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Relato erótico: “Mi esposa se compró dos mujercitas por error 5” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 9, LES OFREZCO LA LIBERTAD

Estaba terminando de vestirme cuando las dos morenitas se despertaron y al comprobar que se habían quedado dormidas, se levantaron de inmediato con cara de asustadas. Reconozco que me hizo gracia la vergüenza de esas niñas al saber que no solo no me habían ayudado a bañarme sino que en pocos minutos iba a bajar a desayunar y que no habían preparado nada.
―Perdón amo― repetían al unísono mientras se ponían la ropa.
Mi esposa no pudo soportar la risa al verlas tan preocupadas y tratando de tranquilizarlas, les dijo que ella se había ocupado de mí. Sus palabras lejos de aminorar su turbación, la profundizó más y prueba elocuente de ello fue cuando cayendo de rodillas frente a mí, Aung me pidió que no las vendiera.
El temblor de su voz al hablar me recordó el siniestro destino al que las mujeres pobres de ese país estaban acostumbradas. Personalmente me parecían inadmisibles tanto la esclavitud como que ante el mínimo fallo temieran por su futuro. Cuando ya no corrieran riesgo, tendría que sentarme con ellas y decirles que eran libres pero mientras y quitando hierro al asunto, comenté:
―Si algún día dejáis de ser mías no será porque os he vendido sino porque os habré liberado.
Por su mentalidad medieval al escucharme las muchachas se vieron de vuelta a su pueblo. La mera idea de retornar a la pobreza les provocó un terror quizás superior al de ser vendidas y entre lágrimas me rogaron que antes las matase.
«¿Ahora cómo les explico que jamás las dejaría desamparadas?», murmuré para mí al ver su angustia.
Menos mal que mi esposa, más conocedora de sus costumbres, intervino gesticulando mientras les decía:
―Nuestro amo debería azotaros por dudar de su bondad. Cuando dice liberaros, no significa echaros de su lado porque está pensando en daros la oportunidad de engendrar uno de sus hijos y no quiere que tengan una madre esclava.
Me entró la duda de si habían entendido al verlas discutiendo entre ellas en su idioma pero entonces Mayi, sin levantar la mirada del suelo, preguntó:
―¿Nosotras dar hijo a Amo, nosotras libres, nosotras vivir con Amo y María?
―Así es― respondí y observando que no decían nada, les aclaré: ―Sí, seréis libres pero viviréis conmigo.
Mi respuesta impresionó a esas mujeres, las cuales sin llegárselo a creer volvieron a hablar acaloradamente entre ellas.
«¿Ahora qué discuten?», me pregunté al comprobar que a pesar de estar alegres había algo que no comprendían.
Tras un intercambio de palabras, Aung respondió:
―Nosotras felices dar hijo amo. No cambiar Amo. Aung y Mayi amar Amo. Nosotras no querer libres.
«¡La madre que las parió!», exclamé mentalmente al comprobar la dificultad de cambiar una educación y unos valores que habían mamado desde crías. Como suponía que que tardaría años para hacerlas pensar de otra forma, pegando un suave azote en el trasero de Aung, le pedí que se fuera a prepararme el desayuno.
Con una alegría desbordante, la morenita salió corriendo rumbo a la cocina. Mayi se acercó a mí y poniendo su culo en pompa, me soltó sonriendo:
―¿Amo no querer Mayi?
Descojonado comprendí que deseaba ser tratada de la misma forma que a su amiga pero entonces poniéndolas sobre mis rodillas, le solté el primero mientras le decía que era por no haberme preparado de desayunar y un segundo por ser tan puta.
La risa con la que esa birmana recibió mis rudas caricias me confirmó que para ellas era una demostración de cariño y lo ratificó aún más cuando desde la puerta, girándose hacia mí, afirmó:
―Amo bueno con Mayi, Mayi dar mucho amor y muchos hijos Amo.
Estaba todavía traduciendo al español esa jerga cuando escuché a María comentar:
―Esas dos putitas están enamoradas de ti… ¿me debo poner celosa?
Esa pregunta en otro tiempo me hubiera despertado las alarmas pero en ese momento me hizo reír y cogiendo a mi mujer del brazo, la coloqué en la misma postura que a la oriental y con una cariñosa nalgada, le informé que para mí siempre ella sería mi igual aunque en la cama la tratara como una fulana.
―Siempre te he amado pero todavía más al comprenderme, mi deseado y malvado dueño― contestó luciendo una sonrisa de oreja a oreja: ―Seré tu esposa, tu puta y lo que tú me pidas pero nunca, ¡nunca! ¡Me dejes! ¡Y menos ahora que hemos incrementado la familia con dos monadas!
Me extrañó oír que ya consideraba a esas chavalas parte de nuestra familia y meditando sobre ello, comprendí que si interpretábamos de una forma liberal nuestra relación con Mayi y con Aung, al comprarlas habíamos unido su destino al nuestro con todo lo que eso conllevaba. Por eso medio en guasa, medio en serio, repliqué:
―Amor mío. Lo queramos creer o no, esas dos son nuestras mujeres y tanto tú como yo somos de ellas.
Insistiendo en el tema, me soltó:
―¿Quién te iba a decir que a tu edad ibas a tener tres mujeres deseando hacerte feliz?
Descojonado, respondí:
―¿Y a ti? No te olvides que mientras esté en el trabajo, las tendrás solo para tu gozo y disfrute.
Tomando al pie de la letra mi respuesta, radiante, contestó:
―No te prometo no aprovecharlo pero primero que limpien la casa. ¡No puedo ocuparme de ella yo sola!
―No me cabe duda que hallarás un término medio― de buen humor recalqué y tomándola de la mano, bajamos juntos a desayunar con nuestras dos mujercitas…

CAPÍTULO 10, LAS BIRMANAS TRAEN BAJO SU BRAZO UN TESORO

Esa noche al volver del trabajo, me topé con un montón de novedades. La primera de ellas fue cuando las orientales me recibieron luciendo la ropa que María les había comprado. Aunque estaban preciosas por lo visto había sido una odisea el conseguir que aceptaran que mi esposa se gastara ese dineral en ellas (una minucia en euros) pero aún más que se la probaran en la tienda y no en casa.
―No te lo imaginas― me contó― ¡les daba vergüenza entrar en el vestidor ellas solas!
Bromeando, contesté:
―Pobrecita, me imagino que las tuviste que desnudar.
Viendo por donde iba, contestó:
―No te rías pero ese par de putas creyeron que buscaba sus caricias e intentaron hacerme el amor tras la cortina.
La escena provocó mi carcajada y al preguntar cómo las había hecho entrar en razón, María murmuró en voz baja:
―¡No me hacían caso! Ya me habían sacado los pechos y no me quedó más remedio que amenazarlas con que iban a dormir una semana fuera de nuestra cama para que me dejaran en paz.
Desternillado de risa, me imaginé el corte que pasaría al salir y por ello acariciando su trasero, la respondí:
―Yo también lo hubiese intentado.
María rechazó mis caricias y haciéndose la cabreada, me soltó:
―Pero eso no fue lo peor. Saliendo de ahí, las llevé a un médico para que les hiciera un chequeo para confirmar que están sanas. Lo malo fue que se negaron de plano a que un hombre que no fueras tú, las tocara. Como en ese hospital no había una doctora, ¡tuvimos que buscar otro donde la hubiera!
Dado que ese reparo era parte de su cultura no me pareció fuera de lugar su postura y pasando por alto ese problema, la pregunté por el resultado.
―Quitando que les faltaba hierro, ese par nos enterraran. Según la doctora que les atendió las mujeres de su zona son famosas por su longevidad y…― haciendo una breve pausa, exclamó: ―… ¡la cantidad de hijos!
La satisfacción que demostró al informarme de ese extremo me preocupó y más cuando al mirar a las orientales, verifiqué que me miraban con una adoración cercana a la idolatría. Temiendo las consecuencias de ese conclave femenino, me acerqué al mueble donde teníamos las bebidas para servirme una copa.
Fue entonces cuando mi futuro con esas arpías quedó en evidencia porque mientras casi a empujones Aung me llevaba hasta el sofá, su compañera ayudada por mi esposa me puso un wiski.
―Nosotras cuidar― murmuró la morena en mi oído.
Decididas a hacerme la vida más placentera, la tres se sentaron en el suelo esperando a que les diera conversación. Viéndome casi secuestrado en mi propia casa, no me quedó más remedio que hablar con ellas y recordando que apenas conocía nada de las birmanas, les pregunté por su vida ante de llegar a nuestra casa.
Así me enteré que provenían de una zona remota del país que durante centurias había sido olvidada por el poder y donde la pobreza era el factor común a sus habitantes. Curiosamente en el tono de las dos no había rencor y asumían el destino de sus paisanos como algo natural.
Sobre su vida personal poca cosa pude sacarles, excepto que habían dejado la escuela para ir a trabajar al campo a una edad muy temprana. Al escuchar sus penurias y que tenían que recorrer a diario muchos kilómetros para ir a trabajar, María las comentó si consideraban que su vida había mejorado desde que estaban en nuestra casa.
Tomando la palabra, Mayi contestó:
―En pueblo, no saber que ser de nosotras. Amo y María buenos. Con Amo felices, Amo dar placer, Amo no pegar y cuidar.
Esta última frase me indujo a pensar que al menos la más pequeña de las dos había sufrido abusos físicos e intrigado pregunté:
―¿Qué pensasteis cuándo os dijeron que dos extranjeros iban a compraros?
Bajando su mirada, se quedó callada y al comprobar que no se atrevía a contestar, miré a su compañera.
Aung, con sus mejillas coloradas, contestó:
― Temer burdel como amigas pueblo. Nunca ver hombre o mujer blanco, nosotras pensar tener cuernos.
La confirmación que los prostíbulos eran un destino frecuente en la vida de sus paisanas me conmovió pero como describió con gestos la supuesta cornamenta de los europeos me hizo gracia y rompiendo la seriedad del asunto me reí.
Mayi al comprobar que nos lo habíamos tomado a guasa, señalando los pechos de mi esposa, añadió:
―María dos cuernos enormes.
La aludida poniendo sus tetas en la cara de la pícara muchacha, me recordó que el día que llegaron a nuestro hogar se habían quedado impresionadas por su tamaño. El gesto de mi mujer fue mal interpretado por la birmana y pensando que María quería que se los tocara, empezó a desabrocharle la camisa.
―¡Cómo me gusta que estas zorritas estén siempre dispuestas!― rugió mi señora al sentir los pequeños dedos de Mayi en su escote.
Mi sonrisa animó a la birmana, la cual sin dejar de mirarme, sacó su lengua a pasear y se puso a mamar de esos cántaros mientras me decía:
―Mayi amar María ahora, Amo hacer hijo después.
La devoción y el cariño con la que esa cría buscaba mi aprobación a cada uno de sus actos me corroboraron la felicidad con la que aceptaba ser mía y queriendo premiarla, acaricié su mejilla mientras le decía:
―No hay prisa, tengo toda la vida para embarazarte.
Haciéndose notar, Aung llevó sus manos hasta mi bragueta y mientras buscaba liberar mi sexo, susurró en plan celosa:
―Amo olvidar Aung pero no preocupar, yo mimar Amo.
Descojonado la tomé entre mis brazos y levantándola del suelo, forcé sus labios con mi lengua. El enfado de esa morena se diluyó al sentir mis besos y pegando su cuerpo al mío, me rogó que la tomara al sentir que la humedad anegaba su cueva.
El brillo de sus ojos fue suficiente para hacerme saber que esa niña se sabía mía y que obedecería cualquier cosa que le pidiera. La sensación de poder que eso me provocaba no fue óbice para que dándola su lugar, le preguntara cómo quería mimarme.
Sin responder, me bajó los pantalones y sacando mi miembro de su encierro, susurró ruborizada:
―Beber de Amo.
Tras lo cual se arrodilló frente a mí y cogiendo mi sexo en sus manos, lo empezó a devorar como si fuera su vida en ello.
―Tranquila― repliqué al notar la urgencia con la que había introducido mi pene en la boca.
No me hizo caso hasta que con los labios tocó su base. Entonces y solo entonces, presioné con mis manos su cabeza forzándola a continuar con la mamada. Su rápida respuesta me hizo gruñir satisfecho al advertir la humedad de su boca y la calidez de su aliento. Su cara de deseo me terminó de calentar nuevamente y recordando que debía preñarla, la di la vuelta y al subirle la falda, advertí que no llevaba bragas.
«¡Venía preparada!», reí entre dientes mientras comenzaba a jugar con mi glande en su sexo.
La birmana estuvo a punto de correrse al sentir mi verga recorriendo sus pliegues. Era tanta su excitación que sin mediar palabra, se agachó sobre el sofá. Su nueva postura me permitió comprobar que estaba empapada y por eso decidí que no hacían falta más prolegómenos.
No había metido ni dos centímetros de mi pene en su interior cuando escuché sus primeros gemidos. Incapaz de contenerse, Aung moviendo su cintura buscó profundizar el contacto. Al sentir su entrega, de un solo golpe, embutí todo mi falo dentro de ella.
―Fóllatela mi amor y hazme madre― gritó fuera de sí María al observar la violencia de mi asalto.
Girándome, comprobé que Mayi estaba devorando su coño y sin tener que preocuparme por ella, empalé con mi extensión a la morena, la cual tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no gritar.
―Dale caña, sé que le gusta― me azuzó mi esposa mientras los dedos de la otra oriental acariciaban el interior de su coño.
Mi mujer estaba fuera de sí pero como tenía razón la obedecí y con un pequeño azote sobre las nalgas de Aung, incrementé la velocidad de mis ataques. La reacción de la muchacha fue instantánea y moviendo sus caderas, buscó con mayor insistencia su placer.
―Ves, a esa putilla disfruta del sexo duro― María chilló descompuesta.
Sus palabras me sirvieron de acicate y sin dejar de machacar el pequeño cuerpo de la birmana con brutales penetraciones, fui azotando su trasero con sonoras nalgadas. Aung al sentir mis rudas caricias, gritó que no parara mientras no paraba de gritar en su idioma lo mucho que le gustaban.
Aunque no me hacía falta traducción, escuché a Mayi decir:
―Querer Amo más duro.
Mirándolas de reojo, sonreí al reparar en que se había puesto un arnés con el que se estaba follando a mi esposa.
«Aquí hay varias a las que le gusta el sexo duro», sonriendo sentencié mientras aceleraba la velocidad de mis caderas, convirtiendo mi ritmo en un alocado galope.
Aung sentir mis huevos rebotando contra su sexo se corrió. Pero eso en vez de relajarla la volvió loca y presa de un frenesí que daba miedo, buscó que mi pene la apuñalara sin compasión.
―Mucho placer― chilló al sentir que su cuerpo colapsaba y antes de poder hacer algo por evitarlo, se desplomó sobre sillón.
Al correrse, dejó que continuara cogiéndomela sin descanso. Su entrega azuzó mi placer, de forma que no tardé en sentir que se aproximaba mi propio orgasmo y por eso sabiendo que no podía dejarla escapar viva, descargué toda la carga de mis huevos en su interior.
A nuestro lado y como si nos hubiéramos cronometrado María llegó al orgasmo al mismo tiempo, dejando a la pobre Mayi como la única sin su dosis de placer.
La diminuta oriental no mostró enfado alguno y quitándose el arnés, se acercó a mí buscando mis caricias. Desgraciadamente, mi alicaído pene necesitaba descansar y aunque esa mujercita usó sus labios para insuflarle nuevos ánimos, no consiguió reanimarlo.
―Dame unos minutos― comenté al comprobar su fracaso y no queriendo que nadie hiciera leña de mi gatillazo, le pedí que me hiciera un té.
La muchacha al escuchar mi orden, parloteó con su compañera en su lengua tras lo cual salió corriendo rumbo a la cocina. No habían pasado ni cinco minutos cuando la morenita volvió con una tetera y mientras me lo servía, me informó que iba a probar un té muy especial que solo se encontraba en su pueblo.
Juro que antes de probarlo tenía mil reticencias porque no en vano me consideraba un experto en ese tipo de infusiones. Pero resultó tener unos delicados aromas frutales que me parecieron exactos a una variedad que había probado en China, llamada tieguanyin, y que por su precio solo había podido agenciarme unos cien gramos.
«No puede ser», exclamé en mi interior y sin querer exteriorizar mi sorpresa, la pregunté si le quedaba algo sin usar.
―Una bolsa grande. Pero si querer más, yo conseguir― contestó.
―Tráela― ordené y mientras ella iba a su cuarto, fuí al mío a buscar el lujoso embalaje donde guardaba mi tesoro.
«Es imposible», me repetí ya con ese carísimo producto bajo el brazo, « en el mercado minorista de Hong Kong se vende a mil euros el kilo».
Cuando Mayi volvió con esa bolsa papel, puse un puñado del suyo y uno del mío sobre una mesa. Os juro que comprobar que el aroma, la forma, la textura y el sabor eran el mismo, se me puso dura y ¡no figuradamente!
Asumiendo que esas crías conocían a la perfección el té que sus paisanos producían no quise influir en ellas y señalando las dos muestras, les pedí su opinión. Las birmanas ajenas al terremoto que asolaba mi mente, tras probar el té que yo había traído con cara triste se lamentaron que hubiese comprado a algún desalmado un producto tan malo.
―¡Explicaros!― pedí desmoralizado.
Aung con voz tierna me informó que siendo de la misma variedad, el mío estaba seco y que debía hablar con el que me lo había vendido para que me devolviera el dinero.
―Está seco― repetí y sin llegarme a creer que la fortuna me sonriera de esa forma, pregunté a las muchachas a cuanto se vendía el kilo.
―Caro, muy caro. Tres mil Kyats la bolsa.
Haciendo el peor cambio posible, eso significaba dos euros por lo que metiendo gastos exagerados y pagando aranceles, puesto en Hong Kong saldría a menos de veinte euros.
―¿Me darías un poco? Quiero enviárselo a un amigo― deje caer como si nada pensando en mandárselo a un contacto que había conocido en mi viaje.
Poniendo la bolsa en mis manos, Mayi contestó:
―Lo nuestro es suyo.
Para entonces Maria se había coscado que algo raro pasaba y en voz baja me preguntó qué era lo que ocurría. Abrazando a las dos birmanas, respondí:
―Si tengo razón, ¡el valor de esa bolsa es mayor a lo que pagaste por estas monadas!
No hace falta comentar que al día siguiente y a primera hora mandé por correo urgente doscientos gramos de ese té al mayorista que conocía porque de ser la mitad de bueno de lo que decían las dos muchachas podía hacer millonario, ya que según ellas la finca que lo producía era de un noble venido a menos y que debido a su mala situación económica era fácil engatusarle que me vendiera unas dos toneladas al mes de ese producto.
Dando por sentado que de estar interesado, el capullo de mi conocido iba a aprovecharse de mí, pensé:
«Si me ofrece trescientos euros por kilo y me cuesta veinte, ganaríamos más de medio millón de euros al mes».
Siendo miércoles, no esperaba que lo recibiera antes del viernes y eso me daba tiempo para desprenderme de los trescientos mil euros en acciones que había comprado cuando antes de volar a ese país vendí mi casa en Madrid. Reconozco que me resultó duro dar la orden a mi banco por si mis esperanzas eran un bluf y todo eso resultaba ser el cuento de la lechera. Aun así las vendí y esa misma mañana, mi agente me confirmó que tenía el dinero en mi cuenta.
Mientras tanto me ocupé de investigar la precaria situación del dueño de esa finca y por eso antes de recibir la llamada del Hongkonés, sabía que ese tipo estaba totalmente quebrado y que el terreno que dedicaba al cultivo de esa variedad era de unas treinta y cinco hectáreas.
«¡Su puta madre! Según los libros la producción media es de tres toneladas año por hectárea», pensé dándole vueltas al tema y haciendo números la cifra que me salía era tan descomunal que me parecía inconcebible.
Por eso cuando el viernes antes de ir a trabajar, el chino me llamó interesado y sin tener que ejercer ningún tipo de presión me ofreció cuatrocientos euros por kilo, supe que había hallado mi particular mina de oro.
―Recoged todo. ¡Nos vamos a vuestro pueblo!― dije a las asombradas crías.


Relato erótico: Angela y Agustin 1era parte.(POR KAISER)

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Casi pateando la puerta Ángela sale de su casa. Está furiosa y no quiere que nadie se le cruce por delan
te. En el trayecto hasta el almacén no para de regañar y apenas toma en cuenta los piropos que lanzan algunos sujetos al pasar. Ángela está realmente enojada ya que sus padres le recortaron la mesada por sus notas, para la pelirroja es inaceptable algo así, pese a que muy en el fondo admite que tienen razón, pero ella jamás lo va a reconocer, simplemente es demasiado orgullosa.
Cruzando la calle unos chicos que juegan futbol le dicen algunos cumplidos, Ángela se enfurece aun más y patea con fuerza el balón lanzándolo lejos con tan mala fortuna que golpea a un viejo que iba caminando por la acera de enfrente. Los chicos de inmediato salen corriendo y Ángela, para evitarse más problemas, decide dar la cara.
“Realmente lo siento” se excusa la pelirroja ante el hombre que recoge su sombrero. “No salía a la calle en días y vaya recepción que recibo”. Ángela lo mira a los ojos que son de un intenso color azul, “así que fuiste tú chiquilla, no sabía que jugabas fútbol también”, “no juego, solo que de rabia lo patee tan fuerte como pude”, “si note que estabas enojada, lo que decías me llamo la atención” y Ángela se avergüenza aun más. “Decías algo de tu mesada en medio de tus regaños”, ella se encoje de hombros, “pues sí, me recortaron, o mejor dicho me cortaron la mesada por mis notas”, “oh ya veo, gran problema para ti”.
El viejo comienza a caminar alejándose de Ángela, “si deseas ganarte unos pesos yo te puedo ayudar” le dice mientras camina, ella se pone suspicaz y lo sigue. “¿Y qué debo hacer?” le pregunta con cierto sarcasmo, “no mucho, solo visitarme” le dice él, Ángela lo mira extrañada, “es en serio, solo visitarme y hacerle compañía a este pobre viejo, nada más, obviamente si así lo quieres y te pagare por tu compañía” le dice volteándose y mirándola a sus hermosos ojos verdes, “lo pensare” responde la pelirroja, “muy bien, me parece justo” y se pone a caminar otra vez, “puedes encontrarme en la mansión al fondo del pasaje” le dice y Ángela retoma su camino aun pensativa acerca de tan extraño encuentro.
Pasan unos días y Ángela ya había olvidado el asunto cuando de nuevo comienza a tener problemas de dinero. Sus hermanos ya no están dispuestos a prestarle más y en el colegio les debe a algunos de sus amigos los cuales tratan de aprovecharse de ello pidiéndole algunos “favores” a cambio, situación que asquea a Ángela sintiendo que la están tratando de puta y no como una amiga. Regresando a su casa va cruzando la calle cuando mira a su izquierda y ve la mansión, imponente y con cierto aire tenebroso, al final del pasaje. Ángela recuerda la conversación con el viejo y decide dar un vistazo aunque con algunas dudas.
Ángela se impresiona al ver el lugar de cerca, siendo niña siempre le tuvo miedo y aun recuerda las historias que se contaban de él. Golpea a la puerta y el eco que se siente la asusta un poco. Con un crujido la puerta se abre y una empleada la recibe. “Disculpe, el otro día hable con un caballero”, “ah con don Agustín, claro pasa no hay problema”. Ángela entra aun sintiéndose insegura de si está haciendo lo correcto al venir aquí, “ven sígueme” y la empleada la conduce hasta el amplio living de la mansión donde la pelirroja se maravilla por la decoración la cual, pese a los años, aun luce su opulencia y esplendor.
“Vaya pero que sorpresa mi niña, me imagino que la crisis económica debe ser fuerte” le dice don Agustín con una sonrisa y se sienta en su sillón favorito, “vamos toma asiento” le dice y Ángela se sienta en un sofá cruzando sus piernas, algo que no pasa inadvertido. “Si quiere mi compañía solo para mirarme las piernas se equivoco de compañía” le dice Ángela, “bah, no seas aguafiestas” replica don Agustín, pero Ángela se queda. “¿Y bien, aquí estoy ahora qué?” pregunta la pelirroja, “pues cuéntame de ti” le dice él, “¿qué le cuente de mi?”, “pero claro, estoy seguro que una chiquilla tan guapa como tu debe tener mucho que contar”, Ángela sonríe, “veo que usted es bastante copuchento”, “no que va, soy curioso, créeme, soy de confianza, todo lo que me digas te prometo que me lo llevare a la tumba, y eso será pronto” le dice levantando una mano en forma de juramento.
 
Aun sorprendida, Ángela le cuenta algunas cosas de su familia, donde vive y del colegio al cual asiste. “¿Eres buena alumna?”, Ángela se sonroja, “si pretende avergonzarme con esa pregunta lo está consiguiendo” le responde, “oh ya veo, no era mi intención, ¿tienes novio?” pregunta después, “¿eso es importante?”, “pues para mi si” contesta don Agustín mirando, con una sonrisa picaresca, a Ángela. “No, no tengo”, “me lo imaginaba” agrega él. “¿Por qué se lo imaginaba?”, “pues porque los compromisos no son lo tuyo”, “soy irresponsable entonces”, “no, pero eres un espíritu libre que trata de disfrutar la vida, eres coqueta y te gusta lucir tu belleza, por algo realzas tu cabellera pelirroja, tus ojos verdes y tu hermosa figura sabiendo que eso te hace diferente a las demás chicas del colegio, se ve que tienes carácter, lo note el otro día y también se ve que eres decidida a la hora de hacer las cosas, ah y también no tienes pelos en la lengua a la hora de hablar”.
Ángela guarda silencio, no sabe que responderle pues él la describió de una manera en la que ella misma jamás se había podido describir. “No te sorprendas de lo que te digo ni tomes a mal mis palabras, tu y yo tenemos mucho en común, guardando las proporciones”, “¿cómo es eso?” pregunta Ángela con interés, “pues cuando era joven era así como tú, atrevido, orgulloso, algo arrogante y quería conocer de todo, hacer de todo y vivir al máximo, también fui muy popular con las mujeres” agrega sonriendo.
Ambos conversan largo rato y Ángela se siente extrañamente a gusto con él, es como si lo conociera de toda la vida y por primera vez tiene a alguien con quien conversar sin que sea por interés y sin el miedo de que salga contándole al resto, algo que ya le paso en una ocasión. “Mira la hora que es, mejor te vas antes que sea muy tarde y tengas problemas”, Ángela no se había percatado de la hora, realmente el tiempo se le paso volando y don Agustín le entrega una generosa suma de dinero, al punto que Ángela lo mira desconcertada. “¿Seguro de esto?” le pregunta al ver los billetes, “seguro, ya tengo todo arreglado y adonde iré, arriba o abajo, no lo voy a necesitar”, Ángela se ríe, “nos vemos mi niña”, “¿y qué le hace pensar que voy a volver, ahora que tengo dinero?”, don Agustín la mira a los ojos, “volverás, de seguro que lo harás, y no será solo por dinero”, sin decir una sola palabra Ángela se retira aun pensando en lo de hoy.
De nuevo pasan unos días y Ángela decide hacerle una visita, aunque ahora más que por dinero lo hace simplemente porque desea conversar con alguien. Pese a la tremenda diferencia de edad entre ambos, Ángela se siente cómoda con él, siente que es alguien de confianza y por ello recoge su chaqueta y sale de su casa caminando tranquilamente rumbo a la mansión de don Agustín que nuevamente la recibe con los brazos abiertos.
“Estaba aburrida es todo” responde Ángela ante la pregunta del motivo de su visita. Ambos conversan cuando se oyen otras voces acercándose y Ángela nota de inmediato que la expresión en el rostro de don Agustín cambia rápidamente pasándose de su aspecto amable tiene a otro de enojo que Ángela jamás le había visto y ciertamente la intimida.
Cuatro personas que nunca había visto entran al living, y a juzgar por el rostro de don Agustín se le hace claro que no es gente bienvenida. La empleada aparece detrás tratando de explicar, pero don Agustín simplemente levanta la mano. “Ven, vamos a conversar a otro lugar” le dice a Ángela que lo sigue, “vaya tío veo que tiene buen gusto para la compañía, aunque no será muy joven para usted” dice en voz alta alguien. Ángela reacciona de inmediato y le lanza una dura mirada que le quita la estúpida sonrisa del rostro, lo único que la detiene de no hacer o decir algo más es que esta en una casa ajena. Luego de una tensa pausa Ángela sigue a don Agustín que la lleva a su estudio, el cual mantiene bajo siete llaves, muy literalmente.
“Que sujeto más idiota” comenta la pelirroja con rabia y don Agustín la mira, “lo siento”. “No te disculpes, es un consuelo saber que yo no soy el único que piensa lo mismo”. Hay un momento de silencio entre ambos, “¿todos ellos son parientes suyos?” pregunta de manera tentativa, “por desgracia si, sobrinos todos, pero desafortunadamente no son los únicos. Todos son unos zánganos, verdaderos buitres que solo desean verme en el cajón para quedarse con mis cosas nada más, han intentado de todo para tratar de sacarme de aquí y llevarme a un asilo de ancianos o a un hospital, pero no les daré semejante gusto, el día que salga de aquí para no volver será cuando salga en un cajón y con los pies por delante” dice él. Ángela siente curiosidad por las cosas de las que habla, pero decide no presionar.
La empleada aparece trayendo café y algo de comer para ambos, afuera se ven a los mismos sujetos, pero no se atreven a poner un pie dentro. “Bueno mi niña” dice don Agustín volviendo a su anterior y alegre carácter, “el otro día te vi bajarte de un auto a unas calles de tu casa, eran amigos tuyos” y Ángela de inmediato se ruboriza. “Nada de su incumbencia” responde mientras se acomoda en la amplia silla que ocupa y que parece un trono. “Ya veo, entonces son amigos y muy especiales deben ser” insiste, “no es asunto suyo” responde Ángela tratando de hacerse la enojada aunque con poco convencimiento de sí misma, “y muy especiales” agrega él moviendo la cabeza sin sacar la vista de la pelirroja que acomoda su trasero en la silla como si este le picara.
“Son unos ex vecinos que se ofrecieron a dejarme cerca de la casa” responde tratando de dar por terminado el tema, “entiendo, o sea te dejaron cerca como a ocho calles de tu casa y si son solo vecinos para que te sulfuras tanto, tu cabello se puso más rojo aun”. Ángela de inmediato se percata que se dio un tiro en el pie, y cada vez que mira a don Agustín se topa con sus ojos intensamente azules clavados en ella, siente como si le hiciera rayos x. “Realmente detesto cuando hace eso” replica la pelirroja en referencia al hecho que él es capaz de leerla por completo, de arriba abajo.
“¿Y bien?, debe ser algo muy importante lo que quieres decir pero no te atreves” y nuevamente Ángela se incomoda ya que él dice la verdad. La pelirroja suspira profundamente y sus pechos se levantan de forma notoria bajo la polera que usa, la chaqueta la tiene colgada en el respaldo de la silla y se sienta cruzando sus piernas bien marcadas en los jeans que viste. Ella bebe un poco de café y la taza la desliza por sus carnosos labios con lentitud. En ningún momento mira a don Agustín. Deja la tasa sobre el escritorio y levanta la mirada como si estuviera lista para hablar. Don Agustín entre cruza los dedos de sus manos y la mira fijamente. “No puedo creer que le vaya a contar esto” dice en voz baja.
“Ellos vivían al lado de mi casa hacia el patio trasero. Son una pareja, Esther y Ricardo, ambos hacían o mejor dicho hacen una linda pareja. Siempre eran motivo de comentario en el vecindario, se veían siempre felices juntos y compartían mucho, eran la pareja perfecta y Esther siempre comentaba que tenían una vida sexual muy activa lo que era la envidia entre las mujeres del barrio” dice Ángela aun ruborizada.
“Ocasionalmente los veía y los saludaba, él me parecía sumamente atractivo y yo trataba de imitar un poco a su esposa en su forma de vestir, era muy inmadura aun, no ingenua, pero si inmadura”, Ángela guarda silencio, “¿eras, virgen?” pregunta don Agustín de forma tentativa y Ángela se sonroja de forma notable, pero sin enojarse ni nada ante semejante pregunta, es como si ella la hubiera estado esperando. “Sí, en ese tiempo aun lo era, pero el sexo no era algo extraño y no lo veía como algo morboso o prohibido” responde ella con seguridad, sin demostrar timidez en sus palabras.
“Una noche salí al patio de mi casa a fumar un cigarro, si antes fumaba, lo hacía por idiota creía que me veía mayor solo por fumar. Me escondía cerca de un cobertizo en el fondo del patio y estaba con mi pucho cuando empecé a escuchar voces que venían del otro lado del muro, al principio no preste mucha atención, pero cuando empecé a escuchar cosas como dame más duro y métela hasta el fondo quede atónita”.
Al comienzo de su historia Ángela se mostró un poco tímida, sin embargo a medida que habla y pese a la pregunta de don Agustín se muestra más segura y con más confianza a cada momento.
“Como pude me trepe al techo del cobertizo, era muy tarde esa noche, y cuando mire por entre los árboles que habían ahí puede ver lo que sucedida. La escena era increíble por decir algo. Ricardo estaba recostado en una de esas sillas de playa o algo así” dice Ángela sin mostrar la vergüenza de otras chicas de su edad al describir una escena así, “lo más impresionante era ver a Esther que estaba en el suelo, recostada sobre una toalla follando con tres sujetos a la vez que le daban con todo y por todos lados” dice la pelirroja aun con asombro.
“Yo quede casi en shock cuando los vi, su marido mirando plácidamente mientras tres desconocidos se follan a su esposa” y al decir esto se nota un brillo en sus ojos, don Agustín permanece impasible sin mover un musculo, pero muy atento a las palabras de Ángela. “Como nunca sentí mi cuerpo arder, a esas alturas yo ya me tocaba y cosas así, pero esto era único, y me quede escondida mirando toda la escena hasta que terminaron con ella, se vistieron y Ricardo les dio dinero, cuando volví a mi cama me empecé a tocar como no lo había hecho nunca”. “¿Y esto volvió a suceder?” pregunta él, “si, varias veces, pero con otras mujeres, parejas y cosas así”, “¿y tu fantaseabas con ser parte de algo así?”, Ángela demora en responder pero lo hace, “si”.
“Una tarde llegue del colegio cuando vi que Esther estaba conversando con mi mama, ella dijo que quería pedirme un favor que les cuidara la casa esta noche ya que ambos iban a ir a una fiesta, de inmediato me imaginé que fiesta seria, así que les dije que si, y como a las nueve me fui a su casa. Ambos estaban arreglados bien formales, él con terno y corbata y ella con un vestido largo, pero bien ajustado a su cuerpo y abierto a un lado mostrando sus piernas, se veía increíble”.
“En cuanto se fueron me puse a recorrer la casa, el dormitorio fue lo primero que vi y el solo imaginarme lo que ahí sucedía me puso a mil, me tire en la cama y de inmediato metí una mano entre mis piernas, ese día usaba un buzo deportivo bien holgado y poleron. Recuerdo que revise un mueble y habían varios juguetes, quede sorprendida de la vida sexual que ambos llevaban”, Ángela hace una pausa y bebe algo, el brillo en sus ojos demuestra lo excitada que esta por lo que le cuenta a don Agustín que está atento a las palabras de la pelirroja.
“Me fui al living a ver tele, para variar tenían todos los canales porno disponible así que vi varias películas. Era pasada la medianoche cuando llegaron, me sorprendió un poco ya que pensé que la fiesta seria más larga. Les pregunte como les fue y Esther me dijo que la fiesta era de la oficina y muy aburrida. Yo me fui a recoger una casaca para volver a mi casa cuando Ricardo me tomo de las caderas y me pego a su cuerpo, yo quede desconcertada”. “¿Cómo reaccionaste?”, “pues quede estupefacta, no sabía si era en serio o me estaba jugando una broma, pero pronto me di cuenta que era en serio cuando puso sus manos en mis pechos y comenzó a besarme el cuello, nadie me había manoseado así antes, con tanta delicadeza, se notaba de inmediato que sabía lo que hacía”.
Ángela juega un momento con su cabello y después sigue hablando. “Él seguía adelante con sus caricias, tomaba mis pechos, que ya eran grandes en ese tiempo, y me los estrujaba por encima de mi ropa. Me punteaba y seguía besándome en el cuello. Yo no sabía bien que hacer, por un lado me derretía con sus caricias y besos, pero me preocupaba lo que ella iba a hacer si nos veía”, “¿Ella no estaba ahí?”, “no, había ido a buscar mi paga. Yo forcejeaba un poco, pero mis fuerzas me fueron abandonando rápidamente ante semejante manoseo en especial metió una mano bajo mis pantalones y acaricio mi coño”, “¿El primero que lo hacía?”, “eh, no, ya había tenido algunos encuentros con un pololo que tuve antes, pero era muy bruto, a Ricardo se le notaba la experiencia”.
“En ese momento apareció Esther en la habitación, yo me quede helada, pero ella me sonrió, se me acerco y me dio un tremendo beso en la boca, con fuerza y presionando sus labios sobre los míos y con sus manos me fue subiendo mi poleron buscando mis pechos, nada mal, me dijo y después me beso nuevamente ahora metiendo su lengua en mi boca. Yo estaba atrapada entre ambos, me besaban y manoseaban como querían, yo me puse tan excitada que simplemente no oponía resistencia. Ahí me dijeron que se vinieron antes para tener una fiesta más privada conmigo”.
Un sonido tras la puerta los interrumpe un momento, don Agustín se pone de pie y cruza unas palabras regresa a su sillón. “Comenzaron a desvestirme y a desvestirse ellos, pronto me vi con mis pechos al descubierto y entre ambos me los acariciaban y besaban, nunca me había besado los pechos antes y entre los dos me hacían gemir ya no podía controlarme. Esther descubrió los suyos y frotaba sus pezones con los míos. Ricardo me besaba y sobaba el culo, poco a poco me fueron despojando de mis ropas y entre los dos me recostaron sobre la alfombra. Ellos se desnudaron también y me besaron de arriba abajo. Ricardo me tomo de las manos y las extendió, Esther se metió entre mis piernas y comenzó a darme sexo oral, era algo indescriptible, primera vez que me lo hacía y era una mujer mayor. Sentía su lengua deslizando en mis partes intimas, la pasaba entre mis muslos, yo me retorcía y gemía desesperada, vaya que se sentía bien” relata Ángela con lujo de detalles disfrutando la morbosidad de su historia y a quien se la está contando.
“Esther se monto sobre mí, frotaba todo su cuerpo con el mío, sus pechos y su vientre lo presionaba sobre mi pubis, se movía como si me estuviera follando. A esas alturas ya me había dejado llevar por todo y le seguía el ritmo, o al menos intentaba hacerlo. En ese momento Ricardo acerco su miembro, ya bien erecto y duro a nosotras. Esther fue la primera en probarlo y le comenzó a hacer una mamada justo frente a mi rostro, yo aun estaba bajo ella. Lo chupaba y saboreaba mostrando lo bien que sabía hacerlo”. “¿También algo nuevo para ti?”, “no” contesta Ángela con seguridad, “en una ocasión le había hecho una mamada a un chico, pero fue una tontera, nada en serio”.
“Ricardo acerco su miembro y lo puso en mi boca, con timidez comencé a pasar mi lengua sobre la misma, a lo largo y en su roja cabeza. Esther me miraba y sonreía, ocasionalmente me hacia algún comentario acerca de cómo hacerlo mejor y yo le obedecía, ella sabe mucho de estas cosas” agrega Ángela con una sonrisa llena de coquetería, lujuria y algo de vergüenza. “Pronto le tome el ritmo y ya lo ponía entero entre mis labios, lo frotaba con mis manos y con mis labios, realmente lo disfrutaba haciéndole una mamada, la primera en serio que le hacía a un hombre. Esther al verme ya por mi cuenta se puso a jugar con mi cuerpo, besaba mis pechos y pronto se metió entre mis piernas para seguir con mi coño”.
“No sé cuanto rato estuvimos así, pero entre me hicieron gozar como nunca hasta ese momento, yo también los hacía disfrutar como podía y Ricardo me mostro como debía comerle el coño a una mujer, eso lo pude hacer más fácil que una mamada. Los tres estábamos ahí, tirados sobre la alfombra dándonos sexo oral y yo, siendo el jamón del sándwich”.
Ángela sigue su historia dando los detalles de todo, ella se muestra sin pelos en la lengua y contesta todas las preguntas sin inmutarse o sonrojarse en exceso, algo raro en una chica de su edad. Habla con seguridad y sin titubeos, como si siempre hubiese querido contarle esto a alguien y en don Agustín, encontró a alguien de confianza.
“Ambos me mostraron como follar, Ricardo tomo a su esposa y puso en cuatro dándole bien duro. Vaya que follan con todo esos dos, el es rudo y duro, como a su esposa le gusta, yo simplemente los miraba y disfrutaba metiendo una mano entre mis piernas. Verdaderos profesionales. Cuando Ricardo se tumbo de espaldas Esther me hizo un gesto y entre ambas le hicimos una mamada, vaya dúo fue ese con besos y todo. Incluso le atrape su miembro entre mis pechos y le hice una paja con ellos. Algo que siempre había querido hacer, aunque ahora ya lo hago mucho mejor” señala con orgullo aduciendo a que sus pechos son más grandes.
“Fue en ese instante en que decidí que era mi turno, de pasar de niña a mujer. Esther me dijo que yo me montara encima, que haría la penetración más cómoda ya que podría sentirla mejor y controlar la fuerza de la misma, la primera vez a veces es algo incomoda. Con expectación y temor me puse sobre él, Ricardo tomo mis pechos y me los masajeo delicadamente. Yo me puse tensa y nerviosa, pero Esther me dijo que me relajara. Ella se ubico detrás y me tomo de las caderas, me dio unos besos hasta que sintió que me relajaba y no estaba tensa como hace un rato. Me dio un gran beso y con una mano cogió el miembro de su esposo guiándolo hasta mi coño, yo casi di un brinco al sentir su roja cabeza rozando mi sexo por primera vez, era algo increíble en ese instante sentir un miembro de esa manera”.
“El juego duro un rato hasta que lentamente me fui dejando caer, ella me hablaba y me decía relájate, lo vas a gozar y cosas así. Poco a poco lo fui sintiendo como se hundía en mi cuerpo, Esther me guiaba hasta que entro lo suficiente y lo dejo, entonces sentí un poco de presión y dolor y de repente, entro aun más, ahí deje de ser virgen. Entre ambos fueron muy delicados conmigo, me ayudaron y Ricardo en especial me trato bien sin ser rudo ni nada por estilo, querían hacerme gozar, no llorar y Esther me decía que me moviera despacio, a fin de habituarme a sentir un miembro en mi sexo. Al principio me dolió un poco, pero tomando el ritmo y le empecé a cabalgar despacio”.
En sus ojos se nota lo excitada que esta, sus bellos ojos verdes brillan como esmeraldas mientras relata el día en que se convirtió en mujer según sus palabras, don Agustín la escucha atentamente, ya sin hacerle más preguntas, simplemente escuchándola.
“Una vez que me habitué comencé a hacerlo con más fuerza, entre ambos me hacían disfrutar, Ricardo tomaba mis pechos y Esther me daba unos besos y frotaba su pubis contras mi trasero, yo me sentía extasiada y gemía como loca, era increíble lo que yo sentía en ese instante. Luego de un rato cambiamos de lugar, yo me recosté de espaldas y Ricardo me tomo de los muslos para cogerme, ahora su penetración fue mucho más fluida. Esther se monto sobre mí para que le diera sexo oral y así lo hice, gozando por ambos extremos, hasta ese momento lo más loco que había hecho”.
“Fue una noche intensa, aunque después las he tenido aun mas, pero disfrute perder mi virginidad, pese a la molestia inicial. Esther me dijo, ya para hacerlo acabar, que nos cruzáramos de piernas atrapando su miembro entre nosotras. Así lo hicimos y nos frotábamos entre todos hasta que finalmente me corrí. Fue una sensación difícil de describir, no era mi primer orgasmo, pero sí el más intenso. Esther me hizo un gesto y con nuestras bocas sacamos hasta la última gota del miembro de su esposo, su sabor era intenso, pero no me produjo asco ni cosas así”.
“Me tomo un buen rato recuperarme. Después sentí algo de dolor, pero me dijeron que era normal. Mientras conversábamos me decían que desde que me vieron por primera vez se les clavo la idea de hacer un trió conmigo y estaban sorprendidos de saber que yo era virgen”. “¿Y seguiste viéndolos después?”, Ángela se ríe, “oh vaya que sí” responde de forma picaresca, “varias veces, aunque en algunas ocasiones era solo con Esther o Ricardo. De hecho en una ocasión me encontré con él cuando venía de regreso a casa y bueno, fue divertido en el auto”.
Hay un momento de silencio entre ambos, Ángela sonríe de forma maliciosa y coqueta y en su polera se notan sus pezones erectos. En su rostro se nota que está sorprendida de sí misma por semejante historia que fue a alguien que apenas conoce. “Ya es tarde mi niña, es hora de irse”, “tiene razón” dice Ángela viendo la hora y recoge una chaqueta, él le ofrece dinero y Ángela le recibe solo una parte, antes de irse la pelirroja se le acerca a darle un beso en la mejilla y mostrando, de paso, un poco de escote, “nos vemos y quién sabe, a lo mejor le cuento alguna que otra historia” agrega sonriendo. Ángela sale rumbo a su casa moviendo la cabeza y sintiéndose bien, como si hubiera encontrado a alguien que ha buscado durante mucho tiempo.
 
 
 

Relato erótico: “el caserón” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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Este es otro de mis relatos porno terror espero que le guste al lector.
había nos salido mi amigo y yo con nuestras novias y íbamos en el coche. íbamos de acampada. mi novia es morena con pelo negro y tendrá uno 30 años, vamos que esta para echarla un polvo. su novia es rubia más joven de unos 28 años también bastante maja. mi novia se llama Natalia y su novia Silvia.
llevamos ya varios kilómetros recorridos para mi me dijo mi amigo que nos hemos perdido.
– qué coño vamos a perdernos.
– si hemos pasado varias veces por aquí.
empezó a caer una tormenta de muy señor mío llovía a cantaros y no paraba con unos truenos y relámpagos que no parecían de este mundo no se veía nada así que paramos el coche no se veía nada solo llovía a mares y no paraba.
– y ahora que hacemos.
– esperar a que pare digo yo así no podemos seguir.
quitamos el contacto del coche y esperamos pasaron horas, pero. a tormenta no paraba.
– esto no es lógico una tormenta no dura tanto que os parece si jugamos a acción o consecuencia.
– vale -dije yo.
y también todos hasta que pare la tormenta así que empezamos a jugar dentro del coche el que no ha jugado al juego sabe que tiene que decir siempre la verdad o dura que se la pregunta o hacer una acción para compensarla empezó mi novia Natalia:
– te follarías a Silvia.
– joder que es pregunta es esa -dije.
– tienes que contestar recuerda por difícil que sea la pregunta no puedes mentí.
-Vale, hombre. es la novia de mi amigo, pero si me la follase. a hora me toca a mí -para vengarme de mi novia le dije: – verdad o consecuencia.
-consecuencia.
– bien chúpale las tetas a Silvia.
– eres un cabrón -dijo mi novia.
– ya donde las dan las toman -dije yo.
bien las chupo las tetas y mi amigo y yo estábamos como motos:
– ahora me toca a mí- dijo mi amigo Ismael a su novia- verdad o consecuencia.
-Consecuencia- dijo ella.
– cómele el chocho a Natalia.
– eres un cabrón -dijo Silvia- pero te vas a arrepentir.
y le bajo las bragas a mi novia y empezó a comerla el chocho a mi novia. se moría de gusto:
– sigue cabronas no pares que gusto me das.
nosotros estábamos como motos ahora les tocaba a las chicas.
– bien como sois unos cabrones os vais a enterar verdad o consecuencia.
-Consecuencia- dijo mi amigo.
– si fóllate a Natalia.
– que dices- dije yo.
– no lo hemos hecho nosotras pues hazlo.
así que mi amigo cogió a mi novia y la desnudo y la metió hasta los cojones y empezaron follar:
– a así así cabrón eso os pasa por cabrones dame fuerte cabrón -mientras me miraba divertida.
luego le toca a Silvia contra mí y dijo.
– verdad o consecuencia.
-consecuencia- dije yo mosqueado.
– fóllame a mí.
– que -dijo mi amigo- ni hablar.
– qué coño óseo te follas a mi novia y vale y ahora tendré que tirarme yo a la tuya.
-no, te jodes.
ellas se rieron.
– que os parece si en lugar de enfadarse follamos todos con todos mientras pasa esta puta tormenta – dijo mi novia.
– por mi vale y tú.
– vale Ismael.
así que cogí a Silvia y la hice comerme la poya mientras Ismael seguía follando a mi novia y esta vez por el culo.
– así cabrón rómpeme el culo -dijo la puta de mi novia luego cogí a Silvia su novia y se la metí por el chocho.
– ahahaha no pares de follarme que gusto dame bien poya -dijo Silvia.
estábamos desnudos y follábamos todos con todos pasaron varias horas y después de la follada la tormenta no paraba así que cogimos el coche y encontramos un viejo caserón antiguo.
– he pasado varias veces por aquí y nunca he visto esto.
llamamos a la puerta y nos abrió un criado muy extraño.
– iros de aquí por favor por vuestro bien.
– solo queremos que nos de refugio hasta que pare la tormenta.
– por favor iros.
apareció el amo.
– vamos Stevenson nos seas descortés con nuestros invitados. pasar por supuesto tendréis comida y una cama caliente y un buen fuego.
era un poco raro iba todo de negro parecía muy viejo, aunque andaba perfectamente.
– mi nombre es el barón Orlock llevo muchos años solo mi casa es vuestra ser mis invitados.
– solo queremos pasar la noche y mañana nos iremos.
– tranquilos sin problema.
así que Stevenson que era como se llamaba el criado nos llevó a dos habitaciones separadas las chicas dormirían juntas y nosotros en otra habitación nos quedamos dormidos antes nos dieron de cenar y nos calentamos en un buen fuego estábamos dormidos mi amigo Ismael y yo cuando oímos gemidos nos despertamos y fuimos a la habitación de nuestras novias.
joder el tal conde Orlock estaba follando a nuestras chicas joder se la estaba metiendo hasta los cojones y las muy putas no veas como disfrutaban pedían más poya y no dejaban de chupársela y follárselas por todos los agujeros nosotros mosqueados íbamos a entrar en la habitación para romper la cara al conde y liarla parda pero mi amigo vio el espejo y se quedó de piedra allí no se reflejaba a el conde y me contuvo.
luego espiando al conde como estábamos al conde vimos mordedles a nuestras novias joder salimos de allí y nos encontramos con el criado del conde.
-porque no me habéis echo caso cuando dije que os fuerais de aquí.
y nos llevo a mi amigo y a mí y nos enseñó unas fotos familiares no era posible era el mismo conde con la misma edad y las fotos tenían más de 100 años.
– quien coño es tu amo hemos visto que se ha follado a nuestras novias.
– le mataremos al cabrón ese.
– pero todavía no lo comprendéis estúpidos no veis la fotografía que es el mismo hombre mi amo es inmortal. él es un vampiro la tormenta la provoca el, para qué estúpidos como vosotros vayan a pedirle asilo y cobijo y al final ingresan en la fila de los no muertos.
– joder- no me lo podía creer- vámonos de aquí.
la llave de la puerta estaba cerrada no podemos salir.
– pues claro -dijo el criado -mi amo las lleva encima no se las quita para nada están en el sótano.
sí que bajamos al sótano abrimos el ataúd ero allí estaba el cabrón del conde Orlock durmiendo, pero tenía los ojos abiertos y allí había otros ataudes los abrimos y vimos a nuestras novias descansando con el el muy cabrón tanteamos el cuerpo, pero los ojos que tenían nos atraían tuvimos que salir de allí o nos quedaríamos dormidos no pudimos quitarle las llaves.
-Hay ahí una ventana que está abierta, pero hay un precipicio abajo si conseguís llegar hasta abajo la segunda ventana podréis salir.
– tu como no te vas -le dije al criado.
– mi amo me necesita además el me castiga y nos enseñó los verdugones que tenía en la espalda por el látigo por advertimos, pero me necesita y no me puede matar.
bajamos por la ventana como pudimos y cogimos el coche y salimos corriendo.
– estamos a salvo -dije yo- del cabrón.
– eso tú crees -dijo mi amigo.
– por supuesto.
entonces mi amigo se rio y mostro sus colmillos me dijo:
– me mordió tu novia antes de que fuéramos a ver al conde.
– nooooo -dije yo y me clavo los colmillos en el cuello.
cuando desperté estaba en el caserón otra vez rodeado del conde y mi novia y el con sus novias riendo:
– será uno de los no muertos como nosotros no te quejes te hincharas de follar o que te crees que sois los primeros que venís aquí.
hizo un gesto y aparecieron más mujeres no muertas y vampiros como nosotros empezamos a follar como locos era una orgia de vampiros mis novia y su novia se follaron a los que quisieron y mientras yo cogí a otros vampiras igual que ellas una me chupaba la polla mientras la otras me besaba el conde cogió a dos y las dio por el culo primero a una y después a otra Ismael mi amigo se follo a una vampira de unos 19 años se la metió hasta los huevos mientras otra le comía los cojones.
era una orgia sin parar mi novia y la suya se follaron a dos vampiros jóvenes las hicieron doble penetración ya no eran humanas eran unas zorras vampiras que Vivian solo para follar y beber sangre al igual que nosotros entramos en el mundo de los no muertos en ese maldito y puto caserón FIN

Relato erótico: “Mi esposa se compró dos mujercitas por error 6” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 11, ESA FINCA Y MAS COSAS PASAN A SER MÍAS

Tardamos día y medio en llegar a su aldea. Durante el trayecto, María y yo tuvimos que hacer uso de todas nuestras armas para tranquilizar a las birmanas porque se temían que las lleváramos de vuelta para devolverlas a sus padres. Solo se serenaron cuando mi esposa les advirtió que si alguien les preguntaba qué era lo que hacíamos ahí, debían de contestar que su nuevo amo las amaba tanto que había pensado en comprar una casa en el pueblo para que estuvieran cerca de su familia.
―No necesitar, nuestra familia Amo y María― contestaron casi a la par.
Mi esposa que sabía cuál era el propósito real del viaje, replicó alzando la voz:
―Obedeced sino no queréis que os dejemos ahí.
Esa amenaza fue suficiente y mientras nos acercábamos a nuestro destino, las muchachas no hacían más que repetir:
―Amo comprar casa pueblo, Amo querer nosotras.
Tanto lo repitieron que terminaron creyéndoselo y si antes de subir al todo terreno ya me miraban con adoración, cuando llegamos a la tierra que les vio nacer era tal su entrega que me consta que hubieran dado su vida por mí si hubiese sido necesario. Sin darme cuenta afiancé en sus mentes la idea que las amaba cuando les pedí que me llevaran directamente a donde vivía el noble dueño de la finca que venía a ver.
Mis esperanzas de agenciarme con la finca decayeron al vislumbrar desde lejos la magnífica hacienda de ese sujeto, pero al irnos acercando y comprobar el mal estado del jardín y el desconchado de esas paredes, comprendí que para un alguien quebrado le sería imposible asumir el coste de mantener ese palacio. Sin revelar mis siguientes pasos, pedí a las birmanas que me dijeran el nombre del vecino que más odiase ese sujeto y tras decírmelo, lo apunté en un papel.
Ya dentro del terreno colindante, tanto Mayi como Aung me rogaron que aparcara el coche lejos de la entrada pero obviando su consejo, lo dejé justo enfrente de la escalinata.
Tal y como esperaba, el orgulloso tipo salió hecho una furia a echar a los intrusos. Durante unos tres minutos, nos chilló que nos fuéramos pero lejos de hacerle caso mantuve una sonrisa en mi rostro y cuando se calló, le pedí a Mayi que me tradujera.
―Estimado señor, me podría informar cómo puedo encontrar donde vive este señor― dije dando el nombre que había apuntado: ―Tengo negocios que tratar con él.
Temblando la morenita tradujo mis palabras a ese energúmeno y este con muy mala leche, me preguntó cuáles eran esos negocios.
―He pensado en venirme a vivir a esta zona y me han dicho que su finca es la mejor del pueblo.
―Tonterías― respondió a través de su paisana― ¡la mejor es la mía!
―No lo dudo pero no sé si tengo dinero suficiente para comprar mantener y renovar un edificio tan grande y en tan mal estado. Me imagino además que debe de tener que necesitar mucha de servicio― contesté y haciendo gala de un desinterés que no tenía, insistí en que me dijera como ir a la otra finca porque aunque no lo conocía, mis asesores habían establecido cual sería un precio justo y parecía que él estaba de acuerdo.
―¿Qué precio?― casi gritando preguntó.
―Doscientos millones de Kyats― respondí.
Esos cien mil y pico euros debieron resultarle una cifra apabullante porque se sentó al decírsela mi acompañante. No me pasó inadvertida su avaricia pero aún más cuando tras pensárselo brevemente y cambiando su tono, nos invitó a pasar a tomar un té dentro de su mansión.
«Ese dinero ha despertado su interés», me dije mientras ejerciendo de anfitrión, el noble nos llevaba a través de un enorme salón decorado en demasía y que dejaba ver que había tenido días mejores.
Tal y como había previsto no entró directamente al trapo sino que me empezó a interrogar por ese interés en comprar tierras en esa zona. Siguiendo el guion preestablecido, señalando a las muchachas, respondí:
―Mis dos concubinas echan de menos el pueblo donde nacieron y por eso he decidido adquirir una casa de campo por los alrededores.
Fue en ese momento cuando el birmano las reconoció y soltando una carcajada, cometió el primer error al burlarse de ellas diciendo:
―Vestidas con esas ropas, sus putitas parecen unas señoras.
Hasta entonces pensaba ofrecerle un trato justo pero que se atreviera a insultar a mis “mujeres” me indignó y me juré que si podía estafar a ese capullo, ¡lo haría! Pero no queriendo exteriorizar mi enfado, repliqué como si fuéramos colegas de toda la vida:
―La que nace puta muere puta y tú como señor de toda esta zona, me imagino que te habrás agenciado un harén con las mejores zorritas.
Al traducir, observé que por el color de sus mejillas Mayi estaba avergonzada por el modo en que me había referido a ella pero aun así transmitió fielmente mis palabras.
La respuesta de ese impresentable, ratificó mi mala opinión de él porque sin medirse en absoluto contestó:
―Alguna tengo pero como salen muy caras de mantener, prefiero pagar a una profesional para que me haga una mamada.
Disimulando reí su ocurrencia mientras interiormente estaba alucinado que fuera tan cretino de reconocer implícitamente que estaba arruinado y probando por primera vez el té que me había ofrecido, me percaté que no era el que se producía en su finca sino el típico negro Earl Gray.
―¡Está muy bueno!― exclamé bastante desilusionado y directamente pregunté si era de sus tierras.
―No, desgraciadamente esta delicia se da por debajo de los mil metros y mi heredad está a mil seiscientos.
―¿Y qué variedad produce?― pregunté tratando de saber hasta dónde llegaba su ineptitud.
―Una local que mi abuelo trajo de China porque se adapta muy bien a este terreno― y tratando de mostrar la razón de mantener esa elección, prosiguió: ―mientras otros agricultores tienen problemas para vender su producción, yo no. La gente de la zona me la compra y así no tengo que preocuparme de buscar intermediarios.
―Eso es lo que ando buscando― respondí― una finca que no me cause quebraderos de cabeza.
Viendo la oportunidad de difamar a su supuesto rival, el muy tonto replicó:
―Pues entonces debe replantearse su primera opción porque la finca en la que está interesado vende toda su cosecha en la capital y mi vecino tiene que hacer continuos viajes para conseguir que no se le acumule en sus almacenes. En cambio, si quiere podemos visitar los míos para que pueda comprobar que solo tengo unas ocho toneladas que es lo que produzco en un mes.
Casi me da un infarto porque de ser así, los beneficios que conseguiría solo vendiendo sus existencias eran el doble de la cifra que había dejado caer y tratando de no parecer ansioso, le pregunté si él vendía.
―Aunque mi familia lleva generaciones aquí, por un buen precio todo se vende― contestó viéndose rico.
María que hasta entonces había permanecido callada, expresó su preocupación por el estado ruinoso de la mansión. Su disgusto no le pasó inadvertido al noble y viendo que se le podía ir el negocio, me ofreció que fuéramos a dar una vuelta por sus tierras.
Aceptando su sugerencia, pregunté a Mayi cuál de las dos conocía mejor la finca. Al contestarme que las dos habían trabajado en ella desde niñas, le pedí que nos acompañara y junto a ella, acompañé al dueño hasta su coche. El decrépito Land―Rover en el que nos montamos fue una muestra más de sus dificultades para llegar al fin de mes y con una sonrisa, me subí en el asiento del copiloto.
Las dos horas del recorrido me sirvieron para hacerme una verdadera idea de lo que iba a comprar y de la cantidad de trabajo que tendría para devolver a esa hacienda el esplendor de épocas pasadas. Casi al terminar y comprobar que el noble no me había mentido respecto a la cantidad de té depositado en los almacenes, directamente hablé con mi contacto en Hong―Kong y cerré el precio en trescientos noventa euros por kilo.
Me constaba que el chino se estaba aprovechando de mí pero ese acuerdo me daba casi trescientos mil euros de beneficio con los que podría comprar esa finca sin tener que depender de mi hucha. Hucha que necesitaría para modernizar y reparar todos los desperfectos que había visto durante la visita, los cuales lógicamente hice ver a mi anfitrión.
Mis continuas quejas acerca del estado de su heredad había menoscabado las esperanzas del sujeto y por eso cuando ya de vuelta a su mansión, le pregunté cuanto quería por toda la finca incluyendo tanto la casa principal como las caballerizas, el muy imbécil me pidió menos de doscientos mil euros.
―Eso es muy caro― contesté y haciendo una contra oferta, le ofrecí diez mil menos.
Los ojos de ese tipejo se iluminaron al escucharla y cerrando el acuerdo, únicamente me preguntó cómo sería el pago:
―Al contado, le pagaré en el momento que estampe su firma ante notario.
Sintiéndose rico, me informó que debido a la hora era imposible que su abogado tuviese los papeles listos pero que al día siguiente, no habría problema en formalizar la venta.
―Perfecto― contesté, tras lo cual le pedí que me informara de un hotel donde pudiésemos hospedarnos esa noche.
El noble se temió que podía escapársele el negocio si nos íbamos y por ello me ofreció que nos quedáramos en su casa porque no en vano, al día siguiente sería nuestra. Como no podía ser de otra forma, accedí y reuniéndonos con María y la otra birmana, les informé del acuerdo.
Mi esposa conocedora de lo que eso implicaba se lo tomó con alegría pero en cambio las dos orientales estaban impactadas con el hecho que su dueño iba a convertirse en el propietario de esa heredad. El mejor ejemplo fue Aung que cayendo de rodillas ante mí, llorando me pidió que no la comprara.
―¿Por qué?― pregunté.
Sollozando, murmuró:
―No nos merecemos que la compre solo por hacernos felices.
No pude más que sonreír al comprender que esas dos realmente se habían tragado que lo hacía por ellas y no queriendo sacarlas del error, muerto de risa, respondí:
―Los hijos que me deis correrán por estos jardines y no se hable más.
Como había quedado con nuestro anfitrión a tomar una copa por eso dejando a María que se ocupara de acomodar nuestro equipaje con la ayuda de las dos crías, me dirigí a la biblioteca. Juro que me quedé sin habla al entrar en el lugar por la inmensidad de la colección de libros que atesoraba y viendo que el momentáneo dueño de todo eso me esperaba con un whisky en la mano, caí en la cuenta que me iba a resultar imposible conversar con él. Estaba pensando en volver por Mayi cuando desde un rincón, escuché que me daban la bienvenida en un perfecto inglés.
Al girarme, descubrí que quien me había saludado era una belleza local de unos veinte años. Por su lujoso vestido supe que esa impresionante birmana debía ser la concubina de ese sujeto y conociendo el poco valor que en esa cultura se daba a la mujer, le pedí que me pusiera otro whisky mientras saludaba a su marido.
La muchacha ni repeló y sirviendo uno bien cargado, se acercó a donde estábamos sin presentarse.
―¿Necesita algo más?― preguntó.
―Sí, que nos sirvas de traductora― dije y sin esperar su respuesta, di a mi anfitrión las gracias por haberme hospedado con lo que iniciamos una agradable conversación durante la cual tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no admirar a su concubina.
Tocamos varios temas casi todo ellos mundanos hasta que sintiéndose en confianza, el noble me preguntó si tenía hijos. Al contestarle que no porque María era estéril, el sujeto me miró alucinado y no pudo evitar preguntar por qué no la había repudiado.
―No hace falta porque ha aceptado reconocer como suyos los hijos que me den sus paisanas― respondí a sabiendas que para él podía resultar una afrenta que pusiera a Mayi y a Aung a su altura.
Al serle traducidas mis palabras, el noble se mostró extrañado pero no por la causa que creía, sino porque hubiese decidido dar mis apellidos a esa hipotética descendencia y por eso, insistió:
―¿Me está diciendo que sus bastardos van heredar su riqueza y no otro familiar suyo cuando usted muera?
―Así es, pienso reconocer a todos y cada uno de los hijos que tenga con ellas.
No supe interpretar el brillo de sus ojos al escuchar la versión de mi frase en su idioma y menos que bebiéndose la copa de un trago, comentara que aunque eso era muy liberal por mi parte, él no podría pero que al menos eso garantizaba que mi dinero fuera a caer en manos de un extraño. Tras lo cual volvió a meterse en mi vida al preguntar si tenía pensado incrementar mi harén. Su mujer tartamudeó al tocar un tema tan delicado pero aun así lo tradujo.
―No es algo que me haya planteado― contesté y mirando a la preciosidad que nos servía de intérprete, dije en plan de guasa: ― Todo depende de si encuentro una candidata que me guste.
La atracción que su mujer provocaba en mí no le pasó inadvertida pero lejos de enfadarse, el noble venido a menos se dedicó a loar al sexo femenino de su país, obviando mi supuesta desgana:
―Hace bien en elegir Birmania como lugar para buscar esposa, nuestras mujeres además de bellas son fieles y sumisas, no como las tailandesas que solo buscan el dinero. Cuando una birmana acepta unir su destino a un hombre, este puede dormir tranquilo sabiendo que nunca se irá con otro.
Que mirara a su mujer mientras lo decía me pareció de mal gusto porque era una forma de afianzar su dominio sobre ella y por ello traté de cambiar el tema, preguntando por el origen de esa biblioteca.
―Mis antepasados eran hombres ilustrados y como creían que la única forma de prevalecer en el poder era por medio de la cultura, gastaron gran parte de su fortuna en darle forma.
Comprendí la crítica tácita a sus predecesores de su discurso y tratando de ser agradable, repliqué:
―Pues es magnífica, sería un orgullo el ser depositario de tal herencia.
Curiosamente, la interpreté me sonrió antes de empezar a traducir a ese paleto lo que había dicho y eso me espoleó a recorrer con mi mirada su estupendo culo.
«Menudo cabrón está hecho el viejo», sentencié valorando positivamente la beldad de su mujer mientras me imaginaba como sería en la cama.
―¿Le interesa comprarla?― fue su respuesta.
Estaba tan ensimismado mirando a la muchacha que tardé en comprender que se refería al conjunto de libros.
―Todo depende del precio y no creo que pueda pagar lo que usted se merece por desprenderse de esta joya― respondí sin darme cuenta que al mirar a los ojos a su mujer mis palabras podían malinterpretarse.
Solo cuando observé que se ponía roja, comprendí mi metedura de pata. Afortunadamente, el marido no se dio cuenta de las dificultades que tuvo a la hora de traducir mi respuesta del inglés.
―Por eso no se preocupe, podremos llegar a un acuerdo― respondió pensando quizás en que iba a sacar un buen dinero de ese montón de libros.
Yo ni siquiera lo escuché porque mis ojos estaban prendados de los pequeños montículos que habían hecho su aparición bajo la blusa de nuestra intérprete.
―¡Quién los lamiera!― murmuré entre dientes al imaginar mi lengua recorriendo esos pezones.
No supe si me había oído porque de haberlo hecho, disimuló muy bien y no dijo nada. De lo que estoy seguro es que esa morena era consciente del modo en que la estaba devorando con la mirada y por raro que parezca ¡parecía contenta con ello!
En ese momento aparecieron en escena mi esposa con mis dos birmanas y mientras María se quedó embobada mirando a nuestra acompañante, Mayi y Aung saludándola comenzaron a charlar animadamente con ella.
―¿Quién es este pibón?― me preguntó mi compañera de tantos años sin ningún rastro de celos.
―Creo que es la putita del capullo este― en voz baja susurré al ver que la aludida nos miraba de reojo.
―Luego preguntaré a nuestras zorritas porque si también está en venta no me importaría que la compraras― en plan descarado replicó mientras se relamía pensando en poseer algo tan bello.
―María le estás cogiendo el gusto a ser lesbiana― descojonado recriminé a mi mujer sin revelar que a mí me ocurría lo mismo.
―Cariño, la culpa es tuya por traerme a este país― dijo sin rastro de arrepentimiento.
La risas de Aung y el color del rostro de Mayi me hizo darme cuenta que yo era el tema de la conversación entre ellas y haciendo una seña llamé a la risueña.
―¿De qué hablabais?― quise saber.
Aung contestó:
―Thant preguntar nosotras felices con amo. Nosotras contestar mucho placer y mucho amor con Amo y con María.
Que fueran tan indiscretas y que llamaran por el nombre a esa mujer me llamó la atención pero antes que pudiera seguir interrogándola, nuestro anfitrión me cogió del brazo y llamando a la tal “Thant”, me soltó:
―Lo he pensado bien y como después de vender la hacienda me iré a vivir a la capital, quiero que usted se quede con todo el mobiliario incluyendo esta biblioteca.
Dando por hecho que eran antigüedades y que podría sacar un buen redito con ellas revendiéndolas en Madrid, le pregunté el precio que pedía. El tipo le explicó a la muchacha que era lo que quería y contrariamente a lo ocurrido hasta entonces, Thant se puso a discutir con su marido.
Viendo esa discusión, pregunté a Aung qué ocurría y esta con una sonrisa, me soltó:
―Thant querer incluir hija en precio.
Me quedé horrorizado porque dada la edad de esa mujer, su hija debía ser un bebé pero entonces con una sonrisa Thant expuso las condiciones, diciendo:
―Valora en cincuenta millones el conjunto pero si me acepta como concubina y se compromete a que los hijos que yo le dé hereden esta finca, está dispuesto a aceptar que le pague solo treinta millones.
Al darme cuenta de mi error al suponer que era su esposa y escuchar que ella misma se ofrecía como moneda de cambio, casi me caigo de espaldas. Confieso que durante unos segundos no supe que decir y cuando al fin pude articular palabra, pregunté directamente a la muchacha los motivos por los que se entregaba a mí voluntariamente.
La bella oriental con tono seguro contestó:
―Mi padre no ha sido capaz de mantener la herencia de mis antepasados y es mi deber intentar mantener su legado para mis hijos.
―¿Solo por eso?― insistí.
Sin ocultar para nada lo que realmente sentía, esa preciosidad replicó:
―Usted es un hombre fuerte y atractivo al igual que su esposa y el resto de sus concubinas. Prefiero ser su cuarta esposa y disfrutar bajo su mando que la primera en manos de un hombre que mi padre elija.
Interviniendo, María dijo en mi oído:
―Acepta porque si la producción de este lugar es lo que supones, tendremos suficiente dinero para compensar al resto de nuestros hijos…― para en plan putón terminar diciendo: ― …y además me muero por echarles el diente a los pechitos de esa monada.
La burrada de mi anterior recatada esposa me hizo reír y extendiendo un cheque, cerré acuerdo con el padre de mi nueva novia mientras recreaba mi mirada en los ojazos de su retoño.
Con el dinero de ese trato en su mano y la seguridad completa que al día siguiente recibiría el correspondiente a la finca, me dio un abrazo mientras decía:
―Querido Yerno, hoy en la noche en esta casa se celebrará una fiesta durante la cual le haré entrega de mi más adorado tesoro.

