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Relato erótico: “Adiestrando a las hijas de mi jefe 5 ” (POR GOLFO)

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He de reconocer que no me percaté de que Natalia se sentía en cierto modo desgraciada al no haber conseguido demostrar su fidelidad a mí. Exteriormente todo eran sonrisas, pero la realidad es que no podía dejar de pensar que ella todavía no había hecho nada que me dejara patente su entrega. Por eso mientras su hermana y su maestra disfrutaban de esa tarde de copas en Madrid, su mente trabajaba a mil por hora buscando un medio de redimirse y de probar que, al igual que las otras dos, ella había cambiado.

        -Fernando, ¿no ves que necesita que le hagas un poco de caso?- susurró en mi oído Isabel señalando a la morena.

        Al girarme, observé que los ojos color miel de esa criatura destilaban una mezcla de cariño y de desconsuelo:

«¿A esta qué le pasa?», me pregunté al comprobar que no dejaba de mirarme con cara de cordero degollado..  

Desconociendo exactamente qué le ocurría, sonreí y pasando una mano por su cintura, la atraje hacía mí:

-Eres preciosa- comenté mientras le regalaba un mordisco en sus labios.

Natalia no pudo reprimir un gemido al sentir esa caricia:

-Gracias, mi señor. No sabes lo feliz que me hace sentir el saber que le gusto- pegando su cuerpo contra el mío, me dijo.

Su proximidad hizo que mi sexo se irguiera protestando por el encierro. Mi erección no le pasó desapercibida y encantada de haber provocado que me empalmara, con tono pícaro me soltó si podía hacer algo para arreglarlo. Despelotado de risa, le pregunté qué bragas se había puesto esa mañana. Colorada como un tomate, me confesó que llevaba el tanga de encaje que tanto me gustaba, el que decía que le hacía un culo estupendo.

-No sé a cuál te refieres- mintiendo como un bellaco comenté le exigí.

Natalia intuyó que le estaba pidiendo que me lo enseñase y acostumbrada a ser la diosa de ese bar en el que todos los parroquianos rendían pleitesía, me miró avergonzada.

-Hay mucha gente- respondió.

Por mi mirada comprendió que me daba lo mismo que estuviésemos en un sitio público y durante unos instantes dudó, pero el saber que si no me complacía podía enfadarme, la exhortó a levantarse la falda y lucirme así su ropa interior.

-Ya me acuerdo- sonreí y aprovechando que había separado sus rodillas, llevé mis manos a su entrepierna y sin cortarme en lo más mínimo por estar en un lugar tan concurrido, le empecé a acariciar el sexo.

Desprevenida, la morena intentó juntar las piernas, pero se lo impedí diciendo:

-¿Quién te ha dado permiso para cerrarlas?

Humillada, avergonzada y a punto de llorar,  puso su bolso en sus piernas para ocultar al público que atestaba el lugar que su dueño la estaba masturbando. Con las mejillas coloradas y el sudor recorriendo su escote, se dejó hacer mientras miraba a su alrededor, temiendo en cada instante que alguien se percatara de lo que estaba ocurriendo entre sus muslos.

Por experiencia sabía que tarde o temprano, la actitud de Natalia cambiaría y por eso aguardé a su angustia se fuera convirtiendo en deseo y el deseo en placer. El primer síntoma de su calentura fue la dificultad de la muchacha para respirar.

-¿Te gusta saber que eres mi putita?- susurré a su oído mientras mis dedos se apoderaban de su clítoris.

Mi pregunta quedó sin respuesta porque al sentir que jugaba con su botón, pegando un grito ahogado se retorció en su silla e intentando postergar el placer, cerró los ojos.  Para su desgracia, al cerrar los parpados se magnificaron sus sensaciones y sin poderse reprimir, se corrió por primera vez en público.

-Ese grupo de chavales te ha visto correrte- señalando a cinco jóvenes ejecutivos, comenté mientras bañaba mis yemas con su flujo.

Curiosamente al saberse en mis manos, sintió que la vergüenza y el sofoco se iban diluyendo por la acción de mis dedos. Pero fue la profundidad de ese orgasmo lo que la hizo sentirse libre. Por eso una vez recuperada, me dio las gracias nuevamente.

A carcajada limpia, le recordé que todavía no habíamos terminado:

-¿Qué quiere que haga?- preguntó sonriendo.

-Vete al baño y espérame ahí- susurré y viendo su consternación, la conminé a masturbarse para que no se enfriara.

Deseando conocer que había pensado hacer con ella en los servicios, se levantó y en silencio se dirigió hacia ellos mientras dando buena cuenta de mi copa observaba su lento caminar, seguro que en esos momentos una densa humedad debía estar anegando su sexo.

No estaba errado al suponer que Natalia deseaba con locura entregarse a la lujuria y por eso nada más cerrar la puerta, se puso a pajearse. Dando tiempo a que se ahondara su excitación, la dejé unos minutos sola.

Al decidir que ya era suficiente y que había llegado el momento, me acerqué donde estaba y tocando en su puerta,  exigí que me abriera. Nada mas abrir la puerta, la lujuria sin límite que observé en sus ojos me ratificaron que estaba dispuesta y sin mediar palabra, me bajé los pantalones.

Conociendo mis gustos, la morena se giró y dándome la espalda, se agachó sobre el lavabo esperando mis caricias.

-Eres una zorra dispuesta- murmuré mientras usaba mi glande para jugar con ella.

-Lo soy,  mi señor- suspiró llena de deseo al sentir mi verga recorriendo sus pliegues.

Me alegró comprobar que en cuanto notó que cogiendo un poco de su flujo me ponía a embadurnar su esfínter,  ella misma y sin tenérselo que pedir, esa cría separó sus nalgas con sus manos para facilitar mi labor.

Mis dedos provocaron un maremágnum de sensaciones y mientras sus primeros gemidos salín de su garganta, moviendo sus caderas, Natalia buscó profundizar el contacto.

-Así me gusta- comenté y satisfecho con su entrega, incrusté un segundo dedo en su interior.

 Para no hacer más daño del necesario, durante unos instantes, recorriendo sus bordes, me entretuve relajando sus músculos.

-Cógeme, por favor- rugió fuera de sí presa de un frenesí brutal al escuchar unas voces fuera del baño.

No tuvo que repetírmelo dos veces y acercando mi glande, lo puse sobre su entrada trasera para acto seguido forzar, con una pequeña presión de mis caderas, ese rosado ojete.

-¡Dios! – gimió al notar que lentamente mi trabuco iba traspasando su ano.

El dolor que provocaba mi extensión al desaparecer en su interior fue tan intenso que, apretando sus mandíbulas para no gritar, me mirara diciendo:

-Es enorme. Necesito unos momentos para acostumbrarme.

Dándole la razón, esperé a que el culo de esa morena se amoldara al grosor y a la longitud de mi polla antes de empezar a moverme.

-Soy toda tuya- musitó.

Gratificándola con un pequeño azote, le pregunté si estaba lista:

-Siempre lo estoy para mi señor- fue su respuesta.

Con su aceptación por delante, lentamente fui incrementando el ritmo mientras la muchacha no dejaba de susurrar en voz baja lo mucho que le gustaba sentirse mía. Tan encantado estaba metiendo y sacando mi pene de ese estrecho conducto, que no me percaté que Natalia se las había ingeniado para con una mano masturbarse sin perder el equilibrio.

-Más duro- me rogó en voz baja al escuchar que alguien llamaba a la puerta.

-¡Está ocupado!- respondí con un grito a los mamporros que resonaban en el diminuto baño.

El gemido que pegó mi pareja me hizo comprender lo bruta que le ponía esa situación y que necesitaba caña. Por aceleré mis caderas, convirtiendo mi tranquilo trote en un alocado galope. Natalia al sentir mis huevos rebotando contra su sexo, se volvió loca y presa de un arrebato que daba miedo, buscó que mi pene la apuñalara sin compasión.

-Me corro- chilló al sentir que la llenaba por completo.

Sus gritos de placer provocaron las risas de la gente que esperaba tras la puerta mientras sin poder hacer algo por evitarlo, la morera se desplomaba sobre el lavabo. Al caer, me llevó con ella y mi pene forzó aún más su trasero.

El pavoroso aullido que Natalia pegó al sentir que su esfínter había sobrepasado su límite despertó nuevamente la hilaridad de los que lo oyeron,  pero ésta en vez de pedirme que parara, hizo todo lo contrario y casi gritando me rogó que siguiera sodomizándola.

 Sin importarme el creciente número de gente que aguardaba en el pasillo, seguí follándomela sin descanso.  Afortunadamente para las vejigas de los que esperaban mear, no tardé en sentir que se aproximaba mi propio orgasmo y sabiendo que tenía toda una vida para disfrutar de ella, me dejé llevar y mi sexo explotó en el interior de su culo.

Mientras nos recuperábamos la besé y tras acomodarnos la ropa, salimos del servicio.

La larga cola de testigos que se había formado en el pasillo nos recibió con aclamaciones y Natalia en vez de asustarse por ese recibimiento, agradeció los vítores levantándose la falda. Su gesto despertó nuevos aplausos y en loor de multitudes nos retiramos a nuestra mesa, donde descojonadas Eva e Isabel nos esperaban.

 Ya en su silla, la morena me pidió que me acercara. Al hacerlo, susurró en mi oído:

-Lo volvería a hacer si mi dueño me lo pidiera.

Solté una carcajada al oírla y muerto de risa, la besé mientras le decía:

-No lo dudes, ¡te lo pedirá más veces!


Relato erótico: “Destructo III Esta guerra tiene tu nombre” (POR VIERI32)

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I. Año 1368

Wezen montaba su caballo, silbando una cación y disfrutando del exuberante paisaje de la llanura; un interminable verde que se extendía hasta donde la vista alcanzaba. Su estado de ánimo era inmejorable, cabalgando en medio de la legión de jinetes xin de Syaoran y tomando rumbo a su pueblo. A un lado, el sol se ocultaba tras la interminable cadena de montañas y supo que pronto debían acampar. Si fuera por él, continuaría cabalgando durante la noche; faltaban pocos días para alcanzar Congli y estaba ansioso por ver a su hermana tras casi un año de partir rumbo a la guerra.

Desmontó a un costado del camino, viendo a los demás jinetes preparar el campamento con una velocidad y disciplina que nunca dejaba de sorprenderlo. Estaban perfectamente entrenados por Syaoran, pensó, y pronto él también sería un gran guerrero a su lado. Se había convertido en su escudero; estaba presente en todas las reuniones de su comandante, entrenaba con él y se enteraba de las noticias más importantes con rapidez.

Sabía que la prioridad de Syaoran era reunirse con el emisario de Occidente en una expedición en la frontera xin. Sabía, además, que los mongoles no estaban huyendo del reino, sino reagrupándose en algún lugar. Tardarían meses en asestar un ataque contra el nuevo emperador, apostado en Nankín, pero disfrutaría de los días mientras tanto.

Luego se fijó en Zhao, desmontando de su caballo y enfundado en su túnica budista sin ningún tipo de reparo. Buena parte del ejército lo conocía y ya no tenía necesidad de aparentar. Después de todo, la Sociedad del Loto Blanco a la que ahora pertenecían fue fundada por budistas. Lo vio acercarse y el guerrero xin frunció el ceño. Zhao le estaba resultando insoportable en los últimos días. Detestaba que su amigo le hablara sobre Buda y sus conceptos de paz y tranquilidad, que no hacía más que enfadarlo. Al parecer, ahora Zhao sentía una necesidad de predicar su credo a todos los soldados, que lo escuchaban con curiosidad y respeto, pero Wezen no era una persona de fe.

—¿Cómo está tu herida? —preguntó el budista, señalando el hombro que había sido alcanzado por una espada durante la toma de Ciudad del Jan.

—El hombro está bien —se palmeó la zona con fuerza—. Una de las esclavas del comandante se ofreció a curar la herida.

—¿Una esclava? ¿Cuál de las dos?

—La más bonita —asintió.

Zhao enarcó una ceja.

—Procura recordar que ellas entregan sus cuerpos a tu comandante. Syaoran no querrá saber que uno de sus soldados está detrás de…

Wezen hizo un ademán.

—No me sigas.

Se alejó silbando; nada ni nadie le arruinaría su estado de ánimo.

Lanzó su casco sobre la hierba y se acercó a un riachuelo para mear sobre unos matojos, entonando su canción y mirando las pálidas estrellas que asomaban en el cielo. Dio un respingo cuando oyó el chapoteo del agua y luego un par de risillas de algunas muchachas cerca.

Giró la cabeza y se sorprendió de ver a las dos esclavas de su comandante, tomando un baño entre risas. Actuaban como si él no estuviera allí. Eran hermosas, aunque distintas, como si su comandante las hubiera elegido así adrede. Una era exótica por lo alta, de corta cabellera y turgentes senos, de curvas pronunciadas. Toda una mujer. La otra, en cambio, era de rostro aniñado y más menuda, enrollaba su larga cabellera mientras las gotas de agua recorrían su cuerpo de tímidas curvas.

Wezen apretó los labios. Era esta última la que le había hecho una cura con hierbas y vino, la noche anterior en las afueras de la tienda del comandante. Solo sabía el nombre de esta, y era sencillo de recordar. Mei. “La más pequeña”.

Nunca dejaba de preguntarse sobre el extraño origen de las dos, después de todo no era común verlas en campamentos de la caballería, sino más bien en los castillos, sirviendo a emperadores, no a comandantes. Pensó que Syaoran era un hombre afortunado al tener aquellas dos jóvenes a su disposición.

—¿Vas a acompañarnos? —preguntó la más alta, ahora de pie frente a él.

Wezen quedó absorto. Vio los pezones erectos de la esclava y por un momento sintió el impulso de retirarse la armadura y zambullirse junto a ella, pero la cacofonía de martillazos y órdenes lejanas que oía eran un recordatorio de que no estaban solos; si algún soldado lo pillaba con las esclavas sería su muerte.

La mujer rio, volviendo a agacharse para darse un baño mientras que la pequeña le salpicó agua a su amiga, visiblemente molesta. Wezen suspiró y se sentó sobre la hierba, viéndolas.

—Muy graciosa. En Occidente harías de bufón de algún rey.

—¿Qué sabes de Occidente? —preguntó Mei, limpiándose una suciedad en el vientre.

—No mucho. Podrías preguntárselo al emisario cuando lo encontremos.

Mei asintió. No conocía al emisario y dudaba que un hombre tan importante se dignara a hablar con ella, pero lo intentaría. Charlar con Wezen, en cambio, era más agradable y podía ser ella misma, evitando formalidades. Podía hablar de temas que, con su señor, serían imposibles de tocar. Se lavó los brazos, hablando con Wezen sin mirarlo.

—Ese emisario… Tiene que ser un hombre muy importante para mover todo un ejército.

—Lo es. Según Syaoran, es clave para la guerra… Pero dos esclavas no tienen por qué saber detalles.

Aquella broma hizo que Mei frunciera el ceño, no obstante, su amiga se volvió a poner de pie. Brazos en jarras, miró a Wezen con una mueca.

—Vamos a encontrarnos con el embajador del reino de Koryo. Si pacta una alianza con Syaoran, nuestro ejército podría doblar sus efectivos. Koryo es un estado vasallo de los mongoles, así que no podemos entrar a sus tierras. Su emisario sí puede. Y no es ningún occidental, por más que viva allí. Es tan oriental como tú o yo.

Wezen quedó boquiabierto. Planeaba soltar pequeños detalles aquí y allá con tal de prolongar la conversación con aquellas dos ninfas desnudas, pero todo su plan se desbarató por completo.

—¿Qué? —preguntó la esclava, volviendo a bañarse—. Tengo oídos. Escucho.

Wezen chasqueó los labios.

—Ya veo. ¿Qué hacéis dos esclavas sirviendo al comandante en la caballería?

—¿Qué hace un campesino sirviendo como escudero de uno de los hombres más poderosos de la dinastía? Tu pregunta y la mía tiene una misma respuesta. Syaoran es un hombre distinto. Si lo piensas, nuestro emperador también es un hombre afortunado por contar con él en su ejército.

La esclava salió del riachuelo, buscando sus prendas en la orilla. Se giró y miró a Mei.

—Vámonos.

La joven meneó la cabeza.

—Ya te alcanzaré.

La mujer blanqueó los ojos y dispuso a vestirse. Terminó volviendo al campamento con largas zancadas, dejando solos a los dos.

—Wezen —dijo Mei—. Mi señor dice que Congli es tu hogar. ¿Es un lugar bonito?

Wezen sonrió, tirando una piedrecilla al riachuelo.

—Sí. Es donde vive Xue…

—¿Xue?

—Mi hermana. Es menor que yo.

—No sabía que tenías una —lo miró sonriente—. ¿También tiene ojos amarillos como tú?

Wezen asintió.

—Seguro que es bonita. La guerra hace esto. Separa la familia y a veces para siempre. Lo veo todos los días. Tienes suerte de verla de nuevo.

—Bueno… Me alisté en la caballería por ella.

Mei no entendió. Entró más en el riachuelo, hundiendo su cuerpo casi hasta el cuello, y se paseó por allí, mirando al melancólico guerrero. Wezen parecía tener loss ojos en algún punto del río, con aire ausente.

—¿Querías separarte de ella? ¿Fue… vil contigo?

—¿Vil, Xue? No —sonrió meneando la cabeza—. Cuando éramos pequeños, por las noches nos acostábamos sobre la hierba y uníamos los puntos en el cielo. Formábamos figuras. Yo formaba animales, pero Mei era más imaginativa y formaba… dragones… Recuerdo que una noche lloró porque le dije que no existen.

—¿Puntos? ¡Estrellas! —rio Mei.

—Sí. Xue es dulce, no vil.

—Pues me gustaría conocerla.

Pero Wezen miró sus manos, y aunque la esclava no pudiera ver sus ojos, sí percibió una repentina sensación de amargura en el guerrero. Intuitiva con los hombres como era, calló y esperó con paciencia que el joven volviera a hablar.

—Pero cuando el emperador mongol llegó a Tangut, parte de su ejército pasó la noche emborrachándose en nuestro pueblo. Mi madre escondió a Xue en casa. Es lo que siempre hacían los aldeanos con sus hijas cuando venían los mongoles. Eso y agachar la cabeza. Porque si un mongol asesina a un xin, solo le espera una multa. Pero si un xin hace lo mismo, le espera la muerte. Esa era la ley del emperador. Así que cuando mataron a nuestra madre y se llevaron a la pequeña Xue, me acobardé… Temí por mi vida.

Mei tragó saliva.

—Lamento oírlo, Wez…

—Pero cuando oí los gritos —continuó sin hacerle caso, como si hablara con sí mismo—. Cuando oí los gritos de Xue, decidí que yo no iba a agachar la cabeza. Esos perros… Si vieras lo que yo vi, Mei, los odiarías tanto como yo. Los maté a todos. ¡Los maté a todos cuando dormían! La cargué en mis brazos y huimos. Y, ¿cómo crees que estaba ella? Pensé que estaría llorando, o desvanecida o completamente ida…

Mei se estremeció. Entendía perfectamente, no porque fuera víctima de mongoles en su pasado, sino porque en su condición de sirviente sexual lo había vivido y sufrido todo. Olvidándose de su desnudez, se apresuró en salir del riachuelo para ir junto al muchacho.

—¿Estás bien? No tienes que continuar.

—Huíamos. Y en mis brazos, trazó los puntos en el cielo. Sonreía. Pensé que se había vuelto loca… Porque sonreía y me decía que sí había dragones.

Mei lo tomó de la mano. “Detente”, susurró, porque era evidente que Wezen tenía una herida sangrante que no cerraba y que sin querer ella había tocado. No obstante, el guerrero se soltó del agarre. Se levantó, tomando la empuñadura de su sable enfundado en su cinturón; quería disimular la mano temblando.

—Xue me dijo que los dragones existen, y que yo tengo el corazón de uno.

Wezen se rio amargamente de sí mismo, enjugándose las lágrimas. Mei lo oía asombrada. Quería disculparse, que callara, pero Wezen proseguía.

—Pero un dragón no teme, ¿no es así? Pues yo tenía miedo. Y dudas. Tuve dudas cuando oí que una nueva Dinastía planeaba rebelarse contra imperio mongol y que estaban reclutando soldados. Pero cuando recuerdo sus gritos, cuando recuerdo su rostro durante aquella noche, siento que estoy listo para la guerra, Mei. No descansaré hasta que todos y cada uno de esos perros invasores mueran. Esta guerra… ¡Esta guerra tiene el nombre de mi hermana! Así que sí… ¡Si estoy aquí es por ella!

Mei agachó la cabeza, incapaz de sostener la mirada feroz del guerrero. Se sentía culpable de su abrupto cambio de ánimos y deseaba resarcirse.

—Xin volverá a ser una gran nación gracias a hombres como tú.

Hubo un largo y tendido silencio solo cortado por la brisa. La esclava apretó los labios y procedió a vestirse. Era solo una túnica sencilla, que revoleaba al viento y mostraba bastante piel. Se acercó al guerrero y se acarició la cintura, sonriéndole.

—¿Es bonita?

Wezen asintió.

—¿Qué tan bonita? —insistió Mei—. ¿Más que yo?

—Eres bonita, Mei, si es eso lo que quieres saber.

—Pregunté por tu hermana…

Wezen se volvió al campamento, despidiéndose con un ademán. No estaba acostumbrado a mostrar ese lado suyo, tan lejos del salvaje y habilidoso jinete. Y menos con una mujer. Esperaba que su amigo Zhao no lo pillara con esos ánimos, realmente no quería oír de Buda, o de Cristo o de Alá.

—Eres bonita. Xue es hermosa.

Mei por un momento se sintió ofendida, pero era verdad que ella no tenía hermanos así que desconocía qué tipo de lazo especial unía a Wezen y Xue. La ofensa se convirtió abruptamente en envidia, y luego en admiración. Ella también deseaba tener un lazo así.

—¡Wezen! —insistió.

—¿Qué?

—¿Cómo está tu hombro?

—Mejor.

Mei meneó la cabeza.

—Eso ya lo veremos. Esta noche te visitaré.

II. Año 2332

Perla se agarró el hombro derecho y lo sacudió suavemente; ya no le dolía. Luego se vio frente al espejo y dobló las puntas de sus alas. En toda su vida había vestido únicamente túnicas y solo había visto a los demás ángeles vestirlas, aunque era verdad que en los últimos días observó a mortales vestir una variedad de indumentarias que le parecían de lo más extrañas. Mostró poco o nulo interés en las ropas, pero su túnica se había roto por donde quiera que mirase tras su batalla contra el Serafín Rigel, y a falta de alguna confeccionista de los Campos Elíseos, no le quedaba mucha alternativa.

Miró hacia el ventanal de su habitación y perdió la mirada en los árboles de hojas coloridas, rojas en su mayoría. Era un lugar agradable, pensó. La reserva ecológica china contaba con modernas instalaciones en medio del tupido y gigantesco bosque, circundada además por una amplia cadena de colinas; incontables como los colmillos de un dragón. Los pisos superiores, suavemente enraizados por la vegetación, eran acristalados y contaban con amplios balcones para facilitar la ida y vuelta de los ángeles, quienes solían curiosear las actividades de los mortales: una mezcla de estudiantes y doctores de razas y nacionalidades distintas que se habían unido, años atrás, bajo el estandarte de la Academia Pontificia de Ciencias del Vaticano.

La directora de la reserva, Agnese Raccheli, se había acercado por la mañana para dejarle sobre la cama una variedad de vestimentas, la mayoría de ellas de diseño entubado y blanco, de modo que no extrañara su túnica, pero se había olvidado de que para un ángel le resultaría imposible vestir la mayoría de ellas debido a sus alas. Al final, escogió una tradicional china, de las pocas con espalda desnuda que dejaría libre el paso del plumaje. Era azulado, de cierre lateral y ribetes blancos, con el estampado de un dragón plateado cruzando un costado.

El vestido le resultaba molesto por la presión ejercida sobre sus senos, presión a la que no estaba acostumbrada con su habitual indumentaria. No era largo y, en un par de ocasiones, intentó forzarlo para que se acercara más a las rodillas, pero echó a suspirar al ver que no era posible.

Su maestra Zadekiel se situó frente a ella con el ceño fruncido; la ayudó con algunos ribetes y se le escapó un gruñido al terminar. A la instructora de cánticos no le agradaba las vestimentas de los mortales ni mucho menos le gustaba que su alumna las vistiera.

—Parezco una mortal —dijo Perla, plisándose la tela sobre el vientre—. ¿No es así?

—¡Ah! Claro que no. Deja de pensar en cosas raras.

Pero la Querubín no podía desentenderse del hecho de que ella tenía un padre o una madre mortal. Ni ángel ni humana, un híbrido, una alienada en medio de dos mundos, eso pensaba ella de sí misma. Se sintió humillada enfundada en su vestido de mortal. Se sentía menos ángel, sensación acrecentada por su imposibilidad de volar. Si quisiera, su maestra podría salir por la ventana y dar un paseo sobre el gigantesco bosque de afuera mientras ella se quedaría mirándola desde el balcón, acariciando sus alas.

—Piensa en tus amigas Aegis y Dione —continuó la maestra—. Si no las asesinan por traidoras, pronto te traerán una túnica nueva y radiante, ¡así que sonríe!

Solo Zadekiel rio de su propia broma.

—¿Cómo que…? —Perla desencajó la mandíbula—. ¡Ma-maestra! ¿Las van a asesinar?

—Claro que no —hizo un ademán.

A la única que posiblemente podrían despachar en la legión de ángeles era justamente a Perla, pero su maestra no quería sacarlo a colación; la Querubín había asesinado al Serafín Rigel y quién sabría cómo reaccionarían si regresara. Mejor tenerla en el reino de los mortales, concluyó sabiamente.

—Solo digo que será mejor que no te acostumbres a esos harapos que llaman ropa.

Para muestra, se levantó y tomó uno de los vestidos descartados para deshacerlo en varios pedazos sin dificultad alguna. La rubia frunció el ceño de nuevo. ¡Qué débiles! Una túnica, en cambio, era resistente y sobre todo servía como estandarte sagrado. Un recordatorio de la pertenencia a la legión de ángeles. Eso necesitaba Perla con urgencia, pensaba Zadekiel. Lamentablemente, tendría que esperar que sus alumnas volviesen de los Campos Elíseos.

—Bueno… A mí no me parecen tan feas, maestra…

Zadekiel se acercó y olisqueó el vestido. No detectó nada extraño, pero había algo que seguía sin gustarle, e insistió. Se inclinó hacia la Querubín y levantó el vestido. La muchacha dio un respingo al sentir la fría brisa acariciar libremente en su trasero y pasear bajo sus piernas; gimió e intentó sutilmente bajárselo, pero la maestra se mantuvo firme.

—Además de feo y poco resistente, es demasiado corto. Deberías ponerte también esto y evitar ojos perversos.

La Querubín se levantó, volviendo a ajustarse el vestido. Agarró al vuelo una braga y apretó los labios cuando la extendió. No había visto algo como eso y enrojeció al entender su uso. Cómo iba a saber que algo tan sencillo en los Campos Elíseos, como la vestimenta, resultaba ser mucho más complejo en el reino de los humanos.

—No te preocupes —continuó Zadekiel, tomándola de la barbilla—. Cuando salgamos, iré delante de ti y nadie verá nada. Y si ven algo, yo misma los lanzaré por el horizonte. ¿Te parece mejor así?

—Hmm —asintió suavemente, jugando con la pequeña braga—. Gracias, maestra. Parecerá que tengo mi propia guardia.

—Será así, pues. Digan lo que digan, sigues siendo la Querubín, el ser superior de la angelología. Es el título que te dio el Trono y lo será hasta siempre —luego le guiñó el ojo—. Y también eres mi alumna, así que eso me convierte en algo más superior aún.

—No soy una Querubín —miró para otro lado—. Deja de decirlo. Tengo un padre o una madre mortal, y puede que yo también lo sea. Tenga el título que tenga, no durará mucho.

Zadekiel tragó saliva. Realmente le costaba aceptar la verdad acerca de Perla y el misterio de si sería inmortal como los demás ángeles. Todo aquello era como un baldazo de agua fría cada vez que lo recordaba, pero se negaba a tratarla distinto a como acostumbraban en los Campos Elíseos. Era la Querubín, se decía a sí misma.

—Pon buena cara. La mortal ya despertó y de seguro querrá verte. ¿No querrás presentarte con el rostro desganado?

Ámbar avanzaba dentro de las instalaciones de la reserva, blanco radiante y aséptico como un hospital, y todos los que allí se apostaban, tanto desde los balcones internos como desde los pasillos, detenían su rutina para verla, amontonándose en los alrededores. La espada zigzagueante era particularmente llamativa, sujeta en su espalda mediante correas. Se trataba de su nuevo estandarte y se sentía orgullosa de llevarlo.

Hombres y mujeres no la perdían de vista. Ya no solo era el hecho de ser conocida por vencer a un ángel o liberarla luego, sino que su nombramiento como “Protectora del reino de los humanos” era ya una noticia conocida dentro de la organización, por lo que la veían como a una leyenda viva.

A su lado la acompañaba el comandante Alonzo Raccheli, poniéndola al día: su milicia privada contaba con más de treinta mil hombres perfectamente entrenados que seguirían su estela en la búsqueda de los dragones. Además, como “Protectora”, le recalcó que ella tenía la capacidad de solicitar la ayuda de ángeles guerreros para que la acompañasen y protegiesen. Partirían pronto y debían cerrar todos los detalles.

Pero Ámbar se preguntó si debía revelarles su incómoda situación. Ella no profesaba culto a ningún dios; era lo normal, en su natal Nueva San Pablo la práctica religiosa era inexistente. Tras el Apocalipsis y la venida de los ángeles como verdugos, la humanidad se había dividido en dos. Por un lado, en el Vaticano se habían congregado todas las religiones monoteístas, los “creyentes”, cuyos adeptos huían de las naciones en donde el culto a los dioses era considerado delito; las penas variaban desde la detención hasta la condena a muerte. Raccheli, la cabeza visible de la organización, era descendiente directo de los “Primeros niños”, los sobrevivientes del Apocalipsis que fueron inculcados por un hombre que, según las leyendas, tuvo un romance con un ángel antes de la hecatombe.

La otra facción, mayoritaria en el mundo y representada principalmente por el Hemisferio Norte, sí aceptaba la existencia de uno o varios seres superiores pues los ángeles y el Apocalipsis eran prueba de ello; había una fuerza mayor, era indudable, pero no los consideraban deidades y prohibían su culto.

Estos últimos parecían acechar la nación de China, donde gran parte de los creyentes se apostaban. Había una guerra en ciernes, se percibía en el aire incluso, y por ello el Vaticano necesitaba con urgencia a los dragones como medio de persuasión.

Ámbar se detuvo de golpe, justo cuando Alonzo le insistía en llevar al menos cinco mil hombres en su operativo.

—Puedes ofrecer a todo tu ejército si quieres —dijo ella—. Pero solo necesito un pequeño escuadrón de diez soldados y al ángel rastreador. Nada más.

Alonzo se rascó la frente. Ámbar notó su desacuerdo y continuó.

—Somos odiados y considerados enemigos por casi todos los gobiernos. Lo último que deseo es que crean que pretendemos atacar algún territorio. Tus hombres se quedarán aquí y también los pichones. No le des más motivos al Hemisferio Norte de venir aquí para invadir. ¿Querías que yo estuviera al mando? Pues esta es mi condición.

—Tú tendrías el mando hasta en mi cama, mujer. Pero estamos hablando de dragones. Si actúan hostiles, un escuadrón pequeño no sobrevivirá más de dos segundos.

—Si son hostiles, no sobreviviremos seamos diez mil o seamos diez. Hablé con el ángel y él dice que conversará con los dragones. Está convencido de que habrá una alianza y no me ha dado motivos para dudar de él.

—¿Conversará, dices? Trescientos años y me vengo a enterar de que los dragones hablan.

La mujer se encogió de hombros.

—El pichón dice que los dragones gruñen. Pero que él entiende. Cosas más extrañas he visto en estos días, si me preguntas.

Alonzo se frotó el mentón, inseguro del plan. Deseaba movilizar gran parte de su ejército, tal y como había hecho para rescatarla de la milicia de Nueva San Pablo. Aún no se daban cuenta, pero ambos ya estaban cercados por el redondel de científicos que, sencillamente, querían ver a la mujer. Algunas esferas fotográficas flotaban por aquí y allá, capturando imágenes para el recuerdo sin que esta se diera cuenta.

—Tú mandas —concluyó Alonzo—. Pero iré contigo, mujer. Encargaré la gestión de la Reserva a mi hija.

—¿Tienes una hija?

—Es un bombón, como buena Raccheli. Se llama Agnese y es la directora de la Academia Pontifica.

—Una Raccheli. ¿También tendré que tener cuidado con ella?

El redondel de científicos se dispersó entre suspiros y murmullos. Ámbar se sorprendió cuando vio a Perla abriéndose paso con una timidez abrumadora, plegando sus alas para no golpear a los mortales, tenía la mirada baja y, además, el rojo de su rostro estaba al nivel de su cabellera. Notó el vestido azulado que llevaba y sonrió porque no creyó que la vería con otra cosa que no fuera su túnica; seguro era la razón de su vergüenza, concluyó.

Ámbar silbó.

—Te ves bonita, niña.

—¡Ah! ¡Á-ámbar! Al vestido lo llaman Qipao… Se siente apretado.

—Pues te queda bien.

La muchacha apretó los puños, mirando a un lado y otro. No le gustaba estar rodeada de mortales y más que estos la mirasen. Pero ya no le importaba; se lanzó a los brazos de la mujer, quien extendió los brazos para recibirla. Ámbar chilló por la fuerza, aunque luego rio al sentir cómo la muchacha la rodeaba con brazos y alas, en tanto que la cabeza se enroscaba bajo su mentón, sobre sus pechos, como buscando un lugar donde reposar.

Si los ángeles, creados por los dioses, buscaban con desespero el amor de sus desaparecidos creadores, Perla buscaba exactamente lo mismo en la actitud maternal que había descubierto en Ámbar. Y a la mujer le atraía la idea de redescubrir esa madre que fue una vez.

—Me alegra verte, niña.

—Tengo una habitación —dijo la Querubín—. Es bonita. La cama es espaciosa. Mi maestra puede dormir en el sillón, ya hablé con ella.

Ámbar volvió a reír. Para ambas, todos a su alrededor habían desaparecido. Ya hablarían luego sobre la misión de búsqueda de dragones, o sobre la verdadera naturaleza de Perla, mitad ángel mitad humana. Incluso sobre el nombramiento de Ámbar por el propio Serafín Durandal.

—Entonces ya sé dónde dormir esta noche.

III. Año 1368

El ajetreo en los establos de Nóvgorod era prácticamente inexistente. El silencio imperaba y solo de vez en cuando se oían los cascos de algunos caballos, que se removían inquietos dentro de sus corrales. Era cierto que la victoria de los rusos sobre los mongoles había causado un furor desmedido, tanto en los que participaron en la batalla como en los nobles que rezaban en sus hogares, o en la catedral de Santa Sofía, durante la contienda, pero luego sobrevino un ambiente oscuro y triste debido a los caídos.

Bajo una nevada, Mijaíl guiaba un caballo rumbo a los establos, con un desgano evidente en su expresión. Como si caminar en la nieve fuera más pesado que de costumbre. Había pasado toda la mañana en el campo de batalla, recogiendo flechas y espadas, marcando aliados y enemigos para el recuento final. Reconoció un par de amigos, con sus cuerpos tan asestado de saetas que parecían más bien puercoespines. Pero lo que más lo tenía preocupado era no haber encontrado al Orlok entre los muertos. Ni él ni los otros cien jóvenes que fueron al campo consiguieron dar con el paitze, una tabla de oro que solo podía ser propiedad del mariscal mongol.

Pensó que, tal vez, alguno de los jóvenes lo pudo haber encontrado y guardado para venderlo. Al fin y al cabo, estaba hecho completamente de oro. Tal vez el Orlok sí murió, pensó para tranquilizarse.

Luego de guardar al animal, se sentó sobre un banco cerca de los corrales y vio un grupo de monjas recorriendo los establos, reconocibles por sus hábitos completamente negros. Notó que una de ellas tenía unos senos de considerable tamaño, indisimulables bajo su abrigo, y recordó a Anastasia Dmítrievna con un deje de amargura. Aún quedaba la cuestión sobre su peligroso romance con la hija del Príncipe de Nóvgorod.

Deseó por un momento volver a aquella lejana noche en la que el general de la caballería y sus hombres de confianza murieron luchando contra los lituanos, a orillas del Río Don, y él, su escudero, asumiera junto con su hermano el comando para resistir y posteriormente derrotarlos. Tal vez no hubiera sido recibido en el palacio como un héroe y no hubiera conocido a la hija del Príncipe.

Meneó la cabeza. ¿Cómo iba a arrepentirse? Anastasia era la muchacha más hermosa y cariñosa que había conocido. No dejaban intercambiarse miradas cómplices cada vez que se encontraban; eran los más jóvenes en el palacio. A veces se sonreían. Aprovechando que él era el escudero de su hermano, era usual pasear por los pasillos del palacio cada vez que había alguna reunión.

Entonces sucedió.

Mijaíl deseó por un momento enredar sus dedos en aquella larga y ensortijada cabellera dorada, o agarrar esa nariz aguileña entre los dedos porque ella se inhibía debido a que no le gustaba la forma, aunque a él no le importaba, es más, le encantaba su nariz. La destacaba. Y sus senos…

Una monja se acercó a Mijaíl, retirándose la capucha del abrigo.

—Pensé que estarías en la catedral —dijo ella—. Siempre estás en la catedral.

Mijaíl levantó la vista. Era la monja de grandes senos. La levantó aún más y dio un respingo.

—¡Anast…! ¡Su… Su… Su Serenísima!

Anastasia rio, volviendo a esconderse bajo la capucha.

—¡Baja la voz!

—Su Serenísima, no debería estar aquí.

La joven se sentó al lado de Mijaíl. Este se apartó, pero ella insistió en estar junto a él.

—No, no debería estar aquí. Y, sin embargo, lo estoy.

La muchacha arrugó su nariz; realmente no comprendía cómo los hombres podían aguantar ese olor tan fuerte de los establos. Esa mezcla rancia de orín y excremento que mataba cualquier atisbo de romanticismo. Luego miró a su amante, Mijaíl evitaba el contacto visual y estaba visiblemente nervioso. Anastasia frunció el ceño.

—¿Y tu colgante?

—Lo perdí durante la batalla.

—Entonces es verdad. Gueorgui le ha dicho a mi padre que luchaste bravamente. Que catorce mongoles cayeron bajo tu arco, y dos bajo tu espada.

Mijaíl soltó una risa apagada

—¿Eso ha dicho?

—¿Acaso no es verdad?

—No sé si alguno cayó bajo mi arco. Era de noche. Y cuando los tuve de frente, en vez de desenvainar mi espada, lo único que hice fue agarrar mi pendiente y orar.

Anastasia apretó los labios. No era agradable imaginar a Mijaíl en una situación como aquella, completamente sobrecogido ante los enemigos que habían masacrado Nóvgorod. Quiso tomarlo de la mano, pero dudó y miró hacia las monjas. Su dama de compañía había ido junto con ella y también pidió prestado el hábito de las religiosas, pero ahora no la encontraba. Decidió abrazarse a sí misma.

—Fui yo.

—Fuiste tú —Mijaíl repitió sin entender.

—Le dije a mi padre que no quería casarme con el Príncipe de Kholm.

Vació sus pulmones como única respuesta, perdiendo la mirada en sus botas. Así que fue ella, pensó. La culpable de que, tal vez, lo condenaran a muerte. Anastasia era una joven romántica y ensoñadora. Tan ensoñadora que a veces perdía la noción de la realidad. No la culpó de haberlo intentado.

—Me prohibió verte. Así que esta es nuestra última vez juntos —la muchacha miró de nuevo en los alrededores y se lamentó de que fuera en un lugar ordinario como un establo—. Me gustaría… besarte. Y… Y más cosas. Pero mi dama está mirándonos.

El joven ruso se inclinó hacia un lado y buscó entre las monjas. Había una, de aspecto robusto, que lo miraba en la distancia y con ojos feroces.

—¿No será ese jabalí?

Anastasia ahogó una risa. Meneando la cabeza, acarició la mejilla de Mijaíl.

—Pero mi padre me conoce. Si sigo aquí, siempre encontraré mi camino hasta ti. Así que me ha ordenado viajar a Kholm.

Mijaíl sintió el impulso de besarla, realmente era su última vez juntos y lo sabía muy bien. Se inclinó, olvidando a la lejana jabalí, pero vio pasar frente a sus ojos un fulgor plateado. Dio un salto hacia atrás cuando notó una espada clavándose en la nieve, a un lado de Anastasia, quien se volvía a esconder bajo la capucha.

El gigantesco Gueorgui clavó los ojos en su hermano. Estaban inyectados de sangre. ¿Cómo era posible que, a pesar de las advertencias, aún se reuniese con la hija del Príncipe? Pero no estaba allí para recriminárselo. Estaba allí porque debía transmitir las órdenes del hombre más poderoso de Nóvgorod.

—Su Serenísima —el imponente comandante saludó a la joven, pero fijando sus feroces ojos en Mijaíl—. No le corresponde estar en un lugar ordinario como un establo. Su padre la está buscando.

Anastasia se levantó. Pero se mantuvo allí, de pie, como una mediadora silenciosa entre los dos hermanos. Miró a Gueorgui, pero no se estremeció como Mijaíl al notar su mirada.

—Y seguirá buscando.

Gueorgui quiso sonreír por la soltura de la chica. Anastasia le agradaba. No obstante, lo disimuló todo bajo un aspecto serio y continuó sin prestarle atención a la muchacha.

—Mijaíl. Nuestra Serenidad, el Príncipe Dmitri Ivánovic, transmite sus felicitaciones por vuestros actos heroicos en la batalla contra la Horda de Oro. Os ha honrado con una misión de escolta para que representéis con honor a vuestro reino. Acompañaréis a un emisario de vuelta a su nación. Ha vivido durante doce años aquí, ayudando al reino, y ahora desea regresar. Solicitó un acompañante para él y su sirviente.

Mijaíl dejó escapar un largo suspiro de alivio. El anuncio era mucho mejor de lo que había esperado. Cualquier opción que no fuera la muerte era buena. No obstante, con la tranquilidad sobreviniéndole, pensó mejor aquello último que le había dicho.

—¿Escolta? Es decir, ¿me quiere fuera de su vista?

—Os está honrando con una misión importante.

—Es una manera elegante de expulsarme.

“Es más bien un castigo elegante”, pensó Gueorgui.

—¡Soy un héroe y me necesitáis! ¡Coreasteis mi nombre cuando derrotamos a los mongoles!

—Y en el bar corearon el mío. Y luego el de una puta. ¿Qué más da? Eras un simple escudero que tuvo una oportunidad y la aprovechó. Ahora se te honra con una misión importante. Saldrás y conocerás el mundo más allá de Tierra Santa. Muchos desearían estar en…

Mijaíl hizo un ademán para interrumpirlo.

—¿Adónde iré?

—Al Reino de Koryo.

—Habla en serio, por favor.

—En serio. Partiréis mañana al amanecer.

Anastasia miró a un hombre y a otro, completamente incrédula. A diferencia de Mijaíl, quien pensaba que tal reino no existía, ella sí lo ubicaba. Era prácticamente otro mundo. Apretó los puños pensando en su padre.

—Es Oriente, Mijaíl —dijo ella—. Lo llaman el Reino del Dragón.

Mijaíl frunció el ceño y miró a su hermano.

—¿Oriente? Se suponía que íbamos a defender Nóvgorod juntos.

—¿Y acaso no lo hemos hecho? Los mongoles se estarán reagrupando y no los veremos durante meses, quizás años. Por lo que sabemos, la batalla ahora se centrará en Moscú.

—No me interesa Moscú. Además, si Moscú cae, volverán a por nosotros.

—Entonces sobrevive en tu viaje a Koryo. Y vuelve. Juntos aplastaremos hasta el último de ellos.

—Me envía a mi muerte. No sirvo para luchar —sacudió su mano—. Ya lo viste contra los lituanos y contra los mongoles. Sobre todo, esos perros de ojos rayados, esos sí que son dragones. No nací para luchar contra ellos.

Gueorgui desclavó su shaska, una radiante y filosa espada. Inesperadamente, se la ofreció a su hermano.

—Sobrevivirás. Eres demasiado terco para morir.

Mijaíl silbó suavemente por el piropo y el regalo; agarró la empuñadura de la espada y comprobó el filo, marcando un tajo sobre la nieve.

—El mejor regalo, hermano mío —asintió, mirando su propio reflejo en la hoja.

—No es un regalo, perro. Me la devolverás cuando regreses.

Anastasia rio. Había oído a Gueorgui charlando con su padre, en los salones del palacio, y sabía que el oso rogó al Príncipe para que sus mejores hombres acompañaran a su hermano en el viaje al reino de Koryo. Al recibir una negativa, y visto lo visto, la muchacha concluyó que el Gueorgui decidió entregarle al menos su mejor arma.

Mijaíl hizo una mueca, pero la envainó en su cinturón.

—Está bien. Volveré. Sé que me seguirías hasta el infierno solo para recuperar esta estúpida espada.

Gueorgui se inclinó para agarrarle por el cuello, pero Anastasia intercedió. En su mirada había tristeza indisimulada y, sobre todo, resignación. Sabía que no existía manera, que no estaban destinados a estar juntos. Aun así, hizo lo posible para sonreírle al muchacho con el que había descubierto cómo era sentirse mujer.

—Ya no tengo tiempo. Solo he venido a decirte que fuiste mi primer beso, Mijaíl.

Gueorgui se cruzó de brazos y miró para otro lado, tratando de aplacar sus ganas de aplastar a su hermano, en tanto que Mijaíl miró boquiabierto a la Princesa, que soltó una risa amarga luego de confesarlo.

—Y nos imaginé dándonos el último, de viejos —continuó—. Pero tienes razón. Siempre la tuviste. La verdad de este mundo es que nuestros deseos no son nada. Tú eres el inapreciable, el que se sacrifica y sufre para el bien de los nobles; eres el que defiende la libertad de los que nunca te reconocerán. Pero yo te reconozco, Mijaíl. No naciste para luchar contra dragones, es verdad. Tú naciste para guiarlos. Dios contigo, guerrero.

Esa era la Anastasia que él conocía. La romántica y ensoñadora, la de ojos melancólicos. Mijaíl deseó besarla, entre otras cosas, pero entre el oso y la jabalí, poco podía hacer. Hizo una reverencia al ver que la muchacha se giraba para retirarse.

—El Príncipe de Kholm es un hombre afortunado. Sé que no habrá otra como usted, su Serenísima.

IV. Año 2332

Perla entró al gran lago de la reserva, pero solo hasta que el agua le llegó hasta los tobillos. Por más que debía llevar aquel incómodo vestido cada vez que salía afuera, sentirse en un lugar natural que rememoraba al hogar hizo que súbitamente levantara su estado de ánimo. Era un lugar apacible y silencioso, circundado por un frondoso pinar. Muy lejos quedaban las instalaciones. Se giró y miró en los alrededores; no quería que nadie la mirase bañándose.

Luego se inclinó para lavar sus manos y mojar sus alas. Se sentía en cierta manera aliviada de haberse desfogado con Ámbar, como si cientos de piedras amontonadas sobre sus alas hubieran desaparecido. Lo confesó todo cuanto se le había revelado acerca de su verdadera naturaleza y que aún no podía superar el haber asesinado al Serafín Rigel, aunque este fuera un recurso in extremis.

Abrió los ojos cuanto era posible al notar frente a ella una sombra expandiéndose sobre el agua, agrandándose más y más. Vio una pluma balancearse frente a ella. Era más grande, propia de un varón, por lo que descartó que se tratara de su maestra Zadekiel. Se tensó, agudizando los sentidos. Oyó un suave chapoteo tras ella y tragó saliva.

Se giró y notó una espada clavada en el lago; arriba, un ángel bajaba de los cielos, cortando el sol, lo que le imposibilitaba ver el rostro. Pero las alas. Esas seis alas extendidas a cabalidad solo podían ser de otro Serafín.

—¡Ah! ¡No te acerques más!

Retrocedió y pisó una hendidura del lago, tropezando y cayendo. Miró de reojo su sable; era el arma con la que asesinó a Rigel. Se le resbaló de la mano o tal vez ella se asqueó de tocarlo. Cómo pudo ser tan tonta de alejarse de su maestra Zadekiel. Tenía que haber presupuesto que, ahora que había asesinado a Rigel, la legión de ángeles vendría a por ella con ansia de sangre y revancha.

El Serafín bajó suavemente y hundió sus pies en el agua, observándola detenidamente.

Perla quedó inmóvil, acostada boca arriba. La mitad de su cuerpo estaba escondido bajo el agua y se sintió indefensa y torpe. Reconoció a Durandal. Pensó que, como Rigel no había conseguido su objetivo de asesinarla, el Serafín bajó para finalizar su tarea.

—¿Vienes a matarme?

—¿Por qué habría de hacerlo?

—¿Por qué no?

Lo preguntó en tono quejumbroso. Había tantas razones para acabar con su vida. Era un híbrido sin hogar, un ángel destructor despreciada por la legión de ángeles y odiada en el mundo de los mortales. Todo aquello lo tenía asumido, pero solo una razón la amargaba.

—Maté a Rigel.

—Por lo que entiendo, eras tú o él. El Rigel que yo conozco habría preferido que fueras tú la sobreviviente.

Perla frunció el ceño. Sus ojos se volvieron feroces pero humedecidos.

—¿A qué Rigel conocías? Yo también lo conocía… ¡Y allí estaba él, queriendo matarme!

—Cuida tu tono. Él estaba siendo manipulado.

Perla dio un respingo. Entonces eran ciertas sus sospechas acerca de Rigel. Tragó saliva cuando Durandal se inclinó hacia ella, ofreciéndole la mano.

—No he venido para quitarte la vida. Hace milenios que me he prometido no volver a matar a ningún ángel de la legión. Y, aunque tú vistas como una mortal, sigues siendo uno de los nuestros.

la joven se ruborizó. Aceptó la mano y se repuso. Notó su vestido completamente arruinado y mojado, desarreglado y más pegado a su cuerpo que de costumbre. Intentó arreglarse y no se percató de los ojos curiosos del Serafín, que se detuvieron especialmente en los pechos resaltados.

—Se llama Qipao —plisó la tela en el vientre—. Y aprieta demasiado.

Amagó quitárselo, realmente no le agradaba y menos ser vista por otro ángel de esa manera, pero recordó que ahora estaba bajo escrutinio de un varón. Un varón que era secretamente admirado por ella.

Durandal se volvió a inclinar, buscando el sable de Perla.

—La próxima vez no sueltes tu espada.

Se repuso, levantando el sable que parecía irradiar la luz del sol. Luego se la entregó, pero Perla se negó a agarrarla.

—Vine a decirte que vi a tu madre.

Perla abrió los ojos cuanto pudo y avanzó un paso hacia el Serafín, ladeando la mano que sostenía el sable. ¡No podía ser verdad lo que le acababa de decir! Cientos de pensamientos inundaron repentinamente su mente y se amontonaron hasta el punto de sentirse mareada.

—¿Mi madre? ¡Mi madre! Pero, ¿cómo? ¿Cómo?

—Fue en la noche que huiste. El Segador nos mostró el Apocalipsis que asoló hace trescientos años en este reino. Y vimos a tu madre.

—¿Cómo? —avanzó otro paso—. ¿¡Cómo era ella!? ¿Qué la viste hacer? ¡Su nombre! ¡Dime su nombre!

—Tu tono, ángel. Ella era… Era como tú.

Perla intentó tocarse el rostro o mirarse el reflejo en el agua, pero el lago estaba agitado. Su madre. Su madre tenía un rostro. Y el Serafín aseveró que era como ella. En vez de todo eso, volvió a clavar su mirada desesperada en el varón, rogando con los ojos que soltara más.

Durandal prosiguió.

—No vimos mucho. Ella estaba arrodillada en un suelo carbonizado. El cielo era rojo como la sangre y el reino humano caía a pedazos. Todo a su alrededor ardía, y ella…

—¿Qué? ¿Qué hacía ella?

—Lloraba. Sufría.

Perla mordió sus labios.

—Por lo que sabemos, de su odio y sufrimiento surgió el Apocalipsis. Todo lo que vimos fue destrucción provocada por ella. Probablemente tú estabas en su vientre en ese momento.

Nacida en medio del Apocalipsis. Sufrimiento. Llanto. Odio. ¡No podía ser verdad! Su madre era una auténtica destructora. Perla, repentinamente, retrocedió los pasos avanzados, abrazándose a sí misma y meneando la cabeza. Sus labios temblaban y volvió a morderlos intentando calmarlos.

—No quiero oír más.

—No. Lo oirás todo.

La muchacha cambió su semblante y lo miró con un odio irrefrenable. ¿Acaso quería que ella sufriera más escuchando lo aterradora que era su madre? Durandal en cambio ladeó el rostro; ¿cómo era posible que los ojos esa joven cambiaran de dulce a mortificada, y de mortificada a una auténtica fiera? Por un momento se sintió realmente amenazado; no era para menos, por más que le costara verlo, Perla era, al fin y al cabo, Destructo.

—Tu madre fue manipulada. Alguien en las sombras la usó para ponerla allí en el momento y lugar adecuados.

Fue decirlo y ver cómo parecía surgir fuego en los ojos de la Querubín. Cuánta ferocidad en solo la mirada, se dijo el Serafín.

—¿Manipulada? ¿Por quién?

—Solo pienso en el mismo ser que manipuló al Serafín Rigel para asesinarte. El mismo que nos manipuló a todos para que quisiéramos cazarte la noche que huiste. El que manipuló a los Arcángeles trescientos años atrás. Solo pienso en el Segador, el velador del Inframundo. Lo llaman el maestro de las sombras y rinde con creces ese título.

—¿Segador…? Ese ángel con capucha y guadaña. El de alas negras.

El Serafín asintió.

—Utilizó a tu madre para traer el Apocalipsis y llamar la atención a los dioses. No consiguió que volvieran y deduzco que ahora quiere manipularnos para intentarlo de nuevo. Pero tú estás en medio de su ecuación. Tú eres Destructo, aquella que nos matará a todos los ángeles.

En otro momento se reiría al decirlo, al imaginar aquello, pero era verdad que la furia de Perla era claramente percibida por él mismo, cargándose y haciendo pesado el aire, creciendo como el fuego. Por un momento pensó que, de seguir allí, el agua herviría.

—Desde hace demasiado tiempo que no libro una guerra, ángel, y tengo más dudas de las que puedas imaginar. Las vidas de todos mis guerreros pesan sobre mí cada instante, en cada decisión, y a veces me pregunto si valdrá la pena librar una batalla más. Pero cuando recuerdo a los que cayeron por culpa suya, me siento listo para la guerra. Y tú, ¿cómo te sientes?

Perla apretó los puños que temblaban. “¿Que cómo me siento?”, se preguntó. Se sentía destruida. Humillada. Desmotivada. ¿Por qué habría de volver a empuñar un arma y librar aquella guerra de la que le hablaba el Serafín? La muerte de Rigel escocía. Pero oía aquel nombre, “Segador”, y sentía que nunca había experimentado tanto odio por alguien.

Durandal insistió. Levantó nuevamente el sable para que ella lo reclamase.

—Desde que los dioses desaparecieron, el Segador gestó una guerra que aún a día de hoy no termina. Manipuló a tu madre. Manipuló a tu amigo y mentor. Los usó como herramientas para su propio beneficio y los desechó sin miramientos. Ahora busca cazarte. Desde el inicio esta guerra tiene tu nombre, ángel, así que encárala.

El sable desapareció inesperadamente de la mano del Serafín. No entendió qué sucedió, hasta que notó que Perla ya lo tenía empuñado, dando un tajo violento al agua. Era buena invocando armas, concluyó, admirándola en su decisión.

—Lo cazaré —dijo. Sería parte de la guerra. Por los caídos. Por la madre que no conoció.

—Bien. Mi legión y yo nos estableceremos aquí. Hemos venido a este reino en búsqueda de aliados.

Perla achinó los ojos.

—¿Aliados? ¿Quieres aliarte con mortales?

—¿Por qué no? Aquella a quien llamas “Ámbar” se ve capaz.

—Lo es —asintió—. Pero este reino tiene sus propios problemas.

—No podría importarme menos. Dejarán sus problemas a un lado porque esta guerra también les concierne. Confío en la mortal para transmitirles ese mensaje. Tú preocúpate por canalizar ese odio tuyo. Te ayudaré con ello. Seré tu maestro.

De un golpe, toda la furia de la Querubín se desvaneció cuando oyó aquello. Boquiabierta, no supo qué responder. Y no quería responder porque echaría a trastabillar palabras, revelando su nerviosismo. Durandal se alejó caminando hacia la orilla, por lo que Perla abrazó su sable contra sus pechos y se sonrojó. Su semblante dulce volvió. “¿Mi maestro?”, se preguntó, esbozando una pequeña sonrisa.

Durandal elevó la mano y señaló el cielo.

—Y te enseñaré a volar.

Perla dobló las puntas de sus alas al oír aquello. Iba a agradecérselo, pero Durandal se adelantó.

—Ya recuerdo —dijo—. “Rubí”.

—¿Qué?

—“Rubí”. Es así como se llamaba tu madre.

“Rubí”, repitió la Querubín. Y lo repitió varias veces, mentalmente, pero esbozando la palabra con sus labios. Le pareció un nombre hermoso. Su madre tenía un rostro. Y un nombre. Sus ojos se humedecieron y la sonrisa se le volvió más grande.

—¡Durandal!

El Serafín se detuvo.

—¡Te equivocas! Si esta guerra tiene un nombre, entonces ese es “Rubí”.

Continuará.

Nota del autor: El reino de Koryo es Corea. La actual Corea del Norte y Sur.

Relato erótico: “Hércules. Prólogo” (POR ALEX BLAME)

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PRÓLOGO

Pam le apartó la melena de la cara y le clavó con intensidad esos ojazos azules y profundos. Hércules nunca sabía en qué pensaba. Aquella mujer le desconcertaba tanto como le atraía. Quizás por eso la amaba tanto.

Aquellas manos de dedos finos y suaves acariciaron su nuca y sus labios se fundieron con los de Hércules en un beso largo y profundo que en pocos instantes se hizo ansioso. Las manos de él se deslizaron por su espalda y agarraron su culo apretando el voluptuoso cuerpo de la joven contra él.

Pam se estremeció ante el contacto y separó los labios un instante para respirar. Hércules aprovechó para bajar la cabeza, besar su cuello y mordisquear el tatuaje de su hombro.

Al contrario que con Akanke, el sexo con Pam siempre era intenso y lujurioso. Sería por su oficio, pero el caso es que le gustaban las emociones fuertes. Le encantaba follar en lugares públicos, siempre en peligro de ser descubiertos y las discotecas le volvían loca. El montón de gente saltando, bailando y frotando sus cuerpos sudorosos, en medio del sonido atronador de la música tecno, hacía que la mujer entrara en una especie de éxtasis.

Con un movimiento sorpresivo se dio la vuelta y comenzó a menear sus caderas al ritmo de la música, pegando su culo contra la entrepierna de Hércules, dejando que él repasara su ceñido vestido de lentejuelas. Pam levantó los brazos y los dirigió hacia atrás rodeando la cabeza de Hércules y cerrando los ojos; dejándose llevar por la música y sintiendo como la polla de su novio crecía en contacto con su culo.

Esta vez fue Hércules el que no aguantó más y cogiendo a la joven por los brazos la empujó delante de él, siempre pegado a su cuerpo, a través del gentío, a uno de los reservados. Sin contemplaciones la tiró sobre el sofá. Ella se dio la vuelta y se sentó con esa mirada desafiante que tanto le ponía. Se sentó a su lado y comenzó a besarla de nuevo, metiendo la mano por debajo de su falda. El interior de sus muslos estaba cálido y ligeramente húmedo.

Pam sonrió y abrió sutilmente las piernas, dejando que la mano de su novio avanzase hasta alcanzar su sexo. La joven se sobresaltó al sentir los dedos de Hércules explorando su pubis y jugando con su sexo, pero no dejó de besarle ni acariciarle el pecho por debajo de la camiseta.

Con un movimiento apresurado, montó sobre Hércules mientras hurgaba en sus pantalones desabrochando botones y bajando cremalleras. Los dos sexos se tocaron y se frotaron con fuerza haciendo que los dos amantes suspirasen ahogadamente a la vez.

Hércules cogía uno de los pechos de Pam con sus manos y lo estrujaba con fuerza a través del vestido justo en el momento en que dos chicas se asomaron al reservado. Él levantó la cabeza y las jóvenes se retiraron con una sonrisa nerviosa.

Pam aprovechó el momentáneo despiste para enterrar la polla de él dentro de su coño. La sensación fue deliciosa. Hércules se agarró a las caderas de la joven mientras ella le cabalgaba al ritmo de la música jadeando, revolviéndose el pelo y acariciándose el cuerpo, disfrutando de cada golpe de cadera.

Inclinándose sobre él y mirando a un lado y a otro, se bajó el escote palabra de honor, liberando un pecho y acercándoselo a la boca. Hércules lo chupó con fuerza y lo mordisqueó. Pam soltó un gritito y moviéndose aun más rápido.

La levantó en el aire y la arrinconó contra la pared. Pam apretó sus piernas contra las caderas de Hércules y comenzó a morderle los lóbulos de las orejas gimiendo cada vez más rápida e intensamente.

Consciente de que estaba a punto de correrse Hércules la dio más fuerte y más profundo, agarrándola con suavidad por el cuello y obligándole a mirarle a los ojos, hundiéndose profundamente en ellos sin parar de moverse dentro de la joven.

Hércules fue el primero en correrse eyaculando en el coño de Pam, inundándolo con su calor y provocando que ella se corriese a su vez. El cuerpo de la joven tembló en sus brazos, recorrido por un intenso placer. Hércules no se separó de ella hasta que los últimos relámpagos de placer se extinguieron dejándola exhausta y complacida.

Pam se recolocó el vestido con una sonrisa traviesa y se sentó de nuevo. Hércules, tras abrocharse los pantalones, se sentó a su lado. La música llegaba amortiguada y las luces quedaban lejos, haciendo el ambiente más tranquilo y recogido. Pam se colgó de su cuello y le besó de nuevo. Le miró a los ojos de esa forma inquisitiva que le ponía tan nervioso.

—Me gusta cómo me haces el amor. —empezó acariciándole distraídamente el cuello— En realidad me gusta todo de ti…

—¿Pero?

—Que tu sabes prácticamente todo de mí mientras que yo apenas se nada de ti. y debería ser al revés. Aun tienes que explicarme lo de tu paso por los tribunales. Si quieres que esta relación funcione tendrás que contármelo todo.

—En realidad no hay mucho que contar. —respondió Hércules evasivo.

—No digas tonterías. Soy guardia civil. No me engañarás tan fácilmente. Solo me hace falta observar esos ojos grandes que me miran a veces con una intensa lujuria y otras veces con una inexplicable melancolía para saber que hay algo en tu pasado que debo saber para poder comprenderte y amarte como deseo.

Hércules frunció los labios pensativo y ella le acosó con besos cortos y superficiales sin dejar de hacerle preguntas.

—Vamos, Pam, este no es el lugar adecuado…

—Estupendo, estoy totalmente de acuerdo. Vamos a mi casa. De todas formas, ya hemos bailado suficiente. —dijo la joven levantándose y agitando sus caderas con sensualidad.

Antes de que pudiese volver a negarse, Pam tiró del brazo de Hércules y lo arrastró con decisión, fuera de la discoteca.

***

—Adelante, ahora estamos tranquilos en casa. —dijo ella en cuanto cerró la puerta tras ella— Cuéntame tu historia.

—No sé por dónde empezar…

—¿Qué tal por el principio? —le sugirió ella preparando rápidamente un par de gin tonics y alargándole uno a Hércules.

—Bueno, supongo que es tan buena idea como otra cualquiera. Ponte cómoda porque esto va a durar un buen rato.

—Prometo escucharte y no interrumpirte durante todo el rato. —dijo Pam sacándose los tacones y acurrucándose en los brazos de su amante dispuesta a escuchar.

Hércules acogió su cuerpo menudo con los brazos y empezó a narrar su historia. Contándolo en tercera persona, como si el hombre que era ahora y el que había sido en el pasado fuesen dos personas distintas.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, lo antes posible, publicaré en la categoría entrevistas/info el índice de capítulos y una breve guía de personajes

SIGUIENTE CAPÍTULO AUTOSATISFACCIÓN.

Relato erótico: “Adiestrando a las hijas de mi jefe 6 ” (POR GOLFO)

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Un par de semanas después, tras una dura jornada en el trabajo,  Isabel saludó en la puerta al llegar a casa y tras mostrarme satisfecha que las hijas del jefe la habían dejado impoluta, me comentó que había llegado la hora de normalizar nuestras vidas.

        ―¿A qué te refieres?― pregunté.

        Midiendo sus palabras no fuera a enfadarme, mi dulce amante contestó:

        ―Dado que tus niñas están demostrando que saben cuál es su papel y que lo aceptan, creo que tienes que dejar que vayan a clase para que no pierdan el curso.

        ―Entiendo― murmuré un tanto molesto porque al fin y al cabo me había habituado a ese estatus quo.

―Además, yo también quiero volver a la oficina― añadió bajando su mirada: ―No quiero ni pensar en el desastre que me voy a encontrar.

Por su tono, comprendí que me escondía algo y que no me estaba diciendo toda la verdad:

―¿Qué más te pasa?

Totalmente colorada, la gordita reconoció que tenía miedo de perder su puesto y que alguna aprovechada se valiera de su ausencia para convertirse en mi secretaria. No tuve que ser ningún genio para entrever que alguien le había contado que una de sus compañeras llevaba algunos días sentándose en su mesa y trayéndome el café como hacía siempre ella.

«Está celosa», sonreí y con muy mala leche, contesté que no hacía falta que se diera prisa en reincorporarse porque Paula me cuidaba muy bien.

―Esa zorra nunca podrá sustituirme― bufó completamente fuera de sí.

Gozando de su cabreo, dejé caer que esa mulata además de tetona era muy eficiente y dispuesta. Mi respuesta la terminó de sacar de sus casillas:

―¡Solo falta que me digas que te hace una cubana todas las mañanas!― chilló con su cara colorada y con lágrimas en los ojos, salió corriendo por el pasillo.

Que Isabel mostrara tan claramente sus inseguridades, así como su rápida huida, lo sorprendieron:

«Joder, realmente teme que la cambie por otro», me dije mientras iba tras la gordita con un sentimiento ambiguo.

Aunque en lo más íntimo me alagaba que Isabel sufriera por mi cariño, decidí que no abusar de sus recelos, no fueran a darse la vuelta y me explotaran en la cara. Tras unos minutos buscándola por la casa, la encontré llorando en su habitación.

―No tienes nada que temer― murmuré con ternura: ―Nada ni nadie podría jamás hacer que te alejara de mi lado.

Mis palabras consiguieron abrir una espita de esperanza, pero cuando ya creía que se tranquilizaría, se echó a llorar nuevamente mostrando una angustia creciente.

―¿Por qué tienes tanto miedo? ¿Acaso no te he demostrado suficientemente que me gustas y que eres mi favorita?― la interpelé en un intento de consolarla.

―Fernando, te conozco … Paula es una mujer preciosa y si mueve bien sus cartas, tarde o temprano, te acostarás con ella.

La imagen de ese bombón entre mis piernas me resultó excitante y dándole la razón de cierta forma, me defendí diciendo a mi querida y dulce amante que no me interesaba acostarme con nadie si ella no participaba. Reconozco que lo dije en modo automático, sin meditar o vislumbrar sus efectos y por ello Isabel me cogió con el pie cambiado cuando limpiándose las lágrimas de las mejillas preguntó si era cierto.

Creyendo que la pregunta era acerca de mi interés, preferí contestar recordándole el papel que desempeñaba en mi hogar y acercándome a mi rolliza secretaría, tomé uno de sus pechos en la mano mientras le decía:

―Sabes que me vuelve loco ver el modo en que enseñas a las niñas cómo deben comportarse y más cuando las obligas a complacerte frente a mí.

Mis caricias provocaron un terremoto en Isabel y con la respiración entrecortada, me reconoció que la idea de acostarse con Paula y que una subsahariana se convirtiera en otra de nuestras putas era algo que la atraía.

―Creo que mi querida zorrita está un poco celosa. Paula ni es africana ni es negra, ¡es colombiana y mulata!― repliqué pellizcando suavemente uno de sus pezones.

Olvidando toda clase de celos y demostrando descaradamente su interés en acostarse con esa compañera, Isabel llevó sus manos hasta mi bragueta y sin dejar de mirarme a los ojos, comenzó a pajearme mientras me decía:

―Me da lo mismo si es negra o mulata… yo no puedo olvidar que esa puta ha querido robarme el puesto y por ello, no me da vergüenza confesarte que me encantaría ver cómo le rompes el culo.

Dado el brutal deseo que destilaba su voz, no me extrañó que mi amante aprovechara el momento para liberar mi sexo de su encierro y menos que una vez hecho, se arrodillara y abriendo sus labios, se lo incrustara hasta el fondo de su garganta.

―Mira que eres bestia― alcancé a decir muerto de risa: ―Si te dejo un día me lo arrancas.

La gordita se la sacó de la boca y riendo a carcajadas, me contestó que no era descabellado pero que lo prefería unido al resto del cuerpo.  

―¡Serás puta!― exclamé y girándola sobre la alfombra, descargué un sonoro azote en su trasero.

Con mi mano impresa sobre una de sus nalgas, Isabel me miró y corroborando su lujuria, me imploró que la tomara. Ni siquiera lo pensé y regalando otra nalgada sobre sus posaderas, acerqué mi pene a su sexo. 

―Mi señor― sollozó al sentir que jugando me ponía restregar mi glande contra su vulva…

Unos días más tarde en un gimnasio de barrio, Paula llevaba veinte minutos sudando la gota gorda en su clase de spinning. A pesar del esfuerzo, la joven hispana estaba cabreada porque cuando ya veía cada vez más cercano que su jefe no solo la hiciera fija sino que la nombrara su asistente, le acababa de informar que su secretaría iba a volver a su puesto.

        «Con Isabel en la oficina nadie puede acercarse a D. Fernando. Ejerce de perro de presa defendiendo sus dominios», se dijo mientras pedaleaba al ritmo de un reguetón pensando en lo mucho que le gustaba ese cuarentón.

Desde que trabajaba allí, siempre había soñado con que algún día ese hombre le hiciera caso. Por eso cuando esa acaparadora pidió una excedencia, vio su oportunidad de aproximarse a él.

«Me atrae hasta su olor, me pone bruta el aroma a macho que destila el maldito»», reconoció mientras regulaba la resistencia del pedaleo de la bicicleta.

De pronto, se puso roja al tener que reconocer que ese mismo día tras la charla en la que le informaba de la vuelta de su asistente había tenido que aliviar su calentura en el baño.

«No consigo controlarlo», se dijo al hacer memoria de cómo se encharcó su coño cuando D. Fernando le tocó el brazo al cederle el paso en el pasillo.

El destino quiso que en ese momento se fijara en el espejo y horrorizada comprobó que sus pezones se le marcaban traicioneramente bajo su top.

«No comprendo lo arrecha que me pone ese tipo», murmuró para sí mientras en su mente crecía la necesidad de sentirse querida y más cuando ya hacía casi un año que lo había dejado con su último novio y que ni siquiera recordaba cuando había sido la última vez en que había echado un buen polvo.

«Lo malo es que, si espero a que él me lo eche, me van a salir telarañas», meditó desesperada al asumir que para su jefe ella era un mueble y que cuando pasaba por delante de su mesa, ni la miraba.

«¡No entiendo el por qué!», se dijo: «Soy joven, soy guapa y estoy buena. Tengo unas buenas tetas y un mejor culo».

Seguía martirizándose con el nulo interés que provocaba en D. Fernando cuando al terminar la calase y de reojo descubrió que Isabel, su rival y compañera la miraba desde un banco.

«¿Qué coño hace ésta aquí?», se dijo mientras la observaba.

Contra toda lógica, su disgusto inicial pasó rápido y pudo más la curiosidad de conocer el motivo por el que estaba ahí, sabiendo ese no era su barrio.

«¿Con quién qué habrá venido?», se preguntó mientras trataba de descubrir si tenía acompañante.

Tras comprobar que no parecía venir acompañada, se concentró en ella. Nunca había creído que físicamente esa gordita pudiese ser competencia, pero esa noche al observarla enfundada en mallas, lejos de resultarle repulsiva, sus curvas le resultaron atractivas.

Espiándola detenidamente, le sorprendió comprobar que Isabel era dueña de un trasero impresionante y eso además de cabrearle, la excitó.

«¿Tan necesitada estoy que me pone caliente una cuca?», se preguntó mientras involuntariamente sonreía a la rival.

Su compañera le devolvió la sonrisa y acercándose, la saludó de un beso. Ese gesto cordial y carente de segundas intenciones, la alteró profundamente y sin poderlo evitar su panocha se puso en ebullición.

«¿Qué me ocurre?», masculló acojonada por el modo en el que su cuerpo estaba reaccionando y disimulando se subió en una elíptica. Mientras intentaba evitar que su mente siguiera pensando en ello,  trató de concentrarse en el ejercicio, pero para su desgracia no pudo dejar de espiar a su rival mientras se ejercitaba.

«Es fascinante», reconoció entre dientes al descubrir que Isabel llevaba unas mallas tan ceñidas que le marcaban por completo los gruesos labios de su vulva y muy a su pesar, se vio saboreando tanto ese suculento coñito como los gruesos pezones que decoraban sus ubres.

Preocupada por la humedad que para entonces le anegaba el coño, pedaleó más deprisa mientras observaba que su competidora cambiaba de maquina y se ponía en la que tenía enfrente.

«Lo está haciendo a propósito», maldijo en su interior al admirar la belleza de los gruesos muslos de su adversaria cuando al trabajar los abductores separaba sus rodillas lentamente para acto seguido sin dejar de mirarla las juntaba.

 «Sabe que la estoy espiando y eso le gusta», concluyó emocionada al fijarse en la mancha de humedad que a la altura de la entrepierna traspasaba el leggins de Isabel.

Sintiendo su clítoris a punto de estallar, Paula no supo que decir cuando tras unos minutos de sufrimiento,  la gordita se le acercó y sin mediar ni siquiera un saludo, le preguntó si se iban.

«¿Qué estoy haciendo?», murmuró al comprobar que como una autómata recogía sus cosas y la acompañaba.

Para entonces una mezcla de miedo y de emoción la dominaba y más cuando al llegar al vestuario comprobó que estaban solas.

 ―Desnúdate― escuchó que la secretaria de su jefe le decía.

Alucinada por la orden, se giró a ver a su acompañante y ésta riéndose, le acarició un pecho mientras le decía que esperaba no tener que repetirlo. Para Paula, a quien todas sus parejas la habían tratado y visto como si fuera una diosa, ese trato la cogió desprevenida y por ello no pudo hacer nada más que obedecer.

«Estoy loca», pensó dubitativa.

Sus recelos terminaros al sentir que le ponía cachonda el tema y sin dejar de mirar a los ojos a su rival, empezó a desnudarse.

«No entiendo qué me pasa», temblando murmuró para sí ya que, aunque ya había tenido varios escarceos con miembros de su mismo sexo, Paula no se consideraba bisexual.

Conociendo el efecto que sus pechos provocaban en los hombres, se quitó el top y coquetamente los tapó para intentar estimular el interés de Isabel.

―Estás muy buena― comentó la gordita cuando la mulata, y a modo de ofrenda, puso sus duras y bellas tetas a escasos centímetros de su cara.

―Lo sé― respondió la joven al experimentar una novedosa sensación de poderío al saber que esa mujer la consideraba atractiva y eso la animó a seguir.

Bajándose lentamente las mallas, se permitió el lujo de ir luciendo poco a poco su perfecto trasero ante ella y con sus mejillas coloradas, le preguntó si le gustaba su culo.

―Nunca he visto algo tan bello― susurró con los pezones totalmente erectos la gordita mientras se aventuraba a alargar una mano para comprobar que ese manjar tan apetitoso era real.

―Dios― sollozó la mulata al sentir los dedos de Isabel recorriendo temerosos una de sus nalgas.

Con tono firme, la gordita la forzó a darse la vuelta. Al cumplir dicha orden, Paula se percató que Isabel se había quedado petrificada al comprobar que llevaba el coño totalmente rasurado.

―¿Te apetece un baño?― preguntó tanteando la mulata al sentir que la secretaria de su jefe no era inmune a sus atractivos mientras con una sonrisa de oreja a oreja entraba en una de las duchas.

La gordita no se lo pensó y quitándose la ropa, fue tras ella, pero justo antes de pasar a la ducha se quedó mirando incapaz de reaccionar al contemplar la belleza de la morena y el erotismo de la pequeña cascada que formaba el agua al deslizarse por sus pechos.

Asumiendo que era su turno de llevar la iniciativa, Paula se echó champú y empezó a lavarse la melena mientras exhibía con descaro sus negros cantaros a escasos centímetros de la boca de Isabel.

 ―¿Me puedes enjabonar la espalda? Yo no llego― exigió con tono dulce y lleno de sensualidad.

Recordando que Fernando le había encargado la función de reclutar esa hembra para su harén, llenó de gel sus manos y delicadeza, comenzó a lavar los hombros de su presa.

―Me gusta― gimió la morena y con un sensual meneo de su estupendo trasero, pidió a la gordita que siguiera enjabonándola, dando por sentado el que, si era capaz de seducir a un varón, podía hacer lo mismo con una mujer.

Confiada y viendo más cerca el éxito de su misión, , las manos de Isabel llegaron hasta ese monumento con forma de corazón que era el culo de Paula.

―Sigue― replicó la mulata ya casi totalmente entregada.

Casi tan excitada como ella, la gordita comenzó a extender el gel por esos oscuros, pero sensuales cachetes y contra su voluntad se vio adorándola como si fuera su más fiel devota.

«Esta zorra está divina», se dijo la acariciaba con plena dedicación.

Paula advirtió de inmediato el cambio de actitud en su rival y queriendo averiguar a qué se debía, se dio la vuelta. Ese movimiento pilló desprevenida a Isabel, la cual no pudo evitar que un gemido de deseo surgiera de su garganta al sentir los pezones de ese portento clavándose en sus pechos.

―Puedes jugar con ellos― la colombiana murmuró en el oído de su dulce atacante.

Tragando saliva, Isabel comenzó a acariciar los senos de la mulata mientras intentaba observar algún signo de rechazo. Al no ver ninguno, recorrió los bordes de las negras areolas que los decoraban y sin pedir permiso, les regaló un mordisco.

―Perra― murmuró descompuesta al sentir los dientes de la gordita atacando sus pezones.

El tono tierno del insulto alentó más si cabe el carácter dominante de la gordita y con una sonrisa en la boca, siguió torturándolos a base de pellizcos.

―Cabrona― escuchó que gemía su presa.

