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relato erótico: El profesor de literatura (POR CARLOS LÓPEZ)

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Todo empezó cuando, debido a la puta crisis económica, la empresa en la que trabajaba se vino a pique acabando todos los trabajadores en la calle. Yo, que había estudiado la carrera de Filosofía y Letras, había encontrado un cómodo trabajo en el departamento jurídico de una empresa de fabricación de muebles en la zona de La Mancha. Me gustaba.
Como era de esperar, la formación que tenía me dificultó mucho la búsqueda de un nuevo trabajo pero, con mucha fortuna, fui contratado para cubrir la baja de un profesor de literatura en un instituto concertado de la capital de mi provincia. El sueldo era bajo, pero el trabajo de profesor siempre deja bastante más tiempo libre del que estaba acostumbrado a tener. Como no me quedaba otro remedio que aceptar, así lo hice, pensando además que “no hay mal que por bien no venga”, que me podía dedicar a continuar mi gran pasión que es escribir. Me gusta mucho escribir. Sobre todo relatos eróticos y, como sabéis, tengo varios publicados y me hace feliz que la gente los disfrute.
Bueno, antes de nada voy a describirme un poco. Tengo 37 años, soy fuerte y delgado, alto pero no mucho, y moreno de pelo aunque ya me están saliendo algunas canas en mi cabeza. Desde siempre he hecho mucho deporte y mantengo un buen tono muscular, sin ser de gimnasio. Mis puntos fuertes son mis manos y mi sonrisa. Mis manos son grandes, anchas pero esbeltas. Y en cuanto a la sonrisa, tengo la suerte de que suelo estar de buen humor de forma natural.
Bueno, volvamos al relato. Mi tendencia natural es hacia la timidez, así que podéis imaginar el primer día de clase como profesor. Intentaba no dejar entrever mis nervios ante una clase con 25 adoloescentes de 17 y 18 años con todas sus hormonas disparadas, tal como marcan las reglas de la naturaleza. En esta asignatura de letras había mayoría de chicas, y algunas me parecían preciosas o al menos encantadoras. Me llamaba la atención ver cómo cada vez actuaban y miraban menos como niñas, y más como las mujeres que ya eran. Por supuesto, también estaba el típico grupo de gamberretes deseoso de “demostrar su valentía ante las chicas” y destacar, sin darse cuenta de que ellos sí se comportaban como niños.
Al principio notaba que hablaban o hacían el tonto a mi espalda. Ante ello, comencé mostrándome indiferente, pero poco a poco fui cogiendo cierta confianza con ellos. Me ayudó que mi “antecesor” en el puesto era un “viejo ogro” (bueno era no, es, que aún vive aunque creo que está muy malito). También me ayudó proponerles que leyesen ciertos textos de autores más actuales y no los típicos clásicos y aburridos. Incluso algunos con una determinada componente morbosa… pero sin nada explícito, ya que no quería corromperlos ni podía permitirme que me echasen del instituto.
A veces les animaba a escribir a ellos mismos y alguno (o alguna) tenía cierto talento. Me divertía mucho con sus textos, pero tampoco permitía que se sobrepasasen en materia erótica. Claro. En cuanto a mí, yo sí escribía mucho del género erótico, pero ellos no lo sabían. La vida que que llevaba relacionándome con mucha gente (profesoras, madres, alumnas…) me generaba muchas ideas para mis relatos. Como siempre, yo llevaba encima una agenda y tenía la costumbre de escribir en ella las ideas guarras que me venían a la mente para luego convertirlas en literatura erótica. Por supuesto, eso no se lo dije a ellos, pero mi agenda era digna de verse… toda llena de ideas y de textos morbosos.
Lo que pasó fue que un día me dejé la agenda en clase a la hora del recreo y fui a tomar un café. Cuando volví a por ella, veinte minutos después, encontré a Andrea, una de mis alumnas estudiando en el aula. Al recoger mi agenda, tuve la sensación de que las hojas que dejo en su interior estaban algo desordenadas. La saludé y la noté algo nerviosa. Me dio un cierto reparo que pudiera haberlo leído ella o alguien, pues todos sabéis cuál es el tipo de relatos que escribo pero al día siguiente ya había olvidado el episodio.
Pasaron unas semanas y una tarde me encontré con un mensaje de una chica en mi correo Hotmail que uso para publicar relatos. Un mensaje jovial y fresco… pero también irónico y morboso… de los que hacen a uno reconciliarse con el mundo y pensar que lo que escribe le resulta interesante a personas también interesantes. Entre otras cosas, la chica decía “que había descubierto mis relatos”, “que estaba absolutamente enganchada a ellos”, “que por favor escribiese más”… y me aportaba algunas ideas que a ella le gustaría desarrollar pero decía que no creía que lo fuese a escribir bien. Por ejemplo, me redactó un pequeño texto sobre un episodio ardiente entre una pareja en la última fila de una sala de cine, mientras se proyecta una película de miedo y el resto del público atiende a la peli.
Inicialmente, no lo relacioné con Andrea, porque a mí me escriben normalmente personas atraídas por mis relatos… además firmaba como Isabella. Sin embargo, leyendo despacio el correo, empecé a ver similitudes entre su texto del cine y algo que yo había escrito y aún no había publicado. Algo que estaba en mi agenda. Y era un esbozo de relato que estaba escribiendo entre dos desconocidos que se encontraban en la cola del cine y luego algo hacía saltar una chispa por la cual se pasaban toda la película besándose y manoseándose, para acabar haciendo el amor en silencio en la última fila del cine. Algunos detalles eran tan parecidos a los que yo había escrito que me dio por sospechar, así que la contesté agradeciendo su correo y le pedí que me diese su dirección msn para que un día chateásemos.
Mi intención era ver su nombre y su foto para descartar que fuese mi alumna… lo cual era una situación incómoda en mis circunstancias. Aunque no niego que bastante morbosa. Andrea es una chica morena de pelo largo y liso, dientes blanquísimos y casi siempre sonriendo con timidez. Un precioso cuerpo femenino con curvas y no demasiado pecho. Un poco al estilo pocahontas con un toque de frescura muy atractivo.
Tardó unos días en contestar pero lo hizo y, mirando el perfil que salía asociado a su dirección, puede ver que “mi admiradora” acababa de crearse la dirección. En cuanto vi la foto ya me quedé más tranquilo: era de una chica que se parecía a Andrea, que era de quien yo sospechaba, pero no era ella… confieso que me quedé un poco decepcionado pero, en parte, me alivió porque soy profesor y no debo tener fantasías con mis alumnas. Dado que no se trataba de mi alumna, empecé a chatear con ella.
Al principio intercambiábamos frases corteses, pero poco a poco la charla se convirtió en divertida y morbosa. Rápidamente encontramos un feeling especial y empezamos a imaginarnos situaciones eróticas. Ella me había dicho que tenía 18 años y a mí me daba cierto reparo contarle cosas muy salvajes a una chica tan joven. Aún tenía una cierta duda de si era Andrea que se había puesto una foto falsa. Miré su ficha académica comprobando que, como mi admiradora Isabella, también tenía 18 años. No quise pedir más fotos ni más datos personales porque, debo confesar, pero me gustaba esa situación de incertidumbre. Aunque quería tener cierta precaución, nuestra conversación siempre nos llevaba a situaciones calientes y sucias. Siempre acabábamos así.
Por ejemplo, si un día había salido de compras, hablábamos de que éramos unos desconocidos que se habían encontrado y que acababan follando salvajemente en un probador…  Si se iba a duchar, me picaba describiéndome lo que hacía, cómo se desnudaba o cómo se aplicaba la crema después… entonces fantaseábamos con que yo estaba allí, sentado en el suelo acariciándola suavemente la piel de sus muslos mientras ella se maquillaba, de pié ante el lavabo y sólo con las braguitas puestas.
Ella me contaba todo: los relatos que leía, las veces que se tocaba tumbada en la cama, lo que pensaba en esos momentos y cómo lo hacía, los episodios que tenía cuando salía los fines de semana… sus sentimientos y sensaciones cuando se enrollaba con un chico y se dejaba meter mano, o tenía sexo con él. Me describía cómo se ponía, como se calentaba, lo que se dejaba hacer, lo que realmente la excitaba, el efecto en su cuerpo… Pero nuestro episodio “estrella” era siempre la fantasía del cine. Aquella donde follábamos en silencio en la última fila, mientras el resto del cine estaba atento a la película.
Un día nuestra relación dio un salto de calidad y morbo. No sé porque me dio el impulso, pero se me ocurrió proponerle que me pusiese la webcam. Estaba seguro de que no querría para no descubrir si es que en realidad Isabella era Andrea. Pero para mi sorpresa, aceptó. Sólo me pidió que no pusiésemos sonido y claro, acepté. También me pidió que pusiese yo la mía pero, por suerte, mi portátil no tenía y no podía hacerlo. Digo por suerte porque creo que como profesor no debo hacer este tipo de cosas.
Nunca me habían puesto una webcam y lo que ocurrió me sorprendió. Ella debía tener pensada una situación así, porque había puesto la luz de su cuarto muy bajita, sólo el flexo de su mesa y apuntando hacia abajo. La justa para que se viera bien su cuerpo, pero no su rostro. Aunque colocó la cámara para que llegase sólo a su cuello y no dejar ver su cara, la parte alta estaba sumida en la oscuridad y no habría podido reconocerla si en un descuido se hubiese enfocado. Yo, que había propuesto lo de la cam sólo para picarla y meterme con ella, me encontré metido de lleno en una situación que comenzó a darme mucho vértigo.
Al principio le pedía cosas inocentes, y me empezaba a gustar mandarle. Me excitaba brutalmente pidiendole cosas que ella hacía disciplinadamente. La hacía sentarse en una silla frente a mí, vestida pero con falda. Entonces le pedía que se pusiese unas medias frente a mí como si se estuviera vistiendo y yo fuese un voyeur. Unos leotrados de punto, finitos hasta medio muslo que son mis favoritos. Ella, que había captado lo que a mí me producía morbo, actuaba de forma distraída como si yo no estuviese. Sin mostrarse impúdica, pero sin ocultar sus encantos. A continuación le pedía que cruzase lentamente las piernas en plan Sharon Stone pero con ropa interior (de momento). Luego la mandaba ponerse en pie y hacer el gesto distraído de subirse las medias como si estuviese sola… ummmm eso me encantaba. Mostraba sus piernas preciosas envueltas en las medias, su piel apetitosa y sus braguitas de chica bien… como me gustaban a mí. Era brutal.
Al día siguiente, en la clase, miraba a Andrea intentando averiguar si era ella o no. ¿Sería Andrea Isabella o no? Desde luego, en clase Andrea me ignoraba, no me hacía ningún caso. No fijaba sus ojos directamente en mí. Yo, sin embargo, miraba sus piernas envueltas en unos vaqueros y me atormentaba pensando si bajo ellos estaría la preciosa piel que por la noche me mostraba y que tanto deseaba.
Poco a poco, en el chat empecé a pedirle cosas que ella debía hacer al día siguiente, y ella me contestaba siempre con frases del tipo “como quieras” o “haré lo que tú digas”… ufffffff me ponía mucho esa fantasía en la que ella hacía lo que yo decía. Empezó a llevar cada día ropa interior que yo la indicaba, me mostraba en la cam cómo le quedaban. Siguiendo nuestro juego, no le pedía cosas que se notasen externamente me producía morbo mantener la intriga de si Isabella era Andrea o no. Llevaba días observándola y tenía la sensación de que últimamente huía mi mirada. De que ahora no atendía de la misma forma que antes. Entonces, para provocar, sacaba en mis explicaciones a la clase algún tema de los que habíamos hablado por el chat… o hacía alguna broma al salir de clase los viernes… por ejemplo “hasta el lunes chicos… sed buenos y no os pongáis en la última fila del cine…”. Nadie sabía el sentido exacto de mis palabras salvo ella. Salvo ella en el caso de que fuera Isabella… pero seguía sin estar seguro del todo. De todas formas el juego era genial, creía notar cómo se ruborizaba… y se incrementaba mi deseo por ella… por que mi fantasía de que Isabella fuese Andrea se hiciese real.
El siguiente día la pedí que no llevase ropa interior… y me pasé toda la clase mirando disimuladamente el cuerpo de Andrea envuelto en un vestidito de invierno con leotardos, para ver si había alguna pista o alguna marca que me dijese si Andrea llevaba o no bragas. Uffffff me estaba metiendo demasiado en la situación.  Por chat me decía “como quieras”… “eso haré mañana”… pero en nuestro juego no entraba la pregunta directa… ¿tú eres Andrea?, y yo no tenía la certeza…
Lo siguiente que le pedí esa noche fue que estuviese el día siguiente con las piernas abiertas… le pedí que me hiciese una demostración con la cam y fue la primera vez que vi su caliente y depilado coñito. Ufffffffffff me puse supercachondo. Claro, para el día siguiente le dije que se pusiese pantalón. Se supone que yo no sabía si estudiaba o trabajaba, y no quería hacerla pasar algo explícito. Por supuesto, Andrea estuvo todo el día con las piernas ligeramente abiertas y sin mirarme nada en absoluto. Estaba preciosa… sentada en la primera fila, se había puesto un vaquero azul oscuro, unas botas planas, un jersey gris entallado de cuello alto que realzaba su figura… y yo me moría por que se girase hacia mí y abriese las piernas provocadoramente mientras me miraba con cierto rubor en sus mejillas.
No lo hizo, no era su estilo… o eso pensaba yo, pero el hecho de que pasase todo el día con las piernas abiertas me empezaba a tener muy excitado… maquinando cuál iba a ser mi próxima petición.
La idea me la dio Isabella esa noche, me dijo que el día siguiente tendría que rozarse disimuladamente su sexo con la mano en varias ocasiones. A mí me entusiasmó la idea, pero no pude evitar contestarle “las chicas buenas no hacen eso…”… y ella dijo poniendo una sonrisa en el chat “¿y quién te ha dicho que yo soy una chica buena???”. Por supuesto, encendió la cam y me hizo una pequeña demostración antes de cortar. Joder, verla frente a mí tocándose simuladamente el coño… sólo de recordarlo estuve excitado toda la noche.
En nuestro juego nunca nos preguntábamos a qué nos dedicábamos cada uno. En el chat dábamos por hecho que no nos conocíamos… pero lo cierto es que ese día me puse muy contento, porque Andrea en varias ocasiones y sin mirarme se llevó disimuladamente su mano a su ingle. Uffffff, a pesar de que su gesto fue distinto al que me enseñó en la cam, cada vez estaba más convencido que Isabella y Andrea eran la misma persona y cada vez me daba más vértigo la situación. Con todo, esa noche me hice el tonto y la pregunté inocentemente:
– “¿lo has hecho?”
– “sí, como tú dijiste”
– “qué guarra”… dije para picarla un poco
– “jaja tú eres peor, que eres el que lo inventa” Estaba claro que no se iba a amilanar con mis palabras… y eso me encantaba…
– “seguro que te has excitado haciéndolo”
– “sí, qué pasa?”
– “jajajaja un día te voy a hacer que me describas cómo es el lugar donde trabajas o estudias” Ya estaba casi seguro de que Andrea e Isabella eran la misma persona, pero no quería transmitírselo…
Esa noche le pedí que el siguiente jueves (que era la próxima clase) fuese otra vez sin ropa interior, pero me confesó que tenía la regla y que creía que no podría… jajajaja me puso un monigote triste, lo que significaba que realmente estaba loca por hacerlo y eso me animaba un montón. Entonces le dije que no se preocupase, pero que el próximo martes quería que repitiese lo de tocarse disimuladamente, pero esta vez mirando a la cara a un hombre de su alrededor (en realidad tenía la intención secreta de que fuera a mí).
Y continué inventándome una fantasía imaginaria. Dije “luego, si te has excitado, irás al aseo y de desprenderás de tus braguitas. Las meterás en un cajón que esté por allí”. Seguía simulando que no sabía cuál sería ese lugar, pero lo cierto es que en el aula, los únicos cajones que había eran los de la mesa del profesor. Ella contestó como siempre “haré lo que tú digas, profe”…. Jajajajjajajajjjaaja se le había escapado la palabra “profe”!!! ya era seguro que se trataba de Andrea!! Ahora sí que estaba excitadísimo y nervioso… me estaba jugando mi puesto de trabajo, pero algo en mí me impedía detener esta espiral… la verdad es que ella era mayor de edad… éramos adultos y no haciamos daño a nadie… era nuestro y a nadie le importaba…
Mi plan estaba trazado, ella tendría que esperar a que todos saliesen al recreo para hacerlo, yo saldría del aula y volvería a entrar a los 5 minutos, estaba seguro que ella estaría en su pupitre simulando estudiar. Entonces yo iría a mi mesa, me sentaría, abriría el cajón y… en fin, ya estaba otra vez excitado sólo de pensarlo. Durante todo el fin de semana no quise conectarme, quería dejar todo como habíamos quedado… pero estaba nervioso y empalmando con mucha frecuencia.
El martes llegué bien vestido, con mi mejor camisa, afeitado y con la colonia de las grandes ocasiones. Cuando la vi, con su maravillosa sonrisa blanca… esta vez decidida a mirarme durante toda mi explicación, pero ligeramente ruborizada, me convertí en la persona más feliz del mundo. Hizo todo lo que le había pedido: rozarse disimuladamente, abrir las piernas… sonreirme… Supongo que mi lección ese día a los alumnos no fue muy buena, me equivoqué varias veces y todos se rieron… incluso ella. La clase se me hizo eterna, todo el rato miraba el reloj… pero al final todo pasa y justo al sonar la sirena fue la primera en salir. Sonriéndome, sabía que iba al aseo a traer lo que le había pedido. Hoy se había puesto unos leggins grises, unas converse rosas, una camiseta blanca y una sudadera. Me fijé disimuladamente en su culito, tapado parcialmente por la camiseta… y en la forma de caminar tan femenina… joder, a veces la vida te da un golpe de suerte.
Esperé a que todos se fueran, me aseguré que los cajones estaban vacíos, y me fui al cuarto de profesores 2 minutos… 2 minutos justos. Cuando volví al aula allí estaba ella estudiando en su pupitre, según lo previsto… al entrar cerré la puerta con llave. Ella me miró sonriendo y dijo “hola profe”… pero su voz la delataba nerviosismo… uffffffffffff hacía años que no me sentía tan vivo. Me senté en mi mesa y abrí el cajón mirándola. Allí estaban, las tomé en mi mano sin apartar la mirada de ella, que simulaba estudiar. Estaba alucinado de verme en esta situación. Lo tomé en mi puño y amasaba mi mano mientras la miraba, como disimulaba haciéndo que leía el libro y mirando de reojo para apartar la mirada con timidez al darse cuenta de que yo la miraba.
Dejé pasar unos segundos y dije, Andrea, por favor ven. Quiero que leas este texto para que hagas un trabajo. Se acercó a mí despacio, y se puso a mi lado, a mí derecha, de pié… temblaba ligeramente. Saqué unas hojas de mi agenda y en ellas había un relato mío. Ella las cogió y comenzó a leer torpemente, mientras yo pasaba mis manos por sus piernas sobre los leggins… la parte interior de sus muslos, desde las rodillas hasta su culito evitando su sexo… y de nuevo a sus gemelos. Uffffff ella leía jadeando ligeramente una historia de una chica que hace todo lo que le dice su chico. Donde se exhibía ante la webcam y usaba distintos elementos como juguetes sexuales. De nuevo subía mi mano… su culito… y me metía bajo su camiseta para sentir la piel de su espalda… ufff super suave.
–          “Profe…” dijo jadeando
–          “sssssssssssssssshhhhhhhhh, tú lee”
–          “es que me voy a mojar los leggins” dijo con un hilo de voz
–          “pues bájatelos” – la situación era morbosa y arriesgada, pues cualquiera podía entrar, pero ella fue obediente una vez más y los bajo hasta las rodillas-
–          “si no llevas bragas, las chicas bien no hacen esto…” me hice el sorprendido para picarla con lo que ya era una frase nuestra
–          “¿y quién te ha dicho que soy una chica bien, profe?”
–          “jajajjajajjajajjjaa ya veo lo que eres” dije dándo un pequeño azote a su culito redondo… “tenías razón, has mojado un poco los leggins”
–          “jo”
–          “venga lee” dije haciéndo el papel de dueño de la situación… no tenía mucho tiempo, pues el recreo era de media hora y ya habían pasado 10 minutos.
Mientras leía la empujé un poco hacia adelante, inclinándola y, con un gesto, la obligué a abrir ligeramente sus piernas. Yo seguía sentado a su lado, frente a mi mesa. Era impresionante verla, con los leggins por las rodillas, los codos sobre la mesa sujetando las hojas de un relato completamente pornográfico, y tratando de leer correctamente mi texto. Entonces comencé a tocar su sexo… cuánto había deseado este momento, me encantó sentir el tacto de su coño completamente depilado… y sí, también estaba completamente empapada… se estremecía con mis caricias.
La verdad es que yo también estaba tan excitado que tuve que mirar por la ventana varas veces para cambiar mi pensamiento. Afuera había árboles. También casas bajas. Por suerte estábamos en la tercera planta y desde las casas no se veía lo que pasaba en el aula. Y lo que estaba pasando… lo que estaba pasando es que mi mano jugaba con su clítoris, hacía circulos alrededor muy suavemente… ella se movía como queriendo que mis dedos fuesen más incisivos, pero yo la obligaba a continuar leyendo… me encantaba mandarla.
Ya leía con un hilo de voz… casi sonaba más el chip chip de mis dedos al introducirse en su coñito caliente y joven, que lo que ella era capaz de leer. No tenía mucho tiempo, así que me puse detrás de ella e intensifiqué mis caricias. Ella estaba tan tan excitada que estaba a punto de correrse, así que me puse a jugar con mi polla sobre su culito. Ella seguía leyendo y empezó a moverse hacia mí, intentando clavarse ella sola. Parece que estaba ansiosa, así que le di un azote en tu culito redondo y dije “eres lo peor”… y contestó “ummmmm tú tambien eres lo peor… mira cómo me tienes, a una pobre niña inocente jiji”…
Yo también estaba muy empalmado… así que la cogí de la cintura y la acerqué mucho hacia mí diciendo bajito en su oído “¿cómo te tengo? Mira cómo me tienes tú… esto es por ti” Ella sentía mi polla verticalmente a lo largo de su desnudo culo… y así, mandándola seguir leyendo me dediqué un rato a besar su cuello. Estábamos desatados. Dije “voy a follarte Isabella, te voy a dar todo lo que te debo de estos días” y la incliné un poco más… ya no podía leer y puso sus manos sobre la mesa. En esa posición primero rocé mi polla por su culito y su coñito, estaba ardiendo… uffffff comencé a meterla un poquito, no lo pude evitar, pero fueron unos segundos y me salí a ponerme un preservativo (soy un profesor… lo último sería dejarla embarazada…)
Ella se quedó quieta, esperando. Me moría por ver su carita de ansiedad y de vicio, pero en mi posición sólo veía su perfil… cómo se mordía el labio… me separé un poco para mirar su coñito desde atrás… precioso, algo hinchadito… y ella guapísima, inclinada hacia adelante, esperando… se moría de ganas, lo notaba en su respiración, así que la hice esperar unos segundos más hasta que dijo “quiero que me folles YA!”
Entonces la di una palmadita en su precioso y redondo trasero, desnudito para mí, y dije “eso no lo dicen las chicas bien!, pero te follaré igualmente”. La verdad es que no teníamos mucho tiempo para perder así que comencé a meterla en su intimidad. Estaba completamente preparada para mí, así que aunque comencé despacio, poco a poco fui entrando y saliendo cada vez más profundo. Notaba como su joven coño se iba adaptando a mí, muy muy húmeda… me volvía loco sentir como gemía, ummmmmmm aún me acuerdo.
Estuve un poquito follándola suave y profundo, de forma cariñosa… le decía que era una preciosidad y que me lo paso genial chateando con ella, porque “es lo peor, pero es mi niña”… ella se clavaba en mí, siguiendo el rimo, y miraba cada poco para verme detrás de ella dándole. Se mordía el labio inferior… Pasaban los minutos y decidí intensificar todo el movimiento. Tomé un papel más rudo, la sujeté bien de las caderas y comence a follármela mucho más fuerte. Mas fuerte y más rápido… ella comenzó a jadear más y más y dando un pequeño gritito sentí como todo su cuerpo se contraía en un profundo orgasmo. Tuve que tapar su boca y seguir haciendo mi trabajo para que fuese más largo su momento.
La verdad es que yo también estaba a punto y me dejé ir, tenía miedo de que se nos pasase el tiempo del recreo… se la clavé hasta el fondo y la sujeté fuerte de las caderas para que estuviese quieta… Uffffffff según le daba mis descargas, no podía parar de pensar en qué culo tan bonito tenía y que ahora estaba en mis manos… yo le enseñaría muchas más cosas que literatura.
Nos vestimos rápidamente. Le mandé que se pusiese las bragas que me había dado. Justo me dio tiempo a abrir la puerta unos segundos antes que empezase a oir el bullicio de los alumnos que volvían. Ella se fue a su sitio caminando alegremente y con un cierto color rosado en la carita. Sonreía. Dije antes de que llegase nadie “Isabella, esta noche te daré unas instrucciones” y contestó con una mueca divertida y preciosa “Lo que tú quieras profe”.
Muchas gracias por leer hasta aquí. Ese fue el primer episodio en vivo… pero hubo algunos más que iré contando si queréis.
Agradezco todos los comentarios y sugerencias 🙂
diablocasional@hotmail.com
 
 

Relato erótico: “A la salud de tus braguitas” (POR VIERI32)

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Como si todo estuviera planeado para que aquella tarde de verano destrozara mi vida de la manera más deliciosa, como si los cuarenta y cinco grados que marcaban el termómetro de la casa estaban premeditados por la naturaleza. Afuera, en las calles, ardía el verano, yo, adentro, ardía a mil infiernos de calenturas viendo las braguitas de mi hermana menor resaltando en el canasto de ropa sucia del baño. En mi hogar vacío como todas las tardes, ni un alma viva para interrumpirme y nada que hacer… parecía que todo, absolutamente todo estaba planeado.

– Estefanía… – mascullé entre dientes apretados, con el puño temblando y la imagen de ella; usándola, sudando sólo con aquel pedacito de tela puesta, imaginando el dulce olor de su coñito, su sabor, ¡cómo no excitarme con fantasías de aquel tabú de dieciséis años!

Mi vista estuvo clavada por mucho tiempo en el canasto, debatiéndome en mis adentros si echarme una paja al honor de aquel pedacito de tela no iba a condenarme a noches de culpa con eternas sonrisas forzadas hacia Estefanía. Conociendo mi suerte, lo peor me esperaba.

Hice lo que debía hacer, llevé el canasto a su habitación en plan “luego del baño debes llevarlo al lavarropas, que nadie es tu sirvienta”, abrí su puerta, ignorando todas las amenazas que me había hecho la mocosa por si algún día me atrevía a entrar en su habitación. En un movimiento rápido de mano lancé el canasto al suelo, cerca de la cama… y como si estuviera premeditado por el destino, la braguita fue la única prenda que se apartó del resto por la brusquedad de la caída del canasto, quedándose sinuosa en el suelo. “Estefanía” mascullé nuevamente con el puño apretado.

En un intento de abandonar mis deseos fetichistas, desvié la mirada hacia su escritorio y casi me maté del susto al ver tres, cuatro… cinco estatuillas de monstruos con alas sobre su escritorio – más tarde supe que eran estatuas de gárgolas – que posaban con poses de dolor, como mirándome, como llorando en el silencio de su habitación… gritando, arrugando las manos, encrespando las alas, mirando el techo con ojos tristes…

Me acerqué para verlas en detalle; todo valía con tal de despejar mi mente de mis fantasías más retorcidas, me llamaba la atención el realismo inusitado de las gárgolas, podría jurar que en verdad sentían el dolor que gesticulaban, casi hasta podía sentir la desesperación con la que querían dejar su padecimiento.

El escritorio estaba cerca de la ventana… y como si todo estuviera planeado, la posición del sol hacía que un haz de luz iluminara con cierta intensidad una gárgola oculta bajo el desorden cuadernos y libros. La “rescaté” apartando con sumo cuidado el montón de cachivaches, y si antes las otras gárgolas me habían asustado, ésta me había dejado una media sonrisa al notar que la muy pobre y triste tenía entre sus garras, un consolador.

¿Acaso se masturbaba con ella? ¿Acaso el llanto y dolor que ésta demostraba, junto con las otras, la ayudaba a excitarse? Estefanía era un mundillo de sorpresas, y el sólo hecho de estar sujetando un objeto que probablemente le daba placer todas las noches, hizo que tuviera un calentón de lujos. Imaginando su cuerpo tendido en la cama, tensándose a cada centímetro que ingresaba la gárgola-consoladora dentro de sus carnes, gimiendo, mordiéndose los labios, entrecruzando sus piernas… no sabía si apiadarme de las pobres gárgolas, eternas esclavas de las perversiones de mi hermanita, o simplemente seguir excitándome en mis fantasías retorcidas de verano… y volví a mirar la braguita en el suelo.

¡¿Por qué mierdas piensas en esto, pervertido?!” sonaba una y otra vez en mi cabeza. De golpe, una voz ronca interrumpió, como una segunda personalidad surgiendo en mi mente;

– Jodida braguita

Desvié nuevamente la vista, lejos del canasto a fin de no pervertirme, topándome con una de las gárgolas… juraría que aquélla que sujetaba el consolador me estaba diciendo con la misma voz ronca:

– Sería delicioso, ¿no?

Giré con el objetivo de salir de la habitación, de un vistazo observé el termómetro del pasillo; cuarenta y cinco grados, puto verano cuyo calor me estaba enloqueciendo con las voces inexistentes de las estatuillas;

– Lo quieres, sabes que lo quieres… busca la braguita y dedícale la mejor paja de tu vida.

Limpié mi frente perlada del sudor, otra vez desvié la mirada, lejos de los pecados del canasto, de las voces inaudibles de las gárgolas, del infernal termómetro… vi una sexta gárgola, sobre su televisor, gesticulando como todas; llanto y dolor. Y juraría que me susurró un;

– ¡Vamos, a su salud!

¡No lo iba a hacer!; mi conciencia, mi moral, mis buenas costumbres… y lentamente volví a fijarme en la braguita… mi calentura… cuarenta y cinco grados eran pocos, el verano ardía afuera… mil infiernos de calenturas adentro;

– Estefanía – susurré mientras me dirigía hacia su puerta para cerrarla por dentro, sólo quedaríamos yo, la braguita y las siete tristes gárgolas.

Con la mano temblando tomé la braguita rosa del suelo, lentamente la llevé a mis narices y una explosión de olores deliciosos me hizo caer casi desmayado sobre su cama. Nunca una condena a sonrisas forzadas y noches de desvelo supo tan deliciosa… deberíais oler el sudor, el leve perfume… ¡el olor de su dulce coñito! El par de vellitos que tenía la tela fueron llevados hábilmente por mi lengua hasta enroscarse en mis labios; no, no, nunca una condena de por vida había sido tan sabrosa.

Allí, en la cama, a la vista de las siete tristes gárgola llorando en el silencio, con la braguita arrugándose en mi mano y restregándose por mi nariz… ahí destrocé mi vida de la manera más deliciosa posible. Todo estuvo planeado desde un comienzo.

Las gárgolas parecieron dejar de llorar, juraría que observaban curiosas cómo yo me pervertía con la braguita de su captora. Los llantos cesaron; descendieron risas, susurros y algún aplauso en el silencio de la habitación… el verano ardía infiernos en la calle, adentro… simplemente un paraíso. “Estefanía” – sonreí al ritmo de la paja.

Miré a la gárgola del televisor con una sonrisa y con la braguita en mis narices…

– ¡Salud! – le guiñé alzando mi trofeo arrugado en mis manos. Mi recuerdo de aquella tarde que fue a parar en el bolsillo de mi jean.

Parecía que las gárgolas bramaban, reían y aplaudían en el silencio de tu habitación, festejando la humillante derrota de su eterna captora y festejando mi deliciosa victoria, mi horrible condena. Había tocado fondo, mi lengua aún se empeñaba a memorizar los sabores de su entrepierna mientras la habitación se convertía en una auténtica fiesta silenciosa, sin llantos ni el dolor que los caracterizaba.

Todo fue delicioso, sí, como si estuviera planeado… como si todo estuviera planeado por las gárgolas… ellas dejaron de llorar aquella tarde de verano en que la mejor paja de mi vida fue dedicada a ti.

– A la salud de tus braguitas.
 Si quieres hacer un comentario directamente al autor: chvieri85@gmail.com

Relato erótico: “Mi secretaria tiene cara de niña y cuerpo de mujer 9 Y FINAL” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 9

Cuando madre e hija me confirmaron su disposición para quedarse embarazadas, creció en mí la sensación de verme acorralado, manipulado y hasta usado por esas dos. Desde el principio me había parecido sumamente extraño que sin apenas conocerme esas dos mujeres tan guapas me hubiesen nombrado su dueño y acogido en su casa sin pedir nada a cambio. Por eso la seguridad con la que tanto mi secretaria como su progenitora daban por sentado que sus vientres podían y debían engendrar un hijo mío, me perturbó.
«Para ellas soy un mero donante de esperma», sentencié cabreado.
Aunque gran parte de mí no estaba de acuerdo con esa reflexión y sabía que era injusta, no pude quedarme con ellas y salí de allí. Ya en la calle, busqué un bar donde ahogar mis penas sumergiéndolas en alcohol. Tras las primeras copas durante las cuales mantenía todos y cada uno de mis reproches hacia su actitud, me tranquilicé y comencé a ver los aspectos positivos de ese deseo.
«Tengo cuarenta años y si espero más, en vez de padre seré abuelo», recapacité mientras apuraba mi tercer whisky.
Tampoco me pareció una locura la idea de hacerles el amor estando preñadas porque siempre me habían gustado las panzas de las mujeres embarazadas, pero lo que realmente me hizo comprender que no era tan mala decisión fue cuando me las imaginé dando de mamar a un hijo. La imagen de sus pechos cargados de leche se convirtió en definitiva y pagando la cuenta, volví a la casa.
Mi fuga las había preocupado seriamente al temer que se habían extralimitado y por eso cuando me vieron llegar, ambas me pidieron perdón por haberse planteado el hacerme padre. Curiosamente la más preocupada de las dos era Azucena, la cual con lágrimas en los ojos, me rogó que no tomara en cuenta la idiotez que habían planteado y que a partir de ese momento, tanto ella como María iban a tomar la píldora.
Sin revelar mi cambio de opinión, quise saber los motivos que le habían llevado a ella en particular a tantear con la maternidad. Mi pregunta la cogió desprevenida y por ello le costó unos segundos responder con sus mejillas completamente coloradas:
-Me falta poco para la menopausia y como siempre me había quedado con ganas de otro hijo, pensé en que usted me lo diera.
Ignoro el porqué pero algo me decía que siendo verdad su respuesta se había guardado la verdadera razón. Como no estaba seguro preferí interrogar a María por los suyos y ésta con la inconsciencia propia de la edad, contestó:
-Mi madre y yo tememos el día en que te canse de nosotras y conociéndote sabemos que con un hijo nunca nos abandonará.
Me horrorizó escuchar tal insensatez porque además de ser un recurso inútil si terminaba hasta los huevos de ellas, se le podía dar la vuelta y por ello contesté:
-No os habéis dado cuenta que si es al revés y sois vosotras las que os desilusionáis de mí, tendríais que aguantarme por ser el padre de vuestro hijo.
Mirando al suelo, la cuarentona contestó:
-Olvidando el hecho que he jurado servirle de por vida, un hijo suyo sería un regalo y siempre le estaría agradecida.
Supe a ciencia cierta que sería así y respecto a ella, esa respuesta me valía pero no así respecto a su hija porque debido a su juventud tenía años para planteárselo antes que la naturaleza siguiera su cauce y no pudiese tener descendencia.
Mirándola a los ojos, pedí su opinión y tras unos segundos pensando, respondió:
-Eres injusto con nosotras al considerarnos menos por ser tus sumisas. ¿Acaso te cuestionarías mis razones si fuera tu novia?
-Sería lo mismo, es más te llamaría loca porque solo hace unos días que nos conocemos.
Fuera de sí, me soltó:
-¿Y si fuera tu esposa?
Ahí me pilló porque según nuestra educación un hijo es la consecuencia lógica de casarse. Por eso defendiéndome como gato panza arriba, contesté.
-Pero no lo eres, ¡no estamos casados!
Con lágrimas en los ojos y dejándose caer en la alfombra, llorando replicó:
-Para mí, ¡si lo estamos! – y recitando parte del ritual en el que se convirtió en mi sumisa, me soltó: -Desnuda llegué a ti, te reconocí como mi dueño. Te cedí mi corazón y te juré fidelidad de por vida. ¿No es eso suficiente prueba que soy tu mujer?
Su dolor me paralizó y mientras trataba de asimilar sus palabras, mi preciosa secretaria insistió:
-Nunca pensé que se podía querer a alguien como yo te quiero y menos que desearía ser madre tan joven- y haciendo una pausa, me gritó: ¡Joder! ¡Te amo! ¡Soy tuya! ¡Y quiero que me preñes! ¿Te parece tan raro?
Todavía con su grito retumbando en mis oídos, fui a ella y estrechándola entre mis brazos, la besé. María respondió a mis besos con pasión mientras su madre se unía a nosotros reclamando su lugar. Sus bocas y sus cuerpos buscaron mis caricias sin pedirme nada a cambio y de pie en mitad del salón, comprendí que acababa de unir mi destino a ellas.
Nuestras ropas nos sobraban y prenda a prenda, fueron cayendo a la alfombra mientras mis manos, sus manos firmaban la paz acariciando mi pecho, sus pechos. Contagiados por la lujuria, nos sumimos en el placer sin importar a quien pertenecía la piel a la que besábamos, el culo que acariciábamos o el sexo del que nos adueñábamos, convirtiendo ese maremágnum de cuerpos en una danza de fecundidad que no parecía tener fin.
Confirmé mi completa claudicación cuando María separando los pliegues de su madre, cogió mi sexo y con voz dulce pero firme, comentó:
-No solo queremos ser tus sumisas, queremos ser tus mujeres y formar una familia. ¿Estás dispuesto a correr ese riesgo?
-¡Lo estoy!- contesté mientras hundía mi sexo en la vagina de Azucena.
-¡Gracias!¡Amor mío!- gritó la rubia al experimentar mi intrusión y saber lo que significaba.
María no quiso quedarse fuera y poniendo su coño en la boca de su madre-esposa-pareja forzó el contacto presionando con las manos su cabeza. Ésta agradecida se concentró en el clítoris de la morena mientras yo iba acelerando lentamente la velocidad de mis caderas. Conociendo de antemano cual era mi papel, no me permití ninguna licencia y concentrado en germinar a la mayor de mis esposas, recibí con agrado la confirmación que iba en buen camino al sentir como su sexo rezumaba de flujo.
-Muévete o tendré que obligarte- ordené recordándole a la rubia que además de ser mi mujer seguía siendo mi sumisa.
Mi violenta reacción las dejó paralizadas y por eso repitiendo mi órdago, le volví a dar otra nalgada:
-Me habéis exigido que os preñe y eso pienso hacer aunque para ello tenga que violaros.
Mis palabras les sirvieron de acicate al echarles en cara el motivo por el que estábamos haciendo ese trio. María dándome la razón dijo:
-Fóllatela sin contemplaciones.
Su consentimiento me dio alas y agarrando a su madre de las caderas, profundicé en mis embestidas. Usando mi pene cual cuchillo, apuñalé su sexo con ferocidad. Mi nuevo ímpetu provocó que Azucena recordara que además de su hombre era su dueño y al mezclarse en su interior mi violencia y mi ternura, ese extraña dualidad elevó la cota de su excitación hasta límites pocas veces antes experimentados.
-¡Me corro!- bufó indefensa.
Su entrega fue la gota que derramó el vaso de su retoño y uniéndose a su placer, explotó en su boca. Ser testigo del sus orgasmos simultáneos, me permitió liberar mi tensión y con una copiosa eyaculación, sembré de blanca simiente la vagina de Azucena.
Reconozco que fue una sensación rara saber que esa cuarentona esperaba con desesperación que mi semen germinara su útero y por eso creo que tardé tanto tiempo en vaciar mis huevos.
Satisfecha al comprobar la cara de felicidad de su madre, me rogó que la llevara en brazos hasta la cama:
-No quiero que por levantarse, esta anciana pierda la oportunidad de ser madre.
Me pareció una completa idiotez que creyera que poniéndose de pie, disminuirían las posibilidades de resultar embarazada pero como no quería discutir por un tema tan nimio, no dije nada y respeté su petición. Levantando del suelo a la rubia, la llevé hasta nuestro cuarto y depositándola suavemente sobre la cama, aguardé.
Tras lo cual María me pidió que me tumbara entre ellas dos. Ni que decir tiene que obedecí, sin saber que tenía pensado esa morena. No acababa de acomodarme cuando me pidió que me quedara inmóvil. Reconozco que me picaba la curiosidad y por eso apoyando mi cabeza en la almohada, esperé a ver qué hacían cerrando los ojos para que mi mirada no cortara su inspiración.
Privado de la vista, me concentré en lo que experimentaba al sentir cuatro manos recorriendo mi pecho. Perfectamente distinguí cuáles eran de Azucena y cuáles eran las de su hija porque las de esta última se mostraron más atrevidas. Poco a poco los toqueteos de ambas mujeres fueron adquiriendo confianza y en un momento dado, María tomó mi miembro entre sus manos y este se irguió orgulloso, creciendo hasta su longitud máxima.
-¿Estas cachondo o te ha picado una abeja?- preguntó divertida al abarcar entre sus dedos mi erección.
Soltando una carcajada, su madre en plan de guasa le explicó que desgraciadamente por muchos hombres que conociera, eran pocos los que tenían entre sus piernas algo de ese tamaño y dureza. Su piropo azuzó mi calentura mientras esperaba sus siguientes movimientos. Viendo que las dejaba hacer, juntaron sus manos sobre mi pene e imprimiendo un suave ritmo, me empezaron a masturbar.
Confieso que me encantó cuando al unísono María y Azucena fueron izando y bajando la piel de mi miembro de un modo tan coordinado que consiguieron dotar a esa paja de una sensualidad pocas veces experimentada por mí.
-¡Bésame!- soltó la menor de mis sumisas más alterada de lo que nunca había supuesto que estaría al pajearme en conjunto con su madre.
Alucinado contemplé como Azucena, cogiendo sus labios entre los suyos, la besaba con pasión. Su ardor me hizo entreabrir los ojos y ver que la rubia no solo le había hecho caso sino que llevando su mano a la entrepierna de su retoño, la estaba acariciando. Los gemidos de la morena no tardaron en surgir de su garganta al ver hoyado su sexo. Y dejándolas interactuar, disfruté de la forma tierna pero apasionada con la que esas dos bellezas se hacían el amor.
En un momento dado, ya parecía que me habían olvidado cuando pasando una pierna sobre mí, María se empezó a ensartar con mi miembro mientras la otra favorecía su excitación acariciándole los pechos. Esa dupla de caricias me permitió apreciar casi de inmediato como se humedecía su sexo mientras absorbía en su interior mi miembro.
Azucena contenta de tenernos juntos en la cama, comenzó a mamar de los pechos de la morena mientras mi falo desaparecía centímetro a centímetro dentro su chavala. A partir de ese momento, María aceleró sus maniobras, dejando que mi pene entrar y saliera a sus anchas de su interior mientras bajaba mis manos hasta su culo y cogiéndola de la cintura, me ponía ayudarla. El contacto mi glande chocando contra la pared de su vagina incrementó sus ganas de ser inseminada y ya sin ninguna cortapisa, cabalgó sobre mí alegremente.
Al advertir que su hija estaba disfrutando, la madre decidió que ella también quería disfrutar y llevando su sexo a mi boca, me pidió que se lo comiera. No hice ascos a su sugerencia y separando sus labios, localicé ese hinchado clítoris y me puse a jugar con él con mi lengua hasta que conseguí sacar de su dueña prolongados y fuertes gemidos con cada lamida.
María al ver que Azucena se retorcía gozando le dedicó un pellizco en un pezón, recriminándole en plan de broma que fuera tan zorra.
-¡Más respeto! No soy una zorra sino vuestra zorra- exclamó sin pararse de mover.
Lo que no se esperaba en absoluto la mayor de mis sumisas fue que su pequeña sonriendo le contestara:
-Espero que Manuel tenga reservas, porque esto me está encantando y quiero repetir.
Muerta de risa, al escuchar que sin haber terminado ya estaba pensando en follar otra vez, exclamó:
-Hija mía, ¡eres un putón desorejao!
Esa sintonía carente de personalismos no celos les hizo sincronizar sus cuerpos y aunque parezca mentira, al mismo tiempo saboreé el clímax de la rubia mientras el flujo de la morena salpicaba mis piernas y cansado de mantenerme a la expectativa, decidí tomar las riendas y sin pedirles su opinión, las obligué a cambiar de posición y poniéndolas una encima de la otra, cogí a María de las caderas y de un solo empujón le clavé todo mi estoque.
Esta no protestó por el cambio sino que chillando de placer, besó a su madre con pasión. Completamente entregadas a la lujuria, mis sumisas vieron como alternando entre sus sexos mi pene repartía sus atenciones entre las dos. Una vez era el coño de la madre el que recibía mi ataque para sin pausa ni aviso previo fuera el de la chavala el objeto del mismo trato.
Esa alternancia las sorprendió y mientras se retorcían de placer, la morena me pidió que aunque fuera esporádicamente esa postura pasara a formar parte de nuestra rutina sexual. Sin poderme creer que les estuviera gustando tanto, les informé que la próxima vez probaría con otra variante.
-¿Cuál?- preguntó.
Descojonado, contesté:
-En vez vuestros coños usaré vuestros culos.
Recibieron esa amenaza con ilusión y a base de gritos me jalonearon para que incrementara la violencia de mis penetraciones. No hizo falta que lo repitieran mucho y usando mi miembro como ariete, agrandé la brecha de sus defensas y en particular en las de María que pegando un sonoro aullido se corrió.
-¿Te gusta putita como te trata nuestro macho?- preguntó su madre.
Con la respiración entrecortada y mientras el reguero de flujo que brotaba de su coño bañaba el de su pareja, respondió:
-¡Sí! Me encanta como me folla nuestro marido.
Asumiendo el hecho que se refiriera a mí de ese modo, repliqué:
-Pues ya que soy vuestro marido, os aviso que no voy a dejaros de follar a todas horas hasta que os quedéis embarazadas para que una vez hayáis parido, desayunar y cenar con vuestra leche.
Esa amenaza surtió el efecto contrario y bufando de placer, María se asió a los pechos de Azucena pidiéndome más caña. ¡Por supuesto se la di! Cogiéndola de los hombros, los usé para impulsarme de manera que con cada embestida mi glande chocaba con la pared de su vagina mientras mis huevos rebotaban contra su vulva convertida en un frontón.
-Sigue, por favor, ¡no pares!- aulló de placer la muchacha.
Era tal su calentura que olvidando toda prudencia, apoyó su cara en la almohada y separando con las manos sus nalgas, buscó que mi pene se hundiera aún más hondo en su interior. Al hacerlo me permitió redescubrir su ojete y si no llego a estar convencido a inseminarlas, con gusto le hubiera roto ese precioso culo que sin pensar a lo que se exponía, había puesto a mi disposición.
-Si sigues presumiendo de culo abierto, ¡cambio de objetivo!
Mi exabrupto terminó de excitarla y dejándose caer sobre su vieja, me imploró que me corriera en su interior. No sé si fue su ruego o si esa postura facilitó mi eyaculación pero lo cierto es que mi cuerpo se vio envuelto por el placer y con bruscas sacudidas de mis caderas, rellené su vagina con lo que tanto ansiaban y ella al sentir que esparcía mi semilla en su fértil vagina, llorando me pidió que la besara.
-¿Qué te pasa?
-Nada, mi amor. Lloro porque soy feliz. Al saber que además de ser tus mujeres y fieles putas quieres que seamos las madres de tus hijos…

EPÍLOGO

Esa noche y las semanas siguientes, me dediqué en cuerpo y alma a dejar preñadas a ese par de bellezas y sé que lo conseguí porque desde hace dos meses, todas las mañanas María y Azucena compiten por ver cuál de las dos llega antes a vomitar al baño.
Todavía casi no se les nota la panza pero lo que me tiene sumamente ilusionado es comprobar el tamaño que están adquiriendo sus pechos. Si al final su producción va en consonancia con el grosor de sus ubres, sé que cada vez que se los pida:
¡Tendré mi ración de leche asegurada!

FIN

“Las hijas de mi anciano jefe” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

En este libro, el autor nos narra la historia de Gonzalo, un hombre de origen humilde que gracias a su tesón y a su trabajo consigue hacerse director de una compañía. Junto a D. Julían, su jefe, hace que la empresa crezca como la espuma y tratando de agradar a su numero dos, el anciano le invita a una fiesta en su casa.
En el evento Gonzalo conoce a las hijas de su jefe, dos caprichosas pero bellas jóvenes que no dudan en hacer escarnio del principal ejecutivo de su padre. Humillado hasta la médula, decide presentar su renuncia pero, justo cuando iba a hacerlo, el viejo que se ha enterado de la broma de mal gusto le informa que está cansado de luchar contra las arpias en que se habían convertido y le pide que le ayude a educarlas, dándole libertad absoluta sobre ellas.
Deseando complacer a su jefe y vengarse a la vez de esas dos zorras, acepta y mientras D. Julian se va de vacaciones con su amante, Gonzalo se traslada a su casa….
La venganza, como el mejor sexo, se realiza lentamente y con los ojos abiertos. Después de haberlo humillado, tiene la oportunidad de devolver a esas putas con creces la vergüenza que le han hecho pasar. Dos mujeres y un solo propósito, ¡usarlas!

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

1

La historia que voy a narraros tiene su origen en una entrevista de trabajo acaecida hace tres años. Como tantos otros provengo de los barrios bajos de una ciudad cualquiera y gracias a los esfuerzos de mis viejos, pude estudiar una carrera. Durante años me fajé duramente como un cabrón para ir escalando puestos, hasta que ya como ejecutivo de valía reconocida una empresa del sector me llamó.

La entrevista resultó un éxito, Don Julián, el máximo accionista, se quedó encantado no solo por mi currículum, sino por mis respuestas y mi visión de futuro. Y tras un corto proceso de selección, fui contratado como Director General de la compañía.

Durante el primer año, trabajé doce horas diarias codo con codo con el anciano, logrando darle la vuelta a la sociedad. Donde solo había números rojos y perdidas con una situación cercana a la quiebra, conseguimos beneficios y lo que es más importante que los bancos volvieran a confiar en nosotros.

El segundo año fue espectacular, como si fuera una locomotora la compañía se había comido a su competencia y éramos quienes poníamos los precios y las condiciones, no aceptando ya que los clientes dictaran nuestras políticas. Los otros accionistas no se podían creer que tras muchos años palmando dinero, de pronto no solo recuperaran su inversión, sino que el valor de esta se hubiese multiplicado.

No fue solo labor mía, Don Julián era un zorro al que solo le faltaba tener un buen segundo que le comprendiera, que aplicara sus ideas, llevándole la contraria cuando no estaba de acuerdo con ellas. Éramos un tándem perfecto, experiencia y juventud, conservadurismo y audacia. Demasiado bueno para perdurar y el comienzo del fin fue la fiesta que organizó en su casa para celebrar los últimos resultados de la compañía.

Nunca me había invitado al chalé que tenía en la zona más exclusiva de la ciudad, por lo que me preparé con esmero para mi particular fiesta de presentación en sociedad. Por primera vez en mi vida me hice un traje a medida, me corté el pelo e intenté parecer de esa alta sociedad a la que no pertenezco.

Nervioso, por mi falta de experiencia, toqué el timbre de la casa.

Fue cuando vi a Natalia, la hija pequeña del jefe, una preciosidad de veintidós años, recién salida de una universidad americana. Ver a esa hermosura con su metro setenta y cuerpo de escándalo, ya valía lo que me había gastado en vestuario. Realmente me había impactado, por lo que apenas pude articular palabra y tuvo que ser ella quien hablara:

― ¿Qué desea? ― me preguntó educadamente.

―Vengo a la fiesta de Don Julián― contesté cortado, pensando que a lo mejor me había equivocado de hora..

Lo que no me esperaba fue su respuesta:

―Perdone, pero los camareros entran por la puerta de atrás.

Menos mal que en ese momento mi jefe hizo su aparición y pegándome un abrazo me introdujo en la reunión porque, si no, no sé si me hubiese atrevido a entrar.

 Como dice el viejo refrán, “la mona, aunque se vista de seda, mona se queda” y por mucho que había intentado aparentar, ¡seguía siendo un chico de barrio!

La incomodidad que sentí en ese momento se fue diluyendo con el paso del tiempo, sobre todo porque gracias al trabajo conocía a la mayoría de los hombres de la fiesta y a un par de las mujeres. Poco a poco fue cogiendo confianza y al cabo de un rato me convertí en el centro de atracción del evento al saber todos los presentes que era el segundo de la organización y el más que probable sucesor del jefe en el cargo. Por ello a nadie le extrañó que me sentaran a su derecha, justo al lado de su hija mayor, Eva.

Durante la cena tuve un montón de trabajo, teniendo que alternar entre darle conversación al viejo y entretener a su niña. Por un lado, Don Julián me pedía constantemente mi opinión sobre los más que variados temas y por el otro, la muchacha no hacía otra cosa que coquetear conmigo. Todo iba sobre ruedas hasta que al terminar empezó el baile y sin pedirme opinión Eva me sacó a bailar. En un principio, rechacé su ofrecimiento, pero su padre viendo mi incomodidad me pidió que bailara con ella.

Si Natalia me había impresionado, Eva todavía más. Rubia, guapa, inteligente y simpática, con unas curvas de infarto convenientemente engalanadas en un vestido escotado que más que esconder revelaba la rotundidad de sus pechos y caderas. Cuando bailaba, era una tortura el observar cómo sus senos seguían el ritmo de la música y más de una vez tuve que hacer un esfuerzo consciente para dejar de mirarlos. Ella estaba encantada, se sabía atractiva y para ella, yo era una presa por lo que como una depredadora tejió sus redes y como un imbécil caí en ellas. Era la mujer maravilla y yo su más ferviente admirador.

El culmen de mi calentura esa noche fue cuando iniciando las canciones lentas, le pedí volver a la mesa con su padre, pero ella se negó y pegándose a mí, empezó a bailar. Al notar sus pechos clavándose en mi camisa y sus caderas restregándose contra mi sexo, sentí como una descarga eléctrica recorría mi cuerpo. Todo mi cuerpo reaccionó a sus maniobras y desbocado mi corazón empezó a bombear sangre a mi entrepierna. Ella al notarlo sonrió satisfecha pero lejos de detener su juego, como una hembra en celo, se las arregló para sin que nadie se diera cuenta y como quien no quiere la cosa, rozarlo con su mano palpando toda su extensión.

Afortunadamente cuando casi estaba a punto de cometer la estupidez de besarla, la niñata me pidió una copa por lo que como un criado obediente fui a la barra a por su bebida y al volver había desaparecido. Molesto pero excitado, no pude más que esperarla. Después de diez minutos de espera y viendo que no volvía, decidí ir al baño.

Nada más entrar y sin haberme bajado la bragueta todavía, unas voces de mujer que venían del jardín llamaron mi atención. Eran las dos hermanitas que riéndose comentaban la pinta de rufián que tenía el favorito de su padre, descojonadas, se cachondeaban de cómo ganando una apuesta Eva había conseguido excitarme.

Mi mundo cayó hecho trizas al darme cuenta de que había sido objeto de una broma y cuál era la verdadera opinión de las muchachas. Cabreado, me fui de la cena sin despedirme de nadie. Durante la noche tomé la decisión de borrarme del mapa y desaparecer para no volver a ser objeto de una burla como aquella.

Al día siguiente y con mi carta de dimisión en el bolsillo, fui a ver a Don Julián. Este al ver mi cara de pocos amigos, me pidió que antes de decirle nada le escuchara unos minutos. Como me caía bien el viejo, no me importó esperar antes de presentarle mi renuncia.

―Gonzalo, tengo que agradecerte lo que has hecho por mí durante estos dos años.

«¡Coño! Me va a despedir», pensé al oírle y supuse que algo había pasado para que de pronto cambiara radicalmente su opinión de mí, por lo que sin interrumpirle esperé a que continuara:

―Sé que es más de lo que un jefe puede pedir, pero me gustaría que me hicieras un favor.

―Lo que usted quiera, Don Julián― contesté intrigado.

―Mira muchacho, has sabido ganarte mi confianza, eres quizás ese hijo varón que nunca tuve…― algo le preocupaba, y no le resultaba fácil el decirlo― …como padre soy un fracaso. He criado a dos hijas que son dos monstruos, bellos pero altaneros, egoístas y creídos que se han olvidado de que su padre viene de orígenes modestos y que se creen tocadas por la gracia divina. Niñas pijas que se han buscado como novios a dos inútiles que lo único que esperan es que me muera para así heredar.

Supe al instante que algo debía de haber llegado a sus oídos de la broma que me habían preparado el día anterior. Totalmente descolocado porque no tenía de la menor idea de lo que se proponía, le pregunté qué quería que yo hiciera ya que no era más que su empleado:

―Es muy sencillo, quiero que las eduques― me espetó.

― ¿Y cómo ha pensado que lo haga? ― respondí ya intrigado.

―Ese es tu problema, no el mío. A partir de hoy a las tres, voy a desaparecer con Mariana durante seis meses y solo tú vas a saber dónde estoy y cómo comunicarte conmigo. He firmado esta mañana la renuncia a mi puesto en la empresa, te he nombrado presidente y aquí tienes el contrato de alquiler de mi casa. Solo te pido que al menos les des tres días para que se busquen un sitio donde vivir.

No me podía creer que era lo que me estaba pidiendo, antes de responderle, me entretuve leyendo los documentos que me había dado. En una primera lectura era un traspaso de poderes, pero analizándolos con detenimiento eran unos poderes de esos llamados de quiebra y si quisiera le podía dejar de patitas en la calle.

―Jefe, ¿se da usted cuenta de lo que ha firmado? ― dije impresionado.

―Chaval, confío en ti― contestó y sin darme tiempo de protestar, me pidió que le dejara solo ya que tenía muchas cosas que resolver.

«Joder, con el viejo «, pensé, «se va seis meses con su amante dejándome un marrón».

Me sentía halagado por su confianza, jamás me hubiera imaginado el aprecio que me tenía y por ello comprendí que no podía fallar a una persona que me había dado tanto.

Quise llevarle al aeropuerto, pero Don Julián se negó diciendo que tenía mucho que pensar y hacer para terminar afirmando que solo tenía seis meses para llevarlo a cabo. Por mucho que insistí, no dio su brazo a torcer por lo que me quedé en la oficina rumiando mis planes.

Como me había explicado que sus hijas llegaban todos los días a las nueve de la noche, decidí adelantarme a ellas. Aparqué mi coche en la entrada del chalé de forma que obstaculizaba el paso al garaje. Lo primero que hice fue darle dos meses de vacaciones pagadas al servicio, con la condición de que se fueran en ese mismo momento.

Las criadas aceptaron encantadas, por lo que quedándome solo me tomé mi tiempo en trasladar mis pertenencias a la habitación de su padre.

Me acababa de servir un güisqui cuando las oí entrar despotricando porque alguien había dejado una tartana de coche en el jardín. Venían con sus novios, se les veía muy felices, pronto iban a cambiar de humor al enterarse de mis planes. Al no responder las muchachas, empezaron a buscarlas por la casa. Pero no hallaron lo que esperaban, ya que al entrar en la biblioteca me vieron a mi sentado en el sillón de su padre.

― ¿Qué haces aquí? ¿No sabes que mi padre está de viaje? ― me soltó de una manera impertinente Natalia, la menor de las hermanas.

―Si lo sé― y mirando a los dos muchachos que los acompañaban, comenté: ― Me imagino que sois Fefé y Tony.

Al no contestarme supe que había acertado.

―Bien entonces lo que les tengo que decir a ellas, os interesa. Por favor tomad asiento.

No era una pregunta, era una orden. Nadie les había hablado nunca así, por lo que no supieron que contestar y obedeciendo tomaron asiento.

―Estáis desheredadas― les solté sin suavizar la dureza de mi afirmación y sin alzar la voz.

Tras unos instantes en los que la incredulidad inicial dio paso a la perplejidad y ésta a la ira descontrolada, Eva la mayor de las dos me gritó que no me creía. Sin mediar palabra, les extendí mis poderes y una carta de su padre en la que les decía que se buscaran la vida que estaba harto de sus tonterías.

― ¡No puede hacernos esto! ― dijo Natalia con lágrimas en los ojos.

―Claro que puede y lo ha hecho― respondí, y dirigiéndome a los dos niños pijos: ― A partir de este momento, todo es mío por lo que, si esperabais usar para vuestros vicios el dinero de ellas, os aviso que éste no existe.

Si a las muchachas se les había desmoronado todo, a Fefé y Tony (hasta sus nombres eran ridículos) de un plumazo se les había acabado el chollo. En sus caras se podía vislumbrar el desconcierto. Fefé, realmente enojado, le pidió a su novia que le dejara ver los papeles y tras estudiarlos, su semblante adquirió el tono blanquecino de quien ha visto un fantasma.

―Tiene razón― sentenció el muchacho ―es una donación inter vivos. No tenéis nada que hacer. Vamos Tony, dejemos que hablen solas con él, ya que ni tu ni yo tenemos nada que ver.

Y saliendo de la habitación se cumplió el viejo dicho de que las ratas son la primeras en abandonar el barco. Las dos hermanas estaban juntas en su desgracia y si los que habían sido sus novios hasta entonces les abandonaban, no podían esperar que nadie las ayudara.

―Las cosas han cambiado en esta casa. Para empezar, os he anulado las tarjetas, me tenéis que dar las llaves de los coches y si queréis seguir viviendo aquí, vais a tener que ganároslo.

Haciendo un descanso dramático, me quedé callado unos segundos. Se notaba a la legua que estaban acojonadas y sin saber qué hacer. Señalando a la mayor, le solté con una sonrisa de oreja a oreja:

―Eva haz la cena mientras tu hermana pone la mesa.

― ¡Maldito cerdo! ― contestó indignada por que la igualara a alguien del servicio e intentó pegarme, pero como me lo esperaba, le sujeté la mano y retorciéndole el brazo, la besé en los labios de forma posesiva antes de empujarla al sofá.

― ¡Hoy! No cenas― le espeté y mirando a su hermana le dije: ― Natalia haz comida solo para dos porque tu hermana quiere irse a dormir.

Llorando me dejaron solo en la biblioteca, cada una se marchó a donde les había ordenado. Satisfecho, me terminé la copa degustando el amargo sabor de la venganza.

2

Poco acostumbrada a cocinar y menos a trabajar, Natalia rompió un par de platos mientras preparaba la bazofia que sin lugar a duda esa noche íbamos a degustar. Pude haberle recriminado su torpeza, pero me abstuve recordando que la venganza era un plato que se tomaba frio.  Cuando la cena estuvo lista, me senté en la mesa disfrutando de cómo la odiosa muchacha me servía. Era una delicia el observarla, con su top de niña bien y su minifalda parecía hasta humana, pero sabiendo que esa belleza de cuerpo encerraba a una arpía.  Arpía cuyo padre me había pedido educar…. y eso era lo que iba a hacer.

Me había preparado unos huevos con jamón mientras ella se iba a tomar un sándwich. Su actitud servil no me cuadraba por ello cuando con el tenedor cogí un poco de comida en su mirada descubrí la traición.

― ¿Qué has hecho? ― dije cabreadísimo.

―Nada― contestó ella nerviosa.

Sin perder la compostura, extendiéndole el plato, le ordené que se lo comiera. Intentó negarse aludiendo una supuesta falta de apetito.

―Serás puta― repliqué y cogiéndola de la cintura la puse en mis piernas, para acto seguido de subirle la falda, empezar a azotarla.

Esa niña bien que se creía inmune a todo, gritó y lloró como loca al sentir los golpes en su trasero, e más por la humillación que sentía que por el dolor mismo. Para su desgracia, no tuve piedad de ella y como llevaba un minúsculo tanga pude contemplar cómo su culo se enrojecía con cada azote.

―Por favor― me rogó al comprobar que le era imposible escapar del castigo.

Obviando sus lloros, alargué el castigo y no paré hasta que todo su trasero tenía el color de un tomate. Entonces y solo entonces la liberé.

― ¿Qué has hecho? ― volví a preguntar.

        ―Te he echado un laxante― contestó llorando.

―Comételo― ordené nuevamente.

Esta vez, sin dejar de sollozar se metió un trozo en la boca.

―Todo, ¡que no quede nada en el plato!

Sabiendo que si no lo hacía le iba a ir como en feria, se lo acabó sin rechistar. Al terminar me pidió permiso para irse a su cuarto, pero no la dejé diciendo:

―No, bonita. Si te vas, iras al baño a vomitar y lo que quiero es que te haga efecto.

Tardó tres minutos en hacerlo, los tres minutos más duros de su vida ya que como si fuera un condenado a muerte, tuvo que estar sentada mientras su estómago digería el laxante. Al sentir que se venía por la pata abajo, me rogó que la dejara ir al baño, ni siquiera tuve que negarme porque como si fuera una explosión, por su esfínter se vació totalmente, manchando de mierda sus piernas, la silla y hasta la alfombra.

―Quítate la ropa y limpia lo que has manchado.

― ¿Aquí? ― preguntó asustada ante la perspectiva de tener que hacerlo en mi presencia.

―No, en el baño― y actuando con una caballerosidad que no se esperaba, comenté: ―Vete que ya te llevo yo lo que debes ponerte.

Mientras la zorra se quitaba el estropicio, fui al cuarto donde dormía el servicio y buscando un uniforme de criada, abrí el armario. Había varios modelos, algunos más formales que otros, pero como no encontré nada de mi gusto, cogí uno al azar y con unas tijeras corté lo que le sobraba.

«Así está bien», me dije al ver mi obra y tocando la puerta del baño donde se había refugiado, se lo entregué.  La morena palideció al comprobar lo que le había hecho entrega por la puerta entreabierta:

― ¡Cabrón! ― alcancé a oír antes de que la cerrara.

Muerto de risa, me senté a comerme el sándwich mientras ella se cambiaba. Fue una espera corta pero el resultado resultó mejor de lo que me esperaba. Le quedaba estupendamente el uniforme, la poca tela que dejé en la falda no podía más que esconder una parte de sus nalgas, dejando al aire todas sus piernas y el pronunciado escote hacía resaltar la rotundidad de sus formas. Pero fue al agacharse a limpiar la alfombra cuando caí en la cuenta de que al tenerlo embarrado de mierda se había quitado el tanga. Fijando mi mirada en ella, descubrí que lucía un sexo lampiño, sin rastro de vello púbico y que, gracias a esos cuidados, se mostraba glorioso junto con un rosado agujero entre sus nalgas.

No me pude aguantar y acariciando su maltratada piel, le pregunté si le dolía. Ella reaccionó a mis caricias poniéndose tensa, pero sin retirarse siguió con su labor. Su actitud sumisa me envalentonó y con la yema de mis dedos, empecé a jugar cerca de sus labios. Ella se dejaba hacer y yo totalmente excitado lo hacía.

Sus piernas se entreabrieron para facilitar mis maniobras y bruscamente le introduje dos dedos en su sexo. La que hasta hace unos minutos creía una mojigata estaba disfrutando. Su cueva manaba flujo mientras su dueña se retorcía buscando su placer. Mi pene, ya me pedía acción, cuando ella se dio la vuelta diciendo:

―Si me acuesto contigo, ¿me devuelves mis tarjetas?

―No, pero te liberaría de las labores en la casa.

―Con eso basta― respondió y abriéndome la bragueta, liberó mi extensión de su encierro.

Mofándome de ella, me senté nuevamente en la silla y abriendo las piernas facilité su labor. Se acercó a mí y cuando ya se había puesto de rodillas, en su mirada descubrí a la puta que tenía dentro aún antes de sentir como su boca engullía todo mi pene. Era una verdadera experta. Su lengua se entretuvo un instante divirtiéndose con el orificio de mi glande antes de lanzarse como una posesa a chupar y morder mi capullo mientras sus manos me acariciaban los testículos.

Mi reacción no se hizo esperar y alzándola de los brazos, la senté en mis piernas dejando que fuera ella quien se empalara gustosa. Su cueva me recibió fácilmente. La guarra estaba totalmente lubricada por la excitación que sentía en su interior. Pero fue cuando llamándola puta la ordené que se moviera el momento en que se volvió loca, pidiéndome que no la dejara de insultar mientras sus caderas se movían rítmicamente. En sintonía, sus músculos interiores se contrajeron de forma que parecía que me estaba ordeñando. Ya sobrecalentado desgarré su vestido descubriendo unos magníficos pechos, cuyos pezones me miraban inhiestos deseando ser besados. Cruelmente tomé posesión de ellos, mordiéndolos hasta hacerle daño mientras que con un azote la obligaba a acelerar sus movimientos.

― ¿Te gusta, putita? ―  dije en su oído.

Su rebeldía había desaparecido, todo en ella me pertenecía ahora. Su sexo era todo líquido y su respiración entrecortada presagiaba su placer.

―No me has contestado si te gusta― insistí mientras mis dedos pellizcaban cruelmente uno de sus pezones.

―Me encanta― contestó.

Satisfecho por su respuesta, la premié con una tanda de azotes en el trasero mientras ella no dejaba de gritar de dolor y excitación. Pero fue cuando le susurré al oído que esa noche le iba a romper el culo, el momento en que sin poder evitar que brutalmente y reptando por mi cuerpo, esa pija se corriera a manos de su ahora peor enemigo.

Todavía con mi pene erecto, la levanté de mis rodillas y tirando los platos de la mesa, la puse dándome la espalda. Tenía unas nalgas poderosas, duras por su juventud y enrojecidas por el maltrato sufrido. Solo podía pensar en la forma que me había tratado, en cómo me habían humillado su hermana y ella con esa broma cruel. Tenía que hacerla ver quién era el jefe y cogiendo la aceitera, vertí una buena cantidad sobre el canalillo que formaba la unión de sus dos cachetes.

― ¡No! ¡Por favor! ¡Nunca lo he hecho! ― sollozó al sentir como un dedo se introducía en su intacto agujero.

― ¡Dios! ― gimió desesperada al notar como un segundo se unía en la tortura. Y finalmente cuando de un solo embiste, la penetré brutalmente, me gritó que la sacara que la estaba partiendo por la mitad.

Vano intento, toda mi extensión ya estaba en su interior y no pensaba parar. Con lágrimas en los ojos, tuvo que soportar que me empezara a mover. Siguió berreando cuando tomando sus pechos como asa comencé a cabalgarla. Lejos de compadecerme, su actitud me estimulaba. Me excitaba la idea de estar follándome a la hija pequeña de mi jefe, pero más el saber que tenía seis meses para usarla a mi antojo.

Al sentir como mi propio orgasmo se aproximaba, incrementé la velocidad de mis penetraciones e inundando todo su intestino, eyaculé dentro de ella. Mis gemidos de placer y sus gritos de dolor se unieron en una sinfonía perfecta que anticipaba el trato que iba a recibir.

Al sacar mi miembro, mi semen y su sangre recorrieron sus pantorrillas.

―Dile a tu hermana que quiero que me lleve el desayuno a la cama, me levanto a las ocho de la mañana― ordené mientras salía del comedor, dejándola a ella llorando desplomada sobre la mesa.

Relato erótico: “El Proceso – Ecos del pasado.” (POR BLACKFIRES)

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Los meses habían pasado y los días se hacían eternos, la ruptura había sido devastadora y poco a poco se habían dado todas las etapas de la ruptura, la etapa de negación había sido larga, hasta que llegó la etapa de aceptación, pero la etapa de recuperación se estaba haciendo eterna y ella necesitaba olvidar. La respuesta a su recuperación llego por casualidad una de tantas noches viendo algo de TV, comiendo chatarra y sintiéndose miserable, ayuda psicológica ¿En realidad necesitaba ayuda psicológica? ¿Estaría tan loca que necesitaba ir a ver un doctor?

Al día siguiente tomó la decisión y empezó a investigar, después de una corta búsqueda en internet dio con información interesante, lo que la hizo tomar una decisión, haría una cita en la clínica pero con una psicóloga bastante reconocida, era mejor hablar sus problemas del corazón con una mujer que con un hombre, así que esa misma tarde hizo su primera cita para empezar lo más pronto posibles. Aquella tarde llego muy temprano a la dirección que le había dado la amable recepcionista que con toda la paciencia del mundo atendió su llamada y preparo su primera cita, el local estaba muy bien decorado y confortable, esperó un buen rato hasta que finalmente la puerta del consultorio se abrió y de la habitación salieron una chica sonriendo y conversando alegremente con una dama muy elegante que le sostenía del brazo mientras la acompañaba al escritorio de la Recepcionista, al voltear le dedicó una sonrisa y la invito a entrar al consultorio, un salón perfectamente decorado con varios títulos en la pared, un gran mueble con libros y lo que más llamo su atención un delicioso olor a flores frescas, aunque no vio jarrones ni flores en la habitación, luego de las presentaciones protocolares la doctora la invito a sentarse y ponerse cómoda.

– Me gustaría que me contaras, tú día a día, no te voy a preguntar ¿Cómo te sientes? Pues si te sintieras bien no estarías sentada aquí, nerviosa y algo incomoda.

Desde la recepción ella no había dejado de alisar su falda con sus manos y ahora seguía haciéndolo pero con menos intensidad.

– Quiero que hagamos un ejercicio, quiero que cierres los ojos y respires lenta y profundamente, lenta y profundamente una vez, dos veces, tres veces, ahora sigue respirando y cuéntame tu día a día… dime que haces al despertar, que te gusta desayunar… háblame de ti.

Al principio Ella se sintió algo tonta cerrando los ojos y respirando profundamente, respirando y relajándose, pero poco a poco empezó a sentirse más relajada y como le había dicho la Dra. empezó a contarle su día a día. Su mente empezó a relajarse y comentándole todo lo que le preguntaran, cuando Ella estuvo completamente relajada lentamente abrió sus ojos y la Dra. le conversaba amenamente y ella respondía tranquilamente todo lo que la Dra. preguntara.

Ella imagino que cuando llegaran las preguntas sobre su ruptura volvería la tensión y los nervios, pero cuando las preguntas sobre ese tema llegaron fue perfectamente natural, las respuestas fluyeron de ella como si se abriera una represa que contenía sus miedos, sus tristezas y hasta su ira… todo empezó a salir de ella y al final se sintió tan tranquila escuchando cada palabra reconfortante que le daba la Dra. Casi no se dio cuenta cuando el tiempo de la consulta terminó y se sintió casi flotando cuando la Dra. tomándola del brazo la acompaño fuera del consultorio y hablando con la Recepcionista ambas concordaron el día para la siguiente cita.

Las semanas fueron pasando y poco a poco las cosas fueron mejorando, pasadas tres sesiones Ella decidió que muchas cosas debían cambiar, empezó a levantarse más temprano para ir a trotar antes de ir a trabajar, dejo de comer tanta comida chatarra, ahora se enfocaba en comidas sanas como ensaladas y frutas, había desarrollado una obsesión por comer comida verde, días después empezó a cambiar su forma de vestir “verse bien es sentirse bien”, su guarda ropa había cambiado de tonos muy grises a conjuntos blancos o negros, en su mayor parte blusas bastante escotadas y faldas muy cortas o pantalones muy entallados. La verdad es que muchos habían notado los cambios y ella empezaba a sentirse mucho mejor consigo misma.

Para la cuarta sesión le extraño no ver a la chica que tomaba sesiones antes que ella y pregunto a La Recepcionista por aquella chica hermosa que antes veía en la consulta, La Recepcionista le comento que la otra chica había cambiado de días de sesiones para tener más tiempo con la Dra. igual que desde ahora a petición de la Dra. Ella tendría un poco más de tiempo para las sesiones, Ella quedo encantada de pasar más tiempo en las sesiones pues cada vez se sentía más a gusto y mucho mejor con la Dra; En realidad estas últimas semanas se había dado cuenta que le encantaba pasar tiempo con la Dra. escuchándola, mirándola, aprendiendo de cada cosa que le dijera, la veia tan inteligente, tan elegante y hasta había pensado en que se sentiría estar abrazándola mientras la Dra. acariciaba su cabello y ella estuviera adormecida en su pecho. Escuchándola y oliendo ese aroma a flores solía perderse en sus pensamientos y las sesiones se le hacían demasiado cortas para pasarla con su Dra.

Para la semana de la 5ta sesión Ella no pasaba un momento sin pensar en lo atractiva que le parecía su Dra. y aunque nunca había tenido sexo con una mujer, solo uno que otro beso o una caricia casual con alguna chica, estos días pasaban entre pensamientos eróticos y fantasías sobre lo que le encantaría hacer o que le hiciera su Dra. había tenido que llevar un juego limpio de bragas al trabajo pues las que se ponía en las mañanas quedaban empapadas solo de pensar en su Dra.

Ella se reía sola de sus tonterías y fantasías, pensaba que se había vuelto un poquito loca por su Dra. pero lo bueno fue que se había olvidado por completo de sus problemas, su depresión y sus cambios de imagen habían ayudado muchísimo a su autoestima. Faltando un par de días para su 5ta sesión sucedió.

Esa noche soñó que había llegado a la consulta y en la recepción no estaba La Recepcionista, le pareció muy extraño no verla allí entada sonriendo mientras miraba su computadora… escuchó ruidos dentro de la oficina y la puerta estaba media abierta… con algunas dudas entró a la oficina de la Dra. y la encontró sentada en el escritorio mirando por la ventana, Ella se acercó al escritorio y fue cuando notó que la Dra. estaba desnuda de la cintura para abajo y mantenía sus las piernas abiertas apoyadas en los apoya brazos de su silla, entre sus piernas vio a una chica desnuda en 4 patas con su cara metida entre las piernas de la Dra. y con su lengua le comía el coño mientras que con una de sus propias manos se acariciaba su propio coño y entre lamida y lamida gemía de gusto.

La Dra. le miró como si nada fuera de lo común estuviera sucediendo, abrió la gaveta del escritorio y sacó algo colocándolo sobre el escritorio, de la forma más natural y sin mirarla le dijo:

– Desnúdate y toma tu lugar…

Ella despertó muy asustada y muy excitada, jamás había tenido un sueño tan vivido y tan morboso. Paso todo el día pensando en el sueño y en la tarde decidió que tenía que ir a hablar con la Dra. porque se sentía muy incómoda con aquel sueño, sumado a sus fantasías, ella no era así, no le gustaban las mujeres, pero no podía dejar de sentirse excitada y atraída por la Dra.; luego de pasar todo el día pensado decidió ir al consultorio aunque no le tocara cita para ese día.

Al llegar encontró la puerta cerrada y no se atrevió a tocar el timbre, empezaron a acumularse las dudas de lo que haría o le diría a la Dra. pues se sentía muy tonta pensando en cómo se escucharía eso de “Estoy teniendo sueños mojados y fantasías con usted y no quiero verla más”, se puso a pensar que la Dra. pensaría que estaba más loca de lo que creían, se alejó del lugar pero al voltear pudo ver luces en lugar… esperó un buen rato y ya estaba por llamar a la Dra. o irse a casa y esperar la próxima sesión cuando decidió tocar el timbre y se fue directo a la puerta, justo estaba por tocar cuando la puerta de se abrió y del lugar salió La Paciente que ella conoció en la primera consulta… La Paciente iba vestida super sexy en blusa blanca casi transparente que dejaba ver su sostén de encaje, falda negra muy corta y zapatos de tacón de aguja negros, Ella saludo a La Paciente con una sonrisa que se quedó congelada en su rostro por lo hermosa que se veía la chica y porque La Paciente solo abrió la puerta y salió del lugar sin notarla o como si no la hubiese visto parada allí afuera.

La puerta quedó abierta y Ella decidió entrar, llegó hasta la recepción y para su sorpresa y sus temores… La Recepcionista no estaba en su puesto.

Ella se quedó paralizada en medio de la recepción, debatiéndose entre irse a casa o seguir adelante buscando a La Recepcionista o a la Dra. Se quedó en silencio y escuchó ruidos en la oficina de la Dra. un escalofrió recorrió todo su cuerpo al verse caminando hacia la puerta viviendo un Deja Vu y encontrando que la puerta estaba media abierta. Casi temblando terminó de llegar a la puerta y la abrió… La Dra. estaba sentada en su escritorio mirando por la ventana, Ella lentamente y con sus piernas casi hechas de gelatina se acercó al escritorio y la Dra. volteo a mirarla la Dra. se levantó y la saludó con una hermosa sonrisa, La Dra. estaba completamente vestida y no había nadie más en la habitación.

– Hola, que sorpresa verte, pensé que tu sesión era mañana, pero no te quedes allí, siéntate y ponte cómoda.

Sintiéndose de lo más estúpida allí de pie temblando como una hoja Ella respondió a su amable y bella Dra.

– Hola, disculpe que entrara así y viniera sin avisar, pero es que necesitaba verla hoy…

– ¿Sucede algo? ¿Estás bien? ¿En qué te puedo ayudar? Pero siéntate ponte cómoda…

– No, digo… sí, estoy bien, es que solo vine a decirle que… creo que no podre venir a la consulta.

– Tienes algún compromiso, podemos reprogramar la cita para otro día…

– No, no es eso… es solo que no creo que pueda volver a la consulta, no creo que pueda verla más.

La Dra. se sorprendió y le miró extrañada, Ella se sintió tan estúpida luego de decirle eso, por lo menos no tuvo que decirle que pasaba todo el día mojada y excitada pensando en fantasías entre ellas dos. La Dra. la saco de sus pensamientos diciéndole:

– Algo no debe estar bien, pues pensaba que tú habías mejorado mucho y te sentías muy a gusto con las sesiones.

Diciendo esto la Dra. tomó lo que parecía el control remoto del aire acondicionado y lo activó mientras se levantó y se acercó a Ella, tomándola por el brazo le dijo:

– Relájate, solo respira profundamente y cuéntame que ha pasado…

Ella sintió como como una agradable y cálida sensación se iba apoderando de su cuerpo, justo desde donde la mano de la Dra. tocaba su piel y sin pensarlo dos veces empezó a respirar profundamente y luego simplemente las palabras brotaron solas de su boca.

– Creo que no podre verla otra vez, pues he estado teniendo… teniendo fantasías, fantasías sobre nosotras… no soy… no soy lesbiana pero me siento excitada y atraída por… usted…

Solo termino de decirlo y ya no pudo mirar a los ojos a la Dra. solo bajó la vista y la clavo en el piso sintiéndose completamente avergonzada. La Dra. sonriendo con su otra mano la tomo de la barbilla y acariciando con su pulgar su mejilla la hizo mirarle nuevamente a los ojos mientras le dijo:

– Relájate, no estés asustada por tus sentimientos, en una chica tan bella y vulnerable como tú no es extraño que se sienta atraída por las figuras que representan autoridad… me halagas por sentirte atraída hacia mi… y si me lo permites, tú me pareces muy hermosa – su mano pasó de acariciar la mejilla de Ella y empezó a acariciarle el cabello –no suelo hacer esto, pero igual me he sentido atraída por ti.

Sus miradas se encontraron y la Dra. le dijo:

– No quisiera dejar de verte…

Sin pensarlo Ella acerco su rostro a su Dra. y le planto un beso, que se prolongó y fue correspondido con un gemido y luego sus lenguas se entrelazaron y empezaron a explorar sus bocas con una voracidad incontenible… Ella sintió como todo su cuerpo se erizó completamente y se fundió al cuerpo de la Dra. que empezó a acariciarla, sus manos pasaron por su cintura, sus brazos, sus caderas y cuando finalmente las manos de la Dra. bajaron de las caderas de ella hacia sus nalgas para sostenerla mientras la seguía besando, Ella rompió el beso.

– NO… Esto no está bien… creo… creo que no debemos vernos más…

Ella se alejó de la Dra. y dando dos pasos hacia tras intentó acomodar sus ropas mientras miraba a la Dra. que le sonreía con malicia apoyada en el escritorio. Tomando un objeto que descansaba sobre el escritorio la Dra. le dijo:

– Es una lástima que no quieres verme otra vez…tu Proceso iba tan bien…

Ella la miró confundida y sin saber a qué se refería y la vio sosteniendo el objeto metálico en su mano. Le preguntó algo asustada:

– ¿Proceso… cuál proceso…?

La Dra. movió en el aire la campanilla que tomó de su escritorio y la hizo sonar… Ella sintió que estaba por venirse en un orgasmo incontenible y mirando a la Dra. con la campanilla en la mano, vio como la hacía sonar y fue como si la besaran y lamieran por todas partes miles de lenguas y bocas que la llevaban al borde del orgasmo con cada timbrazo de la campanilla.

La Dra. se le acercó y empezó a acariciarla, Ella solo la dejó hacer con ella lo que quisiera… la besó y la empezó a desvestir mientras la fue guiando a una puerta que Ella siempre pensó que era un armario o algo parecido… Al abrir la puerta, en el suelo pudo ver a La Recepcionista a 4 patas con sus ropas suelta, la falda negra de cuero estaba recogida en su cintura, su blusa blanca estaba abierta sin sostén, una máquina le metía y sacaba, una y otra y otra vez un dildo de un grosor y largo considerable, mientras otra máquina con copas de succión al vacío y unas mangueras le ordeñaba las enormes tetas que le colgaban balanceándose con cada embestida que recibía de la máquia que le insertaba el dildo… La Recepcionista solo estaba allí en 4 gimiendo y recibiendo el tratamiento… La Dra. colocada a la espaldas de Ella, no había perdido un solo momento y por un lado ya le había subido la falta negra hasta poder meter sus dedos en sus encharcadas bragas jugando con su coño, y mientras que por otro lado ya le había abierto la blusa blanca y con toda practica y facilidad le había sacado sus pechos de las copas de su sostén dejándolos colgar libres mientras los acariciaba o apretaba sus pezones que ya estaban completamente duros. Mirando a la recepcionista Ella se dio cuenta que ellas al igual que La Paciente que acababa de salir, vestían casi la misma ropa. No podía creer lo mojada y excitada que estaba y siente como los besos de la Dra. iban subiendo desde el cuello hasta su oído y sin dejar de acariciarle le dijo:

– Desde que te vi entrar la primera vez al consultorio, con mi otra paciente comiéndome el coño, me dije que estas tetas y este culo tenían que ser míos… Eres perfecta para mi tratamiento… Mira como ella goza su tratamiento, fue una de las primeras que “reconvertí” en mi mascotita, me encantan las tetonas, le he estado dando hormonas, se le han hinchado mucho y mira cuanta leche salen de esas ubres.