Relato erótico: “Mi cuñada, mi alumna, mi amante (3)” (POR ALFASCORPII)

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Mi cuñada, mi alumna, mi amante (3)

– Uffff, ¡qué dura se te ha vuelto a poner!- exclamó mi cuñada apagando el cigarrillo.

– Eres tú quien me pone la polla así de dura. ¡Quítate las botas, que te voy a follar como te mereces!.

Estaba tan excitado de nuevo, y tenía tantas ganas de darle su merecido, que decidí recuperar mi autoridad y demostrar que, a pesar de su seguridad en sí misma, y de haberme dejado llevar por sus encantos, quien tenía el control era yo. Yo aún seguía siendo 10 años mayor que ella, cuando ella aún jugaba con sus muñecas, yo ya me follaba a su hermana, además, yo era su experimentado profesor, ¿y acaso no era yo el protagonista de sus fantasías sexuales, y era ella quien había venido a mí?.

Mi tono autoritario la cogió por sorpresa y la excitó sobremanera, así que rápidamente desabrochó las cremalleras de las botas y se descalzó quedándose totalmente desnuda y de pie delante de mi.

Le di un azote en el culo que le hizo proferir un “¡au!” cargado de excitación.

– Venga, vamos a la habitación, que voy follarte en la misma cama que me follo a tu hermana.

Patty emitió una breve “¡ah!” mezcla entre asentimiento y satisfacción y se dirigió a la habitación de matrimonio que mi mujer ya le había mostrado. Yo seguí tras de ella observando su lindo culito menearse con una pequeña marca roja en el lugar donde le había dado el azote.

Cuando llegamos al dormitorio, la cogí con fuerza de la cintura y le metí la lengua hasta la garganta. Ella me respondió con ardor jugueteando con su lengua en mi boca y devorando mis labios con los suyos. La empujé sobre la cama, y con la polla bien dura observé su maravilloso cuerpo desnudo mientras sus ojos cargados de deseo me pedían que la penetrase.

– ¿Te apetece?- le pregunté.

– Sí…

Acaricié sus pechos y me los comí con ganas, succionando las dos tetas y mordisqueando ligeramente sus pezones mientras ella me alentaba con juguetones gruñidos. Terminé de colocarme sobre ella, y con un seco golpe de cadera le ensarté toda mi verga en su coño hasta que hizo tope.

– ¡Aaaaaaaah!- gritó ella con la embestida.

– Eso es- le susurré al oído-, grita cuñadita, porque voy follarte como nunca te han follado. Te voy a clavar la polla una y otra vez hasta el fondo.

– Sssí, clávamela mássss, por favor.

No necesitaba que me lo pidiese, era lo que más deseaba en el mundo en ese momento. Se la saqué entera y volví a clavársela con fuerza hasta que mis caderas chocaron con las suyas.

– ¡Aaaaaaahhhh!- volvió a gritar-, ¡cómo me clavas tu polla!.

Empecé a bombear su cálido y chorreante coño con fuertes embestidas que ella acompañaba con gemidos entrecortados. Es asombroso cómo su vagina está hecha para abrazar todo mi falo, para masajearlo con maravillosas contracciones, para engullirlo en toda su longitud.

Patty estaba tan cachonda que no tardó en correrse levantando todo su cuerpo con un largo “¡Sssííííííííííííííííííí!”. Pero a pesar del gustazo que me estaba dando, mi resistencia había aumentado en gran medida por las dos corridas anteriores, así que estando aún muy lejos de correrme, le saqué la verga, me tumbé a su lado, y le dije:

– Ahora cabalga sobre mi polla.

Con las mejillas ruborizadas por el orgasmo que acababa de tener, y con la respiración aún entrecortada, mi cuñada obedeció sin rechistar. Se incorporó, puso las rodillas a ambos lados de mis caderas y sujetando mi falo con una mano situó su coño sobre la punta. Lentamente fue dejándose caer introduciéndose el glande, pero yo no la dejé. La agarré con fuerza por el culo y tiré de ella elevando mi cadera a la vez.

– ¡Ooooooohhhh!- gritó cuando se sintió ensartada apoyando sus manos sobre mi pecho.

– Vamos, cabalga mi polla como una puta.

Mi cuñada empezó a mover sus caderas con el ritmo que le marcaban mis manos atenazando su culo, dándome un maravilloso placer que se intensificó cuando se incorporó quedando su cuerpo perpendicular al mío. Toda mi verga estaba dentro de ella y era succionada por los potentes músculos de su vagina. En esa posición comenzó a dar botes sobre mi polla, emitiendo un gritito con cada bote. Yo acompañaba sus saltos con empujones de mi cadera que le incrustaban mi falo una y otra vez. Sus tetas se balanceaban con cada cabalgada ofreciéndome una imagen deliciosa, así que mis manos subieron por sus caderas, recorrieron su cintura y terminaron sobre esas redondas montañas para amasarlas con fuerza.

Qué deliciosa sensación sentía recorriéndome todo el cuerpo, y qué imagen tan esplendorosa era ella cabalgando loca de placer sobre mí, revolviéndose el pelo con las manos y gritando con cada embestida.

Varias veces sentí que estaba a punto de correrme, pero el orgasmo aún no llegaba. Fue Patty quien volvió a correrse de nuevo. Dio un último empujón de su cadera para clavarse mi polla a fondo, su espalda se arqueó y sus brazos se echaron hacia atrás para poder sujetarse agarrándome por los tobillos, y con la cara vuelta hacia el techo profirió un sonoro “¡Sííííííííííííííííííííí!. Inmediatamente cayó rendida y casi sin aliento sobre mi pecho.

– ¡Joder!- exclamó-, ¡qué polvazo!.

– Es lo que venías buscando, ¿no?- le pregunté mirándole directamente a sus fascinantes ojos aguamarina.

– ¡Joder, que sí!. Ni en mis mejores fantasías lo había imaginado tan bueno, pero no he sentido tu corrida quemándome por dentro, y aún tengo tu polla durísima dentro de mí. ¿Tú aún no te has corrido?.

– Ah, preciosa, aún tengo más aguante.

– Ufffff, habrá que ponerle solución- sentenció descabalgándome.

Mi polla emergió de su coño brillante y embadurnada de fluido vaginal, colorada y más erecta que el asta de la bandera. Mi cuñada la cogió por la base y deslizándola entre sus labios se la metió en la boca sin dudarlo. Comenzó a darme una lenta chupada como ya hiciera la vez anterior; yo encantado entrelacé mis manos bajo mi cabeza y me entregué a la maravillosa sensación.

Tras tres profundas chupadas se sacó la polla de la boca y dijo:

– Uummmm, sabe a los juguitos de mi coño.

La miré y sonreí, y acto seguido observé cómo volvía a engullir mi rabo con glotonería. Me quedé observando maravillado por su destreza, pero algo llamó poderosamente mi atención. Por la postura en la que mi cuñada estaba comiéndome la polla, pude contemplar cómo su espalda describía una curva para finalizar en alto en su culito con forma de corazón. Deseé su culo con todas mis fuerzas, y caí en la cuenta de que ella había vuelto a recuperar el control de la situación, un control que yo no estaba dispuesto a otorgarle en ese momento a pesar de sus dotes de felatriz.

Le saqué la polla de la boca, y ella se me quedó mirando con los ojos abiertos de par en par y con sus labios húmedos formando una “o”.

– Déjalo- le dije.

– ¿Es que no te gusta?- me preguntó seriamente contrariada.

– Me encanta, Patty- le respondí cogiendo su cara por la barbilla-, pero quiero tu culo. Quiero follarte por tu maravilloso culo. ¿Es que nunca te lo han follado?.

– Nunca he llegado con ningún tío a eso, pero…

– ¿Pero?.

Una pícara sonrisa se dibujó en sus labios.

– No sabes cuántas veces me he metido un consolador por el culo imaginando que era tu polla la que me penetraba.

– Entonces voy a cumplir tu fantasía y te voy a meter la polla por el culo.

– ¿Lo has hecho alguna vez antes?. ¿Te follas a mi hermana por el culo?.

– No, nunca lo he hecho, ella no se deja porque dice que le va a doler y le da miedo, así que ahora quiero follarme por el culo a su linda hermanita.

– Mmmmm, pero que estrecha es mi hermana. No sabe lo que se pierde. Mi culito es todo tuyo, pero lubrícalo bien.

Se tumbó boca abajo y me ofreció su culo sin dudarlo más. Es tan apetecible que comencé mordisqueándoselo. Separé las dos nalgas e introduje mi lengua por su raja para lamérsela entera, ella rió complacida. Mientras exploraba la raja mis dedos comenzaron a acariciar su coño, que volvió a responder a mis caricias manando sus deliciosos jugos. Mi lengua encontró el agujerito de su ano, estaba muy suave y salado, todavía cerrado. Con movimientos circulares de mi lengua conseguí estimulárselo para que se abriese y la punta de mi lengua pudiese penetrarlo.

Patty estaba disfrutando del placer que le daban mis dedos en su coño y mi lengua en su agujerito secreto, y repetía una y otra vez:

– Así, ahh, así, mmm, así.

Mis dedos empezaron a moverse de su chochito a su culo llevando el lubricante jugo que ella me daba, hasta que introduje mi dedo índice por el estrecho agujero. A ella le encantó. Con movimientos circulares en su interior se lo fui dilatando; aplicando más de su fluido vaginal le metí otro dedo, y luego otro juntándolos dentro de ella. Patty, con sus gemidos, me demostraba que lo estaba disfrutando mucho, lo que me indicó que ya estaba lista para aceptar mi polla, que se mantenía más dura que una piedra, aunque ya se le había secado la saliva que la golosa boca de mi cuñadita le había dejado.

– Ponte a cuatro patas- dije con voz autoritaria.

Ella, sumisa, muy excitada y expectante obedeció rápidamente. La visión, una vez más, era gloriosa, ofreciéndome su culito y su coñito bien mojado.

Me puse de rodillas detrás de ella y penetré su coño suavemente hasta el fondo.

– Mmmm- contestó ella-, pero ese no es mi culo.

– Lo sé, preciosa, sólo estoy lubricando.

Realicé un movimiento circular con mis caderas que a ella le hizo gemir de gusto y saqué el falo recubierto de sus jugos. Lo coloqué entre sus firmes nalgas, y sujetándola por las caderas empujé hasta que mi glande venció la resistencia inicial y se metió en su estrecho agujerito.

– ¡Oh!- exclamó ella.

Lentamente empujé un poco más y mi verga fue abriéndose paso poco a poco por el interior. Estaba bien lubricado y se deslizaba suavemente, pero mi polla se sentía muy estrangulada en el pequeño orificio proporcionándome oleadas de un inmenso placer.

– Oh, oh, oh, oh- repetía ella por cada milímetro de dura carne que penetraba en su culo abriéndose paso.

Ya había metido la mitad de mi polla, pero el placer era tan intenso que no pude reprimir más el deseo de perforar ese maravilloso culo por completo, así que en un acto instintivo empujé con fuerza e introduje toda mi verga por su ojal hasta que mis caderas chocaron contra sus redondas nalgas y mis huevos chocaron contra su chorreante coño.

– ¡Aaaggg, cabrón!- gritó ella-, ¡me la has clavado entera!.

– Voy a follarte duro, como sé que te gusta.

Mi falo estaba totalmente oprimido, lo sentía latir totalmente estrangulado, y me encantaba la sensación, así que empecé a bombear con fuerza. Mi cadera chocaba una y otra vez en sus glúteos y mis huevos en su chochito. Mis poderosas embestidas producían un característico sonido “¡Plas, plas, plas!” en su culo que era ahogado por los gemidos de dolor, pero cada vez más placenteros que Patty emitía con cada embestida.

– ¡Aggg!, ¡me estás taladrando el culo!. Siento tu polla enorme, ¡aaaggg!… la siento toda muy dentro de mí… ¡aaaahhh!, ¡uuuufffff!.

Sus quejas cesaron transformándose:

– Mmmm, la siento toda dentro de mí- repitió.- ¡Aaahhh!, toda tu polla dentro de mí, ¡ahaha!. Mmmm, mmmi cuñado mmme esssstá follando el culo, ¡ssssssííííííí!.


Sus gemidos ya eran de puro placer, y elevaban el tono con cada embestida. Yo estaba disfrutando como nunca, clavándole mi rabo a fondo. Lo tenía tan oprimido que sentía los espasmos previos al orgasmo pero era incapaz de correrme, la presión de su culo me lo impedía, hasta que un poco después, tras unas cuantas embestidas más, me corrí con furia ensartándole mi polla en profundidad, lo que provocó que Patty también se corriese sintiendo mi ardiente descarga en sus entrañas y gritando en puro éxtasis.

Los dos nos derrumbamos sobre la cama exhaustos.

– Gracias por cumplir mis fantasías, profe- me dijo-, has superado todas mis expectativas.

– Patty, eres el polvo más increíble que he tenido nunca.

Tras unos momentos de descanso, vimos por la hora que mi mujer no tardaría en llegar.

Volvimos al salón, yo me puse los calzoncillos mientras observaba cómo ella vestía su hermoso y lujurioso cuerpo con las sexys prendas con las que había conseguido seducirme. Se arregló un poco el cabello y se despidió de mí dándome un ardiente beso y cogiéndome el paquete con su mano derecha.

– Esto habrá que repetirlo, cuñado-profe- me dijo saliendo por la puerta de mi casa.

– Habrá que repetirlo…- suspiré pensativo admirando su culo al marcharse.

Y así fue como despedí a mi querida cuñada, mi alumna, mi amante.

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“JUGANDO A SER DIOSES: Experimento fuera de control” LIBRO PARA DESCARGAR (POR LOUISE RIVERSIDE Y GOLFO)

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Sinopsis:

Un magnate de bolsa, cansado y asustado por los continuos ingresos de su única heredera en clínicas de desintoxicación, ve en las novedosas teorías de Jack Mcdowall, un neuropsiquiatra con un oscuro pasado como agente de la CIA, la única forma de que su hija deje las drogas. No le importa que el resto de la comunidad científica las tache de peligrosas y decide correr el riesgo. Para ello no solo lo contrata, sino que pone a su disposición el saber y la intuición de una joven química, pensando que esas dos eminencias serán capaces de tener éxito donde los demás han fracasado.
Desde el principio existen claras desavenencias entre ellos pero no amenazan el resultado porque lo quieran o nó, sus mentes se complementan…. hasta que el experimento se sale de control.
En este libro, Louise Riverside y Fernando Neira se unen para crear una atmósfera sensual donde los protagonistas tienen que lidiar con sus miedos sin saber que el destino y la ciencia les tiene reservada una sorpresa..

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

Capítulo 1

Jack McDowall se había quedado sin trabajo. Hasta que publicó su último ensayo en Journal of Psychology, todo el mundo reconocía su valía como neuro psiquiatra, pero las controvertidas propuestas que se había atrevido a enunciar en esa revista lo habían convertido en un paria, un peligroso iluminado.
«Y si supieran que dichas teorías las desarrollé en gran parte gracias a mi labor en la CIA, querrían lapidarme», se dijo pensando en la mala prensa que tenían todos aquellos que habían servido en Afganistán.
Todavía recordaba la defensa que había hecho del tema cuando el decano de la prestigiosa universidad en la que colaboraba le había comunicado que debía tomarse una excedencia.
―John, no he dicho nada que la gente no supiera― comentó al verse acorralado por la polémica: ―Solo sistematicé una serie de técnicas que se vienen utilizando desde hace años y les di una aplicación práctica en un problema que acucia a toda la sociedad.
―No me jodas, Jack. Siempre te ha gustado provocar y hasta el título de tu artículo “Violencia coercitiva y uso de sustancias en la desintoxicación de drogadictos” es una muestra de ello.
Defendiéndose, el neuro psiquiatra respondió que su ensayo que estaba dirigido a un público informado y no a la plebe.
―Exactamente por eso, ¿no te das cuenta de que lo que sostienes es el uso de drogas sustitutivas y el lavado de cerebro como medio para desenganchar a los enfermos? ¿Qué pasaría si tus técnicas las usara un desaprensivo que se cree un mesías?… ¡No tendría problemas en convertir a sus acólitos en zombis incapaces de pensar!
― ¿Acaso Seaborg o McMillan son responsables de las bombas atómicas por haber descubierto el plutonio? Los científicos tenemos que estar por encima de eso― protestó acaloradamente: ―Por supuesto que los métodos que propongo pueden ser usados en otros fines, pero no por ello dejan de ser menos válidos. Piensa en los millones de personas que dependen de las drogas en nuestra sociedad, ¡les estoy dando una salida a sus miserables vidas!
― ¡Te equivocas! Lo que realmente has hecho es sistematizar y perfeccionar una herramienta con la que se puede controlar a las masas y eso crearía una sociedad cautiva, sometida y sin libertad. ¡Una dictadura perfecta!
Que le acusaran veladamente de nazi le indignó porque no en vano había dedicado dos años de su vida a combatir los estragos que los talibanes habían provocado en la mente de los americanos que habían caído en su poder.
―No acepto una simplificación como esa. Si un presidente quiere un lavado de cerebro en masa solo tiene que coger el teléfono y llamar al dueño de Facebook.
―Esa es tu opinión, pero no la del consejo. Por eso hemos decidido que debes tomar un año sabático mientras todo se calma― sentenció su jefe dando por terminada la conversación.
«Sigo sin poder aceptar que los miembros de la élite cultural de este país sean tan estrechos de mente», murmuró preocupado porque llevaba una semana buscando otra universidad que le diera cobijo.
Y todas con la que había contactado le habían dado largas cuando no le habían rechazado directamente. Por ello esa mañana, estaba en casa intentando hacer algo para romper la monotonía en que se había instalado desde que le habían notificado su cese, cuando escuchó el sonido agudo del timbre.
«¿Quién será?», se preguntó extrañado de que alguien, rompiendo su aislamiento, estuviera llamando a su puerta.
Al abrirla, se encontró con un chofer que tras cerciorarse de quien era, señalando la limusina que conducía, le pidió educadamente que le acompañara porque su jefe quería verle.
La sorpresa no le dejó reaccionar y antes de poder recapacitar, se vio dentro del lujoso vehículo con rumbo desconocido.
«Ni siquiera le he preguntado quién le manda», murmuró para sí mientras decidía si pedirle que parara o dejar que le llevara hasta su superior. La ausencia de otras ocupaciones le hizo comprender que nada tenía que perder y por eso relajándose, disfrutó de la comodidad de su asiento mientras a través de la ventana observaba la ajetreada vida de los neoyorquinos, sabiendo que muchos de ellos necesitaban una pastilla o una dosis de cocaína para levantarse todas las mañanas.
«Si me dejaran terminar mis estudios, ¡podría salvarlos!», se lamentó sintiéndose una víctima de la hipocresía reinante entre la clase pensante de ese país.
Seguía torturándose con lo que consideraba una injusticia equivalente a la que había que había sufrido Copérnico por hablar de heliocentrismo cuando de pronto el conductor paró frente a un impresionante edificio de la Quinta Avenida.
«¡Menuda choza tiene por oficina el que vengo a ver!», sentenció mientras junto al uniformado recorría el hall de entrada.
Si el lujo de esa construcción le había dejado apantallado, más lo hizo el que el sujeto que fuera a ver tuviera un ascensor privado cuyo único destino era su despacho.
«Esto huele a servicio secreto», dijo para sí pensando que quizás algún jerarca de una oscura agencia de seguridad había sabido de sus teorías, y escamado tras su experiencia en la Agencia, pensó: «Si es así, ¡me voy! ¡No voy a trabajar más para el gobierno!».
Los veinte segundos que ese elevador tardó en llegar a la planta superior le parecieron eternos y por eso se animó cuando por fin sus puertas se abrieron. La alegría le duró poco al reconocer al tipo que se acercaba renqueando hacía él.
«¡No puede ser!», murmuró en silencio confundido porque el hecho de que quien casi lo había secuestrado fuera uno de los más famosos magnates de Wall Street, «¿Qué cojones querrá de mí Larry Gabar?».
Su cara y su nombre eran habituales en los periódicos financieros de todo el mundo, pero también en los sensacionalistas por los continuos escándalos que su hija Diana provocaba cada dos por tres. No sabiendo a qué atenerse y tras saludarlo con un apretón de mano, lo siguió hasta su despacho.
«En persona, parece más viejo», sentenció fijándose en las profundas arrugas que surcaban la cara del ricachón.
Acababa de sentarse cuando ese hombre acostumbrado a enfrentarse con tiburones de la peor especie, con el dolor reflejado en su rostro, le soltó:
―Muchas gracias por venir, necesito su ayuda.
Que un sujeto como aquel se rebajara a hablar con un profesor de universidad ya era suficientemente extraño, pero que encima casi llorando le pidiera auxilio le dejó pasmado. Desconociendo en qué podía socorrerlo, Jack espero a que continuase.
―Mis contactos me han explicado que usted está desarrollando una novedosa terapia para desenganchar a drogodependientes.
―Así es, pero todavía está en pañales.
Levantando su ceja, Larry Gabar le taladró con la mirada:
―No es eso lo que me han dicho. Según mis fuentes, solo está a expensas de que alguien financie la puesta en práctica de sus teorías y ¡ese voy a ser yo!… Siempre que acepte mis condiciones.
A pesar de que para él era vital que alguien sufragara los enormes gastos de sus estudios, supo de inmediato que el interés de ese hombre no era mero altruismo, sino que era debido por algo que estaba a punto de conocer. Por eso, controlando el tono de su voz, para no revelar su alegría, Jack le preguntó cuáles eran esos requisitos que tenía que cumplir.
―Como me imagino que sabe, tengo una hija drogadicta. Quiero que la desenganche de esa mierda y que no vuelva a recaer.
El neurólogo comprendió lo peligroso que podría resultar tratar a la hija de uno de los hombres más poderosos de todo Estados Unidos, pero también que, de tener éxito, al hacerlo se le abrirían las puertas que de otra forma permanecerían cerradas.
―No tengo problema en tratarla una vez se haya confirmado la validez de mis métodos― contestó aceptando implícitamente el hacerse cargo de su vástago.
― ¡Mi hija no puede esperar! ¡Cualquier día la encontrarán tirada en un rincón víctima de una sobredosis! ¡Debe usted empezar de inmediato!
Esa era la contestación que más temía. No en vano sus planteamientos seguían siendo eso, planteamientos que jamás habían sido puestos en práctica. Tratando de no perder esa financiación, pero también que el millonario aquel comprendiera lo novedoso de los métodos que proponía, le preguntó si sabía en qué consistía la terapia.
Para su sorpresa y sacando un dosier, se lo dio diciendo:
―Me he informado y si acepto que un antiguo interrogador de la CIA le lave el cerebro a mi pequeña, es porque lo he intentado todo. Me trae al pairo como lo consiga, solo quiero a Diana lejos de las jeringuillas.
No supo que decir. Se suponía que nadie sabía que, además de ayudar a las víctimas de los Talibanes, la compañía lo había utilizado para sonsacar los planes a esos fanáticos. Jack mismo intentaba olvidarlo porque le avergonzaba el haber usado sus conocimientos como torturador.
Que ese hombre estuviera al tanto de ese papel, lo dejó acojonado al comprender que había tenido que usar todo su poder para conseguir esa información. Tras reponerse de la sorpresa, supo que de nada serviría fingir ni minorar el riesgo que ser la cobaya con la que experimentarían por primera vez sus arriesgadas teorías, replicó:
―Es consciente que la llevaré al borde del colapso físico y psíquico para poder manipular su mente y del peligro que se corre.
Con una mueca amarga en su boca, Larry Gabar contestó:
―Lo sé y antes de verla un día más tirada como piltrafa, prefiero correr el riesgo de que muera.
Impresionado por el valor del viejo, insistió:
― ¿Sabe que para ello propongo usar unas drogas que todavía no están plenamente desarrolladas?
―Eso cree, pero no es cierto. Tras leer su artículo, puse a mi gente a indagar y descubrí que existen.
―No es posible, ¡yo lo sabría! ― el neurólogo contestó casi gritando porque, de ser cierto, podría poner en práctica sin más dilación sus teorías.
Apretando un botón, el ricachón pidió a su secretario que hiciese pasar a su otro invitado.
―Jack, le presentó a J.J., la investigadora que ha creado unos compuestos que se adecuan a sus requerimientos.
Le costó creerse que esa joven rubia fuera experta en química orgánica. Por su juventud parecía más una colegiala que una científica y tampoco ayudaba que el jersey de cuello que llevaba fuera el que usaría una militante de ultraizquierda.
―Encantado de conocerla ― aun así, se presentó como si fuera una colega.
La recién llegada masculló a duras penas un hola, tras lo cual se hundió en un sillón como si esa conversación no fuera con ella. Gabar sin duda debía conocer las limitadas habilidades sociales de la muchacha porque olvidándose de la autora, empezó a explicar sus descubrimientos leyendo un documento que tenía en sus manos.
Llevaba menos de un minuto, relatando las propiedades de las diversas sustancias cuando impresionado por lo que estaba oyendo, Jack le arrebató los papeles y se los puso a estudiar en silencio.
El ricachón obvió la mala educación del neurólogo y sabiendo que lo había deslumbrado, esperó sonriendo que terminara.
«No me lo puedo creer, ¡ha modificado la metadona añadiendo unas moléculas que nunca había visto!», exclamó mentalmente mientras repasaba una y otra vez las supuestas propiedades de ese compuesto.
Lo novedoso de ese desarrollo lo tenía alucinado porque saliéndose de la línea que se estudiaba en todo el mundo, esa niña había planteado una nueva vía que se ajustaba plenamente a sus requerimientos.
― ¿Quién es usted? ― le espetó al no entender que jamás hubiese oído hablar de ella, de ser cierto todo aquello, esa pazguata era el químico más brillante que jamás conocería.
―Jota .
― ¿Tendrá apellido? ― molesto Jack preguntó.
―Jota ― sin levantar su mirada replicó ésta con un marcado acento español.
Interviniendo, el ricachón explicó al neurólogo que, en el acuerdo que había llegado con ella, estaba mantener su identidad oculta porque quería seguir viviendo anónimamente una vez acabara su colaboración.
Jack estaba a punto de protestar cuando de improviso escuchó a la cría alzar la voz:
―Como comprenderá, de saberse, los cárteles de la droga llamarían a mi puerta porque mis compuestos se podrían fabricar a una ínfima parte de los que ellos distribuyen. Solo he accedido a desarrollar lo que usted necesitaba porque me interesa que tenga éxito y consiga sacar de las drogas a la gente.
― ¿Me está diciendo que los ha hecho exprofeso para mi investigación? ¡Eso es imposible! De ser verdad, ¡solo ha tenido un mes para conseguirlo!
Levantado su mirada por unos momentos, contestó:
―Tardé quince días. La verdad es que me resultó fácil porque, con su artículo, usted mismo me fue guiando.
El cerebro que debía poseer esa criatura para llevarlo a cabo hizo crecer en una desconfianza creciente porque nunca había escuchado algo igual. Por ello y dirigiéndose al magnate, preguntó:
―Usted se creé esta mascarada. Me parece una estafa. Es técnicamente imposible.
Riendo a carcajadas, Gabar le respondió:
―Jota lleva trabajando para mí desde los dieciséis años y si ella dice que sus compuestos cumplen las condiciones que usted planteaba, le puedo asegurar que es así. Confío en ella y usted deberá hacerlo porque, si acepta mi oferta, trabajarán juntos.
Que esa veinteañera fuera un genio que llevaba en su nómina desde niña le intimidó, pero también le hizo comprender que, junto a ella, su proyecto avanzaría a pasos agigantados y venciendo sus reticencias, se puso a negociar con el magnate las condiciones en las que se llevaría a cabo ese experimento.
Contra todo pronóstico, Larry Gabar no discutió apenas los términos y en lo único que se impuso fue en que quería que la desintoxicación de su hija tuviera lugar en una de sus instalaciones.
Al explicarle que estaba alejada más de cincuenta kilómetros del pueblo más cercano y que Diana no la conocía, Jack aceptó porque era necesario aislar al sujeto de todo lo que le resultara familiar, así como de cualquier estímulo que le hiciera recaer.
Lo que no le gustó tanto fue que, al cerrar el acuerdo, la tal Jota preguntara al magnate si era seguro que se quedarán ellas dos solas ¡con un torturador!…

Capítulo 2

Larry Gabar tenía previsto que aceptara el encargo y por eso, cuando Jack estampó su firma en el contrato que le uniría al magnate, apenas le dejó tiempo para ir a casa a preparar su maleta. Para su sorpresa, la finca donde pasarían los siguientes tres meses ya estaba completamente equipada para la labor.
―Diana llegará en tres días. Para entonces espero que todo esté listo para comenzar su desintoxicación― informó al neurólogo: ―Por lo que, si encuentra algo a faltar, dígamelo y se lo haré llegar.
―Una pregunta, ¿su hija está de acuerdo con internarse?
― ¿Acaso importa? ― replicó el padre.
―Lo digo por mero formalismo legal porque desde el punto de vista del tratamiento, da igual.
El sesentón respiró aliviado al escuchar que no hacía en principio falta el consentimiento de la paciente, pero sacando un papel, se lo entregó a Jack diciendo:
―Diana fue incapacitada por un juez y como su tutor soy yo el que lo autoriza.
Jack ni siquiera leyó el documento porque sabía que en caso de un percance de nada serviría tenerlo al tenerse que enfrentar con los mejores abogados del país. Aun así, se lo guardó. Tras despedirse del ricachón, se percató que Jota le seguía y girándose hacia ella, le preguntó si le iba a acompañar al avión.
La rubia contestó:
―Considero necesario estar desde el principio porque además de crear las sustancias que usted vaya necesitando, mi otra función será informar a nuestro jefe de los avances que vayamos teniendo.
A Jack le gustó que reconociera sin tapujos que era una infiltrada del magnate porque así sabría a qué atenerse. Quizás por ello, en plan gentil, le cedió el paso mientras salían del despacho, sin saber que al hacerlo la muchacha malentendería ese gesto y cabreada le exigiría que fuera esa la última vez que se comportara como un cerdo machista.
―Mira niña, antes me acusaste de torturador y me quedé callado. Pero el colmo es que ahora me insultes tildándome de sexismo sin conocerme. Intenté ser educado, pero ya que lo prefieres así: ¡mueve tu puto culo que tenemos prisa!
Nadie la había tratado jamás con tanta falta de consideración y como no estaba acostumbrada a ese trato, anotó esa afrenta para hacerle saber lo que pensaba en un futuro, pero no dijo nada.
«Si cree que me puede tratar así, va jodido», sentenció sin dirigirle la palabra.
Jack deploró el haberse dejado llevar por su carácter, pero tampoco hizo ningún intento por disculparse.
«Menudo infierno va a ser tener que vivir con esta imbécil. Sería darle la razón, pero lo que me pide el cuerpo es ponerla en mis rodillas y darle una tunda para que aprenda a tener más respeto», pensó fuera de sí…

Una hora después el avión personal de Gabar estaba despegando del aeropuerto de LaGuardia con el neurólogo y la joven química en su interior. La falta de sintonía entre los dos quedó de manifiesto al sentarse cada uno en una punta para así no tener que hablar siquiera entre ellos. Es más, por si le quedaba alguna duda, Jota sacó de su bolso dos libros y se los puso a leer, dándole a entender que no deseaba entablar ningún tipo de comunicación.
Jack reconoció por sus tapas que eran libros de psicoanálisis y eso le dejó perplejo porque lo especializado de su temario hacía que solo alguien versado en la materia pudiera entenderlo.
Tratando de devolver veladamente sus insultos, desde su asiento ofreció a la rubia su ayuda diciendo:
―Si necesitas que te aclare algún concepto, solo tienes que pedirlo.
Levantando su mirada y por un momento, la cría le pareció humana, pero fue un espejismo porque al momento, luciendo una sonrisa de superioridad, esa bruja contestó:
―No creo que me haga falta, solo estoy repasando conceptos que tengo un poco oxidados. Piense que ya hace cuatro años que me doctoré en psiquiatría y desde entonces apenas he tocado estos temas.
No sabiendo que le jodía más, si que ese cerebrito fuese doctora en su misma rama o que lo hubiese dejado caer sin darle importancia, Jack replicó molesto que, ya que sabía del tema, quería escuchar su opinión sobre el método que él proponía para desenganchar de las drogas a los pacientes.
Sin separar los ojos del libro, Jota respondió:
―Es un enfoque que en un principio me escandalizó, pero tras meditarlo, comprendí que podía ser acertado el planteamiento. Hasta ahora todos los psiquiatras han tratado a los drogodependientes por medio de la persuasión, pero usted propone algo más. Mientras ellos se conformaban con se alejen de las drogas, usted desea que piensen y se sientan libres de ellas, aunque para ello tenga que usar la coerción para moldear los flujos de información de sus cerebros.
Al oír sus palabras, esa criatura lo había descolocado porque había sintetizado en apenas treinta segundos su teoría. Por ello, menos molesto, le preguntó qué pasos creía que iba a seguir para conseguirlo.
―Nuevamente, me toma por novata― respondió Jota: ―cualquier estudiante de primero puede responder a esa pregunta: Lo primero que va a hacerle es una revisión física completa mientras sigue confusa por hallarse en un ambiente hostil. Me imagino que además de los análisis normales, le hará unos escáneres para comprobar el daño que las drogas han hecho en su cerebro.
―Así es― confirmó el neurólogo: ― por mi experiencia si sabemos que el estado de sus lóbulos y cómo funcionan, nos resultará más sencillo detectar las debilidades que vamos a usar para manipular su mente.
― ¿Qué espera encontrar en Diana?
―Deterioros en su capacidad cognitiva, memoria dañada, falta de autocontrol… nada que no haya visto antes― contestó.
Confirmando a su interlocutor que conocía a su futura paciente, Jota insistió:
―Diana no es la típica drogata. Además de ser una mujer bellísima, de tonta no tiene un pelo. Se ha llevado a la cama a todos y cada uno de los terapeutas que su viejo ha puesto en su camino.
―No dice nada en su historial― cabreado señaló Jack mientras revisaba su expediente ― ¿Cómo nadie me ha avisado de algo así? ¡Es importantísimo!
―Me imagino porque esos papeles han sido escritos por los mismos que sedujo y nadie es tan honesto de dejar al descubierto sus pecados.
―Sabrás lo importante que es el sexo en el sistema de recompensas cerebrales. El placer puede ser la herramienta con la que hacerla cambiar. Las dosis de dopamina que se producen en cada orgasmo las podemos aprovechar para desmoronar su adicción a otras sustancias.
― ¿Está hablando de hacerla adicta al sexo? ¿Eso sería cambiar una adicción por otras?
―En un principio puede ser, pero cuando ya esté recuperada de las sintéticas será más fácil tratarla y no existen casi contraindicaciones. ¡A todos nos viene bien echar un polvo!
Jota estuvo a punto de protestar porque siempre había tenido dudas sobre los efectos beneficiosos del sexo más allá de los meramente físicos. Además, ella nunca se había visto atraída por otra persona, con independencia de su sexo, pero considerando que su vida personal no tenía nada que ver en el tratamiento, se lo quedó guardado.
«No me interesa que este capullo sepa que soy virgen y menos que nunca he sentido un impulso sexual. Como el manipulador que es, lo usaría en mi contra», decidió en el interior de su mente.
Asumiendo que era una anomalía, no por ello podía negar que la lujuria era común a la mayoría de los humanos. Y dando la razón en principio al neurólogo, aceptó desarrollar un compuesto que incrementara el deseo físico y la profundidad de los orgasmos.
―Por lo que deduzco, quiere una especie de “Viagra femenino” con los efectos que supuestamente produce el “Éxtasis”, mayor sensibilidad táctil, disminución de ansiedad e incremento del deseo.
―Sí y no me vale con un coctel de serotonina. Necesito que pienses en algo que incremente exponencialmente el placer. Tienes cuatro días para diseñarlo y producirlo, quiero usarlo en nuestra paciente en mitad de su síndrome de abstinencia para que psicológicamente su impacto sea mayor.
―Lo que me manda es complicado por falta de tiempo, pero intentaré que al menos ese día tenga algo con lo que trabajar, aunque luego perfeccione la fórmula― respondió la rubia mientras sacaba su portátil y se ponía a trabajar.
Mirandola de reojo, Jack observó cómo se concentraba en la misión mientras se preguntaba cuántos químicos que conocía hubiesen aceptado ese imposible.
«Ninguno», sentenció, «todos me hubiesen mandado a la mierda y llamándome loco, ni siquiera lo hubiesen intentado» …

Relato erótico “de vacacciones con mis putas sumisas 1” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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llego el verano y llego la hora e irnos de vacaciones juntos mis putas sumisas y yo así que pidieron permiso en sus trabajos para irse de vacaciones dos semanas y yo se lo comuniqué a mi empresa. el destino fue Lanzarote ya que era un destino ideal de sol y playa y podíamos hártanos a follar.

así que llego el día de irnos de vacaciones y las dije yo:
– zorras daros prisa en coger vuestras cosas no sé qué perdamos el avión.
ellas se habían maqueado que estaban para fóllarselas. llevaban una de ellas pantalones cortos y sandalias y un top mientras la otra un pantalón ajustado o leggins y blusa que tenía un escote que ponía la poya al más pintado.
cogimos un taxi y fuimos al aeropuerto mientras me decían riéndose:
– tenemos una sorpresa para ti-
– sí que sorpresa es esa.
ya lo veras así que ya embarcamos en el avión solo eran dos horas y media de Madrid a Lanzarote cuando íbamos en el avión.
– haber que sorpresa era esa- dije yo ellas.
se rieron:
– tócanos -dijeron.
las metí manos en sus chochos.
– joder- dije yo -donde están vuestras bragas. seréis guarras.
– te gusta.
– me encanta que seáis tan putas zorras.
así que en el avión mientras llegábamos ya estaba pajeándolas con mis manos en sus chochos.
– así así cabrón tócanos bien el chocho métenos bien los dedos -me dijeron mis zorras.
ellas empezaron a gemir mientras gemían paso una azafata que se puso colorada al vernos y paso de largo ellas empezaron a reírse las muy putas.
– esa tiene más ganas que nosotras jajaja, aunque se ha puesto colorada, se ha excitado te lo digo yo- la dijo Marta a Maria luego me llamo la azafata.
– por favor no hagan eso en el avión es una indecencia y no puedo permitírselo.
– no estarás caliente al vernos y se te habrá puesto el chocho mojado- dije yo.
– usted es un garro le denunciare.
así que le dije a mi sumisas:
– hacer que vais al váter y pedís ayuda en el servicio quiero que encerremos a esa guarra de azafata conmigo.
así que Marta se dirigió al servicio del avión y pidió ayuda a la azafata la otra entro y cerró la puerta y luego fui yo y me cole en el servicio con ellas. como sabe el servicio del avión es muy pequeño y apenas te puedes mover.
– ahora te vas a enterar zorra.
– le denunciare.
pero Marta mi sumisa ya la había tapado la boca para que no gritara mientras yo la tocaba el chocho. los pasajeros la mitad estaba a los suyos o estaban durmiendo ni se enteraban mientras mi otra sumisa cuidaba la puerta de que no entra nadie en ese servicio.
yo cogí a la azafata y la bajé las bragas. ella intento resistirse, pero mi sumisa la metió la lengua en la boca y yo me saque la poya y la hice que me la chupara mientras mi sumisa la hacia una foto riéndose con el móvil.
– mama zorra sino te enteraras por internet publicaremos esta foto.
– cabrones hijos de putas os denunciare pervertidos.
– navaja chupa guarra.
así que la metí la poya en la boca a lo primero se resistía, pero luego empezó a chupar.
– lo ves cómo te gusta zorra así así mama so guarra.
ella empezó a mamarme la poya hasta que me corrí.
– y ahora guarra estas en mi móvil así que si piensas decir algo piénsatelo antes sino todo el mundo vero tu foto en internet mamando me la poya.
el capitán anunciaba que ya estábamos en Lanzarote así salimos.
– tengo tu foto así que más vale que me des tu número para cuando te requiera guarra te reunirás con nosotros.
así ella me lo dio el avión aterrizo y salimos del aeropuerto no si antes la azafata me diera su número de teléfono. mi sumisas se reían las hijas de puta.
– eres increíble como te la ha hecho chupar la poya- me dijeron.
– eso no es nada nos la follaremos todos ya lo veras.
llegamos al hotel y empezamos nuestras vacaciones ya en traje de baño llegamos a la piscina ellas mis sumisas se pusieron un tanga y un top que apenas cubría nada los tíos de allí yo creo que viéndolas se ponían cachondos yo me reía ya en el agua las muy zorras empezaron a reírse:
– venir aquí zorras- y empecé a meterles la mano en el chocho a cada una ellas suspiraban.
– ya tienes ganas de follar.
– me gusta primero tocaros el chocho a cada una.
– ahora veras.
una de ella buceo y empezó a comerme la poya.
-cabrona como te gusta mamar.
-vámonos al hotel.
salimos de la piscina y nos fuimos a la habitación ya que estábamos muy calientes la habitación tenía yacusi y nos metimos los tres.
– y ahora zorras mías comerme el rabo todo lo que queráis.
Marta y Maria se volvieron locas empezaron a comerme la poya sin parar dentro del yacusi.
– que rica poya tienes cabrón como nos gusta tu cipote y chuparte los huevos.
– así así zorras -decía yo- no dejéis de mamarme la picha guarra.
– espera aquí falta algo- y llame al número de la azafata- quiero que venga aquí sin bragas en 1o minutos. estamos en el hotel Waikiki así que ya sabes cabrona sino pondré tu foto en internet.
mis sumisas se reían.
– no os la queríais follar pues no la follaremos todos al poco tiempo.
llego la azafata.
– eres un cabrón hijo puta te matare te denunciare vale.
– vale, pero metete aquí con nosotros en el jacuzzi.
mis sumisas empezaron a devorarla el coño y las tetas.
– ahaahahahha zorras me volvéis loca- dijo ella.
– chúpale la chorra al amo vamos zorra -dijo una de mis sumisas- si lo estas deseando.7
Nadia que era el nombre de la azafata se metió mi chorra en la boca y empezó a devorármela.
– así zorra luego te daré por el culo.
– no, por el culo no. lo que quieras, pero por el culo nunca lo he hecho.
– mejor. prepáraselo zorras. quiero su culo.
así que mis dos sumisas empezaron a comerle el ojete y a meterle los dedos cuando estuvo preparado se la metí hasta los cojones.
– ahecha que daño sácala.
– tranquila te acostumbraras. chicas comerle el chumino y las tetas.
ella empezó a gemir y yo a darle más fuerte por el culo.
– así así rómpeme el ojete que rico es esto nunca lo había probado si no pares quiero tu poya en mi culo hasta los huevos.
– toma zorra dime que eres mi puta.
– soy tu puta ahahhaaahahahahaha me corrroooooooooo cabrón hijo puta me estoy corriendo a mares.
mis sumisas estaban demasiado cachondas viéndonos follar y se estaban comiendo el chocho la una a la otra y masturbando, viéndola correrse.
luego empezaron a comerla las tetas y el chocho a Nadia que se moría de gusto.
– nunca había disfrutado tanto -decía Nadia.
– pues quédate de vacaciones con nosotros. pide unos días de descanso y disfruta del sexo.
borre la foto de Nadia ya no quería putearla más ella se quedó con nosotros en el hotel follando los 4 pero esa es otra historia CONTINUARA

Relato erótico: “Mi esposa se compró dos mujercitas por error 7” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 12, MI TERCERA Y ÚLTIMA BIRMANA

Tal y como me había mi futuro suegro echó la casa por la ventana pero aun así me resultó curioso la rapidez en la que se desarrollaron las cosas porque no había pasado ni una hora cuando desde el porche de la mansión vi llegar una carreta cargada con flores.
«Joder, se ha dado prisa», murmuré mas solo que la una porque la novia había insistido en que María y sus paisanas estuvieran presentes mientras la preparaban para el enlace.
Y digo enlace porque aunque nominalmente está prohibida la poligamia en ese país, durante la fiesta iba a tener lugar un paripé de boda que según Thant me había asegurado no tendría más que valor simbólico pero que su padre había insistido porque así limpiaba su conciencia por entregar a su hija a un hombre que no la hiciera su esposa legal.
Personalmente me daba igual y con una copa en la mano, decidí dar una vuelta por la mansión que sería mía al día siguiente. Mientras recorría sus pasillos, la historia del lugar me tenía impresionado al comprobar en sus paredes el papel que esa familia había tenido en toda la zona.
«Va a volver a vivir otra época de esplendor», me dije cada vez más involucrado al saber que si todo iba como tenía planeado, los hijos que tuviera con esa monada serían los depositarios de una herencia centenaria.
Estaba admirando un retrato de un miembro de esa familia cuando vi llegar a mi esposa con la cara desencajada. Supe que algo pasaba y por eso no me cogió desprevenido que me dijera muy nerviosa que Thant quería verme antes de la ceremonia.
Asumiendo que era importante, dejé que me condujera por el edificio hasta una zona privada, cuyas rejas de hierro forjado me hicieron suponer que era el área donde antaño vivían las integrantes del harén del señor de la casa. De haber tenido tiempo con gusto me hubiese entretenido en observar los mosaicos con los que estaba decorada pero urgido por mi esposa entré en la habitación donde me esperaba mi “novia”.
Tal y como me habían anticipado, Thant estaba hecha un mar de lágrimas y por más que mis dos concubinas intentaban consolarla nada parecía tener efecto.
-¿Qué te pasa?- pregunté en inglés.
Al escuchar mi voz, esa preciosa birmana se tiró a mis pies y gimoteó desconsolada:
-Júreme que pase lo que pase mantendrá su promesa que los hijos que le dé serán los dueños de estas tierras y esta casa.
Pasando mi mano por su negro pelo, respondí que nunca faltaba a mi palabra y por lo tanto si me llegaba a dar descendencia, ellos serían los herederos de esa parte de mis bienes.
Todavía muy nerviosa, se limpió las lágrimas con la mano y levantando su mirada me pidió que la hiciese mi mujer en ese momento sin esperar al enlace. Como se puede comprender, esa premura me mosqueó y levantándola del suelo, la llevé a un sofá y le pedí que me explicara qué narices le ocurría para pedirme adelantar unas horas su entrega.
Consternada me rogó que no me enfadara con mis esposas pero por una indiscreción suya se había enterado del verdadero motivo por el que quería comprar a su padre esa hacienda. Conteniendo el aliento, repliqué que no sabía de qué hablaba pero entonces la oriental susurró llena de dolor:
-Estaba enseñando a María el vestido que me iba a poner cuando le ofrecí un té y ella sin darse cuenta, dijo que prefería el tieguanyin al earl gray. Al contestar que no teníamos esa variedad, Aung me rectificó y comentó que ese era el nombre que su amo daba al que producíamos.
-Entiendo- contesté dando por perdido el negocio y sin demostrar el cabreo que tenía, la pregunté qué era lo que iba a hacer.
Entonces para mi sorpresa, Thant respondió:
-Mi padre no es capaz de mantener la herencia de mis antepasados. Cuando murió mi abuelo, eran más de tres mil hectáreas las que heredó y las fue malvendiendo para pagar sus vicios. Mi deber como hija es informárselo pero no quiero porque aun así él terminará vendiendo esta hacienda a un extraño.
-Me he perdido- reconocí.
Llena de angustia, me miró insistiendo:
-Como ya le expliqué mi deber como hija es decírselo pero si antes que le vea, usted me hace suya, mi obligación sería para usted y podría callar por el bien de los hijos que le dé. Si quiero mantener estas tierras en la familia… ¡necesito que me tome ahora!
Entendí su petición como una llamada de auxilio y posando brevemente mis labios en los suyos, contesté:
-Te juro que nunca pondré en peligro esta casa y las tierras que la circundan y te prometo que haré todo lo posible para incrementarlas y así el día en que yo falte, los hijos que me des hereden más tierras de las que tu padre me venda.
Con una dulce pero amarga sonrisa se levantó del diván y mientras dejaba caer su vestido, dijo con tono seguro:
-Aunque ha pagado por mí, le informó que me entrego voluntariamente a usted y me comprometo a amarle como su más fiel pareja todos los años que me queden de vida.
La belleza de esa mujer quedó más que patente al verla desnuda y mientras recreaba mi mirada en sus curvas, respondí usando su mismo tono grandilocuente:
-Aunque he pagado por ti es mi intención ser tu marido y no tu dueño por lo que después de comprar a tu padre la hacienda, serás libre. Podrás irte pero si te quedas con nosotros y entras a formar parte de mi familia, juro hacerte feliz y cumplir todas mis promesas.
Thant no se esperaba que le diese la libertad de decidir y saltando sobre mí, me empezó a besar mientras me decía:
-Estaría loca si le perdiera, soy suya y lo seguiré siendo con más razón una vez me libere.
La alegría con la que buscaba mis caricias me convenció y cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta la cama. No había terminado de depositarla sobre las sábanas cuando María acercándose hasta ella, comentó:
-La voluntad de Alberto es mi deseo y por ello me comprometo en recibirte como mi igual y los hijos que engendres en tu vientre los consideraré como nacidos de mí sin hacer ninguna diferencia.
Completamente conmovida la birmana contestó:
-Señora, nunca me atrevería a ser su igual y desde ahora juro obedecerla y amarla… y espero que me dé la posibilidad de demostrárselo.
Mayi que hasta entonces había permanecido en silencio, se aproximó y comenzó a acariciarla mientras le decía:
-Amo y Maria buenos con nosotras, nosotras buenas contigo- para acto seguido cerrar su compromiso con un beso sobre una de sus areolas.
Imitando a su compañera, Aung acercó su boca al otro pezón y sacando la lengua, se puso a lamerlo diciendo:
-Nosotras y María darte placer para que amo te haga suya.
Observando a esas tres bellezas me percaté que siendo de la misma raza, Thant era mucho más alta.
«Se nota que por generaciones a su familia no le faltó jamás la comida», pensé al compararlas y ver que sus dos paisanas a su lado parecían liliputienses.
Ajenas a mi examen, se notaba que mis concubinas eran las primeras interesadas en que esa recién llegada disfrutara en su estreno al ver el modo tan cariñoso y sensual con el que se estaban ocupando de ella.
Cualquier duda de cómo se tomaría ese cálido recibimiento desapareció de mi mente al escuchar que la birmana decía a mi señora con tono pícaro al tiempo que separaba sus rodillas:
-Mi señora debe comprobar que llego virgen y que no he conocido ni conoceré más hombre que nuestro dueño.
María comprendió que la oriental se le estaba ofreciendo para demostrar su disposición a integrarse plenamente en nuestra peculiar familia y riendo comentó:
-Me parece que a esta putilla le gustaría que me ayudaras.
Aceptando que era así, me acerqué a la cama. Thant al verme llegar me miró a los ojos y sonriendo confirmó las palabras de mi mujer al decir con su mirada cargada de deseo:
-Soy suya.
Aún admitiendo que gran parte de la motivación de esa muchacha tenía que ver con la fidelidad a sus orígenes, pude descubrir que su mirada estaba cargada de deseo y eso me hizo saber que también se sentía atraída por mí.
-Eres preciosa- respondí al tiempo que me quitaba la camisa.
Ratificando que no le era indiferente, Thant no perdió detalle y aunque en ese momento sus pechos estuvieran siendo mimados por sus paisanas, con un revelador acto reflejo, se mordió los labios al comprobar que me quitaba los pantalones.
-Mi dueño y señor- susurró y más afectada de lo que había supuesto con mi striptease, me rogó levantando sus brazos hacia mí que me tumbara junto a ella.
Obviando su petición, comenté en ingles a María lo bella que era nuestra última adquisición, incrementando con ello la calentura de la birmana, la cual con la respiración entrecortada se retorcía sobre las sabanas dando muestras de una creciente excitación.
-Me encantan sus piernas- comentó mi señora mientras la acariciaba con la mano.
Llevando mis dedos a una de sus mejillas, recorrí su cara con mis yemas mientras con sus negros ojos la muchacha imploraba que no la hiciéramos sufrir.
-No están mal pero ¿qué me dices de sus pechos?- pregunté deslizando mi mano por su cuello al comprobar que María se había apoderado de uno de ellos.
-Inmejorables- replicó mientras con los dientes se ponía a mordisquear su pezón.
Aung que se había visto apartada por mi señora, aprovechó para desnudarse y al volver le ofreció como ofrenda sus propios senos. Thant me miró pidiendo mi aprobación. Al comprobar mi sonrisa, abrió sus labios y ser apoderó de la tetita de la morena.
El gemido de placer con el que mi concubina respondió a esa caricia, exacerbó a la noble y ya sin ningún recato se puso a mamar como si fuera algo que llevara deseando desde niña.
-Esta niña va a resultar tan puta como sus paisanas- murmuró María señalando la humedad que amenazaba con desbordarse en el sexo de la birmana.
Reconozco que se me hizo la boca agua al fijarme que siguiendo la moda occidental esa muchacha llevaba el coño totalmente depilado.
-Debe de estar riquísimo- repliqué mientras me acomodaba entre sus piernas.
Mi esposa al comprobar que sacando la lengua y partiendo de su tobillo me ponía a recorrer una de sus pantorrillas, me imitó y junto a mí comenzó a besar la otra.
No llevábamos ni medio minuto lentamente subiendo por ellas cuando escuchamos el berrido de placer con el que Thant nos confirmaba lo mucho que le estaba gustando ese tratamiento.
-Esta guarrilla no tardará en correrse- susurró María en mi oído- debemos darnos prisa si no queremos llegar tarde.
-La primera vez es importante- objeté y para dejar claro que quería tanto a ella como a las otras dos birmanas, las informé que no pensaba hacer uso de Thant hasta que esa cría se hubiese corrido.
Mayi fue la primera en reaccionar y acercando su boca a la de mi “novia”, recorrió los labios de la muchacha con su lengua mientras hablaba tiernamente en su idioma. Por el tono sensual que imprimió a su voz y el posterior gemido de nuestra víctima supe que le había traducido mis palabras pero como quería que lo supiera por mí, usando el inglés comenté:
-Mi prioridad es que disfrutes.
Temiendo no poder responder antes de verse sumergida en el placer, Thant gritó:
-Sé que a vuestro lado seré inmensamente feliz e intentaré compartirlo con el resto de vuestras esposas.
Su declaración de intenciones azuzó a María a actuar y con suaves mordiscos fue subiendo por un muslo mientras yo hacía lo propio por el otro.
Jadeando respondió al incremento de nuestras caricias y sin poderse contener comenzó a mover sus caderas al sentir que tantas sensaciones estaban llevándola al límite. Mayi, que hasta entonces se habían mantenido expectante, se desvistió y pegando su dorso desnudo al de la noble, la hizo ver que también ella sería su mujer. Thant al experimentar el roce de los pezones de su paisana contra su pecho, no pudo más y maullando como si fuera un gatito, se corrió.
Ese dulce y casi inaudible orgasmo provocó una inmensa calentura en mi señora, la cual intentó hacerse con el coño de la mujer pero advirtiéndolo se lo impedí diciendo:
-Quiero ser el primero en probarlo.
Poniendo un puchero, me obedeció pero antes se permitió el lujo de soplar en él y ese singular regalo fue suficiente para que el clímax de la guapísima birmana alcanzara un nuevo límite.
-No quiero que nada me impida ser suya- aulló totalmente descompuesta Thant mientras todas sus neuronas amenazaban con colapsar- ¡Hágame su mujer!
Convencido que estaba lista, separé los labios de su sexo y sacando la lengua me puse a recorrer sus bordes, sin llegar a tomar posesión de él. Al sentir esa húmeda caricia se estremeció y sin poder casi respirar, me rogó que la tomara.
-Fóllatela, no la hagas sufrir más- dijo mi esposa al ver como la muchacha tiritaba.
-Todavía no- contesté y acercando mi lengua a su sexo, empecé jugar con el erecto botón que sobresalía entre sus pliegues.
El brutal gemido que salió de su garganta fue la antesala a su total entrega y mientras metía mi lengua en su interior, su sexo se convirtió en un ardiente volcán que entró en erupción de manera súbita empapando mi cara y salpicando la de mi esposa.
-¡Menuda forma de correrse!- muerta de risa, María exclamó y presa de su propia lujuria buscó probar ese manjar con su boca.
Thant casi pierde el conocimiento al sentir que eran dos lenguas las que la estaban follando. Su inexperiencia en ese tema la hizo dudar si ya la había tomado y abriendo los ojos, buscó con la mirada si ya la había poseído. Al ver que no era así, dijo casi llorando:
-No resisto más. Por favor, hazme mujer.
Viendo que ya era hora y que de nada servía postergar el tomar posesión de mi propiedad, puse la cabeza de mi glande entre los labios de su sexo. La birmana se derritió completamente al sentir mi miembro en su entrada y moviendo sus caderas, trató de forzar mi penetración.
-Tranquila-, dije mientras introducía un par de centímetros la cabeza en su interior.
Increíblemente sentí como si sus labios inferiores estuvieran besando mi pene justo en el instante que esa muchacha a voz en grito me preguntaba si algún día podría amarla.
-Ya te amo. No lo dudes nunca- contesté.
Mis palabras fueron el detonante de su locura y presionando con su cadera forzó que su cuerpo fuera absorbiendo mi extensión hasta que mi capullo se encontró con una barrera. Entonces y solo entonces, me dirigió una sonrisa y de un solo golpe consiguió romper su himen y ensartarse hasta el fondo todo mi sexo.
El grito de la muchacha al sentir como se desgarraba su interior me puso en sobre aviso y mientras sus dos paisanas intentaban consolarla con tiernos besos, esperé a que se acostumbrara a esa invasión. Durante unos instantes Thant se quedó paralizada por el dolor pero rápidamente se rehizo y moviendo sus caderas empezó un delicado vaivén que me volvió loco.
-Eres increíble- susurré al experimentar la estrechez de su gruta.
A pesar de estar acompañados y que en ese instante, María siguiera lamiendo el clítoris de la oriental, el tiempo se detuvo para mí y solo existíamos ella y yo mientras de forma inconsciente relajaba y presionaba los músculos de su vagina al ritmo de mis penetraciones.
-¡Por fin tengo dueño!- chilló al notar que un nuevo orgasmo se acumulaba en su interior.
-Córrete en su interior, mi amor. ¡Esta putita lo está deseando!- me espoleó María mientras Thant aceleraba sus caderas.
Tumbandome sobre ella, busqué nuestro mutuo placer pero entonces esa muchacha absorta en su papel de presa me mordió en el cuello mientras me pedía que me vaciara dentro de ella. Que de alguna forma me marcara como suyo, me gustó y llevando al límite el ritmo con el que machacaba su interior desencadené su orgasmo. Orgasmo que al contrario de los anteriores fue ruidosamente brutal hasta el punto que temiendo que nos oyeran desde fuera, Aung cerró su boca con las manos.
Los estertores de su cuerpo y sus gritos al correrse desató mi propio gozo y descargando mi simiente en su fértil receptáculo, me corrí mientras en mi cerebro oleadas de placer se sucedían sin pausa. Todavía desconozco como pudo hacerlo pero sentí como su interior abrazaba mi pene prolongando con ello mi éxtasis. Tras lo cual exhausto caí sobre ella.
Ella metiendo su mano entre sus piernas, sacó sus dedos ensangrentados y llevándolos a mi boca, me dijo:
-Has sido el primero y serás el último hombre de mi vida. Soy tu fiel esclava hasta el final de mis días.
El sabor de la sangre con la que me demostró su virginidad perdida, me hizo reaccionar y abrazándola, contesté:
-Como tal te acepto y juro en presencia de mis otras esposas, que dedicaré todos mis esfuerzos en haceros felices a todas.
Rompiendo el hielo, María soltó una carcajada y forzando la boca de mi nueva esposa con su lengua, la besó durante unos segundos hasta que separándose de ella, dijo:
-Como hermana mayor, yo también me comprometo a hacerte dichosa.
Los ojos de Thant se poblaron de lágrimas al escucharla y mirando a sus paisanas, les algo en su idioma que las hizo reir. Lleno de curiosidad, le pedí que me dijera que les había dicho.
La hija del noble venido a menos contestó:
-Daba las gracias a mis dos “hermanas” por explicarme que solo podían hablar maravillas de usted y de María en la cama y que llegado el caso, no tuviera miedo porque sabrían sacar de mí a la mujer ardiente que llevaba años ocultando.
Con la mosca detrás de la oreja, pregunté:
-¿Solo le has dicho eso?
Muerta de vergüenza, bajó su mirada y replicó:
-También les preguntaba cuanto tardaría usted en usar mi trasero.
-¿Te apetece que lo haga?
Sin saber dónde meterse, replicó:
-Hay un cuadro en el cuarto de mi padre donde uno de mis antepasados sodomiza a una concubina y desde niña he deseado que mi esposo me tome así.
Riendo a carcajada limpia, María contestó:
-Tu culito no tardará en ser poseído por tu dueño y por mí…

FIN


Relato erótico: “Destructo III Al infierno por la compañía” (POR VIERI32)

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He escrito una guía de personajes de Destructo III para quien le interese (Link).

