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Relato erótico: “Una nena indefensa fue mi perdición 2” (POR GOLFO)

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Durante una hora, recordar cómo había metido la pata con esa chavala, me hizo permanecer en mi habitación. Sentía que había perdido la oportunidad de seducirla por imbécil y eso me traía jodido. Cómo zorro viejo en esas lides, no comprendía mi comportamiento.
«La tenías a huevo y la has cagado», maldije más cabreado que abochornado.
Cualquier otro estaría muerto de vergüenza pero mi falta de escrúpulos hacía que únicamente me enfadara el haber fallado de esa forma tan tonta y no el haber ofendido a Malena. Para mí, esa joven madre seguía siendo una presa y no una persona con sentimientos que para colmo necesitaba ayuda. Me daba lo mismo que se hubiese sentido traicionada por mí cuando incapaz de contener mi lujuria, había llevado mis dedos hasta su pecho para recoger una gota de leche materna.
«Estaba cojonuda», sentencié y al rememorar su sabor, en parte, disculpé mi actuación al pensar: «mereció la pena y fue ella la culpable».
Justifiqué ese desliz, echando la culpa a Malena.
«¿No esperaría que me quedara mirando? ¿A quién se le ocurre ponerse a dar de mamar frente a un desconocido?».
Dando por sentado su responsabilidad, decidí que no tenía que variar mis planes: intentaría seducirla y si no podía, ¡la chantajearía con sus imágenes desnuda!
Acababa de resolver certificar mi inmoralidad cuando un ruido me hizo saber que esa incauta había vuelto a su cuarto. Sin rastro de remordimientos encendí el monitor y me puse a ver lo que estaba grabando en ese momento la cámara que tenía instalada en esa habitación.
«No me extraña que lo haya hecho, está buenísima», me dije al ver en la pantalla a esa muchacha entrando con su niña.
Reconozco que aunque en un principio era el morbo lo que me hizo permanecer atento a las imágenes, fue ver una sonrisa en su cara lo que realmente me obligó a mantenerme pegado al televisor.
«No parece cabreada», con nuevos bríos, concluí.
Esa conclusión se vio confirmada mientras le cambiaba el pañal al escucharla decir:
-No sabes la ilusión que me hizo comprobar que también te cae bien Gonzalo. ¿Te gustaría que fuera tu papa?
Esa inocente pregunta debió de despertar todas mis alertas pero debido a la atracción que sentía por esa preciosidad, lo único que provocó fue que se reavivaran con más fuerzas mis esperanzas llevármela a la cama.
Habiendo decidido reiniciar mi acoso, mi seguridad de tirármela se vio reforzada cuando a través de los altavoces, la oí comentar muerta de risa:
– Pobrecito, ¡no pudo resistirse a probar mi leche! Tenías que haberle visto la cara que puso, ¡hasta me dio pena echarle la bronca!
«¡Será puta!», exclamé al oírla, «¡Lo hizo a propósito!».
Sabiéndome engañado, decidí que iba a usar esa información para follármela y por eso salí de mi cuarto rumbo al salón con una sola idea en mi mente:
«Si esperaba seducir a un tipo tímido y apocado que le había prestado desinteresadamente su ayuda, no había problema: ¡representaría ese papel!».

Dejo que Malena siga con sus planes.
Asumiendo que esa cría no tardaría en intentar que cayera enamorado de ella, tranquilamente me senté a esperar a que Malena se tropezara en su propia trampa.
Tal y como había supuesto, no tardó mucho en aparecer por la puerta. Supe que estaba actuando cuando la muchacha que entró no era la desvergonzada de hacía unos minutos sino la Malena ingenua e indefensa que María me presentó. «Es una estupenda actriz», murmuré mentalmente al oír que me preguntaba si podía entrar.
-Claro. Ya te dije que esta era tu casa.
Mis palabras provocaron que una involuntaria sonrisa iluminara su cara. Por ello cuando se sentó junto a mí y simulando una gran vergüenza me pidió si podía prestarle otra camisa, no la creí.
-Voy a hacer algo mejor. Te voy a comprar algo de ropa mientras conseguimos recuperar la tuya- respondí adoptando el papel de caballero andante.
Leí en sus ojos la satisfacción que sintió al ver que todo se desarrollaba según sus planes y por eso me divirtieron sus reticencias a aceptar mi ayuda. Como os imaginareis no tuve que insistir mucho para que me acompañara de compras y al cabo de cinco minutos, me vi tomando un taxi con las dos rumbo al lugar donde había dejado mi coche la noche anterior.
Durante el trayecto, Malena estuvo todo el tiempo jugando con su nena e incluso me hizo partícipe de esos juegos haciéndome cosquillas. No me lo pensé dos veces e imitándola, busqué devolverle esas divertidas caricias. La joven madre, al sentir mis dedos recorriendo su cintura se lanzó sobre mí con gran alegría, sin importarle la presencia del taxista, diciendo:
-Estas abusando de que soy una mujer.
Tampoco le afectó que al ponerse a horcajadas sobre mí, su sexo se restregara contra el mío, ni que sus juveniles tetas revolotearan a escasos centímetros de mi cara. Esos estímulos hicieron que bajo mi bragueta, mi pene se alzara inquieto. Sé que esa bruja manipuladora se percató de mi erección porque mordió mi oreja mientras me decía:
-No te da vergüenza tratarme así.
Su descaro me hizo llevar mis manos hasta su culo y afianzándome en sus duras nalgas, colocar mi verga contra su coño. Durante unos segundos, esa guarrilla disfrutó con esa presión en su entrepierna pero una vez consideró que era suficiente, aparentando estar enojada, puso un gesto serio y se bajó de mis rodillas sin hacer ningún otro comentario.
«Ahora me toca a mí actuar», concluí viendo su actitud y simulando un arrepentimiento que no sentía, le pedí perdón por haber magreado su culito.
-No importa- contestó sin mirarme, fingiendo un enfado que no existía.
De manera que cada uno cumplimos con nuestro papel. Ella con la dulce e inocente joven atosigada por el destino y yo con el del tipo sensible pero susceptible de ser manipulado. Por ello, recogiendo a su hija, salimos a coger un taxi.
No fue hasta que el taxista nos dejó en mi coche y que ya estábamos en su interior, cuando poniendo un tono compungido esa cría me soltó:
-Soy yo la que te tiene que pedir perdón. Me olvido con facilidad que apenas nos conocemos y que al saber de mí, con mi comportamiento puedes pensar que soy una chica irresponsable. Lo siento, a partir de ahora, me comportaré manteniendo las distancias.
«¡Un óscar es lo que se merece!», sentencié al saber que de no haber visto y oído la charla de esa cría con su bebé, me hubiese tragado ese falso arrepentimiento. En vez de desenmascararla, cogiendo su mano, contesté:
-Para nada. Yo soy el culpable por no darme cuenta que, en tu situación, debo cuidar mis actos y saber que ante todo eres vulnerable.
Recibió con una alegría desbordante mis palabras y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, se lanzó a mis brazos y depositó un dulce beso en mi mejilla mientras me decía:
-Eres todo un caballero.
En ese instante, me hubiese gustado en vez de caballero ser su jinete y desgarrando su camisa, cabalgar su cuerpo con lujuria. Previendo que no tardaría en hacer realidad ese deseo, arranqué el coche rumbo a una boutique que conocía…

Malena desfalca mi tarjeta de crédito.
Durante el trayecto, no pude dejar de mirarla de reojo y reconocer al hacerlo que esa cría tenía unas patas de ensueño. Apenas cubiertos por un diminuto pantalón, los muslos de Malena se me antojaron una belleza. Bronceados y sin rastro de vello, eran una tentación irresistible y un manjar que deseaba catar con mi lengua.
Os juro que mientras conducía, no podía dejar de imaginar cómo sería recorrerlos a base de lengüetazos. La chavala, que no era tonta, lo advirtió y deseando incrementar la atracción que sentía por ella, descalzándose, apoyó sus piernas sobre el salpicadero para que de esa forma lucir aún más la hermosura de sus pies desnudos.
-¿Verdad que tengo los muslos un poco gordos?- preguntó forzando de esa forma que la mirara.
-Eres tonta, los tienes preciosos- contesté tras darles un buen repaso.
Malena no se contentó con esa mirada y cogiendo mi mano, la puso sobre uno de sus jamones, diciendo:
-Toca. Fíjate y dime si están fofos.
Fofos, ¡mis huevos! Las ancas de esa muchacha estaban duras como piedras y para colmo su piel era tersa y suave. Durante unos segundos, acaricié esa maravilla y cuando no pude más, retirando mis dedos, exclamé muerto de risa:
-Niña, ¡no soy de piedra!-
Ella, ruborizada, respondió con voz dulce:
-Yo, tampoco.
Su respuesta me hizo girar en mi asiento y casi estrello el coche al advertir que bajo la tela de su camisa, dos pequeños bultos confirmaban sus palabras.
«Tranquilo, macho. Todavía no está lista, ¡síguele el juego!», me dije reteniendo las ganas de saltar sobre ella.
Afortunadamente, acabábamos de llegar a Serrano y por ello, pude aguantar el tipo y aparqué mi automóvil. Viendo que no salía, caballerosamente, abrí su puerta y la ayudé a colocar a su hija en el cuco. Cuando todavía no habíamos iniciado camino hacia la boutique, como si fuera algo habitual, Malena me cogió de la mano y con ella en su poder, se puso a caminar por la acera.
«Actúa como si fuésemos novios», me dije complacido al ver a cada paso más cercana la presencia de esa criatura en mi cama y sin poner ningún reparo a su actitud, la llevé calle abajo.
Con una soltura fuera de lugar, dejó que yo llevara la canasta del bebé mientras ella iba mirando los distintos escaparates que pasábamos. Al llegar a La perla, una lencería de lujo, se abrazó a mí buscando que sintiera como sus pechos se pegaban al mío, antes de decirme:
-Siempre soñé con tener una pareja que me regalara algo de esa tienda.
No tuve que ser un genio para comprender que implícitamente me acababa de decir que si quería hundir mi cara entre sus piernas, debía complacer ese capricho. Por ello, asumí que me iba a costar una pasta y a pesar de ello, contesté:
-No soy tu novio pero me apetece cumplir tu sueño.
-Gracias- chilló y demostrando su alegría, me dio un beso en los labios mientras me decía: -A este paso, vas a hacer que me enamore de ti.
Con el recuerdo de su boca en mi mente, la seguí por la tienda, temiendo por el saqueo que iba a sufrir mi cuenta corriente. Afortunadamente, estaban de rebajas pero aun así, os confieso que sudé al leer el precio del coqueto picardías que había elegido:
«Ni que fuera de oro», rezongué asumiendo que nada me iba a librar de pagar esos cuatrocientos euros.
Sin mirar atrás, Malena se metió en uno de los probadores dejándome con su puñetera cría mientras se lo probaba. La bebé, en vez de echar de menos a su madre, me sonrió. Enternecido con ese gesto, le hice una carantoña y cogiéndola en brazos, murmuré:
-La pasta que me va a costar tirarme a tu madre.
Adela, la niña, balbuceó divertida como si entendiera mis palabras y por ello, hablándola con dulzura, descargué mi cabreo diciendo:
-No te acostumbres. En cuanto me la haya follado, desapareceré de vuestras vidas.
Ajena a su significado, me devolvió una nueva sonrisa y por primera vez en mi vida, deseé tener algún día una hija que se alegrara de verme al llegar a la oficina. Estaba todavía pensando en esa “herejía” cuando escuché que su madre me llamaba y con ella todavía en mis brazos, me acerqué a donde estaba.
Confieso que estuve a punto de dejarla caer cuando descorriendo la cortina, Malena apareció luciendo el sensual camisón que había elegido. Aunque la había visto desnuda, la visión de verla ataviada únicamente con ese conjunto me hizo trastabillar y si no llega a coger ella a la niña, podría haber habido un accidente.
-¿Te gusta cómo me queda?- preguntó con una coquetería innata que solo tienen las mujeres que se saben irresistibles.
-Pareces una diosa- contesté con la voz entrecortada mientras fijaba mi mirada en los pezones que se entreveían tras el encaje.
Descojonada, me agradeció el piropo y devolviéndome a su retoño, se volvió a encerrar en el vestuario. Otra vez con su hija a solas, no pude retener mi imaginación y me vi dejando caer los tirantes de ese picardías mientras su dueña se entregaba a mí.
-Tu madre es una zorra preciosa. Espero que cuando seas mayor, no la imites- le dije al bebé mientras trataba de calmarme.
Los dos minutos que tardó en salir me parecieron eternos pero lo que realmente me dejó perplejo fue que al hacerlo, Malena devolviera esa prenda al perchero de donde la había tomado y con tono triste, se girara hacía mí diciendo:
-Gracias, pero es demasiado. No puedo dejar que te gastes tanto dinero en mí.
Hoy reconozco que lo hizo para darme pena pero las ganas de verla sobre mi colchón a cuatro patas luciendo ese picardías, me hicieron cogerlo y con él en la mano, ir hasta la caja y allí pagarlo. Al salir de la tienda con su sueño en una bolsa, se acercó y pegándose como una lapa a mí, me dijo:
-Eres el hombre con el que siempre soñé- tras lo cual poniéndose de puntillas, me besó nuevamente pero en esta ocasión, dejando que mi lengua jugara con la suya.

Contagiado por la pasión de esa mujer, mi única mano libre se recreó en su trasero sin que el objeto de mi lujuria pusiera ningún pero. De no haber tenido otra mano sosteniendo a su hija: ¡hubiera amasado con las dos esa belleza!

La dureza de esas nalgas me tenían obsesionado y por ello, tuvo que ser ella la que poniendo un poco de cordura, se separara. De haberse separado únicamente, no hubiese tenido motivo de enfado pero esa arpía una vez fuera de mi alcance, se echó a llorar diciendo:
-Otra vez me he dejado llevar. Pensaras que soy una puta y que te he besado para pagarte con carne tu regalo.
Por supuesto que eso pensaba pero reteniendo mi furia, contesté:
-Eso jamás. Eres tu quien me tiene que perdonar. Sé que no es el momento pero tengo que decirte que desde que te vi, me pareciste inalcanzable y al besarme, dejé salir la atracción que siento por ti.
Mi confesión era lo que Malena quería oír pero siguiendo con el plan que había fraguado, todavía llorando, me soltó:
-No estoy preparada para otra relación, por favor, ¡llévame a casa!

Adela, su bebé, me conquista y ella me ejecuta.
«¡Tiene cojones el asunto!», mascullé mentalmente mientras conducía de camino a mi chalet. El juego de seducción, al que me tenía sometido esa zorrita, me estaba empezando a cansar. Me tenía hasta los huevos, tener que disimular y aguantar que esa manipuladora siguiera comportándose como una cría ingenua, cuando me constaba su verdadero carácter.
«Todo sea por tirármela», sentencié echando los dados al aire, «cómo no caiga esta noche, ¡la violo!».

Mi cabreo se vio incrementado cuando al llegar a casa Malena desapareció rumbo a su habitación, dejándome por enésima vez al cuidado de Adela.
«¡Esto es el colmo!», me dije mientras veía a esa bebé durmiendo tranquilamente en el cuco, «¡No soy su padre!».
Sobrepasado por una responsabilidad que no era mía, cargué a su retoño y me la llevé al salón, donde dejándola en un rincón, me puse una copa que ayudara a tranquilizarme. Con el whisky en la mano, me puse a dar vueltas por la habitación. Estaba cabreado. Mis planes no iban todo lo bien que a mí me gustaría. Para empezar, ya me había gastado cuatrocientos euros en Malena y el único pago que había recibido había sido un beso.
«Joder, con ese dinero, ¡podía haber pagado una puta de lujo!», rumié mentalmente sin percatarme que me iba acercando al lugar donde dormía plácidamente la bebita.
Adela, ajena a lo que pasaba por mi mente, se desperezó en su cuna y abriendo los ojos, me miró con una ternura que consiguió que se me erizaran todos los vellos de mi piel. Jamás en mi vida, nadie me había contemplado así. Su mirada fresca y carente de malicia se iluminó al reconocerme, o eso pensé, y luciendo una maravillosa sonrisa, levantó sus brazos para que la cogiera.
-Eres una golfilla- susurré sacándola del capazo y poniéndola en mis rodillas.
Para entonces, mis reticencias habían desaparecido y con gusto, comencé a jugar con ella mientras la bebé no dejaba de balbucear incoherencias con su voz de trapo.
Sé que suena raro, pero esa criatura consiguió despertar en mí un sentimiento paternal del que desconocía su existencia y tengo que reconoceros que me encantó. Sí, ¡me encantó disfrutar de sus risas mientras le hacía cosquillas!
-¡Tu padre es un idiota!- comenté en voz baja al no comprender como era posible que las hubiese dejado tiradas a ella y a su madre.
La chavalita sin comprender mis palabras se rio a carcajadas al sentir mis caricias. Enternecido por esos momentos de genuina felicidad, tardé en darme cuenta de lo que le ocurría cuando de pronto la vi enrojecer y no fue hasta que llegó a mi nariz un olor nauseabundo, cuando comprendí que la niña había hecho sus necesidades sobre el pañal.
-¡Qué peste!- exclamé divertido al percatarme que nada malo le pasaba.
Sabiendo el motivo de esa pestilencia, me levanté en busca de Malena. Tras buscarla por la casa, me topé la puerta de su cuarto cerrada y a pesar de mis llamadas, no contestó.
«Coño, ¿ahora qué hago?», me dije al escuchar que incómoda con la plasta maloliente de entre sus piernas, Adela empezaba a llorar.
Los que como yo nunca hayáis sido padres comprenderéis mi desesperación. Con cada berrido de esa niña, mi nerviosismo se vio exacerbado y corriendo fui en busca de la bolsa donde su madre guardaba los pañales, pensando que no sería tan difícil cambiarla.
¡Difícil no! ¡Imposible! Lo creáis o no, recogiendo una muda y las toallitas con las que le había visto hacerlo a Malena, me dirigí al baño.
Para empezar, quien haya diseñado esos artilugios seguro que aprendió en Ikea. ¡No fue un genio sino un perfecto inútil!… ¡No os riais!… Me costó hasta despegar los putos celos que mantenía cerrado el pañal. Lo peor es que tras dos minutos aguantando los lloros, cuando lo conseguí, llegó hasta mí con toda su fuerza el aroma de su cagada.
¡Casi vomito! ¡Fue asqueroso! Aunque esa monada se alimentase únicamente de la leche de su madre, su mierda apestaba a muertos.
Asqueado hasta decir basta, separé las piernas de Adela e intenté limpiarla con tan mala suerte que fue justo cuando estudiaba de cerca como tenía que realizar esa titánica labor, esa preciosa cría decidió que había llegado el momento de vaciar nuevamente sus intestinos y un chorro de excremento fue directamente hasta mi cara.
-¡No me lo puedo creer! ¡Me ha cagado encima!- grité con repugnancia.
Como dictaminó Murphy: “Todo es susceptible de empeorar”. Y así fue, al tratar de retirar la plasta de mis mejillas, tiré el pañal y cayó en mis pantalones. Para colmo Adela, no contenta con ese desaguisado, vació en ese instante también su vejiga, de forma que sus meados terminaron todos en mi camisa.
-¡La madre que te parió!- grité y mirándome al espejó, caí en la cuenta que tenía que hacer algo.
No solo tenía que lavar a esa niña sino además darme un duchazo. No se me ocurrió mejor idea que abrir el grifo del jacuzzi y llenar la bañera.
-Vamos a darnos un baño- murmuré muerto de risa por el ridículo que estaba haciendo.
Tampoco me resultó fácil, desnudarme con Adela en mis brazos. Sin ningún tipo de experiencia, me daba miedo dejarla en algún sitio, no se fuera a caer. Tras unos instantes de paranoia, decidí poner una toalla en el suelo y depositar allí a la cría mientras me quitaba la ropa.
Una vez desnudo, tanteé la temperatura del agua y tras advertir que estaba templada, me metí en el jacuzzi con la bebé. Afortunadamente, sus lloros cesaron en cuanto se sintió en ese líquido elemento y como si no hubiese pasado nada, comenzó a reír dichosa.
-Me reafirmo, ¡eres una pilla!- suspiré aliviado.
La algarabía con la que se tomó ese baño se me contagió y en menos de dos minutos, empecé a disfrutar como un enano en el Jacuzzi. Atrás quedaron la repulsiva sensación de ver mi rostro excrementado, solo existía la risa de Adela.
Justo cuando más me estaba divirtiendo, de pronto escuché desde la puerta una pregunta indignada:
-¿Qué haces con mi hija?
Al darme la vuelta, me encontré con una versión de Adela que no conocía. La dulce e ingenua, así como la manipuladora, habían desaparecido y me encontraba ante una loba protegiendo a su cachorro. La ira que irradiaba por sus poros me hizo saber que en ese momento yo era, para ella, un pederasta abusando de su cría. Totalmente cortado, le expliqué lo sucedido y como había terminado cagado de arriba abajo. Mis sinceras palabras tuvieron un efecto no previsto porque una vez se dio cuenta que no había nada pervertido en mi actuación, la muy cabrona se lo tomó a cachondeo y sentándose en la taza de wáter, se empezó a reír a carcajada limpia de mí.
Su recochineo me cabreó y más cuando ese engendro del demonio viendo mi turbación se dedicó a mirarme con descaro, tras lo cual, descojonada me soltó:
-Para ser casi un anciano, estás muy bueno desnudo.
Instintivamente me tapé y Malena al comprobar mi reacción, decidió incrementar su burla diciendo:
-¿Temes que intente violarte?
Enojado, contrataqué:
-¿Te parece normal estar ahí sentada mirando a un desconocido mientras se baña?
Muerta de risa, contestó que tenía razón y fue entonces cuando nuevamente me dejó perplejo al levantarse y dejar caer su ropa mientras me decía:
-Hazte a un lado para que quepamos los tres.
Confieso que no me lo esperaba y por ello solo pude obedecer mientras mis ojos se quedaban prendados con los impresionantes pechos que lucía esa nada indefensa damisela.
-¿Qué haces?- alcancé a decir cuando sin pedir permiso se acomodó a mi lado en la bañera.
Con una sonrisa de oreja a oreja, me respondió al tiempo que me quitaba a su Adela de las manos:
-Bañarme con mi hija y con un desconocido.
No sé qué me impactó más, si su desfachatez o la suavidad de su piel mojada contra la mía. Lo cierto es que como un resorte, mi verga se empinó entre mis piernas, dejando claro a esa arpía la atracción que sentía por ella. Malena no se dejó intimidar por mi erección y haciendo como si no se hubiese enterado, buscó su contacto jugando con la bebé. Ni que decir tiene que puedo ser burro pero no idiota y rápidamente comprendí que esos toqueteos, de casuales no tenían nada.
«¡Quiere ponerme cachondo!», exclamé para mí al notar que disimuladamente restregaba mi pene con uno de sus muslos.
La situación me tenía confundido y por eso poca cosa pude hacer cuando, incrementando exponencialmente su acoso, se colocó entre mis piernas. Reconozco que para entonces mi temperatura era mayor que el del agua pero me reconoceréis que era lógico, ya que en esa postura su trasero entraba en contacto con mi miembro.
-¿No te parece que te estás pasando?- pregunté.
Hipócritamente me contestó mientras apoyaba su espalda contra mi pecho:
-Solo somos dos adultos bañando a un bebé.
Lo irónico del asunto fue que, desde que conocí a esa mujer, había deseado tenerla desnuda entre mis piernas pero en ese momento, estaba avergonzado. Desconozco si mi cortedad fue producto de la presencia de su hija o por el contrario, lo que me ocurrió fue consecuencia de que ella llevara la iniciativa. La verdad es que no supe qué coño decir cuando Malena aprovechó mi “timidez” para colocar mi pene entre los pliegues de su sexo.
Ese acto disolvió todos mis reparos y llevando mis manos hasta sus pechos, besé el lóbulo de su oreja mientras susurraba en voz baja:
-Para ser casi una chiquilla, tienes unas tetas impresionantes- y recalcando mi admiración con hechos, con mis dedos empecé a recorrer sus pezones.
Sus areolas se erizaron de inmediato y su dueña aunque no dio muestra de rechazo, tampoco hizo ningún gesto de aceptación. Su falta de respuesta azuzó mi lado perverso y dejando caer mi mano, me aproximé a su coño.
-Cariño, nuestro caballero andante está siendo travieso- comentó a su hija al notar que mis dedos habían sobre pasado el bosquecillo perfectamente delineado y estaban separando los labios de su vulva.
Su implícita aceptación me permitió rebuscar y hallar el botón que se escondía entre ellos. Una vez localizado, con mis yemas me dediqué a acariciarlo mientras esperaba una reacción por su parte.
-Umm… está siendo muy travieso- gimió sin reconocer que era lo que deseaba.
Sabiendo que no había marcha atrás, me puse a masturbarla mientras con la otra mano pellizcaba suavemente sus pezones. Durante un par de minutos, Malena se dejó hacer hasta que, ya excitada, comenzó a restregarse contra mi verga con un movimiento de vaivén que me dejó encantado.
-¿Te gusta mi lanza?-pregunté siguiendo su broma.
-Mucho- murmuró fuera de sí.
Ratificando su afirmación, cogió mi ariete y presionándolo contra su coño, inició un lento cabalgar dejando que se deslizara una y otra vez por sus pliegues sin llegar a meterlo. La sensualidad del momento fue tal que no quise romperlo tratando de follármela sin más y por ello, gocé con la mutua paja que ambos nos estábamos regalando sin quejarme. También he de reconocer que aunque me daba morbo que Malena tuviese sobre su pecho a su hija, la presencia de ésta me hizo ser más precavido y no intentar forzar más allá de lo necesario.
-Nuestro caballero andante está siendo muy malo con tu mamá- rezongó presa del deseo como si hubiese escuchado mis pensamientos.
Adela, ajena a lo que realmente estaba ocurriendo, acercando su boca al pecho de la mujer, se puso a mamar.
-¡Dios!- sollozó su madre al sentir ese nuevo estímulo y mientras mis dedos la masturbaban y ella se restregaba contra mi polla, soltó un aullido y se corrió.
Lo creías o no, a pesar de estar inmersos en la bañera, fui consciente de su orgasmo al sentir su flujo impregnando toda mi verga con su característica densidad, muy diferente a la del agua y contagiándome de su placer, el inhiesto cañón de entre mis piernas escupió blancos obuses que quedaron flotando por la bañera.
Malena al recuperarse y ver esa nata sobre la espuma, se echó a reír. Para acto seguido, darme un beso rápido en los labios y levantarse junto con Adela. Ya desde fuera del jacuzzi, me dijo muerta de risa:
-Gracias por el baño. Nos vemos a la hora de comer.
Tras lo cual salió corriendo rumbo a su habitación, dejándome totalmente insatisfecho, solo pero sobre todo perplejo y por ello no pude más que mascullar:
-¡Será puta! ¿Y ahora qué hago para bajar mi erección?- porque aunque me acababa de correr, eran tanta mi calentura que mi pene no se me había bajado.
Sabiendo la respuesta, me puse a pajearme mientras pensaba en esa nada ingenua y manipuladora muchacha…


Relato erótico: “Cómo seducir a una top model en 5 pasos (11)” (POR JANIS)

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Una tía necesitada.

Nota de la autora: Quedaría muy agradecida con sus comentarios y opiniones, que siguen siendo muy importantes para mí. Pueden usar mi correo: janis.estigma@hotmail.es

Gracias a todos mis lectores, y prometo contestar a todos.

Cristo se removió como un congrio en una canasta, alterando totalmente la ropa de la cama. Sus dientes se apretaron con fuerza y sus poros destilaron sudor a toda máquina. De vez en cuando, un gemido surgía de su garganta. Estaba soñando y, lentamente, el sueño se había transformado en una pesadilla que le atenazaba el pecho y la parte baja de la espalda.

― ¡Noooo! ¡¡CALENDAAAA!! – gritó a pleno pulmón y quedó incorporado en la cama, los ojos abiertos y el rostro transfigurado. Jadeó mientras su mente reconectaba con la realidad.

Las lámparas de Faely y de Zara se encendieron casi a la vez, debajo de su piso.

― ¿Cristo? ¿Estás bien? – preguntó Faely, alarmada.

― ¿Qué pasa, primo? ¿Te has caído de la cama? – se burló un tanto Zara.

― Estoy bien, no preocuparos. Zolo ha zido una pezadilla – barbotó Cristo, secándose el sudor de la cara con la sábana.

― Pues más bien parecía que te estaban capando, coño – renegó Zara. – Vaya susto…

― Pero ya ha pasado todo – sonrió Faely, subiendo las escaleras hasta la cama de su sobrino. — ¿Verdad? ¿Quieres contárselo a tu tita?

“¡Me cago en to lo que verdeguea…! Ya está otra vez tratándome como si tuviera quince años.”, pensó Cristo, irritado aún por la pesadilla.

― Estoy bien, tita. Zolo ha zido un mal sueño, zin duda a causa de tantas palomitas que nos hemos comido en el sine – dijo él, sentándose en el borde de la cama.

― ¿Una cita con Calenda? – preguntó Zara, anudándose el corto batín, pues solía dormir desnuda, y caminando hacia la nevera.

― Naaaa… más quisiera yo… Fui con varias chicas de la agencia, entre ellas Calenda. Todas querían ver esa peli nueva, Los Juegos del Hambre.

― ¿Qué tal está?

― Está mu bien, prima. Nos jartamos de palomitas y refrescos. Después de la movie, nos fuimos a comer pizza, todos. Creo que mi estomaguito no lo ha zoportado… ezo es todo. Ziento haberos despertado, tita.

― No te preocupes, Cristo. Bebe agua – le dijo su tía, comprobando que Zara traía un vaso en la mano.

Cristo agradeció el gesto y el trago. En verdad, tenía la garganta más seca que el ojo de un tuerto. Tía Faely se inclinó y le dio un breve beso en la frente y Zara le sonrió. Desde el asunto con Phillipe, le mimaban aún más, sobre todo su tía. Quizás tenía algo que ver con el poco caso que le hacía su ama, ahora que estaba liada con su hija…

¡Dios, que cosas pasaban en América!, pensó Cristo, metiéndose bajo las sábanas mientras las chicas bajaban a sus camas.

A oscuras ya, pensó en el vivido sueño que le había acojonado tanto. ¡Parecía tan real! Puta película… No le hacía falta ir a ningún psicoanalista para que le dijera que la pesadilla era producto de sus anhelos y frustración. Hasta un gitano palurdo como él podía verlo. Calenda se le había metido en los huesos, desde el primer momento en que la vio. Ser tan buen amigo de ella no ayudaba en nada. No quería traicionar a Chessy, ni mucho menos, pero era algo que no controlaba en absoluto; algo involuntario, como el respirar o gesticular al hablar.

Además, sabía que no tenía ninguna oportunidad con ella, así que no se planteaba sus reacciones como un engaño. Le había sugerido a Chessy salir con el grupo de la agencia: Alma, Marie la peluquera, Sally, de Contabilidad, May Lin y Calenda. La idea surgió en el trabajo, entre Alma y Cristo, como siempre, pero, más tarde, varias más se apuntaron.

Chessy tenía una actualización de su licencia de masajista, o algo relacionado con eso, y no tenía tiempo. Así que le dijo a Cristo que fuera con ellas, que se divirtiera en el cine.

May Lin era la compañera de piso de Calenda, una deliciosa chinita americana de veintidós años, que era habitual en los magacines de moda ilustrada. Cristo las puso a ambas en contacto. May Lin necesitaba una nueva compañera de piso y Calenda, a su vez, necesitaba alejarse de su padre. Pero Germán, el padre de la modelo, no pensaba darse por vencido tan fácilmente. Astutamente, jugaba con el sentimiento de culpabilidad que surgía con fuerza en Calenda, y la dejó marcharse. Sabía que, al pasar los días, la modelo sentiría la necesidad de volver con él, de ser perdonada por su progenitor.

Por eso mismo, Cristo tenía que mediar y buscar actividades que apartaran de su mente tal tentación. El cine fue una más de esas actividades, ya que Calenda era muy aficionada al género de ciencia ficción, fantasía, y terror, pero jamás pensó que él mismo fuera afectado de aquella manera.

Los Juegos del Hombre… ¿En qué coño estaba pensando su enfermiza mente? ¿En serio?

Sin embargo, todo en el sueño parecía tan normal, tan real. La Cosecha, el Distrito 12, su familia de panaderos, el miedo que sintió cuando fue cosechado… y Calenda. La pasión enfermiza que se adueñó de él al acompañarla a la muerte o la esclavitud, aún bullía en su pecho.

Jackie Garou. ¿Tan enfermo estaba? Jackie era la hermana pequeña de Sally, a la que llevó al cine con todos ellos. Quería ver la película tras leer el libro. “Joder, tiene catorce años y esta noche es la primera vez que la he visto.”, pensó Cristo.

Se estremeció al evocar la terrible orgía que les esperaba a los dos cuando abandonaron el cuarto de descanso, por una de las puertas. Ésta les llevó directamente a los jardines, en donde acabaron atrapados en un gran laberinto, llamadola Cornucopia. Allí, entre altos setos que cortaban como cristales y pasadizos que se entrecruzaban en cuatro dimensiones, encontró a otros tributos, entre ellos a Calenda.

Estaban arrinconados por unos seres terribles, creados para estar siempre hambrientos de sexo: los mutos. Tenían varias formas, mezclando rasgos antropomórficos con características animales, pero con una cosa en común: un pene, grueso y largo, que arrastraban entre sus piernas, dejando un rastro continuo de lefa maloliente.

Todos trataron de pelear, de escapar, sin esperanza. No pudo mantener a Jackie a su lado. La arrastraron entre aquellos setos, que le despellejó la espalda prácticamente, entre gritos y lágrimas, hasta desaparecer. Uno tras otro, los tributos arrinconados fueron violados, masticados, o arrastrados hasta las guaridas. Cristo se debatía, arrinconado, esquivando los zarpazos como podía, contempló como Calenda era violada, una y otra vez, por dos mutos parecidos a machos cabrios, hasta no ser más que un pelele sin vida. Cristo, rodeado, indefenso, y derrotado por el dolor, gritó y aulló su nombre.

Entonces, despertó.

Ahora, minutos más tarde, daba las gracias en silencio, la mejilla sobre la almohada. Solo había sido un sueño, pero le había llenado de angustia y desazón. Más aún, había despertado en él una desconocida sensación. Era algo que le quemaba la garganta, que le hacía palpitar el pecho, que le cubría de sudor cuando menos lo esperaba. Era algo jamás experimentado antes, algo que se escapaba a su entendimiento, algo vital y primario.

Algo llamado amor.

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Cristo estaba desayunando en la cafetería de abajo, con Zara y Alma, cuando entró Chessy por la puerta. Cristo enarcó una ceja. No era habitual que su chica se dejara ver tan temprano. Normalmente, estaría durmiendo, o bien atendiendo una cita. Chessy sonrió y saludó a todos, al acercarse. Besó a Cristo y se sentó en una silla.

― ¿Quieres un café? – le preguntó Cristo.

― Me vendría bien, encanto. He salido de casa sin tomar nada.

― ¿Tan temprano? – preguntó Zara, quien había hecho buenas migas con la novia de su primito.

― Debía ver a un posible cliente. Es guardia en el penal de la isla de Rikers.

― ¿Has ido hasta allí? – preguntó Alma.

― Pues si. Vive allí.

― ¿En la cárcel? – le preguntó, a su vez, Cristo.

― No, tontito, en un barrio residencial. La isla de Roosevelt se ha convertido en una pequeña ciudad de servicio para el personal que trabaja en la cárcel o en las diversas instituciones que se han creado en torno a ella.

― Tonto – se burló Alma, aprovechando la pulla.

― El hecho es que se partió una cadera y debe hacer rehabilitación, pero su horario cambia cada semana, así que tendré que adaptarme a él.

Cristo sonrió, agradecido al hecho de que Chessy había aceptado trabajar con una aseguradora médica, por lo que ahora tenía mucho más clientes “normales”. Chessy le había prometido ir dejando sus servicios especiales, pero de una manera progresiva.

― Empiezo mañana, a las nueve de la noche…

― Joder, tía – se quejó Zara.

― Es cuando finaliza su turno – se encogió de hombros Chessy. – Su esposa, una señora muy simpática y parlanchina, me ha ofrecido cenar con la familia y todo. Creo que aceptaré porque cuando regrese será bastante tarde.

― ¿Así que no nos veremos en esta semana? – Cristo puso una cara de penita que las hizo reír a todas.

― Podemos vernos por la tarde, en vez de la velada. Así podrías cumplir tu promesa de llevarme a esa suculenta pastelería suiza a merendar…

― ¡Te ha pillado! – se carcajeó su prima, palmeándole el hombro.

Más tarde, de nuevo en su puesto laboral, Cristo y Alma contemplaron como la jefa acudió hasta el ascensor para esperar unos visitantes. Zara, que salió también de su despacho, se acodó en el mostrador. Su primo le preguntó, muy bajito, a quien esperaban.

― Creo que se trata de dos tipos de Odyssey.

― ¿Odyssey? ¿Los buscatesoros?

― Si – contestó Alma esta vez. – La señorita Newport estaba esperándoles. Tengo entendido que van a hacer un calendario.

― ¿Para recuperar reputación tras perder el juicio con España? – bromeó Cristo.

― Puede ser, pero creo que van a traer un cofre de auténticas monedas para el decorado – susurró Zara.

― ¡No jodas!

El ascensor se abrió, revelando a dos sujetos bien vestidos, cercanos a la cincuentena, a los que Candy Newport estrechó las manos efusivamente. Tras esto, les llevó a su despacho y, más tarde, a visitar los platós. Cristo se mantuvo alerta, pero no consiguió más detalles. Gracias a Dios, disponía de su primita para enterarse de los planes de su jefa.

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― ¿Qué vamos a senar, tita? – preguntó Cristo, arrimando la nariz a la cocina.

― Había pensado en preparar una crema de verduras y una tortillita, Cristo – contestó Faely, también en español.

― ¿Tortilla de papas?

― Por supuesto, cariño. Zara se queda a cenar con Candy.

― ¿Otra vez?

― Ajá… están enamoradas.

― Yo diría encoñadas.

Faely sonrió tristemente, pero no dijo nada. Cristo no era tonto. Veía perfectamente como su tía languidecía, día tras día. Intentaba respetar el idilio de su hija, pero se sentía celosa y herida, en el fondo. Durante mucho tiempo, ella mantuvo una fuerte relación con Candy Newport; una relación muy dependiente, de ama y esclava. En estos últimos diez años, Candy había sido su única fuente de sentimientos, un cáliz donde sorber las emociones más primarias que necesitaba. Ahora, se había quedado sin guía ni consuelo. Se sentía vacía y traicionada.

Lo peor de todo es que ni Zara ni, por supuesto, Candy, se daban cuenta de ello, inmersas en su particular aventura romántica. De alguna manera, Cristo debía ayudar a su tía a remontar armónicamente su corazón. Quizás podía aprovechar esta semana, en que Chessy estaría ocupada por las noches, para cenar agradablemente con su tía. Hacía tiempo que ambos no se sentaban a charlar de sus vidas.

― ¿Te ayudo?

― ¿Cómo? ¿El gran Cristo se va a dignar a tocar un utensilio de cocina?

― No zeas zarcástica, tita. No te pega demaziado.

― Tienes razón. Hace mucho tiempo que no soy sarcástica, sino una simple esclava…

“He metido la pata, coño. Así no la ayudo. Mejor será que le cambie el tema.”, pensó Cristo, mordiéndose el labio.

― No tengo ni pajolera idea de cosinar, pero puedo ir cortando algo, ¿no?

― Vale. A pelar papas, nene…

De esa manera, cristo acabó como pinche de cocina, pelando tubérculos ante un barreño. Las patatas a un plato, las mondas al barreño. ¿Quién le iba a decir a él que luciría como su máma, con delantal de flores y todo, solo que Nueva York? ¡Cristo Heredia pelando patatas!

¡Deshonroso! Lo que tenía que hacer por la familia…

Al principio debía estar atento a sus dedos, porque la humedecida patata se escapaba y saltaba, pero, poco a poco, fue tomándole el tiento –gracias a que el cuchillo era prácticamente romo y no se podía rebanar los dedos- y consiguió charlar al mismo tiempo.

― ¿Crees que van en zerio?

― ¿Quiénes?

― Zara y Candy.

Faely lo pensó unos segundos y luego asintió, despacio.

― Mi ama no actuó nunca así conmigo.

― Bueno. A ti no tenía que enamorarte, ¿no?

― No. Yo era y soy su puta esclava. Obedezco su mínimo capricho.

Ambos quedaron callados, ocupados en sus faenas. Faely cortaba apio para completar los ingredientes de su crema.

― Tita… ¿qué zientes como ezclava? ¿Te llena?

― Es diferente a lo que puedes sentir normalmente. Yo nunca fui consciente de que era una sumisa hasta que Phillipe me sometió. En mi vida, solo cometí un acto de rebeldía: el día que abandoné el clan y me vine aquí, y quizás estaba más respaldada por mis hormonas que por mi voluntad. El caso es que enseguida me sometí a otra persona, a mi marido Jeremy, tal como lo había estado antes al pápa Diego. No sabía que era lo que buscaba, pero no me sentía completa. Nunca lo estuve con Jeremy, claro que él no era ningún amo, solo un putero. Phillipe fue el primero en hacerme rozar la perfección, y digo rozar porque, en el fondo, es otro cabrón.

― Jejeje…

― Por primera vez, me sentí sometida, dependiente de una voluntad. Podía abstraerme completamente de mi vida, de mis problemas, de mis tontos prejuicios,… de todo. Es lo mejor de ser esclavizada. No tengo que tomar decisión alguna; mi ama lo hace todo por mí y después me ordena. ¡Es una liberación!

Cristo empezó a comprender la mente de un esclavo. En el fondo, los sumisos eran personas a las que la vida, en cierto modo, les daba miedo, incapaces de adoptar un rol participativo. Gozaban al ser anulada esa presión y alcanzaban la libertad al ser oprimidas y dirigidas.

― Si el cambio fue notorio con Phillipe, resultó increíble al conocer a Candy. Ella fue un ama de ensueño: dura cuando era necesario, tierna y romántica en sus actos, e intransigente en ciertas ocasiones…

― ¿Te compartió con otras personas?

― Si, en algunas ocasiones. Candy siempre ha tenido amantes de ambos sexos, aunque las mujeres atraen más su vena romántica. Suele considerar los hombres como una explosión de necesidad, fácilmente olvidable.

― Buena definisión.

― Es lo que ella dice. Hubo veces que me introdujo en la relación, formando un trío, y, otras, me entregó como carne, incluso por todo un mes.

― ¿Y gozabas con ezo?

― No siempre, pero era su deseo, así que también era el mío.

― Y ahora, echas de menos todas ezas zensaciones, ¿verdad?

― Me siento como una muñeca olvidada en el desván. Le pertenezco, pero no volveré a sentir hasta que se acuerde de mí…

― Pobre tita… Te mereses un abrazo – Cristo aprovechó que había terminado de pelar las patatas para ofrecer sus brazos a su tía.

― Gracias, Cristo – susurró Faely, dejándose abrazar.

Aunque ella era más alta que su sobrino, se sintió protegida por su temple y su fuerte espíritu, ya que no con su cuerpo. Faely empezaba a conocer la poderosa personalidad de su sobrino y estaba cada día más contenta de haberle acogido en casa. Por su parte, Cristo contactó con las mórbidas curvas de su tía, enfundadas en aquella bata sedosa y liviana. Solo aspirar el aroma de su cuerpo, le hizo vibrar.

Faely siempre le había gustado, al menos lo que recordaba de ella. Más tarde, cuando la vio por la cámara del ordenador, se reafirmó en ello. Se había vuelto voluptuosa, una mujer plena y asentada que rebosaba vitalidad. Saber que era fuertemente receptiva a las órdenes, solo hacía aumentar su sensualidad. Su rápida mente ya estaba abriendo derroteros que enrojecieron sus mejillas, al imaginarlos.

¡No, no! ¡Basta! ¡Eso no podía ocurrir! Era su tía, su pariente… pero… ¡Estaba de buenaaaaa! ¿Quién se iba a enterar en el clan? ¡Nadie!

Atormentado por sus propios pensamientos, Cristo se retiró con brusquedad. Ni siquiera él era consciente de lo que su mente era capaz de hilvanar. Era como si tuviera el control del peaje de una gran autopista hasta su destino, pero circundada por diversas carreteras menores y pistas de tierra, por las que circulaban ideas mucho más audaces y peligrosas, a las que no tenía acceso hasta que se materializaban en el destino.

Esa era una buena definición de la capacidad simultánea de su mente. Cuando tenía una idea, otras siete ideas paralelas se formaban al mismo tiempo, cada una de ellas, con un resultado parecido, pero diferente. Él solo tenía que escoger la que más le gustaba.

Faely metió las verduras en la olla y las puso a cocer. Cristo picó las patatas en cuadraditos casi perfectos. Los dos se mantuvieron en silencio, mascando sus pensamientos.

― ¿Cómo te va con Chessy? – preguntó Faely, cambiando de tema.

― Mu bien, tita. Chezzy es una chica eztupenda – se encogió de hombros Cristo. Por nada del mundo pensaba decirle a su tía que Chessy era un transexual; no faltaría más.

― ¿Y la agencia? ¿Estás bien allí? No me has contado gran cosa sobre ello.

― Bueno, ya zabes como son ezas cozas… Es un buen trabajo, nada pezado. Además, hay montón de chicas guapas por todas partes…

Faely le observó de reojo. Zara le había contado cosas sobre lo considerado que estaba su primo en el trabajo. Se había ganado la confianza de la mayoría de las chicas; incluso las divas le saludaban, al entrar y salir. El nombre de Cristo empezaba a escucharse con fuerza en la agencia, como si dirigiera algún tipo de mercado negro. Si quieres mejorar tu perfil, habla con Cristo. Si necesitas un día libre, habla con Cristo. Si buscas entradas para Broadway, habla con Cristo.

Cristo aparecía por todas partes, tanto en asuntos cotidianos y benignos, como en otros bastante más lucrativos e ilegales. Zara se lo resumió de la siguiente manera: menos drogas y armas, el primo Cristo lo toca todo, pero eso si, con mucha elegancia y discreción.

Faely comprendía perfectamente las enseñanzas que impulsaban a su sobrino. Provenía de un lugar donde el contrabando era el pan diario del pueblo; una actividad en la que se empezaba siendo un niño. Manhattan era una perita en dulce para un personaje como él, lleno de oportunidades y de clientela nada comprometida. Aquí no tenía que lidiar con bandas contrarias, ni con competencia desleal, y, en los círculos en los que se movía, ni siquiera le preocupaba la policía, pues su material apenas podía considerarse como delictivo.

Negociaba con favores, con ventajas personales, y no cobraba por ellos, sino que escalaba puestos sociales. Si, Cristo lo estaba demostrando, era un gitano muy, pero que muy listo. ¿Acaso no la había ayudado a ella, sin ponerse en evidencia? ¡Que bien le habría venido un aliado como él cuando llegó a Nueva York!

Por su parte, Cristo nunca pensó que trajinar en la cocina fuera tan ameno y excitante. Se lo estaba pasando realmente bien, como para repetir en cualquier ocasión. Si esto seguía así, él mismo llegaría a prepararse sus papas a lo pobre con huevos fritos.

Admiraba el glorioso trasero de su tía, que se enmarcaba en la sedosa tela de su bata. Era imponente y redondo, bien alzado de grupa, y, en ese momento, vibraba debido a los movimientos que generaba ella con el batidor en la mano. Estaba mezclando y batiendo los huevos para la tortilla, junto con la cebolla y los taquitos de bacón, a falta de jamón serrano. Ese gesto de muñeca tenía la virtud de agitar sus glúteos sensualmente, lo que mantenía a Cristo muy atento, a espaldas de su tía.

― Cristo, ¿puedes mirar si ya están doradas las patatas?

― Zi, tita – dijo, acercándose a la freidora y sacando la pequeña cesta metálica. – Aún están blancas.

Faely asintió y dejó el bol con los huevos sobre el poyo. Controló el vapor que surgía por la válvula de la olla. Le quedaba unos minutos para retirarla. Suspiró con ganas, al quedarse ociosa. Sus miradas se cruzaron, instintivamente. Cristo sabía lo que su tía necesitaba, pero no se atrevía a emprender tal acción. A su vez, Faely intuía la atracción que generaba sobre su sobrino y se divertía secretamente, llegando un poco más lejos cada vez. Ambos fantaseaban con lo que podría ocurrir, pero que no sucedería jamás.

― ¿Un poco de vino, Cristo?

― No estaría mal.

Faely extrajo una botella de Cabernet tinto de su escasa bodega –apenas una estantería pequeñita en la pared-, y la descorchó. Ayudados por el vino, cocinaron juntos y charlaron, acabando con grandes carcajadas cuando Cristo tuvo que pasar por el pasapurés todas las verduras cocidas. Una vez que la tortilla a la española estuvo algo reposada, se sentaron a la mesa, uno frente al otro, y cenaron.

Se sentaron un rato a ver la tele, sus cuerpos distendidos sobre el sofá. Ni siquiera necesitaban mirarse para ser concientes de que se miraban con furtividad, con secreto regocijo, dando otro inconsciente paso hacia sus fantasías reprimidas.

Cuando Faely se fue a la cama, llevó los ojos al techo, pensando que su sobrino dormía sobre ella. Demasiado cerca como para tentarla en alguna ocasión. Sonrió de una forma desacostumbrada, con picardía. Quizás, si se hubiera tomado un vino más… No, era demasiado evidente. Cristo le había dicho que cenaría en casa toda la semana, que Chessy trabajaba. A lo mejor, la ocasión se repetía, ¿no?

Entretanto, jugaría ella sola, se dijo, introduciendo sus dedos entre sus braguitas.

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Zara sonrió al salir del despacho de la jefa. Había comprobado sus ropas y el maquillaje antes de salir al pasillo, pero aún así, de forma inconsciente, sus manos alisaron la falda sobre sus caderas. ¡Menuda media hora había pasado dentro! Era casi la hora del almuerzo y estaba famélica. Candy tenía un almuerzo de negocios, así que no podía quedar con ella. Echó a andar hacia el mostrador de recepción. Puede que su primito ya tuviera compromiso, pero, seguramente, podría unirse a ellos.

Encontró a Calenda y May Lin charlando con Alma, ante el mostrador. Cristo parecía atareado ante su monitor, sin levantar la cabeza.

― ¿Qué hay, chicas? – saludó Zara, al acercarse.

― Podéis preguntarle a ella – dijo Alma, señalándola. – Puede tener más información que yo.

Zara alzó las cejas, sorprendida.

― ¿De que hablas?

― Del calendario de Odyssey – planteó Calenda. — ¿Sabes qué modelos participarán?

― ¿Por qué tendría yo que saberlo? – se defendió ella, algo irritada.

― Pues porque te tiras a la jefa, guapa – pinchó May Lin, con su voz de niña.

― ¿QUÉ?

Detrás del mostrador, Cristo negó su participación con una mirada. Él no había dicho nada del asunto.

― ¿Te crees que aquí las niñas se chupan el dedo? – bromeó Alma. – La que no corre, vuela, en esta agencia.

― Todas hemos tenido nuestro rollitos con compañeras, más o menos, pero tú has llegado más alto, zorrona. No sabes cómo te envidiamos las demás mortales – expuso May Lin, con una sonrisa de loba. – Así que, desembucha…

Zara quedó en evidencia, sin saber qué contestar y con el rostro enrojecido.

― No lo sé aún. Candy ha quedado en almorzar con un directivo del Odyssey. Esta noche quizás pueda enterarme – contestó finalmente.

― ¿Esta noche no cenas en casa tampoco? – preguntó Cristo, arrugando la nariz.

― No, primo. Iremos a cenar a Cordelius.

― ¡Grrr! ¡Que envidia! – exclamo Alma, haciendo reír a todas.

― Pero si conozco los detalles del calendario – dejó caer en un susurro.

― ¡Cuenta, cuenta! – le pidió Calenda, colgándose de uno de sus brazos.

― ¿Por qué no vamos a almorzar todas a la pizzería? – sugirió Cristo, levantándose.

― ¡Perfecto!

Media hora más tarde, compartiendo tres pizzas familiares, Zara reveló lo que se tenía pensado para el calendario. Doce chicas aún a elegir, una por cada mes. El tema, como siempre, el mar y los tesoros, así que habría bikinis, sirenas, y equipos de buceo. La empresa no quería nada de plató, ni estudios. Escenarios naturales y, por lo visto, habían pedido un par de chicas con experiencia de buceo. También confirmó que Odyssey traería un pequeño cofre lleno de doblones españoles auténticos, que utilizarían para unas cuantas puestas en escena.

Las chicas se emocionaron con la posibilidad que las eligieran para esas fotografías, lo que significaría un aumento de popularidad y, por lo tanto, de caché.

― No os hagáis ilusiones, chicas. Es un cliente de los gordos. Querrán divas de primera línea. Vosotras aún sois pececillos – les dijo Alma, veterana en tantos chismorreos.

― Calenda no es una novata – comentó May Lin.

― Puede que ella tenga una oportunidad, pero si las veteranas de la agencia aceptan, las escogerán a ellas. No lo dudéis.

― Bueno, aún no se sabe nada, así que es una tontería preocuparse por ello – dijo Cristo, antes de engullir una porción.

― Tienes razón – afirmó Calenda.

― Aunque, si fuera yo, aquí mismo tendría los meses de verano. Julio, agosto y septiembre – dijo el gitano, señalando por orden a May Lin, Zara y Calenda.

― ¡Ay, que encanto! – exclamo la chinita.

― Siempre es tan dulceeeee – le pellizcó la barbilla Calenda.

― Y eso que no le habéis visto en calzoncillos – remató su prima, arrancando las risas de todos.

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Llevaban cenando solos tres noches y esa era la cuarta. Las conversaciones entre Cristo y su tía se volvían cada vez más íntimas y confiadas, rompiendo tabúes. Decidieron hacer lasaña de carne y Cristo se esmeró en atender las indicaciones de Faely, colocando capas de pasta sobre la carne picada.

Descorcharon una botella que, esta vez, compró Cristo al salir del trabajo. Mientras el horno realizaba su labor, estuvieron charlando sobre sus respectivos trabajos. Faely comentó sobre una posible función especial, dedicada a Andalucía, que los alumnos más veteranos de Juilliard estaban diseñando. Cristo, a su vez, relató un par de anécdotas eróticas ocurridas con las modelos de la agencia. Acabaron riéndose y profundizaron en la pícara charla.

El mes de mayo ya estaba en curso. La temperatura nocturna de Nueva York empezaba a ser agradable. Faely, con una súbita inspiración que le puso la piel de gallina, dijo que se iba a poner algo más cómodo. Se duchó rápidamente y salió envuelta en una toalla, hasta ocultarse tras el biombo que protegía la intimidad de su cama.

Cristo la contempló pasar, de reojo, y se relamió. ¿Qué les estaba pasando? ¿Por qué sentía aquellos impulsos pecaminosos? ¡Se trataba de su tía, de la hermana de su madre! Comprendía que podía sentirse atraído por una mujer así, aún joven, dinámica, y de cuerpo perfectamente ejercitado. Apenas la había conocido como familiar directo, lo que no generaba demasiados recuerdos que superasen el instinto sexual, pero, aún así, seguía siendo algo sucio, incestuoso. Sin embargo, esa misma tentación encendía su sangre y Cristo se encontró deseando llegar más lejos.

Por su parte, Faely se mordía el labio, contemplándose en el espejo de pared, detrás del amplio biombo. Se había decidido por utilizar una corta chilaba que una compañera de trabajo le trajo, unos años atrás, de un viaje a Túnez. No era una prenda decente para una mujer musulmana, sino más bien una recreación fantasiosa para los turistas, pues la prenda no llegaba más abajo de medio muslo. Mezclaba el color ocre con diversas filigranas doradas y presentaba un generoso escote que sus medianos pechos rellenaban perfectamente.

¿Se atrevería a salir así ante su sobrino? ¿Sería demasiado evidente que la temperatura primaveral no tenía nada que ver con aquel atuendo?

Llevaba suelta demasiado tiempo y eso la volvía frenética. Quizás debería pedirle unos azotes semanales a su ama, para calmarse; pero no era culpa suya… ¡Estaba abandonada a su suerte! ¡Su ama la llevaba ignorando demasiado tiempo y ella necesitaba control!

En un principio, Cristo había sido poco más que un niño en casa, una nueva distracción para ella. Inconscientemente, relacionaba su aspecto débil y aniñado con una representación de necesidad que la llevaba a volcarse en él, de forma maternal. Sin embargo, a raíz del asunto de Phillipe, Cristo había demostrado que no era ningún niño y que tampoco era débil. Era muy inteligente, quizás más que nadie que ella conociera, y lo ocultaba perfectamente, como si fuese su arma secreta.

Aún no alcanzaba a comprender cómo pensaba aquella mente superior, pero empezaba a verle como lo que era en realidad: un genio criminal, un sujeto que podía convertirse en el líder de cualquier organización si lo desease. En el momento en que ella empezó a verle desde otro prisma, la actitud de Cristo ya no le engañaba. Podía descubrirle en sus pequeños artificios, intuía cuando le mentía o cuando distorsionaba los hechos, y, sobre todo, cuando la devoraba con los ojos. Todo ello la enardecía, la hacía sentirse deseada, al borde del descontrol. Sabía que sucumbiría a la oscura personalidad que se escondía en el interior de su sobrino, en cuanto se lo exigiera. Ella no podría resistirse, y menos condenada a aquel ostracismo por su ama. No tendría fuerzas ni voluntad para oponerse a cuanto le pidiera Cristo… y tampoco lo deseaba.

Se volvió a admirar en el espejo. Estaba imponente y bella, se dijo, sonriendo mientras se llevaba un dedo a la boca. Dios, que caliente estaba. Con decisión, alisó de un gesto los bordes de la chilaba y salió de detrás del biombo.

Cristo tuvo que toser al ver surgir a su tía. Tosió para encubrir la exclamación que medio soltó. Tosió para disimular el temblor de su boca, el nerviosismo que se apoderó de sus dedos. Faely aparecía al igual que una sacerdotisa pagana, pisando la madera del suelo con esa actitud reverencial, debida al temor, y, a la vez, orgullosa de su dedicación. Sus largas piernas morenas, casi desnudas, se movían con una cadencia felina, cruzándose una delante de la otra, mientras impulsaban su generoso cuerpo hacia él.

― ¡Dulse Jezusito de mi vida! ¡Tiiita, estás… quiero desir que te zienta maravillozamente eza cozita mora!

― Gracias, Cristo. Nunca me lo pongo, pero lo he visto en el armario y me he dicho… ¿Por qué no? – dijo ella, girándose para mostrar el conjunto, y sintiéndose muy adulada.

― Pos tenías que haserlo más veses, aunque eztes zola… Una mujer debe zentirse guapa ziempre.

― Eres un encanto – se rió ella, inclinándose y depositando un beso en la frente de Cristo. — ¿Cómo va el horno?

― Aún no ha pitado.

― Perfecto. ¿Otra copa de vino?

― No zé… no acostumbro a empinar el codo.

― Bueno, tu cama no está tan lejos – bromeó ella. – Y si no puedes subir las escaleras, puedes dormir en la mía.

Cristo notó aquella mirada, junto con el tono de la frase. Si aquello no era un permiso en toda regla, que bajara Dios y lo viera. Según todos los manuales de la seducción, tía Faely le estaba tirando todos los trastos de una vez, sin sutilezas y con desparpajo. ¿Se atrevería él a recoger el guante del desquite?

Atrapó la botella y vertió vino en ambas copas. ¡Necesitaba las tres V, tal y como decía pápa Diego! ¡Vino, Valor y Viagra! Brindaron por alguna tontería que Cristo no asimiló siquiera, los ojos recorriendo sesgadamente aquel cuerpazo, delineando los contornos de aquellas piernas tan firmes y trabajadas. ¿Era eso lo que Cristo había anhelado, antes de conocer a Chessy, antes de que apareciera Calenda? Si, creía que si… Pues, en ese caso, el fruto estaba dispuesto para su cosecha.

― Tita…

― Por favor, llámame Faely – le cortó ella, con una voz un tanto ronca.

― Faely, en todos eztos años… ¿no has echado de menos un hombre?

Ella clavó la mirada en el horno y tomó un sorbo de su copa. Sonrió y meneó la cabeza.

― Tras el periodo que estuve atada a Phillipe, los hombres se convirtieron en enemigos naturales. No les soportaba en la intimidad. Me resultaban zafios y brutales, tan taimados y egocéntricos como pequeños dictadores que anulaban cualquier interés que pudiera surgir en mí. Además, mi ama Candy, me educaba de una forma tan nueva como sutil y sensual, que requería toda mi dedicación.

― Comprendo.

El aviso del horno les sobresaltó. Faely sacó la lasaña y la colocó en el centro de la mesa, dejándola enfriar un poco. Mientras esperaban, volvieron a llenar las copas y se quedaron clavando los codos en la estrecha barra que separaba la cocina.

― ¿Qué hay de ti, Cristo? No cuentas mucho de tu relación con Chessy – le preguntó Faely.

― Bueno, Chezzy es una chica mu especial, la verdad.

― Es muy guapa…

― Zi y mu pasiente también.

― ¿Por qué dices eso?

― Verás, Faely, no zé zí mi madre te contó exactamente lo que me pazó cuando shico…

― Que tenías un fallo de glándulas hormonales. Por eso no te desarrollaste como los demás chicos – contestó ella, quitándole importancia.

― Zi, algo azí. Me falló la hipófizis, lo que atrazó o anuló todo mi dezarrollo. Estatura, pezo, maza y volumen, todo quedó alterado. No tengo barba, ni pelos en el pecho, porque mi vello quedó al nivel de un niño. Mis rasgos tampoco ze hisieron viriles, de ahí mi aspecto de querubín – dejó escapar una risita. – Pero no zolo fue ezo lo que ze me quedó como un infante. También mi… cozita, mi pene… no creció…

― N-n… no lo sabía, Cristo – dijo Faely, acariciándole la mejilla.

― Zoy un adulto psicológicamente hablando. Tengo nesezidades como un adulto, pero, en ocaziones, la vergüenza me corta, ¿sabes? No es muy erótico bajarte los pantalones y dejar ver que zolo dispongo de un micropene, que apenas zupera los diez sentímetros.

― Oh, querido, el tamaño no importa.

― Es lo que me digo ziempre, pero, la verdad, zi que importa, Faely. Es importante para dejar a tu amante zatisfecha; es importante para zatisfacer mi ego y generar confianza.

Ella cabeceó, sin dejar de acariciar la mejilla de Cristo. Sus labios estaban húmedos, sus ojos también. El vino permaneció olvidado.

― Pero Chezzy me demostró que era diferente, que no nesezitaba las mismas cozas que las demás mujeres. Me dijo que cuando falla uno de los zentidos, ze zuelen dezarrollar los demás. Azí que ezo es lo que ha estado enzeñándome: ha dezarrollar otras fasetas como amante.

― Me parece estupendo, cariño.

― A mi también – dijo Cristo, con una carcajada que Faely secundó.

― A comer – exclamó ella, tomando la botella y llevándola a la mesa.

Cenaron exquisitamente, con una buena porción de la aclamadísima lasaña de Faely. Dejaron una buena porción para Zara y se acabaron la botella con glotonería. La intimidad entre ambos parecía haber aumentado, a raíz de la confesión de Cristo. Los guiños verbales se sucedían, casi sin descanso, originando risotadas. Decidieron mudarse al sofá y conectaron la tele, pero solo quedó como un pinto de referencia para los momentos de silencio. La charla continuó, envalentonada por el vino y por el pérfido nexo que aquella noche les unía.

Esta vez, no se sentaron como era su costumbre, cada uno en un rincón del largo sofá. Esa noche les apetecía estar más juntos, en contacto. Faely se arrimó a su sobrino y dejó que este le pusiera la mano en un muslo. Cristo no movió aquella mano; no quería espantar a su tía por nada del mundo. La mantuvo quieta, temblorosa en algunos momentos, pero realmente inocente. Sin embargo, su boca se quedaba seca a cada momento y debía pasarse la lengua por los labios.

Faely, en cambio, sentía una fuerte y regular pulsión en su entrepierna. Era como un segundo corazón latiendo, bajo su pubis. Deseaba controlarlo, calmarlo, pero no respondía a su voluntad. La mano de su sobrino, justo por encima de la rodilla, no ayudaba en nada, sea dicho. Pequeños escalofríos bailoteaban por su espalda, agitándola levemente. Deseaba posar su mano sobre la de Cristo y apretarla, pero se contenía a duras penas. El problema es que no sabía qué hacer con sus manos, inertes sobre el asiento, a cada lado de su cuerpo.

― Ya que estamos hablando de zexo, Faely. ¿Podría zaber qué te gusta más? ¿Un hombre o una mujer?

― Bueno… desde que he descubierto que soy bisexual, no me importa el género, sino el individuo. Cuando alguien me gusta, no miro si es hombre o mujer, sino más bien si es capaz de someterme.

― Una buena respuesta. ¿Puedo haserte una pregunta muy íntima?

― Si.

― ¿Has realizado zexo anal?

― Como esclava, he sido sometida a todo tipo de de penetraciones y depravaciones – explicó ella, arañando el asiento del sofá. – Desde sexo anal a bukkake, pasando por zoofilia y coprofagia…

― ¿Mande? ­– aquel término no le sonaba para nada.

― Búscalo en Internet – le sonrió ella. – No creo haberme saltado algo de cuanto comenta la Guía de Perversiones Sexuales.

― Buufff, ¡que fuerte!

Se quedaron callados un rato, sus ojos clavados en algún programa televisivo que sus mentes no conseguían asimilar. Procuraban no desviar la mirada hacia el cuerpo vecino. Los labios de Faely temblaban, al ritmo de los latidos de su corazón. La palma de la mano de Cristo ardía, al contacto de la morena piel de su tía. Podía sentir el pulso enterrado, como una veta viviente que quisiera aflorar.

― Tengo una duda que no deja de atormentarme…

― Si puedo ayudarte…

― Es que es algo muy íntimo, Faely.

― Creo que nos estamos sincerando bastante, ¿no?

― Está bien. Candy es tu ama y también la novia de tu hija… ¿Qué harías zi tu ama te ordenara meterte en zu cama, cuando la estuviera compartiendo con Zara? – preguntó con toda intención y suavidad, girando el cuello para observarla.

Faely cerró los ojos y tragó saliva. Había estado esperando esa pregunta desde hacía semanas, tanto por parte de él como de su hija.

― ¿Ahora mismo? ¿En este momento? – una vena en su cuello palpitó.

― Zi…

La mano izquierda de Faely abandonó el tejido del asiento del sofá y se posó sobre el dorso de la mano de su sobrino, aún aposentada sobre su muslo. Notó el pequeño espasmo de los dedos de Cristo al sentir su palma. Abrió los ojos y miró directamente el rostro de su sobrino. Pasó la punta de la lengua por los labios, decidiéndose a contestar.

― Obedecería. Lo haría… con mucho… gusto y deseo – susurró con voz ronca.

Y, sin apartar los ojos de Cristo, aplastó su mano sobre el muslo, tirando de ella lentamente. Cristo sintió la presión y como su mano era atraída muslo arriba, sin titubeos. Podía contemplar la determinación y el deseo en el rostro de Faely. No presentó resistencia alguna, dejándose llevar. Su mano traspasó la frontera de lo adecuado al deslizarse bajo el borde de la chilaba. Notó como los muslos de su tía se abrían, ofreciendo su oculto nexo al lanzar sus caderas hacia delante. Faely gruñó sordamente cuando su sobrino palpó la prenda íntima, totalmente mojada. No hubo dudas que Faely estaba excitadísima con todas aquellas preguntas; sobre todo con la incestuosa idea de yacer con su ama y su hija, una pecaminosa idea que constituía su última fantasía para masturbarse por las noches.

La mujer pegaba el brazo doblado de Cristo sobre sus senos, haciendo que el codo masculino rozase contra su pezón derecho, endureciéndole como nunca. Los dedos que mantenía contra su tapado sexo eran tan cálidos que inflamaban toda su entrepierna. El tímido movimiento que ejercían sobre la vulva, la enardecían con un tremendo desasosiego. Parecía que nunca nadie la hubiera tocado ahí, y que, en ese momento, se disparasen todas las sensaciones placenteras, por primera vez.

― ¿Tan caliente te pone eza idea?

― Ssssiiiiii…

― ¿Lo del insesto?

― Mmmmm…

― Joer, tita… ¿también conmigo?

― Mmuuucho…

― Tita Faely… eres una guarra putona, de tomo y lomo, ¿lo sabes, no?

― S-ssiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii… — la vagina de Faely se contrajo con un fuerte espasmo de placer. No llegó a ser un orgasmo, pero la hizo temblar.

Cristo se giró sobre ella, apretando sus mejillas con su otra mano. Sin soltarla, se arrodilló, alcanzando así el delicioso hociquito que se formó la presión y besuqueándolo. Finalmente, cabalgó el regazo de su tía, introduciendo la lengua entre sus labios. Faely aspiró aquella intrusa de carne húmeda y la degustó con placer. Jadeaba al sentir las pequeñas manos de su sobrino apretarle los senos con malicia. Los estrujaba y amasaba como si hubiera encontrado el mayor tesoro del mundo.

Lentamente, la boca de Cristo fue bajando. Primero la barbilla, luego el suave cuello, más tarde los erguidos pechos. No parecía importarle que la suave tela de la chilaba tapase la piel de su tía. Aspiraba, lamía y besuqueaba con la misma pasión que si estuviera desnuda.

Finalmente, abandonó el regazo de Faely para arrodillarse en el parqué. De esa manera, atormentó el oculto ombligo y descendió la profunda garganta de las ingles.

Faely se quejaba con gemiditos ansiosos y no pudo aguantar más. Pellizcó los laterales de la chilaba, a la altura de sus caderas, para tironear de la tela hacia arriba, recogiéndola sobre la cintura. Se abrió totalmente de muslos, dejando sus braguitas a la vista, bellamente mojadas.

― ¿Quieres que me coma este coño insestuozo? ¿Crees que te lo mereses? – le preguntó Cristo, aferrando la cinturilla de las bragas.

― Por favooooooooor…

Las bragas se deslizaron piernas abajo, mostrando, por primera vez, el sexo de su tía Faely. Era un coño gitano, oscuro por fuera, aunque depilado, salvo una estrecha tira que partía su pubis en dos. Un coño gaditano, un coño del clan Armonte, civilizado y cosmopolita. Algo difícil de encontrar. Era un coño precioso, de hembra ardiente y entregada; de lágrima lubricada y aroma hogareño.

Cristo hundió su boca en él, tragando cuantos efluvios pudo encontrar, succionando su inagotable humedad, devorando carne pecadora con ansias irrefrenables. Faely chilló, atormentada por el ímpetu que su sobrino mostraba. Sus caderas ondularon, preparándose para un orgasmo tan anunciado. Sus manos se apoderaron del ondulado cabello de Cristo, buscando un buen asidero para intentar cabalgar la explosión que amenazaba con brotar.

Nadie la había lamido con tantas ganas y fervor, con tanta entrega a su carne. Ni siquiera su adorada ama… Botaba sobre el sofá, irremediablemente, sin control, con la boca abierta y sin importarle la baba que se derramaba por la comisura. Era una gitana gozando, una Romaní experimentando el más sagrado de los gozos, una hembra buscando su satisfacción. Con un último espasmo, apretó sus caderas contra la boca de Cristo, agitándolas un poco, y tironeó de su pelo fuertemente.

― Diooooosssss de mi almaaaaaaaaaaaaaaahhhhhaaa… m-me corrooooooooooooo – gimió, soltando la expresión en español.

Cristo se puso en pie y, con una sonrisa de suficiencia, contempló el cuerpo de su tía, que se había desmadejado sobre el sofá. Tenía los ojos cerrados y aún jadeaba. Los dedos de una mano acariciaban la tela del sofá y las bragas aún se sostenían en uno de sus tobillos, olvidadas. Cristo se acercó a la mesita auxiliar, donde se ubicaban los licores. Ambos se merecían un trago fuerte. Sirvió un par de culos de Bourbon y llenó un gran vaso de agua. Ofreció primero el agua. Su tía bebió con ganas y él terminó el vaso de un buche. Después, le entregó uno de los vasos anchos.

― Vamos a brindar, Faely.

― No sé si debemos hacerlo – balbuceó ella, un tanto arrepentida tras la locura.

― Vamos a brindar por nozotros, por el polvo que te voy a echar ahora, y por las locuras que haremos a partir de este momento – dijo él, con toda determinación, lo que anuló cualquier protesta.

Se acabaron el licor de un trago. Cristo le dio la mano para levantarla del mueble. Ella agitó una pierna para dejar las bragas en el suelo y siguió a su sobrino hasta su propia cama, tras el biombo.

― Arrodíllate en la cama, el cuerpo inclinado, los brazos extendidos – le ordenó él, con un tono que no admitía excusas.

Mientras Faely le obedecía, Cristo rebuscaba un par de pañuelos de seda en los cajones. Con ellos, tras sacarle la chilaba por la cabeza y dejarla totalmente desnuda, le ató las manos al cabezal, manteniéndola de rodillas y con las nalgas alzadas.

― ¿Tienes una fusta en casa?

― No.

― ¿Algo para azotar?

― No. Todo está en casa de mi ama…

― Mal hecho – musitó Cristo, fijándose en los abanicos que adornaban una de las paredes.

Eran abanicos que Faely había utilizado en sus diferentes actuaciones, cuando viajaba con la compañía. Entre ellos, una caña sevillana estaba expuesta, con mango de cuero; una de esas cañas que llevan la alegría a las palmas de los cantaores, doblándolas con eficacia y pareciendo que hay mucha más gente palmeando. Una caña larga y hendida que podía servir perfectamente de fusta. Con una sonrisa, Cristo se subió sobre la mesita que había debajo de la panoplia y la descolgó.

Faely se mordisqueaba el labio, mirándole con el cuello doblado. La excitación había regresado a su cuerpo, como si el orgasmo de antes no hubiese existido. Imaginarse lo que su sobrino pretendía con aquella caña no ayudaba a tranquilizarla. Temblaba nerviosamente, esperando sentir el dolor que necesitaba.

― Creo que estás falta de diziplina, ¿no es sierto, guarra?

― Hace tiempo que no me han azotado.

― Quizás es por ezo por lo que tienes dudas zobre todo este azunto.

― Si.

― ¿Zi, qué?

― Si, mi señor.

― Vas tomando perspectiva. Verás, tita… te has quedado zola y nesezitas un punto de apoyo; alguien que te indique por donde debes tirar… Yo voy a zer eze apoyo, ¿quieres?

― Si, señor.

― No zeré tu amo, ni nada de ezo, pero me tendrás a tu lado, dirigiéndote. Una mujer como tú no puede quedarze azí, olvidada y mal follada. ¡Es un desperdizio! ¿No crees?

― Por supuesto, señor – exclamó Faely, sintiendo como la alegría la desbordaba.

― Buscaré una forma de zatisfaser ese inzano dezeo insestuozo. ¿Quién zabe? Puede que tengas una oportunidad de yaser con Zara… Además, te zometeré para controlar tus impulsos, a veses con dolor, a veses con amor. Azí mismo, podré entregarte a quien me parezca, zi lo conzidero nesezario. ¿Aseptas?

― Si, señor, lo acepto todo…

― Bien, vamos a firmar eze acuerdo con dolor, putón.

La caña silbó y se estrelló sobre los glúteos expuestos de Faely, quien se mordió los labios, reprimiendo el grito. Se dijo que aguantaría el castigo sin gritar. La habían azotado con fusta y con látigo, antes. Una caña de palmas, estrecha y hendida, no sería tan duro, pensó.

Cristo no pegaba con demasiada fuerza, pero si con intención. Repartía los cañazos con sapiencia, buscando lugares del cuerpo donde dolieran más, asentando perfectamente cada golpe, y espaciándolos para que Faely experimentara todo el dolor.

Cuando llegó a la docena de golpes, los gemidos de Faely se convirtieron en exclamaciones, y luego, en gritos. Cristo se detuvo, preocupado por lo que pudieran escuchar los vecinos. No tenía ningún deseo de que la policía metropolitana se personara en el loft. Tomó otro pañuelo del cajón y buscó las bragas usadas de su tía. Se las metió en la boca y anudó el pañuelo encima, formando una mordaza.

― Puta escandaloza…

Y siguió con su cuenta particular, cañazo tras cañazo. Los dejó caer en la parte trasera de los muslos, en la planta de los pies, en las nalgas y en el interior de la entrepierna. En la baja espalda, en los hombros, en los flancos, debajo de los senos, sobre los pezones, y sobre el vientre.

― ¡Sincuenta! – exclamó y se detuvo. La caña estaba rota y colgaba de un tirajo.

Desató la mordaza y le sacó la braga. Faely se relamió con disimulo, degustando su sabor, entre jadeos. Todo su cuerpo temblaba y estaba surcado por rayas rojizas, casi en toda su extensión. A pesar de no ser un experto, Cristo había demostrado que sabía ser duro. Sería un buen freno para ella. Se sentía orgullosa de haber soportado cincuenta cañazos y estaba dispuesta a agradecérselo a su sobrino. Cristo tenía razón; las dudas habían desaparecido.

― Ze te ha quedado el culo presiozo. Perfecto para que te zodomise – le dijo, metiéndole dos dedos en la boca, que ella succionó fervientemente.

Cristo se desnudó bajo la mirada de su tía. Ésta contempló la pollita erguida y le pareció encantadora. No parecía para nada infantil, salvo en su tamaño. El glande era notorio, grueso y bien definido, sin piel. El tallo corto, pero grueso. No la llenaría mucho, pero, sin duda, la sentiría entrar. Cristo usó los efluvios de su vagina para lubricar y dilatar el ano femenino. Faely no era virgen, analmente hablando, pero tampoco era una entrada habitual para sus relaciones.

― Hay que ver como chorreas, Faely, como una fuente…

Tras estas palabras, Cristo se la introdujo de un golpe, arrancándole una exclamación. Estaba gozoso de verse trajinando entre las apretadas nalgas de su tía. Siempre le habían parecido lo mejor de su cuerpazo y ahora estaba embistiendo en su interior. Su esfínter le apretaba la polla fuertemente. Incrementó su ritmo, volcado sobre la espalda de la mujer.

― ¡Peazo de puta gitana! ¡Vas a zer mía pa los restos! ¡Te voy a estar follando día y noche, y luego dejaré que los bazureros te follen otro poquito más! – murmuraba, con la cara apoyada sobre sus omoplatos.

Faely jadeaba, plenamente entregada ante aquellos insultos. El pene de Cristo excitaba su esfínter, gozando con el doloroso goce. Se corrió débilmente, cuando los dedos de su sobrino pinzaron su clítoris y lo sacudieron, de un lado para otro. Seguidamente, con un susurrado “¡Perraaaaaa!”, Cristo se corrió en su culo.

Durante un minuto, Cristo se quedó tumbado sobre aquella espalda que parecía poder sostenerlo para siempre. Sus manos juguetearon con los poderosos senos, a los que apenas había prestado atención durante la lucha sexual, y pellizcó bien los pezones. Se divirtió con los gemidos que arrancó a su tía.

― No te creas que hemos terminado, tita. Zoy un tipo mu conziderado. Pretendo que ninguna mujer ze olvide de mí, como zea. En tu cazo, he penzado que aguantarás un buen puño en el coño. ¿Te han hecho alguna vez un fist fucking?

― N-no… jamás – dijo ella, temblando esta vez de miedo. — ¿Me dolerá?

― Te voy a destrozar, puta… ¡Jajajaja!

Cristo desató los pañuelos que sujetaban a la mujer y la obligó a girarse. Quedó boca arriba, con las piernas abiertas, y el rostro rojo de vergüenza.

― Voy a meter todo mi antebrazo en eze coño hinchadito. Ya verás. Va a zer una gozada. Te mearás con él dentro – le susurró mientras metía la almohada bajo sus nalgas, para elevar su pelvis.

― P-por favor… Cristo… me destrozarás…

― No lo creo. El coño de una esclava da mucho de zí. Mira, voy a comprobar el camino con este – le dijo, enseñándole el dedo índice.

Faely se abrió de piernas por su propia voluntad, sintiendo como sus rodillas temblaban por la ansiedad y el miedo. Tenía el coño chorreando, solo por escuchar las guarradas que su sobrino le susurraba. ¿Es que ella era tan perra como para degradarse así? Su ama la había azotado e insultado en muchas ocasiones… pero debía que reconocer que Cristo tenía algo de razón. El incesto aumentaba el morbo y la excitación. Era su sobrino quien la trataba como una degenerada; sangre de su sangre.

El dedo penetró su vagina, hurgando como una ciega lombriz en su interior. Cristo le sonrió, mirándola directamente.

― Esto parese un bebedero de patos, tita. Ya veo que quieres que añada un zegundo dedo…

― Si, señor, lo que prefiera – se animó ella a decir.

― Ezo, ahora unimos el dedo corazón. Azí, bien adentro.

Faely gimió al sentir los dos dedos traspasarla, pero no quiso cerrar los ojos, aguantando la mirada de Cristo. Éste, como si pudiera leerle la mente, agitó los dos dedos, adelante y atrás, aumentando el placer de ella.

― ¿Qué hay de un terser dedo? ¿Lo intentamos, querida?

― S-si, si… señor… uno más.

Con cuidado, Cristo introdujo los tres dedos, añadiendo el anular, y cuando estuvieron dentro, los abrió como un abanico, haciéndola chillar.

― Hay que despejar el camino, tita querida – musitó, sonriendo y mirándola.

Faely tenía la boca entreabierta, en un ambiguo gesto de sufrimiento. Le lagrimeaban los ojos y sus mejillas estaban encendidas. Las delineadas cejas se curvaban en un mudo ruego que divertía a Cristo. Él mismo no sabía qué había activado esa crueldad que siempre había procurado esconder bajo capas y capas de engaños. Cristo no disponía de un cuerpo adecuado para mostrarse cruel, al menos, sin estar en una posición de ventaja. Pero con Faely no necesitaba ser poderoso; ella se entregaba voluntariamente a ser humillada y golpeada. Esa malsana parte de él, siempre reprimida, siempre ocultada, ahora surgía con fuerza, sintiéndose más y más segura, a medida que producía daño y humillación.

Ni siquiera tenía que ver con el sexo, pues su pene permanecía menguado e inactivo. Era otra sensación que no podía identificar, fuerte y salvaje, que se extendía desde su pecho, acalorando todo su cuerpo, salvo su mente. Su cerebro estaba frío y completamente en calma, como si estuviera echando cereales en su bol, para desayunar, en vez de estar estrujando una vagina humana.

― ¿Te atreves con el cuarto dedo? Esta vez no los abriré. Te lo prometo.

Su hermosa tía asintió con la cabeza, jadeando solo con pensarlo. Cristo unió los dedos, formando una lanza y plegando el pulgar sobre la palma de la mano.

― Quieta, putita mía. Zeré cuidadoso. Azí, lento, lento… – los dedos entraban, poco a poco, tragados por aquel avaricioso coño. – Zé que te cabrán todos. Por aquí zalió mi prima Zara, tan mona y tan grande. ¿Qué zon unos dedos en comparasión? Dime, tita, ¿qué me dises de Zara? ¿La dejarías que te hisiera esto zi tu ama ze lo pidiera?

Faely le miró, con los músculos de su cuello apretados por la presión que le separaba las paredes vaginales. Aguantaba la respiración, intentando no gritar. Los dedos habían entrado hasta el nudillo doblado del pulgar.

― A ver, tita… ¿es que no puedes responder? ¿Ze te ha ido la voz tan zolo con cuatro dedos dentro?

― ¡SSSIIIIIII! ¡LO ACEPTARÍA! ESTOY DESEÁNDOLO… — acabó gritando, al expulsar el aire de sus pulmones.

― Oh, zi, eres toda una buena guarra, que va a aseptar el puño entero, ¿verdad?

― ¡Si! Si, si… hazlo… mete todo el puño, señor… — jadeó su tía, enloquecida.

Sin sacar los cuatro dedos de la vagina, los estrechó cuanto pudo, montando el corazón sobre el índice, y el meñique sobre el anular. Una vez conseguido esto, enderezó el pulgar e hizo que se conectara a la punta de los demás dedos, formando así algo parecido a un capullo de flor, con los pétalos de carne cerrados.

Con el puño a medio cerrar, Cristo empujó, centímetro a centímetro. Su mano desaparecía en el interior de aquel coño antropófago mientras Faely apretaba los dientes y gruñía. Estaba perlada de sudor, tanto en su frente como entre sus pechos y en las ingles. Su sobrino la estaba llevando hasta límites insospechados que no creyó alcanzar nunca.

Aún dolorida, se sentía feliz de soportar todo cuanto Cristo ideaba. La pequeña joroba que formaban los nudillos de la mano de su sobrino acabó por colar, dejándole una enorme sensación de alivio. Gracias a Dios, las manos de Cristo eran pequeñitas, de dedos cortos y ágiles. Notó como esos susodichos dedos cambiaban a una nueva formación, en su interior. Cristo los adaptó en un puño cerrado, pero con el nudillo del dedo índice más avanzando, estilizando así la anchura de la mano.

Sonriendo, alzó la cabeza y la llevó lo más cerca que pudo del rostro de su tía. Aquellos ojos lujuriosos y alegres hicieron que Faely pensara en el diablo, estremeciéndola.

― ¿Aún te cabe más, tita? Creo que empujaré un poco más, ¿no te parece?

― M-me vas… a… reventar… señor…

― Pero eso es lo que tú quieres, ¿no? Reventar de gusto, como la cerda que eres… desmayarte de placer, con mi puño metido en el coño, pero… si te asusta… Está bien, sacaré la mano y…

― ¡No, no la saques, mi señor! Por favor… sigue… más adentro…

― Ah, cuanto te quiero, tita.

Y empujó, una, dos, tres veces más, tocando la cerviz y el útero con sus nudillos. Faely se encontró con medio antebrazo de Cristo enterrado en su sexo y, para soportar aquello, chilló y berreó, sin poder mover las caderas. Cristo parecía beberse aquellos gritos, mirándola atentamente, la boca entreabierta dispuesta muy cerca de los labios de su tía.

Junto con la tremenda presión en su vagina, llegó el primero de los orgasmos gordos; esos de los que todos hablaban pero que nadie había experimentado. Decían de ellos que eran un mito urbano, una falacia inventada por los escritores de relatos eróticos. Ni siquiera tuvo que tocarse el clítoris. Lo notó subir desde los riñones, recorriendo toda su columna y estallando en alguna parte de su nuca.

El flujo se desató, mojando la mano de Cristo, deslizándose por su muñeca, buscando empapar aún más la vagina de Faely. Los gritos de la mujer se cortaron bruscamente y tensó su cuerpo, preocupando por un momento a su sobrino, hasta que pudo comprobar que solo se estaba corriendo de una forma sublime.

― Ezo, tita, es tu recompensa. Disfrútala, serdita…

Faely gemía y se agitaba, empalada aún por el puño. Cada espasmo que recorría su pelvis, desataba una respuesta involuntaria, una oleada de placer que convocaba un nuevo orgasmo. No podía detenerse. Era como la bola metálica de un pingball, impulsada de un lado a otro, activando reacciones sobre las que no tenía control. Hasta tres orgasmos devastadores la traspasaron, haciendo que perdiera el control de su vejiga cuando Cristo sacó el puño. Junto con un alarido liberador, un largo y potente chorro surgió, incontenible, empapando la ropa de la cama.

― Basta, para ya… p-por favor… Cristo… no puedo… más…

Supo que era cierto al escuchar su nombre brotar de los labios femeninos. Faely estaba derrotada, domada, amansada de una forma que jamás sintió, que nunca creyó que pudiera sentir. Se durmió en los brazos de su sobrino, musitando palabras agradecidas, tiernas e incomprensibles silabas de gratitud.

Acariciando distraídamente los erectos pezones de su tía, Cristo pensó en la extraña historia en que se estaba metiendo. ¿Es que acaso le gustaban las dificultades amorosas? Primero, un transexual con el que empezaba a sentirse a gusto. Después, se queda colgado de una supermodelo que podría fregar el suelo con él, en cualquier momento. y, ahora, para ganar el premio gordo, domina totalmente a su tía carnal.

¡Tenía que ir a que le miraran el cerebro!

CONTINUARÁ….

Relato erótico: “Seducida por los primos de mi novio 4” (POR CARLOS LÓPEZ)

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Breve resumen de lo anterior…
A falta sólo de 3 meses para su boda, Marta es emborrachada y seducida por dos primos mayores de su novio Santi. Afectada por la bebida, y en presencia de su novio inconsciente por el alcohol, fue arrastrada a un episodio sexual por los dos primos de su novio. Semanas después, en una cena programada por ellos, Tom, el primo mayor se las ingenió para follarsela en el almacén de un restaurante.
Ese extraño día, Tom, el primo de Santi se las había ingeniado para que un siniestro camarero del restaurante les dejase permanecer en un almacén. Tom, antes de hacerla el amor, la había exhibido al siniestro camarero, la había tratado como una propiedad suya y eso, a ella, le había provocado una excitación tal que nunca había imaginado sentirse así. Además, siendo tratada así, con una mezcla de cariño y dominación que la hacía excitarse cada vez que lo recordaba. Santi, su prometido, era todo ternura y ella le adoraba, pero… pero no podía evitar el sentimiento que tenía con Tom. Estaba hecha un lío. Más aún teniendo en cuenta que su boda era sólo en unos días.
Desde el día siguiente a lo sucedido, Marta tenía una necesidad absoluta de aclarar la situación y, en cuanto pudo quedarse sola en casa, le llamó por teléfono.
 
–         Tom
–         Hola Marta, no sé por qué pero esperaba q me llamases
–         No quiero seguir con esto, Tom… no es que no me guste, pero no debo, joder que me caso el sábado con tu primo –dijo Marta con un toque de desesperación-
–         Ya lo sé, no debemos –dijo Tom comprensivo-
–         Entonces ¿por qué lo hacemos?
–         ¿Quieres saber la verdad?
–         Sí
–         Pues porque no lo podemos evitar. Me vuelves loco Marta y… supongo que el morbo nos atrae aún más.
–         Jo –Marta comenzó a sollozar-
–         Marta… Marta, no te preocupes, Martita, ya no va a pasar más ¿vale?
Ella aún siguió sollozando unos segundos hasta que las palabras de Tom la fueron calmando. Marta seguía fascinada por la habilidad de Tom, el primo de su novio, para guiar su voluntad. Tanto para ponerla más caliente de lo que nunca había estado, como el día del restaurante o del concierto, como para calmar su ansiedad por la boda. No deja de pensar en por qué produce en ella esa sensación de protección. Podría ser su altura y fortaleza física, o la diferencia de edad, o que tenía el mismo punto de dulzura de su novio Santi, pero con un fuerte toque de autoridad o de hombría… No lo sabía, pero era un hecho. En los días previos a la boda había hablado con Tom varias veces. Ella misma le llamaba. Prácticamente le necesitaba, su tranquilidad, su tono de voz. En esas conversaciones calmadas, ya como amigos y sin ninguna referencia sexual, habían tomado mucha confianza y, de hecho, había sido el más firme apoyo ante los nervios de la boda. Quizá el único.
A pesar de que en las llamadas ni siquiera se habían mencionado los episodios sexuales que habían mantenido, ella esperaba a que Santi no estuviese cerca para hacerlas. Esa clandestinidad y la voz de Tom hacían que ella, sin poder evitarlo, sintiese un ligero cosquilleo recorría todo su cuerpo ¿Se puede querer a dos personas a la vez? Realmente, Marta está enamorada de Santi, se sigue sintiendo loca por él, por su inocencia casi de niño, su alegría casi continua, su entusiasmo en todo lo que emprendían, su sonrisa… pero Tom la fascinaba. Ojalá pudiese fundir en Santi algún aspecto que Tom tenía.
Marta sabía perfectamente, y alguna vez Tom se lo había dejado entrever, que su vida es así. Que siente ese irrefrenable interés por el sexo y no lo puede evitar. Para él es un juego, y lo practica con cierta asiduidad. Tom siempre la había transmitido un cariño que no conllevaba exclusividad. Sin mencionarlo expresamente y, por lo que Santi le contaba ignorante de la realidad, Tom tenía varias amantes. A pesar de todo, de Santi, de su boda, de su vida… Marta no puede evitar que esto la produzca cierta rabia.
Con estos pensamientos y reflexiones y, sin dejar de estar pendiente de la multitud de tareas, recados y compromisos previos a una boda, fueron pasando los días. Cada vez estaba más rodeada de gente, y cada vez con más íntimo deseo de escuchar la voz de Tom. En los 3 días previos a la boda no habló con él… y el gran día llegó. Allí estaba Marta, a las 10 de la mañana en el salón de la casa de su madre, rodeada de peluqueras, maquilladoras, madre, hermana, tías y alguna amiga… y en lugar de pensar, como todas las novias, que la estaban dejando una cosa mal de maquillaje o de peinado, su cabeza daba vueltas a que menos mal que el coche lo conduciría finalmente un tío suyo, porque Santi quería que fuese Tom el que les condujese el coche… ufff ya lo que faltaba.
 