Ella no aguanto más… sintió que ya no tenía ninguna voluntad sobre su cuerpo cuando la Dra. tomándola de sus pechos, la besó desde la espalda y con su lengua exploró su boca, soltándose del beso la Dra. le dijo:

– Por cierto… ¿Tenias algo más que decirme linda?

Ella solo atinó a decir una sola cosa mientras sentía como el orgasmo más grande que recordara acababa con la poca voluntad que le quedaba.

– MOOOOOOOOOOOOOUUUUUU…

Semanas después.

El teléfono de la oficina de la Dra. sonó con insistencia, era la tercera vez en menos de 10 minutos que el timbre del teléfono interrumpía el trabajo de la Dra.

No era normal que fuera interrumpida, pues La Recepcionista tenía estrictas órdenes de no dejar que nada ni nadie interfiriera con su trabajo, muy fastidiada finalmente la Dra. decidió tomar la llamada la cuarta vez que empezó a sonar.

– “Lo siento Doctora, una persona ha estado llamando y tuve que interrumpirla pues me dijo que si no contesta su llamada volvería aquí directamente en este momento”.

– “Ok entiendo… transfiéreme la llamada…”

– “Como ordene…”

Un segundo después la buena Dra. escuchó la voz de un hombre que le dijo:

– “Buenas tardes, lamento interrumpir su extenuante trabajo, pero tengo una propuesta de negocios que creo no podrá rechazar”.

– “No sé quién es usted pero sea lo que sea que este vendiendo no estoy interesada, estoy en medio de una sesión importante, así que tenga usted una buena tarde”.

– “Entiendo perfectamente Dra. ¿Cuántas de sus mascotas tiene en sesión, una o dos?”

– “¿Cómo mierda? ¿Quién es usted?”.

La Dra. asustada alejó a su paciente de su coño, la última adquisición a su establo de vaquitas se esforzaba por lamerla y darle todo el placer que su Ama merecía, cerró sus piernas desnudas y miro a su alrededor, tal vez alguien había instalado alguna cámara espía en su oficina, volvió a mirar y se cercioró que las cortinas de la oficina estaban cerradas, no vio nada extraño para ella, lo único fuera de lugar a su alrededor, para cualquier otra persona, era su otra paciente desnuda sentada en una de las sillas con sus piernas abiertas que mientras se masturbaba con un gran dildo, se chupaba sus enormes tetas, ahora más grandes luego de las dosis de hormonas que había estado tomando por orden de su Dra., un par de hermosas tetas llenas de leche, igual de grandes a las que lucía su otra paciente que estaba a 4 patas, ambas solo vestían un collar de cuero negro de donde colgaban cencerros dorados y numerados. La Dra. aterrada simplemente escuchó a aquel hombre.

– “Ahora que tengo toda su atención, me gustaría concertar una cita para hablarle de un negocio que le puede proporcionar todas las lindas mascotas que quiera, ¿puedo coordinarla con usted o hablo con la estúpida tetona que tiene masturbándose en la recepción?”

– “Po… podemos coordinarla nosotros… ¿cu… cuando… nos podemos reunir?”

– “No se preocupe Dra. no voy a denunciarla ni chantajearla, créame que podemos beneficiarnos mutuamente. Le invito a una cena de negocios mañana, le llamaré una hora antes de las 7 para decirle el nombre del restaurante, la reservación estará a nombre del Dr. Robert Sagel”.

– “Ok… hablaremos mañana…”.

– “Nuevamente mis disculpas por interrumpir su excelente trabajo… continúe divirtiéndose con sus pacientes, hace un trabajo excepcional. Hasta mañana Dra. Arellanos”.

PD: Este es un pequeño obsequio para todos los seguidores de la serie Las Profesionales, que han estado esperando nuevas noticias sobre la serie, lamento no tener novedades, pero por lo menos les dejo este relato “ambientado en el universo de Las Profesionales”.

Para conocer más sobre Las Profesionales les invito a visitar:

Mi blog de relatos eróticos de control mental:

https://lasprofesionales.wordpress.com/

O mi perfil de escritor:

http://todorelatos.com/perfil/297/

Relato erótico: “Descubriendo el sexo – Parte 11” (POR ADRIANAV)

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Abrazada a tío Sergio me cayó la realidad del enorme cambio que había tenido mi vida. La inocente niña de una villa perdida en un lugar de la tierra, tenía ahora un mundo que por mucho tiempo fue algo que no creía poder alcanzar algún día. O sea que me sentía la niña más afortunada del planeta. Y lo que más le daba más fundamento a mi felicidad era el hecho de que mi deseo de hacer lo que sentía como mis propias decisiones, era que me apoyaba una de las personas más importantes de mi vida…, mi propia madre. Ella me permitía caminar por ese callejón hermoso, por esa ruta de felicidad que solo me hacía sonreír.
Así de relajada estaba cuando me trajo a la realidad un grito desde abajo, en la cocina:
– El desayuno está servido! Vamos que se enfría…!

Ya en la mesa estaba todo listo. Ni bien me senté y empecé a comer, caí cuenta del hambre que tenía. Me provocaba comer sin pausas, lo cual les dio risa a mi madre y a Sergio.
– Hay cosas que dan hambre mi amor… -dijo ella sonriendo y pasando la mano por mi cabello.
Charlamos un rato hasta que aparecieron mis hermanitos y detrás mi padre listos para ir a hacer las compras del mercado para la semana ya que iba a ser intensa para él. Mami decidió quedarse porque no estaba con ánimos de caminar mucho por el mercado:
– Vayan ustedes los varones a divertirse -les dijo cariñosamente.

Papá lo tomó con mucho agrado y dandole un beso le dijo en broma:
– Me los llevo a un club… -guiñándole un ojo para darle a entender el tipo de club al que se refería y se rieron.
– Si tu los llevas a un club de esos yo te cuelgo de ya sabes donde!
Y siguieron las bromas de ida y vuelta por unos minutos. Desde que habíamos llegado el buen humor se hacía sentir constantemente en todo el ambiente.

Así fueron pasando los días, las semanas y los meses. En todo ese tiempo fui conociendo el área donde vivía, las costumbres de Sergio y el ritmo en que se moviliza la gente de aquí. También conocí a Javier un guapísimo hombre que resultó ser el mejor amigo del tío y tres matrimonios mas o menos contemporáneos. Uno de ellos tenía dos niños y una niña que jugaban con mis hermanitos cada vez que venían.
Por otra parte como ya yo estaba estudiando inglés intensamente y me preparaba para ingresar al colegio a estudiar en el próximo año, viajaba en tren a cinco estaciones de distancia que me llevaba unos 45 minutos de viaje. A mi regreso siempre que llegaba a la estación para esperar mi tren, coincidía con una pareja que a la tercera vez de vernos me preguntaron de donde era. Casualmente ellos eran un joven matrimonio peruano que habían nacido en Lima, la capital de mi país. Con el correr del tiempo nos hicimos amigos. No podían creer la suerte que nosotros habíamos tenido de poder salir de esa villa donde vivíamos. Claro que les expliqué que quien había provocado todo ese movimiento había sido mi propio tío.
En fin, a medida que pasaba el tiempo la vida me ofrecía más descubrimientos y un crecimiento con mayor seguridad, que me permitía disfrutar y aprender.

En todo este tiempo fui desarrollando una curiosa forma de entretenerme. Me picaba la curiosidad de cómo funcionaba la sociedad del norte y ya fuera en la calle, en el lugar donde vivíamos, en un restaurante o en el tren, estudiaba los gestos, las reacciones de las personas y sacaba conclusiones de cómo eran, qué buscaban en ciertos momentos y cual sería su carácter y sus emociones. Y lo mejor de todo es que pocas veces me equivocaba.

Hasta ese momento no lo había puesto en práctica en la casa, hasta que accidentalmente un día me llamó la atención un comportamiento de mi madre que se repetía cada vez que estaba en presencia de Javier cuando no estaba mi padre delante. Se comportaba con acciones de una chica joven, nerviosa, pendiente a cualquier deseo que él tuviera como por ejemplo alcanzarle una cerveza o tonterías de esas. Yo estaba segura de que a ella le gustaba demasiado porque nunca la había visto comportarse de esa forma, y no lo dudo porque él estaba muy apetecible… A pesar de ser menor que ella, cuando estábamos juntos el comportamiento de Javier parecía más adulto que el de mi madre. Pero por el momento él no reaccionaba a esos “mensajes” corporales que mi madre exteriorizaba inconscientemente.
Tengo que confesar que este suceso no me hizo sentir mal para nada. Al contrario, me sentía que era el momento de obrar como ella lo había hecho conmigo. Quería ayudarla a contarme lo que le pasaba, pero esperaba que ella misma tomara la iniciativa.

Javier y Sergio se llevaban una buena diferencia de edades de casi 17 años. Pero él fue quien ayudó a mi tío cuando emprendió su aventura en el negocio y desde ese momento se convirtieron en amigos inseparables. Por eso es que a nuestro arribo y ni bien estuvimos acomodados, fue la primera persona de su grupo que conocimos.
El día que vino por primera vez a casa, charlamos muchísimo. Los niños lo agotaron con sus correrías y él se prestaba para todos esos juegos. Luego cuando los mandaron a dormir, nos acomodamos en el living, mi padre, mi madre, tío Sergio, Javier y yo y hablamos de muchas cosas.

Javier siempre lucía guapísimo, vestía con muy buen gusto. Era alto, delgado de cintura y una espalda bastante ancha. Sus brazos denotaban que era de los que van a menudo al gimnasio, aunque nada exagerado. Tenía la cara bien limpia y siempre medio-afeitada, nariz fina, cejas abundantes y bien oscuras, ojos oscuros y vivaces y el pelo bien negro, perfectamente cortado y peinado. Sonreía constantemente y poseía un muy buen sentido del humor.
A partir de ese momento comenzó a aparecer en la casa bien a menudo. Se notaba que en esa amistad con mi tío no se guardaban muchos secretos. Y entre algunas de sus acciones y por la forma en que Sergio se comportaba conmigo frente a su amigo, mi insoportable instinto permitió que comprendiera de que Javier ya sabía lo que había entre nosotros. Por lo tanto, yo tampoco me sentía incómoda de poder sentarme con mi tío en sus piernas o al lado de él apoyando mi cabeza en su pecho. También lo descubrí varias veces mirándome por entre mis cortitas faldas cuando me tiraba en el sofá con Sergio a lo que -por la confianza que habíamos desarrollado- no me daba vergüenza fastidiarlo y le abría más las piernas en tono de broma. Era algo en que los tres participábamos. El siempre nos decía:
– “No me provoquen porque yo soy como un animalito que siempre está con hambre…” y continuábamos con las bromas “sensuales” siempre que se daba la oportunidad.
Pero esa distancia que todavía nos separaba de la confianza total, una vez se acortó un poco cuando los tres mirando una película en el sofá del living, yo me había tendido a lo largo entre los dos. Cada uno ocupaba las puntas opuestas. Mi cabeza apoyada en Sergio y mis pies tocándole la pierna a Javier por la falta de más espacio para estirarme. Después de un par de escenas bien atrevidas de la película donde una pareja estaba en la cama haciendo el amor, sentí sus manos acariciándome los tobillos. Luego llegó varias veces hasta mis rodillas. Tío Sergio lo había visto pero parecía no importarle. Seguía absorto en la película pero en mi mejilla me hizo sentir que le provocaba calentura la situación ya que le sentí crecer el bulto mientras eso sucedía. Por un momento miré por sobre mi cuerpo estirado y vi que el bulto de Javier también estaba bien crecido. Sonreí internamente porque me gustaba ser responsable de esas reacciones. Lo estaba disfrutando.

Después de la película, Sergio le dijo que se quedara en el cuarto de al lado nuestro y al Javier decirme las buenas noches con su pijama puesto se pegó a mi más de lo acostumbrado haciéndome sentir claramente su dureza por un par de segundos.
Fue la primera vez que hubo un acercamiento físico. Me sonrió y se fue. La primera vez que me hacia saber de su sexualidad y también fue la primera noche en que cogiendo con Sergio mientras me tenía penetrada por delante, me acarició con un dedo la entrada de mi trasero y me dijo:
– ¿Te imaginas la pija de otro hombre metiéndotela aquí mientras tu y yo cogemos así…?
Lo único que hice fue gemir por lo que estábamos haciendo, sin prestarle mucha atención a lo que me había dicho. Pero luego, atando cabos me di cuenta que él había pensado en la posibilidad de Javier como ese “segundo hombre” en medio de nuestro acto sexual y de seguro esperó una respuesta de mi parte para que sucediera! Pero no me di cuenta a tiempo y nada pasó.

Por un tiempo todo siguió igual y seguíamos esas reuniones y no existieron mas acciones de ese tipo.
Preparábamos comida, a veces se abría una botella de vino rojo y una de blanco efervescente que a mi me encantaba, tirándonos en el suelo, en el sofá o en el dormitorio a ver la copa europea que era lo que más recibíamos en el cable o alguna película. Javier no era nada tímido y no ocultaba sus reacciones cuando veíamos películas fuertes, las cuales ponían cada vez con más frecuencia, pero todo continuaba igual, sin otras provocaciones mas que las de acariciarme las piernas.
Su presencia de hizo rutinaria. Ya tenía confianza con toda la familia. Pero había algo especial en Javier, que empezó a llamarme la atención cuando él estaba en presencia de mi madre. Cuando no estaba mi padre ni los niños, ahora era él quien la miraba alejarse o acercarse cada vez que mi madre se levantaba de la mesa o de un sofá. Finalmente parecía haber cedido a las provocaciones disimuladas.
Buscaba sentarse siempre del lado donde ella estuviera y le daba conversación constantemente. Entonces le puse atención a mi madre y noté que ella reaccionaba con una constante sonrisa desde que Javier llegaba y se ponía muy nerviosa cuando le daba un beso en la mejilla separándose rápidamente de él si estábamos todos presentes. Pero cuando estábamos solos mi madre, Sergio, Javier y yo, no se separaba con tanto apuro del beso de bienvenida. Otra señal que comprobaba mi teoría, era que ella venía vestida cada vez más coqueta.

Ver esas reacciones es a lo que se le llaman “lenguaje corporal” y a mi me fascina poner atención a ese comportamiento con el que nadie puede ocultar el verdadero sentimiento con que se actúa ante cualquier situación. Sentí que mi teoría tenía bases fundamentadas una tarde de las tantas en las que mi padre se iba con los niños a ver baseball (se habían hecho fanáticos del equipo de la zona) y luego los llevaba a comer como siempre. Como en otras veces, decidimos ver televisión en el dormitorio grande de Sergio. Yo me había tirado sentada sobre tío Sergio con mis piernas enrolladas sobre las de él como en posición fetal, abrazada de su cuello, ya que él se había recostado sentado contra el respaldar de la cama. Estaba de espaldas a Javier que también estaba sentado contra el respaldar al lado de su amigo y después de él mi madre acostada de lado sobre la almohada con sus rodillas casi pegadas a él. Yo tenía puesto un short bien corto de paño que dejaba descubiertas las curvas de mis nalgas y una camiseta sin mangas. Mamá, se había venido con un short de paño también pegado aunque un poco más largo que el mío y un top de tela delgado sin sostén que dejaba notar sus todavía buenos pechos y algo de sus pezones que se ponían duros porque creo que a propósito se ubicaba donde el aire acondicionado le daba de lleno.
Esa tarde decidimos ver una película. La eligió Sergio. Luego me di cuenta que era una de las más fuertes que yo había visto hasta ese momento. El argumento era totalmente sexual. Una mujer semi-frígida le es infiel a su novio cuando conoce a otro hombre que la calentaba con solo mirarla. Éste la transformaba en una máquina sexual infernal y en la primera escena a los casi cinco minutos de película, la mujer le chupa la pija debajo de una mesa en un restaurante. De allí se la lleva a un motel donde en la escena siguiente la desnuda lentamente besándola por todas partes hasta que se la monta encima con ella prácticamente gritando gemidos de goce. Esa escena extremadamente sensual duró una eternidad. Algo que calentaba a cualquiera que la viera.

En ese instante, el brazo de Sergio bajaba por mi espalda metiendo su mano por detrás de mi short. No me había puesto bombachas. Empezó a acariciarme con el dedo entre las piernas y como estaba de espaldas a Javier y mi madre, no veía si me estaban mirando, pero si lo hacían estaban viendo claramente que yo movía la cola disfrutándolo sin pena. Levanté la cabeza y besé a Sergio en los labios con pasión. Cuando nos separamos de ese beso, me miró a los ojos sonriente y me dijo en un susurro:
– Mira a tu madre y a Javier.
Cuando voltee la cara, me encontré con que la mano de mi madre acariciaba la pierna de Javier mirándolo fijamente a su dura pija por sobre el pantalón. Él le acariciaba el cabello y los ojos de mi madre subieron hasta encontrarse con los de Javier. Ahora se miraban intensamente a los ojos. Se veía claramente que la calentura de ella la tenía totalmente descontrolada y abría un poco la boca para gemir en silencio.
Parece que intuyó que Sergio y yo la veíamos y por un instante las dos nos encontramos mirándonos. Le sonreí aprobando lo que sucedía en medio de un gemido y entrecerrando los ojos porque el dedo de Sergio se habían colado entre los labios de mi vagina entrando suavemente por la humedad que me invadía. Volví a besarlo. Ahora las lenguas, la saliva y los labios se restregaban con más frenesí. Era un momento muy intenso. Los gemidos que salían del televisor eran de una mujer en celo teniendo un orgasmo inacabable. Mi mano bajó hasta encontrar el elástico del short de Sergio y atrapé lo que tanto deseaba. Sin prestar atención a lo que sucedía a mi lado lo empecé a masturbar mientras nos besábamos. Se sumaban dos dedos dentro de mi y cada tanto los llevaba hacia atrás mojándome con mis propios jugos la entrada de mi trasero.
Mi tío giró junto conmigo mientras me bajaba el short por completo. Quedé pegada al lado de Javier y al mirar hacia abajo vi a mi madre chupándole la verga ayudándose con las dos manos en el tronco. Él tenía los ojos cerrados. Sergio bajó hasta ubicarse entre mis piernas y me penetró con la lengua con sus manos apartando las rodillas lo más que podía. Por esta nueva posición, mi pierna derecha descansaba en la de su amigo que al sentirla giró su cabeza mirándome tan cerca que me provocó más calentura y sin ofrecer más resistencia nos besamos en la boca con una intensidad poco común. ¡Por fin sentía esos labios a los que tantas ganas de tenía! Los dos nos movíamos de la cintura para abajo por la sensación que nos hacían sentir y en cada estocada nuestras bocas se chupaban y volvían a aplastarse para darle entrada a las lenguas.

Pasados unos minutos sentí que Sergio abandonaba mi ensopada concha y Javier me rogaba:
– Súbete en mi boca Andreíta que tengo muchas ganas de chupártela. Sin hacerme esperar miré a Sergio que se había parado de la cama y me hacía un gesto afirmativo dándome su aprobación para que cumpliera con lo que su amigo me pedía. Abrí las piernas a cada lado de su cara y tomándolo del cabello le dirigí la boca a mi concha apretándolo mientras mis caderas empezaban a subir y bajar con un ritmo que comunicaba mi calentura total!
Un gemido de mi madre me recordó que estaba también allí y me di vuelta encontrándome con otra sorpresa. Seguía con la pija de Javier en la boca ayudada ahora con solo una mano mientras la otra se la había pasado por debajo de trasero de Javier para empujarla bien adentro de su garganta. Pero por detrás del trasero de mi madre, Sergio le abría las nalgas con las manos mientras la penetraba por la concha a un ritmo continuado. A cada embestida ella gemía y se tragaba más profundamente la verga de nuestro amigo.
Los gemidos y el olor a sexo invadieron el dormitorio. Yo me aferraba con fuerza apretando el clítoris contra la nariz de Javier cuando me vino el primer orgasmo rogándole que no parara.
Mi madre en ese momento le empezó a gritar a mi tío:
– ¡Métemela por el culo!
Era una escena dantesca. Nunca había estado en algo así pero me encantaba ver a mi madre en pleno acto sexual descontrolado. Las veces que la había visto coger con mi padre había sido algo muy formal y tranquilo. Esta vez era totalmente diferente. Parecía una mujer sin límites en su lenguaje ni en sus movidas.
Para ese momento mi madre ya había abandonado la pija de Javier y él tomándome de la cintura me dirigió hacia la punta que apuntaba hacia el techo. Me depositó soltándome y la dura, caliente y brillante cabeza la sentí abrir los ensopados labios de mi vulva provocando que todo mi ser se concentrara en ese punto. Mi concha se adueñaba de mi mente y se convertía en el centro de todos mis movimientos, de mi esencia. Era el centro de control absoluto. Con las manos en su pecho tomaba el control de penetrármela a mi gusto y a mi tiempo. Bajé un poco la cintura y la cabeza de esa pija se coló como un golpe seco y me detuve otra vez. Moví imperceptiblemente la cintura, luego la saqué un poco y volví a penetrarme, pero solo hasta allí… hasta que la cabeza entraba. Repetí esto varias veces y cada vez mis conexiones nerviosas me recorrían el cuerpo como si estuviera de orgasmo en orgasmo en cada movimiento. Javier me quería agarrar de la cintura para meterla toda de un empellón, pero yo no se lo permitía. Otra vez movía mi cintura en círculo y dejé entrar un poco más de esa dura carne que me abría más los labios de la vulva. La pija de Javier estaba tan dura que si se zafaba de entre mis piernas, se pegaría violentamente a su propio estómago, y esa dureza me rozaba toda la parte superior del interior de mi concha tocándome un punto muy especial que me provocaba más calentura. Ahora volvía a sacarla y empujaba con mi cintura otra vez y otro pedazo de dureza me llegaba más adentro. Poco a poco le fui dando el permiso de entrar dentro de mí hasta que el clítoris tocó su pelvis y mi culo rozaba sus testículos. Cuando llegué a ese punto me quedé pegada con fuerza y movía los músculos internos para masturbarlo con la concha mientras la cintura apenas se revolvía de lado a lado. Fue la primera vez que Javier me dijo algo:
– …huy Andreíta. Qué forma de cojer más rica que tienes! Nunca ninguna mujer me hizo sentir lo que me estas haciendo sentir ahora…!
Entonces escuché a tío diciéndole a mi madre:
– ¡Mira como se lo coge tu hija! ¡La tiene tan metida que cuando le suelte la leche la va a dejar preñada! Javier, ponla de frente para que podamos verla…
Y girándome quedé dandole la espalda a Javier. Mi madre estaba doblada a los pies de la cama con la cara hacia donde yo estaba. Por detrás Sergio la tenía penetrada. Mi concha abierta por esa hermosa pija que me estaba volviendo loca frente a los ojos de ellos dos a lo que mi madre dijo:
– Mi chiquita… te la tiene toda tan adentro! ¿Te gusta su pija?
– Siiih…! -dije casi en un suspiro.
Javier, con las manos en mi cintura me empezó a empujar duro aumentando la velocidad de sus estocadas diciendo:
– ¡Qué ganas de cogermelas que tenía! Sergio, deja a la madre con ganas que después me la quiero coger a ella también.
– No te preocupes, yo solo le voy a llenar el culo -le dijo mi tío- Te dejo el resto para ti.
Y sentí una estocada más fuerte y por unos segundos se quedó pegado a mi con fuerza aguantando la respiración mientras la pija palpitaba haciéndome sentir el calor de esa leche que escupía dentro de mis entrañas.
Mi madre le decía a mi tío:
– ¡Así Sergio, así como solo tu me lo sabes hacer!
– Te encanta que yo siempre te la meta por el culo!
– Siiihhh!! Llénamelo ya!
– Toma! Toma! Toma! -repetía a cada vez que lanzaba la leche en ella.
Y se quedó acostado encima de mi madre. Por mi parte volví a girar quedando de lado a Javier porque tenía ganas de volver a besarlo. Y Sergio volvió a dar órdenes a mi madre:
– Chúpate la leche de Javier.
Y sentí las manos de ella abriéndome y con su boca me empezó a chupar intentando beber todo lo que pudiera sacar. Como una autómata la agarré del cabello y la apreté contra mi restregándola mientras no dejaba de besar a Javier. Su lengua escudriñaba lo más adentro que podía. Me apretaba los labios de la vulva para que saliera más y poco a poco se la fue bebiendo y tragando. Siguió por un minuto más hasta que me arrancó otro orgasmo y por fin comenzaba a calmarme…
Mi madre me había chupado la concha igual que lo había hecho Rosa en la villa. Me sentía en las nubes. El sexo comenzaba a convertirse en un vicio para mi.
Al rato todo estaba en silencio. Descansábamos, pero no por mucho tiempo.

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adriana.valiente@yahoo.com

Relato erótico: Memorias de un exhibicionista parte 1 ( POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 1):

Por fin soy feliz. Hubo un tiempo en que pensé que jamás lo sería, debido a mi particular condición. ¿Que cuál es esa condición? Amigo mío, ¿no has leído el título? Creí que hablaba por si solo.
Sí. Lo soy. Un exhibicionista. Ya conoces mi secreto. Quizás pienses que soy un enfermo, un pervertido. No te falta razón. Pero no puedo hacer nada por evitarlo. Soy así.
Pero no te equivoques, no ando por ahí persiguiendo crías para enseñarles el pajarito, traumatizando de por vida a tiernas niñas. No. A mí me excita que me miren auténticas mujeres. Ver el deseo, la lujuria brillando en la mirada de la chica para la que me exhibo. No pretendo darles miedo, asco o incomodarlas. No, cuando disfruto de verdad es cuando ellas también disfrutan. Un poco retorcido ¿verdad?
Pues eso. Mi condición me ha limitado durante toda mi existencia, aunque yo he acabado por aprender a sacarle partido. Bueno, toda mi existencia es exagerar un poco, más bien desde la pubertad, cuando mis instintos sexuales despertaron y descubrí cuales eran mis inclinaciones.
No, no, no me malinterpretes. No es que no disfrute con el sexo. Me encanta follar, por supuesto. Y he follado todo lo que he podido. Pero cuando me exhibo… Cuando siento los ojos de una hermosa mujer sobre mí… no puedo describirlo, me faltan palabras.
¿Cómo? ¿Que por qué soy feliz ahora? ¡Ah, amigo, ese es el quid de la cuestión! ¿Por qué ahora sí soy feliz?
Porque la conocí a ella.
Alicia.
CAPÍTULO 1: EL HÉROE:
Todo comenzó hace 3 meses. Mi vida trascurría alternando entre la monotonía del trabajo y la de la vida en pareja, combinadas con los intensos momentos en que me sentía auténticamente vivo, cuando daba rienda suelta a mis verdaderos deseos.
Trabajo como gerente comercial en una importante empresa, lo que me obliga a viajar continuamente por todo el país. La empresa siempre se mostró dispuesta a pagarme los desplazamientos de larga distancia en tren o avión, pero yo prefería el coche, pues me daba mayor libertad y movilidad para poner en práctica mis “incursiones exhibicionistas”.
En cuanto a mi vida familiar… No, no estoy casado. Tengo novia, Tatiana, con la que llevo saliendo ya 2 años, los últimos 8 meses viviendo bajo el mismo techo.
Siendo sincero, no puedo decir que la ame. Lo siento, pero es así. Ella es todo lo que un hombre podría desear; es dulce, tranquila, amable, hacendosa… Y está buenísima.
Pelirroja, 100 de pecho, unos muslazos imponentes, unos labios carnosos que hacen que todos los hombres se pregunten qué se sentirá al tenerlos rodeando su… ya sabes. Su perfil de mujer no es diabolo, cilindro, campana, ni ostias. El suyo es jamona. Es la mejor manera de describirla. Tremendamente voluptuosa.
Y es genial en la cama, se entrega al sexo con toda el alma, uno disfruta porque ve que ella está disfrutando también, no le dice que no a nada y, además, es super sensible, cualquier caricia la enardece, se pone a mil… es una diosa del sexo…
Sin embargo, hay cosas en ella… Joder, está muy feo lo que voy a decir, pero es la verdad. Tatiana no es demasiado… despierta. No destaca por su inteligencia precisamente. Y eso se refleja especialmente en su forma de actuar, se comporta de manera demasiado dependiente de mí y eso es algo que, a la larga, cansa.
Y además, no comparte para nada mis “aficiones”. En casa es una auténtica leona, pero fuera… le da vergüenza absolutamente todo. Si se hubiera enterado entonces de las cosas que hacía…
Pero bueno, ya basta de hablar de ella. En este capítulo la protagonista es otra.
Sí. Alicia.
Retomando el hilo. Aquella tarde de hace 3 meses, había salido pronto de trabajar. Me sentía bien, relajado, pues el balance trimestral había salido mejor de lo esperado y los jefes estaban contentos, con lo que pude aparcar un poco el stress, así que se me ocurrió que podía divertirme un poco, pues hacía tiempo que no lo hacía.
Ya sabes, hacer un poco el guarro.
Tranquilamente, conduje hasta el otro extremo de la ciudad, lo más alejado posible del barrio en que vivía, para minimizar el riesgo de tropezarme con algún conocido.
Tenía elegido mi destino, un parque enorme que se despliega en el lado oeste de la urbe, donde, con un poco de suerte, podría calmar mi excitación con una discreta sesión de exhibicionismo en  el paseo con la que calmar mi libido.

Aparqué el coche como a medio kilómetro de mi destino, a suficiente distancia como para que nadie viera donde lo había dejado, pero lo suficientemente cerca por si tenía que realizar una retirada estratégica.

Aunque estábamos a finales de otoño, hacía un poco de calor, así que dejé la gabardina en el coche junto con la corbata, que había empezado a agobiarme y cogí un libro de la guantera que siempre llevaba para estos menesteres, pues permitía cubrirme en caso de necesidad.
Y me dirigí al parque.
Mi idea esa tarde no era hacer nada especial. Simplemente quería hacer lo que muchas otras veces. Conocía un sendero que atravesaba el parque que estaba un poco apartado del camino principal, pero que era bastante transitado pues servía como atajo para cruzar el recinto. Como había hecho muchas otras veces, había planeado sentarme en uno de los bancos que había junto al sendero y masturbarme, procurando eso sí que el espectáculo fuera disfrutado por alguna encantadora dama.
De hecho, yo sospechaba que algunas mujeres sabían perfectamente que de vez en cuando un exhibicionista se apostaba allí y era por eso que utilizaban ese sendero, pues más de una ocasión me había parecido reconocer a alguna de mis “víctimas”. Quizás fueran imaginaciones mías, no sé.
Poco después me sentaba en uno de los bancos, uno que quedaba parcialmente oculto por un seto, lo que me permitía ver a quien se aproximara antes de que ellos me vieran a mí, lo que ofrecía ventajas obvias a la hora de no exhibirme ante la persona equivocada.
Abrí el libro y me puse a simular que leía, con el corazón atronándome en el pecho, como me sucedía siempre que me embarcaba en una de estas aventuras. No importaba cuantas veces lo hubiera hecho, la emoción era siempre la misma.
Mi pene comenzó a endurecerse inmediatamente, a pesar de que no había ninguna moza en el horizonte, lo que me hizo sonreír al pensar que estaba hecho un pervertido de cuidado.
Esperé un rato. La erección no se me bajaba, como me sucedía invariablemente cuando estaba en esas situaciones, formando un notorio bulto en la entrepierna del pantalón, que yo ocultaba hábilmente con el libro, a la espera de que se aproximara alguna señorita a la que brindarle el espectáculo. La expectación era máxima, la tensión insoportable.
En un banco que había a mi izquierda, como a 15 o 20 metros, se sentó un señor bastante mayor que se apoyaba en un bastón. No me importó, pues, aunque podía resultar un estorbo para lo que yo pretendía hacer, estaba seguro de que si el viejo echaba a correr detrás de mí, no me pillaba. Sonreí en silencio.
La verdad es que casi nadie me habría pillado, yo era rápido corriendo. A pesar de ir con traje y todo. Ya lo había comprobado.
Y es que me mantenía en forma, no sólo porque deseaba ofrecer una imagen atractiva para las damas para las que me exhibía, sino también porque, con mis aficiones, era necesario estar en forma por si había que salir por piernas. Y qué demonios, la verdad es que la rutina del gimnasio me gustaba. Si no fuera así, no habría aguantado 20 años practicando karate. No es broma, estoy cachas.
Estaba tan perdido divagando en mis pensamientos que al principio no la vi, pero cuando lo hice… no pude sino maldecirme en silencio al ver que semejante oportunidad se desaprovechaba. Ella era justo lo que iba buscando, una chica joven, veintitantos, guapísima, caminado tranquilamente por el paseo… y sola.
Si la hubiera visto a tiempo, hubiera abierto la bragueta el pantalón, extraído mi durísimo falo y habría empezado a masturbarme lentamente, cubriéndome al principio con el libro, pero haciéndolo de manera que fuera obvio lo que estaba haciendo. Cuando sus ojos se clavaran en mí, si no veía en ellos miedo, enfado o ganas de ponerse a gritar, hubiera apartado el libro y…
Joder, se me había escapado. Y estaba seguro de que hubiera sido una víctima propicia, pues, al pasar por delante de mi banco, la chica me había dirigido una mirada apreciativa, contemplándome durante unos segundos, así que seguro que le hubiera gustado el espectáculo.

Pensé en levantarme y seguirla, pero experiencias previas me habían demostrado que no era buena idea. Que un tío se levantara repentinamente de un banco para seguir a una mujer sola por el parque… menudo susto se iba a llevar la pobre. Y si ese tío encima le enseñaba la chorra…

Inesperadamente, la chica se sentó, justo en el banco que había enfrente del ocupado por el vejete. Con expresión nerviosa, miró al viejo unos segundos y luego hacia los lados, lo que me pareció extraño.
Simulé seguir concentrado en la lectura, pero mi intuición me decía que allí pasaba algo raro, aunque no sabía qué. La chica, a la que yo vigilaba desde detrás del libro, parecía estar muy nerviosa, agitada, mirando una y otra vez a su alrededor, como asegurándose de que no venía nadie.
Y de repente lo hizo. La joven, que seguía dando muestras de nerviosismo, colocó sus manos junto a sus muslos y, tirando de ella, subió su falda unos centímetros, hasta que podían verse sus rodillas. El vejete, sentado tranquilamente en su banco, no parecía haberse dado cuenta de nada, rebuscando tranquilamente en su cartera, sin prestar atención a la hermosa mujer que se había sentado enfrente suyo y que aparentaba estar…
No podía ser. Estaba soñando. La chica no podía estar haciendo lo que parecía…
Pero sí que lo hacía. Una vez más miró a los lados, asegurándose de que nadie venía, vigilándome especialmente a mí, que seguía disimulando con mi libro. Cuando se aseguró de que nadie más la veía, se subió la falda un poco más, a medio muslo y separó bien las piernas.
El viejo sí que se dio cuenta entonces, pues la cartera se le cayó al suelo. Muy lentamente, sin acabar de creerse el espectáculo que le estaba siendo ofrecido, el anciano se agachó con torpeza para recoger su billetera del suelo, sin apartar ni un segundo la mirada de la joven, a la que debía estar viéndole hasta los pensamientos.
Y ella, aunque bastante acongojada, no cerró las piernas en absoluto, sino que las separó descaradamente, con lo que la falda se le subió más todavía.
Justo entonces, ella se dio cuenta de que yo también la miraba alucinado y, durante un instante, pareció estar a punto de levantarse y largarse pitando de allí. Pero no lo hizo. Siguió sentada, mirándome. A pesar de la distancia, pude percibir que sentía vergüenza por lo que estaba haciendo, que estaba ruborizada… pero no dejó de hacerlo.
Tenía la boca seca, el corazón me iba a estallar. Me veía reflejado en ella, era como yo, aquella mujer… Procurando disimular lo mejor que pude, extraje el teléfono móvil de mi chaqueta y empecé a grabar a escondidas el espectáculo que la joven estaba ofreciendo. No me fue difícil, pues tenía bastante experiencia en hacer ese tipo de grabaciones, sólo que el protagonista solía ser yo mismo.
Repentinamente, decidida a brindarnos el show de nuestras vidas, la joven levantó un pié y lo subió al banco, despatarrándose por completo. La falda se le subió hasta la cintura y pude apreciar perfectamente que iba sin ropa interior. Libidinosamente, se chupó los dedos y los deslizó hasta su entrepierna, donde empezó a frotarlos voluptuosamente, mientras nos miraba con lujuria al anciano y a mí.
Conocía esa sensación, sabía perfectamente lo que ella experimentaba, lo que estaba buscando. Me sentí eufórico, transportado, había encontrado a alguien como yo, tenía que conocerla, confesarle que éramos iguales, decirle…
Justo entonces los vi. Concentrados como estábamos los tres en nuestro show privado, no los vimos acercarse.
Inmediatamente supe que iba a haber problemas.
–         ¡Pero mira que pedazo de puta! – aulló uno de los niñatos que venían por el sendero – ¡Si está enseñando el coño!
El fulano que había hablado y sus dos amigos se acercaron riendo al banco donde estaba la joven. Eran tres macarras de barrio, del tipo que todos conocemos, con litronas de cerveza en la mano y todo, para encajar perfectamente en el perfil; pero estos no eran niñatos descerebrados sin más, sino que debían rondar ya los 30 años, lo que los volvía infinitamente más peligrosos, aunque igualmente descerebrados.
–         ¡Venga, guarra, no te cortes, que yo también quiero verlo! – gritó otro de los simios.
Ni que decir tiene que, en cuanto percibió la presencia de los tres primates, la joven se había colocado bien el vestido y había tratado de poner pies en polvorosa, consciente de estar metida en un buen lío.
Sin embargo, los macarras la habían pillado en el peor momento posible y de allí no podía salir nada bueno.
–         ¿Qué dices puta? – le espetó otro.
La chica contestó algo que no pude oír e intentó marcharse por el sendero.
–         ¿Adonde vas guapetona? ¿Te parece bien enseñarle el coño a un viejo y no a nosotros? ¡Venga guapa, que nosotros sí sabríamos lo que hay que hacer con él!
La joven hizo un nuevo intento de largarse de allí, pero volvieron a detenerla, esta vez con peores modos. De un empujón, la tiraron encima del banco. La pobre chica manoteó desesperada, hasta que uno de los tipejos la sujetó por las muñecas. Entonces, de un tirón, el cerdo desgarró el vestido de la chica, de forma que un perfecto seno quedó completamente a la vista, mientras los otros dos bestias jaleaban a su amigo.
–         ¡Fíjate qué zorra, si no lleva sujetador ni bragas! ¡Ésta está deseando un buen pollazo! – gritó uno.
–         ¡Pues se va a llevar unos cuantos!
Uno de los hijos de puta ya se había sacado la picha del pantalón y con fiereza empezó a restregarlo en la cara de la chica, intentando que ella abriera la boca para recibir su asquerosa cosa entre sus labios.
–         Venga puta, ¡chúpamela! ¡Si estás deseándolo! ¡AGHHHH!
El gilipollas ni me vio venir. Como dije antes, llevo 20 años en el gimnasio practicando karate. Y lo siento, yo soy español, así que lo mío no son las doctrinas budistas del señor Miyagi; eso de “karate para defensa sólo” no va conmigo. ¡Nah! A mí me va más el refranero español y aquí decimos que el que da primero, da dos veces…
No me dolió en absoluto atacarlos a traición. Ni el más ligero remordimiento, puedo jurarlo. Pateé con ganas las pelotas del desgraciado que se había sacado la polla, desde atrás, con la puntera del zapato. Algo sonó a roto y el tipo se derrumbó.
Agarré por el cuello de la camisa a su colega y le propiné tres golpes secos en el pecho, hasta dejarle sin aire. Por desgracia, el tercero fue más rápido de lo que yo me esperaba y logró golpearme con la botella de cerveza en el rostro, haciéndome un corte en la ceja. Yo se lo devolví con una rápida patada circular que me salió de lujo, ni en los entrenamientos me salían mejor, alcanzándole en toda la jeta y haciéndole salir volando por encima del banco.
–         ¡Vamos, larguémonos de aquí! – apremié a la joven, tendiéndole una mano.
Ella dudó menos de un segundo antes de tomar mi mano y permitir que la ayudara a levantarse. Sin poder evitarlo, mi mirada se clavó en el exquisito seno expuesto y ella se dio cuenta, aunque no dijo nada, sin molestarse en intentar cubrir su desnudez.
–         Abuelo, será mejor que se largue también, no vayan a tomarla con usted ahora – le dije al anciano del otro banco.
El viejo, boquiabierto, asintió con la cabeza y, ayudado por su bastón, siguió su camino.
–         Hijo de putaaa… – jadeó uno de los simios mientras se retorcía en el suelo.
La mano de la chica apretó la mía, asustada, así que tiré de ella y la hice salir corriendo por el sendero, largándonos de allí lo más deprisa que pudimos.
En un par de minutos, salimos del parque, deteniéndonos un instante, para decidir a donde ir. La joven jadeaba ligeramente, pero no parecía nada cansada, lo que me confirmó que también estaba en forma.
–         ¡Oh, Dios mío! ¡Tu ojo! – exclamó de repente al darse cuenta de que el corte en la ceja estaba sangrando.

Madre mía, hasta su voz era sensual. Las rodillas me temblaron.

–         No te preocupes, no es nada, un arañazo. El tipo no me dio de lleno.
–         Pero estás sangrando.
–         Ya, bueno, una tirita y listo…
No pude evitarlo, volví a mirar su seno desnudo. Era hermoso, de piel pálida, con un delicioso y erecto pezón brillando en una areola sonrosada…
–         Perdona, no me había dado cuenta de que te habían roto el vestido – mentí, como ambos sabíamos perfectamente – Toma.
Me quité la chaqueta y se la alargué.
–         Gracias. Eres muy amable – dijo ella poniéndosela.
Estaba bellísima, con el rostro sudoroso, vestida con mi chaqueta, que le quedaba enorme.
–         Venga, vamos a buscar una cafetería. Allí podré curarme esto. Además, seguro que esos mierdas nos buscan en cuanto se recuperen.
–         Vale – respondió la joven simplemente.
Sentí un gran alivio, pues durante un segundo pensé que quizás se negaría a acompañarme y yo estaba deseando conocerla mejor.
CAPÍTULO 2: PRIMERA CITA:
Caminamos unos minutos, alejándonos del parque. Ya no íbamos cogidos de la mano, lo que lamenté profundamente. Me sentía muy nervioso, pensando en qué decirle para lograr saber más de ella.
Por fin, encontramos una cafetería tranquila y entramos, sentándonos en una de las mesas, una que estaba apartada de las ventanas, por si acaso los energúmenos nos buscaban por la zona.
Con gran aplomo, la joven le explicó a la camarera que habían intentado robarnos y le pidió que nos dejara el botiquín, cosa que la chica hizo con gran diligencia.
Fui al baño a limpiar la herida, descubriendo que era poca cosa, como había sospechado. Lo lamenté bastante, pues pensaba que, si hubiera sido grave, ella habría tenido que cuidarme. Si seré imbécil.
Poco después, sentados de nuevo en la mesa, la joven se encargaba de desinfectar la herida y ponerle una tirita. El contacto de sus manos me enervó tremendamente. Alcé la mirada y mis ojos se encontraron con los suyos un instante, aunque ella los apartó enseguida, avergonzada. Sabía perfectamente en qué estaba pensando.
Habría querido decirle que no sintiera vergüenza, que yo era como ella, que había disfrutado enormemente con su show en el parque… quería decirle tantas cosas… Pero lo único que se me ocurrió decir fue:
–         ¿Qué quieres tomar?
–         Un café americano.
Instantes después, regresé a la mesa tras haber pedido dos cafés americanos y de haber devuelto el botiquín a la camarera, dándole las gracias efusivamente. Me senté y me quedé callado unos segundos, tratando desesperadamente de saber qué decir. Pero fue ella la que habló.
–         Te doy asco, ¿verdad?
Me quedé atónito. Con la boca abierta, literalmente.
–         ¿Có… cómo? – balbuceé.
–         Vamos, no disimules. Me has visto antes en el parque. Has visto la clase de enferma que soy…
Y se echó a llorar, tapándose el rostro con las manos. Me quedé petrificado, no sabía qué hacer. Torpemente, intenté consolarla, aunque sabía que era mejor que se desahogara un poco, pues el susto que se había llevado había sido importante.
–         ¿Se encuentra bien? – preguntó la camarera mientras dejaba los cafés encima de la mesa.
–         Sí, sí – me apresuré a responder – Son sólo nervios por lo que ha pasado. Hasta le han roto el vestido…
–         Pobrecita – dijo la joven mirando con compasión a mi llorosa compañera – No me extraña. Creo que le vendrá bien una dosis extra.
Mientras decía esto, la chica sirvió una generosa ración de licor en el café, llenando la taza hasta el borde. Tras dedicarme un guiño cómplice, la guapa camarera regresó a su puesto en la barra, mientras yo pensaba que me encantaría sentir sus hermosos ojos azules clavados en mi verga.
Sacudí la cabeza, alejando tales pensamientos y volví a concentrarme en mi compañera.
–         Vamos, tranquilízate – dije alargándole un pañuelo – Ya ha pasado todo. Te aseguro que eso tíos se lo pensarán dos veces antes de volver…
–         ¡Eso me da igual! – exclamó ella mirándome con ojos furiosos – ¡Me hubiera estado bien empleado si me hubieran violado! ¡Es lo menos que se merece una pervertida asquerosa como yo!
Comprendí perfectamente lo que le pasaba. Aquella chica no había aceptado aún su condición. Se sentía culpable por actuar siguiendo sus instintos. Y supe lo que tenía que hacer.
–         Espero que no hayas dicho eso en serio – dije.
–         ¡¿Y por qué no?! ¡Es lo que me merezco! – respondió ella descargando su rabia en mí.
–         No te conozco de nada – dije con tranquilidad – Ignoro por completo lo que te mereces y lo que no. Pero, si lo que estás diciendo es que te mereces que te hagan daño por hacer lo de antes…
–         ¡Sí! ¡Por ser una enferma, una pervertida asquerosa! ¡Me merezco eso y más!
–         Vaya – dije bebiendo calmadamente de mi café – Pues ahora sí que has logrado ofenderme, pues si estás diciendo que los pervertidos merecen que les pasen cosas malas… me doy por aludido.
Ella me miró fijamente, sin comprender.
–         ¿Qué quieres decir?
–         Que según tú, me merezco que me pasen cosas malas, pues yo soy también… ¿cómo has dicho antes! ¡Ah, sí! Un pervertido asqueroso.
La joven me miró fijamente, con los ojos brillantes por las lágrimas, repentinamente nerviosa y asustada.
–         ¿Cómo? – preguntó con voz temblorosa.
–         Tranquila, chica. No me refiero a que sea un violador, ni nada de eso.
–         No… no te entiendo – insistió ella.
–         Quiero decir… Que soy exhibicionista. Como tú.

Se quedó alucinada, boquiabierta. Aún así, estaba guapísima con el rostro empapado de lágrimas. Sonrió entonces, más calmada, encajando lo que acababa de decirle en sus esquemas.

–         Madre mía tío. He escuchado historias raras para ligar, pero tú te llevas la palma – me soltó.
–         ¿Eso crees que hago? ¿Inventármelo para ligar contigo?
–         Bueno…
–         Te lo tienes muy creído tú – le espeté para confundirla.
Se ruborizó muchísimo, cosa que me encantó. Poco a poco, me sentía más seguro.
–         Eres muy guapa, lo admito – continué – Pero si me crees capaz de inventarme semejante historia para meterme en tus bragas… me has juzgado muy mal. Además, si ni siquiera llevas…
Se puso aún más roja si es que eso era posible. Por lo menos, había logrado que dejara de llorar, que era lo que en realidad pretendía.
–         Bueno, yo – dijo titubeante – Perdona, pero creo que debería marcharme…
–         ¿No me crees? – dije en voz alta, atrayendo de nuevo su atención hacia mí.
Ella no contestó.
–         No importa. Puedo demostrártelo.
Metí la mano en mi chaqueta y, por un segundo, ella pensó que iba a desnudarme allí en medio, por lo que se le pusieron los ojos como platos por la sorpresa. Pero mi intención era otra. Simplemente saqué mi móvil y me puse a buscar un fichero en la memoria.
–         ¡Ajá! ¡Aquí está! – exclamé cuando hallé lo que estaba buscando – Échale un vistazo a esto.
Le pasé el móvil con un vídeo en marcha. Con mano temblorosa, la chica cogió el teléfono, miró la pantalla y pude ver perfectamente cómo sus pupilas se dilataban con estupor.
Alucinada, la bella señorita se quedó con la boca abierta mirando el vídeo en silencio, lo que me permitió observarla a placer.
Madre mía, qué bonita era. Rubia, ojos claros, rasgos dulces y encantadores, piel suave, sin mácula. Una mujer guapa de verdad, de las que necesitan muy poco maquillaje, pues no tiene defectos que esconder.
Ella seguía mirando el vídeo, hipnotizada. Yo sabía perfectamente lo que estaba viendo, al fin y al cabo lo había filmado yo. Deseando hacer nuestro contacto más íntimo, me cambié de silla y me senté a su lado, para poder ver la pantalla yo también.
Miré el teléfono y vi mi propia polla, completamente erecta, siendo masturbada suavemente por mi mano derecha. El plano se abrió un poco, permitiendo ver que iba sentado en el interior de un autobús público, pajeándome tranquilamente, con el móvil escondido bajo una chaqueta, de forma que podía grabar el espectáculo a escondidas.
En pantalla sólo se me veía del pecho hacia abajo, no la cara, pues lo que me interesaba grabar estaba en realidad al otro lado del bus, en la fila de asientos posterior a la que yo ocupaba. Allí estaba sentada una guapa señorita de unos 20 años, que, inclinada hacia delante, no se perdía detalle de la paja que yo me estaba haciendo, con los ojos clavados en mi erección, casi sin parpadear.
–         ¿Ves? – le dije en voz baja a la chica – No te he mentido. Y ahora viene lo mejor.
Justo en ese momento, la joven del vídeo, bastante excitada por la situación, se mordía el labio inferior de forma harto erótica y poco después, se acariciaba un seno por encima de la ropa.
–         Te juro que cada vez que lo veo me excito terriblemente – le susurré a mi compañera al oído.
Ella clavó su mirada en mí un segundo, pero enseguida volvió a desviarla hacia la pantalla. Y justo en ese momento, mi polla entró en erupción en el vídeo, vomitando semen que resbalaba por mis dedos y manchaba el asiento de delante, mientras la joven del bus daba un gracioso respingo.
–         ¡Oh! – exclamó sensualmente mi compañera, excitándome muchísimo.
–         ¿Te ha gustado? – le dije sonriendo.
Ella clavó sus hermosos ojos en los míos, todavía alucinando por lo que acababa de ver. Sin embargo, recobró la compostura inmediatamente y me alargó el teléfono.
–         Esto no demuestra nada. Podría ser cualquiera, no se ve la cara…
–         Mira un poco más – respondí sencillamente.
Volvimos a mirar la pantalla justo a tiempo de ver cómo la joven se levantaba de su asiento y caminaba hacia la salida del bus, pasando a mi lado. Mientras lo hacía, me miró detenidamente y sonrió, siguiendo su camino. Entonces la filmación se agitaba hacia los lados, mientras yo movía el móvil hasta que mi rostro apareció mirando a cámara, diciendo algo que no se entendió.
Mi acompañante, anonadada, sólo atinó a preguntar:
–         ¿Qué fue lo que dijiste?
–         “Espero que se haya grabado bien”
Ambos nos reclinamos en nuestros asientos, mirándonos el uno al otro. El corazón me latía desaforado, mientras me preguntaba si a ella le pasaría lo mismo.
–         No puedo creérmelo – dijo ella por fin.
–         ¿Por qué no? No es tan raro. Hay por ahí mucha gente con nuestras mismas inclinaciones, no es tan extraño que dos…
–         ¿Inclinaciones? – me interrumpió ella – Querrás decir depravaciones, somos enfermos, pervertidos…
–         Como quieras. Si lo prefieres, somos pervertidos. Pero entendiendo la perversión simplemente como una desviación del comportamiento normal, no como algo malo.
–         ¿No te parece malo? ¿Te parece bien masturbarte en un autobús para que una chica te mire? ¿Para asustarla?
–         ¿Te pareció asustada? Chica, pues a mí no me lo pareció para nada.
Ella no respondió, reacia a darme la razón.
–         Hay quien piensa que los homosexuales son enfermos, pervertidos – continué – Y no es así, simplemente su sexualidad los aparta del comportamiento habitual. Hay gente a la que le gusta la dominación, el bondage, el voyeurismo… Pues lo mismo. Para mí, no son “pervertidos” como tú dices, simplemente son personas con una sexualidad diferente. Desde luego, yo no me tengo por un enfermo…
–         Pues no estoy de acuerdo – dijo ella con testarudez.
–         Lo que te pasa a ti es que todavía no has aceptado lo que eres. Sólo eso. Cuando lo hagas, disfrutarás mucho más. Serás tú misma y dejarás de sentirte culpable.
–         ¿Disfrutar con esas cosas? – profirió ella indignada.
–         Pues claro. No irás a decirme que no estabas excitada mientras te exhibías en el parque…
Volvió a quedarse callada.
–         Entiendo que, por ser mujer, todo esto es más difícil para ti, pero…
–         ¿Cómo que “por ser mujer”? – exclamó enfadada.
–         No, tranquila – dije alzando las manos en gesto de paz – No es un comentario machista, Dios me libre, me refiero a que para ti es más difícil que para mí poder poner en práctica esos instintos.
–         No te entiendo.
–         A ver, me explico – dije – Verás, cuando yo me exhibo (y que te quede claro que me gusta hacerlo frente a mujeres, no niñas ni nada por el estilo), es bastante habitual que la cosa salga mal; que la chica se asuste y se largue, que se monte un follón, que intente atizarme (aunque esto no pasa muy a menudo). Lo más habitual es que haga como que no me ha visto y me ignore; algunas veces, simplemente disfruta del espectáculo, como la del vídeo y otras, las más lanzadas, se animan a participar…
–         ¿En serio? – dijo la chica con incredulidad.
–         Algunas veces – asentí – Lo que no me ha pasado nunca, es que, al verme exhibirme, una mujer haya decidido violarme.
–         Creo que ya sé por donde vas.
–         A eso me refería con lo de “ser mujer”. Si a ti, con lo guapa que eres, se te ocurre exhibirte delante de un hombre, lo normal es que lo interprete como una invitación y vaya a por ti, aunque no sea lo que tú quieres y en casos extremos… te encuentras con bestias como los de antes.
Ella apartó la mirada, confirmándome que le había pasado en más de una ocasión.
–         Yo… Yo intento luchar contra esos impulsos – me dijo con desesperación – Y a veces lo logro, pero al final siempre…
–         Acabas sucumbiendo – asentí – Es normal, está en tu naturaleza.
Volvió a mirarme con desesperación.
–         Lo que tienes que hacer es aceptarlo y aprender a comportarte de forma que puedas disfrutar, sentir el placer de que te miren, pero de forma segura, con cuidado.
–         ¿Cómo?
–         Usando la cabeza – respondí – Debes aprender cómo, cuando y donde.
–         ¿Y cómo puedo aprender? No es algo que se aprenda en la escuela…
–         Bueno… Quizás haya sido el destino el que nos ha reunido…
La chica me miró fijamente, callada como una muerta. Podía percibir perfectamente el debate en su interior, deseando por un lado que la ayudara a liberar sus instintos y por otro, el lógico miedo a que un desconocido hubiera descubierto su secreto.
¿Desconocido? En ese instante me di cuenta. Con el cerebro totalmente concentrado en todo lo que acababa de pasar, no había caído siquiera. Me eché a reír, desconcertándola más si cabe.
–         ¿Se puede saber de qué te ríes? ¿Es que te has vuelto loco?
–         No, no – negué con la cabeza – Es que acabo de caer en que los dos nos hemos visto muy bien el uno al otro, con todo lujo de detalles… y ni siquiera sabemos cómo nos llamamos.

Se quedó sorprendida un instante, mirándome con desconcierto, hasta que acabó por echarse también a reír. Entonces, bruscamente, se tapó la boca con las manos y me miró con estupefacción.

–         ¡Dios mío! – exclamó – ¡Acabo de darme cuenta de que ni siquiera te he dado las gracias por salvarme!
–         Pues sí, es verdad. Ya estaba pensando que eras una desagradecida – bromeé – Anda mujer, no le des más importancia. Te aseguro que ha sido un placer. Ya sabes, rescatar a la damisela en apuros…
Ella me dirigió una sonrisa capaz de derretir un iceberg.
–         Aún así… muchas gracias.
–         De nada – dije guiñándole un ojo – Por cierto, me llamo Víctor.
–         Alicia. Encantada.
Nos estrechamos la mano.
–         Mi héroe – dijo Alicia sonriéndome.
Seguimos charlando un rato, tras pedir un par de combinados. La conversación giró sobre nuestra vida personal. Yo le hablé de mi trabajo y de Tatiana y ella me contó que trabajaba como diseñadora de interiores y que estaba prometida con un tal Javier. Su rostro se ensombreció un poco al mencionarle, así que decidí no insistir en el tema.
Pero ella quería hablar de otra cosa.
–         Bueno, y volviendo a lo del vídeo… ¿Lo haces muy a menudo?
–         De vez en cuando. No sé, una o dos veces al mes.
–         ¿Y siempre en el autobús?
–         No, no. En muchas partes. En el cine, en el coche, en tiendas…
Ella me miraba boquiabierta.
–         ¿En serio?
–         Claro. Es sólo cuestión de saber escoger el momento, minimizar los riesgos y tener buen ojo para elegir. Por ejemplo, el vídeo de antes. Esa es una forma ideal de hacerlo. Como la chica está en la fila detrás de la mía, piensa que no puedo verla. Así, se siente segura y puede dar rienda suelta a sus impulsos. Para ella yo era un tipejo al que le gusta pajearse en el bus, pero no que estuviera haciéndolo para ella, pues no se daba cuenta de que la veía.
–         Pero, ¿cómo la veías? Si estabas de espaldas a ella…
–         Por el reflejo de la ventana – respondí – Estaba anocheciendo y con la iluminación interior del bus, los cristales actúan como espejos.
–         Ya veo. ¿Y cómo lo grabaste?
–         Con el móvil. Lo llevaba tapado con la chaqueta. Soy un experto grabando a escondidas.
Ella asintió con la cabeza. Y yo me decidí a atacar a fondo.
–         De hecho, antes te grabé a ti.
Se quedó petrificada, mirándome sin saber qué decir. Sin darle tregua, activé de nuevo el móvil y se lo alargué. Como un autómata, Alicia cogió el aparato y miró la pantalla, viéndose a sí misma, despatarrada en el banco del parque, frotándose el coñito con voluptuosidad.
–         ¿Te gusta? – le susurré.
Ella no dijo nada. Se limitó a observar atónita el vídeo hasta que éste terminó. Aparentando estar enfadada, me devolvió el móvil.
–         Bórralo inmediatamente – me ordenó con voz temblorosa.
Yo sonreí, pues sabía que no deseaba que lo hiciera. Si hubiera querido, podría haberlo borrado ella misma en vez de devolverme el teléfono, pero no lo había hecho.
–         De eso nada – respondí – Luego voy a usarlo para masturbarme.
Volvió a quedarse anonadada, sin saber qué decir, con sus incrédulos ojos clavados en los míos. Yo había apostado fuerte, creyendo que la había calado bien, pero, aún así, su reacción me sorprendió.
–         Demuéstramelo.
Esta vez fui yo el que se quedó parado, sin saber qué responder. Con una insinuante sonrisa, se reclinó en su asiento y se mordió levemente el labio inferior, como la chica del vídeo, sólo que de una forma mil veces más erótica. Me estremecí.
–         ¿Ahora? – dije sin acabar de creérmelo.
Ella asintió en silencio.
Miré a mi alrededor, calibrando la situación. La cafetería estaba casi vacía y nuestra mesa estaba completamente al fondo, apartada del resto de clientes, con lo que no había mucho riesgo. El único problema era la camarera, pero la idea de que ella me viera… me gustaba.
–         De acuerdo.
Mi súbita aceptación la pilló por sorpresa y esta vez fue ella la que miró a nuestro alrededor con nerviosismo. Mientras, la excitación que yo tan bien conocía ya se había apoderado de mí y mi miembro, que llevaba un rato semi erecto por lo erótico de la conversación, se puso duro de golpe, apretando con fuerza contra la bragueta del pantalón.
Un segundo después, me bajaba la cremallera y mi pene surgía majestuoso, durísimo, aunque oculto bajo la mesa. Eché la silla un poco hacia atrás y, para mi infinito placer, Alicia se asomó disimuladamente, echando un buen vistazo a mi erección con ojos brillantes. En cuanto sentí su mirada sobre mí, un ramalazo de placer recorrió mi cuerpo y, sin pensármelo dos veces, empecé a deslizar mi mano sobre el erecto falo.
–         ¿Te gusta? – le susurré sin dejar de pajearme, sintiendo su ardiente mirada sobre mi piel.
Ella no respondió, limitándose a disfrutar del espectáculo sin perderse detalle.
Guiado por la excitación, incrementé el ritmo de la paja, mientras emitía suaves gruñidos de placer, provocados por la mirada de Alicia. Creo que hubiera bastado con que ella me mirara la polla un rato para acabar por correrme, sin necesidad de masturbarme.
Entonces me di cuenta de que Alicia no era la única espectadora. La camarera, bastante sorprendida, nos miraba de reojo desde la barra, simulando estar ordenando unos vasos. Reconocí sin dificultad su expresión de excitación contenida. La había visto muchas veces.
Sin cortarme un pelo, levanté un poco el culo de la silla, para que la punta de mi cipote asomara por encima de la mesa. La camarera dio un respingo y fingió estar superconcentrada en la vajilla, pero yo sabía que no se estaba perdiendo detalle.
–         ¿Qué haces? – preguntó Alicia en voz baja.
–         Nuestra amiga también tiene derecho a disfrutar del espectáculo – siseé – Ha sido tan amable…
Comprendiendo, Alicia miró con disimulo a la camarera, comprobando que nos estaba espiando.
–         Joder, es verdad. Te está mirando…
Y yo ya no pude más. La voluptuosidad, el morbo del momento fueron demasiado. Me corrí con ganas, gimoteando, apuntando mi pene hacia el suelo con cuidado de no manchar a mi acompañante, pues intuía que nuestra relación no había llegado aún a ese punto.
Cuando me descargué, miré a Alicia, que me dedicó una sonrisa temblorosa. Podía leer la lujuria en su mirada.
–         No puedo creer que lo hayas hecho – me dijo simplemente.
–         ¿Por qué no? Seré un pervertido, pero no un mentiroso.
Alicia me dedicó una encantadora sonrisa, que me hizo estremecer de nuevo. Por desgracia, justo entonces regresó al mundo real y miró hacia los lados, como si no supiera muy bien donde estaba.
–         ¡Dios mío! ¡Que tarde es! – exclamó mirando su reloj – ¡Se me ha ido el santo al cielo! ¡Y tengo que pasar por la tintorería a por los trajes de Javi! ¡Oh!
Sabiendo que lo bueno había acabado, le hice un gesto a la camarera pidiéndole la cuenta. La chica, roja como un tomate, nos la trajo instantes después. Pagué dejándole una buena propina, al fin y al cabo muy probablemente iba a tener que encargarse de limpiar los restos de nuestra aventurilla que habían quedado bajo la mesa.
Alicia, una vez de vuelta a la vida real, parecía estar deseando largarse de allí y perderme de vista, lo que me dolió un poco. No quería que se fuera, pero no veía el modo de retenerla. Me sentía un poquito angustiado mientras salíamos de la cafetería. Como era final de otoño, a esas horas ya había anochecido.
–         Vamos – le dije – Te acompaño a tu coche.
–         No… no es necesario.
–         No seas tonta. No me iría tranquilo sin saber si habías vuelto a tropezarte con esos tíos. Además, si me llevo la chaqueta irás por ahí con una teta al aire…
Ella sonrió por mi broma, más relajada y aceptó que la acompañara.
–         Es por aquí – dijo – Está cerca del parque.
Caminamos en silencio. Yo estaba que me moría por volver a verla, pero no se me ocurría qué decir. Allí en medio de la calle, los dos solos, sabiendo de mis aficiones particulares, me daba miedo decir algo y asustarla.
–         Éste es – dijo ella deteniéndose junto a un Audi gris.
–         ¡Oh! Vaya… – dije angustiado porque pensaba que no volvería a verla.
Ella se quedó un instante junto al coche, remoloneando, como vacilando en subir. Me armé de valor y se lo solté:
–         Quiero volver a verte.
Alicia me miró fijamente, sin decir nada. Su intensa mirada provocó que la boca se me quedara seca.
–         No sé si sería una buena idea – respondió tras unos instantes.
–         Como quieras – dije suspirando – Pero opino que es una pena. Podría enseñarte mucho y ayudarte a que te aceptes a ti misma…
–         ¿Y qué sacarías tú? – dijo ella, interrumpiéndome.
–         ¿Yo? – dije pensándomelo unos segundos – No tengo palabras para describirte lo muchísimo que me he excitado esta tarde. Lo he pasado tan bien como hacía mucho tiempo. Por fin he conocido a alguien que es como yo, que podría comprenderme y compartir mis experiencias…
–         ¿Y nada más?

La miré fijamente a los ojos, comprendiendo perfectamente a qué se refería.

–         Si lo que preguntas es si me siento atraído por ti… Por supuesto. Eres bellísima y además, compartes mis aficiones. Pero te juro que yo jamás intentaré nada… a no ser que tú quieras…
Volvió a mirarme en silencio. Sentí miedo de que se negara.
–         Pero mira, no me contestes ahora – dije tratando de aparentar indiferencia – Déjame tu número, o si lo prefieres te doy yo el mío…
–         No sé… – dijo ella dudando todavía – Entiende que no te conozco de nada…
–         Lo comprendo. Bueno, como tú quieras – dije resignado.
En sus ojos leí perfectamente la decepción, ella quería que insistiera, pero le daba vergüenza admitirlo. Entonces se me ocurrió la solución.
–         Espera – le dije – Entiendo que no quieras darme tu número, por si soy un psicópata o algo así.
Ella sonrió avergonzada, demostrando que tal idea ya había pasado por su cabeza.
–         ¿Qué propones? – preguntó con impaciencia, indicándome que ella también quería volver a saber de mí.
–         Dame un correo electrónico. Seguro que tienes alguno que no sea de trabajo. Así podremos mantener el contacto y, si finalmente no quieres volver a saber nada de mí, no tendré forma de localizarte. Por si soy un acosador… – dije riendo.
Se lo pensó sólo un segundo.
–         De acuerdo. A ver, apunta – accedió para mi infinita alegría.
Tomé nota de su mail y, por si acaso, le apunté el mío en un papel, que ella apretó en su puño.
–         Bueno – dijo – Me voy ya. Le prometí a Javier que pasaría a recoger unos trajes y ya se ha hecho tarde.
–         Pues deberías buscar algo para taparte el… ya sabes – dije sonriendo – Aunque, a lo mejor prefieres no hacerlo y darle al de la lavandería un bellísimo regalo…
Ella sonrió y agitó la cabeza, divertida. Entonces, respiró profundamente, como armándose de valor y, bruscamente, se quitó la chaqueta, devolviéndomela.
Su delicioso seno, con el pezón todavía enhiesto, quedó expuesto a mi vista nuevamente. Esta vez no me anduve con disimulos y recreé mi vista con el hermoso paisaje sin cortarme un pelo. Alicia toleró mi mirada sin decir nada, exhibiéndose para mí.
–         De nuevo, muchas gracias – dijo rompiendo el hechizo – Si no llega a ser por ti, no sé qué habría pasado. Bueno, sí lo sé, pero…
–         Pero ¿qué dices loca? ¿No viste que el anciano estaba a punto de liarse a bastonazos? – bromeé – ¡Anda que no se cabreó cuando los capullos aquellos le interrumpieron el show!
Alicia volvió a dedicarme una de sus luminosas sonrisas y abrió la puerta del coche. Justo antes de meterse, apoyó una de sus manos en las mías y me acarició suavemente, provocando que se me erizasen los pelos de la nuca.
–         En serio. Gracias.
Subió al coche y cerró la puerta, dejándome espantosamente excitado. Pero, como soy maniático de tener la última palabra, quise rematar la escena, así que di unos golpecitos en el cristal para que ella lo bajara.
–         Dime – me dijo desde su asiento tras accionar el elevalunas.
–         Tienes unos senos preciosos – le dije guiñándole un ojo – Bueno, al menos uno de ellos.
Ella se rió.
–         Te aseguro que el otro es igual.
–         ¿En serio? Me encantaría verlo…
Volvió a sonreírme seductoramente.
–         Otro día.
–         Te tomo la palabra – respondí.
Y me alejé del coche. ¡Bien! La última palabra había sido mía.
CAPÍTULO 3: PREPARANDO LA SEGUNDA CITA:
No tengo palabras para describir el estado de extrema excitación que experimentaba en mi camino de regreso a casa. Ni siquiera el tener que concentrarme en la conducción sirvió para que se borraran de mi mente las voluptuosas imágenes de todo lo que me había acontecido esa tarde.
Llegué a casa con la sangre hirviéndome en las venas, caliente como hacía mucho tiempo no me sentía. Obviamente, tenía que sacarme del cuerpo aquella calentura que no me dejaba ni pensar y, por supuesto, iba a ser Tatiana la que pagara el pato.
Sin embargo, lo que en realidad estaba deseando era contactar de nuevo con Alicia; saber si iba a aceptar encontrarse de nuevo conmigo o no, era incapaz de pensar en otra cosa.
Abrí la puerta y penetré en mi piso con todas estas ideas atronándome en la cabeza. Tati, como siempre, salió a recibirme en cuanto escuchó el sonido de la llave en la cerradura, dedicándome una de sus encantadoras sonrisas. Iba descalza, vestida con un vestido ligerito con estampado  de flores que solía ponerse en casa, con la falda a medio muslo, que realzaba espectacularmente sus sensuales curvas, ya que le quedaba un poco estrecho en el pecho. Para no pasar frío, tenía conectada la calefacción de casa.
–         ¡Hola cariño! – me saludó con entusiasmo, besándome en los labios – ¡Qué tarde vienes! ¿Se ha alargado la reunión?
–         Sí, guapa – le mentí devolviéndole el beso y dándole una ligera palmada en el trasero – ha sido agotador.
–         Pobrecito – dijo ella rodeándome el cuello con los brazos y apretando sus turgentes senos contra mi pecho, volviendo a darme un besito – Luego podemos hacer algo para relajarte.
Sonreí para mí. Estupendo. Ella también tenía ganas de marcha. Pues yo le iba a dar marcha.
–         ¿Quieres cenar? – me preguntó.
–         Es a ti a quien quiero comerme – respondí pellizcándole el culo.
–         ¡Ay! ¡Guarro! – exclamó riendo y dando un gracioso saltito.

Sin embargo, a pesar del tonteo con Tatiana, en mi cabeza seguía flotando todavía la imagen de Alicia. Decidí que lo primero era escribirle un mail. Quizás con ello me mostrara demasiado ansioso, pero la realidad era que así me sentía: con ansia.

–         Cariño, primero tengo que escribir un par de correos para el trabajo. Cenamos más tarde ¿vale?
Ella hizo un delicioso mohín de contrariedad, pero, como siempre, no protestó y se plegó a mis deseos.
–         Como quieras. Voy a ver la tele. Date prisa, que la cena está en el horno.
–         Vale – respondí, besándola de nuevo.
Sonriéndome con dulzura, Tatiana me despojó de la chaqueta para colgarla en el perchero y regresó al salón. Yo me fui a mi estudio, tremendamente excitado, rogando mentalmente que Alicia se mostrara receptiva a quedar conmigo. A Tatiana ya me la follaría luego…
Cerré la puerta del despacho, encendí el ordenador y, en cuanto arrancó el sistema, conecté el móvil y descargué el vídeo que había grabado con el show de Alicia en el parque.
Joder, qué cachondo me puse cuando la vi aparecer en la pantalla del ordenador, abierta de piernas sobre el banco, mostrándonos el coñito al afortunado vejete y a mí, acariciándoselo con lujuria. La polla se me puso tan dura que noté cómo se apretaba contra la parte inferior del escritorio.
A pesar de la distancia a que estaba grabado, el vídeo se veía bastante bien. Qué demonios, mi buen dinero me había costado el maldito móvil. El que tenía integrada la mejor cámara del mercado. Mucho cuidado que había puesto en eso.
No pude evitarlo, estaba medio hipnotizado, así que reproduje el vídeo 4 o 5 veces, poniéndome cada vez más caliente. Tatiana se iba a cagar.
Por fin, abrí el correo electrónico y empecé a escribirle a Alicia. Traté de parecer razonable, intentando que no trasluciera mi desesperación por volver a verla, tratando de aparentar estar sereno.
Le escribí esgrimiendo mis mejores argumentos para convencerla, haciendo hincapié en que podía ayudarla a conocerse mejor a sí misma y a aceptar su sexualidad. Además, le adjunté una copia escaneada de mi DNI, para que se quedara tranquila y se convenciera de que yo no era ningún asesino en serie.
Entonces se me ocurrió una idea. Adjunté también los vídeos, el mío en el autobús y el suyo en el parque. De esta forma, también se eliminaba la posibilidad de que yo fuera un chantajista, pues, si yo tenía pruebas de su secretillo, ella también las tendría del mío.
Mientras la barra de proceso de los archivos adjuntos se movía lentamente, pegaron a la puerta del despacho. Obviamente era Tatiana, que sabía perfectamente que debía llamar antes de entrar en ese cuarto. Como dije antes, era muy obediente.
–         ¿Cariño? ¿Te queda mucho? – preguntó desde el otro lado de la puerta.
–         Un poco todavía.
Entonces me poseyó el diablillo de la lujuria.
–         Pero pasa, ven un segundo – le indiqué.
La puerta se abrió y mi sensual noviecita penetró en el cuarto, un tanto cohibida como siempre que venía allí, pues sabía que el despacho era mi reino particular y que no me gustaba que entrara nadie.
Tatiana caminó hasta quedar de pie a mi lado, mirando la pantalla del ordenador. Yo había abierto unos documentos del trabajo y había dejado el correo electrónico en segundo plano, sabiendo perfectamente que ella no entendía nada de informática y que no iba a darse cuenta de que estaba haciendo otra cosa.
En cuanto la tuve junto a mí, deslicé una mano a su espalda y, metiéndola por debajo de su falda, la planté directamente en los rotundos molletes del culito de mi novia, empezando a estrujarlo y amasarlo con deleite. Ella soltó un gracioso gemidito y se apoyó en mi hombro, sin protestar ni quejarse en absoluto.
–         Joder, Tati… ¡Qué buena estás! – siseé estrujando su culo con más ganas – Si no tuviera que terminar esto, te follaba ahora mismo.
Ella no dijo nada, limitándose a sonreírme y a dejar que le metiera mano donde se me antojara.
–         Nena… si tú quisieras… – dije dejando la frase en el aire.
–         ¿Qué? – preguntó inmediatamente, deseosa como siempre de complacerme.
–         Nena, mira como la tengo – le dije retirando un poco la silla del escritorio para que pudiera apreciar el bulto de mi pantalón – Anda, cari, ¿por qué no me haces una mamadita mientras termino de enviar estos informes?
Me  miró un poco sorprendida, mostrando cierta reticencia a hacer lo que le pedía, aunque yo sabía perfectamente que iba a acabar por acceder a mis deseos, como hacía siempre.
–         Ay, ¿por qué no esperas a después de cenar? Si quieres luego te doy un masaje en el cuarto y…
–         Bueno. Como quieras – dije simulando estar molesto y sacando la mano de debajo de su falda – Entonces déjame que acabe con esto. Ya te avisaré cuando esté listo para la cena.
Ella se quedó callada un segundo antes de ceder.
–         Anda, no seas tonto – dijo haciendo un puchero – No te enfades. Si tanto te apetece…

Que levante la mano al que no le apetezca que le chupen la polla.

Con una sonrisa de oreja a oreja, aparté la silla del escritorio y mi novia, toda hacendosa, se arrodilló en el suelo, metiéndose bajo la mesa. Yo tardé menos de un segundo en  abrirme la bragueta y en sacar mi polla, completamente dura, gorda y amoratada, rezumando líquidos preseminales debido a la extrema excitación que sentía.
Justo antes de que Tatiana empezara la faena, me di cuenta de que la carga de los ficheros había terminado, así que pulsé enviar y le mandé el correo a Alicia, aparcando momentáneamente ese asunto de mi mente y pudiendo por fin dedicarme a disfrutar de las atenciones de mi voluptuosa novia.
Tatiana, perfectamente conocedora de cómo me gustaba que me la mamase, empezó a lamerme suavemente las bolas, mientras su cálida manita acariciaba el duro tronco lentamente, dándole cariñosos apretoncitos que provocaban que la sangre me hirviera en las venas. Cuando mis pelotas estuvieron bien ensalivadas, empezó a deslizar la lengua por todo el nabo, desde la base a la punta, lubricándolo bien antes de hundirlo entre sus carnosos labios.
Yo, con los ojos cerrados, disfrutando como un enano, le acariciaba el cabello con ternura, lo que la hacía ronronear como un gatito. Entonces se me ocurrió que la experiencia podía mejorar, así que decidí poner el vídeo de Alicia en marcha, para verlo mientras Tatiana me comía la polla. Total, mi chica estaba bajo la mesa y no podía ver la pantalla, concentrada como estaba en su tarea.
Pero entonces vi que tenía un nuevo correo. Era de Alicia.
No podía creerlo, el corazón se me disparó en el pecho. Por un instante, me olvidé de que Tatiana me la estaba chupando, me olvidé de todo, con mi mente completamente ocupada por Alicia.
No me atrevía a abrir el correo. ¿Y si decía que no? Pero entonces pensé que, para responder de forma tan inmediata, Alicia debía estar sentada delante de su ordenador. Quizás pensando en escribirme.
Abrí el correo.
No he podido dejar de pensar en lo que ha pasado esta tarde. Me siento confusa, has alterado mis esquemas. No estoy segura de que tengas razón en lo que me has dicho, pero no tengo más remedio que aceptar que he disfrutado mucho.
Creo que más que nunca.
Está bien. Estoy de acuerdo en que volvamos a vernos.
Te agradezco que me hayas mandado tus datos, aunque no era necesario.
Y los vídeos… No sé cual me ha excitado más, si el tuyo o el mío… Me siento extraña.
Di cuando quieres que volvamos a vernos. Me vendría bien el sábado. Podríamos quedar para almorzar…
Dime si estás de acuerdo.
Me sentí eufórico. Exultante. Estuve a punto de gritar de felicidad. Le contesté inmediatamente. Me parecía bien. El sábado. Cuando ella quisiera.
Entonces me asaltó una súbita inspiración y añadí una frase al mail que iba a enviarle.
–         ¿Tienes Messenger?
Segundos después me llegaba la respuesta. Alicia seguía sentada delante de su PC. Cojonudo.
El correo únicamente contenía el enlace para añadirme como contacto a su cuenta de Messenger. La configuré inmediatamente.
Mientras, Tatiana seguía chupa que te chupa, redoblando sus esfuerzos mamatorios sobre mi nabo, quizás un poco extrañada porque estuviera aguantando tanto. No era tan raro, pues durante unos instantes hasta me olvidé de que me la estaban chupando, concentrado únicamente en contactar con Alicia.
Pero Tati es muy buena en esos menesteres y poco a poco iba aproximándome al orgasmo. Pero yo no quería acabar todavía, así que le puse la mano en la cabeza y le hice aflojar el ritmo, obligándola a deslizar más suavemente mi duro falo entre sus lujuriosos labios.
–         Chúpame un poco más las pelotas, cariño – le susurré – No quiero acabar todavía.
Obediente, mi chica liberó mi polla de su enloquecedora boca y volvió a dedicarse a acariciar y lamer mi escroto, gimiendo y jadeando como si fuera a ella a quien estuvieran comiéndole el coño. Tatiana es genial para el sexo, disfruta absolutamente con todo.
De pronto, se inició en pantalla una sesión privada de Messenger. Con el corazón a punto de salírseme por la boca, conecté a la sesión.
–         ¿Estás ahí? – preguntó Alicia.
–         ¿Tú que crees? No, no estoy – respondí.
–         Muy gracioso. No tengo mucho tiempo. Javier debe estar a punto de llegar. ¿Cuándo quieres quedar?
–         El sábado me va bien.
Intercambiamos unas cuantas frases y acabamos citándonos a las dos de la tarde en un restaurante de un pueblo cercano, donde no había riesgo de que alguien nos conociera.
Entonces se me ocurrió una idea picarona.
–         ¿A que no sabes lo que estoy haciendo? – escribí.
–         ¿Es una pregunta con trampa?
–         Más o menos. ¿Lo adivinas?
–         Ni idea.
–         ¿Seguro?
Pasaron unos segundos antes de que Alicia me respondiera.
–         Te estás masturbando.
–         Casi. Pero no. Tatiana está bajo la mesa, chupándomela.
Nueva pausa en los mensajes.
–         No me lo creo.

No le respondí. Simplemente, encendí la webcam y la conecté al Messenger. En una ventanita de la pantalla apareció mi rostro sonriente. Sin pensármelo dos veces, cogí la webcam y la moví hasta enfocar el espectáculo de debajo de la mesa, pudiendo disfrutar en el ordenador de un espectacular primer plano de mi novia, completamente entregada a la tarea de chupármela.

–         ¿Me crees ahora? – escribí sin dejar de filmar la escenita.
Nada. No hubo respuesta. Pasó un minuto sin que apareciera nada en pantalla. Me puse hasta nervioso. ¿Se habría cabreado?
Justo entonces se activó una sesión de webcam y en mi pantalla apareció Alicia. No puedo describir lo feliz que me sentí.
Se apartó un poco del ordenador, alejándose de la mesa, con lo que el plano se amplió. Y entonces, sin cortarse un pelo, se subió la falda hasta la cintura, volviendo a exhibir su delicioso coñito, que esta vez pude ver con más detalle.
Lo llevaba afeitadito, bien cuidado, con un pequeño mechoncito de vello en la parte superior de la rajita. Los labios se veían hinchados, excitados, brillantes por los flujos que brotaban de sus entrañas.
Entonces Alicia mostró a cámara lo que llevaba en la mano. Un pequeño vibrador. Sin perder un instante, se separó los labios vaginales con dos deditos, mientras su otra mano encendía el aparatejo y empezaba a frotarlo lujuriosamente en su clítoris.
Estuve a punto de correrme en ese instante, pero, por fortuna, Tatiana se dio cuenta de que estaba grabándola y dejó de chupármela, protestando sin demasiada convicción.
–         Pero, ¿qué haces, cari? ¿Me estás grabando?
–         Nena – jadeé – No te pares. Es que estabas haciéndolo tan bien. Me ha parecido una idea excitante, sigue, sigue, por favor.
Mientras hablaba, posé mi mano en su cabeza y la empujé de nuevo contra mi polla, con la doble intención de que siguiera chupando y de evitar que le diera por echar un vistazo a la pantalla.
Como siempre, Tatiana obedeció y volvió a tragarse mi polla hasta el fondo.
En mi vida había estado más excitado. Estaba disfrutando como nunca.
Y por fin estallé. Me corrí como una bestia. Con miedo a que Tatiana saliera de debajo de la mesa y viera a Alicia masturbándose, hice lo único que se me ocurrió: sujeté su cabeza con mis manos, obligándola a permanecer con mi verga incrustada hasta la garganta mientras mis pelotas vaciaban su carga directamente en su estómago.
Me encantó hacerlo.
Tatiana se resistió un poco, apoyando sus manos en mis muslos y tratando de apartarse. Pero yo no la dejé, me volvía loco de excitación que Alicia viera cómo me corría en la boca de mi novia.
Entonces Alicia también alcanzó el orgasmo, sus caderas se movieron de forma espasmódica, mientras ella boqueaba descontrolada. De pronto, un chorro de líquido salió disparado de su coño, no sé si se meó o qué fue, sólo sé que me excitó terriblemente.
Cuando acabé de correrme, liberé por fin a la pobre Tatiana, que salió de entre mis piernas con los ojos llorosos y dando arcadas. Por la comisura de sus labios se escurría un grueso pegote de semen, aunque yo sabía perfectamente que la mayor parte de mi corrida había ido a parar a su estómago.
¡Hala! Ya se había tomado el primer plato de la cena.
–         ¡Tonto! – gimoteó Tatiana dándome un débil golpe en el hombro con la mano – ¿Por qué has hecho eso?
Un poco enfadada, salió del estudio disparada, sin mirar siquiera a la pantalla, aunque yo había tenido la precaución de minimizar las ventanas comprometedoras.
En cuanto salió, volví a maximizarlas y le escribí a Alicia.
–         Ha estado genial. He disfrutado como nunca.
–         No me extraña – contestó ella con filosofía.
–         Y ahora voy a follármela.
De pronto, Alicia alzó la vista repentinamente, como sorprendida.
–         Mierda. Javi acaba de llegar. Te dejo.
–         Nos vemos el sábado. No te olvides.
Y cerró la sesión, cosa que yo imité enseguida. Tras hacerlo, apagué el ordenador y salí en busca de Tatiana, pues mi libido no estaba ni mucho menos calmada.
La encontré en la cocina, inclinada sobre el fregadero, tomando agua directamente del grifo para enjuagarse la boca, que a continuación escupía por el desagüe. Como no llegaba bien al fregadero, se ponía de puntillas, lo que me resultaba harto erótico, al ver cómo el vestido se le subía y mostraba la parte trasera de sus esculturales muslos.
Me acerqué por detrás y pegué mi entrepierna a su tierno culito, colocando mis manos en sus caderas. Ella, todavía enfadada, sacudió el cuerpo tratando de librarse de mí, pero lo único que logró fue que me apretara con más ganas.
–         Perdóname, cari – le susurré dándole un besito en el cuello – Me he vuelto loco de caliente que estaba. Te juro que ha sido la mejor mamada que me has hecho en mi vida, no he podido resistirme, se me ha ido la cabeza…
Mientras le susurraba, mis manos se habían deslizado hasta sus pechos, amasándolos con pasión por encima del vestido, sintiéndolos endurecerse bajo mis caricias. Yo sabía que ella no iba a resistírseme mucho rato, pero decidí que le debía una pequeña disculpa.
–         Vamos amor, perdóname… No te enfades – dije sin dejar de sobarle las tetas.
–         Me has hecho daño, idiota. Me has torcido el cuello. Has sido muy bruto.
–         ¿Dónde? ¿Aquí? – dije apartando su cabello y dándole tiernos mordisquitos en la nuca, que la hicieron retorcerse contra mi cuerpo
–         Ay, quita – gimió, aunque yo sabía perfectamente que no quería que lo hiciera.
Gruñendo como un perro en celo y apretando con ganas mi erección contra su grupa, deslicé una de mis manos hasta volver a colarla bajo su falda, incrustándola esta vez entre sus muslos.
Tatiana gimió estremecedoramente, apretando con fuerza las piernas, mientras mi inquieta mano se colaba dentro de sus braguitas y se ponía a bucear en la inmensa humedad que allí había.
Cuando tuve los dedos bien empapados de su esencia, saqué la mano, brillante por sus flujos y la situé frente a sus ojos.
–         ¿Seguro que quieres que me vaya? Entonces dime por qué está esto así de mojado…
Tatiana apartó la mirada, avergonzada, aunque yo sabía por lo agitado de su respiración y por la forma en que apretaba con disimulo su culito contra mí, que estaba a punto de caramelo…
–         No, tonto, déjame… – suspiró.
–         De eso nada.
Súbitamente, la rodeé con mis brazos y la levanté, haciéndole dar un gritito de sorpresa. Haciendo gala de mi fuerza, la transporté por la cocina y la senté encima de la mesa, mientras ella pataleaba fingiendo que estaba raptándola.
Sin perder un segundo, la atraje hasta el borde de la mesa y me arrodillé entre sus piernas, sepultando mi cabeza bajo su falda, provocando que ella diera un auténtico grito de estupor.
Deseando complacerla, hundí mi rostro entre sus muslos y empecé a chuparla, a morderla como loco, mientras ella daba grititos y reía, tratando infructuosamente de sacarme de debajo de su vestido.
–         ¡No, para, quieto! – gritaba riendo – ¡Ay! ¡Me has mordido!
Era verdad. Acababa de darle un pequeño mordisco en el chochito, por encima de las bragas.
Tatiana se resistía sin verdadera convicción, gimiendo y disfrutando con mi apasionado tratamiento. Sus braguitas estaban a esas alturas completamente empapadas, tanto por sus jugos como por mi propia saliva.