I. Año 1368

El viento ululaba entre los jinetes de la extensa fila del ejército mongol, levantando una fina niebla de arena que obligaba a los hombres escupir constantemente. Avanzaban con pesadumbre, asados bajo el sol y cansados; desde la altura todo el ejército lucía como una gigantesca serpiente oscura que se deslizaba lentamente por el desierto persa.

Al frente, el Orlok Kadan, harto de las moscas que lo atormentaban, montaba con el ceño fruncido; tanto él como sus soldados estaban más bien acostumbrados a las frías estepas rusas y, además, el sol sobre sus cabezas parecía provenir del ardiente infierno del que le solían hablar los cristianos.

El Orlok deseaba fervientemente ser parte de los preparativos para aplacar la insurrección de los rusos en Moscú, pero él había perdido su oportunidad al fracasar en su intento de someter el reino de Nóvgorod. A su vuelta, el Kan de la Horda de Oro le ofreció otros diez mil soldados, pero su nueva misión le parecía más bien un castigo debido a la humillante derrota: ahora, debía cruzar medio mundo para sosegar la rebelión en el reino de Xin.

Levantó la mano para detener la cabalgaba. Detrás, sus hombres se detuvieron viéndolo desmontar desganadamente. Se fijó en el suelo y miró al beduino que, tumbado y atado de manos a la grupa de su montura, parecía más bien un cadáver. Su túnica estaba hecha jirones, revelando las raspaduras sangrientas en su cuerpo. El Orlok sonrió cuando lo vio respirar débilmente.

Se inclinó hacia él.

—Me sorprendes. Creía que ya estarías muerto.

El beduino lo miró con los ojos entornados, cansados, e intentó responder algo, incluso un simple gimoteo, pero le dolía hasta respirar. El Orlok lo comprendió y le mostró un odre. Lo agitó, dejando saltar gotas de agua que al beduino le parecían, en ese momento, más valiosas que el oro.

—Vuelve a exigirme monedas por información —amenazó el Orlok—. Y viajarás así hasta que el sol se ponga.

Yusuf intentó tragar saliva, pero era imposible. Cuán arrepentido estaba de haber intentado negociar con ese salvaje mariscal mongol. Cuando lo vio acampar con su ejército, en las afueras de Bujará, pensó que se haría rico vendiéndole la información que poseía. Aspiró aire y aunó fuerzas para rogarle por su vida.

—Os lo diré todo… ¡Os lo diré todo!

—Bien. Habla sobre el ruso.

—¡Sí…! ¡Sí! ¡El ruso! Es custodio de dos hombres del reino de Koryo. Planean atravesar el “Techo del Mundo” para entrar a Xin. Solo es posible yendo por Kabul, si queréis capturarlos, debéis ir allí. Es todo lo que sé, por el Honorable.

El Orlok asintió. Iba a enviar un escuadrón de diez jinetes para encargarse de él. Su Kan lo aprobaría si volviera con la cabeza de un guerrero ruso atada a la grupa de su caballo. Su misión no era despachar un simple soldado, por más placentero que le pareciera la idea.

—¿Cómo es él?

—De barba y cabellera dorada, mi señor… ¡Ah! Viene del reino de Nóvgorod. ¡Mi-jaíl! ¡Responde al nombre de Mi-jaíl! Es todo lo que sé, por favor, perdóneme la vida…

El mongol sintió un ligero mareo y casi cayó al oírlo. Apretó los puños hasta el punto de casi reventar el odre.

—¿Mi-jaíl?

Se repuso abruptamente, fijándose en uno de sus generales que los observaba desde su montura. También se removió inquieto al oír ese nombre; ambos habían estado durante la batalla en Nóvgorod, sobre el congelado Río Volga. Cómo olvidar ese nombre que los rusos corearon aquella noche nada más terminada la contienda.

—Mi señor —dijo el escéptico general—. Un ruso de cabellera dorada y de nombre Mijaíl. Sé lo que piensa, pero debo decirle que eso es la mitad de Rusia.

—Puede. Pero es de Nóvgorod.

—¿Cuáles son las probabilidades de que sea él? Mi señor, con todo respeto, la batalla de Nóvgorod ya se ha robado demasiadas noches. Dejémoslo ir de una vez. Miremos hacia el reino de Xin.

El Orlok escupió al suelo. Aún tenía viva la experiencia de volver derrotado, de caminar a través de las gers mongolas aguantando las miradas e insultos de su pueblo. Desenvainó su sable y apuntó al aterrorizado beduino.

—Sencillo decirlo. La culpa de aquella derrota recayó completa sobre mí. Hasta hoy día me preguntaba por qué el Dios Tengri decidió dejarme con vida. La respuesta la tengo aquí.

—Puedo comprenderlo, Orlok, pero no podemos poner a cabalgar a diez mil hombres hasta Kabul solo para cazar a un ruso.

—No es necesario que sigáis mi ritmo. Montad un campamento. Para cuando lleguéis a Kabul, ya tendré su cabeza atada a la grupa de mi caballo.

El general se rascó la frente, incómodo. ¿Cómo iba a permitir que el hombre de mayor rango de su ejército les abandonara? Pero no tuvo más opción que asentir a la idea; no era plan de contrariarle a un hombre como él.

—Ve, Orlok. Si no sé nada de ti al llegar a Kabul, asumiré el mando del ejército.

Con renovadas fuerzas, el mongol lanzó el odre al beduino.

—Bebe. Te lo has ganado. Que el chamán le cure las heridas. Dadle un buen caballo, lo va a necesitar.

—¡A… Alabado sea Alá!

Yusuf se lanzó sobre el odre con las manos temblorosas. Dolía solo moverse. ¡Pensar que estaba convencido de que esos salvajes de la Horda de Oro lo matarían! De rodillas, bebió y bebió sin percatarse de que la gigantesca sombra del mariscal mongol se agrandaba sobre él. El beduino se sintió sobrecogido cuando percibió su fiera mirada; el Orlok era un hombre intimidante.

—Guíame hasta Kabul, beduino. Reza a tu dios para que el ruso esté allí.

II. Año 2.332

Los dos soles del Inframundo parecían tocarse en el horizonte, una peculiaridad de su órbita, arrojando su distintivo brillo sobre el desierto de Flegetonte. La aparente quietud fue poco a poco diluyéndose a cambio de incontables rugidos que parecían aproximarse; Pólux salió de la cueva donde se había escondido y echó una mirada hacia la planicie; se estremeció al ver a ese innumerable ejército de espectros, una mancha negruzca debido a la distancia, que se dispersaba para todas las direcciones. Se desplegaban por el desierto rojo como hormigas enloquecidas, destrozando todas las pirámides de huesos que encontraran a su paso. Y, en cielo, otros miles surcaban como murciélagos enrabiados.

Volvió adentro y se sentó sobre una roca frente a Curasán, quien seguía cabizbajo y absorto tras todo lo vivido; al joven ángel le costaba digerir la dura realidad de que su compañero Próxima podría estar muerto. Pólux estaba cansado de intentar hacerlo espabilar, por lo que buscó una flecha dorada guardada en su fajín y se la arrojó hacia las botas.

Curasán vio la flecha repiquetear a sus pies. Era aquella con la que Próxima sesgó la vida de un espectro.

—Puede que Próxima esté muerto —dijo la Potestad—. Eso no significa que nuestra misión haya terminado. Aún tengo que cumplir la mía. ¿Me ayudarás o todavía necesitas tiempo?

El joven ángel miró las palmas de sus manos y luego las cerró con fuerza.

—¿Son ellos los que están berreando allá afuera? No te imaginas cuánto los odio.

Pólux elevó la mano e invocó uno de sus libros. Eligió una hoja en blanco y procedió a escribir.

—Puedo comprenderte, pero trata de no cometer ninguna locura. Sigue siendo una misión de infiltración.

—¿Qué haces? ¿Es otro informe para las Potestades?

Meneó la cabeza.

—Es una carta para Próxima. Lo más lógico es pedirle que vuelva a los Campos Elíseos. Podrían curarle la espalda y recuperarse allí… Su misión de infiltrarse en Flegetonte y asesinar al Segador es imposible, dada las condiciones.

—¿Esperas que esté vivo?

—Es una esperanza que tengo. ¿No éramos acaso los “Ángeles de la Luz”?

Curasán asintió.

—Tienes razón… Lo somos. ¡Tienes razón!

—Música para mis oídos.

—Pero… ¿Por qué pedirle que vuelva? Ya lo has visto con tus propios ojos. Es el mejor arquero del reino. No puedes pedirle que lo deje todo atrás.

Pólux enarcó una ceja.

—A riesgo de que te me decaigas por otro par de horas, debo recordarte que Próxima ha perdido sus alas.

—¡Dioses! ¿Y crees que te hará caso? Ahora mismo, volver a los Campos Elíseos sería una derrota y una vergüenza para él.

—Me causa sonrojo vuestro ridículo ego de guerreros. Si es inteligente sabrá qué le conviene. Le diremos que continuaremos nuestra misión y que vuelva al reino para que le sanen. Es todo.

—¡Somos sus compañeros, Pólux! ¡Lo acepto, fue mi culpa! Pero si uno cae, los otros dos lo levantamos. Hemos venido asumiendo las consecuencias… ¡Mira, no soy bueno con las palabras!

Se hizo silencio en la pequeña cueva. Curasán se tomó de la cabeza. Era frustrante estar discutiendo sobre alguien que podría estar muerto.

—Solo digo —continuó el joven ángel—, que, si él sigue vivo, necesita de nosotros. Si escribes esa carta, Pólux, destruirás al mejor arquero que tenemos. Y lo necesitamos. Con alas o sin ellas.

Pólux se rascó la barba. Planeaba reñirle de nuevo; él no era un guerrero y aborrecía todo lo que implicaba violencia como método para solucionar los problemas. Aunque no podía negar que Curasán tenía un punto. Próxima les había demostrado ser un arquero excepcional; un genio, a su manera.

—Tienes razón. Eres pésimo con las palabras. Sin embargo, creo seguirte.

La Potestad se levantó y se desperezó. Era momento de salir de aquella cueva. Sin el arquero, la misión principal de asesinar al Segador se volvía a todas luces imposible, por lo que era momento de ejecutar el plan de contingencia. La capital Flegetonte perdió importancia; ahora, adquiría importancia la ciudad de Cocitos, el reino donde las almas de los muertos pasaban fugazmente antes de ir al desconocido “más allá”.

—Vámonos, Ángel de la Luz. Necesito que seas mi escudo.

—Lo seré. Pero, ¿y la carta?

Pólux arrancó la hoja en blanco y la enrolló en la flecha dorada. Tenía la esperanza de que, si Próxima estaba vivo, la invocaría en algún momento. Así, vería la carta. Era la única opción que les quedaba para comunicarse.

—Confía en mí. Yo, amigo mío, soy bueno con las palabras.

La capital Flegetonte se había convertido, repentinamente, en una ciudad fantasma; una incómoda quietud reinaba en sus, ahora, purpúreas y abandonadas calles pues no había guerrero que resistiera a la tentación de participar en una cacería de ángeles. Bien lo sabía la ninfa Mimosa que, cargando a su desmayada amiga Canopus sobre sus hombros, caminaba con pasos apurados en dirección a uno de los “Templos de Placer”.

Sus descalzos pies sufrían al paso por el empedrado y las piernas acusaron un fuerte desgaste cuando subió por los grandes escalones del templo. Deseaba calzar unas botas, pero en sus condiciones como esclavas eran afortunadas de llevar al menos túnicas.

Notó que su amiga emitió un pequeño gemido.

—¡Canopus! ¿Ya despertaste? Me ayudaría que caminaras por tu cuenta.

—Mimosa —dijo con voz débil—. Nuestro… amo…

—Por los dioses, ¡qué patética suenas!

Con el ceño fruncido decidió seguir cargándola hasta la entrada al templo, una gigantesca puerta de roble con diseño de arco. Estaba medio abierta y ladeó el cuerpo para entrar; se adentró en un angosto pasillo iluminado por antorchas. Oía gemidos y algún que otro llanto ahogado rebotando aquí y allá; también el escalofriante sonido de cadenas arrastrándose lentamente.

Llegaron a un amplio salón de un tufo insoportable. Miró a su izquierda, una veintena de ninfas desnudas y sucias dormían sobre el suelo, encadenadas del cuello a las paredes. A la derecha varias otras se apilaban en pequeñas jaulas que pendían del techo; brazos y piernas colgaban afuera de los barrotes.

Mimosa se estremeció al recordar sus años en aquellas o peores condiciones. Meneó la cabeza; ahora tenía la oportunidad no solo de escapar sino de liberarlas. Era primordial llegar a esos ángeles. Se deshizo de su amiga de forma abrupta, que cayó al suelo como un saco de arena y gimiendo como única respuesta.

Se acercó a una de las ninfas encadenadas y, arrodillándose, se inclinó para acariciarle su mejilla. Estaba sucia y tenía marcas de mordiscos en el pecho. Dormía profundamente.

—Hace años que no te veía, Quemish —susurró.

La esclavizada ninfa se estremeció ante las caricias, pero no iba a despertar fácilmente. Mimosa dejó escapar una lágrima y la besó en la frente.

—Nunca os he olvidado. Pronto esta pesadilla terminará.

Oyó a Canopus ahogar un llanto. Todavía estaba en el suelo y no parecía tener muchas ganas de reponerse.

—¡Míralas! —ordenó Mimosa.

—¡Mi… Mimosa! —protestó la apesadumbrada ninfa—. ¡Debiste haberme matado junto a mi amo!

—¿“Mi amo”? ¡Qué asco! Deja de lloriquear por él. ¡He dicho que mires!

Canopus se repuso y se sacudió el polvo de encima; luego levantó la vista y se fijó en las que una vez fueron hermosas ninfas que servían a los hacedores en hermosos y extensos jardines del Inframundo. Ahora solo servían en Flegetonte como simples juguetes para divertimento de los espectros. No era una imagen agradable de ver, por lo que amagó mirar para otro lado.

—¿Acaso ya olvidaste? —insistió Mimosa—. ¿Recuerdas lo que le hicieron a Casiopea? Tal vez deberíamos ir a verla. Estará en el sótano con las demás desmembradas. ¿Quieres ir a ver?

Canopus se agarró el brazo izquierdo y menó la cabeza.

—Ya veo que recuerdas.

Mimosa se acercó a su amiga; ladeó ambas tiras de su propia túnica para mostrarle los senos; un pezón estaba adornado por una gruesa anilla.

—Incluso ese espectro que tanto amabas nos mandó anillar como si fuéramos animales de su propiedad. Recuerdo perfectamente su rostro cuando tú y yo chillábamos en aquella mazmorra en Lete. ¡Lo disfrutó cada segundo! Así que vuelve a decirme que amabas a ese monstruo y te abandonaré aquí mismo. ¿Me darás motivos para pensar que la amiga que tanto amo está muerta?

—¡Está bien, tú ganas! —frunció los labios—. No volveré a mencionarlo.

—Bien —se guardó el seno—. Es un buen paso.

Mimosa agarró la mano de su amiga y a trompicones la llevó hasta el patio del Templo. Era un lugar extenso, con hierbas azuladas extendiéndose hasta donde la vista alcanzara; esporas moradas flotaban perezosamente. En los postes de las antorchas, banquillos e incluso en algunas estructuras de tortura crecían brillantes raíces plateadas. Por un momento, Mimosa se conmovió de la belleza natural del Inframundo; un remanente del paraíso que fue una vez y de lo que podría volver a ser.

Se dirigieron hasta un rincón apartado donde destacaba una gigantesca jaula de gruesos barrotes. Era tan oscura que no se percibía qué había encerrado adentro. Mimosa desenvainó el sable aserrado que robó de su difunto amo y golpeó con fuerza el gran candado que lo cerraba.

—¡Mimosa! —chilló Canopus—. Entonces… ¿Cuál es el plan?

—Seguro que hay como un millón de ángeles invadiendo el Inframundo —asintió antes de volver a repartir espadazos—. Pero no todos estarán peleando contra los espectros. Solo tenemos que buscar a alguno que esté bien apartado de la batalla.

—¿Un millón?

—O dos millones ¿Quién sabe?

—¿A qué habrán venido?

—No tengo idea. Pero estoy convencida de que, si son tan nobles como dicen, no dudarán en ayudarnos.

El candando cayó partido en dos. Mimosa clavó el sable en el suelo y se aplaudió a sí misma. Luego extendió la palma de una mano, que brilló tenuemente con una luz blanquecina, y suavemente se materializó una pluma de un ángel que ella misma había guardado desde hacía milenios.

Un animal gruñó desde adentro de la jaula al oír todo el ajetreo. Sus atigrados ojos rojos brillaban en las sombras y también se vislumbraron unos colmillos de considerable tamaño. Mimosa sonrió abriendo la puerta de la jaula.

—No tengas miedo, pequeño. Tu amo ya está muerto. ¡Ven aquí que quiero verte! ¿O acaso ya te has olvidado de mí?

El animal acercó el hocico para olisquear a Mimosa y aulló al reconocerla; la ninfa rio emocionada; Canopus, por su parte, retrocedió un par de pasos porque, a diferencia de su amiga, tenía miedo de la bestia. Arrugó la nariz porque no le agradaba su olor.

Salió de la oscuridad para revelarse parcialmente. Era gigantesco; las doblaba en altura. Cuadrúpeda y de pelaje dorado oscuro, inclinó su cabeza hacia la hembra para que ella lo consintiese.

Mimosa no dudó en acariciarlo; aquella podría ser una bestia feroz en el campo de batalla, pero bien sabía que actuaba como un cachorro juguetón ante la ninfa. Luego le acercó la pluma al hocico.

—Guíanos hasta los ángeles. A los más alejados de los espectros.

Otra cabeza surgió de la jaula; pareció detectar el aroma extraño y exótico de un ángel y no dudó en asomarse para olisquear. Mimosa le aproximó la pluma.

—Vuestro dueño ha pagado con sangre. Sois libres. Pero os necesito.

Una tercera cabeza también atravesó la barrera de la oscuridad, ronroneado porque solo deseaba recibir el cariño de la amorosa ninfa de piel aceitunada. Mimosa hacía honor a su nombre.

—Volveréis a ser el gran símbolo del Inframundo. Volveréis a brillar. Solo guiadnos hasta los ángeles.

Las tres cabezas aullaron con fuerza al oír las palabras. Por fin salieron por completo de la oscuridad para revelarse la gigantesca bestia tricéfala.

—Sed buenos chicos y dejadnos montar sobre vuestro lomo. ¡Rugid, guardianes de Flegetonte! ¡El Inframundo es vuestro, Cerbero!

La repentina quietud de Flegetonte se vio rota con un bramido poderoso rebotando por sus calles. Cerbero escalaba con rapidez una altísima torre, con la agilidad de un lagarto. En la cima, bajo la luz de los dos soles de sangre, las tres cabezas rugieron con orgullo. Cargaban a las dos ninfas sobre su lomo; Canopus se sujetaba del pelaje y no quería ni mirar hacia abajo, pero Mimosa estaba eufórica; levantó el sable al aire, chillando el grito de guerra del Inframundo.

—¡Arded, flechas de fuego!

La bestia saltó hacia la siguiente torre y así lo siguió haciendo para escapar de la oscura capital, usando con habilidad tanto sus afiladas pezuñas como incluso su larga cola de punta triangular, que se enroscaba a las atalayas entre saltos y saltos.

III. Año 1.368

Wezen intentaba tranquilizar su respiración para que el vaho no revelara su presencia. Era tan silencioso todo que hasta el lejano rugido de alguna bestia se oyó a la perfección; tal vez era un yak. Se sentó sobre una rodilla, sobre la nieve, y preparó su ballesta en movimientos lentos y cautos. El frío era intenso en las alturas de la cordillera de Pamir y sentía cómo mordía sus pulmones a cada bocanada, amenazando robarse la suavidad de sus movimientos.

Junto con unos tres arqueros, se internaron para limpiar la zona por donde pasaría el ejército del comandante Syaoran. El Corredor de Wakan, un paso natural, estrecho y nevado que se abría entre la cadena de montañas, escondía sus peligros y bien que lo sabía Zhao, quien también lo acompañaba en el pequeño escuadrón.

Wezen tensó la mandíbula al manipular los virotes; los dedos le dolían horrores. Habían pasado toda la mañana escalando, guiados por el budista, que sospechaba que un grupo de bandidos o mongoles se apostaba a lo alto, presto a asaltar a cualquier caravana que osara de cruzar el peligroso camino.

Zhao se retiró la capucha de la capa y entornó los ojos. Había una figura más adelante, o tal vez eran dos, emborronada tras una repentina ventisca. A ratos parecía oírse una bandera ondear con fuerza, pero no podía aseverarlo. Intentó acercarse para distinguir mejor, pero Wezen lo agarró del brazo y meneó la cabeza.

—A partir de ahora, guío yo —susurró el xin.

—No sabes cuántos podrían ser. Se nos abalanzarían más.

Wezen miró hacia atrás para fijarse en sus tres soldados; les hizo un par de gestos con la mano, señalando luego el objetivo; los guerreros se separaron prestos a rodear al enemigo desde distintas posiciones.

—Es un puesto de vigía, no un condenado campamento. Haya dos o haya diez, los mataré a todos.

Zhao se estremeció al notar sus ojos, de ese peculiar amarillo brillante que destacaban feroces. Percibía en él un ansia animal cada vez que había que enfrentar a los mongoles. Quedó convencido y asintió.

—Bien. Tú sabrás lo que haces.

—¿Sabes, amigo? Esta es la única vez en mi vida que desearía llevar una túnica como la tuya —suspiró poniendo la ballesta en el suelo. Él y sus soldados estaban agarrotados de escalar con aquellas pesadas armaduras.

Preparó su arco y una flecha con rapidez, tensando la cuerda hasta la oreja. Apuntó a una de las sombras emborronadas que tenía adelante.

—¿Oyes la bandera, Zhao?

—La oigo.

—¿Tienes idea de dónde pueda estar?

El budista ladeó el rostro y cerró los ojos en un intento de que enfocarse, tratando de que el fuerte ulular desapareciera por un momento y la bandera revelara la posición. Era difícil, pero cuando el viento amainaba, se percibía el crujido de la tela ondeando. Enarcó una ceja al creer ubicarla.

—Creo que sí.

—Bien. A mi señal, corre hacia ella. Por lo que más quieras, no dejes que la derriben. Te cubriremos.

Normalmente Zhao se aterrorizaría de la idea; adelante lo podrían estar esperando como diez sables filosos y una muerte lenta y dolorosa, como la que una vez temió sufrir. Pero Wezen demostró ser un guerrero de gran habilidad y además una persona en la que podría confiar su vida. Un amigo, más allá de que no casara con absolutamente ninguna de sus creencias. Tragó aire y se preparó para la carrera.

—Wezen —susurró—. ¿Cuál será la señ…?

—¡Wu huang wangsui!

La flecha silbó cortando el aire y la sombra cayó con un gruñido apenas perceptible. Oyó un par de gritos más al fondo en tanto la segunda sombra se removía inquieta. Zhao partió a la carrera sintiendo el corazón latiéndole en la garganta. Wezen, por su parte, lanzó el arco a sus pies y agarró la ballesta, disparando sin tregua a la segunda sombra, que cayó sobre la primera. ¡Dos menos! No sabía cuánto quedaban, pero al menos ellos sabían dónde estaba él. Desenvainó su sable, coreando el grito de guerra xin, esperando que vinieran por él y no se percataran del budista.

—¡Wangsui-sui-sui-sui!

El grito de “¡Diez mil años, diez mil, diez mil!”, retumbaba por las montañas y se perdía en la ventisca.

Tres mongoles corrieron hacia el guerrero, atravesando la cortina de nieve. Uno cayó antes de llegar a él, con dos flechas clavadas en el pecho. El segundo se acercó lo suficiente como para cortarle el cuello de un tajo, pero Wezen se agachó, propinándole un rápido sablazo a la mano en el ínterin, haciéndole perder la muñeca. Una flecha cortó el aire, sobre su cabeza, y terminó atravesando la pechera del enemigo para que finalmente cayera.

Su cuerpo entró en alerta, esperando al tercero, pero no lo veía. Entornó los ojos; oía sus pisadas alejarse. No se lo pensó dos veces y echó una carrera hacia el budista, no fuera que el enemigo entablara lucha contra su amigo. Apretó los dientes, ¡qué maldita armadura tan pesada! Y para colmo Zhao no tenía arma con qué defenderse. Sus pies se hundían en la nieve y se sentía lento como un yak.

El soldado mongol estaba desesperado. Era el último que quedaba vivo del puesto de vigía y todo quedaba en sus manos. Si lograba derribar la bandera que habían clavado en el lugar, el siguiente grupo vigía, apostado a casi treinta li de distancia, conseguiría detectar la irregularidad.

Normalmente la debería cambiar por una bandera roja, señal de peligro, pero dada las condiciones, lo mejor sería echarla y con el ello advertir la presencia de un enemigo atravesando el Corredor de Wakhan.

Vio a un monje budista protegiendo la bandera con su solo cuerpo, con los brazos extendidos como medida de advertencia. El guerrero ni siquiera desenvainó su sable, sino que se arrojó con todo su peso presto a tumbar tanto al monje como a la bandera en un último acto heroico.

Zhao desencajó la mandíbula cuando la cabeza del mongol llegó rodando hasta sus pies, dejando un reguero de sangre sobre la nieve en tanto el cuerpo acéfalo convulsionaba.

Wezen clavó su sable ensangrentado en el suelo y se sentó sobre una roca para recuperar el aliento. Miró al budista para comprobar que estuviera bien. La bandera seguía flameando y los vigías mongoles no se percatarían del ejército que pronto atravesaría el corredor.

—Lo… has… hecho bien… Zhao…

—Confiaba en que llegarías a tiempo. Descansa un poco.

—¡Buf! No es nada. En el siguiente puesto llevarás un sable y te dejaré despellejar a uno.

—Reamente disfrutas esto.

Wezen enarcó una ceja.

—¿Qué pasa? ¿No me lo apruebas? ¿Me dirás que debí perdonar a este último, que pretendía arrojarte por el precipicio?

—Claro que lo apruebo. Un problema grave requiere poner los medios necesarios para remediarlo. Pero me siento con la obligación de decirte que, de tomártelo como si fuera un divertimento, llegará un momento que despreciarás la vida, sea enemiga o no.

—No voy a llorar por unos mongoles.

—Los odias. Y lo entiendo. Pero no te conviertas en uno de los monstruos que desprecias.

Wezen hizo un ademán. Por un momento, se arrepintió de haberlo traído. Se levantó y, bajo su cinturón, retiró varios lazos de color rojo que ataría a la asta de la bandera; una señal para el ejército de Syaoran de que el puesto de vigía había sido limpiado de enemigos.

—Aburres hasta a las cabras, amigo. Vamos a por los siguientes.

IV. Año 2.332

—Repítemelo —gruñó Pólux.

—Que aburres. ¡Por los dioses! Aburres profundamente cada vez que hablas sobre vuestra superioridad intelectual. Es increíble, pero consigues que mis alas se sientan más pesadas.

Bajo la sombra de una larga cadena de cerros que rodeaba la ciudad de Flegetonte, los dos ángeles caminaban rumbo al norte del Inframundo, hacia a la misteriosa ciudad de Cocitos. Volar era poco recomendable; no querían llamar la atención. Discutían con un tono de voz bajo pero que no ocultaba lo airado.

Y aunque Pólux pensaba reñirlo; después de todo Curasán era un ángel que dominaba con maestría el arte de exasperar, cayó en la cuenta de que sus discusiones eran similares a los que montaba con la pequeña Perla, cuando esta era su alumna en la biblioteca de Paraisópolis. Miró de arriba abajo al joven ángel y echó la cabeza para atrás para reír.

—¿Qué es tan gracioso?

—¿Acaso no te lo han dicho alguna vez? Eres idéntico a tu protegida.

—Ya —Curasán achinó los ojos—. No sé si es una burla velada o realmente me estás halagando.

—Eres idéntico a ella y ya, ¿debería ser malo o bueno? ¿Qué más da? La criaste, así que es normal que seáis parecidos.

—Todos dicen eso —hizo un ademán—. Pero lo cierto es que la enana ya vino así. Es de nacimiento.

Pólux se frotó la frente recordando aquellos primeros días en los que la Querubín irrumpió en los Campos Elíseos con su inesperada llegada. El Trono había ordenado a Curasán que fuera su ángel guardián, pero, entre otros ángeles, también nombró a Pólux como su maestro personal. En aquel entonces, el robusto y barbudo ángel se sintió afortunado. ¡Encargarse de la educación de una Querubín! Pensaba que más bien sería él el que aprendería al lado de un ser tan puro. Claro que, a los pocos días, la pequeña resultó ser una auténtica fiera. No le interesaba ninguna de las ciencias y era muy malévola expresándolo. Para Pólux fue la peor alumna que tuvo a lo largo de sus milenios. Sin embargo, cada vez que tocaba leer sobre conflictos bélicos, la niña se veía completamente absorbida por las historias.

—No comprendía vuestro interés en el choque de aceros, Curasán. En la monstruosidad de la violencia. Pero, aquí en el Inframundo, hasta yo me he abalanzado sobre un espectro porque no deseaba que nuestra misión fracasase. Puede que lo que os mueva no sea la violencia, sino algo más romántico. Peleáis por alguien. Tú estás aquí porque amas a tu protegida. Yo porque siento un apego fuerte por mi alumna. Hay un romanticismo bello bajo la oscura violencia. Creo que ahora lo puedo ver. ¿Qué opinas?

—Dioses, me perdiste de nuevo —suspiró Curasán—. Gasta tus bonitos discursos para los espectros. Estoy seguro que se sentarán a tu alrededor para escucharte por varias conjunciones solares.

Como si fuera una treta del destino, ambos ángeles se detuvieron cuando, a lo alto de unas gigantescas rocas, un grupo de cinco espectros los observaba con curiosidad. Se veían fuertes; auténticas gárgolas; cada uno sostenía larguísimas lanzas aserradas. Curasán tragó saliva; ¿cómo era posible que los encontraran si ahora habían sido mucho más cautelosos?

Un espectro avanzó un paso y clavó su lanza sobre la roca donde se posaba. La capa flameaba al viento, revelando la armadura ónice que cubría su cuerpo. Era cierto que no poseía una complexión fuerte como aquel que había atacado a Próxima, pero inspiraba temor. Era más alto, de aspecto larguirucho, y los cuernos encorvados de su cabeza eran mucho más largos. Si bien estremecía mirarlo a los ojos rojos, brillantes, no parecía ser del tipo violento.

—¡Mi nombre es Pólux! —la Potestad levantó las manos en señal de paz—. ¡Y él es Curasán, un ángel mudo!

Curasán frunció los labios. Abrió la boca para reclamar la mentira, pero fue cerrándola lentamente.

—¡Ángeles! —respondió el espectro—. La noticia de vuestra llegada ha causado un pandemónium en la capital. ¡Entregaos ahora y tal vez el Segador os perdone la vida!

—¿Os debéis al Segador? —preguntó Pólux—. ¿No eráis los espectros servidores fieles de la diosa del Inframundo?

Un par de espectros se removieron ansiosos, agitando sus lanzas, pero el primer espectro levantó la mano e intercedió.

—Este reino ya no es el que seguramente vuestros libros describen, ángel. Nuestro emperador es el Segador. Entregaos o habrá sangre.

—Curasán —susurró Pólux—. No hay forma de ganar esta lucha. Tal vez sí tengamos una oportunidad entregándonos. Podríamos acercarnos al Seg…

—¡Dioses, no puedo escuchar más! —gritó un enfurecido Curasán, levantando su espada—. ¡Mirad bien esto, perros! ¡Se la empalaré a vuestro condenado emperador!

Pólux desencajó la mandíbula viéndolo agitar la radiante espada. ¡Realmente era el ángel más torpe de la legión! Luego miró horrorizado a los espectros, que se mostraron claramente ofendidos. Cuatro de los cinco respondieron elevando sus lanzas aserradas y berreando como animales.

—¡El mudo habló! —gritó el otro.

La Potestad volvió a levantar las manos intentando recomponer la cordura.

Una gigantesca sombra aterrizó violentamente sobre los espectros y levantó una gruesa niebla de polvo rojizo que cegó a todos; desesperados, los guerreros del Inframundo parecían ahora gritar de sorpresa y dolor en tanto una bestia rugía con tanta fuerza que ambos ángeles se estremecieron al oírlo; saltaron hacia atrás, no fuera que también resultaran víctimas.

La pesada gravedad ayudó a que la capa de polvo fuera disipándose con rapidez; se reveló una atemorizante y enorme bestia similar a un lobo de pelaje dorado, con el distintivo de poseer tres cabezas. Una de ellas capturó a un espectro con sus filosos dientes y lo zarandeó violentamente. La cabeza central lanzó un gélido aliento hacia las piernas de otro espectro para que se viera imposibilitado de moverse, sirviéndose así en bandeja de plata para que la tercera cabeza la devorase.

Bajo sus zarpas, dos espectros yacían muertos, en tanto que el quinto moría estrangulado por la cola de la bestia enroscada por su cuerpo.

Y sentada sobre su lomo, una hermosa ninfa de piel aceitunada y de larga cabellera ensortijada levantó su sable. Pólux se vio inesperadamente hechizado ante la belleza de ella contrastando con el espectáculo violento y sangriento que protagonizaba su montura. Por un momento, la confundió con alguna mortal, pero no tenía sentido que hubiese humanos en el Inframundo.

—¡Guardad las mandíbulas, ángeles! —sonrió la ninfa—. Cerbero es un tricéfalo. ¿Acaso no habíais visto nunca u…?

Inesperadamente, la bestia saltó por encima de los ángeles y echó una carrera en dirección al desierto rojo. Mimosa abrió los ojos como platos; dio un par de pellizcos a Cerbero, pero el animal estaba empeñado en seguir corriendo hacia donde su olfato le guiaba.

—¡Cer… Cerbero! —protestó Mimosa—. ¿Adónde crees que vas? ¡Ah! ¡Están allí, detrás!

“Debe ser una ninfa”, concluyó Pólux. Definitivamente, el Inframundo estaba repleto de sorpresas. En los Campos Elíseos también había ninfas, pero desaparecieron con los hacedores hacía más de diez mil años. No esperaba la presencia de estas. Tal vez, concluyó, sabrían el motivo por el cual los dioses habían abandonado los mundos que crearon.

—¡Ángeles! —gritó Mimosa imposibilitada de detener la carrera de Cerbero—. ¡Estáis yendo por un condenado puesto de vigía tras otro! ¡Evitad los montes!

—¿¡Quién eres!? —gritó Pólux.

—¡Mimosa, ninfa del Inframundo! —levantó su sable aserrado—. ¡Muerte al ángel negro!

La bestia escaló grandes rocas con una velocidad endiablada y, tras un enérgico salto, desapareció tras la cadena de montes. Oyeron sus rugidos alejarse hasta que, simplemente, volvió la quietud de siempre.

Curasán, brazos en jarra, silbó.

—Increíble animal. ¿Qué crees, Pólux? ¿Tenemos aliados?

—No lo sé. ¿Qué clase de aliados pasan de largo?

—Cualquiera que destroce espectros es un aliado.

Pólux tomó a Curasán del cuello de su túnica.

—La próxima vez que nos topemos con espectros, te mantendrás callado. Te guste o no, habrá ocasiones en las que no tendremos posibilidad alguna de ofrecer lucha, ya ni hablar de “empalar al emperador del Inframundo”.

Curasán achinó los ojos.

—¿Crees que soy tan tonto? Había visto a la bestia acechando tras los espectros y luego noté a la ninfa haciéndome señas. Solo los distraje.

—Ni siquiera la conoces, ¿y confiaste en ella?

—¿Qué opción teníamos? ¿Ir prisioneros? Era una sentencia de muerte.

Pólux lo soltó.

—Fue arriesgado. Entiendo que hayas desarrollado desprecio hacia los espectros por lo que le hicieron a Próxima. Pero, por si no lo has notado, están siendo sometidos por el Segador. Son tan víctimas como lo somos tú y yo. Si él fue capaz de manipular a los Arcángeles hace trescientos años, no me extraña que aquí se haya alzado como emperador.

—La próxima ocasión te consultaré, Pólux —se encogió de hombros—. Me alegra haber encontrado una facción contraria al Segador, es todo. ¿La oíste? “Muerte al ángel negro”. ¿Quién diría que hasta en el Inframundo encontraríamos buena compañía?

—Inesperado, sin dudas. De por sí cuesta encontrar buena compañía en los Campos Elíseos.

—¿Eh? ¿Es otra de tus puyas veladas?

Prosiguieron su camino rumbo a Cocitos, alejándose paulatinamente de la cadena de montes que bordeaba la capital. Curasán comprobó la flecha dorada de Próxima todavía sujeta en su fajín. El arquero aún no la había invocado. ¿Estaría vivo? Era una posibilidad de la que ahora no quería soltarse. Si la flecha desapareciera solo significaría que el ángel la había reclamado, lo cual le traería alivio.

“Confío en ti, amigo” …

V. Año 1.368

Kabul era una ciudad inmensa situada en el valle fronterizo de Transoxiana; bullía de movimiento comercial proveniente de todos los rincones del mundo civilizado, animados por la Ruta de la Seda. La protegía una extensa muralla que se extendía por leguas y leguas, zigzagueante sobre el terreno rocoso, aunque no lo suficientemente alta como para bloquear la vista de su llamativo palacio coronado por un domo azulado.

Existía un acuerdo entre la tribu local, los denominados afganos de Persia, y sus invasores mongoles. Era distinto al sometimiento que se vivía en Bujará. El líder Tamerlán había tomado como esposa a la hermana del gobernador de Kabul a modo de favorecer la paz en la ciudad. Se hacía común ver a los barbudos afganos patrullando y portando sus armas, engalanados en sus túnicas blancas y fajines rojos.

En las cercanías del muro, bajo la sombra del imponente fuerte militar Bala-Hissar, un elefante barritó con fuerza mientras un guerrero afgano, montado sobre su lomo, movía de un lado a otro su lanza para que los comerciantes que le abrieran paso. El gigantesco animal vestía una armadura de cuero que se ceñía a la perfección sobre su rostro y lomo, con coloridas decoraciones que tintineaban al movimiento.

Mijaíl casi cayó de su montura cuando vio a aquella peculiar criatura tan de cerca. Meneó la cabeza para cerciorarse de que aquello era real. No había visto algo así en su vida. Actuó lo más sereno que pudo pues el gentío no prestaba mucha atención al animal. En Rusia, sin dudas, echaría a correr sin mirar para atrás. Luego se fijó en el sirviente del embajador, Yang Wao, que cabalgaba a su lado.

—¿Y esta bestia, Yang Wao?

—Elefantes, Mijaíl —respondió atajando una carcajada—. ¿Podrías guardar tu mandíbula? En el sur hay muchos más. ¿Qué te parecen?

—Pero, ¡por Dios!, con uno de estos puedes ganar una guerra…

Aquella broma cayó bien en el embajador de Koryo, que también los acompañaba. El anciano carcajeó antes de sumirse en un fuerte ataque de tos. También le hacía gracia que Mijaíl pensara, por casi un mes, que él no entendía el idioma ruso. Lo entendía y hablaba a la perfección. Entendía cada murmullo e insulto que profesaba el joven novgorodiense a casi todos los mongoles con los que se cruzaba. Contrario de lo que se pudiera esperar, esa irreverencia era muy apreciada por el embajador porque le recordaba a él mismo, en sus días de juventud.

—Un flechazo bien dado y corren hasta sobre sus dueños —ironizó el embajador—. Sería un espectáculo divertido verte montar uno, Schénnikov.

—Prefiero un buen caballo, mi señor —asintió el ruso—. Y una bonita mujer.

—Una bonita, desde luego. Ya que has estado con una occidental y una árabe, dime cuál de tu favorita.

Mijaíl enrojeció abruptamente. El embajador había pagado, un par de noches antes, por una exótica felatriz con el objetivo de que el joven ruso olvidara de una vez por todas a la princesa de Nóvgorod. Pero él no podía compararlas. Era cierto que la princesa era, en la cama, primeriza como él. La felatriz, en cambio, era un auténtico ángel, o demonio según cómo interpretase sus técnicas con la boca y contorsiones de su cuerpo. Pero lo cierto es que al ruso le costaba olvidarse de su primer enamoramiento; sentía que podían venir todas las árabes que quisieran, con sus exuberantes cuerpos y esa piel aceitunada que lo volvían loco, pero parecía que nadie podía taponar ese vacío que sentía.

—Mi señor —Mijaíl se rascó la barba—. Las árabes son hermosas. Pero solo hay una mujer por la que yo moriría.

El embajador bufó haciendo un ademán.

—Mis ojos se sienten pesados cada vez que hablas de esa muchacha. Déjala marchar, Schénnikov. Eres joven y el mundo, como estás viendo, es grande.

—Mi señor…

—¡Es más! —inquirió el punzante anciano—. En este preciso momento la muchacha estará calentando la cama con un príncipe ruso. ¿Y tú? Escupiendo arena a cada paso que das. Olvídala. De seguro ella ya lo hizo.

Mijaíl sonrió con los labios apretados y miró para otro lado. ¿Qué sabría él?, pensó ofuscado. Pero mantuvo silencio y oyó la perorata.

En las altas murallas de la fortaleza Bala-Hissar, los soldados afganos se plantaron firmes al paso de un soldado mongol que se abría paso; su armadura de escamas estaba pintada de blanco con detalles rojizos, símbolo de la Horda de Oro. Llevaba, sobre la pechera, su paitze, una tablilla de oro que era sostenida por una fina cadena y que lo identificaba como un Orlok.

El beduino Yusuf caminaba detrás de él secándose la frente perlada de sudor. Se sentía a punto de desmayar. Había rogado por información como un mendigo por cinco barrios de Kabul, pero no había conseguido nada reseñable. Pensaba que sería fácil encontrar al llamativo trío de viajeros: Un anciano, un calvo y un rubio. Pero era desesperanzador no poder ubicarlos.

—Estás muy callado, beduino —dijo el Orlok—. ¿No estarás planeando lanzarte de las murallas?

—Mi señor, no son lo suficientemente altas para causarme una muerte rápida.

El Orlok echó la cabeza hacia atrás y carcajeó. Yusuf tragó saliva; no lo dijo en broma. Tenía que salvarse de alguna manera porque era evidente que no daría con Mijaíl. Casi podía sentir el sable del Orlok morder la piel de su cuello, presto a cercenarlo como castigo. Habían subido a las murallas del fuerte para hablar con el general de los afganos, esperando que supiera algo sobre los tres viajeros, pero sabía que solo estaba prolongando su inevitable muerte.

Cuando oyó el berrido de un elefante, hacia abajo, en el exterior atestado de comerciantes, se fijó de reojo en el gentío. Lo primero que notó fue la brillante calva de un hombre vestido con túnica oriental. Luego vio al anciano a su lado, reconocible por su larga y grisácea cabellera trenzada, y por último notó a un hombre vestido con una chilaba negra. Cerró y abrió los ojos. ¿Podía haberlo encontrado al fin? ¿Acaso Alá se había apiadado de él? ¡Qué señal tan clara! Señaló vigoroso al trío, como si toda la energía de su cuerpo se hubiera recargado de golpe.

—¡Mi señor! ¡Es él! ¡Allí abajo, hacia el elefante!

El Orlok desenvainó su sable y apretó la hoja contra el cuello de Yusuf. Los soldados afganos se removieron inquietos, pero se mantuvieron firmes.

—Espero que no estés tratando de jugar conmigo, beduino. Se me agota la paciencia.

—¡Por el Honorable! ¡Solo mírelos! ¡Son tal y como los he descrito!

Mijaíl seguía discutiendo con el embajador; al anciano aseguraba que, si quería conquistar alguna mujer en oriente, debía quitarse la barba y tener paciencia. El ruso había oído tanto hablar de la boca del embajador acerca de lo hermosas que eran las mujeres en Koryo y Xin que, sencillamente, le seducía la idea de conocer a una.

Pero todavía quedaba un buen trecho. El “Techo del Mundo” estaba a dos días de distancia.

Un cargante y atronador sonido pareció surgir del cielo; todo el gentío se tapó los oídos ante lo que parecía ser el disparo de uno de los cañones instalados a lo alto de la fortaleza. El caballo de Mijaíl relinchó nervioso y dio un salto. Inmediatamente algo oscuro y amorfo cayó cerca de los tres viajeros, sobre un grupo de desafortunados mercaderes, estrellándose con tal fuerza que dejó un considerable boquete carbonizado y humeante.

Muchos corrían despavoridos ante el temor de nuevos disparos, aunque Mijaíl intentó acercar su montura para fijarse en aquello arrojado. Al dispersarse el humo notó claramente el cuerpo carbonizado de una persona y tragó saliva. “¡Qué salvaje!”, pensó con un nudo en la garganta. La brutalidad le recordó a los mongoles de la Horda de Oro que azotaron su reino.

Cuando una brisa se llevó la humareda notó el rostro de la víctima.

Empalideció al reconocer el rostro del beduino Yusuf. No tenía la más mínima idea de qué hacía en Kabul y, sobre todo, por qué lo habían ejecutado. Luego levantó la vista hacia la muralla de la fortaleza militar; allí arriba, rodeado de los guerreros afganos, destacaba un imponente soldado mongol.

El Orlok elevó su sable y gritó con fuerza animalesca:

—¡Mi-jaíl!

El joven ruso tragó saliva.

—¿Sabe tu nombre? —preguntó Yang Wao—. ¿Tienes idea de quién es?

—No —confesó.

Luego, entornando los ojos, notó el brillo del paitze, la tablilla de oro que colgaba del cuello del mongol. Además, su armadura de escamas tenía los colores de la temida Horda de Oro. Aquello solo podía significar una cosa y sintió vértigo cuando descubrió quién era ese salvaje guerrero que lo llamaba.

—Es un Orlok. Un Orlok de la Horda de Oro.

Una cuerda descendió desde lo alto del muro y el mongol se aprestó para bajar por ella. Mijaíl se sorprendió. ¿Acaso deseaba confrontarlo a él cuanto antes? Por un momento, se sintió honrado. Si él era solo un simple escudero que tuvo la fortuna de asestar un golpe mortal a un ejército mongol.

—¡Vendrá aquí! —insistió Wang Yao—. No hay tiempo que perder, Mijaíl. ¡Muévete!

—Sabía que el Orlok sobrevivió la batalla de Nóvgorod, nunca encontramos el paitze —se dijo a sí mismo; ladeó la tela que cubría su radiante shaska, guardada en la vaina de su montura—. Solo me busca a mí. Vosotros continuad vuestro camino.

Yang Wao enrojeció de furia; pero fue el embajador quien intercedió.

—¿Qué necedad es esta? Prometiste llevarme a salvo hasta mi reino, Schénnikov.

—No tengo idea de qué hace aquí, ¡pero ese es el hombre que arrasará Moscú y Nóvgorod! Si amáis tanto vuestro reino, también me comprenderéis.

—Escúchame, Mijaíl —insistió Yang Wao—. Si es un Orlok, no tienes idea de con qué tipo de bestia estarás lidiando. No se trata de un miserable guardia de un zoco.

El ruso lo ignoró; era justamente por su experiencia en aquel zoco de Bujará que se sentía envalentonado y confianzudo. Había caído un mongol bajo su espada y sentía que tenía la fuerza de matarlos a todos. Sobre todo, a él. Al Orlok de la Horda de Oro. Tensó las riendas de su caballo y trotó hacia adelante. Ese era el monstruo que había sometido Nóvgorod durante años, aquel cuyo ejército arrebató a su familia, aquel que había aplacado rebeliones y que de seguro destruiría Moscú; ¡él estaba allí, desafiándolo!

—¡Orlok! —gritó el joven desenvainando su radiante shaska—. ¡Dios con los príncipes rusos! ¡Dios conmigo!

El Orlok sonrió al ver cómo el ruso aceptaba el duelo. Así que era el hombre que venció a su ejército y lo humilló; la razón por la que diez mil soldados muertos pesaban sobre sus hombros. Agarró del cuello de uno de los afganos y ordenó que no intervinieran. Aquella era una batalla que solo correspondía a los dos. Y se sintió conmovido al tener a alguien que lo desafiaba de frente. No había dudas de que él era el gran guerrero que lo había derrotado. Luego, soltando al afgano, volvió a levantar su sable, aceptando el duelo y aullando a todo pulmón su grito de guerra.

—¡Mi-jaíl! ¡U-Rah!

Eran enemigos, pero ambos se sonreían porque, en el fondo, estaban convencidos de que se reconocían. Y la ardiente ciudad de Kabul se vio paralizada, testigo de un duelo sin parangón.

Continuará.

Relato erótico: “La dulce e ingenua doctora que se volvió mi puta” (POR GOLFO)

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La dulce e ingenua doctora que se volvió mi puta
La conocí hace ocho años y desde entonces esa chiquilla se había comportado como la criatura más dulce e ingenua con la que me he topado en mis cuarenta años de vida. Aunque ya lo dice el título con el que he encabezado este relato, os estoy hablando de Lara, la doctora que me ayuda en mi consulta. Una cría apenas salida de la adolescencia que empezó a trabajar conmigo como enfermera y que consiguió ocultar durante ese tiempo que yo era parte de sus fantasías más íntimas.
Todavía recuerdo el día que la contraté. Cansado de una ayudante exuberante y caprichosa, me gustó su aspecto aniñado y tímido. Por eso haciendo a un lado, expedientes con mayor experiencia y conocimientos contrastados, lancé una moneda al aire y aposté por ella.
«Con esta niña no caeré otra vez en lo mismo», pensé rememorando la acusación de acoso de la que me libré por medio de una suculenta liquidación que me dejó medio quebrado.
Y así fue. Durante 96 meses, 2 semanas y tres días no hubo nada entre ella y yo. Nuestra relación fue exquisitamente pulcra y jamás hice nada que se pudiese considerar moralmente sospechoso ni que excediera lo meramente profesional. Sin ser nada premeditado al no querer caer nuevamente en lio de faldas, me abstuve incluso de hacer cualquier tipo de alarde de mis diferentes conquistas y curiosamente mi supuesta falta de interés sobre el sexo femenino, fue el incentivo que una mente infantil como la de ella necesitaba para enamorarse en privado de mí, su jefe.
Confieso que nunca me percaté de nada. Durante las extenuantes jornadas que pasamos trabajando codo con codo, estaba tan seguro de la naturaleza de nuestra trato que no analicé correctamente la forma en que me miraba. Tontamente no comprendí que no era admiración profesional lo que esa niña sentía. Cegado por mi decisión de no volver a meterme con alguien con nómina a mi cargo, pasé por alto que, ante un roce casual de mi parte, los pezones de Lara se transmutaban en pequeñas montañas bajo su uniforme.
«¿Cómo pude ser tan imbécil?», pienso ahora.
En su infantil mente, esa bebita se creó una falsa idea de mí y cuando casualmente descubrió que tenía una ajetreada vida sexual, creyó que mi desinterés por ella ocultaba una oscura atracción que saciaba follando con otras mujeres.
Sé que suena absurdo pero comenzó a espiarme y en vez de desilusión, cayó en un bucle en el que me veía como una víctima de mi timidez. La rara fascinación al creerme “sufriendo” al liberar mi estrés en la cama con mis diferentes conquistas, la obligó a seguirme en mis andanzas al disfrutar soñando con el día que ella fuera la objeto de esas caricias con las que regalaba a esas desconocidas.
«Algún día se dará cuenta que es mío», fantaseaba masturbándose mientras espiaba el modo en que noche tras noche dejaba salir mi lujuria.
Ajeno a su fijación por mí, llegué a considerarla como una hija. La fidelidad que demostró en el trabajo y la dulzura que siempre exhibió conmigo, me indujeron a pagarle la carrera de forma que pasó de ayudante a socia de mi consulta.
«¡Me quiere!», exclamó interiormente al conocer mi oferta y por eso hizo su mayor esfuerzo para estudiar y trabajar al mismo tiempo.
Cinco años después, acudí a su graduación y reconozco que sentí orgullo al verla recoger el diploma con el cual el ministerio certificaba con un cum laude sus largas noches de insomnio, en las que no fallarme le dio el motivo suficiente para seguir clavando codos en vez de irse a dormir.
Tampoco le di su verdadero significado al efusivo abrazo ni al beso en los labios con el que me agradeció que le hubiese patrocinado sus estudios y creyendo que eran producto del nerviosismo, dejé en un rincón de mi cerebro las gratas sensaciones que experimenté al notar sus pechos contra mi cuerpo.
Hoy sé que ella no solo no se desilusionó por mi falta de respuesta a ese gesto, sino que Lara trastocó por completo lo ocurrido y en lo que se fijó es que no hice ningún intento de separarme, presuponiendo que había dado un paso de gigante en su intención de ser mía.
«Ya falta menos para que me haga su mujer», sentenció esperanzada sin saber que tardaría todavía tres años en conocer sus sentimientos.
Negando las suculentas ofertas que le llegaron para formar parte de otros hospitales, esa cría siguió siendo parte esencial de mi equipo llegando a ser más que mi mano derecha. Para mí, ella era mi consejera, mi sustento, mi apoyo e incluso mi maestra porque de alguna forma consiguió que yo mismo fuera mejor médico.
Para bien o para mal, su secreto me fue desvelado de una forma brutal cuando un puñetero borracho se cruzó en su camino, dejándola mal herida frente a la clínica donde trabajábamos. Nunca podría expresar lo que pasó por mi mente cuando la encargada de Urgencias me avisó que la habían atropellado y que su vida corría peligro. Como el mejor cirujano que podía encontrar para salvarla era yo, obvió el hecho que era mi amiga y me pidió que la operara.
Os confieso que las cinco horas que pasé reconstruyendo sus órganos vitales han sido las peores de mi vida entera. Reconozco que casi me paralizó el ver los destrozos que ese malnacido había provocado pero sacando fuerzas de mi desesperación conseguí calmarme y saqué adelante la intervención con una frialdad que dejó impresionado al resto del equipo.
Con ella fuera de peligro, me quedé a su lado mientras se reanimaba y fue entonces cuando producto de la anestesia, Lara se descubrió a ella misma al gritar en sueños mi nombre.
«Es por las drogas», me dije al escuchar que en sus delirios se refería a mi como su único y verdadero amor. Los narcóticos que poblaban su sangre relajaron las barreras que había creado a su alrededor y todavía bajo sus efectos, me confesó que me amaba y que solo esperaba el día que la llevara a mi casa y la hiciera mi mujer.
No queriendo reconocer la evidencia, asumí que todo era un efecto secundario y que la confusión de su mente desaparecería en cuanto recuperara el conocimiento. Por ello no le di mayor importancia y recordando los años que habíamos compartido, me quedé junto a su cama hasta que recuperó la conciencia.
No abrió sus ojos hasta la mañana siguiente y cuando lo hizo, sus primeras palabras me dejaron helado porque con la voz temblorosa todavía por el dolor, me explicó que había sentido la muerte y que solo mi recuerdo había evitado que cruzara al otro lado.
-¿Mi recuerdo?- pregunté ya con la mosca zumbando a mi alrededor.
-No podía dejarte solo, soy tu mujer y me necesitas- respondió justo en el momento en que cayó nuevamente dormida.
«¡No puede estar enamorada de mí!», mascullé entre dientes y olvidando que el tiempo había pasado y que ya no era la muchachita asustada que había llegado a mi consulta, pensé: «¡Es una niña!»
Los quince años que la llevaba y la amistad que habíamos forjado me hacía imposible verla como mujer y eso que no podía negar que el cuerpo que había cosido en la fría mesa de operaciones era el de una hembra hecha y derecha. Mis propias incisiones las había efectuado con la idea que algún día Lara pudiese ponerse un bikini sin que nadie pudiese mirarla con compasión pero también con la idea que al compartir algo más que caricias sus amantes no se vieran repelidos por ellas.
«Si se salva, debe ser feliz», me dije buscando que una vez curada fueran mínimas las cicatrices que surcaran su piel.