Marta había elegido un traje sencillo que resaltaba los rasgos de su cuerpo. Era morena, alta y más bien delgada. Le gustaba decir que sus medidas eran casi perfectas y su culito era respingón. El traje era blanco blanco, con tirantes anchos y cuello redondo dejando escote pero no demasiado, muy entallado en su parte de arriba de brocado y bámbula, y con una falda mucho más suelta con del mismo tejido bámbula de algodón natural. Bajo el vestido había elegido una ropa interior sencilla, de raso y algodón, muy blanca, tirando a lisa pero con bandas de pequeños encajes atravesando la tela y, claro, las medias de seda blanca con ligas elásticas en los muslos, pero sin mucha parafernalia.
Para el pelo llevaría un recogido, dejando caer mechones rizados a los lados de su cara. Finalmente llevaba unos pendientes de su madre, de oro y, con una perla del tamaño de un garbanzo pequeño colgando de una pequeña cadenita que tintineaba suavemente según caminaba.
La hora de salir de casa se acercaba vertiginosamente y, poco a poco, ya iba quedando todo dispuesto. Finalmente, fue conducida a la iglesia y salió del coche sintiéndose una princesa. La música nupcial también ayudaba. Según caminaba por el pasillo hacia el altar donde la esperaba Santi, no pudo evitar deslizar sus ojos a los lados y localizar a Tom. Enfundado en un traje gris oscuro, camisa blanca y corbata estrecha oscura, destacaba por su altura entre la gente. Parecía un guardaespaldas. A pesar de todo, Marta se reafirmó en que Santi era realmente el hombre de su vida, el que la había pedido en matrimonio, y el que la esperaba nervioso en el altar y también guapísimo.
El resto de la ceremonia transcurrió sin mayor contratiempo. Fue una boda típica, sencilla, y con toda la carga de emotividad habitual. Al salir de la iglesia, sonriente y de la mano de Santi, soportó estoica la lluvia de granos de arroz y pétalos de rosa. Había tenido suerte, y el sol lucía radiante regalándoles un espléndido cielo azul. Era la mejor manera de empezar una vida en común. Entonces empezó el aluvión de besos, abrazos, enhorabuenas, felicitaciones y parabienes, que ambos novios atendieron desplegando simpatía y felicidad. Carlos y Tom, los primos de Santi, llegaron a ellos cuando ya quedaban pocos invitados más, y se fundieron en largos y cariñosísimos abrazos con su primo. Le felicitaron por haber conseguido “atrapar” a una novia tan guapa, y bromearon con él como habían hecho toda la vida.
Al llegar a Marta, Carlos la besó cariñosamente las mejillas y alabó lo guapa que estaba. Tom hizo lo propio, felícitándola por el enlace y por el marido tan bueno que tenía… “el mejor”, y dijo con un guiño que ella sabría cuidarle. Marta le dio las gracias por el apoyo en los últimos días, y Tom acercó su boca al oído de la chica como para decirle un secreto mientras reía. Ella captó el perfume habitual de Tom y una extraña inquietud le recorrió la columna vertebral, mientras Tom, rozando voluntariamente el oído de la novia con sus labios susurró “… al terminar la sesión de fotos y antes de comer, con cualquier excusa en cuanto puedas di que subes a tu habitación y ve a la 304 que es la nuestra”.
Marta sintió un escalofrío. Una vez más la conocida mezcla de sensaciones que experimentaba cuando Tom la provocaba para algo. El contraste entre el deber y el deseo, pero esta vez era un abismo. El corazón se le aceleró de repente. Casi se le salía por la boca. Iba a articular palabras, pero no salían de su garganta. Por el contrario, sus manos no soltaban las de Tom. Quería decirle que no, pero no podía. Mas gente llegó a seguir besando a la novia y ella, tuvo que soltar y simular normalidad mientras su mente seguía dando vueltas sabiendo que iba a caer en la trampa una vez más.
Sacando fuerzas de flaqueza y, mirando continuamente a su marido, Santi, al cual adoraba, consiguió que la sesión de fotos en unos jardines de la ciudad resultase perfecta. Más aún, por alguna extraña razón, el rostro de la chica era expresivo, anhelante… especialmente amoroso con Santi.
Al llegar al hotel, con la excusa de ir al aseo y recomponerse un poco, se escabulló en el ascensor, dirigiéndose directamente al lugar indicado por Tom: Habitación 304. Al llegar mostró dignidad:
 
–         ¿Qué quieres Tom?
–         Besar bien a la novia
–         Ya no se pue….. –comenzó a decir Marta con agresividad, cuando el beso del chico la cortó la palabra “puede”-
Marta se resistía al beso poniendo sus manos sobre el pecho del Tom, pero éste la tenía bien asida y no dejaba que sus bocas se separasen. Realmente, Tom sabía besar. Nunca nadie se lo había hecho tan bien. Marta, tras unos segundos iniciales de lucha, se fue entregando a él conformándose con el pensamiento de que sería el último beso que le daría. En apenas un minuto pasó de rechazo a una actitud neutra y, posteriormente, a recorrer con sus manos el pelo oscuro de Tom, mientras él continuaba sosteniendo el beso con pasión no exenta de dulzura.
Pero el beso duró más. Fue un beso largo. Un beso que exploraba todos los lugares de la boca de la chica y provocaba un cosquilleo agradable sobre sus sensibles labios. Pasaba de profundo a ligero, y de húmedo a delicado. Justo cuando Marta había dejado de luchar física y mentalmente, pasando a un estado de mente en blanco, él separó su boca de la de ella sin soltarla de sus brazos. Mirándola a los ojos dijo:
–         Un beso de 5 minutos…. Me lo merecía, ¿no?
–         Eres un cabrón –dijo ella en un susurro-
–         No te enfades Marta… esto es una especie de despedida –dijo Tom con una mirada inocente que hizo ablandar a la chica-
–         Bésame otra vez… sólo una última vez más de algo que no va a volver a ocurrir –dijo Marta con un cierto gesto de tristeza-
 
Esta vez Tom atrajo delicadamente el cuerpo de la chica sobre él. Sin brusquedades. Una de sus grandes manos presionaba la espalda de la chica contra él, mientras la otra acariciaba la piel desnuda de su cuello.  Poco a poco los labios del chico se fueron distrayendo en distintos lugares del rostro de ella, con mucho cuidado de no deteriorar su maqullaje y siempre para volver a su boca. Pasaba a sus párpados con extrema suavidad, o a su barbilla… a las proximidades del oído de la chica provocándola un escalofrío, para volver a sus labios suave o salvajemene. La mano derecha de Tom rozaba el tejido del vestido de novia y siguiendo cada una de las curvas de su pecho. Como siempre, combinaba pasadas suaves con otras más firmes, a la vez que sus labios se mostraban finos y delicados, o hambientos y salvajes cuando tocaban los de ella o su oído.
La respiración de Marta se había acelerado. Tom cada vez era más firme en sus caricias y ella deseaba que su gran mano recorriera y envolviese su pecho como sólo él sabía hacer. Pero él recorría todo su cuerpo. Tan pronto la deslizaba a las caderas de la chica, pasaba a acariciar su trasero sobre el vestido blanco, o subía de nuevo al cuello y dejaba deslizar los dedos por el escote hasta el inicio de sus pechos. La siguiente vez que esa mano bajo, llegó hasta el mismo centro sexual de ella, presionándolo sobre el vestido y haciendo que de la garganta de la chica se escapase un sonoro gemido. Entonces él no lo pudo evitar, y comenzó a recoger la falda de la chica para llegar a sus piernas, sintiendo el suavísimo tacto de las medias de seda.
–         No… por favor –dijo ella jadeando y sabiendo que realmente que él siguiera era la cosa que más deseaba en el mundo-
–         Déjame sentirlo… sólo una vez más -dijo él también con la voz entrecortada-
Y sin resistencia de Marta, la caricia fue subiendo lentamente por las cálidas piernas de la chica, recreándose en la piel desnuda de sus muslos, y el contraste de ese tacto con el encaje de sus ligas y sus medias. La maliciosa mano de él buscaba producir ligeros roces sobre la zona más sensible del cuerpo de ella, que cerraba las piernas queriendo evitarlo para, a los pocos segundos, volverlas a abrir invitándole a seguir.
Pero Tom tampoco necesitaba ningún permiso para nada. Cuando él quiso, hizo que su gran mano tomase posesión del sexo de la chica, sintiendo el calor de su hendidura sobre el tejido ya muy húmedo de sus braguitas de novia. Mientras sus labios se buscaban ansiosamente, las yemas de los dedos de él se deslizaban sobre la humedad viscosa que rezumaba del ansioso coñito de la chica. Él ya conocía cada rincón, y guiaba sus caricias por los gemidos y la respiración de Marta.
El vestido de novia hacía que la escena fuese brutalmente morbosa: Tom besaba dulcemente el cuello de la chica, presionándola contra él con una mano, mientras la otra mantenía subido el vestido blanco de novia y la masturbaba con furia ya dentro de sus braguitas de encaje y raso. Ella apoyaba su boca sobre el hombro de él, amortiguando sus gemidos, y a punto de estallar en éxtasis. Pero él no cejaba en su empeño y sus dedos completamente lubricados con los jugos de la novia se deslizaban hábilmente tanto por dentro como por fuera de la cavidad vaginal de Marta. Aún guardaba un as en la manga y, cuando Tom notó el temblor previo al inminente orgasmo de la chica, ademas estimuló con el dedo meñique la zona anal de ella. En ese momento, Marta sentía el corazón palpitar en su propio clítoris y no podía contener la corriente de placer que la invadía.
Marta juntó sus piernas atrapando entre ellas la mano del chico, y estalló entre convulsiones en un tremendo y largo orgasmo para el que no se cortó en emitir “AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHH JODEEEEEEEEEEEERRRR JODERRRRRR MMMMMMMMMMMMMM AAAAAAAAAAAHHHHHHH”. Finalmente, la chica quedó prácticamente desmadejada entre el cuerpo y los brazos de Tom. La proximidad de los cuerpos hizo que ella fuera conscitente de que su compañero de juegos no se había quedado relajado, y suavemente empezó a pasar su mano sobre los pantalones de él. Aunque dijo:
–         Nos temenos que ir… jijiji
–         Nooo –dijo él sujetándola-
–         Anda déjame
–         Pero no irás a dejarme así… así no puedo bajar –dijo Tom mostrando la forma de su polla en estado máximo de excitación dentro del pantalón-
–         Bueeeeno, pero date prisa eh…
Ella, en un gesto de arrojo se arrodilló ante él, que ya estaba abriendo con ansiedad su pantalón y sacando su duro y excitado miembro. Marta, juguetona, marcó un beso con el carmin de sus labios en los blancos calzoncillos del chico para, sin perder un seguindo, comenzar a pasar su lengua con ansiedad por el morado glande. Miraba juguetona hacia arriba mientras Tom podía apreciar los rizos con laca, y el pasador plateado del peinado de novia.
–         Quiero que te subas el vestido Marta
–         ¿Así? –dijo la chica divertida mostrando su trasero bajo la falda-
–         Joder… cómo me estás poniendo
Contestó Tom mientras con su mano hacía que la cabeza de la chica se moviese con ansiedad. Una de las manos de ella mantenía subida la falda del vestido, mientras la otra pajeaba la base de la dura polla de Tom mientras la boca engullía su verga desde la punta hasta donde la llegaba la garganta. Marta quería dar satisfacción a Tom. Deseaba corresponder al placer que la había proporcionado, pero quería que fuese rápido. Los pendientes de oro tintineaban con el movimiento de su cabeza, y Tom gruñía cerca del orgasmo. La visión de Marta en esa situación, vestida de novia, le tenía completamente fuera de sí. “AAAGGGGGGGGGRRRR BUUUUUFFFFFFFF apartate que no quiero salpicarte”, dijo él entre jadeos. Pero Marta introdujo más la verga dentro de su boca y se puso a tragar a gran velocidad los borbotones de semen que Tom la estaba regalando.
“UUUUUFFFFFFFF…. AAAAAAHHHHHHH…. Martaaaa” decía Tom mientras la chica recogía con su dedo un poco de líqudo blanco que había quedado en la comisura de sus labios y la chupaba golosamente, mirando al primo de su nuevo marido.
De repente algo los sobresaltó. “Plac, plac, plac, plac plac, plac, plac, plac, plac plac, plac”. No se habían dado cuenta, pero desde el pasillo de entrada a la habitación, y con la puerta entreabierta estaba Carlos aplaudiendo la “actuación” que le habían brindado. Carlos y Tom compartían habitación en el hotel.
–         Umm mucho mejor que una peli porno –dijo irónico-
–         Joder, qué susto me has dado cabrón –dijo Tom-
–         Jajaja no te quejes que te he dejado correrte a gusto
–         Venga, vámonos… -dijo Marta mientras se arreglaba el vestido estirándolo con las manos-
–         Joder que todavía falto yo… -protestó Carlos mostrando la forma de su polla excitada en el pantalón-
–         ¡No puedooo! ¿quién os creeis que soy? ¿vuestra puta? –Marta se estaba poniendo nerviosa y sabía que tenía que regresar-
–         ¿Tú qué crees? –dijo Carlos, aunque por suerte Marta ya no le oyó… se había metido al cuarto de aseo-
–         Venga, venga… Carlos joder… deja a Marta tranquila –dijo Tom a su hermano-
–         Quiero sus braguitas…
–         Jaja, eres un cerdo… ahora te las doy –dijo Tom a su hermano mientras se metía al baño detrás de la chica-
Tom entró al aseo y Marta, a través del espejo, le dirigió una mirada de afecto. Marta estaba ante el lavabo y estaba componiendo bastante dignamente su peinado y su maquillaje. Nadie diría que acababa de pasar lo que había pasado. Tom se situó detrás de ella y la besó suavemente en el hombro, sin estorbar los movimientos de la chica.
–         Estás preciosa Marta
–         Gracias
–         Más guapa imposible…
Marta le dirigió otra mirada de cariño, mientras él se había agachado detrás de ella y, sin pedir permiso subía sus manos dentro de sus piernas.
–         ¿Qué haces?
–         Quiero un recuerdo tuyo… -dijo Tom-
–         Pero ¿queeeé? –Marta protestaba melosamente mientras él deslizaba sus preciosas braguitas de raso y encaje bajandolas por sus piernas-
–         Sssshhhhh calla que con tantas capas en la falda nadie se va a dar cuenta…
–         Jooo –dijo Marta poniendo voz de niña pequeña, pero sin impedir que Tom se las quitase mientras ella se maquillaba-
–         Vas a estar más guapa aún con un toque de rubor en tu carita de buena, jaja
–         Pero si están empapadas… -dijo ella más en un gemido que en una protesta-
Tom, ignorando las protestas de la chica, extrajo su prenda íntima y, besándola de nuevo en el hombro, salió del aseo tirando la prenda a su hermano Carlos, que automáticamente se la llevó a su rostro.
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La tarde iba discurriendo con la normalidad habitual en una boda. Después de unos momentos de jaleo, poco a poco la gente se iba emborrachando y los invitados menos allegados se iban marchando. Había una zona de barra libre donde estaban principalmente los hombres, y una zona de baile con orquesta donde predominaban las mujeres. Dado que a Santi no le gustaba bailar, se pasaba el rato cerca de la barra donde servían las bebidas y era cumplimentado por todos los invitados. Brindaba con quien se lo pedía, abrazaba a todos los que se iban despidiendo, y atendía la conversación de sus amigos más cercanos que le acompañaban.
Marta, por su parte, estaba en la zona de baile con los grupos de chicas, aunque también atendía a todo el mundo que se acercaba y, de vez en cuando se acercaba a su reciente marido para besarle. Estaba feliz. También, sin poder evitarlo, lanzaba alguna mirada hacia la zona donde destacaba por su altura Tom. En una de las canciones lentas que pusieron, Tom tomó a la novia del talle y se puso a bailar con ella:
–         Pero qué guapa estás cuñada… -dijo susurrando-
–         Eres un malvado… no puedo parar de pensar que estoy sin ropa interior
–         Así estás más guapa, con ese brillo de chica mala en tus ojos.
–         Sí, pero la sensación es extraña… a ver si Santi no se da cuenta cuando lleguemos a la habitación…
–         Jaja no te preocupes… con todo lo que está bebiendo Santi, esta noche no creo que se acuerde ni de que se acaba de casar, ni de que tú estás con él en la cama.
–         Jooo, intenta que no beba mucho –dijo la chica-
–         No sé si eso es ya posible…
Carlos acompañaba a Santi casi en todo momento. Tom lo hacía a ratos, pues otros ratos bailaba en la pista con las invitadas y, claro, también con Marta. Había vuelto la complicidad entre ellos. Había contratada barra libre y el calor de la noche hacía que todos bebiesen mucho. Especialmente Santi que no paraba de brindar con unos y con otros, y mezclaba Cava con su combinado de Whisky habitual. Marta estabe empezando a sentirse molesta porque notaba que su recién estrenado marido, Santi, no la hacía caso y estaba bebiendo demasiado. Incluso en alguno de sus encuentros se lo advirtió, pero él aseguró “Voy bien, no te preocupes”. Las horas iban pasando. Ya habían entrado bien en la madrugada y, poco a poco, la gente abandonaba el hotel. Sólo se alojaban allí los novios, que tenían reservada la Suite Nupcial, y algunos invitados de fuera de Barcelona. Éste era el caso de Tom y Carlos.
Justo en el instante en el que los últimos invitados se despidieron, Marta se dejó caer en el sofá del salón casi agotada. Santi se notaba que iba muy bebido, y se fue a los aseos.
–         Bueno, pues ya eres parte de nuestra familia –dijo Tom- ahora te tenemos que cuidar
–         Jijiji Tom, tú siempre me has cuidado –dijo la chica-
–         Oye y yo también, ¿eh? –dijo Carlos-
Pasaron unos minutos, y Santi no volvía. Marta, con un gesto algo cansado, dijo que iba a buscarle y los primos la acompañaron. Al llegar al aseo, Santí, vestido de novio, estaba inclinado sobre el lavabo echándose agua insistentemente sobre la cara. Estaba lívido. Acababa de vomitar todo lo comido y bebido durante la tarde.
–         Ya estoy mejor –decía con voz aún entrecortada-
Le ayudaron a sentarse y, después de pedirle una infusión y asegurarse de que su primo estaba bien, Tom se ausentó alegando que tenía un asunto que resolver sobre el que no quiso dar detalles a pesar de la insistencia curiosa de Marta. Carlos no quiso quedarse con los recién casados y también se fue acompañando a su hermano.
–         Joder Santi… te has pasado de beber –dijo Marta enfadada, cuando ya se habían quedado solos-
–         Nooo, me he reservado un poco: Recuerda, esta noche tengo algo que hacer… -replicó Santi con una sonrisa pícara-
–         Ah no no… hoy no
–         Ah sí sí, lo tenías prometido. Hoy me entregarías tu culito. Llevo años esperando este momento jajajaja casí me he casado por ello.
–         Eres un cabrón –dijo Marta medio enfadada medio divertida de las palabras de su ya marido-
Así siguieron hablando los ya marido y mujer en le sofá de ese salón. Marta se había quitado los zapatos y Santi se había soltado dos botones de la camisa. Él parecía sentirse un poco mejor y entre bromas empezaron a besarse. Santi insistía en que hoy la iba a quitar la virginidad de su agujerito, que ella se lo había prometido. Ella sabía que se lo debía pero estaba algo enfadada y tenía un cierto miedo a hacerse daño. Los besitos tímidos al principio se fueron convirtiendo en besos más intensos. Santi hacía a Marta besar su pecho y ella correspondía.
 
Él cada vez bajaba más su mano. De la cintura a la cadera de su ya mujer. Estaba excitándose con los labios de ella sobre su piel, e insistía en tocarla bajo el vestido. Marta se lo impedía “Santi… aquí no, que puede venir alguien”… pero la razón era otra. Marta no se podía dejar tocar por su marido porque su prenda íntima había sido robada por los primos de él. Que la descubriese Santi sin bragas no era la mejor manera de iniciar un matrimonio.
Con todo, ambos se sentían cada vez más excitados y bromeaban sobre lo que podría pasar en la habitación. Por una parte a ambos les estaba gustando el riesgo de ser sorprendidos. Por otra, Santi insistía en subir a estrenar el culito de su recién estrenada esposa. Finalmente Marta dijo “Venga, vamos y según como te portes cumpliremos o no la promesa… jiji pero tienes que tener mucho cuidado, que soy tu mujer y no me puedes hacer daño”.
Santi se levantó de golpe. Al levantarse, sintió un mareo repentino y casi se cae de la borrachera que llevaba. Tuvo que apoyarse en la chica y respirar unos segundos antes de emprender el camino al ascensor. Mientras lo esperaban se besaban, ahora con amor. Dentro del ascensor y a pesar de ser de cristal, subieron besándose y tocándose impúdicamente sobre la ropa. Se notaba que él iba bastante afectado por la bebida. No obstante, Marta ya le había tocado sobre el pantalón comprobando que, aún en ese estado, su maridito estaba “en forma”. Ella a él le impedía hacer lo mismo. Aunque imaginar la situación en el ascensor la ponía cachonda, no quería que la sorprendiese su marido sin bragas.
Con todo, Santi continaba bromeando al oído de su mujer con que la va a “follar el culito” y que “por eso se ha casado”. Al llegar a la habitación, dijo Santi:
–         Voy al baño un segundo, ve preparándote para cuando vuelva jaja
–         Jajaja llevo preparada mucho rato ya… date prisa –contestó la chica guiñando un ojo… ya se había animado a lo que iba a venir-
Marta se quitó el vestido de novia y se envolvió en un albornoz blanco del hotel. Esperaba, pero Santi no salía. Pasaron 5 minutos y no salía. Pasaron 10 y Marta ya preocupada llamó a la puerta sin recibir contestación. Decidió entrar a buscarle y le encontró medio dormido, con la cabeza metida en el wc y… habiendo vomitado de nuevo. Estaba inmóvil y la chica se asustó. Intentó moverlo. Él, manchado de vómito, contestó con lengua de trapo “Déjame aquí cariño”, quedando tumbado en el suelo del aseo. Marta apretó los puños de rabia. Ni en la peor de sus pesadillas se imaginaba así su noche de bodas. No tenía ni fuerzas para moverlo a la cama. Soñaba con una noche especial el día de su boda y Santi lo he estropeado. Entonces rompío a llorar de desesperación.
Unos minutos después, ya más tranquila, decidió que tenía que pedir ayuda para llevar a Santi a la cama. Como no quería dar un escándalo familiar, optó por llamar por teléfono al familiar con el que más confianza tenía: Tom. Pero éste estaba “ocupado” y Carlos cogió el teléfono “¿Qué te pasa? Princesa”… la chica le contó la situación.
–         Pues Tom está ocupado… hemos ligado y ahora le toca a él, jajaja –dijo Carlos divertido-
–         ¿qué habéis ligado…? ¿los dos? ¿con una? Joder, qué cabrón –no sabía por qué pero la dolió que Tom ligase- ¿con quién?
–         Se dice el pecado pero no el pecador… jajaja la pecadora en este caso
–         Cuéntamelo… ¿qué la haceis? Qué malos sois, pero Tom es… Tom es un cabronazo
–         Jaja dímelo a mí que estoy esperando a que termine para poder acostarme tranquilamente
–         Pues ven tu a ayudarme por favor… -hubiera preferido a Tom, pero tuvo que pedírselo a Carlos-
Al cabo de unos minutos llegó Carlos. Empujó la puerta de la habitación que estaba entreabierta y vió, frente a él, a Marta sentada en un sillón, vestida con el albornoz y con las piernas cruzadas. Miraba hacia él con la mirada intensa. En su mano sostenía una copa de cava. La botella que había puesto el hotel para los novios estaba ya por la mitad. Sólo había podido ser Marta quien se la había bebido lo que faltaba… y en pocos minutos.
–         Hola primita –dijo Carlos sonriendo- ¿Dónde hay que cargar “la mercancía” jaja?
–         Si te refieres al estúpido de tu primo, está en el baño… pero antes de que trabajes, que sepas que a mí me gusta pagar por adelantado –dijo Marta-
–         Jajajajajajaja
–         … y no tengo dinero –dice ella abréndose un poco el escote del albornoz dejando ver el comienzo de sus preciosos pechos-
–         Me parece bien, primita… voy a echar un vistazo a Santi y vuelvo contigo…
Carlos se dirigió al aseo de la suite perseguido por Marta que, algo bebida, se abría el albornoz e insistía en que primero tenía que atenderla a ella. Carlos comprobó cómo Santi dormía en el suelo, roncando y cayéndole un poco de saliva de la boca. Santi estaba bien, durmiendo la borrachera.
Entonces Carlos se dio la vuelta sobre Martita, que estaba a su espalda intentando que no atendiese a Santi. Sujetó las manos de la chica y la tomó del pelo con algo de rudeza, juntando sus labios en un beso húmedo y largo. El sabor de su boca era cava. En menos de 10 segundos ella estaba frotando su joven cuerpo contra él. El albornoz se había abierto y quedaba a la vista, únicamente tapado por el liguero y las medias de novia.
–         Qué guapa estás Martita, pareces una puta profesional… ¿o prefieres ser una actriz porno?
–         Jijijiji es lo mismo, ¿no quieres que sea tu puta hoy?
–         Jajaja me muero de ganas. Que sepas que llevo toda la tarde con tus bragas en el bolsillo Martita. Tocándolas con mis dedos que me huelen a tu coñito…
–         ¿te las ha dado Tom? Jaja qué cabrón
–         Eres nuestra puta. Por eso las tengo.
–         Síii… y al imbécil de mi marido que le den por culo –dijo ella dejando notar que el cava la estaba afectando-
–         ¿dar por culo? ¿pero no era eso lo que te tenía que hacer él a ti? ¿estrenar tu culito? Jajaja si no para de contárnoslo
–         Pero ¿te lo ha contado? ¡joder! ¿con qué cabrón me he casado?!
Carlos no contestó. Podía defender a su primo pues, si Santi era un cabrón, ella era una putita viciosa a la que llevaban semanas follándose. No obstante, no quería polemizar porque sabía sabía que ese culito iba a ser suyo… ya casi lo era. Lo estaba pellizcando con la mano entera mientras besaba el cuello de la chica, de la mujer de su querido primo.
Seguían besándose intensamente en el aseo, tocándose entre ellos junto a Santi que roncaba en el suelo. Curiosamente, no era la primera vez que Carlos abusaba de ella con Santi delante. El albornoz se había desplazado de los hombros pero no había caído al suelo aún. En los gestos de Marta había ansiedad. Se comportaba como una guarra y, cuanto más rudeza y dominio había en Carlos, más excitada y salida se sentía. Empezaba a tener una gran ansiedad por ser follada, y se ofrecía como una gata en celo. Comportarse así la excitaba, pero esta vez lo hacía para hacer pagar a su marido la borrachera el día de su boda.
–         Vamos a la cama –dijo Carlos-
–         No aquí –contestó ella
–         ¿Aquí?… pues bájate a comerme la polla ahora mismo Martita –Ordenó Carlos-
No hubo que repetírselo dos veces. Marta se arrodillo sobre el propio albornoz y, mirándose a un gran espejo que había en el cuarto de baño de la suite, se metió golosamente entre sus labios la polla de Carlos. No era la primera vez que lo hacía. En ese momento ya estaba bastante grande. Carlos la decía frases soeces “Así putita así… qué bien lo haces”… “Eres una guarra Martita”… “cómo te gusta comerla, se te nota… “ummmmm así sigue…déjala bien lubricada que va a hacer falta…”… “ummm puta”.
Las palabras guarras de Carlos la excitaban. No podía evitarlo. Marta pasaba de tener los ojos cerrados, a mirar al macho al que estaba dando placer, y a mirarse en el espejo como estaba arrodillada ante él vestida con su liguero de novia. Joder, pensaba… vaya noche de bodas. Carlos la tomó del brazo y la llevó a la encimera de mármol del lavabo inclinándola sobre ella
 
 
–         Vamos Martita… dime qué quieres que haga
–         Quiero que me folles… que me folles delante del cornudo de mi marido –La chica estaba muy excitada, sentía el frio del mármol bajo sus pechos-
–         Ummm abre las piernas putita. Obedece. ¡Vamos! –Marta obedeció la orden-
–         Aaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhh joder… me estás partiendo… uuuummmmmm
Carlos había metido su herramienta en la vagina de la chica. Sin contemplaciones. A pesar de su lubricación ella sentía como la llenaba. Cómo la abría. Carlos comenzó a moverse rítmicamente. Sujetaba el pelo de Marta y la obligaba a verse en el espejo del lavabo… A verse a sí misma como era follada como una vulgar putita delante de su marido. Las tetas de la chica se movían al ritmo de las sacudidas de Carlos. AHH… AHH… AHH… AHH
–         ¿Esto es lo que querías? Marta
–         Síiiiii
–         ¿Qué te follen bien en tu noche de bodas?
–         Siiiiii cabrón… tú lo haces bien
–         Pero esto no era lo que te tocaba en tu noche de bodas Martita… en tu noche de bodas tocaba otra cosa…
–         AAAAJJJJJJJJJJJJ ¿qué hacessss?  -exclamó Marta-
La chica había sentido un chorro frío en su culito. Carlos había cogido de la encimera un bote con crema hidratante cortesía del hotel. Había soltado un chorretón sobre el agujerito de la chica… sin dejar de follarla el coñito, la estaba lubricando su culo. Primero metió un dedito. La crema hacía que entrase con mucha facilidad. “Prométeme que vas a tener cuidado” dijo la chica… “ssssshhh calla”… contestó él con autoridad. Pero realmente estaba teniendo cuidado. La crema hidratante hacía su función y Marta estaba siendo dóblemente penetrada “Ummm por favor… qué rico… ¿qué me haces?¡cómo me gusta!”.
Así estuvieron unos minutos. El la penetraba el coño con fuerza, a la vez que invadía su culito virgen con el dedo. De repente, Carlos lo sacó y Marta sintió que le faltaba algo. Pero fue el tiempo justo de lanzar otro chorrito de crema, esta vez casi directamente dentro del agujerito de la chica que se iba dilatando “aaaaaaaaaahhhhhhhhh”. El frescor de la crema la causó de nuevo sensación. Ahora Carlos había metido ya dos dedos en el estrecho agujerito. En ellos sentía como su propia polla empalaba la vagina de la chica sin descanso. A Marta ya casi no le sostenían las piernas… todo su cuerpo la empezó a temblar. Iba a sobrevenirle un orgasmo. Entonces Carlos la tiró del pelo… la hizo levantar la cabeza y mirarse al espejo. “Mírate putita… ummm estás preciosa así”.
Entonces, justo antes de sobrevenirla el orgasmo, Carlos súbitamente sacó su polla y sus dedos del cuerpo de la chica. Marta se sintió vacía. En el momento justo la había dejado con las ganas.
–         Por favor sigue… por favor… por favor… follameeeee
–         No me convences… tienes que hablar más sucio Martita. Pero muy sucio. Para mí. Tienes que ser una novia guarra…
–         Siiii soy una novia guarra… una guarra… sigue por favor… fóllame el culito el día de mi boda
–         Ummmm eso me gusta más… ábrete el culito con las manos zorra, vamos… para mí.
La chica obedecía ciegamente las órdenes. La visión de Carlos era fascinante… la novia de su primo el día de su boda completamente emputecida para él… entregada… sometida… cachonda… abriendo los cachetes de su culo  y deseando ser empalada… Él estaba también muy muy caliente. Aún así, con calma, apoyó su glande morado y húmedo en el agujerito virgen de Marta, metiendo  hasta el capullo…
–         AAAAAAAAAAHHHJJJJJJ
–         ¿Qué pasa Martita? Jajaja ¿qué te hacen?
–         ¡¡Sigueeee Cabrón!! –Marta estaba fuera de sí- despaciooo
–         SSSSHHH lo sé… sé lo que quiere esta niña –decía susurrando, mientras ella había echado la mano atrás tomando la muñeca del chico-
–         Síiii
–         ¡Las manos sobre la mesa, Marta!
 
 

Ella obedecía. Había perdido la noción del tiempo. Hacía todo lo que la mandaba Carlos. En sus fantasías a veces aparecía un hombre que la usaba sin contemplaciones y tomaba su cuerpo como si fuera suyo… y éste era el momento de hacerlo realidad. Mientras, Carlos metía y sacaba despacio su polla del culo de la chica. Cada vez un poco más profundo… Una de las manos del chico tomaba el pelo de Marta.  Tan pronto la presionaba un poco la cara contra la encimera de mármol, como la levantaba la cabeza para mirar en el espejo quien y como la follaba. Acompañaba los movimientos con una fricción de su mano sobre la columna de ella. Sentía como ella estaba teniendo escalofríos…
–         Ahora te vas a correr para mí, putita
–         Síii –ella sólo gemía-
–         Vas a ser una putita obediente y vas a correrte para mí
–         Siiiiiiiiiiii
–         ¡Vamos! –dijo el chico simulando cara de enfado, y dando una fuerte palmada en el culo desnudo de la novia-
–         AAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHJJJJJJJJJJ
–         AAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHJJJJJJJJ
–         JODER JODER JODER….
–         Vamos zorra… córrete que yo te vea…
Carlos ya se había quedado quieto. Su duro miembro invadía el culito de la chica penetrándolo hasta el fondo. Sentía el calor… la presión… pero sobre todo los espasmos de la chica que estaba corriéndose apretando los puños. Notaba como la chica perdía la fuerza en las piernas, como se corría gimiendo apoyada sólo en el abdomen en el mármol y en su propia polla que estaba a punto de estallar.
–         SSSIIIIIIIIIIII
–         Joder Marta… Te voy a llenar de leche
–         SIIII  SIGUE… fóllame… lléname de leche…. UUUUMMMMM
–         Toma… toma  ¿es lo que querías?
–         Siiiiii joder siiiii
Dijo la chica apoyada en la encimera del lavabo viendo la cara del primo de su novio según se corría y sintiendo como las contracciones de la polla de él la llenaban de líquido ardiendo… Él se inclinó hacia delante, quedando su pecho pegado a la preciosa espalda de la novia. Ambos sudorosos y jadeando. Tras unos minutos así colocados, el chico besó a la novia en la mejilla, acariciando cariñosamente su pelo… entre los dos llevaron a Santi a la cama de la suite y se despidieron…
Marta y Santi ya estaban casados. Ella seguía siendo usada por los primos de su marido…
Muchas gracias a todos l@s que me han leído. Ser capaz de escribir todos estos relatos ha sido una experiencia muy curiosa para mí. Os deseo lo mejor.
Carlos
diablocasional@hotmail.com
 
 

Relato erótico: “Una nena indefensa fue mi perdición 3” (POR GOLFO)

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Una nena indefensa fue mi perdición 3.
Al salir de mi habitación, estaba hecho una furia. La actitud de esa zorra me hacía sentir engañado, manipulado pero ante todo usado. Jamás en mi vida me había enfrentado a una situación parecida. Con fama de buitre, en manos de Malena me sentía un pardillo.
«¿Qué coño me pasa?», murmuré para mí mientras bajaba al salón. No en vano había ofrecido mi ayuda a esa jovencita, creyendo que sería una presa fácil al estar indefensa.
Desgraciadamente, todas mis previsiones habían resultado erróneas y si al llegar había supuesto que no tardaría en pasármela por la piedra, en ese momento dudaba realmente si no sería yo finalmente su trofeo.
-Macho, ¡reacciona!- pensé en voz alta mientras buscaba el consuelo de un copazo.
Estaba todavía poniéndome hielos cuando a través de la cristalera del salón, vi a Malena en la piscina. Mi sorpresa fue total observar que estaba tomando el sol desnuda.
-¡Esta tía de qué va!- me pregunté al tiempo que terminaba de servirme el cubata.
Dudé que hacer. Esa guarrilla se merecía una reprimenda pero no queriendo parecer demasiado interesado pero, a la vez tratando de averiguar qué era lo que esa arpía me tenía preparado, salí a la terraza con mi bebida. Una vez allí, me senté en una mesa frente a la tumbona donde estaba tomando el sol y descaradamente di un exhaustivo repaso a su anatomía antes de comentar:
-Veo que es cierto que no tienes ropa.
Levantando su mirada, contestó con naturalidad:
-¿Te molesta? No creí que te importara puesto que ya me habías visto al natural.
Su desfachatez, al no dar importancia a lo sucedido en el jacuzzi, me confirmó que Malena tenía poco de ingenua. No en vano, se había masturbado usando mi miembro como consolador. Rememorando ese instante, me di cuenta que lo que más me molestaba no era que lo hubiese hecho sino que no me hubiese dejado terminar dentro de ella. Por eso y queriendo castigar su falta, la contesté mientras fijaba mis ojos en su entrepierna:
-En la bañera, no pude verte bien. Estaba ocupado tocándote las tetas.
Mi burrada, lejos de molestarla, la divirtió y soltando una carcajada, me espetó:
-¿Y qué te parezco? ¿Estoy buena?
Por la erección que lucía bajo el pantalón, era evidente la respuesta pero no queriendo ceder ante su evidente tonteo, respondí:
-Te falta culo.
-No parecía disgustarte por el modo que lo tocabas- contestó muerta de risa mientras para dar mayor énfasis a sus palabras, se levantaba y girándose, me mostraba sus nalgas.
Azuzado por su actitud, dando un sorbo a mi bebida, le aclaré:
-He dicho que te falta culo, no que no te echaría un polvo.
Mi intención había sido molestarla pero soltando una carcajada me hizo saber que había errado el blanco y más cuando mordiéndose los labios, me preguntó:
-¿Solo uno?
Ese jueguecito me estaba cansando al notar que ella llevaba la iniciativa, por ello decidí echar un órdago y alargando mi mano, acaricié su trasero antes de comentar:
-Para empezar. Luego dependiendo de cómo te portes, quizás me apetezca estrenarte por detrás- debí acertar porque en cuanto hice referencia a su agujero posterior, Malena se puso roja como un tomate.
Disfrutando de esa inesperada victoria, me quedé pensando en su reacción. Supe que había abierto una grieta en su armadura y queriendo aprovechar la circunstancia, la cogí de la cintura y la senté sobre mis rodillas mientras ella intentaba zafarse.
-¿Te da miedo que te rompa el culito?- susurré en su oído.
Increíblemente, Malena dejó de debatirse al escuchar mi pregunta e indignada, contestó:
-¡No me da miedo sino asco! Jamás he permitido que nadie lo intenté.
Todavía hoy doy gracias a que, al oírla, comprendiera que siendo una manipuladora nata no iba a permitir que ese tabú supusiera un estorbo para cumplir sus sueños. Gracias a las cámaras que había instalado en su cuarto, me había enterado que sus intenciones eran seducirme y que así tuviese que hacerme cargo de su hija. Por eso, dando un sonoro azote en una de sus nalgas, la reté diciendo:
-Te propongo algo. Tú me das tu trasero y yo me comprometo a cuidar de Adela y de ti indefinidamente.
Mi propuesta la sorprendió y por un momento estuvo a punto de soltarme una bofetada pero, tras unos segundos de indecisión, se levantó de mis rodillas y contestó:
-Déjame pensarlo.
Descojonado, la observé huyendo rumbo a la casa y cuando ya estaba a punto de entrar, le grité:
-No tardes mucho, ¡hay más culos en Madrid!…

Os tengo que confesar que pocas veces he disfrutado tanto de un copazo. Sabiendo que a esa cría no le quedaría más remedio que aceptar mi oferta, paladeé cada uno de los sorbos con lentitud mientras pensaba en mis siguientes pasos. Tras analizarlo, supuse que Malena no se entregaría tan fácilmente y que intentaría negociar.
«Lo va a tener complicado, ¡no pienso ceder respecto a su culo!», rumié satisfecho.
Estudiando las diferentes alternativas que me propondría, concluí que a buen seguro esa monada intentaría sacar un rédito económico.
«En ese aspecto puedo ser flexible», determiné gracias a mi buena situación financiera. «Le puedo poner un sueldo pero tendrá que ejercer de criada y mantener la casa limpia».
Otra de las cuestiones que pondría sobre la mesa era su hija. Sobre ese aspecto, Adela me gustaba por lo que dejaría que viviera en la casa pero poniendo unos límites: ¡Nunca la reconocería como hija mía!
Sin darme cuenta, fui enumerando los puntos en los que podríamos llegar a un acuerdo y cuales serían causa de fricción hasta que creyendo que había examinado el asunto desde todas las ópticas, concluí que la relación que tendría Malena conmigo sería una especie de pornochacha.
“Dinero, vivienda y protección a cambio de sexo”.
Fue entonces cuando recordé a su ex y caí en la cuenta que también tendría que ocuparme de ese cabrón. El tema no me preocupaba porque ya se había comportado como un cobarde pero aun así como medida de precaución decidí indagar quien era. Por eso, llamé a un amigo detective y le pedí que le investigara, tras lo cual y viendo que no tenía nada más que hacer, me fui a ver la tele.
Durante el resto de la mañana, Malena se quedó encerrada en su cuarto y solo tuve constancia de su presencia cuando escuché ruido procedente de la cocina. El típico sonido de cacerolas me hizo adivinar que estaba cocinando y satisfecho por el modo en que se estaba desarrollando todo, me acomodé en el sofá a esperar que me llamara.
«Ya está actuando de criada sin habérselo pedido», murmuré mientras llegaba hasta mí el delicioso olor de lo que estaba preparando: «Como sepa tal cómo huele, me voy a poner las botas», concluí.
Mi capacidad de asombro fue puesta en prueba cuando al cabo de media hora, vi salir a esa monada usando como única vestimenta uno de mis jerséis. La diferencia de tamaño hacía que en ella, ese suéter le sirviera de vestido.
«Realmente es un bombón», pensé mientras recorría con mi mirada los estupendos muslos de la criatura.
Haciendo como si no supiera que la estaba observando, Malena puso dos platos en la mesa y acercándose a mí con una sonrisa, me soltó:
-¿Te parece que hablemos de tu oferta mientras comemos?
Su tono dulce y sensual me informó que las negociaciones iban a ser arduas y que esa zorrita iba a usar todas sus armas para llegar a un acuerdo favorable a sus intereses.
-Me parece perfecto- respondí deseando saber qué era lo que iba a proponerme.
Satisfecha y creyendo con razón que sería menos duro con sus reivindicaciones con el estómago lleno, me pidió que me sentara mientras traía la comida. Tras lo cual, meneando descaradamente ese pandero que me traía loco, salió rumbo a la cocina.
«¡No tiene un polvo sino cien!», sentencié más excitado de lo que debería estar si no quería meter la pata y que al final el resultado fuera desastroso para mí.
Al cabo de unos pocos minutos, esa monada volvió con un guiso típico de su pueblo que sobrepasó todas mis expectativas.
-¡Está cojonudo!- exclamé impresionado y no era para menos, porque era una auténtica delicia.
Noté que le agradó mi exabrupto y dándome las gracias, llenó mi copa con vino mientras me decía:
-He pensado mucho en lo que me ofreces y aunque suene duro, he decidido hacerte una contraoferta…
-Soy todo oído- respondí.
Prestando toda mi atención, advertí que Malena estaba nerviosa y por ello no me extrañó que se tomara unos segundos en desvelar sus condiciones.
-Quiero que sepas que ante todo estoy agradecida a ti por cómo te has portado con nosotras- comenzó diciendo y quizás recordando las penurias que le hizo pasar el energúmeno que era el padre de Adela, su voz se quebró y necesitó un tiempo para tranquilizarse.
Mientras lo hacía, tuve que retener mis ganas de levantarme de mi asiento para consolarla porque lo quisiera o no, esa muchacha me tenía embelesado y sentía su dolor como mío propio.
«Joder, me tiene enchochado», murmuré mentalmente al darme cuenta.
Ya más tranquila, me soltó:
-Como sabes, he hecho muchas tonterías últimamente y no quiero que se repita. Ahora lo más importante para mí es Adela y por ella, estoy dispuesta a todo- tras lo cual, entró al trapo diciendo- -Me has pedido mi culo para seguirnos ayudando pero eso siempre sería temporal hasta que te cansaras de mí. Mi hija necesita estabilidad y no algo ocasional….- confieso que se me erizaron los pelos al comprender por donde iba. Malena confirmó mis augurios al decirme con tono serio:-…te ofrezco ser de tu propiedad para toda la vida con una única condición, reconocerás a Adela como tu hija.
Y tras soltar ese bombazo, se quedó callada esperando mi respuesta. Os juro que no había previsto esa propuesta y queriendo aclarar en qué consistía, dije:
-Cuando dices que serías de mi propiedad, ¿a qué te refieres exactamente?
Incapaz de verme a los ojos, respondió:
-Si aceptas ser el padre de la niña, yo seré tu puta, tu criada, tu enfermera y podrás hacer uso de mí cuándo, cómo, dónde y tantas veces como quieras..-y levantando su mirada, exclamó totalmente histérica:- …¡Coño! ¡Seré tu esclava!
Esa oferta iba más allá de mis expectativas pero también las responsabilidades que tendría que adquirir. Mi plan inicial era echarla un par de polvos y luego olvidarme. Pero esa zorrilla había cambiado las tornas y se entregaba a mí de por vida pero a cambio tendría que adoptar a su retoño.
-Tendré que pensarlo- sentencié lleno de dudas.
Curiosamente, Malena se alegró al no oír un “no” rotundo y acercándose a mí, se arrodilló a mis pies para acto seguido y sin pedir mi opinión, comenzar a acariciar mi entrepierna.
-¿Qué haces?- pregunté sorprendido.
Con un extraño brillo en sus ojos, me respondió mientras me bajaba la bragueta:
-Darte un anticipo por si aceptas ser mi dueño.
En cuanto tuvo mi sexo en sus manos, la expresión de su rostro cambió, denotando una lujuria que hasta entonces me había pasado desapercibida y cumpliendo con su palabra, lentamente se la fue introduciendo en la boca hasta que sus labios tocaron su base.
-Me estás poniendo bruto- susurré al notar que mi pene que hasta entonces se había mantenido en letargo, se había despertado producto de sus caricias y ya lucía una brutal erección.
Malena sonrió al oírme y sensualmente me bajó el pantalón, dejando mi tallo al descubierto. Aunque en realidad ya me lo había visto, su cara reflejó sorpresa al admirar mi tamaño.
-Umm- gimió atrevidamente mordiéndose los labios.
Sin mayor prolegómeno, esa muchachita me empezó a masturbar. La expresión de su cara, al principio impávida, fue cambiando al irme pajeando y cuando apenas llevaba unos segundos, me pareció que estaba excitada e incluso creí notar que se le habían puesto duros los pezones.
«Dios, ¡Qué boca!», exclamé mentalmente al sentir el sensual modo con el que volvía a apoderarse de mi miembro.
Con un ritmo excesivamente lento para mí, recorrió mi glande con su lengua y embadurnándolo con su saliva, me miró dulcemente antes de írselo metiendo centímetro a centímetro en su interior al tiempo que usando sus manos, acariciaba mis huevos cómo sondeando cuanto semen contenía dentro de ellos. La maestría que demostró me hizo gruñir satisfecho al advertir que su garganta parecía hecha exprofeso para mi pene.
Desgraciadamente la excitación acumulada y su pericia, hicieron que antes de tiempo descargara mi cargamento contra su paladar. Ella, lejos de mostrarse contrariada, se puso a ordeñar mi simiente con un ansia tal que creí que tardaría días en que se me volviera a poner dura.
Recreándose en mi verga con su lengua, recolectó mi semen mientras sus manos seguían ordeñándome buscando dejarme seco. Cuando de mis huevos ya no salía más leche, persiguió cualquier gota que hubiese quedado hasta que la dejó completamente limpia.
Una vez satisfecha, Malena me miró y lamiéndose los labios en plan guarrona, me soltó:
-Si quieres algo mas solo tienes que reconocer a Adela como tu hija- tras lo cual, se levantó y recogió los platos usados, dejándome solo en el comedor.

Relato erótico: “Una nena indefensa fue mi perdición 4” (POR GOLFO)

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La mamada con la que esa cría presionó para que tomara rápido una decisión, me dejó caliente e insatisfecho. Ser consciente que solo necesitaba ceder y reconocer a Adela como mi hija, para tener a Malena a mi entera satisfacción, me traía loco. No en vano, esa monada era la dueña de uno de los mejores culos con los que me había topado y necesitaba hacerlo mío.
La tenía a mi alcance pero el precio que tendría que pagar era caro. Como sabéis mi idea inicial era echarle unos polvos y tras lo cual olvidarme de ella, pero ella me había sorprendido con una oferta inimaginable por mí cuando la conocí:
«Si aceptaba ser el padre de su hija, ella se entregaría a mí sin poner ningún límite».
Reconozco que eso me tenía desconcertado, la razón me pedía rechazar ese ofrecimiento pero mis hormonas me pedían exactamente lo contrario y por ello no podía dejar de pensar en que la tendría donde, cuando y todas las veces que quisiera a mi disposición. Si ya eso era tentación suficiente, esa maldita niña había incrementado la apuesta poniendo sobre la mesa su virginal trasero.
«¡Sería el primero en usar su culo!».
Solo imaginarme separando sus duras nalgas para tomar al asalto ese inmaculado ojete, hacía que valorara dar ese salto al vacío. Me sentía como Enrique de Navarra, pretendiente al trono de Francia, cuando terminó con la cuestión sucesoria diciendo: “Paris, bien vale una misa”. En este caso y parafraseando a ese noble francés, sentencié:
-Malena, bien vale ser padre.
Aun así antes de dar ese paso, decidí consultarlo con Juan y por ello cogiendo mi móvil, le llamé. Como comprenderéis no podía soltarle ese bombazo telefónicamente, razón por la cual le invité a tomar unas copas en el bar de siempre. Mi amigo además de un estupendo abogado, es un gorrón incorregible por lo que no se pudo negar a un par de rondas gratis. Colgando el teléfono, salí de casa y cogí mi coche porque había quedado con él en media hora.
Tal y como había previsto, Juan ya estaba humedeciendo su garganta cuando llegué y por ello llamando al camarero pedí una copa para refrescar la mía. Mientras dábamos cuenta de la primera consumición le expliqué lo que me había ocurrido con la muchacha desde que la salváramos de su antigua pareja.
Chismoso como él solo, en silencio, escuchó cómo le narraba el peculiar modo en que esa chiquilla había empezado a tontear conmigo. Tampoco dijo nada cuando le conté la escenita en el probador y el subsecuente desfalco a mi tarjeta de crédito pero cuando le expliqué lo ocurrido en el jacuzzi y me explayé con los detalles de cómo Malena me había usado a modo de consolador, riendo, comentó:
-Y nos parecía una ingenua.
Sus palabras me dieron el valor de confesarle mi fascinación al verla en pelotas tomando el sol y cómo su descaro me había hecho discutir con ella. Asintiendo y de ese modo dándome la razón, escuchó mi relato pero cuando llegué al momento en que cabreado me había ofrecido a mantenerlas a las dos si me daba su trasero, descojonado me preguntó si me había dado una hostia.
-No, se indignó pero en vez de rechazar la idea de plano, me pidió un tiempo para pensárselo.
Muerto de risa, Juan espetó:
-Y ahora, ¡tienes miedo que acepte!.
Avergonzado, miré a mi copa y repliqué:
-Peor, ¡me ha hecho una contraoferta!
-¡No me jodas!- exclamó a carcajada limpia, tras lo que me preguntó limpiándose las lágrimas de los ojos – ¿Qué quiere esa zorrita y que te ofrece?
Fue entonces cuando le informé que si adoptaba como hija mía a su retoño, Malena se comprometía no solo a darme su culo sino a comportarse de por vida como mi esclava sexual.
-No es tonta la chavala- refunfuñó haciendo su aparición el abogado. – A efectos legales sería tu pareja de hecho y tú, el padre de su hija. De cansarte de ella o ella de ti, ¡podría pedirte una pensión compensatoria!
-Ya lo había pensado y es eso lo que me trae jodido- comenté y abriéndome de par en par a mi amigo, le expliqué que estaba encaprichado con Malena y que deseaba hacerla mía.
-Comprendo- murmuró y bebiéndose su copa de un trago, me soltó: – pídeme un whisky, mientras pienso en alguna solución.
Ni que decir tiene que llamé al empleado del bar y pedí que nos trajera la tercer tanda de bebidas. Juan mientras tanto puso su cerebro a trabajar y por eso cuando el camarero nos había rellenado los vasos, se le iluminó su cara y adoptando una postura de absoluta profesionalidad, dijo:
– Ya sabes que en cuestión legal, nada es blanco ni negro sino todo grises con matices.
-Lo sé- respondí al haber oído muchas veces de sus labios esa expresión con la que hacía referencia a la imposibilidad de establecer un pronóstico seguro sobre el resultado de un asunto- ¿qué se te ha ocurrido?
Sonriendo malévolamente, espetó:
-Si elaboramos el documento con el que reconoces esa paternidad de modo que se pueda sobreentender que lo haces porque Malena te ha convencido que la niña es sangre de tu sangre, de haber problemas, puedes acusarla de haber actuado de mala fe y anular esa adopción por estar basada en el engaño.
-¿Me estás diciendo que podría beneficiármela a mi antojo y que cuando me cansara de ella, romper el acuerdo?
-Es poco ético pero así es. No te puedo garantizar que salgas de rositas pero lo que sí te confirmo es que de haber pensión, te saldría barata.
-Eso es todo lo que quería oír- contesté y alzando mi copa, exclamé: -¡Brindemos por mi futura hija y por el culo de su madre!….

Dos horas y tres copas más tarde, salí del local con la idea de ir a tomar en propiedad lo que ya consideraba mío. Alcoholizado pero sobre todo caliente, encendí mi coche con la idea de disfrutar de esa putita en cuanto llegara a casa. Para que os hagáis una idea de lo cachondo que me había puesto la conversación con Juan, solo tengo que deciros que le obligué a redactar a mano el reconocimiento de paternidad que me abriría las puertas de su trasero. Hoy sé que si no llega a estar tan borracho como yo, mi amigo se hubiese negado a cometer semejante insensatez y me hubiese pedido más tiempo para estudiar el documento.
«Le voy a romper ese culito nada más verla», declaré excitado como un mono mientras conducía camino a mi casa.
Para entonces esa idea era una obsesión, en mi mente lo único que existía eran esas nalgas y mi deseo de usarlas. Obviando cualquier resto de cordura, aceleré para hundir cuanto antes mi cara entre sus piernas y gracias a ello, en menos de diez minutos, accioné el mando de la puerta que daba acceso a mi propiedad.
Lo que no me esperaba fue encontrarme a Malena siendo zarandeada por su ex. Azuzado por los gritos de esa mujer, salí del Porche y sin pensármelo dos veces, me fui contra él. El tipo en cuestión no se esperaba mi intervención y por eso al recibir mi empujón, salió despedido contra la pared.
-Fuera de mi casa- grité cogiendo una azada que el jardinero había dejado tirada en un rincón.
Envalentonado por su cara de miedo, repetí mi orden mientras señalaba la salida con el mango de madera de esa herramienta. A pesar del terror que se reflejaba en sus ojos, el sujeto tuvo el valor suficiente para encarárseme y con voz temblorosa, me pidió que no me metiera porque era un asunto entre él y la madre de su hija. Fue entonces cuando las musas se apiadaron de mí y soltando una carcajada impregnada de desprecio, contesté:
-¿Tu hija? ¡No me hagas reír! Todavía no sabes que llevas dos años siendo un cornudo y que mientras tu pagabas las facturas, yo era quien me la follaba…-haciendo un inciso dramático, esperé que asimilara la información para, acto seguido, dirigirme a la muchacha, diciendo: -¡Díselo! Dile quien es el verdadero padre de Adela.
Malena vio una salida a su situación y pegándose a mí, dejó que la cogiera de la cintura mientras contestaba con una sonrisa malévola en su rostro:
– Mi hija heredó los ojos verdes de su padre- tras lo cual me besó.
Su ex estaba perplejo, no se esperaba esa respuesta y tras comprobar el color de mis pupilas, la ira le consumió pero gracias a que llevaba en mi mano la azada, no se lanzó contra mí y mientras salía de la parcela, solo pudo gritar:
-¡Zorra! ¡Me vengaré!
La muchacha al ver que desaparecía dando un portazo, me dio las gracias y se intentó retirar, pero no la dejé y reteniéndola con mi brazo, forcé sus labios con mi lengua mientras con descaro me ponía a sobarle su trasero. Durante unos segundos, no dijo nada y se dejó hacer pero al notar que mi beso se iba haciendo cada vez más posesivo y que no me cortaba en estrujar su culo con mis manos, protestó diciendo:
-¿Qué haces?
-Tomar lo que es mío- respondí y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, desgarré su blusa dejando sus pechos al descubierto.
Acostumbrada a manipular, quizás por eso, mi acción la cogió desprevenida. Nada pudo hacer para impedir que mi boca se apoderara de uno de sus pezones al tiempo que aprisionaba el otro entre mis dedos.
-Por favor- gimió la cría sin percatarse que, por su tono, descubrí que mi violencia le estaba excitando.
No sé si fue el alcohol o el deseo largamente reprimido pero, olvidando cualquier tipo de cautela, mordisqueé esas areolas con una voracidad creciente.
-No quiero- susurró descompuesta mientras involuntariamente colaboraba conmigo presionando mi cabeza contra su pecho.
Comprendí que Malena debía llevar tiempo sin alimentar a su retoño al saborear del pequeño torrente que brotaba de sus tetas y eso en vez de cortarme, espoleó aún más mi lujuria y alzándola entre mis brazos, apoyé su espalda contra el coche y me puse a mamar. La leche de esa mujer no consiguió saciarme, todo lo contrario y fuera de mí, bebí de esos dos cántaros buscando apagar mi sed.
Su dueña, que en un principio se había mostrado reacia, también se vio afectada por mi urgencia y contra su voluntad, un incendio se comenzó a formar entre sus piernas.
-Me encanta- murmuró mientras intentaba calmar la comezón que sentía, frotando su sexo contra el bulto que crecía sin control bajo mi pantalón.
Fascinado con sus ubres, no reparé en que me había bajado la bragueta hasta que metiendo una mano por ella, sacó mi verga de su encierro.
-¡Fóllame!- rogó con una rara entonación que no supe interpretar –¡Lo necesito!
Su petición enervó todavía más mi lujuria y sin cambiar de postura rasgué sus bragas, dejando indefenso mi siguiente objetivo. Malena supo que iba a ser complacida de un modo rudo cuando experimentó la acción de mis dedos sobre su clítoris.
-Esto es lo que deseabas, ¿verdad putita- comenté al escuchar el profundo gemido que salió de su garganta.
Ni siquiera pudo contestar, le costaba hasta el respirar mientras todo su cuerpo temblaba al ritmo con el que torturaba su ya henchido botón.
-Contesta, putita. ¡Te encanta! ¿Verdad que sí?- insistí reemplazando mis yemas por mi glande.
Ese pene que no podía ver, lo podía sentir frotándose contra su vulva y eso la traía loca. Deseando apaciguar su calentura, Malena, con un breve movimiento de caderas, colocó mi erección entre sus pliegues y me imploró que la tomara diciendo:
-Hazme tuya, te lo ruego. ¡No aguanto más!
La entrega de esa mujer se vio recompensada y lentamente fui introduciendo centímetro a centímetro mi miembro por ese estrecho conducto hasta que noté que, rellenándola por completo, la cabeza de mi verga chocaba contra la pared de su vagina.
-Dios, ¡me tienes totalmente empalada!- aulló de placer la cría, quizás acostumbrada a un falo de menor tamaño.
-Pues todavía no he terminado de meterla- susurré en su oído al tiempo que empezaba un rítmico martilleo con el que a cada embestida conseguía meter un poco más de polla en su interior.
-¡Me vas a matar!- gimió satisfecha al tiempo que colaboraba conmigo dejándose caer sobre mí.
Una y otra vez, seguí machacando su pequeño cuerpo hasta que producto de ese maltrato, su vagina cedió y mi pene campeó libremente en su interior.
-¡No pares!- gritó al sentir que la humedad se adueñaba de su sexo y que sus neuronas estaban a punto de explotar.
Yo también comprendí que no iba a tardar mucho en derramar mi simiente en su interior y asumiendo que no se iba a quejar, saqué mi verga de su coño, le di la vuelta y colocándola de espaldas a mí, la volví a penetrar pero esta vez sin piedad.
Esa nueva posición desbordó sus expectativas y no pudiendo retener más tiempo su orgasmo, gritando de gozo, se corrió apoyando su pecho sobre el capó del coche.
-¡Úsame!- chilló todavía necesitada de más placer.
Confieso que me daban igual sus deseos porque estaba inmerso en una vorágine cuyo único fin era liberar la tensión que se había acumulado en mis huevos. Buscando mis intereses, usé su melena como riendas y azuzando a mi montura con un par de azotes, convertí mi trote en un desbocado galopar.
-Así, ¡sigue así!- rugió al experimentar que su clímax se alargaba e intensificaba con esa desenfrenada monta.
Toda ella vibró de dicha al notar que lejos de aminorar mi ritmo, incluso lo aceleraba. Lo que no se esperaba fue que deseando marcarla como mía, llevara mi boca hasta su nuca y la mordiera con rudeza.
-Ahhh- gimió adolorida al notar mis dientes hundiéndose en los músculos de su cuello pero en vez de tratar de zafarse, maulló como gata en celo y convirtiendo sus caderas en un torbellino, buscó ordeñar mi miembro.
La temperatura de su coño, la humedad que envolvía mi verga y sus chillidos fueron los acicates que necesitaba para explotar. Sintiendo que estaba a punto de eyacular, me agarré a sus hombros y me lancé a tumba abierta en pos de mi placer. Malena comprendió mis intenciones y de viva voz, me rogó que sembrara su fértil interior con mi semen.
Juro que ni siquiera pensé en la posibilidad de dejarla embarazada, todo mi ser necesitaba descargar mi tensión dentro de ella y dejándome llevar, rellené con blancas descargas el interior de su vagina. La cría al notar que su conducto se llenaba de mi leche, se retorció buscando que no se desperdiciara nada, con lo que nuevamente se corrió.
-Se nota que tenías ganas de follar- exclamé satisfecho al verla sollozar tirada sobre el motor del Porche.
Lo que no me esperaba fue que levantando su mirada, me sonriera y con tono pícaro, contestara:
-Así es, desde que te conocí me moría de ganas de ser tuya. Por eso tuve que presionarte al ver que no me hacías caso.
Su descaro me hizo gracia y dando un sonoro azote en su todavía virginal trasero, contesté:
-Vete a ver a Adela, no vaya a ser que tenga hambre “nuestra hija”.
Su cara se iluminó al oír que me refería a su retoño de ese modo y riendo ilusionada, me preguntó si no le daba un beso antes. Muerto de risa, mordí sus labios y susurrando en su oído, le avisé:
-Esta noche, tu culo será mío.
Su respuesta no pudo ser más estimuladora porque con un brillo radiante en su mirada, respondió alegremente:
-Ya es tuyo, esta noche, ¡solo tomarás posesión de él!- tras lo cual salió corriendo hacia la casa, dejándome disfrutar de la desnudez de su trasero mientras subía por las escaleras.

“Mi esposa se compró dos mujercitas por error” (LIBRO PARA DESCARGAR POR GOLFO)

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Sinopsis:

Cuando por motivo de trabajo te desplazan a un lugar exótico es importante antes de hacer nada conocer la cultura del país. En caso contrario, ¡es muy fácil meter la pata! Eso le ocurrió a mi mujer al poco tiempo de irnos a vivir a Birmania. Queriendo contratar dos muchachas de servicio, al desconocer la idiosincrasia de esa gente, lo que realmente hizo fue comprárselas. Los problemas surgen cuando esas crías actúan según ellas creen que deben hacerlo y deciden complacer a su dueña.

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PARA QUE PODÁIS HACEROS UNA IDEA OS INCLUYO LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

 
INTRODUCCIÓN

Cuando por motivo de trabajo te desplazan a un lugar exótico es importante antes de hacer nada conocer la cultura del país. En caso contrario, ¡es muy fácil meter la pata! Eso le ocurrió a mi mujer al poco tiempo de irnos a vivir a Birmania.
Dejando nuestro Madrid natal, nos habíamos desplazado hasta ese lejano país porque mi empresa me había nombrado delegado. Entre las prestaciones del puesto se incluía un magnifico chalet de casi quinientos metros para nuestro uso y disfrute.
Recuerdo que desde que María visitó las reformas de la casa donde íbamos vivir los siguientes cinco años, me avisó que no pensaba ocuparse ella de la limpieza.
―Si quieres que vivamos aquí, voy a necesitar ayuda.
Cómo me pagaban en euros y los salarios en esas tierras eran ridículos, no vi ningún inconveniente y le di vía libre para resolver ese problema como considerara conveniente, no en vano ella era la que iba a tener que lidiar con el servicio.
No siendo un tema inmediato por los retrasos en las obras, María aprovechó que durante los dos primeros meses vivíamos en un hotel para conocer un poco la ciudad. Fue durante uno de sus paseos por Yangon cuando conoció a una anciana que siendo natal de ese país, hablaba un poco de inglés. María vio en ella a su salvación y la medio contrató como asesora para todo. De esa forma en compañía de MAung compró los muebles que le faltaban, conoció las mejores tiendas de la ciudad e incluso le presentó a un par de occidentales con las que ir a tomar café. Convencida que había hallado una mina al llegar el momento de la mudanza, también le planteó su problema con el servicio.
―Yo conseguir. Mujeres de mi pueblo, dulces, guapas, jóvenes y obedientes. ¿Le parece bien?
Mi mujer que es de la cofradía del puño agarrado, preguntó:
―¿Y cuánto me va a costar al mes?
―No mes, usted pagar 800 dólares americanos por cada una y luego solo comida y casa.
Creyendo que ese dinero era la comisión de la anciana por conseguirle unas criadas y que estas eran de un origen tan humilde que con la manutención se daban por satisfechas, hizo cálculos y comprendió que con que duraran cuatro meses habría cubierto de sobra el desembolso. Por eso y por la confianza que tenía en la mujer, aceptó sin medir claramente las consecuencias.
―Me mudo en dos semanas, ¿cree que podré tenerlas para entonces?
―Por supuesto, MAung mujer seria. Dos semanas, mujeres en su casa….

CAPÍTULO 1. AUNG Y MAYI LLEGAN A CASA.

Tal y como habían quedado a las dos semanas exactas la anciana llegó al chalet con las dos criadas. Debido a mi trabajo, ese día estaba de viaje en China y por eso tuvo que ser María quien las recibiera. Mi señora al verlas tan jovencitas lo primero que hizo fue preguntarle su edad.
La vieja creyendo que la queja de mi esposa era porque las consideraba mayores, contestó:
―Veintiuno y dieciocho. Pero ser vírgenes, ¿usted querer comprobar?
Tamaño desatino incomodó a María y creyendo que en esa cultura una chica de servicio virgen era un signo de estatus, le contestó que no hacía falta. Tras lo cual, directamente las puso a limpiar los restos de la obra. Al cabo de tres horas de trabajo en las pobres crías no se tomaron ni un respiro, mi señora miró su reloj y vio que ya era hora de comer. Como no había preparado nada por medio de señas, se llevó a las orientales a comer a un restaurante cercano.
Las chavalas que no comprendían nada se dejaron llevar sumisamente pero al ver que entraban a un restaurante se empezaron a mirar entre ellas completamente alucinadas. Mi mujer creyó que su confusión se debía a que aunque era un sitio popular, al ser de un pueblo en mitad de la sierra nunca habían en estado en un sitio de tanto lujo pero cuando intentó que se sentaran a su lado, sus caras de terror fueron tales que tuvo que llamar a la jefa que hablaba inglés para que le sirviera de traductora. Tras explicarle la situación, la birmana comenzó a charlar con sus compatriotas. Como las dos crías eran de una zona tan remota, su dialecto fue entendido a duras penas por la mujer y luego de traducirlo, dijo:
―Señora, estas dos niñas se niegan a sentarse a comer con usted. Según ellas estarían menospreciando a la esposa de su dueño. Prefieren permanecer de pie y comer cuando usted acabe.
Desconociendo la cultura, no dio importancia a la forma en que se habían referido a ella y temiendo ofender alguna de sus costumbres, comenzó a comer. Las dos orientales se tranquilizaron pero asumiendo que ellas eran las sirvientas se negaron a que los empleados del local se ocuparan de su señora y por eso cada vez que le faltaba agua en su vaso, ellas se lo rellenaban y cuando trajeron los siguientes platos, se los quitaron de las manos y ellas fueron quien se lo colocaron en la mesa.
María, que al principio estaba incómoda, al notar el mimo con el que ambas niñas la trataban, aceptó de buen grado ese esplendido trato y se auto convenció que había acertado contratándolas. Habiendo terminado, pidió que prepararan para unas bandejas con comida para ellas y pagando salió del local mientras Aung y Mayi la seguían cargando con las bolsas.
Ya en la casa y deseando tomarse un respiro, las dejó en la cocina comiendo mientras ella se iba a tomar un café con las dos británicas que había conocido. Como otras tardes se citó con esas amigas en un café cercano a la embajada americana famoso por sus gin―tonics.
El calor que ese día hacía en Yagon junto con la amena conversación hizo que sin darse cuenta, mi esposa bebiera demasiado y ya casi a la hora de cenar, tuviera que pedir un taxi para irse al chalet. Al bajar del vehículo, se encontró que Aung la mayor de las dos muchachas había salido a recibirla y viendo el estado en que se encontraba, la ayudó a llegar hasta la cama.
Borracha hasta decir basta, le hizo gracia que las dos crías compitieran por ver quién era quien la desnudaba pero aún más sus miradas cómplices al comprobar el tamaño de sus pechos. Como las asiáticas son más bien planas, se quedaron admiradas por el volumen exagerado de sus tetas y por eso les resultó imposible retirar sus ojos de mi esposa mientras involuntariamente los comparaban con los suyos.
―¡No son tan grandes!― protestó muerta de risa e iniciando un juego inocente cuyas consecuencias nunca previo, los cogió entre sus manos y les dijo: ―Tocad, ¡son naturales!
Cómo no entendieron sus palabras, fueron sus gestos los que malinterpretaron y creyendo que mi mujer les ordenaba que se los chuparan, un tanto cortadas la miraron tratando de confirmar que eso era lo que su jefa quería.
―Tocadlos, ¡no muerden!― insistió al ver la indecisión de las dos chicas.
Mayi, la menor y más morena de las dos, dando un paso hacia delante obedeció y cogiendo uno de los dos pechos que le ofrecían entre sus manos, lo llevó hasta su boca y empezó a mamar. Totalmente paralizada por la sorpresa, mi mujer se la quedó mirando mientras su compañera asiendo el otro, la imitó.
María tardó unos segundos en reaccionar porque en su fuero interno, sentir esas dos lenguas recorriendo sus pezones no le resultó desagradable pero al pensar que sus teóricas criadas lo único que estaban haciendo era obedecer, se sintió sucia y separándolas de sus pechos, las mandó a dormir.
Las birmanas tardaron en comprender que mi mujer las estaba echando del cuarto y creyendo que la habían fallado, con lágrimas en los ojos desaparecieron por la puerta mientras en la cama María trataba de asimilar lo ocurrido. El dolor que reflejaban sus caras era tal que supo que de algún modo las había defraudado.
«En Birmania, la figura del patrón debe de ser parecida un señor feudal», masculló entre dientes recordando que estos tenían derecho de pernada: «Han creído que les ordenaba satisfacer mis necesidades sexuales y en vez de indignarse lo han visto como algo natural».
La certeza que eran diferencias culturales no disminuyó la calentura que sintió al saber que podría hacer con ellas lo que le viniera en gana. Aunque nunca se había considerado bisexual y su único contacto con una mujer habían sido unos inocentes magreos con una compañera de colegio, María se excitó pensando en el poder que tendría sobre esas dos niñas y bajando su mano hasta su entrepierna, se empezó a masturbar soñando que cuando volviera del viaje, me sorprendería con una noche llena de placer…

A la mañana siguiente, mi mujer se despertó al oír que alguien estaba llenando el jacuzzi de su baño. Al abrir sus ojos, la claridad le hizo recordar las muchas copas que se había tomado y por eso le costó enfocar unos segundos. Cuando lo consiguió se encontró a las dos birmanas, arrodilladas junto a su cama sonriendo.
―Buenos días― alcanzó a decir antes de que Mayi la obligara a levantarse de la cama, diciéndole algo que no pudo comprender.
La alegría de la chavala disolvió sus reticencias y sin quejarse la acompañó hasta el baño. Una vez allí, la mayor Aung desabrochándole el camisón, se lo quitó dejándola completamente desnuda sobre las baldosas y llamando a la otra oriental entre las dos, la ayudaron a meterse en la bañera.
«¡Qué gozada!», pensó al sentir la espuma templada sobre su piel y cerrando los ojos, creyó que estaba en el paraíso.
Estaba todavía asumiendo que a partir de ese día, sus criadas le tendrían el baño preparado para cuando se despertara cuando notó que una de las mujercitas había cogido una esponja y la empezaba a enjabonar.
«¡Me encanta que me mimen!», exclamó mentalmente satisfecha al experimentar las manitas de Maya recorriendo con la pastilla de jabón sus pechos.
Aunque las dos crías no parecían tener otra intención que no fuera bañarla, María no pudo reprimir un gemido cuando sintió las caricias de cuatro manos sobre su anatomía.
«Me estoy poniendo cachonda», meditó y ya con su coño encharcado, involuntariamente separó sus rodillas cuando notó que Aung acercaba la esponja a su entrepierna.
La birmana interpretó que su jefa le estaba dando entrada y sin pensárselo dos veces, usó sus pequeños dedos para acariciar el depilado coño de la occidental. Con una dulzura que impidió que mi mujer se quejase, separó los pliegues de su sexo y se concentró en el erecto botón que escondían.
―¡Dios! ¡Cómo me gusta!― berreó cuando la otra cría se hizo notar llevando su boca hasta uno de los enormes pechos de su jefa.
El doble estímulo al que estaba siendo sometida venció toda resistencia y pegando un grito les exigió que siguieran con las caricias lésbicas. Aung quizás más avezada que la menor, incrementó la velocidad con la que torturaba el clítoris de mi esposa mientras Mayi alternaba de un pecho a otro sin parar de mamar.
«¡Me voy a correr!», meditó ya descompuesta y deseando que su cuerpo liberara la tensión acumulada, hizo algo que nunca pensó que se atrevería a hacer: olvidando cualquier resto de cordura introdujo su mano bajo el vestido de la mayor en busca de su sexo.
«¡No lleva ropa interior y está cachonda!», entusiasmada descubrió al sentir que estaba empapada cuando sus dedos hurgaron directamente la cueva de la diminuta mujer. Aung lejos de intentar zafarse de esa caricia, buscó moviendo las caderas su contacto mientras introducía un par de yemas en el interior del chocho de mi señora.
Saberse al mando de una no le resultó suficiente y repitiendo la misma maniobra bajo la falda de la menor, confirmó que también la morenita tenía su coñito encharcado y con una sensación desconocida hasta entonces, se corrió pegando un gemido no se quejó al sentir la caricias. Aun habiendo conseguido el orgasmo, eso no fue óbice para que mi señora siguiera hirviendo y mientras masturbaba con cada mano a una de las orientales, quiso comprobar hasta donde llegaba su entrega y por medio de señas, les ordenó que se desnudaran.
La primera en comprender que era lo que María estaba diciendo fue la mayor de las dos que con un brillo especial en sus ojos se levantó y sin dejar de mirar a su jefa, se quitó la camiseta que llevaba.
Mi esposa, con posterioridad me reconoció, al admirar los diminutos pechos de la birmana no pudo aguantar más y sin esperar a que se quitara la falda, le exigió que se acercara a ella y al tenerla a su lado, por vez primera, abriendo su boca saboreó el sabor de un pezón de mujer.
La pequeña areola de la muchacha reaccionó al instante a esa húmeda caricia contrayéndose. María al comprobarlo buscó el otro y con un deseo insano, se puso a mamar de él mientras Aung se terminaba de desnudar. En cuanto la vio en pelotas, la hizo entrar con ella en la bañera y colocándola entre sus piernas, se recreó la vista contemplando el striptease de la segunda.
―¡Qué buena estás!― exclamó aun sabiendo que la cría era capaz de entenderla al admirar la sintonía de sus menudas y preciosas formas.
Dotada con unos pechos un poco más grandes que los de la otra oriental era maravillosa pero si a eso le sumaba la cinturita de avispa y su culo grande y prieto, Mayi le resultó sencillamente irresistible. Azuzada por la sensación de poderío que el saber que esas dos no le negarían ningún capricho, la llamó a su lado diciendo:
―¡Estás para comerte!
La cría debió comprender el piropo porque al meterse en el jacuzzi en vez de tumbarse junto a María, se quedó de pie y acercando su sexo a la cara de mi mujer, se lo ofreció como homenaje. Durante unos instantes mi esposa dudó porque nunca se había comido un coño pero al observar esos labios tan apetitosos se le hizo la boca agua y sacando su lengua se puso a degustar el manjar que esa niña tenía entre sus piernas.
―Joder, ¡está riquísimo!― exclamó confundida al percatarse de la razón que tenía su marido al insistir en comerle el chumino cada dos por tres.
Aung que hasta entonces había permanecido entre las piernas de su dueña sin moverse, vio la oportunidad para comenzar a besar a mi mujer con una pasión desconocida.
María estaba tan concentrada en el sexo de Mayi que apenas se percató de los besos de esa otra mujer. Os preguntareis el porqué. La razón fue que al separar los pliegues de la chavala, se encontró de improviso con que tenía el himen intacto.
«¡No puede ser!» pensó y recordando las palabras de la anciana, por eso, dejando a la niña insatisfecha, exigió a la mayor que le mostrara su vulva. Levantándose y separando los labios, le enseñó el interior de su coño.
Tal y como le había asegurado, ¡Aung también era virgen!.
Fue entonces cuando como si una losa hubiese caído sobre ella, ese descubrimiento le confirmó que de alguna manera que no alcanzaba a comprender esas dos niñas creían que era su obligación el satisfacer aunque no lo desearan todos y cada uno de sus deseos. Su conciencia apagó de un soplo el fuego de su interior y en silencio salió de la bañera casi llorando.
«Soy una cerda. ¡Pobres crías!», machacó su cerebro mientras se ponía una bata.
A María no le cupo duda que una joven que siguiera teniendo su himen intacto, no se comportaría así sin una razón de peso. Por eso y aunque las birmanas seguían sus movimientos desde dentro de la bañera, salió del baño rumbo a su habitación.
La certeza que algo extraño motivaba dicho comportamiento se confirmó cuando al cabo de menos de un minuto esas dos princesitas llegaron y cayendo de rodillas, le empezaron a besar sus pies mientras le decían algo parecido a “perdón”.
Admitiendo que no había ningún motivo por el que Anung y Mayi sintieran que le habían fallado, no pudo mas que comprobar que eso las aterrorizaba y eso afianzó sus temores por lo que decidió que iría a hablar con la anciana que se las había conseguido―
«Tengo que hacerles ver que no estoy enfadada con ellas», se dijo y dotando a su voz de un tono suave y a sus gestos de toda la ternura que pudo, las levantó del suelo y les secó sus lágrimas.
La reacción de las muchachas abrazándola mientras en su idioma le agradecían el haberlas perdonado ratificó su decisión de averiguar que pasaba y por eso, nada más vestirse, fue a entrevistarse con MAung.

Relato erótico: “Body painting – Sudáfrica 2010” (POR DOCTORBP)

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El viaje había sido largo y, por lo tanto, los 4 amigos que habían viajado desde España estaban bastante cansados. Acababan de llegar a Sudáfrica, lugar en el que se disputaba la copa del mundo de naciones de fútbol. España jugaba 2 días después con lo que tendrían tiempo para descansar primero, visitar la mayor ciudad portuaria del país al día siguiente y, por último, asistir al partido para volver un día después.

Andrés era un auténtico apasionado del fútbol y de la selección. Su sueño había sido siempre asistir a un gran evento como el que acontecía y su anhelo por fin se vería cumplido.

Por su parte, Karen no era ninguna fanática del fútbol, si bien es cierto que le gustaba que el equipo que representaba a su país ganara, no lo sentía como para ir a un lugar tan alejado. Sin embargo, era el hecho del viaje en sí mismo, el visitar otro lugar, lo que la había convencido para hacer aquel desplazamiento.

A Oriol le pasaba algo similar que a Karen, sólo que lo que a él le atraía era el conocer gente, culturas… ¿y qué mejor forma de hacerlo que en un evento en el que se junta tanta gente de tantos sitios tan dispares?

El último integrante del grupo era Diego, un auténtico políglota gracias al cual los otros 3 compañeros se sentían tan tranquilos al ir guiados por alguien que se podía hacer entender con cualquiera que se cruzara en su aventura.

Lo primero que hicieron fue ir directamente al hotel para ver las habitaciones y acomodarse. Como era tarde, aquel día no tuvieron mucho más tiempo que el necesario para bajar a cenar y acostarse pronto para descansar del largo viaje.

Al día siguiente se dispusieron a visitar la ciudad situada a orillas del océano Índico. Por la mañana un poquito de turismo por Durban, por la tarde la visita a los alrededores del estadio homónimo y por la noche acabaron en una especie de fiesta dedicada al mundial que el mismo hotel había preparado.

A pesar de estar en invierno la temperatura estaba siendo buena con lo que la jornada matutina de turismo por Florida Road fue bastante agradable. Aunque no hizo un calor sofocante típicamente africano, el día fue tan bueno que pudieron pasear con poca ropa. A Karen le pareció estupendo, el sol le daba vida.

Por la tarde, junto al estadio, Oriol tuvo las primeras sensaciones que había ido a buscar. Aunque por la zona predominaban los españoles y los suizos, había gente de todas las nacionalidades y Oriol, con el suficiente nivel de inglés que tenía, estuvo departiendo con varias personas.

Junto al estadio Diego divisó un local de decoración corporal. Le encantaban los tatuajes y pensó que sería magnífico guardarse un recuerdo de aquel viaje y no había mejor modo de hacerlo que grabándoselo en su propia piel. Sin embargo, por el momento, desestimó la idea pues no creyó oportuno interrumpir la estancia de los demás por su capricho.

Para sorpresa de todos, la fiesta nocturna del hotel no estaba dedicada a los países que debutarían en el torneo al día siguiente. Más bien era una fiesta dedicada al mundial en general. Se podía ver decoración representativa de cada una de las selecciones participantes y algo que llamó la atención de Andrés. El hotel había contratado 32 modelos cada una de las cuales llevaba pintada la camiseta de una de las selecciones participantes sobre su piel desnuda. A Andrés le pareció impresionante y no supo adivinar cuál de las 32 era la mejor. De hecho cualquiera que hubiera sido la elegida hubiera sido justo. ¡A pedazo hotel habían ido! pensó.

El partido comenzaba a las 16h. con lo que no querían alejarse demasiado por la mañana para no llegar tarde al evento.

-Si queréis podemos ir mañana temprano al estadio y así me paso por un sitio que hacen tatuajes que he visto esta tarde – les dijo Diego cuando la fiesta terminaba y se dirigían a sus habitaciones.

-Tú y tus tatuajes… – le recriminó amistosamente Karen.

Diego únicamente tenía un tatuaje, pero siempre había mostrado su admiración por los mismos. Eso sí, para él el tatuaje debía tener un significado como el que lucía en su espalda y pensó que aquel viaje a lo más lejano de África junto a sus amigos también valía ese honor.

-A mi me parece bien – admitió Oriol y ninguno puso mayor impedimento.

-¿Os habéis fijado en las chicas? – les preguntó Andrés obsesionado con las bellezas que acababa de presenciar.

El resto rieron.

-Sí, la verdad es que no estaban nada mal. ¿No os parece raro que el hotel se lo haya currado tanto para una fiesta que tampoco es que…? No sé… que tampoco es para futbolistas o gente de alto standing – departió Oriol.

-Es cierto, supongo que aquí se están tomando esto del mundial muy en serio – concursó Karen.

-¡Pero es que nadie va a decir que estaban todas buenísimas! – casi gritó Andrés.

-Que sí, tío, relájate – le instó Diego entre risas – Ya te lo hemos dicho.

-Además es bonito. La verdad es que queda de puta madre, pero tiene que ser jodido de llevar. ¡Es que vas desnuda! – intervino la chica – No creo que yo fuera capaz de ir así – sonrió.

-Cierto. Si ya es bonito ver a una chica con camiseta ceñida marcando todas sus curvas y el contorno de los pechos… pues esto lo supera – concluyó Diego guiñando un ojo y sonriendo.

-Tú lo has dicho. Yo ya me he fijado bien en las modelos. En cada uno de sus turgentes pechos, en sus curvas, en los pezones, algunos tiesos, por cierto…

-¡Calla ya, enfermo! – cortó jocosamente Oriol a Andrés y los 4 se fueron entre risas a sus respectivas habitaciones.

Como habían quedado, al día siguiente se fueron al estadio y allí entraron en el local que Diego había visto el día anterior.

Estuvieron un rato conversando sobre lo que Diego se podría tatuar hasta que llegó un hombre a atenderlos en perfecto inglés. Aunque Oriol se defendía con la lengua anglosajona y Andrés y Karen medio entendían alguna que otra cosa, era siempre Diego el que hablaba debido a su perfecto dominio de esta y otras lenguas. Le dijo que quería hacerse un tatuaje para tener un recuerdo de aquel viaje.

-Tío, dile que yo quiero hacerme un piercing – interrumpió Andrés. Todos lo miraron sorprendidos.

-¿Alguien más quiere hacerse algo? – preguntó Diego antes de reanudar su conversación con el dependiente.

Oriol dijo claramente que él pasaba mientras que a Karen le entraron dudas. Si bien es cierto que tenía pánico a hacerse un tatuaje pensó que era buena idea tenerlo como recuerdo de aquella aventura. Al final se decidió por pensárselo mientras echaba un vistazo a las muestras que había por la tienda.

Mientras Karen se decidía viendo el muestrario expuesto, a Andrés le agujereaban la oreja y Ori lo grababa todo en video, terminaron el tatuaje en el brazo de Diego.

-¿Dónde está Karen? – le preguntó a Oriol.

-Aún no se ha decidido.

-Ven, vamos a hablar con ella.

Y se fueron en busca de su amiga.

– ¿Qué…? ¿Te has decidido por alguno? – le preguntó Diego.

-Bueno, hay alguno que me gusta… – le contestó mientras se los indicaba – He pensado en algo así, alargado, para aquí – y se llevó las manos a la parte baja de la espalda indicando la zona en la que le gustaría hacerse el tatuaje.

-Ahí te quedaría bien. ¿Y has pensado por aquí? – le propuso Diego mientras le tocaba la parte trasera del cuello, pero ella insistió en la parte baja de la espalda.

-A ver… ¿puedo? – le pidió permiso para inspeccionar mejor la zona y, antes de que ella contestara, su amigo le había levantado ligeramente la parte baja de la camiseta – ¿Por aquí?

Pero ella le indicó, marcando con el dedo algo más abajo, la intención de hacerlo en una zona tapada por el pantalón.

-¡Guau! Eso puede ser espectacular – intervino Oriol con cierta picardía.

-Oye… – se giró ella para mirarlo, divertida, pero con cara de desaprobación al comentario.

-Bueno, ¿qué tal si la ayudamos a decidir? – le propuso Diego a Oriol.

-Perfecto – y le dedicó un repaso visual a su amiga.

Karen llevaba una camiseta fina de tirantes puesto que hacía un día tan bueno como el anterior y el clima húmedo invitaba a ello. Además se había puesto unos pantalones ajustados que marcaban perfectamente su perfecta silueta y, más evidentemente, su culo respingón. Oriol se dio cuenta de lo buena que estaba su amiga y se le escapó el comentario.

-Tía, estás muy buena…

Karen no se sorprendió. Aunque su amigo nunca se lo había dicho, ella no era tonta y sabía lo guapa que era. Eso, unido a la confianza que tenían los 4, hacía que no fuera de extrañar aquel comentario tras la repasada que le acababa de pegar su amigo con la vista. Le dio las gracias y no le dio mayor importancia hasta que se dio cuenta que Oriol le miraba el culo más de lo debido.

-¿Qué estás haciendo? – le dijo mientras se giraba con una sonrisa nerviosa pues aquello ya no era tan normal.

-Nada, nada – reaccionó como pudo – Me he quedado empanado con la mirada fija, pero no te estaba mirando el culo, ¡eh!

-Sí, claro… empanado… – y no pudo evitar reírse de la situación al ver a su amigo avergonzado.

Los 3 siguieron viendo dibujos para encontrar uno que hiciera que la chica se decidiera, pero Oriol no podía evitar echar un vistazo al trasero de su amiga siempre que podía de la forma más disimulada que lograba. Él siempre había sabido lo buena que estaba, pero al ser su amiga nunca la había visto con los ojos con los que la miraba ahora. No sabía por qué y no podía evitarlo. Se había puesto cachondo.

-Mira, Karen, a ver si te gusta el que me he hecho yo – Y Diego le enseñó su tatuaje para ver si le ayudaba a decidirse.

Cuando ella se giró para verlo, Oriol se fijó en el pecho de su amiga. Al igual que con su culo, la fina camiseta hacía que apeteciera echar un vistazo a sus tetas.

Cuando por fin Karen encontró un dibujo que pareció gustarle quiso imaginar cómo le quedaría y nuevamente se llevó las manos a la parte baja de su espalda haciendo con ellas la silueta del grabado en el punto en el que deseaba tatuarse.

-Aquí es donde lo quiero – indicó – ¿Me quedará bien?

-Así es difícil imaginarlo… ¿podrías bajarte un poco el pantalón? – le propuso Diego.

A ella no pareció importarte y con un dedo se retiró ligeramente la tela mostrando su piel morena. Oriol no quitó ojo.

-¿Aquí? – le preguntó Diego mientras le acariciaba levemente la zona con un dedo y se reía mirando con complicidad a su amigo.

Ella se giro rápidamente y con una muesca de extrañeza y sonrisa le recriminó débilmente a Diego la caricia. Pero este hizo ver que era una broma gesticulando y sonriéndola. Y añadió:

-Vamos a hablar con el que me ha hecho el tatuaje que igual puede recomendarte algo.

Ambos lo siguieron.

-Hello, Matthew – saludó al tatuador que, al girarse y ver a Diego, le respondió:

-¿No te ha gustado el tatuaje?

A pesar de ser un idioma bastante usual en Durban a Diego le sorprendió oír hablar a Matthew en zulú, sobretodo porque durante el grabado habían utilizado el inglés. Sin embargo no le dio mayor importancia y pensó que era una buena forma de practicarlo puesto que ni mucho menos lo dominaba.

-No, no, no es eso… mira, es que mi amiga está pensando en hacerse un tatuaje pero no lo tiene muy claro…

El tatuador sudafricano era un hombre de raza negra de unos 40 años, alto, fuerte, con barba y rastas. Se quedó mirando a la chica y Oriol le pidió que se diera la vuelta para que Matthew pudiera verla bien. Karen accedió y el hombre, con rostro impasible, pudo echar un vistazo a la preciosa joven que requería sus servicios.

Cuando Karen estada de espaldas a Matthew, Diego aprovechó para indicarle la zona donde su amiga quería hacerse el tatuaje.

-Ella tiene en mente hacérselo aquí – le dijo mientras volvía a acariciarle con el dedo índice la zona por encima del pantalón. Karen se incomodó reaccionando rápido girándose con una sonrisa forzada para evitar las caricias de su amigo y las miradas del desconocido.

-¿Y ha pensado en alguno de los dibujos que tenemos?

-¿Qué dice? – le preguntó intranquila Karen a su amigo.

-Sorry, Matthew, can you speak English, please? – le pidió si podía hablar en inglés para que sus amigos pudieran entenderlo algo mejor.

-Lo siento, tío, yo no hablo Inglés – le sorprendió mientras le miraba fijamente a los ojos.

¡¿Qué?! ¿Era posible? Claramente le estaba mintiendo puesto que antes lo habían hablado. ¿Pero por qué lo hacía? No quiso discutir sobre ello ni alertar a sus amigos así que les mintió.

-Lo siento, chicos, dice que no me entiende.

-Pues vaya… – se resignó Karen.

Intentando no darle mayor importancia a lo surrealista de la situación, Diego le explicó, como pudo, los gustos que Karen le iba indicando advirtiendo lo poco convencida que estaba y el miedo que tenía a que la perforaran con la aguja.

Al oír esto, Matthew pensó en una posible alternativa y se la hizo saber a Diego.

-Karen, me dice Matthew que ya que te da un poco de reparo lo del tatuaje ha pensado en una cosa para la que, según él, – remarcó – tienes un cuerpo perfecto.

-¿Cómo? – soltó sorprendida – miedo me da…

Karen y Diego se miraron y se rieron, una por los nervios y otro por lo que el sudafricano le había propuesto.

-Dice que con esto del fútbol hay muchas chicas que se pintan el cuerpo con los colores de su equipo. Vaya, como lo que vimos anoche. Y dice que a ti te quedaría de puta madre.

-Te habrá pegado un buen repaso – intervino Ori y le sacó una carcajada a su amiga al mismo tiempo que sonreía a Matthew con un gesto de negativa a su propuesta.

-¿No? No cuesta mucho y queda muy bonito. No es para siempre como el tatuaje, pero tampoco duele – sonrió el negro.

En ese momento apareció Andrés al que acababan de terminarle el piercing de la oreja y la conversación se desvió hacia él y su nueva decoración corporal.

-Bueno, ¿te interesa el body paint o no? – interrumpió Matthew dirigiéndose a Karen directamente quien se quedó mirando a Diego esperando traducción.

-Pregunta si tienes algún piercing.

Y nada más soltar la mentira comprendió por qué Matthew no quería hablar inglés. Karen hizo justo lo que él esperaba. Se levantó ligeramente la camiseta y mostró el piercing de su ombligo entre los vítores jocosos de los machos que la rodeaban. El sudafricano no se cortó y le tocó el piercing con el dedo rozándole ligeramente parte de su vientre plano. Karen se bajó la camiseta disimulando su malestar mientras oía las palabras ininteligibles del africano.

-Dice que necesita ver la zona donde te quieres tatuar – le dijo Diego y Karen la mostró nuevamente girándose y señalando con las manos el lugar.

De nuevo el hombre no se cortó y le levantó la camiseta. Como ella no reaccionó le cogió el pantalón por la trabilla trasera y tiró hacia abajo para descubrir la zona que ella le había indicado. Karen no se lo esperaba y reaccionó rápidamente llevando su mano a la trabilla para llevar el pantalón a su lugar de origen mientras soltaba un quejido de desaprobación al tiempo que evitaba que se descubriera parte de su ropa interior.

-Dile que no hace falta mostrar más, – indicó molesta – que es aquí donde lo quiero y punto – y volvió a indicar con las manos la zona en cuestión.

Diego le hizo caso y se lo dijo a Matthew acariciando la zona de su amiga quien se sorprendió ante aquellas reiteradas tímidas caricias y, riéndose nerviosa, se giró para cortar por lo sano.

-Definitivamente creo que paso del tatuaje, no creo que vaya a atreverme al fin y al cabo – quiso cortar aquella extraña situación en la que se sentía devorada por las miradas y las leves caricias de sus amigos y el negro sudafricano.

-Sigo pensando que tal vez lo mejor sea la opción de la pintura. – insistió Matthew al ver las reticencias de la chica – Podríamos pintar esta zona – señaló los hombros y la zona entre el cuello y el pecho de Karen – que se suelen hacer las mujeres más pudorosas.

Mientras Diego traducía del zulú, Oriol notó como Karen se iba convenciendo poco a poco. Se fijó como en su rostro se iba perfilando la resignación al aceptar que aquel hombre tenía razón. Aunque le atraía la idea del tatuaje, Karen no tenía el valor suficiente para hacerse uno y el body painting podía ser una buena forma de sustituirlo puesto que ella misma había afirmado lo bonito que era. Sin embargo, ella jamás se atrevería a desnudar su cuerpo en público por mucha pintura que llevara encima así que pintarse una parte era sin duda una buena idea.

A pesar de estar casi convencida, Diego notó la cara de preocupación de su amiga, así que se inventó la traducción final:

-Dice que puedes confiar en él.

-¿En serio? ¿Puedo confiar en ti? – le preguntó directamente al negro suponiendo que intuiría lo que le decía. El hombre la miró con crudeza, serio como siempre, y no abrió la boca. A Karen le entró un escalofrío. Fue una extraña sensación, más placentera que molesta y se fijó por primera vez en el morbo que le producía aquel hombre tan atractivo por la mezcla entre varonil y macarra. ¿Dónde se ha visto un hombre con esa edad, rastas y con ese trabajo? Pensó que era una mezcla interesante. – Está bien, adelante – concluyó.

Matthew le indicó que se sentara en un taburete justo en frente de él. Ella le hizo caso y él comenzó a explicar cómo funcionaba lo del body painting para que Diego fuera traduciendo. Tras la explicación Matthew sacó un par de muestras, la camiseta de Suiza y la de España. Karen eligió la segunda.

