió la insolente voz anónima.

Aquello fue demasiado para Daniel.

–          Sí, Antúnez, seremos unos pringados – retrucó Dani dándose la vuelta – Pero en nuestra planta tenemos a pibas como esa – añadió haciendo un gesto hacia Carlota, que se alejaba, ya fuera del ascensor, ajena a todo – mientras tú y tu amiguita Pablo os la chupáis el uno al otro en los lavabos de ejecutivos.

Y se dio la vuelta saliendo por fin. Como siempre, envidié su aplomo y su descaro. Me habría encantado ser capaz de soltarle una así al imbécil de Antúnez (antes dije voz anónima, pero mentí; yo también le había reconocido).

Por fin logré salir  en medio de las risas, esta vez más francas, que se habían desatado en el habitáculo. Me volví en un último intento de verle la cara a Antúnez, pero las puertas se cerraron tras de mí y me quedé con las ganas.

–          Gilipollas – dijo Dani a mi lado.

–          Sí – coincidí dándole una palmada en el hombro – Pero le has parado muy bien los pies.

–          Cualquier día le meto dos ostias

Yo me reí, sabiendo que Dani no lo decía en serio. Para eso estaba la cosa, para cascar a uno de los de inversiones y que te pusieran en la puta calle.

–          Venga vamos al tajo – dije resignado.

–          ¿Al tajo? Yo voy a ver si me ligo a Carlota. Coño, que ya le tengo ganas.

–          Qué iluso eres – le respondí riendo.

Y entramos en el departamento de contabilidad como todos los días, con él bromeando sobre las ganas de tirarse a Carlota que tenían tanto él como el Papa de Roma. Bueno, el Papa no, porque no la conocía, pero si la conociera…

Aún riendo, me separé de Dani y me fui a mi mesa, mientras él se dirigía a la suya, en la otra punta de la sala. Nuestro departamento es bastante grande, casi 100 empleados,  todos hacinados en la sala principal, exceptuando a los 6 jefes de sección y al gerente que tienen despacho particular.

Cada uno disponemos de una mesa propia, separados de los demás por unas paredes bajas, formando habitáculos, para que no nos distraigamos durante las horas de trabajo hablando con los compañeros, faltaría más.

Pero el mío era especial.

Debido a la orientación de mi mesa y a la ubicación de las paredes, la entrada me permitía una visión perfecta del escritorio de Carlota, que quedaba de perfil a mí, por lo que podía mirarla a placer sin que ella se diera cuenta siempre que me apetecía. Y no se crean, que durante las interminables jornadas laborales poder echarle una miradita a semejante Venus no era algo despreciable.

De hecho, había recibido más de una invitación, como el que no quiere la cosa, de algunos compañeros para cambiar de mesa. Creo que, si hubiera subastado mi sitio, me habría sacado un buen pellizco.

Como siempre, encendí mi ordenador, ordené los papeles sobre la mesa y me dispuse a trabajar, mirando con disimulo a la preciosa Carlota.

Joder, qué buena estaba. Ese día iba con una minifalda negra y medias del mismo color, y dada la posición de mi mesa podía admirar sus torneados muslos con tranquilidad. Sabía, por experiencias previas, que Carlota no podía verme sin girar la cabeza y, cuando eso pasaba, me bastaba con saludarla o hacerle un guiño simpático y la pobre no se enteraba de nada. Como nos llevábamos muy bien, siempre me regalaba una de sus encantadoras sonrisas y, cuando me devolvía el guiño, algo en mi interior se agitaba (más bien dentro de mis pantalones, pero bueno).

Leñe, me acabo de dar cuenta de que ni me he presentado. Me llamo David, aunque todos en el trabajo me llaman David. Je, je, qué chiste más malo. Quiero decir que me llama “Deivid”, ya saben, mi nombre en inglés. Es que somos muy chulos en contabilidad, qué se creen.

A estas alturas y releyendo lo escrito, me doy cuenta de que la imagen propia que les estoy ofreciendo es la de un salido impenitente. Y no es así. Ése es Dani. Yo soy un tipo tranquilo, felizmente emparejado con Jessica, mi novia desde hace 3 años, que, si bien no es tan espectacular como Carli (sí, la llamamos así para abreviar) es realmente guapísima. Pero qué quieren, soy humano y, ante semejante monumento, nadie me puede reprochar que lo admire embelesado. Bueno, Jessica sí que me lo reprocharía, así que mejor no le digan nada.

Bueno, a lo que íbamos. La mañana se presentaba como todas, monótona y aburrida, con montañas de números, presupuestos, recibos y facturas que repasar, con el único divertimento de mis furtivas miradas a Carlota. Qué sexy estaba, con esas gafas de montura negra que sólo se ponía en la oficina, concentrada en su labor mientras mordisqueaba un lápiz con aire distraído…

A media mañana, como todos los días, llegó la hora de la pausa para el café. Como siempre, Carlota me llamó con su voz dulce y aterciopelada para que fuéramos juntos a la sala de descanso. Y también como siempre, me pilló simulando estar totalmente concentrado en un informe, para obligarla a venir hasta mi mesa para avisarme.

–          Vamos, capullo, que se nos pasa la hora del café.

–          Sí, ya voy, tira tú delante.

No es que ella sea grosera, es que siempre andamos con ese tipo de bromas.

Simulando dejar mi mesa ordenada, permití que se adelantara unos metros, para poder observar su culito contoneándose mientras caminaba antes de alcanzarla. Noté las venenosas miradas de mis compañeros clavadas en mí, envidiándome por la suerte de compartir turno con Carlota para ir a la sala de descanso. Al fondo distinguí a Dani, que muy educadamente, alzó el dedo corazón de su mano derecha hacia mí, deseándome toda clase de parabienes.

Me di cuenta entonces de que el andar de Carlota era un poco inseguro, pues las piernas parecían temblarle un poco. En otras ocasiones, ya había percibido que le pasaba eso y ella me había contado a que andaba baja de glucosa y sufría pequeños vahídos.

–          ¿Estás bien? – le pregunté poniéndome a su lado, deseando que le diera un desmayo para aferrarla entre mis brazos.

–          Sí, sí – me dijo con voz temblorosa – Ya sabes, el azúcar…

–          Tranquila, tú siéntate en el sofá y yo te preparo un café bien cargado.

La sonrisa de agradecimiento que me dirigió hizo que me flaquearan las rodillas. A ver si al final iba a resultar ser yo el que se desmayaba.

Mientras preparaba café para Carlota y para mí, todos los buitres de nuestro turno en el área de descanso se abalanzaron sobre ella. El resto de chicas se miraban unas a otras con esa expresión que las mujeres saben poner tan bien, que puede traducirse por “Hombres” en tono despectivo.

Tras darle el café a Carli, me puse a charlar con Mari y Tere, dos compañeras, pues no quería formar parte de la jauría babeante que rodeaba a Carlota. Las dos son muy guapas, especialmente Tere, pero ya saben, cuando sale el sol… las demás estrellas se opacan.

Las dos son un encanto y sé que les caigo muy bien, sobre todo por esos ratos matutinos en los que hablo con ellas mientras los demás perros menean el rabo a los pies de su ama. Tengo fama de caballero en la oficina y no es inmerecida.

Ambas incluso han flirteado un poco conmigo a veces, pero yo no les seguía el juego, pues como dije antes, era muy feliz con mi novia.

Al rato, terminó el descanso y regresé a mi mesa charlando con Carli y, aunque ella caminaba muy despacio, me pareció que no estaba mareada, así que nos reincorporamos a nuestros respectivos puestos.

El resto de la mañana fue horroroso. El jefe de nuestra sección (Fernández) nos comunicó que había un problema con unas facturas, lo que en cristiano quería decir que nos tocaba echar horas extra.

No les describo la envidia que sentí cuando llegaron las dos y media de la de la tarde y todo el mundo empezó a desfilar hacia la salida. Dani me saludó alegremente y esta vez fui yo el que exhibió su dedo corazón.

Bueno, por lo menos Carlota también seguía allí.

A la pobre no le había gustado nada lo de tener que quedarse y había tratado de argumentar con el jefe que ese día no le venía bien. Él, un gay de cincuenta y tantos años, inmune a los encantos de la chica, le insinuó que los buenos empleados son los capaces de sacrificarse por la empresa y que allí sólo se quería tener a buenos empleados.

Blanco y en botella…

La pobre, que obviamente no se encontraba muy bien, tuvo que levantarse varias veces para ir al servicio. Yo, preocupado por ella, me distraje un poco, con el resultado de que fuimos los dos últimos en acabar nuestra tarea.

Eran más de las cuatro cuando por fin dejamos listo el informe y caminamos juntos hacia el ascensor. Carlota estaba un poco pálida.

–          Carli, ¿seguro que estás bien? Si quieres te busco un caramelo o algo para reponer azúcar.

–          Sí, sí – respondió ella un poco bruscamente – No te preocupes, es sólo que estoy cansada y con hambre.

–          Sí, lo entiendo, pero no tienes buena cara…

Era verdad. Caminaba incluso un poquito renqueante y tuvo que apoyar una mano en la pared mientras esperábamos el ascensor. Me di cuenta de que estaba sudando.

–          Planta décima. Contabilidad – se escuchó mientras las puertas del ascensor se abrían suavemente.

Carli casi se derrumbó dentro del habitáculo, con la respiración agitada, y se apoyó de espaldas en una pared, jadeando.

A esas alturas yo estaba preocupadísimo, seguro de que la pobre chica estaba sufriendo un ataque de algo. Iba a insistir en mi ofrecimiento de ayuda, cuando me di cuenta de que la joven estaba muy tensa, tratando de mantener los muslos bien apretados.

–          ¿Se estará meando? – pensé para mí.

Carli, aún apoyada contra la pared, se sujetaba a la barra que había en la misma con ambas manos, con tanta fuerza que los nudillos se veían blancos, mientras su cuerpo temblaba y ella se esforzaba en mantener bien apretadas las piernas.

Yo di un paso hacia ella y le puse una mano en el hombro, tratando de calmarla y de averiguar qué le pasaba. Al tocarla, ella se sobresaltó y dio un fuerte respingo, que la hizo dejar de apretar momentáneamente los muslos.

Y sucedió lo impensable.

–          ¡NO! – exclamó súbitamente Carlota mientras se estremecía.

Pero ya era tarde. Un extraño objeto golpeó el suelo del ascensor junto a sus pies, donde rebotó con un sonido sordo. Miré hacia abajo y me quedé atónito al observar cómo un consolador de notables proporciones yacía en el suelo, a los pies de mi compañera.

Como un rayo, ella se agachó para recogerlo y lo escondió tras de su espalda. Pero no importó, pues a esas alturas yo lo había visto perfectamente; su tamaño, su color, su  grosor, su textura imitando la piel de un pene… y sobre todo el extraordinario brillo de los jugos que empapaban por completo el juguetito, señal inequívoca de donde había estado metido hasta segundos antes.

No me extrañaba que le temblaran las rodillas.

–          ¡Dios, Dios, Dios, Dios…! – repetía Carli avergonzada a más no poder, hasta que la vocecilla pregrabada puso fin a su suplicio

–          Sótano 2. Garaje.

Las puertas se abrieron y Carlota salió disparada hacia su coche, sin decir ni siquiera adiós, dejándome mudo y anonadado observando cómo se alejaba. Tanto tardé en reaccionar, que las puertas del ascensor se cerraron y tuve que pulsar el botón para volver a abrirlas.

–          Parece que ya no cojea – dije para mí mientras caminaba hacia mi coche, aún en estado de shock.

El trayecto hasta mi casa se pierde en una nube de confusión; no me acuerdo de nada, lo mismo podría haber conducido hasta Vladivostok. En mi cabeza, lo único que había eran las imágenes, como fotografías, de lo que acababa de suceder en el ascensor: el consolador moviéndose levemente en el suelo, el brillo de humedad en la superficie de látex, la expresión avergonzada de Carlota…

Huelga decirles que llevaba una erección de campeonato; la tenía lista para echar puertas abajo si hacía falta.

Llegué a casa y metí el coche en el garaje. Me quedé dentro unos minutos, allí solito en los sótanos de mi edificio, encerrado en mi coche tratando de serenarme.

De lograr que se me bajara la empalmada, vaya.

Y no fue tarea fácil, no crean. A punto estuve de sacármela allí mismo y hacerme una buena paja, pero el sentido común prevaleció y el miedo de que algún vecino me pillara me detuvo.

Por fin, la “cosa” se calmó un tanto y pude ir hasta los ascensores, pero, en cuanto me vi encerrado en el habitáculo, el recuerdo de lo sucedido volvió a golpearme con fuerza y mi pene volvió a despertar dentro del pantalón.

Por fortuna, el ascensor viajó directamente hasta mi planta, la octava, sin que ningún vecino lo llamara, con lo que me ahorré pasar una vergüenza del copón.

Con mucho cuidado, tratando de no hacer ruido para que Jessica no me viera entrar en casa y se interesara por el motivo de la espontánea erección de su novio, hice girar la llave y entré en mi piso.

En silencio, colgué la chaqueta en el perchero y me descalcé, guardando los zapatos en el armario de la entradita. Miré en el salón pero no vi a nadie, así que supuse que Jessi estaría en el despacho, trabajando como siempre.

Jessica es abogada y trabaja para uno de los mejores bufetes de la ciudad. Es una profesional bastante respetada por sus jefes, lo que en este país significa que echa más horas que un reloj y no anda pidiendo aumentos de sueldo.

Sigiloso cual ninja, asomé el careto al despacho y la vi allí, como me esperaba, trabajando en su portátil. Mi idea inicial era infiltrarme sigilosamente tras las líneas enemigas y encerrarme rápidamente en el baño simulando un fuerte apretón de estómago. Así, con la excusa de hacer aguas mayores, podría agitar convenientemente mi manubrio para sacarme la excitación del cuerpo en la intimidad del cuarto de baño y luego presentarme ante mi novia argumentando que la cagalera me había imposibilitado para venir directamente a saludarla como hacía siempre. Hasta tenía pensada la frase para desviar cualquier sospecha… “Nena, es que me iba por las patas pabajo”.

Sin embargo, nada más verla, mis planes cambiaron de forma inmediata. Jessica estaba recién duchadita, a juzgar por su pelo mojado y estaba vestida únicamente con una de mis camisas, que le llegaba a medio muslo.

Conociéndola como la conocía, supe enseguida que, bajo mi camisa, la única prenda que mi chica usaba eran unas braguitas, pues le gustaba mucho ir cómoda por casa.

El plan de infiltración se fue inmediatamente al garete, siendo sustituido por el del ataque preventivo por la retaguardia… Además, su sola presencia así vestida, con ese aire intelectual tan sexy, bastaba y sobraba para justificar plenamente el estado de mi entrepierna.

Así que me aproximé en silencio con una sonrisilla maliciosa en los labios y preguntándome qué opinaría Jessica si le sugería que compráramos un juguetito como el de Carlota… como el del coño de Carlota, quiero decir.

Sigiloso como un gato, me aproximé por detrás a mi chica y la abracé, besándola cariñosamente en el cuello.

–          ¡UAAAAAAHHH! – chilló sobresaltada – ¡LA MADRE QUE TE PARIÓ! ¡CASI ME DA UN INFARTO!

–          No, no, no, cari – le dije sin soltarla ni dejar de besarla – Tantos años de facultad para acabar hablando como un carretero…

–          Suelta, imbécil, que casi me muero del susto. Tengo el corazón a mil…

–          ¿En serio? – dije con voz juguetona – Voy a tomarte el pulso. A ver, el corazón…

Para comprobar si lo que decía era verdad, deslicé mi mano por la pechera de la camisa, apoderándome suavemente de su seno izquierdo, que amasé levemente antes de pellizcar con dulzura el pezón, haciendo que Jessica emitiera un gemido tan sensual que las rodillas me temblaron.

–          ¿Qué haces idiota? ¡Estate quieto! ¿No ves que estoy trabajando?

Siguiéndole el juego a mi novia (pues sabía perfectamente que no estaba para nada molesta, si no, que alguien me explique por qué se le había puesto tan duro el pezón) saqué mi mano de la camisa y volví a abrazarla, besándola de nuevo, esta vez en la nuca, provocándole unas cosquillas que la hicieron estremecerse.

–          ¡Ayyyy, tonto! David, estate quieto que tengo que acabar esto.

–          ¿Qué pasa? – dije en tono burlón – ¿Es que no puedo saludar a mi novia? Seguro que entro y no vengo a darte un beso y te cabreas.

–          Vale, vale, sátiro, puedes darme por saludada. Ahora déjame un ratito, que tengo que acabar esto.

–          ¿Qué estás haciendo? – pregunté más por seguir pegadito a ella que por franco interés.

–          Repasar este contrato y escribir un informe sobre las cláusulas para el cliente. Un rollo macabeo.

–          Venga ya, no será para tanto – bromeé.

–          ¿En serio? Ya me gustaría verte a ti con esto…

–          Pues venga, a ver, aparta gorda – le dije como siempre hacía cuando quería picarla un poco.

–          ¡Ay, que te estés quieto, David! ¡Anda y ve a darte una ducha, que hueles!

Sin hacerle ni caso, la tomé de la cintura y la obligué a levantarse, mientras ella fingía resistirse sin auténtica convicción. Apartando un poco la silla, ocupé su lugar en el asiento y tirando de ella por la cintura, la obligué a sentarse en mi regazo. Sí, lo han adivinado, directamente sobre mi erección.

Ella, obviamente, notó rápidamente cual era mi estado y, juguetona, movió ligeramente su culito a los lados, frotándose deliciosamente contra mi pene.

–          Vaya, vaya, cómo estamos… – dijo riendo – ¿Esto está así por mí?

–          ¿Tú que crees? – respondí evasivamente, evitando mentirle.

–          Madre mía. Me siento halagada – siguió ella con la broma – Y sólo de magrearme un poco la teta…

–          No es por eso, ya me había empalmado en cuanto entré a la habitación. Te lo he dicho muchas veces: Jessi, no te pongas mis camisas, no te pongas mis jerséis… que en cuanto te veo así vestida, me pongo en modo burro total y no respondo de mis actos – dije apretando todavía más mi bulto contra su retaguardia.

–          ¡Ay, cochino! – rió Jessi – ¡Que me vas a empotrar contra el portátil!

–          Ya te gustaría – dije mientras mis manos se deslizaban bajo los faldones de la camisa y se apoderaban de su cuerpecito serrano.

–          ¡Ja, ja, ay! ¡Quieto!

Sí. Para parar estaba yo.

Sin pensármelo un segundo, empecé a amasar y acariciar los turgentes senos de mi novia bajo la camisa, entreteniéndome en estimular y pellizcar sus sensibles pezones, pues sabía perfectamente que era una de las mejores maneras de poner su motor en marcha, pues sus pechos son muy sensibles. Ella, sabiendo lo que yo pretendía, trataba de sacar mis manos de debajo de la camisa, pero la misma prenda se lo impedía, así que trató de librarse de mí poniéndose seria.

–          David, leche ya, estate quieto de una vez. Tengo que terminar esto. Luego, después de cenar, jugamos un ratito, pero ahora no.

–          Bueeenoo – asentí sin la más mínima intención de detenerme – Está bien, sigue con lo tuyo.

–          Venga, lárgate – dijo Jessi tratando de levantarse de mi regazo.

Sin embargo, yo se lo impedí posando mis manos en sus caderas, imposibilitándole despegarse de mi rabo.

–          Daviiiiiddddd – insistía ella.

–          Tranquila cariño – dije aparentando normalidad – Que no voy a hacer nada. Me voy a quedar aquí calladito viendo cómo trabajas.

–          No te lo crees ni tú.

–          Como tú quieras. Ya verás como digo la verdad.

Fui bueno lo menos durante dos minutos, siguiendo con el juego, aunque ambos sabíamos perfectamente cómo iba a acabar la cosa. Además, el hecho de que la imagen del consolador chorreante estuviera grabada a fuego en mi mente, borraba por completo cualquier posibilidad de que Jessi escapara de allí sin un pollazo. Menudo soy yo.

–          Estate quieto – me dijo ella cuando empecé a frotar suavemente mi erección contra su culo.

–          ¿El qué? ¿Qué estoy haciendo? – dije con mi mejor voz de inocencia absoluta.

–          Eso. Para.

–          ¿Qué pare de hacer qué?

–          Deja de frotarme la polla en el culo.

Ya estaba. Ya estaba a punto. Jessi sólo usaba lenguaje soez cuando estaba cabreada o cachonda. Y estaba bastante seguro de que no estaba enfadada precisamente…

–          ¿Te refieres a esto? – dije frotándome con mayor voluptuosidad.

–          ¡Sí! ¡PARA!

Ni de coña.

–          Tú tranquila. Sigue con lo tuyo. Yo me apaño por aquí…

Y lancé el ataque doble. La técnica mortal. Mi mano izquierda retornó bajo la camisa para reconquistar  sus prietas carnes mamarias, pero la derecha no la acompañó a la batalla, sino que realizó un ataque relámpago más al sur, perdiéndose en los ardientes territorios que había entre las cachas de mi novia.

Ella, en un acto reflejo, apretó los muslos con fuerza, tratando de rechazar al invasor, pero ya era tarde y éste había penetrado sus defensas, apoderándose con avidez del botín enemigo.

Vaya, que no tardé ni un segundo en meterle mano dentro de las bragas…

Cuando mis dedos recorrieron los sensibles labios de la vagina de Jessi, un delicioso espasmo estremeció su cuerpo, haciendo que se estrujara todavía con más fuerza contra mí. Jessica, sin poder evitarlo, empezó a gemir de placer, rendida por fin a mis habilidosos dedos, qué sabían perfectamente dónde y cómo acariciar para volverla loca de excitación.