Sin pensármelo más, se las bajé de un tirón hasta medio muslo y volví a enterrar mi cara entre sus muslos, deslizando mi serpenteante lengua por su coño, logrando que dejara de fingir resistencia, para empezar a apretar mi cabeza contra si.

Pero yo estaba a punto de reventar. No podía más, así que salí de debajo de su vestido, sin que Tatiana acertara a reprimir un gemido de frustración. No tenía por qué preocuparse, yo estaba decidido a darle lo suyo y lo del inglés.
–         Nooo. ¿Adónde vas? – gimoteó.
Con cierta rudeza, volví a atraerla hacia mí y le subí el vestido hasta la cintura, dejando expuesto su coño chorreante. Con violencia, le quité las bragas del todo, desgarrándolas y las arrojé a un lado, sin que ella protestara lo más mínimo.
Por fin, embrutecido por la pasión, se la clavé hasta los huevos en el coño logrando que mi querida Tatiana, que ya estaba en plena ebullición, se corriera como una burra empapando la mesa de la cocina.
–         ¡AAAAAAAHHHH! ¡DIOOOSSSSSS! ¡NOOOOOOOOO! – gemía la pobre dedicando sus gritos a los vecinos.
No me extrañaba que, cuando me los tropezaba en el ascensor, los vecinos me miraran como a un dios, debían de pensar que las cosas que le hacía a Tatiana eran para hacerme un monumento.
Empecé a follármela con ganas, sujetándola por los muslos, mientras ella se derrumbaba sobre la mesa de la cocina, quedando tumbada. Al hacerlo, derribó con el brazo un frutero que teníamos allí, que se hizo añicos contra el suelo, cosa que me importó una mierda.
Seguí bombeándola enfebrecido, follándomela con todo, aunque mi mente no estaba llena con imágenes de mi novia, sino que rememoraba una y otra vez los sucesos de la tarde. Y lo que podía pasar el sábado…
–         Enséñamelas tetas – gemí siseando por el esfuerzo – Tus tetas…
Tatiana, obediente, se desabrochó los botones de la pechera del vestido y dejó sus senos al aire. Sabiendo lo que yo quería, desplazó las copas del sostén hacia arriba, liberando sus dos magníficos pechos, que se agitaban y bamboleaban al ritmo de los culetazos que yo le propinaba.
Me sentí exultante, poderoso, aquel estaba siendo uno de los mejores días de mi vida. Sentí que mi orgasmo se avecinaba, pero yo quería retrasarlo, alargar el placer del momento.
Soñando con que era Alicia la que tenía ensartada, rodeé la cintura de mi chica con los brazos y la levanté de la mesa, sin desclavarla en ningún momento. Ella, acostumbrada a que la manejara a mi antojo, se abrazó a mi cuello sin quejarse, estrujando sus tetas contra mí, dejándome hacer lo que me diera la gana.
Con ella empalada en mi polla, caminé pisoteando los trozos del frutero roto y salí de la cocina, llevando a mi novia hasta el salón.
–         Quiero correrme en tus tetas – le susurré al oído sin que ella pusiera la más mínima objeción.
De no ser por el frutero roto, lo habría hecho directamente en el suelo de la cocina, pero, como no podía ser, la llevé hasta el sofá del salón donde la hice tumbarse, sin sacársela en ningún momento. Para volver a estar a punto, le propiné unos cuantos pollazos más y cuando sentí que estaba a punto de correrme, se la saqué del coño, me subí al sofá y me senté en su estómago, ubicando mi enhiesto rabo entre sus espléndidas montañas. Ella, sabiendo perfectamente lo que yo pretendía, se apretó los pechos con las manos, estrujando mi polla en medio, con lo que yo sólo tuve que mover las caderas hacia delante y hacia atrás para follarme sus magníficas tetas, hasta que acabé por correrme con violencia.
Espesos lechazos impactaron en su cara, pringándola por completo, sin que ella se quejara en absoluto. La embadurné por completo de semen, la boca, la nariz, los ojos… todo pegoteado, en una de las corridas más espectaculares de mi vida, lo que me llenó de orgullo al ser la tercera del día. Estaba hecho un chaval.
Cuando acabé, me bajé de encima de Tatiana, mientras ella permanecía tumbada, recuperando el resuello. Agotado, me senté a sus pies e hice que colocara sus piernas sobre las mías. La miré y me deleité con su belleza. Estaba matadora, con el vestido enrollado en la cintura, el coño palpitante e hinchado, las tetas al aire y la cara completamente embadurnada de semen.
–         ¿Te has corrido? – le pregunté.
Ella sabía perfectamente que a mí me gustaba que fuera sincera, así que admitió que sólo una vez, cuando se la metí en la cocina.
–         Mastúrbate – le dije.
Y ella, acostumbrada a obedecerme, lo hizo. Con voluptuosidad, empezó a deslizar una mano por su coñito, frotándose con delicadeza el clítoris, mientras su otra mano empezó a acariciar su pecho.
No tardó ni un minuto en correrse, jadeando y convulsionándose sobre el sofá. Me gustó verla, aunque en el fondo no le presté mucha atención, pues una vez vaciadas mis pelotas, había vuelto a centrar mis pensamientos en Alicia.
Deseé que fuera ya sábado.
CONTINUARÁ
TALIBOS
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Relato erótico: “La mejor amiga de mi hija y la criada luchan por mi” (POR GOLFO)

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Con casi cincuenta años y tras un tormentoso divorcio, la vida sonreía a Gonzalo Sierra. Dueño de un pequeño emporio inmobiliario y una vida sexual más que decente, se consideraba un hombre medianamente feliz. Solo tenía un problema, los tres hijos que había tenido con Marta, su ex mujer. Por motivos genéticos, por el ejemplo que les había dado, o sepa qué azar del destino, sus descendientes habían sido incapaces de mantener una pareja estable. Alberto, el mayor, saltaba de una novia a otra a cada cual más rara. La que no era mucho mayor que él, venía de una familia conflictiva, era alcohólica o directamente una psicópata. Patricia, la mediana, ni siquiera eso. Siendo una mujer guapísima, apenas había tenido novios y si se le preguntaba por los motivos de su soltería, siempre contestaba que los hombres le tenían miedo. Y la pequeña, Isabel, una médica recién graduada que dudaba todavía con veinticuatro años sobre cuál era su sexualidad, pasando de tener como pareja un hombre y a la semana siguiente pasear colgada de una mujer. Según ella, era pansexual.

Siendo Gonzalo de la vieja escuela, la primera vez que su hija le había hablado de esa orientación sexual tuvo que buscarla en internet y así se enteró que la pansexualidad consistía en la atracción hacia otras personas independientemente de su sexo o identidad de género.

            «Joder, en mis tiempos a eso le llamábamos bisexualidad», recuerda que pensó al leerlo y por mucho que tanto la responsable de sus dudas como el resto de sus retoños le intentaron explicar la diferencia, lo cierto es que para él era lo mismo: «A mi hija le gusta la carne y el pescado».

            Aunque ya no vivía con ellos, no era raro que alguno lo llamara para comer y por eso no le extrañó cuando una mañana, Patricia le mandó un WhatsApp pidiendo verlo. Hasta para eso era anticuado y en vez de contestar tecleando su teléfono, la llamó y quedó con ella en verse en un restaurant para cenar. Nada más colgar recordó que había quedado con anterioridad con una conocida con derecho a besos.

            «A Alicia no le importará», se dijo mientras pensaba en qué excusa darle. Pero decidió decirle la verdad, porque también para ella los hijos eran lo primero y varias veces le había cancelado sus citas para ocuparse de ellos.

            Tal y como previó, la abogada comprendió la razón, pero no por ello le obligó a compensarla con un fin de semana romántico en Londres. Aceptando el chantaje como mal menor, le prometió que el siguiente la llevaría a recorrer la capital inglesa.

            «Dudo que nos dé tiempo», sonrió recordando la fogosidad de esa rubia de pechos operados, «es más, no creo que salgamos de la cama».

            Nada le alertó cuando esa noche salía de la empresa que la conversación que mantendría con su nena cambiaría su vida. Mientras encendía su flamante BMW, lo único que se le pasó por la cabeza fue el sablazo que seguramente sufriría su cuenta corriente y es que a pesar de estar empleada en un despacho top de Ingenieros y ganar un buen salario, Patricia tenía un agujero en el bolsillo y cada equis tiempo le pedía dinero. Por eso, casi no habían empezado a charlar cuando decidió ir directo y preguntar cuánto pasta tendría que darle esta vez.

            ―No es eso. Lo que necesito es un favor― hasta indignada contestó.

            Sorprendido de que sus problemas no fueran monetarios, interesado preguntó en que podía ayudar entonces.

            ― ¿Recuerdas a Estefany, mi amiga colombiana?

            Era imposible no acordarse de ese terremoto que Patricia había conocido haciendo Erasmus en Paris. Además de medir uno ochenta, esa morena de ojos verdes era una descarada tan divertida como guapa, que desde el primer día que la conoció le pareció una cría encantadora.

―Sí, que pasa con ella.

―Lleva un par de años pasándolo mal y parece ser que se ha peleado con su viejo.

―No me extraña, ese Ricardo es un perfecto cretino― contestó al recordar cuando durante una visita lo conoció en Madrid y le pareció el clásico potentado iberoamericano que se creía un iluminado por la mano de Dios: ―Pero, ¿qué tiene eso que ver?

―Como trabajaba en la compañía de su padre, se ha despedido y por miedo a buscarse la enemistad de ese hombre, nadie de su ciudad quiere contratarla. Sin otra salida que marchar, me ha pedido ayuda para instalarse en Madrid.

Siendo su hija un tanto descerebrada, ante todo era una buena persona y por eso pensó que lo que le quería pedir es que la contratara.

―Puedo darle trabajo, si es eso lo que te preocupa.

De repente sus mejillas se tornaron coloradas:

―Eso le vendría muy bien, pero anda deprimida y no creo que sea lo mejor. Quizás más adelante.

― ¿Entonces?

―Me ha pedido vivir conmigo mientras se aclara―  como no le pareció raro siendo tan amigas, Gonzalo aguardó a que continuara: ―Pero es imposible, aunque no te lo haya contado, estoy viviendo con un chico.

― ¿Tienes novio? ― preguntó alucinado.

―Sí. Acabamos de empezar y por eso quería pedirte que se quedara en tu casa.

―Pero, ¡Patricia!

―Serán solo un par de meses, mientras se adapta… ¡por favor! ¡Papito! Tu chalet es enorme.

Mientras en la empresa y en la vida era un tipo duro, con sus bebés era un blando y aunque no le apetecía en lo más mínimo que esa cría viniera a trastocar su vida de solterón, no pudo negarse y únicamente preguntó cuándo tenía pensado aparecer por España. Demostrando cómo de calado tenía a su progenitor, la chavala contestó:

―Papa, te conozco y sé que, si te hubiese dado tiempo, hubieras pensado en alguna forma de escaquearte…

― ¿Cuándo llega? ― con un visible y creciente cabreo, la interrumpió.

―Tenemos tiempo de cenar tranquilamente, su vuelo no aterriza hasta las doce― respondió mientras llamaba al camarero para pedir la comanda.

De buen gusto, la hubiese castigado con un par de azotes como hacía cuando era una cría, pero con sus veinticinco años y en un local público eso era algo impensable y por eso decidió reprenderla del modo más cruel que se le vino a la cabeza y con una sonrisa de oreja a oreja, puso sobre la mesa sus condiciones:

―Este sábado me presentarás a ese noviete que me has tenido escondido o ya puedes buscar sitio a tu amiga en un sofá de tu casa.

― ¡No me puedo creer que seas rencoroso! ― exclamó molesta por la imposición.

―Rencoroso es mi primer apellido y Vengativo el segundo. ¿Realmente creías que me iba a quedar callado? Cuando me tengo que enterar que tienes pareja, ¡el mismo día que metes con calzador a una amiga en mi casa!

―Vale, perfecto. Pero esta cena y la comida del sábado las pagas tú… ¡estoy sin un euro!

Sonriendo por esa simbólica, pero inservible victoria, rellenó su copa y se puso a leer la carta mientras trataba de pensar si acomodar a Estefany en el bungaló de la piscina o en una de las habitaciones de la casa. Como lo último que deseaba era tener a esa hispana deambulando por la misma planta donde él dormía, decidió llamar a Antía, la criada, para que prepara esa habitación. Al decírselo, la treintañera que llevaba con él desde el divorcio, le hizo ver que era invierno y que es esa casita no había calefacción.

―Papá, lo mejor es que se quede en mi habitación. ¡Recuerda que es mi invitada!

A punto de soltarle que llevaba tres años sin dormir ahí, prefirió quedarse callado y no decirle que sus reparos en acogerla ahí provenían de que, al ser el cuarto que estaba frente al suyo, la colombiana estaría al tanto de sus movimientos y eso haría imposible que se llevara a alguien a dormir con él.

«Tendré que llevármelas a un hotel», se dijo refunfuñando.

Su enfado se fue diluyendo gracias a los mimos de la manipuladora criatura que había engendrado y es que, sabiendo el enorme sacrificio que hacía, se dedicó a compensárselo a base de cariño.

―Te quiero mucho, papito― le dijo mientras arrancaba el coche para ir al aeropuerto.

―Yo más, mi pequeña― con el corazón henchido de orgullo respondió al sentir sus palabras como una medalla.

No en vano al romper con su madre y aunque ella lo abandonó por otro, siempre le había quedado la duda de si la razón de la ruptura era el poco tiempo que había dedicado tanto a ella como a sus retoños.

Mientras se dirigían a recoger a la colombiana, Gonzalo se intentó auto convencer de que la presencia de esa morena no trastocaría su día a día.

«Puede ser hasta agradable», se dijo recordando el carácter travieso y juguetón que siempre había demostrado las temporadas que había pasado veraneando con Patricia en su casa de Santander.

A su mente llegó un par de trastadas que conjuntamente hicieron y que le sacaron de las casillas como podía ser el robarle el coche para irse de juerga a Pedreña o la fiesta de espuma que montaron el jardín.

«Estefany es encantadora y no dará problemas», concluyó más tranquilo mientras aparcaba en el parquing de la T4 y en el reloj del coche marcaban casi las doce.

Asumiendo tenían tiempo por el tamaño de la terminal y el hecho que viniendo de Hispanoamérica tuviera la obligación de pasar el control de pasaportes, no tuvo prisa alguna en llegar a la sala de espera. Por eso no supo que decir cuando se la encontraron llorando aterrorizada con la idea de que su amiga se hubiese olvidado de su llegada.  Es más, le costó reconocer en ella a la joven que recordaba. Siempre la había visto como una cría que se comería el mundo a bocados y por eso le resultó tan duro verla sollozando en brazos de Patricia.

«Menuda depresión», pensó impresionado al comprobar que las profundas ojeras de su rostro.

Impactado, se quedó observando que lejos de venir vestida de acuerdo a su edad, su indumentaria parecía la de una monja. Con un jersey de cuello alto y una falda hasta los tobillos esa niña anteriormente tan coqueta hubiese pasado desapercibida en una congregación religiosa.

«Algo le ha ocurrido, Este cambio no puede ser motivado por una discusión con su padre», concluyó mientras recogía su equipaje.

Al ser algo que no le incumbía, no preguntó y prefirió adelantarse para que Patricia y la cría pudieran hablar en confianza. Cuando llegaron a donde había aparcado, la tristeza de la chavala parecía haberse incrementado. Su sospecha de que hasta verse su hija no le había anticipado el cambio de planes y que en vez de quedarse en su piso viviría con él, quedó de manifiesto cuando lanzándose a sus brazos se echó a llorar por ser tan bueno de acogerla. Enternecido por el dolor que encerraban sus palabras, dejó que se desahogara en su pecho mientras le decía que podía quedarse todo el tiempo que quisiera.

Su desinteresado apoyo la hizo berrear aún más y mientras intentaba calmarse, le juro que intentaría no ser un incordio.

―Jamás lo serás. Eres de la familia.

―Estefany, Papá está encantado de recibirte y verás como con su ayuda no vas a tardar en recuperarte.

Las palabras de Patricia consolando a la colombiana ratificaron sus sospechas de que su estado tenía otro origen al que su hija había dicho.

«Debió ser terrible para que tuviera que dejar su país con tantas prisas», abriendo la puerta para que pasara al coche, meditó.

Como tenía la seguridad de que tarde o temprano se enteraría, no dijo nada y condujo hasta el chalet. Una vez allí, únicamente se ocupó de subir las maletas y cediendo la responsabilidad de ejercer de anfitrión a su chavala, se encerró en su habitación mientras a través de la puerta le llegaron hasta pasadas las dos el sonido de sus voces charlando o mejor dicho de Estefany llorando y Patricia consolándola….

A la mañana siguiente, su hija le estaba esperando para desayunar. Que se hubiese quedado a dormir en casa, no anticipaba nada bueno. Gonzalo, bien hubiese podido echarle en cara el marrón que le había colocado sobre sus hombros, pero prudentemente se abstuvo de hacerlo y solo preguntó cómo había pasado la noche su invitada.

―Está peor de lo que pensaba.

Que su niña estuviera tan triste era algo que consideró lógico.

―Ya verás qué pronto se le pasa. Un par de días que te la lleves de juerga y volverá a ser la misma.

―Ojalá fuera tan fácil. Tiene mucho que pensar y lo último que quiero es presionarla.

Nuevamente el cincuentón estuvo a un tris de pedir que le confiara lo que le pasaba a su amiga, pero la llegada de ésta al comedor lo impidió. Observando las profundas ojeras que lucía, comprendió que la morena apenas había podido descansar y torpemente al querer entablar conversación con ella, le preguntó si había avisado en Colombia que había llegado bien.

Supo que había metido la pata al oír su contestación:

―No tengo a nadie que me importe en ese país.

La angustia de su tono lo dejó petrificado y sin saber cómo actuar, optó por lo fácil. Dio un beso a su niña y otro a su amiga y se marchó a trabajar. Ya de camino a la empresa, se quedó pensando en que podía haberle sucedido. Por un momento, se le pasó por la cabeza que su depresión fuera debida a un abuso paterno, pero rápidamente lo desechó por lo inconcebible que le parecía una actuación así.

«Debe ser otra cosa», prefirió pensar.

Ya en la oficina, el día a día del trabajo le impidieron seguir reconcomiéndose con la difícil situación de su invitada, hasta que sobre las seis de la tarde recibió la llamada de Antía avisándole que la joven se había encerrado en su cuarto y que ni siquiera había bajado a comer. Preocupado, dejó todo y corrió hacia la casa. Al llegar se dirigió hacia la habitación donde dormía y comenzó a tocar la puerta. Cuando no contestó sus llamadas, empezó a aporrearla y temiéndose lo peor, tomó impulso y consiguió derribarla.

 La escena que se encontró le hizo ver que sus temores estaban fundados al ver a la colombiana tirada en la cama y sobre la cómoda, un vaso y un bote de somníferos vacíos. Asumiendo que la cría había intentado suicidarse, gritó pidiendo ayuda. La pelirroja, al oír sus gritos, subió corriendo y mientras llamaba a emergencias, metió los dedos en la garganta de Estefany haciéndola vomitar parte del veneno que había ingerido.

Siguiendo las instrucciones que les marcaba el sanitario al otro lado del teléfono, entre los dos la desnudaron y la metieron a duchar mientras llegaba la ambulancia. Aun así, fue una suerte que el contacto con el agua helada la hiciera reaccionar y que terminara de echar los barbitúricos que todavía tenía en el estómago. Como su interlocutor les había dicho que tenían que evitar que se durmiera, Gonzalo Sierra no reparó en que estaba desnuda y durante media hora, la tuvo caminando por la habitación hasta que el sonido de la ambulancia llegando le hizo percatarse de su desnudez.

―Váyase a cambiar― dijo la criada cuando llegaron los enfermeros: ―Yo me quedo.

Su jefe agradeció la sugerencia y yendo a su habitación, se quitó la ropa y se secó antes de ponerse otra. Mientras se vestía, no pudo dejar de lamentar el no haberse percatado del verdadero alcance de la angustia de esa criatura y por ello cuando le informaron que el peligro había pasado y que solo había que dejarla descansar, el duro hombre de negocios se desmoronó y dudó si llamar a su hija o no.

Fue la propia colombiana la que avergonzada le pidió que no lo hiciera:

―Su hija insistiría en quedarse conmigo y no quiero que su novio se enfade.

Aunque le pareció una memez lo que decía, no quiso contrariarla y optó que al menos esa noche no diría nada. La gallega que hasta entonces se había mantenido un poco al margen, viendo que seguía sin ropa, le pidió salir del dormitorio mientras ella se ocupaba de ponerle un camisón.

―Tiene que comer algo. Voy a la cocina y vuelvo― comentó a su jefe que esperaba tras de la puerta.

No queriendo dejarla sola, Gonzalo se acercó a la cama y al verla más tranquila, se sentó junto a ella. Lo malo fue que al tenerlo a su lado se volvió a desmoronar y reclamando sus brazos, se puso a llorar contra su pecho diciendo que no quería seguir viviendo. Nunca había soportado a los que se dejaban derrotar y quizás por ello, de haberse hallado en otra situación o con otra persona, la respuesta del maduro ejecutivo hubiera sido cruzarle la cara con un tortazo, pero al verla tan indefensa se vio impulsado a abrazarla e intentar consolarla.

Desgraciadamente, cuánto más se esforzaba en tranquilizarla, más lloraba y desolado tuvo que soportar que sus gemidos y llantos se prolongaran hasta que Antía apareció con la bandeja de la comida. Avergonzada por su comportamiento, dejó que la dieran de cenar y con el estómago lleno, se consiguió relajar y poco a poco se fue quedando dormida mientras el padre de su amiga y la criada no la perdían de vista.

―Esta muchacha está sufriendo.

Su jefe no respondió mientras se hundía desesperado en el sillón.

2

Esa noche, el cincuentón se quedó despierto velando a la chiquilla. Aunque no fuera su hija, se sentía responsable de ella y por eso solo se separó de ella cuando sobre las ocho llegó la pelirroja a sustituirle. Agotado tras la noche en blanco, se metió a duchar para despejarse. Bajo el agua pensó que de no haber tenido una cita ineludible a las diez se hubiese quedado durmiendo. Tras vestirse y mientras se anudaba la corbata, se asomó a la habitación de la colombiana y viéndola en buenas manos, se fue a trabajar asumiendo que sus problemas no habían hecho más que empezar.

            La confirmación de que así sería le llegó a modo de conferencia y es que nada más llegar a su oficina recibió la llamada de Ricardo Redondo desde Bogotá.

            «¿Qué coño querrá este capullo?», se preguntó mientras Amalia, su secretaria, se lo ponía al teléfono.

            Al pasárselo, el tipo directamente le preguntó si Estefany estaba en Madrid. Pensando que esa pregunta venía motivada por la preocupación paterna, no vio nada malo en contestar que sí y que no se preocupara porque se estaba quedando con él, absteniéndose de comentar nada de lo sucedido la noche anterior. Para su sorpresa, el muy hijo de perra comenzó a despotricar y de malos modos le urgió a echarla porque según él su hija era un peligro para todos aquellos que la tuviesen cerca y que solo él era capaz de cuidarla. Durante poco menos de un minuto soportó sus impertinencias, pero cuando el colombiano se atrevió a amenazarle directamente lo mandó a la mierda y colgó.

            «Menudo imbécil», exclamó para sí mientras a su mente volvía la sospecha de que ese malnacido hubiese abusado de Estefany, ya que su actitud era lo último que alguien podría esperar de un buen padre, y parecía la de alguien sumamente celoso.

            «Esta niña no se va a ninguna parte, ¡de eso me ocupo yo!», se dijo convencido de que su deber era ayudarla.

            El resto de la mañana no pudo dejar de pensar en ella y en las razones de su sufrimiento mientras trataba infructuosamente centrarse en la oferta que tenía que mandar a una empresa americana.

            «Si consigo que me hagan su socio en España, al día siguiente mi compañía valdría el triple», meditó prohibiendo que Amalia le pasara otra llamada.

            No fue hasta el mediodía cuando viéndose incapaz de terminar la oferta decidió llamar a casa y preguntar por la chiquilla. Antía le contestó que había conseguido que Estefany se tomara el desayuno, pero que no había podido conseguir que saliera del cuarto.

            ―No deja de llorar― añadió cuando la interrogó sobre lo qué hacía.

            ―Tenla vigilada, no vaya a ser que haga una tontería― le ordenó, aunque sabía por la bondad de la mujer que no hacía falta.

Tras colgar, decidió llamar a Patricia para hacerle partícipe de que el padre de su amiga lo había llamado exigiendo que la pusiera en la calle, por si así conseguía que le contara cual era la verdadera razón que había llevado a la morenita a cruzar el charco. Tras tres timbrazos, lamentó que tuviese el teléfono apagado y por eso únicamente le pudo dejar en el contestador que necesitaba hablar con ella.

Reconociendo que era incapaz de concentrarse, decidió volver a casa y comprobar en primera persona, el estado de la chavala. Durante el trayecto, intentó pensar en qué decir para sacarla de la depresión, pero como el trato con la gente no era uno de sus fuertes no se le ocurrió nada. Tras aparcar en el chalet y oyendo que la gallega a su servicio estaba ocupada en la cocina, subió por las escaleras en dirección al cuarto que había puesto a disposición de la latina.

Al llegar y no verla, entró en el dormitorio temiendo que la joven estuviese llorando en el baño o algo peor. Por ello, no pensó en que se estuviera duchando cuando abrió la puerta. La silueta de Estefany completamente desnuda bajo el agua lo impactó y durante unos segundos se quedó admirando su indudable belleza. Aunque ya sabía que esa cría era un monumento, no pudo dejar de asombrarse del tamaño y forma de sus pechos.

«¡Por Dios! ¡Es preciosa!», se dijo mientras intentaba retirar la mirada.

Ajena a estar siendo observada, su invitada se estaba enjabonando el trasero y eso le permitió valorar los impresionantes cachetes de los que era dueña. Instintivamente, comenzó a babear deseando que fueran sus manos las que estuviesen recorriendo esas maravillas.

«¡Qué coño hago!», se dijo al darse cuenta de la atracción animal que sentía y muerto de vergüenza, huyó de la habitación.

Ya en el salón, se sentó y se puso a lamentar que, comportándose como un cerdo, se hubiese quedado espiando absorto los atributos de la colombiana.

«No me puedo creer que Patricia haya metido esa tentación en mi casa», descargando la culpa en su hija, masculló mientras intentaba dejar de pensar en las contorneadas piernas que a través del vapor había disfrutado.

Con esa sensual imagen grabada en su cerebro, se sirvió un whisky que le hiciera más pasable el pavor que sentía por haber obrado como un viejo verde.

«Le llevo veintitantos años, ¡puedo ser su padre!», hundido en la miseria, estaba murmurando cuando un ruido le hizo girar y vio que la culpable de su azoramiento se acercaba con cara triste.

―Don Gonzalo, le pido perdón por lo de anoche― con dos lágrimas cayendo por sus mejillas, susurró.

El dolor que destilaba su tono le hizo abrazarla y tratar de consolarla. Como ya había ocurrido con anterioridad, Estefany se desmoronó al sentirse quizás a salvo. Lo que no sabía la morena y Gonzalo nunca lo confesaría es que al mimarla el recuerdo del agua cayendo por su piel volvió con fuerza a su cerebro y espantado por el peligro de sentirse descubierto, el maduro intentó no pensar en ello. Por eso cuando ya su pene comenzaba a crecer bajo el pantalón, recibió con agrado que la chavalilla se separara de él y preguntara a qué se debía su presencia en el chalet, ya que lo usual era que llegara de trabajar entrada la noche.

―Estaba preocupado por ti― reconoció sin ambages.

Por raro que parezca, esa confesión molestó a la joven y separándose de él, le pidió no volver a cambiar ningún aspecto de su rutina por su causa.

―Júremelo o me voy― le gritó bordeando la histeria.

Su reacción despertó las alertas de Gonzalo y pensando nuevamente en el viejo de su invitada creyó ver en su nerviosismo que temía que el estricto control parental se volviese a repetir, pero teniéndole a él como protagonista.

Asumiendo que era así, bajando el tono de su respuesta, replicó:

―Si lo que te da miedo es que intente controlarte, ya puedes irlo olvidando. No soy tu padre y menos tu pareja, por mí puedes comportarte como quieras… siempre que lo de anoche no se vuelva a repetir.

Prometiendo que nunca volvería a intentar quitarse de en medio, sonrió y esa sonrisa que iluminó su cara la convirtió en una diosa y a él en su firme admirador. Conteniendo las ganas de quedarse adorándola, preguntó a Antía si tenía lista la comida porque tenía hambre. Para su sorpresa, la eficiente criada llegó muerta de vergüenza y le recoció que no había tenido tiempo de terminar de cocinar y que al menos tendría que aguardar una hora.

«No tengo tanto tiempo», pensó y mirando a Estefany, preguntó si le apetecía ir a comer con él al restaurante de la esquina.

De primeras se negó, aduciendo que no se sentía con ganas de cambiarse de ropa. Observando que llevaba un jersey ancho y una falda larga, indumentaria muy parecida a la que llevaba cuando la recogió en el aeropuerto, Gonzalo no aceptó sus excusas y únicamente le mostró la puerta.

―Te vienes conmigo. No se hable más.

Bajando la mirada mientras esbozaba una sonrisa, pícaramente, contestó:

―Sí, amo.

Por un momento, el cincuentón se quedó helado. Pero al mirarla y ver que estaba de broma, reconoció por primera vez en ella a la dulce y traviesa criatura que había conocido años antes. Viéndolo como un síntoma de su recuperación, riendo la avisó que se diese prisa o se la llevaría a rastras.

―No hace falta, soy una niña muy obediente― cogiendo su bolso, comentó y con paso alegre salió de la casa.

La comida resultó un agradable interrogatorio por su parte en el que nada quedó a salvo de sus preguntas. Desde los motivos de su divorcio, si tenía novia o la marcha de su empresa. La forma tan divertida en que planteó esas cuestiones evitó que se sintiera molesto e incluso le reconoció las dificultades que había tenido esa mañana para centrarse en el nuevo contrato.

Aun así, le sorprendió al dejarla en casa que esa niña le diera un beso en la mejilla mientras le avisaba que no le quería de vuelta hasta que hubiese dejado finalizada la oferta.

―Sí, bwuana― respondió muerto de risa a lo imperativo de esa orden.

―Cuando acabes y si no te importa, me gustaría que viéramos juntos un capítulo de Blacklist, una serie a la que soy adicta.

Despelotado, el maduro hombretón confesó que él también estaba totalmente picado con la historia de ese gánster y que estaba a punto de terminar de ver la séptima temporada.

―Te llevo dos capítulos de ventaja, pero no me importaría volverlos a ver.

Con ello acordado, Gonzalo se fue a la oficina y sin darse cuenta se enfrascó completamente en el asunto con los americanos, descubriendo aspectos en los que podrían sumar fuerzas que hasta entonces no había caído. Eran ya las once de la noche cuando al terminar se percató de lo avanzado de la hora y mandando por email la oferta, se fue a casa.

Al llegar, se dirigió a la cocina a ver qué le había dejado la pelirroja y ante su sorpresa, se encontró a Estefany esperándolo con una sonrisa.

― ¿Qué tal te fue? ¿Conseguiste darle forma?

Algo en su tono hizo que más que una pregunta hubiese sido una afirmación y desternillado, bromeó con ella diciendo que era un hombre de palabra y que si había llegado tan tarde era porque le daba miedo entrar en la casa sin haberlo terminado.

―No soy tan mala― protestó.

La ternura de su voz lo dejó sin habla y tratando que no notara su nerviosismo, preguntó si había cenado.

―No, te estaba esperando. Ahora sé niño bueno y vete a descansar en el sillón mientras la caliento.

Que lo tratara como un crio lo hizo reír y cogiendo una cerveza de la nevera, no vio nada malo en dejarse mimar por la chavala. Ya en el salón, se dejó caer en el sofá de tres piezas, sin saber que al llegar Estefany se sentaría a su lado en vez de hacerlo en el otro. Tampoco le pareció tan extraño al ver que así la televisión le quedaba de frente y charlando con ella, cenaron.

Cuando acabaron, Gonzalo buscó en la pantalla Netflix para seleccionar la serie, pero entonces la casualidad quiso que hubiesen repuesto una película de Halle Berry que le habían dicho que era un peliculón. Sin saber realmente nada sobre su contenido, preguntó a la morena si le apetecía verla.

―Ponla, veo que a ti sí y prometiste que no ibas a cambiar nada para agradarme.

Como en parte tenía razón, no dudó en seleccionar Monster´s Ball en la televisión y se pusieron a verla.  Desde el principio al cincuentón le pareció una obra de arte en la que se mezclaba racismo con una descarnada historia de amor entre la mujer de un hombre que acababa de ser ejecutado y su verdugo. En cambio, a la chiquilla le debió aburrir porque cerrando los ojos posó la cabeza en el hombro de su benefactor y se quedó dormida. Como eso era algo que muchas veces habían hecho sus hijas, Gonzalo lo aceptó con naturalidad y siguió viendo la película.

En un momento dado, cuando el protagonista se ofreció a llevar a la viuda a casa, recordó que si le habían hablado de esa cinta era por la escena en que Halle Berry se entrega al carcelero. Sabiendo que era brutalmente erótica, se removió incómodo al tener a Estefany durmiendo en su hombro. Mirando de reojo, oyó su respiración y decidió continuar. La pantalla mostraba para entonces a la pareja llegando a donde vivía la viuda e invitándolo a pasar, abrió una botella de Jack Daniels que era la preferida de su difunto esposo.

El dolor que llevaban acumulado en sus precarias vidas se desbordó y ya borrachos, comenzaron a ver unos dibujos que había realizado el marido y el hijo de la camarera mientras a su lado Estefany comenzaba a roncar con la suavidad de una gatita. Viendo su tranquilo dormitar, paró la cinta y se sirvió una copa. Al volver la cría, se movió y dejándose caer, apoyó la cabeza sobre el muslo del cincuentón. Por un momento, sintiéndose incómodo, estuvo a punto de despertarla. Pero no lo hizo y volvió a poner la película.

En ella, Halle Berry llevaba una blusa de tirantes de color morada y una minifalda negra que parecían sacadas de un rastrillo. La humildad de su ropa no menguaba la belleza de la actriz.

«Aun así está buenísima», se dijo mientras en la pantalla se echaba a llorar recordando a su hijo.

Cuando el tipo la intenta consolar, se vio siendo el protagonista masculino de la historia mientras la femenina por arte de magia se había convertido en la colombiana.

―Quiero que me haga sentir mejor― Estefany le rogó en la pantalla mientras se bajaba los tirantes y ponía los pechos a su disposición.

Horrorizado, giró la cabeza hacia abajo y al ver que seguía dormida, no tuvo fuerzas de apagar la cinta al ver que, subiéndose sobre él, le pedía que le hiciera sentir bien.

«Estoy soñando», se dijo mientras observaba a su otro yo despojándola de la blusa.

― ¿Puedes hacerme sentir bien? ― insistía la amiga de Patricia al sentir los labios de Gonzalo en sus senos mientras llevaba las manos hasta su falda.

La necesidad de la mujer se incrementó al verse solamente en bragas y girándose sobre el sofá, se puso a cuatro patas para que el cincuentón y no el actor la hiciera suya.

Sin entender cómo era posible vio que el trasero al que se estaba follando en la cinta era el mismo que había visto duchándose.

«No es posible», se dijo mientras su alter daba unos bruscos azotes en el pandero de la colombiana.

La rapidez con la que en la televisión iban cambiando de postura y del perrito pasaban al misionero lo tenía totalmente alelado.

«Somos nosotros», exclamó advirtiendo que hasta el protagonista tenía su misma marca de nacimiento en el trasero.

Ya totalmente excitado, vio en la pantalla a Estefany empalándose sobre él y a los pechos que tanto le habían impresionado rebotando al ritmo en que lo montaba hasta que cayendo sobre él se corría mientras su yo la tenía sujeta con las manos en el trasero. La sensualidad con la que la morenita movía las nalgas para disfrutar de los últimos coletazos de placer lo aterrorizó y más cuando oyó la voz de la chiquilla agradeciéndole en el oído que lo necesitaba, que no sabía cuánto necesitaba sentirse amada.

Sin entender qué pasaba, apagó la televisión y durante más de un minuto, se quedó callado temiendo incluso bajar la mirada por si la joven se hubiera percatado de su erección. Cuando al fin pudo reunir el coraje suficiente para mirarla se la encontró todavía durmiendo, pero con la misma sonrisa que muchas veces había visto en sus amantes después de haber follado.

«Estoy imaginándomelo todo», pensó y negando lo que había sentido y visto, adujo esa alucinación al cansancio.

Comprendiendo que no podía dejar a la cría durmiendo en el salón, la tomó en brazos y como tantas veces había hecho en el pasado con Patricia o con su hermana, la llevó hasta la cama. Una vez allí, con la ternura de un padre, la tapó y estaba apagando la luz cuando entre sueños escuchó a Estefany susurrar:

―Gracias, por hacerme sentir bien…


Relato erótico: “La casa en la playa 5.” (POR SAULILLO77)

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Tercer día de fiesta.

Fui a buscar las putas cervezas, tenía la sensación de que en cuanto salí de casa, Jaime ya se estaba follando a Sonia, y si tardaba mucho mi madre iba detrás. Así que en 5 minutos regresé con otros 4 packs de 24 latas a los pies de la moto, al entrar temía ver a Jaime ya en acción, pero estaban todos en la puerta esperándome, se habían puesto el biquini y mi madre era la única con un camisón fino, Jaime solo con el bañador. Yo me puse una camiseta por tener una prenda más. Mientras las chicas se turnaban en hacer manitas con Jaime camino de la playa, solo mi hermana me ayudó con las cervezas y la nevera hasta arriba de hielos. Al llegar hicimos un círculo y comenzamos.

Seria repetitivo decir que ocurrió, resumiré en que la 1º hora fue inocente, a partir de ahí Jaime se volvió osado, y ya tenia a mi madre sin ropa, a Sonia con las tetas fuera y mi hermana tuvo que dejarse meter mano, a mi me hacia tonterías para humillarme, hacer verme con un crío, para minimizarme ante las demás. Al par de horas estabamos todos desnudos y con un subidón de cerveza notable, por suerte era una playa apartada y en esas horas no pasaba mucha gente. A estas alturas Jaime se había cebado con mi madre, le había comida la tetas, le había hecho hacerle una paja, y se dieron el lote unos 5 minutos, eso me dejó cierta libertad con las demás, y Sonia fue asediada, bailes, caricias, y llegué a pedirla una cuabana que me dejó muerto, mi polla desaparecía entre aquellas montañas. Mi hermana y Sara fueron castigadas por elegir verdad, descubrimos que mi hermana había probado el sexo anal, y cual de sus ex follaba mejor, un tal Pedro, mientras que Sara relató como perdió su virginidad con el hijo del carnicero a los 16 años, y que tuvo líos lésbicos en la universidad.

-JAIME: pierde Carmen – que se bebía las cervezas como chupitos.

-CARMEN: verdad jajaja

-JAIME: ¿te follaste al mulato de anoche? – se puso azul de congestión, pero ante la mirada atónita de Marta, asintió.

-CARMEN: ¡si, jajajaja dios!, es que tenia un calentón…….

-MARTA: ¡pero mamá, ¿y papá?! – la cogió de la mano con dulzura.

-CARMEN: hija, tu padre no está, y estoy harta de dormir sola, no es nada, solo me divierto, como tú.

-JAIME: quedan pocas latas – quería pasar rápido para evitar discusiones morales. Perdió Sara, y aproveché que mi madre distraía a Jaime.

-YO: quiero que me a la chupes, tía – sonó tan decidido que gateó hasta mi y comenzó a chupar el glande, aquello abrió los ojos de todos, le costaba horrores metérsela pasado el capullo, pero lo compensaba con una lengua viva.

-JAIME: mira como le comen la polla a tu hijo – apretó a mi madre contra él, pegando su culo a su erección sin que mi madre apartara la vista de mí.

-CARMEN: jajaja es que es hijo de su padre, casi no puede tragársela jajajaja.

Me hizo hundir los dedos en la arena de placer, y en 5 minutos me vacié en su boca, la mayor parte se lo tragó. La siguiente mano perdió mi madre, que seguía eligiendo atrevimiento pese a todo.

-JAIME: ummmmmm ¿que se me ocurre….?

-CARMEN: poco se me ocurre ya, golfo, me has hecho de todo……jajajajaja

-JAIME: cierto, háztelo tu misma, hazte un dedo.

Se tumbó en mitad del circulo y se abrió de piernas mirando a Jaime, chupó varios dedos y empezó a jugar con sus labios mayores, los separó y frotó su clítoris mordiéndose el labio, para terminar metiéndose 3 dedos, se martirizaba ella sola con un ritmo animal, se arqueaba mostrando unos pezones que rayarían diamantes, comenzó a pellizcarse uno, y luego a suspirar rápido dando golpes con el culo contra la arena, hasta que tembló de gusto y se hico un bola.

-JAIME: espectacular, dios…. ¡que mujer! – recibió un aplauso tímido. Otra mano, perdió Marta, que ya estaba colorada como una fresa, eligió verdad.

-JAIME: ayer te follaste a uno, ¿te dejó satisfecha?

-MARTA: jajaja ¡que cerdo eres!…… ¡pues no!……se quedó dormido y no me gustó – terminó su cerveza.

-YO: solo queda una lata.

-JAIME: tengo una idea, pero no se si os gustará, sois demasiado remilgadas……- aquello fue justo lo que era, una trampa.

-SARA: claro, míranos que recatadas, aquí desnudas y chupando pollas……..dilo.

-CARMEN: eso, podemos con todo ajjajaja.

-SONIA: yo hago lo que sea…….

-JAIME: me gustó mucho terminar follando con Sara, y creo que a todos verlo, ¿que tal si la última lata siempre sea el colofón con sexo? El que pierda tiene que dejarse follar, pero puede escoger con quien, tienen que ser hombre y mujer, nada de rollos gay, ¿que os parece?

-MARTA: un poco fuerte…..pero…… ¡que coño!

-CARMEN: claro que si, reparte jajajjaa – parecía ansiosa por que le tocara.

-SONIA: ¡madre mía!, estamos locos….

-SARA: pues no juegues, niña…- seguían picadas.

Jaime era un genio, si tenían que ser hombre y mujer, siempre ganaba, de las 4 mujeres, una era madre, otra mi hermana, y la 3º mi tía, a la que ya se tiraba, las 3 le elegirían a él de cabeza, aparte de que si perdía él podía follarse a cualquiera, y si perdía yo solo podría ir a por Sonia. Al repartir estaba nervioso, dimos la vuelta a la carta a la vez, y la matemática no fallaba, perdió Jaime.

-JAIME: jajajaja que bien – se frotaba las manos mientras abrió la última cerveza que le se bebió mirando a las 4 mujeres, Sara casi parecía ya dispuesta cuando – ….me follo a Marta – me quedé de piedra, “mi pobre hermana”, pero tenia sentido, Jaime ya tenia a mi tía, mi madre estaba cerca, y había empezado a camelarse a Sonia, mi hermana era la única que no caía en su juego, y no perdió la oportunidad.

-MARTA: ¿en serio,? es que……..

-CARMEN: ¡no seas boba, ¿no ves que guapo es Jaime?! tendrías que estar agradecida – no seria real decir que eso fue el alcohol, mi padre había enseñado a pensar de esa forma a mi madre. La mujer estaba para complacer, el mulato podía dar fe.

-JAIME: yo decido, así que……ven aquí – Marta se puso en pie, ruborizada, borracha y avergonzada, pero seguía preciosa.

Se acercó a él sin saber que hacer, Jaime la cogió de la mano y se la puso de rodillas encima, se besaron un poco, de forma torpe, Marta estaba incomoda, mientras Jaime repasaba sus nalgas. Pasaron unos minutos largos en que Marta se excitó, ya estaba metiéndole la lengua buscando la suya. Jaime se recostó en la arena y mi hermana cogió su pene, apuntó y bajó la cintura con cuidado, soltó un par de gemidos agudos hasta meter medio miembro.

-JAIME: es la más grande que te han metido, ¿verdad? – mi hermana no dijo nada, pero su cara roja decía que si. Por un momento pensé que si la de Jaime la hacia gozar, siendo un miembro ligeramente por encima de las medidas estándar, la mía debería hacerla ver las estrellas.

-CARMEN: jajajaja pobre hija mía, mírala como disfruta – lo hacia, tenia sus reparos pero el movimiento lento de sube y baja la estaba llevando al cielo.

-JAIME: dime, ¿te gusta como te follo?

-MARTA: si…..- susurró tímidamente.

-JAIME: ¿mejor que el de ayer?

-MARTA: ¡ohhhhhhh si!, mucho mejor….. – apretaba los labios para no gemir cuando Jaime ya embestía con fuerza haciendo temblar los senos y las nalgas de mi hermana.

-JAIME: ¿y mejor que Pedro? – el que nos había dicho que fue su mejor polvo, mi hermana guardó silencio y aguantó la respiraron unos segundos mientras la estaban matando.

-MARTA: ¡DIOS, SI, MEJOR, JODER, COMO ME GUSTA! – estaba gozando mucho más de lo que admitió nunca.

-JAIME: ¡pues muévete un poco, no voy a hacerlo yo todo! – y la soltó uno de sus azotes, lo que provocó que mi hermana se soltara, se puso a 4 patas sobre él y movió su cadera con energía.

-SARA: joder como se mueve la niña…..

-CARMEN: es hija mía, seguro jajajajaja

Marta dio un recital, hasta Jaime la paraba alguna vez entre besos, tuvo que darla la vuelta para dominar, la abrió de piernas, de espaldas contra la arena, y la folló como mejor sabia, mi hermana cerró los ojos y se frotaba su cuerpo de adolescente terminándose de desarrollar, sintiendo cada penetración. Jaime cayó sobre ella y le rodeó con los muslos, lamía sus senos que estaban tensos y firmes. Sonia estaba a su lado masturbándose al ver aquello, mi madre no perdía detalle y mi tía estaba furiosa, quería haber sido ella. Jaime duró bastante, la estaba llevando a disfrutar de aquello, la puso de lado y la estaba penetrando desde atrás acariciando su clítoris, Marta golpeaba la arena al sentir como una oleada de calor la llenaba, y estalló soltando lo que seguro fue su 1º orgasmo vaginal, hasta para mi fue reconocible en su cara esa sensación de sorpresa o confusión al sentir algo nuevo y placentero. Poco después la llenó de esperma caliente, mi hermana había cogido cierto ritmo y aún se movía mientras la polla que la había encendido se desinflaba.

-JAIME: ¡puf…….madre mía…….me vais a matar!

-CARMEN: como las gasta mi niña eh…..

-JAIME: solo espero que su madre sea mejor – se puso en pie y azotó el culo de mi madre, que le miró con ojos lujuriosos.

-CARMEN: ya lo probarás…

-MARTA: ¡dios…..se me ha corrido dentro…..estoy llena de…..! – se colocaba en pie mientras se tocaba el pubis manchado de semen y sus propios fluidos.

-JAIME: de mi, princesita – se fue a por ella, que le recibió de brazos abiertos medio ida, se besaron con calma y la azotó el culo varias veces.

-MARTA: ¡joder, me haces daño!, dame más suave – ya era suya, fue dándola azotes hasta que dio con la intensidad que a mi hermana le pareció idónea.

Regresamos desnudos a casa, nos dimos una ducha, al rato cenamos, para vestirnos e ir de fiesta, nada había cambiado los planes. Jaime y yo nos pusimos algo decentes en pocos minutos, ellas se pasaban media hora cambiándose de ropa, y maquillándose, pero merecía la pena.

Todas bajaron con una capa de maquillaje extra, y a mi entender innecesaria, iban muy borrachas como para hacerlo bien. Mi madre eligió un vestido blanco con tirantes, largo hasta lo pies y vaporoso, a contra luz se le marcaba una figura apoteósica, y casi se intuían sus pezones al ir sin sujetador. Mi hermana la siguió con una camiseta blanca enseñando un hombro y el biquini, con unos shorts negros elásticos del que sobresalían los lazos de las bragas del bañador. Sonia arrasó con un top de flores elástico marcando un sujetador al límite de su capacidad en un escote tan vulgar como atrayente, y unos shors blancos sin abrochar del todo. Mi tía Sara esta vez jugó fuerte, con solo un corsé negro arriba, que le realzaban los senos hasta el punto de que al caminar vibraban como flanes, con un pantalón largo de cuero negro pegado a su piel. Todas con las bragas del biquini “por si acaso” se daban un chapuzón, pero solo mi hermana llevaba el sujetador arriba.

Fue como volver al pasado un día entero, ronda de chupitos al comenzar, y mojitos infernales, a la 2º copa ya estabamos con la cabeza perdida. Sara tuvo que buscarse un maromo, no le faltarían pretendientes, por que Jaime se quedó pegado a mi madre, sobándola por encima del vestido. Sonia se encontró a su noviete, y me quedé con mi hermana bailando de forma graciosa, pero no me miraba a los ojos.

-YO: ¿que te pasa?

-MARTA: nada……es que…lo de Jaime….me ha dejado traspuesta.

-YO: folla bien……- dije triste.

-MARTA: puffff joder que si……bueno, si…… pero no es eso….es que….me has visto……. y mamá.

-YO: es algo raro, pero……me gusta este rollo, así conocí a Vanesa – me miró por fin, con un halo de la luz que era de mi vida.

-MARTA: ¡es verdad!, una lastima que no pudiera venir, te puedo buscar a otra…….- sopesé si seria acertado, había demostrado tener buen ojo.

-YO: no, creo que Vanesa será mi chica este verano…….si es que no la cago…….

-MARTA: bobadas, es una afortunada, eres un cielo, no se que haría yo sin ti……. pero es que Jaime está desmadrando todo un poco….

-YO: ¿un poco?

-MARTA: si, pero estamos de vacaciones, y no vengo a pasarlo mal, que sea lo que dios quiera, por que necesitaba un buen polvo y me lo ha dado.

-YO: es un cerdo…..

-MARTA: lo sé, y mamá o la tía, hasta Sonia, pero de vez en cuando las mujeres necesitamos un hombre así, han idealizado el amor, y no siempre buscamos a un chico bueno, dulce y tímido como tú – no supe como sentirme, si eso era bueno o malo para mi.

Nos pasamos una hora riéndonos, me usaba para espantar a algún moscón que la pretendida, luego vimos a Sonia sin el top de flores, subida a hombros de un chico gritando a pleno pulmón, y a Sara como una reina mora con 4 tíos a su alrededor regalándole los oídos.

-MARTA: a quien no veo es a mamá…….

-YO: estaba con Jaime, o eso espero.

-MARTA: ¿oíste lo que dijo jugando?……..¿lo del mulato?

-YO: si……les vi ayer tonteando.

-MARTA: y yo, pero no pensé que…….ya sabes, es mamá.

-YO: ¿por que para ti está bien liarte con Jaime pero no ella con un mulato? – se me había bajado un poco el pedo y fue un pregunta demasiado sesuda.

-MARTA: por que yo no estoy casada.

-YO: ella también ha venido a pasárselo bien, fue papá el que se fue y la dejó aquí, nos dejó a todos, y a mamá le gusta el sexo bastante, y si es duro mejor, yo creo que papá la templaba y la deja saciada.

-MARTA: ¿si?

-YO: bueno, no deja de decir que la tiene muy ancha, que la encanta……..siempre que ha estado con papá se comporta como una novicia, pero lleva una semana larga sin él, y mírala…….

-MARTA: ahora que lo dices, no recuerdo nunca que papá se haya ido más de unos días de casa, pufff pues aún quedan 2 meses……me preguntó…¿como lo hará mamá?

-YO: pues es muy animal, se mueve como una tigresa……- me miró extrañada.

-MARTA: ¿como lo sabes?

-YO: bueno…..es que la he visto un par de veces en casa, la 1º con papá la primera semana…..y ayer….la vigilaba……la vi con el mulato, con lo de Vanesa……… les seguimos a casa y los vimos……

-MARTA: ¿de verdad?, ¿y como fue?

-YO: pues la verdad es que parecía que mamá estaba un poco perdida, el mulato la llevaba de la manita, la tiene grande el cabrón, pero cuando empezaron de verdad……. mamá le sobrepasó, me quedé de piedra.

-MARTA: ¡que fuerte!, ¿crees que estarán ahora por aquí?

-YO: no lo sé, ¿les buscamos?

Me cogió de la mano y como niños traviesos correteamos, la llevé a la zona de los mulatos, eran fácilmente reconocibles, había un corrillo de mujeres buscando a un varón disponible para “bailar”, la fama latina es merecida, verlos moverse era mágico, o al menos tenia a las mujeres absortas y con ganas de ser las elegidas, estaba el mulato grandullón, se lo señalé a Marta que se rió al verlo de cerca, le estaba metiendo tal meneo a una chica que la tenia cogida de las tetas sacadas de su top y le daba golpe tras golpe en el culo con la cadera, tan fuertes que la chica se quejaba entre sonrisas.

-MARTA: ¡madre mía, pobre mamá, mira que mostrenco!

-YO: y ese otro de la rubia pegada al cuello también la metió mano.

-MARTA: es mas bajito pero tiene aspecto de fortachón jajajaja, que golfa es mamá jajajajja.

-YO: si…….- tuve que reconocer – …. pero aquí no está.

-MARTA: ¿no es esa de la plataforma? – al girarme la vi subida a una tarima que había en mitad de la discoteca, junto a otras chicas, nos acercamos lo que pudimos ya que se formó un pelotón de gente.

-DJ: ¡MUY BIEN, HA LLEGADO LA HORA, CAAAAAAAAAAAAAAAAAAMISETAS MOJADAS!, la vencedora se lleva una copa gratis – Marta y yo nos miramos asombrados, mientras Jaime cuchicheaba al oído del DJ.

Fue de película americana, había 5 chicas, todas de entre 18 y 25 años, jóvenes y guapas, 2 con pechos tan grandes como Sonia o Vanesa, se quitaron los sostenes, las que lo llevaban, dejándose los top o camisetas, y una a una las fueron presentando, entrevistando y tirado cubos de agua encima, mientras se movían o contoneaban, fue divertido. Mi madre era la última, solo por su edad madura evidente en su rostro, pero hermosa, fue aplaudida y piropeada ante su atrevimiento, se reía a carcajadas mientras la preguntaban cosas picantes, y 2 tipos terminaron volcando un barreño en su cabeza, mi madre no bailó, al sentir el agua taconeó de frío e impresión, echándose la melena hacia atrás mientras el agua no dejaba de caer, luego se tuvo que sujetar el vestido por que se le salió un tirante. Pasado el mal trago dejó que la empaparan moviendo las caderas, al acabar toda la discoteca retumbaba de aplausos, gritos de ánimo y silbidos, mi madre estaba para follársela allí mismo, todo el pelo mojado goteando con un flequillo travieso cayendo por su frente hasta sus senos, una sonrisa divina mientras se apartaba el agua del rostro con gestos elegantes, ya fuera frotándose las mejillas hacia fuera o apretándose la nariz con los dedos índice y pulgar, es colmo era un vestido que la envasaba al vacío, se marcaban sus pezones duros y las bragas del biquini, su figura era un escándalo y ganó de calle el concurso, dando una lección de sensualidad y erotismo a las otras chicas.

Jaime la abrazó y la alzó en el aire, y la dejarla caer la dio tantos azotes en el culo que salían volando gotas de agua con cada impacto, la gente se reía ante aquello, pero mi madre se mordió a un dedo juguetona, le cogió la cara a Jaime y le besó metiéndole la lengua, Jaime respondió con gusto y la temperatura de la discoteca subió 5 grados, la cogió del culo y se la montó encima bajándola de la plataforma. Les seguimos hasta la barra, donde mi madre sonreía con la mano de Jaime en su trasero, la susurraba cosas que la hacían sacar la cintura con ritmo sobre su mano, y pidió su premio, otro mojito que se bebió del tirón, apoyada de espaldas a la barra, Jaime la besaba sin parar, mi madre se los devolvía y se dejaba hacer con un brillo en los ojos anti natural, pero que ya vi la noche anterior al llevarse al mulato a casa.

-YO: se la va a follar.

-MARTA: puffff ya ves…..mamá me ha puesto cachonda hasta a mi………

-YO: ¿que hacemos? – pretendía que me ayudara a impedirlo.

-MARTA: quiero verlo…. – me cogió del brazo con fuerza –…. necesito verlo.

Jaime estaba desesperado, tiraba de mi madre para sacarla de allí mientras ella bailoteaba sin parar, ni nos vieron pasar a su lado, salieron como almas que persiguiera el diablo y les seguimos, Marta se apoyaba en mi muy perjudicada, pero segura de querer ver aquello. Esta vez mi madre no paró por el paseo marítimo a jugar, llevaba de la mano a Jaime a toda velocidad, al llegar a casa dimos un rodeo para ir por la escalera exterior, vi de refilón como en el sofá de abajo estaba Sara, sin el corsé y a 4 patas con le pantalón y las bragas a medio muslo, siendo follada por un completo desconocido, de fondo entraron mi madre y Jaime, que pasaron sin prestar atención, subimos antes que ellos y le enseñé a Marta el “rincón de la lujuria”, una zona de un balcón del cuarto de mi madre desde el que se veía todo, pero no te veían.

-MARTA: ¡dios…esto es muy fuerte!

-YO: no tenemos por que verlo.

-MARTA: pero quiero hacerlo…..ese cerdo casi me mata en la playa.

La luz se encendió y entraron a trompicones en la habitación, Jaime acosaba a mi madre que se reía ante su ímpetu, recostó a mi madre en la cama boca arriba y se tumbó encima dándola un fuerte chupetón en el cuello mientras amasaba sus senos bajo la tela mojada, Jaime estaba loco de lujuria, la cogió del escote y rasgó la tela que, vaporosa y húmeda, cedió hasta el ombligo sin problemas, le cogió de los pezones y los chupó con dureza, mi madre gimió y le apretó contra ella.

-JAIME: ¡dios, llevo semanas deseando follarte!

-CARMEN: pues haberlo hecho – le quitó la camiseta a Jaime y le besó por todo el pecho, llegando a morderle en el vientre un poco marcado abdominal.

-JAIME: tu hijo no me dejaba, pero lo voy ha hacer ahora – le rompió de todo el vestido quedando hecho jirones, le levantó las piernas y sacó las bragas con firmeza, la abrió de piernas y se regaló la vista con el coño de mi madre.

-CARMEN: ¿me lo comes? – Jaime obedeció, se sintió en la cara de mi madre como le gustaba cierto gesto de su boca ente sus muslos, aunque no adiviné cual era.

-JAIME: ¡que buena estás! – y hundía su lengua en sus labios mayores, tirando con la boca de ellos.

Pasados unos minutos mi madre gemía con cierta vibración en el vientre, Jaime se desnudó por completo, tumbándose boca arriba, mi madre acudió a su pene y le devolvió el favor con un mamada que le costaría hacer a muchas profesionales, se la metía entera y se la llenaba de babas para luego dejarla seca.

-MARTA: joder con mamá, ¡como la chupa!

-YO: si papá la tiene grande, esta le resultará fácil.

-MARTA: ya, pero aún así……- disimulaba, pero se había metido la mano dentro del short y se estaba acariciando.

Jaime la cogió de la cabeza a mi madre y la subía hasta besarse de nuevo, mi madre pasó una pierna por encima para montarlo y buscar su miembro.

-CARMEN: la verdad es que no la tienes tan grande como el mulato o mi marido.

-JAIME: ya sabe lo que dicen, no importa el tamaño del barco, si no el movimiento de la marea…..- una carcajada sonora se el escapó a madre, que al instante ejerció fuerza y se la metió entera de golpe, entrenada por el mulato el día anterior, era normal.

Mi madre sonreía mientras Jaime casi estaba en una nube, fue la 1º vez que le vi perder el control de la situación, mi madre movía la cadera como un oleaje, se apoyó en la cabecera de la cama con la manos, y rompía con la cintura en aquella verga que la abría, Jaime probó azotándola el culo, eso solo la aceleró más, a cama parecía dar saltos con cada gesto y Jaime trataba de contenerse, fueron 10 minutos en que Jaime logró sacarla de rueda, y antes de poder hacer nada mi madre tembló varias veces y se dejó caer de lado.

-JAIME: ¡puffffff como se mueve!

-CARMEN: jajaja muchas gracias, pero no hemos terminado, a mi no me dejas a medias – le comió la polla hasta recuperar el aliento, Jaime la miraba asombrado.

La puso a 4 patas, y lamió sus dedos para acariciarla entre los muslos, mi madre había cogido ritmo, no dejaba de mover la cintura, hasta que la empaló, soltó un par de gritos leves y luego sintió cada azote en las nalgas hasta el fondo de su ser. Marta se corrió delante de mí, pero no por ello dejó de mover su mano entre sus piernas, yo me estaba pajeando sin remedio. Marta estaba cachonda, seguramente recordando como la había hecho gozar Jaime hacia unas cuantas horas.

-CARMEN: ¡vamos, dame fuerte, necesito correrme! – Jaime la miraba atónito, estaba sudando y dejándose la piel y mi madre le empujaba hacia atrás buscándole con la cadera.

-JAIME: ¡dios, que mujer, que loba, folla como una diosa!

Mi madre clavó las 20 uñas en un sprin final quedándose quieta, y rompió a gritar con una explosión de sensaciones que bañó las sabanas, Jaime la azotó tanto que se hizo daño en un dedo acabó de a descargar dentro de mi madre. Ambos cayeron de lado a la cama, mi madre sonreía con diversión mientras Jaime cogía aire a bocanadas.

-JAIME: ¡joder!…me ha pillado con la guardia baja….puedo hacerlo mejor…..- lo había dado todo y estaba exhausto.

-CARMEN: no, ha sido increíble…..mejor que el de ayer – era cortés hasta mintiendo, el mulato la dio más trabajo y no creo que ella se quedara contenta del todo – …..te mueves muy bien, verte con Sara, y hoy con mi hija me hizo pensar y mojar mis muslos jajajajaja soy insaciable.

Lo decía de forma dulce, sin darle importancia, se acurrucó a su pecho, se quedaron riendo y susurrando. Marta me cogió de la mano y me llevó a la piscina, con la boca abierta y a carcajadas.

-MARTA: ¡jajajaja le ha dejad seco!

-YO: ya te lo dije…….

-MARTA: ¡pero si Jaime me ha follado como en mi vida!, ¡y mamá en media hora lo ha matado!

-YO: ya lo dijo Sara, mamá ha despertado.

Nos dimos un necesario chapuzón en la piscina, tenia que rebajar el calor de mi cuerpo, y Marta también, chapoteamos rememorando lo visto. Al rato vimos a Sonia con su noviete entrando a hurtadillas en casa, y unos minutos la oíamos gritar desde la piscina.

-MARTA: pufff con lo borracha que va, y follando, esta noche no duermo, ¿puedes dormir conmigo? me ayuda.

-YO: claro – me revolvió el pelo con ternura.

Nos dimos una buena ducha antes de meternos en la cama libre, yo me quedé en calzoncillos, y ella se fue a cambiarse, se duchó y volvió con un camisón de satén dorado de tirantes hasta medio muslo, sin sujetador y con el pelo así estaba para comérsela, se tumbó, y de forma natural se hizo un bola sobre mi pecho, obligándome a abrazarla.

Dormimos una barbaridad, nos habíamos pasado 3 dais de fiesta, más tiempo borrachos que sobrios, o desnudos y jugando, que vestidos. Me desperté con Marta apoyada en mi hombro, con su cara pegada a mi cuello y su olor en el pelo a limpio y manzana del champú. Me dolía el brazo del peso de su cuerpo y tenia los dedos entumecidos, pero me negaba a si quiera moverme, parecía tan inocente y dulce así dormida, que no quería despertarla. Escuché algún ruido de vida pasadas las 5 de la tarde y no antes. El ruido y el olor de la cocina por fin despertaron a Marta media hora después, me pilló mirándola a los ojos, y al reconocerme sonrío, me rozó con la nariz en la barbilla con una de esas sonrisas tan naturales que derretirían los polos.

-MARTA: ¡dios!……que bien he dormido, ¿y tú?

-YO: he dormido con un ángel, creo que bien – torneaba los ojos y me ponía morritos cuando le decía esas cosas.

-MARTA: tienes que decirle eso a Vanesa, te la llevarás de calle.

-YO: si me atreviera……

-MARTA: eres duro de roer, pero un sol de chico jajaja – se me abrazó más fuerte, sentí sus senos en mi piel, y una pierna suya sobre mi, la estruje con fuerza hasta que gritó con dulzura y la solté.

Recuperé mi brazo cuando se puso en pie, pude llegar a ver medio culo de mi hermana, que iba en tanga, antes de que se colocara el camisón, me fui a dar una ducha y ella también, al salir del baño estaba Jaime sentado en una silla, fumando en el balcón un porro.

-YO: hola…….- al verme siseó.

-JAIME: hola………

-YO: ¿que tal ayer?

-JAIME: pues me folle a tu madre, si es lo que quieres saber, guarro, ¡y no vas que bien folla!, me dejó tiritando la muy puta.

-YO: creo que esta buscando sustituir a papá, y tú no das la talla – le solté como respuesta a sus comentarios groseros.

-JAIME: jajaja está comiendo de mi mano, solo me pilló cansado, ¡que tres días niño!…….no puedo con mi alma – sonó a excusa, pero tampoco puedo decir que mintiera, yo había “jugado” mucho menos que él, y estaba roto, con las piernas rígidas y como si tuviera unas obras en la cabeza.

Bajamos a comer algo, mi madre estaba preparando una ensalada mientras Sara la hablaba del tipo de anoche, al vernos cambiaron de tema, y charlamos mientras comíamos, Marta y Sonia bajaron después, y nos volvimos todos a las camas para dormir hasta tarde, cenamos ligero y ya, algo más enteros, y vimos un par de películas para reírnos, fue como si de golpe esos 3 días se hubieran esfumado, y todos fuéramos una gran familia feliz y normal. Llegó a ser raro acostarse a la 1 de la mañana, y no a las 6 o 7, pero nuestros cuerpos pedían descanso a gritos.

-MARTA: ¿puedes dormir conmigo esta noche Samuel? Te juro que eres como un somnífero…..

-YO: claro, como hoy jajaja

-CARMEN: eh, yo también tengo la cama fría.

-JAIME: ya me acuesto yo con usted – Sara echaba chispas al ver como Jaime azotaba a mi madre y esta le daba golpecitos con la cadera, pero se mantenía callada.

-CARMEN: vale, pero sin cosas raras, que te conozco jajaja – fingían que no habían follado ya, sin convencer a nadie, Jaime la cogió de la mano y subieron juntos con el sonido de un azote tras otro de fondo.

-SARA: pues yo también quiero dormir con alguien……

-SONIA: a mi no me mires, estoy destrozada, y necesito mi espacio.

-MARTA: bueno, podríamos dormir los 3 en tu cama tía, que es más grande…..- su solución me encantó.

Subimos a su cuarto, Marta fue a cambiarse para dormir, y Sara me invitó a quedarme mientras hacia lo mismo, se desnudó por completo y se puso un tanga tan diminuto que apenas se veía, se tumbó en la cama llamándome, me recosté sobre ella por detrás y la abracé con fuerza.

-SARA: sabes…….estoy harta de Jaime, es un niñato.

-YO: ¿y por que le has dejado…….tomarte? – no supe decirlo más suave.

-SARA: no se, al principio me gustaba jugar con él, pero ahora, está detrás de todas, y me ignora – “mientras eras tú la que jugaba te parecía bien”.

-YO: es un cerdo, y seguro que se ha metido en la cama de mi madre para tirársela.

-SARA: eso ya lo hicieron anoche, me la dicho tu madre, jajaja la muy loca dice que le gustó, que la tiene como un fideo pero la divierte, puf, lo que le ha hecho tu padre no tiene cura, Jaime a mi me vuelve loca, veo las estrellas y me desvanezco, y a ella “le divierte”, no se, quizá es que hacia mucho que no me tomaba nadie.

-YO: ¿y el de ayer?, te vi abajo al llegar……

-SARA: un cualquiera, ni me acuerdo de su nombre o su cara, fue amable conmigo y me folló bastante bien.

-YO: se me hace raro hablar de esto………así.

-SARA: mi niño, a estas alturas las cosas están claras, vamos a disfrutar mientras dure – se giró y me dio un tierno y cariñoso beso en los labios, me recordó a la 1º vez que la vi en casa, aquella mujer de bandera fuerte y sensual.

Marta entró traspuesta, iba con otro camisón idéntico al de la noche anterior, pero blanco, al verla Sara la sonrió con amabilidad, y al instó a quitarse el camisón, algo avergonzada accedió quedando como mi tía, solo con un tanga blanco, algo más grande que el de Sara. Me recosté y por unos minutos las tuve a las dos en mis brazos, sentía sus pechos en mi y su respiración calmándose al son del ritmo de mi corazón, hasta que se durmieron. Pasados unos minutos comencé a escuchar a mi madre gemir, sonidos de azotes uno tras otro seguidos de risas, y Jaime soltando improperios, estaban follando de nuevo, y ahora sin poder culpar a la bebida, pero el sopor y el calor corporal de mis 2 acompañantes me vencieron, y caí dormido junto a ellas.

Relato erótico: “Hércules. Capítulo 1. El capricho de Zeus.” (POR ALEX BLAME)

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PRIMERA PARTE: CONCEPCIÓN

Capítulo 1: El capricho de Zeus

La joven sonreía agarrada al cuello de Piper, acoplándose a sus movimientos y dejando que su larga melena castaña ondease al viento. Los pantalones de montar se ceñían a su culo grande y musculoso haciendo que todas las promesas del dios se tambalearan.

Hacía siglos que no veía una mujer tan deliciosa. Sabía de su existencia desde pequeña. Sus ojos grandes y grises y su cara angelical de nariz pequeña y labios gruesos habían sido la delicia de la familia y el objeto de las carantoñas de amigos y conocidos. Con el tiempo, esos rasgos adorables habían dado lugar a una belleza arrebatadora cuando llegó a la mayoría de edad.

Tan atractivo como su exterior, era su carácter dulce y apasionado, siempre buscando una causa que defender y su debilidad eran los animales. Desde pequeña siempre había deseado tenerlos a su alrededor, perros, gatos, tortugas, peces… hasta que con su decimoquinto cumpleaños, su padre le regaló un espléndido hannoveriano de seis años al que llamó Piper.

Desde el primer instante se estableció una indisoluble relación entre la joven y el animal. Juntos aprendieron los rudimentos del salto de obstáculos y la perseverancia de la joven, junto con el gran instinto del animal y las indicaciones de un buen entrenador, convirtieron a la pareja en un tándem ganador.

Pero se podía ver a la legua que para Diana los trofeos y los premios, aunque reconfortantes, eran secundarios. De lo que realmente disfrutaba era de las largas cabalgadas a pelo por la finca familiar, agarrada al cuello del animal, sintiendo toda su potencia y haciéndole sentir al caballo sus deseos con leves movimientos de su cuerpo.

—¿Ya estás vigilándola otra vez? —le preguntó Hera con tono agrio— Te recuerdo que hace siglos hicimos el solemne juramento de no volver a inmiscuirnos en la vida de los mortales, incluso a costa de que nos olvidasen y dejasen de venerarnos.

Zeus gruñó y asintió distraídamente, pero no podía evitar el fuerte hormigueo que crecía en sus testículos, que ni siquiera la más bella de las ninfas del Olimpo y menos su celosa esposa, podían aplacar.

Mientras observaba a la mujer desmontar y llevar a su caballo de vuelta al establo, no dejaba de pensar con satisfacción, que no tenía más remedio que romper su juramento. Una cosa era no inmiscuirse en la vida de la humanidad y otra era dejar que esta se fuese al carajo. En cuanto Hera se dio la vuelta, Zeus volvió a fijar su atención en la joven. Con las mejillas arreboladas y su deliciosa boca arqueada en una alegre sonrisa estaba arrebatadora. De tener que saltarse el juramento, por lo menos hacer que fuese inolvidable.

Zeus se revolvió en su trono y siguió a la esbelta joven hasta el interior de las caballerizas donde una mujer vestida con un mono vaquero le ayudó a lavar y a refrescar a Piper.

***

Siempre que salía con Piper volvía llena de energía, era como recargar las pilas tras un día de intenso trabajo en los negocios de su padre. Mientras cepillaba y refrescaba a su montura dejaba que su mente volara y se perdiera en fantasías y ensoñaciones, olvidándose de los problemas del día a día y concentrándose únicamente en su próxima competición. Cuando volvió a la realidad, se encontró, como siempre, con los ojos oscuros y profundos de Angélica, la joven encargada de los establos, fijos en ella.

En cuanto la mujer se dio cuenta de que estaba provocando su incomodidad se disculpó y se alejó llevándose consigo a Piper camino de su box. Diana la observó alejarse, era una chica extraña. Su padre la había contratado por la recomendación de un amigo que le había dicho que a pesar de su timidez y juventud tenía muy buena mano con los caballos. Y era cierto. En cierta forma Diana la envidiaba porque el vinculo que ella había forjado con Piper Angélica lo establecía con cualquier animal casi inmediatamente y sin esfuerzo.

Sin embargo con las personas no era demasiado buena. Hablaba poco y era cortante. Decía siempre lo que pensaba y eso le había acarreado más de un disgusto, o eso creía Diana, porque jamás la había visto cambiar su hierático gesto.

Mientras abandonaba las caballerizas, Diana pensó en la joven, en su eterno mono vaquero, su pelo negro ensortijado y enmarañado y su mirada intensa y sonrió pensando que, a pesar de llevar varios años viéndose casi a diario, podía contar con los dedos de las manos las veces en que habían tenido una conversación.

Cuando entró en la casa, su padre ya le estaba esperando para cenar.

—Como siempre que sales con ese condenado bicho llegas tarde a la cena. —dijo su padre abriendo sus brazos en un gesto inequívoco— A veces pienso que quieres más a ese jamelgo que a mí.

—No seas idiota papá, deja que me aseé un poco y cenamos. —replicó ella abrazando a su padre.

—De eso nada, Lupe ya tiene servida la cena y como vi que tardabas he ordenado que la sirvan en el porche de atrás, así no harás que apeste todo el comedor con el sudor de ese bicho.

Diana le dio a su padre su suave puñetazo en el hombro y le acompañó resignada al porche donde otras tres personas más, su madre, y un par de vecinos conversaban y esperaban pacientemente a que todos estuviesen a la mesa.

La joven llegó sonriendo, saludó a los presentes y le dio un par de besos a su madre que resopló como siempre que la veía con el traje de montar. Siempre había sido una remilgada y a pesar de que la quería, odiaba que su hija se dedicase a montar a caballo y correr con su descapotable en vez de acudir a fiestas para conseguir un buen marido y darle un nieto que continuase con su ilustre estirpe.

Lupe era una cocinera magnifica y pronto todos estuvieron comiendo como lobos y bebiendo como camellos después de una larga travesía en el desierto. Diana, a pesar de no seguir el ritmo de los mayores, pronto se sintió mareada por el vino y la opípara cena.

Cuando terminaron con el helado de té verde y caramelo los hombres se sirvieron unas generosas medidas de Coñac Jenssen Arcana y encendieron unos habanos. Cuando comenzaron a contar chistes subidos de tono, su madre se retiró poniendo mala cara, pero Diana se quedó solo por llevarle la contraria.

La velada fue larga y los hombres, que ya conocían a Diana, intentaron sonrojarla con historias subidas de tono. La joven no mostró ninguna incomodidad aunque las historias unidas a la larga cabalgada hicieron que empezase a sentir un incómodo calor en sus entrañas.

Diana intentó relajarse y pensar en otra cosa, pero las imágenes de parejas follando con furia y en estrambóticas posturas que le sugerían los relatos de los hombres la estaban poniendo tan caliente que decidió irse a sus habitaciones antes de que su cara delatase su excitación.

Con una excusa dejó a los tres hombres, medio piripis, contando guarradas y subió apresuradamente las escaleras hasta su habitación.

Como una exhalación atravesó la pequeña sala de estar y el dormitorio sacándose la ropa por el camino y se metió en la ducha. Con un suspiro dejó que el agua tibia golpease su cara y escurriese por su ardiente cuerpo. Al contrario de lo que esperaba, en vez de aliviar el calentón, los chorros de la ducha golpeando su cuello y sus pechos la excitaron aun más. Era como si alguna fuerza extraña la excitase y la incitase a aliviar esa ansia creciente. Entreabrió la boca y dejó que el fuerte chorro tibió golpease sus labios y su lengua imaginando que eran los apresurados besos de un fornido atleta.

Se cogió la melena y la enjabonó delicadamente mientras escupía agua de su boca y se lamía los labios. Con la espuma restante se frotó el cuello y los pechos haciendo que finos relámpagos de placer recorriesen su cuerpo. Con la respiración agitada se abrazó y elevó su busto lo justo para poder llegar a acariciar sus pezones con la punta de su lengua. El placer era cada vez más intenso y sus manos se deslizaron por su vientre terso y mojado hasta el interior de su piernas.

Con un suspiro salió de la ducha y se miró al gigantesco espejo. Observó sus pechos grandes y tiesos con los pezones rosados erizados. Se giró ligeramente y contempló su vientre plano, con su pubis rasurado tapado por las manos que jugueteaban en él. Se puso de puntillas maravillándose con sus piernas largas y sus muslos y su culo potentes y musculosos. Sin dejar de acariciarse con una mano se agarró el culo con la otra, imaginando que era un amante el que lo hacía.

Pronto notó como su coño se inundaba con los líquidos provenientes de su excitación e introdujo sus dedos en él, soltando un apagado gemido. Sus manos comenzaron a moverse con suavidad penetrando en su sexo una y otra vez. Cuando las retiró pudo ver como su vulva enrojecida e hinchada estaba entreabierta y de ella asomaba un fino hilo de flujos. Lo recogió con sus dedos y se lo llevó a la boca saboreando su excitación.

Con un suspiro se tumbó en la cama abriendo las piernas y acariciándose el interior de los muslos con una mano mientras que con la otra se estrujaba los pechos. Cerró los ojos e imaginó que eran las manos de otro las que lo hacían. Su mano resbaló de entre sus muslos hasta internase de nuevo en su sexo.

Esta vez lo hizo con violencia, haciendo que su palma golpease contra su clítoris. El intenso placer le obligó a morder la almohada para ahogar sus gemidos.

A punto de correrse, apartó sus manos y respiró profundamente. Con un gesto ansioso se dio la vuelta y a gatas se acercó a la mesita de noche, hurgando unos segundos en el cajón hasta que encontró el consolador.

Era un cacharro grande y dorado que una amiga le había regalado en su cumpleaños, medio en broma, medio en serio, al ver el lamentable historial de novios que había tenido últimamente. Giró el interruptor y el suave zumbido le confirmó que aun tenía pilas.

No tenía lubricante y tras dudar un momento, se lo metió en la boca, sintiéndose un poco tonta. Lo metió y lo sacó de la boca, lo embadurnó con su saliva recorriendo toda su bruñida longitud con placer anticipado.

Con un movimiento lento y sinuoso, lo sacó de su boca y recorrió su cuello, sus pechos y su vientre con la punta del aparato dejando un rastro de excitación allí por donde pasaba.

Dándose la vuelta, se puso a cuatro patas y se lo metió en su anegada vagina que se distendió para abrazar el rugiente aparato, emitiendo relámpagos de placer por todo su cuerpo. Con un suspiro enterró de nuevo la cabeza entre las sabanas gimiendo con intensidad.

Con una mano se apuñalaba con el trasto dorado mientras que con la otra se acariciaba el clítoris con tal intensidad que no tardó más de dos minutos en correrse. El grito salvaje de satisfacción quedó ahogado por la ropa de cama. Diana cayó de lado en posición fetal, gimiendo y jadeando con el vibrador enterrado en su coño, zumbando como una abeja furiosa.

***

Zeus se recostó en su trono satisfecho, al menos de momento. Le encantaba recurrir a esos trucos para aumentar la sed de sexo de la joven. Sabía que masturbarse no sería suficiente para aplacar el deseo de la mujer. Tarde o temprano caería en la tentación y aquella joven de incomparable belleza caería en sus brazos.

El único problema era su jodida mujer. Cada vez que se calzaba una tipa, su esposa se enteraba y la amante de turno acababa convertida en vaca… o en algo peor. La única forma en que podía hacerlo era disfrazarse, pero en qué… La repuesta le vino a la cabeza casi instantáneamente.

***

Dos semanas después.

Había hecho un recorrido impecable. Dos trancos más y superó el vertical con solvencia. Dando un apagado grito de animo a Piper, giró a la izquierda y encaró el triple; cuatro trancos salto, dos trancos y el segundo obstáculo quedo atrás, pero cuando afrontaba el tercero Diana sintió que algo iba mal.

El segundo transcurrido entre el despegue del suelo y el aterrizaje al otro lado del obstáculo le pareció eterno. Piper aterrizó con la pata delantera izquierda encogida y su casco se hincó en el suelo descargando todo el peso de animal y jinete en él. Tanto articulación como hueso no lo resistieron y se rompieron con un crujido que se escuchó en todo el estadio sobrecogiendo a todos los asistentes.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

SIGUIENTE CAPÍTULO LÉSBICOS

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :
alexblame@gmx.es

Relato erótico: “La mejor amiga de mi hija y la criada luchan por mi 2” (POR GOLFO)

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El sonido del despertador lo sorprendió en mitad de un sueño el que Estefany llegaba a su cama en silencio y sin preguntar se acostaba a su lado totalmente desnuda. Lejos de cabrearle la interrupción, al abrir los ojos y percatarse de que nada era real, sonrió y decidió que esa tarde quedaría con Alicia a echarle un polvo.

«Tengo las hormonas a flor de piel, parezco un adolescente», de mejor humor al haberlo decidido, se metió al baño.

Tras la ducha, se vistió y bajó a desayunar donde para su extrañeza, su joven invitada estaba tomándose un café mientras leía el ABC.

― ¿Qué tal has dormido? ― preguntó al verla recuperada.

―Estupendamente, hacía tiempo que… no me sentía tan bien.

Que nuevamente usara la misma frase que la actriz durante su entrega en la película, le hizo sospechar que la joven se estaba burlando de él, pero al ver su mirada franca comprendió que había sido casualidad y mientras la criada le ponía enfrente un plato de frutas, la vio tan interesada leyendo que quiso saber qué era lo que la tenía ensimismada.

Levantando la mirada del periódico contestó señalando un anuncio de una subasta:

―Gonzalo, ¿cómo es posible que subasten este edificio a este precio? ¿No es demasiado barato?

Al ser algo de su actividad, el cincuentón lo cogió y comenzó a leer mientras contestaba:

―El precio de salida no suele ser el de cierre, sino otro mucho más elevado.

Acababa de decirlo, cuando de manera imprevista reparó en que la propiedad que estaban licitando era la misma que él llevaba años intentando comprar, pero que nunca había podido llegar a un acuerdo con su dueño.

«No me jodas, ¡ese cretino debe haber quebrado!», se dijo y recortando la página, ya se iba a toda prisa, cuando recordó que no se había despedido y retrocediendo sobre sus pasos, tras dar a la chavala un beso en la mejilla, le dijo adiós.

―Que te vaya bien el día― escuchó a la colombiana decir ya en el pasillo.

Sin exteriorizarlo, pensó:

«Gracias a ti, seguro».

Nada más llegar a su despacho, llamó a Manuel Guijarro, su director financiero y le pidió saber cuánto dinero le podía conseguir antes de las doce.

― ¿Lo quiere en efectivo?

―No joder. Quiero pujar por esta propiedad― enseñándole el recorte del periódico, contestó: ―pero antes de comprometer unos fondos que luego pudiésemos necesitar, quiero que llames a todos los bancos y me digas cuál es la suma que se comprometen a prestarnos si llegamos a ganar la subasta. 

El pequeño margen de maniobra que le había dado hizo que a las once y media volviese con las orejas gachas y le reconociera solo haber sacado el compromiso del Banco de Santander por seis millones de euros.

―Con eso no tenemos nada qué hacer― malhumorado al ver esfumarse la oportunidad contestó, pero aun así abrió la web donde se subastaba y viendo que las pujas iban en tres millones y medio, la incrementó en un millón.

«No tardarán en sobrepasarme», seguro de perder, se dijo mientras iban pasando los minutos.

Sobre las doce menos cinco, sus temores se hicieron realidad cuando otro pujador ofertó cinco millones. Como solo tenía uno de margen, no lo dudó y tecleó en el tejado cinco cien.

«Ese edificio vale al menos diez», se dijo temiendo que su rival respondiera con una cantidad inasumible para él.