Deseando capturar ese bello trofeo para su dueño, dejó caer sus manos por la cintura de la mulata hasta llegar a su culo y con determinación le acarició brevemente su vulva. Para acto seguido y con los dedos llenos de jabón, concentrarse en el rosado esfínter que apareció a su paso.

―Maldita― aulló Paula con los ojos cerrados al sentir los dedos de su rival comenzaba a explorar su rasurado coño y que no contento con ello, Isabel se apoderaba de su clítoris.

La gordita sonrió al observar que en un movimiento involuntario la colombiana separaba sus muslos, dando permiso implícito a que ella hiciera lo que le viniera en gana. Sabiéndolo, se agachó y mientras con dos de sus yemas invadía el interior de esa negra pero apetitosa vulva, usando la lengua, atacó el botón erecto que se escondía entre los carnosos pliegues de la morena.

―Hija de perra― alcanzó a balbucear Paula antes de que su cuerpo colapsara y derramándose sobre la boca de su rival, se rindiera al placer lésbico.

El sabor agridulce de la mulata se reveló como un manjar y mientras con los dedos seguía explorando su trasero, usando tanto sus labios como su lengua, Isabel buscó secar el manantial del que manaba ese delicioso, dulce y caliente jugo de mujer.

Un largo y penetrante aullido de desesperación y entrega acabó con cualquier resistencia de la hispana. Tras el cual, levantándose de la ducha, Isabel sonrió y con la seguridad que da el trabajo bien hecho, comentó:

―Vamos a secarnos porque quiero estrenar tu cama, antes de que Fernando me pida que te entregue a él.

Paula tardó unos segundos en asimilar esas palabras. Cuando lo consiguió, se abalanzó sobre la mujer que lo había hecho posible y besándola le dio las gracias.

―Por muchas que me lo agradezcas― contestó la gordita muerta de risa: ―¡no creas que he olvidado tus insultos!

  Al sentir que a modo de anticipo Isabel descargaba un azote sobre una de sus nalgas, Paula se sintió la mujer más feliz de la tierra y supo que nunca más competiría con ella por el puesto de secretaria del jefe…

Relato erótico: El obseso. un día de furia.(POR RUN214)

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Un día de estos creo que me voy a volver loco. Me paso el día pensando en tías y haciéndome pajas. Dicen que los hombres pensamos unas 50 veces en sexo a lo largo del día. En mi caso yo solo lo hago una, desde que me despierto hasta que me acuesto, 24 horas al día, siete días a la semana. Cada vez que me cruzo con una tía lo primero que hago es mirarle a las tetas o la forma que le dibuja el coño en el pantalón. No puedo evitarlo.
Tengo 25 años y estoy hasta los cojones de seguir siendo virgen. Todavía no he visto a una tía desnuda y mucho menos he tocado una triste teta. Quizás por eso odio a mis amigos y compañeros de clase cada vez que les veo con sus novias. Ellas son guapas, tienen buenas tetas y un cuerpo bonito. Seguro que las follan a menudo. Las imagino empapadas de sudor con las piernas abiertas y su coño negro esperándoles.
Yo en cambio estoy solo, siempre estoy solo. Pero ellos, imbéciles, ignorantes sin cultura o sin estudios y feos, algunos más feos que yo, todos follan y se hartan de tocar tetas y coños a sus chicas mientras yo sigo aquí solo, matándome a pajas.
¿Por qué no puedo tener novia? ¿Por qué no puedo ser como los demás? ¿Por qué ese bobalicón que se sienta en primera fila de clase sale con una tía buenísima y a mi no me miran a la cara ni las más feas?
Soy invisible. Aunque intento acercarme a ellas me rehuyen. Ninguna se sienta a mi lado en clase. No me hablan ni me miran. He intentado ser simpático, hacerme el interesante y hasta me he atrevido a comprar ropa yo solo para cambiar mi aspecto. Pero es inútil, ¿a quien quiero engañar? Sigo teniendo la misma pinta de friki, o de salido, o de tío raro, o de lo que sea que repele a las tías. Y no lo entiendo porque no soy feo ¡joder! No tengo taras ni marcas o cicatrices. No soy enano ni gordo. No tengo granos en la cara. Me ducho todos los días, me aseo y cuido mi olor corporal. Llevo un corte de pelo normal, puede que un poco hortera con la raya a un lado pero los he visto peores.
Tengo ganas de llorar, la vida es una mierda. No paro de ver chicas a las que sus novios las tratan como si fueran trapos. Pasan de ellas o les son infieles y aun así, las muy imbéciles, siguen con ellos. Joder, los prefieren a ellos en vez de a mí, que soy un tío legal. Es que no me lo puedo creer. Esos bobalicones, esos chulos sin cerebro, salen con chicas guapas y yo, que soy amable y buena persona, no me como ni los mocos.
Si yo tuviera novia, la trataría como una reina y follaría con ella cada día. Lo que me gustaría tocarle las tetas. Se las chuparía y se las mamaría como si fuera un bebe. Y el coño, joder como me gustaría tocar un coño de una puta vez. Le haría mil mamadas y ella me la chuparía a mí también. Nos lo pasaríamos de puta madre, sobretodo yo. Aunque sea virgen he visto tanto porno en internet que soy un experto en temas de follar. Aguanto un montón sin correrme cuando me hago una paja. Aguanto todo lo que quiero. Si alguna me diera la oportunidad, vería que soy un amante de la hostia.
Pero no, no me lo voy a pasar de puta madre por que estoy en el salón de mi casa, solo, tirado en el sofá, mirando la mierda que ponen en la tele, como todas las tardes, como todos los putos días. Lamentándome de mi suerte en lugar de estar estudiando en mi cuarto.
Y no estoy estudiando porque no puedo. No puedo y no quiero. No soy capaz de concentrarme. En cuanto entro en mi cuarto lo primero que hago es encender el ordenador y ponerme a ver porno o a leer relatos guarros. Me digo que solo será un momento, me engaño diciéndome que leo un relato y apago el ordenador. Pero es mentira, me paso las tardes rastreando en internet mierda y más mierda, viendo videos guarros o fotos de famosas desnudas. Joder, y eso es lo que me va a volver loco del todo, con tanto porno en mi cabeza y tanta paja.
Y luego están mis padres, que plasta de gente. Me tienen la cabeza frita, sobretodo mi madre, joder que pesada. Lo que más me jode de todo, lo que más me jode… es que me diga: “échate novia”. JODERRRRR, y encima metiendo el dedo en la llaga. Es que no la soporto. Se pasa todo el día encima de mí dándome la paliza. “¿Ya has estudiado?”, “no veas tanto la tele”, “no salgas con las zapatillas sucias”. Déjame en paz ya ¡joder!
No sé como la aguanta mi padre. Bueno, sí que lo sé, pasa de ella. Solo le preocupa ver “el parte”, como dice él y que la cena esté lista. Lo demás… se la sopla, incluso yo.
Aquí llega mi madre. Ya oigo el sonido de sus llaves en la cerradura de la puerta principal. Oigo como se abre la puerta y como vuelve a cerrarse. Mi madre aparece en el quicio de la puerta de la sala.
-¿Otra vez viendo la tele? ¿No tienes que estudiar
-No.
-¿Cómo que no?
-Ya he estudiado.
-¿Seguro?
-Sí.
-¿Y cuando has estudiado?
-Ayer.
-¿Y hoy qué?
-Déjame ya, mamá. Ya estudiaré luego.
-¿Luego? ¿Cuándo es luego?
-Déjame ya, joder. Luego es luego, LUEGO, LUEGOOO.
Se le ha crispado la cara. No esperaba que le levantase la voz, pero es que me tiene hasta los cojones.
-¿Y… y qué vas a hacer? ¿Mirar la tele toda la tarde, tirado en el sofá como un vago? Eso es lo que haces todos los días, el vago. Siempre mirando la tele y jugando con el ordenador. Lo que tienes que hacer es estudiar y acabar la carrera de una vez.
-¡QUE ME DEJES YA, HOSTIAA!
Ahora sí que le ha cambiado el color de la cara. Nunca le había levantado la voz hasta hoy ni había dicho un taco delante de ella. La he acojonado.
-Pero… pero… pero bueno. Tú… tú… tú…

Joder, que se calle ya. No la soporto, no soporto su voz, no soporto a nadie. Tengo que salir de aquí. Me piro a mi cuarto.

-¿V…Vas a contestar así a tu madre? Pero, pero… ¿Ahora adónde vas? Te pasas el día sin hacer nada, no me escuchas, me gritas y ahora te largas y me dejas hablando sola. ¡Estarás contento!
-NO, NO LO ESTOY. –estallo. –Estoy hasta los huevos, hasta los huevos de ti.
Debería dejarlo aquí y desaparecer en mi cuarto. Debería dejar a mi madre sola, desgañitándose tras de mí. Debería refugiarme en el porno de mi ordenador para olvidar lo miserable que es mi vida como hago todos los días, igual que hacen los borrachos con el alcohol. Pero estoy embalado y fuera de mí. No sé parar.
-…Y de papá, estoy harto de de él, de sus amigos y de este puto mundo en el que me ha tocado vivir pero sobretodo… sobretodo… estoy harto de mi puñetera vida, que da asco.
Le he roto los papeles a mi madre, lo sé, lo noto.
-Estoy harto de despertarme empalmado antes de que suene el despertador y pajearme deprisa antes de que entres para levantarme. Estoy harto de esconderme en el baño como un furtivo para meneármela a vuestras espaldas o de pasarme la noche en vela mirando porno y haciéndome más pajas como un puto friki.
Mi madre se ha quedado sin habla pero yo tomo aire y sigo con mi retahíla.
-No puedo parar de mirar las tetas de todas las mujeres con las que me cruzo, y a tus amigas a las que más. Sobretodo a Pilar, con esas tetazas que tiene. Seguro que tiene unos pezones enormes. Joder, como me gustaría lamérselos. Y el coño, como se le marca en el pantalón. A esa me la follaría mil veces.
Mi madre me mira y parpadea atónita. Pilar es su amiga de toda la vida, es una vieja en comparación conmigo así que debe estar flipando.
-No me mires con esa cara que seguro que vosotras también habláis de follaros a tíos. ¿O me vas a decir que vosotras no os hacéis pajas?
Puede que no lo hagáis tantas veces como yo pero seguro que de vez en cuando también os metéis los dedos en el coño. A todo el mundo le gusta correrse.
Mi madre ya no me mira con sorpresa sino con asco y eso me enfada. Me enfada porque está siendo una hipócrita y una falsa. Va de puritana, de ama de casa complaciente pero yo sé que ella también se hace pajas, lo he leído en internet, todas las mujeres se masturban independientemente de su edad y condición.
Arruga la cara y se tapa la boca como si lo que le acabo de decir fuera lo más asqueroso que hubiese oído nunca. ¿Por qué no deja de fingir? ¿Por qué se comporta como si su último polvo con mi padre hubiera sido hace 20 años?
Me está mirando como si fuera un pervertido y eso me pone de mala hostia. Me suelto los pantalones y los dejo caer hasta los tobillos. Saco la polla por encima del calzoncillo que también se desliza hasta los tobillos y empiezo a meneármela delante de su cara de idiota. Se me pone dura al instante, es por la costumbre.
-Mira como la tengo, joder, ¿ves? La tengo así de dura todo el día. Y todo por culpa de mujeres como tú, que me miran como a un bicho raro, que me hacen sentir como un friki, y por su culpa me obsesiono más con ellas y con sus putas tetas y sus putos coños.
Mi madre ahoga un grito y retrocede un paso hacia atrás. Parece que está consternada. Me mira la polla y a la cara alternativamente. No se cree que sea yo el que se la está meneando delante de ella. Todavía hoy en mi casa se refieren a mí como “el niño” o “el chaval”. Ver como me hago una paja debe haberle roto todos los esquemas. O quizás sea que no se esperaba ver una polla dura y unos huevos grandes y negros cubiertos de pelo donde solo había un pitilín la última vez que me vio desnudo hace mil años. Pero es que ya no soy un crío, soy un hombre de 25 años, joder.
-¿Qué pasa, te asusta mi polla, o qué? ¿No sabías que la tenía tan grande? ¿No sabías que me pajeaba pensando en el coño y las tetas de tus amigas? Tus amigas tetonas. Que tenéis todas unas tetazas de la hostia.
Me paso la lengua por los labios, estoy caliente.
-Enséñame las tetas, anda.
No sé por qué lo he dicho pero de repente me he dado cuenta de que me gustaría vérselas. Quizás sea porque no he parado de pajearme desde que he sacado la chorra y estoy a cien por hora. Quizás sea porque en este estado he perdido la conciencia de la realidad que me rodea. Quizás a estas alturas ya no distinga a una mujer de otra, ¿qué me importa? Quiero ver unas tetas de una vez.
-Venga enséñamelas, joder. Tú estás viendo mi polla ¿no? Pues yo también quiero verte las tetas. Venga enséñamelas ¿qué te cuesta? Enséñamelas, joder.
Retrocede otro paso, se lleva las manos al pecho y le tiembla el labio inferior, ¡me tiene miedo! Pero, pero… si no la he hecho nada ¿pero quién se cree que soy, un pervertido, un psicópata? Esta mujer me exaspera.
-¿Cómo tienes el coño, tiene forma de triángulo? ¿No serás de esas que se depilan enteras, no? No, seguro que lo llevas más natural, con el pelo negro y rizado. Tú eres más tradicional ¿a que sí?
Uf, estoy a punto de correrme. Me imagino como serán las tetazas y el coño de mi madre. Alargo un brazo y le cojo una teta por encima de la ropa. Es más blandita de lo que creía, blandita y grande. Casi no me cabe en la mano. La aprieto un poco pero mi madre me da un manotazo y la tengo que soltar por el impacto.
-¿Cómo te huele el coño? Venga, dime como te huele. Déjame que te meta la mano dentro de las bragas y te lo toque. Solo un poco. Alguna vez ya he olido tus bragas del cesto de la ropa sucia pero seguro que no es lo mismo que olerlo directamente.
-Miguel, por favor, me das miedo. ¿Qué te pasa? Este no eres tú. ¿Has tomado algo?, ¿has tomado alguna droga, hijo?
-¿Tú a papá… le chupas la polla? ¿Te la metes entera en la boca o solo le lames el capullo? Hay mujeres que se tragan el semen de sus maridos. ¿Tú te lo tragas?
-¿Pero de qué hablas hijo mío? ¿Porque dices esas cosas? Estás enfermo.
No aguanto más. Me acerco a ella, vuelvo a cogerle la teta y la empujo contra la pared. Me empiezo a correr sobre su falda.
Se pone a chillar y a darme manotazos pero no me importa. Mis pelotas se contraen durante el orgasmo y envían chorros de semen que salen a borbotones a través de mi polla. Estoy eufórico y apenas noto los golpes en la cara y los tirones en la mano que tengo sobre su teta. Esta vez no la suelto. La manoseo como su fuera masa de pan, me encanta, mi primera teta. Estoy a mil por hora.
El semen no solo salpica su falda, también cae por mi mano sobre mis calzoncillos y sus zapatos. Todavía no he acabado de correrme pero mi madre se escabulle de un empujón, se va corriendo a su dormitorio llorando. Me la sigo pelando con la espalda pegada a la pared donde tenía aprisionada a mi madre.
Me tomo tiempo de sobra para acabar de correrme hasta la última gota. Cuando acabo me subo los pantalones y me dirijo a su dormitorio.
Me paro frente a su puerta. Solo tengo que girar el pomo, empujar la puerta y ya estaría dentro. No me costaría nada quitarle toda su ropa, prenda a prenda, soy mucho más fuerte que ella. Podría tumbarla sobre la cama y colocarme sobre ella. Sería fácil poner mis piernas entre las suyas, sujetar sus muñecas por encima de su cabeza y lamerle las tetas de una puta vez. Mamarle los pezones como cuando era niño.
¿Y follármela? ¿Podría follarme a mi madre? Una cosa es tocar unas tetas y un coño de una santa vez y otra muy diferente follar con tu propia madre aunque, por otro lado, un coño es un coño, ¿no?
Cojo el pomo y pego la oreja a la puerta. Oigo gemidos al otro lado, mi madre está llorando. Pobre mujer, toda la vida dedicada a su familia y a su casa. Con el único vicio de juntarse con las urracas de sus amigas muy de vez en cuando y ahora descubre que ha desperdiciado su vida en esta mierda de casa, el inútil de su marido y el inadaptado de su hijo.
Podría entrar y pedirle perdón por el susto que le he dado. Podría hablar con ella de mi problema con las mujeres y el sexo. A lo mejor me comprende y me enseña las tetas, o a lo mejor hasta me enseña a follar.
También podría dejar de pensar en tetas y coños, ir a mi cuarto y ponerme a estudiar en serio de una puta vez, acabar la carrera, conseguir un trabajo de puta madre y ganar mucha pasta para que las tías más buenas se peguen a mí como moscas.
Me doy la vuelta, voy a mi cuarto, cierro la puerta y me siento frente al escritorio. Miro al ordenador y lo enciendo. Mañana empiezo a estudiar de verdad, ahora me voy a hacer una paja.
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No voy a insistir en el hecho de que agradezco enormemente cualquier tipo de comentario… incluidos los buenos (jeje) y por favor, si has llegado al final de este relato, vota. Siempre se agradece saber qué opinan de tus relatos los demás.
Gracias.
 

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Relato erótico: “Destructo III Reino de dragones” (POR VIERI32)

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I. Año 1368

La nevada no había mermado en intensidad durante toda la noche y el fuerte murmullo del viento imposibilitaba a Mijaíl Schénnikov pensar con claridad. El frío le parecía el más intenso que había vivido en años y el solo respirar empezaba a volverse doloroso; o, tal vez, pensó, era solo su creciente nerviosismo lo que jugaba en su contra. Se inclinó sobre su montura para fijarse mejor en el lejano grupo de fogatas del campamento mongol; incontables manchas amarillentas y pálidas, como estrellas, dispersas sobre el oscuro terreno.

Descansaban al otro lado del Río Volga, ahora congelado por el efecto del invierno. Cuando la ventisca amainaba creía oír sus cánticos y gritos ahogados en la lejanía. Se sacudió la nieve sobre su rubia cabellera, como si también quisiera quitarse el sentimiento de impotencia e indignidad. Hacía solo un par de noches se encontraba arrimado en la cama junto a la voluptuosa Anastasia Dmítrievna, hundiendo su rostro entre sus enormes pechos mientras el fuego de la chimenea les calentaba los cuerpos, mas ahora hacía las veces de vigía en medio de una insufrible noche.

Sonrió con los ojos cerrados al recordar el último vestido que la muchacha llevaba; no hacía fuerza alguna en detener los vaivenes de sus senos cuando esta paseaba por los pasillos del palacio; aprovechando una rutina de patrullaje, la llevó hasta la cocina para abrirla de piernas. Por un momento, creyó sentir el sabor de su sexo.

La idea de haberse follado en cuantiosas ocasiones y posiciones a una futura princesa, reservada para el Príncipe de Kholm, le hizo esbozar una sonrisa triunfal que rompió la piel de los pálidos labios.

Pero el frío, que mordía sus pulmones al respirar, lo sacaba de sus recuerdos. “Esos malditos mongoles”, pensó mirando de nuevo el campamento. Habían invadido Nóvgorod y dejaron destrucción a su paso. Le vino a la mente, como destellos fugaces, las imágenes de cientos de cuerpos amontonados en las calles y el río ennegrecido de sangre, con incontables cadáveres enganchados entre sí, flotando sin rumbo.

Al soldado, aquellos muertos no le importaban en lo más mínimo. A sus ojos era solo un montón de nobles que disfrutaban de una vida de excesos mientras él arriesgaba la vida afuera de los muros de la ciudad. Era el salvajismo lo que le hacía estremecer. Esos demonios, pensaba él, no tendrían piedad de nadie.

Meneó la cabeza para tranquilizarse; de nuevo creyó oír los gritos y cantos de aquellos enemigos, como un retumbe en la lejanía. A la señal de la cruz, rezó empuñando una colgante de Santa Sofía, deseando que todos aquellos monstruos del infierno cayeran cuanto antes.

Se recompuso al oír a un caballo acercarse a su solitario puesto de vigía. Reconoció a Gueorgui, el gigantesco comandante de la caballería novgorodiense, debido a la gran armadura de acero que llevaba. Este se retiró el yelmo sin pronunciar palabra alguna, revelando una mirada severa. Tenía cejas pobladas y una barba abundante; Mijaíl se sentía como una mísera hormiga bajo el escrutinio de aquel oso.

—Mi comandante —saludó.

No pronunció respuesta. Guio su montura al lado del joven y se dedicó a observar el lejano campamento. Mijaíl aprovechó para ponerlo al tanto.

—Atravesaron el río gracias a la superficie congelada. He visto los estandartes, blancos con rayas rojas, de la Horda de Oro. Les acompaña un ejército menor, con estandartes verdirrojos… —hizo una pausa y miró al inmutable comandante—. Se aliaron con Bulgaria de Volga. Su número podría rondar entre los diez y doce mil.

El oso hizo un ademán para interrumpirlo.

—Como si fueran cien mil. Persigámoslos como a aquellos perros lituanos. Dime lo que tienes en mente.

Mijaíl sonrío con los labios apretados. Él era la cabeza y su comandante el puño, que solo necesitaba de un estratega que le indicara dónde y cómo golpear.

—Debemos atacar esta noche o al amanecer ya se habrán dado cuenta de que hemos asesinado a sus vigías. Podríamos enviar unos mil arqueros que atraviesen el río a caballo y mermen sus líneas en un ataque sorpresa. Gracias a la ventisca, no oirán nada hasta que les resulte demasiado tarde. Luego podríamos realizar una falsa retirada; probablemente los mongoles que sobrevivan no tarden en alcanzarnos, tienen caballos árabes y son más rápidos —se giró sobre su montura y señaló el vasto terreno boscoso tras ellos—. Pero no están acostumbrados a la nieve. Un grupo de otros mil lanceros y arqueros estarán esperando para rematarlos.

Gueorgui asentía. Lo veía todo claramente en su mente. Incluso se visualizó a él mismo clavando la cabeza cercenada de un enemigo en la punta de su pica y sonrió para sí mismo ante la agradable idea. Mijaíl notó la sonrisa y continuó con confianza.

—Por otro lado, y al mismo tiempo, usted estará cruzando el río bordeando un bosque a cinco leguas al noreste. Tomará al enemigo por detrás.

Gueorgui frunció el ceño; deseaba estar en la vanguardia, pero no iba a discutirle a alguien que, posiblemente, se trataba del mejor estratega entre sus hombres. Mijaíl creció en Nóvgorod, además, y conocía el terreno mejor que cualquier otro.

—Muy bien —asintió Gueorgui—. Haré que las órdenes corran cuanto antes. Tú estarás al frente de la línea de arqueros en el primer ataque.

Mijaíl parpadeó un par de veces, desconcertado. Era una misión suicida y no entendía cómo es que Gueorgui decidió aquello.

—Mi comandante —forzó una sonrisa—. Me temo que no podré de ser de mucha ayuda entre los arqueros.

—Te las ingeniarás. Eres inteligente.

Mijaíl sintió su boca secarse. No se sentía capaz de enfrentarse a esos salvajes entes del infierno. En Nóvgorod fue testigo de su crueldad y ahora le estaban ordenando que estuviera entre los primeros hombres.

—Pero, hermano mío —sacó a relucir su lazo familiar con desespero—, ¿qué clase de estratega va a la vanguardia de una batalla?

—Uno que calienta su cama con la hija del Príncipe de Nóvgorod… hermano mío.

Tal vez Mijaíl podría haber respondido algo de no ser por la mandíbula desencajada. En ese instante, los mongoles, su gigantesco hermano y hasta el frío desaparecieron de un golpe. Fue tan cuidadoso de no dejarse descubrir durante sus escarceos con la hija del Príncipe que simplemente no encontraba en su mente ni un solo sospechoso que pudiera delatarle.

Y la hija estaba encantadísima con él. Incluso le juró su amor mientras Mijaíl reía entre copas y copas de vino, sintiendo esos gruesos labios cerrándose en su verga. ¿Cómo iba a traicionarlo? Luego se fijó en su comandante y se encogió completamente ante aquella mirada severa.

—Pero, ¿quién? —preguntó Mijaíl.

Gueorgui agarró con brusquedad el cuello del joven. Tenía las cejas fruncidas, convertidas en una sola y gruesa línea, y los ojos parecían destellar fuego.

—¿Quién, dices? Yo en tu lugar me preocuparía por otros asuntos.

Gueorgui no estaba ciego ante el hecho de que la ingeniosa cabeza de Mijaíl había salvado al reino contra los lituanos, pero su verga los mandaría a la perdición. Se suponía que la muchacha debía llegar virgen a su matrimonio con el Príncipe de Kholm y mediante ello pagar el vasto ejército que ahora los acompañaba para cazar a los mongoles.

Lo soltó y, mirando para otro lado, bufó:

—El Príncipe de Nóvgorod pidió tu cabeza, Mijaíl.

—¡Por Dios! ¿Entonces es eso? ¿Acaso vienes a matarme tú, Gueorgui?

—No —hizo un ademán—. Le dije al Príncipe que, si no fuera por ti, habríamos perdido contra los lituanos de Algirda. Se tranquilizó cuando le prometí que te llevaría a la vanguardia contra los mongoles y que todo quedaría en mano de Dios.

Mijaíl se mantuvo en completo silencio hasta que el oso volvió a hablar, ahora mucho más distendido.

—¿Y bien? ¿Valió la pena?

—No me lo estarías preguntando si hubieras visto esas tetas…

Ambos rieron entre dientes, momento aprovechado por Gueorgui para acercarle a un odre con licor. El joven aceptó y bebió de inmediato; gruñó al sentir el calor en su garganta.

—¿Esas son mis opciones? Morir ahora a manos de los tártaros o sobrevivir esta noche y morir mañana a mano del Príncipe de Nóvgorod.

—Sobrevive esta noche y esperemos clemencia de parte del Príncipe. Mis mejores arqueros y mis caballos más rápidos cabalgarán a tu lado. Con suerte, yo sobreviviré también y mañana hablaremos sobre cómo nos meamos sobre sus cadáveres gracias a nuestro gran estratega. El Príncipe no matará a un héroe de guerra.

Mijaíl pensó aquello por largo rato antes de echar la cabeza para atrás y terminarse el licor.

—¡Cristo! Espero que tengas razón.

—Que Dios esté contigo, Mijaíl.

Muy a su pesar, Mijaíl se encontraba en la primera línea; su caballo era incapaz de mantenerse quieto, como si percibiera el estado de ánimo de su propio jinete, quien se frotaba las manos enguantadas. Su hermano ya había partido con el vasto ejército de Kholm y ahora la vida del joven estaba en manos de un viejo general novgorodiense que cabalgaba al frente de sus guerreros.

Era una larga y nutrida fila; para quien mirase desde la distancia observaría la oscura línea curvada de jinetes sobre la blanca nieve. La mayoría, a diferencia de Mijaíl, eran guerreros de contrastada experiencia, de varias batallas a sus espaldas. Se sentía sobrecogido al ver la impasibilidad de todos esos rostros a su alrededor, indiferentes al olor a Muerte.

El viejo general se fijó en Mijaíl. Reconoció al hermano menor de Gueorgui, ahora completamente absorto. Sonrió, acercándose.

—¿Tienes miedo? Trata de poner otro rostro cuando enfrentes a esos perros —se oyeron un par de carcajadas y el general se animó más—. Me pregunto qué vio la princesa en ti. ¿No estaría borracha cuando te la llevaste a la cama?

Mijaíl se sintió paralizado al oír las risas a su alrededor. Los rumores se extendían rápido en la caballería, pensó.

—¿Qué sucede? —preguntó un divertido jinete—. ¿Crees que el Príncipe te cortará la verga? Pues yo también estaría aterrorizado.

Más carcajadas surgieron, algún que otro coscorrón cayó en la cabeza de Mijaíl, pero pronto el general levantó la mano para apaciguarlo todo.

—Si algo cortaremos esta noche serán las cabezas de esos demonios —unos asintieron, otros elevaron sus arcos—. Esperemos que una de nuestras flechas atraviese el cráneo del Orlok para terminarlo todo más rápido.

—El Orlok —asintió Mijaíl; se trataba del Mariscal de los ejércitos mongoles del Kan. En cierta manera admiraba al Orlok por sus astutas estrategias con las que sometía a los reinos rivales, pero no lo echaría de menos si una flecha ponía fin a su vida.

—¡Oíd! —gritó el general. Mijaíl dio un respingo—. La noche es nuestra aliada y sembrará caos en ellos. Pero necesito un avance veloz y manos rápidas. La primera y segunda línea, a mi señal, os detendréis para disparar. La tercera y cuarta línea disparará antes de que se oigan siquiera los primeros aullidos de esos perros. Tirar y repetir. ¡Tirar y repetir! Diez disparos cada soldado y luego nos volveremos hasta este mismo lugar. No me falléis. Esta noche seremos un solo hombre. ¡Dios con nosotros!

Los jinetes rugieron al unísono.

—¡Dios con nosotros!

En la oscuridad de la noche cabalgaron a gran velocidad y atravesaron el congelado Volga durante una veintena de minutos que a Mijaíl le parecieron una eternidad. Aquellas lejanas fogatas repartidas sobre la nieve poco a poco iban agrandándose ante su atenta mirada y se preguntó si el fuerte ulular de la ventisca sería suficiente para ocultar el sonido de los cascos de miles de caballos.

Le resultaba insufrible todo aquello; el viento azotaba su rostro y sentía como si cientos de cuchillas afiladas se clavasen en él. Además, la tortura de saber que pronto se enfrentaría a esas bestias se volvía más insoportable; incluso sentía que pronto caería de su montura como un saco de arena. Se recompuso como pudo pues la idea de morir pisoteado por caballos no era de su agrado.

Para su alivio, el viejo general se detuvo y levantó el puño para que todos le imitasen. El campamento estaba a unos trescientos pasos y parecía que ningún enemigo se había dado cuenta de la presencia de la caballería.

Alrededor de Mijaíl, todos tensaban sus arcos entre crujidos. El joven logró espabilar; retiró también el suyo y se dispuso a buscar una flecha con las manos temblorosas. Cerró los ojos e imaginó dónde podría estar ese Orlok; con suerte, lo mataba y todo terminaría más rápido. Apuntó hacia las estrellas, susurrando una última oración a Santa Sofía.

El general, por su parte, bajó el brazo y cientos de saetas cruzaron el cielo negro.

II. Año 2332

El mercado de Nianchang parecía interminable. Una ruidosa maraña de angostas callejuelas repletas de puestos de venta de comidas y manualidades. Los letreros de neón poblaban por completo las alturas, iluminando la noche, y parecía no caber ni uno más. Decenas de ladridos rebotaban por las calles y las gallinas amontonadas en jaulas parecían encontrarse más inquietas que de costumbre.

Resultaba peculiar el contraste entre el despliegue tecnológico y los mercaderes que pululaban las calles, entorpeciendo el rugiente tráfico y cargando sus grandes bolsas de arroz sobre sus espaldas o en carretillas.

Eran dos mundos fusionados a la fuerza.

La disparidad estremeció a Ámbar quien, sentada a la mesa de un bar, lo observaba todo con fascinación. Sabía que, tras el Apocalipsis trescientos años atrás, en el mundo existían naciones con ese tipo de divergencias en donde pareciera que la hecatombe había transcurrido solo hacía poco tiempo, en tanto que en otras regiones todo parecía largamente superado. El ajetreo era similar al de su natal Nueva San Pablo, pero todo lo demás tenía un aire extraño y poco agradable. No se trataba únicamente del tufo a arroz frito y licor flotando en el aire, era el descontrol. No era capaz de percibir ningún atisbo organización en la marabunta. Como antigua miembro de la policía militarizada, aquello la superó por un momento, imaginándose cómo sería patrullar en una ciudad así.

Luego se volvió a su peculiar batalla contra aquellos fideos fritos en el cuenco; nunca fue buena manipulando los palillos. Estaba hambrienta y, si nadie la mirase, podría agarrarlos con sus dedos para llevárselos a la boca. Pero alguien la miraba. Apretó los labios y se fijó en el hombre que la acompañaba en la mesa.

Alonzo Raccheli era el hombre que, comandando a su ejército de Cruzados del Vaticano, la había rescatado a ella y a los ángeles. Sus canas le daban un aspecto distintivo; corte clásico con raya y barba poblada. Iba trajeado, lejos de su blanco y radiante traje EXO, contrastando con toda la informalidad su alrededor.

Alonzo elevó una mano, con dos palillos entre sus dedos.

—Pon un palillo entre el dedo pulgar y el del medio. Pon otro sobre el pulgar y el índice.

Ámbar achinó los ojos; ese hombre tendría la edad de su padre y, de hecho, actuaba como uno. Asintió y volvió a la faena.

Alonzo enarcó una ceja al verla tan concentrada en la comida. Se preguntó si ella tenía idea siquiera de cómo la veía el mundo entero. Se trataba de la mujer que había derrotado al ángel que cayó del cielo, además de haber sobrevivido a la lucha contra un Serafín. Y, para sorpresa de todos, liberó al ángel capturado, arrancando al mundo entero la oportunidad de dar un salto histórico en el desarrollo de curas y ciencias. Ámbar era temida y ciertamente odiada, pero allí estaba ella, sonriendo a los fideos que logró capturar por fin.

Y, extrañamente, a Alonzo aquello le resultaba encantador. Aquella mujer tenía el peso del odio de todo el mundo sobre su espalda, pero actuaba como si no le importara.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó ella, mirándolo.

—Se me ocurre llevarte a un paseo en los jardines Yu, o un viaje en tren rumbo a Shangai para ver esos edificios de hace cuatro siglos que aún se mantienen de pie. Luego una cena y podríamos alojarnos en el hotel Xiang…

Ámbar hizo un ademán.

—No. Hablo en serio. ¿Qué quieres de mí?

—Yo también hablo en serio, mujer.

—¿Atravesaste medio mundo y entraste a una nación enemiga para invitarme a una cita?

—Atravesé medio mundo y entré en una nación no cristiana para rescatar al ángel que vuestra milicia quería capturar y vender al mejor postor. Te sacamos porque mucho futuro no tenías allí.

—Te agradezco el rescate no solicitado. Pero me temo que no puedo aceptar ninguna cita —y volvió a su particular batalla contra los fideos.

—¿Algún motivo en particular? No veo ningún anillo en tu dedo.

Ámbar gruñó mirando para otro lado.

—¿Tailandia? —preguntó ella, volviendo a por los fideos.

—Nianchang, China.

—“Nian-chan” —pronunció con dificultad, y el dulce acento portugués fue otra estocada para el corazón de Alonzo—. El famoso Reino de los Dragones.

El hombre asintió y, con suavidad, dejó sobre la mesa una funda de cuero negro que guardaba la espada-fusil de Ámbar. La mujer sintió un nudo en la garganta al verla; apartó el cuenco y la agarró, desenvainándola para comprobar el estado de su hoja.

Seguía reluciente y sonrió con los labios apretados. Era una parte importante de ella misma. Se sentía segura con su espada. La guardó de nuevo y se fijó en las calles para perder la mirada en la desorganizada marabunta.

—Mi hija siempre quiso tocar un dragón. Su preferido era ese de escamas plateadas… ¿Doğan?

—Nío. Doğan es de escamas doradas.

—Hmm —asintió ella—. ¿Cuándo vas a decirme dónde están los ángeles?

—No hay muchos lugares en el mundo donde les recibirían con los brazos abiertos. Ni siquiera a ti. El gobierno chino ofreció al Vaticano una reserva ecológica con instalaciones. Aunque el hospedaje nos sale gratis: exigieron el cadáver del ángel que murió en Nueva San Pablo.

—Reserva ecológica —repitió ella—. No conozco a los otros, pero la muchacha de cabellera roja puede ser muy problemática. Si se entera que está recluida en una suerte de zoológico habrá muchos problemas. Es muy orgullosa. ¿La has conocido?

—No es un zoológico y aún no he tenido el placer de conocer personalmente a ninguna de ellas, aunque ya conocí al varón, de nombre “Fomalhaut”. Es muy poco dado a hablar, pero soy mejor conversador. Charlamos brevemente sobre rangos. Por ejemplo, los ángeles tienen a los Serafines, seres de seis alas considerados los mariscales en el campo de batalla. Tú has visto a uno de esos.

Ámbar frunció el ceño. Claro que había visto a uno; enfrentó a un Serafín, nada más y nada menos, el Mariscal o Comandante de los ángeles. Se preguntó cómo fue posible que un ser de semejante rango no trajera consigo a su propio ejército para enfrentarse a Perla. O estaba muy confiado o, tal vez, se trataba de un trabajo que debía hacerlo personalmente.

—El rango de este ángel —continuó Alonzo—, es “Dominación” y pertenecía a una especie de guardia personal del Trono o gobernador. Su función es la de un rastreador.

Ahora la mujer apenas prestaba atención. Sus pensamientos se volcaban en la joven Querubín. Todo cuanto la mujer había hecho y sacrificado era por Perla, y aún no la había visto desde la lucha que libró en aquel campo de flores. La voz de Alonzo se había convertido poco a poco en un eco lejano hasta que tocó un tema importante:

—La Dominación puede guiarnos hasta los dragones. Hasta el mismísimo Leviatán.

Ámbar se atragantó y tuvo que hacerse con una taza de vino de arroz. “Leviatán”, repitió mentalmente. Aquel nombre por sí solo generaba pavor; en el mundo no había niño o adulto que no conociera al líder de los dragones y sus terroríficas historias. Hacía trescientos años que los dragones habían aparecido durante el Apocalipsis; reunidos por el gigantesco Leviatán, luego de la hecatombe, sumieron poblados bajo cenizas y, en algunas ocasiones, ciudades enteras.

Pero hacía casi una veintena de años que Leviatán se había escondido en algún lugar recóndito del mundo, llevándose consigo a su legión. Unos los pensaban muertos, pero muchos temían que, tarde o temprano, volvería a salir para sembrar el caos.

Alonzo suspiró.

—Pero nuestro honorable rastreador se encargó de dejarnos bien en claro que no abandonará a sus congéneres para guiarnos hasta el dragón.

—Pues haríais bien en dejar de perseguir dragones. Es, literalmente, jugar con fuego.

—Suenas como mi hija —Alonzo meneó la cabeza—. Ese grupillo de ángeles te tiene una gran estima por lo que hiciste. Cuando les hicimos un lugar en la reserva ecológica, ordenaron una habitación para que puedas alojarte cerca de ellas.

Ámbar enarcó una ceja al saberse siendo agasajada de esa manera. No lo esperaba, desde luego. Cuando pudiera, tendría que agradecer el gesto.

—Te adoran —continuó Alonzo—. Convéncelas para que esa Dominación nos ayude. Reykō moverá su maquinaria de guerra pronto y me temo que no podré hacer mucho si decide marchar contra China. Destruirá todo a su paso y buscará capturarlas, y casi el mundo entero la apoyará en su empresa.

—Si tanto problema van a causar, mejor que vuelvan al sitio donde pertenecen —murmuró ella.

Ámbar se acomodó en su silla y miró el ajetreo en las calles. Sintió envidia de todos aquellos hombres y mujeres que vivían una vida más sencilla; ajetreada, pero sencilla. Porque la mujer se encontraba ahora en medio de una posible guerra que, a su pesar, había contribuido a generar. Extrañamente, todos en las calles detuvieron sus rutinas y miraron al cielo con una precisión casi cronométrica. Era como si repentinamente el tiempo se hubiera detenido: el rugir del tráfico, el murmullo del gentío e incluso los ladridos. Ámbar achinó los ojos.

—Pero vinieron aquí —continuó Alonzo—. Y aunque decidan volver a su hogar, no impedirá que Reykō se abalance sobre nosotros. Fuimos directo a las fauces del lobo para rescataros y ahora vendrán las consecuencias. No tenemos un ejército como el de ella y necesitamos a Leviatán, no para una guerra, sino simplemente como medio persuasivo para que nos dejen en paz. El Dominio dijo que los dragones son la caballería de los ángeles. No me cabe duda de que, con sus amos de vuelta, podrían ser un importante activo a nuestro favor.

—¿Y qué te hace pensar que yo sería capaz de convencer a nadie? Esos pichones no me tienen en estima, no al nivel que crees. Si me permites, déjame terminar la cena…

Un apagón generalizado sumió la ciudad en una completa oscuridad. Y el silencio se había vuelto sepulcral hasta el punto que Ámbar se oyó tragando saliva. Luego escuchó un alarido lejano en un lugar en la calle y el crujir del acero en otro punto indefinido en la oscuridad. Como si algo cayese sobre el techo de un automóvil. Alargó la mano y se hizo con su espada en el momento que el gentío estalló en gritos de espanto para dispersarse raudamente en todas direcciones.

Alonzo se levantó dando golpecitos al lóbulo y apretó los puños cuando cayó en la cuenta de que su sistema de comunicaciones no funcionaba. Miró a las calles y creyó ver a un par de sus soldados, en radiantes trajes EXO color blanco, cayendo sobre coches o sobre el suelo, entre gritos y sonidos de disparos de rifles de plasma.

Alguien estaba atacando a sus hombres apostados en las azoteas. Intentó advertir a la mujer, pero Ámbar ya había desaparecido en la oscuridad.

Salió disparado hacia las calles, esquivando a la marabunta que huía despavorida. Las luces volvían intermitentemente y podía ver, aterrorizado, cómo sus hombres caían del cielo como una lluvia, para luego perderlos de vista al volver la oscuridad, oyendo solo sus aullidos cuando caían en el pavimento y se retorcían de dolor. Los enemigos debían ser varios.

Se ocultó detrás de un automóvil, asomando la mirada; arriba había un centenar de ágiles sombras que saltaba de un lado a otro, de una azotea a otra, arrojando a sus hombres como si estos fueran muñecos de trapo. Las luces en la ciudad parpadearon un par de veces más para finalmente volver. Se sorprendió de ver cómo quedó la pequeña calle del mercado, ahora abarrotada de soldados heridos, destruidos letreros eléctricos y cables que chispeaban.

Y la luz trajo consigo un adusto silencio; ahora, donde fuera que mirase, solo había ángeles. Sentados en los bordes de las azoteas, parados sobre los toldos de los comercios mientras que otros se mantenían elevados en el aire.

Luego vio a un ángel, de pie sobre el techo de un coche, protegido por otros dos congéneres. Las cuatro puertas del vehículo estaban abiertas y fuesen los que lo ocupaban ya había huido. Se fijó mejor en aquel ser celestial: era distinto. Tenía seis alas, de rostro severo y mirada intensa, con una espada que pendía de su cinturón y otra más en la espalda, pues veía la empuñadura destacando tras él. Tenía que ser un Serafín, el mariscal de la legión de guerreros alados.

—¡Debo ser la mujer más afortunada del mundo! —gritó Ámbar, de pie sobre el techo de un taxi, a cuatro coches de distancia del Serafín—. A donde sea que vaya, me encuentro con más pichones. Dichosa coincidencia.

Todo el ejército celestial la observó con curiosidad. Y en el porte y actitud notaban que esa mortal no los temía. Alguien como ella, que lo había perdido todo: su estatus, su lugar en el mundo; odiada y buscada, ya no temía a nada y enfrentaría la amenaza de frente. Ámbar también se fijó en las alas del ángel principal y supo que debía ser otro de aquellos mariscales de los que le había mencionado Alonzo. Y este sí que lo era; rodeado de su vasto ejército.

El Serafín Durandal ladeó el rostro, curioso, para fijarse mejor. Si le hubieran dicho que una mortal luchó contra el Serafín Rigel y terminó victoriosa, hubiera castigado al responsable de aquella broma de tan mal gusto. Pero allí estaba ella, la única mortal que no había huido con el gentío, encarándolo.

—No es coincidencia, mortal —respondió él en un fluido portugués—. Tengo rastreadores.

—¿Me buscabais?

—¿Es ella? —preguntó Durandal a uno de sus alumnos.

Su súbdito asintió.

El Serafín apretó los labios. Desenvainó su nueva arma, sujeta por correas en su espalda. La espada zigzagueante del Arcángel Miguel refulgía, como si tuviera vida propia, y la apuntó con ella.

Ámbar, como respuesta, ladeó su gabardina para desenvainar su espada. Activó la corriente y la filosa hoja cabrilleó de electricidad, robándose la admiración de todos los ángeles. También parecía tener vida propia. Sobre las azoteas, algunos silbaron largamente contemplando a aquella mortal que afrontaba sin miedo al Serafín.

Alonzo, cada vez más aterrado, se preguntaba si debía intervenir de alguna manera. Concluyó que aquel ángel debía ser el Serafín que invadió con su ejército la Capital del Hemisferio Norte. Si ahora se encontraba en China, con la espada del Arcángel Miguel, cayó la dulce posibilidad de que el Serafín pudiera haber asesinado a Reykō para hacerse con el arma.

—Vine a ver con mis propios ojos —dijo Durandal—, a la mujer que dicen que luchó contra el Serafín Rigel y salió victoriosa. ¿Acaso eres tú?

—¿Ese grandulón? No recuerdo haberle dado el tajo final, pero me hubiera gustado.

Durandal tragó aire; estaba ofendido, pero sabía que su rostro debía encontrarse desprovisto de emociones e hizo un esfuerzo por contenerse.

—Cuida tu lengua, mortal.

—¿Venís a por Perla? —preguntó ella, ahora apuntándolo con su espada—. ¿O venís a vengar a vuestro amigo caído?

—Vine por ti.

Reykō se acomodó en su mullido asiento que daba al ventanal de su oficina, y suspiró perdiendo la vista en la brillante ciudad del Hemisferio Norte: Valentía, de la nación Gran Iberia. Deseaba tocar la empuñadora de la espada del Arcángel Miguel, siempre lo hacía cada vez que le asaltaban dudas, pero ahora su mano se cerraba en el vacío. Había perdido la espada zigzagueante, pero se consoló al recordar que al menos consiguió sacar algo bueno de aquel “vil robo”.

Se cruzó de piernas con suavidad y apoyó la barbilla en una mano. Frente a ella estaba el ángel que el Serafín Durandal entregó como intercambio para evitar una batalla. “Un ser semidios por una espada mítica”, pensó, y la idea le pareció un intercambio justo. El espécimen era un varón de físico que le resultaba atractivo, de alas y cabellera plateadas, y se preguntó si en la legión de ángeles todos resultarían ser unos adonis.

Varios soldados de Reykō, tras ella, no dejaban de apuntarlo con sus rifles, completamente desconfiados aún pese a la evidente pasibilidad del ángel. Entre ellos se encontraba el comandante del ejército de Reykō, Albion Cunningham, frustrado por no haber podido evitar el robo de la espada. Su cabellera castaña era corta, casi rapada, y sus ojos intensos parecían destellar fuego.

—Tu amo te ha entregado a mí —dijo ella—. ¿Cómo te sientes al respecto, pequeña ave?

El ángel plateado ladeó el rostro.

—No es mi amo, los hacedores lo son. El Serafín Durandal es mi superior.

—Si él es un Serafín, tú eres…

—Una Dominación —hizo una reverencia—. Espero serle de utilidad.

Reykō volvió a sonreírse, visiblemente fascinada. Quién diría que la primera humana en forjar una alianza con los ángeles sería ella misma, que los quería ver aplastados bajo sus botas por haber sido los causantes de la destrucción del mundo moderno, trescientos años atrás. Pero algo bueno sacaría de todo ello antes de coserlo a jeringas en algún laboratorio.

Había que probarlo antes.

—Desnúdate —ordenó, y oyó tras ella cómo sus soldados se removieron incómodos.

El ángel asintió y se deshizo del cinturón y luego de la túnica; Reykō enarcó una ceja pues esperaba que se negase o mostrase algún tipo de vergüenza. Pero se olvidó de todo cuando se reveló lo que la mujer ya había sospechado: aquella Dominación poseía un cuerpo que haría a toda humana o humano derretirse. Un adonis tallado exquisitamente por los dioses. Lástima, se dijo ella, que esos ojos suyos transmitiesen tanto vacío; como si no sintiera pudor o el más mínimo deseo de carne.

—Acércate —ordenó Reykō.

Sus soldados volvieron a removerse, aunque ahora era otro tipo de incomodidad. No deseaban que el ángel se acercara más a ella, pero nadie tenía el valor de contrariar a la mujer más poderosa del mundo. El comandante Cunningham, no obstante, avanzó un paso con su fusil apuntando la cabeza del ángel.

Con un ademán, la mujer lo detuvo sin mirarlo.

—¿Qué sucede, Albion? ¿Miedo o celos?

Cunningham no apartaba la mirada de los ojos del ángel. Cómo iba a confiar en un ser despreciable como ellos, causantes de tanta destrucción. Su propia nación, Alba, aún a día de hoy era solo escombros, hambruna, pobreza aderezado con sectas fanáticas. Cómo iba a dejar que se acercara un centímetro más a ella, que lo sacó de ese infierno cuando niño para hacer de él un gran hombre.

Respondió a regañadientes.

—Reconsidere lo que está haciendo, mi señora.

—No me cabe duda de que, si el ángel quisiera matarnos, ya lo habría hecho, Cunningham. Pero aquí estamos todos. Dime tu nombre, Dominación.

—Deneb Kaitos —y mirando al comandante Cunningham, agregó—. Me llamo Deneb Kaitos, mi señora.

La mujer asintió complacida. Aprendía rápido; le gustaban los hombres así. Alargó el brazo y, con los nudillos, acarició el sexo del ángel, mirándolo a los ojos para descubrir su reacción. Luego agarró con sutileza la carne, elevándolo, sopesando. Se entretuvo un largo y silencioso tramo, comprobando la suavidad y la rugosidad de las diferentes partes. Pellizcó y se decepcionó al notar la misma vaciedad de siempre en la mirada de la Dominación.

—A veces me pregunto para qué vuestros hacedores os crearon con vergas si ni siquiera sois capaces de darle uso —suspiró—. Ven aquí, Albion, a su lado.

Cunningham dio un respingo y miró a sus subordinados, quienes desviaron la mirada para todos lados menos hacia él. Pero bajó su rifle y se dispuso como ordenó. Deseaba llevar un casco y que la visera ocultara el evidente desagrado que le suponía estar en presencia del ángel.

Reykō hizo un gesto con el índice, girándolo en el aire.

El comandante procedió a desnudarse, enrojecido debido a una mezcla de vergüenza y disgusto; tardó más tiempo que el ángel debido a que vestía armadura EXO y no una túnica. Reykō se acomodó en el asiento y ordenó a los demás soldados que salieran del cuarto, orden que acataron presurosos y nerviosos.

Deneb Kaitos observaba todo con curiosidad. Tal vez, pensó él, todo ello no era sino una rara costumbre de los mortales. Le sonrió a Cunningham, fijándose en su cuerpo para comprobar que, como él, el mortal poseía rasgos de un auténtico guerrero que, en los Campos Elíseos, serían vistos con buenos ojos. Alto, de marcada musculatura y mirada intensa. Tenía una marca llamativa en el hombro derecho, similar al ala de ángel.

El gesto fue tomado por el comandante como ofensivo, quien se sintió incómodo bajo el escrutinio de aquel ángel. Se cubrió cuando notó que miró su verga.

—¿Qué mierda miras, pajarraco?

Reykō se inclinó hacia su soldado y, alargando el brazo, posó la palma en el vientre del hombre y clavó las uñas en la piel. Intercedió con voz serena.

—Tranquilo. Aquí el único que me preocupa eres tú, querido.

Los dejos bajaron hasta el sexo cuando notó que el comandante había tragado su orgullo. Las caricias despertaban su hombría, que crecía y crecía, y pronto la mujer lo capturó como una garra de un halcón que ciñe a la presa con fuerza. Cunningham también le resultaba un hombre atractivo, tanto o más que el ángel, y bien que lo había entrenado ella en todo tipo de artes. Viendo al ser celestial y humano desnudos, no sabría decantarse por uno. “Tal vez ambos…”.

Iniciando un vaivén, miró a Deneb Kaitos.

—¿Qué? Eso que tienes entre tus piernas sirve para algo más que mear, querido. Y te sorprenderías de los usos que puedo darle.

La mujer se excitó abruptamente ante la idea de pervertir a un ángel. Dejó de estimular a su presa y sonrió al ser celestial, apretando el sexo del comandante, taponando la punta con su dedo índice pues ya relucía un brillo viscoso.

—Espérame en la cama —ordenó ella sin mirarlo.

El comandante debatió internamente aquella idea, realmente no deseaba dejarla sola, pero era verdad que el ángel, al menos aquel, resultaba pacífico. Asintió, con la excitación y la frustración inundándole todo el cuerpo. Se retiró dando presurosas zancadas, olvidándose de su traje y armas en el suelo.

Cuando quedaron solos, Reykō miró a Deneb Kaitos.

—Y tú, ¿también querrás venir a mi cama?

—Haré lo que ordene, mi señora.

La mujer chasqueó los labios. Deseaba ver un poco de resistencia, pero ese ángel no tenía alma ni pudor. Así no tenía gracia para ella. Aún se divertía recordando el rostro de sus consejeros la primera vez que los obligó a desnudarse y arrodillarse ante ella. Se levantó de su asiento, dirigiéndose hacia una mesa de bar para servirse de una copa de vino. El ángel se había girado para ver la ciudad a través del ventanal, momento aprovechado por la mujer para admirar su trasero.

Metió un dedo en la copa de vino, dándole vueltas.

—Tu superior dijo que los de tu rango sois rastreadores. Que podrías encontrarme cualquier objeto perdido en el universo si es necesario. Pero no deseo nada de valor, la verdad. Necesito que guíes a un escuadrón militar hacia el dragón Leviatán y su legión de dragones. ¿Puedes hacerlo, Deneb Kaitos?

—Los dragones se extinguieron hace milenios, mi señora.

—Ojalá fuera cierto, querido.

Deneb Kaitos se giró. Al principio no creyó que pudiera haberlos, fueron aniquilados todos por la legión de Irisiel en el inicio de los tiempos, pero, por curiosidad, intentó localizar alguno. Cerró los ojos y pronto se sorprendió al detectar tenuemente al mismísimo Leviatán escondido en algún lugar del reino humano.

—Pero, ¿cómo es posible…? ¿Cómo es que tenéis dragones en vuestro reino?

—Desde hace trescientos años los tenemos —dijo ella, bebiendo el vino—. Vinieron con el Apocalipsis.

—Yo no debería guiarles hasta Leviatán. Estoy aquí para buscarle una riqueza, cualquiera sea, no un dragón.

—Tu superior ha dicho que me encontrarías la riqueza que yo deseara, y esto es lo que deseo. Si no es así, vuelve junto a él y dile que has fallado. Dile que vuestra palabra no vale absolutamente nada. Que no habrá paz y que todo mi ejército se abalanzará sobre vosotros y vuestros aliados.

—No me entiende. No me gustaría guiarles hacia vuestra muerte. Leviatán es una bestia peligrosa, mi señora.

—¿Y? ¿Qué te hace pensar que yo no lo sea?

El ángel la miró a los ojos y supo que había convicción en sus palabras. Ir en búsqueda de aquel lagarto era solo tarea para temerarios o torpes. Reykō no le parecía en absoluto una mortal torpe.

—Entiendo. Si eso es lo que deseáis, os guiaré.

Reykō miró al ángel con una apenas perceptible sonrisa. Deseaba invadir China cuanto antes y aniquilar no solo a los ángeles sino a todos los que los protegían; los consideraba traidores de la humanidad. Pero primero era necesario anticiparse. Destrozaría a los dragones y evitaría que la alianza entre los cruzados del Vaticano y China sumaran en fuerza bélica; sus espías ya le habían informado de todo.

—Eso es lo que quería oír, querido. Vamos a la cama.

La espada zigzagueante dio varias vueltas en el aire y cayó clavada en el techo del taxi donde Ámbar se encontraba, arrancando un grito de pavor del conductor del vehículo, encogido en su asiento.

—Esta espada —dijo el Serafín—, fue creada en los inicios de los tiempos por los hacedores. Es más que un arma. Es un estandarte. Fue hecha para los Arcángeles, los protectores del reino de los humanos. Ninguno de los tres se encuentra vivo desde hace trescientos años y me temo que yo no estoy interesado en el cargo.

Ámbar vio el arma y notó que se trataba de la mismísima espada flamígera del Arcángel Miguel. Arma que poseía Reykō, pero que por alguna razón ahora estaba allí, a sus pies.

—Dime tu nombre —preguntó Durandal.

—¿Mi nombre? No sé en el lugar de donde vienes, pero, aquí, el que entra haciendo barullo y lanzando soldados por los aires es el que normalmente se presenta primero.

Se escuchó un par de risas alrededor; la mortal caía bien entre los ángeles.

—Mi nombre es Durandal —extendió brazos y alas, como siempre hacía para imprimir porte y presencia—. Soy Serafín de los Campos Elíseos. ¿Quién eres tú, mortal?

La mujer enfundó su arma al ver que no había hostilidad de parte de ninguno para con ella. Se inclinó hacia la espada zigzagueante y la tomó de la empuñadura para arrancarla del techo del vehículo. Era liviana y podía verse a sí misma reflejada en la hoja.

—Me llamo Ámbar Moreira —extendió los brazos hacia los lados—. Y estoy desempleada.

—Ámbar —repitió el Serafín, absorbiendo las palabras y aquel nombre—. Yo te nombro Protectora del reino de los humanos. Mis ángeles y los de las demás legiones te reconocemos, y te serviremos cuando lo necesites para honrarte a ti y la humanidad que proteges. Que el coro recite tu nombre en los cánticos heroicos, y que el cielo y la tierra tiemblen a tu paso, “Nari-il”.

Durandal se hincó sobre una rodilla y golpeó su pecho. Antes de que la mujer dijera algo, vio cómo todos y cada uno de los ángeles repetían el gesto. Tanto los que estaban en las azoteas como los que se encontraban elevados, bajaron de los cielos para hincarse en la calle. La mujer se giró, sorprendida, al comprobar que todos estaban rindiéndole un respeto que no comprendía por qué recibía.

—¡Nari-il! —gritó un ángel.

Miró a un lado y enarcó una ceja al ver a Alonzo cerca, manos en los bolsillos y sonriente.

—Parece que ya no estás desempleada, mujer.

—Sí, bueno, ¿no deberías preocuparte por tus soldados? Los oía gimotear hace un rato.

—Todos están bien —golpeó el lóbulo, indicando que había vuelto a entablar comunicación—. Nos llevamos un buen susto.

—¡Nari-il! —gritó otro ángel, elevando el puño.

Y se sumó otro más. Y luego otro, hasta que los ángeles rugían alrededor de ella como una sola fuerza. Los que tenían lanzas repiqueteaban el suelo, los que tenían espadas la blandían al aire. Otros se golpeaban el pecho rítmicamente, visiblemente alegres ante el nombramiento de un nuevo representante entre ambos reinos. “¡Nari-il, Nari-il!”. Ámbar ni siquiera comprendía su idioma, pero de alguna manera aquello le llegaba con tanta fuerza que logró conmoverla. Miró de nuevo a su alrededor, no se lo creía; no había ángel que no celebrara su nombramiento.

—Alonzo —dijo sin mirarlo—. ¿Qué están gritando?

—No lo sé. Imagino que es sumerio.

Cuando volvió la vista hacia el Serafín, este ya se había retirado. Solo plumas se balanceaban en el aire. Algunos de sus súbditos también abandonaban el mercado de Nianchang, elevándose en el cielo mientras otros aún gritaban, reían y festejaban a su alrededor. En medio de una lluvia de plumas, Ámbar, por primera vez en la noche, sonrió.

Estaba convencida de que todo cuanto había hecho sería visto como un delito deleznable, que los libros la tacharían de traidora. Pero allí estaban esos “pichones”, como les decía ella, festejando y reconociéndola por sus sacrificios y valor. Cómo no sonreír cuando su propia vida, abruptamente, volvió a cobrar sentido. Si tan solo su hija estuviera allí para ver con sus propios ojos cómo Ámbar se había convertido en la heroína que la niña siempre creyó.

—¡Mujer! —Alonzo la sacó de sus pensamientos—. ¿A ellos también les vas a rechazar como a mí?

Ámbar rio, meneando la cabeza.

—¿Acaso puedo? Se ha retirado antes de que rechazara la oferta.

—Tal vez ese Serafín presuponía que era una oferta irrechazable.

—Puede que sí —asintió ella—. ¿Lo has oído? Dijo “Reino de los humanos”.

—Ojalá fuera un reino. Lo haría todo más sencillo.

Pero no era un reino. Era todo un mundo, con sus contrastes, de odio y temores enraizados, unido a otro nuevo y con peculiares seres alados que habían venido, aparentemente, para quedarse. Para buscar un nuevo hogar. Eran dos mundos fusionados a la fuerza y a los que habría que buscarle una cohesión.

—Acepto tu propuesta —dijo ella, posando la espada zigzagueante sobre su hombro.

—¿Cuál? ¿La cita en los jardines Yu?

—No —gruñó—. Vayamos en búsqueda de los dragones, Alonzo.

III. Año 1368

Oír el grito y llanto de los mongoles ante las oleadas de flechazos fue como una música dulce para los oídos de Mijaíl. Por un momento, al tensar su cuarta flecha, se sintió poderoso; la muerte en sus manos. El sentimiento era idéntico en toda la fila de arqueros. Partió la saeta y, mientras buscaba otra, miró el campamento atacado. Una lástima que la oscuridad de la noche no mostrara mucho de aquellos demonios sufriendo y cayendo, pensó, pero al llegar el amanecer se encargaría de recorrer el lugar para verlos a todos, derrotados y con saetas clavadas en sus cuerpos.

Varios cuernos resonaron en el campamento mongol, avisando del ataque sorpresa. Pronto se oyeron los casquetazos de los caballos enemigos, yendo y viniendo por doquier; los mongoles se estaban organizando y pronto estarían partiendo para cazarlos. Pero una nueva oleada de flechazos terminó por derribar a casi toda la línea frontal que estaba formándose, entorpeciendo a los que venían detrás. De un lado, los novgorodienses rugían victoriosos y del otro, los mongoles aullaban de dolor. Pese a todo, los jinetes enemigos seguían llegando para agruparse, sorteando los heridos y levantando los escudos para protegerse de la lluvia de saetas.

Octava flecha. Mijaíl sintió un frío sudor recorrer la frente; esos demonios no se acababan. Sus flechas sí. Y, para colmo, tenía la sospecha de que la noche no los estaba desorganizando como pretendían. Si docenas de jinetes caían, sonaban los cuernos en notas cortas y venían otros más para reemplazarlos; parecía una máquina de guerra bastante bien engrasada.

Al sonido largo de un cuerno, vio sobrecogido cómo una inmensa línea de jinetes partía hacia ellos como si fuera una sola y terrorífica fuerza infernal.

El viejo comandante novgorodiense levantó el brazo para que todos parasen el asedio. Habían logrado su cometido de crear la distracción y todo quedaba en manos del ataque sorpresa de Gueorgui.

—¡Retirada!

Se giró sobre su montura y se fijó en el pávido Mijaíl. El único paralizado y que además miraba la aún lejana fila de jinetes enemigos. Hizo un ademán frente a su rostro, despertándolo de su trance.

—Pero, ¿sigues aterrorizado, joven? ¡Muévete!

Mijaíl parpadeó. No era terror. Simplemente, no esperaba experimentar cierta admiración por la organización y el ardor de sus enemigos. Los pensaba como míseros salvajes y poco más. Definitivamente, no eran como los lituanos. Asintió y tomó las riendas de su montura, ajustando su escudo sobre la espalda. Todos estaban al tanto de la habilidad de los mongoles de disparar desde sus monturas en plena galopada, y debían tomar precauciones si estos se les acercaban excesivamente durante la huida.

Confió en cruzar a tiempo el Volga para que los lanceros y otros arqueros que aguardaban al otro extremo se ocuparan de sus perseguidores. Pero, sobre todo, esperaba que Gueorgui pudiera asestar el golpe definitivo. Que matara rápidamente a un enemigo en especial; el único causante de que aquella marabunta de salvajes fuera tan organizada y estuviera tan preparada.

“Caza al Orlok”, pensó mientras emprendían la rápida huida. “Y la victoria será nuestra”.

Gueorgui sonrió cuando notó el trajín en el campamento enemigo. Saber que ahora estaban a su merced hizo que, súbitamente, el largo y tortuoso avance alrededor del Volga desapareciera de sus pensamientos.

Organizó una larga fila de lanceros en cuyo centro irían los mejores pertrechados, él mismo entre ellos. A un gesto suyo, partió la caballería novgorodiense. Unos cincuenta jinetes avanzaron sobre la fila, formando así una cuña en cuya punta se encontraban Gueorgui y sus hombres. En los flancos se desplegaron sendos grupos que, sobre el blanco pálido del terreno, dibujaban una suerte de garras que se cerrarían sobre los enemigos para aplastar hasta el último de todos.

La cuña penetró hasta el corazón del campamento, dejando por los suelos tanto a hombres como tiendas; el encontronazo se dio entre aullidos de terror mezclándose con el repiquetear intenso de las herraduras. Los caballos sin jinetes huían despavoridos y los mongoles que de alguna manera lograban sobrevivir la primera oleada de Gueorgui y sus hombres eran pisoteados por la línea que le seguía.

La estela de enemigos caídos al paso de los jinetes se alargaba y la sangre corría sobre la nieve; la caballería de Nóvgorod y de Kholm era como una barra de hierro candente pasando por la carne. Por un momento, la victoria parecía ser solo una cuestión de tiempo.

Varios cuernos sonaban en puntos dispersos del campamento, alertando a los mongoles del nuevo ataque sorpresa. Pronto, una larga fila de guerreros se formó y alzó sus sables para desafiarlos en combate; no contaban con caballos, al menos no tenían tiempo de hacerse con uno, y Gueorgui, cuya armadura ya relucía cubierta de sangre, guardó su lanza en la funda de su montura.

Desenfundó su espada y la levantó al aire en respuesta al desafío; al grito de “¡Dios con nosotros”, él y sus hombres se abalanzaron con ferocidad.

Mijaíl vio despavorido cómo un jinete novgorodiense, delante de él, caía de su montura con dos flechas clavadas en su espalda. Tragó saliva y apuró al caballo; esos malditos enemigos eran realmente rápidos. Cayó otro compañero al otro extremo del nutrido grupo de jinetes. Ahora ya podía oír las flechas cortando el aire sobre él.

Cerró los ojos cuando, en la lejanía, oyó a sus compañeros aullar de dolor; probablemente al ser alcanzados por los mongoles eran rematados con picas.

Esperaba cruzar el río cuanto antes y que los grupos apostados en la ribera terminaran por deshacerse de sus perseguidores, pero hacía rato que había agachado la cabeza y no se atrevía a levantarla para comprobar cuánto faltaba.

Su caballo relinchó al recibir un flechazo y Mijaíl se dio prisa en saltar de su montura; el animal cayó tropezado sobre el hielo y el joven consiguió rodar para no ser aplastado, meneando la cabeza para espabilar. No se atrevía a mirar a sus perseguidores, pero oía los casquetazos y hasta sentía el temblor en el Volga. Alargó la mano hacia la empuñadura de su espada, sujeta en la cintura, y cerró los ojos temiendo el peor de los finales.

Se levantó; sus rodillas crujían y apenas sentía la empuñadura en sus congelados dedos. La espada se le resbaló y repiqueteó en el suelo. Y los vio a todos, que venían en marcha infernal entre gritos, levantando sables unos, tensando arcos otros, claramente rabiosos. Parecían demonios. Como único gesto, cerró los ojos y empuñó su colgante de Santa Sofía.

Inesperadamente, oyó tras él a cientos de saetas cruzando el aire y cayendo sobre los estupefactos mongoles, que cambiaron sus cánticos rugientes por aullidos lastimeros. Cuando el sorprendido guerrero se giró, vio a sus propios compañeros deteniendo la falsa retirada, ahora lanzas en ristre, girándose para embestir al enemigo. Y tras ellos, en la ribera y en las colinas circundantes, notó a cientos de arqueros tensando sus arcos.

Mijaíl seguía estupefacto mientras los novgorodienses avanzaban a sus lados para acabar con los mongoles. Miró sus temblorosas manos. Estaba seguro de que eran sus horas finales y que la Virgen María había oído sus plegarias. Luego pensó en Gueorgui, luchando al otro lado contra esos mismos feroces enemigos.

Apretó los puños y golpeó el hielo; no tenía el valor de su hermano.

Un jinete se detuvo frente a él; era el viejo general novgorodiense. Una flecha atravesaba la hombrera de su armadura, pero él actuaba como si no estuviera allí, sonriéndole al muchacho. Le habló, pero Mijaíl apenas oyó entre los espadazos y gritos varios que se producían más adelante.

—¡He dicho que está resultando un plan estupendo, joven! Quédate en el campamento, ya has hecho lo tuyo. Mis hombres y yo iremos a ayudar a tu hermano.

Mijaíl tragó saliva.

Gueorgui atravesó con su espada el pecho de un jinete y la sangre le roció violentamente en el rostro. Podía comprobar, de vez en cuando, cómo todo el terreno repleto de aliados y enemigos pasaba de un negro profundo a un gris pálido mientras el cielo se azulaba cada vez más. Estuvieron luchando durante horas, retrocediendo y avanzando una y otra vez por el campamento, y sintió un gran desgaste en su brazo derecho cuando quiso extraer la espada de un fuerte tirón.

Seguido por sus hombres, llegó hasta un terreno elevado, sorteando cadáveres aguijoneados de flechas, y tuvo una buena perspectiva del campo de batalla. Sabía que sus guerreros estarían extenuados y que la contienda se había equilibrado hacía rato; los enemigos eran bravos y respondían a la batalla mejor que los lituanos. Luego oyó griteríos de júbilo en el fondo del campamento mongol, superando por momentos a los rugidos de los guerreros enfrentados.

Fijó la mirada hacia el Volga y notó un nutrido grupo de jinetes regresando a través del río congelado en rápida galopada, debido a la oscuridad no pudo diferenciarlos, eran solo una mancha oscura, pero los más adelantados empezaron a elevar al aire los estandartes blancos y rojos de la Horda de Oro, entonando largas notas con los cuernos. Gueorgui lanzó su casco al suelo con desazón; no podía ser verdad que aquellos perros al final consiguieran aniquilar a toda la caballería novgorodiense a pesar de las artimañas que habían preparado.

Al sonido estridente de otro cuerno, el campamento mongol se abrió en dos para dejarlos pasar y que así prestasen ayuda en la batalla.

Gueorgui escupió un cuajo sanguinolento, rabioso, y alzó su espada.

—¡Si hoy nos toca caer, mejor llevarles un tributo a nuestros hermanos idos! ¡Por los caídos, Dios con nosotros!

Un fuego renació en los ojos de muchos jinetes. Gueorgui estaba consumido por la rabia que apenas pensaba con claridad, pero sus hombres lo seguirían hasta el fin del mundo; levantaron sus espadas y bramaron con sus últimas fuerzas antes de seguirlo.

Volvieron a formar una cuña para penetrar en las filas enemigas, con más ímpetu si cabe, pateando, rajando y derribando a quien osara de acercarse. Los enemigos levantaban la mirada y veían aterrorizados a ese gigantesco y pertrechado dios oscuro de la guerra, bañado en sangre mientras repartía espadazos, y pronto se vieron cercados en pequeños grupos por un rabioso e innumerable ejército, como islas rodeadas por el mar.

Se oyeron nuevos gritos en el corazón del campamento mongol. Eran aúllos, más bien, y los cuernos sonaban en distintos tonos en varios lugares; a veces eran largos, otros eran cortos, otros eran intermitentes. Los mongoles echaban la mirada hacia atrás, confundidos. Era como si diversas y contradictorias órdenes viajasen por el aire.

Gueorgui sujetó las riendas de su caballo y levantó la mirada para entender qué sucedía.

Los recién llegados no eran jinetes mongoles, por más que levantasen al aire los estandartes de la Hora de Oro. Cuando las nubes le abrieron paso a la luna llena, notó que en realidad se trataba del ejército novgorodiense. Se abrieron paso entre el sorprendido campamento, disparando saetas y repartiendo sablazos a su paso, formando una gigantesca cuña que penetraba hasta el corazón del ejército invasor.

El ataque sorpresa fue devastador para los mongoles, que no podían sostener dos frentes, y los sobrevivientes huyeron en desbandada. Algunos grupos de jóvenes cazadores los siguieron, pertenecían a la retaguardia y no habían participado en la batalla, pero deseaban mostrar su valentía.

Se elevaron cientos de espadas en el aire entre gritos de algarabía y los que estaban en las colinas vieron con sonrisas cómo parecía formarse bajo la luz del alba una especie de gigantesca piel de puercoespín; eran los novgorodienses, desahogándose y festejando la victoria con feroces rugidos.

Gueorgui estaba ansioso y se movía como una avispa entre los hombres, buscando a su querido hermano. No lo vio, pero sí reconoció al viejo general novgorodiense, y se carcajeó estruendosamente. Si ese viejo estaba vivo, su hermano también habría sobrevivido, concluyó. En secreto le había pedido que cuidara de él.

—¿En la vanguardia, mi general? Debería dejárselo a los más jóvenes.

El general hizo un ademán y luego señaló con el pulgar a un guerrero montando a su lado. Mijaíl estaba claramente fatigado y bañado de sangre, con un cuerno mongol colgado de su cuello, y no respondió cuando el oso se acercó y lo tomó del hombro, asintiéndole. No solo usó los estandartes enemigos para infiltrarse y dar un golpe fatal al campamento, sino que aprendió a dar órdenes con el cuerno. Solo ese joven sería capaz de planificar una locura como aquella, pensó Gueorgui.

—¡Oídme! —gritó el oso, y los que lo rodeaban callaron inmediatamente—. ¡Al volver beberemos hasta hartarnos! ¡Y brindaremos! ¡Por nuestros hermanos caídos! ¡Porque Cristo nos ha guiado hasta la victoria! ¡Y por mi hermano, el hombre que venció a los mongoles!

Mijaíl oyó los vítores y por un momento sintió sus fuerzas regresar paulatinamente. Se deshizo del yelmo y la lanzó al suelo con rabia, provocando rugidos victoriosos a su alrededor. Nunca había estado tan al borde de la muerte y en tantas ocasiones, pero por un momento como aquel, en donde todos lo reconocían, bien que valía la pena.

—¡Por Mijaíl! —gritó un jinete novgorodiense con el puño levantado.

—¡Por un gran hombre! —afirmó el viejo general—. ¡Al menos lo será hasta que nuestro Príncipe le corte la verga!

Nuevamente las carcajadas tronaban el lugar. Pero, por primera vez, Mijaíl volvió a sonreír. Cómo no hacerlo. Era verdad que ningún mongol cayó bajo su espada o sus flechas, pero qué importaba cuando ahora todos coreaban su nombre como una sola fuerza. “¡Mijaíl, Mijaíl, Mijaíl!”. El propio suelo parecía vibrar. Se giró sobre su montura solo para deleitarse de la vista y el dulce cántico entonado; todos los hombres acompañaban el himno, incluido el oso.

Levantó el puño cerrado y bramó con todas sus fuerzas, justo antes de caer desmayado.

En una lejana colina, varios jinetes contemplaban el festejo. El Orlok mongol había hecho de su rostro una máscara indescifrable aún para sus hombres más cercanos, pero por dentro ardía de rabia y solo tenían una sospecha de su ánimo debido a la intensidad de su mirada. Se retiró el yelmo y la brisa meció las decenas de trenzas de su larga cabellera. Pese a ser un guerrero nacido en las estepas de Mongolia, la contextura fuerte y tez morena así lo demostraban, era también mucho más alto que sus súbditos. Más imponente.

—“Mi-jaíl” —pronunció con dificultad; aspiró y cerró los ojos, repitiendo mentalmente la palabra como tratando de encontrarle un significado. Podría ser una palabra humillante dedicada a los derrotados. Tal vez fuera una palabra para festejar. O podría ser el nombre del héroe que los condenó.

—Orlok Kadan—irrumpió uno de sus hombres.

—No nos queda nada aquí, Orlok —insistió otro subordinado—. Volvamos.

El mariscal mongol lo sabía muy bien y gruñó al escuchar aquellas obviedades. Debía emprender un largo viaje hasta el campamento principal de su Kan, al este de Asia. Y pesarían sobre sus hombros todas y cada una de las pérdidas. Cientos de miles de mujeres y niños lo mirarían, humillado y derrotado, esperando que explicara cómo dejó que sus maridos o padres cayeran en aquella emboscada. El Kan sería el primero en exigir que esclareciera todo.

Tal vez hasta su propia cabeza apeligraba.

—“Mi-jaíl” —volvió a pronunciar, escupiendo al suelo.

—¡Orlok Kadan, debe escucharnos! —intentó advertir otro—. ¡Podrían tener vigías buscánd…!

Los demás dieron un respingo al notar un fugaz fulgor plateado. La cabeza del subordinado rodó por la nieve mientras el Orlok limpiaba su sable ensangrentado. Lo guardó en la funda con absoluta tranquilidad y se giró sobre su montura mientras los demás mantenían un adusto silencio.

Para él, sería un mejor final morir junto con sus hombres y no tener que rendir explicaciones a nadie. Pero si tras aquella masacre se encontraba vivo solo podía ser obra del Dios Tengri, concluyó, y debía haber una razón para ello. Su sable debía probar la sangre del culpable y hacer justicia.

—Nos volvemos —ordenó en tono severo, preparándose para el galope—. El Kan nos espera.

Continuará.

Nota del autor: Si bien en China regía la Dinastía mongola conocida como “Yuan”, como había narrado en el primer capítulo, en Rusia, en el mismo periodo, regía el kanato mongol conocido como la “Horda de Oro”. Ambos gobiernos se consideraban parte del Imperio mongol. En este capítulo he decidido centrarme solo en el protagonista ruso, pero la historia se situará tanto en China como en Rusia, y el lazo que les unió: su lucha contra el yugo mongol.

Relato erótico: “Adiestrando a las hijas de mi jefe 7 ” (POR GOLFO)

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Capítulo 11

Con Paula derrengada sobre un sofá, pregunté a Isabel qué había pensado hacer con ella y mi gordita, muerta de risa, comentó que llevárnosla a casa. La idea me resultó atrayente y a pesar de que no sabía cómo iban a reaccionar las dos hijas de mi jefe al saber que tenían competencia, accedí a que nos acompañara. Mis sospechas no tardaron en verse confirmadas cuando al llegar a la mansión esa noche, nos abrió la puerta Eva y en su cara descubrí el disgusto que la presencia de Paula le provocaba.

No queriendo entrar al saco, obvié su gesto y le pregunté por su hermana.

-Natalia está preparando la cena- contestó mientras me saludaba de un beso en la mejilla.

-Llámala, quiero presentaros a Paula- repliqué señalando a la mulata.

Su respuesta fue una muestra más del modo tan arcaico en el que habían sido educadas esas dos y es que demostrando un racismo beligerante, la morena se atrevió a comentar que no le parecía bien que hubiese invitado a cenar a una negra. El tono despectivo que usó mientras señalaba a mi más reciente adquisición me cabreó, pero asumiendo que a buen seguro la otra también sería poco menos que miembro del Ku Klux Klan esperé a que llegara. Tal y como había anticipado, la menor resultó tan supremacista como Eva y señalando a la recién llegada, preguntó en qué jaula la íbamos instalar porque un mono no se merecía compartir cama con ellas.