–          Si quieres, paro – siseé mientras le mordía el lóbulo de una oreja desde atrás.

–          Eres un cabróoooon – suspiró ella – Como no termine hoy este trabajo te vas a cagar…

–          Vamos, no seas tonta, por un pequeño descanso qué va a pasar…

Y nos abandonamos a la pasión.

Jessica, caliente como una perra, apretó todavía más los muslos, atrapando mi mano en medio. Echando la cabeza hacia atrás, sus labios buscaron los míos con avidez y yo hice otro tanto, empezando a devorarnos la boca el uno al otro con ansia, entrelazando nuestras lenguas en un baile de lujurioso frenesí.

Mientras, mis manos la acariciaban cada vez más intensamente, estrujándola con ganas, haciéndola gemir de placer y dolor contra mi boca, aunque en ningún momento se quejó.

Yo estaba más caliente que nunca, excitado a más no poder, pero sintiéndome un poquito culpable, pues en el fondo sabía que no era Jessica la causa de mi excitación, pues, mientras la besaba y la acariciaba, era el rostro ruborizado de Carlota el que ocupaba mi mente.

Sin dejar de devorar mis labios, Jessi echó el brazo hacia atrás, posando la mano en mi cuello, abrazándome, atrayéndome hacia si. Mis caricias se hicieron más intensas, más salvajes, tanto que los botones de la camisa, no soportando la tensión, acabaron por saltar de las costuras, saliendo disparados por todas partes.

–          Te has cargado la camisa, imbécil – siseó Jessica apartándose un segundo de mi boca.

–          Da igual – respondí – Luego puedes coserla…

–          Y una mierda… Te la has cargado tú…

–          Eso da igual. La has cogido sin permiso…

–          Pues te jodes… – gimió ella cuando uno de mis hábiles dedos se hundió bien profundo en su coñito.

Haciendo un alarde de fuerza, me puse en pie levantando en vilo a Jessica, que dio un gritito de sorpresa. Sin darle tiempo a protestar, la obligué a ponerse en pie frente a la mesa y empujándola hacia delante hice que quedara recostada encima, con los pies bien asentados en el suelo y la grupa apuntando hacia mí.

Sin perder un segundo, me arrodillé detrás de ella y deslicé mis manos por sus caderas, hasta encontrar la cinturilla de sus bragas. Suavemente, tratando de controlar la increíble excitación que sentía, se las bajé hasta los tobillos y agarrando firmemente sus nalgas, separé los cachetes para descubrir el maravilloso tesoro que ocultaban… el delicioso y chorreante coñito de mi novia.

–          Sí, asíii… joder qué bueno – gimió ella cuando enterré mi rostro entre sus muslos y mi juguetona lengua empezó a recorrer su ardiente rajita – Sí, David, cómemelo, joder, qué cachonda me has puesto, cabrón, cómeme el coño que estoy empapada…

Vaya si lo estaba, como nunca antes. Me sorprendí un poco al descubrir que a mi chica le iba el sexo duro, pues estaba siendo bastante más intenso de lo habitual. Y si tenía dudas sobre su grado de excitación, bastaba con escucharla decir palabrotas para hacerme una idea…

–          Joder, David, qué bien me lo comes. Nunca me lo habías hecho así. Mierda, si lo llego a saber antes, te habrías pasado el último año con la cara metida entre mis piernas. ¡AH! ¡JODER! Sí, así, méteme los dedos…

Pero a esas alturas yo ya no podía más y no eran precisamente los dedos lo que quería meterle…

Estimulándola únicamente con la lengua, mis manos forcejearon con la correa del pantalón y lograron abrirla. El botón resistió sólo un segundo y rápidamente me encontré con los pantalones bajados y mi polla, incandescente y rezumante, bamboleando entre mis piernas, deseando hundirse en Jessi de una vez.

–          ¿Qué haces cabrón? – gimió Jessi cuando saqué la cara de entre las nalgas! – ¡Sigue comiéndomelo!

–          Lo siento, nena – jadeé como un perro en celo – No puedo más… La polla me va a reventar.

Jessi, que se había vuelto a mirarme, esbozó una libidinosa sonrisa que me hizo estremecer.

–          Pues venga. ¿A qué esperas? ¡Métemela de una vez y fóllame!

A sus órdenes.

Levantándome como un resorte, me coloqué justo tras la popa de Jessi mientras ella me daba la espalda y se apoyaba sobre la mesa; agarrándome el cimbrel, lo ubiqué en la entrada de su ardiente gruta y se la enterré hasta los huevos de un tirón, haciendo que sus pies hasta despegaran del suelo.

–          ¡SIIIIIIIIIIIIII! – aullaba Jessi como una loba en celo.

–          Joder, Jessi, cómo lo tienes. ¡Estás ardiendo! ¡Cómo aprietas!

Era verdad. Aquel se estaba convirtiendo en el polvo de nuestra vida. Nunca había sido mejor el sexo entre nosotros. Jessi estaba entusiasmada, entregada por completo a la jodienda, feliz porque su novio estuviera proporcionándole tanto placer.

Pero yo me sentía culpable.

–          ¡Sí!, fóllame, David, sigue, dale duro. Joder, cómo me pones, por favor, oh Dios, tu polla, tu polla está más dura que nunca, por favor, haz lo que quieras, lo que quieras, pero por favor… ¡ NO PARES DE FOLLARME!

Ni se me había pasado por la imaginación hacerlo.

Joder, cómo la follé. Con qué ansias, con qué brío, parecía un puto quinceañero desbocado. Me descontrolé por completo. Mi polla parecía un martillo neumático golpeando una y otra vez las entrañas de mi novia, hundiéndose inmisericorde en su humedad, en su calor… Mis huevos, como campanas, golpeaban su trasero constantemente, haciéndome incluso daño. Pero me daba igual, yo sólo quería follar, clavársela hasta las entrañas, joderla viva…

–          ¿Te gusta? ¿Te gusta, puta? ¿Te gusta cómo te follo? ¿Eh, zorra? ¿Disfrutas con mi verga?

Como he dicho, estaba descontrolado; jamás le había dicho cosas como esas a Jessica, aunque, en realidad, a ella parecieron encantarle. Enajenada, Jessica echó la mano para atrás y agarró mi corbata, tironeando de ella como si fueran mis riendas, para atraerme hacia sí, dirigiendo mis culetazos.

–          ¡Si, cabrón, me encanta! ¡Me encanta tu polla! ¡Eres mi polla! ¡Clávamela, métemela hasta el fondoooooo!

No sé cuantas veces se corrió Jessi, más de dos sin duda. Al final, tras un violento orgasmo, casi se desmayó sobre la mesa y yo tuve que sujetarla para que no se cayera al suelo; todo eso sin dejar de martillearle el coño.

Cuando mis huevos entraron en erupción, proferí un grito de guerra vikingo y procedí a llenarle el coño de leche. Sin embargo, tras un par de impresionantes descargas que sin duda la colmaron hasta arriba, pensé que me apetecía pegarle un par de buenos lechazos (cosa que habitualmente no me dejaba hacer) así que se la saqué del coño y agarrándomela, dirigí varios disparos contra su cuerpo, que aterrizaron en su culo, espalda y cabellos, pringándola toda.

Incluso un par de ellos salieron catapultados por encima de Jessica y aterrizaron en algún punto indeterminado del despacho.

Agotado, me derrumbé en la silla tratando de recuperar el resuello, mientras Jessi, muy lentamente, se dejaba caer en el suelo hasta quedar sentada, dejando reposar su cabecita en mi pierna.

Enternecido, empecé a acariciarle la cabeza con la mano, pero la retiré enseguida al encontrar su cabello todo pegoteado.

–          ¡AJJJJJJ! – exclamé riendo – ¡Serás guarra! ¡Tienes el pelo todo pringoso de semen!

–          ¡PLAS!

Por toda respuesta, ella me dio un fuerte golpe con la mano abierta en el muslo, dejándome marcados los dedos.

–          Eres un cerdo. Te me has corrido encima.

–          Y anda que no te ha gustado – reí.

Ella alzó la cabeza y me miró a los ojos.

–          Cerdo.

Yo me incliné y la besé.

Tras librarme de los pantalones de una patada, me agaché para coger a mi novia en brazos y me dirigí con ella al baño.

–          ¿Adónde vamos? – me dijo rodeando mi cuello con sus brazos.

–          Al cuarto. Voy a follarte un poco más – bromeé.

–          ¿Estás loco? ¿Es que quieres matarme?

Volví a besarla.

–          Vamos a la ducha, tonta, es verdad que te he puesto perdida. Se me ha ido la pinza.

–          Se nos ha ido a los dos.

–          Pero ha sido increíble – dije mirándola a los ojos.

–          Sí que lo ha sido.

Poco después, los dos nos besábamos y acariciábamos apasionadamente bajo el chorro de la ducha. Atrás había quedado el desenfreno anterior, volvíamos a ser Jessica y David, los amantes, no los descontrolados adictos al sexo de un rato antes.

Tras asearnos, llenamos la bañera y activamos el hidromasaje. Jessica se sentó de espaldas a mí, entre mis piernas, apoyando su espalda en mi pecho, tranquila, relajada y satisfecha.

–          ¿Se puede saber qué te ha dado hoy? – me preguntó de repente.

–          No sé. Te he visto allí, tan sexy, con mi camisa… ya sabes cómo me pone verte con mi ropa. He empezado a juguetear… y la cosa se me ha ido de las manos.

–          Sí, es verdad. Jo, David, te juro que jamás me había puesto tan cachonda. No sé que me ha pasado. Ayer, habría jurado que no me gustaba que me insultaras mientras lo hacemos, pero ahora…

–          Te pusiste cachonda como una perra…

–          ¡David! – se escandalizó ella dándome otro golpe, en el brazo otra vez.

–          Eres muy pegona – dije riendo – La próxima vez que lo hagamos, voy a tener que ser yo el que te dé unos azotes.

Ella se quedó callada un segundo.

–          ¿Y cuándo será eso? – preguntó como quien no quiere la cosa.

–          Si quieres ahora mismo…

Volvimos a hacerlo en la bañera. Ella se colocó encima y dirigió las operaciones. No dejamos de besarnos mientras lo hacíamos y fue un sexo genial, pero pronto me di cuenta de que no estaba tan excitado como antes. Y es que en ese momento era Jessica la que ocupaba mi mente. Jessica y no… Carlota.

Más tarde, mientras preparaba la cena, escuché los gritos enfurecidos de Jessica desde el despacho. Asustado, corrí hasta la habitación y me encontré con Jessi que me miraba con los ojos encendidos.

–          ¿Qué pasa? – pregunté preocupado.

–          ¿Que qué pasa? ¡Mira!

Siguiendo la dirección de su dedo, miré el portátil que estaba sobre la mesa. En la pantalla, aparecía un galimatías incomprensible de caracteres sin sentido. Enseguida comprendí qué había pasado. Mientras follábamos, Jessi se había apoyado sobre el teclado y el ordenador había empezado a escribir caracteres al azar como loco.

–          Pero eso no tiene importancia – dije – Abre la copia de seguridad del fichero. O selecciona el texto inteligible y bórralo.

–          ¡No digo eso! ¡Sino esto!

Extrañado, miré mejor y entonces lo comprendí todo. El carísimo maletín de mi novia, que le habían regalado en la oficina tras cerrar un trato especialmente lucrativo, tenía una enorme mancha de esperma seco sobre la piel.

–          ¡Como eso deje mancha, te la corto! – aulló Jessi.

Por si las moscas, realicé una retirada estratégica a la cocina. Y escondí los cuchillos.

………………………………………….

Y el día siguiente llegó. Y tuve que regresar al curro. Y si el trayecto del trabajo a mi casa del día anterior se borró de mis recuerdos, el que hice ese día en sentido inverso está grabado a fuego en mi mente de lo mal que lo pasé.

Una vez superada la excitación por el morbo del momento (a lo que contribuyó el polvo extra que echamos Jessi y yo después de cenar), me enfrentaba a la cruda realidad: la vergüenza que iba a pasar cuando me encontrara con Carli iba a ser para cagarse. Literalmente.

El alivio que sentí cuando subí al ascensor con el resto de los borregos del rebaño y no vi a Carlota por ninguna parte debió de notárseme hasta en la cara, pues Dani, que iba hombro con hombro conmigo, me preguntó si me encontraba bien.

–          Sí, tío, una mala noche, nada más.

–          ¿Y dónde coño estará Carlota?

–          No sé, por ahí andará.

Pero ese día no vino, lo que me preocupó todavía más.

………………………………………….

Al día siguiente sí apareció. Y, cuando nuestras miradas se encontraron, ella apartó la vista enseguida, enfadada. Me sentí fatal.

……………………………………………

Los siguientes días fueron bastante desconcertantes. Carli parecía estar cabreada conmigo y no me dirigía la palabra como antes. Se acabó lo de venir en mi busca para ir a tomar café o las bromitas en horario de trabajo. Algunos compañeros, como Dani, se dieron cuenta y me interrogaron al respecto, pero yo no sabía qué decirles.

A ver. ¿Qué demonios había hecho yo? Vale, había estado en el lugar equivocado en el momento menos oportuno, pero eso no había sido culpa mía. De acuerdo que había descubierto el secretillo de Carlota pero, ¿qué se creía? ¿Que iba a ir contándolo por ahí?

Esos días le di mogollón de vueltas al coco y llegué a interesantes conclusiones. Por un lado, estaba claro que Carlota no padecía ningún tipo de enfermedad, pues esos días sus andares eran firmes y seguros (y tan sexis como siempre) y ya no cojeaba ni vacilaba al caminar. Eso me llevaba a mi segunda conclusión: los días en que Carli andaba como un pato… era porque la chica estaba inmersa en algún jueguecito.

Vaya, vaya, quien lo hubiera dicho. Que semejante pivón tuviera ese tipo de inclinaciones… era super excitante y morboso. Pero no crean, nada más lejos de mi intención intentar nada con ella, yo era completamente feliz con mi chica. Eso sí, durante esos días follé con Jessica a todo tren, pues andaba a todas horas cachondo perdido, siempre con los sucesos del ascensor rondando por mi azotea.

Sin embargo, no dejaba de molestarme que mi amistad con Carlota se fuera al garete por una estupidez semejante.

Yo trataba de hacer torpes acercamientos hacia ella. La miraba fijamente en el trabajo para atraer su atención, hasta que ella se daba cuenta y me devolvía la mirada. Al principio, cuando nuestros ojos se encontraban, ella apartaba la vista, avergonzada, lo que tenía su lógica. Pero, poco a poco, a medida que pasaban los días, ella me miraba con expresión cada vez más… ¿desafiante?

Eso sí que no lo entendía, yo sólo intentaba que me diera alguna señal para intentar un acercamiento, que pudiéramos hablar y aclararlo todo… pero ella no me daba pie, mostrándose arisca y borde. Estaba desconcertado.

Por fin, unas dos semanas después del incidente del ascensor, me decidí a coger el toro por los cuernos y, armándome de valor, aproveché un segundo para acercarme a ella simulando ir a enseñarle unos papeles y le dije que teníamos que hablar.

Ella me miró fijamente a los ojos, en silencio y asintió con la cabeza, apartando a continuación la mirada e ignorándome por completo.

–          ¿Te va bien esta tarde al salir de trabajar? Podíamos tomar un café en lo de Ramiro…

–          No, en lo de Ramiro no. – respondió sin mirarme – Mejor vamos a  un pub que conozco en calle García Cueto. Es más tranquilo.

–          Por mí vale.

Y regresé a mi mesa, un poco más sereno por haber dado el primer paso para arreglar las cosas con Carli. Lamentaba haber permitido que la cosa llegara tan lejos por falta de valor para aclarar el asunto con ella. Pero sentía que por fin estaba haciendo lo correcto, por lo que me quedé más tranquilo.

Dos veces por semana, nuestro horario de oficina era de mañana y tarde, rotando los días por grupos para que no nos tuviéramos que quedar todos. Ese día nos tocaba quedarnos a los de nuestra sección, por lo que Jessica no esperaría que volviera pronto a casa, así que tendría tiempo de sobra para aclarar las cosas con Carlota.

Cuando por fin salimos, a las seis, empecé a ponerme nervioso, pues el tema que íbamos a tratar (que mi compañera viniera de vez en cuando a trabajar con objetos metidos en la vagina) era un tanto espinoso.

Además, Carlota no se dignó ni a dirigirme la palabra cuando bajamos en el ascensor, aunque tampoco lo encontré tan extraño pues no bajábamos solos.

Cuando llegamos al sótano, se limitó a confirmarme la dirección del pub e indicarme que podía seguirla si quería, cosa que hice.

Un cuarto de hora después y tras pagar religiosamente en una de las máquinas recreativas que el ayuntamiento despliega por doquier, dejé mi coche y penetré en el bar donde había quedado con Carlota, que ya me esperaba sentada cómodamente en una de las mesas del fondo.

Me gustó el sitio, íntimo y acogedor, elegante pero sin excesos. Pensé que podría traer a Jessica en alguna ocasión.

Cuando me senté frente a Carlota, acababa de pedir al camarero y yo, no sabiendo si había pedido café u otra cosa, para no desentonar simplemente dije:

–          Lo mismo que ella, por favor.

Y el camarero se largó, dejándonos solos. Tras unos segundos de incómodo silencio, Carlota le echó narices y fue la primera en hablar.

–          ¿Y bien? ¿Qué querías decirme?

Joder, qué palo me dio. Su voz fue fría y cortante, borde incluso, muy lejos del tono suave y encantador que usaba habitualmente. Me puse nervioso. Para ganar unos segundos y poder tranquilizarme, me quité la chaqueta y la dejé en la silla que tenía al lado.

–          Verás, Carlota… Respecto a lo que sucedió el otro día en el ascensor…

Se echó para atrás en el asiento, poniéndose en tensión. Su rostro se tornó lívido, preocupado, mirándome con los labios apretados y los ojos echando chispas.

–          Carlota, quiero que sepas que siento lo que pasó, pero comprende que yo no hice nada malo. Estaba preocupado por ti, pues tenías muy mala cara y pensaba que estabas enferma… ¿Cómo iba a saber yo que estabas en medio de un jueguecito de esos?

–          ¿Y qué? – dijo ella en tono cortante.

–          ¿Cómo que y qué? Pues que estás cabreada conmigo porque me enteré de tus… aficiones. Y no sé por qué. A mí jamás se me ocurriría meterme en las prácticas sexuales de cada uno, eres mayorcita para hacer lo que te dé la gana y te aseguro que yo no pienso juzgarte. Me da igual lo que hagas.

Su mirada había cambiado, en sus ojos ya no se veía enfado, sino más bien confusión.

–          Y si lo que te preocupa es que vaya por ahí contándolo, puedes quedarte tranquila. Eso es algo que forma parte de tu intimidad y no tiene por qué saberlo quien tú no quieras. Y te aseguro que no pienso contárselo a nadie. Tu secreto está a salvo conmigo. Por mi parte, lo ideal sería que olvidáramos este asunto por completo y volviéramos a ser amigos como antes, como si nada hubiera pasado.

Ya no se mostraba confusa, si no directamente estupefacta, lo que me confundía a mí a mi vez. Justo en ese momento llegó el camarero con las copas (alcohol, nada de café) y unos frutos secos, así que nos callamos un segundo. Cuando se marchó, Carlota se inclinó hacia delante, acercándose un poco hacia mí.

–          ¿Qué es lo que has dicho? – preguntó.

–          Que quiero que vuelva el buen rollo entre nosotros.

–          No, lo de que no has hablado con nadie.

Súbitamente, las piezas encajaron en mi cabeza. O eso creí.

–          ¿Eso era lo que te preocupaba? ¿Que se lo hubiera contado a alguien? Chica, parece que no me conozcas. ¿En serio pensabas que iba a ir contando esas cosas por ahí?

Carlota me miraba en silencio, como si no supiera muy bien qué decir. Ahora entendía el por qué de su enfado. Pensaba que yo había ido contando su numerito del ascensor por toda la oficina.

–          Carlota, te juro por mi santa madre que no le he hablado de lo que pasó absolutamente con nadie. Además, ¿no crees que si me hubiera ido de la lengua, el rumor habría corrido como la pólvora por la oficina?

Aquello la hizo reflexionar. Sabía que yo decía la verdad. Sin decir ni mú, apuró su copa de un trago y pidió otra al camarero con un simple gesto, aunque yo aún no había ni tocado la mía.

–          Joder, Carlota, creía que tenías mejor concepto de mí…

–          Y lo tengo. Pero no era eso lo que me preocupaba – dijo la joven dedicándome una extraña mirada.

–          ¿Entonces?

–          ¡Bah! Déjalo. Estupideces mías. Lo cierto es que me daba vergüenza que me pillaras y no sabía muy bien cómo afrontar la situación.

Su evasiva no me satisfizo, pero no quise insistirle no fuera a cabrearse de nuevo. Además, si ya no estaba enfadada ¿qué me importaban sus motivos?

Más relajados, nos calmamos un poco y seguimos charlando tranquilamente, como habíamos hecho otras veces. Hablamos del trabajo sobre todo, pero recuperando poco a poco el ambiente de confianza que siempre habíamos tenido el uno con el otro. Pronto estábamos los dos riendo y bromeando como siempre.

Tanto nos relajamos, que el trasiego de copas continuó sin reparos. Poco a poco, fuimos achispándonos, con lo que nos desinhibimos y la conversación fue derivando hacia temas personales, cosa nada extraña pues, a pesar de todo lo dicho, las imágenes de lo acontecido en el ascensor seguían vívidas en mi mente. Y, en el fondo, sentía un poco (bastante) de curiosidad por sus actividades “extracurriculares”. Carlota se mostraba cada vez más tranquila y relajada, como si se lo estuviera pasando realmente bien.

