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“¿Qué hace la profesora en tu cama? ” Libro para descargar (POR GOLFO)

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SINOPSIS:


«¿Qué hace esa mujer en tu cama?» es una pregunta siempre difícil de contestar pero si encima quien está compartiendo contigo las sábanas es tu profesora y la persona que te la hace es una compañera secretamente enamorada de ti, se convierte en imposible.
En esta historia, Golfo nos narra las diferentes vicisitudes que tiene que pasar un universitario cuando en su vida entran a formar parte tres bellas mujeres. 
CONOCE A ESTE AUTOR, verdadero fenómeno de la red con más de 20 MILLONES DE VISITAS.

 ALTO CONTENIDO ERÓTICO

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

Para que podías echarle un vistazo, os anexo los primeros  capítulos:

Introducción

Nuestra historia no es sencilla de explicar y menos de entender. Para tratar de haceros ver las razones que nos llevaron a convertirnos en esa peculiar familia, me tengo que retrotraer unos años a cuando recién salido del colegio acababa de entrar en la universidad. Recuerdo con añoranza esa época, durante la cual no solo aprendí los rudimentos básicos de todo geólogo sino el arte de complacer a una mujer. Curiosamente la primera que me dio clases en esos menesteres sexuales fue la catedrática de Cristalografía.

Doña Mercedes, aparte de estar buenísima, era un hueso duro de roer. Su sola presencia hacía que todos los estudiantes tembláramos al verla entrar en el aula. Con una mala leche proverbial, usaba y abusaba de su poder para menospreciar a los que habíamos tenido la desgracia de tenerla como tutora. Su menosprecio no tenía sexo, le daba igual que el objeto de su ira fuera una mujer o un hombre, en cuanto te enfilaba podías darte por jodido.

Todavía me acuerdo de la primera vez que la tomó conmigo. Fue una mañana en la que el metro se había retrasado y por eso llegué tarde a sus clases. Al entrar se me ocurrió no pedir perdón por mi retraso y obviando que ya estaba explicando la materia, me senté. La muy zorra no esperó a que me hubiera acomodado en mi asiento y alzando la voz, dijo:

―Se puede ver por la falta de interés del Sr. Martínez que domina los sistemas cristalinos― y señalando la pizarra, prosiguió diciendo: ― ¿Nos puede obsequiar con su sabiduría?

La fortuna había hecho que la tarde anterior, hubiese estudiado lo que íbamos a dar con esa arpía y, aun así, totalmente acojonado, subí a la palestra desde donde los profesores impartían sus clases.

Nada más llegar a su lado, me soltó:

―Como no ha tenido tiempo de escucharme, les estaba explicando a sus compañeros que había siete tipos de sistemas.

No queriendo parecer un palurdo, cogí el toro por los cuernos y demostrando una tranquilidad que no tenía, expliqué a mis amigos que, aunque había treinta y dos posibles agrupaciones de cristales en función de sus elementos de simetría, se podían reagrupar en siete sistemas. Debió sorprenderla que lo supiera, pero decidida a humillarme, esperó a que terminara de enunciar los tipos para preguntar:

―Parece que Usted no es tan inculto como parece, pero me puede explicar: ¿Cómo le afecta a un haz de rayos X el pasar por cada una de esas estructuras cristalinas? 

Aunque sabía que su asignatura se basaba en eso, no supe que responder y con el rabo entre las piernas, lo reconocí en público. Satisfecha por haberme pillado, lo explicó ella. Tras lo cual y mandándome a mi asiento, me ordenó que el lunes siguiente quería en su mesa un trabajo de cincuenta páginas sobre el asunto.

Cabreado, me mordí un huevo y no contesté a esa guarra como se merecía. Sabía que, si me quejaba, de algún modo esa mujer me lo haría pagar. El resto de los presentes tampoco dijo nada porque temía ser objeto del mismo castigo. Durante los cuarenta minutos que quedaban de su clase, me quedé refunfuñando, pero aun siendo imposible, deseando devolverle la afrenta. Observándola mientras daba la lección, me percaté por primera vez que esa cuarentona estaba buena. Con un metro setenta y una melena rubia, su severa vestimenta no podía ocultar que Doña Mercedes tenía un cuerpo que haría suspirar a cualquier muchacho de mi edad.

Dotada por la naturaleza de unos pechos grandes e hinchados, la blusa que llevaba en esos instantes era demasiado estrecha y eso hacía que los botones parecieran estar a punto de estallar. Absorto contemplándola dejé volar mi imaginación y deseé que mi venganza consistiera en tirármela. Ya excitado con la idea, mi pene reaccionó poniéndose erecto cuando al caérsele la tiza, se agachó para recogerla.

«¡Menudo culo tiene la vieja!», exclamé para mí al comprobar la clase de pandero que tenía.

Sus nalgas me parecieron una maravilla y prendado por tan bella estampa, no pude retirar mis ojos de ellas con la suficiente rapidez y por eso al incorporarse, la profesora se percató de la forma en que la miraba. Por extraño que parezca, no dijo nada y dando por terminada la clase, desapareció por la puerta. Aunque aliviado por su súbita desaparición, no pude dejar de echarme en cara el haber sido tan idiota.

En ese momento no lo supe. Al sorprenderme, se escandalizó por el brillo de mis ojos, pero una vez en su despacho, cerró la puerta. Ya sin el peligro de ser descubierta, recordó la erección de mi miembro que había adivinado a través del pantalón. Excitada como pocas veces, se levantó la falda y se masturbó mientras se lamentaba de que fuera su alumno y no un hombre que le hubiesen presentado cualquier noche.

Mientras tanto, fui el objeto de las burlas de mis compañeros que, regodeándose en mi desgracia, me sentenciaron diciendo que por lo que sabían de otros años, esa puta siempre la tomaba con uno y que, por bocazas, me había tocado a mí ser su víctima ese curso. Tengo que reconocer que su guasa no hizo mella en mí porque mi mente divagaba en ese momento, soñando con hacer mío ese culito.

1

Tratando de no dar otro motivo a esa zorra para humillarme aún más, me pasé ese puto fin de semana encerrado en casa, haciendo el trabajo que me había ordenado.

Convencido de que no iba a dejar pasar la oportunidad para putearme, decidí leer varios de los libros que había publicado y de esa forma teniéndola a ella como principal referencia, no pudiera objetar nada de cómo había desarrollado el tema.

Satisfecho, pero en absoluto tranquilo llegué a su oficina ese lunes. Al entrar en su cubículo, me pidió que cerrara la puerta y tras ordenar que me sentara, empezó a revisar el trabajo. La muy hija de puta me dejó en la silla mientras se ponía a estudiar concienzudamente mi escrito. Durante los primeros diez minutos estaba tan nervioso que no pude hacer otra cosa que mirarla y eso fue mi perdición porque al recorrer su cuerpo con mis ojos, me empecé a excitar al comprobar la perfección de sus curvas.

Ajena a mi escrutinio, mi profesora estaba tan concentrada en el trabajo que no se percató de que uno de los botones de su blusa se había abierto dejándome disfrutar de parte del coqueto sujetador de encaje que portaba. Absorto en tratar de vislumbrar de alguna forma su pezón, me estaba acomodando en mi asiento cuando involuntariamente, o eso pensé, Doña Mercedes se acarició un pecho. Como un resorte mi pene se irguió bajo mi bragueta y ya dominado por el morbo, no quité ojo de su escote.

Aunque me pareció en ese instante imposible, la profesora cambió de postura mostrándome sin pudor el inicio de una negra aureola. Intentando que no notara mi erección estaba ahuecando mi pantalón cuando levantando su mirada de los papeles, me pilló haciéndolo. Noté que se había dado cuenta porque contrariando su fama, se mordió los labios antes de decirme con voz entrecortada:

―Su trabajo está muy bien, le felicito.

―Gracias― y tratando de huir de allí, le pregunté si podía volver a clase.

Afortunadamente me dio permiso y cogiendo mi bolsa, salí de su despacho hecho un mar de dudas. No me podía creer lo ocurrido y dirigiéndome directamente al baño, me encerré en uno de sus retretes y liberando mi pene, me empecé a masturbar recordando su mirada de deseo. Mientras daba rienda suelta a mi excitación, deseé no haberme equivocado y que sus intenciones fueran otras.

Con mi lujuria saciada, me auto convencí de que lo había imaginado y olvidando el tema, volví al aula donde mis compañeros estaban. Al verme entrar, me preguntaron cómo me había ido e incapaz de reconocer lo vivido, dije entre risas que como siempre ese zorrón me había puesto a caer de un burro.

Desde ese día, la actitud de Doña Mercedes hacia mí no solo no cambió, sino que me cogió como el saco donde descargar sus golpes y era rara la clase donde no se metía conmigo. Pero realmente si había cambiado porque después de reñirme en público, esperaba a que todo el mundo saliera para pedirme que le ayudara a llevar sus trastos al despacho. Ya en su cubículo resolvía las dudas que pudiese tener mientras hacía una clara exhibición de su cuerpo.

Aunque parezca una fantasía de adolescente, se convirtió en rutina que esa cuarentona me explicara nuevamente la materia entre esas paredes, dejando que se le abrieran los botones de su camisa o bien permitiendo que la falda se le levantara permitiéndome disfrutar de sus piernas.

Era un acuerdo tácito.

Ni ella ni yo comentamos jamás en esas reuniones su exhibicionismo ni dejó que pasara de ahí. Lo más que llegamos fue un día que al ir a coger de un estante un libro con el que explayarse en su explicación, dio un paso en falso. Al tratarla de sostener, puse mis manos en sus nalgas y durante unos segundos, nos quedamos callados mientras cada uno decidía si tenía el suficiente valor de dar el siguiente paso.

Desgraciadamente, ninguno se atrevió y separando mis manos de su culo, me volví a sentar en la silla. Al hacerlo, descubrí que sus pezones estaban totalmente erectos bajo la tela y despidiéndome de ella, la dejé plantada. Meses más tarde me reconoció que al irme, atrancó su puerta y separando sus rodillas se masturbó deseando y temiendo que algún día la hiciese mía.

2

Llevábamos medio trimestre con ese juego, cuando su departamento decidió hacer una salida al campo. Aunque estaba programada de ante mano, con una alegría no compartida por mis compañeros escuché durante una de sus conferencias que el jueves y el viernes siguientes, ella y otros cinco profesores nos llevarían a comprobar in situ las diferentes formaciones rocosas de la sierra de Madrid.

Como éramos solo doce los que cursábamos ese seminario, nos dividió en grupos de un docente por cada dos alumnos.  Al revisar la lista, descubrí que nos había tocado a Irene y a mí con ella. Deseando que llegara ese viaje de estudios, pregunté a mi compañera sino sería bueno que nos juntáramos para estudiar la zona que en teoría íbamos a recorrer.

Los dos sabíamos que nos iba a examinar a conciencia durante esos días y por ello no puso reparo alguno a que el martes por la tarde nos reuniéramos en su casa. A pesar de que esa muchacha, además de ser un bombón, era un cerebrito llegué a la cita tranquilo, pero al recibirme vestida con una bata y un grueso pijama me percaté de que tenía un trancazo de tomo y lomo. Temiendo contagiarme y que la gripe me impidiera ir a ese viaje, me mantuve distante y en menos de cinco minutos, me repartí con ella la zona a estudiar.

Irene aquejada de fiebre y con dolores de cabeza que le hacían imposible salir de casa, faltó al día siguiente. Esa misma tarde la llamé y con voz compungida me confesó que no podría ir. Lejos de enfadarme, me alegró su ausencia y frotándome las manos, con voz apenada la calmé diciendo:

―Tú no te preocupes. Si te sientes mejor, ya sabes dónde estamos.

Esa monada agradeció mi comprensión y prometiendo que si mejoraba se nos uniría, colgó. Como no quería anticipar su enfermedad, no fuera a ser que conociéndola Doña Mercedes cambiase la distribución de los alumnos, me abstuve de llamarla y por eso al día siguiente se cabreó, cuando habiéndose ido los otros grupos, se lo conté.

Su enfado se fue diluyendo al paso de los kilómetros y por eso al salir de la autopista con destino al parque natural de Peñalara, ya estaba de buen humor. Lo noté enseguida porque haciendo como si fuera un despiste, dejó que su falda se izara por encima de sus rodillas. Al ver que me estaba mostrando sus piernas con descaro, de la misma forma, no disimulé al contemplarlas. Con los ojos fijos en ella, recorrí con mi vista sus tobillos, pantorrillas y muslos dejando clara mi excitación al hacerlo. Sé que ella se contagió de mi entusiasmo porque sin soltar las manos del volante, me dijo que me pusiera cómodo.

Creyendo que lo que quería era verme, me desabroché el cinturón y ya estaba abriéndome el pantalón cuando dio un volantazo y entrando en una gasolinera, me soltó:

―Ahora vuelvo― y dejándome solo en el automóvil, desapareció en el interior del establecimiento.

Temiendo haberme adelantado, esperé su vuelta. A los diez minutos, apareció con una bolsa con bebidas y sentándose en su asiento reanudó la marcha. En silencio, aguardé a que ella diese el siguiente paso porque no quería contrariarla y menos hacer el ridículo con un ataque antes de tiempo.

―Dame una coca cola― dijo rompiendo el incómodo silencio.

Al sacar la lata, descubrí que mi decente profesora no solo había adquirido refrescos, sino que en el fondo de la bolsa había una botella de güisqui. Ya roto el hielo, le pregunté si solía beber ese licor, a lo que ella soltando una carcajada respondió:

―Solo bebo después de echar un buen polvo.

Admirado por su franqueza y por lo que significaban sus palabras, me la quedé mirando. Reconozco que me sorprendió descubrir que llevaba su falda totalmente levantada y que había aprovechado su entrada en la gasolinera para despojarse de su ropa interior.

― ¡No lleva bragas! ― exclamé pegando un grito.

Doña Mercedes, poniendo voz de putón, respondió a mi exabrupto en voz baja diciendo:

―Y a ti, eso te gusta. ¿No es verdad?

Avergonzado y con rubor en mi rostro, respondí:

―Ya lo sabe.

Muerta de risa y separando sus rodillas mientras conducía, me soltó:

―Relájate y disfruta.

Por supuesto que disfruté, pero en lo que respecta a relajarme no pude porque excitada hasta unos niveles insospechados, la profesora tenía el coño encharcado. La humedad que brillaba entre los pliegues de su sexo me dio los arrestos suficientes para que sin que me hubiera dado permiso, empezara a acariciar sus piernas.

El gemido de deseo que surgió de su garganta al sentir mis yemas recorriendo su piel, fue el estímulo que necesitaba para sin cortarme ir subiendo por sus muslos. Mi avance le hizo separar sus rodillas aún más y sin retirar sus ojos de la carretera, esperó mi llegada. Sabiendo que mi acompañante era una mujer con experiencia, decidí no defraudarla y por eso ralenticé el avance de mis dedos, de forma que cuando ya mi mano estaba a escasos centímetros de su poblado sexo, sus suspiros ya denotaban la excitación que le corría por su cuerpo.

―No sabía que sus enseñanzas incluían el estudio de las cuevas― solté en plan de guasa mientras con un dedo separaba los pliegues de su negra gruta.

―Eso y mucho más― espetó con voz colmada de deseo al sentir que no solo había cogido su clítoris entre mis yemas, sino que, aprovechando su entrega, uno de mis dedos se introdujo en su interior.

El olor a hembra necesitada llenó con su aroma el estrecho habitáculo del coche y contagiado de su pasión, me puse a pajearla mientras alababa su belleza. La calentura que le corroía sus entrañas le hizo parar a un lado del camino y olvidándose de los otros automovilistas, me pidió que siguiera masturbándola mientras tumbaba para atrás su asiento.

No me lo tuvo que repetir e imprimiendo a mis caricias de un ritmo cada vez más rápido, estimulé su botón mientras metía y sacaba un par de dedos del fondo de su sexo. Sin dejar de gemir, mi profesora buscó su placer abriéndose la camisa. Al poner sus pechos a mi disposición, no me lo pensé dos veces y recorriendo con mi lengua los bordes de sus pezones, me puse a mamar de ellos mientras mi mano seguía sin pausa con la paja.

― ¡Qué gusto! ― gritó la rubia retorciéndose en el asiento.

Al adivinar la cercanía de su orgasmo, mordí levemente una de sus aureolas. Ella al sentir mis dientes presionando su pezón, aulló como posesa y derramando su placer sobre el asiento, se corrió dando gritos. No satisfecho intenté prolongar su clímax, pero entonces y mientras se acomodaba la ropa, preguntó:

― ¿Tienes carné de conducir?

―Sí― contesté.

Dejándome con la palabra en mi boca, salió del coche y abriendo mi puerta, me soltó:

― ¡Conduce!

A empujones me cambió de asiento. Doña Mercedes dejando a un lado su fama de adusta profesora, ni siquiera esperó a que arrancara para con sus manos bajarme la bragueta.

No tardé en sentir como la humedad de su boca envolvía toda mi extensión mientras con su mano acariciaba mis testículos. Su lengua recorría todos los pliegues de mi glande, lubricando mi pene con su saliva. No me podía creer que esa cuarentona que llevaba meses volviéndome loco, estuviera ahora haciéndome una mamada.

El colmo del morbo fue ver cómo se retorció en el asiento buscando la mejor posición para profundizar sus caricias. No pude contenerme y soltando una mano del volante, le levanté el vestido dejando expuesto su maravilloso culo. La visión de esas nalgas desnudas incrementó mi calentura y pasando mi palma por su trasero, lo acaricié sin vergüenza alguna.

Suspiró al sentir mi mano recorriendo sus posaderas.

Envalentonado por su rápida respuesta, alargué mi brazo rozando su cueva. Esta vez fue un gemido lo que escuché, mientras uno de mis dedos se introducía en su sexo. El flujo que lo anegaba me demostró que seguía totalmente dominada por la lujuria.

Fuera de sí, buscó su propio placer masturbándose mientras devoraba mi miembro. Creí estar en el cielo cuando sentí que se lo metía por completo en su garganta. Con veinte años recién cumplidos, nunca ninguna de mis parejas se había introducido mi pene hasta la base. Jamás había sentido la presión que estaba ejerciendo con sus labios, besándome el inicio de mi falo.

«¡Que bruta está!», pensé justo antes de oír cómo se volvía a correr empapando la tapicería de asiento.

Acomplejado por su maestría, la vi arquear su cuerpo y sin sacar mi sexo de su boca, intentó que yo profundizara mis caricias, diciendo:

― ¡Mi culo es tuyo!

Concentrado en su placer introduje uno de mis dedos en su ojete y al hacerlo estuve a punto de chocar con el coche que venía de frente. El susto hizo que olvidándose de la mamada que me estaba haciendo, me dijera:

―Ya estamos cerca― y acomodándose la ropa, me informó que tenía que tomar la siguiente desviación.

Como comprenderéis, me quejé al ver que paraba, pero entonces metiendo un dedo en lo más profundo de su coño, lo llevó hasta y boca y dejando que lo chupara, me preguntó entre risas:

― ¿Traes traje de baño?

―No― respondí

Descojonada al oírme, contestó mientras ponía una expresión pícara en su cara:

―Huy, ¡Qué pena! Yo tampoco― y prosiguiendo con su guasa, me soltó: ― ¡Tendremos que bañarnos desnudos en el estanque al que te voy a llevar!

La promesa de verla completamente desnuda apaciguó mi malestar y pisando el acelerador, busqué acortar mi espera. Felizmente no llevaba ni cinco minutos por ese pasaje de piedras, cuando la escuché pedirme que detuviera el coche. Nada más parar el vehículo abrió la puerta y soltando una carcajada, me soltó:

―Mi ropa te enseñará el camino― tras lo cual la vi salir corriendo, internándose en el bosque.

Alucinado no me quedó más remedio que ir recogiendo las prendas que dejaba caer en su carrera y cada vez más excitado, buscar la siguiente entre los matorrales. Supe que quedaba poco al recoger sus zapatos y doblando un recodo me encontré que sentada sobre una piedra me esperaba totalmente desnuda.

―Señor Martínez, ¡Su profesora le necesita! ― dijo mientras se mordía los labios, provocándome.

La cara de deseo con la que me llamaba me hizo reaccionar y empecé a desnudarme mientras me acercaba a donde estaba. Extasiado comprobé que era todavía más atractiva en pelotas de lo que me había imaginado. Sus pechos aun siendo enormes, no se había dejado vencer por la edad e inhiestos me retaban mientras su dueña separaba sus piernas. 

Sin esperar a que me diera su bendición, al llegar a su lado me arrodillé y hundiendo mi cara entre sus muslos, caté otra vez el sabor de ese coño que por maduro no dejaba de ser atrayente.  La rubia suspiró aliviada al sentir mi lengua recorriendo los pliegues de su sexo y en voz alta, me informó que llevaba deseándolo desde que me regañó ese día en clase.

― ¡Que buena está mi profe! ― me escuchó decir mientras tomaba posesión de su entrepierna.

Dándome vía libre a que me apoderara de su clítoris, se pellizcó los pechos mientras yo, separando sus labios como si fueran la piel de un plátano, dejaba al descubierto el botón que iba buscando. Tanteando con la punta de mi lengua sus bordes, la oí gemir y entonces al apretarlo entre los dientes mi boca se llenó del flujo que manaba de su cueva. Al sentirlo, la cuarentona que llevaba suspirando un buen rato, aferró con sus manos mi cabeza en un intento de prolongar el placer que estaba sintiendo.

Su éxtasis fue incrementándose a la par de mi calentura y prolongando su espera, me separé de ella. Insatisfecha me rogó que continuara, pero obviando sus deseos, la cogí entre mis brazos y depositándola en una zona de césped, me la quedé mirando con mi pene entre mis manos.

― ¡Voy a follarme a la zorra de Cristalografía! ― le informé mientras me arrodillaba entre sus muslos.

―Se lo ruego, ¡señor Martínez! ― imploró con su respiración entrecortada al sentir mi glande jugueteando con su sexo.

Siguiendo con el papel de discípulo y docente, introduje unos centímetros de mi extensión en su interior y entonces pregunté:

― ¿Le gusta lo que hace su alumno al putón de mi profe?

Sí― respondió con su voz impregnada de pasión.

― ¿Mucho? ― insistí mientras uno de mis dedos jugaba con su clítoris.

― ¡Sí! ― contestó, apretando sus pechos entre sus manos.

Su calentura me confirmó lo que necesitaba y metiendo un poco más mi pene en su coño, esperé su reacción.

― ¡Hazlo! ¡Complace a esta zorra! ― y pegando un alarido, exclamó: Por favor, ¡no aguanto más!

Lentamente, centímetro a centímetro, fui introduciendo mi verga. Toda la piel de mi extensión al hacerlo disfrutó de los pliegues de su sexo. Su cueva se me mostró estrecha y sorprendido noté que ejercía una intensa presión al irla empalando. Su pasión era total, levantando su trasero del césped, intentó metérsela más profundamente, pero lo incomodo de la postura no se lo permitió.

Me recreé observándola mientras intentaba infructuosamente de ensartarse con mi pene. Estaba como poseída, sus ganas de que me la follara eran tantas que incluso me hizo daño.

―Quieta― grité y alzándola, la puse a cuatro patas.

Si ya era hermosa de frente, por detrás lo era aún más. Sus nalgas duras y prietas para tener cuarenta años me hicieron saber que esa mujer dedicaba muchas horas a la semana a fortalecer sus músculos. Al separar sus cachetes descubrí que escondían un tesoro virgen que decidí que tenía que desvirgar y no lo hice en ese instante al estar convencido de que iba a hacerlo en un futuro.

Por eso y poniendo mi pene en su cueva, le pedí que se echara despacio hacia atrás. No debió de entenderme porque al notar la punta abriéndose camino dentro de ella de un solo golpe se lo insertó. Al sentirse llena, pegó un grito que resonó en el bosque y moviendo sus caderas, me pidió que la tomara.

En ese instante, Doña Mercedes dejó de ser mi profesora para convertirse en mi yegua y recreándome en su monta, me agarré de sus pechos para iniciar mi cabalgar. Relinchando al sentir que mi pene, ya descompuesta me rogó que la tomara. Satisfecho, escuché cómo gemía cada vez que mi sexo chocaba con la pared de su vagina, pero fue el sonido del chapoteo que manaba de su cueva inundada cada vez que la penetraba, lo que me hizo incrementar la velocidad de mis incursiones. Cambiando de posición, agarré su melena como si de riendas se tratara y palmeándole el trasero, azucé a mi montura para que reforzara su ritmo.

Sentir los azotes la excitó más si cabe y berreando como una puta, me pidió que no parara. Entusiasmado por el rendimiento de mi yegua, seguí azotándola mientras ella se hundía en un estado de locura que me dejó helado.

―Fóllate a la puta de tu profe sin piedad― rogó implorando un mayor castigo.

Decidido a no dejar que me dominara, saqué mi polla de su interior y muerto de risa me tumbé a su lado. Doña Mercedes, insatisfecha y queriendo más, me tumbó boca arriba y poniéndose a horcajadas sobre mí, se empaló con mi miembro mientras el flujo que manaba de su sexo mojaba mis piernas. Hipnotizado por sus pechos, me quedé mirando como rebotaban arriba y abajo mientras su dueña se empalaba. Su bamboleo y la imposibilidad de besarlos por la postura me habían puesto a cien y por eso mojando mis dedos en su sexo, los froté humedeciéndolos.

La antipática catedrática se dejó hacer y entonces con voz autoritaria, le pedí que fuera ella quien los besase. Doña Mercedes obedeciendo a su alumno, me hizo caso y cogiéndolos con sus manos los estiró y se los llevó a su boca. Os reconozco que creí correrme cuando sacando su lengua, los besó con lascivia.

Tanta lascivia fue demasiado para mi torturado pene y explotando en el interior de su cueva, me corrí. La rubia al sentir que mi simiente bañaba su vientre de cuatro décadas aceleró sus embestidas intentando juntar su orgasmo con el mío. Justo cuando terminaba de ordeñar mi miembro y la última oleada de semen brotaba de mi glande, Doña Mercedes consiguió su objetivo y pegando un grito se corrió.

Totalmente exhaustos, caímos sobre el césped.

Al cabo de unos minutos, me besó y recogiendo su ropa, me ordenó que me levantara.

―Arriba, ¡vago! Tenemos una tarea que hacer.

― ¿Y el baño que me prometió en el estanque?

Sonriendo, me lanzó el pantalón mientras me decía:

― ¡Todavía nos quedan dos días!C


Relato erótico: “Mosquita muerta” (PUBLICADO POR XAVIA)

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MOSQUITA MUERTA

 

No era gran cosa, la verdad. Todo en ella era corriente incluyendo el nombre, María, pero me permitió explorar un mundo desconocido para mí que fue más placentero de lo esperado. Era compañera de trabajo, un hábitat donde no suelo buscar sexo y menos pareja. Marcos, un colega de departamento sí se había tirado a tres chicas de la compañía, pero ni tengo su físico, ni sé imitar su labia. Solamente soy tan cínico como él, pero eso no suele abrir piernas.

María era una administrativa del departamento contable, tímida, poco dada a relacionarse con compañeros de otros departamentos, como era mi caso. Sabía que había cumplido los treinta porque entrando una tarde en Contabilidad me encontré con el pastel que le habían comprado, así que la felicité con un par de besos, poniéndose colorada como un tomate. También sabía que estaba casada y tenía un hijo y que era eficiente en su trabajo, sobre todo disciplinada y cumplidora. Algo que también aproveché en mi beneficio.

A finales de febrero conmemorábamos el aniversario de la empresa con una fiesta de obligada asistencia. Los socios solían alquilar algún local de cocina aceptable y precio moderado en el que cenábamos de pie, charlando unos con otros, para pasar a la fiesta propiamente dicha donde el baile, la bebida, las proposiciones y algunos escarceos eran los protagonistas.

Tampoco había demasiada actividad pero la poca que se producía solía tener a Marcos de instigador. Aquel año, mi amigo dio en la diana, marcando la cuarta muesca en su revólver, así como hice yo, pero lo mío no fue premeditado.

-Llevo días preparando el terreno y pienso tirarme a Merche.

-Ni de coña, –respondí –no sólo está casada, además es devota de no sé qué virgen de no sé dónde y miembro de una congregación religiosa. Por más buena que esté, es inaccesible.

-Tú déjamelo a mí.

Eso hice, dejárselo a él mientras contemplaba el espectáculo. Durante casi dos horas estuvo tonteando con ella más o menos amistosamente, hasta que decidió lanzar el ataque para lo que me solicitó ayuda. Necesito que me entretengas a Montse.

En una empresa cercana a los cien trabajadores, hay de todo, como en la Viña del Señor. Si realizáramos un ranking con las sesenta y tantas chicas de la compañía, Merche estaría sin duda en el top cinco, no así Montse que era más simpática que guapa. Pero, solidarizado con mi amigo, no le iba a hacer ascos a un buen ágape si éste era factible, por más que no me encontrara en mi hábitat natural de caza.

Tuve claro que no lograría nada con mi pareja de baile al poco de haberla apartado de su amiga y mi amigo. Supongo que por ello, no forcé la máquina en ningún momento por lo que la velada fue relativamente tranquila, hasta que inexplicablemente la mujer se encendió. Podría ser por el alcohol aunque no bebió tanto, o simplemente era una calientapollas, pues es lo que hizo la última hora, hasta que decidió dejarme tirado como a una colilla. Siendo justo, no habíamos pasado de cuatro abrazos en bailes más o menos cálidos, pero su cercanía había sido muy obscena así que me dejó palote y sin premio.

Yo también decidí largarme de la fiesta, pero antes de tomar el coche tuve que pasar por el baño. Curiosamente, el local también tenía lavabos públicos en el exterior, en una puerta colindante a la entrada principal, a los que me dirigí pues los interiores estaban llenos, donde me encontré con la sorpresa del año.

-De verdad, no puedo hacerlo. –Abrí los ojos como platos. En el cubículo del fondo, de los cuatro que tenía aquel aseo, había alguien, una mujer de la que había reconocido la voz.- Por favor, Marcos, hemos llegado demasiado lejos.

-¿No pensarás dejarme así?

-No puedo hacerlo –insistía. –Sabes que estoy casada, conoces a mi marido.

Pero se hacía el silencio y se oían suspiros y roces, así que decidí moverme sigilosamente, pues ver como mi amigo se tiraba a la beata en un baño público me puso a mil. No pude ver nada, ya que las puertas llegaban al suelo, pero escuché claramente toda la sinfonía.

-Tú también lo estás deseando, estás tan caliente como yo. –Marcos por favor, no debo. Más suspiros, sonidos de ropa, de brazos, pero ella mantenía su negativa, hasta que mi compañero planteó una alternativa. -Al menos hazme una mamada.

-Vale, te lo hago con la boca, –aceptó al cabo de unos minutos mientras mi polla cobraba un tamaño sideral –pero con una condición. Ni una palabra a nadie.

Oí una cremallera, ropa moviéndose, hasta que Marcos profirió el primer suspiro. Pero lo más excitante para mí, además de imaginar sin poder ver, fue escuchar los sonidos de succión de la felatriz, acompañados de algún que otro gemido.

El lunes siguiente, Marcos, no solamente me relataría con pelos y señales la mamada de la mujer, expulsada sobre un buen par de tetas, pues no me dejó correrme en su boca, sino que lo aderezaría con una foto tomada con el móvil en la que sus labios eran profanados por una barra de carne. Tenía los ojos cerrados, concentrados, por lo que no se dio cuenta de la toma de la instantánea.

Pero volvamos al viernes. Salía antes que ellos del cubículo, para que no se dieran cuenta de que habían tenido un espectador, ¿cómo se le llama a un mirón auditivo?, con un empalme de tres pares de cojones. Y allí me la encontré, al lado de mi coche, haciéndole señas a un taxi que no se detuvo.

-¿Quieres que te lleve a casa?

-No hace falta, gracias, eres muy amable.

-No me cuesta nada. Venga, sube al coche –ordené más expeditivo de lo que hubiera aconsejado la buena educación. Noté la sorpresa en María, pero obedeció dócilmente.

Me sorprendió la dirección que me dio, pues pensaba que vivía en mi barrio, así que me explicó que desde hacía unos meses vivía con su madre. No incidí en el tema, pero era obvio que se había separado de su marido. Preferí preguntarle por la fiesta y qué tal se lo había pasado. Bien, fue su escueta respuesta, confirmándome su conocida timidez, pues costaba arrancarle algo más que monosílabos. Su actitud sentada a mi lado, además, era vergonzosa. Temerosa, incluso, sensación que se agudizó cuando la miré, repasándola sin compasión, pues mi excitación se mantenía despierta.

Llevaba un vestido de una pieza cubierto con una chaquetita corta, por la cintura, sin abrochar. No tenía demasiado escote, pero sus pechos, medianos, potenciados por el cinturón que los cruzaba, me parecieron apetitosos. También sus piernas, enfundadas en unas medias color carne de las que veía menos de medio muslo.

El instinto me llevó a atacar cuando nos detuvimos en un semáforo, poco antes de llegar a su casa. Has venido muy atractiva esta noche. Bajó la cabeza, profiriendo un escueto gracias. No arranqué cuando las luces cambiaron a verde. Estábamos en el carril derecho de una calle que tenía tres, así que no molestábamos a otros vehículos en caso de que aparecieran. ¿Sabes qué me apetece? No respondió, agarrándose las manos entre sí, como una niña pequeña pillada en falta. Me apetece besarte. Mantuvo la cabeza baja, sin mirarme, pero tampoco negaba. Nunca me había encontrado con nadie así, por lo que continué acosando. Giré mi cuerpo, alargué la mano para tornar su cara hacia mí, siguió mirando bajo cuando esperaba que me mirara a los ojos, me acerqué y la besé.

Tardó en reaccionar pero no me pidió que me detuviera ni que la dejara marchar. Simplemente se dejó hacer pasiva. Quiero acabar la noche bien y quiero hacerlo contigo. Suspiró profundamente, nerviosa, pero no se apartó ni me rehuyó cuando la tomé de la nuca y la besé de nuevo. Abrió la boca pero no me devolvía el morreo, así que empujé mi cara hacia adelante para aprisionar su cabeza contra el respaldo del asiento. Mi lengua entró en su boca pero no encontró a su gemela. Sus brazos se mantenían inertes. Los míos, en cambio, comenzaron la expedición. Mi mano izquierda coronó su pecho, llenándola, acompañada por la derecha que en una posición incómoda tomó el otro.

Saca la lengua, ordené, a lo que obedeció instantáneamente, entrelazándola con la mía. Ahora sí era un morreo. El poco escote del vestido me impedía avanzar en mi excursión, por lo que deslicé mi mano por su vientre hasta sus muslos, que acaricié unos minutos antes de colar la mano por debajo de su falda. Mantenía las piernas cerradas, cual adolescente adoctrinada para no permitir al chico llegar al tesoro, así que ordené de nuevo. Abre las piernas. Otra vez obedeció, moviéndolas tímidamente. Colé la mano ascendiendo despacio hasta llegar a su ingle, que acaricié suavemente para pasar el dedo también por la paralela.

Mi mano derecha, invertida, había logrado colarse en su pecho pero la posición era muy incómoda. Fue entonces cuando la izquierda se encontró con una muralla. De tela y algodón. Al llevar medias tipo panty no pude colar la mano, pero no noté los labios de su sexo pues llevaba salvaslip. Habitual en muchas mujeres, me di cuenta que era más grueso de lo acostumbrado. ¿Tienes la regla? Asintió, lo que me detuvo de golpe. Mierda, pensé, pero la mamada escuchada me tenía desbocado así que decidí obviarlo. O cambiar de juego.

Puse el coche en marcha hasta aparcarlo en una zona con cierta penumbra. Volví al ataque, pero al comportarse con tanta pasividad decidí ser egoísta, además de activo. Me desabroché el pantalón, sacando mi durísimo miembro de su encierro, tomé su mano derecha posándola sobre él y nos abandonamos a juegos adolescentes. Yo sobándole las tetas por encima del vestido. Ella masturbándome rítmicamente, hasta que quise más.

Repetí una frase que había oído hacía media hora. Al menos, hazme una mamada. No tuve que insistir. Agachó la cabeza y se la metió en la boca. Chupaba mecánicamente con la mano derecha aguantando el tallo. Tuve que pedirle que lo hiciera despacio, pues es como me gusta que me la coman, degustándola, pero estaba tan caliente que no iba a durar mucho.

Quise repetir también el modus operandi de mi amigo, corriéndome en sus tetas, pero para ello debía desabrocharle el vestido por la cremallera posterior y no me apetecía detener el juego. Así que opté por una alternativa que no siempre resulta del agrado de la felatriz. Pero no se apartó. Recibió mi descarga con naturalidad, como si fuera lo más normal del mundo.

Cuando consideró que ya había acabado, levantó la cabeza, aún con mi simiente en la boca. Esperaba que abriera la puerta para escupirla o sacara un pañuelo de papel para soltarla, pero se quedó quieta como si de enjuague bucal se tratara. Entonces comprendí. Trágatelo. Inmediatamente, la nuez de su cuello se movió, dejando pasar el líquido hasta su estómago.

Tumbado en el sofá de casa, al día siguiente, rememoré el episodio, sorprendiéndome aún por su comportamiento. Nos habíamos despedido ante su portal con un casto beso, como si nada hubiera ocurrido. Solamente sonrió suavemente cuando le dije, a modo de despedida, que me había gustado mucho acabar la noche con ella.

***

A diferencia de él, no conté nada a Marcos sobre mi fin de fiesta, el lunes en la oficina. Algo en mi interior me empujaba a mantenerlo en secreto, como si la protegiera. Tampoco me acerqué a ella pues quitando una pausa para tomar café fui bastante de bólido toda la mañana.

Estaba próxima la hora de comer, cuando la vi pasar por el pasillo central hacia el departamento de compras. No giró la cabeza hacia mí, pero sí la mirada, que coincidió con la mía. Vestía falda y blusa, indumentaria que en su caso prácticamente podía considerarse su uniforme, pues pocas veces la vi en pantalón. También es cierto, que no solía fijarme en ella especialmente.

Cuando notó mi mirada, bajó la vista automáticamente, en un gesto inesperado para mí, pero excitante. Supuse que había ido a entregar alguna factura o a preguntar por algún importe, así que no debía demorarse demasiado en aquella zona, por lo que estuve pendiente de su vuelta. Cuando ésta se produjo, me levanté, cruzándome con ella, pero no me detuve. Me bastó un gesto con la mano para que me siguiera.

La esperé en el pasillo que daba acceso al almacén durante diez o quince segundos. Se detuvo delante de mí, mirándome pero no a los ojos, así que le pregunté:

-¿Cómo estás? –Bien. Seguíamos en el maravilloso mundo de los monosílabos. -¿Quieres que tomemos una copa al salir? –Vale. -¿A qué hora te va bien? –A la que te vaya bien a ti.

La noticia es que había pronunciado una frase de ocho palabras, pero seguía delegando en mí cualquier decisión, ¿no tenía opinión?

-¿Siempre dices que sí a todo? –Aún con la mirada gacha, se frotó ambas manos delante del cuerpo, en un gesto ya conocido por mí. Al no responder, insistí: -¿Si te digo que me chupes el dedo, lo harás?

Su respuesta no me dejó ninguna duda. Levantó la cara ligeramente, cerrando los ojos, abriendo los labios para recibir su alimento. Levanté el dedo índice y lo apoyé entre ellos. Lo rodeó, húmedamente, para comenzar a chuparlo hambrienta.

Dediqué el minuto que le permití complacerme en mirarla detenidamente. La encontré atractiva, sobre todo chupándome el dedo. De cara infantiloide, con labios finos y nariz recta, peinaba su oscura cabellera lisa al estilo Cleopatra, hasta el cuello. De cuerpo, era un poco ancha de caderas y hombros, pero no estaba gorda. Además, tenía buenas tetas, medianas o por encima de la media.

-Espérame delante del bar de la esquina cuando salgas esta tarde, pero no entres en él –ordené quitándole el juguete para volver a mi sitio.

Salió a las 6, acompañada de otros compañeros, pero me demoré expresamente más de veinte minutos en recoger y salir a buscarla. Desde la ventana, la vi de pie, esperando impaciente. Cuando llegué a su lado le ordené seguirme sin mediar saludo ni ningún gesto de cortesía. Anduvimos dos calles hasta llegar a un bar que no solía frecuentar nadie de la empresa.

Estaba poco concurrido, unas diez personas en un local de quince mesas, así que elegí una del centro. Pedí dos cervezas y esperé que nos las trajeran. María repetía el gesto nervioso con las manos.

-Te has separado de tu marido recientemente, ¿verdad? –Asintió. -¿Qué ha pasado? –Bajó la cabeza mirándose las piernas, ofreciéndome un leve movimiento de hombros como única respuesta. Entendía que no quisiera hablar de ello, pero insistí. -¿Se ha cansado de ti? –Seguía sin contestar, así que la tomé de la barbilla, obligándola a mirarme. -¿O te has cansado tú de él? –Como tampoco soltó prenda, sentencié: -Creo que no te daba lo que necesitas. ¿Es eso?

Me sostuvo la mirada, pero era nerviosa, incómoda. Ni afirmaba ni desmentía, así que cambié de tercio.

-Corrígeme si me equivoco, pero estoy convencido que necesitas un hombre fuerte que te lleve por el buen camino, recta, que te diga qué debes hacer, cuándo debes hacerlo y cómo debes hacerlo. ¿Me equivoco? –Asintió de nuevo, sin darse cuenta que afirmar una pregunta negativa era contradictorio, pero lo tomé como la confirmación de mi percepción. -¿Quieres que sea yo ese hombre? –Tardó unos segundos, inquieta, pero asintió de nuevo con un leve movimiento de cabeza. –No te he oído.

-Sí.

Desconozco por qué me había elegido a mí, por qué creía que yo podía ser el amo dominante al que someterse, pues ni tengo experiencia en ello ni creo dar esa imagen. Tampoco soy, además, el típico triunfador guaperas por el que pierden el norte muchas mujeres, caso de Marcos, por ejemplo. Pero en esas estábamos y el juego me excitaba.

-¿Estás dispuesta a obedecer mis órdenes? –Asintió por enésima vez. -¿A comportarte como una verdadera sumisa, te pida lo que te pida? –Otro movimiento de cabeza vertical.

Volví a mirarla detenidamente, recorriéndola como si de una mercancía se tratara. Se me ocurrían un montón de cosas para mandarle, pero decidí ir paso a paso. Vete al baño y quítate el sujetador, fue mi primera orden. Un par de minutos después, reaparecía con los pezones taladrando la tela de la blusa. Tendí la mano para que me lo entregara. Estaba ruborizada, pero el brillo de sus ojos denotaba excitación. La dureza de sus pezones, lo confirmaba.

Estiré la mano derecha, estábamos sentados de lado, en forma de L, para posarla sobre el pecho izquierdo. Suspiró, apartando los brazos para facilitarme el trabajo. Lo sopesé, sintiendo su buen tamaño, para acabar pellizcándole el pezón. Dio un leve respingo, pero no emitió sonido alguno. Repetí la operación con el otro par, que subía y bajaba acelerado fruto del cambio de respiración.

Desabróchate un par de botones. Sus ojos se abrieron como platos. Esperaba que mirara en derredor, pues estábamos sentados en el centro de la sala y era probable que algún comensal nos estuviera mirando, pero no lo hizo. Obedeció, dejando tres botones desabrochados. Desde mi posición no podía verlos, para ello debería ponerme de pie a su lado.

¿Estás excitada? Asintió de nuevo, pero aún di una última vuelta de tuerca a la situación. Llamé al camarero para que cobrara las consumiciones. Este se acercó diligente, pero al darse cuenta del espectáculo que le ofrecía la chica, prefirió quedarse de pie a su lado en vez de atenderme por el mío que hubiera sido más lógico. El hombre tenía una razón de peso para elegir la más incómoda opción. El amplio canalillo le ofrecía una visión prácticamente completa del pecho de la clienta.

Demoré el momento haciéndole un par de preguntas al tío que me respondió nervioso sin mirarme, mientras los pechos de mi compañera subían y bajaban a mayor velocidad a medida que los interminables segundos avanzaban.

El hombre seguía allí, como un pasmarote, cuando anuncié que nos íbamos. No disimuló una obscena mirada a María cuando vio que yo tomaba el sujetador de encima de la mesa. Cruzamos el salón tranquilamente, ella delante, mientras ahora sí notaba sucias miradas en aquel par de piezas. La tomé de la cintura poco antes de llegar a la puerta, para bajar la mano y acomodarla sobre su nalga derecha.

En el primer portal que encontramos, la obligué a entrar, aprovechando que una abuela salía de él. La apoyé contra la pared, ordenándole soltarse otro botón para mostrármelos. Los amasé satisfecho. Tenían el tamaño idóneo y los pezones estaban bastante centrados, sobre todo debido a la excitación que, como confirmaría más adelante, los levantaba.

Abre las piernas. Colé la mano encontrándome de nuevo con un panty de nylon. Clavé las uñas y lo rompí. Si no quieres que vuelva a hacerlo, ponte medias con goma en el muslo. Asintió suspirando. Aparté el tanga, empapado, para colar los dedos. Sus piernas se abrieron más y adelantó el pubis. En cuanto acaricié aquella charca, gimió intensamente.

A escaso centímetros de mí, me pareció preciosa, jadeando con los ojos cerrados. Se lo dije. Creo que esbozó una sonrisa, pero la excitación le impidió dibujarla claramente. Sóbate las tetas. Sus gemidos aumentaron mientras su cabeza se levantaba como si buscara aire en la superficie. Estaba muy cerca de la meta, así que me detuve.

-¿Te has corrido? –Negó suspirando. -¿Quieres correrte? –Sí, verbalizó suplicante. –Te correrás cuando lo merezcas o cuando yo lo considere oportuno. Y hoy aún no has hecho méritos para ello.

Me aparté medio metro desabrochándome el pantalón. No tuve que ordenarlo. Se arrodilló en el suelo, engullendo mi falo en cuanto asomó orgulloso.

María no era una gran felatriz. Lo comprobé la primera noche y lo confirmé en aquel portal, pero le ponía ganas, voluntad, aderezada por la excitación que la consumía. Así que opté por instruirla, marcándole la velocidad que a mí me gustaba, calmada, y ordenándole lamerme los huevos cada cierto tiempo. Hasta que la detuve de nuevo. Vámonos.

No le permití abrocharse ningún botón al salir a la calle. No se veía nada de frente pero yo, que había vuelto a tomarla de la cintura, tenía una visión completa de su pecho derecho. Anduvimos un par de calles en las que nos cruzamos con poca gente, pero más de uno se dio cuenta del indecente escote y la miró con deleite. Hasta que llegamos a una parada de autobús donde acababa de detenerse uno, vaciándola. La apoyé contra la marquesina, separé las solapas de la blusa para desnudarlas, las sobé hasta ordenarle que sus manos sustituyeran a las mías, mientras mis dedos percutían de nuevo en su entrepierna.

Ni suspiró ni gimió. Directamente comenzó un concierto de jadeos, profundos y musicales, que amenazaban con llevarla a la última parada en breve. Apuré tanto como creí oportuno, evitando su explosión, lo que provocó que se venciera hacia adelante apoyando su cabeza en mi hombro mientras protestaba con otro suspiro lastimero.

-Estás caliente como una perra, -afirmé en su oído, mientras mis dedos acariciaban sus ingles y muslos, pero ya no su sexo. -¿Crees que mereces correrte? –No contestó, así que repetí la pregunta: -¿Has hecho méritos para correrte? –No, fue su dócil respuesta. -¿Qué tienes que hacer si quieres correrte? –Obedecer. -¿Harás lo que te ordene? –Sí. -¿Cualquier cosa? –Cualquier cosa.

El cuerpo me pedía arrodillarla allí en medio o darle la vuelta y ensartarla, pero mi excitación no debía nublarme la vista. La llevé hasta un parque cercano donde nos sentamos en un banco. Ya había oscurecido, por lo que elegí uno iluminado por una farola. Volví a descubrir sus pechos.

¿Te masturbas? A veces, respondió. Hazlo, ahora. Separó las piernas y coló la mano para comenzar a acariciarse. Cerró los ojos, gimiendo, pero se lo impedí. Mírame a la cara mientras te tocas. Sus ojos, inyectados en sangre, se clavaron en los míos, mientras jadeaba. No quiero que te corras. Se detuvo al instante, cerrando las piernas así como los ojos, mordiéndose el labio inferior.

-Te prometo que hoy tendrás el mejor orgasmo de tu vida, pero aún debes esperar un rato. –Metí un dedo en su vagina, penetrándola solamente para embadurnarlo, y se lo ofrecí para que lo chupara. Lo limpió hambrienta. Repetí la operación tres veces más, pero tuve que cambiar de juego pues dudé que lograra aguantar otro tacto. Sácame la polla, ordené.

Vi acercarse a una chica corriendo, enfundada en un ceñido traje de running bastante llamativo que le marcaba un cuerpo trabajado, pero no avisé a María. Había engullido mi miembro, saboreándolo con lentitud, como yo le había ordenado. La deportista no se detuvo, pero aminoró la marcha sorprendida al pasar a nuestro lado. Te están mirando, dije cuando llegaba a nuestra altura, por lo que instintivamente levantó la cabeza para detener la mamada, pero la sostuve, no te he ordenado parar. Ambas chicas se miraron, pero la respuesta de mi compañera fue engullir más profundamente, hasta que me derramé.

Levantó la cabeza cuando tiré de su cabello, miró hacia la chica que se alejaba, después de que yo se la señalara con un gesto, volvió la vista hacia mí, esperando instrucciones, así que ordené, traga.

Tomó una profunda bocanada de aire cuando vació su boca, respirando aún muy acelerada. Sus pechos desnudos se mecían al son de sus pulmones, pero su mirada era anhelante, suplicándome poder correrse también.

-Abre las piernas y enséñame el coño. Creo que hay demasiado pelo para mi gusto.

Obedeció rápida, confirmándome lo que había notado al acariciarla. Las medias rotas cubrían sus muslos, así solamente necesitó apartar el tanga para mostrarme una bonita flor rosada, brillante por la abundancia de flujo. Tiré del tanga con fuerza, rompiéndolo, pues no me permite ver bien. Gritó a la vez que abría más las piernas para aumentar la exposición de su intimidad. Un triángulo de pelo negro bastante amplio coronaba su pubis. Tomé un mechón con dos dedos, tirando de él sin pretender arrancarlo pero sí que notara el escozor, avisándola que era la última vez que le permitía tal descuido.

-No quiero ni un solo pelo en todo tu cuerpo, solamente cabello. Nos vamos a casa –anuncié levantándome.

María no pudo ocultar la decepción en su rostro pues se vio sin premio a pesar del esfuerzo realizado, que había sido más del que yo esperaba. Desanduvimos el camino hasta mi plaza de parking en el trabajo, agarrados por la cintura y sin permitirle abrocharse la blusa.

Entra, ordené, cuando lo hube abierto y me dispuse a cruzar media ciudad hasta el piso de su madre. Parados en el segundo semáforo, le ordené levantarse la falda y abrir las piernas para acariciarle el sexo, que seguía licuado.

-Si hubieras estado a punto, te hubiera devuelto la comida, pero no pienso ensuciar mi lengua en un coño descuidado. –Lo siento, pronunció suspirando. –Pero te permito acariciarte mientras me la chupas de nuevo. –Había tenido que desalojarla pues el semáforo cambiaba a verde y debía poner primera. –Pero recuerda, ni se te ocurra correrte.

Tuvo ocupada la boca y los dedos los diez minutos de trayecto, aunque tuvo que detener el trabajo de estos últimos varias veces para no acabar. Paré en doble fila delante de su portal. Puedes bajar. Me miró como un perro abandonado, pero obedeció, abrochándose la blusa. Yo también bajé acompañándola hasta la puerta cual caballero. Se sorprendió, aunque vi que le gustaba. Metió la llave en la cerradura, empujó la puerta y se giró para besarme, despidiéndose de mí, pero la empujé dentro. Entonces le ofrecí su premio.

-Aunque has cometido un error grave, por ser tu primer día lo voy a obviar. Date la vuelta y apóyate contra la pared. –Me miró sorprendida. Ahora sí miró en derredor llegando a preguntarme, ¿aquí?, pues podía sorprendernos algún vecino o su propia madre. –Si quieres correrte debe ser aquí y ahora. Si prefieres esperar a la próxima ocasión, tú misma.

Dudó unos instantes antes de decidirse a apoyar ambas manos en la pared, pero su respiración desbocada la delataba. Tiré de sus nalgas hacia atrás para llegar cómodamente, levanté la falda para acomodarla sobre su espalda, tanteé el terreno buscando el orifico par apuntar y entrar de una sola estocada. Jadeó con fuerza. La agarré de las tetas, una en cada mano, para lo que volví a desabrochar la blusa, y percutí con ganas.

-Ahora sí, ahora puedes correrte. Me has demostrado ser una buena chica, obediente y entregada. Una buena sumisa que hará todo lo que yo ordene y obedecerá todos mis caprichos.

Fue prácticamente instantáneo. Su vagina se contrajo, violentamente, mientras gemía, jadeaba, babeaba, resoplaba, se agitaba y no sé cuantas cosas más. Nunca había presenciado un orgasmo de tal intensidad.

***

Me había caído del cielo un juguete nuevo, que no había pedido y del que no conocía del todo las reglas de uso. La teoría es muy sencilla. Ordenar y ser obedecido. Pero la práctica no es tan simple. ¿Cuáles son los límites? ¿Hasta dónde puedes llegar? No me quedaba más remedio que tomar la estrategia de prueba-error. De momento, parecía que todo lo puesto en práctica el día anterior la excitaba.

Para el día siguiente le había puesto deberes. Depilarse completamente el pubis. No tuve ninguna duda de que obedecería, así que fui pensando en nuevas órdenes, más allá de follármela tantas veces y de tantos modos como me apeteciera. La segunda obligación sería cambiar su vestuario.

El martes llegué a la oficina a media mañana pues había tenido una reunión con un cliente. De pie, desde mi cubículo, podía verla, teóricamente concentrada en su labor, aunque percibí claramente que había estado atenta a mi llegada. Fui al office a prepararme un café, cuando me la encontré entrando conmigo en la salita. Una chica de compras, Ángela, salía en ese momento dejándonos solos. Maria se dirigió al fondo de la pequeña habitación para que nadie la viera, se levantó la falda, bajó el tanga hasta medio muslo y mirando al suelo me mostró las medias color carne con goma y el pubis completamente aseado.

-Así me gusta, que obedezcas mis órdenes. Luego te premiaré por ello, -sonrió ligeramente –pero tranquila que no haremos nada en el trabajo. No quiero ponerte en un aprieto, así que vístete antes de que alguien te vea.

Obedeció, pero la sorpresa vino cuando se acercó a la máquina, pulsó el botón de café express, tomó el vaso de plástico del dispensador cuando éste se hubo llenado y me lo tendió. Gracias, fue mi único comentario, cuando debería haberle preguntado cómo sabía qué café tomaba yo. Pero salió de la sala dirección a su departamento.

Hoy en día hubiera sido mucho más fácil, pero hace diez años no existía whatsapp, así que era habitual utilizar sms para no pagar por una llamada de móvil. Un buen ejemplo de mi inexperiencia en estas lides fue que no había caído en la cuenta de pedirle su número de teléfono, pues la tenía a mano en la oficina, algo en lo que reparé volviendo de comer, pues debía planear y organizar la tarde con mi juguete.

Podía llamarla directamente a su mesa, pero tanto la distribución de su área de trabajo como la mía eran en cubículos de 4 o 6 personas juntas, así que ni quería que nadie me oyera ni que la oyeran a ella, por más parca en palabras que fuera. Afortunadamente para mí, fue ella la que tomó la iniciativa, demostrándome estar mucho más versada que yo en el tema. A media tarde, cruzó el pasillo central como había hecho el día anterior, pero en vez de dirigirse a algún departamento, se desvió hacia el almacén. Comprendí la estrategia al instante, así que dejando pasar unos minutos, me levanté para acompañarla.

En cuanto me vio aparecer, se arrodilló en el suelo y bajó la cabeza. Me excitó de una manera malsana, pero mi cerebro aún funcionaba, así que la apremié a levantarse rápidamente pues ya te he avisado que no haremos nada aquí. Te recogeré dónde ayer, pero lo haré en coche.

De nuevo la tuve media hora esperando. Detuve el coche y entró, volviendo a sobarse las manos infantilmente. Desnúdate, fue mi primera orden. Como cada vez que le daba una, parecía dudar unos segundos, pero obedecía rápidamente. Chaqueta, blusa, sujetador, falda y tanga pasaron al asiento posterior, acompañados de su bolso. Acaricié su sexo, mientras conducía, ya húmedo por la excitación.

-Los otros coches te están mirando. ¿Te gusta exhibirte?

-Me gusta obedecerte.

Sonreí complacido, mientras el conductor de una camioneta de reparto soltaba sandeces a su lado. Salimos del centro de la ciudad, pues temí acabar provocando algún accidente o tener algún problema con otro conductor, para dirigirnos a la playa. Estacioné en una zona tranquila en la que había otros coches pero parecían desocupados. Seguí acariciando su sexo, alabándolo pues ahora está perfecto, le dije, subiendo a sus tetas alternativamente. Pero el juego al que dediqué más rato fue a penetrarla con un dedo para hacérselo chupar lleno de flujo.

Mientras, quise conocerla mejor, sobre todo sus hábitos y disponibilidad, pues a fin de cuentas se trataba de una madre de familia que no vivía sola. Así, supe que se había separado hacía menos de medio año, que había tenido dos amos anteriores a su marido, aunque éste no lo había sido, pues no le iba el juego. Supuse que allí había una de las razones de la ruptura.

Respecto a sus horarios, se mostró completamente abierta. Su madre cuidaba del niño, lo llevaba al cole, lo recogía, le hacía la cena, así que podía llegar tarde cuando yo decidiera. Los miércoles y un fin de semana alterno, el crío estaba con el padre.

Todo esto me lo explicó respondiendo mis preguntas con monosílabos, mientras mi dedo percutía o era limpiado. También quise conocer sus límites, pero no había ninguno, solamente se centraba en obedecer.

-¿Puedo darte por el culo? –Asintió. Por lo que entendí, su ex marido nunca se lo había hecho, pero los amos anteriores sí. ¿Pegarte? Asintió. ¿Entregarte a otros? Asintió. Todo le parecía bien, algo que confirmó pronunciando la única frase larga de la noche:

-Haré cualquier cosa que ordenes, solamente deseo obedecerte.

-Sal del coche y rodéalo. –Fue mi primera orden de prueba. No se lo pensó. Abrió la puerta, descendió completamente desnuda, obviando medias y zapatos, caminó hacia su derecha hasta volver a llegar a la puerta donde se quedó quieta, esperando, con la cabeza baja y las manos entrelazadas. –Las manos detrás.

Así estuvimos un rato, yo mirándola, ella esperando, ofreciendo su cuerpo a cualquier peatón que paseara por la zona. Pero no pasó ninguno. O yo no me di cuenta.

No sé quién estaba más excitado, pero yo lo estaba mucho, así que le ordené arrodillarse en el suelo. Bajé del coche y me acerqué a ella. Sus pechos subían y bajaban al son de una respiración acelerada, mientras sus rodillas estaban bastante separadas para dejar abiertas las piernas.

Me paré delante, obligándola a girarse hacia mí, me desabroché el pantalón y me saqué la polla, durísima. Chupa. Acercó la cabeza, sin mover las manos, y la engulló. Con verdadera ansia, gimiendo. Miré en derredor, deseando que alguien nos viera, pero no se dio el caso.

Debería haber aguantado para continuar el juego, pero estaba muy excitado, así que decidí cambiar de planes. Acogió mi simiente jadeando, para tragársela cuando se lo ordené. Pero la mantuve unos minutos lamiéndome, sobre todo los huevos, hasta que me di por satisfecho.

La hice entrar en el coche, pues había decidido proseguir la fiesta en casa, pero al sentarse en el asiento reparé en la ingente cantidad de flujo que desprendía, así que no le permití mancharlo. Arrodíllate en el asiento, irás de espaldas hasta mi piso. No debía ir cómoda con las rodillas al filo del asiento y el culo expuesto, a pesar de permitirle agarrarse al reposacabezas, pues quería evitar que frenando se pegara una torta.

Ahora sí la miraban otros vehículos, pues llamaba mucho más la atención, pero ella no podía verlo pues la obligué a cerrar los ojos para sentir mejor mis dedos acariciándole la charca que tenía por coño. Avísame para no correrte. Lo hizo en tres ocasiones, en que volví a dejarla con la miel en los labios.

Al llegar al aparcamiento de mi edificio, utilicé uno de los dedos embadurnados de flujo para penetrar su ano. Entró con gran facilidad, mientras gemía con ganas. Metí un segundo. Ahora sí noté la estrechez del conducto, lo que también sintió ella pues aumentó el volumen de sus gemidos a la vez que movía las caderas buscando una penetración más profunda.

Otra vez me detuve al acercarme a su orgasmo. Olí mis dedos, apestaban, así que se los tendí. Chupa. No se lo pensó dos veces, aunque al notar el sabor se detuvo un segundo, para sorber con ganas a continuación.

Salimos del coche, cada uno por su puerta, pero no le permití vestirse. Aunque estuve a punto de no hacerlo, tomé su ropa. Cruzamos los veinte metros que nos separaban del ascensor con mis dedos acariciando su vagina desde detrás. Para facilitármelo, andaba con las piernas ligeramente abiertas, como si montara a caballo. Dentro del elevador, le di de beber dedos de nuevo.

La paseé por todo el apartamento, mostrándole las dos habitaciones, el baño y la cocina, sin dejar de acariciarla. Me senté en el sofá y le ordené traerme una cerveza de la nevera mientras tomaba el mando de la tele. No se lo pedí, pero se arrodilló en el suelo antes de entregármela, gesto que me encantó.

Así la tuve más de media hora, sin hacerle el más mínimo caso, hasta que le tendí la botella vacía para que la llevara de nuevo a la cocina. Repitió posición al volver, pero le ordené desnudarme. Me quitó la camisa, pantalón, zapatos y calcetines, pero no el bóxer pues es como suelo estar en casa. Le indiqué donde debía dejar la ropa sucia y volvió a mi vera.

Alargué la mano y le acaricié los labios, que abrió por su debía chuparme los dedos, aunque no se lo ordené. Acaricié su barbilla, bajé a su cuello, sopesé los pechos, hinchados y duros, pellizcándole los pezones, mientras le decía lo guapa que estaba, dócil e indefensa. Una sonrisa de orgullo atravesó su semblante.

-¿Estás excitada? –Mucho. Alargué la mano para llegar a sus labios inferiores. Seguía licuada. Los acaricié, así como su clítoris, pero poco tiempo.

Volví a abandonarla un buen rato, hasta que ordené, chúpamela. Se lanzó sobre mi polla desesperada, casi arrancándome el bóxer, jadeando poseída. Se la había tragado fláccida, pero era tal su entusiasmo que la envaró en pocos segundos. Cuando consideré que ya estábamos ambos a punto, la aparté tomándola del cabello para que apoyara cara y pecho sobre el sofá, ordenándole separarse las nalgas con las manos, anunciando, voy a darte por el culo.

Aún no la había tocado y ya gemía. Acomodé el glande en su orificio, empujé pero no entró. Le di una nalgada, relaja el culo. Jadeó. Volví a probar. Pero no lograba entrar. Aunque me encanta, el sexo anal no es plato del gusto de muchas chicas, así que estoy poco versado en ello. Mi falta de experiencia y los ocho años que llevaba aquel orificio inmaculado, se lo pregunté, no ayudaban. Tuvo que ser ella la que sostuviera mi miembro con decisión mientras mantenía la mano izquierda en la nalga correspondiente. En cuanto la cabeza encontró la entrada, encajamos para avanzar lentamente. El anillo anal es la puerta propiamente dicha, así que cuando mi polla lo superó, me caí dentro fácilmente.

María jadeaba, aumentando la velocidad y escapándosele algún grito a medida que yo aceleraba o percutía más profundamente. Estaba en el Paraíso, pero ella también. No aguantaría mucho, pero la sorpresa vino de mi compañera. ¿Puedo correrme? Preguntó entre gimiendo. Córrete perra. A los pocos segundos explotó berreando, soltando roncos sonidos guturales que nunca había arrancado a ninguna amante. Pero no me detuve. Percutí y percutí hasta que mi simiente anegó aquel conducto de salida.

La chica sudaba, boqueando con la cara ladeada, mientras yo me mantenía quieto, cómodo, en aquella posición. Hasta que un calambre en la pierna me obligó a salir y sentarme en el sofá. María me miró de reojo, contenta. Le devolví la sonrisa. Pero aún se me ocurrió una última cerdada. Límpiamela.

Cumplió. La chica no dejaba de sorprenderme.

***

El miércoles tenía un viaje a Madrid, así que no la vería. Por un momento se me ocurrió que me recogiera en el aeropuerto, pero preferí ordenarle que estuviera en mi casa el jueves a las 7.30 de la mañana.

Llegó puntual, uniformada de María, un tema que debía cambiar, pensé. La hice pasar para que me acompañara al baño. Me acababa de levantar, así que la recibí en bóxer y con la polla erguida debido a la necesidad de mear.

-Sácamela, tengo que mear.

Se arrodilló a mi lado, bajó el bóxer y la tomó, apuntándola hacia el inodoro después de unos segundos de indecisión. Al momento comprendí, por lo que le pregunté si alguna vez le habían meado en la boca. Asintió. Me pareció asqueroso, pero también me lo había parecido que me limpiara la polla con la lengua después de darle por el culo, así que me lo anoté para una próxima vez.

-¿Puedo mearte en la boca?

-Puedes hacerme lo que quieras. –Pero ya estaba acabando, así que solamente le ordené limpiármela, acto que acabó convirtiéndose en una mamada. Tragó, cuando se lo ordené, pero no le permití levantarse del suelo hasta que necesité que me frotara la espalda mientras me duchaba. Me tendió la toalla y me secó, acabando arrodillada de nuevo al acabar.

Mientras me vestía la mandé a la cocina a hacerme un café. Tómate también uno si quieres. Me esperaba arrodillada con dos tazas sobre el mármol.

Salimos juntos hacia el trabajo pero la descargué dos manzanas antes de llegar para que no nos vieran hacerlo juntos. Antes de bajar le anuncié que la esperaría a las 2.30 en el coche para llevarla a comer. Se le iluminó la cara.

Salí media hora antes y me compré un sándwich. A la hora acordada, apareció en el parking para dirigirse hacia mi coche donde yo la esperaba. Montó, pero no arranqué. Hoy comerás polla. Se lanzó a por ella hambrienta, aunque antes de comenzar la mamada le ordené desabrocharse la camisa y sacarse las tetas para poder sobarlas hasta hartarme mientras ella comía. Cuando se hubo llenado el estómago le tendí una llave de mi casa.

-Esta tarde tengo lío, así que espérame en mi apartamento. –Señalé la puerta para que bajara, pero antes le di una última instrucción. –Ah, hazme algo de cena.

Los jueves juego a fútbol sala, así que no llegué a casa hasta pasadas las 9. Después del partido solemos tomarnos una cerveza, costumbre que no pensaba cambiar a pesar de que alguien me esperara y de que me gustara mucho el espectáculo preparado.

En la mesa del comedor, sobre un mantel individual, estaba dispuesto un plato con ensalada de pasta, cubiertos y servilleta perfectamente alineados, coronado con una copa de vino tinto. Al lado, solamente ataviada con medias hasta el muslo y zapatos, María esperaba arrodillada con las manos detrás.

Desconocía cuanto tiempo llevaba en aquella posición, pero si había sido diligente preparando la cena, podían ser más de dos horas. No se lo pregunté. Solamente la felicité por haber sido una buena chica, acariciándole la cara y el cabello, como si de un perro fiel se tratara.

Fui a mi habitación, me desvestí para volver al comedor en bóxers. Iba a sentarme a la mesa cuando quise tomarle la temperatura. Desde detrás, colé la mano entre sus piernas para acariciarle vagina y ano. Nunca había conocido a una mujer con tal cantidad de flujo.

Comí tranquilo, explicándole cuatro anécdotas del trabajo y del partido, cual pareja madura. Cuando hube acabado, la felicité por sus dotes caseras, culinarias hubiera sido una mofa pues se trataba de una simple ensalada, avisándola que antes de irse debía recoger la mesa.

-Pero antes debo premiarte pues has sido una chica obediente. Acompáñame al sofá –ordené levantándome. Ella me siguió gateando. –Prepáramela que quiero follarte.

Arrodillándose delante de mí me quitó el bóxer para ponérmela dura, pero le ordené hacerlo arrodillada sobre el sofá, a mi derecha. Así, mi mano se colaba entre sus piernas para masturbarla o llegaba perfectamente para pegarle alguna nalgada, algo que descubrí que le encantaba, pues emitía un pequeño grito acompañado de uno de sus roncos jadeos.

Era tal su nivel de excitación que tuvo que detener la mamada varias veces pues los gemidos le impedían chupar bien. Por lo que me harté. Arrodíllate en el suelo como una perra. Obedeció al instante, ansiosa pues iba a correrse en un par de estocadas. Se la metí en el coño, pero no te corras aún. Al tercer envite gritó, ¡ya!, por lo que la saqué, ordenándole darse la vuelta para chupármela. Engullía desesperada, jadeando poseída. Volví a penetrarla, esta vez por el culo. No me costó pero aumentó en mucho el placer que yo sentía. Ella, en cambio, aguantó varios golpes de cadera hasta que me avisó de nuevo. Me detuve, girándola. Comió desbocada, sin importarle lo más mínimo el sabor. Hasta que reanudamos la penetración, vaginal esta vez. Pero no duraba ni cinco segundos.

Entonces decidí acabar, pero usaría su recto y sus nalgas. Entré profundamente y me paré para propinarle una nalgada. Jadeó con la penetración, gritó casi orgásmica con el manotazo. Me retiré y repetí la operación, de nuevo, otra vez, otra. A la séptima u octava bramó enloquecida que se corría. No la detuve, pues dudo que hubiera podido hacerlo. Al contrario, percutí con ganas pues yo también estaba cerca.

En cuanto me vacié, su cuerpo se venció hacia adelante, cayendo yo sobre ella. Nos habíamos desacoplado, pero movió el culo para acercarlo a mi polla mientras se la encajaba de nuevo con la mano. Empujé para volver al hogar, mientras le decía al oído lo contento y orgulloso que estaba de ella. Un suave gracias, gemido, fue su plácida respuesta.

***

Durante dos semanas el juego siguió sin especiales variaciones. Algunos días la exhibía, otros íbamos directamente a mi casa, pero más allá de confirmar que se corría con la misma intensidad anal o vaginalmente, sobre todo si iba acompañado de nalgadas, no avancé demasiado.

Además, acostumbrado a vivir solo, yo tenía una agenda propia con amigos y familia, así que no nos veíamos a diario. Los dos fines de semana tampoco, pues el que tuvo a su hijo lo dedicó a estar con él, mientras el otro, yo tenía programado un viaje a Andorra para ver a mis padres.

Los lunes aparecía ansiosa, sobre todo el segundo, así que el tercero decidí ningunearla, a ver por dónde iban los tiros. Noté su mirada clavada en mí todo el día, incluso provocó que nos cruzáramos un par de veces, pero no le hice ni caso. El martes sí hablé con ella, pero no fue intencionado. Me la encontré en el ascensor al llegar. Fue casual pues yo subía del parking mientras ella entró en la planta baja. Me miró nerviosa, pero al no decirle nada reaccionó de un modo inesperado para mí, desesperado. Se arrodilló en el suelo y se llevó las manos a la espalda.

Tiré de ella en la octava planta, pues no quería que se abriera la puerta y los compañeros la vieran así. Solamente ordené: Espérame en el rellano de mi casa. Sus ojos sonrieron, aunque no sus labios.

Aunque tenía copia de las llaves de mi apartamento, obedeció sumisa. Llegué sobre las 7 y media y allí estaba, arrodillada sobre el felpudo. Vivo en un bloque con únicamente un piso por planta, así que no debería ser descubierta por nadie, pero nunca se sabe pues alguna vez mis vecinos del piso superior bajan caminando los cinco pisos del bloque. Estaba vestida.

La hice entrar, gateando a mi lado, después de desnudarse y entregarme su ropa. Seguí ninguneándola por espacio de una hora, viendo la tele mientras ella se mantenía arrodillada a mi lado. Hasta que me digné dirigirle la palabra.

-Quedamos en que yo ordenaba y tú obedecías, ¿no es así? –Asintió. –En cambio, esta mañana en el ascensor de la empresa, has tomado una iniciativa que yo no he ordenado. –Tenía la cabeza baja y se frotaba las manos en su gesto habitual, aunque ahora lo hacía en su espalda. –Es obvio que no has esperado a recibir órdenes, por lo que podemos considerarlo como una desobediencia. Y sabes tan bien como yo que la desobediencia debe ser castigada. –Hice una pausa teatral, pensando en el castigo más adecuado, aunque hacía horas que lo tenía decidido. –Hoy no te follaré. Hoy no te correrás. No he decidido aún cuando volverás a hacerlo. Dependerá de tu comportamiento y entrega, evidentemente. De momento ve a la nevera y tráeme una cerveza. A cuatro patas, como la perra que eres.

Aquel culo ancho pero bien formado desapareció en la cocina, para asomarse de nuevo a los pocos segundos con mi cerveza en la boca. La tomé, babeada, por lo que sequé la boquilla con su cabello. Mientras me la tomaba, le ordené chupármela. Tarea a la que le dedicó toda su energía hasta que decidí cambiarla de posición, súbete al sofá, para tener acceso a su vagina y nalgas.

La masturbé para acercarla al orgasmo, pero pronto cambié a nalgadas. Gemía con ganas mientras me trabajaba la polla, pero no iba a dejarla llegar. Cuando me corrí, la obligué a mantener mi simiente en la boca, sin tragársela. Al rato, me levanté, ordenándole apoyar las manos sobre la mesa del comedor para dejar sus nalgas expuestas. Como siempre, había dejado las piernas un poco abiertas, así que mis dedos se colaron en su intimidad, acariciándola. Gemía, pero no podía abrir la boca para no derramar mi semilla. Le solté la primera nalgada, con fuerza. Ahogó el grito. La segunda, más fuerte. Otro gemido ahogado. Acaricié de nuevo su sexo. Otra nalgada.

Perdí la cuenta. Pero cuando sus caderas se movían compulsivamente adelante y atrás, sus nalgas estaban completamente moradas y su sexo empezó a gotear, nunca lo había visto en una mujer, me detuve. La agarré del cabello, mírame. Tenía los ojos completamente húmedos. Ya puedes tragártelo. Obedeció con otro gemido. Vístete y vete.

Tenía pensado permitirle correrse el viernes, pero me surgió un imprevisto y cancelé mi sesión de tortura con ella. Tuve la sensación que se ponía a llorar cuando se lo comuniqué el mismo mediodía. En cambio, la cité el lunes en mi casa antes de ir a trabajar. Tú serás mi despertador a las 7.30.

Alargué la mano para tomar el despertador digital y ver la hora. 7.31. La cabeza de María se movía rítmicamente sobre mi miembro, hinchado por su labor pero también por las imperiosas ganas de mear matinales. Por un momento se me ocurrió hacerlo en su boca, pero me contuve. La llevé al baño donde la tomó para apuntar en el inodoro, pero cambié de opinión, así que detuve el chorro y le ordené. Quiero acabar en tu boca. Acercó la cara a escasos centímetros de mi glande, abrió la cavidad y esperó.

Nunca se me había ocurrido que alguien pudiera mearse sobre otra persona, menos que ésta estuviera dispuesta a beberse sus orines. Ya no me quedaba mucho líquido, pero acogió y tragó dócilmente. Cuando la fuente se agotó, reanudó la mamada con apetito renovado. Ahora fue mi semen el que la atravesó.

-Prepárame el café mientras me ducho. Cuando acabes ven para frotarme la espalda y secarme.

Antes de abandonar el piso palpé su sexo para confirmar que seguía licuado. Hoy tendrás tu premio, le anuncié.

***

Llevábamos más de un mes juntos, viéndonos tres o cuatro días por semana, en fin de semana no, cuando decidí cambiar un aspecto que cada vez me disgustaba más. Así, la tarea que le encomendé fue tener su piso vacío aquel miércoles por la tarde, echar a su madre vamos, pues quería ver su vestuario.

Me mostró un apartamento grande de cuatro habitaciones, dos baños, amplia terraza y una cocina casi tan grande como el comedor presidida por una mesa central. Me explicó que su padre había sido constructor, el bloque en que nos encontrábamos lo había edificado su empresa, por lo que se quedó el ático. Cuando murió, un seguro de vida cuantioso permitió a la viuda mantener el nivel económico.

María se iba soltando cada vez más conmigo, aunque cualquier explicación que me daba debía ser arrancada con pinzas. Pero entre mis preguntas y su mayor confianza, pude conocer la historia mientras me mostraba donde vivía. Pero no era eso lo que yo buscaba, así que le pedí que me llevara a su habitación. Sus ojos se iluminaron, estoy convencido que su sexo se humedeció, previendo nuevos juegos, pero no sería tan fácil.

-Abre los armarios y muéstrame tu ropa.

Me miró sorprendida pero obedeció. Un armario empotrado de cinco puertas almacenaba todo su vestuario. La primera puerta, la izquierda, contenía ropa de invierno en cuatro estantes, con zapateros en la zona baja. La segunda, chaquetas, abrigos y algunas americanas. La tercera era la más amplia pues eran dos puertas, donde estaban dispuestas las faldas y blusas que solía vestir en el trabajo. Al menos había quince de cada, en tonos claros, oscuros, lisos, estampados. La quinta puerta, era un cajonero donde estaba toda la ropa interior, joyeros, maquillajes y porquería variada.

-Muéstrame la falda más corta que tengas.

Me miró sorprendida, pero reaccionó al instante. No encontró ninguna, pues todas le llegaban por encima de la rodilla, hasta que del primer armario sacó un vestido de lana, de cuello alto, pero corto de falda. Póntelo. Iba a desnudarse cuando le ordené ponérselo encima pues no quería perder más tiempo. Le llegaba hasta medio muslo y no tenía mangas, pero pronto vi que se estaba asando.

-Esta es la medida máxima a la que quiero tus faldas a partir de mañana –ordené. –Ahora quiero ver alguna camiseta ceñida.

Se dio la vuelta, rebuscó en los cajones, pero todo lo que encontraba eran camisetas interiores, de tirantes la mayoría. ¿No tienes ningún top? Pregunté. Nerviosa, buscaba y buscaba pero no aparecía nada que se le pareciera. Finalmente la conminé a quitarse el vestido, así como la blusa y falda de monja, para dejarla en ropa interior. Se puso una camiseta interior e hice que se mirara en el espejo.

-Vistes como una monja pero eres una perra. Así que a partir de ya vas a mostrarle al mundo lo que realmente eres. No quiero volver a verte con prendas del siglo XIX. ¿Ves como se te marca la figura con esta camiseta? ¿Cómo destacan tus tetas? Así quiero verte a partir de ahora. –Dicho esto le pegué una buena nalgada que la hizo gemir.

También le hice mostrarme la ropa interior, pero aquí sí solía usar conjuntos más o menos provocativos. Así como las medias, la mayoría con goma.

-Vístete, nos vamos. –Me miró sorprendida, sin duda esperando jugar en su habitación, pero mis planes no iban por allí. ¿Qué quieres que me ponga? Preguntó. –Lo que llevabas está bien.

No la toqué en el ascensor ni en el coche, por más deseosa que ella estuviera. Conduje hasta el centro comercial más próximo y la guié hacia las tiendas de moda. Vamos a renovar tu vestuario, le dije, ya sabes qué quiero que te compres.

Entramos en tres tiendas. En la primera se probó un par de prendas pero no me gustaron. En la segunda sí compramos, pagué yo. Tres faldas, dos camisetas de manga tres cuartos, una blusa entallada y un vestido corto de escote en pico. Cada pieza que se probaba debía salir a mostrármela para que yo diera el visto bueno.

La tercera tienda fue la más divertida, aunque solamente se compró dos prendas. Un pantalón ceñido y un top morado. Había vuelto a entrar en el probador para ponerse su ropa de nuevo cuando entré con ella. Estaba en ropa interior así que le pregunté si le gustaba la ropa que se había comprado. Asintió, aunque lo que realmente le gustaba era comprarse lo que yo decía.

-Bien, agradécemelo.

Giró la cabeza para mirar a través de las cortinas. Estaban echadas pero siempre queda una ranura hasta la pared, que no le permití ajustar. Se arrodilló en el suelo, me la sacó y cumplió con su labor, hasta que le llené la boca. Ya puedes vestirte mientras voy a pagar esto, pero no lo hice. En cuanto llegó a mi lado, le tendí las dos prendas y le ordené pagarlo ella. Quiero que preguntes, además, si tienen el top con inscripciones obscenas. Se giró hacia mí con los ojos abiertos como platos, pero seguí caminando hacia la caja tranquilamente.

Tendió la ropa a la dependienta. Esta la desmagnetizó y la embolsó. Iba a decirnos cuánto costaba la compra, cuando María intervino con serias dificultades para vocalizar. ¿Perdón? Inquirió la desconocida, así que mi chica repitió la pregunta, ahora vocalizando más abiertamente, por lo que la vendedora pudo ver claramente que las dificultades para hablar se debían a algo espeso alojado en su boca.

María pagó, ruborizada, mientras la chica la miraba sorprendida, negando tener prendas con inscripciones obscenas. Abrí la puerta del coche al llegar al parking, ordenándole arrodillarse detrás de ella para quedar protegida de miradas extrañas. Al fin y al cabo, estábamos en su barrio.

-Lo has hecho muy bien. Ahora quiero que vuelvas a chupármela, pero no te tragues el semen aún.

Tardé más de veinte minutos en correrme de nuevo. Me excitaba que me hubiera rebozado la polla con mi propio semen, pero necesité llevarla al límite de nuevo, quítate las bragas y mastúrbate mientras chupas, para que su ansia musicada con constantes gemidos me llevaran a puerto.

Paré ante su portal pero aún no la dejé bajar. La había estado acariciando todo el camino pero seguí sin permitirle correrse. Le acomodé la falda para que le cubriera los muslos de nuevo y le ordené escupir las dos lechadas sobre ésta. Obedeció, dejando la prenda verde decorada con una mancha blancuzca aproximadamente en mitad de la tela.

-Cumple mañana con tus obligaciones y tendrás tu recompensa –me despedí echándola del coche.

***

Aquel jueves de primeros de abril, María fue la comidilla de la empresa. La modosita administrativa de contabilidad había aparecido ataviada con una blusa ceñida que le marcaba un buen par de tetas y una falda estampada que mostraba más de la mitad de sus muslos. No era un vestuario extraño en la mayoría de mujeres de la oficina, pero sí era novedoso en ella, por lo que los compañeros masculinos le dedicaron miradas obscenas mientras las compañeras cuchicheaban sorprendidas.

Incluso Marcos posó sus ojos sobre ella, confiándome que sería su próxima presa. Lo animé a ello, como había hecho otras veces cuando me avisaba que se iba a pasar por la piedra a alguna compañera, pero no solté prenda del juego que me traía entre manos.

Aquella noche la invité a cenar en un restaurante que me habían recomendado. La recogí delante de su casa, alabándola por lo guapa y excitante que estaba, y solamente le ordené quitarse la ropa interior. Sus senos se dibujaban perfectamente a través de la ceñida tela, perforada por pezones permanentemente erguidos. No pasaron desapercibidos por los camareros del local ni por otros clientes. Incluso leí claramente en los labios de una mujer como la calificaba de zorra, ante la insistente mirada de su pareja.

-La mujer de la mesa de la derecha, la del vestido azul, le acaba de decir a su marido que pareces una zorra. –Se ruborizó pero no dijo nada. -¿Qué te parece? ¿Eres una zorra?

-Soy lo que tú quieras.

La miré directamente a las tetas y continué:

-Te queda tan ceñida esta camiseta que se te marcan las tetas perfectamente. Parece que no lleves nada. La verdad es que para ir así por el mundo, casi podrías quitártela y enseñarías lo mismo.

Levantó la vista, mirándome sorprendida, sin duda preguntándose si iba a pedirle que se la quitara en medio de aquel comedor. Su respiración se intensificó, aumentando el vaivén de aquel par de globos.

-¿Qué te parecería si te ordenara quitártela? –Bajó la mirada, excitada, para asentir a continuación antes de responder que obedecería cualquier orden que le diera. La tuve un rato en ascuas, mientras su respiración se aceleraba por momentos. -¿Estás excitada? –Mucho. -¿Quieres quitarte la camiseta? –Quiero obedecerte. Sonreí satisfecho. –Buena chica. Así me gustas, obediente.

Pero no iba a provocar una situación embarazosa para mí, pues nos echarían del restaurante al momento, así que opté por algo un poco menos atrevido.

-Quiero que vayas al baño y te masturbes, pero no quiero que te corras. Cuando estés a punto paras y vuelves. Mientras te tocas, usarás tus flujos para acariciarte los pezones por encima de la tela, dejándola húmeda. –Los ardientes colores en las mejillas de mi compañera y el acelerado movimiento de sus pulmones, me demostraron que no necesitaría estar en el aseo demasiado tiempo para llegar al no-orgasmo, pero quise más. –Tanto al ir como al volver, quiero que pases por el lado de la mujer de azul y mires lascivamente a su marido.

María se levantó temblando. Titubeó en los primeros pasos pero obedeció diligentemente. La mirada que le dedicó la mujer en el trayecto de ida fue asesina, pero cuando la vio reaparecer con los pezones atravesando la tela casi transparente insinuándose a su pareja, pensé que se levantaba y se le echaba encima. Pero no ocurrió. Prefirió soltarle un exabrupto a mi chica, que se sentó tiritando.

-¿Cómo ha ido? –No respondió. Tenía la mirada baja y respiraba con cierta dificultad. -¿Qué te ha dicho?

-¿Qué miras, puta? –verbalizó en un susurro.

-Tiene razón, te has comportado como una puta. ¿Eres una puta? –No respondía, así que insistí. -¿Lo eres?

-Soy lo que tú quieras.

Aún la torturé un rato más. Pedí un café solo que me tomé degustándolo mientras María se mantenía con la cabeza gacha esperando indicaciones. Al salir del local, la tomé de la nalga sin ningún pudor, notando las miradas de los comensales acribillándonos.

Al llegar al coche, la empujé contra la carrocería, obligándola a apoyar las manos sobre el capó para darme la espalda. Le abrí la blusa para que sus tetas se mecieran libres. Le levanté la falda para mostrarme sus rotundas nalgas. Le acaricié el sexo desde detrás, arrancándole intensos jadeos, hasta que le solté la primera nalgada, preguntándole qué eres. Gimió pero no respondió. Repetí golpe y pregunta. Una puta. Otro golpe, misma pregunta. Una puta. Al noveno cachete no pudo responder, pues un intenso orgasmo la sacudió de arriba abajo.

El juego me había parecido la hostia, pero mi perfil de amo dominante que cada vez estaba desempeñando mejor apareció implacable. No le había dado permiso para correrse, así que me había desobedecido. Por lo que si quería mantener intacta mi autoridad sobre ella, debía castigarla.

-No recuerdo haberte dado permiso para correrte.

-Lo siento, no he podido evitarlo –suplicó.

-Aquí te quedas. Vas a tener que volver caminando a tu casa. Dedica el paseo a pensar en qué debes mejorar.

Suplicó, sollozó incluso, disculpándose para que no la abandonara allí, pero hice caso omiso. Monté en el coche y allí la dejé, a más de una hora de su barrio a pie.

***

Al día siguiente no le hice ni puto caso. Noté su mirada pendiente de mí pero la ninguneé completamente. Incluso a media mañana se acercó al office cuando me levanté a tomar café, pero fui acompañado de Marcos y otra compañera, así que no llegó a entrar en la pequeña sala.

El lunes apareció con el vestido de una pieza, pero seguí distante, como si no la conociera, hasta que me la encontré al lado de mi coche a última hora de la tarde. En cuanto estuve a un par de metros de ella, bajó la cabeza y se levantó la falda para que pudiera ver que no llevaba bragas.

-¿Qué haces aquí?

-Te necesito.

-¿Y?

-Haré cualquier cosa que me pidas. Te obedeceré en todo y nunca más volveré a desobedecerte. Te lo prometo.

-¿Cualquier cosa?

-Cualquier cosa.

-¿Y si te pido que subas desnuda a la octava planta…? –No me dejó terminar. Quitándose el vestido por encima de la cabeza, comenzó a caminar hacia el ascensor, desabrochándose el sujetador. Tuve que detenerla. –No te he dicho que lo hicieras. Te he preguntado si lo harías.

Bajó la cabeza, aunque pude ver sus ojos húmedos por la tensión, se arrodilló en el suelo y rogó, por favor.

No podía tenerla en aquella situación mucho rato, pues aún quedaban compañeros en la empresa, además de los inquilinos de las otras siete plantas del edificio, que podían aparecer en cualquier momento para recoger sus vehículos, así que la invité a entrar en el coche.

Me puso burrísimo tenerla completamente desnuda después de que se arrodillara en el suelo suplicando, pero le ordené taparse con el vestido cuando el coche cruzaba el dispensador del ticket, pues hay cámaras de vigilancia y no quería que el vigilante nos convirtiera en la comidilla de la empresa.

Conduje un rato sin rumbo, planeando el castigo, pues es obvio que debo castigarte, asintió prometiéndome fidelidad eterna, hasta que decidí continuar el juego del último día, pues era la manera más coherente de demostrarme obediencia.

Entró en mi apartamento gateando después de haberla obligado a subir desnuda por la escalera. Me trajo la cerveza como una perra y esperó a que le echara el hueso. Pero no lo hice. Llamé a mi hermana, con la que estuve al teléfono más de media hora pues debíamos coordinar una fiesta de mis padres. María se mantuvo en posición, desnuda, arrodillada con los brazos entrelazados a la espalda y las piernas abiertas.

Al rato, le ofrecí mis pies para que los chupara, límpiame los dedos, ordené, hasta que la hice ascender hasta mi polla, pero no le permití que la tocara. Solamente los huevos. No sé cuantificar el rato que estuvo lamiéndomelos, pero vi entera una tertulia deportiva. Cuando consideré que ya debía estar licuada, la levanté ordenándole apoyar los brazos en la mesa del comedor para ofrecerme sus nalgas. Palpé su sexo por detrás, confirmando que estaba empapada, pellizqué sus pezones, retorciéndoselos hasta que se quejó por el dolor, y la tomé del pelo, acercándome a ella para avisar al oído que hoy solamente sería castigada, nada de placer.

-Pobre de ti que te corras, no me verás nunca más, ¿entendido? –Asintió. -¿Qué eres para mí?

-Lo que tú quieras.

Cayó la primera nalgada. Chilló a la vez que gemía. ¿Qué más eres? Tu sumisa. Otro golpe. Pregunté de nuevo. Puta, perra, esclava, nada, criada fueron sonando respondiendo a cada bofetada en su cada vez más irritada piel. La masturbé, la agredí de nuevo, la penetré anal y vaginalmente, seguí pegándole, la arrodillé para que me la chupara, encajándole la polla tan profundamente como fui capaz, tosió, tuvo una arcada, se llevó una bofetada por no haber aguantado el rato que yo había considerado adecuado. Engulló de nuevo, ansiosa por satisfacerme, hasta que me corrí.

La levanté tirando de su pelo. La puse en la posición inicial y retomé las nalgadas, mientras recitaba calificativos de nuevo con la boca anegada. Tuvo espasmos vaginales, me suplicó correrse, pero se lo prohibí. Como colofón, la metí en la bañera estirada en posición fetal y oriné sobre ella. Asquerosidad que aguantó estoicamente, placenteramente me atrevo a afirmar, pues no dejó de gemir ni un segundo, hasta que el agua corriente sustituyó mis orines. Fue entonces cuando tuve con ella el primer acto se cariño de la noche.

Levántate, ordené, para lavarnos mutuamente, frotándonos con la esponja. Cuando nos secamos, no la conminé a arrodillarse en el suelo. Le pregunté si quería quedarse a dormir. Me encantaría, respondió con la mayor sonrisa que había visto nunca en la cara de una mujer, así que nos encaminamos abrazados hasta mi habitación. Yo no tenía hambre, ella me dijo que tampoco, así que nos tumbamos bajo las sábanas entrelazados mientras me susurraba gracias, gracias por perdonarme.

***

Pronto aprendí que este tipo de juegos son ascendentes, deben avanzar. En una relación de pareja tradicional también existe una evolución, tanto en la vertiente afectiva como en la sexual, pero en una relación basada en la dominación de otra persona, el dominante se cansa de repetir las mismas órdenes y el sumiso necesita nuevos retos. Lo confirmé entrando en el tercer mes de relación.

Había exhibido a María infinidad de veces, la había castigado física y verbalmente, había cumplido todas las órdenes que le había dado, fueran pequeñas o grandes, fáciles o difíciles, pero noté la llegada del aburrimiento, pues las acciones acaban siendo reiterativas.

Cada vez me sentía más cómodo en mi nueva situación, ordenando y siendo obedecido, además de permitirme tener sexo cada vez que me apetecía, como me apetecía, donde me apetecía, sin necesidad de salir a buscarlo. Por lo que tuve claro que no podía dejarlo caer en el hastío, pues María era el 50% y participaba del juego voluntariamente.

Entré en chats de dominación, leí relatos, me informé, pero cada persona es un mundo y hasta ese momento guiarme por mi intuición me había funcionado, así que mantuve la relación conduciendo por la misma carretera.

María parecía una sumisa de manual. Lo que más la excitaba era obedecer, necesitada de encontrase en situaciones levemente embarazosas y recibía los castigos complacida. Siguiendo esta fórmula, llegaba a orgasmos intensísimos. O así había sido, pues últimamente la notaba menos intensa.

Tenía que darle otra vuelta de tuerca.

Era miércoles, yo no había ido a la oficina, ya que había tenido visitas fuera de la ciudad, pero en casa, por la mañana pues había venido a despertarme, le había dado las instrucciones precisas. Ya eran casi las 8 cuando llegué al punto de encuentro, una esquina de un parque muy concurrido en un barrio de muy bajo nivel. Como esperaba, vestida con una blusa ceñida y una falda de piel negra más corta de lo que últimamente era habitual, parecía una puta en pleno escaparate. Que no llevara ropa interior, sobre todo por lo que al torso se refiere, aún la hacía más apetecible, a la par que descarada.

Subió en el coche rapidísimamente, nerviosa y muy sofocada, mirándome ansiosa esperando instrucciones. Pero no arranqué.

-¿Cuántos te han preguntado cuánto cobrabas?

 –Siete.

 -¿Y qué les has dicho?

-Lo que me has ordenado. No puedo hacerlo hasta que llegue mi chulo.

-¿Y qué contestaban?

-Intentaban convencerme. Uno me ha ofrecido 100€.

-¿Nada más? ¿Ninguno te ha metido mano?

-Tres. Dos el culo y uno las tetas.

-¿Se han dado cuenta que no llevas bragas?

Negó, respirando cada vez más profundamente. Como cada vez que subía al coche, se había desabrochado un par de botones de la blusa para que yo pudiera verle las tetas, ni que fuera lateralmente, y se había abierto de piernas mostrándome su rasurado pubis.

Alargué la mano y se lo acaricié. Suspiró profundamente, mientras mis dedos chapoteaban en aquel marasmo. Con la otra mano tomé uno de sus pechos preguntándole si estaba muy excitada. Asintió con un leve movimiento de cabeza, pero su respiración y el charco que tenía por vagina lo confirmaban. La masturbé un rato, mal aparcados en aquella esquina, mientras la avisaba que los siete clientes potenciales que había desestimado la estaban mirando, mirando atentamente como tu chulo te calma las ansias.

Jadeaba con fuerza, con los ojos cerrados, su cuerpo se movía buscando una mayor fricción en labios y pezones, hasta que me pidió permiso para correrse. Me detuve automáticamente, soltando ella el acostumbrado lamento, gemido entre dientes.

-Las putas no se corren. Menos delante de sus futuros clientes. -Llevé los pringados dedos a su boca para que me limpiara y arranqué.

Estábamos muy lejos de nuestros barrios respectivos. Si había salido puntual de la oficina, tenía más de media hora de trayecto en metro, supuse que había estado expuesta cerca de una hora. Ahora teníamos otro cuarto de hora hasta la próxima estación del viaje, así que la invité a ensalivarme el miembro, orden que obedeció rauda.

Aparqué con más facilidad de la prevista en una calle transversal, mientras la invitaba a bajar del coche abrochándose uno de los botones, justo para que sus tetas no asomaran completas. Al girar la esquina, entramos en un sex-shop de cartel verde.

El local era tópico, además de decrépito. Anticuado en cuanto a decoración, tenue en el pasillo de acceso y en el del fondo que daba acceso a las cabinas. La sala central estaba presidida por vitrinas laterales llenas de películas, juguetes y disfraces, con una góndola acristalada en el centro de la sala exhibiendo consoladores de variados colores y formas, la mayoría de tallas desorbitadas.

Pero lo realmente decrépito eran los clientes de la tienda. Una docena de hombres de edades comprendidas entre los cuarenta y los sesenta, que miraron a mi compañera como si de un trozo de carne se tratara, hambrientos pues no parecían haber probado bocado en años. Un par se acercaron a ella más de la cuenta pero ninguno se atrevió a tocarla, sin duda por mi presencia.

Comenté con María varios juguetes que podríamos utilizar, aunque yo tenía claro cuál había ido a buscar. No me pareció que la excitaran especialmente los vibradores o consoladores, sí en cambio los disfraces pero a mí no, por lo que los descarté, así que pedí al dependiente directamente lo que tenía en mente.

