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Relato erótico: “El arte de manipular” (POR JANIS)

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dueno-inesperado-1 Ágata levantó los ojos de su plato y codeó a su amiga Alma, sentada a su lado en el pequeño comedor de la academia Wilson.
 ―     ¡Mira! ¡Ahí está Frank! – musitó.
―     ¡Vaya! Le llamas Frank y todo. Cuánta confianza.
―     No te burles, envidiosa. No me dirás que no es atractivo, ¿no?
―     No está mal, nada mal – respondió Alma, mirando con disimulo al profesor cuarentón que miraba los platos del buffet en ese momento.
  Se trataba de un hombre atlético, con el pelo bien arreglado y en el que no disimulaba las canas que poblaban sus sienes. Sus rasgos parecían cincelados en bronce, con una mandíbula agresiva y una boca recta y viril.
―     ¿Sólo eso? ¡No me importaría hacerle un favor! – bromeó Ágata.
―     No esperes que se fije en ti. No seas tonta.
―     Oh, ya lo sé. No me imagino nada. Además, me resultaría muy violento. Una cosa es comentar y otra cosa es pasar a la acción. No sirvo para eso – dijo Ágata con un suspiro. Paseó uno de sus dedos por el filo de su plato de plástico. – Lo que ocurre es que me trata muy bien y no puedo dejar de admirarle. Es un gran actor, ¿sabes?
―     Por supuesto. Por eso mismo, nos da clases.
―     No te lo he dicho antes, pero mi nombre figura entre las candidatas para la obra del primer curso.
―     ¿Para actriz principal? – se asombró Alma.
―     Sí.
―     ¿Cómo lo has conseguido?
―     Bueno, todo ocurrió a raíz de leer unos textos en el escenario. Frank… esto, el profesor Warren alabó mi entonación y mi gesticulación.
―     ¡Vaya suerte!
―     Bueno, veremos a ver qué pasa.
  Sin embargo, para Ágata no existía duda alguna de que su vida estaba destinada a ser actriz, tarde o temprano. Para ello, a sus diecisiete años, había convencido a su familia para tomar clases de arte dramático en una academia durante el verano. Su intención era seguir con esas clases, incluso cuando empezara el curso escolar. Podría llevar ambas cosas adelante pues era buena en los estudios.
Ágata era una pelirroja estilizada, de piel muy blanca y cabellera abundante y larga, siempre bien cepillada. Estaba muy orgullosa de su cuerpo, rebosante de juventud. Piernas largas, cintura estrecha, vientre plano y duro, pechos erguidos y no muy grandes, perfectos, un trasero respingón y un rostro angelical y pecoso. Sin embargo, esas mismas pecas que tanto atraían las miradas de los chicos, la cohibían un tanto. En su opinión, la afeaban, por mucho que comentaran los amigos, pero, por desgracia, eran imposibles de borrar. De lo que si estaba orgullosa era de sus rasgados ojos verdes, a los cuales acompañaba con unas bien depiladas cejas rojizas. Cuando alzaba una de ellas, en un gesto interesante, una pequeña arruga vertical aparecía en su ceño, confiriéndole un aspecto maduro. Poseía una nariz estrecha, fina y algo respingona, que su padre denominaba de pura irlandesa, que remataba con una boca pequeña, de labios finos y jugosos.

Alma sabía que su amiga, a pesar de ser inteligente y voluntariosa, era algo ingenua. No había dedicado tiempo alguno a conocer otros chicos ni a relacionarse. Solo estudios y películas. Ahora, abordaba un mundo nuevo y deslumbrante y podía resultar decepcionada. Era cierto que Alma envidiaba a su amiga, pero se decía, a ella misma, que era una envidia sana. Ágata poseía una innata belleza que atraía todas las miradas, pero no se aprovechaba de ella. Alma hubiera querido esa belleza para ella, para disfrutar mucho más de su vida, pero las cosas eran como eran y debía aguantarse. Sonrió de nuevo al mirar al profesor Warren. Ágata estaba pasando por lo mismo que ella había pasado a los trece años; se había enamorado de su profesor.

  Ágata sintió como su corazón saltaba en el pecho cuando, al final de la clase de interpretación, Frank la llamó. Disimuló su nerviosismo recogiendo sus apuntes.
 ―     Mañana aparecerá en el tablón de anuncios, pero me gusta decir las noticias personalmente – dijo el profesor acercándose a ella.
―     ¿De qué habla, profesor Warren?
―     De que has conseguido el papel principal en la obra. ¡Enhorabuena!
―     ¡Dios! ¿De verdad? – exclamó ella, saltando impulsivamente.
―     Sí, así es. Eres una de las mejores alumnas de este curso y no he dudado en dártelo.
―     Muchas gracias, profesor Warren, yo…
―     Ahora, vamos a trabajar juntos durante muchas horas. No es necesario que me trates con tanto respeto. Llámame Frank.
 Ágata ni se enteró de que sus pies la habían llevado ante su casa. Durante todo el camino, su mente dejó volar la imaginación y protagonizó multitud de sueños alocados. Nada más subir a su habitación, llamó a Alma y le comunicó la noticia.
 Días más tarde.
—          No, no. No es ese el tono. Muy mal. Repetiremos la escena – dijo Frank, cortando el ensayo.
—          Lo siento, pero no me sale de otra forma – se excusó Ágata, un tanto avergonzada.
  Llevaban ya tres semanas de ensayos y Ágata fallaba en nimiedades que debería haber asumido ya. Llegó a pensar, en ocasiones, que no estaba preparada, que el papel le venía grande. Frank agitó el guión delante de su rostro y la miró fijamente, algo furioso.
—          Se supone que eres una mujer despechada, amargada, llena de odio. No puedes hablarle al causante de tus penas de esa forma, Ágata. ¡No estás pidiendo un sándwich en la cafetería! Debes mascar cada palabra; tu voz debe destilar odio y pasión a la vez. Tus ojos deben apuñalarle. Eso es lo que debes sentir.
 —          Lo siento.
—          ¡Y no digas más “lo siento”! ¡Afirma tu carácter!
  Ágata sintió como su garganta se atenazaba; un nudo, formado por la vergüenza, el desencanto y rabia, la impidió decir nada más. Las lágrimas brotaron, incontenibles, y Ágata huyó del escenario. Diez minutos más tarde, Frank llamó a la puerta de uno de los camerinos donde ella se había refugiado.
—          Ágata, por favor, ¿puedo hablar contigo? – dijo desde el otro lado de la puerta. Al no tener respuesta, empujó la puerta y entró.
  Ágata se encontraba sentada delante del espejo, secándose los ojos y retocando un poco su maquillaje.
 —          Vengo a excusarme por todo lo que te he dicho. Estaba furioso y no me he podido contener. Defecto de actor – dijo, encogiéndose de hombros.
  La broma no funcionó; ella le miró con ojos atormentados.
—          En serio, Ágata. Sé que todo esto es duro, que piensas que no lo podrás conseguir, pero sí puedes. Tienes madera y posibilidades; sólo necesitas… concentrarte.
—          No es necesario que me animes. Me he dado cuenta de que no sirvo para esto. No he podido contener las lágrimas en el escenario. Vaya fracaso de actriz – sorbió ella.
—          No, no. Estás equivocada. Los actores deben de ser totalmente impresionables, llenos de sentimientos encontrados que les permitirán adecuarse al papel. Eso es bueno, solo que debes pulirlo.
—          ¿Y cómo lo hago?
 —          Verás, tenemos aún tiempo, pero no puedo dedicártelo a ti solamente en el plató. Hay otros estudiantes que me necesitan. Si pudiéramos vernos fuera de clases… No sé, una tarde de sábado, por ejemplo. Podría enseñarte muchas cosas, trucos de la profesión, que te ayudarían a concentrarte en tu personaje.
—          Eso sería estupendo – dijo ella, animándose.
—          ¿Qué tal si vienes a mi casa este sábado?
—          Estupendo.
—          Te daré la dirección. Yo mismo te acompañaré a casa cuando acabemos.
  Ágata sintió de nuevo su corazón acelerarse. Era lo más parecido a una cita que ella pudiera imaginar.
 

La casa de Frank era bastante curiosa. Según él, la empezó a construir su bisabuelo y su padre la terminó. Grande y con un amplio jardín trasero, el edificio contenía varios estilos arquitectónicos, debido a los diversos propietarios que colaboraron en su terminación. El timbre resultó ser una graciosa cadenita que activaba un carillón. Frank la saludó y la hizo pasar. Hacía un poco de frío en la calle y la recibió con una taza de chocolate caliente que no se atrevió a rechazar, aunque en casa nunca lo tomaba, pues cuidaba de su silueta.

   Frank entró en materia rápidamente y repasaron partes del guión. A medida que pasaban las horas, Ágata se sentía mucho más cómoda y llegaba a bromear constantemente. Se le pasó el tiempo volando y Frank, cual solícito caballero, la acompañó a casa en su coche. Ágata suspiró a solas en su dormitorio; estaba viviendo algo especial, casi un cuento de hadas.
  Durante dos semanas, la chica acudió puntualmente casi a diario. Los dos habían llegado al acuerdo de que debían repasar diariamente. Frank hizo mucho hincapié en que no debía comentar con nadie aquellas clases particulares, porque las había negado a muchos otros alumnos. Aquello convirtió la relación en algo especial para Ágata. Frank la ayudaba a ella, sólo a ella. La hacía sentir que era parcialmente suyo.
—          Inspira profundamente; relájate – la aconsejó a la tercera semana.
  Los dos estaban de pie en el centro de lo que él llamaba su estudio. Una amplia habitación de madera en el piso bajo, en parte biblioteca, en parte escenario. Ágata se sentía un poco nerviosa, a pesar de la gran confianza que había nacido entre ambos. Estaban repasando la escena final y era bastante difícil. Norma, su personaje, por fin encontraba el amor, después de ser golpeada duramente por los hombres. Era una especie de reconciliación con la vida. Frank interpretaba el rol de Néstor, el grave y profundo Néstor, psicólogo y viudo.
   Ágata se situó en posición. El final ocurría en uno de los puentes de Paris, acodados contra la pétrea barandilla. Para facilitar la escena, la chica se acodó en el pequeño mostrador de nogal del coqueto bar que Frank mantenía en su estudio. Sonrió cuando tuvo que imaginarse que el río Sena corría detrás del mostrador.
—          La vida no tiene por qué ser sólo sufrimiento, Norma – dijo Frank, colocándole una mano en el hombro, cariñosamente.
—          Entonces, ¿por qué sufro constantemente? ¿Por qué me trata así? – repuso ella.
—          No es la vida, Norma, y creo que te has dado cuenta finalmente. Eres tú. Te has encerrado tanto en ti misma que has creado una concha que nada puede traspasar. Has vivido con odio y rabia. Es hora de que te deshagas de ese bagaje, por el bien de tu hijo y por…
—          Sigue, Néstor, no calles. ¿Qué ibas a decir? ¿Por nuestro bien?
—          Sí.
—          ¿Qué futuro tendremos? Ambos somos seres incompletos, sin ilusiones.
 —          Yo sí tengo ilusiones, Norma – susurró Frank, tomándola de la barbilla y mirándola a los ojos.
  Ágata confundió por un momento la realidad. ¡Qué hermoso sería que le dijera eso a ella y no a su personaje! Ni siquiera se acordó que debía volver la cabeza para que Néstor no pudiera ver sus lágrimas. Se le quedó contemplando, alelada.
—          Tengo ilusiones para los dos y para Ben. No tengo hijos, pero quiero a ese chiquillo como si fuera mío. Deseo pasar el resto de mi vida junto a vosotros y cuidar de una familia – dijo Frank sin dejar de mirarla.
—          Fra… Néstor, ¿puede suceder eso? ¿No volverá el pasado para burlarse?
—          Cariño, el pasado está muerto. Déjalo enterrado. Confía en mí, confía en el amor…
—          Oh, Néstor, abrázame y no me dejes jamás – dijo ella, apoyando su cabeza en el pecho de Frank. Aquello era el fin, el telón debía caer en ese momento.
  Sin embargo, Frank hizo algo que no estaba en el guión. Le levantó el rostro con un dedo y se inclinó sobre ella. Ágata contempló aquel movimiento como si lo hiciera a cámara lenta. Ni siquiera se dio cuenta de que abrió sus labios, deseosa. El hombre la besó, dulcemente. Ella cerró los ojos y se dejó abrazar. La lengua de Frank rozó sus labios, atormentándola. Fue un instante mágico, memorable.
—          ¡Oh, Dios! ¿Qué estoy haciendo? – se apartó Frank vivamente, dejándola totalmente sorprendida y a punto de caer hacia delante. – Lo siento, me he dejado llevar por el papel. Soy tu profesor; esto está mal.
—          No pasa nada, Frank. Ha sido una reacción normal. Yo también he sentido… – intentó calmarle, pero el hombre empezó a pasear por el estudio como una bestia enjaulada.
—          ¿A quien intentó engañar? No es el papel, eres tú… Ágata, será mejor que te vayas. Llamaré un taxi y…
—          ¿Por qué? ¿Qué hemos hecho de malo? – imploró ella. Su corazón latía muy rápido y sentía escalofríos.
—          Lo siento, pero debes marcharte.
—          Frank, por favor, no le des tanta importancia. Sólo ha sido un beso.
—          No lo entiendes, ¿verdad? – dijo él, girándose hacia ella y tomándola de los brazos, fuertemente. – No eres consciente de tu propia belleza, ¿no es cierto? Me estás volviendo loco; me desconcentro cuando te miro a los ojos. Siento un nudo doloroso en mi pecho y sufro cuando sales por esa puerta. Me estás volviendo loco, Ágata, con tu inocencia, con tu candor, y no puedo negarlo por más tiempo.
  Fue el turno para Ágata de sentirse atontada. ¡Frank la quería! ¡La quería de verdad!
—          Esto no puede suceder. No debo comprometerme de esta forma – murmuró Frank, soltándola y saliendo del estudio.
  Ágata se quedó como en trance. Aquella revelación la cogió desprevenida. Tanto soñar e imaginarse situaciones parecidas no la habían preparado para la realidad. Notó como las lágrimas acudían a sus ojos. Se sintió desesperada. Al cabo de unos minutos, Frank se asomó al estudio.
 —          He llamado a un taxi. Sobre la mesa del vestíbulo hay dinero. Por favor, acéptalo y márchate ahora. No volveremos a vernos aquí. No puedo dejarme atrapar por esta espiral. Discúlpame, te dejaré a solas.
—          No, Frank, no quiero que…
  Pero el hombre se marchó. Escuchó crujir las escaleras de madera que conducían al piso superior. El llanto se apoderó de ella, de forma atenazante, enmudeciendo cualquier oportunidad de hablarle. Ágata esperó el taxi fuera de la casa y llegó a su casa sintiéndose la mujer más desgraciada del mundo.
—          Frank, necesitamos hablar – le dijo ella, aprovechando que nadie estaba cerca. No tuvo más remedio que abordarle en la clase porque ni siquiera contestaba a sus llamadas telefónicas. Habían pasado tres días desde aquello.
—          Sí, sería lo mejor – dijo el hombre, asegurándose que nadie les escuchaba. Los demás estudiantes estaban saliendo de clase. – Ven a la hora del almuerzo al estudio de grabación. Estaré allí pasando unas copias.

La siguiente clase se convirtió en eterna. Ágata no dejaba de pensar en lo que estaba dispuesta a decirle y no sabía cómo hacerlo. Le había dado vueltas en su cabeza durante los tres últimos días y se había decidido finalmente. Dio de lado a Alma con una excusa cuando salieron de clase. No tenía hambre, no podía pensar en comer. Se dirigió al estudio de grabación, sabiendo que estaría vacío. Frank acostumbraba a revisar sus propias copias y lo hacía aprovechando el momento de descanso del personal. Tendrían intimidad para aclarar lo que sucedía entre los dos.