–          ¿Y cómo te va con tu novia? – me preguntó en un momento dado – Jessica se llamaba, ¿no?

–          Sí, Jessica – confirmé – Estupendamente. Ya llevamos 6 meses viviendo juntos y la cosa no podría ir mejor. ¿Y tú que te cuentas? ¿Algún Don Juan en el horizonte?

–          Nah. Sigo compuesta y sin novio.

–          Será porque te da la gana.

–          ¿Por qué dices eso? – preguntó.

–          Chica, con lo guapa que eres. Además, yo pensaba que…

Me callé de repente, dándome cuenta de lo que estaba a punto de decir. Pero Carli no iba a dejarme escapar…

–          ¿Qué pensabas?

–          Nada, olvídalo. Era una tontería.

–          De eso nada. Ahora no me puedes dejar con la incógnita – dijo en tono juguetón.

–          Perdona, Carli, es que podría molestarte…

–          ¿Molestarme? ¿Y por qué ibas a molestarme? ¿No somos dos amigos charlando tranquilamente? ¿Es que ibas a decirme alguna guarrada?

Se notaba perfectamente que estaba un poquito borracha.

–          Venga, David, suéltalo ya.

–          Vale, vale. Tampoco es nada importante. Es sólo que pensaba que ese tipo de jueguecitos, ya sabes, lo del ascensor, se practicaban más bien en pareja. Que sería algo que te había pedido tu novio, no sé, para darle morbillo a la relación…

–          ¿Ah sí? ¿Tú le haces esos encarguitos a Jessica? – preguntó ella, divertida.

–          ¿A Jessica? ¡Ni de coña! No lo haría ni muerta.

–          ¿Y a ti? ¿Te ponen esas cosas?

Me quedé callado. Recordé la de cientos de veces que había rememorado los sucesos del ascensor en los últimos días y lo excitado que me había puesto cada vez que lo hacía. Mi silencio fue respuesta suficiente.

–          ¡Ya veo que sí! ¡Ja, ja! – rió Carlota.

Me quedé un poco cortado.

–          ¡Qué mono! Si hasta te has puesto colorado y todo…

Bebí de mi copa, para no tener que contestar. Entonces, Carli se inclinó hacia delante y me dijo en tono más confidencial…

–          ¿Te pusiste caliente cuando pasó lo del ascensor?

Joder, qué guapa era. Cuando se acercó hacia mí pude percibir perfectamente el exquisito aroma que desprendía su cuerpo, fui consciente del botón que se había desabrochado de su camisa, de la carnosidad de sus labios levemente coloreados por el carmín, de la profundidad de sus ojos azules… No fui capaz de contestar.

Entonces ella, viendo que estaba un poco aturrullado, dejó de presionarme y volvió a recostarse en su asiento. Permanecimos unos instantes callados, en los que no supe qué decir, hasta que ella volvió a tomar el control de la situación.

–          Vaya, vaya, no te hacía tan tímido – dijo.

–          Yo tampoco creía serlo – acerté a responder – Pero es cierto que me incomoda un poco hablar de temas tan personales. Sobre todo con una chica guapa.

–          Entonces, ¿no me vas a responder? – dijo clavando sus ojos en los míos – Seguro que a Dani se lo contarías.

–          Carli…. Ya te he dicho…

–          Vale, vale. Te propongo un juego.

–          ¿Un juego?

–          Quid pro quo. Tú me respondes a una pregunta y yo te contesto a otra. Ya he notado que te mueres de ganas de saber en qué consisten mis jueguecitos…

¡Coño! Me sorprendió. Y yo que pensaba estar siendo muy discreto…

–          Entonces ¿qué? ¿Juegas?

Apuré mi copa para armarme de valor. Pensé que, si acababa poniéndome cachondo, siempre podría pegarle otro polvo a Jessica. O dos.

–          De acuerdo – asentí.

Lo cierto era que me apetecía participar en el jueguecito.

–          Estupendo – dijo Carli – Empiezo yo.

–          Ok.

–          Responde a lo de antes.

–          Sí, me puse muy caliente. Cuando llegué a casa me follé a mi novia como nunca antes lo había hecho.

Toma ya. Le iba a enseñar yo quien era el tímido. A hierro. Sin embargo, aunque mi rotunda respuesta la sorprendió un poco, no se mostró avergonzada en lo más mínimo.

–          Te toca – dijo simplemente.

–          No tienes ninguna enfermedad ¿verdad? Ni diabetes ni ostias. Esos días en que te tambaleabas eran porque estabas usando el consolador…

–          No siempre el consolador. Otras veces he usado otras cosas… – admitió ella sin inmutarse.

–          ¿Cómo cuales?

–          Vibradores, estimuladores clitorianos, bolas chinas… Y no siempre en la vagina…

La boca se me había secado por completo. Hice un gesto al camarero para que sirviera otra ronda.

–          ¿Te has masturbado alguna vez en la oficina? – me espetó Carli sin alterarse en absoluto.

–          Alguna vez. En los servicios. Cuando Jessica se va de viaje y me paso varios días… ya sabes.

–          ¿Y piensas en mí cuando lo haces?

Volvía a enrojecer, sin ser capaz de responderle.

–          Vamos… di la verdad – canturreó ella.

–          Algunas veces – admití.

Ella sonrió seductoramente. La cosa se me estaba escapando de las manos.

–          ¿Y tú? ¿Te masturbas allí? – contraataqué.

–          Continuamente. Casi todos los días. Y sí – añadió sonriendo – alguna vez lo he hecho fantaseando contigo…

Joder. La madre que la parió. Qué mujer. Agradecí mentalmente que la mesita estuviera entre nosotros, pues si no habría tenido que esconder mi erección con una campana. Aunque estoy seguro de que Carli sabía perfectamente el efecto que estaba produciendo en mí.

–          ¿Has sido infiel alguna vez? – me espetó.

–          Jamás – respondí taxativamente, con voz más segura por pisar terreno más firme – ¿Y tú?

–          ¿Yo? Tampoco – dijo ella simplemente.

–          ¿En serio?

–          Oye, pero qué te crees. Que me guste el sexo no quiere decir que sea una puta. He tenido muchas parejas, pero, mientras he estado saliendo con alguien en serio, no le he engañado. Ahora bien, si no tengo pareja… no me corto a la hora de buscar rollo.

–          Perdona. No quería ofenderte. ¿Y estás saliendo con alguien ahora?

Carlota se estiró en su asiento como una gatita satisfecha, con una sonrisa estremecedora dibujada en la cara.

–          Vaya, vaya. ¿Estás tanteando el terreno? ¿Quieres saber si hay posibilidades?

–          ¡No! – exclamé espantado – No quería insinuar eso. Perdona.

–          No seas tonto – rió – No, no estoy saliendo con nadie.

Aquello no era ya un simple flirteo. La cosa se estaba saliendo de madre.

–          ¿Por qué me miras tanto en el trabajo? – me soltó.

–          ¡Cof, cof! – tosí, atragantándome con la copa – ¿Te dabas cuenta?

–          Claro, hijo. A ver si te crees que soy tonta.

–          Perdona, no quería molestarte. Te miro simplemente porque eres muy atractiva. Ya sabes lo largas que son las horas en la oficina, a veces me distraigo mirándote y pensando en qué haces allí y no en la portada de una revista.

–          Vaya, gracias. Bonito piropo. Y, mientras me miras, ¿te tocas?

–          ¡¿Qué?! ¡No, en absoluto! – respondí con sinceridad. Pero, ¿cómo iba yo…?

–          Vale, vale, te creo. Es sólo que, cuando fantaseo contigo, te imagino meneándotela bajo tu escritorio mientras me espías… Allí, escondidito en tu habitáculo, donde nadie te puede ver… Ji, ji, eso me pone a tono.

Me quedé estupefacto.

–          Ja, ja. Vaya cara se te ha quedado. Venga, chico, que no es para tanto. Piénsalo, soy una chica moderna, me gusta el sexo y tengo pocas inhibiciones. Me gustan los juegos sexuales y, como las horas en la oficina son, como tú dices, eternas, me entretengo a veces pensando tonterías, nada más.

Sí, sí, serían tonterías. Pero esas tonterías tenían mi rabo a punto de volcar la mesa.

–          Te toca – me dijo.

No sabía qué preguntar. La cabeza se me había quedado en blanco. Entonces me acordé de su evasiva de antes y sin pensarlo, la interrogué al respecto.

–          Antes me dijiste que no estabas enfadada conmigo por miedo a que hubiera contado lo del ascensor, sino por otra cosa. ¿Por qué?

Aquello dio en el blanco. Carlota volvió a ponerse seria.

–          Preferiría no contestar.

–          ¡Ah, no! ¡De eso nada! Quid pro quo – exclamé un poquito achispado.

–          Está bien – dijo ella encogiéndose de hombros – A ver, David, esta tarde he comprobado que eres un chico muy especial.

–          ¿Yo? – pregunté extrañado.

–          Sí, tú. Jessica tiene mucha suerte de tenerte.

–          Vaya, gracias – dije un poco confundido – Aunque no sé por qué lo dices.

–          ¿No? A ver, contéstame a esto; si en vez de ser tú el que descubrió mi secretillo hubiera sido… pongamos Daniel. ¿Qué crees que habría pasado?

Me quedé en silencio. Empezaba a barruntar por donde iban los tiros.

–          No te entiendo – traté de disimular, un poco avergonzado.

–          Sí, ya, seguro. Vamos, David, que sabes perfectamente de qué estoy hablando. A ver, tío, no soy gilipollas. Sé perfectamente que soy una mujer atractiva; soy guapa y me cuido, así que sé que atraigo a los hombres.

–          No, si ya…

–          Y he sacado rendimiento de ello en mil ocasiones y no me avergüenzo de ello. Es como si alguien muy inteligente saca provecho del cerebro que la naturaleza le ha dado. Pues yo hago lo mismo.

–          Ya, obviamente y eso no tiene nada de malo – traté de terciar.

–          ¡Ah, amigo! Pero estar buena tiene sus inconvenientes. Babosos rondándote todo el día, acoso laboral, que te tomen por tonta simplemente porque eres guapa… podría seguir así una hora. Y si alguien se entera de que eres liberal sexualmente hablando… apaga y vámonos.

–          Carli, yo…

–          Si me hubiera descubierto cualquier otro tío de la sección, me habría chantajeado para llevarme al catre. No seas iluso, es así. Si me llega a pillar tu amigo Dani, no me escapo de aquel ascensor sin haberle chupado la polla como poco. Sin hablar de que me tendría a su merced para hacer todo lo que le viniera en gana… ¿O crees que me gustaría que todo el mundo se enterara de que voy a trabajar con cosas metidas en el coño?

–          Pues no lo hagas – pensé, aunque no dije nada.

Carlota continuó desahogándose.

–          Qué quieres que te diga. Me vi perdida, me agobié muchísimo cuando lo descubriste, pensé que aquello iba a acabar fatal. He estado sopesando incluso dejar el trabajo…

–          Espera, espera, espera – la interrumpí cuando por fin comprendí lo que estaba diciendo – ¿Creías que te iba a chantajear para llevarte a la cama?

Estaba atónito.

–          ¿Y por qué no? Cualquier otro lo hubiera hecho – sentenció.

No podía creer lo que escuchaba.

–          Pero, Carlota, yo… nunca…

–          Lo sé, David, ahora lo sé. Pero esta mañana…

–          Cuando te he dicho de venir a tomar un café, has pensado que iba a obligarte a echar un polvo – terminé su frase, cuando la última pieza del misterio encajó en su sitio.

Ella me miró en silencio, un poquito turbada y, finalmente, apartó la vista mientras asentía en silencio.

–          Vaya, pues gracias Carlota – dije en tono cortante – No sabes cómo me emociona descubrir el elevado concepto que tienes de mí. Chica, y yo preocupado porque pensaba que te había ofendido en algo y mira tú por donde…

Carlota se veía dolida, avergonzada por haberme ofendido. Bruscamente, se incorporó de su asiento, casi tirando las copas de la mesa. Con rapidez, se movió alrededor y se sentó en la silla vacía que había junto a la mía, encima de mi chaqueta, aunque yo no protesté.

–          Lo siento, David, por eso no quería decírtelo. Temía que reaccionaras así. Pero entiéndeme, estas dos semanas he estado tan nerviosa… dándole vueltas a la cabeza, temiendo que en cualquier momento alguien en la oficina se metiera conmigo…

–          O sea, que también pensabas que iba a chivarme… Todo el lote. Menuda joyita estoy hecho.

Carlota, compungida, tomó mis manos con las suyas. Al hacerlo, pude vislumbrar como sus ojos se desviaban momentáneamente hacia mi entrepierna, donde se apreciaba un bulto más que notable, sin embargo, hizo como si no se hubiera dado cuenta y siguió disculpándose.

–          David, en serio, lo siento, debería haber confiado más en ti. Pero todas las experiencias de mi vida me indicaban que iba a pasar algo malo. Pero como ya te he dicho, tú eres un chico muy especial. Debería haber confiado más en ti… Además, no me digas que no has estado tentado…

Joder. Era imposible enfadarse con ella. El simple contacto de sus manos me enervaba. Y en el fondo no era tan raro que se hubiera montado una película semejante. Aunque claro, yo nunca hubiera hecho una cosa así… ¿Verdad?

–          ¿Estás enfadado? – dijo dándome un suave toquecito con un dedo en la nariz.

–          Sí – respondí apartando la cara.

–          ¿Estás seguro?

La miré y ella desvió lentamente los ojos hacia abajo, hasta clavarlos en el bulto que había en mi pantalón. Sus manos, que habían vuelto a aferrar las mías, reposaban sobre mi muslo a escasos centímetros de mi entrepierna. Su mirada se tornó lasciva, incitadora, como sugiriéndome que bastaba una palabra mía para que su mano se deslizara hacia arriba…

–          Ji, ji, en el fondo todos sois iguales. Tú eres un poco mejor que los demás, simplemente – me susurró.

Aturdido, agité la cabeza para despejarme y solté sus manos, sentándome derecho. Tratando de conservar un mínimo de dignidad, crucé las piernas y simulé que nada había pasado. Carlota, sin inmutarse, se reclinó en su asiento y sencillamente me dijo…

–          ¿Seguimos jugando?

Dios, qué voz tan insinuante, casi me derrito en el asiento. Me tentaba y tentaba…

–          Bueno, pero pidamos otra copa.

Iba a hacer un gesto al camarero para pedirle otra ronda, pero Carlota me lo impidió posando una mano en mi brazo, haciéndome estremecer.

–          Tengo una idea – dijo con una voz que encerraba mil promesas – ¿Por qué no nos tomamos la próxima en mi casa? Está aquí cerca.

Ya la habíamos liado. Carlota había resultado ser un verdadero súcubo y estaba decidida a ser mi perdición. Pero soy hombre de principios. O gilipollas, como prefieran.

–          No creo que sea una buena idea, Carlota. Además – dije mirando mi reloj – Ya se ha hecho tarde y he bebido lo suficiente.

Por fin conseguí sorprender a Carlota. No podía creerse lo que acababa de escuchar. Supongo que era la primera vez en su vida que un tío no aceptaba ir con ella a su piso. Me sentí un poco mejor.

–          ¿Hablas en serio? – dijo atónita – ¿No querías seguir con el juego?

–          Ya. Pero no me había dado cuenta de que fuera tan tarde…

–          No me vengas con historia – dijo un tanto enfadada – Te estoy invitando…

–          Ya sé a lo que me estás invitando, Carlota. No soy un crío. Pero lo que te dije antes es verdad. Soy completamente fiel a mi novia y me temo que, si voy a tu piso, no voy a ser lo suficientemente fuerte como para seguir siéndolo. Es toda una tentación, no creas, pero quiero a Jessica y eso es algo que no va a pasar…

Su expresión cambió, se volvió burlona, desafiante. No me gustó.

–          ¿Apostamos algo? – dijo simplemente.

Y sin añadir nada más, se levantó de su asiento y se dirigió a la salida del pub. Mientras caminaba, hizo un ligero gesto al camarero, que asintió en silencio.

Yo, con el corazón a mil por hora, me quedé sentado, tratando de asimilar lo que acababa de pasar. En mi cabeza, se me aparecía una y otra vez la imagen de Daniel, que me gritaba indignado:

–          ¡IMBÉCIL! ¿SE PUEDE SABER QUÉ COJONES HACES?

No lo sabía ni yo. Estaba aturdido, alucinado. Ese tipo de cosas no me pasaban a mí, era imposible…

Tentado estuve de salir corriendo detrás de ella, pidiéndole perdón y diciéndole que me lo había pensado mejor… pero, no. Jessica. Mi novia. El polvo que iba a echarle a Jessica. Esta vez iba a lograr que se le salieran los ojos…Tenía que concentrarme en eso…

Decidido, me puse en pié y recogí la chaqueta, sosteniéndola estratégicamente para ocultar mi entrepierna. Caminé hasta la barra e hice ademán de sacar la cartera, pero el camarero me dijo que estaba todo pagado. Ante mi insistencia, me confió que Carlota era cliente habitual y que le había dicho que lo apuntara en su cuenta. Para qué discutir más.

Me fui a casa. Me di una ducha fría. Luego otra. Me follé a Jessica tres veces. Una antes de cenar y dos después. Ella se quejó de que el aliento me oliera a alcohol. Le dije que había tomado unas copas con unos compañeros de oficina.

–          Hijo, pues si vienes así de brioso cada vez que te pasas un rato por el bar, por mi parte puedes ir siempre que quieras.

Ay, ay, ay…

……………………….

Seguro que se imaginan cómo fue el trayecto hacia el trabajo del día siguiente. Si el día anterior no sabía qué cara ponerle a Carlota, ese día iba rezando por no encontrármela.

Al principio tuve suerte, llegué más temprano de lo habitual, así que no me la tropecé en el ascensor. Sin embargo, cuando por fin llegó minutos después, no pude evitar mirarla mientras se sentaba en su sitio. Entonces, alzó la vista, me miró sonriente y me guiñó un ojo, dejándome cataclísmicamente anonadado.

Bueno, pues ya estaba, parecía ser que Carlota, una vez sobria, había decidido pasar página y dejar las cosas estar. El suspiro de alivio que se me escapó, resonó en la sala, aunque nadie supo quien lo había proferido gracias a estar en nuestros habitáculos.

Pero, justo entonces, en mi ordenador resonó la campanita que anunciaba que tenía un correo interno en la intranet de la empresa. Iba a hacer click para abrirlo, cuando me di cuenta de que el remitente era Carlota. Un escalofrío recorrió mi columna. Alcé la vista y me encontré con su sonriente rostro, mirándome divertida desde su asiento, mientras mordisqueaba tranquilamente un bolígrafo.

Acojonado, clavé los ojos en la pantalla y leí el texto.

–          Hoy también llevo uno – decía simplemente.

La boca se me secó de golpe. Sobresaltado, miré hacia Carlota, la cual había girado su silla hacia mí y había separado sus muslos lascivamente, invitándome a que mirara entre sus piernas. En realidad no alcanzaba a vislumbrar bajo su falda, así que no pude comprobar si era verdad lo que decía, pero bastó verla, allí abierta de patas, exhibiéndose, para que me pusiera a sudar como un cerdo, asustado y excitado a partes iguales.

Nerviosísimo, clavé la vista en el teclado del ordenador y traté de ponerme a trabajar, haciendo frente al montón de papeles que se acumulaban en mi escritorio. Pero era superior a mí y, de vez en cuando, no podía resistirme a alzar la mirada hacia Carlota. Cada vez que lo hacía, ella me la devolvía, con una insinuante sonrisa en los labios.

Cuando llegó la hora del café, Carlota vino a buscarme como siempre, sólo que esta vez se sentó seductoramente en mi escritorio, ofreciéndome un sensual primer plano de su muslo.

–          ¿Te has vuelto loca? – siseé en voz baja – ¿No sabes que escanean los correos de los empleados?

–          ¿Y qué? – dijo ella encogiéndose de hombros – No he puesto nada malo.

Era verdad.

–          Carlota, quiero que te dejes ya de juegos. Basta ya de tonterías.

–          ¿Tonterías? Ayer me acusaste de haberte juzgado mal, pero yo creo que no es así y voy a demostrártelo. Eres igual que los demás.

No sabía ni de qué me hablaba.

–          ¿Qué?

–          Que vamos a comprobar si eres tan “buena gente” como quieres aparentar.

–          Carlota, déjalo ya, por favor… Mira, si te ofendí de alguna forma…

–          En absoluto.

–          Entonces, por favor, termina con esto. O si no…

–          ¿O si no qué? ¿Les contarías a todos mi secretillo? Adelante, hazlo. Eso también demostraría que tengo razón. Que en el fondo eres un cerdo.

–          Por favor – supliqué.

–          ¿Por qué te preocupas tanto? No tienes que hacer nada.

Respiré hondo y meneé la cabeza, compungido. Entonces Carlota se inclinó hacia mí y me tomó por la muñeca. Tirando suavemente, llevó mi mano hasta su muslo, justo al borde de donde terminaba su minifalda y me dijo al oído con voz insinuante…

–          ¿Por qué no compruebas si lo que he escrito es verdad?

Juro que estuve a punto de hacerlo. El contacto de su piel en mis dedos… Uff, estaba excitado a más no poder. Bruscamente, liberé mi mano de un tirón y ella se levantó de mi escritorio, riendo divertida.

–          Entonces ¿qué? ¿Vamos a tomar el café?