En cuanto me lo mostró, expuesto en la vitrina posterior al mostrador, María me agarró la mano complacida. Pero si la gag ball le gustaba, cuando el chico me tendió la fusta negra, noté claramente el escalofrío que recorrió el cuerpo de mi víctima.

Salimos de la tienda ansiosos por estrenar las nuevas herramientas, sobre todo María, pero el destino me puso delante una maldad. Un hombre mayor, sucio y vestido con harapos, se nos acercó cuando estábamos llegando al coche pidiéndonos limosna.

-No tengo suelto, -respondí –pero puedo ofrecerte algo mejor.

Levanté la falda de mi chica para mostrarle las nalgas al desgraciado. ¿Quieres tocarlas? Asintió babeando, con los ojos abiertos como platos. Alargó la mano derecha, tapada con un cochambroso guante sin dedos, y apretó, mirándome incrédulo. Toca, toca, le animé, le gusta. El tío se envalentonó, agarrándola con ambas manos. No vi qué había hecho con la jarrita de plástico que nos había tendido hacía escasos segundos.

María me miraba paralizada, excitada, así que opté por aumentar la apuesta. Le desabroché el botón que ella se había abotonado al salir del coche, aparté la tela, mostrando al mundo aquel par de mamas llenas. Ahora sí que los ojos del hombre se salieron de sus órbitas, preguntándome incrédulo si también podía tocarlas.  Claro que sí, están para eso. Con rudeza, alargó ambas manos para asir su premio, que sobó baboso. Ahora sí caía saliva por su mentón.

-¿Quieres hacerte una paja? -Pregunté, a la vez que tenía que agarrar a la asustada chica de las nalgas para que no se fuera hacia atrás.

El hambriento indigente asintió presuroso, se sacó un miembro oscuro como la noche para sacudirlo frenético mientras sobaba y babeaba. En menos de un minuto se derramó, manchando el muslo de María. Aprovechando su estado casi místico, lo empujé, tirándolo al suelo de espaldas, mientras ambos entrábamos en el coche a toda prisa para escapar de aquel callejón.

La costumbre llevó a mi compañera a abrir las piernas al sentarse en el vehículo, esperando que mis dedos la acariciaran. Cumplí con el hábito, confirmándome que el juego había aumentado su excitación, llevándolos de nuevo a su boca para que me los limpiara de su ingente flujo. Entonces vi la mancha de semen en el muslo izquierdo, muy cerca de la rodilla, pero me dio asco tomarlo con mi dedo así que al parar en el semáforo ordené.

-Chúpalo.

Me miró interrogativa, después de haber reparado en la semilla del indigente, dudó, pero acabó levantando la pierna para acercarla a su lengua y engullirla ante mi amenaza de dejarla en su casa y no estrenar los nuevos juguetes.

-Buena chica. Te has ganado tu premio, así que puedes comerme la polla hasta que lleguemos a mi apartamento.

No le ordené desnudarse al salir del coche en el parking de mi edificio, pero sí arrodillarse al llegar al ascensor y entrar en mi casa gateando. Las medias evitaban que se pelara las rodillas pero me parecía divertido verlas siempre manchadas por el roce.

Le quité la blusa para que sus tetas colgaran, pero no la falda pues me ponía bastante el conjunto con la media hasta medio muslo. Le ordené esperarme en el comedor mientras me desvestía, arrodillada, con la fusta y la bola delante de ella, sobre la mesita, para que también salivara. Cuando volví, solamente vestido con el bóxer, respiraba ligeramente agitada y su mirada brillaba, anhelante.

-Sigue chupando mientras preparo los juguetes. –Me bajó la prenda y engulló hambrienta, jadeando a cada lamida, mientras de pie desenvolvía la ball gag. Se la tendí para que la viera pero su respuesta fue chuparla como si de una perrita se tratara. Me encantó el gesto, sobre todo porque la veía más excitada que últimamente. Le encajé el artilugio en la boca, abrochándolo por la parte posterior de la cabeza. Estás preciosa, la alagué, acariciándole la cara que me acercaba buscando mayor contacto. Bajé por su cuello, amasé los pechos, sucios por las manos del viejo asqueroso que te ha sobado, me arrodillé a su lado para llegar a su entrepierna y la palpé.

Afirmar que su sexo estaba encharcado es quedarme corto. Sus labios, además, estaban hinchadísimos. Bastó con tocar suavemente su clítoris para que rugiera como una perra en celo en un extraño concierto de gruñidos y mugidos sofocados por la bola intrusa.

Ni se te ocurra correrte, amenacé. Su respuesta fue repentina. Movió la cabeza negando, en rápidos gestos compulsivos que más que negar, me avisaban, hasta que se levantó de un salto para liberar su vagina de mi mano.

Dobló el cuerpo hacia adelante, como si le doliera la barriga, juntando ambas piernas, cruzándolas, mientras densos flujos rodaban por ellas y gruesos goterones de saliva caían al suelo.

La tomé del cabello, arrodillándola de nuevo. ¿Si te acaricio de nuevo podrás aguantar? Negó con la cabeza. ¿Si te follo podrás aguantar? Negó con mayor vehemencia. ¿Y si te follo el culo? Negó por tercera vez. Pues solamente me dejas una alternativa.

La agarré del cabello obligándola a seguirme gateando, abrí la puerta del balcón y la dejé fuera, encerrada. No estábamos en un abril especialmente frío, pero a las 9 de la noche debía haber menos de 15 grados, así que estar casi desnuda a la intemperie tenía que bajarle la temperatura corporal por narices.

Cuando una hora después abrí la puerta para que entrara, tenía la piel de gallina y salivaba intensamente, pero lo alucinante del juego fue reparar en la mancha de flujo que había dejado en la baldosa. Metí la mano entre sus piernas para medir la temperatura, pero aquello no había bajado lo más mínimo. Solamente su epidermis había perdido temperatura. Además, respiraba con cierta dificultad debido a la acumulación de saliva y a los incontrolables jadeos que la asolaban.

Le acerqué la polla a la cara, para que chupara, pero la bola se lo impedía así que optó por frotarse contra ella con mejillas y labios, desesperada. Por un momento estuve tentado de quitársela y darle el gusto, darme el gusto, pero decidí acabar la función con el kit completo.

La apoyé en el sofá, con las manos en la espalda, entrelazadas, y las rodillas en el suelo, tomé la fusta, se la mostré pasándosela por la cara, nuca, espalda y entre las nalgas, hasta que la levanté blandiéndola, para que zumbara en el espacio.

¿La oyes?, pregunté. Rugió asintiendo. Azoté el aire un par de veces más, sin tocarla, pero no por ello dejaba de gemir, hasta que sin avisarla impacté en su nalga derecha. Mugió, moviendo las caderas lateralmente. El segundo cayó en la izquierda. Rugió con más fuerza, comenzando a acelerar la respiración. Blandí un par de veces la fusta en el aire, impacientándola, hasta que la agredí de nuevo.

Al séptimo azote perdió el control de sus caderas, que se movían espasmódicamente, mientras desconocidos sonidos guturales atravesaban la bola de plástico. Supe que no aguantaría muchos golpes más antes de correrse, así que posé la fusta entre sus labios vaginales, como si la montaran, a la vez que me agarraba la polla y apuntaba a su ano.

A penas atravesé el anillo, las convulsiones del músculo me avisaron que el orgasmo de mi perra era inminente. Córrete puta, ladré mientras mi pene la profanaba completamente.

Inmediatamente, asistí al orgasmo más bestia, brutal, vehemente, descontroladamente intenso que había visto en mi vida. Lo recuerdo ruidoso, incluso, a pesar de la mordaza que la sometía. También me pareció extremadamente largo, pues no dejó de convulsionarse, de rugir, hasta que me corrí en su estómago y la descabalgué.

Volví a su lado tendiéndole un vaso de agua, que deglutió ávida cuando le quité la bola. No tuvo fuerzas para levantarse pues las piernas aún le temblaron un rato, así que la dejé descansar mientras preparaba un poco de cena.

***

La fusta y la bola dieron bastante juego unas semanas hasta que añadí un nuevo juguete. Inicialmente pensé en unas esposas, pero en un sex shop al que fui solo, hallé una especie de muñequera que le ataba las manos a la espalda. No me hacía falta atarla pues era obedientemente dócil en este sentido, pero la idea que se me había ocurrido sería más eficaz si la dejaba completamente inmovilizada.

Tenía un viaje de trabajo de dos días a Valencia, en que pasaría una noche fuera, así que la invité a acompañarme. Tuvo que cogerse dos días de fiesta a cuenta de vacaciones, pues ninguno podíamos justificar que viniera conmigo, pero obedeció mi orden sumisa.

Mayo había llegado anticipando el verano, así que la recogí delante de su casa vestida con la falda corta de piel y una blusa fina, ceñida a su cuerpo. No llevaba sujetador, tampoco tanga, pero sus pechos quedaban protegidos por el top morado que le había comprado hacía un par de meses. En la primera área de servicio en que paramos para desayunar, la hice bajar sin blusa, para captar las miradas envidiosas de viajantes, camioneros y ejecutivos.

Al volver al coche, me vació los huevos en el aparcamiento, pero le prohibí tragarse mi lefa. Le coloqué la bola y arranqué. De esta guisa entramos en la capital del Turia hora y media después, colorada de piel, encharcada de sexo.

Nos dirigimos directamente al hotel, tomé la habitación, subimos por la escalera del parking para que nadie la viera y la dejé en la habitación. Arrodillada en el suelo, sometida con la bola pringada y las manos atadas a la espalda.

Después de la primera reunión, pasé a visitarla antes de salir a comer. No se había movido. La felicité por ello, pero la abandoné de nuevo, a pesar de las caninas muestras de efusividad que me profesó.

Reaparecí a primera hora de la tarde. Temblaba. La acaricié tomándole la temperatura. Cerró las piernas en un gesto instintivo que entendí como ganas de orinar. Le pregunté si lo necesitaba a lo que me respondió afirmativamente meciendo la cabeza. Aguanta.

Acabadas las dos visitas de la tarde aparecí de nuevo en la habitación. Parecía no haberse movido, pero ya no solamente le temblaban las piernas. Su cuerpo tiritaba y gemía en lamentos quejosos acompañados de regueros de lágrimas que surcaban sus mejillas. Había una mancha en el suelo, pero no olía a pis. ¿Te has meado? Pregunté. Negó con la cabeza, pero me miraba suplicante. Acaricié su sexo, licuado, del que vi caer alguna gota. ¿Quieres mear? Asintió vehemente. Primero deberás hacer algo por mí.

Sin quitarle la bola le ordené limpiar la mancha con los labios, déjalo limpio y te llevaré al baño. A los dos minutos, el suelo brillaba. La agarré del cabello y la arrastré hasta el lavabo, pero la obligué a entrar en la bañera. Con suavidad le apoyé la cabeza contra la pared, sin soltarle el pelo con la mano izquierda, para que sus nalgas quedaran expuestas. Le mostré la fusta que sostenía con la mano derecha y le propiné el primer azote. ¿Quieres mear? Rugió gritando, asintiendo. Otro azote. Pregunté de nuevo. Mugió. Azoté.

Conté diez golpes, con sus respectivas respuestas, hasta que penetré su ano con el mango de la fusta. Allí lo dejé mientras María gemía suplicante. Entonces ordené, mea.

Un amplio chorro amarillento resonó violento contra el suelo lacado de la bañera, mientras la chica liberaba un grave quejido temblando sin parar. Cuando se agotó el manantial, le quité la bola. Sorprendentemente, una espesa masa blancuzca y espumosa se le escapó entre los labios, mezclándose con el charco orinal.

Le acaricié el sexo desde detrás pero de nuevo le prohibí correrse. Cuando me avisó que llegaba, me detuve, desalojé el mango de su recto y se lo tendí para que lo limpiara, arrodillada en la bañera. Sin dejarla salir, abrí el agua para llenarla, invitándola a un baño relajante pues hoy te lo has ganado. Aprovéchalo, pues en media hora bajaremos a cenar.

La dejé tranquila un buen rato mientras veía las noticias en el canal 24 horas tumbado en la cama descansando, hasta que decidí que la actualidad ya me había penetrado suficientemente. Me levanté y me dirigí al baño. María estaba hundida en un mar cálido, con los ojos cerrados, como si durmiera, pero los abrió automáticamente al sentirme cerca.

-¿Qué tal el baño?

-Muy bien, gracias por permitírmelo. Y gracias por traerme a Valencia, me has hecho muy feliz.

-Me alegro que te guste, pero sabes que no es con palabras como debes agradecérmelo.

Asintió congelándosele la sonrisa, a la vez que se incorporaba levemente, esperando instrucciones. Pero no se las di hasta que hube entrado yo también en la bañera, quedando de pie entre sus piernas, pues era larga pero no lo suficientemente amplia para tumbarnos ambos.

-Quédate quieta, pero abre la boca –ordené agarrándome el miembro par apuntar. Ahora fui yo el que meó, mientras María acogía y tragaba. En cuanto le pegué las últimas sacudidas, la chica se incorporó lo justo para llegar a mi pene y limpiármelo con la lengua.

Nos duchamos juntos mientras el agua sucia se perdía por el desagüe, me secó, yo no la sequé a ella, y nos preparamos para bajar a cenar.

Al tratarse de un hotel que solíamos frecuentar los ejecutivos de la empresa, no quise exhibirnos demasiado, a pesar de que ella lo deseaba más que yo. La vestí con otra falda mínima que le había regalado hacía pocas semanas, blanca, y una blusa entallada sin ropa interior. Estaba preparada para matar, pero si no desabrochabas ningún botón ni abría las piernas descaradamente, pasaba por una joven atrevida, pero no obscena.

Así que cenamos tranquilamente mientras le preguntaba qué quería hacer o ver de Valencia. Más allá de la playa de la Malvarrosa y la ciudad de las Artes y las Ciencias, no conocía gran cosa, así que debía actuar yo de Cicerone. Pero ambos sabíamos que le importaba bien poco donde la llevara pues su voluntad era mi voluntad y su deseo era obedecer, satisfacerme.

Ya que no lo había hecho en la cena, decidí exhibirla, así que nos dirigimos al puerto deportivo donde hay varios locales nocturnos que no están mal. No es la zona principal de la ciudad en cuanto a pubs y discotecas, pero en verano suele tener buen ambiente. En el trayecto en coche le estuve acariciando el sexo que seguía licuado, pero sin permitirle correrse, algo a lo que se había acostumbrado pero que me permitía cegarla y tenerla aún más a mi merced.

Tomamos la primera copa en un local poco concurrido, así que más allá de bailar y sobarla un poco, no jugamos demasiado. Cambiamos de local, donde la hice entrar sola. Este tenía más afluencia pero un lunes de mayo no tiene aún la vida que me convenía para mis intenciones, aunque ya pudimos entrar un poco en materia.

Le ordené acercarse a la barra esperando que alguien la invitara. Gracias a su provocativo atuendo y a ser la única chica sola del pub, no tardó en tener compañía. La orden era tontear con el primero que le entrara, fuera quien fuera, fuera como fuera. Obedeció, pero el tío era demasiado guapo, el típico tiburón nocturno, así que pronto opté por plegar velas.

Estaba cerca de ellos, también en la barra, para escuchar lo que se decían. María se mostró abierta al encuentro, aunque solamente le había pedido ser una calientapollas, sin darle pie a mucho más. Cumplió con creces, mirándome de reojo buscando mi aprobación cuando el tío la invitó a bailar, dejándose tomar por la cintura, caderas incluso, pero poco más pues cuando el tío se envalentonó, aparecí al rescate llevándomela de ahí.

Mientras calentaba al incauto, había logrado que el barman me aconsejara un local más propicio para mis juegos. Le comenté que me acababa de separar y que necesitaba un poco de marcha, más estando de paso por la ciudad. Tenemos un local en la zona de Cánovas frecuentado por separadas, lo dijo en femenino, donde no te resultará difícil llevarte a alguna loba al hotel, me confió el camarero dándome las señas.

Allí nos dirigimos. La hice entrar unos minutos antes que yo para dirigirse a la barra y esperar acontecimientos. Tampoco estaba muy concurrido pero supe enseguida que allí si jugaríamos al juego que yo había ideado. Si había treinta clientes, dos tercios eran hombres. María parecía el putón de la sala, pero no era la única.

Justo acercarme yo a la barra, un tío de cuarenta y largos con bigote recortado y mirada felina la asolaba. No era atractivo pero sí estaba hambriento, acostumbrado a nadar en aquel mar de peces necesitados. Como había hecho en el local precedente, me quedé cerca para que ella se sintiera tranquila, a la vez que podía escuchar parte de la conversación.

El tío no tardó ni cinco minutos en tomarla de la cintura, acercándosele mucho para hablarle al oído. María no daba ningún paso pero tampoco paraba al hombre, lo que lo envalentonó así que pronto su mano bajó a sus caderas o subió por su espalda. Se acabaron la copa y salieron a bailar. Aprovechando que la siguiente canción era lenta, el tío la tomó de las caderas directamente mientras ella se apretaba a su cuerpo clavándole las desprotegidas tetas en su torso. Si el tío no se había dado cuenta de que no llevaba sujetador, algo improbable, ahora las debía sentir perfectamente.

Le dijo algo al oído, mi chica asintió, dijo algo más y aprovechó para bajar las manos y asirla de las nalgas descaradamente. Trató de besarla en el cuello, pero ella se apartó por lo que volvieron a la barra. Pidieron otra copa sin que el tío la soltara, ahora de la cintura. Aprovechando que María me miró buscando mi asentimiento le hice un gesto con ambas manos para que se soltara un botón de la blusa. Vi como se sonrojaba, pero obedeció disimuladamente cuando el tío se giró para tomar las bebidas de la barra.

Cuando la encaró, tendiéndole el combinado, le miró las tetas sin disimulo. Si el hombre hubiera sido más alto, posiblemente se las podría haber visto, pero al tener estaturas parecidas, solamente podía verlas si se ladeaba pues el escote se ahuecaba ligeramente. Si el gesto, tal vez involuntario de la chica, ya no era de por sí invitador, dos pezones durísimos amenazando con cruzar la tela confirmaban que aquella tía había ido a por pan y mojar, así que el tío ya no se anduvo por las ramas.

La tomó del culo descaradamente, acercándola, mientras le susurraba lo guapa que era y la invitaba a ir a un lugar más tranquilo. Yo no podía oírlo claramente, pero era obvio que por allí iban los tiros. María no asentía pero no frenaba los avances por lo que la besó en el cuello aprovechando para sobarle la teta izquierda.

Mi compañera me miró, coloradísima, buscando instrucciones, pero no le di ninguna. No le había ordenado pararlo, así que desconocía hasta dónde iba a llegar. El tío prosiguió sus avances, llegó a agarrarle las dos tetas, encontrándose con que la única negativa de la tía que se iba a tirar en breve era besarlo. Por un momento me pareció que el hombre bajaba la mano a la entrepierna de su presa, pero no se atrevió. Me hubiera gustado que hubiera notado su desnudez, pero debía ser consciente de que ya estaban dando demasiado el cante, así que optó por invitarla a un lugar más discreto.

Eso pude oírlo, así que asentí con la cabeza para que María aceptara. Salieron del local con la mano derecha del maromo sobándole el culo. A penas les dejé diez metros y salí tras ellos. Justo se acercaban a un coche blanco, cuando les alcancé.

-Hola cariño, ya es hora de volver a casa.

El tío me miró como si fuera un marciano, a la vez que trataba de sujetarla por la cintura cuando se dio cuenta que María avanzaba hacia mí.

-No sé quién eres pero esta chica está conmigo.

-No creo que esté contigo pues es mi mujer y he quedado con ella en recogerla aquí al acabar una cena de negocios.

El tío nos miró a ambos, alternativamente. A María como a una puta, a mí como a su chulo, llegando a preguntarnos ¿de qué coño va esto? No respondí. Tomé a mi chica de la cintura y comenzamos a andar hacia nuestro coche.

Le habíamos quitado el juguete a un hombre vulgar que pocas veces debía encamarse con mujeres como esta, así que bramó indignado:

-Eres un cabrón. Y tú una puta, que se viste como una ramera y se deja sobar por cualquiera. Hijos de puta.

Pero no nos detuvimos. Preferí preguntarle a mi mujer si se había vestido como una ramera y se había dejado sobar por aquel mierda. Sí, lo he hecho, he obedecido a mi hombre. Buena chica, respondí, metiendo la mano por debajo de la falda para notar su sexo empapado a pesar de hacerlo desde detrás.

Al entrar en el coche le ordené abrirse la blusa completamente y sobarse las tetas mientras yo zambullía mis dedos en sus entrañas. Había tomado la fusta del asiento trasero y se la puse sobre los muslos, aumentando así su excitación.

-Has estado a punto de follarte al madurito, eh. –Suspiraba. –Te hubiera gustado abrirte de piernas en su coche. Chupársela. Has estado a punto. -No respondía con palabras. Lo hacía con gemidos, hasta que le pregunté directamente. -¿Querías follártelo? ¿Qué te follara?

-No –suspiró.

-¿Entonces qué estabas haciendo?

-Obedecerte.

-Así que si te hubiera ordenado follártelo, ¿lo hubieras hecho?

-Sí.

-O sea que el tío tiene razón. Eres una puta, una ramera.

-Soy lo que tú quieras.

En ese momento me avisó de que iba a correrse, así que quité los dedos de sus entrañas y se lo prohibí. Aún no. Como tantas otras veces, un gemido lastimero me confirmó que me había obedecido.

Circulé por la ciudad unos veinte minutos aunque antes le había atado las manos a la espalda para que no se tocara. Llevaba muchas horas caliente como una perra y temí que cualquier roce le provocara el orgasmo. Ahora el juego consistía en exhibirla desnuda, pues llevaba la blusa abierta, por lo que me acercaba a los pocos coches que circulaban por la ciudad a aquellas horas, mientras debía aguantar la fusta sobre sus muslos con las piernas completamente abiertas, para que se te ventile la calentura.

El punto álgido llegó cuando nos detuvimos en un semáforo al lado del camión de las basuras. El conductor le dijo de todo incluido guapa, mientras avisaba al compañero, un moro uniformado en verde fluorescente encargado de acercar los contenedores al triturador posterior, que también se sumó a la fiesta. Fueron menos de treinta segundos, pero tenerlos a escasos centímetros del coche, con el cristal bajado, oyendo los soeces improperios, aceleró aún más su respiración. Los tíos, además, de acercaron para tocarla, pero no lo permití pues no las tenía todas conmigo de poder salir de allí indemnes. Aceleré en el momento que las manos del moro entraban en el habitáculo.

-¿Estás caliente? –pregunté acariciándole las ingles.

-Basta, por favor, no puedo más.

-¿Quieres correrte?

-Lo necesito. Haré lo que quieras, pero déjame correrme, por favor.

Tomé la fusta y la golpeé en el muslo. Gritó jadeando. Le di otro, recordándole que yo era el único que tomaba decisiones, que ella simplemente obedecía. Jadeaba con fuerza, más próxima aún al clímax, pero ver un motorista de la policía municipal me llevó a cometer la última locura de la noche.

Aceleré como si de un niñato con un coche tuneado se tratara, haciendo chirriar las ruedas y dando un giro prohibido en la siguiente bocacalle. No tardé en ver la moto con la luz azul encendida detrás, así que le obligué a seguirme un par de manzanas más hasta que me detuve en el lateral, al lado de un pequeño parque infantil.

El agente bajó de la moto, parada detrás de nuestro coche, y se acercó por mi lado quitándose los guantes pero no el casco. Al asomarse para notificarme que había hecho una maniobra prohibida y que conducía demasiado rápido, se quedó a media frase al ver a María a mi lado, prácticamente desnuda, respirando aceleradamente.

-¿Decía agente? –pregunté como si yo no pudiera ver lo que él estaba viendo. El hombre balbuceó una par de inteligibles vocablos, así que le ayudé. –Creo que me estaba diciendo que he cometido alguna imprudencia y que tendrá que multarme.

-Sí, sí, eso… -trató de serenarse el hombre, mirando a María sorprendido, a mí como a un bicho raro.

-¿Sabe qué pasa? –continué. –El coche no es mío, es de mi empresa, y si me multa me podrían despedir. Además, mi jefe no sabe que estoy en la ciudad con su hija y, claro, si se entera, el despido será lo más suave que me ocurrirá. ¿Comprende? –El tío alucinaba más aún. Hasta que llegué al cénit. -¿Qué le parece si lo solucionamos de otra manera?

Los ojos del policía se clavaron en los míos, interrogantes. Podía leer claramente en ellos como el hombre se debatía ante el pastel que tenía delante y las consecuencias de sus actos. Llevaba anillo por lo que supuse que estaba casado. Así que le ayudé.

-Lleva toda la noche pidiendo polla. Su padre la tiene por una santa, pero es la tía más zorra que he conocido en mi vida. Si corría tanto es porque ella me lo ha pedido, que la llevara al hotel y le diera su merecido, pero creo que no le importará hacer un pequeño alto en el camino para compensar a un servidor público que se mata por sus conciudadanos currando de sol a sol.

El tío seguía alucinando, pero su mirada era cada vez más lasciva. Sus ojos estaban fijos en las apetitosas tetas de aquella zorra que se mecían al ritmo de una respiración endiablada. Le faltaba un último empujón y se lo di.

-La chupa de vicio. Sólo tiene que darle la vuelta al coche y bajarse la cremallera. Nadie se va a enterar.  Venga, vale la pena. ¿A quién le amarga un dulce?

El agente se irguió, mirando a ambos lados de la calzada, pero estábamos en una zona muy tranquila, al lado de un parque, pasada la media noche, así que era difícil que alguien se diera cuenta de lo que estábamos haciendo.

Mientras rodeaba el coche por detrás, María preguntó con un hilo de voz, ¿quieres que se la chupe? La miré tomando la fusta para acariciarle con ella los pezones. Cerró los ojos reanudando los gemidos.

-Quiero que se la chupes. Pero no quiero que te tragues su semen. Hazlo por mí y te prometo que tendrás el mayor orgasmo de tu vida.

En ese momento el policía apareció al lado de María. Abrió la puerta a la vez que se abría la bragueta del pantalón, de la que asomó un miembro muy blanco, ya enhiesto. Mi chica giró el cuerpo hacia él y, sin dudarlo, la engulló.

Las manos del tío cobraron vida, sobándole las tetas, ansioso, mientras gemía al ritmo de las succiones de la felatriz. Yo colaboré verbalmente, preguntándole qué tal, a que la chupa de vicio la niña de papá, sabiendo que mi lenguaje excitaba más a María que al poli, que también gemía desbocada.

No duró ni dos minutos, pero berreó como un toro, agarrando a la chica del cabello para que no lo abandonara en el último momento. María esperó paciente a que el tío se retirara, cuando lo hizo le ordené mostrarme la simiente del hombre, que acababa de cerrar la puerta del coche dando por acabada la función.

-Asómate para enseñárselo y se lo escupes en los zapatos. –Abrió los ojos sorprendida, pero se giró hacia él abriendo la boca, a lo que el agente le dijo algo tipo buena zorrita, no pude oírlo bien, y escupió, manchándolo completamente según me confesó.

Arranqué quemando rueda, mientras me reía como un loco. Al aparcar en el parking del hotel, le acaricié la cara, lo has hecho muy bien hoy, estoy orgulloso de ti.

Saqué la bola de un bolsito que llevaba en el maletero y se la puse. Me sorprendió que no hubiera cámaras en los accesos al alojamiento pero no vi, así que la llevé casi desnuda hasta la habitación, pues le había levantado la mini falda para mostrar sexo y nalgas y seguía con la blusa abierta, además de estar atada de muñecas y boca.

Al entrar, la tiré sobre la cama ordenándole ponerse en posición. Se incorporó con dificultad, hasta que asentó las rodillas al filo del colchón quedando erguida. Tiré de la blusa pero no podía quitársela pues llevaba la muñequera de cuero atada a su espalda, así que hice un ovillo con ella alrededor de sus brazos, pues quería tener el máximo de carne disponible.

Tomé la fusta y se la mostré. Jadeaba respirando profundamente. Se la tendí, delante de la cara. Lámela. La recorrió con los labios pues no podía sacar la lengua. La bajé hasta sus pechos, acariciándolos, hasta que me desplacé a su entrepierna que también recorrí con el juguete. Tenía las piernas muy abiertas y doblaba el cuerpo hacia atrás, para mantenerse erguida y para aumentar la respiración.

¿Quieres correrte? –Asintió moviendo la cabeza. -Hoy te has portado muy bien, me has demostrado lo fiel que eres y te mereces el mayor premio, así que tal vez no debería azotarte. –Le tendí la fusta de nuevo, para que la lamiera, limpiándola de sus jugos esta vez. –Te dejo elegir. ¿Quieres que te azote o prefieres que no lo haga?

Exhaló un suspiro. Pero no me di por vencido, pues retrasar su clímax lo intensificaba.

-No me estás obedeciendo. Necesito una respuesta. Un sí o un no –ordené imperativo apartando la fusta de su cuerpo.

-Sí –acabó rogando. Al menos sonó a eso el mugido que profirió a través de la bola.

No esperé ni un segundo. La vara impactó en su nalga con violencia provocando un grito que si la bola no hubiera amortiguado, hubiéramos tenido un problema con Seguridad del hotel. Cayó un segundo golpe en la otra nalga. Un tercero, un cuarto. Sus piernas temblaban, así que la empujé agarrándola del brazo para que cayera de espaldas. Me miraba desbocada, con las piernas abiertas mostrándome una flor más roja que rosa, brillante por la ingente cantidad de flujo.

Acomodé la punta de la fusta en la entrada, ascendí hasta su clítoris, acariciándolo, continué por su estómago hasta que llegué a sus pezones. Era tal la velocidad de su respiración que me era prácticamente imposible atinar en ellos. Levanté la fusta y golpeé un pecho. Gritó de nuevo. El otro también, con un poco más de fuerza pero sin llegar a la intensidad de los dados en las nalgas. Bajé a su sexo de nuevo, a su clítoris, e hice un tanteo. Lo golpeé suavemente, pero su cuerpo se tensó como si le hubiera sobrevenido una descarga eléctrica.

Me arrodillé a su lado, pellizqué el pezón izquierdo pues era el que me quedaba más a mano, y golpeé de nuevo en su sexo, esta vez entre los labios. Volvió a sacudirse con furia, soltando lágrimas y babas. ¿Quieres más? Asintió, respirando cada vez con mayor dificultad.

Le pegué en la cara interior del muslo, en la exterior de la otra pierna, pero la respuesta no era tan intensa. Así que ataqué de nuevo su sexo. Una parte de mí me pedía azotarla con más fuerza pero temí lastimarla, así que opté por percutir con golpes firmes, consecutivos, que la sacudían en espasmos que recorrían todo su cuerpo.

Esa noche María tuvo el orgasmo más intenso de toda su vida. Fue tal la violencia de sus espasmos que tuve que desabrocharle la bola de la boca pues por poco se ahoga. Cuando logró calmarse un poco, le di la vuelta y le reventé el culo por enésima vez agarrándola del cabello para que se irguiera. Ella también se corrió por segunda vez, pero el orgasmo no tuvo nada que ver con el precedente.

Exhaustos ambos caímos derrengados en la cama. Ella se me acercó, reptando, tratando de abrazarme pero las ataduras se lo impedían, así que la tomé del cabello para pasarle la mano por debajo del cuello y quedar apoyada sobre mi pecho. Me susurró un gracias, mientras me besaba en los labios, la barbilla, en los pezones.

Sonreí. ¿Aún no has tenido bastante? Quiero agradecértelo. Bajó por mi torso hasta mi polla, que aún estaba medio viva y se la metió en la boca, chupando de nuevo, lamiendo, limpiando. La dejé hacer pero estaba fatigado, así que le ordené parar.

-No te la saques de la boca, –me lo pensé mejor –quiero que hoy duermas en este posición, para despertarme así mañana por la mañana.

 Cumplió con su cometido. Y si no lo hizo, pues dormí seis horas como un tronco, tuvo la astucia de metérsela en la boca de nuevo antes de que yo despertara.

Como cada mañana, lo hice con la bufeta llena, así que lo verbalicé, tengo que mear. Su respuesta fue abrir un poco la boca para liberar carne, dejando solamente el glande acogido, esperando. Me miró un segundo, como si me avisara que ya estaba a punto, y cerró los ojos, esperando el jarabe.

Se lo bebió todo, aunque no pudo evitar derramar alguna gota que luego lamió diligente sobre mi piel. La desaté. Tuve que hacerle un masaje en los brazos para que entraran en calor pues los tenía entumecidos después de tantas horas inmovilizados.

***

El viaje a Valencia supuso el punto más álgido en nuestra relación. Tenía otro plan para ella, convertirla en el juguete inaccesible de Marcos, pues quería lograr una victoria, ni que fuera simbólica, sobre mi amigo y compañero, pero hechos externos la abortaron.

Desde que Marcos me había dicho que la nueva María, la que vestía como yo ordenaba, aunque él no lo supiera, sería la siguiente muesca en su revólver, decidí jugar con él. Las instrucciones que mi chica tenía eran muy sencillas. Debía permitir cualquier avance del playboy de la empresa, tontear con él, hacerle ver que la enorgullecía sentirse deseada, pero darle largas, no pasar de tonteos más o menos intensos.

Estábamos en pleno juego cuando fuimos a Valencia, por ello le resultó fácil alternar con desconocidos, además de excitante. Cada vez que mi amigo me comentaba algún avance, ridículos la mayoría para un tío experimentado como él, me partía de risa interiormente. Sobre todo, cuando avanzado mayo, Marcos comenzaba a estar realmente harto de perseguirla además de herido en su orgullo de macho alfa de la manada.

Pero llegó el último lunes de mayo y todo se fue al traste.

Apareció en casa por la mañana, sin que se lo hubiera ordenado, y en el rellano de mi apartamento me soltó aquella frase tan manida pero tan aterradora: tenemos que hablar.

-Hace casi un año que me separé de Carlos pero este fin de semana he decidido volver con él. –La miré sorprendido por encima del café con leche que yo había hecho para ambos. No tuve que pedir que se explicara mejor pues continuó: -Aunque yo he vuelto a mi juventud contigo, a sentir cosas que hacía casi una década que no sentía, mi hijo lo ha pasado muy mal. Me he sentido egoísta y mala madre muchas noches, sobre todo de fin de semana cuando no podía estar con él. Tal vez no lo comprendas, pero cada vez que me ha preguntado cuando volveremos a estar juntos papá y mamá se me ha partido el corazón. Así que este fin de semana he decidió darle otra oportunidad a Carlos.

-¿Estás segura de que esto es lo que te conviene? –Asintió. -¿Le quieres? –Volvió a asentir, hasta que aclaró:

-No estoy segura de que es lo que más me conviene a mí, pero estoy convencida que es lo mejor para nuestro hijo. Quiero a Carlos. Le quiero porque es un buen hombre, un buen padre, alguien ideal para formar una familia, que debe estar al lado de su hijo.

-Tal vez deberías pensar en ti también.

-Estos últimos meses sólo he pensado en mí. En mi placer. Y te agradezco lo mucho que me has dado, –me miró sonriente, forzando los labios como disculpándose –pero tú y yo no tenemos ningún futuro como pareja, más allá de disfrutar del sexo como nunca lo había hecho. –Hizo una pausa antes de sentenciar. –Y mi hijo necesita un padre.

***

Han pasado once años desde aquella conversación en la cocina de mi casa. Seguí trabajando en la empresa dos años más, viéndola cada día con sus faldas hasta las rodillas y blusas más amplias, pero sin cruzarnos palabra si no era imprescindible. Cambié de compañía. También de sector y busqué otras metas, hasta que me casé.

Mi matrimonio duró poco pues inconscientemente buscaba otra sumisa. Ni lo fue con la intensidad que yo buscaba en la cama, ni lo fue en casa, pues mi machismo cavernícola, palabras literales, la llevaron a abandonarme.

Aunque la he buscado, no he vuelto a encontrar a otra María. He jugado con sumisas, incluso he pagado por ellas, pero no he vuelto a sentir lo que sentí aquellos meses.

Hasta esta tarde.

Estaba sentada en una cafetería del centro con un adolescente que se le parecía bastante, sobre todo en la forma de los ojos. No ha cambiado demasiado. Parece conservar la misma talla de ropa y no he visto ninguna cana. Sí he apreciado, cuando me he acercado para saludarla, pequeñas arrugas al lado de ojos y labios. Maduras, bellas.

El chico se ha levantado, tomando una chaqueta y un skate, y se ha despedido de su madre con un beso en la mejilla. Ahora es la mía, me he dicho. Me he acercado y la he saludado con el tópico, ¡qué casualidad, cuánto tiempo!

Sus ojos se han iluminado al verme, alegres. Después de ponernos al día someramente, se ha hecho el silencio. Iba a levantarme, pues parecía que no quedaba más tela que cortar, cuando me ha agarrado de la muñeca y me ha dicho anhelante:

-Aún conservo la ropa que me compraste.

 

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Relato erótico: “La mejor amiga de mi hija y la criada luchan por mi 6” (POR GOLFO)

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La tensión sexual que ambas sentían en el coche fue positiva para la gallega, ya que, al llegar al chalet, Estefany prefirió ir a calmar el escozor que sentía entre los muslos, antes de seguir presionándola. Aprovechando la momentánea seguridad de su cuarto, Antía llamó a su madre y avergonzada le narró la forma tan ilusa en la que había caído en manos de su enemiga. Doña Bríxida esperó a que su hija terminara de hablar para, sin consolarla, exigir que le contara todas y cada una de las sensaciones, así como los efectos que había sentido a raíz de beberse la poción. La pelirroja, escandalizada por el carácter tan íntimo de la pregunta, comprendió que era la líder de la hermandad y no su progenitora quien le ordenaba extenderse. Necesitada de su ayuda, confesó la calentura que había experimentado al ser manoseada, lo cachonda que se había puesto cuando mamó de sus pechos e incluso exteriorizó la pasión que había sentido al besarla.

Tras escuchar atentamente esa información, la meiga se quedó meditando y al cabo de un tiempo que se le hizo eterno, contestó:

―El daño ya está hecho y nada de lo que hagamos, podrá cambiarlo―a modo de introducción, declaró.

El mundo de la hija se hizo añicos al oír su dictamen y cuando ésta se estaba planteando seriamente el suicidio, prosiguió:

―Pero no hay mal que por bien no venga. Desde el momento que te sabes afectada por su hechizo, podrás contenerlo y aprovechando a tu favor la atracción que sientes por la bruja, podrás ocultar mejor tus intenciones…. y cuando esa degenerada se dé cuenta de tu hechizo, ya la tendrás buceando entre tus piernas.

La sola imagen de la morena comiendo de su sexo la perturbó y no queriendo añadir más preocupaciones a la anciana, directamente se lo ocultó y únicamente le preguntó cómo debía comportarse con su adversaria.

―Haz lo que te pida. Solo obedeciendo podrás vencerla.

― ¡Pero madre! ― escandalizada protestó asumiendo de antemano el carácter que tendrían sus caprichos.

Aun comprendiendo los reparos de su beba, doña Bríxida se mantuvo firme:

―Para la bruja eres su sierva. ¡Compórtate como tal y que tu dueña no tenga queja!

Desolada, estaba prometiendo seguir sus consejos cuando escuchó a la latina preguntar por ella. Tratando de que no notara su tristeza, contestó que se estaba cambiando y recogiendo de la cama el uniforme más discreto, se lo puso y fue a verla.

Estefany no pudo dejar de expresar su admiración al contemplar el profundo canal entre los pechos de la criada con ese atuendo una talla o dos menos de la que realmente requería por la generosidad de sus curvas antes de exigir que le pusiera de comer.

«Será puta», masculló Antía al sentirse violada y humillada por lo procaz de su mirada y volviendo a la cocina, derramó en el guiso cuatro gotas en vez de dos. Sabiendo que las mismas no tardaría en tener efecto, le pareció lo más sensato seguir los consejos de su vieja y tras colocar el plato sobre la mesa, servilmente se arrodilló frente a la hispana.

Mirando de reojo la postura que había adoptado, su confiada adversaria sonrió.

―He pensado en que me vendría bien un masaje al terminar de comer― dejó caer.

La entrega de la mujer a sus pies le supo a poco y decidió presionar para forzar aún más la creciente adoración de su víctima acariciando su melena de color fuego.

 ―Mi dueña― la oyó suspirar mientras ella misma sentía cómo se incrementaba su propia lujuria y tratando de postergarla, comenzó a comer.

Que la pelirroja siguiera atenta el vuelo del cubierto desde el plato a su boca le pareció algo normal, pero extrañamente excitante.

«Esta guarrilla me pone cachonda», pensó sin advertir el sabor del brebaje que había disuelto en la salsa.

 Como le resultó de su agrado, se lo acabó e incluso repitió. Al servirle la segunda porción Antía se vio tentada de añadir otras dos gotas, pero en el último segundo se arrepintió y no aderezó el guiso mientras en el comedor la dosis que había ingerido estaba comenzando a hacer estragos en la bruja A modo meramente ilustrativo cuando llegó y puso a su disposición el plato, durante un minuto la latina optó por manosear el trasero de la criada en vez de comer.

―Señora, no es necesario que sea tan dulce conmigo― sollozó excitada ésta al sentir las caricias de la joven sobre sus nalgas.

Y no fue la única la que se sintió estimulada, ya que la propia latina palideció al palpar con sus yemas la tersura de esos cachetes duros y queriendo acelerar el masaje que iba a recibir, se terminó el guisado lo más rápido que pudo.

Por eso cuando Antía preguntó si le apetecía un café, únicamente le ordenó que se fuera a limpiar la vajilla que había usado mientras ella se iba a ponerse cómoda.

―Cuando termine, ¿me va a necesitar? ― con voz apenada, la fiel empleada suspiró haciéndola ver que no le apetecía quedarse sola.

Llena de alegría al saberla suya, pero haciéndose la molesta, le recordó lo del masaje y sin esperar su respuesta, se marchó hacia el cuarto de Gonzalo. Ya en él, se dio cuenta de que su armario estaba en la otra habitación y aunque tenía tiempo de ir y volver, prefirió recibir a su sierva en su cama. Tras desnudarse y dejar su vestido colgado, se puso a elegir la ropa que llevaría y totalmente en celo, optó por presentarse desnuda ante ella.

«Al fin y al cabo, no tardaría en quitarme las bragas», divertida pensó mientras se tumbaba sobre las sábanas.

Los cinco minutos que tardó en oír sus pasos le resultaron penosamente largos e involuntariamente, se empezó a acariciar imaginando el placer que sin duda iba a proporcionarle esa pazguata. Por eso cuando la oyó tocar en la puerta, avergonzada se percató de la humedad de su sexo y no queriendo asustarla, se tapó con una toalla antes de darle permiso de entrar.

A pesar de intentar auto convencerse de que no debería excitarse, cuando Antía traspasó el dintel y observó a la latina sobre la cama, no pudo dejar de gemir con su belleza:

―Es preciosa.

Ese inesperado piropo la hizo feliz y cerrando los ojos, Estefany se dio la vuelta para que la criada empezara a masajearle la espalda. La gallega asumiendo cómo terminaría esa tarde, no comprendió la premura con la que su cuerpo reaccionó a recorrer con los ojos la piel canela de la que sabía su enemiga y con paso inseguro fue acercándose ante la evidente molestia de la mujer.

―Date prisa. No tengo todo el día― la bruja protestó desde el lecho donde la haría sucumbir.

Aterrorizada al sentir el deseo que impregnaba su voz, vertió un poco del aceite en sus manos antes de comenzar.

―Mi señora, he pensado que le gustaría― musitó al ver en la mirada de la morena que nunca había hablado de usar ningún tipo de lubricante.

Tras lo cual y viendo que no ponía ninguna objeción empezó a masajear sus pies. Sabiendo que debía tranquilizarse y que Estefany fuera quien marcara el ritmo, se dedicó por entero a relajar cada uno de sus diez dedos y sus dos plantas antes de atreverse a atacar sus tobillos.

―Me encanta, zorrita― susurró la hispana disfrutando cuando una por una masajeó las falanges de sus pies.

Curiosamente, ese susurro no solo la complació, sino que le dio alas para seguir por las doradas pantorrillas de su enemiga sin sentirse humillada. Lentamente, hundió sus yemas en los gemelos de ambas piernas despertando sus primeros gemidos. Gemidos que lejos de molestarla, los sintió como un dulce pinchazo entre los pliegues de su sexo.

«Es a causa del café que bebí», se convenció para no reconocer que esa maldita le gustaba, pero no por ello paró y disfrutando por anticipado del momento de la venganza, llegó hasta sus rodillas.

Para entonces, la colombiana estaba todo menos relajada y cada vez que la criada conquistaba un centímetro de su piel, su vulva se estremecía previendo el momento en que esas caricias llegaran hasta ella.

«¡Dios! ¡Qué arrecha estoy!», exclamó en su mente sin atreverse a exteriorizarlo mientras el aroma dulzón del aceite y esos mimos la estaban volviendo loca.

Al llegar a los muslos, a Antía no le quedó otra que levantar la toalla que los cubría y embelesada, observó por primera vez el glorioso trasero de la morena. Asustada por la fuerza de la excitación que ello le provocó, decidió volverla a poner en su sitio y que sus manos acariciaran el inicio de ese culo sin verlo. Para su desgracia, rápidamente comprendió su error cuando en su imaginación los glúteos de Estefany se convirtieron en los de Gonzalo y se vio magreando con verdadera ansia ese sueño hecho realidad.

El cambio de estrategia pilló desprevenida a la morena, pero por raro que parezca, le cautivó sentir los dedos de la criada clavándose en la piel de sus cachetes y sin ocultar el gozo que la embargaba, comenzó a berrear cada vez más hasta que desesperada se quitó la toalla y exigió que siguiera por su espalda.

Esa exigencia obligó a la gallega a subirse a horcajadas sobre ella, sin saber que al sentir la bruja su ropa, le iba a exigir quitársela. Asustada con esa nueva imposición dudó, pero dejando caer su vestido obedeció. Al volverse encaramar sobre ella sus piernas entraron en contacto con el trasero ya aceitado de la joven, avivando más si cabe el incendió que ya sentía.

«¡Se va a dar cuenta que estoy mojada!», se lamentó mientras empezaba a recorrer con las yemas su cintura.

―Quítate el sostén y acaríciame con tus bubis― dando una nueva vuelta a su humillación exigió con los ojos cerrados la hispana.

Asustada y excitada por igual, la criada comprendió que debía llenarse los pechos de aceite y tras hacerlo, los comenzó a restregar en la espalda de la mujer que le había robado el hombre. La facilidad con la que sus tetas resbalaban sobre la cobriza piel de la bruja la entusiasmó y por un momento, olvidó que era su enemiga cuando sintió que levantando el trasero presionaba contra su mojada vulva.

«¿Qué estoy haciendo?», se preguntó al darse cuenta que, en vez de rechazar ese contacto, se ponía a masturbar con las nalgas de la morena.

La humedad de ese coño todavía tapado por las bragas intensificó más si cabe la sensación de dominio que sentía y haciendo uso de su poder, Estefany exigió que se las quitara sin prever que la criada en vez de deslizárselas por los pies, se las arrancara haciéndolas trizas. La violencia de sus actos fue lo último que necesito para darse la vuelta y poniendo los pechos a disposición de la gallega, ordenar que se los mamara.

Temblando como una niña asustadiza, Antía acercó la boca a las negras areolas que le ofrecía y demostrando su timidez, sacó la lengua y usó solo la punta para recorrer sus bordes. La lentitud de ésta apoderándose de sus pezones desesperó a la bruja y sin ningún reparo, la ordenó obedecer o tendría que castigarla.

―Mi señora, es mi primera vez con una dama― sollozó incapaz de obedecer.

Que fuera su estreno lésbico sacudió la conciencia de la hispana y cambiando de posición con la criada, la besó tiernamente mientras la informaba de que, a partir de ese momento, sería ella quien le diese el masaje. Sabiendo que en cuanto bebiera de su sexo, esa zorra quedaría prendada y nada de lo que hiciera podría evitar que se volviese adicta, Antía se quedó inmóvil. Creyéndola en su poder, se quedó observando el indudable atractivo de los pezones rosados que decoraban los pechos de la empleada, pero como experta en esas lides prefirió comenzar acariciando los brazos mientras se dejaba deslizar por el voluptuoso cuerpo de la criada.

Al entrar en contacto los blancos senos de una contra las doradas ubres de la otra, ambas olvidaron sus propósitos y se besaron con pasión, dando inicio a una sucesión interminable de caricias cuya autora era imposible de distinguir. Mientras unas veces era la morenita la que mamaba desesperada, en otras Antía fue la que se amamantó de los impresionantes atributos de su adversaria.

Lo único cierto es que fue Estefany la que primero reconoció lo mucho que deseaba hundir la lengua entre las piernas de su cautiva y sin esperar su contestación, fue dejándose caer por ella mientras dejaba un húmedo surco en su camino.

―Mi señora― rugió ya en celo al sentir que la hispana iba barriendo con la melena los últimos reparos que sentía.

Muestra innegable de su calentura fue la humedad que su sexo destilaba y que la morena descubrió al usar las yemas para separar los pliegues que ocultaban el manjar que deseaba devorar. Y es que estaba tan mojada que complacida pensó en que no lo estaría más después de haber sufrido el embate de un huracán.

―Calla y disfruta de los mimos de tu dueña, ¡perra lesbiana! ― rugió en plan vencedor mientras tomaba al asalto el erizado botón que había ido a buscar.

A pesar del insulto, no hizo nada por evitar que la bruja se apoderara de su clítoris. Es más, sorprendida por la intensidad de lo que sentía, abrió los ojos como platos cuando experimentó el placer que la lengua de su enemiga le proporcionó al lamérselo.

―No pare, mi señora. Ame a su esclava― se asustó al oír que la rogaba.

Por suerte, la bruja no la oyó al estar centrada en paladear el agridulce sabor de esa ambrosía.

«¡Está riquísimo!», era lo único que podía pensar mientras con una sed que no recordaba haber tenido jamás bebía entusiasmada.

Los gemidos de la gallega al verse gratificada por esos mimos no hicieron más que aumentar la necesidad que sentía de saciar la lujuria sorbiendo sin parar en el manantial que brotaba del interior de la criada. Tal fue su insistencia que no tardó mucho en notar que Antía se tensaba y sabiendo lo que eso significaba, insistió en usar la lengua para recoger el fruto de su trabajo.

Aun previéndolo, todos los vellos de su cuerpo se erizaron al escuchar el grito que emanó de la pelirroja cuando se vio sacudida por el orgasmo. Lejos de calmar su sed, el placer de su amante incrementó la pasión con la que la devoraba y ya sin ningún recato, se puso a mordisquear su clítoris mientras ella misma se masturbaba.

― ¿Qué es esto? ― Antía aulló asustada cuando todas las neuronas de su cerebro se vieron sacudidas por las intensas descargas que surgían de su sexo.

Llorando, se consoló al escuchar que su enemiga también estaba siendo pasto de las llamas e involuntariamente, clavó sus uñas en ella intentando vengar en parte el placer culpable que estaba sintiendo. Para su sorpresa, la bruja se corrió como una cerda cuando se mezclaron en ella el gozo que le estaban provocando sus dedos y el dolor que sintió con esos arañazos.

Dominada por la angustia de haber sucumbido antes que su adversaria, usó sus dedos para hoyar la cueva de la bruja con ganas de derrotarla. La alegría con la que Estefany acogió la invasión de sus yemas, la terminó de cabrear y dejando a un lado los consejos de la anciana, no solo siguió follándosela con los dedos, sino que poniéndola a cuatro patas acompañó los movimientos de su mano con fuertes y sonoros azotes sobre sus nalgas.

― ¡Puta lesbiana! ¡No pares y sigue dándole placer a tu dueña! ― rugió sin advertir nada extraño en que su teórica sierva estuviese castigándola de esa manera.

Obedeciendo, como una energúmena descargó toda su frustración en esos dorados cachetes mientras seguía hoyando con las yemas su interior hasta que agotada por el esfuerzo de soportar una serie de prolongados éxtasis de su cuerpo, la bruja cayó de bruces sobre las sábanas.

Solo al ver el color encarnado que lucía en el trasero, Antía se percató de que se había dejado llevar y queriendo paliar parte del desastre y que la bruja no tuviese tiempo de pensar en lo sucedido, la besó mientras disculpaba la violencia a la que la había sometido simulando que había seguido sus órdenes.

―Mi señora, le pido perdón. Castígueme, aunque solo haya cumplido lo que me mandaba.

La altanería de la hispana la hizo caer en el engaño y echándose a reír, señaló el reloj diciendo:

―Levántate y vete. Gonzalo está a punto de llegar y no quiero que descubra a su amada en brazos de la criada.

Servilmente, agachó la cabeza y tras recoger el uniforme del suelo, salió desnuda corriendo hacia su habitación. Mientras bajaba por las escaleras, tomó la decisión de que en la cena fueran otras cuatro gotas las que disolviera en cada plato, incluyendo el del hombre que sentía suyo…

13

Esa tarde, Gonzalo estaba eufórico. Tras otro día en la oficina durante el cual, nuevamente y gracias a otro de los consejos de Estefany, había conseguido incrementar su abultada cuenta corriente, decidió antes de ir a casa pasar por una floristería para comprar un enorme ramo de rosas. Aunque seguía sin entender cómo era posible que esa chavala pudiera tener tanto tino a la hora de invertir, seguía a rajatabla cualquier información que le diera. Solo como ejemplo, cuando esa mañana estaban oyendo la radio y el locutor entrevistó a un directivo de una gran empresa informando de la buena marcha de su negocio, la cría le preguntó si tenía acciones de esa compañía.

― ¿Por qué lo dices? ¿Acaso crees que va a subir? ― interesado, preguntó.

―Todo lo contrario, se están poniendo la venda antes del desplome.

Esa breve conversación lo dejó pensativo y nada más llegar a su despacho, dio un breve repaso a los números de la cotizada. Todo parecía ir viento en popa, nada de lo que encontró en la red confirmaba los problemas y a pesar de ello, llamando a su corredor, apostó a la baja. Como no podía ser de otra forma, el experto bursátil le previno de lo arriesgado de tal movimiento, pero sin ceder dada la confianza ciega que tenía en la colombiana invirtió una gran parte de sus ahorros a que iba a caer en picado.

―Estás loco― recordó la reacción del sujeto.

Sin revelar el origen del soplo que había recibido, se enfrascó en la actividad propia de su empresa dejando el tema aparcado hasta que cerraran los mercados. Fue su propio director financiero, Manuel Guijarro, que también se opuso a la operación, el que llegando a su despacho le informó de la cascada de ventas que se habían producido a raíz de un rumor que ponía en duda el futuro de ese valor.

―Por lo visto, su presidente está a punto de ser cesado y ser imputado por alterar la contabilidad.

Dejando todo, se concentró en la cotización y sobre las dos, volvió a llamar al financiero para que deshiciera las posiciones. El tipo que para entonces estaba con la mosca detrás de la oreja le informó que en cinco horas había triplicado lo invertido.

―Gonzalo, sé que no es de mi incumbencia, pero no me extrañaría que los inspectores de la comisión de mercados vean en esta operación uso de información privilegiada. Yo en tu caso me andaría con cuidado, no vaya a ser que te abran una investigación.

Sin echar en saco roto el consejo, sonrió:

«Nadie se creería que mi fuente es una cría cuya única formación es un grado en historia del arte».

Con ello en mente, llegó a la tienda y eligiendo el ramo más espectacular que le mostraron, lo pagó y retornó a su chalet. Mientras aparcaba, se puso a meditar y alucinado comprendió que la insistencia del capullo de Ricardo Redondo en recuperar a su hija podía deberse a que con su marcha había perdido el arma secreta que lo había hecho millonario.

«¡Que se joda! ¡Por nada del mundo voy a dejar que me robe esta joya!», concluyó mientras sacaba la llave de la puerta con el ramo en la otra mano.

Al entrar le extrañó que Estefany no le estuviera esperando y por ello la buscó por la casa. Cuando la encontró charlando amigablemente con su criada, no supo ni que decir al ser incapaz de reconocer en esa pelirroja de espectaculares pechos a su anodina empleada.

«¡Qué cambio!», exclamó para sí mientras valoraba en su justa medida las virtudes anatómicas que durante años se habían mantenido ocultas a sus ojos.

 Desde la puerta y sin que ninguna de las dos reparara en su presencia, recorrió con la mirada no solo la cintura de avispa de la gallega y sus pechugas sino también la perfección de sus pantorrillas.

«¡Por dios! ¡Está buenísima!», ya excitado, exclamó mentalmente mientras pensaba que cómo era posible que no se hubiese dado cuenta antes.

Todavía babeando, se sintió ridículo y entrando en la cocina, las saludó. Aunque habían pactado mantener las apariencias en público, la colombiana se lanzó a sus brazos y pegándole un morreo de los que hacen época, le dio gracias por las flores para acto seguido preguntar que le parecía la nueva Antía.

―Está preciosa― como acto reflejo, respondió.

Nada más decirlo, se arrepintió y no porqué su sinceridad pudiera despertar los celos de la morena, sino por la reacción de su criada ante el piropo. Dando prueba de su timidez, bajó la cabeza totalmente ruborizada mientras los pezones florecían bajo su vestido. Cortado y preocupado, se percató que producto de la atracción que sentía, su pene se había alzado en son de guerra.

«Joder, soy su jefe», se dijo mientras trataba de rechazar la idea de compartir algo más que saludos con ella.

 Su estricto código moral le hizo huir y apoyándose en que estaba cansado, las dejó y llegando al salón, se sirvió un copazo.

«Ya tengo pareja y no soy ningún niñato para ir saltando de cama en cama», molesto consigo mismo meditó furibundo y haciendo un repaso a su vida, se convenció de que era hombre de una sola mujer:

«Puede que ni mi hija acepte lo mío con Estefany, pero ya que está a mi lado debo respetarla», sentenció mientras daba un sorbo a su whisky.

La llegada de la chavala ratificó su decisión y tomándola de la cintura, la besó con una pasión que no recordaba al sentir que, restregándose contra él, demostraba que compartía sus mismos sentimientos. La rapidez con la que le bajó la bragueta y sacó su miembro fue prueba de ello. Por eso y sin necesidad de mayor prolegómeno, alzando su falda y bajándole las bragas, la empotró contra la pared.

―Te echaba de menos, mi anciano― rugió divertida ésta al sentirse llena y moviendo las caderas, le rogó que siguiera amándola.

Su entrega lo obligó a obedecer y marcando un ritmo endiablado, siguió empalándola mientras sus gemidos resonaban en la habitación. Ni Gonzalo ni ella advirtieron que estaban siendo espiados y que desde el pasillo que venía de la cocina, Antía los miraba envidiosa.

«Debería ser yo la que estuviera disfrutando y no esa bruja», gritó para sí mientras los veía copular como desesperados.

Su ira era tal que ni siquiera advirtió que comenzaba a tocarse, lamentando haber sido tan ingenua de haber supuesto que tarde o temprano ese hombre se iba a enamorar de ella.

«En cuanto acabe con esa zorra, Gonzalo caerá rendido a mis pies», se prometió y mientras se pellizcaba los pezones, no pudo dejar de observar el vaivén del culo de su amado.

La adoración que sentía por ese hombre le hizo imaginar que era ella la mujer que recibía ese asalto y presa de la calentura, comenzó a masturbarse sintiendo que sus dedos no eran suyos sino la virilidad de su galán.

 «Sigue amándome, aunque sea a través de ella», en silencio, ordenó.

Como si inconscientemente hubiese oído su deseo, Gonzalo se aferró a los hombros de la colombiana para acelerar la velocidad con la que disfrutaba de ella. Soñando despierta, su coño fue embestido una y otra vez hasta que el placer llamó a su puerta y se corrió momentos antes de que la propia pareja lo hiciera.

«Puta, esto no quedará así», despertando de su ensueño debido a los gritos de la chavala, se lamentó y volviendo a su lugar entre las cacerolas, derramó la poción en los platos que les pondría enfrente durante la cena.

Antía supo que las hadas le eran propicias cuando la joven apareció por la cocina segundos después de que ella acabara de guardar el bote de su venganza en el bolsillo del uniforme.

«Casi me pilla», dibujó una sonrisa mientras miraba a la recién llegada.

Sonrisa que se borró al sentir manoseado su trasero y escuchaba a la bruja comentar:

―Menudo putón desorejado estás hecha… ¿quién te ha dado permiso de espiar a tu dueña?

Sabiéndose descubierta, se echó a temblar. Estefany desternillada de risa, metió una mano bajo sus bragas y hurgando entre sus pliegues siguió humillándola:

―Zorra, ¡estás mojada!

Siendo cierto, buscó una excusa y cerrando los ojos para evitar su mirada, la mintió balbuceando:

―Lo siento, no pude evitarlo. En cuanto oí sus gemidos con don Gonzalo, soñé que era yo quien la amaba.

Decidida a poner a la criada en su lugar, sacó la mano y metiéndosela entre las piernas, embadurnó sus dedos con el semen que anegaba su coño para a continuación mostrárselos:

―Ves, este manjar es algo que jamás me podrás dar.

La visión de la semilla de su amado en las yemas de su rival la excitó de sobre manera y por ello, cuando con deseo de doblegarla se las puso en la boca, no lo dudó y sacando la lengua cató por primera vez lo que tanto ansiaba. Dominada por una necesidad que desconocía tener, lamió desesperada uno a uno los dedos de la morena sin importarle las risas que eso estaba provocando en la bruja.

Ajena a que en realidad estaba enamorada de su hombre, Estefany creyó que la insistencia de la gallega era por ella y tras premiarla con un azote, le ordenó mover el culo y servirles la cena. Es más, vio en la rapidez de su respuesta y en la sonrisa de su rostro mientras ponía los platos sobre la mesa la confirmación de que la pelirroja estaba en su poder. Quizás por ello cuando notó que Gonzalo miraba ensimismado las nalgas de su empleada, no sintió celos sino una profunda satisfacción al saber que no tardaría en tener a ambos en la misma cama saciando sus necesidades.

«Todavía es pronto. Antes de obligar a esa huevona a que nos acompañe, debo seguir emputeciéndola», se dijo mientras se obligaba a pensar con qué tipo de arte mágica iba a hacerla sucumbir.

 Mientras las dos mujeres decidían su destino, el dueño del chalet no podía retirar los ojos de las impresionantes ancas que acababa de descubrir y a pesar de sus reparos morales se vio metiendo la polla en la nómina. De inmediato rechazó la idea de involucrarse con ella, pero no por ello dejó de valorar sus curvas y por primera vez deseó verla sin ese uniforme.

«Desnuda debe ser un espectáculo», concluyó antes de empezar a cenar.

Nada en la actitud servil de la pelirroja podía hacer suponer que en ese momento un torbellino de sensaciones estuviese amenazando su cordura y es que no podía dejar de pensar en lo mucho que le había gustado saborear en los dedos de la bruja la hombría de Gonzalo:

«¡La virgen! ¡Cómo necesito ser suya!», se lamentó sabiendo que quizás la espera fuera larga, ya que antes de entregarse a sus brazos tenía que deshacerse de su enemiga.

Por distintas razones, la cena fue un suplicio para los tres y es que mientras el único hombre se debatía malhumorado por la atracción que sentía por su criada y Estefany soñaba con el momento en que se viera ensartada por su macho con Antía mamando de sus pechos, la gallega deseó que se dieran prisa en acabar antes de que la nueva dosis comenzara a tener efecto.

Por eso, cuando Gonzalo se levantó llevando a la colombiana con él, los tres respiraron. Y mientras la pareja subía por las escaleras con intención de apaciguar la lujuria de sus cuerpos, la pelirroja se dio prisa en meter los platos en el lavavajillas para limpiar cualquier resto que pudiera revelar a la bruja que estaba siendo objeto de un hechizo.

 Ya desnuda en su cuarto, encendió el intercomunicador y mientras en su altavoz le llegaba el sonido del roce de sus pieles, se masturbó soñando con el día en que fuera ella la mujer que su jefe tuviese entre las piernas.

«¡El momento en que me hagas tuya no tardará en llegar!», exclamó en silencio mientras se corría…

Relato erótico: ·”Y de regalo una esclava 2 -MI VENGANZA” (POR AMORBOSO)

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Cómo anteriormente conté, un viaje de trabajo me hizo volver con una esclava, Habiba, a la que habían arreglado los papeles para que entrase en el país como mi esposa. También conté que estoy divorciado y que tengo muchos gastos a mi cargo para terminar de pagar la casa común con mi ex y mantenerme yo.

Desde que Habiba está conmigo, la suerte me ha favorecido mucho. Volver de su país con una buena cantidad de dinero y con ella, a la que considero mi esposa realmente, una mujer sumisa y agradecida a mí, es algo que valoro mucho. ¿Cuántos de vosotros querríais algo así? Además, fui agraciado con una parte del primer premio de la lotería de Navidad gracias a ella. ¿Qué cómo fue?

Desde que volvimos a España, aunque yo la he tratado como a mi esposa, porque el papel dominante no lo tengo muy asumido, ella se ha mostrado siempre muy sumisa, imagino que tendrá algo que ver el haber nacido en un país árabe y que su destino era la prostitución o ser follada y castigada sin piedad por algún soldado amargado.

El caso es que aproveché unas vacaciones para llevarla visitar algunas ciudades y que conociese el país. En una de ellas visitamos la denominada Ciudad de las Artes y las Ciencias, donde ella disfrutó como una niña pequeña. A la salida, nos sentamos en la terraza de un bar, que por cierto, me costó muchísimo conseguir que se sentase, ya que siempre permanecía a mi lado de pie, cuando iba a bares o restaurantes. Había conseguido que se sentase, pero todavía no el que se tomase alguna consumición. El caso es que, frente a él, había una administración de loterías (para quien no sepa lo que es, tienda dedicada a la venta de billetes de lotería.)

-¿Por qué hay tanta gente en esa tienda de ahí delante? –Me dijo Habiba, señalando un grupo que hacía fila con inicio en la Administración de Loterías.

-Esperan comprar billetes de lotería. Es un sitio donde suelen caer muchos premios….

Tuve que explicarlo todo sobre el tema, Al final, cuando quedó satisfecha su curiosidad, me dijo que le gustaría tener un billete. Le pedí que fuese a comprar un número y que, si ganábamos algo, lo repartiríamos al cincuenta por ciento. Le di el dinero suficiente y fue como si le hubiese hecho el mejor regalo de su vida. Se acercó a comprarlo y me entregó los diez décimos en los que se divide el número. Quería que se quedase con la mitad, pero era como si le hubiese dicho que se fuese con el diablo. No consintió quedarse con nada.

-De todas formas, te los guardaré para ti. Si nos toca, podrás volver a tu país y mantenerte tú y a tu familia el resto de vuestra vida.

No podía haber dicho algo peor. Si la hubiese amenazado con desollarla viva no se habría horrorizado tanto.

-¡No amo. Por favor. Eso no! Ahora no podría volver. Déjame estar contigo. Haré todo lo que quieras. No tendrás ninguna queja de mí….

Me estuvo contando algo de que ya no era virgen y que no tenía valor para nadie, que el dinero pasaría a su padre y hermanos, que allí sería la esclava de cualquiera de su familia, que hasta su madre y hermanas la echaría de su saldo… Y un montón más de excusas para no volver. Aquí se siente segura y protegida, mientras que allí no hay ninguna seguridad.

Al día siguiente, me despertó una extraña sensación en mi polla. La sentía hinchada y dura, con una sensación de humedad. Cuando me despejé un poco, vi como Habiba se estaba metiendo totalmente la polla en la boca, hasta que su nariz chocaba contra mi pubis.

-Pero… ¿Qué haces? –No era la forma habitual de despertarme. Generalmente lo hacía besándome.

-Como sé que lo que más te gusta son las mamadas, desde ahora te voy a despertar todos los días así, además de hacértelo a cualquier hora. Así no desearás que te deje.

Yo, encantado, la dejé hacer, mientras ella lamía desde los huevos hasta la punta, deteniéndose un momento en el borde del glande para repasarlo con su lengua alrededor volver a metérsela toda entera de nuevo, succionando y soltando para darle un ligero movimiento de entrada y salida, a la vez que presionando con la lengua contra el paladar.

La sacaba, me pajeaba un poco volvía a repetir.

Me estaba matando de placer.

Tomar con una mano mis huevos y, con el dedo medio, presionar sobre mi perineo con movimiento circular, fue el detonante que lanzó toda mi corrida en su boca, sin darme tiempo a avisarla, como siempre hacía, aunque ella no se retiraba y tragaba toda.

El tiempo fue pasando, los días se convirtieron en meses y yo disfrutando como nunca con las mamadas matutinas y las folladas a medio día y/o por la noche.

Un día, estando en el trabajo (si, aunque con dinero suficiente para no necesitarlo, trabajo porque me gusta), sonó mi teléfono móvil. Ya iba a descolgar, pensando que sería Habiba, que como todas las mañanas me llamaba para decirme lo mucho que me deseaba, cuando me fijé que no era ella. Era el número de mi ex.

-¡Será hija de puta! –Exclamé sin poderme contener, mientras tiraba la llamada.

Ya de mal humor, continué con mi trabajo. Bueno, es un decir. El teléfono siguió sonando una y otra vez. Unas veces llamada, otras sms, otras guasap.

Cabreado, decidí dejar el trabajo y marchar a casa. Apagué el teléfono y me disponía a marchar, cuando mi jefe me llamó para comentar algunos proyectos muy interesantes. Eso me fue relajando poco a poco, hasta que a mediodía hicimos una parada para comer algo mientras seguíamos hablando. Yo avisé a Habiba desde el teléfono de la empresa y seguimos hasta terminar la alargada jornada.

Cuando llegué por la noche a casa me recibió Habiba totalmente desnuda y arrodillada, esperando que follásemos, ya que me había saltado la del medio día. Me acerqué, me bajó los pantalones y el slip y se llevó mi polla morcillona a la boca.

A la tercera chupada, se la sacó y me dijo:

-Amo, hace unas horas ha venido una mujer preguntando por ti, ha dicho que era tu ex y que tenía que hablar urgentemente contigo…

-Me c.go en… Si esa puta quiere algo, que lo diga a través de su abogado. ¡Que se gaste el maldito dinero que se quedó! Si vuelve, no le abras la puerta. Ni le hables.

Mi ataque de ira había vuelto, solo que más fuerte.

-Si, amo. Lo que tú digas.

-Vamos a la cama. Necesito relajarme. –Dije mientras me dirigía al dormitorio desnudándome y mascullando por el camino.

Al contrario que otras veces, esta vez no fue un sexo amable. Fue una relación brutal, más encaminada a satisfacer mi ira que a obtener placer.

Me acosté sobre la cama. La erección se me había bajado, por lo que le dije de modo imperativo:

-¡Vuelve a ponerme a tono!

Ella subió a gatas a la cama por el otro lado y se puso a chupármela. Arrodillada a mi lado, con el culo en pompa, no pude resistir la tentación de darle azotes con la mano.

-Chupa, puta. Y hazlo bien.

No se porqué, pero me estaba costando más que de costumbre. Pero Habiba se había hecho una experta y pronto la tuve como una piedra.

Me incorporé y la giré para colocarme a su espalda, dejándola a cuatro patas y se la clavé directamente en el coño. Estaba algo excitada y con la polla bien ensalivada le entro sin problemas. Un gemido, más de molestia que de placer, acompañó mi penetración.

Seguí dándole duro. Se la metía hasta el fondo para sacarla toda, volviéndola a meter con fuerza hasta que mi pelvis chocaba con su culo. Cuando se la sacaba, palmeaba los cachetes duramente.

Ella gemía con fuerza. Yo pensaba que la estaba lastimando, que era lo que pretendía para satisfacer mi venganza y calmar mi ira con ella, pero resultó que estaba disfrutando como nunca, como me diría más tarde.

Con el culo totalmente rojo y dos orgasmos a su favor, se la saqué del coño y se la metí directamente por el ano.

Su gemido coincidió con su nuevo orgasmo y mi creencia de que le había hecho realmente mucho daño.

Después de un buen rato follándole el culo, una monumental corrida que me dejó sin fuerzas, llenó su recto.

Caí rendido a su lado. Ella se abrazó a mí, puso su mejilla en mi pecho y nos quedamos dormidos.

Mis sueños estuvieron repletos de escenas vividas con mi ex. Mi cabeza se llenó de todas las vivencias que recordaba de lo que me había hecho, como ya os conté…

He vuelto a mirar lo que conté y he visto que no os dije nada, Si me perdonáis, os contaré un poco mi vida.

Aunque… Como es un poco largo, mejor os lo cuento otro día.

Relato erótico: “Una presumida e insoportable compañera de trabajo” (POR CARLOS LÓPEZ”

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No me hizo ninguna gracia cuando me dijeron que la semana antes de mis vacaciones de Semana Santa tendría que visitar a unos clientes en una ciudad perdida de Rusia. Y menos cuando me dijeron que Marta, una de las comerciales iba a venir conmigo a ver si conseguíamos venderles algún equipo nuevo.
Trabajo de técnico para una empresa de tecnología de impresión. Nos dedicamos a impresoras gigantes para vinilos, pancartas, telas, vallas de publicidad y todo ese tipo de cosas. Es una empresa china y la sede europea está en España. Por suerte a mí me toca el mercado nacional, pero con la Semana Santa algunos compañeros estaban de vacaciones y no quedaba gente en el cuadrante. Además el cliente era potente y el jefe quería que quedásemos bien para hacer más negocios con ellos. Por eso iba Marta, la comercial. También cabreada como es habitual en ella.
El viaje de ida fue realmente catastrófico. El vuelo se retrasó y perdimos la conexión con Moscú, por lo que tuvimos que tomar el último avión de la tarde llegando allí a las 10 de la noche. No os podéis imaginar lo que es una ciudad pequeña de Rusia a las 10-11 de la noche. Te asomas a la calle y todo está oscuro. Incluso el taxista que nos trajo desde el aeropuerto daba miedo, un tío malencarado con aspecto de mafioso que no se enteraba de nada o no se quería enterar. El tío fumaba y nos llevaba por carreteras oscuras con pinta de secundarias. Joder, para que la borde de Marta se acercase a mí en el coche… Después me confesó que si no fuese acompañada por mí se veía violada en cualquier descampado.
Lo cierto es que yo soy un tío grande. Como voy rapado y no soy precisamente un modelo, también doy cierto miedo. Mido casi 1,90 y estoy bastante musculado. Hablando de mis músculos, sobre ellos notaba el cuerpo de Marta que viajaba a mi lado y se había pegado bastante a mí en el coche. Joder, entre el ligero contacto y el olor a perfume que siempre desprenden las mujeres estaba incluso poniéndome cachondo en el taxi. Marta es una morenaza, mas bien bajita y con muchas curvas. Todo lo que tiene de pequeñá lo tiene de mala leche, pero en el viaje a mi lado se hacía un poco la simpática. Pensaría que si me pongo de acuerdo con el taxista nos la follaríamos los dos, y ganas no me faltaban estando tan cerca de mí esas tetazas.
La cosa es que sobre las 11 llegamos al hotel, que era de una conocida cadena de hoteles francesa y apartado de la ciudad. Tuvimos que llamar a la puerta porque ya habían cerrado para la noche y, una vez allí nos llevamos la siguiente sorpresa: Sólo tenían una habitación reservada. El imbécil de la agencia de viajes había metido la pata. Además, había un congreso de no sé qué idiotez y el hotel estaba completo. Total que a pesar de que Marta montó el pollo, nos tuvimos que joder con una sóla habitación para los dos y encima cabreados entre nosotros porque yo había dicho que no me iba a dormir a ningún sitio raro, que se fuera ella si quería. En fin, al día siguiente lo arreglaríamos que allí íbamos a estar dos noches.
De todas formas, debimos darle algo de pena a los del hotel, que nos abrieron la cocina sólo para nosotros y aceptaron llevarnos algo a la habitación.
Al llegar a la habitación su cabreo aumentó. Sólo había una cama de matrimonio y no exageradamente grande. También había un sofá en el que yo no cabía y ella sí. Una mesita, televisión, minibar y armario. Todo estaba enmoquetado y la calefacción funcionaba a buen ritmo. Se nota que los rusos tienen petroleo de sobra.
Yo normalmente viajo con equipaje sólo de mano y claro, no suelo llevar muchas cosas. Para empezar, a los viajes no llevo pijama y cuando me acordé de eso al abrir la maleta no pude menos que sonreir pensando en el cabreo monumental que iba a coger Marta, cuando se enterase que compartiría la noche conmigo y además en calzoncillos. Yo, por mi parte, tenía curiosidad en verla a ella en pijama. Tan pija como era y con esas tetazas ¿cómo sería su pijama? ¿habría traído camisón? No creo, pero tenía la duda y estaba nervioso. Estaba nervioso por todo.
A cualquiera le dices que estás con un pivón así en una habitación de hotel y le da envidia, pero lo cierto es que la situación era tensa. Marta se metió al baño a darse una ducha y no, no dejó la puerta abierta, ni una rendija ni nada de nada. Todo lo contrario, la cerró a conciencia como si yo fuese a entrar. Al salir, salió con el albornoz del hotel, que de eso sí que había, puesto sobre su pijama. Claro, sólo había un albornoz en la habitación y lo había cogido ella. Joder con esta tía, podía haber preguntado ¿no?
Llegó la cena que consistía en una sopa con algo parecido a carne flotando y una tortilla francesa. Lo que nos quisieron traer. También había una botella de vino de procedencia desconocida. Por el tipo de letras que tenía debía ser ruso, y una botella de vodka que el camarero nos señaló con una sonrisa como esperando una propina por ella que ni Marta ni yo le dimos. Que se joda, que bastante jodidos estábamos nosotros.
En fin, empezamos a cenar y Marta bromeaba con lo mala que estaba la sopa y lo peleón que era el vino, del que estábamos bebiendo bastante. Sobre todo yo, que pensaba que de perdidos al río. Al terminar, incluso nos atrevimos a darle un poquito al vodka
Marta se estaba haciendo la simpática de nuevo. Sospechaba que para que la dejase la cama y sospechaba bien. Haciendo el gesto de taparse el albornoz dijo con aire seductor pero firme:
–         Oye, yo hoy duermo en la cama y si mañana no arreglamos esto te toca a ti.
–         No, no, en la cama dormimos los dos, que yo en el sofá no quepo… salté yo
–         ¿Pero tú estás loco? Como vamos a dormir juntos… vamos ¡ni lo sueñes!
–         Bueno, pues duermes tú en el sofá que cabes perfectamente. Además, yo no tengo la culpa de tú hayas tenido que venir a última hora y no te hayan hecho bien la gestión
–         ¡Pero serás…!
–         Dilo… di lo que ibas a decir… ¿Cabrón? ¿Cabrón porque paso de dormir en esa mierda de sofá en el que no quepo porque a la princesita le da reparo dormir a mi lado?
–         ¡Sí! Tenía que salir de ti lo de dormir en el sofá.
–         O de ti, que cabes perfectamente en ese sofá y yo no
–         O de ti, que parece que eres un muerto de hambre que está deseando dormir a mi lado para luego decírselo a los compañeros
Sus palabras me hirieron. La verdad es que estábamos un poco calientes ya, y no precisamente en el terreno sexual. Y eso sin haberla dicho que no tenía pijama y que iba a dormir en calzoncillos.
–         Mira guapa, duerme donde te salga de… de ahí, que yo voy a utilizar la mitad de la cama y no tengo el menor interés en acercarme a ti… antes me voy de putas, que creo que en Rusia hay unas cuantas –se me escapó decir-
–         ¿ah sí? Pues vete de putas que seguro que era lo que ibas a hacer si yo no hubiese venido. Tienes toda la pinta de hacerlo…
–         ¡Y tú tienes toda la pinta de serlo!
No sé cómo paré su bofetada, pero lo hice… como un rayo soltó su mano y como un rayo la paré yo, quedándonos en una estúpida posición en que yo la sujetaba de las muñecas y ella estaba demasiado cabreada para hacer nada. Sus mejillas estaban rojas, y el albornoz se había abierto dejando ver una chaqueta de pijama abotonada y rosa. Creo que era un pijama corto, porque se le veían las piernas bajo el albornoz. Joder, si encima estaba preciosa.
Típico momento en el que yo, a la fuerza la daba un beso y ella se resistía unos segundos para luego corresponder y entregarse jaja. Pero no. Eso no pasó. Me di cuenta de que había ido demasiado lejos y la pedí perdón por lo que había dicho. Me había pasado tres pueblos llamándola puta aunque se lo había merecido. Ella tuvo el buen gesto de corresponder lo que la dio algunos puntos en mi estimación.
–         Perdona, no tenía que haber dicho eso.
–         No, perdona tú también
–         Mira, yo creo que voy a estar incomodísmo en el sofá porque no quepo y que podemos compartir la cama, pero si no quieres la tendrémos que echar a suertes.
–         Vale, vamos a echarla a suertes –concedio ella más calmada-
–         ¿Nos lo jugamos a cara o cruz?
Yo no me atrevía a decirle que no tenía ni pijama, y me puse otro vasito de vodka. Al ir a ponérselo a ella no se negó, así que llené también su vaso. Pareciamos rusos de verdad. Busqué una moneda y le dije:
–         Cara o cruz
–         Los euros no tienen cara o cruz ¿o sí?
–         Sí –dije mostrando una moneda de 50 céntimos en la que aparecía la cara de Cervantes en pequeño-
Ella se acercó a mí para verlo, como no fiándose, y otra vez su aroma a pelo recién lavado me envolvio.
–         Cara –dijo- si sale cara gano yo y elijo-
–         Vale… bueno, antes de tirar la moneda ¿no te enfadarás si pierdes?
–         Noooo
–         Bueno, vamos a brindar primero. No más enfados ¿vale?
–         Vale, pero con una condición –dijo casi susurrando- De lo que pase aquí ninguna palabra a nadie de la empresa.
No sé si la frase tendría segundas, pero yo me puse cachondo nada más oirla. Se me debió quedar una expresión rara en el rostro porque ella echó a reir dándose cuenta
–         Jajajajaja No va a pasar nada de lo que tú te imaginas
–         ¿y tú qué sabes lo que yo me imagino, listilla? ¿no será de lo que TÚ te imaginas? –dije resaltando el TÚ-
–         Anda vamos a brindar. Por… por… -no sabía que decir-
–         Por lo que se imagina cada uno, jajajaja –rescaté yo la frase. Y añadí para que se quedase tranquila-… y que no va a pasar… al menos lo que uno de los dos imagina –seguí bromeando-
–         Jajajajaja o los dos –dijo ella animada por el vodka-
La verdad es que cuando quería era un encanto de mujer. Supongo que por eso era comercial. Ahora casi prefería que no compartiésemos la cama, porque dormir al lado de semejante hembra y no poder hacerla nada iba a ser una tortura también. Además, todo el mundo sabe el dicho “donde tengas la olla no metas la polla”…
Nos tomamos un copazo de un trago, y tiré la moneda al aire dando vueltas… CRUZ!!
–         Perdiste Marta, pero sigo manteniendo mi oferta de dejarte un ladito de la cama –dije amable-
–         ¿Doble o nada?
–         ¿Cómo que doble o nada? Pero si no tienes nada que ofrecer listilla
–         A ver a ver… algo tiene que haber. Te dejo beberte todo el vodka a ti
–         Jajajajaja pero si queda menos de media botella. Además prefiero que te lo bebas tú que así estás más graciosa.
–         Bueno, vamos a jugar y ya hablaremos de la cama –dijo llenando un vaso de vodka-
–         De la cama no hay más que hablar jajaja, pero vale, vamos a jugar a el que pierda bebe
–         Pero tiro yo la moneda –dijo ella-
No sé porque noté un brillo en su mirada y pensé “hoy me voy a follar a esta zorrita”, pero también tenía una cierta precaución porque la tía es muy lista y aún tenía sospechas de que me pudiese engañar. ¡CRUZ otra vez! Y se bebió el vaso de un trago, llenándolo otra vez.
Aunque los vasos eran pequeños, después de 4 rondas ya iba quedando poco en la botella. Ella había bebido más que yo y nuestros comentarios y nuestras risas denotaban que íbamos bastante borrachos. Entonces dijo haciéndose la indignada:
–         ¡No es justo! ¡Esa moneda está trucada! Déjame verla. Me llevas haciendo trampas toda la noche. ¿no te da vergüenza?
Y se inclinó hacia mí para quitarme la moneda de la mano, pero yo en un gesto reflejo la retiré, llevándome la sorpresa de que su espectacular par de tetas se apoyaba contra mi brazo intentándomela quitar. Joder, estaba seguro de que esta tía quería algo. Algo que tenía yo entre mis piernas y que en ese momento ya estaba creciendo de tamaño. Lo peor de todo es que no sabía cómo plantearlo. De hecho le di la moneda porque tenerla así de pegada a mi cuerpo me daba más vergüenza a mí que a ella.
–         Toma anda, que es una puta moneda normal. Tírala tú a partir de ahora.
–         Vale ¿Qué nos jugamos?
–         Ahora nos jugamos prendas. Quien pierda entrega una. –Dije yo atrevido-
–         No, mejor nos jugamos la cama –insistió-
–         Jajajaja qué lista!! Ni de coña!! Si quieres nos jugamos prendas
–         Venga anda, juégate la cama. Con lo hombre que pareces y ahora vas a resultar cobarde. –estaba claro que quería sacar algo del juego. Yo también quería sacar algo, pero primero quería meterlo.-
–         No seas cobarde tú y juega conmigo a las prendas…
–         Bueno, unas tiradas a las prendas y luego una tirada para jugarnos la cama…
–         No, la cama la he ganado yo, si quieres que nos la juguemos otra vez tendrás que apostarte otra cosa… jajaja otra cosa que me interese…
–         Jajajaja qué cabrón eres!! En qué estás pensando?? –dijo ella curiosa-
Para mi sorpresa, 10 minutos después estábamos jugándonos las prendas a cara o cruz. Marta había puesto como condición que nada de esto trascendiese (cosa que yo había jurado), y que bajásemos la luz al máximo, por lo que estabamos casi a oscuras, con la habitación apagada y el baño encendido con la puerta abierta.Las reglas eran claras… el que perdía entregaba una prenda y, si no quería, la podía cambiar por un vaso lleno de vodka. Al principio perdí 3 rondas seguidas, luego una ella, otra yo y 2 más ella…
En ese momento yo estaba en calzoncillos y camiseta, mientras que ella se había quitado el albornoz quedando en su precioso pijama pálido, con pantalón corto y dibujos de estrellas de color. Para no quitárse ni el pantalón ni la camisa del pijama, había bebido 2 vasos más acabando la botella de vodka. Se notaba que estaba poniéndose muy contenta porque me insistía bromeando que me pusiese de pie para ver el bulto de mis calzoncillos que, por cierto, estaba ya bastante voluminoso. Yo me negaba divertido y avergonzado.
Cuando perdió la siguiente vez empezó a remolonear para no quitarse la camisa del pijama. Se notaba que al salir de la ducha no se había puesto el sujetador porque ya estaba preparada para dormir. Entonces se me ocurrió una alternativa.
–         Te cambio la prenda por que te pase un hielo por el cuello durante 20 segundos –dije atrevido-
–         Jajajaja eres un cerdo… me quieres poner caliente
–         ¿caliente? Si es un hielo…
–         Qué morro tienes!!
–         Es que sospecho que no llevas sujetador y quiero comprobarlo. Así que decide… una prenda o el hielo
–         Jajajajajajajajajaja… venga el hielo… ¿pero cuánto tiempo dices?
–         20 segundos
–         No 10!
–         15!
–         15 si te pones de pie para hacerlo –dijo ella pícaramente-
–         Venga, pues 10 entonces que con eso ya me vale para comprobar lo que quiero ver
–         ¿y no te vas a poner de pie?
–         No, pero tú sí
–         Jajajaja entonces voy a cruzar los brazos
–         No, Marta, tienes que hacer lo que yo diga… si no pues me das la prenda y ya está… elige, ¿pantalón o camisa? –dije yo que tenía las de ganar-
–         Yo también quiero que tú hagas lo que yo diga
–         Pues tendrás que ganarme una apuesta Martita…
La sensación de pasar el hielo por su cuello y observar cómo sus pezones se marcaban en la ropa fue espectacular. En ese momento me parecieron gigantes. Tal como había sospechado, no llevaba sujetador, y la actitud que tomó de niña buena poniéndose a mi lado y sin cruzar los brazos me puso la polla como una piedra. Yo estaba sentado y la mesa me la tapaba pero ella miraba de reojo a ver si la veía. Estaba loca por hacerlo y se la notaba.
Entonces le propuse una nueva apuesta:
–         Martita, nueva propuesta: El que gane ahora puede hacer lo que quiera con el otro durante 10 minutos. Con una única condición: no puede meter sus manos ni nada bajo la ropa que llevamos puesta.
–         Jajajajaja eso es sufrir más que disfrutar!!
–         ¿Por qué? Por encima de la ropa puedes hacer lo que quieras si ganas. Sería tu esclavo. Si dices que me ponga de pie me pongo de pie. Todo lo que tú quieras durante 10 minutos.
–         Quiero poner una condición –dijo ella-
–         ¿Cuál?
–         Si gano yo, además de los 10 minutos, me quedo con la cama
–         Jajajajaja, eres una  zorra Martita… –se me escapó el insulto-  seguro que estás jugando a esto sólo para quedarte con la cama…
–         Ah sí? Soy zorra? –Dijo ella melosamene mientras hacía un gesto de sacar pecho dejándo a la vista la silueta de sus tetazas y sus pezones bajo el pijama-
Esta vez el calificativo de zorra no la había molestado en absoluto. Al contrario, la había provocado más. Habría dado un brazo por grabar en mi teléfono movil su imagen diciendo eso. Yo estaba cardiaco, verraco… y con un nerviosismo brutal pues no sabía como iba a terminar la noche. Para empezar, si perdía el siguiente cara o cruz me iba a quedar con cara de gilipllas, sin cama y sin “escalva zorra”. Pero claro, si ganaba… si ganaba iba a dar su merecido a una inaccesible y preciosa compañera de trabajo. Una chica decente de la que por casualidad estaba sacando a la puta que lleva dentro.
Y era muy puta. El ambiente de la habitación estaba cargado y ya empezaba a sentirse un ligero aroma a sexo… seguro que estaba empapada como una cerda. Me moría de ganas por ganar la apuesta y comprobarlo con mi manita sobre sus bragas. He tocado muchos coños en mi vida, pero os aseguro que tocárselo a una compañera de trabajo borde y atractiva produce un morbo bestial. Estaba en mi mano, sólo tenía que sonreirme la suerte en el cara o cruz….
Y me sonrió la suerte!! volvió a salir cruz!! Y dijo
–         Bueno, todo esto era una broma… anda vamos a acostarnos, te dejo la cama
–         Ni hablar!! –Salté yo como una fiera- una apuesta es una apuesta y ahora vas a hacer 10 minutos lo que yo diga
Me sorprendí a mí mismo tomándo su brazo con mi mano y llevándola a la pared
–         Pero no te pases ¿vale? –dijo otra vez melosamente. A esta puta le gustaba jugar pensé-
–         Contra la pared zorra!! Vamos! –simulé autoridad y respondió-
–         ¿así?
Joder, no daba crédito a lo que veía. Había entrado de lleno en el juego y obedecía mis órdenes mirándome pícaramente. Se dejaba manipular e incluso creí verla mordiéndose el labio inferior. Yo alucinaba, pero seguía el juego tratando de representar el papel de duro, usando lenguaje sucio pero sin pasarme. En realidad era caminar por el alambre.
–         Tú quieta ahí Putita! Que voy a poner el cronómetro del teléfono para que no digas que hago trampas ¿vale?
Pero sí las hice. Por supuesto que las hice: Puse el teléfono sobre la mesa y, con toda la frialdad de que fui capaz, pulsé el botón de grabar. No sé si saldría algo de imagen porque estaba muy oscuro y posiblemente desenfocado, pero sólo con el sonido podría inspirarme para algunos… algunas necesidades futuras. Mientras le explicaba las reglas y ella asentía obediente:
–         Durante 10 minutos eres mía. No puedo entrar en tu cuerpo ni quitarte la ropa. Y claro, no puedo hacerte daño.
–         Vale, pero no te pases… -continuaba con esa voz melosa que la delataba, estaba loca por que sí me pasase-
–         Claro que me pasaré Martita, para eso nos lo hemos jugado y ahora tienes que ser buena ¿vás a ser buena?
–         Sí, mi amo
–         Jajajaja no me llames amo que me recuerda a una peli porno
–         Sí, mi amo –dijo provocándome y descojonándose-
Me hice el desobedecido, y le di un azote en el culo con la mano abierta
–         ayyy!! –dijo mordiéndose el labio inferior de nuevo y sacando el culo para provocarme de nuevo- no me pegues amo…
–         Jajajaja pues no me provoques. Mira –expliqué de nuevo la situación- yo te puedo hacer lo que quiera sin hacerte daño, y tú si dices una palabra que decidamos me harás parar ¿qué palabra quieres?
–         Basta
–         Vale, si dices basta paro. Venga zorra, que se acaba mi tiempo y tengo una fantasía…
Decidí darme un capricho, una fantasía que a veces rondaba mi turbia mente. Joder, estaba loco por pasar mi mano sobre su ropa.
–         ¡Vamos, contra la pared! ¡Las manos en la pared donde pueda verlas y sin moverlas de allí!
–         Ayy –decía mientras la manipulaba-
–         ¡Abre las piernas! -dije sobreactuando y dándole dos pataditas en los pies como si fuera yo un policía y ella una detenida-
–         ¿me vas a esposar? –seguía con su tono sensual-
–         Haré lo que me dé la gana. Ni se te ocurra moverte –estaba loco por recorrer su cuerpo con mis manos y el rollo “policía” estaba resultando divertido-
Obedecía nerviosa y excitada. Yo hacía muy bien mi papel. Susurraba en su oído “eres mi puta… ni se te ocurra moverte”, y pasaba mi mano suavemente por su coño sobre el pijama simulando registrarla. Presionaba más alguna vez y otras simplemente frotaba notando como su ropa se empapaba con sus propios jugos. Ahora sí olía a sexo. Entre el olor y sus gemidos, mis sensaciones eran brutales. Estaba tocando el coño a una de las mujeres más serias de la oficina y ella jadeaba ostensiblemente. Sólo de pensarlo ahora me excito, pero en ese momento estaba completamente empalmado, con la polla como una barra de acero. Marta miraba de reojo a mi paquete, pero yo le hacía de rabiar aún más “¡mira a la pared, zorra!”.
Después de gastar un precioso minuto de mi tiempo dando un repaso a sus tetazas, decidí forzar más la situación: Puse un hielo en mi mano sobre su caliente raja de la que me separaba sólo la húmeda tela del pijama y de las bragas tipo culotte que llevaba y la mantuve ejerciendo una ligerísima presión pero sin moverla en absoluto. En menos de 10 segundos comenzo a mover las caderas sutilmente para rozar su clítoris sobre mi mano.
–         No te muevas
–         Jo, por qué te gusta tanto hacerme sufrir? Eres malo conmigo… -decía golosa-
–         Pues no te oigo que digas basta, Martita… –contesté provocando ahora yo-
–         Es que me encanta lo que estás haciendo
–         Ah sí? Pues entonces tengo que ser más duro jajajajaja
Y sacando mi mano de entre sus piernas, me puse detrás de ella de modo que sintiese sobre su redondo culo mi polla, que estaba a punto de reventar. Entonces, sobre su pijama, tomé sus tetazas en mis manos y sucesivamente, me dediqué a sopesarlas, rozarlas, apretarlas con firmeza, y otra vez rozarlas. Cuando gemía de nuevo y restregaba su culo contra mi polla la tomé de los pezones y me puse a pellizcarlos sobre la ropa. Entonces decía “¡Estate quieta zorra!” y soltaba un poco mi presión, acariciándola, pero luego cuando se aceleraba otra vez, incrementaba mi presión sobre sus pezones llegando al punto fronterizo con el placer y donde ella iba a empezar a sentir un leve dolor. Ella misma se gobernaba en su movimiento gimiendo como una perra en celo. Entre esos jadeos acertó a decir:
–         Eres un puto cerdo. No me voy a poder quitar esto de la cabeza y me voy a tener que tocar pensando en ello.
–         Ni se te ocurra moverte. Has venido a que yo te use y lo voy a hacer –continuaba con mi representación tirando más de sus pezones cuanto más se restregaba-
–         jooooooo porfa –se quejaba un poco poniendo voz de niña- Déjame enseñarte todo lo q sé hacer… No seas malo conmigo…
–         ¡Cállate zorra! Si mira como estás… -dije mostrándole mis dedos recién mojados sobre la tela de su entrepierna-
–         ¿Cómo?
–         Húmeda como una puta… las niñas buenas no se ponen así con un extraño. ¿No?
–         ¡Cabrón! Vas a sufrir cuando me toque a mí…
–         Sí, pero ahora me toca a mí y voy a aprovechar los minutos que me faltan.
Y tomándola del brazo la llevé a la cama
–         Ponte a cuatro patas sobre la cama, Marta… sobre “mí” cama –recalqué-
De momento estábamos respetando las reglas del juego: “sólo uso del cuerpo del otro para lo que sea, sin entrar en la ropa interior, todo por fuera”, pero tenía dudas de si iba a ser capaz de respetarlo mucho más.
–         Nunca me habían tratado así, no sabía que había tanto morbo en obedecer
–         No es obedecer Martita, es dejarse hacer, dejarse usar –dije por contradecirla, que también era parte del juego-
–         Ummm ¿es eso?
Entonces, juguetonamente, simuló quitarse de esa posición y yo, yo no podía consentirlo. La tome con mi mano todo su pelo que tenía recogido en una coleta. No quería hacerla daño, pero veía su carita de enfadada mientras la devolvía a su posición a cuatro patas sobre la cama.
–         Tú quieta zorrita, no he oído que digas basta…
–         No lo voy a decir –susurró jadeando-
Yo mismo estaba asustado de lo que decía y hacía, pero notaba claramente cómo ella estaba disfrutando del juego de somenterse a mis ideas. Tenía claro que si hubiese dicho la palabra “basta” la hubiese soltado y me hubiese disculpado, pero ella no la dijo. Yo tampoco esperaba que lo hiciese. De hecho ya estaba comportándose bien y manteniéndose a cuatro patas sobre la cama ante mí, que estaba de pié junto a ella. Me puse cerca de su cabeza y, mientras acariciaba suavemente su pelo, la decía que estaba preciosa, que era un pivón, una diosa y que era morbosa y adorable.
Acariciaba su espalda sobre el pijama y me desplazaba hacia su culito, que casi no se veía porque estaba en la parte de sombras. La verdad es que estábamos casi a oscuras porque Marta había pedido que sólo estuviese la luz que salía por la puerta del baño. Tomé mi mechero de la mesilla y encendí una llama. Marta se asustó “¿qué haces?”. Pero la tranquilice “naaada cielo, sólo quiero verte con esta luz” y acerqué la llama a unos centímentros de su cuerpo pero sin que fuese demasiado que no quería que se asustase, sólo contemplar mejor esa zona de su coñito con la tela arrugada y húmeda marcando su raja. Hinchada y jugosa. Quería retener esa imagen en mi memoria para que no se me olvidase. En realidad quería apartarle la tela y ver su coño abierto como una flor antes de clavarle mi polla hasta la garganta. Pero eso estaba fuera de las reglas del juego.
Entonces le dije “mírame pequeña…” mientras las yemas de mis dedos se deslizan por la piel suave del interior de sus muslos, mientras recorría sus curvas “me encanta tenerte así… sometida a lo que yo digo…”. Ella sólo gemía suavemente. Y yo, acercando mi abdomen a su cara dije “mira cómo me tienes” y seguía suavemente recorriendo su cuerpo con mis manos. Su columna, despacio, desde su nuca a su culito y su sexo y luego hacia su cara, sus ojos, su buca para que sienta el aroma de su propia feminidad. Ahora su pelo, sus orejas, su los labios de su boca, su cuello… y mi otra mano sus costillas. Ella se dejaba hacer y por su respiración denotaba que se estaba relajando.
Acerqué mi cuerpo a su boca para ver si algún impulso la hacía ir hacia mí, pero ella dudaba si moverse después de mi “representación”. Entonces acabé tomando con suavidad su pelo, su coleta, y dejé que mi polla durísima recorriera su rostro sólo separado por la fina tela de mi ropa interior. No sin cierta ansiedad, Marta abrió los labios y envolvió con ellos la tensa barra que tenía ante sí, mojando aún más la tela con su saliva y saboreando golosamente lo que empezaba a tener para ella.
Bit bit… bit bit… bit bit…
La alarma del teléfono nos advirtió de que habían pasado ya los 10 minutos. Durante unos segundos a los dos se nos quedó cara de tontos. Joder, qué cortos habían sido. Marta empezó a hablar:
–         ¿Te vas a quedar así? ¿con lo excitado que estás? Jajaja
–         Tú tampoco estás mal… no te has dado cuenta de que mis manos intensificaban sus caricias en función de tu ansiedad?
–         ¡Sí! ¡Buen chico!
–         Buena chica tú…. así puesta como yo te mandé para que yo te contemple y te acaricie.
–         Es lo que me ha tocado… –dijo Marta justificándose-.
–         Ya vermos que pasa cuando cambie el rol…
–         ¿me toca? ¡Quiero la revancha…mis 10 minutos!
–         Habría que tirar monedas de nuevo
–         ¡No! me toca mandar.
–         Vale, pero ya nada de medias tintas. –dije yo deseando que las reglas del juego fueran más duras-
–         ¿medias tintas? ¡Hablas conmigo, no con tus adolescentes universitarias cachondas!
–         ¿sin reglas? Bueno, la de “basta” sí que no me fío un pelo de ti jajajaa
–         La de “basta” sí –corroboró ella-
–         Pero es que me ha quedado una cosa por hacer
–         Ummmmmm no sé si dejarte jajaja ¡escupe! ¿qué es?
–         Quiero comerte el coño sobre la ropa… que se me ha pasado el tiempo viéndote tan orgullosa puesta a 4 patas para mí… jajajaja y no me ha dado tiempo
–         Ya, perdiste tu tiempo, guapo. Sorry. Jo, qué bien me vendrián ahora unas velas…
Mientras me disponía a poner el cronómetro al teléfono móvil de nuevo, Marta se había puesto en pie y me estaba empujando hacia la cama. Me pidió que me sentase sobre ella y que apoyase mis manos atrás. Que estirase bien las piernas y las abriese.
– Ya tenía ganas de que me dejases ver bien el enorme pollón que tienes ahí debajo -fruto de la situación estaba enorme y había una gran mancha de humedad en el boxer a la que su saliva también había contribuido-
La escena era brutal. Marta gateando a 4 patas y dirigiéndose hacia mí. Cuando estaba sólo a unos pocos centímetros, bajó su cabeza mientras apartaba su pelo como en una escena de peli porno, sacó la lengua y la pasó lentamente sobre mi polla. Todo por encima del boxer. Así puesta va subiendo sin despegar la lengua de mi ropa, como si lamiera mi piel y se va colocando, subiendo encima de mí hasta comentarme al oído que coloque exactamente mi polla justo entre sus labios “inferiores, claro está” dijo traviesa.
No fue difícil pues estaban marcados en sus braguitas, en el centro de una buena mancha de humedad, similar a la que se muestra sobre mis boxer. Como las reglas del juego nos impedían quitarnos la ropa, comencé a simular follar. Mejor dicho, en mi cerebro no quedaba sangre y yo ya no pensaba, sólo empujaba mi polla hacia ella clavándola más y más hasta el límite que dejaba nuestra ropa interior. Había entrado unos centímetros. Su culotte era una simple tela y yo empujaba con la intención de reventarlo. Joder, estába tan cachondo y tenía la polla tan dura que no podía pensar en otra cosa que intentar reventarlo.
Ella, que había dejado pasar unos instantes gimiendo como una perra, de repente se separó un poco de mí y tuve un sobresalto pensando que iba a parar ahí el juego. Pero no, simplemente soltó el botón de mi boxer y apartó sus braguitas dejándome ver por primera vez su precioso y arreglado coñito. Estaba empapada y una tira de pelo perfectamente recortada, lo hacía aún más bello. Me quedé quieto y fue ella la que empezó a masturbarse sobre mí, sin introducirme en ella. Movía lentamente sus caderas sobre mí, rozándose a su gusto y yo observaba la expresión de su rostro, sus gemidos, su respiración, y rozaba sus pechos sobre la camiseta. Manejaba sus pezones con mimo sobre la tela, mientras su pubis rozaba contra el mío y sentía cómo se aceleraba su respiración. Sujetaba sus pezones entre mis dedos para que fuera ella, con su propio movimiento los estirase y aplastase un poco. Estaba super excitada y se notaba… me dijo al oído entrecortadamente “uffffffff no pares de hacerme eso”, y era mi turno de ser obediente…
En ese momento ella empezó a moverse salvajemente sobre mí. A agitarse mientras sus gemidos eran cada vez más audibles
– “Ayyyy!!! Sigue, sigue, sigue…!!! ¿qué me haces cabrón? ¿qué me haces cabrón?… “
Llevó sus manos a su coño y yo pensé que era para incrementar el roce. Pero con una gran hablilidad, en un gesto rápido y aprovechando el vaivén, colocó mi polla en su agujero y se clavó hasta el fondo según bajaba. “¡¡¡Ahhhhh!!!” Los dos pegamos un grito al sentirlo. No de dolor que estábamos hiperlubricados, sino de placer. Yo porque noté de repente todo el calor de su cuerpo, que guardaba en las profundidades de su coñito hinchado, y ella porque empezó a correrse convulsionándose sobre mí.
Y yo la dejé. La dejé apretarse contra mi cuerpo buscando que mi polla llegase hasta lo más profundo. Mis manos seguían presionando sus pezones y sus uñas se clavaban sobre mis antebrazos obligándome a que siguiese haciéndola eso con fuerza.
Cuando se fue calmando, pensé que ya me tocaba a mí. Ya estaba bien de aguantarme sin correrme sólo para verla gozar y pues mis manos en las curvas de su precioso culo marcándola el ritmo. Era como si me estuviese haciendo una paja con su cuerpo. Ella se abrazó a mi cuello y puso su cara junto a la mía. Sentía sus tetas en mi pecho y me fascinaba. Cuando ella ya se movía sola al ritmo que yo la había marcado, sujeté la coleta de su pelo y la hice mantener la cabeza ligeramente ladeada. Poco, pero lo justo para sentir que estaba en mis manos y hacía con ella lo que quería. Mientras, comencé a golpes de abdomen a follármela profundo y rápido, fuerte, mientras ella se dejaba hacer, abrazada a mí y gimiendo. Yo ya no podía aguantar más y me vine dentro de ella inundándola con mi semen sin importarme las consecuencias. Obedeció a mi orden de que bajase el ritmo y poco a poco fue extrayéndome todos mis fluidos.
Esa noche compartimos la cama. No para dormir, porque estuvimos follando como conejos hasta el amanecer. Después de eso hemos repetido algunas veces, y hemos probado todo lo imaginable. Incluso ahora, que ella está a punto de casarse con un directivo de la empresa, a veces pasa por mi mesa y me susurra al oido frases como “soy tu puta”. Y está claro que lo es y que quizá sea yo el único que sé sacar esa faceta en ella.
Muchas gracias por vuestros correos, comentarios y sugerencias. Me encanta recibirlos.
Carlos López
diablocasional@hotmail.com
 
 

Relato erótico: “La mejor amiga de mi hija y la criada luchan por mi 7” (POR GOLFO)

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14

A la mañana siguiente, aparcada frente a casa de su padre, Patricia esperó nerviosa que su amiga cumpliera con la rutina y se fuera al gimnasio para llamar a la puerta y hablar con la única persona que podría confirmar o negar el romance del que le habían hablado. Sabía por ella que solía salir a las nueve y media y necesitada de respuestas, llegó con tiempo suficiente de verla tomar el coche y marcharse. Como al menos invertiría un par de horas ejercitándose, aguardó diez minutos antes de continuar, no fuera a ser que se hubiese olvidado algo. Entonces y solo entonces se bajó del coche. Mientras cruzaba el jardín, trató de pensar en lo que diría. Sabiendo que no podía llegar y directamente preguntar a la criada si su padre se estaba tirando a Estefany, decidió que debía charlar con ella por si en la conversación se le escapaba.