  Frank estaba de pie delante de la gran mesa de control y escuchaba atentamente un pasaje cuando ella abrió la puerta. Se miraron sin decirse nada.
—          Frank, yo… – empezó a decir Ágata, pero el hombre la cortó con un gesto.
—          No hace falta que digas nada. Lo he pensado y lo mejor será que te cambies de clase. Te daré una buena nota y te pasarás con el profesor Clems. Es un buen educador.
—          Pero…
—          Es lo mejor para los dos. No puedo soportar verte todos los días, sintiendo que me consumo por dentro. Me has llegado muy adentro, Ágata, no me será fácil olvidarte.
—          Frank, por favor, déjame hablar – exclamó ella, nerviosa y con el rostro arrebolado.
  Frank calló y se dejó caer en la silla giratoria del control. Encendió un cigarrillo y aspiró con fuerza.
—          Lo que… sientes, también lo siento yo – dijo, inclinando la cabeza. – Te he admirado desde el principio y… me he enamorado de ti. Intenté que no sucediera, pero mi imaginación y mi corazón pudieron más que la lógica. No tenemos por qué separarnos.
—          Oh, Dios, no es posible… – jadeó él. – Es lo peor que podía ocurrir. ¿Sabes qué pasará? Finalmente, se enterarán y seremos la comidilla de todos. Eso si tus padres no se me echan encima. Eres demasiado joven, Ágata.
—          ¡Frank! Yo te… quiero — estalló ella en un llanto algo histérico.
—          Oh, mi pequeña, mi dulce pelirroja – la consoló Frank, abrazándola. – No llores. Está bien, no nos separaremos. Shhhh… no llores más.
  La acunó entre sus brazos, meciéndola y susurrándole palabras de aliento y cariño. Ágata se sintió mujer entre sus brazos, querida y confortada. No quería que la soltara.
 —          No te preocupes, ya pensaré algo – le dijo cuando se calmó. – Lo importante es que lo mantengamos totalmente en secreto. Debes hacer lo que te diga, en todo momento, y fingir que no ocurre nada. ¿Podrás hacerlo?
—          Sí, dices que soy una buena actriz – contestó ella, sorbiendo por la nariz.
—          Así me gusta. Claro que eres una buena actriz. La mejor. Ahora, vuelve a la cafetería y reúnete con tus amigos. Ya nos veremos más adelante.
  Frank se sentó sobre su escritorio y sacó una botella de coñac, reserva para las ocasiones especiales, de la cual se sirvió una copa. Estaba prohibido tener alcohol en la academia, pero nadie registraba sus cajones. Alzó la copa y sonrió.
 —          Por ti, mi bella pelirroja. Has caído en la trampa como una novata. Ni siquiera distingues una buena actuación, así que no llegarás lejos en este mundo – dijo, bebiendo un trago.
 

Relato erótico: “Emputecida por el psicólogo de la facu” (POR ROCIO)