–          No. Ve tú. Quiero terminar unas cosas.

–          ¡Ah, ya veo! No puedes venir, ¿eh?

Mientras decía esto, apuntó al enorme bulto que había en mi pantalón. Aparté la vista avergonzado mientras ella salía de mi habitáculo tarareando una cancioncilla. Cómo la odié en ese momento… Y cómo la deseé.

Como pude, me las apañé para esquivarla el resto del día, aunque tampoco ella realizó más acercamientos.

A la mañana siguiente, regresé al trabajo cansado y ojeroso, pues pasé una noche malísima.

Subí al ascensor junto con todo el montón de cabestros hasta abarrotarlo, contento por no haberme topado con Carlota.

De repente, noté una mano en mi muslo. Sobresaltado, alcé la vista y me encontré con los azulísimos ojos de Carlota, que me miraban a escasos centímetros. Todavía no entiendo cómo se las ingenió para estar pegada a mí en el ascensor y que yo ni siquiera la viera.

–          Buenos días – me dijo.

Yo no le respondí, me limité a cerrar los ojos acongojado.

Entonces noté que ella se movía. Aliviado, pensé que iba a dejarme tranquilo, pero no era esa su intención. Lo que hizo fue girarse poco a poco hasta quedar de espaldas a mí y ponerse a charlar tranquilamente con una compañera de otra planta. Y apretando disimuladamente su trasero contra mi entrepierna.

Yo sudaba copiosamente, agobiado y sin saber qué hacer, sintiendo cómo aquel tierno culito se apretaba cada vez más contra mí. Mi verga despertó enseguida, alojándose de inmediato entre los blandos molletes del culo de Carlota, que empezó a frotarse levemente contra mí, asegurándose de que nadie más lo notara.

La tentación, el calor… todo mi ser clamaba por rendirse y meterle mano a aquella zorra tal y como me estaba pidiendo. Pero no, yo era más fuerte, así que no hice nada.

El trayecto fue eterno, con el puto ascensor parándose en todas las plantas, con tan mala fortuna que casi nadie se bajaba, con lo que Carlota pudo seguir apretadita contra mí sin despertar sospechas.

Cuando llegamos a la planta, mi alivio fue casi palpable. Más que salir, escapé del ascensor, yendo directamente al cuarto de baño a asearme. Me miré en el espejo, con la cara chorreando agua, dejando el grifo abierto, pues el sonido del chorro me serenaba.

Era inútil. Tuve que refugiarme en uno de los retretes. En cuanto cerré la puerta, me saqué la polla de los pantalones y empecé a masturbarme. No duré ni 10 segundos. El semen salió disparado de mi verga, salpicándolo todo, manchando mi mano y las paredes. Tuve suerte y no me pringué el pantalón.

Como pude, recogí el desaguisado con papel higiénico y regresé a mi mesa. Carlota me sonrió. Sabía perfectamente lo que había estado haciendo.

No podía entender cómo habíamos acabado así. Dos días atrás, mi mayor preocupación era que una compañera de trabajo estuviera enfadada conmigo, y en ese momento sí que estaba super cabreada porque había rechazado sus insinuaciones, así que había decidido seducirme a todas costa. Y todo por querer hacer bien las cosas.

¿Qué podía hacer? ¿Rendirme? De eso nada, jamás le haría algo así a mi novia. ¿Contar su secreto? No, no quería humillarla, ni tampoco (reconozcámoslo) que tuviera razón y me acabara yendo de la lengua…

Aunque, quizás, en el fondo, lo que me pasaba en realidad era que disfrutaba con todo aquello.

…………………………..

Una mañana de lunes, pálido y ojeroso, me dejé caer en mi asiento, rezando para que Carlota me dejara ese día en paz. No fue así.

En la esquina inferior derecha de mi mesa, había adherido un posit en el que no había nada escrito. Tan sólo había una gran flecha dibujada que apuntaba hacia abajo, hacia los cajones.

Con mano temblorosa, abrí el cajón superior y miré su contenido. Encima de mis papeles y del material de oficina, reposaban tranquilamente unas sensuales braguitas estilo tanga de color negro. Arrugadas y enrolladas, se veía claramente que su dueña las había llevado puestas hasta minutos antes.

Agobiado, alcé la mirada hacia Carlota, que ya estaba sentada en su sitio. Esta vez no me miró, fingiendo estar concentrada en al monitor de su ordenador, mordisqueando un lápiz como hacía siempre. Sin embargo, su silla estaba vuelta hacia mí, mientras ella la hacía describir pequeños giros, primero hacia un lado y luego hacia el otro, balanceándose suavemente.

Mientras movía la silla, Carlota abría y cerraba las piernas despreocupadamente, como si no se diera cuenta de lo que estaba haciendo.

Me sentía enloquecer, aquel suave vaivén era hipnótico, sus piernas abriéndose y cerrándose cada vez más, permitiéndome asomarme y comprobar si realmente eran aquellas las braguitas que había traído puestas.

Me olvidé de todo, del trabajo, de Jessica, de los compañeros… A mi alrededor no había nada, con los cinco sentidos enfocados hacia aquellos muslos que cada vez se separaban más, provocando que la minifalda se subiera, prometiendo revelar el más bello espectáculo del mundo…

Ni me di cuenta de que lo hacía, pero hipnotizado por el show que Carlota me brindaba, empecé a sobarme la verga por encima del pantalón, masturbándome obnubilado, haciendo realidad las fantasías que Carlota me había confiado en el pub.

Pero ella no daba muestras de darse cuenta de nada, seguía abriendo y cerrando las piernas como si no hubiera nadie con ella… Yo ya no podía más…

Pero entonces apareció nuestro jefe por el pasillo. Por suerte para Carlota, venía para hablar conmigo, por lo que pasó de largo por delante de su habitáculo sin darse cuenta de que ella estaba despatarrada allí dentro. La joven dio un respingo y se sentó correctamente, mirando apurada al jefe por si se había dado cuenta de algo.

Pero no, el tipo venía a echarme la bronca por unos errores que había cometido en las cifras de la semana anterior. No tenía nada de extraño, pues esos días mi mente no estaba demasiado concentrada en el trabajo.

Por lo menos, mi aturdimiento sirvió para que la regañina no me afectara mucho, pues apenas hice caso de lo que mi encargado me decía. En mi cabeza sólo estaba la imagen de los muslos de Carlota abriéndose y cerrándose, sintiendo un inmenso desasosiego porque, al final, no había logrado vislumbrar el tesoro que se ocultaba entre ellos…

Cuando el jefe se hartó de calentarme la cabeza, se largó dejándome tranquilo. Carlota estaba sentada en su escritorio, concentrada en su trabajo, empleada modelo.

Usando unos papeles como escudo (para ocultar mi entrepierna) me dirigí a los servicios de la parte de atrás, que estaban en un pasillo anexo, un poco apartados, buscando un poco de intimidad para hacer lo que tenía que hacer.

Fue un error.

No me di cuenta, pero Carlota me siguió y se coló en el baño de caballeros sin que nadie la viera. Yo estaba encerrado en uno de los retretes, desnudo de cintura para abajo (colgué los pantalones en un gancho que había, por si mi corrida volvía a descontrolarse) y había empezado a masturbarme lentamente sentado en la taza.

Y, para ahogar los gemidos, me tapaba la cara con las bragas de Carlota, que, a juzgar por su delicioso olor, sí que estaban recién quitadas de la entrepierna de mi diabólica compañera.

Mi mano se deslizaba lentamente sobre mi erección, recreándome en el momento, intentando aliviar mi excitación para poder enfrentarme con garantías a la tentación que Carli suponía.

Entonces lo oí. Alguien había entrado en el retrete de al lado. Me puse en tensión, con la polla en la mano y las bragas pegadas a la cara, tratando de escuchar cualquier ruido.

Cuando resonó un estremecedor gemido de placer femenino, me creí morir. Carlota estaba allí mismo, masturbándose a su vez y sin preocuparse en absoluto de si hacía ruido o no. Es más, sin refrenar en lo más mínimo sus gemidos, jadeos y suspiros, mezclándolos con unos enloquecedores sonidos de chapoteos y frotamientos. Se estaba haciendo una paja brutal.

No podía más, sintiéndome culpable pero más excitado de lo que jamás había estado, empecé a masturbarme con furia. Mil ideas locas abrumaban mi cabeza, pensé en asomarme por la parte de arriba para poder ver el espectáculo que Carli me ofrecía, pensé en aguardar a mi orgasmo y disparar la leche al retrete de al lado para empaparla, pensé en hacerle una foto con el móvil y colgarla en la intranet, para que todos vieran lo zorra que era…

Pero sobre todo, pensé en reunirme con ella y follármela por todo lo grande de una puta vez.

Pero resistí. Mis huevos entraron en erupción y esta vez conseguí dirigir los disparos al interior del water. Nerviosísimo, pues no sabía qué era capaz de hacer Carlota, me vestí como pude y salí escopetado de allí. Justo antes de salir del baño, me di cuenta de que aún llevaba las bragas en la mano. Sobresaltado, como si en vez de una delicada pieza de lencería fuera una monstruosa araña, las arrojé por encima de la puerta del excusado en que estaba Carli y salí de allí con el ánimo descompuesto.

Pero resistí.

Minutos después, Carlota se sentaba tranquilamente en su asiento, dedicándome un guiño que casi provoca que me cayera de la silla.

……………………………..

Durante unos días, las cosas parecieron calmarse un tanto. Carlota no se mostraba tan agresiva, pero, aún así, yo estaba en todo momento en tensión.

Pero la nena no estaba dispuesta a dejarme escapar.

El lunes siguiente, un poco más recuperado por el fin de semana de descanso y por la momentánea tregua que mi compañera me había dado, me senté en mi escritorio.

El posit de la flecha estaba allí de nuevo, aunque esta vez no se veía a Carlota por ninguna parte.

Acojonado, abrí lentamente el cajón esperando encontrar una nueva pieza de lencería.

Pero esta vez había otra cosa.

Intrigado, cogí la pequeña cajita de plástico gris que había encima de todo para examinarla. No era una caja, sino una especie de mando o control remoto, sólo que en vez de botones, tenía un único interruptor deslizante, que podía moverse entre dos posiciones “MIN” y “MAX”, como si fuese un regulador de intensidad.

No tenía ni puta idea de qué cojones era aquello.

Desconcertado, me puse en pié para poder ver el resto de la sala por encima de las paredes de mi habitáculo, mirando a un lado y a otro para ver si Carlota había llegado.

Finalmente la vi, al fondo del todo, conversando con un compañero mientras hacían unas fotocopias. Tranquila, reposada, como si no hubiera roto un plato en su vida el angelito; si todos supieran la clase de demonio que era…

Pero era mi demonio. Y yo ya estaba empezando a cogerle el gusto a la cosa…

No sé por qué, pero alcé el mando y accioné el interruptor hasta llevarlo a la posición MAX, seguro de que, fuese lo que fuese que me tenía preparado Carli, iba a ser espectacular.

No pasó nada.

Me quedé sorprendido, no entendía qué pasaba. Como hacemos todos cuando el mando no funciona, le di unos golpecitos y moví el interruptor de un lado a otro…

Nada de nada.

Joder, ¿sería que no era eso lo que me había dejado en el cajón? Volví a sentarme y a revisar el contenido, pero todo lo que había era mío, exceptuando el extraño dispositivo.

¿Qué coño pasaba? ¿Estaría roto?

Procedí a examinar el cacharrito, rascándome la cabeza con una mano cual chimpancé. Días y días huyendo de la persecución de la chica y ahora que sus planes fallaban, me moría por saber en qué consistían.

Como nada sucedía, dejé el cacharro encima de la mesa y me levanté para ir a la fuente de agua a echar un trago. No paraba de darle vueltas a la cabeza sobre las intenciones de Carli mientras bebía del vaso de plástico. ¿Para qué serviría aquel chisme?

Mientras elucubraba, Tere se acercó a la fuente a beber e intercambiamos unas palabras. Estaba charlando con ella cuando vi, por encima de su hombro, a Carlota, que se dirigía a su mesa, portando un enorme montón de papeles en precario equilibrio.

Yo la miraba sin mucha atención, escuchando a medias lo que Tere me decía, mientras seguía dándole vueltas a lo del extraño aparatejo.

Y entonces sucedió.

Cuando Carlota estaba cerca de su mesa, de repente todo su cuerpo se puso en tensión, como si acabara de sufrir un tremendo calambrazo. Los papeles que llevaba, salieron volando por doquier, provocando una lluvia de informes por todo el pasillo.

A pesar de la distancia, pude percibir el gritito de sorpresa que Carlota profirió y vi cómo la chica se derrumbaba en medio del pasillo, quedando arrodillada en medio de la tormenta de papeles que caían a su alrededor.

Y la luz se hizo en mi cerebro.

Tere, al ver la dirección de mi mirada, se dio la vuelta a tiempo de ver el final de la borrasca. Los dos nos dirigimos hacia Carlota, con intención de ayudarla a arreglar el desaguisado, mientras yo me regocijaba interiormente por haber descubierto por fin para qué servía el maldito chisme. Y excitándome a la vez…

–          ¿Estás bien, Carli? – la interrogó Tere mientras se arrodillaba a su lado.

–          ¿Ummmmm? – respondió la otra chica mientras alzaba el rostro hacia ella, mordiéndose los labios.

Qué escena más erótica, las dos jóvenes arrodilladas a mis pies, mientras una de ellas padecía los insidiosos movimientos del juguetito que llevaba metido en el coño, activado por el mando que había dejado tirado encima del escritorio en la posición MAX.

Me dieron ganas de sacarme el rabo de los pantalones, agarrarlas a las dos por el pelo y obligarlas a que se lo tragaran todo… Joder, cómo se me estaba yendo la cabeza.

Tere seguía inquieta, pues no conseguía una respuesta inteligible de Carlota. Yo pasé casi por encima de ellas para llegar a mi escritorio, poner el cacharro al mínimo y volvérmelo a meter en el bolsillo.

Cuando lo apagué, Carli soltó un estremecedor suspiro y boqueó tratando de llevar aire a sus pulmones. Como pudo, se las apañó para tranquilizar a Tere y decirle que le había dado “uno de sus mareos”, mientras me dirigía una miradita subrepticia.

Un mareo… Ya.

Me agaché también para ayudar a recoger, pero, antes de hacerlo, llevé el interruptor hasta una posición media, haciendo que Carli volviera a ponerse en tensión. Sin poder evitarlo, arrugó un par de folios que tenía en las manos, antes de apañárselas para dejarlos encima del montón que estábamos haciendo en el suelo.

Al comprobar que era Carlota, el bomboncito de la oficina, la que estaba en dificultades, no faltaron los voluntarios para echar una mano, tantos que atrajeron la atención del jefe de sección que se encargó de poner orden.

Haciendo gala de su autoridad, nos despachó a todos a nuestros asientos y sólo permitió que Tere, la única chica del grupo de “ayudantes” se quedara con Carlota.

Me daba igual. Sintiéndome sereno por primera vez en semanas, me senté frente a mi escritorio con el juguetito en la mano, pues el accidente había ocurrido justo entre nuestros “despachos”, así que podía observar toda la escena sentado tranquilamente.

Claro. Cómo no lo había pensado antes, el mando no había funcionado al principio por la distancia. Carli estaba en el otro extremo de la sala, así que era lógico que estuviera fuera de alcance.

Pero cuando se acercó a mi escritorio y como yo me había dejado el controlador puesto al máximo… Ja, ja. El tiro le había salido por la culata.

Volví a clavar la vista en ella. Allí, a cuatro patas en el suelo, recogiendo papeles estaba super sexy. Tere también estaba muy bien, con la faldita remangada a medio muslo, pero al lado de Carlota…

Juguetón, subí unos milímetros la intensidad del aparato, lo que provocó un fuerte respingo en Carlota, que alzó la mirada hacia mí, fulminándome con los ojos… y con una expresión de excitación que tiraba de espaldas…

Seguí jugando con el mando, lo subía y lo bajaba, lo ponía al máximo unos segundos y luego casi lo apagaba, provocando que Carlota tuviera espasmos y temblores que se afanaba en controlar para que su compañera no se diera cuenta de nada.

Mentalmente, imaginé cómo estaría su coño a esas alturas… seguro que chorreando. Por su bien esperaba que ese día sí llevara bragas, si no pronto sus jugos empezarían a resbalar por sus muslos y formarían un charco en el suelo…

Ya me había rendido, ya no podía más… Una extraña serenidad se apoderó de mí, sin importarme nada en absoluto… Carlota me había atrapado en sus redes y yo no iba a luchar más. Iba a disfrutar.

Cuando vi que estaban recogiendo los últimos papeles y mientras admiraba apreciativamente las redondeadas posaderas de Tere, que estaba a cuatro patas de espaldas a mí, apagué el vibrador por completo.

Agradeciendo el respiro que le daba, Carli se incorporó con uno de los montones de papeles, mientras Tere hacía lo mismo con el resto. Tras dedicarle una sonrisa de agradecimiento, ambas penetraron en el habitáculo de la zorra, momento que yo aproveché para poner al máximo el cacharrito, con lo que casi se cae de cabeza en su silla.

Una vez sentada, empezó a apretar las piernas con desesperación, mirándome con expresión suplicante y enloquecida. Teresa, preocupada, se inclinó hacia ella para ver si se encontraba bien, aunque Carli no pudo responderle hasta que volví a apagar el cacharro.

Me lo estaba pasando bomba con el juguetito, allí con mi polla levantando el escritorio del suelo.

Tere, amable y solícita como siempre, fue en busca de una silla apara ayudar a su compañera a ordenar y clasificar los papeles del desastre. Durante los segundos que tardó, Carlota y yo nos miramos fijamente a los ojos y en ellos leí el profundo deseo que sentía y la incontenible lascivia que se había apoderado de ella.

Estaba claro. Si Carlota hubiera querido acabar con el juego, le habría bastado con ir al baño a librarse del juguete, pero no se movió un milímetro. Se limitó a sonreírme libidinosamente hasta que Tere regresó, momento en que volvió a adoptar su pose angelical. Un angelito tembloroso y empapado de sudor, pero bueno.

La siguiente hora fue divertidísima. Las dos chicas empezaron a ordenar los papeles, distribuyéndolos en montones por todas partes, incluso en el suelo y, mientras lo hacían, yo no paraba de mover el interruptor arriba y abajo, aunque sin llegar a llevarlo de nuevo al máximo.

Aunque estaba cerca, no escuchaba bien la conversación entre las chicas, aunque no me costó nada comprender que Tere seguía interesándose por el estado de Carlota mientras ella le respondía con gruñidos o palabras inteligibles, según la intensidad de las vibraciones del juguete que llevaba en el coño.

Al rato, el jefe se acercó a ver cómo les iba y, obviamente, puse el cacharrito a toda ostia, para que la diablesa pasara un mal rato. Lo que no me esperaba fue lo que sucedió.

–          ¿Todavía no habéis acabado de ordenar este follón? – les increpó en voz alta.

No escuché la respuesta de Carlota.

–          Bueno, pues si ya está, anda Tere, llévalos al despacho de Jiménez, que está esperando esto desde hace rato.

Tere, obediente, agarró los folios y salió de allí, tras echar una última mirada preocupada a su compañera.

–          Chiquilla, ¿te encuentras bien? – insistió Fernández  – Carlota, si estabas enferma, haberte quedado en casa, mujer…

Yo bajé la intensidad del vibrador, para permitir a Carlota dar una respuesta balbuceante que no entendí.

–          Nada, nada, te vas para casa ahora mismo. ¿Estás en condiciones de conducir? ¿O te pido un taxi?

Me levanté como un resorte y me acerqué al jefe por detrás.

–          Señor Fernández…

–          Dime – respondió volviéndose hacia mí.

–          Lleva toda la mañana sintiéndose mal. Le he insistido en que vaya a la enfermería, pero como es tan cabezona… – mentí con toda la desfachatez del mundo – Yo puedo acercarla a casa en un salto y me vuelvo enseguida. No me importa quedarme luego a recuperar el tiempo que pierda. Además, casi es la hora del café…

El jefe me miró un segundo, pensándoselo, pero, no encontrando motivo para negarse, accedió a mi demanda. Sólo un gay, inmune a los encantos de Carlota, no adivinaría por donde iban los tiros, pero mejor para mí.

–          Vale, David. Llévala. Que parece que va a desmayarse de un momento a otro. No sé si sería mejor que la llevaras al hospital.

–          No, no es necesario – intervino Carlota – Es el azúcaaaaaar.

Mientras hablaba, volví a subir de intensidad el juguete con la mano metida en el bolsillo. Preocupado, Fernández hasta me ayudó a llevarla al ascensor, mientras todo el mundo nos miraba, preocupados sinceramente por Carlota.

En cuanto las puertas se cerraron detrás nuestra, dejé de sostener a Carli, que se derrumbó en el suelo, quedando sentada, jadeando, con la espalda apoyada en una pared y los ojos cerrados. Saqué el mando del bolsillo y bajé la intensidad, lo justo para permitirle recuperar el resuello.

–          Menudo juguetito estás usando hoy guapa – le dije mirándola fijamente.

Ella abrió los ojos y me miró, jadeando con la boca abierta, con el rostro sonrojado y una expresión de lascivia que hizo que me temblaran las rodillas.

–          Quiero verlo – le ordené – Súbete la falda.

Ni una protesta, ni una duda, Carlota se abrió de piernas, allí sentada en el suelo del ascensor y, tironeando de los bordes de su minifalda, la subió lo suficiente para ofrecerme una vista perfecta de su entrepierna. Sí que llevaba bragas, de color negro, quizás las mismas que dejó en mi cajón la semana anterior.