-Con esta pintura el escudo queda sobre el pecho, pero lo que suelo hacer en estos casos es dibujarlo un poco más arriba – comentó gesticulando.

Y Diego tradujo:

-Dice que con esta pintura el escudo queda sobre el pecho así que tú verás.

-Pues que no me pinte el escudo. Con las franjas amarillas y el resto rojo ya es suficiente.

Diego, sin planearlo previamente, estaba maquinando la situación para ver si lograba que su amiga se pintara la camiseta completamente. Estaba convencido que no lo conseguiría, pero pensó que valía la pena intentarlo.

Una vez recibidas las instrucciones del traductor, Matthew se puso manos a la obra. Primero retiró con cuidado los tirantes de la camiseta de la chica y comenzó a lanzar pintura desde el escote de Karen hasta su cuello desviándose hacia los hombros.

Karen sintió frío al primer contacto con la pintura, pero cuando se acostumbró a aquella sensación se relajó. Únicamente la sacó de su letargo, pasados unos minutos, los gestos de Matthew.

-Deberías bajarte un poco la camiseta – soltó mientras gesticulaba con los brazos de arriba abajo imitando el gesto que estaba solicitando – si no quieres que te manche.

Karen no necesitaba traducción y, con una sonrisa intranquila, bajó un dedo su camiseta.

-¿Así?

-Perfecto.

-Un poco más – tradujo malintencionadamente Diego.

Karen, sin perder la sonrisa de intranquilidad, bajó un dedo más, lo justo para no mostrar el comienzo de su aureola.

-Ya no más – concluyó y se le escapó una risa nerviosa.

Matthew se lo tomó como una invitación y soltó un chorro de pintura sobre la parte descubierta de uno de los pechos. Karen reaccionó mirando a su dibujante con un claro gesto que demostraba su disconformidad, pero que se tornó rápidamente en aceptación resignada.

-¡No, si al final te vas a dibujar la camiseta entera! – espetó Oriol y Karen se rió liberando tensiones.

-Pues ya puestos no estaría mal… – bromeó más relajada.

-¿Y por qué no lo haces en serio? – le preguntó Oriol ajeno a las intenciones de Diego.

-Sí, claro, ¿quieres que me muera de vergüenza?

-Perdona, pero con el cuerpazo que tienes lo último que tienes que tener es vergüenza – la piropeó su amigo – Además es como si hicieras topless. Incluso menos vergonzoso porque la pintura te disimula un montón.

Karen pensó que en eso tenía razón, pero no dejaba de parecerle raro ir a un estadio de fútbol en topless pintada con los colores de su equipo y acompañada por 3 amigos en un país desconocido y tan alejado del suyo.

-Pero piensa que estamos en invierno, ¿quién sabe si luego refresca y no hace tan buen día como ayer? – comentó preocupada.

Diego creyó oportuno intervenir y le preguntó a Matthew por el clima de Durban.

-Tu amiga no tiene por qué preocuparse – le contestó intuyendo por dónde iban los tiros – Aquí tenemos un clima subtropical con temperaturas en torno a los 20 grados todo el año.

Diego sonrió mientras se lo explicaba a sus amigos.

-Entonces, ¿te bajas la camiseta? – y volvió a gesticular con las manos para hacerse completamente entendible.

Karen estaba indecisa. Le encantaría tener el valor para hacerlo. Sabía lo bien que le quedaría, pero temía sentirse ridícula, extraña, fuera de lugar sin camiseta alguna y pintada con los colores de la selección española. Además tendría que mostrar sus pechos delante de un desconocido para que este se los coloreara con el espray. Tampoco eso era muy halagüeño.

-Matthew te recuerda que puedes confiar en él, que no te va a tocar – le dijo Diego y ella miró al negro que ahora gesticulaba moviendo las manos hacia atrás como diciendo lo que Diego acababa de traducir. Por un brevísimo instante pensó que tampoco le importaría que aquellas grandes manos la tocaran lo justo.

-Está bien… – y con toda la picardía reflejada en su rostro se bajó la camiseta mostrado por primera vez a los allí presentes sus perfectos pechos.

Oriol no se podía creer lo que estaba viendo. Las tetas de su amiga eran si cabe mejor de lo que él se las había imaginado. Si ya estaba cachondo, esto no hacía más que calentarlo más.

Mientras el sudafricano manchaba el resto de los pechos, aureola y pezón incluido, de Karen, Andrés recordó las modelos que contempló la noche anterior en el hotel. Se imaginó a su amiga con la pintura finalizada y no supo encontrar un motivo que la hiciera desencajar entre aquellas 32 diosas. Tuvo una erección al instante.

Por su parte Diego pensó que había sido más fácil de lo que se imaginó en un principio. Al parecer su amiga aún podía sorprenderlo e iba a acompañarlos al partido con la camiseta de España pintada en su cuerpo desnudo. Acojonante.

Karen empezaba a tener mucho calor. Mientras Matthew le pintaba los hombros, Diego tuvo que recogerle el pelo para que no se le manchara y mientras lo hacía no dejó de regalarle alguna que otra caricia esporádica. No le hacía mucha gracia, pero su amigo era lo suficientemente sutil como para que recriminarle pareciera fuera de lugar. Por otro lado, cuando Matthew empezó a pintar las franjas amarillas se ayudó de un plástico que apoyaba sobre su cuerpo para no mezclar colores sobre su piel. Le pegó una buena sobada puesto que para apoyar el plástico sobre su cuerpo debía hacerlo con la mano. Cuando pintó la zona de los pechos se sintió algo incómoda pero igualmente no le pudo decir nada puesto que en ningún momento llegó a sobrepasarse ni hacer nada que no fuera necesario para poder pintarla.

-¿Queréis que lo dejemos a esta altura? – preguntó Matthew que había pintado un poco por debajo del pecho de Karen.

-Pregunta si podrías bajarte un poco más la camiseta – mintió Diego.

-Termina aquí – y Karen le indicó la altura a la que estaba la camiseta, a la altura del ombligo.

El pintor continuó su faena y fue Ori quién indicó que tendría que bajarse más la camiseta si no quería que se manchara. Antes de que Karen pudiera contestar, Diego ya la había rodeado con los brazos por detrás y había empezado a bajarle más la camiseta descubriendo nuevamente el piercing del ombligo de su amiga. A medida que Matthew bajaba más los chorros de pintura, Diego le bajaba más la camiseta a Karen hasta que quedó completamente enrollada a la altura de su cintura por encima de los pantalones. Karen, a pesar de su cara de circunstancias, no dijo nada.

Diego se quedó inmóvil a la espalda de su amiga rodeándola con los brazos y con las manos a la altura de su bajo vientre. Nuevamente con disimulo levantó su pulgar para acariciar el firme vientre de Karen que cada vez estaba más acalorada.

El sudafricano preguntó si Karen querría dibujarse también los pantalones gesticulando con claridad. No necesitó traducción y a Karen le entró la risa floja. Una mezcla de incredulidad, nerviosismo y diversión se apoderó de ella y más cuando sus amigos respaldaron la idea con alegría desmedida.

-¿¡Pero estáis locos!? Ni de coña – y se rió nuevamente.

-Pero si sería como… – mas un rotundo no de la chica cortó las intenciones de Oriol.

-Dice que te lo pienses – tradujo Diego una vez más.

-Dile que primero termine esto y luego ya veremos…

Karen parecía dejar una puerta abierta y los chicos lo celebraron jocosamente haciendo sonreír una vez más a su amiga.

Tras un rato de trabajo, finalmente pasó lo inevitable. Matthew apuró más de lo debido y manchó ligeramente el pantalón de Karen quién se sobresaltó increpando al negro y marcando con las manos a escasos centímetros por encima de los pantalones el lugar a partir del cual Matthew no debía bajar.

-Ha sido sin querer Karen. No te pongas así – intervino Oriol.

-¿Tienes una toalla? – le preguntó Diego al sudafricano que le indicó dónde había una.

Oriol fue a buscarla y Diego le propuso a Karen que la utilizara para no mancharse la ropa. Pero a ella no le hizo mucha gracia desnudarse y taparse únicamente con una toalla así que se levantó, se quitó definitivamente la camiseta y propuso bajarse los pantalones doblándolos un dedo para evitar manchárselos.

-No es suficiente – intervino Diego que ya parecía llevar la voz cantante y él mismo dio un pliegue más al pantalón dejando entrever la ropa interior de su amiga que se quejó débilmente, pero no hizo nada para evitarlo.

Matthew siguió a lo suyo bajando todo lo que pudo, mucho más de lo que Karen le había indicado y Diego siguió con las caricias cada vez más descaradas. Y justo Karen iba a soltarle un moco a su amigo cuando el sudafricano la descolocó con un gesto que hasta ahora había sido inexistente. Había sido sutil, pero mientras le repasaba uno de los pechos notó como la mano que sujetaba el plástico contra uno de sus senos se recreaba más de lo debido. Karen no supo cómo reaccionar, pues no sabía si quería o no repudiar aquellos magreos del africano. Se olvidó de su amigo y buscó con la mirada al negro para adivinar sus intenciones en la mirada. Pero Matthew seguía a lo suyo, aparentemente ignorándola. Sin embargo, ella ya empezaba a disfrutar cada una de las caricias del nativo, ya fueran intencionadas o no y un claro reflejo de ello eran sus pezones completamente tiesos que no pasaron inadvertidos para el resto.

-¿Y esto qué es? – le preguntó con gracia Oriol mientras le tocaba un pezón con su dedo índice.

-¡Eh! ¡eh! – le paró ella entre risas de sorpresa por el gesto de su amigo que parecía envalentonarse por primera vez. Pero él repitió el gesto imitando el ruido de un timbre como si su pezón de un botón se tratara.

Ella repitió la suave forma de recriminarle y le dijo que no se sobrepasara. Y se excusó jocosamente:

-Es que tengo frío… – pero nadie la creyó.

Matthew había terminado la base de la camiseta hasta la cintura cuando hicieron un parón. Karen aprovechó para mirarse en un espejo y se alegró de haberse aventurado a pintarse el cuerpo. Le quedaba realmente espectacular. No necesitó a nadie que se lo dijera. Se sintió realmente orgullosa de sí misma y de su cuerpo.

Andrés se maravilló al ver el cuerpo pintado de su amiga. Era demasiado excitante observar cómo la pintura reflejaba el contorno exacto de los prominentes pechos de Karen. Se sorprendió gratamente al pensar que tal vez ella ganaría el ficticio concurso a las 32 modelos de la noche anterior.

-¿Te gusta? – le preguntó Matthew cuando reanudaron el body painting.

-Pregunta si te has decidido – volvió a mentir Diego mientras Oriol la cogía del brazo y la acariciaba como tantas veces antes había hecho su amigo políglota. Ella retiró el brazo incómoda y contempló a Matthew quién la miró a la cara y sonrió por primera vez.

Karen sintió que se humedecía sólo con pensar en el negro hurgando por ahí abajo y pensó que no era lo que quería que pasara. Además, ¿con qué cara aceptaba la proposición delante de sus amigos cuando en ningún caso tenía intención de ir al estadio con la parte de abajo pintada? Era una locura.

-Confío en ti, eh… – le dijo al sudafricano señalándolo – pero únicamente me voy a pintar hasta aquí – y empezó a desabrocharse el pantalón mientras Diego traducía al zulú.

Andrés estaba a punto de correrse sin tocarse mientras veía a su amiga bajarse los pantalones unos centímetros hasta dejar asomar claramente su diminuto tanga. El pantalón aún tapaba el pubis de su amiga, pero por detrás se podía vislumbrar el comienzo de la raja de su culo.

Matthew comenzó a explicar los siguientes pasos mientras Diego, incansable, le seguía traduciendo.

-Tendrás que bajarte un poco el tanga – indicó Diego haciendo ver que eran las indicaciones del artista.

-¿Así? – preguntó conscientemente de forma ingenua Karen mientras bajaba los costados de su braga hasta la altura del pantalón y este un poco más hasta que asomó el monte de Venus de la chica, tapado perfectamente por la fina tela del tanga.

Mientras reanudaba la faena, Matthew propuso una nueva inventiva:

-Si no quiere quedarse desnuda lo que podemos hacer es pintar sobre el tanga. Visualmente es casi lo mismo, pero ella se sentirá mucho más cómoda.

Diego se lo hizo saber a su amiga y, mientras ella ponía cara de circunstancias, él mismo tomó la decisión y se aventuró a agarrarle el pantalón y deslizarlo hacia abajo lentamente sin oposición alguna hasta descubrir completamente el tanga de Karen.

Oriol se fijó en el culo respingón de su amiga como lo había hecho durante todo el rato, pero estaba vez lo pudo disfrutar sin ropa y se pudo recrear viendo el leve bulto que parecía esconder la parte delantera de la diminuta tela que únicamente conservaba Karen. No se pudo resistir y le palpó una nalga con temor a que ella se enfadara, pero simplemente le recriminó la acción tras unos segundos en los que la pudo sobar a conciencia.

Karen quiso echar un vistazo general, controlar la situación, ver dónde estaban cada uno de los chicos y se fijó en Andrés que era el menos activo de sus amigos. Estaba algo alejado, parecía asustado, con la cara pálida, y Karen pensó que debía estar pasándolo mal de lo excitado que debía estar. Para que se relajara un poco le bromeó:

-Andrés, a ver qué haces que te estoy vigilando… Y tú controla tus instintos – le dijo a Oriol mientras Diego le quitaba los pantalones definitivamente.

El sudafricano parecía más animado y se la atrajo hacia sí agarrándola de los cachetes. Ella no quiso que su actitud cambiara así que le advirtió:

-Tú, a pintar – mientras que le hacía el gesto para que la entendiera sin necesidad de traducción.

Al reanudar el trabajo Matthew agarró el lateral del tanga de Karen para bajarlo un poco más y ella se lo recriminó asustada al desconocer las intenciones del hombre.

-Karen, ¿por qué no te tapas con la toalla? Te va a tapar más que el tanga y a él le molestará menos – le sugirió Oriol.

Karen estaba descolocada. La inusual actitud de sus amigos, los magreos del nativo sudafricano, su propia actitud más atrevida que de costumbre… todo se juntaba y no la dejaba pensar con claridad. Concluyó que la propuesta de Oriol era una buena idea sin darse cuenta de que se iba a quitar la única prenda que le quedaba y sobre la que Matthew iba a pintar los pantalones de la selección española. Cogió la toalla y se tapó con ella para quitarse el tanga en un gesto típicamente playero.

Oriol estuvo rápido pidiéndole las braguitas a su amiga. Ella alargó su mano para entregárselas pero se detuvo a medio camino con cara de picardía esperando la súplica de su amigo que no tardó en llegar. Ella se rió y por fin le entregó la tela.

Con la toalla alrededor de su cintura, sujetándola con las manos uniendo los extremos a la altura de su pubis, continuó la sesión de body painting.

La toalla fue resbalándose poco a poco por la parte trasera y comenzó a mostrar la raja de su culo que no pasó inadvertida para sus amigos que empezaron a bromear. Ella sonreía forzosamente y Oriol le dijo que no se mosqueara, que era una broma mientras le acariciaba la mejilla en un claro gesto de indulgencia que ella pareció aceptar.

Matthew estaba bajando todo lo que Karen le permitía y uno de los chorros de pintura llegó a una zona más baja de lo que ella se esperaba.

-¡Guau! – se sorprendió mientras se reía incontroladamente.

El artista se alejó rápidamente de la zona para evitar una mala reacción por parte de la chica que había dejado de reír y su rostro reflejaba resignación. Parecía estar al borde de un ataque, a punto de explotar y detener la situación definitivamente.

-Va, Karen, no te hagas la fina ahora… – arriesgó Ori.

Ella se enfadó:

-¿Qué estás insinuando? Tío, ¡es bastante incómodo estar prácticamente desnuda delante de vosotros y este tío al que no conozco de nada mientras me llena el cuerpo de pintura!

-Va… no te enfades… – le bromeó Oriol mientras le acariciaba la parte baja de la espalda completamente envalentonado.

Con el arrebato a Karen parecía olvidársele el mantener sus manos a la altura adecuada y parecía invitar al artista a llegar más abajo si cabe. Matthew lo aprovechó pintando justo donde empezaba la raja de la chica. Sin decir nada, llevó uno de sus grandes y fuertes dedos hasta el cruce de manos que sujetaban la toalla para indicar que las bajara ligeramente. Karen no supo oponer demasiada resistencia y aflojó ligeramente dejando ver a su pintor el clítoris, que recibió un fuerte chorro de pintura.

Karen reaccionó contrayendo su cuerpo y las sensaciones que le provocó resultaron en un grito de advertencia seguido de unas risas temblorosas. Cuando recuperó la compostura volvió a la situación anterior, mostrando accesible parte de su coño. Matthew siguió pintando por los laterales del mismo hasta que volvió a apuntar al clítoris de la chica soltándole un nuevo chorro que ella ahora sí se esperaba. Su cuerpo volvió a convulsionarse, pero esta vez el grito se intercambió por un leve gemido.

-¡Eeeeehhhh! – bramó Oriol sarcásticamente masajeándole la espalda.

Ella le recriminó su gesto con cara de circunstancias. Su rostro decía claramente ¡cómo me estoy calentando!

Matthew quiso utilizar el mismo plástico que había utilizado todo el rato por aquella zona pero era demasiado grande como para usarlo con la toalla tapando gran parte del lugar.

-Podrías quitarte ya la toalla… – continuó con suspicacia Oriol y ella le hizo caso pensando que realmente ya no servía de mucho.

Diego, que estaba a la espalda de su amiga, se sorprendió nuevamente. Si ya le pareció un logro que su amiga se pintara la camiseta mostrando sus pechos al descubierto, le pareció un auténtico hito que ahora estuviera completamente desnuda y claramente cachonda delante de Andrés, Oriol, él mismo y aquel nativo.

Matthew acarició los fornidos muslos de la chica y se acercó a su sexo con plástico en mano. Para que pudiera trabajar más cómodamente, Karen se agachó ligeramente abriendo levemente las piernas. El sudafricano llevó sus manos al lugar que ahora se mostraba más fácilmente accesible y con uno de los dedos de la mano que sujetaba el plástico palpó el coño de su clienta. Karen le recriminó entre risas, pero no hizo ningún gesto de reproche con lo que el negro no se pudo dar por aludido y continuó con su trabajo.

Matthew pidió a Karen que abriera más las piernas gesticulando con las manos. Ella seguía de pie y la posición no es que fuera muy cómoda con lo que se giró buscando el taburete en el que ahora estaba Diego quién le dijo:

-Ven, siéntate aquí encima de mí.

Karen no se lo podía creer. Era lógico que sus amigos se hubieran calentado con la situación, pero parecían dispuestos a hacer cualquier cosa con ella. No parecían respetar mucho el código de la amistad si es que eso existe.

-Bueno, pero vigila a ver si voy a notar algo demasiado duro… – le contestó completamente desatada sentándose sobre su amigo abriendo las piernas todo lo que pudo. Así, Matthew tuvo pleno acceso a la zona y se dedicó a pintarla ahora con plena libertad: clítoris, labios vaginales…

Karen giró el rostro hacia atrás y sin decir nada sonrió pícaramente a su amigo. Estaba notando cómo la polla de Diego se hinchaba bajo su culo. Él se rió nervioso y Oriol, que se percató de la situación, bromeó para que los 3 acabaran entre risas.

Cuando Matthew terminó la parte delantera solicitó continuar con la parte trasera de Karen. Ella se separó de su amigo y se giró quedándose cara a cara con Diego y dándole la espalda al artista sudafricano que empezó a pintar el trasero de la chica. El hombre solicitó la ayuda de Diego que gustosamente agarró las nalgas de su amiga para separarlas y que el negro tuviera mejor acceso para pintar. Karen ya no se quejaba de nada.

Cuando finalmente el artista terminó su obra era la hora de marchar al partido. Karen le agradeció a Matthew abrazándolo efusivamente dejando que el hombretón sintiera sus pechos y su calor. El negro aprovechó para sobarle nuevamente el culo y demostrar a las claras, por primera vez, que todos los magreos habían sido intencionados.

Cuando los 4 amigos se marchaban hacia el estadio a Karen le entraron las dudas.

-Oye, chicos, creo que no debo ir así al estadio.

A ninguno de los 3 les pareció una idea descabellada. Vale que la cosa había estado divertida y que había sido todo muy excitante, pero realmente habían los acontecimientos los que había llevado las cosas a esa situación. Si no hubiera sido por el morbo de las circunstancias ella jamás se habría dejado hacer aquello ni mucho menos para luego salir así a la calle rodeada de 70000 personas.

-¿Y qué hacemos? – preguntó nervioso Andrés que para nada quería perderse el partido.

-Id vosotros, a mí no me importa.

-¿Estás segura? Vas a perder la entrada… – insistió Oriol.

-Estoy segura, de verdad, tranquilo, no me importa. Así igual hasta podemos sacarnos una pasta con la reventa – sonrió.

-¿No quieres que me quede para traducirte? – propuso finalmente Diego.

-Tranquilo, creo que nos entendemos bastante bien – sonrió pícaramente.

Antes de marcharse los 3 amigos, Diego se despidió de Matthew:

-Tío, ya tienes lo que querías. Espero que después del partido me invites a alguna cosilla…

-I’ll remember – le indicó, nuevamente en perfecto inglés, que lo tendría en cuenta mientras le sonreía.

¡Qué cabrón! pensó el amigo políglota mientras se marchaba con sus 2 amigos a ver el partido que estaba a punto de comenzar.

Matthew cerró el local que ya estaba completamente vacío debido al inminente partido y se acercó a Karen a quién comenzó a sobar esta vez sin excusas artificiales de por medio ni miradas molestas de terceras personas. Pasó sus manos por los costados de la chica subiendo hasta llegar a sus pechos que los sintió ahora sí directamente.

Karen se refregaba contra el musculoso cuerpo del negro deseosa de satisfacer la calentura que tanta caricia le había provocado. Levantó la camiseta del hombre y se sorprendió al notar las durísimas abdominales que escondía. Karen cogió la mano del sudafricano y la guió hacia su sexo mientras abría las piernas invitándolo a acceder a su interior.

Tras magrearla a conciencia como ella le había hecho saber que deseaba. La chica se giró dándole la espalda y acercó su culo respingón hacia el paquete sudafricano. Ella pudo notar por primera vez el enorme bulto que el negro guardaba entre las piernas y que nada tenía que ver con lo que Diego le había hecho notar poco antes. Aquello pareció calentarla más si cabe y se agachó dispuesta a descubrir el tesoro africano.

Karen desabrochó el cinturón del pantalón de Matthew y cuando le había abierto la bragueta tiró del pantalón hacia abajo con brusquedad dejando al hombre en calzoncillos. Karen se acercó y comenzó a lamer el negro pubis del africano mientras descendía lentamente su última prenda. Poco a poco fue apareciendo el enorme pene que ella fue recorriendo con la lengua hasta llegar a su glande que se introdujo en la boca. Agarró los 20 flácidos centímetros y comenzó a masturbarlo sin dejar de chupársela.

Cuando la polla de Matthew alcanzó los 25 centímetros en completa erección, Karen se levantó separándose de él para acercarse al taburete. Al hacerlo se llevó la mano a la entrepierna para comprobar que ya estaba completamente lubricada, ansiosa por que el negro la reventara. Se sentó abriendo las piernas y masturbándose esperando a su semental.

Matthew observó el coño de su amante y cómo había perdido prácticamente toda la pintura debido a los flujos vaginales que Karen emanaba abundantemente y a las reiteradas caricias que se había llevado aquella zona.

-¿Cuánto hace que no te follan como es debido? – le preguntó Matthew sabiendo que no le entendería. Pero a Karen oírle hablar en zulú parecía excitarla más aún. Le añadía un punto exótico más, que ya de por sí lo era bastante.

Karen ya estaba gimiendo masturbándose con esmero con su dedo índice cuando Matthew acercó su pollón hacia la raja de la joven. Se había puesto un condón y Karen lo agradeció a pesar de no haber pensado en ello hasta ese momento. El negro le introdujo la polla y Karen sintió desvanecerse al notar por fin que su cuerpo recibía lo que tanto necesitaba. Se agarró al ancho cuello del nativo y disfrutó hasta del dolor que aquella enorme polla le ocasionaba cada vez que le llegaba hasta el fondo de su vagina. Karen se llevó una mano a su clítoris para masturbarse mientras se la follaban para acabar alcanzando el orgasmo que más recordaría durante mucho tiempo.

Tras esto, Matthew se separó de ella y se tumbó en el suelo dejando desafiante su polla erecta totalmente tiesa mirando al techo del local. Karen no necesitó preguntar. Se puso a horcajadas sobre el negro pasando una pierna por encima de él y bajó para clavarse en el coño aquella estaca negra. Cuando dejó caer todo su peso y sintió el glande golpeando su pared interna creyó sentir rayos de dolor. Sin embargo, tras ellos sintió el placer del roce provocado por el vaivén que el artista, ahora del sexo, había comenzado.

Cuando el rostro de Matthew comenzó a marcar la inminente corrida, Karen se separó de él, que se levantó enérgicamente. Aunque no hablaran el mismo idioma parecían entenderse a las mil maravillas. Mientras el hombre comenzó a masturbarse, la mujer, arrodillada, acercó la boca al grifo de leche. Sacó la lengua y comenzó a dar lametazos esporádicos al glande del africano mientras este no paraba de meneársela.

Matthew no tardó en correrse. El primer chorro de pintura blanca alcanzó una mejilla de Karen, el siguiente le manchó la otra parte de la cara y el tercero fue a parar a la receptiva lengua de la chica. Aún soltó un par de manantiales más que acabaron por pintarle el resto de la cara. Los últimos brotes de semen que soltó, ya con menor intensidad, se encargó de recogerlos Karen con la lengua. Finalmente acabó introduciéndose la verga en la boca intentando tragarse todo lo que pudo. Agarró la polla con la mano y se la mamó nuevamente para acabar de devolverle todo el placer que Matthew le había regalado.

Aún con la camiseta y el pantalón pintados sobre su cuerpo, Matthew acababa de pintarle toda la cara. El africano no pudo evitar reírse de lo cómico de la eventualidad y le soltó:

-You’re beautiful.

¡¿Cómo?! ¿El tío sabía inglés? Pensó que bien era posible que hubiera sido una estratagema para conseguir lo que al final había pasado. Aunque también pensó que podía saber frases sueltas como aquella, que seguramente le vendrían muy bien para su negocio… Pensó en averiguarlo, pero su nivel de inglés no era lo suficientemente bueno como para ni siquiera intentarlo y casi prefirió no saber la verdad.

Al poco rato, tras terminar de arreglarse, aparecieron los amigos de Karen. Malas noticias, España había perdido en su debut contra Suiza. Menuda decepción, pero las decepciones con un buen polvo se ven de otra manera, pensó Karen.

Tras despedirse del afortunado sudafricano, los 4 amigos se dirigieron hacia el hotel para preparar todo para su regreso a España al día siguiente.

Ninguno habló sobre los acontecimientos, pero todos le dieron vueltas sobre lo sucedido.

Andrés se maldijo por lo ocurrido. Si bien había disfrutado ante la fascinante visión de su amiga desnuda con el cuerpo pintado, tenía la sensación de haber quedado como un idiota al no saber reaccionar ante aquella situación. Y para colmo, España había perdido. Aquel debía ser su viaje, había sido su sueño durante muchos años y todo parecía haberse ido al traste.

Oriol pensó que debió quedarse con Karen y haber pasado del partido. Seguramente ahora volvería a España con un polvo con su amiga, algo que estaba convencido habría conseguido al igual que el maldito negro.

Por su parte, a Diego no le entraba en la cabeza que su amiga se hubiera acostado con el decorador de cuerpos. Si ya le pareció difícil que Karen hiciera lo que había hecho antes de que se marcharan al partido, más le costaba imaginar lo que pasó luego. Karen no era así.

Efectivamente Karen no era así. Aún no se creía cómo se había desinhibo de aquella manera. Y lo peor de todo es no saber cómo iba a afectar todo aquello a su relación con sus 3 amigos. Aunque no se arrepentía del magnífico polvo que se llevaba de recuerdo, le gustaría borrar parte de los acontecimientos vividos, más concretamente los que tenía relación con Andrés, Oriol y Diego.

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Relato erótico: Diario de una Doctora Infiel (3) (POR MARTINA LEMMI)

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   Mi nerviosismo se empezó a convertir en terror.  Esa locura tenía que parar ya mismo.  Pero acudió enseguida
a mi mente el video en el que yo le chupaba la verga a Franco, así como también la amenaza de que el mismo fuera exhibido por todo el colegio si es que aún no lo había sido.  Me llevé las manos a la zona del orificio para separar los plexos y al instante en que lo hice, prácticamente sin más trámite, la endemoniada jovencita empujó el consolador adentro.  Los ojos se me llenaron de lágrimas y tuve unas ganas incontrolables de gritar pero mis potenciales alaridos no pasaron de un “mmmmmm” ahogado.  Agradecí en ese momento que Vanina me hubiera amordazado la boca.  Ahora, la perversa gordita me acariciaba por entre los bucles detrás de mi oreja y no paraba de darme besitos sobre la mejilla.  De manera acompasada empujaba y extraía, aunque nunca del todo, y en cada nueva arremetida iba más adentro: no le llevó demasiados intentos lograr que todo el objeto estuviera adentro de mi culo.  El dolor era insoportable.  Me vino a la cabeza una sensación muy semejante a cuando uno está intentando defecar pero se encuentra terriblemente constipado: sólo es una analogía; la sensación era todavía peor.
             “Sí, hermosa, ya sé que duele – me decía siempre maternalmente -.  Pero es necesario que se vaya acostumbrando para cuando le metan una verga de verdad… Acuérdese que cuando llegue ese momento, doctora, me lo va a agradecer”
             Durante un buen rato no lo movió pero sí mantuvo presionado el objeto de tal modo de mantenerlo allí instalado.
             “Así el culito se abre bien… Y se va acostumbrando…” – explicó.
            Por cierto, el dolor era muy agudo pero la pendeja tuvo razón en lo del acostumbramiento: paulatinamente mi ano se fue habituando a tener ese elemento extraño en su interior y el dolor fue mermando, aunque nunca llegó a desaparecer.  Pasado un rato, Vanina recomenzó con el trabajo de penetración anal hacia atrás y hacia adelante.   Y, extrañamente, el dolor fue dejando, en cierta forma, paso a la excitación… o mejor dicho, ambos fueron aprendiendo a convivir.  Por supuesto que el que yo pudiera sentir excitación al ser penetrada en el culo por una pendeja con un consolador no dejaba de ser, cuando menos, degradante.  Otra vez agradecí tener mi boca encintada: ya no era sólo el temor a que mi garganta despidiese gritos de dolor que resonaran haciéndose oír por los pasillos y las aulas del colegio; ahora también era que no quería que Vanina oyera, de mi parte, gemidos de placer por debajo de los hirientes quejidos.  Cuando se cansó de penetrarme por la cola, extrajo sin demasiada delicadeza el falo artificial y con su mano libre tanteó mi concha.  Uno o dos de sus dedos me hurgaron sin ningún respeto.
            “Está mojadita, doctora – dijo la pendeja dejando escapar una risita -.  Momento ideal para que le den una buena cogida…”
            Un momento.  No podía permitir que me penetrara con el consolador por la vagina después de haberlo hecho por la cola: era contrario a las mínimas normas de higiene que yo, tantas veces, exigí en mis pacientes.  Pero no podía hablar y si me detenía a quitarme la cinta de la boca, sería tiempo más que suficiente como para que la gordita introdujera el objeto en mi concha.  Intenté incorporarme pero ella pareció adivinar mi movimiento y me aplastó contra el escritorio con una mano justo en el centro de la espalda; la presión que ejercía allí me impedía cualquier intento.  Probé otra cosa: llevé la mano hacia atrás para detener su intento de introducirme el objeto… pero sólo tanteé el aire y no encontré nada.  En ese momento ella debió apoyar el consolador en alguna parte (no supe dónde) y quitó de encima mío la mano que me sostenía presionada por la espalda; ello podría haberme dado la chance de zafarme pero estuve lenta de reflejos o bien ella lo hizo todo demasiado rápidamente: en cuestión de mínimos segundos tomó una de mis muñecas y la apoyó sobre la otra para así dar varias vueltas en torno a ambas con la misma cinta que, momentos antes, había utilizado par a silenciarme.  Y así, con las manos encintadas a mi espalda, ella me tenía completamente a su merced.  Sentí una palmada en la cola:
          “Quieta” – me dijo secamente.
            Y a continuación, sin que mediara nada más, entró con el consolador en mi concha y juro que fue como si el objeto llegara a mi estómago: era imposible, desde ya, pero ésa fue la sensación.  Comenzó entonces a penetrarme alocadamente, con un movimiento continuo que se fue acelerando.  Yo ya no podía controlarme: estaba viajando hacia el orgasmo más humillante de mi vida mientras los gemidos pugnaban por salir de mi boca sin conseguirlo.  El ritmo se fue haciendo cada vez más frenético y la excitación aumentaba de idéntico modo; me sentí cerca, muy cerca: de un momento a otro mis flujos estarían chorreando por mis piernas y buscando el piso, todo para alegría y beneplácito de la muchachita que me sometía a tan vergonzante ignominia.  Pero, no sé si por bondad o por crueldad, en el momento justo en que yo estaba a punto de estallar, retiró el objeto.  Podía pensarse que todo había concluido pero no fue así.  Me aferró por los cabellos alzándome la cabeza hasta sentir su aliento en mi oreja nuevamente; luego me tomó por los hombros y me giró, con lo cual quedé encarada con ella.  Sus ojos llameaban: es indescriptible poner en palabras lo que irradiaban; si dijera que mostraban “deseo” sería sólo dar al lector una pobre imagen que se quedaría muy lejos de lo que yo percibía en esos momentos.  Me apoyó una mano en el esternón y me empujó hacia atrás, con lo cual caí de espaldas contra el escritorio; se abalanzó sobre mí mientras blandía el consolador en una mano cual si se tratara de un arma.  Me abrió el ambo, cuyos botones ella misma había soltado momentos antes y, así, mis pechos quedaron expuestos ante ella puesto que el corpiño aún seguía levantado por sobre ellos.  Clavó la vista en mis senos y prácticamente los devoró: primero se mordió el labio inferior y luego la vi relamerse.  Se abalanzó sobre mí enterrando la cabeza entre mis tetas: les pasó la lengua una y otra vez insistiendo muy especialmente en los pezones y la zona de alrededor.  Luego se prendió a uno de ellos en una succión que me transportó ignoro a qué mundo; una vez que se cansó, atacó el otro pezón.  Estuvo así un buen rato.  Después apoyó nuevamente el consolador sobre el escritorio y, con sus manos, me aferró por las caderas haciéndome levantar mis piernas.  Una vez que me tuvo en la posición en que ella quería, volvió a tomar el fálico objeto y atacó sin piedad mi vagina. Otra vez el movimiento frenético y alocado; otra vez el delirio y el éxtasis.  Con su mano libre me arrancó la cinta de la boca.  Me pareció una locura hacerlo justo en ese momento en el cual la cogida del consolador arreciaba nuevamente y era de esperar que mis gritos y gemidos de placer fueran a hacerse incontrolables.  Pero Vanina tenía su propio plan: me miró durante unos segundos y luego apoyó su boca contra la mía con fuerza, enterrándome la lengua sin que yo pudiera hacer nada al respecto.  Yo seguía con mis manos atadas a mi espalda y, por más que quisiese, no podía hacer nada para detenerla.
           Jamás pero jamás había yo sido besada por una mujer.  Qué podía imaginar que un día eso ocurriría y, peor aún,  que la responsable sería una adolescente gordita muy poco favorecida por la naturaleza o por la estética.  Y sin embargo allí estaba ella, con su lengua buscando mi garganta… Y con el consolador  buscando llevarme al orgasmo.  Por cierto, éste se acercaba… cada vez más, cada vez más, ya estaba al caer; yo quería gemir pero no podía: la lengua de Vanina prácticamente me lo impedía.  Y la cogida del consolador fue in crescendo…y más, y más, y más… Hasta que, claro, ocurrió lo inevitable: el orgasmo llegó y me encontró en un estado de conmoción que me hacía estar en cualquier planeta en tanto que mis fluidos, al poco rato, comenzaban a bañar mis piernas.  Ella me siguió besando durante largo rato aun después de que mi estallido llegara; cuando finalmente dio por terminado el beso, separó su boca de la mía pero me tomó por las mejillas y me las estrujó con una sola mano, obligándome así a prácticamente hacer una trompita con mi boca.  Estrelló sus labios contra los míos un par de veces, como si le costara despedirse… pareció como que se estuviera despidiendo o, al menos, dándole un cierre a los hechos.  La realidad era que Vanina siempre parecía tener un as más en la manga y si ese beso había sido un cierre, sólo lo había sido parcialmente para dar paso a la siguiente etapa, la cual, por cierto, llegó rápidamente y sin previo aviso.  En un brinco que bien podría haber sido propio de una rana, saltó sobre el escritorio cayendo con sus rodillas a ambos lados de mi rostro.  Se alzó la falda plisada y en ese momento descubrí, desagradablemente, que no tenía bombacha, no sé si porque no la tuvo nunca o porque se la habría quitado en algún momento mientras había estado “trabajando” a mis espaldas.  Prácticamente me asfixió y sentí el aroma y el gusto de su vagina en pleno rostro aplastándome tanto nariz como boca.  La sensación de no poder respirar me llevó maquinalmente a querer sacármela de encima pero era imposible: mis manos estaban encintadas a mi espalda y aplastadas tanto por el peso mío como, ahora también, por el de Vanina.
           “Ahora quiero tener yo mi orgasmo – anunció en un tono nuevamente imperativo pero ya no tan jocoso o burlón sino más bien severo, mucho más serio.  De hecho fue la primera vez en que no me tuteó -.  Chupame la concha, vamos…”
Más allá de la asfixia, me producía un fuerte desagrado tener una vagina así de inserta en mi cara.  Si por alguna razón no me especialicé en ginecología fue porque no podía ni pensar en pasarme la vida viendo conchas.  Y, sin embargo, allí estaba, con mi rostro aplastado por una… y sin posibilidad de hacer nada con mis manos.  Lo peor de todo era que no había demasiada forma de no hacer lo que me decía… y no se trataba tan sólo del maldito video o la amenaza de difundirlo: lo cierto era que yo me estaba asfixiando y, al estar mi nariz totalmente aplastada, no me quedaba más remedio que abrir la boca.  Y en la posición en que ella me tenía, no había casi forma de que su concha no entrara prácticamente en la misma apenas despegaba yo mis labios.  El sexo oral que la pendeja estaba reclamando era casi inevitable.  No me quedó más que abrir la boca bien grande, la cual, de ese modo, se vio invadida por su sexo.  Casi como paso obvio, sólo me quedaba entonces sacar la lengua bien larga… y, como ella me ordenaba, lamer, chupar… No se pueden dar una idea de lo chocante y desagradable que la situación era para alguien que nunca había tenido sexo con mujeres: por momentos hasta hice arcadas.  Aun así, tenía que conformarla: quería que me liberara lo antes posible de su peso además de que,  obviamente, no diera curso a la difusión del video.  Así que, tan rápidamente como pude, comencé a darle lengüetazo tras lengüetazo por mucho que mi estómago se quejase, puesto que en la medida en que ella acabara rápido, más satisfecha quedaría y antes me liberaría.  Vanina comenzó a gemir y casi sin solución de continuidad sus gemidos se fueron mutando en alaridos.  ¡Dios mío!  Acudió a mi mente otra vez la terrible idea de que la puerta se abriera de un momento a otro y alguien viniera a ver qué estaba ocurriendo, alertado posiblemente por esa pendeja de mierda que gritaba como una marrana.  Traté, no obstante, de hacer de tripas corazón y ponerle a mi labor toda la sangre fría que fuese posible a los efectos de que su orgasmo llegase lo antes posible.  Ella estaba desenfrenada y fuera de sí: ya ahora gritaba  de manera desencajada y yo hubiera querido disponer de algún medio para callarla… Por suerte llegó el momento final… Un solo grito prolongado y un aflojarse de la presión sobre mi cara fueron claros indicadores de que la pendeja estaba teniendo su orgasmo; ello, claro, sin mencionar, el desagradable flujo de líquido que invadió mi boca… Fue tal la arcada que hasta temí vomitar boca arriba y morir asfixiada.

Ella se incorporó un poco y, por primera vez desde que se apeara sobre mi cabeza, pude verle el rostro: los ojos cerrados y la boca abierta en un jadeo que había quedado en suspensión permanente, como congelado… No bajó la vista hacia mí; sólo se bajó del escritorio, primero una pierna, luego la otra.  Yo, al igual que ella, estaba totalmente exhausta.  Durante algún rato quedé como estaba, de espaldas sobre la superficie del mueble y con las manos encintadas atrás; sólo ladeé un poco la cabeza por si, como temía, terminaba vomitando.  No ocurrió.  Ella se acomodó la ropa;  la seguí con los ojos mientras volvió hacia la silla en la cual se hallaba su mochila: tanto el rollo de cinta como el consolador desaparecieron en el interior de la misma y, seguramente, se confundieron con un montón de útiles colegiales entre los cuales estarían fuera de contexto pero a la vez camuflados.  Se secó la transpiración de la frente.

           “Me ha cumplido un sueño, doctora – dijo -.  No sé si volveré a tener en mis manos a una mujer tan hermosa en mi vida.  No creo…”
           Yo no podía decir palabra.  Tenía ahora la boca liberada pero conseguir articular algo que fuera inteligible después del momento vivido era impensable.  Me incorporé del escritorio como pude pues mis manos seguían encintadas.
             “Más le vale que se mantenga callada, doctora – sentenció -.  Una, porque no creo que le guste que se sepan de usted estas cosas.  Segunda, porque lo más posible es que la acusen a usted de acoso y no a mí.  Tercera… bueno, je, no se olvide que tenemos el videíto con las cositas que hizo con Franco.”
                 La risita socarrona, a la cual ya empezaba a estar yo acostumbrada, rubricaba cada una de sus frases.  Se acercó a mí y me liberó las manos rematando con una palmada sobre mis nalgas.  Finalmente se echó la mochila a la espalda y se marchó.  Antes de trasponer el vano de la puerta, se llevó tres dedos de la mano derecha  a sus labios y me arrojó un beso…
               Y allí quedé, una vez más abandonada en mi consultorio improvisado, tal como ocurriera dos días atrás.  El corazón me comenzó a latir a toda prisa en cuanto empecé a pensar que de un momento a otro entraría otra de las chicas a las cuales yo tenía que revisar.  Me acomodé presurosamente la ropa: yo estaba con la bombacha baja y con los pechos al aire.  Una vez que hube puesto nuevamente todo en su lugar me dediqué a acomodarme el cabello.  Justo a tiempo: otra borreguita estaba entrando al lugar…  Le dije que esperara y salí del aula para avisar a la preceptora que iba al toilette.  ¡Por Dios!  Tenía que sacarme de la boca el gusto a Vanina (o a vagina); inclusive el olor de las partes íntimas de esa chica debía estar impregnado en todo mi rostro e incluso en mis cabellos.  Cuando puse sobre aviso a la preceptora, no pude evitar pensar en si habría o no escuchado los espasmódicos gritos de esa adolescente cuando yo le practicaba sexo oral.  Me aseé todo lo que pude y no sé cuántas veces me enjuagué la boca.  Volví finalmente a retomar mi trabajo.
             El resto de la jornada laboral transcurrió sin sobresaltos.  La realidad fue que casi no presté atención a las chicas que siguieron y que lo que quería era sacármelas de encima lo antes posible e irme.  No podía dejar de pensar en la degradación que había sufrido ni de maldecir internamente a Franco.  ¡Qué pendejo hijo de puta!  Me había filmado y, de ese modo, me dejaba convertida en un juguete: de él, de Vanina y de vaya una a saber cuántos más que estuvieran al corriente de lo ocurrido o que hubieran visto el video.
              Cuando me retiré, lo hice en un mutismo y hermetismo todavía mayores a los de dos días antes.  Me subí al auto y me marché presurosamente del lugar.  El resto del día estuve encerrada en casa.  Llamé a la recepcionista de mi consultorio para avisar que cambiara los turnos, que me sentía mal.  En parte era cierto, desde ya, sólo que no se trataba de ninguna dolencia fisiológica.  Recién durante la tarde me di cuenta que con mi prisa en irme no había entregado las fichas en el colegio.  A la noche hablé con Damián, una vez que él estuvo en casa.  No podía ni mirarlo a la cara; no sé si notó algo o no, pero entre nosotros hubo cada vez menos palabras y, una vez más, fue una noche sin sexo.  Estaba haciendo las cosas mal, lo sé.  Tales cambios en la rutina sólo podían generar sospechas en la medida en que se volvieran reiterados con el correr de los días; Damián no era tonto y se daría cuenta de que yo no había vuelto a ser la misma desde el lunes en que regresé de mi primer día de trabajo en el colegio.  Lo que sí hice fue arreglar con él para que llevara las fichas al día siguiente: no me daba la cara para presentarme en dirección o en administración.  Antes de dárselas, estuve mirando detenidamente cada una y me detuve particularmente en la de Franco a quien, de acuerdo a lo que allí se leía, yo volvía a citar nuevamente para la semana siguiente.  Estuve cavilando largo rato acerca de qué hacer, si dejarlo así o corregir el informe.  No ver más al increíblemente hermoso muchacho sería una forma de empezar a quitármelo de la cabeza en la medida en que ello fuera posible después de todo lo ocurrido… pero ese guacho de mierda se había burlado de mí, me había filmado y había presumido de lo que conmigo había hecho ante sus compañeros o amigos, vaya  a saber ante cuántos.  Dejé todo como estaba: necesitaba hablar con él… y decirle unas cuantas cosas.  Que viniera a mi consultorio la semana entrante.  Simplemente cerré el sobre.
           Por suerte no volvía al colegio hasta el próximo lunes; las revisaciones tenían lugar los días lunes, miércoles y viernes y justo se daba que el viernes era feriado.  Esos cinco días sin pisar el colegio me vinieron bien para tratar de poner mi cabeza en orden nuevamente aunque, desde luego: ¿hasta qué punto?  Le había mamado la verga a un chiquillo de diecisiete años a quien además le di dinero y había sido manoseada y penetrada vaginal y analmente con un consolador por una adolescente lesbiana psicótica.  Traté de que en el fin de semana hiciéramos cosas: la idea era distraerme.  El sábado anduvimos con Damián por la feria de artesanos de Plaza Francia y por algún que otro bar de Recoleta.  El domingo fuimos de paseo al delta.  Pero si mi idea había sido que tales actividades me hicieran olvidar las situaciones vividas, la realidad fue que sólo operaron como distractores muy parciales e, inevitablemente, volvía a martillarme en la cabeza el hecho de que el lunes había que volver al colegio.  Ese fin de semana, también y para alejar sospechas, volví a tener sexo con Damián: como es de imaginar, no fue mi performance más feliz, pero al menos servía para que mi conducta no empezara a generar dudas en él.  Eso sí, no logré evitar que, cuando estábamos entre las sábanas, apareciera más de una vez la imagen de Franco Tagliano… El precioso Franco Tagliano, a quien yo debía volver a ver el lunes.
            Y el día fatídico llegó.  Había dejado a Franco para el final a los efectos de que la eventual turbación que su visita pudiera producirme no boicoteara el resto de mi actividad en la mañana.  Para no generar sospechas, no era Franco el único chico al que había pedido ver por segunda vez: había otros dos, pero a él, por supuesto, lo había ubicado al final.  ¿El postre, tal vez?  Difícil decirlo… Difícil tratar de imaginar qué ocurriría cuando él estuviera ahí: si mi furia por lo que había hecho lograría imponerse sobre el deseo enfermo que ese chico me generaba o si, por el contrario, la razón, al igual que ocurriera una semana atrás, sucumbiría ante los carnales dictados de la pasión.  Estuve nerviosa durante toda la mañana, como imaginarán.  Y mi corazón fue incrementando su ritmo en la medida en que los muchachitos iban pasando y se iba acercando el momento de verlo nuevamente a él después de una semana.
            Y el turno le llegó.  Cuando entró por la puerta, fue como si de pronto volvieran las mismas sensaciones de aquel lunes en que lo vi por vez primera; diría que aumentadas, habida cuenta de todo lo que después había ocurrido y de la ansiedad que se había adueñado de mí durante toda esa semana que había mediado entre ambos momentos.  Él entró, esta vez, sonriente ya desde el principio.  Ese deje de burla, tan característico en él, me seguía atrayendo con su influjo pero además me irritaba sobremanera.
           “Buen día, doc… ¿cómo…?”
          “Sentate” – le corté con sequedad.
           Se mostró sorprendido o, al menos, eso me pareció.  Aun así, nunca abandonó la sonrisita socarrona y todo lo que hizo fue abrir los brazos en jarras.
           “¡Epa!  ¡Cómo estamos!  ¿Qué nos pasó hoy?  ¿Dormimos mal?”
            “Sentate” – insistí.
             Se me quedó mirando en silencio sin dejar de sonreír ni por un instante.  Se llevó la mano derecha a la sien como si imitara un saludo de corte marcial.
            “Como usted diga, doc”
             Se ubicó entonces en su silla, encarado conmigo.  Yo lo miraba: una vez más, no podía creer que fuera tan hermoso.  Ni el odio que me había generado en los días previos en que no lo había visto era capaz de eclipsar el viril hechizo del que era dueño. Viéndolo y teniéndolo enfrente, con todo lo que su personalidad irradiaba, era como que todos mis cálculos acerca de cómo sería el momento del reencuentro se vinieron abajo.  Más aún: se hacía perfectamente entendible la pérdida del sano juicio que yo había sufrido ante él una semana antes y que tantas culpas me había generado luego, con el correr de los días.  Claro: era mucho más fácil tratar de pensar fría y racionalmente cuando no se lo tenía enfrente.  Traté, no obstante ello, de mantenerme lo más racional que fuera posible o, al menos, aparentarlo.
            “Explicame qué es esa historia del video” – le espeté secamente.
             Abrió la boca como si soltara una carcajada sin sonido.
             “Ah… eso era… – dijo -.  Le pido mil disculpas, doc… Cayó en manos que no debía caer y… bueno, lo demás supongo que ya más o menos lo sabe”
             “Pero me filmaste – le increpé enérgicamente -… y no me dijiste una palabra”
              “Je, sí, le vuelvo a pedir disculpas, doc… Lo que pasa es que no quise decirle nada para que usted se comportara lo más naturalmente posible.  Piense que en ese momento usted era una perra alzada que quería verga y si yo la ponía al tanto de lo que estaba haciendo…hmm… tal vez no se comportaba de la misma forma.  No sé si me explico…”
             “No me hables así” – repuse enérgicamente, harta e incrédula ante tanta insolencia.
              “Bueno, doc… No se enoje.  No se me ponga así.  Usted pagó por un servicio y yo se lo di.  Usted quería que le llenara de leche la boquita y yo lo hice.  ¿Qué hay de malo en eso?  Es más: por algo estoy acá otra vez, ¿no?  ¿O va a hacerme creer que si me llamó de vuelta no es porque quiere tener mi pija en su boquita de nuevo?”
Me quité los lentes y me restregué los ojos.  Conté hasta diez para no mandarlo a la mierda.  Era eso lo que tenía que hacer, desde luego, pero debía recordar todo el tiempo que él y algunos de sus compañeritos, o todos, tenían el video.
               “¿Cuántos lo vieron?” – pregunté.
              “El tema fue que Vanina, sin que yo me diera cuenta, me manoteó el celular de adentro de la mochila… Y bueno, fue ella la que…”
               “¿Cuántos lo vieron?” – insistí, tajante.
               Se quedó pensativo unos segundos.  Frunció los labios.
                “La verdad es que yo no sé a cuántos se lo pueda haber mostrado la enferma retardada ésa.  Yo, por mi cuenta, no se lo mostré a nadie, pero por lo menos a cuatro de mis amigos les llegó.  Lo que pasa es que… en fin, usted ya sabe cómo es esto.  Yo no sé a cuántos se lo puedan haber mostrado ellos ni tampoco Vanina o las amistades de la “torta” esa…  Ese tipo de videos se hacen populares muy rápido”
               Coronó su respuesta con una sonrisa que, esta vez, fue abierta y de oreja a oreja.  Yo sólo me sentí morir.  Tenía ganas de llorar.  Mi carrera, mi futuro, mi vida… todo había quedado en manos de unos chiquillos con las hormonas a mil.  Ni siquiera importaba si su versión era cierta, si realmente era verdad que le habían sacado el celular de la mochila o si él mismo se había encargado de difundirlo.  Lo verdaderamente importante era que todo mi prestigio se caía a pedazos ante mis propios ojos.  No aguanté más y comencé a lagrimear.
               “¡No, doc!  ¡No se me ponga así! – dijo él con tono de conmiseración -.  No va a pasar nada… El profesor Clavero no se va a enterar de esto y…”
               “¡No nombres a mi esposo!” – rugí, perdiendo el cuidado de no ser oída desde fuera del aula.  Rompí abiertamente en sollozos.  Mi rostro desapareció entre las palmas de mis manos.
                 Él se quedó en silencio durante un rato.  Lo único que se escuchaba en la habitación eran mis gimoteos y mi llanto.  De pronto fue como que noté algo… un tacto, un cosquilleo, como que me estuvieran tocando la pierna.
                 Levanté la vista hacia él con los ojos inyectados en rabia.  Me miraba sonriendo como siempre y, por supuesto, yo no podía ver sus manos porque estaban por debajo del escritorio, jugando con mis piernas.
                “¿Qué hacés?” – pregunté, entre dientes.  Mi llanto había dejado lugar a la ira.
              “Solamente trato de que se sienta bien, doc… – contestó él con un encogimiento de hombros  y sin dejar de toquetearme-.  Me pone muy mal ver a una mujer llorando… y más todavía a usted.  Siento muchísimo lo que pasó…”
              Qué pendejo extraño.  Ahora mostraba una cara dulce, muy diferente del talante dominante y soberbio que exhibiera una semana antes.  De todas formas, aun en la delicadeza, siempre se advertían por debajo destellos de la insolente perfidia que le caracterizaba.  Algo infinitamente maligno parecía subyacer en su dulzura.   Lo cierto era que, tanto cuando mostraba una cara como la otra, el chico conseguía el mismo efecto sobre mí: hacerme pelota, destruir mis defensas… Y, una vez más, perdí control de mis actos.  Le retiré la mano de mis piernas pero me puse en pie y crucé hacia el otro lado del escritorio.  Él, sin dejar de estar sentado, se ladeó ligeramente hacia mí.  Yo llevé algo hacia arriba tanto el ambo como la corta falda y, sin más trámite, me senté en su regazo.  Lo tomé por la corbata, lo atraje hacia mí…y lo besé.  Era lo que realmente tenía ganas de hacer: besarlo durante minutos, horas, días…, besarlo por siempre, tal el influjo que ese muchachito tenía sobre mí.  Entré con mi lengua en su boca y se la enterré hasta el fondo.  Cuando ya no di más, la extraje un poco y me dediqué a morderle el labio.  Luego fue él quien ingresó con su lengua cuan larga era en mi boca mientras me sostenía aferrándome por las nalgas y me llevaba aun más hacia sí, ubicándome justamente donde él me quería: allí donde mi sexo se tocaba con el suyo, como si ambos se llamaran mutuamente por debajo de las prendas que aún nos cubrían.  No sé durante cuánto tiempo nuestras bocas permanecieron unidas.  Yo no tenía absolutamente ninguna noción al respecto.  Sólo sé que en un momento separé mis labios de los de él únicamente para mirarlo a sus hermosos ojos.  Me sostuvo la mirada:
             “¿Qué puedo hacer por usted para reparar mi error, doc?”.
              Me mordí el labio inferior y le propiné un beso en los de él, esta vez corto y más delicado, aunque no exento de lascivia.
               “Vos sabés bien lo que podés hacer, pendejo”
                Largó una risita.  Se mostró sorprendido, aunque creo que fingía.
               “Ja… No, doc, le juro que no…”
               “Cogeme, pendejo” – lo corté.
               Esta vez rió estruendosamente.
              “Jajaja… Está bien, doc… – concedió, divertido -.  Me parece una buena forma de compensarla.  Que tenga una buena dosis de pija y sin pagar un peso… Está bien – repitió -, me parece un trato justo…”

Se incorporó de la silla y, al hacerlo, prácticamente me alzó en andas, siempre sosteniéndome por mis nalgas.  Me sentó sobre el escritorio y volvió a introducir su lengua en mi boca pugnando por tocarme la garganta.  Liberó una de sus manos de mi cola y la llevó hacia uno de mis pechos, masajeándolo por debajo del ambo pero por encima de la remera.  Yo, con mis manos, busqué el cinto de su pantalón y se lo solté.  Deslicé luego una de ellas por debajo  del bóxer y le acaricié suavemente pene y testículos: se lo puse durito y me encantó.  Cuando dejó de besarme me tomó por la cintura y me giró.  Otra vez quedé de bruces sobre el escritorio tal como ocurriera unos días antes cuando Vanina había hecho lo que quiso conmigo.  Franco introdujo sus manos por debajo de mi falda y en un rápido movimiento me dejó sin tanga.  A partir de ese momento todo se dio muy precipitadamente.  Antes de que pudiera darme cuenta de algo su magnífica verga estaba entrando en mí cuán grande era.  No pude evitar levantar un poco espalda y cabeza mientras mis manos y mi vientre seguían sobre el escritorio; abrí mi boca en todo su tamaño en un reflejo involuntario, como si quisiera tragar todo el aire de que fuera capaz.  Luego lo solté, volví a inhalar… y así sucesivamente.  Franco, mientras tanto, se encargaba de cogerme y era una verdadera máquina sexual.  Fue aumentando el ritmo de la embestida aceleradamente y en sólo cuestión de segundos la intensidad del bombeo era insoportable pero a la vez me llevaba al placer en su máxima expresión.  ¡Por Dios!  Nadie, pero nadie me había cogido así… ¿Qué tenía aquel chico endemoniado de sólo diecisiete años?  No me dio respiro… Por momentos quería decirle que esperara o que bajara la intensidad pero no había forma de que las palabras acudieran a mi boca: sólo brotaban gemidos y quejidos que mezclaban dolor y placer.  Era paradójico porque a la vez no quería que se detuviera… nunca.

           Imposible saber cuánto rato me cogió, pero el frenético ritmo no bajó en ningún momento.  Yo ya no podía contener mis gemidos que se iban convirtiendo en gritos.  En ese momento volví a recordar el contexto: el colegio, el pasillo, estudiantes y profesores en las aulas o tal vez la preceptora al otro lado de la puerta, vaya una a saber si con una oreja contra la misma.
            “Mové el culo, puta… – me espetó él mientras me estrellaba un par de palmadas sobre la cola con tal fuerza que estoy segura que me dejaron colorada la zona del impacto -.  Mueva el culito, doc…, mueva el culito como la putita que es…”
            Sus palabras volvían a recuperar el tono insolente de una semana atrás y debo confesar que eso me provocó a un mismo tiempo indignación y calentura.  Era una sensación nueva, por supuesto, jamás experimentada con ningún hombre y mucho menos con mi esposo.  Me encantaba ser el objeto sexual de aquel chiquillo adolescente con aire arrogante.  Es que… no era un chiquillo, tampoco un hombre… Esa bestia desenfrenada que no paraba de penetrarme no podía ser comparada a ningún hombre con el que hubiera intimado en mi vida.  Era una bestia justamente; un animal prácticamente: un macho semental hermoso y dominante.  Y, como tal, él sabía perfectamente cómo degradarme en mi condición de mujer y hacerme sentir que ya ni siquiera eso era: en mi vida hubo hombres que me hicieron sentir mujer; pero Franco era el primero que lograba hacerme sentir como una hembra.  Una hembra en celo.  Cuando momentos antes él mismo utilizara la expresión “perra en celo” para referirse a mí, me había producido en mi interior sensaciones extrañas y contradictorias, porque la realidad era que así me había yo sentido una semana atrás y así me sentía, ahora, pero aumentado por cien: como una perra en celo…
          Llegué al orgasmo tres, cuatro, cinco veces… no tengo idea.   ¿Es que nunca iba a acabar ese pendejo hijo de puta?  ¿Hasta cuándo pensaba tenerme ensartada a semejante ritmo?  Jamás me llegaron señales auditivas ni de ningún otro tipo que me pudieran indicarme que él se hallaba medianamente cerca del orgasmo.  Eso sí: no paraba de proferir entre dientes insultos y sonidos guturales.  De pronto retiró su verga de adentro de mi conchita.  Caí de bruces nuevamente sobre el escritorio, pensando que todo había terminado…, pero al igual que otras veces me equivoqué.
           “Me dijo Vanina que te estuvo preparando un poco el culito… ¿Es así?”
            Los ojos se me abrieron de par en par.  ¿Hablaban entre ellos sobre mí entonces?  Ahora que lo recordaba, la propia Vanina me había dicho que la penetración con el consolador en mi cola era necesaria para prepararme para el momento en que mi culo recibiera una buena pija.  Quizás no había sido una frase pronunciada al azar después de todo.  Quizás… todo fuera parte de un plan.  Un siniestro plan elaborado entre los dos.  De cualquier modo que fuese, lo cierto fue que él empezó a juguetear con la cabeza de su pene sobre la entrada de mi cola.

“N… no – balbuceé -.  Por favor… Eso nooo”

              “¿Así que nunca te hicieron el culo? – preguntó él haciendo caso omiso de mis ruegos -.  ¿Tan inútil es el profesor?”
             Yo no salía de mi asombro.  Él prácticamente jugaba con el manual en mano: un manual que la gordita lesbiana le había ayudado a confeccionar.
               “P… por favor, Franco… te lo ruego… No, por favor”
               “¿Sabés una cosa? – continuó él, siempre ignorándome -.  Hiciste bien, je… – me palmeó la cola -.  Hiciste bien en guardar este culito para que fuera estrenado por una pija como la que se merece…”
               Rubricó sus palabras jugando nuevamente con su verga sobre mi agujerito.  Un mar de contradicciones se sacudió dentro de mí.  Quería que la retirara, pero a la vez deseaba que siguiera adelante…
               “P… por favor… – insistí -.  Te lo pido, Franco.  No…”
                Fue entonces cuando su siguiente reacción no fue justamente la que yo hubiera esperado… Si yo, hasta ese momento, había estado rogándole que cejara en sus intenciones, lo había hecho (tal vez inconscientemente) a sabiendas de que él no desistiría nunca de su propósito.  Por el contrario y para mi sorpresa, retiró el miembro de mi culo.
              “Muy bien, doc… como quiera…” – dijo.
                Qué pendejo hijo de su madre.  Qué guacho de mierda.  Le gustaba jugar conmigo al punto de hacerme desear y rogar: disfrutaba de  hacerme sentir que yo era una puta ya que con eso, él le arrebataba a mi culposa conciencia casi el único consuelo que le quedaba: el de poderme creer que yo, en realidad, me resistía…  Quedé allí, tal como estaba; no me moví…
                “¿Qué pasa, doc? – preguntó él -.  Vaya vistiéndose… Podría venir alguien”
               “¡No!” – exclamé yo.
               Fue prácticamente un reflejo: algo mecánico e impensado.  Me arrepentí al instante de haberlo dicho pero lo cierto era que la palabra había brotado de mi boca casi como si hubiera sido llevada hasta allí por otro, no por mí.
                “¿Qué ha dicho, doc?” – preguntó, imprimiendo a su voz un tono que quería sonar intrigado pero que denotaba una fuerte carga de burla.
                Cuánta vergüenza sentía yo.  Después de todo, no sé cuál era la sorpresa cuando sólo una semana antes le había dado dinero por chuparle la pija.
               “N… no, no te vayas” – balbuceé.
               “Ajá… ¿y por qué quiere que me quede, doc?”
               Touché.  Larga pausa.  Aspiré.  Dudé mil veces acerca de si decir lo que realmente tenía ganas de decir.  Finalmente hablé:
               “Quiero que me hagas el culo, pendejo”
                “Jajaja – rio con estruendo, lo cual resonó de un modo cavernoso adentro de la sala… (y tal vez también fuera de ella…) -.  Qué pedazo de puta, doc… Pero le aviso que acá la cuestión no es lo que usted quiera o no quiera.  Yo ya le di una buena cogida para compensarla por lo de la filmación.  Todo lo demás es extra…”
                Otra vez el silencio.  Permanecí cavilando sobre sus humillantes palabras.
             “¿Tengo que pagar?” – pregunté, con la dignidad ya hacía rato en cero y tocando niveles infinitamente más bajos e impensables para mí hasta poco tiempo atrás.  Eso, junto con una cierta ingenuidad que denoté al preguntar, pareció divertir a Franco.
              “Parece que ya entiende cómo es la cosa, doc, jeje”
              Yo aún estaba con el bajo vientre apoyado contra el escritorio.  Mi bolso estaba al alcance de la mano y dentro de él, la billetera.  Esta vez me ahorraría la engorrosa y degradante marcha en cuatro patas para ir a buscar el dinero.  Tomé el bolso y hurgué adentro en busca del mismo, pero Franco me cortó en seco:
              “Podemos dejarlo de lado – dijo -.  Usted ya entendió que por esta pija hay que pagar y eso está bueno… pero podemos llegar a un arreglo.  Yo le hago el culo y usted no pone un peso… pero me tiene que pedir por favor”
 

Relato erótico: “A mi novia le gusta mostrar su culito 4” (POR MOSTRATE)

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A mi novia le gusta mostrar su culito. (4)

Luego de lo vivido en la mueblería comenzó a rondarme la idea de separarme de mi novia. Sabía que lo que había pasado no tenía vuelta atrás y me había dado cuenta que ella no podía reprimir por mucho tiempo ese incontrolable deseo que le producía mostrar ese precioso culito que tiene. Cada vez la veía con mas necesidad de exhibirse y ya no le importaba si eran conocidos o si eran jovenes, al contrario me demostraba que, cuando estabamos juntos, y alguien le miraba la cola, cuanto más desconocido, viejo y asqueroso era más caliente la notaba y estoy seguro que si no la contengo en esas situaciones se desnudaría en cualquier lugar y pediría a gritos unas cuantas pijas en su culo.

Tengo que reconocer también que las situaciones con ella vividas me calentaron terriblemente y verla mostrar su colita de solo pensarlo me la pone dura. Esto hace que todavía no haya tomado la decisión de dejarla.

Mientras todo esto pasa por mi cabeza nuestra vida continua y hoy quiero contarles como siguieron nuestros días despues de la terrible cogida que le pegaron a mi novia en la mueblería.

Como les conte en el ultimo relato, nos fuimos a vivir a otro lugar y como es costumbre luego de habernos mudado les presentamos nuestra nueva casa a familiares y amigos.

Los que les voy a relatar sucedió el sábado pasado, cuando se me ocurrió invitar a mi jefe y algunos compañeros de oficina a cenar ya que todos los días me insistían para conocer mi nuevo hogar. Tanta insistencia por parte de ellos me hacia pensar que mas que conocer mi casa, tenían ganas de ver a Marcela, la cual ya conocían de los eventos que organizaba la empresa. A pesar de esto no pude negarme y la reunión se llevo acabo.

Fue así como fueron llegando uno a uno mis 6 compañeros entre los que estaban Eduardo y Leonardo que, como les conté en el primer relato, los escuche hablando del culito de mi novia y le tenían unas ganas bárbaras. Mi jefe de unos 65 años fue el último en llegar. Este era el único que no conocía a Marcela ya que era nuevo en el puesto y todavía no había asistido a ningún evento.

Todos se sentaron repartidos, algunos en los sillones del living y algunos a la mesa, mientras yo les servía unos tragos. Charlabamos amenamente cuando hizo su aparición Marcela, que, como toda mujer, se había retrasado en arreglarse. Pidiendo disculpas por la tardanza se acercó a cada uno de los invitados y los saludo con un beso en la mejilla, salvo a mi jefe que cuando se lo presenté le dio la mano.

No puedo explicarles como a medida que saludaba a uno los otros le clavaban disimuladamente los ojos en su cola, incluyendo a mi jefe. No era para menos, Marcela tenía puesta una pollerita de algodón blanca cortita y bastante ajustada, la cual dejaba adivinar la disminuta tanga que tenía.

Mi novia, luego de saludar se dirigió a la cocina y regreso con dos platos de sandwiches de miga, que apoyo en la mesa ratona del living, para lo cual, tuvo que agacharse un poco, lo que le provocó a mi jefe un excelente primer plano del culito, que ya sin disimular se lo miro descaradamente. Al darse cuenta de esto, Marcela, lo sacó un poco mas para afuera dándole un espectáculo que mi jefe, por la expresión de su cara, se notaba que no podía creer. Esto no pasó desapercibido para mis compañeros que se miraron entre sí con sonrisa complice.

– Sientese acá por favor, se dirigió mi jefe a Marcela, haciendole un lugar en el sillón.

– Que bonita mujer que tiene, continuó, dirigiendose a mi.

– Gracias, conteste, mientras mis compañeros la miraban de arriba abajo con cara de degenerados afirmando lo que mi jefe decía.

– Es que se pasa varias horas por semana en el gimnasio, continué, mientras Marcela se sonreía.

– ¿Se nota?, preguntó ella, al tiempo que se levantaba y daba una vueltita.

– Vaya si se nota, contesto Leonardo, desnudándola con la vista.

Todos rieron

– De otra vuelta por favor, le pidió mi jefe.

Ella así lo hizo, esta vez ya sacando más la cola para afuera y con cara de relajo.

Yo comencé a preocuparme por lo que podría pasar, pero no puedo dejar de reconocer que verla mostrarse delante de 7 tipos me había empezado a producir una erección.

– Me imagino que con esa colita parada las cosas que le deben decir en la calle, prosiguió mi jefe.

– Y, si, respondió Marcela, notándose ya excitada.

– ¿A su marido no le molesta que la miren? Continuó.

– No, a él le gusta, ¿no mi amor?, me pregunto ella, que seguía parada en el medio de todos.

Se hizo un total silencio y todas las caras giraron hacia mi esperando una respuesta. Yo a esta altura ya estaba bastante caliente, por lo que le conteste:

– Como yo se que a ella le gusta, para mi esta bien.

– ¿Así que le gusta que la miren?, pregunto mi jefe, a lo que Marcela asintió.

– ¿Y que es lo que mas te gusta que te miren?, pregunto Leonardo.

– La cola, dijo ella, parándola todavía más.

– Se ve que es muy linda, pero con la pollera no se ve muy bien, porque no se la levanta un poquito así podemos admirarla mejor, dijo mi jefe.

– ¿Me dejas mi amor que me levante la pollera delante de los señores? Me pregunto, notandosele que la situación la había calentado.

Automáticamente después de escuchar esto note como todos ya se estaban tocando disimuladamente la entrepierna.

– Si tenés ganas, conteste yo, con una erección que ya era imposible de disimular.

Marcela giro dándole la espalda a mi jefe y se levanto la pollera dejándole ver la mitad de los cachetes.

– ¿Le gusta señor? Preguntó, mirando a mis compañeros que estaban de frente.

Mi jefe no contestó. Miraba el culo de Marcela sin poder creerlo.

– Date vuelta que nosotros también te queremos ver, dijo Leonardo.

Marcela giró y apunto la colita a mis 6 compañeros, se levanto un poquito mas la pollera, dejando ver la disminuta tanguita blanca y mirando a mi jefe con cara de viciosa le preguntó:

– ¿Cuanto hace que no ve una colita tan linda?

– Hace mucho señora, le respondió, mientras se manoseaba el bulto a través del pantalón.

Leonardo no aguanto mas y me preguntó sin sacar la mirada del culo de Marcela:

– ¿Jorge te molesta si me bajo el pantalón?

Yo estaba esperando que alguien fuera el primero en decirlo porque con la erección que tenía tampoco aguantaba mas tener el pantalón puesto. Así que mi respuesta fue afirmativa. Todos nos desabrochamos los pantalones y en segundos estaban todos con sus miembros totalmente erectos en la mano.

Marcela los miro disimuladamente uno por uno y ponía cara de tonta. Cuando se dio vuelta y vio el de mi jefe se noto en su cara la sorpresa y no pudo disimular mas la calentura que le produjo ver tremendo pene. Era realmente impresionante media como 28 cm. Pero lo mas sorprendente era su grosor, no bajaba de los 5 cm.

– ¿Le gusta lo que ve? Le pregunto mi jefe mientras sacudía terrible pedazo de carne.

Marcela no dijo palabra, solamente asintió con la cabeza sin dejar de mirarlo.

– ¿Le gustaría tocarlo? pregúntele a su marido si la deja, continuo mi jefe.

– Mi amor ¿me dejar tocarle la pija al señor?, me preguntó, mientras se lamia los labios.

Yo, de lo caliente que estaba, me salió un si casi inaudible.

– Pero antes me tiene que dejar tocarle la colita, así que dese vuelta, bájese la bombachita hasta las rodillas y saque ese culito para afuera, le ordenó.

Marcela obedeció de inmediato, y en un segundo estaba mostrándole a mi jefe su colita toda desnuda y a mis compañeros le mostraba la conchita que ya a esta altura estaba toda húmeda.

Mi jefe estiro la mano y empezó a acariciarle suavemente los cachetes. Mientras esto pasaba mis compañeros se pajeaban freneticamente mientras Marcela los miraba y se lamia los labios con una cara de puta que solo tiene cuando esta con una calentura de aquellas, y hoy era ese momento.

– Agáchese un poquito, le pidió mi jefe. A lo que mi novia respondió de inmediato.

Así mi jefe con las dos manos le abrió los cachetes y dejo al descubierto su agujerito.

– Que lindo y abierto que tiene el culito señora, dijo mi jefe, ¿le gusta que se la metan por ahí?, siguió.

– Mucho, contestó Marcela dando vuelta la cara y mirándole la tremenda pija.

– ¿Tiene ganas de tocar este pedazo?

– Déjeme por favor, suplico ella. A lo que mi jefe le contestó.

– Aquí la tiene.

Marcela se dio vuelta , se puso en cuatro entregándoles una vista fabulosa a mis compañeros, agarro la pija de mi jefe y mientras la miraba con deseo, comenzó a pajearla.

– Como le gusta la pija a su mujer, me dijo mi jefe mientras me miraba.

Mientras tanto Leonardo se animó y le metía mano al culo de mi novia. Los otros se fueron sentando en el piso haciendo un circulo alrededor de ella y comenzaron a tocarla por todas partes.

– Te dije que era una putita, le dijo Eduardo a Leonardo, mira como le gusta que la toquetiemos.

– ¿Puedo darle un besito a su pene señor?, pregunto ella a mi jefe, que ya lo tenia totalmente parado y era de un tamaño antinatural.

– Si, pero antes sáquese toda la ropita así mientras se entretiene con mi verga, puedo mirarla mientras los muchachos le meten la lengua en todos lados.

Con solo escuchar eso, Marcela comenzó a gemir y a morderse el labio inferior, mientras se incorporaba y se sacaba el top y la pollera quedando solamente vestida con un par de medias cortitas de color rosa.

Volvió a ponerse en cuatro, tomo con las dos manos el pene de mi jefe y comenzó a darle besitos, comenzando por los testículos y subiendo hasta llegar a la cabeza. Ahí se detuvo, lo miro a los ojos a mi jefe, abrió al máximo la boca y comenzó a chuparlo con desesperación.

– Eso señora, muéstrele a su marido como le gusta comer pijas grandes, le decía mi jefe.

– Levanta bien el culito putita que te lo voy a ensartar, le ordenó Eduardo, que ya estaba de rodillas detrás de mi novia.

Marcela, sin sacarse el miembro de la boca, se arqueó lo mas que pudo y abrió más las piernas, ofreciéndole a Eduardo un primer plano de su hoyito abierto.

Eduardo me miró y me dijo:

– Mira como le voy a romper el culito a tu señora. Ahí nomás, le escupió el ano, le apoyo la punta de la pija y de un saque se la introdujo toda.

Mmmmmmmmsi, gritó Marcela, demostrando el placer que le estaba causando tener un pene en la cola.

Ver a mi mujer como seguía muy entretenida con la pija de mi jefe, mientras Eduardo le bombeaba con locura el culo y los otros la manoseaban por todos lados, esperando su turno, me hizo llegar a mi primer orgasmo.

Luego de un rato Eduardo le dejo el lugar a Leonardo y este a otro, y así uno a uno pasaron todos por el culito de mi novia.

De repente mi jefe la levantó de los pelos y la sentó sobre sus piernas de frente a él, la besaba en la boca y mientras la manoseaba toda le dijo:

– Ahora va a parar el culito para mi que es mi turno.

– No, eso no, la va a lastimar, dije yo.

– Dígale señora las ganas que tiene de tener este pedazo en su colita, dijo mi jefe.

– ¿No me va a doler?, le pregunto a mi jefe.

– Un poquito al principio pero después le va a encantar, se lo prometo, le contestó.

– Dejame probarla mi amor, nunca tuve algo así en mi colita y la verdad es que me muero de ganas que tu jefe me la rompa toda, me pidió.

– Arrodíllese y abra bien su culito, le ordenó.

A lo que Marcela le hizo caso inmediatamente. Todos los demás, incluso yo, hacíamos un circulo alrededor de ella, esperando ver como iba a entrar tremendo miembro en su culo.

Mi jefe se arrodillo atrás y le golpeaba la cola con la pija mientras le decía: – Pídame que le rompa el culito señora, a lo que Marcela le contestaba con voz de relajada: – Por favor señor destróceme la cola. Este dialogo los había puesto a todos a mil. Mis compañeros se masturbaban freneticamente.

– Antes quiero ver como se chupa una pija y se traga toda la lechita, continuó mi jefe.

Marcela levantó la cabeza y le manoteó el pedazo a Leonardo, que era el que tenía mas cerca, lo hizo agachar y se la metió en la boca. No aguanto mucho, enseguida la lleno de semen, que mi novia muy obediente tragó hasta la ultima gota.

– Muy bien señora, ahora va a gozar como nunca, le dijo. Apartó los cachetes con las manos y le comenzó a introducir la cabeza. Ella solo gemía y pedía mas.

– ¿La quiere toda adentro?

– Si, por favor, contestó, a lo que mi jefe embistió hasta que le pegaron los testículos en el culo.

– Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhh siiiiiiiiiiiiiiiiiii, fue el grito de Marcela.

No podía creer que la pija de mi jefe había desaparecido en el culito de mi novia. De pronto mi jefe comenzó a bombearle, primero despacio, después le daba con todo. Marcela se arqueaba del placer que le causaba tener terrible pedazo de carne adentro.

La escena era tan caliente que muchos de mis compañeros no aguantaron más y acabaron sobre la espalda de mi novia.

Mi jefe estuvo cabalgando como diez minutos, tiempo en que Marcela por lo menos tuvo 5 orgasmos.

– Mire como le lleno el culo de leche a su señora, me dijo mi jefe, mientras le acababa adentro.

De pronto la saco y ella se dio vuelta y se la limpio toda con la lengua. La seguía mirando y tocando con deseo, como si se hubiera quedado con ganas.

Todos se cambiaron y se despidieron de mi novia con un beso en la boca; Ella seguía desnuda y chorriando semen por el culo. Mi jefe le agarro el culo con las dos manos mientras le metía un beso de lengua y dirigiéndose a mi me dijo:

– Me parece que su señora se quedó con ganas, así que, si no le molesta, pronto vuelvo a comerle la colita nuevamente.

– Ojalá sea pronto, respondió mi novia, acariciandole el bulto.

Yo me quede pensando como iba a regresar al trabajo.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

jorge282828@hotmail.com

Relato erótico: Diario de una Doctora Infiel (4) (POR MARTINA LEMMI)

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        La verdad que ya no se sabía qué cosa era más degradante.  Rogar por sexo anal era una humillación tanto o
más grande que pagar para que me lo hicieran.  Pero yo estaba ultra caliente.  Y ya para esa altura no había obstáculo que se me interpusiese con tal de conseguir la verga del pendejo en mi cola.  Ni aun si ese obstáculo era mi dignidad.  Así que inspiré, tragué saliva y recité, casi como si se tratara de una oración o alguna perorata legal.
             “Por favor Franco… ¿Puede usted hacerme la cola?”
             El pendejo rió, como ya era costumbre en él.  Me estrelló una palmada en la nalga.
             “Casi bien, doc, casi…” – dictaminó.
               Me quedé un rato en silencio a la espera de que aclarara mejor qué era lo que faltaba a mi pedido, pero no dijo nada, así que yo misma pregunté:
               “¿Qué es lo que está mal…?”
              “La cola no – me corrigió -, el culo…”
 
              Ok.  Tragué saliva nuevamente…
              “Por favor, Franco, puede usted hacerme el culo?”
             “Puede usted hacerme el culo como la puta que soy…”
             El pendejo de mierda nunca estaba conforme.  Siempre parecía conseguir que mi dignidad cayera un escalón más abajo.  Y, sin embargo, no había forma de que yo dijera que no a sus imposiciones.
              “Por favor, Franco, ¿puede usted hacerme el culo como la puta que soy?”
                Una vez más rió con satisfacción.  Mirando de soslayo vi que buscaba algo en el bolsillo del pantalón que tenía por las rodillas.  No llegué a ver qué extrajo pero un instante después me estaba embadurnando mi orificio con su dedo untado en algo, lo cual me hizo volar por los aires, tanto que no pude evitar cerrar los ojos y abrir la boca en una exhalación de placer.  ¡Y pensar que eso era sólo el prólogo de lo que se venía!  En efecto, sólo pasaron unos pocos segundos y su precioso miembro se abrió paso en mi culo.  Logré ahogar algunos gritos pero otros se me escaparon: todo mi cuerpo se agitó como si estuviera siendo presa de una gigantesca convulsión.  Y, al igual que hiciera momentos antes con mi concha, el joven comenzó el bombeo continuado, pero esta vez dentro de mi cola.  Me atrapó con ambas manos de mi cintura mientras que yo hacía lo propio con el escritorio, el cual comenzó a zamarrearse como si se tratara de una cuna ante cada arremetida que él daba hacia mi interior.
            “Eso, putita, así… – me decía, mascullando las palabras como en una mezcla de rabia y disfrute -.  Disfrutá de la verga que tenés adentro y agradecé el honor de que tu culo sea desvirgado por un macho de verdad y no por eso que tenés por marido… Él nunca podría hacerte esto…”
             Era extraño.  Las ofensas contra Damián me dolían en el alma pero a la vez me excitaban de una manera especial.  Y lo cierto era que en ese momento el estar siendo penetrada analmente por Franco provocaba en mi interior un morbo único: era como sentir que él era mi dueño, mi verdadero poseedor… Ese día comprobé la verdad de uno de los grandes mitos que circulan acerca de la sexualidad: que cuando un hombre penetra por la cola a una mujer que nunca ha sido abordada de esa forma, se convierte en su dueño.  Eso era lo que él era para mí en ese momento; así era como yo lo sentía…
           Siguió dándome y dándome; el dolor era ya insostenible pero el placer también.  De pronto sentí que su torrente caliente corría dentro de mi cola y el saber de la excitación de él fue suficiente para activar al doble o triple la mía.  Así que no pude evitarlo… pero acabé… y penetrada por detrás.  Él se dejó caer encima de mí y ese acto graficó aun más el sentimiento de posesión.  Su pecho quedó largo rato pegado a mi espalda y pude sentir cómo ambas transpiraciones se mezclaban y formaban, corriendo piel abajo, riachos de lujuria y placer.  Su mentón se clavó sobre mi nuca y su respiración me entró por la oreja: otro modo más de penetración…
          No sé durante cuánto tiempo se mantuvo en esa posición.  Quizás no haya sido más de un minuto pero yo sólo deseaba que no se interrumpiera nunca, que quedáramos para siempre fundidos así, con él teniéndome ensartada en su verga por la cola.  De hecho, cuando se separó de mí y retiró su miembro, sentí como si me estuvieran cortando un pedazo…
         Giré levemente la cabeza hacia él y vi que comenzaba a acomodarse la ropa con aire indiferente, como si sólo hubiera cumplido con un trámite.  Bueno, quizás eso era para él y después de todo estuviera acostumbrado a menesteres como el que acababa de cumplir.  Pero como ocurría con todo en ese pendejo increíble, esa indiferencia también me calentó, pues con actitudes como ésa me reducía aún más a la condición de objeto.  Supe que la sesión había terminado así que, aun a pesar de lo extenuada que estaba, comencé yo también a vestirme.
            “Por favor, Franco, ¿puede usted hacerme el culo como la puta que soy?”
             No pude evitar un sobresalto en el preciso momento en que estaba calzando una de mis piernas en la tanga.  Lo que acababa de escuchar era… ¡mi propia voz!  Me costó unos instantes darme cuenta de que era así porque, a decir verdad, sonaba como distorsionada o metálica.  Giré la cabeza rápidamente hacia Franco y de inmediato tuve la respuesta: el pendejo estaba allí, sonriente y arrogante como siempre, sosteniendo en su mano derecha su teléfono celular, con el cual, por supuesto, me había grabado.
             Le eché una mirada de hielo:
               “¿Otra vez van a chantajearme?” – pregunté.
             “Jaja, no… No se preocupe doc… Esta vez no va a caer en manos de nadie.  Lo que pasó la otra vez fue un accidente… Bueno, no sé si accidente…, digamos que todo fue culpa de la gorda torta ésa, pero…”
             “¿Sólo me grabaste o volviste a filmarme?  ¿Es sólo audio o también hay imagen?”
               “Jeje… un poquito de todo, doc… Es que cuando usted está en esa posición…, bueno, ya sabe cómo… está tentadora para cualquier camarita, jaja… Pero no va a pasar nada; de verdad se lo digo: no se preocupe…”
                De momento no dije ni objeté más nada.  No por conformismo sino por abatimiento.  Ya empezaba a entender que no correspondía a la naturaleza de Franco el no salirse con la suya ni el no tener a otra persona en sus manos… Una vez que hubo acomodado el nudo de su corbata y puesto el faldón de la camisa adentro del pantalón, encaró hacia la puerta.
                “¿Y qué va a pasar con los otros?” – le pregunté antes de que llegara a salir del lugar.
                  Se volvió y me miró como sin entender.
                 “La filmación… – aclaré -; se supone que ha llegado a otros chicos, ¿no?  ¿Qué va a pasar con ellos?  ¿Cómo puedo fiarme?”
                  “Ah… eh, bueno, en realidad no, doc…, no puede fiarse lamentablemente.  De todas formas yo le prometo que voy a hablar, al menos con los que más conozco, para convencerlos de que no lo sigan difundiendo… Con respecto a las amistades de Vanina, ya no sé qué decirle, doc… Si quiere hablo con ella; es lo más que puedo hacer”
                Otra vez volvió a encaminarse hacia la puerta.  En el preciso momento en que apoyaba la mano sobre el picaporte se detuvo.
                 “Una cosita, doc… – dijo -.  Si hablo con los chicos y ellos piden condiciones…hmm, en fin, supongo que usted entenderá que no está muy bien parada como para decir que no…”
                 Lo miré con odio.
                 “¿De qué hablás?” – pregunté con sequedad.
                “Nada, doc, sólo eso… – me guiñó un ojo y abrió la puerta para retirarse -.  Que tenga un buen día, doc…, usted y su marido”
               Una vez más, volví a mi casa llena de culpas.  El resto de la semana fue exactamente eso: culpas y más culpas.  Es que cuando estaba en la soledad de mi casa o bien en mi consultorio comenzaban a desfilar las imágenes de todo lo ocurrido y sólo podía sentir vergüenza pero, además, todo me producía una gran incredulidad, como que fuera un sueño o una pesadilla de la cual tenía que despertar.  No había forma de aceptar que todo había sido real.  Y sin embargo así era…
              La paranoia del teléfono regresó más viva que nunca; cada vez que sonaba era como un flechazo para mí: siempre temía oír, al otro lado de la línea, la voz de alguna de las autoridades del colegio.  Pero ya para esta altura no era sólo el teléfono, era también la televisión.  Temía ver y oír en cualquier momento “el increíble caso de la médica abusadora de menores en un colegio privado”.  Era en esos casos, ante ese tipo de temores, cuando menos podía creer que hubiera llegado adonde lo había hecho, que hubiera puesto en peligro mi profesión, mi nombre y mi matrimonio de ese modo y sólo por una calentura.  Pero la gran sorpresa, la terrible sorpresa, me la terminó dando el celular.
                Había pasado ya más de una semana después de mi último encuentro con Franco.  Luego de eso todo había discurrido por carriles más o menos normales y yo había cumplido con todas mis obligaciones revisando a nuevas tandas de chicos y chicas y confeccionando las fichas correspondientes.  Cuando sonó el celular, descubrí que se trataba de un mensaje de voz, lo cual me pareció extraño.  Fui, por lo tanto, al buzón de voz y, para mi estupor, escuché lo siguiente:
             “Por favor, Franco, ¿puede usted hacerme el culo como la puta que soy?”
             Desde luego, era mi voz…
 
             Las piernas me temblaron a más no poder.  Volví a escuchar el mensaje de voz prestando especial atención al número desde el cual había sido enviado: no lo reconocía.  No tenía en mi directorio nada parecido y, obviamente, era lógico: ¿quién de mis amistades podía tener ese audio?  Si de alguien había venido, por supuesto, era de Franco, o de alguno de sus amigos… o quizás fuera la gordita lesbiana haciendo de las suyas nuevamente… Pero, ¿cómo habían obtenido mi número?  ¡Dios! ¿Hasta dónde llegaría la pesadilla?  Me quedé helada, de pie en el medio de la sala de estar.  De pronto sonó el teléfono, el fijo.  Corrí hacia él: Damián estaba en casa en ese momento pero estaba arriba; no tenía tiempo de llegar a atender pero la desesperación que me embargaba era tal que quería atrapar ese tubo ya mismo.  Lo levanté; bajé la vista mecánicamente hacia el visor del aparato y marcaba anónimo.
                “Por favor, Franco, ¿puede usted hacerme el culo como la puta que soy?”
                  Otra vez el mismo mensaje.  Otra vez mi voz.  No sé si fue mi imaginación pero me pareció escuchar una respiración al otro lado y tal vez una risita ahogada pero no lo supe a ciencia cierta; no llegué a preguntar quién era que ya había colgado.  Todo me daba vueltas; de pronto veía borroso y me zumbaban los oídos.  Alguien estaba decidido a hacerme pagar el precio de mi infidelidad de aquel primer fatídico día de trabajo en el colegio.  La frente se me perló de sudor.  ¿Y ahora qué?  ¿A quién acudir?  ¿Cuál sería el siguiente paso?  Tenía que pensar, pensar, pensar… Claro, llamar al número que me había quedado registrado en el celular: ése tenía que ser el próximo movimiento de mi parte.  Salí a la galería exterior, lejos de los oídos de Damián quien, a todo esto, seguía arriba y no había dado señales de nada.  No tenía por qué, desde luego: sólo había sonado el teléfono después de todo, algo que ocurría a menudo.
 

Marqué el número en mi celular y llamé.  Nadie contestó.  Era obvio que sería así.  Debería usar otro número para llamar, ¿pero el de quién?  Involucrar a cualquier tercero en ese asunto implicaría ponerlo al corriente de todo lo ocurrido o, en el mejor de los casos, abrirle la puerta para que se enterase.  No, no debía haber otras personas de por medio.  Yo debía encargarme de las cosas.  Otro chip.  Eso era.  Llamar desde mi teléfono pero utilizando un chip diferente; de esa forma no reconocerían la línea y contestarían.  ¿Por qué pensaba en plural?  No sé;  la verdad era que me taladraba la cabeza la idea de que era una confabulación entre varios.  No sé por qué, pero eso era lo que me parecía.

                    El terror se apoderó de mí durante lo que restaba de ese día y el siguiente.  Estuve presta a correr a atender el teléfono cada vez que sonó antes de que Damián pudiera hacerlo e hice todo lo posible para que él no quedara solo en casa en ningún momento.  Por suerte, nuestros respectivos horarios hacían que lo normal fuera que estuviéramos los dos o bien estuviera yo sola.  De todas formas, no volvió a haber novedades al respecto.  Logré conseguir otro chip de ésos que se venden baratos por cualquier lado y así llamé al número utilizando una línea diferente.  Nada.  No me contestaron.  Fuera quien fuera el que estaba detrás de todo estaba bien obvio que sabía y calculaba cuáles serían mis próximos movimientos.  De ser así, era lógico que no contestase un llamado de un número desconocido ya que era bastante posible que se tratara de mí.
                  Mi cabeza ya no daba más.  Sólo me quedaba hablar con Franco, pero… ¿cómo hacerlo?  ¡Un momento!… ¿Cómo no lo pensé antes?  Tanto su dirección como su número de teléfono debían figurar en la ficha.  Pero la había entregado.  Sólo me quedaba volver a pedirla con alguna excusa y de esa forma sacar esos datos.  Luego, desde ya, tenía que actuar con mucho sigilo.  El chico viviría con sus padres y eso era un elemento a tener en cuenta.  No se podía pensar en llamar y decir algo como “hola, soy la doctora Ryan… atendí a su hijo Franco en el colegio y me gustaría hablar con él”.
 