-Retira eso- rugió Paula en cuanto escuchó ese insulto.

-No obedezco a un orangután- añadiendo más leña al fuego, replicó la joven.

No me costó notar que la mulata estaba que se subía por las paredes y por eso cuando me miró pidiendo ayuda, creí que lo más conveniente era que ese tema se resolviera entre ellas y así se lo dije. La sonrisa de Paula al obtener mi permiso me hizo recapacitar sobre lo acertado de mi decisión, pero antes de poder rectificar vi que se lanzaba sobre ella. Natalia no supo reaccionar ante ese ataque y en cuestión de segundos, yacía en el suelo llorando.  

Comprendí por la violencia con la que la joven había defendido sus derechos que no era la primera vez que lo hacía y que era algo a lo que se había tenido que enfrentar desde niña.

Al ver a su oponente en el suelo, Paula se giró hacía su hermana. La hija mayor de mi jefe, totalmente aterrorizada, se fue a esconder tras de Isabel y esta, reponiéndose de la sorpresa, intentó calmar a la mulata pidiendo paz entre ellas. Paula no parecía dispuesta a hacerlas y eso, me obligó a ejercer de árbitro.

Acercándome a ellas, les ordené que dejaran de hacer tonterías y que se dieran la mano. Reconozco que no supe prever la determinación de la morena. Por ello me pilló desprevenido que aprovechara que Eva le extendía la mano para tirar de ella y tomarla entre sus brazos. Tan sorprendida como yo, la niña pija no pudo hacer nada más que separar sus labios al notar la lengua de la mulata forzando su boca.

«¡Joder con la chavala!», exclamé en mi mente al observar que no contenta con besarla, Paula le magreaba con descaro el trasero.

Supe que mi novísima amante deseaba dar una lección a la hija de mi jefe y divertido, impedí a Isabel acudir en su ayuda.  Llamándola a mi lado, observé junto a ella como Eva intentaba infructuosamente zafarse de Paula.

 -¿No deberíamos intervenir?- me preguntó al ver que la mulata riendo le desgarraba la blusa a nuestra sumisa.

Mas interesado en la escena que en contestar, senté a Isabel en mis rodillas y mientras admiraba el violento escarmiento al que estaba siendo sometida Eva, me permití el lujo de pellizcar los pezones de mi gordita. Ésta dio un largo gemido al sentir mis dedos castigando sus pechos y vio una orden en esa caricia.

-Mi señor es muy malo- comentó mientras me bajaba la bragueta.

Confieso que me alegró darme cuenta de lo bien que nos compenetrábamos y por eso no dije nada cuando levantando su trasero, se dejó caer sobre mi miembro.

-Me encanta sentir que me empalas- susurró en mi oído mientras los labios de su sexo se abrían para acoger en su seno mi pene.

Soltando una carcajada, la azucé a seguir espiando cómo la mulata daba cuenta de los pechos de su adversaría y que, sin perder el tiempo, usaba su manos para terminarla de desnudar.

-¿Crees que hacemos bien?- me respondió un tanto preocupada por no impedir que Paula violara a la hija de nuestro jefe.

-Mírale la cara- señalé mientras incrementaba el ritmo con el que me la follaba.

Isabel se unió a mí riendo al observar en el rostro de nuestra sumisa una expresión inequívoca de lujuria y que, donde debía haber asco o temor, solo se veía deseo.

-Será puta. ¡Está cachonda!- rectificando gritó mi gordita.

Su exabrupto llamó la atención de Natalia. Alucinada dejó de llorar al ser testigo de la claudicación de Eva.

-No me lo puedo creer- masculló al observar que ya en pelotas su hermana no se negaba a arrodillarse ante Paula y que tampoco se rebelaba cuando levantándose la falda, le ponía el chumino en su cara: -¡Eva! ¡Esa zorra es negra!

Sonriendo mientras la lengua de la mayor de las hermanas se sumergía entre los pliegues de su sexo, la mulata le respondió:

-Yo que tú iba a por un cepillo de dientes porque cuando acabe,  serás tú la que me lo coma.

Esa amenaza la dejó paralizada al ser proferida por la misma mujer que la acababa de tumbar de un solo golpe y con lágrimas en los ojos pidió mi auxilio.

-Será mejor que te vayas haciendo a la idea porque Paula ha venido para quedarse- contesté descojonado mientras montaba a Isabel.

La gordita que hasta entonces no había dado su opinión sobre el tema, apoyó mis palabras diciendo:

-Tanto tu dueño como yo hemos estado con ella ¿Te crees acaso mejor que nosotros dos?

Temblando como un flan, miró hacía donde la mulata disfrutaba de las caricias de su hermana y sintiendo que esa unión era contra natura, insistió pidiendo mi ayuda. Cabreado hasta decir basta, me levanté dejando a Isabel insatisfecha y tomando del pelo a la hija mayor de mi jefe, la llevé hasta Paula y retirando a Natalia, le exigí que no parara de comerle el conejo hasta que la que llamaba “orangután” se corriera un par de veces.

El temor por fallarme fue mayor que el “repelús” que le daba el complacer sexualmente a un miembro de otra raza. Por ello, llorando a moco tendido, sumergió la cara entre los muslos de esa mujer y sacando la lengua, cató brevemente el sabor agridulce del coño de la morena. El aroma que desprendía era más intenso que el de Isabel o el de Eva, pero muy a su pesar tuvo que reconocer que lo le repelía.

Al verla agachada y con su culo en pompa, decidí darle un nuevo motivo para seguir obedeciendo que a la vez fuera gratificante para mí.

-Demuestra a tu nueva amiga que te he educado bien y que sabes comerte un chumino- le ordené mientras le bajaba el short y dejaba su pandero totalmente expuesto.

-Si mi señor- gritó al sentir que mi verga se abría paso en su interior rellenando por completo su propio sexo.

Ya no tuve que insistir. Aleccionada por mis enseñanzas, Natalia comprendió que no podía llevarme la contraria y cambiando de chip, comenzó a explorar con un genuino interés la biología y naturaleza de esa espectacular mulata. Al cabo de un par de minutos, durante los cuales mi joven sumisa se afanó en satisfacer mi orden mientras ella era objeto de mi lujuria,  escuché un gemido de placer Paula.

-Sigue, oblígala a correrse- exigí a mi montura premiándola con un azote.

Mi insistencia no tardó en dar sus frutos y producto de tantos y tan continuados lametazos, la morena intensificó su gozo y dando un grito que resonó por la casa, se corrió.

-Mi señor, yo también lo necesito- pidiendo mi autorización para llegar al orgasmo, sollozó Natalia.

-Y yo- escuché decir también a Isabel.

Reconozco que había estado tan concentrado en disfrutar y hacer gozar a Natalia y a Paula que no me fijé en lo que ocurría con las otras dos. Fue entonces cuando descubrí que Eva al quedar liberada se había lanzado en picado entre las piernas de Isabel y mientras su hermana se comía el coño de la mulata, ella hizo lo mismo con el de mi gordita.

-Sois unas putas- alcancé a decir antes que mi cuerpo dijera basta y mis huevos descargaran su blanca esencia en el interior de la hija de mi jefe.

Al sentir las andanadas en su vagina, Natalia experimentó un renovado éxtasis y cayendo desplomada sobre el suelo, volvió a correrse. Confieso que fui un tanto hijo de puta, pero viendo que estaba totalmente exhausta no solo no me compadecí de ella, sino que abusando del poder que ellas mismas me habían otorgado exigí a Paula que se ocupara de ella.

-¿Qué quiere que haga?- me preguntó.

Despelotado de risa y mientras abría un cajón y sacaba un arnés con pene adosado, repliqué:

-Te podría decir que la amaras, pero como sería mentira y encima sonaría cursi, ¡quiero que le des por culo!

-Si lo deseas, nosotras podemos servir de ayuda- interviniendo,  Isabel comentó.

Aunque la gordita se había dirigido a mí, Paula creyó que se lo decía a ella y mientras se ajustaba el instrumento alrededor de la cintura, riendo contestó:

-Me encantaría. No sería bueno ni conveniente estropear el culito de este putón y que luego Fernando se cabree al no poder usarlo.

Todos excepto Natalia reímos la ocurrencia y aunque una de las que más se rio fue Eva, he de decir que también fue la primera en acudir donde la aludida se mantenía a cuatro patas.

-Mi señor, ¿puedo preparar a la putilla?- con tono lascivo me preguntó al tiempo que con los dedos le separaba los cachetes del trasero.

Sin esperar mi respuesta, escupió en el rosado ojete de su hermana…

Relato erótico: “Y de regalo: una esclava” (POR AMORBOSO)

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Leído en la prensa local el 13/10/14

HRW denuncia matrimonios forzados y esclavitud sexual por parte del Estado Islámico

Gran parte de las víctimas son yazidíes, una minoría étnica de kurdos no musulmanes.

Human Rights Watch (HRW) ha denunciado que el Estado Islámico ha perpetrado miles de crímenes contra las minorías étnicas de Siria e Irak. La organización terrorista ha separado a cientos de mujeres de sus familias para obligarlas a casarse con sus milicianos o para ser vendidas como esclavas sexuales. Gran parte de las víctimas son yazidíes, una minoría étnica de kurdos no musulmanes, a menudo obligados a convertirse al islam para salvar sus vidas.

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Tengo 28 años, estoy separado desde hace unos años, soy ingeniero electrónico y trabajo en una empresa dedicada a la fabricación de material electrónico de gran precisión.

Todo lo que voy a contar ocurrió hace unos meses, pero no voy a dar nombres ni datos reales porque no necesito ser muy listo para saber que he participado en una operación ilegal, con implicaciones internacionales y que podría suponer el cierre de la empresa y probablemente, mi propio encarcelamiento. No están las cosas para perder el trabajo.

Una mañana me llamó mi jefe para decirme:

-Toma –y me dio un sobre de agencia de viajes- esto son los billetes de avión y los alojamientos de hotel. Sales dentro de dos días hacia Irak, para montar nuestro nuevo sistema de radar antimisiles.

-Pero… ¿Cómo voy a ir, de la forma en la que está la situación en la zona? Puede pasar cualquier cosa.

-Si no quieres, -dijo tirando del sobre- seguro que habrá otro que lo haga. Además la paga es doble.

Leído entre líneas: O vas a Irak o a la puta calle.

-Vale, vale. No hay problema. Voy yo. Al fin y al cabo soy el que mejor conoce el sistema.

-De acuerdo. Tienes dos días para prepararlo.

Me fui del despacho cabreado, acojonado y todos los ados posibles. Recordé las imágenes de prisioneros a los que les cortaban la cabeza y enviaban el vídeo a las televisiones de sus países y casi me da un infarto.

No me podía echar atrás. Necesitaba el dinero para pagar la hipoteca del chalet que mi exmujer se ha quedado, gracias a las triquiñuelas de la hijoputa de su abogada, y el alquiler del mío.

Planee lo que podría hacer y al día siguiente puse mis ideas en marcha. Me hice con un modem-teléfono vía satélite, de los que mi empresa utiliza para el mantenimiento remoto del software de los equipos, así como una serie de componentes y circuitos de transmisión de radio de corto alcance y otro teléfono normal.

Abrí los equipos que iban a ser enviados a Irak, en uno puse el modem-teléfono, conectado a un emisor de corto alcance y un receptor en cada uno de los demás. La misión era que al recibir una señal el teléfono, enviaba un impulso a todos los receptores que bloqueaba los aparatos hasta ser rearmados.

Le dejé el teléfono normal a una amiga. Más bien follamiga, ya que nos pegábamos largas noches de sexo sin compromiso por parte de ambos. En la agenda, un único número, el del teléfono del equipo. Le di instrucciones de que la llamaría o le haría una llamada perdida todos los días. Si durante tres días no tenía noticias mías, debía hacer una llamada con ese teléfono al número de la agenda, y colgar cuando descolgase al otro lado.

Con esto preparado y sin tenerlas todas conmigo, partí para allá.

Cuando llegué, me alojé en el hotel, donde se deshicieron en amabilidades, y donde me esperaban unos militares que me llevaron al lugar donde debía realizar la instalación sin llegar a instalarme.

El sitio se encontraba en una montaña, donde habían preparado unas instalaciones subterráneas para alojar los aparatos y una buena situación para las antenas.

Inmediatamente di instrucciones sobre cómo instalar las antenas de radar y llevar los cables hasta la sala de control, mientras yo, me puse a trabajar montando los equipos.

Una semana después tenía todo instalado y probado, a pesar de los numerosos cambios de última hora sobre la posición de los equipos y las mesas de control. Todo funcionaba perfectamente, incluso llegamos a detectar y bloquear varios ataques de la guerrilla antes de que pudiesen causar daños.

Otra semana más estuve con los técnicos encargados de llevar el sistema, enseñando su funcionamiento. Otra semana más me hicieron estar para controlar que no había problemas con los equipos ni con el personal al cargo y pude volver a mi hotel, llegando al anochecer. En este tiempo, no había dejado de llamar ni un solo día a mi amiga.

Al día siguiente de llegar al hotel me desperté a medio día y pedí la comida en mi habitación, volví a dormir algo de siesta. Cuando me desperté, una relajante ducha y estaba terminando de vestirme cuando llamaron a la puerta. Tras abrir, me encontré con un grupo de cinco policías fuertemente armados.

-Debe venir con nosotros. –Dijo el que estaba al mando, en inglés.

-¿Qué ocurre, oficial?

-En la comisaría será informado.

Yo, pensando que sería algún asunto de última hora de la instalación, les acompañé sin preocuparme.

En la comisaría me encerraron en un calabozo durante varias horas, hasta que me llevaron a una sala de interrogatorios, donde me enteré que me acusaban de espía y estuvieron preguntando por mis contactos y la red de espías que teníamos en su país.

Por más que lo negué, dije a qué había venido, hablé de mi pasaporte español, etc., no conseguí más que me molieran a palos, me abriesen una ceja y me partiesen un labio.

Durante los cinco días siguientes se repitió el “tratamiento” y las preguntas, así como amenazas de ser ejecutado para escarmiento de otros y aviso a mi país. Al sexto, se abrió la puerta de mi celda y entró el oficial del ejército con el que había estado en las instalaciones.

-Señor… ¡Menos mal que lo he encontrado! Le he estado buscando por toda la ciudad. Debe disculparnos, al parecer le han confundido con un espía y… Lamento mucho lo que le ha ocurrido. –Añadió al ver mi lastimoso estado, pareciendo algo cortado al decirlo.

Yo no podía hablar, con los labios hinchados, los ojos sin poder abrirlos y con ningún lugar de mi cuerpo donde no tuviese dolor.

Me llevaron a un hospital militar, en el que estuve dos días más mientras me curaban. Hubo un ir y venir constante de médicos y enfermeras, así como del oficial, interesándose por mi estado y mi pronta recuperación, hasta que me dijeron que podía marcharme, una vez que las inflamaciones bajaron y pude abrir los ojos.

Salí acompañado del oficial, el cual, sin llegar siquiera a la entrada del hospital, me dijo:

-El sistema ha tenido un fallo y se ha detenido y necesitamos que lo ponga en marcha inmediatamente.

-¡Ni hablar! Me largo de este país inmediatamente. ¡Ni siquiera voy a recoger el equipaje!

-No se precipite, piense que todavía está bajo mi protección, y puede volver a la comisaría.

Yo había oído que se habían producido ataques incontrolados que no habían podido identificar a tiempo, por lo que me la jugué a una carta, sabiendo que tendría que reparar los equipos.

-Pues me arriesgaré con ellos, pero no estoy dispuesto a ayudarles cuando me han detenido y tratado de esta forma tan brutal sin tener la más mínima prueba, es más, habiendo venido precisamente a ayudar a su gobierno.

-Hagamos una cosa, descanse esta noche en su hotel y mañana hablamos e intentaré convencerle. Si después no quiere quedarse, podrá irse con entera libertad.

No se por qué acepté, pero me fui al hotel, donde comí y cené en la habitación, sin levantarme de la cama. Ya apunto de dormirme, llamaron a la puerta. No hice ruidos ni contesté. Llamaron varias veces, hasta que una voz de mujer en un español raro dijo:

-Mr. … Agbra pog favogr.

Abrí la puerta y me encontré frente a una rubia despampanante, con vestido mini minifalda ligeramente por debajo de la ingle. Lo justo para no enseñar el coño. Dos hermosos pechos se marcaban bien bajo la tela, cara alargada ligeramente, cejas finas y castañas y unos labios rojos de “bésame ya”.

Cuando entró, vi que el vestido estaba abierto por detrás hasta mostrar la abertura de los glúteos.

-¿Quién eres y a qué has venido? –Le pregunté como pude en inglés, porque todavía me costaba hablar por la inflamación, aunque ya sabía de qué iba aquello.

-Llámame como quieras, y he venido a lo que tú quieras. –Respondió más fácilmente también en inglés, bajando los hombros del vestido y dejándolo caer, quedando totalmente desnuda.

Después de más de un mes de abstinencia y con una mujer escultural delante, mi polla se puso a reventar. Como solamente llevaba un pantalón corto de pijama, solté la sujeción y cayó también al suelo dejando mi polla apuntando al techo y mostrando todas mis moraduras.

-Te llamaré Isabel, como mi exmujer.

-¿Porque todavía la quieres?

-No, porque es una puta.

No dijo más. Vino hacia mí y, arrodillándose, se metió toda mi polla en la boca en toda su extensión (es ligeramente más grande de lo normal, 18 ctms.) dispuesta a teñírmela de rojo hasta los cojones.

Estaba tan cargado que no aguanté mucho. Al poco, la agarré del pelo y comencé a follarle la boca, pero el dolor de mi cuerpo, todavía con magulladuras me hizo desistir.

-AAAAAGGGGGGGG. ¡Qué dolor!

Me separé de ella para acostarme nuevamente en la cama. Ella se subió también, poniéndose arrodillada entre mis piernas para seguir con su mamada.

-MMMMMMMMMMMM. Sigue puta, sigue. Me tienes al límite.

Ella aceleró sus movimientos.

-Siiii. Me corroooo. No pares, no pareeees.

Solté todo lo que llevaba en el interior, y que ella tragó sin rechistar.

Las contracciones de mi cuerpo al correrme me volvieron a producir dolor, por lo que entre unos y otros me dejaron hecho polvo.

Le di las gracias, le dije que ya podía irse y pregunté cuanto tenía que pagarle, a lo que respondió:

-Me han pagado para que pase contigo toda la noche.

-Entonces, déjame recuperarme un momento.

Mi polla estaba morcillona, todavía con ganas de más. Se acostó a mi lado y se dedicó a jugar con ella entre sus dedos y a pajearla.

Quince minutos después volvía a estar preparado. Entonces volvió a meterla en su boca para ensalivarla bien y acto seguido se puso sobre mí, con una pierna a cada lado de mi cuerpo y se ensartó ella misma.

Se movía despacio, como galopando a caballo. Se la clavaba entera, desplazaba el cuerpo hacia atrás, sacando media polla, con fuerte roce para luego elevarse, moverse hacia delante y volver a clavársela.

Sus tetas botaban ante mis ojos, pero no podía levantar las manos para tocarlas. Ella misma se dobló hacia mí colocando sus pezones por turnos en mi boca. No se si fingía o realmente le estaba gustando, porque no paraba de emitir gemidos.

-MMMMMMMMMMMMM.

-AAAAAAAAAAAAAAH

Una y otra vez. Poco a poco fue acercándome al final, que yo le pedía insistentemente.

-Siiii. Sigue.

-¡Qué bien te mueves!

-¡Muévete más! ¡Más! ¡Más!

-Me voy a correr. Siiii.

Empezó a moverse con rapidez, hasta que me hizo alcanzar un tremendo orgasmo.

-Siiii. Me corroooo. AAAAAAAAAAAAAAAAAH

Siguió un poco más hasta que lanzó también un fuerte gemido, dejándose caer sobre mí.

Volvió a acostarse a mi lado y creo que nos quedamos dormidos los dos, yo al menos, me desperté en plena noche con ella chupando mi polla ya dura de nuevo.

Volvió a colocarse a caballo sobre mí y se la metió por el culo. Entró con suavidad y, además del roce, me deleitaba con contracciones de los músculos de su ano. En esta postura podía ponerle el pulgar sobre el clítoris sin que me doliese mucho. Tardé más rato, pero volví a tener una buena corrida.

Ella también gimió, bufó y gritó, pero con las putas nunca se sabe.

Volvimos a dormir hasta casi medio día, momento en que me despertó con una nueva mamada. Cuando desperté del todo, me dijo:

-Venga dormilón, a la ducha, que nos esperan.

-¿Dónde?

-Ya lo verás.

O sea, que ella estaba allí para impedir que me marchara,

Nos fuimos a la ducha, donde nos metimos los dos y allí, bajo el agua, acaricié y enjaboné su cuerpo en las zonas que me dejaban mis magulladuras (tetas y coño) mientras ella también repasaba mi cuerpo, hasta que se puso en cuclillas, con las piernas bien abiertas y empezó una nueva mamada, que no paró hasta que me hube corrido y ella tragado todo. La verdad es que, después de tanto tiempo de abstinencia, tenía las pilas a tope.

Después de secarme, secarse ella, ayudarme a vestirme y hacerlo ella también, además del correspondiente retoque de maquillaje, me dijo que nos esperaba un vehículo que nos llevaría a un lugar donde me iban a dar u regalo que querían hacerme. El vehículo era un coche oficial, con sus cristales tintados y banderitas.

Enseguida llegamos a un cuartel militar bastante cercano y de reciente construcción, según se podía ver, por el que me acompañó hasta un despacho donde se despidió con un fuerte morreo después de llamar a la puerta.

Cuando oí una voz en árabe que no se qué decía, entré en él, donde, tras una enorme mesa, me esperaba el oficial que me atendía siempre. Me pidió un momento de espera y dio una orden por teléfono. Seguidamente se dirigió a mí:

-Buenos días Sr. …, bien venido. ¿Ha pasado buena noche? ¿Le ha gustado la compañía que le facilitamos? ¿Ha sido de su total agrado?

-Si, si, gracias. Todo ha estado muy bien. Pero sigo…

-Espere. Espere. Antes de que me de su opinión, quiero hacerle un regalo. Es independiente de que acepte o no. Solo a modo de desagravio. Acompáñeme.

Me hizo seguirle por un pasillo y bajar varias plantas en un ascensor. Entramos en una sala donde se encontraban doce mujeres totalmente desnudas, tapándose como podían con sus manos, una mujer con un burqa completo, que tapaba incluso los ojos, y una fina vara en la mano y seis soldados con las armas preparadas.

Me quedé paralizado, sin moverme, hasta que la mano del oficial empujando levemente en mi espalda me hizo entrar en ella.

-Verá, Sr. …., sabemos que vive usted solo y que no tiene a nadie que le atienda como es debido, por eso hemos pensado en ofrecerle una mujer para que sea su esclava, sirvienta o esposa, lo que prefiera. Yo le he seleccionado esta de la derecha, 16 años, casi los 17, virgen todavía, pero puede elegir entre todas ellas la que prefiera. Sus edades van desde los 16 de ésta hasta los 28 de la última. Todas son voluntarias que han preferido servir a nuestros soldados…

Ya no escuché nada más. Clavé mis ojos en la muchacha y el resto desapareció. No muy alta, delgada, pechos proporcionados, morena total, no muy guapa de cara, pero escultural de cuerpo.

-Pppero ¿Qué voy a hacer con ella?

-Je, je, je, je. Mi querido amigo, no me diga que no sabe que hacer con una mujer. Como le he dicho, puede ser su esclava, sirvienta, esposa, puta, para follarla, pegarle, la puede alquilar, vender… Lo que quiera. A este grupo todavía lo estamos entrenando, pero puede comprobar ya lo bien preparadas que están.

Todavía estuvimos un rato negociando. El ofreciendo y yo negando, hasta que no me quedó más remedio que aceptar a una, que por supuesto fue la joven.

Hizo una señal a la mujer del burqa, está dio a la joven una orden en árabe y un golpe con la vara en los riñones. La muchacha, dio un salto hacia delante, cayó de rodillas ante mí y empezó a desabrochar mis pantalones. Yo di otro paso para atrás, sujetándomelos y la mujer del burqa le dio varios varazos en la espalda, haciendo que avanzase rápidamente hacia mí de nuevo. Después de la noche y la mañana que había pasado, dudaba que pudiese conseguir levantármela.

-Será mejor que la deje hacer su trabajo, -me dijo el oficial- se le ha dado una orden y no puede parar hasta cumplirla.

Me quedé quieto y continuó soltándome los pantalones y bajando todo hasta que mi polla, tiesa ya con el espectáculo, quedó al aire.

Se la llevó a la boca y comenzó primero lamiendo la punta y metiéndosela rozando con sus labios el borde del glande, luego la sacó y fue recorriendo toda mi polla con la lengua, ensalivándola bien.

Me respondió bastante bien, alcanzando pronto casi su tamaño normal. Un poco floja.

Volvió a metérsela, esta vez entera, hasta que le dio una arcada, siendo respondida por la del burqa con un golpe de vara en su culo.

Lo hacía muy bien y se veía que ponía mucho interés. Sentía su boca como un coño estrecho y suave que me presionaba por todas las partes.

Se movía despacio, metiendo desde la punta hasta que su nariz chocaba con mis pelos. La sacaba y lamía el glande. Con la mano acariciaba mis huevos y con un dedo presionaba mi perineo detrás de los huevos.

Increíblemente me la puso dura otra vez y entonces su presión se hizo más evidente a la par que su suavidad me estaba excitando como nunca.

En un momento sentí que me iba a correr y lo dije:

-MMMMMMMMM. ¡Me corroooo!

Dos golpes sobre su culo hicieron que se la metiese entera y no sé que me hizo que solté todo lo que llevaba dentro y que ella tragó directamente mientras yo presionaba todavía más su cabeza contra mí.

Me la limpió con su boca, me colocó nuevamente la ropa y quedó de rodillas delante de mí.

Otra orden de la del burqa y nuevo golpe, la hicieron volver rápidamente a la fila.

-¿Qué le ha parecido?

-Impresionante, ha sido la mejor mamada de mi vida.

-Entonces no se preocupe, esta noche se la llevarán a su hotel y prepararemos sus papeles para que se lleve a su esclava.

-Pero no la puedo entrar en el país así. En España está prohibido y además, es menor de edad en mi país.

-Eso corre de nuestra cuenta. Mañana tendrá los papeles en regla para entrarla sin problemas. Irá como su esposa.

-Tampoco puede ser. Tendré que ir yo y luego pedir que la dejen entrar.

-¿Para qué estamos los amigos? No se preocupe que mañana estará todo resuelto. Esta noche se la entregará su cuidadora.

Un camarero entró con unas botellas y vasos y se puso a servirnos al oficial y a mí. Me pedí un whisky solo para ver si me recuperaba de la impresión de todo aquello.

-Otra cosa más. -me dijo- También queremos compensarle el tiempo que se quede para reparar el sistema. Si le parece bien le daremos 250.000$ americanos y otros tantos si tiene que permanecer más de un mes. ¿Acepta?

El vaso se me cayó al suelo y se hizo añicos. La mandíbula no se me desencajó porque me dolía demasiado para abrir la boca.

Asentí con la cabeza y el oficial, riéndose, me llevó de nuevo a su despacho donde había un soldado que me acompañó hasta el coche oficial que me llevó al hotel, después de devolverme mis cosas. Lo primero que hice fue llamar a mi amiga.

Al entrar en la habitación fui directo a la cama, caí sobre ella y me quede dormido.

Al despertar miré a mí alrededor algo desorientado al principio. Todo estaba recogido y limpio. Me senté en la cama y empecé a dudar de que todo aquello hubiese sucedido.

-Tiene que ser alguna alucinación producida por una subida de fiebre. Mañana iré al hospital para que me miren. –Me dije.

Al ver que ya anochecía y notar mi estómago cómo rugía de hambre, decidí bajar al restaurante a cenar. Tras una rápida ducha y un cambio de ropa, me dirigí a la puerta y la abrí, encontrándome dos mujeres con burqa y a la que iba delante con la mano levantada, apunto de golpear la puerta.

-(No puede ser) Lo siento, ahora iba a cenar, vuelvan otro día.

-Tgaigo su gegalo.

-Pues déjelo ahí dentro que luego vuelvo. –Y me marché a cenar.

Cené con tranquilidad y aún estuve un buen rato tomando unas copas. Todo con la esperanza de que se cansasen de esperar y se fuesen.

Cuando volví a la habitación, me las encontré a una sentada en la cama y a la otra en un silloncito que había junto a una mesa.

No había cerrado la puerta todavía cuando, a un gesto de la del sillón, la de la cama se quitó el burqa y quedó totalmente desnuda. Era la joven de 16 años que me habían regalado. Ya no pude negar la realidad y decidí aceptarla.

-Esta bien, gracias. Ya me hago cargo yo de ella.

-Serr Habiba. Estagr apgendiendo. Yo vegr si hace bien. –Dijo, sacando la vara de entre sus ropas.

La muchacha se acercó a mí, me fue desnudando y me llevó de la mano hasta la cama, me ayudó a acostarme y le hice sitio a mi lado. Ella se acostó boca arriba y abrió las piernas esperándome.

-No, -le dije, señalando mis moraduras- me duele.

-Entonces ella se volvió hacia mi polla para hacerme una mamada. Tuve que negarlo otra vez. No tenía fuerzas ya.

-No. Descansar. Quiero descansar. –Debió entenderlo, porque se bajó de la cama y se acostó en el suelo.

-Sube aquí. –Le dije abriendo la sábana y dando golpes en el colchón. Se subió y acostó a mi lado.

La vigilante no se movió de la silla.

Tapados ambos, la coloqué de espaldas a mí, la abracé y apagué la luz. Bajo la sábana, tenía una mano bajo su cuerpo, en sus pechos y la otra libre para recorrerlo. Mi polla apoyada en su culo estaba semi-erecta. No tardando mucho, oí un fuerte ronquido y deduje que la vigilante se había dormido.

Aparté su pelo para dejar su cuello y oreja libres para besarlo y lamer el lóbulo de su oreja. Puse ambas manos en sus pechos acariciándolos y frotando sus pezones. Mi polla se endureció y metí una pierna entre las suyas para separárselas y dejar que resbalase hasta su coño, ella emitió un suave gemido.

-mmmm

-Sssssh Le susurré al oído para que callase y no despertar a la vigilante.

Aunque todavía me dolían los morados, estar con una criatura así me hizo olvidarme totalmente de ellos. Hice que colocase su mano sobre mi polla para que hiciese presión sobre su coño y empecé amoverme despacio, mientras acariciaba su cuerpo con una mano, con la otra sus pechos y la vigilante roncaba. Con unos pocos roces, noté cómo su coño se abría y mi polla rozaba toda su raja y hasta el clítoris. Sentí como la mojaba con su excitación.

-ffff, ffff, ffff. –Sentía su respiración acelerada.

Yo también estaba muy excitado, me estaba haciendo una maravillosa paja en el coño de ella.

El roce con ese coñito tan suave y su mano presionando me estaba poniendo a tope

Hubo un momento en que ella hizo más presión y movió la mano en círculos, mientras su respiración se alteraba más

-FF, FF, FF, FF, FF, FF, FF, FF.

Luego siguió normalmente y yo también. Mi polla estaba como si la tuviese metida en una piscina. Poco a poco fui acelerando en busca de mi placer mientras ella volvía a mover la mano en círculos cada vez que mi polla llegaba a su clítoris. Poco más pude aguantar, la apreté contra mí y me corrí en su mano y coño.

-of, of, of, of, of, of, of, of.

Ella movió la mano más rápidamente y también alcanzó un segundo orgasmo.

-FF, FF, FF, FF, FF, FF, FF, FF.

Quedé abrazado a ella y noté como la vencía el sueño. Yo estuve todavía despierto un rato, hasta que me acostumbré a los ronquidos de la vigilante, que no sé cómo podía dormir sentada en aquel sillón.

Por la mañana me despertó un fuerte y doloroso golpe en mi mano, que estaba situada sobre la cadera de Habiba.

-AAAAAAAAAGGGGGGGGGG. Jodeeerr. Maldita puta. ¿Por qué has hecho eso?

-Pegdon sigñor. Queguia despegtag a esclava paga que te despetag con boca. No veg tu mano pog gopa.

-No tenías que haber hecho esto. Se lo diré al oficial para que te castigue.

-¡No, pog favogr, signor! ¡Pegrdegué todo lo que tengo! ¡Hagué lo que quiega paga compensagle, pego no diga a oficial!

Se me ocurrió una idea. Decidí darle de su propia medicina. Cogí su vara y le dije:

-Pon la cabeza sobre la cama con los pies en el suelo y las piernas abiertas y estiradas.

Como la cama era más bien baja, quedó con el culo en pompa. Tomé las sayas por el borde inferior y se las volqué sobre su cabeza y ahí me llevé una gran sorpresa. Donde esperaba ver unas horrendas bragas de cuello alto y unas piernas celulíticas, me encontré con unas braguitas de seda, en un culo de infarto, un liguero y medias negros a juego y con unos zapatos, eso si, horrorosos. Por la postura, los ropajes cayeron dejando ver parte de su sujetador, también a juego con el resto.

La vista de ese culo me hizo dejar la vara y cambiar de idea. Le bajé y quité las braguitas agachándome detrás de ella para hacerlo, me quedé mirando su chocho peludo y su ano ligeramente oscuro. Vi que los pelos se empezaban a humedecer, señal de que estaba empezando a excitarse. Me puse de pie a un lado y pasé mi mano por esos glúteos maravillosos.

-ZAS. –Le di con todas mis fuerzas.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAGGGGG. –Gritó.

Tomé la vara y le di tres fuertes golpes con ella.

-No quiero oír nada.

Volví a acariciar su culo de nuevo y…

-ZAS

-ffff

No moví la mano de su culo. Hice una señal a Habiba para que me fuese chupando la polla. Seguí acariciando su culo, metiendo en su raja mi dedo medio y bajando hasta recorrer los bordes de su coño. Volví a subir realizando el proceso inverso y de nuevo…

-ZAS

-ffff

Nueva bajada y repaso de coño.

-mmmm

Repetí el proceso hasta que tuvo el culo totalmente rojo, entonces me puse tras ella, recorrí su coño con mi polla desde el clítoris al ano, donde hice presión para meterla.

-NOOOOOOO. –Seguido de una parrafada en árabe y levantándose y volviéndose hacia mí.

Sin decir nada tome la vara, la agarré por donde supuse que debía de tener el cuello, porque con esa prenda no enseñaba ni los ojos, y la volví a colocar en posición. Subí de nuevo las prendas y mientras la sujetaba le solté cuatro golpes en su culo.

-¿Si o no?

-No, signor, – seguido de algo en árabe.

Dos golpes más.

-¿Si o no?

-Pog favog, signor, – seguido de algo en árabe.

Dos golpes más.

-¿Si o no?

-Si, -dijo llorando, seguido de algo en árabe.

Volví a ponerme tras ella, escupí sobre mi punta y sobre su ano, realizando un nuevo intento. Tuve que hacer fuerza, pero conseguí que entrase un poco.

-PFFFFFFSSSS. –Soltó aire con fuerza.

-Sssssss. –Le dije yo para que siguiera en silencio.

Un nuevo empujón y entró la cabeza.

-Uuuuuuugggggggggg

Volví a escupir en mi polla y de un nuevo empujón entró hasta dentro. Ella mordió la cama y la arañó con las manos para ahogar su grito. La presión en mi polla era tremenda y mi placer, máximo. Mi ex nunca me dejó encularla. Y luego me enteré de que era otro el que lo hacía.

Disfruté de ella un buen rato, hasta que sentí que hacía fuerza con el esfínter. ¡Se estaba corriendo! y ya no pude aguantar más y me corrí en su culo.

Cuando se la saqué, finas líneas blancuzcas caían por sus muslos. Tiré de las prendas para que se levantase y le dije:

-A partir de ahora no te quiero ver por aquí. ¡Fuera!

-Me has violado. Ahoga segué yo la que te denunsie al ofisial.

-¿Acaso dudas de que considerará injusto el castigo cuando le muestre la marca de mi mano?

-No, pog favor. No digué nada, pero tampoco diga usted.

-¡Vete de una vez!

-¿Mis bagas…?

-Me las quedo. ¡VETE YA!

Al fin nos quedamos solos Habiba y yo. La llevé a la ducha y nos dimos una buena jabonada y luego la estuve secando.

-Gracias señor por llevarme con usted.

-Vaya, hablas muy bien el inglés.

-En mi pueblo estuve ayudando a unos cooperantes. Uno era español y también sé algunas palabras. Ayer temí que no me llevase cuando le vi discutir con el oficial. Por eso me esmeré tanto en la mamada, para que le gustase tanto que quisiera llevarme con usted.

-Te gusta la esclavitud.

-Lo que no me gustaba era mi futuro aquí. Hubiese terminado en un prostíbulo o en manos de algún soldado que me pegaría y prostituiría o casada o vendida a algún campesino pobre que me haría trabajar de sol a sol y paliza tras paliza. Ser su esclava es lo mejor que me podía suceder. Usted es europeo y los europeos son buenos.

Llamaron a la puerta. Era el oficial, que venía con una maletita con los 250.000$ cambiados ya a euros. Me preguntó si había desayunado y si podíamos ir a revisar los aparatos. Bajamos a desayunar los tres, y tras una breve negociación porque él quería que Habiba permaneciese arrodillada a un lado y yo que si era mi esposa debía estar en la mesa con nosotros, al final gané yo, desayunamos y nos fuimos a hacer la reparación.

Estuve dos días entreteniéndome por allí, hasta que les dije que había encontrado el problema y que había sido causado por alguna desviación a tierra del vivo de la corriente en algún lugar de las instalaciones. Tras reiniciar yo el sistema y un broncazo al equipo de electricistas, pudimos volver al hotel, y tres días más tarde nos entregaron la documentación y salimos para España.

Tras todo un día de viaje, llegamos de madrugada a la aduana, donde revisaron la documentación con lupa. Pensé que estaba falsificada y que nos iban a pillar. El funcionario miraba los papeles y miraba a Habiba, a veces a mí. Al final estampó su sello y salimos del aeropuerto.

Había puesto el dinero alrededor de mi cuerpo por si revisaban el equipaje, pero debimos poner cara de buenos porque no nos preguntaron nada.

La llevé a mi casa y llamé a mi amiga para informarle, no fuera que activase todo otra vez.

Puse el dinero a buen recaudo, llamé a la empresa para decir que había llegado y que como era viernes no iría hasta el lunes porque pensaba dormir toda la mañana. Le enseñé pequeño piso donde vivía: cocina pequeña, salón pequeño y dormitorio.

En la puerta de este, empecé a besarla mientras la iba llevando hacia la cama y le quitaba el pañuelo que llevaba en la cabeza, creo que le llaman hijab, así como la chilaba, quedando totalmente desnuda.

Al llegar, cayó sentada y yo empecé a quitarme la camisa. Ella me bajó los pantalones y la ropa interior, llevándose inmediatamente mi polla a la boca.

-MMMMMMM, ¡Qué bien lo haces!

Se la metía en la boca presionando y lamiendo el glande para luego meterla hasta el fondo dejando un hueco estrecho que me volvía loco.

Tuve que separarme para no correrme en su boca. La recosté y coloqué sobre ella, besándola. Sus labios, su cuello sus orejas sus ojos, todo fue besado, lamido o chupado. Bajé a sus pechos que acaricié, besé y lamí sus pezones.

-MMMMMMMMMM. –Gemía ella.

Pasé mi lengua por su estómago, ombligo y pubis depilado. Recorrí los labios de su sexo por los bordes, viendo y sintiendo cómo se abrían para mí

-UMMMMMMMM

Sus gemidos, suspiros y grititos llenaron el ambiente. Cuando metí mi lengua para lamer el clítoris, arqueó su cuerpo buscando más y se corrió con un fuerte orgasmo.

-AAAAAAAAAAAAHHHHH

Cuando se recuperó, seguí con mi tratamiento, pero esta vez le metí un dedo hasta rozar su himen intacto y arrancarle nuevos gemidos de placer.

-MMMMMMM. Siiii.

Con la otra mano acariciaba sus pechos, saltando de uno a otro. Con la lengua hacía círculos tomando como eje su clítoris.

-UUUUUUUUUOOOOOOOOOOOOOOUUUUU.

Cuando su excitación subía, yo bajaba el ritmo, hasta que no pudo más y exclamó:

-Siii. Quiero más, dame máaaaasss

Entonces, me puse sobre ella y fui metiendo mi polla despacio, hasta que encontré resistencia. Resbalaba como si estuviese aceitada. Con un golpe de riñones la metí hasta el fondo, provocando un nuevo orgasmo cuando mi cuerpo presionó su clítoris.

Esperé a que se acostumbrase a mi polla y comencé a moverme. Me situé ligeramente arriba para que le rozase bien el clítoris al sacarla y volverla a meter.

Fui acelerando movimientos. La sacaba completamente, recorriendo la raja y la volvía a meter siguiendo el sentido contrario.

-MMMMMMMM. –Empezó a gemir de nuevo.

Poco a poco iba acelerando un poco más.

-PPFFFFSSSS.

-Másss. Siiii

No paraba de pedir. Hasta que

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH

Con un fuerte alarido, dio salida a su fuerte orgasmo, que a su vez me arrastró a mi, que estaba que no podía aguantar más.

-Siiiiiiiiiiiiiii. Por fin lo he conseguido. No sabes las ganas que tenía. –Le dije.

-Yo también. Estaba excitada y deseándolo desde en que me eligió.
Esa fue mi noche de bodas. No voy a contar, o por lo menos ahora, lo que hemos hecho desde entonces. Al contrario que con mi mujer, no tiene reparos para nada, me siento feliz y realizado. No he sido dominante, pero me encanta la sumisión de esta mujer.

Las cosas van mejorando. Mi ex ha tenido problemas y me ha llamado pidiendo ayuda. Estoy muy bien considerado en la empresa gracias a las cartas que envió el oficial a mi jefe. Me han subido el sueldo. Poco, pero algo es algo. He cobrado mi gratificación. Tengo dinero…

…Y me han regalado una esclava.

Gracias por vuestros comentarios y valoraciones. Comentarios en privado: amorboso@hotmail.com o skype


Relato erótico: “La casa en la playa 3.” (POR SAULILLO77)

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A partir de entonces, y durante 3 semanas, fue lo mismo, mi madre tratando de compensar la ausencia de Sara en nuestros juegos, mientras se dormía a menudo por las pastillas que la metían en la comida, y así mi tía follaba a todas horas cuando Jaime quería, fumaban porros y se dedicaban a buscar momentos para gozar, al principio les espiaba, llegado un punto me cansé, Jaime se ocupaba de describirme a posteriori cada detalle de sus encuentros. Mi tía parecía en una nube, para ella era un juego inocente, por raro que fuera, mientras que Jaime se aprovechaba, la mitad de las noches dormían juntos.

Los demás iban cada uno a sus cosas, llegando al mes de vacaciones ya tenia todos mis trabajos hechos, Sonia tenia un noviete de verano al que se tiraba alguna que otra vez en casa, le costó pasarse por la piedra, por lo menos, a 4 chicos antes de dar con uno de su agrado, era increíblemente escandalosa, pero por lo visto nadie decía nada de aquello, Marta se iba al piso de abajo a dormir en la cama libre cuando Sonia estaba con él, o cuando iba tan borracha que roncaba como un marinero curtido, yo la acompañaba para dormir como hermanos. Mi padre no se enteraba de nada, solo dormía, comía y alguna que otra vez escuchaba como hacia gozar a mi madre, cuando se ponían serios temblaba la casa. Marta era la única que parecía mostrar interés por mí, pero se cansó de querer animarme, y empezó a disfrutar por su cuenta junto a Sonia, con chicos y fiestas. Mi madre se ocupó de que no me faltara diversión en el agua, pero por muy excitante que fuera, era mi madre.

Una de esas mañanas, en que Jame volvía del cuarto de Sara, se me presentó enfurecido.

-JAIME: estoy hasta la polla de tu tía, dios, me estoy cansando de ella…….

-YO: pues déjala….

-JAIME: no digas jilipolleces, no la voy ha dejar…………no sin otro chocho que follarme.

-YO: pero mi tía……

-JAIME: folla bien, pero hasta el mejor plato de comida te cansa si te lo ponen a diario.

-YO: pues búscate alguna jovenzuela……

-JAIME: ya he pensado algo así, pero Sonia está con ese tipo y tú hermana…..- cambio el rictus al verme la cara – ….tranquilízate capullo, tu hermana está buena, pero no creo que sea su tipo.

-YO: más te vale, ella no, por favor – le rogaba.

-JAIME: dios, si no fuera por tu padre me follaba a tu madre………..- sentí una punzada en el corazón.

-YO: ¡ella no, es mi madre!

-JAIME: y la otra tu tía, y ya me he hartado de llenarla de semen, menos mal que se tomó la pastilla, si no ya tendrías un sobrino de camino jajajaja pero es que tu madre…….

-YO: mientras esté mi padre no te atreverás – era casi un alivio.

-JAIME: ni de coña, jajaja ese hombre me acojona, y tu madre es tan dócil que seguro que se lo dice nada más metérsela.

Como suelen decir las desgracias no viene solas, 4 días después una fuerte discusión en el cuarto de mis padres nos llamó la atención de todos, que en el salón esperábamos, escuché bajar a mi padre, y verle con el traje de oficina me dio pánico.

-ROBERTO: lo siento chicos, pero os tengo que dejar, me necesitan en el trabajo.

-YO: NO – mi padre me abrazó, creía que era por que le echaría de menos, y no por que, sin él, Jaime no mantendría las distancias con mi madre.

-ROBERTO: lo siento hijo, pero son cosas de adultos, pórtate bien y cuida de todos.

-MARTA: jope papa, eres increíble, nos obligas a venir aquí, para irte……

-ROBERTO: tu madre ya me ha dejado claro ese punto, lo siento – se fundieron en un abrazo largo, de esos que me daban envidia no recibir por parte de mi padre, pero estaba mirando a Jaime, y como se frotaba las manos.

Mi padre se despidió de todos, vendría a buscarnos cuando termináramos las vacaciones ya que nosotros nos podíamos quedar allí esos 2 meses que faltaban. Al hablar con mi madre se la notaban las lágrimas en los ojos, y una semana entera la pasó triste y llorando cuando creía que nadie la veía. Ni los esfuerzos de Jaime por consolarla la sacaron de su apatía. Pasado ese tiempo mi hermana logró hacerla salir de fiesta con ellas, irían a la macro discoteca, con música moderna y alcohol fuerte, mi madre accedió solo por complacer a mi hermana, Jaime, Sara y yo nos sumamos en tropel.

Al salir y pasear pude deleitarme, mi hermana iba con un vestido de licra azul claro con zonas oscuras a los lados, tan ajustado como corto, y mostrando gran parte de la espalda, sin escote, apenas maquillada y con su pelo bien cuidado. Sonia no pudo evitarlo y salió sin sujetador, una osadía con aquellas tetas, con un vestido amarillo chillón, un escotazo de infarto acabado en el ombligo y vuelo hasta las rodillas, tenia que recolocarse la prenda todo el tiempo para no enseñar más de lo que se pretendía, mucho más maquillada que mi hermana, cuando a mi entender, con un colorete resaltando sus ojos verdes quitaba el hipo a cualquiera. Mi tía eligió un vestido de rallas descocado, enseñando espalda con escote en palabra de honor, tan corto que al andar se le veían las nalgas, ceñido y con una melena rubia bien lisa, con sus gafas de diseño. Todas con tacones y arregladas, una delicia mejor la una que la otra.

Mi madre salió la 1º vez al salón con un vestido amplio y recatado, el abucheo general la hizo sonreír, y volver a vestirse, esta vez con un traje negro de tela elástica, un traje serio y sobrio, pero más actual, sin escote ni enseñando nada, solo un poco de caderas hacían que por la goma del vestido se le subiera la falda por los muslos, con unas botas altas de tacón. Cualquier hombre mataría por esa compañía, y estabamos solo Jaime y yo, con el otro “amigo” de Sonia. Los 3 con camiseta y bermudas, es injusto para todo el esfuerzo que habían hecho ellas por estar preciosas, pero que le vamos ha hacer.

Como esperaba, al llegar, era una macro discoteca hecha en la playa, apenas 4 verjas y una barra hasta arriba de jóvenes, música alta y un calor agobiante, no era el estilo que más podía encajar en mi madre, se pegó a mí, que tampoco era mi hábitat. Mi madre pidió una copa de vino y el camarero se rió en su cara, se tuvo que conformar con un mojito que habían hecho en toneles y del que, menos el ron, parecía que se habían olvidado de poner el resto de ingredientes, incitada por Sara bebió rápido, para cuando mi madre iba por la mitad, Sara ya llevaba 2, Jaime no se separaba mucho de mi madre, pero se cortaba, tenia trabajo con Sara, y Marta le huía como de la peste, que no tardó en estar acompañada por 2 chicos.

Pasaron los minutos y mientras Sara daba un recital con Jaime de vulgaridad al bailar, mi madre y yo estabamos en un lateral charlando y riéndonos, un chico tras otro venían a sacarla a bailar, y ella se negaba cortésmente, sin darse cuenta de que nadie la oía por el volumen de la música.

-CARMEN: vamos a tener que salir a bailar o no me dejaran en paz – me gritó al oído.

-YO: no se me da bien…….si me ven – me miró acariciándome la barbilla con sus dedos.

-CARMEN: míralos como bailan, si es que eso es bailar, ¿crees que les importa algo como te muevas?

El argumentó era irrefutable, así que, como si tuviera 8 años, mi madre me sacó a bailar, y para mi sorpresa se movía alegre y resulta, era raro por que la música electrónica no casaba con sus gestos de baile clásicos, ¿pero que baile logra casar con un “chunda, chunda”?, así que la seguía con cierto ánimo, hasta que Jaime apreció en escena y me tiró a Sara encima para cambiar de parejas, Sara iba borracha, y no poco, apenas se tenia en pie y tuve que bajarla el vestido para no ir enseñando un tanga fino de seda, se movía aletargada pero pasándome el culo por el miembro, y llevándome las manos a su cadera y su vientre.

Estaba perdido buscando a mi madre, Jaime la estaba animando más de lo que yo pude, y empezó a sonreír, le trajo otra copa y se la bebió de un trago. A la hora, y otros 3 mojitos, mi madre parecía otra guarra más, buscando con su cadera a Jaime y dejándose sobar, Jaime llevaba media hora con su mano en el culo de mi madre, masajeando y dándola azotes sin parar, pero no contó con los demás hombres del lugar, y uno tras otro empezaron a pedir un baile con ella, y cada uno se atrevía a más que el anterior, una copa, un roce en el brazo, una mano en la cadera, otra en el estomago, hasta que uno la agarró del busto, mi madre sonreía halagada, o ida por la bebida, no sabría que decir. Un mulato musculoso emergió, sin camiseta marcando músculos de ébano, me recordó a Ibaka el jugador de baloncesto aunque no tan alto, la cogió de ambas nalgas y comenzó a golpearla con la pelvis cara a cara, ella acarició con sus manos en sus hombros hasta el pecho de aquel hombre, y le dejó hacer lo que quiso. Terminó mi madre con un pierna cogida en el aire, una mano en el culo y otra cerca del pecho, los gestos eran lentos, largos y amplios, sin separar las caderas, casi parecía que la estuviera follando, su pelo botaba y el mulato la tenía en el aire casi colgando. Los ritmos latinos empezaron, el calor y las bebidas hicieron efecto, donde miraras había chicas siendo igual de acosadas, y un par de parejas teniendo sexo a plena vista. Sara me buscaba con los labios, creo que buscaba a Jaime, pero solo me tenía a mí, estaba tan embriagada que se caía, así que la cogí del culo sin escuchar una sola queja. Sonia estaba encajonada contra su chico siendo manoseada, y Marta no aparecía. Jaime estaba resignado sin mi madre, pero no por ello le faltó una chica bajita y con buen culo, montándole cual caballo al bailar.

Aproveché y metí mi mano entre los muslos de Sara, que reaccionó abriéndose de piernas y dejándome palpar su vulva, caliente y húmeda, me quería susurrar algo pero no salía nada de su boca salvo el olor a ron, a la 4º canción me dio la espalda y me dejó masturbarla apretando la tela del tanga, sentí un escalofrío al tocar sus labios mayores y ella se retorció buscando con su culo mi miembro, como una estaca clavase en su carne. Cogí uno de sus pechos y lo estrujé hasta hacerla gemir para luego darse la vuelta y besarme en el cuello, al alzar la vista Sara no podía ni abrir lo ojos, me buscó con los labios y cedí, la besé, y el agrio alcohol no turbó que sus labios se abrieron para sentir recibir su lengua, mi mano se perdió en su culo apartando el tanga y hurgando en ella, que contestó buscando mi polla y acariciándola por encima de la ropa.

-SARA: eres un cerdo……

-YO: y tú una guarra – me enfadé con ella.

-SARA: ¡Jaime!, no me hables así……- la solté y cayó al suelo, ¡creía que era Jaime!

Busqué a mi madre, encontré a 4 chicas siendo folladas por uno, o varios hombres, cada una, y no a mi madre, me volví loco hasta que la encontré, el mulato la seguía desmenuzando, la tenia en volandas cogida del culo subida a su torso, abierta de piernas con sus tacones mirando al cielo, y con un gesto muy similar al sexo, si el tío estaba tieso estaría rozándose con la prenda intima de mi madre, que se aferraba a su cuello como de una rama, se le había subido el vestido y se le veían unas bragas de encaje preciosas, me acerqué a separarlos, pero no me atreví a hacer nada ante aquel bigardo de piel oscura. Media hora viendo como el mulato casi la folla, pero en un momento mi madre me vio, y se zarandeó hasta llegar a mí.

-CARMEN: dios…….que calor…….estoy ardiendo….- el mulato la siguió.

-MULATO: perdona brother, pero la mujer está conmigo….

-YO: pero………. es que……- me callé cuando la cogió del brazo y se la llevaba, mi madre reía, pero se paró a tiempo.

-CARMEN: no, no……..que es mi hijo……. – volvió a mi, la abracé bajándola la falda y oliendo como apestaba a desvergüenza y sudor.

-YO: ¿estás bien? – el mulato se alejaba con mirada furtiva.

-CAMRNE: si, como nunca…….necesito……..necesito otra copa……..

-YO: ya basta de copas, vamos a casa.

Asintió, si la digo que íbamos a la luna lo hubiera hecho igual, me costó un mundo hacerla caminar, y el último tramo lo hizo a mis espaldas montada a caballito, con las botas en las manos, al llegar a casa la dejé en la cama, pero me pidió que la desnudara, así que le quité el vestido, quedando en bragas y sujetador a juego, la arropé y me quedé dormido a su lado.

A la mañana siguiente estaba despierto con mi madre dormida sobre mi pecho, olía a la fiesta y a hembra, y mi erección era clara. No quería despertarla, parecía sonreír en sueños, un rato después vi a Jaime salir del cuarto de Sara, que de refilón la vi en la cama despatarrada y con agujero en el culo como un melocotón, Jaime se asomó y me pidió que habláramos. Salí en silencio y le vi fumándose un porro en la terraza.

-JAIME: pufffffffff, que nochecita niño……..

-YO: ¿trajiste a Sara a casa?

-JAIME: me trajo ella, me la encontré en el suelo de la disco chupándosela a un tipo, cuando le dije que no era yo, me arrastró hasta aquí, y me ha tenido toda la noche follándola. ¿y tú?

-YO: traje a mi madre, estaba muy mal, un mulato casi se la lleva……….

-JAIME: ya jajaja vaya mostrenco, luego le vi zumbándose a una, la tenia de medio metro el cabrón, pilla a tu madre y la parte en dos.

-YO: pobrecilla, casi no bebe…..

-JAIME: ¿y te la has follado?

-YO: ¿a quien?

-JAIME: a mi tía del pueblo………. ¿a quien coño va a ser?, ¡a tu madre!

-YO: ¡que va!, solo la acosté, y me quedé sopa en su cama.

-JAIME: definitivamente eres imbécil, podrías haberla hecho lo que te diera la gana.

-YO: ella no es así.

-JAIME: mira, está resentida y cachonda perdida, lo sabes como yo, ya la viste ayer de mano en mano, necesita polla, y si no se las das tú, se la voy a dar yo, mejor que un mulato desconocido………

-YO: para, ya estás con Sara, deja a las demás o……..

-JAIME: ¿o que?, ahora no está papaito, eres un payaso que no moverá un dedo aunque le parta el culo a tu madre en tu puta cara, me la voy a follar, y pronto, asúmelo.

Quise hacer tantas codas, pegarle, insultarle, echarle de casa, pero al final, agaché las orejas y me limité ha hacer el desayuno, al subir a buscar a la gente me encontré a mi hermana durmiendo sola con el vestido aún puesto, y a Sara dándose una ducha, Sonia estaba dormida, totalmente desnuda, su amigo no estaba pero se olía que había pasado la noche allí, olía a sudor y sexo. Sonia tenía una teta fuera de las sabanas y de solo verla se me endureció, era bestialmente grande, con un pezón enorme, negro y granulado como una galleta campestre, con todo el largo de su melena caoba rozándole la figura. Abrió un ojo y me vio de pie a su lado.

-SONIA: hola renacuajo, ¿que haces?

-YO: nada…..yo solo venia……el desayuno, ¿quieres algo?

-SONIA: dios……me da vueltas todo, algo que meter en el estómago……por favor – se puso en pie sin importar ir totalmente desnuda, vi como iba rasurada y como se metía en la ducha sin cerrar la puerta.

Bajé a terminar el desayuno, la casa parecía una residencia de universitarios un sábado por la mañana, caras largas, cansadas y sonrisas leves, y como cuenta gotas aparecieron todos, comieron y salieron a la terraza, mi madre fue la última, ya casi al medio día, bajó con una bata de seda, mostrando el sujetador, sin apenas cerrar en una lazada en la cintura, al verme sonrió y se abrazó a mi espalda, devorando media tostada y un zumo.

-YO: ¿como estás?

-CARMEN: bien, uffff algo abrumada, pero me divertí mucho ayer……aunque espero no haberme pasado, no recuerdo volver a casa, solo estar acostada contigo.

-YO: ya….es que….bueno…..estabas muy mareada, y te traje a casa, y me dormí a tu lado……espero no haberte molestado.

-CARMEN: ni mucho menos hijo, eres todo un caballero, si hasta me quitaste el vestido, eres un sol, pero podrías haberme quitado el sostén, es incomodo dormir con él, además agradezco una cama cálida a una solitaria…..…ahora que no está tu padre…….necesito alguien a quien abrazar, me siento un poco sola sin él.

-YO: claro….pero te divertiste, ¿no?

CARMEN: jajaja si, muchas gracias, y tengo un hijo que es un santo – su dulce abrazo me reconfortó, pero Jaime era implacable, no me concedía nada, apareció detrás de mi madre, y la levantó la bata para azotarla el culo.

-JAIME: hola Carmen, ¿como se encuentra? Ayer la vi muy alegre……. – mi madre se giró sonriendo y dejándose caer sobre su pecho.

-CARMEN: uf……..es que hacia mucho que no salía.

-JAIME: pues se mueve de cine, me quedé con ganas de bailar con usted…….- “por que el mulato te la quitó”

-CARMEN: ¿de verdad? no me acuerdo de mucho, pero la próxima te reservo un baile – se puso de puntillas para besarle la mejilla, y Jaime la volvió a azotar.

-JAIME: será un placer.

Mi madre se alejó con un medio salto de alegría hacia la terraza, Jaime se lamía la mano con que golpeó el culo de mi madre, estaba solo con el bañador y me miró con sorna.

-YO: déjala en paz.

-JAIEM: jajaja esto no ha hecho más que empezar.

Salimos a la terraza, estaban todos, sentados en las hamacas o en el césped, con caras de agotamiento y sopor, Jaime se sentó con Sara, que estaba tomando el sol y yo al lado de mi madre, escoltándola.

-MARTA: puf…….no vuelvo a beber en mi vida, ¿que mierda nos dieron ayer?

-SONIA: no lo se, pero no me acuerdo de nada jjajjaa

-SARA: el mojito es malísimo, no veas como sube.

-JAIME: pues yo me lo pase bien…….

-CARMEN: y yo, me gustó mucho, ¿sabéis si van a volver ha hacer alguna de esas fiestas este verano? – la miramos casi todos confundidos.

-MARTA: mamá, esas fiestas son todas las semanas, de jueves a domingo, cada día ……- mi madre soltó una carcajada enorme.

-CARMEN: ¿entonces hoy hay otra?

-SONIA: y mañana, y la semana que viene……más.

-CARMEN: ¿y podemos ir?

-SARA: jajajaja ¿te quedaste con ganas de más, hermana?

-CARMEN: un poco, me sentí bien y me gustaría……

-MARTA: míranos mamá, estamos rotos.

-CARMEN: está bien, descansemos – la tristeza en su cara era clara, pero mi madre nunca discutía con nadie, ella se amoldaba a los demás, Marta me miró, y ambos sabíamos que ella quería ir.

-MARTA: no se, podemos ir……….si quieres……

-JAIME: eso, ¡a romper la noche!

-SARA: estáis locos.

-SONIA: puffffff yo, si vais, me apunto.

-CARMEN: ¡bien, pues esta noche fiesta!…– se puso en pie y abrazó a Marta –…. voy a hacer la comida, tenemos que coger fuerzas…..- salió disparada hacia casa.

-SARA: no sabéis lo que habéis hecho, ahí donde la veis es un peligro en las fiestas….de joven no se perdía una.

-SONIA: por favor………- la condescendencia y su incredulidad eran claras.

-JAIME: entonces vamos todos, ¿no?

-YO: claro – no pensaba dejarla sola visto su comportamiento.

La comida fue copiosa, cuando mi madre estaba feliz se convertía en una cocinitas, nos pasamos gran parte de la tarde durmiendo para cargar las pilas, aunque a las 5 de la tarde ya estabamos todos en pie, en el salón, con ganas de marcha.

-SONIA: ¿y que hacemos hasta las 10 que empiezan?

-JAIME: podemos jugar en la playa.

-SARA: ¡si, que gran idea! – todo lo que hacia, decía o pensaba Jaime, era oro para ella.

-CARMEN: por mi perfecto, siempre que vengamos con tiempo para arreglarnos, quiero ir bien mona.

-MARTA: vale, ¿pero a que jugamos?

-JAIME: de eso nos ocupamos nosotros… – me cogió del hombro –… id a la playa, en un rato vamos.

Me arrastró hasta el supermercado del pueblo, donde compro 4 packs de 24 latas de cervezas, hielo y una baraja de cartas, al llegar a la playa estaban todas esperándonos, todas en biquini, mi madre y Sara con un camisón, Sonia con unos shorts vaqueros desabrochados y una camiseta blanca desgastada encima, Marta en cambio solo iba con la parte de arriba del biquini y una minifalda blanca, Jaime y yo con bañador y camiseta. Pese a preguntarle Jaime no me dijo nada del juego, nos sentamos en circulo dejando la nevera cerca, hasta arriba de hielos y latas.

-JAIME: bien, esto va así, repartimos 1 carta a cada persona, quien tenga la de menor valor, tiene que pagar bebiéndose de un tirón una lata de cerveza, y luego puede elegir verdad, atrevimiento o una prenda.

-SARA: ¡jajaja que divertido!.

-MARTA: ¡que cabrón!, podrías haber avisado…….- se habría puesto más ropa de saberlo, su biquini era una obra de ingeniería que contenía sus senos de forma perfecta.

-SONIA: no me voy a despelotar…..

-JAIME: eso es solo si pierdes, además puedes elegir, pero tenemos que jugar bien, tienes que elegir que quieres antes de que se te diga nada, pagas prenda y te libras, pero si eliges atrevimiento, no te puedes negar a lo que digamos, y si es verdad, tienes que ser sincera.

-CARMEN: ¡por mi bien!

-YO: esto…….- me dio una palmada que me dejó mudo, el resto asintió.

-JAIME: comencemos – repartió cartas y perdió Jaime, que cogió un lata del revoltijo de hielos en la nevera portátil y se la bebió de un trago – ahora decido, y elijo verdad.

-SARA: ¿y que te preguntamos?

-MARTA: ya sé, ¿fumas marihuana?

-JAIME: si, y mucha jajaja – el resto se lamentó, era algo casi de dominio publico, volvió a repartir, y perdió Sonia, que se bebió una lata sin pestañear.

-SONIA: elijo atrevimiento.

-YO: puedo….

-JAIME: quiero que te bañes en el mar tal como estás – Sonia le miró confusa, y ante la apatía del resto, lo hizo, regresó calada marcando sus enormes tetas bajo la camiseta y los pezones duros. Otra mano y perdí yo, no bebo, pero cumplí mi parte con la cerveza.

-YO: elijo…– con Jaime allí tenia que tener cuidado – ….atrevimiento.

-CARMEN: pobre mío……

-MARTA: ¿y si nos haces el baile del pato que hacías de pequeño? – me salvó la vida por que el brillo en los ojos de Jaime me heló la sangre, me sentía ridículo pero menos de lo que podría parecer, de golpe era un pato de unos dibujos animados que veía de crío, moviéndome y haciendo ruidos, empezaron a reírse y todo se volvió fugaz.

Una mano tras otra iban cayendo las cervezas, todos bebieron y jugaron, cosas bobas y tontas, pero nos divertíamos, casi parecía que aquello no era nada más que una familia feliz, hasta que la cerveza empezó a hacer su efecto, Sara estaba melosa con Jaime, Sonia tenia hipo y se trababa al hablar, Marta iba con un globo de alegría enorme y mi madre parecía exultante.

-JAIME: bien, pierde Marta, así que bebe.

-MARTA: puf….como sube esto…..- de 2 tragos cayó su 8º lata – elijo….atrevimiento.

-JAIME: bien, pues…..- a esas alturas se había erigido director del juego, se hacia su voluntad – …quiero que te des el lote con Sonia, y con lengua…….- mi madre soltó un bufido y Sara aplaudió.

-MARTA: yo……..no…….

-SONIA: vega tonta, ven aquí…..- la cogió de la cara y vi como se besaban, 2 o 3 cortos hasta que Sonia abrió la boca y le metió la lengua hasta la laringe, Marta la siguió, y pasados unos minutos se separaron, con las mejillas rojas y una sonrisa cómplice.

-JAIME: otra mano… – perdió él y tras beber se quitó la camiseta – ….empieza a hacer calor aquí – otra mano y perdió Sara.

-SARA: verdad – mientras bebía.

-JAIME: ¿has follado en la última semana?, y si es así, ¿te ha gustado? – casi se le sale la cerveza por la nariz.

-CARMEN: ¡que grosero jajjajaa!

-SARA: pues mira, si, me follo a un chico y me deja destrozada cada vez – una sonora risa salió de todos, que se olían que era Jaime, que la besó en el hombro y la azotó en el culo, había empezado su show. Otra mano y perdió mi madre, que se quitó el camisón viendo como se ponía el juego, iba con un biquini rojo tan pequeño que se le salían los pezones.

-JAIME: bufffffff Carmen, está usted buenísima.

-CARMEN: muchas gracias cielo – otra mano y perdió Sonia, que eligió atrevimiento.

-JAIME: vete delante de aquel tipo de allí, y enséñale las tetas – Sonia miró a un hombre paseando a un perro, apuró la cerveza y se fue a él, mostrándole las tetas levantando la camiseta empapada, sacándoselas del biquini y jugueteando con ellas, al volver un aplauso la esperaba. Otra mano, perdió Jaime, que eligió verdad, traté de desenmascararle.

-YO: ¿te gustaría tener sexo con alguna de las presentes? – pretendía que se viera pillado.

-JAIME: ¡con todas y cada una de ellas!, tendría que ser imbécil para no desear a ninguna – en vez de caer en la trampa sacó un suspiro de todas. Otra mano, perdí yo, y elegí prenda, quitándome la camiseta, Jaime me miraba desando pillarme.

-CARMEN: ¡que divertido! – otra mano, perdió mi madre, que eligió atrevimiento.

-JAIME: ya que le gusta bailar, háganos un baile erótico, aquí en medio – mi madre su puso en pie y sin dar quejas se movió, Jaime puso música en su móvil y la aplaudía mientras mi madre movía el culo como una stripper, todos reían y yo me ponía como una piedra viendo como mi madre se puso a 4 patas y se retorcía como una profesional.

-CARMEN: ¡ya está! – al sentarse estaba roja, acalorada y sudando, ruborizada por los aplausos y risas. Otra mano, perdí yo, que tras otra cerveza no podía pensar, verdad elegí.

-JAIME: ¿te la ha puesto dura tu madre?

-YO: esto….yo……….no.

-JAIME: ponte en pie……- me vi pillado, al hacerlo mi erección era clara – ¡MENTIROSO!, por mentir otra cerveza.

-CARMEN: no hagas trampas, hijo – ¿acaso pretendía que lo admitiera?, mi hermana estaba colorada de vergüenza y Sonia se había fijado en mi abultado paquete. Otra mano, perdió Sara.

-SARA: puf……tal como está esto……me quito prenda – ya estaba solo con el biquini y se soltó la parte de arriba, dejándolo a un lado y regalando la visión de sus tetas, no es que no las tuviera vistas, pero de cerca eran casi perfectas, con unos pezones rosados y marcas de dientes de Jaime.

MARTA: jajajaja ¡pero tía!

-SARA: que mire quien quiera, reparte – otras 3 manos perdías seguidas por Sonia, que llevada por la competitividad, y 3 cervezas del tirón, se quitó la camiseta, luego los shorts, y después la parte de arriba del biquini, provocó que Jaime y yo soltamos una exclamación similar, sus pechos eran grandes y protuberantes con sus pezones enormes y oscurecidos, apenas cayeron aunque el peso era considerable.

-SONIA: a esto te gano Sara ………jajajja – de golpe entendí que se habían picado en un momento dado, no sabia cual, quizá cuando Jaime se dio el lote con Sonia en una partida anterior. Otra mano, esta vez perdió mi madre, que eligió verdad.

-JAIME: ¿le ha puesto los cuernos a su marido alguna vez?

-CARMEN: jajajaja pues…………no…..técnicamente – Marta y yo nos miramos.

-JAIME: ¿como que ………técnicamente?

-CARMEN: a ver….mi marido no lo sabe, así que no se lo digáis, pero una vez el chico que traía la compra pasó a ayudarme a colocar las cosas, me había pillado saliendo de la ducha e iba solo con una toalla anudada, y en un momento se me echó encima y nos besamos, me quedé quieta mientras su mano acariciaba mis piernas por debajo de la toalla, que se me escurrió dejando mis pechos al aire, el tipo los lamió mientras le rogaba que parara, gracias a dios me hizo caso y me dejó acalorada, si no para lo mismo me toma allí mismo…….pero no pasó nada, me despedí con cordialidad, pero fue raro.

-JAIME: eso no cuenta mujer, digo si se ha follado a alguien que no sea su marido.

-CARMEN: ¡ah….no!, y ni falta con la polla que gasta jajajajjja…..- la bebida empezaba a afectarnos a todos, la anécdota seria el mayor secreto de mi madre, y aquel comentario sobre el miembro de mi padre sacó a Marta de sitio, se quería enterrar bajo la arena –… no te pongas así hija, es mi marido, y sin él tengo que decir que le hecho de menos…….

-JAIME: jajaja seguimos – ya tenia la información que quería, mi madre estaba deseando ser follada, mi padre estaba lejos y Carmen no se oponía mucho a ser tomada, según su historia. Otra mano y perdió Jaime, sin más se sacó el bañador y se dejó el rabo colgando medio tieso.

-CARMEN: ¡pero Jaime! jajajajajaja

-MARTA: ¡por dios, tápate……!

-JAIME: son las reglas…..- otra mano y perdió mi madre, que se quitó la parte de arriba, sus pechos ya los tenia vistos, pero no Jaime, que se los quedó mirando – …siento si la incomodo, pero reitero, está usted tremenda.

-CARMEN: ya veo….- miraba de reojo la polla creciendo de Jaime. Otra mano y perdió Marta, eligió verdad.

-JAIME: ¿te has acostado con alguien estas vacaciones?

-MARTA: pues no, imbécil…- furiosa no era la palabra, la pregunta la incomodó más que ver el rabo de Jaime o ver a las demás con las tetas al aire.

-JAIME: recuerda que tienes que decir la verdad……

-MARTA: ¡y la he dicho!

-CARMEN: venga, otra mano – esta vez perdió Sonia, que eligió atrevimiento.

-JAIME: quiero comerme tus tetas.

-MARTA: no.

-SARA: ni de coña……- fue suficiente para picar el orgullo de Sonia.

-SONIA: decido yo – se puso en pie y se dejó caer sobre Jaime, que se recostó de cara a ella, iba masajeando y lamiendo los pezones de Sonia, que a su vez se abría de piernas para dejar sobresalir su miembro erecto, seguimos jugando unas partidas más en que no participaron, se estaba dando un festín de ubres, al regresar la cara de Sara era de celos, y la de Sonia de suficiencia, pero ruborizada.

-JAIME: seguimos – otra mano y perdió Marta, que viendo el percal se quitó el biquini de arriba, no pude evitar acomodarme el miembro ante la visión de sus senos, eran como los de mi madre, pero más redondos y subidos, como debió tenerlos Carmen a su edad, con unos pezones heredados diminutos, pero rosas y erectos apuntando al cielo.

-CARMEN: ¡hija, estás como un tren!

-MARTA: calla y sigamos – otra mano, la cerveza corría perdieras o no, mi madre palmó y se quitó la parte de abajo del biquini, estaba ida, el coño de mi madre era fino y elegante, como ella, con una ligera línea de bello cuidado.

-CARMEN: ¡a la mierda!

-JAIME: jajaajajaja – otra mano, apenas quedaba luz y se terminaba la cerveza, Sara perdió, atrevimiento.

-CARMEN: ¿puedo elegir yo?

-JAIME: claro.

-CARMEN: quiero que mi hermanita le de un buen beso de tornillo a mi hijo – eso seria inconcebible en circunstancias normales, pero el globo de cerveza hacia posible todo, Sara se puso en pie y se tumbó a mi lado, caí sobre ella, Sara dedicó una mirada traviesa a Jaime, para luego dejarme besarla, me cogió la nuca y me apretó tan fuerte que su lengua casi me ahoga, nos pasamos 4 manos luchando por invadir la boca del otro “gracias mamá”

-JAIME: bien, últimas manos – casi sin luz y solos, solo yo y Marta conservábamos ropa puesta abajo, el resto estaba desnudo, y por lo tanto, sin posibilidad de escapar, perdió Jaime, atrevimiento.

-SARA: ¡quiero que me comas el coño! – Marta escupió cerveza con babas en una carcajada y Jaime se apresuró a abrirla de piernas y comerle el coño recién rasurado antes de que nadie objetara, Sara le cogió del cabello mientras miraba fijamente a Sonia, gemía de placer, nos quedamos todos mirando y al final Jaime la metía varios dedos, no era una sorpresa, casi todos se olían que Jaime se follaba a Sara a estas alturas, y sin mi padre, no tenían mucho cuidado a la hora de follar en casa, independientemente de quien estuviera, se les escuchaba gritar durante varias horas.

-CARMEN: ¡ya basta, que tensemos que terminar! – señaló el reloj de pulsera, su única prenda.

-SARA: así se juega…- Sonia la miraba rivalizando, mientras Jaime lamía un par de veces su clítoris inflado. Otra mano, predio mi madre y me temí cualquier locura.

-JAIME: pufffff ya solo quedan 2 cervezas, bébase la suya – le costó agarrar la lata y beberla.

CARMEN:………… verdad.

-JAIME: ¿estás cachonda o salida ahora?

-CARMEN: puf…….como el pico de una plancha – la última mano, perdió Sara, que estúpidamente eligió atrevimiento, Jaime miró a todas, y sonrió.

-JAIME: quiero follármela aquí, delante de todos.

-CARMEN: no, aquí no, en casa…..- aquel comentario me hubiera vuelto loco si no llevara 12 cervezas encima, y era el que menos bebió.

-JAIME: aquí y ahora, no puede negarse.

-MARTA: pero…puf………..es que….- no hubo tiempo, Sara se tumbó boca arriba y se abrió de piernas, lamiéndose unos dedos y preparándose el coño a conciencia, Jaime la penetró con tanta facilidad que se notó que no era la 1º vez, y se besaron mientras todos veíamos como se la follaba.

-SARA: ¡ohhhh dios……..fóllame…….si……….dios! — no le rodeó con las piernas como solía, supongo que abrumada de cerveza, simplemente las dejó colgadas en el aire bien abiertas, mientras se pellizcaba un pezón y se frotaba el clítoris.

Todos les rodeamos, y con mayor o menor disimulo, disfrutamos de aquello, Jaime se dio la vuelta boca arriba y Sara le montó de cara a 4 patas, el plano desde atrás era brutal, verlo tras un cristal a oscuras no era lo mismo que aquel espectáculo, Jaime la cogió del culo azotándola, cada golpe provocaba un suspiro en mi madre, y empezó a penetrarla tan fuerte y tan rápido que parecían profesionales, Sonia no aguanto más y se sentó a masturbarse, aquella imagen me partió en dos, tiró a Marta al suelo y la hizo lamerla las tetas, le costó convencerla, pero Jaime se estaba gustando y provocó una ola de lujuria que llegó hasta mi, mi madre me bajó el bañador.

-CARMEN: vamos, hijo, que te va a dar algo, llevas con esto duro 1 hora – había estado pendiente de ello.

-YO: es que, yo………- me la cogió entre sus manos, casi la admiraba.

-CARMEN: es tan ancha como la de tu padre, pero creo que más larga, aunque quizá solo sea que tienes menos bello – y me empezó a hacer una paja que me dejó helado.

La imagen debía de ser un escándalo, Jaime bombeando a Sara, cuyos lamentos se oían por toda la playa, Sonia metiéndose 2 dedos en el coño mientras Marta la dejaba los pezones duros como rocas con los dedos y sus labios, y mi madre masturbándome con brío, totalmente desnudos todos menos mi hermana, que solo levaba las bragas del bañador. Pasados unos minutos llegó la visión de mi hermana a 4 patas comiéndose aquellas ubres y su culo en pompa viendo sus propios dedos abultar por dentro de la parte de abajo del bañador, eso me hizo correrme en el vientre de mi madre, que del esfuerzo cayó al suelo. Sonia me siguió rompiendo a gritar, y Sara terminó haciendo el puente boca arriba siendo perforada por el culo, Jaime la azotó hasta ponerla los ojos en blanco y seguir dándola por detrás mientras la estrujaba los pezones. Pasados 10 minutos de locura Jaime salió de su ano y se la hizo chupar hasta llenarla de semen la boca, la tapó la nariz y la cerró la mandíbula.

-JAIME: traga – Sara hizo gestos negativos, pero poco más resistencia ponía mientras se frotaba el pubis.