Me arrodillé a sus pies, mirando detenidamente la entrepierna de la chica. Se notaba que la tela estaba mojada, tenía el coño chorreando, hinchados los labios vaginales, que abultaban en la tela. Además, se notaba un bulto extraño, que debía ser el extremo del juguete.

Sin pensármelo dos veces, metí la mano entre sus muslos abiertos, deslizándola sobre el suave tejido de sus medias y la posé sobre su coño. Bajo la tela, se sentía efectivamente un objeto duro que vibraba ligeramente. Con la otra mano, volví a subir la intensidad al máximo y el juguetito, literalmente dio un brinco bajo mi mano, agitándose como loco, mientras Carlota cerraba los ojos, gemía y boqueaba como posesa.

Bajé un poco el ritmo del chisme e introduje un dedo bajo el borde de las braguitas, despegándolas con dificultad de su coño, pues se habían adherido por la humedad. Apartándolas a un lado, contemplé por primera vez el delicado conejito de Carlota, con el que habíamos estado soñado todos los tíos de ese edificio durante los dos últimos años.

Era precioso, rasuradito, con algo de bello en la parte superior. La chica llevaba además un bonito tatuaje de una fresa en la ingle, justo al lado del coñito.

Palpé los labios vaginales, que estaban hinchados y sensibles, lo que la hizo estremecerse y gemir. Agarré entonces el extremo del juguete y lo saqué de un tirón, haciendo que Carlota chillara por la sorpresa.

Era una especie de huevo alargado, de unos 7 u 8 centímetros de largo y no paraba de vibrar y dar saltos en mi mano, lo que me sorprendió un poco. En uno de los extremos tenía una protuberancia en forma de anzuelo de 3 ó 4 centímetros, que vibraba con gran intensidad.

–          O sea, Carli, esto te lo metes en el coño y este extremo alargado se queda fuera, estimulándote el clítoris.

Carlota asintió, con los ojos cerrados y mordiéndose el labio inferior.

–          Pues devolvámoslo a su sitio.

Sin miramientos, volví a metérselo en el coño con fuerza, haciendo que sus ojos se abrieran como platos. Mientras lo hacía, aproveché para ponerlo de nuevo al máximo, sintiéndolo brincar y agitarse en mi mano, mientras se hundía en las entrañas de Carlota.

Y ella se corrió.

–          ¡AAAAAAAHHHHHHH! ¡DIOOOOOOOOOOOSSSSS! – aullaba la chica.

Devastada por el orgasmo, Carlota cerró las piernas con fuerza, atrapando mi mano en medio. Pude sentir así cómo su coño latía y sufría espasmos, acompañados por los insidiosos meneítos del juguete. Noté cómo la humedad se escurría entre sus piernas, empapando mi mano, mientras Carlota gemía y sollozaba, con las uñas clavadas en mi brazo, impidiéndome sacarlo de entre sus muslos. Aunque claro, yo tampoco intenté hacerlo.

Justo en ese instante llegamos al sótano y las puertas se abrieron. Tuvimos una suerte enorme de que nadie estuviera esperando el ascensor y nos pillara, así que, no queriendo tentar a la fortuna, apagué el vibrador y liberé mi mano del cepo, ayudando a Carlota a incorporarse.

Estaba super sexy, jadeante, sudorosa, ruborizada… y con la minifalda enrollada en la cintura, dejando al aire su depilado coñito y el extremo del juguete asomando de su interior.

–          Me encanta tu tatuaje – le dije.

Ella me sacó la lengua mientras se colocaba bien la falda.

–          Vamos en mi coche. A tu casa – sentencié – En la mía podría aparecer Jessica.

Carlota asintió en silencio.

Lo aceptó sin más, había ganado, iba a ser infiel a mi novia… pero no se jactó de ello, no me dirigió ninguna sonrisa triunfante, no me dijo que era un cerdo como todos…

–          Vámonos. No puedo más. Necesito que me folles – dijo simplemente.

Y yo obedecí.

Salimos del ascensor aparentando normalidad, fingiendo que yo la sostenía por encontrarse enferma, pues en el sótano sí que había cámaras de seguridad. De no haberlas habido, creo que me la hubiera follado allí mismo.

Instantes después salíamos del edificio en mi coche, conmigo conduciendo y ella despatarrada en el asiento del copiloto, frotándose el coño vigorosamente tal y como yo le había dicho. El juguete, puesto al máximo, vibraba en su coño y estimulaba su clítoris, volviéndola loca de placer.

Cada vez que nos deteníamos en un semáforo, mi mano sustituía a las suyas en su coño, acariciándolo y palpándolo a placer.

Por fortuna, el día que fuimos al pub, Carlota me dijo que vivía cerca, pues desde luego ella no estaba en condiciones de darme indicaciones.

Por una vez pagué con gusto en el parquímetro. Iba a follarme a una puta de bandera y tan sólo me costaba eso…

Entramos en su bloque y nos cruzamos con una vecina, a la que Carlota saludó con educación. La tipa devolvió el saludo, pero le echó una mirada de desprecio que me hizo entender que estaba más que acostumbrada a ver llegar a la chica acompañada de tíos. Puta frígida.

En cuanto entramos al ascensor, obligué a Carlota a arrodillarse delante de mí, como llevaba toda la mañana deseando hacer. No hizo falta ni que se lo dijera, en cuanto estuvo en posición, ella solita me bajó la cremallera y engulló mi falo, que a esas alturas estaba al rojo vivo.

Me acordé de Jessica, de sus labios sobre mi verga cuando estaba de buenas y se avenía a chupármela… No había comparación, Carlota era infinitamente mejor… Casi logra que me corra en los escasos 30 segundos que tardó el ascensor en llegar a su planta.

Entramos a su casa, ella dejó caer las llaves al suelo y se abalanzó sobre mí, hundiéndome la lengua hasta la tráquea, mientras mis manos se apoderaban de su culo y lo estrujaban con fiereza. Su mano buscó mi polla, colándose por la bragueta que ni me había molestado en cerrar. Cuando la agarró, calambres de placer recorrieron mi cuerpo, mientras mi rabo latía y palpitaba entre sus dedos.

Sin dejar de besarnos y magrearnos, con su manita deslizándose por mi estaca, penetramos en el salón y nos derrumbamos sobre el sofá, en un confuso montón de cuerpos, acariciándonos por todas partes.

Arranqué literalmente la blusa de Carlota, haciendo saltar todos los botones, agarrando sus pechos con pasión, besándolos y lamiéndolos a pesar de seguir embutidos en el sostén. Carlota fue más cuidadosa, pues me quitó la corbata, arrojándola a un lado y empezó a desabrochar mi camisa, besando y lamiendo mi pecho a medida que iba abriéndola, cosa que agradecí pues tenía que regresar a la oficina.

Me recliné en el sofá, mientras ella seguía deslizando sus labios por mi cuerpo, cada vez más abajo. Cuando llegó a la cintura, forcejeó un instante con el cinturón librándome con rapidez de los pantalones y el slip. Mi verga, incandescente, estaba completamente pegada a mi estómago, tiesa y dura como nunca antes lo había estado. Carlota se arrodilló entre mis piernas y, lentamente, deslizó su lengua sobre mi falo, desde la base hasta la punta, donde se entretuvo unos instantes, antes de volver a bajar hasta las bolas, que chupó y lamió haciéndome rugir de placer.

Notaba que iba a correrme, así que la obligué a parar. Me tumbé a lo largo en el sofá y la atraje hacia mí, obligándola a sentarse a horcajadas en mi pecho, dándome la espalda. Ella me entendió perfectamente.

Carlota deslizó lujuriosamente sus caderas hacia atrás, frotando su coñito sobre mi torso hasta quedar tumbada sobre mí y su rostro pegado de nuevo a mi verga. Usé mis manos para terminar de enrollarle la minifalda en la cintura y, apartando sus bragas, hundí la boca entre sus muslos, buscando con mi lengua su coño.

Carli se retorció de placer encima de mí al sentir mi insidiosa lengua recorriendo su intimidad y volvió a empezar a comerme la polla, completando así un 69 digno de película porno. Allí no había sentimientos, era puro sexo, del sucio.

Con cuidado, le extraje el juguete de entre los hinchados labios vaginales y lo miré un segundo, viendo cómo se agitaba casi imperceptiblemente, pues estaba casi al mínimo. Iba a dejarlo a un lado cuando se me ocurrió una idea perversa. Como no necesitaba más lubricación, pues estaba empapado, coloqué el juguete en la entrada del culo de Carlota y empujé suavemente. Ella no protestó ni se resistió, relajando el esfínter para permitir que aquella cosa se le metiera por el culo. Aquella tía no le decía no a nada.

Cuando lo tuvo bien metido, estiré la mano hacia el suelo, palpando hasta que encontré el pantalón, de cuyo bolsillo extraje de nuevo el mando. Volví a comerle el coño con ganas, con los ojos clavados en el agujerito trasero de Carlota, que se agitaba y temblaba al ritmo de las vibraciones del juguete.

–          Eres un cabróoon – siseó Carlota sacándose mi rabo de la boca un instante – Siiiiii.

Y seguimos devorándonos el uno al otro. Pero yo quería meterla ya.

Dándole una palmada en el culo, obligué a Carli a descabalgarme. Ella protestó, con sus labios aún prendidos de mi polla, pero yo la obligué a dejarlo.

–          Quita zorra, que tú ya te has corrido. Y yo quiero hacerlo en tu coño.

Carlota obedeció y se tumbó en el sofá, despatarrada, con una pierna apoyada en el respaldo. Yo la miraba de pié junto al sofá, con la verga latiendo y apuntando al techo. La puta libidinosa llevó una mano a su coño, abriéndose los labios, ofreciéndomelo, mientras con la otra se acariciaba los pechos. Era una actriz porno. De las buenas.

No aguanté más. Me arrodillé entre sus piernas mientras ella levantaba las caderas, brindándome su coño para que lo usara a placer. La coloqué en posición y, bruscamente, eché el culo para delante hincándosela en las entrañas de un tirón, hasta los huevos.

–          ¡AAAAAAHHHHHH! – gimió Carlota cuando el émbolo de carne la arrasó por completo.

–          Jodeeeeeeeeer – coreé yo cuando mi polla se clavó en aquel exquisito y ardiente coño, que parecía apretar y estrujar por todas partes.

Empecé un mete y saca feroz, demencial, agarrando las caderas de Carlota y levantándolas del sofá. Ella, gritando de placer, se arrancó el sostén y exhibió para mí sus magníficas tetas, que estrujó y acarició con lujuria mientras yo seguía martilleando su chocho.

Me iba a correr, lo sabía, lo notaba, estaba a punto de estallar, pero quería darle a aquella zorra lo suyo, así que cogí el mando y lo puse de nuevo al máximo.

–          ¡NOOOOOOOO! ¿QUÉ HACES? ¡MI CULO NOOOO! ¡AAAAAAHH! ¡CABRÓN! ¡APAGA ESOOOOOOO!

Fue peor el remedio que la enfermedad, pues cuando el maldito chisme empezó a vibrar a lo bestia, las vibraciones se transmitieron a mi rabo, provocándome un placer indescriptible. Y estallé, llenando a Carlota hasta arriba de leche. Por fortuna, al notar mi copiosa corrida desparramándose en su interior, Carli también alcanzó el orgasmo. Me derrumbé sobre ella, berreando, con mi polla vertiendo litros de semen en su interior, mientras Carlota buscaba mis labios con los suyos, besándonos con pasión, mientras el orgasmo arrasaba nuestros cuerpos.

Minutos después, exhaustos, ambos compartíamos un cigarrillo, sentados cada uno en un extremo del sofá, con las piernas encima del asiento, mirándonos el uno al otro. El juguetito, que Carlota había extraído de su culo, reposaba en el suelo encima del montón de ropa.

–          Bien – le dije serenamente – Has ganado. Te has salido con la tuya. No he sido capaz de resistirme. Soy un cerdo como todos los tíos.

Ella me miró con una extraña sonrisa en los labios.

–          Dejémoslo en empate – dijo alargándome el cigarrillo.

–          ¿Y eso? Qué magnánimo por tu parte.

–          No, no es eso. Es la pura verdad.

–          No te entiendo.

Carlota volvió a mirarme, movió la cabeza y se rió levemente antes de contestar:

–          Mi plan era volverte loco de deseo y luego, cuando te tuviera a punto de caramelo… dejarte con las ganas, cabrón.

Me quedé parado un momento, incrédulo, hasta que acabé por echarme a reír.

–          Ja, ja. Ese plan no podía salirte bien. Si llegas a intentar pararme hoy, hubiera acabado en comisaría, acusado de violación.

–          No, ese era el plan hasta ayer. Hoy yo tampoco hubiera sido capaz de parar – concluyó ella guiñándome un ojo.

Yo también sonreí.

–          ¿Te sientes culpable? – me interrogó inesperadamente.

–          Creo que no – respondí tras pensármelo unos segundos – He disfrutado demasiado para sentir remordimientos.

–          ¿Y Jessica?

–          Luego me la follaré también.

Joder. Me estaba excitando otra vez, mi polla empezaba a despertar y a ponerse morcillona. Carlota se dio cuenta y me dirigió una sonrisilla de las suyas mientras decía:

–          Vaya, por lo que veo en la oficina van a tener que esperarte un ratito más.

–          Luego echaré todas las horas que hagan falta.

–          Pídele ayuda a Tere, estoy segura de que estará encantada de quedarse contigo y echarte una mano.

No respondí. Me puse en pie y la tomé entre mis brazos, levantándola en volandas. Bastó el contacto de su cuerpo para devolver mi excitación al máximo, de forma que, cuando entramos al dormitorio, mi polla ya estaba apretándose contra su culo.

Nos echamos en la cama, nos besamos, nos acariciamos, nos devoramos mutuamente, metiéndonos mano por todas partes. No permití que se quitara la minifalda, ni las medias, me excitaba lo indecible verla con la falda enrollada en la cintura.

La puse a cuatro patas, deseando probar el tesoro que Jessica me ofrecía en tan pocas ocasiones.

–          Te voy a follar el culo – siseé mientras ella ronroneaba como una gatita.

Entonces me acordé del vibrador que se había quedado en el salón. Me levanté de un salto y me dirigí al salón, con mi enhiesta verga cabeceando entre mis piernas.

–          ¡Espera! ¿Adónde vas?

–          A por el vibrador.

–          Abre ese cajón, idiota – dijo Carli apuntando a su mesita de noche.

Joder. Allí había de todo. Consoladores, vibradores, esposas… Sonreí al reconocer uno de los dildos, aquel cuya imagen estaba grabada en mi cerebro desde el día en que lo vi por primera vez.

Sacándolo del cajón, lo besé y lo acaricié con cariño, mientras Carli me miraba, mitad extrañada, mitad divertida.

–          ¿Se puede saber qué haces? – me preguntó.

–          Le daba las gracias a este amiguito. Es por él que hoy estoy aquí.

Los ojos de Carli se dilataron cuando el entendimiento penetró en su cerebro. Echándose a reír, me hizo gesto con el dedo para que me reuniera con ella. No la hice esperar.

Carlota estaba a cuatro patas sobre el colchón, mientras yo besaba y acariciaba su culito, donde estaba deseando meterme. Mientras lo hacía, me las apañé para abrir el bote de vaselina que también me agencié en el cajón y extendí una generosa capa en su ano, haciendo que la chica se estremeciera.

Con cuidado, introduje un dedo en su interior, deslizándolo fácilmente en su culo. Pronto el dedo fue sustituido por el consolador, que se enterraba en las entrañas de Carlota sin problemas, mientras ella gemía como una perra y se frotaba el coño con una mano.

Ya no podía más, así que el dildo dejó rápidamente su lugar a mi verga, que se enterró en su culo hasta el fondo.

–          ¡AAAAAHHH! ¡CABRÓN! MI CULO, ME ESTÁS FOLLANDO EL CULO… SIGUE CABRÓN, NO TE PARES, MÉTEMELA HASTA EL FONDO…

Como si yo necesitara instrucciones. Aferrándome a su grupa, empecé a moverla adelante y atrás, clavándole el cipote hasta el fondo, hundiéndome en su culo, regalándome con el exquisito placer de sodomizarla. Ella, ni corta ni perezosa, agarró el consolador que estaba sobre el colchón y se lo embutió en el coño, recibiendo así un doble tratamiento que logró llevarla al orgasmo enseguida.

Yo seguí follándola un rato más, hasta que sentí que iba a correrme de nuevo. Pensé en llenarle el culo de semen como antes le había llenado el coño, pero me di cuenta de que era hora de marcharme ya, así que me corrí encima de su cuerpo, pringándole el culo, para que se acordara de mí mientras se lavaba.

Agotados, nos derrumbamos el uno al lado del otro, recuperando el resuello, yo mirando al techo y ella con la cabeza reposando en mi pecho.

–          No ha estado mal, ¿verdad? – jadeé.

–          Nada mal. Por lo menos un siete.

–          ¿Un siete? ¿Serás puta! ¡Si te has corrido un montón de veces!

–          Tengo un amigo japonés que tiene un rabo como mi brazo de grande. Hace que me corra sólo con vérsela. Es el que me hizo el tatuaje…

–          Precioso trabajo – dije estirando la mano para acariciar la zona tatuada y de paso darle un repasillo a su chocho.

–          ¿Quieres jugar más? – dijo ella sonriendo.

–          No guapa. Fernández debe estar cagándose en mis muertos. Otro día.

–          ¿Otro día? Vaya, vaya, quien te ha visto y quien te ve – dijo ella jocosamente.

–          Si tú estás dispuesta… – dije dubitativo.

–          Claro que sí – respondió Carli estirándose voluptuosamente sobre el colchón – Te enseñaré algunos jueguecitos nuevos, a ver si podemos subir tu nota media.

La besé y salí del cuarto.

Tras recoger mi ropa, empecé a vestirme, arreglándome lo mejor que pude. Entonces vi el vibrador por allí tirado y lo recogí, buscando el mando a continuación. Una vez vestido, regresé al dormitorio y, enseñándole el juguete a Carli, le dije:

–          Perdona, Carlota, ¿me lo prestas?

–          Te lo regalo.

–          Vaya, gracias – respondí guardándolo en el bolsillo de la chaqueta.

–          Veo que Jessica está a punto de descubrir nuevos horizontes.

–           Sí – dije sonriendo – Nos vemos mañana.

–          Mañana creo que me voy a coger el día. Dile a Fernández que estoy hecha polvo.

–          Así que un siete, ¿eh? Creo que te he dejado satisfecha para una temporada.

–          No te lo crees ni tú – dijo ella sacándome la lengua.

A punto estuve de mandar a tomar por culo el trabajo y quedarme todo el día allí.

Mientras conducía de regreso, no paré de darle vueltas a la cabeza. Me sorprendía no sentir el más mínimo remordimiento. Quería a Jessica, eso no había cambiado, pero los escrúpulos a la hora de serle infiel habían desaparecido. Era hora de pasarlo bien.

Tras soportar el rapapolvo del jefe por haber tardado tanto (atasco de tráfico le dije), me reincorporé al trabajo. Tenía mogollón acumulado, pues, además del tiempo perdido en casa de Carli, lo cierto era que tampoco había hecho absolutamente nada antes de irnos.

Casi a la hora de salir y siendo el único pringado que iba a tener que quedarse, escuché unos golpecitos en la entrada de mi habitáculo. Alcé la vista y me encontré con Tere, que me sonreía un poquito nerviosa.

–          Hola, David. Venía a preguntarte por Carlota. La he visto bastante mal y estoy un poquito preocupada.

–          La he dejado en casa. Ya se encontraba mejor, aunque ha dicho que mañana probablemente no vendrá.

–          Vaya. Pobre chica. Es que eso del azúcar es muy jodido.

–          Sí, que lo es. Pero esta vez creo que se trataba de otra cosa.

–          ¿Otra cosa?

Entonces apareció Fernández.

–          Vaya David, ¿todavía tienes tiempo de cháchara? Ya te he dicho que quiero esos papeles en mi mesa a primera hora, así que tú verás…

Sin añadir nada, el tipo se largó a su casa, dejándonos a ambos mirándole con odio.

–          Gilipollas – dijo Teresa mientras el tipo se alejaba.

–          Vaya que sí.

–          Oye – dijo la chica mirándome con cara de preocupación – ¿Qué papeles son esos? Quizás podría ayudarte…

Le sonreí de oreja a oreja, sin poder evitarlo.

–          Te estaría super agradecido. Si no, a mí solo me van a dar las uvas. Cógete la silla de Carlota, anda.

Sonriéndome, Teresa fue al habitáculo de nuestra compañera a por su silla, mientras yo calibraba su hermoso culito embutido en su falda de ejecutiva. Algo empezó a agitarse dentro de mi pantalón.

–          Si quieres, puedo explicarte exactamente lo que le pasaba hoy a Carlota. Se trata de algo un poco… extraño.

Mientras le decía esto, apoyé suavemente una mano en su rodilla enfundada en la media. Noté perfectamente cómo sus pupilas se dilataban y el ritmo de su respiración se alteraba.

–          Cla… claro – dijo ella con voz temblorosa.

–          Verás, tengo que enseñarte algo que llevo en el bolsillo de la chaqueta. Mete la mano y sácalo. Te va a encantar….

………………………………….

Ayer, yo era un buen chico, feliz con mi novia, fiel, honrado y trabajador.