            Tras tocar el timbre, escuchó los pasos de la pelirroja corriendo hacia la puerta.

            ―Señorita Patricia―la oyó decir mientras observaba el cambio que había experimentado en el mes que llevaba sin verla.

            Haciendo uso de la educación que había recibido en esa misma casa, la rubia le preguntó por doña Bríxida mientras entraba. La criada sintiendo el cariño de su tono respondió que mejorando mientras respondía si había desayunado.

            ―Sí, pero me vendría bien un café.

            La amistad que habían forjado durante el tiempo que esa cría había vivido en la casa con ella, le permitió ponerse otro mientras Patricia daba el primer sorbo al suyo.

            ― ¿A qué se debe tu visita? ¿Te has vuelto a cabrear con don Gonzalo? ― preguntó conociendo los vaivenes de la relación paterno filial que mantenían.

            ―Para nada, solo venía a hablar contigo y ver cómo seguías― mintió mientras observaba de reojo que tal y como siempre había sospechado era una mujer de bandera.

            Por su tono, la pelirroja comprendió que no era cierto y, aun así, se extendió comentando los pormenores de la recuperación de su anciana. La poca atención que prestó al escucharla ratificó sus sospechas de que venía buscando algún tipo de información, y por eso cuando dejó caer que tal se había adaptado su amiga a vivir con ellos, supo que de algún modo le habían llegado con el chisme de que eran amantes. Si no llega a saber que Gonzalo había sido hechizado, directamente se lo hubiese confirmado para que ella misma la sacara de las greñas del chalet. Pero dado su embrujo, comprendió que en el caso que las dos veinteañeras se enfrentaran y a pesar de lo mucho que la quería, su padre optaría por la hispana. Por ello, no vio nada malo en ocultarle la realidad o al menos enmascararla:

― Poco a poco se va acostumbrado al ritmo de esta casa. Ya sabes, don Gonzalo sale a primera hora y solo vuelve para cenar, por lo que a Estefany no le queda otra que pasarse las horas charlando conmigo.

― ¿Y qué opinas de ella? ― insistió sin dejar de mirarle el escote.

Si hubiese sido su hermana menor, la cual se declaraba abiertamente bisexual, hubiese interpretado esa mirada como deseo, pero siendo Patricia la achacó al cambio de look y recordándolo decidió usarlo para despejar sus sospechas.

―Es un amor. Desde que llegó, no paró de darme la lata hasta que ha conseguido que me corte el pelo. Según ella, era una pena que me vistiera como una vieja teniendo solo treinta y un años.

―Y tiene razón, eres guapísima.

Que la piropeara de esa forma, le alertó que algo pasaba y para su sorpresa descubrió en el ambiente un olor que conocía y que no era otro que el que le había llegado al contactar con María de Zozaya, su pariente que había sido quemada en Zugarramundi. Nada más sentirlo recordó la funesta fama de la difunta y el modo con el que ejerció su poder.

«Con esta niña aquí, ¡no!», gritó para sí al asumir que había llegado el momento en que ese fantasma poseyera su cuerpo.

Temiendo por ella, quiso que Patricia se fuera de inmediato. Pero cuando intentó advertirla, se oyó devolviendo el piropo mientras acariciaba una de sus mejillas:

―Si hay un ser hermoso y angelical, ese eres tú.

La inesperada caricia hizo que la rubia la mirara y a bocajarro le confesara los motivos de su visita mientras Antía intentaba recuperar el control.

―No es con él con quien se manceba, sino conmigo― horrorizada escuchó que usando su voz era su ancestro quien contestaba.

 La rubia enmudeció al escucharla y con lágrimas en los ojos en las que extrañamente intuyó alguna clase de esperanza, le preguntó si era lesbiana.

―Cariñosa criatura. Es a vuestro padre al que realmente ansío, pero previendo que esa advenediza proveniente de ultramar osara meterse en su lecho, he visto a bien que harte su liviandad en la mía― nuevamente se escuchó decir usando unas expresiones en castellano a todas luces anticuado.

La alegría con la que recibió la confirmación de que adoraba a su viejo y que su amiga no tenía nada qué hacer teniéndole a ella deambulando por la casa rápidamente mutó en desesperación y se puso a llorar. La difunta, en vez de reírse de su llanto, se compadeció de ella y reanudando sus dulces carantoñas le preguntó qué era lo que le pasaba. Ante su sorpresa, ya que nunca había advertido ninguna señal Patricia confesó que si se había ido a vivir sola era porque no soportaba estar junto a ella sabiendo que nunca seria suya.

―Nunca me opondría a que te casaras con papá, aunque eso me hiciera sufrir― sollozó reafirmando sus sentimientos.

Con el corazón encogido, Antía observó que Maria de Zozaya la tomaba de la barbilla y que simulando una ternura que esa zorra fue incapaz de tener viva y menos muerta, la besaba. La rubia al sentir los labios de su amor secreto se lanzó desesperada en sus brazos pidiéndole que, aunque fuera una sola vez, la amara.

―Nada me complacería más que sosegar con piadosos y caritativos agasajos la zozobra que tanto te violenta.

Nuevamente la gallega intentó infructuosamente recuperar su cuerpo, pero rápidamente comprendió que no podría hacerlo, cuando sin que pudiese hacer nada por evitarlo, su mano tomó de la cintura a Patricia y la llevó al cuarto, donde lentamente fueron sus yemas las que desabrocharon uno a uno los botones de su camisa.

―Debes jurarme que mi padre no sabrá esto― suspiró Patricia mientras sus ojos brillaban de deseo: ―Nada me haría más feliz que saber que está a salvo teniéndote a su lado.

La hija de perra de la que descendía ni siquiera la escuchó y a base de tiernos besos, fue bajando por su cuello mientras le susurraba palabras de amor. Desarmada por la fuerza de lo que sentía, la rubia comenzó a gemir aun antes de sentir que la boca de la mujer que amaba se apoderaba de sus pechos.

―Por favor, deja que sea yo quien te desnude― asustada por lo que iba a ocurrir, Antía escuchó a Patricia sollozar mientras le bajaba el cierre de su uniforme.

El deseo que la meiga intuyó sus ojos se incrementó al verlo caer y por eso no le extrañó que, acercando la cara, la sumergiera entre sus pechos con una pasión indescriptible.

―Mi inexperta niña, no es entre estas pétreas mamas donde debes aliviar la sequedad de tu garganta― su propia voz fue la que oyó mientras era sus manos las que presionaba la melena de Patricia hacia su femineidad.

Su familiar no tuvo necesidad de insistir ya que fue la propia hija de Gonzalo la que pegando un berrido de alegría se lanzó entre sus piernas a adorarla. La rapidez con la que se iban desarrollando las cosas la pilló desprevenida y por ello apenas se sentía excitada cuando de pronto sintió que la rubia estaba ya recorriendo con la lengua todos y cada uno de los recovecos de su sexo mientras susurraba las veces que había soñado con hacerlo.

―Por esta risueña jornada, ¡todos mis dones son de vos! ― separando sus rodillas, María de Zozaya apremió sus deseos con el español que se usaba en sus tiempos.

La calentura que para entonces la dominaba le hizo seguir aprovechando ese permiso sin saber que se lo había dado un fantasma y por eso tras hacer localizado entre los pliegues el clítoris de la pelirroja comenzó a mordisquearlo llena de ansiedad. Su insistencia comenzó a rendir frutos y Antía descubrió alucinada que no era inmune a esos mimos. Es más, de haber tenido control de su cuerpo, ella y no la difunta hubiese sido la autora de los gemidos que salieron de su garganta.

―Primor, mancilla tu intimidad con las yemas del pecado y hazme saber que estás dispuesta a recibir mi querencia― se oyó nuevamente decir.

Mientras en su mente, no comprendía cómo Patricia no se hubiese dado cuenta de que jamás ella usaría ese tipo de lenguaje, la vio llevar una mano a su sexo y ponerse a masturbar.

―Así, bella mozuela. Sigue hoyando tu tesoro mientras sacias tu hambruna de la que no tardará demasía en convertirse en vuestra madre― insistió la difunta del siglo XVII mientras su descendiente empezaba a notar que las sensaciones se iban acumulando en su cerebro.

Sintiendo que apenas podía respirar, la joven meiga observó las mismas señales en la hija de su amado. Sabiendo que el placer mutuo no tardaría en llegar aceptó lo inevitable y se dejó llevar. Por ello, fue ella y no su ancestro, la que se corrió mientras Patricia compartía su gozo.

«Ojalá con esto doña María haya tenido suficiente», esperanzada disfrutó del placer que su familiar había provocado de manera tan insensata.

Sus esperanzas quedaron en nada, cuando la rubia se encaramó sobre ella y entrelazando las piernas son las suyas, sus dos coños entraron en contacto.

―Sigue regocijándote en esta vetusta haciéndole rememorar las mieles de la carne con vuestra concupiscencia― el fantasma la apremió.

―No eres ninguna vetusta― sollozó la joven sin dejarse de restregar con energía contra ella.

Antía supo de inmediato que le quedaba poco para ser liberada cuando notó que tanto su cuerpo como el de la chavala caían bajos los efectos de un hechizo. No tuvo que esforzarse mucho para comprender que su pariente quería sentir otro orgasmo antes de desaparecer. Lo que no previó y menos anticipó fue la intensidad y la duración del mismo.

― ¡Virgen santa! ― se oyó decir mientras todo su ser era sometido, zarandeado y masacrado por un placer tan largo como virulento hasta que agotada cayó sobre la joven.

Mientras ambas se recuperaban abrazadas, observó la cara de felicidad de Patricia y más tranquila al ver que acogía con alegría la sensual escaramuza que habían protagonizado, tiernamente la besó.

Afortunadamente a la rubia le faltaban las fuerzas para intentar reanudar hostilidades y dándole las gracias por su comprensión, se comenzó a vestir. Sabiendo que eso era algo que nunca debía volverse a repetir, ya desde la puerta y mientras se despedía de ella, hizo un último intento comentando lo excitada que se había sentido cuando la escuchó hablar de ese modo tan pedante.

―Era como si estuvieras poseída por otra mujer.

Riendo para no llorar, Antía contestó:

―La única que me ha poseído eres tú, ¡pedazo de zorrón! Ahora vete si no quieres que le diga a tu padre la clase de hija que tiene.

Desternillada, Patricia abrió la puerta y se marchó …

15

Increíblemente serena después de haber sido amada de forma tan inesperada por la joven, Antía meditó sobre las razones que habían llevado a doña María cobrar parte del precio acordado justo entonces. Por lo que ella misma le había dicho cuando pidió su ayuda, esa mujer y alguna antepasada de Estefany se habían enfrentado en el pasado. Es más, se había referido a su enemiga como la “bastarda del hombre al que amó y luego odió”. Sabiéndolo, supo que para la muerta auxiliarla en su misión iba más allá de su petición.

«Lo ve como un tema personal y quiere vengar algo que le sucedió mientras estaba el mundo de los vivos», se dijo.

Aunque estaba convencida de ello, eso no explicaba la extraña ternura que demostró con Patricia, cuando según todos los documentos a los que había tenido acceso esa mujer decían, además de que era una arpía, que había sido ejecutada por practicar magia negra.

«Todos sus contemporáneos temían su propensión a causar dolor en sus continuos arrebatos de ira». Conociendo ese extremo, la única explicación que le halló fue que previera que en un futuro iba a necesitar la ayuda de Patricia y amándola se aseguraba un aliado.

Seguía martirizándose con lo sucedido cuando escuchó a Estefany llegar y para que no sospechara nada, fue a recibirla a la puerta. La morena llegaba sudada después del gimnasio, pero eso no le importó cuando la estrechó entre sus brazos. Ese sudor y las feromonas reconcentradas en él rápidamente afectaron a la gallega y nuevamente sintió la necesidad de disfrutar entre sus brazos. Pero entonces, rechazándola, la colombiana comenzó a recorrer la planta baja del chalet olfateando todo a su paso. Observándola sin saber qué pasaba, Antia se percató que no solo estaba molesta sino preocupada.

«¿Qué le ocurre?», pensó sin desear interrumpirla.

De haber podido sondearla sin descubrirse, Antía se habría enterado que si se había separado de ella era porque le había llegado el tufo que había dejado doña María y que en él había descubierto magia. Por eso cuando de pronto se plantó frente a ella y directamente preguntó quién había estado allí durante su ausencia, no pudo más que confesar que Patricia.

― ¿Quién más? ¡Necesito que me digas a quién has dejado pasar!

 La histeria de su voz le hizo comprender que de alguna forma había advertido una presencia y daba por hecho que quién la había dejado era un enemigo. Por eso, con tono servil, contestó:

―Mi señora, le juro que nadie más. Si no sé lo diría.

 Gracias a los muros que había levantado en su mente, la bruja la creyó cuando de manera brutal escaneó su cerebro en busca de información. Pero eso, no la tranquilizó:

«Si Antía no le ha dado permiso de entrar, eso significa que ha traspasado mis defensas», concluyó completamente nerviosa: «Su poder debe ser enorme».

Esa certeza unida a que seguía sin saber quién la acosaba la puso al borde del infarto y sin importar que lo viera la criada, sacó de su bolso un frasco lleno de cenizas, cenizas que ella misma había recogido en el volcán del Cerro Bravo y las tiró al aire. La gallega gritó mientras a duras penas conseguía que la nube de polvo no se pegara a su ropa. Lo que no pudo evitar fue que las escorias se posaran en todos los lugares en los que había estado mientras doña María tenía el control de su cuerpo.

Obviando nuevamente su presencia, Estefany comenzó a seguir el rastro hasta llegar a la cama donde había retozado con la joven y girándose hacia ella, directamente le preguntó con quién se había acostado.

―Con la hija de don Gonzalo― sollozó cayendo ante sus pies.

― ¿Me estás diciendo que te has cogido a mi amiga?

―Mi señora, tuve que hacerlo. La señorita Patricia llegó furiosa preguntando si usted era la amante de su padre y para evitar que lo descubriera, dije que no, que era yo a la que usted se follaba.

―Eso no explica que hayas terminado con su coño en la boca― indignada, insistió.

―Al enterarse de que era su puta, me amenazó con contárselo a su viejo para que la echara, si no me acostaba con ella― llorando como una magdalena, se defendió.

 Conociendo a su amiga, la creyó incapaz de tal felonía y atribuyó su comportamiento a que al hacerla no tuviese el mando de su cuerpo y que al violarla estuviese poseída.

«Es así como el que me acosa consiguió cruzar mis hechizos. Teniendo a Patricia en su poder, fue la propia Antía quien lo dejó pasar», sentenció todavía más preocupada ya que para poseer a un ser humano era necesario ser un mago extremadamente poderoso…

Mientras eso ocurría, en el interior del Golf, Patricia se sentía feliz y radiante tras conseguir hacer realidad el sueño de tener a ese bellezón en sus brazos. Le daba igual que su amor no fuera correspondido y que esa mujer estuviera enamorada de su padre. Para ella había sido suficiente el haber disfrutado, aunque fuera brevemente, de sus besos. Tampoco envidiaba la suerte de su amiga:

«Pobre, no quiero pensar en lo que va a sufrir cuando se entere que solo se ha acostado con ella para sacarla de la depresión».

            Lo único que le cabreaba era la ceguera de su viejo.

«No entiendo cómo nunca se ha dado cuenta de que esa preciosidad suspira por él».

 Tentada a llamarlo y hacerle ver que estaba perdiendo el tiempo con amiguitas cuando la solución a su soledad la tenía en casa, prefirió no hacerlo y que fuera la gallega quien lo sedujera. No en vano pensaba que era algo que caería por su propio peso ahora que había decidido dejar los hábitos de monja y vestir de acuerdo a su edad.

«Papá no se va a poder contener en cuanto se percate de que es un bombón», pensó divertida mientras estacionaba el parking de su edificio.

Hasta el contoneo de su pandero mientras iba a hacía el ascensor denotaba su alegría. Haciendo recuento de sus últimos meses, comprendió que Manuel había pasado a mejor vida y que jamás volvería a echarlo de menos.

«Ojalá le vaya bien, pero lo dudo», pensó entrando al cubículo que la llevaría hasta su piso: «Nunca va a poder superar las secuelas de su enfermedad».

Dando por cerrado ese capítulo de su vida, decidió que debía salir al mercado y a pesar de ese rifirrafe lésbico, pensó en qué hombre le convenía.

«Debe ser alguien dulce y trabajador, que desee formar una familia y si es guapo, mejor», involuntariamente comenzó a enumerar una serie de cualidades que curiosamente su ex no cumplía ni por asomo.

Al darse cuenta, comprendió la razón por lo que lo había elegido como pareja:

«Quería molestar a papá».

En vez de horrorizarle esa conclusión, la hizo reír y abriendo la puerta entró a su apartamento, donde de pronto se encontró con Ricardo Redondo sentado en un sofá.

― ¿Qué coño hace usted aquí? ― indignada con la intromisión del sujeto, exclamó.

            Atusándose el bigote, el maduro sonrió mientras se levantaba. La seguridad que mostraba y el nulo caso que había hecho a su pregunta, la terminaron de enfadar.

            ― ¡Fuera de mi casa! ― chilló mientras señalaba la puerta.

            Haciendo oídos sordos a su petición, el intruso se sirvió una copa y retrocediendo sobre sus pasos, se volvió a sentar sin dirigirle la palabra. Sin otra cosa qué poder hacer, Patricia cogió el teléfono para llamar a la policía. Es más, ya estaba tecleando el número cuando escuchó por primera vez la voz del padre de su amiga.

            ―Siéntate. Tenemos que hablar.

            Aunque no elevó su voz, su tono fue tan enérgico que la rubia se vio impulsada a obedecer y tomando asiento frente a él, aguardó a que le dijera de que quería hablar. Lo malo fue que Ricardo no mostró ninguna prisa en comenzar y mientras la observaba como un tratante revisa el ganado que piensa comprar, se dedicó a saborear el ron añejo que se había servido.

―Por favor, dígame a qué ha venido y márchese― casi histérica, gritó a su indeseada visita.

Disfrutando de la turbación de la joven, el magnate se puso cómodo y dando un vistazo a su alrededor, comentó:

―Tienes un apartamento elegante, pero insuficiente.

― ¿Insuficiente para qué? ― replicó ya furibunda.

Desternillado de risa, se terminó su copa antes de contestar:

―Tu padre me robó mi bien más preciado, luego es lógico que yo viva con el suyo.

            La ira se tornó en terror al escucharlo y sabiendo que se refería a Estefany y a ella, se puso a temblar mientras le prometía no decir nada si se iba.

―Todavía no has entendido que, si me voy a alguna parte, ¡es contigo! ― fue su respuesta.

Cada vez más nerviosa Patricia se quiso levantar, pero no pudo. ¡Algo la retenía en el asiento! Retorciéndose, volvió a intentar huir y nuevamente se vio incapaz al estar sujeta por unas ataduras invisibles. 

― ¿Qué me pasa? ― se preguntó en voz alta mientras el colombiano sacaba una bolsa de su pantalón.

Su miedo se convirtió en terror cuando Ricardo cogió un puñado de polvo verde de su interior y por medio de un soplido, se lo lanzó a la cara. Al respirarlo, se vio inmersa en una pesadilla en la cual todas las células de su cerebro se vieron sacudidas por un dolor insoportable hasta que lentamente el sufrimiento fue transmutando en placer y avergonzada, se escuchó gemir como una marrana en celo. La violencia del orgasmo la dejó sin fuerzas de seguir luchando y por eso solo pudo asentir y obedecer al oír que ese sujeto le pedía que bailara para él.

Azuzada por el hechizo, Patricia se levantó y comenzó a mover su cuerpo al ritmo de una melodía inexistente, pero claramente sensual. Necesitaba, le urgía conseguir el beneplácito del hombre que la observaba y por eso, creyó necesario deslizar los tirantes de su vestido. Al hacerlo y descubrir sus pechos, se apoderó de ella una sensación de alivio al ver que éste sonreía.

―Soy una mujer muy guapa― ronroneó excitada mientras terminaba de dejarlo caer.

Sin que el tipo tuviera que decir nada, se giró y lució su pandero ante él. Ese exhibicionismo tan impropio de su carácter acentuó la calentura que la embargaba mientras volvía a bailar. Para entonces, solo existía en su mente un propósito, una idea, un afán: ¡seducirlo! Por ello, tomó el tanga que todavía conservaba y lentamente, se lo bajó. Ya desnuda, se acercó para que el maduro pudiese valorar la belleza de su feminidad.

Tenerlo a escasos centímetros de su boca, le hizo soñar con recibir un lametazo que confirmara que daba su aceptación y separando los pliegues que lo decoraban, se escuchó rogando que la premiara con un suspiro, con un sollozo o a poder ser con una caricia de su lengua. En vez de hacer caso de su ruego, Ricardo le ordenó que le acercara el maletín que había dejado sobre la mesa. Haciendo de esa orden su razón de existir corrió a buscarlo y retornando sumisamente se lo dio.

―Arrodíllate― dijo mientras metía la mano y sacaba un collar negro de su interior.

 Al contemplar ese accesorio, Patricia se sintió dichosa y cayendo hincada a sus pies, alargó el cuello para recibirlo.

― ¿Sabes lo que significara cuando lo lleves?

–Sí― suspiró: ― ¡qué soy la esclava de mi señor!

Satisfecho con su respuesta, Ricardo se lo abrochó…

16

Esa tarde noche al volver a su hogar, Alberto se encontró con Estefany cabreada y sin ganas de juegos. Ni siquiera cuando la besó, la morena le mostró el cariño al que se había acostumbrado y pensando que ya se le pasaría, fue por una cerveza a la cocina. Una vez allí y antes de pasar a su interior, observó desde la puerta a su criada cantando mientras cocinaba. Que estuviera feliz, no fue lo que le sorprendió sino verificar nuevamente el cambio que había dado y que todo en ella destilaba sensualidad. Ya no solo fueron esos pechos que su uniforme realzaba al llevarlo tan ajustado, ni su cintura de avispa, sino ese trasero con forma de corazón lo que lo tenían absorto.

«¡Qué pedazo de culo!», se dijo abochornado al sentir que bajo su pantalón crecía a ritmo imposible la voracidad de su apetito.

Deseando todavía mantener las distancias, la saludó y abriendo la nevera buscó en su interior una lata con la que saciar su sed. Al no encontrarla, se giró y preguntó a Antía si se habían acabado.

―No, don Gonzalo. Todavía quedan en el cajón de abajo.

Tan ensimismado estaba con el surco que se formaban entre sus pechos, que ni siquiera la oyó y tuvo que ser ella quien fuera a cogerla. Al hacerlo, se agachó sin prever que su pandero iba a entrar en contacto con la erección de su señor. Petrificada y excitada, se quedó inmóvil disfrutando de esa dureza entre sus nalgas. Es más, al darse cuenta de que su jefe tampoco hacía nada por retirarse, lenta pero insistentemente comenzó a frotarse con ella. El maduro no sabía cómo actuar, La educación aprendida desde niño le impulsaba a rechazar los mimos de su empleada, pero la insana atracción que sentía por ella le obligó no solo a quedarse sino llevar las manos a su cintura y colaborar con ella.

 Sin necesidad de hablar o decir nada, ambos dieron su aprobación a lo que ocurría y poco a poco se fue incrementando la velocidad y la potencia de ese restregar mutuo que sabían que terminaría convirtiéndolos en amantes. Mientras para ella sentir esa virilidad contra su sexo era un deseo largamente postergado, para Gonzalo resultó tan pecaminoso como atrayente y por eso ninguno de los dos hizo intento alguno de pararlo.

«Por dios, ¿qué estamos haciendo?», se lamentó el hombre al notar que la falda de su criada ya no era impedimento y que su bragueta estaba en contacto directo con el tanga de la gallega.

 Sabiendo que ella había empezado y que jamás podría sostener que la había forzado, seguía sintiéndose un bellaco, pero no por ello dejó de rozarse contra ella.

«Sigue mi amor, hazme tuya», en silencio, sollozó la meiga deseando que esa mañana no se hubiera puesto bragas.

Para entonces, Gonzalo había perdido parte de su pudor y cambiando de posición sus manos, comenzó a amasar los duros cachetes de Antía con delicadeza, pero firmemente. Nada más sentir los dedos del que sabía que el destino había reservado para ella, la meiga comenzó a gemir calladamente demostrando tanto que le gustaba como que le excitaba sentirse manoseada por él. Esos gemidos fueron el desencadenante que llevó a una de sus manos a subir por el cuerpo de su criada y tantear por vez primera, la rotundidad de sus pechos.

«¡Qué maravilla!», exclamó para sí al notar no solo la firmeza y volumen, sino que sus pezones estaban completamente erizados.

La ternura con la que su amado acarició sus senos avivó todavía más el incendio que sentía entre los muslos y ya completamente entregada al placer, notó que se iba acumulando a pasos agigantados en su interior. Tal y como previa y ansiaba, de pronto todo colapsó a su alrededor y de corrió completamente en silencio. Gonzalo se contagió del placer de su criada y mientras sus caderas seguían simulando poseerla, derramó avergonzado su simiente en el calzón.

Completamente entusiasmada por lo sucedido, le extendió la cerveza y acercando la boca a su oído, susurró:

―Muchas gracias, don Gonzalo.

Tras lo cual, huyó hacia su cuarto por lo que nunca vio la sonrisa de su señor observándola marchar.

«Esta niña siente adoración por mí y yo jamás me había dado cuenta», pensó y sintiendo orgullo mezclado de vergüenza, fue en busca de la que realmente era su pareja.

Al encontrarla leyendo un ajado volumen en la biblioteca, decidió imitarla y ponerse a leer. Por lo que cogió uno cualquiera, el cual no pudo ni abrir al estar rememorando cada suspiro, cada gemido que Antía dio mientras se entregaba a él. Desmoralizado por el desliz, miró hacia la colombiana temiendo que la chavala ya no le resultara maravillosa. Rápidamente comprobó que la atracción que sentía por ella seguía ahí y que incluso se había incrementado.

«Soy un pervertido», pensó y disimulando comenzó a pasar las páginas, mientras se imaginaba lo que sería tener a las dos entre sus brazos.

            Desconociendo tanto lo que acababa de pasar en la cocina, como el rumbo de los pensamientos de Gonzalo, Estefany estaba desesperada al no encontrar en ese libro de magia nada que pudiese usar contra el enemigo que desde las sombras sabía que la vigilaba.

            «Necesito contactar con mis muertos en busca de ayuda», se lamentó sintiéndose indefensa.

            Y habiendo tomado ya la decisión, de pronto comprendió que para ello debía de estar sola. Fijándose en el hombre que estaba a su lado y aunque lo amaba a su manera, lo sintió un estorbo. Por un momento estuvo tentada de ordenar a la criada que tenía en su poder que lo entretuviera, pero solo imaginar que la estrenaría sin ella le pareció una idea atroz.

            «Debo estar presente cuando la desvirgue», sentenció.

En vez de ello, optó por lo más fácil, después de cenar, le haría beber a alguna pastilla que les hiciera dormir profundamente y así poder conjurar a los espíritus sin ninguna interferencia…

 Tal y como había decidido al terminar de cenar y mientras Antía se ocupaba de limpiar los platos y adecentar el comedor, la bruja se acercó a la cocina a hervir agua para preparar una infusión que iba a usar para caer en trance. Lo que nunca se imaginó fue que la criada iba a reconocer por el olor las hierbas que estaba usando.

            «¿Para qué quiere un té de ayahuasca?», se preguntó al saber que esa mezcla se hacía con enredaderas oriundas de la región del río Amazonas y que, siendo un potente somnífero, también tenía caracteres alucinógenos. Asumiendo que lo iba a usar en algún tipo de ritual chamánico, no dijo nada y decidió que cuando lo hiciera ella la iba a espiar.

            Por eso, al cabo de unos minutos, apareció ante ella con una gragea y se la dio, lo único que se atrevió a preguntar para qué y que era. Sin ningún tipo de miramiento y sobre todo sin ocultar sus intenciones, Estefany contestó:

― Es una pastilla de eszopiclona, un potente somnífero que quiero que te tomes y que inmediatamente te vayas a dormir.

Simulando ser incapaz de desobedecer, la gallega abrió la boca y metiéndosela, bebió simulando que la tragaba. Tras lo cual, se dirigió al cuarto y se hizo la dormida.

«Nos quiere sedados para actuar libremente», meditó mientras daba tiempo a que la bruja se confiara y así poder observar el propósito de lo que pensaba realizar.

No tardó demasiado en empezar a escuchar el sonido de un tambor y la voz de su enemiga entonando unos cantos cuyas palabras no pudo identificar al estar en uno de los idiomas indígenas.

«Todavía no es el momento», se dijo mientras se removía incómoda en la cama: «Debo esperar a que la ayahuasca le haga efecto».

Cuando de pronto el retumbe se aceleró y tras alcanzar un clímax comenzó a menguar, supo que había llegado la hora de levantarse. Descalza para que sus pasos no produjeran algún ruido que pudiese alertarle recorrió el pasillo y sin entrar, vio a la morena bailando al son de una música imaginaria totalmente desnuda y con un penacho de plumas en la cabeza.

Por su experiencia como Meiga supo que Estefany estaba en trance y que a partir de ese momento nada de lo que ocurriera a su alrededor tendría de importancia, porque su mundo era otro. Sabiéndolo, se sentó en el suelo ya sin necesidad de ocultarse mientras la hispana se ponía a saltar sobre la alfombra entonando de nuevo una canción.

«Podría haber un terremoto y no se enteraría», confiada pensó mientras seguía interesada el ritual que la joven estaba llevando a cabo. 

La voluptuosidad de sus pechos saltando y rebotando al ritmo de sus saltos la hizo recordar cuando los había tenido entre los labios y se sorprendió excitada. Rechazando con eficacia el rumbo de sus pensamientos, se concentró en lo que hacía y por eso pudo ser testigo cuando se desplomó y comenzó a llamar a sus espíritus en español:

―Ancestros, parientes, reyes y dioses de la amazonia, vuestra elegida necesita de vuestros consejos. Bosques verdes, aguas azules, fuegos purpúreos, aires cristalinos, oídme y prestadme vuestra atención. Un enemigo ronda esta casa y no sé quién es, ni cómo combatirlo.

Al escuchar esa súplica, la meiga se vio en peligro porque de ser escuchada su presencia quedaría al descubierto y por eso trató de salir corriendo para tomar el bolsón donde tenía todos sus amuletos, todos sus runas, todas sus pócimas y así poder defenderse. Aterrorizada, se vio totalmente atenazada mientras oía el susurro de doña María de Zozaya diciéndola que estuviese tranquila porque no tenía nada que temer.

― ¿Cómo quiere que me calme si me va a descubrir? ― gritó al fantasma que no podía ver, pero si escuchar.

―Hija de la hija de mi hija, nada maléfico puede provenir de la descendiente de mi idolatrada.

― ¡Por dios! ¿Quién es tu idolatrada? ― histérica al no poder moverse, preguntó.

―Soy yo― levantándose del suelo donde había caído, Estefany contestó: ―Rosana María Guajardo y Esquivel.

Ante su estupefacción, doña María tomó su control y corriendo hacia la mujer se fundió con ella en un beso eterno. Ni siquiera fue algo sexual, fue tan íntimo y bonito que de haber podido Antía se hubiese echado a llorar. Durante unos minutos ninguna de las dos habló y solo disfrutaron de unas tiernas caricias producto de un amor que los siglos no pudieron menguar ni atenuar su fulgor.

― ¿Cómo he añorado la tersura de tus labios y el surco de tus maravillosas arrugas? ― demostrando que para ella doña María conservaba la misma apariencia que cuando fue quemada, sollozó.

―Yo también, mi hermosura. No ha transcurrido ni un día en estos más de cuatrocientos años que no haya clamado que por mi culpa nos hayamos consumido en la pira que encendió las manos del inquisidor.

― ¡No hables del criollo! Te lo prohíbo― sollozando, le rogó: ―Ese maldito que nos unió y luego nos persiguió como si fuéramos alimañas.

―Lo sé, princesa mía. Pero ha vuelto y desea repetir su maldad en las niñas cuyos cuerpos estamos usando.

― ¡Debemos advertirlas! Debemos alertarlas antes de que su infausta semilla germine en ellas y se vean abocadas a nuestra misma maldición.

«¿Qué maldición?», se preguntó Antia desde el interior de su cuerpo mientras Estefany hacia lo mismo desde el suyo.

Aunque en ese momento, ambas supieron de que podían oírse, pero estaban tan sorprendidas que ninguna lo intentó y gracias a ello, ambas pudieron oír la respuesta de Rosana:

― Benigno Carvajal ya era el marido de mi amada María cuando me llevó a su casa en calidad de mucama. Allí tras seducirnos y convencernos con bellas palabras, nos obligó a entregarle nuestros divinos dones y a que saciáramos sus perversos sentidos retozando entre nosotras. Lo que nunca pudo prever que fue que a raíz de ello nacería un amor tan puro que no pudo romper con su magia.

― ¿También él era brujo? Creía que habías dicho que era un inquisidor.

―Los más fieros inquisidores de la historia han sido grandes nigromantes y entre ellos, Benigno, el peor― interviniendo contestó doña María.

― ¿Cuál fue la maldición que os lanzó?

―Realmente fueron dos. La primera y de la cual vosotras sois por nuestra vía, víctimas de ella, fue dejarnos en cinta…― contestó y haciendo un breve parón, prosiguió: ―Ambas sois descendientes del criollo.

Tomando la palabra, Rosana añadió llorando:

―La segunda fue que ni después de muertas pudiésemos estar juntas

 El dolor de los dos fantasmas la enterneció, pero cayendo en las similitudes y que al igual que ellas, una había sido la criada mientras otra ejercía de señora, escandalizada la pelirroja chilló:

― ¡Gonzalo es un buen hombre! ¡No es ningún inquisidor!

―Tampoco es a él a quien debes temer― contestó doña María mientras en compañía de su amada se separaba de ella y juntas se desvanecían en el aire.

― ¿Entonces a quién? ― insistió la meiga mientras sentía que recuperaba el control de su cuerpo.

Echándose a llorar, la morenita contestó:

―A Ricardo Redondo, el que fue mi mentor y del que estoy huyendo.

―Pero ese hombre, ¡es tu padre!

― ¡Nunca lo fue! Solo es el que siendo niña ¡me adoptó!

Ya solas, bruja y meiga se quedaron escudriñándose entre ellas y mientras la hispana todavía estaba tratando de asimilar que la pelirroja no era la desvalida criada que siempre creído, ésta no sabía qué pensar. Y es que a pesar de todas las razones que tenía para odiar a la mujer que la miraba con ojos tiernos, ¡no podía! Furiosa consigo misma, se echaba en cara que le resultara imposible aborrecer a la mujer que había atacado a su madre, a la zorra que le había robado el marido y que encima había querido esclavizarla con un hechizo.

            «Juré que combatiría a todas aquellas que practican la magia negra», se lamentó sabiendo que había fallado en la misión que le encomendaron las ancianas: «Debería aprovechar que la ayahuasca sigue limitando sus poderes para matarla».

            Con ello en mente, cogió una figura de bronce de un estante y la levantó mientras la morena, todavía arrodillada, la observaba indefensa:

            «¡No soy una asesina!», dejándola caer al suelo, huyó del salón para refugiarse en su habitación.

            Al contemplar lo cerca que había estado de morir en manos de la que hasta minutos antes pensaba que era su sierva, Estefany se echó a llorar consciente de la rastra de motivos que tenía para odiarla…

Relato erótico: ” Rencores(familia,violación,incesto)” (POR RUN214)

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EPISODIO  I
 
LA TRAGEDIA
Una familia de turistas volvía de unas vacaciones hacia su casa en una autocaravana. A punto de ocultarse el sol y puesto que aún faltaba mucho camino hasta su llegada al hogar deciden pasar la noche acampados en el bosque junto al que transitaban.
Mientras madre e hija preparan la cena, los hombres de la casa arman sillas, mesas plegables, toldos y todos los aparejos necesarios para poder disponer de un improvisado cenador. Una vez acabada la cena y tras la charla de todas las noches sobre ningún tema en particular. Se disponen a pasar la noche en el interior del vehículo dejando todo preparado para su partida a la madrugada del día siguiente.
A altas horas de la noche y una vez que el sueño hubo vencido a los 4 miembros, el ruido producido por unos golpes irrumpen en el silencio de la noche sobresaltando a la familia al completo. Tras unos instantes de incertidumbre comienzan a oírse unas voces en el exterior, eran voces masculinas. El hombre que golpeaba la puerta se disculpó por las molestias a la vez que pedía ayuda para él y sus compañeros.
El cabeza de familia abrió la puerta para prestar ayuda en la medida de lo posible a los hombres. Contó hasta 5 individuos, 3 de ellos se encontraban más alejados de la caravana, junto al bosque. Intentó buscar con la mirada el vehículo que los trajera hasta aquí pero no logro verlo.
En cuanto hubo pisado la hierva, el más alto de los 2 golpeó al padre en el estomago y sujetándolo por el cuello con su brazo, lo giro hacia el resto de la familia. Gritando y amenazando al resto hizo bajar a los otros 3.
Allí, en paños menores fueron interrogados hasta que les dijeron donde guardaban su dinero y las cosas de valor. El cabeza de familia no dudo en confesar lo que le pedían con la esperanza de que una vez dueños del poco dinero con el que regresaban y de las pocas cosas que pudiesen significar algo para los ojos de los atracadores acaben con la pesadilla.
Nada más lejos de sus deseos, los ladrones, no hicieron sino comenzar la que sería la peor de las pesadillas para los 4 turistas.
Uno de ellos decidió ahogar sus penas a costa de la madre y pasar un buen rato con ella, por lo que se dirigió hacia la mujer y le ordenó quitarse la poca ropa que llevaba.
            Horrorizada por lo que se le venía encima no fue capaz de reaccionar ni hacer gesto o movimiento alguno por lo que el hombre, tomó el camisón por el cuello con sus 2 manos y con un movimiento brusco de impaciencia lo desgarró quedando los pechos de la mujer a la vista de todos por unos momentos.
            La brusquedad del incidente hizo reaccionar a la mujer que intentó juntar los jirones del camisón para tapar su desnudez.
            Al conseguirlo recibió un bofetón como castigo. De nuevo, el hombretón, tomó el camisón con las 2 manos y estiró con fuerza hacia abajo. La parte superior de la mujer quedó totalmente desnuda y esta vez no se atrevió a cubrirse. Su marido, sus hijos y los 5 extraños observaban a la mujer en silencio.
El violento hombre comenzó a acariciar sus tetas y aun así, la mujer continuó inmóvil debido al miedo a recibir otro bofetón. Mientras tanto los otros hombres empujaban al resto de la familia alejándolos de la madre.
Les colocaron por separado, uno en cada lado del claro. Cada miembro de la familia era custodiado por uno de los asaltantes. Lejos unos de otros, podían verse entre sí pero no comunicarse.
El hombretón, que seguía con la mujer le ordenó que se arrodillara y ella obedeció.
            Cuando vio la polla de aquel hombre salir del pantalón sintió asco y rabia pero sobretodo terror. Levantó la vista de la polla hasta cruzar sus ojos con los del agresor.
-Por favor… –suplicó en un susurro ante lo que se le venía encima.
-Vamos. –respondió él. –no me dirás que es la primera vez que haces esto.
-Dios mío, tenga piedad, se lo suplico. –sus ojos se inundaron de lagrimas
-Hazlo o te juro que tú y tu familia os arrepentiréis. –roncó el hombre. –te juro que os rajo a todos.
Paralizada por el miedo dirigió una mirada hacia su familia sin saber que hacer. El hombre la agarró del pelo y le giró la cabeza colocándola frente a su miembro de nuevo.
 –vamos – rugió el hombre.
Aterrada posó una mano sobre la cadera del hombre y con la otra asió su miembro mirándolo con terror durante varios segundos para, al final, introducírselo en la boca.
            El leve roce de los labios de la mujer relajó todos los músculos y parte del mal humor de Artan, el cabecilla de la banda. Con cada vaivén de la boca sentía como aumentaba tanto su presión sanguínea como sus deseos de continuar una larga fiesta con aquella mujer.
            Mientras tanto, el resto de la familia permanecía atónita al espectáculo, en la parte más alejada del claro boscoso estaba el marido, atado y custodiado por 2 de los delincuentes. En otro lado del claro estaba la hija mayor del matrimonio tras ella un hombre fornido no dejaba de mirarla y en el lado opuesto estaba el hijo menor.
La mujer continuaba su labor hasta que el cabecilla se apartó de ella y dijo:
-Muy bien, veo que eres una buena chica y te estás comportando como debes. Si sigues así, esto acabará pronto.
Se limpió los labios con el dorso de su mano con la esperanza de que aquello acabase cuanto antes, aunque no se veía con fuerzas suficientes para continuar chupando la polla de aquel hombre.
 Ahora túmbate hacia atrás.
-¿Co… como dice?
-Ya lo has oído, túmbate y abre las piernas.
-Pero… por favor… señor…, no será capaz…, soy una mujer casada y con 2 hijos…, no me haga esto.
-Seguro que no querrás estar aquí toda la noche ¿verdad? Anda túmbate y te prometo que acabaremos rápido, así podrás irte cuanto antes.
-No por favor, no delante de mis hijos. Se lo suplico.
EL hombretón miró a sus hijos, espero unos segundos y dijo:
-Dime guapa ¿Como te llamas?
-M…Marta. –balbuceó
-Marta. Muy bien Marta, no quieres follar conmigo, ¿verdad?
-No, por supuesto que no. –susurro atemorizada.
-Bien, en ese caso no follaremos. ¿Te parece bien?
La mujer suspiró aliviada
-Si, me parece bien, gracias.
-De acuerdo entonces, puedes vestirte si quieres. –dijo complaciente -Yo mientras tanto iré con tu hija, quizás a ella sí le guste follar conmigo. – y añadió – O quizás no. Es igual, me la tiraré de todos modos.
El mundo se derrumbó sobre Marta, el peor de sus temores desde que comenzó la pesadilla se le venía encima. No podía consentirlo. No con su pequeña. Apenas había superado la mayoría de edad por lo que para Marta era una prioridad absoluta su protección
-Esta bien, esta bien, de acuerdo… como usted diga, haré lo que me pida. Pero no la toque por favor. -Clamó entre sollozos.- Se lo suplico.
-Eso está mejor, que obedezcas, pero resulta que ya he cambiado de opinión. ¿Sabes? Prefiero la carne fresca.
-Señor, no lo haga, se lo ruego. Es muy joven, le prometo que haré todo lo que me pida sin objeción. Pero no la toque a ella.
El hombretón sonrió ampliamente, estaba contento, nunca fallaba. La bonita hija de una buena madre era el mejor método de sometimiento y el camino más fácil de conseguir todo lo que un sádico como él se propusiera. Una madre que haría todo lo que él quisiera, no se negaría a nada.
-De acuerdo, como tú quieras –dijo complaciente el hombre.
Se agachó sobre la mujer que ya le esperaba tumbada. Se recreó en su cuerpo, aparto los brazos de la mujer que reposaban sobre sus tetas, las observó y las acarició suavemente, acarició su vientre, sus piernas, delgadas y largas. Las separó un poco y con mucha suavidad deslizó las bragas de la mujer hacia abajo descubriendo su coño.
Marta permaneció inmóvil todo el tiempo, sentía alivio por su hija pero temblaba de miedo por sí misma. Entonces sintió el aliento del hombre entre sus piernas, un instante más tarde lo que sintió fue la lengua del hombretón recorriendo los labios de su coño.
La recorrió con su lengua suavemente, despacio, entreteniéndose en cada rincón de su cuerpo. Poco a poco la lengua del hombretón ascendía hacia sus tetas, recorrió sus pezones, los besó, los lamió, los mordisqueó y más tarde continuó su camino ascendente hacia la barbilla de la mujer. Ella mantenía los labios fruncidos, apretaba la mandíbula fuertemente por la repulsión que sentía hacia aquel hombre que le horrorizaba y que intentaba besarla, no quería saborear su saliva.
Sintió la penetración de aquel mástil a lo largo de su coño, no lo hizo violentamente pero la penetró por completo lo que obligo a abrir los ojos y la boca como platos por acto reflejo ahogando un quejido más de asco que de dolor.
En ese instante, antes de que pudiera darse cuenta y sin poder reaccionar recibió un profundo beso de su captor que hundió su lengua en la boca de Marta.
Casi sin poder respirar debido a que la lengua de Artan no dejaba de recorrer su boca hasta la garganta, recibiendo las embestidas de su polla y con sus tetas apretadas entre las manazas de aquel hombre Marta solo sentía ganas de llorar, humillada, vejada y violada agarraba con fuerza la hierva que les rodeaba.
No quería estar ahí, quería volver al lugar de vacaciones, al camping. Junto a la playa, con su familia, con sus amistades de verano, a tomar el sol y dormir eternas siestas, no quería pensar en que lo que le estaba sucediendo era real.
-Gime –dijo de repente el hombretón.
-¿Que?
-Ya me has oído. Gime.
-Pero…
-Me gusta oír como te corres cuando te follo. Gime y jadea bien fuerte, quiero oírte bien.
Lo que faltaba, además de ser violada tenía que gemir de placer.
Comenzó a gemir. No le costo mucho puesto que ya venia ahogando gemidos de dolor durante toda la violación.
-¡Más alto!
-Ah, ah, ah…
-¡Más alto!, grita más fuerte
-AAAH, AAAH, AAAH…
-Di “si”, “más”
-SIIII, SIIII, SIIIII, MAAAAAS, MAAAAS, AAAh… …
-Muy bien preciosa, eso me gusta sigue así, y acabaremos enseguida
-AAAH, AAAH, AAAAAAAH, MAAAS, SIIIII… …
Comenzó a pensar en su familia, su marido maniatado y golpeado, su hijos, testigos de aquella horrible escena, viéndola desnuda, siendo follada por un desconocido que no paraba de sobarle y lamerle. Sufriendo con la imagen de su pobre madre abierta de piernas y zarandeada alante y atrás, obligada a gritar como una furcia. Y la angustia de su marido por el sufrimiento de su mujer.
– · –
-¡Maldita zorra!- pensaba su marido en la distancia. – No me lo puedo creer, ¡está disfrutando con ese cerdo!. Si ya se veía, en todo este tiempo no ha hecho un solo amago de resistencia, ¿cómo es posible?
-¡Pero mirala! –continuaba- pero si está gimiendo como una perra en celo, ¡si se la oye desde aquí! como es posible que se excite con el primer cerdo que le mete la polla en la boca. No le importa nada su familia. ¿Acaso no es consciente del peligro que corremos?
-Lo sabía, siempre lo he sabido. La muy mojigata. Conmigo se hace la estrecha y me cierra las piernas en cambio con otros bien que se desfoga. En el fondo es una puta, como todas. ¿Cómo puedo ser tan tonto y tan ciego?
– · –
-Vamos preciosa –decía Artan mientras tanto –abrázame
Y Marta obedecía.
-En toda la noche no me has dado ni un beso. Anda amor mío, bésame.
Lo más que pudo hacer fue levantar la cabeza hacia la suya y juntar sus labios con los de él con la boca cerrada.
Sin inmutarse giró la cabeza hacia la hija de Marta y susurró:
-Seguro que ella besa mejor que tú.
En esta ocasión y presa del pánico agarró fuertemente la cabeza del hombre y le planto un enorme beso en toda la boca que el hombre se encargó de rellenar con toda la lengua que pudo meter dentro. Permaneció así todo el tiempo que pudo con la esperanza de que no volviera a fijarse en la pequeña Beatriz.
Aunque no fue mucho tiempo el que tuvo que aguantar pues unos segundos después, el hombre ayaculaba mientras profería sonoros gemidos de placer.
Una vez acabada su fiesta particular, se quedó un rato tendido sobre ella, descansando.
Sus manazas quedaron sobre las tetas de la mujer, su cabeza reposando sobre su cuello.
– · –
Beatriz miraba atónita aquella escena pornográfica. Llegaba a entender que su madre buscara fuera del matrimonio lo que nunca obtuvo de su marido. No era ajena a la falta de amor entre sus progenitores. No dispensaba a su marido mejor trato que a los demás miembros de la familia. Sus conversaciones eran escuetas y faltas de calor, nunca reía o bromeaba con él. Cuando no le daba órdenes le daba quejas, o ambas cosas.
Con una relación tan fría entre ellos no sería difícil entender que la implacable Marta pudiera tener algún romance secreto, aunque conociendo su carácter, el amante perfecto debía ser una figura de piedra o un objeto de metal.
El caso de su padre era distinto, siempre fue más pasional. Beatriz sabía fehacientemente que había tenido más de un encuentro extramarital puesto que alguno de esos encuentros había sido con algunas de sus compañeras de instituto. Su padre nunca perdía la ocasión de cortejar a ninguna de sus amigas. La posición económica y social de su padre, era un poderoso imán para unas jovencitas a punto de abandonar la adolescencia y su padre procuraba sacar el máximo provecho de ello.
No le gustaba verle babear por sus amigas y tampoco le hacía gracia la idea de que pudiera tener una amante pero con lo duro que era la convivencia con su mujer tampoco le parecía extraño.
Ahora, el concepto que tenía de ella había cambiado diametralmente. Ya no era la fría madre llena de prejuicios que no paraba de impartir rectos valores. La oía gemir bajo aquel hombre al que no dejaba de besar, no le importaba lo que pudieran pensar los demás miembros de su familia.
Beatriz había tenido varios novios a los que su madre de alguna forma siempre consiguió espantar. Cada vez que uno de ellos desaparecía el corazón de Beatriz acumulaba más rencor mientras no paraba en ser sermoneada para que no pensase en chicos hasta los 25, edad a la que debía acabar sus estudios ya prefijados desde la infancia por su madre. El último de ellos, Rudy, no vino a visitarla en todo el periodo vacacional, pese a la promesa de hacerlo y a las innumerables mensajes y llamadas a los que él dejó de contestar. Beatriz sabía que su madre tenía algo que ver.
¿Por que no se aplicaba ahora todos los discursos sobre dignidad con los que tanto la machacó?, era evidente, es fácil predicar virtudes cuando no se tiene posibilidad de quebrarlas, sin embargo, lo difícil es resistir la tentación cuando el demonio esta tras la puerta y su madre acababa de demostrarlo, había dejado caer esa fachada de mujer recta y pía de un plumazo.
Por fin había encontrado lo que nunca obtuvo antes: pasión, lujuria, sexo desenfrenado, y cuando estas llamaron a su puerta cedió ante ellas sin oponer resistencia.
El odio de Beatriz afloraba junto a todo el rencor acumulado.
– · –
-¡Dios!, eres maravillosa. –susurro al oído de Marta al fin –he disfrutado como nunca -y añadió
-¿ves?, ya acabó, no ha sido tan largo ¿verdad?
Ella no contestó.
Pasaron unos minutos en los que ambos permanecieron inmóviles. Él por el agotamiento, ella por el miedo. Al final fue el hombre quien rompió el silencio.
-Bueno, es hora de retirarme, ahora es el turno de mi compañero, -dijo mientras se levantaba –adiós preciosa.
-¿Co… como?, ¿tu compañero?, Pero…
-Tranquila, tranquila, no tendrás que follar con él. –atajó rápidamente- Le gustan las jovencitas.
-¿Jovencitas?. –¡Su hija no!, eso era peor que soportar de nuevo otra violación. -pero me dijiste…
La voz de Marta se quebró. Además de ultrajada y humillada también había sido engañada. Se lo había puesto fácil a su captor, había colaborado y se había dejado follar por él para nada. Al final, se follarían a Bea también.
-Te dije –continuó diciendo –que yo no la tocaría. Y no lo voy a hacer. Pero nunca dije nada de mi compañero. Es él quien decide con quien quiere jugar.
-Por favor, te lo suplico por lo que más quieras. No dejes que la toque. Dile a tu compañero que haré todo lo que me pida.
Artan sonrió para sus adentros. Lo que oía sonaba a música celestial.
-Está bien, veamos que podemos hacer. –dijo mientras se arrodillaba frente a la mujer desnuda.
Tras unos segundos en los que el hombre parecía cavilar continuó diciendo:
-Dime preciosa, ¿qué es lo que más te gusta que te hagan en la cama?
-¿Cómo?, pues no sé… yo… no lo sé. –¿que quiere este cerdo? -Pensó Marta. –¿intimar?
-Vamos, no seas tímida, seguro que tienes algunos vicios ocultos, anda, dímelo. Cuéntame algún secretillo.
-Bueno…, a veces… me gusta que me susurren al oído mientras hago el amor. –dijo para deshacerse de preguntas incómodas.
-Ya, entiendo. Si, ese es un vicio inconfesable, no hay duda.
-¿Y que más te gusta?
-¿y a ti que te importa? –pensó, no obstante contestó -Que me acaricien
-Que te acaricien –repitió el hombretón –entonces, si le pregunto a tu marido, me dirá lo mismo, ¿no?
-Sss.. sí. –Acertó a contestar. ¿dónde quería llegar?
-Bueno, pues esto es lo que vamos a hacer. Si las respuestas de tu marido coinciden con las tuyas te mostraras complaciente con mi amigo y harás todo lo que él te pida. ¿de acuerdo?
-¿Y si no coinciden?
-Ah, en ese caso, será tu hija quien deba mostrarse complaciente. –dicho esto, se levantó y se giró dispuesto a irse.
Marta le vio comenzar a caminar. Entonces grito:
-Espera…, espera por favor.
Artan se detuvo en seco
-No, no es eso lo que más me gusta.
-Entiendo –respondió sonriendo el ladino Artan –en ese caso, charlaremos un ratito.
– · –
Fermín veía a Marta hablar con aquel extraño, distinguía las caras bajo la luna llena y oía algunos murmullos pero cualquier sonido quedaba absorbido por el murmullo del río cercano. Era imposible escuchar conversación alguna o llegar a captar cualquier palabra.
Un rato después Artan y uno de sus compañeros, con el que se había parado a conversar brevemente a escasos metros de Fermín, se sentaron junto a el y comenzaron a hablar entre ellos como si Fermín no estuviera.
-Dios, que tigresa. Al principio no quería nada conmigo pero cuando he empezado a darle carne en barra se ha puesto como loca.
Los 2 compañeros reían sin cesar a carcajadas.
-La muy guarra ha empezado a correrse enseguida y entonces no paraba de pedirme que le metiese el dedo en el culo. –continuó diciendo.
La cara de Fermín se volvió blanca de repente, ¿cómo?, eso solo se lo pedía a él. Como era posible que la muy zorra disfrutara tanto con aquel cerdo violador y aun más, ¿como era posible que llegara a pedirle tal cosa a un completo desconocido hijo de puta? No podía ser, lo que oía debía haber sido una casualidad.
-¿Entonces? –dijo uno de los otros compinches. –¿acaso quiere más? ¿se ha quedado insatisfecha?
-Yo diría que sí. Me ha dicho que nunca ha disfrutado tanto. Al parecer su marido es eyaculador precoz, así que siempre se queda con ganas y más caliente que un clavo ardiendo.
Los 3 amigos rieron al unísono mientras dirigían burlonas miradas al marido-bufón.
La cara de Fermín estaba nidria, no podía creer lo que oía. ¡Es cierto!, se lo ha contado ella, no podían ser casualidades. La muy golfa no solo follaba alegremente con aquel cerdo en sus narices y las de sus hijos, además se mofaba de él, era increíble, nunca hubiera imaginado esto de ella, tan mojigata, tan estirada. Ahora veía lo engañados que tenía a todos. Sobre todo a él.
Pero, ¿por qué tenía que contar su problema de eyaculación? ¿acaso se estaba vengando de él? Marta era muy vengativa y Fermín sabía de lo que ella era capaz estando enfadada, pero no había motivo para esa humillación a parte de la que ya estaba sufriendo debido a su infidelidad manifiesta, amenos que… ¡Dios mío! Pensó Fermín, no puede ser.
-Anda Saúl, ve a complacer a la dama, no vaya a enfriarse ahora que te la he calentado.
Saúl, mano derecha de Artan se levantó lentamente y con la misma lentitud se dirigió a disfrutar de su botín. -En verdad –pensó Saúl. -Artan es un grandísimo genio. -En todos los años que él y el resto del grupo llevaban cometiendo multitud de tropelías siempre habían salido indemnes, hasta en los casos más asombrosos y lo mejor, aunque nadie del grupo sabía cómo, lo cierto es que Artan era un maestro que conseguía todo lo que ellos necesitaban, que en su caso se resumía a dinero y sexo. De hecho, estaba a punto de obtener raudales de sexo con una guapa mujer en contra de su voluntad pero que haría todo aquello que él le pidiera sin la más mínima resistencia. Solo Artan podía conseguir cosas como esa.
Cuando Marta vio levantarse al segundo hombre la primera impresión fue que sus pasos le llevaban junto a Bea, no fue así, gracias a dios. El tiempo que duro el corto paseo del hombre fue para Marta un cúmulo de sensaciones contradictorias. Alivio por su hija, incertidumbre por su marido e hijo y terror por ella. De cualquier forma, al igual que había sobrevivido a todo tipo de infortunios en esta vida, también sobreviviría a esto. Ante todo Marta era una superviviente, a lo largo de su vida había hecho cosas de las que no se sentía orgullosa, actos faltos de ética con tal de mantener su estatus de señora respetable. Y las repetiría si llegara el caso. Todo por su propio bien y el de su familia.
-Hola cariño
Estaba sentada en el suelo con las piernas juntas y las rodillas dobladas a la altura de la barbilla, tenía los brazos abrazando sus piernas. No contestó.
-Mi amigo dice que eres muy cariñosa
Marta continuó en silencio con la mirada perdida. No era capaz de mirar a nadie de su familia y no tenía ganas de mirar a su nuevo violador.
-Más vale que lo seas –continuó diciendo –No querría tener que buscar caricias en otro sitio. –Al decir esto se giro levemente hacia la posición de la hija.
Marta reaccionó de inmediato. –lo soy. –contestó. –haré lo que me pidas. –entonces le miró a los ojos, aguardó unos segundos y añadió –pero eso tú ya lo sabes.
La sonrisa de Saul lo confirmaba. Se colocó delante de ella, disfruto de la vista, pocas veces habían conseguido mujeres tan guapas como esta. Era una mujer madura pero aún guardaba toda la belleza de su juventud. Tenía porte de mujer elegante.
-Empieza conmigo como hiciste con mi amigo Artan
-Vaya, me ha follado un hombre con nombre de perro. -pensó Marta con toda la sorna que pudo reunir a pesar de su estado de ánimo -¿como se llamará éste?, ¿Patán?
No se lo pensó durante mucho tiempo. Cuando se colocó de rodillas frente a él, éste ya teñía la polla fuera de los pantalones. La cogió con una mano mientras apoyaba la otra en el muslo de él y se la metió en la boca.
Saúl disfrutó del roce de sus labios, tenía el aspecto de una señora refinada y le agradaba que se comportara como una puta.
Nunca dejaba de pensar en la suerte que tenía de haber conocido a Artan. Siempre conseguía las mujeres mas increíbles y desde luego aquella lo era, como también lo era su hija, aunque según Artan, ese era terreno prohibido.
Cuando creyó haber disfrutado lo suficiente apartó con suavidad a Marta, se sentó junto a ella, la contempló unos instantes y se tumbó hacia atrás.
-Súbete encima cariño, hoy no tengo ganas de hacer ejercicio.
-¿Cómo?, ¿que me suba a donde?… ¿no querrás…? –No se lo podía creer, bastante tenía con dejarse follar. Ahora, para colmo tenía que ser ella quién se lo follase a él. ¿Acaso pretendía este individuo que se comportase como una puta?
-Vamos cariño, sube y cabálgame.
Pues si, eso es lo que quería. Así que se colocó a horcajadas sobre aquel hombre, tras un momento duditativo sostuvo su miembro en la entrada de su coño, tomó aire y lentamente dejó caer su cuerpo sobre el de él hasta que su polla entro por completo.
Colocó las manos a ambos lados de los hombros de él y comenzó a mover la pelvis rítmicamente. No sentía dolor, solamente en su orgullo, pero ya hacía rato que no quedaba mucho de eso y lo poco que quedaba estaba a punto de desaparecer.
-Anda, jadea y gime para mí, cariño. Como lo has hecho antes con mi compañero. –justo la puntilla que faltaba en esta faena.
Beatriz y Benito, los hijos de Marta, se miraban en la distancia incrédulos al oír de nuevo los orgásmicos jadeos de su madre.
Benito, acomplejado por ella desde pequeño, siempre la había sentido gran respeto pero sobretodo la había temido. Era ella quien gobernaba en casa con mano de hiero y guante de púas, la que infringía castigos ejemplares y no dudaba en avergonzarle ante todo el mundo posible por cualquier falta que ella considerase grave, es decir, todas. De hecho, aun guardaba con especial escozor y vergüenza una de sus represalias que recibió hace menos de 1 año y a la que a día de hoy su madre seguía aludiendo a la menor ocasión.
Lo que Benito estaba viendo se contraponía a todo lo que con tanta dureza y severidad había recibido: rectitud, castidad, un largo etcétera de regias normas. Ella se las estaba saltando todas de un plumazo. Sentía odio en lo más hondo de sus entrañas.
Al otro lado del claro Fermín, cabizbajo y avergonzado por las burlas de sus 2 captores estaba cada vez más y más enfadado. Lo que al principio fueron temblores de miedo ahora eran de rabia. Marta siempre lo trato cruelmente pero esto traspasaba todas las barreras imaginables, no debió contarles nada sobre él.
-Me pidió que se la metiera por el culo, pero ya no podía más –alardeó Artan ante su compañero mientras Fermín escuchaba con la cara desencajada –me ha dicho que eso es lo que más le gusta pero que con este no hay quien folle así.
Era cierto. Hacia mucho que Marta no quería hacerlo por detrás con él.
Largo rato después de que Saúl abandonara el grupo en busca de un polvo gratuito, Artan y su compañero seguían mofándose a costa de Fermín con los supuestos comentarios maliciosos de Marta.
-Y dime, ¿cuál es tu nombre? –preguntó Artan al pobre cornudo.
-Fermín –tardó en contestar. Odiaba a aquellos majaderos. Pero en el fondo de su corazón, justo detrás del asco hacia ellos, les tenía envidia. Envidia por conseguir de Marta lo que él no había podido en años.
-Fermín, te felicito, tu mujer es una autentica loba. –dijo Artan socarronamente mientras le palmeaba la espalda.
-Una autentica zorra, eso es lo que es –musitó Fermín en un comentario inaudible. Aunque no para Artan que lo recibió con toda claridad.
-Para ser sinceros, tengo que decir que al principio no quería nada conmigo pero cuando se la he enseñado se ha quedado sin palabras. -ambos compañeros reían. -Me ha dicho que nunca había visto una polla tan grande y dura como a mía. –Eso le dolió más aún pues arrastraba cierto complejo por su tamaño.
–Aunque le he dado de lo lindo, ella no paraba de pedirme más, fijaos en el pobre Saúl.
Fermín dirigió la mirada hacia los 2 amantes y lo que vio le destrozó aún más. Marta se encontraba a horcajadas sobre aquel hombre moviendo sus caderas rítmicamente, sus tetas se movían sobre la cara de su nuevo amante y este no paraba de besarlas.
Por encima del miedo hacía aquellos atracadores Fermín sentía un creciente desprecio hacia Marta, la odiaba con toda su fuerza. Había padecido su indiferencia durante todo el matrimonio y ahora además le castigaba con esto. –¡puta! –musitó.
Tampoco esta vez Artan fue ajeno a este comentario. Observaba la reacción de aquel hombre abatido. Vio como los acontecimientos de la noche le transformaban en un perro apaleado, más tarde le vio como un perro apaleado y herido, ahora era un perro apaleado, herido y sobretodo… rabioso. Y eso le hizo feliz.
-que suerte tienen algunos de encontrar mujeres tan buenas como la tuya, ¿verdad?
La mirada de Fermín se clavó en los ojos de Artan. No contestó.
-dice que nunca agradecéis todo lo que ella hace por vosotros.
-¿y que es lo que hace por nosotros, concretamente? –preguntó Fermín incrédulo pero sin inmutar la expresión de su cara.
-dice que no paráis de hacer tropelías que ella se encarga de reparar. Aún así os consiente todo, es muy buena.
-¿buena?, ¡que sabrás tú!. No tienes ni idea de como es ella.
Estaba entrando en el juego de Artan, el pérfido y ladino Artan. Un díscolo niño bien, educado en los colegios mas caros y que con el paso del tiempo se había ido tornando en un mal hombre, sin escrúpulos. Un sádico muy inteligente al que gustaba de jugar con el sufrimiento de los demás. No era la primera vez que secuestraban y abusaban de una familia al completo.
El procedimiento era siempre el mismo. Elegían una familia, la estudiaban durante días y después entraban en su casa, bien con artimañas o bien con violencia aunque esta última, muy rara vez era necesaria.
Después los separaban en diferentes habitaciones de la casa y amenazaban con infringir daño al resto de la familia si no hacían lo que se les pedía. Obtenían de cada uno todo tipo lo que quisieran sin la menor resistencia por el temor de estas a la integridad del resto. Podían pedirles cualquier cosa, nunca se negaban.
En el caso de la familia de Fermín, había sido el azar quien les había llevado hasta ellos. Muchos kilómetros atrás, en la autopista, el grupo de malhechores almorzaba en la cafetería de una estación de servicio cuando vieron llegar la fastuosa caravana conducida por el snob de Fermín. De ella se apeó una discreta y elegante mujer de piernas largas y busto generoso, a su lado una preciosa adolescente con no menos encantos que se adivinaban a través de su juvenil ropa veraniega. Por último, varios metros más atrás les seguía un muchacho de aires distraídos.
No se fijaron en ellos al entrar por lo que no se apercibieron de los 5 pares de ojos que miraban embobados a ambas mujeres. La madre, altiva, no paraba de dar ordenes sin elevar su voz un ápice, lanzaba duras miradas a todo aquel que le causara el más mínimo trastorno. Era una dictadora dentro del seno familiar. Y eso agradó a Artan.
Al cabo de una hora ambos grupos tomaban direcciones distintas. Lástima, quizás en otro momento, pensó Artan.
Pero la madre de todas las casualidades hizo que 6 horas después la caravana de Fermín rebasara el coche de los 5 delincuentes que ahora estaban descansando junto a una carretera secundaria. La caravana se había perdido. Y eso también agradó a Artan.
Los 5 saltaron dentro de su auto y les siguieron a cierta distancia. Media hora después la caravana se introducía en una pista forestal y paraba unos metros más adelante junto a un claro. Desde allí podía oírse el fuerte sonido de un río cercano en un paisaje bucólico.
Les vigilaron sin ser vistos. Saúl y Lombardo, hombres de confianza de Artan, oteaban entre la espesura buscando alguna construcción habitada por gente que pudieran causarles problemas así como los diferentes caminos que circundaban la zona y que pudieran servirles como vía de escape. Intentaban adivinar cual sería el mejor modo de abordar la caravana. Sabían que esta noche habría luna llena lo que iluminaría el claro, eso podría perjudicarles.
Ambos eran unos rateros que daban pequeños golpes en comercios para subsistir. La alianza con Artan les proporcionó mucho más de lo que nunca hubieran imaginado. Gracias a él dejaron los atracos y las carreras delante de policías y guardas de seguridad, no volvieron a pisar un calabozo. Le admiraban y le guardaban fidelidad plena.
Los otros 2 integrantes del quinteto eran unos palurdos con un coeficiente intelectual de un niño, al igual que los otros, tenían un respeto absoluto a Artan al que obedecían sin dilación como magníficos gregarios, esa era la razón por la que seguían con él. Ambos se limitaban a mirar embobados a las 2 mujeres.
Por su parte Artan miraba lo que todos miraban pero veía lo que nadie podía ver. Escudriñaba a cada miembro, les estudiaba. Les vio sacar los aparejos de campaña, les vio cocinar y preparar la mesa de camping, vio como cenaban juntos y les vio mantener una escueta conversación aunque la distancia y sobretodo el murmullo del río impedían captar cualquier comentario o palabra. Tampoco pudo captar risas o conversaciones animadas pero no por culpa del murmullo del río sino porque estas nunca se produjeron. Y se preguntó porqué.
Vio miedo y rencor en los ojos del hijo, hastío en los de la hija, indiferencia en los del marido y todo eso junto en los de la madre. En aquella familia no había calor, calor humano. Y eso, una vez más, le agradó.
– · –
-¿y como es? –continuó preguntando Artan a Fermín.
Fermín se mantuvo en silencio, detestaba a aquel hombre tanto que deseó que hubiera estado casado con ella tanto tiempo como él. Idiota, subnormal. ¿Que sabía él?. Llega, se tira a su esposa y alardea de lo buena mujer y amante que es.
Lanzaba furtivas miradas llenas de odio a su mujer que ahora abrazaba y besaba a ese cerdo en la boca con más pasión de la que él nunca consiguió obtener. Sentía puro fuego en el cuerpo.
-es muy maja, continuó diciendo Artan.
-¡es una hija de puta! –estalló por fin. Harto de aguantar que se lo restriegue por la cara.
Artan mostró sorpresa. -no lo creo, no es capaz de matar una mosca.
-no la conoces como yo. No sabes de lo que es capaz.
-eso es una opinión particular tuya.
-no es solo mía. Marta hace imposible la vida del que le rodea. Cualquiera que la conoce bien, te diría lo mismo.
-bah, tonterías. ¿Que pasa? ¿una vez te quemó tu camisa preferida?
-si eso fuera lo peor. Es rencorosa, vengativa y cruel. Sobretodo con su propia familia. –la temperatura en los comentarios de Fermín iba en aumento.
Fermín estaba seguro de que el espectáculo de esta noche lo hacía en venganza hacia él por lo ocurrido cierto día durante las vacaciones en la caravana, el tipo de cosas que ella nunca perdona y además se castiga con especial virulencia. Como aquella noche.
-todo el mundo tiene derecho a enfadarse si alguien comete una falta.
-¿enfadarse?, ¿una falta? –Fermín estaba fuera de sí. -hace 1 año pilló a nuestro hijo masturbándose en su cuarto. ¿sabe lo que hizo? –espetó. -Lo cogió por las orejas y lo bajó al salón desnudo como estaba. Lo humilló frente a todos los presentes, le azotó y le hizo repetir en voz alta lo que estaba haciendo en su cuarto. Aquel día, mi madre y mi hermana estaban de visita y fue el día más bochornoso de nuestras vidas, sobre todo para él. No creo que nunca olvide aquello en lo que le resta de vida.
-bueno, bueno, que un día la haya tramado con él no significa que vaya a ser así con todo el mundo –Artan seguía tirando de la manta.
Fermín sostenía la mirada de Artan, furioso con aquel hombre pero más aún con su mujer y con la imagen de santa que siempre ofrecía. A este individuo lo había engatusado también.
-mi hija ha tenido varios novios –continuó –uno a uno mi mujer los ha despachado a todos.
-cuentitos de vieja. ¿Y que hizo, les miró mal, no les dejó quedarse a cenar?.
-ponía a un detective detrás de cada uno de ellos y cuando encontraba algo de carroña les obligaba a desaparecer junto con un cheque para que pudieran irse bien lejos.
-¿como lo sabes?
-porque yo firmaba esos cheques –sentenció con la voz serena y los dientes apretados. –el último lo firmé hace 3 semanas.
-¿ah, sí?
-se llamaba Rudy, -ahora hablaba sereno -se presentó en el camping para visitar a mi hija que en ese momento estaba en la playa. Mi mujer se enfado muchísimo al verlo. Entró en la caravana y volvió con un sobre. Se lo ofreció, contenía diversa documentación. Carroña seguramente. Después le ofreció el cheque que yo había firmado. Se fue, estoy seguro de que no volveremos a verle.
De nuevo Fermín dirigió la mirada hacia los 2 amantes. Lo que vio le destrozó aun más. Marta galopaba salvajemente a aquel hombre, parecía que estaba loca, le estaba follando a él y no guardaba un atisbo de decoro. Se encorvaba, brincaba, no paraba de mover las caderas, sus tetas botaban arriba y abajo incesantemente mientras el hombre se las sobaba obsesivamente junto con el culo. Entonces, disminuyó el ritmo de sus embestidas, se agachó, rodeó su cuello con sus brazos y le besó apasionadamente largo rato.
Hubo un largo silencio. La hiel fluía desde el estómago a la garganta de Fermín que no podía aguantar más tiempo aquel bochorno.
– · –
-Así cariño, así, abrázame más fuerte, sigue besándome, demuéstrame lo mucho que quieres que siga contigo en lugar de con otra –y al decir esto, Saúl sonreía sabiendo que ambos sabían quien era esa otra. La cara de amargura de Marta se contraía aún más, ¿por qué no dejaba de torturarla con su hija? ¿acaso no le había dicho ya que haría todo lo que quisiera?.
– · –
-donde vivimos –continuó Fermín -la gente conoce su fama de conseguir todo lo que se propone… sobretodo de los hombres… –hizo una pausa -…mayores.
No en vano recordaba con amargor hechos pasados. Tras la muerte del padre de Fermín, Marta figuraba como heredera a título personal de una pequeña pero valiosa parte de su herencia. Lo cierto es que el padre de Fermín hastiado de toda su familia y sabedor del odio acérrimo entre su mujer y su nuera añadió esta cláusula a modo de venganza póstuma contra su esposa.
Pero todo el mundo vio la oscura mano de Marta en aquella herencia y pensaron que entre ella y el viejo hubo algún affair, incluido Fermín, que nunca lo pudo borrar de su cabeza.
-¿a que te refieres? –Artan quería saber más.
-Fermín sostuvo la mirada en los ojos de su interlocutor unos segundos y después contestó –pregúntaselo a ella. –dicho esto bajo la cabeza y se giró.
– · –
Marta yacía en el suelo tumbada boca arriba. Estaba agotada, nunca había tomado la iniciativa en sus lejanas noches de entrecama, siempre se limitó a abrirse de piernas y dejar que Fermín hiciera el resto. No imaginaba lo agotador que podía resultar. Ahora podía sentir cierta comprensión hacia él después de todo lo que le había reprochado lo mal amante que siempre fue.
Tenía los ojos fijos en el firmamento, la boca abierta inhalaba bocanadas de aire, sus brazos caídos a ambos lados de su cuerpo con las palmas hacia arriba. El sudor la empapaba por completo. Estaba muy dolida en su orgullo, más aún cuando en los últimos momentos del orgasmo de su violador, éste introdujo un dedo en el ano de Marta. Sintió tanta repulsión ante aquel cuerpo extraño que se introducía a través de ella que comenzó a brincar con más fuerza en un vano intento por expulsarlo o al menos evitar su progresión. Movió las caderas desesperadamente, se agitó todo lo que pudo pero fue inútil, no solo no lo consiguió sino que con las embestidas produjo en Saúl un mayor placer.
–se acabó -pensó –podría haber sido peor, podría llover –se consoló con ironía.
Saúl, a su lado, guardaba su misma posición. Tumbado boca arriba, una de sus manos reposaba en su pecho, la otra bajo la nuca. Estaba feliz.
Entonces llegó Artan que se sentó junto a ella, sonriente. Acarició su brazo con las yemas de sus dedos. Ella lo retiró y se cubrió las tetas con él mientras con la otra mano tapaba su coño. Artan puso cara de disgusto –no sé si habrás sido suficientemente complaciente con mi amigo ¿no habrás roto el trato, verdad? –los ojos de Marta comenzaron a echar fuego. -¿qué opinas tú, Saúl? -continuó diciendo.
-En verdad que esta mujer me ha vaciado las pelotas. –contestó socarronamente. Ambos hombres estallaron a reír.
-¿y que tal se ha portado mi amigo contigo?
Marta no contestó
-¿te ha gustado follar con él?
-en absoluto.
-claro, a ti te van más los maduritos, ¿no?
Ese comentario la pilló por sorpresa. ¿porque ha dicho eso?, ¿qué sabía él sobre ella?.
Artan sonreía –tu marido dice que no te hace disfrutar en la cama porque a ti te va otro tipo de hombres. –y al decir esto reía junto a Saúl.
¡Ese patán egocéntrico! –pensó Marta –¿porque no puede estar calladito?. Siempre tiene que anteponer su ego a todo lo demás. ¿pero no es consciente de lo que estoy pasando?, maldito bocazas.
Lo que más dolió a Marta fue que Fermín también pensara igual que la gente de la calle.
-después de todo lo que hago por la familia. Debería estar muy agradecido. Todo lo que tenemos es gracias a mí. –pensaba Marta. –¡y así me lo paga!
Se había dejado follar voluntariamente por el bien de su hija y el muy majadero se dedicaba a chismorrear cotilleos que la herían profundamente.
-¡pues prefiero los maduritos que no las jovencitas! –estalló.
Se arrepintió de haberlo dicho en el mismo instante, no quería entrar en su juego. Ya le arreglaría las cuentas a Fermín llegado el momento.
Artan sonrió de nuevo, le gustó oír ese comentario, esperó unos segundos y añadió. –te has portado muy bien con mi amigo así que no tocará a tu hija.
–gracias a dios –pensó Marta.
–aunque tu hijo… –añadió Artan frunciendo el ceño a la vez que ponía cara duditativa.
El semblante de Marta palideció de nuevo. Miró con expresión seria al hombretón y esperó con el corazón en un puño que iba a decir.
-Veras – comenzó Artan –a uno de mis amigos le gusta él, lleva toda la noche sin quitarle ojo. Le ha robado el corazón ¿sabes? –sonreía al decir esto último. –dice que tu hijo tiene un culo muy bonito.
Se incorporó de un respingo y quedó sentada en el suelo. No podía ser cierto lo que oía. Malditos sodomitas.
–por favor, señor, es muy joven –lamentaba Marta –solo tiene 17 años.
-Pues ya es hora de convertirle en un hombre –contestó Artan
-se lo suplico, no le hagan nada.
-a lo mejor… –continuó con aire inocente –si alguien le ofreciera a mi amigo otra alternativa…
-pues…, pues…, -Marta estaba bloqueada, no quería volver a pasar por lo mismo –pues…, mi marido…
-¡tu marido!, puaj que asco, ¡un culo lleno de pelos! No creo que mi amigo cambie el culito fino de tu hijo por el de tu marido.
-pues…, entonces… –ya no quedaba más remedio
–quizás… yo…
-¿Tú? –preguntó Artan -¿te cambiarías por el?
Marta no contestó, estaba en estado de shock ante lo que venía de nuevo.
-dime, preciosa, ¿cambiarías tu culo por el suyo?
Pasaron unos tensos segundos
-si –musitó tras una pausa.
-está bien, le propondré a mi amigo un cambio en el menú –comentó Artan –pero no te aseguro nada, así que no te hagas ilusiones.
Los vio alejarse. Permaneció en silencio. Unos segundos después hundió la cabeza entre sus brazos que mantenía apoyados en las rodillas flexionadas frente a su pecho. –podría ser peor –se consoló de nuevo –podría llover.
Se tumbó de costado de espaldas al resto del grupo mientras esperaba abatida la siguiente sesión.
– · –
Artan y Saúl se sentaron junto a Bizco, uno de los palurdos gregarios que custodiaba a Benito y comenzaron a hablar entre ellos.
-nunca pensé que pudieran existir mujeres así. –comentó Artan
-dímelo a mí –contestó Saúl -la tía no me ha dejado montarla, se ha puesto encima a galopar como una loca, casi me rompe la polla. –los 3 reían, aunque en el caso de Bizco no tenía ni idea de porque lo hacía, era incapaz de entender cualquier broma. Es más, era incapaz de entender nada de nada, se limitaba a obedecer al pié de la letra las instrucciones de Artan por incomprensibles que fueran para él.
-es una gran mujer no hay duda.
-sí y por lo que me ha dicho, su hija es una buena chica. Nunca le da problemas, es una excelente hija con un comportamiento ejemplar en casa. –comentaba Artan
Benito escuchaba la conversación en silencio.
-una hija modelo, estudiosa y muy digna, no como esas otras fulanillas que no hacen más que pensar en chicos.
Artan y Saúl cargaban de metralla el cañonazo que Benito estaba a punto de recibir.
-En cambio este otro … –decía Artan con cara de asco mientras señalando a Benito. –menuda pieza está hecho.
El pobre Benito se quedó de piedra. No esperaba de su madre ningún cumplido pero mucho menos que le desapruebe ante unos extraños. Aunque a decir verdad, no era nada nuevo. Era moneda de cambio en su día a día. Reproches, insultos, castigos y todo delante de profesores, amigos, familiares…
-dice que es un pajillero que no para de meneársela en su cuarto.
Eso sí sorprendió a Benito. Se le paró el corazón, sus ojos se abrieron como platos y la cara se volvió pálida. Incrédulo miró a su madre en la distancia pero solo vio su espalda.
 -¿no me digas? –preguntó Saúl
-si, si, una vez incluso lo sacó por las orejas de su cuarto para que todos se rieran de él. Pero ni aun así es capaz de escarmentar este piltrafa. Si al menos fuera la mitad de bueno que su hermana.
No podía creer lo que oía, se había quedado atónito, tenía los ojos llenos de lágrimas, el aire no le llegaba a los pulmones, ¿nunca se libraría de tal vejación?. A donde quiera que vaya su madre siempre se lo contaba a todo el mundo. Intentaba no hacer nada que la enfadase, apenas abría la boca en casa para que su madre no lo reprimiese tanto, pero era inútil siempre sería un hijo de segunda fila.
Para más INRI la guarra de su hermana, esa zorra sin corazón, esa fulana que traía a sus amigotes a casa cuando sus padres no estaban, que les sisaba dinero a escondidas para hacer novillos y que cometía innumerables tropelías, esa mala pécora a la que le faltaba tiempo para chivarse y quejarse de Benito por cualquier bobada, esa furcia siempre fue su ojito derecho. No era justo.
-oye, tú –instó Artan a Benito –porqué no puedes comportarte como tu hermana ¿eh?
-eso –continuó Saúl –aprende de ella, esa si que es una buena hija, no como tú.
-yo no tengo que aprender de esa –respondió airadamente.
-¿como que no?, para empezar ella no piensa continuamente en sexo como tú. –dijo Artan.
-¿no?, pues bien que trae sus novios a casa. –dijo muy enfadado
-mentira, serán compañeros de clase para estudiar
-no son para estudiar
-¿y tú que sabes?, si no les has visto, niñato. ¿Siempre te inventas la cosas?
-si que les he visto. Les he visto follar juntos. En su cuarto. Y a veces en el de mis padres. Su último novio tiene un tatuaje en la ingle y el anterior tenía pecas por toda la espalda. Pregúntaselo si quieres. –explotó.
Pasaron unos segundos antes de que Artan volviera a hablar.
-¿espías a tu hermana? –preguntó mirando fijamente a los ojos de Benito.
Éste se quedó petrificado, había hablado demasiado y ahora no sabía que decir. –no –dijo al fin.
-¿no?, ¿y como sabes que se lo montan en la habitación de tus padres? –Benito titubeó –pues… pues… por que les oigo desde mi habitación.
-¿y lo del tatuaje? –preguntó inquisitivo Artan
Bajó la mirada y se arrugó como una bola de papel. No contestó.
– · –
Artan apareció junto con un hombretón de mirada huidiza y aspecto de borrego integral junto a Marta.
-hola preciosa, ¿has descansado?
Aun estaba hecha un ovillo. No se movió.
-mira que si estas cansada… –comenzó a decir
Entonces Marta comenzó a voltearse lentamente quedando tumbada boca arriba. Abrió un poco las piernas, cerro los ojos, respiró hondo y dijo: -hazme lo que quieras.
-pues así difícilmente, recuerda que lo que a mi amigo le gusta es tu culo.
Marta abrió los ojos de golpe, el corazón comenzó a palpitar más y más fuerte.
-¿cómo?, ¿quiere darme por el culo? Pero…
-además, primero quiere que se la chupes un ratito. Ya sabes, para iros conociendo y eso.
-¡puto bastardo! –pensó. –no me lo puedo creer.
Lentamente, con aire cansado, Marta se colocó de rodillas frente al hombretón sus ojos estaban llenos de lágrimas y aún le escocía el comentario de Fermín.
-por cierto, tu hijo nos ha contado que hace 1 año le sacaste de su cuarto cogido por las orejas y lo bajaste al salón en pelotas.
¿A que venía eso? –pensó Marta. -¿qué tiene que ver eso ahora?. El estúpido de su hijo siempre hablaba más de la cuenta o decía lo que no debía.
-dice que te mereces que mi amigo, te dé bien por el culo por lo de aquel día.
La cara de Marta era un poema. Los ojos abiertos casi tanto como su boca, su tez pálida de angustia comenzó a volverse roja de ira, su cuello comenzó a tensarse, las venas de su frente comenzaron a inflarse, sus pulmones se llenaban de aire que expulsaba estertóreamente. Apretaba los puños con tanta fuerza que los nudillos se le quedaban blancos y las uñas se clavaban en la palma de su mano.
-no –intentó tranquilizarse –no podía ser cierto, eso no lo hubiera dicho Benito en un millón de años. No se hubiera atrevido.
-nos ha dicho que para una vez que se menea la polla en su cuarto no es necesario que su abuela y su tía tengan que verlo. Y que espera que sufras la mitad que él.
-Pues si –pensó Marta atónita –¡si que lo ha dicho! Ese pequeño judas. Encima que me ofrezco por él para que me sodomice este cerdo con cara de subnormal. Así me lo paga. ¡Maldito cabronazo! ¿pero que pasa en esta familia?
Marta temblaba de ira, hubiera matado a tortazos la impertinencia de este mequetrefe.
-Es un buen chaval, un inocentón. No se merece que le hagan eso por una paja.
-¿Buen chaval?, ¡un buen chaval no se masturba oliendo las bragas de alguien de su propia familia! –gritó.
Estaba desbocada. Nadie osó jamás dentro de su seno familiar obrar tal ofensa contra ella. Esto no quedaría sin castigo. Le ajustaría las cuentas a ese mequetrefe en su momento.
Decenas de campanillas sonaban en la cabeza de Artan, al parecer el chico no solo espiaba a su hermana, también olía sus bragas.
–eso no es tan malo. Después de todo, solo era paja.
-¡pues en ese caso, que le de por el culo a él!
-no preciosa, el cambio ya esta hecho, no vale echarse atrás.
-¿y si me niego?
-en ese caso,… tu hija…
-AAAAh , ¡basta! –lloraba Marta –está bien.
– · –
Fermín miraba como Marta se la chupaba al hombre con cara de subnormal cuando Artan se sentó a su lado. Sus 2 captores comenzaron a hablar entre sí, al igual que antes bromeaban a su costa pero él no les oía, tenía la vista fija en Marta. Si lo de esta noche lo hacía como venganza, ya había sido suficiente.
-tu mujer me ha dado un recado para ti. –comenzó a decir Artan.
Fermín lo miró desconcertado pero no dijo nada.
-dice que este polvo te lo dedica por los viejos tiempos.
Entonces Fermín vio como Marta se giraba y se ponía a 4 patas, después apoyó los codos en el suelo y colocó el culo en pompa. El subnormal la iba a follar por el culo.
La posición que muchos años atrás ambos practicaban esporádicamente. Era un mensaje, se estaba vengando.
-nos ha contado muchas cosas de vosotros. –hablaba lentamente, sin apartar la mirada de la de Fermín –sé lo de tu afición con… las jovencitas –tanteó Artan.
-¿co… como? –acertó a balbucear Fermín.
O sea que estaba en lo cierto, se vengaba de él por lo ocurrido en el camping. Las represalias de Marta siempre eran desmesuradas pero esto iba demasiado lejos. Maldita bruja paranoica.
-bueno, en realidad nos ha contado lo tuyo con una en especial –y al decir esto sonrió ampliamente. Acababa de echar la caña a la espera de lo que pudiera pescar.
Fermín se puso colorado. Se vengaba y se mofaba de él frente a aquellos sinvergüenzas.
-¡yo no espiaba a mi hija! –gritó. –fue una casualidad que se estuviera cambiando cuando entré en la caravana. Nunca quise verla desnuda.
Cientos de campañillas repicaban de nuevo en la cabeza de Artan, aún así, no se inmutó.
-no es eso lo que ella dice –seguía metiendo el dedo en la llaga.
-porque está loca. Es una paranoica –levantaba la voz y gesticulaba sin parar. –piensa que todo el mundo quiere tirarse a nuestra hija, incluido su marido y su hijo.
-yo también lo pensaría si le pillara oliendo sus bragas mientras se la menea.
Eso dejó a Fermín fuera de juego. Él no le había dado ese detalle.
Artan volvió a lanzar la caña. -y por lo que dice tu mujer, a tu hija no le desagrada lo más mínimo que le ronde ningún tipo de barón –hizo una pausa y añadió –aunque ese barón sea su propio hermano… o su padre. –y volvió a esperar unos segundos antes de añadir –o eso fue lo que tu hija le confesó.
¿qué decía este hombre?. ¿qué su hija había confesado qué?. Imposible. Entre Beatriz y Marta no existían confesiones de ningún tipo. Fermín le miró con desconcierto en silencio.
Por la cara de Fermín, Artan se dio cuenta de que había errado el tiro. No siguió indagando… de momento.
– · –
Beatriz vio como el cabecilla del grupo se acercaba antes de sentarse a su lado
-tienes una familia un poco extraña –dijo Artan
-no lo sabes tu bien –pensó Beatriz
-jamás hemos conocido una mujer como tu madre. –añadió
-ni yo tampoco –pensó – la muy falsa.
-tu padre es un tipo estupendo.
Beatriz detestaba a su padre aunque comparado con su madre… todo podía ser.
-déjame en paz. –contestó
-¿estás enfadada? –pregunto Artan con aires de inocentón.
-quiero irme a mi casa.
-entiendo, no soportas ver a tu madre ¿no?
-para empezar –contestó malhumorada.
-entiendo. Te pone celosa ¿verdad?
¿qué decía este subnormal?. Encima se cachondeaba el muy cretino.
-vete a la mierda, tú y tus amigos. –y añadió –y os la lleváis a ella también.
Artan empezó a cargar de metralla de nuevo el cañón que iba a disparar
-sí, ya veo que te pone celosa. No soportas que disfrute con nosotros.
Beatriz no quiso entrar al trapo. Detestaba a aquel palurdo. ¿qué quería conseguir el muy imbécil?
-como tampoco soportas que tu madre se haya follado a todos tus novios.
Se puso en alerta. Miró al hombre a los ojos. ¿qué estaba tramando?. ¿qué sabía ese hombre?
-no tengo novio –dijo al fin.
-ya lo sé, tu madre me lo ha dicho –pero no hace mucho tenías uno. ¿Rudy, verdad?
El corazón le dio un vuelco. ¿qué le había contado su madre a este imbécil?, es más, ¿por qué le había contado nada?
-dime. ¿estás celosa de tu madre? –volvió a preguntar Artan.
-por supuesto que no –ahora le temblaba la voz de rabia.
-¿aunque se haya follado a tus novios?
-Jamás se follaría a ninguno. Ni en un millón de años.
Y entonces Artan apretó el gatillo, el cañonazo fue directo al corazón
-¿ves? Eso pensaba yo. Sabía que era mentira y que tu madre solo alardeaba. – y añadió –como lo del tatuaje en la ingle.
-ta… ¿tatuaje?, ¿qué tatuaje?, ¿de que estás hablando?, ¿quién…, qué te ha contado de Rudy? –No se lo podía creer, ese hombre no podía saber lo de Rudy ni lo de su tatuaje, más aún, nadie podía saber de ese tatuaje. Al menos nadie que no lo hubiera visto… … ¿¡DESNUDO!?
La cabeza le daba vueltas, la sangre no le llegaba al cerebro, el estómago se encogía, las manos temblaban y un sudor frío empezó a recorrer su frente pálida.
No daba crédito a lo que acababa de oír. Estaba tocada, justo en plena línea de flotación. ¿sería posible que su madre…?, -no, jamás, es imposible.
Artan fingió sorpresa y siguió soltando metralla.
-oh, dios, ¿así que era verdad lo que decía? -Y añadió -¿Y es cierto que a otro de tus novios quería arrancarle las pecas de la espalda a arañazos?
-¡¡¡Pablo!!!! –musitó Beatriz con los ojos como platos.
Lentamente la expresión de la muchacha comenzó a transformarse. La frente pálida se arrugó, la sangre brotó por las venas de su cuello, sus manos se apretaron como garras, sus dientes apretados tras los labios contraídos, sus ojos inyectados en sangre miraban a su madre que ahora hundía su cabeza en el suelo mientras aquel hombre le cogía de las caderas para ayudarse en sus arremetidas contra su culo.
De un plumazo comprendió porqué la abandonaban todos sus novios. Ella, su madre. Ella era la culpable. Tantos sermones, tantos consejos de vieja birrocha sobre cualquier amigo o novio. La muy zorra los quería para sí. Se los había follado a todos.
La odió con todas sus fuerzas. ¡Maldita bruja! Comenzó a derrumbarse.
-no merezco esto –musitó con lágrimas en los ojos.
-tú follas con su marido y ella folla con tus novios. Ojo por ojo, eso es lo que dice.
-¿su marido?,… ¿mi padre?, pero… ¿¿¡¡ESTA LOCA!!?? –gritó.
-¿crees que está loca? Preguntó Artan -a mi me parece que no.
-¿qué mi padre y yo…?, aajj -no pudo terminar la frase del asco que sintió.
-¿entonces?, ¿no hay nada entre vosotros?
-Por supuesto que no. Es mi padre, ¡por dios!. –bramaba desbocada.
-vamos, vamos, que ya sé que a tu padre le van jovencitas. Ya me ha contado tu madre.
-¿jovencitas?, eso será por mis amigas, no por mí, so cerdo. –vociferaba Beatriz cada vez más enfadada.
Artan guardó silencio, miraba a Beatriz fijamente a los ojos. Ésta le devolvía la mirada, fría y enfadada. Hasta ahora el plan había ido sobre ruedas. Ahora Artan, el muy ladino, comenzó a tejer la segunda parte.
-te voy a contar una cosa preciosa. – comenzó a decir.
Beatriz escuchaba con aire distraído. Sus pensamientos estaban en otro sitio. Giró la vista que volvió a posar sobre su madre a la que intentaba fulminar con la mirada.
-el hombre que está detrás de ti lleva toda la noche esperando el momento para jugar contigo ¿sabes? –comenzó a decir Artan. –arde en deseos de follarte el coño.
Quedó paralizada, el corazón dejo de bombear, se giró lentamente y vio la mirada fija del hombre que tenía tras de sí. Llevaba temiendo toda la noche que alguno de ellos se propasara e intentara violarla y comenzó a temblar. Sabía lo que Artan iba a decir. No podría soportarlo.
-por favor, señor –dijo lentamente con voz ahogada –se lo ruego, no deje que lo haga. –miraba fijamente a Artan con los ojos encharcados en lágrimas.
Artan sonrió levemente, levantó la barbilla y se echó hacia atrás.
-¿Sabes? Tengo cierta intriga sobre algo –comenzó a decir -así que te propongo un trato.
Beatriz esperó expectante la proposición del hombre.
-me doy cuenta de que no quieres follar con ninguno de nosotros como tu madre. Tú te lo pierdes porque disfrutarías tanto como ella.
Beatriz giró la cara hacia su madre, hizo una mueca de asco y la volvió rápidamente.
-No obstante, te doy la oportunidad para que no tengas que hacerlo.
Pasaron varios y eternos segundos antes de que continuara hablando. Quería que ella tuviera tiempo de asimilar todo cuanto iba a decirle.
-vas a elegir a cualquiera de los hombres que estamos aquí, el que tú quieras –y al decirlo hizo un ademán con el brazo señalando todo el claro. –el que tú elijas se colocará frente a ti -Artan aún esperó unos segundos.
-se la chuparás unos …  5 minutos.
Beatriz puso cara de asombro, después bajó la mirada al suelo y contrajo una mueca de asco. Cuando volvió a mirar a su interlocutor éste continuó hablando.
-si en ese tiempo no se le pone dura, te dejaremos en paz. No tendrás que abrirle tus piernas a nadie. Te doy mi palabra.
Beatriz mantenía contraída la cara de asco. Cerdos asquerosos.
-eso es absurdo –espetó – sois una pandilla de pervertidos, cualquiera de vosotros se va a empalmar antes de que me meta la polla en la boca. ¿qué tipo de trato es ese?.
Artan rió, miro fijamente los ojos de ella y continuó hablando. –quizás haya alguien a quien no se le ponga dura.
No entendía a donde quería ir a parar aquel subnormal pero tampoco quería hacerlo. No estaba dispuesta a hacer tal cosa. No quería seguir escuchándolo y quiso cortar aquella conversación.
-pues yo no lo creo. Lo que único intentas es que os lo ponga fácil. ¿Quién de vosotros, cerdos obsesos pervertidos no se excitaría?
-tu padre.
Cuando lo oyó casi se cae de culo de no ser porque ya estaba sentada.
-¿¡QUÉ…!?, ¿pero que te pasa a ti?, ¿estas loco? No pienso chupársela a mi padre.
-pues entonces elige a cualquier otro. –retó Artan.
Estaba temblando de miedo, no podía pensar, miraba a todos aquellos hombres uno tras otro. Sabía que era una encerrona y no había donde elegir.
-¿que pasará si al que elija se le pone dura? –preguntó dubitativa
-te tumbarás y serás complaciente con él.
-¿¡me tomas por tonta o qué!? –y añadió –tú lo que quieres es que se la haga una mamada a uno de vosotros y después me deje follar voluntariamente. ¡Ni lo sueñes!.
-eso en el peor de los casos –contestó Artan pausadamente –piénsalo bien. El hombre que está de tras de ti te va a follar tu coño de todos modos tanto si te dejas como si no. Yo te estoy dando una oportunidad. Si como tu dices no hay nada carnal entre tu padre y tú, con una simple caricia bucal evitarás que nadie te baje las bragas. Al fin y al cabo, una polla es una polla, sea de quien sea.
Las opciones de Beatriz no eran muy halagüeñas. Tenía todas las opciones de ser violada voluntaria o involuntariamente e intentar evitarlo practicando una mamada a su propio padre era más humillante y asqueroso aún. Fue mirando uno a uno a todos los hombres de aquel claro.
-¿Cómo sé que cumplirás tu palabra? –dijo al fin
-no lo sabes, tendrás que fiarte de mí. –al decirlo miraba a Beatriz fijamente con aire solemne. Después añadió. –de todas formas ¿que es lo peor que puedes perder?
– · –
De nuevo Fermín vio sentarse a Artan a su lado, acababa de verle hablar con su hija y tenía una extraña expresión en su cara. Artan estuvo observándole durante largo rato antes de comenzar a hablar.
-Me has engañado –dijo al fin.
Le miro extrañado -¿engañado, yo a ti?, ¿en que?
-entre tu hija y tú hay algo más que una relación … -dudó unos segundos antes de añadir – …familiar.
-¿a que te refieres? –Fermín no sabía de que hablaba aquel idiota. Peor aún, no sabía que le había contado Beatriz.
-entre vosotros mantenéis una relación, digamos … carnal.
-¿carnal?, que quieres decir con… -entonces lo entendió. -¿¡pero de que estás hablando!? –bramó furioso -¡es mi hija! cerdo.
-sé lo de vuestro jueguecito –atajó rápidamente.
-¿de que juego hablas? –preguntó totalmente perdido.
-si, si, el que mantienen ella y sus amigas contigo.
Fermín cayó se súbito. Pensó en las relaciones que mantuvo con alguna de las amigas de su hija. Siempre pensó que ella nunca se enteró o al menos que nunca lo aprobaría, notaba su desprecio cuando intentaba acercarse a ellas. ¿sería posible que Beatriz hubiese permitido tales relaciones e incluso que las hubiera facilitado?. ¿su hija hacía de celestina para él con sus amigas?.
-verás –comenzó a decir Artan –parece que a tu hija no le hace mucha gracia que su madre disfrute con nosotros.
–no me digas –interrumpió irónicamente Fermín todavía enfadado.
-dice que ella también quiere disfrutar tanto como su madre. Dice que quiere… vengarse. Darle donde más le duele. Por eso quiere follar con alguien.
-ya, ¿contigo, verdad? –volvió a decir irónicamente.
-no –cortó Artan, –contigo
-¿co…conmigo? –balbuceó perplejo -¿¡pero es que se ha vuelto loco todo el mundo!?
Mas calmado intentó pensar con claridad. Ese hombre tramaba algo y no se saldría con la suya.
-crees que miento. ¿verdad?
-sé que mientes –espetó furioso -no haces más que decir bobadas. Eres un pervertido.
-en ese caso no te importará comprobarlo. –sentenció Artan
-por supuesto que no. –contestó dispuesto a limpiar la imagen que este individuo tenía de él y esclarecer el embrollo que se estaba montando en buena parte por culpa de su mujer.
Artan sonrió ampliamente para sus adentros. La trama estaba tejida, solo faltaba esperar el resultado final.
-tu hija ha insistido en que os deje juntos para que podáis follar a la vista de su madre. Y eso será lo que hagamos. Vas a ir junto a mí y te colocaras frente a tu hija. Si todo lo que he dicho es mentira… no pasará nada, pero si llevo razón… tu hija… te chupará la polla para que se te ponga dura y folléis después.
-que bobada, de acuerdo –repuso Fermín convencido.
-pero os advierto una cosa a los 2 –ahora Artan hablaba furioso –si todo lo que me ha contado tu hija es mentira y lo único quería ella es que estuvieras cerca para darte o decirte algo que yo no deba saber os rajo el vientre a los 2.
¡Eso era! –pensó Fermin, ¿tendría Beatriz un plan o quizás habría robado algún arma a aquellos intrusos y quería que su padre estuviera cerca?
-te voy a decir lo mismo que a ella –amenazó –follareis lo que os de la gana pero no quiero que habléis ni una palabra. Como os vea pasaros algo o hablar entre vosotros os rajo. ¿Está claro?
-cristalino –contestó.
-¡ni una palabra! –repitió.
– · –
Cuando vio acercarse a los 2 hombres el corazón de Beatriz comenzó a latir con más fuerza. Estaba nerviosa, le sudaban las manos. Entonces su padre se paró ante ella con una mirada extraña que no supo descifrar. Artan se separó hacia un lado mientras la miraba fijamente.
Se incorporó colocándose de rodillas frente a su padre. Lo que pasó a continuación dejó a Fermín atónito, completamente inmóvil ante lo que sucedía.
Tras una pausa, Beatriz alzó sus manos colocándolas a ambos lados de la cadera de su padre, lentamente deslizo el pantaloncillo que utilizaba para dormir dejándolo caer hasta los tobillos.
Lo primero que Beatriz vio asomar fue el vello de su pubis, seguidamente comenzó a aparecer la polla que caía en estado laxo delante de los testículos en una visión horrorosa.
Con gran esfuerzo de voluntad alzó de nuevo una de sus manos y asió con ella la polla elevándola ligeramente, lo que hacía que ésta, apuntara directamente hacia su cara que se encontraba a menos de un palmo. Sintió una arcada. El glande y parte de la polla quedaba fuera de la mano. Aunque pudo determinar que su padre no tenía un gran aparto a ella se le antojó más grande de lo que esperaba.
Su respiración era agitada, notaba el sudor en su frente. No podía dejar de mirar lo que tenía en su mano, al fin se armó de valor, cerró los ojos, abrió ligeramente los labios y se inclinó hacia adelante.
Posó sus labios justo tras el glande, después recorrió el resto de la polla hasta el final. Sintió el suave roce del vello púbico acariciar sus labios y sus mejillas lo que hizo que se retirara hacia atrás como un muelle. De nuevo recorrió con sus labios la polla de su padre intentando esta vez  no llegar hasta el final.
-lo peor ya está hecho –pensó –solo tengo que aguantar así unos minutos y todo habrá acabado.
– · –
Benito no daba crédito a sus ojos. Todo el mundo se había vuelto loco. A un lado su madre disfrutaba con las prácticas sodomitas de un extraño con cara de subnormal, al otro su padre tenía la polla en la boca de su hermana y ambos se daban un homenaje sexual. Se dio cuenta que durante toda su vida había estado viviendo en un mundo paralelo. Había vivido engañado por una dictadora puta, un patán pervertido y una hermana pérfida y desviada.
-tienes una familia un poco extraña.
Benito buscó desconcertado el origen se ese comentario, tras él apareció el cabecilla de la banda. Lo cierto es que tenía razón.
-nunca había conocido un padre y una hija que mantuviera una relación de ese tipo.
A decir verdad Benito tampoco. No dejaba de mirar la dantesca escena.
-¿desde cuando follan juntos? –preguntó Artan
-no,… no lo sé señor –contestó Benito absorto en su hermana.
-¿no lo sabes?, tu madre dice que fue antes de que te pillara aquel día meneándotela.
El recuerdo hizo reaccionar a Benito que agachó la cabeza avergonzado.
-eso fue… hace 1 año… más o menos –contestó duditativo.
-entiendo –contesto Artan –menudo cabreo se agarró ¿eh?
No contestó, pero el solo recuerdo le revolvió el estómago.
-yo también me enfadaría si supiera que mi marido se tira a mi hija y además mi hijo le huele sus bragas porque también se la quiere montar.
Benito dio un respingo, se puso tenso y abrió los ojos como platos. La cara se volvía a poner colorada de vergüenza. ¿cuántas cosas le habría contado su madre?, ¿Cuánto sabría aquel hombre?
-¿le ha dicho mi madre…? –se atrevió a preguntar
-si –le cortó -me lo ha contado todo –mintió –parece que tu madre os odia, en especial a ti.
-¿eso… eso ha dicho? –intentaba hablar pero la congoja le podía.
-¿Por qué crees que tu madre folla con nosotros sin que nadie la obligue? Se está vengando. –podía ver la cara de crédulo del pobre Benito –de tu padre, de tu hermana y sobretodo de ti.
-Por eso esos 2 –dijo señalando a Beatriz y su padre –hacen lo mismo.
Aquel hombre acababa de constatar lo que Benito ya sabía. Su madre le odiaba a él más que a nadie de la familia, incluida su suegra con la que no se hablaba más que con insultos y sus sinónimos.
-al principio pensaba que tu madre era una buena mujer, sin embargo, después de conoceros me he dado cuenta lo engañado que me había tenido tu madre. Ahora veo que tú eres el más perjudicado de tu familia. No ha parado de mofarse de ti y de decir lo inútil que eras.
La sangre comenzó a fluir de nuevo por las venas de Benito. Aquel hombre tenía razón, él siempre había llevado todos lo palos en casa, siempre había sido el eterno culpable. Una falta leve era una gran ofensa pero cualquier logro una nimiedad. El rencor que guardaba dentro desde hacía mucho le estaba carcomiendo, empezó a convertirse en odio supremo hacia su madre.
La guarra de su hermana y su padre se vengaban de ella dándole donde más dolía. Pero, ¿Cómo podría vengarse él?
– · –
Beatriz seguía con su labor bajo la atenta mirada de Lombardo, uno de los hombres de confianza de Artan cuando de repente se produjo la desgracia. Empezó a notar que la polla de su padre adquiría mayor tamaño. Su primera reacción fue parar pero las amenazas que había recibido si lo hacía se lo impidieron. No obstante aminoró el ritmo lo que pudo. ¿Como podía su padre excitarse así?¿acaso no era consciente de la gravedad de la situación?
Aún así, su polla adquirió más y más volumen, paulatinamente iba ocupando más espacio en su boca. No sabía que hacer para evitar lo inevitable. No podía permitir que su captor se diera cuenta de la erección de su padre así que introdujo mayor cantidad de polla en su boca lo cual no hizo sino empeorar la situación. Llegó un momento en el que dado el volumen que adquirió ya no cabía aun cuando se la introdujo al máximo al punto de hacerla vomitar. Ya no había remedio, la suerte estaba echada, estaba perdida.
Fermín no daba crédito, ¡ese pervertido tenía razón!, Beatriz no había hecho el mínimo amago para comunicarse con él. Había ido directamente hacia su pantaloncillo y ahora estaba chupándole la polla sin parar con gran suavidad.
Lo peor era que viejos fantasmas acudían a la mente de Fermín que veía desde su privilegiada posición el amplio escote de la camisa de Beatriz, desde donde se podía apreciar toda su anatomía superior.
Recordaba haber visto aquel busto unas semanas antes. Aunque fueron solo unos instantes, en aquel momento quedó turbado por aquellas tetas. Siempre intentó borrar de su mente los deseos más básicos que sentía por su cuerpo.
Sin embargo, ahora volvían de nuevo, veía sus tetas balanceándose, sin poder quitar la mirada de ellas. El continuo y suave roce de sus labios hacía el resto. Notó un calambrazo en la entrepierna que le recorrió toda la espalda. Notó como se elevaba la temperatura de su cuerpo.
Se sintió como un perro viejo que encuentra un trozo de carne fresca que no es suya, cerró los ojos y quiso pensar en otra cosa, sabía que eso no estaba bien. Sin embargo si ella lo deseaba ya era mayorcita para decidir. ¿Quién era él para juzgar?
Entonces Beatriz dejó de lamerle, se echó hacia atrás y quedó tumbada sobre la hierba con las piernas extendidas mirándole fijamente.
En completa erección, con su polla dura como una roca, Fermín mantenía innumerables dudas y prejuicios. Pero al final su instinto de animal se impuso sobre su cordura. Se arrodilló frente a ella, separó ligeramente sus piernas y contempló su cuerpo.
Posó las manos sobre sus rodillas y fue acariciando sus piernas hasta llegar a la cadera donde se entretuvo antes de continuar su viaje ascendente bajo la camisa hasta llegar a las tetas con las que se llenó las manos. Los apretó y manoseó, rozó sus pezones con los dedos y los sostuvo entre ellos. Después volvió a deslizar las manos hasta las caderas.
Comenzó a soltar los botones de su camisa uno a uno, cuando hubo soltado todos la abrió y contempló su busto. Era imponente.
Entonces dirigió la mirada a sus bragas a través de las cuales se adivinaba el negro vello de su coño, posó su mano sobre ellas y palpó su mullido bulto. Después deslizó sus bragas hasta los tobillos, y las sacó.
Fermín, totalmente excitado, estaba absorto en lo que veía, el deseo de aquel cuerpo era más fuerte que la más poderosa de las razones o la cordura.
Arrodillado entre sus piernas, acercó su cara al pubis y acarició sus mejillas con él. Aprecó los finos labios de su coño y los besó, cada vez con mayor deseo hasta que su lengua los recorrió de arriba abajo una y otra vez.
Después comenzó a subir hacia sus tetas que también besó, lamió y chupó.
No podía más, colocó su polla dura en el coño de Bea y empujo suavemente. Poco a poco la fue penetrando hasta quedar por completo dentro de ella.
Comenzó a mover su cadera una y otra vez mientras sus manos nerviosas recorrían todo su cuerpo desde las tetas a su culo.
– · –
Marta descansaba de costado, acurrucada en estado fetal, de espaldas al resto del grupo, tras ella, su violador permanecía en pie mirándola. Mantenía los ojos cerrados, sabía que su tortura no había acabado aún, uno a uno debería dejarse follar por todos.
Sintió unos pasos que la rodeaban y se colocaban frente a ella. Entonces oyó la voz de Artan. Había puesto una rodilla en el suelo frente a ella y se inclinaba para hablarle.
-hola preciosa –comenzó a decir –espero que “Bizco” te haya tratado bien.
-vaya –pensó Marta –así es como se llama el hombre con cara de mongolito.
Lo cierto es que Bizco, por orden expresa de Artan, no había utilizado la más mínima violencia con ella e intentó ser lo mas cuidadoso que sus rudos modales de permitieron. Si bien es cierto que la docilidad de Marta la hicieron totalmente innecesaria.
-uno de mis amigos tiene muchas ganas de pasar un buen rato contigo.
-ya, me lo imaginaba –dijo Marta tranquilamente sin abrir los ojos ni mover un solo músculo
-lo que pasa –continuó Artan –es que es un amigo muy especial.
A Marta no le gustó aquel comentario, eso suponía que tendría que hacer algo peor que la sodomía y se preguntó que sería. Entonces abrió los ojos y preguntó:
-¿como de especial?
-bueno, pues, es muy sensible… -comenzó a decir.
-¿y eso que quiere decir?
-pues que debes ser especialmente cariñosa con él.
-¿acaso no lo he sido hasta ahora?
-por eso mismo, no quiero que tu actitud cambie hacia mi amigo especial. Porque si lo haces…
–Artan puso el semblante muy serio y su voz sonó más grave –te juro que te rajaré el vientre.
Marta se asustó. Por supuesto que les iba a dejar su cuerpo a disposición, ya lo había hecho hasta ahora. ¿a que venía aquella amenaza? Estaba temblando de miedo y muy contrariada.
-¿donde está tu amigo especial? –preguntó levantando la cabeza e intentando adivinar quien de los 4 secuestradores, que ahora la rodeaban, sería el próximo.
Entonces Artan se puso en pie y se apartó a un lado. Tras él, marta pudo distinguir una figura semidesnuda que no supo distinguir al principio.
Se incorporó para mejorar su visión y entonces dio un brinco. Permaneció sentada con las piernas juntas delante de su cuerpo que ahora intentaba tapar como podía.
-¿Qué significa esto? ¿Por qué le habéis traído aquí?
-él es mi… “amigo especial” –respondió con sorna.
Los 4 delincuentes sonreían e intercambiaban miradas entre sí. Al parecer ellos sabían algo que desconocía. Volvió a mirar de nuevo y vio como Benito daba unos pasos hacía ella. Esta vez se fijo en algo que antes no había percibido. En el rostro de Benito no había miedo pese a que ella estaba aterrada ante lo que presentía.
Una nube negra comenzó a cubrir el rostro de Marta. ¿Por qué estaba allí?. No podía ser lo que estaba pensando. Se volvió hacia Artan y pregunto:
-¿Qué es esto?, ¿acaso pretendéis que practique sexo con mi propio hijo? –preguntó incrédula y fuera de sí.
-no, tú no debes practicar nada –contestó Artan -Limítate a comportarte como hasta ahora, como una buena chica.
¿Iban a obligar a su hijo a follarsela? Era bastante improbable que consiguieran tal cosa. Volvió a girar la vista hacia Benito y entonces vio algo que la asustó aún más. El bulto de su entrepierna, estaba excitado. Más aún, en su cara parecía asomar una sonrisa maliciosa.
Ahora si, estaba aterrada de verdad. ¿acaso este pequeño judas disfrutaba viendo a su madre ultrajada?¿querría acaso su hijo aprovechar la humillación de su madre para disfrute propio? Después de lo que había hecho por él. Se había dejado dar por el culo y así se lo paga. Maldito enano traidor.
El terror que sentía se fue convirtiendo en furia y odio ciego hacia Benito, apretaba sus dientes con fuerza, sus ojos incendiados miraban a Benito al que trataba de fulminar.
Pero Benito no se amilanó y avanzó unos pasos más hasta colocarse de pié frente a su madre que aún permanecía sentada con los brazos cubriendo sus tetas. Permaneció mirándola desde arriba con el mismo aire de superioridad con que ella le había mirado siempre. Fue entonces cuando Marta se dio cuenta de que las tornas habían cambiado con él, ya no tenía ninguna autoridad sobre su hijo.
-vamos –amenazó Artan –empieza con él como los demás –gritó
Marta giró su cabeza en busca de su marido pero los hombres le tapaban la visión de todo el claro.
-¿qué pensará Fermín? -pensó
Marta se arrodilló y al hacerlo descubrió las tetas y el coño ante Benito que disfrutó con la vista. Era la primera vez que veía a su madre completamente desnuda. Vio su poblado y oscuro coño así como las aureolas que rodeaban sus pezones colocadas como dianas en sus grandes tetas.
La cara de Marta estaba a centímetros del calzoncillo de Benito. No podía apartar la vista del bulto, no quería pensar en lo que iba a hacer y el hecho de saber que lo hacía por salvar su vida no la consolaba.
Benito deslizó el calzoncillo por sus piernas dejando sus partes visibles a todos. Marta vio la polla dura frente a su cara, era más grande que la de su marido. Su respiración era agitada y el corazón latía rápidamente. Las lágrimas asomaron en sus ojos.
-Dios mío, ¿como he llegado a esto?. –se dijo Marta. –levantó la mirada hacia Benito y le suplicó. –hijo mío, no me hagas pasar por esto.
Las órdenes tajantes de Marta hacia Benito se habían convertido en súplicas.
Benito la miraba fijamente con el rostro impertérrito. Llevaba tanto odio dentro que sentía un inmenso placer al sentir la humillación y el dolor de su madre pero sobretodo de sentir el poder sobre ella. El cambio de tornas era delicioso.
-Ya le has oído. –dijo Benito lentamente. -Empieza conmigo “como los demás”.
Hizo hincapié en esto último. Sabedor de que siempre fue el último de la fila.
No había salida para ella. Ninguna elección.
Tomo aire, cogió la polla de su hijo con una mano durante largos segundos de agonía, la miró durante un rato y después se la metió en la boca, lentamente.
– · –
Beatriz seguía tumbada en la hierba con las piernas abiertas que Fermín sostenía por debajo de las rodillas mientras la follaba continuamente. Tenía los ojos cerrados, no podía mirar a su padre que, arrodillado, la embestía sin cesar. Al final los abrió y se obligó a mirarle, lo hizo fijamente mientras colocaba las manos en las caderas de él para intentar frenar los envites que éste le daba. Quería que acabase pronto, no porque la hiciese daño sino por la repulsión que sentía, que aumentaba cada vez más y más hasta hacerse insoportable.
– · –
Más doloroso que chupársela a Benito era sentir las manos de él en su nuca que no paraba de empujar hacía sí. Odiaba a muerte a aquel pequeño judas, traidor, pervertido con complejo de edipo. Ya le ajustaría las cuentas. Como se atrevía a obligarla a hacer tal cosa, a ella, a su madre.
Benito disfrutaba viéndola humillarse ante él. Años de sufrimiento bajo su mando le habían cargado de odio. Sorprendido al ver su cuerpo maduro pero muy bonito, sus tetas, que ya no se molestaba en ocultar, se balanceaban adelante y atrás. Empujaba su cabeza con fuerza para aumentar dicho balanceo.
Cuando creyó haber disfrutado lo suficiente empujó suavemente a su madre de los hombros, lo que fue recibido con alivio que veía acabar su tortura.
-túmbate –ordenó Benito
-¿qué? –preguntó atónita –¿vas a follar con tu propia madre?
Aún tardó en contestar unos momentos hasta que al fin dijo:
-no, solamente te voy a dar amor –y continuó diciendo –todo el amor que recibí de ti durante toda la vida.
No se lo podía creer. La iba a follar su propio hijo. El pánico la dominaba, miraba las caras de sus captores incrédula, miró la cara de Artan esperando oír una contraorden que evitara aquel descalabro. Pero esta no llegaba, más aun, lo único que su captor dijo fue:
-¡obedece de una vez!
Terminó por obedecer como un autómata. Se tumbó lentamente y cerró los ojos –¡que desastre! ¿podría ser peor? –pensó. -podría llover -trató de consolarse.
Sintió las manos de Benito posarse en sus tetas y agarrarlas con fuerza, las amasó, las sobó, notó como toqueteaba sus pezones y por último sintió su lengua recorriéndolos.
Después sintió sus manos entre sus piernas, acariciaba su coño, su culo y sus muslos entonces notó el calor de los genitales de Benito posarse en su pubis. Benito se frotaba contra su madre suavemente, rozaba la polla y los huevos sobre los labios de su coño.
Artan y Saúl compartían miradas de complicidad entre ellos. Disfrutaban con todo aquello, Saúl, absorto en la escena que tenía frente a sí, susurró al oído de su compañero:
-Dios, se la va a meter. Se la va a meter a su propia madre. Se la va a follar.
Ambos disfrutaban con lo que ocurría entre madre e hijo.
Benito comenzó a penetrarla lentamente, poco a poco hasta que tuvo toda la polla dentro del coño de su madre. Marta abrió los ojos y vio la luna llena que iluminaba todo el claro, vio las estrellas que adornaban el cielo pero no vio ninguna nube que hubiera podido amenazar lluvia. Cerró los ojos –no, esto ya no podía ser peor.
Sacaba y metía la polla muy despacio, poco a poco fue aumentando su ritmo, aunque había leído mucha teoría al respecto nunca había estado con una mujer y constató lo valiosa que resultaba una clase práctica. Cada vez sentía mayor deseo, mayor necesidad de una mujer. Recorrió todo su cuerpo, ahora era suyo y podía hacer lo que quisiera y él quería más.
– · –
Fermín estaba desbocado, fuera de sí arremetía una y otra vez haciendo bailar las tetas y las piernas de Beatriz sobre la que ahora yacía. Lamía sus pezones con ardor, sus manos apretaban sus glúteos de adolescente. Estaba apunto de correrse.
Beatriz en cambio cada vez estaba más asustada, su padre se comportaba como un animal follándola salvajemente. Sabía que el momento final estaba cerca pues los bramidos de su padre se hacían cada vez más sonoros. Entonces notó la mano de su padre acariciando su culo cada vez más abajo. Cuando sintió penetrar un dedo a través de su ano se asustó aun más, eso no le gustaba en absoluto y sintió pavor, comenzó a moverse con el fin de parar su progresión. No funcionaba y presa del pánico comenzó a brincar estertoreamente para frenar aquello, movió sus caderas todo lo que pudo. Empujaba desesperadamente las caderas de su padre cuando recibió un beso que tapó toda su boca y notó como metía su lengua hasta la garganta.
Fermín estaba eyaculando. Cuánto había deseado aquello, cuántos deseos reprimidos hechos realidad. Alargó su cuello para besar a Beatriz, tan fría, dura y bonita como su madre. Fue un beso largo y húmedo. Cuando separó sus labios notó como ella escupía en el suelo. No le dio importancia. Su mente se concentraba en follar más y más aquel coño, en amasar y chupar aquellas tetas y en hacer disfrutar con su dedo a aquel culo que ahora brincaba de placer como otrora lo hiciese el de su mujer.
– · –
Benito sujetaba por los tobillos a su madre levantando y abriendo sus piernas todo lo que sus brazos le permitían, mientras de rodillas, embestía con todo el deseo sexual y de venganza que llevaba dentro, metiendo y sacando la polla sin cesar.
Marta con sus piernas en una posición muy deshonrosa y sus brazos intentando cubrir sus tetas, resistía delante de aquellos hombres la humillación de su hijo. Aunque no le hacía daño, ninguno de los secuestradores con los que había estado antes había sido tan violento.
El mete-saca cesó y de nuevo Marta aprovechó para juntar sus piernas, aunque por poco tiempo.
-date la vuelta –dijo Benito.
-¿cómo dices? –preguntó atónita -¿acaso me quieres montar como una yegua? –vociferó furiosa.
Benito no contestó. No hacía falta. Ella iba a obedecer y así fue. Con gran lentitud se colocó a 4 patas con la mirada fija en el suelo. Que le diera por el culo el pervertido de Benito le revolvía las tripas. Sin duda para ella ésta, era la mayor de todas las humillaciones sufridas durante la noche.
Primero sintió un dedo entrar y salir de ella, después notó el glande contra su ano empujando hacia adentro hasta conseguirlo. Entonces comenzó de nuevo el mete-saca. Intentaba relajarse con el vaivén. Las manos de su hijo atraparon de nuevo sus tetas que volvían a balancearse en el aire. Pellizcaba sus pezones con las yemas de sus dedos. Unos momentos después Marta levantó la cabeza, abrió los ojos y entonces lo vio.
En la parte opuesta del claro, perfectamente visible a través de los hombres que ahora ya no tapaban su visión. Descubrió a su marido y a su hija follando juntos.
Pestañeó varias veces para estar segura de lo que veía. No daba crédito. Era imposible. -Ese patán de Fermín, ¡se la está follando! –pensó. –¡a su hija!
-¡Malditos cabronazos! –estalló –¡todos sois unos cerdos!
Artan se dio cuenta del descubrimiento de Marta y sonrió. Ahora estaba plenamente feliz. Había esperado aquello toda la noche. No era un violador cualquiera en busca de sexo gratuito con mujeres bonitas o jóvenes. No era ese el objetivo final de su juego particular, el sexo era accesorio, formaba parte del botín que conseguía para sus amigos. Lo que realmente buscaba era la humillación total de cada uno. Ver florecer sus más bajos instintos. Destapar sus hipócritas máscaras de familias bien avenidas. Descubrir sus secretos más sucios y rebajar su condición de hombres a la de animales depredadores y antropófagos. Seres sucios, más sucios incluso que él o sus compañeros.
– · –
Lloraba desconsolada a lágrima viva sin poder parar de mirarlos. Veía a Beatriz brincar de placer, retorciéndose en medio del orgasmo, movía su cintura al compás de su padre mientras le abrazaba las caderas que atraía hacia sí.
¿cómo podían follar juntos con lo que estaba sufriendo? Sobre todo por ella. Había renunciado a su dignidad, se había humillado al máximo por aquella pequeña fulana y se lo pagaba de esa manera.
Como había podido estar tan ciega. Todo el esfuerzo por apartar los moscones que rondaban a su hija no habían servido de nada, tenía el enemigo en casa, su propio marido. No eran las amigas de Beatriz a las que Fermín intentaba camelar y que tan celosa le ponía –pensaba –era a ella, a esa pequeña zorra.
Que panorama –pensó –mi marido follando con mi hija mientras mi hijo me la mete por el culo –estaba hundida, volvió a levantar la vista al cielo en busca de alguna nube pero no la encontró. –Ahora si que ya nada puede ir peor.
– · –
Fermín descansaba sobre el pecho de Beatriz con lo ojos cerrados, estaba agotado. Respiraba agitadamente mientras oía los latidos del corazón de ella.
Beatriz tampoco se movía, odiaba a su padre. Siempre le detestó por babear por sus amigas pero esto traspasaba todos los límites imaginables. Nunca imaginó que también se excitara con ella y mucho menos que fuera capaz de violarla.
Cuando la sangre fluyó de nuevo por el cerebro de Fermín, empezó a pensar en algo que antes pasó por alto. ¿por qué escupió Beatriz con cara de asco cuando la besó?.
Con la mente más fría comenzaba a pensar con más claridad. Un negro presentimiento invadió el corazón de Fermín. Levantó la cabeza y vio a Beatriz que le miraba con odio. ¿es que no deseaba que pasara esto?, ¿por qué me la chupó entonces?, ¿la habrían amenazado…?
-dios mío –exclamó –¿que he hecho?
-follar –dijo cortante Beatriz –se llama follar. Y tú me has violado. Acabas de violar a tu propia hija. –era el mismo tono que utilizaba su mujer. Vio en sus ojos la misma mirada perversa de ella. Se quedó petrificado. Sin palabras, estaba hundido con la cara roja de vergüenza.
Entonces vio a Beatriz bajar la vista, Fermín siguió su mirada hasta posarla sobre su mano que aún asía uno de sus tetas. El pezón asomaba entre sus dedos.
Con toda lentitud comenzó a deslizar su mano hacia un costado y la apoyó en el suelo, junto al hombro de Beatriz dejando su teta libre. Después volvieron a mirarse a los ojos. Los de ella llenos de odio, los de él, de vergüenza y arrepentimiento.
-y ahora –prosiguió ella –podrías sacarme el dedo del culo –su cara era inexpresiva.
Un escalofrío le recorrió la espalda. La vergüenza que sentía aumentó aún más. Lentamente, como si no quisiera que ella se diera cuenta fue deslizándolo hacia fuera. Cuando lo hubo hecho, apartó la mano y la apoyó en el suelo. Tenía ambas manos a cada lado de los hombros de Beatriz que seguía apoyándose en sus caderas.
Vio como cerraba los ojos a la vez que emitía un suspiro de alivio. Sin duda, meterle un dedo en el culo, resultaba muy desagradable para ella.
Volvió a abrir los ojos y a mirarle fijamente. Guardó silencio durante unos momentos antes de hablar. Con cara de asco y tono sereno dijo fríamente.
-y ahora, si ya has acabado de disfrutar de mi cuerpo –entrecerró un poco los ojos para expresar mayor odio hacia él –del cuerpo de tu hija. ¿podrías sacar la polla de mí y quitarte de encima?
Fermín se había convertido en un ratón, no sólo era vergüenza lo que sentía. Había perdido por completo su posición dominante sobre Beatriz en el seno familiar donde ella hacía lo que su padre ordenaba. Él, el cabeza de familia, había demostrado ser un pobre desgraciado babeando las vientos de cualquier colegiala incluida su propia hija. Ahora estaba a su merced, igual que lo estaba bajo la de su mujer de la que siempre fue un títere.
Tensó sus brazos para levantar su cuerpo y cuando se incorporó ambos miraron sus sexos unidos. Beatriz con las piernas abiertas empujó a su padre por las caderas que aún tenía asidas. Su polla aún en semierección fue deslizándose hasta que estuvo fuera de ella por completo, quedando pendulando sobre el de ella.
Él quedó de rodillas, ella se apartó, se tapó con la camisa y permaneció sentada mirándole con desprecio, en silencio. Sobraban las palabras.
Un fuerte grito proveniente del otro lado del claro cruzó todo el bosque y llamó su atención.
– · –
Marta se encontraba tumbada boca arriba otra vez, con Benito sobre su pecho. La follaba sin parar mientras sobaba y lamía sus pezones. Nada podía ser peor. Toda la noche había sido un completo desastre. Se dejó follar 2 veces para preservar a su hija que terminó follando con su propio padre, permitió que la diesen por el culo para proteger a su hijo pero éste, acabó por follarsela tanto por el coño como por el culo. Nada puede ir peor, pensó. Se equivocó.
El ritmo de Benito aumentaba y sus jadeos comenzaron a ser más sonoros, eso solo significaba una cosa, la situación podía empeorar mucho más. No podía concebir que su hijo eyaculara dentro del coño. Sería lo más pervertido, sucio y antinatura que hubiese soportado nunca. Tenía que evitarlo a toda costa.
-hijo, por favor –su voz era temblorosa –no te corras dentro.
Benito no respondió ni hizo amago de haber entendido.
-Benito, hijo mío, no te corras dentro de mi coño… por favor –esta vez, había más miedo en ella. Aun así la actitud de Benito fue la misma.
Marta completamente nerviosa, sentía los envites cada vez más fuertes y con mayor rapidez. Estaba a punto de perder los nervios.
-Benito, te lo ruego, no te corras en el coño. Métela por detrás, vamos, métela en el culo y córrete ahí. Por favor… te lo pido por favor, ¡Benito!.
Los 4 hombres que rodeaban a la pareja babeaban de placer con el espectáculo. Aun no podían creer lo que estaban a punto de ver. El morbo de ver a un muchacho follar y correrse dentro de su propia madre, de disfrutar con su cuerpo, de sus tetas, que sobaba como un poseso. Un muchacho cuya introversión se había convertido ahora en el más cruel sadismo. Se miraban unos a otros intercambiando sonrisas maliciosas.
Benito tenía los ojos cerrados y comenzó a fruncir el ceño. Su cara se contraía, sus músculos se tensaban y el ritmo de penetración era cada vez mayor. Marta comenzó a gritar.
-no…, no lo hagas. Métela por el culo, mete la polla por el culo –estaba fuera de sí, seguía gritando -Córrete por detrás, en el culo, córrete en el culo.
Pero ya era tarde, Benito comenzó a disfrutar su primer orgasmo con una mujer. Su semen fluía a raudales dentro de ella, él era feliz por perder su virginidad, por correrse dentro del coño de una mujer. Y Marta lo notó. Empujaba a Benito, le gritaba, chilló histérica con toda su fuerza.
-¡METE LA POLLA EN EL CULO…!, ¡CORRETE EN MI CULO, JODEEEERR!
– · –