Una vez os he contado como me enteré de su secreto, he de explicaros como el destino se alió en mi contra y caí irremediablemente entre sus brazos.
Durante quince días no me separé de su cama. Me dolía ver su estado. Hoy dudo de que fuera la amistad lo que me impulsara a ofrecerle que se quedara en mi casa mientras recuperaba la salud y no la retorcida curiosidad de saber si había algo detrás de esa estimulada confesión.
Lo cierto es que al oír mi oferta y como su familia vivía fuera de Madrid, aceptó de inmediato. La alegría que iluminó su rostro al decirme que sí, me hizo dudar sobre la conveniencia de convivir con ella…
Me auto convenzo que nada ha cambiado.
La noche anterior a su llegada, me pasé horas tratando de encontrar excusas que aminoraran la sensación que había perdido a esa leal compañera de tanto tiempo y que lo quisiera o no, nuestra relación en un futuro sería diferente. El recuerdo de mis pasadas experiencias con personas del trabajo golpeó con rotunda dureza a mi mente y no queriendo tropezar de la misma forma, me repetí que todo era una ofuscación mediatizada por tanto tranquilizante.
Habiendo aleccionado a mis neuronas sobre el peligro que suponían los sentimientos de Lara, nunca me preparé para combatir los nacidos de mi propia naturaleza. Por ello ya con ella en mi casa, algo tan usual en mi profesión como limpiar una herida provocó que mis hormonas se alborotaran sin remedio. Fue a las pocas horas de llegar a casa cuando llegado el momento de cambiar sus vendajes y aprovechando que estaba dormida, deslicé las sábanas que la cubrían y en la soledad de esas paredes, la belleza de sus formas me dejó anonadado al percatarme que no me resultaban indiferentes.
«¿Cómo es posible que nunca me haya dado cuenta? ¡Es perfecta!», protesté impresionado: «¡Diez años y nunca lo descubrí!».
Los hinchados senos desnudos de la que era en teoría mi paciente, despertaron la bestia que habitaba en mi interior e involuntariamente mi pene se alzó mientras mi mente luchaba con el deseo de hundir mi cara dentro de su escote.
«¡Joder! ¡Me pone cachondo!», exclamé en silencio sorprendido de albergar pensamientos tan poco profesionales sobre ella.
Recuperando parcialmente la cordura, retiré las vendas y curé sus heridas mientras intentaba vaciar mi mente de esos pecaminosos pensamientos. La memoria de su cuerpo yacente pero no por ello menos apetitoso, perturbó mis ánimos hasta extremos inconfesables sobre todo cuando como consecuencia no deseada de la propia operación, observé con creciente fascinación que las enfermeras habían depilado su sexo completamente.
«Parece el de una quinceañera», murmuré mientras acariciaba esa húmeda abertura con uno de mis dedos.
Mi erección se vio multiplicada al escuchar un gemido que salía de su garganta. Temiendo que se despertara y descubriera que había abusado de su situación, salí como alma que lleva el diablo rumbo a mi cuarto.
Ya en mi habitación, la vergüenza de ese acto ruin y despreciable me trastornó y con el recuerdo de su olor todavía impregnando la yema que había usado para profanar su cuerpo, me metí en la ducha deseando que el agua pudiese borrar mi acción.
Desgraciadamente no sirvió y tras veinte minutos bajo ese chorro, mi verga seguía mostrando un desmesurado tamaño. Desesperado salí del baño y sin secarme me tumbé en mi cama mientras intentaba serenarme.
-Llevo demasiado tiempo sin una pareja seria- murmuré preocupado por vez primera responsabilizando a mi tipo de relaciones de la extraña atracción que sentía por Lara.
La erección lejos de menguar seguía en su máximo esplendor cuando queriendo solucionar mis problemas, agarré mi miembro y me comencé a pajear imaginando que una de tantas conquistas llegaba hasta mi lado. Forzando el rumbo de mis pensamientos, visualicé las manos de esa morena apoderándose de mi tallo mientras su melena se deslizaba por su cuerpo dejando una suave caricia a su paso.
Acelerando el ritmo de mis dedos, cerré mis ojos soñando que abría sus labios y pegaba un caliente lengüetazo a mis huevos antes de hundir mi verga hasta el fondo de su garganta. La excitación que sentí se vio exponencialmente cuando cesando durante un segundo la mamada, levantó su cara y descubrí que era Lara la que la estaba ejecutando.
-Córrete en mi cara- susurró con sus ojos inyectados de lujuria.
Esa orden demolió mis reparos y explotando de placer, bañé con mi sirviente sus mejillas mientras lloraba angustiado por ser capaz de imaginarme esa felación…

Durante horas me quedé encerrado en mi cuarto. Estaba tan avergonzado de la escena que mi cerebro había urdido para aliviar mi calentura que no era capaz de enfrentarme a ella cara a cara. Por ello aún seguía allí, cuando un grito me sacó de la modorra en la que me había instalado y corrí a ver que le ocurría.
Al llegar a su habitación, encontré a Lara tirada en el suelo y sin pensármelo dos veces, fui en su ayuda sin importarme que siguiera desnuda.
-¿Qué te ha pasado?- pregunté.
Muerta de dolor, me explicó que había querido ir al baño y que al levantarse del colchón, le habían fallado las fuerzas.
-No te preocupes- contesté y pasando mi mano por sus piernas, la alcé entre mis brazos para que no tuviera que pasar por ello. Lo que no preví fue que esa monada, aprovechara que la estaba cargando para posar su cara en mi pecho mientras la llevaba al servicio.
-¡Qué bueno eres conmigo!- susurró con voz tierna ajena a que en ese momento estaba aterrado por la ebullición que sentía al tenerla así.
En mi mente, mi oscuro deseo volvió con mayor fuerza. Sabiendo que era inmoral, todas las células de mi piel me rogaban que cambiara de rumbo y la llevara hasta las sábanas. Afortunadamente la razón pudo más y unos segundos después, deposité ese cuerpo que me traía loco sobre la taza del wáter. Tras lo cual hice el intento de marcharme pero justo cuando salía por la puerta, escuché que me decía:
-No te vayas. Tengo miedo de caerme.
Sus palabras me dejaron petrificado y no queriendo estar presente mientras vaciaba su vejiga, le dije que no era apropiado que me quedara. Fue entonces cuando Lara con tono divertido, insistió diciendo:
-Eres médico y mear es una función fisiológica de lo más normal.
Sabiendo que si volvía a reiterar mi oposición la muchacha podía sospechar, decidí no moverme del sitio y esperar a que se diera prisa en hacerlo. Ella viendo que no me iba, separó sus rodillas y dejó que la naturaleza siguiera su rumbo, sin percatarse que desde mi posición tenía un ángulo perfecto de visión de lo que ocurría en su entrepierna.
«Mierda», pensé al contemplar cómo un chorrito brotaba entre los rosados labios de mi compañera y sin perderme nada, me quedé paralizado observando la belleza de ese acto.
«¡No puede ser!», mascullé escandalizado al darme cuenta que me parecía el sumun del erotismo verla en esa postura. Pero lo peor fue cuando al terminar, contemplé el brillo de su coño mojado y absorto con ese panorama, tuvo que ser ella quien me sacara de mi ensimismamiento, diciendo:
-¿Me puedes pasar el papel?
Abochornado, corté un buen trozo y se lo pasé. No sé si ella había notado mi embarazo pero si lo notó, quiso sacarle provecho y olvidando que estaba mirando alargó en demasía ese instante, secando cada uno de los pliegues que formaba su vulva mientras a un metro yo seguía detalladamente como lo hacía.
-¿Has terminado?- dije disimulando que quería seguir disfrutando de su coño.
-Sí- contestó pero entonces haciendo un gesto de dolor, me dijo: -No sé qué me pasa pero me arde horrores- y cómo si fuera yo su ginecólogo, me pidió que lo revisara para comprobar si tenía algún tipo de infección.
Esa extraña petición hizo que mi verga se alzara debajo del calzón y aunque deseaba hacerlo allí mismo, le propuse inspeccionarlo en la cama para que fuera más cómodo para ella. Lara no puso ninguna objeción y con una sonrisa, dejó que la llevara de vuelta entre las sábanas.
Adoptando una pose profesional, la tumbé en el colchón y separando sus piernas, examiné sus labios sin encontrar el clásico enrojecimiento propio de esa afección.
-¿Dónde te duele?- pregunté ya afectado por el aroma que surgía del mismo. Mi compañera me indicó que creía que era entre la uretra y el clítoris. Por ello, tuve que apartar los pliegues y acercar mi cara para revisar esa zona.
«No encuentro nada», maldije mientras mi excitación iba en aumento al contemplar desde tan poca distancia el objeto de mi paranoia.
Os juro que no albergaba otras intensiones cuando queriendo acreditar que la textura de su epidermis no había sufrido ningún daño, rocé con mis dedos el rosado botón de “mi paciente”.
-¡Es ahí!- chilló descompuesta.
Al levantar la mirada, descubrí en sus ojos un extraño deseo y pidiéndole un momento, fui a donde tenía las medicinas y localicé una pomada antiséptica.
«¡Qué coño estoy haciendo!», protesté cuando con ese ungüento en mis manos, volví a su habitación y forzando un supuesto interés profesional, le expliqué que iba a comprobar si eso la aliviaba.
En vez de decirme que ella podía sola, Lara separó sus rodillas mientras me colocaba entre sus piernas. Lo absurdo e innecesario de mi petición me seguía torturando cuando dejé caer una gota en la mitad de su clítoris para acto seguido irlo extendiendo con una de mis yemas.
-¡Que alivio!- gimió con alegría al notar mi poco profesional caricia y con un raro fulgor en sus ojos me rogó que siguiera.
Para entonces era consciente que nada tenía que ver una infección y que ella se lo había inventado, pero dominado por la llama que amenazaba con incendiar mi cabeza, seguí acariciando esa hinchada gema cada vez más rápido. Ante mi sorpresa, su sexo se humedeció de sobremanera y ya estaba totalmente encharcado cuando un sollozo me revelo el alcance de la calentura de esa mujer.
«¡Está cachonda!», exclamé ilusionado y recreándome, usé un par de dedos para seguir extendiendo la crema en su coño.
La acción conjunta de mis dos falanges avivó su deseo y sin disimulo se mordió los labios mientras me rogaba que continuara. Aunque no lo creáis, en mi mente se estaba desarrollando una cruel lucha entre la razón y mi instinto. La sensatez me pedía que parara mientras mis hormonas me pedían que sugiera masturbándola. Muy a mi pesar, ganaron estas últimas y con un insano proceder, elevé la temperatura de mis maniobras cuando sin preguntar, introduje una de mis yemas en el interior de su coño diciendo:
-Veamos como tienes la vagina.
El aullido de placer que escuché que salía de su garganta fue el banderazo de salida de una carrera frenética que emprendió ese dedo para conseguir su orgasmo. Metiendo y sacándolo de las profundidades de su chocho al compás de sus gemidos, me dediqué a asolar sus defensas hasta que con un berrido, Lara proclamó su derrota corriéndose sobre las sábanas.
La certeza que había abusado de su indefensión cayó sobre mí como una jarra fría y con el sofoco instalado en mi mente, me quedé callado mientras ella se retorcía en el colchón disfrutando de los estertores del placer.
«Soy un cerdo», murmuré para mis adentros y totalmente avergonzado de mis actos, me levanté.
Estaba saliendo de la habitación, cuando llegó a mis oídos:
-Según el prospecto, dentro de seis horas deberás darme el mismo tratamiento.
La carcajada que escuché a continuación, lejos de aminorar mi desasosiego, lo incrementó y casi sin respiración hui de su lado…
El desastre continua.
Toda la tarde me la pasé dando vueltas a lo sucedido. No me parecía comprensible que se hubiese comportado así. Aun asumiendo que realmente estuviera enamorada de mí, me resultaba extraño que durante tantos años hubiera ocultado a mis ojos esa atracción y que a raíz del accidente se hubiese desatado.
«Puede ser algo físico», pensé buscando un motivo, «es como si de pronto Lara fuera otra persona». La radical transformación sufrida por esa dulce mujer me tenía confundido y solo un daño cerebral no diagnosticado la explicaba: «¡Un deterioro en su corteza cerebral puede inducir una conducta sexual inapropiada!».
Tras analizar las diferentes variantes, comprendí que era necesario volver al hospital y realizar una serie de pruebas antes de estar seguro. Pero para ello debía volver a su cuarto y pedirle su autorización para realizarlas. Por eso y más asustado de lo que parecería lógico, recorrí los escasos metros que me separaban de ella.
-¿Puedo pasar?- pregunté tras llamar a su puerta.
Su ausencia de respuesta hizo que me temiese lo peor y que ese supuesto daño cerebral la hubiese dejado inconsciente. Pasando por alto su privacidad, entré en el cuarto para encontrarme a Lara mirando un álbum de fotos donde almacenaba gran parte de mis recuerdos.
-¿Qué haces?- dije bastante molesto por que hurgara sin permiso en mis cosas. Al girarse vi que estaba llorando. Ver su dolor me afectó y desapareciendo mi enfado, le pregunté el motivo,
-Ahora sé que tú también me quieres- contestó hecha un mar de lágrimas. Mi cara de sorpresa ante semejante afirmación la indujo a explicarse: -Fíjate, está lleno de fotos mías.
Quitándoselo de las manos, comencé a pasar esas páginas que resumían un montón de años de mi vida y, en todas y cada una, había al menos una imagen de Lara.
«¡Se equivoca! ¡Llevamos tantos años trabajando juntos que es lógico que ella aparezca», protesté mientras me percataba que Manuel, otro doctor de la consulta solo aparecía en una.
Acobardado por las consecuencias si no lo estaba, me senté en el colchón. Lara malinterpretó ese gesto y pasando su brazo por mi cuello, me besó tiernamente en los labios. No estaba preparado para esa muestra de cariño pero mucho menos cuando ese beso evolucionó tomando un cariz sensual y posesivo.
«Esto no está bien», rumié incómodo mientras Lara incrementaba mi consternación sentándose a horcajadas sobre mis rodillas.
Ignorante de lo que estaba pasando por mi cerebro, desabrochó mi camisa y comenzó a besarme en el cuello con una sensualidad que me impidió reaccionar. Sus labios parecían hambrientos y que mi piel era el alimento que necesitaba para saciar su apetito. Por mucho que intenté reprimir mis hormonas, sus mimos consiguieron que me contagiara de su pasión cuando dejó caer los tirantes de su camisón y presionó con sus pechos el mío.
El calentón que sentí en ese instante no tenía parangón y cediendo a su influjo, llevé mi boca hasta sus pechos. La tersura de esa rosada areola terminó de asolar los restos de cordura que aún mantenía y ya dominado por el ardor bajo mi bragueta, con la lengua recorrí su contorno antes de empezar a mamar como un niño.
Estaba todavía disfrutando de esa belleza cuando susurrando Lara me pidió que le hiciera el amor. Al oírlo recordé la razón por la que me había acercado ahí y usando toda mi fuerza de voluntad, conseguí separarme de ella mientras le decía:
-¡Tenemos que hablar! El accidente te ha cambiado.
-Lo sé- respondió al tiempo que dejaba caer su vestido y se quedaba desnuda frente a mí: -La cercanía de la muerte me ha hecho replantearme la vida y he decidido no perder el tiempo más.
Os juro que la hubiese creído si no llega a ser porque en ese momento esa desconocida mujer se arrodilló a mis pies y antes de darme tiempo a reaccionar bajó mi bragueta para intentar meterse mi verga en su boca:
«Esta no es mi Lara», mascullé horrorizado y dando un paso atrás, le expliqué mis temores.
Su desilusión inicial dio paso a la incredulidad y muerta de risa negó la mayor:
-Soy yo, ¡joder! Lo que ocurre es que me he cansado de disimular.
Os juro que al verla desnuda y riendo, me entraron dudas si hacía lo correcto y si no llego a estar convencido que era un efecto secundario del atropello, hubiese caído en sus brazos. Pero en vez de hacerlo, le contesté:
-Déjame que te haga unas pruebas para cerciorarnos.
-Me niego- respondió -me gusta como soy ahora.
Lo absurdo de su respuesta, me enervó y quitando una sábana, tapé con ella ese cuerpo que me traía loco:
-No comprendes que puede ser grave y que de ser cierto una complicación te puede matar.
Mi profecía la afectó momentáneamente pero cuando pensaba que iba a desmoronarse, el gesto de su cara cambió adoptando una rara determinación.
-Te conozco. ¿En qué estás pensando?- algo en mi interior me avisó que se avecinaban problemas.
Os juro que nunca creí que fueran tan graves pero entonces con un tono seguro que erizó hasta el último de mis vellos, esa cría me dijo:
-Acepto con una sola condición… -hizo un descanso antes de continuar- …si quieres que me las haga, deberás acostarte conmigo antes.
Todavía no había asimilado la bomba que había soltado con tanta naturalidad cuando esa muchacha me echó de su cuarto, diciendo:
-No vuelvas si no es para hacerme el amor.
Cual perro maltratado me fui con el rabo entre las piernas rumbo al bar de la esquina donde a buen seguro podría tomarme un whisky que me sirviera para olvidar lo acontecido durante esos quince días. Su propuesta me parecía una locura propia de una trastornada y pensando en ello, me pedí la primera copa.
«Por muy sugerente que me resulte la idea, no puedo hacerlo», decidí al terminarla pero en vez de irme a casa a tratarla de convencer, me pedí la segunda.
«Solo un capullo insensible, aceptaría…», murmuré entre dientes mientras apuraba la copa, «…acostarse con esa preciosidad de mujer».
Llamando al camarero pedí la penúltima.
«Da igual que sea una sola vez y que sea ella quien me lo ha pedido», pensé mientras daba un sorbo, « al día siguiente, me arrepentiría».
El recuerdo de sus pechos seguía presente a pesar del alcohol que llevaba y por eso me terminé de un trago la bebida.
«Ella quiere, yo lo deseo. ¿Cuál es el problema?», decidí por un momento pero entonces los remordimientos retornaron con fuerza y contraviniendo mis ganas de dejar todo y acudir a sus brazos, encargué la cuarta.
«Una sola noche es lo que me pide», ya abotargado pensé, «y si no hago ella puede morir».
Irónicamente, la mera idea que su estado físico podía empeorar me hizo palidecer:
«No puedo hacerme responsable de eso», farfullé ya alcoholizado, «sería terrible que algo le sucediera».
Temblando, agarré el vaso y apuré el resto del whisky, al darme cuenta que no podía pensar en ello sin que se me encogiera el corazón.
«Necesito sus risas todas las mañanas», me dije mientras pagaba al imaginarme sin ella.
La dureza de esa visión me impedía respirar y aterrado, corrí a mi casa en su busca. Ya no me sentía un buen samaritano, realmente necesitaba estar con ella y disfrutar del momento, no fuera a ser que el mañana no existiera.
Al llegar hasta su puerta, la encontré cerrada y sin pensármelo dos veces, la tiré de un empujón. Mi cerebro casi estalla de placer al verla vestida con un picardías esperándome. Su sonrisa iluminaba la estancia y ya decidido me acerqué a cumplir con el requisito que ponía para pasar el examen.
Sumido en un estado febril, me quité la ropa mientras Lara me miraba:
-¡Vienes borracho!- exclamó al ver que me tambaleaba.
-Sí- respondí mientras me bajaba los pantalones- ¿te importa?
Como me imaginé olvidando las muchas copas que llevaba, al ver mi pene erecto, esa mujer no se pudo aguantar y con una expresión de zorra desorejada en su rostro, me pidió que le dejara hacerme una mamada. Os reconozco que me puso bruto el oírla e incrementando su deseo, cogí mi sexo con una mano y me puse a menearlo a escasos centímetros de su cara.
-Lo tienes enorme- me soltó al tiempo que la muy puta se relamía los labios.
Supe que debía aprovechar la coyuntura y antes de metérsela en la boca, le espeté:
-Jura que mañana te vienes al hospital.
-Te lo juro- contestó presa de la lujuria.
Tras lo cual se puso de rodillas sobre el colchón y sin parar de gemir, se fue introduciendo mi falo mientras sus dedos acariciaban mis huevos.
«Voy a echar de menos a la zorra en que se ha convertido », pensé dubitativo mientras esa monada abría sus labios y con rapidez, engullía la mitad de mi rabo. Con gran determinación, Lara sacó su lengua y recorriendo con ella la cabeza de mi glande, lo volvió a enterrar en su garganta.
«Joder, ¡Qué bien la mama!», sentencié al no poder reprimir un gruñido de satisfacción y presionando su cabeza, le ordené que se la tragara por completo.
Suprimiendo sus nauseas, la morena obedeció y tomó en su interior toda mi verga. Como la experta mamadora que era, mi dulce y puta compañera apretó sus labios mientras ralentizaba la incursión para alargar el momento. Pero al sentir la punta de mi pene incursionó rozando el fondo de su garganta, perdió los papeles e inició un rápido mete-saca que me hizo temer que no duraría mucho más.
-Tranquila, zorrita. Tenemos toda la noche- le informé.
Ese insulto maximizó su calentura y llevando una mano a su entrepierna y se empezó a masturbar sin dejar de mamar. Al advertir que esa lindeza la había puesto verraca, quise aprovecharlo y por ello, la solté:
-¡Se nota que te has comido muchas vergas! ¡Puta! ¡Me tenías engañado!
Solté una carcajada al observar el efecto que mis palabras habían causado en esa mujer y aprovechándolo le quité el camisón. Totalmente excitada, dejó que la tumbara sobre las sábanas mientras me recreaba mirando las tetas que iba a tener a mi disposición. Extrañamente el alcohol me tranquilizó y a pesar que la dueña de esos preciosos pechos me rogaba que los besara, me tomé mi tiempo y recordando que todavía estaba convaleciente, decidí tener cuidado.
Tiernamente, mis manos empezaron a acariciar sus senos mientras la besaba. Su entrega permitió que mis besos se fueran haciendo más posesivos y cambiando de objetivo, mi lengua fue bajando por su cuello hasta uno de sus pezones. La reacción de Lara fue instantánea y ya sumida en la pasión me rogó que la tomara.
Obviando su petición me concentré en el siguiente y para entonces sus gemidos de deseo eran gritos alocados donde me exigía que la tratara como una puta y me la follara. Descojonado al saberme al mando, no la hice caso y dejando que mi lengua siguiera bajando por su cuerpo, lamí las cicatrices de su dorso antes de seguir la ruta marcada.
-¡No puedo más!- chilló descompuesta al experimentar mi húmeda caricia cerca de su coño.
La completa depilación a la que había sido sometida antes de la operación, me permitió disfrutar de su vulva a mi gusto antes de concentrarme en su botón.
«¡Cómo me gusta!», exclamé mentalmente mientras mordisqueaba ese caramelo y disfrutando de su sabor.
Lara que ya de por sí estaba bruta, no se podía creer las placenteras sensaciones que estaba experimentando al notar su cueva totalmente anegada por mis caricias y chillando a voz en grito, me suplicó que la hiciera mi mujer. Nuevamente no le hice caso. Las señales que emitía su cuerpo me indicaban la cercanía de su orgasmo y por eso intensifiqué mis lengüetazos, pellizcando sus pezones a la vez.
Por segunda ocasión en diez años oí la explosión de esa mujer pero esta vez el río que salía de su sexo inundó mi boca y como un poseso probé su contenido mientras ella sucumbía al placer. Con su aroma impregnando mis papilas recogí la cosecha de mis actos con la lengua, sin darme cuenta que con ello cruelmente alargaba su angustia por ser mía.
-Te lo pido por favor, ¡fóllame de una puta vez!
Su exabrupto me confirmó que estaba lista y con lentitud, separé sus piernas y cogiendo mi pene, jugueteé con su clítoris usando mi glande como instrumento. Sus gritos me pedían que lo hiciera rápido y la tomara ya pero queriendo recordar esa noche como memorable, no cedí a sus prisas y con gran parsimonia, separé los pliegues de su sexo con la cabeza de mi pene para acto seguido ir centímetro a centímetro rellenando su conducto.
-Eres un cabrón- aulló y sin poder esperar, usó sus piernas para metérselo de un solo golpe.
La otra hora dulce e ingenua criatura gritó de placer al sentirlo chocando contra la pared de su vagina y no permitiendo que su interior llegase a acostumbrarse a verse invadido, comenzó a mover sus caderas a gran velocidad.
-¡Dios! ¡Cómo me gusta!- bramó descompuesta mientras los músculos de su coño comprimían por completo mi miembro.
Su berrido me dio alas y cogiendo sus pechos, los usé como agarré para facilitar el modo en que mi estoque acuchillaba su interior una y otra vez. Siendo perro viejo en esas lides, noté que Lara estaba sobre-excitada por la facilidad con la que mi extensión entraba y salía de su sexo y forzando su entrega, aceleré mis movimientos. El ritmo alocado con el que mi pene la estaba embistiendo la hizo llegar nuevamente al orgasmo al ver su coño convertido en un frontón donde mis huevos revotaban.
-Necesito sentir tu semen- aulló al apreciar que algo le faltaba para estar completa.
La confirmación de su completa rendición fue el acicate necesario para dejarme llevar e imprimiendo nuevamente velocidad a mis caderas, reinicié con más fuerza el asalto.
-¡Así!, ¡Sigue! ¡Úsame como a las putas que te tiras a mis espaldas!- reclamó en plan al sentir mi extensión zarandeando su interior.
-¿De qué hablas?- pregunté extrañado que supiera algo de mi vida fuera del trabajo.
Con la voz entrecortada por el placer, reconoció que llevaba años espiándome. Esa confesión lejos de cabrearme, me alegró al comprender que al menos la atracción que sentía por mí no era producto del supuesto daño cerebral y olvidando toda cordura, la cambié de postura y la puse a cuatro patas sobre la cama.
-¿Qué vas a hacer?- asustada preguntó al sentir que abría sus nalgas.
Obviando sus quejas, observé que su esfínter se mantenía intacto y recreándome en la idea de ser yo quien se lo rompiera, le di un largo lengüetazo.
-Por favor, ¡ten cuidado! ¡Todavía soy virgen por ahí!- suspiró deseosa pero insegura a la vez.
Su aviso me recordó su estado y cambiando de objetivo, de un solo arreón la empalé por el coño. Su berrido me confirmó la disposición de esa puta y decidido a liberar la presión de mis huevos, marqué con sonoras nalgadas el compás de mis incursiones. La morena creyó que iba desgarrarla por dentro pero, en vez de quejarse, me rogó que continuara.
Su permiso, siendo innecesario, me permitió satisfacer los deseos de la dulce morena y extralimitándome le solté una serie de mandobles que me dolieron hasta mí. Con sus cachetes rojos y con su chocho ocupado, ni compañera se corrió por enésima vez y agotada se dejó caer sobre la almohada. Al hacerlo, mi pene se incrustó aún más hondo y con la base de mi miembro rozando los pliegues de su sexo, me uní a ella en un gigantesco orgasmo.
-Dios- aullé satisfecho al sentir que mi verga explotaba regando su fértil vagina y completamente exhausto, me tumbé a su lado.
Mi nueva amante con una sonrisa en mis labios, me abrazó posando su cabeza sobre mi pecho. Os prometo que me sentía tan feliz que por mi cabeza no pasaba la idea de seguir con otro round pero al cabo de unos minutos y ya repuesta, mi adorada Lara levantó su cara y mirándome a los ojos, me soltó:
-Te he prometido ir a hacerme esas pruebas y aunque sé que son necesarias, me da miedo que si descubren algo, nunca vuelvas a hacerme el amor.
Sus palabras pero sobre todo su tono escondían un significado que no alcanzaba a vislumbrar y por ello mientras acariciaba su melena, directamente pregunté:
-¿Qué deseas?
Muerta de vergüenza, bajó su mirada y contestó:
-Cuando lamiste mi culito, ¡me quedé con ganas!…

Relato erótico: “16 dias cambiaron mi vida 3” (POR SOLITARIO)

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Miércoles, 10 de abril de 2013

Cuando me levanté, por haber oído voces, vi como Mila, desnuda, arreglaba a los niños, los preparaba para salir, llamaba a Ana y le daba instrucciones para que los llevara al colegio en un taxi, se fuera al instituto y los recogiera por la tarde.

Vi a Ana furiosa gritándole a la madre

Ana.- !Ya estoy harta! ¡Cualquier día te voy a dar un disgusto! ¡Me iré de casa!

Mila.- Ya vale Ana, por favor no grites que me duele la cabeza.

Mila vuelve a la cama, Marga se despierta.

Marga.- ¿Qué son esos gritos? Déjame dormir.

Mila.- Es Ana que va enfadada. No pasa nada, duérmete zorrita.

Marga.- Cualquier día se descubrirá todo y a ver cómo reacciona José.

Mila.- Ana cree que su padre lo sabe todo y lo acepta, lo que no sabe es que su padre está en la inopia, no solo no sospecha, sino que además me facilita, desde hace tres años, tres días de marcha a la semana con sus viajes.

Pobrecillo, encima no dejo que me folle.

Bueno que se fastidie, es muy aburrido.

Marga.- Déjame seducirlo y lo metemos en nuestras movidas…

Mila.- ¿Cómo? Tu lo que quieres es tirártelo. Ni hablar, déjalo así que es más feliz sin saber nada.

Marga.- Riéndose. Pero que puta eres, tú te hartas y a él no lo dejas follar. Déjamelo a mí y veras como te lo espabilo. Además le doy gusto, ya que tú lo tienes abandonado. Que desperdicio de polla.

Mila se tiende sobre Marga, la besa en la boca, le pellizca una teta. Y le introduce dos dedos en el coño.

Mila.- Tú con quien tienes que follar es conmigo. Deja tranquilo a mi marido en su inocencia que es feliz.

Marga abraza a Mila, se revuelcan, se acarician, sus lenguas se entrelazan, metiendo los dedos en el sexo de la otra. Excitando sus clítoris.

Solo se oyen suspiros y gemidos de placer. Mila da la vuelta y se acopla en un sesenta y nueve con Marga, lamiendo sus sexos mutuamente como si fueran un manjar. Una fruta dulce y madura.

Pero, al contrario de lo que ocurría con los tipos de anoche, no había violencia, eran caricias suaves, se acarician todo el cuerpo con la punta de los dedos, se lamen, Mila se tiende boca abajo y Marga la cubre con su cuerpo rozándose, lamiendo y chupando, mordisqueando los muslos, las nalgas.


Baja hasta lamer sus pies y encajar sus muslos en forma de doble tijera mientras se chupan los dedos de los pies una a la otra.

Los orgasmos se repiten, uno, dos, tres…incontables, parece un orgasmo permanente, temblando de placer, se dejan caer desmadejadas una junto a la otra besándose y acariciándose tiernamente.

Algo está cambiando en mí, antes esas imágenes me hubieran asqueado, sin embargo ahora me excitan, mi miembro esta duro y me duele, me lo acaricio y acabo sacándolo del pantalón y pajeándome, llegando a un incontrolable orgasmo.

A las once de la mañana veo entrar a María Helena, la asistenta que ayuda a Mila en las labores de la casa. Tiene llave de la casa, entra directamente a la cocina y luego se dirige a la habitación donde las dos amigas están aun retozando.

Pero, ¿que es esto? ¿Hasta la asistenta sabe lo que ocurre? ¿Yo soy el único gilipollas que no sabe nada?

Qué verdad es que el cabrón es el último en enterarse.

Mariele es una chica colombiana, de 22 años, de estatura mediana, de cara redonda y bonita, pelo negro, con la piel color canela y con un cuerpo apetecible.

No está delgada pero tampoco le sobran las carnes.

La verdad es que yo he tenido algunas fantasías con ella, pero enseguida las he apartado de mi mente.

Mariele.- Buenos días, ya veo que habéis empezado sin mí.

Mila.- No puedes imaginarte lo que hemos estado haciendo toda la noche. Anda desnúdate que algo te tocara.

Se desnuda y se tiende en medio de las dos.

Empiezan a besarla y acariciarla, le lamen y mordisquean unos pechos duros con pezones grandes y oscuros.

Mila se levanta, se acerca al armario y lo abre, en los cajones de su lado cerrado con llave y que yo no he visto nunca, saca algo que al principio no logro identificar.

Pronto lo averiguo, es un arnés con un descomunal dildo montado.

Marga esta besando y lamiendo el sexo de Mariele, la coloca a cuatro patas y se coloca detrás hurgando con la lengua el agujero de su culo. Lamiendo desde el pubis hasta la rabadilla pasando por el chocho y el agujero del culo, donde se entretiene hurgando con su lengua.

Lo aprecio con claridad, de color marrón oscuro, la lengua serpentea por los alrededores y en el centro, oigo sus gemidos como un animalito.

Mila deja caer un chorro de un líquido transparente sobre el aparato. Aparta a Marga, se coloca detrás y comienza a frotar el enorme aparato por la vulva de la muchacha.

Inicia la introducción, lentamente, sin prisas.

Mientras Marga se ha colocado debajo en posición invertida, en un sesenta y nueve, lamiendo el sexo de la muchacha y ofreciendo el suyo para ser chupado.

La penetración ha sido total. Poco a poco ha conseguido introducir el consolador en su coño y comienza un metesaca lento, poco a poco incrementa la velocidad.

Oigo los golpes de la cadera de Mila contra las nalgas de la chica.

Es alucinante, que una muchacha joven como ésta pueda meterse todo ese artilugio en su vagina.

Medirá unos veinticinco centímetros de largo, pero siete u ocho de diámetro.

Y no se queja, los lamentos son de placer.

Levanta la cara del coño de Marga, se vuelve hacia Mila y le sonríe con una cara mezcla de placer y agradecimiento.

Es inaudito.

Y vuelve a hundir su cara sobre el sexo de Marga que la sujeta con una mano y le aprieta la cabeza contra ella, como si quisiera introducirla dentro de su coño.

Me he vuelto a excitar, tengo mi mano en mi verga y me estoy masturbando, lentamente, para retrasar lo más posible el orgasmo.

Quizás esto tenga algo que ver con el comportamiento de Mila. Tal vez sea mi culpa, no he sabido darle el placer que ella necesita como una droga.

Sufro eyaculación precoz, apenas uno o dos minutos tras introducírsela a Mila y me corro. Y ahora no puedo más, me corroo.

Tras recuperarme del orgasmo, el segundo del día, cuando lo normal son dos o tres al mes, vuelvo a mi puesto de observación.

Mila se ha desmontado el arnés y Marga se lo ha puesto, la chica sigue en la misma posición y mi mujer a cuatro patas detrás. Marga folla a Mila por el coño mientras ella introduce la mano entera hasta la muñeca en la vagina de Mariele que explota en un orgasmo brutal.

¡¡Diooooss.. ¡! Y yo creía que lo había visto todo. La escena es para filmarla, grabarla y distribuir las copias por internet como material porno de alto voltaje. Cualquier productor pagaría mucho dinero por la grabación.

Claro, si no estuviera mi familia implicada en ello.

Los gritos, los aspavientos de las tres mujeres hacen vibrar hasta las paredes. Mila con sus múltiples orgasmos, desconocidos para mi hasta ahora, se saca el aparato y se tiende boca arriba mientras Marga le mete los dedos y la palma de la mano en su dilatado coño, Mila se orina, tiritando y retorciéndose como si de un ataque de epilepsia se tratara y la muchacha con su chocho abierto como la madriguera de un conejo lo coloca sobre la boca de Mila que lo chupa y bebe sus jugos.

Brillantes los cuerpos de las tres por el sudor, los fluidos secretados y los orines de Mila, se abrazan, rozan sus cuerpos unas contra otras y caen desmadejadas en la cama.

Se levantan las tres, Mila le dice a la chica que prepare algo rápido para comer y se van las tres a la cocina.

Cuando vuelven, entre bromas y risas pasan a la ducha, donde siguen los juegos y al salir se secan unas a otras, limpian los restos de la cama y el baño y se acuestan a descansar.

Poco después Mariele se levanta, se viste y se dedica a arreglar el piso que está hecho un asco con la orgia de la noche pasada. Cuando termina se marcha.

Oigo murmullos, las mujeres están dormidas, puedo verlas gracias a los infrarrojos de la cámara.

En el salón veo a Ana y los niños, ya han vuelto del colegio.

Al parecer Ana está acostumbrada a estos menesteres porque los ha llevado y recogido.

Ana abre la puerta del dormitorio y entra sin hacer ruido, se acerca a su madre y le mueve el hombro, se despierta y hablan despacio.

Ana sale de la habitación cerrando la puerta y va a la cocina, saca una bandeja con bocadillos para merendar los niños y los lleva a su cuarto para hacer los deberes.

!!Mi hija sabe de las correrías de su madre…La encubre y le ayuda con los niños. Por Diooooss.!!

A las once de la noche se despiertan las dos, se levantan, se visten, al parecer comen algo en la cocina y se marchan a la calle.

Los niños están dormidos.

La puerta de Ana se abre, da una vuelta por el salón, entra en la habitación de la madre y encuentra el arnés en el suelo, se desnuda totalmente, se lo coloca y se tiende en la cama, lo sujeta con ambas manos boca arriba y lo mueve arriba y abajo como si se masturbara.

Se lo quita y lo sujeta con la punta sobre su sexo.

Lo frota, lo lleva a su boca lo chupa y vuelve a ponerlo sobre su

¿Virginal vaginita?.

Lo frota haciendo simulaciones de penetración sin llegar a efectuarla. Dios mío, es muy pequeña, y aquel armatoste podría partirla en dos.

Unos minutos después se encoge adoptando una postura fetal, deja caer el arnés al suelo y se queda dormida en la cama.

La observo, es tan frágil, tan niña, tan indefensa.

Que experiencias habrá tenido y que cosas habrá visto y vivido.

Se me saltan las lágrimas.

Es una locura. ¿Que ha pasado con mi familia?.

Todo estaba bien y de pronto el mundo, mi mundo, se hunde, se viene abajo.

A las tres de la madrugada se abre y se cierra la puerta de la calle, se enciende la luz del salón.

Mila viene sola.

Da algunos tumbos, esta mareada, entra en la habitación, donde se encuentra a Ana durmiendo.

En el baño se desnuda, no trae bragas ni sostén.

Los llevaba al salir. ¿Donde habrá estado la muy….Desgraciada?

Veo su pelo lleno de cuajarones blancuzcos resecos y al intentar peinarse se le enganchan.

Decide ducharse y al ir a acostarse ve el arnés en el suelo, junto a la cama. Lo recoge sonriendo y lo guarda.

Apaga la luz y se acurruca detrás de Ana, abrazándola y quedándose dormida poco después.

Tengo que preparar mi regreso, he de desmontar los equipos de vigilancia y buscar un lugar donde instalarlos para seguir observando mi casa.

Jueves, 11 de abril de 2013

Tengo tiempo para recoger mis enseres, llevarlos al coche y devolverle las llaves a Eduardo.

Lo llamo al móvil, está en su casa, lo cito en la misma cafetería de la otra vez, donde estoy desayunando.

Charlamos, bromeamos, el intenta sonsacarme a quien me he tirado y claro está, disimulo, me río y no le cuento nada.

Llamo a mi amigo Andrés para preguntarle que necesito para una prueba comparativa de ADN.

Quedamos en media hora para vernos.

Tomamos una cerveza y me hace entrega del kit y las instrucciones. Como es lógico me pregunta que pasa. Le pido discreción y me asegura total confidencialidad.

Suelo llegar a casa alrededor de medio día, dependiendo de la ruta semanal con un margen de dos o tres horas.

La que, supuestamente he hecho, esta a tres horas de viaje, suelo dejar el hotel a las diez, a la una y media debo estar en casa.

Mila me recibe como siempre, con un beso, y siento asco. Como siempre cariñosa, amable, preguntándome como me ha ido.

Respondo a las preguntas con el mayor aplomo posible.

Pero me asaltan las imágenes que he visto y tengo grabadas y por un instante pasa por mi mente la idea de estrangularla. Pero me contengo.

Me sorprende la sangre fría que puedo llegar a tener.

La comida está preparada, nos sentamos y mientras damos cuenta de los platos no puedo evitar mirarla y preguntarme.

¿Como puede estar tan tranquila después de los tres días de orgias que ha tenido sin que se le note nada? ¿Cuántas veces lo habrá hecho sin que yo sospeche nada?.

Concentrado en mis negros pensamientos no me doy cuenta de que ella me observa.

Mila.- ¿Que te sucede José? Te veo raro. ¿Va todo bien?

Yo.- !Eh!, ¿Qué? !Ah! Si, si, todo bien, es que vengo cansado del viaje, no te preocupes.

Mila.- Bueno, si quieres te preparo la cama y te acuestas un rato hasta la hora de cenar.

De pronto caigo, joder, tengo que acostarme donde he visto hacer las mayores guarradas del mundo. Bueno, me habré acostado tantas veces sin saberlo que unas cuantas mas ya no van a importar.

Yo.- Bien, si, me tumbare un rato, a ver si me despejo.

Siento nauseas al acercarme a la cama, como cuando la besé, pensando en las pollas que la han follado por la boca, en los culos de tíos que ha lamido y chupado, en las lluvias doradas que habra soportado.

Me siento mareado, a punto de desmayarme.

Mila.- José. ¿Te encuentras bien? Te has puesto pálido ¿Estarás enfermo?.

Yo.- No, Mila, estoy bien, ha sido un pequeño mareo, seguramente consecuencia del viaje. Ya ha pasado.

Me tumbo en la cama vestido, ella me quita los zapatos y se tiende a mi lado.

Finjo dormir, Mila apoya su cabeza sobre mi hombro y se duerme a mi lado. Parece tan inocente, con esa cara de niña, su suave piel.

Veo como suben y baja su pecho con la respiración.

Ahora es tan frágil, si yo quisiera podría hacerle daño, mido un metro setenta y cinco y peso setenta y ocho quilos, quince centímetros más que ella y veinte quilos más.

Aparto estos pensamientos de mi mente.

No puedo evitarlo, la quiero, pero lo que me ha hecho no se lo puedo perdonar, ahora ni nunca.

Tengo que seguir el plan trazado. Sin desviaciones.

Al fin consigo dormir.

Me despiertan los gritos de mis. ¿Mis niños?. ¿Lo serán?. ¿O serán hijos de algún tipo, ligue de una noche de Mila?.

Mila los han recogido mientras yo dormía.

Abrazos, besos.

Pepito y Mili sobre mí en la cama.

Mili.- ¿Que nos has traído?

¡Diosss! ¡lo olvide, todos los viajes les traigo algo a los niños!.

Yo.- No he tenido tiempo, cariño. El próximo viaje os traeré dos regalos a cada uno.

Mili.- Vale papa, pero no te olvides..

.

Yo.- No me olvidare, princesa.

Pepito me besa y se va corriendo.

Me incorporo y estrecho a Mili entre mis brazos, se me pone un nudo en la garganta…No sé si podre soportarlo. La emoción hace que se me llenen los ojos de lágrimas. Respiro hondo y me seco las lágrimas con el dorso de la mano.

Mili.- ¿Porque lloras papa?

Yo.- Por nada cariño, me ha entrado algo en el ojo.

Se va corriendo a su habitación a jugar.

Voy al salón y enciendo la TV, noticias, culebrones. ¿Culebrones?. ¿Acaso lo que estoy viviendo no supera en dramatismo a la más dura telenovela?. Siempre pensé que se exageraba, ahora estoy convencido de que la realidad supera con creces la más calenturienta imaginación.

Estoy ante la tele pero no la veo, mi mente está en otro lado, en lo que he visto hacer a mi pequeña, delicada y recatada esposa.

Está en la cocina dedicada a sus quehaceres.

!!Como si no hubiera roto nunca un plato!!.

Llega Ana.

Ana.- !!Papa!! !Qué alegría verte!

Me abraza, me besa, acaricio sus cabellos, miro sus ojos color miel, limpios, inocentes.

¿Porque lloraba cuando fué a aquel barrio?.

¿Que secretos guardaba aquella inocente mirada?.

Vuelta a emocionarme. Logro controlarme y pensar en otra cosa.

Yo.- ¿Como te va en el insti?

Ana.- Muy bien papa, muy bien. Voy a sacar buenas notas, no te preocupes, mama me ayuda mucho con los deberes.

La verdad es que siempre he dejado a Mila hacerse cargo de la educación de los niños. Siempre confié en ella. Pero ahora..

Yo.- Vale cariño, confío en ti. Sé que no me defraudaras. Por cierto, pareces cansada.

Ana.- Bueno papa, ya sabes, cosas de mujeres. Jajaja

Yo.- Si Ana, lo entiendo. Pero ¿No tendrás algún problema?

Ana.- Jajaja. No papa, no tengo problemas ¿Por qué me preguntas eso?

Yo.- Por nada hija, por nada, era un simple comentario.

Se va hacia la cocina a ayudar a su madre. Me acerco y las oigo susurrar…

Ana.-Mama, papa esta raro ¿No?

Mila.- Pues ahora que lo dices, yo también lo he notado. Le pregunte y me dijo que estaba cansado, no te preocupes, ya se le pasará.

Ana.- Mama, mañana tengo que ir por la mañana. ¿Como lo hago?.

Mila.-Mañana, cuando se vaya tu padre a la oficina lo hablamos, ahora no.

Ana.- Vale, pero a veces pienso que esto no está bien. ¿De verdad, papa lo sabe?

Mila.- Que si, tonta. Pero le disgusta hablar del tema, tú sigue así y no te preocupes. Todo irá bien.

Regreso al salón y me siento en el sofá, Mila sale y se sienta a mi lado. Vemos la tele, a la que no prestamos atención. Observo a Mila que mira pero no ve la pantalla, parece preocupada.

¿Habrá percibido algo? ¿Se habrá dado cuenta de que yo ya no soy el mismo? ¿O es lo que le espera mañana lo que le preocupa?

Se recuesta sobre mi hombro pasando un brazo por mi espalda. Yo también paso mi brazo por sus hombros y la estrecho contra mí.

Me queda otra prueba. Tenemos que acostarnos juntos.

Normalmente utilizo un pantalón corto de pijama para dormir, pero hoy no podría soportar el contacto con mi piel sobre las sábanas, me pongo un pantalón largo.

Mila me mira extrañada pero no dice nada.

Ella utiliza un largo camisón que la cubre desde el cuello a los tobillos. Ahora entiendo porque. Así esconde las marcas que le producen en su cuerpo las prácticas aberrantes a las que se entrega.

Aun así veo en su cuello una moratón debido a los chupetones recibidos. Siento un escalofrío. Me meto entre las sábanas y me tiendo de lado dando la espalda a Mila. Ella apaga la luz y se acuesta abrazándome por detrás. Baja la mano hasta coger mi pene, que permanece arrugado. Cojo su mano y la aparto. No puedo evitar el asco que me produce su contacto.

Mila se vuelve de espaldas en silencio. Espero.

Compruebo que duerme y me levanto, con el kit de ADN en mis manos me acerco a los niños que duermen y les hago un frotis en la boca. Los dos pequeños no se dan cuenta pero Ana se despierta cuando ya he terminado.

Ana.- ¿Papa? ¿Qué haces?

Yo.- Nada cariño, creí oírte hablar y he venido a ver que te pasaba, sería una pesadilla.

Duérmete.

Le di un beso en la frente y me acosté. Mila seguía dormida.

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Relato erótico: “La dulce e ingenua doctora que se volvió mi puta 2” (POR GOLFO)

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La dulce e ingenua doctora que se volvió mi puta 2
Esa noche y a pesar que me lo rogó, Lara mantuvo su culito intacto. La razón por la que me abstuve de rompérselo no fue tanto su estado mental sino su físico. Todavía convaleciente de la operación, no creí necesario forzar sus heridas sodomizándola. Aun así nos pasamos toda la noche follando y solo el cansancio logró que esa mujer dejara mi verga en paz y se durmiera.
Habiéndose diluido el efecto de las copas, la certeza que había abusado de su enfermedad volvió con más fuerza y las horas que pasamos haciendo el amor se convirtieron en una pesadilla.
«Soy un cerdo», pensé apesadumbrado, «he pagado su amistad aprovechándome de ella». El recuerdo de la tersura de sus labios me estuvo martirizando hasta que finalmente me quedé dormido.

Sobre las diez de la mañana, un gemido me despertó y sabiendo que procedía de mi compañera, entreabrí mis ojos para observarla sin que ella supiera que la miraba.
«Dios mío, ¡es peor de lo que pensaba!», sentencié al descubrir a Lara masturbándose a mi lado.
Alucinado que después de la ración de sexo de la noche anterior necesitara otra dosis de placer, esa mujer tenía un consolador incrustado dentro de su coño mientras con la mano libre se pellizcaba un pezón.
«¡No puede ser! ¡Definitivamente está enferma!», medité.
Ajena a mi examen, la morena seguía metiendo y sacando el enorme aparato de su coño como si estuviera poseída. La lujuria que manaba de sus ojos me confirmó que ese día sin falta tenía que llevarla a hacerse las pruebas.
«Ahora, ¿qué hago?», me pregunté al verme entre la disyuntiva de seguir disimulando o hacer que me despertaba. Decidí callar y quedarme observando.
Pero entonces acelerando sus caricias, vi cómo se daba la vuelta en la cama y abriendo sus nalgas, intentaba introducirse el aparato por su entrada trasera. El gritó que pegó al ver forzado su ojete, hizo inviable que siguiera durmiendo y abriendo los ojos, le pregunté qué hacía. Muerta de vergüenza, me confesó que se había levantado bruta y como no quería que lo supiera, había decidido masturbarse.
-Sabes que no es normal- cariñosamente contesté.
Al oír mi tono, Lara se echó a llorar y tapándose la cara con sus manos, buscó ocultar su bochorno:
-Pensarás que estoy loca- desconsolada comentó- pero al verte desnudo a mi lado, recordé el placer que habíamos compartido y no he podido evitarlo.
-Tranquila, no pasa nada- respondí intentando quitar hierro al asunto, aunque interiormente estaba acojonado y tratándola de consolar la abracé.
Lo malo fue que ella malinterpretó mi gesto y pegando su cuerpo al mío, comenzó a rozar su pubis contra mi miembro. Por mucho que intenté no verme afectado, entre mis piernas volvió mi apetito y sin yo quererlo tuve una erección. Mientras en mi mente se abría una disputa entre mi conciencia y mi calentura, Lara creyó ver en ella mi consentimiento y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, se subió sobre mí y se empaló.
-¡Espera!- grité tardíamente porque cuando quise reaccionar, mi pene campaba dentro de su chocho. Haciendo oídos sordos a mis quejas, la antiguamente dulce e ingenua doctora comenzó a montarme con una velocidad de vértigo. Su urgencia era tal que sin haberla tocado ya estaba excitada y su vulva empapada.
Ni siquiera llevaba diez segundos saltando sobre mí cuando noté que Lara estaba a punto de correrse. Queriéndolo evitar, la abracé y la obligué a quedarse quieta.
-Por favor, ¡lo necesito!- sollozó al tiempo que intentaba profundizar en su asalto moviendo sus caderas.
Reconozco que estuve a un tris de dejarme llevar y soltarla para que pudiera satisfacer su hambre pero desgraciadamente no hizo falta porque de improviso su cuerpo colapsó y temblando sobre mí, Lara se corrió empapando con su flujo mis piernas.
-¡Te amo!- chilló al tiempo que seguía intentando zafarse.
Lo creáis o no, a pesar de tenerla inmóvil, encadenó durante diez minutos un clímax con otro hasta que agotada se desmayó. Si me lo llegan a contar, jamás hubiese creído que fuera posible:
¡Esa muchacha había sufrido orgasmos múltiples al tener mi verga dentro!
Su dolencia era evidente, no necesitaba pruebas médicas para asumir que algo no funcionaba en su cerebro, por eso aprovechando que estaba KO, saqué de su interior mi falo todavía erecto y decidí darme una ducha.
«Me servirá para pensar», resolví avergonzado al admitir que esa mujer me traía loco. Mi calentura se incrementó al recordar sus pechos mientras el agua caía por mi cuerpo. Inconscientemente, cerré los ojos al rememorar las horas que habíamos pasado y no pude evitar que mi mano agarrara mi pene.
«Es maravillosa», rumié con la imagen de su cuerpo desnudo en mi cerebro, «pero no puedo».
El convencimiento que esa no era mi amiga sino el producto de un trauma, evitó que siguiera masturbándome y molesto conmigo mismo, salí a secarme.
«Tengo que curarla, aunque eso suponga perderla», determiné con el corazón atenazado por el dolor.
Ya de vuelta a la habitación, me encontré a Lara llorando como una magdalena. Al acercarme, me miró con lágrimas en sus ojos y me soltó:
-¡Ayúdame!

El neurólogo.
De común acuerdo, llegamos a la conclusión que no podíamos postergar el escáner cuando me reconoció que algo no funcionaba bien en su mente.
-Sigo cachonda- confesó hundida al darse cuenta que era incapaz de dejar de mirarme el paquete.
Sé que os sonara absurdo pero ni siquiera podía abrazarla porque sabía que mi cercanía era suficiente para que sus hormonas se alteraran. Por eso decidí llamar a Manuel Altamirano por ser el mejor neurólogo que conocía y un buen amigo.
Esa eminencia escuchó pacientemente los síntomas que le describí y al terminar me dijo:
-Por lo que me cuentas, comparto tu dictamen pero para estar seguros, necesito revisarla.
-¿Podrías hacerlo hoy?- pregunté sabiendo que era sábado.
Mi conocido comprendió las razones de mi urgencia y quedamos en vernos en dos horas en su clínica. Agradeciéndole de antemano sus atenciones, me despedí de él y colgando el teléfono, informé a Lara que esa misma mañana iba a tener que someterse a largas pruebas.
-Lo comprendo- contestó con tono triste como si una parte de ella le gustara la zorra en la que se había convertido.
Aceptando que secretamente a mí también me encantaba su nueva personalidad, no quise profundizar en el tema y ordenándola que se vistiera, fui a preparar el desayuno.
«Estás haciendo lo correcto», tuve que repetirme varias veces porque en mi interior había dudas. «Si una vez curada sigue queriendo ser mi pareja, estupendo. Si por el contrario huye de mí, tendré que dejarla partir»
Cuarto de hora después, Lara entró con paso lento en la cocina y pidiéndome un café, se sentó en una silla. Su desamparo era total y aunque todas las células de mi cuerpo me pedían que la consolara, me abstuve de hacerlo y la dejé rumiando sus penas. Se la notaba nerviosa y triste.
Al cabo de un rato, rompió el silencio que se había instalado entre nosotros, diciendo:
-Quiero que sepas que llevo años amándote. En ese aspecto, sigo siendo yo. Sé que tengo un problema pero por favor, ¡no me abandones! ¡No podría soportarlo!
Su dolor me encogió el estómago y por eso, la contesté:
-Yo también te quiero. No me he dado cuenta hasta ayer.
La alegría de sus ojos al abrazarme se transmutó en ira al darse cuenta que bajo su blusa sus pezones se le habían puesto duros con ese arrumaco y fuera de sí, lloró:
-No puedo acercarme a ti- y ya a moco tendido, me preguntó si le ocurriría lo mismo con todos los hombres.
Nunca lo había pensado y la idea que esa monada se viese atraída por otras personas me hundió en la miseria. Aterrorizado y muerto de celos a la vez, intenté quitarle importancia diciendo:
-Dentro de poco lo sabremos…