Gracias, Carlota. Gracias por liberar al depravado que hay dentro de mí. Ahora sí que soy feliz…

TALIBOS

Si deseas enviarme tus opiniones, mándame un E-Mail a:

ernestalibos@hotmail.com

Relato erótico: “Adiestrando a las hijas del jefe 4” (POR GOLFO)

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A la mañana siguiente, mi despertar me dio una pista de cómo sería el resto de mi vida si es que no la cagaba y lo digo porque seguía dormido cuando escuché entre susurros a mi secretaria decir:

        -¿Cuál de las dos quiere encargarse de nuestro amo la primera?

        Al pedir ambas el turno, Isabel riendo les replicó que ya que se mostraban tan solicitas, Natalia fuera a preparar el baño mientras Eva calentaba el desayuno de su señor.

Sin comprender a que se refería, la hija pequeña de mi jefe se dispuso a ir a la cocina, pero entonces la gordita muerta de risa le espetó:

-El desayuno al que me refiero está entre mis dos piernas.

Natalia sonrió al comprender a lo que se refería y demostrando su disposición para mimar y cuidar a la que ya consideraba su maestra, replicó mientras hundía la cara entre sus gruesos muslos:

 -¿Cómo de caliente quiere que lo deje?

-Tú ocúpate de dejarlo a punto de caramelo para que nuestro amo sea el que le dé el último calentón.

Entreabriendo los ojos, observé a la morena separar los pliegues de mi secretaria y con un cariño que realmente me sorprendió dejó que su lengua jugara con el clítoris de Isabel unos instantes antes de en voz baja decir:

-Nunca pensé que lo feliz que me haría el comer un coño por la mañana.

Atrayendo con la mano a la descarada chavala, la gordita le regaló un mordisco en una nalga mientras le decía:

 -Come y calla. Mi coño debe de estar húmedo para acoger la virilidad de mi señor.

No sé con seguridad que fue lo que más me gustó, si comprobar la sumisión que Isabel demostraba hacía mí o la devoción con la que Natalia la obedeció. Lo cierto es que no hizo falta que me pusieran sus garras encima para que poco a poco mi miembro se fuera alzando bajo las sábanas.

Mi verga alcanzó su longitud máxima al comprobar que Eva, al volver de preparar el jacuzzi, sin decir nada se puso a ayudar a su hermana en su misión.

-Así me gusta, putitas. ¡No tengáis piedad de mí!- dijo en la gloria mi asistente al sentir los dientes de la rubia mordisqueando sus pezones.

Decidí esperar a escuchar los primeros síntomas de su orgasmo antes de dar a conocer a ese trio de putas que estaba despierto.   Por ello cuando a mis oídos llegaron los sollozos de la gordita al sentir que se corría, directamente y sin mediar prolegómeno alguno, la ensarté. Ella al experimentar la invasión, se dejó llevar y llorando me agradeció que la tomara.

Riendo a carcajadas, la giré sobre la cama y poniéndola a cuatro patas, la volví a empalar sin compasión mientras exigía a las hermanas que colaboraran conmigo diciendo:

-Si conseguís que esta zorra se corra dos veces antes de que yo la insemine, os llevo de paseo.

El salir de casa después de tanto tiempo encerradas fue estímulo suficiente para que tanto Natalia como Eva se lanzaran en picado sobre Isabel y mientras la mayor se dedicaba a masturbarla, la pequeña se dio un banquete jugueteando con las ubres de la treintañera. La insistencia de esas dos putas y mi continuo martilleo sobre el chocho de la jamona provocó su primer orgasmo.

-¡Dios! – gimió descompuesta mientras el manantial que manaba entre sus piernas amenazaba con inundar la habitación.

Ese exabrupto junto con la promesa de sacarlas a la calle estimuló más si cabe a las dos hermanas y juntas se dedicaron a masturbar a su maestra mientras le retorcían con saña los pezones.

-¡Cabronas! ¡Me vengaré! – chilló mi secretaria al sentir que nuevamente su cuerpo colapsaba sobre las sábanas.

Las risas de las dos jóvenes y la satisfacción de mi montura me llenaron de gozo y tomando su negra melena como riendas, azoté su trasero exigiendo que se moviera. Como por acto reflejo, las caderas de Isabel se convirtieron en una batidora, batidora que exprimió, zarandeó y sobre todo mimó mi herramienta hasta que derramé en su fértil vagina la simiente acumulada durante el sueño. Ella al sentir las andanadas se corrió por tercera vez mientras aullaba su sometimiento a mí diciendo lo mucho que me amaba.

Juro que me sorprendió escuchar de sus labios que su entrega a mí iba más allá de lo sexual y contra todo pronóstico, no me importó. Por ello y mientras descargaba las últimas gotas en su interior, mordí sus labios con fiereza mientras le decía:

-Me gusta comprobar que eres y te sientes mía.

Mis palabras azuzaron más si cabe a Isabel y con dos gruesas lágrimas de felicidad recorriendo sus mejillas, disfrutó de las caricias de las hermanas mientras la inseminaba. Su actitud fue previsible, en cambio, la de Natalia no y es que la joven esperó a que me saliera de ella para abrazarla susurrando en su oído que, aunque yo era su amo, nos amaba a los dos. Si bien desde el primer momento había asumido la bisexualidad de la menor de las chavalas, me impresionó oír la respuesta de mi secretaria:

-Lo sé, pequeña, pero solo puedo aceptar tu amor si Fernando me deja. Soy suya por entero y para siempre.

Esa nueva confesión me hizo darme cuenta de que mis sentimientos hacia Isabel eran parecidos y por eso sonriendo respondí:

-Cariño, no puedo negar un capricho a la que es mi pareja. Por eso,  con solo pedírmelo, Eva es tuya.

-¿Me consideras tu pareja?- preguntó totalmente confundida.

-Claro- respondí: -Como quieres que llame a la mujer que mejor me comprende, que lleva a mi lado un montón de años y que encima vive conmigo.

Si bien estaba dichosa, vio que faltaba algo y por eso tanteó el terreno, preguntando:

-Pero… ¿me quieres?

Soltando una carcajada, repliqué tomándola entre mis brazos.

-Gordita, eres mi amiga, mi amante y mi mujer. No puedo pensar en que no estés a mi lado.

 Con una espléndida sonrisa, me besó y dándose la vuelta, miró a Natalia y le dijo:

-Zorrita, solo puedo darte las migajas de mi amor.

-Maestra. Me da lo mismo. Una caricia suya es suficiente para ser feliz- contestó la cría.

Su hermana que hasta entonces había permanecido callada, se atrevió a preguntarme cual iba a ser su papel ahora que Natalia era de Isabel. Comprendí al vuelo que Eva necesitaba que la confirmación de que seguía siendo mía. Por eso, despelotado, la senté en mis rodillas y regalando unas rudas caricias sobre sus nalgas, respondí que era una vergüenza que pusiera en tela de juicio quién era su amo.

Contra toda lógica, mi castigo la hizo reír y con alegría desbordante en su voz, me pidió perdón por su error y me juró que nunca volvería a dudar quien era su amado dueño.

-Así me gusta- contesté al tiempo que afianzaba mi poder mordiendo sus labios.

La rubia sollozó de felicidad al saberse de mi propiedad y como acto reflejo buscó con sus manos mi virilidad mientras restregaba su cuerpo contra el mío.

-Tranquilas- me reí al observar que tanto Isabel como Natalia la imitaban y que eran seis manos las que me acariciaban. Viendo que no me hacían caso y que buscaban con ahínco el excitarme, salí de la cama y mientras me dirigía al baño, pregunté quién me iba a enjabonar.

Al unísono mis tres mujeres corrieron a mi lado, compitiendo entre ellas para ver cuál iba a mimarme…

Tras la ducha, mandé a Natalia y a Eva a vestir sin caer en la cuenta de que las había despojado de toda su ropa y que era imposible que me obedecieran. Al explicármelo, Isabel asumió que esa era su función y tomándolas de la mano, se las llevó.

        Mientras las veía marchar, sonreí al percatarme de la naturalidad con la que esas tres habían asumido los papeles que les había marcado.

        «¿Quién me iba a decir que para estas niñas el saberse nuestras las iba a hacer tan feliz o que Isabel iba a resultar una amante tan ardiente?», me pregunté y encantado con el tema, me comencé a acicalar.

        Ya vestido tuve que hacer tiempo durante más de un cuarto de hora aguardando a que salieran y si bien me molestó la espera,  cambié de opinión al verlas salir. Cada una a su estilo, venía preciosa.

Isabel, embutida en un traje de ejecutiva agresiva que magnificaba sus curvas, me miró y señalando a las dos hermanas soltó muerta de risa:

-No sabes lo que me ha costado que estas dos locas se pusieran algo decente. Aunque no te lo creas decían que ya que eran nuestras putitas podían y debía vestirse como tales.

Observando la cantidad de piel que seguían enseñando, no quise ni saber cómo narices querían salir de casa y aceptando de plano la postura de mi secretaria, pregunté donde querían ir primero.

Para mi sorpresa, tomando la iniciativa, Eva me soltó:

-Llevamos tanto tiempo sin ver el sol que nos gustaría ir a una terraza.

Comprendí su elección y queriendo premiar el cambio que habían dado, las llevé a la terraza del Bernabéu sin saber que allí nos encontraríamos con el antiguo novio de Eva.

La alegría con la que llegaron al estadio mutó en cabreo al descubrir en ese lugar a Fefé y más cuando este, olvidando que junto a Toni las había tiradas en mis manos, se acercó. Supe con solo mirarla que la más enfadada era la rubia y por eso cuando con sus ojos me pidió permiso para vengarse, con una sonrisa accedí a que lo hiciera.

El incauto joven ajeno a lo que se le avecinaba tuvo el descaro de saludarla con un beso, beso que Eva no rechazó a pesar de dejarme claro su rechazo.

-Preciosa, ¿me has echado de menos?- seguro de su atractivo preguntó.

Siguiéndole la corriente, la chavala se pegó a él. Como si nada hubiera pasado y mientras disimuladamente comenzaba a acariciarle, respondió:

-No sabes cuánto.

Fefé asumió que su atractivo seguía intacto al sentir la mano de Eva buscando su virilidad y por ello le preguntó si no prefería un lugar más discreto. La sonrisa desapareció de sus labios y mutó en una mueca de dolor cuando la mano  de la rubia se cerró alrededor de sus huevos.

-¡Qué ganas tenía de sentirte!- con tono dulce susurró la joven mientras incrementaba la presión con la que torturaba a su ex.

El dolor que le subía por el cuerpo le atenazó e incapaz siquiera de gritar, imploró con la mirada que lo dejara. Lejos de apiadarse de él, Eva continuó con su venganza y sin dejar de estrujar con todas sus fuerzas los testículos de ese cobarde, acercando su boca al oído de Fefé, le comentó:

-Te tengo que dar las gracias. Al dejarme tirada en manos de Fernando, descubrí el placer que un verdadero hombre era capaz de dar.

Dos gotas de sudor corrían por la frente de joven y con un sufrimiento sin par, consiguió pedir su compasión con voz casi inaudible.

-No te he oído- replicó Eva mientras retorcía con saña los genitales de su presa.

-Perdóname- sollozó con el rostro ya amoratado.

-Pídemelo mas alto. Quiero que tus amigotes te oigan.

Temiendo por su hombría, no le importó quedar en ridículo y llorando, rogó a la  rubia que lo liberara. La joven demostró su desdén por el que había sido su novio. Tras retorcer un poco más los huevos de Fefé, se mofó de él diciendo:

-No comprendo qué pude ver en ti cuando lo cierto es que eres un ser patético.

El menosprecio de Eva fue tal que  sus propios compañeros de juergas se avergonzaron de él y mientras él intentaba levantarse del suelo, se giraron para no verle y más cuando sin cortarme un pelo, me puse a aplaudir en mitad del gentío.

Sonriendo, Eva me abrazó y buscando mis labios, susurró en mi oído:

-¿Sabe mi señor lo mucho que lo amo?

Aunque sabía lo mucho que había cambiado bajo mi mando, he de decir que me  cogió descolocado que la misma chavala que pocos días había intentado acabar conmigo de un tiro, reconociera de manera tan abierta que estaba enamorada de mí y por ello tardé unos segundos en asimilarlo, no en vano era la segunda que me lo decía ese día. Eva malinterpretó mi silencio y con lágrimas en los ojos, salió corriendo del lugar.

Isabel que hasta entonces se había mantenido al margen, se giró hacía mí y me dijo:

-Vete tras ella. Te necesita.

        Aceptando su sugerencia, fui tras ella. Mi rápida reacción me permitió alcanzarla antes que consiguiera cruzar la calle. Entonces,  tomándola del brazo, la atraje hacía mí y sin darle opción a negarse, la besé.

        -Déjame- sollozó.

        Obviando sus quejas, acaricié su rubia melena mientras le decía en voz baja que por mucho que me lo pidiera nunca la dejaría ir.

        -¿Por qué?

        Su pregunta me hizo plantearme muchas cosas. Fue justo entonces, cuando caí en la cuenta de lo mucho que yo había cambiado y que el solterón empedernido había desaparecido.

        «No me lo puedo creer», pensé al percatarme que estaba totalmente enculado por las tres.

        Aprovechando que Natalia e Isabel se nos habían  unido, la contesté:

-Una familia siempre tiene que permanecer unida y tú eres una parte esencial de nosotros. Me da igual lo que la gente piense. Sois mías y no pienso renunciar a ninguna.

Las risas de las tres me hicieron saber lo felices que se sentían y por eso, tomándolas de la cintura, les pregunté que les apetecía hacer.

-Siempre he tenido ganas de pasar una noche en el Ritz- en plan pícara, Natalia comentó.

Despelotado de risa y sabiendo que tenía dinero suficiente para cumplir ese y muchos caprichos más, volví con ellas a la terraza. Una vez ahí, llamé al camarero y pedí una botella de cava.

-¿Qué tenemos que celebrar?- quiso saber mi secretaria.

-¡El principio una larga vida los cuatro juntos!- declaré alzando mi copa.

Relato erótico: “Se precisa mujer seria para trabajo poco habitual 2” (POR CARLOS LÓPEZ)

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“Se precisa mujer seria y respetable para experiencia poco habitual. 30-50 años. Se garantizan aventuras y discreción.”

Este fue el anuncio por el cual Carmen, una decente esposa y madre pero con muchas inquietudes en materia sexual, cae en las manos del Sr Parker, un hombre respetable pero perverso. El juego al que Carmen se presta consiste en que el Sr Parker sería su dueño durante un mes. En ese periodo ella estaría obligada a poner su cuerpo a disposición del hombre para que practicase con ella sus deseos y fantasías. La segunda parte del acuerdo consiste en que ambos se comprometen a que el juego no afecte a sus vidas personales ni profesionales. Es algo clandestino y Carmen toma el nombre falso de Lorena.
Ella nunca habría pensado que sería capaz de hacer algo así. En el capítulo anterior vive su primera infidelidad a su marido dejándose follar por el Sr Parker en los probadores de unos grandes almacenes. El hecho de que él la obligase a tener los ojos vendados, que se lo hiciese desde atrás, tratándola con firmeza, y que al terminar la deje abandonada y follada en ese probador la ha producido una honda impresión “¿cómo ha sido capaz de ofrecerse a ello?” y lo peor “¿cómo ha podido disfrutar tanto?”.Al día siguiente no puede quitarselo de la cabeza. Reflexiona sobre lo que ha pasado: Ese hombe la ha dominado. La ha hecho sentirse como una auténtica puta y ha gozado como nunca. Recuerda como en esos momentos, se moría de ganas por saber quién era realmente el hombre que la estaba follando, cómo eran sus detalles físicos, pero había de reconocer que el hecho de no saberlo y no poderle ver la había puesto especialmente cachonda.
Ahora ya lo sabía. Le había dejado un recorte de prensa en su bolso y, aunque no tenía pruebas, estaba claro que sólo podía ser él. Un importante cirujano. El tipo la encantaba. Maduro, canoso, con una sonrisa de dientes perfectos… inspiraba confianza y seguridad. La típica persona a quien comprarías un coche usado ¿quién iba a imaginar que una de sus mayores pasiones era dominarla a ella? Pero claro, ¿quién iba a imaginar que ella, una respetable mujer, iba a caer en esta aventura?. Y sólo pensar que ahora se había convertido en su amante, en su amante para todo lo que él quisiera, la tenía en un estado de excitación permanente.

Carmen acaba de volver de llevar a su hija al colegio y espera ansiosamente al ordenador iniciarse. Inmediatamente va a la cuenta de correo secreto que se había creado expresamente para este juego. Allí está el mensaje del Sr. Parker.

“Lorena,

Estoy muy contento contigo.
Estuviste un poco tímida y temblorosa pero lo has hecho fenomenal, corriéndote como una perra en celo en un probador y sin saber quien te estaba disfrutando. ¿lo has pensado? ¿no te hace sentir zorra?
En el próximo juego continuaremos e intensificaremos estos efectos en tu mente. Quiero que te sientas puta. Te vas a vestir con el más corto de tus trajes y quiero que lleves unas medias de rejilla negras con costura atrás. No sé si se llevan o no, pero te quiero ver con ellas. Ah y sin sujetador.
Mañana a las 2 de la tarde irás así vestida al sex-shop de la calle Montera. Sí, ya sé que es una zona donde se ponen las prostitutas y sus clientes, pero tú no tienes que entretenerte con nadie. Cuando entres al sex-shop, irás a la zona de juguetes eróticos y preguntarás por un huevo vibrador con mando a distancia. Pedirás que te enseñen varios modelos. Compras uno y sales de allí. Si no recibes mensajes míos te vas a casa que ya te daré más instrucciones.
Lorena, hoy tienes prohibido tocarte ni que tu marido te folle. Quiero que vayas con cierta ansiedad.
Confirmame que lo has entendido. Atentamente,
Sr Parker
Ps. Hice algunas fotos del episodio de ayer con mi teléfono móvil. Espero que no te importe. Son sólo para mi consumo personal aunque puede que, si me lo pides, te envíe alguna. “
El aluvión de sensaciones la abruma de repente. Por un lado se siente excitada y deseosa de satisfacer al Sr Parker. Le gusta el juego y ansía hacer lo que él la mande. Mucho más volverlo a tener pegado a su cuerpo penetrándola y dominándola. Por otra parte, su sentido del deber la angustia. No quiere arriesgar su modo de vida, su familia, su hija que es lo que más quiere… hasta le molesta el daño que pudiera hacer a su aburrido marido si se entera. ¿Cuántas veces ella había criticado a las mujeres así? Incluso a Ruth, una de sus mejores amigas.
Además, la última frase la deja estremecida. A pesar de que algo le hace confiar en el Sr Parker, el hecho de que la tenga fotografiada en el probador la produce sentimientos encontrados. Por un lado temor a que pueda usar las fotos y destrozar su vida, pero por otro se moría por verlas y usarlas. ¿Saldría también él? ¿Se vería su polla? Desde ayer en el probador no hace más que imaginar su polla. Sabe que es grande y ya la ha tenido dentro, pero no la ha visto.  Contesta al Sr Parker.
“Buenos días,
He entendido el mensaje y así lo haré, aunque moriré de vergüenza en esa calle.
Muchas gracias por lo que me hizo ayer, lo necesitaba. Por favor, le ruego discreción con las fotos.
Saludos, Lorena”
Ese día transcurre lento. Todo el juego la tiene muy caliente y en varias ocasiones está a punto de desobedecer las órdenes y masturbarse. Sale a una lencería. Sin saber porque busca una alejada de su casa y compra las medias de rejilla negras. De ese modelo sólo tienen las enteras “tipo panty”. Por la noche, como es de esperar su marido la ignora completamente en la cama. Mejor, porque ella nunca le ha negado nada y hoy se iba a sorprender si lo hace.
A la mañana siguiente, se prepara para salir a hacer el encargo del Sr Parker. Está nerviosa. Excitada. Nunca había salido de casa sin sujetador y, a pesar de que su pecho aún es firme. Se pone un vestido veraniego de talle alto y falda por las rodillas.  Así disimula un poco más su pecho, pero el detalle de las medias no se puede disimular. Su aspecto es provocador. Se pone una chaquetita fina por encima para disimular sus pezones y sale de casa. Afortunadamente el día es primaveral.
Toma el metro para ir al centro de la ciudad y nota como los hombres la miran. Escrutan disimuladamente su cuerpo y ella no puede evitar excitarse. Después de muchos años se siente atractiva, deseada. Va perdiendo el miedo. Incluso junta disimuladamente sus piernas para sentir algún efecto de presión en su sexo.
Llega al centro demasiado pronto y se para a tomar un café. Debe ir puntual a la hora indicada, aunque no sabe si el Sr Parker estará por allí. Con decisión afronta el camino a la calle Montera. Pero su valor se resiente cuando ve que hasta los policías que siempre hay por la zona la miran de arriba abajo. Piensa “¡qué vergüenza si me encontrase con alguien conocido!”.
Y con ese sentimiento de inseguridad entra en el Sex-Shop. Para su decepción, no hay mujeres atendiendo, sólo hombres. A ella la atiende un hombre de unos 45 años, con una camiseta negra del establecimiento y con la cabeza completamente afeitada. Él la ve temblar algo desorientada. Ella mira a un lado y a otro. El hombre ha visto a muchos juegos y mujeres como ella. La atiende con desparpajo y amabilidad. Ella, sin atreverse a mirarle a los ojos, le dice que quiere un huevo vibrador con mando a distancia. Que la saque varios modelos. El hombre sale del mostrador y le indica otra zona de la tienda. Al guiarla pone una mano en su espalda, justo donde comienza la curva de su culito, y la empuja moviéndola sutilmente. El mero contacto hace que ella sienta una descarga, un auténtico escalofrío de excitación que hace que sus pezones reaccionen inmediatamente.
Sobre un mostrador más apartado saca varios modelos. Se los explica con palabras amables e incluso se los pone en sus manos para que sienta su tacto. La mano de él toca la de Carmen y pasa rozando un vibrador por su piel del brazo para que note el tacto. Las mejillas de Carmen están rojas como un tomate y los pezones amenazan con romper la tela.  Inconscientemente frota un muslo contra otro. Le recomienda un gel lubricante excitante pero ella, con timidez lo rechaza. No quiere salirse del guión del Sr Parker. Está deseando irse, aunque también se siente atraída por la situación y claramente deseable para él. Le saca cosas y cosas, “has probado el plug-in anal?” y saca otro trozo de silicona… “¿lo quieres probar?”. Pero Carmen coge uno de los huevos y, sacando decisión, dice “me llevo este y nada más, gracias”… La caja es del tamaño de una de zapatos. Se lo pone en una bolsa de color rosa fuerte y, tras pagar, sale aliviada de la tienda. Sin imaginarse lo que iba a pasar a continuación.
Había previsto coger una bolsa que disimulase el paquete comprado y se mete un poco en una bocacalle para esconder la bolsa del sex shop en la que ella, prevenida, llevaba. Pero súbitamente alguien la toma del brazo y la dice… “vamos que tengo ganas de echar un buen polvo…” y la arrastra hacia el callejón. Ella se resiste, pero no sabe como hacerlo sin llamar la atención. Es un chico joven, alto y fuerte, algo grueso, de unos 25 años y con aspecto de trabajador. Lleva un piercing en la ceja y su mirada es intensa. Se puede decir que es atractivo, a pesar del aspecto de macarra que le dan algunos tatuajes. Huele bien. A desodorante y a hombre. Ella trata de soltarse, pero no puede. Las manos del chico son rotundas. Grandes y fuertes con gruesos dedos… la arrastra a un portal… ella lucha, pero él dice algo que hace que su resistencia desaparezca…
“Vamos putita, él me ha dado permiso para usarte… así que OBEDECE”.
El comentario la paralizó. El Sr Parker lo ha solicitado… entonces se deja hacer. El chico la mete en un portal y la hace subir las escaleras. Le nota realmente muy cachondo y, en un hueco la aplasta contra la pared y se pone a manosearla y a llamarla de todo… Se siente abrumada por la situación. No la esperaba, y piensa que quizá debería huir, pero algo la paraliza y se deja hacer incluso cuando él mete la mano dentro de su falda y nota la humedad que rezuma al presionar sus dedazos sobre sus pantys y sus braguitas. “Eres una cerda… tanto resistirte y mira como estás… pero yo sé lo que te gusta… ¿eh?” dice con una sonrisa de triunfo.
A ella no le cuadra lo que está pasando, siempre ha odiado ese tipo de situaciones, pero la manera en la que la soba, en que la habla… lo que la hace, la presión de su miembro duro y grande contra ella, la humillación, el mando, la hombría… sin poder evitarlo Carmen empieza a jadear. … el chico la manosea… sobre las medias… sobre las bragas… y entonces con las dos manos bajo su falda le rompe las medias lo suficiente para introducir los dedos en ella.
Al principio lo hace bien… masajeando su clítoris… y metiendo y sacando uno de sus dedazos… pero luego empieza a profundizar y empieza a meter dos… se le escapa alguna queja entre sus gemidos… y él dice “¡calla puta!” lo que la hace sentirse aún más guarra… incluso se sorprende acompañando con sus caderas los rudos movimientos de él. Se siente aterrorizada de conocerse así, pero no puede parar. Ya está rozando el orgasmo cuando el chico dice “ya sabía yo que el negro de esta calle tiene siempre buenas putas”… “nada más verte entrar en el sex-shop le pedí precio por ti”…
Entonces el momento se rompe ¡No ha sido el Sr Parker el que la ha mandado a ese degenerado! Sacando fuerzas de flaqueza empuja al chico con todo su ser… y sale corriendo escaleras abajo. No sabe como pero lleva su bolso en la mano y la bolsa con su compra.