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NUERA4El rector de la facultad había solicitado que me presentara en el ala administrativa al terminar mis clases, ya que, al ser yo una de las delegadas del estudiantado, me seleccionó como ayudante del nuevo y flamante psicólogo que contrató para atender una oficina de orientación.
Sorprendida, porque nunca habíamos tenido algo así en la facultad, me dirigí al ala correspondiente al terminar mis clases. Y acompañada de mi mejor amiga, Andrea, una coqueta rubia cuerpo estilizado, pero que no parecía muy contenta que la arrastrara conmigo.
A muchos les hace gracia vernos juntas porque somos la antítesis de la otra; soy algo bajita, cuerpo de guitarra y cabello castaño hasta los hombros, pero tengo con ella una amistad que forjé desde la escuela primaria y que, si bien hemos pasado por típicos altercados, seguimos muy unidas:  
—Rocío, ¿podrías decirle a tu novio que se quite los auriculares cada vez que nos acompaña en el campus? Me parece de mala educación que escuche música cuando está con nosotras.
—Ya. Yo le doy un codazo y se los quita. Pero… Andy, se los pone porque no soporta que te pongas parlanchina.  
—¿¡Ahora soy una parlanchina!? ¿En serio? ¿Me has defendido cuando habló así a mis espaldas?
—Ya sabes cómo es él, se desentiende del asunto.  
Comprobé que una de las oficinas, que antes servía como depósito para artículos de librería, ahora tenía un cartelito colgante que decía “Oficina de orientación”. Al entrar nos dimos cuenta que al polvoriento lugar aún le faltaba muchísimo trabajo para tenerlo en condiciones; salvo un escritorio, sillones y una cortina, el lugar seguía siendo un depósito abandonado por el tiempo con un montón de cajas a medio llenar.
—¿Sí? —un hombre treintañero y trajeado salió de detrás de una de las estanterías, tenía varios libros en mano y los estaba apilando—, lo siento pero aún no he abierto la oficina.
Era alto, de cuerpo espigado, de cabello corto y bien arreglado. Pero lo que me llamó la atención fueron esos preciosos ojos grisáceos.
—Hola, me llamo Rocío y soy una de las delegadas.
—Yo me llamo Andrea, y me han traído aquí a la fuerza —se recogió un mechón de su frente y se rio de su propia bromita.
—Encantado, chicas. Soy Bruno Méndez —dijo sentándose y acomodándose tras su escritorio.
—Señor Bruno, me ha solicitado el rector que viniera a verlo por si necesitaba ayuda.
—Sí, gracias por venir Rocío. Por cierto, ¿ustedes dos son amigas?
—Claro, ¡somos como hermanas gemelas!—se rio Andrea.
—¿Podrías dejar de avergonzarme un rato?
—O sea que son mejores amigas. Bueno —se recogió la manga de su chaqueta y miró la hora en su reloj de pulsera—, ya es horario de salida pero aún me falta un buen rato para tener esta oficina en condiciones. Así que mejor las esperaré esta noche en mi departamento. Aquí tengo un croquis para que sepan cómo llegar. Tómenlo, y vengan solas, claro.
—¿Que vayamos a dónde? —pregunté extrañada.
—No lo voy a repetir. Por favor, traigan cerveza y condones, ¿sí? Soy nuevo en la ciudad y creo que eso es lo básico.
—¿Acabas de decirnos que vayamos a tu departamento esta noche? —Andrea estaba tan confundida como yo. Se inclinó ligeramente hacia el hombre, como si quisiera escucharlo mejor—. ¿Y que llevemos… condones? 
—Y cervezas. Ahora salgan, tengo que seguir acomodando los libros. ¡Mucho trabajo aquí!
Miré incrédula a mi amiga, quien se llevó una mano a la boca porque se estaba atajando una carcajada. Pero a mí me tenía boquiabierta, vaya hombre más raro, no éramos precisamente los estudiantes quienes necesitábamos de “Orientación”, visto lo visto. Nos levantamos y tomé el croquis que nos dejó en su escritorio, y sí, al final yo también terminé riéndome cuando salí de la oficina.
—¿Lo escuchaste, Andy? Nos ha pedido que nos vayamos a su departamento con tanta confianza… ¡jajaja!
—Rocío, es lindo, pero… ¿¡quién se cree que es!? ¿Que por tener un título nos vamos a lanzar a sus pies o qué?
—Dijo que llevemos “cerveza y condones”… ¡casi me río en su cara!
—¡Ja, qué hombre más raro!
—Pero bueno, Andy, ¿quién comprará las cervezas? Yo puedo robarla de la heladera de mi casa, mi hermano tiene como seis latitas de Miller, las vi esta mañana.  
—Entonces yo iré a la farmacia cerca de mi casa para comprar los condones, Rocío.
—¿Te parece si me voy a tu casa esta tarde y nos vamos juntas a su depa?
—Perfecto, va a ser muy divertido.
Cuando dimos un par de pasos rumbo a la salida de la facultad, nos volvimos a detener allí en el pasillo. Por un momento sentí la cabeza abombada, no sabría explicar; traté de reconstruir el diálogo que habíamos tenido recién, como si sospechara que algo había estado mal, pero no podía determinar exactamente qué fue.
—Qué cosa más rara —Andrea se tocó el mentón—, fue como si por un momento hubiéramos planeado ir en serio…
Horas más tarde, enfundada con vaqueros ceñidos y una blusa rosa ajustada, toqué el timbre de la casa de Andrea. Y sí, tenía el six pack de Miller de mi hermano cargada en mi mochila. Ella me abrió su puerta con la cara colorada, y juraría que sus ojos delataban que había estado llorando.
—Rocío —tenía la voz rota—, no tienes idea de lo denigrante que fue comprar condones en la farmacia de la esquina… ¡el vendedor me miró como si yo fuera una degenerada!
—Andy, ¿tú también?
—¡Basta! —tiró la cajita de condones a la calle—, ¡es tan sencillo dejar de hacer esta locura! Dios, te juro que no podía creerlo, era superior a mí.
—Lo sé, ¡lo sé perfectamente! Mira, me he robado las cervezas de mi hermano. TENÍA que robarlos, no había forma de quitarme esa idea de la cabeza, ¡uf! 
—Vaya locura, ¿no? Hasta preparé el dinero para abordar el bus y todo… Bueno, ya que estás aquí, ¿por qué no pasas y así estudiamos juntas? Y esas cervecitas habrá que aprovecharlas, ¿no?
—¡Ja! Me parece una buena idea, Andy.
En el bus estábamos temblando de miedo. Era simplemente imposible que estuviéramos yendo a su departamento aún pese a que deseábamos fervientemente lo contrario. Le había confirmado a Andrea claramente que iba a entrar a su casa para estudiar, pero por alguna razón terminamos dando media vuelta para esperar el bus que nos dejaría cerca del departamento del psicólogo.
—No sé qué nos está pasando, Andy, pero te juro que cuando vea a ese señor le voy a dar tan duro con mi mochila cargada que se arrepentirá de… ¡lo que sea que nos esté haciendo!
—Rocío, desde hace diez minutos que estoy diciéndome que debo bajar del bus… y simplemente no puedo… ¡NO PUEDO! ¿Es esto normal?
—¡Obvio que no! Mira, agarra mi mano, Andy. Pase lo que pase, no nos bajaremos, ¿entendido? Somos más fuertes que esto. Nos tenemos la una a la otra, ¿verdad? Así que vamos a dar una vuelta completa en este bus y nos bajaremos cerca de tu casa…
—S-sí, Rocío, esto tiene que parar ya. Me alegra que estés aquí, es verdad que me siento más segura.
Ambas estábamos lagrimeando de impotencia cuando tocamos el timbre del departamento del psicólogo. Estaba ubicado en un edificio en el centro de Montevideo, una zona de muy alto nivel en donde alguien con salario de profesor no podría vivir. Estábamos vestidas muy informalmente, algo coquetas, por lo que no fueron pocas las personas que se fijaron en nosotras cuando entramos al edificio y subimos en elevador, ya que desentonábamos de entre los hombres trajeados y mujeres con carísimos vestidos.  
Andrea no me soltaba la mano y podía sentir cómo temblaba; de vez en cuando se le escapaba un tic nervioso y me apretaba tan fuerte que prácticamente estaba enterrándome sus uñas. Ya era de noche, y allí estábamos ambas, en  un edificio de lujos, esperando entrar en el departamento de un hombre que apenas conocíamos.
—¡Rocío y Andrea! —saludó Bruno efusivamente, trajeado elegantemente—. ¿Eh? ¿Qué les pasa? No me jodas, ahora me da pena y todo que estén con esas caritas tristes… pero bueno, ya están aquí, chicas.
—Disculpa —gimió Andrea—, ¿eres un extraterrestre o algo así?
—Claro que no. Venga, adelante, la vamos a pasar muy bien.
El departamento era enorme y bastante pomposo. En lo que parecía ser la sala, había un trípode con cámara. El hombre se acomodó en un mullido sofá, frente a dicha cámara, mirándonos con una sonrisita que me provocaba una ira indescriptible. Definitivamente él estaba detrás de nuestro extraño actuar, y vaya que tenía ganas de borrar esa risita de su linda carita.
—Chicas, ¿quién trajo las cervezas?
—Ah, las traje yo… aquí la tienes, cabrón —me acerqué para darle un golpe certero con la mochila cargada. Pensé que si lo dejaba inconsciente podríamos recuperarnos de aquel control que parecía ejercer sobre nosotras, pero él se asustó y rápidamente habló:
—¡Alto! No debes lastimarme, Rocío, ¿qué mierda te pasa en la cabeza? De rodillas frente a mí, ¡las dos!
—¿De rodillas, dices, imbécil? ¡En tus sueños! —protesté conforme yo y Andrea nos arrodillábamos ante él.
—A ver —sacó un mando negro y redondeado de su bolsillo, y apretó un botón; la cámara del trípode se había encendido y nos estaba enfocando. Se me cayó el alma al suelo cuando me vi en un televisor gigantesco más al fondo—. Chicas, adopten posición sumisa. Manos tras la cabeza, saquen pecho, labios entreabiertos. Miren la cámara y díganme nombre, edad y qué estudian.
—¡Eres un pervertido! —rechiné los dientes conforme sacaba pecho—. M-m-me llamo Rocío Mendoza…  tengo… diecinueve y estudio económicas…—gimoteé mirando con impotencia la luz rojita de la cámara que parpadeaba. En el televisor se me veía con la cara repleta de odio. 
—Yo soy Andrea Peralta… ahm, y también tengo diecinueve y estudio económicas.
—Desnúdense y cuéntenme cómo perdieron la virginidad.
—¡Basta! —crispé mis puños—, ¿crees que te diré cómo mi novio alquiló un departamento y lo llenó de rosas?, ¿que todo fue encantador excepto el sexo en sí porque no duramos más de un minuto y yo terminé llorando porque me alarmó ver sangre en la cama? 
—¡Deja de hacer lo que sea que estás haciendo! —rogó Andrea mientras se levantaba la blusa—, ¡jamás te diré que mi primo me desvirgó tras un domingo de reunión familiar! ¡Él estaba muy guapo y yo había bebido demasiado, me llevó a su habitación para mostrarme su colección de rock clásico y terminó metiéndome mano!
—¿Debutaste con tu primo, Andy? —pregunté boquiabierta mientras me bajaba el vaquero. No conocía ese detalle de mi mejor amiga.
—¡Dios, Rocío! ¿Tienes un tatuaje de una rosa en tu cintura?
—¡No desvíes el tema, Andy! Pensé que tú estabas sin novio, ¿quién te dio ese chupetón en la teta?
—¡Rocío, la tienes depilada!  
—¡Chicas, basta! —Bruno se levantó con una clara erección—. ¡Están arruinando el momento!
—¡NO! ¡Tú deja de hacer lo que sea que estás haciendo, imbécil!
—Rocío, no creo que sea conveniente insultarlooooo —susurró Andrea.
A esa altura ambas estábamos solo en ropa interior. Mi mente estaba lo suficientemente lúcida para protestar cada orden que nos daba, aunque no lo suficientemente como para evitar que mis manos desprendieran mi sujetador para que mis senos cayeran en todo su peso.  
—Menudas peras, vaca lechera. Y veo que tienes piercings en los pezones. Qué impropio para una delegada de una universidad, ¿no te parece?
Sentía cómo la rabia se desbordaba de mi cuerpo. Cuando dejó de mirarme, se fijó en Andrea y quedó sorprendido ante el escultural cuerpo de mi amiga; lo que quería de nosotras me parecía obvio, y no había forma de negarnos. En el momento que tomé mis braguitas por el borde para quitármelas, le habló con descaro:
—Pedazo de hembra, rubia. ¿Eres modelo o algo así?  
—N-n-no —su voz se quebró de nuevo—, ya nos has visto desnudas, ¿podrías dejarnos ir?
—¿Dejarlas ir? ¿Te crees que soy idiota? Acuéstate en el suelo, boca arriba, Andrea. Y tú, Rocío, ponte sobre ella, pero invertida, con tu carita sobre su coño.
—¡Basta! ¡Es tan fácil como levantarme! —Y de hecho me levanté—, ¡y recoger mis ropas! —Lamentablemente me acosté sobre mi amiga tal como me había ordenado. Con la cabeza mareada, me quedé contemplando como una tonta su vulva, adornada por una preciosa mata de rubio vello púbico.
Bruno se levantó del sofá; tomó la mochila del suelo y llevó las cervezas a su heladera. Yo estaba que no podía creerlo, cada centímetro de mi mente se rehusaba a seguir las órdenes de aquel pervertido, pero mi cuerpo por todos los santos no respondía, solo estaba allí, estática, sintiendo la fría respiración de Andrea recorriendo cada recoveco de mi depilada concha.
—Rocío, esto es incómodo.
—No me jodas, Andy.
—Es obvio lo que nos va a pedir cuando vuelva… ¡dios! ¡Y sabes perfectamente que no podremos hacer nada para detenerlo! Uf… ¡Trata de no lastimarme con el piercing de tu lengua, Rocío!
—Dios santo, esto no me está pasando, ¡esto no me está pasando!…
Bruno había vuelto con una cervecita en mano, acercándose a su cámara y manipulándola para que, imagino, nos enfocara mejor.
—Bueno, ¿y qué esperan, putitas? A chuparse y estimularse hasta que una se corra, vamos.
—Rocío —oí a Andrea detrás de mí, sentí su mano acariciándome desde el perineo hasta mi vulva, y hábilmente me separó los labios vaginales con sus largos dedos. Sopló y me volvió loca de remate—. Siento que me voy a morir. 
—Ughhh… ¡Andyyy, no soples! —aún con todas las fuerzas que tenía, no pude evitar restregar mi nariz por esa mata de vello púbico, rubio y enrulado, presta a olerla. Besé, besé y besé con la cabeza abombada; con el perfume de mi amiga entrándome por el cuerpo; con lágrimas saltando de mis ojos, pasé mi lengua por entre los pliegues de sus finísimos labios, abriéndome espacio y humedeciendo terreno, buscando su clítoris oculto entre los pliegues de su piel.
—¡Bastaaaa, Rocíoooo! —y sentí un dedo suyo entrando en mi agujerito; lo hacía tan bien que me mojé un poco sabiéndome tan dominada, tan vejada ante un hombre pervertido que ejercía una especie de hechizo poderoso sobre ambas.
—¡Nooo, tú deja de hacer eso, estúpida! —protesté antes de dar mordiscones. Mi mejor amiga estaba lamiéndome con fruición la concha conforme me follaba con su dedo, y lo único que yo podía hacer era aparentar que aquello no me gustaba. Pero mis jugos, mis gestos y cada gemido mío indicaban lo opuesto. Si, estábamos forzadas a comernos, pero el gozo, al menos el mío, era natural.
—¡No me llames estúpida, soy tu amiga! —Pronto atenazó mi cuello con sus fuertes y atléticos muslos, apretujándome la cara contra su vulva que estaba empezando a humedecerse. Y yo no es que tampoco pusiera mucha resistencia; enterré mi lengua, me esmeré en hacerle probar el tibio titanio de mi piercing en sus carnecitas; llegó un punto en el que su lengua y dedito entraban y salían de mí con tanta violencia, sacándome berridos de placer; simplemente desmoroné y mi cintura cayó con todo su peso sobre su cara.
Arqueé la espalda cuando su lengua rebuscó en mi pequeño capuchón y me descubrió el clítoris. No sabía que Andy era tan buena dando un cunnilingus, y yo me pensaba como una chica más conocedora que ella. Pero allí estaba yo, gimiendo descontroladamente y restregando mi cintura para que me metiera más lengua o dedos, lo que fuera. Ya no podía seguir comiendo su concha, era imposible, mi amiga me tenía como loca.
—Te odioooo, Andy —rogué sufriendo una deliciosa succión que de seguro me dejaría la concha hinchada. Intenté mentir, no quería admitirlo pero ahora mi propia mente me traicionaba y caía rendida en aquel hechizo—. Andy, me… ¡me encanta lo que m-me haces!
—Uf, uf… ¡Pues a mí no! ¡No sé qué pensar de tu concha depilada, pervertidaaa!
—Para no gustarte —interrumpí—, estás poniendo mucho empeño. Uf, dios, ¡parece que estés azotándome el coño!
Una mezcla de todo me invadió el vientre. Su lengua, sus dedos, el hecho de tener a mi mejor amiga haciéndome cochinadas contra nuestra voluntad. Me corrí de nuevo incontrolablemente; era tan bueno que creía que moriría; la pobre rubia recibió en su boca todos mis jugos y se esmeró en repasarme la lengua para asegurarse de limpiarme.
—¡Increíble! —Bruno se había emocionado; noté que la lucecita roja de la cámara se había apagado—, voy a hacer bastante dinero con esta escena.
—¿Pero quién mierda eres, cabronazo, y qué quieres de nosotras? —pregunté recuperándome poco a poco de uno de los orgasmos más placenteros que había tenido en mi vida. Andrea, por su parte, daba ya tímidos lengüetazos allí atrás.
—Pues filmo y vendo porno casero. Esta escena será parte de “Putitas Universitarias 7”, que está teniendo bastante éxito en el mercado asiático. 
—¡No puede ser! —Andrea se apartó de mi concha para preguntarle algo—, ¿y por qué hacemos todo lo que tú nos pides sin poder resistirnos?
—Es demasiado evidente, chicas. Las he hechizado. Ahora son mías, así que mejor olvídense de hacer las cosas que antes hacían. No les miento, eh, será mejor que se dejen de tonterías. No voy a tener en cuenta ese desprecio hacia mí, porque sinceramente, me da igual…
—¿Acabas de recitar una canción de los Creedence Clearwater?
—¿Eh? ¡Je! “I put a spell on you”… Cómo… ¿Cómo lo sabías, Andrea?
—Pues porque como te dije, mi primo me hizo escuchar su colección de rock clásico cuando me desvirgó… y bueno, me gustaron los Creedence…
—Anda, qué raro encontrar una chica que le guste eso. A mí me gusta la versión de Joe Cocker. De rodillas las dos, frente a mí, vamos. Posición sumisa, ya lo saben.
Dicho y hecho. Manos tras la cabeza, pecho fuera, boquita abierta, chuminos brillando de humedad. No tardó el psicólogo en pararse frente a mí. Se bajó la bragueta y sacó su verga; ante mi cara atónita, el grosero se la empezó a cascar dura y rápidamente. 
—A chupar, puta. Tengo mucha leche para ti.
—No me llame puta, cabrón —dije inclinándome para meter mi boca en su asquerosa polla.
—¿A esto lo llamas chupar, cerda? Venga, a cabecear en serio.
—Ugh… ¿quieres que cabecee?
—Vamos, sí, vaca lechera, que cabecees mejor…
Dicho y hecho. Dicen que los jugadores uruguayos tienen una estupenda definición de cabeza; potencia y colocación. Será que está en la sangre charrúa, porque eso fue justamente lo que hice. Retrocedí la cabeza, cerré los ojos, mordí mis dientes y prendí un cabezazo tan fuerte que me habrían querido convocar para la selección femenina. Creo que escuché un huevo romperse.
—¡MBBRURRGGGGGG! —el hombre cayó estrepitosamente al suelo y se retorció como un marrano.
—¡Rocío, estás loca! —se alarmó mi amiga—. ¡Nos va a matar!
Pero fuera porque quedó lastimado, pude sentir cómo volvía a tener control de mi cuerpo. Me levanté, haciendo caso omiso al dolor en mis extremidades entumecidas, y tomé de la mano a mi amiga:
—¡Corre, Andy!
—MFFF… ¡ALTO PUTAS!
El psicólogo se había levantado de nuevo, bastante colorado y con la cara arrugada de dolor. Tragué saliva porque no logramos escaparnos: el control sobre nosotras volvió a caer con todo su peso. Tenía miedo, muchísimo, tal vez sí nos podría matar.
—An… Andrea —resopló Bruno—. Te puedes ir. Olvidarás todo lo que ha pasado esta noche, ¿entendido?
—Me iré. Y olvidaré todo lo que hice esta noche —dijo con voz adormilada.
Me quedé boquiabierta. Andrea, con la mirada perdida, se levantó y se vistió parsimoniosamente conforme yo, contra todo mi ser, me volvía a arrodillar para ponerme en aquella vergonzosa posición sumisa. Lo había mandado a la mierda y protestado todo una y otra vez; nada sirvió; nada serviría, concluí que era mejor quedarme callada. O tal vez una disculpa por haberlo golpeado en sus pelotas.
 Una vez que mi amiga abandonó el departamento, Bruno se sentó en el sofá frente a mí.
—Te vas a arrepentir de lo que has hecho, putita.
—No le tengo miedo, imbécil —mentí. Aunque cada articulación mía temblaba.
—A ver, no te voy a matar, si es que estás asustada por lo que dijo tu amiga. Mira, pedí al rector a su mejor estudiante y me envió a ti. Planeaba filmar alguna guarrería y hacerte volver a tu casa, sin que recordaras nada. Iba a hacerlo todo este año con las chicas de tu facultad… Pero… uf, he decido hacer un cambio de planes.
—Idiota, te juro que cuando…
—Tienes la lengua dormida, puta.
—JIgdfiafd… dfaifd… ¿afdfj?
—Eso es. Escúchame. Eres la primera chica que me logra lastimar, y he hechizado a muchísimas… Me voy a divertir contigo pero de lo lindo, ¿sabes? ¡Ja! Venga, llámale a tu papá o a quien sea y dile que te quedas a dormir en la casa de tu amiga.
El día siguiente en la facultad fue bastante vergonzoso. Era la primera vez en mi vida que iría repitiendo ropa del día anterior, y en las condiciones que estaba, con la blusa rosa y vaqueros arrugados, así como el cabello no muy bien arreglado, decía a gritos que me lo había pasado en una especie de orgía a lo bestia.
“No sé qué fue lo más asqueroso que hice anoche”, pensé.”O chupársela a mi mejor amiga o compartir cama con ese desgraciado”.    
Temblaba de miedo solo de pensar en que tras terminar las clases debía volver a la oficina de orientación para presentarme ante mi Amo. Porque sí, desde que me lo ordenó en la noche anterior, ahora no puedo referirme a él de otra forma que no sea Amo.  
La cola me ardía por los diez varazos que me dio a las nalgas, la noche anterior, por haberme rebelado. Llorando a moco tendido me obligó a besar la vara y posteriormente agradecerle por disciplinarme; simplemente no podía creer la facilidad con la que fui sometida de manera tan brutal. Para colmo, el vaquero ceñido lo hacía todo más doloroso al caminar; el sufrimiento era un recordatorio constante del dominio de mi Amo sobre mí, un aviso humillante de lo que me deparaba si me portaba mal.
El primero que se me acercó conforme me dirigía a clases fue mi novio. Se quitó los auriculares y me sonrió; por un momento, brevísimo, me sentí segura y lo abracé como si no lo hubiera visto en años; los sujeté fuerte, como para no apartarlo de mí nunca:
—Oye nena, te estuve llamando ayer, ¿dónde estabas?
—¡Christian! Tengo un problema y necesito tu ayuda.
—¿En serio? Pues dime…
—Agifjdf… ¿dfja´sid?
—Ya… en serio, se te ve muy preocupada. ¿Qué te pasa?
Me había olvidado que la noche anterior, mientras el Amo me follaba la cola con tres dedos, me ordenó que mi lengua se adormecería si me atrevía a contarle a cualquiera acerca de las verdades intenciones que tenía él. Lo mismo pasaría si intentara escribir; mis manos se verían imposibilitadas de confesar la verdad y solo saldrían garabatos. Estaba mentalmente amordazada y esposada.
—Dafsdofa… diafsdf…
—¿En serio? ¿Después de haberte llamado tooooda la noche es así como me tratas? ¿Me ves la cara de tonto o qué?
—Dios, Christian, ¡no! Es que afodfis… ¿¡dfijsí!?
—Pues si es así como vas a tratarme, lamento decirte que tengo cosas más importantes que hacer. Así que llámame cuando madures, nena.
Se dio media vuelta y se dirigió a sus clases sin mirar atrás, murmurando algo con cierta rabia. Y yo estaba descorazonada, no había forma alguna de pedir ayuda. Paré mi caminata y me volví hacia el estacionamiento para encontrarme con mi Amo, pues él me había traído en su coche y se quedó allí para hablar con el rector.
Cuando llegué estaba despidiéndose de un par de profesores. Aseguró su coche y sonrió al verme venir.  
—Rocío, ¿por qué te fuiste tan rápido?
—Estúpido, si me ven llegar con usted van a pensar cosas, los rumores corren rápido aquí, no sé si se había dado cuenta.
—Pues que corran los rumores, no me gusta que mi putita vaya por ahí sin mi permiso. A partir de ahora pedirás mi aprobación antes de alejarte.
—¡No me vuelva a llamar putita, desgraciado!
—Venga, no grites, es que te quería invitar a desayunar. Nos levantamos muy tarde y por eso me apuré en llegar, pero aún hay tiempo. Vamos a la cafetería, ¿sí? Sígueme por detrás, manos en la espalda, saca pecho.
—Ojalá se muera, Amo.
—Contonea tus caderas, que sepan que tienes tus encantos y que quieres presumirlos.
—Soy una de las delegadas, ¡no puedo actuar así! —protesté avanzando detrás de él, tal como me había pedido. “Madre mía, estoy caminando como una calientabraguetas y no puedo evitarlo”, pensé desesperadamente con la cara coloradísima. “Uno de los estudiantes me está mirando… me quiero morir, tiene que haber una forma de parar esto”.
La cafetería estaba casi vacía salvo un par de grupos de estudiantes que charlaban distendidamente. Sentados a una mesita, con café en mano, mi Amo siguió contándome sus verdaderos planes para conmigo.
—He conseguido un par de vídeos en la base de datos de la facultad. Eres como la cara más visible del estudiantado, ¿lo sabías? Esas escenas en donde haces discursos, en donde te entrevistan y, básicamente, se te ve como una alumna muy responsable, servirán como introducción a la película. Y luego, ¡bam!, la preferida del rector se emputecerá poco a poco.
—Qué poco hombre es usted, Amo —bebí un sorbo del café asestándole una mirada asesina—, con esa polla tan pequeña, normal que haya buscado una forma de controlar a las chicas.
—Eso te valdrá otra tunda de azotes esta noche, a ver si así aprendes a dejar de insultar a tu señor. Ahora, ¿ves ese grupo de tres estudiantes que está allá? Je… ve y pídeles sexo. Dile que eres muy puta y que tienes condones. Si aceptan, llévalos al baño y graba con tu teléfono lo que mejor puedas. Lo importante es que filmes todo, desde la proposición, pasando por la reacción, y claro el acto en sí. Pídeles ayuda para filmar si lo ves necesario.
—¿¡No lo dirá en serio, idiota!? —pregunté ensimismada conforme me levantaba y me dirigía a la mesita mencionada. Quería llorar, pero las lágrimas se me habían acabado la noche anterior tras la sesión denigrante de sexo anal. Mi corazón latía tan fuerte que pensé que me desmayaría a medio caminar, pero no, de algún lugar quitaba fuerzas tanto para seguir moviendo las piernas como para poner mi móvil en modo filmación.
Me vieron llegar. Eran chicos del último año, uno era bastante guapo. Yo soy del segundo pero me conocían perfectamente por ser una de las delegadas. El guapo me reconoció y me ofreció asiento al verme.
—¡Buen día, delegada! ¿A qué se debe su grata presencia? —bromeó.
—No le hables así —rio otro, sorbiendo su café—, la vas a hacer sentir incómoda. Siéntate, por favor, delegada.
—B-buen día chicos, gracias por el asiento… Verán, me preguntaba… —Me senté. Pese a que no quería, mi cuerpo me obligaba a mirarlos a los ojos. Eran todos buenos chicos que me sonreían caballerosamente; el estar en el último año indicaba que se trataban de gente muy responsable, inteligentes, correctos; no sabía cómo reaccionarían ante mi propuesta indecente.