Padre e hija no daban crédito a lo que acababan de oír. Era la voz Marta y sobre ella estaba… ¡Benito!, la estaba montando y ella gritaba de placer con él. Beatriz miró con asombro la dantesca escena, después devolvió la mirada a su padre que mostraba la misma cara de incredulidad. Ambos pensaron lo mismo. ¡todo el mundo se ha vuelto loco!
Para Beatriz era el peor día de su vida, engañada por sus novios con su madre, violada por su padre y ahora, su hermano y su madre follando juntos. Los odiaba, los odiaba a todos, odiaba al obseso de su hermano, al pervertido de su padre pero sobre todo, por encima de todas las cosas, odiaba a la fulana de su madre. Maldita traidora, falsa.
Fermín se sintió más hundido que antes, había mostrado una faceta de sí que siempre mantuvo oculta incluso para él. Era un ser vil y pervertido, se había follado a su propia hija. Era un pelele, un títere de Marta, hasta su hijo se follaba a su mujer, de la que siempre dudó su fidelidad. Cerró los ojos y agachó la cabeza.
– · –
Marta miraba el cielo fijamente con los ojos enrojecidos por las lágrimas, tenía los brazos caídos a ambos lados del cuerpo, las piernas completamente abiertas con las rodillas ligeramente flexionadas. Entre ellas estaba Benito, descansaba en el pecho de su madre. Su respiración aún era agitada, con los ojos cerrados acariciaba sin cesar una de sus tetas.
Los hombres en corro, miraban absortos y en silencio como mudos espectadores de una función hasta que ella rompió el silencio.
-¿te vas a quitar de encima, o piensas quedarte a dormir toda la noche?
Marta iba recomponiéndose, el fuego en los ojos sustituía a sus lagrimas, la sangre fluía de nuevo por sus venas, su cara perdía la expresión de desolación para sustituirla por la de odio supremo. Había sufrido la mayor de las afrentas y el mundo se lo pagaría. Juraba por dios que rodarían cabezas. Y esas cabezas tenían nombres y apellidos.
Benito jugueteó con el pezón unos segundos más. Después se incorporó y lentamente sacó la polla del coño para sentarse en el suelo seguidamente. Cuando lo hubo hecho, Marta cerró las piernas sin prisa y se giró a un costado quedando tumbada en posición fetal. Desde su posición, podía contemplar todavía el coño de su madre que asomaba entre sus nalgas. Disfrutó con la vista de aquellos labios cubiertos de fino y suave vello.
– · –
Beatriz noto que una manaza le cogía el brazo y tiraba de ella. Era Lombardo, a una señal de Artan debía llevar a la muchacha con él.
-déjame en paz –gritó furiosa.
Fermín hizo ademán de ayudarla y también le gritó, pero para su sorpresa Beatriz le contesto en el mismo tono enfadado
-¿qué pasa?, ¿acaso estás celoso?, sé defenderme solita.
Le dio en plena línea de flotación. Fermín volvió a agachar la cabeza.
-suéltame, sé caminar solita –espetó a su captor –pero entonces recibió un tirón de pelo cuando intentaba recuperar las bragas que aún estaban junto a su padre.
Esta vez Fermín no se movió.
-no cariño, se quedan aquí, además… no te van a hacer falta –dijo su captor.
La furia que llevaba dentro se disipó al instante. Se temió lo peor, miró a su padre con cara de pánico y dijo: -papá…
Tampoco esta vez se movió, no era capaz.
Ahora estaba sola, tenía miedo y no tenía ni a su padre para defenderla.
Beatriz se alejó sin dejar de mirar a su padre cabizbajo. Le vio derrotado, abatido. Por primera vez en mucho tiempo y aun después de lo que había hecho sintió lástima por él.
Cuando llegó junto al grupo, un empujón la colocó entre su hermano y su madre que acababa de incorporarse al verla, permaneciendo sentada con las piernas dobladas frente a su pecho.
El grupo de hombres la miraba en silencio, estaban a la expectativa. Su hermano, sentado a unos pasos de distancia también se fijaba en ella con su mirada de pervertido que tanto odiaba. Su madre en cambio, mostraba una expresión extraña.
 Artan habló.
-quítate la camisa –su tono era serio, pero amenazante. Logró aumentar el miedo de Beatriz.
Con dedos temblorosos comenzó a soltar cada uno de los botones de su camisa. Cuando hubo soltado todos la deslizó por sus hombros dejándola caer al suelo.
Las caras de todos los hombres se iluminaron. Su madre sonrió. Eso la aterró más aún.
Benito se puso en pie al recibir una señal de Artan y se acercó a Beatriz. Ésta no dijo nada, se limitó a mirarle a los ojos.
-arrodíllate –susurró Benito.
Los ojos se le pusieron como platos, creía que iba a abusar de ella alguno de aquellos hombres pero no el idiota de su hermano.
-ni lo sueñes niñato –repuso enfadada
Sabía que su hermano no le quitaba ojo cuando estaban juntos, sentía como la desnudaba con la mirada, en ocasiones le había descubierto espiándola y ella aprovechaba cualquier ocasión para chivarse a su madre para que lo reprimiera severamente. Fue ella quien delató a Benito cuando se masturbaba en su cuarto con unas bragas que ella misma le había dado.
Ahora se tomaría venganza y además obtendría lo que nunca antes pudo conseguir. Pero Beatriz no estaba dispuesta a obedecer a ese bobalicón, mucho menos a ofrecerle sexo gratuito.
Pero entonces escuchó en su nuca la voz de Artan que se había acercado por detrás. Solo fue un susurro pero todo el cuerpo de Beatriz tembló de miedo con la amenaza recibida.
De nuevo miraba a su hermano a los ojos, ya no era un bobalicón pervertido, sino un peligroso violador como aquellos otros y le temió tanto o más que a ellos. Las tornas cambiaban de nuevo entre los 2 hermanos.
Al arrodillarse, su cara quedó frente a la polla de su hermano, la tenía dura y era mas grande que la de su padre.
-no puedo hacerlo –dijo. Apretó los ojos, bajó la cabeza y volvió a insistir –no voy a hacerlo –Artan replicó.
-si no se la chupas a él se lo chuparas a ella.
Beatriz miró instintivamente a su madre con el rostro lleno de miedo.
Marta observaba la escena satisfecha de que Beatriz, la pequeña zorra traidora, sufriera en sus carnes lo mismo que ella. Al oír la voz de Artan se puso tensa y en su cara se dibujó una mueca de preocupación. No contaba con ser parte activa de aquello. Madre e hija se miraban a los ojos. La imagen de su hija lamiéndole el coño produjo una arcada en el estómago de Marta.
Para sorpresa de todos marta comenzó a separar las rodillas hasta que todo su coño quedó expuesto a todos los presentes. Beatriz abrió la boca y los ojos como platos. Casi vomitó.
Marta solo lo hizo como método intimidatorio, sabía cual sería la decisión de Beatriz después de eso. Así fue, Bea se giró volviendo a mirar la polla de Benito fijamente y tras varios segundos la cogió con la mano para, acto seguido, metersela en la boca.
Los 5 captores sonrieron para sus adentros, menudo espectáculo.
Lo cierto es que Benito además de frustrado onanista era un boayeur profesional. Tímido y retraído pasaba sus horas en casa con la nariz entre libros, tebeos y, cuando se daba el caso espionaje filial.
Detestaba a su hermana pero sus hormonas no lo hacían. La evolución física de Bea no había pasado inadvertida para Benito que focalizaba en ella todo su reprimido deseo sexual.
Benito con los ojos en blanco recordaba cuanto había deseado ese momento, tanto tiempo haciendo guardia frente al baño para poder ver una teta o una nalga. Tanto tiempo intentando cazarla in fraganti en alguna situación indecorosa. Por fin obtenía lo que nunca llegó a imaginar.
Los labios de ella le recorrían adelante y atrás produciendo oleadas de placer. También se producía un balanceo en sus tetas que no tardó en atrapar, llenando sus manos con ellas. Sintió el calor y el tacto de sus pezones. Hizo que le mirara desde abajo, el lugar donde siempre la quiso tener y disfrutó con ello. Se sentía poderoso, ni ella ni su madre tenían influencia sobre él ahora. Podía hacer lo que quisiera. Y siempre quiso hacer algo.
-túmbate –lo dijo muy despacio. Su voz estaba cargada de rencor.
-¿qué vas a hacer? –preguntó en un susurro.
-voy a agradecerte que aquel día me regalaras aquellas bragas con tanta amabilidad.
-Por favor, te lo suplico, perdóname –y añadió -Lo siento, no quería que pasara todo aquello.
-si que querías. Todos me visteis en el salón, incluso la tía y la abuela. Tú estabas sonriente y satisfecha. Me tendiste una trampa.
Ahora ya no tenía el tono sereno de antes. Su voz se hacia más áspera y sus ojos se ardían de cólera.
-Me dijiste que eran de tu amiga, que tuviste que robárselas del vestuario. Pero me diste unas tuyas. ¡Me diste tus bragas!
-perdóname, te lo compensaré. Te lo prometo.
-ya lo creo que lo harás. Túmbate de una vez.
Su madre oyó la conversación con una mueca de desconcierto en su rostro.
Desnuda, con todos aquellos hombres mirándola, con su madre disfrutando de su sufrimiento Beatriz se encontraba más sola que nunca, estaba llorando. Ahora ya tumbada sobre la hierva, tapaba sus tetas con las manos mientras mantenía las piernas juntas y flexionadas.
Benito, sin ningún esfuerzo las abrió ampliamente. Disfrutó con la vista de su amplio pubis. Lo acarició, sabía que su padre había estado allí hacía unos momentos como también estuvieron sus novios pero ahora le tocaba a él.
De nuevo Artan y sus secuaces intercambiaron miradas maliciosas.
-A su hermana, se va a follar a su hermana. –susurró de nuevo Saúl. –es increíble este chico.
Acercó su polla al coño de ella, separó sus brazos para contemplar sus tetas, miró a su madre, la gran protectora de su hermana que tanto sufrimiento le había dado y comenzó a penetrarla. Comenzó a follarla lentamente, embestía a su hermana tal y como antes se había follado a su madre. Besó su cuerpo, su cuello e incluso sus labios que ella no se atrevió a privarle. Gozó todo lo que pudo con ella.
– · –
Artan estaba pletórico. No era la primera vez que conseguían relaciones familiares de aquel tipo. Ese era su pasatiempo favorito. Lo más irónico de todo es que jamás nadie denunció un solo caso de abuso puesto que la vergüenza siempre era más fuerte que el afán de justicia. ¿quién se expondría a confesar como se había acostado con un familiar? Nadie quería tal deshonra.
Incluso en ocasiones asaltaban la misma casa disfrutando de nuevo una y otra vez con las mismas personas.
– · –
Beatriz no se movió durante el tiempo que Benito disfrutó con el mete-saca. Ni la más mínima resistencia, ni una sola protesta, ni el más leve gesto de desaprobación o asco que pudiera causarle un desaire. Padeció inerte los excesos de su hermano.
Al igual que ocurriera minutos antes con Marta, Benito follaba el coño de Bea con ansia, sin embargo y aunque detestaba a su hermana, a ella no la follaba con odio sino con deseo, el deseo acumulado durante largos años.
Su ritmo se fue incrementando hasta que llego el momento del orgasmo. Sus músculos se tensaron, sus manos apretaron las tetas de ella y todo el semen que aun guardaba lo eyaculó dentro del coño de su hermana que lo recibió paciente y resignada.
Benito descansó sobre ella con los ojos cerrados y la respiración cansada, una vez consumado el acto. Solo entonces pudo oírla decir algo, solo fue un susurro casi inaudible que no llegó a comprender.
-lo siento.
Pasaron unos minutos en los que nadie se movió. Los secuestradores disfrutaban de aquello. El morbo de ver a los 2 hermanos juntos satisfacía los deseos de todos ellos, sobretodo de uno, Artan. El silencio dominaba la noche, no se escuchaba ni un respiro. Nadie se movía.
-vámonos -dijo de repente el cabecilla.
Los 5 hombres desaparecieron por el camino forestal. Sin decir palabra, sin discursos, como si no hubiera pasado nada. Alegres de haber conseguido todo cuanto desearon. Habían disfrutado de buen sexo con las mujeres, les habían robado su dinero, su intimidad pero sobre todo su condición de seres humanos racionales. Eso les hacía sentirse mejores que ellos, más poderosos.
El claro del bosque volvió a quedar en silencio. Permanecieron inmóviles, incrédulos al ver desaparecer a aquellos pervertidos por arte de magia. Con ellos se fue también el terror que sentían. Poco a poco cada uno volvía a recuperar su estatus dentro del seno familiar.
-levántate –dijo al fin Beatriz a su hermano.
Benito vio desaparecer aquellos hombres y con ellos también desaparecía su poder sobre aquellas mujeres. De nuevo cambiaban las tornas y de nuevo volvía a tener su estatus de ratón. Se separó de su hermana rápidamente, nervioso. Ésta se incorporó despacio sin dirigir la mirada a su hermano.
Cuando Marta fue consciente de su libertad comenzó a hablar, y lo hizo a gritos.
-¡malditos cerdos hijos de puta!, -bramó –tú… pequeño judas, tú… maldito violador en serie. ¿¡cómo has podido follarte a tu propia madre!?, cerdo.
Cabizbajo, Benito aguantaba la bronca como había hecho siempre, en silencio.
-¡me has dado por el culo, cabronazo!, ¡te has corrido dentro de mi! –los gritos eran audibles desde muy lejos. Incluso Artan, en su paseo hacia su coche, podía oírlos. Y eso, una vez más, le agradó.
Ahora estaba de pie con los puños apretados, su cara roja de ira y el pelo enmarañado lleno de hierbajos le daba un aire de bruja malvada. Vociferaba como una loca, insultando a todos y cada uno.
-y tú, ¡puta!, como has podido follar con tu propio padre, fulana traidora.
-de la misma manera que tú follas con mis novios –respondió airada.
-¿¡Qué…, de que hablas!?, ¿con esos delincuentes drogadictos?, ¿estas loca? -gritaba
-no te hagas la tonta, bien te jactabas antes mientras follabas con tus amigos –contestó.
-¿follaba…?, -quedó paralizada al oírlo -¡ME ESTABAN VIOLANDOOO! –estalló. Motas de saliva salían disparadas de su boca cuando gritaba mientras las venas de su cuello amenazaban con reventar.
-nunca he visto a nadie gemir de placer mientras la violan -espetó
-¡porque me obligaron a hacerlo! –contestó fuera de sí –me amenazaron con violarte a ti si no lo hacía –sus ojos querían salirse de las cuencas.
Esto dejó fuera de juego a Beatriz por un momento.
-y… lo del tatuaje… de Rudy… ¿como lo sabían? –titubeo insegura
-¿de que tatuaje me hablas? Yo no he hablado con nadie de ningún tatuaje -contestó a voz en grito.
-él sabía que Rudy tenía un tatuaje en la ingle por que tú se lo contaste. Si no has sido tú ¿quien se lo ha dicho? –prosiguió Beatriz.
Al oírlo Benito, soltó un gemido de angustia, quiso que se lo tragase la tierra.
Ambas mujeres lo miraron durante un buen rato en silencio, atónitas. Súbitamente comenzaron a entender muchas cosas. Cosas sobre Artan y sus maniobras. Los gemidos, el tatuaje, la curiosidad por Fermín…
Las 2 miraban a Benito con intriga. Cuando éste les devolvió la mirada de culpabilidad el odio se apoderó de Marta que comenzó a caminar hacia él.
Beatriz cayó de rodillas al suelo abatida, el descubrimiento cayó como una losa sobre su cabeza. Las maquinaciones de aquel hombre la habían llevado a chuparle la polla a su padre y dejarse follar por él y por su hermano.
Marta se colocó en pié frente a Benito que permanecía sentado, casi sobre él, con las piernas abiertas y los brazos en jarras. Al levantar la mirada pudo ver el negro coño de su madre, que ya no se molestaba en ocultar, más arriba su tetas se balanceaban con cada grito y entre ellos su cara roja de ira con sus ojos inyectados en sangre. Ya no era una visión agradable para él.
-pequeño bastardo, ¿que más les has contado? –Marta vociferaba de nuevo -¿como sabían lo que se dice de mi? –al decirlo se agachaba más y más lo que hacía pendular sus tetas sobre la cabeza de Benito.
Benito mantenía el silencio. A lo largo de los años descubrió que era mejor callar, pues cada vez que abría la boca no hacia sino empeorar la situación.
-habla de una vez pequeño bastardo. Me he dejado dar por el culo por ti. Y tu vas y me violas puto edipo pervertido.
Entonces agarró con fuerza la cabeza de Benito con las 2 manos y empujó la cara contra su coño aún empapada por culpa de los hombres que habían pasado por allí, incluido él.
-¿te gusta cabrón?, ¿te gusta maldito niñato?. ¿Sabes lo que me has hecho? -Gritaba llorando mientras le restregaba la cara por su pubis –¿sabes lo que has hecho a tu propia madre?, ¡habla de una vez!
-¿co …como?, ¡pero si yo no sé qué se dice de ti! –se atrevió a contestar como pudo –además, tú eres la que les ha hablado de mí ¿como sabían que me pillaste aquel día en mi cuarto haciéndome una paja? –preguntó armado de valor.
Ahora eran madre e hijo los que se miraban incrédulos. La voz de Fermín rompió el silencio.
-vayámonos de aquí cuanto antes –dijo
Giró la cabeza hacia su marido y preguntó:
-¿como lo sabía? –lo repitió en un tono sereno e inquisitorio aun con la cabeza de Benito entre sus manos.
-se lo dije yo –su voz sonó tranquila
-pero,… ¿por qué? –masculló Marta incrédula.
-porque tú les contaste mi problema de eyaculación, por que tú les dijiste que me gustaban las jovencitas, porque tú les contaste cuánto te gustaba que te metiese un dedo por el culo cuando lo follabamos. Porque te oí gemir de placer mientras galopabas sobre uno de ellos.
-me obligaron, lo juro –dijo en voz baja y aun llorando
-te manipularon, como a todos –rebatió Fermín -sacaron lo peor de cada uno de nosotros –y cuando dijo esto miró a Beatriz.
Marta miró de nuevo a su hijo. Estaba hecha un mar de lágrimas, destrozada por todo lo ocurrido pero más aún por haber sido un muñeco con el que aquellos hombres se divirtieron.
Se sentó a horcajadas frente a Benito, entre sus piernas, con sus manos aun a ambos lados de su cabeza. Le miró fijamente durante unos segundos y le preguntó:
-he pasado la peor noche de mi vida, ¿porqué me has hecho esto?, ¿tanto me odias?
-no más que tú a mí –respondió cabizbajo
–yo no te odio, eres mi hijo, ¿qué te hace pensarlo?
-por el trato que siempre me has dado, por lo cruel que eres cuando fallo en algo, por la humillación de aquel día hace 1 año. ¿por qué te enfadaste de aquella manera tan irracional?
Marta lloró con más fuerza. Tardó un rato en responder.
-porque aquellas bragas no eran de tu hermana, -contestó -eran mías.
Benito quedó petrificado con los ojos como platos. Miró a Beatriz que le miraba a su vez, con ojos llorosos.
-¿me diste las bragas de mama? –preguntó –¿me hacía pajas oliendo sus bragas?
-lo siento –dijo Beatriz
-no lo sabía, creía que eran de su amiga…  –dijo a su madre. -no sabía…
-lo sé -interrumpió Marta.
-¿pero… por qué me has hecho creer que eran de ella todo este tiempo?
-Bea me dijo que te había visto entrar a tu cuarto con una de sus bragas. Cuando yo entré, te vi desnudo sobre tu cama con la polla en la mano y sus bragas tapándote la cara. No lo pensé más, me puse furiosísima. Te castigué y humillé por la rabia de saber que eras un pervertido al que se le ponía dura con su hermana. Hasta después de aquello no me di cuenta  de que aquellas bragas eran mías pero preferí no destapar el error por vergüenza. Prefería que tu abuela no supiera que era yo la que te la ponía dura.
Abrazó a Benito y le rodeó con sus piernas mientras apretaba la cabeza de él contra su cuello.
Beatriz, en pie, miraba en silencio la escena cuando la voz de su padre sonó tras ella.
-Beatriz –comenzó a decir
Ella volvió la cabeza y le miró con ojos tristes.
-nunca podré reparar mi error, sé que te he hecho mucho daño, lo siento.
Sin embargo, algo se había roto entre ellos, para Bea, ella ya no era su hija ni su protegida.
Varios minutos más tarde recogieron parte de los enseres desperdigados junto a la caravana y se marcharon de aquel lugar al que no volverían nunca ni del que hablarían a nadie. Solo ellos sabrían lo que pasó aquella noche.
En la distancia, Artan pudo ver las luces de un vehículo atravesar el bosque y desaparecer. Tenía en su bolsillo documentación de Fermín en la que se leían claramente sus datos junto su dirección. Y eso, una vez más, agradó a Artan.
A todos gracias por leerme, SI QUERÉIS HACERME ALGÚN COMENTARIO, MI EMAIL ES boligrafo16@hotmail.com

Relato erótico: “el duende 3 final” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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como sabe el lector si ha leído mi relatos anteriores fui al reino de la oscuridad a salvar a Brunilda la reina de las hadas que `por mi culpa había desvirgado y ya era mortal y no una hada el duende me dijo:

-este es el camino a partir de ahí ya no puedo acompañarte más tendrás que ir solo espero que triunfes y la traigas sino moriréis los dos. buena suerte.
así que seguí solo el camino solo un bosque tenebroso quedaba miedo era tétrico y asustaba así que me interné en ella y seguí buscando por el bosque cuando oí una voz:
– quién eres tú. deduzco que tú no eres un ser mágico.
– tú lo has dicho soy un mortal que vengo a por Brunilda la reina de las hadas.
– tú debes ser el mortal que la desvirgo y dejó de ser una criatura mágica para convertirse en humana y muy puta.
– vengo a por ella a llevármela.
– estas seguro- me dijo la voz.
– si lo estoy.
– jajajaqjaqjja -dijo la voz- ya veremos. mírala .A ver si consigues que vuelva a ti.
y me mostro a Brunilda comiendo varias poyas de hombres y follando a mas no poder.
– me es igual la quiero y vengo a por ella.
– entonces mortal convéncela para que se vaya contigo jajajja- dijo la voz.
y fui a por ella y la dije:
– vente conmigo me dado cuenta de que estado ciego y de que te amo y quiero que seas mi esposa para toda la vida.
– ahora es un poco tarde no crees aquí me follan todo lo que quiero y disfruto porque iba a irme contigo. si soy una zorra y me gusta follar más que nada me encanta chupar poyas tú me convertiste en eso que soy.ahora.
– si lo siento te quite la virginidad pero no sabía que esto iba a terminar así quiero que vengas conmigo yo te daré el sexo que tu necesites.
– de veras.
– si haremos tríos seremos pareja por vida y disfrutaremos mucho del sexo y serás feliz a mi lado.
– entonces tendrás que pasar la primera prueba cual es tendrás que follarme con otros dos tíos más y el que más aguante follando ganara. eso será la primera prueba si te corres antes que los demás me perderás para siempre y tú te quedaras aquí follado hasta que mueras.
– acepto.
entonces aparecieron dos tipos que eran atletas con unos cuerpos que yo pensé que no tenía nada que hacer y sacaron sus poyas delante de ella y me dijeron:
– estás preparado mortal.
me saque mi verga y dije:
– empecemos.
ella empezó a chupar poyas a los tres tuve que hacer un esfuerzo para no venirme el primero se la metió por el culo ella segundo por el chocho a mí me chupo la poya y empezamos a follar no podía fracasar si me corría esto había terminado y me quedaría en el reino de la oscuridad para siempre y ella terminaría siendo para toda la vida la puta de todos.7
empezamos a follar y a follar esto parecía que no iba acabar nunca ella aguante que tenía los cabrones como la follaban los dos mientras yo la daba por la boca ella solo pedía más poya y más verga.
– más hijos de puta decía ella quiero que me folléis hasta que se me desgaste el chocho y el culo soy vuestra puta.
ellos seguían y seguían y seguían ella no paraba de moverse y chupármela verga ya no podía más estaba a punto de correrme era imposible aguantar más hasta que ya no pude más y me corría.
– hahahahahahhah me corrooooooooo zorra.
la oscuridad se rio de mi :
-lo siento has perdido eres mío si no te sientas mal ningún mortal hubiese aguantado y ganado jamás estaba todo preparado ella nunca ha deseado salir de aquí al igual que tú tampoco lo desearas ya lo veras y ante mi aparecieron las mujeres más bellas que jamás he conocido aquí tendrás a cualquier mujer que desees incluso más bella que ella y te hincharas a follar y nunca desearas dejar mi reino todos los placeres están aquí nadie y menos un humano desea salir de aquí había perdido y tenía que quedarme ante mi aparecieron la oscuridad tomo forma de una magnifica mujer luego vino la lujuria que tomo forma de otra mujer vino el deseo otra magnifica mujer luego apareció el vicio que también era otra mujer bellísima era todo relacionado con el sexo . era imposible ganar allí ningún humano lo haría y empezamos a follar todas ya en pelotas y yo follando con unas y otras y luego vi a Brunilda pero con tíos yo sabía que era imposible salir de allí porque ningún hombre ni mujer puede resistirse a la lujuria a el deseo al vicio a la oscuridad me dieron por desaparecido en Irlanda muerto después de muchos años que me buscaron amigos y parientes pero nada no me encontraron mientras yo no paraba de folla y chupar en la oscuridad al final me acostumbre a mi vida vivo para follar ahora sé que creo en las hadas y en los duendes y vosotros crearlo también FIN


Relato erótico: “La mejor amiga de mi hija y la criada luchan por mi 8” (POR GOLFO)

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Horas después, Gonzalo despertó con la colombiana abrazada a él. Viéndola dormida, el sentimiento de culpa por la escena que él y su criada habían protagonizado la noche anterior en la cocina, no lo dejaba ni respirar. Asumiendo que, en su caso, se había dejado llevar por el dictado de sus hormonas, le aterrorizaba pensar que Antía sintiera algo por él. En silencio e inmóvil, se puso a repasar los casi diez años que esa preciosidad llevaba viviendo en su casa, empezando por el día en que la conoció cuando se acababa de divorciar.

            «Estuve a punto de no contratarla. Me pareció demasiado joven y bonita», meditó rememorando la chiquilla recién llegada de Galicia que le mandó la agencia: «E imbécil de mí, temí que Alberto se enamorara de ella».

            Al recordar que parte de sus reparos habían sido que su belleza afectara a su hijo y éste cayera embobado en sus redes, se preguntó cuándo se había transformado en la anodina mujer que, ocultando su atractivo, deambuló por su casa tanto tiempo:

            «Fui yo quien la obligó a taparse», rememorando un día en que la descubrió bailando mientras ordenaba el salón y echándole la bronca, la exigió que si quería seguir trabajando en la casa debía de comportarse de manera discreta.

            Como si se le hubiese caído un velo, reparó entonces en sus lágrimas, en su expresión desolada mientras era sermoneada por él.

            «¿Cómo no me di cuenta de la angustia que sintió al sentir que podía echarla de mi lado?», se preguntó.

            A partir de ese momento, descubrió asombrado el cariño sin límite con el que siempre lo trató, en el amor que le demostró mientras lo cuidaba las mañanas de resaca, en su ternura cuando lo veía hundido tras un día funestó en la oficina y sobre todo el dolor de su voz cuando le pasaba el teléfono cuando alguna amiguita preguntaba por él.

            «¡Siempre ha estado enamorada de mí!», concluyó con el corazón a mil por hora al comprender también que para él esa mujer era una pieza esencial en su vida y que no podía pensar en perderla.

            Asustado por la conclusión a la que había llegado, supo que la noche anterior era el punto y final de la relación que hasta entonces habían mantenido y que, si no hacía algo por remediarlo, Antía haría las maletas para no volver. Por ello, zafándose del brazo de su pareja, corrió escaleras abajo en dirección a su dormitorio. Tal y como se había imaginado, observó que había hecho el equipaje y sin meditar sus actos, entró al baño donde la encontró duchándose.

            ― ¡No puedes marcharte! ― exclamó y obviando su desnudez, entró con ella bajo el agua.

            Tras la sorpresa inicial, no se lo pensó dos veces y se metió con ella. Ésta lo recibió con besos. Besos tiernos, pero no por ello menos posesivos, que le supieron a gloria:

            ―Te amo― se escuchó decir mientras confirmaba que esos sentimientos eran compartidos.

            Al escuchar sus palabras, la tierna entrega de la pelirroja se transformó en desenfrenada pasión y antes de que se diese cuenta, lo estaba desnudando mientras pedía que la hiciera su mujer.

―Ya lo eres, siempre lo has sido― contestó mientras hundía la cara entre sus pechos.

Los pezones de Antía recibieron avergonzados sus labios y Gonzalo no pudo más que lamentarse al tomar esos duros y excitados botones entre sus dientes:

―Perdona, ahora sé que debía haberte hecho mía hace años. Fui un imbécil.

Usando sus mismas palabras, respondió:

―Soy tuya, siempre lo he sido.

Al ratificar la meiga lo que ya sabía, no vio necesidad de esperar y tomándola en brazos la llevó hasta la cama.

―Ámame, te lo ruego― sollozó desde las sábanas.

 Respondiendo a su llamada, se tumbó junto a ella y volvió a besarla. Al hacerlo su pene entró en contacto con el tesoro que tanto ansiaba conquistar y lo halló anegado. Urgido por la necesidad de hacerlo suyo, se disponía a poseerlo cuando a su espalda escuchó:

―Ten cuidado. Esa boba, nuestra boba, es virgen.

Girándose hacia la puerta, vio a Estefany que se acercaba sonriendo y no supo que le sorprendió más, si enterarse que su criada jamás había estado con un hombre, que la morena no se hubiese mosqueado con la escena, o que de algún modo lo aceptara. Todavía estaba tratando de aclararse cuando de pronto, llegando hasta el lecho, la colombiana se agachó y la besó diciendo:

―Aunque nunca puedas perdonarme, deja que seamos los dos quienes te amemos.

El gemido de deseo que brotó de la pelirroja evitó que Gonzalo se siguiera luchando contra la urgencia que sentía por hacerla suya, pero en vez de poseerla directamente, se deslizó por su cuerpo dejando un surco con la lengua sobre su piel todavía mojada. Al llegar a su rojizo y cuidado bosque, usó sus dedos para separar los pliegues de su entrada e ilusionado descubrió que la latina, su dulce y autoritaria latina, no había mentido al ver la tenue telilla que confirmaba la virginidad de Antía. Asumiendo que debía ser cuidadoso para que ese día fuera inolvidable, cató por primera vez el sabor de la gallega y lo halló delicioso. Hasta su hombría estuvo de acuerdo alzándose todavía más mientras le daba un primer lametazo.

―Mi amor― sollozó la pelirroja.                                                                         

Al levantar la mirada, no supo si él era el culpable de ese suspiro o si acaso lo había provocado Estefany al verla devorando entusiasmada los pechos de la su criada. Curiosamente, ¡no le importó! Y retornando entre sus piernas, reanudó sus caricias concentrándolas en el inhiesto botón rosado que las esperaba.

Usando la lengua como el pincel de un artista dibujó sobre su clítoris las letras del documento que los haría uno y no tres de por vida mientras a sus oídos llegaban nuevos y más apasionados gemidos de la chavala. Por eso no le pilló desprevenido cuando de improviso del interior de Antía brotó un cálido geiser que impactó contra su cara mientras se corría.

―Cariño mío, a partir de hoy, no necesitaré ningún hechizo para que ambas seamos felices con nuestro hombre― susurró la morena mientras la que había intentado esclavizar gozaba de una serie concatenada de orgasmos.

Sin entender a qué se refería, Gonzalo siguió socavando con la lengua las últimas defensas de la pelirroja hasta que, apiadándose de ella, la bruja le exigió que sellara el destino de todos los de la casa, poseyéndola.

―Hazla eternamente nuestra. Tómala en mi nombre y en el tuyo, para que esta zorra sepa quiénes somos sus dueños.

 Alucinado al ver que, obviando el insulto, separaba todavía más sus rodillas mientras sonreía, comprendió que dándole entrada confirmaba palabra a palabra lo dicho por la latina.

― ¿A cuál de los dos deseas?

―A ambos, al hombre que amo desde que me acogió cuando más lo necesitaba y a la puta que intentó robármelo.

Las risas de la ofendida menguaron sus dudas y tomando la erección que lucía, comenzó a jugar con su glande entre los húmedos pliegues de la mujer que ahora sabía que amaba.

―Por dios, Gonzalo. ¡Cógetela ya! ¡No ves que lo necesita! ― exclamó la morena al ver que sus miedos prolongaban el martirio de Antía.

Lentamente, el maduro fue sumergiendo su virilidad en ella hasta toparse con la frontera física que impedía su avance.  Sin atreverse a traspasar su himen, Gonzalo miró a la pelirroja y tras comprobar en el brillo de su mirada que le daba permiso de continuar, con un breve empujón de sus caderas mandó al olvido la virginidad de la meiga.     

― ¡Por fin! ― rugió al ver dolorosa pero placenteramente asaltada su intimidad. 

Respondiendo a su gritó, la morena se fusionó con ella en su beso mientras azuzaba al que ya consideraba esposo de ambas que continuara tomándola. Éste comprendió cuál era su función y esperando unos momentos a que se acostumbrara, comenzó a moverse con estudiada lentitud. El dolor que sentía la pelirroja no tardó en mutar en placer y mientras su lengua jugaba con la de Estefany, ajustó sus movimientos al ritmo creciente de Gonzalo. Disfrutando con cada penetración, con cada vez que su glande chocaba contra la pared de su vagina se supo en el paraíso y no le importó exteriorizar su gozo mediante alaridos de placer.

Al oírlos, la cría se levantó y abrazando a su hombre por detrás, le rogó que siguiera amando a Antía. Los gemidos de la pelirroja y la presión de los pechos a su espalda, le obligaron a obedecer e imprimiendo ya un ritmo alocado a su galope, fue en busca del placer de los tres.

Por extraño que parezca, la primera en precipitarse en brazos del orgasmo fue la hispana que sintiendo cada empellón como si lo diese y lo recibiera ella se corrió antes que nadie. El segundo en sucumbir fue el maduro que contagiándose del gozo de la morena derramó su semilla en el interior de la gallega. La novicia en esas lides al notar en su vagina las explosiones de su adorado y que su coño se cerraba como si deseara conservar ese blanco regalo en su interior, dando un largo y estridente berrido cayó inmóvil sobre las sabanas mientras experimentaba una felicidad sin par.

«La oveja descarriada de la hermandad tiene ya un hogar», suspiró con una sonrisa de oreja a oreja mientras su esposo y su esposa la besaban dándole la bienvenida.

Durante unos minutos ninguno de los tres hizo nada por reanudar las caricias hasta que, quejándose del tamaño de esa cama, Estefany les pidió pasarse a la que llevaba poco más de un mes compartiendo con Gonzalo. Aceptando la sugerencia, se incorporó y se acercó a ella. Creyendo la colombiana que venía a abrazarla, extendió los manos confiada. Por eso no vio venir el tortazo que la dejó espatarrada en el suelo.

―Eso es por mi madre, ¡zorra! ― gritó la meiga y sin compadecerse de ella, abrió un cajón de dónde sacó el bote donde guardaba la poción.

Al lanzarle el recipiente, la joven bruja lo abrió y oliéndolo descubrió en su interior el aderezo que había hecho tan sabrosos sus guisos.

― ¡Serás puta! ¡Me has hechizado! ― exclamó al saberse engañada…

18

A seis kilómetros del chalet, el despertar de Patricia no fue tan placentero. Con el cuerpo molido por la perversa forma en que había sido tomada durante horas, abrió los ojos atada a los pies de una cama y en una habitación que tardó en reconocer. Por unos instantes no supo cómo había llegado allí, hasta que el escozor de la piel de su trasero le obligó a recordar que Ricardo Redondo la había llevado hasta el hotel Ritz diciendo que su apartamento no cumplía los estándares que él exigía para pasar la noche. Ya despierta, aterrorizada, notó que alguien la observaba y al girarse en busca de quién, el dolor que le provocaron las sogas anudadas a su cuello fue un recordatorio del suplicio que había experimentado a manos del padre de su amiga.

            ―Espero que hayas conseguido dormir― oyó que el hombre le decía mientras desayunaba.

            Ni siquiera intentó contestar, la mordaza que todavía llevaba en la boca se lo impedía y por ello, derramando dos gruesas lágrimas, se echó a llorar.

            ―Yo en cambio hace años que no dormía tan bien― siguió hablando encantado al ver el sufrimiento de la chavala que había esclavizado la noche anterior. 

            Y con el recuerdo de los gritos que esa rubia pegó mientras le estrenaba el trasero, se fue a duchar dejándola tirada como un fardo en el suelo del cuarto. Mientras el agua caía sobre su cuerpo, el latino supo que la belleza de su nueva esclava solo era un mero divertimento hasta que recuperara a la joven que había adoptado tras acabar con sus verdaderos padres.

«Para cumplir mi destino, necesito sus poderes», se dijo molesto consigo mismo por no haber culminado su entrega poseyéndola.

Asumiendo que esa morena debía volver a su lado para poderse apropiar de sus dones mágicos, se puso a pensar en el error que había cometido al no incluir el aspecto sexual en su educación.

«Al querer que su magia floreciera antes de hacerla mía, me equivoqué», pensó rememorando lo sucedido el día en que la comunicó que debía culminar su aprendizaje convirtiéndose en su amante. «Nunca me esperé que se negara y menos que echara a llorar diciendo que era mi hija».

Meditando sobre ello, comprendió que también había errado cuando tras rechazarlo, no solo le había contado la verdad de su origen, sino que la había dejado marchar pensando en que recapacitaría en vez de hacerla suya por la fuerza.

«Si la hubiese violado, ahora mismo estaría besando el suelo que piso», concluyó poniendo como ejemplo a la muchacha que permanecía atada en su dormitorio. Aunque seguía resistiéndose, era cuestión de tiempo en que ya no necesitara usar sortilegio alguno para retenerla.

Pensando en ello, salió de la ducha y acercándose a ella, la liberó. Su expresión desolada fue un acicate que avivó su lujuria y con un mero chasquido de dedos, ordenó que lo secara.  Por mucho que Patricia intentó desobedecer se vio cogiendo una toalla.

― ¿Qué carajo esperas? ― la azuzó mientras disfrutaba viendo las lágrimas que corrían por sus mejillas.

Queriendo huir, algo de su interior la forzó a someterse y cayendo sobre sus rodillas, empezó a llorar mientras se disponía a acatar su orden. Su dolor se intensificó al sentir que su interior dejaba de revelarse y una extraña excitación se comenzaba a apoderar de ella cuando comenzó a pasar la franela por la piel del hispano.

«¿Qué me ocurre?», se preguntó al notar la humedad creciente de su entrepierna.

Las risas de Ricardo exigiéndole seguir incrementaron su humillación, pero absurdamente al llegar a su erección, ésta se le antojó irresistible y sin que se lo tuviera que mandar se puso a lamerla como si le fuera la vida en ello. No comprendiendo por qué lo hacía, se sintió obligada a abrir los labios y a incrustar en su garganta la hombría de su señor. Al caer en cómo se había referido a su agresor, se sintió escandalizada y excitada por igual y sin dejar de impregnar con sus babas ese trabuco, notó que su cuerpo era pasto de un incendio.

― ¡No quiero! ― gimió en voz al notar la calentura que la corroía al sentir la verga del padre de Estefany entrando y saliendo de su boca.

 Escuchar a la cautiva exteriorizando su angustia, lo excitó de sobre manera e imaginando que no era ella sino su amiga a la que se estaba follando oralmente, convirtió su pene en un martillo neumático con el que demoler sus últimas resistencias.

―Puta, deja de llorar y disfruta de los mimos de tu dueño― la ordenó mientras con las manos la obligaba a embutirse la totalidad de su miembro.   

Las arcadas de Patricia intentando repeler su ataque aguijonearon su excitación. Deseando que su humillación se intensificara y mientras se dejaba llevar, le hizo saber que debía tragarse el semen que estaba derramando en su interior. La chavala sintió que su ser entraba en ebullición al saborear el blanco fruto de su ignominia y contra todo lo que le dictaba la razón, se vio abrumada por el placer cada vez que notaba una nueva explosión del pene de Ricardo contra su paladar. La intensidad del orgasmo que asoló sus neuronas fue tal que ya sin ser obligada buscó exprimir ese manjar mientras soñaba con ser tomada por él.

Por eso, todavía estaba gozando de los últimos coletazos de placer, cuando incomprensiblemente se puso a cuatro patas frente a su captor para que la usara. El colombiano conocedor de la urgencia que sentía, decidió premiarla con su desdén y dejándola insatisfecha en mitad de la habitación, se comenzó a vestir pensando en cómo hacer llegar a Estefany el triste destino de su amiga. Ni siquiera había acabado de ponerse el cinturón, cuando mirando la desdicha de la joven decidió incrementarla para que ella misma fuera la vía con la que notificar a la bruja su presencia en Madrid.

―Mi hija se va a reír cuando compruebe que ya eres mía.

La rubia sintió que su corazón se partía al oír que ese hombre implícitamente le acababa de decir que había sido traicionada por su amiga y que ésta sabía que su padre la tenía cautiva y que incluso que era algo que lo aceptaba con alegría.

Ricardo, contemplando la derrota en su rostro, se acercó y devolviendo a su víctima el móvil, añadió:

―Si no me crees, llámala.

Con el teléfono entre sus manos, se derrumbó echándose a llorar al saberse sola y que sería incapaz de teclear su número. Por eso, quiso morir. La desesperación que la dominaba no la dejaba pensar y como si fuera un salvavidas al que asirse, la muchacha recordó a la gallega y su cariño. Aferrándose a él, buscó su nombre en la pantalla y la llamó.

Al verla, el maldito que la había secuestrado sonrió creyendo que estaba llamando a su hija para recriminarle su actuación y por eso no tuvo tiempo de reaccionar antes de que Patricia implorara ayuda.

―Antía, estoy en el hotel Ritz donde el padre de Estefany me ha violado. Por favor, avisa a mi padre.

Quitándole el aparato, lo tomó y fue él quien escuchó a la gallega pidiéndola que se calmara y que en ese momento iba a llamar a la policía para que la rescataran.

―No sé con quién estoy hablando, pero yo que usted no lo haría. A no ser que quiera verla muerta. 

Del otro lado de la línea, la pelirroja enmudeció y presentándose le rogó que no la hiciera daño.

―Dígale a su jefe que si quiere volver a ver a su pequeña que me devuelva lo que me ha robado― contestó y sabiendo que no tardaría en hacer llegar el mensaje a Gonzalo, colgó…

En el chalet de Mirasierra, Antía se quedó pensando sobre cómo debía actuar al temer que, si se lo contaba al padre, éste quisiera ir de frente a recuperar a su retoño. Conociéndolo, sabía que no dudaría en dar la vida por ella y por eso decidió, antes de informarle a él, comentárselo a Estefany. No en vano, la colombiana era la que mejor sabía lo que podía ser capaz de hacer el hombre bajo cuyo mando había vivido.  Por eso, reuniendo fuerzas, fue en su busca.

La morena, ajena a los negros nubarrones que se cernían sobre ella, estaba tranquilamente estudiando uno de los libros sobre magia que la meiga atesoraba en su cuarto.

―Cariño, acabo de saber que nuestro enemigo tiene a Patricia en su poder.

Dejando el grueso volumen sobre la mesa, la miró impactada y con lágrimas en los ojos, pidió que le explicara cómo se había enterado. Al explicárselo, la bruja se echó a llorar diciendo que debía canjearse por su amiga.

            ―Ella no es culpable de que mi padre desee mis poderes― sollozó.

            ―No es tu padre, sino el hombre que te adoptó― le recriminó mientras se negaba a aceptar que se entregara, ya que al hacerlo se volvería todavía más peligroso.

            ― ¿Entonces qué hacemos? Tenemos que actuar y liberarla.

La meiga dio por sentado que tenían que hacer algo, pero no sabía el qué. Meditando sobre ello, recordó que el magnate desconocía que ella era una maga al menos tan poderosa como la morena y mucho más educada que ella en las artes mágicas.

―Vamos a por él, pero las dos juntas. Para Ricardo, soy solo la criada y nunca se esperará que yo lo ataque. Haz una cosa, llámale y queda con él en el parque del Retiro en dos horas.

― ¿Para qué quieres ese tiempo? ― Estefany preguntó.

―Para contactar con mi madre y que nos aconseje― contestó mientras sin esperar su respuesta cogía el teléfono y la marcaba.

Mientras la escuchaba explicar a doña Bríxida lo sucedido la colombiana recordó que esa anciana debía de odiarla al saber que estaba detrás de su ictus y por eso, se quedó aterrorizada cuando Antía le pasó el móvil diciendo que su vieja quería hablar con ella. Esperándose al menos una reprimenda, lo acercó al oído y tras presentarse, no supo qué decir cuando esa señora le hizo la última pregunta que se hubiese imaginado:

― ¿Amas a mi hija?

Con el alma en un puño, se quedó pensando.

―Sí― consciente por primera vez de sus sentimientos, impresionada, contestó.

― ¿Estás dispuesta a abandonar el lado oscuro de la magia y entrar en nuestra hermandad?

―Sí― nuevamente respondió.

―Entonces, hoy he ganado una hija. Ve con ella y vence al maligno.

Incapaz de contener su alegría, la joven bruja se puso a sollozar al sentirse parte de una familia tras toda una vida de huérfana.

―Madre, desde ahora, juro que dedicaré mi existencia a luchar a su lado, aunque eso me acarree la muerte.

La anciana supo que era sincera y pidiendo que le volviera a pasar a Antía, la aconsejó leer el libro que había escrito doña Maria de Zozoya antes de enfrentarse a su adversario. No queriéndole contestar que dudaba que tuviera la oportunidad de hacerlo, la informó donde lo podía encontrar porque jamás lo había visto.

―Lo sé, mi pequeña. Pero no te preocupes, previendo que ibas a necesitarlo te lo metí en la maleta disimulando su contenido bajo las tapas de un libro de cocina.

No tuvo que darle más detalles al rememorar que antes de dejar Galicia, su madre había insistido en que se llevara una recopilación de recetas y despidiéndose de ella, cortó la comunicación.

―Llama a nuestro adversario y queda donde pactamos― dijo a Estefany mientras salía corriendo a su cuarto por el libro que le había aconsejado leer.

Al volver con él bajo el brazo la llamada con el magnate había terminado y la morena estaba llorando.

― ¿Qué te ha dicho? ¿Has conseguido quedar con él? ― preguntó la gallega.

―Sí, pero no en el Retiro. Me verá en dos días en… ¡Bogotá!

19

Durante casi una hora, las dos mujeres estuvieron discutiendo sobre la conveniencia de llamar a Gonzalo a su oficina e informarle. Pero, tras ver los pros y contras de lo que conllevarían, ambas decidieron que no debía enterarse porque el decírselo no les supondría ninguna ayuda y, al contrario, se convertiría en un estorbo al saber que insistiría en acudir con ellas a la cita.

            ―Como no tiene ningún tipo de poder mágico, su presencia no nos aportaría nada― concluyeron.

Conscientes de ello, se metieron en internet y sacaron dos billetes a Colombia. Como su vuelo no saldría hasta el día siguiente, vieron oportuno seguir el consejo de la anciana y leer juntas el libro que les había recomendado. Por ello, se sentaron juntas en el sofá y se lanzaron a su lectura. Desde el inicio, se percataron que eran las memorias de la pareja:

“Como antigua abadesa del convento de María Auxiliadora, yo, María de Zozoya quiero a bien rasguear estas letras por si en una ulterior época sirven de iluminado camino a todas aquellas que se vean inmersas en mis mismas tribulaciones. Sabedora de mi infortunio y que mis días están prestos a acabar, he de recalcar que no aborrezco al verdugo que prenderá la pira donde entre gran sufrimiento feneceré, sino a la mano oculta que la guiará para hacer de mí su venganza.

Por ello, es menester que emprenda esta mi historia relatando mis orígenes hijodalgos, que mi sangre no viene contaminada de raza morisca ni judaica y aunque ya no importa soy resultado de una larga estirpe de mujeres que han visto en la magia la azada de la que me valí y se valieron para paliar las penurias de sus convecinos. Se han referido a mi persona como bruja, me han acusado de amancebarme con cuanta doncella se ha cruzado a mi paso. Han creído necesario denigrar mi obra señalando que he practicado magia negra, que he sacrificado infantes en un altar a mayor gloria del maligno.

La primera acusación no puedo negarla, estoy orgullosa de ello. Las demás imputaciones que han versado sobre mí, mi deseo es refutarlas. Mi actuar jamás se ha gobernado por un espíritu libidinoso y aunque asevero haber destilado emociones carnales por mi amada Rosana, mi apetito quedó satisfecho con ella y, por ende, jamás busqué otros labios de fémina alguna que no fuera ella.

Que se me calumnie de nigromancia debería despertar mi hilaridad, pero si no lo hace es menester a que los que consuman ese pecado son los mismos que me enjuiciaron.  El más notorio entre ellos es don Benigno Carvajal, el hombre con el que contraje nupcias siendo todavía mozuela y que fue el instigador del proceso por el que me veo rea y por el cual seré ajusticiada por la Santa Inquisición.

Observando en esas líneas que la versión era la misma que les habían contado al ser poseídas por ellas, continuaron leyendo con total interés:

Con dolor rememoro, el funesto amanecer en que mi reverenciado padre y mi aún más amada madre instaláronme en sus manos pensando que era un buen partido y que junto a ese noble de rancio abolengo su creatura sería dichosa. He de manifestar sin afeamiento alguno que enturbie mi descernimiento que durante un breve lapso mi existencia fue feliz y bajo su amparo perfeccioné mi saber en las artes que heredé de mis predecesoras.

Ese radiante periodo alcanzó su culmen el día en que llegó a nuestro hogar una damisela arribada de ultramar a la que acogí como criada sin saber que ultimaríamos bebiendo de amor entre nos. Doña Rosana María Guajardo y Esquivel llegó siendo una chiquilla insensata a la que debía como su ama rectificar constantemente para hacer de ella una buena doméstica, pero he de confesar que no tardó en demasía en convertirse en mi adorado con la que descubrí el significado verdadero de lo que era amar.

Llegadas a esa página, se miraron entre ellas y tomándose de la mano, continuaron con la lectura queriendo ver cómo María y Rosana habían terminado siendo amantes:

Con total devoción por el anhelo que conllevamos, debo narrar que un buen día tras una de sus continuas travesuras estaba intentando reformar su proceder cuando tuve a bien hacer escarnio en su trasero colocándola sobre mis piernas. Sabiendo justo mi actuar, levanté el vuelo de su vestido y no apiadándome de ella, di rienda a mi enfado propinando duros mandobles sobre sus prietas posaderas. Los gritos de la doncella pidiendo mi perdón no menguaron mi castigo y menos cuando alborozada comprobé que ese ser atormentado me rogaba que siguiera de castigando su felonía con mayor rudeza. Dominada por una sensación en la que jamás me había visto envuelta, sentí que era mi deber prolongar e incrementar los golpes con la que la estaba educando al contemplar su gozo.

―Menuda hija de perra fue tu antepasada― rugió muerta de risa Estefany al leer el rudo modo en que estaba educando a su criada. 

Y no fue hasta que la piel que estaba locamente martirizando ya sangraba cuando avergonzada vi necesario calmar su sufrimiento. Avergonzada por mi proceder y deseando compensar el dolor que la había causado, la llevé hasta mis aposentos donde poniéndola sobre la cama usé mis labios para paliar los daños de mi insensatez. 

―Mi dulce señora― recuerdo su voz al sentir mis besos en la zona que había agredido tan ruinmente: ―No se compadezca de esta su sierva y véndala al mejor postor antes de seguir.

―En cambio la tuya fue una puta masoquista que disfrutaba con los golpes de la mía― contestó Antía al saber el efecto que habían tenido estos en ella.

Al escuchar sus necias palabras en las que me pedía que me desprendiera de ella, quise acallar su boca con la mía y por primera vez me sentí impulsada a adorarla. Sé que Rosana era víctima de los mismos impulsos cuando obviando el papel en la casa llevó sus manos a mis senos y sacándolos de mi corpiño se puso a mamar de ellos como si fuera mi querubín.

El gozo sin par que nubló mi entender me impulsó a despojarme del resto de la ropa y ya desnuda, la azucé a imitarme. La ternura de sus besos y la calidez de su piel restregándose contra la mía fueron el acicate que necesité para irme deslizando por ella hasta llegar a la unión de sus muslos. La hermosura del tesoro que debía haber permanecido oculto a los ojos de todo buen cristiano y por tanto a los míos me pareció la manzana de la que hablaban las sagradas escrituras y sabiendo que conllevaría mi expulsión del paraíso, no pude más que hundir la cara y como Eva la mordisqueé.

Para entonces colombiana y gallega eran incapaces de seguir leyendo al sentirse reflejadas en el escrito.

El dulce sabor que descubrí entre sus piernas fue el elixir con el que tanto había soñado y mientras a mis oídos el sonido de sus sollozos llegaba, seguí pecando con doloroso interés. Cuanto mayor era mi afán en sacar el manantial que manaba de la moza, mayor era el caudal que brotaba de ella e impulsada por una lasciva sed que necesitaba saciar seguí devorando su virtud mientras la joven gemía desconsolada al ser objeto involuntario de mi lujuria.