              Al otro día me tocaba volver a trabajar en el colegio.  Y tuve que jugar mis cartas con el mayor cuidado de que era capaz.  Solicité la ficha para revisar algunas cosas, pero a los efectos de disimular pedí unas cuantas, dentro de las cuales estaba obviamente incluida la de él.  Conseguí la dirección y el número de la casa.  Probé llamar una vez desde un locutorio pero me contestó alguien que, aparentemente, sería su madre.  Podría a continuación haber pedido hablar con él pero no me atreví.  ¿Quién era yo y cómo iba a justificar mi llamado?  No podía, por cierto, hacerme pasar por una compañera de colegio porque mi voz delataba claramente mi edad.  Volví a intentar más tarde y me contestó una voz también femenina pero más juvenil: ¿una hermana?  No había modo de saberlo pero en todo caso volví a cortar.  Decididamente seguir llamando sólo contribuiría a ponerlos en alerta o a levantar sospechas.  Lo mejor tal vez sería llegarme hasta el lugar y estacionar en algún lugar estratégico, relativamente cerca.  En algún momento Franco aparecería.
            En efecto, permanecí casi dos horas estacionada sobre su misma calle, a unos ochenta metros de la casa, un chalet de tejas francesas.  Mientras estaba allí medité acerca de lo loco que era todo: ¿qué hacía yo espiando a un adolescente?  Por otra parte era notable hasta qué punto había llegado mi desesperación como para estar aguardando por un joven que posiblemente nunca llegaría o bien estaría ya hacía rato adentro de la casa.  De hecho, ya empezaba a oscurecer y sería mejor retornar a mi propia casa antes de que llegara Damián: no era tanto el riesgo de que sospechara algo a partir de mi ausencia (las médicas siempre contamos con ventajas cuando se trata de presentar excusas para estar en otro lado) sino sobre todo el pánico de que el teléfono sonara sin que yo estuviera allí para ganarle de mano en atenderlo.  Ya estaba arrancando el auto… cuando distinguí a Franco…
            El corazón me saltó en el pecho.  Por primera vez lo vi lucir un atuendo diferente al uniforme del colegio.  Estaba de remera y jean, muy sencillo y de entrecasa, pero siempre igual de hermoso y apetecible.  Arranqué el auto; perdí tanto el sentido de la realidad que, en el momento en que dejaba el lugar junto a la acera para avanzar hacia él, no vi un Fiat Palio que justo pasaba por al lado y le impacté en el guardabarros.  El tipo se bajó del auto enardecido; yo estaba terriblemente nerviosa y superada por la situación: más no podía pasarme.  Creo que en el momento en que abrí la puerta y me bajé, se calmó un poco: ésos son los casos en que sirve ser una mujer hermosa.  Traté de sonar lo más apaciguadora posible; le pedí mil disculpas por mi torpeza y le dije que no se hiciera problema por lo del seguro aunque, si lo pensaba fríamente: ¿qué diría ante Damián?  ¿Cómo podría mentir acerca del lugar en que había sido el siniestro si tenía que hacer la denuncia ante el seguro a los efectos de que ese hombre pudiera cobrar?  Él no paraba de decirme que yo no podía salir andando así como así, sin mirar, etcétera… Yo, por mi parte, no paraba de pedirle disculpas y estaba en eso cuando, en un momento determinado, noté que alguien se había acercado para ver qué ocurría… Y al girar la vista hacia mi derecha, me encontré con Franco…
           El pendejo estaba allí y me miraba fijamente: lucía preocupado pero a la vez sereno.  No era, por cierto, el único que se había acercado.  Era un barrio tranquilo pero aun así unos cuatro o cinco curiosos se habían arracimado en torno al lugar del accidente; la mayoría se alejaron rápidamente al comprobar que se había tratado de un toque sin importancia pero la realidad era que, de entre todos los que allí estaban, yo sólo tenía ojos para Franco…
           “¡Hola, doc! – me saludó -.  ¡Qué sorpresa!  ¿Está todo bien?”
            Yo seguía mirándolo estúpidamente; tuve que tragar saliva y juntar fuerzas para poderle contestar:
             “S… sí, sí… – otra vez el maldito tartamudeo -.  Todo bien Franco… ¿Qué hacés p… por acá?”
             “Vivo acá” – respondió señalando hacia la casa que yo, más que sobradamente, sabía bien cuál era.
              De pronto me había olvidado de mi interlocutor principal quien, por cierto, pareció impacientarse.
              “Bueno… ¿me va a dar los datos del seguro?”
             “S… sí, sí, claro… ya se los doy” – contesté y metí medio cuerpo adentro del auto para buscar un bolígrafo y un papel.
              “Bueno, doc, yo la dejo… – saludó Franco -.  Me alegro de que no haya sido nada y esté todo bien…”
              “¡Esperá!” – le espeté en un tono que sonó más desesperado de lo que me hubiera gustado pero que en ese momento no logré contener.
                Dirigí la vista hacia Franco a través del parabrisas y pude ver que se había detenido y me miraba fijamente y con intriga.  Le hice con la mano un gesto de que me aguardara.  Le di finalmente al conductor del otro vehículo los datos que necesitaba y le volví a reiterar que se quedara tranquilo, que mi seguro le cubriría todo.  Era tal la conmoción que yo sentía que me olvidé de pedirle sus datos para hacer mi propia denuncia y fue él mismo quien me recordó que debía hacerlo.  Me sentía estúpida; no sé qué pensaría de mí ese tipo pero yo tenía la esperanza de que atribuyera mis despistes a la turbación por el accidente mismo y no a la presencia del jovencito a quien, al parecer, no conocía.   De hecho, eché un par de miradas de soslayo a Franco y me dio la impresión de que se estaba divirtiendo con mi turbación.  Una vez que logré desembarazarme del tipo (no fue fácil) quedé cara a cara con el muchachito.
          “Subite al auto” – le dije.
 

Él pareció sorprendido por mi tono imperativo y, a decir verdad, yo también me sorprendí.  Ni siquiera le di opción a la negativa ya que me ubiqué al volante y permanecí aguardando a que él, simplemente, subiera.  Permaneció unos segundos sin hacer ni decir nada; luego entró y se sentó a mi lado.  Durante algún rato no hubo palabra alguna: sencillamente giré la llave y me alejé de aquel lugar en el cual, dado que se trataba del vecindario del chico, podía haber muchas miradas indiscretas.  No sé durante cuánto tiempo conduje pero llegué casi hasta los límites de la ciudad, en una calle muy tranquila a escasas cuadras de la avenida General Paz; ya había oscurecido.  Estacioné junto al cordón de la acera y giré la vista hacia Franco:

           “Decime qué es lo que está pasando” – le requerí, manteniendo mi tono enérgico y demandante.  Él se encogió de hombros; súbitamente daba una cierta imagen de indefensión o, en el mejor de los casos, incomprensión.
           “No sé de qué me habla, doc”
          “Estoy recibiendo mensajes de voz” – repuse ásperamente.
           Una vez más puso cara de no entender.
            “¿Mensajes de voz? ¿Y qué dicen?”
            “Soy yo… Es mi propia voz la que aparece en esos mensajes – yo sonaba algo fuera de mí y Franco mantenía la misma actitud de incomprensión; como no decía nada, seguí hablando -.  Es la grabación… La grabación que me tomaste con tu celular, ¿te acordás?  Donde yo decía…”
              “Donde usted me pedía por favor que le hiciera el culo” –me interrumpió Franco quien, con un revoleo de ojos, dio señales de comenzar a entender.  A la vez, su recordatorio de lo que yo había dicho funcionaba de un modo especialmente hiriente contra mi dignidad, con lo cual, como siempre parecía ocurrir, el pendejo estaba volviendo a tomar control de la situación.  Cada vez que yo creía habérselo arrebatado, él se encargaba de esfumarme esa ilusión muy rápidamente.
              “S… sí – bajé la vista con vergüenza -.  Ésa… – estuve unos instantes en silencio pero volví a arremeter con enegía -.  ¿Sos vos el que me está jodiendo?”
              Franco desvió la vista y miró hacia algún punto indefinido en la noche.
              “Sos vos, pendejo de mierda… ¿No? – insistí.
             “No, doc… – negó con la cabeza aun sin mirarme -.  Yo no hago esas cosas, ya se lo dije”
             “¿Volvieron a sacarte el celular?  ¿Es la gordita torta ésa?”
             “No, doc, no hay forma.  Esta vez me cuidé bien.  No tomó el celular en ningún momento”
             “¿Y entonces? – yo estaba furiosa, no cabía en mí -.  ¿Qué me vas a hacer creer esta vez?”
             “Yo no le quiero hacer creer nada – me contestó volviendo a mirarme -.  Le estoy diciendo la verdad: esta vez no hubo nadie que tomara el celular de mi mochila ni nada por el estilo…, a menos…”
            “¿A menos…?”
             Franco tragó saliva; parecía estar recordando.
             “Al otro día de que usted me pidió que yo le rompiera el culo – el maldito pendejo siempre se encargaba de humillarme -, me quitaron el celular por estarlo utilizando en clase”
 
             Touché.  Eso sí que fue una verdadera bomba.  Estoy segura de que la cara se me contrajo en un rictus de espanto.
             “¿Q… quién?  ¿Un profesor???” – pregunté.
             “Una profesora en realidad”
             Me llevé las manos a la boca mientras mis ojos estaban a punto de lagrimear.
             “¿Qué profesora?” – pregunté, anonadada e incrédula ante lo que oía.
             “Patricia Quesada… de psicología.  ¿La conoce?”
              Negué con la cabeza.
               “Pendejo boludo – dije entre dientes -.  ¿No tenías nada mejor que hacer que estar utilizando el celular en clase?  ¡No se puede!  ¡Era obvio que te lo iban a quitar si te veían!”
              “S… sí, no me di cuenta, pero de todas formas…”
             “¿Y qué pasó después?” – pregunté, más imperativa que nunca.
             “¿Perdón?”
             “¿Qué pasó con el celular?  ¿Cómo siguió la historia?” – yo estaba más que impaciente.
              “Ah, eso… Bueno, mire, por reglamento, si a uno le quitan el celular por estarlo utilizando en clase, se lo pasan a la preceptora y de ahí a dirección… Se envía una nota a los padres en el cuaderno de comunicados y uno de ellos se tiene que hacer presente en el colegio para recuperarlo.  Si no es así, no lo devuelven”
               Un torbellino se arremolinó en mi cabeza.  Sólo desfilaron nombres, personas con rostro o sin rostro, directivos o parientes… Un mar de manos por las cuales podría haber pasado el maldito celular con el cual él me había grabado y donde vaya a saber si no estaría aún la filmación del primer lunes.
             “¿Y quién fue de tu casa al colegio para buscar el celular?” – pregunté, abatida y con mi rostro enterrado entre las palmas de mis manos.
             “Hmm…, mi papá, creo… ahora que me lo pregunta no sé bien.  Yo sólo recibí mi celular en casa, con un buen reto como siempre… Pero, doc… no se ponga así…”
             “Estoy recibiendo mensajes, ¿entendés, pendejo?  Alguien se está divirtiendo conmigo gracias a esa grabación en tu celular”
            “Sí… entiendo cómo debe sentirse, doc…, pero no sé, no me parece que ni en mi casa ni en la dirección del colegio se hayan puesto a revisar el celular…”
            “Nunca tenés control de ese celular, parece – le increpé, mezclando indignación y pesadumbre -.  Ya la otra vez te lo sacaron y ni siquiera te diste cuenta por lo que decís…”
            “Sí, pero… ¡ah! – se interrumpió, como si súbitamente se hubiera acordado de algo -.  Estuve hablando con los chicos, por lo menos con los cuatro que conozco…”
             Aparté las manos de mi rostro y le miré, esperando que fuera más explícito.
              “Bueno… – continuó al notar mi silencio -.  Los chicos se comprometen a no difundir ese video.  Dicen que hasta ahora no lo han hecho…”
             “¿Hasta ahora? – ladré, prácticamente -.  A ver… vamos por partes: ¿cómo podemos saber si realmente dicen la verdad en eso de que no se lo han mostrado a nadie?  Y en segundo lugar, ¿cómo es eso de “hasta ahora?”
 

“Hmm… bueno, a ver… con respecto a si lo mostraron a otra gente o no, no tenemos más remedio que creerles, ¿ no le parece?  O sea, no tenemos forma de saber si dicen la verdad o mienten… Y con respecto a lo otro, hmm… ellos consideran que si usted quiere que ellos mantengan el video en secreto y no lo den a conocer, debería pagar un precio”

             Touché.  Otro duro golpe más.  ¿Hasta cuándo tendría que seguir pagando por mi infidelidad?
             “¿Quieren plata? – pregunté, furiosa -.  Quieren plata, ¿verdad?  Bueno, entonces es corta… Preguntales cuanto quieren… O bien yo les ofrezco a ver si están…”
              “No, no – me interrumpió, gesticulando desdeñosamente con las manos -, no quieren plata, doc… Quédese tranquila”
               Una vez más lo miré sin entender.
               “¿Y entonces?” – pregunté.
               “Hmm, bueno… – vaciló un momento -.  A mí me parece que lo que piden es, dentro de todo, razonable.  Y usted puede dárselo.  Verá… están preparando una fiesta para el próximo “finde”… Y les gustaría tenerla a usted como invitada principal”
              Un terrible escozor me recorrió de la cabeza a los pies.  Los ojos se me inyectaron en rabia e impotencia:
             “¿Eeh?… ¿Q… qué clase de fiesta?  ¿De qué estás hablando?”
            “Ellos ya se lo van a decir cuando llegue el momento.  Por eso sería importante que se pusiera en contacto – extrajo su teléfono celular -.  Voy a necesitar su número, doc”
               Se lo veía totalmente sereno.  Su rostro no lucía la expresión burlona de otras veces pero a la vez era como que subyacía de manera tácita el hecho de que se estaba divirtiendo conmigo una  vez más.
               “¿Mi número?” – vociferé -.  ¿Estás loco?”
               “Doc… si realmente fueran ellos quienes la están molestando, entonces ya tienen su número así que no veo cuál sería el problema.  Y si usted está desconfiando de mí y piensa que soy yo el responsable de esos mensajes, entonces significa que también tengo, supuestamente, su número.  ¿Cuál sería el sentido de “encanutarlo”?  Y por otra parte, doc… ¿tiene alternativa?  No hace falta que me conteste, lo hago yo: no, doc, no la tiene… Si usted no accede ellos se encargan de mostrarle la filmación hasta al verdulero de su cuadra”
              La lógica del pendejo era impecable.  Perversa sí, pero impecable.  Me sentía desfallecer. como si todo mi cuerpo cayera hacia el piso del auto o, más aún, hacia el asfalto.  Ya no sabía yo en qué contexto ni en qué barrio estaba, ni idea de lo que había más allá de los cristales del auto.  Sólo sabía que allí dentro, y mientras conversaba con un maldito pero bellísimo adolescente, mi vida se estaba cayendo hecha pedazos.  Como si fuera un robot, le fui recitando los dígitos de mi número telefónico uno detrás del otro, con voz fría y sin entonación: la voz de la derrota, la resignación y el abatimiento.  Al terminar de hacerlo le dirigí una mirada de soslayo y me pareció que se dibujaba una leve sonrisa triunfal en sus comisuras.
              “Diez puntos” – dijo y guardó su teléfono.
 
               Me quedé mirándolo, aún de reojo.
               “¿No vas a darme el tuyo?” – pregunté.
               “No – dijo con sequedad -.  Ya la llamaré y entonces agéndelo si quiere”
               Cómo gozaba el desgraciado con saberme en sus manos.  Ningún fundamento para su negativa.  Simplemente yo tenía que aceptar el “no”.  Casi como si toda la cuestión del celular hubiera funcionado como una invocación, de repente sonó el mío; me sobresalté.  ¡Dios mío!  ¡Era Damián!  Prácticamente me había olvidado de él.  ¿Qué hora era?  Tomé con prisa el aparato y respondí.
               “Ho… hola amor” – mi voz sonó algo entrecortada tanto por mi prisa en responder como por la tensión del momento.
              “Hola bebé… – sonó desde el otro lado la voz de mi esposo -.  ¿Qué pasa?  Se te nota como agitada…”
               Touché.  Otra vez un escozor indescriptible me recorrió cada palmo del cuerpo.
               “N… no, nada… Es que… vine a ver una paciente y tuve que subir escaleras”
                No era la mejor excusa del mundo pero funcionó.
               “Ah, ok… No te hagas problemas, está todo bien… Yo te espero; solamente me preocupé…”
               “Jaja… – mi risa sonó nerviosa y no sé hasta qué punto creíble -.  Me sé cuidar am…or…”
                 Justo en el momento de decir “amor” mi voz se entrecortó.  ¿Era el mismo escozor que me invadiera al sonar el teléfono lo que ahora sentía sobre mi sexo?  No, decididamente era otra cosa.  Bajé la vista y pude comprobar que la mano de Franco se deslizaba por debajo de mi falda y me acariciaba la conchita por encima de la tanga.  Fue como si todo mi cuerpo se contrajera sobre esa zona en una especie de impulso eléctrico.  Le eché una mirada furtiva al pendejo pero él, fiel a su estilo, sonreía.
               “¿Seguís subiendo escaleras? – preguntó Damián a través del teléfono y, por un segundo, dudé acerca de si su pregunta estaba hecha con ingenua espontaneidad o bien era producto de la ironía de quien algo sospechaba… Lo cierto era que yo tenía que responder rápido.
              “S… sí – dije – son interminables”
               Atrapé con mi mano libre la muñeca de Franco en un intento por hacerle quitar la suya de mi sexo pero fue un intento inútil.  Hubiera necesitado ambas manos pero la otra estaba contra mi oreja, sosteniendo el celular.
               “¿No hay ascensor en ese edificio de mierda? – preguntó mi marido -.  Jaja… ¿Dónde carajo estás?”
               Touché.  Franco, entretanto, iba tensando sus dedos que, ahora como garfios, se ensañaban en masajearme el monte, ya no tan delicadamente como antes y, en el continuo ir y venir, terminaban entrando en la raja llevando la tela de mi prenda íntima hacia dentro.  No pude evitar lanzar una exhalación que se fusionó con un jadeo imposible de contener.
                “Mmm… no, está des…compuesto” – respondí.
               “¿Hay uno solo?” – indagó Damián y a mí ya empezaba a parecerme un interrogatorio.  Crucé una pierna sobre la otra para neutralizar un poco la acción de Franco pero no logré ningún efecto al respecto.  Por el contrario, su mano quedó allí, atrapada entre mis muslos y jugando con mi concha.  Podía darme cuenta que mi tanga estaba totalmente mojada y la cara de Franco denotaba que disfrutaba con eso.  Separaba los labios de su boca al mismo tiempo que sus dedos hacían lo propio con los de mi vagina… y reía.  No era, por suerte, una risa sonora; más bien su mueca era la de una carcajada en suspenso, silenciosa, burlona, lasciva… y casi siniestra.
 
             “S… sí…. – yo hablaba como podía; me costaba sacar de mi garganta algo medianamente inteligible que pudiese reconocerse como palabras -.  N…no sé q… qué me dijo el por… tero… Algo sobre una falla en… el s… sistema… eléctri…co….”
             “¡Epa! – exclamó Damián -.  Qué agitada se te nota.  Al final no sé para qué vas al gimnasio, hacés tenis y todo eso, jaja… Estás fuera de estado, bebé”
              “Eeh, s… sí, ja… Bueno, vos no te precupes si tardo, amor… Andá comien…do; no me es…peres”
                En eso Franco estrelló un beso contra mi mejilla que rogué a Dios no hubiera sido oído por Damián; en principio me pareció imposible que no hubiera sido así.  Seguidamente y sin darme tiempo a reacción, me propinó un lengüetazo de abajo hacia arriba a lo largo de la mejilla y luego introdujo su lengua en mi oreja.  Juro que la sensación era la de que me estaba cogiendo, tal el erotismo con que cargaba tal acto.
             “No, bebé, te espero… Che, ¿cuàndo llegás? Jaja… De verdad que es interminable esa escalera… Además se nota cómo retumba tu voz”
              Y claro, Damián: yo estaba dentro de la cabina del auto siendo atacada por un pendejo que parecía estar prendido fuego.  Por cierto, ya prácticamente no lograba yo mantener mis ojos abiertos y las pocas veces en que pude entreabrirlos, llegué a advertir cómo los cristales se estaban empañando.  Encogí un hombro llevándolo hacia mi oreja para  contrarrestar la entrada de la lengua de Franco en la misma pero, como cada uno de mis intentos por frenarlo o sacármelo de encima, no funcionó.  Opté entonces por ladearme un poco hacia el lado de la puerta y, de ese modo, ponerme lejos del alcance de él.  Pero claro, al hacerlo, fue como que dejé mi cola expuesta.   Y ése fue, en efecto, su siguiente paso: sin dejar de masajearme la concha llevó su otra mano por debajo de mi falda pero esta vez desde el flanco trasero.  Atrapó con sus dedos el borde de la tanga y lo estiró hacia él, de tal modo que la tira prácticamente se me clavó dentro de la zanja.  Luego me la bajó y, sin más preámbulo, me introdujo un rígido dedo en la cola.
            “Mmmm… como quie… ras… Yo des… pués te llamo, am… or… bes… sit.. to…”
              Corté casi sin dejar margen a que Damián me saludara.  Quizás estuve algo parca, pero no podía permitir que siguiera oyendo.
               A todo esto, ya Franco se abalanzaba sobre mí y, sin dejar de penetrarme con sus dedos, tanto por la vagina como por el ano, volvió a alcanzarme con su lengua y a introducirla nuevamente en mi oreja aun más profundo que antes.  Yo hacía denodados esfuerzos por liberarme de él: en un momento hasta tanteé buscando la manija de la puerta, pero… algo me detuvo.  Si la abría era peor; era cien veces preferible que todo transcurriera, como hasta entonces, dentro de la cabina y con los cristales empañados.  Por otra parte… actuaba en mí también una fuerza invisible que llevaba a que mi resistencia nunca fuera del todo firme o decidida.  Dejé caer el celular al piso de la cabina…
                “Usted elige, doc – me susurró con perversión Franco en el oído -.  Asiento de atrás o arranca el auto y vamos a un “telo”.  Si elige eso último, es obvio que tiene que pagar usted, jeje…”
                   Esta vez, sí, con un movimiento más decidido y con mis dos manos libres, logré sacármelo de encima con un empujón, aunque creo que fue en parte porque él cedió la presión.  Sus dedos salieron de adentro de mis cavidades y yo, sin más, pisé el embrague y puse en marcha el auto, a la vez que conectaba los desempañadores.  Ni siquiera miré a Franco durante el camino; en cuestión de segundos, subía con el auto a la avenida General Paz y, poco después, me desviaba a la derecha para tomar el Acceso Oeste.  Bajé a la colectora apenas vi el primer hotel alojamiento…
 
                      No puedo decir lo que fue esa noche de hotel… Me cogió en todas las posiciones posibles: en cuatro patas, boca abajo, con mis piernas sobre sus hombros, de pie desde atrás contra una mesa de mármol de la habitación o, también, levantándome en vilo por mi cintura a la vez que mis piernas rodeaban la suya y mis pies se juntaban sobre sus perfectas nalgas.  Me acabó en la boca, en la cola, en la cara… en todos los lugares posibles y no puedo llevar una cuenta de cuántos polvos me echó ni de cuántos orgasmos tuve yo.  Sencillamente Franco era una máquina sexual que no paraba y, estando con él, yo podía captar en toda su esencia el verdadero significado de la palabra “macho”… y, de modo análogo y complementario, el de la palabra “hembra”.  Cuando sonó el teléfono interno de la habitación y la voz del conserje nos avisó que quedaban sólo quince minutos fue casi como si el encantamiento se terminara y el carruaje volvía a ser calabaza.  Me di una rápida ducha antes de que se cumplieran las tres horas del turno que pagué y, en el momento de cerrar la puerta de la habitación y mientras nos encaminábamos hacia el auto, no podía dejar de agradecer a la vida por haberme dado una noche como aquélla a la vez que no podía dejar de lamentar que se hubiese terminado.  Vaya a saber cuándo pudiera haber otra… si es que la había…  Devolví la llave en la ventanilla al salir y, dado que el cristal de la misma era opaco y no traslúcido, no pude evitar bajar un poco la vista y esconder algo mi rostro a los efectos de no ser reconocida; era harto improbable, desde ya, pero si yo no podía ver el rostro del empleado del lugar, ¿qué garantía tenía de que no me conociera?  Las casualidades existen, desde luego… Y aun en el supuesto caso de que no me conociera, no podía , de todas formas, dejar de sentir un fuerte pudor ante el hecho de que lo que estaba viendo ese hombre era a una mujer madura y muy posiblemente casada saliendo de un “telo” con un pendejito… O quizás para el tipo fuera simplemente una imagen cotidiana…
               Tales cavilaciones dieron vueltas en mi cerebro durante todo el viaje de regreso.  Era tanto mi deseo de que la noche no terminase que tardé en subir otra vez al Acceso Oeste y preferí circular un rato por la colectora, a unos veinte kilómetros por hora, antes de, finalmente, subirme y luego tomar la General Paz.  De todos modos y aun cuando yo quisiera estirar el momento, durante todo ese rato no nos dijimos palabra entre él y yo.  Era tanta la excitación vivida, tanto el cansancio y tantas las sensaciones que se cruzaban que se hacía imposible decir algo sin que sonara superfluo o bien innecesario.  Recién cuando estaba ya llegando al barrio de Franco, me sentí en obligación de preguntar algo:
 
               “¿Y qué va a pasar ahora?” – pregunté, con la vista fija en el camino.
                Aun sin verlo, me di cuenta de que giró la cabeza hacia mí sin entender demasiado.
               “¿Perdón?”
                “El video, tus amigos, la fiesta…”
                “Ah, eso… bueno, nada, estate atenta… Yo hacia el “finde” te voy a llamar… Primero tengo que hablar bien con ellos…”
                  Sus palabras eran, de algún modo, lacerantes.  Parecían darme a entender que yo no podía decidir nada, que mi suerte estaba en manos de ellos y que jugaban conmigo como si yo fuera, justamente, un juguete, un objeto…
                  “¿No me vas a dar tu número?” – pregunté, en un tono que sonó a ruego mucho más que lo que me hubiera gustado que sonara.
                 “No – dijo, seca pero amablemente -.  Yo la llamo, doc…” – y se despidió propinándome un muy delicado besito sobre la mejilla.
                Estacioné a dos cuadras de la casa de él para no ser demasiado obvia.  Tanteó la manija y comenzó a abrir la puerta para bajarse hacia la silenciosa oscuridad de la acera.  Un impulso incontenible me hizo tomarlo por la nuca y, con fuerza, atraerlo hacia mí.  Lo besé con la locura y el frenesí que ameritaba el hecho de estar cerrando la noche más maravillosa de mi vida.  Llevé mi lengua tan adentro suyo que hasta me dolió el estirarla tanto y la sentí resentida durante los días posteriores.  Cuando nuestras bocas se separaron, yo lo mantenía aún aferrado por la nuca; no podía soltarlo.  Y lo besé otra vez… y otra… Por suerte él no puso ninguna mano sobre mi cuerpo pues eso hubiera sido una invitación directa a reiniciar una vez más el camino hacia una cabalgata sexual.  Finalmente lo liberé… Y se perdió en la noche…
              Reinicié la marcha, esta vez en dirección a casa, donde… (Dios mío) me esperaba Damián.  ¿Me esperaba?  ¿Qué hora era?  ¡La una de la madrugada!  Ni siquiera se me ocurría alguna idea sobre qué iba a decir para justificar mi tardanza pero, como dije antes, quienes nos dedicamos a la medicina, siempre tenemos un margen más amplio de probables excusas… Mientras manejaba en la noche mis pensamientos se proyectaban una y otra vez hacia adelante y hacia atrás… Hacia adelante, hacia mi pobre marido que me esperaba en casa creyendo que yo estaba trabajando…, hacia atrás: hacia la noche de más desenfrenado y salvaje sexo que hubiera tenido en mi vida.  Las imágenes vividas en el hotel desfilaban una detrás de la otra… y no pude evitar tocarme durante el camino, a veces un pecho, otras mi tan castigada vagina.
                Cuando llegué a casa procuré ser sigilosa.  Quizás Damián estaría durmiendo y eso sería un punto a mi favor.  Espié por la puerta de la habitación entornada y llegué a ver su rostro sobre la almohada débilmente iluminado por la luz de la pecera… Sí, había cenado sin mí y ahora dormía… gracias al Cielo… Fui al baño y me di una nueva ducha: me sentía paranoica con que el olor de Franco debía estar aún en mí.  Luego, con absoluto sigilo, me dirigí hacia la cama.  En el momento de sentarme sobre ella, Damián habló:
                “¿Qué pasó bombón?  ¿Se complicó?”
               Otra vez volvieron a mí los nervios.  Y el tartamudeo:
                “S… sí, una señora; hubo que internarla finalmente: el marido no quería pero pudimos convencerlo.  Hubo que llamar a sus hijos; se hizo largo el asunto…”
                 Me incliné hacia él y lo besé.  O algo parecido.  Beso corto, puro trámite.  En realidad, en mi vida habría un “antes” un “después” de Franco también en lo referente al significado de la palabra “beso”.
                “¿Comiste? – le pregunté, tratando, tal vez infructuosamente, de sonar relajada.
                  “Sí, ¿vos?”
                  “Sí” – mentí.  O, en realidad tal vez no mentía.  Me había comido al pendejo más hermoso y más increíblemente viril que pudiera existir… y por cierto también su magnífico miembro, y no una… sino varias veces.
 
 
                                                                                                                                      CONTINUARÁ

Relato erótico: “Atraído por mi nueva criada negra” (POR GOLFO)

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Meaza:
Capitulo 1
Necesitas alguien fijo en tu casa-, me dijo Maria viendo el desastre de suciedad y polvo que cubría hasta el último rincón de mi apartamento.-Es una vergüenza como vives, deberías contratar a una chacha que te limpie toda esta porquería-.
Traté de defenderme diciéndola, que debido a mi trabajo no lo uso nada más que para dormir, pero fue en vano. Insistió diciendo que si no me daba vergüenza traer a una tía a esta pocilga, y que además me lo podía permitir. Busqué escaparme explicándole que no tenía tiempo de buscarla, ni de entrevistarla.
No te preocupes yo te la busco-, me dijo zanjando la discusión. Mi amiga es digna hija de su padre, un general franquista, y cuando se le mete algo entre ceja y ceja, no hay manera, siempre gana.
Suponiendo que se le iba a olvidar, le dije que si ella se ocupaba y no me daba el tostón, que estaba de acuerdo, y como tantas otras cosas, mandé esta conversación al baúl de los recuerdos.
Por eso, cuando ese sábado a las diez de la mañana, me despertó el timbre de la puerta, lo último que me esperaba era encontrármela acompañada de una mujer joven, de raza negra.
Menuda carita-, me espetó nada más abrirla y apartándome de la entrada, pasó al interior del piso, – se nota que ayer te bebiste escocia-.
-¿Qué coño quieres?-, le contesté enfadado.
-Te he traído a Meaza-, me dijo señalando a la muchacha, – no habla español, pero su tía me ha asegurado que es muy buena cocinera-.
Por primera vez me fijé en ella. Era un estupendo ejemplar de mujer. Muy alta, debía de medir cerca de uno ochenta, delgada, con una figura al borde de la anorexia, y unos pequeños pero bien puestos pechos. Pero lo que hizo que se derribaran todos mis reparos fue su mirada. Tras esos profundos ojos negros se encerraba una tristeza brutal, productos de la penurias que debió pasar antes de llegar a España. Estaba bien jodido, fui incapaz de protestar y dando un portazo, me metí en mi cuarto, a seguir durmiendo.
Cuando salí de mi habitación tres horas después, mi amiga ya se había ido dejando a la negrita, limpiando todo el apartamento. Parecía otro, el polvo, la suciedad y las botellas vacías habían desaparecido y encima olía a limpio.
-¡Coño!-, exclamé dándome cuenta de la falta que le hacía una buena limpieza.
Pero mi mayor sorpresa fue al entrar en la cocina y ver el estupendo desayuno que me había preparado. Sobre la mesa estaba un café recién hecho y unos huevos revueltos con jamón que devoré al instante. Meaza, debía de estar en su cuarto, porque no la vi durante todo el desayuno.
Con la panza llena, decidí ir a ver donde estaba. Me la encontré en mi cuarto de baño. De rodillas en el suelo, con un trapo estaba secando el agua que había derramado al ducharme. No sé que me pasó, quizas fue el corte de hallarla totalmente empapada, descalza sobre los fríos baldosines, pero sin hablarla me di la vuelta y cogiendo las llaves de mi coche salí del apartamento.
Nunca había tenido ni una mascota, y ahora tenía en casa a una mujer, que ni siquiera hablaba mi idioma. Tratando de olvidarme de todo, pero sobre todo de la imagen de ella, moviendo sus caderas al ritmo con el que pasaba la bayeta, llamé a un amigo y me fui con el a comer a un restaurante.
Alejandro no paró de reirse cuando le conté el lío en que me había metido Maria, llevándome a casa a esa tentación.
-No será para tanto-, me dijo.
-Que sí, que no te puedes imaginar lo buena que está-.
-Pues, entonces ¿de que te quejas?, fóllatela y ya-
-No soy tan cabrón de aprovecharme-, le contesté bastante poco convencido.
El caso es que terminado de comer nos enfrascamos en una partida de mus, que al ser bien regada de copas, hizo que me olvidara momentáneamente de la muchacha.
Totalmente borracho, volví a casa a eso de las nueve. No había terminado de meter la llaves en la cerradura cuando me abrió la puerta para que pasara.
Casi me caigo al verla. Estaba vestida con un traje típico de su país, consistente en una tela de algodón marrón, que anudada al cuello dejaba al aire sus dos pechos. Lejos de incomodarse, por mi borrachera y su desnudez, me recibió con una sonrisa, y echando una mano a mi cintura me llevó a la cama. Sentirla pegada a mí, alborotó mis hormonas y solo el nivel etílico que llevaba, que me impedía incluso el mantenerme de pié, hizo que no saltara sobre ella violándola. Solo tengo de esa noche, confusas imágenes de la negrita desnudándome sobre la cama, pero nada más, porque debí de quedarme dormido al momento.
A la mañana siguiente, al despertarme, me creía morir. Era como si un clavo estuviera atravesando mis sienes, mientras algún hijo de puta lo calentaba al rojo vivo. Por eso, tardé en darme cuenta que no estaba solo en la habitación, y que sobre la alfombra a un lado de mi cama dormía la muchacha a rienda suelta.
Meaza estaba usando como almohada su vestido, y totalmente desnuda descansaba sobre el duro suelo. Estuve a punto de despertarla, pero decidí aprovechar la situación para dar gusto a mis ojos.
Durante más de media hora estuve explorándola con la mirada. Era perfecta, sus piernas eternas terminaban en un duro trasero, que llamaba a ser acariciado. Luego un vientre duro, firme, rematado por dos bellos pechos que se notaba que nunca habían dado de mamar. El pezón negro era algo más que decoración, era como si estuviera dibujado por un maestro, redondo, bien marcado, invitaba a ser mordisqueado. Y su cara, aún siendo negra tenía unas facciones finas, bellísimas. Poco a poco me fui calentando, y solo el corte de que me pillara, evitó que me hiciera una paja mirándola.

De improviso, abrió los ojos. Sus negras pupilas reaccionaron al verme, y levantándose de un salto abandonó la habitación. Decidí quedarme en la cama esperando que se me bajara el calentón, por eso, todavía estaba ahí, cuando al cabo de tres minutos, la muchacha volvió con mi desayuno.
No se había molestado en taparse. Desnuda, me traía en una bandeja, el café y unas tostadas. Sin saber que hacer, me tapé con la sabanas, mientras desayunaba, sin dejar de mirar de soslayo a la muchacha.
Meaza, como si fuera lo más natural del mundo, se agachó por su vestido y atándoselo al cuello, esperó arrodillada mientras comía. A base de señas, le pregunté si no quería, y sonriendo abrió su boca, para que le diera de comer.
Estaba alucinado, vi como sus blancos dientes mordían la tostada, y su dueña volvía a arrodillarse a mi lado, satisfecha de que hubiese compartido, con ella, mi comida. Su postura me recordaba a la de una sumisa en las películas de serie B. Con las manos en la espalda, y los pechos hacía delante, dejando su culo ligeramente en pompa, me estaba volviendo a poner cachondo, por lo que tratando de evitarlo me levanté a darme una ducha fría, sin importarme que al hacerlo ella me pudiera ver desnudo.
No sé si fue idea mía pero me pareció que ella se quedaba mirándome el trasero.
De poco me sirvió meterme debajo de chorro del agua, no podía dejar de pensar en su olor, y su cuerpo. Era increíble, nunca había cruzado una palabra con ella, ni siquiera me entendía y me resultaba hasta doloroso dejar de pensar en como iba a respetar la relación criada-patrón, si la niña no dejaba de andar medio en pelotas por la casa.
Al salir de la ducha fue aún peor, Meaza me esperaba en mitad del baño, con la toalla, esperando secarme. Traté de protestar, pero me resultó imposible hacerla entender que quería hacerlo yo solo, por lo que al final no tuve más remedio que dejar que ella agachándose empezara a secarme los pies. Sus manos y la tela fueron recorriendo mis piernas, mientras su dueña con la mirada gacha miraba al suelo, hasta llegar a mi sexo, cuando con una profesionalidad digna de encomio se entretuvo secando todos y cada unos de mis recovecos sin que en su cara se reflejara nada sexual.
En su cara no, pero mi pene no pudo más que reaccionar al contacto endureciéndose, la muchacha haciendo caso omiso a mi calentura, sonrió, y levantándose del suelo terminó de secarme todo el cuerpo, saliendo después con la toalla mojada hacía la cocina.
Estaba totalmente avergonzado, me había comportado como un niño recién salido de la adolescencia. Cabreado conmigo mismo me vestí, y saliendo al salón, encendí la tele.
Imposible concentrarme, la negrita estaba limpiando la casa, vestida únicamente con ese trapo, y de forma que estuve más atento a cuando se agachaba que al programa que estaban poniendo.
Hecho una furia con mi amiga, por habérmela traído, cerré los ojos intentando el relajarme, pero no debía de llevar ni tres minutos en esa postura cuando sentí que tocaban mi pierna.
Tardé unos segundos en abrir mis párpados, para encontrarme a Meaza hincada a mi lado, con un plato de comida entre sus manos.
No tengo hambre-, le dije tratando de hacerme entender, pero no pude y la muchacha no hacía más que alargarme el plato.
Señalando con el dedo el jamón y el queso, y posteriormente a mi estómago, le hice señas diciéndole que no. Imposible, seguía insistiendo.
-¡Coño!, ¡Que no quiero!-, le contesté ya molesto.
Entonces ella hizo algo insólito, agarrando mi mano, me obligó a coger una loncha, y posteriormente se la llevó a su boca. Por fín entendí, lo que quería, es que le diera de comer. Seguramente en su tribu, los hombres alimentaban a las mujeres y ella obligada por su cultura esperaba que yo hiciera lo mismo. Pensando que ya tendría tiempo de explicarle que en España no hacia falta, agarré otro trozo y se lo metí en la boca.
Sonrió mostrándome toda su dentadura. Realmente estaba encantadora con una sonrisa en la cara, y ya más seguro de mi mismo, seguí dándole de comer como a un bebé. Era una gozada el hacerlo, me sentía importante. Era agradable que alguien dependiera de ti hasta los más mínimos detalles, por lo que cuando se acabó todo lo que había traído fui al frigorífico a por algo de leche.
Cuando volví seguía en el mismo sitio, en el suelo al lado del sillón, y acercándole el vaso a los labios le di de beber. Debía de estar sedienta por que se tomó el líquido a grandes tragos de manera que una parte se le derramó por las mejillas, yendo a caer en uno de sus pechos.
Juro que lo hice sin pensar, no fue mi intención el hacerlo, pero mi mano recorrió su seno, y cogiendo la gota entre mis dedos me lo llevé a mis labios saboreándolo. Sus pezones se endurecieron de golpe al verme chupar mis dedos, y con ellos, mi entrepierna. Nuestras dos miradas se cruzaron, creí descubrir el deseo en sus ojos, pero decidí que me había equivocado, por lo que levantándome de un salto, traté de calmarme, diciéndome para mis adentros que debía de ser un caballero.
-Puta madre, ¡qué buena que está!-, pensé, decidiéndome que eso no podía continuar así, que al menos debía de ir decentemente vestida, para intentar que no la asaltara en cualquier momento, por lo que cogiéndola del brazo, la llevé a su cuarto, y buscándole ropa descubrí que solo había traído la blusa y la falda con la que había llegado a casa.
-Necesitas ropa-, le dije.
Con los ojos fijos en mí, se rió, dándome a saber que no había entendido nada. Era primer domingo de mes, luego los grandes almacenes debían de estar abiertos, por lo que obligándola a vestirse la llevé de compras.
El primer problema fue subirla al coche. Asumiendo que sabía hacerlo abrí las puertas con mi mando, y me subí para descubrir al sentarme que ella seguía de pie fuera del automóvil.
-¡Joder!-, exclamé saliendo y abriéndole la puerta, la hice sentarse.
Nuevamente en mi asiento y antes de encender el motor, tuve que colocarle el cinturón y al hacerlo rocé sus pechos con mi mano, los cuales se rebelaron a mi caricia, marcando sus pezones debajo de su blusa.
-Tengo que comprarte un sujetador, me estas volviendo loco, como sigas con tus pechos al aire no sé si podré aguantarme las ganas de comértelos-.

Meaza, no me entendía, pero me daba igual, me gustaba como sonreía mientras le hablaba. Por lo que aprovechándome de ello, le expliqué lo mucho que me excitaba el verla, que tenía un cuerpo maravilloso. Durante unos minutos, se mantuvo atenta a mis palabras pero al salir al la calle y tomar la Castellana, empezó a mirar por la ventanilla, señalándome cada fuente y cada plaza. Para ella, todo era nuevo y estaba disfrutando, por eso al llegar al Corte Inglés y meternos en el parking, con un gesto me mostró su disgusto.
-Lo siento bonita, pero hay que comprarte algo que te tape-.
Como una zombie, se dejó llevar por la primera planta, pero al tratar de que montara en la escalera mecánica tuve que emplearme duro, por que le tenía miedo. Como no había más remedio, la obligué, y ella asustada se abrazó a mi en busca de protección, de forma que pude oler su aroma penetrante, y sentir como sus pechos se pegaban al mío al hacerlo.
-¿Qué voy hacer contigo?-, le dije acariciándole la cabeza, -Estás sola e indefensa, y yo solo puedo pensar en como llevarte a la cama-.
Sentí pena cuando llegamos al final, porque eso significaba que se iba a retirar, pero en contra de lo que suponía no hizo ningún intento de separarse, por lo que la llevé de la cintura a buscar ropa.
El segundo problema fue elegir su talla, por lo que le pedí a una señorita que me ayudara, inventándome una mentira y diciéndole que la negrita era parte de un intercambio y que necesitaba que le comprara unos trapos. Me daba no sé que, el decirle que era mi criada.
La empleada se dio cuenta que iba a hacer el agosto a mis expensas y rápidamente le eligió un montón de camisas, pantalones y vestidos, de forma que en poco tiempo, me vi con todo un ajuar en el probador de señoras.
Por medio de la mímica, le expliqué que debía de probársela, para ver si le quedaba. Meaza, me miró asombrada, y haciendo un círculo sobre la ropa, me dio a entender que si era todo para ella.
-Si-, le dije con la cabeza.
Dando un gritito de satisfacción, se abrazó a mí, pegando sus labios a mi mejilla. Se la veía feliz, cuando se encerró en el probador. Ya más tranquilo, esperé que saliera, pero al hacerlo lo hizo vistiendo únicamente un pantalón, dejando para escándalo de la mujeres presentes y gozo de sus maridos, todo su torso y sus pechos al aire.
Obviando el hecho que la presencia de hombres esta mal vista en un probador de mujeres, la agarré del brazo y me metí con ella. Si no lo hacía, nos iban a echar del local. De tal forma que en menos de dos metros cuadrados estuve disfrutando de la niña mientras se cambiaba de ropa. Pero lo mejor fue que al darle un sujetador, se lo puso en la cabeza, por lo que tuve que ser yo, quien le explicara como hacerlo.
Tienes unas tetas de locura-, le dije mientras se lo acomodaba dentro de la copa,- me encantaría sentir tus pezones en mi lengua y estrujártelas mientras te hago el amor-.
La muchacha ajena a las burradas que le decía, se dejaba hacer confiada en mi buena voluntad. Me avergonzaba mi comportamiento, pero a la vez lo estaba disfrutando. Pero todo lo bueno tiene un final, y saliendo del probador con Meaza vestida como una modelo, pagué una cuenta carísima alegremente, al percibir que hombres y mujeres no podían dejar de admirar al pedazo de hembra que tenía a mi lado.
Esta vez no tuve que abrirle la puerta, la negrita se había fijado como lo había hecho, pero en plan coqueta dejó que fuera yo quien le abrochara el cinturón, incluso creo que provocó que nuevamente rozara su pecho al incorporarse, mientras lo hacía.
-Eres un poco traviesa, ¿lo sabias?-, le dije mirándola a los ojos, sin retirar mis manos de sus senos.
Soltó una carcajada, como si me entendiera y dándome un beso en la mejilla, se acomodó en el asiento.
Esta mujer me estaba volviendo loco, y creo que lo sabe-, medité mientras conducía.
Mirándola de reojo, no podía más que maravillarme de sus formas y la tersura que parecía tener su piel. Su piernas parecían no tener fin, todo en ella era delicado, bello. Y haciendo un esfuerzo retiré mi mirada, tratando de concentrarme en el volante al sentir que mi entrepierna empezaba a reaccionar. No sé si ella se dio cuenta de mi embarazo pero tocándome la rodilla, me dijo algo que no entendí.
Yo también te deseo-, le contesté haciéndome ilusiones. Realmente quería con toda el alma que así fuera.
Como iba a ser un raro espectáculo, el darla de comer en la boca en un restaurante, decidí irnos de nuevo a mi apartamento. Al menos allá, nadie iba a sentirse extrañado de nuestra relación. Al Bajarnos del coche, la negrita insistió en ser ella quien llevara las bolsas con la ropa y manteniéndose a una distancia de unos dos metros de mi, me siguió con la cabeza gacha. Su actitud me hizo recordar a las indias lacandonas en Chiapas que son ellas las que cargan todo y siguen a su hombre por detrás.
Ya en el piso, lo primero que hizo fue acomodar su ropa en su cuarto mientras yo me servía una cerveza helada. Nunca he comprendido a los del norte de Europa, cuando la toman caliente, una cerveza, para ser cerveza, tiene que estar gélida, muerta, fría y si encima se bebe en casa, con una mujer espléndida, mejor que mejor. Ensimismado mientras la bebía, no me di cuenta que Meaza había terminado de colocar sus trapos y que se había metido a duchar, por eso me sobresaltó oír un desgarrador grito, provinente de su cuarto.

Salí corriendo haber que pasaba. El tipo de chillido indicaba que debía de ser algo grave por lo que cuando entrando en el baño, me la encontré llorando desnuda pensé que se había caído y nerviosamente empecé a revisarla en busca de un golpe o una herida, sin encontrar el motivo de su grito.
-¿Qué ha pasado?-, le pregunté.
La muchacha señalando la ducha y posteriormente a su cuerpo, me explicó lo ocurrido. Cuando comprendí que la pobre se había escaldado con el agua caliente, no me pude contener y me destornillé de risa de ella. Cuanto más me reía, más indignada se mostraba. Me había visto duchándome, y no se había percatado de que había que usar las dos llaves, para conseguir una temperatura optima.
Solo conseguí parar cuando vi que no paraba de llorar, y sintiéndome cucaracha, por reírme de su desgracia, la llevé a la cama, para darle una crema anti-quemaduras.
-Ven, túmbate-, le dije, dando una palmada en el colchón.
La negrita me miraba, alucinada, de pie, a mi lado, pero sin tumbarse. Tuve que levantarme y obligarla a hacerlo.
Quédate ahí, mientras busco algo que echarte-, le solté en voz autoritaria para que entendiera.
Dejándola en su cuarto, me dirigí a donde tengo la medicinas. Y entre los diferentes tarros, y pomadas encontré la que buscaba, “vitacilina”, una especialmente indicada contra las quemaduras. Cuando volví, Meaza seguía tumbada sin dejar de llorar. Sentándome en la cama, me eché en la mano un poco de pomada, pero al intentar aplicárselo, gritó asustada y encogiendo las piernas, trató de evitar mi contacto.
Estaba histérica, por mucho que intentaba calmarla, seguía llorando, por lo que sin pensármelo dos veces le solté un sonoro bofetón. Bendito remedio, gracias al golpe, se relajó sobre las sabanas.
Por primera vez, tenía ese cuerpo a mi completa disposición, y aunque fuera para darle crema, no pensé en desaprovechar la ocasión de disfrutar. La piel de su pecho, estómago y el principio de sus piernas estaba colorada por efecto del agua, luego era allí donde tenía que echarle la pomada en primer lugar.
Meaza, tumbada, me miró sin decir nada mientras vertía un poco sobre su estomago, para suspirar aliviada al darse cuenta de efecto refrescante al irla extendiendo por su vientre. Viendo que se le había pasado el miedo y que no se oponía, derramé al menos medio tubo sobre ella, y con cuidado fui repartiéndola.
Aún sabiendo que me iba a excitar, lo hice desesperadamente despacio, disfrutando de la tersura de su piel y de la rotundidad de sus formas. Lentamente me fui acercando a sus pechos. Eran preciosos, duros al tacto, pero suaves bajo mis palmas. Sus negros pezones se contrajeron al sentir que mis dedos se acercaban de forma que cuando los toqué, ya estaban erectos, producto pensé en ese momento de la vergüenza.
Quizás debía de haberme entretenido menos esparciendo la crema sobre sus senos, pero era una delicia el hacerlo, y sin darme cuenta mi pene reaccionó irguiéndose debajo de mi pantalón. Por eso, no caí en que la mujer había apartado su cara para que no viera como se mordía el labio por el deseo.
Ajeno a lo que estaba sintiendo, me fui acercando a sus piernas. Quizás era la zona más quemada, por lo que abriéndolas un poco, le empecé a untar esa parte. Tenía un pubis exquisitamente depilado, su dueña se había afeitado todo el pelo dejando solo un pequeño triangulo que parecía señalar el inicio de sus labios.
Era una tentación, brutal el estarle acariciando cerca de su cueva, sin hollarla. Varias veces mis dedos rozaron su botón del placer, como si fuera por accidente, pero siendo conciente de que yo cada vez estaba más salido. No dejaba de pensar que mi criada era la hembra con mejor tipo que nunca había acariciado, pero que era indecente el abusar de su indefensión. Por eso no me esperaba oír, de sus labios, un gemido.
Al alzar la cara y mirarla, de improviso me di cuenta que se había excitado y que con sus manos se estaba pellizcando los pechos mientras me devolvía la mirada con deseo. Fue el banderazo de salida, sin poderme retener, tomé entre mis dedos su clítoris para descubrir que me esperaba totalmente empapado. La muchacha al sentirlo, abrió la piernas para facilitar mis maniobras, hecho que yo aproveche para introducirle un primer dedo en su vagina.
Meaza, o bien se había cansado de fingir, o realmente estaba excitada, ya que de manera cruel retorció sus pezones, intentando a la vez que profundizara con mis caricias, presionando con sus caderas sobre mi mano. Acercando mi boca a su pubis, saqué mi lengua para probar por vez primera su sexo. Siempre se habla del olor tan fuerte de los negros, por lo que me sorprendí al descubrir lo delicioso que me resultó su flujo. Mi lengua fue sustituida por mis dientes, y como si fuera un hueso de melocotón me hice con su clítoris, mordisqueándolo mientras con mi dedo no dejaba de penetrarla.
No sé cuanto tiempo estuve comiéndole su coño, antes que sintiera como se anticipaba su orgasmo. Ella, al notarlo, presionó mi cabeza, con el afán de buscar el máximo placer.
De pronto, su cueva empezó a manar el néctar de su pasión desbordándose por mis mejillas, por mucho que trataba de beberme su flujo, este no dejaba de salir empapando las sabanas. Meaza se estremecía, sin dejar de gemir, cada vez que su fuente echaba un chorro sobre mi boca. Parecía una serpiente retorciéndose hasta que pegando un fuerte grito, se desplomó sobre la cama.
-¡Menuda forma de correrse!-, exclamé al ver que se había desmayado, y sin darle importancia aproveché la coyuntura para desnudarme y tumbarme a su lado.
Tardó unos minutos en volver en sí, tiempo que usé para mirarla como dormitaba. Al abrir los ojos, me dedicó la más maravillosa de las sonrisas, como premio al placer que le había dado, y sin mediar palabra, tampoco la hubiese entendido, me besó la cara, y sin dejar de hacerlo, bajó por mi cuello, recreándose en mi pecho.
Mi pene esperaba erguido su llegada, totalmente excitado por sus caricias, pero cuando ya sentía su aliento sobre mi extensión, sonó el teléfono.
Por vez primera me arrepentí de haber elegido su alcoba, ya que en mi cuarto había una extensión, y contra mi voluntad me levanté para ir a descolgarlo al salón, ya que no paraba de sonar.
Cabreado, lo contesté, diciendo una impertinencia de las mías, pero al percatarme, que era María la que estaba al otro lado de la línea, cambié el tono no fuera a descubrirme.

-¿Qué quieres, cariño?-, le solté.

Ella me estaba preguntando como me había ido con la muchacha cuando vi salir a Meaza, a gatas de la habitación y ronroneando irse acercando adonde yo estaba. No salía de mi asombro al verla, como seductoramente se acercaba mientras yo seguía disimulando al teléfono.
Bien, es una muchacha muy limpia-, contesté a Maria, observando a la vez como la negrita se arrodillaba a mi vera, y sin hacer ningún ruido empezaba a lamer mi pene.
Mi amiga, un poco mosqueada, me amenazó con dejarme de hablar si me portaba mal con ella, insistiendo que era una muchacha tradicional de pueblo.
-No te preocupes, sería incapaz de explotarla-, le dije irónicamente, al sentir que Meaza abriendo su boca se introducía toda mi extensión en su interior, y que con sus manos empezaba a masajear mis testículos.
Era incómodo pero a la vez muy erótico, estar tranquilizando a Maria, mientras su objeto de preocupación me estaba haciendo una mamada de campeonato.
Que si, que no seas cabezota, que me voy a ocupar que coma bien-, le solté por su insistencia de lo desnutrida que estaba.
-Vale, te dejo, que están llamándome al móvil-, le tuve que mentir, para colgar, porque estaba notando, que las maniobras de la mujer, estaban teniendo su efecto, y que estaba a punto de correrme.
Habiendo cortado la comunicación, pude al fin dedicarme en cuerpo y alma a lo importante, y sentándome en el sofá, me relajé para disfrutar plenamente de sus caricias. Pero ella, malinterpretó mi deseos y soltando mi pene, se sentó a horcajadas sobre mí, empalándose lentamente.
Fue tanta su lentitud al hacerlo, que pude percatarme de cómo mi extensión iba rozando y superando cada uno de sus pliegues. Su cueva me recibió empapada, pero deliciosamente estrecha, de manera que sus músculos envolvieron mi tallo, presionándolo. No cejó hasta que la cabeza de mi glande tropezó con la pared de su vagina y mis huevos acariciaban su trasero, entonces y solo entonces se empezó a mover lentamente sobre mí, y llevando mis manos a su pechos me pidió por gestos que los estrujara.
Meaza no dejaba de gemir en silencio al moverse, era como el sonido de un cachorro llamando a su madre, suave pero insistente. Sus manos, en cambio, me exigían que apretara su cuerpo. No me hice de rogar, y apoderándome de sus pezones, los empecé a pellizcar entre mis dedos. Gimió al sentir como los torturaba, estirándolos cruelmente para llevarlos a mi boca. Y gritó su excitación nada más notar a mi lengua jugueteando con su aureola. La niña tímida había desaparecido totalmente, y en su lugar apareció una hembra ansiosa de ser tomada, que restregando su cuerpo contra el mío, intentaba incrementar su calentura.
Su cueva se anegó totalmente, mojándome la piernas con su flujo, cuando con mis dientes mordí sus pechos y con mis manos me afiancé en su trasero. Era impresionante, oírle berrear su placer en un idioma ininteligible. Quizás sus palabras eran extrañas pero su significado era claro, la negrita estaba disfrutando y mucho. Fue entonces cuando me di cuenta que no iba a poder aguantar mucho más, y apoyando mis manos en sus hombros forcé mi penetración, mientras me licuaba en su interior. En intensas erupciones, mi pene se vació en su cueva, consiguiendo que la muchacha se corriera a la vez, de forma que juntos cabalgamos hacia el clímax. Cansados y agotados permanecimos unidos durante el tiempo que usamos para recuperarnos, y por primera vez la besé, introduciendo mi lengua en su boca. Meaza respondió a mi beso, de manera explosiva, y pegándose a mí, intentó reactivar mi pasión, pero dándole un azote en el culo, le dije que tenía hambre señalándome el estómago y haciendo que me comía la mano.
Pareció entenderme, y bajándose del sofá, se arrodilló un momento como haciendo una reverencia, antes de salir corriendo alegremente hacia la cocina, dejándome hipnotizado en el salón por sus movimientos al hacerlo. Todavía sentado en el sillón, escuché ruidos de cacerolas, lo que me confirmó que había captado el mensaje. No teniendo nada mejor que hacer, me fui a mi cuarto a vestirme, y encendiendo mi ordenador personal me puse a revisar el correo.
Eran todo mensajes de rutina, clientes que me pedían aclaración de facturas y proveedores exigiéndome o rogando, según el caso, que les anticipara el pago. Como estaba de buen humor, pasé de contestarles, me puse en cambio a estudiar el origen y las costumbres de la tribu de Meaza. Descubriendo que el suyo es un pueblo guerrero, donde el cabeza de familia es un verdadero dictador, y sus múltiples esposas casi esclavas de su marido.
Al investigar sus costumbres, me expliqué las razones del comportamiento de la muchacha. Resulta que cuando me dio de desayunar en la cama, y yo le ofrecí parte de mi comida en su boca, le estaba haciendo una proposición de matrimonio, y ella al aceptarlo, según sus costumbres pasaba a ser mi concubina.
Asombrado por lo que eso significaba, no pude más que seguir indagando en ello, y con total incredulidad leí que ella esperaba que yo le exigiera una total servidumbre, y que era uso común entre sus gentes el castigo físico, ante la más nimia de las contradicciones. Por otra parte, el trapo anudado al cuello, era solo para las solteras, mientras que las casadas debían enrollárselo en la cintura.
-¡Que curioso!-, pensé ensimismado, sin poder para de leer.
Pero fueron sus hábitos sexuales, los que realmente me interesaron, en su cultura no había casi tabúes, el sexo anal y el lesbianismo eran prácticas comunes, solo existiendo una prohibición sobre la homosexualidad. La mujer siempre tenía que estar dispuesta, pero en contraprestación el hombre tenía que tomarla al menos una vez cada dos días, para seguir manteniendo su dominio.
-No creo que eso sea un problema-, me dije recordando la perfección de su cuerpo.
Estaba tan absorto en la lectura que no me di cuenta que la mujer había entrado en la habitación y asumiendo la postura sumisa, se había arrodillado a mi lado. Solo lo hice, cuando poniendo su cabeza sobre mi pierna, me hizo saber que estaba allí.
La ternura de su actitud, hizo que la acariciara con mi mano. Ella al notar mis dedos entre su pelo, ronroneó de gusto, y sin quitar la cabeza de su sitio, esperó a que cerrara el ordenador.
Me imagino que quieres decirme que ya está la comida-, le dije levantándome.
María no me había mentido al decirme que era una estupenda cocinera, ya que al llegar al comedor me encontré un magnifico banquete, de ponerle algún pero era que todos y cada unos de los platos eran picantes, pero gracias a mi estancia durante dos años en México eso no me resultó un problema.
Mientras comía, Meaza se mantuvo en silencio, ocupándose de que nada me faltara y solo cuando me hube saciado, se acercó a que le diera de comer. Nuevamente me encanto la sensación de que darle de comer, de que fuera dependiente, pero esta vez algo había cambiado en ella, por que cuando con mis dedos le acerque un pedazo de carne ella se entretuvo lamiéndome los dedos de una forma sensual que hizo que mi sexo se empezara a alborotar.
-Eso luego-, le susurre al oído, mientras le pellizcaba un pezón con mis manos.
La muchacha sin entender, sonrió terminando de tragar el trozo que tenía en la boca, para acto seguido levantarse e irse a la cocina. Volvió trayendo una bandeja con el café, cuando de repente se tropezó, derramándomelo sobre los zapatos.
Asustada, se agachó y antes que me diera cuenta estaba lamiendo mis mocasines, en un intento que no la castigara. Verla haciéndolo, me hizo recordar lo que había leído, y actuando en consecuencia, esperé que terminara de limpiarme, para agarrarla del brazo, y poniéndola en mis rodillas, empezar a darle una tunda de azotes.
No se quejó, servilmente aceptó su castigo, sabiendo que yo estaba en mi derecho y que ella era la responsable. Quizás al contrario, para ella era otra forma de afianzar nuestra unión, porque solo su padre o su marido tenían, entre sus gentes, la potestad de castigarla, de forma que cuando paré, se levantó y llorando se abrazó a mí.
Estuve a punto de consolarla, pero eso podría verlo como una señal de flaqueza, por lo que despidiéndola con cajas destempladas, la mandé a la cocina, mientras yo me iba a echarme una siesta en el salón. Al haberme cebado, comiendo en exceso, rápidamente me quedé dormido soñando con mi nueva adquisición.
Dos horas después, al despertar, la hallé sentada a mi lado en el suelo, mirándome sin hacer ruido. Su mirada reflejaba arrepentimiento, por lo que diciéndole por gestos que se acercara, y empecé a acariciarle la cabeza, mientras cambiaba de canal en busca de algo interesante.
Intento infructuoso, por que en la tele solo había la bazofia acostumbrada, por lo que tras diez minutos haciendo zapping, me convencí que no había nada que ver. Todo ese tiempo, se quedó a mi lado en silencio, disfrutando de mis caricias.
-Tengo que enseñarte español-, le dije, pensando que sería bueno que al menos me entendiese.
La muchacha abrió sus ojos, haciéndome ver su incomprensión, por lo que sentándola a mi lado le dije:
-Tu, Meaza, yo, Fernando-.

Entendiendo a la primera, trato de pronunciar
 mi nombre, saliéndole algo parecido a “Fernianda”.
Bien-, le solté dándole un beso en señal de premio. Ella pensando que quería otra cosa, se pegó a mí, restregando su cuerpo contra el mío. Lo que me dio una idea, y agarrándole el pecho le dije como se llamaba.
Pesso-, respondió.
Solté una carcajada al oirle. Íbamos por buen camino, y tomando su aureola entre mis dedos y acercándolo a mi boca, le dije:
Pezón-, y sin esperar a que me respondiera saqué mi lengua recorriendo sus bordes. Meaza gimió sin contestarme. –Pezón-,insistí.
Pechón-, me contestó alegremente.
Era un juego, de forma que besándole cada una de las partes de su cuerpo, le iba diciendo su nombre en español, y ella debía repetirlo. Poco a poco, la cosa se fue calentando por lo que cuando le tocó al trasero, ambos estábamos hirviendo, y al darle la vuelta y acariciar su culo con mis manos, gimió de deseo.
-¿Estas bruta?-, le solté, mientras recorría con mi lengua, el canal formado por sus nalgas.
No hacía falta que me contestara, claramente, lo estaba. Sabiendo que no se iba a oponer, me levanté a la cocina, y cogiendo la botella de aceite del convoy, volví a su lado.
Meaza, viéndome con el tarro en mis manos, comprendió al instante mis intenciones y poniéndose a cuatro patas sobre el sofá, esperó mis instrucciones.
Desnudándome con anterioridad, derramé una gotas sobre su ano y separándole los cachetes, comencé a acariciarle por fuera sus rugosidades. Jadeó de gusto cuando forzando su entrada trasera, introduje un dedo. Su orificio estaba totalmente cerrado, por lo que relajarlo, moviéndolo en su interior de manera circular. Poco a poco, me fue resultando más fácil el hacerlo, y cuando ya entraba y salía sin oposición, le metí el segundo.
Esta vez, ya sus jadeos eran gemidos, y sin cortarse lo más mínimo, llevó su mano a su sexo, empezando a masturbarse. Verla tan dispuesta me hizo tomar la decisión, y embadurnándome el pene de aceite, puse mi glande en la entrada de su hoyo. Antes de introducirlo en su interior, jugué con ella recorriendo su estrecho canal, y los bordes de su cueva. Quería hacerlo con tranquilidad pero al presionar sus músculos con la cabeza de mi extensión, ella se echó para atrás, clavándoselo de un golpe.
Chilló de dolor al sentir su orificio violado, pero no hizo ningún intento de sacárselo, por lo que sin moverme, esperé a que se acostumbrara a tenerlo dentro. Fue ella misma, quien pasados unos pocos segundos se empezó a menear lentamente, metiendo y extrayendo mi miembro al hacerlo. De sus ojos salían unas lágrimas que recorriendo sus mejillas me hacían ver el dolor que sentía, pero sus sollozos se fueron convirtiendo en gemidos, a la par que aceleraba el ritmo de su cuerpo.
Lo que en un principio era un lento trote, se fue convirtiendo en un alocado cabalgar y ya sin ningún reparo, mi pene se clavaba en sus intestinos, mientras mis huevos chocaban usando su culo de frontón. Pero fue cuando usando, su pelo como riendas, la azucé con un azote, cuando mi yegua se desbocó gritando de placer. Su reacción me hizo saber que le gustaba, y haciendo que mi mano cayera sobre sus nalgas, le marqué un ritmo frenético.
Ella, respondía a cada azote, clavándose cruelmente mi hombría hasta el fondo, esperando que el siguiente le marcara el momento de sacárselo, de modo que en un momento la habitación se llenó de sonidos de gritos y palmadas mientras nuestro cuerpos disfrutaban de una total entrega.
Estaba tan sometida que sus brazos fallaron, cayendo de cara sobre el sofá, lo que provocó que aún fuera más sensual mi visión, y sin poderme aguantar le saqué mi sexo incrustándoselo en su cueva. Recibió con alborozo el cambio, y sin pedirme permiso, se dio la vuelta, dándome la oportunidad de verle los ojos mientras le hacía el amor.
Meaza era todo lujuria, sus músculos interiores parecían ordeñarme, presionando y relajando mi extensión mientras que con sus piernas me abrazaba consiguiendo que la penetraciones fueran todavía más profundas. Con su respiración entrecortada, no dejaba de hablar en un idioma extraño, mientras las primeras gotas de sudor recorrían su pecho.
Recogiendo parte de su flujo entre mis dedos, se los llevé a la boca, y ella los sorbió con ansia mientras me miraba con deseo. Ya fuera de control, coloqué sus piernas en mis hombros y sin esperar a que se acomodara la penetré de un solo golpe. La nueva postura hizo que su vagina ya totalmente inundada se desbordara, mojándome las piernas. El sentir como se vaciaba, corriéndose entre mis brazos, aceleró mis incursiones de manera que una corriente eléctrica me recorrió por entero, y en intensos oleadas de placer, eyaculé en su cueva regándola con mi simiente.
Y sin esperar a que se recuperara, la llevé a mi cama a descansar. Con Meaza bien pegada a mi piel, me relajé, quedándome dormido al instante.
Eran casi las nueve de la noche, cuando abrí los ojos, y al buscarla con mis brazos descubrí que no estaba. Pero me dí cuenta de que una mujer estaba hablando en el salón, y mi extrañeza fue tanta que me levanté a ver quien era.

Desde la puerta pude oír como Meaza, hablando en un perfecto español con acento madrileño, le decía a María:
Lo siento, no puedo seguir con el juego-, quedándose callada mientras escuchaba la respuesta,-Mira me he dado cuenta, que me encanta mi papel, y no pienso descubrirme, pienso seguir actuando como Meaza, mientras Fernando no lo sepa. Para cuando se entere, espero que no quiera echarme-.
Mi amiga debió intentar el convencerla, porque oí como le gritaba al teléfono, pero la negrita le respondió:
Llámame loca, pero por primera vez en mi vida, alguien me cuida, y disfruto cada minuto en que soy su indefensa emigrante, es más me pone cachonda ser su sumisa-.
Tras lo cual, le colgó, yéndose a preparar la cena. Mi mundo se desmoronó en ese instante, viendo que había sido objeto de una broma. Estuve a punto de saltar a su cuello, y estrangularla, pero en vez de ello, tratando de pensar en mi siguiente paso, decidí irme a tomar un baño.
La solución me la dio ella, cuando entrando mientras estaba en la bañera, se arrodilló a mi vera, y cariñosamente por gestos me dijo que ya estaba la cena.
Si a ella le gustaba su papel, iba a hacer como si no me hubiese enterado, al fin y al cabo, era una suerte tenerla a mi disposición. Pero María era otra cosa, me había intentado tomar el pelo, por lo que tranquilamente me dije:
-Tengo tiempo de vengarme-, y dándole un azote en el culete, le dije a mi servil criada negra: -Sécame-. Ella, ajena a lo que sabía, me miró sonriendo mientras cogía la toalla….
 

Relato erótico: “Atraído por 2……Cadenas de sumisión” (POR GOLFO)

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Continuación de atraído por mi nueva criada negra…… pero puede leerse como relato aparte.

Eran las ocho de la mañana, cuando sonó el despertador de mi mesilla. Debía levantarme para ir al trabajo. Meaza que dormía desnuda, a mi lado, se levantó a hacerme el desayuno, mientras yo me metía a ducharme, de forma que en cuanto salí, allí estaba ella, dispuesta a secarme.

La vi acercándose con la toalla, la muchacha traía anudado su vestido al cuello, de forma que dejaba sus pechos al aire, realzando la belleza de su piel morena. Quizás era su primer error, ya que según la costumbre de su teórico pueblo, al estar con pareja debía de llevarlo enrollado a las caderas.
Meaza, es así, como te quiero ver-, le dije dándole un azote mientras le ataba correctamente la tela, –tienes dueño, y las mujeres decentes no pueden ir vestidas como si fueran libres.
Todavía no sabía que la había descubierto, por lo que hizo como si no me hubiese entendido, pero sonrió por lo que significaba, la estaba aceptando.
Lo que no se esperaba es que terminando de secarme, fuera al salón y trayéndome una silla al baño, me sentara y por gestos le dijera que quería que me afeitara. Debía ser su primera vez en esos menesteres, porque tras echarme crema, cogió con aprensión la cuchilla de afeitar, y solo al oírme decir que empezara, acercó la maquinilla a mi cuello.
-Confío en ti-, fueron mis palabras.
Tenerla a mi lado, afeitándome, mientras ella permanecía semidesnuda, me gustaba, y se lo hice saber acariciándole las piernas. Vi como le afectaban mis caricias, sus pezones se endurecieron, cuando mis manos tomaron posesión de su culete, y sin ningún reparo se lo toqué diciendo:
-Que rico que lo tienes, zorrita mía-.
Ella, al saber cuales eran mis intenciones, abrió un poco la piernas para facilitar que mis dedos recorrieran la abertura de su sexo, sin dejar de rasurarme. Estos se encontraron su sexo mojado, y apoderándome de su clítoris, la empecé a masturbar, diciéndole:
-Ten cuidado, no me vayas a cortar-.
Sus manos temblaron, por el miedo a hacerlo, pero se mantuvo firme, mientras su vulva era penetrada. El morbo de tenerla así, sabiendo que me jugaba una buena herida, mientras me afeitaba, provocó que bajo la toalla, mi pene empezara a endurecerse.
-Mira como me pones-, le dije quitándomela.
Se estremeció al ver mi extensión totalmente erecta, y se mordió el labio, tratando quizás de evitar que de su garganta saliera un gemido.
Meaza soltando la maquinilla se agachó a darme un beso en mi glande, pero se lo impedí ya que quería otra cosa. Agarrándola de la cintura, le obligué a ponerse encima mío, de forma que mi falo entró en su sexo, lentamente.
Gimió al sentir como se iba llenando su cavidad, y percibiendo que la tenía completamente dentro, se empezó a mover buscando el placer.
-¡Quieta!-, le grité y poniéndole la maquinilla en sus manos, le ordené que siguiera afeitándome.
Vi en sus ojos un deje de disgusto, estaba excitada y lo que deseaba era menearse conmigo en su interior. Cabreada, reinició el afeitado. Yo, mientras tanto, estaba disfrutando al observar su completa obediencia, y por eso premiándola, le pellizqué un pezón, murmurándole:
-Eres una sumisa muy obediente, y cuando termines, quizás me apiade de ti corriéndome dentro de ti-
No se atrevía a moverse por miedo, tanto a cortarme como a mi reacción, pero noté su calentura cuando de su sexo manó el flujo producto de su excitación. Separando sus nalgas con mis dos manos, acaricié su entrada trasera. Ésta seguía dilatada por el maltrato de la noche anterior, de forma que no encontré impedimento a que mi dedo se introdujera totalmente en su interior.
Meaza, al notar que estaba haciendo uso de sus dos agujeros no pudo reprimir un jadeo, e involuntariamente empezó a retorcerse encima de mis piernas.
-Mi bella negrita esta bruta-, le susurré al oído.
Tratando de evitar su orgasmo, presionó con su pubis consiguiendo solo que se acelerara su clímax.
-Termina de afeitarme-.
Sabiendo que no le iba a permitir moverse, hasta que hubiese terminado, se enfrascó en hacerlo rápido, y al cabo de un minuto, con una sonrisa de oreja a oreja, me hizo saber que había acabado, dejando la maquinilla sobre el lavabo.
Entonces, sorprendiéndola me puse en pié, tirándola al suelo y como si no estuviera allí, me lavé la cara. La pobre muchacha no entendía nada, sobre los baldosines, me miraba alucinada. Debía hacerle comprender de que lo importante era mi voluntad y no la de ella, de manera, que al terminar de echarme el aftershave, me acerqué al váter.
-Quiero mear-.
Tomando mi pene entre sus manos, dirigió el chorro para que no empapara el suelo con mi orín. Se la veía entusiasmada de tener que ser ella, quien apuntara, y juguetonamente se entretuvo en salpicar los bordes del inodoro, practicando por primera vez lo que los hombres hacen cotidianamente.
Al terminar no tuve que pedirle que me lo limpiara, porque sin esperar que le ordenara hacerlo, sacando la lengua recorrió mi glande, recogiendo la gota que había quedado en la punta.
Satisfecho, le puse con los brazos sobre la encimera, y acariciándole los pechos, me introduje en su interior. Su cueva me recibió, encantada, y sin esperar a que me corriera, se licuo gimiendo de placer. La muchacha se dio cuenta que le ponía cachonda el ser mi sumisa, y apretando sus músculos interiores presionó mi pene, buscando el darme placer.
Fue un polvo rápido, demasiada excitación reprimida de forma que me corrí, dentro de ella mientras le decía obscenidades. Estas lejos de cortarla, le calentaron aún mas, por lo que al sentir como la regaba con mi simiente, se vino por segunda ocasión.
-Vamos a desayunar, que quiero hablarte-.
Todavía disimulando, me hizo entender que no me comprendía, pero cortando sus gestos con un bofetón, le ordené que me siguiera.
Con la mejilla adolorida, me sirvió el café, en su interior sabía que algo iba mal, y eso le preocupaba.
-Sientate-, le dije señalando una silla.
Esperé a que se sentara antes de empezar a hablar. La muchacha temblaba, ya conciente de que la había descubierto pero temerosa de que la echara.
-Te oí anoche hablar con María…-
Llorando me interrumpió, tratando de pedirme perdón, pero nuevamente le crucé la cara de una bofetada.
-Cállate-, le dije,-no estoy enfadado, pero no quiero que hables-.
Dejó de llorar, aunque seguían gimiendo en silencio mientras le decía:
-Como te estaba diciendo, te oí hablar con María, y quiero decirte que me has desilusionado, pero que quiero darte una segunda oportunidad…
Abrió los ojos de par en par, esperanzada por mis palabras.
-Esta es tu casa, siempre que sigas actuando como Meaza-.
No creyendo en su suerte, me preguntó:
-¿Me estas diciendo que si sigo comportándome igual, seguirás cuidándome?-.
-No, pondré mas esmero, si en contrapartida tu sigues en tu papel-.
-¿Sólo eso?-
-Si, solo te pido que para todo el mundo, incluido nosotros, nada haya cambiado y sobre todo que María no sepa que me he enterado de vuestra farsa-.
-Acepto, mi amor-, me contestó arrodillándose a mi lado, y dejando que le acariciara su cabeza mientras me terminaba la taza de café.
No se lo dije, pero su voz, en parte grave pero melosa, me hizo recapacitar sobre si me convenía que hablara o no, decidiendo que iba ser mas agradable hablar con ella.
Satisfecho, de cómo se habían desarrollado los acontecimientos, estaba ya en la puerta de mi apartamento, cuando recordé preguntarle algo:
Por cierto, ¿cómo te llamas en realidad?-
-Isabel-.
-Bien, para mí, sigues siendo Meaza-.
Su cara se iluminó, y agachando su mirada, me contesto:
-Tu, eres y serás, mi dueño-.
Solté una carcajada, ya que sabía lo que eso significaba, la muchacha llevaba años buscando alguien en quien apoyarse, y por fín lo había hallado. Por eso, dándole un beso en la mejilla, le susurré al oído:
-Vuelvo a las ocho, haz lo que quieras pero a esa hora, ten la cena lista y tu cuerpo, calientes.
La idea le debió de gustar, por que noté como se alborotaba su cuerpo y sus pezones se erizaban bajo la blusa.
Capítulo dos.

Saliendo del apartamento, cogí el coche, sin dejar de pensar en como tenía que tratarla a partir de ahora, ya que si quería seguir con Meaza, debía de hacer que cada vez se sintiera mas necesita de mí, y que como si yo fuera su droga, no pudiese vivir sin probarme.

La propia actividad del día a día, me hizo olvidarme de ella, pero a las siete, antes de ir a casa, decidí que debía de comprarle un detalle, por lo que sin pensarlo dos veces, busque en internet una tienda de accesorios africanos.
Encontré lo que deseaba en una tienda del centro. La dependienta se extrañó que un blanco supiera de su existencia, y mas que decidiera comprarlo, debido a su alto precio.
-¿Está usted seguro?, me preguntó, y al contestarla que sí, insistió diciendocuA�ao¿Sabe que es?-.
Ni me digné a contestarla, y pagando la cuenta, salí del local, pensando que era una pésima forma de vender, la que tenía la señora.
Al llegar a mi piso, no tuve que sacar las llaves, porque Meaza oyendo que llegaba, me esperaba en el zaguán. Estaba preciosa, perfectamente maquillada, y vestida con un traje de fiesta. Al preguntarle el motivo, me respondió:
-Tengo algo que hacer y quiero que me acompañes-.
Me extrañó su respuesta, pero sabiendo que si ella no quería decirme donde íbamos debía ser por alguna razón y dando por sentado, que me iba a enterar en pocas horas, solo le contesté, mientras la besaba:
-Como quieres que vaya vestido-.
-¡Así!, no te cambies-.
Mirándome en un espejo, pensé que debía de tener planificado el ir a un sitio fino, donde fuera estrictamente necesario el ir de corbata, por lo que solo decidí repasar mi afeitado, ya que aunque esa mañana Meaza, había puesto todo su interés, no había apurado lo suficiente.
-¿Dónde vamos?-, le pregunté nada más subirnos al coche.
-A la embajada de Etiopía-.
Mirándola de reojo, mientras conducía, podía observar que estaba en tensión, fuera lo que fuera lo que tenía que celebrar, era algo que para ella suponía un cambio, y le daba miedo. Yo, por mi parte, era incapaz de imaginarme el motivo, pero interiormente estaba satisfecho, por que aunque la mujer se hubiese educado en España, al menos no me había mentido sobre sus orígenes, y era verdad que estos eran africanos.
La embajada esta muy cerca de la salida a la autopista de Barcelona, por lo que fue francamente rápido llegar, y antes de que me diera cuenta de donde me estaba metiendo ya estábamos en frente.
-¿Qué hacemos aquí?-
-Quiero que veas mi renuncia-, me contestó sin darme mas detalles.
El edificio de la representación diplomática estaba abarrotado, al menos cien personas, deambulaban por los jardines, charlando y bromeando. Incómodo, descubrí que yo era el único blanco, y que incluso los camareros que servían el cóctel eran negros como el betún. Sabiéndome un infiltrado, me deje llevar por Meaza, ante un hombre mayor, al que se le notaba a la legua, que era el centro de la fiesta.
El viejo, al ver llegar a Meaza, se levantó de la silla, y hablándole en su idioma, le dio un abrazo. La muchacha respondió cariñosamente dándole un beso en la mejilla, y presentándome, en español, dijo:
-Papá, te presento a mi hombre-.
Si yo me quedé sin habla, no fue nada en comparación a lo que debió de sentir el anciano, ya que se le cayó la copa que llevaba en la mano. Durante unos segundos, pude percibir como una pelea se producía en el interior de su mente, hasta que gritando le dijo:
-No es posible, ¡es europeo!, ¡ es un maldito blanco!-.
El chillido del padre, hizo que todos se dieran la vuelta, y nos miraran, y pude sentir como cien ojos me perforaban, por el mero hecho de ser de otra raza.
-Padre, mi hombre es mucho mas etíope que toda esa gente, aunque no lo sepa, lo es naturalmente, y no un negro intentando ser blanco y europeo, olvidándose de nuestras costumbres-.
-¿Me estas diciendo, que te has entregado sin mi consentimiento?-
Bajando los ojos, por lo que significaba, le respondió:
-He comido de su mano, y él me ha anudado el vestido-.
-Entonces he perdido una hija, vete y no vuelvas-.

Sin todavía comprenderlo en su totalidad, supe que la muchacha se había hecho el harakiri, y que acababa de ser repudiada por su familia. Intuyendo que debía apoyarla, la agarré del brazo y dirigiéndome a su viejo, le informé:

-Seré de otro color, lo acepto, pero estoy orgulloso de su hija, y usted debería estarlo-.
Acto seguido, nos dimos la vuelta, abandonando el edificio. Al llegar al coche, Meaza que hasta entonces se había mantenido serena, se derrumbó echándose a llorar. Quise tranquilizarla, pero recapacité pensando que debía pasar su duelo, por lo que encendí el motor y me dirigí a casa.
Todo el trayecto, se mantuvo llorando, y solo cuando aparqué dentro del parking, dándose la vuelta en el asiento, me dijo:
-Gracias-.
Sin saber que responderle ni que decirle, me bajé del automóvil y abriéndole la puerta, la cargué hasta el ascensor. No pesaba casi nada, pero aún así, al entrar y marcar mi piso, la dejé en el suelo.
El rimel se le había corrido, las lágrimas habían dejado, sobre sus mejillas, un negro rastro en forma de riachuelos.
-Sé a lo que has renunciado-.
Meaza, sin pensárselo, me abrazó y mirándome a los ojos, me rogó:
-Cuídame-
-Lo haré-, le contesté mientras tomábamos el pasillo hacia mi apartamento.
La muchacha se soltó de mi abrazo, al entrar a mi piso, desapareciendo en su cuarto, mientras yo, sin saber a ciencia cierta que debía de hacer a continuación, me fui al bar y me serví un whisky.
Al cabo de unos minutos, la vi salir vestida de la manera tradicional de su pueblo, y acercándose a mí, se sentó en mi rodillas. Era una muñeca rota, su mundo, su familia le había exiliado. Acariciándole la cabeza, dejé que se acurrucara entre mis brazos, para que rumiara en silencio su desgracia.
Queriendo distraerla, aunque fuera momentáneamente, le susurré al oído que le tenía una sorpresa. Sus ojos se iluminaron al escucharme y dándome un beso, me preguntó que era.
-Ven-, le dije llevándola a mi habitación, la negrita me siguió sin rechistar,-Cierra los ojos-.
Obedeció sin dudarlo, por lo que sacando mi regalo se lo puse. Ella solo oyó, cuatro clicks de los cierres, al ajustarse a sus muñecas y tobillos. Sus ojos se llenaron de lágrimas, al adivinar cual era mi presente, y arrodillándose ante mi, me dijo:
-¿Sabes que es lo que me has regalado?-.
Dudé un instante, ya que en internet había leído que era un adorno típico de su tribu de origen, pero su cara, me hizo pensar que me había equivocado, y que tenía un significado mas allá del ornamental.
-No-, le respondí.
Estas cadenas-, me informó, -no solo representan mi completa entrega, sino que el que tenga la llave, me otorga la primacía entre todas las mujeres. Nos une de por vida-.
-No lo sabía-, le respondí avergonzado por mi ignorancia.
-¿Quieres quitármelas?-, me preguntó. Era una pregunta, pero en el fondo descubrí que era un ruego.
-No, son tuyas-.
Su reacción me sorprendió, por que soltando una carcajada de felicidad, se subió a la cama, y me dijo:
-¿Sabes usarlas?-.
En ese momento, fui, por fin, consciente que no eran solo un elemento decorativo, pero de igual forma tuve que reconocer que no tenía ni idea de cómo se usaban.
Riéndose me pidió que sacara la llave, lo cual hice con rapidez abriendo el cajón de la mesilla.
-Fíjate, que tiene tres enganches-, me dijo con voz sensual, mientras se tumbaba boca abajo sobre el colchón, -ahora une las dos cadenas, con la argolla de mi vestido.
Al hacerlo, Meaza tuvo que echar los brazos hacía atrás y flexionar las piernas, de manera que quedaba atada, con el culo en pompa e incapaz de moverse.
-Toma a tu esclava, mi señor-
La visión de su cuerpo, en esa postura, era la visión más excitante que había visto en la vida, el blanco de las sábanas realzaba la belleza de su piel, por lo que con premura me desnudé mientras Meaza, no dejaba de mirarme como lo hacía.
Ya sin ropa, me acosté a su lado, y empecé a acariciar ese cuerpo que se me brindaba indefenso. No se si ese fue el motivo, pero la muchacha gimió desesperadamente, en cuanto notó que mis manos recorrían su espalda. Cada movimiento era una tortura porque al estar atada, las cadenas le impedían hacerlo con facilidad.
No había llegado a su sexo, cuando ya se estaba retorciéndose por un brutal orgasmo. Y alucinando que se hubiese corrido antes de tocarla, le pregunté que ocurría.
Con la voz entrecortada, alcanzó a decirme:
-Las ancianas me lo habían dicho, pero yo no las creía-.
-¿El qué?-, cada vez entendía menos.
-El placer supremo, el placer de la esclava-.
Entonces comprendí, era la completa entrega de una hembra a su macho, la entrega voluntaria de la mujer. El efecto de sumisión total, se lo había provocado. Sabiendo que era su noche, le separé las piernas y acercando mi lengua a su cueva, le retiré los labios, dejando su clítoris a mi entera disposición. Jadeó, en cuanto notó mi respiración aproximándose, y ya sin ningún reparo berreó su placer, al sentir que me apoderaba de su botón.
De su interior, como si fuera un manantial, el flujo manó llenándome la boca con su dulzor. No me lo podía creer, pero por mucho que me intentaba beber el líquido que salía a borbotones de su almeja, era imposible, por lo que en pocos minutos ya se había formado un charco debajo de mi amante. Sus orgasmos se sucedían sin pausa, Meaza pasaba de la excitación al placer sin darse cuenta, hasta que agotada se desplomó sobre el colchón.
Gritó al sentir que las cadenas, forzaban sus músculos, y sacando fuerzas de su dolor me pidió que la penetrara.
Debes hacerlo-, me rogó con lágrimas recorriendo sus mejillas.
Apiadándome de ella, quise desatarla, pero ella se negó, implorándome que solo la liberara después de haber regado con mi simiente su interior. Viendo que era su deseo, me coloqué entre sus piernas, y cogiendo mi extensión con la mano, acerqué el glande a su entrada, y le pregunté si estaba segura.
Me contestó levantando su trasero de forma que la cabeza de mi pene se introdujo en su sexo. La propia postura facilitó mi penetración, al mantenerla completamente abierta. Lentamente la penetré, mientras ella no dejaba de sollozar por el placer que le estaba dando. Una vez, que toda mi extensión descansaba en su cueva, oí que me decía:
-Usa las cadenas-.
Supe a que se refería, y sin meditar que al hacerlo, iba a forzar su columna mas allá de lo humano, agarré las cadenas y usándolas como anclaje, empecé a cabalgar sobre mi amante. Escuché sus gritos de dolor, ya que cada vez que la penetraba, tiraba de los eslabones, doblándola de manera inmisericorde, pero no pude o no quise parar, porque al retorcerse por la tortura, su vagina se contraía, presionando mi sexo. Era algo nuevo para mí, y sin saber el porqué, de pronto me vi impelido a continuar, al sentir que todos y cada uno de mis nervios se contraían por un prolongado orgasmo, y que como si fuera una llamarada, una energía desconocida empezando en mis pies, me recorría fundiéndome el cuerpo, y pasando por mi cabeza, volvía a mi sexo, explotando de placer.
Fue brutal, al eyacular en su interior, me sentí morir y renacer en cada borbotón y licuándome en su vagina, grité mi placer.
Debí de caer desmayado, porque solo recuerdo, que al abrir los ojos, Meaza me miraba, con ternura en sus ojos.
-¿Qué me ha pasado?-, le pregunté.
-Mi amor-, me respondió con una sonrisa,-has sentido lo que entre mi gente llaman el éxtasis del esclavista-.
-No comprendo-
Se rió al ver que realmente no sabía el origen de lo que le había regalado y dándome un beso me dijo:
-Desátame-.
Liberándola de sus cadenas, me abrazó y susurrándome al oído me explicó:
-Mi gente es un pueblo guerrero, que durante siglos, ha esclavizado a sus vecinos. Éstas cadenas surgieron como un medio de tener atadas a sus cautivas, pero mis antepasados al descubrir su efecto en el sexo, y que ambos participantes quedaban unidos por el resto de su vida, las prohibieron, y solo dentro del matrimonio y aún así con mucho cuidado, pueden usarse-.
Me quedé callado, recapacitando sobre lo que me había dicho, tratando de comprender las implicaciones. Todavía no había entendido su poder, para mi seguían siendo un instrumento de placer sin más, y así se lo hice saber:
-Un poco exagerados-.
Meaza estuvo a punto de caerse de la cama, por el ataque de risa que le dominó.
-¿Exagerados?, dime mi amor, ¿estas cansado?, ¿te ves con fuerzas de hacerme otra vez el amor?-
-Ya sabes que no, me has dejado agotado, esto no se me levanta hasta mañana-, le contesté muy seguro de mi mismo.
-Estas muy equivocado-, me respondió y levantándose de la cama, se inclinó sobre la cómoda, de la habitación, y mirándome a los ojos, me dijocuA�ao¡Tómame!-.
La seguridad con la que me hablo, hizo que levantara la mirada para verla, y fue entonces cuando comprobé lo que realmente me quería decir, ya que desde lo mas hondo de mis entrañas renació un insoportable ardor, que me obligó a salir de entre las sabanas, y apoderándome con ambas manos de sus pechos, penetrarla con ferocidad.
Con mi pene en su interior, le pregunté la razón de esa pasión, y ella con la respiración entrecortada por el deseo, me respondió:
Desde hoy, seremos incapaces de resistir nuestra mutua atracción-, y confirmando nuestra sentencia, prosiguió diciendo, mientras se retorcía buscando su placer,- Soy tu esclava, y tú, mi señor, pero debes saber que también eres mi siervo, y yo, tu dueña.

Relato erótico: “Danza con lobos” (POR VIERI32)

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Es un relato bastante extenso pero decidí dejarlo de una sola pieza porque me gustaría evitar publicarlo en varias partes. Lo he dividido en capítulos para hacer más amena la lectura. Mis disculpas.

No recomiendo el relato a quienes no soléis congeniar con esta categoría, es una historia de fantasía fuerte pero sin muchas pretensiones. Traté de abarcar un tema que me interesa mucho: la corrupción de la personalidad y el cuerpo. Recomiendo a los autores JORJA, Stholle, Alexxx, Collado e Impresionista entre otros si os gusta la temática. Si hay más, ¡dalos a conocer!  ¡O date a conocer!
CAPÍTULO 1: AMANTE COLOR SANGRE
A veces el destino puede ser tan cruel. Cuando crees que nada puede ir peor puedes sentir el suelo que pisas abriéndose. Quiere tragarte, estamparte contra una nueva realidad para decirte al oído: “Esto es más fuerte que lo que temías”.
Me encontraba en la Plaza Libertador durante el atardecer, era mi hora ideal. Podría perderme en el horizonte naranja, en el sol bañándose en cada una de las ventanas de los edificios y en el sonido hipnótico de las cigarras. Me sentía más segura así, me sentía inspirada. Mi mente se aclaraba y podría ser capaz de lanzar una perorata nítida sobre cualquier tema. Es por eso que le pedí al periodista que viniera a esa hora.

Me fijé en mi reloj, ¿ya iban diez minutos de retraso? Tal vez el tráfico le atajó. Tal vez pedirle encontrarnos a esa hora fue un error.  Volví a contemplar la plaza en búsqueda de esa persona, pero nadie, absolutamente ningún alma venía hacia mí. Cada uno en su mundo propio, un montón de sombras desconocidas pasando a mi alrededor. Me encogí en mi gabardina, ya no por el frío solamente sino por la sensación de agobio y soledad. ¿Acaso no iba a venir? ¿Debía rendirme y volver a mis asuntos?