—Estás roja, delegada. ¡Aquí todos somos amigos, no te pongas así! —el tercer chico me tomó del hombro y me sonrió.
—G-gracias… yo… me preguntaba si querían tener sexo conmigo en el baño. Po-por favor.
Las risas se acabaron y fue como si un baldazo de agua fría cayera sobre los tres muchachos. Uno se atragantó con su café. Otro se reacomodó las gafas mientras que el que me tomaba del hombro se había puesto más rojo que yo, si cabe. Y por todos los santos, yo quería morirme; toda mi vista se emborronaba, y mi propia voz la escuchaba como un eco lejano:
—Tengo condones, no se asusten. Vamos al baño, po-por favor.
—Esto… ¿pero lo dices en serio, delegada?
—Sí… s-sí, soy muy puta.
Uno de ellos se levantó bastante molesto. Era el más lindo. Dijo que era una broma de mal gusto, que debería dejarme de esas cosas porque yo tenía una imagen que mantener, una imagen de chica responsable y dedicada que había encandilado hasta a nuestro rector, que debía respetar mi puesto de delegada del estudiantado.
—Me voy a clases —dijo indignado—, vamos chicos.
—Ve tú, amigo —respondió el que me tomaba del hombro. Ahora me acariciaba suavemente con una sonrisa.  
—Sí, ya te alcanzaremos —el tercero se acomodó las gafas.
—Perfecto… ¡Perfecto! Te tengo mucho respeto, Rocío, por todo lo que lograste siendo solo de segundo año. Pero si te veo ofreciéndote de nuevo así, lo sabrá el rector.
Se alejó conforme mi móvil caía de mis manos puesto que el tembleque en mi cuerpo era indisimulable. Y los chicos, asustándome un montón, dejaron a un costado esa actitud respetuosa y me llevaron de brazos al baño. Y no podía dejar de contonear mis caderas como una cerda.
—Esperen —susurré—, mi móvil, necesito mi móvil para grabar.
—¿Grabar? Pero… ¡qué puta eres, delegada!
Entramos al baño de hombres y me encerré en un cubículo con el de las gafas. Se sentó sobre el váter y, arrodillada, le hice una mamada mientras su colega que filmaba se hacía lugar en el pequeño espacio, haciendo comentarios soeces. Como él también quería carne, me levantó la blusa con su mano libre, y la introdujo bajo la tela de mi vaquero para pasarme mano por la cola. El chico al que le hacía una felación olía mal y se limitaba a quedarse sentado, gimiendo, susurrando que no se lo creía, que era un sueño.
Su socio comentaba acerca de mi tanga y mi culo, ladeaba la tela y metía un dedo entre mis nalgas, restregando fuertísimo. Di un respingo de dolor que me hizo morder la polla en mi boca, y le pedí con tono sumiso:  
—Por favor, no me manosees fuerte la cola, anoche me azotaron… —y acto seguido seguí metiendo lengua en el chico.
—¿Te azotaron? ¿Me estás jodiendo, no, delegada?
—Rocío, ¡me corro!
Sostuve la cabeza de su tranca con mi lengua para que su leche no salpicara, atajé de sus huevos para que supiera que no debía moverse mucho, y me la metí hasta el fondo de la garganta, tocando campanilla incluso, para que escupiera todo ese líquido dentro de mí.
Cambiaron de rol cuando succioné los últimos trazos de adentro de su uretra. Pero yo salí del cubículo y fui a limpiarme en el lavatorio porque su socio no quería metérmela con mi boca sucia. Para mi sorpresa, el viejo limpiador de la facultad estaba pasando trapo. Me vio raro e imagino que iba a avisarme que estaba en el baño de hombres, pero como vio mi carita repleta de leche, no terminó su frase y siguió repasando. Incluso, como si se sintiera cómplice, al terminar de limpiarme la boca, me abrió de nuevo la puerta del cubículo para que siguiera atendiendo a los dos estudiantes.
“Gracias, señor”, dije apenas, totalmente colorada. Pero por dentro me quería morir de vergüenza; no pude pensar más al respecto porque  los chicos me tiraron de brazos para meterme de nuevo en el cubículo.
El resto de la mañana me la pasé encerrada en la oficina de mi Amo, arrodillada ante él, con los brazos detrás de mi cabeza, sacando pecho, boquiabierta. Estaba llorando a raudales viendo una y otra vez el vídeo que filmaron los chicos en el baño, mientras él estaba descargándolo en su móvil, editando las escenas. Lo odiaba, lo odiaba con toda mi alma; si tan solo tuviera la fuerza necesaria para poder escaparme de su hechizo… pero ni siquiera tenía fuerzas para limpiarme el semen que tenía en la comisura de mis labios  
—Rocío, lo has hecho muy bien. ¡Qué putita eres! Y los chicos hasta te filmaron cuando le agradeciste al trapeador, ¡ja! ¡Esa escena es oro puro!
—Perdón… —susurré, mirándolo a los ojos.
—¿Eh? ¿Por qué me pides perdón?
—Por haberlo lastimado anoche, Amo, por favor, me está jodiendo la carrera universitaria… así que perdón…
—Vaya, y me lo pides con esa carita… Pero lo siento, es muy tarde. Ya he hablado con un director porno holandés y la idea le ha encantado, por lo que me ha enviado importante dinero a mi cuenta para que siga con este proyecto de “Ejemplar universitaria emputecida 1”. Vamos al centro de Montevideo, nena, para comprarte ropa que te pegue más.
Cuando llegamos al centro comercial, me devolvió el teléfono y noté el montón de llamadas perdidas. Desde mi papá, mi chico hasta Andrea, quien seguramente ya no recordaba lo de la noche anterior. No había pasado ni un día con mi Amo y ya me sentía tan desligada de mi vida personal y estudiantil; prefería seguir con él, así como estaba, a que me vieran mis amigos o mi familia. Prefería seguir con él antes que hablarles con mi voz rota de tanto llorar; así que apagué el teléfono.
Mi Amo solicitó a una vendedora para mí, y se sentó cerca para verme modelar los conjuntos que me haría probar. Una joven de mi edad se me acercó muy sonriente. Me vio la cara colorada de vergüenza y los ojos rojos de tanto llorar, pero actuó con educación y no dijo nada al respecto, aunque en su tono suave de voz se notaba cierto tipo de consuelo, como si quisiera tranquilizarme. 
—Hola linda, ¿cómo te puedo ayudar?
—Hola, estoy buscando un par de faldas. Y blusas también.
—¡Claro! Ven, te los mostraré.
Cada vez que me probaba una falda debía presentarme ante mi Amo, quien me ordenaba con un gesto de manos que girara para él. Por lo general ninguna de las faldas le convencían, por lo que solicitó a la jovencita que me hiciera probar más cortas. Ella, con toda educación, me tomó de la mano y me llevó de nuevo a los probadores con un grupo de minifaldas en su brazo.
—Disculpa, ¿es tu novio ese señor? —preguntó dentro del cubículo conforme me ajustaba una mini azul.
—No —iba a decir que era un amigo o algo similar, pero supongo que debido al hechizo me salió algo muy distinto y demasiado vergonzoso—. Ese hombre es mi Amo.
—Ups, OOOK —la chica abrió los ojos como platos, bajó la mirada y siguió ayudándome con la ajustada mini. Probablemente notaba los trallazos que el psicólogo le propinó a mi pobre cola—. Escúchame, yo no me meto en esas bizarradas, pero creo deberías ponerte alguna crema allí, porque… porque sí…
—No, gracias —susurré. El dolor de los trallazos era un recordatorio constante de mi sumisión. Bien me lo había hecho recordar el amo conforme me los aplicaba con fuerza—, solo ayúdame a ponerme la mini y ya.
En el espejo comprobé lo poco que cubría la minifalda. “Es tan vulgar, por dios”, pensé, si me giraba podía notar que apenas cubría la línea que inicia mis nalgas, además de verse varias líneas rosadas, paralelas y casi verticales, que nacían desde lo alto de mis muslos, y continuaban en mi cola, ocultas tras la tela; “Encima se me ven los azotes, van a pensar que me gustan estas cochinadas”. Me bajé un poco la falda para esconder los varazos, pero cuando lo hacía, la tela cedía y descendía sobre las caderas; me quedaba más ramera si cabe. “Tal vez si compro una blusa larga… pero el Amo me dijo que quiere que se me vea el ombligo”.
Con una blusa blanca cortísima sin sujetador, mostrando ombligo, y la mini azul que desnudaba mis muslos, yo y la vendedora salimos del cubículo con las caritas coloradas. Me presenté de nuevo ante mi Amo.
—Te queda bien, Rocío, ¡vaya! ¡Gira para mí!
—No es verdad… ¿En serio tengo que vestir con estos trapitos? ¿No le parece algo demasiado… vulgar? ¡Lo vea como lo vea, es algo exagerado, Amo!
—Pues te… queda… bien… —dijo la azorada jovencita, más por inercia que otra cosa.
—¿Ves, Rocío?, a la vendedora le gusta. Quiero al menos cinco juegos de distintos colores, jovencita, con zapatos de tacón a juego.
—Sí, señor —sonrió forzadamente—, de inmediato.
—Venga, Rocío, besa mis pies y agradéceme.
Me quedé boquiabierta y probablemente la chica también pues lo habría oído mientras se hacía con más trapitos. Crispé mis puños; me había disculpado, me había mostrado sumisa, había follado con dos universitarios en el baño de la cafetería, pero aun así seguía cebándose conmigo. Miré en derredor; nadie, no miraba nadie, por lo que con un suspiró me arrodillé ante él.
Conforme besaba su zapato izquierdo, escuché los pasos de la vendedora por detrás de mí. Inclinada como estaba, probablemente estaba revelándole la mitad de mis nalgas y mi tanga de manera tan indecorosa. “¿Se estará fijando en mi cola?”, pensé, “Madre mía, ¿qué se pensará de mí?”. “Que soy una putita, que tengo un amo que me azota, que me humillo así ante él como si fuera la cosa más normal del mundo”.
—Aquí… tiene… señor… —la chica le entregó un bolso con todos mis trapitos.
—Gracias, Amo, por comprarme estas ropas para mis—besé sus pies.
—Rocío, agradécele a la vendedora como corresponde.
De cuatro patas como estaba, me giré y me incliné para besar los pies de ella. La chica retrocedió y dijo que no era necesario, con risitas forzadas, pero mi Amo insistió. “No puede ser que esté humillándome así, esto no es ni medio normal”. Me incliné de nuevo. “Ahora el que estará viendo mi cola castigada es mi Amo”. Besé sus pies, más precisamente en sus deditos porque llevaba sandalias, y agradecí como me lo había ordenado.
—Gracias señorita por ayudarme a elegir mi nueva vestimenta.  
—Uf… de, nada… ejem… los espero pronto… o nunca, no sé…
Segundo día de mi proceso de emputecimiento.Había dormido nuevamente en el departamento del Amo, y mi padre ya se estaba poniendo intranquilo por no tener a su nena en casa. Desde luego se cebó conmigo con, esta vez, veinte trallazos disciplinarios que terminaron por hacerme doler la garganta de tanto chillar. Volver a revelarme ya no valía la pena, lo supe cuando terminé llorando en la ducha; el agua tibia era como ácido que reaccionaba en mi sufridas nalgas. 
Pero ahora era otro día, otra tortura sicológica me quedaba por delante. Llegamos al estacionamiento y él se bajó primero del coche mientras yo miraba mis muslos blancos: mi faldita, al ser tan corta, revelaría mi tanga al sentarme en clases. De hecho, la tela se levantaría y dejaría verlo todo nada más bajarme del coche. Por otro lado, tampoco ayudaba tener una blusita ceñida, ¡y sin sujetador! Miré por la ventanilla para tratar de calcular cuántos alumnos ya estaban en las inmediaciones.
—Madre mía, toda la facultad me va a ver vestida como una puta…
—Rocío, bájate del coche.
—No quiero.
—Estamos tarde, nena.—Se remangó la manga y miró su reloj—. Y tienes que ir a clases.
Me abrió la puerta y salí. Estaba demasiado puta, por el amor de dios. Me despedí de él, oprimí mis libros contra mi pecho mientras que con la otra mano me tapaba el ombligo, agaché la cabeza y a pasos rápidos avancé rumbo a mi clase entre el montón de alumnos. “Me están viendo la cola, seguro, y encima tengo que menearla como si fuera una zorra que busca calentar al personal”, pensé. “Esta maldita falda está apretada y seguro pueden ver mis nalgas marcándose en la tela… y tan corta que se ven los varazos”. “Me arde la cola, tengo que dejar de rebelarme…”.
“Muestro demasiado muslo, madre mía, soy una declaración de guerra andante”.
Subí las escaleras. Los chicos que estaban detrás de mí murmuraban. “Soy la delegada, no puedo estar así. Y esta asquerosa blusita es tan ajustada que se notan los piercings de mis pezones”. La escalera parecía no tener fin. “Si sigo con este hechizo me van a expulsar por indecente”.
Me senté en el fondo de las clases, y por fin después de un día sin verlas, me topé con mis amigas. Pero no encontré el consuelo que buscaba: todas me miraban rarísimo, como si yo fuera una desconocida para ella; cuando me senté en el pupitre, arañándolo de dolor, no tardó en acercarse Andrea. Mientras, los chicos adelante ojeaban por mis piernas pues, al ser tan corta la falda, se levantaba y dejaba ver perfectamente todo. Puse mi mochila en mi regazo para tratar de tapar la visión asquerosa que les estaba regalando.
—Rocío… ¿se puede saber a qué vienen esas pintas?  
—Andy… sfdjifd, dfísdf —le confesé con mi adormilada lengua—, así que por eso estoy así.
—Christian vino a hablarme ayer, me dijo que le respondiste burlonamente. Y ahora lo estás haciendo conmigo… ¿sabes? Soy tu amiga, dime por favor qué te pasa.
Era imposible confesarle. Ni a ella, ni a mi novio, ni a nadie. Las demás chicas de nuestro círculo escuchaban atentas, querían saber también qué andaba mal en la delegada del estudiantado para que de un día para otro se presentara vestida como puta y con la cola adornada de azotes.
Aquella situación no era humana, por lo que concluí que de alguna manera tenía que alejar mis amigas de aquel pervertido, y eso sería una de las cosas más difíciles que tendría que hacer: que aquellas personas en quienes me podría apoyar, se alejaran de mí. Rompiendo mis amistades, y mis lazos, podría salvarlos de un destino similar al mío.
—Nada… —dije alicaída—. No me pasa nada, Andy. Y escúchame, te conviene no juntarte más conmigo. ¡Y se los digo a todas ustedes también!
—Rocío, no sé qué te pasa, pero créeme que jamás me atrevería a abandonar a una amiga así por las buenas.
—Qué bonita, Andy —ironicé—. Por cierto, ese chupetón que tienes en la teta te lo hizo tu primo, ¿ese que te desvirgó?
—¿¡Qué!? ¿Pero cómo lo sabías?
La hice llorar, pero era lo mejor. Habíamos peleado antes, claro, y con lágrimas de por medio también, pero ahora la situación era muy distinta y dolorosa. Y el bofetón que me dio me hizo ver las estrellas, pero sabía que era lo único que podía hacer para alejarla de mí. Para salvarla del psicólogo; mi Amo.
Esa misma mañana, en el receso, me encontré con mi novio en uno de los banquillos del campus. Llevé conmigo mi mochila porque era lo único que evitaba que se mostrara todo aquello que la minifalda no podía tapar. Se acercó, y quitándose sus auriculares, me miró con ojos reprendedores. No sé si por mi ropa o por mi extraño actuar del día anterior.
—Nena, me ha contado Andrea lo que le hiciste. En serio, no te reconozco. Tu amiga está llorando a raudales ahora, ¿y tú aquí?
—Christian, te he llamado solo porque… Verás, porque quiero terminar contigo…
—¿En serio? ¿Así, sin anestesia?
—¡Sí! Estoy con otro hombre, así de sencillo… Así que haz correr el aire y aléjate…
Se pasó la mano por la cabellera y me miró boquiabierto. Miró para atrás, para los lados, camino a mi alrededor lentamente sin entender qué sucedía. Cuando paró, me miró con unos ojos de decepción que me hicieron lagrimear. Habíamos peleado tanto por retomar nuestra relación y yo lo estaba destrozando adrede y sin razón aparente. Pero si tan solo supiera de alguna manera que todo lo estaba haciendo porque lo amaba más que a nadie y no quería que sufriera a manos del psicólogo pervertido.
—¡Eres una puta!
—¡Sí, lo soy! Pero porque af´dioafd… ¡afoiasfd!, y doafsdfas….
—¡Y vuelves a hablarme así! ¡A la mierda!
Se alejó, apoyado de un par de sus colegas que habían curioseado la situación. Pocos segundos después había terminado el receso, y yo, sentada sola en el banquillo, lo vi alejarse cabizbajo y recibiendo palmadas en su espalda. Cuando no quedó nadie en el campus, sí, me llevé las manos a la cara y lloré como una marrana por haber destruido la relación con mi mejor amiga y mi novio de la manera más cruel posible. Y todo, todo porque eran las personas que más quería.
Si tan solo supieran.
–Cuarto día–
 “Seguro están viéndome las marcas que me dejó mi Amo ayer, ahora las tengo por mis muslos”, pensé estremecida mientras avanzaba entre los alumnos, contoneando el culo de manera tan provocativa, como estaba ordenada a hacerlo. Las rayas casi púrpuras estaban dispuestas en mis muslos, delante y detrás. Se podían apreciar perfectamente los trazos de una vara; el Amo me propinó veinticinco varazos por volver a “cabecearlo” tal jugadora de fútbol como un último intento de insurgencia.
Evidentemente, esa noche de rebelión terminó conmigo llorando a raudales, pidiendo perdón y babeando sobre sus pies conforme su semen burbujeaba de mi vejado culo.
“Ven las marcas, y murmuran sobre mí. Dirán que tengo un amo y que me gustan estas guarradas, pero no saben la verdad”. Me dolía la cola, y sentarme en el aula fue un auténtico martirio superior a los de los días anteriores. Me costó muchísimo prestar atención durante las clases, con el dolor que me acuchillaba todo el rato. Sola, odiada por mis amigas, tratando de ocultar mis partes privadas con mi mochila.
“Voy mostrando ombligo, mostrando tetas, contoneando las caderas… no sé cuánto tiempo más voy a aguantar esto sin volverme loca”.
—Rocío, necesito hablarte  un segundo —dijo mi profesora al terminar las clases de microeconomía.
—Dígame, señora Altázar…
—¿Qué diantres te pasa, niña? No eres la misma desde hace días. Te vistes… ¡como una puta! Y ahora te veo con esas marcas en el muslo —se quitó los anteojos—, date la vuelta, porque sé que también los tienes en la cola.
—Por favor no se lo diga al rector, profesora —respondí tras girarme y mostrar que, efectivamente, los trazos iban y venían por la parte de atrás de mis muslos, ocultándose tras la falda.
—Madre del cordero, debería ir a la policía… ¿¡Me vas a decir qué carajo pasa aquí, niña!?
—¿Podría hablar primero con el Psicólogo en la oficina de Orientación?
—Ya veo. O sea que reconoces que necesitas ayuda. Vamos, y déjame ponerte mi gabardina, no puedes seguir yendo y viniendo por el campus en esas pintas.
Mi Amo me ordenó que cualquier profesor o profesora que quisiera averiguar el porqué de mi extraño actuar debía hablar con él en la oficina. Cualquier esperanza se había esfumado conforme los profesores caían hechizados por el psicólogo; aprendieron a hacer la vista gorda cada vez que yo hacía de las mías en la cafetería. El profesor de Administración y también el amable profesor de Márketing terminaron no solo convencidos de no actuar, sino de darme una tunda de pollazos hasta hacerme chillar en la oficina de Orientación.
Aunque en el caso de la profesora de Microeconomías…
—Señora Altázar —dijo mi Amo al entrar ambas en su oficina—, buenos días.
—Buenos días, Méndez. Traje a una alumna que NECESITA ayuda psicológica, ¡y urgente!
—¿Rocío? Es muy buena niña, profesora.
—¿Qué dice?
—Recójase la falda, inclínese y apóyese de mi escritorio, señora Altazar. Ya verá.
—¿¡Disculpa!? ¿Pero quién se cree que es usted par hablarme así?—berreó remangándose la falda e inclinándose para abrir las piernas.
—Rocío, tengo un arnés de goma en uno de los cajones. Búscalo y póntelo. Seguro que así tu profesora borrará esa cara de mal follada que tiene…
—¿¡Quéeee!? —gritamos yo y la profesora al mismo tiempo.
–Sexto día–
—Caballeros, ¿les gustaría tener sexo conmigo?
—Genial, me preguntaba cuándo nos tocaría de nuevo, delegada.
—Gracias, soy muy puta y me gusta hacerlo en el baño.
—Lo sabemos, por eso venimos todos los días a la cafetería para ver si teníamos suerte. ¿Haces anal?
—Hoy no, solo dedos, caballeros, los chicos del tercer año fueron muy brutos ayer y no lo puedo usar. Pero me gusta chupar pollas y que me den duro por el coño.
Como cada día, me ofrecía a un grupo de alumnos en horas tempranas de la mañana, con mi Amo de lejano testigo. La cafetería ya no estaba tan vacía a esas horas pues el rumor poco a poco se había extendido por la facultad… y más allá. Sería la segunda vez que me ofrecía a los limpiadores, que se acomodaron en la mesa más cercana a mí para que los eligiera. El resto de la cafetería suspiró de decepción; muchos se levantaron y volvieron a sus clases.
—Niña —dijo uno de los viejos—, siempre te veía caminando como una putita por el campus, ¡qué precioso culito se te enmarca en la mini! Y encima mostrando esas tetazas… Vayas ganas tenía de matarte a pollazos.
—Por favor, soy toda suya, caballero, prometo no decepcionarlo…
—Amigos —dijo otro señor—, ¿nos les da cosas? Tiene la mirada perdida, como si estuviera en trance o algo así.
—Sí, ya —respondió el tercer viejo—, nos vamos a poner exquisitos ahora. Venga, llevémosla al baño.
Me tiraron de mi nuevo piercing, llamado “septum”. Era una argolla que estaba incrustada en mi cartílago nasal, bajo el tabique. Era pequeñito pero bastante llamativo, saltaba y hacía bastante ruido cuando me follaban de cuatro patas. Los primeros días me dio una vergüenza terrible llevarlo, de hecho mi papá me expulsó de la casa tras verme en tan lamentable look. Bueno, se habrá cabreado también cuando lo insulté adrede; realmente ya no quería estar con mi gente; que me vieran así, vencida, convertida en una puta sin pudor que se echaba con toda la facultad en el baño de la cafetería, que caminaba contoneando su cadera de manera provocativa, mostrando muslos y ombligo.
Fue mi Amo quien me permitió vivir en su departamento, y aprovechó para hacerme modificaciones en el cuerpo en el sótano del edificio, un lugar en donde me aplicó lo que él llamaba “Disciplina severa”, para cercenar mi espíritu rebelde que de vez en cuando afloraba. Desde reemplazar los piercings de mis pezones por argollas, hasta un humillante collar con placa dorada en donde ponía mi nombre, y que solo acrecentaban mi sensación de sumisión, alejándome cada vez más de la poca humanidad que me quedaba.
—Cómo chorrea jugos la muy puta. Venga, siéntate sobre papi que te voy a dar duro.
Me tiró de mi collar y me obligó a sentarme sobre él. Los viejos, a diferencia de los alumnos, follaban mejor y duraban mucho más, pero eran los menos higiénicos y además los más violentos. No fueron varias las veces que los arañé por el dolor, por lo que, gracias a la genialidad de mi Amo, ahora llevo grilletes en mis muñecas para que me los apresen en la espalda y puedan gozarme sin temor a que los lastimara.   
Me acostaron en el suelo y otro de ellos me volvió a follar fuertísimo, poniendo una cara terrible y arrugada me gritó:  
—¡Me voy a correr! ¡Uf! ¡Te voy a dar hijos!
—Muchas gracias, uf… pero mi Amo me llevó a un ginecólogo y me pusieron una “T”… puede correrse sin temor, caballero.  
—¡Así que eso es lo que siento cada vez que llego hasta el fondo! ¡Los putos hilitos del DIU! ¡Toma!
—¡Auch! ¡Dios… míoooo!
—¡Ja, a que ahora tienes ganas de arañarme la cara! —dijo el viejo que me la metía hasta prácticamente el cérvix. Un par de rasguños le atravesaban sus labios—. No sé quién coño es tu Amo, pero fue buena idea lo de ponerte los grilletes esos.
—Uf, gracias caballero… por follarme bien y filmarme con mi móvil. Espero verlo de nuevo… —dije antes de que la polla de otro viejo entrara violentamente en mi boca para correrse. 
—Me encanta cómo se retuerce y hace tintinear sus argollas en su nariz y tetas.
—Oh, dios, me estoy corriendo… putamadre, miren cómo mi leche sale de su nariz…
—Pero en serio, colegas, su mirada perdida me da cosas… uf…
–Diez días después–
Mi Amo y yo estábamos en la oficina del rector, ambos compartían un mate. Yo, sentada sobre mi rector, de espaladas a él, sentía cómo pasaba sus gruesos dedos por entre mi hinchada vulva, y yo manipulaba su tranca, apretujándola entre mis muslos, jugando con su líquido preseminal entre mis dedos. Era simplemente desmotivador verlo también hechizado y haciendo una estimulación vaginal riquísima a su mejor estudiante ya vilmente emputecida. Pero mi espíritu rebelde ya había sido destrozado completamente; mi cuerpo y mente ya había sido amoldado, adoctrinado para capricho de mi Amo; ya no me importaba nada.
—Rector —dijo mi Amo—, tengo un plan perfecto para su facultad. Lo convertiré en un campo de golf con servicio de putas, ¿qué me dice?
—¡Es una idea atroz, hijo de puta!
—Venga, le gusta la idea y lo sabe, rector.
—Me gusta la idea y lo sé. Podemos comenzar a demoler el ala derecha. El servicio de putas imagino que será con las estudiantes, ¿no es así?
—Exacto. Necesito un megáfono para hacerles llegar mis órdenes a todos. Me voy a hacer rico, ¡vaya!
—Señor rector —dejé de acariciar su polla, dejando mi índice en la punta de su uretra—, gracias por no expulsarme al descubrir que montaba orgías en el baño de la cafetería.
—Rocío, me parte el alma verte así, eres como la hija que nunca tuve… ¡Me siento tan impotente porque no puedo hacer nada al respecto! —me tomó de la cintura y me puso sobre su escritorio con fuerza tremenda, boca abajo. Mi faldita era tan corta que ni hacía falta remangarla para poderme dar un beso negro tan estimulante como humillante para ambos.   
Días atrás mi rector descubrió lo que hacía todas las mañanas en la cafetería. Nunca había visto a mi adorado director tan cabreado, ni conmigo ni con nadie. Me llevó a rastras hasta la oficina de Orientación para que el psicólogo, o sea, mi adorado Amo, tratara de solucionar el problema en el que yo me estaba convirtiendo.
Claro que mi Amo solo sonrió y le ordenó que me follara sobre su escritorio. El rector, boquiabierto, me remangó la minifalda contra su voluntad, me manoseó y, tras ponerme boca abajo sobre el escritorio, se trepó sobre mí con todo su peso. El peludo rector me dio tan duro que el tintineo de las argollas de mis senos y nariz fue notorio; el último resquicio de humanidad que quedaba en mí lloró ese día; jamás hubiera creído que mi Amo sería tan cruel para hacerme follar con uno de los hombres que más admiraba.
Pero ahora ya estaba relativamente acostumbrada a ser montada. Incluso aprendí a no llorar de dolor cada vez que estiraba mi piercing septum para divertimiento del Amo, mientras la polla del rector escupía leche por mi cara, nariz y ojos.
Cuando terminó de chuparme la cola allí en el escritorio, adopté mi posición a un costado de la oficina: de rodillas, manos tras la cabeza, pecho sacando con orgullo, esperando con actitud vencida mi próxima orden. Mi Amo tomó un micrófono, y al accionar un botón, todos los megáfonos de la universidad se activaron en un chirrío metálico.
—Estudiantes, ¡atención a mi voz!, les habla Bruno Méndez, el psicólogo de la facultad.