-CARMEN: traga mujer, que no sabe mal….- creo que dijo algo así, estaba mareado, la veía de refilón repasar su vientre con los dedos cogiendo mi semilla y llevándosela a la boca.

-JAIME: ¡que tragues! – Sara cerró los ojos, hizo un esfuerzo y tragó repetidamente, la bola de su garganta bajó y al soltarla Jaime, cayó de bruces a la arena.

-SONIA: ¡dios…..como la ha dejado!

-JAIME: jajajaja esto no es nada, solo jugamos, se acercó a Sonia y la puso en pie, la sacudió la arena del culo a manotazos.

-SONIA: por que es una vieja, a mi no me dejas así….

-CARMEN: tenemos que volver, cenar algo para que la cerveza no nos afecte, y prepáranos para la discoteca – Jaime la miró asombrado al ponerse en pie tambaleándose.

-JAIME: claro….. – ahora se fue a por ella, mi madre, de forma clara, se giró y le puso el culo ofrecido esperando su cachete, Jaime sonrío y en vez de azotarla se lo agarró con ambas manos, con firmeza haciendo botar sus nalgas a la vez , para luego pegar el rabo flácido a su culo y rodearla por la cintura –… la noche es joven – y ante la sonrisa boba de mi madre, ahora si, la azotó, pero fue una barbaridad, cogió un arco enorme y la golpeó con su alma, mi madre cayó al suelo, sonó tan fuerte que pareció un obús que cayó del cielo, Jaime siseó al cogerse la mano y mi madre se retorcía en la arena frotándose el culo.

-CARMEN: ¡DIOS, QUE ANIMAL! – tardó 2 minutos en poder recomponerse.

-JAIME: es que vaya culo.

-CARMEN: jajaja que cabrón, me vas a dejar marca para varios días.

-JAIME: me gusta marcar lo mío – le oí susurrar, si era cierto, Sara, mi madre y Sonia, ya eran suyas.

CARMEN: antes de volver, y ya que estamos todos desnudos, ¿un baño a la luz de la luna? La idea le encantó a todos, que torpemente y tropezando nos metimos en el mar, a las 9 de la noche, solos y desnudos, hasta Marta, una vez en el agua, se quitó la parte de abajo.

A Sara Jaime se la volvió a follar en el agua, creo que liberados de esconderse, Sonia y Marta estaban pegadas cuchicheando al ver las tetas de Sara salir y entrar del mar por las embestidas de Jaime. Mi madre casi ni se sostenía, se me pegó como una lapa por no perderse en el mar.

-CARMEN: madre mía, si tu padre se moviera así……

-YO: le oigo hacterte disfrutar.

-CARMEN: bueno…..ahora me deja satisfecha, pero antes……..dios, tu padre de joven era una barbaridad, me dejaba sin aliento durante horas……..Jaime se mueve como lo hacia él.

-YO: mamá, Jaime es un mierda, no quiere nada más que follaros a todas……

-CARMEN: como todos los críos, no pasa nada, es natural.

-YO: pero él….- me besó en la mejilla.

-CARMEN: soy adulta Samuel, puedo manejar esto – su aliento a cerveza y mi mano notando el calor de su nalga magullada decían lo contrario.

-YO: vale mamá.

Cuando Jaime terminó con Sara salimos del agua, nos vestimos, más o menos, el paseo y el aire fresco nos templaron los nervios, cenamos y las chicas desaparecieron en una habitación donde se oía un jaleo enorme de duchas, cambios de ropa y maquillaje. Jaime y yo estabamos sentados abajo, estaba mareado de las cervezas, pero Jaime parecía entero.

-JAIME: jajjjajaja, que fauna, yo me vuelvo loco aquí, no se a quien follarme antes, si a Sonia o a tu madre, no sabia que Sonia tenia ese punto de orgullo jajaja.

-YO: no quiero…….mi madre…..

-JAIME: míralo, si ahora eres un santo, he visto como te ha hecho una paja, está tan necesitada de sexo como todas, ya has visto como se han puesto al vernos a Sara y a mi.

-YO: la bebida……

-JAIME: ayuda……pero los instintos son reales, anda, date una ducha y despéjate, puede que te necesite para que me ayudes a abrir de piernas a tu madre.

-YO: no lo haré – se sentó cerca y me abofeteó.

-JAIME: escucha niñato, me vas ayudar o te vas a pasar lo que queda de verano encerrado en tu cuarto mientras yo hago dios sabe que con ellas, me voy a follar a todas, a tu madre, a Sonia y ya encontraré la manera de tirarme a tu hermana – al decirlo me puse en pie, y él detrás, me encaró, era ridículo, le sacaba 16 kilos y media cabeza, pero al levantar la mano me achanté.

-YO: no me pegues……..

-JAIME: ¿me vas a ayudar o no? – al no contestar me pegó otra vez, y otra, hasta que era una bola en el suelo.

-YO: ¡vale! , lo haré……- dejó de pegarme y me ayudó a ponerme en pie.

-JAIME: así me gusta, ahora dúchate, y vístete bien.

Le odiaba, no sabéis cuanto, pero me tenia entre la espalda y la pared, si no obedecía haría lo que quisiera sin mi vigilancia, pero conmigo tampoco es que pudiera pararlo, las tenia a todas comiendo de su mano, el show de la playa lo había dejado claro, y si alguna no pensaba en él de esa manera, tras verle reventar a Sara en vivo, seguro que hasta a mi hermana se le pasaba por la cabeza ser penetrada por él.

Relato erótico: “Adiestrando a las hijas de mi jefe 8 ” (POR GOLFO)

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Capítulo 12

La presencia de Paula en casa añadió la dosis de picante latino que nos faltaba en nuestro día a día, dotándolo de música, risas y más variedad de sexo. Por ella resultó algo normal escuchar cumbias, merengues y reguetón por la casa,  pero también que entre la mulata y mi gordita se creara una sana y morbosa competencia.

Competencia o pique, en el cual rivalizaban a ver cuál de las dos tenía una idea más disparatada que realizar con las hermanas. Curiosamente, mientras Isabel usaba casi en exclusiva a la pequeña, Paula elegía siempre a Eva para dar rienda suelta a su imaginación. La mayoría de las veces, las ideas de esas dos eran de carácter jocoso y hasta se podía decir que las ideaban a propósito para poderse tirar a sus preferidas sin que ninguna pudiera sentirse desplazada.

Un ejemplo de esa indolora contienda establecida entre mis empleadas y amantes fue una mañana en las que Isabel me llamó para que sirviera de árbitro porque según ella, la colombiana era tramposa por naturaleza.

        ―¿Qué vais a hacer?― pregunté descojonado al verla ataviada con botas altas, unos pantalones de equitación totalmente pegados y una gorra de jockey.

―Esa zorra hispana y su montura se han atrevido a retarnos a una carrera por el jardín.

 No hizo falta que me aclarara a quien iba a montar cada una de ellas y deseando ver como habían engalanado a las dos hermanas, acepté de buen grado participar y siguiéndola por el pasillo, fuimos en busca de las otras tres participantes.

Tal y como había imaginado, la gordita se había reservado a Natalia para ella, al ver a Paula sujetando del bocado a Eva.

―Veo que habéis pensado en todo― comenté al fijarme que llevaba además de llevar una mordaza en la boca, le habían colocado un complejo sistema de correas que recorría su cuerpo el cual tras alzarle los pechos se introducía entre las nalgas para darle así una mayor apariencia de realidad.

―Si, mi señor. Como esta potranca es inexperta, la tengo que llevar bien sujeta― en plan profesional contestó la colombiana y haciendo gala del dominio que tenía sobre la rubia, con la fusta que tenía en la mano descargó un ligero correctivo sobre sus ancas.

Eva relinchó al sentir el cuero golpeando su trasero, pero rápidamente adoptó una pose orgullosa ante mí y demostrando la fidelidad y el amor que sentía por su jinete, meneó alegremente la cola que llevaba incrustada en el ojete.

«Quien lo hubiese dicho hace unos días. Está encantada con ser la mascota de la mulata», pensé mientras fijaba mi atención en Natalia.

La menor de las hermanas estaba igualmente espectacular. A los arneses que había visto en Eva se les añadía un corpiño de cuero que hacía todavía más evidente su carácter sumiso y entregado.

A su lado Isabel permanecía en silencio a que terminara mi inspección y al ver que me entretenía sacando el plugin anal que llevaba adosado la cola, comenzó a informarme de las condiciones de la carrera:

―Las jinetes tendrán que dar dos vueltas al chalet a lomo de sus monturas mientras ellas gatean sin que puedan levantarse.

―¿Cuál es el premio?― pregunté descojonado al observar la excitación que lucía en los ojos de las cuatro.

―La pareja que pierda deberá servir a la que gane durante todo el día y a modo de escarnio, la jinete vencedora sodomizará a su oponente mientras esta le come el coño a las dos yeguas.

La expresión de lujuria de las hermanas me reveló que estaban encantadas con el juego y por ello dándolo por bueno, pregunté cuando y donde iba a empezar la carrera.

―Antes debemos calentar un poco para evitar lesiones― contestó Paula mientras se bajaba el pantalón.

Como si fuera algo pactado, Isabel la imitó y ambas se sentaron sendas sillas con las piernas abiertas. Las hijas del jefe se acercaron a ellas y posando la cabeza sobre sus muslos, dejaron que sus dueñas les quitaran la mordaza para acto seguido y sacando la lengua, empezar a recorrer con una insana determinación el sexo de ambas.

Las risas de la gordita al ser objeto de las caricias de Natalia nada tenían que envidiar con los suspiros de placer que Eva consiguió rápidamente provocar en la colombiana. He de confesar que la imagen me comenzó a poner bastante bruto, pero interesado en como iba a terminar todo aquello, lo único que hice fue acomodar mi erección bajo el pantalón para evitar que me doliera.

―No sé cómo la zorra de tu hermana y la inútil de su jinete se han atrevido a retarnos― susurró Isabel al tiempo que presionaba con sus caderas la cara de su montura.

Ésta, en plan juguetón, replicó:

―Yo tampoco, mi señora. Usted es la mejor y encima ha escogido la potra más joven y atlética.

Con tono engreído y molesto, Eva contestó:

―Soy más rápida y fuerte que tú y encima Paula pesa menos. Claramente mi dueña se va a follar a la tuya.

La mulata, muerta de risa, besó a su rendida enamorada diciendo:

―Con una yegua como tú y mi señor mirando, no podemos perder. Es más, estoy tan segura de nuestra victoria que desde ahora te digo que dejaré que me prepares el culo de esa foca antes de que se lo rompa.

―¿Me has llamado foca?― aulló indignada la aludida mientras obligaba a Natalia a profundizar sus caricias atrayendo su cabeza con las manos.

―Si, delgadita mía. Te sobran al menos cinco kilos. Pero no te preocupes con la dieta de ejercicio que te voy a poner, los bajas en una semana.

Creí que esa andanada sobre su aspecto físico iba a molestar y mucho a mi secretaria, pero comprendí que Isabel no estaba acomplejada en absoluto cuando tomando sus pechos entre las manos, respondió a Paula:

―No dices eso cuando me ruegas por las mañanas que te deje a mamar de mis moles.

Los ojos de la morena brillaron intensamente al ver que su oponente se pellizcaba los pezones y lamiéndose los labios, le hizo ver que era genuina la atracción que sentía por ella. Ese gesto diluyó la tensión entre ellas y viendo que, como dos hembras en celo, se lanzaban una sobre la otra a besarse con pasión, lo aproveché para tomar a las hermanas de los bocados y llevándolas hasta donde habían dibujado la salida, les dije:

―Veis lo duro que es el trabajo de un amo… vuestras maestras se han olvidado de mis niñas y como las putas que son se entretienen entre ellas. Os propongo darles una lección. Haced la carrera y la que gane las tendrá a las dos durante una semana a su entera disposición.

Las caras de las hijas del jefe brillaron ante semejante premio y sin que yo les tuviese que explicitar que la competición seguía siendo a gatas, tanto Natalia como Eva se pusieron a cuatro patas.

―Preparadas, listas…. a correr― vociferé iniciando la competición.

Mi grito alertó a las otras dos de lo que ocurría y llegando hasta mí, me preguntaron porqué las había hecho correr solas a sus mascotas. He de confesar que me sorprendió comprobar que lejos de mostrarse contrariadas con el cambio que había introducido en su plan, se lo tomaron a bien e incluso mostraron abiertamente sus preferencias.

―Va a ganar mi puta. Es mucho más ágil que Eva― comentó Isabel mientras se ponía a jalear a la morenita.

―Te equivocas, vamos a tener que obedecer a mi zorrilla durante una semana porque tiene mucho más fuelle y se cansará más tarde― replicó Paula mientras se ponía a aplaudir a la mayor de las hermanas.

Como arbitro imparcial de la contienda, confieso que me daba igual la que ganara y que tampoco tenía una favorita. Por ello, la salida de Natalia al sprint me consiguió engañar al llevarle a la rubia al menos tres cuerpos a la mitad de la primera vuelta.

―A tu jaca le pesa el culo y va a perder ― comentó eufórica mi secretaria al ver que en la meta su preferida seguía ganando por bastante a Eva.

«No lo tengo tan claro», pensé hipnotizado con el bamboleo de los pechos de las participantes al gatear, ya que durante esa última parte la menor de las hermanas había perdido bastante de su ventaja.

La que no albergaba duda alguna sobre quien iba a ganar era Paula, la cual estaba segura de que su patrocinada iba a conseguir remontar y alzando su voz, le pidió un esfuerzo diciendo:

―Cariño, ya la tienes. Un esfuerzo más y podrás abusar de Isabel durante siete largos días.

La rubia al escuchar a su maestra fijó la mirada en el trasero de su hermana y se obligó a marcar un ritmo superior al de ella, de forma que se iba reduciendo la distancia entre ellas cuando de pronto desaparecieron por segunda vez tras la casa.

Observando de reojo a Isabel y a la colombiana, supe que ambas estaban excitadas con lo ajustado de la carrera y que ninguna de las dos tenía la plena confianza sobre la ganadora y por ello mientras estaban esperando que salieran no hacían más que picarse entre ellas diciendo como una iba abusar de la otra usando a su preferida.

―Creo que las hermanitas han decidido lo contrario― comenté al ver que aparecían por la vereda al trote, sin prisas y lo que es más importante, sin competir entre ellas.

―Zorra, ¡corre! ¡Todavía la puedes ganar!― gritó Paula a Eva.

La rubia sonrió al escuchar a su patrocinadora, pero lejos acelerar redujo su velocidad y alzando sus patas, marcó su paso con elegancia. Natalia no solo la imitó, sino que demostrando que se habían aliado en contra de sus maestras sacó la lengua a mi secretaria mientras feliz relinchaba.

―¡Debes cancelar la carrera! ¡Están haciendo trampas!― alzando la voz y sintiéndose burlada se quejó mi gordita.

―No solo eso, ¡debes castigarlas por desobedientes! ¡Eso no es propio de buenas sumisas!

Despelotado de risa, contesté:

―Tampoco el quejarse ante su amo.

Tanto mi secretaria como la mulata palidecieron al comprobar que ya había fallado a favor de las hermanas y por eso se mantuvieron en silencio mientras cruzaban la meta. Las hijas de nuestro jefe con una sonrisa de oreja a oreja llegaron a mí y con tono travieso, reclamaron su premio.

Viendo el cabreo de la mulata y de mi secretaria, ni lo dudé y accediendo a las pretensiones de las muchachas, les otorgué poder sobre sus maestras durante el tiempo prometido.

Dando saltos de alegría, Natalia y Eva demostraron su satisfacción mientras las otras dos se iban encabronando por momentos.

―Mi señor, ¿entonces podremos hacer uso de ellas indistintamente y cómo queramos durante una semana?― preguntó la pequeña.

―No― desternillado respondí: ― Sería injusto, seréis las dueñas absolutas de una de las dos.

―Entonces, elijo a Isabel― ingenuamente contestó Natalia.

Corté de plano la satisfacción de la gordita, soltando una carcajada y sin dejar de reír,  le hice saber que hubiese permitido eso, si hubiesen ganado justamente, pero dado que habían hecho trampas, yo elegía la distribución de las parejas.

―Paula te obedecerá a ti y la puta con kilos de más a Eva.

Isabel bufó cabreada al escuchar el modo en que me había referido a ella, pero tragándose el orgullo y sin elevar el tono de su voz, me replicó:

―Aunque a veces no lo entienda e incluso me parezca injusto, lo que mi amado dueño y señor decida, yo lo obedeceré.

Tras lo cual, con gran teatralidad se arrodilló frente a la mayor de las hermanas adoptando la postura de esclava de placer y le dijo:

―Señora, mi amo me ha entregado a usted y mientras no me reclame de vuelta, soy su humilde esclava… ¿en qué puedo servirla?

Asumiendo que esa rendición melodramática escondía una velada crítica a mi persona, no pude ni quise quejarme porque el deber de una sumisa no es estar de acuerdo con su dueño sino el acatar sus órdenes sin rechistar y eso fue lo que Isabel había hecho.

La mulata imitó a su compañera y cayendo postrada ante Natalia, a regañadientes aceptó su autoridad diciendo:

―Como humilde sierva de mi señor acepto su voluntad y me pongo en manos de quién él decida.

Implícitamente, Paula estaba reconociendo que no le gustaba esa decisión y recordando el comportamiento racista que había tenido con ella lo comprendí plenamente. Ese menosprecio no pasó inadvertido para la chavala, pero lo raro fue que lejos de enfadarse, Natalia se lo tomó a cachondeo y señalando la entrepierna de su hermana, le dijo muerto de risa:

―Ves esa almeja paliducha, quiero que le saques todo el jugo.

A la mulata le extrañó que la morenita no quisiera abusar de su nuevo poder y sin llegárselo a creer, se agachó ante Eva y dio un primer lametazo entre sus pliegues mientras su nueva dueña le comentaba que se lo tomara con tranquilidad porque tenía una semana para disfrutar de raciones extra de conejo.

Esa amenaza provocó una reacción doble en Paula. Por una parte era evidente que le hubiese apetecido caer en manos de la mayor, pero al escuchar a la pequeña insinuar que la iba a obligar a degustar su coño, algo en ella hizo crack y contra su voluntad sintió que su sexo se anegaba.

Esa imprevista calentura se hubiese visto quizás cortado de cuajo si hubiese advertido que Natalia se estaba atando un arnés a la cintura mientras ella daba buena cuenta del flujo de su preferida.

―Putita, me encanta que seas tú quien me lo coma primero― oyó a Eva decir.

Esa frase sonó a música celestial a los oídos de mi dulce negrita y con el corazón a mil por hora, se lanzó en picado a complacer a la que consideraba su mascota sin saber que al cabo de un par de segundos la pequeña de las dos se iba a acercar a ella por detrás.

―Para ser tan negra, tienes un buen culo― a modo de advertencia Natalia le dijo mientras usaba sus manos para separarle los cachetes y antes de que pudiera prepararse, de un certero pollazo, clavó los veinte centímetros de grueso plástico que tenía adosados en el interior de su coño.

Afortunadamente ese trabuco halló su sexo ya parcialmente lubricado porque de no haber sido así, esa violenta incursión podía haberle provocado daños mas graves que el dolor que la taladró al absorber ese ataque.

―¡Hija de tu puñetera madre! ¡Me has hecho daño!― gritó indignada.

Esa queja produjo el efecto contrario. Si bien había sido proferida para hacer notar su descontento y que tuviese cuidado, lo que realmente hizo fue azuzar el morbo que le daba a Natalia el follarse contra su voluntad a Paula y acercando su boca al oído de esta, le recordó que el día que las presenté, la colombiana no solo la había golpeado, sino que había abusado de ella.

―Te lo merecías, ¡puta!― respondió la de Cartagena.

        La joven soltó una carcajada al escuchar ese renovado insulto y girándose hacia mí, con los ojos, pidió mi permiso para educarla.

        ―Es tuya durante una semana― fue mi respuesta.

La piel cobriza de Paula perdió parte de su color al escucharme. Pero se volvió fantasmagórica a continuación al sentir el brutal escozor de una imprevista nalgada en su trasero mientras oía a su oponente:

―Gracias, mi señor… ¡se la devolveré sin daños permanentes!

Temiendo por su integridad al saber que estaba sola ante ella y que en modo alguno podía enfrentársela, se abstuvo de quejarse por mucho que le jodiera ese azote. Lo que reconozco que no esperaba fue que Eva se contagiara del espíritu vengativo de su hermana y tomando de la melena a Isabel, la pusiera a cuatro patas frente a mí.

―Demuestra que sabes mamar, además de hablar― le soltó con tono duro.

Mi querida y fiel gordita sonrió al ver el bulto de mi pantalón y acercando su boca, bajó mi bragueta tirando del mecanismo con los dientes. Ni que decir tiene que para entonces y después de tanto tiempo ejerciendo de mirón, mi pene estaba duro y listo para recibir sus caricias. Caricias que no tardé en experimentar porque abriendo sus labios en plan goloso Isabel se lo metió hasta el fondo de su garganta.

Apenas se lo había incrustado cuando de pronto y sin previo aviso, Eva la empaló usando un enorme cipote de plástico que había sacado del armario.

―¡Dios!― aulló pensando que le había rasgado por completo el ojete.

He de decir que personalmente sentí pena de mi secretaria al observar el diámetro que le había insertado en el culo.

«¡Qué animal!», murmuré para mí justo antes de ver que cogiendo otro todavía mas grande se lo metía en el coño.

Todavía no me había repuesto de la sorpresa cuando a mi lado escuché otro grito igual de desgarrador y al girarme, de pronto descubrí que Natalia había premiado a la mulata con el mismo tratamiento.

La perversión de las hijas del jefe no quedó ahí y cambiando de posición a sus víctimas, las pusieron una al lado de la otra y las obligaron a que cada una se dedicara a forzar a su compañera con los dildos que tenía insertados.

Tras observar que tanto Isabel como Paula seguían fielmente sus instrucciones y que ambas estaban siendo violadas por sus dos agujeros, sonriendo las hermanitas se giraron hacia mí y que al unísono me dijeron:

―Ahora que estas dos guarras están ocupadas, ¿podemos sus niñas mimarle a usted?

Despelotado asumí que había creado dos monstruos,  monstruos sumisos que preferían ser mías a actuar en plan dominante. Y por eso, ¡accedí!

-Venid a mí, zorritas.

Las hijas del jefe se lanzaron a mis brazos llenas de felicidad.

Relato erótico: “Para mi chica, promesa cumplida” (POR JAVIET)

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Madrid, Sábado, Junio 2012, Glorieta de Bilbao.

Habíamos quedado para charlar, yo entraba a trabajar de noche y me presentaba a la cita con mi mochila Gris a la espalda, llevaba puesto un pantalón vaquero oscuro y una camiseta deportiva de color azul, recuerdo que llegaba pocos minutos tarde y te llamé por teléfono para avisarte, me dijiste que estabas en la terraza cercana al Café y té, en ese momento cruzaba la avenida y mis ojos te distinguieron, mi vista se deleito con tu figura sentada cien metros antes de llegar a tu lado.

Llegué por detrás de ti, fijándome en cómo te había quedado el corte de tu pelo rubio claro, te lo habían dejado tipo “marine” me lo habías contado por teléfono pero no había llegado a ver hasta ahora, la verdad es que te favorecía bastante pues dejaba al aire esa nuca tan sensible y esas orejitas que tantas veces he besado, mi intención era soplarte en la nuca para darte una sorpresa pero te volviste justo a tiempo para verme, levantándote asombrada de la silla dijiste:

– No me hagas eso, sabes que no me gusta en público.

– Vale cielo, – Pensé ¡ya empezamos mal! pero dije-cálmate solo era una pequeña sorpresa.

– Ya, pero sabes que no me gusta, ¿Qué tal estas?

Me senté a tu lado en la terraza, estabas tomando una coca, pedí al camarero mayor y regordete lo mismo para mí, charlamos de cómo nos iba la vida mientas a nuestro alrededor pasaba la gente, tu y yo enfrascados en una charla bastante amigable después de… ¿cuánto tiempo de no vernos? no lo sé y no quiero recordar malos tiempos, solo sé que lo nuestro falló y nos dimos una pausa, algo que nos permitiese aclarar las neuronas y decidir si queríamos seguir juntos nuestro viaje por esta vida, aunque jamás dejásemos de llamarnos por teléfono.

Estabas guapa “Mi Dulce Susy” tu cara delgada sin las gafas sigue atrayéndome y desearía besarte, pero miro tu ropa y tu figura mientras hablas, vestías una camiseta de tirantes de dos dedos de ancho de color blanco ocultando tus bonitos pechos sin sujetador, en la parte de abajo un pantaloncito vaquero corto, de color azul muy pálido y cerca de ti tu inseparable bolso blanco, enseñabas orgullosa tus firmes piernas aun sin broncear así como tus brazos algo pálidos, ya que en esa época empezaba a hacer calor pero no demasiado para esta ciudad, un fugaz recuerdo de mejores tiempos me pasó por la cabeza recordándote bronceada y muy sexi con solo la marca clara del tanga, pestañee carraspeando para volver a la realidad y concentrarme en lo que decías, pero fue un simple cambio de perspectiva ya que puse mi atención en tus bonitos labios, lo siento nena pero me perdí la mitad de tus frases en mi mundo de recuerdos.

Mientras hablabas recordaba tus besos que acababan en un mordisquito, ¿pensabas que me molestaba? no cielo aquello siempre me hizo pensar que me marcabas como algo tuyo y solo tuyo, yo lo aceptaba como tu marca de propiedad, fue una pena que durante nuestra relación dejáramos tantas cosas sin decirnos.

Tardé unos minutos pero volví a la realidad, ¿recuerdas? un rato después comenzamos a charlar mas animadamente, nos quedamos en aquella terraza casi dos horas y eso si que es sacarle partido a dos coca-colas, entretanto note como te relajabas volviendo más amena la conversación, quería oírte reír de nuevo así que me centré en conseguirlo.

Cuando nos levantamos de la mesa paseamos un poco, yo no entraba hasta las 23:00 y te lo dije, así que podíamos usar la tarde para estar juntos, callejeamos un poco y nos dimos el primer beso, añoraba tus abrazos y tu boca, necesitaba respirar tu perfume, sentir tu calor a través de nuestra ropa, te separaste mirándome y dijiste:

– He de volver a la oficina, quiero darte un regalo por tu santo, pero lo tengo allí.

– Iremos donde quieras, tenemos tiempo de sobra.

Dicho esto nos encaminamos a la oficina donde trabajas, recuerdo que apenas nos cogíamos de la mano pues aprovechaba para mirarte la cintura y tu bonito culo, esa cintura que sabias que me encantaba y lo sigue haciendo, esa línea de piel de un dedo de ancha entre tu pantalón y la camiseta me atraía como un imán, tu cuerpo es firme y tu silueta es delgada pero atlética, tu firme culito me encanta como siempre, desde el primer dia que te vi me gustaste y lo sigues haciendo.

Llegamos al portal de la oficina y mientras abres la puerta, me quedo mirando alrededor buscando donde esperarte, me dices que te acompañe y tras unos instantes de duda lo hago, te me arrimaste mucho en el ascensor y te di un rápido beso pues enseguida llegamos, usando tus llaves entramos en el recibidor y levantaste la voz saludando pero nadie te contestó, me pediste que te siguiera y recorrimos la planta completa hasta llegar a la sala de juntas, allí había un proyector con su pantalla desplegada al fondo y una mesa ovalada de madera, recuerdo que había unas diez sillas y en las paredes algunos cuadros, la habitación era interior y cuando estuve dentro apagaste la luz quedándonos en una medio penumbra.

Te acercaste y me cogiste de la camiseta acercándome a tu cuerpo mientras me besabas en la boca, reaccione a la sorpresa y colabore en el beso mientras nos abrazábamos ajenos al calor de la habitación, al separar nuestras bocas dijiste:

– ¡yo soy tu regalo! Tonto que eres un tonto, te tengo unas ganas…

– Y yo a ti cielo…

Recuerdo que hablamos poco en los siguientes minutos, nuestras manos competían en una carrera por bajarnos los pantalones, me quite la camiseta y la tire sobre unos documentos, levante la tuya agachándome a besar tus pechos comprobando que los pezones seguían tan sensibles como recordaba, tus gemidos resonaban en la habitación mientras con las manos sujetabas mi cabeza contra tu pecho, estabas contra la mesa y te deje caer suavemente hacia atrás quedando tumbada en ella, así que solo te ayude a subir un poco tu firme culete en ella, quedándote con las piernas abiertas ante mi diciendo con voz febril:

– ¡Cómeme el coñito!

¡Dios mío! Como deseaba oírte decir esa frase de nuevo, naturalmente no me hice de rogar y me deje caer de rodillas, poniendo la cara entre tus muslos y sujetándote las piernas con mis manos, no debías tener pensado lo que ocurriría pues no te habías afeitado el chochete, a mi sinceramente no me importó demasiado pues tenía hambre atrasada, lamí abriendo tus labios externos, metí allí mi lengua ansiosamente recorriéndola mientras tu suspirabas, pegue mis labios a tu clítoris y chupe mientras hacía temblar la lengua contra el botoncito, no tardaste mucho en apretarme la cabeza con tus muslos a la vez que agitabas las caderas, note el sabor de tu corrida en mi boca pero solo afloje el ritmo un instante mientras levantaba la cara mirándote.

Desde mi punto de vista veía tu clítoris y tu vientre plano, algo mas allá el ombligo con el piercing y tus pechos de tensos pezones, la respiración aun agitada los hacía parecer dos montes moviéndose y entre ellos, algo más lejos tu rostro mirándome con la boca entreabierta, recuerdo grabado en mi mente, como la luz que entraba por la puerta proyectando luces y sombras sobre tu cuerpo.

Vuelvo a lamerte, estas hecha un lago cariño mío, tu cuerpo se estremece bajo mi lengua hasta que me dices:

– Métemela dentro.

Me incorporo e intento meterte mi verga el tu rajita, pero estoy a media erección por los nervios, la paso por los labios frotándotela y me apartas un poco bajando de la mesa sin decir nada, te la metes en la boca y me chupas, ¡hostia put..! cuanto tiempo sin notar tu boca cariño, recupero la erección enseguida pero sigues unos minutos más, te separo y te vuelves a subir a la mesa sin prisas exhibiéndote un poco, me coloco entre tus piernas y suavemente entro en tu chochete, ¡está caliente! Y se abre a mi paso, noto las paredes mojadas rodeándome mientras inicio el viejo vaivén del mete y saca, siento como me aprietas con tus contracciones vaginales, te acaricio los pechos mientras follamos a media luz, golpeo con mis muslos el borde de la mesa mientras me hundo en tu cuerpo sin pausa, sudamos a la vez que gozamos, es la hostia de excitante pues veo tu cuerpo medio brillar mientras jadeas de placer.

Hago que te incorpores y me abraces levantándote en vilo, durante un minuto estas empalada en mi miembro sin tocar el suelo y abrazada a mí que no paro de mover las caderas, giramos un poco y te desclavas apoyándote en la pared y sacando el culete, me sitúo detrás de ti e inserto de nuevo mi verga en tu coñito desde atrás, mientras te penetro y recupero el ritmo a la vez que te acaricio los pechos, gimes de nuevo acompañándome con tus movimientos, nuestros cuerpos chocan sin parar mientras te follo con ganas y el sonido hace el momento más excitante, te miro y quiero guardarte en mi memoria así entregada, gozando en la media penumbra de este despacho, gozas y jadeas mientras te tiemblan las piernas, siento que te has corrido de nuevo y te sujeto para que no caigas mientras salgo de ti.

Te ayudo a volver a la mesa tumbándote sobre ella, coloco un rollo de planos o carteles ¿qué se yo? bajo tu cuello para que haga de almohada, te miro y estas como siempre preciosa tras correrte, me inclino sobre ti acariciándote las pezones con mi polla contra tu húmeda rajita, leo en tus ojos que me quieres dentro de ti y empujo suavemente diciendo:

– Te quiero susy.

– Yo también. –Dices.

Vuelvo a estar dentro y se repite la sensación de calidez, me aprietas el miembro en tus entrañas según se mueve, el ritmo aumenta pero no te suelto los pechos y mientras agitas las caderas, es un movimiento suave que se va volviendo frenético poco a poco a la vez que acelero hundiéndome en ti, en breve el ritmo y los jadeos se hacen más fuertes, sabes que me voy a correr me conoces de sobra y sabes que ya no voy a aguantar mucho mas, noto tus ojos mirándome pues no te quieres perder mi corrida, mi mano derecha abandona tus pechos y aprieta tu clítoris sin dejar de meterte mi rabo, estas empapada de flujo y sudor mutuo, siento que me corro y te lo digo me pides que siga y me corra, saco el miembro y me doy un par de meneos contra tu clítoris antes de eyacular contra él, gimes y te retuerces mis chorros calientes empapan tu vientre, vuelvo a meterte la verga y doy unos vaivenes de propina mientras te veo gozar.

Cierro los ojos dejándome caer sobre tu cuerpo, respiramos juntos después de mucho tiempo un “te amo” se queda en el aire al ser dicho flojito, ajena a nuestros empapados vientres que se frotan entre espasmos de placer, la física sigue su curso y por tus caderas resbalan hilos de semen, que forman un charquito blanco en la madera de la mesa uniéndose al que baja desde tu chochete por el surco de tus nalgas.

¿Recuerdas “mi Dulce Susy” que nos levantamos y fuimos al servicio a asearnos? recuerda como nos limpiamos con papel higiénico tras lavarnos un poco, salimos de allí un buen rato después abrazados y felices, fuimos a otra terraza y tomamos otras dos coca colas y un par de bocatas, el tuyo de calamares y el mío de panceta, en la mesa de al lado había un invidente con un perro guía, un labrador negro según recuerdo.

También recuerdo que una hora después tuvimos una medio discusión de nuevo, pero afortunadamente aquel enfado tonto se resolvió enseguida, después te acompañe a casa ya más tranquilos y nos despedimos con un beso.

————————————————

A principios de Julio me pediste que escribiera algo de ese encuentro, te dije que lo haría y aquí lo tienes, aunque debes recordar que tu ya has aparecido en otros relatos míos como secundaria, la protagonista de la serie “la asaltacunas” eres ¡TU! físicamente quiero decir, en la descripción del personaje y su carácter fuerte, no en la descripción de sus hechos y sucedidos en los relatos.

Aquella tarde puede que tú echaras un polvo, yo le hice el amor a la mujer que amo.

Un beso.

Relato erótico: “Me hicieron más putita en una noche de fetiches” (POR ROCIO)

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Hola queridos lectores de PORNOGRAFO AFICIONADO me llamo Rocío y soy de Uruguay. Tengo 19 y un cuerpo en forma de guitarra que me ha causado varios problemas. Como comenté en mis otros relatos, mi mejor amiga y yo somos las putitas de un grupo de ocho hombres maduros, compañeros de trabajo de mi papá. Yo para evitar que mi padre fuera echado de la empresa donde trabaja, ella para evitar ser denunciada.

Si bien en mis otros relatos he comentado cómo fui deshaciéndome de mis barreras mentales al exponerme a distintos tipos de guarrerías, desde orgías con viejos, tatuajes, perforaciones, zoofilia, lesbianismo y hasta, armada con un arnés, dar por culo a un hombre, la vida no tardaría en revelarme más sorpresas. Pronto sacaría a la luz mi vena dominante y encontraría un cornudo hombre casado dispuesto a ser mi esclavo con el permiso de su esposa. Mi primer beso negro, hacer pajas con mis pies y hasta una lluvia dorada estaban aguardándome en lo que sería otra noche de sexo duro y extremo.

Nuevamente, trataré de ir por partes. Porque antes de dar mis primeros pasos como Ama, aún debía sufrir los embates de ser una esclava a merced de viejos pervertidos.

Tras haber prácticamente violado al señor López con un arnés, sabía que el cabrón se vengaría de mí a la primera oportunidad que tuviera. La noche luego de que lo sometiera, él y sus trajeados compañeros me cercaron nada más yo y mi amiga Andrea ingresamos a su casa.

De manera poco cortés me llevaron de brazos hasta la mesa de la cocina mientras que otros hombres se llevaban a Andy a la sala, mucho más delicadamente he de agregar. Me acostaron boca abajo sobre la mencionada tabla, y antes de que pudiera protestar por la brusquedad con la que era sometida, me esposaron las manos a la espalda y además me cegaron con una pañoleta negra; tenía ya un olor asqueroso de semen reseco por la falta de lavado.

Estaba muerta de miedo y de excitación. Debo confesar que me vestí con faldita y blusa muy cortitas, ceñidas y sugestivas para mostrarles de manera disimulada mi deseo de ser poseída por ellos; visto lo visto, parecía que estaba funcionando.

—Uff, señoressss… ¿por qué las esposas? —me retorcía lentamente para disimular.

—Es para que no vuelvas a arañarme como la última vez, putón. Mi señora ha visto las marcas —creo que era don Adalberto. Es que me suele tratar muy duro y en una ocasión lo rasguñé.

—¡Auuuchhh! —alguien remangó mi faldita por mi cintura y me dio una fuertísima nalgada que resonó por la sala—. Perdóooon, ¿pero no podéis ser más gentiles?

—Vamos a probar con cuatro dedos hoy, marrana —bajó mi braguita hasta la mitad de mis muslos—. Ya va siendo hora de seguir dilatando tu esfínter.

—¡Jo! —alguien me metía mano y hurgaba en mi capuchón para acariciar mi clítoris —. Parece que a alguien le está gustando mucho y está encharcándolo todo, ¿te pone que te traten duro, Rocío?

—¡Uff, no es verdad! —mentí.

—¡Toma cachetadas, cerda!

—¡Auuchh! ¡No hice nada malooo… Ah, ahhh, aaaahhhh!

Casi todas las noches mis amantes me entrenaban la cola para que algún día pudiera albergar pollas y puños por igual. Eso sí, durante esos “entrenamientos” yo solo era follada por dedos. Primero con uno, que con el correr de los días fueron aumentando de cantidad conforme mi culo se hacía, según ellos, más “tragón”. He llegado a soportar en un momento dado hasta cuatro dedos entrando hasta los nudillos, pero con “soportar” me refiero a que me tenían llorando y retorciéndome de dolor sobre la mesa de la cocina hasta desmayarme.

Esa noche no sería excepción.

—¡Cuatro dedos, miren cómo se lo traga el culo de la hija de Javier!

—¡Qué gracioso es ver cómo contrae sus nalguitas!

—¡Es porque le estoy haciendo ganchitos en el ano! ¡Miren, voy a izarla!

—¡Aaagghhh, bastaaaaa, me voy a morrrriiiiiir!

—Deja de zarandearte, zorrón, que te vas a rajar la cola—escupió rudamente otro—. Venga, traga mi verga.

—¡Mmmfff!… No gracias, ¡paso!

Alguien me agarró del cabello y calló mis gritos con un pollazo hasta la garganta que hizo retorcerme aún más. Con mi boquita siendo follada bestialmente no tenía muchas chances de decirles que me estaba a punto de desmayar del gusto.

—¡Espereeeeen!… —zarandeé mi cabeza para librar mi boca—, ufff, ¡tiempooo, denme tiempoooo!

—¿Quién puta te crees que eres, niñata? —y volvió a clavármela hasta la garganta.

—Un día de estos cargaremos champagne en tu culo y te pasearás de asiento en asiento para darnos de beber, ¡jajaja!

No pude evitarlo más. Con tan duras palabras, mientras sentía el glande empujando mi campanilla y los circulitos que hacían esos dedos dentro de mi culo, arqueé mi espalda y dejé de contenerme para mi vergüenza total. Me corrí fuertísimo, mojé la mesa, y los infelices, lejos de apiadarse de mí, siguieron dándome con todo.

—¡Puta guarra!

—Quién diría que un día veríamos a la hija de Javier correrse como una puerca tan rápido.

Me revolvía como loca sobre la mesa, creo que tiré algún plato que no retiraron. Una vez que el viejo se corrió brutalmente en mi boca, dejaron de meterme dedos en la cola. Ni siquiera habían pasado cinco minutos y ya estaba agotadísima y vencida por el miedo y la excitación, con el semen escurriéndoseme de mi boca y nariz, tratando de recuperarme y soportar el maltrato anal al que me sometieron.

—Miren cómo quedó el culo, ¡por dios!

—Madre mía, fíjense bien, se le ven las tripas…

—Voy a abrirle las nalgas, quiten unas fotos, vamos.

—Ugggh… me dueeleeee… ¡siento que no puede cerraaaar!…

—A callar, o te meteré mi polla y orinaré adentro, cerda.

—¡Me habéis destrozado la cola para siempre, imbéciles!

—¡Exagerada!, el día que te folle con mi puño tal vez te lo destroce, pero por cuatro dedos…

Cegada y apresada como estaba, me arrancaron mi braguita de un tirón y alguien se encargó de quitarme la falda, dejándome solo con mi blusita ceñida. La vista bien podría ser asquerosa o deliciosa para según qué ojos: mi coñito rojo, depilado (aunque ya se sentía ligeramente el vello creciendo), hinchado y caliente pidiendo guerra, y mi culo aún abierto, revelando mi interior y sin muchas ganas de cerrarse.

Como había dicho, tenía ganas secretas de que me hicieran suya, pero lo cierto es que esos viejos me veían como un juguete roto desde que me hicieron tener sexo con los perros de su jefe. No sé si era por estar ovulando, pero me sentía muy necesitaba de afecto; sin novio ni pretendientes en mi vida, necesitaba sentirme deseada y por ello me había vestido más ligeramente para ver si podía obtener un poco de cariño de parte de esos maduros.

Podía oír a Andrea siendo cepillada en la sala; me ponía como una moto, ¿por qué a ella sí le follaban y a mí no? Mientras escuchaba cómo quitaban fotografías de mi vejado ano, arqueé mi espalda para el deleite de ellos y con voz rota emití unos gemidos sensuales; quería que me hicieran su putita como en los viejos tiempos.

—¿Qué pasa? ¡La nena quiere marcha otra vez!

—Señores, lo último en el mundo que quiero hacer es follar con viejos asquerosos como ustedes —mentí—, pero si para que mi papá siga en vuestra empresa tengo que hacerlo, lo haré… así que adelante…

—Ya veo por qué has venido con ropa tan cortita y ceñida. Sinceramente, me da cosas meter mi polla en el mismo agujero por donde la mete un perro… Así que paso.

—¡Yo también paso, lo siento, Rocío! ¡El culo o nada!

—¡Imbéciles!, ¿no les da vergüenza hablarle así a una chica?, hasta esos perros son más caballeros que ustedes…

—¡Pues está todo dicho, Rocío!

Alguien tomó un puñado de mi cabello y levantó mi cabeza para apresar mi cuello con un collar que lo sentí metálico. Intenté protestar y zarandearme pero fue misión imposible. Me levantaron de la mesa y, de un brazo, me llevaron al jardín para encadenarme a un poste en el centro de lugar.

—Traeré a los dos perros, esos tan “caballerosos”, para que te tranquilices.

—¡Bastaaaa, no quiero perros, quiero hombressss!

—¡Ja! ¿Yo te quitaré las esposas, putita, así vas a poder guiar la polla del perro afortunado para que te monte bien.

Libre de esposas y de pañoletas, me arrodillé y abracé la pierna del primer madurito trajeado que tuve en frente.

—Ufff, perdóoon, me portaré bien, ¿síii? Quiero volver a la sala… ¡Quiero estar con humanos!

Pero no me hicieron caso; encadenaron a los dos bichos al mismo poste y no tardaron los canes en lanzarse a por mí. Los maduros se alejaron riéndose a carcajadas mientras los animales empezaban a lamer mi coño y dilatado culo con ganas.

La verdad es que, calentísima como estaba, me resigné y pensé que no me caería mal montarme de nuevo con uno de esos perros. Total que ya lo había hecho varias veces; ya estaba emputecida. Así que me puse de cuatro y me sostuve fuerte del suelo, empuñando el gramado y poniendo la cola en pompa: el labrador fue más rápido y logró montarse, pero yo quería al dóberman porque folla más duro, así que me zarandeé para que se saliera de encima y viniera el can deseado.

No tenía fundas y podía rasguñarme, pero podría soportar el dolor con tal de recibir carne. Llevé mi mano bajo mi vientre, y tras guiar su caliente polla hasta mi anhelante grutita, yo y mi amado dóberman nos la pasamos entre caderazos violentos por un espacio de no menos de quince minutos. En lo posible, me buscaba el clítoris para acariciarlo.

En medio de mis chillidos de placer, noté con los ojos lacrimosos que alguien entraba al jardín. Quise aclararme la mirada pero repentinamente grité de dolor porque el bicho me dio una arremetida feroz; me la clavó hasta el fondo porque estaba por correrse. Lo sentía, yo ya me había venido en dos ocasiones durante esos quince minutos pero el muy cabrón tenía mucho aguante y seguía dale que te pego. Para colmo, cada embestida suya me sacudía y las tetas me dolían de tanto zarandearse. Tal vez debí haber elegido al labrador:

—¡Cabróoon!… ¡Auuuchhh! ¿Es que no te vas a cansar nuncaaaa?

Imprevistamente escuché un carraspeo femenino: era la señora Marta quien había ingresado al jardín, fumándose un cigarrillo, mirándome con una sonrisita. A ella no parecía molestarle mucho la orgía que estaban montando los hombres en su sala con mi amiga Andrea.

De cuatro patas como estaba, me acerqué a ella para besar sus pies, y aunque me costó llegar hasta allí debido a que el perro me abrazaba fuerte y además estaba trancado en mi grutita, conseguí cumplir mi cometido y lamí con esmero, metiendo lengua entre los dedos de la madura y chupándolos con fruición, sosteniéndome fuerte del gramado para no caer debido a las embestidas del can.

—Hola vaquita —dijo Marta.

—Ufff… Señora Marta…

—¿Desde hace cuánto que estás follando con mi perro, marrana?

—¡Ahhhgg dios!, por favor señora… su perro me va a matar y no puedo escaparmeee… ellos tienen la llave del candado de mi cadena, quiero salir de aquíiii… —mentí en eso de que quería salir, tenía una imagen de chica decente que mantener.

—Pues se ve que lo disfrutas, vaquita. Y mi dóberman también, ¡todos contentos!

—Por favoooor, está que no paraaaaa… Quiero volver a estar con humanos, ¡ahhhh! Mierdaaa… ¡No puedo estar toda la vida cruzándome con un maldito perroooo!

—Pues parece que estás en aprietos. No tienes novio, y ninguno de los hombres desea estar junto a ti desde que llegó Andrea. No les culpo, su cuerpo es escultural y nació para el sexo. Tú, en cambio…

—¡Uff! ¡Eso es, necesito un novio, señora Marta! ¡Ahhh! ¡Alguien que me trate bonito, no como esos cabrones!

—¡Jaja! Pues si quieres, te puedo conseguir una especie de… “novio” que te trate como a ti te guste. ¿Qué dices? ¿Nos vamos a visitar a una amiga mía?

—Qué clase de… ufff… ¿qué clase de amiga?

—Se llama Elsa. Hace tiempo que me viene preguntando por alguna mujer u hombre que quiera tener a su marido como esclavo, y me parece que es buen momento para tú tengas uno. Para que vayas practicando cómo ser una Ama.

—¿Tiene usted una amiga que ofrece a su marido como esclavo?

—Sí, el problema es que casi nadie quiere a un esclavo casado y con edad, pero bueno eso no te importará a ti, ¿verdad?

No pude pensar mucho más al respecto, el perro empezó a tirar su maldita e interminable leche dentro de mi coñito, lo sentía disparando sin cesar y me pareció la cosa más rica que había sentido en toda la noche. La señora me vio poner una cara rarísima, arrugando mi expresión y perdiendo el control de mi quijada: suelo ser así cuando me corro. Era deliciosa la sensación de tener la tranca del perro dando fuertes pulsaciones dentro de mí, hinchándose, hirviendo, vaciándose todo en mi interior. Sí, me corrí como una perra a los pies de esa mujer, ya no me importaba que me miraran mientras me llegaba siendo montada por un animal, podría hacerlo en medio de una plaza o incluso en la calle a la vista de desconocidos; ya estaba convertida en una putita hecha y derecha, y me importaba un pepino lo que las personas pensaran de mí. Me había convertido en una cerda.

—¡Noooo pareees bichoooo!

—¿Te estás corriendo mientras te hablo, vaquita?

La señora se acercó a mí y se inclinó para tomar de mi mentón; inmediatamente abrí mi boca creyendo que iba a escupirme, pero aparentemente solo quería ver mi rostro corriéndose viciosamente:

—Estaré en la sala. Cuando el perro se desacople de ti, múgeme y vendré a quitarte la cadena para irnos a la casa de mi amiga.

Me retorcí frente a ella mientras el dóberman volvía a clavármela un poco más. El animal me abrazó fuertísimo, como no queriendo que me escapara de su verga, y me corrí otra vez; ni siquiera fui capaz de decirle “Sí, señora Marta” a la mujer, solo salió un mascullo inentendible propio de una poseída.

Varios minutos después, cuando el can por fin se salió de encima, me acosté sobre el gramado, muerta de gusto, tratando de averiguar qué tipo de perversiones me deparaban el resto de la noche: ¿Una mujer me iba a regalar su marido para que fuera mi esclavo? ¿Para qué querría yo un esclavo? ¿Podría tener yo un esclavo, siendo a la vez una putita propiedad de ocho viejos pervertidos? Pero sinceramente, la necesidad de estar con un hombre cariñoso me ganaba terreno; harta de perros, pensé que tal vez debería aceptar su oferta. Además, la idea de ser “Ama” me tenía en ascuas, desde siempre he sido dominada, ya venía siendo hora de ser yo quien llevara algunas riendas.

El labrador, que aún no me había follado, quiso venir a por una tanda de “su perrita”, pero yo ya estaba hecha un desastre, con el semen goteándome sin parar de mi adolorido coño, escurriéndose por mis muslos y goteando en cuajos hasta el suelo inevitablemente. No tardé en mugir como una maldita vaca para que la señora entrara de nuevo en su jardín y así pudiera apartarme del bicho calentón. Vino con la llave de mi collar en una mano y su temida fusta en la otra.

Los perros se asustaron al ver que ella blandió su arma al aire y se alejaron mansos. Y yo suspiré aliviada, abrazándome a sus piernas para agradecerle su salvación:

—¡Uff! Vayamos a buscar a ese esclavo, señora Marta…

—¡Qué vaquita más puerca! —dijo inclinándose hacia mí para darme un fustazo en las nalgas.

—¡Auuchhh! ¡No he hecho nada malo!

—Vaquita, más vale que te des un buen baño hasta que dejes de chorrear la leche de mi perro. Como vea una manchita en el asiento de mi coche lo vas a limpiar a lengüetazos.

Fue paciente, lo suficiente como para que me aseara en su baño durante más de media hora y me hiciera con mis ropas. Cada vez que pasaba por la sala, ya sea para buscar mi faldita o para devolver los collares y cadenas, los hombres no mostraban mucho interés en mí, sino en la rubia escultural que estaba sentada sobre don Adalberto. La boca se me hizo agua al ver a mi amiga frotándose contra su pecho peludo y montándolo lentamente para delirio de todos.

“Qué verga tan grande tiene usted, don Adalberto. Sus venas, su largor, ¡estoy enamorada!”. Todos se reían y se la cascaban a su alrededor;  él se corrió brutalmente, puso una cara feísima mientras le apretaba la cinturita con fuerza, metiéndosela hasta el fondo: “Ufff, qué mujer estás hecha, ojalá mi señora fuera como tú, princesaaaa”.

A mí nunca me volvieron a decir “Princesa” desde que estuve con los perros; crispé mis puños y me mordí los labios. Cuando Andrea se levantó de don Adalberto, sudada y temblando, otro hombre la tomó de la mano y la puso contra una pared para así darle una follada durísima, dándole embestidas violentas y gritando como un toro.

Don Adalberto vio mi carita de pena y me sonrió. Me llamó con un chasquido de dedos: con el corazón reventando de alegría me acerqué para arrodillarme entre sus piernas, esperando que me ordenara cualquier guarrada. Era la primera vez en mucho tiempo que volvería a ser la putita de uno de ellos, y para qué mentir, lo extrañaba. Ni siquiera me quité mi blusita y falda, me daba igual que me la manchara con su leche, estaba demasiado contenta pues me sentía deseada nuevamente:

—Acércate más, marrana.

—¿A mí no me dice “Princesa”, don Adalberto?

—Quítame el condón con el que follé a tu amiga, furcia, y cómetelo, ¡recién salido del horno, jajaja!

—Cabrón, no lo dirá en serio…

Me cruzó la cara con una mano abierta:

—No me vuelvas a insultar. Venga, sácame el forro y a comer, putón.

Andrea en cambio la pasaba de lujo. Su amante le arrancaba alaridos y gritos que me corroían de celos. Yo, por mi parte, debía conformarme con comer un condón repleto de leche que segundos antes había estado en su coño.

Otra bofetada con insultos varios me volvió a la realidad. Me incliné para chupar sus huevos con fruición mientras le quitaban delicadamente el forro. No tardó el condón en estar entre mis dos manos, caliente, jugoso, repleto de semen que se escurría. No podía ser verdad que debía comerlo, ya lo había hecho anteriormente pero eran condones con los que me follaban a mí, no a otra persona. Pero cuando don Adalberto volvió a abrir la mano para darme una tercera bofetada, di un respingo de sorpresa.

—¡Valeeee, me lo comeréeee!

—Eso es. Pues comienza, Rocío… Venga, rápido que se enfría…

Tomé respiración. Cuando mi papá suele prepararme platos que no me gustan, suelo comerlos rápidamente para no sentir el gusto. Es mi manera de no decepcionarlo, pues la verdad es que es un pésimo cocinero. Así que haciendo fuerzas, hice lo mismo con el condón. Bajé la cabeza y sorbí rápidamente el semen que se escurría; lo tragué en dos tandas interminables, y antes de que amagara potar por lo asqueroso de la situación, tomé el forro con mis dientes y empecé a masticar un poco antes de tragarlo. Jugos de don Adalberto y Andrea en mi boca, ¡por poco no me desmayé! Pero, tragado lo tragado, levanté mi mirada con una sonrisa repleta de leche: cumplí mi misión y don Adalberto iba a felicitarme. Tal vez incluso me volvería a llamar su princesa.

—Don Adalberto, me lo he tragado… fue delicioso —mentí.

Pero el muy cabrón ya no me hacía caso, solo se la cascaba groseramente viendo cómo su colega se cepillaba a Andrea. Molesta, acompañé su paja con mis manos, mirando con melancolía su enorme y venoso pollón:

—Don Adalberto, fólleme por favor…

—Joder, Rocío, no tuviste suficiente con los perros…

—Pero por usted lo puedo soportar. Uno rapidito, por favor, en el sótano está el colchón, yo misma iré a arreglarlo todo.

—Ehm… lo siento, Rocío, ya estoy cansado también. Además doña Marta te está esperando, no la hagas perder el tiempo.

La señora Marta vino hasta mí para tomarme del brazo, y de un zarandeo violento, me levantó y me llevó hacia afuera de la casa para irnos en su coche. Fue frente al portal de su casa cuando la madura vio el cabreo en mis ojos y se detuvo para hablarme:

—¿Por qué tienes esa mirada de vaca asesina?

—Señora Marta, ya nadie me desea, para esos viejos soy un cero a la izquierda.

—¡Ja! Dices que odias a esos hombres, pero sé cuánto deseas estar allí para que te digan lo putita que eres, ¿verdad? Ya me veo oyendo tus quejidos durante todo nuestro viaje…  ¡Uff!

El trayecto no fue precisamente largo. No fueron más de veinte minutos en donde atravesamos un par de barrios residenciales; llegamos a una zona bastante lujosa que me hacía recordar a una especie de Beverly Hills (salvando las evidentes distancias).

Salí del coche y le abrí la puerta a doña Marta para que ella se bajara. Siempre tras ella, nos dirigimos a una ostentosa casa de dos pisos. Tras un carraspeo suyo, entendí que debía tocar el timbre y volverme inmediatamente tras ella. Me preguntaba una y otra vez qué tipo de mujer saldría a atendernos: ¿cómo se vería alguien que ofrece a su propio marido para ser propiedad de otra persona? ¿Acaso su esposo había hecho algo gravísimo?

Se abrió la puerta y se me cayó el alma al suelo al ver a una mujer aparentemente de más de cuarenta años, pero con el detalle especial de que ella estaba embarazada. Me asomé por detrás de la señora Marta para verla mejor: Vaya barrigón de siete u ocho meses enfundado en ese cortito y ajustado vestido de lactancia, sin mangas y de color rojo como su hermosa cabellera salida de una publicidad de Pantene; contemplé luego los enormes senos de la mujer que apenas eran contenidos por la ropa; me mordí los labios; admiré como boba sus hermosos ojos verdes; nariz pequeña, labios finos y sensuales que poco a poco esbozaban una sonrisa. No sé qué me pasaba últimamente, pero me estaba perdiendo en la belleza de muchas mujeres.

—¡Ay, Marta, no te puedo creer, tanto tiempo! –Elsa chilló con alegría y la abrazó con dificultad debido a su panzón—. ¡Me alegra verte! ¡No podía creerlo cuando recibí tu llamada!

—¿Elsa, y esa barriga? ¡Mira con qué me vengo a encontrar!

—Ay, Marta, la verdad es que hemos perdido mucho el contacto y te tengo que contar tantas cosas… —me miró y me puse colorada; era hermosa—, ¡Uy!, ¿y esta preciosidad es tu hija?

—No —dijo Marta—. Esta es la putita de mi marido. Se llama Rocío, pero le gusta que la llamen vaquita.

—N-no soy la putita de nadie ni soy ninguna vaca —dije con una sonrisa forzada, como si todo aquello fuera un chiste.

—¿Putita? ¿Vaquita? —preguntó Elsa con seriedad—. ¿Qué me estás contando, Marta, has vuelto a las andadas con tu marido?

—Sí, bueno, es una larga historia. ¿Podemos pasar? A la vaquita le interesa ser Ama y tener un esclavo, y recuerdo que buscabas a una Ama para tu esposo.

—Señora Marta —interrumpí—, aún no estoy segura de todo esto, yo solo dije que quería un novio, no un esclavo.

—No digas tonterías vaquita, te va a encantar tener a un hombre a tus pies. Elsa además conoce a gente que te puede anillar el coño, es una fantasía que muchos de tus amantes han solicitado, ¿no es así? Tal vez si accedes, puedas volver a ser deseada por ellos. Así matarás dos pájaros de un tiro: tendrás un esclavo, y además serás de nuevo el centro de atención de tus amantes.

Me tomó de la mano y me llevó adentro nada más su amiga Elsa nos invitó a pasar. ¿Anillarme la concha? Era verdad que muchos de esos hombres confesaron que les encantaría que tuviera aritos en mis labios vaginales para que pudieran estirármelos y contemplar mejor mis carnes, de hecho he fantaseado con tenerlos ante tanta insistencia, pero jamás ponderé cruzar esa línea.

Tragué saliva conforme entrábamos a su enorme sala. Tal vez era una buena opción; si decidí que iba a ser mejor putita tenía que superar ciertas barreras. Y vaya que he ido superándolas en los últimos meses. Un par más de piercings no parecía nada fuerte, vivido lo vivido.

Cuando nos sentamos las tres en el sofá, yo en el medio, no pude sino agachar la mirada temblando de miedo. Si con la señora Marta apenas he sobrevivido a sus guarrerías, con dos mujeres probablemente no saldría viva de allí. Muy para mi sorpresa, la pelirroja Elsa se mostraba muy simpática. Su tono suave y sensual generaba bastante tranquilidad, lejos de la vulgaridad y tono descortés de doña Marta. Tenía además una elegancia que nunca alcanzaría Pilar Romero, la puta que plagia mis relatos y los vende.

—Mi marido estará encantado de conocerte, Rocío —dijo Elsa—. Vamos a divertirnos esta noche, y si todo está en orden, tendrás tu primer esclavo. ¡Qué emoción!

—Señora Elsa, pero ni siquiera sé qué hacer con un esclavo…

—Para eso estoy yo, Rocío. No te pongas colorada, lo vas a hacer bien.

La verdad es que sí tenía vergüenza. Como dije, más que un esclavo, lo que yo necesitaba era un buen hombre que me diera cariño (y carne). Sin novio ni amantes, mi cuerpo estaba empezando a reclamar atenciones que los perros no podían satisfacer. Movida por mis deseos de volver a sentirme deseada por un humano, decidí aceptar la oferta.

—Bueno, niña, párate frente a nosotras y quítate las ropas porque te quiero ver bien –ordenó acariciando su panza.

Lo hice. Frente a ambas maduras que me miraban, una con una sonrisa, la otra con mirada asesina, me quité el cinturón para que la faldita bajara. Como no llevaba ropa interior pues me la habían arrancado, pudieron notar mi chumino peladito y algo hinchado debido a que el dóberman de doña Marta fue un bruto esa noche.

—¿Esas son marcas de fustazos las que tiene ahí, en los muslos?

—Sí, esta vaquita es muy insumisa, pero va aprendiendo. Y eso de allí imagino que son debido a las pezuñas de mi dóberman.

—¿Se lo monta con tu perro, Marta? ¡Uff! Por cierto me gusta que tenga el chochito peladito —continuó Elsa—. Está hinchado, parece como que fue sometido a succión… —se metió la mano entre las piernas, ocultándola bajo su enorme barriga. Entrecerró sus ojos y se mordió los labios, ¿qué estaba pensando Elsa para prácticamente masturbarse frente a mí? Serían las hormonas reventando su preñado cuerpo o algo similar—. Ughmm, ¿cómo lo quieres, Marta?

—Quiero un anillo en cada labio vaginal, y uno último en el capuchón que le cubre el clítoris. ¿Puedes hacerlo, Elsa?

—¡Síiii! —¡la muy guarra estaba masturbándose frente a mí y no disimulaba! —. Venga, Rocío, quítate la blusita, ¡uff!

Al hacerlo, la barrigona se puso loquísima. Me vio el arito en el pezón izquierdo así como mi tatuaje en el vientre. Lógicamente, no pude más que ponerme más que coloradísima.

—¿Y es eso un tatuaje? Se ve borroso —preguntó repasando su lengua por sus labios. Fuera lo que estuvieran haciendo sus dedos en su coño, lo estaban haciendo demasiado bien. A su lado, Marta actuaba como si nada sucediera.

—Es mi tatuaje —respondí acariciándomelo—, pero no es permanente, señora, ya se está borrando.

—¡No te tapes nada, ricura! —exclamó con una sonrisita pervertida que me hacía recordar a mis ocho machos—. Pues va siendo hora de que te lo hagas de nuevo. En mi sótano tengo equipo tanto para perforar como para tatuar.

—¡Perfecto! —agregó doña Marta—. Me gustaría que borraras el “Perra en celo” de su vientre y lo dejaras por “Vaca en celo”, así como el “Putita viciosa” que tiene en el coxis lo cambiaras por “Vaquita viciosa”. ¡Y me gustaría que dibujaras la carita de una vaca regordeta en la cadera!

—¡Bastaaaa doña Martaaaa!

—¡Ay, vaquita, eres una acomplejada!

—¡Uff, qué niña más divina! —dijo la barrigona, retirando su mano de su entrepierna, podía notar un brillo húmedo en sus dedos—. ¡Diosss! Lo haré sin problemas. No te asustes, Rocío, soy una profesional, no te va a doler nada y será muy rápido.

Estaban hablando como si yo fuera un maldito juguete. ¡Un maldito animal! No me importaría anillarme, lo tenía asumido y como dije, fantaseaba con ello pese a que nunca lo admitía, pero vaya maneras tenían de hablar de modificar mi cuerpo como si estuvieran hablando de recetas de cocina.

—No sé, señora, es demasiado para mí… No sé si será cómodo llevar aritos por todos lados…

—Recuerda que sigues siendo la putita de ocho hombres y debes hacer lo posible por complacerlos, vaquita.

—¡Doña Marta, deje de llamarme vaquitaaaa!

—¡Vaquita, vaquita, vaquita!

Elsa, alejada de nuestra discusión, ladeó la cabeza a un costado de la sala y levantó la voz. Yo y la señora Marta dejamos de discutir inmediatamente al oírla:

—¡Ponis, vengan!

Dos hombres vinieron de cuatro patas con las miradas bajas. Ambos estaban desnudos pero tenían una extraña ropa interior con recubrimiento metálico que más tarde sabría que eran cinturones de castidad. Uno de ellos era un viejo, de más de cincuenta años, peludo y con algo de pancita; imagino que era su marido. El otro en cambio era un jovencito negro de cuerpo bastante atlético y fibroso que me hizo babear nada más verlo. Pero había algo que me estaba descolocando muchísimo: ¡Ambos tenían colas de caballo incrustados en sus culos! El del viejo era una cola con tiras de varios colores, como un arcoíris, y el del negro de color blanco. “Ponis”, claro. El cinturón de castidad que tenían les permitía el acceso a sus traseros, pues si bien tapaba sus genitales por delante, este se abría como una letra “V” por detrás.

Yo, boquiabierta, me tironeé el piercing en mi pezón para saber si era un sueño o si realmente estaba viendo a dos hombres sometidos tan vulgarmente por esa preñada mujer. Era la primera vez que me topaba con algo así:

—¡Señora Marta, son esclavos de verdad!

—Pues claro, vaquita. Un día serás tú quien dome a los hombres, si bien ahora eres una simple putita, ya te he dicho que me encargaré de hacerte una Ama regia cuando llegue el momento. Así que vete acostumbrando a ver estas cosas.

—Pero… ¡Se parecen a los de “My Little Pony”! ¡Yo suelo ver ese programa, es mi favorito y ahora estos hombres lo están arruinando!

—¿¡Qué!? ¡Deja de avergonzarme, marrana! Tengo que irme, pórtate bien, ¿sí?

Se levantó y un miedo terrible pobló todo mi cuerpo. ¿Me iba a abandonar con gente pervertida y desconocida? La tomé de la mano y la atajé.

—¿¡Señora Marta, me va a dejar aquí!? ¡No los conozco, no quiero estar con ellos!

—No tengas miedo, Elsa es una mujer amorosa. Te va a enseñar muchas cosas ricas, ¿sí?

—¡Pero no me deje solaaaaa!

—¡Suficiente, vaquita!

Cuando quise seguir protestando, Elsa se levantó y me tomó de mi cinturita. Me giré y vi sus hermosos ojos verdes, su sonrisa sensual y cándida. Inclinó su cabeza y me acarició la mejilla con ternura. Yo estaba con muchísimo miedo y ella lo notaba, por lo que se inclinó para susurrarme con esa voz que derretía:

—¿Por qué crees que les digo “Ponis” a mis esclavos? Yo también veo “My Little Pony”. He coloreado el vello púbico de mi marido como un arcoíris en honor a Rainbow Dash. Cuando le quite el cinturón de castidad lo comprobarás.

—¿Rainbow Dash? ¿Usted también lo ve?

—“Me preguntaba qué era la amistad, hasta que la magia me quiso inundar” —me cantó la preñada pelirroja. Erizada, sorprendida y con la mandíbula desencajada, miré de nuevo a la señora Marta:

—Buenas noches, doña Marta, prometo que me portaré bien.

—Eso es lo que quería oír, vaquita. Si todo sale bien, puedes pedirle a tu nuevo esclavo que te deje en tu casa. ¡Adiós!

Elsa la acompañó hasta la puerta, donde hablaron unos breves minutos más. Pese a que su vestido de lactancia dificultaba la vista, se podía apreciar un trasero grande y bien moldeado por su embarazo. Observé también esos muslos poderosos, luego su hermosa cabellera que la hacía parecer una maldita publicidad de Pantene andante. Me mordí los dientes, no sé por qué me perdía en sus encantos. Aproveché y miré a ambos esclavos que aún estaban de cuatro patas: el negro miraba de reojo mis tatuajes, mientras que el maduro tenía clavada la mirada en mis pies. Cuando Elsa regresó, ambos tensaron su cuerpo y miraron fijos al suelo.

—Rocío, ven aquí junto a mí.

—Claro, señora Elsa.

—Ayúdame a quitarme la ropa, con esta panza apenas puedo moverme.

Cuando levantó los brazos y le ayudé a retirar el vestido de lactancia, quedó solo con una braguita negra muy ceñida a su prominente vulva: me quedé sin aliento. Obviamente los años hicieron su mella y ya no era una mujer esbelta, pero mantenía una belleza propia de alguien de su edad. Las tetas eran enormes, algo caídas pero imponentes; enormes aureolas oscuras remataban la vista. Era una auténtica preciosidad, aún pese a parecer rellenita, sobre todo el culo, debido a su estado.

Me vio admirándola y sonrió de lado. Me tomó de la temblorosa mano y la hizo posar en su barrigón para que lo acariciara. Tenía un piercing en el ombligo; un arito con piedra preciosa que brillaba e hipnotizaba.

—¿Qué te pasa, Rocío, nunca viste una mujer embarazada?

—Señora Elsa. Bueno, nunca vi a una tan de cerca…

—Quiero que me pongas la lencería. Está en aquella bolsita negra sobre la mesa, tráela.

Tras hacerme con lo indicado, me arrodillé frente a esa imponente mujer para, con delicadeza y sumo cuidado, colocarle la primera prenda en la cintura: una faja negra que haría de portaligas para las largas medias de red. La señora Elsa empezó a dar las primeras lecciones conforme levantaba su pie y se preparaba para ser enfundada:

—Rocío, la dominación es un juego de dos partes. Ambas deben estar en mutuo acuerdo y aceptar su rol para disfrutarse. Tengo la sensación de que tú no estás precisamente muy contenta siendo la puta de ocho hombres.

Me mordí los labios mientras ajustaba la liga de la media a la faja, mirando de reojo su hinchada vulva que parecía querer rebasar su braguita ajustada. Noté una fina mata de vello púbico escapándose por arriba y por los costaditos. Imaginé que con tamaño barrigón dejó de depilarse.

—¿Y bien, Rocío? ¿Te gusta ser sometida por esos hombres?

—Señora Elsa, prefiero no hablar de eso.

Si bien me gustaba ser la puta de ocho maduros, a veces me daba un cabreo monumental que no tuvieran consideración por mí. Las guarradas, cuando eran muy fuertes, me afectaban mi vida diaria, como cuando me sentaba y gruñía de dolor debido al entrenamiento anal: mi papá lo notaba, mis compañeros también. Era una vergüenza constante. Y para colmo a veces mi corazón reclamaba un poco de cariño, que no siempre todo tiene que ser sexo duro.

—Ya veo, no te preocupes, no indagaré más. Pero bueno, esta noche te mostraré en lo que consiste ser una Ama para que puedas cuidar de mi marido.

Sus palabras inspiraban seguridad y confianza. Si bien aún no quería abrirme a ella, sentía más aprecio por esa mujer a la que había conocido hacía solo diez minutos, que por doña Marta o cualquiera de mis ocho machos. Al terminar de enfundarle ambas ligas, procedí a ayudarla a ponerse los guantes largos, negros y también de red. Por último, en la bolsita solo quedó una fusta que se la cedí con mucho miedo, pues por lo general las fustas me aterran debido a las experiencias que tuve.

—¿Y esa carita, Rocío? ¿Usan mucho la fusta contra ti? Si eres tan buenita.

—Señora Elsa, ya ve las marcas que me dejaron…

—No la voy a usar contigo, corazón. Estas se usan solo si tu esclavo hace algo malo, ¿entendido? Para una acción, debe haber una reacción —y azotó al aire con fuerza. El sonido seco me hizo dar un respingo de sorpresa.

—Señora Elsa, antes quiero saber por qué quiere ofrecer a su marido como esclavo…

Avanzó hasta su esposo y tomó una cadenita que estaba sobre la mesita de la sala. Al agacharse para conectarla al collar del hombre, contemplé su tremendo culo; su braguita, prácticamente una fina línea negra, intentaba ocultar sus vergüenzas, pero era imposible contenerlas.

Paseándolo de la rienda, me siguió hablando conforme su esposo meneaba la cadera para mostrar con orgullo su colita arcoíris de poni.

—A mi marido le encanta ser humillado. Pero ya no le resulta suficiente viéndome follar con un jovencito negro, ni comer su semen de mi coño o mi culo, ni siquiera que el negro le dé por culo en su oficina un par de veces a la semana… No, me ha comentado que quiere ir más al fondo de la “cadena alimenticia”.

—Joder, y pensar que solo quería un novio…

—¡Ja! Pues estos son mejores que los novios. Los esclavos te adoran, te escuchan con atención, no se atreverían a mirar a otra mujer que no sea su diosa. Me encantaría que una jovencita tan linda como tú fuera la dueña de mi marido. ¿Cuántos años tienes Rocío?

—Diecinueve.

—Este cornudo tiene cincuenta y ocho. ¡Qué diferencia! Es raro tener una ama más joven, pero seguro que se acostumbrará. ¿Verdad, cornudo?

—No será ningún problema para mí, Ama Elsa —dijo su esposo, besando los pies de su amada.

A mí no me importaba tanto la diferencia de edad, sino más bien temía que mi desconocimiento total de la dominación tuviera consecuencias indeseadas tanto para mí como para mi futurible esclavo. Aunque con Elsa como maestra, podría tratar de encaminar las cosas.

Ella, imponente en su lencería, se apoyó del sofá y, separando las piernas, ordenó a su marido:

—Cornudo, sepárame las nalgas y humedece mi culo. El negrito va a follarme.

—Sí, Ama Elsa.

—Rocío, necesito que me hagas un favor. En la mesita están las llaves de los cinturones de castidad. Quítasela al negro. Me gustaría que pasaras tres pruebas antes de que te ceda a mi esposo.

—¿Pruebas?

—La primera es fácil. Tienes cinco minutos para hacer que el negro se corra.

—Vaya… —observé de reojo al apetecible muchacho de tez oscura que, de cuatro patas, miraba al suelo. No dudé ni un segundo—. Supongo que puedo hacer el esfuerzo.

Le quité el candadito y me encargué de abrir la hebilla del cinturón, que estaba justamente hacia su espalda. Libre de rejas, el muchacho emitió un quejido como de alivio. Se levantó, de espaldas a mí; era altísimo y cada centímetro de su fibroso cuerpo me arrancaba suspiros. Tenía ganas de llevarlo al sofá montármelo, la verdad. Me fijé luego en Elsa para ver si me daba algún consejo pero ella estaba muy metida gozando la lengua de su marido dentro de su culo.

—Oye, negro —susurré—. ¿Y ahora qué?

—Señorita Rocío —dijo él, siempre de espaldas. Su tono portugués delataba que era un brasilero con varios años viviendo en Uruguay—. Ama Elsa ordenó que me hicieras correr en menos de cinco minutos.

—Pues pan comido, chico.

—Solo me corro con el permiso de Ama Elsa, señorita Rocío. Estoy bien entrenado, no le será fácil. Adelante, pruebe.

—Suenas muy confianzudo, negrito. Hago correr a hombres que triplican tu edad, ¡ja! Y tú no serás diferente. Te correrás como un cabroncito en menos de cinco minutos.

—Si quiere puede hasta intentar chuparme el culo, señorita Rocío, para intentar estimularme. Me lo he lavado muy bien esta tarde. Pero no conseguirá que me corra.

—¿Chuparte el culo? ¡Puaj, asqueroso! Venga ya, mucha cháchara, ¡hora de ordeñar, cabrón!

Me arrodillé frente a su culo incrustado con aquella colita blanca de poni. ¿Chupar su ano? ¡Estaba loco! Llevé una mano entre sus piernas y tomé su pollón gigantesco y venoso. Para su tortura, lo traje hacia mí como si de una palanca se tratara para ponerlo en vertical. Iba a ordeñarlo como a una vaca. Con la otra mano, acaricié sus huevos y amenacé:

—Te voy a vaciar estos huevazos, cabrón.

—Lo dudo. El tiempo corre, señorita Rocío.

Dejé de acariciar el escroto y abrí la palma de mi mano bajo su glande, como esperando que depositara su lefa allí. Con la otra, empecé a hacerle una paja rapidísima y ruidosa. Si quería guerra, la tendría. Incliné mi cabeza para dirigir mi lengua y acariciar el recubrimiento rugoso de sus bolas. Amagué, eso sí, lamer su culo, pasando mi húmeda carnecita entre el ano y los huevos, haciéndole sentir mi arito injertado en mi lengua. Extrañamente, el muchacho ni siquiera se estremeció.

Tras un minuto de violenta paja y chupadas de huevo, el negrito seguía impertérrito y yo estaba sintiendo un ligero cansancio debido a la violencia con la que se la cascaba. Me aparté un rato para tomar respiración; el muy infeliz actuaba como si mis estimulaciones fueran solo una brisa de aire. El tiempo pasaba y no veía otra opción que usar mi arma secreta, la misma que usan mis machos para hacerme correr.

Saqué de un tirón la cola de poni. El infeliz tampoco se inmutó. Metí mi dedo corazón en su culo; noté que entró con facilidad, probablemente tenía un trasero más tragón que el mío, vaya sorpresa la verdad. Follé su culito con saña mientras mi otra mano volvía al ataque para masturbarlo con fuerza. Haciendo círculos adentro, le hablé:

—¿Qué me dices, ahora, eh? ¿Sientes la lechita bullendo en este pollón tuyo?

—Para nada, señorita Rocío.

—¿¡Y ahora, imbécil!? —jamás en mi vida había pajeado tan rápido a un hombre. Normalmente tendría miedo de lastimarlo, pero el chico seguía parado como si nada.

—Es una pena que ni siquiera sea capaz de superar la primera prueba, señorita Rocío. Parece que se quedará sin esclavo.

—¡Cabrón, qué aguante tienes!

Me incliné para chupar y apretujar sus huevos con mis labios, pero nada iba a hacerlo ceder. Con impotencia saqué mi dedo del ano y noté que estaba impoluto. Era verdad, el muchachito se limpió a conciencia. Pero no me atrevería a chupar el culo de nadie, si bien mis machos sí solían hacerlo conmigo.

Sentía cómo la oportunidad de tener a mi primer esclavo se escapaba de mis garras.

—Queda poco tiempo, señorita Rocío. Y aún no me he corrido. Si va a chuparme el culo, mejor que sea ahora.

—Estás deseándolo, ¿verdad? ¡No te daré el gusto, negro!

—Tic tac, tic tac, señorita Rocío.

¡Vaya imbécil! No sé si fue la rabia o el deseo de tener a un hombre a mi servicio, pero para su sorpresa, dejé de pajearlo. Aparté sus dos nalgas duras y metí mi boca allí, ya sabiendo que todo estaba limpio y seguro. Sin pensarlo mucho, pasé la punta de mi lengua por la rugosidad de su agujero, palpando, humedeciendo, armándome de valor… Arañé sus nalgas y enterré mi carnecita haciendo mucha presión. Y así, a ciegas, mis manos soltaron su firme trasero y fueron por debajo de sus piernas en búsqueda de su pollón; iba a ponerla nuevamente en vertical y cascársela.

Por primera vez estaba explorando terrenos anales. Y a decir verdad, el calorcito en mi vientre empezó a extenderse con ricura; empecé a dibujar figuras amorfas adentro de su culo.