Recogí mi bolso que estaba en un banquillo y me apresuré para colocarme unos auriculares. Era hora d emprender la marcha a casa. Fue cuando empecé a desenredar los cablecitos que escuché su voz.
–          Siento la tardanza, señora Giselle. Hay un tráfico terrible. Vine en la línea Prísea pero debido a que no avanzaba apenas, decidí bajarme y emprender una caminata hasta aquí.
–          Mi culpa – le sonreí. Volví a dejar el bolso y los auriculares en el asiento. Esta vez, yo les acompañé. Y golpeando un poquito le invité al periodista a sentarse a mi lado.
–          Bien. Gracias Giselle.
–          ¿Trajiste tu grabadora?
–          Sí, sí. Deja que apriete esto… ya está.
–          ¿Vas a hacerme preguntas o cómo irá la cosa?
–          Bueno, pensaba tener una conversación distendida. Por eso te invité a un café… mira que aquí al aire libre y con todo el ruido que hay… pues mira, cuesta concentrarse así.
–          A mí me encanta el ambiente. Por eso te pedí que vinieras aquí. Me siento segura.
–          Entiendo.
–          Bien. Has venido porque eres una de las pocas personas en quien confío, Nathaniel.
–          Gracias. ¿Vamos a ir al grano?
–          He encontrado pruebas de que aquí hay instalada una red de trata de personas.
–          Fuerte… esto es fuerte.
–          Pero no estoy del todo segura. Lo que más me inquieta es que creo que hay implicados dentro del hospital militar donde trabajo. Gente que oculta información, que borra datos, que olvidan. Gente que ha desaparecido.
–          Te escucho, esto está que quema.
–          Solo soy una simple enfermera, pero he querido ahondar más. Fue por eso que inicié una relación clandestina con uno de los directores. ¿Ves por qué te llamé a ti?
–          No te preocupes, total anonimato. Pero necesito pruebas, ¿has encontrado algo que pueda serme útil?
–          Sí y no. Verás, me gané un poco la confianza del Director Ramírez…
–          ¿Te hiciste amante de él?
–           …  Sí. Tras meses de tórrido romance, y como muestra de confianza, ya tenía permiso para acceder a su oficina para visitarlo. A esa altura los guardias y demás médicos no verían raro que yo visitara su despacho aún sin él presente. Así que entré, requisé rápidamente y encontré una caja con varios DVDs. Principalmente eran software y alguna película obscena, pero me llamó la atención uno sin rotular, bastante rayado.
–          ¿Qué viste? ¿Hiciste una copia?
–          Mira, lo reproduje en su ordenador. Era… una habitación pequeña y había un hombre mayor arrodillado en el centro mismo. Estaba sin ropas y con una máscara de cuero. Luego una jovencita entró y le susurró algo al oído. Yo pensé: “¿Es esto solo una película porno más?” Luego la chiquilla le prendió una patada entre las piernas y le dijo que le haría atravesar un tratamiento hormonal a fin de hacerle tener rasgos más femeninos, que le harían actuar como mujer y que ganarían mucho dinero con él. Luego de eso el hombre le hizo sexo oral mientras ella le abofeteaba.
–          Retorcido… ¿pero era sólo una película, no?
–          Es lo que pensé, pero cuando iba a quitar el DVD escuché: “Esta noche recibirás al Director Ramírez, prepara tus ropitas y actúa como una buena chica”.
–          Vaya… ¿quién era ese hombre? ¿Dónde crees que lo filmaron? ¿Y la mujer?
–          ¿Cómo voy a saberlo? Tenía que hacer una copia pero el director entró.
–          ¿Te pilló?
–          No, pero el DVD se quedó en su ordenador, no pude guardarlo de vuelta en el cajón. Se enojó al verme sentada en su escritorio, así que tuvimos una leve discusión. Tuve mucho miedo y sin pensarlo muy bien corté mi relación con él. Al día siguiente recibí una notificación: me enviarían a trabajar a otro hospital militar, cuatrocientos kilómetros más al este.
–          Entonces no tienes nada. Solo tu palabra contra la de él, que parece tener muchos medios.
–          Lo sé. Ahora temo por mí y mi hija. He visto ya seis veces un coche oscuro seguirme en los últimos dos días. Mira, ya he pasado los cuarenta, siento he perdido el aguante y lo último que necesito es algo como eso.  Si siguiera trabajando allí podría hurgar más, pero ya no soporto el ambiente que vivo, no doy con el miedo. Sé que me están presionando para marcharme. Hasta me ofrecieron realizar una serie de conferencias allí sobre capacitación médica, muy buen pago… Voy a aceptar.
–          Oye, Giselle… venga, vamos, no te levantes aún…
–          Debo irme. Confío en que lograrás mejores resultados que yo. Alguien tiene que continuar, solo rezo porque no tengas que pasar por lo que yo.
*-*-*-*-*-*-*-*
Mientras avanzábamos dentro del aeropuerto yo pensaba en que no iba a extrañar esta ciudad. No había lazos que me ataran a ella. Me sentía un poco arrepentida por hurgar tanto en donde no debía, en tener que arrastrar a mi niña conmigo, obligándole a abandonar a sus amigos. Pero ella me entendía, después de todo ambas nos consideramos mejores amigas.
Mi hija Sofía me tomó de la mano y me sonrió, sacándome de mis adentros.
–          ¿Cómo está el clima en la luna, mamá?
–          Qué graciosa. Vamos, que estamos llegando. ¿Recuerdas el nombre?
–          Pirés, Pirés.
–          Bien, bien… creo que harás mejor en estar callada.
–          ¿Qué dices?
–          Es que se llama Pierre, pero realmente no creo que debas hablar. Verás, esa boquita tuya suele ser muy impertinente en los peores momentos.
–          No es lo que suele decir Sebastián.
–          ¿Sebast…? Así se llama, es verdad. Me encantaría volver a verlo un día de estos, pero primero tengo que hacerme con un par de pistolas silenciosas de ésas.
–          ¿Pero qué te pasa, mamá?
–          ¡Y con lo fácil que me será conseguirlas!
–          ¡Basta!, en serio deberías darle una oportunidad. Después de todo, planeo casarme con él nada más terminar este primer año de facultad. ¡Viviremos juntos!
¿Casarse? ¿Vivir juntos? Antes que pudiera contestarle se me acercó el hombre que sería mi guía y organizaría mis conferencias. Sofía se pegó a mí y me dio un codazo porque le había parecido muy guapo. Pero yo seguía mordiéndome muy fuerte en mis adentros, ¿ha dicho casarse?, ¿y me lo confesó en un aeropuerto durante un día muy importante para mí?
–          ¿Señora Giselle? Soy Pierre. Seré su secretario para llevarla a las conferencias… es ella… ¿es ella su hija?
–          Se llama Sofía – dije con una sonrisa forzada, tomándole fuertemente del brazo.
–          Auch… joer… encantada – dijo casi sollozando.
–          Un gusto, señorita. Pues bueno, ciudad  nueva, vida nueva. Será un gusto hacer de guía también, eso sí, creo que será mejor que abordemos el avión a la de ya.
Empezamos a avanzar todos. Yo solo estaba esperando el momento en que pudiera estar a solas con mi hija para poder recriminarle sobre sus planes de boda. ¿Es que se había vuelto loca? ¿Por qué no podía pensar con claridad? ¿Sus padres me pedirían pagar la mitad de los gastos de boda aun sabiendo que soy madre soltera? ¿Quién la entregaría en el día de la unión si no había padre?
Ya en el avión, Sofía se quedó hipnotizada con el paisaje aéreo. Dio un par de golpecitos con su puño a la ventanilla antes de que yo la interrumpiera.
–          ¿Quieres dejar de hacer eso?
–          Por dios, mamá… un golpe bien dado y esto se desmorona. Pídele a Pierre que pruebe, a ver.
–          Quédate callada.
–          ¿Pero qué te pasa?
–          ¿Te vas a casar con un tipejo al que solo conociste hace dos años?
–          Discúlpame madre pero creo que me estás dando clases de moral. ¿No me habías dicho que tenías una relación con un hombre casado? ¿Cómo era el nombre de ese amante, Ramiro o algo así?
–          ¡Que no te escuche Pierre! ¡Callada todo el viaje!
–          Venga, lo siento.
–          ¡He dicho silencio!
Sofía cruzó sus brazos, ladeó su cabeza un par de veces hasta que llevó su mano en el bolsillo de su abrigo. Tenía un aparatito de esos para escuchar música. Inmediatamente se lo quité. Se quedó boquiabierta y con el ceño molesto.
Antes de que se volviese hacia la ventanilla, me acerqué y le susurré:
–          Es Ramírez. Y ya no es mi amante.
CAPÍTULO 2: FUEGO EN EL SUELO
Nada más llegar a destino el intenso calor nos golpeó fuertemente. Dentro del aeropuerto sí estaba climatizado, pero solo fue breve nuestra estancia allí, pues al salir en búsqueda de un taxi nos volvimos a derretir. Pierre por otro lado no parecía estar muy afectado, es más, como si estuviera acostumbrado al calor del lugar.
Todo intento de mi hija por hablarme fue interrumpido. ¿Por qué tuvo que lanzarme tremenda daga sin siquiera consultarme? En acto de rabia tiré su MP3 a la calle nada más abordar el taxi.
–          ¡Pero por dios, mamá qué te pasa!
–          Creo que hay una mosca hablando, ¿lo escuchas Pierre?
–          ¿He? No… no entiendo, señora Giselle…
–          Genial, este viaje se ha convertido en una pesadilla – dijo volviendo a cruzar los brazos, perdiéndose en el paisaje que se vislumbraba desde el taxi.

Ya llegado al hotel Sofía se dispuso a cargar su notebook. Imaginé que lo primero sería actualizarse con su noviecito, aprovechando la señal del wi-fi gratis que ofrecía el hotel. Podría quitárselo también pero consideré que ya estaba siendo muy dura.

–          ¿Puedo hablarte o te seguirás haciendo la remolona?
–          Por dios… habla, niña.
–          Sobre Sebastián…
–          Cualquier cosa menos eso. Vamos, que se me agota la paciencia.
–          Vaya contigo, estás imposible. Bueno… se acaba de cortar la señal de internet.
–          ¿Ah, sí? Una pena que no podrás chatear con cierta persona.
–          ¿Pero qué estás haciendo ahora?
–          Me estoy preparando para la conferencia.
–          Por todos los santos, puedes cambiarte en el baño, ¡no tengo por qué ver tus tetas!
–          ¡Cuida esa lengua, niña! Estás celosa porque a mi edad no tendrás este cuerpo, lo sé.
–          Mmffff, esto es ridículo. Además, ¿es posible que haya una falda más larga que ésa? ¿Es que acaso vas a una convención de monjas?
–          La falda está bien, niña. ¿Quieres que lo lleve como tú? No es una convención de rameras.
–          Estás como una cabra. ¿Estás llamando ramera a tu hija?
–          Soy una mujer directa. Y no saldrás con esa faldita de aquí. Es más, te quedarás en la habitación hasta que vuelva dentro de un par de horas.
–          Eres genial, má.
–          Lo sé.
–          Sabes, sé que tienes una blusa mucho mejor que la que te estás poniendo.
–          Cuando vuelva de la conferencia haré una parada para comprar un bozal.
*-*-*-*-*-*-*-*
Dos horas duró la conferencia, fue la primera de cinco que daríamos en la ciudad. Pierre era el encargado de hablar con los organizadores, de manejar mis horarios y hasta de confeccionar las imágenes que serían desplegadas durante la presentación. Me libró de muchos pesos y me dediqué a lo mío sin muchos dramas. Realmente estaba haciendo su labor de diez, todo un “crack” como suelen decir los jóvenes.
Nunca se me dio hablar bien ante tanta gente, máxime cuando no podía quitarme de la cabeza el hecho de que todos y cada uno de los invitados solo pensaban en recoger sus diplomas de “yo estuve aquí” y salir cuanto antes. Pese a todo realmente hice una buena conferencia con otros colegas médicos.
Ya afuera volvimos a tomar un taxi. Solo yo y Pierre. Aproveché para hacer un par de compras, llevando a rastras a Pierre eso sí. Imagino que se habrá encendido en sus adentros al verme comprar un bozal para perros. Desde luego mi intención era solamente asustar a mi hija.
Volvimos al hotel. Mi secretario me acompañó hasta mi habitación pues llevaba el bolso con mis compras.
Al entrar en la habitación noté que Sofía no estaba. Me fijé en el baño, en el balcón… pero no se encontraba. Su notebook seguía allí donde lo dejó, así como sus maletas que aún no se habían abierto estaban sobre las camas. Rápidamente Pierre se preocupó por la situación, así que llamó al encargado para preguntar si había visto salir a mi hija.
Se me estaba congelando la sangre. Fui rauda hacia la azotea solo para comprobar. Quise llamar a su móvil pero me sentí como basura al recordar que le confisqué durante el vuelo como parte del castigo. Tenía ganas de tumbarme y llorar, pero debía ser fuerte ante la situación. He pasado por muchas cosas terribles en mi vida pero Sofía era mi pilar. Ahora todo mi mundo estaba con riesgo de desplomarse.
Volví a mi habitación atajándome las lágrimas. Pierre me estaba esperando. Para mi sorpresa había un militar bastante fortachón allí, y antes de que pudiese reaccionar, cerró la puerta.
–          Pierre… qué está pasando.
–          Sí, sí, disculpe señora Giselle. Verá, he tenido que actuar un poco a la espera de mi ayudante. No quisiera ensuciarme las manos yo solo.
–          Ensuciarte dices… hijo de puta dime dónde está ella.
–          Voy a ir al grano, señora. El taxi que hemos tomado al salir de la conferencia ahora mismo está destruido. En llamas. Oficialmente usted y su hija, así como un tal Pierre Melemont… bueno, estamos todos oficialmente muertos.
–          Mi hija. ¿Dónde está Sofía? – pregunté temblando como una poseída al tiempo en que los dos militares se acercaban peligrosamente más y más.
–          Sí, sí, sobre eso. Ella está bien. Pero si quiere verla tendrá que cooperar con nosotros. Le recomiendo que se siente.
Bruscamente me llevaron de los brazos hacia una silla frente a Pierre. Yo estaba con la mirada atigrada, hundiéndose en la de él. Pero lejos de sentirse amenazado el muy cabrón sonreía como si fuera un ser intocable, como sabiendo que el juego que había comenzado estaba bajo su completo dominio.
–          Cinco mil dólares. Solo eso.
–          ¿Q… qué?
–          Eso es el monto que necesitamos, señora Giselle. Cinco mil dólares.
–          Está bien… vaya pufo de secuestro, déjame que busque en el banco.
–          No, no. No está bien. Ése es el monto que usted deberá juntar a partir de ahora para acceder a su hija. Verá, le hemos despojado de todos sus bienes. Ahora mismo no tiene ni un solo céntimo.
–          Cómo es posible… ¿cómo quiere que junte ese dinero si me despoja de todo? Es ridículo.
Se levantó de su asiento. Quise levantarme también y encararle, pero el militar me retuvo en mi silla. Pierre se sirvió de una copa lenta y pausadamente mientras yo estaba expectante. Tomó un sorbo, y tras suspirar ásperamente, se volvió hacia mí.
–          Trabajarás para nosotros. Te prostituirás.
–          No estás hablando en serio – dije al borde del llanto.
–          Te ayudaremos. Te cambiaremos el look, no se preocupe, que no queremos que algún incauto te reconozca en plena faena.
–          ¡Basta, imbécil! – hice fuerza y me levanté. Sorprendí al militar y, antes de que él pudiera reaccionar, me abalancé hacia Pierre. Cuando lo tomé del cuello pude observar que aún sonreía. ¡Aun así sonreía el infeliz!
–          Señora Giselle, esto no es menester de alguien de su stand.
–          ¿Dónde está ella?
–          Se reunirá con su hija cuando junte el dinero necesario. De momento la llevaremos a usted a su nuevo hogar en la zona céntrica. Si coopera, ella sobrevivirá y podrán estar juntas de nuevo. El Director Ramírez solicitó a nuestro…  “grupo” encargarnos de vosotras.
Solté su cuello. Aquello me mató. ¿El mismo Director lo había planeado? Entonces sí sabía que yo sospechaba de su secreto. ¿Qué ganaría él con esto cuando todo terminara? ¿O es que acaso esto sería una pesadilla del que nunca podría salir? Lo miraba con rabia a Pierre pero éste seguía mostrándome sus dientes como un malnacido.
–          ¿Qué grupo dices?
–          Pertenecemos a Los Lobos de Fuego.
–          ¿Se supone que debo abrir los ojos como platos, imbécil? Es el nombre más risible que he escuchado en mi vida.
–          Pronto aprenderás a respetar. Es hora de irnos.
Me llevaron rápidamente afuera. No me dieron tiempo ni a empacar nada. Seguía con las mismas ropas con las que hice la conferencia y no llevaba nada más.
Me hicieron subir en un vehículo. El militar se encargó de viajar a mi lado, escuchando mis quejidos y protestas ácidas todo el momento. ¿A dónde nos íbamos? ¿Qué era lo que me deparaba en mi búsqueda de mi adorada hija?
Ese día el destino me estampó contra el ardiente suelo.

CAPÍTULO 3: CORRUPCIÓN DE TITANIO

Al bajarnos pude contemplar el terrible lugar en el que supuestamente viviría hasta juntar el dinero. Era un edificio muy pequeño de tan solo cuatro pisos, bastante en malas condiciones y horrible como el barrio alrededor.

–          Vaya, el poderoso piso franco de los lobos estos… ¡madre mía, esto es ridículo!
Entramos hasta una habitación pegada a la mesa de entrada, donde ya nos estaba esperando Pierre:
–          Quítate la ropa – me ordenó.
–          ¿Aquí? ¿Po… por qué? – pregunté retrocediendo hasta una esquina.
–          ¿Quieres que te lo quite el gigantón ése? Venga, quítate la ropa. Ya no la necesitarás aquí.
–          Suficiente, lleguemos a un acuerdo. Solo quiero recuperar a mi hija.
–          Quítasela – ordenó. Como bestia, el militar se abalanzó hacia mí. Grité un poco, pero puse mis fuerzas en pelear. Fue en vano, al instante me tumbó al piso y me dejó lamentándome un buen rato. Se acuclilló frente a mí y me arrancó una buena parte de la blusa de un manotazo.

Reaccioné, intenté levantarme pero sentí una poderosa descarga eléctrica en mi espalda. No pude verlo pero era evidente que Pierre me lo había propinado. Caí gimoteando penosamente. No tenía más fuerzas ni ganas, así que me limité a escuchar el sonido seco de mis ropas siendo arrancadas violentamente, despedazadas y desprendidas de mí hasta dejarme desnuda. Con fuerza, el hombre me obligó a levantarme. Yo estaba aún muy shockeada, muy torpe, ocasión aprovechada por él para aprisionar mis manos al techo mediante una cuerda que colgaba.

Pierre empezó a dar vueltas a mi alrededor.
–          No mentía el Director cuando habló sobre su envidiable estado físico. Está usted bastante bien conservada para su edad, aunque por aquí no gusta mucho la carne magra así que le prepararé una dieta para que suba un poco de peso. Una dieta muy especial.
–          Cuando salga de aquí haré que los encierren y violen en una cárcel mugrienta.
–          Claro que sí, señora Giselle. Veo que tiene el tatuaje de una rosa roja hacia la cadera. Muy bonito pero habrá que dibujar algo encima. Te pondremos un nuevo nombre y los llevarás con orgullo en tu cuerpo. Su pelo largo y lacio no corresponde a la imagen que deberás proyectar… Creo que a partir de ahora le irá bien con el pelo rubio y muy corto. Los labios lo haremos más carnosos y trataremos de redondear esas facciones rectilíneas de su cara.
–          Sofía… mi hija… ¿puedo verla un momento?
–          Si coopera la verá. Vamos a depilar ese chumino y aplicar unas cremas para que no vuelva a salir nada. Habrá que darle a la clientela un deleite visual sin precedentes.
–          Tienes que estar bromeando – balbuceé tontamente.
–          No me olvido de los piercings. Comenzaremos anillándote las tetas. Serán unos anillitos lo bastante gruesos y pesados para que con el tiempo le den un tamaño ideal. También en los labios vaginales, y por último una sorpresita que le tenemos guardada con respecto a los anillos.
–          No puedo esperar a averiguarlo, cabrón.
–          Hemos traído un hermoso collar también. Con tachuelas plateadas. No se preocupe que por dentro estará forrado para su comodidad. Atrás y adelante dispondrá de argollas para que se puedan conectar a una cadena. Llevará también unos brazaletes de acero en las muñecas y en los tobillos, cada uno con una argolla a fin de facilitar encadenamientos. Luego de su transformación física, nos encargaremos de seleccionarle la ropa con la que saldrá a las calles para trabajar. Aquí en el edificio no te librarás del trabajo pues deberás encargarte de la limpieza, lavandería y mantenimiento general, o cualquier otra labor que su Amo considere necesario.
¿Amo? ¿Ha dicho Amo? Quien sea que fuera me encargaría de escupirle en los pies por meterme en este infierno en la tierra. Me quería convertir en un maldito monstruo de circo y empleada doméstica personal, definitivamente se iba a enterar.
Pierre se dirigió hacia una mesita y de allí abrió un maletín ante mi atenta mirada. Me observó de reojo. Se acercó y me susurró:
–          Piensa en cuánto ama a su hija y lo mucho que desea estar junto a ella. Hágame fácil el trabajo y yo haré lo propio con usted.
–          Terminemos esto – mascullé con rabia.
–          Eso es. Su Amo me pidió expresamente este collar – dijo mostrándome uno grueso, negro y con tachuelas plateadas -. Es precioso – finalizó.
–          ¡Es un puto collar de perro! –protesté.
–          Cariño, cariño, vaya lenguaje tienes. Recuerda que también tenemos cirujanos que pueden quitarte las cuerdas vocales.
–          Está bien, me callaré. Apresúrate y pónmelo de una vez.
–          Necesito que la desates – le ordenó al militar – vamos a fuera hacia el yunque para poder soldar los remaches.
–          ¿Que qué has dicho, infeliz? – me removí enérgicamente – ¿Eso no abre y cierra simplemente, por qué va a soldar los remaches?
–          Debo soldarlo porque el collar será permanente. Para eso he traído estas herramientas, pero usted tranquila que no le va a doler.
–          ¡Estáis todos locos!
–          Si te pones violenta volveré a usar la picana eléctrica.
Yo estaba con un miedo atroz pero tras esa advertencia me dejé hacer. Me quitaron las cuerdas y me llevaron hacia el jardín, a la fragua que se había construido en una de las esquinas.
–          De rodillas, con las manos sobre su regazo.
Oí el click del collar abrirse. Sentí la fina tela que abrazaba mi cuello, caliente e incómoda al tacto. Posteriormente escuché el click con el que lo cerraban.
Así pues acomodaron mi cabeza de manera a poder cerrar los remaches. Escuchaba con rabia el sonido de los martillazos. Mis oídos ya zumbaban y empecé a lagrimear pensando en el infierno que sería mi vida con un collar de acero para siempre en mi cuello. ¿Cómo podría liberarme de ello a corto plazo? Primero tendría que rescatar a Sofía, luego podría preocuparme por el collar.
–          Ya está – dijo ante un horrible olor a quemado inundando el lugar. Tiró un poco de agua fría en el collar y me estremecí al sentirla en mi espalda y pechos.
–          ¿Ya terminó… verdad? – pregunté temerosa.
–          Ahora los brazaletes de acero. Venga, que no tenemos todo el día.
Me había olvidado también de los malditos brazaletes. Aquello fue más rápido de lo que pensé. El militar se encargó de acomodar mis manos en el yunque, así como posteriormente los pies. Estaban también forrados por dentro, eran pesados al igual que el collar pero imaginé que pronto me acostumbraría a ellos.
–          Dime que has terminado – murmuré alicaída.
–          No, cariño.
–          Ahora qué… estoy harta del olor a quemado, estoy harta ya de llevar este estúpido collar…., estos brazaletes… En qué mierda me estoy metiendo – dije empezando a llorar.
–          Volvamos adentro, que vamos a continuar con los piercings.
De vuelta a la mugrienta habitación Pierre extrajo del maletín dos gruesos aros. ¿Acaso esas enormes argollas deberían atravesar mis pezones? ¿Era físicamente posible que algo tan grueso pudiera quedar colgado sin desgarrarme? Sofía, Sofía. Lo estaba haciendo por ti.
Me volvió a sujetar por la cuerda del techo. Solo que esta vez estrenó las argollas de mis brazaletes. Rápidamente Pierre comenzó su preparación aplicando alcohol en los alrededores de mis pezones, y con un cubito de hielo empezó a acariciármelos.
Yo me mordía los labios a fin de evitar gemir como una maldita cerda, pero mi cuerpo lejos de acompañarme en mi silencio decidió reaccionar al roce y juego del maldito infeliz. Sí, mis tetillas empezaron a levantarse y exponerse en todo su esplendor para mi vergüenza.
Aprisionó mi pezón dolorosamente con una pinza, lo retorció un poco y lo estiró sin tener piedad por mis lamentos. Luego el militar le facilitó en su otra mano una aguja bastante gruesa.
–          Dime, corazón – dijo reposando la punta de la aguja justo antes de atravesarme el pezón – ¿cuántos años tienes?
–          A ti qué te importa basu… aghh…. ¡Aaahhh! – chillé como cerda y me retorcí mientras sentía cómo la aguja me atravesaba. Sin retirarlo aún injertó un remache en el agujero que había hecho. Posteriormente tomó un anillo, lo abrió y lo incrustó a través del remache
–          ¿Cómo te sientes, Giselle?
–          Duele demasiado… y pesa mucho…
–          Claro que pesa mucho. La idea es que te lo estiren.
–          Maldito sicópata… ¿está… sangrándome demasiado?
–          Vamos por el otro.
–          Madre mía, no me dejáis descansar… ¡auch! – volvió a aprisionarme con las pinzas, esta vez en el otro pezón.
Fue más rápido. Se trataba de un auténtico profesional. Ya no me dolió tanto, pude aguantar como una campeona pese a que volví a derramar un par de lágrimas. Para aunar valor, en ningún momento solté la imagen mental de mi adorada hija.
Mi cuerpo estaba totalmente sudoroso y ciertamente algo bañado en sangre. Quería descansar aunque sea un momento pero cuando Pierre soltó la pinza del pezón, anunciando así que había terminado el anillado, se volvió de nuevo hacia su maletín.
–          ¿Hemos terminado, maldito sádico?
–          Sujétale la cabeza, échale para atrás – ordenó al militar. Inmediatamente obedeció. Mientras yo miraba el techo pregunté con mucho miedo:
–          ¿Ahora dónde?
Tomó de la punta de mi nariz y la estiró en dirección hacia mis ojos. No podía verme, pero seguro que la imagen que daba era de pena. Con la nariz totalmente abierta como la de un puerco.
–          Ahora toca el “piercing septum”.
Fue veloz. Quise zarandearme del dolor pero me retenían con mucha fuerza. Sentí el pinchazo en medio de mis orificios nasales, bajo el tabique. Chillé un poco pero tenía que dejar el meneo porque sabía lo mejor era facilitarles el trabajo.
Duró solo pocos segundos y tras eso me injertó un remache como con mis pezones. ¿Me iban a colocar una argolla allí como si yo fuera una maldita res? Sentí la sangre correr por mi rostro y aquello solo aumentó mi desesperación.
–          Ánimo que aún no hemos terminado.
–          Quiero lavarme el rostro…
–          Déjame terminar que debo poner la argolla.
Aquel pedazo de titanio era enorme. Una vez injertado, podía sentir la circunferencia metálica pasar desde mi nariz hasta mi boca. Era pesado, molesto y estiraba mi nariz de manera dolorosa.
–          Ahora quiero que la desates y la lleves a la Cruz de San Andrés.
No sabía lo que era una maldita cruz de San Andrés. Pero válgame pronto sabría lo que era, y sería como mi segundo hogar por el tiempo en que me tendrían allí para distintas prácticas. Era esa cruz con forma de equis que disponía de sujeciones en los extremos. Sentía que me desmayaba mientras avanzaba hacia ese artefacto tan terrible.
El militar fue muy brusco y poco cortés al sujetarme en cada esquina mediante mis brazales. Me aprisionó de manera que podía verlos trabajando. Mi nariz y mis pezones me ardían y con desesperación pensé en qué más me quedaba por sufrir. Fue cuando sentí la mano de Pierre frotando mi sensible sexo con un frío líquido cuando realmente se me heló la sangre.
–          Vamos a depilarte de manera definitiva aquí. Y luego procederemos al anillado.
–          Maldito pervertido, te encanta frotar tus sucias manos contra mí, hijo de…
–          Ponle un bozal.
–          Sí, señor.
–          ¡¿Bozal has dicho, cabrón!? No soy un perr… hmmm… ¡ugghmmm!
–          Así está mejor. Quédate tranquila que soy un experto depilando. Tan experto como en la herrería, sí señor – dijo soplando allí en mi vagina. Sentí un escalofrío al tiempo en que grácilmente empezaba a depilar.
Mi cara estaba rojísima. No podía creerlo. Encima el militar me observaba con lujuria total. Yo le devolvía una mirada atigrada junto con algunos murmullos amenazantes. ¿Pero cuánto más podría continuar yo así?, ¿cuánto más podría caer antes de volverme loca?
–          Quieta, quieta – musitaba el maldito sádico depilador al son de sus movimientos cortantes.
Pensaba en mi adorada Sofía. En su bienestar. En poder verla y abrazarla de nuevo, disculparme por las tonterías por las que la maltraté en nuestro viaje. Rogué porque todo terminara cuanto antes para poder darle el visto bueno para casarse. Total, ella solo estaba siguiendo mis pasos, que yo también me casé de muy joven.
–          ¿Ves que no es tan difícil, Sergei?
¿Así se llamaba el puto militar? ¿Sergei? Ambos contemplaban mi sexo depilado. Ojalá yo pudiera hacerlo también. El tal Sergei trajo una crema de la mesita, no era la misma que había utilizado Pierre, no. La puso por su mano y se dedicó a magrearla torpemente por todo mi sexo sin importarle mis quejidos. Es que aquello hervía como demonios.
–          Es para que no te vuelva a crecer el vello púbico. Al menos no durante un tiempo. Hay que ser consistente para lograr el resultado deseado. Ahora procederemos finalmente al anillado de tus labios exteriores. Tu Dueño me ha especificado que desea cuatro argollas, dos en cada labio.
¿Acaba de decir Dueño? ¿Dueño de qué? Me encantaría ver a ese supuesto Amo/Dueño de una maldita vez para poder decirle un par de verdades. ¿Cuatro argollas parecidas a las que me estaban matando en mis pezones y nariz? En la polla le deberían poner para que pudiese sentir mi dolor y vejación como ser humano.
Quería protestar. Vi aquellas cuatro argollas que planeaba injertarme en mis labios vaginales. Maldito bozal, lo mordí con todas mis fuerzas con la esperanza de reventarlo. Pierre me los mostró uno por uno frente a mi rostro. Eran también de titanio, cada una con una incrustación de piedra preciosa distinta. Si no fuera por mi humillante situación me sentiría halagada ante el gasto que estaban haciendo por mí.
Se agachó mientras yo empezaba a revolverme por la cruz. Sentí un pinchazo y al rato podía notar mi sexo muy hinchado y caliente, imagino que lo hicieron para poder anillarme con más facilidad.
Y acto seguido me atravesó con un catéter, de un labio al otro. Lo dejó allí y con otro catéter perforó un poco más abajo. No dolió mucho para ser sincera. Solo comencé a sentir penurias cuando injertó las argollas, con el peso de ellas haciendo de las suyas. No tardó más de diez minutos en terminar de adornarme.
Se retiró nuevamente hacia su maletín. ¿Qué vendría ahora? Sergei se acercó y sin mediar palabras me quitó el bozal. Hábilmente cogió mi lengua con la pinza e inyectó anestesia.
–          Mmmfff… maldito cabrón…
–          Cuida ese lenguaje, corazón.
Mostró a mi aterrorizada vista una cajita con un montón de bolillas y argollitas.
–          En serio eres una desgracia, hijo de puta, ¿cuál va a ir en mi lengua? – dije atemorizada y con mis fuerzas yéndose poco a poco.
–          Todas – sonrió – seis argollitas irán a los costados de tu lengua, las cinco bolillas plateadas en el centro, de arriba a abajo, y las seis bolillas de oro en los espacios que sobren. Sorpresa.
Me desmayé.
CAPÍTULO 4: VADE MI AMO
Me levanté y me encontré en una pequeña celda. Muy a lo alto tenía una ventanilla con barrotes y a tan solo escasos metros de mí estaba una puerta cerrada. Más tarde sabría que mi celda se encontraba en el segundo piso. En el tercero se encontraban las habitaciones de Sergei y Pierre, mientras que el último piso era completamente propiedad del desconocido Amo.
¿Cuántas horas habían pasado desde mi anillado? Mis pezones seguían ardiendo al igual que mi nariz. No obstante en mis labios vaginales todo estaba bastante tranquilo… obviando los destrozos visibles. Los muy sádicos no me limpiaron la sangre, ya reseca por mi rostro, senos y entrepierna.
Y me acordé de mi lengua. Inmediatamente todos mis sentidos se concentraron en mi lengua. Se sentía pesada y bastante más gorda que lo usual. Supongo que estaba hinchada. Abrí mi boca y posé un dedo para palparla… con lágrimas en los ojos corriéndome como ríos pude comprobar que no me habían mentido: toda mi lengua estaba plagada de bolillas y argollas. Adiós a mis papilas. Adiós al comer decentemente.
La puerta se abrió. Era Pierre, acompañado de un jovenzuelo con la mirada muy curiosa por mis argollas.
–          Veo que ya te has despertado. Ahora toca el tatuaje, querida.
–          Erez daduador… dadu… daduador… joded….
–          Sí, sobre eso. Soy tatuador también. Reposa esa lengua que la tienes hinchada. De todos modos con tanto piercing no podrás hablar ni aunque baje la hinchazón.
–          Hio de puda… mfff… cabonado…
–          Bueno, bueno. Por la zona hay muchas prostitutas que han elegido un nombre más “comercial”. Tenemos a Trixie, Sya, Niopía, Aranea… en fin. Lo normal es que cada una invente el que más le guste a fin de ocultar su identidad. Pero no será tu caso pues será tu Dueño el que decida por ti.
–          ¿Y dónde edta ed cabonado ese? Puto piedzing…. ¿Cómo ez que aún no he vidto a mi supuedto duemdo… duendo… dueññño?
–          Ehm… soy yo – dijo el jovencito, levantando la mano – soy tu dueño. Sí.
–          Me eztaz jodiendo…
–          No, no estoy jodiendo. Mi padre me ha encargado tu custodia.
–          Joded… edez maz joven que mi hija…
–          Sí, su hija. Solo soy un poco más joven. Soy un iniciado en el grupo de los lobos calientes… ¿o eran de fuegos? Como sea, verás que me han dado medios muy pobres para trabajar pero pienso demostrarles mi valía. A lo que venimos. Le he dicho a Pierre que tengo que elegir un nombre adecuado para ti.
–          Exacto. Obsérvela bien y piense con cuidado el nombre que llevará, pues lo tatuaré en el cóccix y en el vientre. Debe ser un nombre que congen…
–          Cerda.
–          ¿Qué?
–          ¿Qué eztaz dizziendo madito infediz?
–          Mírela. Es una puta cerda. Me parece el nombre ideal…. ¡a tatuar!
–          Vaya…  supongo que tus deseos son órdenes.
–          ¡Ni te adtevas a podnedme ezze nombde tan didículo hijo puda!
Me levanté como pude. Iba a pelear. Iba a buscar a mi hija a como dé lugar. Iba a matar a ese maldito Pierre también. Pero mis articulaciones se sentían entumecidas. Ambos vieron mi gesto de sobre esfuerzo, momento en el que el joven Amo sacó una fusta y no dudó en hundirla en mis carnes.
–          ¡Auugchhh!
–          Abajo, Cerda.
¿A quién demonios estaba llamando Cerda? Pero el maldito dio un fustazo tan fuerte que caí presa del dolor. Me dio justo entre un brazo y parte de mi adolorido seno.
–          ¿Pero supuestamente no tiene un tranquilizante?
–          Claro que lo tiene, mi señor. El problema es que la mujer es muy terca… pero bueno, ya como ve se está durmiendo de nuevo.

–          Perfecto. ¡A tatuar! Y ponle el logo de los “Lobos Explosivos” sobre la rosa que tiene tatuada allí… espera, ¿me dices cómo se llamaban los lobos de nuevo?

*-*-*-*-*-*-*-*
–          Perfecto. Le queda perfecto.
Me despertó la voz del joven hijo de puta. ¿Se refería acaso a mi tatuaje? Aún no lo he visto pero con semejante nombre dudo que pronto tuviera ganas de hacerlo. Mientras intentaba recuperar mi visión pude sentir todo mi cuerpo húmedo. ¿Acaso por fin me habían limpiado y curado?
–          Sí, el pelo hasta los hombros, bien cortito. Me gusta.
–          Tiene usted un buen gusto, mi señor – dijo Pierre.
–          Gracias amigo. Y usted tiene una gran habilidad también, no sabía que era peluquero.
–          ¿Peduquedo? – pregunté adormecida –. Un espejo pod favod…
–          Cómo no, Cerda – dijo el joven Amo. Me pasó un espejo. Quise tomarlo pero inmediatamente sentí mis extremidades sujetadas a los extremos de una incómoda cama – Ah, carambas… levántale el mentón, Pierre. Le voy a mostrar cómo ha quedado.
–          Diozzz…. Zoy un modstrdo… modstrdo…. Mons… joded….

–          No te pongas así, Cerda. Ahora eres rubia y ya casi pareces una puta callejera. Todo gracias a mi gran asistente.

–          Solo soy un humilde servidor.
–          ¿Estás llorando porque te quitamos las cejas? Tonterías. Solo falta contratar al cirujano para que te agrande más esa boca. Que tengas labios carnosos y apetecibles. Y quiero que sean de color rojo. Rojo Putón… si es que eso existe. ¿Será posible dejarlo permanentemente así con ese color?
–          Voy a por el bótox, mi señor.
–          Qué cojones… ¿tú eres cirujano también?
–          Sé cosas. También puedo encargarme de la micropigmentación para colorear permanentemente sus labios con el color que usted desee.
–          Eres todo un crack.
–          Decidme que ezta bomeando, puda made…
*-*-*-*-*-*-*-*
Han pasado cinco días desde que me sometieron a un cambio radical y extremo. Me encerraron en aquella celda pequeña, encadenándome por el collar a una esquina. Entraba Sergei dos veces al día para llevarme algo de comida: solo era puré con vitaminas y agua debido a que me costaba masticar con tanto objeto incrustado en mi lengua. Para comer tenía que levantar la argolla nasal, que de otra manera el puré se pegaba por ahí y tenía que relamer el metal si quería alimentarme.
El dolor se había ido. La hinchazón también. En mi soledad he intentado fútilmente hablar de manera correcta pero solo salía lo mismo de siempre. “Ezto ez una pedadillzda… mfff”.
El primer día entró el jovencito. Se acuclilló ante mí y vio mis ojos cargados de un odio profundo. Si la maldita cadena de mi collar no fuera tan corta me lanzaría a por él para matarlo. Me preguntó a secas “¿Vas a trabajar hoy como puta?”. Le respondí que aún no estaba lista, acto seguido le escupí los pies. Se levantó y no volvió sino hasta el día siguiente para hacerme la misma pregunta. Obtuvo la misma respuesta.
¿Cómo esperaban que de un día para otro yo trabajara como una vulgar prostituta? Pero he pasado los momentos de mi soledad imaginándome. Ofreciendo mi cuerpo a otros en mi cabeza. Tenía que hacerlo si quería sobrevivir y encontrar a mi amada niña. Poco a poco fui adaptándome a la idea de que aquello era el camino que debía tomar.
El joven Amo me siguió visitando durante cinco días más. Incluso el día de mi operación estética vino  con un espejito en mano para mostrarme cómo me habían quedado mis nuevos, rojos y carnosos labios. Lloré desconsoladamente. Eran vulgares, ridículos. Pensé que sería ya imposible que alguien me reconociera.
Aprovechó mi llanto para dibujar unas pestañas en mi cara. Tuvo que venir Pierre para borrar el estropicio que había hecho y dibujar unas pestañas más adecuadas para la puta en la que me estaba convirtiendo. Largas, fina y que daban un aspecto desafiante.
Dos días completos me dejaron descansar pues me sometieron a una operación para cambiar la voz. Dijo el joven que quería que yo tuviese una voz más de “mujerona”, levemente más grave y potente. Si tan solo no estuviese dopada lo mataría. Si lo que dijo es cierto, probablemente remodelaron mi cartílago tiroides para tensar mis cuerdas vocales.
No me atreví en esos días a emitir algún sonido. Si bien era lo que debía hacer como parte de un reposo médico, también tenía demasiado miedo de oírme.
Había caído la décima noche y con ella aumentaron los ruidos en las afueras de mi celda. Me sentía mejor pero odiaba mi nueva voz. Emitía un tono tan vulgar y no me sentía yo misma. Un infortunio total si sumábamos a mi torpe hablar debido a las incrustaciones en mi lengua.
Me estaba transformando en otra cosa. Y mi odio hacia el niñato crecía y crecía. Justo en medio de mis pensamientos de rabia se abrió la puerta, y el jovenzuelo entró con una bolsa en mano y una fusta en la otra.
–          Du de nueddvo…
–          Sí, esto…. Yo de nuevo. ¿Cómo estás, Cerda?
–          De fabduda…
–          Me alegro. ¡Y me encanta tu nueva voz! Por cierto, hoy empezarás a trabajar quieras o no. Hablé con mi padre y me ha dado un par de consejos… y esto… ¡toma!
Me propinó un cruento trallazo con ese pedazo de fusta que llevaba. Se hundió muy bien en mi espalda y parte de un seno. Caí sollozando lastimeramente del dolor, dejando escapar algunas lágrimas.
–          Esto, lo siento Cerda… olvidé que primero debo pedirte que me reconozcas como Amo. LUEGO debo azuzarte en caso de que te niegues.
–          Mmm… mfff… ¿qué qu-quiedez?
–          A partir de ahora me llamarás Amo. No toleraré el mismo trato que me has estado dando estos días. Quiero absoluta sumisión de tu parte. ¡Toma!
–          ¡Auuuchh, mmfff!
Volvió a darme un violento trallazo. Ya desde el suelo solo me limité a revolverme penosamente mientras mis generosas carnes ardían.
–          ¡Maldita sea! ¡No sirvo para esto! Cerda… Cerda… lo lamento, se supone que debo esperar una respuesta tuya….
–          Amo, Amo… deja de azozadme pod favod… vade, te yeconzco como mi Amo… pedo pod favod…. Deja de azozadme…
–          Bien, bien. Creo que lo estoy haciendo bien…. ¿verdad Pierre?
–          De fábulas, mi señor.
–          Bien. Ahora continuemos, Cerda. He traído esta bolsa. Es tu ropa, tu uniforme. La he seleccionado yo… Y Pierre también.
Débilmente me repuse y me acerqué a la bolsita que había traído. Con total resignación observé los dos pedacitos de tela que supuestamente serían mi única ropa durante un largo período de tiempo. Por un lado tenía un top de cuero rojo, dejaría mi espalda desnuda pero con tiras que se entrelazaban. Era demasiado pequeña y era evidente que querían aprovechar eso para poder destacar mis enormes senos anillados. Odiaba el top, no cubriría mi ombligo.
Llorando, proseguí.
Lo siguiente era una mini falda de cuero también de color rojo. Si el top me parecía muy ajustado, aquello me hacía dudar seriamente que pudiera entrarme. Yo estaba en forma, pero por la edad tenía algo de carne. Y si era verdad que me alimentarían para agrandarme más como habían dicho, no sé cómo podría entrarme algo tan pequeño.
Cuando extendí la faldita me sentí a punto de desmayar… solo tenía el cuero suficiente para cubrir un poco de mis nalgas por detrás, y muy poco de mi perforada vagina por delante… ambos pedazos estaban unidos por lazos de cuero que se entrecruzaban y que dejarían ver el nacimiento de mis muslos y cadera.
Proseguí a revisar la bolsa, mareada ya.
Lo siguiente eran unos zapatos de tacón alto. Rojo para variar. Tenían tacones de diez centímetros de alto ni más ni menos. He usado tacones así que no me serían problema acostumbrarme de vuelta. Punto para mí, supongo.
Por último en la bolsa solo quedaron unas pelotitas de cristal unidas por un cordón, eran cinco e iban de más pequeñas a grandes. Ya había visto eso en alguna película para adultos pero no recordaba el nombre.
–          Pues eso es todo, Cerda. Pierre y Serge te llevarán un rato al baño para darte una limpieza general.
–          No puedez eztad hablando en zezddio… ¿ni ziquiedya ropya inyerior?
–           Venga, ¡toma dos tazas!
Dos violentos trallazos cayeron sobre mí. Directamente sobre mi mano, y cuando me revolqué de dolor, otro trallazo cayó en mi espalda. Me iba a volver loca el maldito crío.
–          Uno por no obedecer mis órdenes. El otro por no llamarme Amo. Venga, Cerda. ¡A levantarse!
–          Vade… vade, pedyon mi Amo…
Me levanté como pude, sorteando el dolor que me quemaba las entrañas. Me llevaron al jardín y me pasaron un jabón. Pierre sujetaba una manguera de agua en una mano y una cadena conectada a mi argolla nasal en la otra.  Sergei por su parte sostenía un látigo enorme y una esponja. Dadas las condiciones no tuve muchas opciones. A lo lejos mi joven Amo se sentó a leer una revista… ¿o era un cómic?
Media hora después y ya bastante limpia, me llevaron a la celda y me ordenaron vestir. Comencé con la opción más cercana: los zapatos de tacón. Vi de reojo al muchacho mientras acoplaba las tiras a mi pie: me estaba observando de manera bastante torpe y con un dejo de excitación. ¿Es que acaso nunca ha visto una mujer? Pensándolo detenidamente creo que yo podría ser la primera que veía desnuda.
–          La próxima vez que necesites coger algo del suelo, inclínate. No te agaches, no uses las rodillas. Y que tu culo apunte a mí siempre – dijo leyendo un papelito.
–          Vade mi Amo…
Cogí el top tal como me lo indicó. Era demasiado vergonzoso, inclinada tan vulgarmente ante un mocoso evidentemente inexperto. Me comí el orgullo y decidir seguir a lo mío.
Extendí el top tratando de averiguar cómo me podría entrar. Lo intenté, era demasiado ajustado y los lazos en mi espalda no tenían pinta de querer extenderse mucho para facilitarme las cosas. Mis argollas se veían relucientes bajo la tela y ciertamente me molestaban. Lo siguiente fue la faldita, aunque nada más tomarla mi Amo me ordenó agarrar las extrañas pelotitas de cristal.
–          Pásame las bolas chinas… ¿o se dice bolas tailandesas?
–          OK… ez ezzto, ¿ñdo?
–          Sí. Perfecto. Ahora quiero que me des la espalda de nuevo. Bien. Ahora quiero que con tus manos tomes de tus tobillos, y sin doblar las rodillas. A ver… Perfecto, Cerda.
Dejé que me manoseara mi anillada vagina con total impunidad. Posteriormente sentí un lubricante en mi ano, y luego posó la primera bolilla en la entrada. Hizo caso omiso a mis quejas y al dolor que me llenaba mientras me injertaba la primera.
Luchaba por sostenerme en tan ridícula posición, tuvo que intervenir uno de los sirvientes para atajarme por la cadera. No tuve que soportar mucho más hasta que, tras incrustar dos, por fin me ordenó reponerme.
–          Dice aquí que tengo que meterlas todas… ¿Pierre, tengo que hacerlo?
–          Si está en el papelito… su padre se lo habrá escrito porque cree que es lo mejor. De todas formas no debe hacerlo necesariamente usted, señor.
–          Está bien, ¡por los Lobos Fantásticos!, ¿no, Pierre? Pues nada, inclínate de vuelta Cerda.
Fue un martirio. Cuando terminó solo quedó una cuerdita con nudo colgando de mi dolido trasero.
–          Ahora puedes ponerte la faldita.
–          Gadiaz mi Amo.
A duras penas, y con el dolor en mi ano, pude ponerme la maldita y vergonzosa falda. De reojo observé en mi vientre ese maldito nombre con el que me bautizó. “Cerda”… maldito niño.
Me llevaron afuera del hotel. ¡Iba a salir por primera vez en días! Mi corazón latía rápidamente por el nerviosismo. Mi caminar era patético debido a todo lo que había pasado, pero estaba emocionada porque por fin empezaría la búsqueda de mi hija. Y no pude evitar preguntarme: ¿me reconocería acaso al verme así?
Salí tomada de la mano de mi joven Amo, quien sonriente me llevó hasta la plaza frente a nuestro edificio. Se sentó en el banquillo, y mirándome habló:
–          Tienes que cobrar treinta dólares la mamada. Cincuenta si te quieren montar. Si te piden otros servicios, sé ingeniosa y arréglatelas con el precio. No te corras antes que los clientes.
–          Vade mi Amo.
–          No vuelvas al edificio hasta que hayas recolectado cien dólares.
–          ¿Cien dodades… Amo? ¿Cien? Hm… Puedo hacedyo.
–          Ingéniatelas, Cerda. No esperes que los clientes vengan a ti. Tú búscalos, piropéalos, muéstrale tus encantos. Hazte valer, carambas. Y recuerda, piensa siempre en tu hija cada vez que te veas aminorada.
–          Mija Zofdía…
–          Para el carro Cerda, zoofilia no – dijo levantándose para acercarse a mí.
–          Qué ezdá hazzdiendo, Amo.
–          Es un regalo de mi parte pues eres mi primera esclava. Es un colgante de oro con tu nombre, ¿ves? Lo voy a acoplar a tu collar. Levanta el mentón, a ver.
–          Gradiaz mi Amo.
–          No hay de qué, Cerda. Y antes que me olvide, ten. Es una carterita para que puedas guardar el dinero. Adentro hay un mapita de la ciudad para que no te pierdas.
Y se alejó. Bien podría correr junto a la policía. A que el desgraciado no se lo había pensado muy bien. Fui caminando con cierto apuro hacia la comisaría más cercana que marcaba el mapa. La gente me miraba con asco pero no los culpaba. Algunos hombres me lanzaban piropos y gestos obscenos, pero yo avanzaba rápido con una mano tapando la argolla de la nariz y la otra sujetando la faldita a fin de que no se visualizaran mis partes privadas

–         ¡Poldicía!

–          ¿Eh?
–          Me dienen secuesdrada. Dienen a mi hija secuesdrada. Me han convertido en ezdo por puro capricho de un mocoso pedverdido…
–          A ver, Cerda.
–          … ¿Qué me ha dizcho?
–          Será mejor que haga su trabajo por el bien de su hija. Por ser su primera noche como puta no le diré a su Amo de la tontería que está haciendo.
–          ¿Tú… tú estáz implicazdo?
–          A ver, ese mocoso es hijo de alguien muy importante aquí. Tú haz lo tuyo y todo saldrá bien.
–          Ddienes que esdar jodiéndome.
–          Venga, te mostrare lo mucho que estoy jodiendo, Cerda.
Me tomó del brazo y me llevó de vuelta a la plaza. Ahora ya no podía cubrirme como me gustaría, a trompicones que iba. A los ojos de todo el gentío me esposó a una columna de manera que quedé abrazándola. ¿Es que nadie tenía un poco de piedad en ese lugar? ¿Todos se limitaban a mirar a una pobre mujer siendo vejada de esa manera?
–          Abre bien esas piernas, para que todos vean.
–          Vade, vade… ¡endiendo, pod favod déjeme en pad!
Sacó de su cinturón una fusta. Aparentemente era miembro de la caballería. Con su pie separó mis piernas. Ya las argollas de mis labios vaginales se evidenciaron a la vista de todos. No contento con ello y mis fuertes llantos, subió la faldita de cuero y reveló mis generosas carnes a las personas. Supongo que también podían ver la punta el cordón colgando de mi ano.
Lanzó el primer fuste en mis nalgas. Grité como loca pero hice fuerzas para mantenerme erguida. Lanzó el segundo, directo a mis muslos traseros. Me agité de dolor, las argollas en todo mi cuerpo se tambalearon. El tercero en la espalda, justo donde se imprimía mi nombre de puta. Lanzó un cuarto de vuelta a mis muslos. La gente se retorció al verme el rostro enrojecido y con lágrimas conjugándose con mocos. Lanzó un último trallazo cerca de mis hombros, aprovechando que mi top dejaba mi espalda desnuda.
–          Vaya puerca, has dejado soltar una bolilla… ¡usted, señor!
–          ¿Qué pasa, oficial?
–          ¿Quiere hacer el favor de injertarle de vuelta la bola a esta furcia?
–          Esto… ¿por qué no?
Fue vergonzoso. Podía escuchar el murmullo ahogado de ese montón de sombras que me rodeaban. El policía separó mis nalgas muy groseramente y permitió al hombre que volviera a meter la bolilla de cristal en mis adentros. Se despidió con un sonoro guantazo a mi nalga.
El oficial volvió a colocarme la faldita con mucho esfuerzo. Fue un martirio sentir el cuero ajustado sobre la piel enrojecida por los varazos. Por último me quitó las esposas y caí burdamente. Sin siquiera importarle el evidente estado de shock en el que yo estaba, me tomó del cabello y lanzó una última advertencia:
–          Más te vale no volver a intentar otra tontería. ¡A trabajar, Cerda!
Así pues volví a donde todo había comenzado, sólo que en peores condiciones que antes. Nadie a mi alrededor se apiadaba, o todos temían apiadarse. ¿Tan poderoso acaso era el padre de ese mocoso? Me sequé las lágrimas y me levanté.
¿Cómo atraería a un cliente? Todos los hombres me miraban, algunos me hablaban pero yo no sabía con qué afrontarles. ¿Qué debía decir? Dejé la caminata por un momento y me detuve bajo un semáforo para acomodarme las argollas de mis senos. Por suerte y gracias a ese vulgar gesto que hice pude encontrar a mi primer cliente… o debería decir clientes.
Una camioneta oscura paró y me tocó la bocina. Me acerqué a la ventanilla esperando que la bajaran. Pude observar mi reflejo pero rápidamente ojeé otro lado con tal de no ver a la cerda en la que me habían convertido.
–          ¡Buff, jamón de primera!, – dijo el joven acompañante, mirándome de arriba para abajo – ¿cuánto cobras por un oral?
–          Dr… Dr…. Dreinda… – dije con esfuerzo.
–          Válgame, nos tocó una puta tartamuda – dijo el chofer – Pues mira, yo quiero un servicio completo. Sube al carro, ¿quieres?
–          Va… vade – dije abriendo la puerta trasera. Me latía el corazón a mil por hora nuevamente, ¡eran mis primeros clientes! No debía joderla. Por mi hija.
Me senté. Con un gesto de dolor me reacomodé porque las fustas y bolas me atormentaban. El acompañante se dirigió hacia mí rápidamente. Era tan joven como su amigo y me hacía recordar a al joven Amo. Se sentó a mi lado con una sonrisa de punta a punta.
No sabía muy bien qué hacer. ¿Qué hacía alguien como yo en ese coche? He imaginado mil situaciones en mi celda así como mil maneras de actuar. Creí que ya podría enfrentarlos. Pero era todo tan diferente en la realidad. El jovencito puso su mano sobre mi muslo y empezó a magrearlo. Quise abofetearlo pero me acordé rápidamente de mi rol, debía dejar de lado mi humanidad. Por Sofía. Por mi adorada niña.
–          Una mamada… eso es, ¡una mamada!
–          Vade… ed dinedo…
–          Sí, sí… toma, aquí tienes. Vaya, esto, ¿no te molesta un poco ese anillo ahí en la nariz?
–          Zi, un poco. Pedo me acostumbo.
–          Mira…. ¿Cerda? ¿Así te llamas? Mira, es la primera mamada que me darán en la vida, ¿sabes? Quiero que lo hagas especial, por fi, hembra.
–          Ezpedial… clado – le mostré mi lengua anillada en todos sus confines. El pobre muchacho sonrió forzadamente y me preguntó si aquello iba a destrozarle su miembro. Le dije que no.
Me incliné hacia su miembro y llevé mis manos para quitarle su cinturón. Por suerte el vehículo estaba en movimiento porque de otra forma notaría mis temblantes y aficionadas manos. Pude sacar ese miembro caliente que poco a poco empezaba a endurecerse en mis dedos.
No he estado con muchos hombres en mi vida. De hecho ese pequeño miembro palpitante era el sexto que vi en mis más de cuarenta años. Eso sí, he estado con pocos pero nunca se han quejado. Me sabía trucos, solo que no pensaba usarlos con completos desconocidos. Mis manos aún tiritaban y no pude evitar soltar un par de lágrimas. ¿Podría hacerlo acaso? Sofía, todo por ti.
Levanté la argolla de mi nariz para darme margen de maniobra y dispuse a darle un dulce beso en la punta.
El carro paró. Observé que el chofer ya se estaba preparando para la faena. ¿Acaso debía servir a los dos al mismo tiempo? Preferiría evitarlo así que con valor decidí apurar mi trabajo con el primer chico. De todos modos no sería trabajo difícil viendo su inexperiencia.
Me incliné para besar sus huevos y pajearlo un poco, subiendo a besos por su tronco. El joven pudo contemplar mi espalda desde su vista y no dudó en pasar su mano por los trallazos que me había propinado el policía.
–          ¿También haces sado, Cerda?
–          ¿Quez ezo?
–          Látigos y eso.
–          Mmm… pod dreinda más dejo que me azyotes…
–          Nah, paso. Solo preguntaaaggghh…
Hice movimientos de lengua de los que no estoy orgullosa. Pasé la puntilla por su uretra. Me ayudaron un poco los anillos en la lengua y mis gráciles manos en sus huevos. Ni siquiera hubo necesidad de meterle dedo en el ano porque el chico ya se había corrido.
A lengüetazos me encargué de limpiar el líquido viscoso que se desparramó un poco por sus muslos. Aún no sabía muy bien por qué lo estaba haciendo pero creo que la situación me estaba poniendo algo caliente.
Justo a tiempo, que su amigo ya se había posicionado en el otro lado del asiento.
–          Estoy K.O. – dijo recostándose.
–          Puto precoz – le reclamó su amigo al tiempo en que me metía mano entre las nalgas.

Pero a mí me pareció adorable, era mi primer cliente y no parecía tan malo como imaginaba. Así que dejando que su amigo me siguiera metiendo mano, le di unos dulces besos en la punta del pene a modo de despedida. Me sentía tan excitada, no podía creer que fuera yo misma la que había dejado fuera de combate a un muchacho.

–          Mi turno, yegua. Pero yo quiero solo una cabalgata.
–          Cincuetda dóladez.
–          Sí, sí. Mira, aquí tienes. Ahora vente – dijo tomando de la argolla de mi nariz, trayéndome dolorosamente hacia sí. Me senté encima de él. Se quejó de mi peso pero rápidamente se volvió a acomodar. Su rostro estaba prácticamente enterrado bajo mis tetas, por lo que tuve que inclinarme para poder acercarme y besarle en los labios.
–          ¿¡Te he pedido que me besaras, animal!?
–          Pedyon, pedyon, pendze que te guzyadia.
–          Pues piensa bien de nuevo. Esa boca ha estado en la polla de mi amigo… de hecho tienes un poco de su pelo púbico aun…
–          Zoy udna burrda… pedyon.

Me limpié la boca rápidamente y comencé a montar sobre él un buen rato mientras su amigo salía afuera a fumar. Él tenía más aguante y tal vez una polla más grande. Me gustaba mucho, de hecho, la sensación de su carne entrando completo en mí. Quería relajarme y gozar pero también debía aunar fuerzas para no correrme antes que él.

Las malditas argollas por otro lado lo hacían todo más doloroso, estirando mis labios vaginales continuamente al ritmo de mis vaivenes.
Yo chillaba más que él. El muchacho habría pensado que lo hacía para excitarlo, pero realmente era una mezcla del dolor que me producían las argollas y algo de placer.
Intentó chuparme las tetas pero dejó la tarea al verse imposibilitado por mis enormes argollas. “Puta masoquista” murmuró con decepción. Pude sentir luego su lechosa corrida. Aquello no me asustó pues desde hace dos años que no puedo procrear.
Sí me sentí algo molesta porque no me dio oportunidad de correrme. Salí de encima, no sabía si debía besar ese bello miembro que por primera vez tras mucho tiempo me hizo gozar como mujer o dejarlo. Por la cara de perros que tenía, decidí irme.
El chofer no se despidió pero el chico precoz sí. Yo estaba algo caliente, quería terminar lo que el muchacho dejó a medias.
Volví a las calles. Ya tenía ochenta dólares, así que con un cliente más debería bastar para terminar la noche. Saqué el mapita y busqué el nombre de la arteria en la que estaba. No, no estaba muy lejos de mi edificio y con cierta tranquilidad decidí volver caminando con la esperanza de encontrar algún cliente potencial para lanzarle mi primer piropo.
A los pocos metros me acerqué a un hombre mayor, decidí probar bailando un poco mis tetas y jugando mi lengua con la argolla de la nariz. Me frustraba no poder hablar correctamente, pero la gente me entendía de todos modos.
–          Papadzito, ¿quiered padarla bien pod… dreinda dodlades?… zzolo dreinda…
–          Puta de mierda, no te da vergüenza.
–          No tengdo yemedio, sseyor…
–          Claro que no tienes remedio. Vete de aquí antes que llame a la policía, que estoy esperando a mi esposa.
–          Vade, vade… no podizias pod favod…
Me retiré tan buenamente pude. Me hirieron bastante sus palabras. Me lastimaba el no poder revelar mi verdad a la gente, que no pudiesen comprender el porqué de las cosas. Para ellos yo solo era una sucia ramera porque sí.
Volví a mi caminata. Los trallazos del policía me estaban volviendo a hervir. De un vistazo rápido pude notar que mis muslos ya no estaban enrojecidos, sino que ya poseían rayas lilas producto de la violencia inusitada. ¿Cómo podría atraer clientela con tantas marcas por mi cuerpo, por todos los santos?
Observé a un hombre que caminaba del otro lado de la calle. Ya estaba desesperándome un poco por la calentura y además por el frío que me comía la espalda y las piernas, así que sin miedos crucé la calle a su encuentro. Debía seguir practicando mi selección de palabras si quería triunfar.
–          Udna mamada pod dreindta dodladez… vedga papi te judyo que no de ayepenyidas….
–          ¿He?
–          Udna mamada… dreindta dodladez…
–          Vaya. Paso.
Se iba a alejar, así que tomé de su mano.
–          Podfi papi.
–          Treinta dólares suena bien. Pero verás, por una vieja como tú solo pagaría diez.
–          Viedja tu puda madrde… Mmmff… No ez zufiednde pada mí. Veintde… Veintde. Ez zolo una mamada, vamos, al pasidyo ayi… zabras lo que ez una buena madmada…
–          Veinte dólares… está bien, solo una mamada. A ver qué tanto lo vale.
–          Gadiaz – le dije llevándole hacia el callejón oscuro.
Estuve diez minutos dándole una repasada a ese asqueroso pene. Cuando se corrió por fin, se limpió su órgano por mi pelo. Le dejé hacer, yo estaba demasiado ensimismada y contenta por conseguir los cien dólares mínimos que me había pedido mi Amo para volver al edificio.
–          Anda y que te revisen esos moratones que tienes por tu pierna, puta.
*-*-*-*-*-*-*-*
–          Mira quién ha vuelto.
–          Dengo loz dien doladez, Amo.
–          Entrega la carterita. Y ponte de rodillas luego de hacerlo.
–          Vade, Amo.
–          Besa mis pies y agradéceme, Cerda.
–          Gradiaz Amo, gradiaz.
–          Bien. Traes el dinero justo. Como no estás aquí viviendo gratis, voy a descontar algo de tu dinero. Todo esa joya que tienes también ha costado lo suyo, Cerda, por más de que las detestes. Así que aquí está tu parte, y guárdalo bien.
–          ¿Diez dódades?
–          Agradéceme, Cerda. O haré que hayan más marcas de fustas en tus piernacas.
–          G…  gadiaz Amo.
Besé sus pies con absoluta rabia. ¿Diez dólares de cien? A este ritmo me tardaría una eternidad llegar los cinco mil pactados para recuperar a Sofía. Diez dólares por noche. Serían quinientas noches de callejeo. Aunque si hacía más dinero tendría un poco más de ganancia…  me volvía loca solo de pensarlo.
–          Vamos a mi habitación, Cerda. Quiero probar esa enorme boca tuya y jugar un poco con esas argollas.
–          Vade mi Amo.
–          A cuatro patas, Cerda. La cabeza gacha.
Lo seguí con desgano. ¿Diez dólares? Y debía agradecérselo para colmo. Maldito niñato. Pero estaba demasiado cansada. Demasiado adolorida. Y no físicamente: En esa noche murió un poquito de la humanidad que llevaba conmigo.
CAPÍTULO 5: PRINCESA LOBA

–    Un hombre de color, un joven y dos ¡aauughmmm!

Un fustazo cruzó toda mi nalga. Era ya el sexto trallazo que se quemaba en mi piel. Estábamos solo el Amo y yo en su habitación, yo colgada por las cadenas del techo y con una barra separadora en los pies. Era un lugar enorme completamente alfombrado en rojo, y con espejos tanto en las paredes como en el techo con los que podía contemplarme en toda mi vulgaridad.
–    Veo que aprendes muy lento, Cerda. Déjate de palabras pudientes. Habla como puta, ya has estado trabajando veinte días y sigues pareciendo una remilgada. De nuevo, venga.
–    Arghm… Esta noche he follado con un… con un negro…
–    Eso es.
–    Le he hecho una mamada a un yogurín… y he montado… con dos viejos verdes.
–    Excelente, marrana. ¿Cuál es hasta ahora tu mejor fuerte?
–    Me han dicho… me han dicho muchos que les gusta… mi… mi culo macizo.
–    Bien, bien. Aquí en el papelito dice que debes gritar con orgullo estas guarrerías y no decirlas con dificultad o miedo, pero sinceramente estoy aburrido y cansado. Voy a soltarte.
–    Gracias, Amo.
–    No me había dado cuenta pero ya puedes hablar como un ser humano.
–    Sí, me he acostumbrado, aunque de vez en cuando las argollitas golpean mis dientes.
Me liberó de las cadenas y la barra. Me arrodillé ante él y besé sus pies.
–    Me voy a mi cuarto… mi celda, Amo.
–    Esta noche no. Levántate y pon las manos tras la espalda, voy a esposarte.
–    Claro, Amo.
–    Eso es… junta más las manos… ya está. Vamos.

Me llevó hasta su enorme cama. Se acostó boca arriba y me ordenó que yo me acostara sobre él. ¿Acaso quería disponer de mi cuerpo por primera vez?

Me costó hacerlo con las manos esposadas, y fui muy cuidadosa de no lastimarlo. Se quedó en silencio allí, tendido y pensativo con mi rostro recostado sobre su desnudo y esquelético pecho, así que por mi cuenta decidí besar su cuello. Ya sabía que le encantaba mis enormes labios, que los apretujara fuerte contra su piel e hiciera sonidos de succión.
–    Cerda, tengo que confesarte algo.
–    Dime, Amo – dije para chupetearle la comisura de sus labios.
–    Es un problema que no quiero contarles a Pierre o Sergei. Es un problema… de sentimientos. Verás, Cerda, me gusta mucho alguien.
En lo primero que pensé fue que el muchacho se estaba enamorando de mí. Creo que era normal, después de todo me he convertido en la mujer qué más veces había visto desnuda. Todo lo que él quería yo lo hacía… supongo que era lo inevitable. Inmediatamente le di un beso en los labios, bajando luego hacia su mentón.
No me molestaba la idea, es más, creo que sentía cierta ternura. Es decir… odiaba con toda mi alma al maldito capullo, y si no fuera porque siempre andaba con fustas en la mano, probablemente ya le hubiera dado una patada en los huevos. Pero fue esa dificultad en expresar sus sentimientos lo que me hizo conmover.
–     Su nombre es Tania di Simone… ¡auch! ¿Me acabas de morder el pezón, furcia?
–    Perdón Amo, fue cosa del momento. Perdón.
–    Maldita seas, no tengo ganas de ir a por la fusta… En fin, es una chica de mi edad y estoy planeando invitarla a salir. Ella es tan hermosa, Cerda. Es morena, flaquita, con un culito respingón, de ojos celestes y piel lechosa… ¡uff! Es un ángel. Es hija de uno de los líderes de Los Lobos Asombrosos… o como sea que se llamen. Así que ella está familiarizada con este mundo.
–    ¿Sabe que tú eres miembro de los Lobos de Fuego?
–    Claro que lo sabe, la conocí en una reunión que tuvimos todos los miembros. Nuestros padres son muy amigos. Éramos los dos únicos jóvenes del lugar y juraría que fuimos objeto de burlas por eso.
–    Parece que tienes mucho en común con ella, ¿no Amo?
–    Bueno, ella aún no es miembro de los Lobos. Me dijo que le gustaría entrar, eso sí.
–    Ya has hecho medio camino, Amo, podrías invitarle a un tour aquí. No sé para qué más me necesitas.
–    La razón por la que te necesito a ti, y no a Pierre o Sergei, es porque ella tiene mucha más experiencia que yo en la cama… ¡no quisiera espantarla con mi impericia! Así que Cerda, entréname.
–    ¿Entrenarte yo? ¿En qué?
–    Enséñame a follar.
–    Esto… ¿Es usted virgen, Amo?
–    ¡Baja la voz! ¡Eres la única que sabe que soy un Amo virgen!
–    Bueno, tiene usted dieciocho años, Amo, tampoco es para alarmarse.
–    ¿Será mi tutora o no, Cerda?
–    Cincuenta dólares la noche, Amo.
–    ¿Qué? ¿Puede una esclava regatear con su amo?
–    No lo sé, Amo.
–    Espera que busco entre estos papelitos… ¡bah! Odio esta mierda de reglas de dominación. Mira, no te daré un céntimo, furcia. Pero sí he estado pensando en algo que podría interesarte como forma de pago.
–    ¿A qué se refiere, Amo?
–    Tu hija.
–    ¡Sofía!
–    Sí, prometo traer información valiosa sobre tu hija, imagino que será duro el día a día sin saber nada de ella.
–    Gracias… gracias Amo – dije besándolo en sus labios.
–    Vamos, hoy dormirás aquí, te encadenaré a la pata de la cama. Estoy demasiado cansado para comenzar, lo haremos mañana. Y que esto quede entre nosotros.
–    Está bien, Amo. Entiendo.
Al día siguiente amanecí hambrienta pero también con unas ganas terribles de hacer mis necesidades físicas. El joven Amo se levantó con una sonrisa de punta a punta, pero al verme con la cara desesperada me preguntó:
–          ¿Qué pasa, Cerda?
Me arrodillé ante él y bajé mi cabeza hasta el suelo. Si no estuviera encadenada podría acercarme más y besarle sus pies.
–          Amo, tengo ganas de ir al baño. Si fuera de noche podría ir a la plaza, pero no puedo aguantar más.
–          Claro que sí. Venga, vamos que te llevo de la cadena. De cuatro, ya sabes.
Me liberó y tras una larga marcha llegamos al jardín. Sergei y Pierre, curiosos, salieron a mirar.
 –          A partir de hoy harás tus necesidades aquí y solo aquí.
–          ¿Aquí? No puede ser…  ¡aauchhh! ¡aahhmmm!
–          Deja de balbucear – dijo enterrando su fusta en mi espalda y tensando mi cadena.
Dolía terrible. Ya estaba harta de sus golpes sádicos así que muy sumisa me posicioné para orinar.
–          Cerda, pídeme permiso. Quiero que me mires a los ojos cuando empieces y luego de hacerlo quiero que beses mis pies y lo agradezcas.
–          E… está bien, Amo. ¿Puedo orinar?
–          Adelante Puerca.
Abracé sus piernas y con sumisión lo miré a los ojos. Él tuvo que atender su teléfono móvil repentinamente, ¿sería acaso la tal Tania con quien estaba hablando? Como cerda obediente seguí mirando sus ojos hasta la última gota. Besé sus pies y agradecí su permiso pero rápidamente volví a hablar:
–          Permiso para… permiso para hacer lo otro, Amo.
–          Dilo de una vez, Cerda, ¿qué te he dicho sobre tu lenguaje? – dijo estrellando otro fustazo sobre mi adolorida espalda.
–          ¡Auuchhmm! Permiso para… para cagar, Amo.
–          Adelante.
Aquello fue aún más vergonzoso. De hecho mi joven Amo decidió guardar su teléfono y observar mi rostro que hacía un esfuerzo por sacar todo de mí. Parecían segundos interminables, con él levantando mi mentón con su fusta para no perder detalle de mis vulgares expresiones, mientras yo peleaba por terminar esa tortura sicológica y física lo más rápido. Por suerte desde que estaba allí solo había comido puré, así que no tardé mucho.
–          Gracias mi Amo.
–          He autorizado a Sergei y Pierre para que puedan limpiar tu culo con la manguera en la otra esquina del jardín. Si les haces una mamada accederán.
–          Gracias mi Amo, ahora mismo les pediré. ¡Auchnmmm! ¡Diosss! ¿Por… por qué me azotas ahora?
–          Eso es por lo de anoche, por haber mordido mi pezón, guarra.
*-*-*-*-*-*-*-*
Hubo noches de entrenamiento muy difíciles pues tenía que compaginarlos con el callejeo. A veces regresaba muy adolorida pero a mi joven Amo no le interesaba mi situación. Principalmente le enseñé un poco de cortejo y mucho de juegos previos antes de ir a la cama.
La noche de su desvirgamiento fue muy especial. Me sorprendió encontrar su habitación repleta de velas y perfumes. De hecho se encargó de armar una mesa allí, con vino y una deliciosa cena de bife a la plancha. Claro que eso era solo para él mientras que yo debía comer el mismo puré de mierda de siempre con agua… y en el suelo.
Una vez que terminamos de cenar decidió aplicar todas las enseñanzas que le he ido dejando en nuestras noches.
–    ¿Me acompaña a mi edificio, Cerd… digo, Tania? Me gustaría llevarte al tour que te prometí.
–    Ya estamos en tu habitación, Amo. Eso se lo dices cuando terminan de cenar en el restaurant.
–    ¡Claro, pues claro! Esto… debo tomar tu mano, así. Y traerte hacia mí para rodearte con mis brazos.
Yo debía actuar pero también me sentía muy especial creyéndome cotejada. Me besó tal como le había enseñado, nada de lenguas y dientes, todo más tierno. Me llevó a su lecho, haciéndome sentar para regalarme un cunnilingus.
Sus primeros intentos de días atrás fueron nefastos, pero he conseguido explicarle dónde debía ir su lengua si buscaba excitar a su pareja. Un poco de experiencia propia y experiencia de mis clientes.
Mi joven Amo ya era capaz de comer como correspondía. Reptó por mi cuerpo y juntos nos tumbamos.
Sentía mariposas por mi alumno aventajado… aunque mis ganas de matarlo siempre estaban a flor de piel.
–    Cerda, me gustaría que tú llevaras el ritmo.
–    Te ayudaré, Amo. Iremos despacito. Vente, tú te pondrás encima.
Apoyó su mano a mis costados, pegando su cintura a la mía. Su polla a mi coño. Le rodeé con mis piernas esperando que él pudiera penetrar.
Como noté que le costaba introducirlo, tomé de su mano y le expliqué que lo mejor sería que apoyara su tronco contra mi raja. Le dije que lentamente lo debía empujar hacia abajo, que poco a poco él sabría hallar el camino.
Como mis clientes vírgenes a quienes hice debutar, mi Amo no duró realmente más de dos minutos dando tímidos bombeos. Cayó sudado sobre mis pechos, algo cansado y ensimismado.
Luego de otro par de minutos silenciosos en los que yo solo me dedicaba a acariciar su cabello, él repentinamente dijo:
–    Según mi padre, tu hija Sofía está viviendo en una mansión. Está en otra ciudad, no recuerdo el nombre. Dice que una familia adinerada la tiene como criada, que vive bien y que está estudiando, ya que le han contratado un par de tutores. Es todo lo que pude sacar.
Lloré en silencio mientras él comenzaba a chupar mis tetas. Lloré de felicidad. ¡Estaba sana y salva! Solo tenía que seguir juntando el dinero y me llevarían con ella. Quise levantarme de la cama porque ya era hora de ir a mi celda, pero él me atajó:
–    Quédate, Cerda.

Fue la primera vez que dormí en una cama.

*-*-*-*-*-*-*-*
Mes y medio ya. Mi joven Amo se había vuelto bastante habilidoso en las artes amatorias. A mí me emocionaba cada vez que me llamaba a su habitación, pero no porque quisiera follar con ese esqueletito sádico, sino porque me dejaba dormir en esa mullida cama que tenía.
Lastimosamente para mí las cosas cambiarían, porque se acercaba el día en que Tania iba a venir a realizar su tour personal en el edificio. Debería volver a acostumbrarme a dormir en el frío piso de mi celda.
Yo estaba en el jardín con Pierre bañándome con la manguera. Era ya de noche y ya había hecho mi recorrido callejero. Pierre recibió el dinero por mi Amo, que estaba en plena cita con la chica de sus sueños.
Justo cuando dejó de lanzarme agua sobre mi enjabonado cuerpo, alguien lo llamó. Segundos después colgó.
–    Ya vienen, Sergei está trayéndolos. Vamos, debo encadenarte en tu celda.
Estaba bastante emocionada  por conocer a la muchacha. En mi celda me arrodillé frente a la puerta, agaché mi cabeza y puse mis manos sobre mi regazo por si la pareja quisiera entrar a verme. Yo era la única atracción del lugar, así que tarde o temprano entrarían.
Escuché las voces. De mi Amo y de esa chica. Tenía una voz fina y hermosa. Jovial. Se reía mucho. Mi corazón se aceleró cuando los pasos se acercaron hacia mi celda. Tragué saliva cuando oí el girar del pomo.
–    Aquí está, su nombre es Cerda.
–    Diosss… se parece a una que tiene mi padre. Es también muy vieja pero creo que tu esclava se conserva mucho mejor.
–    ¿En serio? Gracias, Tania, es todo un halago para mí. ¿Tú sueles interactuar con los esclavos de tu padre?
–    ¡Un poco! Te asustarías de mí si vieras de las malicias que soy capaz.
–    Qué me estás diciendo, eres un ángel, Tania. Me alegra que quieras ser miembro de los Lobos Fulgurosos, me encantaría tener de colega a alguien tan hermosa… ¡y de mi edad!
–    ¡No me hagas sonrojar!
–    Venga, toma… dale un latigazo bien fuerte. Ella aguantará. Muéstrame qué es lo que tanto debo temer.
–    ¡Es nuestra primera cita, no planeo espantarte con mis habilidades!
–    Puede azotarme como desee, señorita Tania – dije llevando mi cabeza contra el suelo.
–    ¿Ves, Tania? No seas descortés… ¿eh? Maldita sea, mi padre está llamando. Ya vuelvo en seguida.
Levanté mi mirada hacia la chica y por fin pude verla. Era preciosa, realmente el joven Amo acertó al describirla como un ángel. Pero su rostro también me sonaba… ¿era ella la chica que protagonizaba el DVD que encontré? ¡Era ella! Tragué saliva cuando la vi inclinarse hacia mí con una sonrisa cándida.
–    ¿Te llamas Cerda?
–    Sí, señorita Tania.
–    ¿Te molesta ese aro en la nariz?
–    Un poco, señorita.
Tomó de mi argolla nasal y lo estiró dolorosamente. Tuve que levantarme para que no me desgarrara la nariz. Sumisamente llevé mis manos tras la espalda y dejé escapar algunas lágrimas de dolor.
–    ¿Señorita Tania dices? A partir de ahora me llamarás Ama – dijo cambiando el tono de su voz – No puedo creer que tengas tan pocas marcas de azotes. A tu amo le falta más dureza, más sadismo. Me decepcionó no encontrar a su esclava encharcada en sangre y orina, que es como están ahora los esclavos de mi padre con los que he jugado esta tarde.
¿Qué estaba pasando? ¿Por qué se había convertido esta niña tan inocente en algo mucho más oscuro? Zarandeaba mi argolla nasal al tiempo en que soltaba pequeñas risas de niña buena. ¿Más azotes? ¡Mi entero cuerpo estaba cubierto de trallazos finos que se entrecruzaban!
–    A… Ama, me está doliendo mucho la nariz. Por favor suélteme.
–    ¿Desde cuándo puede una esclava sugerir algo? Definitivamente estás mal entrenada, pero no es tu culpa. Ahora arrodíllate.
–    S… sí, Ama.
Tomó mi rostro con ambas manos y con esa sonrisa bonita me ordenó:
–    Mírame. Y abre la boca.
 Lanzó un asqueroso cuajo adentro. Volvió a coger de mi aro nasal y siguió zarandeándolo lenta y dolorosamente:
–    Repásalo con tu lengua, memoriza el sabor. Es el sabor de la próxima líder de los Lobos de Fuego. Por mi sadismo y mano dura me recordarán por generaciones. Me conocerán como la Princesa Loba.
Me sonrió mostrándome sus dientes de manera amenazante. Era en serio la definición de una loba. Tenía un brillo endemoniado en sus ojos y un aura demencial. Y soltando por fin mi argolla, finalizó:
–    Planeo casarme con tu Amo pronto. Hoy follaremos y verá lo buena que soy en la cama. No, no tardará en pedirme mano. Con la unión de mi familia y la suya podremos alcanzar la cima bien rápido.
–    ¿Se casará por conveniencia… Ama?
–    ¿Por qué hablas sin mi permiso, vieja idiota? Pero mira, claro que habrá matrimonio por conveniencia. Desde el momento en que nos conocimos todo estaba pactado, no sé cómo no ha podido verlo… simplemente estamos siendo protocolarios.
Tomó luego una argolla de uno de mis senos, volviendo a traerme junto a sí, pegando mi cuerpo contra el de ella.
–    ¿Sabes que tu Amo ha dicho “Cerda” un par de veces durante nuestra cena? O estaba pensando en ti o ha estado memorizando frases. Una vieja como tú no tiene oportunidades con él, que te quede claro, pero por si acaso me aseguraré de que sepas cuál es tu lugar. De rodillas de nuevo.
Me lanzó un fustazo fuertísimo que se hundió de nuevo en mi adolorida espalda. No creo que mi Amo alguna vez haya sido tan violento, tal vez sí algunos clientes. Pero yo estaba con la sangre hirviendo de rabia, una maldita cría de mierda estaba jugando conmigo, no iba a gritar de dolor en la presencia de esa arpía. No le daría esa satisfacción.
–     Voy a convencer a tu Amo para que te encadene a los pies de su cama cada vez que vayamos a dormir juntos. Así sabrás quién es la única que puede hacerle gozar. Ahora abre de nuevo la boca.
*-*-*-*-*-*-*-*
Tercer mes. Tania ya se había instalado en el edificio. Por algún motivo aún no había aceptado la proposición de matrimonio del Amo, pese a que todos los días follaban como locos en el lecho conmigo de testigo a sus pies.
–          Ven Cerda, quiero ir al baño.
–          Pero Ama, estoy a punto de salir a trabajar.
Tania sacó su cigarrillo de la boca y me miró seriamente. Bajé la mirada con resignación y la seguí hasta el jardín.
–          Menuda pinta tienes, vieja verde. Venga de rodillas, que voy a orinar ya.
Me arruinó el pelo, el rostro y encharcó todo mi cuerpo. Yo hice algún que otro amague de vomitar, pero ya me estaba acostumbrando y realmente no me gustaría volver a sufrir la ira de mi Ama.
–          Ahgm, perfecto. Ponte de cuatro, putón. Eso es…
–          ¡Aghhmm! ¡Ahhh! – chillé al sentir su cigarrillo quemarse en mis nalgas. Rápidamente me zarandeé pero ella se inclinó para sujetarme del collar, pisándome con sus zapatos de tacón aguja.
–          Sólo ha sido un ratito, tampoco es para llorar, marrana. Deja que regale un poquito de amor.
Zapateó un poco en mi espalda ya manchada de sangre. Antes de que yo pudiera reponerme me dio un cruento latigazo que me atravesó todo el culo. La desgraciada era diestra en el arte de los azotes.
–          Límpiame el chocho, vamos.
Tuve que reponerme rápidamente. Con la cara asqueada limpié cada recoveco de sus carnes porque el castigo por no obedecerla excedía mis límites. Sujeción de mis tetas al techo, azotes con varas de hierro e incluso tener que comer mi puré desde su culo. Ya no estaba dispuesta a sufrir esas vejaciones y obedecía todo lo que me pedía.
–          Muy bien. Abre la boca que mami te va a dar de comer un rico cuajo de esos que te gustan… ponte bien… eso es… perfecto, ahora traga, traga Cerda. Habla: ¿Te gusta?
–          Ughm… sí, Ama.
–          Eres una puta – dijo dándome un bofetón sonoro en mi mejilla – Ahora besa mis pies y agradéceme.
–          Gracias Ama.
Volvió a mostrarme sus dientes, volvieron a encenderse sus diabólicos ojos negros. Tomó de mi argolla nasal nuevamente. Le encantaba zarandearla.
–          ¿Pero es normal que alguien sea tan lela para aprender? Aunque siendo tú tan vieja, creo que es normal que chochees un poco. Cuando digo “besa mis pies”, me refiero a pasar tu sucia lengua  por y entre cada dedo. Hazlo como se debe.
–          Sí, Ama… ¡arghmm! Diosss…
–          La próxima vez no usaré estaba vara de hierro sobre tu espalda, putón.  Eso es… lame lento, besa cada dedo antes de ir a por el otro… muy bien…
Cuando terminé de remojar ambos pies, procedí a esperar nueva orden.
–           ¿Quieres salir a callejear hoy?
–          Tengo que hacerlo, Ama.
–          Como hoy no está tu Amo voy a quedarme con lo que recolectes hoy. Todo el dinero. ¿Alguna objeción, vaca?
–          … No, no Ama.
–          Bien. No vuelvas hasta que hayas juntado unos trescientos. He visto unas bonitas botas de cuero en el centro, creo que me quedarán muy bien. Desaparece de mi vista ya, ramera.
Volví esa noche con el maldito dinero. Costó mucho atraer clientela con el olor que desprendía, pero trabajando en los baños de la plaza nadie notaría mi sucio tufo a orín. Por suerte para el final de la noche empezó a llover torrencial y pude limpiarme un poco a mi regreso.
Ni Pierre ni Sergei me atendieron en la entrada al edificio, pero enseguida noté que había alguien en el jardín bajo la fuerte lluvia. Me alegró ver que era el joven Amo, solo él me daría mi parte de la ganancia.
–          Amo, entre que se puede enfermar por la lluvia.
Pero él no me contestó, seguía observando los relámpagos con tranquilidad. Con las manos en los bolsillos de su gabardina y la mirada melancólica. Fui junto a él para besar sus pies.
–          Eres tú… Hoy no. He dado la noche libre a todos, me gustaría estar solo.
–          Qué ha pasado, Amo.
–          Sólo por esta noche no me llames Amo. Llámame Adrián.
–          Adrián… Te llamas Adrián… tienes un bonito nombre. Vamos adentro, está lloviendo muy fuerte.
–          No quiero entrar. Y levántate, en serio no quiero saber nada de esta mierda por un rato.
–          ¿Quieres… contarme lo que pasó, Adrián?
–          ¿Quieres saber qué ha pasado? Tania ha solicitado este edificio así como todos sus bienes, que te incluye a ti, debido a que consideraba que yo no tenía dotes suficientes para pertenecer a los Lobos Solitarios esos.
–          ¿Significa eso que ahora ella es la dueña de este lugar?
–          No. Significa que la he pateado de aquí. Significa que la muy puta nunca tuvo intención de casarse conmigo para juntos escalar en la cadena de mando, fue una mentira que te ha dicho a ti, a Pierre y a Sergei para desviar nuestra vista. Su objetivo era recabar pruebas sobre mi incapacidad para gestionar este lugar para, al retirarse mi padre y sin yo poder heredar su cargo, poder ella y su padre absorber todos los bienes de mi familia.
–          ¿No te quitarán este edificio?
–          No, dicen que aún tengo que demostrar más temple como Amo pero aún es muy temprano para juzgarme.  De momento mi gestión es bastante pobre, aún estoy en números rojos… ¿cómo cojones puedo sacar más dinero con una esclava de cincuenta años?
–          Esto… no tengo cincuenta años.
–          Ya, claro, ¿pero me entiendes, no? Bah… y con todo eso encima, ¿me crees que solo puedo pensar en Tania? Sé que no te caía bien, sé que sólo quería apartarme del camino, pero aun así…
Adrián… El joven Amo me seguía pareciendo el chico más desagradable de la humanidad. Tenía ganas de dispararle entre las piernas mil y un veces, y de paso a esa bruja de quien se enamoró. Pero al fin y al cabo, bajo toda esa imagen de mierda que le rodeaba, en ese momento era un simple muchacho con el corazón roto y sin el pecho de alguien sobre el cual llorar.
Bueno…
–          ¿Por qué te arrodillas de nuevo, mujer?
Tomé de su mano y la reposé en mi mejilla. Se veía tan guapo con su gesto triste y el rostro mojado.
–          Vayamos a tu habitación mi Amo. Que por esta noche yo seré tu Reina Loba…

CAPÍTULO 6: CARGA ETÉREA

Cuarto mes como prostituta, esclava y doméstica. Estaba yo trapeando el piso de la recepción cuando mi joven Amo se presentó ante mí. Aparentemente ya tenía una idea para generar más dinero.
–          Cerda, he querido preguntarte algo, ¿tú conoces del embarazo sicológico?
–          Sí, mi Amo, conozco algo.
–          Tu cuerpo actúa como si estuvieras embarazada aunque realmente no lo estás. Puedes producir leche, e incluso hubo casos en los que crecieron las barrigas de las mujeres afectadas.
–          Por qué me cuenta esto, mi Amo.
–          Un científico de mi escuadra ha estado trabajando en una sustancia.
–          ¿El científico será Pierre, mi Amo?
–          Sí, él. Vaya. Es un crack. Lo primero es que te comas este amasijo de puré especial… es un poco diferente al que sueles comer pero es necesario que lo hagas para comenzar el proceso de “inseminación etérea”…. Así es como Pierre llama a su método.
–          ¿Comer esa cosa pastosa y verde, Amo, está seguro?
–          Claro que sí, abre la boca que te daré de comer de mi mano… deja que tome un puñado… ya está, este plato ya no me sirve. Toma, rápido.

Frente a mí estaba el puré. ¿Acaso esa mierda funcionaría? ¿Me vería como una embarazada, y mi cuerpo reaccionaría como si realmente estuviera preñada? ¿Se me hincharían los tobillos, aumentaría mi apetito, mi panza, mi deseo y el tamaño de mis senos… digo tetas? Estaba pensando demasiado.