Pero para su sorpresa, la subasta cerró y nadie había superado su puja. Sin llegárselo a creer, llamó a la empresa que lo subastaba y confirmó que se convertiría en su dueño, si depositaba antes de una semana la suma marcada.

«Al final, esta chiquilla me traerá suerte», concluyó y alegre por tamaño éxito decidió llamar a Alicia para celebrarlo entre sus brazos.

El destino hizo que la abogada estuviera inmersa en un asunto legal de enorme importancia y lamentándolo mucho, le dijo que no. Por lo que al salir del trabajo sobre las siete, no le quedó otra que volver a su casa. Allí se topó con Estefany esperándolo en la puerta, vestida igual que Halle Berry en la película. No creyendo en las coincidencias, la saludó temeroso mientras intentaba evitar hundir sus ojos en el profundo escote de la blusa de tirantes que llevaba puesta. Aun así, no pudo evitar caer en la tentación y mientras la niña le preguntaba por su día, buceó con la mirada entre sus pechos.

«¡Como está la condenada!», exclamó mentalmente mientras veía crecer dos gruesos botones bajo esa tela morada.

Completamente desconcertado por la reacción involuntaria de la chavala, preguntó por Antía.

―Está en la cocina preparando uno de sus platos preferidos― con sus mejillas todavía coloradas al sentirse descubierta, respondió.

Intrigado por esa respuesta, Gonzalo se acercó donde la treintañera se debatía entre fogones y alucinado descubrió que la colombiana no había mentido al tomar de una fuente una croqueta y descubrir que estaba hecha con queso de cabrales.  Ese sabor lo retrotrajo a su infancia y a su aldea perdida en los picos de Europa.

«No puede ser», pensó mientras una lágrima corría por sus mejillas: «Es la receta de Mamá».

Sintiéndose niño después de tantos años, no pudo dejar de coger una segunda y mientras saboreaba ese manjar, se preguntó cómo era posible. Sin pensarlo dos veces, preguntó a la pelirroja de donde había sacado la idea, pero sobre todo quién le había dado la receta.

―Fue la chiquilla. Por lo visto, recordó que un verano en Santander la llevó a un chiringuito donde usted se hartó de comer este tipo de croquetas.

Aunque no lo recordaba, lo dio por bueno e impulsado por el hambre tomó la tercera antes de volver donde la cría a darle las gracias. La colombiana al escucharlo, sonrió y como si fuera una práctica habitual a la que no pensaba renunciar, le pidió si después de cenar podía quedarse dormida como la noche anterior.

―Fue la primera vez en semanas que pude descansar― comentó al ver su cara de espanto.

La desolación de su rostro pensando que se iba a negar lo enterneció y siendo consciente de lo poco apropiado que era permitir que esa cría descansara usando su muslo como almohada, iba a ceder cuando en el último momento le informó que no le apetecía ver la televisión, sino leer.

―Entonces, perfecto. Te prometo no incordiar mientras disfrutas del libro.

 Que le hubiera malinterpretado y viera en su respuesta una aceptación, lo dejó sin argumentos y se quedó callado. La cría parecía satisfecha y sin despedirse, se dirigió hacia su cuarto. Gonzalo, que para entonces no entendía nada, se percató que de espaldas el parecido con la actriz era todavía más patente y que incluso la forma con la que caminaba embutida en esa minifalda, se la recordaba.

«Quizás sea todavía más guapa», se dijo buscando unas diferencias que no veía y siniestramente excitado al recordar la escena, prefirió ponerse una copa.

Sin darse cuenta, escogió entre todas las botellas de su bar una de Jack Daniels. Al dar el primer sorbo, fue cuando cayó en la cuenta de esa elección y asustado como pocas veces al saber que era la misma bebida con la que los protagonistas se habían emborrachado, decidió no tentar la suerte y tirándola en el baño, rellenó su copa con vodka.

«Esto es ridículo. Ha sido casualidad», meditó menos convencido que horrorizado.

Se acababa de sentar para disfrutar de la copa cuando por la puerta apareció su criada y tomando asiento frente a él, le preguntó de dónde había sacado a esa extraña joven. Su pregunta lo cogió con el pie cambiado cuando sabía a ciencia cierta que la treintañera conocía perfectamente que era la amiga de su hija Patricia.

―Señor, no se lo digo porque no sea encantadora, que lo es, sino porque parece conocer cada uno de sus gustos como si hubiese vivido siempre en esta casa. Por ejemplo, hoy cuando acomodaba su ropa en el armario me equivoqué y puse una de sus camisas de sport junto a las de trabajo, con dulzura me reprendió diciendo que usted tiene tan aprendido dónde van que ni siquiera se fija en la que toma.

―Coño, Antía. Cualquiera se hubiese dado cuenta de que estaba fuera de sitio― respondió sin darle importancia.

―Quizás, pero hay otros detalles que no me cuadran― y sacando del bolsillo, un papel se lo puso en las manos: ―Fíjese en la lista de la compra que hoy elaboró y dígame si alguien que no le conozca a conciencia es capaz de hacerla.

Leyendo con detalle la misma, no vio nada extraño y así se lo hizo saber.

― ¡Por dios! ¿No se ha dado cuenta? Sabe la marca de desodorante que usa, las frutas o las verduras que prefiere, los cortes de carne que le entusiasman e incluso algo tan privado como el tipo de antiácido que toma cuando se le pasan las copas.

Siendo extraño, no le pareció descabellado que con ganas de agradar hubiese hablado con Patricia y comentándoselo a la mujer, volvió a quitarle hierro. La pelirroja, nacida en la Galicia más profunda, reveló su creencia en lo sobrenatural diciendo:

―Puede ser, pero a mí me parece que esa niña es capaz de leer los pensamientos como una meiga.

Al escuchar esa memez, se echó a reír provocando el cabreo de la gallega. La cual indignada se marchó farfullando de vuelta a la cocina que la cena estaba lista. Pensando en las croquetas, fue a avisar a la muchacha. Cuando iba a pasar a su habitación, recordó cómo la había pillado duchándose y prefirió tocar antes de entrar.

―Ya salgo― la oyó decir mientras la puerta se entreabría y a través de la rendija, veía que se estaba subiendo la falda.

Casi se desmaya al comprobar no tanto la perfección de su trasero, sino que llevaba el mismo tipo de tanga de la escena erótica que se había visto protagonizando con ella en su alucinación. Sin esperar a que saliera, bajó totalmente confundido las escaleras. Mientras esperaba su llegada, comprendió que, por alguna razón al darse cuenta de lo mucho que le impresionó ver a Halle Berry haciendo el amor, Estefany había decidido imitarla. Por eso cuando la cría llegó, la recibió con uñas y sentándose en la mesa, apenas habló durante la cena.

Si la hispana se dio cuenta de su cabreo, no lo demostró. Es más, demostrando que además de guapa tenía una cabeza perfectamente amueblada, comentó las noticias de la jornada haciendo especial hincapié en una en la que el locutor había hablado de una compañía que iba a salir a bolsa al día siguiente:

―O mucho me equivoco o ese valor va a subir como la espuma.

Aunque parte de su dinero estaba invertido en ese tipo de valores, no le prestó atención y siguió cenando. Al terminar, pidió a Antía que le preparara un café y se fue al salón. Una vez allí, de la estantería donde tenía los que todavía no había leído, cogió uno al azar y sentándose en el sofá, se puso a ojearlo. Al ver que trataba sobre el inconfesable amor entre un maduro y una joven, pensó en tomar otro. Pero entonces, trayendo ella el café, apareció Estefany y tras dejarlo sobre la mesa, se tumbó en la posición de la que había hablado.

Sintiéndose contra la pared y observando de reojo que tenía ya los ojos cerrados, comenzó a leer. Muy a su pesar, no tardó en verse subyugado por la historia y a la tercera página ya se había olvidado de la chavala. Sus temores volvieron con fuerza, al comprobar francamente acojonado que en ese libro el autor con pelos y señales reseñaba lo que había sentido él al descubrirla enjabonándose en la ducha.

«¡Es imposible!», exclamó para sí y releyendo el mismo pasaje una y otra vez no halló nada que difiriera de lo que había vivido.

Intrigado, aceleró la lectura para quedarse horrorizado cuando vio en blanco y negro que el ejecutivo se hacía rico siguiendo los consejos de su musa sin que esta le pidiese a priori nada sexual a cambio. Recordando la subasta de la mañana se vio reflejado y siguió leyendo.  Ya en el segundo capítulo, la joven cambió de actitud y un buen día al llegar de la oficina, el maduro se la encontró semidesnuda esperándolo en la puerta. Tan impactado se quedó el protagonista al verla en negliggé que nada pudo hacer para evitar que agachándose lo descalzara mientras le informaba de lo mucho que su cachorrita lo había echado de menos.

Dejando el libro sobre la mesilla, Gonzalo cerró los ojos y se imaginó a Estefany actuando como la musa. Contra su voluntad, se vio levantándola del suelo y metiendo las manos bajo el sugerente camisón. Por raro que parezca, le pareció sentir la calidez de la piel de la hispana bajo sus yemas y su pene reaccionó adquiriendo un grosor que no recordaba. Fue entonces, cuando sin previo aviso tuvo que volver a la realidad al escuchar un gemido a su lado.

―Por favor, sigue imaginando― con la cabeza todavía sobre su muslo oyó a Estefany suspirar.

Dominado por una extraña lujuria al notar que seguía dormida, cerró de nuevo los párpados y en su mente, la empotró contra la pared mientras le desgarraba el tanga.

―Hazme tuya― percibió el sollozo de la joven mientras en su cerebro jugaba con los pliegues de su feminidad.

Excitado y sintiéndose culpable, se imaginó su pene tomando posesión de la joven lentamente y a ella retorciéndose al sentir su vagina avasallada de esa forma. Sin llegarlo a comprender notó como terminaba de incrustárselo como si fuera real y preso de lo que estaba experimentando, comenzó a cabalgarla con decisión.

― ¡Me encanta! ― sobre su muslo, chilló la morena entusiasmada cuando en su imaginación la acuchillaba sin pausa.

Ya sin ningún pudor, la sujetó de los pechos mientras aceleraba sus embestidas. La Estefany de su sueño no solo no se quejaba, sino que colaborando con él comenzaba a mover desenfrenadamente el trasero al ritmo que su tallo le marcaba. Sin llegar a ser consciente de que lo que hacía en su mente era sentido por la chavala, siguió poseyéndola una y otra vez alternando cada embestida con un pellizco en sus pezones.

― ¡No pares de follarme! ― llegó a sus oídos el alarido de la joven mientras en su cerebro le soltaba el primero de una serie de azotes.

Azuzado por sus gritos siguió castigando sus nalgas al tiempo que como si fuera un martillo neumático su hombría iba demoliendo una a una las defensas de la mujercita en su imaginación.

―Me corro― escuchó que balbuceaba la real mientras la otra sucumbía al placer salpicando con flujo sus piernas.

En ese instante, para Gonzalo, la escena era tan vivida que incluso le pareció oler el aroma a sexo que desprendía cada vez que la empalaba y contagiándose de su placer, su pene explotó derramando su imaginaria semilla en el interior de Estefany. Al eyacular en ella, la chavala se retorció en un nuevo orgasmo y cayendo lentamente al suelo, comenzó a reír diciendo:

―Hoy sí que voy a dormir como una bebé.

Entonces y solo entonces, el cincuentón abrió los ojos para descubrir que, sobre su muslo, la chavala sonreía. Cortado como pocas veces, trató de disimular y lo primero que se le ocurrió fue preguntar qué era lo que había dicho.

Desternillada de risa, la joven se levantó y acomodándose la minifalda, contestó:

―Lo sabes bien, mi amado maduro.

Pálido hasta decir basta, la vio caminando hacia la puerta con las piernas abiertas como si estuviera escocida tras haber follado salvajemente y antes de marcharse por el pasillo, se giró y lanzándole un beso, añadió:

―Esta noche, intenta no soñar conmigo, ¡me has dejado agotada!…

4

Ya en la soledad de su cuarto, Gonzalo intentó infructuosamente dar sentido a lo que había vivido minutos antes, pero al no conseguir una explicación racional decidió que no había existido y que todo era producto de un sueño. Aferrándose a eso, se desvistió e intentó dormir mientras se repetía como un mantra que su imaginación le había jugado una mala pasada y que se debió quedar traspuesto sin darse cuenta. Aun así, cada vez que su mente divagaba y se veía a punto de amar a la amiga de su hija, haciendo un esfuerzo la echaba de su cerebro y se obligaba a pensar en otra cosa.

            Por eso, cuando en la mañana, bajó a desayunar y se encontró cara a cara con la hispana, intentó simular una tranquilidad que no sentía depositando un fraternal beso en su frente.

            ― ¿Has conseguido descansar? Se te nota agotado― preguntó con un cariño y una ternura más propia de una novia que de una invitada.

            Con los nervios a flor de piel, no quiso reconocer que apenas había pegado ojo y bebiéndose de un trago el café, se despidió de ella y huyó hacia la empresa. De camino a la misma, recordó el comentario que había hecho sobre la empresa que iba a comenzar a cotizar y tomando el teléfono, llamó a su corredor de bolsa para que le comprara cien mil euros de esa startup.

            ―Es una apuesta arriesgada― le comentó el financiero haciéndole ver el peligro que suponía invertir en tecnológicas de nueva creación.

            Como esa cría le había hecho más que doblar su dinero al avisarle de la subasta, consideró que valía la pena el riesgo e insistió que las adquiriera en su nombre.

            ―No se hable más. Te envió los comprobantes de la transacción en cuanto los tenga― molesto por que su cliente no hubiese seguido el consejo, contestó el agente y colgó.

            Al no ser una cantidad que le quitara el sueño, Gonzalo olvidó el tema y llegando a la oficina se embarcó en resolver los asuntos pendientes, entre los que estaba poner en venta el edificio que había comprado, aunque todavía no le hubiese dado tiempo de escriturar su compra. Curiosamente, no tardó en encontrar un inversor interesado y pactando un precio cercano a los once millones, comprendió que no solo había hecho el día sino el año.

            «Jamás he ganado tanto en una sola operación», se dijo mientras pensaba en cómo compensar a la colombiana.

            Sin ganas de seguir trabajando y dado que era viernes, guardó su portátil para dar así por terminada su jornada laboral. Amalia, su secretaria, lo vio marchar y sonriendo, le deseó que un buen fin de semana. Ya en su coche, comprobó en su reloj que todavía le daba tiempo para llegar a una joyería y enfilando la calle Ayala, aparcó cerca de Goya. Caminando por esa calle comercial, entró en Durán donde saludando a una empleada que conocía le pidió ayuda sobre qué comprar.

            ― ¿Qué edad tiene la homenajeada? ― fue su única pregunta.

            Un tanto cortado contestó que sobre veinticinco. Que no supiera sus años con seguridad hizo ver a la eficaz vendedora que su conocido tenía un affaire y sabiendo que sería presa fácil, le sacó un muestrario con las joyas más caras de la tienda.

Gonzalo se vio incapaz de elegir una y pidiendo auxilio a las musas, cerró los ojos para imaginar cual elegiría Estefany. De inmediato a su mente, le llegó la imagen de la hispana llevando un collar de raso negro con un colgante de forma rara. Al describírselo, la señora comprendió que la destinataria era una joven de piel morena que el día anterior había estado chismeando en la tienda y sacándolo de un cajón, lo puso a su disposición avisándole que además de ser su precio elevado era un símbolo mágico.

Al reconocerlo cómo el que había visualizado en el cuello de su invitada, se hizo el despistado mientras preguntaba si podía decirle qué representaba:

―Según su autora, que es un poco excéntrica, simboliza la unión de la mujer lo luzca con el autor del regalo.

Por un momento, dudó si comprarlo. No le apetecía si quiera figuradamente unirse a Estefany y por eso dejándolo sobre el mostrador, insistió que le mostrara otros parecidos. Por desgracia ninguno de los que puso a examen lo convenció y señalando el primero, sacó la tarjeta y lo pagó sin reparar en los cuarenta y cinco mil euros que costaba tras haber ganado millones con su información.

Con el broche bajo el brazo, volvió a su casa donde la cría le comentó nada más entrar que estaban solos porque Antía se había tenido que ir urgentemente al pueblo.

― ¿Ha pasado algo con sus padres? ― preguntó sabiendo que ambos eran ancianos.

Asintiendo le informó que a la madre le había dado un ictus y que estaba en el hospital. Gonzalo no pudo más que sentir pena por la pobre mujer y tomando el teléfono y marcó su número para que se tomara el tiempo que considerara necesario para volver.

―Según los médicos, en cosa de dos semanas podré llevarla a casa― contestó ésta ratificando de esa manera lo que ya se temía, que su ausencia sería larga.

―No hay problema y no te preocupes, ahora mismo te ingreso dos meses de sueldo por anticipado para que al menos no tengas que preocuparte por el dinero.

Para su sorpresa, tras agradecerle el detalle, su fiel empleada le alertó que se anduviera con cuidado con la joven por que le parecía muy raro que su llegada coincidiera con la enfermedad de su vieja. Asumiendo que eran los nervios los que guiaban sus palabras, evitó reírse y mientras pensaba que era absurdo achacar a la amiga de su hija un accidente cerebrovascular ocurrido a quinientos kilómetros, contestó que lo tendría en cuenta y colgó.

Al ver que la aludida seguía plantada junto a él, recordó que le había comprado un broche y se lo dio haciéndole saber que gracias a su avispado comentario sobre la subasta había hecho un negocio estupendo.

―Es lo menos que puedo hacer por el hombre que me ha acogido en su hogar― respondió la cría mientras lo abría.

Su cara de alegría fue total cuando vio en qué consistía el regalo. Y sacándolo del estuche, lo puso en sus manos para acto seguido pedirle si podía ser él quien se lo abrochara. Al ser su presente, Gonzalo lo vio normal y dijo que por supuesto. Lo que no fue tan normal fue que la joven se arrodillara para facilitar que se lo pusiera y menos que tras cerrarlo en torno a su cuello, Estefany se echase a llorar.

― ¿Qué te pasa criatura? ― preguntó horrorizado pensando quizás que la depresión había vuelto.

Pero entonces, abrazándolo, contestó:

―No sabes la ilusión que me hace este regalo y que hayas sido tú quien voluntariamente y sabiendo su significado, me hiciera llevarlo.

La excitación que sintió al tenerla entre sus brazos no fue óbice para que aterrorizado lamentase no haber escogido otra joya, pero decidido a no revelar que la empleada de Durán le había prevenido de que la mujer a la que se lo diese quedaría unida a él se abstuvo de comentar nada al respecto y únicamente quiso saber dónde le apetecía que le llevara a comer.

―No hace falta ir a ningún sitio. Sabiendo que vendrías con hambre, he cocinado un plato de mi tierra― alegremente respondió y meneando su maravilloso pandero en dirección a la cocina, le pidió que se sentara a la mesa.

El olor que le llegaba le anticipó que era alguna clase de marisco y como era algo que le encantaba, comenzó a babear aún antes que su imprevista cocinera le plantara en frente una cazuela con camarones, calamares, ostras, varias variedades de pescado, llegando al extremo de incluir langosta.

―Se ve delicioso― comentó.

―Mejor sabrá― contestó Estefany mientras esperaba a que Gonzalo lo probase.

  Metiendo la cuchara, probó primeramente el caldo y en él descubrió que además de todos esos ingredientes, llevaba leche de coco, verduras y demás especias.

― ¡Está cojonudo! ― exclamó al sentir la explosión de sabores en su boca.

― ¿A qué no sabías que además de ser una monada soy una cocinera de lujo?

Al oír el modo que se auto alababa con picardía, no quiso quedarse atrás y mirando el prominente escote donde lucía el broche que le acababa de alabar, contestó muerto de risa:

―Lo primero es evidente, lo segundo lo acabo de comprobar… ¿qué otras maravillas me quedan por descubrir?

Colorada como un tomate al sentir la descarada mirada en sus pechos, bajando la cabeza como si estuviese avergonzada, suspiró:

―Debo decirte que, además de guapa, simpática y estupenda chef, soy un poco bruja.

Creyendo que iba de guasa y que había usado esa palabra para definirse aludiendo a la fama que tenían las mujeres entre los hombres, se echó a reír:

―Dime algo que no sepa. ¡Eres una bruja preciosa capaz de hechizar a cualquier bobo que se te antoje!

―No eres ningún bobo― nuevamente con las mejillas rojas de vergüenza, replicó: ―Eres un hombre adorable y tremendamente sexy.

El camarón que Gonzalo estaba a punto de llevarse a la boca se le cayó y levantando su mirada, la observó y se percató de que lo decía completamente en serio. No sabiendo cómo actuar, ni qué decir, volvió al recoger el sabroso manjar y se lo comió haciendo como si no hubiese escuchado la opinión que tenía esa criatura de él.

«¿No se da cuenta de que tengo la edad de su padre?», se preguntó sin exteriorizarlo: «¡La llevo más de veinte años!».

Sabiendo la lucha interior de su acompañante, la morena sonrió:

«Antes de darte cuenta, estarás entrelazando tus piernas con la mías mientras me susurras palabras de amor».

Ajeno a que las intenciones que albergaba hacia él, al terminar de comer, en vez de un café prefirió un té con el que bajar el banquete que se había dado. La chavala recordó que la noche anterior había dormido poco y le aconsejó que se fuera a recostar mientras se lo preparaba. Asumiendo que necesitaba esa siesta, la considero casi obligatoria y se fue a su dormitorio. Mientras se desnudaba para ponerse el pijama, en la cocina Estefany se puso a calentar agua. Cuando comenzó a hervir, se despojó del tanga que llevaba tres días usando y lo metió en la olla:

―Con esta agüita de calzón, mi hombre me entregara su corazón― tomando el broche entre sus manos, recitó el sortilegio que le uniría por siempre a ella: ―Con el agua de mis calzones, me dará sus posesiones. Con la esencia de mis pantaletas, se volverá loco con mis tetas. Con el sabor de mi braga, clavará en mí su daga.

Durante cinco minutos lo tuvo burbujeando para asegurarse de que la prenda había desprendido todas sus propiedades y sacando del fuego el recipiente, llenó una taza. Donde tras colocar una bolsa de té, se lo llevó a su presa. Medio dormido, Gonzalo se lo bebió sin saber qué tipo de mejunje era mientras la amiga de Patricia lo observaba.

«Es por tu bien. Desde que te conocí el primer verano, decidí que terminaríamos juntos», pensó y asumiendo que debía dar tiempo al conjuro para actuar, feliz cómo no recordaba, se fue a cambiar de ropa para culminar su estreno.

Al cabo de media hora, salió ataviada únicamente con un camisón blanco que simbolizaba su pureza para que el que sería su amante supiera que ningún varón podía adjudicarse el mérito de haberla desvirgado. Con ello en mente, se acercó a donde yacía dormido su destino y abrazándose a él aguardó su despertar. Ya con la cabeza apoyada sobre el pecho desnudo del hombre que consideraba suyo, se puso a susurrar en su oído:

 ―Estabas haciendo el amor a la zorra de tu esposa la primera vez que supe que eras mío y juro que no comprendí que la madre de Patricia no estuviera disfrutando mientras la poseías. No era justo ni para ti, ni para la chiquilla de veinte años que alborozada descubrió la excitación mientras veía a ese hombretón intentar satisfacer a su hembra.

Mirándolo todavía dormido se sintió libre de comentar al saber que, aunque no pudiese oírla, su mensaje quedaría grabado en el cerebro:

―Yo hubiese dado mi vida por ser la mujer que estaba siendo amada en tu cama. Ganas me dieron de sacarla de los pelos y volviendo a tu lecho, poner mi cuerpo a tu disposición, pero era imposible porque seguías enamorado de ese putón.

El sonido de su respiración le permitió continuar a pesar de las dos lágrimas que amenazaban con aflorar en sus ojos:

―Ese día decidí renunciar a mi padre, a mi país, a todo, por ti. Desde la distancia, fui yo la que te mandó el mail con las pruebas de su traición. Cinco años esperé a que estuvieses listo para recibirme. Cinco años en los que soñé con este momento en el que finalmente vas a unirte a mí…

Relato erótico: “el duende 2” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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como sabe el le lector el duende me concedió tres deseos. primero verle cuando deseara. segundo tener a todas las mujeres que quisiera. tercero no tener que trabajar.
para eso el duende me dio polvo brillante y me dijo:
– con este polvo tendrás tus deseos solo tienes que echarlo encima de una mujer cuando las desees y será tuya, si necesitas dinero echa este polvo sobre cualquier cosa y se te convertirá en oro y si me necesitas apareceré cuando lo desees.
yo todavía no me lo creía me parecía un sueño tenía una bolsa llena de ese polvo dorado mágico de duende quería probarlo cuanto antes a ver si era verdad. así que volví a mi país España quería probarlo con las chicas de la oficina que siempre se habían reído y no me hacían ni caso. así que entre en la oficina y al verlas eche un poco de este polvo brillante dorado al momento algo paso. ellas empezaron a mirarme de otra manera.
enseguida cerraron el cerrojo de la puerta del despacho donde estaba y empezaron a despelotarse, me quede de piedra. Lena que era una de mis secretarias me bajo los pantalones y empezó a chuparme la poya mientras la otra me cogía de la cabeza para que le chupara las tetas.
estaba alucinando luego cogí a Pilar que era otra de mis secretarias y se la endiñé hasta los huevos.
– así así así cabrón no pares que rico como me follas más quiero más.
luego cogí a Lena y empecé a besarle el coño la cual se moría de gusto.
– así no pares de chupar chupa chupa haz que me corra.
luego cogí a Pilar y la di por el culo.
– así así cabrón me muero de gusto rómpeme el culo la quiero hasta los huevos.
mientras Lena se masturbaba viéndonos al final nos corrimos todos luego ellas se despejaron como si hubiesen salido de un sueño.
– pero qué coño ha pasado aquí- dijeron muertas de vergüenza.
– pues nada que hemos follado- dije yo y salieron del despacho sin decir una palabra.
el trato ya no fue igual que antes les daba vergüenza entrar en mi despacho por lo que había pasado mujer.
– no pasa nada.
– si que pasa yo no sé cómo ha pasado, pero nos hemos acostado con usted sin quererlo -dijeron ellas- no sé qué hizo usted con nosotras, pero somos casadas y queremos a nuestros maridos y esto no tenía que haber ocurrido.
me sentí mal ellas tenían razón me fui y llamé al duende que te pasa me dijo le conté lo ocurrido.
– y a ti que te importa si te las has tirado y lo has pasado bien.
– si, pero yo no soy así.
– estas seguro -dijo la mira esa dos son tus vecinas te mueres por echarlas un polvo están como trenes a que esperas.
él tenía razón eran Katia y Elisa dos chicas de unos 25 años estaban como trenes Katia era rubia y Elisa morena. así que fui allí y eché un poco de ese polvo y al momento se empezaron a despelotar las dos y empezamos a follar Katia me comió la poya y no dejaba de mamar mientras Elisa me comía los huevos.
estaba en la gloria luego cogí a Elisa y me la follé y a Katia la di por el culo fue alucinante ellas disfrutaban que era una barbaridad.
– así cabrón que gusto que poya tienes fóllanos a las dos métenos toda tu poya deja que te la chupemos.
al final nos corrimos los tres después se pasó el efecto del polvo ellas se quedaron alucinadas viéndome desnudos con ellas follando y se echaron a llorar.7
– hemos engañados a nuestros novios por ti yo no sé cómo lo has hecho, pero eres malo. nos iremos de aquí y no queremos verte más.
yo me volví a sentir mal como podía sentirme mal si había follado con dos pibones que las den por culo, pero me remordía la conciencia llamé al duende otra vez y me dijo.
– que tal.
– igual se han echado a llorar cuando se les ha pasado el efecto del polvo me siento culpable.
– pero tú tienes conciencia -me dijo el duende -mira allí hay dos mujeres mayores las van a echar de casa porque no tiene dinero, pero mira si se lo permites te puedes quedar con su casa que es una espléndida mansión.
– tienes razón me gusta su mansión siempre he estado detrás de ella.
– a que esperas págalo con el polvo y será tu mansión.
así que compre y la mansión mientras las pobres mujeres las echaban de casa no sé porque, pero me sentía mal me remordía la conciencia.
– mira mira allí hay dos estupendas mujeres casadas a que están para comérsela si pues si quieren serán tuyas de ti depende solo tienes que echar un poco de polvo y las tendrás.
así que paso lo mismo fui a verlas y eche un poco de polvo por encima y enseguida nos pusimos a follar las mujeres casadas era paula y Beatriz las conocía de toda la vida menudo polvo tenía las comí el coño y las folle el culo y me comieron la poya ellas no hacían más que gemir.
– así así cabrón hasta lo huevos jódenos bien no pares.
mientras hacía que ellas se comieran la una a la otra y se corrieran de gusto paso lo mismo cuando paso el efecto del polvo se echaron a llorar.
– eres malo no sé cómo los has hecho nos has obligado a follar contigo no queremos verte más- dijeron ellas y perdí la amistad con ellas.
– que más te da -dijo el duende -si tú te la has follado.
ya cansado de que me pasara lo mismo dije basta. dije al duende.
que es lo que quieres decirme que eres un egoísta- me dijo el duende -no te importa conseguir tus fines con tal de hacer daño a las personas. no puedes conseguir todo a base de magia porque si quieres verdaderamente a una mujer tienes que conseguirla por tus propis medios.
– que dices si nadie me ha querido nunca.
– eso no es verdad lo que pasa es que estas ciego -me dijo el duende -te acuerdas de Brunilda las reinas de las hadas si a la que desvirgaste. ella se enamoró de ti, pero como estabas ciego con todas las otras mujeres no te diste cuenta.
– de verdad me quiere.
– si, pero ya no es un hada no porque al enamorarse de un humano dejo de ser una criatura mágica y ha sido desterrada.
– donde esta ella ahora.
– no lo sé puede que en el reino de la oscuridad.
– vamos para allá.
– para para yo allí no puedo ir. si de verdad te gusta ella tendrás que demuéstraselo e ir a por ella .si fracasas jamás volverás tú y ella perderéis la vida y seréis tragado por la oscuridad. estas dispuesto.
– lo estoy quiero verla bien mortal échate el polvo y vámonos.
otra vez me eché el polvo y empequeñecí vamos al reino de las hadas llegamos al reino de las hadas allí no me querían.
– por tu culpa mortal nuestra reina ya no es lo que era se enamoró de ti y tú la abandonaste y la hemos tenido que desterrar ya no es un hada es una humana.
– iré a por ella al reino de la oscuridad.
– no creo que trufes mortal moriréis los dos. tienes que pasar dos pruebas bastante difíciles y demostrar que la amas solo así si trufa el amor será para ti y seréis libre
CONTINUARA

“TODO COMENZÓ POR UNA PARTIDA DE PÓKER” (POR GOLFO) Libro para descargar

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SINOPSIS:

Mi destino quedó sellado en una jodida partida de póker. En una mano en la que un pobre desgraciado se jugó lo único que tenía en la vida. Niño rico que creyó que el dinero heredado de sus padres no tenía fin y así malgastó su herencia en juergas y en putas. Esa noche al ver sus cartas, pensó que su suerte había cambiado. Sin nada con lo que avalar su apuesta, insistió a los presentes que aceptáramos como garantía a su mujer.

Cómo amigó de ese insensato quise darle un escarmiento, acepté su puja sin saber que al hacerlo mi vida quedaría irremediablemente unida a Laura…..

TOTALMENTE INÉDITA, NO PODRÁS LEERLA SI NO TE LA BAJAS.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo la introducción y el primer capítulo:

Introducción

Mi destino quedó sellado en una jodida partida de póker. En una mano en la que un pobre desgraciado se jugó lo único que tenía en la vida. Niño rico que creyó que el dinero heredado de sus padres no tenía fin y así malgastó su herencia en juergas y en putas. Esa noche al ver sus cartas, pensó que su suerte había cambiado. Sin nada con lo que avalar su apuesta, insistió a los presentes que aceptáramos como garantía a su mujer.
―¡No seas idiota!― exclamé cabreado e intenté hacerle cambiar de opinión porque una cosa es que no tuviera donde caerse muerto y otra cosa es que apostara a Laura, su esposa.
Desgraciadamente no pude convencer a Mariano y emperrado en sus cartas, insistió en que la aceptáramos incluso como pago.
―¿Cómo pago?― pregunté viendo que en mi mano tenía una jugada ganadora.
―Sí― contestó y dirigiéndose al resto, dijo: ―Me comprometo que si pierdo, mañana a las nueve haré entrega de mi mujer al que gane la apuesta.
De haber sido un desconocido, jamás hubiese aceptado el trato pero deseando darle un escarmiento a ese infeliz para que nunca volviera a jugar con lo sagrado, di por buenas sus condiciones. ¡No en vano era su mejor amigo!
El resto de la mesa trató de hacernos entran en razón y viendo que ambos seguíamos firmes en nuestra decisión, renunciaron a seguir jugando y se quedaron mirando el resultado.
―¿Estás seguro?― pregunté metiendo todo el dinero que tenía sobre la mesa ― Si pierdes, ¡tendrás que cumplir!
El insensato no lo dudó un instante y levantando las cartas, mostró que llevaba un full. El silencio se adueñó de la habitación, la tensión se mascaba en el ambiente y como mi intención era darle un escarmiento, fui una a una bajando las mías. El semblante optimista de Mariano se fue diluyendo al ver cuando llevaba cuatro levantadas que era un proyecto de escalera de color.
―¿Es un rey de corazones? – preguntó pálido por la quinta carta.
―Así es― repliqué mientras depositaba la última a la vista de todos.
Nadie se movió al ver que ese pirado había perdido. Os juro que se hubiese podido oír el sonido de una mosca por lo que tuve que ser yo el que rompiera ese mutismo al decirle mientras recogía mis ganancias:
―Recuerda tu promesa, mañana a las nueve.
―Ahí estaré― contestó destrozado y huyendo como perro apaleado, se fue de la partida.
Nada más desaparecer por la puerta, todos sin distinción se echaron sobre mí y me pidieron explicaciones por ser tan cerdo y haber aceptado que apostara a Laura.
―¿Quién coño creéis que soy?― respondí – Por supuesto que nunca ha sido mi intención quedarme con ella, solo lo he hecho para darle una lección. ¡Qué pase esta noche un mal rato! Mañana vendrá con el rabo entre las piernas buscando que me olvide de esta apuesta. Pienso hacerle sufrir antes de ceder― y alzando la voz, comenté: ―Pensad que hoy ha caído entre amigos pero ¿qué ocurriría si comete esta estupidez entre desconocidos?
Al igual que todos había salido en manada contra mí, al escuchar de mis labios los motivos que me habían llevado a jugar, me dieron la razón y sirviéndome una copa, el más avispado de ellos me soltó:
―Cabrón, ¡qué mal me lo has hecho pasar! Te veía tan serio que realmente pensaba que te querías quedar con Laura.
Soltando una carcajada, respondí de broma:
―Por un momento lo pensé, porque hay que reconocer ¡qué está muy buena!
Los cinco presentes rieron mi gracia y dejando a un lado lo que había pasado, repartí la siguiente mano…

Capítulo 1

El sonido del timbre de mi casa me despertó esa mañana. Con una resaca de mil demonios miré el reloj y al ver que marcaba las nueve y un minuto, recordé entre brumas la apuesta.
«Joder con Mariano, podía haberme llamado», pensé creyendo que venía a disculparse una vez se le había pasado la borrachera. Sin ganas de bronca, me puse un albornoz y abrí la puerta. Imaginaros mi sorpresa al encontrarme a Laura de pie en el descansillo y con una maleta a cuestas.
―¿Qué narices haces aquí?― pregunté totalmente confundido.
La rubia, de muy malos modos, me empujó a un lado y mientras trataba de entrar a mi piso con todo su equipaje, me soltó:
―¡Pagar la apuesta de mi marido!
Ni que decir tiene que me desperté de golpe al escuchar semejante insensatez. No queriendo discutir en mitad de la escalera, haciéndola pasar, la llevé a la cocina y me serví un café mientras intentaba acomodar mis ideas.
«¿Cómo le explico lo de anoche?», mascullé en mi mente buscando una solución al ver que la esposa de mi amigo se sentaba en una silla y me miraba con ojos de desprecio.
Viendo que no quedaba otra, tras dar un sorbo a mi taza, entré al trapo diciendo:
―Ayer tu marido iba pedo y como sabes te apostó.
―Lo sé― respondió con voz gélida – y perdió contigo, por eso estoy aquí.
Os juro que hubiese deseado estar a mil kilómetros de esa airada mujer pero asumiendo que venía a por una explicación, tomando asiento junto a ella, le expliqué que mi intención era dar una lección a su marido pero que en absoluto quería hacer efectiva la apuesta.
Laura al oír que lo que quería era hacer recapacitar a Mariano para que se centrara, perdió la compostura y echándose a llorar, me contó la discusión que habían tenido la noche anterior. Por lo visto, mi “querido” amigo se fue directo a casa y despertándola, le había contado que había perdido todo el dinero que les quedaba. Si ya de por sí eso fue duro, lo que más le dolió a ella, fue que perdiendo los papeles, su marido me echaba en cara el haberle obligado a arriesgarla a ella.
―¡Eso no es cierto! ¡Tengo testigos que intenté hacerle entrar en razón!― protesté indignado por la poca hombría que mostró al decírselo.
―Ahora lo sé― sollozando contestó: ―Mi marido es un enfermo. Por el juego hemos perdido todo nuestro patrimonio. Llevo años aguantando pero se acabó. ¡No pienso volver con él!
Comprendiendo el cabreo de Laura, dejé que se explayara a gusto y así me enteré del modo en que había despilfarrado tanto su herencia como el amor que ella le tenía. Pensando que era pasajero y que cuando se le pasase el enfado volvería con él, pregunté a esa mujer qué tenía pensado hacer.
―No lo sé, no tengo a donde ir y si lo tuviera, no podría pagarlo― respondió con amargura.
Viendo su dolor y recordando los tiempos en que era únicamente la novia cañón que me presentó mi amigo, cometí el mayor error de mi vida al ofrecerle que se quedara en el cuarto de invitados mientras decidía su futuro.
―¿Estás seguro?― secándose las lágrimas, susurró: ―Seré un estorbo.
Tratando de quitar hierro al asunto y en plan de guasa, contesté:
―De eso nada, imagina su cara cuando se entere que vives aquí, ¡tu marido pensará que me he cobrado la apuesta!
Aunque era broma, le gustó la idea y cogiendo mis manos entre las suyas, me soltó:
―¿Me harías ese favor? ¿Me dejarías simular que he aceptado ser el pago?
Jamás debía de haber dicho que sí. Pero sabiendo que Mariano necesitaba un empujón para dejar la ludopatía y si su mujer creía que así él aprendería, como buen amigo debía de correr el riesgo. No supe cuánto me cambiaría la vida al decir:
―De acuerdo, tómate un café y acomódate en la habitación de la derecha mientras me ducho.
El chorro de la ducha me hizo reaccionar y fue entonces cuando me percaté que la presencia de Laura en mi casa despertaría no solo las suspicacias de su marido sino también la de todos nuestros conocidos.
«La noticia que vive aquí va a correr como la pólvora», determiné francamente preocupado, «y lo peor es que todo el mundo va a pensar mal». La certeza que la reputación de ambos iba a correr peligro me hizo recapacitar; por eso al salir, me vestí rápidamente y fui en busca de mi invitada.
El destino quiso que al entrar en su cuarto, no la encontrara pero que justo cuando iba a salir de allí, viera que la puerta del baño estaba entreabierta. Sin otra intención que hablar con ella, me acerqué y fue entonces cuando la vi entrando a la ducha.
Sé que hice mal pero no pude dejar de observarla. Ajena a estar siendo espiada, Laura dejó caer su vestido, quedando desnuda sobre los azulejos mientras abría el agua caliente.
«¡Dios!», exclamé para mí.
Era la primera vez que la veía en cueros y jamás me había imaginado que la esposa de Mariano tuviese un cuerpo tan espectacular. Todos sus conocidos sabíamos que estaba buena pero ni en mis sueños más calenturientos, hubiese supuesto que tras la ropa ancha que solía llevar se escondieran esos impresionantes pechos.
«¡Menudas tetas!», sentencié al disfrutar de la visión de esas maravillas. Grandes y bien colocadas, sus pechugas terminaban en punta y estaban adornadas por unas areolas rosas que invitaban a llevárselas a la boca.
Estaba a punto de escabullirme cuando sus nalgas me dejaron anonadado. Os juro que jamás en mi vida había visto un culo tan impresionante y más excitado de lo que debería estar, me pregunté si el diablo había creado esos cachetes para tentar a los humanos. Y digo humanos porque viendo ese trasero no me quedó duda que hubiese dado igual que fuera un hombre o una mujer quien tuviese la suerte de contemplarlas, nadie en su sano juicio podía quedar indiferente.
Para colmo Laura, canturreando y creyendo que estaba sola, se metió en la ducha y empezó a enjabonarse. Ante tal sugerente escena no pude evitar que mi pene reaccionara y totalmente acalorado, seguí embobado cómo esparcía el jabón por su piel. Estaba intentando sacar fuerzas para dejar de espiarla cuando a través del resquicio de la puerta, observé a esa rubia jugueteando con sus pezones al aclararlos.
Mientras la razón me pedía salir de allí, mi bragueta me hizo permanecer inmóvil. Sé que fue un acto inmoral pero es que ver a esa mujer pellizcándose los pechos mientras se duchaba, fue superior a mis fuerzas y cayéndose mi baba, seguí mirando:
«¡Qué buena está», reconocí al tratar de asimilar tanta belleza. Para que os hagáis una idea y sin que sea una exageración, os tengo que decir que en Laura hasta su coño perfectamente recortado es bello.
Por suerte advertí que estaba a punto de terminar de ducharse y no queriendo que me pillara espiándola, tuve tiempo de salir huyendo con mi rabo erecto entre las piernas. Ya en mi habitación el recuerdo de su cuerpo desnudo, me hizo imaginar a Laura masturbándose. En mi cerebro, esa rubia comenzó a toquetear entre los pliegues de su sexo hasta encontrar un pequeño botón. Una vez localizado y mientras se pellizcaba con dureza las tetazas que me habían dejado sin respiración, comenzó lentamente a acariciarlo.
Poco a poco sus dedos fueron incrementando el ritmo y lo que había empezado como un suave toqueteo, se convirtió en un arrebato de pasión. En mi cerebro, la esposa de Mariano se dejaba llevar y separando sus rodillas, torturó su ya henchido clítoris. De su garganta comenzaron a emerger unos suaves suspiros que fueron transmutándose en profundos gemidos mientras llevando mis manos entre mis piernas, cogía mi pene y me ponía a pajear.
«¡Quién pudiera comerle el coño!», pensé mientras por primera vez sentía envidia de mi amigo, sin saber todavía que esa mujer se convertiría en mi obsesión.
Esa idílica y espectacular rubia estaba temblando de placer fruto del orgasmo que asolaba su cuerpo cuando sobre mi cama, me corrí soñando que era yo el que la tocaba…
¿Simulación o realidad?
La torpeza de Mariano no terminó con la apuesta porque, al no volver su mujer a casa, supuso que la ausencia de Laura era resultado de su ludopatía. Siendo eso parcialmente cierto, nunca se le ocurrió pensar en que su pareja y su amigo le estaban haciendo sufrir para que recapacitara y erróneamente asumió que estaba haciendo uso de mis derechos y me estaba cobrando en carne su error.
«Este tío es un cretino», sentencié cuando a la hora de comer no había llamado.
Para entonces, las paredes de mi hogar me parecían los muros de una celda al tener a Laura deambulando por ellas y no queriendo que a ella le ocurriese lo mismo, decidí invitarla a comer fuera. Al comentárselo, aceptó pero puso como salvedad que nadie nos acompañase y que fuéramos solos. Reconozco que me extrañó esa condición y por ello le pregunté el porqué.
―Si vamos con amigos, tendremos que explicarles qué tramamos y no quiero que Mariano se entere que todo es una pantomima.
Sus razones, aunque de peso, me ponían en una difícil situación, ya que si alguien nos veía, podría malinterpretarlo. No queriendo ser el causante y menos el protagonista de ese sabroso chisme, metí la pata por segunda vez en el día y llevé a esa rubia a un coqueto restaurante de las afueras donde no nos íbamos a encontrar con ningún conocido. Sabía a la perfección que era un lugar seguro porque era el garito al que acudía cuando mis conquistas o yo teníamos algo que perder si nos pillaban. En pocas palabras, era a donde llevaba a las casadas o con pareja.
Supe de lo desacertado de esa elección al verla salir de la casa y comprobar que Laura se había arreglado a conciencia:
«Viene vestida para matar», mascullé entre dientes.
Y no era para menos porque la pareja de Mariano apareció con un entallado vestido que lejos de ocultar las excelencias de su cuerpo las realzaba.
«Ahora sí, ¡cómo nos vean van a pensar que hay algo entre nosotros!», murmuré de muy mala leche al darme cuenta que era incapaz de retirar mis ojos de su escote.
Sé que Laura se percató del efecto que la poca ropa que llevaba causó en mí porque con una sonrisa de oreja a oreja, riendo, me soltó:
―¿Te parece que voy un poco descocada?
―Un poco― con una mezcla de vergüenza y excitación, reconocí.
Mi respuesta satisfizo a esa rubia y dejando meridianamente claro que esas eran sus intenciones, comentó:
―Llevaba años sin ponerme este traje. Me parecía demasiado sexy para una mujer casada.
«¡La madre que la parió!», exclamé mentalmente mientras encendía el automóvil, «¡parece una puta cara!
Descompuesto, enfilé la Castellana rumbo a la carretera de Burgos. Os juro que mi corazón vio incrementado su ritmo exponencialmente cuando en un semáforo, descubrí que si giraba un poco la cara podía ver sus patorras en plenitud.
«Joder, ¿qué se propone está tía?», me pregunté.
Laura debía saber que, en esa postura, podía ver el inicio de sus bragas pero no hizo nada por taparse y de buen humor, me interrogó sobre nuestro destino.
―A un restaurant― fue mi lacónica respuesta.
Afortunadamente, no insistió porque no ve veía capaz de conversar con ella ya que al hacerlo, mi mirada irremediablemente se enfocaría entre sus muslos.
Comprendí que había sido un error el elegir ese lugar cuando al entrar, oí a José, el maître, decir con sorna:
―Don Pedro, viene hoy muy bien acompañado.
«¡Puta madre! Ha supuesto que Laura es una de mis pilinguis», maldije para mí temiendo que lo hubiera oído y se diera por aludida. La suerte quiso que o bien no lo escuchó o bien no se lo tomó en cuenta porque nada más sentarse alegremente le pidió que le pusiera un tinto de verano.
El empleado aleccionado por mí otras tantas veces, contestó:
―Señorita, iba a descorchar una botella de Dom Pérignon.
Poco habituada a esos excesos por la difícil situación económica a la que les había abocado la afición al juego de su marido, Laura me miró con picardía y contestó:
―Siempre me olvido de lo detallista que es mi Pedro― tras lo cual dirigiéndose a José, respondió: ―Ábrala.
No que decir tiene que ese “mi Pedro” hizo despertar todas mis suspicacias y preocupado por el rumbo que iba tomando esa comida, deseé nunca haberme ofrecido a sacarla a comer mientras el maître abría ese champagne.
A partir de ese momento, la situación se fue relajando al ritmo en que vaciábamos nuestras copas. Todavía hoy no sé si fue por el efecto del alcohol o por la natural simpatía de esa rubia pero lo cierto es que al poco tiempo, empecé a disfrutar de su compañía y a reírle las gracias.
Por otra parte la fijación con la que los camareros rellenaban nuestras copas, avivaron el descaro de esa monada y susurrando en mi oído, preguntó:
―¿Me estás intentando emborrachar?
La dulzura de su tono hizo reaccionar al dormilón entre mis piernas y desperezándose se irguió bajo mi pantalón mientras le contestaba:
―No entiendo, ¿con que fin lo haría?
Muerta de risa, entrecerró sus ojos al decirme:
―No sé, se nota que traes aquí a tus amiguitas.
Tratando de echar balones fuera, solté una carcajada y cogiéndole de la mano, quité importancia al hecho diciendo:
―Jamás he venido con una mujer tan guapa― mi piropo tuvo un efecto imprevisto y ante mis ojos los pezones de la esposa de Mariano se fueron poniendo duros por momentos.
Alucinado por ello, no pude retraer mi mirada de esos dos montículos cuando siguiendo con la guasa, Laura insistió:
―¿Y han sido muchas las incautas que han caído en tus brazos en este lugar?
―Algunas― respondí un tanto incómodo.
Descojonada por el mal rato que me estaba haciendo pasar, ese engendro del demonio incrementó mi turbación al contestar:
―¿Eso es lo que pretendías al traerme aquí?
Como comprenderéis, lo negué pero dando otra vuelta de tuerca, Laura me soltó:
―¿No me encuentras atractiva?
Viendo que me tenía contra la pared y que daría igual lo que contestara, contrataqué con una broma:
―Eres preciosa pero no necesito seducirte, recuerda que te gané jugando a las cartas.
Mi burrada consiguió ruborizarla al no esperársela pero reponiéndose al instante y de bastante mala leche, respondió:
―Si eso opinas, a lo mejor deberías intentar cobrar la apuesta.
El cabreo de Laura era tan evidente que traté de disculparme diciendo:
―Para mí eres territorio vedado.
Ese comentario inocente empeoró las cosas y con voz gélida, me rogó que la llevara a casa. Como no podía ser de otra forma, pedí la cuenta y en menos de cinco minutos, estábamos en el coche de vuelta a mi piso.
«¿Qué he dicho para cabrearla así?», me pregunté mientras a mi lado, la rubia permanecía mirando por la ventana y sin dirigirme la palabra.
Tras mucho cavilar, llegué a la conclusión que su enfado venía al haberla hecho recordar el modo en que Mariano se había jugado no solo su patrimonio sino su relación en una timba de póker. Por ello decidí dejarlo pasar y no volver a mencionarlo. Al llegar a mi apartamento, Laura se encerró en su habitación y sintiéndome parcialmente culpable de su dolor, decidí ponerme una copa mientras intentaba buscar una solución satisfactoria para los tres. Y digo los tres porque con el whisky en mis manos, no pude dejar de pensar en que mi amigo también lo debería estar pasando fatal al no saber nada de la que había sido tantos años su pareja.
«¿Qué le pasa a Mariano? ¡Son las cinco y todavía no ha llamado!», refunfuñé al no comprender que no hubiese hecho acto de presencia.
«De ser yo, estaría de rodillas, pidiéndole perdón», pensé para mí.
Fue entonces cuando me di cuenta que sentía algo por esa mujer. Enojado conmigo mismo, vacié mi vaso y levantándome del asiento, fui a la barra a rellenarlo. Me parecía inconcebible el sentir algo por la esposa de un amigo y más que tuviera que haber ocurrido todo eso para darme percatarme de ello.
«Estoy como una puta cabra», sentencié molesto, «Laura, después de lo que pasó con ese insensato, necesita espacio».
Sin pérdida de tiempo me bebí esa segunda copa y me puse una tercera, intentando quizás que el alcohol apaciguara los sentimientos recién descubiertos por esa mujer. Desgraciadamente, ese whisky me hizo rememorar su cuerpo desnudo al entrar a la ducha y comportándome como un cerdo, deseé que su marido nunca volviera por ella.
«¡No se la merece!», murmuré afectado por el recuerdo mientras se enjabonaba sus pechos, ya que en mi mente como si fuera realidad, esa rubia se estaba acariciando las tetas mientras me sonreía.
Estaba soñando con los ojos cerrados cuando de pronto, el sonido del timbre me despertó y por ello, me levanté a ver quién era. Tal y como me temía, me encontré a Mariano tras la puerta.
«Viene a disculparse», mascullé y mientras le hacía pasar, me fijé en sus ojeras, «se le nota arrepentido».
Sin darle opción a negarse, le puse un whisky. Tras lo cual, ambos tomamos asiento sin que ninguno de los dos tomara la iniciativa y rompiera el hielo, entrando al trapo. El silencio mutuo me permitió observarle con detenimiento. Además de venir sin afeitar, mi amigo parecía apesadumbrado.
«No me extraña», medité, «yo estaría avergonzado».
Durante un par de minutos, solo nos miramos. Era tal la tensión que se mascaba en el ambiente que decidí cortar por lo sano y directamente, pregunté:
―¿A qué has venido?
Incapaz de mirarme y mientras se frotaba las manos con nerviosismo, contestó:
―A negociar contigo que me devuelvas a Laura.
Todavía hoy desconozco que me cabreo más; que no mostrara un claro arrepentimiento o que hablara de su esposa como fuera un objeto. Disimulando mi ira, le di una segunda oportunidad al preguntarle que me ofrecía, pensando que quizás entonces se desmoronaría y prometería dejar el juego. Lo cierto es que nunca me imaginé que ese tonto de los cojones dijera que me pagaría con lo que ganara esa noche en otra partida y que encima me pidiera dos mil euros para invertir en ella.
Estaba a punto de echarle de casa a empujones cuando escuché a Laura decir:
―Dáselos pero que sepa que, gracias a él, he encontrado alguien que me mima y que nunca volveré a ser suya porque ya tengo dueño.
Al girarme me quedé tan sorprendido como horrorizado porque esa mujer se había cambiado de ropa y se mostraba ante nosotros, vestida únicamente con un picardías negro totalmente transparente.
«¡Qué coño hace!», exclamé creyendo que se iba a montar la bronca. Durante unos segundos, no sabía si mirar la reacción de Mariano o por el contrario admirar las rosadas areolas de Laura que se conseguían adivinar a través de la tela.
Consciente del efecto que esa nada sutil entrada había producido, sonriendo, me pidió si podía ponerse una copa. No pude contestar porque temía que en cualquier momento, su marido me saltara al cuello. Laura no esperó mi respuesta y meneando su trasero, se acercó hasta la barra.
«¿De qué va esto?», medité perplejo mientras miraba de reojo tanto al que había sido su pareja tantos años, como a las impresionantes nalgas que con todo descaro estaba exhibiendo.
Mariano estaba al menos tan sorprendido cómo yo. Jamás había supuesto encontrar a su mujer casi desnuda en mi casa y enfocando su cabreo en ella, exclamó:
―¡No llevas bragas!― y rojo de rabia, le ordenó que se tapara.
Sabiendo que solo podía empeorar si intervenía, me quedé callado. Era algo entre ellos dos y si decía algo, a buen seguro saldría escaldado.
―Te recuerdo que ayer me vendiste y que ahora tengo un nuevo dueño― contestó su esposa y sin mostrar un ápice de cabreo, le dijo: ―Solo Pedro puede decirme cómo debo ir vestida.
Para colmo, luciéndose, Laura se acercó a mí y como si fuera algo pactado, se sentó en mis rodillas. Mariano al ver a su mujer abrazándome casi en pelotas, supuso que ya éramos amantes y demostrando su falta de hombría, me recordó que necesitaba esos dos mil euros.
―Trae mi cartera― pedí a Laura― ¡la tengo en el cuarto!
Dejando su copa, me besó en la mejilla y siguiendo estrictamente el papel de flamante sumisa, dejándonos solos, fue en busca de lo que le había pedido. Para entonces, os tengo que reconocer que estaba indignado con Mariano y por ello cuando su preciosa mujer me trajo la billetera, saqué la suma que me pedía y demostrando todo el desprecio que sentía por su persona, se la di diciendo:
―Ya no eres bienvenido en esta casa. No vuelvas o tendré que echarte a patadas.
El impresentable de mi conocido cogió los billetes de mi mano y enseñando nuevamente la clase de hombre que era, desde la puerta, me soltó:
―Esta puta no vale tanto dinero. Cuando la uses, te darás cuenta que te he timado.
Sé que me extralimité pero era de tal magnitud mi cabreo, que cogiendo de la cintura a su esposa, respondí:
―Te equivocas, llevamos todo el día follando y te puedo asegurar que no tengo queja.
Para dar mayor realismo a mis palabras, besé a la mujer, hundiendo mi lengua hasta el fondo de su garganta. Sorprendentemente mientras su marido salía de la casa pegando un portazo, Laura respondió con pasión a mi arrumaco pegando su pecho al mío.
Si esa mañana, alguien me hubiese dicho que pocas horas más tarde estaría besando a esa mujer no le hubiese creído pero si llega a afirmar que estaría acariciando su impresionante culo, lo hubiese tildado de loco. La verdad es que en ese momento, yo tampoco me terminaba de creer el tener a mi disposición semejantes nalgas y no queriendo perder la oportunidad durante cerca de un minuto, dejé que mis dedos recorrieran sin limitación alguna ese trasero con forma de corazón.
Lo malo fue que eso provocó que mi pene reaccionara a ese desproporcionado estímulo, irguiéndose bajo mi pantalón. Laura recapacitó al notar la presión de mi entrepierna sobre ella y separándose, se sentó frente a mí diciendo:
―Tenemos que hablar.
Todavía con la respiración entrecortada, traté de ordenar mis ideas pero la belleza de esa mujer casi desnuda me lo impidió. Para entonces mis hormonas eran dueñas de mi mente y en lo único que podía pensar era en hundir mi cara entre sus tetas pero la seriedad con la que me miraba, me devolvió a la realidad y la culpa me golpeó en la cara y me eché en mis hombros la responsabilidad de lo sucedido.
―Lo siento― conseguí murmurar.
Mi sorpresa se incrementó por mil cuando cogiendo su cubata, la esposa de mi amigo me sonrió y dijo:
―No tienes nada de que arrepentirte, gracias a ti me he librado de mi marido― y recalcando sus palabras, prosiguió diciendo: ―Tendría que haberlo hecho antes pero nunca me atreví a dar ese paso.
A pesar de estar de acuerdo con ella, sabía que a partir de ese momento, tanto ella como yo, estaríamos tachados socialmente porque todos nuestros conocidos supondrían erróneamente que éramos amantes desde antes. Al explicárselo, la rubia contestó:
―Te equivocas, Mariano me perdió en esa partida y hoy al escuchar tu ira, me ganaste a mí.
―No entiendo― alucinado respondí.
La chavala, soltando una carcajada, se explicó:
―Hasta esta tarde, seguía guardándote rencor por haberte prestado a jugar con mi futuro pero al ver como reaccionabas con mi ex, me di cuenta que tenía que hacer que cumplieras con tu obligación y exigirte que me aceptes como tu mujer.
Durante unos pocos segundos, creí que estaba bromeando pero al ver la entereza de su mirada, me hizo comprender que iba en serio y aterrorizado por su significado, exclamé:
―¡Estás loca!
Su reacción a mi exabrupto fue insólita porque imprimiendo un tono duro a su voz, me soltó:
―Mi decisión es firme, ¡seré tuya!
Tratando de hacerla razonar, le expliqué que era inmoral, que me negaba y que ella no podía obligarme. Creí que al escuchar mis razones, Laura daría marcha atrás pero en vez de hacerlo, incrementó la presión diciendo:
―Sé lo mucho que te gusta el juego por lo que te propongo una apuesta…
―¿Qué apuesta?― casi gritando pregunté.
Descojonada, se levantó del asiento y dejando caer su ropa, se quedó completamente desnuda, mientras me decía:
―Durante una semana me quedaré en esta casa, si en ese tiempo no consigo que te acuestes conmigo, buscaré otro sitio donde vivir.
Temblando al comprender lo duro que me resultarían esos siete días, contesté:
―¿Y si pierdo?
Solemnemente, respondió:
―Nunca volverás a jugar a las cartas y te casarás conmigo.
A regañadientes al saber que no podía dejarla en la estacada ya que no tenía donde caerse muerta, acepté su oferta creyendo que en cuanto recapacitara, ella misma anularía tamaña insensatez…

Relato erótico: “Memorias de un exhibicionista parte 2” (POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 2):

CAPÍTULO 4: LA SEGUNDA CITA:

A la mañana siguiente me marché al trabajo mucho más temprano de lo habitual, deseando tener que concentrarme en otra cosa y evitar así pensar en Alicia. Además, Tatiana me estaba agobiando un poco, pues se dio cuenta de la herida de mi ceja y empezó a insistirme en que fuéramos al médico, así que me largué.

El resto de los días de la semana fueron clónicos, los recuerdo como un borrón, sin acertar a precisar donde terminaba uno y empezaba el siguiente, pues en mi cabeza sólo tenía cabida una cosa: la cita con Alicia.

Me sentía en un estado de excitación permanente, repasando una y otra vez todo lo que quería decirle a Alicia, todo lo que necesitaba contarle.

Innegablemente me sentía atraído por ella, tendría que haber estado ciego para no encontrarla irresistible, pero, si se hubiera tratado de mera atracción física, te aseguro que no me habría sentido tan nervioso.

Pero es que no era así, me encontraba emocionado. Por fin había encontrado a alguien con quien compartir mi secreto, alguien que me entendería y no me juzgaría por lo que hacía, sino que me ayudaría a llevar la excitación a nuevos niveles. O eso esperaba yo.

Me moría por contactar con ella y volver a repetir el numerito de la webcam, pero ella no parecía estar muy por la labor, así que no insistí. Me sentía ansioso, estaba deseando irme a trabajar por las mañanas, para así mantener la cabeza ocupada en algo que me impidiera fantasear con Alicia. Por las noches, me follaba a Tatiana de todas las formas que se me ocurrían, disfrutando del voluptuoso cuerpecito de mi novia como se me antojaba, pero con la imagen de Alicia grabada a fuego en mi mente, pensando en ella hasta el último segundo.

Pasé unos momentos de pánico cuando, el viernes, Alicia me envió un correo diciéndome que tenía el coche averiado. Pensé que era una excusa para cancelar la cita, así que le escribí diciéndole que yo podía recogerla sin problemas. El alivio que sentí cuando ella aceptó inmediatamente fue infinito.

Por fin llegó el gran día. Le conté a Tati no sé qué rollo acerca del trabajo. Algo de una reunión creo. No me esforcé mucho con la excusa, pues ella se lo creía todo. Me vestí con sencillez, unos pantalones chinos, camisa y una cazadora, sin ropa interior, pues tenía la esperanza de continuar con nuestras experiencias exhibicionistas.

Llegué al lugar de la cita con 15 minutos de adelanto, aparcando el coche en doble fila y quedándome sentado al volante, no me fueran a multar. Miré a mi alrededor observando la zona, gente acomodada, de alto poder adquisitivo, sin llegar a ser millonarios, pues todo eran pisos de lujo, pero nada de chalets ni mansiones.

En eso estaba cuando la vi salir de un portal, con lo que el corazón me dio un vuelco. Me sentí feliz al comprobar que aún faltaban 10 minutos para la hora acordada, con lo que comprendí que ella también se sentía ansiosa. Genial.

Hice sonar el claxon y ella me vio inmediatamente. En su rostro se dibujó una sonrisa y alzó la mano a modo de saludo, cruzando la calle con rapidez. Mientras se acercaba, pude admirarla a mis anchas. Estaba preciosa.

Se había puesto un conjunto de lana de color gris, compuesto de falda a medio muslo y jersey de cuello alto, bastante apropiado pues, aunque el día había amanecido despejado, hacía un poco de frío. Sus piernas estaban enfundadas en unas medias oscuras, que hacían juego con el resto del atuendo. En el brazo llevaba además una gabardina doblada, por si refrescaba aún más.

Se había recogido el pelo en un moño, despejando por completo su cara, permitiendo así admirar lo bonita que era. Por supuesto, el maquillaje era muy ligero, pues Alicia no lo precisaba. Elegante y sensual.

–         Hola – me saludó tras abrir la puerta del pasajero.

–         Hola – respondí yo – Estás preciosa. Ese conjunto te queda realmente bien.

Su expresión cambió momentáneamente. Pareció dudar un segundo en entrar en el coche tras escuchar mis palabras.

–         Oye. Que era un simple cumplido – le dije – No pretendía flirtear contigo ni nada. Ya te dije que no he quedado contigo para ligar. No es eso lo que busco.

Sonriendo levemente, Alicia entró en el coche y cerró la puerta.

–         ¿Y qué es lo que buscas entonces?

–         Ya te lo dije. Alguien con quien compartir mi secreto. Alguien con quien disfrutar con mayor profundidad de mis inclinaciones, alguien…

–         Vale, vale, ya lo pillo.

–         Te aseguro que estás completamente a salvo conmigo. No haré nada que tú no quieras.

Te aseguro que lo dije completamente en serio, aunque mis afirmaciones perdieron fuerza cuando ella se percató de que mis ojos estaban clavados en sus torneados muslos. Sin embargo, lejos de decir nada, Alicia se limitó a cruzar las piernas, de forma que el vestido se le subiera unos centímetros y me dejara ver una porción mayor de cacha.

Con una sonrisa de oreja a oreja, arranqué el motor y nos pusimos en marcha.

–         La verdad es que no esperaba que me citaras en tu casa – le dije tras incorporarnos al tráfico – Ya sabes, por si soy un acosador y eso…

–         Con eso estoy tranquila. He dejado tus datos a Javier y si no regreso…

–         ¿En serio? – pregunté sorprendidísimo.

Ella se echó a reír.

–         No, tonto. Le he dicho que iba a comer con unos amigos y que uno de ellos venía a recogerme por lo de la avería del coche. Total, tampoco es que fuera a preocuparse demasiado…

Noté un inconfundible tono de amargura en su voz, pero no insistí en el tema, pues no quería que se pusiera de mal humor.

–         ¿Y tú que tal? ¿Cómo tienes el ojo?

–         Bien – respondí girando la cabeza para que pudiera apreciarlo – ya te dije que era sólo un arañazo.

–         Me alegro. ¿Y tu novia que tal? ¿No se ha enfadado porque su novio la deje sola un sábado?

Aproveché la pregunta para soltárselo todo. Le hablé de Tatiana, de su dependencia y de que no la amaba realmente. Ella escuchó en silencio, sin juzgarme. Me hizo mucho bien poder contarle mis problemas a alguien. Fue todo un desahogo que además permitió que mi relación con Alicia se hiciera más estrecha. Empezábamos a intimar.

Tardamos como una hora en llegar a nuestro destino, un pueblecito a unos 50 kilómetros de la ciudad, donde me habían hablado de un restaurante donde se comía muy bien. Lo suficientemente lejano como para que el riesgo de tropezarnos con algún conocido fuera mínimo. Teníamos mesa para las 14:00 y faltaban unos 15 minutos, con lo que puede decirse que llegamos justo a tiempo.

Aparqué y entramos al restaurante. El camarero nos condujo al comedor y nos llevó a nuestra mesa, aunque yo pedí que nos cambiara a una que estuviera más apartada, para poder charlar con mayor intimidad. Alicia me miró, pero no dijo nada.

Finalmente nos sentamos en una de las mesas del fondo, un poco retirada. Cerca de nosotros sólo había dos mesas ocupadas, una de una pareja de cincuentones y otra con unos novios bastante jóvenes, de veintipocos. No pude evitar echarle un vistazo apreciativo a la jovencita. Era bastante guapa.

Nos sentamos y ambos pedimos un vermouth. Mientras lo traían, nos pusimos un poquito nerviosos, pues ninguno sabía muy bien cómo empezar la conversación. Finalmente, me decidí a coger el toro por los cuernos y di el primer paso.

–         ¿Has pensado en lo del otro día? – pregunté sabiendo perfectamente cual iba a ser la respuesta.

–         No he hecho otra cosa. ¿Y tú? – respondió Alicia, para mi infinito goce.

–         Lo mismo. No he dejado de pensar en ti y en lo que pasó. ¿Y qué has decidido?

Se lo pensó un segundo antes de contestar.

–         Que quizás tengas razón. Puede que haya estado agobiándome sin necesidad. Mi educación, mi pareja, la sociedad, me dictan unas normas de comportamiento que debo seguir, pero… ¿quién me asegura que sean las correctas?

Me sentí exultante. Estaba a punto de lograr mi sueño. Alguien con quien compartir mis experiencias.

–         ¿Y qué quieres hacer? – dije con el corazón en un puño.

–         ¿Hacer? – preguntó sin entender.

–         Ya sabes. Si quieres que te dé algunos consejos, si te cuento alguna anécdota, si quieres que te pase algún vídeo más de los que tengo grabados…

–         ¿Tienes más? – preguntó con interés.

–         Alguno hay. Aunque no es lo que suelo hacer habitualmente.

–         ¿Por qué no?

–         Ya sabes. Si tienes que estar pendiente de grabar, no puedes concentrarte en disfrutar del morbo de las situaciones.

–         Pero podrías verlo luego en vídeo.

–         Sí. Pero no es lo mismo. Dime, el otro día ¿cuándo te excitaste más, mientras te toqueteabas en el parque o cuando lo viste después en mi móvil?

Alicia no respondió, aunque se notaba perfectamente que me había entendido. Justo entonces llegó el camarero con la carta y las copas.

Pedimos enseguida, apenas miramos el menú. Yo entrecot y ella pescado. Daba igual la comida. Habíamos venido a otra cosa.

–         ¿Tienes más vídeos en el móvil? – me preguntó tras marcharse el camarero a ordenar nuestro pedido.

–         Ahora mismo no. Los descargué en el ordenador.

–         ¿No puede encontrarlos tu novia?

–         Tengo las carpetas protegidas con un programa de encriptación. Además, ella no sabe nada de ordenadores, ni distingue el teclado del ratón, así que….

–         Comprendo.

–         ¿No quieres saber nada más? ¿No hay nada que quieras preguntarme?

Alicia me miró fijamente un instante, en silencio. Entonces, se inclinó sobre la mesa y me dijo en voz baja:

–         Quiero saberlo todo. Necesito que me ayudes a ser como tú. He comprendido que no puedo negar mi naturaleza y necesito tu ayuda, tu experiencia para poder conseguirlo. Necesito tu consejo.

Me sentí feliz. Aquello era justo lo que yo quería.

–         Pues dispara. No te cortes – asentí – A estas alturas no vamos a andarnos con vergüenzas ni remilgos. Pregunta lo que quieras, que te aseguro que te contestaré a todo con sinceridad.

–         De acuerdo. Dime. ¿Disfrutaste el otro día?

No hacía falta preguntar a qué día se refería.

–         Fue uno de los mejores días de mi vida.

–         ¿Te acostaste con tu novia?

–         ¿Después de que me la chupara? Por supuesto, me la follé en la cocina y en el salón.

Yo sabía perfectamente que lo que Alicia estaba haciendo era calibrar mi afirmación de ser sincero en cualquier cosa que me preguntara.

–         No sé si lo pudiste apreciar en la webcam, pero tiene unas tetas cojonudas. Acabé corriéndome entre ellas y pringándole toda la cara de leche.

Decidí ser todo lo descarado que fuera posible. Quería el morbo de la situación la encendiera.

–         ¿Y tú? ¿Te acostaste con tu novio? – le pregunté sin cortarme.

–         Sí – respondió – Estaba muy excitada y lo hicimos. Estuvo bien.

Poco entusiasmo en su respuesta.

–         ¿Y siempre te ha salido bien? – me preguntó – ¿Siempre que “te exhibes” tienes éxito?

–         Pero, ¿qué dices chiquilla? – reí – Por supuesto que no. No creas que todos los días encuentras chicas tan dispuestas como la del vídeo. Lo normal es que pasen de mí, simplemente me ignoran.

–         ¿Y ninguna te ha echado la bronca?

–         Alguna vez. Incluso en un par de ocasiones me han gritado diciéndome que habían avisado a la poli.

–         ¿Y tú que hiciste?

–         ¿Tú que crees? Salir pitando de allí.

Ella sonrió.

–         Pero, no hemos venido aquí para hablar de mis fracasos, ¿no? – dije bebiendo de mi copa.

–         Supongo que no. De lo que quiero hablar es de cómo lo haces. Cómo sabes en qué situaciones puedes hacerlo sin que te pillen y con posibilidades de éxito…

–         A ver, Alicia…

–         Llámame Ali – me interrumpió.

Me encantó que me pidiera que la llamara así.

–         De acuerdo. Pero tú no me llames “Vic” – respondí – Lo odio.

Ella volvió a dedicarme una sonrisa electrizante.

–         Vamos a ver. Supongo que es algo que te da la experiencia. Poco a poco vas aprendiendo a reconocer los lugares y situaciones en que puedes hacerlo, así como calibrar a las chicas que pueden colaborar…

–         ¿Y qué me aconsejas?

–         Bien. Creo que debes empezar con situaciones de muy bajo riesgo.

–         ¿Por ejemplo?

–         Ya sabes. Situaciones en las que puedas exhibirte y disfrutar con que te miren, pudiendo disimular en caso de necesidad.

–         No te entiendo.

–         Puedes empezar usando ropa atrevida. Ya sabes, escotes pronunciados, minifaldas…

–         Eso ya lo he hecho – dijo Ali.

–         Vale. Entonces pasamos al siguiente paso. Topless en la playa…

–         Hecho. Reconozco que he disfrutado cuando los hombres me miraban, pero yo quiero otra cosa… algo como lo de tu vídeo…

–         Vale. Te entiendo. El topless es algo corriente. Tú quieres algo más… intenso.

–         Exacto. Y que no me pase como el otro día. No quiero acabar violada en una cuneta.

–         ¿Has probado en enseñar “al descuido”?

–         ¿Qué quieres decir?

–         Por ejemplo, te abrochas mal la camisa cuando vas sin sostén. Seguro que más de mil veces has notado cómo los tíos te miran el escote. Todos lo hacemos. Pero si tú enseñas un poquito…

Aquello le gustó más.

–         Después puedes pasar a ir sin bragas, pongamos…. en un transporte público. Te sientas enfrente de algún tío, abres las piernas como si no te dieras cuenta…

–         ¿Y si me asalta?

–         El riesgo es mínimo. Estarías en un autobús, no va a violarte allí mismo. Y al bajar, puedes hacerlo cerca de una parada de taxis, te subes en uno y te largas.

–         Y le enseño el chumino también al taxista – dijo ella riendo.

–         ¡Ja, ja, exacto! Pero cuidado, que si el taxista se pone verraco…

–         Jo. Tienes razón. Para los tíos es más fácil. A ti no va a violarte nadie…

Me quedé en silencio unos segundos, tratando de pensar una situación en la que Alicia pudiera exhibirse con cierta seguridad. Entonces me acordé de unas experiencias que tuve un par de años antes.

–         ¡Ya lo tengo! – exclamé – Se me ocurre una manera de que puedas hacerlo sin peligro alguno. Sólo tienes que buscar situaciones en las que el tío no pueda hacer nada.

–         ¿Cómo cuales?

–         El trabajo.

–         ¿El trabajo? ¡Estás loco! ¡Anda que iban a tardar mucho en despedirme si me pusiera a hacer esas cosas en la agencia!

–         No, no, Ali, no me has entendido. En tu trabajo no. En el de ellos.

Alicia se quedó callada, mientras la idea de lo que acababa de decirle penetraba en su mente.

–         Imagínate que vas sin bragas a una zapatería de esas caras, en las que el vendedor te ayuda a probarte los zapatos. Cuando se agache frente a ti, separas un poco los muslos…

Una sonrisilla lasciva se dibujó en los labios de Alicia. Algo se agitó inquieto en el interior de mi pantalón.

–         El tipo no podría hacer nada, no iba a arriesgar su trabajo…

–         Comprendo – dijo ella pensándoselo.

–         O también podrías ir a un masajista.

–         ¿Un masajista?

–         Sí. Yo lo hice hace algún tiempo.

Ella clavó sus ojos en mí.

–         Cuéntamelo – dijo simplemente.

En ese instante nos sirvieron la comida, interrumpiéndonos. Le devolví la mirada, sintiendo la complicidad que se establecía entre nosotros mientras el camarero servía los platos. Era muy excitante.

En cuanto el tipo se fue, le conté la historia a Alicia.

–         Este es uno de los que considero mis éxitos, aunque fuera a medias. En esta historia la cosa salió bastante bien. A ver, no llegué a follármela ni nada, pero tuvo un morbo…

–         Cuenta, cuenta – dijo ella acercándose un poco a la mesa, para poder hablar con mayor intimidad.

–         Fue hace un par de años. Un poco antes de conocer a Tatiana. Yo acudo con regularidad a un gimnasio y un compañero me había recomendado a una masajista que era muy buena. La pobre estaba en el paro y se sacaba unas perrillas dando masajes por libre. Como andaba un poco fastidiado de la espalda, la llamé y concerté una cita.

–         ¿En tu casa?

–         No. En la suya. Y eso me vino bien, pues ya sabes, en su casa se sentía más relajada.

–         Comprendo.

–         Pues eso. En cuanto la vi… supe que tenía que intentarlo. Era muy guapa; bajita, poquita cosa, con las tetitas pequeñas pero respingonas. Iba vestida con un top de lycra y unos leggins, muy deportiva ella…

–         ¿Y cómo supiste que ella no iba a montarte un follón?

–         Cariño. No lo supe hasta que no lo intenté. El riesgo es parte del morbo de exhibirse…

–         Vale, vale, continúa.

–         Pues bien. Ella me condujo al salón, donde tenía colocada una camilla de masajes. Me dejó a solas para que me desnudara y yo lo hice por completo, tumbándome y tapándome con una toalla. Ella volvió y empezó el masaje por la espalda, mientras yo iba excitándome cada vez más al pensar en que iba a verme…

–         Lo entiendo – asintió Ali.

–         Entonces me di la vuelta, tapado por la toalla. Pero el bulto que se veía en ella…

–         No se podía disimular – dijo Ali con una sonrisa.

–         Ni yo quería hacerlo. Obviamente, ella se dio enseguida cuenta de mi estado, pero hizo como si nada. Estoy convencido de que no era la primera vez que le pasaba algo semejante.

–         Seguro que no.

–         Ella siguió con el masaje, los tobillos, los muslos, acercándose cada vez más a la zona de conflicto. Yo, como el que no quiere la cosa, le indiqué que subiera un poco por los muslos. Ella, para hacerlo, me enrolló la toalla en la ingle, tapando a duras penas mi erección, que era hasta dolorosa. Estoy seguro de que, por debajo de la tela, la chica tenía un buen primer plano de mis huevos, lo que me excitó más todavía.

–         Ya.

–         Ella continuó el masaje como si nada, pero yo veía que, de vez en cuando, echaba disimuladas miraditas al bulto, lo que me volvía loco de excitación. Sus manos, que masajeaban con fuerza mis muslos, subían cada vez más y noté cómo rozaban levemente mi escroto. Estaba a punto de estallar.

–         ¿Y qué hizo?

–         Seguimos así un rato, varios minutos de hecho, bastante más de lo que era necesario, cosa de la que me di cuenta enseguida. Ella no estaba pasándolo nada mal. En su top se marcaban perfectamente dos pequeños bultitos que indicaban que la masajista no era inmune a la excitación que flotaba en el ambiente, así que, cuando ella decidió cambiar y empezar a masajearme el pecho, no me corté en pedirle que mejor continuara con los muslos, que los tenía muy tensos.

–         No eran los muslos lo que tenías tenso precisamente.

–         Ya te digo.

–         ¿Y te hizo caso?

–         Por supuesto. Yo era el cliente que pagaba. ¿Qué iba a decir?

–         Es verdad.

–         Seguimos un par de minutos. Yo ya no podía más, así que me jugué el todo por el todo y aparté la toalla, quedando completamente desnudo sobre la camilla, con la polla al rojo vivo apoyada sobre mi vientre. Ella profirió una pequeña exclamación de sorpresa, lo que me resultó inmensamente erótico. Como si fuera lo más natural del mundo, me puse las manos detrás de la nuca y le indiqué que siguiera con el masaje.

–         ¿Y lo hizo?

–         Dudó sólo un segundo. Pensé que iba a protestar, a mandarme a la mierda o algo así. Pero finalmente continuó. Ya no volvió a intentar masajearme el torso, se dedicó exclusivamente a los muslos, llegando cada vez más arriba…

Miré un segundo a Alicia, que me escuchaba con atención, el rostro arrebolado por la excitación, hermosa como un ángel.

–         ¿Y qué hizo?

–         Para mi decepción no hizo nada. Siguió masajeándome los muslos con intensidad. Cuando lo hacía, mi polla daba botes y se movía al compás del masaje y ella ya no se cortaba un pelo en mirarla con descaro, aunque sin llegar a hacer nada inapropiado.

–         ¿Y no pasó nada más?

–         Pues sí. Le dije que le pagaría el doble “si acababa el trabajo”.

–         ¿En serio? – exclamó Alicia mirándome boquiabierta.

–         Y tanto. Y te juro que no se lo pensó ni un segundo. Dijo la cantidad de euros y cuando dije que sí, me agarró la polla y empezó a meneármela.

–         ¡Madre mía!

–         No se le daba mal el asunto. Su manita, embadurnada de aceite para el masaje se deslizaba por mi tronco con bastante habilidad. Y claro, yo estaba a mil por hora por el morbo de la situación, así que acabé enseguida. Cuando me corrí, ella me envolvió la polla con la toalla y dejó que se vaciaran mis pelotas. Al final me la limpió un poco y dio por concluido el masaje.

–         Joder. Increíble. ¿Y eso fue “un éxito a medias”?

–         Pues claro. Tuve que pagarle.

Alicia me miró un segundo antes de volver a preguntar.

–         ¿Quieres decir que alguna vez más has conseguido que…?

–         Claro. Ya te hablaré de mis éxitos. Pero ahora vamos a comer, que esto se está quedando frío.

Era verdad. Ninguno de los dos había probado bocado.

Con desgana, pues ambos estábamos deseando continuar, nos dedicamos a vaciar nuestros platos. Estaba todo muy bueno, la carne en su punto y el vino que nos sirvieron era excelente. Mientras comíamos, la pareja mayor, que acababa de pagar la cuenta, se levantó y se marchó. Enseguida acudió un camarero a despejar su mesa.

Seguimos charlando, de temas más banales, pero la curiosidad que sentía Alicia se impuso finalmente y volvió al ataque.

–         Y esa chica… la masajista. ¿La volviste a ver?

–         Seguí siendo cliente suyo unos meses. Y todas las sesiones incluyeron masaje y paja.

–         Ja, ja – se rió Ali.

–         Me salió carillo, pero lo pasé bien.

–         ¿Y por qué lo dejaste?

–         Bueno… empecé a salir con Tatiana. Ya no tenía sentido pagar porque me menearan la polla cuando tenía una chica que lo hacía gratis. Pero sobre todo fue porque, después de la primera sesión, la cosa perdió un poco de interés para mí. Me excitaba que me mirara, pero, perdida la novedad, ya no era lo mismo.

–         Comprendo. ¿Y alguna otra vez te has exhibido para alguien conocido?

–         Bueno… – dudé en responder – Un par de veces con la peluquera de mi barrio. Yo era joven entonces y me faltaba experiencia y ella era la típica cuarentona de muy buen ver.

–         ¿Qué hiciste?

–         Nada espectacular. Lo que hacía era ir a la peluquería en pantalón corto y sin ropa interior. Ella gustaba de usar jerseys bastante escotados y apretaditos, lo que era bastante sexy. Cuando me sentaba en la butaca y ella empezaba a tocarme la cabeza, su cuerpo se arrimaba al mío… ya sabes, me empalmaba enseguida, ofreciéndole un buen espectáculo en la bragueta. Y ella me miraba, vaya si lo hacía. Yo podía verla perfectamente gracias al espejo que teníamos delante y me ponía malísimo. Pero, por desgracia, nunca fuimos más allá. Nunca me dijo nada, ni protestó, ni me llamó la atención. Los dos lo pasábamos bien. Por desgracia se casó y cerró la peluquería.

–         ¿Y ninguna conocida más? – preguntó Ali, que había detectado perfectamente mi anterior vacilación a la hora de responderle.

La miré un segundo, fijamente, con intensidad. ¿Debía confiar en ella? ¿Debía confesarle todos mis secretos?

–         Hay otra historia que podría contarte – le dije – Es mucho más intensa y bueno… no sé si te resultará demasiado escandalosa…

–         ¿En serio crees que a estas alturas voy a escandalizarme? – dijo sonriendo.

–         Me da un poco de miedo confesártelo… Es la historia de mi primera vez, cuando descubrí mis inclinaciones. Y fue con… alguien de mi familia.

Alcé los ojos y los clavé en los de Alicia, temeroso de que el tema del incesto fuera tabú para ella. Para mi sorpresa, ella se inclinó sobre la mesa y hablándome en voz baja me dijo:

–         Yo he sido educada en el seno de una familia bastante tradicional y te aseguro que eso es decir poco. De niña estuve en un colegio de monjas, casi sin contacto con chicos.

–         Ya bueno, pero… – dije sin saber muy bien adonde quería ir a parar.

–         Cuando tenía catorce pasé un verano en casa de mis abuelos, junto con varios primos. Había dos de mi edad, hermanos, Carlota y Joaquín, que mantenían una relación… bastante estrecha.

La boca se me secó, así que bebí un poco de vino.

–         En cuanto tuvimos confianza, me incluyeron en sus juegos. Ya sabes, a médicos, cosquillas…

Empezaba a intuir por donde iban los tiros.

–         De ahí, pasamos bastante pronto al “si tú me enseñas lo tuyo, yo te enseño lo mío” Y te aseguro que no les costó nada convencerme de que me levantara las faldas y les enseñara el coñito… me encantó hacerlo…

Yo miraba a Alicia con los ojos como platos. Mi polla era un auténtico leño que apretaba desesperado dentro de mi pantalón.

–         ¿Tuvisteis sexo? – le pregunté.

–         Relaciones completas no.

–         ¿Completas? – pregunté.

–         La de Joaquín fue la primera polla que me comí. Y descubrí que me gustaba mucho más hacerlo cuando Carlota nos miraba… Pero no llegamos a follar. Al menos yo no. Como ves, el incesto no es un problema para mí…

–         ¿Y no me vas a dar más detalles? – indagué con avidez – Tu historia me ha puesto a tono…

–         Otro día – dijo ella para mi desilusión – Hoy hemos venido a que me ilustres tú a mí…

La miré en silencio, sonriente, mientras ella apuraba su copa de vino. Se la rellené inmediatamente. Me sentí feliz, pues había dicho “otro día”. Iba a haber más…

–         ¿Y bien? – me interrogó Ali – ¿Me cuentas ahora esa historia?

–         Aún no – respondí sonriendo enigmáticamente – Falta algo…

–         ¿El qué?

–         Tus bragas. Dámelas. Ahora mismo.

Ella me miró atónita, sin saber qué decir. Pero su perplejidad duró sólo un segundo.

–         ¿Y si te digo que no llevo? – me respondió.

–         Sabría que mientes. Cuando hemos entrado al comedor te he mirado el culo y se notaba el contorno de tu ropa interior bajo la falda…

Ali esbozó una sonrisilla.