Llevarla hasta el hospital de mi amigo fue otra dura prueba. Encerrados en los pocos metros cúbicos del habitáculo del coche, le resultó una tortura porque como me reconoció tuvo que hacer un esfuerzo para no saltar sobre mí porque mi olor la ponía loca.
-Te pido un favor- me suplicó- no quiero que me acompañes durante las pruebas.
Comprendiendo sus motivos, acepté dejarla sola y por eso en cuanto mi amigo nos recibió, me despedí de ambos y salí del edificio a dar un paseo.
Recorriendo los alrededores, no pude abstraerme y dejar de pensar en ella. Me parecía inconcebible que hubiese tenido que ocurrir ese accidente para que mis sentimientos por Lara afloraran y más aún que lo hicieran con tanta fuerza. Reconociendo que estaba obsesionado, el miedo a perderla era quizás superior al terror que sentía con su enfermedad.
«Lo primero es que se cure», acepté a regañadientes justo cuando mi móvil sonó. Era Manuel el que me llamaba y aunque le pregunté cómo había resultado el escáner, no quiso decírmelo y me pidió que fuera a su consulta.
Temiéndome lo peor, salí corriendo de vuelta y por eso, llegué con la respiración entrecortada a su despacho. En él, mi amigo me esperaba con gesto serio y sin dejar que me acomodara en la silla, dijo:
-Cuando Lara llegó, todos sus parámetros estaban desbocados. Su corteza cerebral estaba sobre estimulada pero se fue tranquilizando y al cabo de cuarto de hora, parecía normal.
-¿Eso es bueno?- pregunté emocionado.
El medico frunció el ceño antes de responder:
-No he encontrado ningún daño importante pero te puedo asegurar que algo no cuadra… por eso quiero comprobar una teoría.
-¿Qué teoría?- insistí menos seguro.
En vez de contestarme, me pidió que lo acompañara y tras recorrer una serie de pasillos, entré con él en la habitación donde estaba Lara. La tranquilidad de la muchacha me dio nuevos ánimos pero al acercarme leí en su rostro que su excitación volvía. Ella misma se dio cuenta y echándose a llorar, me rogó que me fuera.
Absolutamente bloqueado por lo sucedido, dejé a Manuel que me llevara frente al ordenador que proyectaba las imágenes de lo que ocurría en el cerebro de mi amiga. No tuve que ser un experto para comprender que tanto color rojo no era normal.
-¿Qué le ocurre?- pregunté.
Durante un minuto, organizó sus ideas y sin darme vaselina con la que el impacto fuera menos duro, me soltó:
-Realmente, no lo sé. Pero es claro que eres tú quien la altera- y midiendo sus palabras, me dijo: -Creo que no es un tema neurológico sino psiquiátrico.
A pesar de ser cirujano, los intríngulis de la mente eran un terreno desconocido para mí y por eso muerto de miedo, insistí que me explicara qué pasaba. Manuel escuchó mis preguntas con paciencia para acto seguido comentar:
-Exactamente no sé la causa, puede ser el golpe, la anestesia o quizás que después de tantos años ocultando lo que sentía por ti, sus sentimientos se hayan visto desbordados pero lo que es evidente es que hay un problema…. Si quieres que lleve una vida normal, ¡deberás mantenerte lejos de ella!
Si hubiese sido imparcial, esa noticia debía haberme llenado de alegría pero al oír que debía desaparecer de su vida, algo se quebró en mí y me eché a llorar.
Mi conocido me dejó desahogarme en silencio durante unos minutos. Minutos que aproveché para decidir que lo único que podía hacer era darle la razón y habiendo tomado la decisión de alejarme, le pedí que se la explicara a Lara. Tras lo cual sin despedirme de ella, hui de ese lugar…
Me siento culpable.
Lo consideréis lógico o no, me da igual. Al salir del hospital me sentía hecho una mierda. La sensación que el destino me estaba castigando por mis pecados, nublaba mi entendimiento y por eso deambulé sin rumbo fijo durante horas.
«Es culpa mía», continuamente me echaba en cara, «fui yo quien al masturbarla, fijó en su cerebro esa atracción y ahora me he quedado sin ella».
Los pensamientos de culpa se acumulaban sin pausa, uno encima de otro. Cuando no era el haberme acostado con ella, lo que venía a mi mente era el remordimiento por no haber advertido su enamoramiento.
Destrozado entré en una vorágine de auto escarnio que me iba llevando de un lado a otro cual zombi. Desconozco cuantos kilómetros pude recorrer hasta que de pronto me vi aparcado frente a su casa. Al percatarme me pregunté dónde y cómo estaría, pero reteniendo el impulso de tocar en su telefonillo, reanudé mi marcha sin saber dónde me llevaría.
«Tengo que olvidarme de ella», medité furioso con todo, exagerando mi responsabilidad con lo ocurrido.
Tan impotente me sentía que llegué a plantearme el ir a un prostíbulo para que entre los brazos de una fulana, olvidarme de lo que sentía por Lara. Afortunadamente, deseché esa idea y en vez de ello, entré en un bar.
-Un whisky- pedí al camarero nada más aterrizar en su barra.
El alcohol diluido en esa copa no consiguió apaciguar mi dolor y bebiéndomela de un trago, pagué la cuenta y salí del local, nuevamente a torturarme frente al volante con el recuerdo de esa morena.
La angustia de sentirme solo me estaba volviendo loco. Por ello, intenté contactar con algún amigo pero el destino no debía de estar de acuerdo porque por muchas tentativas que hice, no me fue posible hablar con ninguno.
-¡Mierda!- grité en la soledad de mi coche mientras descargaba mi frustración contra el salpicadero.
Cualquier viandante que se hubiera fijado en ese cuarentón golpeando como un energúmeno, hubiese llegado a la conclusión que era un perturbado. ¡Y tendría toda la puñetera razón! Porque en ese momento, todo se volvía en mi contra.
«Llevo toda mi vida soltero, ¡puedo vivir sin ella!», me recriminé cuando sin ver otra salida, tonteé con la idea de tirar el coche por un terraplén y así acabar con mi sufrimiento.
La impresión de descubrir en mí esos pensamientos destructivos, me indujo a pedir ayuda y encendiendo el motor, me dirigí a mi antigua escuela. Aunque no soy creyente, entre esas paredes, vivía un cura que siendo un niño me había ayudado a centrarme, de manera que veinte minutos después llegué hasta sus muros.
Don Mariano era el superior de esa orden y a pesar que le había caído sin previo aviso, no tuvo inconveniente en recibirme. Tras expresarme su sorpresa por la visita tras tantos años, como viejo zorro que era, dio por sentado que necesitaba su consejo y por ello, directamente me preguntó qué era lo que me pasaba:
-Padre, tengo un problema- contesté y preso de la desazón, le expliqué de corrido la situación.
El sacerdote se escandalizó por el detalle con el que le conté el problema pero cuando ya creía que me iba a despedir con cajas destempladas, comprendió que era un alma en pena y me rogó que continuara pero que me abstuviera de ser tan conciso con respecto a la cama.
Reanudando mi relato, expliqué a Don Mariano le dilema en el que me encontraba. Por una parte, Lara estaba enferma y debía dejarla en paz, pero por otra me descomponía la idea de nunca volver a disfrutar de su presencia.
El cura esperó a que terminara para hacerme una pregunta:
-¿No crees que esa jovencita tiene algo que opinar?
-Padre, si no puedo estar junto a ella, ¿Cómo se lo puedo preguntar? Y si al final lo hago, ¿no cree que su respuesta se vería afectada por lo que le ocurre a su mente?
El viejo meditó unos instantes sobre la problemática y abriendo la puerta, me soltó:
-Confía en la providencia. Rezaré por ti y Dios proveerá…
Vuelvo a casa
Jodido y hundido, volví a mi casa. Habiendo buscado ayuda, me encontraba todavía más sólo. Ni los amigos, ni la iglesia, ni el alcohol me habían dado una respuesta a mi problema. Si antes de la visita al neurólogo creía que el problema de Lara se circunscribía a ella, ahora sabía que yo estaba involucrado. Era un tema de ambos, pero igualmente insoluble.
Acababa de tumbarme en el sofá cuando escuché mi móvil. Al mirar en la pantalla, vi que me llamaban de mi oficina y por eso contesté. Era mi secretaria que quería informarme que la doctora se había encerrado en el despacho y que no quería abrirle a nadie.
-Inténtame pasar con ella- contesté sin saber realmente que decir ni cómo actuar.
Lara tardó unos segundos en descolgar pero en cuanto escuchó que era yo quien estaba al otro lado del teléfono, llorando a moco tendido me preguntó dónde estaba y porqué la había dejado sola.
-Creí que era lo que deseabas- respondí sintiéndome una piltrafa.
-Te necesito. Aunque sé que estar junto me afecta, no puedo soportar pensar en vivir lejos de ti.
Tras lo cual me preguntó si podía ir por ella.
-Dame veinte minutos.
Lo creáis o no, su llamada me alegró al escuchar de ella que le urgía estar a mi lado y por eso cogiendo nuevamente el coche, fui por ella. Durante el recorrido, intenté acomodar mis ideas para cuando me presentara ante ella tener algo que decirle. Desgraciadamente, todas mis previsiones se fueron al carajo al llegar a mi despacho al encontrarme a Lara de pie en mitad de la calle.
Nada mas verme, entró en el coche y saltando sobre mí, comenzó a besarme como loca mientras me decía:
-Prefiero ser una puta insaciable contigo que una pobre infeliz sin ti.
Deteniendo sus caricias, la obligué a sentarse en su asiento diciéndola:
-Primero tenemos que hablar. ¿Puedes esperar a llegar a mi apartamento?
-Lo intentaré- respondió hundiéndose en su sillón.
Durante apenas tres semáforos, la otrora ingenua y dulce doctora consiguió retener sus deseos pero al llegar a la Castellana, noté su mano recorriendo mi pantalón.
-¿Qué haces? ¿No te ibas a quedar quieta?
Poniendo la expresión que pondría una niña a la que le han pillado robando un caramelo, me contestó:
-Déjame, solo un poquito.
Asumiendo que si le permitía seguir ese poquito terminaría en una mamada en mitad de la calle, me negué y acelerando busqué llegar cuanto antes a mi hogar. Fue entonces cuando me fijé que se le había subido la falda y que desde mi posición podía ver el inicio de su tanga. Mi sexo reaccionó saliendo de su modorra y solo el pantalón evitó que se irguiera por completo.
Durante unos minutos, Lara combatió el picor insoportable de su entrepierna hasta que ya con lágrimas en los ojos, me rogó que al menos la dejara masturbarse.
-¿No puedes aguantar un poco? Ya casi llegamos- Insistí tratando de poner un poco de cordura.
-Ojala pudiera- respondió mientras se acariciaba los pechos por encima de su vestido.
La necesidad que consumía su cuerpo hizo que olvidando que me había perdido un permiso que nunca llegó, esa mujer separara sus rodillas y retirando su tanga, comenzara a torturar el hinchado botón que surgía entre sus pliegues.
-Lo siento- gimió avergonzada.
Incapaz de aguantar sin tocarse, la morena incrementó ese toqueteo metiendo un par de dedos dentro de su coño. El olor a hembra insatisfecha inundó el estrecho habitáculo del coche mientras la miraba de reojo. Su calentura creció exponencialmente hasta que pegando un berrido, se corrió. Para entonces, me había contagiado de su lujuria y dentro de mi calzón, mi pene me pedía a gritos que lo liberara.
«No puede ser», pensé al pillarme deseando sus labios en mi verga, «¡nos verían los demás conductores!».
La zorra en que se había convertido descubrió el bulto entre mis piernas y a pesar que acababa de disfrutar de un orgasmo, pegando un grito me bajó la bragueta diciendo:
-Tú también lo necesitas.
Sin darme tiempo a opinar, sacó mi falo y agachando su cara, abrió su boca y comenzó a devorar mi pene mientras entre sus muslos volvía a masturbarse.
-Lara, ¡tranquila joder! ¡Podemos matarnos!- protesté inútilmente porque para entonces esa morena ya se lo había introducido hasta el fondo de su garganta.
Alzando y bajando su cabeza, prosiguió la mamada a pesar de mis protestas. Parecía que la vida le iba en ello y mientras yo intentaba no estrellarnos, ella buscaba con un ardor inconfesable el ordeñar mi miembro. Aunque intentaba acercarme lo más rápido a mi hogar, ese trayecto tantas veces recorrido se me estaba haciendo eterno al notar no solo la acción de sus labios sino la de una de sus manos sopesando y estrujando mis huevos.
-Si no paras, ¡me voy a correr!- avisé asumiendo la cercanía de ese clímax no buscado.
Mi alerta lejos de apaciguar el modo en que estaba mamando entre mis piernas, la azuzó y ya convertida en una cierva en celo, aceleró sus maniobras.
-Tú te lo has buscado- contesté dándola por imposible y aparcando de mala manera en segunda fila, paré el coche y presioné su melena para hundir mi verga por entero en su boca.
La morena estuvo a punto de vomitar por la presión que ejercí sobre su glotis pero reteniendo las ganas, continuó con esa felación todavía más desesperada.
-Serás zorra. Te pedí que esperaras pero ahora te exijo que te tragues todo mi semen y no dejes que se desperdicie nada- le ordené al sentir que estaba a punto de eyacular.
Mi mandato aceleró su segundo orgasmo y mientras esperaba con ansias la explosión de mi miembro dentro de su garganta, su cuerpo se sacudió sobre el asiento producto del placer que la consumía. Para entonces, yo mismo estaba dominado por mis hormonas y cogiéndola de las sienes con mis manos, como un perturbado usé su boca como si de su coño se tratara, levantando y bajando la cabeza de la morena clavé repetidamente mi verga en su interior hasta que el cúmulo de sensaciones explosionó en su paladar.
-¡Bébetelo todo!- exclamé al notar que era tanto el volumen de lefa que Lara tenía problemas para absorberlo.
Mi orden la excitó aún más y mientras se corría por tercera vez, puso todo su empeño en obedecerme. Durante unos segundos que me parecieron eternos, Lara ordeñó sin pausa mi verga hasta que ya convencida de haber cumplido mis deseos, levantando su mirada y sonriendo me soltó:
-Gracias por ser tan comprensivo.
-No soy compresivo- respondí. –En cuanto lleguemos a casa, te pienso dar una tunda para que aprendas quien manda.
Soltando una carcajada y como si hubiese sido algo normal lo que le acababa de decir, se acomodó en su asiento y me explicó que al salir de ver al neurólogo había pedido opinión a un psiquiatra.
-¿Qué te dijo?-pregunté.
Muerta de risa, contestó:
-Me confirmó mis sospechas. Siempre he sido un poco furcia pero como nunca he tenido un hombre a mi lado, no pude darme cuenta. Ahora lo sé y si tú me lo permites, seré tu puta.
-No entiendo- respondí viendo por primera vez después de casi un mes a Lara sosegada y tranquila.
Descojonada, la morenita me espetó:
-Según el psiquiatra, desde que te conocí, no solo me enamoré de ti sino que aunque no lo supiera, deseaba que además de mi jefe y amigo, fueras mi dueño.
-¿Tu dueño?- insistí no creyendo realmente lo que acababa de oír.
Sin dejar de reír, Lara me contestó:
-Amor mío, al decirme que ibas a hacerme aprender quien mandaba, he comprendido que puedo serte sincera. Ese especialista me ha dicho que mi estado es raro pero menos infrecuente de lo que parece al principio entre las personas sumisas. Por lo visto, hay un pequeño porcentaje de nosotros que cuando conocemos a nuestro amo y este todavía no nos ha aceptado, no podemos controlar nuestra excitación.
-Sigo sin pillarlo- reconocí.
Sacando de su bolso un collar, lo puso en mis manos y con tono dulce, me informó:
-Al salir de la consulta, me lo he comprado. Para ponerme bien, solo necesito que lo coloques en mi cuello.
-¿Y qué significa que lo haga?
-En cuanto lo cierres, seré tuya por siempre. No me podré negar a obedecer todos tus caprichos.
El brillo de sus ojos translucía una mezcla de alegría y esperanza de la que no fui inmune. Quizás eso fue lo que finalmente despertó una vertiente desconocida dentro de mí. Sin conocer realmente cómo me iba a cambiar eso mi vida, contesté:
-No te negaré que me atrae la idea pero no encuentro ninguna ventaja, ahora te follo cómo y cuándo quiero.
Mi respuesta destrozó los débiles cimientos de esa recién renacida tranquilidad en la mujer y con gran nerviosismo, me rogó que no la rechazara.
-Si te he entendido bien, al ser mi sumisa, tu voluntad sería la mía.
-Sí- contestó todavía aterrorizada.
Queriendo obligarla a reconocer en voz alta los límites de su entrega, acaricié uno de sus pechos mientras le decía:
-Si quisiera preñarte, ¿pondrías alguna objeción?
-No, mi amo. Estaría dichosa de llevar en mi vientre su descendencia- ya más segura pero sobretodo nuevamente ilusionada me informó.
El rubor de sus mejillas y la sonrisa de sus labios me hicieron comprender que Lara había captado mis intenciones y por eso cuando dando un pellizco en su pezón izquierdo, la advertí que si al final accedía a ser su dueño iba a obligarla a andar desnuda por la casa, me contestó:
-A partir de que me coloque el collar, esa será mi única vestimenta para que así pueda hacer uso de su propiedad.
Para entonces, ya habíamos llegado a la casa. Sin decir nada salí del coche, entré en la casa, pasé al salón y me senté en el sofá mientras Lara me seguía a pocos metros. Mi silencio empezó a hacer mella en ella y cayendo postrada a mis pies, me rogó que le hiciera caso.
Ejerciendo mi nuevo papel, la miré y sin alterar mi voz, dije:
-Convénceme que merece la pena ser tu amo- y viendo su confusión, la ordené: -Cómo estás en venta, quiero comprobar la mercancía.
Mi amiga asumió que debía de mostrarse tal cual era y poniéndose de pie, se bajó los tirantes de su vestido. Sonreí al ver esa tela deslizarse y caer al suelo. Con Lara desnuda, me dediqué a comprobar la perfección de sus medidas mientras ella permanecía inmóvil.
-Reconozco que pareces tener unos pechos de ensueño.
Al escuchar mi piropo y sin esperar que se lo mandase, desabrochándose el sujetador, se lo quitó. Con satisfacción observé que esas tetas con las que soñaba se mantenían firmes y que sus rosadas aureolas se iban empequeñeciendo al contacto de mi mirada. Mi antigua enfermera y después compañera tampoco necesitó que le insistiera para despojarse del diminuto tanga, de manera, que al cabo de unos segundos ya estaba completamente desnuda.
-Acércate- le ordené.
La morena creyendo que así me complacía, se arrodilló y gateando llegó hasta mis pies donde esperó mis órdenes.
-Quiero ver tu trasero.
Con una sensualidad innata y no estudiada, Lara se giró y separando sus nalgas, me enseñó esa entrada todavía no cruzada. El sudor que recorría su pecho, me confirmó que estaba excitada y queriendo maximizar su agonía, metí un dedo en su rosado ojete al tiempo que le decía:
-Si al final te acepto, deberás mantenerlo limpio y siempre dispuesto.
-Así lo haré, amo.
Dándole un azote, le exigí que se diera la vuelta. Mi ruda caricia acervó su calentura y pegando un gemido, se volteó y separando sus rodillas, expuso su vulva a mi examen. Cómo ya sabía al estar completamente depilada, su orificio delantero parecía el de una quinceañera.
-Separa tus labios- ordené interesado en averiguar hasta donde podría llevar a esa muchacha.
Obedeciendo sin demora, Lara usó sus yemas para mostrarme lo que le pedía. Al hacerlo, descubrí que la humedad lo tenía encharcado y mientras ella me miraba con deseo, me levanté del sofá y fui hasta el cajón donde guardaba mis juguetes. Una vez allí, sacando un antifaz y unas esposas, ordené a mi futura esclava que se incorporara. La muchacha se puso en pie y en silencio, esperó mi llegada.
Sin hablar, le tapé los ojos y llevando sus brazos a la espalda, la inmovilicé para acto seguido y usando mis manos fui recorriendo su suave piel.
-Amo, le deseo- sollozó mi cautiva.
La mujer comprendió mis intenciones. Al estar cegada, iba a ser incapaz de anticipar mis caricias y eso la pondría más bruta. Sin más dilación, fui tanteando todos y cada uno de los puntos de placer de esa morena hasta que sus muslos se empaparon con el rió de flujo que salía de su coño.
-Tienes prohibido correrte- susurré en su oído mientras le mordía los pezones.
No tardé en observar que de los ojos de Lara brotaban unas gruesas lágrimas, producto de su frustración. Necesitaba alcanzar el clímax pero se lo tenía vedado. Forzando su deseo, me puse a su espalda y separando sus nalgas, tanteé con un dedo su orificio trasero. Ella no puso objeción alguna a mis caricias y creyendo que lo que deseaba era tomarla por detrás, sollozó diciendo:
-Mi culo es suyo.
Muerto de risa, contesté:
-Lo sé -y sin dejarla descansar, metí el segundo en su ojete.
Durante unos instantes, la morena se quedó petrificada porque jamás nadie había hoyado ese lugar pero asumiendo que no podía contrariarme, permitió que continuara jugando con los músculos circulares de su trasero. Totalmente entregada, concentró su esfuerzo en no correrse y viendo que no podía aguantar mucho más sin hacerlo, se mordió los labios.
Decidí que era el momento de cumplimentar sus deseos y recogiendo el collar del suelo, volví al sofá y la senté de espaldas en mis rodillas. Lara que no era consciente que tenía esa gargantilla en mi poder, gimió al sentir mi verga rozando su culito. Al colocársela alrededor de su cuello, comprendió que la estaba aceptando y llorando me pidió qie la tomara.
-Tienes permiso de correrte- accedí premiando su constancia mientras la empalaba por detrás.
La morena al sentir su entrada trasera violentada por mí, gritó como posesa y presa de sus sensaciones, se corrió. Dejé que disfrutara el orgasmo sin moverme, tras lo cual, le quité las esposas y el antifaz. Lara, al sentir libertad de movimientos, llevó mis manos hasta sus pechos y cabalgando sobre mi pene, buscó mi eyaculación diciendo:
-Siempre he sido tuya.
Su sumisión me dio alas y cogiéndola de la cintura, empecé a izar y a bajar su cuerpo lentamente, de manera que pude sentir claramente como mi pene forzaba ese orificio una y otra vez.
-Duele pero me gusta- chilló disfrutando de esa ambigua sensación.
Los gemidos que brotaron de su garganta fueron una muestra clara que mi zorrita estaba disfrutando. Eso me permitió ir poco a poco acelerando el ritmo con el que machacaba sus intestinos hasta que la llevé otra vez al orgasmo. Agotada por el esfuerzo, se dejó caer contra mi pecho y gimoteando, me pidió que me corriera.
Soltando una carcajada, contesté:
-Una esclava no decide donde y cuando su amo se va a correr.
Por mi tono, mi dulce y sumisa compañera comprendió que aunque yo no quisiera hacerlo pronto no me quedaría más remedio y por eso restregando su cuerpo contra el mío, buscó acelerar lo inevitable. Lo que no se esperaba fue que cambiando de objetivo, sacara mi verga de su culo y poniéndola a cuatro patas sobre el sofá, se lo incrustara en el coño mientras le decía:
-A partir de ahora, usaré tu útero para correrme- y ya explotando en su interior le confirmé mis intenciones susurrando: -Al menos hasta que te deje preñada.
Mi amenaza lejos de aterrorizarla, la hizo chillar de alegría y moviendo su pandero con renovadas fuerzas, terminó de ordeñarme…

Relato erótico: Angela y Agustin 2da parte (POR KAISER)

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Las visitas de Ángela a la casa de don Agustín se han vuelto algo muy habitual, casi todos los días pese a que en un comienzo sus padres no estaban muy de acuerdo. No les parecía una buena idea que su hija fuese a visitar a
un extraño en una casa que no conocen, sin embargo pronto vieron el lado positivo de ello.
Con sus años don Agustín es una persona bastante culta y si bien disfruta de la compañía de Ángela y su juvenil belleza, también le ayuda con sus estudios dándole clases de matemáticas y ciencias asignaturas donde Ángela siempre ha tenido problemas, o los mayores problemas.
“¿Sabes que debes usar lentes cierto?” le dice don Agustín a Ángela al notar que se queja un poco por la vista, “lo sé, lo sé, es solo que no me siento cómoda” responde, “o mejor dicho no te quieres ver muy, como dicen los jóvenes, nerd”, Ángela lo mira fijamente y mueve la cabeza. Hay bastante confianza entre ambos y la pelirroja comparte con él sus problemas y preocupaciones. Don Agustín le corresponde dándole algunos consejos, que su edad y experiencia le permiten dar aunque en ocasiones se asombra de las historias que cuenta la voluble pelirroja que siempre añade algo de coquetería en ellas. Ángela disfruta el morbo de contarle cosas sumamente personales a él
“Ahora se ve mucho más animado” le dice una empleada a Ángela mientras le sirve algo de comer. “Don Agustín siempre ha sido buena persona, pero se le había visto muy deprimido y solitario” agrega. “¿Y su familia?” pregunta Ángela mientras se sirve un café, “no tiene, ha estado soltero toda su vida y nunca tuvo hijos, con sus sobrinos se lleva pésimo, son unos sujetos desagradables, ya viste algo el otro día”, y Ángela recuerda muy bien aquel momento, “hasta hace unos años ni siquiera se veían por aquí, pero basto que se supiera que estaba mostrando los problemas de la edad y aparecieron todos”, ¿y a que se debe ese amor tan repentino?” pregunta Ángela con sarcasmo, “pues, don Agustín tiene algunas cosas muy valiosas por ahí además de una fortuna en los bancos, hay una habitación a la cual solo él tiene acceso en la casa” y esto despierta la curiosidad de Ángela.
“¿Tan temprano por aquí mi niña?” dice don Agustín al notar que Ángela aparece mucho antes de lo habitual, “es que salimos temprano hoy” responde ella, aunque la observa con cara de sospecha, “además” agrega la pelirroja, “debo hacer un trabajo sobre Grecia y Roma antiguas, y como usted es la persona más antigua que conozco pensé que algo podría saber de la materia” le dice con una sonrisa en su rostro. La empleada que está ahí sonríe también, “vaya, veo que estas de buen humor hoy, pues veamos qué podemos hacer, cabecita de cobre” responde él y Ángela se pone seria, detesta que le digan así.
De manera bastante animada Ángela hace su trabajo, habla de todo y se le nota de muy buen humor, don Agustín sabe que ella esconde algo, Ángela aborrece los días lunes y hoy es lunes. Además la nota algo melancólica, y en ocasiones ella evita su mirada, definitivamente algo esconde la pelirroja.
“¿Por qué te escapaste de clases?” pregunta de manera directa y mirándola fijamente. Ángela se queda en silencio mientras escribe, pero al cabo de un momento se detiene, “sabes bien que no debes hacer eso, puedes meterte en un serio problema” agrega. “Ya lo sé, y en todo caso ya estoy metida en un lio por esto, pero hoy realmente debía hacerlo” responde ella. “¿Y por qué precisamente hoy?”, “porque, debía despedirme de ella”, responde Ángela con cierta pena en sus ojos. Don Agustín se reclina en su sillón favorito y Ángela cuenta su historia.
“Nos conocimos una tarde en la que también me había escapado de clases. Estaba harta y hastiada de todo y de todos, así que simplemente me escape y me fui al cine ahí conozco a un chico y tras coquetearle un poco me dejo pasar” dice con una sonrisa. “Me instale en la parte de atrás del cine, fuera de la vista de los pocos espectadores que había a esa hora, la película no era muy buena, pero peor era para mí seguir en clases, fue entonces que la conocí, por accidente, ella tropezó conmigo al pasar y entonces nos pusimos a charlar. Fue una conversación de lo más espontanea, fue algo que, no sé cómo explicarlo realmente”.
Ángela mueve su cabeza y su cabello se agita vigorosamente. “La película paso por completo a segundo plano, conversamos de todo y ella me conto que también se había escapado de clases, aunque está en la universidad. Nos dimos cuenta que teníamos mucho en común”. “¿Cómo es ella?” pregunta don Agustín, “se llama Estefanía es de rostro más redondeado, ojos negros, pero grandes, cabello negro corto, boca pequeña de labios bien marcados, físicamente es esbelta y delgada, en contraste con mi cuerpo” mientras la describe se puede notar que para Ángela es muy especial, en sus gestos, sus palabras y en su rostro se nota que es alguien realmente especial para ella.
“Tras salir del cine fuimos a comer algo y seguimos juntas toda la tarde hasta que nos dimos cuenta de la hora, entonces ella me dejo un número de teléfono y se fue diciéndome que la llamara. Pasaron unos días y no sabía si llamarla o no, hasta que al final me arme de valor y la llame una noche y nos pusimos de acuerdo para salir un fin de semana, esa fue la primera de varias, citas que tuvimos”. “¿Sentías ya algo por ella?”, Ángela la piensa un momento antes de responder, “si”, “¿y creías que ella sentía algo por ti?”, “hasta ese momento no lo sabía, pero cuando nos juntamos a mitad de semana en ese cine de nuevo, ahí me quedo muy en claro que sí”.
La empleada los interrumpe y les deja algo de beber, don Agustín le entrega un sobre con dinero y ella se despide hasta mañana. Tras comer algo Ángela retoma su historia. “Estaba en clases cuando sentí el timbre de mi celular, el profe me llamo la atención de inmediato y al salir a recreo revise la llamada, era ella así que recogí mis cosas y chao, me escabullí por el gimnasio y salí  corriendo a juntarme con Estefanía. Tras charlar un rato fuimos al cine y nos sentamos de nuevo bien atrás, en eso la película empezó”.
“Estábamos bien juntas y entonces Estefanía apoyo su cabeza en mi hombro, hasta ahí nada raro, pero al cabo de un instante apoyo una mano en mi falda, yo me quede quieta sin hacer ni decir mientras Estefanía me la empezó a subir, le dije que se detuviera y ella se rio”, relata la pelirroja con una coqueta sonrisa.
“Mientras estábamos ahí y pese a que le decía que se detuviera, seguía jugando con mis piernas”, “¿y tú querías que se detuviera?” pregunta don Agustín mirando a Ángela fijamente a los ojos, “no, ya me estaba excitando y Estefanía se dio cuenta de inmediato”. “Se me acerco al oído y empezó a susurrarme cosas, me decía que yo la excitaba vestida así de colegiala y desde que me vio quedo prendida conmigo y que pensaba solo en cogerme, yo me sonroje bastante y no sabía qué hacer, nunca alguien me había hablado así, de esa manera tan intensa y apasionada sin caer en la vulgaridad”.
Ángela se queda pensativa y sonríe maliciosamente mientras relata lo que sucedió después, “Estefanía siguió adelante, me empezó a subir la falda y se me fue acercando buscando mis labios, yo me quede quieta y comenzó a besarme, despacio primero y después con más fuerza e intensidad. Al cabo de un rato ya estaba totalmente entregada a sus caricias, nos habíamos olvidado de donde estábamos y nos besamos con todo, ella se puso encima y comenzó a meterme mano por todos lados sin pudor alguno. Estefanía usaba un shorts y cuando se monto sobre mi presionaba con su rodilla entre mis piernas además de masajear mis pechos y estrujarlos delicadamente, yo trataba de evitarlo pero unos gemidos se escaparon de mis labios mientras nos metíamos mano entre nosotras”.
“Le subí su polera y ella me empezó a abrir la blusa, acariciaba mis pechos de una manera increíble y abrió mi sostén sin problema alguno, no como otros que casi me lo rompían. Me derretí por completo cuando con su boca atrapo mis pezones y me los empezó a chupar y lamer con fuerza, una mano la metió bajo mi falda y frotaba mi sexo que lo tenía más mojado que nunca, era lo más increíble que había experimentado”.
El brillo en los ojos de Ángela y la forma en que describe todo le dan la razón, ella no escatima en detalles para describir semejante experiencia mientras don Agustín la escucha con la atención e inexpresividad de siempre. “¿Alguien se dio cuenta de lo que ocurría?”, Ángela se ríe, “pues sí, de pronto mire a mi alrededor y habían varios que se dieron cuenta, una pareja estaba empezando lo suyo y otra ya se la estaba mamando a un chico, otro tipo se hacia una paja mientras nos miraba y un sujeto quiso meterse, pero Estefanía le dejo claro que esto era solo entre nosotras”.
“En la butaca separe bien mis piernas y Estefanía rozaba mi sexo con su rostro, presionaba un dedo sobre mi ropa interior hundiéndolo justo en mi coño, me tenía en ascuas, me moría de ganas que hundiera su lengua en mi, que jugara con mi clítoris, que usara sus dedos lo quería todo y ya, ella lo sabía por eso me torturaba así. Apenas su rostro rozo contra mi calzón casi me corrí de inmediato y deje escapar un fuerte gemido, ella besaba mi entrepierna, Estefanía seguía jugando conmigo y eso le encantaba, pero poco a poco fue descubriendo mi coño y empecé a sentir su lengua en mis partes intimas”.
“Yo no podía controlarme, me retorcía y gemía como loca, hasta ese momento lo había hecho con chicas en un par de ocasiones, pero nada más, con Estefanía era totalmente diferente, me hacia gozar como nunca. Yo me acaricia mis pechos y la presionaba contra mi coño, su lengua se movía hábilmente y usaba sus dedos metiéndolos bien adentro de mi sexo, me daba bien duro y después se puso sobre mi besándome y frotando sus pechos, más pequeños con los míos. Ella se quito sus shorts y presionaba su pubis contra mi coño, ambas gemíamos como locas y alrededor nuestro habían varias parejas que se lo estaban montando. Un tipo se hacia una paja mientras nos miraba y ella me dijo que se la mamara, yo me sorprendí, pero así lo hice. Se la empecé a chupar y ella se masturbaba viéndome, para después cogerme con los dedos, no supe quien rayos seria ese sujeto, pero vaya gusto que se dio”, “debió ser el mejor momento de su vida” comenta don Agustín.
Ángela sonríe pícaramente y mira de reojo a don Agustín que esta, como de costumbre, impasible en su sillón. “Cuando salimos todos nos miraban y sonreían, el chico que me dejaba entrar gratis me dijo que viniera cuando quisiera, yo sentía una mezcla de vergüenza y excitación, era lo más loco que había hecho, al menos hasta ese momento”. “¿Y volvieron después?”, Ángela se ríe, “si, y vaya que lo pasamos bien”.
La pelirroja relata una serie de encuentros que tuvo con Estefanía, pero siempre deja en claro que había mucho más sexo entre ambas. “Un fin de semana fui a su departamento e hicimos de todo. Tenía unos juguetes que uso conmigo, le encantaba ponerse uno a la cintura y cogerme, yo me montaba sobre ella y le cabalgaba firme para después pasarlo entre mis pechos. Fue sexo como no lo había tenido nunca. Incluso una vez conocí a dos de sus compañeras, también lesbianas, y les dijo a ellas que podían follarme. Yo me quede helada y entre ambas comenzaron a desvestirme y a manosearme en medio de unos besos. Estefanía se recostó en un sillón y comenzó a masturbarse mientras me cogían, eso me puso a mil. Entre las dos me empezaron a dar con todo y usaron varios juguetes conmigo, todo mientras Estefanía me miraba, siempre tenía un aire de voyerista”.
Hay un momento de silencio y Ángela mira por la ventana hacia la calle, es un día algo nublado. “¿Por qué debiste despedirte?”, “porque ella completo sus estudios aquí, viene de otra ciudad y ahora debe volver” responde Ángela con evidente pena. “¿Crees que volverás a verla?”, “eso espero” responde Ángela, “en todo caso por teléfono aun podemos mantenernos en contacto” agrega la pelirroja, “quien sabe, cuando venga de visita, podría traerla para presentársela” dice después con una coqueta sonrisa en su rostro.

“Dueño inesperado de la madre y de la esposa de un amigo” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

El destino es caprichoso y cruel pero también magnánimo. A Gonzalo Alazán nada podía haberle hecho prever las consecuencias de una petición de auxilio por parte de un buen amigo. Enfermo y moribundo, Julio le informó que le había nombrado su heredero a pesar que tenía una mujer y que su madre seguía viva.
Extrañado por esa decisión pero a la vez,interesado porque además de inmensamente rico, la madre de su amigo había poblado sus sueños en la adolescencia y para colmo era el marido de un bellezón. Al preguntar por los motivos que tenía para desheredarlas, Julio le contestó que ambas eran incapaces de administrar su dinero por lo que había pensado en él para que nada les faltase.
No deseando aceptar esa responsabilidad, llegó al acuerdo de visitar la finca donde vivían los tres y así comprobar si tenía razón al pedirle ayuda..

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los TRES PRIMEROS CAPÍTULOS:

CAPÍTULO 1 – LA ENFERMEDAD DE JULIO

El destino es caprichoso y cruel pero también magnánimo. Hombres y mujeres estamos en sus manos y estamos impotentes ante sus muchas sorpresas. A veces son malas, otras pésimas y en la menor de las ocasiones, te sorprende con una campanada que te cambia la vida de un modo favorable. Curiosamente un buen día para Fernando Alazán, una mala noticia se convirtió en pésima sin saber que con el tiempo, esa desgracia se convertiría en lo mejor que le había ocurrido jamás.
Nada podía haberle hecho prever las consecuencias de una petición de auxilio por parte de un buen amigo. Como tantas mañanas, estaba en el despacho cuando Lidia, su secretaria, le avisó que tenía visita. Extrañado miró su agenda y al ver que no tenía nada programado, preguntó quién deseaba verle.
―Don Julio LLopis― contestó la mujer y viendo su extrañeza, aclaró: ― Dice que es un amigo de su infancia.
―Dígale que pase― inmediatamente respondió porque no en vano, ese sujeto no solo era uno de sus más íntimos conocidos sino que para colmo estaba forrado.
Mientras esperaba su aparición, Fernando se quedó pensando en él. Llevaba al menos seis meses sin verle porque sin despedirse de nadie, se había marchado a vivir a su finca que tenía en Extremadura. Aunque a todos sus amigos esa desaparición les había resultado rara, él siempre había objetado que si lo pensaba bien, no lo era tanto:
―Con una esposa tan impresionante, no me importaría dejar todo e irme al fin del mundo con ella― comentó a uno que le preguntó, recordando a Lidia, su mujer. Debido a que sin pecar de exagerado, para él, Lidia era la mujer más impresionante con la que se he topado jamás. Morenaza, de un metro setenta, la naturaleza la ha dotado de unos encantos tan brutales que en el interior de su cerebro sostenía que nadie en su sano juicio perdería la oportunidad de pasar una noche con ella aunque eso suponga perder una amistad de años.
Mientras espera su llegada, tuvo que confesarse a sí mismo que si Julio seguía siendo su amigo, se debía únicamente a que jamás había tenido la ocasión de echarle los tejos y que de haber visto en sus ojos alguna posibilidad, se hubiese lanzado en picado sobre ella. Tenía para colmo las sospechas que detrás de esa cara angelical, se escondía una mujer apasionada.
«Por ella sería capaz de hacer una tontería sentenció al rememorar ese cuerpo de lujuria que hacía voltear a cuanto hombre que se cruzaba con ella.
«No solo tiene unos pechos grandes y bien parados sino que van enmarcados por un cintura de avispa, que es solo la antesala del mejor culo que he visto nunca», pensó justo en el momento que su marido cruzaba su puerta.
El aspecto enfermizo de mi amigo le sobresaltó. El Don Juan de apenas unos meses antes se había convertido en un anciano renqueante que necesitaba de un bastón para caminar.
―¿Qué te ha pasado?― exclamó al percatarse de su estado.
Julio, antes de poder contestar, se sentó con gran esfuerzo en la silla de confidente que tenía frente a su mesa. Esa sencilla maniobra le resultó increíblemente difícil y por eso con un rictus de dolor en su rostro, tuvo que tomar aliento durante un minuto.
―Cómo puedes ver, me estoy muriendo.
La tranquilidad con la que le informó de su precario estado de salud, le desarmó e incapaz de contestar ni de inventarse una gracia que relajara el frío ambiente que se había formado entre ellos, solo pudo preguntarle en que le podía ayudar:
―Necesito tus servicios ― contestó echándose a toser.
Su agonía quedó meridianamente clara al ver la mancha de sangre que tiñó el delicado pañuelo que sostenía entre las manos. El dolor de mi amigo le hizo compadecerse de él y olvidando la profesionalidad que siempre mostraba en el bufete, respondió:
―Si quieres un abogado, búscate a otro. ¡Yo soy tu amigo!
Tomando su tiempo, el saco de huesos que pocos meses antes era un destacado deportista, insistió:
―Exactamente por eso y porque eres el único en que confío, vengo a informarte que te he nombrado mi heredero.
Las palabras del recién llegado le parecieron una completa insensatez y por ello no tuvo que meditar para espetarle de malos modos:
―¡Estás loco! ¡No puedo aceptar! Tienes a Lidia y si no crees que se lo merece, todavía te queda tu madre…
Fernando no se esperaba que con una parsimonia que le dejó helado, Julio le rogara que permaneciera callado:
―Ninguna de las dos tiene capacidad para afrontar lo que se avecina y por eso, quiero pedirte ese favor. Necesito que una vez haya muerto, queden bajo tu amparo.
La rotundidad con la que hablo, diluyó parcialmente sus dudas y sin sospechar la verdadera causa de esa decisión y asumiendo una responsabilidad que no debía haber nunca aceptado, accedió siempre y cuando pudiera ceder en un momento dado la herencia a sus legítimas dueñas.
―¡Por eso no te preocupes! En el testamento, he dispuesto que de ser voluntad de Lidia o de mi madre el hacerse cargo de la herencia, esta pase automáticamente a ellas.
«No comprendo», rumió como abogado, «si les da ese poder, realmente y en la práctica, solo seré su albacea hasta que decidan que ellas se pueden valer por sí mismas».
En su fuero interno, Fernando creyó que lo que su amigo le estaba pidiendo es que le ayudara a que su esposa y su madre no hicieran ninguna tontería una vez fallecido y por ello, más tranquilo, aceptó ya sin ningún reparo. El enfermo al oír que su amigo accedía a tomar esa responsabilidad y haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban, le invitó a pasar ese fin de semana a su finca para que así tener la oportunidad de cerrar todos los flecos.
―Cuenta con ello― Fernando respondió y temiendo por el estado de Julio, únicamente cerró el trato con un ligero apretón de manos, debido a que hasta el más suave abrazo podía dañar su delicada anatomía.
Quedando que ese mismo viernes iría, le acompañó hasta un taxi. Mientras le veía marchar, no pudo dejar de pensar en lo jodido que estaba y que como uno de sus mejores amigos, no le pensaba fallar.

CAPÍTULO 2 ― VISITA A “EL VERGEL” Y ESO LE DEPARA NUEVAS SORPRESAS.

Tal y como habían acordado, ese viernes al mediodía Fernando Alazán cogió su coche y se dirigió hacia Montánchez, un pequeño pueblo de Cáceres donde estaba ubicada el cortijo de su cliente y amigo. Ya en la carretera de Extremadura y mientras recorría los trescientos kilómetros que separaban Madrid de esa localidad, se puso a recordar los tiempos en los que estando en la universidad, toda su pandilla tenía esa finca como refugio para sus múltiples correrías.
―Eran tiempos felices― concluyó al llegar a su memoria como siendo unos putos críos cada vez que querían hacer una fiesta un poco subida de tono, los seis amigotes invitaban a ese lugar cuanta incauta o puta se dejara.
Al rememorar una de esas reuniones, una anécdota sobresalió de sus recuerdos y muerto de risa, se acordó de la brutal metedura de pata de unos de esos colegas. El cual, con algunas copas de más, una tarde vio entrar a una espectacular rubia de unos cuarenta años y creyendo que Julio se había enrollado a una madura, se auto presentó diciendo que si el anfitrión no podía satisfacerla, pasara por su cama para que le diera un buen repaso.
«Pobre cabrón», sonrió ya que ese culito era Nuria, la madre de Julio y dueña de ese lugar.
El pobre muchacho al enterarse de ello, le pidió perdón pero totalmente abochornado por su falta de tacto, hizo las maletas y volvió a Madrid con el rabo entre las piernas.
«Eso fue hace diez años y el tiempo es cruel», se dijo interesado por vez primera en encontrarse con esa madura.
Si bien en aquella época Nuria tenía un polvo de escándalo, dudaba que se mantuviera tan atractiva como entonces.
«No tardaré en averiguarlo», concluyó mientras involuntariamente reducía la velocidad.
Lo supiera o no en ese momento, se veía con pocas ganas de enfrentarme tanto a ella como a Lidia, ya que por mucho que Julio le hubiese asegurado que tanto su mujer como su madre estaban de acuerdo con la decisión de dejarle a él al mando, no se lo terminaba de creer.
«Al menor problema, renuncio», sentenció no queriendo formar parte de un circo familiar y menos de las rencillas que tan extraño testamento a buen seguro acarrearían.
La soledad y la pesadez de la distancia, le permitieron también recordar distintos lances e historias que había compartido con Julio, desde las típicas borracheras de juventud a conquistas sexuales. Aunque su amigo siempre se había mostrado tradicional en ese aspecto, rememoró con especial satisfacción en que le descubrió con una hembra atada en su cama.
«Ese día, Julio de sorprendió», masculló divertido porque al verle entrar sin llamar, había supuesto que le iba a montar un escándalo pero en vez de hacerlo, se sentó sin ni siquiera echar una mirada a la zorra que yacía sobre el colchón y sonriendo, únicamente preguntó si podía mirar.
―Tú mismo― había contestado sin dejar de ocuparse de la insensata sumisa que llevada por la calentura, había accedido a que la inmovilizara.
«Ahora que lo pienso es curioso que a pesar de la forma tan rara en que Julio conoció mi faceta de dominante y que sin perder ojo fue testigo de esa sesión, al salir de la habitación jamás ha vuelto a mencionarlo», pensó mientras aceleraba.
Esa tarde, a las dos horas y cuarenta cinco minutos de salir de su oficina, llegó a las puertas del cortijo. Al entrar por el camino de tierra que daba acceso a la casa principal, le sorprendió gratamente comprobar que lejos de haber perdido su esplendor con los años, “El Vergel” hacía honor a su nombre y parecía un pedazo de edén colocado en mitad de la sierra extremeña.
Aunque no iba a ser el verdadero dueño de ese paraíso, el joven abogado tuvo que reconocer que se sentía feliz de descubrir el estado de sus campos. Al llegar al casón, esa primera impresión quedó refrendada al observar que conservaba la clase y belleza que tan buenos recuerdos me habían brindado.
Ni siquiera había aparcado cuando vio abrirse el enorme portón de madera y salir de su interior, tanto Lidia como su suegra. Si descubrir que la esposa de Julio seguía siendo el estupendo ejemplar de mujer que recordaba y que no había caído en una depresión le animó pero lo que realmente le encantó, fue comprobar que Nuria parecían no haber pasado los años y que aunque sin duda debía de rozar los cincuenta nadie le echaría más de cuarenta.
«¡Sigue siendo un monumento!» exclamó mentalmente al verla llegar enfundada con unos pantalones de montar que realzaban su trasero.
Su turbación se incrementó cuando ambas mujeres le recibieron con un cariño desmesurado y sin que pudiera siquiera sacar el equipaje del coche, le hicieron pasar adentro. Mientras Lidia le conducía del brazo a la habitación donde permanecía postrado su marido, la madre de su amigo iba delante. El que me fuera mostrando el camino le permitió admirar el movimiento de sus nalgas al caminar.
«¡Está impresionante!», sentenció mientras disimuladamente se recreaba en la rotundidad de los cachetes de la madura.
Su amiga debió percatarse del rumbo estaban tomando los pensamientos del joven porque pegándose él más de lo que la familiaridad de la que gozábamos permitía, dijo en voz baja:
―No parece tener cuarenta y nueve.
―La verdad es que no –respondió avergonzado que hubiese descubierto el modo en que la miraba y tratando de ser educado, quiso arreglarlo por medio de un piropo: ―Sigue siendo muy guapa pero la que está cañón eres tú.
Lidia al oírlo, soltó una carcajada y pasando al interior del cuarto de su marido, le llevó a su lado. Desde la cama, Julio con aspecto cansado preguntó el motivo de su risa y su esposa sin cortarse ni un pelo respondió:
―Fernando , mientras le miraba el culo a tu madre, me ha dicho que estoy guapísima.
Si de por sí el que su íntimo amigo se enterara de ese error era duro, mucho más lo fue ver que Nuria se ruborizaba al escuchar que le había estado examinando con mi mirada esa parte tan sensible de su anatomía. Cuando ya estaba a punto de buscar una excusa, Julio respondió:
―Siempre ha tenido buen gusto― y haciéndoles señas, le pidió que nos dejaran a solas.
En cuanto se quedaron solos en la habitación, el enfermo le llamó a su lado y con voz quejumbrosa, le fue detallando los aspectos esenciales de su herencia. Haciendo como si estuviera interesado, Fernando Alazán escuchó de sus labios que no solo tenía esa finca sino una cantidad de efectivo suficiente para que ninguna de las dos mujeres, pasara nunca ningún tipo de peNuria.
Dada su experiencia, al explicarle las medidas que había tomado para asegurar un modo de vida elevado a cada una de las dos, el letrado estaba confuso porque pensaba que no tenía ningún sentido que le nombrara heredero porque Julio lo había previsto todo.
Por ello y aun sabiendo que podía perder un buen negocio, preguntó:
―Julio, no entiendo. Tu madre y tu esposa no me necesitan. ¡Pueden valerse por ellas solas!
―¡Te equivocas! Aunque nunca hayas siquiera sospechado nada, tengo un secreto que compartir contigo…
El tono misterioso que adoptó al decírselo, le hizo permanecer callado mientras tomaba un sorbo del vaso que tenía en su mesilla. Esos pocos segundos que mediaron hasta que volvió a hablar se hicieron eternos al imaginarse unas deudas de las que no hubiera hablado. Ni siquiera sus años de ejercicio le prepararon para lo que vino a continuación y es que, con una sonrisa en sus labios, el enfermo bajó su voz para susurrar en su oído:
―Durante cuatro generaciones, todas las mujeres de mi familia han sido sumisas y por lo tanto han necesitado de un amo que las dirigiera. Al morir mi padre me legó a su mujer y ahora cómo no tengo descendencia, quiero que tú me sustituyas con mi madre y con Lidia.
Solo el dolor que se reflejaba en los ojos de su amigo evitó que creyera que era broma y pensara que le estaba tomando el pelo. Aun así, no pudo más que pensar que la enfermedad había hecho mella en su mente y que Julio no era consciente de lo que había dicho. Suponiendo que era un desvarío decidió cambiar de tema pero Julio cogiendo su mano insistió diciendo:
―Necesito que te hagas cargo de ellas. Solo tú sabes lo que significaría que de pronto se vieran sin alguien que las dirija… ¡podrían caer en manos de un desaprensivo!
Esas palabras le hicieron pensar que de ser ciertas, el moribundo tenía razón en estar preocupado porque dos sumisas sin dueño era una presa fácil y si como era el caso eran un espectáculo de mujer, abría cola esperando que Julio muriera para tomar su lugar.
―Tenemos tiempo para discutir sobre ello― contestó y quitando hierro al asunto, en plan de guasa, comentó: ―No creo que nos dejes durante este fin de semana.
Tanta emoción pasó su factura al esqueleto andante que yacía sobre las sábanas y cerrando los ojos, pidió que le dejara descansar.
En ese momento, ese desvanecimiento fue recibido por Fernando con alegría porque lo último que le apetecía era seguir con esa conversación y por ello, despidiéndose de su amigo, salió de su habitación mientras intentaba sacar de su mente el supuesto secreto que le había sido revelado.
«Pobre, la enfermedad le está haciendo delirar», sentenció con el corazón en el puño.

CAPÍTULO 3.― ADMIRANDO A SUS ANFITRIONAS

Al no encontrar ni a Lidia ni a su suegra por ninguna parte, buscó la habitación que le habían reservado. Como Nuria le había dicho que se iba a quedar en el cuarto de al lado de la piscina y aunque llevaba muchos años sin estar en “El Vergel”, no tuvo problemas en orientarse, por lo que no le costó encontrarlo.
Ya dentro, se percató que lo habían reformado y que donde antiguamente había una serie de literas, se hallaba una enorme cama King Size.
«Voy a dormir cojonudamente», se dijo a si mismo mientras buscaba por la estancia su equipaje.
Para su sorpresa, alguien se había ocupado de deshacer su maleta y halló sus pertenencias, perfectamente ordenadas en uno de los armarios. Sin nada mejor que hacer decidió que le vendría bien darse un baño, sacando de uno de los cajones su traje de baño, se lo puso y salió al jardín.
Curiosamente nada más cerrar la puerta, escuchó voces al otro lado de la barda de separación de la piscina y reconociendo que eran sus anfitrionas, las saludó avisando de su llegada.
Ambas le devolvieron el saludo con alegría pero fue la madre de Julio, la que viniendo hacía él, le dio la bienvenida con un beso en la mejilla como si no se hubiesen visto en mucho tiempo.
«¿Y esto?», se preguntó extrañado pero sobre todo preocupado por si Nuria o su nuera se hubiesen percatado del modo en que involuntariamente se había quedado prendado con el cuerpo que lucía la madura.
«¡Menudo polvo tiene la condenada!», reconoció para sí al contemplar el movimiento de los descomunales pechos de la señora.
Y es que a pesar de ya saber que esa rubia se conservaba estupendamente, al verla en bikini constató sin ningún género de duda que la cuarentona se mantenía en forma y donde me esperaba ver una tripa incipiente o al menos unas cartucheras, se encontró con un estomago plano y un culo de fantasía.
«¡Mierda!», masculló entre dientes al advertir que se había quedado con la boca abierta al contemplarla y haciendo un esfuerzo, retiró sus ojos de ese cuerpo que cualquier veinteañera envidiaría y querría para sí.
Confundido y sin saber qué hacer, dejó que la madre de Julio le condujera hasta una tumbona. Al hacerlo, Fernando se permitió echarle un vistazo a la nuera que nadaba ajena a que la estaba observando y a regañadientes, reconoció que siendo completamente distinta no sabía cuál de las dos era más atractiva.
―¿No te vas a bañar con el calor que hace?― preguntó la madura con una entonación que provocó que hasta el último de sus vellos se erizaran, al reconocer una especie de súplica más propia de una de sus conquistas que de la progenitora de su amigo.
―Deja que me acomode y voy― contestó sin dejar de mirar la seductora imagen que le estaba regalando Nuria en ese instante.
La cuarentona sonrió y en plan coqueta se tiró al agua mientras el joven intentaba olvidar los pechos y las redondas caderas que llevaban siendo su obsesión desde niño.
«La culpa es de los desvaríos de Julio», meditó avergonzado al darse cuenta que bajo su pantalón, crecía desbocada su lujuria, «me ha puesto cachondo con sus locuras».
No se había repuesto del calentón cuando su turbación se incrementó hasta niveles insoportables al admirar la sensual visión de Lidia saliendo de la piscina.
«Joder, ¡cómo estoy hoy!», maldijo para sí al contemplar la impresionante sensualidad de la mujer de su amigo y es que a pesar de ser más plana y menos exuberante que su suegra, esa morena era una tentación no menos insoportable.
Pero lo que realmente le avergonzó a Fernando fue comprobar que Lidia se había puesto roja como un tomate al sentir el roce de su mirada sobre sus pechos. Saberse descubierto le abochornó pero lo que hizo saltar todas sus alarmas, fue descubrir qué los pezones de la morena se le había puesto duros como piedras.
Lleno de pavor, se tiró al agua esperando quizás que un par de largos en la piscina calmaran la excitación que nublaba su mente. Desgraciadamente cuando ya iba a salir de la piscina, vio a Nuria quitándose el cloro por medio de una ducha. Al contemplar a esa madura se creyó morir porque la tela de su bikini se transparentaba dejando entrever el color de sus aureolas.
«¡Coño! ¡No puedo salir así!», protestó mentalmente al sentir la erección de su sexo.
Para evitar que sus anfitrionas advirtieran la tienda de campaña de su traje de baño, cogió una toalla y haciendo como si se secaba, tapó con ella sus vergüenzas mientras se acercaba a donde Lidia estaba tumbada.
Supo que a esa morena no le había pasado inadvertido su problema cuando con una pícara sonrisa, le pidió que le trajera una cerveza. Creyendo que eso le daba la oportunidad de alejarse sin que se notara, se acercó a la barra de bar y sacó tres botellas. Rápidamente se dio cuenta del error, porque al mirar atrás advirtió que suegra y nuera disimulando con una charla, no perdían comba de lo que ocurría entre sus piernas. Alucinado por ser el objeto de ese escrutinio, decidió disimular y hacer como si no hubiese enterado de lo lascivo de sus miradas.
«¿Estas tipas de qué van?», se preguntó mientras les hacía entrega de sus bebidas.
Su vergüenza se trastocó en cabreo cuando Nuria, mirando fijamente su paquete, comentó a la esposa de su hijo que al fin comprendía el éxito de Fernando con las mujeres.
―Mi marido siempre ha dicho que es el mejor armado de sus amigotes― la morena contestó sin dejar de esparcir la crema por sus muslos.
Esa conversación sobre sus atributos molestó de sobremanera a Fernando que decidido a castigar la osadía de ambas, les devolvió el piropo diciendo:
―En cambio yo he tenido que veros en bikini para darme cuenta del culo y de las tetas que tenéis porque Julio se lo tenía bien callado.
Esa táctica le falló porque Nuria al oír la burrada, se acomodó en la silla y exhibiendo sus enormes pechugas, se puso a untarlas con bronceador mientras preguntaba:
―Tenemos los pechos muy diferentes, ¿cuáles te gustan más?
En la mente del joven abogado se entabló una lucha a muerte entre la vergüenza que sentía por la pregunta y el morbo que le daba quién se la había hecho. No queriendo quedar cómo un cretino y menos cómo un salido, prefirió mantenerse en silencio y no contestar. Desgraciadamente, Lidia envalentonada por el éxito de su suegra, decidió poner su granito de arena. En silencio se levantó de su tumbona y acercándose hasta donde estaba su víctima, empezó a bailar mientras le decía:
―Nuria las tiene más grandes pero yo tengo un trasero más bonito. ¿No es verdad?
Pálido ante el descaro de esa dos, comprendió que debía huir si no quería seguir siendo el pelele en el que descargaran sus golpes y sin importar la protuberancia que lucía bajo el traje de baño, tomó rumbo a su cuarto mientras a sus oídos llegaban las risas de sus anfitrionas.
«¿Sumisas? ¡Una leche! ¡Parecen unas perras en celo!», pensó mientras cerraba la puerta tras de sí…

Relato erótico: “San Jorge y el Dragón” (POR OMNICRON)

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La caballero de la Sagrada Orden de los Portadores del Estandarte, Jorgina, miró a su alrededor sin terminar de creerse lo que estaba sucediendo. Su caballo, asustado ante la presencia del dragón, se había desbocado y la había derribado al suelo antes de huir al galope. Aturdida, la joven mujer sentía la pesadez de la cota de malla sobre su camisola, el calor agobiante del sofocante mediodía de Cirene, y sobre todo, el abrasador aliento de la bestia sobre ella. Pero su primer impulso fue pellizcarse para descartar que no se hallase en un espantoso sueño ante lo que contemplaban sus desorbitados ojos.

Desde la escamosa cintura de la criatura brotaba lentamente un enorme y venoso falo rojo, que parecía apuntarla amenazante, como una lanza de carne. Como hipnotizada, Jorgina permaneció paralizada contemplando aquella pulsante y gruesa verga que se acercaba peligrosamente hacia ella. El terror la invadió, rompiendo aquella fascinación morbosa y se giró para aferrar su espada, pero la bestia la sujetó rápidamente entre sus garras y se tendió sobre ella para evitar que pudiera incorporarse.

El dragón era una criatura verde de unos tres metros, un monstruo horrible escapado de una horrorosa pesadilla, con una larga y escamosa cola y dos alas membranosas. Debía ser extremadamente fuerte ya que había despedazado sin mucho esfuerzo a los otros dos caballeros que, junto a Jorgina, habían acudido a rescatar a la princesa de las garras del dragón. La aterrorizada joven pensó que iba a ser la siguiente en morir cuando la bestia se había detenido y había olisqueado en su dirección. Jorgina, totalmente confundida, no sabía qué sucedía hasta que había visto surgir aquella inmensa verga, reluciente de viscoso líquido preseminal y con la que parecía dispuesto a empalarla.

http://img834.imageshack.us/img834/3688/u2jv.png

-Dios misericordioso… no… no te atrevas, bestia del avern…

Pero aquel terrorífico ser parecía ajeno a las súplicas de la muchacha. Con una garra levantó los faldones de ésta y desgarró su camisola hasta revelar el sexo de Jorgina, ajeno a sus impotentes gritos. Aquella aborrecible criatura abrió los muslos de la joven, dejando al aire su delicado y desprotegido sexo, abierta de piernas como una impúdica ramera de una vulgar taberna de baja estofa.

-¡En el nombre de Dios, nooo! ¡Nooooo…. Iiiieeaaarrrggghhh!

Jorgina cerró los ojos de agonía al sentir cómo aquella gigantesca verga se posaba en la entrada de su sexo y, acto seguido, con un par de empellones, se clavaba hasta el fondo de sus esponjosas entrañas, invadiéndola por dentro de su ser.

La muchacha cayó al suelo, desmadejada como una muñeca a la que han cortado las cuerdas mientras gemía lastimeramente ante las violentas embestidas de la bestia. Las paredes de su sexo se ensancharon increíblemente, rellenas por la gruesa verga del dragón.

-Padre… perdonadme… os he… fallado…

Jorgina perdió la conciencia ante el espantoso dolor en su interior.

********************

Jorgina miró a su alrededor, completamente desorientada. De repente estaba en Capadocia, en su Armenia natal, junto a su padre, el barón de Genertela. Todo era más grande, hasta que comprendió, con algo de vergüenza, que era ella la que era más pequeña; no debía tener más de diez años. ¿Sueños? ¿Recuerdos? No tenía importancia. La alegría desbordó su corazón al poder contemplar de nuevo a su padre. Pero permaneció en silencio. La mirada de su progenitor era profunda y triste. Su hermana mayor le había explicado que su pesar se debía a que no había engendrado más que hembras, que ningún varón perpetuaría su linaje, que ninguno de sus hijos portaría las armas de los caballeros sirviendo a Su Señor Jesucristo y al Rey.

Jorgina, una niña pequeña, no lo entendió muy bien, pero se juró a si misma que ella sería nombrada caballero y que traería gloria y honor a su padre y a la Casa de Genertela.

Los años transcurrieron con rapidez hasta que, en su decimosexto cumpleaños, la muchacha cortó su pelo rojizo hasta dejarlo como el de un chico, se apropió de un caballo, un jubón de cuero y una espada y escapó de su hogar, en busca de gloria, anhelando que su padre pudiera sentirse orgullosa de sus hijas.

Jorgina trotó al galope, el viento azotando su rostro, sintiéndose viva y libre por primera vez en su vida. Una punzada de miedo atenazaba débilmente su corazón, pero esa vocecilla quedaba ahogada por la inmensidad de la aventura que se presentaba ante ella.

Pronto la dura realidad se encargó de golpearla.

-¿Cuál es tu nombre, chico?

-Jor… Jorge. –La muchacha intentó que su aguda voz sonara ruda y masculina.

El hombre ante ella, encargado del reclutamiento para los caballeros de la Sagrada Orden de los Portadores del Estandarte, la observó con fijeza. Jorgina intentó soportar la escrutadora mirada con estoicismo, pero no pudo evitar sonrojarse. Apartó la mirada a otro lado, a las frías paredes de piedra de la estancia en la que se encontraba.

-¿Crees que esto es un juego?

-Per… ¿perdón?

-Desnúdate.

-¡¿Cómo?!

-Ya me has oído. ¿Quieres ser un caballero? Desnúdate.

Jorgina se mordió el labio, sus ojos llenos de lágrimas. Sabiéndose descubierta, no atinó a otra cosa que obedecer a aquel rudo hombre de mirada amenazante. Temblando, se deshizo de su jubón de cuero hasta quedar con su camisola de tela.

-Completamente. No tengo todo el día.

La muchacha acató la orden, con sus mejillas rojas como el corto pelo sobre su cráneo por la vergüenza, contrastando con su pálida piel pecosa. Ante los ojos del hombre quedaron sus redonditos pechos, sus deliciosas caderas y sus sensuales nalgas. Jorgina estaba petrificada. Sólo atinaba a cubrir la desnudez de su sexo con sus manos.

-Lo que me figuraba. Una chiquilla.

Jorgina no contestó. Supo que de hacerlo su voz se quebraría en sollozos.

-No eres la primera que lo intenta. El hambre hace estragos y no diferencia entre hombres y mujeres. Supongo que el dinero de la soldada es demasiado tentador para mucha gente. Pero la Sagrada Orden de los Portadores del Estandarte no acepta mujeres entre sus filas. Has tenido suerte de dar conmigo. Otro hermano más inflexible podría haberte hecho quemar por herejía.

-Yo… yo…

-Vamos, chiquilla, vete a tu casa, con tus padres o tu novio a que cuiden de ti. La guerra no es cosa de mujeres.

-¡Yo quiero entrar en la Orden! ¡Quiero ser una caballero! –La voz de Jorgina fue poco menos que un chillido.

El hombre pareció a punto de estallar en carcajadas. Luego observó a Jorgina con una mirada insondable.

-Bueno… Lo cierto es que yo podría hacer la vista gorda. Necesitamos guerreros, todos los que podamos. Estamos mandando un contingente de guerreros a África, tierra de infieles. Según parece, las pérdidas entre nuestros hombres son muy numerosas y es necesario reponerlos a gran velocidad.

La muchacha tragó saliva, visiblemente asustada.

-¿Estás segura de querer ser un escudero de la Sagrada Orden? ¿Quieres viajar a tierras inhóspitas y peligrosas donde acecha la muerte?

-S… Sí.

-No te he oído, niña.

-Sí… ¡Sí!

-Tienes valor, no hay duda. Como ya he dicho, yo podría hacer la vista gorda. Con un poco de suerte, nadie se daría cuenta de tu sexo. Pero nadie da nada por nada. También puedo avisar a los guardias de ahí fuera para que te den una paliza y te echen a la calle. Pero no tenemos por qué ser tan desagradables, ¿verdad? Yo te rasco la espalda y tú me rascas la mía. ¿Me entiendes?

-Sí… -Jorgina no comprendía realmente lo que decía aquel hombre, pero parecía que tenía una oportunidad para poder ser caballero.

-Perfecto. Veamos qué tal la chupas, preciosa.

El hombre bajó sus calzones de lino y reveló una enhiesta verga.

-Adelante, mámala.

Jorgina quedó paralizada, sin saber cómo reaccionar. No era la primera vez que veía un sexo masculino. Sus hermanas y ella habían ido muchas veces a la laguna del Bosque Oscuro a espiar a los muchachos del pueblo que acudían allí a nadar. La primera vez, ella se quedó embobada contemplando cómo uno de los jóvenes se desvestía completamente antes de arrojarse al agua. Jorgina había sentido un pecaminoso hormigueo por su vientre y sus muslos al contemplar aquella zona masculina desconocida y había sentido un inmenso placer cuando posó sus dedos en su vagina.

Pero aquello era bastante diferente a tener un grueso falo a escasos centímetros de su rostro. Jorgina dudó. Su educación de alta alcurnia se rebelaba contra la sola idea de que el miembro viril de un plebeyo rozara siquiera su piel. Pero por otra parte, se sentía extrañamente excitada ante aquel rudo hombre que, aunque no fuera apuesto, tenía un aire canallesco cautivador. Y además, estaba el juramento que se había hecho a sí misma. Si quería ser una mujer caballero, no le quedaba otra opción.

Jorgina abrió la boca y sintió la calidez de la verga del hombre, paladeando contra su lengua y saliva. Una punzada de remordimientos cruzó su mente. Por un momento, pudo ver al párroco de Genertela señalando el infierno al que iba a ser condenada por los pecados de la lujuria, pero lo cierto era que su sexo había comenzado a encharcarse.

El pene en su boca estaba caliente y húmedo. Jorgina escuchó al hombre gemir al sentir sus labios alrededor de su falo.

-Vamos, sigue así, lo estás haciendo muy bien.

La muchacha se sintió extrañamente orgullosa de oír eso y aceleró un poco sus lametones. Sentía en sus labios la lisura del glande, la rugosidad del tronco e incluso el vello, que la hizo cosquillas en la nariz. Un pensamiento se abrió paso en su cabeza, como si fuese una escena que observaba desde fuera: ella, Jorgina, la hija del barón de Genertela tenía la boca llena de verga.

Los gemidos del hombre se aceleraron y Jorgina tosió cuando el hombre empujó su cabeza con sus manos, hasta casi ahogarla al entrar su verga hasta su garganta. A la vez, la muchacha notó el pene latir y vibrar. Varios chorros de la caliente esencia del hombre golpearon como latigazos su campanilla. Jorgina empujó su pubis para respirar, y al hacerlo, el falo del hombre escapó de su boca sin dejar de descargar, como un surtidor de esperma. La espesa leche del jadeante hombre manchó su nariz, sus mejillas e incluso su bermejo pelo corto, en nuevos disparos abundantes.

-Bufff… fabuloso, lo has hecho muy bien, pequeña. Y un trato es un trato.

El hombre garrapateó unas letras en el libro que había sobre la mesa con una escritura basta y deslucida y contempló sonriendo a la muchacha.

-Bienvenido a la Sagrada Orden de los Portadores del Estandarte… hermano Jorge.

********************

La vida en la Orden fue muy dura. Entrenamiento marcial constante, aposentos espartanos, muy alejados de las lujosas estancias a las que Jorgina había estado acostumbrada en el palacio de Genertela, escasas raciones de comida insípida y el miedo constante a ser descubierta. Jorgina había tenido que ajustarse una apretada cinta alrededor de sus pechos para disimular las curvas de sus senos y debía andar con mil ojos para no coincidir desnuda con ninguno de sus hermanos de armas. Se las tuvo que arreglar para lavarse y asearse cuando estuviera sola. Jorgina lo pasaba especialmente mal durante sus menstruaciones.

Durante los largos meses de instrucción, la muchacha evitó intimar con sus compañeros, manteniéndose apartada de la mayoría. Y lo consiguió la mayor parte del tiempo.

Una noche, cerca de las tiendas de campaña del puesto de avanzadilla en las montañas a la que habían partido de maniobras, la muchacha contemplaba el cielo estrellado, preguntándose si sus padres y sus hermanas, a cientos de kilómetros de allí, estarían viendo sobre sus cabezas las mismas estrellas que ella.

De pronto, un gemido ahogado la sacó de sus cavilaciones. Parecía provenir de una de las tiendas de campaña.

Con curiosidad, Jorgina se asomó, deslizándose en silencio intentando hacer el menor ruido posible. Su boca quedó abierta como una pasmarote ante lo que vio.

En la penumbra de la estancia, tres muchachos se besaban y abrazaban a conciencia. Dos de ellos estaban completamente desnudos, y el tercero parecía que le quedaba poco para estarlo también. Jorgina les reconoció con dificultad. Eran tres de los hermanos de armas, escuderos como ella que en breve serían armados caballeros.

Uno de ellos, de tez morena y unos grandes ojazos negros, incrustó la boca en otro de los chicos, uno pálido y rubio, devorándolo a besos, mientras sus manos parecían perderse en la entrepierna de éste, aferrando una gruesa verga y moviéndola lentamente de arriba a abajo. Jorgina no perdió detalle de la escena. El otro muchacho, un chico fuerte y algo grueso de pelo castaño, besó la espalda del moreno, mientras su boca bajaba más y más. Los gemidos de placer enardecieron a la muchacha, quien no pudo evitar sentirse muy excitada.