—¡Uff, señorita… uff! —exclamó el negro.

Sonreí de lado. Introduje más lengua e incluso me atreví a hacer ganchos y círculos adentro. Mis manos, por su lado, apretaban con fuerza, subía y bajaban por su larga tranca. Lo percibí apenas en sus venas, el chico estaba cediendo a mis encantos y se iba a correr. ¿Que estaba bien entrenado? ¡Ja! No aguantó mucho más, empujó su culo contra mi cara, imagino que para que yo le metiera más lengua, y con un bufido animalesco sentí cómo su pollón se agitaba descontrolado.

Leche por doquier.

Había ganado la primera batalla. Salí de su culo y solté su tranca con una sonrisa, viendo cómo el semen caía sobre el alfombrado sin cesar.

—Lo ha conseguido —dijo el jadeante negrito—, nunca nadie a parte de mi Ama Elsa lo ha conseguido…

—Así es, negro, soy la puta que han temido los profetas desde tiempos inmemoriales… ¡Ya está, cuál es la siguiente prueba!

—Rocío —dijo una excitada Elsa, apartando a su marido también de su culo—. No puedo creer que derrotaste a mi joven esclavo.

—Señora Elsa, ¿me puedo llevar al negro para mi esclavo?

—¡Jaja! No, niña, ya te dije que solo ofrezco a mi marido. Negro, ven aquí, dame por culo que ya lo tengo bien lubricado.

—Sí, Ama Elsa —dijo volviéndose a poner de cuatro y avanzando hasta la preñada dómina.

En tanto, su cornudo marido vino hasta mí también como un perro (o poni, mejor dicho). Yo aún seguía arrodillada y disfrutando de mi primera victoria. Cuando el madurito llegó frente a mí, se quedó de cuatro patas esperando una orden mía.

—¿Y ahora qué debo hacer con usted, señor?

—Señorita Rocío, no me trate con respeto ni me llame señor. Llámeme cornudo, es mi nombre de esclavo.

—¡No me gusta ese nombre! Es muy feo…

—La segunda prueba soy yo, señorita Rocío. También tiene cinco minutos para ordeñar a este pedazo de cornudo.

—Madre mía, más te vale que no insinúes que te chupe el culo porque no pienso volver a hacerlo en mi vida, cabrón.

Me levanté y miré su colita de poni de color arcoíris. Tomé de ella y lentamente fui sacándola, viendo cómo el maduro se retorcía del dolor. Aparentemente no estaba tan bien entrenado como el esclavo brasilero. Cuando saqué hasta la mitad para que descansara del sufrimiento, me volví a inclinar hacia él.

—¿No te molesta que ese negro esté follándose a tu señora ahora mismo? ¿En serio?

—Para nada, señorita Rocío. ¡Ouch!

Arranqué la colita y la puse en una mesa cercana.

—Hmm. Voy a quitarte el cinturón de castidad. Quiero comprobar algo.

—Como desee, señorita Rocío.

Cuando le quité el candado y le libré del cinturón, me quedé boquiabierta al comprobar que efectivamente ese maduro tenía su pelo púbico pintado con los colores de un arcoíris. ¡Como Rainbow Dash! Me reí un montón, para qué mentir, pero cuando el ataque de risa se desvaneció, me arrodillé detrás de él, pasando mis manos por entre sus muslos, y agarré su pollón con mucha fuerza.

—Ya derroté al negrito, poni, ¿te crees capaz de aguantar?

—¿Sinceramente? Espero que puedas superar esta segunda prueba, señorita Rocío.

—Gracias —y rápidamente se la casqué. Fuerte, bruto, sin piedad mientras mi otra mano se abría espacio entre sus nalgas. El dedo corazón ingresó en su ano y me encargué de estimularlo bien. Me mordí los labios al ver que, como el otro esclavo, él tampoco mostraba síntomas de ceder un ápice a mis encantos.

—Señora Elsa… —dije sin dejar de follármelo con un dedo—. ¡Sus esclavos están bien entrenados!

—¡Ufff, Rocío, lo sé, son mi orgullo! —respondió jadeando pues el negrito le daba por detrás.

Retiré mis manos; concluí que esos dos hombres no iban a correrse de forma cotidiana. Necesitaba explotar sus debilidades: si el negrito era el beso negro, ¿cuál sería el fetiche del viejo? Me repuse y caminé a su alrededor pensando en su punto frágil: ¿azotes? No, no tenía marcas de fustazos, así que era probable que no fuera su fetiche. ¿Puede que también compartiera fetiche con el otro esclavo y amara los besos negros? Mientras me relamía la lengua, armándome de valor para chuparle la cola, noté que el viejo miraba mis pies con atención, siguiéndoles con sus ojos.

—Oye, no paras de mirar mis pies. ¿Te gustan?

—Son preciosos, señorita Rocío.

—¿Por qué te gustan tanto?

—Señorita Rocío, me siento excitado cada vez que veo unos pies hermosos y delicados como los suyos. Tengo un deseo incontrolable casi, de verlos, tocarlos, acariciarlos, chuparlos, besarlos… ¡Uf! Incluso deseo fervientemente que me pise con esas dos preciosidades…

¡Bingo! Me senté en el sofá y lo llamé mientras levantaba mis piernas hacia él y arqueaba mis pies.

Sus ojos se iluminaron. Al fin tras mucho tiempo me sentía deseada por un hombre; saberme amada y admirada me hizo arder el corazón de nuevo. De rodillas frente a mí, dejó que le aprisionara su polla venosa entre mis pies. Con los dedos de uno apretujé su glande, mientras que con el otro acariciaba sus huevos. De vez en cuando llevaba ambos hasta su tronco para pajearlo; era una cosa de lo más rara, pero él estaba feliz, su cara era un poema y la mía era la de alguien que por fin volvía a sentirse el centro del mundo.

La segunda prueba estaba más que asegurada. Cuando el semen del hombre se escurrió todo entre mis dedos del pie, se acomodó y, tomándomelos con delicadeza, me limpió solícito a besos y chupadas. De vez en cuando pasaba su lengua por y entre los dedos con fuerza y pausa. Me dio mariposas en el estómago.

—¡Rocío —gritó su esposa, sorprendida—, has derrotado a mis dos esclavos! ¡En serio eres la puta que han temido los profetas!

—¡Ja, me va a poner colorada señora Elsa!

Como recompensa por limpiarme tan bien, acaricié los genitales del hombre con mi pie, pasando por su vello púbico de colores:

—Pues ya lo sabes. Quiero ser tu dueña si me lo permites. Tengo diecinueve, espero que eso no te moleste.

—Me alegra oírlo… No me molesta, sé que eres novata, pero te ayudaré también. Estoy a tus órdenes, Ama Rocío.

—¡Me dijiste Ama!

—Pues así es como te llamaré de ahora en adelante, Ama Rocío.

—Bueno, está bien, pero en serio a mí no me gustaría llamarte “Cornudo”…

—Son solo apodos, Ama Rocío, no le des mucha importancia.

—Pues sí que les doy mucha importancia a los apodos. A mi amiga Andrea le dicen “Princesa”… ¡”Princesa”! ¡Y a mi me llaman “vaquita”! ¡Puf! Escúchame, te llamaré… ¡“Arcoíris”!

—¿Arcoí…? Supongo… supongo que está bien, Ama Rocío.

Su esposa, que ya había terminado de ser enculada por el negro, se acercó hasta nosotros, mientras que su joven esclavo se arrodilló a su lado. Acariciando su panza, me miró con una sonrisa cándida:

—Rocío, veo que mi marido ya encontró a una diosa a quien adorar.

—¡Sí! ¡Me encanta que me adoren!

—Ya cumpliste las pruebas de mis dos esclavos. Pero aún falta que cumplas la mía, y solo entonces “Cornudo”… quiero decir, “Arcoíris”, será tuyo definitivamente.

—Claro, señora Elsa, ¿cuál es su prueba?

—Ven, arrodíllate ante mí.

Lo hice sin chistar. Estaba demasiado emocionada y además me sentía muy segura oyendo su voz y viendo sus ojos pardos que enamoraban. Probablemente quería una comida de concha, y yo, que ya lo había hecho la noche anterior, me veía muy capaz de complacerla. El negro me cegó con una pañoleta y mi nuevo esclavo me tomó del mentón para besarme con fuerza. Estaba en el paraíso.

Mientras la lengua de Arcoíris empezó a jugar con mi piercing, sentí algo caliente derramarse en mi cabellera y luego caerse en mis hombros, pecho y espalda.

¿Agua?

¿Agua caliente?

No olía a agua, la verdad…

Cuando supe que la hija de puta preñada me estaba orinando, chillé como nunca en mi vida. El negro se acercó a mí para chuparme las tetas (¡pero si estaban manchándose con orín!), mientras que el marido trataba de atajarme pues yo estaba zarandeándome como una poseída y chillando como un pato.

—¡Puaj! ¡Puaj! ¡Puaj!

Fue breve y mi corazón latía rapidísimo. El olor fuerte, el líquido caliente recorriendo mi piel mientras uno empezaba a mordisquear mi pezoncito anillado y el otro enterraba su lengua en mi boca. No sé quién era el que metía dedos en mi grutita y quién me magreaba la cola, pero me daba igual, la verdad.

Cuando recuperé el aliento, me quitaron el vendaje y traté de mandar a la mierda a la señora embarazada, pero se me cayó el alma al suelo al ver tanto a su esclavo como al mío levantándose y tomándose de sus pitos para apuntarme amenazantes.

—Ahora el turno de mis machos, Rocío —dijo llevando su mano bajo su barriga para acariciarse.

En el preciso instante en que vi cómo salían disparados sus orines hacia mí, justo antes de que impactaran contra mis tetas para salpicar inexorablemente, me desmayé de asco. Creo que era lo mejor, sinceramente. Apagarme; olvidarme cuanto antes de una de las mayores cerdadas que había hecho en toda la noche.

—Cabrones… —susurré antes de caerme.

……………………..

Volví a mi casa ya de madrugada, muy adolorida y cansada. Creo que gasté dos pastillas de jabón bajo la ducha, y ni aún así me sentía limpia. Casi me eché a llorar recordando la vejación a la que fui sometida por esa barrigona y sus machos. No porque me sintiera triste, muy al contrario, sino porque no podía ser que me excitara rememorando cada segundo de esos recuerdos obscenos.

Cuando me senté en mi cama me puse a tironear ligeramente el piercing de mi pezón. La preñada me había una tarjetita: era la de un negocio en donde me harían los piercings y tatuajes nuevos de manera gratuita si yo accedía a dejarme follar por los dos dueños. Imaginándome siendo cepillada por dos hombres desconocidos, me dieron ganas de hacerme dedos, pero estaba en compañía y no debía ser tan desconsiderada.

—Ama Rocío, es usted la mejor –dijo mi esclavo Arcoíris. Estaba arrodillado ante mí, dejándose masturbar por mis pies. Como mi papá fue a Brasil por cuestiones laborales, lo traje a mi casa, a mi habitación mejor dicho, para jugar con él toda la noche.

—Pues tú eres un primor, Arcoíris. Te seré sincera, hace rato que no estoy con un chico.

—Pues déjeme complacerle, Ama Rocío.

—¡No! –apretujé sus bolas con mis dedos, arrancándole un alarido—. Esta fue una noche muy larga para mí, Arcoíris. Estuve con un dóberman y luego me habéis orinado encima… Una insinuación más y te pondré el cinturón de castidad. ¡Y me comeré la llave del candadito!

—Entiendo. No dude en usar la fusta o el arnés si desea someterme por insumisión.

—Oye, ¿quieres correrte en mis pies?

—Sí, Ama Rocío. Desde hace rato que está machacándomela con sus hermosos pies.

—¡Ja, es porque sé que te gusta! Toma, esta es la remera de Peñarol de mi hermano. Córrete ahí –dije aumentando las caricias de mis dos pies rodeando su pollón; podía sentir cómo su miembro palpitaba de gozo y descargaba leche sin parar sobre esa camiseta aurinegra de mierda.

—Ufff… ¡Ohhh, gracias Ama Rocío!

—Eso es, córrete sobre el escudo del club… Y basta de llamarme Ama Rocío, Arcoíris.

—¿Y cómo quiere que le llame, mi señora?

—¡No soy señora tampoco! –dije pateando la camiseta, llevando otra vez mi pie en esa tranca anhelante. Para su martirio o gozo, apretujé su glande con mi pie, zarandeándolo lentamente, sintiendo su leche escurriéndose entre mis dedos sin parar—. Me dicen zorrón, putita, marrana y vaquita… ¡No me gustan esos motes! Pero sí hay un nombre que me gustaría que me dijeran al menos una vez. Si adivinas cuál es te daré una sorpresita, Arcoíris.

—Sí, ya veo… ¿mi Princesa? –preguntó para que mi corazón estallara de alegría.

—¡Qué divino eres! Mañana iré a visitarte a tu oficina, tu esposa me dijo que tengo que ir todos los días para quitarte el candado y así puedas ir al baño…¡Ojito!, seré yo quien dirija los chorros de ese pitito anhelante que tienes ahí, ¡es mío y no quiero que te lo toques tú! Y me gustaría darte por culo con el arnés, ¡ja ja!, así que ve preparándote Arcoíris.

—Claro, pero no es necesario que vengas a mi oficina. Puedo ir a buscarte yo, mi Princesa.

—¡Perfecto! Oye, mira cómo te has corrido por mi piso y mis pies. ¡Será mejor que limpies este desastre, cochino!

Mientras solícito limpiaba tanto mi pie manchado con su leche como el piso, estiré mi brazo para alcanzar mi portátil en la cabecera de la cama. Una vez hubo terminado la faena, me encargué de ponerle el cinturón de castidad y asegurarlo con candado. Con una sonrisa le invité a acostarse a mi lado, en mi cama, mientras abría mi portátil.

—Ven, Arcoíris, ponte cómodo. Tal vez sea verdad eso de que tener un esclavo sea mejor que tener un novio. Si mis amigas se enteran que veo este programa por internet se van a morir de risa… ¿Pero tú no te burlaras de mí, verdad? ¡Es que siempre quise verlo con alguien!

—Por supuesto que no, mi Princesa —dijo acomodándose a mi lado, mirando alternativamente mis ojos y la pantalla que poco a poco adquiría colores de tonos pasteles—. Pero… ¿qué es lo que desea que vea con usted?

Yo no paraba de sonreírle mientras una musiquita infantiloide empezaba a oírse.

“My little pony, my little pony /Me preguntaba qué era la amistad / My little pony / Hasta que la magia me quiso inundar”.

Mientras le acomodaba la cola de poni de colores en su culo, le ordené que se callara y que disfrutara del mejor programa que jamás existió en el universo. Tenía ganas de chuparle el ano, la verdad es que fue una experiencia excitante con el negro y de seguro mi piercing en la lengua le pondría muy loco al maduro, pero no era el momento adecuado para hacer guarrerías: ¡el maratón de los ponis iba a comenzar!

Espero que les haya gustado, queridos lectores de PORNOGRAFOAFICIONADO.

Un besito,

Rocío.

Relato erótico: “Las Profesionales – La sumisa de sus fantasías ” (POR BLACKFIRES)

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Las Profesionales – La sumisa de sus fantasías

El evento de caridad de la Asociación de Damas Empresarias de la Ciudad se desarrollaba en las nuevas instalaciones del distrito cultural de la ciudad. Un moderno complejo de edificios donado por varios filántropos y corporaciones se levantaba justo después del distrito financiero de la ciudad. La gran gala tenía por evento principal la presentación del Ballet Bolshoi.

Las figuras más importantes y celebridades de la gran ciudad estarían en la gala. La limosina del Dr. Duval se unió a la caravana de limosinas que desfilaban hacia la entrada principal del edificio, claro que esta ruta podía ser evitada, pero el hecho de que el Dr. Duval apareciera ante las cámaras aseguraba su status dentro de la sociedad.

Lentamente la limosina se aproximó a su destino siguiendo a las limosinas que la precedían, dentro Noris no había podido dejar de hablar desde que abordo el auto frente a su edificio en una de las zona residenciales de la ciudad.

– Esto es fantástico Dr. Duval, estoy taaaaan emocionada por la gala, llevo semanas imaginando esto. No me mal interprete pero el ganar el sorteo de la oficina era de las cosas que más anhelaba…Es que me han pasado tantas cosas maravillosas… El curso de perfeccionamiento ejecutivo fue fantástico, pero venir a esta gala es todo un honor acompañarlo… Puedo parecerle muy hablantina pero es que no puedo controlarme cuando estoy nerviosa… ¿Le molesta eso?

Duval le sonrió educadamente y el auto empezó a detenerse, un miembro del staff del evento se aproximó y abrió la puerta, ambos pasajeros bajaron y fueron recibidos por los fogonazos de cientos de flashes de las cámaras de periodistas y curiosos.

Noris se quedó petrificada, como un cervatillo ante las luces del auto que esta por arrollarlo, pero el Dr. Duval la tomó por la cintura y la hizo caminar por la alfombra roja, ella se relajó y caminó mientras sonreía ante las cámaras. La figura del Dr. Duval quedó en segundo plano mientras toda la atención se centró en una más de las hermosas mujeres que esa noche habían desfilado sobre la alfombra roja. Había sido todo un acierto el traer como compañía a Noris.

Sus zapatos de tacón de aguja soportaban sus torneadas piernas revestidas de elegantes medias de seda, que se escondían debajo del vestido de noche color plata, que remarcaba por un lado sus generosas caderas y sus redondeadas nalgas en un culo en forma de corazón, mientras que subiendo pasaba por su diminuta cintura e intenta cubrir por el frente alguna parte de los erguidos y redondeados pechos cuyos arcos y siluetas eran visibles a través de la fina tela y del prominente escote, su espalda completamente expuesta desde el cuello a la cintura revelaba que no tenia necesidad de un sostén para mantener erguidos sus senos.

Los periodistas de farándula se aproximaron para ver si se trata de alguna celebridad “digna” de ser mencionada, pero como no lo era solo se limitaron a mencionar algo de los recién llegados.

– “El Dr. Duval es uno de los más prominentes abogados de la ciudad, sus clientes se cuentan entre los más acaudalados ciudadanos… Vemos la siguiente limosina, podría ser a quien todos hemos estado esperando…”

Las cámaras enfocaron la puerta de la siguiente limosina mientras Mr. Duval y Noris alcanzaban la entrada y dos hermosas azafatas les recibieron con deslumbrantes sonrisas.

– Bienvenidos a la gala, serian tan amables de brindarme sus invitaciones.

El Dr. Duval extrajo del bolsillo de su saco una invitación y entregándosela a la hermosa chica y le dijo algo en voz baja, pero el ruido de la multitud no dejó que la chica le escuchara.

– Disculpe ¿cómo dijo?

El Dr. Duval la tomo suavemente de un brazo y le habló casi al oído para que la chica lo escuchara.

El rostro amable y feliz de la chica se volvió casi inexpresivo y sus ojos se tornaron vidriosos, tomando una carpeta de cuero rojo y revisó la lista de invitados, comparó el número cifrado de la invitación con el único y último número faltante en la lista, lo marcó con un bolígrafo y retiró de una caja una bolsa de papel en color metalizado, extrajo una tarjeta electrónica.

– Esto es para usted señor, utilice el último ascensor a la izquierda del pasillo y que disfrute el evento.

Sin decir más el Dr. Duval tomó los objetos y caminó al final del corredor, Noris caminó a su lado sin disimular su curiosidad por la bolsa, pues notó que sólo al Dr. Duval obsequiaron la bolsa en la entrada. ¿Serian esas bolsas con muestras y regalos de productos que solo dan a las celebridades?, con eso en mente entraron el ascenso y el Dr. Duval deslizó la tarjeta en un lector del panel del ascensor, las puertas se cerraron y la boca de Noris volvió a abrirse.

– Aun no puedo creer la suerte que he tenido Dr. Duval, me encanta todo esto… y pensar que la licenciada Gissel estaba convencida de que ella serie quien le acompañaría… la ganadora… yo compré… yo compre, este vestido hace…. dos… tres…

En la entrada del evento la chica que los había atendido continuaba con su mirada vidriosa, recogió la carpeta roja y extrajo el documento y sin decir nada abandonó su puesto rumbo a los sanitarios. Entró en uno de los privados y siguió diciéndose a si misma en voz muy baja “soy una cualquiera, soy una puta cualquiera que debe obedecer”. Sentada en el sanitario extrajo la lista de su bolsillo y rompiéndola en varios pedazos pequeños empezó a comerlos mientras sintió que un orgasmo estaba comenzando a hacer temblar su cuerpo, cuando tragó el último pedazo de papel un orgasmo monumental la hizo gemir y mojarse toda dentro del baño.

En cuanto las puertas del ascensor se cerraron la música instrumental empezó a sonar y Noris intentaba concentrarse y recordar de lo que hablaba, no podía mantener su línea de pensamiento y cada vez le era más difícil pensar. Parpadeos y alguno que otro leve gesto de negación, era todo lo que su cuerpo podía hacer para intentar reaccionar y despejar el estado de aturdimiento en que poco a poco iba hundiéndose.

– Sí… hace dos… semanas… lo compré, la licenciada Gissel… decía… ganar… me gustaría ver su cara… cara… ahora…Gissel…

Noris estaba tan concentrada en recordar y pensar que no se percataba que el ascensor empezaba a marcar SS-1 o SS-2, mientras se iba hundiendo en las profundidades del edificio justo como su mente consciente se perdía en el limbo. Cuando el ascensor marcó SS-4, Noris era incapaz de generar un pensamiento voluntario, en cambio empezó a repetir una orden que había estado escuchando en mensajes subliminales ocultos en la música del ascensor.

Una y otra vez se repite a si misma.

– “Dejar de pensar. Obedecer es placer, solo soy una boca, un culo y un par de tetas que no piensa”

Al llegar el ascensor al nivel SS-5 y abrirse las puertas, el Dr. Duval salió del ascensor sosteniendo una cadenilla de plata enganchada a la argolla del clítoris de Noris, la cadena subía por su plano abdomen y se perdía entre sus senos para reaparecer y entrar en la argolla de plata del collar de cuero que ahora usaba Noris al cuello, en una plaquita plateada puede leerse el nombre de la linda mascota “Nini”. La cadena y el collar de cuero, junto a los zapatos de tacón de aguja, las medias de seda y las ligas era todo cuanto ahora vestía Nini; Su vestido, accesorios, cartera, braga y celular, ahora estaban dentro de la bolsa de donde el Dr. Duval había sacado el collar y la cadena y la plaquita para ella.

En la vacía cabecita de Nini, alguna que otra idea intentaba formarse sin éxito.

– “… boca y un par de tetas… frío… desnuda… obedecer es placer…. solo una boca, un culo y un par de tetas… la licenciada Gissel… dejar de pensar…”

De haber estado conciente Nini se hubiera sorprendido al salir de ascensor y encontrarse cara a cara con la licenciada Gissel… o como decía la plaquita que colgaba en el collar de la licenciada, “Gigi”, Gigi les recibió con una sonrisa.

– Bienvenido a la gran gala, ¿puedo guardar sus cosas o ayudarles en algo más?

Diciendo esto Gigi sacó su lengua de su boca, se lamió los labios mientras los observaba expectante, a diferencia de Nini, Gigi usaba un sostén de encaje que no terminaba de cubrir sus enormes tetas argolladas, la prenda era del mismo color que sus diminutas bragas que con un pequeño triangulo de tejido transparente simulaba cubrir su vulva, mientras por detrás el hilo dental se encajaba y perdía en medio de sus redondas, paraditas y carnosas nalgas, sus ligueros y sus medias vestían sus piernas que calzaban sus tacones de aguja de4 pulgadas.

Duval sintió como su verga se empezó a endurecer al ver a ese hermoso para de hembras vestidas como simples putas, sabiendo que en ese momento ellas solo pueden pensar en ser usadas como meras muñecas sexuales, dispuesta a complacerlo en el momento en que el chasqueara sus dedos y les diera una orden. El poder que ejerce sobre la anulada voluntad de ambas chicas es abrumador y se proyectaba en lo erecto de su verga, no se cansaba de ver como aquellas chicas que le sonreian y miraban, como si el fuera lo único que existiera en el mundo, se olvidaban de sus carreras, logros académicos, sus vidas estables y tranquilas y solo se convierten en esos dos lindos juguetes sexuales que lo observan esperando sus ordenes, sin necesidad de pensar o preocuparse por su destino, pues para ellas es Duval quien mejor puede decidir sobre sus vidas.

– Gracias Gigi, guarda esto para mi, ya te avisare si necesito usarte.

Gigi tomoo la bolsa metalizada de las manos del Dr. Duval y retiroo de un anaquel una pequeña pieza de plástico blanco con un broche y el número 34 grabado en el plástico. Duval tomoo en broche y lo enganchoo al argollado pezón de la teta izquierda de Nini que continuaba de pie semidesnuda esperando la siguiente orden a la entrada del evento sin siquiera prestar atención a lo que pasaba a su alrededor.

Duval siguió observando a ambas putas semidesnudas y recordaba la sesión en su oficina, donde Nini y Gigi en un rico 69 compitieron una contra la otra en medio de la mullida alfombra para ver quien de ellas hacia que la otra se agotara primero de tantos orgasmos, mientras tanto Duval sentado en su escritorio se cogía a Sofía y a Daniella, las dos más hermosas y las mejores abogadas de su firma.

En total cuatro de sus sumisas disfrutando de una rica sesión de sexo de oficina mientras sus otras empleadas continuaban sus tareas diarias. Desde hacia un par de semanas todas y cada una de las secretarias, recepcionistas, abogadas y pasantes que laboraban en ese piso de la firma habían sido condicionadas como sumisas esclavas y “el nivel superior” como lo llamaban había sido aislado del resto del edificio accediendo a el solo con invitación especial o con el pase de seguridad del sistema de ascensores.

Mientras dos hermosas recepcionistas, vestidas en ceñidos y provocativos atuendo ejecutivos que realzaban sus curvas, atendían las llamadas o firmaban los documentos que otra chica “del nivel superior” les traía de los pisos inferiores, Daniella estaba a cuatro patas en la mullida alfombra comiéndole el culo a Sofía y le lamia los huevos a Duval. Sofía solo seguía gimiendo y prácticamente gritando de excitación mientras una y otra vez la verga de Duval bombeaba su coño. Afuera en el lobby de las oficinas, una de las recepcionistas se levantaba y caminaba hacia las puertas dobles, pasó su tarjeta de seguridad y entró a las oficinas contoneando su redondeado trasero mientras sus tacones de aguja marcan con un “clac clac” cada uno de sus pasos que la iban llevando a través de los cubículos donde la mayoría de sus compañeras, redactaban informes, respondían emails, actualizaban bases de datos de clientes o simplemente se masturbaban observando y escuchando videos de adoctrinamiento, todas desnudas o solo vistiendo algunas piezas de encaje o lencería fina.

La recepcionista llegó hasta un escritorio al final del pasillo, colocó un sobre en la bandeja de “documentos entrantes” y se quedó observando un momento a su compañera que con una mano se empujaba un dildo en el coño, con sus piernas separadas y colocadas sobre los apoyabrazos de la silla, y con la otra se acariciaba las tetas. La recepcionista sintió ese rico hormigueo en su coño y sintió como se endurecían sus pezones. Inclinándose sobre su compañera, le plantó un beso de lengua mientras le acariciaba el húmedo clítoris, el beso se prolongó hasta que la chica alcanzó el orgasmo y casi sin aliento la chica sentada le dijo:

– “Gracias… era justo… lo que necesitaba”

Sonriendo la recepcionista se apartó de ella y lamiendo la humedad de sus dedos se despide diciéndole:

– “De nada, es todo un placer para mi”

Rato después era Daniella la que separaba sus carnosas nalgas con sus manos, mientras sus pechos se aplastaban en la sobremesa del escritorio de madera fina de Duval, sus piernas calzadas en tacones de aguja apenas tocaban el suelo. Duval estaba de pie detrás de ella metiendo y sacando rítmicamente su verga en el mojado coño de la abogada, con una mano le sostenía la nuca o tiraba de los cabellos mientras que con la otra mano jugaba con sus pechos o le nalgueaba el trasero, Daniella gemía desesperadamente y soltando sus nalgas se aferraba al escritorio al sentir el siguiente orgasmo. Sofía estaba desnuda con sus piernas sobre los apoyabrazos de una silla ejecutiva, se metía un dildo doble en su coño mientras observaba a las cuatro personas que cojian frente a ella en la oficina, con una mano se insertaba el dildo en el coño y se bombeaba una y otra vez, con su otra mano se sostenía las tetas y se lamia y mamaba los pezones.

Duval la observaba mamarse las tetas y chasqueando los dedos hizo que Sofía se sacara el dildo, se levantara y subiera al escritorio justo después que Sofía se colocara boca arriba, Duval entraba y salía del coño y culo de Daniella mientras Sofía le ofrecía sus tetas que sostenía con sus manos mientras se sentaba en la cara de Daniella que se esforzaba por chuparle y lamerle el coño en cada embestida que Duval le daba. Los tres conectados Duval penetrando a Daniella, Daniella mamando el coño de Sofía y Sofía besando a Duval y ofreciéndoles sus senos a Duval que mamaba, lamia o los mordía suavemente hasta escucharla gemir.

Gigi y Nini seguían en el suelo temblando y sus gemidos se apagaban al mamarse mutuamente los coños, Duval no resistió más y separándose del escritorio se sentó en su sillón y las entrenadas Sofía y Daniella se bajaron rápidamente del escritorio y se colocaron a 4 patas frente a las piernas abiertas de Duval, se intercalaron entre lamerle los huevos y la verga de Duval hasta que levantándose un poco Duval descargó su semen sobre los rostros de sus bellas abogadas, que recibieron la leche complacidas y luego se limpiaron una a la otra con sus lenguas. Cuando estaban totalmente limpias se besaron e intercambiaron su saliva y el semen entre sus bocas.

Finalmente Gigi empezaba a gemir sin control, mientras Nini permanecía pegada al coño de Gigi como se le había ordenado, Gigi empezaba a respirar tan fuerte como podía y sus orgasmos terminaron por agotarla, perdiendo su oportunidad de acompañar al Dr. Duval a la gala.

Daniella y Sofía se levantaron y observaron a las otras dos putas tiradas en el suelo. Tomaron a Gigi la retiraron de encima de Nini, la dejaron desnuda y aturdida a un lado de la oficina. Volvieron y ayudaron a levantarse a Nini y entre las dos la colocaron en medio y la cubrieron de caricias y besos mientras la iban acercando al escritorio de Duval. Desde su espalda Sofía le sostuvo la cara a Noris y Daniella se le aproximó desde el frente y sosteniéndole los pechos la besó y poco a poco abriendo sus bocas depositó el coctel de salivas y semen en la boca de Nini que lo acepto sin resistencia.

Ambas acercaron sus bocas a los oídos de la excitada y aturdida Nini y le ordenaron:

– Trágalo.

Nini tragó todo y finalmente sintió como cuatro manos la hicieron arrodillarse frente a la silla donde Duval seguía sentado observando el espectáculo, la verga de Duval permanecía semi erecta húmeda y brillante y a una orden Nini se encargo de limpiarla.

Había pasado semana y media desde aquella agradable tarde en la oficina del Dr. Duval. Diariamente Nini iba a mamarle la verga a Duval a su oficina y luego pasaba el día mirando el video de la presentación del ballet mientras se masturbaba y grababa en su memoria cada detalle de la presentación que sin duda comentaría una y otra y otra vez hasta colmar la paciencia de quien tuviera la mala suerte de escucharla o de sentarse junto a ella a la hora del almuerzo.

Chasqueando los dedos Duval volvió a la realidad a Nini que parpadeó un par de veces y preguntó.

– ¿Hay algo que quisiera que haga por usted?

– Solo se una buena y linda puta Nini (Noris) y quédate en silencio, esa boquita pronto la usaremos para otras habilidades tuyas. Por el momento pongamos ese cerebro y esa lengua de vacaciones.

Ambos entraron a una enorme habitación muy bien iluminada y con una elegante decoración, por todo el lugar encontraron a varias personas, muchos hombres en su mayoría de mediana edad, y algunas mujeres, en su mayoría ellos vestían de saco y corbata o smoking los hombres y las damas con finísimos vestidos y hermosa joyería de diseñador. Entre ellos desfilaban por lo menos una docena de hermosas profesionales vestidas en lencería y minivestidos que simulan trajes de empleadas francesas, muchas de ellas eran compañeras de oficina de Nini, algunas repartiendo copas y aperitivos en bandejas de plata, otras dedicadas a mamar las vergas o los coños de los y las clientes presentes.

Por toda la amplia sala estaban distribuidas plataformas iluminadas sobre las cuales se exhibían piezas o en este caso chicas en posiciones sugerentes, algunas inmóviles otras más interactivas conectadas a máquinas que bombeaban sus coños o culos con dildos, otras se masturbaban solas, con su mirada perdida o intercambian caricias y besos con la compañera de plataforma que les habían asignado.

Todas luciendo su collar de cuero, denudas o en lencería fina, pero todas en una teta o una nalga llevaban escrito en tinta roja escarlata un número grande compuesto de cinco cifras separadas por guiones “014-9-2” los números correspondían a Número de Pieza, Lote y Tipo de sumisa.

En cada una de las plataformas un letrerito anunciaba al público asistente: “Queda prohibido no tocar las piezas en exhibición”. Siguiendo estas instrucciones se podía ver a varios invitados, acariciando los culos o tocando las tetas de las sumisas. Los gemidos de las sumisas se mezclaban con las hermosas notas de música clásica interpretados por un cuarteto de cuerdas donde destacaban la primera violinista de la sinfónica de Paris, obviamente todas ellas estaban desnudas mientras tocaban.

Sobre una de las amplias e iluminadas plataformas Ximena y Kimaura, ahora Xixi y Kiki, deleitaban al público con su tercera rutina programada en sus cerebros. Era el turno de Xixi arrodillada mirando al público, sus piernas separadas permitían ver perfectamente su depilado y argollado coño, su espalda se arqueaban haciendo resaltar sus bellas tetas que subían y bajaban rítmicamente acompasadas con su agitada respiración, su cabeza ladeada a la izquierda hacia que su dorada melena cayera en cascadas de rizos hacia su pecho, su boquita emitía gemidos de placer y se mantenía entreabierta dejando espacio para que su lengua saliera seductoramente y humedeciera sus carnosos labios mientras en sus ojos color avellanados verdosos la lujuria que proyectaban no dejaban duda a que la penetración que recibía en su culo por parte de un dildo atado a la cintura de Kiki, arrodillada a su espalda, la estaba haciendo pasar un momento de suprema delicia sexual.

Duval avanzaba sosteniendo la cadena de Nini que caminaba tras su dueño, sus pechos se bamboleaban al igual que sus nalgas se mecían con cada paso de los estiletes que rítmicamente hacían un “clac clac” en los pulidos pisos de mármol italiano, Nini solo sentía la leve presión de la cadena que la guiaba atada a su cuello y conectada a su argollado coño, se detuvieron frente a la plataforma y Duval observó complacido como otras dos de sus hermosas empleadas y mascotas, que diario le atendían en su firma de abogados, ahora eran parte de la exposición de sumisas.

Kiki embestía lenta y rítmicamente a Xixi, mientras le besaba el cuello le lamia el lóbulo de la oreja o se besaban y jugaban con sus lenguas, mientras sus manos recorrían la erizada piel de Xixi o simplemente se detenía sosteniéndole los senos con una mano e introduciéndole los dedos en el encharcado coño de Xixi que hacían subir el sonido de sus gemidos para el deleite de los presentes.

Entre los presentes Mr. Loggan y su esposa conversaban mientras acariciaban a una chica de aspecto latino, piel canela y cabellos oscuros al igual que sus ojos, su cuerpo trabajado con ejercicios y un aumento de senos por medio de nano máquinas estaba cubierto por un elegante juego de lencería blanca que contrastaba con su piel canela. En la plaquita de su collar se puede leer “Cuca” (Coño), Dennis Sandoval se mantenía de pie sonriéndoles a sus amos. Loggan le acariciaba el trasero mientras su esposa tomándola de la cintura le plantaba un beso de lengua que la dejó casi sin aliento, al soltarla le dijo a su esposo.

– Que ricura de chocolate latino me conseguiste amor, besa tan rico… no me aguanto las ganas de llevarla a casa.

– Tranquila, si todo sale bien en la junta, la tendremos para nosotros por mas de un año, podremos hacerle todo lo que quieras y tendrás tiempo de sobra, solo espero que no te aburras de ella.

– ¿Aburrirme de ella, ya la viste bien, viste ese trasero y esa tetas es casi como la esposa de ese cantante latino, la del reality show de los chicos cantantes? ¿Podemos comprarle un vestido blanco como el que uso ella cuando bailo en el show y que nos baile a nosotros?

Loggan le sonrió al verle brillar los ojos a su esposa como si fuera la mañana de navidad para una niña y le dice:

– Claro que la vi. La escogí para ti tal como te gustan, claro que podemos comprarle todos los vestidos y juguetes que quieras para divertirnos con ella.

– Por eso te amo…

La Sra. Loggan metiendo su mano dentro de las bragas de encaje de Dennis, metió sus dedos en el coño de “Cuca” y jugando con ella mientras se acercoo a su esposo y lo besoo apasionadamente y Dennis siguío allí totalmente desconectada de la realidad, sintiendo como sus pezones se endurecían y su cuerpo reaccionaba a las caricias de sus amos.

En otra esquina el Sr. Hasegawa y su asistente Akemi Miyake conversaban con Mr. Baxter que sostenía las cadenas de sus hijastras que estaban a cuatro patas una a cada lado de él. Ambas chicas solo visten medias de seda a media pierna, un par de collares de perras del que cuelgan sus respectivas plaquitas y en sus culos llevan insertados dilatadores anales que tienen forma de colas de perro que al ser de hule con cada movimiento que hacen las chicas se mueven de lado a lado como si de perras felices meneando la cola se trataran.

– Debo felicitarlo James-San, sus hijas son tan hermosas y deseables como lo es su esposa Sussy, por cierto ¿por qué ella no se encuentra aquí con nosotros?

Las chicas esperan su siguiente orden a 4 patas mientras sus coños se humedecen y sus tetas cuelgan por la gravedad, tienen prohibido hablar pero son perfectamente consientes de todo lo que pasa a su alrededor.

– Le agradezco sus palabras Sr. Hasegawa, tengo a la puta de Sussy arriba en el evento haciéndose pasar por una empresaria modelo, siendo parte de la organización y la sociedad. Eso es muy bueno para las relaciones públicas. En un rato bajara para ponerse a 4 patas junto a sus hijitas.

– Realmente parecen gemelas…

– Es cierto, son muy parecidas físicamente, la puta de Sussy no espero mucho tiempo para salir preñada de su siguiente cachorra. Para identificarlas mejor les he escrito sus nombres en la frente así sé exactamente cual me chupa la verga y a cual le estoy comiendo el coño.

Escrito en lápiz labial se podía leer Sammy y Mely en las blancas pieles de las frentes de las hermanitas Baxter, mientras ambos hombres ríen, a su lado otro grupo de personas conversaban animadamente. Vestida como todas las otras sumisas Michelle Vanderburgh estaba de pie junto a la juez del tribunal superior de justicia, nominada a ser juez de la suprema corte, Robert Sagel las observaba y les comentaba.

– Como le comentaba su señoría, Mimi ha sido una de las mejores adquisiciones que hemos tenido, nos ha funcionado perfectamente en cada una de las tareas que le hemos asignado. Si no fuera por el contrato que hemos firmado le pediría que me la cediera por un tiempo más.

– Créeme Robert por el gran trabajo que has hecho te la cedería, pero no puedes imaginar las ganas que me he aguantado de tener a esta belleza de rodillas frente a mí, no solo esta temporada que ha pasado en tus manos. Era una verdadera tortura el verla en mi tribunal contoneando este culo, una tortura total soñar con poder cogérmela en mi despacho y mantener la compostura ante todo el tribunal… y ahora.

La Jueza sostenía la cara de Mimi que, con solo el contacto de las manicuradas manos de la jueza, empezó a mojarse como una perra. El Dr. Duval llegoo junto a ellos y saludándoles se unió al grupo mientras Robert, levantando la mano, llamó la atención de una de las desnudas meseras que lleva las copas de champagne. Duval alegremente saludó a Robert.

– ¿Mi querido Robert, como has estado?

– Duval, siempre a tiempo y veo que estrenando tu nuevo juguete. Fue una excelente elección. Permíteme presentarte a Su Señoría Jean Marie DeCroix.

– Es un gusto finalmente conocerla Su Señoría, veo que recibió el encargo que solicitó a Robert.

– Un gusto Dr. Duval, igualmente veo que tiene un excelente gusto para escoger sus acompañantes.

– Honestamente la idea original fue del amigo Robert que siempre esta atento a ver el potencial de nuestras profesionales.

La semidesnuda Dra. en Psicología Carol Arellanos se acercó al grupo y ofreció una copa a Robert y a Duval, ella observaba a Robert excitada y deseosa de obedecer, parecía mentira que solo un par de años antes la misma Carol Arellanos habría estado disfrutando una copa y de alguna de las sumisas que esa noche llenaban el lugar. Carol había sido parte fundamental del sistema de captura de candidatas.

Lamentablemente todo había salido mal cuando en una sesión de adoctrinamiento a una candidata, mientras una sumisa le comía el coño a Carol, la joven profesional empezó a contarle como había empezado a obsesionarse con tener sexo con su compañera cuarto, otra joven en proceso de conversión. Carol sentada en el sillón de su escritorio la miraba comerle el coño, anotó en su blog de notas que los mensajes subliminales que motivaban en la chica el interés por el lesbianismo estaban funcionando como estaba planeado, al terminar las notas le pidió que describiera a su amiguita:

– “¿Dime como es físicamente esa otra puta, zorra, mama coños que es tan sucia como tú?”

Sacando la lengua del húmedo coño de Carol la chica dijo lo único que Carol no esperaba escuchar. Con la boca cubierta de las babas del coño de Carol la chica dijo:

– “Ella es como la chica de la foto”

Sobre uno de los muebles del consultorio de Carol estaba la foto de Carol abrazada a su hija Jennifer, ambas parecerían hermanas, con sus facciones finas y delicadas y sus cabellos castaños casi rubios. Jennifer hacia dos años que había escapado de casa y Carol había perdido completamente el rastro de su rebelde hija.

– “¿Tu amiga se parece a esta chica?”

– “Si mi señora, mi amiga Jennifer se parece a la chica de la foto, ahora es más tetona, su cabello es negro y viste estilo gótico… y es… solo una puta, zorra, mama coños como usted lo dice mi señora, justo como lo soy yo”

Carol apartó a la chica de su entrepierna empujándola con uno de sus pies, que apoyo en uno delos hombros de la sorprendida y aturdida perra. Cerrando sus piernas tomó el primer teléfono que tuvo a mano.

Ese fue el comienzo del fin para Carol Arellano, inmediatamente solicitoo una reunión con Robert para suspender el proceso de adoctrinamiento de su hija y que se la entregaran, Robert le recordó que una vez iniciado un proceso era casi imposible volver a una profesional a su estado original. Lamentablemente ya su hija había terminado el proceso y había sido comprada por uno de los socios.

Carol Arellano en ese momento tomoo la decisión de destruir todo lo que se había logrado en años de trabajo de Industrias Fredensborg, grupo del cual ella formaba parte del consejo directivo. Para tal fin lo único que pudo idear fue contactar a una de sus mejores amigas, miembro del sistema de justicia de la ciudad. Junto a ella y con todas las pruebas que Carol tenía en su poder sería muy sencillo destruir a las Industrias Fredensborg.

Carol sintió como sus pezones argollados se hacían mucho más duros al sentir la presencia de Robert a su lado y Robert le dijo a Carol.

– ¿No vas a saludar como es debido a tu amiga Jean Marie?

La excitada Carol colocó la bandeja de copas en una mesita cercana y cayo de rodilla frente a su antigua amiga que obviamente no le ayudo en nada a destruir a Industrias Baxter, inclinándose empezó a besarle y a lamerle los zapatos a la juez, mientras Robert comentaba.

– Pensar que ella podría estar disfrutando de la velada, una lástima que tomo el camino equivocado, ¿no quiere usarla un rato su señoría?, puede llevarla con usted, total usted la trajo a nosotros.

– Tranquilo Robert, creo que con mi Mimi tengo de sobra para entretenerme y bueno a Carol estoy algo cansada de usarla.

Carol se levantaba en el preciso momento en que el Dr. Barreto se unía al grupo, obviamente el desconectado cerebro de Carol no lograba reconocer a su propia hija, que ahora era el juguete gótico de su antiguo socio el Dr. Luis Barreto. El cual llevaba en la mano la cadena de Jennifer, que esa noche lucia un juego de látex, negro a dos piezas, que contrastaba con su piel clara pero marca perfectamente todas las exquisitas curvas de su cuerpo.

– Parece que llegué en el mejor momento. Jennifer no vas a saludar a Mami Carol.

– Como usted diga señor.

Jennifer se colocó frente a su madre y tomándola por la cintura le besó apasionadamente y con su lengua empezó a explorar su boca mientras las manos de ambas hembras se acarician mutuamente. Finalmente Jennifer rompió el beso y Carol sintió como su coño escurría jugos al sentirse la más puta de las perras reunidas en esa sala.

– Es un gusto verlos reunidos a todos esta noche, espero gocen la velada y nos reuniremos en un par de minutos en el consejo directivo, con su permiso debo atender detalles del evento tras bastidores.

Luego de despedirse, Robert tomando un corto camino pasó a través de los asistentes a la exhibición y de las sumisas en sus plataformas. Un poco más allá del área de exhibición se encontró en un corredor donde de lado y lado, habían nichos o cavidades donde podían verse entre 15 a20 sumisas repartidas en ambas paredes, cada una de las sumisas estaba de pie, vestida solo con la lencería habitual y todas ellas numeradas y con letreros “Tester”. A ambos lado del final del corredor había puertas que brindan acceso a salas cómodamente amuebladas para que los asistentes probaran las habilidades de cualquiera de las sumisas seleccionada.

Robert caminaba por el pasillo poniendo cuidado a cada una de las sumisas, rubias, latinas, morenas, asiáticas, cada una de ellas llevando al límite su belleza. Cirugías estéticas, tratamientos dentales, limpiezas faciales, programas de ejercicios, todo un proceso diseñado para crear las mascotas esclavas hermosas y perfectamente deseables que estaban frente a él. Había sido un trabajo duro el seleccionar a todas esas candidatas y reconvertir sus deseos hasta lograr que no pensaran más que con sus coños, sus culos y sus tetas, esa noche muchas de esas chicas terminarían el “ciclo captura” y empezarían su nueva vida.

Robert sigioo el pasillo y en medio del camino se encontr con un hombre que por su aspecto rondaba los 40 años, vestido con un juego sastre de diseñador italiano y con aspecto de total fascinación, mientras observaba a una chica de cabellos castaños oscuros y ojos verdes que descansaba dentro de uno de los nichos de exhibición.

Colocándose al lado del cliente Robert contemploo a la chica y simplemente le comentoo al hombre.

– Es su primera vez en una gala por lo que veo.

El cliente sale de su contemplación al escuchar a Robert y algo apenado le contesta.

– Sí, sí es mi primera gala… No me canso de admirar estas bellezas.

– Tranquilo todos pasan por lo mismo, se nota que es principiante en esa expresión de un niño en medio de una juguetería.

Ambos ríen al admirar a la muñeca que con expresión distante seguía de pie frente a ellos, sus pechos desnudos subian y bajaban al compas de su respiración, su piel era casi perfecta, y ese casi era solo por unas hermosas pecas de un color levemente más oscuro que su piel que cubrían parte de sus pechos y algunas pintaban su nariz y mejillas, esas pecas junto a su larga melena de tono castaño que caía en cascadas de rizos por su espalda y parte sobre sus pechos, le daban un aspecto exóticamente felino. Las manos de la chica descansaban a ambos lados de sus apetitosas caderas justo debajo de una cintura esculpida a base de semanas de ejercicios en el gimnasio y una dieta que seguía al pie de la letra. El paquete lo completaba un apetecible par de labios vaginales con su vello púbico recortado, un trasero paradito y de nalgas firmes y unas piernas torneadas y tan largas como el suspiro que soltarían algunos al verla caminar.

– En verdad son unas bellezas, nos esforzamos mucho por sacar de cada una de ellas ese toque especial que las hace perfectas. ¿Le gustaría probar el producto?

– Oh gracias, pero no creo que tenga el crédito suficiente para probar una de las chicas de esta sección.

– Tranquilo mi estimado amigo, no hay nada más frustrante que ver y no tocar.

Diciendo esto Robert deslizó una tarjeta en un lector colocado al lado de la chica y parpadeando, los ojos de la sumisa volvieron a enfocar y su expresión se volvió más felina que antes, moviéndose casi en cámara lenta su pierna bajo del escalón donde estaba colocada y se paró frente a los hombres que la admiran y con una sonrisa dijo.

– Hola, ¿puedo servirles en algo?

Su acento extranjero sumado a su lenguaje corporal y al embrujo erótico que irradiaba, no hacen mas que ayudar a la visible erección del cliente que no dejaba de verla. Robert se le acercó a la chica y sacando una agenda electrónica le dijo.

– Hola, hoy vas a atender a mi invitado y le harás pasar la mejor noche de su vida. Le acompañaras a un privado y le mostraras todo lo que has aprendido.

Mirando al invitado con una lujuria que se incrementaba con cada segundo la chica contestó.

– Así lo hare señor.

El cliente miroo a Robert y sin encontrar palabras para agradecerle le dijo.

– Como puedo… gracias, pero..

– La casa invita.

– Gracias… ¿cual es el nombre de la chica?

– En verdad eso no tiene la menor importancia, pero si gusta, ¿Dígame cual es el nombre de alguna novia, compañera, amiga, profesora o familiar que nunca pudo poseer, que se hizo la difícil o que siempre tuvo ganas de usar como a una prostituta barata?

La pregunta tomoo desprevenido al cliente y su expresión de sorpresa poco a poco fue cambiando mientras con deseo miraba a la chica y dijo.

– Leticia.

Robert accionoo su agenda y escribiendo algo en ella activoo un par de botones más, en la chica sus ojos se nublaron un poco, reaccionando un segundo después parpadeando una o dos veces y dirigiéndose a la chica Robert le ordenoo.

– Leticia, escolta a mi invitado a un privado, has lo que se te ha ordenado y lo que el pida.

– Si mi señor.

La chica tomoo del brazo al cliente y Robert los vioo alejarse por el pasillo rumbo a uno de los cuartos privados. Finalmente la última puerta del pasillo lo condujo a una especie de anfiteatro donde estaban reunidas muchas personas, hombres de saco y corbata, y algunas mujeres elegantemente vestidas, todos sentados observando el escenario donde una sonriente María Patricia Zurita anunciaba el siguiente lote de sumisas, sus características y los precios iniciales de subasta…

– La siguiente pieza está numerada “024-9-3”. Alias Lissy, es arquitecta de profesión, tiene 23 años, cuenta con el paquete estándar de conversión, obediencia, sumisión y con preferencias bisexuales. Se le han mejorado quirúrgicamente senos, labios y pómulos, el precio inicial de esta pieza es de $ 656,000 dólares americanos.

Lissy apareció en el escenario vestida de traje sastre tipo ejecutiva y poco a poco fue caminando y desvistiéndose, soltando su cabello rubio y quitándose el saco gris que reveló sus hermosas tetas cubiertas por un sostén de encaje de media copa que no lograba ocultar su pezones, el bamboleo natural de sus nuevas y grandes tetas no deja la menor duda a los presentes que esos pechos están libres siliconas. Luego fue el turno para su falda a juego con su saco, al caer al suelo la falda reveloo sus medias sostenidas por ligueros y sus piernas calzadas en tacones de aguja, ella no llevaba bragas y empezó una rutina de poses programadas en su cerebro para seducir al público. Varias ofertas empezaron a llegar de la sala de subastas y los clientes vía online se disputaban la compra de la sumisa.

Todos podían ver a la nueva Lissy, semidesnuda en medio del escenario, sus grandes pechos subiendo y bajando por la excitación de mostrarse tan puta y caliente ante todas esas personas. Cada movimiento de su escultural cuerpo era un ataque directo al libido de los presentes, su cintura estrecha y sus nalgas respingonas invitaban a ponerla a cuatro patas allí sobre el escenario y llenarle todos sus orificios. Sus cabellos caían en cascadas doradas por su espalda y por el frente, hacia tanto que el tono castaño claro original de su cabello había desaparecido, al igual que desapareció el prejuicio de Lissy a pensar que las rubias eran tontas… tontas rubias tetonas. En realidad la mayoría de los pensamientos independientes y la conciencia de Lissy habían desaparecido, lo importante era que ahora ella se sentía perfectamente feliz con ser la rubia de pechos grandes y carita angelical que todos miraban y deseaban llenar de vergas.

La puja se hizo más fuerte y algunos clientes desistieron de ofertar cuando la subasta por Lissy alcanzó la cifra de $896,000.00.

Robert con una sonrisa se fue tras el escenario a revisar el siguiente lote en subasta mientras los minutos siguieron corriendo y el precio por Lissy siguió su marcado ascenso, ella ya estaba en el suelo del escenario masturbándose frente al público y gimiendo, lo que motiva una siguiente oleada de ofertas.

La siguiente sumisa en lista de subasta era la oficial de policía Vanessa Harper pero hacia unos minutos Robert había ordenado retirarla de la subasta pues un comprador había hecho una muy generosa oferta después de probar a Vanessa en uno de los privados. Ahora Vanessa permanecía tras el escenario de pie y en silencio total, con su mirada perdida y su cerebro apagado mientras vestía un ridículo disfraz que simulaba su uniforme de reglamento. Su blusita azul marino de latex con su plaquita de plástico no lograba retener su enorme par de tetas y justo debajo de esas dos bellas masas de carne, un desnudo torso muestra el perfectamente trabajado abdomen y seguidamente otro pedazo de latex azul marino intentaba simular un pantalón policial que se insertaba en su coño por delante y se adhería a sus nalgas redondas nalgas por detrás. Rematando todo el atuendo un cinturón de cuero de estilo policial colgaba de su cintura pero a diferencia del que usualmente llevaría ella, de ese cinturón colgaban varios dildos de diferentes tamaños y formas.

Lastimosamente los clientes se quedarían con las ganas de ver la presentación de Vanessa que esperaba a que su nuevo dueño pasara por ella. Su carita bonita apuntaba levemente al suelo, ladea su cabecita dejaba escapar de su boca entreabierta un hilillo de saliva que mojaba sus enormes pechos de piel de ébano, sus piernas separadas dejaban ver como el pantalón de latex se encajaba en su coño y sus torneadas piernas terminaban calzadas en unas botas negras de cordones blancos con altas plataformas de tacón.

Robert no podía rechazar la compra directa de Vanessa pues el acaudalado hombre de negocios era literalmente dueño de una prospera ciudad del sur, en los últimos meses había estado haciendo muchas compras de jóvenes sumisas, al grado de conocerlo como el Señor de las Muñecas. Todas sus compras se habían mudado y empezado a trabajar en la ciudad que él estaba construyendo, entre las sumisas compradas figuraban una maestra de primaria, una bibliotecaria, una doctora, y dos abogadas. De estas dos últimas una de las abogadas había sido un pedido especial diseñada y programada exclusivamente para seducir, complacer y entretener a la esposa del Señor de las Muñecas.

La esposa no sabia nada de las actividades extramaritales de su esposo, y mientras él se decidía si incluir o no a su esposa en su colección de muñecas, la abogada se encargaba de ocupar el tiempo libre que su esposa tuviera. Ahora Vanessa se mudaría de ciudad y formaría parte del cuerpo de policía del lugar y de la creciente colección de muñecas. El cliente estaba deseoso de ser detenido por Vanessa y que ella intentara darle una infracción, él conseguiría la forma de convencer a Vanessa y arreglar el asunto de otra manera.

Dejando a Vanessa sola de pie en una esquina tras el escenario, Robert no pudo evitar mirar como sus enormes tetas casi hacían estallar su camisita azul en su uniforme policial, le acarició el redondo trasero y se alejó de ella rumbo al siguiente lote en subasta.

Finalmente un potentado Sheik compró a Lissy, la cual bajo del escenario completamente exhausta pero feliz de ser una buena chica y demostrar todo lo que aprendiera en las últimas semanas.

Así terminaba el “ciclo de reconversión” de Lissy, ella no recordaba la llamada que hiciera a su jefa para renunciar, menos cuando empacó sus cosas y se mudó a casa de Lola y donde estas tres últimas semanas había iniciado una tórrida relación cargada de sexo y placer. Aunque en el fondo ella sabia que eso no duraría pues ella, aun estando enamorada de Lola necesitaba algo más, algo que Lola no podía darle.

En realidad eso era lo que ella debía recordar y pensar pues las últimas tres semanas las había pasado en una instalación dentro de las Clínicas Baxter cariñosamente denominada “La Colmena”.

Todos sus recuerdos y sensaciones habían sido implantados en su memoria por un nuevo software que recreaba realidades. Lissy al igual que un incontable número de sumisas se mantenían casi en animación suspendida dentro de capullos semirígidos, ellas eran alimentadas por tubos o sondas nasogástricas, sedadas, nutridas e hidratadas vía intravenosa, sus excretas y fluidos limpiados por bombas de vacío y chorros de agua. Estos equipos algunas veces eran reemplazados por vibradores y consoladores, al igual que periódicamente los capullos cambiaban su forma alterando su postura para ejercitar sus músculos y evitar atrofia por inmovilidad.

En las semanas siguientes Lissy rompería con Lola y por esos extraños giros del destino recibiría una propuesta de trabajo para diseñar un extremadamente lujoso hotel en un emirato de Arabia, en realidad diseñaría el hotel y los últimos tres niveles del edificio serian el harén de su nuevo dueño, otra propuesta que no podría rechazar. Algunos ajustes especiales y detalles deberían ser incluidos en el perfil de Lissy y para esto se requerirían un par de semanas de implantación y prueba. Esto no le importaría a su nuevo dueño que estaría encantado de tener una Bimbo perfecta a sus pies.

Después de casi una hora de haberse despedido de sus socios, una alarma silenciosa empezó a vibrar en teléfono agenda de Robert, caminando por un corto pasillo que lo sacó del área de subastas entró a un pequeño lobby donde Helen lo recibió en un excitante mini vestido negro y zapatos de tacón de aguja, sosteniendo en sus manos la cadena de Vivi, que descansaba a su lado desnuda de rodillas con sus manos detrás de la nuca, su espalda arqueada y levantando sus pechos.

– Todos han llegado amo, ya han votado y esperan por usted para concluir la sesión.

– Buena chica Helen, ¿cómo se comporta nuestra nueva perrita?

– Se puede decir que se adapta muy bien a su rol de mascota. La medalla se la colgué de la teta y el pergamino se lo iba a meter en el culo, pero luego pensé que se estropearía y no podría colgarlo junto a sus otros reconocimientos.

– Bien pensado, igual hay mejores cosas para meterle y llenarle el culo a Vivi.

En el marco del evento de caridad organizado por la Asociación de Damas Empresarias de la Ciudad, se había hecho un reconocimiento especial a Vivian Deveraux como la mujer empresaria del año. La fotografía de Vivian Deveraux, en un elegante vestido sonriendo al recibir su reconocimiento, que saldría publicada en las páginas de sociales en periódicos y revistas, distaba mucho de la imagen de perra amaestrada que veía Robert en ese momento. En algunos casos esa misma foto elegante decoraría la noticia sobre el millonario donativo que Vivian había realizado a un consorcio privado de investigación científica, donativo al cual ella se refería como “Mi humilde contribución al desarrollo de tecnologías que hagan de este mundo un lugar más agradable”.

Robert acariciaba la cabeza de Vivian como si de un cachorro se tratara.

– Buena chica, buena chica, eres toda una perra de listón azul…

Vivian empezó a soltar babas que mojaban su entrepierna y escurrían por la parte interna de los mulos, Robert atrapó su barbilla y la levantó con fuerza obligándola a mirarlo y le dijo

– Córrete para mi puta.

Robert observó como la empresaria del año empezó a convulsionar y sus ojos rotaron en sus cuencas hasta que solo mostró el pálido blanco, mientras su cuerpo se estremecía producto del orgasmo. Robert sonrió complacido y soltándole la barbilla a Vivi su cabeza se inclino y la saliva se escapó de la comisura de sus labios y fue a parar sobre sus tetas, babeando su piel y haciendo brillar sus pechos. Robert continuó su camino a la sala de juntas.

Entrando a la sala de conferencias se reunió con le Consejo Directivo de Industrias Fredensborg. En la mesa lo esperaban el Dr. Duval encargado de asuntos legales, el Dr. Luis Barreto encargado de la clínica dental y el salón de tatuajes que funcionaban como centro de captura secundario de nuevas candidatas a profesionales, Mr. Logan dueños de la Corporación Loggan Aeroespacial y encargado de transportación, el Dr. Michael James Baxter dueño legal de Biotecnologías y Clínicas Baxter y finalmente el Sr. Tetsu Hasegawa, dueño de Hasegawa Group, encargado de proveer los bioquímicas necesarios para las profesionales.

El primero en tomar la palabra fue el Dr. Duval y dirigiéndose a Robert dijo.

– En las últimas semanas el consejo nos hemos reunido para evaluar la petición que nos hicieras, hemos evaluado la solicitud detalladamente puesto que la tarea no resultaría sencilla desde ningún punto de vista. Después de muchas deliberaciones se ha decidido ejecutar el plan, y por arriesgado que este sea, si no podemos lograr este encargo del Sr. Toscanni no podríamos decir que somos la mejor y única industria de nuestro tipo. Como ves esto se ha convertido en una cuestión más que económica, es una cuestión de egos, honor y tener suficientes “huevos” para hacerlo.

– Les agradezco su confianza y deferencia caballeros.

– Te agradecemos a ti Robert que te has tomado la molestia de idear este plan. Dicho todo lo necesario disfrutemos del final de la velada.

Diciendo esto los miembros del consejo se levantaron, y cada quien tomó a su o sus perras que esperaban ansiosas de rodillas o a cuatro patas bajo la mesa o junto a sus sillas, todos volvieron a la fiesta y Robert se quedó sentado a la mesa. Abriendo un poco su saco extrajo de un bolsillo la foto de una hermosa joven de por lo menos 26 años, de estatura media, piel clara levemente tostada por sesiones de bronceado, cabellos castaños con rayos dorados, un hermoso par de ojos azules verdosos y por lo que se puede ver en la foto un excelente par de senos, una cintura y caderas bien cuidadas y un rico trasero, una sonrisa discreta ilumina su rostro de facciones delicadas. Robert recordaba con exactos detalles la primera vez que había visto esa foto.

“- Eres un hombre inteligente Robert de eso no hay duda. Todo tiene un precio y mi colaboración con ustedes también lo tendrá, pero como sabrás hay cosas que ni todo el oro del mundo puede conseguir para un hombre.

Diciendo esto Bruno extendió un documento a Robert y al revisarlo Robert miró a Bruno fijamente, en el rostro de Bruno no había en menor signo de duda. Luego Robert extrajo del documento una foto y después de meditarlo unos minutos dijo.

– No será fácil pero la vida esta llena de retos a superar.”

Eso había conversado con Bruno Toscanni mientras le entregaba a Robert la foto de Kateryn Francesca Toscanni Tassinari, la hija de Francesca Tassinari. Francesca fue la más hermosa y cotizada modelo de su época, quien se había casado con Alessandro Toscanni, padre de Bruno. Alessandro era un magnate de la industria bancaria que había hecho su fortuna en el negocio de casinos. Esto convertía a Bruno y a Kateryn en hermanastros. Habían vivido juntos por muchos años, siendo una familia normal y feliz pero todo cambio a raíz de la muerte de ambos padres, en un sospechoso accidente de transito, la fortuna Toscanni fue repartida a partes iguales y la custodia y el manejo del fideicomiso de ambos adolescentes fue otorgado a su tío Giusseppe Toscanni.

Obviamente Robert conocía cada detalle de la familia Toscanni pues por meses había evaluado y estudiado la posibilidad de incluir a Bruno en las operaciones de Industrias Fredensborg. Claro que estas invitaciones no se hacían a cualquiera. Era todo un honor ser seleccionado por el consejo para ser un integrante más, ni siquiera esos chicos (o chicas en algunos casos) ricos, egocéntricos y malcriados eran tomados en cuenta para alquilar una esclava, mucho menos para integrar el consejo.

Lo que Robert desconocía era que Bruno Toscanni siempre había fantaseado con la idea de hacer a Kateryn su mujer. Desde su adolescencia se había fijado la meta de poseer a Kateryn y ya siendo adultos Bruno había hecho su mejor avance pero Kateryn le había rechazado de forma muy directa y diplomática. Desde ese momento la relación entre ambos había cambiado a una verdadera lucha de poder y cuando la propuesta de Robert entro en la escena, Bruno Toscanni finalmente encontró la pieza clave para cobrar su venganza y adueñarse de Kateryn.

Robert guardo la foto nuevamente en su bolsillo y tomando otros documentos pudo leer en ellos “Proyecto Fénix”, y ver más fotos que presentaban a Kateryn en ropa de oficina y en actividades comunitarias, varias fotos en campamentos de refugiados brindado ayuda internacional, o varias fotos donde se le ve en un traje de neopreno deportivo saliendo del mar en una playa, en una de las muchas competencias de triatlón en las que participaba, en la mayoría de las veces en eventos con premios donados a la caridad.

Un recorte de prensa la presentaba en la alfombra roja de una actividad de beneficencia. Llevaba puesto un elegante vestido de noche que hacia juego con sus joya y accesorios, entre esos accesorios el que más destacaba era su acompañante vestido de smoking con una banda escarlata cubriendo parte de su camisa blanca, el artículo se titulaba “Noche de Cuento de Hadas, el Príncipe y su prometida se presentan en sociedad”. Se rumoraba fuertemente que Kateryn Toscanni y el Príncipe Friederic Ernest VanAule, heredero de la corona de Bretonslavia, anunciarían en cuestión de días su compromiso y contraerían nupcias en los próximos meses, luego de concluir el príncipe una misión de ayuda humanitaria internacional.

Robert cerro la carpeta de documentos y se levanto para unirse a sus clientes y socios, mientras avanzaba por el pasillo iba reenumerando cada detalle del plan a ejecutar, ahora era el turno de Robert para demostrar cuan inteligente podía ser el dragón para arrebatare la princesa al príncipe y confinarla a la torre más alta.

Oficinas del Grupo Toscanni.

Sala de Reuniones

Sesión de la Junta Directiva del Grupo Toscanni.

Hacia escasos quince minutos desde que la reunión había iniciado y habían pasado solo diez minutos desde que comenzó la habitual discusión de metas y directrices entre Bruno Toscanni y Kateryn Toscanni. Era tan habitual que el carácter tan dominante de estos dos personajes chocaran en la mesa de juntas que asistir a una reunión sin presenciar una buena pelea entre ellos, era como sentarse a mirar la TV sin encenderla. A Kateryn le parecía absurdo invertir tanto dinero un el nuevo proyecto de casinos online que Bruno había presentado. Bruno defendía su proyecto diciendo.

– Pues esa es una cifra irrisoria en comparación a los beneficios que obtendremos en cuanto el sistema se posicione en el mercado, con la reputación de nuestros casinos la competencia se ira a pique en solo un par de meses.

Kateryn lo observaba y sin la menor muestra de irritación o apasionamiento le contestó:

– Bruno no creo que debamos seguir discutiendo esto, no me parece que esto sea más importante que la restructuración de nuestros casinos reales. No creo que tengamos tiempo para tus casinos virtuales…

Antes de que Bruno saltara sobre la mesa y apuñalara el cuello de Kateryn con su bolígrafo de oro, o por lo menos eso había pensado hacer, Giusseppe Toscanni tomó la palabra para apaciguar los ánimos. Con voz pausada y tranquila como era su costumbre, mirándolos a ambos dijo.

– Si me permiten expresarles mi opinión, creo que deberíamos tomarnos un tiempo y revisar con más detalle y cuidado la propuesta de Bruno y poder dale espacio a la ejecución de la restructuración que Kateryn tiene ya en desarrollo.

Voces y murmullos de aceptación llenaron la sala de conferencias y una sonriente Kateryn se levanto de la junta diciendo.

– En ese caso estaremos revisando el tema en cuanto me reintegre a la oficina, luego de mis vacaciones.

Sonriéndole a Bruno terminó por salir y se dirigió a su despacho, Giusseppe intentó decirle alguna frase de animo a Bruno para calmarlo, pero Bruno lo detuvo con un gesto de manos, ambos salieron de la sala de reuniones y Bruno volvió a su despacho.

Kateryn llegó sonriendo a su oficina encontrándose con Malena, su secretaria y asistente personal, a la cual saludó alegremente.

– Buona sera Malena ¿come stai?

– Buona sera Kateryna, tutto bene.

Malena se notaba algo nerviosa por la repentina llegada de su jefa, quien la observaba de manera inquisitiva. Malena bajó la vista al teclado de su computadora como si fuera una niña atrapada en una travesura.

– Malena ¿qué hemos conversado sobre las redes sociales en horas de oficina?

– Solo entre un momento a revisar los comentarios a mis fotos…

– No quiero ni saber como lograste burlar el firewall de la oficina pero te recuerdo que los chicos de informática no estarán contentos ni contigo ni conmigo.

– Solo contestaré unos comentarios de mis fotos de vacaciones y me desconecto jefa y no lo volveré a hacer.

Kateryn le sonrió cariñosamente al verla sentada frente a la computadora revisando su cuenta.

– Intenta terminar rápido con eso, aunque creo que te tomará algo de tiempo. Tienes más documentadas tus vacaciones que las misiones a la luna. ¿Cuantas fotos tomaste en dos semanas?

– Emmmm… Solo un par de cientos pero la pase de maravilla…

– Eso se nota en las fotos y en ese lindo bronceado… Ahora será mi turno.

– Me cuesta creer que hoy sea el primer día en dos años que su agenda este completa y absolutamente vacía, no hay reuniones, no hay video conferencia, ni siquiera una cita para tomar un te… jefa puedo decirle que esta todo listo para su viaje.

– Gracias Malena no te preocupes por la agenda, recuperaremos todo el tiempo “perdido” a mi regreso, prepárate por que la siguiente semana será de las más pesadas.

– Pero jefa eso no será tiempo perdido… Menos si estará en compañía de su príncipe.

Ambas rieron pícaramente y la curiosidad de Malena se impuso y le preguntó con franqueza a Kateryn.

– Esa felicidad no solo es por su viaje jefa, ¿Cuénteme que ha pasado en la reunión?

Kateryn sonriéndole con aire triunfador le dijo.

– Volví a demostrarle a Bruno que debe pensarlo dos veces antes de enfrentarme en una reunión de junta directiva.

– ¿Otra vez jefa, Pero es que el Sr. Bruno no logra aprender?

– Al parecer no logra entender que yo soy la del carisma y de las buenas ideas. Espero que algún día se de por vencido.

– Me alegra que este tan contenta jefa.

– Como no estarlo Malena, bueno debo disfrutar estos días de libertad… En cuanto se anuncie el compromiso y la fecha de la boda, todo será otro mundo y ya se me agotaron las excusas para rechazar la protección de la guardia real.

Malena la despidió con una sonrisa y Kateryn entró a su oficina para hacer las llamadas de rutina antes de salir de la oficina rumbo a sus vacaciones, Los minutos pasaron y ella conversaba con sus clientes.

– Si señora McMuller, los documentos estarán mañana en su despacho para la firma…. Sí, me iré de vacaciones, sí ya sé que trabajo demasiado…. No, no solo será una semana… Con gusto le saludare al príncipe… Gracias que amable. Sí, es verdad, en televisión nos vemos más altos…

La puerta de la oficina se abrió y fue interrumpida por la llegada de Bruno, se le notaba más calmado. Ella acostumbrada a esas visitas inesperadas levantó un dedo indicándole que la espere mientras seguía hablando…

– Sí, con gusto nos reuniremos a mi regreso, igualmente ciao.

Un momento después cerró la llamada y antes de atenderlo el teléfono sonó, ella accionó el intercom, una exaltada Malena dijo.

– “Lo siento jefa, fue más rápido que yo, esta vez no pude detenerlo”.

Bruno levantando la voz dijo.

– Siempre soy más rápido que tu Malena, no sé por que insistes en intentar retrazarme en la entrada.

– “¿Esta puesto el intercom? Que pena Sr. Bruno…”

La línea quedó en silencio, y Kateryn le interrogó mientras Bruno sonreía.

– Supongo que no vienes a desearme un buen viaje…

– Claro que a eso he venido ¿Por qué siempre a la defensiva?

– Porque me enseñaste y aprendí muy bien de ti. Aunque mi técnica es más sutil, dulce y delicada.

– Touché… En realidad vine a mostrarte estas cifras y a pedirte que firmes el contrato de ejecución de la plataforma online.

Kateryn iba a iniciar su planeado ataque cuando el intercom empezó a sonar insistentemente.

– “Jefa lo peor, lo peor a pasado…”

– ¿Qué ha pasado Malena no me asustes?

– “Jefa han llamado del aeropuerto, el jet privado para su viaje no puede despegar han descubierto un problema en una turbina…”

– ¿Eso es lo peor? Alquila otro avión y que Richie este listo par salir…

– “Jefa he llamado a todos los servicio de vuelos y no tienen nada disponible hasta mañana… creo que deberíamos llamar al príncipe y …”

Kateryn recogiendo el teléfono desesperadamente dijo.

– NO, ni hablar, la presentación del proyecto humanitario es mañana, tengo que viajar hoy, no le puedo dar este dolor de cabeza ahora.

Bruno sonrió mientras dijo:

– Sin contar que no podrías aceptar tu error de viajar a última hora…

Kateryn le lanzó una mirada asesina que Bruno respondió con una sonrisa y le ignoró sacando su celular para hacer una llamada.

– No importa que tengas que hacer Malena pero consígueme algo que vuele y me saque de aquí, please – cerrando la llamada, miró a Bruno y le dijo – ¿Algo más que necesites?, como ves no es el mejor momento para…

Bruno la interrumpió con el mismo gesto de manos que ella uso para hacerle esperar.

-”… Si, claro que te estaría agradecido… sí, pero necesito ese favor ahora…” – bajando su teléfono miró a Kateryn y le dijo – Estoy salvando tu trasero para que puedas lucirle tu bikini a tu sangre azul y tomen el sol juntos. Tengo el jet de un amigo saliendo de la ciudad, puede llevarte si quieres…

Kateryn lo miró molesta por el comentario pero dudosa de los benévolos motivos de Bruno.

– Qué considerado de tu parte pero ¿dime qué ganas con ayudarme?

– Yo nada, no sé que te hace pensar que hay algo de por medio en esto, no sé por que lo dices.

– Por que eres Bruno y te conozco.

– Buen punto, en ese caso y siendo completamente honesto, te pediré un favor. Quiero que estudies la propuesta…

– ¿Solo eso? Ok prometo leerla…

– No, no quiero que la leas y la olvides, quiero que la estudies y la analices.

Pensándolo unos segundos Kateryn le contestó.

– ¿No me dejaras en paz hasta que acepte, no es así?

– Que bien me conoces – Bruno levantó el celular y dijo – ” OK estaremos allí en unos 20 minutos, bueno ciao”. Andiamo, nos esperan…

– Pero yo no acepte…

– ¿Qué opciones te quedan?

Bruno salió de la oficina y Malena entró alterada diciéndole a Kateryn.

– Malas noticias jefa, no he podido conseguir nada para usted. Nada esta por salir, ni siquiera un vuelo con cabras o algo así – Kateryn la miró severamente pero a punto de reír y Malena dijo – claro que esa sería la última opción.

– Descuida Malena ya tengo como viajar.

– ¿Pero, como, cuando, quien?

– Como: En un jet privado, Cuando: Justo en este momento me esta esperando, Quien: Pues aunque no lo creas ha sido Bruno.

– Bruno, ¿El mismo Bruno que acabó de salir?

– Sí, ese, el mismo Bruno, ahora ayúdame por favor a sacar esta maleta…

– Pero jefa ¿esta segura de esto? yo me lo pensaría dos veces, es… es que es Bruno.

– Créeme, si tuviera tiempo te dejaba una declaración firmada haciendo responsable a Bruno si me rompo una uña, pero no tengo tiempo así que andiamo.

Ambas rieron mientras bajaban y al llegar al estacionamiento se encontraron con Giussepe, Bruno y Franchesco el chofer y escolta de Bruno. Un minuto después Richie el chofer de Kateryn apareció conduciendo el vehiculo que la llevaría al aeropuerto.

Giussepe con la serena voz que lo caracteriza se despidió de su sobrina.

– Espero verte pronto de vuelta y disfruta del viaje.

– No se diviertan mucho sin mí.

– Descuida me desconectaré de los negocios un tiempo mientras vuelves, iré a la granja a cuidar de mis hermosos animales.

– Cuidado al montar Giussepe. Te hará bien un cambio de aire.

– A todos nos hace bien un cambio. Ciao Bela.

– Ciao Giussepe, nos veremos pronto.

Dándole un beso se despidió y lo vio caminar con paso lento y el característico sonido del “plic plic” de la punta de su bastón al golpear el suelo, luego ella se aproximó a los autos, Bruno le entregó el sobre de documentos a Kateryn para que los estudiara.

– Yo no tendré tiempo para ver eso en mis vacaciones…

– Kateryn es un largo vuelo a tu destino y tú, yo y medio mundo sabemos que ese maletín no lleva cosméticos… Vives pegada a la red y viajas con la oficina a cuestas, ahora hazme el favor y guarda esto con tus cosas.

Bruno tomó el maletín de diseñador de la mano de Kateryn lo sostuvo mientras Kateryn de mala gana abrió el maletín y guardó los documentos junto a las demás cosas de su oficina portátil, entre ellas su computadora y un teléfono satelital.

Bruno abrió la puerta de su auto y le indicó que entrara.

– Gracias, pero viajo con Richie.

– Ok entonces viajo contigo, necesito conversar varias cosas, Franchesco cuida de esto y síguenos al aeropuerto, presto.

Bruno entregó el maletín de diseñador a su chofer y este lo guardó en el auto de Bruno.

Subieron al auto y tomaron ruta al aeropuerto. 12 minutos y varios arrepentimientos después, Kateryn y Bruno llegaron al aeropuerto. Terminados los trámites de rigor llegaron a la pista donde el jet les esperaba. Una sonriente chica rubia en uniforme de piloto les recibió en la pista.

– Bienvenidos, soy Daniella, les esperábamos. Pueden subir inmediatamente si gustan pero estaremos despegando en 15 minutos por una nave que declaró una emergencia y el aeropuerto esta en contingencia. Esperemos que solo sea algo de rutina y no afecte nuestro itinerario.

– En ese caso que suban el equipaje mientras conversamos.

Richie subió las maletas que casi llenaban el maletero del auto y Franchesco salió del auto y subió el maletín de Kateryn.

Minutos después Kateryn abordaba el jet y Bruno se despedía de ella en la escalera.