–         Yo sí que de verdad no llevo – continué – Así estaremos los dos igual…

Eso acabó de convencerla. Miró a un lado y al otro, pero los únicos que estaban cerca eran la pareja de jóvenes. Con una expresión indescifrable en el rostro y ligeramente ruborizada, Alicia escondió sus manos bajo la mesa. Levantando un poco el trasero del asiento, se subió el vestido lo suficiente para que sus dedos se colaran por debajo y alcanzaran la cinturilla de su ropa interior. Contorsionándose levemente, fue logrando que sus braguitas se deslizaran por sus muslos.

Mientras lo hacía, yo controlaba a la pareja de jóvenes. El chico, de repente, se dio cuenta de lo que estaba sucediendo en nuestra mesa y se inclinó hacia su compañera para susurrarle algo. La chica también nos miró entonces con disimulo y, a pesar de la distancia, pude notar perfectamente cómo sus pupilas se dilataban.

–         Te están mirando, ¿te has dado cuenta? – le susurré a mi acompañante.

El rubor de su rostro se acentuó cuando, con el rabillo del ojo, comprobó que le estaba diciendo la verdad. Sin embargo eso no la detuvo en absoluto y pude leer perfectamente en su mirada que estaba muy excitada.

Por fin, Alicia consiguió librarse de sus braguitas y, encerrándolas en un puño, me las alargó para que yo pudiera guardarlas en un bolsillo de mi cazadora.

–         Buena chica – dije sonriéndole.

Ella me devolvió la sonrisa, dándole un buen trago a su copa.

–         Me debes una historia – me dijo cuando estuvo más recuperada.

–         Desde luego – asentí.

Y empecé a contársela.

CAPÍTULO 5: MI PRIMERA VEZ:

–         Esto fue hace bastantes años, cuando yo tenía casi 17 años. Como ves, yo no fui tan precoz como tú en materia de sexo, fui más bien de pubertad tardía.

–         ¿A los 17?

–         A ver, no es que con esa edad me llegara la adolescencia. Es sólo que tardé más que otros chicos. Recuerdo a muchos amigos que con 13 ya andaban detrás de las faldas pero yo no me interesé por las chicas hasta los 15 o 16.

–         Ya veo. Lentito – dijo Ali riendo.

–         Es decir, que a pesar de mi edad, casi no tenía experiencia con mujeres.

–         Vale. Lo pillo – asintió ella.

–         Pues bien. Era verano y yo andaba en la fase rebelde, así que me había negado a irme de vacaciones con mis padres, pues iban a ir con un matrimonio que me caía bastante gordo, así que me escaqueé. Mis padres y mi hermana se fueron de viaje y, como no se fiaban de dejarme solo en casa, me hicieron irme a pasar 15 días en el pueblo, en casa de mi tía Aurora y de su hija Carolina. A mí me pareció muy bien, me gustaba ir al pueblo y no veía a mi familia desde el verano anterior, así que pillé un tren y me planté en el pueblo.

–         A casa de tu tía y tu prima. ¿No tenías tío?

–         Tía Aurora era viuda desde 10 años antes. No había vuelto a casarse y no por falta de candidatos. Por lo visto salió un poco escaldada de su matrimonio. Mi tío era un poquito cabrón y nadie lamentó demasiado cuando se estampó con el coche.

–         Comprendo – dijo Ali muy seria.

–         Aurora y su hija estaban (bueno y están) realmente buenas. Morenas, de senos bien grandes, macizas… espera, será más fácil si las ves en foto.

Saqué el móvil y le enseñé una foto de unos meses atrás, tomada durante la boda de otro primo. Las dos estaban guapísimas vestidas de fiesta. Mi tía, ya con más de 50 en la foto, aún estaba de muy buen ver y mi prima, que era una versión más joven de su madre, había sido el auténtico centro de atención durante el banquete.

–         ¿Y quién fue la afortunada, la hija o la madre? – preguntó Alicia devolviéndome el móvil.

–         Deja que te cuente. No nos adelantemos. Como te decía, me fui al pueblo dispuesto a disfrutar de las vacaciones y dormir bajo el mismo techo que aquellas dos mujeres era un aliciente más.

–         Ya lo supongo.

–         Al principio todo fue muy bien, las dos me recibieron efusivamente, como siempre y empecé a disfrutar de las vacaciones. Reanudé viejas amistades con los chicos del pueblo, salía por ahí con Caro, disfrutaba de la cocina estupenda de mi tía… Lo único que resultaba un poco extraño era que la relación entre madre e hija parecía un poco tensa. Algo había pasado entre ellas antes de mi llegada, pero nunca me enteré de qué fue.

–         ¿Discutían?

–         No, no. Simplemente no se mostraban tan cariñosas la una con la otra como otros años. Ya te digo, se notaba cierta tensión. Pero ninguna me dijo nada.

–         Vale, vale – dijo Ali deseando que me metiera en materia.

–         Bueno, pues ya sabes. Un adolescente… bajo el mismo techo que dos bellas mujeres…

Alicia sonrió, comprendiendo a qué me refería.

–         Te la machacabas como un mono – sentenció.

–         Pues prácticamente – asentí riendo – Un buen par de pajas caían todos los días. No me va el fetichismo, así que no me dedicaba a cogerles la ropa interior ni nada de eso, me limitaba, ya sabes, a pelármela siempre que podía. Me aliviaba, claro, pero siempre sentí… que me faltaba algo.

–         Exhibirte.

–         Exacto. Sólo que entonces aún no lo sabía. Pero lo descubrí pronto.

Alicia se inclinó sobre la mesa, prestándome toda su atención.

–         Una tarde, mi tía salió de compras y Caro estaba en casa de una amiga. Quedándome solo en casa, bajé un poco la guardia y harto de hacerme pajas encerrado en el baño, pensé que estaría bien variar un poco y cascármela en el salón.

–         Ja, ja – rió Ali.

–         Ni corto ni perezoso, me senté en el sofá y me bajé los pantalones hasta los tobillos, iniciando tranquilamente la paja. Para motivarme, encendí la tele, a ver si salía alguna moza de buen ver. Tuve suerte, pues estaban echando “Los vigilantes de la playa”, así que me puse a meneármela a la salud de las socorristas, que salían corriendo en bañador cada dos minutos.

–         Ja, ja. Cuantas pajas habrán provocado esas carreras…

–         Millones – asentí – Pues bien, concentrado en lo que hacía, no me di cuenta de que mi tía había regresado, pues se había olvidado el monedero. Ella lo cogió y debió de escuchar ruido, pues se asomó al salón.

–         Y se encontró con el espectáculo.

–         Y tanto.

–         ¿Te echó la bronca?

–         De eso nada. Se quedó callada como una muerta, sin hacer ni un ruido… Y se dedicó a disfrutar del show.

Alicia me miró sorprendida, con la boca abierta por la sorpresa.

–         ¿En serio?

–         Te lo juro. Yo seguía dale que te pego al invento, no me había dado cuenta para nada de que mi tía estaba asomada a la puerta, medio escondida, así que seguí pajeándome tranquilamente. Pero entonces, no sé, quizás fue un ruido, quizás percibí su presencia… lo cierto es que me di cuenta de que no estaba solo y, por el rabillo del ojo, vi que tita Aurora me estaba espiando.

–         Joder.

–         No sé qué me sucedió. La cabeza me daba vueltas. Me excité como nunca antes. Ya te imaginarás que, a mis 17, me la había machacado cientos de veces, pero ni una sola vez se acercaba al placer que experimenté simplemente por saberme observado. Se me puso más dura que nunca, la sentía vibrar en mi mano. Todo el cuerpo me sudaba, la respiración se me alteró… no sé cómo, pero reuní la suficiente presencia de ánimo para continuar masturbándome, simulando no haberme percatado de la presencia de mi tía.

–         ¿Y ella no se dio cuenta?

–         No. Estaba absolutamente hipnotizada por lo que yo estaba haciendo. Yo seguí pajeándome, loco de excitación, tratando de observarla de reojo, rezando para que no se diera cuenta de que la había visto. Por desgracia, aquello me había puesto tan caliente que no aguanté ni un minuto. Mi polla pegó un taponazo y te juro que la corrida casi impacta en el techo.

–         Ji, ji.

–         Como pude, me las apañé para coger los kleenex que había dejado preparados y conseguí contener los últimos lechazos, si no, lo habría puesto todo perdido. Cuando recuperé el aliento, me puse a limpiarlo todo, frenético, pensando en que mi tía iba a pegarme la bronca de mi vida. Pero, cuando alcé la vista, ella ya no estaba allí. Había vuelto a marcharse.

–         Joder. Qué situación tan morbosa – dijo Alicia mirándome con ojos ardientes.

–         Cariño, eso no es nada. La historia sigue.

Ali volvió a sonreírme pícaramente y me instó a continuar.

–         Esa noche, cuando nos reunimos para cenar, yo estaba que la camisa no me llegaba al cuerpo. Estaba acojonado por si mi tía me decía algo. Pero se comportó con absoluta normalidad, con lo que, poco a poco, fui tranquilizándome.

–         Hizo como que no había visto nada.

–         Exacto – asentí – Más tarde, ya en mi cama, me sentía completamente excitado al rememorar los sucesos del salón. Empecé a entender que mi tía también había disfrutado mirándome y que era eso precisamente lo que me había puesto tan cachondo. Que me mirara.

–         Ya veo.

–         Pensé que quizás había sido porque era mi tía quien lo había hecho, ya sabes, por lo prohibido y eso. El morbo del incesto. Más adelante descubriría que no era así, que simplemente era un exhibicionista, pero esa noche, la única conclusión que saqué era…

–         Que querías que se repitiera.

Le sonreí a Alicia de oreja a oreja.

–         Bingo – dije guiñándole el ojo a mi compañera.

Ella me devolvió el guiño.

–         Y la oportunidad se presentó a la mañana siguiente. No había pasado muy buena noche, pues la inquietud y la excitación no me dejaron dormir, pero aún así me levanté temprano. Caro, que es bastante dormilona, seguía sobando en su cuarto, pero mi tía llevaba levantada un buen rato. Ya sabes, la gente del campo…

–         Sí, ya sé. Yo también tengo familia en un pueblo y no veas cómo madrugan.

–         Y yo contaba con eso. Salí de mi cuarto con cuidado, procurando no tropezarme con ella y me colé en el baño. Dejé la puerta entreabierta, espiando por la rendija hasta que mi tía, que andaba por allí, se acercó al baño. Como un rayo, me situé delante del espejo, me saqué la chorra y empecé a masturbarme lentamente, procurando gemir y jadear un tanto exageradamente.

–         Para hacer que se acercara.

–         Así es. Y no me costó mucho lograrlo… Segundos después, gracias al espejo, pude ver cómo mi tía se asomaba por la rendija de la puerta y volvía a espiar a su sobrino mientras se pajeaba.

–         Tu tía estaba hecha toda una voyeur.

–         Todos estamos hechos unos voyeurs. A todos nos gusta mirar.

Alicia me miró muy seria, sopesando mi afirmación.

–         Todas las sensaciones del día anterior, la excitación, el ansia, la lujuria, regresaron en cuanto vi que mi tía estaba mirándome. Empecé a gemir y a jadear intensamente, esta vez sin exagerar un ápice, pues el placer que sentía no se puede describir.

Ali bebió de su copa, sin dejar de mirarme.

–         Mis caderas se movían espasmódicamente, sintiendo un placer que nunca antes había experimentado. La cabeza se me quedó en blanco. Y me corrí. Un lechazo salió disparado e impactó en el espejo y yo lo seguí con los ojos. Al hacerlo, mi mirada se encontró de repente con la de mi tía a través del reflejo. Ambos nos quedamos paralizados, mirándonos; yo con mi polla vomitando semen a diestro y siniestro y ella absolutamente petrificada. Y ese fue el momento en que más excitado me sentí: cuando ella se dio cuenta de que la había pillado.

–         ¿Y qué pasó? – preguntó Ali completamente cautivada por la historia.

–         Cuando recuperó un poco el sentido, tía Aurora se largó como alma que lleva el diablo. Yo, recuperando el resuello, abrí el grifo y arreglé el desastre lo mejor que pude, regresando después a mi cuarto. Seguía excitadísimo, pero bastante inquieto pues no sabía qué iba a pasar.

–         ¿Y qué hiciste?

–         Esperar hasta que Caro se levantó y bajamos juntos a desayunar. Me daba miedo enfrentarme a solas con mi tía.

–         ¿Y ella?

–         No dijo ni pío. Se comportó con absoluta normalidad. Lo único raro fue que no se atrevía a mirarme a los ojos, apartando continuamente la mirada.

–         Menuda situación – dijo Ali.

–         Esa tarde volví a intentarlo, pero esta vez mi tía no apareció. Ni tampoco a la mañana siguiente.

–         Sabía que la habías pillado.

–         Justo eso. Le daba vergüenza, así que no volvió a caer en mi trampa.

–         Pues te quedarías bien fastidiado, ¿verdad?

–         Ni te cuento. Pero fue precisamente el ansia por repetirlo, las ganas irresistibles de volver a experimentar aquella sensación, las que me dieron el valor para dar el siguiente paso.

–         ¿Qué hiciste? – indagó Ali muy interesada.

–         Si Mahoma no va a la montaña…

Ali abrió los ojos como platos, cuando comprendió a qué me refería.

–         Joder, cuéntamelo, que no puedo más – dijo entusiasmada.

–         Al día siguiente, tras haber intentado de nuevo el numerito del baño y haber fracasado estrepitosamente, me sentía inmensamente frustrado, triste y desesperado.

–         Ja, ja. Qué exagerado eres – rió Alicia.

–         No te creas. No ando muy lejos de la verdad. Y, a medida que la frustración subía, la vergüenza y la preocupación por las consecuencias caían en picado, así que me armé de valor y pasé al ataque.

Esta vez fue Ali la que llenó las copas, haciendo un gesto al camarero para que trajese otra botella.

–         A media mañana, Caro salió de casa para ir con unos amigos. Me dijo que la acompañara, pero le contesté que no me encontraba muy bien, así que me quedé a solas con mi tía.

–         Sigue, sigue – me apremió la chica.

–         Tía Aurora estaba en la cocina, preparando el almuerzo, ajena a que yo había entrado y estaba sentado junto a la mesa. Al poco, se volvió a coger algo y me vio, dando un respingo de sorpresa. Inmediatamente se puso muy roja, hablándome con nerviosismo, sin mirarme a la cara, mientras yo sabía perfectamente en qué estaba pensando. Empecé a excitarme.

–         ¿Y qué hiciste?

–         Ella trató de disimular, me preguntó que qué hacía allí y yo le dije que nada, que descansar un poco. Estaba visiblemente alterada y eso, curiosamente, contribuyó a serenarme a mí. Mi polla fue creciendo dentro del pantalón y yo procuré que el bulto fuera bien visible, lo que aturrulló todavía más a mi tía. Temblorosa, decidió ignorar nuevamente lo que estaba pasando y me dio la espalda, volviendo a liarse con las cacerolas. En cuanto lo hizo, ya dejadas atrás todas las dudas, me bajé los pantalones hasta los tobillos y empecé a masturbarme lentamente.

–         ¿Y qué pasó?

–         Ella se resistía a darse la vuelta, no podía creerse lo que estaba pasando. Escuchaba perfectamente los rítmicos movimientos de mi mano deslizándose sobre mi falo, así como mis jadeos de placer. Por fin, no resistiendo más, se volvió, encontrándose frente a frente con su sobrino, que se masturbaba con voluptuosidad. No importó que estuviera esperándoselo, del sobresalto que se llevó se le cayó el plato que llevaba en la mano al suelo, donde se hizo añicos.

–         Dios, qué morbo… –  siseó Alicia.

–         Yo seguí masturbándome, experimentando un placer indescriptible al sentir sus ojos clavados en mí. Queriendo incrementar la excitación, me puse en pié, sin dejar de pajearme y di un paso hacia mi tía. A ella le fallaron las fuerzas y cayó de rodillas al suelo, pero sin dejar de mirarme, cosa que me encantó. Yo me acerqué hasta que mi nabo quedó justo frente a su cara y seguí masturbándome sin dejar de mirarla, sintiendo cómo su mirada ardía sobre mi piel.

–         ¿Y no dijo nada?

–         Ninguno de los dos habló. Sobraban las palabras. Yo seguí pajeándome, con ella arrodillada frente a mí, sin perderse detalle, los ojos vidriosos admirando mi erección, los labios entreabiertos, jadeando, absolutamente poseída por la lujuria.

–         ¿Y no hizo nada?

–         Nada de nada. Se limitó a disfrutar del espectáculo en silencio, hasta que me corrí como una bestia. Como pude, me las apañé para colocar la picha en el fregadero y descargarme allí aullando de placer. Cuando me calmé, me subí los pantalones y salí de la cocina, dejándola arrodillada entre los cristales rotos.

–         ¿No intentaste nada más?

–         No. Me sentía satisfecho. Había disfrutado como nunca y, además, me faltaba experiencia.

–         Podrías habértela follado allí mismo.

–         Sin duda. Pero, como te digo, me faltaba experiencia. Y estaba empezando a descubrir que mi instinto primario era dejar que me miraran, más que el sexo propiamente dicho.

–         ¿Sucedió más veces?

–         Y tanto. Ella comprendió que le gustaba mirar y yo que me mirasen. Así que volvimos a repetirlo los siguientes días. Esa misma noche ella se presentó en mi dormitorio, vestida sólo con un camisón. Yo estaba esperándola, no me preguntes cómo, pero sabía que iba a venir. En cuanto entró, aparté la sábana y dejé expuesto mi cuerpo desnudo. Ella permaneció de pie, junto a la cama, mirándome hasta que me corrí.

–         Madre mía.

–         Y lo repetimos varias veces en los días siguientes. El morbo era tan intenso, la excitación tan alta y el placer tan indescriptible que empecé a obsesionarme, no le prestaba atención a nada más. Eso hizo que empezara a rechazar todas las invitaciones de Caro a salir por ahí. Me pasaba el día encerrado en casa, suspirando por disfrutar de otra tórrida sesión con mi tía.

–         Y tu prima descubrió el pastel.

–         Vaya si lo hizo. Pero no como tú crees. Una tarde, tía Aurora y yo estábamos en el salón, disfrutando de una de nuestras aventurillas. Caro había fingido marcharse, pero no lo había hecho, así que nos pilló en plena faena. Pero, como había hecho su madre, permaneció en silencio y se quedó espiándonos a escondidas.

–         ¡No puede ser!

–         Y lo mejor fue que la descubrí muy pronto. Y estar allí masturbándome delante de mi tía, mientras mi prima también me miraba…

–         Disfrutarías como nunca.

–         Ya puedes jurarlo. Sin embargo duró poco, pues Caro se marchó enseguida, enfadada.

–         ¿Se cabreó?

–         Bastante. Aunque no dijo absolutamente nada de lo que había visto. Esa noche, durante la cena, estuvo especialmente arisca con su madre, que estaba muy sorprendida con la actitud de su hija, pues ella no se había dado cuenta de que nos habían pillado.

–         ¿No se lo dijiste?

–         Ni de coña. Me daba miedo que, al saberse descubierta, decidiera poner fin a nuestra relación.

–         Comprendo.

–         Pues espera que lo mejor está por llegar.

–         No fastidies – dijo Ali mirándome admirada.

–         Como te lo cuento. Esa noche, desnudo bajo las sábanas, esperaba a que tía Aurora viniera de nuevo a hacerme una visita. Estaba muy excitado y no paraba de recordar el rostro de Carolina mientras nos espiaba. Entonces se abrió la puerta y una mujer penetró en la habitación. Pero no era mi tía…

–         ¡No fastidies! ¿Tu prima?

Asentí con la cabeza.

–         Sin decir nada caminó hasta quedar junto a mi cama, mirándome con intensidad. A pesar de estar la habitación en penumbras, pude ver que tenía los ojos brillantes.

–         ¿Y qué hizo?

–         Traté de incorporarme y de decir algo, pero ella me lo impidió poniendo un dedo en mis labios. Me quedé parado, sin saber qué hacer y entonces ella, sin pensárselo un segundo, se libró del camisón y quedó completamente desnuda junto a mi cama.

–         ¡Oh! – exclamó atónita mi interlocutora.

–         Sin decir nada, Caro agarró el borde de la sábana y la apartó de un tirón.

–         Y tú estabas desnudo, esperando a tu tía…

–         Desnudo y con la polla como una roca.

–         No me extraña.

–         Caro me sonrió y, lentamente, se deslizó en la cama junto a mí, pegando su cuerpo contra el mío. Cuando sentí cómo su mano me acariciaba y se apoderaba de mi miembro… joder. Fue la ostia.

–         ¿Y lo hicisteis?

–         Te dije que era mi primera vez. Tanto en el exhibicionismo como en el sexo…

–         Ja, ja – rió Alicia.

–         Yo estaba bastante alucinado como comprenderás, no acertaba a hacer nada, por lo que ella tuvo que tomar la iniciativa. Empezó a pajearme muy lentamente, pegando su cuerpo contra el mío, permitiéndome sentir cómo se apretaban sus tetas contra mi pecho. Sin saber muy bien qué hacer, intenté besarla y me sorprendió la intensidad con que su boca correspondió a la mía.

–         Sigue. No te pares – dijo Ali mientras yo echaba un trago.

–         Sin dejar de besarme y sin soltarme la polla, fue deslizando su cuerpo hasta quedar tumbada sobre mí. Entonces sus labios me abandonaron y yo traté de volver a alcanzarlos haciéndola sonreír. Pero ella no me dejó y me obligó a seguir tumbado.

–         Quería controlar la situación.

–         Y bien que hizo – coincidí – Incorporándose, se sentó encima de mi estómago, provocando que mi erección se apretara contra su culo, haciéndome gemir. Entonces me pidió que le acariciara las tetas, cosa que hice sin perder un segundo, sobándolas con torpeza y ansia, pero aún así logré que jadeara de placer. Empezó entonces a deslizar su culito adelante y atrás, sobre mi cuerpo, frotándose, permitiéndome sentir su calor, su humedad. Se echó más para atrás, hasta que su coñito quedó encima de mi polla y allí volvió a restregarse.

–         Debías estar a punto de estallar.

–         Imagínate. Por fin, decidió que ya estaba bien de calentarme y, agarrándome la polla, la colocó en su coñito y se la clavó hasta el fondo, dando un fuerte gemido. Yo no me había sentido igual en mi vida, tenerla metida en un coño era la ostia, pero aún así, no podía evitar pensar que había sido más excitante cuando me había espiado por la tarde.

–         Te comprendo – asintió Ali.

–         Empezó a mover las caderas sobre mí, con las manos apoyadas en mi pecho, mientras yo no dejaba de acariciarle los senos. Qué quieres que te diga. No duré ni un minuto. Me corrí como un verraco dentro de su coño, llenándola de leche.

–         No la dejarías embarazada, ¿verdad?

–         ¡No! – exclamé – Por fortuna no. Aunque ella me reprochó que lo hubiera hecho, mientras yo me deshacía en disculpas.

–         Menuda primera vez.

–         Espera. Que aún queda. Caro, muy lejos de estar satisfecha, se tumbó a mi lado, volviendo a besarme y acariciando mi rezumante falo con la mano, tratando de volver a ponerlo en forma, cosa que no le costó demasiado. Yo me sentía un poco avergonzado por haber acabado tan rápido. Había visto películas y leído historias en las que se hablaba de los monumentales orgasmos femeninos y desde luego no se parecía en nada a aquello. Caro me daba besitos, me acariciaba y me susurraba que había estado muy bien para ser la primera vez.

–         Pero tú no estabas satisfecho.

–         Por supuesto que no. Cuando estuve otra vez a punto, decidí que esa vez iba a llevar yo la voz cantante, así que me puse encima, en la postura del misionero. Caro se abrió de piernas, guiando mi polla hasta ponerla en posición y me hizo que empujara, clavándosela de nuevo. Enseguida empecé a bombearla, siguiendo sus indicaciones, hasta que le fui cogiendo el ritmo y empezamos a disfrutar los dos.

–         ¿Y esta vez sí se corrió?

–         Espera, que ya llego. En esas estábamos, en plena follada, cuando, sin saber por qué, alcé la vista y me di cuenta de que la puerta del dormitorio no estaba cerrada.

Alicia me miró boquiabierta.

–         Tu tía… – siseó.

–         Mi tía. Estaba espiándonos desde la puerta. Nuestras miradas se encontraron enseguida, pero ella no dijo nada, limitándose a seguir mirándonos. Imagínate, me puse como una moto.

–         Te excitó que te mirase…

–         Y tanto. Empecé a follarme a Caro a lo bestia, encendido de nuevo como una antorcha; Carolina resoplaba bajo mi cuerpo, abrazándome con fiereza, anudando sus piernas a mi espalda, mientras mi polla, que parecía haber activado el turbo, la martilleaba una y otra vez, haciéndola llorar de gusto.

–         ¿Y tu tía seguía mirando?

–         Sin perderse detalle. Creí que iba a perder el juicio, a medias por el placer, a medias por la excitación. Y entonces Carolina sí que se corrió. Logré llevarla al orgasmo y la exaltación que sentí fue sencillamente increíble. A duras penas logré sacársela del coño justo antes de correrme. Mi miembro quedó atrapado entre nuestros cuerpos, vomitando semen y empapándonos a los dos. Agotado, me derrumbé al lado de Carolina jadeando, mientras ella apoyaba su cabecita en mi pecho y se relajaba. Pocos minutos después se quedó dormida.

–         ¿Y tú?

–         ¿Yo? Yo no podía dejar de pensar en mi tía.

–         ¿Y qué hiciste?

–         Con cuidado de no despertar a mi prima, logré deslizarme fuera de la cama y, desnudo, salí de mi habitación.

–         ¿Fuiste a su dormitorio?

–         No hizo falta. Mi tía estaba en el pasillo, sentada en el suelo, apoyada en la pared. Se había subido el camisón hasta la cintura y estaba masturbándose furiosamente, con los ojos cerrados.

–         Madre mía.

–         Bastó verla para empalmarme nuevamente. Y, sin pensármelo, volví a situarme frente a ella, empezando yo también a pajearme. Aurora percibió enseguida mi presencia, abriendo los ojos y encontrándose de bruces con mi cipote. Eso no la alteró en absoluto, se limitó a clavar sus ojos en los míos y seguimos masturbándonos, sin decir nada.

–         Joder. Increíble. ¿Y no hicisteis nada? ¿No la tocaste?

–         No. No era eso lo que queríamos el uno del otro. Nos pajeamos hasta llegar al orgasmo. Pero esta vez hubo algo diferente.

–         ¿El qué? – pregunto Alicia con ansiedad.

–         Cuando estuve a punto de correrme, tía Aurora se abrió la pechera del camisón, dejando sus formidables ubres al descubierto, ofreciéndomelas. Yo comprendí lo que quería, así que, cuando me corrí, lo hice directamente sobre sus tetas, empapándolas de semen, mientras mi tía alcanzaba su propio orgasmo.

–         Menuda historia.

–         Te lo advertí.

–         Aunque creo que tu tía estaba deseando que te la follaras. Eso de hacer que te corrieras en sus tetas…

–         No te falta razón. De hecho, me la follé al verano siguiente.

–         ¿En serio?

–         Te lo juro. Esa vez fue ella la que vino a casa de mis padres, pues tenía que arreglar unos papeles en la ciudad, así que se quedó en casa. En cuanto pudimos, nos quedamos solos y yo intenté volver a repetir el numerito… pero esta vez, creo que habiendo aceptado por completo lo que había pasado, mi tía buscaba algo más y, cuando me quise dar cuenta, estaba chupándomela como una aspiradora. Y claro, acabamos en la cama.

–         Impresionante. No sabes cuanto me he excitado con tu historia – me dijo Ali haciéndome muy feliz.

–         Pues bien, termino ya. Después de la corrida, regresé al dormitorio y me colé en la cama junto a Caro. Entonces, en la penumbra del cuarto, mi prima me preguntó en un susurro:

  • ¿Acabas de acostarte con mamá?
  • No – le respondí – Nunca me he acostado con ella.

–         Caro me abrazó con fuerza y nos quedamos así, juntitos. Nos dormimos enseguida.

–         ¿Te acostaste más veces con ella?

–         No. Creo que aquello no lo hizo porque se sintiera especialmente atraída por mí. Fue para fastidiar a su madre. Ya te dije que andaban peleadas. O al menos eso fue lo que pensé.

–         Pues vaya palo. Una vez que habías probado el sexo…

–         No fue para tanto. El día siguiente era el último de estancia en el pueblo, así que no lo pasé demasiado mal. Tuve que regresar con mis padres. Y fin de la historia.

Alicia me miraba con admiración. Se reclinó en su asiento, mirándome sonriente y me dijo en voz alta:

–         No puedes ni imaginarte lo increíblemente mojada que estoy.

–         No me extraña – respondí – Yo la tengo tan dura que parece que me va a explotar.

Nuestras frases fueron oídas perfectamente por los chicos de la mesa vecina, que nos miraban atónitos. Alicia, con descaro, les sonrió abiertamente, logrando que apartaran la vista, avergonzados.

Feliz y satisfecha, me dijo que fuéramos a tomar un café a otro sitio, que quería estirar las piernas.

Pedí la cuenta y, tras pagar, salimos cogidos del brazo, mientras la parejita de novios nos miraba con los ojos como platos.

TALIBOS

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Relato erótico: “La mejor amiga de mi hija y la criada luchan por mi 3” (POR GOLFO)

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Esa hora de siesta fue cómo un bálsamo y sintiendo que había recuperado todas sus fuerzas, Gonzalo se despertó para descubrir abrazada a él al bombón que lo llevaba martirizando desde que aterrizó en Madrid. Asustado por las sensaciones que se acumulaban en su cuerpo al sentir la dureza de los pechos de esa monada contra su piel, evitó moverse para no despertarla.

            «¿Qué ocurre aquí?», se preguntó todavía alelado mientras de reojo la miraba descansar.

            El dulce aroma que desprendía lo traía loco y preocupado por si se excitaba tuvo que reconocer que la belleza morena de esa mujer se realzaba sobre el blanco de su camisón.  Recordando que, durante la comida, esa criatura había expresado que lo encontraba atractivo, se vio azuzado a seguir espiando a ese espectáculo de mujer. Todo en ella era perfecto. Sus largas piernas, perfectamente contorneadas, no eran más que un mero anticipo de su magnífico y atlético trasero.

«¡Qué buena está!», tuvo que valorar mientras recorría con los ojos las voluptuosas caderas que tenía a pesar de ser delgada. Supo con un deje de tristeza mientras la miraba que, si no llega a ser la amiga de su hija y por qué no reconocerlo de su tierna edad, jamás hubiera dudado y directamente se hubiese lanzado a amarla.

Nada más reconocer que tenía dudas, se quedó horrorizado al percatarse de que deseaba a esa mujer.

«Una cosa era amarla en sueños y otra muy diferente era desear tocarla», se dijo mientras de reojo disfrutaba de su vientre liso y de sus enormes, juveniles y duros senos.

 Mientras esos calificativos se acumulaban en su mente, asumió que esas dos maravillas además de ser producto de sus genes, eran el resultado de largas horas de duro trabajo en el gimnasio y nuevamente se sintió tentado a tocarlos. Martirizándose con la visión de ese cuerpo semidesnudo al que el encaje que lo cubría no hacía más que resaltar su hermosura, seguía sin comprender qué era lo que veía en él:

 «Debe de tener cientos de pretendientes mucho más jóvenes y atractivos que yo», se dijo al sentir que la colombiana se pegaba involuntariamente más a él, deslizando la pierna sobre su muslo.

El cambio de postura lo aterrorizó al darse cuenta que bajó el pantalón del pijama iba creciendo irremediablemente su apetito demostrando las ganas que experimentaba de tocarla, aunque eso contraviniera todas las normas morales que había mamado.

«Patricia me va a matar», se lamentó mientras en su interior se iba afianzando la idea de sucumbir a la atracción que tanto le perturbaba.

 Prueba de ese lento cambio fue que, sin realmente haber tomado una decisión al respecto, sus dedos comenzaron a recorrer el trasero duro y respingón que lo tenía obsesionado desde que dos días antes y durante la película alucinó poseer. El recuerdo del placer que había experimentado hundiendo su hombría en él lo aguijoneó a subir por su cuerpo con sus yemas.

«¡Dios! ¡Estoy cachondo!», reconoció mientras acariciaba su espalda.

Al oír que de la chavala brotaba un suspiro, se quedó inmóvil.

―Sigue por favor― protestó Estefany haciéndole ver que sus mimos eran bien recibidos mientras se daba la vuelta para facilitar que continuara tocándola.

El trasero de esa criatura rozando su pene y su explícito permiso permitieron que prosiguiera y que sus yemas llegaran hasta esos voluminosos pechos que lo subyugaban.

«Son impresionantes», sentenció al verse sorprendido de ser incapaz de abarcar con la mano la totalidad de su volumen mientras tanteaba con el pulgar uno de sus pezones.

El ritmo acelerado de su respiración hizo saber al maduro que también ella estaba excitada y por eso él mismo jadeó al sentirla presionando su miembro con las nalgas.

―Gonzalo, no sabes cuánto te deseo― fue su tierno saludo mientras con un sensual movimiento de caderas daba cobijo a la erección del padre de su amiga entre sus piernas.

«No lleva bragas», comprendió al sentir la humedad que desprendía su coño sobre su tallo.

Ese descubrimiento y su entrega demolieron sus últimos reparos y con el corazón a mil por hora, reunió el valor para deslizar una mano por su cuerpo y llegar hasta su sexo.

«Está empapada», exclamó en su interior al ratificar con los dedos entre sus pliegues que Estefany estaba excitada.

Aun así, le sorprendió que levantando la cabeza de su pecho y con el deseo brillando en su mirada, susurrara:

―Desde siempre supe que debías ser tú quien me hiciera mujer.

Esa confesión debía haberle echado para atrás, pero curiosamente saber que esa criatura era virgen lejos de paralizarlo, lo estimuló a continuar y cogiendo uno de los pezones de la morena entre sus dedos, acercó la cara y lo lamió.

―Quiero ser tuya.

Ese sollozo le permitió intensificar sus caricias y regalando un suave pellizco a la areola de la chiquilla, aguardó su reacción. Estefany, al notarlo, ratificó la urgencia de sentirse mujer acelerando el roce de su sexo contra la virilidad del maduro. Con el coño, ya anegado, presionó su pene con un suave ímpetu dejándole de manifiesto que estaba lista para ser amada.

            ―Princesa, deja que yo sea el que lleve la iniciativa― extrañamente tranquilo susurró al oído de la joven.

            La cariñosa reprimenda del hombre y la promesa que encerraba alegró a la colombiana y mientras le cedía el mando, sonrió sabiendo que, si su amante había dejado atrás sus objeciones, se debía en gran parte al conjuro:

 «Con él, solo he adelantado tu rendición. Tu destino era ser mío».

Ajeno a la manipulación, Gonzalo buscó los besos de la colombiana. La suavidad de sus labios le recordó su juventud y por un momento dudó si continuar al sentirse un viejo.

―Necesito dejar de ser virgen y que me conviertas en mujer― repitió la joven notando su indecisión.

Azuzado por ella y por el efecto del sortilegio que había bebido, forzó la boca de la chiquilla y jugando con la lengua en su interior, aprovechó para apoderarse de las nalgas que tanto deseaba con las dos manos, mientras le insistía en que lo dejara a él actuar.

―Soy enteramente tuya, mi amor― suspiró Estefany al notar que comenzaba a deslizarse por su cuerpo dejando un húmedo surco en su camino a base de tiernos besos y largos lametazos.

Excitada y satisfecha de haber usado sus poderes, gimió como una bebé cuando el aliento de su don Juan a escasos centímetros de su sexo le anticipó que solo faltaban unos instantes para que finalmente se hiciera su dueña:

«Sigue, ¡hunde tu lengua en mi coño! ¡Y reconoce en mí a tu mujer!».

Desconociendo que en cuanto catara el flujo de Estefany cerraría el conjuro que los uniría de por vida, ralentizó la velocidad con la que se acercaba a la meta y alargando el trámite antes de apoderarse del botón que la amiga de su hija escondía entre los pliegues, tiernamente la torturó.

            ― ¿Qué me haces? ¡Por qué paras! ― desesperada por su lentitud, protestó la joven bruja.

Con la necesidad de no decepcionarla y subyugado por el aroma que le llegaba de su vulva, Gonzalo decidió culminar su camino y retirando con delicadeza los labios que escondían el tesoro que tanto ansiaba lamer, con la punta de la lengua, lo rozó. En cuanto el sabor de Estefany impregnó sus papilas la calentura creció en él, convirtiéndose en un incendio. Dominado por una lujuria sin par y sabiendo que solo podía apagarla bebiendo de su flujo, se lanzó desbocado a devorarla mientras notaba que el cuerpo de la chiquilla colapsaba.

―Ya eres mío― escuchó que ésta gritaba sin percatarse de lo que significaba mientras su sed se incrementaba.

Estimulado por su sabor, prosiguió bebiendo de los pliegues de su sexo con la lengua hasta que incapaz de contenerse y seguir amándola con dulzura, llevó una de las manos hasta su pecho y se lo pellizcó. Esa ruda e imprevista caricia profundizó el éxtasis de la inexperta bruja y gritando de placer, buscó el pene con el que tanto ansiaba ser desflorada.

―Por favor, ¡cógeme! ¡Ya no aguanto más! ― rugió desesperada mientras lo acercaba entre las piernas.

La potencia del grito sorprendió hasta a su misma autora y moviendo las caderas, bajó el tono, pero no su exigencia.

―Tómame― le rogó nuevamente.

Gonzalo comprendió muy a su pesar que debía seguir alargando los preparativos para que esa primera vez fuera inolvidable para ella y por eso se entretuvo rozando la entrada que tanto deseaba traspasar con la cabeza de su pene.

― ¡Cógeme de una maldita vez! ¡Te lo ordeno! ― exigió imprudentemente mientras se pellizcaba los pezones.

Sabiendo que había cometido un error al ver la cara de Gonzalo, no le quedó otra que reparar el daño e impregnando de dulzura su ruego, le repitió que la amara. Esa rectificación dio resultado y su maduro galán creyéndose nuevamente al mando se introdujo en ella hasta topar con su himen.

― ¿Estás segura? ― necesitado de su permiso, preguntó.

Con un brusco movimiento de caderas, Estefany mandó al olvido la virginidad mientras sellaba su dominio sobre el padre de Patricia:

―Ya soy tu dueña― gritó de dolor y satisfacción sin saber que a quinientos kilómetros su victoria era sentida por Antía como una derrota.

De haber estado atenta a lo que pasaba a su alrededor y no tanto a la lujuria que la embargaba, se hubiese percatado del enfado de la gallega a través de la distancia.

―Esa porca rouboume o marido! ― exclamó la criada en su idioma natal al sentir como un agravio su estreno.

Ajeno a la rivalidad existente entre las dos mujeres, Gonzalo notó que la excitación de la muchacha crecía y ya sin oposición su pene entró completamente en ella. Y siguiendo el dictado de sus hormonas quiso acelerar la cadencia, pero su mente se lo prohibió y por eso durante unos minutos siguió amándola lentamente. Ese ritmo pausado pero constante llevó a Estefany a un estado cercano a la locura y olvidando toda prudencia, clavó las uñas en el trasero de su víctima mientras le exigía que incrementara el ritmo. Obedeciendo su mandato, pero ciertamente indignado, Gonzalo maximizó la dureza de su asalto tomando entre sus manos los pechos de la hispana.

―Calla y disfruta de tu hombre, ¡puta! ― gritó defendiendo su hombría mientras elevaba al máximo la velocidad y la profundidad de sus embestidas.

Ese imprevisto conato de rebelión intensificó más si cabe la calentura de la inexperta hechicera y deseando no haber necesitado del conjuro para ser suya, chilló descompuesta su placer:

― ¡Por dios! No pares de amarme. ¡Lo necesito!

Satisfecho al oír el ruego de Estefany y deseando que su clímax coincidiera con el orgasmo de la joven, la agarró de los hombros mientras machacaba una y otra vez sus defensas.

            ―Más fuerte, hazme saber quién es mi hombre― gritó la bruja con la respiración entrecortada.

            Obedeciendo tanto a su orden como al dictado de su naturaleza, el hombretón llevó las manos a sus tetas y estrujándolas con fiereza, se dejó llevar derramando su simiente mientras Estefany no paraba de gritar. Contento y aliviado al escuchar sus gritos de placer, siguió poseyéndola hasta que agotado cayó sobre ella.

Satisfecha y realizada al ver su sueño cumplido, la colombiana lo recibió en sus brazos:

―Llegué a tu cama siendo una niña y ahora salgo convertida en tu mujer…

Mientras eso ocurría en el chalet de Madrid, muy lejos, en la habitación de un hospital gallego, Antía estaba llorando al haber sentido en sus propias carnes la forma en que la joven le había arrebatado al hombre que consideraba su marido.

            «Mataré a esa cerda», pensó mientras desde la cama su convaleciente madre la miraba preocupada.

Asumiendo que su retoño iba a plantar batalla a la advenediza, no tuvo más remedio que pedirle que se tranquilizara porque antes de actuar debía obtener la aprobación del consejo de ancianas:

―Hija, hace mucho que fuiste obligada a no hacer uso de tus poderes y si quieres enfrentarte a esa mujer, los vas a necesitar. Si es tu deseo, convocaré el aquelarre que te libere de ese juramento.

Enternecida pero aun furiosa por haber permitido que esa latina le robara el amor de su jefe por no haber tenido el coraje de hacerle ver que lo amaba, se tomó unos segundos en contestar mientras meditaba si debía renunciar a su existencia como una mujer normal.

―Madre, usted mejor que nadie sabe los motivos que me llevaron a apartarme del camino que marcaba mi herencia― sollozó derrumbándose en la silla aceptando implícitamente que la liberara.

Comprendiendo tanto su dolor pasado como el actual, doña Bríxida supo que debía olvidar el papel de madre para actuar como meiga. Y sin mayor prolegómeno, entrando en trance, se comunicó con el resto de sus hermanas:

―Como sabéis, he sido víctima de un ataque mágico. Aunque sus consecuencias no son irreparables y me recuperaré, he decido que no quede sin respuesta…

Ya con la atención de todas sus acólitas y mientras su hija no paraba de llorar al saber que no tardaría en oír lo que durante años había anhelado, la anciana prosiguió:

―Está decidido. Cuando esa mujer atacó a la matriarca nos atacó a todas y por ello os pido que juntas levantemos la prohibición a la más fuerte de nosotras para que, en nuestro nombre, nos vengue.

Desde Abadín, un pueblo de Lugo, la segunda en jerarquía protestó:

―Maestra, recuerde los esfuerzos que tuvimos que realizar para contener a su hija cuando abusando de sus dones intentó imponernos su voluntad.

―Sabela, lo recuerdo bien. No en vano fui la primera en sufrir su insensatez, pero eso fue hace mucho tiempo. Lejos de nosotras, Antía ha madurado y es hora que recupere la libertad de actuar.

La mujer de la que hablaban no pudo evitar echarse a temblar al rememorar cómo con apenas veinte años quiso saltarse todos los escalafones y erigirse en la líder indiscutible de la hermandad. Sin otra opción para demostrar a las meigas que había cambiado, dejó caer sus defensas y se abrió a ellas.

Una tras otra, las veinte mujeres examinaron a la exiliada en busca de algún rencor y al no encontrarlo, disolvieron el mágico impedimento que contenía sus poderosos dones.

―Antía, arrodíllate y acepta la misión que te encomendamos. Ve a Madrid y venga la afrenta.

― ¿Qué desea el aquelarre que haga con la bruja? ― preguntó desde el suelo y con la cabeza agachada en señal de sumisión.

―Una vez la hayas vencido, tráela para que acepte entrar a formar parte de nuestro círculo como la última de nosotras.

― ¿Y si se niega?

―Entonces, ¡mátala!

Reparando los muros de su mente para que nadie se advirtiera el rumbo de sus pensamientos, internamente supo que no le daría la opción de unirse. Pero acatando externamente el mandato, proclamó:

―La bruja que ha osado atacarnos será nuestra hermana o morirá…

6

Esa misma tarde, Antía se reunió con las cinco meigas llegadas de sus bases repartidas por Galicia que su madre había mandado para apoyarla. Tras saludarlas y en mitad del claro de un bosque se desnudó ante ellas. La lozanía que conservaba su cuerpo a pesar de las tres décadas que llevaba viviendo sorprendió a sus hermanas y mientras preparaban la ceremonia con la que pedirían su protección a Dios y a la madre naturaleza, no dejaron de alabar la forma y el volumen de sus atributos femeninos.

            ―Si no llego a saber qué es imposible, hubiera jurado que has hecho uso de tus poderes para evitar que los años hubiesen hecho mella en tus pechos― impresionada por la verticalidad y dureza de sus tetas, comentó Sabela.

            Asumiendo que era un piropo y no una recriminación por parte de la segunda de su madre, la pelirroja contestó muerta de risa:

            ―Además de magia, existe algo que se llama ejercicio.

            Confirmando el sentir general y su total sintonía al acogerla como hermana, Aldara, la meiga de Lodeiros añadió:

            ―No comprendo cómo teniendo ese pandero, diste opción a que la bruja se te anticipara. Si yo tuviera uno medianamente parecido, no necesitaría de ningún conjuro para retener a mi Xosé.

            Sonrojada por el piropo, Antía tuvo que reconocer que durante todo el tiempo que había permanecido viviendo con su jefe había mantenido sus encantos ocultos bajo el uniforme de criada para que se enamorara de ella y no de su cintura estrecha o de su voluminoso culo.

            Usando sus mismas palabras, Ximena, la meiga que vivía en Villanueva de Arosa replicó:

            ―Además de magia, existe algo llamado hormonas y si las hubieses dejado actuar, ese hombre estaría babeando por ti y nosotras no tendríamos este problema.

            Molesta de que indirectamente, la oronda le echase la culpa de la llegada desde la otra orilla del Atlántico de la arpía que quería robar su hombre, se puso en mitad del pentagrama que habían dibujado sobre el prado esparciendo sal traída desde la costa de la muerte por Rosalía, su meiga.

            ―Estoy lista para recibir vuestras bendiciones― musitó tumbándose con los brazos y las piernas en cruz.

            Acercándose las cinco ocuparon cada una los extremos de la estrella de cinco puntas. Anxela, la última de ellas y meiga de la Sierra del Candán comenzó el ritual repartiendo entre sus hermanas las cinco rojas brevas que había personalmente cortado de una milenaria higuera de su bosque natal. Tras lo cual, haciendo una incisión en forma de cruz en la que todavía conservaba, untó con la carne del fruto las piernas de su hermana mientras recitaba:

―Con tres te veo, con cuatro te ato, con cinco, la sangre te riego y el corazón te parto.

Imitándola, Sabela aplastó la breva en los brazos de la pelirroja, rezando:

―Cristo, míranos y en virtud de nuestro ruego, libra a nuestra hermana de todo mal. Y dale el poder para que, enfrentando al enemigo, oh, Justo Juez, si este si trae ojos, que no la vea.

Sumándose a su ruego, Ximena esparció la breva que portaba sobre el pecho de la mujer mientras añadía:

―Si trae manos, que no la toque; si trae armas, que no le hagan daño.

Interviniendo, Rosalía exprimió la suya y dándosela a beber a la hermana que yacía sobre la hierba, proclamó:

―Santa Cruz de Mayo, cuando vaya a casa de su marido, ayúdale en la misión que tu aquelarre ha ordenado y evita que la seguidora de tu hermano Satanás pueda vencerla.

Aldara, la última en actuar, hundió la breva en el sexo de la encargada de ejecutar la misión, proclamando:

―Antía, somos cinco las que te hacen entrega a los poderes místicos, uniéndote a ellos disfruta de las caricias que te den.

Ya todas juntas gritaron “Amen” mientras en el suelo la oveja descarriada que había vuelto al corral era asaltada, zarandeada y golpeada por un brutal orgasmo que no terminó hasta que cayendo sobre la hierba e incapaz de soportar la crueldad de placer al que se vio sometida, se desmayó entre balbuceos…

A quinientos kilómetros, sola en el cuarto principal de la casa de la que se sabía ya dueña y mientras su amado se bañaba, la bruja nacida en Antioquia se estaba limando las uñas de los pies cuando notó como si fuera una brisa los efectos del sortilegio que Antía y sus hermanas habían realizado en su contra.

A pesar de su corta edad, la chavala no era ninguna tonta y de inmediato se puso a buscar por el chalet el origen de la amenaza sin entender qué había hecho para granjearse la enemistad de alguien y menos de una persona dotada de poderes místicos.

«¡Qué raro! He notado el aliento de la magia cayendo sobre mí» meditó extrañada al ser incapaz de detectar quién o quiénes la amenazaban.

Aun así, decidió no tentar la suerte y sacando de su bolso, las imágenes de los santos que desde niña velaban por ella, frotó con ellas los dinteles y los pomos de cada puerta y de cada ventana de la casa para que nadie con genes mágicos pudiera traspasarlos sin haber obtenido su permiso. Tras lo cual sabiendo que en el interior de esos muros se encontraba a salvo, fue en busca de su hombre.

Mientras subía por las escaleras, sonrió al recordar qué gratamente le había sorprendido su desempeño y cómo había disfrutado cuando demostrando su carácter Gonzalo la había amado con dureza a pesar de estar hechizado.

«Tengo que soltarle un poco para que me demuestre lo cerdo y pervertido que puede llegar a ser», sentenció sintiendo la humedad creciente de su sexo mientras se acercaba a él.

Desconociendo en absoluto que pronto se vería inmerso en mitad de la lucha entre dos tipos de magia, su hombre se estaba enjabonando los brazos cuando la vio desnuda y pellizcándose los pechos entrando al baño. De inmediato, su pene se alzó por tercera vez y por ello rugió de alegría cuando sin tenérselo que pedir, Estefany se metió en la ducha.

― ¿Has echado de menos a tu dueña? ― relamiéndose los labios, preguntó.

No intuyendo que esa monada de ojos verdes hablaba en serio al decir que era de su propiedad, se echó a reír:

―Sí, mi bruja. Soy tu siervo y tu ausencia me resulta dolorosa.

Encantada por su respuesta, la colombiana se empezó a acariciar las tetas mientras lo miraba. Incapaz de rehusar tamaña invitación, un bramido salió de su garganta al ver el sensual modo en que se las estaba estrujando.

―Tienes unas ubres enormes que llaman a ser ordeñadas.

Descojonada por el exabrupto de su pareja, Estefany cogió ambos senos con sus manos y mostrándoselos como si fueran un trofeo, comentó:

― ¿Acaso no te gustan?

Pensando que su comentario la había molestado, suspiró:

―Son maravillosas.

            La dueña de esos turgentes senos se rio al comprobar el nerviosismo de Gonzalo y dando una vuelta completa sobre el plato de la ducha, brevemente modeló para él antes de preguntar:

― ¿Y qué parte de tu ama te gusta más?

―El culo― admitió su hombre incapaz de retirar la mirada de esas oscuras y duras nalgas.

Estefany, con la confianza de saberlo en su poder, tiró de él y restregando su piel mojada contra su pecho, esperó a que intentara meterle mano para rechazarlo:

            ―Nadie te ha dado permiso para tocarme.

Haciendo ver a la joven que le parecía absurdo e innecesario pedir algo así, el ejecutivo agachó la cabeza y mientras comenzaba a mordisquearle un pezón, musitó entre dientes:

―No necesito tu autorización, putita mía.

Sorprendida por el insulto y entusiasmada por la audacia de ponerse a mamar de su pecho sin pedirle autorización, no solo no se quejó, sino que emitiendo un gemido de placer riendo declaró que su anciano era un descarado.

―Ancianos, ¡los cerros y reverdecen! ― chilló cambiando de teta mientras con la mano libre buscaba el tesoro que escondía entre las piernas.

La bruja cada vez más excitada separó las piernas para darle acceso libre a sus pliegues. Su amante demostró la vasta experiencia que tenía, cuando al encontrar el clítoris, usando dos yemas comenzó a torturarlo. La víctima de tan inesperado agasajo, dando un grito, le pidió que fuera más tierno.

―Haberlo pensado antes de meterte en la ducha, ahora calla― contestó el maduro.

Estefany sonrió sabiendo que, con solo un movimiento de sus pestañas, ese hombre que se sentía tan macho caería a sus pies. Pero como siniestramente le daba morbo hacerse la indefensa y simular que él llevaba el mando, abrió más si cabe las rodillas mientras gemía pidiéndole perdón. Viendo en ella señales claras de que le estaba gustando ese trato, Gonzalo certeramente retorció un poco más el botón haciendo emerger de su garganta un sollozo.

― Eres una zorra ninfómana – le soltó al notar que su coño se empapaba producto de esas maniobras.

Esa dulce reprimenda y sus reiterados insultos la convirtieron en una hembra hambrienta de sexo y sorprendida por la violencia de su lujuria, ella misma separó sus labios mientras le gritaba:

―Cógete a tu puta, ¡no esperes más!

Sin hacer caso a su calentura, el maduro paseó dos dedos por la raja de su coño antes de introducirlos en su interior. El aullido que Estefany pegó al notar esa súbita violación, le aconsejó tratarla con dureza.

― ¿Sabes que tienes un culo precioso? ― preguntó.

La sonrisa que brotó en su cara al escuchar el piropo, desapareció cuando le dio la vuelta y separando los dos cachetes que lo volvían loco, jugueteó con una yema en su entrada trasera.

― ¿Qué haces? ― protestó indignada.

―Cómo te dije, tienes un culo precioso y voy a rompértelo― susurró a su oído mientras introducía el dedo en su interior.

Contra todo pronóstico, esa amenaza despertó un aspecto de su carácter que desconocía tener y totalmente excitada con ser objeto de esa práctica, en vez de rechazarla, solo pidió a su amante que fuera cuidadoso con ella.

― ¡No voy a dañar algo que es mío! ― gritó antes de ponerse a relajar el esfínter de la latina mientras con la otra mano estimulaba su clítoris.

―Oh, ¡oh! ¡Dios mío! – gimió tan abochornada como excitada al valorar en su medida el placer que le producía ese trato mientras intentaba forzar mis caricias presionando su culo contra el que en realidad era su esclavo.

Haciendo honor a su palabra, Gonzalo cogió una botella de aceite Johnson que había en un estante y echando un buen chorro sobre sus dedos, exigió a la joven que se separara las nalgas con las manos. La bruja obedeció de inmediato y dando su aprobación, le imploró como una damisela en peligro que lo hiciera con cuidado.

―O te quedas quieta, o lo dejo y desgarro tu precioso trasero. ¡Puta! ― le amenazó al ver que no paraba de menear las caderas y acto seguido le dio un azote.

Impactada al sentir esa dura caricia comprendió que, contra todo pronóstico, le gustaba y poniendo cara de zorrón, imploró a su don Juan que la premiara con otra nalgada.  Muerto de risa, se negó y mordiéndole una oreja, la informó de que iba a follársela en plan salvaje. Como respuesta, Estefany presionó las nalgas contra su pene, demostrando de nuevo su aceptación.

 Gonzalo, que no quería hacerle más daño del necesario, siguió relajando su esfínter hasta comprobar que se encontraba suficiente relajado. Entonces y solo entonces, llevando su pene hasta él comenzó a introducirlo lenta y suavemente su glande en el interior del virginal trasero. Estefany chilló de dolor al experimentar que su entrada trasera había sido traspasada pero no hizo ningún intento de separarse. Al contrario, esperó a que se disminuyera su dolor para echar hacia atrás su culo provocando que el tallo de su violador se le incrustara hasta el mango. Estimulada por el sufrimiento y llevada a la locura, exigió a su siervo que hiciera uso de él como viera oportuno.

―Tú lo has querido― rugió entusiasmado mientras retomaba el vaivén de sus caderas con auténtica pasión.

Totalmente apabullada por ese ritmo alocado, la bruja permitió que la erección de Gonzalo deambulara libre en su interior. Es más poseída por un salvaje frenesí y haciendo uso de sus poderes, le ordenó que incrementara su dureza.  Sin darse cuenta de ser manipulado, usó sus pechos como apoyo y acelerando la cabalgó como si fuera una potra. Estefany, totalmente descompuesta, gimió su placer cuando, excediéndose, el maduro acercó su boca al hombro de la bruja y se lo mordió con fuerza. Su grito de dolor no le intimidó y clavando los dientes en su carne, forzó su espalda mientras con los dedos mimaba curiosamente su excitado clítoris.

― ¡Qué maravilla! ― suspiró la latina al sentir el pene violentando su conducto mientras la masturbaba dulcemente con la mano y retorciéndose como una anguila, informó a su amante que se corría.

Esa confesión mientras se apoyaba en los azulejos de la ducha gritando que no parara de amarla, lo volvió loco y acelerando sus embestidas, eyaculó en ella al oír que, aullando como una loba en celo, se corría.

Agotados se separaron y comenzaron a besarse cuando desde la habitación, escucharon que les llegaba el sonido del teléfono.

―No contestes, deja que suene― pidió Gonzalo al verla salir de la ducha.

―Puede ser importante― pensando que quizás se había pasado al provocar el ictus de la madre de la criada y que esta había fallecido, lo descolgó.

Al escuchar quien llamaba, sin importarle mojar la cama, se sentó y comenzó a charlar animadamente con Patricia, su mejor amiga y aunque ella no lo supiera, ¡su hijastra!…


Relato erótico: “Las revistas de mi primo (Parte 1 de 4)” (POR TALIBOS)

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LAS REVISTAS DE MI PRIMO (parte 1/4):

Ayer estaba tranquilamente preparando la cena, cuando Lidia, mi hija de 18 años, me pidió permiso para pasar las vacaciones de verano en casa de su prima Yoli, en el pueblo, como hacía yo de niña.

Al oírla, fue como si el mundo se pusiera a dar vueltas a mi alrededor, angustiándome, no porque la petición de la niña fuera ningún disparate, sino porque sus palabras evocaron en mí recuerdos que… pánico me da de que Lidia pudiera llegar a descubrirlos.

Tras decirle a mi hija que me lo pensaría, no pude dejar de darle vueltas al asunto. No a lo de dejarla ir, no, sino a lo que hice yo a su edad en el pueblo y a las tardes que pasé allí con Clara y Diego, mis primos.

Yolanda es hija de mi prima Clara (o sea, que mi hija y ella son primas segundas) y están tan unidas como siempre lo hemos estado su madre y yo. Habitualmente, es Yoli la que se desplaza a la ciudad a pasar las vacaciones con nosotros, pero, esta vez, las niñas querían quedarse en el pueblo durante el verano, quizás para librarse un poco de mi control (pienso que la ciudad es más peligrosa que el campo, así que las ato más en corto).

Y, la verdad, es que no sé qué hacer.

Cavilando y sin dejar de darle vueltas al coco, me pasé casi toda la noche en blanco, rememorando los sucesos de aquel verano, que conservo en mi memoria prácticamente intactos. Sé perfectamente que las posibilidades de que Lidia pase por las mismas experiencias que yo son prácticamente nulas (especialmente, porque estoy segura de que Clara no les iba a quitar ojo ni un segundo) pero… ¿Estoy dispuesta a correr el riesgo?

Esta mañana me levanté agotada, tras pasarme prácticamente toda la noche sin dormir. Lidia hizo un tímido intento de obtener una respuesta durante el desayuno, pero intuyó rápidamente que mi estado de ánimo no era el mejor, así que no insistió.

He pasado de ir a trabajar. He llamado diciendo que me tomaba el día libre, qué demonios, para algo soy la jefa. Y he seguido dándole vueltas al asunto. Entonces se me ha ocurrido. Antes, cuando tenía que tomar una decisión importante, hacía sendas listas con los pros y los contras. En vez de hacer eso, me he decidido por plasmar mis recuerdos en papel, a ver si así soy capaz de ver qué debo hacer.

En papel he dicho, ja, ja. Bueno, ya me entienden, es una forma de hablar. Hoy en día, con los ordenadores e Internet, el papel parece ser algo condenado a la extinción, pero, rememorando lo que sucedió entonces, me ha parecido que la expresión era de lo más adecuada, pues fue precisamente el papel uno de los protagonistas en mi historia.

—————————

Verano del 90.

Ya ha llovido desde entonces, ya. No les voy a decir mi edad. Hagan un poco de cálculo mental, que es bueno para el cerebro. En aquel entonces estaba a punto de cumplir 18, así que ya saben.

Mi nombre es Paula y mi trabajo, mi carácter y mi aspecto actuales son algo que… no les importa en absoluto.

Pero sí cómo era en aquel entonces.

En aquellos tiempos mi cabello era rubio como el trigo y lo llevaba largo y liso hasta casi el final de la espalda (sin una cana, snif, qué recuerdos). Mis ojos azules eran (y siguen siendo, je, je) el punto fuerte de mi rostro, pues son muy grandes y claros, habiendo perdido ya la cuenta de la cantidad de veces que me han dicho que son preciosos.

Para esa edad, era ya una jovencita perfectamente formada, me había desarrollado años atrás (de las primeras de mi clase) y gozaba de un cuerpo curvilíneo y lozano. Y no sigo. Imagínenme como les plazca.

Clara era muy parecida a mí (o más bien yo a ella, pues había nacido un par de meses antes que yo y ya tenía 18), tanto, que muchas veces nos confundían con hermanas.

Desde pequeñas, éramos uña y carne, a pesar de que tan sólo podíamos vernos en vacaciones, bien fuera en verano o bien en Navidades y Semana Santa.

Además estaba Diego, el hermano de Clara. Era mayor que nosotras, un par de años, pero, a pesar de ello, siempre se mostró muy simpático y afectuoso con nosotras. Cuando éramos niños, participaba en nuestros juegos, así que era uno más del trío polvorilla; pero claro, a medida que fue haciéndose mayor, empezó a juntarse con sus amigos y nos dejó a nosotras un poco de lado.

Pero no piensen mal, seguía siendo muy bueno y amable con nosotras, siempre dispuesto a alquilarnos una peli en el videoclub del pueblo o a invitarnos en el bar.

Era bastante guapete, lo admito y yo, en aquel entonces tímida y apocada, empecé a notar que me ponía un poquito nerviosa cuando estábamos juntos. Nada de importancia, no piensen mal, porque, al fin y al cabo, me pasaba lo mismo con todos los chicos. Pero, tengo que admitir, que él me hacía bastante “tilín”.

No era culpa mía, era cosa lógica si tenemos en cuenta que mis padres me habían matriculado años atrás en un colegio femenino privado. No es que estuviera interna, ni nada de eso, pero mi contacto con muchachos de mi edad era prácticamente nulo.

Hablando en plata: estaba hecha una pánfila de cuidado.

Clara tenía un poco más de experiencia. Había tenido un novio en Julio del verano anterior, un chico de Madrid que había estado veraneando en el pueblo. Yo aparecí en Agosto, así que no llegué a conocerle, pero, aún así, recuerdo cómo de emocionada me sentía cuando Clara me contaba por las noches lo que habían hecho durante el mes que estuvieron juntos. ¡Si hasta se habían besado!

Yo tenía a Clara en un pedestal y la admiraba profundamente. Me parecía super valiente, sólo porque era capaz de intercambiar tres palabras con un chico sin enrojecer hasta la raíz de los cabellos. Yo era la seguidora en la pareja y siempre hacíamos lo que a ella se le ocurría, cosas que, normalmente, eran tremendamente divertidas.

Adoraba pasar el verano en el pueblo. Me lo pasaba genial con Clara. Además, al no estar inmersas en el caos de la ciudad, gozaba de una libertad que mis padres jamás hubieran permitido en la urbe. Allí era normal quedarnos hasta tarde en el parque, bien entrada la noche, disfrutando de la brisa y la agradable temperatura nocturna, simplemente charlando con amigas, cosa que, en casa, mis padres no me permitían hacer ni por asomo.

Y, además, estaba la piscina. Ese año, mi tía Jimena había comprado una casa en una urbanización del pueblo. En el 90, era la más moderna del lugar, recién construida y ella y mis primos acababan de trasladarse. Clara me había hablado de la piscina por carta y yo estaba que me moría por probarla.

Según me decía, la urbanización era de casas pareadas, de forma que tenían un vecino con el que compartían patio y piscina. Pero, por lo visto, su vecina era una mujer muy mayor que vivía sola, o sea que, en la práctica, la piscina era para nosotros solitos.

Tras mucho insistir, convencí a mis padres de que me dejaran pasar todo el verano con Clara en vez de un único mes como solíamos. Mi tía les dijo que estaría encantada de tenerme allí y como había sacado buenas notas y, además, mis padres tenían que trabajar esos meses (por lo que estoy segura de que, en el fondo, fue un alivio para ellos no tener que encargarse de mí), acabaron dándome permiso.

Como papá estaba ocupadísimo, fue mamá la encargada de llevarme a casa de su hermana en coche, quedándose a pasar todo el fin de semana. Nos lo tiramos prácticamente entero en la piscina, que, aunque no era muy grande, nos sobraba y bastaba para nosotros solos.

El lunes mamá se fue y fue entonces cuando comenzaron mis verdaderas vacaciones.

Me pasaba todo el día con Clara. Salíamos por el pueblo con sus amigas (que ya me conocían de otros años), nos bañábamos en la piscina, tomábamos el sol… era estupendo.

Hasta Diego nos hacía compañía de vez en cuando, sacándonos por ahí a tomar café algunas tardes, conduciendo con mil precauciones el coche de su madre tras colocarle un cartelito con una “L” enorme en el cristal trasero.

Mi primo se mostraba encantador, aunque se sobreentendía que nos sacaba de paseo para que su madre accediera a prestarle el coche, llevándonos casi siempre a donde se reunía su pandilla (en la que había un par de chicas bastante monas), para fardar así un poco por haber sido el primero en sacarse el carnet.

El único lunar de aquellos días eran el par de horas que todos los días tenía que pasarse Clara pegada a los libros siguiendo órdenes de su madre. Había suspendido dos asignaturas y mi tía estaba más que decidida a que aprobara en Septiembre.

Durante esos ratos, me aburría mucho, pues, a esas horas (después de almorzar) el sol caía a plomo en el patio, por lo que no apetecía nada estar en la piscina. Yo me entretenía como podía, viendo un poco la tele, leyendo o, si estaba cansada, echando la siesta.

Un par de veces intenté ayudar a Clara con los estudios, pero, por supuesto, en cuanto estábamos las dos solas nos poníamos a cascar y la pobre no avanzaba nada. Así que tía Jimena acabó prohibiéndonos estar juntas. Los estudios eran sagrados.

Mi tía (viuda desde años antes) era la farmacéutica del pueblo. Hoy en día hay tres farmacias además de la suya (con el turismo el pueblo se convirtió en una pequeña ciudad), pero, en aquel entonces, para menos de 5000 habitantes que había en el lugar, una farmacia bastaba y sobraba. Como era la dueña, habitualmente no se encargaba de abrirla por las tardes (para eso estaba la empleada), por lo que supervisaba personalmente los estudios de Clara. Vaya, que mi pobre prima no se podía escaquear de ningún modo. Normalmente.

Además de farmacéutica, mi tía prestaba otro importante servicio público a sus conciudadanos. Ella, junto a Pepa, la de la peluquería, se encargaba de la emisión, propagación y repetición de todos los chismorreos que circulaban por el lugar, lo que avergonzaba muchísimo a mis primos, aunque a mí me divertía horrores oírla durante las comidas hablando de lo que fulanito o menganito habían dicho o hecho, según le había contado ésta o aquella clienta. Se lo pasaba de fábula.

Pues bien, así estábamos, los cuatro viviendo juntos bajo el mismo techo, pasando un verano tranquilo y delicioso.

Entonces fue cuando estalló la bomba y cómo no, fue mi tía la que vino con el cuento: A Manoli, una de las mejores amigas de Clara, le habían hecho un bombo (valga la redundancia).

¡Imagínense el escándalo! Tía Jimena estaba que no daba abasto. Y lo mejor era que la chica no soltaba prenda de quién demonios era el padre, lo que dio lugar a mil y una especulaciones, para el inmenso regocijo de mi tía (cosa que no habría admitido ni en el potro de tortura).

Y así empezó todo. Una charla en apariencia intrascendente un viernes por la noche con mi prima. Las dos solas, ya bien entrada la noche, en nuestro dormitorio (compartíamos cuarto, con camas gemelas), hablando sobre la pobre Manoli.

Clara, que sabía perfectamente quien era el padre (aunque yo no voy a decíroslo, pues no os incumbe), me estaba dando todos los detalles que conocía de la historia. Yo me sentía un poco alterada, pues, al ser tan modosita, estaba alucinada al enterarme que dos chicos de mi edad, a los que yo conocía en persona… lo hacían.

– ¡Ay, hija! – me decía Clara – ¡Que no es para tanto! ¡Mucha gente lo hace!

– ¡Ya, habló la experta! – respondí yo – ¡Tal y como hablas parece que lo hubieras hecho cien veces!

– ¿Y tú? Bueno, no me extraña que flipes tanto. Si todavía no has besado a ningún chico…

– Y tú sólo a uno. No me llevas tanta ventaja…

Con eso se harán una idea de lo verdes que estábamos ambas en esas cuestiones. Aunque no lo admitiera, para Clara también había sido un tremendo shock descubrir que Manoli hacía ya esas cosas con M… Uy, casi se me escapa.

Estuvimos hablando un buen rato, como hacíamos todas las noches, lanzándonos estocadas la una a la otra. Era nuestra forma particular de esgrima y a ambas nos encantaba. Todas las noches nos quedábamos charlando hasta las tantas y luego nos levantábamos tarde, aprovechando que mi tía se había ido al trabajo y no iba a regañarnos por vagas.

Sin embargo, esa noche, la charla era más trascendente, más importante… estábamos hablando de sexo.

Sí, ya lo sé. Nuestra charla era estúpida y trataba de cosas sin importancia. ¿Y qué esperaban? Si éramos dos niñatas sin ninguna experiencia. Seguro que cualquier chica con esa edad de hoy en día (como Lidia, aaaajj, prefiero no saberlo) se hartaría de reír si escuchara lo tontas e inocentonas que éramos.

Pero, para mí, aquella charla estaba haciendo que me subieran los calores. Nunca antes habíamos hablado de chicos más allá de si eran o no guapos o de si éste o aquel nos habían mirado cuando pasábamos por el parque. Ya me entienden.

Pero esa noche no. La conversación iba sobre los lugares donde lo habrían hecho Manoli y su novio, sobre si habrían estado haciéndolo la otra tarde, cuando llegaron los últimos al parque, sobre si… bueno, se hacen una idea ¿no?

Hoy me río de las cosas de que hablábamos y me admiro de lo inocentes que éramos. Hasta me pregunto si era realmente yo la que estaba allí tumbada, agradeciendo que la luz estuviera apagada para que mi prima no se diera cuenta de lo colorada que tenía las mejillas y pudiera burlarse por ello.

Y entonces lo soltó.

– Pues, ¿sabes qué? Vale que yo tampoco lo haya hecho nunca, pero, al menos, ya le he visto el pito a un chico – me soltó Clara de repente, un poquito picada porque llevábamos un rato soltándonos pullas.

Silencio sepulcral. Sus palabras cayeron sobre mí como una losa. Clara se estaba pasando de la raya, no iba a colarme semejante bola.

– Ya – respondí en la oscuridad – Y yo me lo creo. A otro perro con ese hueso.

De repente, percibí cómo mi prima se movía en su lecho. Se escuchó un clic y la lámpara de la mesilla se encendió, obligándome a parpadear, sorprendida por la repentina luz.

Miré a mi lado y me encontré con el rostro serio de Clara, que me miraba desde su cama, incorporada sobre un costado.

– Te lo juro, Paula. Que se muera mi madre si miento – dijo mi prima, mientras dibujaba una rápida cruz con los dedos sobre su pecho.

Me quedé atónita, sin palabras. Clara había hecho el juramento de los juramentos. Que yo supiera, ninguna de las dos había mentido jamás tras haberlo invocado. La duda empezó a corroerme.

– No mientas. ¿A quién vas a haberle visto el pito tú? No me engañas – insistí con cabezonería.

– Y no una, sino varias veces. Te lo juro.

– Claraaaa – la advertí – Te estás pasando.

Ella no respondió.

– A ver, estúpida. ¿A quién has visto? No irás a decirme que en una foto… – dije, pensando haber encontrado una explicación satisfactoria al misterio.

Clara volvió a quedarse en silencio. Parecía dubitativa, sin animarse a hablar. En sus ojos, se leía el arrepentimiento por haberse ido de la lengua, aunque fuera conmigo.

– ¡Bah! – dije, dejándome caer sobre mi almohada al ver que no hablaba – No me lo creo. Muy graciosa.

– La de Diego – sentenció mi prima – Se la he visto a Diego.

Entonces me eché a reír.

– ¡A tu hermano! ¡Ja, ja! ¡Vaya cosa! ¿Qué me vas a contar? ¿Que le has visto duchándose? ¿O que se le bajó el bañador en la piscina, como te pasó esta mañana cuando se te salió la teta? – exclamé riendo y con la vista clavada en el techo.

– No, tonta – dijo mi prima, hablando muy seria – Me refiero a ver su picha tiesa. Ya sabes… con una erección.

Me incorporé de nuevo como un rayo, mirando a mi prima desde mi cama. Las mejillas literalmente me ardían de rubor, pero, en ese momento, no me importaba que Clara se burlara de mí.

– Mentirosa – sentencié, mirándola con ojos brillantes.

– Y no una sola vez – siguió ella, envalentonada al ver que me había alterado tanto – Se la he visto varias veces.

– No te creo – insistí.

– Y una vez… Incluso se la toqué.

Me quedé con la boca abierta. Clara no era tan buena mentirosa. Normalmente, yo sabía cuándo estaba tratando de colarme una bola. Pero esa vez… Además, estaba tan seria que… estaba empezando a creerla.

Aunque todavía no iba a admitirlo.

– Explícate. Y que conste que no me creo nada – le espeté.

Ella aún dudó unos instantes antes de continuar.

– Jura que no se lo contarás a nadie – me dijo.

– Lo juro – respondí al instante.

– Por tu madre – contraatacó ella, inflexible.

– Lo juro por mi madre – prometí, imitando su gesto de antes.

– Vale – asintió Clara – Te lo voy a contar.

Antes de empezar, mi prima se incorporó en el lecho, arrastrando el trasero por el colchón hasta quedar sentada con la espalda apoyada en la cabecera. Yo, atenta a no perderme detalle, me tumbé vuelta hacia ella, con la cabeza apoyada en la almohada y el brazo debajo.

– A ver, cómo te lo cuento… La primera vez fue hace unos meses.

– ¡Leñe! – pensé para mí – O sea, que es cierto que ha sido más de una vez…

– Era un sábado por la mañana, temprano. No debían ser ni las diez. Yo quería que Diego me prestara un libro. Sabía que lo había terminado el día anterior, pero se había olvidado de dármelo.

Eso cuadraba. A Clara le encantaba leer y hacía cualquier cosa por pillar un libro nuevo. Las mates se le atravesaban, pero la literatura…

– Total, que, como no se levantaba, decidí entrar a su cuarto a buscarlo. Ni iba a enterarse, ya sabes que no se despierta ni con un cañonazo.

– Sí, ya – asentí.

– Pues eso, entré y lo encontré enseguida, sobre su escritorio. Supongo que lo puso allí para dármelo y luego se le olvidó.

– Entiendo – respondí con calma, aunque interiormente me moría de ganas porque entrara en materia de una vez.

– Iba a salir, cuando me di cuenta de que Diego estaba medio desarropado y, como estábamos todavía en invierno, hacía frío, así que me acerqué a ponerle bien las mantas.

– ¡Ay, qué hermanita más cariñosa! – bromeé, tratando de simular estar muy tranquila.

– Calla, tonta – retrucó – Agarré las mantas y estiré, pero, al levantarlas, vi…

Sin darme cuenta, me incorporé un poco, atenta a las palabras de mi prima.

– ¿Qué viste? – pregunté estúpidamente.

Un dragón de Komodo, ¿no te jode?

– Ya sabes… su cosa… – dijo mi prima, enrojeciendo también.

– Su… ¿su pene? – me animé a preguntar.

Clara asintió vigorosamente con la cabeza. Estaba muerta de vergüenza.

– ¿Estaba desnudo en la cama? – inquirí, tratando de hacerme una imagen mental de la situación.

– No, no es eso. No se la vi directamente…

– No te entiendo…

– Lo que vi, fue, bueno… ya sabes. La tenía tiesa y formaba un bulto en su pijama que…

– ¡Pues vaya cosa! – exclamé, volviéndome a dejar caer sobre la almohada – ¡Le viste el bulto en el pijama! ¡Si eso lo vemos todos los días en la piscina!

Nada más decirlo, me di cuenta de lo que acababa de admitir. Clara, con la boca abierta y los ojos como platos, se echó a reír descontroladamente.

– ¡Así que le miras el paquete a Diego cuando va en bañador, ¿eh?! ¡Serás guarra! ¡La próxima vez que te vea haciéndolo se lo digo!

– ¡Guarra, tú! – retruqué, riendo a mi vez – ¡Y ya me estás contando cuándo se la tocaste!

Seguimos un par de minutos riendo y metiéndonos la una con la otra. Por suerte, esa noche de viernes Diego había salido con sus amigos, pues si llega a estar en casa, seguro que habría venido a echarnos la bronca, pues su dormitorio estaba pared con pared con el nuestro.

Aunque, pensándolo bien, con el sueño tan pesado que tenía, igual no se hubiera enterado de nada.

– ¿Y eso es todo? – pregunté, tratando de que Clara retomara el hilo de la narración.

– ¡Qué va! – dijo ella meneando la cabeza – Ya te he dicho que esa fue la primera vez.

– Cuenta, cuenta…

– No sé qué me pasó, me quedé paralizada, sosteniendo las mantas en alto y mirando el bulto que había en su pijama. Estuve así un buen rato. Me sentía extraña, acalorada, no entendía qué me pasaba.

Yo sí la entendía perfectamente. Me sentía igual.

– Entonces Diego se movió en sueños y te juro que faltó poco para que me diera un infarto. Así que salí disparada de allí, con el corazón a cien por hora.

– No es para menos.

– Estaba acojonadita, de veras. Tenía miedo de que Diego se hubiera dado cuenta de algo y me cayera una buena. Pero qué va, cuando bajó al rato, todavía medio dormido, ni siquiera me regañó por haber entrado en su cuarto sin permiso.

– Menos mal.

– Pero yo no podía dejar de pensar en lo que había visto. Yo tenía entendido que, a los chicos, la cosa se les pone dura, ya sabes… cuando están con una chica. Así que les pregunté a las compañeras en el insti…

– ¿Se lo contaste a tus amigas? – exclamé atónita.

– No, no. No di detalles. Sólo saqué el tema. Ya sabes, siempre estamos dispuestas… a hablar de esas cosas. Yo sólo pregunté si a los chicos se les podía poner tiesa cuando duermen y Manoli me dijo que era normal, que los chicos jóvenes siempre se levantan con el pito duro.

– ¡Madre mía! – exclamé sin poderlo evitar – ¡Yo me volvería loca con eso entre las piernas!

– Por lo visto no es para tanto.

– ¿Y estás segura de que la tenía…? Ya sabes… ¿Tiesa? Lo digo, porque, en la piscina, se le marca un poco… A lo mejor lo que viste fue eso…

– No, tonta – respondió Clara, con seguridad – Sé perfectamente lo que vi. Aquello parecía una tienda de campaña.

– ¡Ah! Vale – asentí, mientras trataba de imaginarme el cuadro.

– Durante unos días, no pude dejar de pensar en eso. Sentía mucha curiosidad y… algo más. Así que, al sábado siguiente, lo hice otra vez.

– ¡Ostras! – exclamé, admirando el valor de mi prima.

– Repetí unas cuantas veces, más tranquila cada vez, pues siempre preparaba una buena historia por si Diego me pillaba, pero, como te digo, con lo profundo que duerme, no se enteraba de nada.

– ¿Y qué hacías?

– ¿Yo? ¿Tú qué crees? Nada de nada. Lo único era levantar las sábanas y mirar debajo. ¿Y sabes qué? Manoli decía la verdad, todas las mañana lo tenía tieso como un palo.

– Pero, ¿llegaste a vérselo de verdad o siempre llevaba el pijama?

– Pues verás… A medida que el invierno fue quedando atrás… Imagínate. Ya no usaba las mantas, sólo las sábanas y cuando empezó a apretar el calor… dejó de llevar pijama.

– ¡Oh!

– Y por fin, hace algo más de un mes. Me atreví a vérsela.

Yo miraba alucinada a mi prima, flipando por un tubo como decíamos entonces. No acababa de creerme lo que estaba escuchando y, sin embargo… lo creía.

– Entré con la excusa del libro, como siempre, atenta a ver si estaba despierto. Con el tiempo, había descubierto que las mañanas después de que Diego hubiera salido, eran las más seguras, pues el muy gamberro se toma algunas copas con sus amigotes (que no se entere mi madre, que lo mata) y duerme más profundamente de lo habitual.

– ¡Ah, claro! – asentí, recordando a mi padre por las mañanas después de haber sacado a mamá a cenar – Tiene lógica.

– Pues, ese día, al levantar las sábanas me encontré con que Diego llevaba únicamente el slip. Si vieras cómo se le marcaba el bulto…

No podía ni imaginármelo.

– Estuve mirándole la cara por lo menos cinco minutos, cerciorándome de que estaba dormido. Para estar completamente segura, le di unos toquecitos con el dedo en la mejilla, pero el tío seguía como un tronco.

– ¿Y qué hiciste? – pregunté expectante.

– Me atreví. Con mucho cuidado, agarré la goma del slip y la levanté.

– ¿En serio? – exclamé alucinada.

– Sí, tía. Te lo juro. Y, cuando lo hice, su picha se escapó de inmediato por la cinturilla. Parecía que estuviera viva. Me dio un susto de muerte, a punto estuve de soltar la goma y, si lo hubiera hecho, imagínate el papelón de explicarle a mi hermano por qué le había dado un gomazo en la ingle mientras miraba su picha tiesa.

– ¡Ja, ja! – reí, aunque por dentro no me sentía divertida precisamente – ¿Y cómo era?

– ¿Cómo va a ser? Una picha tiesa. ¿No has visto ninguna en foto?

– Sí, claro – mentí, con tanto descaro que hice sonreír a Clara.

– Es una especie de tubo de carne durísima… se le marcan todas las venas y la cabeza sale de una especie de pellejo que se echa para atrás…

Les ahorraré los detalles de la confusa descripción que me hizo mi prima de una polla empalmada. Pero, se hacen una idea ¿verdad?

– Pero, ¿cómo sabes que estaba dura? – pregunté con ingenuidad.

– ¿No te lo he dicho ya? Porque la toqué…

– ¡Serás guarra! – dije, riendo alborozada, por más que la respuesta no fuera ninguna sorpresa.

– ¡Guarra, tú!

Riendo sin control, Clara y yo nos liamos a almohadazos. El momento íntimo y calenturiento había pasado. Ahora comprendo que, si empezamos a pelearnos en broma, fue para no reconocer que la historia nos había puesto un poquito… lascivas. Era una forma como cualquier otra de disimular la turbación que sentíamos.

Tras unos minutos de reyerta, Clara se rindió, diciendo que era mejor que paráramos antes de que se despertara su madre.

Recuperando el resuello, me dejé caer en mi cama mirando al techo, todavía un poquito alterada por la historia. Entonces Clara largó la segunda andanada.

– ¿Te apetecería verla? – preguntó.

Yo me levanté de un salto, asustada e interesada al mismo tiempo.

– ¿Es que estás majara? ¡Ni loca! – casi grité.

– ¿En serio? Pues parecías muy atenta…

– ¡Calla ya, idiota!

Y me tapé la cabeza con las sábanas. Lo que fuera para que Clara no viera el rubor de mis mejillas.

Segundos después se apagó la luz. Me costó horrores conciliar el sueño.

Lo que no supe entonces, fue que a Clara le pasó lo mismo. Y su rubia cabecita maquinaba un plan…

…………………………………..

Me desperté bien temprano en la mañana. Bueno, más bien me despertó Clara, dándome unos buenos meneos.

– Déjame en paz, estúpida – le espeté, tratando de darme la vuelta e ignorarla – Quiero dormir un rato más…

– Venga, Paula, levanta. ¿No oíste a qué hora llegó Diego anoche? Seguro que ha bebido… Y mi madre se ha ido ya…

Sus palabras tuvieron la virtud de despejarme por completo. Se me quitó el sueño de golpe, pero yo seguí fingiendo ignorar sus intenciones.

– No, no le oí. ¿Y a mí qué me importa?

– Bueno, si quieres ir a verle… la cosa, no habrá mejor ocasión que ésta.

– Pero, ¿te has vuelto loca? – siseé, incorporándome con brusquedad – ¡Yo no voy a hacer eso ni muerta!

– Venga, tonta, si no es para tanto. Además, ya eres mayorcita y es hora de que veas tu primera polla.

El oír a mi prima soltar la palabrota con tanto desparpajo, me turbó notablemente.

– Que no, que paso – me negué – No me voy a meter en el cuarto de mi primo a verle la picha. Imagínate que se despierta. Tu madre me echa de casa y luego mis padres me meten en un convento.

– ¡Te digo que no pasa nada! Diego no se despierta ni aunque se derrumbe la casa. Y, si lo hace, le decimos que hemos entrado a por un libro y ya está. Total, la excusa está sin usar, pues nunca se ha enterado de nada.

– Que no, tía, que no voy. Me moriría de vergüenza.

Entonces Clara, que me conocía como si me hubiera parido, usó el arma con el que siempre se salía con la suya.

– Vale, ya veo que sigues siendo una cría. Si te dan miedo los penes, te vas a quedar para vestir santos. Iré yo sola, da igual.

Muy hábilmente, jugó la doble baza de meterse con mi edad y de dejar tirada a una amiga. Demasiado para mí.

– Ya voy, vale, estúpida. Pero, como nos pillen, lo cuento todo – la amenacé en vano, como ambas sabíamos perfectamente.

– Venga, levanta.

Con mucho cuidado, salimos las dos de la habitación. Esa mañana, mi tía tenía que abrir la farmacia y por eso había salido temprano. Caminando de puntillas, nos acercamos a la puerta de Diego y, tras mirarme un segundo, Clara la abrió, dejando parado mi corazón en el proceso.

Innecesariamente, mi prima se llevó el dedo a los labios, pidiéndome silencio y empezó a entrar al cuarto de su hermano. De repente, se quedó parada y, tras pensárselo mejor, estiró la mano y aferró mi muñeca, para evitar que reconsiderara aquella locura y saliera echando leches de allí.

Con mucho cuidado, las dos entramos sigilosamente al cuarto de mi primo. Como medida de precaución, Clara se deslizó hasta una estantería y cogió un libro, como pretexto por si nos pillaban.