Escúchenme: Las chicas vírgenes que se reporten el Aula Magna. Las que tienen el culo virgen, vayan al Salón de Actos. Los muchachos vayan poniéndose los uniformes de obrero que están guardados en el depósito principal. Háganse con picos, palas y demás instrumentos, pronto vendrá un colega mío, un arquitecto, para dar comienzo a las obras de remodelación.

Apagó el micrófono, y me tomó de la argolla nasal.
—Quiero que te reportes en el Salón de Actos y enseñes a las chicas a hacerse una lavativa. Para dentro de dos días, las quiero con la colitas limpias y dispuestas. A partir de hoy eres la profesora Rocío.
—N-no… imbécil…
—¿Eh? ¿Te sigues resistiendo? —miró su reloj de pulsera—, juraría que te había perdido hace cinco días y nueve horas, ¡ja! Venga, no te resistas.
—Sí, Amo, perdón por la insumisión de esta vaca lechera. No dude en engrasar su látigo para castigarme si lo ve necesario.
—Nah, ya no tiene sentido darte azotes si ya eres una puta muy sumisa. Bueno, yo y el rector iremos al Aula Magna a desvirgar unas cuantas nenas.
–Once días después–
—A ver, chicas —dije golpeando la pizarra—, sé que es lento y doloroso, pero necesitan hacerlo hasta que solo salga agua limpia del culo. No es muy difícil…
—¡Profesora Rocío! —una jovencita de primer año levantó la mano—, me cuesta mucho meterme el enema, ¿no pasará nada raro si le pongo crema para que entre fácilmente?
—Es una muy buena idea, Rosita. Es más, se me ha ocurrido algo. Reúnanse en grupos de dos, ¡vamos! Elijan una compañera. Y elijan con cuidado, porque partir de ahora, su compañera será la encargada de insertarle el enema, pues es verdad que hacerlo sola se hace tedioso.
—¡Profesora Rocío!… Me… me quedé sin una compañera… soy la que sobró…
—No te pongas triste, Gracielita, yo seré tu compañera, así de paso me aplicas el enema porque no tengo la cola limpia desde anteayer.
—Gracias profe, ¡eres la mejor!
–Doce días después–
Mis alumnas estaban inclinadas, atajándose de sus pupitres. Todas con la cola al aire; una amalgama de chicas flaquitas, pequeñitas, rellenitas y auténticas modelos se vislumbraba a lo largo y ancho del aula. El rector, los profesores y obviamente mi Amo entraron para comprobar mi trabajo como profesora de sexo anal. Aún retumbaba en mi cabeza los sonidos del día anterior, cuando pasé cerca del Aula Magna, escuchando cómo eran desvirgadas las chicas que nunca habían tenido sexo. Hoy, me tocaría presenciar de primera mano cómo serían enculadas mis vírgenes alumnas.
Al entrar los hombres, adopté mi posición sumisa.
—He hecho lo que he podido, Amo. No dude en usar su látigo si ve que no he hecho algo bien.
—Amigos —mi Amo palmeó—, el proyecto campo de Golf está avanzando. Y muchas de estas putitas van a estar ofreciéndose a los clientes extranjeros para la gran inauguración. Por favor, tomen a una chica y desvírguenla aquí. Que las otras oigan cómo son enculadas sus compañeras, que sepan lo que les espera.
—¡Esto es atroz! ¿¡Qué has hecho con mi facultad!? ¿¡Con mis estudiantes!?—bramó el rector—, ¡te denunciaré hijo de la grandísima puta!
—Aunque es verdad que un proyecto así revitalizaría el comercio interno —el profesor de economía se acarició el mentón —, pero créeme que por más genio que seas, tengo ganas de darte un escopetazo a la cara, escoria.
—Dios santo, la facultad está cambiando a pasos agigantados. Tengo que admitir que sabes cómo gestionar los recursos, maldito criminal —se quejó el profe de Administración.
Y acto seguido eligieron a sus presas sin poder evitarlo.  Mi Amo se acercó para acicalarme la caballera.
—Rocío, has hecho bien.
—Gracias, Amo, me llena de alegría verlo tan satisfecho —besé sus pies.
—A ti te espera algo mejor. Vamos a un paseo por el campo de golf.
Conectó una correa a mi collar y me llevó de cuatro patas. Aproveché para mirar cómo avanzaban las obras. Los chicos estaban muertos de cansancio, picando, cavando, seguro mi novio Christian estaba allí, trabajando día y tarde como una especie de zombi sin poder resistirse. No pude evitar derramar un par de lágrimas por él y los demás.
—Rocío, he enviado tus vídeos al director holandés y… ¡se ha enamorado de ti! Así que mañanas partes rumbo a Ámsterdam para casarte con él. ¿O dijo “preñarte”? ¡Bah, no se me da bien el holandés! Pero vamos, que te va a usar para ser su estrella de porno duro.
Paró la marcha y estiró la correa para que le besara sus pies.
—Gracias por venderme a un director de porno duro, mi Amo. Espero haberle servido bien.
—No, gracias a ti. Al principio solo quería emputecerte por haberme… “cabeceado”… pero me fui dando cuenta de mis capacidades como hipnotizador y OORGGHHHHH…
Cuando levanté la vista, contemplé a mi Amo… digo, a ese idiota de mierda, revolcándose en el suelo, tomándose la cabeza. Y allí, cortando el sol, una sombra sostenía heroicamente un palo de golf. Sonreí porque por primera vez en doce días me sentía por fin dueña de mis movimientos y pensamientos. Definitivamente, el efecto estaba pasándoseme.  
El extraño héroe me extendió la mano como todo un caballero, y con voz familiar rompió el silencio:
—¿Viste eso, nena? ¡En su puta cara! Digo… en su puta nuca…
—¡Christian!
—Mierda, mira la sangre… uf, dios… creo que voy a vomitar, nena…
Miré alrededor y los “obreros” parecían haberse despertado de su letargo. Soltaban sus herramientas, picos y palas conforme miraban para todos lados, bastante confundidos. El hechizo se estaba diluyendo al estar nuestro psicólogo inconsciente en el suelo.
—Christian… ¿pero a ti no te hechizó con los megáfonos como a todos los demás alumnos?
—Claro que no —dijo mostrándome sus auriculares—, estoy como loco escuchando a los Creedence Clearwater. Supongo que dio la orden mientras yo estaba escuchándolos… Anda, mira al puto psicólogo… Me robaré su reloj, se ve muy bonito.
—No te puedo creer. Tenemos que buscar a Andrea, tengo que disculparme. Y… contigo también…
—No hace falta, nena. Lo entiendo, ¡en serio! Ahora que soy como un héroe, ¿me dejarás hacerte la cola? Anda, di que sí.
—Sí —dije extrañamente pese a que le iba a decir un “No” rotundo.
—¿En serio? Buenísimo, Rocío. Olvidémonos de tu amiga y vayamos a la playa para hacerlo, ¡ja! Solo bromeo…
—Olvidémonos de Andrea y vayamos a hacerlo en la playa —mis ojos se abrieron como platos y los de mi chico también. Entonces lo entendí todo—. Christian… dame el reloj… ¡el reloj que le quitaste al psicólogo!
—¿No te gusta?
—¡Dámelo!
Tenía en mis manos la auténtica causa por la que caímos hipnotizados. Recordé perfectamente que cada vez que me volvía insumisa, el psicólogo se recogía la manga y me mostraba ese reloj de pulsera plateado para volver a ejercer control sobre mí. Tenía en mis temblantes manos un gran y terrible poder.
—Nena… ¿estás bien?
—Un mes después—
Todo había vuelto a la normalidad en la facultad, y pronto llegarían los exámenes, sabíamos que mientras más nos enfocáramos en los estudios, más rápido olvidaríamos los horribles sucesos. Sé también que todo fue muy difícil para muchos: los profesores, algunas alumnas, los chicos. Pero había que seguir adelante, había que hacer lo posible para que los días se volvieran cristalinos, como dicen los chicos de Creedence.
Así, un mes después de aquello, yo y mi novio avanzábamos por el campus tomados de la mano. Y Andrea a mi otro lado, contándome con lujo de detalles cómo había visto a un travestis ofreciendo descaradamente sus servicios en las calles de Montevideo, muy parecido a ese psicólogo que tanto malos ratos nos hizo pasar. Y sí, antes que oírla parlotear, Christian prefería ir con los auriculares puestos.
—Princesa, buen día —me saludaron los estudiantes del último año. Se arrodillaron y besaron mis pies —. Hemos conseguido borrar todos los videos en donde hacías guarrerías varias. Pero no pudimos hacer nada con el vídeo que envió el psicólogo a Holanda, pedimos perdón y entendemos que merecemos un castigo.
—Ya, gracias chicos, sé que hicieron lo posible. Pueden retirarse.
No tardaron en presentarse los profesores y el rector, quienes con idéntico gesto, se arrodillaron y besaron también mis pies. 
—Princesa, estamos complacidos de que tu padre haya vuelto a aceptarte en tu casa. Nos alegra que nuestras cartas le hayan hecho entrar en razón.
—Gracias rector y profesores, y sí, estoy contenta de que mi papá me haya vuelto a acoger en mi casa de manera natural tras las cartas de elogios hacia mí.
 —Mierda, Rocío —Andrea me codeó—, ¿no te da cosa tenerlos a todos llamándote “Princesa”? No sé, deberías tirar el reloj al mar o algo así, es demasiado esto.
—Andy, no seas tonta. Mira la facultad reconstruida, mira las caras felices de todos, ¡merezco llevar este reloj!
—Miro la facultad reconstruida, las caras felices de todos y me digo que mereces llevar ese reloj, Rocío.
—Exacto —sonreí.
Le quité el auricular izquierdo a mi chico para escuchar juntos lo que fuera que estuviera escuchando. Era, justamente, “I put a spell on you”, de los Creedence. Y sí, al igual que él, también los he proclamado como mi banda favorita.
Sinceramente, creo que me tienen hechizada.
Un besito,
Rocío.
 