― ¿Gemía desconsolada? La muy zorra se estaba corriendo― desternillada comentó Estefany sin caer que estaba hablando de su antepasada.

―Debe ser cosa de familia― respondió Antía, pellizcando uno de los pezones de la morena: ―Tú eres igual de calentorra.

No pudo ni negarlo ni evitar pegar un suspiro al sentir las yemas de la pelirroja sobre sus pechos y bastante más avergonzada de lo que era habitual en ella, quiso seguir leyendo, aunque no pudo. Por mucho que intentaba concentrarse en el libro, todo su ser estaba atento a las caricias que estaba recibiendo, por lo que dejando de disimular se dio la vuelta y besó a la criada.

― ¿Qué le vamos a decir a Gonzalo para explicar que nos vamos juntas? ― preguntó mientras le mordía los labios.

Al sentir sus tiernos mordiscos, contratacó lamiendo las mejillas de Estefany:

―Deja de jugar y piensa― suspiró excitada.

A pesar de la urgencia por planificar su marcha, ninguna de las dos pudo evitar caer en los brazos de la otra y dejando a un lado el resto, se comenzaron a besar.

― ¡Te necesito!

Antía no necesitó oír nada más y empujándola contra la pared, se arrodilló a sus pies. La belleza de la hispana la tenía absorta y metiendo la cabeza bajo su vestido, la empezó a devorar. En cuanto, Estefany sintió sus manos bajándole la ropa interior y a su lengua recorriendo los pliegues de su coño en busca de su clítoris, separó las piernas.

―Zorra― gimió al notar que un dedo se introducía en su interior mientras que con los dientes mordisqueaban su botón como si de un hueso de aceituna se tratara.

Necesitada de desfogarse, forzando su cabeza, le pidió que se diera prisa, que le urgía correrme en su boca. Al oírla, la gallega profundizó sus caricias, lamiendo y penetrándola con la lengua mientras sus dedos se concentraban en el vértice de su coño. Hambrienta, recibió las primeras oleadas de placer.

―No pares― con las piernas temblando, musitó.

― ¡Puta!¡Córrete! ¡Hazlo ya! ― su pareja le gritó consciente de que necesitaba alcanzar el gozo.

El insulto la espoleó y acelerando sus movimientos, se dejó llevar en volandas a un intenso éxtasis. Al saborear el flujo de la brujita, la pelirroja se trastornó y, totalmente poseída por la pasión, buscó su propio placer, masturbándose. Una arrodillada y la otra de pie, se corrieron gritando y gimiendo sin pensar en nada que no fuera el orgasmo que las embargaba.

―Llévame a la cama― suspiró la morena, necesitada de más caricias, mientras la ayudaba a levantarse.

Al llegar a la habitación, la ropa les sobraba y se comenzaron a desnudar presas de la excitación.

― ¡Qué bella es la guarra que me embrujó! ― Antía murmuró al verla ya desnuda sobre las sábanas.

Estefany sonrió y dando una palmada en el colchón, la llamó a su lado mientras se ponía a gatas sobre la cama.

―He sido mala y me merezco unos azotes― poniendo su culo en pompa, recalcó.

Sin llegarse a creer que quería que le diera una azotaina en su trasero, pero interesada en comprobarlo, Antía se puso a su espalda y le dio una sonora palmada en sus nalgas. Estefany no se quejó. En más, levantó un poco su trasero pidiendo más.

― ¿Quieres guerra? ― divertida susurró a la colombiana mientras le soltaba otro azote, éste más duro.

Como la mujer de la que descendía había hecho en el pasado, su amante se mantuvo impertérrita, sin moverse. Eso provocó que ya con confianza y usando ambas manos, empezara a castigar sus cachetes alternativamente cada vez más fuerte.

«No puede ser que le guste», pensó cuando con la piel colorada la escuchó gemir de placer.

Sorprendida e interesada, se percató de que su sexo manaba de placer goteando sobre las sábanas.

«Está disfrutando», comprendió y para cerciorarse, introdujo dos dedos en su vulva.

La prueba que buscaba no tardó en llegar al comprobar la cantidad de flujo que manaba de ella cuando se puso a hurgar en su interior. Satisfecha, se llevó los dedos a la boca y probó su textura sin imaginarse que al verla haciéndolo, pegando un grito, Estefany se desplomara sobre el colchón y menos que empezara a correrse retorciéndose como una posesa.

El orgasmo de la hispana incitó su imaginación y dejándola sola sobre la cama, corrió a la cocina por unos aditamentos que deseaba probar en ella. Al volver, Estefany seguía tumbada y eso le permitió ir colocando estratégicamente una a una las fresas que había traído sobre su piel. Satisfecha del resultado, Antía cogió el bote con la nata y con un cuchillo fue untando, cada fruto con cuidado, evitando que rebosara en exceso y si lo hacía, usando el filo, recogía lo sobrante mientras la joven se mantenía quieta todo el tiempo. Viendo en su respiración agitada hasta qué grado esas maniobras le estaban afectando, comentó:

―Las fresas se ven deliciosas en ti. Solo espero que no se te ocurra cambiarlas de sabor llenándolas de flujo.

Tras avisarla que debía evitar excitarse, cogió entre los labios la que había colocado en su boca, pero al retirar la nata con la lengua, la morena creyó que quería un beso.

―No te muevas.

 Estefany cerró imperceptiblemente las piernas al oírla mientras la pelirroja comenzaba a degustar los trozos de su cuello. Alertada de que debía abstenerse de moverse, con las venas marcadas por la tensión, soportó estoicamente que se comiera las fresas que nacían en sus clavículas.

―Eres una zorra perversa― rugió al saberse a su entera disposición.

Con cuidado para que no se cayeran, Antía siguió devorando el resto que había colocado sobre su piel, rebañando la crema sin dejar más que el rastro húmedo de su saliva mientras su amante, con la piel de gallina, no emitía el menor ruido.

Encantada por su completa sumisión, la pelirroja al recoger la cosecha de sus pechos no se conformó con el fruto, sino que, mordisqueando pacientemente sus pezones, buscó que excitarla aún más y que se corriera antes de llegar al que decoraba su sexo.

―No aguanto más― musitó ésta maravillada por las sensaciones que experimentaba.

―Tienes prohibido moverte y hablar― respondió la gallega segura de que si antes, al torturarle delicadamente los pechos, no había fallado, cuando con la boca recogiera de su ombligo el enorme fresón que había colocado en su interior, iba a sucumbir.

«Se va a correr», pensó cuando ya estaba a escasos centímetros: «No va a poder aguantar».

Pero sorprendiéndola, como si fuera una estatua griega, Estefany soportó impasible las crueles caricias de la lengua de su amada.

«Lo está consiguiendo», se dijo la pelirroja mientras terminaba de masticar la fruta antes de lanzarse sobre la última etapa de su viaje.

Su propio sexo estaba sobre excitado y le dolían los pezones, prueba de que le urgía terminar para que la boca de la morena saciara el hambre que la estaba consumiendo. Por ello, estuvo a punto de masturbarse, necesitaba el contacto de unos dedos acariciando su atormentado clítoris.

«¡No debo hacerlo!», se repitió insistentemente al notar que su olor la estaba volviendo loca y que era ella, la que realmente lo estaba deseando: «Tengo que obligarla a que se corra».

Por ello, prosiguió el camino y separando las piernas de la morena, abrió el hueco que requería. Aprovechando su entrega, siguió bajando por su cuerpo mientras con la lengua retiraba la nata de su pubis sin llegar todavía a la frontera de sus labios.

«¡Cómo la deseo!», pensó al recoger con los dientes la fruta incrustada en la entrada de su gruta.

Sabiendo que era una de sus últimas oportunidades de hacer que se corriera, usó la áspera piel de fresón para acariciar el clítoris de su amada. Envalentonada al oír un leve gemido, abrió sus pliegues y usando la lengua a modo de cuchara recorrió todo su sexo. Para entonces, la excitación de Estefany era palpable, sus labios estaban completamente hinchado y su botón erecto.

«Estoy a punto de correrme», reconoció preocupada mientras introducía un dedo en su vagina: “Tengo que darme prisa”.

Deseosa de vencer, profundizó su acoso añadiendo dos yemas más al tiempo que mordisqueaba su clítoris con los dientes. Cabreada al ver que como le había obligado a no excitarse y que la morena estaba cumpliendo a rajatabla sus instrucciones, comprendió que tenía que hacer algo o habría perdido. Desesperada, se levanté y cogiendo un cepillo de la mesilla, de un solo golpe se lo incrustó hasta el fondo.

― ¡Maldita! ― la colombiana gritó al sentir asaltada su cueva, pero siguió sin correrse.

Sintiéndose perdida, la pelirroja comenzó a sacar y a meter el mango sin importarle el sufrimiento de Estefany porque para entonces no podía pensar más que en vencer. Por ello, mojando dos dedos en su propio flujo, embadurnó el inexplorado camino trasero de su amante, relajándolo.

«No va a permitirme usarla de esta forma», se dijo tratando de auto convencerse mientras untaba de nata otro cepillo y sin mediar palabra, se lo introdujo unos centímetros en su interior.

«¡Se está dejando!», pensó sorprendida.

Penetrándola alternativamente por ambas entradas, fue acelerando sus maniobras al sentir que sus propios pechos y su coño estaban a punto de explotar hasta que, alborozada, la escuchó gemir. Entonces sin mostrar piedad alguna, aceleró hasta el límite la cadencia de sus movimientos al percatarse de que Estefany se estaba desmoronando.

Viendo que todavía podía ganar, pero que debía de usar todas sus armas acercó la boca a su clítoris y lo mordió. Su amante no aguantó sentirse violada y mordida y dando un grito de angustia se vació ante sus ojos.

― ¡Sigue! ―rogó absorta en su placer: ― ¡Lo necesito!

Ese ruego fue la confirmación de su victoria y por eso no le importó seguir buscando su placer hasta que, desplomándose sobre las sábanas, quedó vencida pero extrañamente contenta.

― ¿Sabes que pienso vengarme? ― riendo le preguntó entornando los ojos.

―Lo sé, pero ahora calla y ámame.

La colombiana sonrió al escuchar su pedido y separándole las piernas, se concentró en cumplir escrupulosamente su deseo…

Relato erótico: “Memorias de un exhibicionista parte 3” (POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 3):
 
CAPÍTULO 6: PRIMEROS JUEGOS:
Parecíamos una parejita de enamorados mientras salíamos del restaurante, con Alicia prendida de mi brazo, apretándose contra mí mientras bromeábamos en susurros el uno con el otro, indiferentes a todo el mundo que nos rodeaba: sólo estábamos ella y yo.
Así, cogidos del brazo, seguimos caminando por la calle, deleitándonos con nuestra proximidad, evocando la intensidad de las sensaciones que habíamos experimentado en el restaurante… Deseando más…
–         ¿Y bien? – preguntó Alicia – ¿Adónde vamos?
–         ¿No querías tomar café? Antes, cuando pasamos con el coche, me fijé que hay una tetería un poco más abajo. ¿Te apetece? Creo que ya debe de estar abierta.
Alicia asintió con la cabeza y se apretó con más fuerza contra mí, en busca de calor, pues se había levantado un vientecillo bastante fresco. En menos de dos minutos nos plantamos en la tetería. Tuvimos suerte, acababan de abrir y las dos chicas que la regentaban estaban afanándose en colocar unas mesas en la puerta.
Tras preguntar si podíamos entrar, penetramos en el local en busca de un poco de calor, el día no invitaba a sentarse en la calle. Era un sitio bastante íntimo, con poca luz y que desprendía un agradable aroma a flores.
Como éramos los primeros clientes, pudimos escoger el sitio que quisimos, decantándonos por una especie de sala anexa separada del local principal por unas cortinas. Allí dentro había varias mesas y, si nos decidimos por ese sitio, fue tanto por la intimidad como por los cómodos sofás que había instalados, en vez de sillas o taburetes.
–         ¡Ah! – exclamó Ali con un suspiro de satisfacción mientras se derrumbaba sobre uno de los sofás – ¡Me gusta este sitio!
Yo me senté junto a ella, sonriendo, pensando en que, incluso en aquella penumbra, la belleza de Alicia parecía iluminar el cuarto.
La camarera acudió enseguida con las cartas de bebidas. Ambos nos decidimos por té con leche, yo de vainilla y Ali de cardamomo, lo que Dios quiera que sea eso.
Esperamos unos minutos, hablando de tonterías, hasta que la camarera regresó con las teteras. Ali, muy hacendosa, nos sirvió a ambos y guiñándome un ojo se puso cómoda en el sofá, demostrándome que quería que siguiera con mis historias.
–         ¿Y bien? – me dijo mirándome por encima de su taza – ¿Qué vas a contarme ahora?
–         No sé – respondí – ¿No te apetece mejor contarme cómo se la chupaste a tu primo?
Ali hizo un delicioso mohín y me sacó la lengua.
–         De eso nada. Hoy eres tú el que cuenta las historias. Estoy aquí para aprender.
–         ¡Eso! – pensé en silencio – Si me dejaras te iba a enseñar yo lo que es bueno…
Pero lo que dije fue:
–         Pues entonces pregunta lo que quieras.
–         Vale. ¿Alguna vez has tenido sexo con alguna mujer para la que te has exhibido?
–         Alguna vez – respondí evasivamente – Ya sabes, mi tía…
–         Víctoooor – me regañó Alicia haciéndome sonreír.
–         Vale, vale. Te contaré la historia de la señora del cine.
–         Estupendo – dijo Ali sonriéndome y prestándome toda su atención.
Me senté un poco más erguido en el sofá, bebí un trago de té y empecé la narración.
–         Esto fue hace algunos años, cuando tenía 22. Ya tenía bastante experiencia exhibiéndome y había empezado a aprender, como tú dijiste antes, a percibir si una mujer se iba a mostrar receptiva o no. Quiero decir que me sabía ya un par de trucos.
–         Comprendo – asintió Ali.
–         En esa época, me había dado por probar suerte en lugares cerrados, lo intentaba de vez en cuando en tiendas, centros comerciales… sitios así.
–         “¿En esa época?”
–         Sí. Verás, como todos los artistas, he atravesado diferentes “fases” – bromeé – Durante un tiempo probé en medios de transporte público, otro periodo en la playa… ahora suelo hacerlo al aire libre.
–         Ja, ja – rió Ali – ¿Y en bares no?
–         No. Los bares son muy arriesgados. Hay muchos tíos y el riesgo de que te calcen una hostia es demasiado elevado.
–         Pero si tú estás hecho un Bruce Lee…
–         Ya. Pero eso no significa que me guste estar todo el día dándome de leches.
–         Vale, vale.
–         Bueno. A lo que iba. Se me había ocurrido probar en un cine. Me parecía un sitio ideal, discreto, íntimo y con poco riesgo, pues si la chica formaba follón, me bastaba con largarme disparado.
–         Bien pensado. Aunque a mí no me serviría.
–         No. Si tú lo haces en un cine al lado de un tío… No tardas ni dos minutos en tenerle encima.
–         Lo sé – asintió Ali con una expresión indescifrable en el rostro.
–         Pues bien, había tenido un par de intentos fallidos en cines, pero yo no me desanimaba…
–         ¿Fallidos?
–         Sí. Lo había intentado un par de veces con idéntico resultado: la chica se asustaba y se cambiaba de asiento.
–         ¿No la seguías?
–         Ni de coña. Yo quiero disfrutar exhibiéndome, no asustar a las mujeres.
–         Entiendo, si un tío con el pene al aire se dedicara a seguirme por la sala de cine…
–         Exacto. Pues eso, estaba un poco frustrado por no haber tenido éxito ni una sola vez, a pesar de que el sitio me parecía ideal. Pero, una tarde… la vi. Y supe que iba a salirme bien.
–         Cuenta, cuenta.
–         Era una mujer madura, debía de rondar los 40, o sea casi el doble que yo. Muy atractiva, elegante y sofisticada. Recuerdo que vestía un conjunto rojo oscuro, con la falda por encima de las rodillas y escote de pico. Llevaba un collar de perlas al cuello que debía de costar una pasta… se notaba que tenía dinero.
–         Jo, parece que estés describiendo a mi madre…
–         ¿Es morena y de mi estatura? Porque si es así… – dije riendo.
–         No, es rubia y más baja que yo.
–         ¡Ah! Vale. Por un momento pensé que me había follado a tu madre.
–         Capullo – dijo Alicia sonriendo.
–         Bueno, sigo. La señora iba acompañada de otra mujer, más o menos de su edad, también atractiva, aunque no me llamó tanto la atención. Me las ingenié para estar cerca cuando compraron las entradas y pude adquirir una para la misma sala. La peli venía ni que pintada; un tostón de cinemateca en versión original, en la que seguro no iba a haber mucha gente. La cosa empezaba bien.
Alicia me miraba fijamente, atenta hasta la última de mis palabras.
–         Entré en la sala, una de esas pequeñas que hay en los multicines y ubiqué enseguida a las dos señoras. Volví a salir hasta que empezó la proyección y entonces regresé.
–         ¿Te sentaste junto a ellas?
–         Sí. Al lado de la que me interesaba, pero dejando un par de asientos libres en medio. Piénsalo, si me hubiera sentado directamente a su lado, con prácticamente toda la sala vacía…
–         Se habrían cambiado de sitio.
Hice un gesto con la mano, indicándole a Ali que había dado en el clavo.
–         Esperé un rato, con los nervios royéndome por dentro, deseando averiguar si había calibrado bien a la señora. Estaba excitadísimo, con la polla a punto de reventar, pero logré controlar las ganas y esperé a que pasara como media hora de peli. Por cierto, menudo rollazo.
Alicia me sonrió.
–         De vez en cuando, echaba disimuladas miraditas a la mujer que estaba a mi lado, deleitándome con su belleza, concentrada en la película, mientras la luz de la pantalla la iluminaba suavemente.
–         ¿Te miró?
–         No me hizo ni puto caso. De todas formas, hasta ese momento fui muy discreto, no hice nada descarado. Hasta que no pude más.
–         Y te la sacaste.
 

–         Je, je. Precisamente. Había colocado mi abrigo estratégicamente, sobre el brazo de mi asiento, de forma que no permitía que la mujer notara nada raro. Me saqué la polla, que estaba al rojo vivo y, armándome de valor, empecé a masturbarme lentamente, vigilando a la mujer todo el rato por el rabillo del ojo.

–         ¿Te vio?
–         Al principio no. Yo era muy cuidadoso y me masturbaba muy despacito, completamente tapado por el abrigo. Poco a poco fui ganando confianza y empecé a mover la mano más descaradamente. Seguía tapado, pero los movimientos que hacía no dejaban lugar a duda respecto de lo que estaba haciendo.
–         ¿Y ella?
–         Al principio no se dio cuenta, pero enseguida percibió que algo raro pasaba a su lado, así que empezó a dirigirme miraditas nerviosas, confirmando así que el tipo que estaba a su lado se estaba haciendo una paja.
–         Joder. Continúa. Qué cachonda me estoy poniendo – dijo Ali, estremeciéndome.
–         Sí. Y yo – coincidí – La señora me miraba cada vez más frecuentemente, observándome unos segundos para enseguida volver a concentrarse en la pantalla. Pero yo sabía que ya era mía, estoy seguro de que no se enteró de nada de lo que pasaba en la peli.
–         No me extraña.
–         Y entonces, ya completamente seguro de que la mujer no iba a formar ningún escándalo, aparté el abrigo y dejé mi polla completamente expuesta a sus ojos. La pobre se quedó atónita unos segundos, mirándomela fijamente, olvidada por completo cualquier intención de simular estar viendo la película. Entonces, alzó la vista y sus ojos se encontraron con los míos. A pesar de la oscuridad de la sala, te juro que brillaban como joyas.
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–         Jodeeer. Sigue, sigue.
–         Yo seguí masturbándome tranquilamente, de forma ostentosa, deslizando la mano muy despacio por todo el tronco, tirando de la piel al máximo para que la brillante cabecita asomara por completo y subiéndola después lentamente hasta ocultarla por completo en mi mano, dedicándole a mi espectadora el mejor show que era capaz de ofrecer.
–         ¿Y ella?
–         No se perdía detalle, con los ojos fijos en mi polla. Incluso vi cómo se pasaba lentamente la lengua por los labios, lo que me encendió todavía más.
–         ¿Y su amiga? ¿No se dio cuenta?
–         En ese momento no. Estaba concentrada en la peli y su compañera estaba en medio, así que no se dio cuenta de que pasara nada raro. Yo seguí con lo mío, pajeándome voluptuosamente y entonces la mujer…
–         ¿Qué hizo?
–         Cruzó las piernas y, disimuladamente, se subió la falda todo lo que pudo, brindándome el espectáculo de sus esculturales muslos, hasta que el borde de sus medias quedó perfectamente a la vista. Además, se colocó su propio abrigo en el regazo, para que su amiga no se diera cuenta de lo que había hecho.
–         Una franca invitación – dijo Ali.
–         Y tanto. Y yo la acepté de inmediato. Con cuidado, me levanté y me deslicé en el asiento de su lado, quedando sentado junto a la señora. Pareció ponerse un poquito nerviosa, pero no hizo nada, así que yo reanudé la paja, esta vez bien juntito a la preciosa mujer.
–         ¿Y no hizo nada?
–         No. Fui yo el que pasó a la acción. Estaba sentado a la derecha de la mujer y su amiga, que no podía vernos, a su izquierda. Como la paja me la estaba haciendo con la diestra, la izquierda quedaba libre, así que pensé que sería una buena idea emplearla en algo útil.
–         Le metiste mano.
–         Vaya si lo hice. Le planté la zarpa directamente en la cacha y empecé a acariciarla suavemente. En cuanto lo hice, la mujer se puso super tensa, pero se relajó enseguida bajo mis caricias. Me encantó sobar sus magníficas piernas, tenía unos muslos cojonudos, que recorrí a placer mientras ella seguía mirándome la polla. Entonces, envalentonado, traté de deslizar la mano bajo su falda, en busca de su coñito, pero eso fue demasiado y, dando un respingo, sujetó mi mano, impidiéndome llegar a su entrepierna.
–         ¿Y qué hiciste?
–         No me alteré lo más mínimo. Lo que hice fue sujetarla a mi vez por la muñeca y, tirando suavemente, llevé su mano hasta mi polla.
–         ¿Te masturbó? – exclamó Ali, atónita.
–         Impresionantemente bien. La señora dudó sólo un instante antes de que su mano ciñera con fuerza mi instrumento, que yo abandoné inmediatamente, dejándola a cargo de las operaciones. Con firmeza y habilidad, la mujer empezó a pajearme diestramente y, cosa curiosa, apartó la vista de mí mientras lo hacía, volviendo a clavar la mirada en la pantalla.
–         Joder, Víctor. Estoy cachonda perdida. Esta noche voy a hacerme una paja recordando tus historias.
La miré fijamente antes de darle la respuesta obvia.
–         ¿Y por qué no ahora? Por mí no te cortes. Yo bien que lo hice el otro día en la cafetería.
Ali se quedó muda, mirándome sin saber qué decir.
–         ¿Qué pasa? ¿Te da miedo? Pues menudo panorama, si te da vergüenza exhibirte a solas conmigo, ¿cómo vas a hacerlo cuando haya otra gente?
La verdad es que me moría por volver a verla tocándose el coñito.
–         No me digas que no te atreves…
Ali alzó bruscamente la cabeza, con una expresión decidida en el rostro.
–         Tienes razón. Si me apetece hacerme una paja. ¿Por qué voy a cortarme?
Jesucristo en carroza por los cielos. Toma ya. Con un par.
Ni corta ni perezosa, Ali se retrepó en el sofá y subió una pierna sobre el asiento, despatarrándose a gusto. Al hacerlo, el vestido de lana se le subió, permitiéndome disfrutar una vez más del hermoso paisaje que se ocultaba entre los muslos de la chica. Sus bragas estaban en mi bolsillo, así que su chochito se me mostró en todo su esplendor. Bajo la falda tan sólo llevaba un sexy liguero sujetando sus medias, lo que  me excitó todavía más. Leyendo la admiración en mi mirada, Ali me dedicó una sonrisa y, lentamente llevó una mano a su entrepierna, donde empezó a frotar suavemente, deslizándola por su vulva con voluptuosidad.
–         Fíjate – dijo enseñándome la mano – Te decía la verdad cuando te dije que estaba cachonda. Estoy empapada.
Era verdad. Sus dedos estaban brillantes por los flujos que habían extraído de su coñito. Hasta percibí el enloquecedor aroma a hembra caliente. Me costó dominarme y no acabar violándola allí mismo.
–         Anda, sigue – dijo reanudando la paja – Me encanta escucharte.
Yo, con los ojos saliéndose de las órbitas, logré serenarme lo suficiente para seguir con mi historia.
–         A ver por donde iba. ¡Ah, sí! La mujer se había aferrado a mi instrumento y estaba meneándomela. En cuanto lo hizo, yo volví a plantarle la mano en la cacha. Esta vez no se resistió tanto cuando le metí mano en el coño.
–         ¿Estaba mojada? – preguntó Ali con la voz alterada por la paja que se estaba haciendo.
–         Chorreando.
–         ¿Tanto como yo?
–         No lo sé. No he podido comprobar cómo de mojada estás tú.
Ali me miró fijamente, sopesando mi explícita invitación. Yo tenía el corazón saltando desbocado en el pecho, deseando que me diera permiso para ir un paso más allá. No dijo nada, siguió muda y yo pensé que el que calla otorga, así que me acerqué a ella en el sofá, dispuesto a verificar cómo de mojado tenía el coño.
Ali no se apartó, se limitó a seguir mirándome fijamente, sin decir nada, frotándose suavemente el clítoris con la mano. Yo estiré la mía muy despacio, metiéndola entre sus muslos abiertos…
Y entonces se abrió la cortina de la sala. Yo me quedé petrificado, pero Ali reaccionó con rapidez, sentándose correctamente, con el rostro arrebolado. Por fortuna la mesa, que estaba frente al sofá, la tapaba bastante bien, así que no la pillaron.
Mientras me cagaba mentalmente en todos los muertos de quien hubiera venido, así como en los de todos sus ancestros de las últimas 26 generaciones, me senté correctamente y miré enfadado a nuestros inoportunos visitantes: eran los jóvenes del restaurante, lo que me sorprendió un poco.
Con un simple buenas tardes, se sentaron en una mesa al otro extremo de la habitación y, aunque no supe por qué, algo en su actitud me resultó extraño. Me acerqué a Ali y le dije en voz baja…
–         Qué raro. Si nos han reconocido, me extraña que se hayan quedado. Parecían muy cortados en el restaurante.

Ali, para mi sorpresa, volvió a subir la pierna al sofá y a despatarrarse. Aprovechando que la mesa la tapaba de nuestros vecinos, empezó a masturbarse de nuevo, con la cara roja por la excitación. Yo le sonreí, admirado.

–         Joder, nena. Hay que reconocer que aprendes deprisa.
–         Tengo un buen maestro – susurró libidinosamente – Y ahora sigue con la historia, que estaba a punto de correrme.
En voz baja, procurando que nuestros vecinos no me escucharan, reanudé mi relato. Ellos, mientras tanto, no dejaban de dirigirnos furtivas miradas, lo que me inquietaba un poco.
–         La tía me acariciaba la polla lentamente, mientras yo le tocaba el coño con dificultad, debido tanto a su ropa como a que seguía con las piernas cruzadas.
–         ¿No se abrió de piernas? Yo me habría despatarrado enseguida. Como ahora… – dijo Ali con una sonrisilla maliciosa.
–         Creo que era para que su amiga no notara nada; pero, aún así, la otra mujer empezó a percibir que algo raro pasaba. En cierto momento, escuché cómo le decía a mi pareja algo al oído y ella, lejos de asustarse, le contestó con tranquilidad, sin soltarme la polla ni un instante.
–         ¿Acabaste corriéndote?
–         Por supuesto. El morbo era tan intenso que no sé cómo aguanté tanto rato. Cuando no pude más, me corrí como una bestia, dando un bufido que resonó en toda la sala. Mi polla vomitó litros de leche, que la mujer atrapó con la mano, si no, estoy seguro de que habría alcanzado la pantalla. Le puse la mano perdida de semen, pero ella no se preocupó en absoluto.
–         ¿Y qué pasó?
–         Miré jadeante a mi compañera, mientras me vaciaba por completo en su mano. Y entonces me encontré con la mirada de la otra mujer, que me miraba boquiabierta mientras me corría en la mano de su amiga.
–         ¿Y no dijo nada? ¿No hizo nada?
–         ¿Qué iba a hacer? Su amiga estaba haciéndole una paja a un desconocido. ¿Qué iba a decir? Sus ojos nos miraban alternativamente a mí y a su amiga, sin dar crédito a lo que estaba viendo. Cuando mi polla dejó de expulsar semen, la mujer, muy tranquilamente, sacó un pañuelo del bolso y empezó a limpiarse. Yo pensé que el show había acabado, pero entonces, la mujer se inclinó hacia su amiga y le dijo en voz perfectamente audible que iba al baño a limpiarse. Se levantó y me pidió permiso para pasar, mirándome con ojos brillantes. Yo la miré alucinado, mientras se abría paso entre los asientos y caminaba majestuosamente hacia la puerta.
–         ¿Y su amiga?
–         La miré tratando de recuperar el resuello, mientras ella me observaba atónita. Me encantó que la señora me mirara subrepticiamente la polla, que seguía fuera del pantalón, así que le dije: “Otro día, señora”, me la guardé en la bragueta y salí en busca de mi deliciosa compañera, que me esperaba tranquilamente delante de unos servicios de señoras.
–         ¿Estaba en la puerta?
–         Claro. No olvides que eran unos multicines y había muchos aseos. Así me indicaba en cual se había metido.
–         ¡Ah! Claro – siseó Ali sin dejar de masturbarse.
–         Me colé allí dentro como un rayo. La tipa estaba lavándose las manos en el lavabo y cuando entré, alzó la vista y nuestras miradas se encontraron en el espejo.
–         Qué morbo. Sigue, sigue – gimió Ali incrementando el ritmo de su paja.
Pero volvieron a interrumpirla. La camarera acudió con el pedido de nuestros vecinos. Al parecer habían pedido nada más entrar. Ali ahogó un gruñido de frustración y se contuvo hasta que la camarera se hubo marchado.
–         Tú sigue, que yo estoy casi a punto – gimió volviendo a hundir la mano entre sus piernas.
Joder. Yo sí que estaba a punto. De lanzarme encima suya.
–         Me abalancé sobre ella, poseído por el frenesí. Ella se volvió bruscamente, recibiéndome como una leona y sus labios, que eran fuego, se apropiaron de los míos. Le hundí la lengua hasta la tráquea, besándola con pasión, mientras mis manos se apoderaban de sus nalgas, estrujándolas con ganas, mientras ella apretaba y frotaba lujuriosamente su pelvis contra mí.
–         ¡Ah! ¡Joder, ya casi, ya casi…! – gimoteaba Ali con los ojos cerrados, incrementando el ritmo de sus dedos.
Miré de reojo a nuestros vecinos, que hacían lo mismo con nosotros. Aunque no podían verlo, estaba clarísimo lo que Alicia estaba haciendo, pero, lejos de escandalizarse, la parejita cuchicheaba entre sí, espiándonos con disimulo. Me resultó excitante y apuesto a que a Ali mucho más.
–         Sin dejar de besarnos, nos metimos en uno de los retretes y en menos que canta un gallo la mujer tuvo el vestido enrollado en la cintura y mi mano metida dentro de sus bragas, acariciando su coño a placer, esta vez sin ningún tipo de obstáculos. La señora, bien curtida en esas lides, se las apañó para volver a sacar mi cipote y acariciarlo con ansia, devolviéndole todo su vigor en un instante.
–         ¡AAHHH! ¡JODEEER! – siseó en voz baja Ali, mordiéndose los labios, mientras sus caderas experimentaban ligeros espasmos, a medida que el orgasmo se abría camino por su cuerpo – ¡Qué bueno! ¡DIOSSSSS!
Yo estaba que me moría porque mi polla ocupara el lugar de sus dedos, pero había prometido que no haría nada que ella no me pidiese, así que aguanté como un campeón las ganas de follarla.
–         Yo quería que me la chupara, sentir sus carnosos labios rodeando mi verga, pero ella no estaba por la labor y me suplicaba una y otra vez que se la metiera. Deseando complacerla por la extraordinaria tarde de placer que me estaba brindando, no me hice de rogar y, apartándole un poco las bragas, se la metí hasta las bolas, levantándola del suelo. Ella gimió poseída y se abrazó con fuerza a mí, rodeándome con brazos y piernas al mismo tiempo. Embrutecido, la apoyé contra la pared y empecé a follármela a lo bestia, gruñendo como un animal en celo con cada empellón, mientras ella gemía y jadeaba descontrolada por el placer.
–         La entiendo perfectamente – susurró Ali, desmadejada en el sofá, haciéndome sonreír.
–         Seguí follándola con ímpetu, con tantas ganas que la pobre tuvo que sujetarse a la parte superior de las paredes del baño, mientras yo le martilleaba el coño como un animal. Se corrió en menos de un minuto, gritando tan fuerte que temí que alguien viniera a ver qué pasaba. Su entrepierna se inundó, los líquidos brotaban de su coño como de una fuente. Queriendo probar otra cosa, se la saqué de un tirón y la obligué a apoyarse en el water, inclinada un poco hacia delante, para follármela desde atrás. Se la clavé de nuevo hasta el fondo, casi empotrándola con la pared y me la follé cuanto quise hasta que me corrí dentro de su coño, llenándola de semen hasta arriba.
–         Joder, tío, no te cortas ni un pelo al correrte dentro de las mujeres. Como me lo hagas a mí…
Me quedé sin habla al comprender el alcance de lo que acababa de decir Ali. La miré sorprendido y ella, al darse cuenta de lo que acababa de decir, apartó la vista, avergonzada. No insistí en el tema e hice como si nada.
–         Tienes razón. Se me fue un poco la olla. Aunque, en el fondo, creo que lo hice porque me daba igual. Total, no iba a verla nunca más…
–         Jo. Pues a lo mejor tienes por ahí un par de críos pululando.
–         Pues que le sirvan de recuerdo a la buena señora. Del polvo de su vida…
–         Ja, ja… “El polvo de su vida” ¿Qué sabrás tú de los polvos que habría echado esa mujer? Inexperta no era precisamente – dijo Ali, más recuperada ya del orgasmo experimentado – ¿Y qué hiciste luego?
–         ¿Tú que crees? La besé y me largué de allí. La dejé tirada en el water, con el vestido enrollado en la cintura y con el coño rezumante de semen y de sus propios flujos. Te digo que le hice pasar la mejor tarde de su vida.
Entonces me di cuenta. Aunque durante un rato había procurado hablar en voz baja, me había ido emocionando poco a poco y había subido el tono de voz, acabando por hablar en voz alta. Sin duda, nuestros vecinos habían disfrutado sin problemas del último capítulo de mi historia.
Los miré un poco avergonzado, aunque en el fondo me importaba un huevo que nos hubieran escuchado. La chica se veía un tanto aturrullada, sin mirarnos directamente, pero el chico ya nos observaba abiertamente, casi con descaro.
Le hice un gesto con la cabeza, sin saber muy bien por qué y él, a modo de respuesta, se levantó y se acercó a nuestra mesa. Ali se llevó un buen susto y rápidamente se sentó erguida en el sofá, mientras nos miraba con nerviosismo.
–         Buenas tardes – saludó educadamente el joven – Verán, no quiero molestarles, pero no hemos podido evitar escuchar su historia y bueno… queríamos…
Me sentía desconcertado, no sabía qué cojones pretendía aquel chico.
–         Siéntate, por favor – dije llevado por la curiosidad – Y dile a tu novia que venga. No mordemos a nadie.
El chico, sonriendo con timidez, me hizo caso, mientras su novia, roja como un tomate, se acercaba temblorosa y se sentaba a su lado.
–         Me llamo Saúl – se presentó – Y ella es Gemma, mi novia.
–         Encantado – respondí estrechándoles la mano – Yo soy Víctor y mi acompañante…
–         Alicia – dijo ella más tranquila, estrechándoles la mano a su vez.
Tras las presentaciones, el chico, visiblemente nervioso, trató de reunir ánimo para decir lo que quería.
–         Verán. Antes, en el restaurante, hemos visto como la señorita… Alicia…
–         Se quitaba las bragas – dije con tranquilidad, provocando la vergüenza de mis interlocutores.
–         Sí, eso – asintió el joven – Hemos comprendido que son ustedes una pareja muy liberal y nosotros… bueno… hemos hablado a veces… de que nos gustaría iniciarnos en el intercambio de parejas. Pero nunca hemos podido, porque no conocemos a nadie que… Y yo…
Gemma estaba avergonzadísima, parecía estar deseando que la tierra se la tragara. Miré a Alicia, que les miraba divertida, habiendo comprendido por fin qué buscaban los jóvenes.
–         Vale, vale, vale – intervine – A ver si lo he entendido. Sois novios y queréis probar con el intercambio de parejas y como habéis visto que somos bastante desinhibidos, os habéis decidido a hablar con nosotros…
–         Exacto – asintió el chico – Hace tiempo que queremos probar cosas nuevas en materia de sexo, pero no conocemos a nadie que pueda orientarnos. Y al ver cómo se comportan ustedes, contándose sus aventuras y eso, hemos pensado que podrían darnos algún consejo, indicarnos algún local al que podamos ir, o quizás…
Mientras hablaba, el chico parecía dirigirse más a Ali que a mí mismo, sin dejar de mirarla en ningún momento. Adiviné cuales eran sus intenciones y Alicia también lo hizo…
–         Podríais realizar el intercambio de parejas con nosotros – terminó Ali la frase por él – Era eso lo que queréis proponernos, ¿no?
Un tanto avergonzado, el chico asintió con la cabeza, mientras su novia, toda colorada, me miraba furtivamente. Me gustó que lo hiciera.
–         No pretendemos ofenderles – siguió Saúl – Pero nos pareció que quizás…
–         Tranquilo. No nos has ofendido en absoluto – dije riendo por dentro – O sea que os ha parecido buena idea pedirnos que intercambiemos las parejas. Vaya, que te gustaría follarte a Alicia mientras yo me tiro a este bomboncito que tienes por novia.
–         Bueno… – dijo Saúl un tanto confuso – Sí. Eso es. Siempre he pensado que sería muy excitante ver cómo Gemma lo hace con otro hombre. Y ella también quiere verme con otra mujer. Y bueno… Os hemos visto… Y Alicia es una mujer muy bella y Gemma piensa que tú eres guapo…
–         ¿En serio? – exclamé mirando a la joven – ¿Me encuentras atractivo?
La joven, un poco más serena, quizás tras comprobar que no nos escandalizábamos por su proposición, reunió el valor suficiente para contestar.
–         Sí. Me pareces un hombre interesante. Y siempre he querido hacerlo con alguien mayor que yo…
Joder. Qué morbo tenía la niña. Si poco dura la tenía ya por haber estado viendo cómo Ali se pajeaba, aquella frase casi provoca la explosión de la bragueta de mi pantalón.
–         Vaya. Te agradezco el cumplido – sonreí – Yo también pienso que eres una preciosidad. Y tienes una boquita deliciosa. Me encantaría sentir esos carnosos labios chupando mi polla. Seguro que lo haces genial.
Fui todo lo descarado que pude, consiguiendo que Gemma se ruborizara de nuevo. Me encantaba verla avergonzada, tenía mucho morbo. Su novio, por otra parte, ya se veía a si mismo incrustado entre las piernas de Ali tras mi prometedora respuesta, así que decidí cortar por lo sano y no seguir dándoles falsas esperanzas. Aunque la verdad es que me hubiera gustado mucho que aquella chiquita me la chupase, je, je.
–         Bueno, chicos. Siento decepcionaros, pero en vuestro plan hay un fallo bastante importante…
–         ¿Cómo? – exclamó el chico un tanto agobiado – ¿A qué te refieres?
–         Verás. Ali y yo no somos pareja. Somos dos amigos a los que les gusta compartir ciertas experiencias, pero nada más. Yo tengo novia y ella está prometida con un hombre, así que…
Saúl nos miraba atónito. No encajaba en sus esquemas que dos personas que no eran pareja, hablaran entre sí de sexo con tanta naturalidad.
–         Pero… – insistió – Lo que le estabas contando antes… Creí que erais una pareja liberal, que se acostaban con otras personas y luego se lo contaban el uno al otro…
–         Pues no es así. Te has precipitado en tu juicio. Pero no te preocupes, no pasa nada, no nos habéis molestado en absoluto. Yo, por lo menos, me he sentido muy halagado – dije sonriéndole a Gemma – Sólo que… no puede ser.
–         ¿Y por qué no? – intervino entonces Gemma – A mí me da igual que no seáis pareja. Se trataría sólo de sexo.
¡Coño! La verdad es que la nena tenía razón. Qué más daba que Ali no fuera nada mío. Me di cuenta de que les había juzgado mal, pues en todo momento había tenido la sensación de que la idea del intercambio era de Saúl, mientras que Gemma se limitaba a hacer lo que decía su novio. Pero ahora comprendía que quizás no era así…
–         Pues es verdad – dije mirando a Ali – La verdad, no me había parado a pensarlo… ¿Ali?
La miré esperanzado. Lo cierto es que me estaba apeteciendo cada vez más calzarme a la jovencita. Pero un simple vistazo al rostro de Alicia me bastó para comprobar que ella no estaba por la labor. Y los chicos también se dieron cuenta.
–         Bueno – dijo Saúl con aire abatido – Si no les parece bien, no les molestamos más. Les pido disculpas si les hemos ofendido con este lío, pero nosotros…
–         No, no te preocupes – le tranquilizó Ali – La verdad es que yo también me he sentido halagada. Pero no me siento preparada para algo así… Lo siento.
Los chicos, un poquito cortados, se levantaron para marcharse. Saúl fue hasta su mesa y empezó a recoger los abrigos, mientras Gemma seguía disculpándose por las molestias. Entonces se me ocurrió algo.
–         Oye, Gemma. ¿Me darías tu dirección de mail? Quizás más adelante cambiemos de opinión.
La joven me miró un segundo y, sonriéndome, me dio su dirección, que yo apunté en una tarjeta de mi cartera. Joder, la verdad es que me sentía un poquito frustrado. Me hubiera encantado que me la chupara aquella nenita con su novio mirándome…
Los chicos se fueron y nos quedamos de nuevo solos. Ali me miró muy seria, parecía un poco molesta. Quizás se había cabreado conmigo por haber sugerido aceptar la oferta de los jóvenes. Decidí romper el hielo.
–         Me debes una mamada – le dije mirándola muy serio.
Ella se echó a reír.
–         No te rías –insistí – Esa pivita estaba a punto de chuparme el rabo y, si no lo ha hecho, ha sido porque tú no has querido. Culpa tuya.
Ali, más relajada, seguía riendo.
–         Anda, vámonos, idiota – dijo sin dejar de sonreír – Son casi las 17:30 y me apetece hacer otra cosa.
–         ¿El qué? – pregunté intrigado.
–         Ahora lo verás.
Nos pusimos los abrigos y, tras pagar la consumición, caminamos hacia el coche, de nuevo cogidos del brazo. Llegamos demasiado rápido para mi gusto. Me encantaba caminar pegadito a ella.
–         ¿Y bien? – pregunté una vez estuvimos sentados dentro del auto – ¿Qué hacemos?
–         ¿Has hecho esto alguna vez?
Tras decir esto, Alicia me alargó su móvil, mostrándome un video que había descargado de Internet.
–         Veo que venías con la lección preparada – dije mientras miraba la pantalla.
Pude ver un vídeo de los que ya había visto unos cuantos. Un tipo pajeándose en su coche, se para al lado de una mujer, baja la ventanilla y le pregunta una dirección. La chica se acerca (como hacemos todos en esas situaciones) y se encuentra de bruces con las maniobras del personaje. A veces, las reacciones de las chicas de esos vídeos son bastante… sugerentes.
–         No, no lo he hecho nunca. Es arriesgado – respondí devolviéndole el teléfono.
–         ¡Venga ya! ¿Arriesgado? Si vas en coche…
–         Ya. En MI coche. Si la tía se cabrea y coge el número de matrícula…
–         ¡Bah! Quien va a molestarse en ir a poner una denuncia porque un tipo esté pajeándose dentro de su coche. Vamos a probar.
–         No sé Ali… No me parece buena idea…
–         Llevo toda la semana pensando en esto – dijo Ali con tomo muy serio – Me apetece y vamos a hacerlo.
La miré sorprendido. Hasta ese momento no se había mostrado en ningún momento autoritaria. Aunque, si lo pensaba un momento, siempre habíamos acabado haciendo lo que ella quería…
–         Venga, no seas tonto… Verás qué bien lo pasamos. Además, tú me has visto antes masturbándome y ahora me apetece ver cómo lo haces tú…
–         ¿En serio?
–         Claro… Me encanta mirar tu polla…
Al decir esto, Ali se inclinó hacia mi asiento y me susurró las palabras al oído, provocando que se me pusieran los vellos de la nuca de punta. La mala puta estaba acostumbrada a salirse con la suya…
–         Joder. Vale. Pero, como acabe en la cárcel, tú también vas a pringar – dije resignado.
Ali, entusiasmada, me dio un besito en la mejilla, que hizo que se me quitara el frío por completo.
–         ¡Genial! ¡Un exhibicionista en la cárcel! ¡Ibas a ser muy popular!
La madre que la parió.
Conduje un rato por el pueblo, que era bastante grande, lo que sin duda nos brindaría alguna oportunidad de complacer a Ali. Ella, bastante ilusionada, me indicó algunas chicas con las que nos cruzamos, pero siempre iban acompañadas y, por experiencia, sabía que no era buena idea abordar a un grupo de chicas, pues las posibilidades de que se formara algún follón eran más altas.
–         Mira. Esa servirá – dije parando un momento al lado de una acera.
Una joven de veintitantos años estaba sentada en una parada de autobús leyendo un libro. No podía distinguir si era guapa o fea, aunque eso no era tan importante, pues la excitación depende del morbo de exhibirse, aunque claro, mejor si la mujer es atractiva.
Empecé a sentir el familiar cosquilleo de expectación que siempre experimentaba cuando me disponía a exhibirme. Tragué saliva y respiré hondo, tratando de serenarme. Como siempre que estaba en esas situaciones, tenía los nervios a flor de piel. Empecé a sentir cómo mi pene se endurecía dentro del pantalón.
–         ¿A qué esperas? – Me apremió Alicia, presa de la lujuria.
–         Espera, nena. Dame un segundo a que esto se ponga en posición de firmes – respondí mirando hacia mi bragueta.
Ali también me miró la entrepierna, provocando que un escalofrío me recorriera de la cabeza a los pies.
–         ¿Ayudará si hago esto? – dijo dirigiéndome una sonrisa estremecedora.
Mientras hablaba, Alicia se subió la falda del vestido hasta la cintura, volviendo a enseñarme el coñito. La boca se me quedó seca, todo lo contrario que su entrepierna, que se mostraba brillante, no sé si por el sudor o porque volvía a estar chorreando.
–         Sí – acerté a balbucear con la lengua pegada al paladar.
–         ¿Y esto?
Entonces lo hizo. Alicia deslizó su mano izquierda y la colocó justo encima de mi paquete, apretando ligeramente. Creí que me volvía loco de deseo, el corazón iba a explotarme en el pecho.
–         Leches, creo que sí que sirve – dijo ella sonriendo ladinamente mientras me daba un nuevo estrujón – Esto se ha puesto como una piedra…
Joder. La muy cabrona. Iba a hacerme sudar sangre. Me estaba convirtiendo en un juguete en sus manos…
–         Ali, por favor – me apañé para susurrar manteniendo la calma – Me he comprometido contigo a no intentar nada… Pero si haces esas cosas…
Alicia pareció recobrar el sentido y darse cuenta de lo que estaba haciendo. Rápidamente retiró la mano de mi entrepierna y se puso bien el vestido. Yo lamenté profundamente que lo hiciera, pero era completamente cierto que empezaba a sentir que, si seguíamos así, iba a acabar por violarla de verdad, y yo no quería acabar comportándome como los cerdos del parque.
Arranqué el coche y me dirigí hacia donde estaba la chica sentada. Aparqué junto a la acera, justo delante de ella y, sin pensármelo dos veces, me saqué la chorra del pantalón, mientras Ali se deleitaba mirándola a gusto. Me encantó que lo hiciera.
Mi polla estaba tan caliente que juro que bastó para caldear el interior del auto, ni siquiera importó que bajara la ventanilla del conductor, permitiendo que entrara el aire frío del exterior. Hasta vapor salía.
–         Oye, disculpa – dije tratando de atraer la atención de la chica de la parada – ¿Podrías indicarme cómo se va al ayuntamiento?
Sabía que estaba a la otra punta del pueblo, así que era una buena dirección para preguntar (no pensé que a esas horas estaría cerrado, pero qué coño importaba). La joven alzó la vista de su libro y pude comprobar que era bastante guapa. Morena, con gafas y un aire intelectual que tenía su morbillo.
–         Sí, claro – dijo la chica con amabilidad – Tiene que seguir por ahí y meterse por aquella calle del fondo.
–         ¿Por cual? ¿Por aquella? – dije señalando una vía equivocada.
–         No. No. Espere…
Y la chica hizo justo lo que yo esperaba. Dejó el libro en el asiento, se levantó y se acercó al coche para darme indicaciones. Y se encontró de bruces con el espectáculo.
Qué caliente me sentí. Que indescriptible sensación de exaltación recorrió mi cuerpo cuando la chica se quedó parada, sin saber qué decir, con la vista clavada en mi miembro desnudo, erecto, que era masturbado suavemente por mi mano derecha. Aparentando total normalidad, seguí pajeándome mientras volvía a interrogar a la chica.
–         ¿Por aquella dices?
–         No, no… – balbuceó ella sin mirar a cual me refería, los ojos clavados en mi erección – La de la izquierda…
–         ¿Aquella?
La joven miró a donde yo le indicaba, comprobando que esta vez sí era la correcta. Enseguida volvió a mirar mi polla, creo que porque temía que, si dejaba de vigilarla un segundo, saldría disparada por la ventanilla y la atraparía.
Me sentía excitadísimo y Ali, que estaba callada como una muerta, seguro que se sentía igual. Seguí insistiéndole a la joven, preguntándole por el camino y ella, para mi infinito placer, siguió dándome instrucciones junto al coche, mirando cómo me masturbaba frente a ella, asustada y nerviosa… pero también excitada…
Justo entonces llegó el autobús, poniendo punto y final a nuestra aventurilla. El chófer hizo sonar el claxon para que me quitara de la parada del bus y no tuve más remedio que mover el coche. Ali me miraba divertida mientras yo, con la polla fuera del pantalón, me despedía cortésmente de nuestra cooperadora amiga y después empezaba a jurar en arameo a costa del conductor del bus, de su padre y del caballo que los trajo a ambos.
Todavía excitado, pero no queriendo tentar a la suerte, conduje hacia las afueras del pueblo, de regreso a la ciudad. Además, como ya eran casi las 19:00, había oscurecido, con lo que las probabilidades de disfrutar de un nuevo show disminuían.
–         ¿Vas a ir todo el tiempo con eso al aire? – me preguntó Ali con tono jocoso.
–         ¿Te molesta? Porque a mí me encanta que me la mires – le respondí con descaro.
–         Y a mí me encanta mirarla.
Joder con la tía. Iba a acabar conmigo. A pesar de ir ya por la autovía, aparté la vista de la carretera y la clavé en mi acompañante.
–         Ali. Me tienes malo. Yo trato de portarme bien, pero si seguimos así… vamos a acabar follando. Te juro que cada vez me cuesta más resistirme…
–         Es posible – asintió ella, haciéndome estremecer de nuevo.
Decidí echarle valor al asunto.
–         Pues si estás de acuerdo… Recuerda que me debes una mamada – dije volviendo a clavar los ojos en los suyos.
Ella sonrió.
–         ¿Eso quieres? ¿Que te la chupe mientras conduces?
–         Me encantaría.
Se quedó callada unos instantes, como sopesando la idea, mientras yo rezaba suplicando que se animara a hacerme aquel pequeño favor…
–         Lo siento, pero no. Tengo mucho en qué pensar. En mi prometido. En todo lo que ha pasado… No he decidido todavía qué voy a hacer.
Joder. Me sentó un poco mal. Ali estaba resultando ser una calientapollas de cuidado. La reina de las calientapollas. La emperatriz.
–         ¿Y una pajita? – preguntó, haciendo que el corazón se me desbocara de nuevo – ¿Saldaría eso la deuda?
–         No del todo – respondí emocionado – Pero como primer plazo…
Entonces Ali se inclinó hacia mí, forcejeando levemente con el cinturón de seguridad. Su cálida manita se deslizó hacia mi entrepierna y agarró mi rezumante falo, haciendo que en mis ojos estallaran lucecitas de colores. Me las apañé para mantener el control del auto, simulando una serenidad que estaba muy lejos de experimentar.
Lentamente, Alicia empezó a deslizar su manita por mi polla, enviando enloquecedoras descargas de placer a mis sentidos. No puedo juzgar si era buena o mala haciéndolo, pues la excitación y el morbo eran tan elevados, que tenía los sentidos completamente descontrolados. Desde luego, a mí me pareció la mejor pajeadora del mundo.
Toda la voluptuosidad del día, el restaurante, la tetería, el parque… todo se concentró en mi polla, llevándome a unos niveles de exaltación sencillamente insoportables, precipitando mi orgasmo de forma imparable. Pero, justo cuando estaba a punto de estallar, Alicia dejó de pajearme.
–         ¿Qué? ¿Qué haces? – resoplé – ¡Sigue!
–         ¿Quieres que acabe? – preguntó con voz juguetona – ¿Tu pollita mala quiere correrse?
–         ¡Joder, sí! ¡Coño, Alicia, no te pares por favor!
La emperatriz de las calientapollas atacaba de nuevo.
–         Entonces tienes que hacer algo por mí.
A esas alturas yo no estaba para juegos. Cada vez me parecía mejor idea aparcar en cualquier cuneta y follármela como me viniera en gana. Afortunadamente me contuve.
–         ¿Qué quieres que haga? – gemí.
–         Quiero que esta noche te folles a tu novia y lo grabes. Y luego quiero ver el vídeo. La sesión completa, no sólo una mamada. Y tiene que ser esta noche, en cuanto llegues.
La miré de nuevo, encontrándome con sus ojos, brillantes y decididos. Sabía que estaba jugando conmigo y tirando de mis hilos como le venía en gana pero… ¿qué podía yo hacer?
–         De acuerdo. Lo haré. Lo grabaré todo.
–         Estupendo.
Y volvió a pajearme. Me sentía un poco enfadado, no me gustaba que me manipularan de aquella forma, con lo que mi libido se calmó un poco y me alejé del orgasmo. Entonces se me ocurrió que, ya que estábamos, podía sacar un poquito más.
Como íbamos por la autovía, con una marcha larga metida y no tenía que cambiar, mi mano derecha estaba ociosa, así que decidí darle un buen uso. La planté en el muslo de Alicia y empecé a acariciarla, subiendo cada vez más hasta que pude ver el borde de sus medias.
–         Ábrete de piernas – le dije – Quiero acariciar tu coño.
–         ¿Y si no quiero? – dijo ella juguetona.
–         ¿No dijiste antes que en una situación así te despatarrarías enseguida? A ver, que se vea.
Y lo hizo. No se cortó ni un pelo. Separó sus torneados muslos, mostrándome su empapado coñito por enésima vez. Yo estaba que me moría por catarlo, pero me tuve que conformar con acariciarlo un poco… y pude constatar que estaba mucho más mojado que el de la mujer del cine…
–         UMMMMM – gimió estremecedoramente Ali cuando empecé a acariciar su vagina.
Su mano incrementó el ritmo de la paja, deslizándose a toda velocidad sobre mi enfebrecido falo. Y claro, no pude más. Seguir aguantando era pedirme demasiado. Me corrí a lo bestia, reuniendo en aquel orgasmo toda la excitación acumulada a lo largo del día. Alicia recogió parte del semen con la mano, pero no todo, así que pringué el suelo de mi coche, así como el volante y el salpicadero… hasta la radio se llevó su ración de leche.
–         Joder, sí que ibas cargadito. ¡Cuidado! – gritó Ali.
Coño. Por poco nos salimos de la carretera. Por fortuna recuperé el control, aunque para hacerlo tuve que abandonar el coñito de Ali, cosa que lamenté profundamente. Tras el susto, la joven me regañó por descuidado y percibí que el momento de las caricias había pasado.
Seguimos charlando mientras la llevaba a su casa. Yo había sugerido ir a algún otro sitio, pero me dijo que no, que iba a cenar en casa de los padres de su prometido, así que quería ducharse y cambiarse de ropa. No me extrañaba, esa tarde había sudado mucho.
La llevé al mismo sitio donde la recogí por la mañana y ella se despidió con un beso en la mejilla.
–         No te olvides de tu promesa – me dijo tras bajarse del coche.
–         Claro que no.
Entonces hice la pregunta del millón.
–         ¿Quedamos otro día?
No tardó ni un segundo en contestar.
–         Pues claro. Tienes que darme el vídeo con Tatiana. Mándame un mail el lunes.
–         ¡BIEN! – grité en mi interior.
–         Estupendo – dije tratando de aparentar indiferencia.
–         Y Víctor…
–         Dime.
–         Fóllatela hasta el fondo – me dijo Ali.
Y se largó.
¡Mierda! Esta vez había dicho ella la última palabra.
Y me dispuse a obedecerla.
CAPÍTULO 7: EL CAPRICHO DE ALI:
Conduje hasta mi casa, dándole vueltas a cómo iba a apañármelas para complacer el deseo de Alicia. Además, había dejado bien claro que tenía que ser esa misma noche, no tenía tiempo para preparar nada especial.
¿Sería capaz de convencer a Tatiana de que me dejara grabarnos follando?
Estaba seguro de que la idea no le gustaría, pero sabía que, tratándose de Tati, acabaríamos haciendo lo que yo quisiera.
No me di cuenta de que, en realidad, haríamos lo que Alicia quisiera.
Por fin llegué a mi piso, metí el coche en el garaje y subí a casa. Y, como siempre, Tatiana salió a recibirme entusiasmada en cuando escuchó la llave en la puerta.
–         ¡Hola, cari! – exclamó arrojándose en mis brazos – ¿Cómo te ha ido el día? ¡Te he echado un montonazo de menos!
Tati llevaba puesto el mismo vestido que la noche en que conocí a Alicia, lo que me pareció un buen presagio. Además, que sus tetas se apretaran contra mi pecho contribuyó notablemente a que el plan de Ali me pareciera cada vez mejor idea.
–         Hola guapísima – le respondí besándola con entusiasmo – Vengo reventado. Menuda mierda de día. Había una zorra en la reunión que se ha pasado el día dándome el coñazo. No veas cómo me ha tocado los huevos…
Qué quieres. Tenía el ánimo juguetón.
–         ¿Te preparo algo para picar? El fútbol está a punto de empezar.
¡Coño! Era verdad, sábado de liga. Otra cosa  buena que tenía Tati era que le gustaba el fútbol y, además, era de mi mismo equipo. O eso decía ella. Muchas veces pensé que lo veía sólo para complacerme.
–         Estupendo cari, un par de sándwiches me irían bien. Tráete unas cervezas y yo pongo el partido.
Dándome un besito, Tati salió disparada a la cocina mientras yo iba al dormitorio a ponerme cómodo. Dejé la cazadora en una silla y me puse un pantalón corto y una camiseta. Tatiana había puesto la calefacción, como siempre y hacía incluso calor.
A continuación fui a mi despacho y busqué la cámara digital en un cajón. Maldije en voz baja al comprobar que la batería estaba prácticamente descargada, pero entonces se me ocurrió una idea.

Me llevé la cámara y el cargador al salón y la coloqué encima del mueblecito de la tele, apuntando hacia el sofá. La enchufé a una toma eléctrica y la encendí, comprobando en la pantalla que el encuadre era correcto. Justo cuando acababa, Tatiana entró con un plato con los sándwiches y un par de latas de cerveza.
–         ¿Qué haces con la cámara? – preguntó mientras se sentaba en el sofá.
–         La pongo a cargar. La necesito el lunes en el curro y la batería está muy baja. Mejor hacerlo ahora, no sea que se me olvide y el lunes no la tenga preparada.
–         ¡Ah! Vale.
Y ya está. Tatiana se creía todo lo que yo le decía. Sin dudas, sin preguntas. Si le hubiera dicho que el sol salía por el oeste, se lo habría creído sin dudar. Aunque quizás fuera que simplemente no sabía por dónde sale el sol…
Me dejé caer en el sofá a su lado, encendiendo la tele y el canal plus para ver el partido. Tati me dio el plato con los sándwiches y me abrió la lata de cerveza. Después abrió la suya y se repegó contra mí como siempre hacía cuando veíamos la tele. Algunas veces me agobiaba al hacerlo, pero esa noche, con lo caliente que iba, agradecí mucho el contacto de su cálido cuerpecito.
Empecé a comer y a beberme la cerveza mientras emitían la previa del partido, aunque yo no prestaba mucha atención a la tele, rememorando los sucesos del día. Empecé a fantasear también en cómo iba a follarme a Tatiana a continuación, excitándome al pensar en que Alicia disfrutaría también con la sesión de sexo que se avecinaba.
Y claro, mi amiguito empezó a despertar.
–         Ji, ji, Víctor… ¿debo empezar a preocuparme? – me preguntó Tati con voz juguetona – ¿Es que ahora te excitas mirando a los futbolistas?
Tenía razón. En el pantalón corto se apreciaba un enorme bulto delator.
–         Pues claro. ¿No has visto lo buenísimos que están?- respondí en el mismo tono – Y además tiene un montón de pasta…
–         ¿En serio? ¿Y les dejarías tu culito a cambio de dinero?
–         No. ¡Les dejaría el tuyo! – exclamé dándole un buen pellizco en una nalga a mi novia.
–         ¡Ay! ¡Cabrito! – gritó ella sorprendida – ¡Quieto!
Al saltar sobre el sofá, Tati agitó la lata de cerveza, con el resultado de que me manchó la camiseta y el pantalón.
–         ¡Dios mío! ¡Perdona! – exclamó mi novia sobresaltada.
–         Tranqui, cariño, no pasa nada. Ha sido culpa mía.
Pero ella no se tranquilizó. Como siempre que metía la pata, se agobió muchísimo y empezó a tratar de secar la mancha con una servilleta, frotándola frenéticamente. Y a mí no me molestaba que lo hiciera, sobre todo porque estaba dándome unos refregones sobre el bulto del pantalón de aquí te espero. Y todo se estaba grabando en la cámara…
–         Espera, cari… Por ahí mejor… – dije cuando apartó su mano de mi entrepierna y se dedicó a la camiseta.
Y para otras cosas sería un poco espesita, pero para aquello…
–         ¿Por aquí? – dijo juguetona volviendo a frotar mi erección.
–         Umm – gruñí por toda respuesta.
Agarré su mano y la empujé hasta que sus dedos se deslizaron por la cinturilla del pantalón. Tati, muy hacendosa, no tardó ni un segundo en agarrar mi polla dentro del short y apretarla deliciosamente. Un gemido de placer escapó de mis labios al sentir el intenso frío de su piel sobre la mía. Tenía la mano helada, probablemente por sostener la lata de cerveza.
–         ¿Al señor le apetece una pajita? – canturreó empezando a pajearme lentamente.
–         No – respondí – Simplemente quédate así.
Y así nos quedamos, sentados muy juntitos en el sofá, con su mano dentro de mi pantalón aferrando mi instrumento, mientras yo daba buena cuenta del segundo bocadillo y me tomaba tranquilamente mi cerveza. En la tele, el árbitro dio comienzo al partido.
En cuanto acabé de comer, mi ánimo estaba más que juguetón, así que decidí divertirme un poco con Tati antes de follármela. Como el que no quiere la cosa, planté una mano en su rotundo trasero por encima del vestido y le apreté la nalga con ganas. Me encantaba estrujar el culazo de mi novia.
Ali gimió, pero no protestó en absoluto, aunque la verdad es que le estaba apretando el culo con bastante fuerza. Además, siguió empuñando mi hierro con soltura, logrando que permaneciera completamente enhiesto, a pesar de no estar moviendo la mano ni un milímetro.
Segundos después, mi mano se colaba bajo su vestido y volvía  a estrujar la nalga desnuda, haciéndola gimotear de nuevo. Yo estaba cada vez más verraco, así que levanté un poco el culo del sofá y me bajé los pantalones hasta los tobillos, dejando expuesto mi erecto falo empuñado por la manita de mi novia.
–         Chúpamela, nena – le susurré al oído a Tatiana.
La joven, sin hacerse de rogar en absoluto, se colocó de rodillas sobre el sofá y, en menos que canta un gallo, la tenía lamiéndome la polla con todo su arte. Como siempre empezó por la base, pero esa noche tenía ganas de marcha, así que acabó por engullirla enseguida.
Mientras tanto, yo había recogido la falda del vestido en su cintura, dejando a la vista sus excelsas nalgas y mi inquieta mano se había colado dentro de sus braguitas, buscando su coño desde atrás. Cuando hundí un par de dedos en su rajita, Tati dio un suspiro tan enorme con mi polla entre sus labios, que casi logra que me corra.
Con habilidad, sabiendo lo que más le gustaba, procedí a masturbarla lujuriosamente, marcando el ritmo que sabía más encendía a mi chica, pulsando en los lugares donde más placer experimentaba. Se corrió como una burra.
–         Ummm, umfff, gagg – gorgoteaba la dulce joven, con mi polla enterrada hasta las amígdalas.
Como parecía estar a punto de ahogarse, la obligué a sacarse mi rabo de la boca y seguí estimulándole el clítoris, para que disfrutara bien a gusto de su orgasmo. Sin embargo, me extrañaba que hubiera tardado tan poco en correrse.
–         Tú te has estado tocando antes de que yo llegara, ¿verdad guarrilla?
Sujeté su rostro por la barbilla e hice que me mirara a los ojos. Ella, por toda respuesta, hizo un delicioso mohín y me sacó la lengua. Era super excitante.
–         Serás zorrilla. Anda y sigue chupando – dije riendo.
Y ella, como siempre, obedeció.
En el salón sólo resonaban los chupetones que mi novia le estaba propinando a mi rabo, pues había puesto la tele en silencio para disfrutar a placer de esos sonidos. Me encanta cómo suena una buena mamada. Sobre todo si me la están haciendo a mí.
Pero esta vez yo no quería acabarle en la boca a Tatiana.
–         Tati, para, por favor – gimoteé – Arrodíllate delante de mí.
Lo hizo con presteza. Se bajó del sofá y se situó entre mis muslos, deseosa de continuar chupando.
–         No, cari, de espaldas. Apóyate en la mesa, quiero metértela ya.
Obediente, Tati se las apañó para darse la vuelta delante de mí, apoyando las manos en una mesita baja que teníamos entre el sofá y la tele.
Volví a subirle el vestido hasta la cintura, descubriendo de nuevo su espectacular trasero. Sin detenerme un segundo, le bajé las bragas y, sin poder contenerme, aferré con fuerza sus nalgas, una con cada mano y las separé con cierta violencia, permitiéndome deleitarme con un exquisito primer plano del culito cerrado de mi novia y de su hinchado y excitado coñito…
–         Tati, ¿puedo metértela por el culo? Hace tiempo que no lo hacemos y tengo ganas…
Ella se volvió hacia mí, con una expresión un tanto triste. Se veía que no le apetecía mucho que la sodomizara.
–         Víctor, porfi, esta noche no… Se acabó la vaselina y no hemos comprado más. No me apetece…
Si hubiera insistido, me habría salido con la mía. Incluso habría hecho que Tati fuera a la cocina en busca de mantequilla o de un yogurt para usarlo de lubricante, pero me sentía muy contento con ella y quería que disfrutase al máximo, quizás sintiéndome un poco culpable por mi historia con Alicia.
–         Vale, nena… Si tú no quieres, no hay más que hablar.
La luminosa sonrisa que Tatiana me dedicó me conmovió de verdad.
Pero eso no iba a impedirme follármela.
No tuve ni que bajarme del sofá, me bastó con sentarme al borde y atraer un poco a Tati hacia mí. Como la mesa en que se apoyaba era muy baja, su culo quedaba perfectamente en pompa y su coñito bien expuesto y preparado para ser usado.
Y yo lo hice. Con habilidad, se la metí desde atrás de un solo viaje, haciéndola gemir de una manera tan erótica que hasta las paredes del salón se estremecieron.
En cuanto la tuve metida en caliente, empecé a mover el culo muy despacio, hundiéndome en Tatiana una y otra vez, ensanchando su coñito, adaptándolo progresivamente al volumen del intruso que la penetraba una y otra vez. Y ella disfrutó hasta el último segundo del proceso.
Poco después, mi vientre aplaudía alegremente contra el trasero de Tatiana, mientras la follaba con infinito placer. Ella se sujetaba sobre la mesa como podía, con la cara escondida entre los brazos, recibiendo mis pollazos y disfrutando de todos ellos.
Tati se corrió nuevamente, poniéndose a aullar como loca. Yo, que estaba un poco incómodo por estar sentado al borde del sofá, decidí cambiar de postura y, agarrándola por la cintura y sin sacársela del coño, me eché hacia atrás levantándola al mismo tiempo. Tati, comprendiendo lo que yo pretendía, colaboró apoyando los pies en el suelo e incorporándose, dejándose caer a continuación sobre mí, completamente empalada en mi polla.
–         Muévete, nena – le susurré al oído mientras Tatiana empezaba a cabalgar lánguidamente sobre mi estaca.
En poco segundos el frenesí volvió a apoderarse de ella y empezó a botar desbocada en mi hombría, metiéndosela una y otra vez hasta el fondo. Yo llevé mis manos hacia delante y, de un tirón, hice saltar todos los botones de la pechera de su vestido, dejando sus melones al aire.
Aferré el sostén por el punto de unión de las copas y tiré hacia arriba, liberando sus tetazas de su encierro, de forma que empezaron a brincar descontroladamente al ritmo de la cabalgada. Yo me apoderé de ellas con las manos, estrujándolas a placer, tironeando y pellizcando sus pezones, mientras su dueña jadeaba y gemía sin dejar de cabalgarme.
–         Joder, Tati – gimoteé – No puedo más. Voy a correrme.
–         Espera, cari, espera, que casi estoy. Hagámoslo a la vez. A la vez amor míooooo.
Y nos corrimos al unísono. Pude sentir perfectamente cómo mi semen se desparramaba en su interior, llenándola hasta arriba. Sus cálidos flujos parecieron brotar como de un surtidor, empapándome el pecho y la entrepierna. Su corazón, cuyos latidos podía sentir, pues seguía aferrado a sus tetas, amenazaba con estallar. Y yo me sentía más o menos igual.
Derrengada, Tati se dejó caer de costado sobre el sofá, desenfundando mi rezumante polla, brillante por la mezcla de fluidos que la empapaba.
–         Mira, cariño – dijo Tatiana jadeando – hemos marcado.
Era verdad. El marcador del partido iba 1 a 0.
 
TALIBOS
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¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 

Relato erótico: “un fin de semana con mis dos zorras 1” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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como sabe el lector vivo con dos sumisas cambio los nombres para ocultar su identidad esta es un finde con mis dos putas sumisa.

– A ver zorras que vengo cansado de trabajar y libro el finde. quiero que me relajéis con vuestros chochos y culos so putas. ahora mismo quiero que vengáis aquí a 4 patas y me comáis la poya.
las dos así que se arrastraron y desnudas vinieron Marta y Maria como dos perritos cuando ven a su amo a comerme la poya me bajaron el pantalón y empezaron a mamarme la poya.
– así zorras -las dije a ambas- pero no me hagáis correr que quiero follaros todos vuestros agujeros primero -dije- quiero que me pongáis caliente y empecéis a comeros vuestros chochos.
ellas empezaron a devorarse una a la otra.
– ahí so puta como me comes el chocho -dijo Maria a Marta.
– pues anda que tu zorra ya tengo los jugos dentro del él.
– menuda lengua tienes so guarra estoy a punto de correrme.
– espérate a que te lo diga el amo cuando quiera el que te corras so zorra sino el amo te castigara.
– no se te ocurra córrete sin mi permiso so puta.
pero Marta no podía aguantar más y se corrió.
-no pude evitarlo amo lo siento.
– te vas a enterar so ramera.
la cogí y la ate a la cama empecé a pasarle una pluma por sus partes más íntimas su chocho y su culo.
– por favor fóllame -me dijo -no puedo más.
– te vas a joder cabrona me follare a Maria y tu solo miraras. eso por haberte corrido sin mi permiso.
así que cogí a Maria y le endiñé mi poya por el chocho.
– toma toma so puta.
– si si amo dame más. soy tu puta folla a tu puta. preña a tu puta. quiero tu poya hasta los cojones.
mientras Marta me suplicaba que la perdonase y que la follase también.
– tu zorra te jodes por haberme desobedecido. te pone tan caliente que desearas que te folle, pero no lo hare y me lo pedirás y me lo suplicaras.
-por favor por favor -lloraba Marta- follarme cabrones necesito una poya. os necesito a los dos.
yo la seguía torturando, pasándole la pluma por sus partes íntimas ella estaba como una moto.
– por favor os necesito a los dos juros que no me correré más sin tu permiso, pero fóllame y ella que me coma el chocho necesito sentir tu poya y su lengua así.
-Ya -dije- me lo suplicaras. suplicarás que te folle. suplícamelo zorra. dime que eres mi puta.
-soy tu puta.
– que has nacido para ser mi zorra.
– he nacido para ser tu puta.
– pídeme que te dé por culo- mientras yo seguía pasándole la pluma por sus partes y poniéndola más cachonda mientras María se masturbaba viéndola pedir poya.
– hazla sufrir amo. me pone a 100 esta guarra viéndola pedir poya.
-te mueres por mi poya.
y la pase la poya por la cara ella estaba loca por chupármela se la pase por el chocho.
– hijo puta -me dijo Marta- métemela de una vez no aguanto más. fóllame ya necesito tu rabo en mi chumino.
-A ver te voy a aliviar un poco el sufrimiento. María chúpala el chocho pero que no se corra sino será peor para ella.
así que María empezó a comerle el chocho.
– ahahahha así puta que gusto lo necesito -dijo Marta.
-te gusta he guarra te pasa eso por haber desobedecido al amo.
– perdóname amo -dijo.
– está bien te perdono quieres mi poya so puta.
– si amo necesito tu rabo por favor.
así que la metí mi poya hasta los cojones.
– ahahahahaha cuanto lo necesitaba- dijo ella.
– toma poya toma zorra.
– si soy tu zorra tu puta aha estoy a punto de correrme por favor.
– córrete zorra.
y ella se corrió como una fuente.
– ahahahahahahaha me corroooooooooooooooooooooo.
mientras María se masturbaba. Viéndola:
– ven aquí tu mi otra puta que te voy a dar por culo.
– si mi culo es tuyo.
– así así toma rabo guarrra. me corroooooooooooooooo -dije yo- en tu puto culo. correrte tu también zorra.
y ella también se vino:
– ahahahame corroooooooooooo de gustooooooooooooooooo.
luego los tres ya relajados les dije:
– arreglaros so guarras y prepárame la cena que quiero comer algo luego os volveré a follar.
ellas ya contentas se fueron corriendo a la cocina eso si si desnudas con un simple delantal nada más cuando estuvo la cena dije sentaron aquí conmigo y cenaremos aquí todos juntos me prepararon una deliciosa cena una ensalada de cangrejo y cordero asado y de postre yogurt comimos los tres, pero dije yo:
– me falta algo.
así que cogí el yogurt y se los unté a las dos en el chocho y empecé a chupar eso está mejor dije ellas se corrieron:
-ahahaaaaaaaaaa que lengua tienes cabrón y que guarro erres nos encanta.
– y ahora a dormir zorras vámonos a la cama que mañana tenemos mucho que follar.
y nos quedamos dormidos como benditos CONTINUARA

Relato erótico: “La mejor amiga de mi hija y la criada luchan por mi 9” (POR GOLFO)

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Esa mañana, Gonzalo no se podía concentrar en su trabajo. Lo ocurrido durante la noche anterior le traía preocupado. Como hombre chapado a la antigua, no comprendía que dos mujeres tan jóvenes se sintieran atraídas por él y menos que estuvieran de acuerdo a compartir su cariño.

«Para ellas, soy un viejo», rumió mientras firmaba unos documentos.

Consciente de la diferencia de edad, se puso a meditar sobre la noche anterior y muy a su pesar reconoció que había sido la mejor de su vida.

«Fue increíble», se dijo rememorando la pasión con la que se habían entregado a él, pero también entre ellas.

Hasta entonces jamás había protagonizado un trío y pensando en ello, comprendió que Antía y Estefany se habían amado sin descuidarle.

«No me sentí excluido en ningún momento», pensó al recordar la pasión con la que los tres dieron rienda suelta a su lujuria durante horas.

Profundizando en lo que había experimentado, recordó que tras quedar exhaustos habían dormido juntos en la misma cama y que esa mañana se había despertado abrazado a ellas. Pensando en ello y siendo sincero consigo mismo, reconoció que se había puesto nervioso y que por un momento temió que, al abrir los ojos, las dos mujeres le echaran en cara lo sucedido:

«Fue al contrario», meditó al rememorar la felicidad de sus rostros cuando le dieron los buenos días y que entre ambas buscaron amarlo nuevamente.

El recuerdo de sus caricias le hizo sonreír y reviviendo la escena, llegó a su mente como se habían aliado para resucitar su maltrecho sexo.

«Parecían encantadas con compartirme y de que yo las compartiera. Es como sintieran que nuestro destino era formar una familia y que quisieran cimentar una relación a tres bandas».

Ese último pensamiento le hizo preguntarse si él también deseaba que esa noche se repitiera sine die convirtiéndolas en sus mujeres de por vida. Sintiéndose un afortunado, la idea le dio vértigo y aterrorizado, supo que esa unión no tenía futuro:

«Dentro de quince años, seré un anciano mientras ellas seguirán siendo jóvenes», sentenció.

No queriendo atarlas a su vejez, decidió que debía hablar con las dos y hacerles ver que tenían que seguir caminos diferentes antes que ese recién estrenado vínculo se hiciera más fuerte. Estaba tratando de pensar en cómo iba a planteárselo cuando de improviso recibió la llamada de Alicia invitándole a comer. Por un momento estuvo a punto de reusar, pero pensando que el destino le estaba dando una nueva oportunidad con alguien de su edad, aceptó verla al mediodía sin saber que la comida sería en su casa. Asumiendo que su amiga daba por supuesto que terminarían en la cama, estuvo a punto de echarse atrás y buscar una excusa, pero entonces echando un brindis al sol únicamente preguntó si quería que llevase algo.

            ―No hace falta, pero si quieres trae una botella de vino― contestó con tono meloso, tono que le hizo saber que no se había equivocado respecto a sus intenciones.   

Como con anterioridad habían retozado juntos y la experiencia siempre había sido satisfactoria, vio en ello la ocasión de demostrarse a sí mismo que llegado el caso podía vivir sin Antía y sin Estefany. Por ello al salir de la oficina, pasó por una enoteca y tras agenciarse un buen Rioja, fue a reunirse con la abogada. Cuando le abrió la puerta y la vio, ratificó por su forma de vestir que si le había invitado era porque necesitaba un revolcón. No en vano, lo había recibido en camisón.

―Estás preciosa― comentó mientras hundía la mirada en su escote.

Nada molesta con el repaso que le dio, su amiga lo saludó con un apasionado beso que despejó sus dudas y menos afectado de lo que le hubiese gustado reconocer, tuvo que soportar que se restregara contra él.

«¿Qué estoy haciendo aquí?», se preguntó al notar que al contrario que en el pasado ese recibimiento no le había puesto cachondo.

Por raro que parezca, su falta de interés provocó que Alicia se excitara y creyendo quizás que la estaba poniendo a prueba, siguió frotándose con mayor ímpetu.

―Llevó como una moto desde que me dijiste que venías― sollozó deseosa de caricias.

Siendo un estupendo ejemplar de mujer, Gonzalo no pudo más que compararlo con las dos bellezas que le esperaban en casa y preocupado, comprendió que no le apetecía echarla un polvo al notar que bajo el pantalón su sexo seguía dormido. Aun así, intentó ponerse a tono acariciándole el trasero.

―Necesito que me folles― rugió al sentir sus dedos recorriéndole las nalgas y arrodillándose ante él, se puso a frotar las mejillas contra su bragueta mientras le echaba en cara el haberla cambiado por una más joven.

Al escuchar la queja creyó que de alguna manera se había enterado de lo suyo con Estefany y eso le preocupó, pero lejos de negarlo contestó:

―Es bastante más complaciente que tú.

Para su sorpresa, Alicia se echó a reír y sacando su pene todavía medio adormilado, le regaló un primer lametón diciendo:

―Nunca has criticado mis mamadas.

Siendo cierto que nunca se había quejado, le pareció fuera de lugar que se enorgulleciera de su pericia y soltando una carcajada, replicó que se las hacían mejores en casa.  Nuevamente, su desgana azuzó la lujuria de la mujer y antes de que pudiera hacer algo por evitarlo, se sumergió su estoque hasta el fondo de la garganta.

― ¡Mira que eres bruta! ― reclamó al sentir la violencia con la que se había apoderado de su miembro mientras se apoyaba en la pared para disfrutar de la hogareña boca de la rubia.

Es más, cerrando los ojos se puso a imaginar que era Antía la que estaba haciéndolo y sin darse cuenta dijo su nombre. Alicia al escuchar que no era ella a quien nombraba supuso erróneamente que lo había hecho a propósito. En vez de cabrearla, se excitó pensando que era un juego y como sabía que era su empleada, contestó:

―Esta chacha está deseando que la empotre su señor.

El desprecio hacía la profesión de la pelirroja lo sacó de las casillas. De haberlo pensado dos veces, nunca hubiese actuado así pero lleno de ira la levantó y con ánimo de castigarla, le desgarró el camisón. Por ilógico que parezca al verse tan abruptamente desnuda, Alicia gimió de placer y poniendo su culo en pompa, lo animó a poseerla diciendo:

―Fóllate a la zorra de tu criada.

La rubia no previó que reaccionara a esa nueva ofensa tan rápidamente y menos que le incrustara de un solo arreón la verga hasta el fondo mientras le recriminaba sus palabras pegándola un sonoro azote.

―Me encanta que me trates como una puta― suspiró sorprendida al sentir como su calentura crecía al ser objeto de esa reprimenda.

Por un breve instante Gonzalo se sintió abochornado por haberla castigado de esa forma, pero entonces le oyó gritar que se la siguiera tirando o le iría con el cuento a sus hijos de que andaba con la fulana que trabajaba en su casa. Sin caer en que la rubia estaba actuando al simular el papel de amante celosa, vio en ello una amenaza e indignado se puso a cabalgarla en plan salvaje aferrado a sus pechos. La brutalidad con la que estaba amartillando su interior la volvió loca y disfrutando como pocas veces en su vida, siguió azuzando su violencia añadiendo a la colombiana a sus insultos. Que incluyera a Estefany lo enervó todavía más y sin dejar de poseerla, Gonzalo comenzó a estrangularla mientras le hacía saber su disgusto.

Lejos de parar, al notar que le faltaba el aire, Alicia siguió amenazándolo con irse de la lengua mientras experimentaba que la calentura de su interior iba alcanzando nuevos límites con el paso de los segundos y que estaba a punto de llegar al orgasmo. Por ello, quizás tardó en reaccionar y tuvo que ser Gonzalo el que se diese cuenta del color amoratado que lucía en el rostro mientras se corría.

― ¡Qué hago! ― gritó liberando su cuello al ver lo cerca que había estado de asfixiarla.

El oxígeno al entrar en sus pulmones intensificó su clímax y sucumbiendo en el placer, comenzó a chillar que siguiera follándosela y no parara. Avergonzado por lo sucedido, pero intrigado por sus imprevistas consecuencias continuó poseyéndola sin aminorar el ritmo, lo cual provocó que la abogada encadenara una serie de orgasmos a cuál más intenso.

― ¡Por dios! ¡lléname con tu semen!

Viendo que no estaba molesta sino encantada, continuó forzando su interior con fieras cuchilladas hasta que la presión acumulada le hizo explotar. Al sentir su simiente regando su coño, Alicia se desplomó agotada y si no la llega a sujetar hubiese dado con la cara contra el suelo. Notando que era incapaz de sostenerse en pie, Gonzalo la tomó entre sus brazos y la llevó al sofá para que se recuperara. La sonrisa de satisfacción que lucía su amiga lo tranquilizó, pero aun así le costó comprender que, al reaccionar, se lanzara a besarlo mientras le daba las gracias por el placer que le había brindado. 

―Nunca creí que me gustara tanto que me trataras como una puta y ahora que lo he descubierto, no pienso dejar que pase tanto tiempo sin que me folles― sonrió mientras se acurrucaba a su lado.

Cayendo por fin en que su amiga había interpretado unos celos que no sentía como parte de un juego sexual, se quedó pensando en que al contrario de las jóvenes que lo esperaban, esa mujer lo quería solo en su cama. Cualquier otro se hubiese dado con un canto en los dientes por tener una pareja sexual tan fogosa, pero él no:

“¡Él necesitaba algo que llenara su vida y eso era lo que las dos jóvenes le ofrecían!”.

Por ello, acomodándose la ropa, se levantó y le dijo adiós, un adiós definitivo:

― ¡Búscate a otro!

Hundido tras haberlas puesto los cuernos, decidió volver a casa y reconocer su pecado antes de que pudieran enterarse por otra vía. Aunque condujo lo más rápido que pudo, cuando llegó al chalet y vio las maletas que Estefany y Antía había preparado para el viaje, creyó que Alicia se le había anticipado y que las dos jóvenes eran conscientes de su traición.  Por eso, con el corazón encogido, las buscó por la casa para que lo perdonaran. Las halló en la cocina tomando un café y malinterpretando sus sonrisas, sollozó pidiéndoles una nueva oportunidad.

            ―Sé que me he comportado como un cretino y que tenéis razón en abandonarme, pero os juro que nunca volveré a cometer ese error.

― ¿De qué hablas? ― preguntó la pelirroja al ver su angustia.

            Como ya no podía echarse atrás, lleno de remordimientos, les fue narrando su día y como al llegar a la casa de Alicia, ésta lo había intentado seducir infructuosamente hasta que se metió con ellas.

            ―No sé qué me pasó. Al escuchar que os insultaba, decidí darle un escarmiento y lo cierto es que terminé empotrándola como un bellaco. Sé que es difícil que me creáis, pero al terminar me sentí hecho una piltrafa y decidí venir a confesároslo.

            Increíblemente ambas sonrieron y acercándose a donde él seguía casi llorando, le dijeron que no importaba y que sabían que su arrepentimiento era sincero. 

            ― ¿Entonces no vais a abandonarme? ― confundido por su reacción, preguntó.

            ―Jamás abandonaría al que va a ser el padre de mis hijos. Cuando una bruja se entrega es para siempre― replicó la colombiana.

Interviniendo Antía añadió:

―Lo mismo ocurre con las meigas. Cuando una se une es de por vida y no pienso más que en la familia que los tres vamos a forzar cuando volvamos de Colombia.

― ¿A qué vais? ¿Le ha pasado algo a tu padre? Decidme la verdad, ¡quiero saberla! ― insistió preocupado por su súbita marcha.

Comprendiendo que de nada servía mentir al hombre que amaban, le pidieron que se sentara mientras le preparaban un té. No tuvo que esforzarse mucho para comprender que lo que le iban a contar no era bueno y sumisamente tomó asiento.

― ¿Qué ocurre? Sea lo que sea, lo tenemos que afrontar juntos…

21

A ocho mil kilómetros de Madrid, Ricardo Redondo acababa de llegar a su mansión llevando como rehén a la hija de su enemigo. Aunque Patricia era atractiva y pensaba seguir haciendo uso de ella, su interés no era sexual. Para él, esa joven era un mero instrumento con el cual obligar a que Estefany volviese al redil y obligarla a traspasarle sus poderes. Pero en su ruin modo de pensar, ya que la tenía a mano, lo lógico era no desperdiciar la ocasión de disfrutar saciando sus oscuras apetencias. Con tiempo de sobra para atormentarla mientras esperaba a la mujer que había educado como suya, observó el desamparo que lucía y satisfecho decidió que había llegado la hora de jugar con ella.

-Desnúdate.

Dominada por el miedo, la cría obedeció y dejando caer los tirantes del vestido, aguardó sus instrucciones. El miedo reflejado en sus ojos y su indudable belleza le divirtió:

-Acércate.

Como un autómata sin voluntad, la joven dio un paso hacia él sin intentar siquiera taparse los pechos al saber que si mostraba de indecisión o rechazo lo único que conseguiría iba a ser dolor. La resignación de su cautiva satisfizo al cincuentón y atrayéndola hacia él, le agarró de las nalgas mientras se ponía a chupar sus pechos. Con ganas de llorar Patricia se quedó inmóvil sabiendo que no debía revelar el asco que sentía por ese hombre. Su actitud sumisa exacerbó la lujuria del cincuentón al sentirse su dueño y deseando que su terror creciera, mordió los pezones de Patricia riendo:

-Cómo me gustaría que tu padre te viera en este momento.

Que ese maldito mencionara a su viejo la hizo reaccionar e intentó abofetearle. Pero lo único que consiguió fue divertirle aún más.

-Cuánto más luches, mejor- respondió al tiempo que la empujaba contra una mesa.

Indefensa, cerró los ojos al sentir que la colocaba con el culo en pompa y violentamente le separaba los cachetes.

-Por favor- sollozó asumiendo que iba a forzar analmente.

Durante unos segundos, el colombiano jugó con su pene en el hoyuelo de la chavala antes de penetrarla. Su pasividad le permitió hundir dolorosamente la verga en el culo de patricia mientras ésta se ponía a llorar. Sus berridos al ser horadada incrementaron la euforia del malnacido que, sabiéndose al mando, empezó a cabalgarla mientras azotándola con las manos abiertas le marcaba el ritmo.

-Muévete, zorra – rugió entusiasmado con la cerrazón del ojete que estaba asaltando.

Los gritos de la joven con cada estocada azuzaron al hispano y sujetándola de los hombros, aceleró su monta con mayor énfasis al notar que se derrumbaba.

-¡Haz disfrutar a tu amo!

Llorando, Patricia deseó que su suplicio terminara y que Ricardo dejara de machacarle el trasero. Por eso cuando notó que se corría llenando de semen sus intestinos, vio en el orgasmo del hombre una liberación. Pero entonces, el cincuentón la obligó a arrodillarse ante él y pasándole la polla por la cara, la hizo separar los labios.

-Chupa- le ordenó mientras se la metía hasta el fondo de la garganta.

Las arcadas de la joven lejos de contrariarlo le animaron a continuar y comenzando a follarle la boca, le exigió que dejara de llorar.

-Limpia tu mierda.

Con lágrimas en los ojos, obedeció y desesperada comenzó a lamer el pene del hombre aquel mientras rezaba que alguien la socorriera.   

-Mozuela, no desesperes. La ayuda viene en camino- escuchó en su mente.

La ternura de la voz de la mujer que hablaba en su cerebro le hizo concebir esperanzas y conteniendo las arcadas que sentía al retirar sus excrementos del pene de su agresor, le preguntó quién era.

-Una enemiga del que te agrede- fue su respuesta.

Sin llegar a comprender cómo era posible que estuviera oyéndola cuando no había nadie más en la habitación, se puso en sus manos y mentalmente le rogó que se diera prisa en auxiliarla porque no sabía cuánto iba a soportar en manos de Ricardo.

-La mujer que amas ya está en camino, pequeña.

-¿Antía?

-Así es, dulce damisela.

Creyéndola indefensa y temiendo que cayera en poder de ese desalmado, sollozó pidiéndola que no viniera, que prefería morir a ponerla en peligro.

-No temas. Tu amada es dueña de un gran poder y con mi ayuda podrá liberarte.

Ajeno a que su víctima estaba manteniendo una conversación con una adversaría de su pasado, el magnate decidió aumentar su sufrimiento y dejándola tirada sobre la mesa, sacó una cuerda y comenzó a atarla. La tranquilidad con la que se dejó inmovilizar con las piernas abiertas de par en par a las cuatro patas de mueble le debió de alertar de que algo ocurría, pero nublado por el deseo de torturarla se echó a reír.

-Veo que has aceptado tu destino- comentó mientras sacaba de un cajón dos velas.   

La angustia de la criatura cuando le incrustó la primera en el ojete le aguijoneó a continuar y encendiendo la segunda, derramó un par de ardientes gotas sobre su pecho.

-Maldito- sollozó al sentir la quemazón en sus pezones y como acto de defensa, se imaginó que no era él sino la gallega quien estaba martirizándola.

Curiosamente, ese pensamiento la hizo estremecer y mientras el maldito iba dejando un reguero de cera por su cuerpo gimió de placer. Esos jadeos sorprendieron a Ricardo e intrigado con esa reacción dejó caer más a la altura de su pubis. Al reconocer en los nuevos gemidos de su víctima que estaba disfrutando, se excitó y sintiéndose poderoso llevó su pene hasta el coño de Patricia y se lo clavó.

-Amor mío- suspiró la rubia sintiendo que era la meiga quien la tomaba.

Asumiendo que esa reacción era resultado del sortilegio que la mantenía en su poder, la empotró contra la mesa con fiereza. Sin entender que estuviera disfrutando con esa violación, continuó martirizándola con nuevas embestidas. Embestidas que increíblemente la joven recibió con gozo y sincronizando sus caderas con ellas, comenzó a gritar que no parara de amarla.

— No te estoy amando, sino follando- respondió molesto y deseando humillarla, le avisó que iba a correrse en su interior.

La chavala ni siquiera lo escuchó. Estaba tan concentrada en imaginar que era la pelirroja quien la tomaba que, al sentir las explosiones de semen en su vagina, se dejó llevar por un orgasmo tan brutal como inesperado. La ira del sujeto se magnificó al ver su gozo y dejándola atada sobre la mesa, fue a mojar su frustración con una copa. Mientras se servía los hielos la oyó suspirar a una tal Antía que siempre sería suya. Cayendo entonces en que Patricia había adjudicado su placer a otra persona y que con ello había podido soportar el castigo al que la había sometido, se acercó a donde seguía debatiéndose y le preguntó quién era esa mujer.

-Mi amada, la criada de mi padre.

Con una mezcla de indignación por no haber conseguido el propósito que buscaba al torturarla y de alivio al no considerar a una empleada doméstica como un peligro, añadió a la gallega a la lista de adversarios a los que tendría que hacer frente.

«Si quiero llevarla a la desesperación, tengo que romper el vínculo que le une con ella», concluyó mientras terminaba de servirse el ron…

Relato erótico: “Rosas de color sangre” (POR VIERI32)

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 ¿Me quito el anillo?, frené el coche, si seguía avanzando chocaría contra un maldito poste por lo desconcentrada que estaba, ¿y quién me socorrería en medio de la noche citadina?, como mucho una prostituta me vería desgraciada en el suelo y aprovecharía para robarme como las carroñeras que son.
Volví a fijarme en mi anillo, mirándolo mientras reposaba ambas manos en el volante, quitármelo sería librarme de una carga enorme, sería el primer paso para terminar con todo aquello que representaba mi patética vida. Amagué retirarlo pero lo pensé mejor, tal vez dentro de mí había algo de esperanzas de que todo pudiera arreglarse, esperanzas para encontrar alguna señal que me dijera que aún había motivos para vivir pese a que de momentos prefería mil veces la muerte que vivir una vida aburrida y sin sorpresas… no, no era vida la mía, sería capaz de arrancarme mi piel sólo para comprobar que dentro de mí ya no había vida, sino una mísera existencia sin más.
Busqué mi cartera en busca de un cigarrillo… ¡mi cartera!, se había quedado dentro del restaurante que estaba abandonando, más precisamente, en la mesa donde mis amigas estaban. Volví para recuperarla con una sonrisa tímida, entré al lugar nuevamente y fue cuando las vi; lo que no soportaba de ellas eran sus pequeñas y casi silenciosas conversaciones cuando yo me retiraba, desde la distancia podía verlas riendo divertidas… Nunca supe si hablaban de mí, pero siempre que me acercaba, su conversación quedaba cortada y nunca más la retomaban. Sexto sentido mío, y podrían decirme egocéntrica, pero estaba segura que hablaban de mí… supongo que les causaba risa que yo haya tenido que dedicarme exclusivamente a las tareas del hogar, mi marido y a mi hijo, lo que me hacía la única del grupo que no trabajaba.
– ¡Violeta, volviste! – exclamó una cuando me vio acercármelas.
– Sí, es que me olvidé de… esto… – dije tomando mi cartera, sacando a relucir la llave de mi hogar.
– Una ama de llaves olvidánse de la… ¿llave? – rió, las demás la acompasaron como hienas.

Y de las peores, con esas miradas que no tenéis idea de cuánto odiaba, esas miradas que escondían algún insulto silencioso tras los ojos.

– Por cierto, que las vi muy divertidas cuando venía, ¿de qué hablaban?
– Este… mira, no se lo digas a nadie, Violeta, pero..
– Es que ese camarero es muy lindo – interrumpió otra -… ¿lo ves? El que está atendiendo hacia la ventana, el rubio…
– Sí, ya veo – dije mirándolo. Patrañas, ni ellas se lo creían, ¿acaso me creían tonta?, ni siquiera yo entendía por qué las seguía considerando amigas, creo que había algo masoquista en mí que me exigía verlas cada semana, algo en mí decía que ellas eran los últimos trazos de vida social que me quedaban y que por más desgraciadas que fueran, debía soportarlas – En fin, ahora sí me debo retirar, estuvo agradable la cena.
– Adiós Vio, quedaremos para la semana que viene, ¿no?
– Ocho de la noche, como siempre – Carroñeras.