Pero yo apenas si me di cuenta, pues, en cuanto estuvimos dentro, mis ojos buscaron de inmediato el lecho de Diego, donde éste yacía desmadejado, tumbado boca arriba, respirando profundamente.

El corazón me dio un vuelco al comprobar que, efectivamente, Diego no usaba pijama, pues su torso desnudo estaba perfectamente expuesto al tener las sábanas enrolladas en la cintura. Una pierna asomaba por un lado de la cama, descubierta hasta la altura de la rodilla.

No sé por qué, pero, el verle allí tirado, hizo que las mejillas volvieran a arderme y que un agradable calorcillo me recorriera de la cabeza a los pies. No lo entendía, total, ¿no le había visto cien veces en bañador en la piscina?

Sí. Pero aquel momento era mejor, más íntimo… no sé… Ahora puedo decir con sinceridad, que me sentía un poquito cachonda por lo prohibido y peligroso que era lo que estábamos haciendo, pero, en aquel entonces, no acababa de entender lo que me pasaba.

Entonces Clara se acercó, sacándome de mi ensimismamiento. Volviendo a indicarme que no hiciera ruido, se aproximó muy despacio a la cama de su hermano y me hizo un gesto para que me acercara, cosa que hice con el corazón a punto de salírseme por la boca.

Muy despacio, arrimó su mano al borde de la sábana y con desenvoltura (no en vano tenía ya bastante experiencia), la levantó sin titubear.

Y nos llevamos una buena sorpresa.

Efectivamente, todo lo que me había dicho mi prima era cierto. Punto por punto. Diego iba únicamente con slips y su pene estaba erecto.

Lo que nos dejó atónitas fue que el intrépido soldadito de mi primo había salido de exploración, por lo que no estaba escondido dentro de los slips como esperábamos, sino que había escapado por la cinturilla, asomando, gordo y erecto, con su único ojo mirándonos fijamente.

Así fue como vi mi primera polla.

Al ver aquella cosa empalmada entre las piernas de mi primo, comprendí perfectamente las palabras de Clara de la noche anterior. Me quedé paralizada, sin saber qué decir o cómo reaccionar.

Clara, ya curada de espantos, me miraba con una sonrisilla en los labios, viendo divertida cómo su prima era incapaz de apartar la mirada de la erección de su hermano. De hecho, por no ser, no era capaz ni de pestañear.

Sin embargo, no dijo nada, permitiendo que me regalase la vista en silencio, limitándose a mantener la sábana levantada para que pudiera mirar a gusto.

No sé cuanto rato estuvimos así, dos minutos, tres, cinco. No tengo ni idea. Y paramos porque Clara se hartó de tener la mano en alto, que si no, todavía estaríamos en aquel cuarto.

Entonces hizo algo que definitivamente casi me provoca un infarto. Ni corta ni perezosa (y sintiéndose completamente segura de que Diego no iba a despertar), metió su otra mano bajo la sábana y, con mucha delicadeza, recorrió toda la longitud de la erección de su hermano con un dedo, acariciando cuidadosamente la portentosa empalmada.

Yo la miré, alucinada, con la boca abierta. Ella me sonrió con picardía y, aunque no dijo nada, pude leer perfectamente en sus ojos lo que estaba pensando: “Ahora tú”

Volví a mirar el rostro de Diego. Ni se había estremecido. ¿Sería capaz de hacerlo?

Entonces vi que una mano se aproximaba al área de conflicto, pero no, qué va, aquella mano no era la mía. ¿O sí lo era?

Cuando quise darme cuenta, me había inclinado sobre el cuerpo yacente de mi primo y, con sumo cuidado, posé la palma de la mano sobre su carne endurecida.

Clara me miró boquiabierta, al parecer, ella nunca se había atrevido a ir más allá de rozársela suavemente con el dedo. Y ahora llegaba yo, la mosquita muerta y le plantaba toda la zarpa encima de la polla a su hermano. Me sentí exultante al ver que, por una vez, había sido más valiente que ella.

Pero Clara desapareció inmediatamente de mis pensamientos. En cuanto mi palma tocó la pulsante carne, ya no pude pensar en nada más.

Clara había dicho la verdad, estaba durísima. Pero no había mencionado nada de que además palpitaba, latía, podía sentir el corazón de mi primo bombeando sangre allí sin parar.

Y también estaba mojada, húmeda, especialmente en la zona de la punta. Diego se removió en sueños mientras le tocaba, pero yo apenas si fui consciente de ello.

Sin darme cuenta, mis dedos se cerraron alrededor de su polla, aferrándola y describiendo su contorno. La sopesé un instante en mi mano, admirándome de su tamaño y dureza, preguntándome cómo era posible que todo aquello cupiera en el interior de una mujer.

No, bueno, de una mujer cualquiera no. Dentro de mí.

Entonces Clara me aferró por un hombro, sacudiéndome y logrando sacarme de mi estupor. Miré hacia abajo y me di cuenta de lo que estaba haciendo, agarrándole con ganas la polla a mi primo.

Horrorizada, solté mi premio con rapidez y, con el rostro arrebolado, salí prácticamente corriendo de allí, con Clara pegada a mis talones.

– ¡Serás guarra! – exclamó mi prima tras cerrar la puerta de su cuarto tras de sí, mientras yo, avergonzadísima, me arrojaba sobre mi cama escondiendo el rostro entre las sábanas.

– ¡Déjame en paz! – fue lo único que atiné a contestarle.

– ¡Ja, ja! ¿Pero tú te has visto? ¡Si te llego a dejar, le cascas una paja allí mismo, a palo seco!

– ¡Calla ya, estúpida! – exclamé, arrojándole la almohada – ¡No iba a hacer nada de eso!

– ¿Se puede saber qué te ha pasado? Estabas como hipnotizada…

– Jo, tía, no sé – respondí, sentándome sobre el colchón – Ni siquiera me he dado cuenta de lo que hacía. Me sentía muy rara, te lo juro.

– Ya, te entiendo. A mí me pasó igual. No te preocupes, es normal.

Me quedé callada un segundo.

– ¿Tú crees que Diego se habrá dado cuenta de algo? – pregunté.

– ¿Ése? ¡Qué va, tía, tú tranquila! Ni se ha estremecido.

– Mejor.

– Y dime – dijo Clara con una sonrisa ladina en los labios – ¿Cómo te sientes?

¿Que cómo me sentía? Caliente, cachonda, lasciva, incrédula por lo que acababa de hacer, nerviosa… Pero lo que dije fue:

– Bien. Normal.

– ¿En serio? Pues estás roja como un tomate – dijo mi prima, riendo.

– ¡Y tú también! – respondí, un poquito picada.

– Sí, es verdad – dijo Clara, girando la cabeza para echarse un vistazo en el espejo – Pero ni la mitad que tú. Pareces una guiri que hubiera cogido una insolación.

Y nos echamos a reír, lo que me vino bien, pues conseguí relajarme bastante.

– Bueno, dejémoslo ya – dijo Clara – Te espero abajo preparando el desayuno.

– ¿Que me esperas abajo? – inquirí, extrañada – No seas tonta, que voy y te ayudo.

– ¡No, no te preocupes! – rió mi prima – He pensado que quizás necesites algo de tiempo a solas, ya sabes… para quitarte el sofoco…

Mientras me dirigía esas palabras, Clara hizo un gesto lascivo con dos dedos, moviéndolos sugerentemente cerca de su entrepierna. Avergonzadísima al ver cómo se burlaba de mí, le arrojé con fuerza la almohada y salí corriendo tras de ella, mientras huía partiéndose de risa escaleras abajo, rumbo a la cocina.

Tras desayunar y un poquito más repuestas de tantas emociones, regresamos al cuarto, nos pusimos los bañadores y nos fuimos de cabeza a la piscina.

Estuvimos un par de buenas horas en remojo y tomando el sol, más que otros días, pues nos habíamos levantado más temprano de lo habitual.

Diego apareció a media mañana, adormilado y, tras saludarnos como hacía siempre, se fue a la cocina a tomar algo. Un rato después se reunió con nosotras y se dio un chapuzón, todo bastante normal.

Cuando Diego no miraba, Clara se burlaba de mí, haciendo gestos en dirección a su paquete, lo que me divertía y avergonzaba a partes iguales. Al final, acabé intentando ahogar a mi prima en la piscina, mientras su hermano no nos hacía mucho caso, leyendo tranquilamente en su hamaca.

O eso creía yo.

Un poco más tarde de las dos, tía Jimena regresó, cargando dos pollos asados que había comprado para comer (la pobre sabía que, si nos encargaba a nosotras preparar la comida, iba lista) y, como hacía muy bueno, almorzamos en el patio, en una mesa de picnic.

Como hacía todos los días, me puse unos shorts y una camiseta encima del bañador, que total, apenas si estaba húmedo por el calor que hacía. Sé que era una tontería, pero me daba vergüenza comer medio desnuda con mi familia, cosas mías.

Charlamos amigablemente, como siempre, entre risas, salvo quizás Diego, que estaba un poco callado, aunque yo lo atribuí a que se habría pasado de copas la noche anterior.

Y luego, la rutina de costumbre. Aunque era sábado, Clara tenía que tirarse las siguientes dos horas hincando los codos, así que se fue a su cuarto a por sus libros, mientras su madre la esperaba en el salón.

Yo, sin sospechar nada raro, me encargué de fregar los platos que iba trayendo mi primo, que era quien recogía la mesa.

Estaba allí tranquilamente, de fregoteo, pensando en mis cosas, por fin olvidados los escabrosos sucesos de por la mañana, cuando de pronto, Diego se aproximó por detrás y, tras dejar a mi lado el último montón de platos, me dijo simplemente:

– Cuando termines, sube un momento a mi cuarto. Tenemos que hablar.

El alma se me cayó a los pies, las rodillas me flaquearon tanto que estuve a punto de caerme. Si en ese momento se hubiera abierto una sima a mis pies con el averno al fondo, me habría arrojado sin pensármelo dos veces.

¡Dios mío! ¡Diego lo sabía! ¡Me quería morir de vergüenza! ¿Cómo se me había ocurrido hacerle caso a Clara? ¡Me iban a matar por su culpa! Sólo de imaginar lo que dirían mis padres cuando se enteraran de las guarrerías que hacía su hija…

¿Y mi tía? ¿Qué diría? ¿Me mandaría derechita de vuelta a casa? ¡Seguro que mis padres me sacaban del colegio y me metían interna! ¡De cabeza, vamos!

Tardé casi 30 minutos en fregar los platos, de nerviosa que estaba y, por puro milagro, me las apañé para terminar sin romper ninguno. Todavía no me explico cómo lo conseguí, por cómo me temblaban las manos.

¿Qué podía hacer? Se me ocurrió esperar a que Clara acabase, para ir las dos juntas y compartir el marrón. Estuve pensando en ello un buen rato. Pero no, no era justo. Había sido yo la que lo había manoseado y, obviamente, Diego lo sabía, pues quería hablar sólo conmigo.

Finalmente, logré armarme de valor y subí muy despacio las escaleras. Parecía una condenada a la horca subiendo los peldaños del patíbulo. Así me sentía, en serio.

Sin las más mínimas ganas de hacerlo, llamé muy despacio a la puerta del cuarto de mi primo, implorando en silencio porque se hubiera echado la siesta y no respondiese. Mi gozo en un pozo.

– Pasa – se escuchó desde el otro lado de la puerta.

Respiré hondo y entré, con la vista gacha, sin atreverme a mirar a Diego a la cara.

– Siéntate – dijo simplemente, mientras él hacía lo propio directamente sobre su cama.

Obedecí sin rechistar, cogiendo la silla que había frente a su escritorio, aguantando a duras penas las ganas de echarme a llorar.

– A ver, Paula. Supongo que sabes por qué te he llamado.

¿Para qué negarlo? Asentí lentamente con la cabeza, evitando todavía la mirada de Diego.

– Paula, comprende que lo de esta mañana ha sido pasarse un poquito de la raya. Imagínate mi sorpresa cuando me despierto y me doy cuenta de que estabas… bueno, ya sabes… tocándome ahí.

Me quería morir. Hasta ese instante, conservaba la loca esperanza de que Diego quisiera hablarme de otra cosa, de mi regalo de cumpleaños por ejemplo, que estaba al caer. Pero qué va, mi primo se había despertado por la mañana y sabía perfectamente que había estado toqueteándolo.

– Mira, entiendo que estás en una edad en que esas cosas… te interesan mucho. Tienes muchas preguntas y necesitas respuestas, pero no creo que sea apropiado colarte en mi cuarto para… tocarme mientras duermo, ¿no crees?

– No – respondí lacónicamente, con un hilo de voz.

– Yo también pasé por lo mismo a tu edad, me atraían mucho las chicas y no sabía nada de ellas y…

Ya no pude más. Mis lágrimas estallaron en un torrente, interrumpiendo a Diego en plena frase. Posteriormente, con los años, en reuniones con amigos, cuando empezamos con los típicos juegos de confesiones, siempre digo que el momento más vergonzoso de mi vida fue cuando me caí de cabeza en plena clase en segundo de B.U.P y me estampé contra la mesa de la profesora. Miento como una bellaca, la vez que más vergüenza pasé fue durante aquellos agobiantes minutos en el cuarto de Diego.

– ¡Pe… pero, Paula, no llores! – exclamó mi primo, alarmado, levantándose de un salto y tratando de consolarme con palmaditas torpes en la espalda – Pero, chiquilla, cálmate, que no es para tanto. Te estaba diciendo que lo que te pasa es normal y que no tiene importancia. Sólo iba a decirte que no lo hicieras más.

– ¿Qu… qué? – balbuceé, alzando mis ojos vidriosos hacia mi primo – ¿E… entonces no se lo vas a contar a tu madre?

– Pero, ¿estás loca? ¿Por qué iba a hacer eso? ¿Chivarme yo? Tía, parece que no me conozcas. Sólo quería decirte que no lo hagas más…

Trompetas celestiales. Jesucristo en carroza por los cielos. Casi podía escuchar los coros de ángeles cantando gloria.

– ¿En serio? ¿No vas a decir nada?

Diego no dijo nada, simplemente se encogió de hombros e hizo un gesto con las manos, como diciendo: “¿Pero cómo se te ocurre?

Dando un grito de alegría, me arrojé en brazos de mi primo y le abracé con fuerza. No pueden ustedes imaginarse el alivio que sentí cuando comprendí que Diego no iba a abrir la boca.

Los siguientes minutos están confusos en mi memoria. Seguí llorando un rato, de profundo alivio esta vez, mientras le pedía perdón a mi primo una y mil veces y le juraba y perjuraba que jamás volvería a hacer una cosa semejante.

Un rato después, los dos estábamos sentados en la cama, de través, con los pies asomando por un lado del colchón y la espalda apoyada en la pared. Me sentía más calmada, aliviada al saber que Diego iba a guardar el secreto y nadie iba a enterarse de lo que había hecho.

– Diego, en serio – le dije con toda el alma – Gracias por no decir nada, ni echarme la bronca. Estoy muy avergonzada por lo que he hecho y…

– Déjalo ya, tonta – me interrumpió – Ya te he dicho que no pasa nada. Tú no lo hagas más y punto.

– Te lo prometo – juré, haciendo nuevamente el signo de la cruz en mi pecho.

Nos quedamos callados unos instantes, hasta que Diego rompió el silencio.

– Fue idea de Clara, ¿a que sí?

– No, bueno, yo… – balbuceé sin saber qué decir, no queriendo traicionar a mi prima.

– Y me parece a mí que no es la primera vez que lo hace. Vengo sospechando algo raro desde hace algún tiempo…

Leches. Y Clara que creía tenerlo todo tan bien calculado.

– Es como si lo viera. Mi hermanita anda últimamente un poco salida y bueno, ya sé que estáis en la edad, pero no me gustaría que acabara como su amiga Manoli.

– No, claro – asentí, sin admitir nada.

– Seguro que te convenció para tener una aventurilla. Y tú, como siempre bailas al son que ella marca….

Aquello me molestó un poco. Supongo que por tratarse de la verdad pura y dura.

– Pues no te creas que fue todo idea suya. No tuvo que obligarme ni nada.

– O sea, que tú también estás un poco salida, ¿eh? ¡Ja, ja! – se burló Diego, tratando de relajar el ambiente, dándome un ligero codazo.

– Eres idiota – respondí, enfurruñada.

– Venga, Paula, no te cabrees, que estaba bromeando. La verdad es que me da igual de quien fue la idea. No lo hagáis más y punto. He querido hablar con vosotras por separado, para que os fuera más fácil. Ya hablaré luego con ella…

No sé por qué, pero el hecho de que Clara se enterara de aquello me molestó. Prefería que fuera un secreto entre los dos.

– Porfa, Diego, no le digas nada a tu hermana. La pobre está muy preocupada por lo de Manoli y sólo quería que nos riéramos un rato… Al fin y al cabo ella no hizo nada… Fui yo la que te tocó.

Al decir aquello, enrojecí hasta la raíz de mis cabellos, apartando la vista, avergonzada.

– Ya, ya lo sé – dijo él, aparentando no haberse percatado de mi rubor – Y, ¿por qué lo hiciste?

El corazón me dio un vuelco y empezó a latirme otra vez a mil por hora. Estaba nerviosísima de nuevo, pero, sin estar muy segura de por qué, no quería que aquella conversación terminara.

– No lo sé – respondí, diciendo la verdad a medias – Sentía curiosidad y eso… no sé.

– Ya veo – asintió él – Oye, Paula. Tú nunca has tenido novio, ¿verdad?

– ¿Y qué si no? – respondí, poniéndome a la defensiva de inmediato.

– Nada, no pasa nada. Simple curiosidad. Entiendo que entonces no sabes mucho sobre sexo, ¿no?

Meneé la cabeza, abochornada, aunque deseando seguir con la charla.

– No. No sé nada. Bueno, a veces he hablado con amigas… y con tu hermana…

– Comprendo – dijo él, muy serio – ¿Y tus padres no te han explicado nada?

– ¿Mis padres? – dije, sonriendo con socarronería – ¡Ni pensarlo! Antes se mueren que hablarme de esas cosas.

– No, si te entiendo. Mi madre es igual.

– ¿Y cómo aprendiste tú? – me atreví a preguntar.

– ¿Yo? ¡Bueno, chica, no vayas a creer que soy un experto! – rió – Pues, supongo que como todo el mundo, con amigos y eso. Y también con revistas…

– ¿Revistas? – exclamé sorprendida – ¿Revistas guarras?

Diego se carcajeó al escucharme decir aquello.

– Pues sí, hija, revistas guarras – asintió – Qué quieres, a todos los jóvenes nos interesan esas cosas… Las revistas están muy lejos de la realidad, pero bueno, cuando estás en plena pubertad, te mueres de ganas de ver culos y tetas, así que las revistas son una buena válvula de escape.

“Lejos de la realidad” había dicho. No se me había escapado.

– ¿Qué quieres decir? – pregunté sin pensar – ¿Cómo sabes que no son reales? ¿Es que tú ya lo has hecho?

Diego se calló de repente, mirándome muy serio. Yo me quedé muda, atónita por mi propio desparpajo para haber sido capaz de soltarle aquello a mi primo. Por un instante, pensé que se había molestado, pero entonces, me sonrió y, encogiéndose de hombros, respondió con sencillez.

– Pues sí, Paula. Yo ya lo he hecho. Aunque eso no sea asunto tuyo – me reprendió.

– Perdona – dije compungida.

Aunque, en el fondo, me encontraba sorprendidísima y admirada al saber que Diego, el mismo que un par de años atrás me enseñaba a subirme a los árboles, lo había hecho ya con una chica. O quién sabe, quizás con más de una. Me sentí emocionada.

– Bueno – dijo entonces mi primo, un poquito turbado por los derroteros que había seguido la conversación – Ya es hora de que vuelvas a tu cuarto. Quiero echarme la siesta.

¡Leches! Yo no me quería ir, estaba siendo la conversación más interesante de los últimos tiempos. No sabía qué inventar para seguir hablando un poco más, así que dije sin pensar:

– Oye y volviendo a lo de esta mañana. Si estabas despierto, ¿por qué no dijiste nada?

Diego se quedó callado, muy serio y me pareció que se ponía un poquito colorado.

– Bueno, verás – dijo, un poco dubitativamente – Al principio sí que estaba dormido y no me enteré de nada. Luego, me despertaron los ruidos y vi que estabais trasteando por el cuarto y se me ocurrió pegaros un susto. Pero claro, cuando comprendí lo que estabais haciendo… no supe cómo reaccionar… me dio vergüenza y no supe qué hacer.

Mentía. No sé cómo lo supe, pero estaba segura de que mentía.

– Vale, basta ya de charla – dijo incorporándose, decidido a librarse de mí de una vez.

– Diego.

– Dime.

– ¿Me enseñarías una de esas revistas?

Todavía hoy en día no me explico cómo fui capaz de pedirle aquello. Era impropio de mí; yo nunca era tan echada para delante (aunque fui mejorando aquel verano. Mejoré mucho y rápido. Vaya si lo hice).

Mi primo se quedó parado, mirándome muy serio, sin saber qué decir.

– Venga, primo. Todo lo que has dicho es verdad. Siento mucha curiosidad. Porfaaaa – canturreé, como hacía siempre que quería conseguir algo del chico – Te juro que no se lo diré a nadie. Ni Clara lo sabrá.

– Júramelo.

Me quedé estupefacta. No me esperaba que accediera tan fácilmente. No podía creérmelo.

– ¡Te lo juro! – afirmé con rapidez – ¡Que me muera si miento!

– Y tanto que te mueres – dijo él, muy seriamente – Como te vayas de la lengua te ahogo en la piscina. Si mi madre se entera de que te he prestado una revista porno, me tira al río, pero antes te liquido.

– ¡Vale! ¡Vale! ¡Te lo prometo! – exclamé ilusionada.

Diego caminó hacia una estantería en la que se amontonaban sus libros de texto. Pensé que era un buen escondite, pues ni de coña se iba a acercar Clara a libros que fueran para estudiar.

Mi primo, tras pensárselo un segundo, sacó un tremendo libraco de física de uno de los estantes y, tras abrirlo, sacó de entre sus páginas una revista. No me dio tiempo a ver su portada, pues Diego de inmediato hizo un rollo con ella, apuntándome muy serio con el mismo.

– Paula, te dejo esto con la condición de que no le digas nada a nadie. Entiendo que estás en la edad y que no tienes a nadie que te oriente en estas cuestiones. Quiero que me la devuelvas en unos días sin falta y sin que se entere nadie. Si te pillan con ella, te inventas un rollo. Que es tuya y la has traído en tu maleta, por ejemplo.

– Entonces, ¿me la puedo llevar?

Me había hecho a la idea de que Diego me dejaría echarle un ojo allí mismo, en su cuarto. Ni por un momento se me había ocurrido que me diera permiso para llevármela.

– Claro – dijo él con sencillez – Supongo que preferirás verla a solas, ya sabes, por si te entran ganas de…

Mientras decía esto, Diego no me miró directamente. De pronto, comprendí a qué se refería y me entró de nuevo un corte que te mueres. Aún así, fui capaz de alargar la mano y aferrar la revista enrollada que mi primo me tendía, aunque estaba pasando una vergüenza del copón.

– Sí, bueno… – balbuceé – Tú tranquilo, que no diré ni pío. Sólo voy a echar un vistazo… No voy a hacer nada…

– Ya. Claro, claro – dijo él, sonriendo levemente – Lo que tú digas. Yo tampoco hice nada la primera vez que pillé una revista porno, je, je. Tú, haz lo que quieras.

Ahora sí que tenía ganas de salir de allí. Muchísimas de hecho. Aturrullada, me despedí como pude de él, dándole mil gracias por no haberse chivado y por el préstamo.

Con el corazón a mil por hora, salí de su cuarto, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no salir disparada hacia el mío. Cuando estuve dentro, cerré la puerta y me quedé unos instantes con la espalda apoyada en la madera, tratando de serenar mis latidos.

– Leches – pensé en silencio – Pero, ¿qué se habrá creído que voy a hacer? Sólo voy a echarle una miradita…

Miré la hora del reloj. Bien, todavía faltaba un rato para que Clara terminara su sesión de estudios. Tenía tiempo de echarle un ojo a la revista.

De un salto, me arrojé encima del colchón, colocándome de costado con la cabeza apoyada en la mano. Dejé la revista frente a mí, sobre la cama y ésta se desenrolló de inmediato, permitiéndome realizar el primer examen de la portada.

Es curioso, con el paso de los años, me he olvidado por completo del nombre de la publicación, pero, en cambio, recuerdo a la perfección las fotografías que tenía.

Me quedé con la boca abierta, mirándolas. En el centro, aparecía una rubia bastante guapa, con un par de tetas impresionantes. La joven iba vestida únicamente con un liguero y medias azules, además de una especie de pañuelo rojo atado al cuello y un extraño gorrito también azul en la cabeza.

Pero lo interesante no era su aspecto, sino su posición. La chica estaba completamente despatarrada en la portada, subida en el regazo de un hombre sentado en un sofá, bajo ella. Supongo que la chica estaba clavada en la erección del hombre y digo supongo porque en realidad no se veía.

Justo en la entrepierna de la pareja había impreso un enorme círculo rojo que tapaba todo el asunto, y, dentro del círculo, en letras grandes se podía leer: “Julia, la azafata caliente. Reportaje gráfico en el interior”.

¡Claro! ¡El gorrito era de azafata! ¡ Ya decía yo que me sonaba!

Repartidas por el resto de la portada, había fotos de menor tamaño, de varias mujeres de buen ver, todas con las tetas al aire y alguna… con algo más. Comprendí que era una especie de anticipo, para que pudieras hacerte una idea de lo que ibas a comprar si adquirías aquella revista.

Sin perder más tiempo, pasé la página. La contraportada estaba llena de anuncios de productos cuyo uso yo desconocía por completo y de otras publicaciones del ramo. En la siguiente hoja, había un índice, indicándote el número de página en que empezaban los distintos reportajes. El de Julia ocupaba las páginas centrales.

Aunque me moría de ganas por ver a Julita y a su amigo en acción, decidí tomármelo con calma, así que pasé la hoja.

El primer reportaje era sobre una mujer morena, con unos pechos más semejantes a los de una vaca que a los de una hembra humana. En la primera foto aparecía vestida con una negligee de color rojo, completamente transparente, que permitía ver perfectamente que la señora llevaba únicamente las bragas debajo.

Normal, con semejantes tetas, un sujetador debía salirle por un ojo de la cara.

En la segunda foto, la buena señora ya iba sólo con las bragas y en la tercera… ¡Ala! ¡Pelambrera al canto! La mujer tenía un bosque bien frondoso entre las piernas. No pude evitar pensar en mi propio bosquecillo. Hacía años que ya tenía pelo allá abajo, pero ni de lejos lo de aquella buena mujer.

En aquel momento, me sentía más divertida que otra cosa. Pensaba que aquello no era para tanto, total, una tía cuarentona enseñando las domingas y el chumino en unas fotos; además, una no demasiado atractiva.

Pasé las páginas con rapidez, saltándome el primer reportaje y un par de páginas de anuncios. El segundo también estaba centrado en una chica, pero una muchísimo más guapa que la anterior.

Morena, pelo sobre los hombros, ojos azules y un tipazo… además, las fotos eran de una calidad infinitamente superior. Estaban hechas en el campo, en el exterior de un granero. Al principio, la chica iba vestida de campesina, con camisa a cuadros y un peto vaquero.

A lo largo de varias ilustraciones, la chica iba desvistiéndose progresivamente, hasta quedar en pelota picada. Las últimas fotos estaban hechas sobre una paca de paja, en el interior del granero. Eran unas fotos bastante artísticas, que me gustaron mucho, pues la chica, a pesar de estar desnuda, no adoptaba poses obscenas (no como la anterior, a la que parecía habérsele perdido algo en la pelambrera, pues en todas las fotos salía explorándola con los dedos). Y, encima, era una auténtica preciosidad. La envidié un poco.

Además, me sorprendió mucho ver cómo llevaba recortado el vello púbico. Porque, obviamente, el pelo no le crecía así de forma natural, ¿o a alguna de vosotras os crece el vello en la entrepierna en forma de corazón, eh, chicas?

Así fue cómo descubrí que muchas mujeres se depilaban ahí abajo. Hoy es el pan nuestro de cada día (sospecho que hasta mi Lidia lo hace), pero, en el 90, no era algo tan corriente. Al menos aquí en España no.

Me di cuenta de que la boca se me había quedado seca y empezaba a sentir un calorcillo en mi interior que…

Meneé la cabeza y seguí a lo mío. Pasé, esta vez más rápidamente, un tercer reportaje con chica desnuda. Rubia esta vez.

Y por fin llegué. Tras pasar otra página repleta de anuncios, me topé con Julia, en una foto que ocupaba la página entera, sonriente con su elegante uniforme azul de azafata, con el pañuelo correctamente anudado y el simpático gorrito inclinado graciosamente sobre su rubio cabello, perfectamente recogido en un moño muy profesional.

Con mano temblorosa, pasé muy despacio la página. A diferencia de los anteriores reportajes, el de Julia era toda una historia, con columnas de texto por doquier que explicaban en detalle lo que acontecía en la fotos.

Pero, en ese instante, a mí me importaba un pimiento quién era Julia y qué hacía en aquella habitación. Yo sólo quería VER.

A continuación, Julia se iba quitando la ropa en varias tomas, hasta quedar únicamente con la falda, el pañuelo y el gorrito. En la última foto del striptease, la rubia aparecía acuclillada, las piernas bien abiertas, exhibiendo el coño con una amplia sonrisa en el rostro.

Pasé la página y, para mi sorpresa, Julia estaba de nuevo vestida por completo, con el uniforme correctamente abrochado. La novedad era que ya no estaba sola, sino que la acompañaba un morenazo guapísimo, vestido de piloto. La chica, muy zalamera, estaba muy próxima al hombre, sobre cuyo pecho había ubicado despreocupadamente una mano, como si estuviera calibrando sus pectorales.

En la siguiente instantánea, el piloto besaba en el cuello a la joven, que se reía echando la cabeza hacia atrás, sin dejar de acariciar el masculino pecho.

La serie continuaba con la pareja desnudándose mutuamente de forma progresiva, mientras el macho, poniéndose cada vez más a tono, magreaba las diferentes porciones de carne femenina que iban quedando expuestas, mientras su dueña reía y ponía cara de gusto ante los magreos.

Entonces, volví la página y me quedé unos instantes con los ojos clavados en la siguiente foto.

Julia, muy colaboradora, se había arrodillado justo delante del piloto, mientras éste acababa de librarse de su corbata y camisa, mostrando su torso desnudo. La chica, sin perder tiempo, había posado su mano justo en la entrepierna del afortunado hombre y palpaba lascivamente la tela, como tratando de hacerse una idea del calibre del arma que había debajo.

La duda duró bien poco, pues en la siguiente toma Julita ya había sacado el miembro del piloto y lo empuñaba con maestría, mientras sonreía ampliamente a cámara.

La boca se me quedó seca. Mi segunda polla, aunque aquella estuviera impresa en papel. Mirando cómo Julia se aferraba al instrumento, regresaron a mi mente las imágenes de por la mañana de forma muy vívida, cuando yo misma había palpado y sobado el pene de Diego.

Algo se agitaba dentro de mí, me sentía rara, febril, casi como por la mañana en el dormitorio de mi primo.

Muy despacio, pasé la página y me encontré con algo que me hizo dar un respingo de sorpresa, dejándome con la boca abierta. Todo lo contrario que Julita, que tenía la boca bien cerrada, mientras sus labios rodeaban sin asco alguno la tiesa picha del piloto.

– ¿Con la boca? – exclamé incrédula, en la soledad del cuarto – ¿Se la va a meter en la boca?

Y tanto que iba a hacerlo. En la siguiente fotografía, Julita había absorbido más de la mitad de aquel rabo entre sus labios, tragándose sin rubor alguno una extraordinaria ración de carne. Ya no miraba a la cámara, sino que había cerrado los ojos, luciendo una expresión de gozo tan intensa que me trastornó.

Aunque, si la chica ponía cara de estar disfrutando con la polla del hombre en la boca, la cara del mismo era todo un poema. Tenía la boca abierta, jadeando, con una expresión de placer tan intensa, que resultaba hasta cómica. Ya iba con el torso completamente desnudo, lo que me permitió recrearme con sus bien esculpidos músculos, completamente faltos de vello. Me acordé de papá, que tenía pelo hasta en las orejas, así que supuse que el hombre también se afeitaba el cuerpo, como la campesina del corazón.

Durante un par de fotos más, Julia se entregaba con pasión a la tarea de chuparle la polla al piloto. Obviamente experta en esas lides, las manos de la chica no permanecían ociosas, sujetando con una la erecta verga (supongo que para que no se escapara) y frotándose vigorosamente entre las piernas con la otra, manteniéndolas bien abiertas.

– ¡Jo! – pensé – ¡Mira cómo se toca el coñito! ¡Qué cara de gusto pone!

Y claro, una cosa lleva a la otra, así que se me ocurrió que no hacía mal a nadie si la imitaba un poco.

Sin pensármelo más, llevé una mano hasta el borde del short, tratando de colarla por la cinturilla. Como me iban un poco estrechos, era incómodo meterla, así que, levantando el culo del colchón, abrí el botón y bajé la cremallera.

En un único movimiento, volví a recostarme en el lecho, mientras mi inquieta mano se colaba dentro de la braguita del bañador y realizaba una primera exploración.

Tuve que morderme los labios para no dar un grito de placer cuando mis dedos rozaron la trémula carne entre mis piernas. Sin darme cuenta, apreté los muslos con fuerza, atrapando mi mano en medio, haciéndome sentir con más intensidad.

Sorprendida, noté por el tacto que estaba literalmente chorreando; nunca me había mojado tanto al masturbarme. Estaba cachonda perdida. Desde luego, mucho más que cuando lo hacía con la foto del actor o cantante de turno.

Sin acabar de creérmelo, saqué mi mano de nuevo al exterior, comprobando que, efectivamente, mis dedos estaban pringosos de mis propios jugos de hembra caliente.

No me hice esperar más y, de inmediato, devolví la mano a su cálido escondrijo entre mis piernas, comenzando a acariciarme muy suavemente.

Como ya no podía usar esa mano para pasar las páginas, tuve que cambiar de postura, incorporándome hasta quedar recostada sobre la almohada. Y todo esto sin dejar de acariciarme la vulva, soy muy mañosa para esas cosas, ja, ja.

Una vez instalada con comodidad, volví a centrar mi atención en las aventuras de Julia, tocándome muy suavemente, disfrutando de una placentera paja en soledad.

La azafata, a la que habíamos dejado con medio kilo de carne embutido en la garganta, pronto decidió que ya estaba bien de tanto chorizo y que ahora tocaba almeja.

Al pasar la página, la joven yacía despatarrada sobre el sofá, la blusa del uniforme abierta para que se vieran bien sus fenomenales pechos y brindándole en bandeja su vagina al guapo piloto, que la observaba de pié, esgrimiendo una tremenda erección, brillante por la saliva de la joven.

– Ahora le toca a él – exclamé, al ver cómo en la siguiente foto el piloto incrustaba la cara entre los muslos abiertos de la chica y empezaba a devolverle el favor.

La cara de Julita era un poema. Si antes me había parecido que ponía cara de gusto con la polla en la boca, ahora expresaba un auténtico paroxismo de placer. Empecé a preguntarme si realmente sería tan placentero que te chuparan allá abajo. A mí me daba un poco de asco, porque aquello debía saber mal ¿no?

Sin dejar de acariciarme, volví la página y me encontré con que la pareja entraba ya realmente en materia. No sé por qué, todos aquellos juegos previos no me parecían sexo realmente, porque para eso había que meterla, ¿verdad?

Y ellos no se hicieron de rogar. El piloto empitonó a Julia de inmediato, metiéndole media verga en el chichi, mientras ella resoplaba de placer.

Mi mano había ido poco a poco y sin que yo me diera cuenta incrementando el ritmo en mi coñito, con lo que ya me estaba haciendo una soberana paja. Y pensar que le había dicho a Diego que no iba a hacer nada… ¡Ja!

Durante sucesivas tomas, la pareja se dedicó a follar alegremente sobre el sofá. Para combatir la monotonía (cosa totalmente innecesaria, pues yo estaba cualquier cosa menos aburrida) adoptaban diferentes posturas: él encima, los dos tumbados con él detrás, ella cabalgando mirando hacia la cámara, la piragua, que es lo mismo, pero de espaldas…

Y entonces fue cuando se puso a cuatro patas. La foto me gustó, pues Julia miraba hacia la cámara, con las tetas colgando como melones (supongo que de situaciones como esa viene la expresión) con una sonrisilla titubeante en los labios, que me hizo preguntarme qué vendría a continuación. El macho tenía una rodilla sobre el sofá, mientras su otro pie se mantenía en el suelo. Estaba erguido, la espalda recta, de forma que exhibía impúdicamente a cámara la tremenda empalmada que llevaba.

Empecé a desear ser Julia. Pero se me pasó de golpe.

– ¿Por el culo? – casi grité, estupefacta cuando, al volver la página, me encontré con un enorme primer plano de la acción, en el que se veía cómo un buen trozo de rabo se clavaba sin remisión en el ano de la chica – Pero, ¿cómo es posible? ¡Se la ha metido por el culo!

Y tanto que lo había hecho. No podía creer lo que veían mis ojos. Aquello no podía ser. Era imposible. Jamás había escuchado que esas cosas se hicieran (como ven, era bastante estúpida y jamás me había parado a pensar en el sexo entre hombres).

¡Por el culo! Increíble, aquella tía estaba loca. Pero Julia, ¿cómo has podido? ¿A quién se le ocurre?

Ilusionada, volví a clavar los ojos en la revista, deseando saber qué pasaba a continuación. La pareja volvía a cambiar de postura, pero manteniendo la verga del piloto bien metida en el culito de la chica. Yo me preguntaba si aquello no debía de dolerle, aunque, a juzgar por la cara de gusto de la muchacha, no parecía molestarle mucho que estuvieran usando su orificio de salida como entrada.

Y el maldito gorrito… Ni dándole pollazos por el culo conseguía el tipo que se le cayera de la cabeza.

Mi mano, literalmente buceaba en mi encharcada entrepierna. Me encontré mordiéndome de nuevo los labios, para no empezar a berrear de placer. Volví la página y la cosa estalló. Literalmente.

El piloto, con la boca abierta en una especie de espasmo, había desenfundado su verga de la retaguardia de la joven, sobre cuya grupa aparecían varios churretones de una sustancia blancuzca, en una cantidad tal que me dejó sobrecogida.

Supuse con acierto que aquello era semen. Lo que echaban los chicos cuando se “corrían”, como decía Marga, una amiga del colegio. ¿Le pasaría lo mismo a Diego?, me pregunté.

El reportaje acabó, pero yo no pasé de página. Seguía hipnotizada por la escena de la eyaculación del hombre, mientras me preguntaba si era normal que echaran tanto.

¿Cómo sería? ¿Tendría sabor? ¿Estaría frío o caliente? ¿Sería pegajoso? Y, sobre todo, ¿qué se sentiría si te la metían por el culo?

Y lo hice. Sin pensármelo más, llevé mi mano libre hasta mi espalda y colándola por detrás, me metí un dedo en el ano. Pegué un respingo del demonio, mientras mi cuerpo se tensaba como un arco. Y entonces me corrí. Como una burra. Fue el orgasmo más intenso que había experimentado hasta entonces.

Para evitar que se oyeran mis berridos, aplasté la cara contra la almohada y entonces pude gritar a gusto el placer que estaba sintiendo. Mis dedos siguieron jugueteando inquietos, en mi culo y en mi coñito, alargando enloquecedoramente la monumental corrida que me estaba pegando.

Por fin, agotada, me derrumbé sobre el colchón, jadeando, sintiendo cómo la sangre me latía en los oídos, los ojos muy cerrados para sentirlo todo con más intensidad.

Muy despacio, retiré las manos de sus acogedoras cuevas y me miré los dedos con incredulidad. Estaban empapados, incluso el que había tenido metido en el culo. Estaba literalmente echa agua en las entrañas.

– Jo, qué pasada… – jadeé, tumbándome boca arriba, intentando calmarme y recuperar el resuello.

Le debía una a Diego. Madre mía. Si llego a saber cómo era esto… me habría pillado una revista de esas mucho antes. Que le dieran mucho al Superpop. Nunca había estado tan cachonda.

Pero, ¿sería mejor que hacerlo con alguien? ¿Más intenso? Julia parecía habérselo pasado de fábula; vale que era una actriz, pero las caras que ponía…

Entonces escuché la voz de mi prima, que me llamaba desde el piso de abajo, sobresaltándome. Asustada, miré el reloj y vi que la hora de estudio había terminado. Habitualmente, en cuanto eso pasaba yo bajaba a reunirme con Clara, para ir de nuevo un rato a la piscina; pero, esa tarde, se me había ido el santo al cielo. A saber por qué.

– ¡Paula! – aullaba mi prima – ¿Te has muerto o qué?

Me di cuenta de que su voz sonaba más nítida, con lo que comprendí que subía a buscarme.

Como un rayo, escondí la revista bajo la almohada y me tumbé de nuevo, fingiendo dormir.

Lo hice justo a tiempo, pues en ese instante la puerta se abrió y Clara entró en el cuarto como un huracán.

– ¡Despierta ya, pava! – exclamó, dándome un puntapié – ¡Vamos a darnos un baño rápido y luego salimos a dar una vuelta por ahí!

Fingiendo haberme quedado frita, simulé despertarme con pereza, estirándome voluptuosamente. Entonces Clara se quedó mirándome y sus ojos parecían mostrar cierta preocupación.

– Oye, Paula, ¿estás bien? Estás muy colorada, ¿no tendrás fiebre?

Sin esperar respuesta, mi prima se inclinó y posó su mano en mi frente.

– Sí que parece que estás un poco caliente. ¿Llamo a mi madre?

– ¡No! – respondí con nerviosismo – Me encuentro perfectamente. No sé, hace calor en el cuarto, habré sudado un poco mientras dormía.

– Sí, será eso – dijo mi prima, mirándome con una expresión extraña en el rostro.

Superado el incidente, bajamos las dos a darnos un último chapuzón. Tuve que tener especial cuidado antes de meterme en el agua, pues, cuando me quité la camiseta, me di cuenta de que seguía empitonada y mis pezones se marcaban claramente en el bañador.

Por suerte, Clara estaba de espaldas y no se dio cuenta, si no habría tenido que soportar sus burlas toda la tarde.

Estuvimos poco rato en el agua, pues Clara quería salir a encontrarnos con sus amigas. Justo cuando salimos, apareció Diego en el patio en bañador y, en cuanto le vi, me puse colorada como un tomate, sin atreverme a mirarle directamente.

Mi primo, sin poder evitarlo, me dedicó una sonrisilla a costa de mi rubor, lo que me hizo enrojecer todavía más. Era obvio que el chico sabía perfectamente lo que había estado haciendo. Pensándolo bien, era muy posible que me hubiera oído a pesar de mis precauciones, pues su cuarto estaba pegado al nuestro.

Sin despegar los ojos del suelo y abochornadísima, salí disparada al cuarto para coger ropa para poder darme una ducha y largarme de allí, cosa que hicimos poco después. Me sentí aliviada al no tener que enfrentarme aquella tarde con Diego.

Pasamos la tarde con la pandilla de Clara, charlando y riendo relajadas. Por supuesto, el tema de conversación fue Manoli y su problema. Algunas de las chicas no sabían la identidad del padre, así que Clara y las que sí lo sabíamos, nos convertimos en el foco de atención.

Lo pasamos bien. Y luego yo me dedicaba a reírme de mi tía por chismosa. ¡Ja!

Aquella noche dormí como un lirón. Estuvimos charlando hasta tarde, como siempre, pero menos de lo habitual, pues estaba muy cansada.

Tras apagar la luz, estuve rememorando los acontecimientos del día, mientras mi mano palpaba la revista que ocultaba bajo la almohada. Y así me dormí.

CONTINUARÁ

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Relato erótico: “La mejor amiga de mi hija y la criada luchan por mi 4” (POR GOLFO)

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A la mañana siguiente, cuando despertó en brazos en brazos de la hispana, la vergüenza de haberse dejado llevar por la lujuria volvió con fuerza. ¡Se sentía un puto viejo verde! Incapaz de moverse, mientras sentía los juveniles pechos de Estefany bajo sus palmas, Gonzalo quiso que lo ocurrido hubiera sido un sueño.

«¡Por dios! ¿Qué he hecho?», se torturó mientras en su mente se acumulaban las excusas con las que intentaba disculpar su comportamiento.

Sin entender cómo era posible que hubiese permitido sucumbir a la pecaminosa atracción que sentía por la chavala, temió la reacción de su hija cuando se enterara.

«Lo mínimo es que deje de hablarme y será lo lógico. Nadie perdonará que un viejo como yo haya seducido a una cría tan joven», se dijo sin culpabilizar a la verdadera responsable.

Abochornado hasta el tuétano, recordó que ese sábado habían quedado en que Patricia le presentaría a su chico a la hora de comer.  La comida que él mismo había concertado para castigar a su retoño, se había vuelto en su contra. A toda costa tenía que evitar que la adorable criatura que seguía durmiendo pegada a él, ya que no se sentía capaz de disimular lo que había hecho. Dando vueltas sobre el asunto, trató de hallar un motivo por el que Estefany se auto excluyera y así no tenérselo que pedir. Desgraciadamente, todas las ideas que le vinieron a la cabeza o bien no eran factibles o siéndolo, provocarían la humillación de la pobre chiquilla que creyéndose enamorada había llegado hasta sus sábanas. Cómo lo último que deseaba era hacerle daño y que se sintiera usada por él, decidió tomar el toro por los cuernos y esperar la primera oportunidad decirle que había que evitar que su hija se enterara del desliz.

«Ella es la primera interesada, no en vano son como hermanas», se dijo sin advertir que desde su planteamiento esa decisión tenía un fallo: esa joven bruja no lo veía como un pasatiempo sino como el hombre con el que quería compartir ¡el resto de la vida!

Dio prueba de ello cuando a los cinco minutos, se despertó y viéndose en brazos del que consideraba su galán, comenzó a acariciarle el pecho mientras sonriendo le daba los buenos días de un modo que jamás esperó.

―Mi amor, ¡no sabes los años que llevo soñando con amanecer en tus brazos!

Hasta el último vello de su cuerpo se le erizó al escuchar la ternura de su voz al confesar que la fascinación que sentía por él venía de antiguo y por fin comprendió que había minusvalorado el problema si lo que acababa de oír era cierto. Poniendo su cerebro a funcionar, infructuosamente buscó qué responder que no fuera cruel y dañara su frágil estado de ánimo.

«Acaba de salir, si es que lo ha hecho, de una depresión», balbuceó mientras exteriormente forzaba una sonrisa.

La muchacha leyó como si fuera un libro abierto la incomodidad del hombre que sabía suyo y confiando ciegamente en que lo tenía en su poder, se hizo la tonta y siguió martirizándolo:

―Cuando Patricia me habló de tu obstinación para que, en vez de con ella, me quedara en tu casa, comprendí que también me amabas y que mis sueños se harían realidad.

Gonzalo quiso rebatírselo y que supiese la verdad, pero no pudo. Algo en su interior se lo impedía. Con la respuesta en la punta de la lengua y deseando clarificarle desde ese momento que lo suyo era imposible, no tuvo el valor, el coraje o los huevos de poner la verdad sobre la mesa. Cabreado consigo mismo, susurró si bajaban a desayunar.

―Mi desayuno está en esta cama― contestó la chavala cogiendo entre sus manos la virilidad de su acompañante mientras se deslizaba dándole besos por el cuerpo…

Doña Bríxida mejoraba por momentos y la tranquilidad con la que los médicos valoraban su evolución, permitió a Antía centrarse en su misión. Siendo la última de una larga estirpe de hechiceras que ocultamente había influido en la historia del noroeste de la península, la pelirroja poseía algo que cualquier bruja, chamán o meiga hubiera deseado para sí: una de las más extensas bibliotecas de libros mágicos, pero sobre todo el famoso formulario de conjuros que generación tras generación habían enriquecido las mujeres que le antecedieron. Aprovechándolo y mientras su madre se recuperaba en el hospital, se encerró en el casón de la familia y estudió. Sabía que no se debía engañar por la juventud de su rival y que, bajo su apariencia de niña boba, era una verdadera hija de puta.

            ―No debo confiarme― se dijo al recordar que el día en que Gonzalo apareció con ella en la casa percibió con claridad su poder: ―Esa zorra es peligrosa.

            Por ello, la noche anterior había entrado en contacto con los espíritus de sus ancestros para que la guiaran en su venganza, aunque eso significara que tuviera que pagar un precio. Tras plantear a sus difuntos el alcance de su misión, esperó bajo la luna llena que ellos le respondieran. La única que se dignó en aparecer fue María de Zozaya, la última de las grandes matriarcas que fue condenada a la hoguera por la Inquisición en 1.610.

            ―Madre de la madre de mi madre, gracias por contestar― cayendo postrada ante la aparición, declaró solemnemente usando la formula prevista, que no significaba que fuera su bisabuela, sino que con ella la reconocía como su ascendiente.

            El fantasma, si es que se puede llamar así, al hálito de vida que tomó forma ante ella, respondió:

            ―Hija de la hija de mi hija, mi igual.

            Antía no pudo más que respirar al escuchar que esa famosa hechicera quemada en Zugarramundi por el infausto Carvajal le daba el lugar que necesitaba para plantearle la pregunta que deseaba y necesitaba hacer:

            ―Madre― acortando el trato: ― Antes de enfrentarme a una bruja venida de lo que en tu época se conocía como las Indias, me gustaría saber cómo debo actuar para vencerla y qué debo hacer para matarla.

            El espectro se tomó unos segundos para leer en su mente la verdadera necesidad que le planteaba, antes de contestar:

            ―Los celos son malos consejeros y deberás tener cuidado. Si has sido capaz de descubrir sus poderes sin haberlos siquiera usado, es menester reconocer que la bastarda del criollo al que amé y luego odié lleva en su sangre tanta herencia mágica como tú.

            «¿Bastarda del criollo al que amó y luego odió?», se preguntó y viendo que su antepasada se abstenía de continuar, rehízo su consulta:

            ―Madre, esa mujer ha atacado a una que es sangre de tu sangre y yo, cómo tu heredera, necesito tu consejo para que se enfrente a tu justicia.

― ¿Mi justicia? Hace demasiadas centurias que mis cenizas las esparció el viento, si deseas mi auxilio debes ofrecerme algo más que la venganza.

Desde que decidió consultar a sus antepasados, la treintañera asumió que debería pagar un precio y por eso no le extrañó que doña María fuera lo que quisiera cerrar antes de dar cualquier tipo de consejo.

 ―Amada Madre, ¿dígame qué puedo ofrecer y se lo daré? ― preguntó.

            ―Me conformaría con que me dejes disfrutar de tu vida en tres ocasiones. Acepta que te suplante y toda la sabiduría que llevo acumulada en estos siglos será tuya y haré de ti mi primogénita.

            «¿Dejar que posea mi cuerpo a cambio de cuatrocientos años de experiencia? ― se preguntó y sin valorar más que debía responder, levantándose contestó: ―Madre de la madre de mi madre, acepto. ¡Tómeme!

            La risa de la fue quemada en vida resonó entre los muros del casón familiar:

            ―El momento de reencarnarme brevemente en ti lo decido yo. Mientras llega, te confiero mi saber.

Nada más decirlo, el flujo de información que llegó al cerebro de la gallega la hizo trastabillar. Mientras sus rodillas eran incapaces de sostener su peso y caía a plomo contra el suelo, su mente se vio avasallada por las imágenes y vivencias que la difunta había atesorado durante su vida y después de muerta.

― ¡Qué la diosa me proteja! ¿Qué he hecho? ― gritó al ser plenamente conocedora de la maldad de la mujer a la que había unido su destino…

8

Ajena a que su padre era la posesión que llevaría a dos estirpes mágicas a enfrentarse, en el apartamento que éste le había regalado y del que ni siquiera pagaba gasto alguno porque todo lo asumía él, Patricia estaba tratando de convencer a su novio que era solo una comida:

―Manuel. Ya te expliqué que, para que se quedara con Estefany, mi padre exigió conocerte. 

            ―Ese es tu puto problema, no el mío― sin levantarse del sofá, contestó a lo suyo mientras encendía la PlayStation.

            ―Por favor, no seas niño. Serán poco más de dos horas y luego te prometo que no me quejaré si te pasas jugando el resto del fin de semana.

            Siendo una oferta interesante, el descerebrado que tenía encoñada a la hija de Gonzalo vio que podía exprimirla más y por ello, sin siquiera dignarse a mirar, replicó:

―No me apetece en lo más mínimo conocer a tu viejo. La verdad es que me la sudan tanto él como tu amiga, la panchita.

El racismo que desprendían sus palabras la indignó, pero mordiéndose un ovario pasó a puntillas sobre él mientras figuradamente se bajaba las bragas:

― ¿Qué prefieres? ¿Venir a la comida o que tengamos qué convivir con ella?

Sabiendo que Patricia era una celosa recalcitrante que bebía vientos por él, no tuvo reparo en contestar desternillado:

―Si está buena, tráela aquí. Prometo que no me la tiraré… ¡más de dos veces al día!

Con un enfado de narices, la pelirroja se preguntó por qué todavía soportaba sus desplantes cuando la casa era suya y pagaba los gastos que su viejo se negaba a asumir mientras él ni siquiera tenía trabajo. Humillada, Patricia misma se contestó recordando que Manuel cuando veía que no podía seguir tirando del hilo para congraciarse con ella la tomaba en mitad del pasillo salvajemente:

«Lo quiero y encima folla riquísimo».

Asumiendo su debilidad, casi llorando le imploró que lo acompañara. El tipo, un moreno agitanado cuya única virtud se escondía entre sus piernas se echó a reír y señalando la bragueta de su pantalón, contestó:

―Durante una semana, no te quejaras y como prueba de que aceptas… ¡bájate al pilón! 

Como si fuera una drogadicta en busca de su dosis, Patricia se arrodilló y gateando por la habitación comenzó a maullar mientras se aproximaba al sofá donde su pareja la esperaba descojonada.

―No sé qué cojones vi en ti cuando había zorras mejores en el mercado― decidido a humillarla antes de ceder, comentó.

Por increíble que parezca, Patricia interpretó ese menosprecio como un piropo y creyendo que si la había elegido a ella antes que a otras era porque la amaba, se excitó. A su novio en cambio le asqueó comprobar que su insultó no había conseguido hacer mella en su coraza y que, lejos de indignarse, tomaba su hombría entre las manos para pajearlo.

―Usa la boca. ¡No lo quiero repetir! ― gritó sabiéndose al mando.

Esa nueva humillación increíblemente acentuó su calentura y sintiendo como se humedecían sus bragas, abrió los labios y con estudiada lentitud para que su hombre estuviera contento, se fue introduciendo su tallo hasta el fondo de la garganta.

―Así me gusta, ¡perra! ¡Cómetela!

Tremendamente avergonzada, se terminó de embutir el miembro mientras Manuel disfrutaba descojonado de su sumisión. Con lágrimas recorriendo sus mejillas y el flujo que se desbordaba por sus muslos, empezó a meter y sacar el instrumento de su obsesión.

Éste, tratando de reforzar su dominio, pero sobre todo la humillación de la mujer que lo mantenía, le ordenó masturbarse. En su insana adicción, suspiró al sentir que esa orden era una muestra de que Manuel deseaba compartir el placer que le daría y bajando la mirada para que no viese su alegría, se comenzó a tocar tímidamente.

― ¡Más rápido! ¡Sé que lo estás deseando!

No muy segura de sí era acelerar la mamada o su paja, Patricia aumentó la velocidad de ambas, de modo que mientras convertía la boca y su garganta en una eficaz máquina de ordeño, con los dedos en su sexo, torturó su clítoris con decisión.

―No sabes ni mamar una polla― escuchó que le decía mientras usando las dos manos sobre su cabeza le forzaba los límites de su garganta.

 La indefensa y excitada muchacha no pudo evitar sentir arcadas, pero no hizo ningún intento por retirarse.

― ¡Quiero que te la tragues toda! ― gritó Manuel mientras violaba su boca.

No queriendo fallar a su hombre y necesitando beber el manjar que le daría al correrse, Patricia incrementó el ritmo y la profundidad de su mamada. Las risas del malnacido se avivaron cuando vio a la mujer que financiaba sus vicios convertida en una esclava incapaz de defraudar a su amo.

Por eso, la obligó a meter y a sacarse de la boca su pene a un ritmo desenfrenado mientras él terminaba la partida del FIFA. Al conseguir meter un gol con Messi en la televisión, eyaculó directamente en el estómago de Patricia y haciéndose el agradecido, accedió a acompañarla a comer con su viejo.

―Eso sí, cómo ese fascista me pregunté de qué vivo, me levanto y me voy…

La hija de Gonzalo Sierra, el gran inmobiliario, se corrió al saber que Manuel la amaba tanto que era capaz de olvidar el odio que les tenía a los capitalistas solo para hacerla feliz…

Queriendo agradar y en cierta forma dar la bienvenida a la nueva pareja de su hija, Gonzalo se decantó por celebrar el encuentro en un restaurante que fusionaba las dos comidas que más le gustaban. Por eso eligió reservar mesa en “La Única” donde bajo la mano experta del chef Andrés Madrigal la cocina mexicana con la española brillaban con esplendor, haciendo de esa experiencia algo sublime. Al no haber sabido cómo evitar que Estefany los acompañara, se vio con ella esperando a la entrada del local en Claudio Cuello la llegada de Patricia y ese tal Manuel.

Asumiendo la hispana que el miedo a que su retoño descubriera la relación que mantenían era el motivo por el cual su “amorcito” no dejaba de moverse en la acera, decidió tranquilizarlo y facilitarle las cosas. Por ello, pocos minutos que llegara su amiga, le pidió que se acercara porque quería decirle algo:

―Amor, no quiero que pienses que me avergüenza lo que hemos hecho, pero creo que es mejor que Paty no se entere todavía de que soy tuya.

Respirando por primera vez esa mañana, el hombretón vio abrirse el cielo ante él y tomándola de la cintura, la besó. Afortunadamente ese beso fue breve. A los pocos instantes de separar sus labios, el Golf de Patricia apareció doblando la esquina de Columela. Lo cerca que habían estado de pillarles, lo hizo reír y acercándose al coche descubrió que el tipo que vivía con su pequeña era poco menos que un “perroflauta”. Que no se hubiese dignado a ponerse una camisa limpia y que llevara una camiseta andrajosa del Che Guevara, pasó a segundo plano cuando vio las rastas que lucía en el pelo. Aunque desde el primer momento, le repelió, se forzó a sonreír y lo saludó.

― ¿Con que éste es el fósil? ― dejándolo con la mano extendida, el que ya había catalogado de parásito preguntó a Patricia.

―Papá, te presento a Manuel.

Gonzalo tuvo que morderse un huevo para seguir mostrando la cordialidad requerida cuando ese cretino chocó su pecho contra él al modo en que en su círculo se saludaban los colegas.

«Menuda mierda de enano», pensó al comprobar que le sacaba casi un palmo de altura y al menos veinte kilos.

El cabreo del ejecutivo no fue nada comparada con el de Estefany cuando en su caso la abrazó de una forma que catalogó de indecente.

«Como no me suelte de inmediato, este gafo va a saber quién soy», se dijo al notar que el novio de su amiga tenía posada la mano en una de sus nalgas, mientras ajena a su comportamiento Patricia le reía las gracias.

Por suerte para el recién llegado soltó a la joven antes de que ella decidiera darle un escarmiento. Aun así, cualquier observador se hubiera percatado del enfado de Gonzalo y de la bruja mientras entraban al restaurant.

«¿Cómo una mujer tan brillante se ha podido enamorar de este tarado? ¡Se nota a la legua que es un inútil sin ningún tipo de iniciativa!», se preguntó la morena mientras tomaba asiento lejos de su hombre para evitar ser descubiertos.

Supo de su error cuando olvidándose de la dueña del piso donde vivía, se puso a tontear con ella mientras padre e hija hablaban de cosas banales en un intento de pasar el trago esperando la llegada del camarero para pedir algo de beber.

― ¿Qué hace un bomboncito como tú viviendo con ese anciano? ― susurró creyendo que era un piropazo digno de un poeta del romanticismo.

Para Estefany fue la gota que derramó el vaso y sin alzar la voz, respondió:

―Aprender qué es un hombre y no un culicagado como tú.

Desconociendo que con ese término la gente de su país designaba a los niñatos, el tipo fue lo suficiente avispado para entender que era un insulto. Pero eso, lejos de calmar la fascinación que sentía por los pechos que podía intuir bajo el discreto vestido de la colombiana, la exacerbó y convencido de su propio atractivo, siguió acosándola con lisonjas salidas de tono:

―Seré un culicagado, pero si necesitas un revolcón sabes que estoy buenísimo.

 ― De necesitar ser culiada, tú serías el último en el que pensara― rabiosa, contestó la bruja mientras pensaba en qué sortilegio usar para que no se le levantara durante un año.

Viendo su cabreo, Manuel prefirió no seguir tentando al destino y cambiando su atención se centró en la charla que mantenían del otro lado de la mesa. Al escuchar que Gonzalo estaba hablando del incremento que estaban sufriendo los activos inmobiliarios y olvidando que gran parte de los ingresos de Patricia venían de la empresa de su viejo, la radicalidad política de la que hacía gala y que, según él le hacía irresistible, comentó:

―Habría que guillotinar a todos esos explotadores y así el mundo sería mejor.

Sin poderse contener, el ofendido tomó la palabra ante el horror de su hija:

 ―Muchacho. No es necesario decir lo que se piensa, pero si pensar lo que se dice.

Mientras Estefany sonreía orgullosa del sopapo que le había dado con esa diplomática respuesta, Manuel no se dio por aludido e incrementando su metedura de pata, insistió:

―La riqueza no debe estar en manos de unos pocos, sino de la clase trabajadora.

            Sin dejarse intimidar, Gonzalo se echó a reír:

            ―No puedo estar más de acuerdo. Como ejemplo, te expongo mi caso. Tenía dieciséis años cuando mi padre murió y para mantener a mi madre, tuve que ponerme a trabajar mientras seguía estudiando.

Aunque en ningún momento se había metido con él, esta vez intuyó el menosprecio que ese magnate sentía por su figura y con ganas de que ese capullo sufriera viendo el poder que tenía sobre su hija, tomando su mano, comentó:

―Patricia no se queja de los trabajitos que le hago por las noches.

Tal y como había sido su deseo, Gonzalo se quedó horrorizado al contemplar la felicidad con la que Patricia recogía el guante: y que, obviando su presencia, en vez de cachetearlo, ¡lo besaba!

«¡Pero qué clase de boba he criado!», se dijo mientras lanzaba la servilleta sobre la mesa y se levantaba con intención de irse del local.

Cayendo en lo que había hecho, pero ante todo temiendo quedarse sin apoyo financiero, su hija corrió tras él dejando a Estefany con su novio. Mientras éste se reía disfrutando de su victoria, la bruja decidió tomar cartas en el asunto. Sin alzar la voz y con tono tierno, se encaró:

―Mamaguevo, no tienes idea de a quién te enfrentas.

― ¿Una zorra necesitada de polla? ― replicó Manuel todavía desternillado.

―En lo de zorra has acertado, en lo segundo no. Gonzalo me da la que necesito.

― ¿No jodas que te andas tirando al viejo?

―Como ya te he reconocido, sí y no tengo queja de su desempeño.

―Eso es que no has probado lo bueno – señalando su entrepierna, contestó muerto de risa.

Sin dejar de sonreír, la joven llevó su mano a la bragueta del que se sentía un seductor:

―Disfruta de tu ultima erección, porque cuando se te baje dudo mucho que se te vuelva a repetir.

Alucinado por la rapidez con la que su pene reaccionó a ese tierno masaje, creyó que Estefany se le estaba insinuando y separando las rodillas, la azuzó a seguirle pajeando. Para su sorpresa e incredulidad, la muchacha separó sus dedos y señalando la puerta, le hizo ver que su novia volvía acompañada del padre.

―Piensa rápido una excusa con la que explicar a esa tonta que la tengas tiesa.

Abochornado, usó la servilleta para ocultar el estado de su miembro mientras se volvían a sentar en la mesa. Notando que el ejecutivo seguía furioso, decidió bajar el tono por si, al hacerlo, eso le diera la oportunidad de robarle la amante, que no era otra que la mujer que con solo un roce de sus yemas había conseguido ponerle tan bruto.

Con su mástil pidiendo guerra, el rastras no pudo disfrutar del pulpo a las brasas con salsa ranchera que se pidió y con ganas de aliviarse, apresuró la despedida para que, en mitad del parking, Patricia le hiciera una mamada. Tras su primera eyaculación, se quedó gratamente sorprendido de seguir erecto y por eso exigió que le hiciera una segunda. Cuando tras esa, su pene seguía manteniendo tanto su dureza como su verticalidad se empezó a preocupar recordando la profecía de la morena.

«¿Qué me ha hecho?», se preguntó mientras se incrementaba el dolor que sentía en los huevos.

Aterrorizado, urgió a Patricia a acelerar y nada más cruzar la puerta del piso que compartían, la empotró contra la pared esperando que ese tercer asalto consiguiera al fin relajar su sobreexcitado atributo. Su nerviosismo se incrementó al dejarla tirada y satisfecha mientras contemplaba la ausencia de respuesta y que su verga seguía tan dura como antes.

―Llévame al hospital― rogó ya con lágrimas en los ojos al sentir un sufrimiento insoportable.

Solo entonces, su novia fue consciente de lo que sucedía y sin tiempo de acomodarse la ropa, volvieron al Golf y lo llevó a las urgencias de la Paz donde el médico residente tras inyectarle algo para el dolor comentó a la pareja que sufría priapismo isquémico.

― ¿Eso qué significa? ― preocupada preguntó Patricia.

No queriendo asustarlos en demasía, el galeno explicó que ese fenómeno era resultado de la incapacidad de la sangre para salir del pene y que, siendo una patología grave, existía tratamiento. Al exigir Manuel que detallara lo que iban a hacerle, el sanitario explicó que debían drenar la sangre clavándole una jeringa en el glande mientras lo trataban con medicamentos vasoconstrictores y que solo en el hipotético caso que siguiera sin responder, habría que pasar por el quirófano para redirigir el flujo de sangre y que ésta pudiera volver a circular.

―Ese es el último recurso, pero no lo recomiendo por las posibles secuelas.

Temblando de pies a cabeza, Manuel se puso en sus manos mientras en la mente volvía a oír la amenaza de la colombiana en la que profetizó que esa sería su última erección. Por eso cuando a la media hora y tras un cóctel de fenilefrina y cuatro extracciones le avisaron del peligro de que su pene se gangrenara, aterrorizado, accedió a que le metieran cuchillo…

9

Al llegar al chalet, Estefany se ocupó de tranquilizar a Gonzalo entregándose a él y por eso estaba más tranquilo cuando recibió la llamada de su hija llorando desde el hospital para comunicarle que su novio estaba en el quirófano. Sintiendo pena por su retoño, la prometió ir de inmediato y colgando, miró a la espléndida criatura que esperaba desnuda en su cama. Sin prisa alguna y olvidando su promesa, se lanzó entre sus piernas, de forma que no llegaron hasta una hora más tarde a consolar Patricia.

Ya en los pasillos de la Paz, la muchacha se hundió en un abrazo al ver a su viejo y desconsolada, le explicó lo que ocurría y las complicaciones que podían derivarse de la operación. El ejecutivo no exteriorizó la satisfacción con la que recibió que su amado yerno pudiera llegar a sufrir una disfunción eréctil permanente e hipócritamente la consoló haciéndole ver que Manuel era un hombre muy joven y que no tardaría en volver a ser el de siempre.

«Cariño, ya puedes buscar otro macho, el que tienes ahora será un puto eunuco de por vida», desde un rincón y sin intervenir, pensó la morenita sin rastro alguno de remordimiento. Para ella, el conjuro que había mandado a ese malnacido era una muestra de amistad hacia la su amiga al evitar un futuro desgraciado al lado de ese mequetrefe: «En cuanto se dé cuenta que no te va a poder satisfacer, la vergüenza le hará dejarte y ¡jamás volverá!».

Por eso, cuando pasados noventa minutos lo bajaron a la habitación y Patricia se fue a hablar en compañía de su padre con el médico para que les contara el resultado de la intervención, aprovechó para acercarse al convaleciente y susurrando al oído, ser ella quien se lo anticipara:

―A partir de este momento, la única forma que puedas volver a sentir que se te para, será cuando un maromo de dos metros te culee. Te aconsejo ir añadiendo una “a” a tu nombre para hacerte a la idea de que pronto todo el mundo te conocerá como “Manuela la maricona”.

Los chillidos de terror del pobre tipo hicieron intervenir a las enfermeras y solo chutándole un analgésico en vena consiguieron que no se quitara la vía que le habían puesto en el brazo.

«Eso te ocurre por meterte con el hombre de una bruja», tomando su bolso, lo dejó dormido y se fue a consolar a Patricia que lloraba en brazos de su padre destrozada al haber recibido la noticia del irreversible estado de su novio…

Al extremo noroeste de España y en ese mismo momento, Antía estaba que no salía de júbilo, ya que el cardiólogo que atendía a su madre le acababa de confirmar que si seguía con la misma evolución podría llevársela a casa en un par de días.

            ―Todo va satisfactoriamente y aunque doña Bríxida deberá tomarse la vida con calma las próximas semanas, no preveo que le quede ninguna secuela del Ictus.    

            Que su madre necesitara su ayuda durante al menos diez días, la cabreó ya que eso le daría tiempo a su enemiga a cimentar aún más el dominio que ya estaba ejerciendo sobre su jefe, al cual secretamente llevaba amando desde el día en que la contrató. Pero sacando lo único positivo era que esa zorra se confiaría y no la vería llegar cuando usara sus dones mágicos para recuperar lo que era suyo…

Como la antioqueña previó, al salir del hospital, Manuel dejó salir la frustración que sentía cada vez que iba a mear y observaba el lamentable estado de su anterior orgullo, descargándola contra Patricia. Y a pesar de que ésta intentó en todo momento hacer más llevadera la situación, su presencia suponía el doloroso recuerdo de lo que había perdido. Mientras su relación iba en picado, era exactamente lo contrario lo que pasaba en el chalet, donde poco a poco Gonzalo se fue olvidando de los reparos que para él suponía estar con una mujer a la que le llevaba más de veinte años y que para colmo era la mejor amiga de su hija.

Por eso, se volvió una rutina llegar apresuradamente a casa para descubrir que se le había ocurrido a esa bella para alegrarle la vida. Y es que cuando no le sorprendía con un disfraz de fulana que hubiera avergonzado a cualquiera de ese gremio, directamente lo recibía en pelotas o atada a los barrotes de la cama. Una de esas ocurrencias tuvo lugar la tarde en que su hija le llamó para comunicarle que Manuel le había dejado una nota echando toda la culpa de lo que le sucedía a Estefany y que se iba a una comuna de Almería a recuperarse.

―Ni siquiera ha tenido el detalle de decírmelo a la cara― la abandonada sollozó al otro lado del teléfono, mientras él estaba dándose un banquete con la nata que convenientemente distribuida por el cuerpo de la hispana tenía para cenar.

Sin ocultar ya su alegría y ejerciendo de padre, Gonzalo cargó contra el que hasta entonces era su novio haciéndole ver que además de ser un desecho humano, ni siquiera era lo suficiente hombre para terminar con ella en persona.

―Es lo mejor que te puede haber ocurrido― añadió antes de pasarle a su amiga para que ella la terminara de consolar.

Lo que nunca previó fue que al recibir el móvil le hiciera una seña pidiendo que continuara con la faena que Patricia había interrumpido mientras hablaba con ella. El morbo de disfrutar del blanco montículo que la morenita lucía entre las piernas, sabiendo que su hija estaba al otro lado del teléfono fue tal que no lo dudó y sumergiendo la lengua entre sus pliegues, la usó como cuchara con la que lentamente se puso a recolectar ese dulce.

―Tienes que buscarte un hombre a tu altura que se atreva a dejarlo todo para hacerte feliz― la oyó decir mientras tomaba entre los dientes su clítoris.

Azuzado por el descaro de la joven, quiso castigarla y mientras seguía charlando comenzó a mordisquearlo con decisión. Supo que iba a ponerla en un aprieto cuando vio el tamaño que habían adquirido sus pezones y sin dejarla de devorar decidió añadir más leña pellizcándolos.

Comprendió que Patricia debía de haberse echado a llorar, cuando la hispana comentó:

―Cariño, sé que ahora te parece muy duro. Pero siendo tan guapa, no tardarás en encontrar otro galán que te mime. El mundo está lleno y solo hay que saber buscarlos.

El temblor de su voz le alertó que la situación podía desmadrarse, pero haciendo oídos sordos a lo que dictaba su razón, metió su pene en ella para dar otra vuelta de tuerca a la situación. La facilidad con la que la empaló dejó clara la intensidad de lo que estaba sintiendo y su calentura. Aprovechando que no podía quejarse, ni repeler su ataque sin descubrirse, comenzó a meter y sacar su pene de ella con un ritmo pausado y firme.

―Tienes que dejar de quejarte y reemplazar a ese niñato con un tipo que te haga enloquecer cada vez que te coja.

Que hablase de sexo con Patricia teniéndolo a él entre sus piernas, lo cabreó e incrementando el compás de sus caderas, convirtió su trote en galope con intención de castigarla.

―Una verga con la que aliviarte las ganas es lo que necesitas, pero si te interesa mientras la encuentras no me importaría volver a ser yo tu juguete cómo hacíamos en Paris― oyó decir alucinado a la hispana.

Sin llegarse a creer que su retoño hubiese compartido un escarceo lésbico con ella, se terminó de indignar y elevando al máximo la velocidad de sus penetraciones, se lanzó desbocado a acallar la conversación con nuevas y profundas cuchilladas de su miembro.

― ¿Por tu papá no te preocupes? No escucha. ¡Debe estar por el jardín! ― comentó mientras su coño era sometido a tal tratamiento.

Algo debió contestar su hija, porque Estefany se echó a reír y contestó:

―Me encantaría tenerte en mi cama para consolarte.

Antes de que Gonzalo pudiera darse cuenta del giro de la conversación, se desembarazó de él y poniéndose a cuatro patas, encendió el altavoz mientras añadía que la había obedecido.

―Zorra, usa las manos para abrirte el culo.

Aterrorizado vio que la morena volvía a obedecer.

―Ya estoy haciéndolo, mi ama.

―Toma el consolador de la mesilla y clávatelo.

«¿Qué coño hace?», se preguntó cuándo en vez de coger ese instrumento la joven tomó su verga y se la incrustó.

―Dios, ¡qué grande es! ― suspiró demostrando a su interlocutora que seguía sus instrucciones.

―Dale vuelo, ¡puta! ¿O prefieres que llame a mi padre para que sea él quien te encule? ― desde su piso, Patricia la amenazó.

―Por favor, ¡llámalo! ― rugió la latina mientras comenzaba a mover su trasero.

―Imagina que es él quien te tiene ya empalada y pídele que te folle como la zorra que eres.

Sin revelar que era algo que estaba haciendo en realidad, sollozó:

―Gonzalo, usa a tu esclava mientras tu niña nos escucha.

Aguijoneado por el morbo sin igual de esa situación, el maduro tomó impulso en los hombros de Estefany e inmerso en la lujuria, retomó el ritmo con el que la había estado penetrando mientras oía que Patricia se comenzaba a pajear.

― ¿Crees que no me había dado cuenta de que deseabas ser la puta que consuele a mi viejo?

Haciéndose la descubierta, la latina lo confirmó:

―Me encantaría volverme tu madrastra y darte un hermanito.

La carcajada de su hija al escuchar la burrada lo dejó paralizado, pero aún más oír su respuesta:

―Siento decirte que mi padre lleva un buen tiempo tirándose a la criada.

Girándose cabreada, por señas preguntó a su amante si era cierto. Al ver en su rostro que no era así, replicó:

―Dudo que se la ande culeando, pero de ser cierto la olvidaría por mí. ¡Yo estoy mucho más buena!

Descojonada con los celos de su amiga al interpretar el papel de amante de su padre, le explicó que, aunque no se lo creyera, bajo el uniforme de chacha la pelirroja era una mujer de bandera.

―Tiene unos pechos al menos tan apetitosos como los tuyos― se rio mientras la impulsaba a demostrarle que viejo se la estaba empotrando.

― Gonzalo demuestra a la zorra que nos escucha como suena tu polla entrando en mi culo― contestó mientras llevaba el móvil a su trasero.

Creyendo que el chapoteo de su verga era producto del consolador sodomizándola, Patricia se excitó de sobremanera y demostrando la calentura que la dominaba, la obligó a cambiar de agujero.

―Metete en el coño la polla de mi padre para que te preñe cual ganado.

La latina no puso reparo alguno en cumplir su deseo y clavándoselo hasta el fondo comenzó a berrear que la embarazara mientras su cuerpo caía en el placer. La certeza de que en ese momento Patricia había sucumbido igualmente al escuchar sus gemidos fue el último empujón que Gonzalo necesitó para dejarse llevar y explotar en su interior.

― ¡Como echaba de menos estos juegos en los que simulábamos ser amantes! ― mientras derramaba su semen en la latina, declaró Patricia tranquilizándolo sin desearlo.

Viendo la cara del maduro, Estefany aprovechó para aclarar la verdad y tomando el móvil, susurró:

―Nunca lo hemos hecho realidad, pero ya sabes que por ti ¡me haría lesbiana!

Las carcajadas de Patricia mientras colgaba lo dejaron pensando si con ellas había aceptado o no la propuesta de la morenita que le sonreía desde la cama. Es más, estaba a punto de echarle la bronca por cómo lo había usado para satisfacer la imaginación de su retoño cuando ésta, entornando los ojos, le preguntó si le gustaría que sedujera a la gallega y así una noche apareciera en su cama.

―Ni se te ocurra, Antía además de buena persona es una chica inocente que no debe saber ni lo que es follar― contestó horrorizado al ser algo que nunca se había planteado y que tampoco deseaba.

  Para su desgracia no supo interpretar el fulgor de los ojos de Estefany al hablar de la supuesta castidad de la criada y menos que la bruja ya hubiera decidido usar sus dones para que entre ambos la estrenaran…

Relato erótico: “El obseso. relaciones parentales” (POR RUN214)

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            Por primera vez en mucho tiempo el despertador interrumpe mis sueños. Normalmente llevo despabilado un buen rato antes de que suene. Un buen rato en el que me estoy pajeando bajo las sábanas pensando en tetas y coños. Me la meneo hasta que estoy a punto de correrme y justo entonces sujeto la punta de mi prepucio mientras eyaculo almacenando el semen en esa bolsita que forma la punta del pellejo. Después me quedo adormilado hasta que el despertador suena. Lo apago y espero hasta que mi madre entre unos minutos después para ver si estoy despierto. Me pone la mano en el pecho y me susurra para que me levante sin saber que llevo en vela más de media hora y que estoy sujetando el semen dentro de mi polla con la punta de mis dedos para que no se escape.

Hago como que me desperezo y espero hasta que sale de mi cuarto para ir al baño donde suelto mi carga y aprovecho para mear contento de que nadie conozca mi secreto pajeril.

Pero hoy es distinto. He dormido de un tirón y estoy descansado. No estoy cachondo, no pienso en tías ni en follar. No me maldigo por no parar de pensar en sexo continuamente en lugar de dedicar el tiempo a cosas más provechosas como estudiar.

Saco los pies de las sábanas y me quedo sentado en el borde de mi cama. Siempre duermo en calzoncillos y camiseta pero hoy estoy completamente desnudo. Miro a mi pene sorprendido. Es increíble que no me esté apuntando a la cara a estas horas, él siempre se levanta antes que yo, duro y firme.

Mi madre no ha entrado aun en mi cuarto para asegurarse de que sigo vivo. Salgo al pasillo en pelotas. Hoy no me importa que alguien me pueda ver así. Cruzo hasta el baño, levanto la tapa del váter y meo sin utilizar las manos. Me miro en el espejo y me encuentro guapo. No es normal que me vea guapo. Sonrío, estoy feliz.

De vuelta a mi cuarto oigo a mi madre en la cocina. Estará preparando mi desayuno, como siempre. Mi padre está en la cama todavía, ha tenido turno de noche y se levantará tarde. Entro en mi habitación y veo mi ropa sobre la silla junto a la pared. Es una mierda de ropa pero yo no sé vestir bien, no tengo gusto para eso. Nunca he ido de compras, no me atrevo, es como si tuviera una especie de miedo escénico a entrar en una tienda.

Levanto mis pantalones y los miro con los ojos de alguien que ha renacido durante la noche y tiene una visión distinta y renovada, más madura. Son de una tela azul que intenta imitar sin éxito a un pantalón vaquero. Es de la marca “Lemmis”. Mis zapatillas tampoco son mejores ni más esplendorosas, unas “Roedork” fabricadas en la china mandarina que ni tan siquiera son de piel.

Junto con mi camiseta, que lleva escrita unas letras enormes formando la palabra “COLORADO”, hacen de mí un auténtico cutre. Así es normal que no haya ligado en la puta vida y me haya mantenido virgen con 25 tacos. Sin embargo hoy estoy feliz. La razón, ayer follé por primera vez.

Ayer era un pobre chico retraído y lleno de complejos, un manojo de tabúes bajo un mal corte de pelo. El típico muchacho en el que nadie se fija si no es para sentir lástima o asco o ambas cosas a la vez. Un friki pajillero y pervertido que pasa las horas tras la pantalla de su ordenador consumiendo porno.

Pero hoy soy otro distinto. Me encuentro diferente, como si fuera más inteligente o algo parecido. He hecho las paces con el mundo. De alguna manera ya soy un tío normal, bueno casi. Solo me falta un “no sé qué” para alcanzar la plenitud. Como una especie de pequeño resquemor en lo más hondo del estómago.

Me visto y voy a desayunar, tengo hambre, mucha hambre. Mi madre se pone en pie al verme entrar en la cocina, está nerviosa.

-¿Qué tal estás hijo?

-Bien mamá…, gracias. –De repente me noto nervioso yo también.

Mi madre se sienta a mi lado sin quitarme ojo mientras desayuno. El semblante de su cara es de preocupación como si pensara que me fuera a morir de un momento a otro.

-¿Qué tal has dormido?

-Eh… bien, bien. Muy bien –respondo incómodo. Sabe que he dejado de ser un niño esta noche.

-Y… bueno, si quieres…

-Está todo bien mamá.

Se levanta dubitativa y se mueve a mi alrededor abriendo y cerrando cajones. Entra y sale una y otra vez de la cocina sin saber qué hacer o a donde dirigirse. Me contagia su nerviosismo y la situación empieza a ser incómoda para mí también, necesito salir de aquí cuanto antes. Me levanto, cojo mi carpeta y me voy hacia la puerta.

-Me voy a la Uni. –digo en voz alta para que me oiga desde la sala donde está ordenando a saber qué.

-Vale. –responde-. Si necesitas algo… -dice asomando la cabeza -. Ya sabes que…

-Sí mamá, no te preocupes más por mí.

Se acerca y pone sus manos sobre mis hombros.

-Sabes que tu padre y yo te queremos mucho –le tiemblan las manos.

-Claro que lo sé. –está nidria como si tuviera miedo de algo.

-Solo queremos que tú estés bien. Haremos lo que haga falta para que…

-Que sí, que ya lo sé.

-Si quieres volver a follarme… -deja la frase en el aire y me pongo colorado de la vergüenza.

Me suben los colores porque ha sido con ella con quien he follado esta noche, con mi propia madre. Me la he follado y me he corrido dentro. Soy un pervertido.

Hace 2 días les ofrecí a mis padres una síntesis de mi vida tan patética y bochornosa que creyeron que estaba al borde del suicidio. Entre lágrimas y mocos confesé que era un pajillero de mierda obsesionado con el sexo. El día anterior había intentado al extremo de propasarme con mi propia madre en un ataque de lívido descontrolada.

Ante tales turbadores acontecimientos ambos tomaron la decisión de ayudarme de la forma más extraña que a alguien se le pudiese ocurrir.

Mi madre, en un alarde de estoicismo y sacrificio y para calmar mis ardores sexuales para con la sociedad en general y ella en particular, se ofreció cuan mártir para que saciara mi descontrolada hambre de sexo con ella. Yo, como soy un pervertido y un mal hijo sin corazón me aproveché de ello.

No niego que follar con mi madre ha sido lo mejor que me ha pasado en toda mi puta, puerca y miserable vida y que gracias a ella he conseguido sacarme la espina que llevaba clavada desde hace cien años pero eso ocurrió ayer, en plena efervescencia hormonal, con la noche como cómplice, mi conciencia mirando hacia otro lado y mis neuronas sanas en huelga de brazos caídos.

Ahora mismo, libre de obsesiones y de complejos, a la luz de un nuevo y radiante día y con la realidad del vergonzoso incesto golpeándome en plena cara vuelvo a ver a mi madre como lo que es, una “madre” en el sentido estricto de la palabra. Esa señora tan entrañable que me lava la ropa, me prepara la comida y me da dinero cuando se lo pido, aunque sea poco.

Ya no me excita imaginármela desnuda o tocándole las tetas. Lo que pasó, pasó. Ayer fue ayer y hoy es hoy, borrón y cuenta nueva.

La miro abrazada a mi cuello con su bata azul sobre su camisón y me pregunto horrorizado como he sido capaz de tener mi lengua y mi polla dentro de su coño y disfrutar con ello.

-N…No, no hace falta, de verdad. -consigo balbucear.

-Ayer te fuiste a tu cuarto… si es por algo que he hice mal…

-Que no, que no. Que todo está bien.

¿Cómo le digo a esta mujer que aunque me ha dado la mejor noche de mi vida siento más vergüenza hoy que la satisfacción que tuve ayer?

-Eres la mejor madre del mundo y papá también por… por dejarme… -no sé qué decir. Estoy muerto de vergüenza. Quiero que me suelte. Quiero escapar.

-Hijo, para tu padre y para mí lo más importante eres tú. No me importa hacerlo más veces si es por tu bien.

Lo dice completamente en serio aunque le horrorice la idea de volver a abrirse de piernas para mí. Tan placentero me resultó follarla como espantoso fue para ella ser follada por su propio hijo. Ella, que está chapada a la antigua y que con toda seguridad apenas folla con mi padre, si es que aun follan.

Me deshago de su abrazo de mala manera y salgo al descansillo dejando mi madre preocupada tras la puerta. Tiene el presentimiento de que sigo siendo un suicida atormentado por sus complejos sexuales a punto de hacer una locura ¿no se da cuenta de que ya los he superado esta noche?