Relato erótico: “Hércules. Capítulo 3. La rendición de Diana” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 3: La Rendición de Diana

Hera no era tonta. Zeus estaba inusualmente alegre esa mañana. Lo vigiló como un halcón mientras pudo, pero no hizo nada fuera de lo común. Le hubiese gustado seguirle a todas partes aquel día, pero a pesar de ser una diosa y estar en el Olimpo tenía cosas que hacer y se vio obligada a dejarle.

Zeus esperó, consciente de que mientras su mujer le vigilase no podía hacer nada. Cuando finalmente se quedó solo fijó su atención en Angélica. La relación entre las dos jóvenes se había establecido tan rápida y con tal fuerza que necesitaba librarse de ella por unos días. Esta vez fue más sutil y generó una tormenta sobre la ciudad de los padres de Angélica, “desgraciadamente” un rayo impacto en la casa de los ancianos destruyéndola por completo y obligando a la mujer a acudir para ayudarlos a establecerse en su diminuto piso mientras el seguro les pagaba la indemnización. Diana se ofreció a acompañarla, pero Angélica prefirió hacerlo sola, asegurándole que estaría de vuelta en dos o tres días.

Zeus se levantó de su trono y sonrió satisfecho.

***

Angélica había recibido la noticia aquella misma tarde. Afortunadamente sus padres no estaban en casa y no les había pasado nada, pero su casa estaba prácticamente destruida y habían tenido que quedarse en casa de unos amigos hasta que Angélica fuese a buscarlos.

Diana se quedó de pie en el camino, mirando como la pick up de Angélica se alejaba. Apenas se había separado de ella y ya sentía como una abrumadora soledad le envolvía como la bruma que emergía del arroyo.

Estaba a punto de girarse y volver cabizbaja a la casa cuando algo se movió a la izquierda justo en la dirección de la cantarina corriente de agua. Entrecerró los ojos, intentando traspasar la tenue neblina con la mirada y lo que vio le hizo sentirse totalmente confundida. Entre la bruma creyó distinguir una figura que se desplazaba rauda como el viento, abriendo un tajo en la neblina.

Se dirigió corriendo hacia el lugar, pero el animal había desaparecido. Hubiese creído que todo era una alucinación, pero las huellas de cascos en la orilla del arroyo eran inconfundibles.

Se agachó y las tocó para asegurarse de que eran reales y tras incorporarse miró en todas direcciones. No había un alma. Suspiró y se dirigió a casa.

La enorme casa se le hizo más grande aun, ahora que estaba sola. Mientras recorría el pasillo intentaba encontrar una explicación a lo que había visto. En un primer momento pensó que sus padres le habían comprado otro caballo inmediatamente, pero estaban de vacaciones en Zúrich y no volverían hasta la semana siguiente y desde luego no creía a su padre capaz de comprar un caballo por internet.

Se tumbó en la cama y se quedó pensando con los ojos clavados en el techo. ¿Podía ser un animal extraviado? No lo creía. Sus vecinos no tenían ese tipo de animales y la finca estaba aislada por un cercado que rodeaba todo su perímetro. No había explicación y eso era lo que más le intrigaba.

Se sacudió la cabeza intentando librase de aquellos extraños pensamientos y se quitó la ropa. Se acercó desnuda al armario buscando un camisón para pasar la noche. Su cuerpo desnudo se reflejo en el espejo. Recorrió las marcas y chupetones producto de veinticuatro horas de intensa intimidad con Angélica. La echaba de menos horrores.

Finalmente eligió un vaporoso camisón gris perla de tirantes que le llegaba hasta los tobillos. Se miró al espejo y observó el efecto que producía la luz atravesando la fina tela y perfilando las curvas de su cuerpo desnudo y deseó que su amante estuviese allí para verla.

Un relincho interrumpió sus pensamientos. Diana se acercó a la ventana y esta vez no tuvo ninguna duda, un espectacular semental angloárabe de color negro piafaba y golpeaba el suelo bajo la ventana con uno de sus cascos.

Hipnotizada por la belleza del animal, Diana salió de la casa y se acercó a él. El semental resopló retrasando las orejas nervioso. Ella, fascinada, le susurró palabras tranquilizadoras y aproximó sus manos un poco. El animal dio dos pasos hacia atrás, contrayendo toda su espectacular musculatura dispuesto a huir al galope a la menor señal de peligro.

Diana volvió a intentarlo susurrando y mostrando con sus gestos que no quería hacerle daño. Finalmente consiguió posar las manos sobre su cuello. Las caricias y los susurros lograron calmar al animal que poco a poco estiró las orejas y las movió curiosas escuchando los suaves susurros de la joven.

Diana acarició el hocico, el cuello, y los musculosos flancos del animal. Con suavidad fue acariciando la pata delantera izquierda desde la espalda hacia el casco y con habilidad, tal como le habían enseñado, empujó con su cuerpo y tiró de la extremidad para examinar el casco. Estaba sin herrar, de allí no iba a sacar ninguna pista de quién podía ser su propietario.

Tampoco tenía ninguna marca que lo identificase. Lo único que pudo averiguar al examinar la dentadura es que tenía alrededor de ocho años, la plenitud de su vida.

Desplazó la mano por su dorso y sin saber muy bien por qué se subió al animal. Nunca había montado a pelo con su sexo desnudo sobre un caballo. El calor del cuerpo del animal unido al suave pelaje hicieron que un ligero hormigueo de placer recorriese su cuerpo.

Lentamente se inclinó sobre el cuello del purasangre y le golpeó los ijares con sus talones. El caballo empezó a trotar lentamente. Diana comenzó a saltar sobre el animal a medida que se iba adaptando a su ritmo. Su pubis desnudo golpeaba rítmicamente contra el lomo del semental. Diana se aferró a sus flancos con las piernas sintiendo con creciente placer cada golpe hasta que no pudo evitar un gemido.

El animal percibió su nerviosismo y aceleró el ritmo haciendo que los golpes se acelerasen. Su coño pronto comenzó a segregar jugos que escapaban de su vulva mezclándose con el sudor del animal y empapando el pelo de su dorso.

Con un grito se agarró al cuello, inclinándose aun más, invitando al animal a lanzarse al galope tendido. El animal soltó un relincho y se lanzó hacia delante levantando trozos de césped con sus pezuñas.

Aquel animal era rapidísimo, jamás había sentido nada semejante montada en un caballo. Sentía cada músculo contraerse desplegando toda su potencia. Con un grito salvaje se desembarazó del camisón y agarrada con una mano a las crines del animal lo levantó en alto dejando que el viento lo desplegase como una bandera.

La euforia y la excitación hicieron que casi perdiese el equilibrio al entrar en el bosquecillo. Soltó el camisón que quedó prendido en una rama mientras se agarraba al cuello del animal. Increíblemente, el animal aceleró un poco más justo antes de sortear dos enormes árboles caídos. El impacto de su cuerpo contra el animal cuando este aterrizó tras el portentoso salto hizo que su sexo hinchado y excitado vibrase emitiendo sensacionales relámpagos de placer.

Exultante, casi no se dio cuenta de que el animal se había detenido en un pequeño claro iluminado por la luna, justo después de los troncos caídos.

La joven se incorporó dejando resbalar su coño por el lomo del animal aun excitada hasta que finalmente desmontó. Acarició el animal hasta que descubrió su erección. Fascinada observó el miembro del animal grande y grueso balancearse hambriento.

El caballo se movió ligeramente y recorrió su cuerpo con el sensible hocico olfateando y acariciando. Diana sintió el contacto de los belfos y los ollares del animal con sus pechos. Sus pezones se erizaron hipersensibles obligándola a retorcerse de placer.

Bajando el hocico olfateó su sexo y probó su flujos frunciendo los belfos en un gesto típico de excitación sexual.

Con la cola en alto la rodeo mientras ella se mantenía quieta en pie, sintiéndose extrañamente observada y valorada.

Finalmente la empujó ligeramente por la espalda llevándola suavemente hasta el tronco caído. Llevada por un ardor que luego le resultaría inexplicable, se inclinó y apoyó las manos sobre el tronco caído, separando ligeramente las piernas.

El animal apoyó los cascos delanteros en el tronco y acercó su enorme polla al sexo de la joven que esperaba con sus piernas temblando victima de la excitación y el miedo. Dos ligeros golpes del glande del caballo sobre su pubis hicieron que el placer evaporase su temores justo antes de que el enorme pene entrase en su interior.

El miembro del caballo resbaló con más facilidad de la esperada en su coño colmándolo y estirandolo, produciéndole un placer increíble. La áspera corteza se le clavó en las manos al soportar los rápidos embates del animal. Diana gritaba extasiada recibiendo cada embate con una tormenta de sensaciones que la embargaban y amenazaban con hacerla perder el equilibrio.

Con un relincho el animal se corrió inundando su coño con una prodigiosa cantidad de semen cálido y espeso que le provocó un brutal orgasmo. Diana gritó al sentir como la monumental polla del caballo abandonaba su cuerpo y el semen caliente escurría por sus piernas como un torrente…

***

—Maldito gilipollas. —pensó Hera iracunda y decepcionada— No se podía fiar de ese viejo verde salido. Incluso después de tres mil años de promesas seguía siendo el mismo cerdo salido. Pero se lo haría pagar, tardaría un tiempo, pero sabía exactamente como hacer daño a ese viejo cabrón.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

SIGUIENTE CAPÍTULO HETETO-INFIDELIDAD

 

Relato erótico: “Un buen estreno de mi culito adolescente…” (POR LEONNELA)