Salí para tomar el coche y me dirigí a mi hogar, atravesando rápidamente aquella ciudad tan enorme que me hacía sentir como una mísera hormiguita. Nunca en mi vida me había sentido tan sola pese a estar rodeada de tanta gente, como en casa, donde mi marido no tenía ojos para lo que no fuera la fusión de empresas que él estaba enfrentando desde hacía meses o mi hijo Andrés que ni siquiera se despidió de mí cuando viajó a Portugal para seguir sus estudios, o en mi vida social, donde sólo obtenía risas de parte de hienas. Muchos pensarían que yo era una mujer con la suficiente fortaleza para superar esos escollos, pero nadie, nadie jamás supo cuánto me desmoronaba por dentro.
Una vez llegado, estacioné el coche en el garaje. Me percaté inmediatamente que mi esposo Genaro no estaba; no había señales de su portentoso Opel, supuse que se habría quedado en su oficina hasta tarde. Pero esa noche yo no estaba para más, ni siquiera lo llamaría para saber de él – ya que él nunca me llamaba desde su trabajo –lo que quedaba de esa noche sería para mí, llenaría la tina con agua tibia y me tomaría un baño con sal efervescente a la luz de las velas y con música suave de fondo. Nunca hubo mejor terapia para mis pesares; desaparecían las risas hipócritas, desaparecían mis problemas y por breves instantes se moría mi soledad… durante esos momentos, mi existencia olía al champú de rosas.
 
– – – – –
“… lluvias precipitadas para mediados de la semana y probablemente haya tormenta eléctrica. Con el servicio público de electricidad que tenemos, probablemente nos quedaremos sin energía la tarde del miércoles, así que iros preparando las velas para afrontar la noche, ¿genial, no? En otras noti…”
De un fuerte golpe logré acertar el botón para apagar la radio. Tenía por costumbre programarla a las seis en punto de la mañana, se encendía sintonizando una emisora que me encantaba por la música que pasaban más el divertido hablar del relator. Miré al lado de mi cama, robóticamente dije “Buenos días, querido” pero quedé como tonta al notar que Genaro no estaba en la cama. Me levanté a duras penas, ni siquiera fui al baño o a la cocina, sino que directamente me dirigí hacia las calles para ver si el jodido Opel estaba estacionado.
Y quedé con el ceño fruncido al no ver el coche, una vez más Genaro se había pasado la noche en algún hotel o en casa de sus compañeros. Decía que su empresa siempre costeaba el bar cuando trabajaban horas extras, supongo que él y sus amiguitos gozaron a lo lindo y fueron a dormir en quién sabe dónde. Hasta hoy día sigo pensando que parece un maldito niñato con vergüenza de que lo vea pasado de roscas, prefiriendo dormir en lo de sus amigos que en nuestro hogar, como temiendo algún regaño.
Antes de volver a entrar a mi hogar, una extraña voz me había quitado de mis adentros;
– ¿Disculpe? ¿Es ésta la casa de los Sosa?
Se trataba de un joven de tez oscurísima que intentaba pronunciar cada palabra con gran esfuerzo. Pero ese acento tan bonito, portugués, no se lo escondía ni Dios, venía con una mochila y una gran sonrisa tan bonita que no pude evitar devolvérsela.
– Así es, ¿en qué te puedo ayudar?
– Soy Mauricio Espinosa.
– Ajá… entonces…
– Ya le dije que soy Mauricio.
– Se supone que me digas a qué vienes.
– ¡Ah, sí! Soy el estudiante de intercambio… su hijo está ahora en Portugal en la secundaria donde yo estudio… estudiaba… intercambio… Mauricio E-s-p-i-n-o-z-a…
– ¿Eres tú?, ¡¿viniste hasta aquí solo?! ¿No debías esperar a que te pasáramos a buscar?
– Su esposo me dijo que usted me buscaría a las ocho en el aeropuerto.
– Sí, ¡a las ocho!
– Ya son las nueve menos cuarto– dijo mostrándome su reloj de pulsera.
– ¿Ya?, creo que mi despertador se desprogramó… ¿será?
– Cómo voy a saberlo yo, Señora.
– Señorita – interrumpí con una mirada atigrada que creo hizo asustar el joven. Sé perfectamente que el título de señorita lo había perdido hacía años, pero me daba cierto goce oírlo aún – ¿Cómo hiciste para venir aquí, querido?
– Tomé un taxi y le di la dirección de su hogar – inteligente -¿Entonces ya puedo pasar, señora- – -ita?
– Aprendes lento. Y sí, adelante.
Lo hice pasar y lo llevé hasta su habitación, que en realidad era la de mi hijo. Al entrar, Mauricio dejó su mochila en el suelo y se dispuso a recorrer la habitación con su mirada. Me apoyé en el marco de la puerta mientras jugaba con mi anillo, lo miré y me di cuenta que era el momento adecuado para hacerle saber algunas reglas sobre mi hogar, unos pequeños tips que me había memorizado para decírselo.
– Ahora escucha, no tenemos sirvientas por expresa orden de mi marido – nunca confiaba en ellas – por lo tanto la ropa sucia la debes lavar tú mismo en el sótano, donde encontrarás el lavarropas.

– Por mí no hay problemas.
– ¿En serio? Mira que mi hijo arma un infierno cada vez que debe lavar sus ropas… bien, no se permiten compañeritos o amiguitos en la casa salvo expresa notificación, así tampoco debes pasarte con el volumen de la música que escuches.
– Bien por mí, seño… rita – respondió sentándose en la cama, mirándome con una sonrisa de punta a punta.
– ¿De veras? ¿No parece una imposición sádica? – eso es lo que decía mi hijo.
– Es lo lógico, no tengo por qué andar llevándole la contraria a la dueña de la casa.
– No me lo puedo creer, eres más maduro que mi hijo… y mi esposo… juntos… oye, Mauricio, ¿qué… qué haces?
Sin previo aviso se retiró la remera que llevaba, en un acto reflejo me fijé en sus abdominales bastantes marcados para un chico como él, mi marido quedaba a años luz de tenerlos, y Andrés sólo los tendría en sueños, realmente me impresionó la belleza de su torso, apenas pude ver un tatuaje en su hombro pero volví en mí a tiempo;
– Mauricio, ¿no avisas?
– Sólo me estoy cambiando la camisa.
– Pues la próxima avisa – dije saliendo de la habitación, cerrando su puerta.
En menos de cinco minutos había cruzado más palabras con él que en el último mes con mi hijo. Aún distaba de conocerlo, y yo más que nadie sabía que no debía apresurarme a la hora de formular juicios, pero él me caía bien, su sonrisa sobretodo me hizo cosquillas, algo que había visto pocas veces en los seres que me rodeaban, no parecía esconder insultos silenciosos tras los ojos y su risa no sonaba como las de las hienas carroñeras– ¡Por cierto! – grité para que pudiera oír tras la puerta.
– ¿Qué sucede, señorita? – sonreí al oír esa palabra que le había impuesto, “señorita” con ese acento tan tierno.
– Te espero en la sala para charlar, quiero conocer más de ti antes de dejarte la casa… no te me enojes, soy así, es todo.
– ¡No hay problema, señorita!
– – – – –
– Parece que va a llover.
– No mires la ventana, mírame a mí cuando te hablo – dije con la copa de vino en mi mano.
– ¡Lo siento!
– No te había dicho cómo me llamo.
– Pensé que quería que le dijera “señorita”, señorita.
– Bueno, eso está bien – sonreí jugando con la copa cerca de mi boca – pero si esa palabra la oye mi marido, lo dejas patas arriba. Me llamo Violeta.
– Violeta… me gusta.
– A mí me gusta tu sonrisa. Me pareces tierno y no te veo con malas intenciones.
– ¿Tierno? – preguntó buscando un librillo de su bolsillo.
– Significa que eres adorable, muy bueno, es todo… oye, ya deja de buscarla en tu diccionario.
– Gracias, señorita Violeta.
– No tienes por qué mezclarlos, con decir Violeta estaremos bien. Y sigamos la conversación, ¿qué has dejado atrás?
– Además de mi familia… pues como que extraño mucho a Luz, mi novia, de momentos sólo intercambiaremos mails pero no es lo mismo.
– Ah vaya, Andrés aún no tiene novia, es muy tímido, ¿sabes?
– Me parece raro, habiendo crecido con una dama tan hermosa – y otra vez vino esa sonrisita a la que me estaba haciendo adicta.
– ¿Hermosa? No te lo crees ni tú… Bien, un día de estos saldremos rumbo la ciudad, ¿está claro? Daremos un paseo y continuaremos nuestra charla, me gusta hablar contigo.
– Aún… aún no vi a su esposo.
– Probablemente no venga hoy – bebí todo lo que quedaba en la copa, que no era poco – pero no quiero hablar de él. Así que yo iré a bañarme porque no lo hice desde que desperté, si deseas puedes ver la televisión aquí.
– ¿El ordenador de su hijo tiene conexión?
– Sí, ¿deseas revisar tu correo o algo así? No hay problema, entonces cuando esté lista la comida te la llevaré en tu nueva habitación – le guiñé, dejando la copa en una mesita cercana. Mauricio se levantó, sonriente como no podía ser de otra forma, y subió las escaleras. Fue entonces cuando mis demonios internos me jugaron una mala pasada, contemplé su culito tras el jean que llevaba, parecía tan duro, probablemente el vino ayudaba a imaginarme apretándolo, me mordí los labios y seguí deleitándome del firme panorama hasta que él desapareció de mi vista… “Mauricio” susurré con una sonrisa y el dulce sabor del vino degustándose en mi boca.

Buen tiempo después subí al baño, lo llené con las mismas sales de siempre, encendí la pequeña radio y un par de velas, lentamente mis ropas fueron cayendo al suelo y por fin logré introducirme en la tina. Por más de que no quisiera, mi mente no podía apartarse de Mauricio, apenas lo conocía hacía horas pero yo estaba tan necesitada de compañía, de calor corporal y de sinceridad, que veía en él más de lo que hubiera deseado… mi mano fue bajando hacia mi entrepierna, mis demonios reían y jugaban con mi imaginación mientras mis dedos fueron recorriendo los pliegues de mis labios, ingresando y saliendo raudamente mientras que con la otra mano me masajeaba un seno… ¿qué me sucedía? ¿Acaso mi desesperación era tan grande que me hacía ilusiones con el primer hombre que vi? Pero mis demonios no querían que pensara, sólo querían que mis dedos apresuraran el ritmo, y tras morderme fuerte el labio inferior, volví a susurrar el nombre de mi perversión… “Mauricio”, ni siquiera necesité imaginar mucho con su cuerpo, ya había visto más de lo que debería, y lo peor de todo, estaba tan adicta de él que quería ver más y más.
En mis fantasías Mauricio me hacía suya en mi cama matrimonial, tomándome de la cadera y reventándome mi sexo con el suyo, tan grande, feroz, haciéndome llorar una serenata de lamentos y berridos. Me volví a morder el labio tan fuerte que sentí un frío hilo de sangre, lo recogí con mi lengua y tuvo un gusto especial, raro.. extraño… sangre sabor a rosas.
Justo cuando dos dedos entraban en mí, tuve un plácido estallido que terminó llenándome de un deseo tan enfermizo, deseo por Mauricio, jamás me había sentido así, como una chiquilla adolescente embobada por un chico tierno, atento y gracioso. Jamás, jamás, jamás había pensado en destruir la promesa de mi matrimonio… supongo que para todo hay una primera vez.
Pasaron los días y el pobre Genaro no se contentaba con dormir en la sala. Si esperaba un regaño de mi parte, se quedaba corto. Nuestra discusión duró días, tardes y noches, y como no podíamos estar juntos sin desatar una debacle, decidió dormir en el sofá de la sala durante los días en que estábamos peleados.
Durante esas mañanas, Genaro y Mauricio charlaban amenamente en la cocina o en la sala, es increíble cómo el deporte hermanda a hombres tan diferentes, al parecer una charla sobre el Benfica y su campaña en la Champions los hizo mejores amigos en menos de una hora. De vez en cuando yo pasaba para tomar algo de la heladera o simplemente pasaba por la sala, y cortés como siempre soy, saludaba con mucho cariño a Mauricio sin siquiera dedicarle una mirada a mi marido.
Pasados más días, Genaro y yo conversamos un poco más apaciguadamente y quedamos medianamente reconciliados. Follamos en la habitación para cerrar la jornada, él pensando que se había librado de mi enojo, yo… yo simplemente pensaba que follaba con Mauricio.
– – – – –
– Parece que va a llover – dijo Genaro, mirando la ventana de la habitación mientras yo reposaba sobre su pecho.
– El clima está así desde el sábado pasado… dudo que llueva hoy.
– Menos mal que hoy no, Vio.
– ¿Y eso por qué?
– Mauricio me contó que lo llevarás a la ciudad para que se vaya aclimatando.
– ¡Es cierto!
– ¿Te olvidaste?

– Mejor me preparo, mira que aún es temprano.
– ¿Temprano? Son las seis de la tarde, pensará que se trata de una primera cita – rió él. Reí forzadamente yo, y nuevamente los demonios de adentro dibujaron perversiones, yo poniéndole los cuernos a Genaro con el negrito estudiante de intercambio… acaso… ¿acaso estaba loca por excitarme con esa idea?
Mi marido no dijo nada cuando me vio partir de la habitación con una falda que apenas llegaba a la rodilla, era la perfecta para dejar ver mis piernas cuando conducía mi coche, ni mucho menos se molestó cuando vio que me acomodé los senos frente al espejo.
– Nos veremos más tarde, Genaro – le sonreí, dándole un beso de despedida.
– Bueno, ¿pero justo debes salir hoy? – preguntó sonriendo, viendo mis pechos con esa conocida mirada, aquella que decía que quería follarme de nuevo – además no le has dicho en qué día saldrían, sólo le has dicho “la semana que viene”, vamos que puedes postergarlo.
– ¿Tanto me necesias? ¡Ja, no señor! Además ya me conoces, si no es hoy… no será nunca.
– Pues bien, que se diviertan.
Fui hasta la habitación de Mauricio y pegué mi oído en la puerta; no oía nada, apenas un dulce murmullo que no logré definir. Silenciosamente logré abrir la puerta, fijándome hacia donde estaba instalado el ordenador de mi hijo… quedé boquiabierta, Mauricio estaba mirando lo que parecía ser alguna página pornográfica. Lo peor de todo… o más bien lo mejor de todo, es que pude contemplar con tremendo asombro el tamaño inusitado de su sexo. ¡Se estaba masturbando lentamente!, no pude evitarlo, mi boca quedó abierta y babeando, jamás en mi existencia había visto algo de un tamaño como el de él. Envidia, eso fue lo que sentí luego, envidia por la novia de Mauricio. Yo, pervertida, me quedé contemplando hasta el final cómo el muchacho se daba goce, y cuando lo vi largando todo sobre un pañuelo que tenía preparado en su otra mano, cerré nuevamente la puerta.
Tuve ganas de ir baño para volver a masturbarme, sólo que esta vez, en mis fantasías, el sexo de Mauricio sería corregido en tamaño, el maldito la tenía mucho más grande de lo que fue en mi fantasía perversa con sangre sabor rosas. Pero debía ser fuerte, más allá de que en realidad yo era una mujer cayéndose a mil pedazos por día.
– ¡Mauricio! – grité tras la puerta.
– ¡Vio-Violeta!

– ¿Estás listo? Saldremos en media hora, te espero abajo – Demonios, demonios, demonios…
Cuando al fin salió de su habitación, me buscó en la sala para salir juntos. Él sonreía, yo moría pensando que me degeneraba más y más en mis fantasías. Y ya en el coche noté que de vez en cuando, Mauricio ojeaba mis piernas, muy descubiertas debido al corte diagonal de la falda que dejaba casi medio muslo a la vista, aquello me incomodaría… ¡años atrás me incomodaría, con un marido atento, un hijo leal, amigos verdaderos y una vida satisfactoria! Pero no me quedaba nada de eso, no me importaba arriesgarme, no me importaba pervertirme, pervertir al chico, que mis demonios me dominaran e hicieran de mí la mujer más maldita de todas, él me miraba, yo moría a pedazos pidiendo a gritos ser rescatada por un hombre que me hiciera volver a sentir viva. Por eso elegí la falda corta, por eso no me incomodó su constante mirada.
Separé las piernas más de lo que ya estaban nada más al frenar en un semáforo rojo, con la visión periférica pude notar que Mauricio poco disimulaba en mirarlas, macizas, blancas como la leche pero hirviendo a un vivo rojo sangre. Y mis demonios festejaron porque mi juego estaba comenzando y todo salía de manera prometedora, y así, con las piernas obscenamente abiertas, pregunté;
– ¿Y cómo se llamaba tu novia? – lo miré, pillándolo in fraganti.
Mauricio miró automáticamente hacia delante, como si nada hubiera pasado, el pobre quedó avergonzado durante el resto del viaje, tanto así que nunca hubo conversación en la heladería donde fuimos. Era una visión patética la nuestra, sentados en la mesita más apartada del lugar, yo intentando conversar, él sin saber dónde reposar la mirada.
Le preguntaba más sobre su vida y gustos pero en cambio obtenía monosílabos vacíos, no sonreía, ¡estaba tan adicta a su sonrisa, que en nuestro incómodo silencio, casi le rogué que riera para hacerme sentir viva!
Él se excusó para ir al baño del local mientras yo estaba muriéndome más y más, mi última carta de esperanza se estaba esfumando, Mauricio pronto se enfriaría conmigo por mi estúpido juego. Estaba tan desesperada por no perderlo, por no perderme en la soledad, y así, con el corazón partiéndose dentro de mí, tracé un plan desesperado para recuperarlo, para volver a sentirme viva…
– – – – –
Cuatro días, pasaron cuatro días y ya no aguantaba. En cuatro días follé con mi marido pensando en Mauricio y me masturbé como posesa en el baño, ya no podía quitarlo de mi mente, cada poro de mi cuerpo me exigía a él, por ello mi plan estaba en marcha, por ello mi Pontiac estaba estacionado frente a la secundaria Montpellier donde estudiaba él.
Llegó la hora de la salida, no fue tarea difícil verlo, venía tomado de los brazos con una nueva amiga, sonriente, picarón, pero toda su aura desapareció al verme, sonrisa incluída. Se despidió de su amiga y se acercó al coche con una cara de no creer;
– Violeta… vi-viniste a buscarme… vaya, ¿a qué se debe?
– Fui al mercado y como el colegio estaba de paso… ¿y quién es ella? La que se está yendo hacia la esquina.
– ¡Ah! Es una nueva amiga, me está ayudando con algunas materias… Isabella.
– Me alegra que hayas encontrado una niñata-cara-de-pendeja que te ayude en tus deberes…
– ¿He? ¿Cara-que-qué? ¿Y eso qué significa?
– Nada. Vayamos a caminar – dije saliendo del coche. Tomé de su mano y lo llevé hasta detrás del estacionamiento, sin hacer caso a sus insistentes preguntas sobre a dónde íbamos. Y por fin ocultos de las miradas de los desconocidos, lo empujé contra la pared, con esa mirada atigrada tan mía, tan poderosa, la de una predadora lista para comerse a su tierna presa. El pobrecillo se asustó cuando me acerqué para besarlo, por fin agarré ese delicioso trasero mientras mi lengua se enterraba en su boca. Mis demonios festejaban, mi corazón latía apresuradamente porque la dulce boca de Mauricio sabía a rosas, las mismas rosas que olí durante mi masturbación en el baño, tuve ganas vampíricas de morderlo tan fuertemente para probar su sangre, para comprobar si ésta era tan deliciosa como la mía, pero él interrumpió bruscamente.
– ¡Señorita! – volvió a sonreír, tímidamente, casi una sonrisa sosa, mezcla de sorpresa y agrado, pero sonrisa al fin y al cabo – ¿Pero qué su-sucede?
– ¿No habíamos acordado que me llamarías por el nombre?
– ¡Violeta!, ¿por qué… por qué sonríes así?
– Sonrío porque sonríes – respondí sin soltar mi mano de su culo, a centímetros de un nuevo beso que fue correspondido. Juraría que mi existencia cesó su caída en ese instante, nunca había probado algo tan delicioso, tan morboso, ¿quién hubiera dicho que pecar contra el voto matrimonial sería la cura perfecta para mi desgracia? Mauricio, el pobre muchacho jamás entendió por qué lagrimeé un poco durante nuestro beso. Un beso bastante torpe, yo sabía perfectamente qué hacer y dónde poner las cosas… él… él aún tenía mucho por aprender.

– Ahora responde bien… ¿quién era esa chica con quien estabas recién?
– No era nadie, Vio. Nadie.
– Me equivoqué cuando dije que aprendías lento – le guiñé, justo antes de volver a comerme su boquita de rosas, y al par de minutos, él se apartó del tonto morreo que hacíamos;
– Aún así no entendí eso de cara-no-sé-qué… ¿eso está en un diccionario?
– Hummm, no perdamos el tiempo con tonterías… ¿por qué no volvemos al coche? – No se necesitaron más palabras, nos dirigimos inocentemente al coche sin que nadie en las inmediaciones del colegio se percatara la morbosa realidad.
Quise maniobrar hasta el primer motel que se nos cruzara, pero yo estaba tan lubricada, tan fogosa, era tan grande mi necesidad de sentir a Mauricio dentro de mí que estacioné en una plaza, miré a mi acompañante con mis ojos atigrados, con una fina sonrisa, pícara, esperando que él entendiera todo sin necesidad de palabras ni de diccionarios.
Se inclinó hacia mí, sus manos directamente fueron hacia mis pechos, pero antes de alcanzarlos, me alejé para empujarlo de nuevo hacia su asiento;
– ¿Y ahora qué? – preguntó.
– Sé cómo son ustedes, les encanta ir fanfarroneando sobre sus conquistas…
– ¿¡Yo!? No, no, no, le juro..
– ¡Calla! Ahora escúchame– dije tomando el cuello de su camisa con un puño, acercándolo a mi boca – nadie creerá que un negrito como tú se acuesta con una casada como yo, así que ni te molestes en fanfarronearlo a algún nuevo amiguito – e inmediatamente lo besé con lengua, fuerte, animalesca, tomando terreno – y no creas que andaré complaciéndote en todo y en cualquier momento sólo porque te necesito para ciertos… menesteres.
– ¿Son nuevas reglas? Porque con gusto las cumplo todas – preguntó con esa sonrisa preciosa, me derretiría del encanto que emanaba, pero yo debía demostrar fiereza. Y nuevamente se acercó para besarme.
– Aprendes rápido – susurré dificultosamente, pues mi labio inferior era atrapado por los de él, y dicho esto me incliné para retirarle su cinturón, llevé mi mano dentro de su jean y tras sortear su ropa interior, pude sacar a relucir un miembro que, si bien no estaba del todo erecto, tenía un tamaño prometedor.
Mauricio resoplaba, recostado sobre el asiento trasero mientras yo introducía en mi boca su sexo… sabor a rosas, parecía que el destino preparó todo con sumo cuidado, aquel tremendo mástil que crecía y crecía en mi boca, tenía sabor a rosas. Repasé la lengua por todo el tronco con una cara de vicio que no había tenido desde hacía años, él masajeaba mi pelo dulcemente, mascullando quién sabe qué, y yo… yo simplemente lamía rosas.
Pero todo tenía que terminar rápidamente, él tomó un puñado de mi pelo y me apartó del miembro que yo comía como niña golosa, un hilo de baba se me escapó de entre mis labios y mis ojos atigrados se amansaron, mirando a Mauricio, como rogándole que me dejara chupársela, nunca en mi existencia me había sentido tan deseosa, excitada, con cada centímetro de mi ser exigiendo a Mauricio, pero éste me apartó de su sexo, por eso mi mirada se apaciguó amargamente;
– ¿Qué haces? Suéltame el pelo.
– Tranquila, sé lo que hago.
– ¿Ah, sí? ¿Qué va a saber alguien como tú?
– Te sorprenderías, pero no lo averiguarás ahora.
– ¿Y eso por qué?
– Ahora no porque… la policía, a diez metros de aquí… ¡y acercándose!
Giré la mirada, era cierto, un policía se acercaba hacia nuestro coche, y pese a que probablemente no veía del todo bien qué sucedía dentro, hizo que me asustara, mil pensamientos me nublaron la cabeza, ¿y si me descubrían?, ¿y si mi marido se enteraba?, ¿podría soportar mi existencia?, pero no tenía tiempo para hundirme en ello, no podía permitirme vencer tan fácilmente por el susto, velozmente ocupé el asiento del chofer y arranqué el auto;
– ¿Volvemos a casa? – preguntó Mauricio.
– ¿Quieres volver?
– Dependiendo, su marido está en casa o…
– Está en su trabajo.
– Entiendo, pues entonces sí, quiero volver a casa.
– ¿Acaso le tienes miedo o qué? – reí.
– No le tengo miedo pero sería mejor que él no estuviera, ¿no?
– No quise decir que… Esto… mira, está… está empezando a llover… Es lo último que necesitaba…
– ¿Y eso por qué?

– – – – –
Era un espectáculo de otro mundo, el montón de velas dispersas en toda la sala debido al corte de luz que vino con la tormenta eléctrica que sucedía afuera, adentro parecía estar tan apaciguado, naranjezco, como un atardecer melancólico, treinta y dos velas esparcidas en el lugar, como treinta y dos soles ocultándose para darnos el espectáculo más maravilloso.
Mi anillo lo dejé en la mesita de luz mientras Mauricio bajaba por las escaleras con sólo una toalla en su cintura, pude volver a ver su tatuaje en el hombro izquierdo, cuando él se acercó, pegué mi cuerpo al suyo para deshacerle de su toalla, besando justo sobre el tatuaje… una rosa negra, por fin pude verla… una jodida rosa, como si todo estuviera preparado.
– Qué bonita rosa – susurré al tiempo en que su toalla volaba por la sala para detenerse en el suelo.
– Me la hice en una plaza en Lisboa… fue el primer regalo que me dio Luz, una rosa.
– ¿Una rosa negra?
– En realidad era roja, pero me salía más barato si elegía la negra – rió. Volví a besar su hombro junto con una mordida pequeña que se marcó en su piel.
– Ponte de cuatro en el suelo – dijo él bajando el cierre de mi falda. Un temblor recorrió mis piernas, de arriba para abajo, normalmente lo abofetearía y le diría que yo era quien mandaba, pero no podía, estaba tan excitada que me despojé de mis ropas y lo obedecí al instante.
Las únicas, las velas eran las únicas que veían cómo yo, de cuatro patas en el suelo, estaba siendo sobada por la mano de Mauricio. Ya nada podía detenerme, ya el plan había terminado victorioso, casi babeando rogué a mi amante que me penetrara, que me hiciera suya de una jodida vez, lo deseaba desde que lo conocí, ¡mi sexo rogaba por él, no por sus dedos, sino por su maldita tranca que me había penetrado sólo en imaginaciones!
Cómo me estremecí cuando se comió mi sexo, el maldito sabía muy bien trabajar con la lengua, me tenía al borde de la locura con unos potentes lengüetazos que de vez en cuando se pasaban por mi culo, si todo seguía así me vendría un desmayo… separó mis labios con sus dedos y hundió su lengua, succionando todo lo que encontraba, pieles, jugos, vellos, todo en uno, mi cuerpo se convulsionaba como si tratara de una desesperada, arañaba el suelo, me mordía los labios pero era simplemente imposible.
Me dijo algo, no entendí, pero el tono dulce me tranquilizó, apenas sentí una tibia carne reposando entre los pliegues de mis labios hinchados, lubricados con su saliva, deseosos… mi rostro se pegó al suelo, él habrá gozado con la imagen obscena que le regalé, postrada ante él, rindiéndome ante su maravilloso sexo. Tomó de mis caderas con sus manos, casi me sentí como un animal a quien debía sujetar por si el dolor se pasaba de los límites, y justo cuando susurró algo en portugués, sentí cómo su sexo se abría paso en el mío y cómo un dedo entraba raudamente en mi lubricado ano.
Lo enterraba profundo y me lo sacaba, me lo metía y me lo volvía a sacar casi por completo para volverlo a meter, dedos y sexo, era una jodida locura, daba unos círculos dentro de mí, sus penetradas empezaron a adquirir vigor y supo darme los mejores minutos de mi vida.
Soportó lo que más que pudo, noté que le vinieron unos espasmos potentísimos, apreté las paredes de mi sexo para que él me lo empalmara todo, para que cerrara la jornada de una buena vez mientras su dedo corazón entraba en lo profundo de mi esfínter.
A las luces de las velas, pequé al matrimonio para salvarme de una existencia desgraciada y vacía, Mauricio me salvó, el vacío se llenó… él habrá pensado que lagrimeé por el dolor que causaba sus salvajes arremetidas, pero en realidad lloraba porque por fin sentí que mi existencia… que mi vida dejó de caerse en un pozo sin fin.
Cuando terminamos, giré hacia él para besarlo, y bajando por el cuello, nuevamente besé el tatuaje de su hombro mientras sus manos magreaban mi culo… mordí el tatuaje con fuerza;
– Auchhh… Violeta, ¿y esa mordida?
– Espero dejarte una marca para que me recuerdes… ¿y qué mejor lugar que en la rosa que te regaló tu noviecita?
Él vio el tatuaje, un leve halo de sangre surgió y no tardé en lamer aquella rosa que poco a poco tenía un color rojo intenso, una rosa color sangre tatuada en mi memoria… juro que en ese instante mi vida tuvo sabor a rosas.
– Me salvaste – le susurré, abrazándolo bajo las luces crepusculares de las velas. Sólo yo y él, sin anillos, sin diccionarios ni demonios, nunca me había sentido tan feliz y tan maldita a la vez…
– – – – –
– ¿Está durmiendo ya?
– Sí, señor… como un ángel.
– Aquí está el dinero que te prometí.
– ¿Pudo… ver todo?
– Vi suficiente, aunque eso ya no es de tu incumbencia.
– Entonces no me dirá por qué me ha pedido que me acueste con su esposa.
– No era parte del trato, amigo, no te pago para preguntar. Pero mira – dijo alejándose de la sala con el halo del humo de su cigarro siguiéndolo – es que a veces pecando uno salva un matrimonio… Violeta estaba en un pozo depresivo del que ni yo podía salvarla, y cuando vi que se llevó la faldita corta y erótica sólo para llevarte a una heladería… ¿qué quieres que te diga, Mauricio? Vi en ti su salvación… – otra bocanada.
– ¿Le dirá todo esto? – preguntó Mauricio sin hacerle caso, viéndola de reojo.
– Lo dudo… mírala, durmiendo con una sonrisita que nunca antes había tenido, jamás me atrevería a confesarle que te pagué para que te acostaras con ella… sería quitarle esa hermosa sonrisa para siempre… me molesta que no sea yo el causante de su repentina felicidad, pero es un pequeño precio que hay que pagar, ¿no lo crees?
– Entiendo – respondió Mauricio, restregando el fajo de dinero por su nariz.
– ¿Hueles el dinero? – sonrió Genaro entre el humo y los treinta y dos atardeceres de la sala – ¿es delicioso, eh?
– Es extraño, señor… no sé por qué… pero huele a rosas…
– Rosas de Color Sangre –

Libro para descargar: “Un verano inolvidable” (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Contra mi voluntad, mi madre me informa que su hermana pequeña, mi tía Elena, me va a hacer compañía ese verano en Laredo. Cabreado intento convencer pero no da su brazo a torcer por lo que salgo rumbo a la playa con ella, sin saber que ese verano cambiaría para siempre el rumbo de nuestras vidas. Junto con ella, seduzco a Belén y a su madre.

A partir de ahí, los cuatro juntos nos sumergimos en una espiral de sexo.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo EL  PRIMER CAPÍTULO:

Capítulo 1

La historia que os voy a contar me ocurrió hace algunos años, cuando estaba estudiando en la universidad. Con casi veintidós años y una más que decente carrera, mis viejos no podían ningún impedimento a que durante las vacaciones de verano, me fuera solo a la casa que teníamos en Laredo. Acostumbraba al terminar los exámenes a irme allí solo y durante más de un mes, pegarme una vida de sultán a base de copas y playa. Por eso cuando una semana antes de salir rumbo a ese paraíso mi madre me informó que tendría que compartir el chalet con mi tía, me disgustó.
Aunque mi relación con la hermana pequeña de mi madre era buena, aun así me jodió porque con Elena allí no podría comportarme como siempre.
«Se ha acabado andar desnudo y llevarme a zorritas a la cama», pensé, «y para colmo tendré que cargar con ella».
Mis reticencias tenían base ya que mi tía era una solterona de cuarenta años a la que nunca se le había conocido novio y que era famosa en la familia por su ingenuidad en temas de pareja. No sé cuántas veces presencié como mi padre le tomaba el pelo abusando de su falta de picardía hasta que mi madre salía en su auxilio y le explicaba el asunto. Al entender la burla, Elena se ponía colorada y cambiaba de tema.
―No entiendo que con casi cuarenta años caigas siempre en esas bromas― le decía mi vieja, ― ¡Madura!
Los justificados reproches de su hermana lo único que conseguían era incrementar la vergüenza de la pobre que normalmente terminaba yéndose de la habitación para evitar que su cuñado siguiera riéndose de ella.
Pero volviendo a ese día, por mucho que intenté hacerle ver a mi madre que además de joderme las vacaciones su hermana se aburriría al estar sola, no conseguí que diera su brazo a torcer y por eso me tuve que hacer a la idea de pasar un mes con ella.

Nos vamos a Laredo mi tía y yo.
Tal y como habíamos quedado, a mediados de Junio, me vi saliendo con ella rumbo al norte. Como a ella no le apetecía conducir en cuanto metimos nuestro equipaje, me dio las llaves de su coche diciendo:
― ¿Quieres conducir? Estoy muy cansada.
Ni que decir tiene que en cuanto la escuché acepté de inmediato porque no en vano el automóvil en cuestión era un precioso BMW descapotable. Encantado con la idea me puse al volante mientras ella se sentaba en el asiento del copiloto. Ya preparados, nos pusimos en camino. No tardé en comprobar que mi tía no había mentido porque al rato se quedó dormida.
Para los que no lo sepan, entre Madrid y Laredo hay unos cuatrocientos cincuenta kilómetros y se tarda unas cuatro horas sin incluir paradas y viendo que no iba a obtener conversación de ella, puse la radio y decidí comprobar si como decían las revistas, ese coche era una maravilla. Con ella roncando a pierna suelta y aunque había mucho tráfico, llegué a Burgos en menos de dos horas y como me había pedido parar en el hotel Landa para almorzar, directamente me salí de la autopista y entré en el parking de ese establecimiento.
Ya aparcado y antes de despertarla, me la quedé mirando. Mi tía seguía dormida y eso me permitió observarla con detenimiento sin que ella se percatara de ese escrutinio.
«Para su edad está buena», sentencié después darle un buen repaso y comprobar que la naturaleza le había dotado de unas ubres que rivalizarían con las de cualquier vaca, «lo que no comprendo es porqué nunca ha tenido novio».
En ese momento fue cuando realmente empecé a verla como mujer ya que hasta entonces Elena era únicamente la hermana de mamá pero ese día corroboré que esa ingenua era dueña de un cuerpo espectacular. Su melena castaña, su estupendo culo y sus largas piernas hacían de ella una mujer atractiva. La confirmación de todo ello vino cuando habiéndola despertado, entramos al restaurante de ese hotel y todos los hombres presentes en el local se quedaron mirando embobados el movimiento de sus nalgas al caminar.
Muerto de risa y queriendo romper el hielo, susurré en su oído:
―Tía, ¡Debías haberte puesto un traje menos pegado!
Ella que ni se había fijado en las miradas que le echaban, me preguntó si no le quedaba bien. Os juro que entonces caí en la cuenta que no sabía el efecto que su cuerpo provocaba a su paso y soltando una carcajada, le solté:
― Estupendamente. ¡Ese es el problema! – y señalando a un grupo de cuarentones sentados en una mesa, proseguí diciendo: ― ¡Te están comiendo con los ojos!
Al mirar hacía ese lugar y comprobar mis palabras, se puso nerviosa y totalmente colorada, me rogó que me pusiera de modo que tapara a esa tropa de salidos. Cómo es normal, obedecí y colocándome de frente a ella, llamé al camarero y pedí nuestras consumiciones.
Mientras nos las traía, Elena seguía muy alterada y se mantenía con la cabeza gacha como si eso evitara que la siguieran mirando. Esa actitud tan esquiva, ratificó punto por punto la opinión que mi viejo tenía de su cuñada:
“Mi tía era, además de ingenua, de una timidez casi enfermiza».
Viendo el mal rato que estaba pasando, le propuse que nos fuéramos pero entonces ella, con un tono de súplica, me soltó:
― ¿Soy tan fea?
Alucinado porque esa mujer hubiese malinterpretado la situación, me tomé unos segundos antes de contestar:
― ¿Eres tonta o qué? No te das cuenta que si te están mirando es porque estás buenísima.
Mi respuesta la descolocó y casi llorando, dijo de muy mal humor:
― ¡No me tomes el pelo! ¡Sé lo que soy y me miro al espejo!
Fue entonces cuando asumiendo que necesitaba que alguien le abriera los ojos y sin recapacitar sobre las consecuencias, contesté:
― Pues ponte gafas. No solo no eres fea sino que eres una belleza. La gran mayoría de las mujeres desearían que las miraran así. Esos tipos te están devorando con los ojos porque seguramente ninguna de sus esposas tiene unas tetas y un trasero tan impresionantes como el tuyo.
La firmeza con la que hablé le hizo quedarse pensando y tras unos instantes de confusión, sonriendo me contestó:
― Gracias por el piropo pero no te creo.
Debí haberme quedado callado pero me parecía inconcebible que se minusvalorara de ese modo y por eso cometí el error de cogerle de la mano y decirle:
― No te he mentido. Si no fueras mi tía, intentaría ligar contigo.
Lo creáis o no creo que en ese preciso momento esa mujer me creyó porque mirándome a los ojos, me dio las gracias sin percatarse que bajo su vestido involuntariamente sus pezones se le habían puesto duros. El tamaño de esos dos bultos fue tal que no pude más que quedarme embobado mientras pensaba:
“¡No me puedo creer que nunca me hubiese fijado en sus pitones».
Tuvo que ser el camarero quien rompiera el incómodo silencio que se había instalado entre nosotros al traer la comanda. Ambos agradecimos su interrupción, ella porque estaba alucinada por el calor con el que la miraba su sobrino y yo por el descubrimiento que Elena era una mujer de bandera.
Al terminar ninguno de los dos comentó nada y hablando de temas insustanciales, nos montamos en el coche sin ser enteramente conscientes que esa breve parada había cambiado algo entre nosotros.
«Estoy como una cabra», mascullé entre dientes, «seguro que se ha dado cuenta de cómo le miraba las tetas».

Durante el resto del camino la hermana de mi madre se mantuvo casi en silencio como rumiando lo sucedido. Solo cuando ya habíamos dejado atrás Bilbao y estábamos a punto de llegar a Laredo, salió de su mutismo y como si no hubiéramos dejado de hablar del tema, me preguntó:
―Si estoy tan buena, ¿Por qué ningún hombre me ha hecho caso?
Como su pregunta me parecía una solemne idiotez, sin medirme, contesté:
―Ya que tienes ese cuerpazo, ¡Muéstralo! ¡Olvídate de trajes cerrados y ponte un escote! ¡Verás cómo acuden en manada!
Confieso que nunca preví que tomándome la palabra, me soltara:
―¿Tú me ayudarías? ¿Me acompañaría a escoger ropa?
La dulzura pero sobre todo la angustia que demostró al pedírmelo, no me dio pie a negarme y por eso le prometí que al día siguiente, la acompañaría de compras. Lo que no me esperaba que poniendo un puchero, Elena contestara:
―No seas malo. Es temprano, ¿Por qué no hoy?
Al mirar el reloj y descubrir que ni siquiera era hora de comer, contesté:
―De acuerdo. Bajamos el equipaje en casa, comemos y te acompaño.
Su sonrisa hizo que mereciera la pena perderme esa tarde de playa, por eso no me quejé cuando habiendo descargado nuestras cosas y sin darme tiempo de acomodarlas en mi habitación, me rogó que fuéramos a un centro comercial a comer y así tener más tiempo para elegir.
―¡He despertado a la bestia!― exclamé al notar la urgencia en sus ojos.
Elena soltando una carcajada, me despeinó con una mano diciendo:
―He decidido hacerte caso y cambiar.
La alegría de su tono me debió advertir que algo iba a suceder pero comportándome como un lelo, me dejé llevar a rastras hasta ese lugar. Una vez allí, entramos en un italiano y mientras comíamos, mi tía no paró de señalar los vestidos de las crías que iban y venían por la galería, preguntando como le quedarían a ella. El colmo fue al terminar y cuando nos dirigíamos hacia el ZARA, Elena se quedó mirando el escaparate de Victoria Secret´s y mostrándome un picardías tan escueto como subido de tono, me preguntara:
―¿Te parecería bien que me lo comprara o es demasiado atrevido?
Cortado por que me preguntara algo tan íntimo, contesté:
―Seguro que te queda de perlas.
Elena al dar por sentada mi aprobación entró conmigo en el local y dirigiéndose a una vendedora, pidió que trajeran uno de su talla. Ya con él en su mano, se metió en el probador dejándome a mí con su bolso fuera. No habían trascurrido tres minutos cuando vi que se entreabría la puerta y la mano de mi tía haciéndome señas de que entrara. Sonrojado hasta decir basta, le hice caso y entré en el pequeño habitáculo para encontrarme a mi tía únicamente vestida con ese conjunto.
Confieso que me quedé obnubilado al contemplarla de esa guisa y recreando mi mirada en sus enormes pechos, no pude más que mostrarle mi asombro diciendo:
― ¡Quién te follara!
La burrada de mi respuesta, la hizo reír y mientras me echaba otra vez para afuera, la escuché decir:
―¡Mira que eres bruto! ¡Qué soy tu tía!
Por su tono descubrí que no se había enfadado por mi exabrupto ya que aunque era el hijo de su hermana, de cierta manera se había sentido halagada con esa muestra tan soez de admiración.
«No puede ser», pensé al saber que además para ella yo era un crío.
Al salir ratificó que no le había molestado tomándome del brazo y con una alegría desbordante, llevándome de una tienda a otra en busca de trapos. No os podéis hacer una idea de cuantas visitamos y cuanta ropa se probó hasta que al cabo de dos horas y con tres bolsas repletas con sus compras, salimos de ese centro comercial.
Ya en el coche, mi tía comentó entre risas:
―Creo que me he pasado. Me he comprado cuatro vestidos, el conjunto de lencería y un par de bikinis.
―Más bien― contesté mientras encendía el automóvil.
Ni siquiera habíamos salido del parking cuando haciéndome parar, me pidió que bajara la capota ya que le apetecía sentir la brisa del mar. Haciendo caso, oprimí el botón y en menos de diez segundos, el techo se escondió y ya totalmente descapotados salimos a la calle.
―¡Me encanta!― chilló con alegría,
La felicidad de su rostro mientras recorríamos el paseo marítimo, me puso de buen humor y momentáneamente me olvidé el parentesco que nos unía, llegando al extremo de posar mi mano sobre su muslo. Al darme cuenta, la retiré lo más rápido que pude pero entonces Elena protestó diciendo:
―Déjala ahí, no me molesta.
La naturalidad con la que lo dijo, me hizo conocer que quizás en pocas ocasiones había sentido sobre su piel la caricia de un hombre y por eso no pude evitar excitarme pensando que podía seguir siendo virgen.
«Estoy desvariando», exclamé mentalmente al percatarme que esa mujer que estaba deseando desflorar era mi familiar mientras a mi lado, ella había vuelto a poner mi mano sobre su muslo.
Instintivamente, mi imaginación voló y mientras pensaba en cómo sería ella en la cama, comencé a acariciarla hasta que la realidad volvió de golpe en un semáforo cuando al mirarla descubrí que tenía su vestido completamente subido y que podía verle las bragas.
«¡Qué coño estoy haciendo!», pensé al darme cuenta que estaba tocando a la hermana de mi madre.
Asustado por ese hecho pero no queriendo que ella se molestara con una rápida huida, aproveché que se ponía verde para retirar mi mano al tener que meter la marcha y ya no volví a ponerla sobre su muslo. Pasado un minuto de reojo comprobé que Elena estaba cabreada pero como no podía reconocer que estaba disfrutando con los toqueteos de su sobrino y más aún el pedirme descaradamente que los continuara.
Afortunadamente estábamos cerca de la casa de mis padres y por eso sin preguntar me dirigí directamente hacia allá. Nada más cruzar la puerta, mi tía desapareció rumbo a su cuarto dejándome con mi conciencia. En mi mente me veía como un pervertidor que se estaba aprovechando de la ingenuidad de esa mujer y de su falta de experiencia y por eso decidí tratar de evitar cualquier tipo de familiaridad aun sabiendo que eso me iba a resultar difícil porque estaríamos ella y yo solos durante un mes.
Habiéndolo resuelto comprendí que lo mejor que podía hacer era irme a dar una vuelta y eso hice. En pocas palabras, hui como un cobarde y no volví hasta que Elena me informó que me estaba esperando para cenar.
―Al rato llego― contesté acojonado que le dijera a mi vieja que la había estado tocando.
Aunque le había dicho que tardaría en volver, comprendí que no me quedaba más remedio que ir a verla y pedirle de alguna manera perdón. Creo que mi tía debió de suponer que tardaría más tiempo porque al entrar en el chalet, escuché que estaba la tele puesta.
Al acercarme al salón, la encontré viendo una de mis películas porno. No sé si fue la sorpresa o el morbo pero desde la puerta me puse a espiar que es lo que hacía para descubrir que creyéndose sola, se estaba masturbando mientras miraba como en la pantalla un jovencito se tiraba a una cuarentona.
“¡No me lo puedo creer!», pensé al saber que entre todas mis películas había ido a escoger una que bien podría ser nuestra historia. «Un veinteañero con una dama que le dobla en edad».
Ese descubrimiento y los gemidos que salían de su garganta al acariciarse el clítoris, me pusieron como una moto y bajándome la bragueta saqué mi pene de su encierro y me empecé a pajear mientras observaba en el sofá a mi tía tocándose. Elena sin saber que su sobrino la espiaba desde el zaguán, separó sus rodillas y metiendo su mano por debajo de su braga, separó sus labios y usando un dedo, lo metió dentro de su sexo.
Sabía que me podía descubrir pero aun así necesitaba verla mejor y por eso agachándome, gateé hasta detrás de un sillón desde donde tendría una vista inmejorable de sus maniobras. Para empeorar la situación y mi calentura, en ese momento, mi querida tía cogió uno de sus senos apretándolo con la mano izquierda mientras la derecha no dejaba de torturar su mojado coño.
“¡Está tan bruta como yo», tuve que admitir mientras me pajeaba para calmar mi excitación.
A mi lado, Elena intensificó sus toqueteos pegando sonoros gemidos. Os juro que podía ver hasta el sudor cayendo por el canalillo de su escote pero aun así quería más. Totalmente excitada, la vi cómo se arqueaba su espalda y como cerraba sus piernas con su mano dentro de ella en un intento de controlar el placer que estaba sintiendo. En ese momento, cerró los ojos cerrados y mientras disfrutaba de un brutal orgasmo, mi tía gritó mi nombre y cayó agotada sobre el sofá, momento que aproveché para salir en silencio tanto de la habitación como de la casa.
Ya en el jardín, me quedé pensando en lo que había visto y no queriendo que Elena se sintiera incómoda, me dije que no le contaría nunca que la había descubierto haciéndose una paja pensando en mí.
“Está tan sola que incluso fantasea que su sobrino intenta seducirla», sentencié tomando la decisión de no darle ninguna excusa para que se sintiera atraída.
La cena.
Diez minutos más tarde, no podía prolongar mi llegada y como no quería volverla a pillar en un renuncio, saludé en voz alta antes de entrar.
― Estoy aquí― contestó Elena.
Siguiendo el sonido de su voz, llegué a la cocina donde mi tía estaba preparando la cena. Nada más verla, supe que me iba a resultar complicado no babear mirándola porque se había puesto cómoda poniéndose una bata negra de raso, tan corta que apenas le tapaba el culo.
“¿De qué va?», me pregunté al observarla porque a lo escueto de su bata se sumaba unas medias de encaje a medio muslo. “¡Se está exhibiendo!».
La certeza de que Elena estaba desbocada y que de algún modo intentaba seducirme, me hizo palidecer y tratando de que no notara la atracción que sentía por ella, abrí el refrigerador y saqué una cerveza. Todavía no la había abierto cuando de pronto se giró y dijo:
― Tengo una botella de vino enfriando. ¿Me podrías poner otra copa?
Su tono meloso me puso los vellos de punta y dejando la cerveza, saqué la botella mientras trataba de ordenar mis pensamientos. Al mirarla, descubrí que ya se había bebido la mitad.
“Macho recuerda quien es», repetí mentalmente intentando retirar mi mirada de su trasero, “está buena pero es tu tía».
Sintiéndome un mierda, serví dos vasos. Al darle el suyo, mi hasta entonces ingenua familiar extendió su brazo y gracias a ello, se le abrió un poco la bata dejándome descubrir que llevaba puesto el picardías que había elegido esa tarde. Mis ojos no pudieron evitar el recorrer su escote y ella al notar que la miraba, sonriendo me soltó:
― Me he puesto el conjunto que tanto te gustó― tras lo cual y sin medirse, se abrió la bata y modeló con descaro a través de la cocina la lencería que llevaba puesta.
Por mucho que intenté no verme afectado con esa exhibición sentándome en una silla, fallé por completo. Sabía que estaba medio borracha pero aun así bajo mi pantalón mi pene salió de su letargo y como si llevase un resorte, se puso duro como pocas veces. El tamaño del bulto que intentaba ocultar era tal que Elena advirtió mi embarazo y en vez de hacer como ni no se hubiera dado cuenta, acercándose a mí, susurró en mi oído con voz alcoholizada:
― ¡Qué mono! A mi sobrinito le gusta cómo me queda.
Colorado y lleno de vergüenza, me quedé callado pero entonces, mi tía envalentonada por mi silencio dio un paso más y sentándose sobre mis rodillas, me preguntó:
― ¿Tú crees que los hombres se fijarían en mí?
Con sus tetas a escasos centímetros de mi boca y mientras intentaba aparentar una tranquilidad que no tenía, con voz temblorosa, respondí:
― Si no se fijan es que son maricas.
Mi respuesta no le satisfizo y cogiendo sus gigantescas peras entre sus manos, insistió:
― ¿No te parece que tengo demasiado pecho?
La desinhibición de esa mujer me estaba poniendo malo. Todo mi ser me pedía hundir la cara en su hondo canalillo pero mi mente me pedía prudencia por lo que haciendo un esfuerzo contesté:
― Para nada.
Mi tía sonrió al escuchar mi respuesta y disfrutando de mi parálisis, se bajó de mis rodillas y dándose la vuelta, puso su pandero a la altura de mi cara y descaradamente siguió acosándome al preguntar:
― Entonces: ¿Será que no me hacen caso porque tengo un culito gordo?
Para entonces estaba como una moto y por eso comprenderéis que tuve que hacer un verdadero ejercicio de autocontrol para no saltar sobre ese par de nalgas que con tanta desfachatez mi tía ponía a mi alcance. Como no le contestaba, Elena estrechó su lazo diciendo:
― Tócalo y dime si lo tengo demasiado flácido.
Como un autómata obedecí llevando mis manos hasta sus glúteos. Si ya de por sí me parecía que Elena tenía un trasero cojonudo al palpar con mis yemas lo duro que lo tenía no pude más que decir mientras seguía manoseándolo:
― ¡Es perfecto y quién diga lo contrario es un imbécil!
La hermana de mi madre al sentir mis magreos gimió de placer y con su respiración entrecortada, se sentó nuevamente sobre mí haciendo que su culo presionara mi verga. Entonces y con un tono sensual, me preguntó:
― ¿Entonces porque no tengo un hombre a mi lado?
Si cómo eso no fuera poco y perdiendo cualquier recato, mi tía comenzó un suave vaivén con su trasero, de forma que mi erecto pene quedó aprisionado entre sus nalgas.
― Elena, ¡Para o no respondo!― protesté al sentir el roce de su sexo contra el mío.
― ¡Contesta!― gritó sin dejar de moverse― ¡Necesito saber por qué estoy sola!
La situación se desbordó sin remedio al sentir la humedad que desprendía su vulva a través de mi pantalón y llevando mis manos hasta sus pechos, me apoderé de ellos y contesté:
― ¡No lo sé! ¡No lo comprendo!
Mi chillido agónico era un pedido de ayuda que no fue escuchado por esa mujer. Mi tía olvidando la cordura, forzó mi calentura restregando sin pausa su coño contra mi miembro. Su continuo acoso no menguó un ápice cuando la lujuria me dominó y metí mis manos bajo su picardías para amasar sus senos, Es más al notar que cogía entre mis dedos sus areolas, rugió como una puta diciendo:
― ¿Por qué no se dan cuenta que necesito un hombre?
Su pregunta resultaba a todas luces extraña si pensáis que en ese instante, mi verga y su chocho estaban a punto de explotar pero aun así contesté:
― ¡Yo si me doy cuenta!
Fue entonces cuando como si estuviéramos sincronizados tanto ella como yo nos vimos avasallados por el placer y sin dejar de movernos, Elena se corrió mientras sentía entre sus piernas que mi pene empezaba a lanzar su simiente sobre mi pantalón. Os juro que ese orgasmo fue brutal y que mi tía disfrutó de él tanto como yo pero entonces debió de percatarse que estaba mal porque levantándose de mis rodillas, me respondió:
― Tú no me sirves, ¡Eres mi sobrino!― y haciendo como si nada hubiera ocurrido, me soltó: ― ¿Cenamos?
Reconozco que tuve que morderme un huevo para no soltarle una hostia al escuchar su desprecio porque no en vano se podría decir que casi me había violado y que ya satisfecha me dejaba tirado como un kleenex usado. Pero cuando iba a maldecirla, vi en su mirada que se sentía culpable de lo ocurrido.
“Siente remordimientos por su actitud», me pareció entender y por eso, no dije nada y en vez de ello, le ayudé a poner la mesa.
Tal y como os imaginareis, durante la cena hubo un silencio sepulcral producto de la certeza de nuestro error pero también a que ambos estábamos tratando de asimilar qué nos había llevado a ese simulacro de acto sexual. Me consta que a ella le estaba reconcomiendo la culpa por haber abusado del hijo de su hermana mientras yo no paraba de echarme en cara que de alguna manera había sido el responsable de su desliz.
Por eso cuando al terminar de cenar, Elena me pidió si podía recoger la mesa, respondí que sí y vi como una liberación que sin despedirse mi tía se fuera a su habitación. Al ir metiendo los platos en el lavavajillas, no podía dejar de repasar todo ese día tratando de hallar la razón por la que esa mujer había actuado así, pero por mucho que lo intenté no lo conseguí y por eso mientras subía a mi cuarto, sentencié:
“Esperemos que mañana todo haya quedado en un mal sueño»…

Todo empeora.
Esa noche fue un suplicio porque mi dormitar se convirtió en pesadilla al imaginarme a mi madre echándome la bronca por haber seducido a su hermana borracha. En mi sueño, me intenté disculpar con ella pero no quiso escuchar mis razones y tras mucho discutir, cerró la discusión diciendo:
― Si llego a saber que mi hijo sería un violador, ¡Hubiera abortado!
Por eso al despertar, me encontraba hundido anímicamente. Me sentía responsable de la metamorfosis que había llevado a esa ingenua y apocada mujer a convertirse en la amantis religiosa de la noche anterior. No me cabía en la cabeza que mi tía me hubiera usado para masturbarse para acto seguido desprenderse de mí como si nada hubiera pasado entre nosotros.
«¡Debe de tener un trauma de infancia!», sentencié y por enésima vez resolví que no volvería a darle motivos para que fantaseara conmigo.
Cómo no tenía ningún sentido quedarme encerrado en mi cuarto, poniéndome un bañador bajé a desayunar. Allí en la cocina, me encontré con Elena. Al observar las profundas ojeras que lucía en su rostro comprendí que también había pasado una mala noche. La tristeza de sus ojos me enterneció y mientras me servía un café, hice como si no me acordara de nada y fingiendo normalidad, le pregunté:
―Me apetece ir a la playa. ¿Me acompañas?
―No sé si debo― respondió con un tono que traslucía la vergüenza que sentía.
Todavía no me explico por qué pero en ese momento intuí que debería enfrentar el problema y por eso sentándome frente a mi tía, le dije:
―Si es por lo que ocurrió anoche, no te preocupes. Fue mi culpa, tú había bebido y te juro que nunca volverá a ocurrir.
Mi auto denuncia la tranquilizó y viendo que yo también estaba arrepentido, contestó:
―Te equivocas, yo soy la mayor y el alcohol no es excusa. Debería haber puesto la cordura― tras lo cual y pensándolo durante unos segundos, dijo: ―¡Dame diez minutos y te acompaño!
Os reconozco que me alegró que Elena no montara un drama sobre todo porque eso significaba que mi vieja nunca se enteraría que su hijito se había dado unos buenos achuchones con su hermana pequeña. Aunque toda esa supuesta tranquilidad desapareció de golpe cuando la vi bajar por las escaleras porque venía estrenando uno de los bikinis que se compró el día anterior y por mucho que se tapaba con un pareo, su belleza hizo que me quedara con la boca abierta al contemplar lo buenísima que estaba.
«¡Dios! Está para darle un buen bocado», pensé mientras retiraba mi vista de ella.
Afortunadamente Elena no advirtió mi mirada y alegremente cogió las llaves de su coche para salir al garaje. Al hacerlo me dio una panorámica excelente de sus nalgas sin caer en el efecto que ellas tendrían en su sobrino.
«¡Menudo culo el de mi tía!», farfullé mentalmente mientras como un perrito faldero la seguía.
Ya en su BMW, me preguntó a qué playa quería ir. Mi estado de shock no me permitía concentrarme y por eso contesté que me daba lo mismo. Elena al escuchar mi respuesta, se quedó pensando durante unos momentos antes de decirme si me apetecía ir al Puntal. Sé que cuando lo dijo debía haberle avisado que esa playa llevaba varios años siendo un refugio nudista pero entonces mi lado perverso me lo impidió porque quería ver como saldría de esta.
―Está bien. Hace tiempo que no voy― contesté.
Habiendo decidido el lugar, bajó la capota y arrancó el coche. Como Laredo es una ciudad pequeña y el Puntal está a la salida del casco urbano, en menos de diez minutos ya estaba aparcando. Ajena al tipo de prácticas que se hacían ahí, mi tía abrió el maletero y sacó las toallas y su sombrilla sin mirar hacia la arena. No fue hasta que habiendo abandonado el paseo entramos en la playa propiamente cuando se percató que la gran mayoría de los veraneantes que estaban tomando el sol estaban desnudos.
―¡No me dijiste que era una playa nudista!― exclamó enfadada encarándose conmigo.
―No lo sabía – mentí― si quieres nos vamos a otra.
Sé que no me creyó pero cuando ya creía que nos daríamos la vuelta, me miró diciendo:
―A mí no me importa pero no esperes que me empelote.
Por su actitud comprendí que sabía que se lo había ocultado para probarla pero también que una vez lanzado el reto, había decidido aceptarlo y no dejarse intimidar. La prueba palpable fue cuando habiendo plantado la sombrilla en la arena, se quitó el pareo y con la mayor naturalidad del mundo, hizo lo mismo con la parte superior de su bikini. Ya en topless, me miró diciendo:
―¿Es esto lo que querías?
No pude ni contestar porque mis ojos se habían quedado prendados en esos pechos que siendo enormes se mantenían firmes, desafiando a la ley de la gravedad. Todavía no me había recuperado de la sorpresa cuando escuché su orden:
―Ahora te toca a ti.
Su tono firme y duro no me dejó otra alternativa que bajarme el traje de baño y desnudarme mientras ella me miraba. En su mirada no había deseo sino enfado pero aun así no pudo evitar asombrarse cuando vio el tamaño de mi pene medio morcillón. Por mi parte estaba totalmente cortado y por eso coloqué mi toalla a dos metros de ella, lejos de la protectora sombra del parasol.
Mi tía habiendo ganado esa batalla sacó la crema solar y se puso a embadurnar su cuerpo con protector mientras yo era incapaz de retirar mis ojos del modo en que se amasaba los pechos para evitar quemarse. Aunque me consta que no fue su intención, esa maniobra provocó que poco a poco mi ya medio excitado miembro alcanzara su máxima dureza. Previéndolo, me di la vuelta para que Elena no se enterara de lo verraco que había puesto a su sobrino. Por su parte cuando terminó de darse crema, ignorándome, sacó un libro de su bolsa de playa, se puso a leer.
«¡Qué vergüenza!», pensé mientras intentaba tranquilizarme para que se me bajara la erección: «Esto me ocurre por cabrón».
Desgraciadamente para mí, cuanto mayor era mi esfuerzo menor era el resultado y por eso durante más de media hora, tuve la polla tiesa sin poder levantarme. Esa inactividad junto con lo poco que había descansado la noche anterior hicieron que me quedara dormido y solo desperté cuando el calor de la mañana era insoportable. Sudando como un cerdo, abrí los ojos y descubrí que mi tía no estaba en su toalla.
«Debe de haberse ido a dar un paseo», sentencié y aprovechando su ausencia, salí corriendo a darme un chapuzón en el mar.
El agua del cantábrico estaba fría y gracias a ello, se calmó el escozor que sentía en mi piel. Pero no evitó que al cabo de unos minutos tomando olas al ver a Elena caminando hacia mí con sus pechos al aire, mi verga volviera a salir de su letargo por el sensual bamboleo de esas dos maravillas.
―¡Está helada!― gritó mientras se sumergía en el mar.
Al emerger y acercarse a mí, comprobé que sus pezones se le habían puesto duros por el contraste de temperatura y no porque estuviera excitada. El que sí estaba caliente como en celo era yo, que viendo esos dos erectos botones decorando sus pechos no pude más que babear mientras me recriminaba mi poca fuerza de voluntad:
«Tengo que dejar de mirarla como mujer, ¡es mi tía!».
Ignorando mi estado, Elena estuvo nadando a mi alrededor hasta que ya con frio decidió volver a su toalla. Viéndola marchar hacía la orilla y en vista que entre mis piernas mi pene seguía excitado, juzgué mejor esperar a que se me bajara. Por eso y aunque me apetecía tumbarme al sol, preferí seguir a remojo. Durante casi media hora estuve nadando hasta que me tranquilicé y entonces con mi miembro ya normal, volví a donde ella estaba.
Fue entonces cuando levantando la mirada de su libro, soltó espantada:
―¡Te has quemado!― para acto seguido recriminarme como si fuera mi madre por no haberme puesto crema.
Aunque me picaba la espalda, tengo que reconocer que no me había dado cuenta que estaba rojo como un camarón y por eso acepté volver a casa en cuanto ella lo dijo. Lo peor fue que durante todo el trayecto, no paró de echarme la bronca y de tratarme como un crío. Su insistencia en mi falta de criterio consiguió ponerme de mala leche y por eso al llegar al chalet, directamente me metí en mi cuarto.
«¿Quién coño se creé?», maldije mientras me tiraba sobre el colchón. Estaba todavía repelando del modo en que me había tratado cuando la vi entrar con un frasco de crema hidratante en sus manos y sin pedirme opinión, me exigió que me quitara el traje de baño para untarme de after sun. Incapaz de rebelarme, me tumbé boca abajo y esperé como un reo de muerte espera la guillotina. Tan cabreado estaba que no me percaté del erotismo que eso entrañaría hasta que sentí el frescor de la crema mientras mi tía la esparcía por mi espalda.
«¡Qué gozada!», pensé al sentir sus dedos recorriendo mi piel. Pero fue cuando noté que sus yemas extendiendo el ungüento por mi culo cuando no pude evitar gemir de placer. Creo que fue entonces cuando ella se percató de la escena y que aunque fuera su sobrino, la realidad es que era una cuarentona acariciando el cuerpo desnudo de un veinteañero, porque de pronto noté crecer bajo la parte superior de su bikini dos pequeños bultos que se fueron haciendo cada vez más grandes.
«¡Se está poniendo bruta!», comprendí. Deseando que siguiera, cerré los ojos y me quedé callado. Sus caricias se fueron haciendo más sutiles, más sensuales hasta que asimilé que lo que realmente estaba haciendo era meterme mano descaradamente. Entusiasmado, experimenté como sus dedos recorrían mi espalda de una forma nada filial, deteniéndose especialmente en mis nalgas. Justo entonces oí un suspiro y entreabriendo mis parpados, descubrí una mancha de humedad en la braga de su bikini.
Su calentura iba en aumento de manera exponencial y sin pensarlo bien, mi tía decidió que esa postura era incómoda y tratando de mejorarla, se puso a horcajadas sobre mí con una pierna a cada lado de mi cuerpo. Al hacerlo su braguita quedó en contacto con mi piel desnuda y de esa forma certifiqué lo mojado de su coño. El continuo masajeo fue lentamente asolando su cordura hasta que absolutamente entregada, empezó a llorar mientras sus dedos recorrían sin parar mis nalgas.
―¿Qué te ocurre?― pregunté dándome la vuelta sin percatarme que boca arriba, dejaba al descubierto mi erección.
Ella al ver mi pene en ese estado, se tapó los ojos y salió corriendo hacia la puerta pero justo cuando ya estaba a punto de salir de la habitación, se giró y con un gran dolor reflejado en su voz, preguntó:
―¿Querías saber lo que le ocurre a tu tía?― y sin esperar mi respuesta, me gritó: ―¡Qué está loca y te desea! – tras lo cual desapareció rumbo a su cuarto.
Su rotunda confesión me dejó K.O. y por eso tardé unos segundos en salir tras ella. La encontré tirada sobre su cama llorando a moco tendido y solo se me ocurrió, tumbarme con ella y abrazándola por detrás tratar de consolarla diciendo:
―Si estás loca, yo también. Sé que está mal pero no puedo evitar verte como mujer.
Una vez confesado que yo sentía lo mismo que ella, no di ningún otro paso permaneciendo únicamente abrazado a Elena. Durante unos minutos, mi tía siguió berreando hasta que lentamente noté que dejaba de sollozar.
―¿Qué vamos a hacer?― dándose la vuelta y mirándome a los ojos, preguntó.
Su pregunta era una llamada de auxilio y aunque en realidad me estaba pidiendo que intentáramos olvidar la atracción que existía entre nosotros al ver el brillo de su mirada y fijarme en sus labios entreabiertos no pude reprimir mis ganas de besarla. Fue un beso suave al principio que rápidamente se volvió apasionado mientras nuestros cuerpos se entrelazaban.
―Te deseo, Elena― susurré en su oído.
―Esto no está bien― escuché que me decía mientras sus labios me colmaban de caricias.
Al notar su urgencia llevé mis manos hasta su bikini y lo desabroché porque me necesitaba sentir la perfección de sus pechos. Mi tía, totalmente contagiada por la pasión, se quedó quieta mientras mis dedos reptaban por su piel. Su mente todavía luchaba contra la idea de acostarse con el hijo de su hermana pero al notar mis caricias, tuvo que morderse los labios para no gritar.
Por mi parte yo ya estaba convencido de dejar a un lado los prejuicios sociales y con mis manos sopesé el tamaño de sus senos. Mientras ella no paraba de gemir, recogiendo entre mis dedos uno de sus pezones lo acerqué a mi boca y sacando la lengua, comencé a recorrer con ella los bordes de su areola.
―Por favor, para― chilló indecisa.
Por mucho que conocía y comprendía sus razones, al oír su súplica lejos de renunciar me azuzó a seguir y bajando por su cuerpo, rocé con mis dedos su tanga.
―No seas malo― rogó apretando sus mandíbulas al notar que mis dedos se habían apoderado de su clítoris.
Totalmente indefensa se quedó quieta mientras sufría y disfrutaba por igual la tortura de su botón. Su entrega me dio los arrestos suficientes para sacarle por los pies su braga y descubrir que mi tía llevaba el coño exquisitamente depilado.
―¡Qué maravilla!― exclamé en voz alta y sin esperar su respuesta, hundí mi cara entre sus piernas.
No me extrañó encontrarme con su sexo empapado pero lo que no me esperaba fue que al pasar mi lengua por sus labios, esa mujer colapsara y pegando un gritó se corriera. Al hacerlo, el aroma a mujer necesitada inundó mi papilas y recreándome en su sabor, recogí su flujo en mi boca mientras mis manos se apoderaban de sus pechos.
―¡No sigas!― se quejó casi llorando.
Aunque verbalmente me exigía que cesara en mi ataque, el resto de su cuerpo me pedía lo contrario mientras involuntariamente separaba sus rodillas y posando su mano en mi cabeza, forzaba el contacto de mi boca. Su doble discurso no consiguió desviarme de mi propósito y mientras pellizcaba sus pezones, introduje mi lengua hasta el fondo de su sexo.
Mi tía chilló de deseo al sentir horadado su conducto y reptando por la cama, me rogó que no continuara. Haciendo caso omiso a su petición, seguí jugando en el interior de su cueva hasta que sentí cómo el placer la dominaba y con su cuerpo temblando, se corría nuevamente en mi boca. Su clímax me informó que estaba dispuesta y atrayéndola hacia mí, puse la cabeza de mi glande entre los labios de su sexo.
―Necesito hacerte el amor― balbuceé casi sin poder hablar por la lujuria.
Con una sonrisa en sus labios, me respondió:
―Yo también― y recalcando sus palabras, gritó: ― ¡Hazme sentir mujer! ¡Necesito ser tuya!
Su completa aceptación permitió que de un solo empujón rellenara su conducto con mi pene. Mi tía al sentir mi glande chocando contra la pared de su vagina, gritó presa del deseo y retorciéndose como posesa, me exigió que la amara. Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé con ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos.
Fue cuando entre gemidos, me gritó:
―Júrame que no te vas arrepentir de esto.
―Jamás―respondí y fuera de mí, incrementé mi velocidad de mis penetraciones.
Elena respondió a mi ataque con pasión y sin importarle ya que el hombre que la estaba haciendo gozar fuera su sobrino, me chilló que no parara. El sonido de los muelles de la cama chirriando se mezcló con sus aullidos y como si fuera la primera vez, se corrió por tercera vez sin parar de moverse. Por mi parte al no haber conseguido satisfacer mi lujuria, convertí mi suave galope en una desenfrenada carrera en busca del placer mientras mi tía disfrutaba de una sucesión de ruidosos orgasmos.
Cuando con mi pene a punto de sembrar su vientre la informé que me iba a correr, en vez de pedirme que eyaculara fuera, Elena contrajo los músculos de su vagina y con una presión desconocida por mí, me obligó a vaciarme en su vagina mientras me decía:
―Quiero sentirlo.
Ni que decir tiene que obedecí y seguí apuñalando su coño hasta que exploté en su interior y agotado por el esfuerzo, me desplomé a su lado. Fue entonces cuando Elena me abrazó llorando. Anonadado pero sobretodo preocupado, le pregunté que le ocurría:
―Soy feliz. Ya había perdido la esperanza que un hombre se fijara en mí.
Sabiendo de la importancia que para ella tenía esa confesión, levanté mi cara y mientras la besaba, le contesté tratando de desdramatizar la situación:
―No solo me he fijado en ti, también en tus tetas.
Soltó una carcajada al oír mi burrada y mientras con sus manos se apoderaba de mis huevos, respondió:
―¿Solo mis tetas? ¿No hay nada más que te guste de mí?
―¡Tu culo!― confesé mientras entre sus dedos mi pene reaccionaba con otra erección.
Muerta de risa, se dio la vuelta y llevando mi miembro hasta su esfínter, susurró:
― Ya que eres tan desgraciado de haber violado a tu tía, termina lo que has empezado. ¡Úsalo! ¡Es todo tuyo!

Relato erótico: “La mejor amiga de mi hija y la criada luchan por mi 10” (POR GOLFO)

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Tras haber sido violada, Patricia no se quejó cuando el magnate la encerró en una habitación. Al contrario, vio en quedarse sola una liberación. Agotada y desolada, se acercó al pequeño catre y tumbándose en él, comenzó a preguntarse de quién era la voz que había escuchado en su cerebro y que tanto la había consolado.

            ―Ya me conoces― oyó nuevamente en su interior.

            Confusa, abrió los ojos para comprobar que nadie le acompañaba.

            ―No es así, pero gracias― suspiró creyendo que era producto de su imaginación.

            Una carcajada retumbó en su mente:

            ― ¿Tan fugaz es tu memoria que has olvidado a la dama que te amó en la morada de tu progenitor?

            ―Tú no eres Antía― replicó al fantasma que le hablaba en su mente.

            ―Ciertamente no lo soy, pero eso no significa que tu bello ser no haya sido objeto de mis lisonjas.

            La joven cautiva se quedó pasmada al reconocer el anticuado modo de expresarse con el que se dirigía a ella y extrañamente tranquila, contestó:

            ―Sigo sin saber quién eres, pero gracias. Tu ayuda me permitió soportar la tortura.

            ―Mi pequeña damisela, solo te puedo decir que soy tu amiga y que siempre me tendrás a tu vera cuando lo requieras.

            Esa voz consiguió calmar sus nervios y abriéndose a ella, preguntó qué quería ese hombre de Estefany.

            ―El criollo es un ser aborrecible carente de sentimientos que anhela para sí los dones mágicos de esa dulce criatura.

― ¿Dones mágicos? Pero si es una chavala normal.

―Te equivocas, mozuela. Estefany es bruja desde niña. Por la herencia recibida de sus antepasados, dispone de grandes poderes.

  Aunque su torturador ya se lo había comentado y no tenía motivos para dudar ella, Patricia seguía sin creerlo. Le parecía imposible que su amiga fuera capaz de realizar magia y más aún que se lo hubiese ocultado.

―Me hubiese dado cuenta. La conozco desde hace años y nunca le vi realizar nada extraordinario.

―Te comprendo, pero piensa en las veces que estabas triste y esa joven te llamó para consolarte sin necesidad de que le dijeras nada. Medita sobre todas las ocasiones en las que de improviso tus problemas desaparecieron después de estar con ella. Estefany lleva protegiéndote desde que la conoces.

Sus palabras le hicieron pensar en Manuel, su antiguo novio y por primera vez dio credibilidad a la mujer que le hablaba. Ya dudando, se pudo a meditar sobre las personas que habían sido importantes en su vida y tras pensar en su padre, fijó su atención en su adorada pelirroja.

―Antía también me ha ayudado siempre― susurró.

―Lo sé. A través de ella he llegado a ti y si consigo hablarte a través de los siglos mediante el vínculo que nos une.

―No entiendo. ¿Por qué dices a través de los siglos? ― preguntó justo cuando se abría la puerta de la habitación.

La entrada de una mulata vestida como una mucama de antaño cortó el contacto y disimulando su turbación, prestó atención a la recién llegada que en silencio se acercaba a ella. La trasnochada vestimenta de la morena no impidió que Patricia se percatara de su belleza y que esas ropas no podían ocultar unas atrayentes y voluptuosas curvas.  

―El amo me ha ordenado que la prepare para la cena― murmuró la chavala mientras la ayudaba a incorporarse.

Intimidada por su propia desnudez, Patricia dejó que la llevara hasta el baño y tapándose los pechos, quedó de pie mientras la empleada de Ricardo llenaba el Jacuzzi. Ésta, tras comprobar que el agua estaba a la temperatura ideal, fue a por la muchacha y tiernamente le tendió la mano para que se apoyara en ella mientras entraba en la bañera.

―Gracias― musitó la joven extrañada de que alguien en esa casa fuese dulce con ella.

Al entrar al agua, los arañazos producto de las penurias a la que había sido sometida comenzaron a escocerle y no pudo evitar comenzar a llorar.

―Tranquila, señorita― consciente de que esas heridas eran resultado de la lujuria de su dueño, comentó la mulata mientras usaba una esponja para enjabonarla: ―Deje que su Antonella la mime.

 Cortada por esas imprevistas caricias, permaneció inmóvil sin levantar la mirada. En su fuero interno temía que la actitud serena de la mujer fuera otra manera que Ricardo hubiese organizado antes de volverla a torturar. Ajena al miedo que lucía en sus ojos, la mulata siguió cuidándola con ternura mientras de reojo observaba que los pechos de Patricia eran imponentes a pesar del maltrato y contra su voluntad, sintió que las aureolas rosadas de la joven pedían a gritos ser besadas. Asumiendo que si lo hacía sería castigada, siguió admirándola mientras le pedía que se relajara. La joven cerró los ojos al escucharla y eso le permitió reparar en la hermosura del monte que escondía entre las piernas.

«Es precioso», escandalizada con la atracción que sentía, pensó al comprobar que lo llevaba exquisitamente depilado.

La mulata se había convertido en bisexual bajo el dominio de su amo y tuvo que reconocer que la hembra que estaba bañando la atraía y solo el miedo que tenía a don Ricardo evitó que ansiosamente se lanzara a devorar ese sexo, que estaba tan cerca, pero a la vez tan lejos.

«Pobrecilla», pensó sabiendo que esa noche la niña que estaba aseando iba a ser el juguete con el que el dueño de la hacienda satisficiera su lujuria.

Eso le hizo recordar el funesto día en que la compró y la cruel forma en que la abusó de ella durante semanas hasta que se cansó de ella.

«Va a necesitar todo el consuelo que pueda darle», se dijo mientras inconscientemente se ponía a recorrer con la esponja los muslos de la española.

Para entonces, Patricia estaba disfrutando del baño y de las tiernas caricias de la mulata. Desde que había descubierto que las mujeres le gustaban, siempre había tenido la fantasía que una la masturbara en el agua, pero el terror a su reacción evitó que se lo pidiera cuando como una descarga eléctrica sintió como la mano de la mulata recorría su sexo al enjabonárselo.

«No debo excitarme», murmuró para sí totalmente aterrorizada.

La temperatura del agua había conseguido calmarla, relajarla, pero el contacto de las manos de Antonella había avivado su deseo. Se volvía a sentir la mujer que había sido antes de caer en manos de ese maldito, con sus apetitos y sus deseos, una mujer que usaba y disfrutaba del sexo. Por ello, no pudo evitar un gemido cuando en su imaginación vio a esa mujer entreteniéndose con sus pechos antes de acomodarse entre sus piernas.

«Está solo cumpliendo órdenes», insistió sospechando que bajo la profesionalidad con la que la bañaba, la morena escondía una sensualidad encubierta.

Temblando ya excitada, soportó como un suplicio el resto del baño y aliviada, obedeció cuando la criada le pidió incorporarse y salir de la tina. Ya de pie, intentó esconder su calentura mientras la secaba. Pero la suavidad de la toalla al recorrer su piel, el aliento de la criada al agacharse entre sus piernas, hicieron que la humedad inundara su cueva. Lejos quedaba la humillación y el dolor sufridos, diluidos por su deseo, por la necesidad de ser tocada, de ser amada por esos labios gruesos que la consolaban, separó los muslos. Cualquiera que hubiese contemplado la escena, hubiese caído en que ambas deseaban lanzarse en brazos de la otra y que temerosas de dar el primer paso, la dos estaban preparadas para amarse.

Con Patricia ya seca, Antonella no podía prolongar el placer que sentía viéndola y acariciándola desnuda, por lo que cogiendo de un cajón un camisón de un cajón, se lo empezó a poner. La muchacha levantó los brazos para facilitar su maniobra, pero sin querer su pecho golpeó la cara de la criada al hacerlo. La criada tuvo que cerrar sus piernas, para que su deseo siguiera siendo algo privado y que la joven no supiera de su calentura. Pero la suavidad de esos senos blancos sobre su mejilla, provocó  que soñara con abalanzarse sobre ella y tumbándola en la cama como una loca apoderarse de su sexo. El miedo que tenía a la reacción de dueño de la hacienda si se enteraba, la convenció de no intentarlo y con el sudor recorriéndole la piel, la sentó en frente de un espejo, y empezó a peinarla.

«Si me entrego a ella, el amo nos castigaría a las dos», pensó mientras el cristal le devolvía la imagen de un escote que además de mostrar la rotundidad de sus formas, transparentaba el color rosado de sus areolas.

El llanto de la joven que estaba acicalando la devolvió a la realidad:

― Señorita ¿por qué llora? ―  preguntó sin esperar respuesta al saber perfectamente qué le ocurría, qué provocaba su desamparo.

― Le odio―  contestó la muchacha, comparando el trato que había recibido de su captor y el que le estaba dando esa criada.

― Por favor, contrólese. No debe oírla― apiadándose de ella, musitó en voz baja la mulata: ―Si la escucha, la hará sufrir. ¡Lo sé en carne propia!

Consciente de que sería así y que ese malnacido aprovecharía su debilidad para torturarla, dejó de llorar y preguntó:

― ¿Desde cuándo estás en su poder?

Aunque sabía que no debía de contestar, Antonella decidió ser honesta con la chiquilla porque, al fin y al cabo, ambas iban a compartir un destino común:

―Tenia dieciséis años cuando me compró al hombre que creí que era mi novio. Llevo sirviendo en su casa y siendo de su propiedad desde entonces.

Patricia, la miró desconcertada al escuchar su respuesta. Aunque sabía por propia experiencia lo perverso que podía ser el padre de Estefany jamás había caído que su estancia en ese lugar podía eternizarse en el tiempo.

― ¿Qué edad tienes? – asustada preguntó.

Al contestar que veintitrés, se echó a llorar:

― ¡Llevas siete años aquí!

―Así es, señorita― respondió mientras intentaba ocultar su dolor peinándola.

― ¿No has intentado huir?

Con dos lágrimas surcando sus mejillas, la mulata sollozó:

―No tengo donde ir.

La rendición que mostraba ante su destino indignó a la española y sin saber cómo esa monada se tomaría la propuesta, le insinuó que si la ayudaba a escapar tendría un hogar a su lado.

―No soy nadie y usted es muy bella― susurró la criada con un raro fulgor en sus ojos sin llegárselo a creer.

 Por un momento, Patricia se quedó callada mirándola y recordando el placer que había experimentado al sentir cómo recorría su cuerpo al bañarla nuevamente la humedad invadió su sexo. Temiendo que se riera de ella, decidió que valía la pena arriesgarse. No muy segura de lo que hacía, aprovechó su cercanía para tomar su mano y poniéndola sobre su pecho, decir:

― Si conseguimos huir, me encantaría que vivieras conmigo para que yo te cuidara.

Antonella se quedó petrificada al sentir bajo sus dedos los senos de Patricia y pegando un gemido, suspiró que la ayudaría a escapar pero que no la acompañaría.

― ¿No te gusta la idea de que vivamos juntas? ― insistió al notar que, a pesar de su indecisión, la mulata estaba acariciándola.

Excitada, la morena sollozó:

―Me he acostumbrado a ser esclava y no sabría cómo vivir sin tener a alguien al que obedecer.

 Al escucharla, Patricia comprendió que no era una excusa y que esa atractiva mujer hablaba en serio al decir que necesitaba un amo. Meditando sobre ello, se vio mimándola mientras la ayudaba a rehacer su vida y dando un salto al vació, se giró hacia ella.

―Me encantaría ser tu dueña y que tú fueras la muñequita que me mimara por las noches― le soltó mientras tomándola de la cabeza la acercaba a sus pezones.

 Aunque el miedo a don Ricardo seguía allí, Antonella no pudo rechazar la atracción que sentía por esas rosadas areolas y sacando la lengua, comenzó a lamerlas ya totalmente entregada. Enternecida por la pasión que denotaba al mamar de ella, la secuestrada comprendió que debía afianzar su dominio y dulcemente le ordenó que se masturbara.

―Mi señora― suspiró mientras la obedecía por primera vez.

Al contemplar cómo separaba los muslos y se ponía a tocarse, decidió ayudarla y sustituyendo los dedos de la morena por los suyos, se levantó y la besó. La ternura con la que la lengua de la muchacha jugaba dentro de su boca mientras le rozaba con los dedos su clítoris fue algo que la mulata nunca esperó sentir y de improviso se vio inmersa en un placer tan dulce como intenso.

―Soy y seré su esclava, pero ahora debo prepararla. No quiero ser la culpable de que el amo la haga sufrir más de lo que ya tiene planeado― separándose, sollozó apesadumbrada al saber lo que le tenía reservado.

Ver que esa monada de piel morena bebía los vientos por ella la permitió afrontar sus penurias con nuevos ánimos y mientras se dejaba maquillar por ella, vio necesario insistirle en lo felices que serían viviendo juntas en Madrid.

― ¿No tiene allá un marido? ― preguntó Antonella.

―Ni lo tengo ni lo necesito― contestó la que ya se sabía su dueña y demostrando que así era, le dio un tierno azote sobre sus formadas posaderas mientras añadía: ―Para las noches frías, tendré a ¡mi dulce negrita!

La ilusión con la que la mucama acogió sus palabras le hizo saber que a pesar de su desesperada situación tenía una aliada…

22

En su chalet, Gonzalo seguía intentando digerir que la razón por la que su hija había sido secuestrada por el padre de Estefany era el deseo de este por apoderarse de los poderes mágicos de la morena. Como europeo del siglo XXI se le hacía cuesta arriba reconocer la existencia de la magia y más en manos de alguien que lo amara tan profundamente como esa muchacha. Por ello, no las creyó de primera y ambas tuvieron que demostrarle que podían bucear en su pasado.

«No es posible», se dijo cuándo, tanto Antía como la colombiana, comenzaron a narrarle escenas de su vida que eran imposible que supieran.

Por ello, sin ceder, les pidió otra prueba por que con esa no les bastaba.

―Gonzalo, mi amor. ¿Cómo podemos convencerte? ― preguntó la gallega asumiendo lo difícil que les resultaría vencer su incredulidad.

 Mirando a la pelirroja, respondió:

―Para que crea que sois dos brujas, necesitaría que hicierais algo que rebasara la lógica… no sé… haced algo que no pueda rebatir.

Tomando el testigo, Estefany le tomó del brazo y lo sacó de la casa sin decirle nada. Convencido de que nada de lo que hicieran podría hacerle cambiar de opinión, se dejó llevar por la calle hasta la casa de al lado. Una vez allí, la amiga de su hija le pidió que intentara abrir la puerta de su vecino.  Mirando la cadena que cerraba las dos hojas, respondió que no era Superman.

― ¿Si consigo abrirlas de par en par sin siquiera tocarlas sería suficiente para creernos? ― argumentó la joven.

Asumiendo que era algo imposible, contestó que sí con una sonrisa en sus labios. Al oír su respuesta, la chiquilla se concentró y durante un minuto no ocurrió nada.

― ¿A qué esperamos? ― satisfecho comentó.

―Amor, aguarda un poco― estaba insistiendo la pelirroja cuando el camión de la basura apareció por la esquina.

Pensando que la espera sería en vano, se sentó sobre un coche aparcado mientras veía a los empleados municipales recoger las bolsas depositadas en la acera.

«Esto es ridículo», exclamó para sí sintiendo que era una pérdida de tiempo.

Acababa de hacerlo cuando de pronto, el conductor del vehículo aceleró, pero en vez de meter primera, puso reversa y con gran estruendo tiró no solo la puerta sino una gran parte de la verja.

―No has sido tú, sino ese inútil― pálido exclamó al ver cumplida la profecía.

―Gonzalo, por supuesto. Ese hombre cometió un error que yo provoqué. Una bruja se aprovecha de su entorno y lo tuerce a su favor. ¿Cuántos años lleva pasando el camión de la basura por esta calle sin romper nada? ¿No te parece al menos extraño que justamente haya ocurrido cuando yo lo necesitaba?

No pudiendo negar ese aspecto, Gonzalo siguió sin dar su brazo a torcer y señalando a un corredor, les pidió verlo tropezar.

―Para eso, no necesito magia― muerta de risa, respondió Antía.

El sujeto jamás esperó que, al pasar al lado de la pelirroja, ésta se levantara la camisa y le mostrara los pechos desnudos. La sorpresa le hizo trastabillar y mirando embelesado las pecas que lucían esas tetas, cayó sobre los adoquines del paseo.

―Has hecho trampa― rugió divertido al verlo en el suelo.

―Para nada, he aprovechado mis atributos femeninos para cumplir tu deseo. Pero te comprendo y por eso, te doy otra oportunidad para que elijas otra cosa más difícil.

En esta ocasión, el hombretón se lo pensó mejor antes de hablar y en compañía de las dos, caminó por el barrio buscando qué prueba ponerles. Debía ser algo tan extraordinario que no le cupiera duda si lo conseguían y por eso aguardó paciente a que se le ocurriera. El destino quiso que mientras se acercaban a un centro comercial Gonzalo se diera cuenta del inminente desprendimiento de una cornisa sobre una anciana que estaba tomando el sol en un banco. La cual debía ser dura de oído porque, a pesar de gritarle que se alejara, siguió sentada:

―Sálvala mientras nosotras la sujetamos― le ordenó Antía.

La seguridad de su voz permitió al hombretón reunir el valor y agarrando a la buena señora la puso a salvo. Acababa de dejarla en mitad de la avenida cuando un ruido atroz le informó de lo cerca que habían estado de morir. Al mirar a sus acompañantes, observó en ellas las secuelas del esfuerzo que habían realizado.

―Volvamos a casa, tenemos que hacer mi equipaje. ¡Me voy con vosotras! ― comentó mientras la gente se arremolinaba a su alrededor alabando su valentía. Ya no necesitaba más evidencias, aunque le costase reconocerlo, ¡la magia existía!…

Como el vuelo de Avianca no salía hasta las tres de la tarde, Gonzalo ocupó el resto de la mañana en hablar con Tomás Guijarro, su segundo en la compañía, sobre lo que tenía que resolver en su ausencia. Conocedor del día a día de la empresa, el financiero lo tranquilizó diciendo que no se preocupara y que se divirtiera.

             «¿Divertirme? ¡Si tú supieras!», pensó el ejecutivo mientras colgaba la llamada.

Al no servir de nada el comentarle el verdadero motivo de su estancia en Colombia, el treintañero asumió que era un viaje de placer, jamás sospechó que su jefe iba a cruzar el charco a intentar liberar a su hija. De haberlo sabido, quizás ese bonachón hubiese insistido en acompañarle, ya que era evidente para todos que secretamente estaba enamorado de Patricia.

 «Si consigo traerla de vuelta, organizaré una cena entre ellos», se dijo viendo en ese ejecutivo un candidato para su retoño.

Con ese pensamiento en mente, fue a buscar a las dos mujeres a las que amaba. Quería hablar con ellas sobre los peligros que iban a correr. Pero cuando las encontró en el salón, se encontraban en trance y no queriendo romper su concentración, se sentó a observarlas desde el sofá.

Como para un neófito como él todo lo relativo a la magia era cuando menos extraño, se examinó interesado a las mujeres. Lo primero que le extraño fue lo inexpresivo de sus rostros. Conociéndolas como las conocía, no entendía que, siendo tan pasionales, sus caras no reflejaran emoción alguna. Estudiándolas, se concentró en descubrir cualquier cambio en sus facciones que revelara lo que en ese momento pasaba por sus mentes. Al hacerlo, comenzó a notar cada cuando respiraban, cómo las venas de sus cuellos se inflaban con cada pálpito de sus corazones y sin darse cuenta siquiera, se puso a explorar su interior. Estudiando su cuerpo, advirtió que sus pulmones y su corazón se ralentizaban mientras en su cerebro crecía una rara quietud.

Sorpresivamente comenzó a oír unas voces a lo lejos. Buscando su origen, se centralizó en ellas y pudo reconocerlas.

 «Son Antía y Estefany», se dijo mientras abría los ojos y ante su sorpresa vio que nada había cambiado y que, a pesar de seguirlas escuchando, ninguna de las dos movía los labios.

Extrañado, volvió a concentrarse y entonces le llegaron claramente:

―Señora― escuchó a la colombiana: ― Aunque no nos gusta, nuestro hombre insiste en acompañarnos y no sabemos qué hacer para convencerle de que se quede.

― ¿Por qué dudáis? ― la voz contestó: ―Está en su derecho en desear ayudar a liberarla. Piensa que Patricia es su hija. 

Le alegró el apoyo de esa voz anónima, pero decidió permanecer callado para así averiguar de lo que hablaban y conocer los peligros que preveían.

―Madre, nos vamos a enfrentar a un brujo muy poderoso y la presencia de Gonzalo no nos beneficia― Antía declaró apoyando a Estefany.

Al oírla, comprendió que era doña Bríxida con la que hablaban y recordando que esa anciana era la líder de un aquelarre de meigas, quiso escuchar su respuesta.

―Hija, creo que no has caído en que el tal Ricardo ve a vuestro hombre como un enemigo y, por tanto, querrá vencerlo. Mientras lo hace, parte de su atención estará enfocada en él y no en vosotras.

―No puedo estar más de acuerdo― contestó para sí el aludido.

Las tres que conversaban se quedaron en silencio y demostrando que lo habían oído, al unísono comenzaron a hablar entre ellas sobre cómo era posible que Gonzalo estuviera en ese plano astral. La mayor de ellas reaccionó examinando al intruso y soltando una risotada, comentó ante la incredulidad de las otras dos:

―Por lo visto, nos hemos equivocado al partir de una suposición errónea.

―Madre, ¿a qué te refieres? ― su hija se atrevió a preguntar.

Desternillada, desde su aldea, la gallega contestó señalándolo:

―Hemos dado por hecho que era un hombre normal sin cuestionarlo. Con solo analizar que dos mujeres como vosotras os sintierais tan atraídas, ¡me debería haberme hecho pensar! Debería haber sabido que vuestro amor por Gonzalo se debía a que es un latente.

― ¡No es posible! ― refutó Estefany más como instinto que por convencimiento mientras Antía permanecía callada.

Sabiéndose descubierto, el propio maduro decidió pedir que le aclarara que significaba ser un latente. Sin dejar de sonreír, la meiga replicó:

―Si estas bobas se han enamorado de ti es porque en tus genes corre la magia y aunque hasta ahora ninguna nos hayamos dado cuenta, eres un hechicero en ciernes. Es más…ha bastado que tu niña esté en peligro para que tu faceta sobrehumana esté aflorando. Para confirmar mis sospechas, ¡necesito examinarte!

Sin saber a qué atenerse, pero asumiendo la importancia de ese escrutinio, el sorprendido hombretón abrió su mente de par en par…


Relato erótico: “Dos desconocidos hicieron de mí lo que quisieron” (POR CARLOS LOPEZ)

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Buenas tardes. Me llamo Sonia, tengo 24 años y soy de Madrid, España. Soy una chica normal, estudio el último año de Derecho en la Universidad, vivo con mis padres y hermana, y no me meto en líos. Suelo leer las historias de todorelatos a las que soy asidua desde hace ya varios años. A veces diría incluso que estoy enganchada. Me pone caliente fantasear con que yo soy la protagonista, y que lo que hacen a la chica me lo hacen a mí. Bueno, supongo que como casi todo el mundo.
Nunca pensé que en mi vida normal encontrase los argumentos para poder escribir un buen relato morboso. Y eso que creo que sin ser una chica espectacular, soy una chica bastante sexual y sensual. De hecho, trabajo de camarera en un bar de copas los sábados por la noche y siempre me dicen un millón de cosas los hombres. A veces yo misma lo provoco con mi escote. Mi jefe, el dueño del pub me lo dice siempre, medio en broma medio en serio, que tengo que provocar un poco y sí, me gusta hacerlo pero siempre sin mayores pretensiones.
Hasta hace unas 3 semanas me consideraba una persona seria y fiel a mi novio. Es verdad que fantaseo con muchas cosas, leo relatos y me toco, pero tengo claro (eso creía) que puedo vivir una vida normal dejando las fantasías para unos ratos en mi cabeza. Tuve una época bastante movida entre los 18 y los 22 años, en los que fui bastante activa sexualmente y fui saltando de chico en chico, pero desde hace dos años salgo con Dani y creo que es el hombre de mi vida.
O eso pensaba hasta que hace unos días me pasó algo increíble. Algo brutal de lo que me vi protagonista. Una historia que tengo la necesidad de contar y no me atrevo a hacerlo con mis amigas. Fue hace 3 semanas, un sábado en el que yo trabajaba en el bar de copas. Al siguiente jueves iba a ser nuestro aniversario y llevaba unos días feliz y, como diría mi abuela, con el bonito subido.
Aunque era una noche de trabajo normal y suelo ir mona, esa noche yo me había puesto especialmente guapa. Mi vestido favorito. Rojo oscuro, entallado pero con la falda de vuelo hasta las rodillas, y con un escote de vértigo en forma de pico. Me encanta porque realza mi figura y mis curvas, y quería ir provocativa ese día. Incluso me había puesto las medias con liga de encaje a medio muslo que sé que a Dani le vuelven loco, y que nunca llevo al trabajo porque son más incómodas para moverme y agacharme mucho. Tanga negro con encajes y un sujetador a juego. Y el pelo recogido arriba y dejando caer unos mechones en plan informal. Estaba que rompía. Además al gusto de Dani. Si normalmente me dicen cosas, ese sábado todos los clientes se venían a mi lado de la barra.
Habíamos quedado en que Dani vendría con sus amigos a tomar algo una hora antes de que cerrásemos, para luego estar un rato con él y luego me llevase a casa. No sé si por lo sexy que me había puesto pero me sentía especialmente caliente esa noche. Me moría de ganas porque me llevase al descampado como otras veces y me hiciese subirme encima de él mientras sus manos jugaban con mis tetas que, por cierto, son especialmente sensibles.
El pub estaba realmente lleno esa noche y no parábamos de poner copas. Continuamente miraba a la entrada a ver si venía Dani con sus amigos. Tenía ansiedad por que me viese así de guapa. Mi compañera, Lydia, se reía de mí y me decía:
–         “mira que ya han venido”… y cuando miraba decía “ya han venido los dos hombres que te conté del otro día, están para perderse con ellos en cualquier sitio oscuro jajajaja… y si están los dos mejor!”.
–         “Jajajajaa qué bruta eres Lydia ¿ya te has cansado de Javi?” Javi es un amigo de Dani que está muy bien y lleva un par de meses saliendo con Lydia.
–         “No, no me he cansado, pero que me guste el jamón no implica que tenga que dejar de comer solomillo cuando hay” decía guiñándome el ojo.
–         “¿Solomillo eh? Ya me imagino en qué estás pensando jajajaja. Eres lo peor, menos mal que ahora vendrán estos…” 
Lydia en sus buenos tiempos era capaz de hacer cualquier locura con esos dos, pero ahora se le iba la fuerza por la boca. Aunque había que reconocer que esos dos eran atractivos. Treinta y muchos años, con aspectos de triunfadores en la vida, bien vestidos, de complexión fuerte. Uno tenía el pelo corto y algunas canas le hacían atractivo. El otro el pelo un poco más largo. Siempre he sentido debilidad por las personas que muestran seguridad en sí mismos. Me acerqué a su mesa a ponerles unas copas y casi no me miraron, pero cuando me sonrió uno de ellos al pagarme me desarmó.
Cuando llegué a la barra me dijo Lydia “¿Qué? ¿Sí o no? ¿Están para hacerles algo o no?… estoy pensando en arrodillarme a rezar delante de ellos en el almacén, jajajaja de los dos”. Lo de “arrodillarse a rezar” es una broma que nos traemos entre nosotras que os podéis imaginar lo que significa. En fin, lo cierto es que yo lo pensé y me entraron los calores. Pero bueno, este tipo de cosas son normales en el pub. Miré otra vez a la puerta y allí estaban entrando Dani, Javi, Miguel, Emilio y todos los demás. “mira Lydia, deja tus fantasías sucias que ya están los nuestros que tampoco están mal”.
 