– Recuerda que me debes una, a tu vuelta arreglamos cuentas.

– Como si por un minuto hubiera pensado que no me recordarías esto cada 20 minutos, los siguientes 20 años, hablaremos al volver…

Diciendo esto entró al avión, la puerta se cerró operada por una hermosa asistente de vuelo.

– Bienvenida a bordo mi nombre es Angélica, ¿desea algo de tomar o de comer?

– Gracias pero así estoy bien, quisiera mi maletín para seguir trabajando mientras esperamos.

– Lo lamento pero en cualquier momento estaremos por despegar, esta prohibido el uso de equipo electrónico mientras el vuelo no alcance altura de crucero.

– OK, entonces esperaré.

Minutos después el despegue se realizó sin inconvenientes y el avión empezó a elevarse para alcanzar altura de crucero, momentos después Kateryn sacó su teléfono inteligente y se conectó al sistema de red de la nave, empezó a revisar su correo y a contestar su correspondencia, revisó las noticias y leyó reportes financieros que le llegan en automático a su correo electrónico.

El viaje continúo sin contratiempos y horas después Kateryn recordó su computadora en su maletín, pero solo de pensar en que allí estaban los documentos de Bruno fue suficiente para desanimarla y seguir solo en su teléfono.

Tiempo después la azafata se le acercó con un teléfono y le dijo que tiene una llamada.

– “Hola jefa ¿cómo va el viaje? Intenté comunicarme a su móvil pero ya esta fuera de cobertura, el Sr. Bruno me dio el número de satelital del avión.”

– “Hola Malena ¿qué tal, pasa algo en la oficina?”

– “No, todo esta bien, lamento molestarla pero tengo al Príncipe Friederic en la otra línea, ¿Quiere hablar con él?”

– “Listo, transfiere la llamada. Malena gracias por todo.”

Dos segundos después

– “Hola mi dama ¿cómo estas?”

– “Hola caballero, yo muy bien, ¿qué tal estas tú, cuéntame?”

– “Cuéntame tú preciosa, Malena me dijo que te tenia en la línea para hablar conmigo.”

– “Que raro, eso mismo me dijo a mí… Bueno el viaje un poco aburrido hasta hace unos segundos…”

La conversación continúo hasta que se empezó a perder algo de señal.

– “Casi no te puedo escuchar linda, te llamaré en unos minutos.”

– “Esta bien, de todas formas en un par de horas estaremos juntos…. ufff”

Una sacudida hizo que el avión se inclinara un poco a la izquierda.

– “¿Qué sucede, esta todo bien?, casi no te escucho.”

– “Todo bien, creo que fue una bolsa de aire…”

– Señorita debo pedirle se coloque el cinturón, estamos entrando a una zona de turbulencias.

– “Hablaremos después mi cielo debo cerrar.”

– “Mandare por ti al aerop…”

La conversación se corto y Kateryn miró asustada a la azafata.

– ¿Es normal tanto movimiento?

La azafata de pie intentó tranquilizarla.

– Sí es bastante normal en esta área, debe terminar en breve.

Otra sacudida, la azafata perdió pie y cayo al lado de uno de los sillones en el cual se sentó y rápidamente abrochó su cinturón, en el momento en que la nave se inclinaba a la derecha y caía en vacío. Kateryn se arrepintió de las bromas con Malena sobre culpar a Bruno si algo le sucedía. El avión vibraba en forma descontrolada, Kateryn se aferraba a su asiento y miraba como la azafata luchaba por abrir un compartimiento en el lateral de su sillón y sacaba un mascarilla de oxigeno, antes de ponerla sobre su rostro le gritó a Kateryn.

– Sáquela y póngasela.

Kateryn buscó desesperadamente el compartimento en su asiento, abrió y sacó la mascarilla, se la colocó y una nueva sacudida remeció el avión y ella inspiró profundamente apreciando el olor del que pudiera ser su último aliento. El avión siguió moviéndose, siguió aspirando y en segundos su respiración se empezó a estabilizar y sintió como si empezara a flotar, siguió sintiendo la vibración del avión y sus ojos dejaron de enfocar hasta cubrirse de una total oscuridad…

Club Ejecutivo de la Cuidad.

Salón VIP

En una de las elegantes salas del club ejecutivo de la cuidad, los poderosos hombres de negocios discutían alianzas y estrategias comerciales, mientras bebían o fumaban un buen habano. El Dr. Sagel se mantenía a una distancia prudente y revisaba con desgano un dossier de documentos, mientras en una de las muchas pantallas gigantes de TV pasaban las noticias más destacadas de la última hora, una sonriente María Patricia Zurita anunciaba el final del Noticiero con un pase en vivo hasta el Hotel Crowell Plaza de la ciudad, donde desde hace algunos días se hospedan uno más de los grupos de las mujeres más hermosas del planeta. Ese era el tercero de cinco grupos de concursantes que audicionarían ante los jueces del certamen Miss Belleza Internacional, este certamen seleccionaría las representantes más bellas de todo el planeta y en un evento tipo Realty Show estarían en los próximos meses, en giras, promociones, competencias y capacitaciones y donde la mejor de todas se llevaría en codiciado título de Miss Belleza Internacional. En pantalla las concursantes desfilaban en pasarelas ante los jueces, atendían entrevistas privadas con los jueces y organizadores y en la última escena todas las chicas del tercer grupo posaban en traje de baño en la piscina del hotel proyectando su mejor sonrisa y portando la banda que llevaba escrito el nombre del país al que representan. Los camarógrafos apuntaban sus lentes, mientras ellas posaban para las fotos teniendo de fondo el hotel o los banners con los logos de los patrocinadores del concurso, banners donde se destacaban el logo de Clínicas Estíticas Baxter.

Esta última cobertura de noticias llamó la atención de más de la mitad de los ejecutivos presente, Robert sonrío para si mismo mientras sostenía un informe de una candidata a profesional el cual contenía la siguiente información:

Miss Venezuela.

Nombre: Scarlet Rodríguez.

Ocupación: estudiante y modelo.

Medidas: 105-67-93.

Perfil psicosexual: La paciente es bisexual, presenta una marcada tendencia a la sumisión, figuras masculinas o femeninas que le representen poder para ella, pueden abusarle al tener un inusitada predilección por una variedad de fetiches que incluyen el Bondage, Máquinas sexuales y Humillación pública. Esto la hace masturbarse 3 o 4 veces al día, esto la mantiene calmada y así puede conservar su imagen publica intacta.

Diagnostico: Perra reprimida en público buscando la forma de balancear sus dos mundos.

Informe redactado por H. Bell

Nota: Revisar video adjunto a este documento.

Robert retiró una micro memoria de datos de un bolsillo del sobre, la insertó en su Teléfono inteligente y ajustó el volumen de su audífono bluetooth.

El video presentaba un primer plano de una puerta en un oficina bien iluminada con posters y fotos de reinas de bella es sus paredes, en un escritorio una chica esperaba sentada y una hermosa mujer entraba a la oficina. Una banda de color blanco y la palabra VENEZUELA cubrían transversalmente su ajustado vestido, sonriendo le dio la mano a su interlocutora y se sentó iniciando un par de preguntas y respuestas y una superflua conversación que en pocos minutos se convierte en un monologo. Los ojos de la chica se tornaron vacuos y su mirada se veía perdida, estonces Helen se levantó y colocándose a su lado empieza a acariciarle una teta y con la otra mano le peinaba los cabellos, la chica no reaccionaba y siguió contestando cada pregunta mientras Helen colocada a su espalda le masajeaba las tetas.

Todo era producto de un potente narcótico hipnótico administrado de forma cutánea como un gel aromático en el momento que dio la mano a Helen. Ahora Helen grababa toda la entrevista y la chica respondía sin resistencia a cada pedido u orden de Helen, incluyendo la orden de desnudarse completamente y colocarse frente a una pared blanca mientras Helen tomaba fotografías de cuerpo entero, desde todos los perfiles y ángulos.

Luego le ordenó sentarse y Miss Venezuela comenzó a contar su más morbosas fantasías sexuales respondiendo a la pregunta de Helen, empezó a masturbarse frente a la cámara mientras habla de como le gusta masturbarse 3 o 4 veces al día.

Al terminar de la entrevista la potente droga que la mantenía sumisa y obediente necesitaba ser contrarestada para que ella adquiera sus inhibiciones, su conciencia y control.

Ya vestida nuevamente la chica siguió con la mirada perdida y Helen se disponía a aplicarle el antídoto y observando la cámara sonrió al tener una idea. Levantó su elegante pierna hasta el escritorio y con un gotero dejó caer dos gotas del químico en los dedos de sus pies, manchando con un gel azul sus dedos. Mirando a la indefensa chica sentada frente a ella le ordenó:

– Lame mis pies putita de mierda.

Miss Venezuela cayó a 4 patas y su rostro se acercó al pie de Helen y su hermosa lengua inició a degustar cada dedo de una cada vez más excitada Helen, la chica siguió lamiendo y Helen le ordena.

– Chupa el pulgar…

Helen tuvo que sacar fuerza de voluntad para no correrse mientras la chica succionaba el dedo de su pie.

Un momento después ambas estaban sentadas en sus respectivos lugares y Helen hizo chasquear sus dedos y Miss Venezuela parpadeó de vuelta a la realidad.

– Disculpe, me repite la pregunta, debo estar un poco nerviosa me he quedado en blanco…

Helen le dijo sonriendo.

– Descuida linda obtengo esa misma reacción en muchas chicas que conozco.

Ambas chicas rieron por el comentario aunque solo una de ellas entendía el chiste.

Robert sonrió al revisar el juego de 8 fotos de la aturdida chica y un post-it el la última foto tiene marcado un beso en carmín y dice en letras manuscrita, “Me encanta mi trabajo, XoXo. Helen.”

Unos 3 a5 minutos habían pasado desde el final del noticiero y Robert se disponía a revisar los siguientes 4 dossiers etiquetados Miss Filipinas, Miss Ucrania, Miss México y Miss Australia.

La atención de Robert se desvió nuevamente a la pantalla de TV cuando luego de presentar por unos segundos la pantalla titulada Breaking News apareció en pantalla una agitada María Patricia Zurita. Muy pocos de los televidentes imaginarían que esa agitación era debida a que la hermosa Patty acostumbraba volver a su privado al terminar el noticiero y masturbarse como una gran puta, esta vez obviamente había sido interrumpida antes de acabar.

El masturbarse a diario en su camerino había sido uno de varios cambios en su comportamiento, pues luego de su aumento de busto había empezado vestir extremadamente sexy y varias veces se había atrapado coqueteándole a la cámara. Esos cambios no pasaban desapercibidos para nadie, hasta el raiting del noticiero había saltado 8 puntos de incremento.

Ella asustada por su comportamiento había buscado ayuda profesional y desde hacia semanas visitaba a la Dra. Carol Arellanos. “La Dra. de las estrellas” como le llamaban, pues se había convertido en la consultora de salud emocional (mental) de los ricos y famosos de la ciudad.

Solo hicieron falta dos sesiones con la doctora para entender claramente que todo su comportamiento era normal y que masturbarse luego del noticiero no era más que su forma de liberar tensión.

Tan natural era el masturbare que cuando en la tercera sesión la Dra. le pidió que se masturbara frente a ella en la consulta, ella no lo tuvo que pensar mucho, abrió sus piernas y metió dos dedos en su depilado coño frente la Dra. Fue una de las cosas más morbosas y humillantes que había hecho jamás, pero lo había disfrutado tanto. La buena Dra. le ayudo tanto que no paso mucho tiempo para que arrodillada entre las piernas de Patty la doctora le comiera el coño relajándola y liberándola de tanto estrés.

La ultima semana Patty había estado fantaseando con cambiar de roles y comerle el coño a su terapeuta, como una muestra de agradecimiento a todo lo que había disfrutado en manos de su terapeuta.

– “Interrumpimos nuestra programación regular para hacer un enlace en vivo con nuestra cadena hermana INN. Que nos informan de un desafortunado incidente. Francesco Bonatelli nos informa en vivo desde el lugar de los hechos…”

– “Así es María Patricia como bien dices y para quienes nos acaban de sintonizar lamentamos profundamente anunciar que las autoridades reportan la perdida de un jet privado, que se presume se precipitara al mar en aguas internacionales, la aeronave tripulada por al menos 3 personas había sido rentada para transporta a Kateryn Toscanni, ejecutiva senior de varias importantes empresas, miembro de varias instituciones filantrópicas y conocida por todos los medios de comunicación como la futura princesa de Bretonslavia, al estar comprometida con el príncipe Friederic heredero al trono de Bretonslavia, en este momento no tenemos reportes confirmados de decesos o supervivientes y un contingente de aeronaves y buques parte hacia el lugar donde se presume se desplomara la aeronave…”

Para ese momento todos los Televisores mostraban casi las mismas imágenes, el mismo modelo de avión, tomas lejanas de un aeropuerto o un periodista hablando con el edificio de la terminal o un avión de fondo, en el salón del club ejecutivos todos observaban la TV o hablaban de lo sucedido vía celular, varias de las camareras y alguno que otro camarero lloraban cubriéndose el rostro o la boca, las imágenes y videos de archivo de Kateryn se superponen al recuadro donde el presentador o el corresponsal explican los últimos sucesos.

Un hombre mayor de saco gris se acercó a la mesa de Robert y le dijo.

– ¿Puede creer esto?, esa mujer era… una santa.

Robert lo observó y pensó para si mismo, “Hace cinco minutos la hubieras mirado como mirabas a Miss Venezuela, solo un pedazo de carne al cual querías ensartarle tu verga, ahora que esa mujer esta muerta y es una santa. La hipocresía humana es inconmensurable.”

– Lamentable – dice Robert mientras revisaba un mensaje que hizo vibrar su teléfono, lo abrió, leyó “En Camino” volviendo a observar al hombre mayor dijo – Vaya, que cierto es eso de que las malas noticias llegan más rápido que las buenas noticias… discúlpeme debo irme.

Levantándose tomó los archivos, les guardó en un maletín y se dirigió a la salida dejando a todo el mundo “pegado” a la TV.

Continuara…

Muchas gracias a todos los que se han tomado su valioso tiempo en leer este relato y les insto escribir sus comentarios. Saber su opinión es la mejor manera de mejorar los relatos.

Blackfires.

blackfires@hotmail.com

Relato erótico: “Adiestrando a las hijas de mi jefe 9 ” (POR GOLFO)

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Llevaba cuatro meses en casa del jefe disfrutando de sus hijas y beneficiándome a dos de sus empleadas, cuando una llamada que recibí en mi móvil me hizo temer que todo lo que había conseguido hasta ese momento iba a desaparecer.
―¿Don Fernando Jiménez?― escuché que preguntaban con marcado acento cubano al otro lado del teléfono.
―Si soy yo― respondí no demasiado sorprendido por recibir una llamada del extranjero por los numerosos intereses que tenía la compañía en el exterior.
La telefonista me informó que me iba a pasar a D. Julián. He de reconocer que cayó como un obús en mis defensas tener noticias del viejo ya que eso podía suponer que el statu quo que había logrado con sus retoños llegara a su fin. Por ello, durante los escasos veinte segundos que tardó mi amigo y mentor en tomar el teléfono se me hicieron eternos.
«Fue cojonudo mientras duró», pensé bastante apesadumbrado al dar todo por perdido.
―¿Cómo andas chaval?― fue el saludo de mi jefe.
Su tono jovial me tranquilizó lo suficiente para dejar de temblar, pero aun así no las tenía todas conmigo mientras respondía que no me podía quejar porque sus niñas me tenían muy mimado.
―Eso me han contado― despelotado de risa replicó el anciano y mientras trataba de asimilar que había hablado con sus hijas, D. Julián soltó un nuevo misil en mi línea de flotación al decir: ―Como ya les he anticipado, os espero a los cinco aquí pasado mañana.
―Perdóneme jefe― alcancé a decir: ―no tengo ni idea dónde está.
Despelotado, el jodido anciano respondió antes de colgar la llamada:
―Pregunta a tu secretaria, Isabel es quién ha comprado los billetes.
Que al menos tres de mis cuatro compañeras de alcoba hubiesen establecido contacto con el viejo y que ninguna me hubiese dicho nada me traía más que jodido, cabreado, hecho una furia y sobre todo con ganas de mandarlas a la mierda.


«¿Quién cojones se creen para habérmelo ocultado?», mascullé entre dientes mientras las buscaba por la casa.
Mi cabreo se intensificó al encontrármelas haciendo el equipaje al ser una prueba inequívoca de su traición y sin importarme un carajo nuestro destino, las embroqué. Ninguna se atrevió a repelar. Es más, aguantaron el chaparrón en silencio hasta que ya lanzado las amenacé con abandonarlas. Entonces y solo entonces, cayendo postradas ante mí, suplicaron mi perdón.
Perdón que, por supuesto queda, no les di y cogiendo la puerta, las dejé llorando su pecado mientras intentaba calmarme en el jardín pensando en que de la actitud de D. Julián no podía extrapolar nada que fuera perjudicial para mis intereses.
Como tampoco parecía que su intención fuese reclamar para sí a sus hijas, no pude más que preguntarme:
«¿Qué querrá? ¿Por qué nos ha llamado?».
Juro que no entendía nada. Como parecía que no entraba en sus planes volver a ejercer de padre, ya que en su actitud se podía adivinar que estaba contento de la evolución experimentada por sus retoños, pero aun así me era imposible adivinar otra opción.
Al cabo de media hora, vi acercarse a Paula mientras seguía dando vueltas al tema por el exterior de la casa. No tuve que esforzarme mucho para entender el motivo por el que las otras tres habían encomendado a la mulata ese primer acercamiento.
«Debe creer que como ella no ha tomado parte activa en el complot, mi relación con ella será más suave. Pero se equivocan, tanto peca el que mata a la vaca como el que le ata la pata. Ella lo sabía también y no me dijo nada», entre dientes murmuré al verla sonreír.
―¿Qué quieres?― de malos modos la interpelé molesto con su sonrisa.

La colombiana, sin dejar de lucir su dentadura y mientras restregaba sus pechos en mí, contestó:
―No se enfade mi señor con sus hembras, ellas querían darle una sorpresa.
Que me intentara calmar por medio del sexo, me terminó de sacar de las casillas y lleno de coraje, decidí darle una lección. Sin mediar palabra ni prolegómeno alguno, le di la vuelta y levantándole el vestido, me deshice de sus bragas. Creyendo que había conseguido su objetivo, no solo no se quejó si no que en plan putón desorejado comenzó a frotar su coño contra mi bragueta.
La presión de su vulva azuzó mi lujuria, pero lo que realmente me impidió poder pensar en otra cosa fue que al dar una bocanada de aire el dulce aroma a mujer que manaba de su chocho nubló mis neuronas.
―¡Puta!― exclamé con la polla erecta mientras caía arrodillado ante su glorioso culo y sin meditar en lo que estaba a punto de hacer, saqué la lengua y me puse a saborear como loco su potorro.
Paula suspiró satisfecha a sentir la humedad de mi apéndice abriéndose camino entre sus labios y dominada por la fiebre sexual que tan bien conocía, soltando una carcajada, comentó:
―No hay nada mejor que el culo de una hispana para calmar a mi señor.
Aguijoneado por los movimientos de su cadera, pero sin olvidar su afrenta, seguí mamando de su coño mientras recorría con la lengua su vulva cada vez más mojada. La facilidad con la que entraba y salía de su interior me confirmó que la calentura iba haciendo estragos en ella.

Ya totalmente descompuesta, la mulata aulló anticipando su orgasmo y supe que era el momento de castigarla. Sonriendo al anticipar su castigo, recogí el erecto clítoris de Paula entre los dientes antes de cerrar con ureza mis mandíbulas.
Al notar lo que en un principio era un suave mordisco experimentó el placer de un dulce pero breve orgasmo. Y digo breve porque quedó cortado de tajo, al sentir que el bocado se volvía insoportablemente doloroso:
―¡Me hace daño!― chilló sorprendida.
Incorporándome en silencio, la tomé de su negra melena. Al cesar el dolor y tras el susto inicial, la muchacha me miró muerta de risa.
―¿Mi señor desea amar a su putita?
Borré su sonrisa de un plumazo, al descargar un duro azote sobre sus negras nalgas.
―Te tengo preparada otra cosa.
Por mi cabreo no pensaba echarme atrás y el destino de su trasero quedó sellado al recordar que llevaba tiempo sin disfrutar de ese cerrado ojete. Desoyendo las súplicas de la mujer, impregné mis dedos con su flujo y empecé a untar su ano al tiempo que le avisaba que por nada del mundo iba a dejar de romperle el culito.
Asumiendo que no iba a tener compasión, Paula intentó zafarse de mi abrazo, pero no pudo y por eso llorando me rogó que tuviese cuidado. Sus lamentos azuzaron mi deseo y sumergiendo mi pene en su coño, lo bañé en ese templado manantial antes de acercarlo hasta su ojete.
―Por favor― me rogó.
Disfrutando de su miedo jugueteé con ella mientras la avisaba de su destino.

―Te lo mereces― musité en su oído al ver que estaba aterrorizada. Tras lo cual, posé mi glande en su entrada trasera y de un solo empujón clavé mi estoque hasta la empuñadura en su bello, negro y duro culo.
La hispana berreó al sentirse empalada y como ganado bravo al ver que era incapaz de zafarse del castigo, lo enfrentó con gallardía y sin dar un nuevo motivo para que incrementara ese escarmiento, no se quejó mientras dejaba que se acostumbrara a sentir mi grosor forzando su esfínter.
―¡Muévete puta!― con otra sonora nalgada le exigí que meneara su trasero.
Sus gritos no tardaron en llegar y cual aria triunfante disfruté de su música mientras ponía todo mi ardor en gozar de ese pandero.
―Mi señor, ¡perdóneme!― chilló descompuesta al notar que empezaba a montarla.
Haciéndola ver que era mi obligación el educarla fui acelerando mi galope sin volver a mencionar a nuestro jefe. El dolor de sus entrañas fue tan brutal que con lágrimas en los ojos me imploró que disminuyera mi ritmo.
Reí al escuchar su ruego y soltando un mandoble en uno de sus cachetes, respondí:
―Desde que viniste a mí sin reconocer tu pecado, firmaste tu sentencia. ¡Eres mía y te usaré donde y cuando quiera!
Mientras estaba siendo sodomizada, Paula comprendió que su amo tenía razón. Eso unido a sentirse una jodida marioneta en mis brazos, provocó que un plomo se fundiera en su interior y se diera cuenta que no podía más que entregarse a mí.
―Mi señor― sollozó bajando su mirada.
Al comprobar que la morena ya no se debatía y que extrañamente parecía que empezaba a disfrutar, jugué con ella alargando el tiempo que tardaba en cada penetración.
―Parece que mi zorrita ya no se queja de que su dueño le rompa el culito.
―Es suyo, mi señor― replicó con una enorme dulzura en su tono.
Su entrega amortiguó mi libido y bajando el compás de mi ataque, le pedí que me explicara que sabía del viaje. Asumiendo su rol sumiso, Paula me explicó que no le habían contado nada sus compañeras. Viendo que nada más iba a sacar de ella, con un nuevo y dulce azote, le di la orden que disfrutara.
Nada mas conocer mi deseo, en el interior de la bella mulata se desencadenó un cataclismo y ante mis ojos, el placer campeó por su cuerpo achicharrando las neuronas de su cerebro.


―¡Dios!― aulló al sufrir los embates del orgasmo y mientras su flujo se derramaba por mis muslos, me juró que no había sido la intención de ninguna de ellas el molestarme.
Ese nuevo intento me volvió a encabronar, pero ocultando mi enfado, proseguí acuchillando con mi pene en sus entrañas hasta derramar mi semen en sus intestinos. Una vez saciada mi lujuria, la eché de mi lado y volviendo a casa, me puse a planear mi venganza.
Esa noche y por primera vez en meses, mis cuatro amantes durmieron atadas a los pies de mi cama. Ninguna de ellas se quejó mientras les anudaba las cuerdas a las muñecas al ser conscientes de la razón de su castigo. Yo, por descontado, tampoco se los aclaré y, es más, reafirmé esa decisión al escuchar de labios de mi gordita que salíamos al día siguiente hacia Santa Lucía, una isla de caribe a escasas dos horas de Barbados.
―Eres una zorra rastrera― susurré en su oído mientras embutía en su trasero un plug anal.
Sacándola del mutismo, mis palabras la hicieron reaccionar y levantado su mirada, contestó:
―El jefe me pidió que no te dijera nada y lo organizara a tus espaldas para darte una sorpresa.
No contesté y dejándola tirada junto a la mulata, revisé las ataduras de las hermanas.
―Fernando, tú sabes que te amamos y que seríamos incapaces de fallarte― masculló Natalia mientras le apretaba una de las muñequeras.
―No te enfades con nosotras, papá nos rogó que mantuviésemos silencio― apoyando a su hermanita, me rogó la mayor.
Lleno de ira y sin ganas de seguir soportando las excusas de esas putas, me puse los cascos para aislarme del mundo mientras aprovechaba su ausencia para recrearme a mi gusto en la enorme cama. Sin nadie que molestase mi descanso y casi sin darme cuenta me quedé dormido…

CAPÍTULO 14

Por la mañana, todavía enfadado desaté a Paula y señalando a sus compañeras, ordené a la mulata que las liberara. Para acto seguido y sin mirar atrás, entrar al baño. Todavía no había acabado mi pis matutino cuando Eva, la hija mayor de D. Julián entró por la puerta y sin decir nada se arrodilló junto a mí. Supe de inmediato que deseaba y por eso al terminar de mear, esperé a que sacando la lengua retirara la gota amarilla que todavía temblaba en la punta de mi glande.
―Os amo, mi señor― suspiró mientras se relamía buscando saborear cualquier resto de meado. Su tono dulce y sumiso no me engañó. Esa zorra sin escrúpulos quería congraciarse conmigo para que olvidara la afrenta.
―Prepárame un baño― exigí sin mirarla.
Antes de que la rubia tuviese la oportunidad de hacerlo, escuché el sonido del agua y a Paula contestar:
―Usted no se preocupe, hemos aprendido la lección y no le volveremos a fallar.
No la había visto entrar y por ello, levantando la mirada, observé a través del espejo a la morena que agachándose se ponía a echar sales en la bañera. He de decir que no me extrañó esa actitud servil, como tampoco que al meterme al agua me empezara a enjabonar sin habérselo pedido. Lo que si me chocó fue que tras aclararme y alzando la voz llamara a Natalia para decirle que se embadurnara los pechos con aceite Jonhson.
Reconozco que la imagen de esa morena echándose ese pringoso líquido en las tetas me cautivó y más cuando habiendo captado mi atención, la muy zorra se puso a pellizcarse los pezones en plan fulana.
―Extiéndeselo por la espalda― le exigió la mulata.
La mas joven de mis amantes no se hizo de rogar y dando un salto dentro de la bañera, empezó a restregar sus duros melones en mí mientras su hermana echándose un chorro de ese lubricante encima, la imitaba por delante.

Podía seguir enojado y no tener ninguna intención de perdonarlas, pero ante todo soy un hombre y ese ataque coordinado no me dejó indiferente. Contra mi voluntad, creció mi apetito entre las piernas mientras sentada en el váter la colombina sonreía.
―¡Qué coño miras!― grité indignado al saber que esas arpías estaban consiguiendo su objetivo.
Con una estudiada dulzura, Paula me contestó que al amor de su vida siendo atendido por sus compañeras de harén. Que se refiriera de ese modo a mí era nuevo y por ello con la mosca detrás de la oreja, esperé a que terminaran de embadurnarme para salir de la tina.
En mitad del baño y con una toalla en las manos me esperaba la colombiana. El brillo de sus ojos me anticipó la llegada de Isabel y sabiendo que esas cuatro se habían aliado para intentar seducirme, no me resultó raro que mi secretaria se hincara a mis pies.
―Mi dueño tiene razón en estar enfadado. Lleva más de doce horas sin que ninguna de sus esclavas le adore― comentó entre susurros mientras tomaba mi erección entre sus manos.
La lujuria que destilaban sus palabras fue en consonancia con sus actos y es que sin permitir que diera mi opinión, abrió sus labios para devorarlo lentamente mientras masajeaba mis huevos con una ternura total.
―Eres mi destino y lo sabes― suspiró antes de dar un primer lametazo al hierro candente que para entonces se había convertido mi virilidad: ― Yo en cambio me conformo con las migajas de tu cariño.
«Quiere hacer que me apiade de ella», medité mientras, más excitado de lo que me hubiese gustado estar, observaba las caras excitadas de mis otras zorritas viendo como la gordita me masturbaba.
Como si estuviera leyendo mi pensamiento, Isabel me soltó con tono meloso que no se merecía que yo la dejara mimarme.
―Señor, esta zorrita no se merece que la mime.
―Lo sé― respondí y como si no fuera conmigo, me quedé completamente inmóvil mientras intentaba que mi expresión no delatara la calentura creciente que sentía.
―Sus niñas se han portado mal y merecen unos azotes que les hagan recordar quién es mi dueño y señor.
Tomando literalmente sus palabras exigí que retirara sus manos de mi miembro y señalando a Natalia la pedí que fuera al cuarto y trajera la fusta. Asumiendo que tras los golpes me apiadaría de ella, Isabel se puso a cuatro patas y levantando su trasero aguardó encantada que empezara a azotarla.
Lo que ni ella ni las otras tres putas esperaban fue que al llegar con el látigo pusiera a Paula tras la gordita y a Eva tras la colombiana, dejando a Natalia la última de la fila.
Con ellas alineadas, pedí a la menor de las hijas de mi jefe que descargara veinte golpes en el trasero de su hermana y que al terminar, le diera la fusta a esta para que hiciera lo mismo en el de la mulata mientras ella se colocaba al principio de la fila.
Tras lo cual y con parte de mi venganza ejecutándose, me fui a desayunar y mientras el ruido del castigo que ellas mismas se estaban infligiendo llegaba a mis oídos, me puse a pensar que narices había llevado a mi jefe hasta ese pequeño país del caribe.
―Joder, si es por marcha yo me hubiese ido antes a Republica Dominicana o a Cuba― riendo entre dientes me dije olvidando parcialmente mi cabreo gracias a la armoniosa serie de gritos femeninos que me estaban obsequiando.
Estaba todavía degustando el café cuando caí en que era la segunda vez que escuchaba los sollozos de Eva y acercándome hasta ellas, me percaté de mi error. Al no haber especificado el final del castigo, mis cuatro mujeres habían creído que mis deseos es que formaran una rueda sin fin y la que en un momento dado era la encargada de dar los golpes, al terminar se ponía la última en la fila.
Queriendo ser justo, esperé a que Natalia terminara de recibir su tunda para lanzarles dos botes con crema, con los que aliviar el efecto que ese prolongado castigo había provocado en sus traseros.
―Daros prisa. En una hora tenemos que estar en el aeropuerto― comenté sin hacer mención del color amoratado de sus nalgas mientras buscaba en mi armario ropa que ponerme.

Relato erótico: “Destructo III Esta guerra tiene tu nombre” (POR VIERI32)

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I. Año 1368

Wezen montaba su caballo, silbando una canción y disfrutando del exuberante paisaje de la llanura; un interminable verde que se extendía hasta donde la vista alcanzaba. Su estado de ánimo era inmejorable, cabalgando en medio de la legión de jinetes xin de Syaoran y tomando rumbo a su pueblo. A un lado, el sol se ocultaba tras la interminable cadena de montañas y supo que pronto debían acampar. Si fuera por él, continuaría cabalgando durante la noche; faltaban pocos días para alcanzar Congli y estaba ansioso por ver a su hermana tras casi un año de partir rumbo a la guerra.

Desmontó a un costado del camino, viendo a los demás jinetes preparar el campamento con una velocidad y disciplina que nunca dejaba de sorprenderlo. Estaban perfectamente entrenados por Syaoran, pensó, y pronto él también sería un gran guerrero a su lado. Se había convertido en su escudero; estaba presente en todas las reuniones de su comandante, entrenaba con él y se enteraba de las noticias más importantes con rapidez.

Sabía que la prioridad de Syaoran era reunirse con el emisario de Occidente en una expedición en la frontera xin. Sabía, además, que los mongoles no estaban huyendo del reino, sino reagrupándose en algún lugar. Tardarían meses en asestar un ataque contra el nuevo emperador, apostado en Nankín, pero disfrutaría de los días mientras tanto.

Luego se fijó en Zhao, desmontando de su caballo y enfundado en su túnica budista sin ningún tipo de reparo. Buena parte del ejército lo conocía y ya no tenía necesidad de aparentar. Después de todo, la Sociedad del Loto Blanco a la que ahora pertenecían fue fundada por budistas. Lo vio acercarse y el guerrero xin frunció el ceño. Zhao le estaba resultando insoportable en los últimos días. Detestaba que su amigo le hablara sobre Buda y sus conceptos de paz y tranquilidad, que no hacía más que enfadarlo. Al parecer, ahora Zhao sentía una necesidad de predicar su credo a todos los soldados, que lo escuchaban con curiosidad y respeto, pero Wezen no era una persona de fe.

—¿Cómo está tu herida? —preguntó el budista, señalando el hombro que había sido alcanzado por una espada durante la toma de Ciudad del Jan.

—El hombro está bien —se palmeó la zona con fuerza—. Una de las esclavas del comandante se ofreció a curar la herida.

—¿Una esclava? ¿Cuál de las dos?

—La más bonita —asintió.

Zhao enarcó una ceja.

—Procura recordar que ellas entregan sus cuerpos a tu comandante. Syaoran no querrá saber que uno de sus soldados está detrás de…

Wezen hizo un ademán.

—No me sigas.

Se alejó silbando; nada ni nadie le arruinaría su estado de ánimo.

Lanzó su casco sobre la hierba y se acercó a un riachuelo para mear sobre unos matojos, entonando su canción y mirando las pálidas estrellas que asomaban en el cielo. Dio un respingo cuando oyó el chapoteo del agua y luego un par de risillas de algunas muchachas cerca.

Giró la cabeza y se sorprendió de ver a las dos esclavas de su comandante, tomando un baño entre risas. Actuaban como si él no estuviera allí. Eran hermosas, aunque distintas, como si su comandante las hubiera elegido así adrede. Una era exótica por lo alta, de corta cabellera y turgentes senos, de curvas pronunciadas. Toda una mujer. La otra, en cambio, era de rostro aniñado y más menuda, enrollaba su larga cabellera mientras las gotas de agua recorrían su cuerpo de tímidas curvas.

Wezen apretó los labios. Era esta última la que le había hecho una cura con hierbas y vino, la noche anterior en las afueras de la tienda del comandante. Solo sabía el nombre de esta, y era sencillo de recordar. Mei. “La más pequeña”.

Nunca dejaba de preguntarse sobre el extraño origen de las dos, después de todo no era común verlas en campamentos de la caballería, sino más bien en los castillos, sirviendo a emperadores, no a comandantes. Pensó que Syaoran era un hombre afortunado al tener aquellas dos jóvenes a su disposición.

—¿Vas a acompañarnos? —preguntó la más alta, ahora de pie frente a él.

Wezen quedó absorto. Vio los pezones erectos de la esclava y por un momento sintió el impulso de retirarse la armadura y zambullirse junto a ella, pero la cacofonía de martillazos y órdenes lejanas que oía eran un recordatorio de que no estaban solos; si algún soldado lo pillaba con las esclavas sería su muerte.

La mujer rio, volviendo a agacharse para darse un baño mientras que la pequeña le salpicó agua a su amiga, visiblemente molesta. Wezen suspiró y se sentó sobre la hierba, viéndolas.

—Muy graciosa. En Occidente harías de bufón de algún rey.

—¿Qué sabes de Occidente? —preguntó Mei, limpiándose una suciedad en el vientre.

—No mucho. Podrías preguntárselo al emisario cuando lo encontremos.

Mei asintió. No conocía al emisario y dudaba que un hombre tan importante se dignara a hablar con ella, pero lo intentaría. Charlar con Wezen, en cambio, era más agradable y podía ser ella misma, evitando formalidades. Podía hablar de temas que, con su señor, serían imposibles de tocar. Se lavó los brazos, hablando con Wezen sin mirarlo.

—Ese emisario… Tiene que ser un hombre muy importante para mover todo un ejército.

—Lo es. Según Syaoran, es clave para la guerra… Pero dos esclavas no tienen por qué saber detalles.

Aquella broma hizo que Mei frunciera el ceño, no obstante, su amiga se volvió a poner de pie. Brazos en jarras, miró a Wezen con una mueca.

—Vamos a encontrarnos con el embajador del reino de Koryo. Si pacta una alianza con Syaoran, nuestro ejército podría doblar sus efectivos. Koryo es un estado vasallo de los mongoles, así que no podemos entrar a sus tierras. Su emisario sí puede. Y no es ningún occidental, por más que viva allí. Es tan oriental como tú o yo.

Wezen quedó boquiabierto. Planeaba soltar pequeños detalles aquí y allá con tal de prolongar la conversación con aquellas dos ninfas desnudas, pero todo su plan se desbarató por completo.

—¿Qué? —preguntó la esclava, volviendo a bañarse—. Tengo oídos. Escucho.

Wezen chasqueó los labios.

—Ya veo. ¿Qué hacéis dos esclavas sirviendo al comandante en la caballería?

—¿Qué hace un campesino sirviendo como escudero de uno de los hombres más poderosos de la dinastía? Tu pregunta y la mía tiene una misma respuesta. Syaoran es un hombre distinto. Si lo piensas, nuestro emperador también es un hombre afortunado por contar con él en su ejército.

La esclava salió del riachuelo, buscando sus prendas en la orilla. Se giró y miró a Mei.

—Vámonos.

La joven meneó la cabeza.

—Ya te alcanzaré.

La mujer blanqueó los ojos y dispuso a vestirse. Terminó volviendo al campamento con largas zancadas, dejando solos a los dos.

—Wezen —dijo Mei—. Mi señor dice que Congli es tu hogar. ¿Es un lugar bonito?

Wezen sonrió, tirando una piedrecilla al riachuelo.

—Sí. Es donde vive Xue…

—¿Xue?

—Mi hermana. Es menor que yo.

—No sabía que tenías una —lo miró sonriente—. ¿También tiene ojos amarillos como tú?

Wezen asintió.

—Seguro que es bonita. La guerra hace esto. Separa la familia y a veces para siempre. Lo veo todos los días. Tienes suerte de verla de nuevo.

—Bueno… Me alisté en la caballería por ella.

Mei no entendió. Entró más en el riachuelo, hundiendo su cuerpo casi hasta el cuello, y se paseó por allí, mirando al melancólico guerrero. Wezen parecía tener loss ojos en algún punto del río, con aire ausente.

—¿Querías separarte de ella? ¿Fue… vil contigo?

—¿Vil, Xue? No —sonrió meneando la cabeza—. Cuando éramos pequeños, por las noches nos acostábamos sobre la hierba y uníamos los puntos en el cielo. Formábamos figuras. Yo formaba animales, pero Mei era más imaginativa y formaba… dragones… Recuerdo que una noche lloró porque le dije que no existen.

—¿Puntos? ¡Estrellas! —rio Mei.

—Sí. Xue es dulce, no vil.

—Pues me gustaría conocerla.

Pero Wezen miró sus manos, y aunque la esclava no pudiera ver sus ojos, sí percibió una repentina sensación de amargura en el guerrero. Intuitiva con los hombres como era, calló y esperó con paciencia que el joven volviera a hablar.

—Pero cuando el emperador mongol llegó a Tangut, parte de su ejército pasó la noche emborrachándose en nuestro pueblo. Mi madre escondió a Xue en casa. Es lo que siempre hacían los aldeanos con sus hijas cuando venían los mongoles. Eso y agachar la cabeza. Porque si un mongol asesina a un xin, solo le espera una multa. Pero si un xin hace lo mismo, le espera la muerte. Esa era la ley del emperador. Así que cuando mataron a nuestra madre y se llevaron a la pequeña Xue, me acobardé… Temí por mi vida.

Mei tragó saliva.

—Lamento oírlo, Wez…

—Pero cuando oí los gritos —continuó sin hacerle caso, como si hablara con sí mismo—. Cuando oí los gritos de Xue, decidí que yo no iba a agachar la cabeza. Esos perros… Si vieras lo que yo vi, Mei, los odiarías tanto como yo. Los maté a todos. ¡Los maté a todos cuando dormían! La cargué en mis brazos y huimos. Y, ¿cómo crees que estaba ella? Pensé que estaría llorando, o desvanecida o completamente ida…

Mei se estremeció. Entendía perfectamente, no porque fuera víctima de mongoles en su pasado, sino porque en su condición de sirviente sexual lo había vivido y sufrido todo. Olvidándose de su desnudez, se apresuró en salir del riachuelo para ir junto al muchacho.

—¿Estás bien? No tienes que continuar.

—Huíamos. Y en mis brazos, trazó los puntos en el cielo. Sonreía. Pensé que se había vuelto loca… Porque sonreía y me decía que sí había dragones.

Mei lo tomó de la mano. “Detente”, susurró, porque era evidente que Wezen tenía una herida sangrante que no cerraba y que sin querer ella había tocado. No obstante, el guerrero se soltó del agarre. Se levantó, tomando la empuñadura de su sable enfundado en su cinturón; quería disimular la mano temblando.

—Xue me dijo que los dragones existen, y que yo tengo el corazón de uno.

Wezen se rio amargamente de sí mismo, enjugándose las lágrimas. Mei lo oía asombrada. Quería disculparse, que callara, pero Wezen proseguía.

—Pero un dragón no teme, ¿no es así? Pues yo tenía miedo. Y dudas. Tuve dudas cuando oí que una nueva Dinastía planeaba rebelarse contra imperio mongol y que estaban reclutando soldados. Pero cuando recuerdo sus gritos, cuando recuerdo su rostro durante aquella noche, siento que estoy listo para la guerra, Mei. No descansaré hasta que todos y cada uno de esos perros invasores mueran. Esta guerra… ¡Esta guerra tiene el nombre de mi hermana! Así que sí… ¡Si estoy aquí es por ella!

Mei agachó la cabeza, incapaz de sostener la mirada feroz del guerrero. Se sentía culpable de su abrupto cambio de ánimos y deseaba resarcirse.

—Xin volverá a ser una gran nación gracias a hombres como tú.

Hubo un largo y tendido silencio solo cortado por la brisa. La esclava apretó los labios y procedió a vestirse. Era solo una túnica sencilla, que revoleaba al viento y mostraba bastante piel. Se acercó al guerrero y se acarició la cintura, sonriéndole.

—¿Es bonita?

Wezen asintió.

—¿Qué tan bonita? —insistió Mei—. ¿Más que yo?

—Eres bonita, Mei, si es eso lo que quieres saber.

—Pregunté por tu hermana…

Wezen se volvió al campamento, despidiéndose con un ademán. No estaba acostumbrado a mostrar ese lado suyo, tan lejos del salvaje y habilidoso jinete. Y menos con una mujer. Esperaba que su amigo Zhao no lo pillara con esos ánimos, realmente no quería oír de Buda, o de Cristo o de Alá.

—Eres bonita. Xue es hermosa.

Mei por un momento se sintió ofendida, pero era verdad que ella no tenía hermanos así que desconocía qué tipo de lazo especial unía a Wezen y Xue. La ofensa se convirtió abruptamente en envidia, y luego en admiración. Ella también deseaba tener un lazo así.

—¡Wezen! —insistió.

—¿Qué?

—¿Cómo está tu hombro?

—Mejor.

Mei meneó la cabeza.

—Eso ya lo veremos. Esta noche te visitaré.

II. Año 2332

Perla se agarró el hombro derecho y lo sacudió suavemente; ya no le dolía. Luego se vio frente al espejo y dobló las puntas de sus alas. En toda su vida había vestido únicamente túnicas y solo había visto a los demás ángeles vestirlas, aunque era verdad que en los últimos días observó a mortales vestir una variedad de indumentarias que le parecían de lo más extrañas. Mostró poco o nulo interés en las ropas, pero su túnica se había roto por donde quiera que mirase tras su batalla contra el Serafín Rigel, y a falta de alguna confeccionista de los Campos Elíseos, no le quedaba mucha alternativa.

Miró hacia el ventanal de su habitación y perdió la mirada en los árboles de hojas coloridas, rojas en su mayoría. Era un lugar agradable, pensó. La reserva ecológica china contaba con modernas instalaciones en medio del tupido y gigantesco bosque, circundada además por una amplia cadena de colinas; incontables como los colmillos de un dragón. Los pisos superiores, suavemente enraizados por la vegetación, eran acristalados y contaban con amplios balcones para facilitar la ida y vuelta de los ángeles, quienes solían curiosear las actividades de los mortales: una mezcla de estudiantes y doctores de razas y nacionalidades distintas que se habían unido, años atrás, bajo el estandarte de la Academia Pontificia de Ciencias del Vaticano.

La directora de la reserva, Agnese Raccheli, se había acercado por la mañana para dejarle sobre la cama una variedad de vestimentas, la mayoría de ellas de diseño entubado y blanco, de modo que no extrañara su túnica, pero se había olvidado de que para un ángel le resultaría imposible vestir la mayoría de ellas debido a sus alas. Al final, escogió una tradicional china, de las pocas con espalda desnuda que dejaría libre el paso del plumaje. Era azulado, de cierre lateral y ribetes blancos, con el estampado de un dragón plateado cruzando un costado.

El vestido le resultaba molesto por la presión ejercida sobre sus senos, presión a la que no estaba acostumbrada con su habitual indumentaria. No era largo y, en un par de ocasiones, intentó forzarlo para que se acercara más a las rodillas, pero echó a suspirar al ver que no era posible.

Su maestra Zadekiel se situó frente a ella con el ceño fruncido; la ayudó con algunos ribetes y se le escapó un gruñido al terminar. A la instructora de cánticos no le agradaba las vestimentas de los mortales ni mucho menos le gustaba que su alumna las vistiera.

—Parezco una mortal —dijo Perla, plisándose la tela sobre el vientre—. ¿No es así?

—¡Ah! Claro que no. Deja de pensar en cosas raras.

Pero la Querubín no podía desentenderse del hecho de que ella tenía un padre o una madre mortal. Ni ángel ni humana, un híbrido, una alienada en medio de dos mundos, eso pensaba ella de sí misma. Se sintió humillada enfundada en su vestido de mortal. Se sentía menos ángel, sensación acrecentada por su imposibilidad de volar. Si quisiera, su maestra podría salir por la ventana y dar un paseo sobre el gigantesco bosque de afuera mientras ella se quedaría mirándola desde el balcón, acariciando sus alas.

—Piensa en tus amigas Aegis y Dione —continuó la maestra—. Si no las asesinan por traidoras, pronto te traerán una túnica nueva y radiante, ¡así que sonríe!

Solo Zadekiel rio de su propia broma.

—¿Cómo que…? —Perla desencajó la mandíbula—. ¡Ma-maestra! ¿Las van a asesinar?

—Claro que no —hizo un ademán.

A la única que posiblemente podrían despachar en la legión de ángeles era justamente a Perla, pero su maestra no quería sacarlo a colación; la Querubín había asesinado al Serafín Rigel y quién sabría cómo reaccionarían si regresara. Mejor tenerla en el reino de los mortales, concluyó sabiamente.

—Solo digo que será mejor que no te acostumbres a esos harapos que llaman ropa.

Para muestra, se levantó y tomó uno de los vestidos descartados para deshacerlo en varios pedazos sin dificultad alguna. La rubia frunció el ceño de nuevo. ¡Qué débiles! Una túnica, en cambio, era resistente y sobre todo servía como estandarte sagrado. Un recordatorio de la pertenencia a la legión de ángeles. Eso necesitaba Perla con urgencia, pensaba Zadekiel. Lamentablemente, tendría que esperar que sus alumnas volviesen de los Campos Elíseos.

—Bueno… A mí no me parecen tan feas, maestra…

Zadekiel se acercó y olisqueó el vestido. No detectó nada extraño, pero había algo que seguía sin gustarle, e insistió. Se inclinó hacia la Querubín y levantó el vestido. La muchacha dio un respingo al sentir la fría brisa acariciar libremente en su trasero y pasear bajo sus piernas; gimió e intentó sutilmente bajárselo, pero la maestra se mantuvo firme.

—Además de feo y poco resistente, es demasiado corto. Deberías ponerte también esto y evitar ojos perversos.

La Querubín se levantó, volviendo a ajustarse el vestido. Agarró al vuelo una braga y apretó los labios cuando la extendió. No había visto algo como eso y enrojeció al entender su uso. Cómo iba a saber que algo tan sencillo en los Campos Elíseos, como la vestimenta, resultaba ser mucho más complejo en el reino de los humanos.

—No te preocupes —continuó Zadekiel, tomándola de la barbilla—. Cuando salgamos, iré delante de ti y nadie verá nada. Y si ven algo, yo misma los lanzaré por el horizonte. ¿Te parece mejor así?

—Hmm —asintió suavemente, jugando con la pequeña braga—. Gracias, maestra. Parecerá que tengo mi propia guardia.

—Será así, pues. Digan lo que digan, sigues siendo la Querubín, el ser superior de la angelología. Es el título que te dio el Trono y lo será hasta siempre —luego le guiñó el ojo—. Y también eres mi alumna, así que eso me convierte en algo más superior aún.

—No soy una Querubín —miró para otro lado—. Deja de decirlo. Tengo un padre o una madre mortal, y puede que yo también lo sea. Tenga el título que tenga, no durará mucho.

Zadekiel tragó saliva. Realmente le costaba aceptar la verdad acerca de Perla y el misterio de si sería inmortal como los demás ángeles. Todo aquello era como un baldazo de agua fría cada vez que lo recordaba, pero se negaba a tratarla distinto a como acostumbraban en los Campos Elíseos. Era la Querubín, se decía a sí misma.

—Pon buena cara. La mortal ya despertó y de seguro querrá verte. ¿No querrás presentarte con el rostro desganado?

Ámbar avanzaba dentro de las instalaciones de la reserva, blanco radiante y aséptico como un hospital, y todos los que allí se apostaban, tanto desde los balcones internos como desde los pasillos, detenían su rutina para verla, amontonándose en los alrededores. La espada zigzagueante era particularmente llamativa, sujeta en su espalda mediante correas. Se trataba de su nuevo estandarte y se sentía orgullosa de llevarlo.

Hombres y mujeres no la perdían de vista. Ya no solo era el hecho de ser conocida por vencer a un ángel o liberarla luego, sino que su nombramiento como “Protectora del reino de los humanos” era ya una noticia conocida dentro de la organización, por lo que la veían como a una leyenda viva.

A su lado la acompañaba el comandante Alonzo Raccheli, poniéndola al día: su milicia privada contaba con más de treinta mil hombres perfectamente entrenados que seguirían su estela en la búsqueda de los dragones. Además, como “Protectora”, le recalcó que ella tenía la capacidad de solicitar la ayuda de ángeles guerreros para que la acompañasen y protegiesen. Partirían pronto y debían cerrar todos los detalles.

Pero Ámbar se preguntó si debía revelarles su incómoda situación. Ella no profesaba culto a ningún dios; era lo normal, en su natal Nueva San Pablo la práctica religiosa era inexistente. Tras el Apocalipsis y la venida de los ángeles como verdugos, la humanidad se había dividido en dos. Por un lado, en el Vaticano se habían congregado todas las religiones monoteístas, los “creyentes”, cuyos adeptos huían de las naciones en donde el culto a los dioses era considerado delito; las penas variaban desde la detención hasta la condena a muerte. Raccheli, la cabeza visible de la organización, era descendiente directo de los “Primeros niños”, los sobrevivientes del Apocalipsis que fueron inculcados por un hombre que, según las leyendas, tuvo un romance con un ángel antes de la hecatombe.

La otra facción, mayoritaria en el mundo y representada principalmente por el Hemisferio Norte, sí aceptaba la existencia de uno o varios seres superiores pues los ángeles y el Apocalipsis eran prueba de ello; había una fuerza mayor, era indudable, pero no los consideraban deidades y prohibían su culto.

Estos últimos parecían acechar la nación de China, donde gran parte de los creyentes se apostaban. Había una guerra en ciernes, se percibía en el aire incluso, y por ello el Vaticano necesitaba con urgencia a los dragones como medio de persuasión.

Ámbar se detuvo de golpe, justo cuando Alonzo le insistía en llevar al menos cinco mil hombres en su operativo.

—Puedes ofrecer a todo tu ejército si quieres —dijo ella—. Pero solo necesito un pequeño escuadrón de diez soldados y al ángel rastreador. Nada más.

Alonzo se rascó la frente. Ámbar notó su desacuerdo y continuó.

—Somos odiados y considerados enemigos por casi todos los gobiernos. Lo último que deseo es que crean que pretendemos atacar algún territorio. Tus hombres se quedarán aquí y también los pichones. No le des más motivos al Hemisferio Norte de venir aquí para invadir. ¿Querías que yo estuviera al mando? Pues esta es mi condición.

—Tú tendrías el mando hasta en mi cama, mujer. Pero estamos hablando de dragones. Si actúan hostiles, un escuadrón pequeño no sobrevivirá más de dos segundos.

—Si son hostiles, no sobreviviremos seamos diez mil o seamos diez. Hablé con el ángel y él dice que conversará con los dragones. Está convencido de que habrá una alianza y no me ha dado motivos para dudar de él.

—¿Conversará, dices? Trescientos años y me vengo a enterar de que los dragones hablan.

La mujer se encogió de hombros.

—El pichón dice que los dragones gruñen. Pero que él entiende. Cosas más extrañas he visto en estos días, si me preguntas.

Alonzo se frotó el mentón, inseguro del plan. Deseaba movilizar gran parte de su ejército, tal y como había hecho para rescatarla de la milicia de Nueva San Pablo. Aún no se daban cuenta, pero ambos ya estaban cercados por el redondel de científicos que, sencillamente, querían ver a la mujer. Algunas esferas fotográficas flotaban por aquí y allá, capturando imágenes para el recuerdo sin que esta se diera cuenta.

—Tú mandas —concluyó Alonzo—. Pero iré contigo, mujer. Encargaré la gestión de la Reserva a mi hija.

—¿Tienes una hija?

—Es un bombón, como buena Raccheli. Se llama Agnese y es la directora de la Academia Pontifica.

—Una Raccheli. ¿También tendré que tener cuidado con ella?

El redondel de científicos se dispersó entre suspiros y murmullos. Ámbar se sorprendió cuando vio a Perla abriéndose paso con una timidez abrumadora, plegando sus alas para no golpear a los mortales, tenía la mirada baja y, además, el rojo de su rostro estaba al nivel de su cabellera. Notó el vestido azulado que llevaba y sonrió porque no creyó que la vería con otra cosa que no fuera su túnica; seguro era la razón de su vergüenza, concluyó.

Ámbar silbó.

—Te ves bonita, niña.

—¡Ah! ¡Á-ámbar! Al vestido lo llaman Qipao… Se siente apretado.

—Pues te queda bien.

La muchacha apretó los puños, mirando a un lado y otro. No le gustaba estar rodeada de mortales y más que estos la mirasen. Pero ya no le importaba; se lanzó a los brazos de la mujer, quien extendió los brazos para recibirla. Ámbar chilló por la fuerza, aunque luego rio al sentir cómo la muchacha la rodeaba con brazos y alas, en tanto que la cabeza se enroscaba bajo su mentón, sobre sus pechos, como buscando un lugar donde reposar.

Si los ángeles, creados por los dioses, buscaban con desespero el amor de sus desaparecidos creadores, Perla buscaba exactamente lo mismo en la actitud maternal que había descubierto en Ámbar. Y a la mujer le atraía la idea de redescubrir esa madre que fue una vez.

—Me alegra verte, niña.

—Tengo una habitación —dijo la Querubín—. Es bonita. La cama es espaciosa. Mi maestra puede dormir en el sillón, ya hablé con ella.

Ámbar volvió a reír. Para ambas, todos a su alrededor habían desaparecido. Ya hablarían luego sobre la misión de búsqueda de dragones, o sobre la verdadera naturaleza de Perla, mitad ángel mitad humana. Incluso sobre el nombramiento de Ámbar por el propio Serafín Durandal.

—Entonces ya sé dónde dormir esta noche.

III. Año 1368

El ajetreo en los establos de Nóvgorod era prácticamente inexistente. El silencio imperaba y solo de vez en cuando se oían los cascos de algunos caballos, que se removían inquietos dentro de sus corrales. Era cierto que la victoria de los rusos sobre los mongoles había causado un furor desmedido, tanto en los que participaron en la batalla como en los nobles que rezaban en sus hogares, o en la catedral de Santa Sofía, durante la contienda, pero luego sobrevino un ambiente oscuro y triste debido a los caídos.

Bajo una nevada, Mijaíl guiaba un caballo rumbo a los establos, con un desgano evidente en su expresión. Como si caminar en la nieve fuera más pesado que de costumbre. Había pasado toda la mañana en el campo de batalla, recogiendo flechas y espadas, marcando aliados y enemigos para el recuento final. Reconoció un par de amigos, con sus cuerpos tan asestado de saetas que parecían más bien puercoespines. Pero lo que más lo tenía preocupado era no haber encontrado al Orlok entre los muertos. Ni él ni los otros cien jóvenes que fueron al campo consiguieron dar con el paitze, una tabla de oro que solo podía ser propiedad del mariscal mongol.

Pensó que, tal vez, alguno de los jóvenes lo pudo haber encontrado y guardado para venderlo. Al fin y al cabo, estaba hecho completamente de oro. Tal vez el Orlok sí murió, pensó para tranquilizarse.

Luego de guardar al animal, se sentó sobre un banco cerca de los corrales y vio un grupo de monjas recorriendo los establos, reconocibles por sus hábitos completamente negros. Notó que una de ellas tenía unos senos de considerable tamaño, indisimulables bajo su abrigo, y recordó a Anastasia Dmítrievna con un deje de amargura. Aún quedaba la cuestión sobre su peligroso romance con la hija del Príncipe de Nóvgorod.

Deseó por un momento volver a aquella lejana noche en la que el general de la caballería y sus hombres de confianza murieron luchando contra los lituanos, a orillas del Río Don, y él, su escudero, asumiera junto con su hermano el comando para resistir y posteriormente derrotarlos. Tal vez no hubiera sido recibido en el palacio como un héroe y no hubiera conocido a la hija del Príncipe.

Meneó la cabeza. ¿Cómo iba a arrepentirse? Anastasia era la muchacha más hermosa y cariñosa que había conocido. No dejaban intercambiarse miradas cómplices cada vez que se encontraban; eran los más jóvenes en el palacio. A veces se sonreían. Aprovechando que él era el escudero de su hermano, era usual pasear por los pasillos del palacio cada vez que había alguna reunión.

Entonces sucedió.

Mijaíl deseó por un momento enredar sus dedos en aquella larga y ensortijada cabellera dorada, o agarrar esa nariz aguileña entre los dedos porque ella se inhibía debido a que no le gustaba la forma, aunque a él no le importaba, es más, le encantaba su nariz. La destacaba. Y sus senos…

Una monja se acercó a Mijaíl, retirándose la capucha del abrigo.

—Pensé que estarías en la catedral —dijo ella—. Siempre estás en la catedral.

Mijaíl levantó la vista. Era la monja de grandes senos. La levantó aún más y dio un respingo.

—¡Anast…! ¡Su… Su… Su Serenísima!

Anastasia rio, volviendo a esconderse bajo la capucha.

—¡Baja la voz!

—Su Serenísima, no debería estar aquí.

La joven se sentó al lado de Mijaíl. Este se apartó, pero ella insistió en estar junto a él.

—No, no debería estar aquí. Y, sin embargo, lo estoy.

La muchacha arrugó su nariz; realmente no comprendía cómo los hombres podían aguantar ese olor tan fuerte de los establos. Esa mezcla rancia de orín y excremento que mataba cualquier atisbo de romanticismo. Luego miró a su amante, Mijaíl evitaba el contacto visual y estaba visiblemente nervioso. Anastasia frunció el ceño.

—¿Y tu colgante?

—Lo perdí durante la batalla.

—Entonces es verdad. Gueorgui le ha dicho a mi padre que luchaste bravamente. Que catorce mongoles cayeron bajo tu arco, y dos bajo tu espada.

Mijaíl soltó una risa apagada

—¿Eso ha dicho?

—¿Acaso no es verdad?

—No sé si alguno cayó bajo mi arco. Era de noche. Y cuando los tuve de frente, en vez de desenvainar mi espada, lo único que hice fue agarrar mi pendiente y orar.

Anastasia apretó los labios. No era agradable imaginar a Mijaíl en una situación como aquella, completamente sobrecogido ante los enemigos que habían masacrado Nóvgorod. Quiso tomarlo de la mano, pero dudó y miró hacia las monjas. Su dama de compañía había ido junto con ella y también pidió prestado el hábito de las religiosas, pero ahora no la encontraba. Decidió abrazarse a sí misma.

—Fui yo.

—Fuiste tú —Mijaíl repitió sin entender.

—Le dije a mi padre que no quería casarme con el Príncipe de Kholm.

Vació sus pulmones como única respuesta, perdiendo la mirada en sus botas. Así que fue ella, pensó. La culpable de que, tal vez, lo condenaran a muerte. Anastasia era una joven romántica y ensoñadora. Tan ensoñadora que a veces perdía la noción de la realidad. No la culpó de haberlo intentado.

—Me prohibió verte. Así que esta es nuestra última vez juntos —la muchacha miró de nuevo en los alrededores y se lamentó de que fuera en un lugar ordinario como un establo—. Me gustaría… besarte. Y… Y más cosas. Pero mi dama está mirándonos.

El joven ruso se inclinó hacia un lado y buscó entre las monjas. Había una, de aspecto robusto, que lo miraba en la distancia y con ojos feroces.

—¿No será ese jabalí?

Anastasia ahogó una risa. Meneando la cabeza, acarició la mejilla de Mijaíl.

—Pero mi padre me conoce. Si sigo aquí, siempre encontraré mi camino hasta ti. Así que me ha ordenado viajar a Kholm.

Mijaíl sintió el impulso de besarla, realmente era su última vez juntos y lo sabía muy bien. Se inclinó, olvidando a la lejana jabalí, pero vio pasar frente a sus ojos un fulgor plateado. Dio un salto hacia atrás cuando notó una espada clavándose en la nieve, a un lado de Anastasia, quien se volvía a esconder bajo la capucha.

El gigantesco Gueorgui clavó los ojos en su hermano. Estaban inyectados de sangre. ¿Cómo era posible que, a pesar de las advertencias, aún se reuniese con la hija del Príncipe? Pero no estaba allí para recriminárselo. Estaba allí porque debía transmitir las órdenes del hombre más poderoso de Nóvgorod.

—Su Serenísima —el imponente comandante saludó a la joven, pero fijando sus feroces ojos en Mijaíl—. No le corresponde estar en un lugar ordinario como un establo. Su padre la está buscando.

Anastasia se levantó. Pero se mantuvo allí, de pie, como una mediadora silenciosa entre los dos hermanos. Miró a Gueorgui, pero no se estremeció como Mijaíl al notar su mirada.

—Y seguirá buscando.

Gueorgui quiso sonreír por la soltura de la chica. Anastasia le agradaba. No obstante, lo disimuló todo bajo un aspecto serio y continuó sin prestarle atención a la muchacha.

—Mijaíl. Nuestra Serenidad, el Príncipe Dmitri Ivánovic, transmite sus felicitaciones por vuestros actos heroicos en la batalla contra la Horda de Oro. Os ha honrado con una misión de escolta para que representéis con honor a vuestro reino. Acompañaréis a un emisario de vuelta a su nación. Ha vivido durante doce años aquí, ayudando al reino, y ahora desea regresar. Solicitó un acompañante para él y su sirviente.

Mijaíl dejó escapar un largo suspiro de alivio. El anuncio era mucho mejor de lo que había esperado. Cualquier opción que no fuera la muerte era buena. No obstante, con la tranquilidad sobreviniéndole, pensó mejor aquello último que le había dicho.

—¿Escolta? Es decir, ¿me quiere fuera de su vista?

—Os está honrando con una misión importante.

—Es una manera elegante de expulsarme.

“Es más bien un castigo elegante”, pensó Gueorgui.

—¡Soy un héroe y me necesitáis! ¡Coreasteis mi nombre cuando derrotamos a los mongoles!

—Y en el bar corearon el mío. Y luego el de una puta. ¿Qué más da? Eras un simple escudero que tuvo una oportunidad y la aprovechó. Ahora se te honra con una misión importante. Saldrás y conocerás el mundo más allá de Tierra Santa. Muchos desearían estar en…

Mijaíl hizo un ademán para interrumpirlo.

—¿Adónde iré?

—Al Reino de Koryo.

—Habla en serio, por favor.

—En serio. Partiréis mañana al amanecer.

Anastasia miró a un hombre y a otro, completamente incrédula. A diferencia de Mijaíl, quien pensaba que tal reino no existía, ella sí lo ubicaba. Era prácticamente otro mundo. Apretó los puños pensando en su padre.

—Es Oriente, Mijaíl —dijo ella—. Lo llaman el Reino del Dragón.

Mijaíl frunció el ceño y miró a su hermano.

—¿Oriente? Se suponía que íbamos a defender Nóvgorod juntos.

—¿Y acaso no lo hemos hecho? Los mongoles se estarán reagrupando y no los veremos durante meses, quizás años. Por lo que sabemos, la batalla ahora se centrará en Moscú.

—No me interesa Moscú. Además, si Moscú cae, volverán a por nosotros.

—Entonces sobrevive en tu viaje a Koryo. Y vuelve. Juntos aplastaremos hasta el último de ellos.

—Me envía a mi muerte. No sirvo para luchar —sacudió su mano—. Ya lo viste contra los lituanos y contra los mongoles. Sobre todo, esos perros de ojos rayados, esos sí que son dragones. No nací para luchar contra ellos.

Gueorgui desclavó su shaska, una radiante y filosa espada. Inesperadamente, se la ofreció a su hermano.

—Sobrevivirás. Eres demasiado terco para morir.

Mijaíl silbó suavemente por el piropo y el regalo; agarró la empuñadura de la espada y comprobó el filo, marcando un tajo sobre la nieve.

—El mejor regalo, hermano mío —asintió, mirando su propio reflejo en la hoja.

—No es un regalo, perro. Me la devolverás cuando regreses.

Anastasia rio. Había oído a Gueorgui charlando con su padre, en los salones del palacio, y sabía que el oso rogó al Príncipe para que sus mejores hombres acompañaran a su hermano en el viaje al reino de Koryo. Al recibir una negativa, y visto lo visto, la muchacha concluyó que el Gueorgui decidió entregarle al menos su mejor arma.

Mijaíl hizo una mueca, pero la envainó en su cinturón.

—Está bien. Volveré. Sé que me seguirías hasta el infierno solo para recuperar esta estúpida espada.

Gueorgui se inclinó para agarrarle por el cuello, pero Anastasia intercedió. En su mirada había tristeza indisimulada y, sobre todo, resignación. Sabía que no existía manera, que no estaban destinados a estar juntos. Aun así, hizo lo posible para sonreírle al muchacho con el que había descubierto cómo era sentirse mujer.

—Ya no tengo tiempo. Solo he venido a decirte que fuiste mi primer beso, Mijaíl.

Gueorgui se cruzó de brazos y miró para otro lado, tratando de aplacar sus ganas de aplastar a su hermano, en tanto que Mijaíl miró boquiabierto a la Princesa, que soltó una risa amarga luego de confesarlo.

—Y nos imaginé dándonos el último, de viejos —continuó—. Pero tienes razón. Siempre la tuviste. La verdad de este mundo es que nuestros deseos no son nada. Tú eres el inapreciable, el que se sacrifica y sufre para el bien de los nobles; eres el que defiende la libertad de los que nunca te reconocerán. Pero yo te reconozco, Mijaíl. No naciste para luchar contra dragones, es verdad. Tú naciste para guiarlos. Dios contigo, guerrero.

Esa era la Anastasia que él conocía. La romántica y ensoñadora, la de ojos melancólicos. Mijaíl deseó besarla, entre otras cosas, pero entre el oso y la jabalí, poco podía hacer. Hizo una reverencia al ver que la muchacha se giraba para retirarse.

—El Príncipe de Kholm es un hombre afortunado. Sé que no habrá otra como usted, su Serenísima.

IV. Año 2332

Perla entró al gran lago de la reserva, pero solo hasta que el agua le llegó hasta los tobillos. Por más que debía llevar aquel incómodo vestido cada vez que salía afuera, sentirse en un lugar natural que rememoraba al hogar hizo que súbitamente levantara su estado de ánimo. Era un lugar apacible y silencioso, circundado por un frondoso pinar. Muy lejos quedaban las instalaciones. Se giró y miró en los alrededores; no quería que nadie la mirase bañándose.

Luego se inclinó para lavar sus manos y mojar sus alas. Se sentía en cierta manera aliviada de haberse desfogado con Ámbar, como si cientos de piedras amontonadas sobre sus alas hubieran desaparecido. Lo confesó todo cuanto se le había revelado acerca de su verdadera naturaleza y que aún no podía superar el haber asesinado al Serafín Rigel, aunque este fuera un recurso in extremis.

Abrió los ojos cuanto era posible al notar frente a ella una sombra expandiéndose sobre el agua, agrandándose más y más. Vio una pluma balancearse frente a ella. Era más grande, propia de un varón, por lo que descartó que se tratara de su maestra Zadekiel. Se tensó, agudizando los sentidos. Oyó un suave chapoteo tras ella y tragó saliva.

Se giró y notó una espada clavada en el lago; arriba, un ángel bajaba de los cielos, cortando el sol, lo que le imposibilitaba ver el rostro. Pero las alas. Esas seis alas extendidas a cabalidad solo podían ser de otro Serafín.

—¡Ah! ¡No te acerques más!

Retrocedió y pisó una hendidura del lago, tropezando y cayendo. Miró de reojo su sable; era el arma con la que asesinó a Rigel. Se le resbaló de la mano o tal vez ella se asqueó de tocarlo. Cómo pudo ser tan tonta de alejarse de su maestra Zadekiel. Tenía que haber presupuesto que, ahora que había asesinado a Rigel, la legión de ángeles vendría a por ella con ansia de sangre y revancha.

El Serafín bajó suavemente y hundió sus pies en el agua, observándola detenidamente.

Perla quedó inmóvil, acostada boca arriba. La mitad de su cuerpo estaba escondido bajo el agua y se sintió indefensa y torpe. Reconoció a Durandal. Pensó que, como Rigel no había conseguido su objetivo de asesinarla, el Serafín bajó para finalizar su tarea.

—¿Vienes a matarme?

—¿Por qué habría de hacerlo?

—¿Por qué no?

Lo preguntó en tono quejumbroso. Había tantas razones para acabar con su vida. Era un híbrido sin hogar, un ángel destructor despreciada por la legión de ángeles y odiada en el mundo de los mortales. Todo aquello lo tenía asumido, pero solo una razón la amargaba.

—Maté a Rigel.

—Por lo que entiendo, eras tú o él. El Rigel que yo conozco habría preferido que fueras tú la sobreviviente.

Perla frunció el ceño. Sus ojos se volvieron feroces pero humedecidos.

—¿A qué Rigel conocías? Yo también lo conocía… ¡Y allí estaba él, queriendo matarme!

—Cuida tu tono. Él estaba siendo manipulado.

Perla dio un respingo. Entonces eran ciertas sus sospechas acerca de Rigel. Tragó saliva cuando Durandal se inclinó hacia ella, ofreciéndole la mano.

—No he venido para quitarte la vida. Hace milenios que me he prometido no volver a matar a ningún ángel de la legión. Y, aunque tú vistas como una mortal, sigues siendo uno de los nuestros.

La joven se ruborizó. Aceptó la mano y se repuso. Notó su vestido completamente arruinado y mojado, desarreglado y más pegado a su cuerpo que de costumbre. Intentó arreglarse y no se percató de los ojos curiosos del Serafín, que se detuvieron especialmente en los pechos resaltados.

—Se llama Qipao —plisó la tela en el vientre—. Y aprieta demasiado.

Amagó quitárselo, realmente no le agradaba y menos ser vista por otro ángel de esa manera, pero recordó que ahora estaba bajo escrutinio de un varón. Un varón que era secretamente admirado por ella.

Durandal se volvió a inclinar, buscando el sable de Perla.

—La próxima vez no sueltes tu espada.

Se repuso, levantando el sable que parecía irradiar la luz del sol. Luego se la entregó, pero Perla se negó a agarrarla.

—Vine a decirte que vi a tu madre.

Perla abrió los ojos cuanto pudo y avanzó un paso hacia el Serafín, ladeando la mano que sostenía el sable. ¡No podía ser verdad lo que le acababa de decir! Cientos de pensamientos inundaron repentinamente su mente y se amontonaron hasta el punto de sentirse mareada.

—¿Mi madre? ¡Mi madre! Pero, ¿cómo? ¿Cómo?

—Fue en la noche que huiste. El Segador nos mostró el Apocalipsis que asoló hace trescientos años en este reino. Y vimos a tu madre.

—¿Cómo? —avanzó otro paso—. ¿¡Cómo era ella!? ¿Qué la viste hacer? ¡Su nombre! ¡Dime su nombre!

—Tu tono, ángel. Ella era… Era como tú.

Perla intentó tocarse el rostro o mirarse el reflejo en el agua, pero el lago estaba agitado. Su madre. Su madre tenía un rostro. Y el Serafín aseveró que era como ella. En vez de todo eso, volvió a clavar su mirada desesperada en el varón, rogando con los ojos que soltara más.

Durandal prosiguió.

—No vimos mucho. Ella estaba arrodillada en un suelo carbonizado. El cielo era rojo como la sangre y el reino humano caía a pedazos. Todo a su alrededor ardía, y ella…

—¿Qué? ¿Qué hacía ella?

—Lloraba. Sufría.

Perla mordió sus labios.

—Por lo que sabemos, de su odio y sufrimiento surgió el Apocalipsis. Todo lo que vimos fue destrucción provocada por ella. Probablemente tú estabas en su vientre en ese momento.

Nacida en medio del Apocalipsis. Sufrimiento. Llanto. Odio. ¡No podía ser verdad! Su madre era una auténtica destructora. Perla, repentinamente, retrocedió los pasos avanzados, abrazándose a sí misma y meneando la cabeza. Sus labios temblaban y volvió a morderlos intentando calmarlos.

—No quiero oír más.

—No. Lo oirás todo.

La muchacha cambió su semblante y lo miró con un odio irrefrenable. ¿Acaso quería que ella sufriera más escuchando lo aterradora que era su madre? Durandal en cambio ladeó el rostro; ¿cómo era posible que los ojos esa joven cambiaran de dulce a mortificada, y de mortificada a una auténtica fiera? Por un momento se sintió realmente amenazado; no era para menos, por más que le costara verlo, Perla era, al fin y al cabo, Destructo.

—Tu madre fue manipulada. Alguien en las sombras la usó para ponerla allí en el momento y lugar adecuados.

Fue decirlo y ver cómo parecía surgir fuego en los ojos de la Querubín. Cuánta ferocidad en solo la mirada, se dijo el Serafín.

—¿Manipulada? ¿Por quién?

—Solo pienso en el mismo ser que manipuló al Serafín Rigel para asesinarte. El mismo que nos manipuló a todos para que quisiéramos cazarte la noche que huiste. El que manipuló a los Arcángeles trescientos años atrás. Solo pienso en el Segador, el velador del Inframundo. Lo llaman el maestro de las sombras y rinde con creces ese título.

—¿Segador…? Ese ángel con capucha y guadaña. El de alas negras.

El Serafín asintió.

—Utilizó a tu madre para traer el Apocalipsis y llamar la atención a los dioses. No consiguió que volvieran y deduzco que ahora quiere manipularnos para intentarlo de nuevo. Pero tú estás en medio de su ecuación. Tú eres Destructo, aquella que nos matará a todos los ángeles.

En otro momento se reiría al decirlo, al imaginar aquello, pero era verdad que la furia de Perla era claramente percibida por él mismo, cargándose y haciendo pesado el aire, creciendo como el fuego. Por un momento pensó que, de seguir allí, el agua herviría.

—Desde hace demasiado tiempo que no libro una guerra, ángel, y tengo más dudas de las que puedas imaginar. Las vidas de todos mis guerreros pesan sobre mí cada instante, en cada decisión, y a veces me pregunto si valdrá la pena librar una batalla más. Pero cuando recuerdo a los que cayeron por culpa suya, me siento listo para la guerra. Y tú, ¿cómo te sientes?

Perla apretó los puños que temblaban. “¿Que cómo me siento?”, se preguntó. Se sentía destruida. Humillada. Desmotivada. ¿Por qué habría de volver a empuñar un arma y librar aquella guerra de la que le hablaba el Serafín? La muerte de Rigel escocía. Pero oía aquel nombre, “Segador”, y sentía que nunca había experimentado tanto odio por alguien.

Durandal insistió. Levantó nuevamente el sable para que ella lo reclamase.

—Desde que los dioses desaparecieron, el Segador gestó una guerra que aún a día de hoy no termina. Manipuló a tu madre. Manipuló a tu amigo y mentor. Los usó como herramientas para su propio beneficio y los desechó sin miramientos. Ahora busca cazarte. Desde el inicio esta guerra tiene tu nombre, ángel, así que encárala.

El sable desapareció inesperadamente de la mano del Serafín. No entendió qué sucedió, hasta que notó que Perla ya lo tenía empuñado, dando un tajo violento al agua. Era buena invocando armas, concluyó, admirándola en su decisión.

—Lo cazaré —dijo. Sería parte de la guerra. Por los caídos. Por la madre que no conoció.

—Bien. Mi legión y yo nos estableceremos aquí. Hemos venido a este reino en búsqueda de aliados.

Perla achinó los ojos.

—¿Aliados? ¿Quieres aliarte con mortales?

—¿Por qué no? Aquella a quien llamas “Ámbar” se ve capaz.

—Lo es —asintió—. Pero este reino tiene sus propios problemas.

—No podría importarme menos. Dejarán sus problemas a un lado porque esta guerra también les concierne. Confío en la mortal para transmitirles ese mensaje. Tú preocúpate por canalizar ese odio tuyo. Te ayudaré con ello. Seré tu maestro.

De un golpe, toda la furia de la Querubín se desvaneció cuando oyó aquello. Boquiabierta, no supo qué responder. Y no quería responder porque echaría a trastabillar palabras, revelando su nerviosismo. Durandal se alejó caminando hacia la orilla, por lo que Perla abrazó su sable contra sus pechos y se sonrojó. Su semblante dulce volvió. “¿Mi maestro?”, se preguntó, esbozando una pequeña sonrisa.

Durandal elevó la mano y señaló el cielo.

—Y te enseñaré a volar.

Perla dobló las puntas de sus alas al oír aquello. Iba a agradecérselo, pero Durandal se adelantó.

—Ya recuerdo —dijo—. “Rubí”.

—¿Qué?

—“Rubí”. Es así como se llamaba tu madre.

“Rubí”, repitió la Querubín. Y lo repitió varias veces, mentalmente, pero esbozando la palabra con sus labios. Le pareció un nombre hermoso. Su madre tenía un rostro. Y un nombre. Sus ojos se humedecieron y la sonrisa se le volvió más grande.