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Tan bellos recuerdos: la faldita azul que me llegaba casi a los tobillos aquella que ocultaba mi debilidad por andar  sin braguitas,   la blusita corta  marcando mis pechos aun en flor,  con sus botoncitos parados embelleciendo el escote, mi carita adolescente con rasgos aun de inocencia, una inocencia inquietante que estaba descubriendo todo lo lindo del sexo y lo incontrolable de resistirse cuanto te da ganas.
Éramos aún colegiales de manitos sudadas, que restringidos de libertad, desesperaban por encontrar donde amarse, quizá por eso nos gustaba tanto los sábados, pues era la noche  en que teníamos permiso para alargar las visitas, y si la suerte acompañaba, podríamos premiarnos con caricias subiditas de tono.
Aquella noche especial,  recuerdo que mientras me robaba un beso preguntó: estas como me gusta?, sonríe con aquella malicia que le dejaba en claro que no llevaba sujetador, y que podría retorcer mis  pezoncitos mientras nos abrazábamos. Sus ojos juveniles brillaron al ver la  faldita azul,  sabía  lo que significaba y  a la  menor oportunidad  intentaría meter su mano  por entre mis muslos, para  comprobar que ya andaba listita.
El tampoco llevaba interior, solo vestía su típico pantalón de sudadera holgado que disimulaba cuando a su pene se le antojaba desperezarse, bueno en realidad siempre lo tenía  despierto…ventajas de la juventud.
Sentaditos en el portal de la casa,  entre charla y  mimos   le robamos a la vida los suficientes segundos para darnos besos por el cuello, un roce en el trasero, una mano en la bragueta,   aún arriesgándonos a ser sorprendidos­, aunque bien valía cualquier peligro a cambio de nuestros gemidos de gusto  cuando el hábilmente  jugueteaba en mis pechos o yo hurgoneaba  en sus ingles.
Eran las primeras travesuras  que ya nos ponían urgidos pues llevábamos días en el intento de avanzar más,  pero el ir y venir de mi madre con cualquier pretexto nos tenía siempre con el morbo ahogado.
Ansiosos  de no poder calmarnos con mas caricias, fuimos  a la habitación que compartía con mi madre, un velador separaba las dos camas, y como éramos noviecitos formales ya nos habíamos ganado el derecho  de recostarnos juntos, abrazaditos, mientras veíamos la película de las diez.
Sabíamos que a pesar de ser arriesgado, allí podríamos desatar más nuestros juegos,  pues tendríamos vigilada a mi madre, la gran protectora de una virginidad que a esas alturas mi novio ya la había estrenado, paradójicamente en mi propia casa, sí la verdad es que a veces gozábamos del sexo sin medir riesgos.
Por su puesto al tenernos tan cerca, a ella se le dormían las ganas de curiosear, y respirando tranquila se concentraba  en la trama de la película, lo cual obviamente era  nuestra gran ventaja.
Mientras reímos por alguna escena de la película, él pegadito a mi  punteaba sutilmente desde atrás, una… dos…tres  veces  se detenía temeroso,  pero era lo suficiente para que mi vagina empezara a soñar con engullírselo completito.
Inquieta procuraba pegar mi cadera hacia atrás, suplicando  un poco mas, pero había que esperar a que otra escena absorbiera la atención de mi madre y  producto de la interrupción,  la excitación subía a limites en que mi vagina se pasaba la noche contrayéndose y su pene permanecía parado de guardia.
Golosa de caricias me cubría con aquel abrigo que también me trae lindos recuerdos,  fingiendo tener frío lo colocaba por encima de mis brazos, dejando el camino libre para que su mano subiera con mayor facilidad y se pasara al menos morboseando mis pechos, me gustaba que los masajeara y tirara de mis pezones  duritos y claro a consecuencia de ello destilaba juguitos  que hacían que mi entrada se preparara para recibir lo que tanto me gustaba.
Saltaba mi corazón  cuando de reojo  notaba que mi vigía daba uno que otro bostezo, pues empezaríamos a tener más libertad, ya sin contener las ansias y cubierta un poco por el abrigo, él alzaba mi faldita por detrás, sus deditos como buenos caminantes viajaban  a hurtadillas desde el umbral de mis glúteos  hasta hundirse en mi conchita.
 Despacito los movía… metiéndolos… sacándolos… haciendo círculos. ¡Qué delicioso!!
Con mis ojos dulces y agradecidos por esos escasos segundos de placer,  le alzaba a ver y el me respondía con miradas acariciadoras que se dan quienes han tenido que amarrarse las manos y aguantarse las ganas.
Sacaba sus deditos todos mojaditos y al disimulo los lamia, sabía que con eso acababa con la poca resistencia que me quedaba, luego escondiendo su mano detrás de  la curva de mi cadera sentía como agarraba su pene con fuerza,  lo apretaba como queriendo exprimir gotitas, que luego las pasaba por mis labios dejándome sentir ese olor  de lujuria, y el sabor tan  rico de su leche.
Aprovechando que a estas alturas mi madre ya cabeceaba de sueño nos atrevíamos mas…nuevamente la faldita azul era levantada y otra vez sentía el golpeteo en mi entradita, pero esta vez no era su dedo  sino algo de mayor tamaño, algo más rico, algo que me hacia querer abrirme, era su falo que  escapando por su pantalón, se encajaba despacito en mi cosita, no tienen  idea de lo delicioso que era comer con toda el hambre retrasada que traía.
Allí quietitos, abrazaditos, casi sin respirar solo gozando en silencio de estar conectados, sintiendo como mi canal  ya estaba invadido. Como ansiaba que se moviera, que su pelvis atacara  dándome  sin miedo, pero teníamos que conformarnos con eso, que para nosotros ya era bastante.
Quizá por la incomodidad, o por el sueño intranquilo mi madre se  enderezaba, acabando con nuestro rico momento y obligándonos a rápidamente recuperar la compostura.
Más calientes  que nunca, con las ganas alborotadas y ya sin ningún pudor susurraba…Amor vamos a preparar palomitas de maíz!! …..Eureka!!
Teníamos una cocina de madera que de forma extraña estaba ubicada tras de la habitación, bueno no tan extraña pues algunas  casas humildes no suelen tener buenas distribuciones en fin, para llegar a ella cruzábamos un pequeño pasillo, ¡como aprovechábamos los escasos 4 metros de intimidad!, ¡al fin solos aunque sea un par de minutos!
Ardientes como estábamos ya no necesitábamos mas preludios buscábamos con desesperación el desenlace, me tomaba de los glúteos alzándome mientras con agilidad yo separaba las piernas y me abrazaba a su cadera sosteniéndome de su cuello, gracias a que era de contextura mucho más fuerte que la mía, fácilmente nos acomodábamos de forma que su pene se metía por aquella cuevita estrechita, me penetraba con tanta intensidad que gemía calladita gozando con tanta adrenalina. El ir y venir de su pene literalmente me enloquecía, pero el trayecto llegaba a su fin, sabiendo que no podíamos demorar más pues resultaría muy sospechoso.
Ya en la cocina con rapidez buscaba las palomitas…el sartén….el aceite…mientras el de rodillas lamia mi sexo, mmmmm que rico, su lengua jugaba en mi clítoris mientras su dedos entraban  y salían rápidamente, no teníamos mucho tiempo y queriendo complacerlo me hincaba  a propiciarle un rica mamada, claro que en ese tiempo aún no éramos tan expertos pero hacíamos lo que podíamos y que rico resultaba…
Me arrinconaba contra la mesita, yo expulsaba mi cuerpo hacia atrás, dándole todas las facilidades para que pudiera cogerme, mientras a través de una rendija de la pared  vigilaba cualquier movimiento inusual, todo lo teníamos calculado: la hora, el lugar, la posición y hasta la  fisura que hace tiempo estratégicamente habíamos agrandado.
No había más que esperar, me lo metía una y otra vez, hasta el fondo, generando un excitante sonido de placer  que se confundía con el ruido de  las palomitas al reventar…
Seguíamos en aquel movimiento, incansables, dándonos lo que queríamos  pero un grito de advertencia nos ponía  alerta…  se queman las palomitas!!
Con la risa nerviosa por el descuido y las ganas aun acuestas volvíamos a mi camita a remoler rosetas ahumadas, y a pellizcar pezoncitos.
Fingiendo quedarnos dormidos, poco después escuchamos un ligero suspiro, el milagro había sucedido!!  al fin a mi cuidadora le doblegó el sueño.
Que delicia ahora si me comería a gusto, totalmente necesitada bajé el abrigo a mi cadera, cubriendo hasta mis piernas, yo misma levanté mi falda haciendo  puntita hacia atrás mientras el desesperado sacaba su pene.  Metió la cabecita y el resto resbalo solito, entraba y salía a su antojo con suaves movimientos para no despertarla, su mano jugaba en mi clítoris mientras yo acariciaba mis pechos, estaba tan  putilla que sin ninguna vergüenza  separaba mis labios  para que  me lo enterrara todito.
Fue entonces cuando sentí algo diferente mientras me penetraba sus dedos abandonaron mi clítoris, y tomando una pausa llevó líquidos de mi vagina hacia atrás,  poquito después sentí un cosquilleo suavecito en mi culito, que me hizo estremecer,  pero lo deje seguir, su dedito insistió mas, masajeando hasta que mi anillo comenzó a ceder, como estaba tan cachonda le permití seguir con la exploración aunque  brinqué cuando su dedo medio penetró mi vagina a la vez que el pulgar perforaba mi culito.
 Me gustó la sensación de hormigueo  en mi traserito y sus palabras diciéndome: eres mi mujer déjame hacértelo, yo cerraba los ojos algo indecisa pero el insistía, mi amor quiero que seas totalmente mía…entrégame tu culito
Nos amábamos sin duda, y quizá por eso, por deseo, por curiosidad, por complacerle o tal vez por una mezcla de todo, acepté suplicando: despacioo
Vi como sus ojitos se torcieron de felicidad ante mi disposición, una crema de mi velador sirvió como lubricante que se lo untó a lo largo del pene,  un poco de su saliva también  suavizaría la desfloración, mis juguitos ayudaron mucho y tantas eran mis ganas que mi culito rápidamente se acostumbró a su dedito, pero se ponía mas difícil pues su pene empezaba a  empujar, dolía, mi culito era virgen, nada había ingresado allí, excepto su dedo.
Espoleó suavecito, empujó un poco más y me retire asustada, _Vamos amor  solo la cabecita
Dejé que insistiera nuevamente, él me llevaba unos años así que ya tenía sus mañas. Empujo mas, gemí, ya tenía una parte atrancada en mi cuerpo, quemaba, ardía, solo quería que se retirara de ahí y que mejor jugáramos en mi vagina, pero me trataba tan dulce que yo no quería decepcionarlo, y deje que empujara un poco más.
Notando mi dolor  y dejándome atragantada, manoseo nuevamente mis pechos los lamio, succionó y me los chupaba tan rico que en poco rato otra vez andaba caliente.
Aquella vez siendo mi noche de inauguración, comprendí cual era el secreto para que una mujer se dejara follar por detrás, y disfrutara , eso hizo justamente acercó  sus dedos a mi clítoris y lo masajeaba como me gusta, que rico sentía y a medida que me regalaba placer allí empujaba suavecito detrás, mas aceleraba el movimiento en mi clítoris  y mas empujaba en mi trasero si eso era lo ideal caricias  adelante para dejarse por detrás, me empezó a gustar tanto que yo misma retrocedí  metiéndomela un poco más, y aprovechando mi sumisión me apuntaló totalmente, hasta llegar al fondo
Lo logró había roto mi traserito y yo sentía como el gustito de adelante restaba el dolor de atrás, sacó suave su pene,  y volvió a meterlo. Sorpresa, me empezó a gustar de a poquitos, que deje que entrara nuevamente y volviera a salir  me estaba cogiendo tan rico… pero paso algo mas…
Sé que por higiene y cuestiones de salud no se lo debe hacer pero en ese instante de locura y a esa edad quien podía pensar en eso, quizá tampoco debería contarlo pero ya que me estoy confesando…
Lo metió por delante y luego ingresó detrás , tres metidas por delante dos por detrás…cuatro por delante tres por detrás… cinco por delante cuatro por detrás… estábamos en la puntada del sastre: puntadita adelante puntadita atrás, ya no resistí mas, un orgasmo intenso, largo con muchas palpitaciones vaginales me hizo suspirar  y él aprovechado mi  gozo, me penetró con más fuerza, no resistió mucho unos cuatro o cinco ingresos  mas en mi culito lo extenuaron, dejándome toda su leche en lo más intimo de mi ser.
Después de volar al baño, nos quedamos abrazaditos contentos con aquel bello momento de mi gran estreno.
Quizá haya quien piensa que en la primera vez anal, el dolor no deja disfrutar, pero me alegra decirles que yo realmente gocé…aquella noche sin duda marcó para bien mi sexualidad.
El noviecito de hace tantos años, ahora  es mi esposo, en ocasiones especiales aun suele invitarme a cocer palomitas, y  terminamos riendo de que mi pobre madre nunca entendió porque tantas veces…. se nos quemaban las palomitas!!
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Relato erótico: “Vacaciones con mamá 4” (POR JULIAKI)

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COMO DESCUBRIVacaciones con mamá (Día 4)

sin-tituloA la mañana siguiente vuelvo a despertarme y ella está en el baño. Cuando abre la puerta aparece una vez más con el diminuto bikini, que vuelve a despertar a todos mis bajos instintos, incluyendo, cómo no, a mi desgraciada polla que salta como un resorte.

Se mira al espejo y con sus manos se ubica bien el sostén de ese pequeño bikini para que no se escape accidentalmente ninguno de sus pezones. Mi visión es la de ese redondo culo y esa tirilla amarilla que se va colando por sus glúteos hasta desaparecer y volver a mostrarse justo por debajo en el dibujo de su coño por detrás. Acaricio mi polla por encima del pijama y corroboro que estoy otra vez como un toro.

– Vamos cariño, que tenemos que ir a la playa. – añade ella mirándome por el espejo atusándose el pelo y haciendo que sus tetas suban un poco más.

– Enseguida voy.

– ¿Qué pasa que vuelves a estar empalmado? – pregunta de pronto en un vocabulario impropio de mamá.

– Creo que sí – digo por algo que es más que evidente.

– No me voy a asustar por eso, cariño, ya lo sabes. Venga…

Ella no deja tiempo para la réplica. Se acerca con decisión y disfruto de sus andares que me parecen lascivos. De pronto levanta las sábanas y descubre la erección bajo mi pijama que apenas puedo tapar con mis manos.

– Vaya, como andas otra vez, hijo, eres tremendo

– Lo siento. – vuelvo a disculparme.

– No, tonto, sí da gusto verte – sonríe mientras yo salgo corriendo al baño tapándome a duras penas.

Me quedo por un momento tras la puerta asimilando todo esto y la respuesta de mamá, cuando ha dicho “da gusto verte” ¿Realmente le gustará ver mi erección? Puede sonar raro, pero estoy deseando enseñársela en vivo y en directo, aunque no sé cómo reaccionaría. Seguramente me partiría la cara.

Después de una ducha de agua casi helada para apagar mi calentura, me voy vistiendo y cuando vuelvo a la habitación ella puesto sus vaqueros y una camiseta nueva de tirantes negra con letras chinas de vivos colores. Vuelve a estar impresionante. Bajamos a desayunar y allí, en el comedor mamá me confiesa lo bien que se lo está pasando y que está haciendo muchísimas locuras, que con mi padre serían totalmente impensables…

– Entonces te veo lanzada a hacer topless- le digo mientras doy un trago de mi café observando el canalillo que ofrece esa camiseta.

– No creo que pueda, Víctor. Eso ya sería demasiado. Le he estado dando vueltas y definitivamente no voy a hacerlo.

– ¿No quieres ir a la playa?

– Sí, sí… me apetece mucho.

– Y en el fondo, te gustaría enseñar las tetas… .- digo sin pensar.

Cuando creo que mamá va a echarme una mirada de asesina, ella se ríe a carcajadas por mi ocurrencia.

– Me da vergüenza, Víctor, pero tengo que reconocer que sí que me gustaría. – añade.

– ¿En serio?

– Sí, lo haría encantada, ya que nunca lo he hecho y creo que nunca podrá darse una oportunidad como esta sin estar tu padre delante…

– ¿Entonces por qué no lo haces? – la animo

– Hijo, por tí no me importaría, si estuviésemos solos en la playa, lo haría encantada.

Casi me atraganto con mi siguiente sorbo de café. Pues no me dice la tía que no le importaría enseñarme las tetas.

– El caso es que me da corte delante de la gente y con Toni… – comenta enrojeciendo.

– Ese tío ¡Te pone! – afirmo.

– ¡Víctor!

– No mientas, mamá.

– Bueno, es cierto, es un hombre muy atractivo y me gusta cómo me mira.

– Y a tí provocarle.

– Pufff, pues sí, ya sé que no está bien, pero es solo un juego.

– Ya lo sé, simplemente estás jugando a calentarle.

– ¿Está mal?

– ¡Qué va!… bueno, mientras sea sólo eso.

– Claro, claro. No pienso hacer nada de lo que pueda arrepentirme.

– Dices que te da apuro enseñárselas a Toni, aunque te aseguro que a él le encantaría – digo, pero a pesar de mi pose natural, estoy pensando lo mismo.

– Pues sí, hay algo dentro de mí que está deseando hacerlo, pero otra cosa es que lo hiciera.

– Entonces, ¿En qué quedamos?, te gustaría enseñarle las tetas… ¿Sí o no?

– Sí, claro. Me gusta como me mira.

– Y te gusta él…

– Sí, pero no… o sea, no, no me líes, ¡Que soy una mujer casada!

– Ya lo sé, pero eso ¿Qué tiene que ver? Lo importante es que te sientes atraída por él y que te encanta mostrarle tu cuerpo, que estás viéndote deseada. – añado sin cortarme.

Veo cómo ella enrojece de nuevo, pero no dice nada, algo que confirma que lo que digo es totalmente cierto. Sin duda, está disfrutando, sintiéndose así de deseada por todos los hombres, por Toni y por mí, aunque no lo piense, aunque ahora que lo medito.. ¿Lo pensará realmente?

– ¿Y a tí? – me pregunta y pienso si se refiere a sus tetas, si me gustaría verlas.

– A mí ¿Qué?

– Que te gusta Sandra. Tú sí que puedes… no eres un hombre casado. Está buena ¿No?

– No tanto como tú. – digo de sopetón, pero es lo que realmente pienso.

– Jajaja, que tonto eres – contesta ella creyendo que lo digo de coña.

– Además la casada es ella.

– Ya pero eso no tiene que ver, Víctor.

– ¿En qué quedamos?

– La tienes loquita, hijo. No hay más que ver cómo te mira. – sentencia.

Tras esa intensa conversación, al fin decidimos dirigirnos a la playa y en un momento mamá me da la mano y me siento más que dichoso, ya que estoy de la mano de la mujer más impresionante y a la que más deseo en este mundo.

A medida que avanzamos por la arena, nos damos cuenta de que no hay mucha gente, pero curiosamente casi todo el mundo está desnudo. La mayor parte son parejas de recién casados y alguna familia, pero principalmente parejas. Evidentemente me fijo más en ellas que en ellos y disfruto de esos cuerpos sin nada de ropa. Veo que además, prácticamente todas las mujeres van depiladas al completo, mostrando sus conejitos por entero. ¡Joder! Una maravilla para los ojos de un mortal como yo. Un montón de rajitas preciosas por todas partes. Intento controlar de nuevo mi erección, pero el hecho de ir de la mano de mamá y viendo tanta tía buena en pelota picada la cosa se me hace más que complicada.

La cosa empeora cuando divisamos a Sandra sentada en una toalla que nos ve y se levanta, mostrando su preciosa desnudez. Nos sonríe y saluda con su mano acercándose hasta nosotros. Está impresionante, con su pelo recogido en una coleta, sus tetas que hoy me parecen más grandes, bailando a cada paso y su sexo totalmente rasurado, exhibiendo una linda rajita mientras se acerca.

Primero se pega a mamá para darle los dos besos, después a mí dejándome de nuevo descolocado y es que no todos los días una rubia imponente se le pega a uno como una lapa y menos estando ella en pelotas. Mi erección ya no tiene ningún tipo de control. Ella lo nota y me sonríe, mirando a mis ojos primero y a mi polla bajo mi bañador, después.

– Veo que os habéis decidido- dice Sandra.

– Sí, nos apetecía venir. Pero de momento yo no me desnudo, aunque casi todos lo estén – dice mamá para dejar las cosas claras y observando el bonito cuerpo de nuestra vecina.

– Tranquila, tú haz lo que te apetezca. Sin agobios – añade Sandra sin dejar de mostrar su dulce sonrisa-.

– Ya veo que tu estás muy relajada así… desnuda.

– Claro, ya te lo dije. Y cuando tú te decidas, verás que bien te sientes. – añade Sandra

– No creo.

– Bueno, tú siéntete cómoda haciendo lo que quieras. No te sientas forzada a nada. ¿Vale?

– Vale, gracias… Oye y ¿Toni? – pregunta intrigada mamá.

– Ah, sí, está dándose un baño.

Mi madre se despoja del resto de su ropa para quedarse con su mini bikini amarillo mientras yo extiendo la toalla rápidamente para intentar ocultar una erección más que evidente. Justo en ese momento llega hasta nosotros Toni, también en bolas y con su polla balanceante y sin ningún pelo en sus partes tampoco. Miro a mamá de reojo que aún continúa de pie y veo que no le quita ojo a esa polla que se acerca columpiándose de lado a lado hasta que nuestro amigo llega hasta nosotros. Me parece incluso ver a mi madre relamerse al ver a Toni desnudo.