Seguramente no lo ha soltado en todo el episodio. “¡Hija de putaaaaaa! ¡ven aquí!” El chico sale corriendo detrás pero se oye cerrarse una puerta… sale un matrimonio de ancianos que hacen que el chico se detenga. Ha tenido suerte. Sale asustada del portal y, por suerte un taxi la espera a la puerta. Lo toma y no sabe qué dirección decirle. Entonces suena su teléfono de nuevo. y justo suena su teléfono… ella lo coge. Es el Sr Parker:

– “Lorena… que has hecho ahí en ese portal… ya puedes tener una buena explicación si no quieres que demos por finalizado el juego en este momento… eres una puta… y yo pedí una mujer seria. Si quiero compartirte con un degenerado lo decidiré yo”
– “Por favor, no… por favor no… Sr Parker… ha sido un error… no puedo hablar ahora…”
– “Vete a casa. Me vas a tener que explicar todo lo que ha pasado. Con todo detalle. Todo. La verdad. Por escrito.”
Con lágrimas en los ojos por las distintas emociones vividas en 20 segundos… llega a su casa.
Estimado Sr Parker…
Creo que he cometido un error… y le cuenta con pelos y señales todo lo ocurrido…” Entonces Carmen describe cómo se sintió vestida con las medias de rejilla y costura atrás, cómo le miraban los hombres en el metro, cómo se notaba los pezones excitados en esos momentos, cómo compró en el sex shop el juguete que él había pedido… describe sus sensaciones dentro de la tienda, con los comentarios del dependiente… describe lo ocurrido al salir, las palabras del chico que la llevó al portal, incluso aclaró lo que estaba gozando con las gruesos dedos de él pensando que se lo había enviado el Sr Parker… También las lágrimas en el taxi pensando en todo lo que había pasado… La sensación de sentirse engañada, manipulada por un jovencito… dejándose hacer en el portal, ella que siempre ha sido una mujer respetable y decente.
… por favor, deme otra oportunidad. No me volveré a equivocar… haré todo lo que usted me diga.
Lorena
15 minutos después, el Sr Parker contesta a su correo… ya en otro tono… el también ha respirado. Había llegado a tiempo de observar a Lorena entrar al Sex-Shop y lo ocurrido a la salida le había dejado completamente desorientado.
Vaya Lorenita… así que te has dejado tocar por un jovencito salido y encima te ha gustado… ummmm eres una putita caliente… creo que tienes muchas cosas que descubrir de ti en este mes, así que viendo que todo ha sido porque pensabas que era yo el que dirigía el juego te voy a dar otra oportunidad.
Mañana a las 3 y media de la tarde quiero que vayas a los grandes almacenes del primer día, y en el probador donde te follé, me dejarás el mando del huevo vibrador bajo el taburete pegado con cinta adhesiva. Me dijiste que a las 4 has de recoger a tu hija al colegio y yo no puedo llegar antes. Así que mañana no lo usarás aún el vibrador, pero el mando ha de estar en mi poder para cuando te lo mande usar.
Sr Parker.
Ps. Tienes permiso para masturbarte pensando en lo puta que has sido hoy dejándote manosear. Pero me lo tienes que contar que estaré aún media hora en el ordenador
Lorena respiró al ver el mensaje del Sr Parker. Se relajó.
El único inconveniente es que al día siguiente sería jueves, y ella tenía las clases de sevillanas junto a sus amigas Ana y Ruth. No quería que ellas sospechasen nada raro en su conducta. Se lo dice al Sr Parker.
Estimado Sr Parker,
Muchas gracias por la oportunidad que me da. No le defraudaré.
En cuanto termine de escribir esto me tocaré… pero pensaré en que los dedos que entraban en mi cuerpo eran los suyos. Tengo un deseo tremendo de que me exploren. También me muero por complacerle, por sentir su miembro en mí de nuevo.
Mañana es jueves y por tanto es un día un poco distinto. Por la tarde voy a clase de sevillanas con mis amigas Ruth y Ana. Después del colegio dejo a la niña en casa de mi madre. A las 5 y media, quedo con ellas para tomar café. Una hora antes de la clase, que es de 6 y media a 7 y media. Como mi madre se queda cuidando a la niña, si me invento una excusa para evitar a mis amigas a la salida, puedo estar hasta las 9 o así a su disposición.
Espero sus instrucciones. Ya me estoy bajando las braguitas. Voy a tocarme ahora mismo.
Atentamente, Lorena
Carmen – Lorena se masturba lenta e intensamente. Disfrutando de cada roce en cada punto y cada pliegue de su cuerpo. Hoy ha experimentado muchas emociones contrapuestas, pero ahora está relajada. Incluso contenta. El Sr Parker la ha perdonado e incluso se siente curioso por su comportamiento y sus sensaciones. Sin darse cuenta, este juego está siendo una parte importante de su vida y tiene miedo de perderlo.
Por su parte, el Sr Parker siente curiosidad por las amigas de Lorena. Como en la gran mayoría de los hombres, una de sus grandes fantasías es hacer un trío con dos mujeres, y el mensaje de Lorena, así como su estado total de sumisión, hace que su cabeza empezase a maquinar. Cuando Carmen arranca el ordenador la mañana siguiente encuentra las instrucciones que el Sr Parker le ha puesto:
“Buenos días Lorena,
Como te dije, tienes que ir por la mañana a dejar el mando a distancia del vibrador en el sitio convenido. Te lo recuerdo: Pegado con cinta adhesiva bajo el taburete del probador de los grandes almacenes. Luego harás tu vida normal e irás al café con tus amigas y a la clase de sevillanas.
He estado pensando en el café con tus amigas… y quiero que lleves puesto en vibrador puesto en él. Necesito que me digas el lugar exacto, porque yo estaré en las proximidades observandoos. No tengas miedo, no lo pondré al máximo. Por lo demás, quiero que te comportes con naturalidad, pero quiero que vuestra conversación sea de hombres y de sexo. Cuando termines la clase de sevillanas, te despides de tus amigas y me llamas a mi teléfono móvil.
Atentamente, Sr. Parker”
Carmen sabe que no le será difícil mantener ese tema de conversación. Con Ruth casi siempre es el único tema. Tiene dudas de cómo se utlizará el vibrador, pero dedica la mañana a probarlo ella misma. Las instrucciones dicen que puede necesitar un gel lubricante, pero ella en el estado que tiene de excitación, no lo va a necesitar. Tampoco tiene. Cuando lo sitúa dentro de su coñito siente una sensación extraña. Pero cuando pulsa el botón, una corriente eléctrica recorre todo su cuerpo. No quiere apagarlo. Las sensaciones que experimenta son desconocidas para ella, ya que la vibración se produce en un lugar muy muy sensible… sin poder evitarlo, se deja llevar recostándose en el sofá y pasando sus manos sobre sus pechos… segundos antes de llegar al orgasmo pone la intensidad al máximo y su cuerpo se contrae en torno a su sexo. Carmen, la intachable esposa, se corre entre grandes convulsiones e incluso gritos, mientras tira salvajemente de sus sensibles pezones. Un rato después, más calmada, piensa “¿pero qué he hecho yo todos estos años? ¡cuántas cosas me quedan aún por conocer de mí misma!”.
Cumpliendo las órdenes del Sr Parker, se desplaza al Centro Comercial a dejar el mando a distancia en el sitio convenido. Luego se prepara para el encuentro con sus amigas. Está un poco nerviosa… no sabe si va a poder aguantar la vibración si su dueño hace uso del mando a distancia. Al llegar, mira a un lado y a otro pero no ve al Sr Parker. Se sientan las 3 en una mesa de la terraza. El día es casi veraniego.
– “Hola chicas… os tengo que contar lo que me ha pasado con el piloto que conocí el mes pasado… ¡es un salido!” dice Ruth que es la más activa de las 3.
– “Vaya!” dice Ana irónica “sí debe serlo para sorprenderte a ti, jaja”.
– “Mejor no os lo cuento, que no os interesa…” bromea Ruth
– “Vamos cuenta, ¿qué te ha hecho? ¿cómo la tenía? ¿la tenía grande?“ Salta Carmen ayudando a la conversación.
– “Anda, mis dos decentes amigas deseando que les cuente los detalles escabrosos…” Bromea Ruth… “pues sólo hablaré si me contáis como es la de vuestro maridito, jajajajajajaja”
– “¡jajajajajajajajajjajajaja!” Las tres ríen escandalosamente… Carmen está loca por hablar de pollas… la tiene obsesionada el tema estos días. Pero, justo en ese momento, empieza a notar una vibración entre sus piernas y las cierra presionando los muslos y sujetándose a la mesa. Su cara lo dice todo. Ahora sí que hay un hombre maduro, unas mesas más allá que las mira mientras sostiene un periódico entre las manos. La mirada de Carmen hacia él es de súplica. No va a poder aguantar este nivel de vibración. Parker lo nota y lo baja.
– “Venga Ana, cuéntanos tú… ¿es tu marido tan perfecto como parece?”
– “¿la verdad? ¿queréis la verdad?… pues os la digo… Manuel es un tigre en la cama, siempre lo ha sido. Tiene aguante y tacto… pero no está muy dotado. Siempre me he preguntado cómo sería tener un pollón dentro.” dice Ana divertida pero con un punto de amargura en su voz…
– “Pues sal de copas una noche con Ruth y sales de dudas jajajajaja” dice Carmen…
Carmen está mucho más activa de lo normal en las conversaciones… incluso Ana y Ruth se miran entre ellas asombradas. También se sorprenden de ver cómo cambian las expresiones de su cara mientras cuenta lo rutinario del sexo con su marido. Ello es debido a que el Sr Parker está jugando con su juguete. Se divierte pero tampoco fuerza demasiado la situación. Luego la clase de sevillanas discurre con normalidad.  A la salida se ducha con extrema rapidez y se despide, dejando a sus amigas sorprendidas. El Sr Parker la ha citado en un lugar no muy alejado, a 5 minutos andando. Donde comienza un parque y cerca de la casa de Ana. Allí la recoge con su coche. Son las 8 de la tarde y aún es de día… Carmen sube al coche con timidez. Es un coche grande. Un todoterreno de los lujosos, de esos que miras a la gente de la calle a su altura. Se dan dos besos como si fueran amigos. Ella percibe la esencia de su colonia. La misma que sintió en el probador.
– “Hola Lorena ¿qué tal las clases?”
– “Bien gracias…” contesta automáticamente… pero luego se da cuenta y le dice la verdad “se me ha hecho eterna la clase… sólo de pensar en lo que oculto entre mis piernas y que ahora iba a verle… casi tengo que salirme al aseo a tocarme…”
– “Jajajaja Lorena… ¿y por qué no lo has hecho?” Contesta divertido Parker mostrando su sonrisa perfecta tipo George Clooney
– “El próximo día lo hago” dice Carmen decidida “¿qué vamos a hacer hoy? Me muero por saberlo”.
– “Hoy no tenemos mucho tiempo. En una hora nos tenemos que ir, así que  primero cuéntame la conversación de antes… y luego te dejaré que elijas lo que deseas hacer. Tiene que ser algo sucio…  ¿qué quieres hacer Lorena?”
Lorena le cuenta cómo son sus amigas. La sensata Ana. Madre, esposa y subdirectora de sucursal bancaria. Siempre impecable. Hoy las ha confesado que su perfecto marido no está muy dotado. Por otra parte, la loca Ruth. Con una aventura detrás de otra. Salida y divertida. Parker la escucha mientras su mente maquina fantasías con ellas dos. Lo cierto es que las ha visto mientras tomaban café las 3 y son atractivas mujeres. Dice a Lorena “Bien, entonces ¿qué quieres hacer ahora?
Lorena se acobarda un poco… realmente es la primera vez que le ve cara a cara y no se atreve a decir que lo que desea es tener su polla ante ella. Observarla, masajearla… meterla en su boca… Lo cierto es que están aparcados en medio de la vía pública. No pasa demasiada gente, y su coche es alto. Aún así, ella se siente algo expuesta… eso la pone nerviosa… no sabe qué decir.
– “¿Pero te vas a cortar ahora? Lorena” y saca el mando a distacia poniéndolo en marcha dice “a ver…” y lo pulsa al mínimo
Lorena se contrae cerrando las piernas sobre su sexo y poniendo sus manos entre ellas… mira traviesa al Sr Parker… entonces él dice con autoridad.
– “Abre las piernas Lorena” e insiste “¡vamos! Yo te lo pido y tú has de obedecerme, es el trato”.
Lorena comprueba que no pasa nadie por la calle y las abre lentamente mientras le mira a los ojos… Parker se siente desafiado y divertido. Sube la intensidad súbitamente y ella cierra las piernas en un acto reflejo bajando la mirada…
– “Abre las piernas Lorena, vamos, quiero ver como estás
Ahora sin mirarle, Lorena abre de nuevo las piernas. No mucho, pero lo suficiente para que él introduzca su mano entre ellas por dentro de su falda. Lo que nota le sorprende… Lorena está absolutamente empapada y un calor intenso se concentra en su coñito.
– “Ahora que sé lo zorra que eres… ya no tendrás apuro ¿vas a decirme lo que quieres Lorenita?” e incrementa un poco más la intensidad de la vibración del huevo
– “Ummmmmm” a Carmen se le escapa un gemido… pero le mira desafiante y dice “¡No me llamo Lorena!”
– “Ni yo Parker, pero para mí eres Lorena… mi sumisa Lorena… mi zorra morbosa. ¿Y ahora me lo vas a decir?… espera que te bajo la intensidad, no quiero que te corras aún Lorenita”.
Una vez más, Carmen nota cómo se incrementa su excitación por la forma en que le habla. Es una manera dominante pero amable… no es forzado. Ella sabe que se puede ir cuando quiera y él no lo impedirá, pero no desea hacerlo. El tiempo va pasando y sabe que se va a tener que marchar en poco tiempo… La mano de él sigue entre sus piernas… dentro de su falda, apoyada sobre el interior de su muslo, pero presionando su coñito con la parte lateral… sus braguitas están empapadas y ella no puede evitar mover un poco sus caderas rozándose contra su mano. Lo hace discretamente, están en la calle.
– “Estate quieta Lorena… no quiero que te corras… quiero que por tu boca de respetable mujer casada digas lo que quieres hacer.” Para la vibración con el mando, pero continúa con la provocación con las palabras “lo que quieres hacer mientras estás con un desconocido al que has dado el mando a distancia del vibrador que llevas metido en tu coño, que por cierto, está tan empapado y me va a manchar la tapicería del coche…
– “Quiero verle la polla, tocársela, jugar con ella… meterla en mi boca” Se atreve a decir, aunque le sale una voz débil.
– “¡Ah! ¿era eso?” dice divertido Parker, provocándola… “pues me parece muy buena idea… ya es hora de que tu boca la pruebe la polla de su amo” y sacando la mano de entre sus piernas se abre el pantalón… mirándola…
Ahora no hay nadie por la calle, pero aún así Carmen se debate entre el reparo de hacer eso en la vía pública y las ganas que tiene de inclinarse sobre él. Además están bastante cerca de la academia, no muy lejos de su casa y realmente próximos a la casa de su amiga Ana. No se atreve y se queda mirándo el bulto que se adivina bajo los calzoncillos de él. Lleva su mano hacia su polla y la pone encima, siempre disimulando su pose y sin atreverse a nada más. Parker la deja hacer unos momentos pero luego la toma de la nuca y suavemente la empuja la cabeza hacia su miembro.
– “Vamos Lorenita… ¿no querías cuidarme la polla?… pues a ver cómo lo haces”
Carmen está excitadísima. No ha opuesto resistencia al gesto del Sr Parker mientras la empujaba por la nuca hacia su polla. Ahora la tiene a pocos centímetros y aún enfundada en sus blancos calzoncillos deportivos de algodón. Se adivina grande, gruesa, aún no ha llegado a su máximo pero está excitado como demuestra la mancha de humedad que se ve claramente rodeando el extremo. Nunca había visto en vivo otra polla que no fuera la de su marido y ésta le parece genial… brutal… pasa su mano abierta sobre los calzoncillos y la acaricia suavemente… arriba y abajo…
Parker la contempla unos segundos. Es una mujer fantástica, rotunda… toda una señora, y está en su poder. Dispuesta a hacer lo que él desee y acariciando su miembro. Pero quiere más, su ansiedad le puede. Entonces se la saca de los calzoncillos y tomando a Carmen de nuevo de la nuca dirige su boca a la cabeza de su polla. Ella se resiste débilmente. Aún así, todo lo que él hace la excita y esto aún más. La polla le parece bonita… distinta a la de su marido, y algo más grande. La piel la recubre casi entera y, aunque se notan algunas venas, no son demasiado irregulares. Es preciosa. Empujada por él, no le queda otra opción que abrir la boca e introducirse una polla en la boca por primera vez en su vida. Su sabor es extraño… algo saldado, pero también dulce y amargo a la vez. A pesar de que nunca se habría imaginado a sí misma haciéndolo, no la desagrada. Quiere hacérselo muy bien. Siente que es su dueño, que le ha abierto a un mundo maravilloso y quiere corresponder. Ha visto algunos vídeos de cómo hacerlo. Incluso lo ha leído en una revista femenina con cierta indignación. “¡que tonta he sido!” piensa.
Y recuerda lo que ponía en la revista “has de pensar que es un helado… y con la mano has de envolverla desde la base y moverla suavemente arriba y abajo acompañando a la lengua…”. Se pone a hacerlo… ansiosa pero metódica. Pasando su lengua por toda la punta… envolviéndola… y tragando los líquidos preseminales que emanan de él. Parker sigue con la mano en su nuca… la marca el ritmo y ocasionalmente susurra gemidos y palabras sucias. Carmen está concentrada en la labor y se había olvidado de su propio placer cuando siente repentinamente que Parker arranca de nuevo la vibración de su huevo. Casi se atraganta. Pero él incrementa el ritmo de su mano sobre la nuca e incluso la acompaña de un movimiento de caderas…
Carmen se da cuenta de que literalmente la está follando la boca. Incluso se lo dice mientras incrementa la potencia del vibrador casi al máximo… “muy bien Lorena, ¿no te gusta como follo tu boquita de niña bien?” e insiste incrementando el ritmo de sus caderas “ah… que no puedes hablar… pues no hables y sigue con tu lengua que lo haces como una profesional Lorenita”.  El comentario y el vibrador la ponen completamente fuera de sí. Entonces, más ansiosa, y mientras sigue haciendo la primera felación de su vida, lleva su otra mano a sus braguitas y se frota su sexo hasta que nota cómo empiezan a entrarle escalofríos que parten de su coño y recorren todo su vientre… todo su ser… entonces nota como la polla de él también empieza a convulsionarse y a expulsar su semen caliente.
Su cerebro no puede procesar en esos momentos. Parker la sujeta firmemente con la verga en su boca y ella traga como puede todo lo que sale de la polla de él… se esfuerza en ello… en que no caiga nada, en no atragantarse, mientras su cuerpo independiente de la labor de su boca, o quizá también influenciado por su comportamiento, sigue contrayéndose en un orgasmo brutal… se muere de placer y desearía que bajase algo la potencia de la vibración del huevo, pero no puede hablar… toda la fuerza de su cuerpo está dirigida a presionar sus piernas juntas atrapando su mano sobre su coño.
Se mantienen así un tiempo que Carmen no acierta a concretar, hasta que Parker saca la polla de su boca y dirige su cabeza cariñosamente dejando su mejilla sobre el muslo de él. Ella no dice nada. No puede hacer nada más que seguir experimentando suavemente los últimos efectos de su orgasmo, con un sabor extraño en su boca y notando como hasta lágrimas se escapan de sus ojos. Son de placer. Se van tranquilizando. Ninguno dice nada. En el coche hay un olor característico de sexo. Sexo puro. Se da cuenta de que sus braguitas están completamente mojadas, e incluso ha llegado la humedad a su falda. En este momento no le importa nada. Está relajada. Adora a su amo. Adora lo que le hace. Cómo le hace sentir tanto física, como psíquicamente. Nunca pensó experimentar sensaciones así.
La hora ha pasado muy rápido y ya es casi la hora de irse. Ya casi ha anochecido. Carmen se incorpora en su asiento. Baja el parasol para mirarse en el espejo y recomponer un poco su peinado. Está tan centrada en lo que ha pasado que no se da cuenta de lo que sucede a su alrededor. Su amiga Ana está en el parque, al otro lado de la calle. Está sujetando a su perro por la correa, pero mira hacia el coche con cara de asombro. Parker sí se da cuenta. Sin duda es Ana, lleva incluso el mismo vestido que llevaba mientras tomaban café las 3 amigas. Antes de que Lorena se dé cuenta, pone el coche en marcha y suavemente abandona el lugar con una extraña sensación “¿les habrá visto lo que hacían? ¿sabrá que era su amiga la que está en el coche?”.
Muchas gracias por todos los mensajes. Carlos López.
diablocasional@hotmail.com