—¡Durandal!

El Serafín se detuvo.

—¡Te equivocas! Si esta guerra tiene un nombre, entonces ese es “Rubí”.

Continuará.

Nota del autor: El reino de Koryo es Corea. La actual Corea del Norte y Sur.


Relato erótico: “Adiestrando a las hijas de mi jefe FIN ” (POR GOLFO)

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Capítulo 15

La severidad del castigo que se habían auto infligido quedó de manifiesto cuando al entrar en el avión observé las dificultades que tenían mis niñas para aposentar sus traseros en los asientos.

        ―Creo que hay unos cuantos culos adoloridos― comenté muerto de risa al ver el cuidado de las cuatro al sentarse.

        La más perjudicada parecía Isabel, la cual después de cinco minutos en el avión permanecía de pie en mitad del pasillo.

        ―Eso te ocurre por puta― dije despelotado desde mi asiento mientras acariciaba su apetitoso trasero por debajo de su falda.

        Mi secretaria no fue capaz de protestar por mi guasa y en silencio soportó estoicamente mis dedos recorriendo sus nalgas hasta que la insistencia de la azafata la obligó a sentarse a mi derecha porque había que despegar.

―Capullo― musitó la gordita al escuchar mis risas: ―Lo tengo al rojo vivo.

Lejos de apenarme de ella, usé su desdicha para profundizar en mi mofa y sin dejar de manosear sus cachetes, pregunté a la azafata si tenía crema humectante que se pudiese echar en el culete.

―¿Qué le pasa?― creyendo que era parte de una broma la asistente preguntó.

Deseando avergonzarme y aprovechando que estábamos solos en primera, mi amada secretaria se levantó la falda y mostrando su piel amoratada a la joven, contestó:

―A mi jefe se le pasó la mano al castigarme.

Isabel debió esperar que la empleada se indignara por el trato que había recibido, pero en vez de ello y sonriendo contestó:

―Algo habrás hecho, zorra― y girándose hacía mí, certificó su falta de empatía con mi sumisa diciendo: ―Señor, hasta que no hayamos despegado su putita se tendrá que aguantar, ya que tengo prohibido traérselo.

Mis risas y las de sus tres compañeras terminaron de hundir en la miseria a Isabel, que con gesto de mala leche masticó su cabreo en silencio.

«¡Menuda sorpresa!», exclamé en silencio mientras observaba a la azafata deambulando por el pasillo y es que además de esa respuesta tan contundente, la pelirroja demostró que era una hembra consciente de su atractivo por la forma que se meneaba al caminar.

La monótona voz del capitán consiguió que momentáneamente olvidara el mal rato de mi secretaría y me concentrara en superar el miedo que ese modo de transporte me producía.

«Si Dios hubiese querido que voláramos, nos hubiera dado alas», me dije tratando de controlar mi respiración durante el despegue.

Esa reacción tan usual, pero no por ello menos ridícula, despertó el interés de Paula que estaba sentada a mi izquierda e intentando confraternizar conmigo, tomó mis manos entre las suyas mientras susurraba en mi oído que a ella también le daban terror los aviones. Por su tono, el miedo de la mulata parecía real y por ello, me abstuve de retirarla.

―Sigo enfadado― respondí al sentir que Paula se pegaba a mí buscando consuelo.

―Lo sabemos ― contestaron casi al unísono tanto ella como las dos hermanas.

Mi secretaria, en cambio, mantenía silencio. Su mutismo me dejó claro que se sabía culpable y por eso no la regañé, sino que poniendo mi mano sobre su muslo la amenacé al oído con regalarla.

―Soy suya y puede hacer conmigo lo que usted quiera― contestó bajando la mirada.

En ese instante, empezaron a rugir los motores y acojonado por lo que significaba, me quedé callado mientras iniciábamos el despegue. Si mi nerviosismo era palpable, el de Paula resultó alucinante y es que en cuanto sintió que el avión se movía comenzó a llorar.

―Tranquila, preciosa. No va a pasar nada― desde el asiento de al lado Natalia dijo con dulzura.

La mulata al escucharla la miró aterrorizada y a la hija pequeña de mi jefe solo se le ocurrió besarla. La reacción de ésta no se hizo esperar y agarrándose a ello como a un clavo ardiendo, se lanzó sobre ella llena de desesperación.

―Dígale a su puta que está prohibido desabrocharse el cinturón hasta que el avión deje de ascender― desde su asiento y de muy malos modos, comentó la pelirroja.

Paula la oyó y volvió a su sitio, pero buscando algún consuelo cogió la mano de Natalia y se la puso en la entrepierna mientras la miraba totalmente desmoralizada. La jovencita al ver el estado de su amiga se echó a reír y mordiéndole los labios, le preguntó si quería una paja.

―Me encantaría― replicó la mulata, cerrando los ojos, temiendo quizás que yo lo impidiera.

Por mi parte, me abstuve de decir nada y eso permitió que la chavala se permitiera el lujo de separar los muslos de la colombiana mientras le avisaba:

―Putita, está noche me lo vas a devolver con creces.

Para entonces, Paula solo podía pensar en que la masturbara y sin pensar en las consecuencias, le juró que le compensaría con creces el placer que recibiera. Natalia, a carcajada limpia y mientras introducía una yema en el interior de su amiga, le exigió que se comprometiera a servirla durante toda nuestra estancia en esa isla.

―Te lo prometo― descompuesta, replicó la mulata.

Con su deseo cumplido y con la seguridad de que cumpliría su palabra, comenzó a jugar con el botón que se escondía entre los pliegues del sexo de la colombiana. El miedo de Paula se fue retirando poco a poco mientras su cuerpo entraba en ebullición.

―Me encanta― sollozó al sentir que su respiración se aceleraba producto de las caricias a las que se estaba viendo sometida.

―Siempre has sido una calentorra― contestó Natalia al tiempo que le regalaba un pellizco en uno de sus negros pechos.

El gemido que pegó llamó la atención de la azafata y desde ese instante, no perdió detalle desde su asiento de la paja que estaba disfrutando su indiscreta pasajera. Por el brillo de su mirada comprendí que lejos de escandalizarla, la maniobra de mi sumisa la estaba poniendo cachonda. Aun así, me resultó extraño que, tras un par de nuevos gemidos de Paula, esa pelirroja se acercara y dirigiéndose a Isabel, le dijera:

―Tienes suerte que yo no soy tu dueña. ¿no te da vergüenza tener a tu amo en este estado?

La gordita no entendió a que se refería hasta que, girándose hacia mí, se fijó en el bulto que lucía entre mis piernas y totalmente colorada:

―Mi señor, ¡perdóneme!― musitó asustada y sin importarle la presencia de la empleada de la aerolínea, se quitó el cinturón para acto seguido arrodillarse ante mí.

―¿Qué esperas? ¡Puta!― insistió la azafata.

Y viendo que Isabel no reaccionaba, usó las manos para tomar la cabeza de mi secre y pegarla a mí mientras me bajaba la bragueta:

―Tu amo necesita una boca donde descargar.

Juro que me sorprendió la ligereza con la que esa desconocida intervenía en el tema, pero como a nadie le amarga un dulce dejé que sacara mi miembro de su encierro. Completamente cortada, pero temiendo fallarme por segunda vez en un día, Isabel abrió sus labios y sacando la lengua, empezó a embadurnar mi sexo con su saliva.

―Lo quiero bien mojado, zorra― actuando de domina, la pelirroja le reclamó.

―En seguida lo hago, señora― replicó mi asistente, reconociendo de esa forma la autoridad de la azafata.

―Para ti, soy doña María― con un sonoro azote la aleccionó.

―¡Dios!― sollozó al sentir ese nuevo castigo sobre sus adoloridos núcleos, aunque lo cierto es que en su actitud sumisa pude entrever el placer que ese escarmiento la había provocado.

Ese aspecto no pasó inadvertido y mientras Isabel se atiborraba de verga, la tal María aprovechó para sentarse en el asiento libre y comentarme que hacía tiempo que no veía un ganado tan poco exigido.

Despelotado, repliqué:

―Me gustaría recibir ayuda de alguien tan experimentado como tú. ¿Cuánto tiempo te vas a quedar en Santa Lucia? Lo digo porque mis cuatro putas y yo vamos a estar al menos una semana.

Con una sonrisa en sus labios, se abstuvo de contestar directamente, ¡lo hizo de otro modo! Tomando a Eva del pelo, ¡la obligó a arrodillarse ante ella mientras se levantaba la falda!  

―Soy María Basáñez, no te importa que use un poco a tu otra guarra, ¿verdad? Es para que no se quede fría.

Muerto de risa por el descaro de esa mujer, admiré con deseo la perfección de sus muslos y bastante excitado, azucé a la hija mayor de don Julián a hundir su cara entre los muslos de la azafata.

―Creo que este viaje se me va a hacer muy corto― murmuró ésta al sentir la lengua de la rubia recorriendo los pliegues de su sexo…

Capítulo 16

La llegada a Santa Lucia fue cuando menos extraña y lo digo porque la limusina que nos recogió en el aeropuerto era propiedad de Dewei Sikong, dueño de Sikong Industries, nuestro mayor competidor. 

        ― ¿Está usted seguro que viene a por nosotros?―  pregunté al ver en la solapa del conductor el logotipo de esa empresa.

        ― Sí, mi propio jefe me encargó que los acercara al hotel para que se registraran y que les esperara para llevarlos después a su residencia.

        La seguridad con la que respondió me dejó perplejo y aunque no me cuadraba en absoluto, me abstuve de hacer ningún comentario en su presencia. Asumiendo que no iba a tardar en conocer el motivo, me acerqué a despedirme de Maria. La pelirroja estaba charlando con Isabel y fue entonces cuando mi secretaria me preguntó si podíamos acercarla, porque se quedaba en nuestro mismo hotel.

        ― Por supuesto― respondí sin saber a ciencia cierta si eso supondría que esa mujer se uniría a nuestra peculiar familia o por el contrario y dado su carácter dominante, su presencia significaría el principio del fin de esta.

        La alegría con la que mi gordita recibió mi conformidad me puso los pelos de punta y más cuando olvidándose de todo, se afanó en ayudar a la azafata con su equipaje.

        «Está maravillada con ella», mascullé entre dientes mientras me subía en la limusina.

        Para mi sorpresa, María se sentó sobre mis rodillas y acurrucándose en mis brazos, murmuró en mi oído:

        ― Llevo tanto tiempo comportándome en plan cabrón que me apetece probar a ser tu cachorrita.

        Juro que no me esperaba ese comportamiento y menos que dejándose llevar por el momento, se comenzara a restregar contra mí sin importarle que el nativo de esa isla pudiese ver sus maniobras a través del espejo. También he de reconocer que su actitud no me resultó indiferente y que al sentir la dureza de sus pechos sobre el mío se despertó mi apetito.

        ― Te aviso que no soy de piedra― comenté en voz baja cuando no contenta con frotarse, llevó sus manos a mi entrepierna.

Lejos de coartarse por mis palabras, creo que éstas la excitaron y dejándome claro que podía esperar de ella, me besó con pasión mientras me bajaba la bragueta.

―Tenemos público― susurré ya como una moto al percatarme que mis niñas seguían absortas las maniobras de la recién llegada.

―Lo sé y me pone bruta que esas cuatro putas nos observen ― contestó con tono pícaro.

El morbo que sentía por esa situación se incrementó hasta límites inconcebibles cuando, obviando mis protestas,  sacó mi miembro de su encierro y me empezó a pajear. Levantando mi mirada observé que el chofer no perdía detalle y al saber que ese hombre era empleado de la competencia, me cortó. Por ello, estuve a punto de rechazar sus caricias, pero justo cuando iba a separarla de mí, Paula comprendió mi embarazo y cerrando el cristal de separación de la limusina, me dio la privacidad que necesitaba.

Aunque daba por sentado que María no iba a resultar una mojigata en lo que respecta al sexo, aun así, me sorprendió que sin cortarse un pelo y cuando todavía el habíamos salido del aeropuerto,  se arrodillara frente a mí.

― Tengo sed― musitó con una expresión de lujuria que me dejó alucinado. Tras lo cual, acercando su cabeza a mi verga, se apoderó de ella con sus labios mientras nuestras acompañantes observaban creciente calentura el modo en que la pelirroja devoraba mi sexo.

―No voy a parar hasta que me des de beber― dijo con voz de putón.

Esa afirmación, junto con las miradas de satisfacción de mis niñas, despertó al sátiro que hay en mí y sin reparos, colaboré con ella separando las rodillas.

― Eso espero― respondí sonriendo mientras con las manos presionaba sobre su nuca.

María no se quejó de que forzara su garganta y con un inusitado ardor, se incrusto mi miembro en ella mientras a nuestro lado, las hijas de mi jefe la jaleaban.

― Deslecha a nuestro amo― le pidió Eva.

― Saborea su esencia― le rogó Natalia.

Sin haberme sentido nunca me había atraído el exhibicionismo, os tengo que reconocer que me excitó ser objeto de esa mamada mientras mis zorritas admiraban la escena desde los asientos de enfrente. La pelirroja debió de sentir algo parecido porque como un loca aceleró sus maniobras metiendo y sacando mi polla cada vez más rápido.

― Para ser española es bastante puta― comentó Paula con los pezones marcándose bajo su blusa.

Las otras tres también seguían las andanzas de esa mujer con una más que clara excitación.

―¿Te gusta que nos miren?― le pregunté satisfecho al comprobar que nos observaban cada vez más cachondas.

―Sí― reconoció.

Mi pregunta exacerbó su calentura y poniéndose a horcajadas sobre mis rodillas, se levantó la falda dejándome descubrir que antes de salir del avión se había quitado las bragas. Antes de permitirme reaccionar a la sorpresa de ver su coño desnudo, cogiendo mi sexo entre sus manos, María se ensartó con él.

La estrechez y calidez de su cueva me pilló desprevenido y por ello no pude reprimir un largo gemido cuando esa pelirroja comenzó a cabalgar sobre mí usando mi pene.

― ¿Me darías un azote?―  susurró en mi oído.

Esa sugerencia me dejó patidifuso porque jamás hubiese supuesto que me la hiciese la mujer que pocas horas antes había abusado de Isabel al darse cuenta de su naturaleza sumisa. Aun así, no pude ni quise negarme y mientras la veía empalarse con mi verga, llevando el ritmo con mis manos en su culo, colaboré con su galope. María al sentir las nalgadas se derritió y pegando un berrido se lanzó desbocada en busca de su placer.

Natalia creyó llegado su momento y acercándose a nuestro lado, la tomó de las tetas y le dio sendos pellizcos en los pezones a la azafata. Su hermana mayor que se había mantenido bastante al margen acercó su boca a la de María y le mordió los labios mientras le decía lo mucho que iba a disfrutar cuando su dueño la sodomizara.

Esa amenaza causó un maremoto en la mente de la azafata y sin haber todavía analizado si le apetecía o no que le rompiera el culo, me preguntó si se lo haría.

― Nunca rechazo un regalo ― contesté.

Mis palabras incrementaron exponencialmente la calentura de María y es que imaginarse en posición de perrito mientras la poseía por detrás desbordó sus previsiones y dominada por un frenesí animal, se alzó para dejarse caer una y otra vez sobre mi miembro, mientras me rogaba que esa noche le regalara esa experiencia.

― Así lo haré― despelotado por su urgencia, respondí sintiendo al mismo tiempo que ya presa del gozo su flujo recorría mis muslos.

 Deseando unirme a ella, descargué mi simiente en su interior. María, al sentir mi semen bañando su vagina, sintió que su cuerpo colapsaba y pegando un sonoro grito, se corrió.

La sonrisa de mis cuatro amantes al ver nuestro placer confirmó que esa mujer era bienvenida. A pesar de ello quise que me lo dijeran de viva voz, y tomando los pechos de la pelirroja entre mis manos, pregunté si la aceptaban como parte de la familia.

Tomando la palabra en nombre de todas, Isabel contestó que, aunque era una decisión que solo podía yo tomar, ellas no pondrían ningún problema porque así cuando yo no estuviera ellas tendrían alguien que las mandase. Mi cara debió reflejar mis dudas e interviniendo, Paula comentó que no me preocupase porque siempre serían mis niñas.

Las hijas de mi jefe apoyando a sus maestras renovaron sus votos al decirme que yo era la razón de su ser.

Entonces y solo entonces, soltando una carcajada, María me soltó que ella no podía comprometerse a ser mi sumisa, pero si mi igual y que si yo accedía, me juraba que a su lado podría explorar nuevas experiencias.

Pensando en la oferta implícita que escondían sus palabras, caí en la cuenta de que todavía desconocía el motivo por el que mi jefe me había llamado y temiendo que a raíz de ello me quedara sin sus hijas, acepté en el preciso instante en el que la limusina llegaba al hotel…

Capítulo 17

Registrarnos en ese establecimiento fue rápido porque Sikong Industries ya había dado nuestros datos. Que nuestro competidor se ocupara de nuestra estancia en Santa Lucía reavivó mi mosqueo y más al descubrir que nos habían adjudicado la suite presidencial.

        ― Menudo lujo― comentó deslumbrada María.

        El asombro de la pelirroja estaba motivado porque más que una habitación era un magnifico piso al que no le faltaba de nada. Salón, cocina y dos habitaciones, todo ello en un ambiente de minimalismo.  

― Daos prisa, nos espera vuestro viejo.

Las hijas de don Julián que hasta entonces se habían mantenido muy tranquilas, se pusieron nerviosas al comprender que su destino dependía únicamente de su padre y con lágrimas en los ojos, me rogaron que llegado el caso lo convenciera de que las dejara conmigo.

― Lo intentaré, pero no os prometo nada― repliqué con el convencimiento creciente de que ese viejo me había traicionado y había vendido su compañía a nuestro enemigo comercial.

 «Realmente dudo que me haga caso», medité mientras me daba una ducha rápida.

Un cuarto de hora después del brazo de Eva y de Natalia, me despedí de Isabel y de Paula dejándolas en compañía de María. En el hall nos esperaba el chofer, el cual nos informó que, tanto su jefe como el mío, nos esperaban en la mansión que el tal Dewei Sikong tenía en la isla. Esa información no hizo más que ratificar mis sospechas y hundido en la miseria, entré en la limusina.

Durante todo el trayecto a la casa del magnate, no podía dejar de pensar en que al volver a Madrid me habría quedado sin trabajo y que no me quedaría más remedio que inscribirme en la cola del paro.

        «Nunca hubiese esperado eso del viejo», repetía una y otra vez con el ánimo por los suelos.

        Tal y como me había anticipado su empleado, la residencia que se había edificado nuestro competidor en esa isla resultó ser un palacete de estilo colonial en el que destacaban sus columnas estilo dórico de más de seis metros de altura.

        «Un pedazo de choza, ¡sí señor!», murmuré entre dientes impresionado por las dimensiones del edificio frente al que aparcamos.

        Al salir de la limusina, observé que por las escaleras de la casa de la casa bajaban don Julián y el magnate. Las sonrisas de sus rostros no amortiguaron la desazón que sentía al ver la complicidad que existía entre ellos.

        «Tienen todo atado y bien atado», ya cabreado sentencié, «y solo les falta comunicarlo».

        Sin poder disimular mi mala leche, dejé que Eva y Natalia abrazaran a su padre, pero este tras plantarles sendos besos se deshizo de ellas y llamando al otro viejo, comentó:

        ― Dewei… te presento a Fernando, el hijo que nunca tuve.

        Esa presentación me dejó descolocado, pero aún más el hecho que el asiático me saludara colocando su mano izquierda sobre el puño derecho, dando muestra clara que sentía respeto por mí. No sabiendo a qué atenerme imité al ricachón, pero aumentando la inclinación de mi reverencia para mostrar mi consideración por él. Mi gesto no pasó desapercibido y luciendo una sonrisa, el vejestorio me pidió que los acompañara en español con marcado acento chino. Que supiera nuestro idioma no me chocó porque no en vano uno de los mercados principales de su compañía era Iberoamérica, pero he de reconocer que me alegró porque así no tendría que usar mi anquilosado inglés.

No habíamos terminado de subir todos la escalinata cuando del interior de la mansión, descubrí que salían dos mujeres de rasgos marcadamente asiáticos. Mujeres que casi no vi porque, tras hacer una breve genuflexión, tomaron del brazo a las hijas de don Julián y se las llevaron sin darme tiempo a valorar su belleza. No tuve que ser un genio para comprender que la razón última por la que se habían llevado a las hermanas era dejarme a solas con ellos dos y por ello, como buey yendo al matadero los seguí.

        «No entiendo nada», pensé mientras transitaba por los pasillos de esa mansión tras ellos.

        Nuestro destino resultó ser una biblioteca desde la que se tenía una panorámica completa tanto de la piscina de la casa como de la bahía en la que estaba sita.

        ― Precioso― comenté realmente obnubilado y creo que con la boca abierta.

        ― Me alegro de que le guste porque si acepta el acuerdo que he llegado con su jefe, esta será su casa― desde el minibar comentó el que hasta entonces era nuestra máxima competencia.

Confieso que no enteré de lo que hablaba. Es más, tras pensar que había oído mal, creí que me estaba tomando el pelo y por eso, miré a don Julián en busca de ayuda.

― Hemos llegado a la conclusión que la única forma en que nuestras empresas puedan sobrevivir a lo que se nos avecina es fusionándolas― a bocajarro y sin avisar me soltó mi jefe: ― y como ambos ya somos viejos, hemos decidido que tú pilotes la nueva compañía.

 ―No entiendo― todavía en Babia: ―¿me están diciendo que voy a ser nombrado director de la fusionada?

Tomando la palabra, Dewei Sikong respondió:

―No, director, no. Queremos que seas el presidente. Para que salga bien, debes tener todos los poderes.

Pasmado por sus palabras, le comenté que, si bien entendía que don Julián confiara en mí, me resultaba difícil pensar que él lo hiciera porque no en vano no me conocía.

―Se equivoca, señor Jimenez. Llevo años siguiéndole la pista desde el punto de vista profesional, pero lo que me ha hecho dar este paso ha sido saber de labios de su jefe el comportamiento que ha tenido con él.

―¿De qué habla?― más confundido aún pregunté a mi mentor.

Con una sonrisa de oreja a oreja, me contestó:

―Le expliqué como has conseguido educar a mis hijas y como has convertido a dos impresentables que solo pensaban en ellas en dos niñas cariñosas y obedientes.

Pálido y sin saber si iba a meter la pata, pregunté al oriental si ese era su problema. El sesentón, poniendo cara de circunstancias, se tomó su tiempo antes de responder:

―Ojalá fuera así, mi caso es diferente. Como Julián solo he tenido hijas y como producto de mi cultura, las he educado para obedecer.

―Me he perdido― reconocí: ―Entonces… ¿qué es lo que desea usted de mí?

―Muchacho, necesito que sean capaces de enfrentarse al futuro y que dejen atrás ese modo tan sumiso de pensar. Quiero que les enseñes a ser mujeres del siglo XX, para que algún día puedan heredar mi fortuna sin caer en las garras de algún desaprensivo.

―Disculpen, pero desde ese punto de vista estoy muy ocupado y no tendría tiempo de ocuparme de ellas.

Don Julián me cortó diciendo:

―Si lo dices por mis hijas, esta noche me las llevo de vuelta a Madrid. Tu sitio es aquí en Santa Lucia y ellas deben seguir estudiando.

He de reconocer que me dolió esa decisión, pero en cierta forma era correcta y aunque no hubiese sido en ese momento hubiera llegado tarde o temprano.

«Tienen que levantar el vuelo», murmuré asumiendo también que poco más podía enseñarles.

        De todas formas, me sentía incapaz de realizar la misión que me estaban pidiendo y por eso, seguía firme en negarme cuando por la puerta aparecieron dos muñequitas chinas ataviadas al modo tradicional de su país.

«No pueden ser tan bellas», me dije al verlas.

Vestidas de un modo bastante más sugerente que si llevaran un kimono japones, sus faldas estrechas y sus blusas pegadas de brillantes colores las dotaban de un exotismo indudable, pero lo que realmente me maravilló fueron el movimiento de sus caderas mientras se acercaban a mí. Y es que a pesar de caminar con pasos cortos y de no levantar su mirada, los pechos con los que les había dotado la naturaleza no dejaban de bambolearse sensualmente.

―¿Qué le parecen mis niñas? – preguntó el magnate al ver mi cara.

―Son preciosas― con la boca abierta y babeando respondí.

Las mejillas de las muchachas enrojecieron al oír mi piropo y llenas de vergüenza bajaron sus miradas cuando su viejo me las entregó diciendo:

―Al fin he encontrado un candidato y encima tenéis la suerte que ha accedido a ser vuestro tutor. A partir de este momento, el hombre que veis aquí es vuestro maestro y debéis obedecerle como si fuera yo porque le he entregado vuestras vidas.

Sin que su voz reflejara ninguna crítica a su padre, Kyon, la más alta de las dos únicamente preguntó:

―Padre,  ¿nuestra obediencia debe la de una buena hija o la de una buena esposa?

―¿Qué parte no has entendido? Fernando ya es vuestro dueño y por tanto es a él a quien le debes hacer la pregunta.

Creo que fue en ese instante cuando realmente se percató de la verdadera naturaleza de la decisión del magnate y tras asimilarlo durante unos segundos, arrodillándose, Kyon repitió la pregunta, pero esta vez mirándome a los ojos:

―Mi señor, ¿en calidad de qué nos toma? ¿En la pupilas o en la de concubinas?

Ya interesado y tanteando a esa monada, repliqué:

―¿Prefieres que te trate como maestro o como marido?

Para mi sorpresa, la oriental me miró indignada y con un cierto resquemor en su tono, contestó que ella no tenía nada que ver en esa elección y que, dado que su padre las había entregado a mí, esa elección era responsabilidad mía.

Confieso que me hizo dudar la férrea determinación de la muchacha, pero entonces observé que su hermana Lixue se moría de ganas de hablar y por ello, decidí averiguar que se escondía tras esos profundos ojos negros. Al preguntar a la otra cría si tenía algo que decir, la joven me replicó:

―Mi señor, si mi padre nos ha confiado a alguien tan joven debió ser por algo y solo se me ocurre que busca que este le dé un heredero.

Por sus palabras Lixue daba por bueno que su padre me hubiese elegido para compartir cama. Mientras observaba que bajo la seda de su blusa debía existir un cuerpo apetitoso, supe que debía hacerles llegar una primera lección y por ello, sin hacerme el ofendido comenté:

―Para que acepte alguien entre mis piernas me debe de gustar. Así que, si realmente os apetece u os gusta la idea de que se os preñe como si fuerais ganado, buscaros otro semental.

Los rostros de las dos chinitas reflejaron el impacto de mi desdén y sabiendo que había recibido el mensaje, despidiéndolas con un gesto, me puse a planear con don Julián y con su padre la forma en que se podrían fusionar ambas compañía mientras en mi interior soñaba con el momento en que esas dos llegaran maullando hasta mi cama…

Fin

Relato erótico: ” Se precisa mujer seria para trabajo poco habitual 3″ (POR CARLOS LÓPEZ)

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“Se precisa mujer seria y respetable para experiencia poco habitual. 30-50 años. Se garantizan aventuras y discreción.”

Después de haber realizado varios juegos morbosos fruto de la imaginación del Sr Parker, Carmen había entrado en el papel que él le había asignado. En su vida cotidiana fingía ser una decente esposa y madre, pero en su interior se moría de ganas por recibir las instrucciones de su “compañero de juegos”. En esos momentos se convertía en Lorena, el nombre que ella había elegido para comportarse así.
 
Ocasionalmente sentía remordimientos por su comportamiento. Entonces, se engañaba a sí misma recordándose que el acuerdo es que el juego duraría sólo un mes. Que su marido no iba a enterarse de nada y que su familia estaba a salvo. Que era una experiencia que necesitaba vivir, pero que luego volvería a su normalidad. Pero lo cierto era que Carmen estaba descubriendo cosas que ni siquiera imaginaba que existían y eso la mantenía en un estado de excitación constante, y siempre a las órdenes marcadas por las fantasías del Sr Parker.
 

En estas fantasías del Sr Parker siempre había algo morboso que se hacía en público. Aunque nunca era explícito, el riesgo de ser sorprendidos en ello hacía que su libido se incrementase hasta límites insospechados. Nunca habría imaginado comportarse así, pero eso encajaba como anillo al dedo a su naturaleza. Se sentía puta, y sentía que eso le gustaba. Como el día que la penetró en un probador de unos grandes almacenes sin dejarla verle el rostro, o cuando la tuvo tomando café con sus amigas con un huevo vibrador con mando a distancia introducido en el sexo, o el último de sus juegos donde la obligó a hacerle una mamada dentro del coche aparcados en una calle de la ciudad. En este último episodio, aunque ella no lo sabía, había sido vista por su amiga María. Al día siguiente recibió un nuevo mensaje al correo electrónico que había creado para este juego:

 
Hola Lorena!
Muchas gracias por lo que me hiciste el ayer en el coche. La verdad es que me la mamaste como una profesional… como una auténtica puta. ¿Te imaginas el anuncio? “Lorena, casada insatisfecha… hago de todo”. No, no te asustes… el siguiente juego no va de esto. No tengo ganas de compartirte, aunque nunca se sabe… puedo pedirte lo que quiera ¿no eso es lo que te pone tan cachonda?.
La siguiente aventura va a ser mucho más teatral. Tengo ganas de pillarte en una cama. Así que tu papel va a ser el de típica casada infiel de clase alta que va a un motel de mala muerte a encontrarse con un amante ¿te gusta? Quiero que las personas que te vean entrar al motel sepan que estás ahí porque buscas lo mismo que todas las personas que van… que detrás de tu imagen de señora bien sepan que hay una zorra que no tiene reparo en ir a un sitio así.
Tendrás que vestirte con uno de tus trajes de chaqueta. Con medias negras y un pañuelo de seda en el cuello. Muy bien maquillada y recién salida de la peluquería. Y hablando de peluquerías… quiero que te depiles tu sexo de forma integral. ¿Has entendido las instrucciones?
Pues será el próximo lunes. A las 13 horas te presentarás en la recepción del Motel Tropical, en la calle Ballesta, y tomarás una habitación únicamente para 3 horas. Subirás a ella y asearás tu sexo en el bidé, secándote con una de sus toallas. Ma da igual que vengas duchada, quiero que lo hagas. Luego te volverás a vestir y me esperarás.
Ya sabes que las reglas te permiten salir en cualquier momento del juego y eso sería un abandono definitivo.
Sr Parker
 
Carmen al leerlo se sintió feliz pero algo inquieta. Ella también tenía muchas ganas de que su “dueño” la tuviese en una cama. Se moría de ganas de que eso ocurriese. Pero claro, también le preocupó lo de ir a un motel de esos. Incluso el asunto de la depilación de su sexo. Nunca lo había hecho aunque sí lo había pensado. No sabía qué le iba a decir a su marido y, además, en su esteticista habitual le daría corte hacerlo.
 
Con todo, lo que más la había hecho estremecerse es que Parker dejaba caer que podría ser compartida por otro hombre. Nunca había pensado en esa posibilidad. Una vez más le producía a la vez excitación y reparo. Incluso miedo a que el juego llegase al límite de su esencia como persona. Pero también miedo a que le gustase tanto que luego no pudiese prescindir de ello. Sin darse cuenta, el mero pensamiento de ser compartida con un tercer hombre, o incluso de mantener sexo con 2 hombres a la vez la había puesto muy caliente… se sorprendió a sí misma con la mano sobre su pantalón… “Joder, ¿qué me pasa?” pensó… pero no se concedió ningún desahogo. Ya era viernes y durante el fin de semana su vida familiar no le permitiría hacer ningún preparativo. Tenía que darse prisa. Confirmó por correo electrónico a Parker que allí estaría el lunes.
 
A continuación pidió hora en una peluquería alejada de su domicilio. Para peinarse y hacerse la cera, incluidas las ingles (que es el nombre eufemístico que se emplea para depilar su sexo íntegramente). A su marido le diría que lo ha hecho para darle una sorpresa. Quizá lo tomase bien y pusiese un poco de emoción a su sexo conyugal.
 
Cuando llegó de la peluquería se sentía extraña. Nunca había llevado el sexo totalmente depilado y el roce de la ropa interior sobre la piel le parecía curioso. Aprovechando la soledad de su domicilio, se despojó de sus braguitas y, recostada en el sofá, con las yemas de los dedos se puso a acariciar su suave y carnoso monte de Venus. La sensación era desconocida para ella. Poco a poco los dedos iban avanzando más y más hacia su sexo, no lo podía evitar… ya habían tomado posesión de su botoncito y su mente volaba libre. Se imaginaba a sí misma siendo penetrada salvajemente por Parker contra la pared de un baño público, llamándola puta, zorra, perra caliente… se introdujo dos dedos en su empapado sexo acompañando al masaje que se estaba dando en su clítoris. No necesitó mucho para sentir como su cuerpo llegaba al punto de no retorno y se corrió intensamente, quedando desmadejada en su moderno sofá.
 

Alucinaba de cómo se había disparado su sexualidad. Incluso pensó en hacerse una foto y porque su imagen de ese momento sería un buen regalo para el Sr Parker: De fondo su moderno salón, aparecería ella, una mujer seria bien vestida y peinada, con la falda de su vestido subida sobre su abdomen, sin ropa interior y con una mano estirando la piel de su sexo y con la otra dándose obscenamente placer. Tomó su teléfono móvil y lo colocó sobre la mesita, para que disparase una foto en 10 segundos. Hizo Click, y se lo envió al móvil del Sr Parker con un mensaje escueto “Así tiene a su zorra”.
 
El fin de semana transcurrió sin pena ni gloria. Familiar. Sólo reseñar que además del habitual polvo de los sábados, el domingo en la siesta prácticamente violó su sorprendido marido, al que los efectos del depilado coño de su mujer habían activado mucho más de lo normal. Carmen también estaba activada. El sexo extra del fin de semana no la calmó. El lunes por la mañana, nada más volver de llevar a su hija al colegio, se puso a preparar la ropa que llevaría al motel. Empezó por las medias, negras y hasta la mitad del muslo. Luego la ropa interior, un fino conjunto también negro de tanga y sujetador, con tejido rizado y de formas sencillas… se lo probó y se miró frente al espejo. La verdad es que se veía bien. Rebosante de vitalidad y sensualidad. Quizá este juego fuera lo que la mantenía así. El traje de chaqueta elegido era de color arena, pero suave, como todos los suyos.
 
Esta vez Carmen no usó el metro para ir a su cita, tomó un taxi hasta la Puerta del Sol y desde allí iría andando. Según se acercaba a la dirección indicada el ambiente era más desagradable. Instintivamente amarró su bolso y procuró no mirar mucho a los lados. Pero al llegar al “Motel Tropical” entendió el juego del Sr Parker. Aquello era básicamente un burdel. En la recepción había dos “esbeltas” prostitutas negras con minipantalones ajustados hablando en una actitud sumisa con el recepcionista, un negro gigante y musculoso que desprendía un fuerte olor. No era un olor a sudor o así, era un olor intenso, “olor a macho” pensó Carmen, que en otro momento la habría desagradado, pero hoy no le importó. Tratando de aparentar seguridad dijo:
– “Quiero una habitación para 3 horas
– “¿Para ti sola? No te conozco, ¿quién es tu chulo, guapa?” contestó el negro con un fuerte acento caribeño
– “!No tengo chulo!” La pregunta la había indignado y contestó agresivamente.
– “¿ah no? ¿Y qué vienes a hacer aquí? ¿Eh? Anda, vete por donde has venido que esto no es un sitio para curiosas insatisfechas…” Respondíó el hombré, haciendo un gesto despectivo con la mano y dándose la vuelta hacia las chicas que se reían siguiéndole la corriente.
Carmen se quedó callada. No esperaba que esto ocurriese y de buena gana habría protestado, o pedido el libro de reclamaciones… “se suponía que eso era un hotel… cutre pero un hotel”… pero no podía irse, se moría por tener un encuentro con el Sr Parker. Llevaba días pensándolo, se había depilado… no quería que Parker se enfadase. El negro insistió:
– “¡que te vayas! Vamos guapa ¡que te pires! ¿qué es lo que no entiendes?”
– “Quería una habitación… por favor, le pagaré el doble” Dijo Carmen en actitud más conciliadora.

– “No sé quien eres rica… y no doy habitaciones a cualquier zorrita que venga por aquí a no ser que conozca a su chulo
– “Pero… es que… ” Carmen no acertaba a contestar. La hostilidad del negro la había desconcertado. No quería mencionar a Parker. Además, hacerlo era recoconcer su papel de puta… como las otras dos chicas que se reían a lo que decía el gigante.
– “¿No tienes?… jajajaja anda, a ver si quieres trabajar aquí y no te atreves a decirlo… ven putitla” Dijo el negro acercando su mano a acariciar su mejilla… “ven que vamos a ver qué se puede hacer contigo”. Carmen no se atrevió a retirar la mano del hombre, estaba temblando, pero sacando fuerzas de flaqueza se atrevió a decir…
– “Vengo de parte del Sr Parker” al oir ese nombre y la actitud del negro cambió. Siguió sonriendo burlonamente, pero esta vez la atendió
– “¿Sólo habitación?”.
– “¿Cómo dice?”
– “hoy tenemos oferta especial, jajaja, habitación más hombre, habitación más mujer, … ¿más hombre y mujer…?” dijo con una mueca atrevida y mientras presentaba sujetando del pelo a una de las prostitutas a la que hacía mantener su mirada fija en Carmen.
– “..no, no, gracias, sólo habitación” contestó azorada
– “El pago es por adelantado, 20 Euros
 
Aún le tiemblan las piernas a Carmen cuando subía a la habitación. No acababa de estar acostumbrada a este tipo de situaciones con este tipo de personas con las que jamás pensó que se vería mezclada. Tenía que reconocer que se combinaba el morbo con el reparo, pero por más que quería aparentar ser una mujer resuelta no era capaz. Se notaba excitada, pero por la expectación de su cita con el Sr Parker llevaba así todo el día.
 
Cuando abrió la puerta, comprobó que el sitio no era especialmente desagradable. Se asemejaba a un hotel humilde. Una cama de matrimonio con un cabecero de barrotes de madera, perfectamente hecha con sábanas blancas y sin colcha, la pared blanca también aunque un poco sucia -no se acercaría, pensó- dos mesillas y una mesa escritorio sencilla con una silla. Abrió la puerta del baño y la imagen era similar. Estaba limpio, pero los pavimentos y sanitarios tenían al menos 20 años. No le produjo una sensación de asco, pero sí de estar en un sitio cutre. Con sumo cuidado se despojó de sus braguitas y medias y se acercó al bidé. Era una petición del Sr Parker. Primero lo enjuagó exhaustivamente, usando unas toallitas que traía expresamente en el bolso y luego, con agua caliente, hizo lo que le había mandado Parker con su sexo. Estaba excitada y no pudo evitar mantener la mano sobre algunos puntos algo más de lo necesario.
 
Estaba pensando “si alguien me contara sólo hace un mes que estaría haciendo esto, le habría mandado al manicomio“… cuando sonó un mensaje en su teléfono móvil. Era Parker: “Lorena, ¿cómo te has sentido? Jaja, ahora quiero que estés vestida pero sin ropa interior. Los botones de la blusa abiertos completamente y, pase lo que pase, no los cierres. Se buena“. Al leerlo se puso a temblar. Parker ya tenía otra cosa rara preparada para ella. Estaba nerviosa y excitada. Entonces ocurre lo que a continuación se describe:
 
En apenas 2 minutos llaman a la puerta “toc toc” y, muerta de vergüenza va a abrir. Sabe que es parte del juego. Abre y ante ella está el recepcionista negro sonriendo mientras sostiene un paquete de regalo. “Pórtate bien, Lorena” dice. Ella, roja como un tomate, baja la mirada ante la presencia de ese gigante. Sabe que está allí para lo que Parker diga y la situación la desborda. Se siente excitada, caliente. No lo puede evitar. Sus pezones también se rebelan y están erectos contra la tela de su blusa abierta. Casi se salen de ella.
 
El negro saca un pañuelo oscuro del paquete de regalo y le hace un signo para que se dé la vuelta. “Yo te ayudaré a ponértelo” y se sitúa tras ella atándole el pañuelo a sus ojos. Entonces, como cobrándose un peaje por el trabajo, desde su posición deja pasar los dedos sobre sus pezones y los pellizca. Es un experto. Carmen siempre ha sido muy delicada, pero en este momento la forma en que se los toca la tiene completamente fuera de sí. Cierra los ojos y tiembla, jadea… no puede determinar el tiempo que está así. Junta las piernas, pero el hombre las empuja con su pié obligándola a mantenerlas abiertas. Está detrás de ella, puede olerle, sentir su respiración en su oído… poco a poco, una de sus manazas baja por su abdomen y se mete bajo su falda. Carmen se deja, está nerviosa y excitadísima. Los dedos de recorren expertamente el entorno de su parte más íntima. Unos segundos después ya están comprobando lo mojada q está… entra y sale de su raja y con su flujo hace sus dedos resbalar sobre su carne suave y blandita, sobre sus labios… sin centrarse demasiado en su clítoris, pero sólo con ese contacto nota que está a punto de sobrevenirle un orgasmo.
 
La situación es extraña. Ella tiene los ojos vendados y el hombre sabe lo que hace. Es gigante y es fuerte. Ahora está apretando fuertemente su pezón pero no la duele. La encanta, está loca por que no reduzca la presión. El negro la susurra cosas al oido. Cosas que no entiende, como si fuese en un idioma distinto, hasta que empieza a entender lo que dice: “Eres una buena yegua…a este coño le hace falta una buena polla negra… voy a tener que hablar con tu chulo, putita….”. El olor a sexo es intenso. Justo en ese momento en que se va a dejar ir, el negro la suelta diciendo “Pórtate bien, Lorena” y se va, dejándola con una sensación extraña, agridulce… hubiera deseado que siguiese unos segundos, sólo unos segundos… a punto está de suplicarle que siga…
 
No sabe qué hacer. Con los ojos vendados no sabe lo que pasa a su alrededor, pero nota que hay una presencia en la habitación. Alguien ha entrado al salir el recepcionista ¿será Parker?… lo es. Comienza a hablar “Muy bien Lorena, te estás comportando muy bien… a ver cómo estás?” dice mientras desde detrás de ella introduce la mano entre sus piernas que ella abre obedientemente. “Vaya, no sabía que te iba a gustar tanto esto… estás empapada” y cambiando el tono tira de su brazo prácticamente arrastrándola a la cama “¡Vamos!”… “¡Eres una puta y yo sé tratar a las putitas como tú“… “¡vamos!”… y la tumba boca arriba. Entonces se pone a horcajadas sobre ella y tomando su muñeca la sube sobre su cabeza y la ata a la cama con un pañuelo.
 

Toma la otra mano y Lorena se deja hacer… al estar a horcajadas sobre ella nota como
 él está excitado, y nota como su propio cuerpo reacciona a las sucias palabras que él dice… cuando la tiene atada de ambas manos le hace subir sus caderas. Ante su extrañeza, sitúa una almohada bajo su cuerpo. Situado entre sus piernas, con suma delicadeza, las coloca ligeramente flexionadas. No se ha molestado en quitarla las medias y, como si estuviese abriendo un regalo descubre su sexo subiendo su falda… y dice cariñosamente “esto te lo debo, Lorenita“… y nota como la lengua de él empieza a recorrer despacio sus muslos… la piel, la cara interior, acercándose a su sexo pero sin alcanzarlo… ahora Carmen entendía el porque de la depilación integral. La sensibilidad de su piel es máxima. Cada pasada con la lengua la hace estremecer. Poco a poco cada vez se acerca más a su hendidura y Carmen, inconscientemente, mueve sus caderas buscando que la lengua de Parker encuentre sus labios… su clítoris. Pero las manos firmes de él la sujetan por las rodillas manteniéndola abierta, expuesta… a su completa disposición, temblando. Luchando por no dejarse ir. En el momento justo, la lengua de Parker se apodera de la parte central de su cuerpo. Desde su ano hasta su suave monte de venus. De abajo a arriba. Una vez y otra vez más. Y otra más… deteniéndose. Otras más… profundas. Otras más… rápidas. Otras más… acompañando sus dedos expertos. Uffffff qué la estaba haciendo ahora?? algo la penetra el ano… pero no era eso… algo se mueve dentro de su coño, los dedos de él, masajeando el punto justo donde ella es más sensible, mientras su lengua explora todos los recovecos de sus labios para detenerse en su punto mágico.
 
Ella ya no puede aguantar más… no puede con la lucha que tiene por llegar al máximo y sin contenerse y estalla en un placentero orgasmo. Literalmente estalla. Se deja ir entre convulsiones y gritos. Ahora su cuerpo no le pertenece. Hasta se le escapa algo de orina, pero no le importa. Algo la hace tratar de atrapar entre sus muslos la cabeza de él, que sigue con su labor, ahora extremadamente suave. Abriendo sus piernas y trabajando con su lengua y dedos en sus agujeros. Jamás habría pensado correrse así. Cuando ya se está relajando, aunque sin dejar de tener contracciones, Parker se yergue sobre ella. La venda sobre sus ojos no le deja verle, pero sabe que está allí entre sus piernas y, de una embestida, le mete su verga completa en su gruta. Y comienza a follarla profundamente… saliendo casi del todo para volver a entrar a fondo… la llama puta, ansiosa, salida, zorra irremediable… “¿esto es lo que quieres de mí? pues te lo voy a dar…” y, con las manos en las caderas de ella, la maneja como a una muñeca. En ese momento, Carmen no puede pensar nada. Se encuentra completamente en éxtasis. A punto de experimentar su segundo orgasmo del día y con la extraña sensación de no ver el rostro de la persona que le estaba haciendo sentir así.
 
Él continúa metódicamente. Sujeta sus muslos con sus manos y la embiste sin pausa. Ella se acerca a otro orgasmo. Sacude la cabeza a un lado y a otro queriendo soltar sus manos atadas al cabecero. Está casi fuera de sí. Le implora que la suelte… que se muere por subirse encima de él y cabalgarle… clavarse en él y cabalgarle… Pero Parker es el dueño de la situación, quizá para eso la ha atado “tranquila putita, ya te mandaré otro día que me demuestres lo que sabes hacer, pero hoy soy yo el que manda…”. Entonces coloca las piernas de ella sobre sus hombros de modo que las penetraciones aún son más profundas. A continuación sitúa ambas manos abiertas sobre sus pechos y presionándolos comienza a acelerar los movimientos de sus caderas contra ella. Más fuerte cada vez. Más duro cada vez… así durante unos minutos que la hacen subir al cielo. Se siente tratada como una hembra… llenada… y empieza a correrse entre sollozos. No sabe lo que la pasa pero es el sonido que sale de su garganta mientras nota como corrientes eléctricas la recorren entera partiendo de su coño, de su sexo depilado por orden de su “dueño”.
 
Entonces él deja su verga deslizarse del sexo de ella, completamente inundado de fluidos y, sin decir palabra alguna, la apoya sobre su agujerito más cerrado. Carmen sólo acierta a decir… “no, por ahí no… “, pero Parker actúa con decisión y firmeza “tú estás aquí para lo que yo quiera Lorenita… y quiero usar tu culito de puta… es mío ¿no?”. Y le clava cuidadosamente la cabeza de su polla que se desliza entre la humedad. Carmen, tumbada boca arriba, con los ojos vendados y las piernas sobre los hombros de él se siente literalmente “empalada” experimentando un sentimiento entre dolor y placer. Algo difícil de describir que la mantiene sin palabras… Parker insiste“¡No me has contestado!… este culito es mío ¿no?” y la dá un azote fuerte con su mano abierta en las nalgas mientras su miembro se va introduciendo más y más en ella que sigue sin palabras… una vez más él da una palmada… y otra… a las que ella no puede reprimir contestar con gemidos de placer… joder, jamás habría pensado que disfrutase tanto una situación así. La está desvirgando su culito… la está tratando como una auténtica puta y ella está loca de placer… este tratamiento… los azotes… incluso la desconocida sensibilidad que tiene en esa parte de su cuerpo la hacen sentir otra vez cerca del orgasmo. “¡Contesta zorra!” zassss “¡vamos!”…. “Síiiiiii, es suyo… mi culito es suyo… hágame lo que quiera… deme más… por favoooorrrr”… Parker ya la está embistiendo salvajemente… clavándosela hasta que los huevos chocan en el culo de ella que se debate entre gemidos… su culito se ha adaptado perfectamente a la polla de su amo, que sigue combinando alguna palmada y alguna palabra malsonante sobre ella…
Poco a poco, Carmen siente como él comienza a ralentizar el ritmo y como su miembro comienza a tener espasmos dentro de ella. No lo puede soportar más y con la primera descarga de semen ardiendo se viene de nuevo consiguiendo lo que nunca había sido capaz: Que las contracciones de ambos estuviesen completamente sincronizadas en el tiempo. “Síiiiii!! Síiiiiiiii!!” Se escucha a sí misma gritar. Jamás había tenido un orgasmo ruidoso… jamás hasta ahora… uffff… es bestial… el sigue empujando y ambos están envueltos en sudor… sudor y olor a sexo… a sexo puro. Hasta que se derrumba sobre ella y se queda abrazado a ella apoyado sobre su pecho… tomándose unos momentos para descansar antes de soltarla. Él quita la venda de sus ojos y se tumba a su lado. Ella, hecha un ovillo le agradece el momento dando pequeños besos sobre el pecho de él, que sube y baja recuperándose del esfuerzo. El acaricia su pelo, tomando otra actitud distinta que la de hombre dominante, que es la que suele representar en el sexo.
 
Lo que pasó a continuación fue típico de amantes que ya tienen una cierta continuidad siéndolo. Se ducharon y vistieron empleando frases amables. Y salieron juntos del Motel Tropical diciendo adiós al negro de recepción. Parker paró un taxi y, dándole un beso en la mejilla, le sujetó cortésmente la puerta como algo propio de un caballero de su madurez. Ella, sonriendo y con el rostro aún transfigurado por lo ocurrido, dio al taxista la dirección de su domicilio y tiró un beso a Parker con un soplo. Al llegar a casa, Carmen aún está en una nube. Tiene agujetas en las piernas de la sesión de sexo de esta tarde y un ligero escozor en su zona íntima, aparte de alguna molestia en su recién desvirgado culito. Piensa “uffff cuántos años me he perdido esto… “. Se descalza, pone música suave y se sienta en el sofá con las piernas sobre la mesita. Está alucinada. Después de muchos años de matrimonio está experimentando el sexo verdadero. Y no se arrepiente. Ahora se siente más segura de sí misma. No quiere renunciar a su familia, pero algo va a cambiar… En estos pensamientos está cuando suena el teléfono.
 
Es su amiga Ana. Ana casi no había podido dormir después del jueves anterior. El día en que había visto a Carmen dentro del coche de un extraño. La había visto inclinarse sobre el regazo de él en un gesto claro de lo que ahí estaba pasando y, no podía negarlo, eso la había extrañado y excitado. Jamás habría pensado eso de Carmen. Ana sólo había conocido a su marido y, a pesar de que siempre hablaba bien de él ante sus amigas, últimamente su sexo no era bueno. Muchos días necesitaba fantasear con situaciones distintas para llegar al orgasmo. Fantasías en las que su marido no aparecía y, sin embargo, sí aparecían extraños e incluso otras mujeres con ella. En el sexo con su marido, cada vez se acordaba más de una frase que solía decir Jose, su compañero de trabajo en el banco “yo estoy harto de dar siempre misa en la misma iglesia“. Ana le pidió quedar esta tarde a tomar un café. “Lo necesito. Por favor, no me falles” dijo.
 
– “Hola Ana” dijo amable Carmen cuando llegó a la terraza donde solían tomar café
– “Hola Carmen, ¿qué tal estás?”
– “Bien, jiji, hoy todo el día ordenando los armarios. Ya sabes, vida de ama de casa… si hasta tengo agujetas.” -Carmen obvió la causa real que la había producido las agujetas…
– “Jo, no te imaginas la envidia que me das a veces.” -Dijo Ana pensando más en el episodio del coche que en el del armario- “Pero te noto feliz. Carmen, nosotras nos contamos todo y hay algo que creo que no me estás contando”.
– “No, estoy como siempre…” –Mintió Carmen-
– “¿Seguro que no hay nada raro en tu vida?” –insistió Ana-
– “Nada raro…
– “A ver, Carmen, te voy a decir la verdad… el otro día te vi subida en el coche de un extraño… vi cómo te inclinabas sobre él y lo que le hacías… pero si fue en plena calle. Justo delante de mi casa…
– “Yo… yo…” balbuceaba Carmen sin saber cómo empezar a justificar su historia… y a punto de empezar a llorar.
– “No cielo… no te reprocho nada… todo lo contrario…” Ana puso su mano sobre el brazo de Carmen… “lo cierto es que siento envidia de ti, de verte así, feliz… haciendo locuras…” –y continuó con una sonrisa amarga- “continuamente pienso que ojalá fuera yo quien estuviese en ese coche…
– “Perdona, entenderás que no te lo podía contar” dijo Carmen ya tranquila por las confidencias de Ana “es verdad que me pasa algo que me está haciendo disfrutar de la vida y conocerme a mí misma… por favor, sólo te pido que no se lo cuentes a nadie ¿lo harás?”

– “Claro que mantendré el secreto Carmen. Te lo juro.” Confirmó Ana… “Me muero por que me cuentes todo… pero no tienes porque hacerlo si no quieres. Tu secreto está a salvo”
 
Entonces Carmen se sinceró. Ella también lo necesitaba. Llevaba muchas emociones seguidas y se desahogó contando a Ana punto por punto todo lo que había pasado: El anuncio en la prensa que comentaron las 3 amigas, cómo ella escribió, cómo fue dando instrucciones el Sr Parker, su primer encuentro en el probador de unos grandes almacenes, el episodio del sex-shop, el del vibrador con mando a distancia… hasta el momento en que él, Parker, desvirgó su culito… Cuando terminó la relación de los hechos, Ana no podía articular palabra. Estaba muy azorada con las piernas cruzadas frotándose nerviosamente entre sí, y sólo pudo decir
– “¡Qué envidia me das!… jo, qué envidia… estoy excitadísima… Dios, qué vergüenza…” –
– “Jajajaja no te preocupes Ana, si supieras las semanas que llevo yo… parezco una adolescente en celo” Contestó Carmen quitando hierro al asunto.
– “A mí nunca me han hecho juegos así… Manuel siempre ha sido muy efusivo, pero últimamente no me excito con él, siempre es igual.” Y volvía a curiosear en los episodios de Carmen “¿Y qué es lo que más te ha gustado?
– “Uffffffff es muy difícil tu pregunta porque el morbo de cada momento ha sido muy grande, pero en cuanto al sexo puro lo tengo claro… lo que me ha hecho esta mañana con su boca y con su lengua ha sido brutal, y lo que ha hecho luego… por ahí… Ana, no sé como lo ha hecho pero nunca he tenido un orgasmo tan intenso. Aún me duelen los músculos de contraerse… jajaja
– “Joder, Carmen, qué suerte tienes
(continuará 🙂
 
 
Muchas gracias por leer hasta aquí… y gracias por los comentarios y sugerencias.
Carlos López

diablocasional@hotmail.com

Relato erótico: “Mi secretaria tiene cara de niña y cuerpo de mujer” (POR GOLFO)

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Mi secretaria tiene cara de niña y cuerpo de mujer.
Cuando acepté ese nuevo trabajo, sabía que eso representaría un cambio en mi vida pero jamás me imaginé que mi traslado a esa ciudad de provincias pudiera suponer un vuelco tan brutal.
Recién divorciado y con cuarenta años, estaba cansado de Madrid y por eso en cuanto me surgió la oportunidad de huir del tráfico de la capital, vi en ello una forma de volver a empezar.
Todavía recuerdo mi entrevista con Don Sebastián, el gran mandamás de la empresa, en la cual me ofreció hacerme cargo de la oficina de Oviedo.
-Confío en ti para levantar esa sucursal- me dijo el muy cabrón. –Si lo consigues, te ganarás un ascenso dentro de la compañía- me prometió con una sonrisa, obviando que por ese puesto habían pasado tres ejecutivos y ninguno se había quedado.
Asumiendo que no iba a ser fácil, decidí admitir la encomienda al escuchar de sus labios que llevaba aparejada un aumento de sueldo y cerrando el acuerdo con un apretón de manos, me nombró delegado de Asturias.
Para los que no lo sepáis, Asturias es una región de España famosa por su belleza natural pero también por su clima:
“Llueve a todas horas”.
Siendo de secano, comprendí que iba a tener que acostumbrarme a caminar por calles permanentemente mojadas pero sin ninguna atadura a Madrid, vi en ello una incomodidad y no una barrera inexpugnable.
Deseando celebrar ese “ascenso”, llamé a un amigo y me fui de copas. Juntos, decidimos ir a un afamado local en ña Castellana. Llevábamos un par de cervezas cuando vi aparecer a un pibón. Tras su uniforme de camarera, ese pedazo de mujer era espectacular.
“¡Menudo culo!”, exclamé al advertir que dos nalgas duras y paradas que nada tendrían que envidiar con las de una modelo.
Babeando desde mi asiento, no pude dejar de valorar en su justa medida el cuerpazo de esa hembra. Casi tan alta como yo, su metro ochenta no era barrera suficiente para que pudiera reconocer que la empleada de ese bar estaba buenísima.
-¡Porque me voy mañana que si no!-, pensé mientras mi mirada se perdía en su escote.
No me podía creer que el día que me despedía de Madrid, la casualidad me hiciera conocer a semejante pandero y menos que viendo la reacción que provocaba en el respetable, no le importara lucirlo con descaro. Mas excitado de lo que me gustaría reconocer, le pedí una nueva ronda mientras me imaginaba a esa rubia desnuda haciéndome una paja. Os juro que nada más pensar en ello, mi pene se puso duro como piedra y por mucho que intenté disminuir mi calentura, la visión de esos dos melones y de ese magnífico culo lo hizo imposible.
Alucinado por su belleza, no pude dejar de seguirla con la mirada mientras recorría arriba y abajo el local. Varias veces, me pilló mirándole las tetas y sabiéndose observada, se dedicó meneando sus caderas a hacerme una demostración del magnífico cuerpo que tenía.
La muy zorra consiguió su propósito y en poco tiempo supe que estaba en celo al sentir que me hervía la sangre y que mi herramienta me pedía acción. Justo cuando había decidido irme de putas con mi amigo y así liberar mi tensión, vi que se dirigía al lavabo y desde ahí me hizo una seña para que la siguiera. Tras unos momentos de incredulidad miré hacia los lados y viendo que nadie me veía me introduje en el baño tras ella.
No le di tiempo ni para respirar, y antes que pudiera echarse para atrás, me apoderé de sus labios mientras empezaba a desabrocharle el uniforme. Como dos resortes, sus pechos saltaron fuera de su sujetador para ser besados por mí. Eran grandes, duros con dos aureolas negras como el carbón de las que di rápidamente cuenta. La camarera a duras penas me bajó la cremallera liberando mi miembro de su prisión, mientras gemía por la excitación. En cuanto tuvo mi sexo en sus manos se arrodilló enfrente de mí y lo fue introduciendo lentamente en la boca, hasta que sus labios tocaron la base del mismo.
Le cogí de la melena forzándola a proseguir su mamada. Mi pene se acomodaba perfectamente a su garganta. La humedad de su boca y la calidez de su aliento hicieron maravillas. Mi agitación me obligó a sentarme en la taza del wáter, al sentir como las primeras trazas de placer recorrían mi cuerpo. Estaba siendo ordeñado por una mujer en el baño de la que desconocía su nombre. Ni siquiera había cruzado con ella dos palabras antes de poseerla. Lo extraño de la situación hizo que me corriera brutalmente en sus labios. La chavala no le hizo ascos a mi semen, y prolongando sus maniobras consiguió beberse toda mi simiente sin que ni una gota manchara su uniforme.
Satisfecho le pregunté su nombre:
-Patricia- contestó y como si nada, me soltó: -Son doscientos euros.
Pagándole la cantidad que me pedía, salí del baño muerto de risa y con mi ánimo repuesto volví a ocupar mi sitio en la barra. Como si nada hubiese ocurrido durante esos cinco minutos, Patricia nos invitó otras copas sin que nada en su actitud llevara a mi amigo a sospechar que pocos segundos antes me había hecho una mamada. Solo cuando pagamos la cuenta, me preguntó:
-¿Vas a volver?
-Eso espero- contesté.
Poniendo una sonrisa de oreja a oreja, recogió mi vaso mientras disimuladamente me pasaba su teléfono en un papel.

Mi aterrizaje a Oviedo.
Como no podía ser de otra forma, el día en que tome posesión de mi nuevo puesto estaba lloviendo. No penséis que una ligera llovizna, os juro que parecía el diluvio universal. Para que os hagáis una idea, en el breve tramo entre salir del taxi que me llevó y las oficinas, me empapé y por ello mi entrada triunfal resultó bastante patética.
Calado hasta los huesos, por no decir hasta los huevos, mis primeras palabras fueron para pedir una toalla con la que secarme.
-Existe algo llamado paraguas- respondió muerta de risa la jovencita que me abrió la puerta.
-Menos cachondeo- respondí molesto por la guasa, no en vano yo iba a ser su jefe- soy Manuel Giménez y he quedado con Alberto Torres.
La cara de la cría palideció al darse cuenta de quién era y roja como un tomate me trajo la toalla que le había pedido, diciendo:
-Disculpé pero pensaba que era un turista y no el nuevo director. Ahora mismo llamo al gerente- tras lo cual, salió corriendo en busca del interlocutor que me iba a presentar al resto del equipo.
Mi llegada había empezado mal pero empeoró cuando al cabo de diez minutos, la misma chavala volvió y sin haber conseguido encontrarle, se inventó la excusa que el ejecutivo en cuestión estaba en mitad de un atasco.
-¡Ni que estuviéramos en Madrid!- contesté con muy mala leche mirando mi reloj y ver que llevaba al menos media hora de retraso.
No tuve que ser un genio para comprender que la relajación era la norma general en esa delegación. Decidido a que eso sería lo primero que tenía que cambiar, le pedí que me enseñara mi despacho.
La muchacha supo que no la había creído y con la cara desencajada, me llevó hasta el lugar que en teoría estaba reservado para mí.
«Menuda mierda de sitio», pensé al ver el oscuro cubículo en el que tendría que pasar tantas horas del día.
Cabreado, le pedí que me mostrara el resto. La niña, obedeciendo, me enseñó las distintas dependencias entre las que se encontraba la oficina del impresentable que me había dejado plantado. Al ver que era un despacho el doble que el mío y con una espléndida vista, me apropié del lugar diciendo:
-Llama al conserje para que se lleve las cosas del señor Torres al otro despacho, ¡me quedo con este!
La morenita no sabía dónde meterse pero asumiendo que no le convenía contrariar al que iba a ser su superior, obedeció de forma que cuando, después de cuarenta y cinco minutos, llegó el susodicho se encontró que le había arrebatado su mesa, su silla y hasta su ordenador.
Por supuesto que intentó protestar pero me mantuve firme en mi decisión y pasando por alto sus quejas, le solté la primera de las muchas broncas que a partir de ese día le echaría hasta que cansado de mí, me dimitió.
El segundo problema con el que tuve que lidiar fue con Beatriz, la secretaria que me habían asignado, la cual acostumbrada al ritmo de sus antiguos jefes, no aceptó de buen grado la carga de trabajo que le encomendé y de muy malos modos protestó diciendo:
-Nunca nadie me ha tratado así.
Decidido a dar un escarmiento a toda la oficina, le contesté:
-Ya se ve que no y así va esta delegación- y luciendo la mejor de mis sonrisas, le espeté: -Como no voy a cambiar, ahora mismo decida, o trabaja a mi modo o tendré que buscarme otra secretaria.
Creyendo que los cinco años que llevaba en la empresa eran una salvaguarda a su puesto, la muy boba se atrevió a decirme que buscara a otra. Sin hacer aspavientos, dejé que volviera a su mesa para llamar a María, la joven que me había servido de guía y le pedí que entrara al despacho.
Una vez sentada, le comenté:
-Me han encomendado salvar esta delegación, para ello necesito a mi lado personas con ganas de trabajar, que me obedezcan y sin limitaciones de horario. ¿Puedo contar contigo?
-Por supuesto- contestó.
-Bien, entonces a partir de ahora serás mi asistente. Tu primera tarea, será redactar el despido de Beatriz. ¿Algún problema?
-Ninguno, en cinco minutos lo tendrá sobre su mesa.

Desde esa misma tarde, comprendí que había acertado eligiendo a esa cría como ayudante. Encantada con su nuevo puesto y sus nuevas responsabilidades, María se concentró en cumplir mis órdenes y ya cerca de las ocho de la tarde, tuve que mandarla a descansar diciéndola que podía terminar al día siguiente.
-No se preocupe- respondió-, váyase usted, ya casi acabo- la seguridad de sus palabras me hizo creerla y cogiendo mis cosas, salí rumbo al hotel donde me hospedaba.
No fue hasta el día siguiente cuando al volver a mi despacho y me encontré con todo la información que le había pedido encima de mi mesa, cuando me percaté del volumen de curro que le había encomendado. Estaba todavía alucinando con lo que había elaborado en solo un día cuando escuché que tocaban a mi puerta. Al levantar mi mirada, la vi entrar sonriendo:
-Buenos días, jefe. Le he traído un café, espero que le guste con azúcar.
Reconozco que me gustó su tono servicial y mientras removía con una cucharilla la bebida, pregunté a qué hora había terminado la noche anterior.
-A las once y media- respondió sin que su rostro reflejara queja alguna.
No sabiendo que decir, le ordené que me preparara una reunión con los vendedores para ese mismo día. La chavala asintió y saliendo de mi despacho, se puso a organizarlo todo mientras me ponía a revisar los informes que ella había elaborado.
«Esta niña es una joya», medité al comprobar la calidad de su trabajo. No habiéndoselo pedido, María había desarrollado de manera rudimentaria pero eficaz un pormenorizado análisis de las fortalezas y debilidades de los distintos clientes. «Me ha ahorrado una semana de estudio», sentencié satisfecho.
Estaba todavía revisando esos papeles cuando entrando nuevamente en mi despacho, María me informó que ya había contactado con todos los vendedores y que la reunión tendría lugar a las seis de la tarde.
-¿No es un poco tarde?
Muerta de risa, contestó:
-Son una pandilla de vagos, ya es hora que se enteren que ha llegado un “líder” que les va a hacer trabajar.
La entonación con la que pronunció la palabra “líder” me hizo vislumbrar en ella una especie de adoración que nada tenía que ver con alguien que acababa de conocer. María, confirmó mis sospechas cuando sentándose frente a mí, me dijo:
– Apenas me ha tratado pero desde que me otorgó su confianza, siento que su éxito será el mío y por eso quiero que sepa que puede contar conmigo para todo. Seré su herramienta y jamás discutiré sus órdenes. Llevo soñando desde que entré a trabajar en esta empresa, con que el día que llegara un jefe que supiera valorar en su justa medida mis capacidades- y haciendo una breve parada, sin importarle lo exagerado de sus palabras, prosiguió diciendo: -Sé que usted es ese guía que necesitaba y que junto a usted, creceré como persona.
Si ya de por sí esa declaración de intenciones era desmedida, lo que realmente me impresionó fue observar en sus ojos que era sincera. Por eso, medio cortado, quise quitar hierro al asunto diciendo en son de guasa:
-Ten cuidado, no vaya a tomarte la palabra y exigirte algo que seas incapaz de dar.
Sorprendiéndome nuevamente, esa morenita respondió con una dulce sonrisa en sus labios:
-Cuando le he dicho que puede contar conmigo para todo, es ¡para todo!- tras lo cual, se levantó dejándome pensando en el significado de sus palabras.
«¿Se me ha insinuado o solamente quería dejar clara su fidelidad como trabajadora?», pensé mientras la veía alejarse rumbo a su mesa. A pesar que de esa conversación no podía deducirse nada fuera de un ámbito profesional, por su tono, deduje que había algo más.
Sin tiempo que perder, dejé de pensar en ello y me puse a preparar mi reunión con los agentes. Estudiando el tema, de nuevo los informes que había preparado esa cría me sirvieron de gran ayuda y antes de las dos, ya me había hecho una idea de todos y cada uno de esos tipos. La mayoría de ellos tenía una buena base comercial pero tras años dejados a su libre albedrío, se habían apoltronado en su puesto y estaban cometiendo el peor de los pecados en un buen vendedor: ¡habían perdido el hambre de nuevas operaciones!
«A partir de hoy, deben saber que eso de quedarse en la oficina, se ha terminado», me dije mientras tomaba el paraguas para salir a comer.
-¿Ya se va?- preguntó María desde su mesa.
Fue entonces cuando hice algo que nunca había hecho hasta entonces, olvidándome que era mi secretaria y mirándola a los ojos, contesté:
-Coge tus cosas que te invito a comer.
Tras la sorpresa inicial, aceptó y cerrando su ordenador, me pidió un minuto para pasar al baño. Ese minuto se convirtió en un cuarto de hora pero os tengo que reconocer que no me importó la espera cuando la vi salir.
«Joder, ¡menudo cambio!», mascullé para mí al darme cuenta por primera vez que, tras esa cara de niña buena, se escondía un pedazo de mujer.
Si os preguntáis por qué la respuesta es muy sencilla, María había aprovechado ese tiempo para maquillarse y sintiéndose guapa, hasta su caminar había cambiado. Dejando atrás a la cría, la María que salió del servicio era una hembra deslumbrante, sabedora de su atractivo.
-¿Nos vamos?- preguntó con alegría.
Más afectado de lo que debería estar, sonreí y abriéndole la puerta, la dejé pasar delante para así poder valorar su trasero.
«Tiene un culo cojonudo», sorprendido confirmé, que a pesar de no haberme fijado antes, era dueña de unas preciosas y duras nalgas.
Si de por sí ese descubrimiento me había alterado las hormonas, mi zozobra se incrementó cuando debido a la lluvia, María se refugió bajo el paraguas que acababa de abrir. Obviando que yo era su jefe, esa bebita pasó su mano por mi cintura mientras se pegaba a mí.
«Tranquilo, macho», tuve que repetir al darme cuenta que me estaba excitando su cercanía.
Aun así, inconscientemente la abracé cuando de reojo un taxi se acercaba. Mi asistente, lejos de molestarle mi gesto, parecía encantada y levantando su mirada, me preguntó dónde la iba a llevar a comer.
«Dios, ¡qué buena está!», exclamé en mi mente al ver su boca a escasos centímetros de la mía.
Juro que estuve tentado de morder esos carnosos labios pero afortunadamente, pude contener mis instintos animales y aprovechando que el taxista había parado, abrí la puerta del coche. María entró en su interior pero en vez de moverse hasta el otro lado, se sentó justo en la mitad del asiento, de forma que nuestros cuerpos quedaron uno junto al otro al sentarme.
-No me has contestado, ¿dónde vamos a comer?- susurró en mi oído sin separarse y tuteándome por primera vez.
Mi pene se despertó de inmediato al sentir su aliento sobre mi piel y dejándome en ridículo se alzó bajo mi pantalón. Fue tan evidente mi erección que no le pasó inadvertida y al advertirla, la pobre criatura no sabía dónde meterse. Totalmente colorada, se movió hacia la ventana mientras haciendo como si no pasara nada, le contestaba que me habían hablado muy bien de la Casa Fermín.
-Es un sitio carísimo- respondió incapaz de girarse.
Cabreado y molesto por mi torpeza, alzando la voz, contesté:
-¡No discutas! Lo he dicho yo y basta.
Mi exabrupto tuvo un efecto no previsto, bajo la camisa de María como por arte de magia aparecieron dos pequeños montículos señal que esa orden tajante la había puesto cachonda. Mi extrañeza se multiplicó exponencialmente al oírla murmurar:
-Lo siento, te juro que no era mi intención llevarte la contraria.
«No es normal la actitud de esta chavala», medité al descubrir una especie de satisfacción al sentirse recriminada, «es como si le gustara que la dirijan».
Asumiendo que tendría tiempo de sobra de indagar en ello, pasé página y me concentré en sus rasgos. Su pelo negro y corto relazaba la palidez de su piel pero no conseguía endurecer sus facciones porque la dulzura de sus ojos oscuros lo impedía
«Es una monada», sentencié enfadado al darme cuenta que al menos le llevaba veinte años, «puedo ser su padre».
Estaba rumiando nuestra diferencia de edad cuando el taxista nos informó que habíamos llegado y tras pagar la carrera, salimos del coche. Esta vez, María mantuvo las distancias y siguiendo mi paso, entramos al restaurante. El maître debió de pensar que éramos familia y que ella era menor porque al pedir una botella de vino, educadamente me preguntó qué era lo que iba a beber mi hija.
Al escuchar esa metedura de pata en boca de alguien que se le supone profesional, solté una carcajada pero entonces María muy molesta, contestó:
-El señor no es mi padre. Mi padre ha muerto.
El dolor que manaba de sus palabras me hicieron compadecerme de ella y cogiendo su mano entre las mías, le dije que lo sentía mucho.
-No hay problema- respondió al tiempo que se echaba a llorar como una magdalena.
Os juro que no me esperaba esa reacción y enternecido la abracé. Ella al sentir ese cariñoso gesto, hundió su cara en mi pecho mientras me decía:
-Le echo mucho de menos. Con él me sentía segura.
-Tranquila- respondí acariciando su pelo- conmigo tampoco tienes nada que temer.
La tristeza de la cría se transformó en alegría al escuchar esa frase y levantando su mirada, preguntó:
-¿Eso quiere decir que quieres protegerme o lo dices por decir?
Alucinado por la pregunta contesté, sin saber bien a que me comprometía, que mientras me obedeciera siempre cuidaría de ella.
Mi respuesta la satisfizo y con genuina felicidad, esa morena:
-Si te obedezco en todo y no discuto tus decisiones, ¿me aceptarías como tu pupila y serías mi tutor?
Fue entonces cuando caí en la cuenta que la propuesta de María iba más allá de lo profesional y no queriendo asumir un compromiso sin tenerlo claro, quise antes conocer en profundidad a que se refería. Al preguntárselo, contestó:
-Mi madre fue inmensamente feliz mientras mi padre vivía. Nunca se arrepintió de plegarse a sus deseos y que él decidiera lo que había que hacer.
-¿Me estás diciendo que quieres que yo sea una especie de mentor y que deseas formar parte de mi vida fuera de la oficina?- impresionado insistí.
-Sí. Siempre he soñado con maestro al que seguir y creo que tú puedes ser el hombre indicado. Me entregaría a ti en cuerpo y alma- el brillo excitado de sus ojos ratificó sus palabras mientras involuntariamente sus pezones adquirían un desmesurado tamaño.
Ya convencido que María era una sumisa sin dueño y que lo que realmente buscaba era servirme, contesté:
-Pensaré en tu oferta- y llamando al camarero, le informé que comeríamos el menú de degustación mientras frente a mí y sentada en su silla, la morena no dejaba de sonreír asumiendo quizás que era cuestión de tiempo que aceptara su extraña oferta.
Durante la comida ninguno de los dos hizo referencia al tema pero cuando nos trajeron el café, mi asistente dio un nuevo paso en su entrega al decirme:
-¿Tienes visto algún piso donde vivir?
-Todavía no. Sigo viviendo en un hotel porque no he tenido tiempo de buscarlo- acepté.
Nuevamente esa criatura me sorprendió diciendo:
-Te lo digo porque si quieres le pregunto a mi madre si te alquila la habitación de invitados. A ella le vendría bien el dinero y estoy segura que le gustaría el tener de nuevo un hombre en casa.
Tanteando sus verdaderas intenciones, muerto de risa, le solté:
-No lo creo y más si termino aceptando tu oferta.
En ese instante, María me terminó de descolocar al poner un gesto de extrañeza mientras me decía:
-No entiendo, ¿por qué lo dices?
Tanteando el terreno comenté sin ser muy preciso no fuera a ser que hubiese malinterpretado los términos de su propuesta:
-Joder, María. No creo que le guste saber que su inquilino es el “mentor” de su hija.
-Al contrario- contestó- me ha educado para eso y estaría encantada de saber que tengo un amo que me cuida y enseña. Pero antes tiene que aceptarte.
Con una naturalidad increíble, me acababa de confirmar su naturaleza sumisa y eso fue el empujón que necesitaba para decidirme. Ya convencido respondí, al tiempo que cogía su mano entre las mías:
-Si no quiere, tendrás que buscar otra casa donde vivas conmigo.
Tardó unos segundos en comprender que estaba aceptando su oferta y entonces, con un júbilo desbordante, se levantó de la silla y sentándose sobre mis rodillas, me besó mientras me decía:
-Nunca dejaré que te arrepientas de hacerme tuya.
Usando mi poder recién adquirido, dejé caer mi mano por su cintura y por primera vez, acaricié su trasero. María al sentir mis dedos recorriendo sus nalgas, susurró en mi oído:
-Solo espero que mi madre también te acepte como maestro.
No entendí la insinuación que me hizo y creyendo que insistía en la necesidad de permiso de su progenitora, contesté:
-Me da igual lo que diga- y dando un suave azote en ese culito que deseaba desflorar, descojonado, comenté: -Serás mía cuando y como quiera.
Mis palabras lejos de preocuparla, le hicieron gracia y con un tono pícaro en su voz, respondió:
-Entonces, pronto tendrás dos mujeres que te cuiden y yo no tardaré mucho en cumplir mis deseos.
Tras lo cual, cogió su teléfono y marcando a su vieja, esperó a que contestara para sin ningún tipo de rubor decirle:
-Mamá, como te anticipé anoche, mi nuevo jefe ha aceptado quedarse con nosotras.
Aunque no lo oí, su vieja debió de aceptar porque colgando el móvil, sonriendo, me espetó:
-Después de la cita con los vendedores, mi madre nos espera en casa.
Como imaginareis con razón, durante el resto de la tarde, mi mente estuvo dando vueltas al tema y cuanto más pensaba en ello, más extraño me parecía todo. No en vano según María, su madre no solo no pondría reparo alguno a su sumisión sino que la vería con buenos ojos.
«¿Qué tipo de mujer será?», me preguntaba una y otra vez.
Al terminar la reunión con los representantes de Asturias, os tengo que confesar que estaba confuso y por ello cuando nos quedamos solos, la llamé a mi despacho.
-Cierra la puerta- le pedí al no querer que nadie nos interrumpiera.
La cría obedeció de inmediato y tras pasar el pestillo, se acercó con un peculiar brillo en su mirada. Sus movimientos reflejaban nerviosismo pero también la satisfacción de saber que tenía dueño y por ello no pudo reprimir su felicidad cuando le ordené que se sentara en mis rodillas.
Al satisfacer mi deseo, suspiró y confirmando su disposición, susurró en voz baja:
-¿Qué es lo que desea mi dueño?
No siquiera la contesté y llevando mi mano hasta los botones de su camisa, me puse a desabrochar uno por uno mientras intentaba descifrar su reacción. El silencio de María fue total pero su cuerpo mostró involuntariamente una calentura sin igual y por ello cuando terminé de soltar el último botón, esa criatura tenía los pezones erectos.
-¿Te pone cachonda que te desnude?- pregunté al menos tan excitado como ella.
-Mucho- consiguió mascullar presa del deseo.
Su sometimiento me permitió soltar el cierre de su sujetador, liberando por fin sus pechos.
-Tienes unas tetas preciosas- comenté admirado por el tamaño y la forma de esas dos maravillas que tenía a mi disposición.
Reconozco que no pude dejar de admirar la belleza de su juvenil cuerpo. Dotada de un pedazo de ubres que serían la envidia de cualquier mujer, esa jovencita era todo lujuria. Si sus tetas eran cojonudas, su duro trasero no le iba a la zaga. Con forma de corazón parecía diseñado para el disfrute de los hombres. María al advertir el efecto que provocaba en mí, se acercó y llevando sus manos a mi cinturón, comenzó a desabrocharlo. Bajo mi pantalón, mi verga se alzó y por eso cuando me la sacó, ya lucía una impresionante erección.
-Reconoce que me deseas- susurró mientras se arrodillaba y lentamente se la metía hasta el fondo de la garganta.
Me quedé paralizado al notar sus labios abriéndose y recorriendo la piel de mi extensión. Aunque todo me indicaba que era una mujer fogosa, rápidamente comprobé que era toda una diosa. Mi falta de reacción permitió que se la sacara tras lo cual usando su lengua, embadurnó de saliva mi tallo antes de volvérselo a embutir como posesa. Dejándome llevar por su maestría, permití imprimiera un pausado ritmo sin quejarme. Ardiendo en mi interior, me mantuve impasible mirando como devoraba mi sexo con fruición.
Con mis venas inflamadas por la lujuria, sentí su lengua recorrer los pliegues de mi capullo. Cuando la excitación me dominó por completo, ya sin recato alguno, la agarré de la cabeza y presionándola contra mí, le introduje todo mi falo en su garganta. La chavala lo absorbió sin dificultad y e incrementando el compás de su mamada buscó mi placer. Mi semen tardó poco en salir expulsado en su interior. Ella al notarlo se lo tragó sin quejarse sin dejarme de ordeñar hasta que consiguió extraer hasta la última gota. Entonces alegremente, me soltó:
-Llevo años soñando con sentir una verga en mi boca.
Queriendo devolver parte del placer que me había brindado, llevé mi boca hasta una de sus rosadas areolas y sacando la lengua, me puse a recorrer los bordes mientras ella empezaba a sollozar.
-¿Qué te pasa?- pregunté sorprendido.
Casi llorando de felicidad, mi asistente contestó:
-Mi madre no mentía cuando me avisó de lo mucho que me gustaría que mi dueño mamara mis pechos.
Atónito comprendí que María jamás había disfrutado de la compañía de un hombre y que era la primera persona con la que estaba. Por ello, tuve que preguntarla si era virgen.
-Sí- respondió orgullosa- sabía que algún día te conocería y por eso me he reservado para ti.
Lleno de dudas, mi excitación desapareció al instante y tratando que no notara mi turbación, ordené a María que se tapara. La niña que no comprendía nada, me miró desconsolada y preguntó en que me había fallado.
-En nada, preciosa- contesté al no poderle reconocer que estaba indignado y que echaba la culpa de todo a su progenitora: – La primera vez de una mujer es importante y quiero que sea inolvidable.
Mis palabras consiguieron calmarla y creyendo a pies juntillas mi mentira, la felicidad volvió a su rostro. Cabreado por el tipo de educación al que había sido sometida esa morena, decidí encararme con la autora de semejante aberración cuanto antes y disimulando la ira que me consumía, le dije:
-Quiero conocer a tu madre.
Confiada, María sonrió y tras plantarme dulce beso en mis labios, se levantó de mis rodillas y recogió sus cosas sin saber que en ese momento, su supuesto ama de comprender como alguien podía aleccionar a su retoño con semejantes ideas.
«Tengo que separarla de su vieja. Si la dejo allí y sin mi cuidado, María será presa fácil de cualquier desalmado».