¿Aquello era posible? Aquellos eran tres varones y parecían estar haciendo el amor entre sí. Jorgina creyó recordar al sacerdote de Genertela hablando sobre el pecado nefando de la sodomía y su condena al séptimo infierno, pero aquello no tenía sentido. Lo que hacían esos muchachos era bello y hermoso y sintió un cosquilleo en los labios de su sexo junto a una creciente humedad.

Jorgina se mordió el labio inferior para no gemir al deslizar dos dedos en su sexo. Cerró los ojos y, cuando volvió a abrirlos, pudo ver los ojos del muchacho de cabellos castaños clavados en ella. Tuvo que llevar su mano a la boca para no chillar de la sorpresa.

Antes de atinar a escapar, el muchacho se hallaba junto a ella. La muchacha recordó entonces su nombre, Gabriel. El joven habló, con algo de temor en su voz.

-Eres Jorge, ¿no? No irás a contarle esto al capitán, ¿verdad? No estábamos haciendo nada malo. La semana que viene seremos armados caballeros y probablemente nos separen a todos. Algunos iremos a El Aram, otros a Arabia, otros a Europa, otros quién sabe dónde. Puede que no volvamos a vernos nunca. No creo que esté mal despedirnos y divertirnos un poco a la vez, ¿verdad?

El muchacho entrecerró los ojos, percibiendo la azorada mirada de Jorgina y el rubor en sus mejillas. La muchacha no se atrevió a hablar para que su voz no la traicionase. Una sonrisa ladina se formó en la boca de Gabriel.

-Además, Jorge, creo que te estaba gustando lo que estabas viendo…

-Yo…

En broma, el muchacho llevó una mano a la entrepierna de Jorgina, con la intención de tocar la más que probable erección del que pensaba era un chico.

-Ya lo creo que sí… ¡Joder!

Los otros dos muchachos se envararon ante la exclamación de su compañero.

-¿Por qué gritas? ¿Qué pasa?

-¡Que Jorge no tiene polla!

-¿Pero qué coño estás diciendo, Gabriel? ¿Estás loco?

Jorgina intentó levantarse y escapar de la tienda, pero antes de poder hacerlo, Gabriel se había abalanzado sobre ella y la retenía con su peso. Los otros dos muchachos llegaron enseguida y la sujetaron.

-¡Soltadme!

-Chisss… Cállate o nos van a descubrir a todos. No te vamos a hacer daño.

Los tres chicos bajaron los calzones de Jorgina y quedaron embobados contemplando su entrepierna.

-¡Joder, es verdad! No tiene polla. ¿Cómo es posibl…?

-No seáis tontos. – dijo el muchacho moreno. -Jorge es una chica.

-Pero eso es imposible, Miguel. ¡Las Órdenes de Caballería no dejan entrar a mujeres!

Incrédulo, el muchacho rubio incluso toqueteó con dos dedos el sexo de la chica, arrancando un gemido a la muchacha. Luego miró sus húmedos dedos.

-Blueeggghhh… está pegajoso.

-Por favor… soltadme…

-¿Eres una chica?

A Jorgina casi le había dado el hipo de la vergüenza y miedo. Apenas pudo asentir con la cabeza.

-Nunca había visto tan de cerca lo que tienen las chicas entre las piernas. Está completamente encharcado. ¿A qué sabrá?

Gabriel, vacilante, lamió el sexo de Jorgina primero con aprensión y luego con más confianza. La muchacha no pudo evitar gemir.

-¿Qué pasa? ¿Te he hecho daño?

-N… No…

-¿Te gusta? ¿Quieres que siga?

Jorgina, sonrojada, asintió. La lengua del muchacho se perdió entre los pliegues de su sexo, proporcionándola más placer del que creía posible. Echó su cabeza hacia atrás, arqueando la espalda hasta que parecía que iba a romperse. Como si estuviera soñando, pudo ver a los otros dos chicos besándose entre ellos antes de tenderse junto a ella y besar sus muslos y cuello. Desde luego, si la lujuria era pecado, Jorgina pensó que estaba condenada al más negro de los infiernos.

-¿A qué sabe, Gabriel?

-No sé… Raro.

El muchacho rubio se desembarazó de su calzón, con tanto ímpetu que golpeó ligeramente con su pene las mejillas y la nariz de la muchacha, embadurnado su ya sudado rostro de líquido preseminal.

-¿Te gustaría chupar mi polla, Jorge?

La muchacha no se hizo de rogar y engulló con avidez el pene del chico. Gimió, una mezcla de queja y placer cuando sintió cómo unas manos la desnudaban de su camisola y el vendaje que ocultaba sus pechos y unos dedos inquisitivos retorcían sus pezones. Completamente atontada por el ardor de sus sentidos y la inspección a la que se veía sometida, Jorgina vio cómo el muchacho moreno hundía lentamente su pene en el ano de Gabriel sin que éste dejara de lamer su sexo, sodomizándole dulcemente. Aquello fue demasiado para ella. La excitó tanto que los flujos brotaron como si fuera una fuente, manchando el rostro del muchacho, mientras ella gemía inconteniblemente.

-Vamos, chicos, que no se diga.- Susurró el muchacho de pelo rubio. –¡Vamos a hacerla gozar!

Los chicos no la dieron tregua. Sin poder ver de quién era, la verga de uno de los jóvenes atravesó su encharcada gruta. Una punzada de dolor la indicó que acababa de perder su virginidad, pero pronto quedó abrumada por el placer. Sin apenas darse cuenta, Jorgina se encontró meneando las caderas de forma instintiva, facilitando la penetración. Unos instantes después, se convulsionaba por el éxtasis. Tuvo que morder su mano para no gritar cuando su propio culo engulló golosamente el falo de uno de los chicos.

La chica bermeja perdió la noción del tiempo mientras las vergas exploraban sus intimidades, empeñadas en darle placer. Un pene se posó en sus labios y Jorgina lo lamió. Saboreó un fuerte sabor a ano; puede que fuera su propio sabor, pero probablemente se tratara del aroma del ojete de uno de los otros chicos pues, aún en ese momento, Jorgina pudo contemplar cómo el chaval más moreno, Miguel creía recordar, abría el ano del chico rubio y le ensartaba mientras ella chupaba la verga de éste.

Los ataques se sucedieron, como si se tratara de tres caballeros rampantes que asediaban una fortaleza, la cual, ante el vigor y poderío de los envites, se veía obligada a capitular y rendirse ignominiosamente, quedando a merced y capricho de los sitiadores. Los arietes penetraban, ahora por boca, ahora por vagina, ahora por ano. Y cada uno de ellos arrancaba un gemido de placer a la pelirroja, que perdió la cuenta de los orgasmos que alcanzó. Tras un tiempo incalculable, los tres chicos fueron descargando su espeso puré en sus tres agujeros, inundando sus entrañas de esperma.

Jorgina cayó al suelo desmadejada, como una muñeca rota, empalada por los tres lujuriosos muchachos, totalmente empapada en la caliente esencia de ellos. Apenas fue consciente de cómo los chicos la levantaban delicadamente, la vestían como pudieron y la llevaban hasta su camastro de la tienda comunal, donde la acostaron antes de besarla e irse.

Una semana después de aquel placentero incidente, las proféticas palabras de Gabriel se hicieron realidad. Los Altos Señores del Capítulo de la Orden consideraron que los muchachos ya estaban suficientemente formados en las artes de la guerra. Los escuderos fueron ordenados caballeros y se les envió a varios destinos. Jorgina sintió una tristeza que le atenazó el estómago cuando comprobó que los muchachos fueron destinados a Europa y a ella se le destinó a El Aram, a luchar contra infieles y paganos.

Jorgina, desde la cubierta del barco que zarpaba a su destino, agitó la mano para despedir a los muchachos que contemplaron afligidos cómo el navío de la muchacha desaparecía por el horizonte. Nunca volvería a verlos.

El Aram. El calor del desierto era abrasador y el peligro se ocultaba en todas partes. Muchos jóvenes caballeros morían asaeteados por una flecha disparada desde las dunas, por la picadura de un traicionero escorpión o por las fiebres o insolaciones del inclemente país. Las semanas se convirtieron en meses y los meses en años.

Jorgina se había enrolado en la Orden de Caballería buscando honor y gloria. En El Aram no encontró ni lo uno ni lo otro. Sangre, dolor, fanatismo, muerte y destrucción por ambos bandos. Carnicerías sin sentido por cuestiones religiosas indescifrables. Cada noche, rezaba a Dios para que aquello se detuviera, pero ningún ser sobrenatural respondía a sus plegarias.

La idea de desertar fue tomando fuerza en la mente de Jorgina. Y sólo un motivo le hacía desistir: la deshonra que supondría para su padre.

Y así transcurrieron los días hasta que Jorgina y otros dos caballeros fueron enviados a investigar un extraño rumor: una bestia legendaria, un dragón, había raptado a una princesa de un poblado aliado y amenazaba con devorarla.

Jorgina creyó que se trataba de cuentos de viejas, una leyenda sin ningún fundamento… Hasta que vio al dragón.

********************

-Padre… perdonadme… os he… fallado…

Jorgina chilló al sentir cómo el terrorífico falo de la bestia se hundía de nuevo en sus entrañas y se sorprendió cómo era que semejante verga no la rompía por la mitad. Apenas tuvo fuerzas para gemir mientras el dragón vaciaba su caliente esencia en sus entrañas. Pero, a pesar de haber eyaculado, aquel ser no parecía dispuesto a terminar la cópula. De nuevo, la joven sintió aquella monstruosa verga hundirse en su esponjoso interior, empalándola cruelmente.

Cuando Jorgina pudo abrir los ojos, aterida por el dolor, pudo distinguir una figura oscura que se cernía sobre la bestia y sobre ella. Escuchó un gruñido cuando aquella silueta, sujetando una lanza, descargó un golpe contra la cabeza de la criatura. El dragón chilló desgarradoramente y la mujer vio que la lanza había atravesado su ojo derecho.

-Muere, bestia inmunda, muere de una maldita vez… -Una voz femenina rugía de furia.

El monstruo se agitó en convulsiones hasta dejar de moverse definitivamente.

Jorgina contempló desorientada a su salvadora. Se trataba de una mujer joven que portaba un lujoso vestido hecho jirones. Era muy bella, de cabellos oscuros y tez morena, con un aire salvaje y desafiante. Tardó en darse cuenta de que era la princesa que el dragón había raptado.

-M… mi señora… yo…

La mujer caballero enrojeció, consciente de la imagen que debía estar mostrando. Mechones de su cabello bermejo escapaban de su cofia de malla, su rostro empapado de su sudor y del semen de la criatura. Sus faldones desgarrados mostrando su escocido sexo enrojecido, del que escapaban regueros del espeso puré de la bestia, resbalando por sus desnudos muslos.

-Eres una mujer. –La voz de la princesa mostraba un cierto tono de incredulidad.

Jorgina contempló su propio sexo. Era absurdo negar lo evidente.

-S… Sí.

-Tenía entendido que los caballeros no admitían mujeres entre sus filas. Bueno, de todas formas, muchas gracias por acudir a salvarme. Mi nombre es Yaiza.

-¡Oh! –Jorgina enrojeció aún más. –Mi nombre es Jorge… Jorgina… Y soy yo quien debe daros las gracias. –Jorgina gimió de dolor al intentar incorporarse y arrodillarse. La princesa la agarró por un hombro para impedírselo. –Mis malogrados compañeros y yo acudimos a salvaros y sois vos quien me habéis salvado.

-Me diste el momento que necesitaba para poder acabar con el monstruo. Ese dragón hijo de una hiena me ha estado violando durante dos largos días. Fue providencial que llegases. No creo que hubiera podido aguantar más antes de que me reventase.

-Yo… -Jorgina se sonrojó. –Tenéis razón. La Sagrada Orden de los Portadores del Estandarte no permite a mujeres. Yo quería… honrar la Casa de mi padre. Y sólo he logrado acabar… violada por un dragón.

-Eres una mujer valiente, Jorgina. Si fueras un hombre, mi padre insistiría en que te casaras conmigo. –La princesa guiñó un ojo descaradamente a la mujer caballero, que no pudo evitar ruborizarse. –Escúchame. Haremos un trato. Si mi padre se enterase que he perdido la virginidad, no me podría desposar con ningún noble y dejaría de tener valor para él. Y soy la primogénita, no quiero perder mi posición entre mis hermanas antes de que muera mi padre. Así que ambas guardaremos silencio sobre tu verdadero género y lo que ha sucedido realmente. Diremos que tú, Jorge, un valiente caballero, acabaste con el dragón y que me rescataste. ¿Qué te parece?

Jorgina guardó silencio, sin saber qué decir.

-Imagínate. Jorge y el Dragón. Se escribirán leyendas sobre ti. Tu padre estará orgulloso.

-¿De…de verdad?

********************

Las leyendas cuentan que, poco después, Jorgina pudo regresar hasta Genertela y reencontrarse con su padre, destrozado por su marcha. Ambos lloraron cuando se vieron y el barón dijo a su hija que el honor de su Casa no le importaba nada comparado con la vida de su hija. Que ya estaba orgulloso de ella antes de que escapase y que las órdenes de caballería, el honor y la gloria se podían ir al infierno si con ello podía estar con su hija. Jorgina lloró, abrazada a su padre, y nunca en su vida fue tan feliz.

Cientos de años más tarde, el beato Jacobo de la Vorágine escribía su famosa “Leyenda Dorada”, la colección más importante de las vidas y leyendas de los santos. El beato sonrió entusiasmado mientras pensaba en las leyendas que había recopilado. Jacobo mojó su pluma en el tintero antes de comenzar sus elegantes trazos sobre el papiro. “San Jorge y el Dragón”.

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omicron_persei@yahoo.es


Relato erótico: “la manada” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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este es mi relato tercero de porno terror espero que a los lectores les guste.
había quedado con mi novia para ir al autocine. ella sé que le gustó la idea. se presentó en mi casa bien maqueada y joder con una minifalda y un top estaba para echarla un polvo. fuimos al cine, pero la peli no valía mucho y yo ya estaba caliente metiendo mano a mi novia así que me dijo mi novia.
– vámonos de aquí a un lugar que conozco que esta de puta madre. podremos bañarnos desnudos y follar que ya veo que estas a 100.
así que fuimos a un bosque no muy lejos de la ciudad donde había un pantano allí nos desnudamos y nos fuimos a bañar pronto en el agua mi novia empezó a tocarme la poya y a mamarla.
– joder que gusto así nos pares cabrona -dije yo -que puta eres como te gusta mamarla.
ella rio.
– tanto como a ti follar así jódeme bien métemela hasta los huevos- dijo ella
– toma puta- luego se la metí por el culo.
– joder que rico cabrón. como me das por culo. me encanta salir contigo porque luego termino llena de leche.
cuando estábamos en plena faena oímos ruido.
– joder hay alguien ahí.
así que fui a investigar.
– espera no me dejes sola iré contigo -y se puso algo de ropa.
pronto vimos a unas mujeres desnudas.
– pero qué coño.
ellas nos miraron riéndose, pero de pronto empezaron a cambiar. joder empezaron a salirle oreja y dientes y garras se estaba trasformando en lobas.
– la madre que me pario. Corre- la dije a mi novia.
Jenifer y salimos corriendo, pero mi novia se cayó y vi como la mordieron y la arrancaba un brazo yo, aunque me escape no pude evitar un zarpazo. así que fui a la policía le conté todo, pero cuando se lo conté me dijeron:
– tú lo que has visto es un oso. que mujeres loba ni que leches eso solo ocurre en los libros.
rastrearon el bosque, pero nada.
– Jenifer seguro que está en su casa- me dijeron- si no aparece seguiremos buscando.
así que me fui a casa yo estaba muy asustado encima la policía no me creía y Jenifer había desaparecido y muerta. seguro estaba en mi casa cuando en un día empecé a cambiar me mire al espejo y empezó a salirme pelo y garras y dientes y me arranque la ropa y desnudo me tire por la ventana y fui al bosque.
allí empecé aullar y oí otros aullidos cuando me reuní con ellos cogieron su forma de mujeres lobas.
– quien sois vosotras.
– yo soy Regina.
– tú has matado a mi novia.
– tu novia está viva.
-cómo es posible vi cómo le arrancabas un brazo y la mordías en el cuello.
– si es verdad- dijo riéndose- pero está viva.
y la llamo y al rato apareció como si no tuviera nada ni un rasguño.
– que la habéis echo y a mí también.
– tranquilo somos mujeres lobo. Somos una manada, pero no tenemos un macho alfa y necesitamos un macho alfaque nos follé y que guie la manada. al que teníamos le mataron los malditos cazadores de lobos nada puede hacernos daño excepto las balas de plata y la planta mata lobos así que cuando te vimos follando con tu novia pensamos en ti era tan fogoso así que cogimos a tu novia y la mordimos y si la arrancamos el brazo, pero se regenera. ahora es como nosotras al igual que tú. ella está encantada de su nueva vida. queremos que seas nuestro macho alfa sino estaremos perdidas con esos cazadores no tenemos bastante fuerza para matarlos. necesitamos un macho que nos preñe y nos dé también hijos fuertes y sanos. he visto que te gusta mucho el sexo. nosotros somos varias y no te faltaran mujeres para follar.
-incluso la mujer que quieras la puedes convertir. tus poderes han aumentado tienes una fuerza descomunal puedes dar saltos increíbles y olfatear y seguir el rastro de cualquiera puedes hacer tu vida normal con tu novia, pero cuando haya luna llena te desnudaras y te adjuntaras con nosotras. follaremos y correremos juntos por el bosque y cazaremos. bien que me respondes.
– no se déjame pensarlo que dirá mi novia.
– nada está encantada de que seas nuestro jefe además es un poco puta le gustan también las otras mujeres. siempre que hay peligro tendrás que defendernos ya que eres el más fuerte de la manada.
– lo hare vale lo he decidido.
– bien te presentare a la manada. yo soy Regina esta es Demetria ella es Josefina la otra de allí es Anastasia la de allí Katerina y las dos últimas son Joyce y Valeria.
todas estaban en pelotas.
– nosotras llevamos mucho tiempo sin un macho y queremos follar -dijo Regina – ya que te cogimos por ser bastante caliente. nos lo ha dicho tu novia verdad Jenifer.
– verdad- dijo Jenifer.
– me tenías preocupado.
– esto es alucinante y no tienes que preocuparte con esta nueva vida podemos hacer cosas increíbles. ya lo veras. disfrutaremos mucho follando con ellas.
– pero que puta eres. siempre igual.
ella se rio.
– que voy a hacer si soy así.
fuimos al campamento y allí empezaron los ritos de la fecundidad.
– tienes que follarnos y preñarnos así tendremos una buena manada y te daremos hijos fuertes y sanos además siendo lobo tu fuerza viril aumentado y podrás con varias mujeres incluso tu novia.
– eso me gusta.
– cállate zorra -dije yo a mi novia.
– tu manda ahora eres nuestro líder.
– bien vamos a follar yo os preñare con mi semilla.
todas eran preciosas por supuesto así que cogí a Regina y la hice que me chupara la poya mientras Jenifer más puta que las gallinas se besaba con Katerina y Anastasia y se la metí a Anastasia hasta los huevos ella empezó a gemir:
– así así mi macho mi lobo fóllame la quiero hasta los huevos.
luego cogí a anastasia que también era guapísima y se la introduje en el culo enseguida empezó a suspirar.
– que gusto mi rey mi macho la quiero toda. dame por el culo tu hembra.
Demetria me chupo los cojones mientras me comía con Regina la poya.
– mi rey nuestro macho lobo somos tuyas fóllanos.
hice que Valeria y Joyce se chuparan los chochos entre si mientras mi noviase masturbaba viéndonos la muy zorra.
– dame algo para mi cari no te folles solo a ellas- me dijo la muy zorra.
así que la cogí a Jenifer y se la metí hasta los cojones ella se moría de gusto.
– así mi lobo así no par que poya tienes ahora me voy a correr. préñame mí también no me importaría con esa verga de lobo que gusto.
no paramos de follar hasta que por la mañana todos nos despertamos desechos y volvimos Jenifer yo a nuestras casas lo pasábamos de puta madre, pero un día me llamo mi manada urgente que había cazadores de lobos y estábamos en peligro.
ya nos seguían la pista durante mucho tiempo había matado a mi antecesor macho alfa así que teníamos que deshacernos de ellos. no contaban ella con la sorpresa mía de que no sabían que había otro macho alfaque era yo cuando las cogieron los cazadores dijeron:
– aquí esta estas zorras no van a quedar ni una lobita jajá. no vamos a dejar ni una verdad muchachos verdad.
cuando se disponían a matarlas aparecí yo convertido en una fiera y los despedace no los di tiempo ni a parpadear de lo rápido que era a uno le arranque la garganta con mis garras al otro le arranque el cuello de un bocado y al tercero simplemente le partí en dos con mi fuerza de 20 hombres.
ellos se quedaron sin poder respirar ya que no se lo esperaban hasta que caí encima de ellos solo dijeron:
– dios nooooooooo.
y fueron las últimas palabras que dijeron ellas se echaron a mis brazos y empezaron a besarme:
– o charles si no es por ti.
y al final terminamos follando yo con ellas paso el tiempo ya tengo a mi manada varias de ellas están embarazadas y están deseando dar a luz parecía todo feliz cuando recibí la noticia que había otra manada y que el otro líder se quería quedar con la mía me avisaron y me reuní con él.
él no se venía a razones. Dijo:
– que gane el más fuerte que seré yo jajajja -dijo- tu manada será mía.
y me dio un zarpazo que casi me mata ya que nosotros si podemos morir por hombres lobo. yo sabía que por fuerza era imposible vencerle así que le prepare una trampa herido como estaba.
– ven y sígueme si te atreves y lucha.
pero se lanzó contra mí con tanta furia que no vio el precipicio que había abajo lleno de plantas de mata lobos y eso fue su perdición y yo esquive y se fue para abajo para caer en todas las plantas. la agonía fue terrible.
la manada me pidió perdón y cogió otro líder el cual dijo:
– sin un día me necesitas os ayudare acudiré en auxilio vuestro has demostrado ser un buen líder. te deseo lo mejor a ti y a tu manada.
y se fueron yo sigo con mi manda ya he tenido varios cachorros de lobo todos con orejas y dientes como sus madre y claro como yo seguimos follando y disfrutando mucho de la vida y tengo varias esposas entre ella mi novia zorrita Jenifer por cierto sabéis que esta también embarazada y le encanta FIN

Relato erótico: “Mi viejo vecino me estrenó la cola” (POR ROCIO)

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No soy muy buena conduciendo pero es un miedo que sé que se vence con práctica. Cuando mi hermano me prestó su coche para ir al supermercado, manejé tanto la ida como la vuelta con el corazón en la garganta. Fueron, básicamente, las seis cuadras más largas de mi vida.
Puede sonar ridículo, contraproducente en extremo, pero estaba charlando con mi novio por el móvil mediante el “manos libres” porque en serio necesitaba comentarle a alguien de que fui capaz de conducir sola; lo veía ridículamente como una victoria merecedora de ser compartida. Aunque me arrepentí de haberlo hecho porque él aprovechó para decirme guarrerías que intentaré reproducir:
—Estoy llegando, Christian, ¡estoy llegando a casa!
—Perfecto Rocío, y tú todo el rato pensando que ibas a atropellar mínimo un gato. Esto hay que festejarlo de alguna manera… No sé, ¿qué te parece una noche especial en la playa de Gardel?
—Imbécil, sé muy bien por qué lo dices. Deja de soñar con mi cola, pervertido.
—No dije que fuera a hacerte la cola, pero ya que lo mencionas, ¿me dejarías hacerte la cola, nena? Me muero por ese culo jugoso, sobre todo cuando te pones esos vaqueros apretaditos, ¡uf! no puedes seguir negándote toda la vida, hacerlo de noche en esa playa es mi fantasía.
—¡Ja! ¡Sigue fantaseando, cabrón!
Y pasó lo que tenía que pasar debido a mi tontería de hablar por móvil; el chirrío de las ruedas en el asfaltado rebotó por todos los rincones; me estampé contra la parte trasera de un coche bastante viejo. Pertenecía a mi vecino y estaba sacándolo de su garaje para, imaginé, ir a su trabajo o algo similar.
Rápidamente, mientras aún intentaba acomodar mis pensamientos, un altísimo hombre se acercó a mí. De más de sesenta años, canoso pero con un aspecto físico bien conservado. Se acomodó su camisa a cuadros y tomó respiración al ver que yo no tenía heridas de ningún tipo.
La sarta de groserías que me profirió fue de órdago. Es decir, no esperaba escuchar palabras e insultos tan fuertes de un hombre de su edad, que yo los idealizaba como gente amorosa. Y lo peor de todo es que yo tampoco estaba dejando en muy alto standing a la juventud: aún dentro del vehículo, reposé mi cabeza en el volante, me quebré y terminé llorando como una condenada oyendo sus paridas.
—¡Casi me matas, rubia de mierda!, ¿el cerebro lo tienes en tus tetas o qué?
—¿Rubia? Tengo el pelo castaño…
—¿¡Te pones a pensar en el color de tu cabello en este momento!?
—¡Dios, lo siento, señor! ¡Me puse nerviosa y confundí el frenoooo!
—¿Te confundiste de…? ¿Lo dices en serio, estúpida? —retrocedió un par de pasos, pasó su mano por su blanca cabellera y me señaló su vehículo con temblorosos dedos—. ¿Ves cómo ha quedado mi puto Mercedes? ¿¡Lo ves!?
Aparentemente, entre las groserías e humillaciones que seguían desfilando, entendí que ese coche lo estaba sacando de su garaje porque iba a venderlo a un coleccionista de, aparentemente, coches de mierda. Lo digo porque sinceramente era un vehículo viejo y horrible, es más, la abolladura parecía hacerle un favor y todo. Aunque no creo que conseguiría tranquilizarlo si me excusaba con eso.
Mi hermano llegó al rato pues oyó el choque y, tomándose de la cabeza al ver el apocalíptico escenario, suspiró:
—¡La puta, ni siquiera tengo seguro!
Un silencio sepulcral invadió la calle por unos segundos. Miré con mis ojos acuosos a mi vecino y lo que vi me hizo estremecer. Venas brotando en su frente, ojos rojos desorbitándose, un ligero tembleque en sus manos. Todo en uno, todo en un instante.
—¿No tienes seguro, dices, muchacho? —Se giró hacia mí con su mirada asesina—. ¡De algún lugar vas a sacar el dinero para repararme el coche, rubia!
Esa noche toqué el timbre de su casa con los ojos aún enrojecidos de tanto llorar; en mis manos llevaba un tupper con comida adentro. Me acompañó mi novio, quien parecía que le divertía toda la situación. Más a la izquierda, tras la valla que divide su casa de la mía, mi hermano curioseaba también con una gigantesca sonrisa.
—¿Tu vecino se llama Mario Cartes, no? Es solo una puta abolladura, ya le vas a pagar, no pasa nada, Rocío.
Claro que no había visto la reacción de ese viejo de mierda, ni mucho menos había oído las groserías que me había proferido en plena calle pese a que yo estaba llorando desconsoladamente. Como no salía nadie, volvimos a tocar el timbre.
—Todo es tu culpa, Christian, por decirme guarrería mientras conducía.
—Sobre eso, ¿en serio no me dejarás hacerte la cola?
—¡Imbécil, toca el timbre de nuevo!
Dicho y hecho. Cuando mi vecino abrió la puerta, se me congeló cada articulación porque en su ceño se le notaba que seguía bastante cabreado. Creía que tal vez estaría más tranquilo, pero lejos estaba de amenizar sus palabras:
—¿¡Vienes a pagarme, niña!?
Tragué saliva y le ofrecí el tupper con las manos temblorosas:
—Señor Cartes, le he cocinado un par de milanesas napolitanas… ¡Jaja! Dios mío, le juro que le pagaré su coche… digo, la reparación…
—Señor Cartes —mi chico me tomó de un hombro y le habló con tono ameno—, Rocío es una buena chica. Yo y su hermano le dijimos que vamos a poner dinero para ayudarle a pagar la reparación, pero ella insiste en que no la ayudemos, quiere resarcirle por su cuenta.
—¿¡Y quién mierda eres tú, puto punker!? ¿¡Te conozco de algo!?
—¿Punker? Señor, no… yo estoy con ella, vine a acompañarla.
—A ver —dijo cerrando los ojos y tomando respiración—. ¿“Rocío”, no es así? Hagámoslo rápido. Que tu padre me pague la reparación, y tú págaselo a él cuando tengas el dinero.
—¡No!, a mi papá no le diga que me voy a morir… —Tengo diecinueve años, aún vivo en casa de mi padre por lo que tengo que acatar sus normas. Una jodienda así pondría en peligro las vacaciones en las afueras de Montevideo con mi chico, en una estancia de su tío.
—Sí, pobrecita, ya siento pena y todo —ironizó—. ¿Tienes trabajo?
—No…
—¿Y entonces cómo vas a conseguirme el dinero? ¡Ah! Se me ocurre uno perfecto para ti, tonta de tetas gordas, ¡en la zona roja de la avenida 18 de Junio!
—Oiga amigo —mi pareja se interpuso entre ambos como si realmente fuera a calmar al maldito infeliz—, fue solo un accidente, señor. No tiene por qué tratarla así…
En ese momento me iba a quebrar de nuevo. No soy muy tolerante, no tengo aguante para ese tipo de discusiones. Casi se me cayó el tupper pero unas rápidas manos me lo quitaron sin darme tiempo a reaccionar. Fue mi odioso vecino; abrió la tapa y comprobó que efectivamente le había preparado las malditas napolitanas.
—Huele bien —dijo olisqueándolo.
Y entró de nuevo para cerrar la puerta de manera violenta.
Está de más decir que la risa y aire bonachón de mi chico se esfumó. Se pasó el resto de la noche preguntándose cómo puede haber tanto hijoputa suelto por el mundo.
—Pero en serio, Rocío, tu vecino tiene un tronco metido en el culo o algo así porque no me explico su actitud contigo.
—Se lo va a decir a mi papá y me va a caer una grande, por dios…
Al día siguiente, tras volver de mi facultad, toqué el timbre de su casa. Mi mejor amiga se ofreció a acompañarme tras enterarse de todo pero le insistí que, si quería dejar de llorar cada vez que me enfrentaba a él, debía hacerlo sola y no dejarme apoyar en otras personas como anteriormente fueron mi hermano y mi novio respectivamente.
—¿¡Me trajiste el dinero, rubia!?
—Señor Cartes, no soy rubia. Y téngame paciencia, estoy buscando trabajo. Solo quiero que sepa que le voy a pagar… y que por favor no se lo diga a mi papá…
—Pues te recomiendo que no busques trabajo en comida rápida, niña.
—¿Disculpe?
—Tus milanesas. Demasiado aceite, demasiada sal. ¿Me quieres matar, no es así? Fue una mierda. Búscate otro tipo de trabajo. De todos modos ya siento pena por el pobre bastardo que te tenga como jefe.
—Dios, no me hable así de feo que voy a llorar de nuevo…
 —Toma, tu puto tupper. Será mejor que esta noche la cena esté mejor.
¿“Cena de esta noche”? Estaba claro que tan mal no le había cocinado. Y más claro estaba que, tras esa actitud de mierda, se encontraba un hombre dispuesto a aceptar no decírselo a mi papá si accedía a portarme lo mejor posible con él. Y si eso consistía en prepararle algo cada noche, por Dios que lo iba a hacer.
—Claro… claro don Cartes, supongo que sí, volveré más tarde.
Entrada la noche, volví a presentarme frente a su portal. Y con mi tupper lleno de nuevo.
—Dámelo —dijo nada más abrir la puerta. Ojeó el contenido y suspiró largamente, susurrando algo que por el tono no habrá sido aprobación.
—Señor Cartes, dígame qué le pasa…
—¿Milanesas de nuevo?
—Bueno, solo quise mejorar mi receta. Mire, el queso es dietético… Y ahora incluí ensalada de arroz…
Me dio un portazo, pero imagino que lo iba a probar porque se quedó con las milanesas.
A la tarde siguiente lo encontré sentado en su pórtico, tomando mate. Tragando saliva, me armé de valor y me acerqué. Le pregunté si no le molestaba que le acompañara, que me sentara a su lado para charlar. En ningún momento profirió palabra alguna, solo miraba a la calle con su mate metálico en mano. Imaginé que su silencio era como un “Sí” porque de lo contrario me gritaría airadamente.
—Señor Cartes, al terminar la facultad fui al supermercado.
—Bueno que no hayas usado el coche de tu hermano.
—Ya, bueno… Quería decirle que no soy muy buena cocinera…
—Anda tú, no me digas.
—… pero mire, hoy prepararé algo más sano. Mi amiga Laura dice que no es recomendable que le dé todos los días frituras a alguien de su edad. Así que hoy toca ensalada mixta, no es difícil de preparar…
—¿“De mi edad”? Bueno… tu amiga Laura parece muy inteligente. Apuesto a que también es una gran conductora,.
—Oiga, don Cartes, gracias por no contarle nada a mi padre.
—Esperaré esa ensalada. Y no pongas rodajas de pepino. Odio los pepinos.
Esa noche no me respondió el timbre, por lo que supuse que no quería saber nada de mí. Sabía que lo mejor sería desistir y volver otro día, pero miré mi nuevo tupper con la ensalada que me costó casi media hora preparar, incluso dibujé un maldito corazón con la mayonesa de aceite de oliva para tratar de ganarme algo de puntos. Además, quería recuperar mi tupper de la noche anterior.
Abrí la puerta lentamente, comprobando que el muy cabrón se había olvidado de asegurarla. Entré a la casa llamándolo en voz muy alta, conforme avanzaba a lo que parecía ser la sala; se veía la espalda de un sillón muy grande, un televisor encendido más al fondo, además de mesas de apoyo y un sofá muy mal ubicados.
Hasta ese momento no lo había pensado mucho pero nunca conocí a la esposa del señor Cartes. Sé que murió cuando yo aún era muy niña, recuerdo vagamente que también que tenía una hija que cuando tuvo la oportunidad dejó la casa. Sinceramente no me extrañaba que lo hubiera dejado a la mínima; una convivencia con él no parecía una tarea muy bonita que digamos.
El señor Cartes estaba durmiendo en el sillón, por lo que decidí dejarle la ensalada en la cocina y de paso recuperar mi tupper de la otra noche. Lo que encontré allí fue un auténtico desastre, no solo por el amontonamiento de platos, vasos y cubiertos sucios, sino porque comprobé que la comida rápida que el hombre solía degustar no era realmente sana. Todo un repertorio de envases de comidas poco recomendables para alguien de su edad desfilaban en el suelo, estantes y hasta en la heladera. De hecho, inmediatamente me sentí mal por haber contribuido con milanesas napolitanas.
Salí al jardín y noté que no era precisamente un edén. Me encontré con figuras de gnomos rotas, pasando por el césped altísimo, hasta las raíces de flores de jazmines extendiéndose por sillas, paredes y cualquier otro objeto que, por la pinta, permanecían inamovibles desde hacía mucho tiempo.
Podría irme y actuar como si no hubiera visto nada. Pero cuando volví a pasar por la sala vi al antes iracundo y rabioso vecino durmiendo como un ángel, con el rostro ladeado y una manta arropándolo. Por un lado aún tenía miedo de él, además de cierto odio, pero yo no dejaba de ser la muchacha que le arruinó el día al joderle su coche que iba a vender. No dejaba de ser una chica que le había hundido más en su miseria.
En ese momento, sin entender muy bien qué falló en mi cabeza, me sentí obligada a ayudarlo.
A la tarde siguiente, tras mis clases de facultad, la última de la semana por cierto, me senté de nuevo a su lado, en el pórtico, para charlar con él. Debo agregar que aún no tenía muchas ganas de compartir su mate.
—Rocío, creo que tengo un fantasma en la casa.
—No es verdad…
—Me arregló la cocina, me dejó un plato de ensalada de mierda y se llevó de paso toda la guarnición que tenía en la heladera…
—Escúcheme, señor, esa comida no le va a hacer nada bien. Hoy hablé con mi amiga Laura y me ha recomendado comida sana que podría gustarle…
—En serio estoy creyendo que tienes el cerebro en esas enormes tetas, ¿has pensado en donarte a la ciencia? A ver, ¿chocas contra mi coche, entras a mi casa sin permiso y ahora te vas a encargar de mi dieta si ni siquiera sabes cómo estoy? ¡Estás chiflada, rubia, en serio!
—¡No soy rubia! Escúcheme, mañana no tengo clases, así que podría venir, no sé… a ayudar a limpiar su casa y jardín. Verá, no es precisamente el paraíso allí adentro.
—¡Si vuelvas a poner un pie aquí llamaré a la policía!
—Dios, ¡ya estoy harta de que me trate así! ¡Solo estoy tratando de ser amable porque me siento culpable!
—Puf, a la mierda… ¿Podrías irte de aquí?
—¡Con gusto! ¿Sabe?, ¡podría venir y limpiar también esa sucia boca que tiene, grosero!
—¡No vuelvas nunca más hasta que consigas el dinero, niñata!
Mi hermano lo oyó todo desde el otro lado de la valla, curioso como siempre, y de hecho intentó calmarme cuando me pasé visiblemente afectada, pero hice oídos sordos y entré a mi casa. Pensé que allí acabaría toda mi aventura con ese viejo cascarrabias, aunque entrada la noche algo me impulsó a abandonar los libros que estudiaba y salir de nuevo rumbo a su casa. Ya fuera por pena o porque no me convenía cabrearlo, me armé de valor y toqué su timbre, esta vez, con bandeja en mano.
El hombre se mostró iracundo cuando me vio, de hecho casi dio un portazo pero logré atajar la puerta a tiempo.
—¡Pescado, señor Cartes! ¡Tenía dos pescados en mi heladera y se los he traído!
—¿Pescado?
—Uf, déjeme pasar, es de mi papá… No sabe que lo he sacado de la heladera… Obviamente no pude cocinarlo en casa, así que me preguntaba si me dejaría usar su cocina… uf, no me cierre la puerta…
—Me gusta el pescado, la verdad.
—Y es sano para usted, o eso creo, no tuve tiempo de llamar a mi amiga Laura porque dejé mi móvil en mi casa…
Salió y miró para ambos lados de la calle. Al no ver a nadie, supongo que “testigos”, carraspeó y tomó la bandejita con pescados. Creo que, al fin y al cabo, la habladuría de los vecinos sería brutal si vieran entrar a una jovencita en la casa de un señor mayor en horas de la noche; no creo que precisamente pensaran que haríamos cosas de abuelo y nieta.
—Tienes media hora  para prepararlo. Luego te vas.
—Necesito mínimo una hora para prepararlo, don Cartes, por favor.
Sus ojos no se decidían dónde posarse; o en la bandeja o en mi cansadísimo rostro. Yo sabía que no le quedaba otra que aceptar: no tenía comida en su cocina, bien que me encargué de que deshacerme de todo aquello que parecía ser nocivo para él, es decir, todo lo que tenía.
—¡A la mierda, lo que tengo que hacer por un puto pescado! ¡Entra de una vez, cojones!
Los dos pescados aún tenían algo de escamas pero nada que el filo de un cuchillo no pudiera solucionar. De hecho el señor Cartes me acompañó en su cocina con la excusa de que no quería que yo le robara algo, observando con mucha atención y hasta me atrevería decir algo de admiración vista la habilidad que le mostraba.
—Soy la única chica en mi casa, así que no me quedó otra que aprender a cocinar lo que mi papá y mi hermano pescaban cuando íbamos de paseo a Tacurembó. Justamente planeo ir allí con mi novio dentro de poco.
—No me interesa, la verdad, pero lo cierto es que tienes maña, rubia.
—Dios, deje de decirme rubia.
Limón por fuera, limón por dentro y condimentos también. Tras rebanar las verduras (dejando de lado los “malditos pepinos” que don Cartes odiaba) me dispuse a rellenar el pescado con algo de queso. Lo normal sería poner mantequilla al papel de aluminio con el que lo recubriría, pero me decidí por algo más sano como el aceite de oliva. Me encargué, de hecho, de comentarle cómo le convenía este tipo de alimentación conforme metía ambos pescados empapelados en el horno.
—Ahora queda esperar media hora, don Cartes.
—Bien, estaré en la sala, avísame cuando esté listo.
Mentiría si dijera que no tenía ganas de conversar con él. Parecía un momento propicio pero él no dejaba de esquivarme. No es que tuviera ganas de discutir, simplemente quería que supiera que yo no era la tonta irresponsable que se pensaba y que realmente estaba agradecida de que no fuera a hablarlo con mi papá, o dicho de otra forma, estaba agradecida de que no jodiera mis próximas vacaciones con mi pareja.
Llegado el momento, serví un pescado empapelado en el plato y, sentándome al otro lado de la mesa, llamé al hombre para que pudiéramos estar frente a frente.
—¿Es esto, Rocío?
—Obvio que sí, siéntese y ábralo.
Abrió el papel de aluminio que cubría la comida e hilos de humos serpentearon para arriba. La explosión de olor no tardó en llenar la cocina y el ceño serio de aquel hombre cambió radicalmente. Con una media sonrisa me miró y pareció asentirme ligeramente:
—Huele bien… pero se ve rosado…
—Es solo la piel, tiene que rasparlo con el tenedor. Adentro está perfecto.
—¿Segura? —cortó un pedazo y lo degustó. Tragué saliva y crispé los puños, no sé por qué esperaba algún tipo de aprobación de él cuando probablemente no recibiría más que unas forzadas y rápidas felicitaciones.
—¿Y bien, don Cartes, le gusta?
—¡Está delicioso, nena!
Suspiré y casi sonreí de alegría. Pero me contuve y me levanté del asiento.
—Me alegra. Bueno… Buen provecho y permiso, me voy a retirar, le dejé el otro pescado en el horno.
—No, no, no. Acompáñame, rubia —me señaló con su tenedor—, ¡tienes que probarlo!
—No soy ru… ¡Bah! Gracias, voy a servirme.
—¡Jo! Traeré el vino del sótano, esta es una cena como no he probado en años. ¡Desde que mi señora se fue no he degustado algo así, no joda!
Lo que pensaba podría volverse incómodo se transformó en una agradable velada. Ya fuera el vino, fuera la cena casera o su particular olor que todo lo abarcaba, pero algo en esa noche cambió mi percepción de él; conocí un lado de mi viejo y cascarrabias vecino que jamás hubiera adivinado que tenía. De hecho, aunque él nunca lo supo, decidí olvidar que tenía que salir al cine con mi novio porque me enganché con su entrañable historia de cómo conoció a su señora, en una tarde en la playa de Gardel.
Terminada nuestra cena me pidió que lo acompañara a su garaje. Al encender la luz amarillenta de la cochera se me cayó el alma a los pies pues no quería volver a ver ese viejo Mercedes abollado por mi torpeza.  O mejor dicho, no me encontraba preparada para verlo. Pero la situación era distinta; su dueño estaba risueño, amable, amoroso casi.
—Es un Mercedes Benz del 69, “Pagoda”. Es descapotable pero hace años que no funciona eso. Lo gracioso es que al comprador no le parece importar demasiado, solo quería que el cuero del asiento fuera el original…
—Es precioso el coche —mentí desde la puerta que conectaba su sala con el garaje. No tenía la fuerza para entrar.
—¿En serio, Rocío? Ven, pasa.
A pasos lentos y con la mirada posada en las líneas del vehículo, el señor Cartes me contó su historia conforme pasaba sus dedos grácilmente sobre su coche, como si estuviera acariciando a un ser vivo, una mascota, o mejor dicho, como si estuviera acariciando a una mujer.
—Me lo regaló mi señora. Verás, me pareció la compañera perfecta. El vehículo carece de curvas como comprobarás, es todo recto, todo lineal. Y mi señora, por dios, era la antítesis perfecta. De curvas peligrosas que ningún coche podría domar sin salirse de la ruta o terminar volcando.
—Don Cartes, no tiene idea lo mal que me siento —en ese momento me acerqué hasta donde él estaba, contemplando con la mirada algo que, segundos antes, me parecía un simple y feo coche; ahora tenía una historia, una razón de ser. No pude evitar palpar el emblema del Mercedes al verlo radiante—. Sinceramente, señor, creo que es feo que venda un regalo de su difunta esposa.
Todo mi cuerpo crispó cuando sentí las manos del hombre en mi cintura, y con fuerza, como si yo no pesara nada y él fuera un joven con años en un gimnasio, me levantó e hizo sentarme sobre el capó, con mi mirada sorprendida clavándose en esos preciosos ojos suyos.
—Tú también tienes curvas matadoras, Rocío, como las de mi señora.
—Mffbbpgg… —solté nerviosa.
—No te digo rubia porque sea daltónico o algo similar, Rocío. Sino porque de otra forma me haces recordar a mi esposa. Si te veo con ese cabello color castaño que te cae hasta los hombros, me voy a enamorar y pedirte que te vengas conmigo. Así que te imagino rubia para aguantar, ¡jaja!
—Aghmffpp —afirmé.
—Estas curvas son tan peligrosas como las de ella —y con unas caricias similares a las que dio al coche, , subió desde mis cinturas hasta rozar peligrosamente mis senos; evidentemente me derretí. Fuera el vino, fuera la cena o el olor que esta desprendió toda la noche, no sé, pero algo ayudó a que ese tacto grácil me hiciera abombar la cabeza—. Te imagino rubia porque en el momento que los vecinos me vean atontado por una jovencita, me van a linchar. ¡Jo!, siempre te veo pasar frente a mi vereda cuando vuelves de la facultad, enfundada en un vaquero ajustado o falda muy corta, y desde entonces me digo: “¡Por mi bien que tengo que imaginarla rubia, porque no me gustan las rubias!”.
—Dios mío, don Cartes… ¿Por eso siempre me ha tratado tan mal?
Me plantó un besó que me robó el aliento y la razón. Aprovechando el shock, me giró sobre su capó y me hizo acostar boca abajo. Aún sin saber cómo reaccionar ante la situación, sentí cómo tomaba los pliegues de mi falda para bajarla hasta la mitad de mis muslos. Con ella fue mi braguita y, evidentemente, mi cola quedó expuesta en todo su esplendor.
—¡Qué locura de niña! Definitivamente te pareces un montón a mi esposa —sentenció propinándome una fuerte nalgada que resonó por todo el garaje.
—¡Auch, don Cartes! ¡C-c-creo que ha bebido demasiado vino!
Me metió dedos por mi concha por larguísimo rato. Creo que arañé su capó pero tampoco es que pareciera importarle mucho. Me agarré fuertemente del limpiaparabrisas conforme mi cuerpo se tensaba y cada sentido de mi ser parecía nublarse ante la majestuosidad de sus expertos dedos acariciándome, apretujándome la piel, entrando y saliendo, empapándose de mí. Mi mente se había derretido recibiendo las caricias de ese madurito.
—¡Uf, diossss, esto no me está pasando, esto no me está pasando!
Retiró su mano encharcada de mí, y para mi sorpresa, posó sus manos en mis nalgas para poder separarlas y contemplar mis vergüenzas.
—Este culo merece un monumento, niña, ¡no joda!
—¿¡Pero qué va a hacerme, don Cartes!?
Con un dedo, creo que el pulgar, hizo presión en mi ano. Me tomó totalmente de sorpresa y no pude evitar un chillido atronador. Vi mi tímido reflejo en la luna delantera del coche: mi cabello restregado por todo mi sudoroso rostro y mi boca jadeando de gozo; era una simple putita, una guarra que tenía la fuerza para parar aquello pero que se negaba porque nunca antes había sentido esa oleada de placer. Llámese vino, llámese cena, llámese madurito experto, pero algo dio un vuelco completo dentro de mí.
Estaba muerta de gusto.
Presionó un poco más y sentí que su pulgar entró; me mordí los dientes y curvé mi espalda. Quería escapar porque me asustaba intimar con alguien que días atrás me había gritado hasta hacerme llorar, pero también quería quedarme allí porque me encantaba ser tratada así, como una simple putita de uso y desecho; deseaba ser enculada por su dedo, quería llorar y reírme de mí misma.
—¡Espereeee, don Cartes, espereeee!
—Tienes un culito muy apretado, Rocío.
—¡No me hable así! ¡Auch, dios mío!
Vi de reojo cómo levantó una rodilla para apoyarla en el capó; quería posicionarse y poder penetrarme,  y por la pinta, mi cola iba a ser la víctima. Mi corazón palpitaba y cada articulación mía temblaba demencialmente. Aquello no podía ser verdad: sentí su caliente y gigantesco glande contra mi tierno y recientemente visitado culo.
—Por lo que se ve, ya tienes algo de experiencia, Rocío. Parece que va a entrar fácilmente.
—Don Cartes, mis parejas solo me han metido dedos, ¡por favor no me penetre por ahí, me voy a morir!
—¿Estás segura? Mi pulgar entró con facilidad…
—Hip… se lo digo en serio, encima que no me he limpiado la cola, le ruego… hip… ¡a la mierda, hágalo, don Cartes, soy suya!
—¿Acabas de hipar?
—¡No! Es que… —la verdad es que tenía mi sexo a punto de estallar, mi cola ansiosa de polla, pero había un detalle menor—, es que creo que el vino me está haciendo mal…
—¡Jo! Pues ahora que lo pienso, no me voy a aprovechar de una jovencita borracha.
—¡Nooooo, cabrón! Hip… no estoy hipando… no pasa nada, en serio. Aprovéchese, le doy permiso.
—¡Jaja! Hagamos una cosa, que si no mi esposa va a venir del cielo… o del infierno… y me va a dar una paliza por aprovecharme. Te esperaré mañana, Rocío, para arreglar el jardín, ¿qué te parece?
—No, no, no, don Cartes no me deje así que voy a sacar el coche de mi hermano y lo atropello ahora mismo…
—¿Vas a venir mañana? Espero que sí…
Se retiró del capó y se hizo de sus ropas mientras yo aún temblaba de excitación. Me volvió a girar para que esta vez quedara boca arriba; me vio los ojos llorosos, el cabello desparramado y el sudor corriendo por todo mi cuerpo; me dio un beso de despedida que me hizo correr de placer debido a su experta lengua jugando con la mía; el sabor y olor del vino era fuerte pero no me importaba, de hecho aproveché para que sintiera el piercing que tengo injertado en la puntita de la lengua, con la esperanza de calentarlo. Terminado el obsceno beso, me dio un mordisco en mi teta izquierda; probablemente quiso morderme el pezón pero notó que también tengo injertos allí (es una barrita con bolillas en los extremos).
—Puedo estar toda la noche así, pero no debo. Vístete, niña, y ve a tu casa. Te espero mañana.
—Vuelva aquí, cabrón… hip… ¡sea un hombre y termine con lo que quiso comenzar! —protesté golpeando el ya humedecido capó. En ese momento tenía unas ganas insostenibles de volver a mi casa con la cola repleta de leche; definitivamente algo no estaba bien en mi cabeza.
Al día siguiente, sábado, el señor Cartes me esperaba sentado en el portal de su casa. Fui cómoda de ropas, con un short de algodón blanco así como una blusa holgada porque sabía que tendría una intensa actividad en su jardín. Cuando me senté a su lado, bastante nerviosa, me ofreció por primera vez su mate. Para los que no lo sepan, el mate es una bebida que se sirve en caliente y, si una no está acostumbrada a esa mezcla de agua y yerba, realmente le puede resultar poco agradable aún con esos ingredientes que lo endulzan. Ese es mi caso, no me gusta el mate pero sé lo que simboliza; confianza, amistad, como un apretón de manos pero un poco más íntimo; rechazarlo estaba descartado.
—Señor Cartes, buen día.
—Rocío, es verdad lo que me habías dicho sobre el jardín. No es precisamente el paraíso. Supongo que lo dejé estar porque no recibo visitas desde hace años… pero parece que esto está cambiando… Así que si estás con ganas, ¿te apetece cortar unas malezas?
—¿Y luego qué? —pregunté ansiosa.
—Ya veremos.
El calor era abrasador pero nada nos detuvo de remozar ese pequeño jardín. Gnomos y diminutas basuras fuera, jazmines recortados y el nivel del pasto mucho más decente fueron la clave para que, casi al mediodía, tras más de cuatro horas de intensa labor, el jardín brillara por sí solo. De hecho la actividad fue tan exigente que atrás quedó mi antes irrefrenable deseo de ser sometida por don Cartes, quien por cierto también estuvo muy metido en la labor con su podadora y machete.
Me metí de lleno en aquella actividad, tanto que ni siquiera noté que el hombre se había retirado del jardín para preparar algo en la cocina. Ni bien terminé de cerrar el bolso con toda la basura contenida, me dirigí junto a él con el cuerpo totalmente sudado.
—Limonada, Rocío —me pasó un vaso ni bien entré.
—Don Cartes, sobre lo de ayer…
—Voy a ser directo. Tienes diecinueve… ¡yo ni siquiera quiero decir cuánto tengo, nena! La verdad es que la edad es una jodienda, así que… ¡echémosle la culpa al vino y no volvamos a pensar en eso! A partir de hoy, vuelves a ser rubia para mí, ¿sí?
—Me limpié la cola esta mañana con la manguerita de mi ducha, cabrón. Le juro por lo que más quiera que no hiparé esta vez… así que míreme el cabello castaño y hágame suya.
—¿Qué dices, Rocío?
—No me importa su edad, ¡míreme! ¡Estoy hecha un desastre, me he pasado toda la mañana limpiando un puto jardín solo porque quiero estar con usted! Ni se atreva a decirme que olvidemos esto, viejo cascarrabias, que juro que cambiaré sus pastillas por viagra si es necesario…
—¡Jaja! Mira quién es la bravucona ahora. Pero en serio, deberías controlarte, no es bonito ver a una niña tan bonita como tú diciendo cosas como esas… rubia…
—¡No soy rubia, cabrón!
Me abalancé sobre él y planté un beso con fuerza conforme lo atenazaba con brazos y piernas. Pensé que no sería recíproco pero para mi sorpresa, cogiéndome de la cintura, me hizo acostar sobre su mesa. Un plato, el pepino de la otra noche y las frutas que le había comprado cayeron al suelo conforme mi viejo amante me retiraba mi blusa para que mis tetas fueran degustadas y manoseadas a su antojo.
—Estas jovencitas de hoy día… ¿En serio te gusta esas barritas de acero atravesándote el pezón?
—Uf, diosss, no se quejó anoche cuando le hice probar el piercing de mi lengua, don Cartes.
—¡Jo, es verdad! ¿Sabes por qué tu cola, Rocío? —me bajó el short hasta las rodillas, dejándome solo con mis braguitas que sabía que marcaban demencialmente mi vulva.
—¿Qué? —pregunté extrañada sintiendo cómo ladeaba la mencionada braguita para que sus dedos entraran en mi húmeda concha.
—Mi esposa nunca accedió… Por eso quiero hacerte la cola, princesa, las curvas de tus caderas invitan a imaginar un precioso culo. Y de hecho es así, es una obra de arte.
Y acto seguido me giró sobre la mesa como si fuera un muñeco de trapo. Estaba más que claro que el hombre tenía un solo objetivo y lo quería por sobre mi coño: reventarme el trasero. Chillé cuando arrancó mi braguita con fuerza, sus manos se posaron en mis nalgas y me las separó para examinar mi agujerito por varios segundos; luego se embardunó los dedos con el aceite de oliva que había traído para prepararle el pescado de la noche anterior.
—Ya sabes, preciosa, lo más sano siempre —bromeó.
—¡Don Cartes ese aceite es carooo! —pero me volví y me mordí los labios al sentir sus gruesos dedos entrando y saliendo con facilidad de mi cola—. ¡Dios pero qué bien se siente!
—¡Me encanta cómo aprietas tus nalgas cuando meto mis dedos, es puro espectáculo!
—¡No se burle, don Cartes, que me acomplejo fácil!
Mis ojos se abrieron como platos cuando sus dedos abandonaron la tarea y un brazo suyo se apoyó de la mesa. Debido a sus gemidos y el ruido seco que escuchaba, supuse que con la otra se estaba cascando la polla para luego ponerla en mi culo. Estaba ansiosa, desesperada, ese hombre me tenía loca y por él puse mi cola en pompa.
—Rocío, me pregunto si existe alguna ley que prohíba lo que voy a hacer con este culo, ¡jo!
—¡Va a ser la primera vez que me hagan la cola! Sea gentil, prométame que será gentil, don Cartes.
—Niña, se nota que estás a punto de caramelo y quieres verga, pero no me atrevería a lastimarte. Pararé si lo deseas.
El glande de su polla hizo presión contra mi agujerito; quería ingresar pero estaba difícil el acceso. Me tomó de mis caderas con fuerza y empujó; mi cuerpo y la mesa tambalearon; empujó otra vez, y otra vez, arrancándome alaridos cada vez más fuertes que, en un momento dado, me hicieron arañar su mesa.
—¡Auuuuchhmmm! ¡Está doliendo!
—¡Jo!, está estrechito… Tienes que relajar la cola, niña, relaja tu culito, vamos.
—Mmffff… diossss… ¡no sé cómo hacer eso, don Cartes!
Dio un último envión infructuoso que solo terminó por hacerme arquear la espalda debido al dolor. Se retiró unos pasos jadeando, dejándome exhausta y tendida sobre su mesa como un maldito juguete con el que no podía sacarle provecho, dejándome con la concha prácticamente latiéndome de placer y el ano ardiéndome de dolor. Y yo me sentía frustrada; definitivamente mi cola aún no estaba lista para recibir una tranca en condiciones.
—¿No sabes cómo aflojar el culo? —se secó la frente perlada de sudor—.¿En serio?
—Uf, perdón don Cartes… trataré de hacerlo mejor…
—No, escucha, Rocío, esta tarde tengo que salir. Iré a hablar con el comprador de mi coche. Ve a tu casa, sal con tu novio o lo que sea.
—Uf, no, déjeme ir con usted…
 —Mañana, niña. Mañana es domingo. Esta vez arreglaremos la sala, ¿qué te parece? Anda, vístete…
De noche estuve con mi chico, más precisamente en su coche. Estacionó cerca de una plaza porque de otro modo no tenemos mucha intimidad. Nunca me había fijado en su vehículo pero haré un breve recuento: tiene una abolladura de frente, dos rayones en la puerta del acompañante, una luz frontal que no funciona y además no es que adentro huela precisamente a rosas. Sinceramente, estaba a años luz del Mercedes de don Cartes; me alarmé al recordar la analogía entre un coche y una mujer, y por dios, más le valía a mi chico que empezara a tratar a su vehículo como a una reina.
Ambos estábamos en el asiento trasero; mientras le desabotonaba la camisa y pensaba llenar su pecho de besos, me tomó del mentón y me sonrió:
—Puedo salir desnudo del coche y gritar lo mucho que te amo, Rocío… lo voy a hacer, lo van a ver todos allá en esa plaza…
—Adelante Christian, no seré yo quien llame a la policía, ¡ja!
—Lo haré, en serio. Con la condición de que, por todos los santos, me dejes hacerte la cola…
—Otra vez con eso, jamás me dejaré, cabrón, ya puedes ser Jesús resucitado que no voy a ceder.
—¡Será posible!
En ese instante se inclinó para sacarme las tetas de mi escote y poder chupármelas; me alarmé porque probablemente se vería el mordiscón que me había hecho mi vecino la noche anterior, y aunque por suerte estábamos casi en la más absoluta oscuridad, no dudé en disimular atajándome dicha teta con la mano para ocultar la manchita lila. Inmediatamente se fijó en el otro pezón; se inclinó para morderlo, estirarlo y mirarme la carita viciosa; me hizo mojar, me había puesto excitadísima porque sabe tocarme.
Pero debido al dolor y la sensación rica grité: “¡Uf, don Cart…. cabrón!”, pues la imagen mental de mi maduro amante afloró durante el éxtasis.
—Ehm… Rocío, ¿me acabas de decir “don Cabrón”?
Domingo de día. Está de más decir que arreglar la sala de don Cartes no fue una tarea muy sencilla. En esa ocasión fui vestida con el vaquero ceñido que me confesó que lo volvía loco, así como un jersey blanco y holgado que, si uno se fijaba bien, revelaba que no llevaba sostén. Con éxito logré calentar a mi viejo vecino para que, a mitad de la limpieza de su maldita sala, se detuviera y soltara los libros que estaba apilando. Se sentó en su mullido sillón y, señalando el suelo frente a él, ordenó:
—De cuatro patas, aquí. Y ponme esa jugosa cola en pompa.
—¿Qué pasa, señor, ya no soy rubia?
—No. Ahora eres la morena con la cola más bonita del mundo… ¡Vamos, bájate el vaquero y de cuatro!
Sus tres dedos estaban incrustados muy dentro de mi ano. Lo podía sentir al cabrón haciendo ganchitos y caricias varias para estimularme. Me ordenó que me acariciara la concha y no dudé en tocarme el clítoris para gozar de todo aquello. Su objetivo ese domingo era muy claro: entrenar mi cola. Debía aprender a relajarme para que pudiera penetrarme, así como también debía aprender a hacer presión con el esfínter de mi culo para que su polla recibiera placer.
—Rocío, deja de gemir todo el rato.
—Don Cartes, mmfff, es que dueeeleee…
—Aprieta, vamos, ¡aprieta!
—¡Diossss! ¿Asíiii?
—No, princesa, estás apretando las nalgas, no el esfínter. A ver, imagina que tu padre nos pilla ahora mismo…
El susto hizo que el culo se me cerrara de golpe.
—¡Perfecto, Rocío! Mantén la presión.
—¡Uffff! Creo que voy a romperle sus dedos como siga apretando mi colaaaa…
—Eso no va a pasar. Ahora afloja…
—Uff… señor Cartes, ayer mi novio casi pilló el mordiscón que usted le dio a mi teta la otra noche…
—¡Me hubiera gustado ver la cara de ese punker de mierda! Anda, afloja el culo… Eso es, lo estás haciendo bien. Cuando cuente hasta tres, volverás a presionar tu esfínter, como si quisieras reventarme los dedos.
Fue una tarde bastante didáctica, a decir verdad. Luego de terminar el entrenamiento, cogió el pepino al que tanto odio le había profesado, y con pericia logró insertármelo. Eso sí, tuvo que convencerme durante media hora que meterme una verdura en la cola no iba a traerme consecuencias indeseadas. Según él, debía dejármelo toda la noche para que al día siguiente mi ano estuviera flácido y pudiera follarme con comodidad.
Fue una noche bastante dolorosa para mí. No paraba de revolcarme en mi cama, enredándome con mi manta debido a la incomodidad de tener dentro de mí una verdura. Y el hecho de que sabía que al día siguiente sería el día de mi debut anal no ayudaba a conciliar el sueño.
El día siguiente, lunes, me quité la verdura en el baño tras un par de intentos infructuosos. Casi amagué llamar a don Cartes porque en serio ya me veía en un hospital con los doctores analizando la radiografía de una putita con un pepino metido bien en el fondo de su culo.
Tras desayunar, mi hermano y mi papá me vieron despedirme de ellos con una faldita vaquero y una blusa de lo más coquetas. Bueno, mi padre en realidad se quejó mientras sorbía su café pero hice oídos sordos. Está de más decir que ese día falté a mis clases. No, nadie vio cómo abordé un Mercedes abollado del 69, color plata, muy sonriente, tan sonriente como el madurito que la conducía.
Nuestra escapada romántica tenía un destino. La playa “La Mulata”, o como él la conoce: la playa de Gardel, que supongo fue elegida a conciencia porque no solo le evocaba recuerdos sino porque es una playa no muy concurrida. El silencio impera, y un lunes como aquel, la privacidad entre la arena y el mar estaba asegurado.
Ocultos en un amontonamiento de rocas, pegados prácticamente al mar, me deshice de mis prendas mientras el señor Cartes reía y me contemplaba con unos ojos de admiración que jamás pensé que podría recibir de él. Le había traído el pepino a modo de curiosidad, y me lo quitó de las manos porque dijo que lo iba a guardar como recuerdo; como loca me abalancé a por él para quitársela de sus manos y poder lanzarla al mar. A modo de castigo me tuvo desnuda un buen rato antes de que por fin se decidiera sacarse sus ropas, haciéndome girar para él, besándome y acariciándome, acostándome en las rocas para que mis pies recibieran el tímido roce del agua.
—Rocío, eres el mejor accidente de mi vida —me dijo tras un largo beso, jugando con los piercings de mis pezones, apretándolos con sus dedos con inusitada pericia.
—Don Cartes, si mi papá se entera me quita hasta el apellido.
—¡Jo! Pues te vienes a vivir conmigo, ¡hala! Pero… la edad es una jodienda, ¿verdad? —Se levantó y me extendió la mano—. Ahora, ensalívamela, que te la voy a meter en el culo.
—S-sí, prometo no decepcionarlo, don Cartes.
Arrodillada ante su imponente verga, la tomé con ambas manos sin dejar de contemplar con cierto miedo aquel duro pedazo de carne. “No me jodas que esto le puede caber a alguien”, pensé con desesperación porque el pepino de la noche anterior no podía compararse con su cipote. Don Cartes me tomó del mentón y levantó mi rostro.
 —Mírame mientras me la chupas, princesa.
Repasé cada centímetro de su tronco a lengüetazos, poniendo fuerza en la puntita de mi lengua para que mi piercing lo estimulara más aún. Pajeándolo, me entretuve con sus huevos, con esa piel rugosa y tan apetecible, haciendo siempre esfuerzo en sostener su mirada, recibiendo con gusto las caricias que me daba, escuchando solo el suave mar y el chupeteo intenso.
Para finalizar, puse mucha fuerza en contentar la punta de su tranca. De hecho metí la puntita de mi lengua en su uretra, pero el muy cabrón cortó todo el rollo mágico y me dio un bofetón ligero que me dejó boquiabierta. Antes de que pudiera recriminarle su trato tan brusco, me dijo que si seguía chupándosela así le iba a hacer correr.
—Anda, acuéstate sobre la roca, niña.
Y cuando, acostada boca abajo, sentí sus manos en mi cintura supe que el momento estaba llegando. Con una mano hizo presión en mi espalda, y con la otra me agarró la concha para darme una estimulación vaginal; sin que siquiera me ordenara, puse mi cola en pompa mientras seguía recibiendo sus dedos. Gemía, me mordía los labios, arañaba las rocas; simplemente no sabía qué hacer con tanto éxtasis poblándome el cuerpo.
Me metió mano en la panocha por un largo rato. No fue sino hasta que mis gemidos y mi respiración se volvieran entrecortados que decidió dejar de estimularme y, con sus dedos humedecidos de mis jugos, empezó a masajear mi ano.
—Recuerde ser gentil, por favor, don Cartes.
Y el caliente glande se posó en la punta. “Relaja”, susurró. Entró una pequeña porción de su polla que me hizo dar un respingo de dolor, pero logré callarme para no preocupar a mi amante. Aún así se detuvo y me preguntó cómo me sentía. Le respondí que continuara, que todo estaba bien.
Otro caderazo. Esta vez la cabeza estaba forzando el anillo, avanzado milímetro a milímetro. En ese momento no pude contenerme y pegué un grito tan grande que temí que nos pillara algún incauto. Y probablemente ese haya sido el caso, seguramente algún muchacho o mujer nos haya oído (incluso visto a lo lejos), pero todo eso solo lo hacía más excitante.
—Lo tienes muy apretadito, princesa, aguanta un poco más.
Otro envión, me sostuvo de la cadera con fuerza porque de manera natural mi cuerpo quería salirse de aquella invasión gigantesca que amenazaba con rompérmelo todo. Cuando pensé que debía rendirme, de rogarle que me dejara porque pensaba que simplemente ese día no era el día para debutar, en ese mismo instante todo se aflojó; su verga entró firme, atravesó la barrera del esfínter con toda su dureza, llenándome lentamente, estirando esas paredes internas que no sabía que tenía.
—¡Uf, es estrechito pero ahora está entrando, nena!
—Diossss… míoooo… ¡lo tiene demasiado grueso, don Cartes!
—Está… demasiado… apretado… cojones…
—Lo séeeee… ¡Madre cómo dueleeee!
—Puedo… ¡detenerme ahora, Rocío, solo dilo!
—¡Nooooo, sigue, señoooor!
Tras unos berridos y gemidos que don Cartes consideró “excitantes”, llegó un instante en el que la carne dejó de entrar y reventarlo todo allí adentro. Lo supe cuando los huevos de mi amante golpearon mis nalgas: una polla por fin había entrado por completo en mi cola; mi vientre empezó a llenarse de un riquísimo hormigueo conforme hilos de saliva se me escapaban de mi jadeante boca sin yo poder evitarlo.
—Mmm, ¡está todo adentro, m-m-me encanta cómo se siente!
Si, queridos lectores de TodoRelatos, aquello era riquísimo pero también sentía que un ligero movimiento en falso podría partirme en dos pedazos; había un pedazo de dura verga incrustado hasta el fondo, estaba en el límite del goce y dolor extremo; don Cartes se inclinó y me hizo una deliciosa estimulación vaginal que me hizo decir cosas innentendibles. Me quería caer, me temblaban piernas y brazos.
A fin de devolverle el favor, saqué fuerzas de donde no había y tensé mi esfínter como había entrenado:
—Dios, Rocío… ¿estás apretando tu colita?
—Síiii… Ughm, sí, lo estoy haciendo… más vale que le guste, don Cartes…
—Uf, dios mío, es lo mejor que mi polla ha sentido en toda su vida, niña… ¡dejame de joder!
Su gozo era mío, apreté el culo con más fuerza para arrancarle más alaridos, pero en ese instante sentí una descarga de leche descomunal junto a un ligero bombeo que sí debo admitir que rebasó mis límites de dolor. Empecé a chillar, algunas lágrimas se me escaparon porque dolía demasiado, de hecho perdí las fuerzas de mis brazos y terminé rogando piedad. A costa de perder la magia del momento, confieso que incluso me oriné conforme el dolor y el gozo me acuchillaban todo el cuerpo.
—¡Qué verguenzaaaa, perdóooon soy una puerca!
—¡No pasa… nada, niña, que me estoy corriendo justo ahora! Falta… poco… ¡más!
Un bufido animalesco dio por terminado sus lechazos; separó mis nalgas y sacó su pollón, seguramente viendo cómo el semen seguía escurriéndose tanto de su tranca como de mi abusado agujerito sin parar; sentía cómo caían resbalando hacia la cara interna de mis muslos temblorosos. Me abrió el agujerito con sus expertos dedos para contemplar mi lefado interior, comentando cómo se veía, que no se cerraba, que chorreaba leche; haciéndome sentir tan sucia, tan guarra, tan puta.
Don Cartes no entendió por qué me encontraba llorando y riendo a la vez. Era una experiencia que me cuesta describir hasta día de hoy; entre el dolor y el placer, y además estaba feliz por haber entregado mi cola a él, puesto que pocos chicos fueron tan delicados conmigo.
—Rocío, princesa, dime cómo te encuentras.
—Hum… siento que me acaban de partir en dos pedazos… pero… me alegra que haya sido usted quien lo haya hecho.
Nos alejamos de la cala tomados de la mano, él ya vestido, yo prefería estar desnuda. Debajo de las sombras de la arbolada que caracteriza a “La Mulata”, nos pasamos abrazados, mirando la playa, riéndonos de algunas que otras personas que pasaban y nos ojeaban con curiosidad. Porque sí, lejos estábamos de aparentar abuelo y nieta. Pero lejísimos. Y a mí no me importaba, de hecho aproveché para desabotonar su camisa y besar su pecho cuando dos señoras pasaban a lo lejos para que nos vieran.
—¿Lo podemos hacer de nuevo, don Cartes?
—¿Mande, niña? Me has dejado agotado allá, ¿no tienes clases en la facu o una cita con el novio?
—¡Lo siento, señor! Pero… en serio, ¿una vez más?
Esa tarde me pareció de lo más morboso regresar a casa con la cola pringosa de leche, aunque claro, preferiría que no me ardiera tanto. Y la ducha para limpiarme en mi baño fue una auténtica tortura, pero sentía que todo había valido la pena. Aunque fue tanta la molestia ahí atrás que no me quedó más remedio que visitar a don Cartes esa misma noche, para que me aplicara una pomada conforme me decía que todo era mi culpa por haber rogado una segunda enculada.
Seguí visitando a mi amoroso vecino todos los días. Dejó descansar mi cola por un par de días, pero luego volvió a por ella como si no hubiera mañana. Ya sea de vuelta en la playa (donde incluso me permitió ser yo quien nos llevara allí, manejando su Mercedes), en su cama matrimonial, sobre el capó de su coche y hasta sobre la mesa de la cocina; con los días aprendí a dejar pasar los dolores del sexo anal y a correrme como una cerdita sin siquiera tocarme el clítoris; incluso una noche llegué a correrme tres veces de seguido pese a que él aún no me había llenado la cola con su leche.
Pero tampoco podía dejar mi vida rutinaria a un costado. Con mi chico, bastante cabreado por la falta de atención de mi parte, fuimos por fin a sus ansiadas vacaciones de dos semanas, a la estancia de su tío, ubicado en las afueras de Montevideo. Él no tocó mi cola, amagó incontables veces pero nunca cedí; en el fondo, solo un hombre tenía permiso ya que demostró experiencia y buen tacto a la hora de hacer algo tan delicado.
La noche que regresé a casa saludé a mi padre, y pronto salí para irme a lo de mi vecino con la excusa de que visitaría a mi amiga. Pero nada más salir vi que a mi hermano saliendo de la casa de don Cartes. Disimuladamente, como si fuera coincidencia que nos encontráramos, me acerqué a él.
—Hola Rocío, don Cartes se ha ido hace unos días. Vendió la casa, ¿no es genial? Un cascarrabias menos en el barrio… ¿Has visto su jardín? Acabo de presentarme al nuevo vecino y curioseé por la casa del señor. Te juro que jamás se me ocurriría que lo tuviera todo tan bien cuidado.
—¿D-d-dónde se fue?
—Pues no sé, no le pregunté. Me encargó un par de cosas antes de irse… La verdad es que pensé que me iba a pedir el dinero para reparar la abolladura de su coche pero nada de eso. Ahora… lo que me encargó fue una cosa muy rara…
—¿Qué te encargó?
Mi hermano volvió a casa, con una ligera sonrisa surcando su rostro, no sin antes entregarme un sobre que dejó don Cartes para mí. Lo abrí esperando encontrar alguna pista que me indicara dónde había ido. Pero nada de eso. No sé por qué razón ese viejo decidió regalarme un hermoso llavero con forma de un árbol de pino, como los que pueblan la playa de Gardel, conectada a la llave de su Mercedes del 69.
En el frontal del sobre ponía “Gracias, rubia”.
En ese momento se me quebró algo dentro. Mil pensamientos desfilaban y mis ojos revoloteaban por todos lados buscando consuelo. Si don Cartes estaba conmigo era simple y llanamente porque yo le recordaba a su esposa, y el decirme “rubia” como antaño solo significaba que era hora de seguir adelante con nuestras vidas, en caminos separados desde luego. Después de todo, como lo dijo él, la edad era una jodienda.
El vehículo estaba estacionado allí, en la vereda de su casa, como esperándome, radiante como nunca lo había visto, y sí, libre de aquella abolladura que le había hecho casi dos meses atrás. Incluso más tarde supe que arregló hasta el descapotable.
No será un coche de película ni el más bonito del barrio, pero aprendí a verle la belleza; realmente creo a día de hoy que se trata de una hermosa “máquina”; repleta de significados en esas líneas rectas que la cruzan y amoldan. Para mí, ya forjó una historia, una aventura inolvidable.
—¡Flaca, un día tienes que sacarme a pasear en ese cochazo! —gritó mi hermano desde el portal de nuestra casa.
No sé dónde ha ido él, pero creo entender sus razones. Según don Cartes, no podíamos estar juntos porque si lo hiciéramos, más gente como aquellas que nos veían en la playa nos señalarían con espanto; gente como nuestros vecinos podrían murmurar sobre nosotros; era algo que, por lo visto, él prefería no soportar. Para mí, por ridículo que suene, cuando veía a esas personas señalándonos en la playa, solo veía envidia, nunca espanto.
De todos modos, y gracias a él, aprendí a no llorar ante las embestidas de la vida. Y por eso espero que algún lunes se presente bajo la sombra de los pinos que bordean aquella playa donde me hizo suya tantas veces. De momento, seguiré esperándolo allí durante algún que otro amanecer, ahí mismo donde nos abrazábamos desnudos contemplando el mar, aunque sea solo para recordar aquellas tardes donde yo sonreía y lloraba mientras el mar acariciaba mis pies, aquellas tardes donde, por muy raro que parezca, viví con él experiencias entre el dolor y el placer que jamás olvidaré.
Gracias a los que han llegado hasta aquí.
Un besito,
Rocío.