A decir verdad tenía demasiada hambre… me importaba ya una mierda lo que hicieran con mi cuerpo, he cruzado hace tiempo mi límite. Ya no tenía sentido seguir luchando. Sofía… Sofía… la seguía amando, y seguiría sufriendo por ella hasta que mi cuerpo resista. Levanté la argolla de mi nariz y me incliné para comer de su mano, esperando que aquello fuera simplemente un experimento fallido por parte de esos pervertidos.
–    Bien hecho. Deja de limpiar el piso y sígueme hasta mi habitación. Voy a introducirte estas tres pastillas esponjosas por tu coño. Lo haremos divertido, te pondrás de cuatro en la cama y te inseminaré como si fueras una vaca de ésas. ¡Traje una filmadora, mira!
*-*-*-*-*-*-*-*
Me sentía un poco más cómoda a decir verdad. Tal vez porque debido a mi pobre alimentación me estaba poniendo muy flaca, y como durante las mañanas me encargaba de limpiar las ropas, planchar, fregar e incluso recoger mis desechos con bolsa de plástico… pues diría que estaba consiguiendo un cuerpo muy apetecible y macizo.
Las únicas cosas que empezaban a estirarse y agrandarse eran mis tetas, labios vaginales y pezones debido al peso de mis argollas.
Me seguía molestando la mirada de las personas hacia mi cuerpo… digo, mi cuerpo de puta maciza. Pero también era capaz de reunir fuerza para caminar con más seguridad. Moviendo mi culo de manera soez, poniendo grácilmente una mano sobre la cintura, sacando tetas y anillas con mucho orgullo. Con mi carnosa y obscena boca levemente abierta invitando a una mamada demencial.
Esa noche en especial mi joven Amo me empotró en su habitación y con la ayuda de sus dos asistentes, metió su mano hasta el fondo de mi chumino para “inseminarme”. Les dije que yo era infértil pero según Pierre eso no importaba. Para colmo tuve que mugir por orden suya.
Antes de liberarme me azotaron muy fuerte. Era la primera vez que volvía a darme fustes de látigo tras la ida de la Princesa Loba. Por un lado me sentí feliz por él, me parecía que ya estaba volviendo a ser el desgraciado hijo de puta de antes.
Así pues, tuve que callejear con un sinfín de marcas de fustes por todo el cuerpo. Lo extraño de todo es que estaba sonriendo de felicidad durante mi caminar. ¿Acaso me estaban ya gustando los azotes? ¿Me estaba convirtiendo en una maldita masoquista?
Pero radicalmente me sentí muy mal hacia el final de la noche, me mordieron una teta y la sentí demasiado sensible. Me mareaba, tenía ganas de vomitar. Así fue que llegué con la cara blanca al edificio, arrodillándome ante mi amo para besarle sus pies.
–          He hecho dos felac… he mamado a dos sementales, otro macho me follo el culo con tres dedos y finalmente me monté con cuatro yogurines. Gracias mi Amo.
–          Vaya, has traído trescientos cuarenta. Bien hecho, Cerda, como recompensa extra mañana pondremos unos cubitos de hielo a tu plato de agua. Y aquí tu parte: treinta y cuatro dólares.
–          Gracias mi Amo.
Me levanté y fui al jardín tan rápido como pude para vomitar. Semen, semen y más semen era lo único que salía de mi boca. Y tal vez algo de ese puré. ¿Qué me estaba pasando?
Mi joven Amo llegó detrás, y lejos de preocuparse por mi estado, me ordenó arrodillarme frente a él.
–          Cerda. No me esperaba esto de ti. ¿Así es como me lo pagas?
–          A qué se refiere mi Amo.
–          Cuando venías para aquí… se te cayó este fajito de dinero. ¿Lo escondías en tu collar? Sabemos que tu ganancia está toda guardada tu celda, ¿así que de dónde salió esto?
Maldita sea. ¡Maldita sea! Me sequé la boca con mi brazo y lamí sus pies. Pedí perdón una y otra vez. Le expliqué que no podría juntar tanto dinero al ritmo al que estaba yendo. Pero a mi joven Amo no le importaba mi historia ni clemencia. Le había decepcionado, me había convertido en algo pueril y de poca confianza, en algo parecido a Tania.
Sergei vino para tomarme del brazo. Me llevó a rastras hasta la habitación de mi enojado Dueño. Me he tropecé un par de veces por las escaleras durante mi ida, ya no por mi torpeza con el taco sino por temblar de miedo.
Me llevaron al centro del lugar para inmovilizarme boca para arriba sobre una especie de camastro de baja altura. Sergei me enganchó cada argolla de mis extremidades a las esquinas de dicho camastro. Por último me colocó un bozal.
Me observé de reojo por uno de los espejos. ¿Cómo podría ser yo tan puerca, tan asquerosa, tan inmunda? Los trapitos que llevaba no tapaban nada, absolutamente nada. Todo en mí era obsceno, degradante y humillante. Y para colmo me sentía una sucia ladrona. ¿Qué estaba podrido en mi cabeza?
Fue la noche más larga que recuerdo. Nunca lloré tanto. Nunca sentí tanto dolor. Nunca vi a mi Amo tan enojado. Se descargó demasiado con mis tetas y mi pobre coño. Entre mis llantos prometí en mis adentros que no volvería nunca más a decepcionarlo.
Antes de caer desmayada por el quincuagésimo trallazo, volví a mirarme por el espejo.
¿Era acaso eso una pancita?
*-*-*-*-*-*-*-*
Ya había pasado un mes desde que me inseminaron con esa sustancia rara, y también se cumplía mi quinto mes como callejera y esclava doméstica.
Al levantarme en mi celda, más allá del terrible dolor que sentía en mi espalda debido a la azotaina que sufrí por un cliente sádico, pude notar con pavor que mi panza estaba cada vez más y más grande. ¿Cómo podía ser posible? Han pasado ya treinta días, ¿pero ya mi panza era similar a la de una embarazada de seis meses? Trabajar en ese estado era un puto suplicio y para colmo mi joven Amo ya no me requería en su habitación desde que tuve panza.
–          Cerda, buenos días – dijo Pierre.
–          Tú… dónde está mi Amo, quiero preguntarle algo – dije intentando levantarme.
–          Me ha pedido que yo me ocupe de ti por hoy. Está visitando a su padre, así que me tocará a mí informarte.
–          ¿Informarme?
–          Probablemente tengas una panza similar a una embarazada de nueve meses para la próxima semana.
–          ¿Es… esto parecerá de nueve meses?
–          Sí. El aspecto de embarazada es permanente una vez que llegue a su máximo. Salvo claro que el Amo desee administrarte el suero que también he desarrollado.
–          No puedes estar hablando en serio. ¿Voy a estar así indefinidamente?
–          Estoy hablando seriamente, Cerda.
–          No quiero seguir pensando en eso… bueno, hoy tengo que limpiar. ¿Me quitas la cadena del collar?
–          Sí, sobre eso, hoy no harás la limpieza. Hoy trabajarás en tu primera película porno.
–          ¿Película porno? ¿Pero tú ves cómo estoy? Tengo trallazos por todo mi cuerpo… ¡me duele de solo moverme! Encima esta panza de mierda… lo está empeorando todo…
–          Órdenes del Amo.
–          Esto es un suplicio de no acabar…. ¿dónde debo ir?
–          Toma la línea 598. Debes bajarte en la calle Cordeón casi Concordia. Aquí tienes el número de casa. Necesitan esclavas azotadas como imagen de fondo. Doscientos dólares por estar colgada mientras una pareja folla frente a las cámaras. El dinero ya lo recibió tu Amo, te dará tu parte esta noche.
–          Entonces me dará veinte dólares… supongo que no me queda alternativa – dije acariciando mi panza -, por cierto Pierre, tengo que pedirte a ti permiso para cagar, estoy que no aguanto.  Necesito que alguien esté presente cuando cago en el jardín.
–          Está bien, ponte la cadena por la argolla de tu nariz que te llevo.
–          Gracias.
Mientras abrazaba las piernas de Pierre en el jardín, pensé que sería la primera vez que tomaría un bus desde que era prostituta. Creí que me darían algo de ropa decente para viajar de día, pero Pierre dijo que, o iba desnuda o usaba mi ropa de puta. Le dije que al menos podría darme una gabardina, pero inmediatamente me dio un azote en la espalda y me ordenó silencio total mientras durara mi vaciamiento y posterior limpieza con manguera.
El problema era que el embarazo, aunque fuera falso, me estaba engordando las piernas y el culo, por lo que para ponerme la faldita tenía que llamar a Sergei o Pierre para que me ayudaran. Ya no podía tragar panza para poner mi top, así que me contentaba con cubrir mis tetas y remangar el resto. En otras palabras, todo lo que antes era firme estaba cayendo a pasos agigantados.
Al ser las nueve de la mañana esperaba que no hubiera tanta gente en el bus, sabiendo que solían ir llenos en horas pico como el amanecer, mediodía o el anochecer. Tuve que rechazar a dos clientes potenciales en la parada para por fin subirme.
En el bus tuve que viajar parada a pesar de que había varios asientos libres. Es que en el papelito de la dirección había un post data de parte de mi joven Amo, en el que me ordenaba no sentarme. Finalizaba con un “Hazlo por el honor de los Hombres Lobos o como se llamen”…
Allí viajaba una señora con su hija. Le sonreí porque la imagen me hacía recordar a mi niña: la razón por la que estaba haciendo todo esto. Desde luego la mujer se levantó y se bajó del bus asqueada mientras los demás pasajeros ojeaban los varazos que tenía en mi muslo y espalda desde la comodidad de sus asientos.
Llegué por fin a la casa. Toqué el timbre y me hicieron pasar. Allí conocí a la joven pareja que serían los protagonistas, al director y a dos camarógrafos. Creo que la película iba sobre el sirviente de un sádico Amo que se enamoró de una de las esclavas.
Me excité mucho, colgada como estaba, viéndolos follar enérgicamente. Cuando terminaron de rodar y me descolgaron del techo, me acerqué al semental con la esperanza de ligar. Yo estaba muy acostumbrada a follar con jóvenes inexpertos y obreros mugrosos sobretodo. Nunca me había topado con alguien físicamente agraciado como ese adonis, así que estaba loca por montármelo. Estaba sentado y desnudo en una esquina del set, tomando agua.
–          Has estado muy bien, guapo. ¿Cómo te llamas?
–          Gracias. Mi nombre comercial es Xarlex.
–          El mío es Cerda. Encantada.
–          Mucho gusto… esto, me gusta mucho esa argolla en tu nariz. ¿Te molesta acaso?
–          Ya no. Es como parte de mí.
–          ¿Y esas marcas por tu piel es maquillaje?
–          No, corazón. Me azota mi Señor para su placer – dije acercándome para mostrarle con orgullo los fustazos en mis muslos.
–          Me cago en… esto, ¿y tú estás de acuerdo con eso? ¿No debería frenarse un poquito debido a tu estado de embarazo?
–          ¿Embara…? Claro. Embarazo. No, no se apiada de mí.
–          Y encima te ha puesto aritos por todos lados, ¿qué clase de persona es?
–          Mi Dueño es un sádico. Pero me gusta mucho ser tratada así.
–          Lo siento mucho por ti, Cerda. Si hay algo que necesites… ¿quieres que te traiga algo de beber?
–          No tengo permiso para beber o comer,  ellos controlan mis heces y orina. Pero… ¿Quieres ir conmigo al baño para pasarla bien un ratito, querido?
–          Ah, de eso se trata. Estaba siendo amable pero veo que al final eres un gran putón que solo piensa en follar. No, ni en sueños vieja guarra.
–          Te ofrezco cincuenta. Traje algo de dinero por si acaso, mira.
–          Puto orco de mordor. ¿Es que no entiendes?
–          Cincuenta y dos dólares, puedo regresar caminando a mi edificio. Por favor, es todo lo que traje.
Me arrodillé y dejé el dinero sobre sus piernas. Sí, era parte de mi ahorro. ¿Pero qué más daba gastar un poco en mis necesidades? Sofía me comprendería. No volvería a tener la oportunidad de estar ante un ejemplar de macho como aquél.
–          Estás desesperada, jaca. Vamos, pero tengo condiciones. Usaré condón.
–          ¿Pero puedo quedarme con el condón luego?
–          Supongo que sí. Iremos a un cubículo y te pondrás contra la pared, no quiero ver tu rostro mientras te la meto. Tampoco quiero escuchar tus gemidos de vaca. Nada de besos ni caricias, tus manos bien quietas sobre el váter, te apoyarás bien porque no voy a tocarte ni con un palo. Y no pienses que voy a meter mi boca en ese amasijo de carne molida y aritos que tienes entre tus piernas, ¿estás de acuerdo?… Oye, ¡me refiero a que te pongas de cuatro en el baño, no aquí vieja chocha!
CAPITULO 7: CRISTALES ROTOS
Ha pasado ya un año. Estaba llegando a los cuatro mil dólares ahorrados, pero había días en los que no podía callejear por excesivos dolores debido a las azotainas a las que usualmente me sometían tanto mis clientes como mi joven Amo sobre mi falsamente preñado cuerpo.
Tenía que aumentar mis ganancias. Tenía que ser más viva que las otras putas que solían cruzarse en mi camino. Como mi joven Amo me dijo, tenía que usar a mi favor todos mis atributos. Nuevos y ya conocidos.
Con la panza enorme que tenía me sería más difícil moverme, levantarme y posicionarme para goce de los clientes. Pero había que intentarlo. Con el correr de los meses fui quitándome más y más el miedo. Era una nueva versión la que se abría paso. Más libidinosa, más soez. Debía hacerlo. Por Sofía. Siempre con mi adorada hija en mi mente
–          ¿Te apetece probar una madurita, guapo?
–          Puedo dejar que metas tu puño completo en mi culo, bombón.
–          Hago descuentos especiales a grupos de tres en adelantes, caballeros.
–          ¿Te apetece jugar con las argollas de mi coño y mi nariz?
–          Si te apetece puedo dejar que me azotes, tengo distintos tipos de látigos y cada uno tiene su precio. Por ser tan guapo te hago un descuentito si escoges el látigo con púas.
–          Todos me rechazan por llevar estar embarazada, porfi, solo necesito un poco de cariño mi corazón.
–          No, no y no… No hago zoofilia, que no soy guarra. ¡Vete!
–          Puedo darte un poco de leche materna. Cinco dólares el minuto.
–          Tengo el clítoris más grande de la ciudad. Lo tengo adornado con las mejores joyas y agrandado por los mejores doctores que pueda comprar el dinero. Por cinco dólares te dejo chupármelo.
–          ¿Me lleváis, guapos? Mis tobillos están inflamados debido a mi embarazo, y aún tengo que recorrer kilómetro y medio para llegar a mi edificio. Me ofrezco como forma de pago.
–          Sólo me has pagado por follar, ¡no bebas de mi leche, cabrón! ¡Eso se paga!
–          He hecho debutar a casi veinte vírgenes ya, así que no te preocupes que sé lo que hago mi niño.
–          Mi lengua anillada es experta en chupar culos, cariño. Inclínate y verás lo buena que soy.
–          Por favor, no azotes tanto mi panza de embarazada. No es que esté con una criatura adentro, pero joder… ¡auchhh! Estoy sensible allí… ¡ahmmm!

–          Eres la quinta mujer que solicita mis servicios. Soy muy buena chupando coños y tetas. Dicen que usando un arnés soy mejor que los hombres. Si tienes amigas que estén interesadas avísales que suelo callejear mucho cerca de la plaza.

–          Beberé tu orina por cien dólares. No pienso regatear el precio.
–          Hola muchachos, ¿os apetece azotarme en la plaza? Hoy precio especial.
–          ¿Correrte en mi nariz? ¿Tú de bebé te has caído de cabeza?
–          Ahgg… se supone que cuando los moratones sangran es porque estás cruzando de la raya… ¡ahhgg!
–          Señaladme un lugar. Orinaré y cagaré para vuestro deleite por diez.
–          Maldita sea, son las cinco de la mañana. Por favor, ¿alguno de ustedes puede ayudar a levantar a esta pobre embarazada de la cama? Mi Amo me espera.
–          Cuando me pongo de cuatro mis ubres llegan hasta el suelo al igual que mi panza. ¿Tu noviecita puede decir lo mismo?
–          Hoy no hago anal. Mi Amo me ha puesto un plug para evitar que cague sin su permiso. Solo será durante esta semana, es que no le ha gustado cierto servicio que venía ofreciendo.
–          ¿¡Y a ti que te importa con quién me estoy acostando, puta de mierda!? Ésta no es tu esquina, ¿es que te crees dueña de todo el puto barrio?
–          Yo a ti te pagaría por follarme, bombón. Tu polla me vuelve loca desde aquella vez en el baño público.
Me estaba transformando a pasos agigantados. Ya no recordaba mi verdadero nombre. Ya no podía recordar cómo era mi rostro o mi voz antes de mi transformación. Temo el día en que olvide el rostro de mi adorada hija.
Pero lo que más temía era ser azotada por mi joven Amo. Se había vuelto muy cruel, más despiadado y más inteligente. Creo que su experiencia con Tania lo estaba transformando. A veces simplemente se le antojaba llamarme para una azotaina severa… Odiaba callejear repleta de llagas y moratones…
Follar. Quería follar.
*-*-*-*-*-*-*-*
–          Pollas – sonreí con la saliva desbordándose de mi boca.
–          Quieta Cerda. ¿Es un salón muy hermoso, no? Hay gente muy importante aquí y no quiero que me avergüences. Te acoplaré aquí en la esquina. Ya vendré que quiero presentarte a mi padre.
–          Méteme tu puño Amo, por favor – dije relamiendo la enorme argolla nasal.
–          Compórtate por esta noche, Cerda. ¿O es que quieres recibir una azotaina en mi habitación?
–          Sí quiero, Amo, sí quiero, por favor azótame con el látigo de púas. Las gruesas. Las más gruesas. Azóteme por mi panza. Por toda mi enorme panza. Hmm… Pollas. Pollas.
–          Ya, ya… menos mal traje el bozal. Ven… esto… ya está, perfecto. Quédate tranquila.
Mi joven Amo se alejó. Tenía unas ganas enormes de masturbarme. Normalmente a esas horas debería estar siendo sodomizada en la plaza por unos… ¿cuarenta dólares? Ya no recuerdo bien el monto. Pero por otro lado me odiaría desobedecer a mi Amo.
Pensé que tal vez… tal vez si estirara un poco mis argollas vaginales… tal vez me pasaría un poco el calentón. Hmm… se sentía rico, se caían bastante ya. Me dijo que su objetivo final era que mis tetas, panza y labios vaginales llegaran todos al suelo al ponerme de cuatro. Ya solo faltaban mis labios. Pero faltaba mucho trabajo…
Tuve que parar. Allí venía de nuevo. Pollas. Venían muchas pollas hacia mí. Hombres. ¿Eran acaso los famosos Lobos de Fuego? Tenía que rendirles respeto. Me incliné con mucho esfuerzo para besar sus pies, ya que mi enorme panza me incomodaba mucho. Pero ellos apreciaban mi voluntad. Me alababan. Decían que mi cuerpo era muy hermoso y que estaba deliciosamente adornado.
Mi Amo me levantó el mentón, quitándome el bozal. Y señalándome a un hombre del grupo me dijo:
–          Éste es mi padre.
–          Honor. Padre de mi Amo. Soy Cerda, la puta de su hijo.
–          Es preciosa, hijo. Está completamente emputecida.
–          Gracias, padre. Ya ha pasado año y medio, estoy muy orgulloso de Cerda. Gracias a algunos contactos logré aumentar los ingresos. Es muy solicitada por los directores de porno duro debido a su panza de embarazada.
–          Has avanzado mucho, hijo. Llévala al centro de la sala. Y luego tú y yo hablaremos.
–          Vaya, esto… no me gusta ese tono.
–          No te preocupes, realmente no es nada malo. ¡Venga, vamos! ¡Lleva a esta zorra al centro! ¡Llévala por esa argolla de la nariz tan imponente! ¡Mirad la esclava de mi hijo! Esa panza que toca el suelo, esas ubres enormes y alargadas que se balancean en su caminar. Escuchad el tintinear de las campanillas que le ha puesto para esta ocasión por ese gigantesco coño.
–          Vaya, padre, sí que notas los pequeños detalles.
–          Pollas, pollas, pollas. Un puño, solo un puño…
–          Cerda, te presento a mi esclava. Se llama Crystal – dijo el padre.
Mientras me arrastraban hacia el centro de la sala, pude contemplar una hermosa mujer de pelo rojo fuerte, de pequeñas tetas, parada y observando mi avanzar con unos bellos ojos celestes. Tetas. Tetas pequeñas pero con areolas enormes repleto de varios piercings. Hmm… qué ganas de jugar con ella.
La hicieron acostar. Me llevaron sobre ella, coño contra cara. Mi panza aplastaba su plano vientre, lo cual me divertía sobremanera. Nos invitaron a comenzar el espectáculo con un sesenta y nueve. Moví un poco mi argolla nasal para chupar bien y fue cuando pude contemplar que ese coñito delicioso carecía de labios vaginales interiores. Su amo había mandado extirparlos.
Tenía varios trabajos de piercings, y sobretodo su clítoris se encontraba vulgarmente atravesado por exóticas piedras preciosas y anillos. Era bastante grandecito y jugoso. Se me hacía agua la boca.
Cuando abrí mis carnosos y vulgares labios me estremecí y grité como cerda. Todos rieron pues Crystal se adelantó y empezó a chuparme mi clítoris con maestría. Ughm… quería chupar el suyo pero me perdía en el placer infinito que me producían sus lamidas y chupadas.
Me habían contado de antemano que esta chica carecía de dentadura y que por ello no hablaba mucho, pero que como arma de doble filo, sus mamadas eran celestiales. Yo misma lo estaba comprobando….  Aghhm…. Tengo que comérselo.
–          La primera en correrse será la perdedora. Mi esclava contra la de mi hijo.
–          Vaya, te luces padre. No sé quién ganará pero confío en Cerda.
–          La perdedora será azotada por la ganadora. Con el látigo de púas, ¿qué te parece?
–          Me parece fantástico.
Me estremecí al escuchar esto. ¿Sería azotada por esta puta? Yo tengo principios. Y un gigantesco clítoris. Sólo me dejo azotar por mi adorado Amo y por mis clientes. Mi honor y el de mi Señor estaban en juego. Con mucha fuerza enterré mi boca en las carnes de Crystal.
Inmediatamente pude sentir cómo dejó de darme lengüetazos, pude escuchar sus gemidos de puerca. Sí, soy una puta bien entrenada. Sé cómo hacer llegar a las mujeres.
Yo al tener dientes tenía cierta ventaja pues podía mordisquear todo a placer. Como mucho, Crystal solo podía apretujar mi clítoris con sus labios pero no era lo mismo. En cuestión de segundos la muchacha chilló como posesa, rindiéndose ante mi maestra lengua anillada. Su pupita era deliciosa y no dejé de chuparlo aún con la victoria celebrándose a mi alrededor. Tuvo un grito raro, como si fuera ahogado. Como si tuviera una polla en la boca. Polla. Polla… aghmm….
Se llevaron a la chica y la encadenaron a un potro. Entre dos hombres me levantaron pues por mi preñez ya era incapaz de hacerlo por mí misma. Uno de ellos me entregó el famoso látigo con púas. Mi sonrisa era enorme, el llanto de la chica sería atroz y yo vería con orgullo a mi adorado Amo.
Me llevaron frente a su culo y me soltaron. Lancé el primer fuste. Todos aplaudieron al son del grito ahogado de Crystal. En serio, es que la puta tenía una polla en la boca. Qué grito más raro. Otro fuste. Más fuerte, más demoledor. He visto las primeras gotitas de sangre brotar de su espalda. Otro fuste fuerte en las nalgas. Era deliciosa la sensación de castigar a alguien, nunca lo había hecho. Otro azote. Crystal se había desmayado.
Miré a mi Amo con una sonrisa. Él estaba recibiendo las felicitaciones de los invitados. Fugazmente me observó y sonrió. Aghmm, quiero lamer sus pies y sentir sus caricias. Tal vez esa noche como premio me llevaría para follarme en su cama y dormir con él. Sería ya la segunda vez si accedía desde que tengo panza. La anterior fue por mi cumpleaños. El mejor día de mi vida.
Salí de mis pensamientos, pues nos llevaron a mí y a la inconsciente muchacha a una habitación para encerrarnos. Quería estar con mi adorado Dueño, pero por otro lado tenía a mi merced el rico coño de la esclava. Hmmm… comencé comiendo su coñito y de vez en cuando metía mi lengua en su culo. La terminé despertando, pero lejos de enojarse se volvió hacia mí para fundirnos en un apasionado beso. Chupé su lengua. Tragué su saliva. Puta…. Soy puta…
CAPÍTULO 8: COMPETENCIA
Me alegró mucho saber que Crystal sería la nueva esclava de mi joven Amo. Su padre le regaló como premio por su evolución como miembro de los Lobos de Fuego. Tenía un poco de celos tal vez, pero ella me caía muy bien. Sobre todo por saber comerme el culo y el coño. Era su especialidad.
Mi Amo la llevó a vivir en mi celda. Como aún no nos merecíamos un colchón, al menos nos teníamos la una a la otra para dormir juntas. Me encantaba abrazarme a ella y chuparnos mutuamente las bocas.
Debido a mi penoso estado físico me costaba horrores hacer los trabajos domésticos, así que su presencia fue un rayito de luz para poder continuar mis quehaceres. Le enseñé a lavar las ropas y cómo fregar con eficacia. Recoger nuestras cagadas con bolsitas para poder desecharlas, además del mantenimiento general del jardín.
Crystal decía que mi boca carnosa la volvía loca de placer. “Tiednes unos yabios enodmes… me los comeyé un yadtito”. Sí, el carecer de dientes le dificultaba el habla. Me hacía recordar esos días en los que me anillaron la lengua.
Siempre que podía me besaba y recorría mis labios con su lengüita: Cuando fregábamos las ropas del Amo en la terraza, cuando descansábamos en los pasillos, cuando nos acostábamos para dormir. Yo me dejaba hacer porque me parecía adorable. Podría estar todo el día así con ella… ¿acaso estaba cayendo enamorada de la nueva esclava?
Íbamos juntas a callejear. Mis ropas ya prácticamente no podían ocultar nada, pero el Amo insistía en que esa ropa sería la única que usaría. El top de cuero rojo solo llegaba a cubrir la mitad de mis voluptuosas tetas. La faldita prácticamente se escondía bajo mi panza por delante, mientras que atrás solo podía cubrir la mitad de mis ya gigantescas nalgas que constantemente tragaban el cuero.

Por otro lado Crystal le quedaba muy bien la nueva ropita que le compró nuestro adorado Amo. Llevaba una especie de ropa de colegiala muy pequeña y de aspecto rebelde, pero que al menos lucía más decente que mis harapos. Me encantaba su aspecto, y a veces no podía evitar llevarla a un callejón para podernos morrear y tocarnos.

Cuando no estábamos chupando pollas en la plaza, Crystal se ofrecía solícita a comerme mi ya gigantesco clítoris. Me decía que pronto se convertiría en una polla si seguía chupándolo y estrujándolo con tanta vehemencia. A decir verdad la putita sí que sabía cómo hacerme berrear con su boquita.
Tomadas de las manos volvíamos al edificio del Amo. Él ya no se ocupaba mucho de nosotras. Solo estaba allí para recoger el dinero que cobrábamos y para observar diligentemente cómo cagábamos y orinábamos en el jardín, con ambas sosteniéndonos de sus piernas y mirándolo con sumisión. No, nuestro joven Señor ya no se fijaba mucho en nosotras. Se encerraba en su estudio con su padre, Sergei y Pierre a discutir. Pero en parte era bueno porque podía dedicarme enteramente a satisfacer el cuerpo macizo de mi nueva amante.
Así pues, una noche en que volvimos al edificio, mi joven Amo entró en nuestra celda y me pilló apoyada contra la pared, con las piernas abiertas y Crystal de rodillas chupándome el culo. Rápidamente nos arrodillamos frente a él y besamos sus pies con mucho ahínco.
Tomó a Crystal de su collar, y sin mediar palabras le prendió un brutal latigazo que le comió la espalda. Chilló muy duramente.
–          Cerda, ¿nunca te has parado a pensar por qué Crystal grita de esta manera tan extraña?
–          No, mi Amo.
–          Pero lo has notado, ¿cierto? Es como si tuviera una puta polla trancada en su garganta.
–          Sí, mi Amo. Es así desde que la conocí. Creo que es porque no tiene dientes.
–          Es así porque mi padre le ha sometido a una glotoplastia. Es decir, tiene una voz muy diferente a la que tenía antes. Aparentemente la operación no salió del todo bien. Irónico que teniendo más recursos que yo terminó metiendo un poco la pata. Así como tú, Crystal pasó por una remodelación brutal. Le quitaron las piezas dentales. Le cambiaron el color de los ojos, su forma también. La nariz la hicieron más puntiaguda, así como su boca se volvió más fina. Le agrandaron los labios vaginales y le dieron una dieta muy especial para darle un cuerpo más esbelto.
–          Ya veo, mi Amo. Es una esclava muy afortunada.
–          Sí, sí lo es. Ahora dime, si tu hija estuviera observándote, ¿crees que ella te reconocería?
–          No, mi Amo. Definitivamente no. Yo también he pasado por un cambio radical físico.
–          Puff… no puedo con esto… Cerda, te presento a tu hija Sofía.
–          No… no puede ser… ¿es verdad, mi Amo? – pregunté observando como una tonta a la sollozante Crystal.
–          Sí, para serte sincero yo también creí la mentira de mi padre. Sobre que tu hija estaba bien cuidada en alguna mansión o yo qué sé. La verdad es que desde el día uno también le dijeron que debía callejear hasta juntar cinco mil dólares. Y mira, un año y medio después tiene casi cuatro mil ya. Estáis casi a la par.
No sé ella si lloraba por el terrible azote o porque se enteró que yo era su madre. Estaba irreconocible. ¿En serio ESO era Sofía? Lo más inmediato que sentí fue náuseas, así que rápidamente salí de mi celda para ir al jardín. Llorando me la pasé vomitando semen y puré.
Esa noche mi joven Amo fue muy cruel. Me llevó a su habitación y me aprisionó en un caballete. Con mi culo en pompa y listo para ser azotado, ordenó a mi hija que me flagelara. Que se vengara de la zurra que le propiné en la mansión aquella con ese látigo de púas.
Sofía, movida por la desesperanza y la confusión, me dio una infinita tunda de azotes fuertes que me hicieron llorar de dolor. Por los espejos vi su rostro enrabiado. Mi culo que tanto le gustaba chupar. Mis muslos que lamía y admiraba. Mi espalda en la que solía arañarme dulcemente cuando hacíamos el amor con un arnés. Todo. Golpeó todo mi vulgar cuerpo y sin piedad de mí.
Aquella noche nos forzaron a dormir juntas. Muy juntas. Unieron mi piercing bucal con el suyo mediante una cortita cadena, así como también nos engancharon por nuestros brazaletes de las extremidades. Por último engancharon nuestros collares.
Dormimos así, en la incomodidad y llanto. Sintiendo la respiración agitada de una sobre la otra. No pude evitarlo de todos modos, la besé y besé. Estaba perdidamente enamorada de mi hija. Ella me mordía débilmente con sus labios como queriendo evitar que le metiera mi lengua. Supongo que si tuviera dientes sería posible atajarme.
Al día siguiente nos despertó un fuerte trallazo. Mi niña estaba durmiendo sobre mi panza y recibió el latigazo de nuestro joven Amo. Se retorció y chilló, arrastrándome consigo debido a que su cadenita aún estaba unida a mi lengua.
–          Veo que las dos furcias se la han pasado muy bien anoche. Voy a ser directo con vosotras dos. Mantengo mi palabra y las liberare y ayudaré si conseguís los cinco mil dólares cada una.
–          Gracias Amo – dije restregándome por el voluptuoso cuerpo de mi niña.
–          Ugh… Graziaz Amo.
–          Pero a partir de hoy haremos vuestra estancia más interesante. A partir de hoy vosotras dos estaréis metidas en una competencia. Sí… la que hoy, esta noche, me traiga la mayor cantidad de dinero, descontando vuestra ganancia claro está, será la ganadora. Cada noche tendremos una ganadora distinta.
–          Hmm…. Qué ganademoz, Amo…
–          Cada noche habrá un premio especial. Hoy, la ganadora podrá marcar a la perdedora en el trasero.
–          ¿Marcar, ha dicho marcar, Amo?
–          Sí. La perdedora será marcada a vivo fuego esta noche en la mazmorra. Será el símbolo de los Lobos del Sol… Lobos del Sol… vaya, ése es mucho mejor nombre que el original.
Nos liberó por fin. Ambas estábamos muy adoloridas por la difícil noche que pasamos, y aún estábamos recuperándonos del shock que suponía la nueva normativa. ¿Marcar como si fuera una res? Preferiría… preferiría perder y dejar que mi adorada hija me marcase, y así salvarla de tan cruento destino.
–          Aún es de día, pero os doy permiso para que podáis ir a trabajar a la de ya. Arreglaros rápido. Esta vez tendréis una hora límite, y serán las once de la noche.
Se alejó. Abracé rápidamente a Sofía. Ella estaba llorando así que dije que tuviera fuerzas, que ella ya tenía experiencia como puta trabajando para el padre de mi Amo. De hecho yo pude comprobar que se le daba bastante bien el callejear.
–          Joer… má… no entiednes… no quiedo madcadte con fuego…
–          Lo sé, mi niña. No hables mucho que sé que te cuesta sin dentadura. Pero tienes que hacerlo, no permitiré que te marquen a ti.
–          Io sé… io sé… no quiedo hacedlo pero lo hayé… te madcayé…
–          Esto… Sofía, lo dices como si realmente fueras a ganarme en una competencia de putas.
–          Clayo que pueyo, má. Con los ojos ceyaddos…
–          Escúchame pequeña furcia, a mí no me subestimes. Quieres guerra, la tendrás.
–          Puta viedja, nadie quiede una puta viedja salvo para una peyícula zoófila.
Me levanté con rabia. Cogí mis harapos y me dirigí al baño. Si esa putita creía que podría ganarme estaba equivocada. Yo era más puta que ella. Se lo iba a demostrar. Se lo iba a demostrar a mi Amo. Le iba a marcar el culo para que aprenda. Maldita cría.
Fui la primera en salir, aunque Sofía también estaba acercándose a mí. A la salida del edificio, Sergei nos detuvo y nos dijo que por expresa orden de nuestro joven Patrón, debíamos ambas callejear con esposas puestas. Crucé los brazos tras mi espalda y me ofrecí inmediatamente. Yo no dudaba, tenía que ganar. La niñata por su parte murmuró rabiosa pero no tardó también en cruzarse los brazos y ofrecerse. Para facilitarnos nuestro trabajo, las carteritas las enganchó a nuestros respectivos collares.
Fui directo hacia una de las facultades locales. Me apresuré como pude para llegar a la hora de salida de aquellos muchachos. Ellos no son de follar mucho con una puta y menos con una embarazada, pero sí he ganado mucho dinero humillándome para su placer. Me ofrecí para ser azotada en un lugar público, pero ellos ofrecieron más dinero si orinaba en el auto de uno de sus profesores. Debido a mi estado físico, entre dos me sostuvieron por los brazos para que pudiera acuclillarme de manera correcta.
Cuando vagaba por la ciudad, vi a mi hija siendo llevada de brazos por dos abuelos. Le maldije. Ellos suelen tener más dinero pero solo buscan a las más jóvenes. Debía poner más empeño si pensaba ganarle.
Un lugar perfecto fue la construcción de un edificio en las cercanías. Solo tenía que aguantar a los obreros malolientes y sudorosos si quería que llenaran mi bolsita. Estuve cuatro horas encerrada en uno de sus baños portátiles, haciendo todo tipo de vejaciones por un puñado de dólares. Le pedí al último que me ayudara a levantarme del váter donde estaba.
Sofía, mi hija Sofía, solo pensaba en ella. Pensaba en esa maldita putita y lo mucho que disfrutaría viéndola retorcerse de dolor.

La noche fue bastante activa. Taxistas, oficinistas, japoneses sádicos. Fue uno de mis días más productivos pero también de los más difíciles debido a las esposas, ¿acaso daban más morbo? Sin duda la próxima le pediría a mi Amo que volviera a usarlas conmigo. Así pues, con una sonrisa me presenté a los pies de mi Señor cerca de la hora pactada, aunque con los tobillos extremadamente inflamados.

Sergei me ayudó a arrodillarme.
–          Cerda, has juntado setecientos cincuenta dólares. Quitando tus setenta y cinco dólares nos quedan seiscientos setenta y cinco. Carambas, bien hecho Cerda. Como premio mañana tendrás doble ración de puré.
–          Gracias mi Amo – besé sus pies.
–          Sofía, tu turno – dijo arrancándole su bolsito del collar. Ella por su parte se inclinó para lamer sus pies.
–          Setecientos treinta dólares. Quitando tu dinerito, me quedan seiscientos cincuenta y siete para mí. No ha sido suficiente, niña.
Sonreí enormemente. La putita había aprendido la lección. Me toqué un poco mi culo para darme algo de placer, el solo hecho de pensar en sus gritos de dolor me estaba poniendo caliente. De oler su carne chamuscada contra el acero. De chuparme su culo como recompensa. Ese delicioso culito suyo. Humm…
–          No… te ofredzco mi padte, Amo. Quédayela. Toya tuya.
–          ¿Me das tu ganancia de esta noche? Ya veo, Sofía. Pues bien, deja que lo saque de tu carterita… con esto superas a tu madre. Te considero la ganadora.
–          ¿Amo, es esto posible?
–          Claro que sí, Cerda. ¿Renunciarás a tu parte para ganar?
–          No puedo renunciar a mi ganancia, se supone que debo juntarlo para salir de aquí. Sofía… ¿¡Sofía, en qué estás pensando!?
–          En marcardye tu enodme culo, puda de mierdya.
–          Pues ya está hecho. Sergei te llevará a la cruz de San Andrés. Yo le traeré a tu hija el material con el que te marcaremos.
–          Esa viedja veyá quién es la que mandya aquí.

–          Esto es una pesadilla – murmuré mientras Sergei me levantaba.

Me sujetaron por las argollas de mis extremidades. Pude escuchar los tacos de Sofía acercándose más y más hacia mí, pero no podía verla debido a mi posición contra la cruz. Podía oler el maldito hierro incandescente. Podía escucharlo incluso.
Sofía lo presionó contra mi nalga derecha. Me revolví como loca. Chillé como la cerda que era. La muy desgraciada lo apretó muy fuerte, demasiado. Se escuchaba ese diabólico sonido del hierro haciendo contacto con mis pobres carnes. Era una eternidad aquello y me iba a desmayar si no lo soltaba.
–          Suficiente, Sofía. ¿Que no has oído a tu puta madre?
–          Ya estyá… Amo. Puedyo…  ¿Puedyo chupar el culo de ezta pudta viedja?
–          Claro que puedes. Adelante.
Y así, teniéndome colgada por la cruz, sollozando y lanzando algún que otro grito de dolor, mi hija se dedicó a meter lengua en mis agujeros. Una especie de disculpas retorcidas. Porque si hay algo que podía quitarme el maldito sufrimiento en mi nalga, definitivamente era mi niña chupando y estirando mis argollas vaginales.
Pero me prometí que iba a ganar a como dé lugar en la siguiente competición.
Al día siguiente nuestro joven Amo nos anunció el premio para la ganadora: Orinar y cagar sobre la perdedora durante una semana. No quedaría afectado por las siguientes competiciones, el premio duraría una semana.
A duras penas me repuse para prepararme. Mi hija ya se había puesto sus ropas pero a mí me dolía demasiado el culo como para ponerme la falda.
–          Qué padza má, ¿te ayuddo a ponerdye la fadya?
–          No, es que no quiero ponérmela, me duele demasiado la marca.
–          Qué pedna. En finm… Disfrutadye mucho cagdando sobye tu caya.
–          Me subestimas, ramera de mierda. ¿Crees que eso me detendrá? Acuérdate de esto cuando veas mi enorme culo sentándose en tu puta cara: ¡Soy la mejor de este lugar!
–          Cladyo que zi, viedja mayana… y io zoy vidgen, pod favod…
Se alejó coqueta. Con más rabia aún decidí callejear solo con mis tacos y mi top. Sergei me dijo algo de que ya tenía el cerebro frito al verme salir así. Pero pasearme con mi enorme culo al aire era peligroso. Los policías trabajaban para el padre de mi joven Amo, pero no dudarían en zurrarme duro y arrestarme. Me encantaría lo primero pero no podía darme el lujo de pasarla tras rejas. ¿Cómo esperaban que me pusiera esa maldita faldita con la marca latiéndome en mi apetitosa nalga?
Cuando se me acercó un policía, advertido por alguna señora remilgada que iba de compras, le ofrecí mi cuerpo para que dejase pasar mi infracción.
Me dijo que me llevaría a la cárcel sí o sí, pero que allí podría hacer mucho dinero tanto con los oficiales como con los convictos. Con el chumino hecho un charco, le extendí mis manos y me dejé arrestar.
Entrada la madrugada volví a presentarme ante mi Amo. Mis tobillos ya no daban más y no podía sostenerme mucho tiempo erguida. Apenas tuve fuerzas para llegar al edificio tras una noche de arduo trabajo.
–          Setecientos dólares, Cerda. Si te doy setenta me quedo con seiscientos treinta.
–          Gracias mi Amo.
–          Sofía. Has obtenido novecientos. Joder, todo un récord. Como premio extra mañana podrás llevarte un látigo de mi habitación para que tus clientes hagan buen uso de él sobre tu cuerpo.
–          Gadiaz Amo, muchas gadiaz…
–          Espera mi Amo – dije rebuscando en mi collar.
–          ¿Qué es esto, Cerda?
–          Te ofrezco trescientos dólares de mis ahorros. ¿Así podré ganar, no?
–          Ya veo, Cerda. ¿Tienes algo que decir, Sofía?
–          Puedyo… puedyo ir y draer miz ahorryos tambdién.
–          Demasiado tarde. Las llevaremos al jardín ahora. Cerda, no te preocupes que te ayudaremos a sentarte sobre tu hija.
–          Gracias mi Amo. ¿Puedo también reclamar el premio extra del látigo que le has ofrecido a ella?
–          Claro, Cerda.
CAPÍTULO FINAL: REINA LOBA
Las dos señoras se cebaron mucho con mi espalda y culo. Me hicieron rememorar a Tania por la crueldad. Yo las recordaba haber visto siempre en el mercado, eran unas remilgadas pero en la intimidad de mi celda se desataban con toda la furia.
Una me azotaba mientras le comía el carnoso chocho a la otra. Luego intercambiaban de rol. Me la pasaba gritando porque los trallazos eran ya demasiado fuertes, pero es que según mi Amo ellas estaban pagando mucho dinero y debía apechugar.
Me dejaron encadenada en mi celda. Putas de mierda. Ya no me pagaban a mí, se lo daban directo a mi Amo. Es que mi cuerpo ya no daba para más para callejear, no podía aguantar siquiera tres cuadras de pie. Debía recibir a los clientes en mi celda y luego recibía mi comisión.
Creo que ya habrán pasado… ¿tres años y medio?, ¿o ya son cuatro años desde que trabajamos de putas? Hace tiempo que hemos perdido todos nuestros ahorros en esa maldita competencia que nuestro Amo nos plantó. Hemos perdido todo nuestro dinero con el fin de ganar a veces una, a veces la otra. Terminados nuestros ahorros solo callejeábamos para ganar la competencia del día, dando el total de lo recolectado a nuestro joven Dueño.
Pero lejos de tener más que una sensación pasajera de victoria, terminamos bastante destruídas. Terminé odiando a esa maldita cría. Por su culpa tengo un asqueroso y gigantesco clítoris colgándome con un montón de piercings que ella misma seleccionó al ganar una de las competencias. Creo que lo hizo adrede todo este tiempo, el chupármelo, para así poder facilitar el anillado masivo.
Y ella también estaría algo enojada conmigo, después de todo fui yo quien la preñó con la sustancia que fabricaron. Lo metí directo en su coño como si estuviera fertilizando a una vaca. Fui yo que eligió las palabras “Mi madre es mejor puta que yo” para ser tatuadas en su enorme panza. Aunque ella se vengó más adelante mandando poner “Viedja putdona” sobre mis nalgas.
Esa competencia sacó nuestro verdadero ser, debo confesar.
No sé si hice algo mal al preñarla, pero su panza era mucho más grande que la mía. Aquello terminó por destrozar cualquier atisbo de piel firme que tenía. Había engordado y tampoco podía caminar mucho así que le hicieron para su propia celda para recibir a los clientes, frente a la mía.

Creo que todo fue un plan para evitar que llegáramos a los cinco mil dólares, para que entregáramos todos nuestros ahorros por nuestra cuenta. Para que destrozáramos más nuestro cuerpo y quitáramos de encima cualquier ganas de volver a la sociedad.

Si recibiera otros nutrientes aparte de semen y puré, tal vez podría pensar mejor. Pero por otro lado me siento muy bien así, tirada en el suelo con la mirada perdida en la nada y con la mente en blanco.
Nuestro joven Amo, tras demostrar su valía a su padre, heredó su mansión. Pero lejos de ocuparla, decidió quedarse en el edificio para mejorarlo y salir adelante. Ya no era el mismo chaval inexperto que una vez conocía, ahora tenía mano dura, era un sádico y parecía ya no demostrar muchos sentimientos.
Pero yo lo conozco más que nadie y sé que en el fondo guarda mucho cariño. De vez en cuando me llevaba a su habitación y me curaba las heridas que algunos clientes me hacían. Me contaba cómo le iba con su nueva novia y me pedía consejos porque no quería volver a tener el corazón roto. Y sabía que yo estaba allí lista para consolarlo en caso de que tuviese otro estropicio sentimental.
Ahmm… yo estaba esperando que trajeran a mi Sofía a mi celda, me lo prometió mi Amo como regalo por mi cumpleaños. Que podríamos hacer lo que quisiéramos toda la noche juntas. Vendrían también algunos camarógrafos, de vez en cuando solían venir a filmarnos pero a mí no me importa. Solo quería comerme a mi putita.
Llegaron con mi nena e instalaron sus cámaras rápidamente. Me obligaron a hacer un sinnúmero de guarrerías con Sofía. Bueno, yo no diría “obligar” precisamente. Trajeron un par de machos bien dotados y se dedicaron a hacernos chillar de placer. Gocé mucho particularmente recordando a aquel actor porno que me montó en un baño hace mucho tiempo atrás. Se corrieron en nuestras bocas y nos pidieron no tragar, que debíamos morrearnos e hiciéramos gárgaras con sus jugos. Luego de filmarnos salieron a pagar a nuestro Amo.
Mi pequeña sonrió porque por fin seríamos libres de hacer lo que nos plazca. ¡Y toda una noche! Se me mojó el chumino el solo pensarlo, ella lo notó y se dedicó a chupármelo. Fue cuando uno de los camarógrafos se acercó a mí. ¿Quería follarme también? Tendría que esperar su turno. Hmm… tal vez podría acomodarme y dejar que me meta el puño por el culo para no ser descortés.
–          Las he encontrado – susurró. ¿Me recuerdas, Giselle?
–          Soy Cerda, aghhmm…
–          Vaya… Mira, soy Nathaniel. ¿No me reconoces? A mí sí me cuesta reconocerte. La última vez que nos vimos te entrevisté en la Plaza Libertador. He recorrido medio mundo buscándote pues siempre confié en ti y sé que tenías razón cuando me dijiste que no confiabas mucho en el viaje que hacías. Jamás creí la noticia de tu muerte, y mucho menos cuando me negaron los resultados originales de la autopsia. Con la reciente muerte del Director Ramírez pude acceder a algunos papeles gracias a un contacto que es todo un crack.
–          Mi niña sabe chupar, sabe comer mi chumino. Mmm…
–          Esto… Me alegro que hayas confiado en mí en su momento. No pienso fallarte. Ya te he ubicado y pienso sacarlas a las dos de esto. Volveréis a su hogar, lo prometo.
–          Cerda es feliz aquí. Feliz con mi Amo y su pequeña furcia… aghhm…
*-*-*-*-*-*-*-*
Ocho de la noche. Me dirigía al último piso para visitarlo ataviada elegantemente. Ropas muy cómodas, he de decir. Si hay algo que no extrañaría jamás sería ese uniforme de fulana con la que pasé años callejeando.  No obstante siempre quería lucir apetecible para su vista, revelando siempre mis rollizas carnes como regalo para sus ojos. Tras haber suprimido los efectos del embarazo sicológico, mi cuerpo se recuperó como pudo, pero imagino que por mi edad el resto de mis carnes no retrocedería nada.
Me seguía pareciendo extraña la sensación de estar a esas horas cruzando los pasillos del edificio, pues ya tenía por costumbre  ofrecer mi cuerpo a las personas a esas alturas de la noche. Me confesaron que el puré que consumía todos los días, a parte de vitaminas, también tenía afrodisíacos que aceleraban mi líbido, empujando mi emputecimiento. Desde luego que al cortar esa dieta terminó por devolver parte de mi raciocinio.
Pero ya todo había acabado. Ya no era esclava de los Lobos de Fuego, y sin embargo en mis adentros me decía a mí misma que yo nunca más dejaría de ser propiedad de cierto muchacho sádico y esquelético. Era suya por siempre. No me consideraba más esa enfermera llamada Giselle. Mi hija ya no era la misma tampoco. Para mí ellas ya habían muerto hace años en una explosión de taxi.
Se lo debía mucho a Nathaniel, mi amigo periodista. Con la muerte del Director Ramírez y con un poco de ayuda, pude conseguir de vuelta algo de mi dinero. Pagué nuestro rescate e invertí en el negocio de mi Amo, porque ¿volver a la sociedad? Imposible. Nathaniel no lo entendió, dijo que seguiría luchando contra la red más oscura que jamás se haya visto pero que protegería mi antigua identidad por respeto.
Aunque no era tiempo de pensar en ello. Abrí la puerta y vi parado a ese triste muchacho frente a su ventanal. ¿Otra vez con las manos en su gabardina y la mirada melancólica? Solo yo sabía qué pasaba tras su semblante serio.
–          Adrián, ya regresé.
–          Cerd… ¡argh! Perdón, casi te llamo por tu antiguo nombre.
–          No me importa que lo hagas.
–          No, no. Me encanta el nuevo que tienes, has elegido uno increíble y que te pega mucho. Ya me acostumbraré. En fin, ¿cómo te fue hoy?
–          Ya casi no tengo los tatuajes. Creo que con un par de sesiones más todo acabará. Lo de la marca será más difícil, pero le estoy tomando el gusto. Total, solo eres tú el único que me ve desnuda.
–          Entiendo… Veo que al final decidiste dejarte los piercings.
–          Me gustan, ya son parte natural de mí. Por eso los dejé. Además, me veo un Ama muy regia a la hora de azotar, ¿no crees?
–          Desde luego que sí. ¿Y con respecto a tus labios y voz?
–          Sí, eso…  ¿Vamos a tu lecho?
–          Claro, por favor vente.
–          Me dijo Pierre que has estado toda la tarde aquí encerrado.
–          Puto chismoso. No quería que nadie me viera así, no corresponde con mi imagen.
–          Pero a mí sí me lo permites. Cuéntame, Adrián. ¿Tendrá algo que ver con tu nueva novia?
–          Qué cojones… sí, es sobre la última… Acuéstate por favor conmigo, ya sabes cómo me gusta.
–          Claro que sí… ¿está bien así?
–          Ahg… dios, nunca me canso de tu boca.
–          Lo dejé así de carnoso como está. Lo hice por ti. Dejé mi voz porque sé que te gusta también. Hay cosas que estoy dejándolo por ti, pero tú tienes todavía ese rostro triste. Dime qué te pasa. ¿No era hoy que le dirías a tu novia sobre tu verdadero trabajo?
–          Sí, se lo he dicho. Por eso estoy desplomado… ella ha corrido despavorida. No creo que volvamos a vernos
–          Lo siento.
–          No lo sientas. Es que se acerca la ceremonia en el que mi padre me cederá todos sus bienes, y no me gustaría ir sin pareja. ¿Cómo voy a conseguir alguien que le interese este lugar y este mundillo?
–          ¿Y qué tal Sofía? Desde que tiene esa dentadura nueva está muy guapa y tienen ambos edades similares.
–          Sofía es preciosa. Se recuperó rápido cuando le quitamos el embarazo falso. Pero he visto en sus ojos, ¿sabes? Le encanta Pierre. Y creo que él también. Ya desde que era esclava lo había pillado un par de veces, pero no me importaba demasiado.
–          Le gusta Pierre desde que lo vio en el aeropuerto hace años ya… A ver, podríamos pedirles a las nuevas putas, Yvonne o Ápsaras. Son jovencitas y guapas también.
–          No me gustan. Y no menciones a Lluvia… ¡por favor! Sólo la azoto para disciplinarla y practicar más mis habilidades, no como contigo en su momento, en donde sentía cierto placer. Pero mira he estado pensando… ya que tú y tu hija ya no son más esclava de Los Lobos Pedorros. Ya que has decidido con tu hija quedarte y ayudarme…  Como incluso le caéis bien a mi padre… Ahg, dios mío tu boca me vuelve loco.
El sonido de la puerta abrirse interrumpió mi chupeteo en el cuello. Entró una de las nuevas putas del edificio. Era Lluvia. A diferencia de las otras, ella era la única que estaba en contra de su voluntad. Sí, como yo en su momento. Las demás eran chicas freelance, por contrato, que debido al éxito que habíamos alcanzado se acercaban a trabajar para los Lobos.
La razón por la que esa jovencita estaba siendo sometida por nosotros, era porque junto a su padre, antiguo miembro de los Lobos de Fuego, tramaron planes de traición. Sí, esa chica era Tania, la que una vez quiso ser la sádica Princesa Loba.  Le cambiamos el nombre a Lluvia para rememorar aquella noche en que Adrián la expulsó.
Me excitaba sobremanera tener a mis pies a esa puta, descubrí mi lado dominante. En los dos primeros días que vino ya me había vengado por todas las vejaciones a las que me ha sometido cuando yo solo era una vulgar ramera. Pero no iba a detenerme.
Era todo un placer ir con mi hija al jardín para sujetarla a una columna con garfios que instalamos, la azotábamos por horas y sin piedad recordándole todas las penurias que pasé.
Esa noche, ya su segundo mes, lucía una hermosa panza falsa de siete meses. Lastimosamente para ella le hicimos unos cuantos cambios radicales. Teníamos la libertad de ser tan duros como quisiéramos y no la desaprovechamos.
Siempre caminaba lento porque su vista solo podía extenderse hasta siete o seis metros adelante. Debía ir con cuidado. Carecía también de visión periférica. Lluvia ya no tenía dientes, y sumado al hecho de que le extirpamos el frenillo de la lengua, la tenía saliéndose de entre sus labios sin ella poder evitarlo. Por último, y para hacerles recordar a las demás chicas lo muy arpía que fue, le hemos operado la lengua a fin de que tuviera un aspecto de serpiente. Las chupadas eran bestiales.
Debido a sus condiciones callejeaba más horas para llegar al monto diario. Y debido al torpísimo hablar, mucho peor que yo en su momento, llevaba un block de notas ataviado al cuello con algunas respuestas estándar tanto para sus clientes como para nosotros. Aunque de vez en cuando se manchaba de la saliva que se le escurría de la boca todo el rato.
Se arrodilló frente al lecho y bajó su cabeza, dejándonos admirar esa vulgar lengua. Adrián y yo nos levantamos para recibirla mientras ella retiraba un papelito que nos acercó.
–          Deja que te lo lea, Adrián. Dice… “He vuelto de mi recorrido, Amo”
–          Bien, ¿has traído el dinero? ¿Has recolectado lo que te pedí? A ver… Bien, ve a descansar.
–          Un momento, Adrián. ¿Te estás poniendo blando otra vez?
–          ¿Qué, quieres que me bese el pie? ¡Va a estar minutos moviendo torpemente su cara por mi zapato, eso sí fue una tortura para mí la otra noche!
–          No me refiero a eso. Sino que apenas tiene marcas en la espalda y culito, eso es inadmisible. Lluvia, ve junto a mi hija abajo. Me ha dicho que esta noche te dará una zurra que no olvidarás, aparentemente te has corrido antes de tiempo en la película “Negros en Casa” que filmaron el otro día. El director se molestó y no pagó todo lo que pactamos.
–          Sofía está ocupada azotando al padre de Lluvia en el sótano… no creo que debamos interrumpirla.
–          No, mi niña sabrá qué hacer con los dos allí.
Lluvia casi cayó al suelo del miedo. Sofía era probablemente un Ama mucho más dura que yo. Mucho más dura que la antigua Princesa Loba. Retiró un papelito y escribió sollozando. Tardó un rato, pero éramos pacientes. Al rato me ofreció su apunte:
–          Dice: “Dejaré que os caguéis encima de mí todo un mes, pero por favor no me llevéis con ella”. ¿Es que eres lerda, niñata? ¿Desde cuándo una esclava puede sugerir algo? Estás muy mal entrenada, Lluvia – respondí conectando una cadena a su collar. – Ven conmigo, iremos las dos junto a Sofía y tu padre sí o sí.
–          ¿Ves? A eso es lo que me refería… eres toda una líder. Te sabes muchos contactos, sabes cómo actuar y disciplinar. Yo aún sigo teniendo vagas ideas al respecto… Por favor, te lo he querido decir toda la noche.
–          Qué pasa Adrián, ¿quieres venir conmigo para darle unos latigazos?
–          No. Quiero que estés conmigo en la ceremonia. Quiero que seas mi pareja. Me importa poco lo que los Lobos de Mierda piensen al verme junto a ti.
–          Adrián… me siento halagada, no me lo esperaba. Eres un chico muy especial y sabes que siempre estaré a tu lado.
–          Gracias. ¡Y yo me siento aliviado! Y oye, no me caería mal darle unos azotes… vamos todos, a disfrutar en familia.
–          Eso es. Y Lluvia, aún no he leído ningún agradecimiento – dije tensando su cadena.
Rápidamente arrancó otra hoja de su collar y se puso a escribir en el suelo. Me lo entregó sumisa.
Sonreí. Y juntos nos retiramos al sótano, dejando el papelito revoloteando por la habitación.
Decía: “Gracias mi Reina Loba”.
FIN

Relato erótico: “Mi cuñada, mi alumna, mi amante (4)” (POR ALFASCORPII)

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Mi cuñada, mi alumna, mi amante (4)

Estábamos terminando de recoger la mesa después de comer. Tere, mi mujer, tenía que volver a su oficina y yo me pasaría la tarde en casa corrigiendo los trabajos que un grupo de mis alumnos me había entregado por la mañana.

– Se me olvidaba- dijo Tere metiendo el último plato en el lavavajillas-, me dijo mi hermana que, si fueras tan amable, tal vez podrías explicarle no sé qué de unos ciclos que no entiende…

Con sólo mencionar a su hermana el corazón me dio un vuelco en el pecho.

– …y como esta tarde no tienes clases- prosiguió-, tal vez ella podría acercarse hasta aquí para que le eches una mano, ¿qué te parece?.

– Sí, claro- pensé-, una mano y las dos, como la última vez…

– Cariño- dije-, tengo la tarde muy ocupada, tengo que corregir un montón de trabajos que me han entregado esta mañana, y…

– Venga, hombre, ¡que es mi hermanita!. Seguro que puedes hacerle un hueco, no creo que tengas que tener los trabajos corregidos para mañana, ¿o sí?.

– No, pero…

– Pues ya está- sentenció cogiendo su móvil-, ahora mismo la llamo y le digo que venga esta tarde para que le ayudes, ¿vale?.

– Está bien- contesté resignado.

Había pasado una semana desde mi desliz con mi preciosa cuñada Patty. Desde entonces sólo habíamos coincidido en cuatro clases, y ambos habíamos aparentado una normal relación profesor – alumna, con las palabras y las miradas justas, perfectamente medidas por mi parte, aunque cada vez que la miraba no podía dejar de pensar en su cuerpo desnudo vibrando con cada una de mis embestidas…

– Hola, guapa- dijo Tere con el teléfono pegado a la oreja-. Carlos tiene la tarde libre, así que pásate por casa cuando quieras para que te explique lo que me dijiste…

Oí a Patty contestando a través del teléfono, pero no pude entender lo que decía.

– ¿Hasta las 7.00?- dijo mi mujer-, vale, pues cuando salgas vente para acá que él estará para lo que necesites. Un besito.

– Para lo que necesites- pensé-. Más vale que sea verdad que necesita que le explique algo, no puedo volver a cometer el mismo error de montármelo con la hermana de mi mujer.

Es cierto que mi tarde de sexo lujurioso con mi cuñada, la semana anterior, había sido increíblemente excitante y satisfactoria, pero a pesar de que no podía sacar de mi cabeza cada detalle disfrutado con ella (la muy viciosa había tenido razón; la increíble mamada que me hizo aquella tarde se había grabado en mi cerebro a fuego y acudía a torturarme cada noche) no podía dejar que volviese a suceder. Durante doce años le había sido completamente fiel a la que desde sólo hacía dos meses era mi esposa, y en una sola tarde había echado eso a perder con reiteración, con su propia hermana pequeña, con esa preciosa jovencita de 22 años que había conseguido someterme con sus encantos para que cumpliese sus fantasías de tirarse a su cuñado.

– Tiene clase hasta las 7.00- me dijo Tere sacándome de mis pensamientos-, así que sobre las siete y cuarto estará aquí.

– Bueno, al menos podré trabajar algo hasta esa hora.

– ¿Ves?, tienes tiempo para todo, así que no te quejes y hazle este favor a mi hermana por mí.

– Le haré el favor por ti- contesté pensativo.

Tere se calzó cogiendo los zapatos del mueblecito de la entrada, se puso el abrigo, recogió su maletín, y tras darme un beso se despidió dejándome con mis pensamientos.

Pasé la tarde revisando los trabajos de los alumnos, aunque sin prestarles mucha atención. Mi mente volaba una y otra vez hasta el día en que, como si fuese un adolescente cegado por las hormonas, me follé irracionalmente a la hermanita de mi mujer sobre la mesa que ahora estaba cubierta de papeles.

El timbre de la puerta sonó, ¡uf!, ya eran las siete y media, la tarde se me había pasado casi sin enterarme y mi cuñada ya había llegado.

Abrí la puerta, ahí estaba ella, tan guapa y resuelta como siempre.

– Hola, profe- me saludó dándome un cándido beso en la mejilla-, perdón por el retraso, el tráfico estaba horrible.

– No te preocupes- contesté dejándole pasar y ofreciéndole mis brazos para que me diese su abrigo.

Al quitarse el abrigo comprobé que vestía muy casual, con unos pantalones vaqueros y una camisa blanca. A pesar de no venir tan deslumbrante como la última vez, seguía teniendo un aspecto muy sexy porque los vaqueros se ajustaban perfectamente a su magnífico culito, y la camisa llevaba abiertos los botones superiores dejando entrever debajo un top de color negro, no pude reprimir un cosquilleo en mi entrepierna.

Llevé su abrigo a la habitación, y cuando volví al salón respiré aliviado al ver que ella se había sentado a la mesa y estaba sacando una carpeta con los apuntes de su bolsa.

– ¿Puedes traerme un cenicero?- me dijo-, he salido tan corriendo de la facultad que ni me ha dado tiempo a fumarme un cigarrito.

Cogí el cenicero que tenemos para las visitas y se lo ofrecí mientras ella encendía un cigarrillo.

– ¡Aahh!- gimió sugerentemente tras exhalar el humo.

Otro cosquilleo recorrió mi entrepierna.

– Dos horas de Hidráulica y media hora de atasco sin poder fumar- dijo-, me estaba consumiendo ya.

– Es que eres puro vicio- pensé yo.

– Bueno- dijo hojeando con sus apuntes-, ¿te ha dicho mi hermana lo que necesito que me expliques?.

– Más o menos- contesté sentándome a su lado-. Supongo que se refería a los ciclos patogénicos de los hongos oomicetes, ¿no?.

– ¡Exacto!, ¡pero que listo eres, profe!- me dijo con una amplia sonrisa y mirándome fijamente con sus preciosos ojos-. Creo que no completé bien los ciclos, me faltan algunas fases y algunos nombres, así que no entiendo ni jota.

– A ver.

Fuimos repasando uno a uno los esquemas que tenía fotocopiados y, efectivamente, le faltaban bastantes cosas por completar.

– ¿Ves?- le dije indicando uno de los esquemas-, aquí te falta poner que esta estructura es el apresorio.

– Ah, vale- contestó Patty mostrando verdadero interés-. ¿Puedes apuntármelo?- preguntó ofreciéndome un bolígrafo.

Entonces se desabrochó la camisa y se la quitó dejándola sobre el respaldo de la silla.

– ¿Qué haces?- pregunté sintiendo cómo mi polla comenzaba a crecer ante la visión de su ajustado top negro marcando espléndidamente sus firmes pechos.

– Tienes la calefacción a tope, y yo, viniendo de la calle, me estoy asando como un pollo.

– Ah, perdona. Es que la calefacción es central, la arrancan a las 12.00 y no la cortan hasta las 10.00 de la noche. Como es el primer piso del edificio a veces pasamos calor.

– Pues eso, que yo me estaba asando, ¿por dónde íbamos?.

– Te estaba apuntando lo del apresorio aquí- contesté indicando el esquema.

– A ver- dijo ella acercándose más a mí hasta que su pecho izquierdo

contactó con mi antebrazo derecho.

El roce mandó una corriente eléctrica por todo mi cuerpo desde el brazo hasta mi verga, que seguía creciendo abriéndose paso hacia la pata derecha del slip. Y por si eso había sido poco, Patty deslizó inocentemente su mano izquierda sobre mi muslo derecho, sintiendo yo su calidez a través de la tela de mi fino pantalón de deporte. Me quedé inmóvil, e intenté aparentar normalidad como si no hubiese sentido ambos contactos.

– Y en este otro dibujo te falta por poner el nombre de las esporas- continué.

Mi cuñada se apretó un poco más a mí y su mano avanzó por la cara interna de mi muslo, subiendo un par de centímetros con una suave caricia. La sensación hizo que mi polla alcanzase su longitud máxima pegada contra mi pierna derecha.

Durante media hora seguimos revisando cada uno de los ciclos que mi alumna tenía en sus apuntes, aprovechando ella la oportunidad de restregar su pecho izquierdo contra mi brazo cada vez que yo escribía algo. Con el roce pude comprobar que no llevaba sujetador bajo el top, sentía claramente su pezón erizado punzándome suavemente la piel. Yo ya estaba bastante excitado, con la polla crecida pegada al muslo por la sujeción de la pata del slip, y cada vez más dura.

Por fin terminamos de revisar todo cuanto me pidió, pero quería que le explicase en detalle las distintas fases de los tres primeros ciclos que habíamos visto. Yo accedí deseando que esa exquisita tortura terminase, y pareció que ella me leyó el pensamiento, porque se separó de mí para coger algo de su bolsa.

Al apartarse pude ver con claridad cómo sus dos pitones se marcaban exageradamente en la tela que los cubría y aprisionaba. La imagen de sus redondos senos delineados por el ajustado top, marcando pezones, era tan sugerente que un breve resoplido escapó de mis labios. Patty me dedicó una pícara sonrisa y terminó de sacar de su bolsa una piruleta roja con forma de corazón, le quitó el envoltorio y se la llevó a la boca.

– ¡Uf!- pensé-, al menos se me ha quitado de encima. Me está poniendo malísimo.

Pero no había terminado de formular el pensamiento cuando ella volvió a arrimarse a mí, “clavándome” su pitón izquierdo en el brazo mientras su mano se deslizaba por mi muslo derecho más arriba de donde había estado antes, justo un par de milímetros por debajo de mi glande.

Intenté permanecer impasible, pero mi polla ya estaba muy dura, y sólo mi ropa le impedía saltar como un resorte apuntando hacia arriba con orgullo.

Empecé con mi explicación con la vista puesta sobre los apuntes, pero por el rabillo del ojo observé fascinado cómo mi cuñadita se deleitaba con la piruleta. La chupaba suavemente con sus jugosos y apetecibles labios, deslizándola entre ellos y sacando la punta de su lengua para relamerlos sensualmente.

Mi mente comenzó a evadirse evocando la increíble felación que esos labios me habían realizado unos días atrás y que, noche tras noche, acudía recurrentemente a mis sueños para atormentarme. Mi aparente compostura, mi fachada de imperturbabilidad, se estaba resquebrajando como una luna de coche a la que le hubiese saltado una chinita de la carretera.

-… entonces- seguía yo explicando-, el micelio del hongo comienza a formar hifas especializadas…

Patty chupaba y chupaba su piruleta como si fuese la cosa más deliciosa del mundo. Sus eróticos labios brillaban teñidos ligeramente de rojo por el caramelo, eran tan irresistibles… En mi mente se repetían las imágenes de esos labios envolviendo mi miembro… ¡Crásh!, una nueva grieta en mi estado de aparente inmutabilidad.

Mi alumna me miraba fijamente siguiendo la explicación con sus ojos verdeazulados incendiados de deseo, tan seductores… como en aquella ocasión en la que lo que saboreaba era mi falo… ¡Crásh!, otra grieta más.

-… las hifas especializadas- proseguía yo explicando- se engrosan para formar conidióforos…

La palabra “engrosar” hizo que la mano de Patty subiese un poco más por mi pierna y palpase el bulto que mi glande formaba en mi pantalón… ¡Crásh!, una larga y profunda grieta atravesó de lado a lado mi integridad, haciendo que el cosquilleo que en ese instante sentí en mi verga se manifestase externamente con rubor en mis mejillas.

Mi cuñada sonrió jugueteando con la piruleta sobre sus labios, y su manó palpó sin disimulo toda mi polla a través del pantalón, acariciándola de abajo hacia arriba y volviendo nuevamente al glande mientras la punta de su lengua recorría lentamente su labio superior… un terremoto me sacudió internamente.

¡Catacrásh!, mi fachada se derrumbó por completo. Mi cuñada, mi alumna, mi amante había conseguido atraparme nuevamente en sus redes. La deseaba, la deseaba tanto que todo juicio se me nubló. Me giré hacia ella y me quedé mirando, con mis ojos incendiados de deseo, cómo seguía chupando su piruleta; con sus pezones apuntándome, tan marcados en el top que parecía que podían atravesarlo.

Patty esbozó su característica sonrisa de picardía, y sujetando el palo de la piruleta con su mano derecha, apoyó el caramelo sobre su carnoso labio inferior.

– ¿Te apetece?- preguntó con su voz cargada de sensualidad.

Yo estaba totalmente obnubilado, creo que el riego no me llegaba bien al cerebro por la acumulación de sangre en mi miembro, porque como un tonto dije:

– ¿La piruleta?.

Ella rió, y con cara de vicio y lujuria exclamó:

– ¡No, joder!, ¡que te chupe la polla como este caramelo!.

La capacidad de razonar volvió a mí por unos instantes y miré mi reloj.

– Son casi las ocho y media, tu hermana está a punto de llegar.

– Por eso, porque no tenemos tiempo para más… Quiero chuparte la polla y que me des toda tu leche. ¿Quieres correrte en mi boca?, ¿te apetece?- volvió a preguntar relamiéndose los labios.

– ¡Dios!, es lo que llevo deseando e intentando apartar de mi mente desde que entraste en esta casa, pero ya no puedo más: Patty, ¡chúpame la polla!.

Me levanté ligeramente de la silla para bajarme el pantalón y el slip hasta las rodillas. Mi verga, por fin liberada, saltó como un resorte mostrándose congestionada, dura y con sus gruesas venas muy visibles. Me senté de nuevo.

– Ummm- gimió Patty al verla pasándose nuevamente la punta de su lasciva lengua por los labios -, tiene un aspecto tan apetitoso como recordaba.

Me ofreció la piruleta que me llevé a la boca degustándola como ella había hecho anteriormente. Mi cuñada se puso de rodillas en el suelo, me cogió de la cadera con su mano izquierda y, sujetando la base de mi polla con su mano derecha, se reclinó sobre ella. Sentí su cálido aliento sobre la punta y el peso de sus voluptuosos pechos descansando sobre mis muslos, ya no podía soportar más la expectación. Puse mi mano sobre la cabeza de Patty y se la bajé hasta que mi glande contactó con sus labios. Seguí bajando su cabeza sintiendo cómo mi falo se abría paso a través de sus labios e iba invadiendo su boca hasta que tocó su garganta.

– Oohhhh- gemí al sentir la humedad y calidez de su boca envolviendo más de la mitad de mi rabo.

Aparté la mano de su cabeza y observé cómo volvía a subir despacio, haciendo presión con los labios, succionando con fuerza y deslizando la parte de abajo del tronco por su lengua mientras subía. La sensación era tan exquisita que me arrancó otro gemido: “Aaahhhhhh”.

Patty se sacó la polla de la boca dejándola brillante de saliva, y mirándome, haciendo un coqueto gesto para colocarse su moreno cabello tras la oreja derecha, dijo:

– Está más rica que la piruleta, te voy a dejar seco.

– Eso espero, porque tengo leche de dos días acumulada para llenarle la boca a mi viciosa cuñada.

– Ummm… Se me hace la boca agua…

Acarició todo mi glande con movimientos circulares de su lengua, y succionó con la cabeza ligeramente ladeada para que yo pudiese ver cómo mi falo iba desapareciendo entre sus labios, con sus mejillas hundidas hacia dentro por la fuerza de succión, “ummppff”.

La sensación era muy intensa, el placer que me proporcionaban sus labios, su lengua y toda su boca recorría mi polla y mandaba descargas eléctricas por mi columna vertebral haciendo que se me arquease. Acompañaba cada lenta succión arriba y abajo con un delicioso masaje que su mano derecha hacía en el tronco de mi verga que su boca no conseguía engullir. Sus maravillosas tetas, con el sube y baja, rebotaban contra mis muslos restregándome sus duros pezones cada vez que mi glande tocaba su garganta. Pero el placer también era sonoro, sus labios regalaban mis oídos con el característico sonido de una profunda mamada: “ummppff” en la bajada y “ssluurpff” en la subida, simplemente delicioso.

Patty parecía disfrutar su trabajo oral casi tanto como yo, emitiendo de vez en cuando gemidos de disfrute con lo que saboreaba y con la fricción de sus pezones en mis piernas: “mmmm”. La cadencia de sus movimientos era lenta, y a pesar de tener mis testículos doloridos por estar llenos de amor, era capaz de mantener mi placer sin que me corriese demasiado rápido.

Durante diez placenteros minutos estuvo mamándome la polla de esa forma, haciéndome suspirar con cada succión, pero empezó a aumentar el ritmo, y mis jadeos comenzaron a hacerse tan profundos como la fuerza y velocidad de sus chupadas.

Los espasmos empezaron a sucederse en mi interior mientras mi falo latía preparándose para eyacular.

– Aahh, cuñadita, ahahahh- conseguí decir entre jadeos-, la chupas taaan biennn, mmmmm, que te voy a llenar la boca de lefaaaa.

Ella aumentó aún más la velocidad de la mamada succionado desesperadamente. Debió sentir los espasmos de mi polla, porque se la colocó sobre la lengua acariciando el frenillo con ella, aprisionando mi verga con sus labios, dispuesta a recibir la corrida dentro. Y el primer y abundante chorro se disparó con fuerza en su boca, llenándola densamente y quemándome el glande en un éxtasis que me dejó mudo.

Oí un portazo procedente de la entrada de la casa. Otro abundante chorro de leche caliente se derramó en la boca de Patty que, tragando el primero y concentrada para no ahogarse, parecía no haber oído el portazo.

– ¡Cariño, ya estoy en casa!- escuché la voz de Tere a través del pasillo.

– ¡Sííííííí!- grité disparando el tercer chorro de lefa ya decreciente en la glotona boca de mi cuñada.

Patty seguía degustando y tragando mi espeso y ardiente elixir haciendo caso omiso a sus oídos. Sólo unos segundos nos separaban de que mi mujer, tras quitarse los zapatos y dejarlos en el mueble del hall, entrase en el salón y descubriese a su marido con la polla metida en la boca de su hermanita pequeña y corriéndose como un caballo.

La excitación de ser cazados in fraganti y la tensión sexual acumulada hicieron que mi hiperestimulado miembro, en vez de decaer en sus eyaculaciones, volviese a descargar otra abundante y espesa corrida en la boca de mi aventajada alumna, que apenas daba abasto para engullir tanto semen.

Traté de apartarla de mí, pero seguía tragando los últimos lechazos que mi polla le daba en su agonía orgásmica.

El inequívoco chirrido de la puertecita del mueble zapatero del hall llegó a mis oídos, justo cuando mi falo daba su último estertor y Patty paladeaba hasta la última gota, lo cual a la postre resultó ser muy práctico para no dejar ninguna prueba de nuestro delito.

Mi golosa cuñada se incorporó sacándose la polla de la boca, dejándomela reluciente. Yo me levanté y, en un rápido movimiento, me subí el slip y el pantalón de deporte recolocando mi pene ya decadente justo cuando mi mujer entraba en el salón.

– ¡Anda!- exclamó Tere cuando vio a su hermana- pero si sigues aquí.

– Ya se iba a marchar- respondí yo sacándome el palo de la piruleta ya gastada de mi boca- ¿Verdad?- añadí girándome hacia Patty, que terminaba de ponerse la camisa para ocultar sus pezones duros como para rallar un cristal.

Al mirar a la cara de mi cuñada me dio un vuelco el corazón cuando me percaté que de la comisura derecha de sus labios había rebosado mi semen, de tal modo que se veía un fino reguero brillante que partía de su boca para terminar en una pequeña gota blanca en su barbilla. Patty, muy inteligente, al ver mi cara de susto, disimuladamente pasó su mano por sus labios y barbilla chupándose los dedos para hacer desaparecer todo rastro de mi corrida.

Tere me dio un beso en los labios, y un cariñoso beso en la mejilla de su hermana.

– ¡Uffff!- resoplé internamente-, ¡por muy poco!.

– ¿No te quedas a cenar con nosotros?- le preguntó mi mujer a su querida hermana.

– Uy, no- contestó-, no suelo cenar. Con un buen trago de leche calentita tengo hasta mañana- añadió resuelta dedicándome una furtiva mirada- así que recojo y me marcho, que seguro que tendréis cosas que hacer.

– “Un buen trago de leche calentita”- repetí en mi mente-. Le come la polla al marido de su hermana mayor, y no contenta con casi ser descubierta, se lo restriega a su inocente hermana por la cara. ¡Qué zorra!.

Patty recogió sus apuntes en lo que yo fui a por su abrigo. Lista para marcharse le dio un cariñoso beso en la mejilla a su hermana y un cándido beso a mí, también en la mejilla. En su fugaz acercamiento a mi cara, percibí el sutil aroma de mi semen en su aliento, lo que me provocó una sonrisa.

– Muchas gracias, profe- dijo saliendo por la puerta-. Lo he digerido todo muy bien- añadió alegremente con su habitual desparpajo. Mañana nos vemos en clase.

– “Lo he digerido todo muy bien”- repetí internamente-, ¡pero qué vicio tiene la niña!.

– ¿Lo ves?- me dijo mi mujer cuando mi cuñada se hubo marchado-. No te ha costado nada y mira qué feliz has hecho a mi hermana. Puedes estar satisfecho.

– Muuuuy satisfecho, cariño- pensé-, pero que muuuuuuy satisfecho.

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Relato erótico: “Dumb boy” (PUBLICADO POR XAVIA)

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Nunca me he considerado gran cosa, supongo que porque nunca lo he sido. No soy especialmente inteligente, mis notas en el colegio siempre fueron mediocres por más que me esforzara, tampoco he sido lista, pues repasando mi experiencia vital veo claramente que mis decisiones nunca me ayudaron a dar pasos importantes. Físicamente, no soy fea, pero había muchas chicas más guapas y atractivas que yo, que me pasaron por delante muchas veces cuando los chicos se nos acercaban.

Hasta que apareció Berni.

***

Daniel duerme a mi lado profundamente cuando me despierto. No siempre ha sido así pero desde hace unos meses ha vuelto a mi cama. Me agrada. Me hace compañía y me siento querida por el hombre de la casa. Ya ha cumplido los 14 y me ha atrapado en altura. Está creciendo alto y recio como su padre.

Me levanto tratando de no despertarlo para preparar el desayuno y dejar la casa ordenada antes de ir al colegio él, al trabajo yo.

Vuelvo a tener la blusa del camisón desabrochada. Ayer también me pasó. Supongo que los ojales se están dando y al moverme, siempre me he movido mucho durmiendo, se me han salido los dos botones superiores de los tres que tiene.

***

Berni fue mi primer amor. Mi amor en mayúsculas. El único hombre que he amado como una mujer puede amar a un hombre. Tenía mala fama, envidia pensaba yo, decían de él que frecuentaba malas compañías, las que él quería, que había salido con decenas de mujeres, lógico con lo guapo que era, que no las había tratado bien, porque ninguna sabía cuidarlo como él merecía.

Yo solucioné el problema. Amansé a la bestia, lo colmé atendiendo todas sus necesidades, ofreciéndole el amor y comprensión que las otras no habían sabido darle. Amándolo.

***

Últimamente Daniel está mejor. No ha sido fácil para él aunque siempre he procurado ayudarlo en cualquier aspecto de su vida, de su crecimiento. Eso es lo que creo que debe hacer siempre una madre, desvivirse por sus hijos. Yo solamente tengo uno, así que puedo volcar todos mis esfuerzos en él.

Los médicos nos avisaron pronto que nuestro hijo podía tener algunas dificultades de aprendizaje, así lo llamaron. El parto había sido difícil pues venía de nalgas y no me sometieron a cesárea como debieran haber hecho porque aquella noche parimos dieciséis mujeres en el mismo centro y solamente había dos cirujanos de guardia. Culparon a la Luna llena que incentivaba los partos, me dijo la comadrona, pues nunca habían visto nada igual.

Mi bebé sufrió un principio de asfixia, al enrollársele el cordón umbilical alrededor del cuello, pero su fuerza de voluntad unido a mi esfuerzo por traerlo al mundo sano y salvo obraron el milagro. A la comadrona también le debemos gratitud eterna, pues logró girarlo a tiempo dentro de la barriga encajándolo en mi pelvis para que pudiera salir para conocer a su madre.

No le quedaron secuelas físicas, algo de agradecer pues podía haber sufrido alguna atrofia muscular, nos dijeron, pero su cerebro realizó tal esfuerzo por liberarse que ahora paga las consecuencias. Aunque no me parecen tan importantes. Es cierto que nunca será el chico más listo de la clase, yo tampoco lo fui, pero con mucho esfuerzo, el mío y el suyo, ha ido superando todos los cursos, aprobándolos por los pelos pero satisfactoriamente.

¡Qué orgullosa me siento!

***

Berni no se quedó para criarlo. Estuvo a mi lado durante el embarazo y el primer año de vida de nuestro hijo, pero dos días antes de su primer cumpleaños se fue. Para no volver.

Me lo habían avisado. Me lo temía. Tal vez por eso no lloré su pérdida. No podía, pues mi hijo necesitaba verme fuerte.

Durante tres años fui la mujer que hizo feliz a aquel hombre indomable. Sé que lo hice feliz y me siento orgullosa de ello, pues no era tarea fácil. Pero Berni era, y estoy segura que sigue siendo, una alma libre, que nos quiere a su manera, aunque no sea la compartida por la mayoría.

El primer año estuvimos muy enamorados. Él lo era todo para mí. Yo también lo era todo para él, hasta que me quedé embarazada. No le hizo ninguna gracia y me pidió que abortara pues no estaba preparado para cuidar a un niño ni entraba en sus planes formar una familia. Pero lo convencí. Le demostré que podía ser una esposa tan amorosa como iba a serlo como madre.

No nos casamos, pero alquilamos un piso y comenzamos nuestra vida juntos.

***

Daniel ya es todo un hombre. Se hace mayor. Ya no se deja duchar por mí como hacía hace escasos meses. Lógico pues ese vello que comienza a asomarle en el bigote es una prueba inequívoca del que debe estar decorando su cuerpo. Esta mañana, además, se ha levantado con el pene enhiesto. Sé que es habitual en los chicos. Yo también me despierto casi cada día con ganas de orinar, pero a los hombres se les concentra la necesidad en aquel músculo y no pueden disimularlo.

Desde pequeño me di cuenta que nuestro hijo había heredado los atributos de su padre. No solamente las facciones, ojos claros, cabello negro como la noche, mentón cuadrado, labios carnosos y muy rosados, espalda ancha; también el tamaño de su hombría, por encima de la media.

Por ello, para no avergonzarlo, comprendí que no debía ducharlo más y, las mañanas que ha dormido en mi cama, me levanto antes que él para no ser testigo de su incómoda urgencia matinal.

***

Aunque solamente contaba con 21 años cuando lo conocí, Berni no fue mi primer hombre. Tuve dos novios anteriores con los que me comporté como lo que era, una adolescente mojigata e inexperta.

Sin ser ninguna belleza siempre atraje a los chicos. Me desarrollé pronto, a los trece años ya tenía más pecho que algunas mujeres adultas, así que fui objeto de deseo de mis compañeros desde bien pronto. Pero yo no mostraba el mismo interés que mostraban ellos. Por un lado porque me atraían jóvenes mayores. Los de trece o catorce me parecían niños, más preocupados en tocarme las tetas o frotarse el dorso de la mano en mis nalgas que en invitarme a salir o en preocuparse por mí.

Carlos tenía dos años más que yo cuando comenzamos la relación y Raúl cuatro. El año que fui novia del primero no pasamos de caricias por debajo de la ropa. Me encantaba que me pellizcara los pezones, pero no le dejé ir más allá. Sin duda, la rígida educación recibida en casa me frenaba, pues las dos hijas del matrimonio mayor que formaban mis padres, fuimos adiestradas en la desconfianza ante el sexo opuesto.

Con Raúl sí superé varias pantallas. Estaba a punto de cumplir los 17 cuando me lo presentó mi prima. Fui prudente los primeros meses, frenando sus ansias por desvestirme, poseerme completamente, cuando me llevaba a la ladera de Montjuic en su Opel Astra negro. En el asiento trasero del vehículo perdí la virginidad pocas semanas antes de cumplir los 18. Fue mi regalo por su 22º cumpleaños.

No se lo conté a mi madre, pero me hubiera gustado preguntarle por qué demonizaba un acto tan placentero. Me gustaba hacer el amor con Raúl, tanto que solía ser yo la que le pedía que trajera el coche. Me sentaba a horcajadas para que pudiera besarme y sobarme los pechos a conciencia, le encantaba, decía que tenía el mejor par de tetas de la comarca. A mí me volvía loca sentir su pene entrando hasta lo más profundo de mi ser.

Pero la relación acabó. Me dejó por la misma razón que Carlos había hecho dos años antes, porque se aburría. Durante varios meses estuve esperando la llegada del Príncipe Azul, pues sabía que llegaría. Hasta que una noche de verano, en las fiestas del pueblo, cada vez más necesitada de llenar mi sexo, me dejé llevar a la playa por un desconocido que me poseyó con poca delicadeza y menos paciencia, llenando mi falta de sexo pero no calmando mi necesidad.

No fue desagradable pero aquel día aprendí que para hacer el amor, necesitas una pareja. Por ello, no estuve con ningún chico durante más de un año, hasta que se me acercó Berni.

***

Esta tarde Daniel ha vuelto del colegio inquieto. No ha querido explicarme nada, ha dejado de hacerlo, pero sé que ha tenido alguna disputa con sus compañeros de curso. Por más que trate de apoyarle, de quitarle hierro al asunto, no puedo hacer mucho más que presentarle estrategias para evitar los conflictos. Pero no es suficiente. Necesita una figura paterna que lo guíe pues mi mentalidad y experiencia no puede ser otra cosa que femenina. ¡Cuánto odio a Berni cuando nuestro hijo necesitaría de la seguridad y aplomo de su padre!

En todas las clases, en todos los cursos, en todas las escuelas hay chicos o chicas que no encajan con la facilidad del resto y que acaban siendo el blanco de las burlas de sus compañeros. Por desgracia, no todos los compañeros dan valor a ese nombre y se ensañan con los más débiles.

Mi hijo no es débil físicamente, pero sí va por debajo de la mayoría intelectualmente. Su capacidad comprensora llega al límite mínimo para poder compartir educación con chicos corrientes, pero lo supera por poco. Por allí asoman las burlas. Obviamente es un hecho que siempre le ha acomplejado, con el que he tenido que lidiar desde su nacimiento, pero nunca me daré por vencida.

No he logrado que me explicara qué ha pasado cenando, pero sí creo que he contribuido a animarlo un poco. Hemos visto un poco la televisión juntos, hasta que el cansancio me ha vencido y me he ido a la cama. Él ha preferido acabar de ver el programa antes de acostarse, pero me ha confirmado que volverá a hacerlo en mi cama.

Algo me ha despertado. Daniel supongo al venir a la cama, pero en la luz del despertador veo que son más de la 1. No creo que acabe de acostarse, además, encendiendo la lámpara de la mesita veo que está profundamente dormido. Tal vez me he movido hacia su lado y nos hemos tocado, tal vez se ha movido él pues lo he sentido muy cerca. Apago la luz de nuevo, debo dormirme. ¡Maldito camisón! Otra vez se me ha abierto.

***

Había oído hablar de él, de sus correrías. Lo había visto, mirado muchas veces, pero nunca me atreví a dirigirle la palabra. Era muy guapo, atractivo más que agraciado, de aquellos hombres que desprenden un aura especial. Sus ojos claros te atravesaban, su seguridad te imponía, pero su sonrisa te derretía.

El primer día creí que yo sería otra más en su larga lista de conquistas. Después de charlar e invitarme a una copa me tenía a sus pies, así que no hacía ni una hora que me conocía cuando enfilamos agarrados el camino hacia su coche, un BMW serie 3. Me tomó en el asiento trasero, espacio al que estaba acostumbrada. Me desnudó lentamente, aferrándose a mis pechos como habían hecho mis tres amantes anteriores para tumbarme y penetrarme en la postura del misionero. Noté cierta violencia en su vaivén, sobre todo en su primer envite. Me gustó pero fue al acabar cuando confirmé lo que creía haber sentido. Además de guapo, Berni estaba muy bien dotado. Aún no lo sabía pero aquella espléndida barra de carne que me había llevado al orgasmo, aún tenía que hacerme muy feliz.

***

Creo que Daniel me ha tocado. Esta noche. No puedo asegurarlo, pero me temo que no me equivoco.

***

No supe nada de Berni en dos semanas, confirmando mis sospechas. Has sido otra medalla en su amplio historial, así que preferí quedarme con la parte positiva. Me lo pasé bien. Pero la providencia estaba de mi parte.

Nos reencontramos en la fiesta de una amiga común muy poco concurrida pues la chica la celebraba en su casa, estrenaba piso, y restringió mucho la lista de invitados. Debíamos ser una docena como mucho y las seis jóvenes allí reunidas habíamos sido amadas por Berni. Que me eligiera a mí para repetir, por delante de las otras cinco, me llenó de orgullo.

Esta vez me senté encima, le ofrecí mis pechos orgullosos para que los disfrutara alabándolos, y sentir su masculinidad en toda su envergadura. Me corrí dos veces. Pero la providencia aún no había hecho acto de presencia.

Tenía forma de camioneta de reparto de prensa, se saltó un stop e impactó con cierta violencia en el lateral izquierdo del BMW, muy cerca de la puerta del conductor. Pudo haber sido peor de lo que fue, pero Berni salió herido de cierta gravedad. Clavícula rota y tres costillas fisuradas. Lo acompañé al hospital, pues yo había resultado ilesa. Allí descubrí que Berni estaba solo, no tenía familia, así que involuntariamente me convertí en ella.

Aunque no lo era, me consideraron su pareja. Su mujer, pensé yo. Lo dejé en su casa, un pequeño apartamento cerca de mi barrio, prometiéndole volver para cuidarlo. Eso hice a la mañana siguiente, en que amparándome en el accidente de tráfico solicité fiesta en el trabajo.

Allí empezó nuestra historia de amor.

***

No sé qué hacer, cómo enfocarlo.

Mis sospechas se han hecho realidad. Ayer me acosté antes que Daniel, como otros días, pero hice lo imposible para no dormirme. Estaba inquieta, así que no me fue difícil. Cuando entró en la habitación, sigiloso para no despertarme, me hice la dormida. Entró en la cama, moviendo las sábanas con cuidado y se tumbó a mi lado. No ocurrió nada en unos minutos, por lo que me sentí aliviada. ¿Cómo podía haber malpensado de mi amoroso hijo?

Hasta que noté movimiento a mi izquierda. Iba a preguntarle si no podía dormirse, si necesitaba que le preparara un vaso de leche caliente, cuando noté su mano, en mi costado. Me tocó la cadera, suavemente al principio, posándola sobre ella al poco rato, supongo que confirmando mi estado de somnolencia.

La mano que he agarrado miles de veces ascendió por mi vientre hasta mis pechos. Primero los acarició tímidamente, hasta que confirmó que estaba profundamente dormida, como suelo estar, tomándolo con seguridad con la mano abierta, sobándome. Estuve a punto de pegar un respingo ante la sorpresa, pero logré contenerme.

Cuando su mano se cansó del izquierdo, cambió al derecho que también recibió el mismo trato. Sus dedos se movían sobre mis mamas, las mismas que lo amamantaron durante medio año, pellizcándome los pezones que se irguieron obscenos.

La sorpresa me había paralizado, pero mi mente me pedía detenerlo, sobre todo cuando desabrochó dos botones del camisón para colar la mano. Ahora su piel tocaba mi piel. Una mano caliente de dedos ardientes me sobaron a conciencia durante mucho rato, demasiado, hasta que noté movimientos a mi izquierda, temblores, y un leve gemido, mientras la presión de su mano sobre mi seno se intensificaba.

Daniel se durmió a los pocos segundos mientras yo era incapaz de pegar ojo.

***

Las primeras semanas con Berni fueron las más intensas de mi vida. Me volqué en él, en su cuidado, en su cura, en su felicidad. Tenía claro que para hacer feliz a un hombre debes satisfacerlo y Berni no era un hombre cualquiera. Era el hombre que quería convertir en mi hombre, así que me esforcé para demostrarle que yo podía suplir cualquier carencia, cualquier deseo, llenar su vida.

Le preparaba la comida, le hacía la colada, le ayudaba a bañarse, le curaba las heridas. Y le amaba. Me presentaba en su apartamento antes de ir al trabajo, volvía cuando salía de él, dichosa, atenta. Predispuesta a entregarme a él en cuerpo y alma.

Al tercer día hicimos el amor por primera vez. Con cuidado, le ayudé a desnudarse, me desvestí y me encajé sobre su espléndido cuerpo en mi postura favorita. Lo repetimos a diario, pues él necesitaba mucho sexo, yo mucho amor.

Pronto aprendí a amarle como a él le gustaba. Su pene fue el primero que me metí en la boca. Qué rico sabía. Qué feliz me sentí la primera vez que su simiente la anegó. A él le gustaba, a mí me encantaba complacerle.

Hacíamos el amor en cualquier sitio que a él se le antojara. En la cocina, donde le gustaba tomarme por sorpresa desde detrás, empujándome contra el mármol, en la cama dónde podíamos retozar horas y horas, en el sofá dónde le bastaba sacarse el miembro para que yo supiera lo que su cuerpo demandaba. Me agachaba y lo chupaba hasta que se venía entre mis labios. También se lo hacía en el coche, a veces conduciendo, en una locura que a mí me encantaba tanto como a él.

Oficialmente nos convertimos en pareja. Las otras chicas me miraban desafiantes, algunas decían querer prevenirme ante él, pero yo sabía que era envidia.

***

Daniel ha repetido su travesura tres noches seguidas. Así lo llamo, travesura. ¿Qué otra palabra puedo utilizar? Trato de darle una explicación y por más vueltas que le doy, es obvia. Mi hijo ya no es un niño. Es un adolescente con las hormonas alteradas y su cuerpo tiene necesidades fisiológicas a las que debe atender.

Soy mujer y a mis 35 años aún me conservo bien. Comprendo que pueda atraerle, pero un joven de 14 años debe fijarse en chicas de su edad. No en su madre.

Tal vez, mi error ha sido intimar demasiado con él. Siempre he sido muy cariñosa, me ha gustado besarlo, abrazarle. Me ha hecho mucha compañía toda la vida, también de noche en mi cama, pero nunca vi venir que los acontecimientos pudieran derivar hacia la atracción física.

Debo hablarlo con él, pues he sentido la tentación de despertarme de golpe, cuando me tocaba, pero temo ridiculizarlo, dañarlo anímicamente. Y mi hijo necesita seguridad en sí mismo. Ya lo maltratan las compañeras de curso, brujas engreídas que no ven el interior de las personas.

Esta noche, además, ha dado un paso imprevisto, uno más.

Me estaba acariciando, había colado la mano dentro de mi ropa cuando decidí moverme para que se detuviera. Aparentemente no me he despertado. Solamente me he girado en sueños dándole la espalda, cruzando el brazo izquierdo sobre mis pechos. Daniel ha retirado la mano rápidamente. Por unos instantes he creído lograr mi objetivo, pues se ha quedado tumbado sin moverse, hasta que he notado su mano en mis nalgas. Las ha acariciado con deleite, igual como hacía con mis senos, hasta que ha decidido dar un paso más. Sus dedos se han colado por el bajo del camisón, a medio muslo, y han ascendido. Han acariciado mi nalga desnuda, pues la tela ha quedado levantada a la altura de mi cadera, también la derecha con más dificultad pues era la inferior, hasta que se han atrevido entre ellas.

No he podido evitar un leve respingo cuando sus dedos han descendido por la raja que las separa y han tocado mi sexo por detrás. No ha durado demasiado, escasos segundos, pero he notado claramente como sus dedos empujaban y acariciaban la rugosidad de mis labios. No sé cuán lejos hubiera llegado si no hubiera eyaculado en ese momento. Tengo que detenerlo.

***

Fue culpa mía. No lo busqué, ni era mi intención, pero yo fui la responsable del embarazo.

Llevábamos catorce meses de noviazgo, los mejores de mi vida. Intensos, apasionados, en los que lo compartíamos todo. Mi vida giraba en torno a mi hombre, al que esperaba en su apartamento cuando había salido con sus amigos. Al que atendía, mimaba, amaba cuando estábamos juntos.

El sexo era espléndido. Aprendí mucho a su lado. Siempre le estaré agradecida por ello. Sobre todo, aprendí a complacerle. Berni odiaba los preservativos. A mí tampoco me gustaban pues notar la fricción de su piel con la mía no tiene parangón, así que pronto acudí al ginecólogo para que me recetara pastillas anticonceptivas. Después de diez meses tomándolas, tocaba el mes de descanso para que los óvulos no se deterioraran. Así que volvimos al sexo de nuestros primeros días en que mi amor eyaculaba sobre mi cuerpo, cuando no le daba tiempo de llegar a mi boca.

Pero aquella noche en su coche, sentada a horcajadas sobre él, estaba sintiendo toda su virilidad clavada en mi útero, llevándome a cotas de placer altísimas, así que cuando me avisó que estaba a punto de correrse no quise detenerlo, ahora no, amor, ahora no.

Fue el mejor orgasmo de mi vida, como si la fecundación de un nuevo ser convirtiera el placer en una explosión de gozo.

Cuando desalojé el pene más bello del mundo de mi vagina, supe que algo extraordinario había ocurrido.

***

No sé si estoy haciendo lo correcto. He decidió ayudarle. Se lo he prometido.

Hemos estado hablando un buen rato esta tarde. He dejado pasar unas horas pues ayer estaba demasiado avergonzado y lo último que quiero es acomplejarlo. Pero creo que puedo ayudarle y que le hará bien, pues me necesita más que cuando era un niño pequeño. Y nunca lo dejaré en la estacada, se lo he dicho y voy a cumplirlo.

Repetí la táctica disuasoria de la noche anterior, girarme. Cierto es que no logré que se detuviera, pero no se me ocurrió otra alternativa. Además, lo hice de modo instintivo. Su respuesta fue la misma que la noche precedente. Acariciarme las nalgas en vez de los pechos. Y de nuevo, se atrevió a aventurarse entre éstas. Pero más atrevido.

Noté sus dedos acariciar mi sexo por encima de las bragas, recorriéndolo, haciendo presión con el pulgar. Debí haberme movido de nuevo, para que se detuviera, pero no supe reaccionar. Él, en cambio, si se aventuró hacia nuevos territorios. Con más habilidad de la que esperaba, coló un dedo por el lateral de la prenda hasta llegar a mi sexo, a tocarlo directamente.

Su dedo se movió incómodo en una zona que ningún hombre ha tocado desde hace años. Me excité. La sorpresa, por un lado, la carencia, por otro, me vencieron. Rápidamente noté como mi sexo se humedecía, como recibía complacido la visita de la falange intrusa. No pude evitarlo y gemí.

Ahora sí se detuvo, instantáneamente, girándose para huir tan lejos como el colchón le permitió. Estuve callada unos segundos, inquieta, hasta que oí ahogados sollozos. Mi corazón se rompió en mil pedazos, así que hice lo que harían cualquier madre, abrazarlo con fuerza para calmarlo, no pasa nada cariño, no pasa nada. Hasta que noté como se dormía entre mis brazos.

Así que esta tarde, con los ánimos más atemperados, he cogido el toro por los cuernos. Esto no puede volver a repetirse he querido decirle, ¿cómo se te ha ocurrido hacer algo así?, pero su respuesta me ha desarmado.

-Ya tengo 14 años, mis amigos tienen novias o amigas pero yo no puedo tenerlas. Ninguna se fija en mí porque soy distinto, no soy como ellos –se ha quejado llorando.

Por más que he tratado de consolarlo, argumentando que habrá otras chicas, que encontrará a alguna que lo valore tal como es, que no se dejara llevar por el qué dirán o por prejuicios adolescentes, inmaduros, solamente he logrado calmarlo abrazándolo de nuevo, diciéndole lo mucho que le quiero y que siempre me tendrá a su lado.

-Lo sé, mamá, pero yo necesito algo más que el amor de mi madre.