Entraron y se quedaron cerca de la puerta. El pub estaba muy lleno. Desde la distancia y con mi mejor sonrisa, tiré un beso a Dani y él me hizo un gesto como que luego me veía. No lo noté muy cariñoso y enseguida vi por qué. Junto a ellos estaban unas chicas de su clase de la Universidad. En concreto estaba Macarena que era la exnovia de Dani y que no puedo ni verla. Ya una vez sorprendí a Dani mandandose sms con ella y estuvimos a punto de romper. Dani dice que él puede tener amigas aunque hayan sido sus exnovias. Pero que sólo son eso, amigos, y que si está conmigo es porque me quiere a mí.

El caso es que no sé si fue por las ganas que tenía de ver a Dani, o por lo guapa que me había puesto, para él y no me hacía caso, pero me enfadé terriblemente. Más aún cuando les vi hablando un poco a su aire, y al margen de los demás. Lydia que lo observó me dijo “toma anda” y me dio otra copa cargadita de ron con cocacola. Era la tercera de la noche y casi me la bebí de golpe por el enfado. Siempre bebemos algo porque estamos trabajando y hace calor, pero nunca nos pasamos.
Yo no hacía más que mirar en dirección a Dani, y él me ignoraba mientras hablaba animadamente con la puta de Maca. Cada vez estaba más cabreada. Lydia se dio cuenta y en plan broma me tomó del recogido de mi pelo y me movió la cabeza hacia sus dos clientes favoritos y decía:
–         “Deja de mirar a Dani, mira a estos que están mejor, jajaja”. No pude menos que sonreír. A veces es muy graciosa.
–         “Déjame, que hoy no es mi día”
–         “Pero si vas preciosa, anda, ve a ellos que justo están pidiendo otra copa” y guiñando el ojo de nuevo “les dices que si en vez de copa, lo prefieren, nos pueden tomar a nosotras jajaja”
–          “qué bruta eres Lydia”
–          “Qué vayas! Y te ríes un poco con ellos a ver si el imbécil de Dani lo ve y que se joda” dijo dándome un azote en el culo, que ellos vieron y se pusieron a reír.
Y allí iba yo entre la gente, con mi bandeja. Muy enfadada y a la vez riéndome de las ocurrencias de Lydia. Cada vez que miraba a Dani me ponía más enferma. Estaba muy pegado a Maca y ella ponía su mano en el antebrazo de él. Qué cabrón, cómo me hacía esto… se iba a enterar. Ahora le iba a dar celos yo. Les puse las copas y les dije que a éstas invitaba la casa. Me quedé hablando un poco con ellos. Coqueteando lo reconozco. Igual que él hacía. También igual puse la mano en el antebrazo de uno de ellos. Como el bar estaba lleno, estábamos bastante juntos, y alguien me empujó al pasar detrás de mí y me desequilibré levemente contra uno de ellos. No lo pude evitar y mi pecho se pegó en él. Él puso su mano en mi cintura para sujetarme. Una mano grande y cálida que me electrizó.
Fue involuntario y me quedó una sensación agridulce. Iba un poco bebida y tenía que reconocer que me había encantado. Me daba mucho morbo la situación por el hecho coquetear con otros teniendo a Dani cerca, pero también me sentía mal por él. El muy cabrón… nunca le había sido infiel. Me separé un poco y lo busqué con la mirada. Al principio no lo ví. Se habían metido un poco más hacia atrás, en la parte más oscura y seguían hablando acaramelados. Ni me miraba.
Entonces se fue la luz. Nunca había visto un corte de luz con el pub lleno. De repente se paró la música y la gente se puso nerviosa. Aunque había algunos focos de emergencia, casi todo estaba oscuro y se oían algunos gritos, algunas risas, bromas… pero luego empezaron a caer cristales y yo siempre he tenido pánico a los vasos rotos. Encima llevaba unos zapatos que me dejaban el pie a la vista, y lo había hecho por el imbécil de Dani.
Instintivamente me pegué un poco a mis “nuevos amigos”. Me puse entre ellos, protegida. qué suerte tenemos, Carlos, una chica preciosa se ha metido entre nosotros… jajaja hay que venir a este pub más veces”. Pero el otro, notando mi nerviosismo me susurraba al oído “Tranquila pequeña, que estás conmigo… es sólo la luz”, y mientras sus manos me acariciaban peligrosamente jugando con la curva entre mi espalda y mi culo. Y sí, me protegí en él rozando mi cuerpo levemente sobre el suyo mientras su amigo “cubría mi espalda”. No me atrevía a más, pero estaba poniéndome malísima. Y sus palabras en mi oído, protegiéndome, controlándome no ayudaban nada. No sé qué impulso me dio pero giré la cabeza hacia él y le besé suavemente los labios. Automáticamente una de sus manos tomó con firmeza un puñado de mi pelo a la altura de la nuca, e intensificó el beso presionando mi cabeza hacia él y metiendo su lengua en mi boca. Yo me lo había buscado con mi beso.

Pegada a ellos. Y noté por segunda vez mi cuerpo contra el suyo. Noté sus manos sobre mi cuerpo, sobre mi cintura. Varias manos. Noté como mis pezones, pequeños y sensibles, se apretaban contra la tela del sujetador. Ellos hablaban quitando hierro al asunto. Uno de ellos decía al otro “

Fueron pocos segundos porque volvió repentinamente la luz, y también repentinamente me sentí súper culpable de lo que había hecho. Miré hacia Dani, pero esta vez ya no le ví. ¿Dónde estaría el muy cabrón? Miré hacia Lydia, que me miraba fíjamente con la boca abierta y una expresión burlona. Me temblaban las piernas por lo que había ocurrido y torpemente recogí la botella en la bandeja, y me dirigí hacia la barra donde Lydia me dio mi copa con una sonrisa de oreja a oreja. Me la bebí entera.
Dani no aparecía. Maca tampoco. Me distraje poniendo copas con cara de pocos amigos. Parece que el apagón había acentuado el ansia bebedora de nuestros clientes. No podía evitar mirar ocasionalmente a los dos tipos que seguían hablando entre ellos. Cuando alguna vez se cruzaban nuestras miradas me estremecía. Al cabo de unos minutos volví a ver a Dani junto con sus amigos y la lagarta de su exnovia ¿Dónde habrían ido? No quería ni pensarlo. El imbécil ni siquiera se había acercado a darme un beso, y ellos dos seguían hablando y riendo ajenos al resto del mundo.
Mi estado era una mezcla de enfado, excitación por lo sucedido en el apagón, embriaguez, nerviosismo… pero predominaba mis ganas de hacer algo que hiciese a Dani sentirse mal. Vi que el chico que me besó pasaba entre la gente dirigiéndose a los aseos, y rápidamente tomé una caja vacía y simule ir a recoger vasos vacíos con la intención de cruzarme con él. Me movía la rabia, pero también la excitación. Iba mirando y sonriendo a ese chico, y cuando llegué a su lado tomé su antebrazo coqueteando “Has sido malo y ni siquiera me has dicho como te llamas” dije coqueteando y mirando alternativamente a él y al lugar donde estaba Dani…
Él, que iba más sobrio que yo, debió notar que estaba jugando con él para dar celos a mi novio y me apartó mi mano con cierta brusquedad susurrándome “déjame pasar zorra”. Me quedé completamente descolocada. Nunca me habían tratado así. De hecho, muchas veces noto que los chicos no se atreven a dirigirse a mí y, cuando lo hacen, es con cierta timidez. No sé porque seguí detrás de él con lágrimas brotando de mis ojos “no me llames eso, no me lo llames”. Mientras él avanzaba hacia el pasillo de los WC sin mirar atrás. Cuando pude me puse delante de él impidiendo su paso. Era delgado pero musculoso.
–         “No me llames eso… discúlpate” –casi le suplicaba-
–         “Es lo que eres”
–         “No lo soy!”
–         “Me acabas de besar a dos metros de tu novio… estás jugando conmigo. Eres una zorra. Una putita… déjame en paz” Me había descubierto y yo no sabía que decir… sólo le miraba entre lágrimas. Sujetándole. Como esperando algo de él…
Entonces en un gesto rápido me tomó del brazo y abrió la puerta del almacén que estaba justo a nuestro lado y me arrastró detrás de él. Cerró la puerta detrás de mí y puso mi espalda contra la puerta. Me manejaba como una pluma. Una vez allí, en la semioscuridad, volvió a tomarme del pelo haciéndome erguir la cabeza y puso sus labios sobre los míos, y sus manos sobre mi cuerpo. Deseaba besarle, abrir la boca. Lo deseaba con todas mis fuerzas pero me daba corte. Ahora jugaba él conmigo. Entonces me besó bruscamente, introduciendo su lengua mientras yo correspondía apasionadamente. No me explicaba la razón, pero el hecho de arrastrarme, de imponerme, de insultarme… de dominarme y tratarme como a una guarra me tenía excitada como hacía años que no estaba. Mis manos recorrían su pecho, y las suyas cubrían los míos amasándolos con rudeza.
Mi mente estaba en blanco. No tardó demasiado en bajar los tirantes de mi vestido y arrastrar mi sujetador hacia abajo liberando mis pechos y mis pezones completamente excitados. Sabía que en cuanto pusiera sus labios en ellos me entregaría completamente a él, si es que aún no lo estaba. Y su boca iba bajando de mi cuello a mis hombros mordiendo y besando vertiginosamente. Sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Súbitamente me di cuenta de que gimiendo sin control. Completamente en su poder, manoseándome, llamándome zorra y mordiendo fuerte mis pezones que respondían emitiendo ondas de placer hacia todo mi ser. No podía explicarlo. Era a la vez doloroso y placentero. Estaba flotando en sus manos, que ya se habían metido dentro de mi falda y restregaban mi rajita sobre mi tanga con la misma fiereza. En ese momento me atreví a hacer lo que hacía mucho tiempo que deseaba, y bajé mi mano de su pecho a su pantalón, tocando por primera vez su verga que me pareció inmensa y durísima.
Su lengua pasaba de mis pezones a mi boca, y sus dientes le acompañaban detrás. Me llamaba puta, zorra, … me decía que era una guarra y que él sabe tratar a las guarras, aunque esté a dos metros de mi novio. Yo estaba completamente entregada. Mi sexo palpitaba empapado como el de una adolescente en su primer magreo. Era suyo. Y si no fuera porque mi jefe intentó abrir la puerta y se puso a golpearla, me habría follado allí mismo.
Los golpes en la puerta hicieron que me volviese el sentido común y le rogué que parase. Subí mis tirantes, pero antes de arreglar mi falda su mano agarró mi tanga y de un fuerte tirón lo arrancó de mi cuerpo sin inmutarse. Arreglé mi falda avergonzada por lo mojado que estaría, y disgustada pues era un precioso tanga negro de encaje. Rápidamente, tomé unas botellas de whisky en mis manos para simular haber entrado a por ellas. Sólo entonces encendí la luz y abrí a mi jefe que me lanzó un bufido a mí y una mirada asesina a él.
Con mis piernas temblando volví a la barra, mirando cómo él volvía también junto a su amigo con una sonrisa bonita y tranquila. Con un pañuelo de papel, Lydia me limpió el carmín corrido junto a mis labios y seguí trabajando sin poder evitar mirar constantemente al lugar donde estaban ellos temblando cada vez que lo hacía. Él actuaba como si no hubiese pasado nada, aunque ocasionalmente también miraba. Su posición era de espaldas a la barra y la del otro chico, su amigo, era frente a mí, y él sí me miraba con una sonrisa abierta que me hacía morirme de vergüenza.
Lydia que no es nada tonta sabía que algo había pasado. Más aún cuando me vio prepararme mi cuarta copa de la noche, pero no dijo nada. Sólo sonrió. Ella también se había dado cuenta de que otra vez no estaba ni Dani ni la zorra de su exnovia. Yo, llena de remordimientos y de enfado, hacía como si no estuviese pasando nada, y trabajaba poniendo mi mejor sonrisa a todos los que atendía. Pese a todo, estaba a punto de derrumbarme. Un rato después, Dani no había vuelto y los dos hombres pedían la cuenta, lo que me supuso un pequeño disgusto a la vez que un gran alivio. Al recibir el billete de 50 Euros, junto a él había una servilleta de papel con el nombre de otro pub cercano.
Quedaba poco para que cerrásemos, y Dani no aparecía. Así que nada más cerrar, tomé mi abrigo, di un beso a Lydia que sospechaba lo que iba a pasar, y me fui al otro pub. Habría ido más tranquila si me hubiese llevado a Lydia conmigo. Sabía que iba a hacer una locura. Pero Javi, su novio, sí estaba esperándola a ella.
Caminando por la calle me di cuenta de que estaba bastante afectada por la bebida, pero aún pensaba con claridad. El hecho de no llevar braguitas me hacía sentir extraña, incluso sentí más de un escalofrío a pesar de que no hacía mucho frío. Entré con decisión al pub donde ellos estaban y los busqué con la mirada. Estaban al final de la barra. En un lugar apartado. Venciendo a mi última resistencia llegué hasta ellos, simulando autoconfianza pese a que estaba temblando.
Ellos me hicieron un hueco de pié entre los dos. A pesar de estar ambos sentados en taburetes, ninguno de ellos me lo cedió. Hablaban entre ellos como si yo no estuviese.
–         Ves como te dije que vendría. Jaja me debes una copa –dijo Carlos, el chico al que aún no había besado-
–         Quizá quiera sus braguitas. Aunque seguro que no se atreve a ir sin ellas y se ha puesto otras nuevas.
–         No creo, tiene cara de querer hacer una locura. Apuesto a que no lleva.
–         Jajajaja ya no apuesto más contigo. Compruébalo y me dices.
–         Voy
No me lo podía creer: El chico canoso, aquél que había besado en el almacén, me cedía a su compañero como si yo fuese de su propiedad. Sobre todo, el hecho de usar ese lenguaje entre ellos y sin tenerme en cuenta me resultaba extraño, pero me tenía extrañamente caliente. Miraba a uno y a otro apoyada sobre la barra del bar. Por suerte estabamos en un extremo y no se nos veía entre la gente.
–         Abre un poco las piernas pequeña -dijo metiendo discretamente su mano bajo mi falda desde atrás-
–         Gggmmmmmhhhh –gemí sin poder evitarlo, pero dudando si debía oponerme a que me tratasen así-
–         ¡Bingo! no lleva, no. –dijo mostrándole el dedo brillante por la humedad de haber entrado en mi sexo-
–         Jajaja creo que vas a ser una chica muy obediente ¿lo eres?
Yo estaba roja como un tomate. Como mi vestido. Acalorada, avergonzada y excitadísima. Nunca había experimentado una sensación así. Seguía mirando hacia abajo la mayor parte del tiempo. Colocada entre ellos, que manteniendo una conversación normal, rozaban discretamente mi cuerpo, pellizcaban mi pecho con rudeza, daban un azote a mi culito, o metían impunemente las manos bajo mi falda. A veces me hacían preguntas y yo, que estaba entregada a ellos, les contestaba aparentando normalidad mietras me dejaba tocar donde hacía años que sólo mi novio tocaba. Ni siquiera me habían pedido una copa.
En ese momento los dos tenían una mano dentro de mi falda y no sabía muy bien lo que me estaban haciendo pero estaba a punto de tener un orgasmo. “hhhhmmmmm ¿Qué hacéis?”. Yo estaba con los ojos cerrados. Dejándome hacer. Supongo que se harían una seña porque los dos a la vez sacaron su mano dejándome un vacío tremendo.
–         “Venga, vámonos…” -dijo uno de ellos- “Sonia quiere que le demos lo suyo, y esta noche nos ha pedido que la cuidemos”.
–         “No hay prisa, espera que me termine la copa” –dijo el otro, mientras yo me moría por salir y ellos estaban tan tranquilos jugando conmigo, y poniéndome pruebas-
–         “Vamos Sonia, pon carita de chica buena y rózate un poco sobre nosotros
Por supuesto que lo hacía. Trataba de ser discreta pero al alzar la vista me encontré con la mirada de la camarera que desde su posición ahora nos observaba curiosa. Bajé la mirada avergonzada de nuevo. Avergonzada y excitadísima. Por fin terminaron sus copas, y con la mano de uno de ellos sólo unos centímetros encima de mi culo me escoltaron a la salida del pub. La imagen que presentábamos era sutilmente morbosa. Una chica joven entre dos hombres más maduros. Sin que nada demostrase que algo raro pasaba, se intuía perfectamente y la gente nos miraba curiosa.
Me guiaron hacia su coche que estaba aparcado frente a la pared lateral de una nave industrial. Por suerte estaba apartado en una calle oscura. Al llegar, uno de ellos encendió los faros. Era un todoterreno grande de color blanco. Estábamos frente al coche. Yo no podía aguantar más mi excitación y me agaché con intención de abrir la cremallera de sus pantalones, pero no me dejaron y casi en volandas me pusieron frente al coche, con la pared detrás de mí. Ambos se sentaron en el capó con los pies en el parachoques colocándome.
–         ¡Súbete la falda! –dijo uno de ellos empleando lenguaje imperativo-
–         Venga, muéstranos lo que tienes ahí… –dijo el otro aunque yo me mantuve quieta, quería hacerlo, me moría por hacerlo, pero aún había algo de dignidad me lo impedía-
–         ¡Vamos, dinos lo que hay ahí…! -yo seguía inmóvil-
–         Es un puto juego… si no quieres jugar nos vamos Sonia. Dinos que escondes ahí.
–         Mi tesoro… -acerté a decir sintiéndome ridícula…-
–         ¡Usa lenguaje sucio… joder!
–         Pues mi chochito –dije aparentando seriedad aunque sintiéndome aún más ridícula-
–         Jaja, eso está mejor. Venga, que queremos verlo a ver si nos gusta.
Impúdicamente hice algo que jamás en mi vida había hecho anteriormente. Subí lentamente mi falda dejando a la vista de mis dos acompañantes mi sexo desnudo. En el almacén de mi pub el chico de pelo canoso me había arrancado mi tanga y no llevaba nada debajo.
–         Vamos, tócatelo, que te veamos. –seguían dándome órdenes-
–         ¡Pero no cierres los ojos! Eres nuestra puta esta noche, y nos tienes que mirar a la cara
Yo obedecía sin cuestionar nada. Estaba al borde del orgasmo. Frotando mi sexo ante dos extraños, excitadísima, a pesar de que aún se me pasaba por la mente la imagen de Dani, mi novio. Incomprensiblemente para mí, eso me excitaba aún más. Estaba en su poder. El chico que llevaba la voz cantante notó algo en mi rostro y me dijo: “Ven aquí, acércate”. En realidad estaba a dos pasos frente a ellos pero, una vez más, no hice caso. Quería continuar frotándome y correrme. Estaba borracha, excitada, curiosa por provocar, por ver qué pasaba si no les obedecía. Sobre todo curiosa.
Entonces uno de ellos se bajó del capó donde estaba sentado y, aplicando una fuerza controlada, me bajó los tirantes del vestido despojandome del sujetador, dejándome prácticamente desnuda salvo por los zapatos y las medias por el muslo que llevaba. Me empujó hacia su compañero que se echó un poco hacia atrás. Yo quedé contra el capó del coche, inclináda hasta el punto de notar el frío de la chapa sobre mis tetas. Mi cara estaba sobre el regazo del chico que estaba sentado, que esta vez se dejó abrir el pantalón por mis manos y saqué una gruesa y preciosa polla, algo más grande que la de Dani.
Mientras tanto, mi culito estaba al aire y el chico de las canas dijo  “Ummmm qué culo más bonito”, y comenzó a pasar sus labios y su lengua por las proximidades de mi sexo y por mi culo. Yo sentía sus cosquillas y lo movía tratando de que sus labios llegasen a mi centro, pero él jugaba conmigo. En ese momento, su compañero algo cansado de la forma superficial en la que pasaba mis labios, me tomó bruscamente del pelo obligándome a tragarme su polla hasta la garganta. Cuando quise protestar, dijo “¡Las manos en el coche!” –era una orden firme, que yo obedecí sumisamente entregada.
La mezcla de sensaciones era brutal. Mis pezones tocaban la chapa entre las piernas de un hombre que doblegaba mi voluntad obligándome a tragarme una gruesa verga. El otro hombre me abría el culo con sus manos, y había colocado su sus labios sobre mi coñito y me lo follaba con sus dedos y su lengua. Sabía muy bien lo que hacía. Yo no podía aguantar más y me sumergí en un rotundo orgasmo que me dejó desmadejada. Mis piernas dejaron de aguantar mi peso y mis preciosas tetas se aplastaban aún más contra el capó.
Pero ellos no cejaban en sus maniobras. Mientras uno me movía la cabeza tirando de mi pelo y presionando mi garganta contra su polla, el otro seguía provocándome escalofríos con su boca. A mí siempre me ha gustado chupar una buena polla, pero desde hacía dos años sólo conocía la de Dani, y esta noche estaba liberando toda mi ansiedad contenida y se la comía con entusiasmo. Por mi mente se pasaban todas las imágenes de hombres atractivos y todas las fantasías que todo este tiempo había almacenado mi mente de putita. Eso es lo que era, así es como me sentía y como una putita era tratada.
Después de producirme un nuevo orgasmo, el chico que trabajaba mi coño sustituyó sus labios por su polla y, a pesar de lo lubricada que estaba en ese momento, sentí como me partía en dos según la clavaba hasta el fondo de mis entrañas. No tuvo piedad ninguna y se puso a embestirme con fuerza mientras me sujetaba de los huesos de mis caderas. Sin darme cuenta estaba gritando con cada una de sus embestidas. Su compañero sujetó con insistencia mi cabeza y, llamándome cerda viciosa, se vació sobre mi boca obligándome a tragarme toda su corrida. Hacía tiempo que no accedía a tragar el semen de un amante pero esta vez su sabor me pareció agradable “Trágatelo todo, Sonia” dijo dirigiendo mi boca hacia algunas gotas que habían caído en el capó y yo, golosamente, pasé mi lengua por ellas y por mis labios.
Seguía temblando de excitación con mi precioso culito al aire y mis tetas sobre el capó. Toda una puta en manos de dos extrañós bastante mayores que yo. Mi chochito inundado de mis jugos, envolviendo una polla que sentía dura como si fuera de madera. Ellos hacían comentarios de mí como si yo no estuviese. Decían que daba gusto encontrar a una buena zorrita… que viendo como la chupaba se notaba que pasaba hambre de polla, que me moría de ganas de ser usada.
Yo sólo podía gemir dejándome hacer, y manteniendo obediente mis manos en el coche mientras recibía las embestidas desde atrás. De repente sentí que los azotes que me daban en el culo se intensificaban y mi vagina se llenaba de líquido aún más caliente que lo que yo estaba. Al principio dudé de si había perdido el contro de mis esfínteres, pero al oir como se intensificaban los gemidos a mi espalda “Ahhhh joder, esta guarra me está ordeñando con sus contracciones”, supe que no era así, que se estaba corriendo dentro de mí. No sé por qué pero un extraño sentimiento de orgullo me llenó. De todas formas, sus palabras procaces incidían directamente en mi líbido y sin poder evitarlo, me sumergí en un tercer orgasmo tan intenso como los anteriores. Debía ser bastante escandalosa, porque volviendo a meter su polla en mi boca, el hombre del capó dijo:
–         Voy a hacer algo para que te calles, jajajaja
–         Ahora es tu turno –dijo el otro-
–         Jajaja no me gusta mucho meterla donde ya te has corrido tú
–         Pues ya sabes….
–         Ya, es que no quiero hacerla daño follándome su culito – y era verdad, nunca me lo habían hecho y siempre había tenido curiosidad-.
–         ¿tú crees que mi culo no merece que se lo follen? –me sorprendí a mí misma con esas palabras-
–         jajajajajajaja -rieron los dos a la vez-
–         Seguro que sí, está durito –dijo uno de ellos amasándolo un poco y dándome un azote-
–         Te lo dije, hemos desatado la caja de pandora con esta chica. -dijo el otro-
–         Eres una zorra Sonia
No puedo negar que el hecho de que usasen mi nombre me hacía protagonista, y eso me hacía sentir bien. Mientras habían intercambiado posiciones, y el chico de las canas, ahora sentado en el capó, hablaba conmigo.
–         ¿te lo han estrenado?
–         Aún no
–         Jaja, pues éste te lo quiere petar
–         No sé –dije con un cierto miedo-
–         Si has dicho que sí… ¿te vas a echar atrás ahora?
–         Bueno sí, pero por favor, tened cuidado…
–         Espera ahí
Yo, entre palabra y palabra, seguía mamando la polla que me iba a follar por el culito. Su amigo abrió la puerta del coche y salió con un tubo de crema de manos, aplicándome una buena dosis en el culito, e introduciéndome un dedo aprovechando la lubricación
–         ¡Ayyyyyy! Está helada.
–         Calla, ahora vas a sentir calor…
–         ¿Quieres que paremos Sonia? –Dijo el otro-
–         Nooo ¡seguid!
–         Pues pídelo por favor
–         ¡¡Folladme cabrones!!
–         Jajajaja nos ha dicho a los dos
–         Los dos noooo
–          –dijeron al unísono-
Se notaba que el chico de las canas era un hombre de recursos y siempre tenía un punto de dominio. La verdad es que era él quien me tenía loca toda la noche. El hecho de verle un anillo de casado le hacía incluso más atractivo y morboso. Se bajó del capó, abrió el portón trasero del coche y se sentó allí con pies en el suelo, los pantalones bajados, y tocándose la polla.
–         ¿A qué esperas Sonia?. ¡Súbete!
–         ¿cómo?
–         ¡Jajajaja qué cabrón eres! –dijo su amigo- Ya sé lo que tienes en tu sucia mente Carlitos
El otro me guió hacia su amigo sujetándome del brazo y me hicieron sentarme sobre él, con su cara en mis tetas que ya mordía, y mis piernas dentro del maletero. Por suerte era plano. Su polla entró en mí como un cuchillo caliente en mantequilla. La posición era un poco forzada pero, cuando él apoyó su espalda en el piso del maletero quedando boca arriba, se convirtió en la típica posición en la que la chica cabalga al chico tumbado. Entonces me tomó de los pezones y tiró de ellos haciéndome inclinarme sobre él. En ese momento lo entendí todo. Me iban a follar los dos a la vez. Joder, joder… me iban a reventar pero lo deseaba. Uffff cuando se lo contase a Lydia no se lo iba a creer.
Lo cierto es que era un poco humillante que me hiciese inclinarme hacia delante tirando de mis pezones, pero incomprensiblemente ese tratamiento me ponía aún más caliente. Su compañero, de pie fuera del coche y detrás de mí, apoyó la punta de su polla en mi culito.
–         Despacito, no seas bruto –rogué-
–         Claro que sí, putita, no queremos que tu novio aprecie mañana tu culito reventado –dijo cruel- ¿Cómo se llama?
–         Dani –susurré con un hilo de voz-
–         Uffff qué suerte tiene Dani. Si te viera ahora, totalmente rellena… –decía mientras iba metiendo poco a poco su polla en mi culito virgen-
La mera mención a mi novio me ponía caliente como una perra. No puedo explicarlo, pero era así. Ellos sabían perfectamente lo que hacían y, poquito a poco, cada vez estaba más dentro de mí. Partiéndome en dos. Me hacían sentir sucia, como una puta en su poder. Tiraban de mi pelo, amasaban mis tetas, jugaban con mis pezones o metían sus dedos en mi boca. La sensación era brutal. Dos pollas dentro de mí. Me moría de gusto. Esta vez me follaban con movimientos suaves, profundos, metódicos y yo me sentía como un juguete en sus manos. No pude aguantar mucho y me deshice en un orgasmo largo e intensísimo. El mejor de mi vida hasta la fecha y, en mi desesperación me dio por decir “Gracias, gracias, gracias”.
Después de vaciarse de nuevo dentro de mí me mandaron que me vistiese. A partir de ahí, su trato fue cariñoso, casi paternal. Me dejaron en el portal de mi casa y se largaron tirándome un beso. Ahí quedé yo, con mis partes íntimas algo resentidas, un reguerito de semen resbalando por mis muslos, y pensando que soy una auténtica puta. Pero no me arrepentía, Dani se lo tiene merecido.
Muchas gracias por leer hasta aquí… y gracias por todos los comentarios y sugerencias.
Carlos López
diablocasional@hotmail.com

Relato erótico: “La casa en la playa 6.” (POR SAULILLO77)

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3 dias con mi tia.

Un calor agobiante me despertó, era el sol pegando fuerte por la ventana, al ubicarme sentí mi miembro duro presionado, estaba en forma de cuchara pegado a la espalda de mi tía, y con un seno en la mano, Marta estaba pegada a mi, con sus pechos en mis omóplatos y un brazo por encima mía. Me quedé quieto como una estatua, sin saber que hacer, quizá mi tía se molestara por la erección, así que traté de moverme.

-SARA: shhhh quieto – se abrió de piernas y sentí mi miembro caer entre ellas.

-YO: tía……- cerró los muslos, me creí desvanecer.

Pasó un largo rato hasta que Marta se movió tumbándose hacia el otro lado, entonces pude separarme y sentir como salía de su prisión cárnica, pero al momento se giró sobre mi, apoyada en mi pecho con su barbilla en mi cuello.

-SARA: tienes una buena polla, lo sabes, ¿no?

-YO: bueno……eso dice mamá.

-SARA: y yo, y cualquier mujer, he visto algunas más largas, pero no más anchas, debes dejarlas rotas de placer, a mi me duele la mandíbula de chupártela ayer – bebidos se hacían unas cosas que, luego al mencionarlas, resultaban incomodas, al menos a mi.

-YO: pues no se, Vanesa parecía feliz…..- sorbió por la nariz con un sonrisa muda, mi comentario fue tan inocente que no me di cuenta.

-SARA: normal – Marta se movió y gimió entre dientes.

-MARTA: callaos leche, quiero quedarme aquí para siempre, no salir de esta cama nunca…….- Sara me puso un dedo en los labios y sonrió traviesa, extendió su mano y la pellizcó el culo, Marta se sobre saltó y se giró, pero vio a Sara sonriendo, frunció el ceño con cariño y se giró a seguir durmiendo, Sara empezó a rozarle el contorno del cuerpo, que a contra luz del sol anaranjado parecía de cobre pulido.

Al hacerlo me ponía un pecho en la cara, no hice nada por miedo, solo miraba como Marta soltaba zarpazos queriendo apartar aquellos dedos que la acariciaban, le hacían reírse y erizarla la piel, hasta que se revolvió con una sonrisa enorme y atacó a Sara con la almohada, que ofendida, se puso de rodillas y jugaron a pelearse conmigo en medio.

-MARTA: ¡serás pesada, Sam, ayúdame! – me incorporé y cogí a Sara de la cintura pegándola a la cama, se reía mientras luchaba por liberarse y Marta la hacia cosquillas en el vientre.

SARA: ¡no por dios, cosquillas no, que me muero! – eso solo azuzó a Marta, que empezó a hacerla “pedorretas” en el estómago doblándola de risas.

Ninguna pareció percatarse de mi erección, hasta yo me olvidaba de ella, aquello empezó como un juego inocente, Sara se liberó y logró coger del abrazo a Marta, buscándola cosquillas hasta encontrarlas en las costillas, Marta se revolvió como una loca entre carcajadas y gritos.

-SARA: ¡ayúdame con ella, Sam!

-MARTA: ¡ni se te ocurra!, que te busco el cuello….. – solo con decirlo traté de esconderlo, y Sara me atacó, es algo superior a mi, la solté y huía de ella mientras me pegaba los pechos a la nuca y me hurgaba con los dedos en la garganta, estaba rojo y me reía tanto que me ahogaba.

-YO: ¡para…..por favor jajajja para! – no lo hacia.

-MARTA: ahí os quedáis, huyo cual cobarde a darme una ducha – la imploré ayuda pero me revolvió el pelo y se fue.

-SARA: jajaja ahora estamos solos tú y yo – trataba de alejarme, pero lograba llegar a mi cuello.

YO: ¡para………para…….. o…..o …..!- seguía

Me hinché de orgullo y la cogí de la cintura elevándola medio metro, ante un grito de sorpresa la dejé caer a la cama boca abajo, subiéndome encima de ella, aprisionándola y haciéndola cosquillas por los costados, se movía como una culebra, tanto que se me salió la polla del calzoncillo y la estaba pegando con ella en el culo, se sintió el cambio de tono en las risas de Sara, creí que era otra cosa, se giró como pudo, se alzó buscándome el cuello, tan fuerte que caí sobre ella, que estaba de medio lado, me apretó contra su cara y clavamos nuestras miradas.

-SARA: ¿si te pido una locura la haces?

-YO: ¿que puede ser?

-SARA: bésame…. – y alzó sus labios, volví a sentir un sabor a frambuesa reconocible, y al 3º beso, su lengua me invadió, y se lo devolví.

-YO: tía…yo……..una cosa es cuando jugamos…pero Vanesa….- me acarició la cara con ternura.

-SARA: faltan unos días para que vuelva, podemos divertiremos mientras, tú y yo – sacó una de sus piernas de entre las mías y me rodeó con ella.

-YO: ¿y Jaime?

-SARA: jajja soy mujer de sobra para 2 – fue lo mejor que pude sacarla, así que la azoté con fuerza, se sorprendió gratamente, tanto que lo volví ha hacer, y entonces me apretó contra su seno, lo lamí con fuerza y pude notar su dureza en los labios.

-YO: ¡que buena estás tía! – alardeó con un gesto coqueto, y me alejó de sus senos besándome, ella se reía ante mis torpes conocimientos.

-SARA: calma potrillo, tenemos tiempo, ahora a desayunar – me seguía dando besos cortos y tenia las mejillas coloradas, pero la solté.

Algo decepcionado y esperanzado a la vez, me fui al baño a aliviarme, al bajar estaban todos desayunado con caras renovadas, decidimos por 1º vez ir todos a la playa como familia, y pasar la mañana allí para comer en un restaurante cercano. Con mucha más gente a esas horas, Jaime y yo fuimos precavidos, aparte de que el noviete de Sonia, Jony según dijo llamarse él mismo, estaba por allí, un chico alto y musculoso, rapado al cero y un pendiente en una ceja, Vin Diesel pero con acento de paleto Valenciano. Eso no cambió que mi madre seguía el juego a Jaime, le gustara como la follaba, o no, le atraía el morbo, y un par de cachetes en su trasero siempre la dejaban dócil y mansa.

Sara se pegó a mi, no soy imbécil, sabia que estaba resentida y que yo era una opción de celos a Jaime, pero no por ello no me aprovecharía de ello, si no fuera conmigo buscaría a otro con quien intentarlo. Además Sara había ido con un diminuto biquini de tanga, que le quedaba de fábula, y me pasé media mañana en el agua frotándome contra su trasero.

Al salir al sol, una por una se quitaron la parte de arriba y se quedaron así, a Jony casi le sale la sangre por la nariz de verlas los pechos. Todas tenían ya las marcas del biquini del sol y no las querían, teníamos un moreno ya marcado pasado 1 mes y pico allí. Pese a ello Jaime se dedicó a darle cremas a todas, menos a Sara, que me eligió a mí ante su sorpresa. Me esmeré en dejarla relajada y recorrer su espalda con cuidado.

-SARA: ¡que gusto de hijo hermana!, que manos tiene…….- lo decía bien alto para los oídos de Jaime.

-CARMEN: no es lo único en que destaca mi niño jajajaja.

-MARTA: ¡MAMÁ! JAJAJAJA – se puso colorada, no menos que yo, todas sabían que se referían a mi miembro.

-SONIA: ¿tenemos algún plan estos días? – se habría cansado de salir con los de su edad y hablaba en plural con nosotros.

-MARTA: yo tengo que descansar, estoy magullada del fin de semana……

-JAIME: jajaja si es que eres una floja……- la dio un buen azote que la dejó enrojecida la zona del glúteo.

-CARMEN: no lo es, yo también tengo que relajarme un poco, ya no tengo edad.

-SONIA: quien lo diría….- si raro era que mi madre tuviera ese aguante, más lo era que Jaime se hubiera follado ya a mi madre, mi tía y mi hermana, y la más ligera de cascos de todas, Sonia, siguiera sin catarlo.

-SARA: vosotros haced de lo que queráis, yo me voy al mercadillo del pueblo de al lado, y no me apetece coger el coche, ¿me llevas con la moto Samuel?

-YO: si……bueno….si no os importa…..

-JAIME: pensaba que podríamos volver a jugar esta tarde todos……quédate.

-SARA: no gracias, tu te has quedado sin derecho a decirme que hacer……..- un frío cortante cruzó la playa, pero Sonia y Marta relajaron el ambiente repasando las cosas menos lascivas del fin de semana.

Pasamos un par de horas en la playa y comimos una paella exquisita, para regresar a casa y echarnos una gloriosa siesta, Sara me llevó a su cuarto a dormir y se quedó en bragas como de noche, Marta se subió a su cuarto pero se bajó a nuestra cama pasado un rato.

-MARTA: ¿puedo quedarme aquí? es que Sonia y Jony…….- no hacia falta que dijera nada, se les escuchaba bien. Marta iba en tanga y sujetador sin más.

-SARA: claro bonita, ven aquí – le hizo un hueco entre los 2 para ella.

-MARTA: me sienta a cuerno quemado que Sonia se porte así, le da igual que esté al lado.

-YO: es tu amiga.

-MARTA: ya……y Jaime el tuyo, pero duerme con mamá….vaya par de idiotas nos hemos traído.

-SARA: jajaja no te preocupes, mi cama está siempre disponible para vosotros – Marta la abrazó y luego se quitó el sujetador para estar más cómoda.

Nos abrazamos de forma cariñosa, quedando soporíferamente traspuestos. No puedo decir que no fuera una gozada dormir con ellas 2, casi desnudas, no fue raro despertarme con mi hermana pegada a mi y una erección colosal, raro fue ver a mi tía besando un seno a Marta, lo hacia con una delicadeza sobrenatural, casi sin tocarlo, pero tenia su pezón bien duro.

-YO: ¿que haces?

-SARA: shhhh que la vas a despertar.

Poco a poco fue subiendo la intensidad de sus besos y el calor de Marta aumentó, lo sentí en mi cuerpo, gemía ahogada en sueños, Sara se acomodó y le cogió de ambos senos jugando a lamerlos y besarlos, daba pequeños rodeos con la lengua sobre sus pezones justo antes de chuparlos. La respiración de Marta se aceleró y terminó despertándose acalorada.

-MARTA: jajaaja ¿que haces tía? – su casi nula reacción negativa me confundió.

-SARA: vengarme por dejarme sola ayer con este animal después de las cosquillas.

-MARTA: que mala soy….- y en vez de apártala la apretó contra su pecho, mordiéndose el labio y sacando el culo al sentir mi erección.

-SARA: tienes unos pechos preciosos, me gustaría tenerlos así – los acariciaba con delicadeza.

-MARTA: los tuyos no están mal…..

-SARA: antes, a los 25, me sentía orgullosa de ellos, pero ahora….te veo a ti, no digamos a Sonia, y me da cosa…..

-MARTA: no digas bobadas, míralos……- se los cogió con cariño – …seguro que Jaime goza con ellos.

-SARA: no se……¿tú que opinas Sam? – de golpe me habían metido en la conversación.

-YO: bueno, es que compararse con Sonia es un error…….tienes unas tetas muy bonitas tía.

-SARA: gracias…….¿te gustaría tocármelas? – asentí ansioso, se alzó de medio lado sobre Marta y me las puso cerca, las cogí con rudeza, casi sopesándolas.

-MARTA: jajaj así no, tonto, tienes que hacerlo con suavidad – se puso detrás de mi y me fue guiando con cuidado, Sara tenia una medio sonrisa boba mientras veía como mi hermana me enseñaba a tocar unos pechos con sensualidad, me quedé estupefacto al sentir como se ponían duros y firmes, y jugar con sus aureolas fue delicioso.

-SARA: jajaja una mujer sabe como tocar a otra mujer eh……- Marta volvió en medio y acarició sus senos lentamente, dándole pequeños besos tiernos a cada pecho.

-MARTA: puf….me estoy acalorando mucho eh…..me tengo que ir a dar una buena ducha.

Tardó uso segundos en dejar de besar sonoramente los pechos de Sara, y luego me besó en la mejilla revolviéndome el pelo, se fue echándose aire con la mano al cuello y Sara se dejó caer boca arriba tirando de mi, que seguí chupando sus senos como la había visto hacer a mi hermana.

-SARA: ¡dios…..como me pone Marta!, me recuerda a tu madre de joven.

-YO: se parecen mucho – dije al sacarme un pecho de la boca.

-SARA: ¿te cuento un secreto? Tu madre y yo tuvimos nuestro momento……yo tenia 17 años, y se quedó en mi casa unos días para verme, se puso tan borracha que jugamos toda la noche la una con la otra, siempre me gusta una buena polla, pero aquellos días me iba un poco de todo, me dejé llevar y creo que a ella le gustó.

-YO: ¿y luego que hicisteis?

-SARA: nada, como si no hubiera pasado, eso me dejó triste, tu madre volvió a casa y no se habló del tema jamás …..- sonó melancólica y me apartó de sus pechos, para meter la lengua a jugar en mi boca – …deberíamos darnos una ducha para irnos al mercadillo.

Esa mujer me ponía enfermo, me llevaba al limite del paraíso para arrebatármelo, cayeron 3 pajas como 3 soles en la ducha, salí con el brazo cansado, con un bañador y una camiseta, Sara escogió una falda negra de tubo hasta los muslos y un top dorado, no se veía sujetador aunque luego vi que llevaba uno de esos sin tirantes, tampoco es que necesitara realzarlos, seguro que antes habían estado mejor colocados, pero no la deslucían para nada, y con unos tacones grandes con un leve recogido de pelo estaba sencilla e increíble.

Se abrazó a mi espalda al subirse a la moto y tuvo que remangarse la falda con esmero para abrirse de piernas y sentarse, sentí sus manos en mi tórax, no como sujeción, sintiendo mi cuerpo. Los botes de los badenes eran divertidos y aceleré un poco de más para sacarla un suspiro de nervios, al llegar me dio un par de besos cálidos de emoción y se cogió de mi brazo paseando por el mercadillo. Fueron 2 horas en que fui su novio, es la mejor forma de describirlo, me preguntaba como le quedaba tal cosa, me ofrecía cosas a mí, señalaba con emoción y no se separa de mí, dándome tórridos besos de vez en cuando. Tomamos un helado mientras nos sentamos en la playa, se puso entre mis piernas y me hizo rodearla con los brazos por el vientre, tumbada sobre mi pecho con las piernas juntas dobladas de lado, respirando el mar y apretándome contra ella.

-SARA: echaba de menos un día así…….gracias.

-YO: pensé que Jaime te hacia feliz……

-SARA: me divertía con él, Samuel, ha hecho que me sienta joven y viva de nuevo, pero solo quiere sexo, y ya no conmigo, es normal a su edad, las hormonas están locas, pero tú me has hecho feliz sin necesidad de ser grosero, descortés o meterme mano más allá de lo que te pida, eres un buen chico.

-YO: ¿y por que le elegiste a él?, sabias que me gustabas…..

-SARA: desde el 1º día que te vi en Madrid, por como me mirabas era demasiado evidente, quizá si no fueras mi sobrino, sin tu padre al principio y si alguno hubiera dado un paso en esa dirección..….Jaime era menos complicado……..pero eso ahora da igual – se giró hundiendo su rostro en mi cuello, inspirando con dulzura y chupándome haciéndome reír, sin llegar ha hacerme cosquillas.

-YO: deberíamos volver, no me fío de Jaime solo en casa……

-SARA: bien que haces, a tu madre ya se la ventila sin cuidado alguno de que les oigan.

-YO: pues démonos prisa – me puse en pie y de un tirón la puse a ella, se sacudía arena de la falda, y me miró comiéndola con los ojos.

-SARA: ¿me ayudas? …– me cogió de la mano y se la puso en el culo, estaba tan duro como imaginaba, y tan tierno como deseaba, pasé la mano unas cuantas veces hasta sacudirla toda la arena, la miré con ganas de azotarla -…..hazlo.

Lo hice una vez, ante su sonrisa otra, y al final daba igual si tenía arena o no, solo importaba la sensación de piel botando en mis dedos, me dio tal beso que me la puso dura, y tardamos 1 hora en llegar a la moto, aparcada a 100 metros, de tantas carantoñas.

-SARA: ¿puedo pedirte una tontería?

-YO: claro – ese día podría pedirme mi cabeza en una bandeja, que yo mismo me la cortaría.

-SARA: me apetece conducir la moto, ¿me dejas?

-YO: no se, ¿sabes llevarla? – negó con la cabeza.

-SARA: no he cogido una nunca, aunque si he ido de paquete muchas veces – se apoyó medio palmo sobre mí, mirándome con ojos de corderito.

-YO: está bien, pero con cuidado – un beso fugaz en los labios me lo agradeció, casi rutinario.

Me subí a la moto y me pasé a la parte de atrás, Sara metió su culo entre mis piernas y sentí mi polla a reventar contra ella, que de forma traviesa contoneó la cadera hasta encontrar una pose cómoda, con mi miembro entre sus nalgas. La rodeé con los brazos cogiendo el manillar y explicándole todo lentamente, metí mi cabeza por encima de su hombro y ella atendía mientras alguna vez giraba su cara para darme un beso en la mejilla, su pelo me rozaba en la cara y me ponía nervioso.

Arranqué la moto y desde detrás nos alejé del mercadillo y posibles daños colaterales, nos metí en una carretera secundaria poco transitada y allí subí de velocidad, con ella siguiendo mis manos, gritaba al sentir el aire en la cara y reía nerviosa, hasta que solté el manillar poco a poco y ella se hizo cargo, soltó un alarido de diversión mientras guiaba la moto con celo, no pasamos de 30 por hora y aún así la sensación era agradable, siguiendo el contorno de la orilla del mar al atardecer.

Fue media hora en que daba pequeños tumbos y la corregía siempre atento, en el último casi nos vamos al suelo, así que cogí el mando definitivamente camino a casa, pero sin cambiar de postura.

-SARA: ¡jajaja que divertido!

-YO: no es para tanto…….

-SARA: ¿a cuanto lo puedes poner?

-YO: he llegado a ponerla a 110 por hora cuesta abajo, pero normalmente no paso de 70, por precaución.

-SARA: ¿y si le metemos caña? solo hasta casa, ¡dale gas hasta el tope!

-YO: no sé si es buena idea…..

-SARA: por fi, por mi…..- una travesura más de verano.

-YO: agárrate bien.

Aceleré fuerte, y la moto hizo un poco de caballito, eso bastó para cortarle la respiración a Sara, a partir de ahí fui cogiendo velocidad, llegamos a 86 sin problemas, pero éramos 2 personas y en llano, no subiría más. Pese a ello la sensación era genial, divertida y distendida, Sara daba pequeños gritos con cada bache o curva cerrada, se aferró a mis brazos en vez del manillar y sentía sus uñas clavadas en mi, luego extendió los brazos hacia arriba, gritando como una loca, fue una sensación rara de libertad. Al llegar a casa había arena en el asfaltó y al frenar la moto derrapó unos pocos metros, fue un colofón genial, Sara se giró para darme tantos besos largos y húmedos que parecían uno solo.

-SARA: ¡jajja ha sido genial!

-YO: si, un poco.

-SARA: ¿un poco?, ¡casi nos levamos a un pobre gato por delante! jajajaja dios, eres un encanto…..- cogió el par de bolsas de las compras y la vi contonear su culo con salero al entrar en casa.

Estaban todos abajo, Jaime en el suelo con mi madre sentada encima, Jony y Sonia en un sofá y Marta estudiando de fondo, al vernos nos saludaron y se pasaron unos minutos hablando de lo que Sara había visto allí para que las demás compraran.

-SARA: sabéis, estoy harta de las marcas del biquini, quedan horribles, así que he visto unos bañadores muy monos y os he comprado unos cuantos.

-CARMEN: ¡que peligro! – pero todas acudieron a las bolsas, sacaron unos, groseramente, diminutos biquinis, eran de colores vivos y de tanga de hilo, apenas un triángulo no más grande que la palma de una mano en la zona del pubis, y otros de menor tamaño aún en los senos, si superaban a una patata frita “tipo nacho”, era por poco.

-MARTA: ¡por dios tía!, donde nos metemos esto, es minúsculo.

-SARA: esa es la idea, ya nos ha visto media playa con las tetas al aire, ¿que más da?

-CARMEN: jaja parecen juveniles.

-SONIA: ¿y donde pretendes que meta yo a estas? – se amasó los pechos de forma devastadora – si esos triángulos no me tapan ni los pezones jajajaja.

-JAIME: pues probar……..venga..….y nos damos un chapuzón en la piscina, que llevamos aquí toda la tarde – bastó un azote a cada una para que le obedecieran, aunque Sara ya se estaba desnudando y poniéndose uno amarillo fosforito.

-SARA: ¿como me queda? – se me puso dura, era brutal y groseramente obsceno, se le marcaban los labios vaginales.

-JAIME: ¡de cine!, me muero por ver como le queda a Sonia jajajjaa – si a Sara, que tenia aun pecho normal, se le salían…..

-CARMEN: ¡me encantan! – mi madre se puso uno azul cielo, era igual de obsceno pero ella lograba que quedara menos grosero, marcaba labios igual, y hasta la línea de bello, pero al darse la vuelta su culo merecía una trilogía de películas.

-MARTA: es ridículo… – escogió uno rosa fucsia, fue mejor que a mi madre, ya que sus pechos hacían que tuviera una forma mucho más sensual y firme –…. además, se me salen los pelos de….ahí – me fije mejor y tenia 4 cabellos sobresaliendo.

-SARA: tengo para depilarte hija mía, es que tienes una mata ahí que ni la jungla…….- Marta se puso azul de vergüenza.

-SONIA: ¡esto es imposible! – apareció con solo la parte de abajo, de un verde pistacho que le quedaba de cine con sus ojos, pero la parte de arriba en la mano -…esto no me tapa una mierda, mejor voy sin ello – eso nadie pudo negarlo, le quedaba la parte de abajo tan tirante, al ser elásticos, que se tenia que acomodar la tela por que se le metía por dentro de sus labios mayores. Entre las chicas quisieron ayudarla a ponerse la parte de arriba, pero eran incapaces, el diseñador no pensó en mujeres con senos de ese volumen.

-JAIME: estáis de fábula – se pasó unos minutos azotando nalgas al aire sin parar, supongo que quería convencerlas de que no usaran otro bañador.

-SARA: jajaja no tan rápido que también tengo unos para vosotros………- Jaime se quedó banco, y yo más, sacó unos tangas morado y blanco, de hombres.

-JAIME: ¡ni de coña me pongo yo eso!

-CARMEN: jajaja por favor, solo para ver como queda jajajaja.

-MARTA: nosotras hemos cumplido, os toca.

-YO: pero si son diminutos, ahí no me cabe la……….- Sara lo miró de reojo.

-SARA: solo se puede saber de una forma.

-MARTA: venga por fi, jajajaja.

Cuando cogí el blanco rompieron a aplaudir, me di la vuelta y me bajé el bañador, para luego ponerme aquello, la sensación de meterse por el culo fue rarísima, y traté de meterme la polla en aquella tela, pero no había manera. Jaime me siguió por no quedarse atrás, pero su aspecto era peor que el mío, tan escuálido y sin terminar de llenarlo.

-CARMEN: ¡a ver!, dad la vuelta……

-YO: no, mamá, no valen.

-SONIA: deja que decidamos nosotras jajaja.

-SARA: eso, venga chicos.

Jaime se dio la vuelta y sonaron carcajadas, el se lo tomó a bien con su salero natural, pero al darme la vuelta yo se callaron de golpe.

-SONIA: ¡joder con el chaval!

-SARA: jajaja si sale así le detienen seguro jajaja.

-CARMEN: si ya os decía, como su padre……- hizo un gesto agarrándose el antebrazo esclarecedor, luego se acercó y trató de colocármelo de otra manera, pero no había forma, si me metía la polla se me salían los huevos y si los metía a ellos, me quedaba cruzada y saliéndose por encima.

-SARA: pues nada, mañana iremos a buscar algo más…….de tu talla – estaba abochornado, si, pero me gustó las miradas de todas.

Por lo visto los 2 tangas se los quedó Jony, al que le quedaban bien, y nos pusimos unos bañadores normales para salir a la piscina casi de noche, Marta y Sara tardaron un poco, la iba a rasurar mientras el resto nos dimos un chapuzón en el que en cuanto tocaron el agua, los biquinis se convirtieron en una 2º piel allí donde había tela, los pezones se marcaban hasta las aureolas, y que decir de los labios mayores. Al rato apareció Sara dando carantoñas a Marta, que estaba algo sobrepasada, al verla de cerca era claro que se había rasurado al 0, ahora si, se la veía como una de esas modelos de biquinis de calendario, tan preciosa y sensual que parecía haber nacido y desarrollado para llevar ese biquini. Mientras, Sonia se daba el lote con Jony, Jaime acosaba a Marta nada más entrar en el agua, de lejos a la que mejor le quedaba en conjunto, mientras mi madre y Sara trataban de hundirme, pero solo lograban que se les salieran los pechos y la parte de abajo las apretara, se pasaban más tiempo recolocándoselos que jugando, pero parecían encantadas con sus nuevas prendas.

Nos vestimos y cenamos entre risas, Jony se iba a quedar por lo visto con Sonia a dormir, así que Marta, que estaba harta de sus gemidos, se mudó a mi cuarto, total, yo dormiría con Sara y Jaime con mi madre. Sara se volvió a vestir con la falda de tubo y el top dorado, pero sin el sujetador, y pasadas las 2 de la mañana nos íbamos retirando a la cama, los últimos Sara y yo, que al rato escuchamos a mi madre y Jaime con ruidos de sexo, me llevó de la mano a la puerta, y me pegó a su espalda mientras abría la puerta en silencio, y vimos a Jaime boca arriba dándole tal velocidad a las embestidas por el culo de mi madre, que estaba haciendo el puente de espaldas a él, que su miembro no termina de verse nítidamente al salir y entrar. Nos pasamos 10 minutos mirando como Jaime demostraba que de verdad le pilló cansado aquel 3º día de fiesta, mi madre estaba en la gloria sintiendo como la follaba.

-SARA: jajaja parece que si que la divierte……

-YO: Jaime se mueve muy bien, sabe que hacer con una mujer.

-SARA: si, pero eso es solo practica, cualquiera puede hacer vibrar a una mujer si sabe donde tocar o como acariciar, esta mañana Marta te ha enseñado un poco como tocar unos pechos bien.

-YO: ojalá aprendiera, con Vanesa me sentí algo perdido.

-SARA: pues menos mal, por que la oí gemir y gritar como a una perra……..

Un cambio de posición de mi madre, montando ahora de rodillas dándole la espalda a Jaime, nos obligó a dejar de curiosear, y Sara me llevó de la mano a su habitación, con un andar exagerado en su movimiento de caderas bajo la falda, y contoneando su cuerpo entero con alegría, al entrar caminó hacia la cama, sentándose y destilando sensualidad.

-SARA: ha sido un buen día……

-YO: si….y sin resaca jajajajaja

-SARA: como colofón me gustaría que me dieras un masaje en la espalda, todo el día de pie me ha dejado cansada, ¿te importa?

-YO: no, claro……- sonrío feliz.

Se giró sobre la cama tumbándose boca abajo, me puse a su lado y estuve un rato dándola un manejase tranquilo, pero no llegaba a toda la espalda, así que me hizo ponerme encima suya de rodillas, sentí su culo aplastado por mi peso y fui aumentando las caricias.

-SARA: jajaja y no sabias darlos…….me estás dejando muy relajada.

-YO: por que tú me enseñaste.

-SARA: te podría enseñar un par de cosas más…..

-YO: ¿como que?

-SARA: a dar un buen masaje en el culo, por ejemplo…..- se llevó la mano a los riñones y abrió la cremallera de la falda, dejando ver un tanga amplio y negro, me cogió de las manos y me las puso en su trasero, indicándome como ir dando apretones, soltar, como estirar y donde tocar.

-YO: puffff tienes un culo genial, está duro.

-SARA: antes hacia mucho ejercicio jajajaja me está gustando mucho, aprendes rápido.

-YO: cuando algo me gusta presto atención y se me queda – fue pensando en como aprendí historia, o sacarme el carnet, pero ella se giró agradecida.

-SARA: eres todo un hombre ya – me cogió de la nuca y en vez de cosquillas sentí una corriente eléctrica que me tumbó sobre ella, y la besé, el 2º beso fue lento y con lengua, puede saborear sus labios con calma.

-YO: no, para, no quiero que me dejes como esta mañana……

-SARA: no, cielo, ahora iremos hasta el final.

-YO: ¿para dar celos a Jaime? No, gracias…..- me disponía a salir.

-SARA: no es por Jaime, o no del todo, amor, si quieres irte, vete, lo entenderé, pero quiero que sepas que cambiaría todo lo que va de verano con él, por el día de hoy contigo.

Se giró quitándose el top, dejándolo en el suelo, luego se puso en pie bajándose la falda, y al verla allí de pie, solo en tanga, no pude contenerme, “¡a la mierda mi orgullo y mi amor proprio!”, deseaba follarme a esa mujer, así que la cogí de la cintura de cara y la besé con furia, casi la dobló la espina dorsal, jadeó sorprendida y luego me cogió de la cabeza calmando mis ansias, al 4º beso ya iba a su ritmo, uno cauto y lento, pero más excitante. Se dejó caer a la cama y yo tras ella, al soltarse el recogido su melena rubia me dejó sin aliento, y la besé por el cuello tras la oreja, se reía al rozarla allí, mientras me sacaba la camiseta a tirones, luego metió sus 2 manos en mi bañador y sentí sus manos acariciándome el miembro, pase unos minutos sin creérmelo hasta que me dio un empujón y quedé de pie, se sentó delante de mi y me bajó el bañador, mi polla saltó viva y dura.

-SARA: jajaja estaba deseando tenerla de nuevo ante mí sin ir medio borracha.

La cogió con ambas manos y besó el glande con ternura, no le daba para cerrar los dedos en torno a ella, pero si para pajear con gracia, luego se metió el glande con esfuerzo en la boca y lo chupaba como un huevo duro entero, se me puso como nunca, quizá por que estabamos los 2 allí de propia voluntad y sin bebidas de por medio, al verla en su esplendor soltó un risa muda, y volvió a la carga, teniendo que lamer y besar de lado aquel tronco de árbol

-SARA: es de lejos la más gorda que he visto nunca, es espectacular.

-YO: ¿podrás con ella? – fue una suplica.

-SARA: jajaja claro cielo mío, o al menos lo intentaré……

Se pasó unos minutos dejándomela brillante de babas, luego fue subiendo por mi pecho dando lentos besos hasta llegar a mis labios, me dio reparo besarla pero lo hice, y terminé cogiéndola del culo y subiéndomela encima abierta de piernas, sonrío feliz al sentir mi miembro cabeceando entre sus muslos, lamí sus senos como me habían enseñado esa mañana y la oí gemir levemente, buscó a tientas mi falo a su espaldas y lo acariciaba con cuidado, hasta que apuntó a su coño, sentí su calor en el glande antes de notar la presión inicial, Sara soltó un “JODER”, al ver que no entraba, pero siguió apretando hasta que lo hizo, fue doloroso y dulce a la vez. Esperamos a estar bien colocados, se dejó caer retorciéndose, y mirándome a los ojos con ternura, creo que era por que estaba gozando mucho, y sabia que yo no era consciente de lo que estaba disfrutando por mi culpa.

-SARA: ¡madre mía Samuel, es que no me pasa de la mitad, me matas!

-YO: lo siento – se me escapó tras un beso.

-SARA: jajaja no te disculpes por nada cariño, solo estoy un poco cerrada, dame unos minutos, sepárame bien las piernas y bésame el cuello con suavidad.

Era una esponja, todo aquello se me quedaba grabado, ella se dedicó a subir sobre mi como si fuera una pared, y dejarse caer lentamente, cada vez sentía menos presión, pero notaba más en ella, así que no lo pude evitar, rememorando lo que había visto hacer al mulato y a Jaime, di 3 golpes de cintura, seguidos de 3 gritos roncos y fuertes que salieron de los pulmones de Sara.

-SARA: ¡POR DIOS! – siseó con el cuello hinchado a punto de explotar.

-YO: es que…..

-SARA: ¡calla!, bésame y vuelve hacerlo, pero de una sola vez, ¡mátame Samuel, dámela toda!

La agarré del culo con fuerza, la besé, y di un bote que aproveché, al caer su cuerpo embestí con tanta fuerza que casi me caigo. Es inútil intentar reproducir lo que salió de la boca de Sara, una mezcla de pánico, horror, dolor, placer, lujuria, y autodeterminación.

-YO: ¡¿estás bien?!

-SARA: ¡dios, como nunca Samuel!, me siento como en mi vida jajaja, ¡vaya joya!, túmbame, ¡por todos los cielos! me mareo……

La recosté con cuidado sobre la cama sin sacarla de ella, me dediqué a chuparle los pezones mientras ella seguía tratando de asimilar lo que la tenia abierta de piernas mucho más de lo que necesitaba. Empezó a moverse con cuidado, lentitud y excitación, tardaba un mundo en sacársela y metérsela, pero cada vez un escalofrío nacía en mi espalda.

-SARA: ¡ve despacio por favor!, fóllame con cuidado, otros necesitan mucho ritmo para hacer gozar a una mujer rápidamente, pero tú no puedes empezar así, ve despacio al principio.

Lo hice lentamente, y Sara se puso colorada, había cogido las sabanas con fuerza y no las soltaba, totalmente tumbada y ofrecida en la cama, cogí su cadera con cuidado y fui penetrándola con una calma que no sentía, quería destrozarla, pero me guiaba por sus consejos. Iba dando pequeños aumentos de velocidad a su petición, Sara gemía de forma diferente en cada uno de ellos, hasta que al final sus senos se movían al son de mi cadera, y pude empezar a desatarme. Sara se tapaba la cara cuando nuestras pelvis chocaban y daba igual como se pusiera, por que se le hinchaban las venas del cuello, terminando gritando con cada golpe, tan fuertes que seguro que estaban escuchándola por toda la casa, gritaba mí nombre. Con cada embestida de mi cintura bufaba de placer al verla gozar gracias a mí, hasta que tembló entera y me mojó la cadera al salir de ella, vi un agujero enorme y un chorro caer como si se le hubiera roto una tubería. Sara se puso a chupármela poseída, pero luego ponerse a 4 patas y volver a metérsela, gimió sin control sobre su propio cuerpo, hasta que me corrí azotándola duramente en el culo, sentí que podrían llegar a salirle por la boca cada chorro de semen, con un bramido animal, y Sara terminó doblándose de placer, quedando abrazados sin motivo alguno.

-YO: ¿tía……..como estás? – roja y compungida diría yo.

-SARA: ¡en la gloria Samuel!, con un par de trucos serás espectacular, apenas te has movido y me has hecho papilla…..jajajajja – no la entendía, estaba sudando y agotado, ¿y se supone que no me había movido?

-YO: ¡eres la mejor, tía!

-SARA: gracias cielo, casi lamento que hayas conocido a Vanesa…..- de golpe pensé en ella, y me sentí terriblemente mal.

-YO: ¿y si se entera?

-SARA: ¿sois novios o algo?, la conoces de una noche, no son cuernos.

-YO: ¿pero y si se entera y me deja?

-SARA: no le diremos nada si no quieres, aunque si nos ve jugando a las cartas no le parecerá tan malo, si es lista lo dejará pasar, pocas veces se encuentra a un buen chico como tú, listo y dulce, y con una traca así……

Me pasé media hora con la cabeza pegada al costado de Sara, que jugaba con mi pelo, viendo como su pecho subía y bajaba con menos ritmo paulatinamente, quedando con una respiración profunda, me cogió de la cara y con un beso largo y sonoro fue a ducharse, yo me di otra ducha rápida y me puse un calzoncillo para dormir, mientras que Sara regresó completamente desnuda y se metió en la cama, hundiéndose en mi pecho cobijándose del resto del universo. Marta llamó a la puerta, y se asomó con calma.

-MARTA: ¿puedo entrar?

-SARA: claro princesa, ¿que te pasa?

-MARTA: nada…….que quiero dormir….

-YO: ¿ya está Sonia haciendo ruidos arriba?

-MARTA: si…bueno….antes no, pero os han debido de oír y se han puesto a follar como cerdos……¿habéis terminado? si no, puedo irme y dormir sola, pero…..

-SARA: no digas tonterías, ven aquí, ya te dije que mi cama es tu cama – yo me moría de vergüenza, si ella lo había oído, toda la casa lo escuchó, mi madre incluida, y allí estaba Marta, mirando al suelo siendo consciente de lo que había pasado.

-MARTA: muchas gracias – sonrió por 1º vez con su candidez natural.

Se quitó el camisón que llevaba dejándose solo unas bragas de lana blancas, y se tumbó a mi lado, revolviéndome el pelo y mirándome con gesto de aprobación, la abracé y la besé en la espalda mientras Sara se pegó a mi cuerpo. Me costó dormirme, estaba acelerado pese al transcurrir del tiempo, pero caí dormido y feliz.

Por la mañana me despertó Sara, que regresaba del baño, se había puesto un tanga y se tumbó cogiéndome del brazo y rodeándose con él, la apreté con firmeza y la besé en el cuello, me lo agradeció contoneando su culo sobre mí. Me quedé así, perdido, con un miedo irreal a salir de esa cama y enfrentarme a la mirada de mi madre, o de Jaime, me daba pánico pensar en que haría si se sentía ofendido o traicionado por follarme a su chica, hasta que pensé que no menos que yo por saber que hacia lo mismo con mi madre. Unos dedos aparecieron sobre mí, buscado el ombligo de Sara que se retorció entre risas, a Marta le gustó aquel juego y de golpe estabamos los 3 de nuevo luchando hacer cosquillas a los otros 2, había un componente erótico en todo ello, innegable, pero era divertido a rabiar.

-CARMEN: ¡ya basta estruendosos!, que se os oye reír desde la piscina jajajajaja – mi madre estaba en la puerta mirándonos con ojos maternales, iba con solo el biquini minúsculo recién comprado.

-MARTA: ¡jajja jo mamá!, es que la tía me hace cosquillas.

-SARA: hoy has empezado tú, jajajaja ¡no te quejes!

-YO: ¡mamá socorro! – y fui a abrazarla totalmente rojo de cada vez que me tocaban el cuello, me abrazó con cariño y la levanté del suelo medio palmo ante su sorpresa, me besó en la mejilla y se quedó mirándome a los ojos, con orgullo.

-CARMEN: deprisa chicas, que nos vamos a estrenar los biquinis a la playa.

-MARTA: jajaja ¿en serio vamos a ir así?

-SARA: mujer, para eso los compré…..- Marta sonrió nerviosa y se la notó un “¿por que no?” en la cara.

Fueron a darse una ducha y ponerse los biquinis, con una camiseta o un vestido ligero por encima, Sonia salió con la parte de arriba de uno de los viejos, diría que más recatado pero con sus pechos no lo era, solo que no hacia el ridículo como le pasaba con el nuevo, pero si iba con la parte de abajo. Al llegar les costó desvestirse, pero al final lo hicieron, y juro que hasta el aire y el mar se detuvieron unos segundos. Camino del agua algún que otro hombre soltó piropos, y las miradas de las mujeres eran asesinas.

En el agua fue como siempre, jugar a hundirnos, pero entre todos, Jaime con mi madre y mi hermana, yo con Sara, y Sonia con Jony, que no se creía todo lo que veía, todas eran preciosas a su manera, destacando más o menos en algo, con una desinhibición que nuca imaginé ni en mis mejores sueños eróticos, eran 4 hembras de bandera divirtiéndose sin pensar en consecuencias ni convencionalismos.

Al salir del agua hubo casi una pasarela, las pararon varios grupos de chicos para pedirlas fotos y números de teléfono, Marta fue la única que le dio el suyo a un chico, bastante mono, que la hizo sonreír con 4 frases estudiadas, tardamos un mundo en volver a nuestras toallas, y sin mucho esfuerzo terminaron todas en top less, tanto Sara como Marta se negaron a dejarse embadurnar por Jaime, y casi me obligaron ha dársela yo, que no me resultó para nada desagradable, sobretodo sentir la piel de Marta, era tan fina y delicada que me puso los pelos de punta.

-MARTA: ¿hoy hacemos algo? ayer nos aburrimos en casa.

-SARA: yo vuelvo al mercdillo con Samuel.

-CARMEN: si te apetece coger el coche, vamos todas, así miramos algo más.

-SONIA: vale.

Tomaron el sol tostándose de tal manera que casi desaparecieron las marcas del biquini, en unos días ni se notarían, volvimos a casa y ayudé a mi madre ha hacer la comida, me miraba queriendo preguntarme algo, seguro que sobre Sara, pero no decía nada. Jaime estaba fuera fumando un porro y hablando acaloradamente con Sara, trató de darla unos azotes y esta le apartó la mano con suficiencia, fue una pequeña victoria para mí, aunque no sabia cual era el motivo concreto.

Sonia pidió que, si no le importaba a nadie, Jony se quedaría por casa unos días, mi madre la dijo que si sin poner una sola objeción, era un chico callado y que entretenía a Sonia, casi no molestaba ni hablaba, no parecía muy listo pero tampoco demostraba ser tonto, no era un incordio tenerlo por allí, y así habría un hombre más, ya solo faltaba Marta por “emparejar”.

Nos fuimos a echarnos una siesta después de comer, a las 3/4 de la tarde era un infierno salir a la calle rozando los 45ª. En vez de dormir Sara, Marta y yo, al escuchar follar a mi madre con Jaime, nos quedamos charlando, bueno, ellas charlaban, yo oía, veía y aprendía, decían cosas muy útiles, como trucos que hacia Jaime al comerla el coño, o como a Marta la tocó una pierna un chicho de tal forma que la gustó. Sara terminó detallando como me la había tirado aquella noche, Marta sonreía sorprendida ante algunas cosas que oía y que preferiría que no supiera. Marta sonreía mientras sus pezones se pusieron duros al escuchar como había hecho correrse a mi tía, y no supe si fue por el frío de ir solo con el biquini de tanga de abajo, o por que la excitó la cantidad detallada de cosas que Sara mencionó.

Llegada la hora, otra ducha para ir frescos al mercadillo, Sara y mi madre con vestidos de verano con estampados, Marta con camiseta ceñida y falda con vuelo hasta las rodillas, Sonia con un top escandalosamente sexy y unos shorts vaqueros, mientras que los chicos como siempre, bañador y camiseta. Como éramos 7 personas y solo había un coche con mi moto, nos apretamos, Sara querría ir conmigo, quise pensar, pero era la única que conducía, así que Marta se pegó a mi espalda, mientras que los demás iban en el coche, pero no era tan grande como para llevar a 5 personas, así que Sonia se sentó encima de Jony con mucho descaro.

Al llegar, las chicas se fueron de la mano a ver todo, mientras que los 3 chicos las seguíamos a cierta distancia, Jony se separó por una llamada y nos quedamos Jaime y yo solos.

-YO: bueno……¿y como va todo?

-JAIME: de fábula, tu madre es más guarra de lo que nunca pensé…..- le di un manotazo en el hombro.

-YO: deja de llamarla así, es mucha mujer para ti, es lo que pasa – sonrió meditando si provocarme.

-JAIME: tranquilo, solo bromeo, pero es que no veas como se mueve, de tu tía me harté, pero es que con tu madre no puedo……ahora, en la siesta, me ha tenido 1 hora comiéndoselo, para luego montarme otra hora más – le gustaba detallármelo.

-YO: ¿y que dice ella?

-JAIEM: ¿de que?

-YO: no se……sin ir bebida pensaba que…….

-AIME: te dije que el alcohol ayuda, pero el sentimiento es real, tu madre estaba sola, y yo le doy lo que necesita, así se juega, busca que quiere una mujer y dáselo.

-YO: ¿y de mi, y….Sara?

-JAIME: puffff anoche habíamos terminado de follar, o eso me creía, y empezamos a oír como gritaba Sara, se me tiró encima hasta ponérmela dura de nuevo por 3º vez, y estuve abriéndola el culo tanto tiempo que me quedé reventado.

-YO: no os oí.

-JAIME: ¡como para oírme, cabronazo!, Sara gritaba como una leona, ¿que coño la hiciese?

-YO: follármela – dije firme y orgulloso.

-JAIME: jajaja no te vengas arriba, es normal, en cuanto dejo de lado a una se buscan al 1º imbécil que las consuele…..- le dejé pensando eso, aunque quizá fuera cierto, Sara estaba conmigo por no podía estar con él, saberlo no cambiaba que me gustara aquel juego, pero lo sabia.

Las chicas se pasaron media tarde probándose todo, creo que no hubo un puesto que al menos no miraran, y Marta regresó con un tatuaje de una mariposa en la espalda, era de esos que duraban 2 semanas y se iban, mientras que Sonia se compró una pulsera con su nombre y Sara una tobillera de caracolas muy bonita. Luego nos acercamos al puesto de biquinis donde Sara compró todo lo del día anterior, y se compraron otra media docena más, luego se pusieron a buscar algo para mi, ya que Jaime se negaba a volver ha hacer el ridículo, pero yo era una marioneta en sus manos, buscaban algo que cuadrara, y en un probador, (que era una cortina mal puesta), me dieron varios bañadores que me quedaban de formas raras, eran diferentes a las bermudas habituales, cortos, estrechos, de licra, a cada cual más atrevido, unos parecían calzoncillos de señor mayor, lo llamaron turbo paquete, me negué a llevar puesto esas bobadas, hasta que apreció Marta con uno tipo slips, de licra azul oscuro, al ponérmelo me sentí extrañamente agraciado, y al abrir la cortina sin pudor alguno todas abrieron la boca sonriendo.

-CARMEN: ¡jefe, póngame 3 de estos de diferente color para mi niño! – le gritó a pleno pulmón al tendedero, lo que provocó que me mirara medio mercadillo.

Eran de no más de 15 centímetros de largo, de tela elástica y apretada, mi pene caía hacia un lado marcándose con claridad, pero sin parecer vulgar ni quedar mal, y con mi bronceado me veía de cine. Me gustaba como me quedaba pero más me gustaba como me miraban, no solo mi madre o las chicas, si no toda las mujeres de por allí, una le tapó los ojos a su hija y se la llevó lejos, y por 1º vez en mi vida me sentí atractivo, guapo, o al menos destacable, alejándome de la sensación ordinaria y común que me acompañaba siempre.

Nos tomamos unas bebidas frías en una terraza, y mientras Jaime sentó a mi madre en su regazo, Sara lo hizo encima de mi, sin ningún reparo me rodeó con un brazo por la nuca, y de vez en cuando me daba un beso en los labios, el 1º me puso tan acalorado que me bebí la Horchata del tirón, lo hizo delante de todos y nadie puso mala cara o dijo algo. Lo seguía haciendo hasta que perdí la vergüenza y se los devolvía, mirando a mi madre, que dejaba de lado a Jaime por ver a su hijo juguetear con su hermana.

-CARMEN: ¿y tú que? – miró a Marta.

-MARTA: ¿yo que, de que?

-CARMEN: ¿para cuando un chulazo? El de la playa de esta mañana parecía mono…….- Marta se ruborizó.

-MARTA: no sé…….es que para una noche vale, pero ninguno me llena a nivel personal.

-JAIME: estás de vacaciones, no busques un novio, busca un tipo al que follarte y pasar el rato…….- señaló con cuidado a Jony, que no se enteraba de nada, perdido en el escote de Sonia.

-SARA: jajaja no sufras, pronto volverá Vanesa y mi galante sobrino dejara mis atenciones para mejor momento.

-CARMEN: es verdad, ¿cuando regresa? Quiero conocerla.

-YO: creo que mañana, quedó en llamarme, es solo una amiga, la conozco de una noche……- quería minimizarla, pero me mentía a mi mismo, aún son Sara a mi lado, pensaba en ella, en su cuerpo vibrando ante mi empuje, en sus senos y culo engañosamente grandes bajo el vestido, en como se comportó conmigo y al ver a mi madre con el mulato, y en aquellos ojos azules vivos escondidos tras unas grandes gafas de pasta, y sobretodo su espeso cabello rizado, aquella mujer me había hechizado con algo.

-SARA: ya…….tendremos que ir a buscar chulazos Marta y yo jajajaja – sonó a broma pero tenia parte de verdad. Regresamos al coche paseando y me quedé atrasado con Sara.

-YO: siento si con Vanesa me alejo de ti, y más ahora que……

-SARA: ya sabia lo que había cariño, ojalá te vaya de cine con ella, pero si no…..ven a verme cuando quieras, al menos esta noche serás mío, ¿verdad?

-YO: si, todo yo – me abrazó con ternura, me dejó besarla en el escote.

Al volver a casa me sentía nervioso, ¿que aprendería esa noche en su cama?, ¿y que me esperaría cuando volviera Vanesa?, quizá se había olvidado de mi, fue solo una noche, quizá me dio un número de móvil falso y ahora estaba en la cama de algún otro bobo enamoradizo, hechizándolo. Lo pensaba, o quería que fuera verdad, y así podría quedarme con Sara sin sentirme culpable, en cualquier caso, necesitaba imperiosamente volver a ver a Vanesa.

En casa descansamos mientras cenábamos, y montamos una pequeña sala de cine en que vimos algunas películas, poco a poco la sala de cine quedó vacía, solo quedábamos Marta, Sara y yo abajo, mientras que se oía a Sonia de fondo gimotear del polvo que seguro que se estaba echando con Jony. Mi madre salió con Jaime a la piscina y se les veía tontear en el agua, ya me daba igual mirar o no, pero creo que estaban ambos desnudos. Marta se había quedado frita en mi hombro, casi parecía que solo dormía bien cuando estaba a mi lado, pero yo tenia unas ganas locas de separarme y follarme a Sara, que llevaba media película con su mano por dentro de mi bañador.

-SARA: deberíamos ir arriba, tengo ganas de otro masaje……

-YO: me da cosa Marta, la pobre está sola y parece tan dulce durmiendo.

-SARA: jajaja es verdad, pero te necesito arriba – acarició la cara de Marta y luego la besó en los labios lentamente, Marta se despertó con ternura, y miró a Sara al sonrojarse.

-MARTA: tía…….no me haga s eso.

-SARA: jajaja era solo para despertarte….- y echó la cabeza hacia mí con gesto claro, Marta tardó unos segundos en comprenderlo.

-MARTA: jo, ¿otra vez?…….vale, pero avisar al acabar, si no es con Samuel no duermo…. – me besó en la mejilla la apartarse – ….. disfruta hermanito.

Sara me cogió de la mano y me alejó de Marta, que se quedó hecha un bola en el sofá con un manta por encima, la naturalidad, y aceptación, de todos en una situación así me dejaba descolocado, mi hermana me dejaba irme a follarme a nuestra tía, para que la avisara al acabar y meterse en la cama con nosotros, de locos.

Fui siguiendo el culo de Sara que se contoneaba en la escalera como mejor sabia, iba con el bañador de los nuevos y un pareo a la cintura, mientras que yo ya solo iba con un bañador antiguo, al subir la seguí hasta el balcón, el aire frío de la noche la uso la piel de gallina y se apoyó en la barandilla mirando a la piscina, donde Jaime parecía penetrar a mi madre por detrás, desde lejos no se veía bien.

-SARA: míralos, ya están liados…….- me pegué a su espalda, y se estremeció al sentirme los brazos rodeándola la cintura.

-YO: pensaba que ya te daban igual.

-SARA: no puedo evitar tenerla envidia, siempre ha sido la niña bonita de tus abuelos, siempre tenia lo mejor, la más dulce, la que mejor se comportaba, la que sentó la cabeza antes, la que escogió mejor marido y la que tuvo hijos buenos y educados, y ahora me quita a Jaime…..

-YO: hasta ahora pensaba que mi madre era una mujer…..trivial, sosa, no pensaba que nadie pudiera envidiar su vida.

-SARA: es mi hermana, pero algunas veces la ahoga en la puta piscina, la mujer que has conocido toda tu vida se la que ha moldeado tu padre, la que ves ahí arqueándose para besar a un crío de 19 años mientras se la folla, esa es la que yo conozco, pero esta se la voy a devolver – echó el culo hacia atrás y se quito el pareo, jugó a frotarse hasta sentirme duro y se desnudó sin darse la vuelta, me bajó las bermudas y se lamió la mano preparándose el coño con delicadeza.

-YO: ¿que haces?

-SARA: vengarme jajajaja, fóllame, métemela de golpe, se fuerte y rudo, destrózame aquí, en el balcón, donde mis gritos puedan alertarla, y nos vea tener el sexo más salvaje que recuerde, ¡HAZLO! POR FAVOR – “encuentra lo que necesita y dáselo”.

Apunté a su húmedo coño que se abría con los dedos, y la cogí de la cintura con energía, apretaba tanto que se me doblaba, pero a los pocos intentos mi glande se guarecía en ella, soltó un bufido largo y sensual, echó el brazo atrás para cogerme de la nuca y pegarme a ella, mientras la iba penetrando, fue mucho más sencillo meterla que el día anterior, o al menos eso me pareció, por que ella vibraba con cada golpe de cintura hasta que la di los 3 o 4 empujones finales, seguidos de sus alaridos correspondientes. No pude ni mirar a la piscina para ver si la habían odio, tenia que centrarme en la mujer que tenia delante, que daba pequeños tirones apoyada en el balcón mientras la ensartaba.

-SARA: ¡AHHH, madre mía, que gusto, es como si me ardiera todo!

-YO: como me pones tía – solté abrumado al sentir como la tenia entera dentro, y como ella se recostaba contra mí con fuerza.

-SARA: pufffff, y tu a mi cariño, por favor, dame despacio, espera a que me acostumbre, pero después haz lo que quieras conmigo, disfruta cuanto desees, por que y haré lo mismo.

Casi me corro solo de orla decir eso, la saqué entera notando cierto alivio en la tensión de Sara, que regresó junto a mi embestida pausada y larga, lo iba haciendo tan lentamente que podía respirar varias veces entre ida y vuelta, Sara permanecía casi en silencio, solo gemía nasalmente cuando se la metía toda. Luego me pareció oír risas y ver a mi madre apoyada al borde de la piscina con la cabeza de Jaime entre sus muslos, esa imagen me enfureció, y lo pagó Sara.

Di 4 empujones sacándola entera cada vez, de tal magnitud que Sara se puso de puntillas con la boca abierta, la cogí de los senos y comencé a darle tan fuerte que pensaba que la iba a hacer atravesar la barandilla, Sara comenzó a gritar como creo que pretendía lograr, puede que exagerara para su venganza, ¿quien sabe?, lo que sé, es que me estaba desatando, no dejaba de subir el ritmo, Sara se retorcía tratando de aguantar aquello, pero a los 5 minutos cayó de cuclillas frotándose el clítoris saliendo de ella un manantial, cuando dejó de temblar me cogió la polla chupándola con prisa, para luego sentarse en la barandilla, la cogí del culo para no dejarla caer y me rodeó con las piernas, esta vez al metérsela fue como hundir los dedos en un bizcocho tierno, entró limpia y seguí bombeando fuera de mi, le gustaba tanto que me daba tirones en el pelo y me besaba o mordía en el hombro soltando gemidos audibles. Yo estaba a punto de correrme y di un sprint en que lo di todo, Sara echó al cabeza hacia atrás tanto que creí que se caía, con el cuello alineado con su cuerpo y gritando fuerte.

-SARA: ¡OHHH DIOS, FOLLAME SAMUEL, DESTRÓZAME DIOS, COMO ME ABRES! – la azoté un pecho por que no dejaba de moverse y se lo lamí antes de vaciarme con 5 o 6 largos latigazos que la hicieron abrazarme con sonidos agudos hundidos en mi pecho.

-YO: ¡tía, eres espectacular! – quise ser cortés, pero estaba cansado, la ayudé a bajar de la barandilla y me senté en una silla cercana, Sara estaba de pie confundida, se acariciaba su intimidad con celo y me miraba traviesa.

-SARA: escúchalos…- de fondo Jaime y mi madre estaban gritando poseídos, no los había oído por que Sara los tapaba, pero ahora eran claros.

-YO: ¿les hemos provocado?

-SARA: jajaja si quieren guerra, la tendrán – se arrodilló ante mi, me hizo tal mamada que en 4 minutos ya la tenia como una estaca, se montó de rodillas encima de mi y se penetró tan fácil que ya la tenia rebotando encima mía antes de poder cogerla de la cintura.

Apartó su pelo pegado a su piel del pecho por el sudor, y lamí sus pezones, con el mismo tacto y cuidado que me habían enseñado, pero dando golpes de cadera cada vez que Sara bajaba su cuerpo, eso se lo vi a alguien hacia poco, pero me costaba recordar a quien o cuando. Solo gozaba de follarme a esa mujer, me daba igual que fuera mi tía y lo hiciera para ganar una batalla de sexo a su hermana, a fin de cuentas mi madre, que se follaba a mi amigo.

Mis manos bajaron a sus nalgas y la amasé como me dijo Sara la noche previa, pero seguí penetrándola con virulencia, Sara se reía de reconocer sus enseñanzas, y de vez en cuando me sacaba su pecho de la boca para darme largos besos cálidos con lengua.

-SARA: jajajaja eres un gran alumno, me estás llevando al paraíso.

-YO: es que….dios……me gusta esto….- no atinaba a poder hablar, bastante tenia con recordar como masajear un culo, comerse unas tetas y besar, a la vez que mantener un ritmo de caderas bueno, “esto tendría que ser disciplina olímpica” me dije a mi mismo.

-SARA: mereces otra lección – me chupó varios dedos con calma y luego se los llevó al ano, sentir aquella textura me puso a 1000, su sonrisa era malévola, me guiaba el dedo, acariciaba mientras apretaba un poco, y luego entró en su ano con facilidad, Jaime la había dejado un buen entrenamiento, un dedo no seria problema.

-YO: es una sensación rara.

-SARA: mi niño, es primordial preparar bien a una mujer antes de un anal, la tienes muy ancha, y si no tienes cuidado puedes hacerme daño, con calma mete un dedo, y fóllame el culo con él, cuando lo veas listo, otro y así hasta que te lo pida.

Era divertido y didáctico a la vez, lo hice según sus indicaciones, el ritmo era de sexo era lento peor continuo. Al sentir el 2º y 3º dedos se acarició el clítoris con fuerza, y terminó corriéndose antes de lo que esperaba, salió de mi rondado por el suelo, llenando todo de fluidos.

-SARA: ¡DIOS! Joder, en mi vida me había corrido si – se puso en pie se me sentó de espaldas, frotando su culo contra mi verga – me cago en la puta, ¡ábreme el culo Samuel, me vas ha hacer polvo, pero lo necesito!

Apoyó sus dos pies en mis rodillas y elevó la cadera mientras que la sujetaba del culo, cogió mi miembro y dejó caer un río de saliva hasta él, embadurnándolo para luego apuntárselo al ano, fue como mi 1º vez, era tan cerrado y prieto que me dolía el glande, pero aguanté mordiéndome el labio. Sara se quejaba de que no acertaba, pero logró subir el trasero y de golpe sentí que le entraba media barra, su boca estaba abierta con ganas de soltar otro grito colosal, pero no salió nada de sus labios, se quedó quieta más de un minuto, en que casi pareció no respirar, hasta que soltó todo el aire de golpe.

-SARA: ¡Y YO QUE ME LO QUERIA PERDER, JODER, QUE POLLA, ME DUELE COMO EN MI VIDA!

-YO: ¡a mi también! – pero era un dolo cálido, más bien un malestar, como cuando se te resiente una articulación justo antes de sonar el crujir de huesos.

-SARA: cariño, por favor, muy despacio, me duele mucho, deja que sea yo, no des empujones y te juro que terminamos en el hospital.

-YO: si quieres la saco…..- me daba un miedo enorme terminar en esa misma posición, pero en una camilla en el hospital.

-SARA: ¡NI DE PUTA BROMA, TU ME VAS A FOLLAR COMO DIOS MANDA! – y se dejó caer un poco más, lo justo para sentir sus nalgas en mi pelvis.

-YO: ¡AHH TIA….ME ….ME GSUTA! – era como si la tuviera aprisionada debajo de mil almohadas.

-SARA: ¡Y A MI, JODER, ME ESTOY VOLVIENDO LOCA! – y soltó todos sus agarres, sentí como la abría algo, aunque no se el qué, pero la tenia entera dentro de su ano, se retorció sobre mi, con alaridos de mezcla de dolor y placer.

Se pasó 3 minutos acomodándose, hasta que vivió a apoyar sus pies en mis rodillas y empezó a subir y bajar, aumentando el ritmo, la ayudaba con la manos aunque solo a subir, al bajar se dejaba caer a plomo y un sonido rarísimo me llamó la atención, era como un “chop chop”, eran los fluidos de Sara cayendo de su coño a su ano, y bañando la zona donen neutros cuerpos se golpeaban. Me encolericé, la subí el culo y planté lo pies con firmeza, dejando que mi cadera cobrara vida, nunca creí que podría moverme así, veía meterle ni tranca en su trasero a una velocidad espectacular, y ella se pellizcaba un pezón o se acariciaba el clítoris, pero tenia que agarrarse a los antebrazos de la silla para no caerse de tanto vaivén, me decía o bien que lo hacia y lo mucho que estaba gozando, y ahora no parecía ser cara a la galería.

Me desfondé pasado 10 minutos en que no pude más, y me senté sin poder moverme, sentía clamares en los gemelos, y mi tía se fundió sobre mi, me usó de cama mientras se contoneaba aún con mi miembro duro dentro de ella, no me había corrido, me había quedado sin fuerzas.

-SARA: jjajajaja me encantas, eres como un conejito, tienes que aprender a controlarte, das mucho muy rapado, y te casas, no tienes fondo, tienes que ser listo, e ir creciendo lentamente, aumentando poco a poco, para llegar al clímax cuando lo estés dando todo.

-YO: gracias tía, eres muy buena conmigo….peor es que ahora no puedo…no tengo energía.

-SARA: déjame a mí.

Bajó su pies al suelo con las piernas juntas entre las mías y se puso en pie, la visión de su culo en pompa medio agachada me encantó. Ella solo subía y bajaba sobre mi como un turco de magia en el que lo que desaprecia era mi miembro, y empezó un “twerking” en que la carne de sus nalgas iba en contra de la dirección de las caderas, de vez en cuando dejaba de moverse y se recostaba para descansar, la frotaba el clítoris sin descanso, me cogió de la mano y me guió para hacerlo bien, era como un oso tratando de abrir un caramelo, pero me enseñó a ser un fino estilista.

-SARA: ves, así es más placentero, y si metes los dedos así, encontrarás el punto G de las mujeres, no es un mito, y es un muy buen truco para lograr que aun mujer se vuelva loca sin gastar energías – había seguido sus dedos y los tenia dentro, buscando con cuidado.

-YO: está muy caliente.

-SARA: jajajaja es que estoy ardiendo – se sacó mi miembro del ano, y cogiéndolo de la base se golpeó repetidamente el coño con ella, como si fuera un bola de demolición, para luego metérsela entera hasta rozar neutros sexos.

Allí saqué de donde no tenia, y fui aumentando lentamente un ritmo pausado, eso la gustó y sorprendió a la vez, pero se pasó al ponerse como un tomate y romper en otro orgasmo del que salió mucha menos cantidad de fluidos que antes.

-SARA: ¡madre mía!, como no pares me vas a dejar seca jajajaja.

-YO: estoy durando mucho, ¿verdad? – me pareció importante recalcarlo.

-SARA: claro que si, cielo, es que la 1º siempre es la más rápida, según vayas mejorando la 2º, o hasta la 3º, serán más tardías.

-YO: ¿cuantas veces puedo correrme?

-SARA: depende del hombre, a mi ex marido con 1 ya no se le levantaba, pero a Jaime he llegado a 4 veces, por la juventud supongo.

Mi ritmo lento la estaba derritiendo, hablaba y sonreía, pero buscaba apretar contra mi, ya no la sacaba, solo giraba su cadera en círculos y terminé llenándola de semen con un chorro que sentí rebotar dentro de ella .Nos quedamos así unos minutos, en que el sudor y aire frío hacían un mezcla rara.

-SARA: mi niño, como te voy a echar de menos…..

-YO: tal vez Vanesa se haya olvidado de mí.

-SARA: jajaja ojalá, pero no, esa chica tiene algo raro, algo que encaja contigo, se lo vi en los ojos, te miraba como miraba yo a mi ex, esta coladita por ti, te lo digo yo.

Eso me desconcertó, que yo me enamorara era normal, me había pasado toda mi vida con cada mujer o chica que había sido mínimamente amable o cariñosa, me enamoraba, pero que alguien se colara por mi era nuevo.

Al recuperar algo de fuerzas nos dimos una buena ducha, y mientras Sara se acostaba desnuda, con un olor a crema entre sus muslos, fui a buscar a Marta en bermudas, estaba en el sofá, y si bien no puedo saberlo, olía a hembra, el mismo olor que había notado en los dedos de tenerlos dentro de Sara.

-YO: Marta…….ya hemos…….si quieres…..

-MARTA: si que has durado jajajajaja – me puse rojo cuando me acarició el pelo.

-YO: no se que hacer, la tía me esta ayudando mucho, pero Vanesa…..- me abrazó con dulzura.

-MARTA: ni si quería se que hacer con mi vida, no te diré que tienes que hacer con la tuya, solo quiero que seas feliz.

-YO: y yo que tú lo seas también, no me gusta que te sientas sola, ¿que puedo hacer? – me pellizcó en la mejilla.

-MARTA: pues vamos a dormir, que estoy molida, así seré feliz unas horas jajaja.

Al subir Marta se desnudó quedado en tanga azul cuelo, y le hizo un pedorreta en la cadera a Sara, que se río adormilada, me acosté de lado y abrazando a Marta, odiaba verla triste, cuando era una mujer alegre y risueña, al sentirme rodeándola sonrió, y se volvió para enterrarse entre el colchón y mi pecho, usando mi brazo de almohada, me resigné a despertar sin brazo y me dormí feliz.

Relato erótico: “La mejor amiga de mi hija y la criada luchan por mi 11” (POR GOLFO)

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Ricardo Redondo se estaba poniendo un whisky cuando vio entrar a Patricia y a su mucama en el salón. Desde el principio se percató de que algo había cambiado en su cautiva. La joven se había recuperado gracias a los cuidados de Antonella, y a tenor del rubor en las mejillas de ambas, supo al instante el tipo de bálsamo usado. En vez de cabrearse, que sin su permiso esas dos hubiesen compartido algo más que un baño le hizo gracia al saber que sus planes se iban cumpliendo al pie de la letra.

  «Qué previsibles son las mujeres», sonrió asumiendo que la hija de su enemigo se había dejado engañar por la bondad de la mulata y que en ese momento la creía de su lado.

Siguiendo con su plan, se las quedó mirando. Al advertir que las observaba, se quedaron calladas con el terror reflejado en sus rostros. No le cupo duda alguna de que al menos su esclava temía que hubiese descubierto su desliz con la españolita.

«Lo extraño hubiese sido que no la hubiera tratado de consolar», se dijo mientras admitía divertido que la sesión de caricias que habían disfrutado les había sentado bien a ambas.

No queriendo romper todavía su precaria alianza, ordenó a su empleada que terminase de servirle la copa. La morena corrió a obedecer mientras él se dedicaba a examinar a su “invitada”. Al ver que Patricia venía ataviada tal y como había ordenado, comprobó satisfecho que ese camisón realzaba su silueta y que, gracias al escote y la apertura hasta medio muslo del mismo, sus pechos y sus piernas quedaban expuestas.

«Parece una puta cara», certificó: «Cuando me canse de ella, sacaré un buen beneficio al venderla. No me costará encontrar un comprador que busque incrementar su harén con una mujer elegante que jamás se haya manchado las manos con un trabajo manual».