Relato erótico: “El pequeñin 9” (POR KAISER)

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Correctamente uniformado Sebastián se presenta en el lujoso Country Club de la ciudad. Pantalones cortos azules, polera blanca y zapatillas. Ahí, gracias a los contactos de su padre, consiguió un trabajo de ayudante los fines de semana y hoy será su primer día laboral. Si bien la idea de tener que trabajar sábados y domingos no le agrada mucho, la necesidad tiene cara de hereje y Sebastián necesita dinero para darse algunos gustos, ya que su padre no está dispuesto a subirle la mesada pese a sus buenas notas. “Si te subo la mesada a ti, también tendría que hacerlo con tus hermanos”, le dijo.

De pie al borde de la piscina Sebastián escucha el sermón de la jefa de personal que les detalla las labores del día y que deben esforzarse por mantener el buen nombre y reputación que tienen. “Siempre dice lo mismo, discurso repetido” comenta uno de los chicos que ya lleva un tiempo trabajando ahí. Sebastián es por lejos el más bajo de todos y por lo mismo es el objeto de algunas bromas, pero se las toma con humor.

Rápidamente se pone manos a la obra y su primera labor es asear el borde la piscina y la terraza principal. Una labor tediosa y pesada, en especial ahora que el sol comienza a brillar con más fuerza que nunca. Además su jefa lo está vigilando y le detalla cada instante donde le falto limpiar siendo desagradablemente insistente en ello, “debe quedar reluciente como un espejo”, y Sebastián al cabo de un rato ya tiene ganas de romperle la escoba en la cabeza.

Cerca del medio día llegan los primeros socios y Sebastián aprovecha la ocasión de recrear la vista con algunas socias bastante guapas. “¡Concéntrese en su trabajo jovencito!” le dicen por la espalda y de inmediato regresa a lo suyo. Más tarde se dedica a ordenar los muebles de la terraza y a repartir toallas entre los visitantes además de llevarles algún refrigerio o atender sus dudas y consultas. En realidad no le molesta el trabajo, pero si las pobres propinas que le han dado hasta ahora, “malditos tacaños” murmura entre los dientes al notar las pocas monedas que le dan.

Ya es entrada la tarde, cuando hay más trabajo, que Sebastián escucha una voz muy familiar y que le pone la carne de gallina, justo cuando esta acomodando las sillas a la orilla de la piscina. “¡Vaya, vaya, pero si es el pequeño GRAN semental en persona!” Sintiendo un escalofrió en su espalda Sebastián se da media vuelta y ante sus ojos aparecen dos enormes pechos apenas contenidos en un bikini que da la impresión de librar una batalla perdida para mantenerlos en su lugar. Levanta la mirada y se topa con la sonrisa llena de malicia y lujuria desbordada que se dibuja en el rostro de Sara.

“Pero mira que coincidencia encontrarte aquí, no tenía idea que trabajabas en este sitio” le dice con un falso tono de inocencia. “Si, seguro que coincidencia” dice Sebastián con ironía, con Sara no hay coincidencias. “¿Y qué haces aquí?”, “pues de todo un poco, hago aseo, ordeno sillas ahora, reparto toallas”. La expresión de lujuria de Sara lo pone realmente nervioso, le da la impresión que se le va a tirar encima en cualquier momento. “¿Y no haces masajes también?”, Sebastián se sonroja y se queda callado, “ojala que sí, me encantaría un masaje tuyo con esa herramienta que tienes, me gusta que me la pases en mi cara, mi boca, mis pechos, mi sexo y en especial mi culo, para que luego me des ese sabroso aceite tuyo” mientras le dice esto Sara se lame un dedo y lo desliza por encima de sus labios y luego desciende por sus enormes pechos y con discreción lo mete bajo la toalla lleva amarrada a sus anchas caderas. En ese instante Sebastián siente como su miembro comienza a ponerse duro y su erección se asoma bajo los pantalones cortos que viste, Sara de inmediato se percata, “mira que cosa, conozco un método muy efectivo para calmarte”. Sebastián retrocede por instinto, conociéndola, Sara es capaz de mamársela a vista de todos ahí.

“¿Algún problema señora?” aparece diciendo la jefa del lugar, pero Sara la rechaza, “ninguno, solo estaba haciéndole una consulta al joven”, “oh, está bien”, luego se voltea hacia Sebastián, “cuando termines aquí, quiero que vayas a ayudar con el aseo del comedor”, “si señora” responde aliviado mientras sujeta algunas toallas delante de sus pantalones. “Podrás correr, pero no te vas a esconder de mi todo el día” le susurra Sara al oído antes de volver a tirarse en su silla mostrando descaradamente su enorme trasero mientras conversa con un grupo de amigas, todas mujeres ya maduras, pero de muy buen ver.

“¿Y ese es tu famoso amante?” dice una con tono de decepción y Sara asiente con la cabeza. “Es bastante joven”, dice otra, “no se ve muy listo” agregan, “no se preocupen, las apariencias engañan, una vez que se suelta es increíble, la tiene así y así” haciendo con las manos un gesto indicando largo y grosor. Las amigas de Sara están impresionadas. La conocen y saben que en la cama ella es muy exigente, así que si habla de Sebastián en esos términos debe ser por algo. Por su parte él se siente halagado, pero no quiere perder su trabajo solo por darse un gusto.

El resto de la tarde Sebastián juega al gato y al ratón con Sara que trata en reiteradas ocasiones de cazarlo. Le dice que espere hasta salir del trabajo y en su casa, pero Sara lo quiere aquí y ahora, ciertamente ella no es una mujer que espere o sea paciente. Cuando se trata de sexo es exigente, aunque también lo da todo como él lo ha podido comprobar.

Con alivio recibe la orden de su jefa de hacerse cargo de limpiar los camarines interiores, lejos de la piscina. Sara se estaba poniendo impaciente y en más de una ocasión trato de cerrarle el paso a vista de los demás, incluso se quito el bikini exhibiéndole sus pechos y después le sobo el miembro de forma discreta, pero provocándole una enorme erección que tardo varios minutos en calmar. “Vaya mujer” comenta él moviendo la cabeza, había escuchado de mujeres maduras y ardientes, pero Sara es sin duda un casi único. Más tarde ayuda a los encargados de aseo y le toca trabajar bastante. Su única queja es la nula posibilidad de recibir propinas en este lugar, pero al menos mantiene su trabajo. Tener una verga enorme es todo un placer en la cama e impresiona bastante a las mujeres, lo malo es en la vida diaria, en el colegio y ahora en el trabajo. Es realmente difícil de controlar en ocasiones.

De reojo mira la hora mientras limpia baños y camarines, ayuda en la cocina y luego lleva refrescos a la terraza donde aún se encuentra Sara que lo observa a la distancia. Da la impresión de haberse dado por vencida, pero Sebastián se mantiene en alerta, es una mujer insistente a la que le gusta salirse con la suya. Su jefa lo envía de regreso a los camarines a buscar más toallas y ordenar el lugar a medida que se va desocupando el club.

Ha sido un día arduo, bien trabajado, pero con pocas propinas que es lo que más se lamenta y murmura mientras trabaja, “malditos tacaños, tiene un montón de dinero y no dan una propina decente” y así sigue todo el rato hasta que escucha la puerta cerrarse. “Oh, oh” y se asoma a ver qué sucede. Sara y un grupo de amigas incluida su jefa están ahí, con una mirada en sus ojos que lo deja petrificado. Claramente mandarlo ahí fue una trampa.

“Muy bien muchacho ya basta de juegos, me has hecho sufrir toda la tarde, pero ahora no te vas a escapar” dice Sara con decisión en su voz al tiempo que se va sacando la ropa hasta quedar completamente desnuda luciendo sus escandalosas curvas. Sara lo pone contra un casillero restregándole sus enormes pechos en la cara al tiempo que le soba descaradamente su verga que ya parece que va a romper los pantalones sin importarle la presencia de las demás. “Bueno, veo que lo quieres también, demuéstrales a mis amigas que es lo que tienes ahí”.

Sara se hinca frente a él y de golpe le baja los pantalones haciendo que su verga salga disparada ante el asombro de las presentes. “Miren eso es enorme”, “como un chico tan joven tiene algo así”, “mi marido mataría por tener una verga de ese tamaño” entre otros. “Esto no es nada, déjenme ponerla a punto” dice Sara sonriendo y sin preámbulo alguno se la empieza a mamar alojándola toda en su boca de una vez, algo que ninguna mujer normal podría ser, pero Sara es única.

Sebastián siente que sus piernas flaquean mientras ella se la chupa. La estruja con sus labios y él la toma de la cabeza y comienza a follarla en la boca. La trata con rudeza, algo que le encanta y la presiona contra su miembro casi ahogándola. Sara disfruta que la traten así y entonces la saca de su boca mostrándola ahora totalmente erecta y dura como acero. Con su roja cabeza brillando cubierta en la saliva de Sara.

“Y bien señoras, que les parece” les dice a sus amigas mientras la estruja con ambas manos. La expresión de asombro de sus amigas es evidente. “Vamos muchacho, muestra de lo que eres capaz”. “Si quiere guerra” piensa Sebastián, “guerra tendrá”.

De improviso la toma y la empuja sobre una banca poniéndola de espaldas y se le monta encima. A Sara le encanta esto. Sebastián recoge una botella de aceite de masajes y lo derrama sobre su enorme verga que la restriega sobre el rostro de Sara dándole unas “bofetadas” con su miembro. Se la pasa por la cara y desciende hasta ponerse entre esos enormes pechos que tiene y se hace una paja con ellos. Sara se entrega por completo deleitándose en el trato que le dan, “ese es mi muchacho” le dice. Sebastián le chupa sus senos y pasa su lengua hasta llegar a su coño, mostrando que además de tener una gran verga, sabe muy bien cómo usar su lengua ante la atenta mirada de las amigas de Sara, algunas de las cuales comienzan a tocarse mientras los observan.

Le separa las piernas a Sara y restriega su enorme verga en su coño, frotando los labios de su vagina que está más mojada que nunca y su clítoris, sin penetrarla. Sara gime de placer, la quiere con ansias adentro, él lo sabe y se hace de rogar, “¡vamos, dámela toda de un vez!”, pero Sebastián se resiste, “¡eres un maldito desgraciado!” le dice ella por dejarla en ascuas, pero Sebastián tiene otros planes.

“¡Mejor por atrás!” y con rudeza la voltea sobre la banca dejando su enorme culo al aire y le da unas fuertes nalgadas. “¡Oh tu si sabes!” dice Sara en éxtasis. Sebastián usa su lengua y sus dedos para jugar con el enorme trasero de Sara que se muestra en gloria y majestad, “¡ahora vamos adentro!” dice él y ante la mirada atónita de las demás mujeres toma su gran miembro y lo pone en el culo de Sara enterrándosela hasta el fondo de una vez. “¡Oh así es campeón, una entrada triunfal!” grita Sara al sentirla a dentro.

Sebastián le da con todo a Sara. La penetra tan fuerte como puede haciéndola estremecerse por completo. Su gran culo parece estrujarle su verga y la recorre por dentro en medio de un concierto de gritos y gemidos de parte de Sara que no oculta para nada el extremo placer que recibe. El que nadie en un par de kilómetros a la redonda no al escuche gritar así es un milagro, pero Sebastián la hace montarse en su verga que entra y sale de su trasero. Sara le cabalga encima mientras sus amigas observan atónita la escena. Un miembro de impresionantes proporciones bien enterrado entre esas nalgas, se asombran que Sebastián no la parta en dos.

La escena que ambos montan dejaría chica a la más salvaje película porno. Sara se deja coger por el culo en todas las poses posibles y Sebastián no la defrauda en absoluto. Hay mujeres que les gusta el juego previo y que las exciten, pero a Sara le gusta duro y profundo de una vez. Le gusta que se la entierren con fuerza en su coño o en su trasero y que la hagan gritar de placer, le gusta que la traten con rudeza y la usen y eso es lo que Sebastián le da y la hace alcanzar unos increíbles orgasmos antes de correrse dentro y llenarla de un espeso y cálido semen. Luego la toma del rostro y le pone su verga en la boca descargándose de nuevo y Sara gustosa y golosa se traga una buena parte mientras el resto de escurre por su boca.

“¡Ese es mi muchacho, como siempre dejándome llena!” dice ella saboreando el semen. “¡Vamos señoras, hay para todas, les aseguro que él no se cansa nunca!” dice Sara frotando el enorme miembro de Sebastián que esta duro como acero de nuevo.

Sebastián se mira a su alrededor y se siente como un sultán con su harem, una de sus fantasías sexuales se hace realidad ante sus ojos. Múltiples mujeres a sus pies gozando con su verga. Ellas comienzan a desnudarse y Sara demuestra que no lo hace el quite al sexo lésbico. Se besa con varias haciéndolas degustar el sabor a semen en su boca. Algunas más delgadas, otras más rellenitas. Unas con pechos más grandes y otras no tanto, hay para todos los gustos y Sebastián se sienta en la banca ofreciendo su enorme miembro que pronto es degustado por dos mujeres a la vez que le pasan sus lenguas recorriéndolo de arriba abajo. Más atrás esta Sara con Mónica, haciéndole un show lésbico para él.

Su jefa lo observa y Sebastián le hace un gesto para que se acerque y le comienza a dar sexo oral en coño metiendo su lengua y demostrando que sabe como complacer a una mujer. Una tras otra van mamando su verga mostrándose encantadas al sentir algo tan duro y sabroso en sus bocas, “no pensé que me caería toda” dice una que degusta sus labios.

En el suelo Sebastián se recuesta y Eliana es la primera en montársele encima, “con cuidado” le pide ella. Es una mujer madura, debe tener algo más de cincuenta años y si bien su cuerpo luce algunas arrugas se ve muy bien. Sebastián la toma de las caderas y la carga hacia abajo mientras va metiéndose el miembro en su coño. “¡Es, enorme!” exclama hasta que la tiene toda adentro y comienza a cabalgarle encima, aunque despacio. Sebastián la trata con consideración, muy a diferencia de Sara, y la hace montarse despacio para que vaya tomando el ritmo. “Dame tu lengua” le pide Raquel, una rubia de cuarenta y tantos años que le pone el coño en rostro y Sebastián se lo devora metiendo su lengua tan adentro como puede.

Sara sigue con lo suyo besándose con todas y le soba los pechos a Eliana mientras le cabalga a Sebastián. Mónica toma el lugar de Raquel y Sebastián se corre dentro de Eliana que ha alcanzado un orgasmo increíble, quedando totalmente extasiada y Sara la insta a mamarle el miembro, “bébelo todo, aquí alcanza para todas”. Raquel se le monta ahora y lo recibe todo de una vez, Sebastián le dejo el coño muy húmedo tras darle sexo oral. “¡Me llena entera, es increíblemente grande!” grita mientras le cabalga con más ganas. Eliana y Sara le besan los pechos y Cecilia le toma una mano a Sebastián y la guía hasta su coño para que él le estimule con sus dedos. Por el otro lado Sonia hace lo mismo y a Sebastián le faltan extremidades, lenguas y vergas con las cuales complacerlas a todas.

“¡Así la quiero!” le pide Cecilia que es bastante delgada en comparación a la voluptuosa Sara. Cecilia se pone en cuatro y Sebastián la sujeta de las caderas y se la va metiendo en medio de los estremecedores gemidos de la mujer. Le hace sentir su miembro mientras se retuerce y se mueve al sentir ese enorme poste en su coño. Sebastián se besa con todas que esperan su turno para disfrutar su verga que pese a todo el ejercicio esta aun en su máxima capacidad.

“Córrete en mi cara” le pide Cecilia tras alcanzar varios intensos orgasmos y la complace dándole una tremenda descarga que Eliana y Raquel le ayudan a limpiar con sus lenguas. “¡Mi turno!” dice Sonia que recuesta con sus piernas abiertas y Sebastián le acaricia su clítoris con la punta de su verga para luego hundirla toda. Sebastián apoya las piernas de Sonia en sus hombros y comienza a bombearla con bastante fuerza en medio de los gemidos de la mujer. Eliana abraza a Sebastián por detrás y comienza a besarlo mientras Raquel y Cecilia se besan con una Sonia que está totalmente extasiada mientras Sebastián se la folla, “¡que verga, pero que verga!” repite Sonia mientras se la follan.

Mónica ya tenía experiencia con Sebastián, así que él le dio bien duro cuando esta se le monto encima. “¡Tan bueno como aquella noche!” dice ella mientras cabalga sobre su gran verga mientras las demás se dedican a besarse entre ellas. Sebastián jamás pensó en una escena así, un grupo de mujeres ardientes solo para él.

“¡Vamos campeón, por la ultima!” le dice Eliana que junto a Sonia, Cecilia, Raquel, Sara y Mónica se ponen en cuatro frente a él mostrándolo todo, aunque salvo Sara, ninguna se atreve a tomarla por el culo.

Una a una las va cogiendo, follandolas con fuerza y corriéndose dentro. Sara, la más golosa, lo pidió en su coño y después en su trasero, con Sebastián satisfaciéndola por completo. Pasa su verga de coño en coño y luego entre todas le hacen una mamada hasta sacarle la última gota. “Eres una maldita Sara” dice Sonia, “teniendo a este semental para ti sola, menos mal que dignaste a compartirlo” le reclama mientras todas recuperan el aliento, “bueno, que no se les haga costumbre, Sebastián debe atenderme a mi primero” dice Sara y las otras de inmediato se quejan. Viendo la hora todos se dan una ducha, Sebastián se siente en el cielo dándose un baño rodeado de mujeres que le limpian todo su cuerpo, en especial su verga.

“Toma, esto es tu sueldo por el día de hoy” le dice Raquel, y Sebastián lo revisa, no es mucho, pero algo es algo. “Y esto es por tus, servicios extras” añade Eliana y Sebastián se sorprende al ver tanto dinero, “un trabajo bien hecho merece una recompensa” agrega Cecilia y Sebastián luce bastante contento. “Y esto también es tuyo” agrega Sara y en el cuello de su polera le pone un pequeño broche con el símbolo masculino y le entrega una tarjeta metálica con el mismo símbolo y su nombre en ella. “¿Y esto?”, “digamos que ahora eres miembro de un club bastante prestigioso” añade Mónica, “y eso te abrirá no solo más piernas, también te dará varios privilegios, siempre y cuando estés disponible”, “sin duda estaré disponible”.

Sebastián regresa a su casa preguntándose el significado de la tarjeta y del broche, pero tiene la sensación que se trata de algo positivo.

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poluxcastorczar@gmail.com

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