Relato erótico: “Una nena indefensa fue mi perdición” (POR GOLFO)

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Reconozco que siempre he sido un cabrón y que a través de los años he aprovechado cualquier oportunidad para echar un polvo, sin importarme los sentimientos de la otra persona. Me he tirado casadas, divorciadas, solteras, altas, bajas, flacas y gordas, en cuanto se me han puesto a tiro.
Me traía sin cuidado las armas a usar para llevármelas a la cama. Buscando mi satisfacción personal, he desempeñado diferentes papeles para conseguirlo. Desde el tímido inexperto al más osado conquistador. Todo valía para aliviar mi calentura. Por ello cuando una mañana me enteré de la difícil situación en que había quedado una criatura, decidí aprovecharme y eso fue mi perdición.
Recuerdo como si fuera ayer, como supe de sus problemas. Estaba entre los brazos de María, una asistente social con la que compartía algo más que arrumacos, cuando recibió una llamada de una cliente. Como el cerdo que soy, al oír que mi amante le aconsejaba que rehacer su vida y olvidar al novio que la había dejado embarazada, no pude menos que poner atención a su conversación.
«Una posible víctima», pensé mientras escuchaba como María trataba de consolarla.
Así me enteré que la chavala en cuestión tenía apenas diecinueve años y que su pareja, en cuanto nació su hija, la había abandonado sin importarle que al hacerlo, la dejara desamparada y sin medios para cuidar a su retoño.
«Suena interesante», me dije poniendo todavía mayor atención a la charla.
Aunque ya estaba interesado, cuando escuché a mi polvo-amiga recriminarle que tenía que madurar y buscarse un trabajo con el que mantenerse, supe que sería bastante fácil conseguir una nueva muesca en mi escopeta.
Tras colgar y mientras la asistente social anotaba unos datos en su expediente, disimuladamente me acerqué y comprobé alborozado que la tal Malena no solo no era fea sino que era un auténtico bombón.
«Está buenísima», sentencié al observar la foto en la que su oscura melena hacía resaltar los ojos azules con los que la naturaleza la había dotado y para colmo todo ello enmarcado en un rostro dulce y bello.
Reconozco que tuve que retener las ganas de preguntar por ella. No quería que notara que había despertado mi interés, sobre todo porque sabía que mi conocida no tardaría en pedir mi ayuda para buscarle un trabajo.
Y así fue. Apenas volvimos a la cama, María me preguntó si podía encontrar un trabajo a una de sus clientes. Haciéndome el despistado, pregunté qué tipo de perfil tenía y si era de confianza.
-Pongo la mano en el fuego por esta cría- contestó ilusionada por hacer una buena obra y sin pensar en las consecuencias, me explicó que aunque no tenía una gran formación, era una niña inteligente y de buenos principios que la mala suerte la había hecho conocer a un desalmado que había abusado de ella.
-Pobre chavala- murmuré encantado y buscando sacar mayor información, insistí en que me dijera todo lo que sabía de ella.
Así me enteré que provenía de una familia humilde y que la extremada religiosidad de sus padres había provocado que, al enterarse que estaba preñada, la apartaran de su lado como si estuviera apestada.
«Indefensa y sola, ¡me gusta!», medité mentalmente mientras en mi rostro ponía una expresión indignada.
María desconocía mis turbias intenciones y por ello no puso reparo en explicarme que la estricta educación que había recibido desde niña, la había convertido en una presa fácil.
-No te entiendo- dejé caer cada vez más encantado con las posibilidades que se me abrían.
-Malena es una incauta que todavía cree en la bondad del ser humano y está tan desesperada por conseguir un modo de vivir, que me temo que caiga en manos de otro hijo de perra como su anterior novio.
-No será para tanto- insistí.
-Desgraciadamente es así. Sin experiencia ni formación, esa niña es carne de cañón de un prostíbulo sino consigue un trabajo que le permita mantener a su hijita.
Poniendo cara de comprender el problema, como si realmente me importara su futuro, insinué a su asistente social que resultaría complicado encontrar un puesto para ella pero que podría hacer un esfuerzo y darle cobijo en mi casa mientras tanto.
-¿Harías eso por mí?- exclamó encantada con la idea porque aunque me conocía de sobra, nunca supuso que sería tan ruin de aprovecharme de la desgracia de su cliente.
Muerto de risa, contesté:
-Si pero con una condición…-habiendo captado su atención, le dije: -Tendrás que regalarme tu culo.
Sonriendo de oreja a oreja, María me contestó poniéndose a cuatro patas en el colchón…

Preparo la trampa para Malena.
Sabiendo que al día siguiente María me pondría en bandeja a esa criatura, utilicé el resto del día para prepararme. Lo primero que hice fui ir a la “tienda del espía” y comprar una serie de artilugios que necesitaría para convertir mi chalet en una trampa. Tras pagar una suculenta cuenta en ese local, me vi llevando a mi coche varias cámaras camufladas, así como un completo sistema de espionaje.
Ya en mi casa, coloqué una en el cuarto que iba a prestar a esa monada para que ella y su hijita durmieran, otra en el baño que ella usaría y las demás repartidas por la casa. Tras lo cual, pacientemente, programé el sistema para que en mi ausencia grabaran todo lo que ocurría para que al volver pudiera visualizarlo en la soledad de mi habitación. Mis intenciones eran claras, intentaría seducir a esa incauta pero de no caer en mis brazos, usaría las grabaciones para chantajearla.
«Malena será mía antes de darse cuenta», resolví esperanzado y por eso esa noche, salí a celebrarlo con un par de colegas.
Llevaba tres copas y otras tantas cervezas cuando de improviso, mi teléfono empezó a sonar. Extrañado porque alguien me llamara a esas horas, lo saqué de la chaqueta y descubrí que era María quien estaba al otro lado.
-Necesito que vengas a mi oficina- gritó nada mas descolgar.
La urgencia con la que me habló me hizo saber que estaba en dificultades y aprovechando que estaba con mis amigos, les convencí para que me acompañaran.
Afortunadamente, Juan y Pedro son dos tíos con huevos porque al llegar al edificio de la asistente social nos encontramos con un energúmeno dando voces e intentando arrebatar un bebé de las manos de su madre mientras María intentaba evitarlo. Nadie tuvo que decirme quien eran, supe al instante que la desdichada muchacha era Malena y que ese animal era su antiguo novio.
Quizás gracias al alcohol, ni siquiera lo medité e interponiéndome entre ellos, recriminé al tipejo su comportamiento. El maldito al comprobar que éramos tres, los hombres que las defendían, se lo pensó mejor y retrocediendo hasta su coche, nos amenazó con terribles consecuencias si le dábamos amparo.
-Te estaré esperando- grité encarando al sujeto, el cual no tuvo más remedio que meterse en el automóvil y salir quemando ruedas. Habiendo huido, me giré y fue entonces cuando por primera vez comprendí que quizás me había equivocado al ofrecer mi ayuda.
¡Malena no era guapa! ¡Era una diosa!
Las lágrimas y su desesperación lejos de menguar su atractivo, lo realzaban al darle un aspecto angelical.
Todavía no me había dado tiempo de reponerme de la sorpresa cuando al presentarnos María, la muchacha se lanzó a mis brazos llorando como una magdalena.
-Tranquila. Si ese cabrón vuelve, tendrá que vérselas conmigo- susurré en su oído mientras intentaba tranquilizarla.
La muchacha al oírme, levantó su cara y me miró. Os juro que me quedé de piedra, incapaz de hablar, al ver en su rostro una devota expresión que iba más allá del mero agradecimiento. Lo creáis o no, me da igual. Malena me observaba como a un caballero andante bajo cuya protección nada malo le pasaría.
«Menuda pieza debe de ser su exnovio», pensé al leer, en sus ojos, el terror que le profesaba.
Tuvo que ser María quien rompiera el silencio que se había instalado sobre esa fría acera, al pedirme que nos fuéramos de allí.
-¿Dónde vamos?- pregunté todavía anonadado por la belleza de esa joven madre.
-Malena no puede volver a la pensión donde vive. Su ex debe de estarla esperando allí. Mejor vamos a tu casa.
Cómo con las prisas había dejado mi coche en el restaurante, los seis nos tuvimos que acomodar en el todoterreno de Juan. Mis colegas se pusieron delante, dejándome a mí con las dos mujeres y la bebé en la parte trasera.
Durante el trayecto, mi amiga se encargó de calmar a la castaña, diciendo que junto a mí, su novio no se atrevería a molestarla. Si ya de por sí que me atribuyera un valor que no tenía, me resultó incómodo, más lo fue escucharla decir que podía fiarse plenamente de mí porque era un buen hombre.
-Lo sé- contestó la cría mirándome con adoración- lo he notado nada más verlo.
Su respuesta me puso la piel de gallina porque creí intuir en ella una mezcla de amor, entrega y sumisión que nada tenía que ver con la imagen que me había hecho de ella.
Al llegar al chalet y mientras mis amigos se ponían la enésima copa, junto a María, acompañé a Malena a su cuarto. La cría estaba tan impresionada con el lujo que veía por doquier que no fue capaz de decir nada pero al entrar en la habitación y ver al lado de su cama una pequeña cuna para su hija, no pudo retener más el llanto y a moco tendido, se puso a llorar mientras me agradecía mis atenciones.
Totalmente cortado, la dejé en manos de mi amiga y pensando en el lio que me había metido, bajé a acompañar a los convulsos bebedores que había dejado en el salón. A María tampoco debió de resultarle sencillo consolarla porque tardó casi una hora en reunirse con nosotros. Su ausencia me permitió tomarme otras dos copas y bromear en plan machote de lo sucedido mientras interiormente, me daba vergüenza el haber instalado esas cámaras.
Una vez abajo, la asistente social rehusó ponerse un lingotazo y con expresión cansada, nos pidió que la acercáramos a su casa. Juan y Pedro se ofrecieron a hacerlo, de forma que me vi despidiéndome de los tres en la puerta.
«Seré un capullo pero esa cría no se merece que me aproveche de ella», dije para mis adentros por el pasillo camino a mi cuarto.
Ya en él, me desnudé y me metí en la cama, sin dejar de pensar en la desvalida muchacha que descansaba junto a su hija en la habitación de al lado. Sin ganas de dormir, encendí la tele y puse una serie policiaca que me hiciera olvidar su presencia. No habían pasado ni cinco minutos cuando escuché que tocaban a mi puerta.
-Pasa- respondí sabiendo que no podía ser otra que Malena.
Para lo que no estaba preparado fue para verla entrar únicamente vestida con una de mis camisas. La chavala se percató de mi mirada y tras pedirme perdón, me explicó que como, había dejado su ropa en la pensión, Maria se la había dado.
No sé si en ese momento, me impresionó más el dolor que traslucía por todos sus poros o el impresionante atractivo y la sensualidad de esa cría vestida de esa forma. Lo cierto es que no pude dejar de admirar la belleza de sus piernas desnudas mientras Malena se acercaba a mí pero fue al sentarse al borde de mi colchón cuando mi corazón se puso a mil al descubrir el alucinante canalillo que se adivinaba entre sus pechos.
-No importa- alcancé a decir- mañana te conseguiré algo que ponerte.
Mis palabras resultaron sinceras, a pesar que mi mente solo podía especular con desgarrar esa camisa y por ello, al escucharme, la joven se puso nuevamente a llorar mientras me decía que, de alguna forma, conseguiría compensar la ayuda que le estaba brindando.
Reconozco que, momentáneamente, me compadecí de ella y sin otras intenciones que calmarla, la abracé. Lo malo fue que al estrecharla entre mis brazos, sentí sus hinchados pechos presionando contra el mío e involuntariamente, mi pene se alzó bajo la sábana como pocas veces antes. Todavía desconozco si esa cría se percató de la violenta atracción que provocó en mí pero lo cierto es que si lo hizo, no le importó porque no hizo ningún intento de separarse.
«Tranquilo macho, no es el momento», me repetí tratando de evitar que mis hormonas me hicieran cometer una tontería.
Ajena a la tortura que suponía tenerla abrazada y buscando mi auxilio, Malena apoyó su cabeza en mi pecho y con tono quejumbroso, me dio nuevamente las gracias por lo que estaba haciendo por ella.
-No es nada- contesté, contemplando de reojo su busto, cada vez más excitado- cualquiera haría lo mismo.
-Eso no es cierto. Desde niña sé que si un hombre te ayuda es porque quiere algo. En cambio, tú me has ayudado sin pedirme nada a cambio.
El tono meloso de la muchacha incrementó mi turbación:
¡Parecía que estaba tonteando conmigo!
Asumiendo que no debía cometer una burrada, conseguí separarme de ella y mientras todo mi ser me pedía hundirme entre sus piernas, la mandé a su cuarto diciendo:
-Ya hablaremos en la mañana. Ahora es mejor que vayas con tu hija, no vaya a despertarse.
Frunciendo el ceño, Malena aceptó mi sugerencia pero antes de irse desde la puerta, me preguntó:
-¿A qué hora te despiertas?
-Aprovechando que es sábado, me levantaré a las diez. ¿Por qué lo preguntas?
Regalándome una dulce sonrisa, me respondió:
-Ya que nos permites vivir contigo, que menos que prepararte el desayuno.
Tras lo cual, se despidió de mí y tomó rumbo a su habitación, sin saber que mientras iba por el pasillo, me quedaba admirando el sensual meneo de sus nalgas al caminar.
«¡Menudo culo tiene!», exclamé absorto al certificar la dureza de ese trasero.
Ya solo, apagué la luz, deseando que el descanso me hiciera olvidar las ganas que tenía de poseerla. Desgraciadamente, la oscuridad de mi cuarto, en vez de relajarme, me excitó al no poder alejar la imagen de su belleza.
Era tanta mi calentura que todavía hoy me avergüenzo por haber dejado volar mi imaginación esa noche como mal menor. Sabiendo que, de no hacerlo, corría el riesgo de pasarme la noche en vela, me imaginé a esa preciosidad llegando hasta mi cama, diciendo:
-¿Puedo ayudarte a descansar?- tras lo cual sin pedir mi opinión, se arrodilló y metiendo su mano bajó las sábanas, empezó a acariciar mi entrepierna.
Cachondo por esa visión, forcé mi fantasía para que Malena, poniendo cara de putón desorejado, comentara mientras se subía sobre mí:
-Necesito agradecerte tu ayu
da- y recalcando sus palabras, buscó el contacto de mis labios.
No tardé en responder a su beso con pasión. Malena al comprobar que cedía y que mis manos acariciaban su culo desnudo, llevó sus manos hasta mi pene y sacándolo de su encierro, me gritó:
-¡Tómame!
Incapaz de mantener la cordura, separé sus piernas y permití que acomodara mi miembro en su sexo. Contra toda lógica, ella pareció la más necesitada y con un breve movimiento se lo incrustó hasta dentro pegando un grito. Su chillido desencadeno mi lujuria y quitándole mi camisa, descubrí con placer la perfección de sus tetas. Dotadas con unos pezones grandes y negros, se me antojaron irresistibles y abriendo mi boca, me puse a saborear de ese manjar con sus gemidos como música ambiente.
Malena, presa por la pasión, se quedó quieta mientras mi lengua jugaba con los bordes de sus areolas, al tiempo que mis caricias se iban haciendo cada vez más obsesivas. Disfrutando de mi ataque, las caderas de esa onírica mujer comenzaron a moverse en busca del placer.
-Estoy cachonda- suspiró al sentir que sopesando con mis manos el tamaño de sus senos, pellizcaba uno de sus pezones.
Obviando su calentura, con un lento vaivén, fui haciéndome dueño con mi pene de su cueva. Ella al notar su sexo atiborrado, pegó un aullido y sin poder hacer nada, se vio sacudida por el placer mientras un torrente de flujo corría por mis muslos.
-Fóllame, mi caballero andante- suspiró totalmente indefensa- ¡soy toda tuya!
Su exacerbada petición me terminó de excitar y pellizcando nuevamente sus pezones, profundicé el ataque que soportaba su coño con mi pene. La cría, al experimentar la presión de mi glande chocando contra la pared de su vagina, gritó y retorciéndose como posesa, me pidió que no parara. Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé en ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos. Fue entonces su cuando, berreando entre gemidos, chilló:
-Demuéstrame que eres un hombre.
Sus deseos me hicieron enloquecer y cómo un perturbado, incrementé la profundidad de mis caderas mientras ella, voz en grito, me azuzaba a que me dejara llevar y la preñara. La paranoia en la que estaba instalado no me permitió recordar que todo era producto de mi mente y al escucharla, convertí mi lento trotar en un desbocado galope cuyo único fin era satisfacer mi lujuria.
Mientras alcanzaba esa meta imaginaria, esa cría disfrutó sin pausa de una sucesión de ruidosos orgasmos. La entrega de la que hizo gala convirtió mi cerebro en una caldera a punto de explotar y por eso viendo que mi pene no tardaría en sembrar su vientre con mi simiente, la informé de lo que iba a ocurrir.
Malena, al escuchar mi aviso, contestó desesperada que me corriera dentro de ella y contrayendo los músculos de su vagina, obligó a mi pene a vaciarse en su interior.
-Mi caballero andante- sollozó al notar las descargas de mi miembro y sin dejar que lo sacara, convirtió su coño en una batidora que zarandeó sin descanso hasta que consiguió ordeñar todo el semen de mis huevos.
Agotado por el esfuerzo, me desplomé en la cama y aunque sabía que no era real, me encantó oír a esa morena decir mientras volvía a su alcoba:
-Esto es solo un anticipo del placer que te daré.
Ya relajado y con una sonrisa en los labios, cerré los ojos y caí en brazos de Morfeo…

Mi primer día con Malena y con su hija.
Habituado a vivir solo, esa mañana me despertó el sonido de la ducha. Saber que esa monada iba a bañarse, me hizo saltar de la cama y con la urgencia de un chaval, encendí mi ordenador. Los pocos segundos que tardé en abrir el sistema de espionaje que había instalado en mi casa, me parecieron eternos. La primera imagen que vi de la cámara que tenía en su baño, fue la de sus bragas tiradas en el suelo. Esa prenda fue suficiente para que mi pene saliera de su letargo. Os juro que ya estaba excitado aun antes de ver su silueta a través de la mampara transparente de la ducha. Por ello me perdonareis que, como si estuviera contemplando una película porno, disfrutara del modo tan sensual con el que esa morena se enjabonaba.
«Está como un tren», sentencié al observar por primera vez sus pechos.
Grandes, duros e hinchados eran todavía más espectaculares de lo que me había imaginado. Eran tan maravillosos que sin ningún pudor, me puse a masturbarme en su honor.
-¡Qué pasada!- exclamé en voz baja cuando en la pantalla esa mujer se dio la vuelta y pude contemplar que los rosados pezones que decoraban sus tetas, pero lo que realmente me impactó fue el cuidado bosque que esa crecía en su entrepierna.
Aunque sabía que esa indefensa y joven madre era un primor, confieso que me sorprendió el tamaño de sus pitones. Había supuesto que serían grandes pero nada me preparó para contemplar la perfección de sus formas, como tampoco estaba preparado la exquisita belleza del resto de su cuerpo.
«¡Joder! ¡Qué guapa es!”, pensé incrementando el ritmo de mi paja.
Al estar atento a lo que ocurría en la pantalla, me quedé con la boca abierta cuando ajena a estar siendo espiada por mí, Malena separó sus piernas para enjabonarse la ingle, permitiendo que mi vista se recreara en su chocho. A pesar de no llevarlo completamente depilado, me pareció extrañamente atractivo. Acostumbrado a la moda actual donde las mujeres retiran todo tipo de pelo, os tengo que reconocer que mi respiración se aceleró al contemplar esa maravillosa mata.
«¡Tiene que ser mía!», sentencié ya alborotado.
Para colmo, si no llego a saber que era imposible, el modo tan lento y sensual con el que se enjabonaba, bien podría hacerme suponer que esa chavala se estaba exhibiendo y que lo que realmente quería era ponerme verraco. Completamente absorto mirándola, me masturbé con más fuerza al disfrutar de todos y cada uno de sus movimientos. Para entonces, comprenderéis que deseara ser yo quien la enjabonara y que fueran mis manos las que recorrieran su espléndido cuerpo. También sé que me perdonareis que en ese momento, me imaginara manoseando sus pechos, acariciando su espalda pero sobre todo verme dando lengüetazos en su sexo.
«¡Debe de tener un coño dulce y sabroso!», me dije mientras mi muñeca buscaba sin pausa darme placer.
El empujón que mi pene necesitaba para explotar fue verla agacharse a recoger el jabón que había resbalado de sus manos porque ese movimiento me permitió admirar nuevamente con su culo y descubrir entre sus nalgas, un rosado y virginal esfínter.
«¡Nunca se lo han roto!», exclamé al imaginarme que iba a ser yo quien desvirgara esa trasero y demasiado excitado para aguantar, descargando mi simiente sobre la alfombra, me corrí en silencio.
Al terminar, el sentimiento de culpa me golpeó con gran fuerza y no queriendo que esa muchacha descubriera esas manchas blancas y comprendiera que la había estado espiando, las limpié. Tras lo cual cerré el ordenador y bajé a la cocina, intentando olvidar su cuerpo mojado. Pero por mucho que me esforcé, todos mis intentos resultaron infructuosos porque lo quisiera o no, su piel desnuda se había grabado a fuego en mi mente y ya jamás se desvanecería.
Estaba preparándome un café cuando un ruido me hizo saber que tenía compañía. Al girarme, descubrí que Malena acababa de entrar con su hija en brazos. Por su cara, algo la había enfadado pero no fue hasta que me recriminó que me hubiese despertado antes de tiempo, cuando recordé que la noche anterior esa monada me había dicho que ella preparara el desayuno.
-Perdona- respondí y tomando asiento, dejé que fuera ella quien lo sirviera.
Desde mi silla, fui consciente de las dificultades de Malena para cocinar con su bebé en brazos y sin pensarlo dos veces, le pedí que me dejara tenerla a mí para que ella pudiera estar más libre. La muchacha me miró confundida pero al ver mi tranquilidad me pasó a su hija.
Curiosamente, su cría no se puso a llorar al estar en brazos de un extraño sino que dando alegres balbuceos, demostró que estaba encantada conmigo. Mi falta de experiencia con un bebé no fue óbice para que yo también disfrutara haciendo carantoñas a esa criatura y por ello cuando me trajo el café, Malena no hizo ningún intento en arrebatármela sino que se sentó frente a mí y se puso a mirarme con una extraña expresión de felicidad.
-Le gustas- me informó sin dejar de observarme.
Sus palabras pero sobre todo su tono consiguieron sonrojarme e incapaz de articular palabra, me quedé jugando con la niña mientras su madre desayunaba. Sintiendo sus ojos fijos en mí, me estaba empezando a impacientar cuando de pronto la nenita se echó a llorar.
-Tiene hambre- dijo Malena mientras la tomaba de mis manos y antes de que pudiera hacer algo por evitarlo, se sacó un pecho y se puso a darle de mamar.
Alucinado, no perdí detalle de cómo la cría se aferraba a su pezón. La naturalidad con la que Malena realizó ese acto no me pasó inadvertida. Su actitud confiada no era lógica porque apenas me conocía. A pesar de ello, me fui calentando al escuchar los ruidos que la niñita hacía al mamar.
«Dios, ¡Estoy bruto!», me quejé en silencio mientras bajo mi pantalón mi apetito crecía sin control.
Malena, que en un principio no se había dado cuenta de mi mirada, al percatarse que no le quitaba ojo, se empezó a mover incómoda en su silla. Involuntariamente dije maravillado:
-¡Qué hermoso!-
Mi halago tuvo un efecto no previsto, la chavala soltando un suspiro, se puso colorada y me preguntó si era la primera vez que veía a un bebé mamar. Al responderle afirmativamente, me pidió que me acercara más. No pude negarme y un poco confuso, puse mi silla a su lado y seguí ese natural acto totalmente embobado.
Encantada con la expresión de mi rostro, Malena se rio a carcajadas diciendo:
-Me estas devorando con la mirada.
Siendo cierto, me ruborizó su descaro y por ello me levanté pero entonces, cogiendo mi mano, la muchacha me obligó a retornar a mi silla y me dijo:
-No quiero que te vayas. Me gusta sentir tu mirada.
Sus palabras provocaron que mi pene se volviera a alzar e inconscientemente pasé mi mano por su brazo. Malena se removió inquieta en su silla y sin ningún poner ningún reparo a mis caricias, se cambió a la niña de pecho. Para entonces, el ver a su bebé mamando mientras una gota brotaba del pezón que se acababa de quedar libre, me fueron llevando a un estado difícil de describir. Con una mezcla de ternura y de lujuria, no pude retener mi mano cuando se acercó a su areola y recogió entre sus dedos, ese blanco néctar. Tampoco pude hacer nada cuando involuntariamente, mis labios se abrieron para saborear su leche.
-¡Qué haces!- esa cría me recriminó mi actuación, totalmente enfadada.
Supe que me había pasado y huyendo de su lado, subí a mi cuarto a tranquilizarme. Con su sabor todavía en mis papilas, tuve que masturbarme dos veces para conseguirlo.
«Joder, soy un imbécil», murmuré cabreado. La conducta de esa muchacha me tenía desconcertado. Cuando la conocí, me pareció una ingenua que el destino la había llevado a estar sola e indefensa. Luego y en mi descargo os he de decir que su desfachatez en la cocina me hizo suponer que era un zorrón en busca de polla y que me estaba dando entrada.
Por ello, ¡metí la pata!
-No entiendo nada- sentencié al temer que mi actuación había abierto los ojos a esa muchacha y que ya no podría aprovecharme de ella…

“Mi loba aulla mientras una vampira bate sus alas” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis.

Segundo libro de la serie: LOS SOBREHUMANOS.

Uxío y la salvaxe con la que comparte la vida son llamados a ver a Xenoveva, el hada que vive en la laguna y de la que el licántropo es adalid.. Al presentarse ante ella, esa semidiosa les informa que una de sus hermanas, un hada que vive en la Toscana, necesita su ayuda y que les ha mandado a una bruja como mensajera.
Pensando la pareja que se encontrarían con una mujer gorda y entrada en años, acceden a entrevistarse con ella. Al conocerla, resultó ser una bellísima joven a traves de la cual Diana les informa que en la región de Italia donde vive se han producido unas desapariciones, cuyos responsables sospecha que son vampiros.
Aceptando la misión, los tres se dirigen a Florencia sin sospechar que la policía que lleva el caso es una morena con un pequeño problema. No es humana, pero tampoco una mujer loba Sandra Moretti puede ser una enemiga y ¡bebe sangre!…

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

Para que podías echarle un vistazo, os anexo los primeros capítulos:

1

Para un hombre o una mujer del siglo XXI, las leyendas y mitos de nuestros ancestros carecen de veracidad y son considerados supersticiones en las que únicamente creen los más ingenuos de nuestra sociedad. Hoy en día, nadie en su sano juicio se levanta en una reunión y reconoce creer en ellas, y si lo hace rápidamente cae sobre él todo tipo de condenas y menosprecios. La religión y lo sobrenatural están mal vistos. Que un científico se atreva a sugerir la existencia de vida extraterrestre inteligente provoca al menos escarnio, pero si se le ocurre afirmar que en la tierra viven seres mitológicos como el megalodón rápidamente es catalogado de friki. En contraposición, desde niños amamos las historias de duendes, en nuestros cines se proyectan multitud de películas de superhéroes que atraen a una legión de espectadores, la literatura está plagada de libros cuyos protagonistas tienen percepciones extrasensoriales sin que causen mofa y cuyos autores no son tildados de locos. Por ello, me atreví a contar mi vida plasmando en papel cómo siendo un típico hombre de la actualidad descubrí que en mi interior existía un “salvaxe”.

Sé que la gran mayoría leerá estas páginas pensando en que son producto de una fértil imaginación y solo unos pocos creerán mi historia. Me da lo mismo. La incredulidad de nuestros días es algo con lo que cuento y, aun así, no me coarta para narraros cómo un antiguo policía terminó siendo el alfa de una manada de hombres lobos.

 Hoy puedo afirmar sin pudor que soy miembro de una especie que ha permanecido coexistiendo con la humana desde los albores de los tiempos y que mi ADN comparte con el vuestro muchos genes, pero hay una gran diferencia, yo y mis iguales somos capaces de mutar y convertirnos en esa pesadilla que os ha torturado desde que existe memoria. Es más, los salvaxes no estamos solos, también caminan por la tierra otros seres tan extraños, poderosos y temidos como nosotros…

Tras mi coronación como jefe absoluto de la manada, no me deshice del antiguo monarca, sino que lo integré en la dirección de los míos para no perder su valiosa experiencia y su atinado juicio. Por otra parte, no me quedaba otra ya que el salvaxe que destroné era mi suegro, el padre de Lúa, la compañera que el destino y las hadas habían designado para mí y que se sentaba a mi lado en el trono. Para los que no lo sepan, mi relación con esa loba no fue fácil, ya que en un principio me creyó un engendro, un maldito renegado que había desatado una espiral de violencia y muerte en nuestra Galicia natal y cuyos efectos todavía sufrimos. Por ello, me combatió e intentó matarme, aunque en su interior sentía una atracción vital hacia mí. Afortunadamente, conseguí convencerla de mi inocencia y aliándose conmigo, conseguimos derrotar a la verdadera causante de tanto mal, una loba descarriada llamada Tereixa que asesinó a la mujer que amaba y a la cual, su viejo me impidió ajusticiar aludiendo al escaso número de “salvaxes” que existen hoy en día.

            ―Sus genes nos son necesarios y su condena debe ser engendrar nuevos lobatos― fue uno de los primeros consejos que me dio.

            Lúa lo apoyó y como ella fue la que finalmente la venció en duelo, no me quedó otra que aceptar que esa malnacida se convirtiera en nuestra sierva, en un juguete con el cual disfrutar sexualmente sin que pudiese hacer nada por oponerse.  Cuando se le dio la oportunidad de convertirse en nuestra esclava o morir, optó por la primera y desde entonces, fue un vientre en el que mi pareja y yo calmamos una lujuria carente de sentimientos. Ya no la odio por haber matado a Branca, pero el recuerdo de mi amada meiga sigue presente y me ha impedido perdonar. Por ello cuando un licántropo de la Provenza la pidió para engendrar con ella, no dudé en traspasársela como si de una cosa se tratara y es que, para mí, esa malnacida valía menos que el aire que consumía y vi en ello, una liberación.

―Seré un amo duro pero justo― comentó el tal Pierre cuando se la di, creyendo quizás que su destino me importaba.

―Como si la horneas y después te la comes― respondí dejando claro mi completo desinterés.

Lúa tampoco vio nada malo en ello, ya que tras los primeros días en los que disfrutaba torturándola esa mujer se volvió en un lastre más que en un aliciente. Curiosamente, la única que mostró su pesar fue ella al sentir que bajaba un escalón al dejar de ser la mascota del alfa de la manada. Ya sin su presencia, la relación con mi loba mejoró, pero jamás ha sido algo plácido ni sosegado porque lo nuestro tiene mucho de lucha y de conquista. No somos lo que se dice una pareja ideal, estamos siempre discutiendo y buscando demostrar quién manda. Y cuando digo siempre es siempre, tanto fuera de la cama como dentro de ella. Cuando no es esa endemoniada rubia la que me ataca en busca de caricias en la oficina, soy yo quien la sorprende e intenta poseerla en mitad del pasillo. Somos distintos, muchas veces nos odiamos, otras nos amamos, pero lo que nunca podemos evitar es sentir deseo. Por mucho que intentemos contenerlo, estar en una habitación a solas nos provoca la urgente necesidad de mordernos, de olisquear nuestros sexos y lanzarnos en picado uno contra otro en persecución de nuestros límites.

Son minutos y horas gloriosos donde el hombre y la mujer desaparecen y haciendo un paréntesis, nos dejamos llevar por el instinto y somos felices. Es difícil de describir que siento. Sumergido entre sus brazos, es como si el universo se empequeñeciera y se tiñera de ella. Me siento chapoteando en el azul de sus ojos, nadando en el mar de sus pupilas mientras ella hunde sus manos en mi negro pelaje. Da lo mismo si lo hacemos bajo la forma humana o la lobuna, siempre es algo salvajemente sublime y cuando terminamos, nos lamemos nuestras heridas pensando en cuanto tiempo tardaremos en volver a experimentar ese gozoso clímax mientras nos quejamos por ser unas marionetas cuyo destino está escrito aun antes de nacer.

Nuestras peleas se han vuelto legendarias entre los nuestros y por eso cuando notan las primeras señales de que se avecina una, los salvaxes a nuestro alrededor emprenden una rápida huida y solo vuelven cuando con el paso de las horas sienten que la calma ha vuelto y que hemos limado nuestras diferencias restregando nuestros lomos. Nadie excepto Bríxida, mi hermanastra, se ha atrevido jamás a intentar aplacarnos en mitad de la tormenta y si no resultó malherida fue porque Pello y Yago, los hermanos de Lúa, se interpusieron.

―Estáis locos, sois unos dementes― recuerdo que nos espetó al ver las heridas que habían sufrido los salvaxes que le había jurado amor eterno al defenderla: ―Se os nubla la mente cuando discutís y lo peor es que siempre termináis copulando como si nada hubiese ocurrido.

Y tenía razón en todo. Siempre que tenemos una pelea, vuelan platos, mesas, sillas. Nos mordemos, nos pateamos e intentamos hacernos daño para al final dejar salir nuestras hormonas y lanzarnos a satisfacer nuestra lujuria.

No todo es malo, juntos formamos un tándem insuperable. Los dos unidos hemos hecho olvidar a los antiguos reyes de la manada y todos nuestros súbditos se muestran unánimes al valorar positivamente nuestro reinado. No existe disidencia, a nadie se le pasa por la cabeza urdir un plan para destronarnos porque saben que hace siglos no existe una pareja de alfas que haya despertado tanta admiración entre los salvaxes. Nos aman y nos temen a partes iguales. Aunque confían en nuestro juicio, son renuentes a solicitar nuestra intervención por la dureza de nuestras decisiones. Nadie ha olvidado que tras recibir el pedido de que interviniéramos en la disputa de dos clanes, no nos había temblado el pulso al decidir echar a ambos de las tierras que habían controlado durante siglos.

―Los salvaxes nacemos para servir, no para gobernar― fue la única explicación que dimos.

Conscientes de que era así y que nuestra decisión fue justa y ajustada a la tradición, esa inaudita sentencia provocó que prefirieran resolver las diferencias entre ellos antes de pedir que intervengamos. Curiosamente, nuestra dureza trajo un periodo de tranquilidad entre las familias, ya que todas sin distinción intentaron comportarse de acuerdo a las normas que habían sido marcadas hace milenios para no arriesgarse a que como sus alfas les diésemos un revolcón.

Otro hito que marcó nuestro reinado, fue que usáramos nuestra influencia para que, saliendo de mi excedencia, Lúa y yo fuéramos asignados a un organismo autónomo de la Interpol encargado de investigar tanto los asesinatos en serie como también de otros delitos de gran repercusión, pero sin una explicación lógica. Gracias a ello, pudimos establecer nuestra base en el pazo, pazo del que solo salíamos cuando nos encargaban una misión. Esa independencia nos permitía atender las cuestiones de los salvaxes sin estar bajo la permanente supervisión de nuestros mandos.

Por eso, cuando una mañana la dama del bosque nos pidió que fuésemos a verla, no tuvimos problemas en acudir a la laguna. Para aquellos que no sepáis quién es ella, solo deciros que Xenoveva es el hada a la que estoy íntimamente unido. Aunque actualmente soy su valedor, el adalid que nació para defenderla, sé que en el futuro cuando mi presencia no sea requerida en este plano astral, mi destino será sumergirme en sus cristalinas aguas y convertirme en su esposo. Sabiéndolo, Lúa se mostró reticente a acudir conmigo a verla, ya que como mi pareja le resultaba doloroso contemplar la atracción que sentíamos uno por el otro.

―Me ha rogado que vayas tú también― tuve que insistir ante su negativa: ― Debe ser importante.

 Protestando, la rubia aceptó acudir y transformándonos en lobos aparecimos por el claro donde estaba el lago en que el hada vivía. Desde que dejamos el bosque mi corazón comenzó a palpitar nervioso al saber que la vería, incrementando el cabreo de mi acompañante.

―Al menos podrías tener la delicadez de no mostrarte tan ansioso― murmuró furiosa mientras cruzábamos el prado.

No tuve ninguna duda de que a la vuelta protagonizaríamos una de nuestras épicas discusiones, pero aun así la seguí hasta la orilla. Al llegar, permanecí en silencio sin llamarla, no fuera a ser que mi tono revelara la emoción que me embargaba, cabreando más a Lúa. La loba tampoco la llamó, pero eso no fue óbice para que a los pocos segundos la dama hiciera su aparición. Tal y como acostumbraba, Xenoveva emergió de su interior acompañada de las “mouras”, las dos traviesas ninfas que la ayudaban y cuya naturaleza les hacía tontear con todos los hombres con los que se topaban.

―Encima viene con sus zorras― masculló al verlo.

No pude recriminárselo al contemplar la forma en que esas ninfas se acariciaban entre ellas con el único propósito de molestarla al verme excitado. Lo que tampoco colaboró en tranquilizarla fue el suspiro que pegué al ver al hada acercándose a mí totalmente desnuda. Sé que fue algo involuntario, algo que no pude evitar, pero en mi descargo he de mencionar que a cualquier mortal le hubiese pasado lo mismo al admirar la belleza de esa pelirroja y la rotundidad de sus curvas.

―Mis queridos lobos, gracias por venir a verme― nos dijo fijando sus ojos en mí.

Su mirada fue la gota que derramó el vaso para que mis hormonas se pusiesen a funcionar y tratando de simular un sosiego que no tenía, agaché la cabeza en señal de respeto, pero también para dejar de seguir admirando los pechos que tanto me atraían. Sé que mi pareja se percató de mi estado y que a la vuelta no dudaría en recriminármelo, pero obviándolo momentáneamente también ella se postró ante el hada.

―Señora, ¿qué desea de nosotros? ― entrando al trapo, Lúa preguntó.

―Diana, una de mis hermanas que vive en la Toscana, tiene problemas y me ha pedido vuestra ayuda.

Al escuchar el nombre, comprendí que se refería al hada que adoraban los seguidores de la Stregheria, una religión politeísta que hundía sus raíces en la época etrusca y que había sido duramente combatida por el clero católico. Por ello, no me extrañó que nos avisara de la llegada al pazo de una Strega, cuya traducción sería bruja pero que difieren de nuestras “meigas” en el uso que hacen de la nigromancia. Que practicaran la magia negra, había hecho que jamás los “salvaxes” hubieran optado por aliarse con ellas y por ello, me extrañó la petición de Xenoveva. La loba fue mucho más explosiva y convirtiéndose en humana, se declaró en contra de ayudar a una de esas hechiceras.

―No permitiré que mancille nuestra casa con su presencia. Esas malditas son famosas entre nosotros por usar sus facultades para subyugarnos― protestó airadamente.

―Aunque comprendo vuestros reparos, deberéis acogerla y escuchar lo que viene a deciros― la pelirroja insistió.

La nueva negativa de Lúa le hizo actuar y mostrando por primera vez ante mí la virulencia de sus poderes observé que mi pareja empalidecía y que le costaba respirar mientras Xenoveva le avisaba:

―Como alfas de la manada sois los primeros que debéis arriesgar vuestra vida en aras de la creación. Si mi hermana necesita vuestra ayuda, se la daréis o deberéis renunciar al trono, para que vuestro sustituto lo haga.

Mirando de reojo a la rubia, comprendí que debía intervenir al ver el tono amoratado de su rostro y mutando yo también en hombre, juré en nombre de los dos que recibiríamos a esa enviada.

―No esperaba menos de mi amado esposo― sonriendo declaró el hada para acto seguido castigar la osadía de mi pareja alertándola que de seguir en sus trece buscaría otra hembra para mí.

El brillo airado de los ojos de Lúa fue muestra inequívoca de su indignación por lo que no me extrañó que, tomando aire, le contestara:

―No será necesario, cumpliré la palabra que le ha dado el salvaxe que nació para mí y con el que comparto vida y alcoba.

A Xenoveva no le pasó inadvertido el desplante de sus palabras al restregarle en la cara que ella era quien por las noches disfrutaba de mis caricias, caricias que el hada nunca tendría hasta mi muerte por mucho que las deseara. Me consta que estuvo a punto de replicar violentamente al mismo, pero afortunadamente la pelirroja se lo pensó mejor y regalándome un beso en los labios, desapareció en la laguna.

―Uxío, luego hablamos. Es hora que vayamos a cumplir el capricho de tu puta― rezongó cabreada la rubia al contemplar la cara de lelo que se me había quedado con el beso….

2

De vuelta al pazo, Lúa no me habló y respetando su mutismo, no quise incrementar su cabreo recriminándole los celos que sentía por la dama del bosque y menos hacerle ver que su enfado venía motivado por el amor por mí que albergaba en su corazón. Pensando en ello, comprendí que, a pesar de sus múltiples defectos y su carácter endemoniado, yo también la amaba y que interiormente me complacía que dejándose llevar por su naturaleza, esa rubia luchara por mi cariño ante un oponente tan formidable como Xenoveva. Por eso, al llegar a casa y convertirnos nuevamente en hombre y mujer, la cogí de la cintura y sin esperar a sus protestas, la besé.

            ―Eres un cabrón libertino― aulló tratando de zafarse de mí.

            ―Y tú, la loba que me trae loco― contesté y sin dejar que se alejara, tomé en mis manos uno de sus pechos y lo lamí sabiendo que la mala leche incrementaba su lujuria.

Tal y como había anticipado, Lúa gimió de deseo al sentir mi lengua recorriendo su areola y poniendo la otra en mi boca, rugió que en ese momento le apetecía ser tomada, pero que luego tendríamos que hablar. No me hice de rogar y volteándola de espaldas, hundí mi tallo en ella. La salvaxe chilló encantada al sentir que la empalaba y me exigió que siguiera follándomela.

            ―Todavía no te has dado cuenta de que no follamos, sino que nos amamos, mi adorada― musité en su oído usando sus pechos como agarre.

            Reaccionando tanto a mis palabras como a mis embestidas, me gritó que no fuera cursi y que continuara usándola como hembra.

            ―No solo eres mi hembra, sino también la mujer que deseo como madre de mis futuros hijos― respondí mientras castigaba su frialdad con un sonoro azote.

            Como siempre que la premiaba con una nalgada, lejos de molestarla, la excitó y con más intensidad me rogó que la tomara.

―Espero que uno de estos días te quedes preñada y con mis lobatos en tu vientre, comprendas que estamos hechos el uno para el otro― molesto repliqué mientras la volvía a azotar con dureza.

Esa nueva serie de “caricias” la terminaron de desarbolar y mientras se sumía en el placer, me expresó sus dudas de que fuera lo suficiente macho para embarazarla.

―Soy eso y mucho más― respondí hundiendo mis dientes en su yugular

El dolor de su cuello intensificó su gozo y ya convertida en una hembra en celo, me imploró que derramara mi simiente en ella mientras se corría. El ímpetu de su orgasmo la hizo trastabillar y si no llego a cogerla, hubiese caído al suelo.

― ¿Sabes por qué me apetece preñarte? ― pregunté y sin darle opción de contestar añadí: ―Para saber que se siente al tirarme a una gorda con grandes tetas y no a una ¡escuálida tabla de planchar!

Mi bufido no la humilló sino exacerbó su calentura e imprimiendo un mayor ritmo a sus caderas, sonrió mientras replicaba que llegado ese día no permitiría que me acercara a ella:

―Embarazada, ¡no te necesitaré! ¡Mi lobo!

―Entonces, ¡me buscaré a otra con la que aliviar mis carencias! ― grité respondiéndola.

― ¡Mataré a cualquier perra que ose abrirse de piernas ante mi macho! —contestó mientras su cuerpo colapsaba ante el embate de un nuevo clímax.

Esta vez, su placer llamó al mío y en brutales descargas, exploté sembrando su interior con mi esencia. Al notarlo, se giró y buscando mis labios, comentó lo maravilloso que era hacer el amor estando enfadada.

―A mí también me gusta, pero ahora me apetece el hacértelo con cariño y en la cama, a ver si siendo novedad al fin consigo que engendres a mis lobatos― respondí tomándola en volandas.

―Pervertido― riendo a carcajada limpia, se dejó llevar hasta nuestro lecho.

Por desgracia acababa de tumbarme a su lado, cuando de pronto escuchamos que alguien tocaba en nuestra puerta. Cabreado por la interrupción, pregunté qué pasaba y desde el pasillo, escuché a mi hermana Bríxida decir que alguien deseaba vernos. Por su tono comprendí que no le gustaba nuestra visita y sabiendo de antemano quién era, únicamente contesté que nos dieran unos minutos para prepararnos.

 ―Dile que media hora― rezongó desde las sábanas la rubia mientras se apoderaba de mi pene con sus manos: ―Si ha hecho el viaje desde Italia, no le importará esperar treinta minutos.

No pude contrariarla al sentir que el traidor se ponía erecto con sus mimos y reanudando lo que estábamos haciendo, amé con dulzura a la loba que el destino me había dado. Por ello, la “strega” tuvo que aguardar pacientemente no solo a ese segundo round, sino que al terminar rematáramos la faena con un tercero mientras nos duchábamos.

Ya saciada nuestra mutua lujuria, nos vestimos y fuimos a encontrarnos con la bruja que había llegado exprofeso desde la Toscana para vernos. Nuestras ideas preconcebidas sobre ella quedaron echas trizas al entrar al salón donde aguardaba. Y es que, entre polvo y polvo, habíamos comentado que nuestra visita debía ser la clásica foca con bigote que vestida de negro tan bien había reflejado Pasolini en sus películas. Pero, para nuestra sorpresa, lo que nos topamos fue a un ser angelical de ojos verdes. Una impresionante morena ataviada con una túnica blanca, que se le transparentaba totalmente dejándonos admirar la belleza de sus atributos.

―Esta zorra está buena― sorprendida murmuró Lúa tan prendada como yo de la belleza de la recién llegada.

Conociendo sus celos, me abstuve de confirmar que opinaba igual que ella y acercándome a nuestra visita, le di la bienvenida sin saber que la joven aprovecharía para pegarse y darme sendos besos en las mejillas. No me había repuesto de la sorpresa que me provocó la dureza de sus pechos cuando separándose de mí, repitió el gesto con mi pareja. Pero en su caso tras darle los besos, comentó que Lúa hacía honor a su fama.

― ¿Qué fama? ― quiso saber totalmente colorada al notar que la joven morena se la estaba comiendo con los ojos.

―En toda Europa se dice que la pareja del nuevo alfa es preciosa, pero nunca lo creí y ahora que la conozco, debo reconocer que se han quedado cortos. ¡Usted es una diosa! ― contestó la “strega” sin recato alguno.

No pude evitar el reírme al percatarme del tamaño que habían adquirido los pezones de mi pareja con ese halago y mientras mi “salvaxe” intentaba tranquilizarse, pregunté por el contenido de su encomienda. La joven hechicera un tanto molesta por haber acortado su presentación, nos pidió si podíamos llevarla a la habitación donde mi difunta “meiga” hacia sus sortilegios.

―Debo ponerme en contacto con Diana y que ella sea la que os lo diga, mi señor― contestó al preguntar la razón de esa petición.

Branca y su cariño me hicieron dudar al sentir que si permitía a esa nigromante efectuar su magia allí profanaría su recuerdo. La italiana que no era tonta comprendió mis reparos y antes de que se los hiciera presentes, insistió:

―No soy maléfica y jamás he usado esas artes. Debería usted saberlo ya que soy la enviada de un hada. ¡Mi dama necesita su ayuda!

Interviniendo a su favor, Lúa me recordó que Xenoveva nos había pedido escucharlas y qué eso era lo que debíamos hacer.

―Está bien. Acompáñenos por favor― cedí y dejándolas a ambas detrás, salí en dirección hacia la antigua capilla del pazo, a la cual no había vuelto a entrar desde que Tereixa, la asesinó.

Destrozado, recorrí los pasillos sintiendo que me seguían y ya en la puerta, tuve que hacer un esfuerzo al traspasarla mientras recordaba con dolor el amor que habíamos compartido, amor que creí eterno hasta que Tereixa me lo arrebató.

―Seré respetuosa con el recuerdo de mi antecesora, mi señor― fue el único comentario que realizó antes de ponerse a dibujar con sal la estrella de cinco puntas que tantas veces le había visto a mi amada realizar.

Tal era mi sufrimiento que no advertí el significado de lo que había dicho, hasta que susurrando en mi oído Lúa lo comentó:

―O me equivoco o acaba de decir que viene a sustituir a Branca.

Por su tono, asumí que no vería nada malo en que esa italiana pasara a formar parte de nuestra familia y que al igual que su padre y Ruth, su esposa, se habían unido a su madre formando un inseparable trio, le apetecía que la recién llegada fuera esa tercera pata que nos faltaba.

―No pienso volver a amar a una humana― respondí mientras contra mi voluntad recorría embelesado el trasero de la joven.

La hermosura de esas ancas tan apetitosamente formadas me hizo dudar hasta a mí de esa afirmación y por eso, me indigné aún más cuando la rubia murmurando muerta de risa añadió:

―Por la forma en que la miras, solo tengo que darle tiempo al tiempo, para que mi depravado lobo husmee entre sus piernas.

No pude ni contestar porque justo en ese instante la desconocida terminó el pentagrama y ante mi consternación, dejó caer su túnica mostrándose en plenitud. Su desnudez incrementó la atracción que ambos sentíamos por ella y preso de la excitación, busqué su sexo con la mirada. Al observar el exquisito y cuidado bosquecillo que lucía sobre su vulva no pude más que transpirar soñando con darle un lametazo. A Lúa le ocurrió igual y mordiéndose los labios, musitó llena de deseo:

―No me puedes negar que te gustaría hacerle un hueco en nuestra cama.

―Ni siquiera sabemos su nombre― protesté temiendo que ambos fuéramos objeto de un embrujo que nos hubiese lanzado esa hechicera.