Relato erótico: “Destructo III Cada vez que suena una campana…” (POR VIERI32)

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I. Año 1368

Congli era un pueblo apacible, rodeado por un auténtico mar de hierba que llegaba hasta las rodillas y, más en la distancia, una extensa cordillera cortaba el horizonte, de altísimos picos bañados en nieve. Su principal atractivo era el mercado instalado en las proximidades del río; la Ruta de la Seda acrecentaba el comercio a pasos agigantados, atrayendo cada año más familias para que se asentaran.

En las afueras de la villa principal, en una parcela alejada, destacaba el único árbol de gingko en las inmediaciones. Era notablemente enorme y alfombraba la hierba con sus peculiares hojas amarillas. Xue tiró de un hilo rebelde de su túnica y se sentó bajo la sombra; era un buen día y la brisa levantaba incontables hojas a su alrededor, pero la joven xin no estaba con el mejor de los humores. Miró a los alrededores y se vio completamente sola; tal vez se levantó demasiado temprano.

Destacaban sus grandes ojos en su rostro de facciones finas; eran de color miel, de un amarillo brillante como los de un lobo y que contrastaba con el negro profundo de su larga cabellera. La oriental comprobó por enésima vez la rueda de la máquina hiladora frente a ella; seguía sin encontrarle rotura alguna o un elemento que atravesara entre las astas. Y, aún así, giraba forzosamente a pesar de presionar los pedales con todas sus fuerzas. Vio de reojo las canastas apiladas a un lado, repletas de algodón que su tío había desmotado al amanecer, y bufó.

Luego se fijó en el tornillo de madera que sujetaba la rueda y cayó en la cuenta de que podría estar ajustada con demasiada fuerza. Intentó girarla con sus dedos, pero estaba bien enroscada y además nunca fue buena con ese tipo de manualidades.

Lo podría ajustar su tío, pero ya había partido al pueblo con el carro cargado de bolsas con seda que ella misma había hilado y rehilado las últimas semanas, y no volvería hasta el atardecer. Luego pensó en su hermano, Wezen, quien era bueno con las reparaciones. Se lo imaginó montado sobre un caballo y engalanado con una armadura de brillantes placas negras y cientos de costuras rojas dándole el toque distintivo de la nueva dinastía. Por un momento, se sintió tranquila. Ojalá, pensó ella, su hermano hubiera sobrevivido a la guerra en Ciudad del Jan y volviera a su lado. La noticia de la victoria de la rebelión xin viajaba por todos los rincones de la nación, llevadas por mensajeros e incluso comerciantes, pero la joven seguía sin tener noticias de él.

Cuando Wezen se sentó a su lado con un sonoro jadeo, Xue no le prestó mayor importancia, sumida en sus pensamientos. Incluso creyó que solo era su imaginación. El xin se retiró el yelmo, dejándolo a sus pies, y luego se inclinó hacia el tornillo de la rueda; tras tomarla con sus dedos, la giró con facilidad. Luego, agarrando el pedal con una mano, presionó para comprobar que girara adecuadamente.

Asintió al ver que la máquina volvía a funcionar.

—Ya no tienes excusa, Xue. A trabajar.

Xue dio un respingo y giró la cabeza. ¿Podía ser él? ¡Había vuelto! No se lo creía en absoluto. Abrió la boca, pero no salió palabra alguna. Estaba engalanado como lo había imaginado, aunque ahora tenía un radiante sable sujeto por correas en su espalda. Sí notó, fugazmente, que las costuras de su armadura eran blancas y no rojas como las que solían llevar los soldados de la nueva dinastía.

Wezen sonrió deleitándose de la incredulidad de su pequeña hermana. Apenas había cambiado tras un año y tanto, pensó. Pero notó de reojo que algo sí era distinto. Los senos. Ahora asomaban tímidos bajo su vestido de algodón.

Se frotó el mentón, volviendo a fijarse.

—Se ve que has creci…

No terminó su frase cuando Xue cruzó su rostro con un manotazo.

Alejada, tras un vallado de madera que separaba las parcelas de otras familias, la esclava Mei desencajó la mandíbula cuando vio aquel exabrupto. Miró a Zhao quien, a su lado, estaba sentado sobre la valla, pero con la mirada perdida en la lejana cordillera. Pidió al budista que intercediera de alguna manera, pero él meneó la cabeza.

—Déjalos —hizo un ademán—. Es normal.

Wezen se tomó de la mandíbula; qué fiera, ¡sí que había crecido! Intentó mirarla a los ojos, pero esta se cruzó de brazos, mirando para otro lado con el ceño fruncido. Era una ofensa grave que esta lo ignorase, sin dudas.

—Tú —dijo ella—. ¿Crees que olvidé?

—¿No puedes, simplemente, alegrarte?

—¿Alegrarme? Todos los días le rogaba a nuestro tío que preguntara a los comerciantes y mensajeros cómo iba la guerra. Cuando me enteré de que ganasteis la batalla en Ciudad del Jan, pensé que me alegraría. Pero fue peor. Me di cuenta de que no me importaba la guerra, sino tú.

Wezen silbó sorprendido.

—Solo debías preguntar por el jinete más guapo de la legión.

La joven blanqueó los ojos y gruñó. “Te fuiste sin despedirte”, dijo apenas audible. Hacía un año que Xue había intentado por todos los medios convencerlo de que no marchara, pero su hermano no podía desentenderse de los vientos de guerra que, según él, lo reclamaban.

Wezen se levantó e hizo una reverencia profunda.

—Lo siento. Pero he vuelto a casa con una victoria, hermana. Cumplí mi promesa.

—¿Una victoria? —por fin se atrevió a mirarlo—. Solo quería que volvieras. ¿Qué tan buena puede ser una victoria si he de perderte?

—Por favor, Xue —mantuvo su reverencia.

Mei suspiró aliviada cuando notó que la hermana se incorporó para posar su mano sobre el hombro de Wezen, señal de que había aceptado las disculpas. Se recostó en el vallado. Las dos esclavas del comandante Syaoran tenían órdenes de quedarse en la villa principal del pueblo, junto con una decena de los soldados más jóvenes de la legión xin; la travesía a Transoxiana sería peligrosa y no deseaba exponerlas al peligro; solo volverían a unirse cuando ellos regresaran con el embajador de Koryo.

Aunque la orden fuera ir a la villa central, Mei se las ingenió para acompañar a Wezen rumbo a su casa.

—Wezen tenía razón —confesó Mei—. Su hermana es una muchacha hermosa.

Zhao apenas prestaba atención; se volvió a fijar en la cordillera del horizonte y sintió un escalofrío. En Xin era conocida como Congling, aunque en Persia lo llamaban “El techo del mundo”. Hacía dos años cuando él, junto con un grupo de treinta budistas más, cruzó el peligroso Corredor de Whakan, un estrecho y largo paso en medio de la cordillera que servía de conexión entre Xin y Transoxiana. Fueron asaltados por un grupo de saqueadores mongoles, quienes despacharon a todos para luego apilar sus cuerpos esperando que los cuervos hicieran el resto.

En ese entonces, el joven budista pensó que todo acabaría allí, imposibilitado de moverse debido a un par de fracturas y el punzante dolor. Fue Xue quien lo descubrió, viéndole respirar dificultosamente, en tanto su hermano guiaba un carro cargado de bolsas de seda y algodón. Aunque Zhao estuviera agonizando, oyó claramente cómo Wezen refunfuñó ante la idea de rescate, objetando que sería más piadoso dejarlo morir, pero fue la joven quien insistió en ayudarlo.

—A ella le debo mi vida —confesó el budista.

A lo lejos, Wezen resbaló y cayó sobre la hierba, levantando las hojas amarillas a su alrededor; Su hermana rio a carcajadas, aduciendo que era un castigo de sus ancestros por haberla abandonado tanto tiempo. El guerrero fingió estar muerto, despatarrado como estaba, y Xue aprovechó para agarrar el yelmo y ponérselo. Se giró y notó a Zhao, dedicándole una reverencia desde la distancia.

—¡Zhao! ¡Me alegra verte, amigo mío!

La esclava y el budista correspondieron el saludo.

—Por lo que habéis contado tú y Wezen —dijo Mei—, diría que ella es un ángel. Vamos, Zhao, he venido a conocerla.

II. Año 2332

Con una pluma arrancada de su propia ala, Pólux terminaba de escribir los últimos apuntes en su libro. El Inframundo le resultaba fascinante más allá de la impresión de ser un mundo rocoso y desolado, con ese cielo magenta oscuro atiborrado de estrellas. Sentado sobre una roca, cerró su libro y lo des-invocó; instantáneamente aparecería en la Gran Biblioteca de Paraisópolis para que las otras Potestades pudieran devorar toda la información que recababa.

Se acarició la barriga; deseaba beber el vino que le habían regalado. Como ángel no sentía hambre ni sed, solo antojo debido a su mala costumbre de bebedor, pero decidió que al menos durante su misión no cedería a la tentación; se emborracharía cuando él y sus dos compañeros regresaran victoriosos, con la cabeza del Segador cortada.

Miró de nuevo las estrellas para pensar en otra cosa. No encontraba ni una sola constelación reconocible. Cuando consultó con los ángeles guerreros que, hacía milenios, entraron al Inframundo para cazar a Lucifer, le habían hablado sobre el cielo. “Es como un atardecer eterno”. Pero él sabía que no era lo mismo un soldado que una Potestad; los guerreros nunca se fijaban en los pequeños detalles; eran buenos con las armas y nada más. Pólux se había dado cuenta de que, en realidad, el Inframundo no era un mundo mágico sumido en la perpetuidad de un atardecer.

El Inframundo era iluminado por una estrella, probablemente roja y envejecida, mucho más pequeña que el sol blanco que iluminaba tanto los Campos Elíseos como el reino de los humanos. Al poner su pluma sobre una roca, en vertical, se fijó en la inclinación de la pálida sombra. Levantó la vista y sonrió al pillar la estrella, escondida tras una franja de polvo estelar también rojiza.

Metros más adelante, Curasán y Próxima se acercaron a la orilla de un río teñido por el efecto del sol. El arquero se inclinó y tocó el agua con la punta de sus dedos. Frunció el ceño. Había oído historias y cánticos sobre el sangriento río Flegetonte; al comprobar que no era más que un simple efecto de luz, el Inframundo le resultó menos temible.

—Zadekiel debería cambiar la letra de algunas de sus canciones —dijo divertido.

Pero Curasán no hizo caso, sino que se fijó en la costa al otro extremo del río. Había una colina empinada y al borde destacaba un amontonamiento de rocas, como una pequeña pirámide. Extremos puntiagudos sobresalían del monumento y se preguntó qué sería. Luego miró a Próxima.

—¿Podrías alcanzarla con un solo disparo?

Próxima se fijó. El trecho era grande, la colina altísima, pero no había ventisca. Asintió y desató su arco dorado, tensándolo rápidamente. No lo pensó mucho y la saeta salió disparada.

Cuando cayó al agua, Curasán se cruzó de brazos y silbó. No podía ser esa la puntería del ángel que iba a asesinar al Segador, pensó preocupado.

—Por si no he sido claro, me refería a la pequeña pirámide de piedras allá arriba.

Próxima se lo comió con la mirada. Levantó la mano e invocó entre sus dedos la saeta disparada, que regresó húmeda. Tensó de nuevo el arco.

—Puedo hacerlo.

Cuando la flecha pasó por encima de la lejana pirámide, Curasán prefirió optar por un tendido silencio. Sin embargo, aquello enfureció aún más al arquero, que volvió a invocar la saeta. Pero cuando la preparó en la cuerda, ambos ángeles dieron un respingo al oír a Pólux regañarles.

—¡Basta! Pero, ¿cuántos milenios tenéis? ¡Parecéis Querubines!

—La iba a alcanzar —susurró Próxima.

—Claro que sí —Curasán se desperezó, estirando brazos y alas.

Próxima apretó los dientes y tomó al joven ángel por el hombro.

—¿Por qué no pruebas tú? Eras estudiante de Irisiel antes de ser guardián de la Querubín. Eras un arquero.

Curasán se encogió de hombros.

—Si acierto, dirás que fue suerte de novato.

—No, no acertarás —dijo Próxima, poniéndole el arco en su mano—. Te recuerdo. Eras pésimo.

—Puede. Si no acierto, seguiré siendo pésimo. Me pregunto en qué posición te deja eso a ti…

Pólux descendió entre ambos ángeles y los separó. Había fuego en sus ojos y los regañó aún con más ímpetu.

—¡Suficiente! ¡No volveréis a lanzar una condenada flecha! No queremos llamar la atención de ningún vigía. Por si no se os hace evidente, dos ángeles lanzando flechas sobre un río llama la atención.

Próxima se apartó furioso. Tenía razón. Ya tendría oportunidad de demostrarle a Curasán sus dotes.

—Escuchad —insistió Pólux—. Si hace diez mil años hubieran enviado tan solo a una Potestad, hoy lo sabríamos y estaríamos mejor preparados.

—¿Saber qué? —escupió Próxima, incapaz de quitarse el enfado.

—El Inframundo no es ningún lugar fantástico unido a los Campos Elíseos por simple magia. Estamos en un mundo perdido en un rincón del universo. Y el peso… la gravedad es distinta —se arrancó una pluma y la dejó caer—. Es mucho más pesada. Tendréis que recalibrar los disparos, pero no será ahora.

Era difícil saber cuándo era de día y cuándo de noche. Durmieron bajo una formación de rocas que sobresalía a orillas del río y despertaron porque sus cuerpos estaban acostumbrados, con miles de años a sus espaldas repitiendo la rutina. Al desperezarse, Pólux descubrió un segundo sol iluminando la superficie en el momento que el primero se ocultaba en el horizonte. Cuando el día parecía acabar, asomaba otra estrella rojiza. Entendió entonces el significado del atardecer eterno del que le habían hablado: el Inframundo, en realidad, era un planeta que giraba alrededor de dos soles rojos y envejecidos, próximos a la extinción.

Un mundo circumbinario. Se dio cuenta de que, mientras más conocía el Inframundo, menos temible se volvía.

Tras sobrevolar el río Flegetonte, descendieron sobre la alta colina que Curasán había avistado. Querían ver de cerca aquella pirámide. Pero no encontraron rocas con ramas puntiagudas sobresaliendo, como parecía desde la distancia. Lo que vieron los dejó sobrecogidos.

Eran huesos. Y las formas de estas se asemejaban a las de los ángeles. Cráneos, tórax, fémures y tibias piernas amontonados, ennegrecidos por el paso del tiempo. Y los huesos puntiagudos, confundidos por ramas, eran en realidad los finos huesos de las alas de algún ángel.

Pólux se acuclilló asombrado. Debían ser los restos de los que habían luchado milenios atrás. Retiró lentamente una de las alas y sintió una repentina tristeza al tenerla entre sus dedos. Podrían ser los huesos de uno de los rebeldes o de los leales a los dioses, pero ya no importaba. Concluyó que habrían sido recogidos y amontonados por los espectros, los habitantes del Inframundo, una vez terminada la sangrienta guerra entre los ejércitos de Lucifer y los Arcángeles.

—Pólux —interrumpió Próxima, acuclillándose a su lado—. ¿Qué crees? ¿Una provocación?

sin-tituloPólux meneó la cabeza.

—Si lo piensas detenidamente, comprenderás. ¿Cómo te sentirías tú si dos gigantescos ejércitos de espectros invadieran los Campos Elíseos y lucharan entre ellos mismos sobre nuestros jardines?

Próxima alargó el brazo y acarició un cráneo partido. Era cierto que los ángeles usaron el Inframundo como campo de batalla, pero no había pensado en cómo se lo tomarían los espectros que lo moraban. Viendo el par de agujeros en la parte superior del cráneo, recordó las violentas anécdotas de las batallas acaecidas. Suspiró al entenderlo.

—No nos quieren aquí. Es una advertencia.

Curasán se había adelantado y quedó aún más sobrecogido al ver el desierto pedregoso que tenía enfrente. Sus piernas perdieron fuerzas y cayó de rodillas. Arañó el suelo, imposibilitado de detener el temblor de sus alas. No podía ser verdad lo que sus ojos veían. Cientos de miles de pequeñas pirámides de huesos de ángeles se extendían hasta donde la vista alcanzaba, dispersos, y los más lejanos eran ya solo pequeños puntos ennegrecidos en el horizonte rojo.

—¿A esto se refería Irisiel? —preguntó desconsolado—. ¿Que el horror nos esperaría?

Un ser oscuro de túnica negra descendió violentamente entre los tres, clavando un mandoble en el suelo y levantando una espesa niebla de arena a su alrededor. Era notoriamente más grande que ellos y la túnica estaba hecha jirones que revoleaban y revelaban la armadura ónice que cubría su cuerpo. Extendió sus alas, semejantes a las de un murciélago, con un pequeño cuerno en cada punta. Su rostro era grisáceo, de facciones rectilíneas y con agallas en las mejillas, sin nariz. Sus ojos, de forma atigrada, destellaban un brillo carmesí. No tenía cabellera, pero sí cientos de pequeños y largos cuernos encorvados que nacían en sus sienes y recorrían su cráneo, pegados, y cuyas puntas filosas terminaban hacia atrás.

El espectro desclavó su mandoble y Pólux notó un sinfín de escrituras a lo largo y ancho de la hoja. Antes de que se abalanzara con todo su peso a por Próxima, se preguntó si no hubiera sido mejor haber enviado un ejército antes que solo a ellos tres.

Repentinamente, el Inframundo se les volvió un lugar demasiado temible.

III. Año 1369

Solo un par de velas iluminaban la pequeña habitación donde Wezen, sentado a una silla, destapó la cera de una botella de vino que su propio comandante le había regalado. Se encontraba con el torso desnudo; la armadura y la cota se le habían hecho incómodas de llevar.

Xue entró con una camisa de algodón en mano y se la arrojó. Notó de reojo la cicatriz en el hombro izquierdo de su hermano, pero solo apretó los labios como única reacción. Se sentó junto a él, cargando con esfuerzo, sobre su regazo, la pechera de Wezen.

Preparó un trapo húmedo y lo enrolló con fuerza.

—¿Te duele el hombro? —preguntó sin mirarlo, pasando el trapo por las placas de la armadura.

—No. Fue una batalla rápida en Ciudad del Jan, pero también dura —dijo Wezen, echando la cabeza hacia atrás para beber—. Esa herida me la trató Mei.

Xue la miró de reojo. La muchacha se había sentado a la mesa, tímida y poco conversadora. Ya se había presentado como una “sirviente” del comandante de la legión xin, que había venido a su villa para conocer la zona. Pero Xue sospechaba que había algo más. Pensó que, por las miradas que se intercambiaban, podría ser la pareja sentimental de Wezen. “Tal vez”, pensó Xue, tratando de disimular un abrupto celo. “Tal vez debería mostrarme cortés”.

—Mei —dijo Xue—. Fuiste muy amable al cuidar de mi hermano. Por favor, quédate a dormir esta noche, te ofrezco mi cama. Nuestro tío no te negará hospitalidad.

La esclava asintió.

—Eres muy amable. Pero, si me quedo con tu cama, ¿dónde dormirías tú?

—Con mi hermano, por supuesto.

Mei sonrió forzadamente, percibiendo cierta actitud territorial de parte de la muchacha.

—Aunque me gustaría, no puedo quedarme. Debo regresar al pueblo, donde me espera otra sirvienta. Nos quedaremos allí hasta que la legión vuelva de Transoxiana.

—Transoxiana —repitió Xue—. ¿Y tú? —se fijó en su hermano—. ¿Te quedarás? ¿O me dirás que acompañaréis a ese ejército a través del Corredor de Whakan? Zhao sabe perfectamente de los peligros que os esperan allí.

Wezen volvió a probar otro trago del vino.

—No es sencillo. Ahora soy escudero del comandante y me ha prometido un ascenso si logramos dar con el embajador de Koryo.

Xue volvió a su tarea de limpieza, ofuscada; no quería reñirle frente a la visita. Ya lo agarraría en privado para convencerlo de quedarse. Se fijó mejor en la pechera y ladeó una de las costuras blancas.

—Tu armadura—dijo ella—. Ni siquiera tiene los colores de la nueva dinastía.

—Tiene las costuras así porque pertenezco a la Sociedad del Loto Blanco. Ese ejército que acampa en las afueras es la élite, Xue. Somos la mano derecha del emperador. No puedo, simplemente, rechazar todo lo que me han ofrecido para volver aquí y desmotar algodón.

—¡Ahora eres de élite! ¿Y ellos saben que hasta hace poco más de un año tú solo sabías hilar seda y desmotar algodón?

Wezen meneó la cabeza. El vino y Xue estaban sacándole de quicio rápidamente, por lo que se levantó para colocarse la camisa en movimientos rápidos y nerviosos.

—Voy a ir al pueblo para llevar a Mei. La esperan.

Wezen se acercó a la esclava y le tendió la mano. Su hermana frunció el ceño y deseó lanzar la armadura al suelo. Siempre se escurría de las discusiones. Y, encima, pensó, esa “sirviente” definitivamente era su pareja. La forma en que ella lo miraba, la forma en que él se dirigía a ella. Había algo fuerte del cual ella no era parte.

—Pues no vuelvas.

—Volveré, hermana. Prometiste lustrar mi armadura, ¿no es así?

Sobre un caballo negro, el jinete y la esclava avanzaban en medio del mar de hierba plateada por la Luna menguante. La villa central no era más que lejanas motas amarillentas en el horizonte que parpadeaban como pálidas estrellas. Wezen se mantenía callado y Mei, que lo abrazaba por detrás, percibía los músculos tensos.

Intentó lidiar como mejor podía.

—Wezen. Es un pueblo hermoso.

—¿Tú también? —resopló él—. Puede ser el más hermoso de todo el reino si quieres, no me quedaré.

—No me refería a eso. Solo quería charlar sobre algo distinto. Lo que decidas hacer con tu vida es cosa tuya.

—Sí, tienes razón. Es cosa mía. Debería volver y decirle eso.

Detuvo la cabalgaba y se giró sobre su montura, fijándose en la también lejana casa de su tío. Pero Mei rio, tomándole de la mano para que relajara las riendas.

—¡No, primero llévame al pueblo! ¡Wezen! Por más que trate de hablar de otra cosa, siempre piensas en tu hermana.

—¿Qué? ¿Me dirás que es raro?

—No tuve hermanos, no sabría decirte. Pero me parece tierno. Cuando os vi juntos, entendí que os une algo especial. Tú siempre pensabas en ella y ahora sé lo preocupada que la tenías. Mira, ¡me retracto! Lo que decidas hacer es cosa tuya, sí. Pero también es cosa de ella. Tu vida le pertenece.

El jinete bufó, retomando el camino al pueblo.

—Suenas como Zhao. No hables raro, por favor.

—Estáis unidos —prosiguió ella—. No seas egoísta y decide lo mejor para vosotros dos. Sé que mi señor te ha dado la opción de elegir. Quedarte aquí en tu hogar o seguir el camino con ellos.

—La próxima reunión con el comandante me aseguraré de que no estéis cerca. ¿Qué pasa? Se ve que Xue te ha caído bien. No sabría decir lo mismo de ella.

—Solo está celosa porque cree que voy a robarle su hermano. Pensó que íbamos a calentar la cama juntos.

Wezen echó la cabeza atrás y carcajeó. Le divertía ese lado tan posesivo de Xue.

—¡Sí, pude notarlo! ¿Y eso te parece una buena idea, Mei?

La esclava no respondió, sino que se limitó a apretar el abrazo y mirar para otro lado. Wezen lo notó y detuvo su montura en medio del mar de hierba.

—Es decir —continuó él—. Lo siento, no debí reírme. Pienso que es una idea agradable. Calentar la ca… ¡Estar juntos!, digo…

Fueron segundos silenciosos, muy incómodos para él; como si el mundo completo se hubiese detenido. De hecho, si no fuese por una nube cortando la luna arriba, pensaría que todo se había estancado incómodamente. No era el hecho de estar revelándole sus deseos de una manera tan directa; Mei le gustaba, pero es que había algo que se interponía entre ambos.

—En verdad que me gustaría —insistió—. Pero tú le pertenece a mi comandante.

Mei acarició la mano del jinete, enredando sus dedos entre los de él.

—No. Solo mi cuerpo.

Wezen enarcó una ceja.

—Entonces, ¿qué hay de lo demás?

—¿Lo demás? Lo demás me gustaría que fuera tuyo.

Wezen esbozó una sonrisa. Le emocionó tanto oírlo que ni siquiera notó que la esclava desmontó ágilmente, echando una caminata sin dirección aparente. Mei también se sintió liberada al confesarlo. Tanto, que necesitaba avivar el cuerpo. La hierba era altísima y picaba las rodillas, pero no le importaba. Extendió los brazos, dejando que la brisa la acariciase y el vestido revoleara; por un momento se sintió capaz de volar y huir libre. Como si, repentinamente, tuviera las alas de esos ángeles de los que le solían contar los cristianos.

—¡Wezen! ¿Ha sonado una campana?

—¿Ah? —se rascó el mentón—. Hay una en el pueblo, es enorme, pero no creo que la hagan sonar de noche.

—¡Tonto! —meneó la cabeza, abrazándose a sí misma—. Es un decir. ¿O no lo sabías? Los cristianos aseguran que cada vez que suena una campana, un ángel recibe sus alas. Así que, en algún lugar, estoy segura que una está sonando.

—Ya veo. Otra sandez como las que suele soltar Zhao.

—¡Ah! Lo olvidé. Tú no crees en dioses ni ángeles, ¿no? Solo crees en dragones.

—¿Adónde se supone que vas? ¡Vuelve!

Mei, ahora brazos en jarra, sacó la lengua.

—¡No! Me siento libre, así que iré a donde me plazca.

Eran solo dos manchas oscuras que atravesaban, corriendo, un auténtico mar plateado. Las risas rebotaban aquí y allá, como tímidos ecos que se perdían en la lejanía. El guerrero la perseguía como podía, exigiéndole que volviera, aunque la muchacha era rápida. Mei dio un brinco cuando notó un pequeño surco de agua, pero Wezen cayó aparatosamente al solo tener ojos solo para ella.

La joven montó sobre él; la túnica se le había removido ligeramente y un seno sobresalía, mostrando una areola oscura y el pezón erguido. En cierta manera, deseaba experimentar aquel lazo que unía a Xue y Wezen, pero con el añadido de un fuerte deseo carnal. Se inclinó para unir sus labios y humedecerlos con su lengua, hábil como era, y ni siquiera le molestó la poca pericia del guerrero, que no sabía ni acariciar ni mucho menos besar.

Túnica y camisa cayeron sobre la hierba mientras los amantes entrecruzaban suavemente las piernas. Mei tenía el sexo recortado en una fina y delgada línea de vello que sorprendió al guerrero, quien intentó escarbar con los dedos, pero ella lo tomó de los hombros y acostó en el suelo. La hierba picaba intensamente, pero ella tenía tanta arte estimulando a los varones que pronto se olvidarían del cosquilleo; se inclinó sobre él y mordió un pezón, endureciéndolo con la punta de la lengua; sus finos dedos agarraban su sexo para acariciarlo, luego llevándolo hasta su sexo para restregarlo por la entrada, esperando que él empujara.

El joven xin se mostraba completamente abrumado ante la experiencia de la esclava.

—Wezen —susurró mordiéndole con los labios—. ¿Es tu primera vez?

Wezen enrojeció abruptamente y tragó saliva.

—No…

Mei ahogó una risa. No había caso en mentir. Sintió cómo las manos del guerrero la tomaron del trasero y abrió la boca cuando él hundió sus dedos con fuerza, arqueándose. A la esclava le agradó; se volvió a acomodar, besándolo y tirando el labio inferior con suavidad.

—Aquí, Wezen —acomodó la verga—. Empuja con cuidado.

IV. Año 2332

El espectro estrelló su mandoble en el suelo, que vibró como si acusase un pequeño temblor; Próxima consiguió esquivarlo de un salto hacia atrás. El ser desclavó su arma, describiendo un arco en el aire, y decenas de piedrecillas y polvo golpearon al ángel, que se cubrió el cuerpo con las alas.

El enemigo se preparó para partirlo en dos, pero cuál fue su sorpresa cuando Próxima abrió sus alas, revelándose con su arco tensado. El ángel disparó, apuntando a la cabeza, aunque el espectro se escudó usando la hoja de su arma; el mandoble salió disparado de sus manos debido a la potencia del impacto.

Próxima no pudo reaccionar a tiempo cuando el espectro se abalanzó a por él y lo atenazó contra sí. Rodaron por el suelo, hacia el borde de la colina, y entre puñetazos y patadas ambos cayeron en el Río Flegetonte levantando una estela de polvo sobre la tierra.

Curasán intentó avanzar hacia la colina; la caída era considerable y no sabía si su compañero estaría bien. Pero un segundo espectro descendió frente a sus atónitos ojos, empuñando un sable aserrado; el enemigo intentó darle un violento tajo, aunque el ángel desenvainó su espada y con ella se escudó.

Retrocediendo, Curasán se defendía como podía de los sablazos que caían sin cesar. Cayó tropezado por una de las pirámides de huesos y su espada se le resbaló de la mano. No se lo creyó cuando vio a Pólux abalanzarse a por el enemigo, por detrás, haciéndole una llave con tanta fuerza que el espectro soltó su arma.

—¡Ataca! ¡Ataca ahora! —rugió la Potestad.

El joven ángel recuperó su espada del suelo. En el ínterin, el espectro tomó a Pólux de los brazos y consiguió apartárselo; lo lanzó violentamente contra Curasán. Ambos ángeles quedaron atontados, despatarrados en el suelo a merced del enemigo; el espectro levantó el sable aserrado que, bajo la luz del sol, lucía como los dientes sangrientos de un dragón.

Inesperadamente, el sable cayó tamborileando y el enemigo desfalleció con una flecha atravesándole el cráneo. A lo alto, cortando el sol rojo, Próxima se elevaba en el aire, arco en ristre. Asintió a sus compañeros con seriedad, pero cuánto deseaba reírse en la cara del asustado Curasán. Ese era él, arquero el más habilidoso arquero de los Campos Elíseos. Nunca más volvería a dudar de sus dotes.

Pólux estaba boquiabierto. Como Potestad, no envidaba a los guerreros. Los veía como ángeles brutos que solo sabían seguir órdenes y blandir un arma. De hecho, eso pensaba de Próxima. Pero no podía negar que ese ángel tenía un don especial, una inteligencia de otro tipo, de las que no se obtienen en los libros. Cómo era posible, se preguntaba él, que con tan pocos disparos consiguiera adaptarse a la nueva gravedad del Inframundo. Realmente era el mejor arquero, pensó aliviado.

—¡Curasán! —Próxima esbozó una ancha sonrisa—. Desde aquí se te ve la cara de…

Un inesperado fulgor plateado atravesó al arquero, quien instintivamente aleteó para esquivarse. Pero cayó estrellándose violentamente en el borde de la colina. Le martilleaba un fuerte dolor en la espalda. Caían gotas de sangre a su alrededor. Se tocó el hombro, desesperado, y experimentó un mareo al no sentir su ala izquierda. Su mano volvió ensangrentada; los dedos temblaban.

El primer espectro, aquel que manipulaba un mandoble, aterrizó violentamente sobre el ángel, aplastándolo contra el suelo con las pezuñas de sus patas, similares a las gárgolas. Levantó su gigantesca arma y habló. Su voz era gutural, poderosa, y pareció dirigirse a los dos ángeles que lo miraban aterrorizados.

—Detesto a los arqueros. Prefiero los combates a corta distancia.

De un rápido tajo, cortó la otra ala del ángel mientras su desgarrador grito rebotaba por el desierto rojo.

La capital del Inframundo, Flegetonte, era una ciudad oscura. Cientos de miles de torres coronadas por agujas de formas cónicas se elevaban hasta grandes alturas, traspasando las nubes. Todas contaban con un diseño similar, de paredes aserradas, repletas de pequeños colmillos encorvados. Desde sus ventanas resplandecían tímidos brillos naranjas, parpadeantes, similares al fuego de los faroles que pululaban sus calles.

Pero tres torres destacaban en el centro mismo, tanto por su altura aún más descomunal como por las gigantescas campanas que poseían cada una, instaladas a lo alto.

Un espectro se elevó por los aires y descendió en la cornisa de la torre central. Frente a sí tenía la campana de un color plateado. A su izquierda era dorada, y la de la derecha roja; esta última se encontraba visiblemente gastada. Desenvainó su sable y golpeó la central, varias veces, con intervalos espaciados.

Era el llamado de la caza.

La quietud de Flegetonte se vio interrumpida por cientos de miles de rugidos. Un espectro salió disparado de un ventanal; apoyó las pezuñas de sus pies y una garra por las aserraduras de su torre y, levantando una espada, rugió tan fuerte que su grito llegó hasta las más lejanas calles. Los demás espectros salían disparados por las ventanas de las edificaciones, blandiendo sus armas al aire y respondiendo al llamado del campanario. Unos, sobreexcitados en medio de una nueva “Noche de Caza”, peleaban entre sí para calentar los músculos. Otros, en cambio, volaban en círculos alrededor de los tres campanarios solo para comprobar cuál campana sonaba.

Entonces rugían con más fuerza si cabe.

En una torre perdida entre las miles, la ninfa Mimosa salió al balcón nada más oír el llamado. No pudo llegar hasta la baranda pues la cadena de su collar no era muy larga. Aun así, ladeó el rostro e hizo un esfuerzo para comprobar cuál era la campana tocada. Siempre lo hacía.

Mimosa era una hembra de piel aceitunada, de cabellera lacia y oscura. Vestía un vestido vaporoso, de una textura suave y lisa fabricada en la ciudad de Cocitos, al este de Flegetonte, exclusivamente para las esclavas de los espectros de mayor rango. Otras ninfas, menos afortunadas ellas, no vestían más que algún trapo harapiento, perdidas y encadenadas en los rincones más oscuros de los Templos de Placer.

Meneó la cabeza y volvió a fijarse en la campana. Se frotó los ojos. Hacía milenios que aquella no sonaba.

Frunció el ceño al ver a todos esos espectros sobrevolando a su alrededor, como murciélagos enrabiados. Los conocía muy bien; algunos podían ser unos seres racionales, muy inteligentes, pero era oír las malditas campanas y, como si fuera un llamado de la naturaleza, agarraban sus armas y se convertían rápidamente en las bestias de siempre, ansiosas de lucha y sangre.

Volvió a la habitación de su amo. El espectro estaba sentado sobre una amplia cama, enfundándose un cinturón por encima de la túnica roída, preparándose para la cacería. A su lado, la ninfa Canopus mordisqueaba el cuello de su amante y susurraba algo al oído para que el guerrero riese con su voz gutural.

Canopus era, según muchos habitantes del Inframundo, la ninfa más hermosa de las casi mil que residían. Su cabellera era larga, cobriza y lacia, hasta la cintura. A diferencia de la exuberante Mimosa, sus senos eran nimios al igual que sus curvas, que apenas se percibían bajo su túnica.

Mimosa tomó uno de los sables de su amo, apilados a un lado de la habitación, y se acercó para entregárselo a su dueño.

—¿Irá a la noche de caza, mi señor?

—Es el llamado de la sangre —asintió el espectro, tomando el arma—. Otra rebelión más.

—No, mi señor. La campana es plateada.

El espectro clavó el sable en el suelo, brusco, y miró a Mimosa con esos brillantes ojos carmesí.

—No juegues conmigo, ninfa —advirtió.

—No podría, mi señor. Lo he visto con mis propios ojos. La campana es plateada. Son ángeles.

—Pues has visto mal.

El espectro se levantó y desclavó el sable, apresurándose en salir. En verdad que le costaba creerlo. ¡Ángeles en el Inframundo! Hacía diez milenios que no habían vuelto; empezó a rememorar aquella vez que Lucifer se recluyó en el Inframundo con su ejército y sus dragones, trayendo posteriormente una sangrienta guerra contra el ejército de los Arcángeles. Nunca mermó su deseo de despellejar a un ángel.

Mimosa se interpuso en su camino.

—Mi señor —la ninfa agachó la cabeza—. Déjeme besar sus armas. Para la suerte.

—¡Ah! ¡Y a mí! ¡Déjeme besarle! —gritó Canopus, tensando la corta cadena de su collar, unida a la cabecera de la cama—. ¡Por favor, mi señor! Si en verdad son ángeles, entonces esta es una cacería peligrosa.

El guerrero gruñó. No quería perder el tiempo, pero cómo iba a negarse a un último beso de las ninfas que le deleitaban todas las noches. Se acercó de nuevo a la cama, sentándose, y Canopus se inclinó para besarlo.

Mimosa, en tanto, se arrodilló ante el guerrero, acariciándole la armadura de la pierna, subiendo las manos hacia la cintura para desenfundarle el sable. Pasó el dedo por la hoja y se sintió sobrecogida al tocar algo que había segado la vida de tantos enemigos. Besó la empuñadura, mirando al espectro. Luego cerró los ojos, pasando la lengua por la hoja, gimiendo.

—Tenéis unas tradiciones de lo más estúpidas —dijo el guerrero, antes de que Canopus lo tomara por las mejillas y volviera a besarlo.

Canopus no amaba a ningún otro ser que no fuera la diosa del Inframundo. Y aunque era cierto que su hacedora había desaparecido hacía diez milenios, era por ella por quien seguía acicalándose todas las noches con la esperanza de que, cuando volviera, la encontrase tan hermosa como la dejó.

Pero como toda ninfa, sentía un deseo carnal irrefrenable. A falta de su hacedora, el único medio para desfogarse era con los espectros que allí habitaban. Así que, en cierta forma, disfrutaba de su esclavitud porque hacía lo único para lo que fue creada; divertirse y divertir.

A través de los milenios tuvo varios amos, algunos muy crueles y otros no tanto, pero era el espectro que ahora besaba el más bondadoso de todos. Besaba bien. Le caía bien. Hacía el amor como ningún otro. No era amor lo que sentía por él, lo sabía, pero cada vez que lo veía abriendo la puerta de su habitación su corazón se agitaba y su sexo parecía contraerse del gusto.

Fue por eso que chilló aterrorizada cuando su amo cayó muerto en la cama, con su propio sable atravesándole el cuello y dejando un abundante reguero de sangre.

Luego miró a Mimosa, quien, con el ceño fruncido, se subió a la cama para recuperar el arma.

—¡Ah! ¡Ah, ah, ah! ¡Mi…! ¡Mimosa! ¡Mimosa, qué diantres te sucede! ¡Es nuestro amo!

Mimosa levantó el sable y cortó la cadena de su amiga, hundiendo la hoja hasta la colchoneta.

—Puedes dejar de actuar. Vayamos a buscar a esos ángeles.

—¡Pero…! —Canopus miró a Mimosa y a su amo, de manera intermitente—. ¡Pero acabaste de matarlo! ¡Era nuestro señor! ¡Por los dioses, estás loca! ¿Qué crees que dirán cuando lo encuentren?

—¿Tú qué crees? —Mimosa levantó el sable y cortó su propia cadena—. ¡Uf! Todas las noches los espectros se matan entre ellos.

Canopus no se lo creía. Y repentinamente experimentó una amargura tremenda; estaba desconsolada. Se frotó las manos, que brillaron tenuemente, e intentó curar la herida del espectro, pero era evidente que el guerrero ya había pasado a otro plano. Lo abrazó llorando.

—¡Lo quería! ¡Y tú lo mataste!

—¡Canopus! —Mimosa la miró extrañada—. ¿Hablas en serio?

—¡De todos los amos, fue el único que nos trató bien!

—Fue el que nos trató menos mal. Y es precisamente por eso que su muerte fue rápida.

Mimosa siempre actuó, a través de los años, como una buena y servicial esclava. Y pensaba que Canopus también, pero ahora caía en la cuenta de que su amiga había perdido por completo su naturaleza de ninfa, aceptando la innatural esclavitud. Lloraba estruendosamente y había que espabilarla.

—¡Abre los ojos, Canopus! Tú querías lo que le cuelga entre las piernas y él quería lo que tú tienes entre las tuyas. Lo demás son sandeces. ¡Vámonos!

—¡No iré a ningún lado!

Mimosa resopló. Tomó a Canopus por los hombros y la sacudió. Como seguía llorando, decidió cruzarle la cara.

—¡Sí lo harás! ¡El día ha llegado! ¡Lo prometimos juntas! ¡Los ángeles han vuelto y es nuestra oportunidad!

—¡No me interesa lo que te haya prometido!

Mimosa dio un puñetazo en el estómago de su amiga, que se encorvó de dolor y cayó desmayada. La cargó sobre sus hombros y se levantó decidida a escapar de Flegetonte. Solo esperaba que aquellos ángeles que invadían el Inframundo fueran cientos de miles, lo suficientes como para poder aguantar la oleada de espectros que se les venía encima. Y, con suerte, conseguiría hablar con alguno de ellos.

El espectro juntó las alas de Próxima, una sobre otra, y las ató en su cinturón para que colgasen. Era un buen trofeo de guerra. Los cortes fueron precisos. Miró al arquero tendido en el suelo sobre un charco de su propia sangre; el ángel se había desmayado del dolor o sencillamente había muerto. Luego se fijó en sus dos siguientes víctimas. Uno, el ángel robusto, lo miraba con furia. El otro parecía ausente, sujetándose de sus rodillas y mirando incrédulo a su compañero derrotado.

Posó su mandoble sobre el hombro y se acercó a ellos.

—Decidme el nombre de este cadáver.

—¡Maldita bestia cobarde! —gruñó Pólux—. ¡Fue un ataque rastrero!

—¡Calla! Ataqué por detrás porque él atacó por detrás a mi compañero. Ahora, he preguntado por su nombre —clavó su mandoble en el suelo, arañando la hoja repleta de pequeños símbolos—. Siempre apunto los nombres de mis víctimas.

—Pues apunta bien, animal. Pon un gigantesco “Soy un mísero cobarde” en esa estúpida espada.

El enemigo aspiró aire, visiblemente ofendido. Los espectros eran bestias orgullosas y perdían fácilmente los estribos ante cualquier falta de respeto.

—Condenado saco de plumas, ¿tienes idea de con quién estás hablando?

—Lo adivinaría con los ojos cerrados. Se huele hasta aquí cada vez que hablas, ¡perro!

—¿Perro? —se tocó el pecho y empuñó su túnica—. ¡Soy Iscardión, recuérdalo bien, bola de grasa! ¡Tú solo eres otro garabato más en mi mandoble!

Pero se sorprendió cuando, por detrás, Próxima se abalanzó sobre él, haciéndole una llave. El espectro no se lo podía creer. Cayó en la cuenta de que el ángel gordo estaba distrayéndolo en aquella conversación para darle tiempo al arquero. ¿Cómo pudo ser tan tonto de caer en una trampa de los más absurda?

Intentó zafarse, pero el ángel herido, cegado por la ira, no estaba por la labor de soltarlo con facilidad. Iscardión cayó tropezado y juntos siguieron forcejando, rodando por el suelo entre gruñidos hasta que, inexorablemente, volvieron a caer por el mismo precipicio.

Pólux parpadeó incrédulo. Aún no salía de su asombro de todo lo que había acontecido. Se giró cuando, tras él, oyó unas lejanas campanas. Tenía que ser una suerte de alarma. Cerró los ojos y trató de focalizar todos sus sentidos en lo que parecían ser miles y miles de gruñidos mezclándose en la distancia. Susurró con tono preocupado:

—Siete millones trescientos cuarenta y cuatro mil novecientos doce espectros.

Era una cantidad abrumadora e inesperada. La legión de ángeles apenas superaba los doce mil guerreros; debía informarle cuanto antes a la Serafina acerca de tan terrible descubrimiento. Si habría guerra, la derrota de los ángeles sería aplastante. Tomó a Curasán del hombro y lo sacudió, pero aun así el joven parecía estar ausente.

—Deberíamos ir a buscar a Próxima. Y rápido. Puede que el Inframundo ya esté al tanto de nuestra presencia.

Curasán no respondió, absorto como estaba. Pólux se agachó y lo cargó sobre sus hombros. No había tiempo que perder.

—¡Sujétate! ¡Vamos a buscarlo!

—Fue mi culpa —dijo un triste Curasán, perdido en su propio mundo—. Lo reté a lanzar las condenadas flechas. Nos descubrieron por mi culpa.

—¡No es momento de pensar en ello!

—Dioses, sus alas… ¿Acaso no lo viste? Le arrancó sus alas…

—Si no nos apuramos, quién sabe qué más le arrancará esa bestia salvaje.

Pólux extendió sus alas y descendió lentamente por el precipicio. De un vistazo, no notó ni a Próxima ni al espectro; tal vez cayeron al rio y la corriente los arrastró. Aún podrían estar luchando, pero sabía Próxima no duraría mucho en esas condiciones. Como fuera, debía apurarse.

Mientras, las campanas de Flegetonte seguían oyéndose como un lejano repiquetear.

V. Año 1368

Una fina nevada caía sobre las silenciosas calles de Nóvgorod. Mijaíl detuvo la caminata junto con su hermano y se retiró la capucha de su capa; levantó la vista y observó con tristeza el campanario de una iglesia, que sonaba y retumbaba. Era su último día en el reino y sabía que no contaba con muchas posibilidades de regresar. Abrió las palmas de sus manos para dejar que un par de copos de nieve cayeran sobre sus guantes de acero. Tal vez hasta era su última nevada.

Gueorgui se detuvo para esperarlo.

—Sonríe. Un ángel está recibiendo sus alas.

Mijaíl cerró el puño.

—Eso nos decían ellas, ¿no? Las monjas. Nunca lo creí. ¿Recuerdas cuánto dolían los oídos?

Gueorgui sonrió. No eran más que niños cuando se escondían en la Catedral de Santa Sofía para resguardarse de los días más fríos. Estaba en época de refacciones, por lo que era fácil colarse entre los albañiles. En aquel entonces el conflicto con los mongoles había terminado con la rendición de los rusos. Los hermanos perdieron a su padre, herrero del ejército, y a su madre, víctima de una horda mongola que azotó la ciudad. Algunas monjas eran auténticas arpías con los hermanos y los echaban si los pillaban, aunque otras hacían la vista gorda o les daban de comer. Fue su pequeño hermano quien desarrolló un inusual afecto por la catedral. Un sentido de pertenencia que lo llevó a alistarse en la caballería para proteger “su hogar”.

—Antes de que me olvide —dijo Gueorgui—. Esta mañana una mujer me entregó esto cuando me presenté en el palacio.

Retiró un pendiente de su cinturón y se lo entregó en la mano. Mijaíl lo vio, curioso, y silbó cuando notó que estaba hecho de oro. Tal vez haría buen dinero vendiéndolo en Corasmia, donde apreciaban materiales así. Luego abrió el pequeño porta-imagen, de dos caras. En un lado tenía las ilustraciones de la catedral de Santa Sofía, todo un símbolo de Nóvgorod, y del otro un dragón surgiendo de las aguas, una referencia al reino de Koryo y su dragón de los mares.

—Dijo ella que no vuelvas a perderlo.

Mijaíl apretó los labios; era un regalo de Anastasia. Se lo colocó, olvidándose del asunto de la venta.

Oyeron rítmicos casquetazos sobre el empedrado de la calle. Se sorprendieron cuando se acercaron dos jinetes montando preciosos caballos blancos. Los hombres eran asiáticos. Bajo los tupidos abrigos de pieles se notaban túnicas rojas, muy llamativas, con bordados dorados. En sus cinturones portaban sus espadas, largas y brillantes. Uno, de aspecto atlético y maduro, tenía la cabeza afeitada. El otro era un hombre anciano, de larga cabellera ceniza y recogida en una coleta. Se presentó asintiendo con una sonrisa, y luego dijo algo a su acompañante para que ambos rieran.

Gueorgui hizo una reverencia profunda ante la presencia del embajador de Koryo y su sirviente.

Mijaíl, en cambio, frunció el ceño.

—¿Qué ha dicho?

Gueorgui le codeó.

—No lo sé, pero recuerda tus modales.

El joven forzó una rápida reverencia.

—Disculpe a mi señor —dijo el sirviente—. Él no domina vuestra lengua. Ha dicho que su rostro se asemeja al pene de un yak.

Mijaíl se cruzó de brazos al oír la carcajada de Gueorgui. No sabía lo que era un yak. Es más, estaba convencido de que ni siquiera su hermano lo sabía. Ser comparado con el órgano sexual de un animal, cualquiera que fuera, resultaba ofensivo, pero sabía que debía mostrarse respetuoso. Desvió el tema tan rápido le fue posible.

—Soy Mijaíl Schénnikov y fui nombrado como vuestro custodio. Mi hermano y yo nos dirigíamos a vuestro hogar para presentarnos. No esperaba que vinierais a nuestro encuentro. Permitidme volver al establo, buscaré un buen caballo.

—No será necesario. Mi señor os regala uno de los suyos.

Detrás de los asiáticos, Mijaíl vio a dos sirvientes rusos traer de las riendas a un caballo igualmente blanco. Silbó largo y tendido mientras algunos los niños y mujeres en la calle también admiraban al animal. Vaya día para regalos, pensó el joven. Perdonó la broma pesada y se sintió menos desdichado.

—Es su señor un hombre muy generoso.

Lo palmeó; era un animal bien alimentado. Lo montó de un enérgico salto. La montura era cómoda y el caballo relinchó, removiéndose con vigor. Mijaíl carcajeó, agarrando las riendas. Desenvainó su espada y la guardó en la funda del animal, que ya portaba un arco y un carcaj atados en la parte posterior de la montura. Luego se fijó en su hermano.

—¡Gueorgui! Pues va a ser que las monjas tenían razón —tensó las riendas y el animal se giró sobre sí mismo, mostrándose—. Dime si no son buenas alas.

Gueorgui resopló. Cuánto le costaba mantenerse serio. Era una mezcla rara de tristeza y orgullo lo que sentía por su hermano. Nunca se lo dijo, pero antes de morir, su madre le ordenó cuidarlo hasta que fuera un hombre. Cumplió con su deber y aunque ya no fuera ese niño cabezón, sentía la imperiosa necesidad de montar un caballo y unirse a la aventura solo para seguir velando por él.

Era una costumbre difícil de deshacerse. Aun así, disfrazó todo bajo un asentimiento y un apretón de manos. Deseaba fuertemente que no fuera el último. Entre el cada vez más ruidoso campanear susurró un triste “Dios contigo, hermano mío”.

Cuando Wezen se acostó en la cama de su habitación, no sabía si alegrarse o simplemente enfurecerse. Había pasado una noche fantástica, la mejor de su vida, con la esclava. Luego la había llevado hasta el pueblo sin que nadie sospechase nada. Al despedirse, Mei prometió que más noches así le aguardaban si se quedaba en el pueblo.

El solo pensar que esa esclava estaba engatusándolo para quedarse era terriblemente absurdo. ¡Ahora eran dos las que insistían en abandonar el ejército xin!

Cuando cerró los ojos, percibió el cuerpo de alguien más subiéndose a su cama. Quiso girarse, pero luego sintió cómo se acomodaba de espaldas a él. Oyó a Xue gemir y el guerrero sonrió con los labios apretados.

—Wezen.

—¿Qué?

—¿Mei es tu mujer?

Wezen ahogó una risa.

—Creo que tenía vergüenza de decirte quién es. Mei es la esclava de mi comandante. Si me ven tocándola, me cortan en dos.

—¡Ah! Ya veo. Es bueno saberlo. No me cae bien.

—Mira, Xue… Algún día vendré con una mujer preciosa y tendrás que llevarte bien con ella.

—¿Es por eso que vas a Transoxiana? Para traer alguna exótica mujer árabe.

—O dos.

La muchacha se removió, inquieta.

—Te lustré la armadura.

—Gracias, Xue.

—Si te quedas, no te faltará nada. Siempre estuvimos juntos y nunca tuvimos problemas. ¿Puedes…? ¿Por qué no…? Dime, ¿te quedarás?

Wezen bostezó largo y tendido, acomodándose. En verdad que dormir juntos le recordó aquella época en la que solo se tenían el uno al otro. Y era una sensación agradable. Agarró su manta y la echó sobre ella.

—Mañana, hermana —dijo arrastrando las palabras—. Al amanecer tendrás una respuesta.

Continuará.

Nota del autor: El reino de Corasmia se ubicaba, principalmente, en la actual Uzbekistán.

Relato erótico: “Tu hermanita nos pone” (POR VIERI32)

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Uno, dos, tres, cuatro y media de la noche… tuve que contar los palillos del reloj del fondo para saber qué hora era, definitivamente el alcohol hacía estragos en mi cabeza. Miré hacia el montón de gente que bailaba en la pista, estaba esperando en la barra a Sebastián, a su novia, a su hermana y Andrés, nuestro compañero en la universidad.

Aparecieron entre el tumulto, apenas los reconocí entre mis ojos entrecerrados, el humo pesado que hacía transpirar las paredes y las cervezas que hacían de las suyas en mi cuerpo. Sebastián venía tomándole de la mano a su novia y con la otra a su hermana. Dicha novia tenía nombre… pero no me importaba, una gordita que, conociendo a Sebastián, caería en un mar de olvido al par de días. Él las ligaba de todo tipo, bonitas, feas, flacas, de izquierda… pero la hermana de éste… ella tenía nombre, claro, las diosas tenían nombre; Marisol.
Qué dulce me pareció ella. Pecaba al sexto siempre que la veía, de edad impublicable e inocente belleza. Se acercó con una sonrisa de diosa virginal, con un encanto arrebatador y con aquel rubio pelaje que caía hasta su cinturita. Vestía una falda de jean y un top rojo fuego que se enterró en mis ojos hasta el día de hoy, poseía unas largas piernas que morían en aquellas botas de cuero negro que le llegaban hasta casi las rodillas. La novia de Sebastián hizo un gesto raro; se inclinó y llevó su mano a la boca. La gorda no era de las que sabía tomar – y vaya que aquella noche se excedió – y quería devolver. Su novio la atajó para preguntarle si necesitaba ir al baño, a lo que ella respondió con una contundente afirmación con su cabeza.

Sebastián miró a su hermana y le ordenó que se quedara con nosotros dos mientras él acompañaría a su chica. La muchachita sonrió al saber que estaría conmigo y Andrés.

Era cierto que Mariola llevaba una larga amistad con ambos desde hacía meses. Había comenzado a salir a farrear con nosotros y en compañía de sus compañeritas de colegio. Con el correr de los tiempos fue hartándose de ellas – no la culpo, eran todas unas mojigatas que se negaban a bailar con hombres – y desde entonces sólo salía con nosotros; Yo, Andrés y su hermano Sebastián, más alguna que otra muchacha que estaba de novia circunstancialmente con cualquiera. Hubo alguna que otra chispa entre ella y cualquiera de nosotros dos durante los bailes, pero la constante presencia de su hermano entre nosotros no nos permitía llegar a más. Pero esa noche cambiaría todo… y de qué manera.
Se sentó en una butaca para quedar entre nosotros dos y conversar distendidamente de lo horrible que eran las otras chicas del pub, señalándolas sin vergüenza alguna y menospreciando sus ropas. Al rato empezó a mostrar síntomas de haber bebido, su cara roja y constantes risas levantaban sospechas. El primero en preguntar qué le sucedía fue Andrés;
– Mari… ¿estuviste bebiendo?
– ¿Yo? Sólo un par de latas… me las pasó Celina, la novia de mi hermano.
– ¿Sólo un par? – interrumpí.
– Bueno…
– Anda, di cuánto tomaste…
– Bueno… me pasé, ¿ya? Al menos no soy tan estúpida como Celina, que ya quiso vomitar. – dicho esto ella misma empezó a toser y se tambaleó como para caer al suelo. Menos mal pude sostenerla por su cinturita.

– Y bien, parece que no sólo Celina se pasó de roscas.

Antes de agregar algo más, ella tomó de mi brazo y rogó que no le contara a su hermano, si él se enteraba, probablemente ella no volvería a salir por un buen tiempo durante aquellas vacaciones. Al instante hizo ademán de vomitar como la gorda hacía ratos lo hizo.
Volví mi vista hacia la pista de baile y observé que Sebastián se acercaba solo. Les advertí a ambos que actuaran tan normalmente como pudieran, Andrés y yo la tomamos disimuladamente por la cintura y lo esperamos esbozando sonrisas forzadas. Al instante vino con una cara de perros;
– Amigos, debo llevar a la gorda… digo, llevar a mi nena a su casa.
– ¿Vomitó? – pregunté aguantándome una sonrisa.
– Eso creo, entró sola al baño y volvió hecha un desastre… ahora está afuera, esperándome en el coche.
– Qué estúpidas son las chicas que traes– interrumpió su hermana con una voz que casi delataba su estado etílico – Ni siquiera saben cómo pasar una noche sin emborracharse. Ni mencionar esa faldita de putita que se puso… dan ganas de vomitar. – dicho esto, yo y Andrés apenas contuvimos unas risas por lo irónico.
– Calla mocosa… – cortó su hermano.
– Bueno hombre, creímos que íbamos a aguantar la fiesta hasta el amanecer, ¡son los últimos días de vacaciones!
– Ya, ya, sólo llevaré a Celina a su casa. Volveré, ¿eh? Y tú – dijo mirando con ojos serios a su hermana que apenas disimulaba su ebriedad – trata de cuidarte y no hacer boludeces, ¿quieres?
– ¡No voy a hacer nada de nada, exagerado! – refunfuñó.
– ¡Y te quedas con estos dos toda la noche! Bueno, les avisaré por celular cuando estoy de vuelta. ¿Estamos?
– Estamos… y vete apurando que tu noviecita estará vomitando en tu coche. – dijo Andrés sonriendo. Y terminó perdiéndose entre la gente.
– A ver, Mari, mejor te llevamos al baño.
– No, no, no, chicos, estoy bien… de veras… – y volvió a tropezarse débilmente, pero la sujetamos a tiempo.
– Ah, vaya, vaya – inquirió burlonamente Andrés – ¡parece que Mariolita se ha emborrachado! Pues qué emoción, como que ya estás creciendo, ¿no?
– Bueno… lo admito, ¿está bien? Me pasé… creo que voy a vomitar…
– Sí que es bonito. – mascullé mientras ambos la llevábamos al baño de mujeres.
Pero ni bien llegamos hacia aquel rincón, nos fijamos en la terrible fila de mujeres que allí había para entrar al baño. Miré con desesperación a Andrés, éste sólo sonreía porque en la fila había una muchacha cuerona, así que observé a Mariola y ésta sonreía porque… bueno, no sé por qué, supongo que su borrachera.
– Manga de… dejen de reírse, ¡miren la fila!
– Ya, tranquilo, fíjate que en el baño de hombres no hay casi nadie.
– ¡Ah, no! ¡Ni loca me llevan ahí!
– Mari, tú no estás para tomar decisiones… ¡mírate!, si no te soltamos caerás hecha un saco de mierda.
– Ya está decidido, vas al baño de hombres, Mari.– rió Andrés.
– ¡Miren, miren, ya me pasó! – dijo ella apartándose de nosotros – Ya no hace falta ir al baño, no tengo náuseas ni mareos… – está de más decir que al instante se la notó incapaz de sostenerse por sí sola, por lo que fuimos para atajarla entre los dos.
– Déjate de excusas… estas que te desmayas.
– No entraré al baño… ¡al baño de hombres! – rogaba entre hipos.
– Entonces vomitarás aquí ante todos, las mujeres te mirarán y te recordarán durante toda la vida como “la chica que no sabe beber”… pasarás pelada, vergüenza total… ¿eso quieres?
– Pues sí, ¿eso quieres Mari?
Ella refunfuñó algo inentendible, nos miramos un momento y terminamos llevándola de los brazos hasta el lugar. Abrimos la puerta, intimidamos al único que estaba allí, diciéndole en broma que íbamos a tirarnos a la nena y necesitábamos privacidad. El muchacho como que se asustó y salió al instante.
El lugar estaba sucio como era de esperar, tenía cuatro cubículos en un extremo y varios lavaderos. Rápidamente llevamos a Mariola hacia éstos, Andrés le había recogido el cabello al tiempo en que ella se inclinaba para intentar devolver.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco minutos pasaron y ella jamás devolvió las bebidas que acusó, sólo se sintió mal. Me recosté por la pared y eché una mirada a la nena inclinada. Andrés soltó su pelo y se acercó a mí;
– Mírala… la mocosa me pone bruto…
– Si Sebastián la ve así, nos mata.
– No, hombre, no me refiero a que está borracha… mira bien, mira cómo su faldita se recoge mientras se inclina… ¿ves esa piel blanca de su trasero? Joder… lo dicho, me la como ahora mismo.
– ¿Que qué?, ¡es la hermana de Sebastián!
– Pues me la suda, está para darse un campeonato. Borracha y caliente. Mejor imposible.
– Qué va, ¿sólo ligarás así?
Y comenzó el desmadre;
– Mira y aprende, joputa. – dijo con aire de chulería, dirigiéndose hacia ella. Giró su vista hacia mí para ordenarme – Y vigila que no entre nadie…
Andrés se acercó a ella y se inclinó para preguntarle si se encontraba mejor, posando ambas manos en su cintura. Ella afirmó pero con los ojos cerrados y levemente se repuso, giró y lo miró cierta extrañeza.
Sin rodeos Andrés le mordió el cuello y metió una mano entre sus piernas que desapareció tras la falda. Mari lanzó un quejido de sorpresa pero pareció disfrutar del manoseo que se echaba con el compañero de su hermano mayor. Él la dio media vuelta y subió la faldita por su cintura para revelarle (y revelarme) sus nalgas blancas como la leche que engullían un pedacito de tela negra que era su tanga.
El desgraciado metió un dedo en el tanga y lo apartó, se arrodilló ante el monumental trasero y empezó a comerle el ano a sorpresivos lengüetazos.
– ¿Pero qué haces? ¡Deja ya! – protestó ella apenas, sosteniéndose boquiabierta por el lavadero. Luego me miró a mí con una carita de vicio; ¡Dile que pare! ¡Dile!..
Antes de poder contestarle pude ver cómo su rostro al rojo vivo empezaba a arrugarse, se mordió los labios y empezó a orbitar los ojos mientras Andrés le seguía metiendo lengua en el culo. El celo que me dio fue de lujos, era capaz de separarla y matarlo a hostias, yo deseaba a la chiquilla tanto como él y no entendía por qué el se quedaba con el trofeo. Se apartó por un momento del lameteo y me llamó;
– ¿Puedes ponerle seguro a la puerta del baño?
Volví de mis celosos pensamientos para contestarle.
– No lo sé… no, no, no se puede.
– Entonces no nos queda otra.
– ¿Qué piensas hacer?
– Me la llevo al reservado de enfrente.
– Pedazo de… ¡Es la hermana de Sebastián!
Tomó de la manito de la muchacha sin hacerme caso, Mari estaba sonriente, como si nada estuviera sucediendo… irónicamente ella mantenía su encanto de diosa y la inocencia en sus ojos. Salieron del baño pero la muchacha frenó su marcha para mirarme;
– Chris – dijo mi nombre – ven.
– Ah, no, no – contestó Andrés – que él espere su turno, princesa.
– Calla, los quiero a ambos.
– ¡No pienso entrar en una habitación del reservado con otro tío! – dije espantado.
– ¡Los quiero a ambos! – gritó con fuerza. – O suspendemos esto. – Al oír esto, Andrés puso un rostro de cordero degollado. Él estaba caliente por ella tanto como yo, pero no hasta el punto de compartirla.
– ¿Suspender esto? – preguntó.
– Así es – dijo ella apartándose altiva de sus brazos. Miré en sus ojos celestes y vi inocencia… vestía como zorra pero vi un auténtico encanto adolescente tras sus ojos.
– ¡Qué va, entonces vienes con nosotros! – me ordenó Andrés con desesperación.
¿Qué decir? La chiquilla esa me ponía a mil y más aún profetizando una tentadora imagen de su joven cuerpo siendo penetrada por dos hombres y llorando del dolor. Fui con ellos hasta afuera del pub y frente al local estaba el mencionado Reservado, una especie de motel donde las parejas que no tenían privacidad en su vida normal iban a disfrutar. Y mientras cruzábamos la calle, Andrés se volvió a mí;
– Tío, a ella la tocas como quieras… ¡pero ni se te ocurra tocarme a mí!
– ¿Qué te crees, cabrón?
– Como me roces te arrepentirás, pedazo de gay.
– ¡Callen los dos! – volvió a interrumpir Mari. Tomó a cada uno por su mano y nos guió altiva hasta el lugar. En silencio sepulcral le dejamos el depósito al viejo encargado y éste nos dio las llaves. Fuimos atravesando los pasillos hasta llegar a la habitación 47, que era la nuestra según el numeral que se inscribía en dicha llave. Aún no me cabía en la cabeza cómo Mari llegó a tal punto con nosotros, tal vez las cervezas tenían algo que ver, observé sus ojos y aún tenía ese encanto que tanto me encantaba.
Fue Andrés quien intentó abrir la cerradura como un poseso mientras yo decidí recuperar terreno, tomé a Mari y le planté un beso morboso, acorralándola contra la pared del pasillo.
– Eh, ya he abierto la puerta, ¡dejad el morreo y entrad, par de..!
– Joder, estás desesperado. – le contesté con una media sonrisa, antes de volver a introducirle mi lengua a la jovencita.
Entramos y llevé a Mari hasta la cama donde continuamos conociendo nuestras lenguas. Mi compañero se acostó a su lado, le retiró la faldita y arrancó de un tirón el tanga. Vi cómo hundió su rostro en su entrepierna para continuar comiéndole el ano, no pude observar más porque la niña tomó mi rostro con sus manos para seguir el morreo.
Mari gemía al sentir a Andrés en su culo, encrespaba su cuerpo y de vez en cuando mordía mis labios con cierta fuerza pero no dejaba el beso nunca. Chupaba mi lengua como si fuera una santa paleta de helado… si su hermano supiera.
Estuvimos un breve rato así, un morreo de dale que dale hasta que decidí quitarle el top para chupar con fuerza sus pezoncitos y seguir bajando a besos hasta su entrepierna donde le presenté mi boca a su delicado coñito. Estuvimos casi una veintena de minutos devorando sus dos agujeros y escuchando cómo la niñata lanzaba groserías que jamás pensamos que alguien como ella diría, enroscaba sus dedos por mi pelo y restregaba más su pelvis contra mi boca para exprimir sus jugos salados.
Andrés cesó su lamida y con un gesto – me golpeó en la cabeza – me indicó que deje de comerla. Se colocó un condón y fue a sentarse en la silla que estaba frente a la cama para llamarla. Me retiré un par de vellitos que se enroscaron en mis labios mientras Mari se dirigió a mi socio;
– ¿Quieres que me siente sobre ti? – preguntó ella con extrañeza en el borde de la cama.
– Aún no conoces el morbo del sexo anal, princesa – dijo él – te he estado ensalivando el ano para eso.
– ¿Estás loco? Ven, Chris. – dijo trayéndome para echar otro morreo de campeonato en la cama. De esos que suenan, resuenan y hacen eco en la memoria.
– No te preocupes Mari – volvió a hablar – sé lo que hago… ¡Eh, escuchadme los dos! – protestó desde la silla.
– ¿Que qué? – susurró ella, apartándose de mi beso.
– Dije que no te preocupes, que te he ensalivado el ano y no te dolerá nada. Bueno, casi nada.
-¡Ah, no, tan borracha no estoy! – dijo tomando un puñado de mi pelo para guiarme hasta su boca y volver a chupar mi lengua.
– Prometo que te encantará la experiencia… tienes un culito de diosas, Mari…
– ¿Que no escuchas?- me volvió a apartar para hablarle a Andrés – ¡Por detrás no!
– Ah, ¿la nena no quiere? Deja de hacerte la remolona y siéntate. Te juro que te encantará, como que me llamo Andrés.
– ¿Estás seguro que sabes lo que haces? – preguntó ella entre nuevos hipos. Me miró con una sonrisa viciosa que se enmarcaba en su enrojecido rostro; “¿Me disculpas?” me preguntó, levantándose, dejándome en la cama y dirigiéndose hacia mi compañero. Giró y se inclinó lentamente hacia él, mostrándole impúdicamente su trasero.
Andrés la tomó de su cintura y la atrajo hacia sí, vi cómo reposó el glande en el ano y lentamente fue introduciéndosela. Veía desde la cama, cómo ella empezaba a sudar y entrecerrar sus ojos… en cosa de minutos nuestra joven puta parecía estar al borde del llanto.
Al instante sonó mi celular. Lo saqué del jean que estaba tirado en el suelo y vi el número… era el hermano de Mari;
“Chicos, ¿están ahí?”
– Esto… ¿qué pasa, hombre? – contesté.
“¿Y la música de fondo? No escucho nada… ¿dónde están?”
– Estamos afuera del pub… tomando aire fresco.
“Bueno… creo que voy a quedarme un poco más con Celina… ¿podrían llevar a Mari a mi casa en taxi?, ¡juro que les devolveré el dinero! Ella tiene la llave en su cartera y no se preocupen por mis padres porque no están.”
– No hay problema, amigo. – dije viendo cómo su hermanita se aguantaba un grito del tremendo dolor frente a mí.
“Trátenla bien, eh. Y no le den nada de beber, par de aprovechados” – rió – “Pero de veras, muchas gracias, eh, les debo.”
– Para eso están los amigos, hombre.– reí antes de cortar la comunicación.
Mari empezó a derramar unas lágrimas del intenso dolor y se mordió un puño;
– ¡La estás rompiendo! – dije asustando.
– Esto es normal. – jadeó él- ya se irá acostumbrando el esfínter de la mocosa esta… ¿ves?
Empezó a gruñir entre dientes que ella tenía un trasero de lo más apretado y que aquello era demencialmente encantador. Y admití estar gozoso con la escena que sucedía a centímetros de mí, la hermanita de mi compañero en cuclillas mientras uno de mis mejores amigos se la metía lentamente.
Me acerqué hacia ella para tomarle por su rostro y lograr penetrar su boquita, viendo cómo sus labios se abrían paso al glande. Mari estaba como llorando a moco tendido por la penetración mientras yo le daba a su boca como si fuera un agujero más, sus senos describían leves arcos, tambaleándose y quemándome los ojos, la sentía hasta su garganta, veía mi glande relucir bajo sus pómulos y la muchacha lanzaba sonidos de arcadas. No lamía nada pero aún así lancé una cantidad de semen hicieron largos hilos que colgaban de sus labios mientras el rostro de la muchacha era como de poseída.
Andrés se levantó y suspendió la penetración, dijo que había metido sólo una porción para acostumbrar el esfínter. Mari ya estaba roja como un tomate, su rubio pelo totalmente desarreglado y el maquillaje algo corroído en su rostro. La llevamos hasta la cama donde mi compañero le ordenó que se posicionara de cuatro patas. Ella arqueó su espalda al hacerlo y la vista de su joven silueta me dio unas ganas de ponerme detrás de ella y darle duro hasta hacerla cantar una sinfonía de gritos obscenos.
Andrés se arrodilló en la cama frente a su trasero, le ordenó ponerlo en pompa – sus pechos pegados a la cama y su traserito fenomenalmente levantado – y fue introduciéndole un dedo en el ano. Yo sólo me limitaba a observar cómo Mariola gemía casi de manera inaudible.
Mi compañero metió un segundo dedo y siguió el vaivén un buen rato. Allí Mari estaba un poco más incómoda pues arañaba con fuerza la cama. Con la otra mano, Andrés fue introduciendo otros dos dedos y me miró con una sonrisa;
– Menuda guarra la hermanita… mira, cuatro dedos… hazme el favor y restriégale tu mano por su coñito, ¿quieres?
– Esperaré turno. – sonreí forzadamente.
– Venga… cabrón, te lo ruego, que le romperé el culo ahora y necesito que la distraigas.
– ¿¡Qué dices!? – protestó Mari. Andrés me rogó con los ojos y no tuve remedio.
Me arrodillé en la cama al lado de Andrés, inclinándome para darle una pasada brutal de dos dedos por el contorno de sus abultados labios vaginales, fui doblándolos dentro de su agujero y la muchacha empezaba a vociferar como una demente y soltar flujos como para darme un baño.
Andrés empezó a hacer fuerza en su ano; los dedos de su mano izquierda y los de la derecha empezaban a separarse por su lado para abrir más el pequeño agujerito trasero. Nada que decir, Mari a pegarse un grito que lo habrán escuchado hasta en Mozambique mientras sus jugos seguían rezumando como ríos de entre mis dedos.
– Lo dicho… me la como ahora. – dijo Andrés mostrándome el agujero visiblemente ensanchado. Reposó el glande allí y la penetró fácilmente. Y yo no quedé atrás, me acosté debajo de ella para poder darle por su vagina roja, sensible y abultada de tanto manoseo.
Así estuvimos dándole sin contemplaciones por un buen tiempo, sin importarnos las serenatas de sonidos que se daba la nena cuando sucumbía ante nuestras arremetidas animales. Al rato Mari berreó entre sollozos sintiendo un pene en su culito y otro en su vagina, al sentir los dos órganos rozarse dentro de su ser mientras sus uñas se clavaban en mi espalda y su boca mordía dolorosamente mi cuello.
Yo terminé por venirme, pude ver cómo Andrés encogió su rostro, se estaba largando en ella. Mari terminó casi desmayada sobre mi pecho.
Andrés retiró su miembro y casi muerto fue a sentarse en la silla. La hermanita de mi compañero seguía sobre mí, me susurraba entre sus llantos cuánto le dolía atrás. La tuve que apartar para levantarme y hacerme de mis ropas. Giré mi vista hacia la cama…
Ahí estaba mi ángel, mi diosa, desnuda, llorado con su pelo rubio desarreglado y el rimel corriéndose con sus llantos. Entonces lo supe, cuando vi un pequeño rastro de sangre corriendo entre sus piernas sentí una estaca clavarse en lo más profundo de mi ser. Andrés ya no sonreía como antes, tan sólo nos observaba atónito.
“¿Qué hice?” murmuró.
“Animales” susurró mi conciencia mientras veía que mi diosa Mari había perdido su encanto, su inocencia y sus ojos se habían convertido en un par de cataratas. Sólo los animales piensan con el sexo… y nosotros nos aprovechamos de su borrachera como malditos. Peor carga en mi mente, imposible. Me acerqué para acariciarle y su manito se enroscó a la mía mientras me susurraba que le dolía todo.
Lo que sucedería después sería una incógnita, los siguientes segundos, minutos y horas de mi vida… una auténtica incógnita. Corría un mar de sangre entre sus piernas, llanto y sudor en su rostro tan dulce.
Uno, dos, tres, cuatro… dieciséis… mi diosa perdió toda su inocencia con dos animales… posé mis manos bajo su mentón y levanté su triste cara, miré sus ojos y ya no vi el encanto que le caracterizaba… sólo vi el horrible destello de los mil y un infiernos que nos depararían el resto de nuestras vida. Intenté limpiar sus lágrimas y consolarla con palabras. Diciéndole, mintiéndole que todo saldría bien. Cada vez que ella intentaba acomodarse en la cama acusaba un horrible dolor en su posterior. Por su parte, Andrés parecía estar esperando que todo hubiera sido una simple pesadilla de la que tarde o temprano despertaríamos, como si fuera una cruenta ilusión… una horrible quimera.
Mari lloraba, Andrés caía a pedazos, se escurría mi vida de entre mis dedos… Uno, dos, tres… mil… mil infiernos me condenaron…
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