– – – – –

He conseguido concentrarme en clase y he podido estudiar un buen rato en la biblioteca. El día se me ha hecho largo pero aquí estoy de nuevo, frente a la puerta de mi casa. Sostengo la llave en mi mano pero me resisto a meterla en la cerradura. Me sorprende que me cueste tanto entrar en mi propio hogar pero lo cierto es que no quiero enfrentarme de nuevo a mis padres, a sus burdos intentos por mantener una charla conmigo, a los silencios incómodos, a las dolorosas verdades que ninguno se atreve a decir. A mirar a mis padres a los ojos con la realidad de nuestras vidas impresa en nuestras retinas. Al hecho de que en esta casa…

…soy un degenerado.

… y mis padres lo consienten.

A tomar por culo. Entro de una vez, lo que tenga que ser será. Me dirijo hacia mi cuarto, mi refugio, allí estaré a salvo. Tengo que recorrer todo el pasillo hasta llegar a él. Es difícil pero no imposible. No es la primera vez que consigo esquivar a los charlies.

Piso una mina antipersonal en forma aspiradora y casi me pego una hostia. ¡No siento las piernas! Mi madre asoma por una de las puertas del pasillo, me ha descubierto y se dispone a atacar.

-Hola Miguel ¡Ya estás aquí!

-Ah, sí…, hola mamá.

-¿Quieres merendar algo? Te he comprado los bollos que te gustan y también galletas.

-Eh…, bueno…

-Tengo chocolate preparado y estaba haciendo unos churros para ti.

-Bueno…, iba a…

-Anda, deja los libros y quítate la chaqueta y los zapatos, pero déjalos en la terracita no en tu cuarto. ¿Qué tal el día? ¿Has estudiado mucho?

El ataque es abrumador. Aunque ya tengo 25 años me trata como a un nene. No lo soporto e inicio una maniobra de evasión. Me giro y entro en la “sala de estar”, intentando huir de ella pero cuando me voy a sentar en el sofá me doy cuenta de mi error táctico.

Intentando escapar del demonio he tropezado con el diablo. Mi padre está sentado en el extremo opuesto mirándome con su cara lacónica. Está armado con un mando a distancia amarrado a su mano derecha. A saber lo que este hombre es capaz de poner en la tele, siempre ha sido de gatillo fácil. Lo peor es que mi madre me ha seguido por detrás cortando mi retirada. ¡Tengo un MIG-27 pegado a la cola, mierda!

Mi madre se pega a mí y entrelaza sus dedos en mi pelo mientras tomo siento. Me peina una y otra vez con su mano.

-Tú siéntate y descansa hijo. Ahora te traigo el chocolate y unos bollos.

Cuando se va me quedo custodiado por mi padre, viendo el programa de Ana Rosa Quintanilla y con el flequillo embadurnado de harina y clara de huevo apuntando al techo. Tengo una pinta ridícula.

Mi padre no deja de mirarme. Parece que quiere establecer contacto conmigo pero hace muchos años que dejamos de hablar el mismo idioma. Diría más, hace muchos años que dejamos de hablar.

Se mueve en el sofá y se acerca a mí. Por favor, que no intente mantener una charla padre-hijo.

-Eh…, Miguel… ¿Qué tal estás?

Me lo temía. Empieza la tortura. Lo peor es que esta vez no voy a poder escaquearme emitiendo sonidos guturales como tengo por costumbre.

-Bien, bien.

-Ayer…, bueno, anoche… -Dios, por favor, que no saque ese tema. Qué bochorno-. Tu madre y tú…

-Eh, ¿si?

-Quiero decir… ¿qué tal fue todo?

-Bien, bien.

-Hiciste… o sea, al final… -¿si me la follé? sí, joder sí, pero ¿por qué me lo pregunta si ya lo sabe?

-Sí papá, todo bien.

-Quiero decir que conseguiste… o sea que al final… tú con una mujer…

Mi padre se frota la frente nervioso con la palma de la mano mientras coge aire. Se gira hacia mí con forzada determinación.

-Bueno venga, cuéntame como te fue.

¿Cómo me fue el qué? ¿De qué habla este hombre? ¿Quiere que le cuente como me follé a mi madre, a su mujer?

-Bueno papá, no sé… a ver…

-¿Te gustaron sus tetas? –Está colorado. Le da tanto corte como a mí.

-Pues, pues… s…sí –confieso- mucho.

-S…Son bonitas, ¿verdad?

-Sí –hago una pausa-, lo son.

-Y grandes.

-Ya te digo. No pensaba que tenía esas tetazas.

-Y bien duras.

-Y calentitas.

-¿Y los pezones? ¿Te fijaste en ellos?

-¿Que si me fijé? La madre que me parió, son enormes y negros. No me pude resistir a chupárselos. Se los estuve mamando un buen rato.

Me doy cuenta de que he estoy babeando mientras se lo cuento y veo que la cara de mi padre se relaja. Ya no está tan cortado. Mira fugazmente hacia la puerta y se acerca un poco más a mí.

-¿Y qué te pareció el coño de tu madre? –dice bajando la voz.

Me deja helado, no esperaba oírle hablar así, a mi propio padre. Me llevo la mano a la boca y la pongo como si le estuviera contando un secreto.

-Casi me da un infarto cuando se bajó las bragas y se lo vi. Es negro y suave y tiene unos labios…

-¿Te gustan los labios gruesos?

-Mucho. Lo primero que quise hacer fue lamerle el coño –mierda, no tenía que haber sido tan franco. Me pongo tenso.

Mi padre pone unos ojos como platos. -¿Te dejó lamerle el coño?

Suelto el aire aliviado y asiento con la cabeza ufano haciendo una caída de ojos de triunfo.

-¿Y se corrió? –me pregunta atónito.

-Que va. Ni tan siquiera conseguí que le gustara un poquito.

-Ah, ya decía yo. Porque a tu madre eso nunca le ha gustado nada. A mí solo me ha dejado hacérselo una vez que yo recuerde y enseguida me pidió que parara. ¡Con lo que me a mí gusta!

Se hace un pequeño silencio hasta que mi padre habla de nuevo.

-¿Y dices que no le gustó nada?

-No.

-Pero… ¿lo hiciste bien? ¿Despacio, sin prisa, con suavidad, en el clítoris?

-Lo hice tal y como había visto en internet… pero nada.

-Quizá no estuviste el tiempo suficiente.

-Hasta que se me durmió la lengua. Te lo juro –Mi padre frunce el ceño. Algo no le cuadraba-.

Le lamí todo, de arriba abajo. Recorrí la lengua por todos lados pero nada.

-Entiendo –dice mientras cavila. –Es normal, al fin y al cabo es tu madre. No lo hizo por gusto. Cuando lo hablamos… -hace una pausa dudando continuar- lo de que ella follara contigo…, estaba muy nerviosa y sé que lo pasó muy mal. No ha sido muy agradable que digamos.

-Sí, ya me di cuenta de lo que fue para ella dejarse follar por mí.

Prefiero omitir el bochornoso detalle de que me eché a llorar cuando me percaté de que mi madre aguantaba sus lágrimas mientras le lamía el coño. En aquel momento me sentí el peor hijo del mundo y lloré como una nenaza.

Cuando mi madre me vio llorar se armó de valor, hizo de tripas corazón, se tragó sus remordimientos y me consoló para que siguiera disfrutando de ella. Consiguió que la noche transcurriera de una manera especialmente buena. La follé, me corrí, disfruté y… me convertí en una persona diferente, una crisálida con pantalones vaqueros de imitación y zapatillas made in china mangurrina.

-Bueno y… ¿qué sentiste cuando la metiste por primera vez?

La pregunta me saca de mis pensamientos. Dejo escapar el aire de mis pulmones en un largo suspiro recordando el momento pleno de felicidad.

-Joder, es tan calentito, tan suave. Mientras se la metía notaba como si me abrazara toda la polla.

-¿A que sí?

-Y mientras lo hacía le sobaba las tetas y se las chupaba. Joder que pasada.

-A mí lo que más me gusta es ver como mi polla entra y sale de su coño mientras la follo.

-¡Joder, igual que a mí! Cuando llevaba un rato follando la cogí por los tobillos y le abrí las piernas para ver mejor a mi polla en su coño entrando y saliendo.

-¿Y a 4 patas? ¿La has puesto a 4 patas? En esa postura la tienes con las tetazas balanceándose adelante y atrás. Yo la empujo con fuerza para que le boten más y se las cojo con las 2 manos. Me lleno las manos con sus tetazas.

Parecemos 2 babosos hablando de tías, fútbol y coches. Solo nos falta una lata de cerveza en una mano y rascarnos los huevos con la otra. Mi padre se acerca otro poco más, mira furtivamente a la puerta de la sala que está detrás de nosotros y vuelve a bajar la voz.

-¿Se la has metido por el culo?

-Uy no, eso no. Lo máximo que hice fue meterle la punta del dedo… –digo mientras levanto el dedo corazón frente a su cara- cuando me empecé acorrer, y no le hizo mucha gracia.

-Bueno, algo es algo. Tampoco yo tengo mucha suerte por ahí.

De nuevo se hace el silencio que está a un paso de ser incómodo hasta que mi padre lo rompe de nuevo.

-Bueno y dime hijo, ¿qué sentiste al correrte dentro de una mujer?

Le pongo la mano en el hombro a punto de emocionarme con lágrimas en los ojos y todo.

-Joder papá. Es la mejor sensación que he tenido en toda mi puerca vida. Ni mil pajas igualan la follada que tuve con mamá. Si hasta creía que le iba a llenar el coño de semen de tanto rato que estuve corriéndome. No sabes como os agradezco lo que habéis hecho por mí. Sobretodo a mamá pero a ti también.

De repente se hace una luz en mi cabeza. Acabo de comprender qué es lo que me faltaba esta mañana para alcanzar la felicidad plena. Qué era ese resquemor del fondo del estómago que me impedía ser plenamente feliz.

Perder la virginidad y follar con una mujer está bien pero lo que realmente le da el sentido a eso, lo que realmente colma el acto en sí es… tener alguien a quien contárselo.

Joder, no es solo una mujer lo que necesitaba sino un amigo a quien contarle mis penas. Eso es lo que me ha faltado siempre, un amigo de verdad, un colega, el confesor de mis pecados, el cigarro después de la comida, el hombro a que llorar, a quien acudir.

Mecagüen la puta. Que tenga que ser mi padre precisamente ese “colega” es que me toca los cojones. Toda la vida conviviendo como si fuéramos extraños, soportando silencios, situaciones incómodas, rehuyendo explicaciones nunca pedidas y de repente, estoy aquí con él, contándole mis primeras experiencias sexuales como si fuéramos dos viejos amigos.

-Lo importante es que tú estés bien –dice mi padre henchido de orgullo-. No sabes el susto que nos diste a tu madre y a mí el otro día.

Me pasa la mano por el hombro. -Estabas fatal, pensábamos que te encontrabas al borde de la locura.

Lo que pensaban era que me iba a suicidar un día de estos. Se hace el silencio y justo en ese momento mi madre entra con una bandeja por la puerta.

-Aquí está el chocolate.

Rodea la mesita y se coloca frente a mí tapando la televisión con su cuerpo. Al agacharse para colocar la taza puedo ver gran parte de su escote y no puedo evitar recordar lo que hay dentro. Permanezco con la vista fija en ellas mientras coloca las cosas en la mesita.

Me veo sobre esas tetazas unas horas atrás amasándolas, besándolas y lamiendo sus pezones. Sacudo mi cabeza. ¿Pero en qué estoy pensando? Es mi madre. Eso ya pasó y se va a quedar ahí para el recuerdo, ahora ya he madurado.

Al apartar la mirada cruzo la vista con mi padre. Él también ha visto lo mismo que yo y sabe lo que estoy pensando. Por un momento me parece ver una leve sonrisa en sus labios.

Mi madre se yergue regalándome una sonrisa cargada de ternura.

-¿Está bien así? ¿Quieres más? ¿Te traigo alguna otra cosa? ¿Estás contento, hijo?

-Sí, no, una cucharilla y sí, lo estoy.

Mi madre se sienta junto a mí y me empuja con el culo haciendo que quede aprisionado entre ella y mi padre. No es una posición muy agradable, estoy algo abrumado. Me siento como un hobbit entre dos Uruk-hai. Mi padre levanta ligeramente las cejas en un acto que puede ser de complicidad o de incomprensión. Mi madre me coge de la mano con semblante sentido.

-Bueno y dime hijo ¿qué tal estás?

-Eh…, bien mamá bien. –Por favor, que no empiece otro interrogatorio, no podría soportarlo.

-Ya, y… la universidad… ¿bien? –la universidad bien, mis amigos inexistentes bien, mis pajas bien. Qué situación más bochornosa. Voy a hacer como que me tomo el chocolate.

-Sí mamá, en la uni todo bien –digo mientras me llevo la taza a la boca.

-Tu padre y yo te queremos mucho. Si alguna vez tienes ganas de volver a…

Trago el chocolate en el momento preciso para no dejar que termine la frase.

-Gracias mamá, no hace falta, de verdad, te lo juro.

Joder, ¿pero qué mierda hace? Me está diciendo para follar delante de mi padre.

Se gira hacia mí, coge mi mano de nuevo y la pone en su corazón, bueno en la teta. Ella la pone en su corazón pero yo creo que está en su teta.

-Lo que sea que tus padres puedan hacer por ti –dice en tono solemne y compungido- no tienes más que pedirlo. Solo queremos que seas feliz y estés bien.

Al decir esto aprieta más la mano contra su teta. Solo espero no tener un bigote de chocolate porque junto con la cresta de harina y huevo de mi flequillo y con Ana Rosa Quintanilla quejándose en la tele de que Cocó chanel no diseñe saltos de cama a su gusto encuentro la situación de lo más ridícula.

Aparto con suavidad la mano de la teta y la coloco bajo la taza. Mi madre coloca ahora su mano sobre mi muslo, sobre la parte superior, sobre la parte superior de la parte superior. Esto es peor que asistir al bautizo de un Grémilin, y me está superando.

-Tu padre y yo no queremos…

-Tú y papá habéis hecho por mí algo que no haría nadie –la interrumpo-, sobre todo tú, mamá. Todavía no me puedo creer que me hayáis dejado follar contigo.

Mi padre se mueve inquieto, carraspea y se separa ligeramente de mí mientras mi madre se pone colorada como un tomate y aparta la mirada. ¡Vaya!, Ahora son ellos a los que les da corte oírme decir “follar”. Está claro que a todos nos resulta incómodo hablar de esto directamente.

-Os aseguro que estoy bien, de verdad, a los 2. Estoy bien ¿vale? –me tiembla la voz-. Estaba obsesionado con perder la virginidad y tú –digo dirigiéndome a mi madre- me has dejado follarte para que lo consiguiera. Es lo mejor que me ha pasado nunca pero… -hago una pausa lo más dramática que puedo- ahora solo quiero que seamos una familia normal, como antes.

Aguantamos juntos en el sofá el tiempo que tardo en acabarme el chocolate. Durante todo ese periodo estamos en silencio mirando como idiotas a la torda de la Quintanilla dando consejos de mierda en tele tres. Acabo el chocolate. Mi madre se lleva la bandeja y se queda en la cocina dejándome a solas con mi padre otra vez, sumidos en el silencio.

Casi un cuarto de hora después me dirijo a mi padre:

-Papá, ¿te puedo hacer una pregunta?

-Claro hijo, claro.

-A ti… ¿Cuánto te mide la polla?

– – – – –

Pasan los días y cada uno es igual al anterior. Llego a casa, comemos y después me encierro en mi cuarto. Ahora que consigo concentrarme me doy cuenta de lo fácil que es estudiar así que aprovecho las tardes repasando.

Cada uno de esos días, al cabo de una o 2 horas de encierro, entra mi madre con la merienda en una bandeja. Una merienda de un millón de miles de trillones de calorías. Cualquiera pensaría que quiere hacer de mí el hombre bola.

Se pega a mí, mientras estoy sentado estudiando, toma mi cabeza con sus manos y la acerca a su vientre. Me peina con su mano mientras recita cosas tan infantiles que abrumarían a un niño de teta.

Y cada día repite la misma rutina, hasta hoy, que le ha dado por conversar.

-Si quieres algo de mí no tienes más que decírmelo y yo…

-Mamá ya os dije que estoy bien –la interrumpo-. No necesito que… que otra vez…

-Mira Miguel –dice mi madre armándose de valor- sé que te masturbas, y lo haces muy a menudo. Te oigo desde mi cuarto que está pegado a éste. Cada noche, cada mañana. Lo haces sin parar. Eso no puede ser bueno. La última vez que te masturbabas tanto terminaste desquiciado, te volviste loco y acabaste…

Deja la frase en el aire porque no hace falta aclarar lo que pasó. Acabé intentando propasarme con ella como un pervertido mientras ella gritaba asustada. Me pongo colorado y aparto la mirada avergonzado.

-Ahora es distinto –me defiendo-, ya no estoy obsesionado con el sexo. Masturbarme es… como un alivio.

-Pues alíviate conmigo.

-Que no joe, contigo no.

-Pero ¿por qué no quieres follarme?

-Por que eres mi madre y eso no está bien.

-¿Que no está bien? Lo que no está bien es que estés al borde del suicidio por culpa de una obsesión; lo que no está bien es que tengas a tus padres con el corazón en un puño pensando que su hijo, al que quien con locura, pueda hacer una estupidez y enviarlos al cementerio de un disgusto.

Me agarra la cabeza con las 2 manos y me mira a los ojos directamente.

-Para tu padre y para mí, tú eres lo mejor que nos ha pasado en nuestra vida. Nosotros somos felices si tú eres feliz. Y yo nunca he sido tan feliz como cuando te vi gozar entre mis piernas aquella noche. Si hubieras podido verte con mis ojos hubieras visto la cara de felicidad más radiante del mundo. Cómo te brillaban los ojos cuando me mamabas las tetas o esa sonrisa de satisfacción que tenías cuando te estabas corriendo dentro. Eres mi niño, siempre lo serás, no cambiaría lo que hice por nada del mundo.

-¿Ves? -intento rebatir- a eso me refería. Me corrí dentro de ti. Te dejé mi semen dentro, el semen de tu hijo en tu coño, mamá. ¿Qué diría la gente?

-La gente no tiene que decir nada. Además, tu semen fue como un regalo para mí. Me diste lo más sagrado y lo más íntimo que puede tener una persona, tu semen, tu semilla.

No sé si entiendo muy bien por donde va mi madre.

-Yo he ido muy orgullosa a la frutería con tu semen dentro, y a la carnicería. He caminado por la calle y tomado un café con mis amigas y he hecho una vida normal. Llevar algo de ti dentro de mí no me ha hecho desgraciada.

-Pues, pues…

-Anda ven, mira mis tetas, tócalas anda -dice soltándose la blusa-. Me dijiste que eran las más bonitas que habías visto nunca.

-Es…, espera… -deja caer la blusa y se suelta el sujetador destapando su melonar.

-Venga, pon aquí tus manos –coloca mis manos sobre sus tetas-, tócame como la otra vez.

Me pongo de pie intentando apartarme aunque en realidad lo hago para poder sobarla mejor. Esto no está bien, no lo está, pero sus tetas son tan bonitas, y sus pezones tan grandes…

Noto su mano soltando mi pantalón y metiéndose dentro del calzoncillo. Me coge la polla con la mano y eso me encanta. Que me toquetee con sus dedos y que me la acaricie me la pone más dura que el pito de un recién casado.

-Miguel, ya sé que te gustaría follar con otra mujer que no fuera tu madre. Te aseguro que he deseado tanto o más que tú que pudieras estar con una chica que no fuera yo. Y te doy mi palabra de que he intentado… -se interrumpe- Pero yo te puedo dar lo mismo.

Estoy tan concentrado en sus tetas que ya casi no oigo lo que dice. Joder, no puede ser que esté deseando follármela de nuevo, ¡pero si es mi madre, por dios!

Deja caer su falda al suelo y la negrura de su coño transparentado en sus bragas me vuelve loco. Meto mis dedos por los costados y las deslizo hasta que caen a sus pies. Tengo a mi madre completamente desnuda delante de mí.

Me arrodillo e intento besarle las ingles y el coño. Ella abre ligeramente las piernas para facilitar que la lama pero aun así se hace difícil.

Retrocede unos pasos hasta llegar a los pies de mi cama y se sienta en ella, después se recuesta sobre los codos y abre las piernas ampliamente exponiendo su coño en todo su esplendor. Caigo arrodillado entre sus piernas como Leónidas en la película “300” cuando fue abatido por las flechas de los persas. El olor de un coño no es como lo describen en internet, no es un olor embriagador, pero aun así tiene algo que vuelve loco y me obliga a lamerlo.

Mi madre no se excita con ello, su clítoris no se inflama y su coño tampoco lubrica como sería mi deseo. Su cara no muestra lascivia sino ternura. Le encanta verme disfrutar, y a mí disfrutar con ella. Mi lengua recorre su coño de arriba abajo. Lo beso, lo lamo, acaricio mi cara con su vello púbico.

Me desnudo por completo y me pongo sobre ella. Amaso sus tetas y se las mamo como si fuera un niño de teta. A ella le encanta tenerme así, no para de alisarme el pelo con sus dedos y de acunar mi cabeza sonriendo.

Cuando me canso de mamarla elevo mi cuerpo hasta tener la polla a la altura de su coño. Entonces ella me coge la polla y se la pasa por la raja hasta quedar colocada a la entrada del coño. Empujo ligeramente para que entre pero no hay lubricación suficiente por lo que embadurno mi polla con saliva y lo intento de nuevo. A empujoncitos voy metiéndola entera hasta quedar alojada por completo. Comienzo un suave mete saca que me eleva a la gloria mientras mi madre acaricia mi espalda desde la nuca hasta el culo.

-¿Te gusta?

-Claro.

-¿Eres feliz?

Es una pregunta capciosa. Aunque lo que más deseo ahora en el mundo es follármela  hasta el infinito y correrme dentro, sé que mañana los remordimientos van a hacer de mí un desgraciado.

-Sí, mamá, lo soy.

-Claro que sí, hijo. Claro que sí.

Continúo follándola lo más despacio que puedo para alargar el polvo lo máximo posible. Me recreo mirando como se le menean las tetas o como entra y sale mi polla de su coño negro.

Mi madre no para de acariciar mi espalda y mi cara mientras sonríe con ternura hasta que de repente, sin aviso previo, su ceño se contrae y lanza un grito aterrador de pánico.

Me empuja y me aparta de ella con manos y pies mientras grita asustada. No entiendo lo que pasa. ¿La habré hecho daño?

Retrocede hasta pegar la espalda contra el cabecero y se hace un ovillo con las rodillas dobladas bajo la barbilla. Sus ojos, llenos de pavor, están abiertos como platos mientras sus labios apretados aguantan el llanto. Dirijo la mirada hacia la puerta del cuarto. Bajo el quicio hay una mujer que se tapa la boca con ambas manos intentando ahogar un grito. Tras unos segundos de incertidumbre reconozco a la mujer, es Pilar, la amiga de mi madre. ¿Qué cojjjjones está haciendo esa mujer aquí?

-Pero, pero…, tú… con tu propio hijo…

-¡Ay Dios, Pilar! Esto no es lo que parece. –Balbucea mi madre.

Pilar mira a mi madre como si estuviera viendo a Pocoyo en un prostíbulo.

-¿Que no es lo que parece? Pero si estabas… con él…

Mi madre se tapa la cara con las manos y rompe a llorar. No sabe como salir de esta, no hay explicación posible y lo cierto es que me hubiera gustado saber qué explicación iba a dar mi madre después del “no es lo que parece” porque a mi me parece que cuando un hombre está desnudo sobre una mujer con la polla dentro de ella no deja mucho lugar a la duda. A menos que quiera matizar lo que es evidente “Parece que estábamos follando un poco, realmente estábamos follando mucho”.

-Es que no me lo puedo creer. Precisamente tú, Amparo, follando con tu propio hijo.

Pilar me mira con asco mientras intento esconderme tras mis manos que desgraciadamente solo tapan mis genitales. El resto de mi cuerpo queda a exposición de su desprecio.

-M…Mi madre no tiene la culpa –intento defenderla en un burdo intento de gallardía.

-Seguro que no. –escupe sus palabras con asco mientras me traspasa con la mirada.

-U…Usted no debería estar aquí…

Los lasers de sus ojos cambian del modo aturdir a matar. Sisea al comenzar a hablar.

-Acabo de cruzarme con tu padre en la puerta cuando salía a trabajar y me ha dejado entrar. Después me ha parecido oír la voz de tu madre y me he acercado.

Se dirige a mi madre con la cara arrugada.

-Y os encuentro aquí… a los dos… Joder, Amparo, que asco. Pero… ¿cómo puedes…? ¡Con tu hijo!

-¡PORQUE TÚ NO ME QUISISTE AYUDAR! -Grita furiosa mi madre.

Pilar queda descolocada por un momento y antes de que reaccione, mi madre sigue gritando.

-Te pedí ayuda, te pedí un favor para mi hijo, te expliqué por qué te necesitaba y no me quisiste ayudar, a mí, ¡A MI ÚNICO HIJO!

-M…me contaste cómo intento propasarse contigo y yo te dije que…

-¡Bobadas!, me dijiste bobadas, y yo no quería sermones sino un favor de ti. Uno de los muchos que yo te he hecho.

-Me pediste… Amparo, me pediste…

-Que follaras con mi hijo, sí, eso te pedí –se envalentona y se seca las lágrimas-. Has abierto las piernas a otros hombres a espaldas de tu marido y yo te he encubierto. Para una vez que te pido que las abras para una causa de necesidad… me rechazas, y me tratas de loca y aprovechada.

-Es que… me pediste follar con tu hijo…

-Pues sí, follar con mi hijo, para que se quite todos sus tabúes y complejos de encima, para que consiga ver la vida de otra forma y pueda llevar una existencia normal de una vez. Pero como no lo quisiste hacer tú he decidido hacerlo yo que soy su madre.

Se hace un silencio en la habitación. Pilar está abochornada, yo estoy abochornado, mi madre está de mala hostia.

-No voy a consentir perder a mi niño por nada del mundo y si me tengo que rebajar a esto pues que así sea. Yo por mi hijo MA-TO ¿entiendes? MA-TO.


Así, con ese humor de perros, me recuerda a una tal Belén Estévez. Una vecina que tuvimos más fea que Picio y con un genio de mil demonios.

-Amparo…

-¡Lárgate! –grita-, vete de aquí, sal de mi casa, y no se te ocurra juzgarme, no eres quién para hacerlo.

-T…Tienes razón, yo menos que nadie, perdóname mujer, no te pongas así –dice frotándose las manos nerviosa.

Se sienta en el borde de la cama e intenta coger a mi madre de la mano.

-Lo siento, no he reaccionado bien pero es que no esperaba verte… nunca pensé que pudieras… precisamente tú.

-Pues ya lo ves, precisamente yo –sentencia.

-No pensé que te importaba tanto como para que decidieras hacerlo tú misma… ¡con tu propio hijo!

A pilar le tiembla el labio inferior y mi madre apoya la frente en las rodillas volviendo a llorar derrotada.

La habitación se queda en silencio. Solo se oye el llanto de mi madre. Pasan varios minutos en los que ninguno sabe qué hacer hasta que Pilar pone una mano en el hombro de mi madre.

-Es cierto que he sido muy mala amiga. Tú me has hecho muchos favores y me has encubierto muchas veces y en cambio yo… -se le quiebra la voz-. Por eso había venido, Amparo. Para hablar contigo de tu hijo, sobre lo que me pediste. Había venido dispuesta a… -se interrumpe dubitativa- pero es que al veros me he quedado de piedra. No he reaccionado bien, perdóname mujer.

Mi madre no dice nada.

-Déjame ayudarte Amparo…, déjame ayudar a tu hijo…, si todavía estoy a tiempo.

Levanto las orejas como una liebre. El tema es que Pilar cree que mi madre ha decidido ofrecérseme aquí y ahora, regalándome mi primera vez en esta cama. No sabe que fue hace días cuando me la follé bien follada y que esto es solo una especie de “vacuna de recuerdo”, pero mi madre no la saca de su error y por supuesto yo tampoco. Ya se sabe, hay que guardar las apariencias.

-Vamos Miguel, es esto lo que necesitas ¿no? –dice mientras comienza a soltar los botones de su blusa.

Yo no digo nada y mantengo mi pose de niño bueno poniendo ojitos de gatito. Miro a mi madre, que ha levantado la cabeza, y a Pilar. La primera no dice nada y la segunda no deja de soltar botones. La camisa cae y las manos de Pilar pasan a su espalda donde se encuentra el cierre del sujetador. El busto de esta mujer es impresionante, diría que las debe tener como mi madre al menos.

Cuando los melones de Pilar aparecen a mi vista el aire abandona mis pulmones a la vez que mi polla se endurece tanto que mis manos no son capaces de taparla por completo.

Pilar se da cuenta y por un momento me parece ver que levanta ligeramente las cejas en señal de sorpresa.

-¿Está bien así, Amparo? ¿Podemos volver a ser amigas?

Mi madre la mira en silencio mientras Pilar continúa desvistiéndose. Se pone en pié y deja caer su falda. Sus bragas blancas dejan intuir la mata de vello púbico tras ellas. No tengo que esperar mucho tiempo para saber que hay debajo, caen al suelo segundos después. Su coño es impresionante, negro, grande, precioso.

Se nota que hace esfuerzos por no taparse. El silencio inunda la habitación mientras la observo embelesado.

-¿Me dejas que te vea? –dice ella.

Aparto mis manos lentamente de mis genitales y su cara muestra una mezcla de desconcierto y sorpresa. Mira a mi madre, después a mí y se sienta de nuevo en la cama. Se recuesta y abre ligeramente las piernas. Mi madre se aparta a un lado para dejarle sitio a su amiga.

-¿P…Puedo? –digo mirándola cabizbajo.

Poso mi mano sobre su pubis sin esperar respuesta y lo peino con la yema de los dedos. Me resulta muy extraño que Pilar se ofrezca a mí y me deje tocarle algo tan íntimo. Disfruto con el tacto y la visión. Qué pasada, estoy en la gloria, es que no me lo creo.

¡Pilar! Joder, estoy tocándole el coño a Pilar, la madre que me parió, qué pasada. No aguanto más, estoy acojonado pero tengo que preguntárselo.

-En internet he visto…, -me paso la palma de la mano por la frente- ¿P…Puedo lamerle el coño?

Un rayo cruza la habitación electrocutando a Pilar que queda pasmada.

-Eh, pues…, claro…, supongo –dice mirando a mi madre.

Mi madre se encoge ligeramente de hombros como absteniéndose de la decisión. Me lo tomo como un sí y me acerco a Pilar. Abro suavemente sus piernas para tener mejor visión y le doy un primer beso en el ombligo, no hay que ser brusco y prefiero ser un caballero yendo poco a poco. Sin embargo Pilar toma mi galantería como una muestra de absoluta ignorancia y se pone colorada.

-B…Bueno chaval…, es más abajo, mucho más abajo.

-Ah, vale –ya lo sabía, no soy tan tonto.

El siguiente beso se lo doy en el borde el pubis, para ir calentando motores, a ver si a la señora le parece mejor así.

-Un poquito más abajo –dice intentando guiarme. Qué maja es la hija de la gran puta.

Meto mi cara entre sus muslos y acerco mi lengua a su coño. Tampoco el coño de Pilar huele a fragancia del bosque, ni a frutas, ni a almíbar de melocotón. Tienen un olor fuerte, penetrante pero que por alguna extraña e incomprensible razón hace que, desde lo más hondo de mis tripas, desee lamerlo.

La beso en mitad de los labios para que deje de pensar que soy un lerdo. Por respuesta obtengo una forzada sonrisa de aprobación. Paso la punta de la lengua por toda la raja y en su cara se dibuja un rictus de asentimiento, como si hubiese encontrado por fin la meta. Ésta tía piensa que soy tonto de verdad. Solo le falta mostrarme los pulgares y guiñarme un ojo.

Repito la operación pasando la lengua en toda su amplitud, deteniéndome al final de la raja, donde debe estar el clítoris. Me entretengo en esa zona acariciándola con suavidad, con la punta de la lengua.

Las piernas se abren y noto una mano posarse en mi pelo, es de Pilar que ya no sonríe. Tiene las cejas levantadas y su boca forma una O se sorpresa. Las piernas se abren más y lanza una mirada a mi madre y a mí.

-Joder Amparo, joder chaval.

Mi madre se ruboriza por lo sorprendentemente bien que le estoy comiendo el coño a su amiga.

-No vayas a creer que conmigo… -explica abochornada-. Eso lo ha aprendido en internet, que está todo el día dale que te pego. Yo lo único que he hecho es intentar que perdiese la virginidad.

-Pues joder con el puñetero internet –dice Pilar.

-Conmigo solo ha hecho lo que has visto. Por cierto… ¿qué es lo que has visto?

Pilar está concentrada intentando no gemir.

-¿Qué? Ah, pues…, más despacio chaval.

-¿Qué has visto?

-Solo os he visto unos segundos… -se corta la voz- ¡más despacio Miguel!

Anda, pero si sabe mi nombre. No quiero ir más despacio. Por primera vez veo que lo que dice internet se hace realidad, su clítoris está inflamado y su cadera comienza a moverse arriba y abajo. La estoy volviendo loca de placer. Según he leído no debo luchar contra su coño sino bailar con él. Qué bonito, Internet está lleno de poesía.

-Justo nos acabábamos de desnudar –explica mi madre- y me estaba penetrando… solo un poquito.

-¿Qué? –Pilar mira a mi madre pero es evidente que no ha entendido lo que ha dicho. En realidad es probable que no la esté haciendo ni puto caso.

-Por supuesto no iba a correrse dentro de mí, faltaría más. –continúa mi madre.

-Miguel, hazlo más despacio por favor –se muerde el labio inferior de placer.

-La idea era que me la metiera unas cuantas veces para que supiera lo que es… follar. Me entiendes ¿no?

-¿Qué? –Pilar no sabe de qué está hablando mi madre y a decir verdad yo tampoco.

Mueve la cadera cada vez más fuerte, tanto que me cuesta no separar mis labios de los suyos. Gracias a que la tengo bien amarrada que si no…

Cada vez me cuesta más seguir los golpes de cadera. Quieta cordera, quieeeta. Los gemidos dejan paso a los alaridos que Pilar intenta amortiguar tapándose la boca con el dorso de una mano mientras masajea las tetas con la otra.

-¡SIGUE, SIGUE, SIGUEEE!

-De esa forma –continúa mi madre-, mi hijo, ya habría conocido mujer… técnicamente. Y así podría…

-¡CÁLLATE AMPARO, JODER!

Mi madre se asusta pero mantiene la boca cerrada. Pilar se retuerce mientras se corre durante largo rato. Yo sigo dale que te pego con la lengua pero además he metido 2 dedos en el coño hasta la segunda falange. Esa es la distancia donde, siempre según internet, hay que frotar con la yema de los dedos para aumentar la excitación.

Cuando no puede más se desploma desfallecida. Yo estoy eufórico, por fin le he hecho una mamada a una tía y se ha corrido, joder qué pasada.

-¿Puedo mamarle las tetas?… señora.

Pilar me mira como si viera a un viejo en chándal con un velocímetro.

-Tu hijo es tonto ¿o qué?

-¿Puedo?

-Acabas de comerme el coño ¿y me preguntas si puedes mamarme las tetas?

Entiendo que eso es un sí y me tumbo sobre ella.

-Joe, que piel tan suave, está tan calentita como mi madre.

Las 2 mujeres se ruborizan pero mi madre no dice nada ni intenta excusarse de nuevo delante de su amiga. Mientras tanto no pierdo el tiempo y me llevo uno de sus pezones a la boca. Está duro, muy duro y me encanta sentirlo en mi lengua. Las aureolas de sus pezones son grandes y rosadas a diferencia de las de mi madre que son negras. Amaso sus tetazas con mis manos.

-Sus tetas son tan grandes y duras como las de mi madre.

Pilar contiene la respiración sorprendida de nuevo por el comentario. Mi madre se ruboriza y aparta la mirada. Ninguna parece complacida, como si la comparación entre ambas fuera algo bochornoso. Intento pensar en algo halagador como: “tienes unas tetazas que te comería el coño otra vez”. Viniendo de un consumidor de porno como yo debería resultar halagador pero con mi suerte seguro que acabo metiendo la pata, mejor mantengo la boca cerrada.

Las manos de Pilar se deslizan por mi espalda y mi trasero y una de ellas baja hasta encontrar mi polla. La acaricia y la toquetea y lo mismo hace con mis huevos, que empiezan a cocerse de placer.

-Pues no estás nada mal por aquí abajo, chaval.

-Ah ¿sí?

-Pero que nada mal. Y menudas pelotas que tienes, cabrón.

Esta mujer me dice unas cosas, tan bonitas. Nunca he sabido si tengo la polla pequeña o grande. Por su cara de satisfacción y por la forma que se muerde el labio inferior debo estar más cerca de lo segundo. Tira ligeramente de mí, o mejor dicho de mi polla hasta que toca con su coño. La mueve por su raja hasta que queda parcialmente alojada.

-Métemela.

Estoy a punto de llorar de alegría. Nunca me habían dicho nada tan romántico. Empujo suavemente y noto como se desliza dentro. A diferencia de mi madre, que no estaba lubricada, mi polla se cuela con suma facilidad hasta el fondo. Comienzo a entrar y a salir de ella.

-Joder, he deseado tanto follar.

Mi madre ve mi cara de alegría y se emociona tanto por mí que comienza a acariciarme la espalda. Lo hace con suavidad y con ternura no como la zorrupia que tengo debajo que me clava sus uñas de gata en las nalgas haciendo surcos de sangre.

-Más fuerte, más fuerte –implora Pilar.

Me separo para ver como le botan las tetazas con cada golpe de cadera, son grandes, preciosas, son…, iguales que las de mi madre. Tomo una de ellas con una mano y la amaso notando su pezón entre mis dedos.

Mi madre está de rodillas a nuestro lado, con una mano en mi espalda y la otra en el hombro de su amiga. Sus tetas están junto a mi cara. Levanto la otra mano y le tomo una de ellas, sus pezones no están duros pero me producen el mismo placer.

-S…Son iguales –digo entre jadeos-. Tenéis las tetas igual de grandes.

Pilar levanta una mano y acaricia la teta libre de su amiga. La amasa entre sus dedos y la mira con detenimiento mientras sigo follándola. Tras unos segundos se dirige a mi madre.

-Son más grandes que las mías. Y luego decíais que yo era la tetona.

-Que va. Además las tuyas son más bonitas, más firmes.

Mientras lo dice corresponde la caricia de su amiga acariciando la teta que queda libre para dar más peso a sus argumentos. Entre mi madre y yo amasamos las tetas de Pilar mientras que entre Pilar y yo amasamos las de mi madre.

-Me hubiese gustado tener los pezones negros como los tuyos. A los hombres les gustan más.

Y a mí me gustaría que me acariciasen las pelotas y que me toqueteen por ahí y no me quejo.

Mi madre baja la mano por mi espalda hasta llegar al culo, lo acaricia suavemente e introduce la mano entre las nalgas agarrándome los huevos y apretándolos ligeramente. He debido pensar en voz alta.

-Joder mamá, jod-der.

-Tú disfruta hijo –su cara de bondad me hace quererla más-, disfruta de tu “primera” vez.

Remarca la palabra “primera” para que le quede claro a Pilar que nunca antes ella y yo habíamos follado juntos ni le había lamido el coño con toda mi alma y, ni mucho menos, le había comido la boca mientras eyaculaba dentro de ella chorretadas de semen con mi dedo metida en su culo.

-Me voy a correr –dice Pilar.

-Y yo -añado.

Nos quedamos mirando a mi madre que no dice nada. Obviamente no puede decir lo mismo que nosotros y, para mi sorpresa, Pilar baja su mano desde la teta hasta la entrepierna de ella y le acaricia el vello púbico con la yema de sus dedos. Es una caricia leve, nada que ver con ningún acto masturbatorio. Mi madre se deja hacer por temor a que Pilar pueda sentirse ofendida y deje de follar conmigo.

Las yemas de de Pilar recorren su raja una y otra vez mientras su respiración se vuelve más agitada, al igual que la mía que esta a punto de convertirse en un bramido.

No aguanto más, cierro los ojos con fuerza y comienzo a correrme dentro de Pilar. La mano de mi madre aprieta mis huevos con suavidad provocándome oleadas de placer. Deslizo la mano con la que amaso la teta de mi madre hasta su culo, lo aprieto, lo acaricio y llevo mi dedo corazón hasta su ano. Noto que se contrae y que aprieta sus nalgas quedando mis dedos atrapados entre ellas.

-No, eso no –susurra-, por ahí no.

Pilar está gritando mientras me araña el culo de nuevo con una de sus garras. Si sigo perdiendo sangre de esta manera van a tener que hacerme una transfusión o algo… o una mamada. Su otra mano continúa entre las piernas de mi madre pero ahora le frota el coño con la palma de la mano, sin remilgos, sin medias tintas. Mi madre sigue sin oponerse aunque sigue sin disfrutar con ello, lo sé porque sus pezones siguen sin endurecerse y es una pena porque hubiese dado cualquier cosa por verlas a las 2 montándoselo juntas.

Acabamos de gritar y de sudar y caigo rendido sobre Pilar. Ella quita disimuladamente su mano de entre las piernas de su amiga como si nunca hubiese estado ahí. Yo consigo sacar mi mano de entre sus nalgas. Mi madre, a su vez, retira su mano de la teta de Pilar y de mis huevos vacíos.

-¿Alguna vez has besado a una chica? –dice Pilar.

-¿Qué?

Me coge la cara y me besa. Es un beso tierno, en la punta de los labios. Después abre la boca, pega sus labios a los míos y me enseña a mí, como mongolito que soy, cómo se dan los besos de verdad. Nos comemos la boca mientras hago ejercicios de respiración nasal y lucha lengua contra lengua.

Me tiro un buen rato disfrutando de sus besos y abrazos que me hacen sentir como un príncipe hasta que cada uno de nosotros se va haciendo consciente de la situación: madre, hijo, incesto, amiga de la madre, infidelidad…

Nos vamos retirando lentamente de la cama intentando no mirarnos para ir buscando nuestra ropa excepto Pilar, que se sienta en el borde de la cama y me mira con aire intrigante.

-¿Ya está? ¿No quieres más? ¿Está bien así?

-¿Que si está bien? Pues…, es lo mejor que me ha pasado nunca.

-Ya pero… ¿No quieres más? me refiero a que… ¿No quieres seguir haciendo cosas?

¿Cosas? ¿Qué cosas? A ver, que yo soy nuevo en esto. Si me dejan unos momentos para consultar en internet…

-Miguel –dice mi madre-, Pilar se refiere a que ahora ella…, o sea, como tú has hecho…

Coge aire y lo exhala de golpe. No se atreve a decir lo que piensa y seguro que es por que debe ser algo malo. Esta señora me ha dejado el culo hecho unos zorros, lo tengo como la bandera de estados unidos pero sin lo azul.

-¿M…Me va a doler?

-Lo dudo –dice pilar sonriendo.

-B…Bueno, es igual, ya estoy bien, le agradezco…

-No seas tonto, Miguel –interrumpe mi madre-. Aprovecha, hombre.

-Es igual mamá, de verdad. Ya me habéis dado lo que quería.

-Acércate –dice Pilar.

Estoy de pie frente a ella, a 2 pasos de distancia pero no pienso acercarme mientras no se corte esas uñas. Mi madre nota mi indecisión y se pone tras de mí. Aun está desnuda y noto su piel en mi espalda y su vello púbico en mi culo. Mmm, me encanta.

-Miguel –susurra- acércate, anda.

Me empuja suavemente de las caderas y avanzo con ella pegada a mi espalda hasta colocarme a dos palmos de Pilar.

-Lo que Pilar quiere hacerte es algo que les gusta mucho a los hombres.

Mi madre me coge la polla y me la menea suavemente. A mi no me hace falta mucho estímulo para que mi pito se ponga como se tiene que poner, sobretodo si además me acaricia los huevos con la otra mano. Esta manera de abrazarme desde atrás no me lo habían hecho nunca, y menos en pelotas. De estas cosas no habla internet.

Pilar está sentada con las piernas abiertas y sus tetazas colgando. Se las coge con ambas manos y se las junta una con otra. Joder, ya lo pillo, me va a hacer una cubana, ¡de puta madre!

Mi madre empuja mi polla hacia abajo a la vez que Pilar se acerca y… se la mete en la boca.

-HOS-TIASSSS, jod-der.

-¿Te gusta, hijo? –pregunta mi madre.

-¿Qué? –No me llega sangre a la cabeza, no puedo pensar. Me la está comiendo. ¡Pilar me está chupando la polla!

-¿Te gusta lo que hace?

-¿Qué?

Las manos de Pilar que suben por mi pecho están llenas de dedos y los dedos llenos de uñas afiladas como cuchillas. Lo que sea que vaya a hacer Freddy Krueger me acojona. Sus labios recorren de cabo rabo todo el nabo a la vez que mi madre masajea la parte de la polla que queda fuera de la boca. Como si fueran dos pares de labios los que me mamaran.

-Joder, esto, esto…, no lo voy a olvidar en mi puta vida.

-Mi niño, mi niño guapo –dice mi madre-. Tú disfruta, Miguel, disfruta.

La madre del niño guapo sigue pajeándome cuando Pilar suelta mi polla para meterse los huevos en la boca. Se los mete dentro, los 2. Los mama y los lame despacio. Me va a matar de placer. Mi madre me pajea en toda la extensión de la polla, desde la base hasta la punta. Se me acaba el aire de tanto suspirar y pongo los ojos en blanco. Deslizo una mano tras de mí y la meto entre las piernas de mi madre para sobarle el coño. Primero intento pajearla en el clítoris, después meto un dedo dentro. Nada, ella sigue sin excitarse, me da igual, sigo sobándola. Como tengo una mano libre la utilizo para sobarle una teta a Pilar.

Cuando los labios de Pilar sueltan mis huevos para volver a su sitio natural, que es mi polla, mi madre coge el testigo, o mejor dicho el testículo. Lo hace desde atrás, metiendo la mano entre mis nalgas, lo que me obliga a abrir las piernas para facilitar la tarea. Me pajea la base de la polla y me soba los huevos mientras le sobo el coño. Qué madre más buena tengo.

Llevo varios minutos disfrutando de la tortura más placentera que haya disfrutado en toda mi puta, puerca, asquerosa y miserable vida. Siento tanto placer que apenas noto los pellizcos y arañazos de Pilar en los pezones y el pecho.

No aguanto más, echo la cabeza hacia atrás, tenso el cuerpo y empiezo a correrme. Mi madre acelera el ritmo de la paja en la base de la polla mientras Pilar chupa el resto. Me corro dentro de su boca cuya lengua lame mi glande. Una puta profesional, eso es lo que es. Su puta madre, que buena es la tía, las dos lo son.

Menuda paja-mamada me están haciendo. Si esto tuviera nombre en internet sería algo así como: “Pajamada” o “mamaja”. Me corro tanto que gimo como un trol follándose a David el gnomo. Aunque me he corrido abundantemente cuando he follado con Pilar todavía me queda mucho semen en los huevos. Pilar lo deja caer por sus mejillas. El semen embadurna mi polla y la mano de mi madre que lo termina de esparcir por toda la polla.

Saco la mano del coño de mi madre, la paso por detrás y le acaricio el culo. Es suave, terso, del tamaño que a mí me gusta. Deslizo los dedos entre la raja hasta que la yema del dedo corazón toca su ano. Intento penetrarla pero aprieta las nalgas y mi mano queda aprisionada entre ellas de nuevo, qué cabrona.

Mis gemidos van cesando y ellas disminuyen el ritmo de la “pajamada”. Mi mástil ha terminado por perder su rigidez hasta convertirse en una polla flácida que no muestra reacción a Pilar. Estoy agotado y respiro como un jabalí a la carrera.

Pilar me suelta y se echa hacia atrás satisfecha con ella misma. Mi madre me abraza por los hombros y me besa el cuello.

-Mi niño. Mi niño guapo. ¿Te ha gustado? ¿Has disfrutado, hijo?

-¿Qué?

No me queda sangre en la cabeza, la he utilizado para otros menesteres más importantes, me falta el riego. ¿Por qué la gente me habla? Tengo la boca seca, mastico y trago varias veces para hacer saliva.

La pantera me ha hecho tantos arañazos en el pecho que parece que me han cosido a latigazos. Joder, parezco Kunta-Kinte después de que le azotaran por escaparse.

Pasa el tiempo mientras aprovecho a recobrar el aliento. El silencio se hace tan incómodo que empezamos a mirarnos los unos a los otros. De repente parece que ninguno sabemos qué hacemos aquí. Me doy cuenta de que estoy ridículo con las piernas abiertas y el pitilín colgando y me avergüenzo de mi desnudez.

Nos vamos vistiendo, cada vez más aprisa, en silencio, sin mirarnos.

– – – – –

Ha pasado el tiempo. A veces el tiempo hace que las esperanzas se hagan realidad mientras las realidades se van diluyendo en el recuerdo.

El recuerdo de un hijo sin amor, el de la soledad de una familia sin calor, el del incesto. El recuerdo de una ansiada esperanza, la esperanza de ser como los demás, la esperanza de triunfar, de llegar a la meta, de follar.

Soy un tío feliz, sí, lo soy. Quién me iba a decir a mí lo que mi vida iba a cambiar en tan poco tiempo. Faltan 5 minutos para que suene el despertador pero ya estoy despierto, despierto y feliz. Saco los pies de las sábanas y me siento en la cama. Estoy desnudo y tengo la polla flácida, eso es bueno, está cansada la pobre.

Me he pasado la tarde de ayer follando con Pilar, la amiga de mi madre. Llevo follándomela casi 2 semanas seguidas. La he follado tanto que creo que si tengo la polla enrojecida es por que me está marcando que tengo los huevos en reserva. Qué manera de correrme con esta mujer, como se nota su experiencia. Mientras ella está conmigo, toda su familia piensa que está con mi madre y lo mejor es que mis padres nos encubren.

Me levanto y voy al baño, últimamente voy siempre en pelotas, me encanta andar en pelotas en casa. Mi madre está en la cocina, como siempre. Cada vez está más rara. De vuelta a mi cuarto me pongo la ropa interior que he dejado tirada en el suelo y saco los pantalones del armario. Los levanto frente a mí y sonrío. Son unos pantalones vaqueros nuevos de marca que me ha regalado Pilar, me quedan de cojones. No sé cuanto cuestan pero no menos que la camisa a juego. Nunca he llevado camisa hasta ahora, pero me gusta, me hace más elegante, y más listo, sí, con ella parezco más listo.

Cuando entro en la cocina mi madre me espera con una actitud un tanto hosca.

-¿Por qué te vistes así?

-¿Y por qué no? Me gusta.

-Demasiado elegante para ir al colegio.

-¿Unos vaqueros y una camisa? ¿Y desde cuando a la universidad la llamas colegio?

-Se te enfría el desayuno –dice antes de salir de la cocina.

-Esta tarde va a venir Pilar –le grito para que me oiga desde fuera.

-¿Otra vez? ¿Pero es que no ha venido suficientes veces esa zorra? –dice asomando la cabeza.

-P…Pero.., ¿Por qué la llamas así?, es tu amiga. Además me está ayudando con mi… o sea…

-Esa mujer no te conviene, Miguel.

-Ni que me fuera a casar con ella.

-Que no Miguel, que no, que te lo digo en serio. Pilar se está aprovechando de ti. Ella no te quiere, no te quiere como yo, que te he parido.

-Bueno, a ver, no nos confundamos, que solo follamos. Solo es eso mamá, follar.

-Pues eso también te lo puedo dar yo, que soy tu madre. No hace falta que se pasee por aquí todos los días. Te dejó que la follaras y te desquitaras con ella. Ya está, se acabó, punto. ¿A santo de qué tiene que repetir una y otra vez contigo?

Parpadeo varias veces incrédulo. No puede ser cierto lo que he oído. Mi madre se acerca y se sienta junto a mí, me coge las manos y se las lleva al pecho.

-¿Es eso lo que quieres, follar? Pues venga, está bien, aquí me tienes –dice posando mis manos en sus tetas y restregándolas por ellas- A ti te gustaban mis tetas, venga Miguel, tócame, acarícialas lo que quieras.

-P…Pero mamá… ¿qué estas diciendo?

-No hay nada que Pilar te pueda ofrecer que no te lo pueda dar yo mil veces mejor.

-Ya pero es que ella…

-Ella es una aprovechada y yo soy tu madre. Si quieres mamar unas tetas o follar un coño aquí tienes el mío –dice perdiendo el control y casi gritando.

-Pero, es que, no es lo mismo. Tú… tú eres mi madre y eso no está bien.

-También era tu madre hace un mes cuando intentaste violarme. ¿Dónde estaban tus remordimientos entonces? ¿Dónde estaban cuando me ofrecí a ti la primera vez?

Hostia, me ha jodido. La tía me ha puesto en mi sitio. Recuerdo el día en que, fuera de mí, me saqué la chorra y me pajeé delante de ella pidiéndole que me enseñara las tetas. Intenté meterle mano, menudo susto le di. Después, cuando mis padres hablaron y acordaron dejarme disfrutar con el cuerpo de mi madre para que la follara, fue el mejor día de toda mi puta vida.

-Pero…, es que ahora…

-¿Acaso está mejor hacerlo con ella que está casada y te dobla la edad? ¿Qué tiene ella que no tenga yo? ¿Quién te ayudo cuando estabas mal? ¿Quién te quiere tanto que ha sido capaz de hacer cualquier cosa por ti?

-Pero ¿Por qué quieres que follemos juntos si a ti no te excita? Tú no…

-¿Y qué tiene eso que ver? Ya te he dicho que disfruto viéndote feliz entre mis piernas o viéndote gozar con mis tetas.

Sé qué nombre recibe cuando un hijo está enamorado de su madre, Edipo. Pero, ¿cómo se dice cuando es la madre la que está enamorada del hijo? o peor aún ¿Cómo se dice cuando una madre no está enamorada del hijo pero lo quiere acaparar para ella sola? ¿Perro-del-hortelanensis?

Dejo a mi madre con su enfado y me voy a la uni desconcertado. Para una vez que consigo enrollarme con una mujer y que encima es una ninfómana va mi madre y me intenta chafar el plan.

– – – – –

De vuelta en casa he descubierto que mientras estoy con mi padre en la sala, mi madre no me acosa y además puedo elegir el tipo de tortura televisiva. Lo malo es que me obliga a hablar con él y siempre quiere saber cosas de Pilar, aunque en el fondo eso no me molesta demasiado. Solo hay una cosa que le oculto para no hacerle daño y es el acoso al que me tiene sometido mi madre estos últimos días. Sería un golpe muy duro si supiera de su ansia por follar conmigo. Para él sería como si yo hubiese ocupado su puesto, es decir, la consumación de Edipo y Yocasta.

Cuando dan las cinco mi padre se prepara para ir a trabajar y yo aprovecho para ducharme. Esta tarde también vendrá Pilar y quiero estar impecable. Me encanta follar con esta mujer, qué mujerón, qué loba. Mmm, si su marido y sus hijos supieran…

Entro en la ducha, abro el grifo y espero hasta que el agua sale bien caliente antes de meterme bajo el chorro. Me enjabono el cuerpo cuando oigo abrirse la puerta. Veo entrar mi madre. Está desnuda y se mete conmigo en la ducha.

-¿Q…Qué haces?

-Aprovecho para ducharme contigo y así de paso te puedo jabonar la espalda si quieres.

-Pues…, no sé, puedo hacerlo solo.

Me pasa las manos llenas de gel por la espalda y comienza a enjabonarme. Me limpia con esmero y después se aplica con mi trasero. Mete una mano por detrás y me agarra de los huevos masajeándolos.

-¿Te gusta? ¿Te gusta así?

-Host-tias.

Aprieto las piernas y las nalgas y elevo la cadera.  Voy a decirle algo pero me agarra la polla con la otra mano y me pajea.

-Mi niño, mi niño bueno. Yo sí sé lo que te gusta ¿A que sí?

Voy a echarla de aquí pero primero dejo que me sobe los huevos y la polla un poquito más.

-Tócame las tetas, anda. Con lo que a ti te gusta, tócamelas. Mámamelas si quieres.

-Esto…, esto no esta bien, mamá.

-Te gustan las mujeres con pezones negros ¿no? Mira los míos, mira que oscuros los tengo ¿ves? Tus preferidos.

-Para ya, mamá.

Aunque tengo la polla a 100 no quiero seguir, no está bien.

-¿Quieres que te chupe? –dice arrodillándose frente a mí- déjame que te chupe, seguro que ésa no te chupa como yo.

-Se dice “que te la chupe” y no, no quiero. Levántate mamá –pero no me hace caso y empieza a hacerme una mamada.

Se la mete entera en la boca y me recorre de alante atrás mientras me acaricia los huevos. La cabrona sabe que me vuelve loco que me toquetee por ahí. Con gran esfuerzo la aparto de mí y la levanto. Mi madre frunce el ceño contrariada.

-Pero ¿Por qué? ¿Por qué no quieres que te mame? Sé que te gusta, anda hijo, déjame que te lo haga, ya veras como te va a gustar. Te lo voy a hacer muy bien, mejor que ella, ya verás.

Esto se me está yendo de las manos.

–He dicho que pares, por favor.

-¿Quieres meterme un dedo en el culo? –dice cogiéndome de la mano y llevándosela detrás.

-Que no mamá, en serio.

-¿Y la polla? –dice girándose y pegándose a mí- Si quieres te dejo que me la metas. ¿Te parece bien?

Me agarra la polla tiesa y se la pasa por la raja del culo arriba y abajo varias veces hasta colocar la punta en la entrada.

-¿Quieres metérmela? Venga, métela, métemela por el culo.

Me la aprieta contra su ano a la vez que se reclina poniendo el culo ligeramente en pompa, para mi sorpresa noto como se introduce la punta. Entre lo dura que me la ha puesto y el puto jabón que tengo por todo el nabo hace que la tenga más resbaladiza que una anguila con vaselina, no le ha costado nada entrar.

-Venga Miguel, dame por el culo, vamos hijo, fóllame.

No sé porqué pero empujo suavemente hasta el fondo mientras contengo un suspiro de placer.

-Así, venga hijo, dame por el culo. Más, más fuerte, dame por el culo venga, que te gusta, ¿A que te gusta darme por el culo, eh?

¿Pero qué cojones estoy haciendo? Comienzo a retirarme inmediatamente pero antes de que salga del todo mi madre me empuja de espaldas contra la pared y se vuelve a meter. Joder, que hija de puta, mmm, y como me gusta. Vale, ella gana, solo un poco más y luego paro.

-Así hijo, así. Sigue follándome, fóllate a tu madre, cariño. Fóllame por el culo, venga.

Subo las manos desde sus caderas hasta llegar a sus tetas y me lleno las manos con ellas. Las aprieto contra mí mientras entro y salgo de ella una y otra vez. Este placer es algo nuevo que acabo de descubrir, estoy en la gloria.

-Así hijo, así. ¿Ves como te gusta?, ¿ves como te gusta darle por el culo a mamá?

Mi madre pone las palmas de las manos contra la pared y abre ligeramente las piernas para acomodarse a mi metesaca. Cada vez sobo sus tetas con más fuerza, aunque sean de mi madre reconozco que son las mejores tetas que he visto nunca.

Abro los ojos de golpe, ¿qué estoy haciendo? ¿Estoy dando por el culo a mi madre?

Ralentizo la cadencia hasta casi suspender la follada. Mi madre pega la frente contra la pared. Algo no va bien. Deslizo una mano hasta su coño. Lo acaricio y lo recorro con mis dedos hasta detenerme en su clítoris. Me lo temía.

Sus pezones se están poniendo duros y su clítoris comienza a dilatarse. No tanto como a Pilar, que se pone como una perra loba, pero lo suficiente como para darme cuenta de que a mi madre… ¿le gusta que le de por el culo?

Continúo tocándole el coño mientras la enculo despacio. Intento pajearla en el clítoris como me ha enseñado Pilar mientras le sobo las tetas con la otra mano. Los pezones están tomando dimensiones considerables y mi polla también, ver a una mujer excitándose me pone a mil, aunque sea mi madre.

Pega su cara contra la pared y suelta el aire de golpe en un suspiro. Tiene los ojos cerrados, la boca abierta y el ceño fruncido. Hostias, como me pone lo que veo, como me pone verla así de cachonda. Se le escapa un gritito que intenta amortiguar tapándose la boca con el dorso de la mano.

La enculo con más fuerza y como respuesta abre la boca aun más y comienza a jadear.

-¿Te gusta? –ya sé la respuesta pero soy de los que les gusta estar seguros.

-Sssi –logra decir.

-¿Te gusta que te de por el culo?

-Sí –lo dice muy bajo, casi no la oigo.

-¿Te gusta que te de por el culo tu hijo?, ¿Que se corra dentro?

Mueve la cabeza afirmativamente pero no contesta porque está muy ocupada jadeando y tapándose la boca a la vez. Por fin voy a conseguir que mi madre se corra, algo que no pude hacer cuando estuve con ella la primera vez. Qué frustrante es disfrutar con alguien que lo está pasando mal y más cuando esa mujer es tu propia madre.

Se acerca la corrida, al menos la mía. No sé cuanto más voy a poder aguantar. Ella lleva un rato corriéndose y el final parece que no está cerca. Acelero la cadencia de mi mano en su coño pajeándola más rápido y pellizco con suavidad uno y otro pezón. Ya no puede disimular los gemidos con una mano así que se abandona y grita como una loca con la cara totalmente pegada a la pared, parece que se quisiera morrear con los azulejos.

Me excito tanto oyéndola disfrutar que me empiezo a correr yo también. Lleno su culo con chorros de semen que tenía guardado para Pilar. Lo siento por ella pero que se joda, mi madre ha llegado primero.

Giro la cabeza hacia la puerta que está a mi izquierda y veo una figura humana bajo ella. La sonrisa de bobalicón de mi cara va desapareciendo paulatinamente. Mi padre nos está mirando con semblante serio y a mí se me rompe el corazón, no tanto por lo que sus ojos ven sino por lo que sus oídos han estado oyendo.

A mi padre nunca le dejó metérsela por el culo, pero lo peor es que él nunca ha conseguido que ella se corra tanto como conmigo. El complejo de Edipo se apodera de nuevo de mí y me aplasta contra la cruda realidad. La realidad de un mindundi suicida con graves problemas para relacionase, incapaz de hacer amigos y cuya madre es la única mujer a la que es capaz de tirarse. La realidad de un cabeza de familia que ve como el inadaptado de su hijo ocupa su lugar, llegando donde él no pudo llegar y logrando lo que él siempre deseó: ser el adalid de su mujer, el héroe que proporcionara oleadas de placer a su reina en numerosas noches de lujuria.

La realidad de un administrativo reconvertido en vigilante de seguridad en un trabajo de mierda, viviendo en un piso de mierda, con unos amigos de mierda y un hijo de mierda. La realidad de un perdedor reconvertido en cornudo.

Los gritos de mi madre se van convirtiendo en jadeos antes de cruzar la mirada con la de su marido. Continuamos follando cada vez más despacio bajo su mirada, incapaces de renunciar a los últimos coletazos del orgasmo. Mis padres se contemplan el uno al otro en silencio. Nadie se molesta en dar esas ridículas excusas tales como “no es lo que parece”, “solo ha sido un polvo de nada”, “no sabía lo que hacía”… sobran las palabras, solo quedan los hechos.

Cuando se apagan los jadeos, los gemidos y los golpes de cadera dejo de encularla hasta quedarme quieto tras ella. Se hace el silencio en el baño y en toda la casa, no se oye ni una mosca.

-Se me olvidó que hoy entro más tarde en mi turno –susurra mi padre.

Mi madre se yergue sin dejar de mirarle con cara de pena, quedando su espalda contra mi pecho. Ella también sabe lo que este orgasmo significa para él.

-Miguel… -me hace una seña con la cara girándola levemente hacia mí.

Mi polla aun sigue dentro de su culo y mis manos siguen sobre su coño y sus tetas. Deslizo las manos hasta sus caderas y voy sacando la polla con suavidad hasta que sale por completo quedando en el aire en posición horizontal, señalando el sitio por el que acaba de salir. Mantenemos esa posición unos segundos hasta que ella decide girarse y salir de la ducha. Coge una toalla y comienza a secarse el cuerpo, sin molestarse en tapar sus partes ni ocultarse tras un manto de tela que disimule la vergüenza que sentimos los tres. Lo hecho, hecho está.

Cuando termina de secarse deja la toalla donde estaba y sale del baño. Mi padre, cabizbajo, se hace a un lado para dejarle paso pero mi madre se para junto a él antes de salir. Le pone una mano en el hombro y por un instante está a punto de decir algo.

Se va y nos quedamos mi padre y yo solos, mirándonos, seguramente pensando en lo mismo. El día que debía ser el más alegre y a la vez el más triste de mi vida. El día en que logro superarle y ser mejor que él, es el día en el que descubro que una etapa de nuestras vidas termina para dar paso a otra nueva. La mía, como hijo que tenía a su padre en un pedestal y la suya, como rey caído.

Está triste pero en el fondo siente ternura por mí. Fuerza una sonrisa de comprensión y señala con el dedo a mi polla.

-Al final parece que la tienes más grande que la mía.

-¿Eh? Ah, no, son iguales –le rebato con timidez-, me lo ha dicho mamá.

Nos quedamos mirando a mi polla a falta de algo más ocurrente que decir. Si tuviera a bien irse del baño podríamos morirnos de tristeza cada uno a su gusto pero algo le debe obligar a estar conmigo, quizás es lo mismo que me impide salir de la ducha e irme dejándole aquí solo.

-Siempre he tenido complejo de tenerla pequeña –no se me ocurre otra cosa para romper el hielo.

-Ah.

-Pilar dice que la tengo normal, quizás un poco por encima de la media.

-Ah… ¿Pilar ha visto muchas?

-Bueno, tuvo 3 novios antes de casarse.

-O sea, que con su marido y contigo ya son 5 las que comparar.

-Bueno y uno de sus hijos. Una vez le pilló con su novia en casa… -esta conversación empieza a ruborizarme- bueno, que según me ha dicho la mía es como la de su hijo mayor, un poco más larga y gorda que la media, y de grosor adecuado.

-Ya, así que nuestras pollas son como las de su hijo mayor.

¿Eso ha sido un chiste? De nuevo se hace el silencio.

-Tu madre… -comienza a preguntar- parece que le ha gustado mucho.

-Yo no quería…

-Déjalo Miguel, no importa, no estoy dolido. Ya sabes que tienes mi consentimiento. –su cara no dice lo mismo.

-A mamá no le gusta que esté con Pilar.

Los ojos de mi padre se entrecierran mientras espera que continúe.

-Quiere sustituirla para que me aparte de ella.

-¿Y eso por qué? –contesta sorprendido.

-No lo sé pero está haciendo todo lo posible para que no siga viéndome con pilar –digo “viéndome” por no decir “follándome”.

Por fin mi padre parece que se derrumba. Aparta la vista de mí y se sienta sobre la tapa del váter enterrando la cabeza entre sus manos.

-Yo nunca la he hecho gritar así.

Bueno, quizás si probara a limpiarse el barro de los zapatos con la cortina de la sala…

-Te juro que yo tampoco. Hasta ahora, mamá solo sonreía tiernamente mientras estaba con ella pero sin excitarse nada de nada. No sé qué le ha pasado hoy.

-Y encima te ha dejado darle por el culo -dice negando con la cabeza.

-B…Bueno, a lo mejor esa es la razón de su… calentón. Hay una peli antigua titulada “Garganta Profunda”. Va de una tía que tiene el clítoris en la garganta, así que para excitarse, en lugar de follar, tiene que chupar una polla hasta el fondo de la garganta. A lo mejor mamá tiene el… -mi padre me mira como si estuviera viendo a José Luis Torrente dando una charla sobre feminismo.

-¿Que tu madre tiene el clítoris en el culo?

-N…No quería decir eso, pero a lo mejor hay algo que haga que ella…

-Que ella ¿qué?

-Pues eso, joe papá. Que en el fondo, detrás de esa fachada ama de casa complaciente puede que haya una zorra que quiera que se la metan por el culo, una perra que quiera que se la follen por detrás, una puta que necesite que la pongan mirando pa cuenca, que le metan un pollazo por…

Mi padre mira horrorizado como utilizo mi polla para acompañar mis explicaciones. Me paro en seco y me suelto la minga.

-B…Bueno, o a lo mejor no -digo carraspeando.

El rictus de espanto de mi padre se relaja poco a poco hasta convertirse en la faz del hombre bondadoso que siempre ha sido. Cierra los ojos durante unos segundos y toma aire.

-O a lo mejor lo que le excita eres tú.

– – – – –

Pilar está sobre la cama, desnuda frente a mí. Es una mujer imponente y moderna a la que le gusta jugar con un jovenzuelo como yo. Estamos solos en mi habitación y ha aceptado dejarse “violar” por mí. He vendado sus ojos y esposado sus muñecas a la cabecera de la cama. Es mía, mi esclava.

Recorro su cuerpo con la punta de un cinturón de cuero que hace las veces de látigo improvisado. Lo hago chasquear y después le acaricio la piel con él para asustarla, para excitarla, y lo estoy consiguiendo.

Abre las piernas y levanta ligeramente la cadera, quiere que le coma el coño, le encanta como se lo hago. Y la verdad es que lo hago de puta madre, he metido muchas horas aprendiendo en internet. Dios salve a internet.

Chasqueo tres veces seguidas el cinturón y Pilar se muerde el labio inferior.

-Mmm, me pones cachonda, cabrón.

No sé por qué me tiene que insultar si yo no la he faltado al respeto, y más una señora de su edad, ya no hay educación, se han perdido las formas. Vuelvo a chasquear tres veces mi “látigo” y esta vez la puerta de mi cuarto se abre silenciosamente.

La cabeza de mi padre asoma por el hueco de la puerta y en cuanto ve lo que hay sobre la cama abre ampliamente los ojos y deja caer su mandíbula hasta la alfombra. Le hago señas para que se acerque y obedece instantáneamente pero con varios minutos de retraso ¿Alguien ha visto alguna vez moverse a un oso perezoso? Está acojonado, casi más que yo. Camina como los personajes de dibujos animados cuando quieren caminar en silencio.

Se acerca hasta donde yo estoy colocándose a mi lado. Ambos estamos desnudos y me mira la polla tiesa. Él también está empalmado. Pasa su mirada de una a otra minga y cuando me mira a la cara arquea las cejas y asiente con la cabeza como diciendo: “pues va a ser verdad lo que decía tu madre de que tenemos la polla igual de grande”.

Pilar, que está frente a nosotros, abre las piernas un poco más obsequiándonos con una visión de su coño de lo más reveladora. Se nota que la he puesto cachonda, muy cachonda.

-Vamos cabrón, ¿a qué esperas? –gime como una gata- No me hagas sufrir más.

No sé como esta mujer es capaz de hablar y lubricar así al mismo tiempo. Mi padre mira hacia la puerta donde mi madre espera apoyada en el quicio y aguarda su aprobación. Por toda respuesta, mi madre, aparta la mirada. No le hace maldita la gracia lo que su marido ha venido a hacer pero se resigna, hay una deuda entre ellos muy difícil de compensar.

Mi padre mira de nuevo el coño de Pilar mientras abre y cierra la boca y traga saliva nervioso. Necesitaré una sábana entera para recoger todas las babas que va dejando en el suelo. Poso una mano sobre su hombro y le empujo con suavidad para que inicie el cortejo, o sea, que le coma el coño, su mayor deseo en esta vida.

Mi padre ha utilizado mis productos de higiene para ducharse y perfumarse para, de esa manera, hacerse pasar por mí frente a nuestra presa. Es decir, que ha utilizado el champú tamaño familiar, el desodorante del eroski y la colonia de tarro que llevamos usando toda la vida. Aun así duda de que Pilar no se de cuenta de quién es quién.

Aunque suene raro decirlo, he impartido a mi padre unas amplias nociones de cómo yo le como el coño a todas las mujeres con las que he estado, o sea, a las dos. El hijo enseñando a su padre, ¿¡quién lo hubiera dicho!?

Al final mi padre acerca su mano al sotobosque y posa los dedos con suavidad, con miedo, como si ella fuera capaz de adivinar por el roce quién la está manoseando.

-Mmm, sí.

Mi padre desliza las yemas de los dedos por toda la raja con el miedo aun metido en el cuerpo y Pilar se contonea de placer. Mi padre me mira y frunce el ceño mientras hace un gesto negativo con la cabeza. “Esto no es buena idea”, parece decir. Como respuesta señalo su polla y después señalo el coño de Pilar que espera impaciente su siguiente caricia, bueno la mía. Él, que sigue sin estar convencido del éxito de nuestra felonía, mira a mi madre esperando ver en ella una muestra de desaprobación que aborte la misión suicida, sin embargo mi madre, que está al borde del colapso por la lentitud de su marido y que va a terminar destapando todo el pastel, le insta con gestos a que continúe de una puta vez.

Con los ojos cerrados y la frente perlada de sudor, mi padre comienza a acariciarle el coño. Cuando los abre, mete 2 dedos en su coño mientras le frota el clítoris con la otra mano. Pilar se retuerce cada vez con más fuerza.

Vuelve a mirarnos a mi madre y a mí y por fin se decide a hacer lo que ha estado deseando casi toda su vida. Mete su cabeza entre las piernas de Pilar y toca su coño con su lengua.

-Hosssstias Miguel, ya era hora.

Lame el clítoris lentamente, con miedo a ser descubierto, pero Pilar no se da cuenta del intercambio, está muy concentrada mordiéndose los labios y conteniendo sus gemidos.

Envalentonado con ello, mi padre se recrea en su lamida para llevarla al orgasmo varios minutos después. No es tarea fácil, la muy puta brinca como una cabra con una guindilla metida en el culo. Mi padre tiene que abrazarse a sus piernas para no despegar la boca de su coño y poder seguir lamiendo sin interrupción

Cuando termina de lamerla, Pilar queda despatarrada y medio muerta sobre mi cama, respirando a bocanadas. Está empapada de sudor.

-Joder Miguel, qué pasada –dice entre jadeos-. Menudo cabrón estás hecho.

-No lo sabes tú bien.

Empujo de nuevo el hombro de mi padre mientras señalo el cuerpo de Pilar. Mi padre, con los ojos como platos, no se atreve a dar el siguiente paso y se separa de ella como si tuviera la peste. Vuelvo a empujar su hombro con más insistencia. Mi padre busca a su mujer que sigue apoyada en el marco como convidado de piedra. Mi madre sostiene su mirada y asiente levemente.

Mi padre mira a Pilar con una mezcla de excitación y miedo. Va a hacer lo que más desea y lo que más teme. Pilar es la mejor amiga de su mujer, la esposa de su vecino, la madre de varios hijos a los que conoce de toda la vida, una señora respetada. Se pasa los dedos por los labios, los tiene secos y se los humedece con la lengua, tiene la boca seca.

-Vamos nene, fóllate a mami, venga –dice Pilar.

Me pongo colorado y miro a mi madre de soslayo. Ella también se ha ruborizado. Mi padre no termina de decidirse y Pilar se impacienta. Intenta quitarse la venda de los ojos dando movimientos bruscos con la cabeza.

-Vamos cabrón, móntame ya.

Podría pedirlo por favor, vamos digo yo, qué modales son éstos. Doy un empujón a mi padre que cae entre las piernas de Pilar.

-Mmmm, ¿vas a utilizar la fuerza conmigo? ¿Me vas a violar?

-Te voy a hacer algo peor –contesto desde la espalda de mi padre.

-Mmm sí, viólame, viola a tu mami.

Como le gusta hacer sangre a esta señora. Por suerte para todos, mi padre ha empezado a acariciar y sobetear su melonar. Pilar se retuerce como una culebra bajo mi padre.

-Venga Miguel, dime cosas fuertes. Dime guarradas. Insúltame.

En los labios de mi madre se puede leer: “Z-O-R-R-A-H-I-J-A-D-E-P-U-T-A”. Algo me dice que lo piensa de verdad, quizás los puños apretados o los ojos inyectados en sangre, o el hecho de que haya levantado un puño y muestre el dedo corazón. Carraspeo antes de hablar.

-Eeeh, te voy a follar… puta.

-Mmm, más, dime más.

-Te voy a follar mucho… y fuerte… puta –digo acercándome a la nuca de mi padre.

Pilar abraza a mi padre con las piernas y lo atrae hacia si.

–Vamos cabrón, sigue diciéndome cosas. Insúltame de verdad, maricón.

Me quedo pensando pero… no sé me ocurre nada, yo soy un romántico, joder. No sé decir cosas de esas. Por suerte mi padre se lanza y la besa con pasión. Ella recibe su boca como fruta madura. Ambos se morrean con fuerza mientras mi padre restriega su herramienta por el potorro y le soba sus tetazas. En uno de los hábiles movimientos de mi padre consigue metérsela hasta el fondo y empieza a penetrarla con furia.

Lo que sucede a continuación es una concatenación de cosas predecibles en casos como éste. Mi padre se corre en menos de medio minuto, a tomar por culo, fin.

Se levanta agotado, da 2 pasos hacia atrás y pone las manos en las caderas con la satisfacción del trabajo bien hecho. Levanta dos veces las cejas y me enseña el pulgar con la cara radiante de felicidad y una sonrisa de oreja a oreja. Le miro horrorizado, con la boca tan abierta que el coche fúnebre que ha de llevarme al cementerio puede pasar a través de ella. Pero ¿¡qué cojjjjjones ha hecho este hombre!?

Miro a mi madre intentando obtener una explicación pero su semblante es el mismo que el de un mastín a la hora de la siesta.

-¿Qué pasa Miguel? –pregunta Pilar -¿Qué estás haciendo? ¿¡No habrás acabado ya!?

Se mueve intentando ver algo e intenta quitarse la venda frotándola con los brazos extendidos sobre su cabeza.

-N…No mujer, que va. Solo estoy haciéndote sufrir.

-No me jodas Miguel, tú te has corrido.

Sin tiempo para pensar me echo encima de ella, cojo mi polla tiesa, apunto y se la meto antes de que la cosa pase a mayores.

-Mmmm, joder que fuerte estás. –dice Pilar.

Me muevo con fuerza para ponerla a mil cuanto antes pero noto algo desagradable. Tiene todo el coño lleno del semen de mi padre. ¡Estoy resbalando mi polla en el semen de mi padre! Jodddder, que ascazo. Y lo peor es que ya no hay marcha atrás, ya no.

Cierro los ojos y prefiero no pensar. Follo a Pilar como un toro. Al cabo de un minuto de golpes de cadera y gemidos mi padre sonríe ufano pensando “éste es mi chico”, a los 5 tiene las 2 cejas levantadas sorprendido por mi vitalidad, a los 10 está serio con el ceño fruncido, 15 minutos después oculta su cara entre sus manos, sentado en la silla que hay junto a la ventana, derrotado. Ha comprendido algo muy importante de su matrimonio, algo que le está aplastando como una losa con cada grito de Pilar y con cada una de mis embestidas. A mí solo me ha llevado comprenderlo medio minuto.

Sujeto los tobillos de Pilar en alto mientras la penetro una y otra vez. Me encanta ver mi polla entrar y salir de su coño negro mientras sus tetas botan arriba y abajo. Durante todo el tiempo Pilar no ha dejado de gemir y de pedirme más y más, contoneándose y retorciéndose como una lagartija en un bolsillo.

Mi padre observa la escena impávido. Sus ojos no me miran a mí ni a Pilar sino a si mismo 50 ó 100 años atrás. Repasa mentalmente su vida, sus mil años de patética y triste rutina marital.

Hago que Pilar se gire y se ponga a 4 patas para poder follarla desde atrás y que mi padre pueda ver sus tetazas botar como a él le gusta. Sus muñecas siguen atadas al centro de la cabecera mediante unas esposas de plástico lo que permite el cambio de posición. Sus piernas abiertas facilitan la entrada de mi “amigo pequeño” que meto y saco una y otra vez con furia para deleitar a mi padre. Me lleno las manos con sus tetazas y las amaso con exageración para él.

Pero él ya no está aquí sino a mil años de distancia. No ve como follo su coño. No le interesa cómo botan sus tetas con cada embestida mientras la galopo. Su mirada está fija en mi madre, intentando alcanzarla. Intentando pedirle perdón u ofrecer explicaciones innecesarias con angustioso mutismo. Hay silencios que hablan por si solos y miradas que perciben lo que uno no se atreve a decir.

Me concentro en lo que sé hacer bien y rezo porque mi padre se fije de una vez por todas en Pilar y se deje de frustraciones inútiles. Mis pelotas golpean contra su pubis haciendo un ruido característico como si estuviéramos aplaudiendo. Mantengo el ritmo hasta que su cuerpo se tensa. Sus manos aprietan la cabecera, abre la boca y comienza a pegar tales gritos que imagino a todos gansos de la ciudad tomando el vuelo a la vez. Muerde la almohada para no despertar a los enfermos en coma del hospital más cercano mientras se corre.

Me abandono y me corro con ella. Lleno su coño de semen que se mezcla con el de mi padre. Es triste sentir el semen de tu propio padre en la polla pero más triste es robar. Tengo una sudada de tres pares de cojones. La descabalgo despacio mientras ella se desploma sobre la cama y se da la vuelta boca arriba, despatarrada.

Respiro como un rinoceronte a la carrera. Mi padre se levanta y se dirige hacia la salida. Ya no camina encorvado con la punta de los pies como si fuera un dibujo animado sino como alguien que acaba de suspender un examen por enésima vez.

Arrastra su cuerpo hasta la puerta. Al llegar pone la mano sobre el hombro de mi madre durante un instante y agacha la cabeza. Justo cuando intenta salir mi madre retiene su mano y tira de él, le abraza. El abrazo dura una eternidad. Una eternidad de silencio contenido.

Entonces mi madre apoya sus manos en los hombros de mi padre y le empuja suavemente desde atrás hasta colocarle a la altura de la cama junto a la cabeza de Pilar.

Mi madre coge la polla de mi padre, que parece no entender nada al igual que yo, y la acerca a la boca de su amiga que respira a bocanadas. Acaricia los labios de su amiga con la punta del pene de su marido.

-Pero Miguel, ¿es que tú no te cansas nunca? –pregunta Pilar.

Acomoda sus labios a la polla de mi padre y comienza a mamársela lenta y suavemente mientras mi madre permanece tras él besándole el cuello. El pobre hombre está tan excitado como asustado. Está atrapado entre las 2 mujeres que le maman y le acarician. Tiene la polla muy dura y Pilar se sorprende por la rapidez y vigorosidad de la erección.

-Joder Miguel, eres increíble, chico.

 Mientras le mama, mi padre mete mano tanto a Pilar como a su mujer sin que la primera sea consciente de lo que pasa a su alrededor.

 La mamada transcurre despacio. Pilar se esmera en proporcionar las mejores caricias que sabe ofrecer. Mi padre disfruta en silencio con el ceño fruncido y la boca abierta. Un buen rato después mi padre apenas se puede mantener en pie de tanto placer. Tiene la frente empapada de sudor y sus manos en las tetas de la mujer. Cuando se corre a duras penas puede contener unos leves gemidos mientras eyacula. Ella le deja correrse en su boca pero sin tragarse el semen que se desliza por sus labios hasta caer en las sábanaaas ¡JODDDDER! Que ahí tengo que dormir yo luego.

 Mi padre, que casi no se tiene de pie, suelta la teta de Pilar que no ha parado de masajear durante toda la mamada y da un paso atrás haciendo que mi madre deba apartarse.

 Solo se oye la respiración de mi padre que suda como un gorrino. Pilar, por otro lado, descansa tranquila con media cara empapada de semen. Entonces mi madre se acerca a la cama y se inclina hacia su amiga. La besa con suavidad en la comisura de los labios. Una anónima caricia de agradecimiento a los servicios que le ha regalado a su marido. Unos servicios ofrecidos sin su conocimiento ni consentimiento. Pilar corresponde en la misma medida devolviendo el beso con la punta de los labios.

 Sin embargo el beso se prolonga más de lo esperado y me doy cuenta de que mi madre ha juntando sus labios con los de su amiga y ahora se besan uniendo la punta de sus lenguas. A cada momento el beso va tomando nuevas dimensiones y ahora ambas mujeres se comen la boca entrelazando sus lenguas.

 Mi madre comienza a acariciar las tetas de su amiga mientras ésta corresponde al beso con pasión levantando la barbilla y estirando el cuello. Sus bocas luchan entre si a la vez que mi madre lame y muerde los labios húmedos de semen de Pilar. La mano que acariciaba sus tetas está ahora amasándolas sin pudor y con deseo desmedido. Toqueteando los pezones y deslizándolos entre sus yemas una y otra vez.

 Cuando se harta de sobarle las tetas desliza la mano hasta la entrepierna y acaricia su coño. Es una caricia que busca el placer ajeno. Masajea su clítoris con 2 dedos durante un buen rato antes de decidir introducirlos en el coño y follarla despacio con la mano. Pilar se contonea disfrutando, sin saberlo, de la mano y los labios de su vecina.

 Mi padre y yo nos miramos con las bocas abiertas. ¿Por qué hace esto? ¿Es en el fondo mi madre una lesbiana reprimida? ¿Era de mí de quien estaba celosa o era de Pilar?

 Sus dedos entran y salen del coño de su amiga impregnados del semen de su marido y su hijo. Pilar, mientras tanto, se contonea cada vez con más fuerza intentando adelantar el orgasmo que está a punto de llegar. Al final arquea el cuerpo y abre la boca gimiendo mientras mi madre sigue besándola por toda la cara que aun tiene llena de semen.

 Pilar se corre mientras gime en la boca de su amiga que se la sigue comiendo a besos. Se agarra a los barrotes de la cama y tensa el cuerpo. Bota arriba y abajo arqueando la espalda continuamente mientras su amiga termina de proporcionarle la corrida.

 Cuando desfallece, mi madre continúa besándola de manera continuada con los ojos cerrados. Pilar respira a bocanadas mientras mi madre besa sus labios, su barbilla y baja por su cuello. Sigo alucinando al igual que mi padre. Nos miramos el uno al otro sin comprender qué es lo que está sucediendo realmente.

 Mi madre toma una de las tetas de su amiga y se la lleva a la boca. La besa con suavidad y la acaricia con la punta de la lengua. Besa la aureola que circunda su pezón, percibe su dureza y lo lame con delicadeza.

 Las lamidas son cada vez más largas. Abre la boca, se mete el pezón entero y lo chupa con fruición. Mi madre está mamando y amasando las tetas de su amiga absorta a todo lo que le rodea.