Ajena o más bien obviando lo que sentíamos, la morena se puso a invocar a su dama mientras esparcía unas hierbas por el suelo. En su olor, reconocí albahaca y orégano ingredientes básicos de la cocina de su país, pero también romero, lavanda y savia tan presentes en la nuestra. Extrañado porque tuviesen un uso mágico, vi que se empezaba el cuarto a poblar de una espesa niebla, de la que salió una ninfa tan bella como la dama del bosque.

―Señora, os he llamado en cumplimiento de sus deseos. Aquí tiene al alfa y a la hembra que quería conocer― postrándose ante ella, declaró.

―Bien hecho, mi Aradia― haciendo una carantoña en la negra melena de la joven, la premió para acto seguido dirigirse a nosotros: ―Como Xenoveva os anticipó, necesito vuestra ayuda… en mis dominios, el mal se ha hecho fuerte y debemos combatirlo para que no siga extendiéndose por Europa.

Mientras me ponía a meditar que el nombre de la muchacha era el mismo del de una bruja idolatrada por los seguidores de la Stregheria, Lúa preguntó a la visión si no le bastaba con la ayuda de Stephano, el salvaxe que era su adalid.

―Desgraciadamente, ya es muy viejo y no tardará en acudir a mí como esposo. Nuestros enemigos son demasiado poderosos y él nunca podría afrontarlos solo, por eso necesito que el alfa y su hembra acudan en su auxilio y juntos acabéis con la amenaza que se cierne sobre todos.

― ¿Qué tipo de amenaza habla? ¿Quién o quienes pueden representar tal peligro? – ya interesado comenté.

El hada midiendo sus palabras, nos explicó que habían desaparecido sin dejar rastro media docena de paisanos de la zona y que dada la malignidad que sentía en su interior, temía que terminarían siendo asesinados por seres que hasta entonces habían estado confinados en los parajes más remotos de Rumanía. Hasta el último vello de mi cuerpo se erizó al conocer su origen, pero no queriendo dar pábulo a mis sospechas, pedí que me aclarara exactamente el tipo de entes con los que nos enfrentaríamos. Tomando la palabra, la tal Aradia, fue la que lo aclaró:

―Lo que mi señora Diana tampoco quiere reconocer es que se teme que una horda de vampiros haya escapado de su encierro y sea la que esté asolando nuestras tierras.

Casi me caigo de culo al escucharle decir que esos engendros realmente existían e histérico, miré al hada mientras le preguntaba si estaba segura de que ellos eran los responsables.

―Llevan siete siglos encerrados en esa sierra y por eso no puedo confirmar tal cosa, pero los signos que he visto y la maldad que he sentido me hablan de ello― respondió.

―El alfa y yo iremos a indagar y de ser así, le prometo que usaremos todos los recursos de nuestros clanes para devolverlos a su prisión y que no vuelvan a salir.

―Gracias, sé el esfuerzo que estoy pidiéndoles y como Xenoveva me comentó su triste situación, espero que reciban como pago mi presente― replicó disolviéndose entre la bruma.

― ¿Qué presente? ― pregunté sin obtener respuesta al haberse ido el hada.

Levantándose del suelo, la morena fue la que contestó:

―Yo soy el pago. Sabiendo mi dama el peligro que correrían, creyó oportuno entregarme a sus benefactores como compañera. Desde el momento que me acepten, juro servirles fielmente y dedicar mi vida a ustedes.

Impresionada de que hubiera hecho ese viaje sabiendo que no tendría retorno, Lúa se anticipó a mí y se negó de plano a aceptar la como parte de la familia hasta que no nos conociera y por eso ante los ojos de la joven se transformó en loba. Imitándola comencé también yo a mutar, haciéndolo lentamente para que fuera plenamente consciente del significado de su entrega. Aradia no se esperaba tal cosa y por eso miró aterrorizada cómo las orejas se iban trasladando por nuestro rostro, cómo las mandíbulas nos crecían y como nuestras pieles se poblaban de pelo. Ya lobos nos acercamos a ella gruñendo y ante nuestra sorpresa, la morena se echó a reír y abrazándonos con ternura, nos soltó que éramos bellísimos.

― ¿No nos tienes miedo? ― pregunté recuperando mi voz humana.

―Mi señor, si antes de conocer su lado lobuno, me parecían atractivos… ahora que los he visto me lo parecen aún más. Desde niña he soñado que un día cabalgaría sobre uno de su especie, pero nunca sospeché que sería sobre el lomo de un rey o de una reina.

Confieso que se me desencajó la mandíbula al oírla. Por eso no pude decir nada cuando Lúa le pidió que se subiera sobre ella. Al hacerlo, mi adorada salió corriendo por el prado camino al bosque de mi heredad. Sin saber realmente el por qué, fui tras de ellas alcanzándolas ya dentro de la espesura.  

― ¿Dónde vas? ― pregunté a mi hembra.

―Debemos presentarla a nuestros lobos, para que la protejan cuando no estemos― contestó enfilando la montaña donde vivía la manada.

La felicidad de la chiquilla agarrándose al cuello de Lúa me hizo recordar a Branca cabalgando sobre mí en ese mismo paraje y tratando de conciliar ese recuerdo con la evidente atracción que sentía por esa humana, aminoré mi paso. Ello motivó que llegara a la guarida cuando ya se la había presentado a la líder y por eso fui testigo de una imagen que nunca conseguiré olvidar. Desnuda y llena de barro, la joven estaba jugando con los cachorros mientras el resto de la manada la observaban.

«No puede ser. Está rodeada de fieras y le da igual. ¡Es como si toda su vida hubiera convivido con ellos!», exclamé en mi interior preocupado.

Seguía admirado esa escena cuando Lúa llegó a mí y restregando su lomo contra el mío, susurró:

― ¿Todavía crees que nunca podrás amar a esta monada?

Mostrando mis reservas, contesté:

― ¿No ves que hay algo raro en su comportamiento? Parece saber cuál es la jerarquía de la manada y cómo debe comportarse dentro de ella.

Haciéndonos ver que entre sus poderes estaba el conocer la lengua de los lobos, la joven levantó la mirada y me dijo:

―Mi señor, todavía no he tenido tiempo de contarles mi vida. Soy huérfana desde niña y el único amor que he sentido es el de una loba a la que acudía pidiendo protección cuando en el orfanato tenía problemas. Para mí, ella fue mi madre y por eso no pude decirle que no, cuando mi hada propuso que me uniera a los reyes de los salvaxes. Para mí, ser de ustedes, más que un sueño es una necesidad vital.

Con esas emotivas palabras disolvió mis reparos y aunque todavía dudo si fue real, creí escuchar en mi interior a mi amada Branca dando su aprobación para que la joven fuera su sustituta.

―Volvamos al pazo, hay mucho que organizar antes de marcharnos a Italia.

La joven con una sonrisa de oreja a oreja me rogó que le concediera un último favor.

― ¿Qué deseas? ― pregunté.

―Me gustaría volver sobre usted, mi señor.

Desternillado de risa, acepté. Temiendo quizás la joven que cambiase de opinión, la morena se aferró a mi cuello y me lancé de vuelta sin saber que ese camino se convertiría en una tortura al sentir la tersura de su piel sobre mi pelaje.

«¡Qué bien huele!», con su aroma recorriendo mis papilas aceleré no muy seguro de ser capaz de soportarlo y que presa del deseo, hiciera una parada para poseerla en mitad del prado.

― ¡Corre mi lobo! ¡Enséñame los dominios que deberé proteger con mi magia! ― chilló llena de alegría mientras recorríamos los prados que tanto amo.

El roce de su vulva contra mi columna intensificó más si cabe la lujuria que me corroía y por eso al llegar al pazo, preferí desaparecer antes de hacer una tontería. Lúa olió en mí las hormonas de macho en ebullición y muerta de risa, aconsejó que me diese una ducha mientras ella le enseñaba la casa y le presentaba al resto de sus habitantes. Ni decir tiene que le hice caso y yendo al baño, abrí el agua fría en un intento de calmar mi calentura.

Relato erótico: Casanova (04: La Tormenta) (POR TALIBOS)

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CASANOVA: (4ª parte)
LA TORMENTA:
Los siguientes días fueron tranquilos. Poco a poco, la vida iba retomando su p
ulso en la casa tras el ajetreo de la fiesta. El servicio estuvo un par de días bastante atareado, recogiendo los restos de la celebración y limpiándolo todo.
En esos días, ir a la parte trasera de la casa era sumergirse en un mar de tendederos llenos de manteles, servilletas, sábanas… Apenas se podía caminar. Además, los días amanecían nublados, aunque no llovía, por lo que la ropa tardaba en secar. Nadie paraba ni un segundo, en especial las criadas, por lo que no tuve oportunidad de reanudar mis aventuras con ellas.
De todas formas, yo también andaba liado. Dickie se empeñó en que había que recuperar el tiempo perdido con las clases, así que todos los días me daba una hora extra, con lo que las mañanas las tenía ocupadas por completo. Por las tardes, hacía lo mismo con las chicas, así que durante un par de días apenas me crucé con Marta, sólo en las comidas, y no tuvimos oportunidad de quedarnos a solas.
La que sí que cambió profundamente fue mi tía Laura. Yo la veía trajinando por la casa, ayudando en la limpieza, canturreando. Parecía otra. Noté que frecuentemente se encerraba con mi abuelo en el despacho, pero me consta que no hicieron nada raro, pues siempre que me acerqué a ver, estaban simplemente charlando. De hecho, años después mi abuelo me comentó que la noche del cumpleaños de Laura fue la última vez que se acostaron juntos, y yo le creo. Habíamos logrado transformar a tía Laura en otra persona, más feliz, más vital, disfrutando de la vida. Siempre he estado orgulloso de mi granito de arena en ese tema. Pero, volvamos a mi historia.
Llevaba yo pues, dos días sin ningún tipo de escarceo. El primer día no me importó, ya que la jornada interior había sido increíble y me encontraba bastante satisfecho, pero a partir del segundo, mi instinto volvió a despertar, pero no había forma de aliviarlo.
La noche del segundo día yo andaba ya bastante mal. Ya había probado los manjares de la vida y quería más. Mi mente se había dedicado a rememorar los intensos sucesos de los últimos tiempos, lo que me había provocado un grado de excitación bastante notable. Estaba en mi cama, con el pene durísimo, acariciándomelo cansinamente. De hecho, lo que hacía era sopesar la posibilidad de ir al cuarto de Marta o al de Marina, o incluso al de tía Laura, pero el azar me lo impidió.
Resultó que esa noche se puso enferma mi prima Andrea, nada grave, un cólico o no sé qué, pero se pasó la noche vomitando. Por esto tanto mi tía como mi madre se turnaron vigilándola, impidiendo así que yo saliera de mi cuarto, pues siempre una de las dos estaba despierta.
Bastante enfadado, tuve que conformarme con hacerme una paja, aunque para mí, el placer solitario siempre ha sido un pobre sustituto del sexo, pero qué podía yo hacer si no.
Pasé una noche bastante mala, a mi insatisfacción sexual, se unían los continuos ruidos en el pasillo, y como tengo el sueño muy ligero, apenas si pegué ojo. Por esto, a la mañana siguiente no me desperté temprano como solía.
Era por la mañana. Yo estaba bastante cansado y abrí lentamente los ojos. Me sorprendí bastante al encontrar junto a mi cama a mi hermana Marina. Al despertarme, me encontré con ella inclinada sobre mí, pero se incorporó bruscamente con el rostro bastante rojo.

 Ya era hora de que te despertaras – me dijo.

Buenos días – dije yo bostezando – ¿Qué haces aquí?
Me ha mandado mamá a levantarte. Ha dicho que bajes rápido a desayunar, que Mrs. Dickinson te espera.

Yo me desperecé lentamente. La verdad era que no tenía muchas ganas de levantarme, quería remolonear un poco, así que cogí las mantas y me arropé hasta el cuello.

 Un ratito máaas… – dije.

Vamos, niño, levanta – dijo Marina agarrando las mantas.

 Yo, al notar que me desarropaban, di un brusco tirón de las sábanas, lo que pilló a Marina por sorpresa, por lo que cayó hacia delante. No se cayó realmente, sólo perdió un poco el equilibrio, y apoyó una mano en mi pecho para no caerse. Fue todo muy inocente, no había pasado nada malo, pero noté cómo su rostro volvía a enrojecer.

Se incorporó con presteza, arreglándose el vestido, aunque éste no se le había arrugado en absoluto. Sin mirarme a los ojos me dijo:

 Pareces tonto. Casi me tiras.

Lo siento, es sólo que no tengo ganas de levantarme.
Al mirarla y verla allí, ligeramente ruborizada sin saber por qué, nerviosa, esquiva, me di cuenta de lo realmente hermosa que era. Me quedé mirándola fijamente al rostro durante unos segundos, hasta que se sintió incómoda.
Se puede saber qué miras – me dijo.
A ti – contesté yo. 
Yo esperaba que esa respuesta la hiciera enrojecer aún más, pero logró controlarse, parecía tener ganas de jugar.

¿Ah, sí? ¿Y por qué me miras?

Porque estás muy buena.
Eres un cerdo – me espetó.
¿Por qué?, sólo digo que eres muy guapa.

Si quería jugar, por mí que no fuera. Decidí continuar con mis tácticas de provocación, pero esta vez no podría fingir estar dormida. Las sábanas me cubrían hasta el pecho, así que las subí un poco más, hasta el cuello. Deslicé mis manos bajo ellas y liberé mi pene del pijama, que como todas las mañanas se encontraba bien enhiesto. Comencé a pajearme bajo las mantas, procurando que se notara perfectamente lo que hacía. Marina me miró anonadada, por un segundo pareció ir a salir disparada de la habitación, pero la excitación pudo más, así que decidió seguir fingiendo que nada pasaba, era su forma de enfrentarse a los deseos que sentía.

 ¿Te vas a levantar o no? – dijo con voz entrecortada.

De acuerdo.

Bruscamente, me incorporé sobre el colchón, con lo que las mantas cayeron en mi regazo. Mi mano apareció entonces empuñando firmemente mi polla ante los asombrados ojos de mi hermana, que se quedó mirando unos segundos. Aquello fue demasiado para ella, se dio la vuelta y salió como una exhalación del cuarto, dando un portazo.
Yo me quedé allí, con la polla en la mano y con cara de tonto. Por un momento me preocupó la posibilidad de que Marina fuera con el cuento a mi madre, pero sin saber por qué, supe que no lo iba a hacer.
Decidí levantarme, antes de que vinieran de nuevo en mi busca, me aseé y me vestí, bajando después a desayunar. Las clases matutinas fueron especialmente tediosas, no podía concentrarme en los estudios y la mañana se me fue echándole disimuladas miradas a Dickie, que estaba tan buena como siempre.
Por fin, llegó la hora de comer y toda la familia se reunió a la mesa, en el salón grande. La comida transcurrió sin incidentes, pero noté que los adultos estaban conversando sobre una cena.

 

Perdona, mamá – dije – ¿de qué habláis?
No es nada, cariño. Esta noche vamos a ir a cenar a casa de los Benítez. Esta mañana ha llegado un mensaje invitándonos – me contestó ella.
Ah, vale.

 

¡Qué rollo! Ir a cenar a casa del capullo de Ramón no me apetecía en absoluto. Entonces se me ocurrió, si conseguía que Marta y yo nos quedáramos… Tras almorzar, me decidí a abordar a mi madre:

 

Mamá.
¿Sí?
¿Te importa si no voy esta noche a la cena?
¿Por qué no?
No me apetece nada, además, tengo que estudiar.
Ya – dijo ella riendo – eso no me lo creo.

 

Me di cuenta de que pisaba terreno pantanoso, lo de los estudios no iba a colar. Puse cara seria y dije:

 

Mira, la verdad es que no soporto al imbécil de Ramón.
¡Niño! – dijo mi madre horrorizada.
Lo siento mamá, pero es la verdad. Es muy pedante y me cae fatal. No tengo ganas de pasar la noche aguantándolo.

 

Mi madre me miró divertida.

 

Vaya, me sorprendes. No sabía que a tu edad ya tuvieras enemigos.
Venga, no te burles. Además, reconoce que Ramón tampoco te cae demasiado bien.

 

Mi madre se puso seria.

 

No digas esas cosas.
De acuerdo, perdona. Pero, ¿puedo quedarme, por favor? – dije con mi mejor sonrisa de niño bueno.
Bueeeno – dijo riendo – Le diré a Mrs. Dickinson que te eche un ojo.
¡Gracias! – exclamé abrazándola impulsivamente.
Eres un bribonzuelo – me dijo ella alejándose.

 

La primera parte del plan estaba echa, sólo faltaba la segunda: Marta. Para mi sorpresa, ella me dijo que quería ir a la cena.

 

¿Cómo? – dije decepcionado cuando por fin la encontré y le comuniqué mi plan.
Que voy a ir a la cena – me repitió.
Pero, ¿por qué?
Porque quiero aclarar las cosas con Ramón. Tengo que hablar con él.

 

Parecía muy seria, así que decidí no insistir. Apesadumbrado, la dejé sola, pues sus clases estaban a punto de empezar. Salí a la calle, a dar un paseo, dándole vueltas a lo que podía hacer por la noche. Pensé en Vito, pero por la noche no iba a estar, pues mi abuelo les había dado la noche libre a las cocineras y a las criadas. Entonces me di cuenta, ¡esa noche se iba todo el mundo!

 

¡Vaya rollo! – pensé – me voy a quedar solo.

 

¿Solo? De eso nada. Aún me quedaba Mrs. Dickinson. Desde que la sorprendí en el pueblo había estado muy amable conmigo, quizás lograra algo por ese lado. Dediqué el resto de la tarde a vagar por ahí, dándole vueltas a la cabeza. A eso de las siete, mi familia estaba lista para irse:

 

Pórtate bien – me dijo mi madre – si no lo haces Mrs. Dickinson me lo dirá y te vas a enterar.
Tranquila – contesté dándole un beso.

 

Las cinco mujeres (mi madre, mi tía y las chicas) se apretujaron como pudieron en el coche conducido por Nicolás. Tanto mi padre como mi abuelo iban a caballo.
Por fin se marcharon. Mrs. Dickinson se fue a su cuarto, no sin advertirme que me portara bien. Yo no tenía nada que hacer hasta la hora de la cena, por lo que pensé en ir a charlar con Antonio, pero cuando me disponía a hacerlo empezó a llover con fuerza. No me quedaba más remedio que meterme en la casa.
Tras pensarlo un rato, decidí ir a la biblioteca del abuelo a por un libro. Era algo que hacía muy a menudo, pues leer siempre me ha gustado mucho. Entonces, mis favoritos eran los libros de aventuras, en especial los de Emilio Salgari. Fui a mi cuarto a recoger el ejemplar de “La Isla del Tesoro” de Stevenson, que acababa de terminar para cambiarlo por otro.
Devolví el libro a su lugar y me puse a mirar por los estantes. Estuve bastante rato repasando volúmenes, escuchando el agua golpetear contra las ventanas. Dickie pasó a ver lo que estaba haciendo, pero como me estaba portando bien, se marchó enseguida. Estaba enfrascado en mis cosas cuando oí voces en la escalera. Me acerqué a la puerta y escuché a Dickie conversando con Nicolás, que al parecer ya había vuelto.

 

Me ha costado bastante volver por el camino – decía Nicolás.
Entonces, ¿qué van a hacer?
Probablemente se queden allí a pasar la noche.

 

Yo salí del despacho – biblioteca de mi abuelo y les interrumpí.

 

¿Hola Nicolás – dije – ¿Qué es lo que pasa?
Hola Oscar. No pasa nada, es que tu abuelo me ha dicho que si sigue lloviendo así, no van a poder volver. Desde luego el coche no va a poder pasar por esos caminos, sobre todo por el tramo de los Benítez que está muy mal.
Entonces…
Si no escampa, no podré ir a por ellos, así que me dijeron que en ese caso se quedarían a dormir en casa de los Benítez.
Comprendo.
Me dijo tu madre que te vayas a la cama temprano, que no aproveches que ella no está para hacer de las tuyas.
Y adónde voy a ir con la que está cayendo – dije un poco enfadado.
A mí no me mires – dijo él encogiéndose de hombros – Yo sólo soy el mensajero. Y ahora si me disculpan, tomaré un bocado y me iré a mi cuarto. Si para de llover intentaré coger el coche.
 
Nicolás bajó la escalera y fue hacia la cocina.

 

Bueno, pues estamos los dos solos – me dijo Dickie.
Sí – contesté yo un poco azorado.
¿Tienes hambre?
Todavía no. Además, aún no he encontrado un libro que me guste.
Vale. Pues voy a mi cuarto, que estoy acabando un libro muy interesante. Cuando tengas hambre, avísame.
De acuerdo.

 

En ese momento un formidable trueno restalló en el exterior. Ambos dimos un respingo de sorpresa.

 

Uf, vaya susto – dijo ella.
Sí.

 

Mrs. Dickinson se marchó. Su dormitorio estaba en el segundo piso como los de la familia, aunque un poco apartado, mientras que los del resto del servicio estaban abajo, en el lado de la cocina. El de mi abuelo en cambio, estaba en el otro ala, totalmente alejado de los demás.
Volví a la biblioteca a mirar libros. Pero no encontraba nada interesante. Pero claro, yo era aún muy bajo para revisar los estantes superiores, así que decidí echarles un vistazo. Cogí la pequeña escalera que tenía mi abuelo para esas cosas y me subí (si mi madre me hubiera visto sin duda se habría enfadado). Comencé a repasar los libros de arriba, pero nada me gustaba. Eran libros demasiado adultos para mí, política, filosofía… Escogí uno al azar y lo abrí.
El título del libro era “Estructura socioeconómica” o algo así, eché un rápido vistazo al texto y leí más o menos esto: “…acariciando sus pechos con fuerza, amasándolos salvajemente. Dora lloraba desconsolada mientras el malvado rufián se apoderaba de su…” Casi me caigo de la escalera.
Rápidamente, bajé de la escalera y me senté en el sillón del abuelo para mirar el libro. Resultó ser una novela erótica, hoy diríamos que pornográfica, metida en unas cubiertas falsas. Dejé el libro y volví a subirme en la escalera. Pude comprobar así que todos los demás libros del estante eran del mismo estilo.

 

¡Joder con el abuelo! – pensé.

 

Volví a bajar y continué con la lectura. Era un relato bastante excitante sobre un tipo que violaba mujeres en la ciudad. Decidí llevármelo a mi cuarto para leerlo después.
Tras esconder bien el libro, fui a avisar a Dickie, pues ya tenía hambre. Me dirigí a su habitación, comprobando que ella ya se había encargado de encender las lámparas del pasillo. Golpeé suavemente en su puerta.

 

Pasa – me dijo a través de la puerta.

 

Yo abrí con cuidado y entré. Estaba sentada en un butacón con un libro sobre las rodillas.

 

¿Ya tienes hambre? – preguntó.
Sí.
Espera un minuto, me falta sólo una página.

 

Yo me quedé allí de pié, esperando. Ella terminó enseguida.

 

¡Magnífico! – dijo cerrando el libro con un suspiro de satisfacción.
¿Le ha gustado?
Sí, mucho.
¿Cómo se titula?
Rimas y Leyendas, de Bécquer.
¡Ah, sí! Es verdad que es muy bueno. Pero me gustan más las leyendas, la poesía no la entiendo bien.
¿Lo has leído? – me dijo sorprendida.
Claro.
Eso está muy bien.

 

Dickie se levantó y dejó el libro sobre una mesa.

 

Luego iré a por otro. Vamos – me dijo.

 

Fuimos juntos a la cocina. Yo me senté a la mesa, mirándola, mientras ella trasteaba con los platos que había dejado preparados Luisa antes de marcharse. Siempre me ha gustado observar a una mujer trabajando en la cocina.
Nos pusimos a cenar, charlando alegremente sobre muchas cosas, los estudios, su país, libros… Así me enteré de que su nombre de pila era Helen, cosa que yo no sabía aunque ella me daba clases desde hacía tiempo. Además, me insistió en que la tuteara.

 

…Pues sí, me ha gustado bastante vuestro Bécquer – me decía – Ahora después buscaré algo más de él.
Sí, seguro que el abuelo tiene más obras suyas.
Luego iré a cambiar el libro por otro. ¿Y tú qué has cogido?
¿Yo? Eh… – me quedé un instante en blanco – …pues… una novela de Julio Verne.
¡Ah!, los chicos siempre pensando en aventuras.
Y en otras cosas – dije yo enigmáticamente.

 

Dickie se quedó mirándome perpleja durante un segundo, pero no le dio mayor importancia. Agitando la cabeza me dijo:

 

Vamos a lavar los platos.
Vale.
 
Recogimos la mesa mientras yo le daba vueltas en la cabeza a una interesante idea. Así que Dickie iba a coger un libro… Ya veríamos.
Mientras fregábamos, le pregunté por su prometido.

 

¡Oh! – dijo un tanto sorprendida – Hace tiempo que no le veo.
Desde el día de la estación, supongo.
¿Y tú cómo lo sabes? – dijo interrogadora.
Porque desde entonces no has vuelto a ir a ningún sitio.
Ah, claro.

 

Dickie me miró un tanto seria y me preguntó.

 

Oscar, no le habrás contado a nadie lo de la estación ¿verdad?
A nadie – contesté – Ya te dije que no lo haría.

 

Mi respuesta, firme y segura (además de cierta) la convenció, con lo que se disiparon sus temores, así que seguimos hablando. Charlamos un poco sobre él, pero yo notaba que me estaba mintiendo. Sus respuestas sonaban, no sé, improvisadas. Incluso en un par de ocasiones se contradijo. Yo fingía no darme cuenta de nada y que me estaba creyendo todo lo que ella me decía, pero aquello no hacía sino confirmar mi idea de que aquel tipo no era su prometido, sino sólo su amante. Eso significaba que Dickie llevaba una buena temporada sin su dosis de rabo. Esa noche iba a ser la mía, los dos allí solitos…
En ese momento la noche se iluminó, y un tremendo trueno restalló fuera.

 

Uf – dijo Dickie estremeciéndose – Odio estas tormentas. ¿A ti no te dan miedo?

 

En ese momento, mi mente elaboró un plan. Ya sabía lo que debía hacer.

 

No, no, a mí no me da miedo. Soy un hombre – le respondí, pero fingiendo estar un poco nervioso. Ella tragó el anzuelo.
Sí, sí, ya veo que nada te asusta – dijo riendo.

 

Terminamos de recogerlo todo y nos dispusimos a subir a nuestros cuartos. Dickie fue al suyo y yo salí disparado para el mío. Saqué “Estructura socioeconómica” de su escondite y regresé con él a la biblioteca. Con la escalera, volví a dejarlo en su sitio, pero asomando del estante, de forma que llamara la atención. Rápidamente, cogí una novela de Verne (las de aventuras estaban todas a mi alcance) y salí del cuarto.
Me escondí por allí cerca, vigilando la puerta de la biblioteca. Al poco apareció Dickie, con “Rimas y Leyendas” bajo el brazo y entró. Yo aguardé allí un rato y noté que ella se demoraba bastante, demasiado para dejar el libro y coger otro de Bécquer, puesto que estos estaban todos juntos. Así que mi plan debía estar dando resultado.
Por fin, Dickie reapareció. Parecía nerviosa y apretaba un par de libros contra su pecho. Se marchó con pasos rápidos en dirección a su cuarto, lo que yo aproveché para echar un vistazo rápido a la biblioteca. Efectivamente, “Estructura socioeconómica” ya no estaba en su sitio. Mi plan estaba saliendo perfecto.
Me largué de allí con presteza y fui a mi cuarto. Me puse el pijama y me metí en la cama. Justo a tiempo. Acababa de arroparme y coger la novela cuando golpearon en la puerta.

 

¿Puedo pasar? – dijo la voz de Dickie.
Sí, claro – contesté.

 

La puerta se abrió y entró Dickie. Iba en bata y bajo ésta se adivinaba su camisón. Llevaba un candelabro en una mano.

 

Pasaba para desearte buenas noches – dijo.
Buenas noches – contesté yo.

 

Un nuevo trueno retumbó con fuerza. Yo di un respingo y me arropé más arriba, fingiendo temor. Dickie se reía.

 

Ya veo que no te da miedo la tormenta.
No es eso, es que tengo frío – dije bajando un poco las sábanas mientras ponía cara de niño enfurruñado.
Vale, vale – dijo sonriendo – Buenas noches, entonces. No leas hasta muy tarde.
De acuerdo. Buenas noches.

 

Salió cerrando la puerta tras de si. Yo sabía que a continuación iría a su cuarto a estudiar socioeconomía, pero primero tenía que revisar la casa, cerrando ventanas y apagando luces, por lo que decidí darle una hora antes de poner en marcha la segunda parte de mi plan. Para entretenerme, inicié la lectura de la novela de Verne, “Viaje al centro de la Tierra”. Por fortuna, la tormenta arreciaba cada vez más, lo que favorecía enormemente mis intenciones. Tras leer unos cuantos capítulos, decidí que Dickie debía de estar ya a punto, así que me levanté y cogí la vela. Tras pensarlo unos segundos decidí llevarme también mi almohada, pues me daba un aire, no sé, desamparado.
Así pues, alumbrándome con la vela y arrastrando una almohada me dirigí al cuarto de mi tutora. Al llegar a su puerta, respiré hondo y golpeé con los nudillos.

 

¿Quién es? – me respondió su voz con tono sorprendido.
Soy yo, Mrs. Dickinson – respondí en tono temeroso.
Pasa.

 

Yo abrí la puerta lentamente, tratando de ofrecer una imagen bien patética. Dickie estaba en su cama, con la espalda apoyada en la almohada y con un libro en su regazo. Las sábanas la tapaban hasta la cintura, con lo que sus enormes pechos se ofrecían a mi vista embutidos tan sólo en su camisón, al que amenazaban con reventar. Y ¡premio!, incluso desde la puerta podía distinguir cómo sus pezones se marcaban duros contra la tela, lo que me reveló sin lugar a dudas la naturaleza del libro que estaba leyendo.

 

¿Qué quieres? – me dijo un tanto seca.
Yo… disculpe. Es que yo… Bueno… Estaba allí solo y… la tormenta y eso… – balbuceé.

 

Dickie se rió suavemente.

 

Ya comprendo, no tienes miedo de la tormenta pero… digamos que has venido a ver si yo me encontraba bien – bromeó.

 

Yo decidí seguirle el juego.

 

Sí, eso – dije ilusionado.

 

Ella me miró divertida durante un segundo.

 

Vamos, vamos, Oscar. Déjalo ya, es normal que te dé susto una tormenta tan fuerte, y además, allí solo, con todas las habitaciones vacías.
Bueno, yo… – dije simulando azoramiento.
¿Quieres dormir conmigo?

 

¡SÍ! ¡Lo había logrado! Tenía ganas de gritar.

 

Bueno, si no le importa – dije abrazando la almohada.
Anda, vente – dijo Dickie palmeando la cama.

 

Yo salí como un cohete, dejando mi almohada en el suelo. Abrí las sábanas y me metí debajo, arropándome hasta el cuello. La cama era grande y cómoda, pero yo procuré acostarme cerca de ella.

 

Tú duérmete – me dijo – que yo voy a leer un rato.
Vale.

 

Abrió el cajón de su mesita de noche y cambió el libro que sostenía por otro. Sin duda, no le pareció adecuado leer una novela erótica conmigo al lado, así que lo cambió por el otro que había cogido. Se incorporó un poco, quedando reclinada sobra la almohada y sosteniendo el libro en su regazo. Enseguida se enfrascó en la lectura. Yo, tumbado a su lado, sólo tenía que esperar mi oportunidad, y ésta no tardó en presentarse. Un enorme trueno resonó, y yo dando un respingo, me abracé fuertemente a Dickie.

 

¡Ey! – exclamó sorprendida.
Lo siento señorita – dije sin soltarla – ¿le importa si la abrazo?

 

Ella dudó unos segundos, pero decidió que no había nada malo.

 

Bueno, pero duérmete ya.

 

Quedé pegado a su cuerpo como una lapa, con mi brazo izquierdo abrazado a su cintura. Ella, por comodidad, rodeó mi cuello con su brazo, de forma que mi cara quedó recostada contra su pecho. Coloqué mi pelvis apoyada contra su muslo. Estaba en la gloria, sus tetas eran mejor que cualquier almohada.
Ahora debía controlarme un poco, no podía atacar directamente, pues en ese caso ella me rechazaría. Debía dejar que se relajara un tanto y que siguiera con su lectura, para ir poco a poco y que sus defensas bajaran. Esto es muy fácil de decir, pero hacerlo fue un infierno. El calor de su cuerpo rodeaba el mío, calentándome, excitándome. Su simple respiración me enervaba, pues su pecho subía y bajaba acompasadamente y con él, mi cabeza que reposaba apoyada. Sus piernas se movían de tanto en cuanto, frotando su muslo contra mi entrepierna, que yo luchaba por mantener relajada. Pero lo peor era cuando abría los ojos, pues se encontraban directamente frente a su teta derecha. Así pude apreciar su enorme tamaño. Me di cuenta de que eran mayores incluso que las de Luisa; sin duda Dickie era la reina en cuanto a volumen mamario de toda la casa. Su camisón no tenía botones en el cuello, sino un trenzado de cordones, estilo corpiño. Por esto, y al estar tan tenso el camisón debido a la cantidad de carne que albergaba, se ofrecía a mi mirada un generoso escote, que me permitía contemplar una buena porción de pecho desnudo, lo que resultaba de lo más erótico.
Naturalmente, mi lucha era en vano. Aunque resistí heroicamente durante un rato, finalmente las hormonas pudieron más, y mi polla fue endureciéndose poco a poco, apretándose fuertemente contra el muslo de Dickie. Por supuesto, ella lo notó, pero no dijo, nada y siguió leyendo su libro.
Esto me envalentonó, por lo que disimuladamente, fui apretando cada vez más mi erección contra su pierna. Mis ojos buscaron su rostro y pude comprobar como un tenue rubor teñía sus mejillas. De vez en cuando desviaba su mirada hacia mí, pero claro no sabía cómo llamarme la atención por lo que estaba sucediendo, pues para ella yo no era sino un simple niño asustadizo, y ¿cómo decirme que apartara la polla de su pierna?
Decidí seguir así por un rato, esperando a ver qué hacía ella. La situación era de lo más erótica, yo, allí con el pito como una roca arrimado a su muslamen y ella como si nada. ¿Como si nada? No. La situación estaba comenzando sin duda a excitarla. Mi cabeza reposaba contra su pecho, y podía notar perfectamente cómo se había incrementado el ritmo de su corazón. Además, sus pezones seguían rígidos, duros, marcados contra su camisón.
Dickie seguía leyendo, aunque me di cuenta de que llevaba más de cinco minutos sin pasar de página, ¡qué lectora más lenta!
Ya era hora de dar el siguiente paso, me separé levemente de su cuerpo serrano y me incorporé apoyándome en un codo. Ella ni siquiera me miró, siguió “enfrascada” en su libro.

 

Helen – la llamé suavemente.
¿Ummm? – respondió sin apartar los ojos de su lectura.
¿Vamos a seguir mucho rato así?
¿Cómo dices? – me dijo mirándome con sorpresa.
Que si vamos a seguir haciendo mucho rato el tonto – insistí con el tono más adulto que fui capaz de articular.
No… no te comprendo – balbuceó.

 

Yo me incorporé por completo, arrodillándome sobre el colchón, de forma que mi paquete quedara bien a su vista.

 

Venga, no disimules, me refiero a esto – dije señalándome el miembro con un dedo.

 

Ella se enfadó y me dio una bofetada. El libro cayó de su regazo al suelo con un ruido sordo.

 

¡Serás sinvergüenza! ¡Esto se lo voy a contar a tu madre en cuanto venga!

 

Yo no me acobardé.

 

¿Y también le dirás que estabas leyendo libros de socioeconomía?

 

Se quedó petrificada, con los ojos muy abiertos.

 

Sí, sé perfectamente lo que estabas haciendo, aunque sea joven, no soy estúpido.
No sé de qué me hablas – insistió.
Te hablo del libro que hay en tu mesita. ¿Es por eso que te has enfadado, porque te he interrumpido cuando estabas a punto de hacerte una paja?

 

Sus ojos despidieron chispas mientras trataba de abofetearme de nuevo, pero esta vez yo fui más rápido y detuve su golpe asiéndola con fuerza de la muñeca. Sujeté su mano con fuerza contra mi pecho y le hablé dulcemente.

 

Vamos Helen, no te enfades, no pretendía ofenderte.
Pues no lo estás haciendo muy bien – dijo secamente, pero sin intentar liberar su mano.
Compréndeme Helen, eres una mujer muy hermosa, me gustas desde siempre y esta noche, al estar aquí, contigo, los dos solos, no he podido resistirme. Entiéndelo, a mi edad se tienen muchos impulsos, y una mujer tan bella como tú siempre es objeto de deseo.

 

Mis palabras parecían ir ablandándola poco a poco. Noté que le gustaba que la halagaran.

 

Además, yo nunca me habría atrevido a decirte nada si no hubiera pensado que tú también lo deseabas.

 

Volvió a cabrearse muchísimo.

 

¡¿Cóoooomo?! ¡Se puede saber de qué demonios está hablando!

 

Yo la miré fijamente unos segundos, esperando a que se calmase.

 

Me refiero a esto – dije mientras rozaba suavemente su pezón con mi mano libre. Estaba como una roca.
Umm.

 

Un leve gemido escapó de los labios de Dickie, pero enseguida recobró la compostura. De un brusco tirón, liberó su mano y se levantó de la cama, quedando en pié junto a ésta.

 

Márchate a tu cuarto Oscar. Mañana hablaré con tus padres de tu comportamiento – dijo con tono serio.
He debido dar muy cerca del blanco para que te enfades así ¿verdad? – contesté yo sin moverme ni un milímetro.
Por favor, vete – dijo señalando a la puerta.
No, no me voy.
¡¿Se puede saber qué quieres de mí?! – gritó desesperada.

 

La miré muy seriamente y le dije con aplomo:

 

Hacerte el amor como nunca antes te lo han hecho.

 

Se quedó absolutamente alucinada, de pié junto al colchón, con un brazo estirado apuntando a la salida, sin saber qué decir.

 

Helen, te deseo – susurré mientras me deslizaba hasta el borde del colchón. Arrodillado junto al filo, la abracé por la cintura, recostando mi cabeza en su pecho. Ella no atinó ni a apartarse.
¡Dios mío! – susurró.
Te aseguro que soy mucho mejor amante que ese tipejo del pueblo del que tanto hablas.

 

Dickie despertó y se separó de mí, quedando apoyada de espaldas contra el armario que había junto a la cama.

 

Pero ¿qué dices?
Te lo repito una vez más, no soy estúpido. Sé perfectamente que ese hombre de la estación no es tu prometido, sino sólo tu amante.
No sabes lo que dices.
Sí que lo sé. Tu historia no tiene ni pies ni cabeza, no me has engañado ni por un segundo.
Te equivocas – contestó.
Sí, mucho me equivoco. Helen, el cuento que me soltaste no se sostiene por ningún lado, me contaste lo primero que se te ocurrió, pensando que bastaría para engañar a un crío, pero no ha sido así. Al menos, sé sincera y no continúes mintiendo.

 

Pude notar cómo se resignaba, sabía que la había pillado.

 

Helen, ya te dije que yo no te juzgo. Es perfectamente normal que una mujer atienda a sus deseos y necesidades, y el sexo es uno de ellos.
………………..
Lo que no comprendo es por qué te resistes a esos impulsos. Te vas al pueblo y te acuestas con un gañán imbécil y sin embargo, aquí estamos nosotros, deseándonos el uno al otro, completamente solos y aún así, no cedes.

 

Dickie me miró durante unos instantes, seria, resignada. Por fin dijo:

 

¿Qué es lo que pretendes? ¿Chantajearme? ¿Obligarme a acostarme contigo para que no cuentes nada?
En absoluto – contesté – Te deseo, ya te lo he dicho, pero quiero que hagas lo que hagas sea por propia voluntad. Ya te di mi palabra de que tu amante sería un secreto entre nosotros, y por mi parte, así será para siempre.

 

Noté que mi respuesta la impresionaba vivamente. Se quedó pensativa durante unos segundos, empezaba a dudar.

 

Helen, pruébalo, te juro que no te arrepentirás.
Estás loco – dijo, pero en su voz ya no había rastro de enfado.

 

Entonces, se me ocurrió una cosa y decidí intentar un disparo al azar.

 

Además, comprobarás que soy tan buen amante como mi abuelo. Pregunta a quien quieras.
¿Cómo? – dijo asombrada.
Que puedes preguntar a las mujeres de la casa sobre mí.
Estás mintiendo – dijo con una sonrisa divertida.
A Vito, Brigitte, Luisa, Mar, Tomasa – exageré un tanto, claro.
¡No me lo creo!

 

Me levanté de la cama y caminé hacia ella. Mi rostro quedaba justo a la altura de sus senos, así que alcé la cara para poder mirarla a los ojos.

 

No miento, te lo prometo. Por favor, no te resistas más – susurré.

 

Mientras decía esto, deslicé mi mano hasta su entrepierna, donde apreté por encima del camisón. Ella cerró los ojos y exhaló un tenue gemido, dejándose hacer.

 

Te deseo – susurré.
Estáte quieto – respondió ella, pero sin ninguna convicción.

 

Lentamente, me fui arrodillando frente a ella, sin dejar de acariciarle el coño por encima del camisón. Ella se reclinaba contra la puerta del armario, con los ojos cerrados, disfrutando, vencida ya por completo su resistencia. Metí mis manos bajo el borde de su camisón, y fui deslizándolas por sus piernas, levantando el faldón del mismo hasta que su coño apareció ante mis ojos, tentador.
Tenía bastante vello, se ve que no se depilaba como mi tía, de color rubio, un poco más oscuro que el de su cabello. Los labios vaginales se veían hinchados, se notaba la humedad, estaba muy excitada. Introduje dos dedos entre ellos, separándolos, para poder ver mejor.

 

Uhgghh – gorgoteó Dickie.

 

Lentamente, pegué mi boca a su raja y comencé a lamerla de arriba abajo, muy despacio, saboreándola. Con una mano mantenía su coño bien abierto, mientras que llevaba la otra hacia atrás, para estimular también su ano con los dedos. Al soltar el borde del camisón, éste cayó, tapando mi cabeza, aunque no me importó en absoluto. Yo ya no necesitaba ver para recorrer hasta el último rincón del coño de una mujer.
Dickie, inconscientemente, separó las piernas, ofreciéndose a mí por completo, sus manos se apoyaron en mi cabeza, por encima del camisón, apretándola con fuerza sobre su chocho, desde luego se notaba que le encantaba lo que le estaba haciendo, ya se había olvidado de tontas excusas y de prejuicios. Era una hembra disfrutando plenamente.
Poco a poco, fui incrementando el ritmo de la comida, chupaba su raja con fruición, penetrándola con la lengua, después subía hasta su clítoris, que estaba enhiesto, y lo succionaba suavemente con los labios, arrancándole a Dickie gemidos de placer. Ella separaba cada vez más las piernas, hasta que llegó un punto en que éstas ya no la sostuvieron. Su espalda se deslizó sobre la puerta del armario, cayendo lentamente hasta quedar sentada en el suelo. Afortunadamente, yo me di cuenta a tiempo y salí rápidamente de debajo de su camisón, porque sino me hubiera caído encima.
Me puse en pié y la miré. Estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada en el armario, las piernas muy abiertas y las manos reposando, laxas, a sus costados. Tenía los ojos cerrados y respiraba entrecortadamente. Abrió los ojos y me miró fijamente. Cogió el borde de su camisón con las manos y se lo subió hasta la cintura, mostrándome su coño chorreante.

 

Sigue – me dijo mientras sostenía el borde del camisón.

 

Yo, en vez de meterme otra vez entre sus piernas, me bajé el pantalón del pijama, liberando mi pene completamente erecto.

 

Ahora te toca a ti – contesté.

 

Ella aún no se había corrido y estaba deseando hacerlo, así que insistió.

 

Por favor – gimió lastimeramente.
Chúpamela – respondí yo inflexible.

 

Nuestras miradas se encontraron, ella me miró incluso con odio, supongo que no soportaba el hecho de ser manipulada así por un crío, pero los latidos que debía sentir en el coño no la dejaban razonar.

 

Eres un cabrón – me dijo mientras se arrodillaba frente a mí.
Y tú una puta – respondí impasible.

 

Ella estaría todo lo enfadada que fuera, pero lo cierto es que no tardó ni un segundo en agarrarme la polla. La pajeó levemente con su mano y a continuación apoyó su lengua justo en la base, y la deslizó por todo el tronco hasta llegar a la punta, que introdujo en su boca sin dudar. Llevó una de sus manos hasta su coño, con la clara intención de masturbarse mientras me la mamaba, pero yo no estaba dispuesto a dejarla correrse tan pronto.

 

Quita esa mano de ahí – le dije – te correrás cuando yo quiera.
 
Ella me miró con los ojos llameantes, durante un segundo pensé que me iba a mandar a la mierda y me iba a quedar a medias por gilipollas, pero, lo cierto es que yo nunca me equivoco con las mujeres, así que ella, tras dudar un instante, apartó la mano de su coño y se concentró nuevamente en mí.
Inició entonces una mamada bastante experta y muy diferente de lo que me habían hecho hasta entonces, era todo movimiento. Puso sus labios, su lengua, su garganta, toda su boca ciñendo mi pene, e inició un rápido vaivén con la cabeza de atrás a adelante. Deslizó una mano hasta mi culo y, colocando la palma sobre mis nalgas, me empujaba adelante y atrás, incrementando cada vez más la velocidad; no parecía una mamada, era como si me la estuviera follando por la boca. Ella no paraba para darme lametones, mordisquitos, ni nada, no la sacaba de su boca para pajearla, no la recorría con la lengua, era sólo aquel movimiento enloquecedor, furioso y veloz. Enseguida noté que me corría, notaba los huevos a punto de estallar, y en ese preciso instante, Helen se retiró de mi polla y dándome un fuerte estrujón en los huevos cortó de raíz el incipiente orgasmo.
Esta vez fueron mis rodillas las que no se sostuvieron, y caí hacia atrás sobre la cama. Helen se puso en pié mirándome desafiante.

 

¿Qué te ha parecido niñato de mierda?
¿Qué? – jadeé yo.
¿Qué te creías? ¿Que podías jugar conmigo? Como verás, conozco algunos trucos con los que tú ni siquiera has soñado, señor experto.
Vamos, Helen – yo no razonaba demasiado, sólo me preocupaba el sordo lamento de mis cojones repletos de leche.
Espero que hayas aprendido la lección, conmigo no se juega.

 

Los dos nos quedamos allí, resoplando, excitados hasta más allá de la imaginación, pero ninguno daba su brazo a torcer y le pedía al otro que lo aliviase. De pronto, tomé conciencia de la situación, yo allí tumbado con la polla en ristre y ella de pié junto a la cama, con los brazos en jarras y mirándome con ojos llameantes. No sé por qué, pero entonces empecé a reír de forma incontrolada.

 

¿Se puede saber qué te pasa? – preguntó Dickie perpleja.
Ja, ja, ja.
¿Te has vuelto loco?
No, no – dije entre risas – Pero, ¿tú nos has visto?
¿Cómo? – preguntó Dickie comenzando a reír también.
Somos gilipollas – concluí yo.
Es verdad.

 

Dickie se sentó en la cama a mi lado y los dos seguimos riendo durante unos instantes. Poco a poco fuimos calmándonos.

 

Lo siento – le dije – He perdido un poco la cabeza.
Sí que lo has hecho – asintió.
Parecemos tontos, los dos deseando echar un polvo pero fastidiándonos el uno al otro.
Tienes razón.

 

Yo la miré fijamente y dije:

 

Vaya, por fin lo admites.
Bueno… – dijo ella dubitativa – he de reconocer que lo estaba disfrutando. Eres muy bueno.
Ya te lo dije.
Oscar.
¿Sí?
¿Desde cuándo sabes lo mío con tu abuelo?

 

Dudé unos instantes, pero finalmente opté por decirle la verdad.

 

Lo cierto es que no lo sabía, sólo pensé que un hombre como él y una mujer como tú bajo el mismo techo…
¿Cómo? – dijo sorprendida.
Que no sabía nada, pero pensé que eso serviría para convencerte. Si tienes dos amantes, ¿qué más te da tener uno más?

 

Dickie estaba alucinada.

 

Me parece increíble que sólo tengas doce años – dijo.
Sí, ¿verdad? Ando bastante despabilado.
¡Desde luego! – exclamó ella.
Bueno… – dije yo mirándome el pene – ¿seguimos por donde íbamos?
No sé… – respondió ella con tono juguetón.
Venga, porfaaa… – seguí yo con el juego – Mira, primero tú y luego yo ¿vale?
¿Y por qué no los dos a la vez?
¿Cómo?
Vaya, Oscar, parece que no sabes tanto como te crees.
 
Ella se levantó de la cama y se sacó el camisón por arriba, quedando totalmente desnuda ante mí. Estaba buenísima, su cuerpo era magnífico, piernas torneadas, cintura estrecha, caderas anchas y un par de tetas que simplemente cortaban la respiración, coronadas por unos pezones bien enhiestos. Por ponerle algún pero, diré que estaba levemente, muy levemente rellenita, quizás le sobraban uno o dos kilos, pero a mí me pareció simplemente perfecta.

 

¿Qué miras? – dijo.
¿A ti que te parece? ¡Vaya pregunta! ¡Pues a ti, que estás buenísima!
¿Verdad que sí? – dijo sonriente – Anda, túmbate en el centro del colchón.

 

Yo obedecí con presteza. Entonces ella se subió a la cama de rodillas y se acercó hacia mí. Pasó una de sus piernas por encima de mi cara, dejando su coño frente a mi boca y su culo delante de mis ojos, de esa forma, inclinándose hacia delante, tendría completo acceso a mi entrepierna. Hoy, después de haberla practicado mil veces, sé que a esa postura se le llama 69, pero aquella fue mi primera vez.

 

¿Qué tengo que hacer? – pregunté indeciso.
¿A ti que te parece? ¡Vaya pregunta! – bromeó ella.

 

Tras esto, se inclinó vorazmente sobre mi polla y la engulló de un tirón. Un estremecimiento de placer se extendió por todo mi ser; mis genitales, minutos antes salvajemente torturados, agradecían ahora este dulce tratamiento. Sin pensármelo más, hundí mi rostro entre sus piernas.

 

Ughtht – farfulló ella alrededor de mi pene.
Lo mismo digo – pensé yo.

 

A partir de ahí simplemente nos abandonamos al placer. Dickie esta vez sí me dio una mamada en toda regla, desde luego, no era novata en esas lides. La lamía, la chupaba, la pajeaba, la acariciaba incluso contra su rostro, a esta inglesa le gustaba más una polla que una taza de té. Sus manos acariciaban dulcemente mis huevos, como disculpándose por el incidente anterior. Yo, mientras, me dedicaba a recorrer hasta el último milímetro de su chocho. Enseguida noté que el clítoris era su punto débil, así que le dediqué toda la atención de mi lengua mientras le metía un par de dedos todo lo adentro que pude.
Helen no tardó mucho en correrse. Como antes se había quedado al borde del orgasmo, no me costó mucho llevarla al clímax, pues su cuerpo lo estaba deseando. Noté cómo su coño latía alrededor de mis dedos, completamente empapados de sus humedades.

 

¡Oh my god! ¡You´re pretty good! ¡Fuck me! ¡Fuck me with your tongueee!

 

En el momento del orgasmo, se sacó mi polla de la boca y comenzó a gritar en su idioma natal. Yo no hablaba demasiado inglés, pero, en general, comprendí el sentido de sus palabras.
Ella apretó las piernas, atrapando mi cabeza en medio, pero sólo durante un segundo. Después, volvió a relajar el cuerpo y reanudó su trabajito en mi polla diciendo:

 

Sigue, sigue con lo tuyo.

 

Y enseguida engulló mi polla nuevamente. Desde luego no entraba en mis planes el parar, así que reanudé la comida de coño, esta vez más despacio, saboreando el momento.
Como mi polla había sido maltratada minutos antes, a Helen le costó un buen rato llevarme de nuevo al orgasmo, tiempo que yo aproveché para hacer que se corriera una segunda vez.

 

¡Diosssss! ¡No puedo creeerlooo! ¡No pares! – gritaba, en español esta vez.
 
Cuando alcanzó el orgasmo, yo hundí con fuerza dos dedos en su interior, apretando y explorando, lo que sin duda le encantaba. Al correrse, volvió a interrumpir la mamada, pero esta vez, me pajeó la polla con furia durante el clímax, lo que me aproximó a mí un poco más a mi propio orgasmo.
Así pues, poco después de que ella reanudara la mamada, empecé a notar que mis huevos iban a entrar en erupción. Me excité terriblemente, por lo que incrementé mucho el ritmo de mis lametones y chupetones. Ella lo notó (y disfrutó) y, entonces, justo cuando iba a correrme, Helen hizo algo increíble: Me metió un dedo en el culo en el momento en que me corría.

 

¡Coño! ¿Qué haceeesss? – grité desesperado.

 

Fue el orgasmo más brutal que había tenido hasta entonces. A través de los años, otras mujeres han practicado esa técnica conmigo, y la verdad es que nunca me ha atraído demasiado, pero en esa ocasión, no sé si por ser la primera vez, la verdad es que fue absolutamente alucinante. Mi polla no expulsaba semen, lo disparaba como una manguera desbocada. Helen mantenía un dedo hundido en mi ano y con su otra mano sujetaba mi polla, que disparaba leche a diestro y siniestro. Espesos pegotes impactaban por todos lados, en su rostro, en sus pechos, en la cama, en el suelo. Yo, con los ojos cerrados y dada mi posición, naturalmente no lo veía, pero pude constatarlo poco después.
No sé cuanto duró aquella corrida, nunca lo sabré con certeza, pero a mí me pareció eterna. Por fin, mi polla expulsó las últimas gotas, perdida totalmente la erección. Helen, cansinamente, descabalgó mi cara y se sentó en el borde de la cama, a mi lado, Se agachó y cogió su camisón, con el que se limpió la cara y el cuerpo de los restos de mi orgasmo. Después, se volvió hacia mí y con una mano me apartó el pelo sudoroso de la frente. Desvió sus ojos hacia abajo y con una sonrisa divertida llevó una mano hasta mi pene, que acarició dulcemente.

 

Vaya, parece que el jovencito ha perdido todo su vigor ¿eh? – dijo con sonrisa maliciosa.
Dame unos minutos y verás – dije yo acariciando uno de sus pechos con mi mano – ¡Joder, qué tetas tienes!.

 

Ella, sonriente, se inclinó sobre mí, de forma que sus pechos quedaron al alcance de mis labios. Yo, sin dudar, comencé a lamerlos y acariciarlos con las manos. Eran simplemente magníficos. Así estuvimos un rato, yo estimulándola, excitando sus pechos, lo que le arrancaba gemidos de placer y ella haciendo lo propio con su mano sobre mi miembro, que poco a poco iba recobrando su máxima expresión.
Cuando mi polla estuvo bien dura, Helen se separó de mí. Yo me eché a un lado en la cama, dejándola que se tumbara. Me quedé unos instantes contemplándola, ¡Dios, qué hermosa estaba! Sin duda, leyó la admiración en mis ojos, lo que la turbó levemente. Asió con delicadeza mi muñeca y me atrajo hacia sí.

 

Ven – susurró.

 

Yo me dejé arrastrar. Me coloqué despacio entre sus piernas y poco a poco recosté mi cuerpo sobre el suyo. Entonces la besé. Fue un beso tierno, dulce, suave, con deseo pero sin prisa, profundo pero con amor. En ese momento puedo jurar que amé a Helen y creo que ella a mí también. Segundos después nuestras bocas se separaron, fue como un sueño.
Sin decir nada, me incorporé un poco, agarré mi polla y la apunté bien a la entrada de su gruta. Estaba muy dilatada y mojada, por lo que entró sin ningún problema.

 

Ahhhh- un dulce gemido escapó de sus labios.

 

Lentamente, comencé a empujar, dentro, fuera, dentro, fuera… Ambos gemíamos de placer, estaba siendo un polvo muy suave, como si toda la lujuria de antes hubiese sido olvidada. No estábamos follando, hacíamos el amor. Pero aquello no duró. Poco a poco el placer fue nublando nuestros sentidos, y la lujuria fue ganándole la partida al amor. Fui incrementando el ritmo de las embestidas, nuestros gemidos subían de volumen, hasta transformarse en gritos, las caricias se convirtieron en auténticos estrujones, se convirtió en sexo salvaje.

 

¡Vamos cabrón! ¡Más fuerte! ¡No te pares! – chillaba ella.
¡Te voy a romper el coño! – aullaba yo.
¡Sí, eso! ¡Rómpeme el coño!

 

Me dolían incluso los brazos por el ritmo tan feroz que estaba imprimiendo. Creo que en este rato ella se corrió una o dos veces, pues empezó a gritar más fuerte, aunque no puedo asegurarlo, pues mi cabeza estaba completamente ida, no razonaba.
Me incorporé entonces, quedando de rodillas y, sin sacársela, levanté sus piernas apoyándolas en mis hombros, es decir, ahora se la metía por detrás, aunque ella seguía tumbada boca arriba. En esta postura, mis embestidas eran aún más violentas, pues podía echar el cuerpo hacia delante, doblándose ella como una pinza. Sus muslos estaban apoyados contra sus propios senos, mientras yo la embestía sin piedad.

 

¿Te gusta? ¿Te gusta esto, puta?
¡SÍ! ¡Cabrón! ¡Sigue!

 

Un polvo absolutamente salvaje. Ella se corrió otra vez, farfullando como poseída. Yo decidí cambiar de postura nuevamente, ya que los segundos que invertíamos en ello hacían que me calmara un poco, para poder alargar así mi propio orgasmo, pues desde luego yo no quería que aquello acabara. Así pues, se la saqué del coño, y dándole una fuerte palmada en el culo le grité:

 

¡Boca abajo, puta!

 

Ella no tardó ni un segundo en girarse. Tomándola por la cintura, hice que levantara un poco el culo, poniendo una almohada bajo su ingle. De esta forma, su culo quedaba en pompa y su coño se me ofrecía tentador. Sin demorarme un segundo más, volví a hundírsela en el chocho hasta las bolas, reanudando mi furioso vaivén.

 

¡Toma, zorra, toda para ti!
¡Sí, así, asíiiiii! – aullaba ella.

 

Noté que mi orgasmo se aproximaba. Rápidamente, se la saqué del coño, y colocándola entre sus nalgas (como una salchicha entre dos rebanadas de pan) comencé a frotarla vigorosamente, con lo que por fin mis huevos entraron en erupción. Fue una corrida muy buena, pero no tan salvaje como la anterior. Mi polla disparaba pegotes de semen que iban a aterrizar sobre su culo, su espalda e incluso sobre su pelo.
Tras la corrida, me recosté sobre su espalda, recuperando el resuello. Los dos respirábamos agitadamente, sudorosos. Me dejé caer lentamente a su lado, quedando sentado junto a su trasero. Ella siguió a cuatro patas, sobre la almohada, con el rostro hundido contra el colchón, tratando de recuperar el aliento. Yo comencé a acariciarle el culo, mientras un insidioso pensamiento penetraba en mi calenturiento cerebro.

 

Helen – dije.
¿Ummm?
¿Te la han metido en el culo alguna vez? – pregunté mientras le separaba las nalgas, echando un vistazo a su ojete.

 

Ella giró la cabeza con los ojos chispeantes.

 

Pero, ¿aún quieres más? – dijo sorprendida.
Ahora no – respondí – pero dentro de cinco minutos…
Eres un guarro – me dijo con sonrisa pícara.
Me lo dicen mucho.

 

Me arrodillé tras ella y separándole las nalgas comencé a humedecer su ano con la lengua. Le metí primero un dedo y poco después otro, sin parar de estimularla. Mi pene (ah, gloriosa juventud) que tras el polvo anterior no había perdido por completo la erección, no tardó en reponerse. Cuando juzgué que Helen estaba lista, unté mi polla con sus flujos, y apoyé la punta en su ano.

 

Ten cuidado – susurró.
Tranquila.

 

Poco a poco fui penetrándola por el culo. Era una vía muy estrecha, pero se notaba que no era la primera vez que se usaba. Mi polla fue penetrándola lentamente, hasta que mis huevos quedaron apoyados contra sus nalgas. Era bastante diferente a cuando se lo hice a mi tía Laura, pues se notaba que a Helen no le dolía demasiado, sino que solamente lo disfrutaba.

 

¿Te duele? – le pregunté algo sorprendido.
En absoluto – respondió ella – pero no seas tan bestia como antes.
Descuida.

 

Con delicadeza, inicié el movimiento de mete-saca. Se veía que a Helen le encantaba que la encularan, a juzgar por los gemidos y grititos que escapaban de su garganta. Ella apretó fuertemente su rostro contra el colchón, mientras que sus manos estrujaban las sábanas hasta tal punto que noté que sus nudillos se ponían blancos de la fuerza que hacía.
Su ano era muy estrecho, ceñía mi polla con fuerza. Aunque le había prometido no hacerlo, la excitación fue nublando mi mente, por lo que empecé a bombearla cada vez más rápido.

 

Uf, uf – resoplaba yo.
Sí, así – gemía Helen.

 

El ritmo poco a poco fue haciéndose vertiginoso. Sin querer, fuimos abandonándonos de nuevo al placer, sin pensar, se trataba solamente de follar.

 

¡Sí, así, cabrón, dame más fuerte! – gritaba Helen.
¿Te gusta zorra? ¡Pues toma!

 

Al tiempo que empujaba, comencé a azotarle el culo con la palma de la mano. Puedo jurar que contra más fuerte daba, más altos eran sus aullidos de placer, lo que inexplicablemente, me volvía loco de excitación.

 

¡Toma, puta, toma! – gritaba mientras le daba tan fuerte con la mano que le dejaba marcas rojas en la nalga.
¡¡Más cabrón!! ¡Dame más! ¡Pareces maricón!

 

Contra más me gritaba, más fuerte bombeaba yo y más duros eran mis azotes. Aquella mujer era una máquina de follar. A juzgar por sus gritos, se corrió dos o tres veces más, instantes que aprovechaba para insultarme y gritarme en todos los idiomas que conocía, incluso me llamó cosas en español que yo jamás había oído.
Aquello era demasiado para mí, mi corrida no se hizo esperar. Se la saqué del culo, y agarrándomela por la base, procuré que toda la leche aterrizara sobre ella. Tras correrme, caí casi inconsciente a su lado. En mi vida había estado tan cansado. Ella levantó un poco el cuerpo, y acercándose a mí, me dio un tibio beso en los labios.

 

Tenías razón, eres increíble – me dijo.
Tú también – respondí.

 

Sacamos la almohada de debajo suya y nos abrazamos, quedando pronto profundamente dormidos. Horas después, Helen me despertó, indicándome que era mejor que mis padres no me pillaran allí por la mañana. Me levanté tambaleante y recogí mi pijama y mi almohada.

 

Te acompañaría a tu cuarto – me dijo – pero dudo que mis piernas me sostuvieran ahora.

 

Yo, sonriendo, la besé en los labios. Salí del cuarto y cerré la puerta tras de mí. Me dirigí con paso cansino hacia mi cuarto mientras pensaba:
– Bendita tormenta.
Continuará.
TALIBOS
 
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