***

Nunca me he arrepentido de quedarme embarazada ni de haber dado a luz al ser más bello del Universo, por más dificultades que haya tenido. Si fuera creyente, lo consideraría un regalo de Dios.

Berni no lo vio así. Para él era un problema, un estorbo, algo para lo que no estaba preparado. Pero no me dejó, aunque tuve miedo de que lo hiciera, sobre todo cuando el embarazo se complicó. Primero náuseas a todas horas que me dejaban tan débil que me costaba atender a mi hombre como él merecía.

Pasada esta primera fase, cogí anemia por lo que me aconsejaron reposo absoluto, pues el feto crecía demasiado despacio. Pobre Berni, siempre a mi lado aunque él no deseara estar en esa tesitura.

Así que ocurrió lo inevitable. Acostumbrado a tener a su mujer siempre disponible, no sólo para el sexo, buscó vías de escape para no volverse loco. No sé con cuantas mujeres se acostó durante mi embarazo, pero no se lo tuve en cuenta. Por más dolor que yo sentía, aprendí a superarlo, a comprender a mi hombre, pues sabía que en cuanto yo estuviera sana de nuevo, lo recuperaría.

***

No sé si he tomado la decisión correcta pero ahora ya está hecho, ya no puedo echarme atrás.

Durante dos semanas, Daniel ha parecido un alma en pena. Pobre, he tratado de animarlo de tantas maneras como he podido, pero ha sido en balde. Se siente avergonzado, a pesar de que traté de no humillarlo, pero es tan buen chico…

En el cole, además, parece que su relación con los pocos amigos que tiene también ha empeorado. Ayer llamé a su profesora para saber cómo le iba, algo que hago habitualmente pues está catalogado como un alumno con necesidades especiales al que le hacen un seguimiento más cercano, y las palabras de la docente me dejaron aún más preocupada.

Ha dado un bajón, me dijo, pero ya sabes cómo es, cuesta mucho sacarle información, hacer que se sincere con los adultos. Conmigo sí puede hacerlo, pensé, aunque esta vez sea distinto.

Así que aquella misma noche le pedí que volviera a dormir a mi cama, que le echaba mucho de menos. Me gusta tenerte a mi lado, me haces compañía.

Le esperé despierta pues de nuevo prefirió acabar de ver un programa de la tele. Cuando apareció, me alegré, tanto que lo abracé al entrar conmigo en la cama. Tranquilo cariño, yo te ayudaré en cualquier cosa que necesites, sabes que puedes confiar en mí. Un escueto gracias antes de desearnos mutuamente buenas noches fue su respuesta.

Pero media hora después, ninguno de los dos se había podido dormir. Haré lo que sea por ti, mi amor, me dije sin verbalizarlo.

-¿No puedes dormirte? –pregunté. No. -¿Estás inquieto? –Un poco. Me acerqué a él, abrazándolo de nuevo, para separarme a continuación y tomar su mano. –Mamá hará lo que haga falta para ayudarte, para que te sientas bien.

Me abrí los tres botones del camisón y posé su extremidad en mi escote. No dije nada más. Lo miré fijamente pero estábamos a oscuras. Mejor así, pues no quería contagiarle mi vergüenza. Tardó en moverse, en actuar, pero cuando lo hizo, su mano tomó mis pechos alternativamente, sopesándolos, acariciándolos, mientras yo me mantenía pasiva, permitiéndole satisfacer sus necesidades.

No se masturbó, aunque esperaba que lo hiciera. Cuando se dio por satisfecho, retiró la mano, me dio un beso en la mejilla y me deseó buenas noches.

***

Berni llegó al hospital cuando Daniel ya tenía 6 horas. Se excusó en el trabajo, aunque éste, cuando tenía, era esporádico y no solía ser nocturno. No le dije nada, pero olía a otra mujer. Preferí mostrarle el fruto de nuestro amor, el niño más bonito del mundo. Lo tomó en brazos y lo besó. Ese gesto fue suficiente para mí, para llenarme de gozo y olvidar los últimos meses en que apenas había sentido su calor.

***

Sorprendentemente, me gusta que mi hijo me acaricie. Me hace sentir viva. Ha despertado en mí sensaciones olvidadas. Al principio no estaba segura, convencida de estar permitiendo actos anti natura, pero la felicidad ha vuelto a su rostro y yo me siento amada de nuevo.

Los primeros días se contentó con acariciarme los pechos colando la mano por mi escote. A oscuras, pues era más fácil para mí. Pero ayer entraba un poco de luz de la Luna llena por la persiana mal cerrada y me pidió que me quitara el camisón. ¿Puedo verlas?

Sentí cierta incomodidad, pero accedí. Tumbada boca arriba, notaba las manos de mi hijo moverse por mis senos, acariciando mis pezones, con los ojos clavados en las armas que habían conquistado a varios hombres.

No puedo evitarlo, pero me excita que me pellizque los pezones. Siempre han sido mi zona más erógena. Después de cuatro años, he vuelto a sentir humedad en mi sexo. No estoy cerca del orgasmo ni mucho menos, pero me recorre por todo el cuerpo aquel cosquilleo que casi había olvidado.

Cuando está casi a punto, se levanta de la cama súbitamente, entra en el baño y se masturba. En menos de un minuto, vuelve a la cama aliviado. La escasa luz que ayer iluminaba la estancia me permitió ver su sonrisa de felicidad. Yo también me sentí feliz.

***

Bastaron pocas semanas de convivencia familiar para que confirmara que nuestra relación de pareja estaba tocada de muerte.

Si el embarazo había sido difícil, los primeros días de vida de Daniel fueron muy duros. Lloraba sin parar demandando pecho continuamente. Era incapaz de dormir más de dos horas seguidas y yo estaba completamente muerta.

Berni estaba desquiciado. No podía dormir, así que más de una vez se levantaba en plena noche y se iba de casa. Otras noches, directamente no aparecía.

Aunque el ginecólogo me lo había prohibido pues tenía la vagina completamente lastimada, recuperándose del esfuerzo realizado durante el difícil parto, me ofrecí a mi hombre una noche que yacía a mi lado. Necesitaba sentirlo dentro, sentirlo mío, pero fue un auténtico suplicio. Tuve que morderme el labio para no llorar mientras el pene que me había hecho la mujer más dichosa del planeta me rajaba internamente.

Berni se dio cuenta, pero no se detuvo hasta derramarse en mi interior. Su cálida semilla fue el único calmante que mi irritada piel sintió. Me había precipitado, estuve dos días soportando un dolor atroz, así que tomé una decisión que solamente lograría posponer lo inevitable.

***

Vuelvo a tener sentimientos encontrados. Por un lado, me siento feliz por mi hijo. Por otro, siento estar haciendo algo incorrecto. Pero esta noche he dado un paso más que me tiene muy preocupada pues no sé hasta dónde me puede llevar.

Le espero en la cama sin camisón, aunque últimamente ya nos acostamos a la vez, pues es mayor su deseo por mí que por acabar de ver cualquier programa en la tele. Así que me lo quito en cuanto nos metemos en la cama. Ya no apagamos la luz. Le gusta verme y a mí me gusta ver su cara de felicidad, así que le dejo hacer relajada, sintiendo sus manos recorrer mi torso, alabando mis atributos, pues no ceja en ello ni un minuto.

Entonces, habiéndome pellizcado con deleite los pezones, pues le confesé que me encanta, ha deslizado la mano por mi vientre, amorosamente. Me ha encantado, hasta que su mano se ha detenido en el borde de mis bragas, jugando con la goma a la altura de mi pubis. Lo he detenido, pero antes de que yo pudiera decirle que eso me parecía demasiado, me ha mirado a los ojos y un por favor, mamá, ha ido acompañado de una prueba de su amor hacia mí, tú también te mereces disfrutar un poco.

Me ha desarmado.

Sus dedos se han colado en el interior de la prenda de algodón, se han detenido cuando han notado la descuidada selva que protege mi pubis para seguir avanzando cuando se han cansado de rizar mis rizos. No he abierto las piernas. Bueno, sólo un poco. Lo justo para notar sus dedos en mis labios, para que el índice los recorriera, abrazándolo. No he podido evitar suspirar, profundamente, apagando los gemidos que surgían de mi garganta.

Mi cuerpo me ha pedido separar mis muslos ampliamente para que su mano se moviera libre, pero el cerebro aún estaba despierto. Lo he detenido a tiempo, gracias cariño, pero ya basta por hoy.

Ha vuelto a mis pechos, a mis pezones, y me ha abandonado cuando había cerrado los ojos sintiendo palpitar toda mi feminidad.

Despierta, con mi hijo dormido a mi lado, me doy cuenta de cuán necesitada estoy de un hombre.

***

El sexo con Berni había sido muy placentero para ambos durante una año y medio aproximadamente. Sentía que con él había aprendido todo lo que sabía, él había sido el amante experimentado que me había enseñado. Pero había una práctica concreta que nunca había realizado con él pues me asustaba y él nunca me la había pedido.

Dediqué los pocos ratos libres de que disfruté aquellos dos días en que tuve el sexo en carne viva a buscar información en internet. Cómo hacerlo, qué tener en cuenta, qué temer.

Berni era mi hombre y mi labor como mujer era satisfacerlo. Necesitaba recuperarlo, devolverlo a mi lado, pues me creí capaz de ello. Lo intuía aunque no quería rendirme a la evidencia. La suerte estaba echada y no iba a lograrlo. Pero hice un último esfuerzo.

Debía haber pasado una semana o diez días desde nuestro doloroso encuentro amoroso cuando logré cenar con él con cierta tranquilidad. Le había dado el pecho a Daniel poco antes de hacer la cena y se había dormido, así que le pedí a mi pareja que no se fuera pues tenía una sorpresa para él.

Lo llevé a la habitación acabada la cena, ojalá hubiera tenido tiempo de cocinar alguno de sus guisos favoritos, prometiéndole una noche de sexo memorable. Me desnudé, lo desnudé, y me arrodillé ante él para preparar su miembro. No me costó dejarla a punto, pero cuando iba a tenderme para ofrecerme a mi hombre, tomé un frasco de lubricante que había comprado especialmente, me unté el ano y la vagina poniéndome a cuatro patas y le pedí que me lo hiciera por detrás, pues la vagina aún no está a punto.

Esperaba su respuesta por lo que no me sorprendió. ¿Quieres que te dé por el culo, como a una puta? Sabía lo que pensaba de esa práctica pues me había confesado que un par de veces la había practicado en prostíbulos, pues según él, una “tía normal” no se prestaba a algo tan sucio.

Pero también sabía que le había gustado, salvadas sus reticencias morales. Además, yo estaba dispuesta a hacer lo imposible para recuperarlo y comportarme como una puta me parecía un precio relativamente bajo.

Aunque entró con cierto cuidado, fue doloroso, sobre todo en cuanto el recto se fue adaptando y Berni acelerando la percusión. Pero cuando su semen me regó, cuando llevé a mi hombre al orgasmo, me sentí completamente satisfecha.

El problema vino cuando los meses siguientes, independientemente de que mi vagina ya estuviera disponible, mi recto se convirtió en el desagüe preferido de su masculinidad.

***

Hoy he tenido un orgasmo. Cuatro años y pico después he vuelto a sentir mi sexo palpitar, mis caderas temblar, mi garganta jadear. Ha sido muy placentero, eso no puedo negarlo, me hacía mucha falta, pero también ha sido peligroso.

Llevo días planteándome masturbarme. Nunca lo he hecho. Sola. Cuando Berni me penetraba analmente aprendí a estimular mi sexo para mitigar la molestia que me producía con lo que acabé logrando pequeños orgasmos. Pero solamente me he tocado en esas ocasiones. Y ya han pasado trece años.

Los nuevos juegos con Daniel, sé que no debo pero cada día le permito un poco más, me tienen cada vez más predispuesta, más excitada. Ayer, sin ir más lejos, si el hombre que se sentó a mi lado en el autobús hubiera dado algún paso más y me hubiera invitado a acompañarle a tomar una copa, seguramente me hubiera poseído. Pero solamente me dio un poco de conversación sin más expectativas.

Pero así de necesitada estoy, así de excitada me tiene mi hijo. Por ello, le permito que me acaricie también el sexo, tímidamente los primeros días, deteniéndolo cuando estoy a punto de perder la compostura. ¡Como si no la hubiera perdido ya! Pero ayer y sobre todo hoy, he cruzado el límite. Sólo un poco más, sólo un poco más me he dicho, hasta que ya no ha habido marcha atrás.

Un orgasmo intenso como hacía mucho tiempo que no sentía me ha recorrido de la cabeza a los pies teniendo mi sexo como epicentro sísmico. Los dedos de Daniel han operado el milagro, pero lo peor no ha sido que mi propio hijo me llevara al clímax. Estaba tan absorta en mi propio placer que no me he dado cuenta de lo acontecía a mi alrededor hasta que he notado la semilla de mi niño quemándome la piel. Con la mano libre se estaba masturbando hasta que ha eyaculado sobre mi abdomen y pecho.

¡Qué sucia me he sentido!

***

Gastar mi última bala no me sirvió para retener a Berni. Antes de que le salieran los primeros dientes a Daniel, sabía que nuestra relación estaba próxima a acabar. Aún aguantó a mi lado algunos meses, supongo que porque realmente ya no estaba a mi lado.

Hacíamos el amor una o dos veces por semana, entendiendo hacer el amor por ponerme a cuatro patas y penetrarme como a una puta, según su visión de la sexualidad. A veces lograba llegar al orgasmo, a veces ni lo intentaba.

El sexo más tradicional, el placentero para ambos, lo reservaba para sus salidas nocturnas que habían llegado a prolongarse más allá de una noche. Por eso, cuando no volvió a casa dos días antes del primer aniversario de nuestro hijo no le di más importancia. Cuando lo llamé, servido el pastel de cumpleaños y un pequeño grupo de amigos esperando, y no me respondió, supe que se había acabado.

Reapareció tres meses después. Lo pillé en casa recogiendo sus pertenencias. Volvía del trabajo y ni estaba de humor ni me quedaba energía para exigirle explicaciones. Solamente esperé que acabara para despedirme de él esperando que él lo hiciera de su hijo.

Lo besó paternal y le deseó suerte en el futuro, la necesitarás, poco después de despedirse de mí pegándome el último polvo de nuestra vida.

***

Definitivamente he perdido la cabeza. ¿Qué otra explicación puede darse de una mujer que permite que su hijo la masturbe? Pero no es solamente eso. También yo he comenzado a corresponderle.

Dice el refrán que a la tercera va la vencida. En mi caso ha sido a la cuarta. Cuatro días consecutivos llegando al orgasmo gracias al buen hacer de los dedos de mi hijo me han empujado a corresponderle. Hoy no le he permitido masturbarse ante mí, eyacular sobre mi cuerpo. Hoy le he ordenado tumbarse boca arriba, espera, déjame a mí, he tomado su miembro con la mano derecha, qué placer recuperar la sensación de sujetar la hombría de un hombre, lo he acariciado de arriba abajo, de abajo arriba, y lo he masturbado.

Lo he hecho muy despacio, alargando el momento, con la lentitud suficiente para retrasar el final, para multiplicar su explosión. Daniel, no solamente posee un pene grande y robusto, también su eyaculación ha sido potente, viril. Sin duda, es hijo de su padre.

***

Desde la partida del que había sido mi hombre, no estuve con ningún otro durante seis años. No lo necesitaba. No me apetecía. Berni había colmado el vaso y parecía haberme dejado saciada para una eternidad.

Mi vida giraba en torno a mi hijo, a su educación, a velar por sus progresos, a convertirlo en un joven de provecho. Las dificultades añadidas a su caso específico consumían las pocas energías que me quedaban, así que no  me preocupaba por nada más.

Convencida por Merche, una compañera de trabajo que también se había separado, comenzamos a salir a alternar, como lo llamaba ella, pero me sentía como pez fuera del agua y no coseché gran cosa más allá de sonoros fracasos.

Pronto dejamos de salir juntas pues ella se encamaba con el primero que la invitaba a una copa y yo no estaba por la labor. Aún así, acabé en la habitación de hotel de un joven francés que me trató muy bien y me hizo el mejor cunnilingus de mi vida. Después de eso le dejé que me follara como quisiera. Y un año después, aprovechando la semana de campamento de verano de Daniel, me vi tres veces con un cliente de mi empresa. No era gran cosa en la cama, demasiado egoísta, de los que te exigen que se la chupes pero ellos no te lo hacen a ti, pero me sirvió de calmante unos días en que lo necesitaba.

***

Tres meses después de comenzar mi aventura con Daniel, nuestra relación ha cambiado como un calcetín. No sé dónde nos lleva, aunque lo presiento y sé que está mal y que la sociedad en que vivimos lo denigra, no puedo evitar desearlo con todas mis fuerzas.

Ya no esperamos a la noche para amarnos. Sí ya lo llamo así pues es como lo siento. Cualquier momento es bueno para abrazarnos, acariciarnos, sentirnos. Quiero a mi hijo con locura. Haría por él lo que hiciera falta, cualquier cosa que fuera menester con tal de hacerlo feliz o de sacarlo de un apuro, pero esto, esta extraña historia de amor, es lo mejor que me ha pasado nunca.

Daniel es feliz, sé que lo estoy haciendo feliz. También he reforzado su autoestima, lo he desacomplejado pues lo que él tiene con una mujer madura, nunca le cuentes nada de esto a nadie, nos separarían, no lo tiene ninguno de los chulillos que pueblan su colegio. Sólo mi hijo, sólo mi Daniel es un hombre de verdad.

Estoy en la cocina y me abraza desde detrás. No puede evitarlo, sus manos automáticamente toman mis pechos. En casa, ya no llevo sujetador. Es una de las primeras prendas que me quito para facilitarle la tarea, para facilitárnosla a ambos. De mis senos a mi sexo hay un trecho muy corto. De éste a su pene, más corto aún.

Pero necesito más, cada vez más, así que he optado por instruirle. Soy su maestra. Necesito un hombre que me posea, que me penetre, que me llene. Daniel y su miembro son perfectamente capaces de ello, pero no me atrevo. Es mi hijo. Qué más dará llegados a este punto, pienso, pero no tengo el valor para ello.

Como sucedáneo, aunque a menudo más placentero, le pedí que me lo hiciera con la boca. Buf, qué bien lo hace. Solamente ha necesitado tres días para ser tan bueno como aquel francés que me derritió.

Además de ser una buena madre, soy una mujer agradecida, así que también suplí mi mano por mi boca y le regalé su primera felación. Me sentí oxidada, pues un lustro es mucho tiempo sin deglutir carne humana, pero no me costó llevarlo en volandas al Paraíso. Su inexperiencia le llevó a eyacular en mi boca, no me importa cariño pero debes avisarme. Es como su padre, tampoco avisaba.

Pero es más potente que él. Hoy sábado ya se la he chupado dos veces, la primera en la cocina cuando íbamos a desayunar, la segunda después de comer cuando se suponía que íbamos a ver una película en el sofá.

Ahora comienzo la tercera. Primero succiono el glande, rodeándolo completamente con los labios, para bajar a continuación hasta cubrir la mitad del tronco. No me cabe mucha más, pues no tiene el tamaño de un chico de catorce años. Subo, me la quito de la boca pero no dejo de lamerla, desciendo hasta sus testículos que también devoro, subo de nuevo siguiendo con la punta de la lengua el conducto que disparará su simiente, hasta llegar a su glande de nuevo que engullo hambrienta.

Es la eyaculación más débil del día, obvio por ser la tercera, pero es suficiente para llenarme la boca. Me tumbo en la cama boca arriba abierta de piernas, sin necesidad de quitarme las bragas pues ya no me las he vuelto a poner cuando me las ha quitado esta mañana y le ofrezco mi flor para que me extraiga todo el polen.

***

Supongo que lo condición humana nos empuja a aparearnos, como guinda a nuestra necesidad de vivir en sociedad. Después de Berni, me creí incapaz de volver a amar a un hombre. Es cierto que nunca amé a ninguno con la intensidad y la entrega con la que lo hice con él, exceptuando a Daniel claro, pero sí llegué a entablar algo parecido a una relación de pareja con un buen hombre llamado Marcos.

Después del cliente de mi empresa, estuve un par de años sin catar varón hasta que tuve un rollo de una noche con un hombre quince años mayor que yo que aprovechó la ocasión. Salí de caza, hambrienta hasta la desesperación pues lo había pospuesto demasiado, y el primer tío que me entró se llevó el premio. En los asientos posteriores de un Volkswagen recordé viejos tiempos. Fue rápido pero suficiente para tenerme satisfecha otra temporada.

Marcos apareció al poco tiempo. Un joven soltero que se mudó a mi escalera y con el que pronto hice buenas migas. Era muy buen tío, de lo más honesto y altruista que he conocido nunca, que puso toda la carne en el asador para que lo nuestro funcionara. Pero no llegamos al año juntos. Daniel y él eran incompatibles, más por culpa de mi hijo, celoso de que su madre tuviera que repartir sus atenciones entre él y otra persona.

Después de él, solamente dos hombres más hace unos cuatro años, curiosamente la misma semana. El primero, guapo, agradable y atento. Me invitó a cenar, paseamos por la orilla de la playa, me llevó a tomar la última copa a su apartamento, y allí cuidó de que yo me corriera antes que él.

El último hombre que ha estado entre mis piernas fue un soldado norteamericano que me quitó las ganas de aventuras esporádicas. Era latino, hijo de puertorriqueños, ambos tuvimos claro a lo que íbamos desde el primer momento pues su acorazado solamente paraba una noche en el puerto de Barcelona. En su beneficio puedo afirmar que era un amante potente, pues eyaculó tres veces en menos de dos horas. Pero para ello, me hacía chupársela constantemente. Me penetraba unos minutos y me ponía de nuevo de rodillas. Aunque aún no me explico cómo lo aguanté tanto rato, pues yo no llegué a correrme en toda la noche.

***

Nunca lo había hecho. Nunca lo habíamos hecho. ¡Hay tantas cosas nuevas en mi vida!

Daniel y yo nos hemos ido de fin de semana. Juntos, aparentemente como madre e hijo. Realmente como dos amantes furtivos.

No tengo coche así que hemos tomado el tren hasta nuestro destino, un pequeño hotel de costa que aún no ha colgado los precios de verano. Estamos en mayo. Dos noches con sus días para descansar y disfrutar. Iremos a la playa, comeremos y cenaremos por ahí, barato pues no podemos permitirnos grandes dispendios y, sobre todo, nos amaremos.

Si soy la primera mujer de Daniel, se merece tener su primera escapada romántica, aunque yo quiero ser la única. Al llegar al hotel juntamos las dos camas para dormir juntos. Nos duchamos y nos preparamos para salir a dar una vuelta buscando un local idóneo para cenar.

Mi hijo ha querido jugar antes de salir pero lo he retenido con espera a esta noche, quiero que sea especial.

Después de cenar paseamos por una feria y nos montamos en los autochoques. Juntos, envestimos a todo aquel que se atreve con nosotros. Me defiende como se espera que un hombre defienda a su mujer, pero chala como un crío.

La vuelta al hotel es agradable. Siento un intenso cosquilleo que me recorre las piernas hasta el estómago, cuando lo tomo de la cintura pues hemos tomado una calle vacía. Es tan alto como yo. Hacemos muy buen pareja.

Debería deshacer el abrazo cuando enfilamos la calle del hotel, más céntrica y concurrida, pero ¿qué tiene de malo que una madre y su hijo se abracen? En el ascensor me apetece besarlo, nunca lo he hecho en los labios, pero no me atrevo. Parece que Daniel me ha leído el pensamiento. Se me acerca y me abraza. No quiero, pero decido soltarme. La puerta puede abrirse en cualquiera de las cuatro plantas del hotel y podemos tener un problema.

Es al cerrar la puerta de la habitación que lo tomo del cuello y acerco mis labios a los suyos. Será cómico que sepa masturbar a una mujer o realice los mejores cunnilingus de la ciudad y que en cambio no sepa besar con lengua. Otra tarea en la debo instruirle.

Nos desnudamos de pie, lentamente. Sus labios recorren mi cuello, mis pechos, deteniéndose en mis pezones que sorbe como a mí me gusta, bajan por mi vientre plano, se enmarañan en mi monte de Venus que hace semanas que llevo perfectamente arreglado hasta llegar al objetivo. Bebe mi niño, bebe, bébete a tu madre. Levanto la pierna para facilitarle la labor, apoyándola en su hombro adolescente, pero no me permito llegar al orgasmo. Aún no, cariño.

Lo tumbo en la cama boca arriba. Ahora soy yo la parte activa del juego, así que lo voy desnudando pieza a pieza, lentamente, sensualmente. Ya no es aquel crío que se corría a los pocos segundos de notar mis labios alrededor de su pene. Ha ganado experiencia. Ya es todo un hombre.

Chupo, lamo, lo preparo pues hoy será el primer día de la segunda parte de la vida de mi hijo, pero no te corras ¡eh! Podría permitírselo, pues su empuje juvenil le dota de una velocidad de recuperación encomiable, pero quiero que el acto sea completo.

Cuando considero que es el momento, me siento a horcajadas sobre él tomando su miembro con la mano para dirigirlo a puerto. Me mira sorprendido, anhelante. En su juvenil inocencia no ha previsto lo que le venía encima. Respira profundamente sin dejar de mirarme a los ojos.

-Te quiero, te quiero con toda mi alma –confieso justo cuando mi cuerpo baja para acoplarse con mi amor.

¡Dios, siento la polla de su padre! Por tamaño, por forma, por grosor, por temperatura. Por amor. Sé que puede pasar, sé que va a pasar, pero aún así asumo el riesgo. La primera vez quiero sentirla completamente, desnuda. Su primera vez quiero que me sienta nítidamente, inmaculado.

Comienzo el vaivén, lento, suave para que nuestros sexos se conozcan perfectamente, se compenetren. ¿Te gusta amor? Sí, jadea forzado. Quiero a mi hijo, lo amo. Así lo siento, así se lo digo mientras su virilidad me llena.

A los pocos segundos lo siento venir, acercarse, convulsionarse, llenar mi vagina de millones de danielitos que me aman tanto como me ama mi hijo. Sí, córrete mi niño, córrete amor, suspiro sin dejar de moverme sensualmente.

Divina juventud, su miembro no pierde fuerza en ningún momento aunque los espasmos se hayan apagado. Lo aprovecho. Ahora soy yo la que necesita llegar a la meta. Aumento el ritmo, me pellizco los pezones, cómeme las tetas mi amor, chúpamelas le pido.

En pocos minutos, mi hijo Daniel, heredero del trono, me transporta quince años atrás cuando el rey Berni me hacía tocar el Cielo.

***

Daniel duerme a mi lado, profundamente.

Hemos hecho el amor por segunda hace un rato y ha caído rendido. Prefiero ponerme encima pero en la postura del misionero también me ha dejado satisfecha. Es un buen amante, como su padre. También con él haré lo imposible para mantenerlo a mi lado.

Se parece tanto a su padre que las dos veces que ha eyaculado en mi interior, he sentido algo extraordinario… en el corazón de mi matriz.

 

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Relato erótico: “las putas de mis hijas y mi mujer” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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soy un padre de familia con unas hijas estupendas y guapísimas Lisa e 25 años rubia igual que su madre y Virginia morena 27 años lo mismo igual que mi mujer Natalia ella también es muy guapa de unos 39 años preciosa.

yo estaba orgulloso de mis hijas siempre habían estudiado y se habían sacado sus carreras cuando me dijeron que querían independizarse, no me gusto siempre habían estado a mi lado y no me hacia la idea para mi eran mis niñas a pesar de la edad.
mi mujer Natalia me convenció:
-ellas ya son mayores y tiene que hacer su vida.
al final dije que sí pero que vivieran juntas para ayudarse una a la otra en caso de apuro o que nos pidiera ayudar por si había algún problema. ellas prometieron irse juntas a vivir y durante un tiempo no las volví a ver hasta que un día un amigo me propuso ir a un club de alterne y tomarnos unas copas.
le dije que no tenía muchas ganas, pero me convenció al final vamos hombre serán solo unas copas:
– ya verás que tías hay ahí.
– recuerda -le dije- que estoy casado.
– lo se -me dijo -solo miraremos.
así que fuimos al club ese había varias tías estupendas la verdad haciendo striptease íbamos ya a irnos después de tomarnos unas copas cuando anunciaron el numero fuerte del espectáculo las hermanas mamonas.
yo me reí cuando de pronto me quede de piedra allí estaban mis hijas chupando el coño la una a la otra y haciendo toda clase de guarrerias mientras los clientes la echaban dinero por sobarlas el chocho y les comían la poya y chuparle las tetas.
los clientes alucinaban con ellas, pero yo me puse malo al verlas y mi amigo me dijo:
– te encuentras bien te veo pálido.
– no es nada dije yo me voy -dije yo así que me fui me escondí y cuando vi salir a mi amigo e irse en su coche fui hablar con ellas echo una furia.
cuando salieron de trabajar me acerqué a ellas y les dije:
– como habéis podido hacerme eso que clase de zorras sois.
yo estaba que me daba algo.
– tranquilo papa tú lo has dicho somos unas zorras y nos encanta que dices que nos gusta follar y chupar poyas. te enteras ya es hora de que sepas todo, nos fuimos de allí por ti porque siempre nos tratabas como a unas niñas y nosotras ya somos mujeres si te ha dado cuenta mama no te quería decir nada para no hacerte daño, pero la verdad es que somos unas putas y nos encanta.
– no puede ser eso esto es una pesadilla- dije yo- estas no son mis hijas me las han cambiado.
– no papa somos así lo que pasa que mama siempre te lo oculto.
– vamos a casa.
las metí en el coche casi a la fuerza y nos fuimos a casa cuando llegué a casa mi mujer que nos vio se lo imaginaba.
– me puedes explicar esto- dije.
– que quieres que te explique ellas son así son muy putas. siempre te lo oculte – dijo llorando- para no hacerte daño. algún día tenías que saberlo.
– déjalo mama -dijeron ellas- ya es hora de que se sepa la verdad nos gusta trabajar en el club ganamos una pasta y encima comemos poyas y disfrutamos te queda bien claro.
yo la pegue una hostia.
– como puedes ser tan zorra.
– porque somos así pégame más si quieres, pero nos encanta hace tiempo. seducimos a mama y la comimos el chocho verdad Lisa -dijo Virginia.
– verdad hermanita la encanto.
yo estaba espantado mi mujer estaba llorando:
– ellas son así son nuestras hijas hay que aceptarlo.
– y tú te dejaste seducir por estas zorras.
– si y me gusto lo que me hicieron me corrí varias veces.
– déjalo mama no lo entendería.
– para que te des cuenta de pequeñas nos acercábamos a vuestra habitación y os oímos follar y nos masturbábamos pensábamos que era tu poya la que nos follaba.
-vosotras estáis mal de la cabeza eso es un incesto.
– y qué. hay familias que lo hacen entre ellas y disfrutan a mas no poder. mama lo ha aceptado porque tú no? verdad mama.
-verdad hija me gusta cuando me coméis el coño tú y tu hermana. me corro mucho disfruto mucho.
yo estaba alucinado mis hijas se reían:
– mira tu poya -me dijo -a ella le gusta.
la verdad que con la conversación no me había dado cuenta de que mi poya se había puesto dura n mi hija sin poderlo evitar se arrodilló y empezó a comerme la poya:
– que haces que haces no hagas eso joder.
– vamos, mama lo aceptado porque tu no. además no me digas que no te gusta.
ella no paraba de mamar y yo estaba en la gloria:
– no me digas -dijo la zorra de mi hija -que no nos follarías ahora a las dos. verdad Lisa.
– verdad yo tengo ganas de que me la meta en el chocho. vamos papa fóllanos como a mama y tú sabes las veces que nos hemos pajeado viéndote follar con mama y nos hemos metido mano entre nosotras.
– joder -ya no aguante más me invadió la lujuria la cogí de la cabeza y dije: – os vais a enterar por zorras hijas de puta os voy a follara las dos putas.
y la abrí de piernas y se la clave en el chocho:
– así así cabron como me follas- dijo la puta de mi hija- hasta los huevos métemela. no aguanto más me voy a correr. que poya tienes.
mientras mi otra hija había desnudado a mi mujer y la estaba comiendo el chocho y la zorra de mi mujer suspiraba igual:
– que rico es esto no pares hija puta- dijo mi mujer a mi hija.
– no parare so puta -dijo mi hija Lisa -hasta que te corras y te coma todo el chocho serás de puta como nosotras.
– si si quiero tu lengua -dijo mi mujer.
yo estaba a 100 viéndonos follar a todos todos follabamos con todos luego cogí a mi otra hija ósea a Lisa y se la metí por el culo:
– toma por puta.
– así papa me encanta que me des por culo. que rico. mama que me coma el chocho.
mi mujer se puso a comerla el chocho mientras mi otra hija la comía las tetas a mi mujer:
– ah me corro cabron -dijo Lisa- que poya tienes como vamos a disfrutar a partir de ahora.
– si -dijo Virginia – vendremos a menudo a casa.
luego di por el culo a la zorra de mi mujer mientras mis hijas se lo preparaban y me corrí en s sus bocas. éramos una familia incestuosa a partir de ahora no tuve más remedio que aceptarlo o perder a mis hijas y a mi mujer así que follamos muchas veces entre nosotros y disfrutamos como enanos al final lo he terminado por aceptar y me gusta mis hijas siguen trabajando en el club y siguen siendo tan golfas como siempre ahora lo bueno es que viene más a menudo a casa a follar FIN

“Herederas de antiguos imperios” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Durante milenios, las antiguas familias reinantes han sido presa de una maldición. A pesar de tener un poder mental con el que edificaron imperios, sus miembros una y otra vez caían en manos de la peble, que recelosa de su autoridad se rebelaba contra la tiranía.
Gonzalo de Trastámara, descendiente del último rey godo, descubre su destino trágicamente. La muerte de su primera amante en manos de hombres celosos de su poder, le hace saber que el poder conlleva riesgos y cuando todavía no ha conseguido hacerse a la idea, le informan que debe reunir bajo su autoridad al resto de las antiguas casas reinantes.
En este libro, se narra la búsqueda de las herederas de esos imperios y cómo consigue que formen parte de su harén.

MÁS DE 235 PÁGINAS DE ALTO CONTENIDO ERÓTICO

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

Capítulo 1: El despertar

No sé si deseo que las generaciones venideras conozcan mi verdadera vida o por el contrario se sigan creyendo la versión oficial tantas veces manida y que no es más que un conjunto de inexactitudes cercanas a la leyenda. Pero he sido incapaz de contrariar los deseos de mi hija Gaia. Su ruego es la única razón por la que me he tomado la molestia de plasmar por escrito mis vivencias. El uso que ella haga de mis palabras ni me incumbe ni me preocupa.

Para que se entienda mi historia, tengo que empezar a relatar mis experiencias a partir de un suceso que ocurrió hace más de sesenta años. Durante una calurosa tarde de verano, estaba leyendo un libro cualquiera cuando la criada me informó que mi padre, Don Manuel, le había ordenado que fuera a buscarme para decirme que tenía que ir a verle. Todavía después de tanto tiempo, me acuerdo como si fuera ayer. Ese día cumplía dieciséis años por lo que esperaba un regalo y corriendo, fui a su encuentro.

― Hijo, siéntate. Necesito hablar contigo― dijo mi padre.

Debía de ser muy importante para que, por primera vez en su vida, se dignara a tener una charla conmigo. Asustado, me senté en uno de los sillones de su despacho. Mi padre era el presidente de un conglomerado de empresas con intereses en todos los sectores. La gente decía de él que era un genio de las finanzas pero, para mí, no era más que el tipo que dormía con Mamá y que pagaba mis estudios, ya que jamás me había regalado ninguna muestra de cariño, siempre estaba ocupado. Había semanas y meses en los que ni siquiera le veía.

― ¿Cómo te va en el colegio?― fueron las palabras que utilizó para romper el hielo.

― Bien, Papá, ya sabes que soy el primero de la clase― en ese momento dudé de mis palabras, por que estaba convencido que nunca había tenido en sus manos ni una sola de mis notas.

― Pero, ¿Estudias?― una pregunta tan absurda me destanteó, debía de tener trampa, por lo que antes de responderla, me tomé unos momentos para hacerlo, lo que le permitió seguir hablando ― Debes de ser el delegado, el capitán del equipo y hasta el chico que más éxito tiene, ¡me lo imaginaba! y lo peor es que ¡me lo temía!

Si antes estaba asustado, en ese momento estaba confuso por su afirmación, no solo no estaba orgulloso por mis resultados sino que le jodía que lo hiciera sin esfuerzo.

― ¿Hubieras preferido tener un hijo tonto?― le solté con mi orgullo herido.

― Sí, hijo― en sus mejillas corrían dos lágrimas― porque hubiese significado que estabas libre de nuestra tara.

― ¿Tara?, no sé a qué te refieres― si no hubiese sido por el terror que tenía a su figura y por la tristeza que vi en sus ojos, hubiera salido corriendo de la habitación.

― ¡Te comprendo!, hace muchos años tuve ésta misma conversación con tu abuela. Es más, creo que estaba sentado en ese mismo sillón cuando me explicó la maldición de nuestra familia.

Mi falta de respuesta le animó a seguir y, así, sin dar tiempo a que me preparara, me contó como nuestra familia descendía de Don Rodrigo, el último rey godo y de doña Wilfrida, una francesa con fama de bruja; que durante generaciones y generaciones nunca había sufrido la pobreza; que siempre durante más de mil trescientos años habíamos sido ricos, pero que jamás había vuelto a haber más de un hijo con nuestros genes y que siempre que alguno de nuestros antepasados había obtenido el poder, había sido un rotundo error que se había saldado con miles de muertos.

― Eso ya lo sabía― le repliqué. Desde niño me habían contado la historia, me habían hablado de Torquemada y otros antepasados de infausto recuerdo.

― Pero lo que no sabes es el porqué, la razón por la que nunca hemos caído en la pobreza, el motivo por el que no debemos mezclarnos en asuntos de estado, la causa por la cual somos incapaces de engendrar una gran prole―

― No― tuve que reconocer muy a mi pesar.

― Por nuestra culpa, o mejor dicho por culpa de Wilfidra, los árabes tomaron la península. Cuando se casó, al ver el escaso predicamento del rey con los nobles y que estos desobedecían continuamente los mandatos reales, supuestamente, hizo un pacto con el diablo, el cual evitaba que nadie pudiera llevar la contraria a Don Rodrigo. Como todo pacto con el maligno, tenía trampa. Individualmente fue cierto, ninguno de los nobles fue capaz de levantarse contra él pero, como la historia demostró, nada pudo hacer contra una acción coordinada de todos ellos. Durante años, el Rey ejerció un mandato abusivo hasta que sus súbditos, molestos con él, llamaron a los musulmanes para quitárselo de encima. Eso significó su fin.Tomó aire, antes de seguir narrándome nuestra maldición. ―Esa tara se ha heredado de padres a hijos durante generaciones. Yo la tengo y esperaba que tú no la hubieras adquirido.

― Pero, Papá, partiendo de que me es difícil de aceptar eso del pacto con el maligno, de ser cierto, eso no es una tara, es una bendición― contesté, ignorante del verdadero significado de mis palabras.

― La razón por la que tenemos esa tara es irrelevante, da lo mismo que sea por una alianza de sangre o por una mutación. Lo importante es el hecho en sí. Cuando uno adquiere un poder, debe también asumir sus consecuencias. Jamás tendrás un amigo, serán meros servidores, nunca sabrás si la mujer de la que te enamores te ama o solo te obedece y si abusas de él, tendrás una muerte horrible en manos de la masa. Recuerda que de los antepasados que conocemos más de la mitad han muerto violentamente. Por eso, le llamo Tara. El tener esa herencia te condena a una vida solitaria y te abre la posibilidad de morir asesinado.

― ¡No te creo!― le grité aterrorizado por la sentencia que había emitido contra mí, su propio hijo.

― Te comprendo― me contestó con una tristeza infinita. ― Pero si no me crees, ¡haz la prueba! Busca a alguien como conejillo de indias y mentalmente oblígale a hacer la cosa más inverosímil que se te ocurra. Ten cuidado al hacerlo, porque recordará lo que ha hecho y si advierte que tú fuiste el causante, puede que te odie por ello.

Y poniendo su mano en mi hombro, me susurró al oído:

― Una vez lo hayas comprobado, vuelve conmigo para que te explique cómo y cuándo debes usarlo.

Pensé que no hacía nada en esa habitación con ese ser despreciable que me había engendrado y como el niño que era, me fui a mi cuarto a llorar la desgracia de tener un padre así. Encerrado, me desahogué durante horas.

« Tiene que ser mentira, debe de haber otra explicación», pensé mientras me calmaba. Supe que no me quedaba otra, que hacer esa dichosa prueba aunque estuviera condenada al fracaso. No había otro método de desenmascarar las mentiras de mi viejo. Por eso y quizás también por que las hormonas empezaban a acumularse en mi sangre debido a la edad, cuando entró Isabel, la criada, a abrir la cama, decidí que ella iba a ser el objeto de mi experimento.

La muchacha, recién llegada a nuestra casa, era la típica campesina de treinta años, con grandes pechos y rosadas mejillas, producto de la sana comida del campo. Por lo que sabía, no tenía novio y los pocos momentos de esparcimiento que tenía los dedicaba a ayudar al cura del pueblo en el asilo. Tenía que pensar que serviría como confirmación inequívoca de que tenía ese poder, no bastaba con que me enseñara las bragas, debía de ser algo que chocara directamente con su moral pero que no pudiera relacionarme con ello, decidí acordándome de la advertencia de mi padre. Hiciera lo que hiciese, al recordarlo no debía de ser yo el objeto de sus iras.

Fue durante la cena cuando se me ocurrió como comprobarlo. Isabel, al servirme la sopa, se inclinó dejándome disfrutar no sólo del canalillo que formaba la unión de sus tetas, sino que tímidamente me mostró el inicio de sus pezones. Mi calentura de adolescente decidió que debía ser algo relacionado con sus pechos. Por suerte, esos días había venido a vernos el holgazán de mi primo Sebas, hijo del hermano de mi madre, un cretino que se creía descendiente de la pata del caballo del Cid y que se vanagloriaba en que jamás le pondría la mano encima a una mujer de clase baja. En cambio Ana, su novia era una preciosidad, dieciocho años, alta, guapa e inteligente. Nunca he llegado a comprender como podía haberse enamorado de semejante patán. Sonriendo pensé que, de resultar, iba a matar dos pájaros de un tiro: por una parte iba a comprobar mis poderes y por la otra iba a castigar la insolencia de mi querido pariente. Esperé pacientemente mi oportunidad. No debía de acelerarme porque cuando hiciera la prueba, debía de sacar el mayor beneficio posible con el mínimo riesgo personal.

Fue el propio Sebastián, quien me lo puso en bandeja. Después de cenar, como ese capullo quiso echar un billar, bajamos al sótano donde estaba la sala de juegos. Ana María se quedó con mis padres, viendo la televisión.

Durante toda la partida, mi querido primo no paró de meterse conmigo llamándome renacuajo, quejándose de lo mal que jugaba. Era insoportable, un verdadero idiota del que dudaba que siendo tan imbécil pudiera compartir algo de mi sangre. El colmo fue cuando habiéndome ganado por enésima vez, me ordenó que le pidiera una copa. Cabreado, subí a la cocina donde me encontré a Isabel. Decidí que era el momento y mientras de mi boca, esa mujer solo pudo oír como amablemente le pedía que le llevara un whisky a mi primo, mentalmente la induje a pensar que Sebas era un hombre irresistible y que con solo el roce de su mano o su voz al hablarle, le haría enloquecer y no podría parar hasta que sus labios la besasen.

Ya no me podía echar para atrás. No sabía si mi plan tendría resultado, pero previendo una remota posibilidad de éxito, me entretuve durante cinco minutos y después entrando en la tele, le dije a Ana que su novio la llamaba por lo que, junto a ella, bajé por las escaleras.

La escena que nos encontramos al abrir la puerta, no pudo ser una prueba más convincente de que había funcionado a la perfección. Sobre la mesa, mi queridísimo primo besaba los pechos de la criada mientras intentaba bajarse los pantalones con la clara intención de beneficiársela.

Su novia no se lo podía creer y durante unos segundos, se quedó paralizada sin saber qué hacer, tiempo que Isabel aprovechó para taparse y bajar del billar. Pero luego, Ana explotó y como una loca desquiciada se fue directamente contra Sebastián, tirándole de los escasos pelos que todavía quedaban en su cabeza. Mi pobre y sorprendido primo solamente le quedó intentar tranquilizar a la bestia en que se había convertido la que parecía una dulce e inocente muchacha.

Todo era un maremágnum de gritos y lloros. El escándalo debía de poderse oír en el piso de arriba, por lo que decidí que tenía que hacer algo y cerrando la puerta de la habitación, les grité pidiendo silencio.

No puedo asegurar si hicieron caso a mi grito o a una orden inconsciente pero el hecho real es que los tres se callaron y expectantes me miraron:

― ¡Sebas!, vístete. Y tú, Isabel, será mejor que te vayas a la cocina― la muchacha vio una liberación en la huída por lo que rápidamente me obedeció sin protestar― Ana María, lo que ha hecho mi primo es una vergüenza pero mis padres no tienen la culpa de su comportamiento, te pido que te tranquilices.

― Tienes razón― me contestó, ―pero dile que se vaya, no quiero ni verlo.

No tuve que decírselo ya que, antes de que su novia terminara de hablar, el valeroso hidalgo español salía por la puerta con el rabo entre las piernas. Siempre había sido un cobarde y entonces, no fue menos. Debió de pensar que lo más prudente era el escapar y que posteriormente tendría tiempo de arreglar la bronca en la que sus hormonas le habían metido.

― ¡No me puedo creer lo que ha hecho!― me dijo su novia, justo antes de echarse a llorar.

Todavía en aquel entonces, seguía siendo un crío y su tristeza se me contagió por lo que, al abrazarla intentando el animarla, me puse a sollozar a su lado. No sé si fue por ella o por mí. Había confirmado la maldición de mi familia y por lo tanto la mía misma.

― ¿Por qué lloras?― me preguntó.

― Me da pena cómo te ha tratado, si yo tuviera una novia tan guapa como tú, jamás le pondría los cuernos― le respondí sin confesarle mi responsabilidad en ese asunto, porque solo tenía culpa del comportamiento de Isabel ya que no tenía nada que ver con la calentura de Sebas.

― ¡Qué dulce eres!, Ojalá tu primo fuera la mitad que tú― me dijo, dándome un beso en la mejilla.

Al besarme, su perfume me impactó. Era el olor a mujer joven, a mujer inexperta que deseaba descubrir su propia sensualidad. Sentí como mi entrepierna adquiría vida propia, exaltando la belleza de Ana María, pero provocando también mi vergüenza. Al notarlo ella, no hizo ningún comentario. Cuando me separé de ella, acomplejado de mi pene erecto, solo su cara reflejó una sorpresa inicial pero, tras breves instantes, me regaló una mirada cómplice que no supe interpretar en ese momento. De haberme quedado, seguramente lo hubiese descubierto entonces pero mi propia juventud me indujo a dejarla sola.

Aterrorizado por las consecuencias de mis actos, busqué a Isabel para evitar que confesara. Ya lo había pactado con Ana, nadie se debía de enterar de lo sucedido por lo que su puesto en mi casa no corría peligro. La encontré en el lavadero, llorando sentada en un taburete entre montones de ropa sucia.

―Isabel, ¿puedo hablar contigo?― pregunté.

―Claro, Gonzalo― me contestó sollozando.

Sentándome a su lado, le expliqué que la novia de mi primo me había asegurado que no iba a montar ningún escándalo. Debía dejar de llorar porque sólo sus lágrimas podían ser la causa de que nos descubrieran. Surgieron efecto mis palabras, logré calmar a la pobre criada pero aún necesitaba saber si realmente yo había sido la causa de todo y por eso, para asegurarme, le pregunté que le había ocurrido.

― No sé qué ha pasado pero, al darle la copa a su primo, de pronto algo en mi interior hizo que me excitara, deseándole. No comprendo porque me abrí dos botones, insinuándome como una puta. Don Sebas, al verme, empezó a besarme. Lo demás ya lo sabes. Es alucinante, con solo recordarlo se me han vuelto a poner duros.

― ¿El qué?― pregunté inocentemente.

―Los pechos― me contestó, acariciándoselos sin darse cuenta.

― ¿Me los dejas ver?― más interesado que excitado―nunca se los he visto a una mujer.

Un poco cortada se subió la camisa dejándome ver unos pechos grandes y duros, con unos grandes pezones que ya estaban erizados antes de que, sin pedirle permiso, se los tocara. Ella al sentir mis dedos jugando con sus senos, suspiró diciéndome:

―No sigas que sigo estando muy cachonda.

Pero ya era tarde, mi boca se había apoderado de uno mientras que con mi mano izquierda seguía apretando el otro.

―¡Qué rico!― me susurró al oído, al sentir cómo mi lengua jugaba con ellos.

Esa reacción me calentó y seguí chupando, mamando de sus fuentes, mientras mi otra mano se deslizaba por su trasero.

―Tócame aquí― me dijo poniendo mi mano en su vulva.

La humedad de la misma, en mi palma, me sorprendió. No sabía que las mujeres cuando se excitaban, tenían flujo, por lo que le pregunté si se había meado.

― ¡No!, tonto, es que me has puesto bruta.

Viendo mi ignorancia no pudo aguantarse y me preguntó si nunca me había magreado con una amiga. No tuve ni que contestarla, mi expresión le dijo todo.

― Ósea, ¡Qué eres virgen!

La certidumbre que podía ser la primera, hizo que perdiera todos los papeles y tumbándome sobre la colada, cerró la puerta con llave no fueran a descubrirnos. Yo no sabía que iba a pasar pero no me importaba, todo era novedad y quería conocer que se me avecinaba. Nada más atrancar la puerta, coquetamente, se fue desnudando bajo mi atónita mirada. Primero se quitó la blusa y el sujetador, acostándose a mi lado. Y poniendo voz sensual, me pidió que la despojase de la falda y la braga. Obedecí encantando. No en vano no era más que un muchacho inexperto y eso me daba la oportunidad de aprender como se hacía. Ya desnuda, me bajó los pantalones y abriéndose de piernas, me mostró su peludo sexo. Mientras me explicaba las funciones de su clítoris, me animó a tocarlo.

En cuento lo toqué, el olor a hembra insatisfecha me llenó la nariz de sensaciones nuevas y mi pene totalmente erecto me pidió que lo liberara de su encierro. Ella adelantándose a mis deseos, lo sacó de mis calzoncillos y dirigiéndolo a su monte, me pidió que lo cogiera con mi mano y que usando mi capullo, jugara con el botón que me había mostrado.

Siguiendo sus instrucciones, agarré mi extensión y, como si de un pincel se tratara, comencé a dibujar mi nombre sobre ella.

― ¡Así!, ¡Sigue así!― me decía en voz baja mientras pellizcaba sin piedad sus pezones.

Más seguro de mí mismo, separé sus labios para facilitar mis maniobras y con el glande recorrí todo su sexo teniendo los gemidos de placer de la muchacha como música de fondo. Nunca lo había tenido tan duro y, asustado, le pregunté si eso era normal.

― No, ¡lo tienes enorme para tu edad!― me contestó entre jadeos, ―vas a ser una máquina de mayor pero continua ¡así!, que me vuelve loca.

En el colegio, un amigo me había enseñado unas fotos, donde un hombre poseía a una mujer por lo que cuando mi pene se encontró con la entrada de su cueva, supe que hacer y de un solo golpe, se lo introduje entero.

+―¡Ahh!― gritó al sentir como la llenaba.

Sus piernas me abrazaron, obligándome a profundizar en mi penetración. Cuando notó como la cabeza de mi sexo había chocado contra la pared de su vagina, me ordenó que comenzara a moverme despacio incrementando poco a poco mi ritmo. Era un buen alumno, fui sacando y metiendo mi miembro muy lentamente, de forma que pude distinguir como cada uno de los pliegues de sus labios rozaban contra mi falo y cómo el flujo que emanaba de su coño iba facilitando, cada vez más, mis arremetidas. Viendo la facilidad con la que éste entraba, mi creciente confianza me permitió acelerar la velocidad de mis movimientos mientras mis manos se apoderaban de sus pechos.

Isabel, ya completamente fuera de sí, me pedía que la besara los pezones pero que sin dejar de penetrarla cada vez más rápido. Era una gozada verla disfrutar, oír como con su respiración agitada me pedía más y como su cuerpo, como bailando, se unía al mío en una danza de fertilidad.

― Soy una guarra― me soltó cuando, desde lo más profundo de su ser, un incendio se apoderó de ella, ―pero me encanta. Cambiando de posición, se puso de rodillas y dándome la espalda, se lo introdujo lentamente.

La postura me permitió agarrarle los pechos y usándolos de apoyo, empecé a cabalgar en ella. Era como montar un yegua. Gracias a que en eso si tenía experiencia, nuestros cuerpos se acomodaron al ritmo. Yo era el jinete y ella mi montura, por lo que me pareció de lo más normal el azuzarla con mis manos, golpeando sus nalgas. Respondió como respondería una potra, su lento cabalgar se convirtió en un galope. Mis huevos rebotaban contra su cada vez más mojado sexo obligándome a continuar.

― Pégame más, castígame por lo que he hecho― me decía y yo le hacía caso, azotando su trasero.

Estaba desbocada, el esfuerzo de su carrera le cortaba la respiración. El sudor empapaba su cuerpo cuando como un volcán, su cueva empezó a emanar una enorme cantidad de magma mientras ella se retorcía de placer, gritando obscenidades. Mi falta de conocimiento me hizo parar por no saber qué ocurría, pero mi criada me exigió que continuara. Gritó que no la podía dejar así. Sus movimientos, la calidez de su sexo mojado sobre mi pene y sobretodo sus gritos, provocaron que me corriera. Una rara tensión se adueñó de mi cuerpo y antes que me diera cuenta de lo que ocurría, exploté en sus entrañas llenándolas de semen. Desplomado del cansancio caí sobre ella. Ya sabía lo que era estar con una mujer y por vez primera, había experimentado lo que significaba un orgasmo.
Tras descansar unos minutos a su lado, Isabel me obligó a vestir. Alguien podía llamarnos y no quería que nos descubrieran. Me dio un beso antes de despedirse con una frase que me elevó el ánimo:

― ¡Joder con el niño!, vete rápido, que si te quedas te vuelvo a violar.

Salí del lavadero y sin hacer ruido, me fui hacia mi cuarto. No quería encontrarme con nadie ya que, solo con observar el rubor de mis mejillas, hasta el más idiota de los mortales hubiese descubierto a la primera que es lo que me había pasado. Ya en el baño de mi habitación, me despojé de mi ropa, poniéndome el pijama. No podía dejar de analizar lo ocurrido, mientras me lavaba los dientes:

« El viejo tenía razón. Algo ha ocurrido, conozco a Isabel desde hace seis meses y nunca se ha comportado como una perra en celo». Lo que no comprendía era el miedo que mi padre tenía a ese poder. Para mí, seguía sin ser una tara, era una bendición. Y pensaba seguir practicando.

No me había dado cuenta lo cansado que estaba hasta que me metí en la cama. No llevaba más de un minuto con la cabeza en la almohada cuando me quedé dormido. Fue un sueño agitado, me venían una sucesión de imágenes de violencia y muerte. En todas ellas, un antepasado mío era el protagonista y curiosamente la secuencia que más se repetía era la vida de Lope de Aguirre, con su mezcla de locura y grandeza. Coincidiendo con su ajusticiamiento, creo que interpreté el sonido de mi puerta al abrirse como el ruido del hacha al caer sobre su cuello, desperté sobresaltado.

― Tranquilo, soy yo― me decía Ana acercándose a mi cama.

― ¡Qué susto me has dado!― le contesté todavía agitado.

― Quiero hablar contigo― me dijo.

Tenía la piel de gallina por el miedo de la decisión que había tomado pero yo en mi ingenua niñez pensé que, como venía en camisón, tenía frío por lo que le dije que se metiera entre mis sabanas para entrar en calor. La novia de mi primo no se hizo de rogar y huyendo de la fría noche, se metió en la cama conmigo. La abracé frotándole los brazos, buscando que su sangre fluyera calentándola. Lo que no sabía es que ella quería que la calentara pero de otra forma. Fue de ella la iniciativa y cogiendo mi cabeza entre sus manos, me besó en la boca y abriendo mis labios, su lengua jugó con la mía. Estuvimos unos minutos solo besándonos, mientras mi herramienta empezaba a despertar, ella al sentirlo se pegó más a mí, disfrutando de su contacto en su entrepierna.

― ¿Y esto?― le pregunté, alucinado por mi suerte.

― Sebastián no merece ser el primero― me contestó sin añadir nada más, pero con delicadeza empezó a desbrochar los botones de mi pijama.

Me dejé hacer, la niña de mis sueños me estaba desnudando sin saber el porqué. Cuando terminó de despojarme de la parte de arriba, se sentó en el colchón y sensualmente me preguntó si quería que ella me enseñara sus pechos. Tuve que controlarme para no saltar encima de ellos desgarrándole el camisón, el deseo todavía no había conseguido dominarme. Le contesté que no, que quería yo hacerlo. Con la tranquilidad de la experiencia que me había dado Isabel retiré los tirantes de sus hombros, dejando caer el camisón. Eran unos pechos preciosos, pequeños, delicados, con dos rosados pezones, que me gritaban que los besara.

― ¿Estás segura?― le pregunté, arrepintiéndome antes de terminar.

Por fortuna, si no nunca me hubiera perdonado mi estupidez, me contestó que sí, que confiaba en mí. Ana no era como mi criada. Todo en ella me pedía precaución, no quería asustarla por lo que como si estuviera jugando, mis manos empezaron a acariciar sus senos, con mis dedos rozando sus aureolas mientras la besaba. Mis besos se fueron haciendo más posesivos a la par que su entrega. Observando que estaba lista, mi lengua fue bajando por el cuello y por los hombros hacia su objetivo. Al tener su pecho derecho al alcance de mi boca, soplé despacio sobre su pezón antes de tocarlo. Su reacción fue instantánea. Como si le hubiese dado vergüenza, su aureola se contrajo de manera que cuando mi lengua se apoderó de él, ya estaba duro. Me entretuve saboreándolo, oyendo como su dueña suspiraba por la experiencia.

Pero fue cuando al repetir la operación en el otro, los débiles suspiros se convirtieron en gemidos de deseo. Era lo que estaba esperando, con cuidado la tumbé sobre la colcha y tal como había aprendido le quité el camisón. Al levantarle las piernas, me encontré con una tanga de encaje que nada tenía que ver con la basta braga de algodón de Isabel.

Me recreé, unos momentos, disfrutando con mi mirada de su cuerpo. Era mucho más atractivo de lo que me había imaginado el día que me la presentó mi primito. Su juventud y su belleza se notaban en la firmeza de sus formas. La brevedad de su pecho estaba en perfecta sintonía con las curvas de su cadera y la longitud de sus piernas.

Ella sabiéndose observada me preguntó:

―¿Te gusta lo que ves?

Como única respuesta, me tumbé a su lado acariciándola ya sin disimulo, mientras ella se estiraba en la cama ansiosa de ser tocada. Mi boca volvió a besar sus pechos pero, esta vez, no se detuvo ahí sino que, bajando por su piel, bordeó su ombligo para encontrarse a las puertas de su tanga. Hablando sola sin esperar que le contestase, me empezó a contar que se sentía rara; que era como si algo en su interior se estuviera despertando; que no eran cosquillas lo que sentía, sino una sensación diferente y placentera.
Sin saber si me iba a rechazar, levanté sus piernas despojándola de la única prenda que todavía le quedaba, quedándome maravillado de la visión de su sexo. Perfectamente depilado en forma de triángulo, su vértice señalaba mi destino por lo que me fue más sencillo el encontrar su botón de placer con mi lengua. Si unas horas antes había utilizado mi pene, ella se merecía más e imitando las enseñanzas de Isabel, como si fuera un caramelo lo besé, jugando con él y disfrutando de su sabor agridulce de adolescente.

Ana que, en un principio se había mantenido expectante, no se podía creer lo que estaba experimentando. El deseo y el miedo a lo desconocido se fueron acumulando en su mente, a la vez que su cueva se iba anegando a golpe de caricias por lo que, gimiendo descontrolada, me suplicó que la desvirgara, que la hiciera mujer. No le hice caso, las señales que emitía su cuerpo me indicaban la cercanía de su orgasmo por lo que, sin soltar mi presa, intensifiqué mis lengüetazos pellizcando sus pezones a la vez. Por segunda ocasión en la noche, oí la explosión de una mujer pero esta vez el río que salía de su sexo inundó mi boca y como un poseso, probé de su contenido mientras ella se retorcía de placer. No quería ni debía desperdiciar una gota, lo malo es que cuanto más bebía, más manaba de su interior, por lo que prolongué sin darme cuenta cruelmente su placer ,uniendo varios clímax consecutivos hasta que, agotada, me pidió que la dejara descansar sin haber conseguido mi objetivo. De su sexo seguía brotando un manantial inacabable que mojó, por entero, las sabanas.

― ¡Dios mío!, ¡esto es mejor de lo que me había imaginado!― me dijo en cuanto se hubo repuesto.

Estaba tan radiante y tan feliz por haberse metido entre mis brazos sin que yo se lo hubiera pedido, que me preguntó si ya tenía experiencia.

― Eres la primera― le mentí, pero por la expresión de su cara supe que había hecho lo correcto. Al igual que Isabel, ninguna mujer se resiste a ser la primera.

― ¿Entonces eres virgen?― me volvió a preguntar y nuevamente la engañe, diciéndole lo que quería escuchar.

Le expliqué que me estaba reservando a una diosa y que ésta se me había aparecido esa noche bajo la apariencia de una mortal llamada Ana. Se rio de mi ocurrencia y quitándome el pantalón del pijama, me dijo que ya era hora de que dejáramos de ser unos niños. Tuve que protestar ya que, sin medir las consecuencias, tomando mi pene entre sus manos se lo dirigió a su entrada. Le explique que iba a hacerse daño y que eso era lo último que quería ya que, en mi mente infantil, me había enamorado de ella.

Refunfuñando me hizo caso, dejándome, a mí, la iniciativa. Esa noche había follado con una mujer pero, en ese momento, lo que quería y lo que estaba haciendo era el hacerle el amor a una princesa. Mi princesa. Como un caballero, la tumbé en la cama boca arriba y abriéndole las piernas, acerqué la punta de mi glande a su clítoris. Sus ojos me pedían que lo hiciera rápido pero recordé que la primera vez marcaba para siempre y por eso, introduje lentamente la cabeza de mi pene hasta que esta chocó con su himen. En ese momento, la miré pidiendo su consentimiento pero ella, sin poder esperar y forzando con sus piernas, se lo introdujo de un solo golpe.

Gritó de dolor al sentir como se rasgaba su interior. Y durante unos momentos, me quedé quieto mientras ella se acostumbraba a tenerlo dentro para posteriormente empezar a moverme muy despacio. Mientras le decía lo maravillosa que era, no deje de besarla. Ana se fue relajando paulatinamente. Su cuerpo empezaba reaccionar a mis embistes y como si se tratara de una bailarina oriental, inició una danza del vientre conmigo invadiendo su cueva. Las lágrimas iniciales se fueron transformando en sonrisa al ir notando como el deseo la poseía. Y sorprendentemente, la sonrisa se convirtió en una risa nerviosa cuando el placer la fue absorbiendo.

Puse sus piernas en mis hombros de forma que nada obstaculizara mis movimientos y ella, al sentir como toda su vagina comprimía por completo mi miembro, me pidió que continuara más rápido. Su orden fue tajante y cual autómata en sus manos, aceleré la cadencia de mis penetraciones. Ana me regalaba con un pequeño gemido cada vez que mi extensión se introducía en ella, gemidos que se fueron convirtiendo en verdaderos aullidos cuando, como un escalofrío, el placer partió de sus ingles recorriendo su cuerpo. Sentí como el flujo empapaba por enésima ocasión su sexo, envolviendo a mi miembro en un cálido baño.

― Es maravilloso― me gritó, mientras sus uñas se clavaban en mi espalda.

Sentirla gozando bajo mi cuerpo, consiguió que se me elevara todavía más mi excitación y sin poderlo evitar, me derramé en su interior mientras nuestros gritos de placer se mezclaban en la habitación. Fueron solamente unos instantes pero tan intensos que supuse que esa mujer era mi futuro.

― Te amo― le dije nada más recuperarme el aliento.

―Yo también― me dijo con su voz juvenil, ―nunca te olvidaré.

― ¿Olvidarme?, ¿no vas a ser mi novia?― le pregunté asustado por lo que significaba.

― Mi niño bonito, soy mucho mayor que tú y estoy comprometida con tu primo― me contestó con dulzura pero, a mis oídos, fue peor que la mayor de las reprimendas.

― ¡Pero creceré! y entonces seré tu marido― le contesté y sin darme cuenta hice un puchero mientras unas lágrimas infantiles anegaban mis ojos.

Ana intentó hacerme entender que debía seguir con la vida, que sus padres habían planeado pero no la quise escuchar. Al ver que no razonaba, se levantó de la cama y tras vestirse velozmente, se fue de mi habitación.

uando ya se iba le grité, llorando:

― ¡Espérame!

No me contestó. Enrabietado, lloré hasta quedarme dormido. Isabel fue la que me despertó en la mañana, abriendo las ventanas de mi cuarto. Me metí al baño como un zombi mientras la criada hacía mi cama. No me podía creer lo que había pasado esa noche, había rozado el cielo para sumergirme en el infierno.

Saliendo del baño, ya vestido, fui a mi cuarto a ponerme los zapatos. Al entrar, salía la mujer con las sabanas bajo el brazo. Por la expresión de su cara, adiviné que quería decirme algo por lo que, cogiéndola del brazo, la metí conmigo.

― ¿Qué querías?― le pregunté.

Ella, sonriendo, me contestó:

― Estás hecho una fichita, pero no te preocupes. Nadie va a saber por mi boca que has estrenado a la novia de tu primo. Yo me ocupo de lavar la sangre de las sábanas.

«¿Sangre?», pensé por un momento que era lo único que me quedaba de esa noche. No podía perderlo. Por eso, le pregunté:

―Te puedo pedir un favor― y muy avergonzado continué ― necesito quedarme un recuerdo. ¿Podrías guardar la sábana sin que nadie se entere?

Entendió por lo que estaba pasando y guiñándome un ojo, con mirada cómplice, me replicó:

―Voy a hacer algo mejor. Luego te veo― y sin decirme nada más, se fue a continuar con su trabajo.

Destrozado bajé a desayunar. En el comedor me encontré con Sebastián, que al verme dejó la taza de café que se estaba tomando y acercándose a mí, me dio un abrazo diciéndome:

― ¡Renacuajo!, eres un genio, no sé lo que le dijiste a Ana, pero no solo me ha perdonado sino que ha aceptado casarse conmigo.

Mi mundo se desmoronó en un instante. Comprendí entonces lo que mi padre quería explicarme, gracias al poder que había heredado, había desencadenado unos hechos que no pude o no supe controlar. Esa noche había gozado, pero en la mañana, como si de una enorme resaca se tratara, la realidad me golpeó en la cara. Recordé mis clases de física; a cada acción sobreviene una reacción. En mi caso, la reacción fue extremadamente dolorosa. Con dieciséis años y un día dejé de ser un niño, para convertirme en un hombre. Mi viejo tenía razón: no era una bendición, el estar dotado de esa facultad era una arma de doble filo y yo, al haberla esgrimido sin prudencia, me había cortado.

Necesitaba consejo, por eso en cuanto terminé de desayunar, me levanté de la mesa sin despedirme. En el pasillo, tropecé con Isabel. Ella me entregó un paquete que al abrirlo resultó ser un pañuelo. Reconocí la mancha que teñía la tela, era la sangre de Ana. La criada había confeccionado un pañuelo con la sábana que habíamos manchado. Le di las gracias por su detalle y guardándomelo en el bolsillo, caminé hacia el despacho de mi padre. Tocando la puerta antes de entrar, escuché como me pedía que pasara. Nada más verlo y con lágrimas en los ojos, le dije:

― Papá, ¡Tenemos que hablar!

Me estaba esperando. Tal y como había pronosticado, volvía con el rabo entre las piernas en búsqueda de su consejo:

― ¿Verdad, que duele?― no había reproches, solo comprensión. ― Hijo, dos personas entre los miles de millones de habitantes de la tierra comparten este dolor. Esos dos desgraciados somos tú y yo.

Estuvimos hablando durante horas, me fue enseñando durante meses pero necesité años para aceptar que, nada podía evitar que ese pacto firmado hacía más de trece siglos, me jodiera la vida.

Capítulo 2: El aprendizaje.

― Hijo, al igual que hicieron nuestros antepasados necesitamos un plan de trabajo con el que desarrollar tu mente. El primer paso en tu adiestramiento debe ser incrementar tu conocimiento de las técnicas de inducción mental y si para ello hay que desarrollar a la par que las sexuales, lo haremos. Es una cuestión de practicidad, piensa que mientras la obediencia obligada crea resentimiento, la dependencia por sexo no, por lo que es más seguro zambullirte en este mundo por la puerta trasera de la carne.

― Pero Papá, solo tengo dieciséis años― le contesté avergonzado.

― ¿Me vas a decir que la razón por la que vienes tan cabizbajo, no es otra que has tenido tu primera decepción?, realmente ¿te crees que no he sentido cómo has hecho uso de tu poder con Isabel?― me respondió tranquilamente sin enfadarse por el hecho que me hubiese estrenado gracias a haberle estimulado con deseo a la criada, ― O me crees tan tonto para no ver en los ojos de Ana, la certeza de haberse equivocado.

Lo sabía todo. En ese momento, supe que nuestras mentes iban a estar tan unidas que sería incapaz de engañarle u ocultarle nada. Mi padre había dejado de ser mi progenitor para pasar a ser mi maestro.

― Tu madre no debe saber nada― me ordenó.

Nadie excepto nosotros dos, debía de conocer nuestras capacidades y menos el entrenamiento con el que me iba a preparar para el futuro.

― He dado órdenes para que arreglen la casa de invitados. A partir de hoy vas a dormir y a estudiar allí, no quiero que se sepa qué clase de enseñanzas vas a recibir.

Lo que mi viejo no me dijo en ese momento, era que otra de las razones, por la que había tomado esa decisión, consistía en que debía acostumbrarme a vivir solo. Tenía que habituarme a depender únicamente de mi sentido común.

― Ahora quiero que des una vuelta por el pueblo y que te sientes en la plaza. Con la excusa de tomarte una Coca―Cola, debes observar a la gente y practicar tus poderes con ellos. Cuanto los uses, te darás cuenta que, aunque no te percatabas de ello, te han acompañado desde la cuna, solo que ahora al hacértelos presentes, estos se irán incrementando a marchas forzadas, pero ten cuidado. Sé que puedo resultar pesado pero es mi deber recordarte el peligro: debes de ser prudente.

―No te preocupes, tendré cuidado― le respondí agradecido doblemente; por una parte no me apetecía seguir en la casa y por otra, tenía verdadera necesidad de practicar mi don.

Desde niño crecí con moto. En el campo es la mejor forma de moverse y por eso desde una edad muy temprana aprendí a conducirlas. Ese año había estrenado una vespa roja de 75 cc. con la que me sentía como Rossi, el gran campeón de motociclismo. Aunque ese scooter no estaba fabricado con la idea de usarlo en campo, para mí era lo mismo y como si llevara una verdadera enduro, volé por los caminos rurales de salida de la finca.

Oropesa, un pueblo toledano bastante más grande que la pequeña aldea que bordeaba los confines de mi casa, estaba a escasos veinticinco kilómetros. La media hora que tardé en recorrerlos, me dio tiempo a meditar sobre mis siguientes pasos e incluso a disfrutar de ese paisaje duro y férreo, plagado de encinas y alcornoques, que ha sido cuna de tantos hombres tan adustos y estoicos como la tierra que les vio nacer. Qué lejanas me parecen hoy en día esas tierras abulenses limítrofes con Toledo. El Averno, la finca de mi familia, con sus montes y riachuelos son una parte amada de mis años de infancia que nunca se borrará de mi memoria. Tengo grabados cada peña, cada vereda, cada árbol de sus doscientas hectáreas. Sus gélidos inviernos y sus tórridos veranos siguen presentes incluso después de tantos años.

Ya en el pueblo, me dirigí directamente a la plaza Navarro. Allí, frente al actual ayuntamiento, estaba El rincón de Luis. La terraza estaba vacía por lo que pude elegir en que mesa sentarme. Me decidí por la más cercana a la calle para aprovechar la sombra que daba su toldo amarillo y de esa forma, apaciguar el calor de esa mañana de agosto.

― Buenos días, Gonzalo― me saludó María, la rolliza camarera. Con sus cuarenta años y más de ochenta kilos formaba parte de la plaza, casi tanto como torre mudéjar del Reloj de la Villa. ― ¿Qué quieres tomar?

Sin pensar, le pedí una cerveza. La mujer, que debía de haberse negado a servir alcohol a un menor de edad, no protestó y al cabo de tres minutos me trajo una mahou, como si eso fuese lo más normal del mundo. Ese pequeño éxito me dio moral para seguir practicando. Mi siguiente objetivo fue el dueño del mesón que estaba situado a la izquierda de la plaza. Don Sebas era famoso por su perfeccionismo militante y su estricta manera de llevar a cabo todas las rutinas de su negocio. Da igual que llueva o haga sol, a las diez de la mañana abre las sombrillas del balcón y no las cierra hasta las nueve de la noche. Sabía a ciencia cierta que si lograba que romper ese automatismo de años, habría logrado una victoria todavía más apabullante que la obtenida con Isabel.

― Don Sebastián― le grité, ―hace viento, será mejor que cierre las sombrillas, no se le vayan a volar. Ante la ausencia total de aire mi argumento era ridículo pero, en contra de sus principios, el hombre, tanteando el viento, se mojó un dedo con su saliva, asintió y empezó a bajarlas.

No me podía creer lo fácil que había resultado. Si un tipo tan estricto había cedido con premura, eso significaba que mi poder de persuasión era enorme. Contento y entusiasmado, busqué a mi próxima víctima. Los treinta grados de temperatura no me lo iban a poner sencillo. Por mucho que esa fuese una de las plazas más transitadas del pueblo, esa mañana no había nadie en sus aceras, todo el mundo debía de preferir mantenerse al abrigo del sol y sus recalcitrantes rayos. Cabreado por la espera, me bebí la cerveza de un trago y me aproximé a pagar a la barra.

Los tertulianos de la tasca, enfrascados en su habitual partida de tute ni siquiera levantaron su mirada, cuando entré.

― ¿Cuánto es?― pregunté.

María, que estaba distraída, me preguntó qué era lo que había tomado, al contestarle que una cerveza, me miró diciendo:

― Menos guasa, ¡Luis!, ¡cóbrale una coca―cola!

Así fue como aprendí otra lección. Los sujetos, objetos de inducción mental, cuando se les obliga a hacer algo que vaya contra sus principios tienden a adulterar la realidad, creando una más acorde con sus pensamientos. María se había engañado a sí misma y creía que me había servido un refresco.

Acababan de dar las doce, por lo que mi pandilla de amigos debía de estar frente a nuestro colegio. Cogiendo mi moto me dirigí hacia allá. Nada mas doblar la calle Ferial, les vi apoyados en uno de los bancos de madera. Fue Manuel, el primero en verme:

― Capi, ¿Qué haces por aquí?― me dijo usando mi mote.

Desde que íbamos a Infantil, todos los chavales de la clase me llamaban así. Pero esa vez, me sonó como si fuese la primera al percatarme que el respeto con el que me trataban, así como su continua sumisión a mis caprichos, podían ser productos nuevamente de mi poder.

Me pareció oír a mi viejo diciendo: « Jamás tendrás amigos, serán meros servidores».

La abrupta confirmación de sus palabras me dejó paralizado. Pedro, Manuel, Pepe, Jesús… esos críos a los que consideraba mis iguales, no lo eran. Eran humanos normales y entre nosotros siempre había existido y existiría una brecha infranqueable que no era otra que la tara que llevaba a cuestas mi familia durante los últimos catorce siglos.

Mi padre me había mandado al pueblo a practicar y con el corazón encogido, decidí que eso era lo que iba a hacer:

― Me aburría en la finca― le contesté quitándome el casco, ―¿y vosotros?

―Ya ves, de cháchara….

Todos me miraban como esperando mis órdenes, los largos años de roce conmigo les había acostumbrado a esperar y acatar mis deseos. No podía creer que jamás me hubiese dado cuenta. Ahora que sabía el motivo, no podía ser más cristalina su completa sumisión.

―Vamos a dar una vuelta por el castillo, a ver si nos topamos con algún turista del que reírnos.

Esa era una de nuestras travesuras más comunes. Solíamos meternos con los guiris que, en busca de historia medieval, llegaban con sus estrafalarios atuendos a esas empedradas calles. Sé lo absurdo de nuestro comportamiento, pero también tengo que reconocer que añoro ese comportamiento gamberro de mis años de niñez. La rutina siempre era la misma, esperábamos a nuestras presas a la sombra del viejo magnolio que crecía a escasos metros de la entrada de la muralla y tras observarlas, dedicarnos a mofarnos del aspecto más risible de los indefensos excursionistas. Todo acababa cuando los guardias del recinto salían en defensa de su inagotable fuente de ingresos. Tonto, pueril pero igualmente divertido e inofensivo.

Éramos cinco y contábamos con tres ciclomotores, por lo que contraviniendo las normas de tráfico, Miguel y Pedro sin casco se montaron de paquete. En una gran ciudad, cualquier policía, que nos viera de esa guisa, nos pararía para extendernos una dolorosa multa pero eso era un pueblo y los municipales eran como de nuestra familia, nos conocían y aunque no aplaudieran nuestro proceder, jamás nos detendrían por algo tan nimio.

Las calles, ese mañana entre semana, estaban desiertas, por lo que no nos cruzamos con ningún vehículo. Cuando ya estábamos próximos a nuestro destino, nos topamos con una densa humareda que salía de una vetusta casa de piedra.

― ¡Un incendio!― soltó Jesús, parando la moto en seco.

Las llamas cubrían completamente el segundo piso, saliendo enormes lenguas de fuego por las ventanas. El crepitar de la madera era ensordecedor, nada que ver con el relajante crujir de una chimenea ni con el festivo estrépito de una falla ardiendo. Desde la acera de enfrente donde prudentemente aparcamos nuestras scooters, nos convertimos en voyeurs involuntarios. El poder destructivo del fuego estaba desbocado, hipnotizando a los pocos viandantes a los que la pecaminosa curiosidad les había obligado a parar para deleitarse con la desgracia ajena. No era un fuego anónimo. Personas de carne y hueso, vecinos nuestros, estaban perdiendo sus escasas posesiones con cada llamarada. Muebles, ropa, fotos, los recuerdos de una vida, los ahorros de una mísera existencia, se estaban volatizando en humo y ceniza ante nuestros ojos. Con la fascinación de un pirómano, no podía retirar mi vista de esa desgracia. Debería haber corrido a llamar a los bomberos pero ni siquiera se me pasó por la cabeza. Algo me retenía allí. Mis pies parecían anclados al cemento de los adoquines. Necesitaba observar como el maltrecho techo empezaba a fallar y oír las tejas desmoronándose al chocar contra el asfalto.

― ¡Capi!, ¡hay alguien en la casa!― me chilló Manuel, justo cuando detrás de una oscurecidas cortinas divisé un brazo de una niña.

― ¡Mierda!, ¡Tenemos que sacarla de allí!― solté cruzando la estrecha calle.

La puerta del portal estaba cerrada. Traté infructuosamente de abrirla, lanzándome contra ella. Mi bajo peso y mi pequeña estatura no fueron suficientes para derribarla. Buscando el auxilio de mis amigos, me percaté que asustados se mantenían al lado de nuestras motos.

― ¡Necesito ayuda!― les grité pero el miedo les había paralizado.

No en vano en ese preciso instante, las teas que caían del tejado ardían a mis pies. Sacando fuerzas del terror que para entonces ya me había atenazado, les ordené que me apoyaran. Sentí el impacto de mi mente en sus cuerpos pero sin importarme las consecuencias, insistí:

―Venid a ayudarme.

El primero en reaccionar fue Jesús, el más corpulento de los cuatro y gritando como un loco se abalanzó contra la puerta, tumbándola de un golpe. No esperé a los demás, internándome en el denso humo, subí las escaleras. El calor era sofocante, cada paso era un suplicio y andando a ciegas, llamé a la niña. Nadie me contestaba, estuve a punto de desistir pero la sola idea de abandonar a una muerte segura a la dueña de ese brazo, me hizo seguir y a gatas, buscar en la habitación.

Bajo la misma ventana desde donde la vi pidiendo ayuda, se encontraba acurrucada en posición fetal. La pobre criatura se debía de haber desmayado por lo que, haciendo un esfuerzo sobre humano, la alcé entre mis brazos. Menos mal que cuando el humo, el calor y la ausencia de oxígeno flaquearon mis piernas, acudieron en mi ayuda mis cuatro amigos y entre todos, conseguimos bajarla y alejarla de las llamas. Al salir a la calle y aspirar aire puro en profundas bocanadas, escuchamos los aplausos de la ya nutrida concurrencia. Los vítores y palmadas de aliento se sucedían, mientras yo no dejaba de aborrecer esa animosidad. Minutos antes había sentido en mi mente como un cuchillo, la cobardía de toda esa gente.

« Malditos hipócritas, si llega a ser por ellos, esta niña estaría muerta», pensé sentándome al borde de la acera.

Curiosamente mis amigos se alejaron de mí, en vez de juntos disfrutar juntos de nuestra heroicidad. En sus ojos, advertí que el miedo no había desaparecido sino que continuaba creciendo en una espiral aterradora.

― ¿Qué os pasa?― pregunté, sin obtener respuesta.

La razón de esa actitud tan esquiva y rara no podía ser otra que saberse usados. Contra su voluntad, les había forzado y aunque ahora tenían el reconocimiento inmerecido de sus vecinos, no podían olvidar la violación que habían soportado y sin ser al cien por cien conscientes que el causante era yo, un resquemor cercano al odio les hacía apartarse de donde me había sentado.

«Sé prudente», las palabras de mi padre volvieron a resonar cruelmente en mis oídos, « no nos entienden y lo que no se entiende, se odia».

Enojado pero sobretodo incrédulo por tamaña injusticia, cogí mi vespa alejándome del lugar. Mi padre me estaba esperando en las escaleras de entrada. Supe que de algún modo se había enterado de mi aventura y por su cara, no estaba demasiado contento con el hecho de que su hijo se hubiese puesto voluntariamente en peligro.

―Gonzalo, me acaban de llamar de Oropesa. Era el alcalde y un agradecido padre. Por lo visto, en vez de practicar tus poderes, acabas de salvar a una niña.

Sin poder soportar su mirada, bajé mi cabeza, avergonzado. Cuando mi viejo estaba realmente encabronado, sus broncas eran duras e inmisericordes, nunca dejaba ningún resquicio sin tocar y con un afán demoledor, asolaba cualquier defensa que el autor de la afrenta intentara esgrimir en su favor. Por eso, ni intenté defenderme y esperé pacientemente que empezara a machacarme.

― ¿Cuéntame que ha pasado?

Entre todos los posibles escenarios que había previsto, el que mi padre, antes de opinar, pidiera oír mi versión, era el que menos posibilidades de hacerse realidad y por eso, y quizás también por mi inexperiencia, pensé que me había librado. Dando rienda suelta a mi ineptitud, le fui dando todos los detalles de lo que había pasado. Le hablé del incendio, del brazo pidiendo ayuda, de cómo había tenido que obligar a mis compañeros a ayudarme y su posterior rechazo. Cuando hube terminado, levanté mi mirada buscando su consuelo.

― ¡Eres idiota!, ¡En qué cabeza cabe hacer uso de tus poderes en público!, ¡Qué clase de imbécil he criado!― me gritó.

Tratando de defenderme, le repliqué que me vi obligado por las circunstancias y que de no haber obrado así, una niña hubiera muerto abrasada. No esperaba comprensión de su parte, pero tampoco su avasalladora regañina.

―Quizás si fuera humano, me sentiría orgulloso de que el insensato de mi hijo arriesgara su vida para salvar la de un inocente, pero resulta que no lo soy y la vida de una niña es insignificante en comparación con la de uno de nosotros. ¿No te das cuenta que de haber muerto, hubiese desaparecido sin remedio uno de los más grandes linajes que hayan pisado la tierra? Tu vida no te pertenece, debes crecer, madurar y procrear a tu reemplazo antes de que sea realmente tuya.

Las venas de su cuello, inflamadas hasta grotesco, no dejaban lugar a dudas, estaba cabreado.

―Y encima, no has tenido ni la precaución más elemental de pasar desapercibido. Tus cuatro amigotes saben que han sido manipulados de alguna forma. Si sigues actuando tan a la ligera, no solo te pondrás en peligro sino que pondrás a toda la casa en la mira de la plebe. Ahora, vete a comer y recapacita sobre lo que has hecho. Esta tarde deberás cambiarte al refugio, no te quiero aquí poniéndonos en peligro. Debemos extremar al máximo todas las precauciones, mientras te alecciono en tus poderes.

Mi padre me había echado de casa. Según él, allí habría menos testigos de mis meteduras de pata al estar apartado. Toda esa tarde estuve ocupado trasladándome al pequeño edificio situado en una esquina de la finca, lejos de la casa principal pero al alcance de mi padre. En el refugio, podría seguir mi evolución sin intrusos ni curiosos.

Había sido construido por mi abuelo y las malas lenguas decían que lo había hecho para que allí viviera una de sus amantes, aunque la realidad era mucho peor: su razón de ser fue la de disponer de un lugar donde cometer sus felonías. Entre sus muros, mi abuelo dio rienda a su locura y allí, docenas de mujeres murieron en sus manos hasta que mi propio padre tuvo que poner fin a ello, ingresándolo en un manicomio. Mi abuela, la verdadera portadora de nuestro gen, no pudo soportar en lo que se había convertido su marido y cogiendo una pistola, se suicidó en el salón. A raíz de todo ello, mandó reformarlo a su estado actual, un coqueto chalet de dos habitaciones, con su área de servicio.

Cuando se enteró mi madre de lo que había ordenado, se puso como una fiera. Bajo ningún concepto iba a admitir que la separaran de su hijo. Solo aceptó al ordenárselo mi padre haciendo uso de su poder. Fue la primera vez que experimenté la sensación extraña de sentir como se apoderaba de una voluntad. Mi estómago se revolvió al notar que era una muñeca en sus manos, ella nada pudo hacer y lo más increíble fue la forma tan sutil con la que le indujo a aceptarlo. Preocupada por mí, creyó obligar a mi padre a aceptar que una persona de su confianza fuera la encargada de servirme, pensando que de esa forma iba a estar al corriente de todo lo que ocurriera. Lo que no supo nunca es cómo mi viejo había influido en su elección y que sus reticencias a que Isabel fuera la elegida, no fueron más que teatro ya que había dispuesto que la criada me enseñase todo lo que debía saber sobre sexo.

Al llegar esa noche a la casa de invitados, estaba ilusionado con mi nueva vida. El traspié de esa mañana y el rapapolvo de mi viejo se me antojaban muy lejanos. Mi mente infantil no era consciente de los esfuerzos y trabajos que me tenía preparado y menos aún, de la responsabilidad intrínseca que suponía el someter a una persona. Algo parecido le ocurría a la criada. Isabel había aceptado al instante el ocuparse de mí. Veía en eso la oportunidad de su vida, creyendo que al tenerme veinticuatro horas para ella, iba a hacer conmigo su entera voluntad.

La cocina del chalet era tipo americana, con el salón―comedor incorporado, por lo que esa noche y mientras veía la televisión pude observar como cocinaba. Estaba encantada, no paró de cantar y reír, feliz por la libertad que le daba su nuevo puesto. Era la dueña y señora de la casa. No tenía que rendir cuentas a nadie. Yo por mi parte no podía dejar de mirarla, me excitaba la idea de volver a acostarme con ella. Sabía que estaba a mi alcance, que con un solo pensamiento sería mía, pero mi padre había sido muy claro en ese tema: tenía que dejar que ella fuera la que tomara la iniciativa, no debía estimularla.

Cuando la cena estuvo lista, me ordenó que me fuera a lavar las manos para cenar. Me molestó que me tratara como un crío, no en vano nadie mejor que ella sabía que el día anterior había dejado de serlo. Estuve a punto de negarme, de mandarla a la mierda, pero recordé que debía de seguir con el plan diseñado y mordiéndome un huevo, obedecí sin rechistar.

La cena estuvo deliciosa, Isabel se había esmerado para que así fuera. Nunca había podido demostrar sus dotes de cocinera en la casa de mis padres pero ahora que era ella la jefa, no desaprovechó su oportunidad, brindándonos un banquete de antología. Y digo brindándonos, porque esa noche ella tuvo el descaro de cenar conmigo en la mesa. Parecía una cita, había previsto todo. Al sacar el pescado del horno, me miró con esa expresión traviesa que ya conocía y me dijo:

― Hoy por ser una ocasión especial y si no se lo dices a tus padres, abrimos una botella de cava para celebrar tu primera noche aquí.

No me dio tiempo de contestar ya que, sin esperar mi respuesta, Isabel había descorchado uno de los mejores caldos que había en la bodega y sirviendo dos copas, brindó por los dos. El vino era nuevo para mí, nunca lo había probado, por lo que prudentemente solo tomé un poco mientras ella daba buena cuenta del resto.

La curiosidad de la mujer le indujo a preguntarme sobre los motivos que habían llevado a mi padre a mandarme allí. Ante la ausencia de una respuesta clara por mi parte, Isabel dedujo que por algún motivo mi padre se había disgustado conmigo.

―Eso debió pasar― sentencié, intentando cambiar de tema.

En el postre, el alcohol ya había hecho su efecto y, su conversación se tornó picante, pidiéndome que le diera detalles de cómo había desvirgado a la novia de mi primo. Decidí complacerla. En silencio, escuchó de mi boca, como Ana se había metido en mi cama buscando vengarse de mi primo y como siguiendo sus enseñanzas, la había desnudado. Su cara no pudo de dejar de reflejar la satisfacción que sintió cuando mintiéndole le dije que, después de haber visto su cuerpo, el de la muchacha me había parecido sin gracia.

― ¿Por qué dices que te resultó insulso?― me preguntó medio excitada por mis palabras.

― Era el cuerpo de una niña, el tuyo, en cambio, es el de una mujer― contesté dorándole la píldora. ― Tú fuiste la primera, mi maestra.

Poco a poco estaba llevándola donde quería. Sus pezones se empezaron a marcar bajo su vestido mientras, atenta, me escuchaba.

― Y teniéndola desnuda, ¿qué hiciste?―

― ¿Recuerdas cómo me enseñaste a excitar tu sexo? ¿Recuerdas cómo me dijiste que usara mi pene?― sin ningún disimulo la estaba calentando al obligarle a rememorar nuestro encuentro.

― Claro, que me acuerdo― me contestó.

Observé que, siguiendo un acto reflejo involuntario, se estaba acariciando los pechos.

― Pues usando la misma técnica, separé los labios de su sexo y usando mi lengua, me apoderé de su botón.

― ¿Le comiste allí abajo?― me preguntó alucinada por lo mucho que había aprendido su alumno.

― Sí y como me adiestraste, no paré hasta que se corrió en mi boca mientras yo pensaba en ti. Deseé que en ese instante hubiera sido el tuyo el que hubiese estado en mi boca.

Era consciente de estar mintiéndola pero al ver cómo le estaba afectando mi relato, no dejé de hacerlo. Isabel, totalmente cachonda, lo trataba de disimular cerrando sus piernas pero hacer eso, lejos de tranquilizarla al oprimir su cueva lo que estaba haciendo era excitarla aún más.

― ¿Y después?― me pidió que continuara.

Se la veía ansiosa de masturbarse y solo la vergüenza de hacerlo en frente de un niño, la paralizaba.

― No te sigo contando si no prometes hacérmela― le solté de improviso, confiando en que estuviera lo suficiente caliente para no negarse.

― ¿Hacerte qué?

― Una mamada.

― ¡Niño! ¿Estás loco? ¿Te crees que soy tu puta y que estoy dispuesta a complacerte cada vez que se te antoje?― me gritó, mientras recogía los platos, molesta por mi actitud pero creo que también por lo cerca en que había estado de caer en mi trampa.

― Tú te lo pierdes― le contesté dejándola sola y enfadado conmigo mismo subí a mi habitación, pensando en que había fallado.

Sin saber la razón, estaba acalorado. No hacía tanto temperatura esa noche por lo mejor que podía hacer era darme una ducha de agua fría. El agua helada me hizo recapacitar acerca de lo ocurrido. Me había adelantado. Si no hubiese tenido tanta prisa en experimentar que se sentía, en ese momento hubiese sido objeto de la primera felación de mi vida. Al salir de la ducha, salí congelado con la piel de gallina. Quería secarme por lo que extendí mi mano para recoger la toalla pero cual no fue mi sorpresa de encontrarme a Isabel en mitad del baño.

― Déjame que te seque me rogó con voz apenada― siento lo de antes, pero es que me pillaste en fuera de juego.

Sin decirme nada más, sus manos empezaron a secarme los hombros y la espalda. Seguía alegre por el alcohol, sus movimientos eran torpes y al llegar a mi trasero, se sentó en el suelo. No pudo reprimir darme un beso en las nalgas mientras secaba esmeradamente mi miembro. Dejándome hacer, me dio la vuelta de forma que su boca quedó a la altura de mi pene, el cual empezaba a mostrar los efectos de sus maniobras.

― Cuéntame cómo la desvirgaste― me pidió, metiéndoselo en la boca.

Por vez primera, experimenté la calidez de una lengua sobre mi sexo, la dureza de unos dientes rozando mi glande y a una mano que no fuese la mía, masturbándome. No podía negarme a complacerla por lo que, retomando el relato, le expliqué como Ana quiso que la penetrara y como la convencí en que me dejara a mí hacerlo. Incrementó su ritmo al oír mi relato. Le narré como poniéndola tumbada frente a mí, le abrí sus piernas y cogiendo mi pene entre mis manos, se lo coloqué en la entrada de la cueva sin forzarla. Isabel, sin dejar de estar atenta a mis palabras, jugando con mis huevos se los introdujo en la boca mientras su mano seguía masajeando mi extensión.

Pero fue cuando le intenté expresar con palabras lo que había sentido esa noche cuando Ana me abrazó con sus piernas lo que provoco que se rompiera ella misma el himen, Isabel, fuera de sí, llevó sus dedos a su propio sexo y frenéticamente empezó a torturárselo. No podía creer lo bruta que estaba. Sin dejar de chuparme y tocarse, me pidió con gestos que continuara. Con mi respiración entrecortada por el placer que estaba sintiendo, le conté como al ponerle sus piernas en mis hombros, Ana no había dejado de gemir mientras su coño empapaba mi pene. Y coincidiendo con el orgasmo de Ana en mi relato, me vacié en su boca dándole la leche que había venido a buscar. Mi criada no desperdició la ocasión de bebérsela. La sorpresa de ver como se tragaba todo, me impidió continuar y cogiéndola de la cabeza, forcé su garganta introduciéndosela por completo. Curiosamente no sintió arcadas y al contrario de lo que pensé, la violencia de mis actos la estimuló más aún si cabe y retorciéndose como la puta que era, se corrió sobre el mármol del baño.