 Caen los segundos y nadie se mueve de donde está. Ni tan siquiera Pilar que disfruta ignorante de las caricias de su amiga. Estoy alucinando viendo a mi madre así. Esto no entraba en el plan. A decir verdad, casi nada de lo que ha pasado hoy estaba previsto.

 De repente mi madre deja de lamer, abre los ojos y se separa con lentitud. Nos mira a mi padre y a mí con cara de espanto. Ninguno de nosotros es capaz de hacer un gesto, ni tan siquiera para cerrar la boca que aun tenemos abierta.

 Su respiración acelerada nos indica que está excitada. Su pecho sube y baja rítmicamente y al mirarlo puedo adivinar bajo su ropa unos pezones erectos. Continúa mirándonos a mi padre y a mí asustada al darse cuenta de lo que ha hecho. Algo que ni ella misma se cree. Parece que hoy es el día de los descubrimientos turbios.

 Despega sus labios para decir algo pero por toda respuesta baja la cabeza y sale de la habitación apresuradamente con una mano en la boca y los ojos en lágrimas. Mi padre la retiene de la mano antes de cruzar la puerta y es ahora él quien la abraza con fuerza ahogando sus lágrimas en su pecho.

 La escena continúa eternamente hasta que por fin la puerta se cierra en silencio. Me quedo mirando la puerta durante no sé cuanto tiempo sin poder apartar la imagen de mi madre, ¡MI MADRE!, besándose con Pilar mientras le hacía una paja. La voz de Pilar me saca de mis pensamientos.

-Joder Miguel, ¿Serás cabrón?

 Cuando giro la cabeza veo con horror que se ha soltado una mano de las esposas de plástico y se ha levantado la venda bajo la cual me mira asombrada. Casi me cago en la alfombra. ¿Cómo lo ha hecho? ¿Cómo coño ha sido capaz de soltarse de unas esposas de juguete? Estos putos chinos del bazar solo saben hacer cacharros de mierda.

 Me mareo y empiezo a sudar intentando explicárselo de la mejor manera posible.

-¿Eh? Ah, eeeh, a ver…

-¡Estás otra vez empalmado! Menudo salido eres.

 Miro a mi polla que me está apuntando a los ojos.

-¡Te has empalmado con la paja que me has hecho!

-Pues, pues… -suelto el aire que contenía en los pulmones aliviado- me parece que sí. –Digo mientras miro de nuevo a la puerta de mi cuarto por donde han salido mis padres.

-Si te corres tantas veces solo por verme vendada y esposada –dice entre divertida y resignada- tendremos que jugar a esto más veces.

 La miro fijamente unos segundos y sacudo la cabeza a un lado y a otro.

-No, mejor no repetimos esto nunca más.

Fin.

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Como siempre, el que suscribe, ruega postrado ante el monitor cualquier tipo de comentario tanto si es bueno como si es malo; tanto si es largo como si es corto del tipo ” me gusto” o “mejorable”.

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Relato erótico: “La mejor amiga de mi hija y la criada luchan por mi 5” (POR GOLFO)

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Más de una semana después y tras dejar a su madre casi totalmente repuesta, Antía llegó a la casa decidida a entablar la lucha. Pero al ir a abrir la puerta, el conjuro de protección que había echado Estefany sobre sus muros le impidió acceder. Al darse cuenta de que necesitaría su permiso para entrar, tocó el timbre y esperó a que esa advenediza llegara corriendo pensando que era Gonzalo que volvía antes de tiempo al chalet.

            Que su jefe no le había anticipado su llegada, quedó claro al verla vestida con un camisón propio de una cortesana, pero disimulando su cabreo comentó a la colombiana que se había olvidado las llaves y que si podía pasar.

            ―Por supuesto, ésta es tu casa― respondió la morena sin advertir que estaba dejando al enemigo entrar a su refugio.

Sonriendo, la gallega le dio las gracias y tras llevar el equipaje a la habitación de servicio, comenzó a limpiar las distintas habitaciones sin que nada en su comportamiento revelara que estaba aprovechando para investigar que otras trampas o sortilegios hubiere realizado en su ausencia. Así rápidamente descubrió las defensas que había erigido en puertas y ventanas para evitar verse sorprendida.

«Debe ser más poderosa de los que pensaba», se dijo al asumir que de alguna manera había intuido el peligro que se cernía sobre ella.

Eso le hizo extremar sus precauciones y poniéndose en guardia, levantó unas impenetrables defensas en su cerebro haciéndolas pasar por una inseguridad y una timidez tan falsas como una moneda de tres euros. Por eso cuando la bruja la sondeó mientras limpiaba el polvo de la casa, lo único que encontró fue la confirmación de lo que Gonzalo opinaba de ella.

«Cómo sostenía, esta mujer no ha conocido varón», se dijo más que satisfecha al comprobar que bajo esa fachada de cobardía se escondía una mujer apasionada.

Por un momento, la pelirroja se sintió descubierta al advertir la furia que crecía en su interior con ese manoseo mental, pero entonces cómo si lo hubiese gritado a los cuatro vientos descubrió que esa boba había adjudicado su ira a un temperamento ardiente que le apetecía probar. Sintiéndose observada, prefirió irse a la cocina. Fue al ir a limpiar una de las cacerolas cuando reparó en el tipo de conjuro que había realizado para que su jefe cayera rendido a sus pies.

«¡Agua de calzón! ¿Acaso no sabe realizar algo más potente?», se dijo parcialmente desilusionada al saber que si era así la bruja no sería capaz de entablar una batalla digna de contar a sus hermanas cuando les llegara con su cabeza cortada sobre una bandeja.

Tras reponerse de la sorpresa, decidió seguir disimulando no fuera a ser que la hubiese minusvalorado y que en realidad esa bruja fuese alguien que temer.

«Tengo todo el tiempo de mundo antes de decidirme a atacar», meditó mientras echaba jabón y se ponía a restregar la olla donde su oponente había realizado ese mejunje.

Estaba pensando en ello cuando como tantas tardes escuchó que Gonzalo llegaba y volviendo a la rutina que tanto amaba, se acercó a abrirle la puerta. Supo que ella era la última persona que su amado se esperaba cuando leyó en sus ojos que la lujuria que le embargaba se convertía en desilusión al ver que era ella y no la zorra hispana quien lo esperaba.

―Antía, ¡qué gusto me da verte! – mintió para acto seguido interesarse por su madre.

―La he dejado pachucha pero bien. Gracias por preguntar.

El cariño con el que la escuchó la hizo recordar porque lo amaba y eso le hizo odiar aún más a la joven que ya vestida como mandaban las normas de decoro, se había acercado a saludar.

«Puta, a mí no me engañas», pensó con creciente cabreo al percatarse de que ataviada tan discretamente su belleza se incrementaba.

El repaso de la gallega no le pasó inadvertido y encantada, volvió a malinterpretarlo creyendo que su mirada recorriéndole el trasero era la prueba de que esa mujer bateaba del lado izquierdo.

«Con razón nunca le echó los perros a mi amado, ¡esta tipa es bollera!», sentenció sin que exteriormente se le notara.

            Ajeno a lo que se le avecinaba y sin tomar partido por ninguna de las contendientes, Gonzalo besó discretamente en la mejilla a su invitada antes de dejar su maletín y pedir que le trajeran una copa. Cuando ya Estefany iba por ella, la pelirroja se le adelantó y conociendo profundamente sus gustos, le preparó una ginebra con tónica a la que añadió un par de arándonos. 

            ―Echaba de menos tus combinados― declaró sin percatarse del cabreo que sus palabras provocarían en la chiquilla que compartía sábanas con él, pero tampoco que su criada viera en ese piropo un atisbo que le hiciera albergar esperanzas.

«Zorra, Gonzalo es mío», pensó la hispana al percatarse por primera vez de la adoración que sentía la gallega por su patrón a pesar de su inclinación sexual: «Y no de una guarra que ni siquiera sabe si le gustan los hombres o las mujeres».

Tan potente fue su pensamiento que éste llegó al cerebro de la meiga tan claro como si lo hubiese gritado y decidida a mantener las apariencias, dotando a su voz de un servilismo lleno de humildad, preguntó a su enemiga que deseaba que le sirviera de beber.

―Ponme un whisky― ordenó la colombiana.

Al escuchar su tono altanero, Antía se indignó y mientras cuerpo le pedía saltarla al cuello, bajando la mirada, volvió a la barra y se lo sirvió.

 ―Tome, mi señora. Si desean algo más, estaré en la cocina.

Nuevamente, Estefany se dejó engañar por las apariencias y satisfecha por la forma tan descriptiva con la que la criada había reconocido su mando, se giró a mirarla mientras se iba intentando descubrir si tal y como le había dicho Patricia, esa mujer era dueña de cuerpo tan voluptuoso y atractivo como el suyo.

            «Bajo ese disfraz es imposible saberlo», se dijo mientras decidía tomar medidas al respecto.

            Las manos de Gonzalo bajo su falda le hicieron ratificar esa decisión al saber que mientras no la hubiese seducido debía de abstenerse de mostrar sin ambages que eran pareja para que no le fuera con el cuento a Patricia. Por eso y mientras le pedía contención hasta que la gallega se fuera a dormir, decidió usar con ella el mismo conjuro que con él sin saber que en ese preciso instante su adversaria estaba haciendo recuento de los ingredientes que necesitaría para elaborar el suyo.

Tras la cena, Antía hizo uso del cansancio del viaje para dejarlos solos y así dar a Gonzalo la oportunidad de saciar la lujuria que le embargaba cada vez que miraba a la hispana, sabiendo que esta no se negaría. Tal y como anticipó, le llegó el sonido de los pasos de los dos subiendo por las escaleras al cabo de los cinco minutos. Aun así, aguardó media hora, antes de abrir las ventanas y sacar un pequeño hornillo con el que preparar la mezcla que convertiría a esa bruja que se creía invencible en una zorra sedienta de sus caricias.

            Ya con el agua hirviendo, introdujo la compresa que se acababa de quitar totalmente impregnada con su sangre y añadiendo las cenizas del gallo que durante años había fecundado las gallinas del corral de su madre y que había sacrificado para tal fin efectuó una invocación a las cuatro fuerzas de la naturaleza:

            ―Fuerzas del aire, tierra, mar y fuego! A vosotros hago esta llamada: Si es verdad que tenéis más poder que la humana gente, haced que la mala mujer que ha robado el cariño de mi hombre caiga prendada de mi sabor y busque ser mía.

Justo entonces comprendió que no le era suficiente hacerse dueña de la bruja, completó el ritual metiendo la cola de una salamandra mientras decía:

― Fuerzas del aire, tierra, mar y fuego! A vosotros os reitero mi suplica: cuando mi hombre beba esta infusión, también ansíe hundir su hombría en mi seno.

Como todo buen conjuro debe ser regado con el sacrificio de su autora, encendiendo el intercomunicador por medio del cual su adorado la llamaba cuando requería algo de ella, se torturó con el sonido de la bruja siendo empalada sobre la cama por su amor.

«Maldita hija de satanás, ¡Gonzalo es mío!», llorando a moco tendido proclamó mientras escuchaba los gritos de placer de la hispana cada vez que era penetrada.

Sabiendo que cuanto más soportara oyendo esa escena mayor sería su sufrimiento se mortificó con el roce de sus cuerpos apareándose sin parar mientras retenía los deseos de tocarse imaginando que era ella el objeto de la pasión de su jefe.

«Te haré pagar mis desdichas», se dijo mientras en altavoz llegaba el sonido de unos azotes que debían haber sido suyos.

Los gritos de placer de Estefany cada vez que Gonzalo la premiaba con un nuevo azote o una nueva embestida incrementaron su lujuria y viéndose tentada en hundir un par de dedos en su coño siguiendo el ritmo con el que el embrujado amaba a esa mujer, se aferró a los barrotes de su cama.

«Engendro, disfruta de las llamas de este fuego que me corroe hasta que te veas obligarlo a calmarlo con la boca entre mis piernas», sollozó incapaz de dejar de atormentarse con el gozo de su adversaria.

Un piso por encima de ella y mientras su macho la acuchillaba, la imagen de la criada oyéndolos llegó a la mente de la colombiana y creyendo que los estaba espiando tras la puerta, su calentura se exacerbó:

―Zorra, ¡escucha como me ama! ¡Envidia la suerte de la que será tu dueña! ― gritó queriendo ser escuchada por la gallega.

Mientras Gonzalo intentaba contener sus berridos para no ser descubiertos, en la habitación del servicio, Antía se estremeció al darse cuenta que la joven había sentido su presencia y aterrorizada apagó el intercomunicador justo cuando en los altavoces oía el atronador orgasmo que protagonizó su adversaria…

Asustada por si su insensatez había revelado a la bruja quien era su oponente, apenas pudo dormir y despertó totalmente derrotada. Sin gana alguna de levantarse y enfrentar los reproches de la hispana, se fue a bañar buscando alguna excusa a la que aferrarse.  Por ello y una vez vestida con el humillante uniforme que anteriormente había llevado orgullosa, llegó a la cocina y descubrió que, en algún momento de la noche, la colombiana había bajado para elaborar su agüita de calzón. Seguía sin entender la razón que le había llevado para hacerlo cuando la morena le llegó con un café y se lo dio a probar, diciendo:

―Me he levantado antes y te he ahorrado hacerlo.

Nada más olerlo, supo que bajo el aroma del fruto del cafeto esa ingenua quería ocultar el sabor de sus bragas usadas y sabiendo que ella era inmune a ese mejunje, se lo empezó a tomar mientras observaba de reojo que la chavala no perdía detalle.

―Te he dicho lo mucho que Gonzalo te ha echado de menos mientras no estabas― haciéndole una carantoña en la mejilla, susurró.

De inmediato, comprendió no solo que no la había descubierto sino también que por alguna razón deseaba seducirla y separándose de ella, notó la satisfacción con la que Estefany malinterpretaba su turbación.

―No sabes la ilusión que me hace que me hayáis añorado― contestó ruborizada usando el plural al haber anticipado sus planes.

Involuntariamente, los pezones de la gallega se alzaron bajo su vestido al saber lo cerca que estaba de cumplirse su deseo de ser la hembra de su patrón y por ello no le importó que hacer creer a su enemiga que todo iba de acuerdo a la hoja que se había marcado cuando dejó caer que le parecía un anacronismo que siguiera usando un disfraz de criada sin esperar a que esa especiada bebida cumpliera su función.

―Mi señora, no es un disfraz. Soy la chacha y como tal sé cuál es mi lugar en esta casa― respondió sin retenerle la mirada.

Encantada con la sumisión que le mostraba, Estefany decidió no seguir presionando y aprovechando que Gonzalo había bajado a desayunar, ordenó que les preparara el desayuno. Siguiendo a rajatabla sus instrucciones, Antía exprimió media docena naranjas y tras llenar dos vasos, los aderezó con dos gotas de la poción mágica que había elaborado la noche anterior.

«Zorra, iré añadiendo una pizca más en cada comida hasta que mi hombre y tú os rindáis a mí», sentenció poniendo sobre la mesa los zumos.

Sin esperar a que se lo tomaran, estaba volviendo a la seguridad de la cocina cuando descubrió que el café que había tomado no era tan inocuo como ella creía al notar que la calentura que crecía en su interior. Sabedora de que debía regurgitarlo de inmediato, corrió al baño y metiéndose dos dedos en la garganta, consiguió echar la mayoría antes de que fuera algo insoportable.

Aun así, al volver a recoger los platos y vasos que habían usado, la belleza de la colombiana se había acrecentado y espantada, se vio mirándole los pechos. La rapidez con la que pudo rechazar la atracción que sentía, la tranquilizó y asumiendo que era algo que podía combatir, sonrió mientras escuchaba a la bruja decir a su amado que esa mañana iba a ir a la peluquería.

El bonachón no vio nada raro en sus palabras y despidiéndose de ambas, se marchó a trabajar. La bruja espero a oír que arrancaba el coche para girarse hacia la criada e informarla que iba a acompañarla porque quería hacerle un cambio de look.

―Mi señora, no hace falta― suspiró haciendo gala de su timidez.

Tanteando el terreno para comprobar si su conjuro había ya resultado, la morena elevó su voz:

―Es una orden, no un ruego. No desearás que tu señora se enfade contigo.

Su tono imperativo le hizo saber que esperaba de ella y simulando una desazón que no sentía, se echó a llorar como una magdalena implorando su perdón. Lo que nunca esperó fue que esa odiosa hiciera valer tan rápido el poder que creía poseer y la azuzara a cambiarse de ropa con un sonoro azote en su trasero. Pero menos aún que su corazón se pusiera a mil por hora al sentir el escozor del golpe.

«Tengo que tomar algo que neutralice el efecto del café», se dijo preocupada.

Por eso no advirtió la excitación de la colombiana al sentir todavía la dureza del culo de la criada en sus yemas como tampoco reparó en los dos atrayentes bultos que florecían bajo la blusa de la latina viéndola huir.

«Va a ser que también soy medio bollera», ajena al sortilegio que había ingerido con el zumo, la bruja razonó divertida mientras planeaba cómo emputecer a la gallega.

 Mientras se cambiaba, la meiga mordisqueó unas hojas de un eucalipto gallego para combatir los efectos que se iban acumulando en su entrepierna. No tardó en comprobar que sin ser un antídoto que los hiciera desaparecer, al menos los había calmado y preguntándose si debía llamar a su madre en busca de ayuda, salió de su cuarto a seguir actuando como una damisela enamorada para no levantar las suspicacias de su rival.

Esta sonrió al verla llegar con la cabeza gacha y dando por sentado que con su presencia poco a poco el conjuro se iría haciendo cada vez más fuerte, se abstuvo de seguir presionándola con rudeza. En vez de ello, ya en el coche que había sido de la madre de Patricia antes del divorcio, aprovechó a que servilmente le ajustaba el cinturón para rozar los apetitosos melones que creía intuir bajo el grueso jersey de su víctima.

El sollozo de Antía al sentir esa inesperada caricia la puso como una moto y sobre la marcha decidió que no solo iba a cortarle el pelo, sino que iba a aprovechar para comprarle el picardías que usara la noche en que entre Gonzalo y ella la estrenaran.  Solo pensar en ello, incrementó la necesidad de poseerla y sabiendo que debía actuar con prudencia, alejó sus dedos mientras aceleraba.

«¡Qué ganas tengo de que me comas el bollito mientras mi hombre te culea!» sentenció alborotada sin percatarse de que su reacción se debía al aderezo del zumo que había tomado.

Mientras eso ocurría, durante el trayecto a la empresa, el maduro no dejaba de pensar en la insistencia de su joven amante de invitar a su empleada a compartir caricias y por primera vez, no le pareció una locura sino algo sumamente apetecible.

―Dos hembras dispuestas solo para mí, no puedo pedir algo mejor― se dijo dando la bienvenida a la idea…

11

El destino quiso que esa mañana Patricia recibiera una llamada del padre de su amiga, el cual tras saludarla con un extraño cariño, la alertó del peligro que corría su padre al cobijar a Estefany. Y es que, demostrando una ausencia de amor paterno, dedicó media hora en mal ponerla con ella, haciendo hincapié en la atracción que su hija sentía por los hombres maduros, dando por sentado que para entonces ya debía haber seducido a Gonzalo, haciendo de él su amante.

            ―No los creo capaces de semejante traición― exclamó totalmente abochornada recordando el último juego sexual que habían protagonizado al teléfono y cuyo actor principal era el maduro del que hablaban.

            El tal Ricardo debió intuir sus dudas y apoyándose en eso, le previno que tuviese cuidado y que no bebiera nada que su amiga le diera.

            ― ¿A qué se refiere? ― ya molesta preguntó.

            Durante unos segundos, el colombiano se quedó pensando y cuando la chavala ya creía que no le iba a responder, contestó:

            ―Estefany salió a su madre. Aunque te suene raro y más viniendo de mí, desde que nació, sé que mi hija es… ¡bruja!

Por un momento, Patricia se quedó de piedra, pero entonces soltando una carcajada, replicó:

― ¡Cómo todas las mujeres!

Ricardo intuyó que no le había entendido y matizando lo dicho, añadió que no se refería a su carácter, sino a los dones mágicos que había heredado por el lado materno.

― ¿Poderes mágicos? ― intentando retener su risa, exclamó.

El magnate estaba tan furioso que no se pudo contener y sin reparar en que bien podía catalogarlo como un loco, respondió:

―Tú ríete, pero soy el único que puede contener su naturaleza. Sin vigilancia, hará desaparecer a todos aquellos que considere un estorbo.

 Ese brindis al sol cayó como un obús bajo la línea de flotación de la chavala al hacerle recordar la enfermedad de su ex, así como su fijación en achacar todos sus males a su amiga. Sin mencionárselo al malnacido con el que hablaba, se despidió de él y colgó. Tras hacerlo, cayó en la cuenta de que nunca había prestado atención a los reproches de Manuel, al haber siempre pensado que era el rencor el que guiaba sus palabras. Por eso, tras meditarlo durante dos horas, decidió que nada perdía si lo llamaba y tecleando el número de teléfono que le dejó para que le mandara el resto de sus cosas, esperó varios timbrazos antes de que se dignara en contestar:

― ¿Qué coño quieres? ― en plan cortante, el perroflauta dijo al descolgar.

Por un breve instante estuvo a punto de mandarlo a la mierda después del daño que le había hecho, pero decidida a averiguar los motivos por los que echaba la culpa a Estefany de su incapacidad para conseguir una erección, le preguntó cómo seguía.

― ¡Cómo voy a estar después de lo que me hizo esa zorra!… ¡Jodido!

Aprovechando que el mismo había sacado el tema, con voz suave, para no alterarlo todavía más, quiso que le contara por qué sostenía que su amiga era responsable de su enfermedad. Habiendo cortado con ella, el capullo aquel le narró con todo lujo de detalle como la colombiana se le había insinuado, llegando a pajearlo hasta que consiguió excitarlo.

―Con mi polla en su mano, esa puta me echó una maldición.

― ¿Qué te dijo?

― ¿Quieres saberlo? Esa maldita me dijo que disfrutara de esa erección porque sería la última― contestó antes de colgar.

Todavía con el móvil, Patricia se quedó pensando en lo extraño que le resultaba que su ex, un hombre educado en Europa, creyera haber sido objeto de un mal de ojo, pero como eso cuadraba a la perfección con lo que le había dicho el padre se quedó horrorizada y dando cierta credibilidad a esa locura, pensó si sería cierto.

«No puede ser, pero es evidente que algo hay», se dijo.

Temiendo ser la responsable de lo que le pudiera ocurrirle a su viejo, se quedó decidiendo cómo podría confirmar si Estefany era un peligro, asumiendo que era imposible y hasta una locura creer en que fuera una bruja.

A pesar de sus protestas, Antía nada pudo hacer por evitar ese cambio de look sin descubrirse y por ello, acababan de dar las diez en su reloj cuando uno de los peluqueros de la Maison, un afamado local del barrio de Salamanca, estaba discutiendo con la morena el tipo de corte que le iba a hacer. Sabiendo que la creía que estaba en su poder, prefirió no intervenir, aunque estuvieran conversando sobre su persona.

―A esta monada le va un “long shaggy” ― sostenía el estilista a pesar de que la morena quería algo menos desenfadado.

Tras cinco minutos, prevaleció la opinión del profesional y se puso a la labor. Para la gallega, ver caer sus rojizos rizos le resultó un suplicio y por eso añadió esa nueva afrenta a los agravios que haría pagar a su adversaria en cuanto pudiera. Para su sorpresa, al terminar y viéndose en el espejo, se gustó.

«No me lo puedo creer», se dijo sintiéndose guapa al observar el peinado a base de capas que lucía.

Confirmando que también ella le había sorprendido el resultado, la colombiana se acercó a ella y rozando sus mejillas, le susurró al oído que la encontraba preciosa. El piropo y esa inesperada caricia provocaron que su respiración se acelerara mientras sentía los ojos de Estefany anclados en su escote.

«Está buena», sentenció y mientras reprimía las ganas de darle un mordisco, se preguntó cómo era posible que experimentara tanta atracción por una mujer. Meditando sobre ello, se auto inculpó: «Al ligarla a mí por el conjuro, me he contagiado de su calentura».

Por ello, tras pagar, directamente la llevó una tienda de Women´s Secret donde sin darle opción a opinar eligió un par de conjuntos a cada cual más escandaloso y entrando con ella en el vestidor, la obligó a probárselos. Ya en su interior le gustó ver la timidez de la criada al despojarse de la ropa.

«Tengo que reconocer que tiene un pompis maravilloso», pensó cuando muerta de vergüenza se puso de espaldas y pudo disfrutar absorta de las nalgas blancas y duras de las que era dueña.

Pasándole el primer conjunto, un camisón corto de raso que le había parecido sensualmente discreto, la urgió a que se lo pusiera mientras intentaba contener su excitación. Con él puesto, la giró y por primera vez pudo comprobar el volumen y la forma de sus pechos.

«¡Menudas bubis!», exclamó para sí e incapaz de dominarse, aprovechó el momento para meter la mano en su escote y simulando que se las colocaba, darle un buen magreo.

La pelirroja se quedó paralizada al sentir ese indecente manoseo, pero sabiendo que no podía mostrar su rechazo, se obligó a sonreír. Su agresora vio en esa sonrisa el éxito de la poción que la había hecho tomar y eso, lejos de apaciguar su calentura, la maximizó.

«Este bollito está listo para que me lo coma», satisfecha, pensó mientras la humedad creía en su entrepierna.

Sabiendo que la criada no podría negarse, ella misma le quitó el camisón y dejándola en ropa interior, le ordenó despojarse del sujetador que llevaba. Tal y como esperaba, con las mejillas teñidas de rojo, la mujer obedeció sin alzar la mirada. Estefany no pudo más que babear al comprobar que Antía tenía los pezones totalmente erizados y riéndose de ella, preguntó si le ponía cachonda que ella la observara. En vez de contestar que eran producto del cabreo, Antía mintió aceptando implícitamente que era así:

―Lo siento, señora.

El susurro apenas perceptible de la pelirroja la convenció de que era algo que deseaba y acercando la boca a uno de sus senos, le pegó un largo lametazo antes de dar a la sorprendida mujer el segundo camisón que había elegido.

«¿Qué me pasa?», se preguntó la gallega al sentir que apenas podía respirar tras recibir esa húmeda caricia.

 Desesperada atribuyó sus dificultades al puñetero café que imprudentemente había tomado a pesar de saber que escondía un conjuro y sin querer ni pensar en ello, se puso la ropa que la maldita bruja le había pasado. La colombiana supo de inmediato que se llevarían ese cuando la vio con él y reparó en la inmensa sensualidad que desprendía gracias a su tejido transparente.  Viendo que ese encaje rojo apenas podía ocultar sus exuberantes atributos y que hacía juego con su melena, atrayéndola hacia ella, comentó a la que consideraba su sierva:

―Mi hombre no va a poder evitar hacerte suya en cuanto te vea con él puesto.

Sin discernir claramente si había sido la promesa de que por fin cumpliría su sueño o por el contrario fue la mano de la bruja recorriendo sus nalgas, Antía no pudo evitar besar a su agresora con pasión. Ni siquiera cuando la lengua de ésta jugueteó con la suya se percató de que estaba restregando su vulva contra ella.

―Eres una zorra lesbiana, pero me encantas― disfrutando de su entrega, la bruja comentó.

Al oír sus risas, la criada se separó de Estefany completamente abochornada y sin saber por qué, intentó disculparse:

―Perdone, mi señora. Perdone a esta boba que la encuentra irresistible.

Nada más decirlo, Antía se echó a llorar al darse cuenta de que más que una disculpa era una confesión y que realmente la encontraba bellísima. Mientras ella sufría, la bruja estaba pletórica al saber que la pelirroja estaba en su poder. Prueba de ello es que, desternillada de risa, la avisó que a partir de ese momento y mientras estuvieran solas en casa, debía obedecerla sin rechistar.

―Eso haré… mi dueña.

Contra su voluntad, gimió de placer al sentir que premiaba su fidelidad con un azote.

Ya dentro del coche y mientras la gallega trataba de contener su llanto, Estefany comenzó a planear cómo llevar a esa monada a la cama de Gonzalo sin que este protestara. Conociendo el estricto sentido de la moralidad que regía el proceder del maduro, decidió ir poco a poco y por ello, eligió primero que debía emputecer a la criada antes de plantearse siquiera presionar a su jefe. Fue entonces cuando recordó el desfasado uniforme de la criada y en vez de ir directamente al chalet, decidió hacer dos paradas. Una en una tienda de ropa profesional donde compró un atuendo totalmente entallado que realzara sus senos y la segunda en un sex shop donde ante la mirada escandalizada de su acompañante adquirió un disfraz de sirvienta francesa, más propio de una película porno que de un hogar.

«No pienso ponerme eso», musitó para sí Antía al contemplar que no solo le dejaría las dos pechugas al aire, sino que dado el escueto tamaño de la falda mostraría su sexo en plenitud.

Aun así, no se quejó al ver que la colombiana pagaba y con ambas bolsas bajo el brazo, decidió que a la hora de comer iba a duplicar la dosis que había pensado disolver en su comida…

Relato erótico: “Unos negros quisieron preñarme en un rancho” (POR ROCIO)

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Hola queridos lectores de Pornografo. Me llamo Rocío y me gusta el sexo en sus aristas más duras, aunque en mi entorno real muy pocas personas me conocen esta faceta pues no es algo que pueda decirlo sin querer enterrar mi cabeza en la tierra. Mido 1.62, flaquita y carilinda pese a que no sea como esas chicas de portada de revista; mi orgullo son mis tetas y cola; suelo llevar el cabello lacio y suelto hasta los hombros, es de color café castaño como mis ojos. Mi mejor amiga y yo somos las putitas de ocho hombres maduros, y uno de ellos nos había reservado para llevarnos al interior del país y tenernos a su disposición durante todo el fin de semana. Así que mi hermano y mi papá se despidieron de mí pensando que me iba a pasar el finde en un departamento de una amiga que está cerca de la playa.

De ese modo, sin sembrar dudas, mi amiga Andrea y yo viajamos en el lujoso Mercedes manejado por don Ramiro rumbo al interior de mi país: Uruguay. Él un hombre ejemplar de cincuenta años frente a mi padre, su señora e hijas, pero un auténtico degenerado y bruto en privacidad. Andrea, por otro lado, es un poco más alta que yo, de larga cabellera rubia y dueña de un cuerpo mucho más estilizado y un rostro precioso que se roba alientos.

Habíamos pasado un buen par de horas viajando en la carretera y, tras una parada en la ciudad de Trinidad para abastecernos, nuestro amante nos comentó que estábamos llegando a su gran y todopoderoso rancho de mierda, ubicada en el departamento de Flores, muy cerca de los cerros de Ojosmín.

Andrea, sentada adelante, se la pasaba charlando con él, riendo sus bromas, escuchando cómo él comentaba orgullosamente sobre su estancia, compartiendo anécdotas y hasta sirviéndole mate. Yo, detrás, lejos de sentirme emocionada como ella, solo podía mirar la ruta y pensar en las perversiones a las que seríamos sometidas ambas una vez que llegáramos a su rancho.  Desde luego no me equivocaba cuando me decía a mí misma iba a ser el fin de semana más largo de mi vida.

Tras atravesar un polvoriento camino de tierra que serpenteaba a través del campo, llegamos por fin a su gran estancia pasada la medianoche. Era una enorme extensión en donde tenía entendido se dedicaba a la ganadería bovina y equina, que le generaban importantísimos ingresos. En el fondo de su terreno, lejos de los establos y graneros, se erigía una lujosa casa de campo de dos pisos en la que supuse que pasaríamos haciendo guarrerías. Pero estaba muy equivocada.

Tras bajarnos el coche, me dirigí al maletero para retirar nuestras valijas. Pero don Ramiro nos habló a las dos rápidamente tras asegurar el coche con su llavero electrónico.

—Don Ramiro, no bajé las maletas.

—Espera un momento, Rocío. Ya he dicho que no hacía falta que trajeran maletas pero por lo visto pensaban que yo iba en broma. Aquí no van a necesitar ropas, chicas. El enjuague bucal y el cepillo dental va por mi cuenta ¡jajaja!

—¡Qué pervertido, don Ramiro! –se rio Andrea, tomándolo de un brazo y dándole un beso en la mejilla.

—Imbécil, más le vale que no nos haga perversiones desnudas a la intemperie.

—¡Rocío, no seas grosera con don Ramiro!

Vale que prometí ser mejor putita, cerdita o vaquita, o lo que sea, pero no iba a permitir que abusara de nosotras como si de muñecas de trapos nos tratásemos. Él era el más bruto de nuestros ocho amantes, y mejor darle aviso de que las cosas no debían excederse. Conocía muy bien a ese degenerado, lo más probable es que nos hiciera arar su campo en pelotas o alguna bizarrada similar, ya lo veía venir.

—Cierra esa boca, putita —me dijo él—, ¡por dios! Tu amiga Andrea es mucho más sumisa que tú.

—No me vuelva a llamar putita, tráteme con respeto si quiere que yo le trate bien, ¡bola de sebo!

—¡Eres una perra intratable! ¡Y me gusta! Vayamos al granero. Comenzaremos un pequeño juego. ¡La ganadora pasará todo el fin de semana conmigo en la casa, pasearemos por los prados en caballo e incluso iremos de paseo turístico por la ciudad!

—¡Qué emocionante, ya quiero ganar! –A Andrea se le iluminaron los ojos. Pero yo estaba preocupada por algo:

—Don Ramiro —mi voz se volvió sumisa—, ¿y… qué pasará con la perdedora?

—Pues en vez de pasarla conmigo, será la esclava sexual de mis peones, ¡jajaja!

—Madre mía… ¿Dónde están sus peones?

—Pues nos estarán esperando en el granero. ¡Vamos ya!

No sabía qué sería el “pequeño juego”, pero sospechaba que sería alguna perversión que debíamos superar o aguantar. Fuera lo que fuera, de seguro que yo no quería perder. Lo sentí mucho por mi ilusionada amiga, pero yo iba a sacar lo mejor de mí para ganar. Si algo he aprendido desde que soy la putita de ocho maduros es que con tesura puedo romper mis límites físicos y morales.

El granero solo tenía un par de focos muy potentes colgando del techo, un montón de pajas apiladas en los costados, un par de corrales sin animales adentro, ubicados en el fondo, así como varias herramientas y utensilios para uso de los peones en sus actividades diarias, apilados a un costado. Eso sí, en el centro del lugar destacaba algo que no parecía precisamente típico de una estancia: dos cepos, uno al lado del otro; eran artefactos que consistían en una larga barra de madera que se abría por la mitad y que servía para aprisionar el cuello y las muñecas. Eran instrumentos de esos que usaban en las épocas medievales para torturar o humillar a los criminales.

Tragué saliva.

—Chicas —dijo don Ramiro—, ¡ropas afuera!

—Sí mi señor –espetó Andrea sin siquiera inmutarse ante la barbarie que se asomaba. Se quitó el jean y la blusa, quedándose en braguita y sujetador. Yo, temblando como una posesa, me deshice de mi falda y mi blusita; yo no llevaba sujetador pero sí un tanga negra muy pequeño que oprimía groseramente mi sexo rasurado. No era secreto que a esas alturas de mi vida tuviera mi vulva muy abultada, era la consecuencia de ser follada con regularidad por mis amantes, pero a mí me encanta tenerlas así, hinchadita, escondiendo bien mi secreto para que quienes desearan intimar conmigo se pasaran mucho tiempo rebuscándose hasta encontrar el camino. Plus, mi nuevo tatuaje no permanente en mi pubis decía: “Vaquita en celo”, y además estrenaba nuevos piercings: dos preciosos aros de anillo de acero inoxidable que perforaron en mis pezones y que los mantenían erectos. Aún no habíamos comenzado la competencia pero ya estaba sumando mis primeros puntos a favor.

Me acerqué a don Ramiro y tomé de su mano para que las reposara en mis senos.

—Don Ramiro, me he anillado el otro pezón por usted. Fíjese qué bonitas quedan ambas argollitas, se mueven con solo caminar.

—¿Pero qué…? ¡Vaya! ¡Es increíble! —dijo palpándomelas, dándole un ligero tirón a la argollita izquierda. Me mordí los labios para aguantar un gemido de sorpresa—. Realmente tras la actitud de mierda que tienes, resultas una chica muy especial, Rocío.

—¡Uff, por favor no estire fuerte que me duele!

—Supongo que sí, vayas ubres te gastas, puta. El día que te preñen, estas serán insostenibles.

—Por favor, bájeme el tanga y verá otra sorpresa que tengo para usted, don Ramiro.

Ladeé mi mirada para ver a mi amiga. Andrea oscureció su sonrisa, se estaba enterando de quién era la que mandaba, de quién era su rival y hasta qué punto yo iría para ganarme a nuestro amante. De solo ver su sonrisa borrándose de su bonito rostro casi me dio un orgasmo.

Don Ramiro se arrodilló, tomó las tiras de mi tanga y delicadamente me la bajó. Lo dejó entre mis muslos pues su sorpresa le ganó antes de terminar la faena: vio mis labios vaginales exteriores adornados cada uno con una argollita de titanio, así también comprobó que el capuchón de mi clítoris estaba atravesado por otro anillo. Cuando tenga oportunidad contaré en otro relato cómo me las injertaron. Él se quedó un rato contemplando atónito y, sin previo aviso, me sopló ahí en el coño, arrancándome un suspiro de sorpresa.

—¡Uf, don Ramiro!

—Rocío… ¡no te puedo creer!

Empezó a toquetear, a estirarlos ligeramente para mi delirio. Flaquearon mis piernas, casi perdí el equilibrio, realmente me estimulaban más de lo que pensaba que serían capaces. Cuando dio un tironcillo al anillo de mi capuchón casi me desmayé del gusto, pero me sostuve de sus hombros.

—¡Diossss, bastaaa! Ufff…

—¡Qué guarrilla, Rocío! ¿Lo has hecho por mí?

—Sí, bueno, por usted y también por los demás señores.

—Así que iba en serio eso de que tratarías de mejorar como puta. Pues bueno, ¡esto es impresionante!

Por otro lado, Andy terminó de quitarse su braguita y sujetador, revelando su atlético cuerpo con ojos asesinos. Senos no tan grandes como los míos pero sí orgullosamente levantados, rematados por areolas rosaditas, un coñito que no estaba depilado pero sí bien recortadito; toda libre de tatuajes y piercings. Si yo hice un par de tantos mostrando mis encantos, admito que ella hizo un hattrick tan solo con ese despampanante cuerpo que lucía. Con un carraspeo se robó la atención de don Ramiro, que al verla imponente, se repuso y no tardó en ir junto a ella para tomarla de la mano, girarla lentamente para su lasciva mirada y rodearla con un brazo por la cintura; le dio un beso grosero con lengua que ella aceptó con gusto.

—¡Uf, don Ramiro! –dijo ella, imitando mi tono.

—Andrea, qué preciosidad estás hecha. Soy el hombre más afortunado del mundo al estar con dos jovencitas tan hermosas.

—Don Ramiro, la verdad es que me gustaría que nos vayamos a su casa ya mismo. A Rocío la puedes dejar aquí sujetada en el cepo para que no nos moleste, ¡jajaja!

—¿¡Pero qué dices, Andy!? –protesté.

—Solo bromeo, tonta. Pero es verdad que quiero estar con usted don Ramiro.

Vaya granuja, se estaba ganando el corazón de don Ramiro con total descaro. Pero nuestro amante se rio y la dirigió hasta uno de los cepos. Abrió el artefacto, que estaba a la altura de su cintura, y le indicó que se inclinara para poder apresarla.

—Vamos, niña, que no tenemos toda la madrugada.

—Sí, don Ramiro, confío en usted, iría hasta el fin del mundo sin chistar si me lo ordenara.

—¡Jo! Me agradas, Andrea.

Y acto seguido se inclinó para ser aprisionada. ¡Vaya niñata más descarada! La cosa ya debería estar cuatro a uno en mi contra. Don Ramiro cerró el cepo y lo aseguró con un candado. Por último, trajo de la mesa una barra larga de acero con abrazaderas (grilletes) en los extremos; un artefacto que separaría sus pies hasta donde su cintura pudiera.

—Separa bien esas preciosas piernas, Andrea.

—¿Así, don Ramiro?

—Pero… ¡qué lujo de piernas, parecen las de una modelo!

Miré con celos. Ella arqueaba la espalda y gemía como una cerda a cada tacto del hombre. Él se arrodilló para apresar sus tobillos con los grilletes y así tenerla bien separadas mediante la barra; ajustada, cerrada y con candado, quedó Andrea en una visión apetecible para la vista: ofreciendo culo y coño con orgullo a nuestro amante.

—Tu turno, Rocío.

—Madre mía, don Ramiro, ¿cepos, barras y candados? ¿No nos va a hacer follar con sus caballos o algo así, no?

—¡Jajaja! Claro que no, Rocío. Es parte de un juego que he preparado. ¡Ven, vamos!

Tome respiración y avancé hasta ese artefacto de tortura. Me incliné cuando abrió el cepo y me dejé aprisionar. Lo cerró, aseguró con el candado y con su mano abierta me cruzó el culo de manera violenta para hacerme chillar. En cierta forma me gustó; tengo más cola que Andrea y además a ella no le dio ninguna nalgada. Pero me quejé cuando tuve que separar mis piernas de manera exagerada para que la barra con grilletes pudiera hacerse lugar; ajustó los mencionados grilletes en mis tobillos y quedé con la movilidad prácticamente nula. En serio, temía que en cualquier momento oyéramos el bufido de algún caballo y la risa maquiavélica de don Ramiro para decirnos que íbamos a ser folladas por sus animales.

—Tengo que reunirme con mis personales. Ya vuelvo, niñas… –Separó mis nalgas y se despidió con un beso negro que me mató del gusto, gemí bien fuerte para que mi amiga escuchara cómo gozaba yo. No duró mucho su lengua jugueteando en mi culo hasta que se apartó para salir del granero.

Ambas estábamos mirando la pared del fondo del establo, ahí donde estaban los corrales, estáticas y ansiosas. Faltaba mucho para el amanecer, era casi la una de la madrugada y las cosas pintaban peor que la campaña de mi querido Nacional en esta Copa Libertadores; las cosas se estaban desmadrando y aún no comenzábamos el primer día. Necesitábamos apoyarnos entre nosotras, darnos fuerzas, así que decidí cortar el incómodo silencio:

—Andy, quiero que sepas que pase lo que pase durante la competencia o juego que nos preparen, eres mi mejor amiga. Espero que no haya rencores gane quien gane…

—Rocío, lo dices como si fueras a ganar, ¡ja ja ja!

—¿Qué estás diciendo?

—Pero por favor, seamos sinceras. Eres pequeñita, tienes las tetas muy gordas y la cintura ancha… ¡Ganaré yo! –oí cómo se zarandeó en su cepo.

—Dudo que esta competencia se trate de quien tenga mejor cuerpo, estúpida. ¡Ganaré yo! –me zarandé en mi cepo.

—Cuando regresemos el lunes, me haré tatuajes y anillados también. Te vas a conformar con follar con los perros mientras yo disfruto con mis ocho amantes, ¡vaquita!

—¿¡Pero qué te pasa, rubia de mierda!? —no podía reconocer a mi amiga. Para colmo sabía cuánto me acomplejaba que me dijeran vaquita.

—Soy muy competitiva, es todo… vaca.

Nos callamos cuando escuchamos un grupo de murmullos venir desde atrás de nosotras, hacia la entrada del granero. Eran varias personas y, debido a las voces, supuse que eran masculinas. Empuñé mis manos y empecé a sudar del nerviosismo. Cuando las voces se acercaron, escuché silbidos y vítores. Alguien me tocó la cola y la magreó groseramente para luego cruzarla con una potente palmada que me dejaron las nalgas ardiendo.

—¡Auch! —chillé—. ¡Con cuidado!

—Andrea, Rocío, les presento a mis peones.

Eran cuatro negros desnudos e imponentes que se colocaron delante de nosotras. De cuerpos esbeltos y enormes pollones erectos que nos apuntaban amenazantes. Casi me corrí solo con verlos, vaya que eran guapísimos. ¿Eran brasileros? Cuando uno de ellos me habló, mi cabeza se enmarañó con miles de dudas acerca del origen de esos hombres oscuros.

—TÚ SER MUY BONITA. RUBIA MUY FLACA, TÚ TENER MÁS CARNE.

—Rocío —dijo Andrea—. Son enormes… Dios, mira esas venas surcando sus trancas…

—PUES A MÍ GUSTAR MUCHO RUBIA. ESTA OTRA NECESITA DIETA…

—¡No necesito dieta! —protesté zarandeándome en mi cepo.

—Hablan raro, lo sé—dijo don Ramiro—. Chicas, estos hombres son de Somalia.

—¿Somalia? –la verdad es que ni siquiera sabía dónde quedaba eso, pero sonaba muy lejos. Hoy día encierro ese país con un corazón en cualquier mapa que vea, pero no adelantaré las cosas.

—Huyen de la justicia de su país, y yo me encargué de cobijarlos en mi rancho. Son buena gente, muy trabajadora, con un pasado muy turbio pero que quieren dejar atrás la vida criminal que llevaban. Se encargan del cuidado de los caballos, del campo, e incluso ya llevan mis negocios para que vean el nivel de confianza que les tengo. Miren chicas, se las presentaré: Él era asesino serial, el otro un ladrón, el que está a mi lado era un sicario de una mafia y este otro negro trabajaba en un campamento de drogas.

—¿Son convictos? ¡Pero sáqueme de aquí ahora, don Ramiro! –me zarandeé como pude. ¡Convictos, convictos! El maldito cepo estaba bien cerrado, no podía salir de mi encierro. Una lágrima rodó por mi mejilla —. Don Ramiro, ¡no quiero morir aquí!

—No te van a matar, estúpida. No reacciones así, les vas a molestar. Son gente como tú y yo, Rocío.

—SÍ, NOSOTROS TENER SENTIMIENTOS –dijo el asesino serial.

—Me han ayudado mucho en mis negocios, así que he decidido que durante este fin de semana van a tener una esclava sexual.

Temblando como una posesa contemplé con impotencia cómo me cegaban con una pañoleta. Imagino que a mi amiga también le tocó el mismo destino. Extrañamente, la muy puta no parecía protestar ante la situación crítica en la que estábamos metidas.

—Estos negros no han follado en años —continuó don Ramiro—, las campesinas de por aquí huyen de ellos, la verdad. No sé si por su pasado o por el tamaño de sus vergas. Así que pensé que sería ideal que vosotras dos los contentaran. ¡No se preocupen, están muy limpios!

—USTED SER GRAN PATRÓN, DON RAMIRO –dijo un hombre detrás de mí. Sentí cómo posó sus manos en mi ancha cintura y pronto su carne forrada se plegó entre mis labios vaginales. Me mordí los dientes, no sabía cuál de los cabrones era el que me iba a follar pero lo cierto es que los cuatro tenían pollones de proporciones astronómicas.

Todo mi cuerpo se tensó, no tenía ni chances de zarandearme o cerrar mis piernas. Escuché con desesperanza cómo Andrea pegó un chillido atronador mientras su macho negro bufía como un caballo en celo. Entonces sí que podría ser verdad que sus peones no follaban desde dios sabe cuándo. Cuando Andrea quiso decir algo, una protesta o un agradecimiento, escuché un sonido de gárgaras que la interrumpió; alguien la acalló de un pollazo y probablemente a mí me tocaría lo mismo.

Armándome de valor, decidí rogar compasión:

—Escúchame, Mutombo o como te llames, no sé cuánto tiempo has estado sin follar, pero no me trates como a una campesina, sé gentil…

—ESTA PUTA TENER COÑO MUY HINCHADO —dijo tocándome la conchita de manera grosera—. COSTAR ENCONTRAR AGUJERO…

—Ughhh, diosss… no soy una puta, cabrón…

—ARGOLLITAS SERVIR. ESTIRARLAS YO.

—¡Ten un poco más de delicad-AUUCHHH…! ¡Ufff! ¡Espera, espera diossss, no lo metas tan rápidoooo!

No me hacía caso. Estiró mis argollas para separarme los labios vaginales y buscar cobijo. Se notaba que quería meterla de una vez por todas para rememorar cómo era encharcar su enorme tranca en una grutita femenina. Por más que intentara retorcerme o escaparme de sus embestidas animalescas, yo estaba muy bien sujeta tanto por el cepo, la barra y sus manos. Estaba a merced de un maldito criminal sin tacto ni caballerosidad.

—Dooon Ramiroo… ufff… ¡Dígaleeee!

—Pues tu amiga Andrea parece pasarla muy bien, no sé de qué te quejas tú, Rocío.

—PUTA, ¡PUTA TENER COÑO APRETADITO!

—¡Mfff! ¡Te voy a matar, cabróooon! ¡Me va a desgarrar toda, pero bastaaaa!

—PUTA SER CHILLONA —dijo uno que, debido a su voz, deduje que estaba frente a mí—. CALLARLA YO, AHORA.

—¡Noooo!

Me agarró de mi mentón. Cerré la boca tratando de no chillar por la brutalidad con la que era taladrada. Me dio un bofetón, pero seguí sin abrir ni un solo centímetro. El negro de atrás me dio un envión que me hizo ver las estrellas pero mordí mis labios y crispé mis puños tratando de aguantar. Otro bofetón cruzándome la cara, luego una nalgada de parte del que me daba duro, y otra, y otra tan fuerte que un miedo terrible me pobló el cuerpo: ¡eran convictos y se notaba en su forma tan dura de hacer las cosas!

—¡ABRIR BOCA PUTÓN!

—Mmmfff… ¡mffff! –ladeaba mi cabeza para evitarlo, pero él me daba latigazos con su polla en mis mejillas.

—¡MIRAR! ¡TATUAJE DECIR “VAQUITA VICIOSA”, JA JA JA! –dijo el de atrás mientras tocaba mi tatuaje temporal dibujado en mi coxis.

—¡VACA DE MIERDA, ABRIR BOCA YA, COJONES! –tapó mi nariz y, segundos después, no me quedó otra más que abrirla para respirar. Acto inmediato me la clavó hasta mi garganta para que todo mi cuerpo crispara, para que curvara tanto la espalda hasta dolerme. Sí, lo consiguieron, yo era vilmente taladrada por mis dos agujeros por negros convictos en un rancho. Si mi papá se enterara…

—¡MOVER CADERAS, VACA, MOVERLAS MÁS!

—¡PUES ESTA RUBIA SABER MOVERSE! ¡UF! ¡PARECE QUE RUBIA SER MEJOR PUTA QUE VACA!

—¡EN SOMALIA MUJERES NO ESTAR TAN BUENAS!

Me acordé que aquello era una maldita competencia. Y aparentemente Andrea estaba haciendo bien las cosas, al menos mejor que yo. Me armé de valor, puede que fueran criminales pero debía quitarme los prejuicios de encima. Suspiré y me enfoqué en mi rol de putita; tenía que hacerlo.

Empecé a mordisquear el tronco del que me follaba por la boca, me hubiera gustado usar mi lengua como sé hacerlo, pero el pollón era tan grande y estaba hasta mi garganta que no podía moverla, me la tenía aplastada debido a su gigantesca tranca. También empecé a menear mi cintura para adelante y atrás como podía, tratando de acompasar el ritmo del negro que me daba duro.

Cuando el pollón se retiró de mi boca recuperé la respiración. Cegada como estaba no sabía qué me depararía; otro bofetón, otro envión hasta la garganta, incluso algún escupitajo. Pero nada de eso, agarró de nuevo mi mentón y puso la punta de su gigantesco glande entre mis labios; sin órdenes de ningún tipo, empecé a succionar con fuerza la punta, tratando de robar todo el líquido preseminal que pudiera escurrírsele de su uretra. De vez en cuando enterraba la puntita de mi lengua en su agujero para estimularlo.

Una feroz nalgada me avisó de que me estaba olvidando de atender al de atrás.

Con el culo ardiéndome terriblemente, quise volver a acompasar su ritmo, usar las contracciones de mi coñito para masajear su enorme verga, pero imprevistamente la polla de adelante se enterró hasta el fondo de mi garganta nuevamente, corriéndose brutalmente, asfixiándome con su leche espesa. Me sujetó fuerte de la cabeza para que no me apartara (¿podría apartarme acaso?). Estaba sudando, tenía muchísimo miedo y para colmo me estaba mareando ese olor fuerte y la cantidad ingente de leche que era depositada en mi boca y garganta.

Definitivamente esos imbéciles no habían follado en años.

Por otro lado, la polla que reventaba mi coño se enterró de un envión hasta donde no sabía era posible. Los pelitos púbicos me espoleaban la cola, sus huevos se golpeaban contra mi muslo con fuerza; arqueé mi espalda (¿aún más?) y casi me desmayé del gusto y del dolor. Escuchaba cómo el negro de atrás rugía como un condenado, apretándome fuerte de la cintura, dejando quieto su pollón dentro de mí; podía sentir las malditas pulsaciones de su tranca corriéndose todo en el condón.

En cambio su colega aún no paraba de correrse, y de hecho ya me estaba zarandeando torpemente porque no podía respirar: la leche se escurría de mi nariz y de la comisura de mis labios que apenas daban abasto a la tranca; mi cara enrojecida y con ríos de lágrimas corriéndome en mis mejillas indicaban que estaba en mis límites, realmente pensé que era el fin de mi vida, pero ambas carnes se retiraron de mí bruscamente al son de un chasquido.

Fue la montada más rápida y violenta de mi vida. Ni siquiera me dio tiempo a tener un orgasmo pero dudo que eso estuviera en sus planes. Me quedé sin fuerzas, prácticamente colgando del cepo, derrotada y tratando de respirar correctamente; y pensar que me consideraba una putita bien entrenada. Sentía cómo la leche se escurría de mi coñito abatido, de mi boca y nariz también. Tosí un par de veces, estaba mareadísima, como si hubiera tomado litros de cerveza. Creí que por fin había terminado la faena, pero alguien me volvió a cruzar la cara con la mano abierta.

—¡Despierta, Rocío, despierta! —era don Ramiro.

—Ufff… mmm… cabrón… si iba a saber que me iban a follar convictos…

—Deja de decir que son convictos, marrana. Y tú, Andrea, ¿cómo estás?

—Estoy… estoy bien, don Ramiro, ¡uf! —la muy puta de mi amiga había gozado.

—Esa es mi princesa. Te voy a quitar la pañoleta.

—Ufff… gracias don Ramiro —dijo con una falsa voz de niña buena.

—Andrea, tienes que adivinar cuál de estos cuatro negros le folló a Rocío.

—¿Y cómo voy a saberlo, don Ramiro?

—Pues tu amiga Rocío tiene que darte las pistas. Vamos, Rocío.

—¿Y no me van a quitar a mí la pañoleta? —pregunté extrañada.

—No, putita, aún no. Vamos, dale una pista.

—¡Dame una pista, Rocío, por favor!

—Esto… Andy…

—Rocío, estamos juntas en esto. Tú lo dijiste… ¡por favor, te suplico que me des alguna pistaaa!

—Mfff… —escupí el semen que quedó en mi boca y traté de recordar—. Andy, el que me folló… ¡púbico! ¡Tenía pelo púbico, lo sentía en mi nalga, picándome!

—Rocío, hay tres hombres con pelo púbico, el otro lo tiene depilado.

—Entonces… ¡Ya sé, Andy! Los huevos… el negro que me folló tenía enormes huevos, también los sentía golpeándose contra mí… madre mía eran enormes…

—¡Ya sé, es el tercer hombre!

—¡Felicidades, Andrea, has adivinado quién fue el que le folló a Rocío! Te has salvado del castigo. Ahora el turno de tu amiga. Te voy a cegar de nuevo con la pañoleta, es tu turno de darle las pistas a tu amiga Rocío para que ella pueda salvarse.

Don Ramiro me quitó la pañoleta y cegó a Andy. Frente a mi borrosa vista pude notarlo a él, y a sus cuatro peones detrás que se estaban cambiando de lugar (probablemente porque sabían que yo descartaría al tercero). Yo estaba temblando de miedo, la verdad es que no tenía ni la más remota idea de qué iba a depararme si perdía.

—Rocío, tienes que adivinar quién fue el negro que folló a tu amiga Andrea.

—Andy, dame pistas… —dije mirando las enormes trancas. No podía ser que uno de esos me hubiera follado. ¿Tanto puedo cobijar?

—Hmmm… pues no sé, Rocío… follaba muy bien…

—Maldita, eso no me sirve. ¿Pelo púbico? ¿Tamaño de sus huevos?

—Pues no recuerdo… vaya… ¡Era enorme, Rocío!

—¡Dios mío, todos son enormes, estúpida! –me zarandeé de mi cepo en señal de protesta.

—¡No me digas estúpida, soy tu amiga!

—¡Perdón, Andy! Pero necesito que te concentres y me digas cómo era el cabrón que te ha follado…

—VACA NO TENER RESPETO NI POR NOSOTROS NI POR AMIGA –dijo el mafioso.

—RUBIA SER MEJOR PERSONA, NOTARSE A LA LEGUA –respondió el ladrón.

—¡Cállense, cabrones! ¡Andy, dime una maldita pista, por favor!

—Hmm… ¡Pelo púbico, sí, lo tengo en mis labios! Ah, pues claro que no, ese era del que me dio por la boca… Rocío, no séee….

—Madre mía… ¿lo estás haciendo a propósito?

—Nooo, te lo juro… a ver… Encontró mi clítoris con rapidez, me lo acarició muy fuerte, vaya que era todo un experto, hmm.

—Me rindo, voy a tratar de adivinar al azar… —Descarté a dos que tenían las vergas notablemente ensalivadas. Solo había dos hombres que podrían ser quienes la follaron—. Uff, esto… ¿el segundo?

—Perdiste, Rocío —dijo don Ramiro mientras se acercaba a mí—. Ahora toca el castigo.

—¿Castigo?

Me volvió a cegar con la pañoleta y un miedo terrible me invadió. Agarró mi mentón y apretó mi nariz para que abriera mi boca. Me ordenó que sacara mi lengua, pero como obviamente me negué, me amenazó que me reventarían el culo sin piedad pese a que yo aún no estaba lista para eso. No me quedó otra que sacar mi anillada lengua. La agarró bien fuerte del piercing. ¿Iba a escupir? Al imbécil le encantaba hacerlo. Pero no, sentí un viscoso líquido caerse en mi lengua, diferente al de una saliva. Mis peores miedos se hicieron realidad cuando me habló:

—Es el semen que se quedó en el condón con el que follaron a tu amiga.

Me zarandeé, pero era imposible moverse mucho, hice un gesto de arcadas pero logré aguantarme las ganas. No me quedó otra alternativa que recibir toda la leche. Lo peor no llegó allí, sino cuando sentí que lanzaron un pedazo de algo extraño en mi boca. ¡Era el condón con el que machacaron a Andrea! A ese ritmo me iba a acostumbrar a comerlos, la verdad, porque no era la primera vez que me lo hacían. Don Ramiro soltó la lengua y me obligó a que cerrara mi boca.

—No te lo tragues aún, Rocío. Espera un momento… eso es… ábrela de nuevo…

—¡Mmmñññooo!

—No te pongas remolona de nuevo, he traído el cinturón y no dudaré en usarlo, niña.

—Mfff… mbaleee…

Y otra vez la leche caliente cayó en mi boca. Claro que esa era la que pertenecía al condón con el que me follaron. Así pues, tras tortuosos segundos, mi boquita estaba a rebosar de semen y dos condones. Nuevamente me obligó a que cerrara la boca.

—Trágalo todo, marrana. Con los forros incluidos.

Casi poté del asco pero logré sostener las ganas de vomitarlo todo. Tragué un cuajo pequeño, luego otro más rápidamente para evitar el gusto amargo; la viscosidad se sentía pegándose en mi garganta, cayendo lentamente hacia mi estómago. Sudaba, me retorcía, me mareaba, pero aún había mucho que tragar. Volví a aunar fuerzas y conseguí ingerir casi toda la lefa; solo quedaban los dos condones que a conciencia atajé con mi lengua. Traté de enrollarlas como mejor pude y, crispando cuerpo y puño, logré tragarlas.

Sonreía como una loca, ya solo quedaba semen en mis dientes y algo en la comisura de mis labios, pero logré soportar el castigo.

—Pues ya está, Rocío, de todos modos has perdido. Andrea será quien me acompañe en un fin de semana de lujo.

—¡Síiii —escuché a Andrea zarandeándose en su cepo—, ganéee, qué emocionante!

—¡Noooo, revancha, revancha por favor! —supliqué zarandeándome como mejor pude. Me quería desmayar, no podía ser verdad. ¿Yo iba a ser la esclava sexual de cuatro convictos durante todo el fin de semana?

—Rocío, tú te quedarás aquí. Les he dicho a mis peones que te pueden hacer lo que quieran pero que respeten tu culo, pues aún eres virgen por allí.

Con las pocas fuerzas que tenía me revolví como loca.

—¿¡Me va a dejar con estos criminales toda la puta noche, cabrón!?

—Son buena gente, deja de prejuzgar, niñata.

—¡Pues quédese usted con ellos toda la noche, imbécil! —protesté mientras me libraban de la pañoleta y luego de la barra espaciadoras de mis pies. Al abrirse mi cepo, dos negros me tomaron de mis temblorosos brazos mientras los otros empezaron a menearse las gordísimas pollas, preparándolas. Mi cuerpo estaba desgastado, entumecido y ultrajado, pero la noche solo comenzaba para mí.

Vi con rabia cómo Andrea se retiraba sonriente, llevada del brazo de don Ramiro, rumbo a su lujosa casa. La muy puta me había traicionado, desde un principio su objetivo era estar a solas con nuestro amante y dejarme a mí a merced de unos negros convictos. Antes de cerrarse el portón del establo, me lanzó un besito y me guiño el ojo.

—¡Vuelve aquí, rubia de mierda, eso fue trampaaaa! —protesté mientras los dos negros me sostenían fuerte.

—SERÁ MEJOR QUE USES BOCA PARA OTRA COSA. VENGA, CHUPAR HUEVOS YA, VACA.

—¡Deja de decirme vaca, Mutombo de mierda!

—¿MUTOMBO? MI NOMBRE LENNY. MUCHACHOS, AQUÍ DON PATRÓN DEJAR LOS CONDONES QUE DEBEMOS USAR… -les mostró dos cajitas azules con condones.

—A VER —dijo otro, creo que era el mafioso, agarrando ambas cajas. Sin más miramientos los lanzó al fondo, entre las pajas—. UPS, PARECE QUE FOLLAR A PELO…

—JAJAJA.

—¡No podéis estar hablando en serio, imbéciles!

—NOSOTROS PREÑARTE, VACA. TÚ DAR MUCHOS BEBÉS NEGROS.

—E IR A SOMALIA CON NOSOTROS JA JA JA.

—ESCUCHA VACA —dijo uno de los que me sostenía, me tomó de la mano y la llevó para que acariciara su gigantesco pollón; era imposible a priori que algo así me entrara—. ESTA NOCHE MI TURNO SER. EN OTRAS NOCHES, OTROS TENDRÁN TURNO. SOLO YO FOLLAR, OTROS PODER TOCAR, PERO MÁS NO.

—¿Tu-turnos?

—SÍ. DOS CABALGATAS POR NOCHE. YA TUVISTE UNA. MÁS NO, O TÚ QUEDAR MALTRECHA JA JA JA.

Evidentemente tenía una larga madrugada por delante; tenía dos opciones a la vista: revelarme ante hombres enormes y convictos, o tratar de guiar la noche con sumisión. De cualquiera de las dos formas iban a follarme. Y visto lo que hicieron con las cajitas con condones, era obvio que no tenían mucha consideración por mí; si no quería regresar a casa magullada, debía ser la putita sumisa de cuatro negros.

—Uf, no es lo que esperaba al venir aquí… ¡por qué no os buscáis una prostituta o algo así, la mierda!—grité zarandeándome pero era imposible escaparme.

—ME GUSTA ACTITUD: PERRA INTRATABLE, YO CAMBIÁRTELA A POLLAZOS. AHORA IR AL CORRAL, PUTÓN. USARSE PARA PREÑAR VACAS. COINCIDENCIA, TÚ SER VACA. TÚ NO SALIR DE AQUÍ HASTA PREÑADA QUEDAR JA JA.

—JA JA. ASESINO SERIAL SER GRACIOSO.

—¡No! ¡No preñar, no preñar!

—MUGIR MUCHO TÚ. VENGA.

Un zurrón fuerte a la cabeza me hizo callar, y a pasos forzados me arrastraron rumbo al corral. ¡Convictos, convictos! Me daban algunas cachetadas a la cola para que apurara el paso, y yo trataba de encontrar algo que me pudiera despertar de aquella pesadilla.

El corral obviamente no ofrecía ningún tipo de privacidad pues solo era un montón de vallas de madera añeja para contener al animal que quisieran trabajarle. El espacio tampoco era muy grande que digamos, había molesta paja por el suelo y además todo olía raro, rancio. Ingresamos al abrirse la tranquera (unas tablas de madera dispuestas de manera horizontal a modo de “puerta” de baja altura), y nada más cerrarse, los cuatro somalíes me rodearon; no cabía ni una aguja entre nosotros.

Tragué saliva al ver que uno se inclinaba para besarme violentamente; me dejé hacer por el miedo. Otras manos en mi colita, besos y mordiscones a mis hombros, otra mano hurgando en mi concha; estaba perdida, ¡me iban a preñar unos negros que no conocía!

—¡Ñffff! —protesté. Obviamente no podía ni hablar debido a la gigantesca lengua que me invadía la boca sin piedad; ni siquiera le importaba mezclarse con el semen del negro que se corrió en mi boquita (o capaz fue él quien me la metió allí y era su propio semen lo que degustaba, a saber). Por otro lado, mi mano estaba ya prácticamente pajeando la polla del otro negro sin que él me guiara. Y debo decir que temblaba de miedo; agarrando esa tranca, era imposible cerrar mi mano debido al grosor. Nunca había estado con una verga tan gruesa; es decir, he estado con otros hombres grandes pero aquello era descomunal, se trataba de la primera polla africana que probaría y por dios sí que le rendía honor a todos los mitos y leyendas.

Haciendo fuerzas, me aparté del beso y rogué:

—¡Uff! Traje algo de dinero… ¡Os pagaré y me dejáis libre esta noche!

—A CALLAR.

Me tomaron del hombro y me obligaron a arrodillarme. Estaba rodeada de cuatro pollones oscuros. Uno de ellos agarró un puñado de mi cabellera e hizo que su enorme verga se abriera paso violentamente en mi boca hasta mi garganta.

Extrañamente, antes de que pudiera amagar retorcerme o incluso intentar satisfacerlo, sentí un líquido viscoso y caliente escurrirse directamente dentro de mi garganta hasta mi estómago (otra vez). Su pollón estaba escupiéndolo todo violentamente y yo, con los ojos abiertos como platos, trataba de respirar y apartarme de él, pero el negro me atajaba muy fuerte, metiendo más y más polla dentro de mi boca conforme su carne tiraba lo que pareciera ser litros de leche.

—OOOHHHH CORRIENDO ESTOY YO, ¡CORRIENDO! —gritaba el asesino serial.

—TÚ JODERTE, AMIGO. EL QUE SE CORRE NO FOLLAR CON NIÑA. MI TURNO SER —respondió el mafioso.

—ME DA IGUAL… LECHE TOMAAAA… PUTAAAA TÚUUU…

—¡Mffff, mffff, mffff!

—DIFÍCIL NO CORRERSE CARAMBAS. AÑOS SIN ESTAR CON MUJER NOSOTROS.

Sacó su pollón y sentí que volvía a vivir. ¡Uf! Pero el cabrón seguía corriéndose y no tardó en lanzar un lefazo directo a mi ojo derecho para cegármelo. Frente a mí estaba la terrible tranca, aún con leche bullendo en la punta mientras yo aunaba fuerzas para recuperar mi respiración, con semen escurriéndoseme de la comisura de mis labios.

—LIMPIAR POLLA, VACA.

—¡Límpiatela tú, imbécil! ¡Quiero irme de aquíiii!

Otra mano me cruzó la cara y, tras tomar nuevamente de mi cabellera, me pegaron contra la cintura del negro recién ordeñado para que la limpiara. Clavé mis uñas en su culo para que me sufriera y accedí a succionar los últimos trazos de leche de su polla.

Lo cierto es que, mientras lo limpiaba, estaba viendo una luz dentro de la oscuridad. Dijeron “si te corres no follas con la niña”. Era evidente que, siendo cuatro, idearon un plan para montarme. Si conseguía que los demás se corrieran antes de penetrarme e intentaran preñarme, tal vez conseguiría que los cuatro negros iniciaran un conflicto interno entre ellos mediante el cual podría salir viva.

—Uf, ya está… —dije con un regusto asqueroso a semen en mi boca—. ¡Ya está limpio, ahora quién es el siguiente! —grité con valor. Mi pequeño plan estaba en marcha. Iba a hacerlos correr a todos en mi boca para salvarme.

—MI TURNO. ACOSTARTE VACA. Y ABRIR PIERNAS YA.

Fue decirlo para que todo mi plan se fuera a la mierda.

—¡Noooo!

—¡MUGIR DEMASIADO! ¡TRAER LAZO DE CUERO!

—AQUÍ TENER.

Me lo ataron el cuero en la boca para que dejara de protestar, a modo de bozal. Y de paso me pusieron la pañoleta para cegarme. Me las quité enseguida para chillarles que eran unos imbéciles. Fue por eso que me dieron media vuelta y me hicieron acostar en el suelo, boca abajo, sobre el montón de paja; me ataron las manos a la espalda con el lazo de cuero y luego sí, acto seguido, me volvieron a acallar con otro lazo cuero a modo de bozal; por último me cegaron con la pañoleta.

“Me van a preñar… ¡me van a preñar!”, pensé desconsolada cuando volví a sentir que me colocaban la barra separadora de pies. Alguien puso una pequeña pila de heno debajo de mi vientre para que pudiera levantar la cola; el desconsuelo fue total cuando sentí el gigantesco glande de uno de los negros reposar entre los pliegues de mi sexo anillado; estaba maniatada, cegada, ofreciendo mi concha sin posibilidad más que zarandearme débilmente.

No sé si el mismo hombre o alguien más fue el encargado de estirar las anillas de mis labios vaginales para que se abrieran y mostraran mi agujerito; para que mostraran el camino a mi perdición. Gemí un poco porque aquello estaba poniéndose entre lo doloroso y placentero.

—MIRAR CARNECITA TIERNA. ROSADITA, HMM.

—ESTÍRARLA MÁS, ABRIRLA MÁS CARAMBA.

—YO ELEGIR CULO. OTRO ELEGIR COÑO.

“¡¡¡Noooo!!!”, pensé y me zarandeé. Si bien he estado entrenando mi cola, aún no la había estrenado. Y no quería que unos convictos fueran quienes tuvieran el privilegio de desflorarme el ano. Me volví a zarandear ridículamente pero uno de ellos me cruzó el culo con una fuerte palmada que resonó por el establo.

—¡QUIETA VACA!

—¡Mmmm! ¡Mmmm! ¡¡¡Mmmm!!!

—¿¡QUÉ PASAR CON NIÑA!? —me dio otra nalgada cuyo eco rebotó por el lugar. Mi cola hervía y seguro que estaba rojísima, pero no iba a dejarme rendir fácil, mi cola no sería de ellos jamás.

—MIRAR CULO —no sé quién era pero separó mis nalgas de manera grosera—. PEQUEÑO TENER. ESTOS POLLONES DESTROZAR NIÑA.

—SÍ, PATRÓN ENOJARSE SI VER A PUTITA DESTROZADA. NUESTRO PLAN DE PREÑARLA Y LLEVARLA A ESCONDIDAS A SOMALIA CORRER PELIGRO.

—PUES SÍ…. SOLO POR COÑO FOLLAR.

Me tranquilicé. Al menos usaban bien la otra cabeza. Alguien me tomó de la cintura con sus fuertes manos y me atrajo un poquito hacia él para reposar su enorme y caliente glande entre mis hinchados labios vaginales. Estaba relajada porque mi culo se había salvado, pero a saber si mi concha podría resistir tremenda verga queriendo entrar.

—PUES NADA. SI TÚ FOLLAR COÑO, YO FOLLAR BOCA.

—VALE. QUITARLE BOZAL.

—¿NOSOTROS DOS PODER CHUPAR TETAS?

—CLARO, NO OS QUEDA OTRA, JA JA JA.

En el momento que uno de los negros me liberó del bozal improvisado, no tardé en protestar con mi voz rompe vidrios:

—¡Imbéeeecileeees, os voy a mataaaar!

—CUANDO TÚ ESTAR EMBARAZADA, IR EN BARCO A SOMALIA CON NOSOTROS. MESES DIVERTIDOS PASAR EN MAR. AHORA CHUPAR PUTA.

 —¡Ojalá te mueras cabróoo-mmfffff! —me callaron con un pollazo hasta la garganta—. ¡Mmmfff!

Di un respingo de sorpresa nada más sentir sendas lenguas en cada uno de mis dos pezoncitos anillados. Esos negros jugaban con la puntita de mis pezones, con los anillitos, mordisqueando, succionando, ¡uf! No lo iba a admitir pero qué bien que mamaban mis tetas. Y más al sur, la enorme polla estaba haciendo presión para entrar en mi agujerito. Intenté alejarme lo más que pude para evitar el inexorable final, pero logró meter el caliente glande. Dio un par de enviones, cada vez entrando más; ladeé mi cabeza para apartarme de la polla que me taladraba la boca:

—Ufff, espera, ¡por favor espera negraso!

—¿QUÉ MIERDA QUERER, VACA?

—Ufff… ¿habéis decidido quién va a preñarme? Porque todos estáis muy emocionados con hacerlo… ahhh, ahhhhh… pero verás, parece que tú serás el que me preñe —dije en referencia al que me tenía la concha llena con su verga.

—SÍ. MALA SUERTE PARA COLEGAS. BEBES NEGROS DARME TÚ, JA JA JA.

—MAFIOSO SER CARADURA —le reprendió el negro que se chupaba mi pezón derecho—. LA VACA TENER RAZÓN. DEBEMOS DECIDIR QUIÉN PREÑARLA.

—YO QUERER EMBARAZARLA —respondió el negro frente a mí, que restregaba su polla por mi boca y me sujetaba fuerte del mentón.

—COMO DOS YA HABERSE CORRIDO HOY, MEJOR DECIDIRLO MAÑANA. AHORA DISFRUTAR DE ESCLAVA —dijo otro que, acto seguido, continuó chupando y mordisqueando mi otro pezón.

Casi con una sonrisa esbozándose en mi cara repleta de leche, grité con entusiasmo:

—¡Ya lo oíste, ve y busca los condones!

—¡JA! VACA LISTA. MAÑANA DECIDIREMOS. Y PREÑARTE BIEN.

—¡Sí, sí, todo eso está muy bien, ve a por el condón, Mutombo! —evidentemente al amanecer los delataría y seguro que don Ramiro se desharía de aquellos peones tan imbéciles por intentar preñarme.

Salió del corral para buscar la maldita cajita de condones que se perdió entre las pilas de paja mientras yo contentaba a sus otros tres colegas. Vendada como estaba era difícil ubicar la polla frente a mí, pero me guiaba debido a la esencia fuerte que emanaba para engullirla.

No tardó mucho en encontrar los condones y volvió a entrar; al menos eso es lo que percibía por el sonido de sus pasos. Al poco rato ya lo sentía detrás de mí, colocándose de nuevo para la faena.

—POR CIERTO, NOMBRE MÍO “SAMUEL”.

—Como sea, Mutombo, terminemos con esto —meneé mi cintura como mejor pude, justo antes de ser engullir los huevazos de su colega.

 —JA, GUARRA SER TÚ.

Me restregó su polla forrada por el coño para que se empapara de mis jugos, y me la fue metiendo poco a poco. Notaba cómo su larga y gruesa tranca me llenaba el coño de manera terrible, increíble, abriéndome, haciéndose paso a la fuerza a través de mi grutita.

Por otro lado, el negro que estaba frente a mí retiró sus huevazos de mi boca y creo que se levantó. Pronto alguien me volvió a tomar del mentón; supuse que otro negro quería una mamada. Para evitar que me volvieran a cruzar la cara, abrí la boca sumisamente y engullí como mejor pude su tranca. Y atrás, la verga en mi concha ya llegaba hasta donde pocos pudieron; tenía toda la grutita llena de polla y no cabía absolutamente más. Cuando notó que estaba toda dentro, empezó un fuerte vaivén, rítmico, duro, él quería gozar como macho hambriento de puta independientemente de que yo gozara o no; a cada embestida que él iba dando cada vez más deprisa, yo respondía con un mordisco a la verga del negro que me la metía hasta la garganta.

Llegó un momento dado en el que empecé a gemir, me sorprendí hasta a mí misma haciéndome oír de esa manera, como una cerdita gozando de los cuatro machos que hacían uso de mi cuerpito. Con los jadeos llenando el establo, deseé que me escucharan don Ramiro y Andrea para que vieran qué tanto estaba disfrutando con ellos.  ¡Uf! Ojalá que la putita de Andy se arrepintiera y viniera a probar esas pollas gigantescas, manos y lenguas deseosas en mi cuerpo, pero luego pensé que no, que las quería para mí, todas para mí.

El negro forrado emitía algo similar a unos bufidos de placer, no me hacía ningún gesto cariñoso como dije, me sometía como quien recoge a una prostituta y se la folla sin pensar nada más que en él mismo. No se preocupaba por mí, si yo lo estaba pasando bien o si mi postura me incomodaba. Él sabía de sobras que yo estaba gozando como una vaquita en celo y solo se ocupaba de contentar su pollón. Me folló largo y tendido, de hecho me corrí tres veces sin que él dejara de darme duro y sin que sus amigos dejaran de acariciarme y meterme polla por la boca.

Cada vez que me corría, arqueaba mi espalda y flaqueaba mis piernas que aún estaban muy separadas por la barra, pero al que me follaba no parecía importarle que yo me retorciera, nunca aminoró las arremetidas.

Poco a poco fue haciendo sus movimientos más rápidos. Yo ya sabía lo que eso significaba y me preparé para tener mi último orgasmo a la vez que él el suyo. La cabeza me daba vueltas sintiendo su polla agitándose dentro de mi coñito; la sacó para afuera y la vista de mi agujerito totalmente cedido al tamaño descomunal le habrá excitado, porque me dio un beso allí, largo, tendido, con lengua y mordiscos.

Me dejé llevar, chupando con fruición la enorme tranca que entraba y salía de mi boca. A veces ladeaba mi rostro para mordisquear ese venoso tronco. Lo cierto es que estaba bastante aliviada porque la segunda y última follada de la noche había terminado, y nadie aún se había corrido en mi coño. Y para qué mentir, ya tranquila, me dejé llevar en toda la madrugada. No me quedaba otra más que gozar y hacer gozar a mis “amos” negros.

Por mi boca pasaron finalmente las cuatro pollas, por entre mis enormes tetas también. Como tenía las manos apresadas a la espalda, ellos me pusieron boca para arriba, se sentaron sobre mí y pasaron sus pollones para hacerse cubanas de las más groseras.

Me dejaron descansar por fin avanzada la madrugada, toda lefada, chupada y mordisqueda. Me dejaron tendida en el suelo sin siquiera quitarme mis restricciones ni la pañoleta, y cuando pensé que podía dormir (estaba cansadísima), volvieron a la carga para comerme el coño, que estaba hinchadito, metían dedos y se pasaban mucho tiempo buscando mi clítoris entre mis carnecitas abultadas, jugando con mis anillas incrustadas en mis labios vaginales. A veces me hacían acostar sobre uno de ellos para que les besara y les hiciera sentir mi piercing en la lengua, y yo accedía como bien podía porque no quería llevarle la contraria a unos convictos.

Lejos quedaron los negros violentos, al portarme sumisa me trataron bastante bien. Me quejé una vez más en el resto de la madrugada porque me mordisquearon una teta de manera fuerte, y otro metió dedos en mi culo sin ensalivarlo, pero poco más.

La primera noche había terminado. Y había sobrevivido.

……………………..

Al día siguiente alguien abrió la puerta del granero. Yo estaba acostada sobre el asesino serial, creo, durmiendo sobre su pecho, con semen reseco en mi boca, cara, muslos y espalda. Otro negro dormía usando mi cola como almohada, y los dos restantes creo que habían salido para asearse.

Me sentía la muchacha más horrible del mundo. Yo olía asquerosísimo pero estaba tan cansada que solo me limité a escuchar con impotencia a un par de personas acercándose. Al poco rato los oí frente a mí, y me quitaron la pañoleta que me cegaba la mirada. Aún tenía un ojo cerrado debido al semen que impactó allí, por lo que solo pude abrir un ojo; apenas los noté pues no me acostumbraba a la luz matutina: eran don Ramiro y Andrea. Él estaba vestido como un jinete gaúcho: poncho, botas de cuero con tacos y una enorme sonrisa, mientras que ella vestía un vestido blanco con falda larga, como si estuviera en la maldita época colonial.

—Buen día Rocío –dijo Andrea con una sonrisa—, se ve que la pasaste muy bien.

—Andy… ayuda…. No más pollas… No quiero más pollas, por favor…

—¡Uy, este lugar huele terrible! —dijo tapándose la nariz.

—¡Don Ramiro! —me zarandeé como pude entre los dos negros que dormían—. ¡Quisieron follarme sin condón, estos negros quisieron follarme sin condón para preñarme!

—¿¡Pero no te da vergüenza, Rocío!? Mentirme de esta manera, mis peones no serían capaces…

—¡Le digo la verdad!

—¿Te follaron con forro o no?

—Sí, con forro, pero…

—¡Pues ya está, no quiero oír una palabra más al respecto, niñata!

—¡Don Ramiro…! ¡Mierda! ¡Necesito ir al baño o a un arroyo! ¡Quítenme las restricciones! ¡Necesito una decena de jabones, por favor, y ya!

—¡Uf! —ahora era don Ramiro quien se tapaba la nariz y ponía rostro asqueado—. ¡Creo que voy a vomitar, Rocío que mal hueles! ¡Aléjate Andrea, no quiero que te pase este tufo!

—Sí, es horrible —dijo Andrea alejándose—. ¡Nos vemos Rocío! Don Ramiro, le espero en el establo para pasear en caballo.

—¿Van a pasear en caballo? ¡Basta, don Ramiro! ¡Yo también quiero pasear en caballos, uf, aléjeme de estos convictos!

—No vuelvas a menospreciarlos así, marrana. “Negros”, “convictos”, ¡son personas, Rocío! Por eso mismo irás al centro del rancho, te vamos a sujetar de otro cepo que tengo allí para darte unos azotes. ¡Necesitas aprender! Hoy llegan otros de mis trabajadores, te van a follar los negros en público hasta que te hagan correr como una vaca en celo.

—Me está jodiendo…

Antes de que pudiera asimilar la idea de ser empotrada en un cepo a la luz del día, a los ojos de otros hombres, los dos somalíes que habían salido para asearse volvieron al granero; me levantaron de los brazos y, con sonrisas enormes surcando sus caras, me llevaron afuera del establo. La luz del sol me cegó un buen rato pero entendí que me estaban arrastrando hasta el centro del rancho. Ni siquiera iban a dejarme dar un maldito baño o quitarme la barra espaciadora. Tal vez si tuviera fuerzas podría resistirme…

Con mi único ojo abierto, vi una veintena de peones, todos uruguayos, que me miraban entre morbo y risas, silbaban y gritaban al aire con jolgorio, algunos llevando a caballos de las riendas, otros cargando pilas de heno, otros llevando baldes para ser llenados con leche ordeñada: todos cesaron sus actividades y rodearon el cepo donde me iban a apresar.

Uno de ellos se acercó para magrearme la cola y las piernas, hablando como si yo fuera una “vaca de calidad”. Claro que al ver que estaba repleta de semen dejó el toqueteo para cuando yo estuviera más limpia. Pero a mí no me importaba la humillación, estaba demasiado ensimismada.

“No soy ninguna vaca…”, susurré mirando al suelo.

Mientras los convictos me apresaban en el cepo, dejando mi culo expuesto a azotes, y mi anillado coño presto a ser vilmente follado, me mordí los dientes y crispé mis apresados puños. Poco a poco estaba volviendo a mí misma.

—¡Miren, aún tiene semen chorreando de su coño!

—¿Es esta la chica que nos contó don Ramiro, que folló con dos perros?

—Creo que sí. Uf, amigos, no sé ustedes pero yo me la voy a cascar ahora en su honor —otro campesino se tocaba el paquete groseramente.

—No se acerquen demasiado, tiene un tufo a semen que da arcadas. Se nota que los somalíes se divirtieron con ella.

—Mucho somalí, niña, mucho somalí. Yo te voy a hacer a amar a los uruguayos de nuevo, ¡jajaja!

—¡ROCÍO, TÚ CONTAR Y AGRADECER CADA AZOTE A TU COLA. YO ESTAR MUY MOLESTO POR QUERER MENTIR A PATRÓN. NOSOTROS JAMÁS QUERER PREÑARTE, LOCA ESTAR TÚ!

Antes que el primer cintarazo se estrellara en mi colita, antes de chillar como una cerda para las risas de todos los allí presentes, me juré para mis adentros que iba a buscar una manera de vengarme. A lo lejos vi que don Ramiro y Andrea montaban en caballo, recorriendo las afueras como si fueran los putos protagonistas de una telenovela romántica.

—Diossss… me voy a ¡vengaAAAuuuuchhh! ¡No me azotes tan fuerte, Mutombo!… Uff… uff…

—¡AGRADECER Y CONTAR, VACA!

—¡AAAAuchhhh!, valeee… ¡Van dos… uff… diosss… van dos… y gracias!

—BIEN… —se inclinó y me susurró—. ESTA NOCHE SÍ QUE PREÑADA VAS A QUEDAR.

Se encendió mi corazón. Definitivamente se iban a enterar que con una chica como yo no se podía jugar. A sus ojos solo era, evidentemente, un pedazo de carne sin muchos derechos. Mientras el tercer y último cintarazo se hacía lugar, arrancándome un alarido, sentí cómo alguien (probablemente otro de los negros) se disponía a chuparme el coño. Estaba más hinchado que nunca y todos lo podían notar: follarme no era la opción más ideal tras la noche salvaje vivida en el granero. En el momento que gemí notoriamente gracias a su hábil lengua haciéndose lugar en mis anilladas carnecitas, me juré que iba a vengarme de todos y cada uno de los hombres en ese rancho de mierda. NADIE SALVARSE, TODOS SUFRIR…

La guerra en el rancho había comenzado.

—-

Continuará. Gracias a los que han llegado hasta aquí.

Un besito,

Rocío.

Si quieres hacerme un comentario, envíame un mail a:

 rociohot19@yahoo.es

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