 Cuando Antonella le trajo la bebida, se preguntó porque la seguía conservando y meditando sobre ello, comprendió que todavía no había conseguido quebrar su mente.

«Sigue creyendo que llegará un príncipe o una princesa que la salvará de mí», concluyó mientras visualmente comprobaba que la mulata era bellísima y que además de poseer grandes pechos y una cintura estrecha, su piel morena le daba un aspecto de tigresa que todavía la hacía merecedora de su atención.

 Sabiéndose vigilada, la mucama preguntó a su dueño si deseaba algo más, o por el contrario si se podía ir a preparar la cena. Mirándola a la cara, el magnate descubrió que no le apetecía estar presente cuando con toda seguridad castigara a Patricia. Por un momento, éste dudó si debía recriminarle sus actos:

―Vete a cumplir con tus obligaciones― finalmente contestó al saber que no valía la pena descubrir sus cartas.

Aliviada se marchó rumbo a la cocina mientras temía por la joven que dejaba en compañía de su amo.

― Patricia, siéntate aquí―  le dijo señalando un sillón orejero: ― Tengo que hablar contigo sobre tu destino, pero antes, ¿quieres una copa?

            Desconcertada por esa muestra de amabilidad, contestó que sí, que estaba sedienta, aunque en su fuero interno estuviese muerta de miedo. Alargando más de lo necesario el tiempo entre hielo y hielo, Ricardo aprovechó para mezclar con el ron una poción que afianzara el dominio sobre ella y así conseguir que la mente de la joven fuera más receptiva a sus órdenes.  Cuando le dio la bebida, estaba ya tan nerviosa que la cogió con las dos manos y le pegó un buen sorbo al no entender que buscaba el hombre con esa actitud tan serena.  Viendo que había conseguido llevarla hasta un estado cercano a la histeria, Gonzalo apoyó las dos manos sobre sus hombros.

Su atractiva victima sintió un escalofrío al notar como las palmas de su secuestrador se posaban sobre ella, temiendo quizás que desease martirizarla. Contra toda lógica, el maldito esperó a que se relajara antes de seguir con su plan de desestabilizarla. Para ello, todos y cada uno de los detalles eran importantes. Si quería que esa mujer perdiera toda esperanza, debía desmoronar sus defensas.

―Tranquila― comentó al notar que seguía aterrorizada.

 Cuando se percató que aun renuente aceptaba el contacto sobre su piel, empezó a acariciarla los hombros con suavidad. Al sentir esas caricias, ese masaje tan alejado a la forma en que la había estado violando los últimos días, Patricia se desesperó cuando en ese momento Ricardo le recordó, no al salvaje que la había torturado, sino al amoroso padre de su amiga que había conocido en el pasado.

            «¿Qué ha cambiado?», se preguntó cuándo esas carantoñas se prolongaron en el tiempo, y por un momento, soñó que la liberaría.

            Pero entonces, con voz seria, el colombiano comenzó a hablarle al oído:

― Pati, estoy enfadado contigo. Sé que intentas escapar de mí.

La muchacha intentó protestar al oírlo, pero su captor cortó por lo sano sus quejas apretando un poco más de lo necesario su cuello:

― Me consta lo que tú y Antonella habéis hecho. No intentes negar que has querido seducirla para que te ayudara en tu huida.

La tensión con la que escuchó su comentario y su mutismo confirmaron lo que ya sabía.

― Quiero que sepas que no me molesta y que no me importa que disfrutes de ella cuando yo no la uso.

Estaba mintiendo y ella lo sabía, pero curiosamente se relajó. Lo cual Ricardo tomó como señal para profundizar sus caricias bajando despacio por su escote:

            ― Aunque Antonella es de mi propiedad exclusiva, no pondría objeciones a compartirla contigo si aceptas convertirte en mi amante.

En esos momentos los dedos del brujo que la había sometido ya jugaban con el borde de sus areolas:

―  Pienso que a esa niña le gustas y que le gustaría tenerte en mi cama cuando la poseyera.

Contra su voluntad, la promesa de disfrutar de la morena había hecho florecer los pezones de Patricia y estaban ya duros al tacto, cuando se apoderó de ellos pellizcándolos.  

―   Soy un hombre moderno, abierto a nuevas experiencias― insistió denotando una comprensión que no esperaba.

Aterrorizada por la excitación creciente de su cuerpo al notar las manos de su captor recorriéndole el pecho, quiso rechazarlo, pero no pudo e instintivamente sus caderas comenzaron a moverse siguiendo el ritmo de sus caricias.

«Pronto esta zorra no necesitara estar bajo un hechizo para creerse mía», Ricardo meditó mientras le pedía que siguiera bebiendo de la copa. 

            Al observar que se la había acabado, supo que la poción ya estaba haciendo efecto y sin darle tiempo de pensar, la levantó del sillón y la besó. Patricia sollozó al sentir los labios del brujo e instintivamente respondió con pasión rozando su sexo contra él mientras intentaba despojarle de la camisa. A pesar de odiarle, ¡estaba en celo! Los besos de Antonella, la atracción que sentía por ella y esos inesperados mimos se le habían acumulado entre sus piernas y ¡necesitaba desfogar ese deseo!

Urgida como pocas veces, se arrodilló frente a él y abriéndole el pantalón, liberó su pene de la prisión. Al verlo inhiesto y duro, se sintió deseada. Por eso, mientras su lengua empezaba a jugar con el glande, usó su mano para acariciárselo.

―Cómetelo. Demuestra lo puta que eres― tomándola de la cabeza, le ordenó.

            Contento al verla de rodillas haciéndole una felación, el colombiano se relajó mientras la hija de su enemigo engullía su sexo. Pero rápidamente deseó más y levantándola nuevamente del suelo, le desgarró el camisón. Teniéndola desnuda, comprobó que estaba excitada al reparar que sus pitones lucían en punta y queriendo forzar su entrega, comenzó a toquetearle el clítoris.

― Te gusta, ¿verdad Zorra? ―  insistió sin dejar de torturarla.

Ese insulto la hizo experimentar una extraña desazón y sorpresivamente le pidió ser usada con la voz entrecortada por la excitación. Sabiéndola ya en sus manos y que, con otro par de sesiones, esa españolita se comportaría para siempre como una cachorrita necesitada de dueño, separando los labios con sus dedos, jugueteó con la cabeza del pene en la entrada de su cueva mientras seguía torturando sus pezones con los dientes.

― Por favor―  le gritó la joven moviendo sus caderas para forzar su penetración.

Disfrutando de su claudicación, el brujo se introdujo en ella lentamente para que así su víctima fuera consciente de la forma en que le hundía la verga en su coño y cómo su tallo iba forzando cada pliegue y cada rugosidad de su vulva.

―Mi señor― rugió al sentirse llena.

Presa del momento, comenzó a retorcerse en busca del placer mientras Ricardo iba incrementado la profundidad de sus ataques. Al advertir que lo tenía tan adentro que sus huevos rebotaban contra ella como si fuera un frontón, gritó desesperada que acelerara.

Asumiendo la cercanía del orgasmo de la joven, el colombiano clavó su estoque en ella sin compasión mientras que le apretaba el cuello con las manos. Al experimentar la falta de aire intentó huir, pero el brujo se lo impidió.

―Eres mía y solo mía― le gritó esperando que siendo estrangulada se incrementara su placer en un raro fenómeno llamado hipoxia.

Desconociendo los motivos, Patricia solo sabía que no podía respirar y llena de espanto, se revolvió tratando se zafarse. Pero la fortaleza de ese maldito hizo vanos sus intentos mientras pensaba que iba a morir. Cuando más horrorizada estaba, desde su interior, una enorme descarga eléctrica escaló por su cuerpo y explotó en su cabeza.

―Me corro― gimió al notar su sexo licuándose.

Para entonces su agresor se había olvidado de su propósito inicial y encantado al sentir el flujo de su cautiva envolviéndole el pene, se puso a acuchillarla con mayor frenesí hasta que consiguió explotar dentro de ella, dejándola exhausta.

  «Otra puta más en mi haber», pensó mientras la veía caer al suelo.

Sin hacer ningún intento por retenerla, la observó desplomarse y olvidándose de ella, preguntó a Antonella si su cena estaba lista. Desde la puerta la mulata respondió que sí. Girándose hacia ella, supo por el color de sus mejillas que la esclava había permanecido atenta de sus andanzas.

«Seguro que ha estado mirando y que se le ha mojado su tanga», se dijo malinterpretando el brillo de sus ojos. Y es que donde el colombiano había visto calentura, lo cierto es que lo que había era indignación. Indignación que el mismo fomentó al comentar a la morena muerto de risa que todavía no había hecho lo honores al culito de su invitada.

«¡No se lo merece! ¡Es una niña!», exclamó para sí con ganas de consolarla.

Ajeno a ello, con su empleada abriéndole paso, se fue al comedor a cenar. Tras sentarse en la mesa, Ricardo decidió que había llegado la hora de hacerle ver su molestia a la mulata:

― Antonella, creo que me debes una explicación. ¿Quién te dio permiso para usar mi mercancía?

La mujer le miró asustada. Sabía que la había descubierto y que se avecinaba un castigo:

― Nadie― contestó y sin necesidad de que le dijera nada más se fue desnudando.

Patricia que los había seguido en silencio, observó pálida como su supuesta aliada se arrodillaba en la alfombra con el culo en pompa para recibir el escarmiento.  Y aunque deseaba protestar, decidió callarse no fuera que sus quejas incrementaran la violencia del sujeto.

Supo que había hecho bien cuando sacando una fusta de un cajón, el maldito cruelmente le azotó y Antonella recibió la reprimenda en silencio.

«No ha hecho nada», se lamentó viendo las nalgas de la negrita temblar anticipando cada golpe.

Sin poder hacer nada por evitarlo, Patricia se mantuvo muda tratando de asimilar lo que sentía. Y es que por mucho que le costara aceptarlo, por una parte, estaba espantada por la violencia con la que estaba fustigando a la mujer, pero por otra no podía dejar de reconocer que algo en su interior la había alterado: Ver a la muchacha que la había consolado en posición de sumisa y sus nalgas coloradas por el tratamiento, ¡había humedecido su entrepierna!

Para su desgracia, el maldito no la había olvidado y cansado tras descargar esa tunda sobre Antonella, decidió ocuparse de ella y hacerle ver quien mandaba:

― Zorra, ¿te apetece un poco de vino? ― le preguntó mientras cogía de la hielera una botella de blanco.

Que le ofreciera de beber la dejó fuera de juego, pero como temía decir que no, respondió afirmativamente. Lo que nunca previó fue que ese sujeto enfriara las nalgas de su compañera de infortunio derramando una buena cantidad del afrutado líquido sobre ellas y menos que cogiéndola del pelo, le ordenara que bebiera.

            Obedientemente, la cautiva empezó a sorber el vino que goteaba por el trasero de la muchacha. Al principio sorbió despacio, como temiendo el hacerla daño, sin saber que el esmero con el que pasaba la lengua sobre su atormentada piel iba a provocar que unos pequeños gemidos de placer surgieran de la garganta de la mucama.

Al escucharlos, Patricia se vio impulsada por una urgente necesidad y sus incursiones se fueron haciendo cada vez más atrevidas ante la atenta mirada del colombiano. Es más, viendo que Antonella recibía con gozo sus lengüetazos, usó las manos para separarle los cachetes y así que le resultara más fácil el obtener con su boca las gotas de ese elixir que se habían deslizado por el oscuro canalillo que formaban.  Cuando la mulata notó esas caricias no se pudo aguantar y sin ningún recato le pidió que siguiera, reconociendo voz en grito lo mucho que le gustaba sentir una lengua en su hoyuelo trasero.

Viéndolas excitadas y listas, el brujo comprendió que tras el palo debía venir la zanahoria y acomodando a su esclava sobre la mesa, puso su pubis a disposición de la otra.

―Cómetelo― la apremió.

 Aunque en pocas ocasiones, Patricia había devorado la femineidad de una mujer, se lanzó como una fiera sobre ella y separando con los dedos los labios inferiores de Antonella, se apoderó de su clítoris mientras que con la otra mano le acariciaba los pechos, desconociendo que eso era lo que el brujo estaba buscando, ya que, en su retorcida forma de pensar, después de su merecido castigo, esa comida de coño era un premio con el que gratificaba la fidelidad de su esclava.

Nuevamente, el brujo interpretó incorrectamente sus ojos y donde vio deseo por él, realmente era por la que consideraba su amante. Por eso no le extrañó que la abrazara con las piernas y que al notar que sus senos eran acariciados, su sexo se licuara. Desconociendo la realidad de sus sentimientos, el culo de Patricia moviéndose mientras amaba oralmente a su esclava, le pareció sumamente atractivo y separándole las nalgas, decidió tomar posesión de él.

Al sentir el contacto de las manos de Ricardo, Patricia levantó el trasero sabiendo que era inevitable que ese maldito la poseyera y mientras notaba el dolor de ser ensartada, instintivamente sus dientes se apoderaron del botón de placer de Antonella. Ese cruel mordisco desarmó a la morena y dejándose llevar por el gozo comenzó a maullar dulcemente mientras su amo forzaba con decisión el esfínter de su amada. Ésta berreó al notar ese pene desflorando su trasero y el volumen de sus gritos azuzó a su agresor, el cual no esperó a que se acostumbrara para comenzar sus embestidas.

Completamente adolorida, Patricia se había olvidado que tenía que seguir consolando a Antonella y ésta tirándole del pelo volvió a acomodar la boca de la mujer en su sexo mientras le susurraba que fuera fuerte. Su voz fue tan tenue que Ricardo creyó que se lo decía a él y respondiendo a la súplica de su esclava, incrementó la velocidad con la que sodomizaba a la joven.

            En cambio, para la verdadera destinataria de sus palabras fueron un acicate que le permitió resistir y no paró de lamer y mordisquear el clítoris de su aliada mientras su culo era tomado violentamente. Su insistencia en el oral rindió sus frutos y babeando notó que la mulata estaba cercana al clímax. Deseando que Antonella se sintiera amada, aumentó el ritmo de su lengua al sentir los primeros espasmos de placer de la mulata.

―Córrete, no te contengas― le gritó al ver manar un ardiente geiser del interior de la mujer mientras como posesa buscaba no desperdiciar ni una gota de ese manjar.

El altivo animal que la estaba violando nuevamente cayó en el error de creer que se lo decía a él y por eso le permitió que siguiera amándola sin advertir que si el propio cuerpo de la sodomizada empezaba a disfrutar tampoco era por su causa.

― ¡Dios! ― gritó agradecida cuando Antonella se levantó para ayudarla a pasar el trance y separándole los labios, introdujo dos dedos en su vulva.

            Para entonces, Patricia había olvidado que estaba siendo sodomizada y sintiendo solo que la mulata le estaba haciendo el amor, sin ninguna cortapisa gritó que siguiera, que era su puta.

― ¡Qué rápido te has dado cuenta! ― rugió Ricardo acelerando todavía más su ritmo sin reparar en que no era su pene rompiéndole el culo el que estaba dándole placer sino los mimos de su esclava.

Para entonces las caricias de la mulata habían conseguido su objetivo y notando que en desde lo más profundo de su ser el gozo se apoderaba de ella, la española dejó de luchar y su cuerpo se empezó a convulsionar derramándose en un torrente de líquido que recorrió sus muslos hasta que cayó agotada sobre el suelo. Excitado por los gritos, su agresor siguió cabalgándola satisfecho al ver una sonrisa en sus labios y denotando lo poco que sabía de las mujeres, ordenó a la mulata que la humillara con un beso.

Como no podía ser de otra forma, Antonella obedeció y por ello cuando su amo derramó su simiente en los intestinos de Patricia, la secuestrada no se sintió humillada sino premiada.

―Gracias― suspiró agradecida a la mucama.

El brujo estaba tan seguro de su dominio que contestó:

―No me las des. No soy tu amante sino tu dueño.

Tras lo cual y habiendo saciado sus necesidades sexuales, comentó que estaba cansado y que se iba a dormir. La mulata, que conocía a la perfección a su dueño, aprovechó para preguntarle donde debía llevar a descansar a la invitada. El magnate no lo dudo:

―Contigo. Desde esta noche, es mercancía usada y su puesto es en la habitación de los esclavos.

Disimulando su alegría, Antonella protestó diciendo que su catre era muy pequeño y que, si lo tenía que compartir, al día siguiente se despertaría agotada.

―Ese no es mi problema― contestó Ricardo dejándolas solas…

Relato erótico: ·”MI VENGANZA 2” (POR AMORBOSO)

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Ya desde el colegio me tenía enamorado. Carla iba un par de cursos por detrás de mí, era la más guapa de todo el colegio… y del pueblo donde nací.

Al principio fue su cara. Ovalada. Enmarcada por una melena hasta los hombros, con una sonrisa que la iluminaba como una estrella y donde unos ojos negros brillaban como luceros. Carla me tenía totalmente enamorado.

Pero ella no se fijaba en mí. Su mirada estaba puesta sobre Jorge, compañero mío de clase, practicante de todos los deportes inventados y por inventar. Vago en todo. Repetidor de varios cursos, algo más corpulento que yo y cinco años mayor que ella. Yo, bastante enclenque, me conformaba con adorarla en silencio y sufrir calladamente cuando los veía hablar, porque ella, siempre que podía, se pegaba a él. Un par de veces intenté entrarle, pero la primera me dijo que no quería comprometerse y la segunda casi se rió de mí.

Cuando ella cumplió los 16 años, se convirtieron en novios, lo cual me sentó como una patada en … Los veía besarse mientras él, con las dos manos en su culo, la presionaba contra su paquete, que se percibía abultado cuando se separaban y ella lo miraba con una sonrisa cómplice.

Menos mal que pronto me fui a la ciudad para estudiar mi carrera, olvidando esas escenas poco a poco, aunque nunca de ella, mientras tenía mis escarceos con compañeras y amigas. Quizá algún día los cuente, pero ahora sigo con el tema.

Cinco años después, con mi carrera terminada, con algunos tropiezos, y mi proyecto aprobado con sobresaliente, volví al pueblo mientras esperaba que una empresa multinacional terminase sus naves e instalase la maquinaria para entrar a trabajar en ella.

Llegué un viernes y al día siguiente salí para encontrarme con mis viejos amigos en el bar de siempre. El pueblo había cambiado poco. Todo estaba igual. Los encontré en el mismo rincón. Las mesas eran nuevas, pero todo distribuido de la misma manera.

Todos se levantaron a abrazarme, incluso Carla, que estaba en el grupo, y algunas de sus antiguas compañeras, que ahora estaban emparejadas con algunos de ellos. Al que no vi, fue a Jorge.

Los recuerdos volvieron de golpe, pero pude aguantar el tipo bien y creo que no se me notó, probablemente al no tener que soportar la presencia de él. Me senté con ellos y comenzamos a hablar y vaciar cervezas, como hacíamos antes, solo que antes hablábamos de chicas y ahora, como estaban ellas, hablamos de trabajo.

Pregunté por la vida de cada uno de ellos, que me fueron contando por turnos. Nada importante. Todos habían optado por profesiones posibles en el pueblo. Mecánicos, agricultores, ganaderos, un carpintero, etc. Casi todos trabajando en el negocio familiar. Yo no quitaba ojo de Carla, sentada frente a mí, aunque sin desatender a los demás.

Cuando llegó mi turno, les conté que había terminado ingeniería electrónica. Que mi proyecto había interesado a una empresa multinacional y que en unos meses, cuando se hubiesen instalado, entraría a trabajar con ellos, con un buen puesto y sueldo.

No se como fue, pero de repente, Carla apareció a mi lado, hablándome. Me quedé cortado. No sabía qué decir, hasta que solté.

-¿Y Jorge? ¿Qué tal os va? –Todos se quedaron mirando. Me extrañó, pero volví mi atención a ella cuando dijo.

-Hace tiempo que no nos vemos. Se marchó sin dar explicaciones y no sabemos nada de él.

Más tarde, en un aparte, uno de los amigos me comentó que se rumoreaba que estaba encarcelado, pero nadie lo sabía con certeza.

Seguimos hablando de distintos temas, y sobre todo bebiendo, hasta el cierre del bar. Me despedí y tomé camino de mi casa, pero Carla me llamó para pedirme que la acompañara a casa. Vivía en el otro lado del pueblo, pero estuve encantado de acompañarla.

-Estás muy cambiado. –Me dijo por el camino, iniciando una conversación tonta.

-¿Tu crees? Yo me veo igual.

-No, que va, te has hecho más hombre, estás mas guapo e interesante. ¿Tienes novia o sales con alguien?

-No, no tengo novia ni salgo con nadie.

-Pero conocerás muchas chicas.

-Si, alguna conozco.

-Y no hay alguna más íntima…

Con tonterías como esas o similares, llegamos a su casa.

-Gracias por acompañarme. –Me dijo mientras me daba un beso en la mejilla. Muy cerca de los labios. – Llámame cuando quieras.

-SSi, tte llamaré.

-Mañana domingo, iré al río con las amigas a tomar un poco el sol, para ponernos morenas para este verano. Si quieres puedes venir.

-Vale, iré.

Quedamos a la hora y ese fue el principio de nuestra relación.

Salíamos casi todos los días y fines de semana alternos, ya que tenía que quedarse a cuidar a su madre que estaba algo enferma. Los sábados que salíamos, tomaba prestado el coche de mi padre para ir al pueblo cercano a la discoteca, donde bailábamos tan pegados que le clavaba el bulto de mi polla en la tripa. Como era normal, volvía a casa con un dolor de huevos de campeonato.

Al mes de estar saliendo, mientras bailábamos pegados en la discoteca, le pedí relaciones formalmente contestándome con un beso largo, donde nuestras lenguas entablaron una batalla sin fin, y presionando más si era posible contra mi bulto. Ese día nos marchamos pronto.

Cuando llegábamos al pueblo, me dijo:

-¿Quieres que paremos un momento en la arboleda?

La arboleda era un minibosquecillo algo apartado de la carretera, al que se accedía por un camino agrícola y donde iban las parejas, que no tenían otro sitio, a desfogarse.

-¡Claro que si! –exclamé encantado. Llevaba tres meses sin follar, solo haciéndome pajas últimamente para calmar el dolor de huevos. Por lo menos, algo iba a pasar.

Después de buscar un hueco donde meter el coche, porque estaba todo ocupado, recostamos los asientos para mayor comodidad, lanzándome a besarla por toda la cara, mientras acariciaba su cuello. Besé, chupé, mordí sus labios, sus orejas, todo lo que estaba a mi alcance. Por fin, después de tantos años, éramos novios.

Bajé mi mano a su escote, soltando poco a poco los botones de su camisa blanca, dejando al descubierto su sujetador también blanco.

Bajé los tirantes del sujetador para dejar los pechos al aire, sin dejar de besarla. Lleve mi mano hasta uno para acariciarlo. Ella gimió.

-MMMMMM. No me desnudes. Me da mucha vergüenza que me veas desnuda, -Me dijo.

-No te veo. Esto está oscuro. Además ¿No te gusta lo que te hago?

-MMMMMM Siii. Pero es que… No me ha visto nadie así.

-No te preocupes. Yo no te veo (la luna llena se filtraba entre los árboles. No había otro sitio más tupido) relájate y déjame darte placer.

Seguí acariciando sus pechos, besando sus pezones, recorriéndolos con mi lengua y haciéndole soltar gemidos de placer.

Alternando entre sus pechos, cuello y boca, pasé mi mano a sus muslos, subiendo por ellos, a la vez que desplazaba su falda negra hacia arriba.

Los acariciaba indistintamente, acercándome cada vez a sus bragas. Cuando llegué a ellas, estaban empapadas. Las desplacé a un lado e introduje mi dedo medio en su coño, frotando el clítoris en el movimiento.

Estuve un buen rato penetrándola con uno y dos dedos, sin dejar de chupar y acariciar sus pechos, su cuello y su boca.

No tardó mucho en alcanzar un potente orgasmo que exteriorizó arqueando su cuerpo y emitiendo un fuerte gemido.

-AAAAAAAHHHHHHH

Estuve acariciándola hasta que se recuperó, volviendo a los besos sobre su cuerpo hasta que salté de los pechos a su coño y comencé a comérselo con pasión. Su clítoris se puso duro rápidamente. Era grande. Lo recogí entre mis labios. Chupé, lamí, presioné, volví a meter los dedos, acaricié sus pechos, sus pezones… Me emplee a fondo para llevarla al borde del orgasmo, mientras con una mano liberaba mi dolorida polla de tan dura que estaba.

Cuando me pareció que estaba apunto, me dispuse a retirarme y colocarme encima de ella para follarla, pero no me dio tiempo. Agarró mi cabeza por los pelos y me presionó fuertemente contra su coño.

-Siiii, sigue. Más. Dame más. Méteme bien la lengua.

Repitiendo la letanía tres o cuatro veces más, hasta que volvió a alcanzar un nuevo orgasmo.

-Siiii, Ahhhhhhhhh.

Cuando me soltó, el que tuvo que recuperarse fui yo. Me dolía la mandíbula de tener la boca abierta, la lengua de tanto moverla sobre su clítoris, la nariz de tenerla aplastada contra su pubis y sobre todo, me faltaba el aire.

Cuando me recuperé, mi erección no había variado un ápice, por lo que me dispuse a colocarme sobre ella.

-Pero ¿Qué haces? ¿Qué pretendes?

-Quiero follarte. Me tienes excitado desde que empezamos a salir y ¡quiero hacerte mía ya!

-Ni hablar. Quiero llegar virgen al matrimonio. Eso debe quedar claro desde ahora. Si no estás dispuesto a aguantar, aquí mismo termina nuestra relación.

-Pero si hoy en día todas las parejas lo hacen. Además, yo quiero casarme contigo. Te quiero desde que éramos niños. No podría vivir con otra que no fueses tú.

-Pues con mayor razón debes respetarme, si me quieres.

-Por lo menos, hazme una mamada…

-¡Serás guarro! Pervertido. Asqueroso. ¿No puedes pensar en otra cosa?

-¿Y hacerme una paja?

-¡Serás cerdo! Llévame a casa y no me vuelvas a hablar.

Me coloqué la ropa más o menos bien, al igual que ella, puse el coche en marcha y la llevé a casa sin hablar en todo el camino, ya que intentaba excusarme pero ella no me quería oír y cada vez se enfadaba más.

La dejé en su puerta y me marché a mi casa, donde tuve que repetir las escenas de las últimas semanas. Me encerré en el baño, me saqué la polla y me masturbé hasta correrme abundantemente en el lavabo varias veces.

Durante toda la semana la estuve llamando y enviando mensajes, sin que ella respondiese ni diese señales de vida. El viernes ya no la llamé ni hice nada. El sábado fue ella la que llamó.

-Hola soy Carla.-Dijo cuando respondí a la llamada. ¡Como si no lo supiese ya!

-Hola. Perdóname…

-Si. –Me interrumpió.- He decidido perdonarte porque te quiero demasiado, y estoy dispuesta a volver si me prometes que respetarás mi virginidad hasta la noche de bodas.

-Te prometo lo que quieras. No volveré a tocarte hasta que tú quieras.

-Tampoco es eso, pero ya lo hablaremos. ¿Me llevas a bailar esta tarde?

-¿No te tienes que quedar con tu madre?

-Parece que se encuentra mejor y ya se levanta todo el día.

-¿A qué hora te recojo? …

Ese sábado y los siguientes, volvimos por la noche a la arboleda, pero solamente me dejó besarla, comerle los pechos y el coño, sin tocarme por el asco que le daban las pollas y volviendo yo más caliente a mi casa cada día.

Por fin, la empresa se puso en marcha y me fui a trabajar. Volvía los fines de semana para recoger mi calentón y me marchaba los domingos por la noche cada vez más frustrado.

Una vez que mi situación se estabilizó, hable con ella de casarnos y aceptó. Miramos pisos y viviendas hasta que nos decidimos por un chalet en una gran urbanización, con piscina y gran espacio de césped y árboles. La hipoteca que firmé, la terminarían de pagar mis hijos, pero no me importó, por fin me iba a casar con la mujer de mis sueños.

Cuando estuvo todo preparado, nos casamos. El día de la boda, que fue por la mañana, estaba más bonita si cabe. Dudo que haya habido o habrá otra novia tan bonita como ella. Todos los amigos la felicitaron por lo guapa que estaba y a mí por la mujer que me llevaba. Incluso Jorge, que también vino a la boda, nos dio la enhorabuena y deseó años de felicidad con un par de besos a ella y un abrazo a mí. (Aunque me pareció que le echaba mano al culo para acercarla y que la otra mano la tenía en un pecho).

La ceremonia estuvo muy bien, a la salida de la iglesia, nos recibieron con una lluvia de todo. Normalmente se echa sobre los recién casados arroz o confetis, pero como fue en el pueblo, nos echaron garbanzos y maíz. Todo me pareció bien y hasta me reí con la ocurrencia. Luego supe que había sido idea de Jorge.

Tras la comida, baile y barra libre. Carla a un lado y Jorge al otro, procuraron que no me faltase líquido en mi vaso de gin-tonic, pero como soy poco bebedor de alcoholes fuerte, solamente tomada un sorbo con cada brindis.

De allí fuimos a una discoteca donde seguimos bebiendo y bailando. Nos retiramos pronto, entre las risas y bromas de los amigos, a un hotel cercano en el que habíamos previsto para pasar nuestra primera noche. Yo tenía unas ganas tremendas de acostarme, me caía de sueño y cansancio.

Tuve que esperar a que ella saliese del baño, pero mereció la pena verla con su camisoncito negro que no ocultaba nada y su tanga mínimo del mismo color. Mientras lo hacía, abrí una botella de champagne, que el hotel había tenido la gentileza de ofrecernos, y serví dos copas.

-¿Te gusta?

Asentí babeando. Se colgó de mi cuello y entre besos me dijo

-Pues date prisa que estoy deseando ser tuya.

En otro momento, me la hubiese follado allí mismo, pero estaba tan cansado y bebido que dudaba que pudiese hacer algo.

Después de hacer un pis, lavarme los dientes y una ducha rápida, salí en dirección a la cama, donde se encontraba ella recostada. Se incorporó y me ofreció una de las copas. Brindamos por nosotros y nuestro feliz matrimonio, vaciamos las copas, me recogió la mía de mi mano y dejó ambas en la mesita, volviendo a abrazarme para iniciar una cadena de besos que nos calentó.

Me separé de ella, le saqué el camisoncito, bajé besando su cuerpo, sus pechos con los pezones duros y enhiestos, siguiendo para abajo mientras caía de rodillas. Bajé también su tanga hasta que se lo saqué por los pies, la hice separa un poco sus piernas y pasé la lengua por el borde de su raja, recorriendo los labios en toda su longitud.

Ella acariciaba mi cabeza y empezó a presionarme contra su coño. Me levanté a duras penas y la hice acostarse en la cama.

Ya ubicado más cómodamente entre sus piernas, seguí comiéndole el coño, recorriendo toda la vulva y bajando hasta su ano, donde me entretenía para ensalivarlo bien, mientras ella no paraba de emitir gemidos.

-MMMMMMM. Sigue así, me gusta,

-OOOOHHHHH. Qué placer me estas dando.

Me notaba raro, pero fui subiendo por su cuerpo, repartiendo besos por todo él, con la intención de consumar el matrimonio, pero esto ya son recuerdos difusos. Recuerdo recibir algunos golpes, gritos, pero nada más.

Cuando me desperté al día siguiente, era ya al atardecer. La escasa luz que entraba por los laterales de la tupida cortina, me permitió ver la cama que estaba hecha un desastre. Carla estaba desnuda a mi lado, dormida, con cara de felicidad.

Acaricié su cuerpo con suavidad, poniendo todo mi amor en el gesto. Esto la despertó. Me miró sonriendo y de inmediato puso cara de ira diciendo:

-Déjame en paz, animal. ¿Todavía no te has cansado de hacerme daño?

-¿Qué te he hecho, cariño? No recuerdo nada.

-¿Que no te acuerdas? ¿Que no te acuerdas? Serás cabrón. ¿No te acuerdas cuando te decía que me hacías mucho daño y tú seguías metiendo tu asquerosa polla dentro de mí? ¿No te acuerdas cuando de un solo golpe te llevaste dolorosamente mi virginidad? ¿No te acuerdas cuando te decía que esperases que no podía aguantar de dolor? ¿No te acuerdas de las tres veces que violaste mi coño y mi ano? Porque fue una violación, yo no sólo no disfruté, sino que me hiciste sufrir lo indecible.

-¡Mira mi coño hinchado, mira y mi ano casi roto. Tengo la mandíbula fuera de sitio y dolorida toda la boca hasta la garganta!

Se levantó y fue corriendo a encerrarse en el baño. Yo me quedé paralizado, si saber que hacer o decir. No recordaba nada y me parecía mentira que hubiese hecho eso. Sin embargo, parecía cierto, la sábana tenía manchas rojas y rosadas, y con otras más grandes que se apreciaba que era semen reseco y algunas rayitas de heces.

Sin embargo, no me lo podía creer. Estaba totalmente empalmado y todavía quería más.

Me acerqué a la puerta del baño y me pasé una hora hablándole y pidiendo perdón porque lo que había hecho era consecuencia del alcohol, que yo no era así, que lo había podido ver en nuestro noviazgo, etc. Mientras oía sus imparables sollozos dentro.

Al final, decidió perdonarme y salió, después de prometerle que no volvería a beber más, la intenté abrazar, pero no me dejó, diciéndome que todavía no estaba preparada.

Mientras se vestía, entré yo al baño para hacerme una paja, ducharme y afeitarme. Al día siguiente nos fuimos de viaje durante una semana, y lo único que puedo contar son los lugares que visitamos, lo que comimos en los restaurantes y lo que había en las tiendas. No me dejó tocarla en toda la semana, y yo respeté su deseo.

A la vuelta iniciamos nuestra vida en común, yo me iba a trabajar y ella quedaba al cuidado de la casa. No quiso servicio, ya antes de casarnos dijo que deseaba ser ella la que me atendiese personalmente.

A las tres semanas de casados, estaba ella friendo un filete con un chándal de deporte en rojo y blanco que le sentaba como un guante, cuando me acerqué por detrás, la abracé y besé su cuello mientras le susurraba “te quiero”. Curiosamente no me rechazó, por lo que seguí besando por ambos lados, sus lóbulos, avancé por la mandíbula…

Ella apartó el filete y apagó el fuego, girando y abrazándose a mi cuello, para fundirnos en un apasionado beso. El chándal le duró en el cuerpo un suspiro y mi ropa quedó en un reguero hasta el dormitorio, donde caímos sobre la cama sin dejar de besarnos y acariciarnos.

Acaricié sus pechos y froté los pezones entre mis dedos haciéndola gemir. Bajé mi mano hasta sus muslos, subiendo desde la rodilla con caricias hasta su ingle. Ella abrió sus piernas para permitir mis avances y yo pasé mi dedo por su raja. Curiosamente me lo encontré empapado y abierto.

Sin decir nada, me presionó para que me colocase sobre ella, quedando mi glande en su entrada.

-Por favor, hazlo despacio, no me hagas daño. –Me dijo

Metí la punta y me coloque ligeramente arriba, para que mis movimientos rozaran su clítoris, empezando a meter un poquito más y retroceder, otro poco más y retroceder. Ella se movía como si desease que se la clavara de una vez. Ponía sus talones sobre mi culo y los volvía a retirar. Yo no era un inexperto, por lo que sabía positivamente de que estaba deseando que entrase totalmente, pero quise que esperase un poco más, como yo había estado esperando un montón de tiempo.

Al final, la tuvo toda dentro, la saqué completamente y la volví a meter entera.

-MMMMMMMMMMMM. – Fue su respuesta a mi acción.

-Siii, dámela toda, sigue, si, sigue. –Fueron sus palabras.

A partir de ese momento, me convertí en una taladradora. La estuve machacando durante más de media hora. ¿Qué si tengo mucho aguante?, Qué va. Desde la vuelta del viaje, lo último que hacía antes de salir de trabajar era hacerme una o dos pajas pensando en ella, para llegar más relajado a casa y no asaltarla y violarla.

Se corrió varias veces, hasta que estuve apunto coincidiendo con su enésimo orgasmo, le anuncié:

-AAAAAhhhh. Me voy a correr.

-No, no .no. No te corras dentro.

Casi sin tiempo, la saqué, me masturbé sobre su cuerpo y me corrí abundantemente sobre sus tetas, pecho y vientre.

-¡Pero no vas a aprender nunca! ¡Eres un cerdo! ¿Ves lo que has hecho? ¡Me has puesto perdida!

Me separó de una serie de patadas y se fue corriendo al baño para lavarse. Yo me quedé sobre la cama avergonzado.

Cuando salio, siguió con su serie de improperios contra mí, hasta que se cansó. Por fin, volvió a recriminarme mi acción y me prohibió volver a correrme sobre ella.

Así fueron pasando los días, los meses y se convirtieron en años. El sexo no mejoró, follábamos casi cada semana. El trabajo en cambio si. Gané mucho dinero, ahorramos bastante por si nos iban mal dadas, pero ella también cada vez gastaba más. Las cuentas eran comunes. Ambos teníamos acceso a gastar lo que había.

Llegó un momento que la cantidad ahorrada cada mes era casi nula. Yo tenía la mosca detrás de la oreja. Había cosas que, con el tiempo, empezaron a llamarme la atención.

Por ejemplo, si alguien gana 100 y con 25 puede vivir bien, pero gasta 75, es raro, pero posible. Pero no es normal que alguien se gaste los 75 en un vestido con una hechura y tela que no usarías ni para limpiar tu auto. Pues gastaba dinero en prendas basura que decía que compraba a precios altísimos porque eran de la marca tal, según decía. Incluso hubo algún mes que, en lugar de incrementar los ahorros, disminuyeron.

Cuando le pregunté por qué había gastado tanto y tanta ropa, me montó una bronca porque no sabía lo caro que estaba todo y que para poder relacionarse con sus amigas y vecinas, no podía ir con cualquier prenda, que el coche también tenía gastos, que yo también gastaba mucho y muchas más razones que me apabullaban y volvía a pedirle perdón.

Había días que cuando me marchaba por la tarde la dejaba vestida y cuando volvía la encontraba con una simple bata y desnuda debajo. Generalmente me decía que me estaba esperando porque llevaba todo el día excitada, y deseando que llegase para calmar sus ganas. Me llevaba a la cama y me follaba inmediatamente. Se la metía sin preámbulos y entraba con suavidad de lo mojada que estaba. En esas ocasiones, era yo el que se corría (previo aviso y retirada) y ella solamente gemía.

A la pregunta “¿Te has corrido?”, siempre respondía “Si, ¡y dos veces!, eres maravilloso, y una máquina de follar”

A todo eso, se unió que un par de veces vi, desde lejos, salir a alguien muy parecido a Jorge, aunque pensé que me equivocaba.

Así que empecé a pensar que algo ocurría, pero no detectaba nada más, hasta que ocurrió lo típico en estos casos, y digo típico porque es la historia que más se ve, se oye y se lee: Una tarde, me debió de sentar algo mal y como no me encontraba bien, decidí irme a casa.

Nada más abrir la puerta lo escuche:

-AAAAAHHHHH Siiiii, fóllame más fuerte, cabrón.

-¿Quieres más, puta? ¿La quieres entera o solo la punta?

-Métemela toda y no seas hijo puta. ¡Dámela toda!

-¿Por donde la quieres por el culo, el coño o la boca?

-Por el coño. Llénamelo de leche. Y después el culo y la boca. Quiero saborear su semen.

Lo primero que pensé es que me había equivocado de casa, pero los muebles eran los míos. Luego, que Carla había prestado nuestra casa a alguien para picadero, pero la voz era de ella. Me acerqué despacio hasta la puerta del dormitorio que se encontraba medio abierta.

La cabecera de la cama quedaba oculta por la puerta, por lo que pude ver como era follada a cuatro patas. Como entraba y salía y entraba el pene de … ¡¡¡Jorge!!!

Se encontraba arrodillado tras ella follando incansablemente su coño, mientras se inclinaba sobre ella y apretaba sus pechos.

Seguí sin poder decir nada. Además tampoco podía moverme. Gruesos lagrimones recorrieron mis mejillas y cayeron sobre mi camisa. No se cuanto rato después pude moverme y pensar. Tuve la suerte de que entre coño, culo y boca, no se movieron de la cama ni miraron hacia la puerta.

Decidí vengarme, dejándola en la puta calle con una mano detrás y otra delante, además de dejar en ridículo al hijo de la gran puta de Jorge. Me aparté para pensar un poco más y decidí marcharme y volver más tarde, dedicándome a pensar mientras tanto.

Me ubiqué en el bar de la urbanización, que se encontraba a la entrada, desde el que podía ver a la gente que entraba y salía, mientras pensaba en qué iba a organizar para pillarlos y que no pudiesen desdecirme cuando les acusase de infidelidad.

Dos horas después, lo vi salir. Inmediatamente me dirigí a casa, encontrando a Carla en bata y desnuda debajo.

-Hoy llegas un poco más pronto que otros días. Hoy estoy excitada. ¿Hacemos el amor? –Me dijo colgándose de mi cuello.

-Perdona… cccariño, precisamente he salido un poco antes porque no me encontraba muy bien.

-¿Qué te ocurre?

-Me ha debido sentar algo mal de lo que he comido. Tengo una sensación muy extraña en el estómago. Creo que me voy a ir a la cama ahora mismo.

-¿No irás a vomitarme en la habitación?

-No lo se, pero por si acaso, me acostaré en la habitación de invitados. –Fue un alivio para mí, pues no sabía como enfrentarme a una noche con ella a mi lado.

Me dormí tarde, y cuando lo hice, tenía pesadillas que me despertaban asustado. A la mañana siguiente, estaba peor que el día anterior.

No me había levantado todavía cuando Carla vino a la habitación.

-¿Qué tal te encuentras hoy?

-Fatal, peor que ayer. La cabeza me duele el cuerpo también. Hoy no voy a ir a trabajar.

-Ah. Vale. –Dijo solamente y se fue sin más.

.La oí hablar por teléfono, aunque no entendía lo que decía. Un rato después volvió.

-No me acordaba que había quedado con las amigas para irnos de tiendas. He aprovechado para prepararte algo y así nosotras podremos comer cualquier cosa por ahí y no tendré que venir de propio por no haberte avisado antes. En la nevera te lo he dejado. ¿Crees que podrás levantarte?

-Si, no te preocupes, vete tranquila. –“A putear con Jorge” pensé yo.

Se marcho y yo me quedé dando vueltas al tema, hasta que se me ocurrió algo. Preparé una lista de material. Llamé a mi oficina y pedí el teléfono de un proveedor en concreto, al que llamé y pedí el material, rogando que me lo trajesen lo más rápidamente posible, confirmándome que en una hora lo tendría en mi casa.

Como ingeniero electrónico, no me supuso ningún problema instalar cámaras, grabadores y sensores de movimiento.

Quedó todo configurado y probado rápidamente. Por las mañanas, si se activaban los sensores del dormitorio y salón, grababa durante un tiempo. Por la tarde, una llamada de teléfono mío, dejaba la grabación fija hasta que volvía a casa para apagarla.

Durante los tres primeros días estuve ajustando el horario para comenzar la grabación fija en el momento que llegase Jorge.

No fue una buena idea. Con eso, cada vez que llamaba hacían algún comentario sobre mí y recordaban lo que había pasado para reírse largamente. Así me enteré de algunas cosas. Voy a intentar relatarlas en orden cronológico:

1-Cuando llegué al pueblo, al terminar mi carrera, Jorge estaba en la cárcel. Tenía permiso de salida en fines de semana alternos. Ese sábado no tocaba.

2-Cuando oyó que iba a tener buen empleo y sueldo, decidió que nos casaríamos.

3-Cuando se lo comento a Jorge, le pareció bien, siempre que no me dejara follarla. El único que la follaría sería él.

4-Los fines de semana que se quedaba a cuidar a su madre, era porque Jorge salía y pasaban el fin de semana follando.

5-Jorge Salió de la cárcel el mismo día que yo me declaré a ella. Estaba esperando que la dejase en casa para ir a follar con él.

6-La situación no cambió durante el noviazgo. La dejaba en casa y él la estaba esperando.

7-La noche de bodas no me la follé. Como no pudieron emborracharme hasta el coma, tenían preparada, por si acaso, una pastilla para hacerme dormir, que Carla me puso en el Champagne. Cuando me dormí, me abofeteó para ver si me despertaba y al ver que no lo hacía, abrió la puerta a Jorge y estuvieron follando toda la noche por todos los agujeros. Parece que los ocupantes de las habitaciones contiguas, se quejaron de los gritos que dimos. Esto se lo dijeron a Jorge, porque lo conocían de alquilar habitación muchas veces.

8-Durante la semana que estuvimos sin follar, no dejó de verse con él.

9- El día que follamos por primera vez, fue porque algo les había ocurrido y era por si se quedaba embarazada.

10- El dinero no lo gastaba ella. Se lo daba a él para que viviese como un rey, gastando en juergas, borracheras y drogas.

… Mejor no sigo.

Edité los vídeos y dejé una cinta sobre el televisor, con una nota que le avisaba que no volvería a comer y que lo haría a media tarde y hablaríamos del divorcio. Mientras, que la fuese visionando. Que si no tenía suficiente, le prepararía más.

A media tarde volví, como había indicado, encontrándome sentados en la sala Carla, Jorge y otra mujer.

-Hola (…) (perdón que no de información sobre mi, por las razones de mi primera historia) ¿Me puedes decir qué significa esto? ¿Cómo se te ha ocurrido la desfachatez de grabar nuestra intimidad? Veo que no has dejado de ser el cerdo que siempre fuiste.

-No pretenderás hacerme ver que la culpa es mía por hacer la grabación de vuestras infidelidades.

-¡¡¡Mis infidelidades!!! Si en lugar de ser tan pasivo, apático y poco fogoso, hubieses sido más ardiente y hubieses respondido a mis peticiones de sexo, no habría tenido que llegar a esto.

En ese momento, estábamos de pie, uno frente a otro, junto una mesa de centro baja y de cristal.

-¡¡¡Pasivo yo!!! ¡¡¡Apático!!! ¡¡¡Poco fogoso!! ¡¡¡Peticiones de sexo tuyas!!! Mira, si fuera otro te partía la cara ahora mismo. –Dije esto levantando la mano.

Ante este gesto, ella dio un paso atrás, tropezando con la mesa y cayendo sobre el cristal, el cual se rompió en mil pedazos, haciendo algunos cortes y arañazos en brazos, piernas y cuello, así como un pequeño rasguño en la cara.

Todos nos abalanzamos sobre ella para levantarla. La mujer y Jorge me apartaron de malos modos y ella dijo:

-Soy la abogada de la señora. Todos hemos visto cómo intentaba tirarla y la ha empujado hasta que ha caído sobre la mesa. Esto es violencia doméstica y vamos a acusarle de ello. Le esperan a Ud. Un par de años de cárcel como mínimo.

En fin. Tuve que marcharme, ellos fueron al hospital para que les hiciesen un informe médico. Yo me busqué un abogado que fue demasiado malo y la abogada de ella demasiado buena. Perdí en la negociación

Para no ir a la cárcel, tuve que cederle la casa a ella, los ahorros y los beneficios que aportase mi patente del aparato fabricado por la empresa. Además tenía que pasarle una pensión y pagar los plazos de la hipoteca de la casa. Más tarde, la empresa me propuso realizar unas adaptaciones de mi proyecto, pero tuve que negarme al no tener los derechos.

Recogí las pocas cosas que eran mías en la casa. Ahí me di cuenta de lo poco que tenía. Con algo de dinero que tenía escondido por si acaso pude alquilar un pisito, y seguir viviendo. Con los meses me entró una fuerte depresión y dejé de trabajar en la empresa. Otro abogado más listo, consiguió que no tuviese que pagar la pensión hasta que volviese a trabajar.

Al fin me recuperé, pero no quise volver a mi antiguo trabajo. Me ofrecí a varias empresas de productos electrónicos y fue como si el fallecido Steve Jobs se hubiese ofrecido a trabajar a cualquier otra empresa que no fuese Apple. Todas querían contratarme, por lo que elegí la que mejor puesto y sueldo me daba. Que no era era ninguna dirección de departamento. Todas se aprovechaban para colocarme en un puesto de segundón.

Y aquí termina mi historia pasada.

Gracias por vuestros comentarios y valoraciones

Más adelante contaré la actual. Por ahora, el trabajo me tiene esclavo y tengo que dedicarle un tiempo que no me permite escribir con la frecuencia que desearía. Perdonad los errores, normalmente lo repaso muchas veces, pero últimamente tengo poco tiempo.

Relato erótico: “Las revistas de mi primo (Parte 2 de 4)” (POR TALIBOS)

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LAS REVISTAS DE MI PRIMO (parte 2/4):

El domingo desperté muy tarde, más incluso que Claraque se levantó sin despertarme.

Aprovechando que estaba sola, escondí la revista bajo el colchón e hice la cama.

Me sentía un poquito frustrada, pues el domingo era el único día que mi tía dejaba libre a Clara, que no tenía que estudiar, por lo que no dispondría de dos horas a solas en el dormitorio.

Aún así, me las ingenié para echarle un vistazo rápido a la revista mientras Clara se daba una ducha, pero, temiendo que me pillaran, desistí en mi empeño.

El lunes recuperé el terreno perdido. En cuanto terminamos de almorzar y, tras fregar la loza, me asomé al salón para asegurarme de que mi prima estaba inmersa en los estudios, saliendo a continuación zumbando escaleras arriba para refugiarme en mi cuarto.

En cuanto estuve a solas, saqué la revista y me tumbé en la cama para hojearla. Esta vez no me anduve con remilgos y, en cuanto estuve sobre el colchón, metí una mano bajo la camiseta y me desabroché el sujetador del bikini, quitándomelo. Me apetecía acariciarme las tetas.

Estuve así un rato, jugueteando lánguidamente con mis pezones, que estaban como rocas, mientras me leía la historia de Julia y el piloto (en el texto me enteré de que se trataba del comandante García. Anda que se lo habían currado mucho).

Pero la cosa no era igual que el sábado. Había pasado la novedad. Además, el único reportaje realmente pornográfico de la revista era el de la azafata, mientras que el resto eran de mujeres, más o menos atractivas, exhibiendo impúdicamente sus encantos.

Entonces se me ocurrió. ¿Por qué no iba a hacerlo? ¿Qué tenía de malo?

Me levanté del cuarto con la revista enrollada en la mano y, tras asegurarme de que no hubiera moros en la costa, me acerqué a la puerta del cuarto de Diego, llamando quedamente con los nudillos.

– Soy yo, Paula – susurré mientras llamaba.

– Pasa – se escuchó la voz de mi primo.

Abrí la puerta, aunque no llegué a penetrar en el cuarto, quedándome en el umbral, apoyada en el marco. Mi primo estaba tumbado en su cama, con un libro en el regazo, mirándome interrogadoramente.

– ¿Me la cambias? – dije con sencillez, agitando la revista enrollada.

Diego puso los ojos en blanco y sonrió divertido, levantándose. Caminó hacia mí y tras agarrar la revista que yo le tendía, me dio un suave capirotazo con ella en la cabeza.

– Como te pillen, te vas a enterar. Recuerda que no puedes confesar que son mías ni bajo tortura…

– Que no, primo. Te lo juro. Además, no me van a pillar. Tengo mucho cuidado.

– Ya – dijo él simplemente.

Tras coger la revista, caminó hacia la estantería. Yo le miraba la espalda, preguntándome como quien no quiere la cosa si Diego habría hecho las mismas cosas que salían en la revista.

Con rapidez, mi primo extrajo otra de su escondite y me la acercó. Pero, al hacerlo, vi cómo de repente la sonrisa se borraba de su rostro y apartaba la mirada, como avergonzado.

Fue cosa de un segundo, pero me di cuenta de dónde se habían posado sus ojos instantes antes. Miré hacia mi pecho y me di cuenta de que mis pezones se veían claramente marcados en mi camiseta de algodón, pues el sujetador de mi bikini permanecía tirado encima de mi cama.

Mi rostro se encendió como una farola. Mi primo se había dado cuenta de que tenías las tetas duras. Madre mía, qué vergüenza.

Y, sin embargo, a pesar del bochorno que sentía… algo se agitó dentro de mí.

– Toma – dijo Diego, dándome el rollo de papel – Ya sabes. Callada como una muerta.

– Te lo juro – dije, haciendo el signo de la cruz.

Sólo que, en vez de hacerlo sobre el esternón, deslicé mis dedos sobre mi pecho izquierdo, rozando suavemente el erecto pezón por encima de la camiseta. Un escalofrío recorrió mi columna, en parte por el contacto sobre la sensible carne y en parte… porque Diego había visto perfectamente por dónde se había deslizado mi dedo.

Azorada, pero extrañamente exultante, regresé a la intimidad de mi cuarto. Me sentí contenta por lo que había pasado y, desde luego, mucho más excitada que minutos antes, cuando salí de la habitación. Tenía que reconocerlo, me había gustado que Diego me mirara.

Más envalentonada por cómo iban las cosas, decidí que iba a pasármelo en grande. Esta vez no me tumbé sobre la cama a toquetearme discretamente, sino que, sin pensármelo mucho, me desnudé por completo, tumbándome encima del colchón.

Como todavía me quedaba un resquicio de sentido común, decidí meterme bajo las sábanas, no fuera a ser que Clara subiera con algún pretexto y me pillara en bolas con la revista.

Una vez desnuda, me deslicé entre las frescas cobijas y empecé a acariciarme con delicadeza, jugueteando con mis dedos en mi entrepierna, provocándome los primeros espasmos de placer.

La revista de ese día era distinta. Allí no había series de fotos de mujeres desnudas. Allí todo el mundo follaba.

Me hice una deliciosa paja visualizando a mujeres de todo tipo, altas, bajas, rubias, morenas, blancas y negras siendo penetradas por pollas de todos los colores y tamaños (bueno, de todos los tamaños no, eso lo aprendí con los años, las tallas variaban de las muy grandes a las directamente gigantescas; de hecho salía un negro con una tranca que ríete tú del tipo del wassasp).

Entonces, cuando estaba en plena faena, me acordé de Diego. De Diego y de su… cosa. Recordé su tacto, su dureza, su grosor…

Empecé a gemir y jadear, frotándome vigorosamente el coñito y las tetas bajo las sábanas, la revista yacía a mi lado, abierta, mostrando a doble página a una mujer con una polla metida por delante y otra por detrás.

Por si las moscas, intenté bajar un poco el volumen, pensando que Diego podría oírme. Pero, entonces, me lo pensé mejor y empecé a subirlo, consciente de que tan sólo una fina pared me separaba de mi primo.

Y de pronto me apetecía mucho que se enterara de lo que estaba haciendo allí solita.

Me sentí muy guarra, allí desnuda, toqueteándome bajo las sábanas, intentando que mi primo escuchara mis gemidos de placer. Me puse muy caliente y me corrí enseguida, derrumbándome agotada en mi lecho.

Me dormí con una sonrisa en los labios, satisfecha como nunca antes había estado. Me pregunté si mi primo, al escucharme, no habría estado haciendo lo mismo que yo. Deseaba que así fuera.

Clara tuvo que subir de nuevo a buscarme, despertándome con su delicadeza habitual. Por suerte, aunque le extrañó ver que estaba arropada, no intentó apartar las sábanas, limitándose a decir que me esperaba abajo, aunque volvió a mirarme con cara rara.

Aunque, comparada con la que puso Diego cuando bajó y nos encontró en la piscina… Se puso colorado, incapaz de mirarme directamente, cosa que me encantó. Le encontré guapísimo.

Cada vez me sentía más mujer, más segura de mi misma.

Aquella tarde charlé hasta por los codos, cosa poco habitual en mí. Clara me tomaba el pelo, diciéndome que si había comido lengua, aunque, en el fondo, seguro que se preguntaba qué demonios me pasaba.

Por la noche tardé más en conciliar el sueño. Estaba descansada por la siesta y, además, no podía dejar de pensar en Diego y en nuestro pequeño secreto.

El hecho de que supiera que había estado masturbándome con su revista, me hacía sentir inquieta y excitada a la vez. De no ser porque me daba miedo que Clara me pillara, me habría hecho otra paja aprovechando la oscuridad de la noche.

Me dormí cachonda perdida. Y decidida a juguetear con mi primo un poquito más.

La historia se repitió al día siguiente. Sólo que esta vez tenía mucho más clara mi forma de actuar. Me sentía mucho más segura de mí misma que nunca antes. Como dije, mi carácter empezaba a transformarse.

Tras el almuerzo, fui en busca de la revista, hojeándola un poco y acariciándome ligeramente para ponerme a tono. No hubiera hecho falta, pues sólo de pensar en Diego ya bastaba para ponerme lasciva.

Volví a pegar a su puerta y abrí tras recibir permiso. Por desgracia, mi primo ya se lo esperaba y tenía la revista de recambio ya preparada. Pero yo no estaba dispuesta a que se librara de mí tan fácilmente.

– Diego – le dije después que el chico intercambiara las revistas – Estoy un poco aburrida. ¿Puedo pasar?

Mi pobre primo, que sin duda estaba acordándose de mi última visita, cuando llevaba las largas puestas, puso cara un poco rara. Sin embargo, como no tenía ningún motivo para negarse, accedió a mi petición.

Él volvió a sentarse en su cama y, aunque me apetecía mucho hacerlo a su lado, tomé de nuevo la silla frente a su escritorio.

– Dime – dijo Diego, lacónicamente.

– Verás, primo. Quería darte de nuevo las gracias por no haberte chivado y por haberme dejado las revistas. Me han gustado mucho y han sido muy… útiles.

– De nada – dijo él, sonriendo quedamente.

– Y quería saber… bueno. Si podría preguntarte algunas cosas.

– De acuerdo, Paula. Como quieras. Aunque, me reservo el derecho a no responder – me contestó.

– Vale.

Y lo hice. Queriendo gozar de mayor intimidad me levanté y me senté en su cama, a su lado, con la espalda apoyada en la pared, como él. Estábamos tan cerca, que nuestros muslos casi se rozaban. Percibí perfectamente cómo se ponía tenso. Disfruté con ello.

Diego pareció ir a decir algo, pero debió pensárselo mejor y se quedó callado. Parecía un poco inquieto, cosa que me encantó, pues yo me sentía bastante tranquila.

– En serio, primo – dije, mirándole a los ojos y apoyando una mano distraídamente en su brazo – Muchas gracias. Poca gente se habría comportado como tú después de lo que te hice.

Al hablar remarqué ligeramente lo de “te hice”, para traer de nuevo a su memoria el instante en que… ya saben.

Y lo conseguí. Mi primo estaba visiblemente nervioso. Me regocijé por dentro, pues, aunque él era el experto en esos temas, era yo la que dominaba la situación. Me lo estaba pasando bomba jugando con él.

Empezaba a descubrir mis armas de mujer y a adquirir experiencia en su uso.

– Ya te he dicho que no tiene importancia – dijo él, un tanto secamente – Ahora dime qué quieres.

– Bueno, Diego, es una tontería. Lo de las revistas está bien y eso, pero aún me falta mucho para llegar a esas cosas. Lo cierto es, que apenas si soy capaz de hablar con un chico. Contigo estoy muy relajada – dije, volviendo a rozarle el brazo – pero, cuando se trata de otro…

– Tranquila. Poco a poco irás soltándote. Recuerda siempre que, si un chico se interesa por ti, estará también nervioso.

– Ya, bueno. Pero, ¿cómo sabes si un chico se siente atraído por ti?

– Mujer, eso se sabe. Se nota. A veces con la mirada, o porque muestra mucho interés en ti… Ya verás como lo sabes.

– Pero, ¿y si no le gusto a ninguno? ¿O si quiero ser yo la que quiere hablar con uno que me guste?

– ¿Cómo no vas a gustarle a ninguno? – rió – ¡Si eres guapísima! Cuando os llevo a las dos en el coche, no sabes la de amigos que me han felicitado por la hermana y la prima tan guapas que tengo.

– ¿En serio crees que soy guapa? – dije, con mi mejor voz de pastorcilla.

– Pues claro. Qué tontería.

– Gracias – sonreí – Yo también creo que eres un chico muy atractivo.

Diego se puso muy serio, cortado, sin saber qué decir, mientras yo me sentía exultante por dentro. Decidí cargar un poquito más las apuestas.

– ¿Sabes? Tenías razón en lo que dijiste.

– ¿A qué te refieres?

– A que iba a masturbarme cuando me quedara a solas con la revista. Lo hice.

Diego se quedó atónito. Yo le miraba fijamente, con una sonrisilla pícara en el rostro. Creo que eso le molestó, pues respondió un poquito picado:

– Yo no dije nada de eso.

– Ya, bueno; pero lo insinuaste.

Nuevo silencio.

– ¿Tú también lo haces? – le solté.

– ¿El qué? – respondió él, fingiendo no entenderme.

– Masturbarte. Mirando las revistas.

Diego me miró muy serio. Estaba empezando a darse cuenta de que estaba jugando con él, a medias flirteando, a medias tratando de hacerle pasar vergüenza. Decidió que no iba a permitírmelo. Al fin y al cabo, yo era su prima pequeña.

– Pues claro – respondió con firmeza, haciendo gala de una actitud adulta – Para eso son esas revistas. Te excitas y te masturbas. Ya te escuché ayer mientras lo hacías.

Esta vez la que se quedó cortada fui yo. No esperaba aquel contraataque tan directo. Me sentí un poco incómoda, pero logré mantener el tipo.

– ¡Oh! Perdona. No me di cuenta. Supongo que me emocioné demasiado.

– Supongo – dijo él, sonriendo, un poco más seguro de si.

– ¿Puedo preguntarte una cosa? – me lancé – Es algo un poquito personal.

Diego se lo pensó unos segundos antes de responder. Se veía que estaba empezando a disfrutar también con el juego.

– Vale. Aunque, como te dije, si me parece no te respondo.

– De acuerdo – dije, sonriéndole – Primo… ¿Tú nos miras en la piscina?

– ¿Cómo?

– Ya me entiendes… Si nos miras a Clara y a mí… como mujeres…

Mi primo se lo pensó un segundo. Pero luego respondió con aplomo.

– Claro. De vez en cuando. Las dos sois muy guapas. No se me puede reprochar que os mire un poco cuando vais en bañador. Soy un hombre al fin y al cabo.

– Me alegro – respondí, sonriéndole con calidez – Yo también te miro a ti.

– Bueno. Eso no es para tanto. Los tíos tenemos menos que mirar.

– Eso no es cierto – respondí con rapidez.

– ¿Ah, no?

– No. Clara me dice que soy una guarra, porque a veces… Te miro el paquete.

– Ja, ja – rió Diego – Bueno. Ya te he dicho que esas cosas no tienen importancia. Son normales a tu edad. Soy el único chico que tienes cerca y bueno… sientes curiosidad.

– Sí – asentí – Por eso hice lo que hice y te toqué… ahí.

Volvió a quedarse callado. Se notaba que la conversación tan íntima no le molestaba, pero no acababa de tener claro dónde estaba el límite.

– Claro, claro – titubeó – No pasa nada.

– ¿Y dices que nos miras a nosotras? – pregunté, zalamera.

– Bueno… No vayas a pensar que os espío ni nada de eso. Pero bueno, cuando estáis en la piscina… es difícil no echar un vistazo.

– ¿Te gusta mirarnos en bañador?

– Ya te he dicho que sois muy guapas. Y una pareja de jovencitas atractivas en bikini…. Soy un tío… – dijo, como si no hiciera falta más explicación.

– Y dime. ¿Alguna vez te has masturbado pensando en nosotras?

Toma ya. Directa a la yugular. Ahora sí que le había dejado cortado al pobre.

– Paula, creo que esto está empezando a salirse de madre. Una cosa es que charlemos un poco sobre sexo, ya que opino que no tiene nada de malo y que sin duda querrás saber más, pero esto ya es pasarse…

– Perdona, Diego – dije, simulando estar arrepentida – No quería molestarte.

– No pasa nada. Disculpas aceptadas.

– Aunque, supongo que, si no quieres responder, será porque sí que lo has hecho…

Y me eché a reír, haciéndole unas ligeras cosquillas en el costado. Él, juguetón, me las devolvió de inmediato, aunque puso especial cuidado en no tocar en ningún sitio inapropiado. Yo me retorcí de risa (más de lo debido), procurando pegarme un poquito a él, pues me encantaba sentir el tacto de sus manos sobre mi cuerpo.

– Vale, vale – me rindo – dijo Diego, percatándose de que estábamos peligrosamente cerca – Haya paz.

– Como digas – respondí, abandonando la lucha – Pero, si no respondes, tendré que concluir que sí que lo haces.

Mi primo me miró, calibrando la situación y decidiendo si respondía o le ponía punto y final a aquello.

– Vale. Te responderé, si tú también me dices algo – asintió.

– De acuerdo.

El corazón se me aceleró, esperando que Diego me preguntara si me tocaba pensando en él. Iba a darle una respuesta que le dejaría patidifuso. Me lo estaba pasando muy bien.

– ¿Verdad que el otro día no fue la primera vez que Clara se colaba en mi cuarto? – me preguntó, sorprendiéndome. No era la pregunta que esperaba.

– Diego… yo… no lo sé – respondí confusa, pillada a traspiés.

– Sí que lo sabes – afirmó, sonriendo al recuperar la manija de la situación – Si no contestas, asumiré que sí que lo ha hecho.

Me había pillado. Me la había devuelto pero bien.

– Diego, no puedo decir nada… se lo prometí.

– No hace falta. Tu silencio es respuesta suficiente.

– Jo, tío, vale. Tú ganas. Pero, por favor, no le digas nada a Clara. Se cabrearía muchísimo conmigo…

– Tranquila. No voy a decirle nada. Aunque procuraré tomar precauciones.

– Venga, hombre. Que no es para tanto. Le pasa lo mismo que a mí. Siente curiosidad y un día, que entró en tu cuarto a por un libro, te vio dormido, fue a arroparte bien y… bueno. Te vio la cosa.

Decidí intentar que pensara que había sido una sola la visita que Clara le había hecho.

– Vale. Te creo.

– Bueno. Pues ya tienes tu respuesta – afirmé.

– Cierto.

– Pues te toca. Respóndeme a lo de antes.

Diego sonrió de oreja a oreja, respondiendo sin titubear.

– Pues no. No lo he hecho jamás. Aunque seáis dos chicas muy guapas, sois mi prima y mi hermana y nunca he pensado en vosotras cuando me masturbo.

– ¡Eso no vale! – exclamé indignada.

– ¿Por qué no? – exclamó él, triunfante – Es la pura verdad. Te juro que no te estoy mintiendo. Una cosa es haberos echado alguna miradita cuando vais en bañador y otra meneármela pensando en vosotras. No lo he hecho.

Mierda. Me la había jugado. Y, lo peor, era que parecía sincero.

– ¿Y nunca se te ha ocurrido espiarnos? ¿Intentar ver cómo somos sin bañador? El otro día, en la piscina, a Clara se le salió una teta y no se dio ni cuenta. Estuvo un buen rato con ella al aire sin enterarse. Te lo perdiste.

La cara de Diego cambió, borrándose su sonrisa de un plumazo. Mi intuición me dijo que allí quedaba todavía tela que cortar.

– Oye, qué cara más rara has puesto – dije riendo – Es de lo más sospechosa.

– Calla ya, idiota – dijo él, ruborizándose.

– Venga, confiesa… – canturreé – ¿O tengo que torturarte otra vez?

– Déjalo ya, Paula.

– No. Has dicho que me responderías.

Se quedó callado un segundo. Pero, al final, se decidió a contestar.

– Fue una vez hace unos meses.

– ¡Lo sabía! – exclamé, entusiasmada.

– Te lo cuento porque no dejas de darme el coñazo – me advirtió – Como me entere de que vas con el rollo a mi hermana, llamo a tus padres en un segundo y les digo que te colaste en mi cuarto.

Nueva promesa al canto.

– Tampoco es nada del otro jueves – dijo Diego, tras reflexionar un poco – No es nada malo.

– Desembucha – le animé.

– Pues eso. Hace unos meses, Clara se estaba duchando y se olvidó de cerrar la puerta. Yo no me di cuenta y, como necesitaba ir al baño, entré.

– ¡Y la pillaste en pelotas!

– No. Verás, al entrar, me di cuenta de que corría el agua de la ducha, así que me paré en el acto y retrocedí.

– ¡Pues vaya cosa! – pensé, desencantada.

– Pero, cuando iba a salir, Clara apareció en la bañera, enjabonándose. Quedaba un hueco entre las cortinas y la vi… desnuda.

– ¿Ella no te vio?

– No. Estaba concentrada en enjabonarse. Yo me quedé parado un instante, sin saber qué hacer. No me di cuenta de que me había quedado mirando.

– ¿Y se lo viste todo, todo?

– Sí – dijo Diego, asintiendo – Cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, salí del baño y empecé a cerrar la puerta. Pero no lo hice del todo. Me quedé con la mano en el pomo, manteniéndola abierta lo suficiente para poder seguir mirando.

– ¡Eres un guarrete! – reí, aunque no estaba riéndome precisamente en mi interior.

– Lo reconozco. Espié a mi hermana mientras se enjabonaba el cuerpo. Tiene un tipazo.

De reojo, eché un disimulado vistazo a la entrepierna de mi primo. No estaba segura, pero me dio la sensación de que abultaba un poco más que cuando entré. Me encantó constatar que no era completamente inmune a mi presencia y que la atmósfera de intimidad que había surgido entre los dos le afectaba igual que a mí.

– ¿Y seguro que no te masturbaste? – pregunté, juguetona.

– No. Te lo juro. De pronto fue como si saliera del trance, me di cuenta de lo que estaba haciendo y me marché. No se lo cuentes, por favor.

– Te lo prometo.

De pronto, Diego parecía haberse puesto serio. Me miró dubitativo, como dándose cuenta de que la cosa se le había ido de las manos y yo había acabado por llevarle a mi terreno.

Por desgracia, ya no tenía ganas de jugar más.

– Bueno, ya está bien de confesiones – dijo, levantándose de la cama – Llévate la revista antes de que me arrepienta. Pásatelo bien.

Me dedicó un guiño mientras me sonreía.

No me quedó más remedido que obedecerle, aunque no tenía ganas de marcharme de allí. Había disfrutado mucho con aquel juego de confesiones y flirteo. Me sentía un poquito cachonda y de buena gana hubiera seguido un rato más. Pero Diego no estaba por la labor.

– Vale. Me voy – dije con resignación.

Cogí la revista el escritorio y, justo antes de salir, me vino la inspiración.

– ¿Sabes? – le dije como quien no quiere la cosa – La verdad es que estoy un poco acalorada. Creo que voy a darme una buena ducha.

Diego se quedó callado, mirándome sin decir nada. Dedicándole una última sonrisa pícara, salí del cuarto, con el corazón nuevamente disparado en el pecho.

No perdí ni un segundo. Entré en mi cuarto, escondí la revista bajo la almohada y volví a salir, rumbo al baño que estaba al fondo del pasillo. No me hizo falta ni coger una muda, pues podía perfectamente volver a ponerme el bañador, porque luego volveríamos a la piscina.

Al pasar frente al cuarto de Diego, procuré hacer bastante ruido, para atraer su atención, aunque sospechaba que era innecesario, pues mi primo debía estar más que atento.

Entré al baño y, ni corta ni perezosa, dejé la puerta medio abierta.

No tardé nada en desnudarme, me miré en el espejo, eché un último vistazo al pasillo por si veía movimiento y me metí en la bañera, abriendo el grifo al máximo.

Repitiendo lo escuchado en la historia de Diego, dejé las cortinas sin cerrar y me quedé un rato dejando que el agua resbalara por mi cuerpo.

¿Vendría? ¿Se atrevería? Yo me moría de ganas porque lo hiciera. Me sentía cachonda perdida y ni el agua fría lograba calmar un ápice mis ardores.

Empecé a acariciarme el cuerpo, dedicándome especialmente a los senos. Los sentía duros, plenos, con los pezones erectos. Me moría de ganas de comprobar si Diego había venido.

Armándome de valor, di un paso atrás, de forma que pudiera vérseme por el hueco entre las cortinas desde fuera. Como había hecho Clara.

Sin embargo, no me atreví a mirar hacia la puerta. Sería una gran decepción si no estaba allí. Casi prefería no saberlo. Así que seguí deslizando las manos por mi cuerpo con calma, extendiendo una capa de jabón por toda mi piel.

Y miré. Ya no pude contenerme más. Por el rabillo del ojo, atisbé una sombra que se escondía junto a la puerta. Me sentí feliz, exultante. Me costó horrores no mirar directamente. Eso hubiera roto el encanto.

Pero ya sabía que estaba allí. Había venido. Por primera vez en mi vida, supe que había un hombre que se sentía atraído por mí, que se excitaba viendo mi cuerpo desnudo. Estaba caliente a más no poder.

Sin poder aguantar más, deslicé una mano entre mis muslos, empezando a masturbarme muy despacio. Menuda racha llevaba. En los últimos días me pasaba todo el rato haciéndome dedillos.

Pero aquel estaba siendo el mejor. El saber que Diego me estaba mirando, hizo que mis entrañas literalmente se pusieran a hervir.

Y la duda. Atormentadora. ¿Se estaría tocando él también? ¿Habría logrado que faltara a su palabra, cuando dijo que no lo hacía pensando en nosotras?

Me corrí. No pude evitar que se me escapara un gritito de éxtasis. Sentí que las piernas no me sostenían, así que me arrodillé en la bañera, sintiendo cómo el chorro de agua impactaba contra mi piel.

Alcé la vista. Ya me daba igual que me viera. Pero en el umbral no había nadie. ¿Lo habría soñado acaso?

No. Sabía que no era así. Diego había venido y me había espiado. Justo como yo quería.

Me sequé y volví a ponerme el bañador. Justo a tiempo, pues ya era hora de reunirme con Clara.

– ¿Dónde estabas? – me preguntó muy seria cuando me vio llegar.

– Tenía calor. Me he dado una ducha.

– No. Digo antes. Subí a por un libro y el cuarto estaba vacío.

– ¡Ah! En el cuarto de Diego. Estuvimos charlando un rato.

– Ya – dijo ella simplemente.

¡Leñe! ¡Un poco más y me pilla!

Entonces me asaltó una terrible duda. ¿Habría sido la sombra de Clara la que había atisbado en la puerta del baño? ¿Habría sido ella y no su hermano la que me había espiado mientras me duchaba?

– ¿Y de qué habéis hablado? – preguntó ella, simulando no darle importancia al tema.

– ¡Oh! De los estudios y eso. Me ha estado hablando de la universidad.

– Comprendo.

Pero presentí que no me creía. Tenía que tener más cuidado.

El resto de la tarde, lo pasamos en la piscina. Mi tía regresó pronto del trabajo y se dio un chapuzón con nosotras. Diego, en cambio, apareció sólo un segundo para despedirse y dijo que iba a salir. Ni siquiera volvió a cenar. Un telefonazo y punto. No me gustó. Quería verle antes de irme a dormir. Quería mirar su rostro, a ver si averiguaba si había sido él el espía o no.

Pero no regresó, dejándome frustrada. Mentalmente, le imaginaba encerrado en su cuarto, desnudo, tumbado en su cama, masturbándose mientras pensaba en mí en la ducha. Al menos eso esperaba. Adoraba sentirme deseada.

Y entonces llegó el sobresalto. Ni lo vi venir.

Tras ponerme el camisón, entré al dormitorio donde ya me esperaba Clara. Como siempre, ella dormía con unas simples braguitas y una camiseta vieja.

Estaba sentada en su cama, mirándome muy seria, mientras yo abría las sábanas. Me deslicé en el lecho y la miré. Seguía callada, sin decir ni pío.

– ¿Te pasa algo? – le pregunté.

– ¿A mí? No. Nada en absoluto – respondió ella, sin dejar de mirarme – Por cierto, ¿no te falta algo?

– ¿El qué?

Y la comprensión se abatió sobre mí como una tonelada de ladrillos. Con rapidez, deslicé la mano bajo la almohada. No estaba allí.

– ¿Buscas esto? – dijo mi prima, mientras sacaba de detrás de su cuerpo la revista que me había prestado su hermano.

– ¡Mierda! – exclamé atónita.

– ¿Y bien? – dijo Clara, un poco secamente – ¿Es esto lo que buscas?

– Dámelo – respondí, estirando la mano.

– ¿Por qué? ¿Es tuya?

– Sí. La traje de casa en mi equipaje.

– ¿En serio? ¿Encima vas a mentirme?

Me quedé callada.

– Venga, tía, que ya sé que todos los días te metes en el cuarto de mi hermano. Esto es suyo, ¿verdad?

Me habían pillado. No tenía sentido seguir mintiendo. Además, pensándolo bien, tampoco había ningún motivo para no contárselo (las promesas hechas no tenían sentido desde el momento en que Clara nos había descubierto), porque, al fin y al cabo, no habíamos hecho nada malo.

– Vale, Clara, lo admito – dije tumbándome de nuevo en mi cama – Deja que me explique.

Y lo hice. Se lo conté todo a mi prima. Bueno, todo no, obviamente omití la parte de los flirteos y el tonteo con su hermano. Pero le confesé lo demás.

– O sea, ¿que Diego sabe que me he colado en su cuarto? – dijo mi prima, bastante sorprendida.

– Sí. Bueno, lo sospechaba. Y lo tuvo claro cuando nos pilló aquella mañana. Él quería tener una charlita contigo, pero lo convencí de que lo dejara correr.

– Vaya, tía, gracias. Menuda vergüenza hubiera pasado hablando con mi hermano de por qué me colaba en su cuarto para mirarle… eso.

– Imagínate la que pasé yo. Si se la toqué y todo…

Las dos nos echamos a reír. La crisis parecía superada. A Clara no le importaba que charlara a solas con su hermano, lo que le molestaba era el secretismo, pues normalmente nos lo contábamos todo la una a la otra.

– Y a ver qué iba a hacer. Diego me hizo prometer que no diría nada y a cambio me prestó las revistas para… bueno, ya sabes. Para que aprendiera un poco.

– Ya – dijo mi prima, sonriendo – A saber lo que habrás aprendido tú aquí. Le he echado un vistazo por encima y los contenidos son la mar de didácticos.

– Bueno… Esa todavía no la he visto. Me la ha dejado hoy.

– ¿En serio? ¡Pues vamos a verla juntas!

¿Y por qué no? Total, ya hablábamos de sexo a la primera ocasión. No tenía nada de malo ver una revista porno con mi prima. Lo único negativo era que me tendría que aguantar las ganas de masturbarme si me calentaba. Pero bueno, tampoco tenía planes de hacerlo esa noche ¿no? Después de la sesioncita de la ducha…

Sin esperar respuesta, Clara se levantó rápidamente y se arrojó de un salto en mi cama, haciéndonos rebotar a ambas sobre el colchón. Entre risas, las dos nos sentamos medio incorporadas, las espaldas apoyadas en la cabecera, las piernas recogidas y muy juntitas la una a la otra, para caber bien en el lecho.

– ¡Qué emoción! – bromeó mi prima – ¡Mi primera revista porno!

– ¿En serio?

– ¡Qué va, tía! ¡Ya he visto muchas en el colegio!

– ¿En qué asignatura? – me burlé.

– ¡En el recreo!

Seguimos bromeando un rato las dos, sin decidirnos a abrir la revista, que reposaba en mi regazo. Lo cierto es que me sentía un poco inquieta ante la idea de ver porno con otra persona, aunque fuera una de mi total confianza. No sé, supongo que el calor que desprendía el cuerpo de mi prima me ponía nerviosa…

– Venga, Paula, ábrela ya. Sáltate las primeras páginas que están… pegajosas – rió Clara.

– ¿Cómo? – exclamé sin comprender.

Efectivamente, al abrir la revista me encontré con que las primeras hojas estaban pegadas las unas a las otras; extrañada, traté de separarlas, pero, al hacerlo, comprendí que iba a cargármelas, pues estaban adheridas por una sustancia reseca que las mantenía unidas.

– ¿Qué será esto? – dije, mientras me esforzaba en despegar las hojas.

Clara me miró, sorprendida, con una sonrisilla maliciosa en los labios.

– Estás de coña, ¿no? – me preguntó.

– ¿Por? No te entiendo.

– Tía. No me digas que no sabes por qué están pegadas.

Sí, ríanse de mí si quieren. Yo me acuerdo de aquella noche y también me río. Había aprendido muchas cosas en los últimos días, pero aún seguía siendo una pánfila de cuidado.

– Pues no. Supongo que Diego habrá derramado alguna cosa encima.

– Sí, seguro que ha sido eso – se carcajeó mi prima.

Pero yo seguí en Babia, sin enterarme de nada. Un poco picada por las burlas de Clara, salté las hojas pegadas y abrí la revista por la primera limpia. Correspondía a un reportaje en el que una chica rubia, bastante delgada, era literalmente montada por tres maromos.

En la foto en cuestión, la joven aparecía de espaldas a cámara, con una verga incrustada en su vagina, otra en el ano y una tercera hundida hasta las amígdalas. No pudo decirles si era guapa o fea, porque tenía la expresión tan desencajada, que ni su madre la habría reconocido.

– ¡Ala! – exclamó mi prima, admirada – Pero, ¿será posible?

– ¿Lo ves tía? – respondí, dejándome llevar por el entusiasmo – ¡Hasta por el culo! ¡Hasta ayer, yo ni sabía que se hicieran esas cosas!

– Yo sí lo sabía – dijo Clara – Pero nunca lo había visto.

– ¿En serio que lo sabías? No me mientas…

– No, lo digo de veras. Mira, hace un par de años se fue del pueblo Felisa, una chica de la quinta de Diego. Según me contaron, sólo lo hacía con su novio por el culo, porque así no se quedaba embarazada.

– Eso debería haber hecho Manoli.

– Seguro. Aunque, debe de doler, ¿no?

Por un segundo, estuve a punto de confesarle a mi prima que me había metido un dedo por el culo mientras me masturbaba, pero al final no lo hice, pues tenía miedo de su reacción.

– Supongo – fue lo que dije en cambio, encogiéndome de hombros.

– Venga, pasa la hoja.

Así lo hice, sumergiéndonos de lleno en las imágenes de la tremenda follada que le suministraban los tres hombres a la frágil rubita. La pusieron mirando a Cuenca, como vulgarmente se dice.

Yo, a esas alturas bastante acostumbrada al porno, no me sorprendí en exceso con las imágenes, pero Clara, en cambio, sí que alucinó un poco. Estaba todo el rato con la boca abierta, cerrándola sólo para decir sutilezas como “Joder, mira eso! ó ¡”No me puedo creer que le quepan tantas pollas a la vez”. Poesía pura.

Aunque, lo cierto es que no le faltaba razón. En una de las últimas fotos, la joven rubia era penetrada simultáneamente por los tres hombres por vagina y ano. Hagan cuentas… O sobra polla o falta hoyo… Pues los tíos se apañaron.

Riéndonos divertidas por ser testigos de tan extraño empalamiento, bromeamos para ocultar la realidad: que, aunque sentíamos vergüenza, nos estábamos poniendo un poquito a tono.

Yo era plenamente consciente del contacto del muslo desnudo de Clara contra el mío. La suavidad de su piel me turbaba. Me sentía nerviosa, así que decía tonterías para ocultarlo.

– Venga, pasa la hoja – me apremió Clara.

Tras pasar un par de páginas de publicidad, nos sumergimos en el siguiente reportaje. Era uno de esos con texto, así que, para entretenernos, lo leímos en voz alta.

La historia trataba de un chico que se encontraba con dos bellas mujeres (hermanas, al parecer) en el departamento de un tren. Cuando una de ellas se queda dormida, el joven es descubierto espiándola por la más joven (vestida de colegiala) y ésta, en vez de poner el grito en el cielo, le hace una mamada y se lo folla.

Y todo acompañado por unas soberbias fotografías a todo color de la escena en cuestión. Me sorprendí deseando ser yo la pícara colegiala y el chico… Diego, por ejemplo.

– Jo, Paula, me estoy poniendo brutica – dijo mi prima, de repente.

– Sí, ya. Yo también. Para eso son estas revistas, ¿no? – respondí, sin comprender muy bien por dónde iban los tiros.

– Venga, tú pasa la hoja, que yo me entretengo con lo mío.

Y entonces lo hizo. Sin cortarse un pelo, mi prima metió una mano dentro de sus bragas y empezó a frotarse vigorosamente, dejándome boquiabierta. No sé por qué me sorprendió tanto, tampoco era nada tan inesperado. De hecho, a mí también me apetecía hacerlo, sólo que la presencia de Clara me cortaba por completo.

– Pero, ¿qué haces? – siseé, atónita.

– ¿A ti qué te parece? Me he puesto cachonda y me apetece hacerme una paja. Tú sigue pasando…

– Pero, ¡vete a tu cama, estúpida! – exclamé – ¿Te parece bien empezar a toquetearte en mi cama?

– Pues vaya. Menuda mojigata – dijo mi prima con filosofía – Como que tú no haces lo mismo. Seguro que estos días no te has tocado mirando las revistas…

Me quedé callada. Tenía razón.

– No es para tanto. Las dos lo hacemos, ¿no? – siguió Clara – Pues a mí me apetece hacerlo ahora, mirando la revista. Pero, si tanto te molesta… lo dejo. Eres todavía más cría de lo que pensaba.

Otra vez su técnica de persuasión.

– Vale, vale – acepté, antes de darme cuenta de lo que hacía – Si tantas ganas tienes, haz lo que te dé la gana.

– ¡Guay!

Y me dio un beso en la mejilla. No sabía por qué, pero ese beso me enervó más todavía. Empezaba a no parecerme mala idea hacerme yo también un dedete.

– Venga, sigue leyendo – me apremió Clara, mientras su mano volvía a perderse en el interior de sus braguitas.

Yo obedecí, continuando la historia en voz alta. Era bastante morbosa y la calidad de las fotografías era excelente. Me resultaba excitante ver cómo la jovencita se follaba al desconcertado chico, mientras éste no le quitaba ojo de encima a la mujer que dormía, acojonado por si llegaba a despertarse y los pillaba en plena faena.

La historia me excitaba, lo reconozco, pero ni la décima parte de ver cómo la tela de las braguitas de Clara se ondulaba debido a los movimientos que realizaban sus insidiosos dedos. Como no podía verlo, mi mente imaginaba cómo se estarían deslizando esos dedos por la vulva de Clara, cómo la acariciarían, como… estaba cada vez más cachonda.

Mi lectura se hizo entrecortada, estaba muy nerviosa y excitada, mirando la revista y a mi prima, que seguía masturbándose con desparpajo. Su cuerpo, cada vez más caliente, se apretujaba contra el mío, soliviantándome todavía más.

– ¿No te apetece hacer lo mismo? – preguntó Clara de pronto, en una pausa entre gemidos de placer.

– ¿Yo? ¿Estás loca? – repliqué – ¡Ni muerta voy a hacerme una paja contigo al lado!

– Pues eres estúpida. Se nota que estás cachonda. ¿O no ves cómo se te marcan los pezones en el camisón? Seguro que estás chorreando ahí abajo…

Avergonzada, encogí las piernas contra el pecho, para taparme los senos, tras constatar que Clara decía la verdad. Sin dejar de acariciarse, mi prima me sonrió, burlona y, una vez más, utilizó su técnica para manipularme.

– Desde luego… vaya niña que estás hecha. Y yo que creía que habías madurado un poco…

Esta vez la pillé. Era plenamente consciente de que estaba tratando de engatusarme. Se burlaba de mí para que hiciera lo que ella quería, como siempre. Pero no, esta vez, no iba a hacerlo…

El problema era… que me moría de ganas.

– Pues tienes razón – admití, armándome de valor – Si ya lo hago cuando estoy a solas mirando estas revistas. ¿Por qué no voy a hacerlo ahora, si me apetece?

Esperé la pulla de Clara, pero ésta no llegó. Mi prima debía estar experimentando un placer especialmente intenso, pues se recostó completamente sobre mí, apretando con fuerza los muslos, atrapando su mano en medio.

Riendo, la aparté un poco y, completamente decidida a no ser menos que ella, me subí el camisón hasta la cintura, revelando mis inocentes braguitas blancas y, sin pensármelo más, deslicé una mano dentro, empezando a acariciarme suavemente.

Y allí estábamos las dos, sentadas en mi cama, hombro con hombro, masturbándonos mientras hojeábamos una revista porno. Me sentía muy excitada, enervada por la presencia de mi prima.

Continué como pude la lectura, entrecortándome cada dos por tres, pues era complicado mantener firme la voz mientras te estabas haciendo una placentera paja.

Queriendo alargar el momento, que estaba empezando a disfrutar, me acariciaba muy despacio, mientras me esforzaba en no perderme detalle ni de lo que hacía Clara a mi lado, ni de las aventuras en el compartimento del tren.

El reportaje acabó, así que empecé a pasar hojas en busca del siguiente. En la primera foto que encontré, aparecían dos bellas mujeres en camisón, posando juntas y sonriendo a cámara.

Yo pasé la página, acostumbrada ya a aquel tipo de historias, esperando encontrarme con la aparición de un afortunado maromo que disfrutara las gracias de las dos bellezas.

Pero no fue así. Al volver la hoja, me topé con las dos mujeres besándose apasionadamente. En la siguiente foto, una de ellas le había bajado a su amiga el tirante del camisón y se dedicaba con embeleso a lamer delicadamente el erecto pezón que había quedado expuesto.

La boca se me quedó seca. ¡Joder, era una escena lésbica! ¡Las dos tías iban a enrollarse!

De esa práctica sexual sí que había oído hablar. Unos meses antes, habían pillado a dos compañeras liándose en los servicios del insti. Las expulsaron un mes y no veas cómo corrieron las murmuraciones sobre ellas.

Pero era la primera vez que veía a dos mujeres besarse, pues en las otras revistas no había habido ninguna escena de lesbianismo. Y de pronto, encontrarte con dos mujeres echado un polvo mientras estabas masturbándote al lado de tu prima… decir que era turbador es quedarse corto.

Miré a Clara y me encontré de golpe con sus ojos clavados en los míos. Ninguna dijo nada, aunque estaba claro en qué pensábamos ambas. Sentíamos un corte que te mueres.

Sin embargo, no queriendo admitir que nos daba vergüenza aquello, las dos decidimos seguir como si tal cosa, simulando que no nos afectaba.

Durante un rato, continuamos viendo fotos de las dos mujeres follando, mientras seguíamos masturbándonos lánguidamente. Las dos se aplicaron con ganas a devorarse mutuamente, chupándose literalmente por todos lados. Me impresionó cuando empezaron a frotarse sus chochitos uno contra el otro, haciendo la famosa tijera y me sorprendí pensando en qué se sentiría haciendo eso.

Y seguro que Clara pensaba en lo mismo. Ninguna lo admitía, pero aquellas imágenes hacían que pensáramos la una en la otra… y en lo que estábamos haciendo.

Me sentía muy caliente, febril. En esta ocasión, ninguna leía el texto que acompañaba las fotos (yo, al menos, no habría podido hacerlo), así que seguimos mirándolas en silencio.

Me preguntaba qué se sentiría si era otro quien te tocaba, ¿sería distinto a hacerlo una misma? ¿Más placentero? ¿Sería peor?

Clara volvió a mirarme y yo hice lo mismo. Recuerdo que pensé que tenía unos ojos preciosos y que era guapísima.

Sus labios, entreabiertos, se movían al compás de su respiración. Me parecieron carnosos, deseables… ¿Desde cuándo era tan guapa mi prima?

Ninguna dijo nada. No hizo falta.

De repente, noté cómo los dedos de Clara aferraban mi muñeca, la de la mano que estaba usando para acariciarme. Al notar el contacto, me puse tensa como un cable, pero, tras un segundo de duda, no me resistí.

Muy lentamente, Clara tiró de mi mano, sacándola de entre mis piernas. Al aparecer mis dedos de dentro de la braguita, vi que estaban empapados, chorreando de mis propios jugos. Mi prima me miraba a los ojos, sin dejar de atraer mi mano hacia su cuerpo.

Cuando la apoyó sobre su estómago, no dudé más y, deslizándola muy despacio, la perdí entre sus muslos, sumergiéndola en el mar de humedad que había allí dentro.

En cuanto rocé la cálida carne, Clara dio un gritito de placer, cerrando los ojos y mordiéndose los labios, supongo que para no gritar.

De pronto, noté que su mano estaba sobre mí, para imitar a la mía. Sin darme cuenta, separé los muslos, abriendo las piernas para facilitarle el acceso.

Cuando sus dedos se enterraron en mi vagina, fui yo la que tuvo que ahogar un grito de placer. Creí que iba a volverme loca. Era la primera vez que unos dedos que no fueran los míos acariciaban esa zona tan delicada.

Por fortuna, conocían bien su trabajo.

No tengo palabras. En ese momento descubrí que no hay comparación entre tocarse una misma y que lo haga otro. No hay color.

Los dedos de Clara, inquietos, juguetones, empezaron a acariciar mi coñito dulcemente, sumergiéndome en un paraíso de placer.

Queriendo devolverle el favor, redoblé mis esfuerzos entre sus muslos, deslizando mis dedos por la ardiente intimidad de mi prima, rozando y acariciando justo como a mí me gustaba, cosa en la que, a tenor por los quejidos y gemidos de mi prima, debíamos tener gustos muy similares.

Y a ella tampoco se le daba mal la cosa. Sus dedos exploraban con notable pericia entre mis piernas, acariciándome y tocándome de forma harto placentera.

Abrí los ojos y nos miramos, con nuestras respectivas manos hundidas ente los muslos de la otra, dándonos placer en medio de la noche.

La revista yacía a un lado, a punto de caerse entre la cama y la pared, borrada por completo de nuestras mentes. En ese momento nuestro mundo se reducía a nosotras dos. No había nada más.

Clara, juguetona, buscó la entrada de mi cuevita y deslizó un par de dedos dentro, haciéndome relinchar. Yo, no queriendo ser menos, la imité, empezando a abrir y cerrar los dedos, explorando y palpando las profundidades de la acogedora gruta de mi prima.

Y Clara se corrió. De repente, pegó un bufido y, levantando el culo del colchón, sus caderas se agitaron espasmódicamente, mientras mis dedos no dejaban de moverse en su interior.

El ver a mi prima allí, sudorosa y bella, gozando de un tremendo orgasmo, hizo que me excitara todavía más, por lo que mi propio clímax no tardó en llegar. Mientras me corría, la mano de Clara me acariciaba suavemente, estimulando de manera deliciosa mi clítoris, que estaba al rojo vivo. Fue un orgasmo increíble.

Agotadas, nos derrumbamos en el lecho, abrazadas, la cabeza de Clara apoyada en mi pecho. Ninguna tenía ánimos para hablar.

Y así, las dos en mi cama, nos quedamos dormidas. Tuvimos suerte de que mi tía no viniera por la mañana a despertarnos. Habría sido difícil explicarle por qué dormíamos juntas. Le tocaba abrir la farmacia y salió temprano.

Cuando despertamos, más cerca de las doce que de las once, nos dimos cuenta de que nos habíamos dejado encendida la luz, lo que no nos había importunado lo más mínimo a la hora de dormir.

Nos miramos la una a la otra y sonreímos tontamente, un poco avergonzadas por lo que había pasado.

Entonces volvió a besarme en la mejilla, como había hecho la noche anterior. No sé por qué, pero me dio la sensación de que estaba dándome las gracias.

– Menuda nochecita, ¿eh? – dije, un poquito azorada.

– Y tanto. Jo, esa revista debe tener poderes o algo así.

– Desde luego.

Y no dijimos nada más. No hacía falta.

…………………………………..

Tras desayunar, nos fuimos a la piscina. Nos dimos un chapuzón y nos tumbamos en las hamacas, a tomar el sol.

Yo no dejaba de darle vueltas a lo que había pasado por la noche entre las dos. Tenía que reconocer que había disfrutado muchísimo. ¿Me estaría volviendo lesbiana?

Entonces apareció Diego, muy serio. Tras darnos los buenos días, se tiró de cabeza a la piscina y se puso a nadar.

Yo me quedé mirándole, admirando su musculado torso y pensando en cómo sería si fuera él quien me tocase… No, definitivamente no me estaba volviendo lesbiana.

– No le quitas ojo, ¿eh? – escuché que decía Clara de pronto.

Pegué un respingo y casi me caigo de la hamaca. Miré a mi prima, topándome de bruces con su expresión burlona desde detrás de sus gafas de sol.

– No digas tonterías – respondí con sequedad.

– Ya. Tonterías. Me pregunto cuál de los dos hubieras preferido que estuviera en tu cama anoche.

Y así, tras haberme puesto la cara como un tomate de pura vergüenza, mi prima volvió a reclinarse para disfrutar de su baño de sol.

Yo hice lo mismo, fingiendo que sus palabras me resbalaban. Aunque, lo cierto era que me había hecho la misma pregunta. Y tenía bastante clara la respuesta.

…………………………..

El resto de la mañana, Diego se mostró taciturno. Pensé que iba a hacer como el día anterior y se iba a ir con sus amigos.

Pero no, aunque estaba más callado de lo habitual, no hizo ademán alguno de marcharse. Me preguntaba si no sería porque también aguardaba con ansia el momento de mi visita diaria a su dormitorio. Esperaba que sí…

Luego… la rutina de costumbre. Almuerzo con mi tía, fregado de platos…

Le eché un par de miradas a Diego, para comprobar si se le veía nervioso. Así era. De hecho, a punto estuvo de tirar los platos al suelo. Comprendí que también tenía ganas de que nos quedáramos a solas.

Mientras fregaba, rememoré los acontecimientos de la noche anterior, lo que me excitó rápidamente. Y así, ligeramente cachonda y expectante por la visita al dormitorio del chico, decidí que esa tarde iba a lograr mucho más que una simple paja con una revista a solas en mi cuarto.

Me decidí a atacar.

CONTINUARÁ

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