Nada más recuperarse, se levantó del suelo y tomando mi mano entre las suyas, me llevó a la cama. No me había dado cuenta del frío que tenía pero, al sentir la suavidad de las sabanas contra mi piel, empecé a tiritar. En mi ignorancia infantil, creí que esa noche no había terminado por eso me extrañó que, dándome un beso en la frente, me tapara y con un buenas noches me dejara solo en mi cuarto. No supe o no pude quejarme. Quería que Isabel durmiera conmigo, pero nada más cerrar la puerta, el cansancio me envolvió y tras unos pocos instantes me quedé dormido…

Descansé profundamente, nada perturbó mi sueño durante horas. Fue mi padre el que, al abrir las persianas de mi habitación, me despertó diciendo:

― Levántate, ¡perezoso!, te espero desayunando.

El hecho de que mi padre , el cual nunca se había ocupado de mí, me levantase, era una muestra más de lo que había cambiado nuestra relación en pocos días. Creo que Don Manuel, mi viejo, por fin podía compartir la pesada carga y que, aunque lo sentía por mí, en el fondo se alegraba de que siguiera su estirpe. Rápidamente, me duché y bajando al comedor, me lo encontré tomándose un café.

― Buenos días, Papá.

― Buenos días, hijo. Siéntate que quiero hablar contigo― se le veía relajado, observándole no encontré nada de la tensión de las últimas veces. ―Hoy tenemos un día bastante ajetreado. Debes empezar a practicar tus capacidades. Como sabes, no es fácil controlarlas y solo la constancia, hará que tu vida no acabe antes de tiempo.

― ¿Qué quieres que haga?― le pregunté.

― Lo primero cuéntame cómo te fue ayer en la noche.

Que fuera tan directo, me avergonzó. Todavía no me había acostumbrado a abrirme completamente ante él.

Mis mejillas debían de estar totalmente coloradas y sin mirarle a los ojos, empecé a contarle como había conseguido que la criada me hiciera una felación. Me escuchó atentamente sin hablar, dejándome que me explayara en la contestación, interrumpiéndome solo para preguntarme que había pensado cuando se negó y cuál era mi conclusión de mi experiencia.

No supe que contestarle.

― Mira, Gonzalo. La diferencia de edad, entre Isabel y tú, hace que ella tenga dos sentimientos contradictorios. Por una parte, se avergüenza de acostarse con un chaval pero, por otra parte, le excita ser tu maestra. La idea de ser la primera mujer en enseñarte las delicias del sexo es algo superior a sus fuerzas. Debes de explotar este aspecto. Lejos de ser un impedimento, si lo usas en tu favor será la baza que te permitirá dominarla: Utiliza su vanidad, nadie está vacunado a los piropos, exprime su instinto materno, hazte el indefenso para que te acune en sus brazos y si es necesario chantajéala, lo importante es que no se pueda negar a seguir enseñándote. Pero siempre, ¡ten tú el control!, haz que sin darse cuenta la muchacha termine bebiendo de tus manos y entonces y solo entonces, aprovéchate de ella.

La frialdad con la que trataba el tema, me hizo conocer por segunda vez que opinaba del resto de los mortales. Para mi padre eran poco más que el ganado del que nos alimentábamos, eran un medio para nuestra gloria pero también un medio peligroso que había que tratar con cuidado. Estuvimos hablando de cómo tenía que conseguirlo durante el resto del desayuno, pero nada más terminar me llevó a dar una vuelta a la finca. No quería que nadie nos interrumpiera.

Al llegar al picadero, nos tenían preparados los caballos. Mi padre iba a montar a Alazán y yo, mi favorita, una yegua llamada Partera. Comprendí que esa iba a ser mi primera lección del día.

―Gonzalo, los animales están acostumbrados a que los humanos les manden, nuestro don también le afecta. Llama a tu montura que venga a ti.

No se me había pasado por la cabeza que pudiéramos usarlos de la misma manera que a los humanos pero tras pensarlo un momento me pareció lógico el que así fuera, ya que su poder mental era menor aunque existiera la dificultad de su irracionalidad.

Me resultó sencillo llamarla a mi lado. Partera era una yegua muy dócil y soltándose del peón que la traía, vino trotando a que la acariciara.

―Fíjese, jefe. Su hijo ha heredado su facilidad con los bichos― comentó el operario a mi padre. Mi viejo le sonrió sin contestarle.

Sin más preámbulo, salimos trotando de las caballerizas con dirección al arroyo que cruzaba la finca. Durante el trayecto, me fue explicando que lo importante era que aprender a utilizar métodos indirectos para conseguir que me obedecieran. Cuanto más sutil fueran, menos oportunidades tenían de darse cuenta de que estaban siendo dirigidos. Me dio un ejemplo práctico; sin que me diese cuenta, me había obligado a quitarme la bota para rascarme el pié en marcha.

―Analiza la burrada que te he hecho hacer y no te has dado ni cuenta. Quería que te quitaras la bota y en vez de ordenarte que lo hicieras, lo que he hecho es inducirte que te picara el pie. Tú mismo, sin mi intervención, te la has quitado para rascarte.

Estaba alucinado por la forma en que había sido objeto de su manipulación pero cuando realmente me di cuenta de su poder, fue cuando de improviso frené de golpe al caballo y saliendo despedido, choqué abruptamente contra el suelo.

― Ves hijo, ahora si has sido consciente de haber sido usado― me dijo riéndose a carcajadas― esa es la diferencia entre una orden bien dada y una orden abusiva. Debes evitar practicar esta segunda.

Después de unos momentos de indefinición y viendo el ridículo que me había hecho hacer, me uní a mi padre en su risa. Pero cuando al intentar vengarme, intenté hacer lo mismo, es decir, obligarle a caerse de su caballo, lo único que conseguí fue un enorme dolor de cabeza.

― Eres todavía demasiado débil para enfrentarte a mí. Pero está bien que lo hayas intentado― me informó con una sonrisa en sus labios y una expresión orgullosa en sus ojos, ―sigue así, el día que lo consigas no tendré más que enseñarte.

La jaqueca me duró más de media hora, siendo un castigo excesivo para mi travesura, fue una forma excelente que no se me olvidara. Como dice el viejo refrán: sabe más el diablo por viejo que por diablo. Y en este caso aunque compartía con mi padre el mismo don, el me llevaba muchos años de práctica. El resto de la mañana fue inolvidable, mi viejo me enseñó diversas técnicas y mañas que yo fui asimilando. Echando la vista atrás, esa mañana lo que verdaderamente hice fue comprender su extraña forma de ser. Los esfuerzos, que me obligó a realizar durante esas pocas horas, consiguieron que a la una del mediodía, terminara realmente agotado. Por eso nada más llegar a la casa de invitados, me fui directamente a la cama.

Isabel intentó despertarme a las dos para que bajara a comer pero, entre sueños, le dije que me dejara descansar que estaba cansado. Cuando empezó a preocuparse fue al darse cuenta sobre las seis de la tarde que todavía no había bajado. Al entrar en mi habitación me tomó la temperatura. Estaba hirviendo, Isabel, asustada al comprobar que tenía más de cuarenta grados de fiebre, llamó a mi padre. Por lo visto debía ser normal, un efecto secundario al uso de mi nuevo poder, porque mi viejo al oírla le dijo que no se preocupase que lo único era que debía evitar que pasase frío. Nunca en su vida, había tenido la responsabilidad de cuidar de un niño, quizás por eso le contestó que si no era mejor que llamara a un médico. Mi padre fue inflexible, se negó de plano y además aprovechó para prohibirle que molestara a mi madre:

―Si mi esposa se entera, va a querer que Gonzalo vuelva a la casa― contestó.

La criada, temiendo perder su recién estrenada libertad, no le insistió más. Nerviosa y preocupada, me arropó con dos mantas y yendo a la cocina, me preparó un consomé. Al volver con el caldo, mi temperatura había subido aún más y ya empezaba a delirar; cuando entró la confundí con Ana y tratándola de besar, le pedí que nunca me volviese a abandonar.

Con lágrimas en los ojos, producto de su preocupación pero también por el significado de mis palabras, me dijo:

―Mi niño, como puedes pensar que te dejaría― y cariñosamente me abrazó, estrechándome entre sus brazos. El sentir sus pechos contra mi cara, alborotó mis hormonas y sin ser realmente consciente de lo que hacía, empecé a besárselos. ―Son tuyos― me dijo separando mis labios de su escote, ―pero ahora estás enfermo y no debes fatigarte.

Acto seguido y no sin dificultad, consiguió que me bebiera el consomé. Con el estómago caliente, caí nuevamente dormido. Isabel me estuvo velando toda la tarde, solo levantándose de mi vera para preparar algo de cenar. Al volver con la bandeja de la comida me encontró muy mejorado, la fiebre me había bajado.

― ¡Menudo susto me has dado!― y dándome un beso en la boca, me dijo― ¡Ni se te ocurra volver a hacerlo

Le comenté que no me acordaba de nada y que lo único que sentía era un frío enorme. Fue entonces cuando ella me explicó que había pasado y sin hacer caso a mis protestas, me obligó a comerme todo lo que había preparado.

― Sigo helado― le dije guiñándole un ojo al terminar.

― Eres un pillín― me contestó y quitándose la ropa, se metió entre mis sabanas a darme calor… calor del bueno.

Nada más tumbarse, me apoderé de sus pechos. Sus pezones recibieron mis besos mientras ella me pedía que me tranquilizara que teníamos toda la noche.

― ¡Déjame a mí!― me pidió y sin esperar mi respuesta, me fue desabrochando los botones de mi pijama a la vez que me cubría de besos. Una vez desnudo, me ordenó que no me moviera que solo sintiera el contacto de su cuerpo. ―Un buen amante debe saber que el órgano sexual más grande, no es éste― me dijo cogiendo mi pene entre sus manos― sino su piel.

― Sí, ¡maestra!― contesté.

Mi respuesta le satisfizo y cogiéndome del pelo, llevó mi cara a sus enormes cantaros, diciéndome:

― Debes de aprender a tratar los pechos de una mujer y para ello, debes de recordar primero que al nacer son tu alimento. Quiero que te imagines que soy madre y que tú eres mi bebé.

Como buen alumno, puse mi boca en su pezón y con mi mano imité el movimiento de los cachorros al mamar, apretando su seno mientras la chupaba. Isabel gozó desde el primer momento con esa fantasía y gimiendo con la voz entrecortada, me decía que era un buen niño, que tenía que crecer y que nada mejor que la leche materna para conseguirlo. Poco a poco se fue excitando y cuando considerando que ya había comido suficiente de un pecho, me cambio de lado. Decidí entonces que ya me había cansado de hacer lo mismo por lo que, en vez de chupárselo, se lo mordí. Ella, al sentir mis dientes sobre su pezón, no se pudo reprimir y con su mano empezó a masturbarme, mientras me decía:

― No pares, mi niño, no pares.

Envalentonado, seguí torturando su seno, mientras introducía un dedo en su cueva. La encontré empapada por la calentura de su dueña. Si esa fantasía la ponía así, debía explotar la faceta recién descubierta por lo que, siguiéndole la corriente, le susurré al oído:

― ¡Qué rica está la mamá más guapa del mundo!

Al escucharme, se corrió dando un gemido. De no haber tenido un poco de experiencia, me hubiese asustado ver como se retorcía entre gritos de placer. Isabel, totalmente descontrolada, me pedía que no parase y que con mis dedos siguiera hurgando en su interior. La docilidad con la que acataba mis caricias, espoleó mi curiosidad e introduciéndole un tercer dedo esperé una reacción que nunca llegó. Era increíble que le cupieran, tratando de verificar su aguante procedí a encajarle el cuarto. Su cueva se resistió pero conseguí hacerlo. Cuando intenté moverlos para comprobar el resultado, con chillidos histéricos me exigió más. El flujo de su sexo había formado un pequeño charco en la sábana, señal del placer que la tenía sometida El sexo de la muchacha, ya dilatado, permitía con una facilidad pasmosa mis toqueteos. Sus orgasmos se sucedían sin pausa. Totalmente picado en averiguar su resistencia, quise probar con la mano entera y para ello, le ordené que separara aún más sus piernas.

Sin preguntarme el motivo, me obedeció mansamente, de forma que disfruté de la visión de sus labios hinchados y sin saber porqué, me apoderé de su clítoris mordisqueándolo mientras mi mano se iba hundiendo en su interior. El dolor por mi invasión la hizo llorar pero como no me pidió que los sacase yo no lo hice. Todo lo contrario, cerrando mi puño, empecé a tantear la pared de su vagina como si de un saco de boxeo se tratara.

― No, por favor, ¡para!― gritaba pataleando.

Y por primera ocasión, no hice caso a mi maestra sino que alterné mis movimientos, intentando sacar mi mano cerrada e introduciéndola después. Varias veces me hizo daño con sus piernas al intentar zafarse de mi ataque pero, tras unos segundos, el placer volvió a dominarla y con grandes espasmos, se vació sobre mi brazo. Fue demasiado esfuerzo, sin que pudiera hacer nada por evitarlo, se desmayó en la cama. Nadie se había desmayado jamás en frente mío por lo que me costó un mundo, el reaccionar. Al principio creí que la había matado pero pegando mi cara a su pecho, oí con júbilo que su corazón seguía latiendo. Sin tener una idea clara de cómo debía de actuar, me levanté al baño a por un vaso de agua y espolvoreándosela en la cara, conseguí reanimarla.
Isabel salió, de su trance un tanto desorientada y tras unos instantes de vacilación, dándome un abrazo me dijo:

―El alumno ha superado a su maestra.

Al preguntarle por el significado de sus palabras, me explicó que la había llevado a cotas de excitación nunca alcanzadas y que si había perdido el conocimiento era debido al orgasmo tan brutal que le había provocado.

― Entonces, ¿Soy un crío?― le pregunté mientras le acariciaba su cabeza.

― No, un crío no puede ser mi dueño― me contestó sin caer en la cuenta de que era verdad y que estaba totalmente entregada a mis deseos.

― ¿Entonces?, ¿Cómo quieres que trate a mi hembra?― le repliqué poniéndome encima y tratando de penetrarla.

― Espera que estoy muy abierta, vamos a probar otra cosa― me dijo dándose la vuelta y mojándose la mano en su flujo, lo extendió por los bordes e interior de su ano.

Arrodillada sobre las sábanas, me esperaba. En un inicio no supe que quería hacer, cuáles eran sus intenciones, ya que ninguno de mis compañeros me había hablado nunca del sexo anal pero ella, viendo mi indecisión, alargó su mano, colocó mi miembro en la entrada de su culo. Tuve que vencer la repugnancia que sentía de meterlo en el mismo agujero por el que hacía sus necesidades. Habiéndolo conseguido, fui introduciéndoselo despacio de forma que pude experimentar la forma en que mi extensión iba arañando su interior hasta llenarla por completo. Era una sensación diferente a hacerlo por delante, los músculos de ella aprisionaban mi pene de una forma distinta a como lo hacía su coño pero, analizando mis impresiones, decidí que me gustaba. Ella, por su parte, esperaba ansiosa que me empezara a mover mientras se acostumbraba sin moverse apenas a tenerlo dentro. Ninguno de los dos se atrevía a hablar pero ambos estábamos expectantes a que el otro diera el primer paso. Viendo que ella no se movía, con cuidado empecé moverme en su interior. La resistencia a mis maniobras se fue diluyendo entre gemidos. Poco a poco, me encontraba más suelto, más seguro de cómo actuar. Isabel volvía a ser la hembra excitada que ya conocía, sus caderas recibían mi castigo retorciéndose en busca de su placer mientras mis huevos chocaban contra ella.

― Más rápido― me pidió, frotándose con descaro su clítoris.

La postura no me permitía incrementar mi velocidad por lo que tuve que agarrarme de sus pechos para conseguirlo. De esa forma aceleré mis envites. Su conducto me ayudó relajándose.

― Más rápido― me volvió a exigir, al notar que la lujuria recorría su cuerpo.

Seguía sin sentirme cómodo. Soltándome de sus pechos, usé su pelo como si de unas riendas se tratara. Estaba domando a mi yegua y recordando el modo como me mostró le gustaba que la montara y que se volvía loca cuando le azuzaba mediante certeros golpes en su trasero, le grité cogiendo su melena con una sola mano y con la que me quedaba libre, azotando sus nalgas.: ―Vas a aprender lo que es galopar―

No se lo esperaba. Al recibir su castigo, mi montura rendida totalmente a mis órdenes, se desbocó, buscando desesperada llegar a su meta. Su cuerpo se arqueaba presionando mis testículos contra su piel, cada vez que se encajaba mi sexo en su agujero y se tensaba gozosa esperando el siguiente azote, para soltar un gemido al haberlo recibido. La secuencia estaba muy definida, pene, tensión, azote, gemido, solo tuve que variar el ritmo incrementándolo para conseguir que se derramara salvajemente, bañándome con su flujo. La excitación acumulada hizo que poco después explotara yo también, inundando con mi simiente su interior.

Caí agotado a su lado, con mi corazón latiendo a mil por hora. Tuve que esperar unos minutos para poder hablar. Pero cuando intenté hacerlo, no quiso escucharme y pidiéndome que me callara, me dijo:

― Gonzalo, si se enteran tus padres, me matan y no sé cuánto dure, pero nadie me ha dado tanto placer por eso te doy permiso a tomarme cuando desees.

― ¡Qué equivocada estás!― le repliqué, ―No necesito tu permiso, desde hoy te follaré donde y cuando me apetezca. Si no estás de acuerdo, ¡levántate! y ¡vete de mi cama!

Nunca le había hablado en ese tono, ofendida y con lágrimas en los ojos, salió de entre mis sabanas con dirección al pasillo, pero justo antes de cerrar la puerta, volvió corriendo y arrodillándose a mi lado, me pidió perdón. Acariciándole la cabeza, la tranquilicé y abriendo la cama para que volviera a acostarse conmigo, le expliqué:

― Aunque seas mi puta, sigues siendo mi maestra y espero que sigas así enseñándome.

Nada más acurrucarse a mi lado me preguntó:

― ¿Qué es lo que te gustaría probar?―

Soltando una carcajada, le respondí:

― ¡A dos mujeres!

Me miró divertida, como única respuesta, se introdujo mi pene en su boca asintiendo…

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herederas3

Relato erótico: “Atraído por……3, mi negra me consigue otra criada” (POR GOLFO)

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Meaza dormía a mi lado. Todavía no se había dado cuenta que estaba despierto, lo que me dio la oportunidad de mirarla mientras descansaba. Su belleza negra se realzaba sobre el blanco de las sábanas. Me encantaba observarla, sus largas piernas, perfectamente contorneadas, eran un mero anticipo de su cuerpo. Sus caderas, su vientre liso, y sus pequeños pechos eran de revista. Las largas horas de gimnasio y su herencia genética, le habían dotado de un atractivo más allá de lo imaginable.
Pero lo que realmente me tenía subyugado, era la manera con la que se entregaba haciendo el amor. Cuando la conocí, se lanzó a mis brazos, sin saber si era una caída por un barranco, sin importarle el poderse despeñar, ella quería estar conmigo y no se lo pensó dos veces. Tampoco meditó que iba a significar para su familia, que yo fuera blanco, y cuando su padre la repudió como hija, mantuvo su frente alta, y orgullosamente se fue tras de mí.
Ahora, la tenía a escasos centímetros y estaba desnuda. Sabiendo que no se iba a oponer, empecé a acariciarla. Su trasero, duro y respingón, era suave al tacto. Anoche, había hecho uso de él, desflorándolo con brutalidad, pero ahora me apetecía ternura.
Pegándome a su espalda, le acaricié el estómago, no había gota de grasa. Meaza era una mujer delgada, pero excitante. Subiendo por su dorso me encontré con el inicio de sus pechos, la gracia de sus curvas tenían en sus senos la máxima expresión. La gravedad tardaría todavía años en afectarles, seguían siendo los de una adolescente. Al pasar la palma de mi mano por sus pezones, tocándolos levemente, escuché un jadeo, lo que me hizo saber que estaba despierta.
La muchacha, que se había mantenido callada todo ese rato, presionó sus nalgas contra mi miembro, descubriendo que estaba listo para que ella lo usase. No dudé en alojarlo entre sus piernas, sin meterlo. Moviendo sus caderas con una lentitud exasperante, expresó sus intenciones, era como si me gritase: -Te deseo-.
Bajando un mano a su sexo, me lo encontré mojado. Todavía no me había acostumbrado a la facilidad con la que se excitaba, y quizás por eso me sorprendió, que sin pedírselo, y sobretodo sin casi prolegómenos, Meaza levantando levemente una pierna, se incrustara mi extensión en su interior.
La calidez de su cueva me recibió sin violencia, poco a poco, de forma que pude experimentar como centímetro a centímetro mi piel iba rozando con sus pliegues hasta que por fin hubo sido totalmente devorado por ella. Cogiendo un pezón entre mis dedos, lo apreté como si buscara sacar leche de su seno. Ella al notarlo, creyó ver en ello el banderazo de salida, y acelerando sus movimientos, buscó mi placer.
Su vagina, ya parcialmente anegada, presionaba mi pene, cada vez que su dueña forzaba la penetración con sus caderas, y lo soltaba relajando sus músculos, al sacarlo. Nuestros cuerpos fueron alcanzando su temperatura, mientras nuestra pieles se fundían sobre el colchón.
Separando su pelo, besé su cuello y susurrándole le dije:
-¿Cómo ha amanecido mi querida sierva?-
Mis palabras fueron el acicate que necesitaba, convirtiendo sus jadeos en gemidos de placer, y si de su garganta emergió su aceptación, de su pubis manó su placer en oleadas sobre la sábana. “Primer orgasmo de los múltiples que conseguiría esa mañana”, pensé mientras le mordía su hombro. Mis dientes, al clavarse sobre su negra piel, prolongaron su clímax, y ya, perdida en la lujuria de mis brazos, me pidió que me uniese a ella.
-Tranquila-, le contesté dándole la vuelta.
El brillo de sus ojos denotaba su deseo. Meaza me besó, forzando mi boca con su lengua. Juguetonamente, le castigué su osadía, mordiéndosela, mientras que con mis manos me apoderaba de su culo.
-Eres una putita, ¿lo sabías?-
-No, mi amo, ¡soy tu puta!-, me contestó sonriendo, y sin esperar mi orden se sentó a horcajadas sobre mí, empalándose.
Chilló al notar que la cabeza de mi glande chocaba con la pared de su vagina. No fue por dolor, al contrario se sentía llena, cuidada, y agradeciéndoselo a mí, su dueño, sensualmente llevó sus manos a sus pechos y pellizcándolos, me dijo:
-Amo, si soy buena, me premiarías con un deseo-.
-Veremos-, le contesté acelerando mis incursiones.
Sabía que fuera la que fuera su petición, difícilmente me podría negar, y más cuando dándome como ofrenda sus pechos, me los metió en mi boca, para hacer uso de ellos. Sus aureolas casi habían desaparecido al erizársele los pezones. Duros como piedras, al torturarles con mis dientes, parecieron tomar vida propia y obligaron a la mujer a gemir su pasión.
-¡Muévete!-, le exigí al notar que mi excitación iba en aumento.
Obedeciéndome, su cuerpo empezó a agitarse como si de una coctelera se tratase, licuándose sobre mis piernas. Con la respiración entrecortada, me rogó que la regase con mi semen, que ya no podía aguantar más. Muchas veces había oído hablar de la eyaculación femenina, pero nunca había experimentado que una mujer se convirtiera en una especie de geiser, lanzando un chorro fuera de su cuerpo, mientras tenía clavado mi miembro en su interior. Por eso, me quedé sorprendido y sacando mi pene, me agaché a observar el fenómeno.
Justo debajo de su clítoris, su sexo tenía un pequeño agujero del que salía a borbotones un liquido viscoso y transparente. Me tenía pasmado ver que cada vez que le tocaba su botón del placer, volvía a rugir su cueva, despidiendo al exterior su flujo, por lo que decidí probar su sabor.
Lo que sucedió a continuación no tiene parangón. Mientras mi lengua se apoderaba de sus pliegues, Meaza se hizo con mi pene, introduciéndoselo completamente en la boca y usando su garganta como si fuera su sexo, comenzó a clavárselo brutalmente. Yo, maravillado por mi particular bebida, busqué infructuosamente secar el manantial de su entrepierna y ella, masajeando mis testículos, se lo insertaba a la vez hasta el fondo.
Con mi sed, totalmente satisfecha, me pude concentrar en sus maniobras. Estaba siendo el actor principal de una película porno, la negrita era un pozo de sorpresas, cogiendo mi mano se la llevó a la nuca para que le ayudara. Fue entonces, cuando sentí que me corría y presionando su cabeza contra mi sexo, en grandes oleadas de placer me derramé en el interior de su garganta. Meaza no se quejó, sino que absorbió ansiosa mi semen, y disfrutando realmente siguió mamando hasta que dejó limpio todo mi pene, y viendo satisfecha que lo había conseguido, me miró diciendo:
-¿Le ha gustado a mi amo?-
Solté una carcajada, era una descarada pero me volvía loco. La negrita se hacía querer y lo sabía, por lo que dándole un azote le dije que me iba a bañar.
Debajo de la ducha, medité sobre la muchacha, no solo era multiorgásmica, sino que era una verdadera maquina de hacer el amor, y lo mejor de todo que era mía. Todavía recordaba como la había conocido, y como entre ella y Maria habían planeado tomarme el pelo. Su plan falló por un solo motivo, Meaza se había enamorado dando al traste toda la burla.
Saliendo de la ducha, me encontré a la mujer preparada para secarme. Su sumisión era algo a lo que podría acostumbrarme, pero aún era algo que me encantaba sentirla siempre dispuesta a satisfacerme hasta los últimos detalles. Levantado los brazos dejé que lo hiciera.
-Fernando-, me dijo mientras me secaba,-¿me vas a conceder mi deseo o no?-.
Tenía trampa, y por eso le pregunté cual era antes de darle mi autorización. Arrodillándose a mis pies, me miró con cara de pícara, y me contestó:
-Mi amo es muy hombre, y necesito una ayudante-.
La muy ladina, me quería utilizar para sus propios propósitos, lo supe al instante, pero la idea, de tener dos mujeres a mi disposición, me apetecía y sabiéndome jodido le dije:
-¿Tienes alguien en mente?-
Sonriendo, me respondió:
-María puede ser una buena candidata, siempre que no te moleste-.
Mi buena sumisa estaba usando sus dotes, sabiendo que no me iba a negar, ya que de esa forma mataba dos pájaros de un tiro, me vengaba y la satisfacía. Me reí de su cara dura, y besándola le exigí que quería desayunar.
-Lo tiene en la mesa, ya servido, como cada mañana, mi querido amo, y el día que no lo tenga: ¡castígueme!-.
……………………………………………………………………..
El trabajo en la oficina me resultó monótono, por mucho que intentaba involucrarme en la rutina, mi mente volaba pensando en que sorpresa me tendría esa noche, mi querida negrita. Desde que apareció en mi puerta hace varios jornadas, se había ocupado de que mi vida fuera cada vez más interesante y divertida.
Era parte de su carácter, no podía evitar el complacerme, según me había confesado, en realidad, pensaba que había nacido para servirme, y que ya no tenía sentido su existencia sin su dueño. Meaza podía parecer dócil, y lo era, pero recapacitando me convencí que detrás de esa máscara de dulce sumisión, estaba una manipuladora nata. “Tiempo al tiempo”, pensé, “ya tendré muchas oportunidades de ponerla en su sitio, pero mientras tanto voy a seguirle la corriente”.
A la hora de comer, me había llamado pidiéndome que no llegara antes de las nueve de la noche, que la cena que me iba a preparar tardaba en cocinarse. La entendí al vuelo, y por eso al terminar decidí irme a tomar una copa al bar de abajo.
En la barra, me encontré con Luisa y su gran escote. Treinteañera de buen ver, que en varias ocasiones había compartido mi cama.
-¿Qué es de tu vida?, ¡golfo!, que ya no te acuerdas de tus amigas-, me dijo nada más verme. Coquetamente me dio dos besos, asegurándose que el canalillo, entre sus dos pechos, quedara bajo mi ángulo de visión.
-Bien-, le contesté parando en seco sus insinuaciones. Si no me hubiera comportado de manera tan cortante, la mujer no hubiese parado de mandarme alusiones e indirectas hasta que le echara un polvo, quizás en el propio baño del lugar.
-Joder, hoy vienes de mala leche-, me contestó indignada, dándose la vuelta y yendo a intentar calmar su furor uterino en otra parte.
Una medio mueca, que quería asemejarse a una sonrisa, apareció en mi cara, al percatarme que algo había cambiado en mí. Antes no hubiese desaprovechado la oportunidad y sin pensármelo dos veces, le habría puesto mirando a la pared .En cambio, ahora, no me apetecía. Solo podía haber una razón, y, cabreado, me dí cuenta que tenia la piel negra y rostro de mujer.
Sintiéndome fuera de lugar, vacié mi copa de un solo trago, y saliendo del local me di un paseo. El aire frío que bajaba de la sierra me espabiló y con paso firme me fui a ver que me deparaba mi negrita.
Me recibió en la puerta, quitándome la corbata y la chaqueta, me pidió que me pusiera cómodo, que como había llegado temprano, la cena no estaba lista. Sonreí al ver, sobre la mesa del comedor, la mesa puesta. Sabía que era buena cocinera, ya que había probado sus platos, pero al ver lo que me tenía preparado, dudaba que fuera capaz de terminar de cenar y encima desde la cocina, el ruido de las cacerolas me decían que todavía había más comida.
Esperando que terminara, me serví un whisky como aperitivo. Mucho hielo, poco agua es la mezcla perfecta, donde realmente puede uno paladear el aroma de la malta.
-¿Te gusta tu cena?-, me preguntó desde la cocina.
Antes de contestarle me acerqué a ver en que consistía, y como había aliñado los diferentes manjares. Sobre la tabla, yacía María. Se retorcía al ser incapaz de gritar por la mordaza que le había colocado en la boca. Cada uno de sus tobillos y muñecas tenían una argolla con cadenas, dejándola indefensa. Meaza se había ocupado de inmovilizarla, formando una x, que podía ser la clasificación que un crítico gastronómico hubiese dado al banquete.
Sobre su cuerpo, estaba tanto la cena como el postre, ya que perfectamente colocada sobre sus pechos una buena ración de fresas con nata, esperaban ser devoradas.
-Me imagino que la vajilla, no es voluntaria-, le contesté mientras picaba un poco de pollo con salsa de su estómago.
-No, se resistió un poquito-, me dijo, saliendo de la cocina.
Me quedé sin habla al verla, en sus manos traía un enorme consolador, de esos que se usan en las películas porno, pero que nadie, en su sensato juicio, utiliza. Con dos cabezas, una enorme para el coño, y otra más pequeña para el ano.
-¿Y eso?-
-Para que no se enfríe la cena-, me soltó muerta de risa mientras se lo incrustaba brutalmente en ambos orificios.
El sonido del vibrador poniéndose en marcha, me hizo saber que ya era hora de empezar a cenar, y acercándome a mi muchacha, le informé:
-Solo por hoy, te dejo comer conmigo-, y poniendo cara de ignorante, le pregunté:- ¿Cuál es el primer plato?-.
Señalándome el pubis depilado de María, me dijo:
-Paté-.
-Haz los honores-
Orgullosa de que su amo le dejara empezar, recogió un poco entre sus dedos, y acercándolo a mi boca, me susurró:
-Recuerda que siempre seré la favorita-.
-Claro-, le respondí dándole un azote, –pero, ahora mismo, tengo hambre-.
El trozo que me dio no era suficiente, por lo que cogiendo con el cuchillo un poco, lo unté en el pan, disfrutando de la cara de miedo que decoraba la vajilla. Realmente estaba rico, un poco especiado quizás motivado por la calentura, que contra su voluntad, estaba experimentando nuestra cautiva.
-Termínatelo-, le ordené a Meaza.
La negrita no se hizo de rogar y separando los pliegues del sexo de mi amiga, recogió con la lengua los restos. Dos grandes lágrimas recorrían las mejillas de María, víctima indefensa de nuestra lujuria. En plan perverso, haciendo como si estuviese exprimiendo un limón, torturó su clítoris, mientras recogía en un vaso parte de su flujo.
-Prueba tu próxima esclava-, me dijo Meaza, extendiéndome el vaso.
En plan sibarita, removiendo el espeso líquido, olí su aroma y tras probarlo, asentí, confirmándole su buena calidad. Conocía a Maria desde hace cinco años, pero siempre se había resistido a liarse conmigo, diciéndome que como amigo era genial, pero que no me quería tener como amante. Y ahora, era mi cena involuntaria.
El segundo plato, consistía en el guiso de pollo en salsa, que había picado con anterioridad, por lo que cogiendo un tenedor pinché un pedazo.
-Te has pasado con el curry-, protesté duramente a mi cocinera.
-Lo siento, amo-.
Era mentira, estaba buenísimo, pero así tenía un motivo para castigarla. Nuestra presa, se estaba retorciendo sobre la mesa. Aterrada, sentía como los tenedores la pinchaban mientras comíamos, pero sobre todo, lo que la hacía temblar, era el no saber como y cuando terminaría su tortura.
-No te parece, que esta un poco fría-, me dijo sonriendo Meaza, y sin esperar a que le contestara, conectó el vibrador a su máxima potencia.
Como si estuviera siendo electrocutada, María rebotó sobre la tabla, al sentir la acción del dildo en sus entrañas, y solo las duras cadenas evitaron que se soltara de su prisión. El sudor ya recorría su frente, cuando sus piernas empezaron a doblarse por su orgasmo. Y fue entonces, cuando mi hembra, apiadándose de ella, se le acercó diciendo:
-Si no gritas, le pediré permiso a mi amo, para quitarte la mordaza-.
Viendo que no me oponía y que la muchacha asentía con la cabeza, le retiró la bola que tenía alojada en la boca.
-Suéltame, ¡zorra!-, le gritó nada más sentir que le quitaba el bozal.
-¡Cállate!, que no hemos terminado de cenar-, dijo dándole un severo tortazo.
Desamparada e indefensa, sabiendo que no íbamos a tener piedad, María empezó a llorar calladamente, quizás esperando que habiendo terminado nos compadeciésemos de ella y la soltáramos.
Su postre-, me dijo señalando las fresas sobre sus pechos.
-¿Cuál prefieres?-.
No me contestó hablando sino que agachándose sobre la mujer, empezó a comer directamente de su seno. Era excitante el ver como lo hacía, sus dientes no solo mordían las frutas sino que también se cernían sobre los pezones y pechos de María, torturándolos. Meaza tenía su vena sádica, y estaba disfrutando. Nuestra victima no era de piedra, y mirándome me pidió que parara, diciendo que no era lesbiana, que por favor, si alguien debía de forzarla que fuera yo.
Sigue tú, que no me apetecen las fresas-.
La negrita supo enseguida que es lo que yo deseaba, y dando la vuelta a la mesa, empezó a tomar su postre de mi lado, de forma que su trasero quedaba a mi entera disposición. Sin hablar, le separé ambas nalgas y cogiendo un poco de nata de los pechos de María, embadurné su entrada, y con mi pene horadé su escroto de un solo golpe.
-¡Como me gusta!, que mi amo me tome a mi primero-, soltó Meaza, mientras se relamía comiendo y chupando el pecho de la rubia.
No sé si fue oír a la mujer gimiendo, sentir como el dildo vibraba en su interior, o las caricias sobre su pecho, pero mientras galopaba sobre mi hembra, pude ver que dejando de llorar, María se mordía los labios de deseo. “Está a punto de caramelo”, pensé y cogiendo de la cintura a mi negra, sin sacar mi extensión de su interior, le puse el coño de la muchacha a la altura de su boca.
Meaza ya sabía mis gustos, y separando los labios amoratados de la rubia, se apoderó de su clítoris, mientras metía y sacaba el enorme instrumento de la vagina indefensa. Satisfecho oí, como los gritos de ambas resonaban en la habitación, pero ahora me dije que no eran de dolor ni humillación sino de placer, y acelerando mis embestidas, galopé hacía mi propia gozo.
Éramos una maquinaria perfecta, mi pene era el engranaje que marcaba el ritmo, por lo que cada vez que penetraba en los intestinos de la negra, ésta introducía el dildo, y cuando lo sacaba, ella hacía lo propio. Parecíamos un tren de mercancía, hasta los gemidos de ambas muchachas me recordaban a la bocina que toca el maquinista.
La primera, en correrse, fue mi amiga, no en vano había tenido en su interior durante más de medía hora el aparato funcionando y cuando lo hizo, fue ruidosamente. Quizás producto de la dulces caricias traseras del dildo, una sonora pedorreta retumbó en la habitación, mientras todo su cuerpo se curvaba de placer.
Tanto Meaza como yo, no pudimos seguir después de oírlo. Un ataque de risa, nos lo impidió, y cuando después de unos minutos, pudimos parar, se nos había bajado la lívido.
-¿Qué hacemos con ella?-, me preguntó, señalando a María.
Bromeando le contesté:
O la convences, o tendremos que matarla, no me apetece ir a la cárcel por violarla-.
-Quizá sea esa la solución-, me dijo guiñándome un ojo,- ¿Tu que crees?-
La muchacha que hasta entonces se había mantenido en silencio, llorando, nos imploró que no lo hiciéramos jurando que no se lo iba a decir a nadie. Realmente estaba aterrorizada. Aunque nos conocía desde hace años, esta vertiente era nueva para ella, y tenía miedo de ser desechada, ahora que nos habíamos vengado.
Yo sabía que mi negrita debía de tener todo controlado, por eso no pregunté nada, cuando soltándola de sus ataduras, mientras la amenazaba con un cuchillo, se la llevó a mi cuarto. Durante unos minutos, me quedé solo en el salón, poniendo música. Estaba tranquilo, extrañamente tranquilo, para como me debía de sentir, si pensaba en las consecuencias de nuestros actos.
 salió de la habitación. Se la veía radiante al quitarme de la mano mi copa, y de un trago casi acabársela.
-Perdona, pero tenía sed-, me dijo sentándose a mi lado.
-¿Como está?-, le pregunté tratando de averiguar cual era su plan.
-Preparada-.
-¡Cuéntame¡-
-¿Recuerdas las cadenas de mi pueblo?-.
Asentí con la cabeza, esperando que me explicase.
-Pues como ya te conté, aunque su origen era para mantener inmovilizadas a las cuativass, las tuvieron que prohibir por la conexión mental, que se crea entre el amo y la esclava. Nos vamos a aprovechar de ello. María, después de probarlas, será incapaz de traicionarnos-.
La sola imagen de la muchacha atada, con las manos a la espalda y las piernas flexionadas, en posición de sumisa, provocó que se me alteraran las hormonas y besando a mi hembra, le dije que ya estaba listo.
Abrazado a su cintura, fui a ver a nuestra víctima. Meaza había rediseñado mi cuarto, incluyendo en su decoración motivos africanos, y otros artilugios, pero lo que más me intrigó fue ver a los pies de la cama un pequeño catre, de esparto, realmente incomodo, aunque fuera en apariencia. Al preguntarle el motivo, puso cara de asombro, y alzando la voz, me contestó que no pensaba dormir con su esclava.
-¿Tu esclava?-, le dije soltándole un tortazo, -¡será la mía!-.
Viendo mi reacción, se arrodilló, pidiéndome perdón, jurando que se había equivocado, y que nunca había pensado en sustituirme como amo. Cogiéndola de sus brazos, la levanté avisándola que ahora teníamos trabajo, pero, que luego, me había obligado a darle una reprimenda.
Indignado, me concentré en María. Sobre mi cama, yacía atada de la manera tradicional, pero acercándome a ella, descubrí que las cadenas con la que estaba inmovilizada, no eran las que yo había comprado, sino otras de peor calidad. Éstas eran plateadas, y las otras, doradas. “Debe de haberlas comprado esta mañana”, pensé al tocarlas.
La pobre muchacha nos miraba con ojos asustados. Nuevamente, llevaba el bozal y por eso cuando enseñándome el genero, Meaza azotó su trasero, lo único que oí, fue un leve gemido.
-Quítale la mordaza-, ordené a mi criada.
Mientras la negra se dedicaba a soltar las hebillas que la mantenían muda, calmé a mi amiga acariciándola el pelo. Con palabras dulces, le dije que no se preocupara, pero que ella era la culpable de lo que le había pasado, al intentar hacerme una jugarreta. No se daba cuenta, pero las cadenas estaban cumpliendo a la perfección con su cometido, ya que además de mantenerla tranquila, poco a poco, la iban sugestionando, de manera que nada más sentir que ya podía hablar, me dijo:
Suéltame, si lo que quieres es hacerme el amor, te juro que te lo hago, pero libérame-.
Sonreí al escucharla, y bajando mis manos por su cuerpo, le contesté:
Te propongo algo mejor, te voy a acariciar durante dos minutos, si después de ese tiempo, me pides que te suelte, te vistes y te vas-.
La muchacha me dijo que sí, con la cabeza. Meaza estaba esperando mis ordenes, haciéndole una seña, le dije que empezara. Poniéndose a los pies de la cama, comenzó a besarle las piernas, mientras yo me entretenía con el cuello de la niña, de forma que rápidamente cuatro manos y dos bocas se hicieron con su cuerpo. Los pezones rosados de la rubia me esperaban, y bordeando con mi lengua su aureola, oí el primer gemido de deseo al morderlos suavemente con mis dientes.
-¿Te gusta?-.
-Si-, me dijo con la respiración entrecortada.
Mi criada estaba a la altura de sus muslos, cuando pellizcando sus pechos, pasé mi mano por su trasero. Tenía un culo, bien formado, sin apenas celulitis. Separando sus dos nalgas, ordené a Meaza que me lo preparara. Su lengua se introdujó en la vagina, justo en el momento que mi amiga se empezaba a correr, gritando su placer y derramándose sobre las sabanas.
Aproveché su orgasmo para preguntarle si quería que la hiciera mía.
Llorando de gozo y humillación, me respondió que sí. Yo sabía la razón, pero no me importaba que ella no fuera consciente de estar sometida por la acción de las cadenas, lo realmente excitante era el poder, por lo que retirando a la negrita, me acomodé entre sus piernas y colocando mi pene en la entrada de su cueva esperé…
Su sexo, ya totalmente inundado, se retorcía, intentando que mi glande entrara en su interior.
-Ponte delante-, le dije a Meaza.
La mujer me obedeció, colocando su sexo a la altura de la boca de María pero sin forzarla a que se lo comiera. Viendo que estábamos ya en posición agarré las cadenas, y tirando de ellas, metí la cabeza de mi pene dentro de su coño. Mi amiga jadeo al sentir que su espalda se doblaba y que mi extensión, ya totalmente erecta, la tenía en su antesala.
-¿Quieres que siga?-.
Ni siquiera me respondió, cerrando sus piernas, buscó el aumentar su placer, sin darse cuenta que al hacerlo violentaba aún más su postura, y gimiendo de dolor y gusto, se entregó totalmente a mí, gritando:
-Por favor, ¡hazlo!-.
Apiadándome de ella, la penetré de un golpe tirando de su cuerpo para atrás, hasta que la cabeza de mi glande rozó el final de su vagina, momento que Meaza aprovechó para obligarla a besarle su sexo. A partir de ahí, todo se desencadenó y la lujuria dominando su mente, hizo que sus barreras cayeran, y que su lengua se apoderara del clítoris de la negra, mientras yo la penetraba sin piedad. No tardó en correrse, y con ella, mi criada. Los jadeos y gemidos de las mujeres eran la señal que esperaba para lanzarme como un loco en busca de mi propio placer, y agarrando firmemente las cadenas a modo de riendas, inicié la cabalgada.
Mi pene apuñalaba su sexo impunemente, las cadenas tiraban de su columna, y ella indefensa, se retorcía gritando su sumisión, mientras ajeno a todo ello, solo pensaba en cuando iba a notar el placer del esclavista. La primera vez que lo experimenté fue algo brutal, nada de lo que había sentido hasta ese momento se asemejaba, era el orgasmo absoluto. Durante siglos, en Etiopía habían estado prohibido por el poder de sugestión, y su uso estaba limitado. Lo que me había parecido una exageración, tenía una razón, y no la comprendí hasta que sacudiendo mi cuerpo, empezó a apoderarse de mi una sensación de triunfo, que me obligaba a seguir montando a María, sin importarme que en ese momento estuviera sufriendo y disfrutando de igual forma de una tortura sin igual. Con su espalda, cruelmente doblada, y su coño, totalmente empapado, se estaba corriendo entre grandes gritos. Era como si estuviera participando en una carrera suicida, incapaz de oponerse, se retorcía en un orgasmo continuo, forzando mis penetraciones con sus caderas, mientras la tensión se acumulaba en su interior. La propia Meaza colaboraba con nuestra lujuria, masturbándose con las dos manos.
La escena era irreal, la negra reptando por el colchón mientras yo empalaba a María. De improviso, sin dejar de moverme, me vi dominado por el placer, como si fuera un ataque epiléptico, comencé a temblar sobre la muchacha, y explotando me derramé en su cueva. Durante un tiempo difícil de determinar, para mi mente solo existían mis descargas, todo mi ser era mi pene. Era como si las breves e intensas oleadas de semen fueran el todo, hasta que cayendo agotado, me desplomé sobre la muchacha. Por suerte estaba Meaza que evitó que le rompiera las vértebras al retirarme de encima de ella.
Tardé en recuperarme, y cuando lo hice, la imagen de la negra retirando las cadenas a una María, con baba en la boca y los ojos en blanco, me asustó.
-¿Qué ha pasado?-, pregunté viendo el estado lamentable de mi amiga.
Se ha desmayado, demasiado placer-, me contestó.
Los minutos pasaron angustiosamente, y la rubia no volvía en sí. Ya estábamos francamente nerviosos, cuando abriendo los ojos, reaccionó. Lo primero que hizo fue echarse a llorar, y cuando le pregunté el porqué, con la respiración entrecortada, me respondió:
No sé como no me había dado cuenta que te amaba-, y alzando su brazos en busca de protección, prosiguió diciendo,-gracias por hacérmelo ver-.
Todo arreglado, no quedaba duda de que sería imposible que nos traicionara, pero quedaba la última prueba, y levantándome de la cama, les dije a mis dos mujeres:
-La que me prepare el baño, duerme conmigo esta noche-.
Ambas salieron corriendo, compitiendo en ser la elegida. Era gratificante el ver la necesidad de servirme que tenían, pensé mientras soltaba una carcajada.

Relato erótico: “Mi vida secreta” (POR CESISEX)

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Hola a todos me presento soy Jessica y hace casi un año que estoy en
una relación less mi pareja es una chica de 21 años al igual que yo ; ella es morocha ojos verdes bajita 1.53 m pero con unas tetas que para esa altura resaltan mas que otra cosa en su cuerpo . una colita también muy destacada yo soy de pelo castaño claro casi rubio  1,73 m  de altura 90-60-91 ojos verdes y una sonrisa siempre en mi boca .
Para empezar con el relato les cuento que siempre me han gustado las chicas pero nunca había tenido nada con ninguna hasta este momento que estoy con Romy , somos muy felices y hace medio año que vivimos juntas , nuestras relaciones sexuales siempre han sido muy less hasta en estos últimos tiempos que estoy sintiendo la necesidad de ser penetrada , para saciar mis ganas compre un arnés para sujetar un hermoso consolador que solo usábamos muy esporádicamente pero como dije antes me están dando ganitas de algo mas , … que me tengan a cuatro patas y me realicen penetraciones vaginales o anales mientras estimulan mi clítoris es mi mayor locura en estos tiempos mas que sentir los labios de mi mujercita comiéndome mi botoncito de placer  , eso era algo que me trastornaba a tal punto de hacerme pegar alaridos , pero ahora el sentir el hule de mi consolador dentro mío ,  me hacen  gemir como nunca lo había hecho , esos 16 cm  por 4  ya no me bastaban  y para no ser tan evidente conseguí algo un poco mas a mis pretensiones cuanto ? 20 cm por 5 que no es mucho ? no o si que se yo lo cierto es que nunca me preocupo la medida ni en mis tiempos de hetero pero ahora  es como si extrañara lo mas gustoso del hombre , si su verga , uhi una less hablando así bueno no se, es lo que me pasa creo que nunca deje de necesitar a un hombre pero no me daba cuenta ..
Estoy muy enamorada de mi pareja y creí que nunca haría nada que pusiera en peligro nuestra relación , pues lo hice .
Hacia tiempo que no ponía mi cam. mientras chateaba pero muchos hombres si ponían las suyas ,  para mostrar sus atributos y de apoco me fue interesando pero fui seleccionando , no por tamaño ni por la belleza de su cuerpo sino por afinidad , he aquí que me fui enganchando con Gonzalo un muchacho de Junín provincia de Buenos Aires 21 años de edad pelo negro azabache y 1,82 metros de altura a quien había impactado desde hacia tiempo y al igual que tantos otros quería llevarme a la cama  , me insistía con que fuera yo quien lo hiciera iniciarse sexualmente , para que mentir después de varias charlas sentía curiosidad cada vez mas por volver a vivir algo con un hombre , y mi calentura sobrepasaba lo imaginable empezamos teniendo sexo virtual a escondidas de mi pareja claro , mis deditos fueron mi inicio pero al ir pasando las noches no me alcanzaba y necesite de mi juguetito para sentirme mas complacida , lo veía eyacular por cam. y me daban cada vez mas ganas de llenar mi boca con el fruto de su acabada hasta he llegado a pasar mi lengua por el monitor y mojar mis labios con mi propio jugo , había algo en el que me enloquecía y me daban ganas de ser su putita virtual , virtual ? que virtual si me moría por que me diera una buena cojida  , cuando estaba con Romina y era su perrita mi mente divagaba y me imaginaba que era Gonza el que satisfacía mis necesidades .
Cada regreso a casa era un eterno imaginar ,  cada flaco que me llamaba la atención  , mi cabeza me pedía a gritos que ese era el adecuado para hacerlo pero no me desidia , mas de una vez me mordí los labios en la oficina donde soy secretaria de una abogada , por desgracia , si… de ser un hombre seguramente ya habría sido acosada y con la calentura que llevo seguramente me la pasaría haciendo horas extras , mas de una vez me he tocado disimuladamente mientras me negaba a alguna invitación a salir de algún cliente , no podía exponerme en mi lugar de trabajo .
Gonzalo es hijo de un estanciero de Junín y muy acaudalado y siempre me decía que cuando su padre viniera a la capital lo acompañaría y me vendría a ver y que no podría rechazar la invitación de ir a cenar .
Una tarde , tarde y aun yo en la oficina después del horario habitual de mi retiro estaba conectada y veo que Gonza se conecta , mmm pensé con lo caliente que estoy es lo que necesitaba nunca habíamos jugado estando yo en la ofi , ya desde la primera frase fue provocación
–         Hola putita tengo unas ganas locas de cojerte hoy
–         Y yo de sentir tu verga entre mis piernas
–         Tan calentita estas Jessy
–         Si mi amor , no tengo mi juguetito pero puedo conseguir algo con que remplazarlo
–         Si que tenes por ahí
–         Algo
–         Algo ? que ?
–         Un desodorante a bolilla que quiero perderme entre las piernas
–         No querrías mi verga mejor
–         Con la calentura que tengo si te estuviera cerca seguramente aceptaría
–         Aceptas entonces
–         Aceptaría encantada
–         Bueno estas sola voy para allá ,dame la dirección estoy cerca
–         Cerca ? donde ?
–         En … a unas cuadras de Parque Lezama
–         Si muy cerca veo
–         Entonces voy ?
–         Quiero contarte la verdad , todo lo que te dije es cierto pero antes de salir con Romy tenia algunos clientes , entendes
–         No
–         Clientes
–         Que eras puta
–         Algo así pero cara
–         Hacia tiempo que no lo hacia pero hace un mes volví
–         A trabajar de puta
–         No trabajo de puta , solo lo hago con quien me gusta y disfruto lo que hago y de paso me pagan bien
–         Ha si cuanto cobras
–         $1200 , $ 1500 según  por2 o  3 horas no mas
–         Y por toda la noche cuanto
–         Tengo que volver a casa solo 3 horas máximo
–         Tengo los $ 1200 por donde te paso a buscar  
–         Algo conocido haber la puerta del teatro Colon
–         En un ratito estoy ahí quiero que sea con vos con quien debute
–         Será un doble placer hacerte debutar , con las ganas que estoy hoy la pasaremos muy bien
–         Que bien que te queda lo puta
–         Si soy puta ,cara pero puta      
–         Y en este tiempo ya lo hiciste muchas veces
–         La verdad una sola , pero me prometí que de hacerlo solo seria cobrando ese dinero
–         Eso quiere decir que en un año solo lo hiciste una vez y hace un mes
–         Si exactamente
–         Bueno salgo para allá sino voy a acabar antes
–         Te estaré esperando
Por un instante pensé que tontería había hecho , pero si no pensaba ni ir era solo  un juego , o no ? claro que no , estaba excitada y la codicia aumentaba mi excitación  los $1200 eran la escusa perfecta para disimular mi calentura y las ganas locas que tenia , estaba a full me acaricie por un rato y me decidí a ir , ya estaba en el juego y con probar que perdería si ya se a mi Romy que tanto amo pero mi calentura era cada vez mayor solo pensaba en lo que estaba por hacer en lo rico que seria sentir nuevamente un hombre dentro mío .
Apague la compu ,  tome mis cosas y salí hacia el teatro al encuentro de mi … cliente ya me sentía toda una profesional , por suerte estaría con quien nunca había tenido sexo antes sino seguramente notaria mi inexperiencia o mi falta de practica  .
Deje mi auto en un estacionamiento a una cuadra del lugar , camine muy seductora y mas de un muchacho me tiro los galgos , me di cuenta que si me lo proponía podía llegar a conseguir mas de un cliente en apenas una cuadra y media , recibí toda clase de piropos , desde , bebe que hermosos faroles hasta , cuanto cobras yegua ?  por vos pagaría cualquier cosa , escuche gritar desde un lujoso auto importado igual no estaba en mis planes esa clase de aventuras , gracias si me arriesgaba a tenerlas con alguien que solo conocía por msn y a pesar de creer que era una buena persona en realidad no lo sabia , metros antes de llegar a la puerta del teatro me aborda un muchacho de unos 30 años no mas para ir a una fiesta en un boliche VIP de la zona , me dejo su tarjeta y que lo llame que podría hacer buen dinero ;  le dije .
–         No puedo espero un cliente
–         Si mi amor de eso se trata
–         Me refería a un cliente del estudio donde trabajo
–         Llámalo como quieras pero si te interesa hay buena plata
–         Bueno lo pensare
–         Si te interesa viernes y sábados después de la 1.00 desi que sos de las chicas del staff
–         Quizás , porque no
–         Bueno te estaré esperando … tu nombre?
–         Jessica
–         Me encantan los nombres de puta
–         Ahí gracias
–         Bueno Jessy tu nombre estará en la lista por si te decidís
–         OK ahí estaré
–         Viste que tengo razón 
–         En que?
–         Tu nombre hermosa
–         Ha cierto de puta no ?
–         Correcto
Después de esa propuesta y de las cosas que me venían diciendo en el poco trayecto que hice , me preguntaba si realmente paresia una puta o se notaba tanto las ganas de que me cojan que tenia , seguramente como las perras en celo debería emanar algún aroma especial , mis feromonas estarían haciendo efecto en el sexo opuesto , eso que estaba con mi vestimenta de secretaria , como me mirarían si fuera vestida de puta , no se pero seguramente mi trajecito de secretaria ratoneaba mas ,  mas con una camisa que bajo las luces intensas de los coches , dejaban ver de manera muy tentadora mis estupendos senos , que sumados a mi excitación y a la propuesta de unos minutos antes , tenía mis pezones en su máxima erección , lo ajustado de la camisa marcaba esos pezones de manera extraordinaria , invitando a quienes lo vieran a querer saborearlos , en los aproximadamente 15 minutos de espera recibí mas propuestas de sexo que en toda mi vida . y realmente me hubiese tentado con mas de uno .
Minutos mas tarde para un Peugeot 307 cabriole y un muchacho con anteojos negros me invita a subir , me hago la tonta como que no escuche nada  , pero una vos que escucho a metros me dice .
–         dale puta subí que te van a dar la cogida de tu vida y le podes sacar buena guita al pueblerino  ese.
Como si se tratase de un aviso ese grito me volvió a donde estaba y a lo que estaba esperando .
–         cuanto cobras putita
me acerco al coche apoyo descaradamente mis manos en la ventanilla y sacando mi culito para fuera  y entregandole una deliciosa vista de mis lolas a el y de mi culito a los transeúntes , contesto
–         para vos me llamo 1200 soy cara pero valgo lo que pagas
–          espero que lo demuestres
–         No te vas ha arrepentir de lo que pagas
Un nuevo grito surca la noche
–         Tenes que ser puta ves un auto nuevo y se te cae la tanga sola
Giro miro a quien gritaba y provocándolo con la mirada , abro la puerta y subo al coche
–         Donde me llevas o te indico yo
–         Guíame y vamos al telo que quieras
–         Bueno volve como para el parque de nuevo  
Le seguí indicando mientras el de manera muy inquieta pasaba su mano mas hábil por debajo de mi falda , mi reacción ? Un suspiro y un mmm si que tenia ganas de recibir una buena cojida llego hasta colarme un dedito en mi chuchi y yo a empezar a jadear , no paro de estimularme , ,le devuelvo placeres y con creses paso mi mano y bajo su cremallera saco su verga y durante unas cuadras me entretengo con mi lengüita  , dejando todo su arsenal listo para la batalla  , cuando calculo ya estar cerca  introduzco todo su miembro en mi boca y me incorporo y le indico como  llegar a  “Osiris” en la calle Cochabamba 12 Puerto Madero .Durante el trayecto no paro de estimularme , entramos al hotel y  algo temeroso intenta pedir una habitación , como toda una profesional que no soy me acerco y pido una suite , mientras hablo mojo mis labios con la punta de mi lengua  y le demuestro al conserje que mi cliente pagaría cualquier tarifa del hotel , entramos , me pide que entre primero , observo al pasar una cama muy amplia con almohadones de corazones , un hidromasaje donde los vidrios de las paredes dejaban ver todo , un par de escalones me colocarían en el , y algunas otras cosas que no vale de que mencionar , me empuja contra la pared para besarme .
–         te olvidas de algo amor
–         de que
–         de las 1200 razones que me tienen acá
–         sos mas puta de lo que creía
–          puede ser pero esto es un negocio y con placer incluido
recibo mi paga le doy la espalda y  pongo la plata en mi cartera me  vuelve a tomar esta vez de espalda y siento su verga aprisionarse contra mi culito me inclino y levanta mi pollera se encuentra con una ínfima tanguita roja frota mis cachetes mientras me derrito de ganas , me besa el cuello y me susurra al oído cosas que mi mente no escucha apoya su trozo en mi culito mientras sus manos descubren mis senos la camisa desprendida y mis senos libres me da vuelta y quedo frente a el me besa apasionado , mis fantasías cubrían toda clase de sexo pero no me imaginaba que disfrutara de sus besos , comió mis labios rojo fuego y encendió mi mecha las flamas de mi cuerpo me acorralaban en una pasión inimaginable me arrodille frente a el y le coloque un condón y mientras volvía a pararme con mi lengua recorría su cuerpo ,empezó a besar mis lolas estaba desesperada deje caer mi pollera y el su pantalón  y luego su boxer , levanto mis piernas ,  sentí su miembro rosar mi vulva colaba sus deditos y los llevaba a mi boca esas son cosas que me fascinan , tomar mis propios jugos ,  lentamente acomodo su cabeza en mi cuevita y la sentí entrar  .
–         mmm que rico se siente ser puta
–         si en unos minutos pienso que no malgaste esa plata que sentiré en un par de horas
–         métemela toda , ahí si que rico ,como te sentís perdiendo la virginidad con esta putita
–         Jessy siempre imagine este momento , donde eras mía , donde te hacia mi puta
–         Claro que soy tu puta cojeme toda soy toda tuya quiero que disfrutes tanto como yo
–         Que hermosas tetas que tenes no paro de admirarlas
Enganchada en su cintura por mis piernas y ensartada  por esa pija que hacia  tanto deseaba  me llevó hasta la cama me acostó , elevo mis piernas sobre sus hombros  
Quedo mi culito expuesto , estaba a su merced pero el siguió penetrándome vaginalmente .
–         hay si cojeme rompeme toda quiero ser tu putita ser la hembra que te desvirgue
–         ya lo hiciste
–         quiero sentirte , acabar  ser el mejor recuerdo que tengas de alguien
–         Ya lo sus putita
–         Hay como me calienta que me digas putita
Mis piernas temblaban de placer y yo jadeaba como la puta en que me estaba convirtiendo gemía y pedía que me hiciera llegar que ya no aguantaba
–         así te gusta? Puta
–         ahí si cojeme  mas ahí siiiii masss siiiii dale que me voy
–         te vas a ir pero bien llenita de leche perra
–         ahí si cojeme como a una perra
Como si se tratara de una orden me volteo separo mis piernas y me puso a cuatro patas , esperando su envestida  me tomo de la cintura y comenzó a montarme que placer sentirme su perrita , así cada noche me imaginaba ser la puta de alguien y lo estaba siendo tome su mano derecha y la lleve a mi conchita , enseguida entendió lo que quería , froto suave primero y con mas ímpetu después mi clítoris ya estaba por llegar ,  el llegaba a su plenitud y acababa por primera vez yo empuje mi cuerpo contra el y al sentir sus contracciones llegue a mi primer orgasmo era mi primer acabada de puta  era el comienzo de mi nueva vida una vida secreta que seguramente me llenaría de felicidad,  mis ansias de puta estaban siendo zaceadas pero no … quería mas quería que llenara cada uno de mis orificios necesitaba sentir su verga en mi culito , pero como pedirle si se suponía que el era el cliente .
–         Hay y ahora que me vas a hacer , queres mi colita
–         Que resultaste bien putita nena
–         Te parece
–         Estoy seguro
–         Ahí mmmm entonces háceme la colita
Sin cambiar la posición que tenia , la de perrita puta , separo mis nalgas apoyo su verga y de apoco la fui sintiendo entrar
–         mmm mas toda la quiero toda
–         así la queres mi amor todita adentro
por primera vez un hombre me cojia analmente me dolía pero disfrutaba con el dolor  sus envestidas eran suaves y acompasadas gemía , susurraba me quejaba pero gozaba como nunca movía mi colita para acomodar su verga en mi orificio .
–         que rico que me cojes
–         te gusta puta que te cojan el culo
–         hay si me encanta esta es mi primera vez con un hombre
–         soy el primer hombre que te hace el culito mi amor ?
–         hay si y me encanta
después de seguir disfrutando de una buena enculada y mientras el estimulaba mi clítoris sentí que me venia pero de repente reaccione
–         mmm putita te voy a llenar de leche yegua
–         mmm que rico si lléname la colita toda
–         si puta ya llego siiiiiii
–         ahí sos un hijo de puta  me estas cojiendo sin forro
–         por lo que me cobraste es lo menos que tenes que hacer pero no te preocupes
–         ahí siiiiiiii dámela toda siiiiiii dale no paressssss
Con mi calentura no había notado que no llevaba profiláctico ;  llegaba a mi segundo orgasmo , el primero durante el sexo anal ,  estimulando mi clítoris pero penetrada analmente  , sabia que esto no terminaría  ahí ya me había llenado mi culito de leche y el hilo de semen corría hasta mi chuchi así que porque no , estaba muy segura que no estaba en mis días fértiles así que me decidí a entregarme por completo
Me safe de la posición que llevábamos y lo tire en la cama.
–         ahora la que te va a coger es la Jessy
–         como te gusta ser puta
–         me encanta tantas noches soñé este día
–         que ganas de coger tenes si el que te cobraba era yo seguro que aceptabas
–         no, no la putita soy yo pero para activarme necesito incentivo
me subí sobre el lo monte y deje deslizar su verga en mi conchita , empapada sedienta de pija y de semen , me puse en cunclillas y empecé a subir y bajar me tomo de la cintura y llevaba su ritmo una de sus manos las llevo a mis senos para acariciarlos  , de apoco me fui enloqueciendo cada vez mas , pero el fue flaqueando hasta que se salio quise volver a colarmela pero ya estaba flácida  deje mi cabalgata y me decidí a recuperar ese pedazo de carne darle vitalidad me había propuesto sentir su lechita en mi conchita y la tendría me puse a cuatro patas tome su verga y la entre a mamar que rico se sentía el semen mezclado con mis jugos vaginales , el  sabor de mis jugos lo probaba cuando  solía meter mis deditos o los de mi noviecita y saborearlos pero así esa mezcla me encendía mas estaba echa una ninfomanía realmente disfrutaba de la cojida que me estaban dando y esa mamada era un encanto gire necesitaba ser retribuida me puse sobre el y deje mi conchita sobre su cara tardo en pasar su lengua por mi chuchi no se si por asco o de miedo pero termino haciéndolo , su lengüita la llevo bien adentro y yo no dejaba de sobarle la pija ya había recuperado su erección y yo apunto de explotar nuevamente , me incorpore y despaldas a el volví a montarlo , esa vara estaba nuevamente dispuesta  y pronta a llegar no tardo mucho en volver a acabar no fue mucho pero lo suficiente para hacerse notar
–         ahí si quiero sentir tu lechita en mi conchita
–         hay si puta seguí montándome asiiiii que es toda tuya
 subía y bajaba y al tenerla bien adentro refregaba mi cuerpo contra el de el ,  apreté bien mis piernas y ahí estaba de nuevo me deje caer y grite como loca , caí rendida a su lado el ya inmóvil ambos cansados de la batalla , una victoria de ambos , fui a la ducha  me había olvidado del hidro me recosté unos minutos , cierro mis ojos por un momento y siento sus manos masajear mis hombros, mmm era lo único que me faltaba, un buen masaje después de una buena sesión de sexo.
Lentamente, fue metiéndose en el hidro entre mi espalda y el borde de este; lentamente, comenzó a besar mis hombros y sus manos pasaron de mis hombros a mis tetas mientras me susurraba al oído:
–          Son las tetas mas hermosas que jamás imagine, podría pasar horas mimándolas
–         Pero solo tenes unos minutos ya es tarde me debo ir
Pero en lugar de seguir jugando con mis tetas, cosa que me estaba encendiendo nuevamente, comenzó a bajar sus manos por mi abdomen haciéndome cosquillas hasta que llego con sus manos a mi chuchi; lentamente comenzó a separar mis labios con una mano y a introducir sus dedos con la otra para luego jugar con mi clítoris mientras metía tres dedos en mi ser.
 –  mmmm… siii, seguí así, no pares nunca. Dame otro orgasmo con esos dedos mágicos que tenes, que puta me haces sentir.
–  sos puta, no te hago sentir puta, sos la mas puta entre las putas, pero también la puta mas hermosa que conocí en mi vida.
Sus palabras, hacían eco en mi cabeza y disparaban mis sensaciones haciéndome calentar a niveles insospechados.
Sabia que ya no tenia tiempo pero sus caricias me devolvían el entusiasmo junto su boca con la mía su lengua jugaba con la mía en una batalla que solo podía terminar en un empate, pues ninguna cedía y fue como si quisiéramos llegar a lo mas hondo de nuestro ser.
Se puso de pie junto al hidro y mirándome a la cara me dijo:
-Abrí esa boquita carnosa que tenes que quiero que me hagas la mejor mamada que hayas echo jamás en tu vida putita.
-Tus deseos son ordenes –le dije-
Abrí mi boca e  introduje toda su verga hasta mi garganta, con mi lengüita recorría todo su trozo y me la engullía completa.
Realmente estaba haciéndole la mejor felación que hubiera echo en toda mi vida, estaba disfrutando chupársela, por lo que con una mano comencé a masturbarme suavemente bajo el agua
–         mmmmmm, no pares Jessy, estoy disfrutando como nunca lo había echo, mucho tiempo soñé con este dia, pero jamás mmmmm pensé que fuera tan placentero.
–         mmmmm… ahhhhh…. Siiiiiiii, me encanta tu pija papi, me vuelve loca, me encanta que me la metas, me encanta chupártela, me vuelve loca… Me gusta ser puta, me gusta ser tu putita… lléname la boquita de leche papi… dale, dame tu lechitaaa… mmmm
–         te voy a llenar esa boquita de leche putita, y quiero que te la tragues toda, como buena putita
–         mmmmmm, claro papi, toda la lechita me voy a tomar…
–         puta! Como me calienta que me digas papi…. Mmmmmm
sentí que se venia acabo en mi boca y tome su semen hasta la ultima gota , no fue mucho pero quien se fija en eso yo al menos no , era mucho lo que había disfrutado esa noche y eso era lo importante  , me tire hacia atrás espere un minuto y me decidí a salir
Me seque lo puta que me quedaba y volví a ser la tímida secretaria .
hasta cuando no se , salimos del hotel y fuimos donde había dejado mi coche , minutos mas tarde y ya de regreso a casa 2 horas y media después de haber salido de la oficina casi 22.30 hs ,  suena mi celu  era Romina .
–         hola amor , donde estas
–         camino a casa ,  no sabes llego y te cuento…
Ceci Sex
 

Relato erótico: Angela y Agustin, 3ra parte (POR KAISER)

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Ángela está en su habitación escuchando música cuando nota varias llamadas perdidas en su celular. De inmedia
to reconoce el número y llama de vuelta. Tras charlar un par de minutos se le ve muy preocupada. Recoge su chaqueta y sale rauda de la casa sin dar mayores explicaciones. Toma un taxi y cruza la ciudad hasta llegar al hospital. La pelirroja mira hacia el edificio con algo de temor y respira hondo antes de entrar.
Ahí se acerca a la recepción y hace algunas preguntas, pero solo obtiene evasivas de parte del encargado, lo cual le parece sumamente raro. Ángela se las arregla para hablar con una enfermera que al final le indica donde debe ir. A medida que camina por los pasillos Ángela se ve sumamente ansiosa y nerviosa, incluso cuando usa el ascensor sus manos le tiemblan al presionar el botón. Ella hace un gran esfuerzo por controlarse hasta que finalmente llega a la habitación que le dijeron.
 
Sobre una camilla esta don Agustín recostado con algunos instrumentos, “le digo que estoy bien, fue solo algo pasajero” dice él, pero la enfermera parece no creerle mucho. “Ve, le dije que ya no estaba en edad de ver esa clase de revistas” dice Ángela sonriendo, aliviada de verlo bien. Él sonríe y la enfermera también aunque se muestra sorprendida de ver a Ángela, “es mi nieta” miente él rápidamente. “O a lo mejor vio a alguna chica linda por la ventana, eso le pasa por mirón” agrega la pelirroja y la enfermera mueve la cabeza evitando soltar una carcajada, “bueno que quieres que haga, a mi edad ya no tengo muchas distracciones” responde tomándose con humor las palabras de Ángela.
Termina el chequeo y le dicen que lo mantendrá en observación un tiempo y se retira. “Vaya que me costó dar con usted, pregunte en recepción y no me dijeron nada”, “es raro, mi empleada llamo a mi médico cuando me sentí mal y después me atrajeron aquí y estoy desde ayer en la tarde y aun no recibo un diagnostico”. “Fue simplemente un malestar, me sentí algo mareado y nada más” agrega él.
 
Ángela lo acompaña un instante hasta que don Agustín le pide que lo saque afuera un momento, “¿seguro de ello?”, “muy seguro, necesito tomar algo de aire fuera de este lugar, me tiene hastiado”. Ángela se las arregla para desconectar los equipos y lo pone en una silla de ruedas cubriéndolo con una manta. “Usted no puede salir de aquí” le dice la enfermera que lo sorprende, y lo conmina a volver a la cama. “Si alguien pregunta algo, cúlpeme a mí” responde Ángela que lo saca de todos modos ignorando a la enfermera.
En el trayecto don Agustín la nota nerviosa e incómoda. Ángela trata de disimular lo más posible, pero no puede y se muestra aliviada al salir al patio del hospital. “Vaya, necesitaba aire fresco” comenta él cuando Ángela lo deja debajo de un árbol. Es un día agradable con una leve brisa y no hace calor. Un día perfecto para salir a caminar. Ángela se sienta en el pasto y mira de reojo hacia el hospital aun visiblemente incomoda.
“A estas alturas te conozco lo suficiente para saber que algo te sucede” le dice él. “Detesto este lugar, realmente lo aborrezco” responde Ángela.  “¿Algún familiar tuyo estuvo aquí, algo grave sucedió?” preguntan él mostrándose sorprendido por las palabras de Ángela. La pelirroja respira hondo y con una voz quebrada, algo que nunca había escuchado en ella, “yo estuve internada aquí por tres meses”, cuando levanta su mirada se aprecian sus hermosos ojos verdes llenos de lagrimas que rápidamente seca.
“Hace unos años yo era muy diferente” cuenta Ángela con su cabeza baja y su voz temblorosa, “era una completa idiota, me creía superior a los demás ya que me veía mayor por mi cuerpo y cuando estaba en otro colegio me hice amiga de un grupo bastante exclusivo. Comencé a salir con ellos a fiestas cada vez más salvajes y desmedidas, donde empezó a pasar de todo. Pero lo más grave es que yo empecé a beber y a fumar ahí, primero una cerveza y después licores y tragos mucho más fuertes, y no solo una copa, varias, en realidad muchas terminaba absolutamente ebria. También empecé a fumar, primero un cigarro, después ya fue marihuana y luego probaba drogas de todo tipo” relata ella sin su sonrisa ni picardía habitual en sus palabras.
“¿Por qué lo hacías?” pregunta don Agustín que como nunca luce preocupado, “por idiota, estúpida, arrogante, inmadura, imbécil que se yo, simplemente me creí el cuento que era mayor por el solo hecho que me veía mayor nada más”. De inmediato le llama la atención los duros calificativos con que se refiere a sí misma. “Si no quieres hablar, no lo hagas” le dice él, “pero si crees que contar esto te ayuda”. Ángela se limpia las lágrimas con una mano y lo mira, “prefiero hablar” responde y don Agustín se reclina y la escucha.
“Al cabo de un tiempo me drogaba con regularidad, iba a fiestas en las que sucedía de todo, fumaba, bebía y terminaba teniendo sexo con cuanto sujeto había ahí. Aun no me explico cómo no termine embarazada o con alguna enfermedad venérea. En mi casa nadie lo notaba, me habían enseñado a disimular los efectos, pero mi hermano mayor sospechaba algo, aunque jamás llego a sospechar cuan grave era mi problema. Obviamente yo no creía que tuviera un problema, según yo esto lo podía dejar de la noche a la mañana, así de arrogante y estúpida era, pero al final me seguí hundiendo hasta que toque fondo, y vaya fondo”.
Ángela pausa un momento, saca un pañuelo y respira hondo tratando de controlarse, obviamente es algo muy penoso lo que está saliendo a la superficie. “En ese tiempo yo estaba, obsesionada con mi papa. Mis amigas lo encontraban muy guapo y atractivo, eso me enojaba les decía que era solo mío. Claro ellas se reían pensaban que lo decía en broma, pero yo lo decía muy en serio. A veces me paseaba ligera de ropa en la casa cuando estábamos solos, como mostrándole que yo no era una niña y mi adicción a las drogas hacia todo más, real o no sé cómo explicarlo, quería  mostrarle que yo era una mujer y que podía estar con él, que podía llevarme a la cama, las drogas me tenían completamente fuera de este mundo, simplemente no caía en cuenta en la estupidez que estaba cometiendo”.
“Una noche llegue temprano de una fiesta, había sido más breve debido a una redada de la policía. Yo estaba muy drogaba, pero muy drogada, aun así me acuerdo de todo” y Ángela dice esto como lamentando que aun recuerda lo sucedido. “Mi papa estaba ahí y como hacía un calor insoportable esa noche, estaba usando shorts y una polera, se veía muy guapo y entonces se me ocurrió.  Él veía televisión y le ofrecí un jugo, como acepto fui a la cocina y prepare uno al cual le puse drogas, y un vigorizante sexual como el que tomaban los chicos con los cuales salía, era una verdadera bomba ese coctel, pero él lo bebió sin sospechar nada hasta que empezó a sentirse mareado y desorientado”, nuevamente la voz de Ángela se hace entrecortada y ella hace una pausa para poder recuperar sus voz.
 
“Regrese a mi habitación y me cambie de ropa, me puse un conjunto de ropa interior negro, me maquille bien pintándome los labios, me puse gafas y una peluca rubia que era de una tía y había quedado en la casa. Espere un momento y cuando baje él estaba completamente bajo los efectos de las drogas, el bulto en sus shorts así lo decía. Cuando me vio no me reconoció, que era lo que buscaba y trataba de enfocar la mirada, entonces empecé mi show”.
“Comencé a moverme frente a él, haciéndole un baile erótico moviendo mis caderas al tiempo que empecé a quitarme la ropa, honestamente no sabía bien lo que hacía. Me senté sobre él restregando mi trasero sobre su bulto que estaba más duro que nunca y después se lo empecé  sobar. Él, drogado y todo, me tomo de la cabeza empujándome sobre su verga, yo accedí de inmediato y me arreglé la peluca para que no se me cayera. En ese momento cumplí, el sueño de mi vida, le estaba haciendo una mamada a mi padre, jugaba con su verga y se la chupaba como una zorra, para luego empalarme sobre él, en ese momento deseaba que estuviera normal para que viera a quien estaba cogiendo y lo que podíamos hacer juntos, padre e hija. Él tomaba mis pechos y me los chupaba mientras cogíamos, él creía que esto era un sueño o algo así, lo cual precisamente yo esperaba que creyera”.
“Estuvimos así un buen rato, ambos drogados y con ese vigorizante que le di aguanto bastante antes de correrse en mi, en realidad cogimos de tal manera que se corrió varias veces al final quedo exhausto en el sillón y yo comencé a alejarme, gustosa por lo que había hecho y planeando como volver a repetirlo, pero algo salió mal. En el momento en que le di la espalda, él avanzo sobre mí con fuerza y me puso de cara contra el sillón, lo mire a los ojos y estaba fuera de sí, como si hubiera dado rienda suelta a sus instintos. Y empezó a cogerme de nuevo, o mejor dicho a violarme”.
Ángela cierra los ojos, es evidente el tremendo dolor que esto le produce y don Agustín se ve incapaz de encontrar algo que decirle, pero Ángela saca fuerzas de la nada y sigue adelante. “Fue algo muy rápido, no tuve ni tiempo de reaccionar cuando sentí como me penetraba con toda su fuerza, fue algo doloroso, me dolió mucho. Me cogía con fuerza y me penetraba muy adentro, comencé a decirle que parara que no fuera brusco, pero pareció tener el efecto contrario, más violento se puso y me dio una serie de fuertes nalgadas, y aun había más”.
“Yo no tenía fuerza para poder defenderme y alejarlo, entonces me puso contra el respaldo del sillón y con una mano me tomo ambas y usaba su cuerpo para inmovilizarme, yo le pedía que me dejara pero nada, no me oía. Entonces empezó a meter sus dedos en mi trasero y supe lo que me iba a hacer, entonces empecé a llorar a decirle que me dejara que no lo hiciera, pero él me respondió que yo solo decía esto porque lo deseaba y que me iba a romper el culo, lo que fue exactamente lo que hizo”. “Antes que me diera cuenta él me penetro en mi trasero, era la primera vez que tenia sexo anal y su verga era muy grande. No me tuvo compasión y pese a mis gritos y que le pedía que se detuviera, no me oyó. Me la hundió toda de una vez hasta que sentí sus testículos en mis nalgas y comencé a cogerme con absolutamente toda la fuerza que tenia. Yo gritaba de dolor, era lo más espantoso que me había pasado. Yo gritaba, pataleaba, suplicaba y gritaba para que me dejara, que me dolía pero según él yo lo deseaba. Me estaba destrozando y no se detenía, incluso cuando le empecé a gritar que era su hija y me quite la peluca, pero nada, no se detuvo”.
 
“Fueron unos instantes que me parecieron una eternidad, rogaba que algo pasara, que se cansara o incluso que llegara alguien. Me daba con todo y me seguía dando nalgadas mientras yo gritaba de dolor y de vergüenza y de no sé qué más. Al final se corrió en mi trasero y después me volteo y hundió su miembro en mi boca casi ahogándome y se corrió en mí llenándome la garganta de semen. Solo entonces se calmo y cayó sentado en el sofá. Me tomo unos minutos calmarme y entonces limpie todo y me aproveche que se había quedado dormido para dejar todo en orden, fui al baño me di una ducha y me encerré en mi pieza”.
Ángela respira hondo varias veces para calmarse, sus lagrimas aun caen por su rostro después de haber relatado semejante historia, pero ciertamente aun hay más veneno que ella desea extraer.
“En un comienzo trate de convencerme que no había sido nada grave, que nada malo ocurrió y que al final me salí con la mía, típica arrogancia de mi parte. Que él se olvidaría de todo y nada más, simple y sencillo. Sin embargo me seguía sintiendo como escoria y aborrecía cada vez que él me miraba y me mimaba como su hija, me sentía podrida por dentro y esto se ponía peor cada día hasta que en un asado con amigos, mientras se bebían unas cervezas mi papa les conto de un entretenido sueño que tuvo, de cómo una zorra se le apareció  para tener sexo y después la ultrajo violándola y rompiéndole el culo, vaya zorra esa mujer, dijo entre carcajadas con sus amigos. Yo me di media vuelta y fue al baño, me sentí tan asqueada conmigo mismo que al ver mi rostro en el espejo vomite y después me fui a mi habitación encerrándome por completo y me puse a llorar, si antes me sentía mal en ese momento me sentía como la peor basura del mundo”.
“¿Qué hiciste?” pregunta don Agustín, “me quede en mi dormitorio y seguí drogándome, al menos me hacia olvidar un poco todo lo que había pasado, pero al cabo de un tiempo ya no servía, me sentía en un hoyo sin salida, así que decidí, una tarde sola en casa, aliviar mis problemas”. Ángela se levanta las mangas de su chaqueta y le muestra las muñecas sin las pulseras que normalmente usa, dos cicatrices se ven ahí, ambas bastante claras, “trate de suicidarme, me quite la ropa, baje a la cocina, tome un cuchillo y me corte las venas, después sangrando subí al baño y me encerré ahí tirada en la tina”.
Don Agustín se muestra totalmente impactado por lo que Ángela cuenta, y por primera vez su actitud impasible se rompe. “Fueron mis hermanos quienes me salvaron, recién habían salido, pero olvidaron unos libros cuando regresaron vieron la sangre y siguieron las huellas, a patadas tumbaron la puerta del baño y como pudieron vendaron mis heridas y llamaron una ambulancia. Cuando desperté estaba en el hospital, un medico hablaba con mis padres y ellos lloraban, cuando vi a mi papa me puse histérica y debieron sedarme. Me tuvieron sedada varios días hasta que hable con una sicóloga y le conté lo sucedido, aunque obviamente no todo. Lo que ocurrió esa noche jamás se lo había contado a alguien, hasta ahora. Estuve tres meses en el hospital, primero aquí y después en la otra ala, donde hacen los tratamientos de rehabilitación a alcohólicos y drogadictos, ahí expié todo lo malo que había hecho, pague mis culpas y al final pude rehabilitarme, aunque lo más difícil fue volver a mirar a mi papa en los ojos y no llorar, aun así todavía me siento terriblemente avergonzada por todo ello y aun me duele cuando mi papa habla bien de mi”.
Ángela se seca sus lágrimas y don Agustín la toma del rostro dándole una amable sonrisa. Ángela trata de sonreír pero no puede, aun. “Por eso detesto este lugar, me trae todos estos recuerdos del porque llegue aquí y cosas que desearía olvidar que ocurrían cuando estaba internada aquí”, “¿a qué te refieres?” Ángela mueve la cabeza, “en los primeros días aquí debían amarrarme en la cama para poder controlarme, la ansiedad por la falta de drogas es horrible, así que unos doctores venían a, visitarme ocasionalmente y eso me sirvió de recordatorio del porque estaba aquí y también para pagar deudas por lo que hice”, don Agustín no comparte esto, “ser abusada es pagar tus deudas, debiste hablar y denunciarlos” le dice con firmeza, “lo pensé, pero tuve miedo que si me empezaban a interrogar, podrían terminar sabiendo lo que hice aquella noche, por eso guarde silencio”.
Al ver la hora don Agustín le pide a Ángela que lo regrese a su habitación, pero la deja hasta que recupere su compostura. En el camino él pago un soborno para que la enfermera guardara silencio, él nunca salió y Ángela nunca estuvo aquí, aunque aun se pregunta quien lo mando a este lugar y porque no lo dan de alta.
 
Ángela decide ir a buscar a la doctora que lo estaba viendo cuando recorriendo los pasillos por un momento cree ver a alguien conocido. De inmediato se oculta y se asoma tras una esquina y ve a los sobrinos de don Agustín hablando con la doctora, “solo manténgalo aquí el mayor tiempo posible, no lo den de alta por ningún motivo” dice uno de ellos y le entrega un sobre bien grueso que ella revisa discretamente. “Vaya perra”  murmura Ángela que la observa dejar la carpeta con los antecedentes de don Agustín en un mesón y luego se aleja con ellos.
De inmediato la pelirroja se acerca al mesón y saca la carpeta. Ahí se percata que pidieron una serie de exámenes innecesarios solo para demorarlo y que todo habría sido una simple insolación dado que él estuvo en el jardín ese día mucho tiempo. Así que Ángela va con él a contarle lo que está sucediendo.
Camina rápidamente por los pasillos poniendo atención por si los ve, pero en lugar de ellos se encuentra con dos tipos que ciertamente la ponen nerviosa. Son los doctores que la visitaban en las noches cuando estuvo en rehabilitación. Ángela se desconcierta y pierde el paso, pero al final decide seguir adelante y enfrentar la situación. Lo hecho, hecho esta piensa ella.
Los sujetos la reconocen de inmediato y Ángela los mira a los ojos, controlando sus nervios los ignora por completo y pasa a su lado. Aun así escucha unos comentarios desagradables e incluso uno de ellos llega al punto de ofrecerle recordar los viejos tiempos. Ángela no los mira y sigue hasta que se encuentra con la enfermera y le muestra la carpeta, pidiéndole que lo den de alta. “Yo no puede hacer eso sin que me despidan, no importa lo que esté pasando, solo un doctor puede darlo de alta”. Ángela se queda frustrada, conversa con el otro doctor de turno, pero este se rehúsa también, “no es mi paciente” responde, al final Ángela tiene una idea, aunque demandara un sacrificio de su parte, pero tras pensarlo es lo menos que puede hacer por alguien que la ha escuchado, aconsejado y apoyado.
En una oficina en ala de rehabilitación ambos sujetos conversan cuando Ángela aparece parada en la puerta con una fría mirada en su rostro. “Vaya, si es la zorrita drogadicta” le dice uno, Ángela se muerde la lengua, “¿vienes a recordar viejos tiempos?” añade el otro. “Tal vez” responde ella con dureza, “todo depende si me sirven de algo” agrega.  Ambos se miran sorprendidos y Ángela les deja la carpeta en el escritorio, “quiero que lo den de alta”. Ambos se sorprenden y revisan los antecedentes, “se ve todo normal, ¿pero porque lo quieres de alta?”, “eso no les interesa, quiero saber si es posible”, “¿y si así lo fuera, por que deberíamos ayudarte?” le responden, “¿acaso no querían recordar viejos tiempos conmigo?”.
Hay un momento de silencio, pero Ángela se mantiene firme. Esta dispuesta a llegar bien lejos en esto y no se va a retractar ahora. De un cajón uno de ellos saca un papel y llena los datos y lo pone en la carpeta que Ángela les pasó. Ella lo revisa y se muestra satisfecha, es el certificado de alta que necesita. “Muy bien, donde quieren hacerlo” pregunta y los tres salen de la oficina y se dirigen a una habitación aparte, muy similar a la que Ángela ocupo cuando estuvo aquí. Apenas se cierra la puerta le ponen las manos encima.
Su chaqueta es lo primero que le quitan y la tiran al suelo mientras las manos de ambos recorren el cuerpo de Ángela, notando que los años que han pasado en ella han aumentado las curvas de su juvenil cuerpo de manera notable. Ángela viste una polera de tirantes blanca y con botones, así como ajustados jeans que marcan sus piernas y su trasero. Ella se entrega a ambos mientras le soban el culo y sus pechos además de tolerar sus besos algo bruscos. El que está detrás presiona sus dedos entre sus nalgas y Ángela va dejándose llevar por el momento.
Su polera se la abren descubriendo sus magníficos pechos, ella no usa sostén y entre los dos se los chupan y estrujan mientras le meten mano. Ángela se besa con uno y otro. Comienza a sobar sus bultos y estos se abren los pantalones mostrándole sus vergas. Ángela los pajea a ambos a la vez y después se inclina para mamar sus miembros bien duros y erectos, solo que ahora ella lo porque quiere y no porque la obligan. La mamada que les hace es tan intensa que por poco los hace correrse, pero se detiene a tiempo y mientras uno se sienta en la camilla para que ella continúe mamando su verga, el otro le baja los jeans y hunde su rostro entre sus nalgas apartándole su ropa y lamiéndole su culo de arriba abajo.
Ángela se pasa el miembro entre sus pechos, los cuales han crecido bastante desde la última vez que estuvo ahí. Ella continua mamando aquel miembro mientras una lengua y dedos ansiosos se deslizan en sus partes intimas. El otro sujeto se la folla con los dedos metiéndoselos en su coño y en su culo también usando ambas manos. Ángela y mueve sus caderas al ritmo de estas acometidas y sus gemidos se ven ahogados por la verga en su boca. El sujeto detrás de restriega su miembro sobre sus nalgas pasándolo de arriba abajo para luego penetrarla de una vez empujando su miembro hasta el fondo de su coño. La toma de las manos hacia atrás y la bombea rápidamente mientras el que está en la camilla le guía la cabeza de arriba abajo metiéndole  su verga en la boca, Ángela no ofrece ninguna resistencia y se deja coger apretando con sus labios el miembro.
 
Rápidamente le quitan los jeans y la recuestan en la camilla donde ambos se hincan a su lado poniendo sus vergas en su bello rostro. Ángela de nuevo juega con ambas y las degusta a placer, lamiéndolas y chupándolas ansiosamente.  Uno de ellos se monta encima y desliza su miembro entre los pechos de la pelirroja, los presiona contra su verga y se pajea con ellos mientras el otro se la hunde la boca. Ángela aun se acuerda de cómo le hacían esto cuando estuvo internada.
Tomándola de sus piernas las apoya sobre sus hombros y de una acometida la penetra de una vez presionando con fuerza. Ángela se ve con sus rodillas en sus pechos mientras la follan, es una pose algo incomoda pero siente mejor la penetración. Con ambas manos le toma la verga al otro y se la frota casi estrujándola. Sus pechos se agitan vigorosamente y Ángela siente el miembro recorriéndola por dentro, acariciando todo su coño, eso la excita enormemente.
La pelirroja toma el control y hace que uno de ellos se ponga delante y Ángela se instala en cuatro sobre la camilla, nuevamente su boca acoge un miembro, pero esta vez el otro se adentra en su culo haciendo que ella libere un profundo gemido, “como me encanta este trasero” dice el tipo la coge analmente. Ángela siente como sus nalgas se abren y su apretado trasero se va dilatando. Ella cierra sus ojos y gime sin parar mientras se la follan por ahí. Ángela los mira a ambos y atrapa con su boca una verga que esta frente a sus ojos, solo así sus ardientes gemidos se ven ahogados, pero el otro también le quiere dar por el culo.
 
El cuerpo de Ángela esta sudado por tanto sexo, su polera se pega al mismo y ella se monta sobre un miembro que parece un verdadero mástil de carne. Nuevamente su trasero es el objetivo y ella se va dejando caer lentamente hasta enterársela por completo. Ángela sube y baja por aquella verga separando ampliamente sus piernas lo que permite ver como el miembro entra y sale de su esplendido trasero. El otro doctor no se queda mirando por mucho rato y Ángela observa cómo lleva su miembro hasta su sexo, donde se lo mete por completo, ahora los tiene a los dos dentro.
Ambos doctores se follan a Ángela a la vez, ella reparte besos y lamidas con ellos al tiempo que sus miembros entran y salen de su juvenil cuerpo, “esto es lo mejor” dice uno en medio de los gemidos y jadeos de la pelirroja que se ve inmovilizada entre ambos que le dan con todo lo que tienen. Ella abraza al que tiene encima y este la penetra aun más adentro llenado por completo su coño. Los espasmos recorren los cuerpos de los tres y Ángela siente que ya no da y que pronto se va a correr. Cosa que sucede en un instante.
El doctor que esta frente a ella saca su verga y esparce su semen por los pechos de la pelirroja mientras el otro le dejo el culo bien lleno. Ángela coge ambas vergas y de todas maneras les hace una mamada para dejarlos secos. “Muy bien, fue divertido y espero que lo hayan gozado” dice la pelirroja que con toda naturalidad se arregla, “admítelo, lo gozaste” le dice uno de ellos, pero Ángela no se inmuta, “es posible, pero eso no significa que me podrán follar de nuevo, adiós”.
Cuando Ángela aparece en la habitación de don Agustín este se sorprende al verla algo desarreglada y sudada. “Después le cuento, ahora nos vamos” y le muestra los papeles a la enfermera que se muestra sospechosa, sin embargo todo está en orden y lo deja partir. Ángela ya había llamado un taxi que los está esperando afuera y salen raudos del hospital antes que alguien se dé cuenta. En el trayecto la pelirroja le cuenta lo sucedido y a quienes vio en el hospital. “Vaya, no son tan estúpidos como parecen, tendré que ser más cuidadoso” dice don Agustín.
Al llegar a la casa se escuchan algunas voces dentro, don Agustín entra acompañado de Ángela. La empleada y otras dos personas que trabajan con don Agustín discuten acaloradamente con los sobrinos de él, ya que estos pretenden despedirlos y hacerse de la casa. “Los únicos que se van de aquí son ustedes” dice él sacando una voz inusitadamente fuerte y clara. Todos brincan del susto y sus sobrinos se preguntan como lo hizo para salir del hospital, “solo fue una falsa alarma, nada grave, así lo dijeron los médicos” responde don Agustín y Ángela sonríe maliciosamente. Todos se retiran de inmediato y su personal le da la bienvenida a su hogar.
“Vaya quede exhausta” dice Ángela que se deja caer en un sofá y toma un vaso de jugo que le ofrecen. Cuando salen los empleados don Agustín la interroga. “¿Y bien, como lo hiciste para sacarme de ahí?”, “ah, pues, nada de otro mundo, solo algo de persuasión con la gente correcta y además recordar un poco los viejos tiempos” responde ella sonriendo, y entonces comienza a relatar con lujo de detalles todo lo que sucedió.
 
 
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