Cuando el tipo se pega al cuerpo de mamá, me dan ganas de levantarme y sacarle a patadas de la playa. La imagen me tortura y siento unos celos terribles, pero es que claro, mamá con ese minúsculo bikini y el tío en pelotas completamente adherido al cuerpo de ella, para plantarle dos besos y es que no entiendo porque son tan pegajosos. No se conforma con besarla y ya, sino que se agarra a su cintura y se adosa al cuerpo de mamá como si se fuese a caer. Ella parece cortada, pero seguro que por dentro está ardiendo.

Siento una furia interna que me tortura. En el fondo me gustaría ser yo el que estuviera en este momento desnudo abrazando así a mamá, creo que es simplemente eso.

Después de todos mis mosqueos internos, nos colocamos en nuestras respectivas toallas. En ese instante Sandra dice a su marido que tiene que echarse crema y me quedo observándola, mientras ambos desnudos se untan la crema solar mutuamente. No se cortan y se extienden el bronceador por todas partes, incluyendo tetas, culo y ambos sexos. Cuando Sandra agarra la polla de su marido, esta adquiere un tamaño más que considerable, algo que no pasa desapercibido por mamá que no despega su vista de ese show. Cuando terminan, Toni se vuelve mostrando descarado su erección y mamá se muerde el labio inferior. Creo que está muy cachonda con la situación.

En ese instante la pareja se dirige corriendo al agua mientras nosotros nos quedamos sentados y algo impactados en nuestras respectivas toallas sin dejar de observarles. Allí en el agua juegan y se meten mano con toda la naturalidad del mundo.

– ¡Vaya espectáculo que nos han dado! – dice mamá de pronto en un largo suspiro.

– Sí, jeje, no se han cortado un pelo. Se han metido mano a base de bien.

– Ya lo creo. Y no les ha importado que estuviéramos presentes.

– Desde luego. Qué manera de esparcir la crema por todas partes – añado.

– Y… ¿Has visto como estaba Toni con su polla a tope?

Me quedo sorprendido ante esa pregunta de mamá. En principio por llamarle polla, algo que no se le suele escuchar y por otro lado por comentármelo con tanto descaro.

– Ya he visto que te has quedado flipada mirándosela.

– ¿Se me ha notado mucho? – pregunta mirándome con rubor.

– Pues sí, se te ha visto muy interesada, jeje.

– Hijo, es que hace mucho que no veo una así.

– ¿Grande?

– Más bien normal, pero tan tiesa… – aclara.

Después de decir eso, mamá desvía su vista hacia el bulto de mi bañador y por mi respuesta creo que está pensando si yo la tengo así como Toni o incluso más grande. En ese momento me gustaría enseñársela. Estaría deseoso de ponérsela cerca de su cara y que opinara. Ella vuelve a morderse el labio.

– Te ha puesto cachonda la sesión ¿eh?- le comento envalentonado.

– Un poco. – responde ella avergonzada y con la cabeza gacha.

– Creo que bastante… ¿No?

– ¡Victor!

– No pasa nada, mamá, relájate, a mí sí que me ha puesto.

– Ya veo, jeje. – dice mirando a mi entrepierna.

– Demasiadas experiencias en poco tiempo estamos teniendo.

– Ya lo creo.

– Estamos viviendo cosas muy intensas. – le digo.

– Sí, ¿Hoy te masturbaste? – me pregunta de repente.

– ¿Cómo? – vuelvo a cortarme a pesar de que ella se siente cada vez má segura de sí misma.

– Si, ¿qué si te has hecho una paja esta mañana?

– ¡Joder, mamá!

– ¿Qué pasa? ¿No le vas a ser sincero a tu esposa? – dice ella jugando a ese rol tan divertido.

– Pues hoy no…. todavía.

– Todavía… o sea que alguna cae hoy, jejeje.. – añade.

– Pues seguramente, ¿Y tú?

– ¿Yo, qué?

– ¿Que si te has masturbado?

– ¡Victor! – contesta mirándome con enfado y roja como un tomate.

– ¿Qué pasa? – digo envalentonado – yo lo digo y tú no puedes… además, sé que lo haces. – añado sin darme cuenta de mis palabras, pero creo que lo hago herido en mi orgullo.

– ¿Cómo dices? – pregunta alarmada.

– Que sí mamá, que es normal.

– ¿Me oiste anoche masturbarme?

Con esa pregunta se delata ella sola. Se da cuenta de ello y se pone aún más colorada.

– No, jajaja… anoche no te oí, mamá. – contesto riendo y pensando en qué momento se hizo un dedito sin que yo me percatase, supongo que en el baño, mientras se dio esa ducha.

– ¿Entonces? Si no me oíste anoche, ¿Cuando? – vuelve a preguntar muy alterada.

– Te oí otras veces, en casa.

– ¿En serio?

– Sí, pero no te preocupes, que lo entiendo.

– Es que yo… ¡Dios qué vergüenza, Víctor!

– Mamá, no te disculpes. Supongo que tu cuerpo te lo pide.

– ¡Qué horror!

– No seas tonta, que no pasa nada.

– Es que tu padre anda muy liado últimamente y no tiene tiempo… – se disculpa.

– Para echarte un buen polvo… – digo de sopetón.

– ¡Víctor! – me grita dándome un manotazo en el hombro.

– Perdona, mamá, pero no tienes por qué darme explicaciones, aunque follaras a diario con papá y te masturbaras a todas horas yo no te voy a juzgar. Si lo haces bien y sino, también.

– Gracias hijo, pero a veces pienso si hago mal.

– Mamá, por favor, no seas antigua. Hoy en día se mastruba todo el mundo.

– ¿Tu crees?

– La mayoría.

– Ya sé que no es nada raro, pero no sé, me siento extraña. Y además ahora tu padre no está muy centrado y hace mucho tiempo que… – se queda sin acabar la frase.

– ¡No folláis! – la termino yo.

– Hijo, ¿tanto se nota?

– Pues viéndote en estos días, creo que sí, que hace mucho que no…

– Sí, hace mucho que no. – confirma mirando a la arena.

– Pero ¿mucho, mucho? – pregunto ya intrigado.

– Creo que casi tres meses.

– ¡Joder! – digo. – no me extraña que tengas ese calentón y ganas de desahogarte.

No contesta. Está avergonzada. Mamá guarda silencio y cuando lo hace es porque se siente incómoda y prefiero no continuar con el tema. Nos quedamos mirando a la gente pasar a nuestro lado viendo que casi todos están desnudos, prácticamente todos menos ella y yo. Ella observa las vergas que discurren columpiándose a nuestro lado y yo los cuerpos de casi todas las chicas con esas tetillas balanceantes y esos coños sin pelitos…

– Mamá, ¿Por qué no te quitas la parte de arriba? – la animo de pronto.

– ¿Qué dices? – me recrimina.

– Ahora es el momento. Eres la única en toda la playa que lleva sostén del bikini.

Ella mira a todas partes aunque sabe que es cierto lo que le digo y no solo eso, sino que casi todo el mundo está desnudo completamente. Observa hacia el mar a lo lejos y se puede ver a nuestra pareja amiga bañándose tranquilamente.

Decido no presionarla más. Me tumbo en la arena y cierro los ojos, intentando asimilar tantas cosas como me están ocurriendo en estos días.

– Víctor – me dice mamá en voz baja.

– Dime – contesto con el ojo guiñado cegado por el sol.

– ¿De verdad que no te importa si me quito la parte de arriba?

Me pongo sentado sobre la toalla como un resorte porque no acabo de creerme lo que me acaba de decir. Ahora está sonriendo esperando mi respuesta.

– ¿Quieres decir que te vas a poner en tetas?

– Sí, pero antes quiero saber tu opinión.

– ¿Cómo? – mis ojos deben estar como platos y mi polla a punto de reventar.

– Sí, que me digas si hago bien y sobre todo si las tengo muy caídas, para antes de que vengan ellos, ya sabes, me da vergüenza. Si me ves mal, no me pongo. Es que nunca lo he hecho.

– Vale – intento contestar con cierta naturalidad, pero me sale en tono nervioso.

– Y por favor, a tu padre ni una palabra.

– ¡No, mujer!… tranquila.

– ¿No lo utilizarás como arma arrojadiza en algún momento?

– ¡Mamá, por favor!. Yo no haría eso nunca. Lo de este viaje es absoluto secreto.

– ¿Seguro?

– Te lo juro.

Mamá se echa las manos a la espalda y se suelta el cordón de su sostén. Mira a ambos lados y deja caer la prenda. Casi me caigo de espaldas al verla. Lo cierto es que las tetas de mamá son más bonitas todavía de como nunca antes las hubiera imaginado. Son perfectas, grandes, con unas aureolas en sus pezones rosados grandes y estos bastante marcados y puntiagudos. Creo que está excitada por la situación pues noto sus pezones como dos botones. Qué pechos tan lindos. Mis ojos parecen hipnotizados por esas domingas divinas y esos pezones que parecen ojos mirándome.

– ¿Qué tal hijo?- me pregunta sosteniendo sus tetas por debajo en sus manos.

– Mamá, son preciosas – lo digo con pleno convencimiento.

– Gracias, pero dilo en serio. Están muy caídas ¿verdad?- repite y las suelta descendiendo esas protuberancias por su propio peso, pero lo hacen ligeramente, para nada me parecen caídas, creo además que están más erguidas de lo que debieran para su edad, vamos están en su punto justo y necesario, al menos eso me parece.

– Lo digo completamente en serio, mamá, no me parece que estén caídas, sino al natural siendo tan grandes y las tienes muy bien puestas. Ya quisiera más de una… -digo a fin.

Mamá besa mi frente y una de sus tetas roza mi hombro, sintiendo una especie de escalofrío por todo mi cuerpo. Mi polla está a punto de reventar, claro.

– ¿Entonces me quedo así?

– Sí, mamá, estás impresionante. ¿Tú te sientes bien? – le pregunto hipnotizado con la visión.

– Sí, la verdad es que me apetece mucho mostrarlas. Me muero de vergüenza pero me encanta. Después de ver a estos, creo que estoy un poco…

– Cachonda…

– Sí – dice sin replicarme esta vez.

– Pues hazlo. Por mí no hay problema.

– ¿De verdad que no te importa que tu madre esté con las tetas al aire?

– Para nada, me encanta verte así.

– ¿Me estoy volviendo loca?

– En absoluto, es algo natural. Tú, siéntete libre y muestra tu lado más salvaje.

– Tu padre nunca me dejó probar y ahora me siento rara, pero a gusto. En estas vacaciones es todo tan extraño… – acaba diciendo.

En ese instante llegan hasta nosotros la pareja que había estado jugando en el agua. Ella aplaude desde lejos y Toni parece ponerse bizco y vuelve a crecer su polla mientras se acercan, pero es que no me extraña porque yo no puedo dejar de mirar esos pechos divinos. Cuando están a nuestro lado Toni presenta su polla completamente empalmada y no parece cortarse ni su chica tampoco, que no se lo recrimina.

– Al final te has decidido, ¡Bravo! – añade Sandra dirigiéndose a mamá.

– Sí, creo que aquí nadie se va a alarmar. – le contesta ella.

– Tienes unas tetas preciosas. – apunta la rubia.

– Sí, son geniales, ya solo te queda quitarte las braguitas. – añade sin cortarse, todo gracioso, Toni.

– ¡No, tanto como eso no! jajajaa. – es la respuesta de mamá avergonzada.

La verdad es que de sólo pensarlo me pongo a mil. Y sí que me gustaría verla en pelota picada, pero creo que eso ya es más que un sueño, algo impensable. Verla así, con ese tanga amarillo cubriendo lo justo y esas enormes tetas es lo que menos hubiera imaginado jamás.

Pasamos un día muy agradable y mamá después de echarse crema en sus tetas de una forma que me parece más que sugerente, se ha ido sintiendo más segura y enseña sus pechos al desnudo con total naturalidad. Cómo ha cambiado en tan pocos días, pero me encanta. Toni tampoco pierde detalle y a mi madre parece gustarle provocar erecciones continuas.

Después nos metemos en el agua, tomamos el sol, paseamos por la orilla y mamá ya no se corta como al principio, que miraba a todos lados. Ahora se siente segura y admirada, no solo por Toni y por mí, sino por muchos de los bañistas que no disimulan para echarla un ojo y asombrarse por ese par de melones. Yo, naturalmente, me siento más que orgulloso.

Por la tarde regresamos al hotel y mamá me confiesa lo bien que se lo ha pasado durante ese día y lo valiente que ha sido mostrando las tetas por primera vez.

Cuando llegamos a la habitación yo me meto en el baño y me hago otra de mis monumentales pajas, pensando obviamente en las tetas de mamá, que no logro borrar de mi mente y que las veo pletóricas y preciosas en cada una de las imágenes que vuelven a mi mente de ese día playero tan extraordinario. Esto es una locura, pero me encanta y creo que a ella también. Me corro imaginando mi polla entre esas dos moles mamarias que disfruté de niño y ahora también, afortunadamente, de adulto.

Al salir del baño veo a mamá hablando con mi padre por teléfono y se ha quitado la camiseta que llevaba por lo que vuelve a dejar al aire esas tetas tan deliciosas y sin que le importe que la mire. Yo, evidentemetne, no puedo remediar quedarme prendado de semejante visión. Ella sigue parloteando y no hago mucho caso a su conversación, pero de vez en cuando me mira y me pilla mirando sus tetas, además de todo su cuerpo pues tan sólo lleva la braguita minúscula del bikini.

– Era tu padre otra vez – me dice cuando termina la conversación.

– Ya me imaginé.

– Dice que si lo estamos pasando bien.

– Y le dijiste que sí, claro…

– Por supuesto, y es verdad ¿no? Yo al menos estoy encantada. ¿Tú? ¿Te lo estás pasando bien con tu madre?

– Yo estoy en la gloria.

– Jajaja, que bobo eres… Podrías estar con tus amigos y aquí conmigo….

– Disfrutando de tu cuerpo – lo digo sin pensar.

– Ya y de alguna otra chica en la playa. Supongo que ya te habrás hecho otra paja pensando en Sandra.

– ¡Joder, Mamá!

– No pasa nada, hijo, estás en la edad y la chica es preciosa y con un cuerpo de miedo, viéndola desnuda como para no sentirte excitado, es lógico. Es un bombón, lo entiendo perfectamente…

Ella lo dice como si tal cosa, pero no piensa que la que está en mis pensamientos y casi en exclusiva es ella y su endiablado cuerpo, ese que tengo ahora delante y me deja siempre sorprendido.

– También se ha quedado flipado Toni con tu cuerpo – añado, por no decir que soy su incondicional admirador.

– ¿Tú crees?

– No disimules, anda, que lo sabes tan bien como yo.

– Bueno, sí, pero no tanto como para flipar… – contesta riendo.

– ¿Acaso no viste como se empalmaba viéndote?

– ¡Víctor!

– ¿Es cierto o no, mamá?

– Sí, tienes razón, noté que no me quitaba ojo a las tetas.

– Como para no…

– Sí y me miraba sin cortarse.

– Y a tí te gustaba provocar eso en él…

– No… bueno… sí. Y además no dejaba de insinuar que me quitara las braguitas para quedarme desnuda.

– Hubiera flipado. – contesto eufórico, aunque realmente hubiera sido yo el primer desmayado.

– Ya lo creo.

– No te atreverías a hacerlo… – lo digo casi como una afirmación.

– ¿Lo de desnudarme del todo?, eso sí que no. Ni borracha.

– Esa sería tu prueba de fuego ¿No? jajaja.

– No, Víctor, eso es demasiado. ¿Te imaginas que me ponga desnuda en la playa?

– Pues sí, me lo imagino… jeje.

– Y ¿Tú te atreverías? – me pregunta de pronto.

– Uff, claro, supongo que sí. – lo digo haciéndome el chulito animándola a que no sea ella la única en no atreverse.

– Aunque estarías todo el día a tope, jajaja… – responde haciendo que yo enrojezca.

– Como Toni – añado yo en ese toma y daca.

– Sí supongo que estarías así como él.

– Y ¿te gustó verle así eh?

– ¿Empalmado?

– Sí, tiene una buena polla… – digo sin pensar.

– Ufff, tengo que reconocer que sí, pero me siento mal.

– ¿Por qué?

– Culpable, ya sabes…tu padre…

– Mamá, ¿Otra vez con eso? Tú misma dijiste que esta es tu única oportunidad de hacer algo diferente, luego no podrás hacerlo.

– Es verdad. Pero parece que le esté engañando y no me gusta.

– Que le veas la minga a un tío no es nada malo.

– Ya, pero estando así… por mi culpa.

– Pues ¿qué quieres que te diga, mamá? Que pongas cachondos a todos los tíos de la playa y del hotel no quiere decir que le estés poniendo los cuernos ni nada por el estilo

– Anda exagerado, a todos los tíos – dice riendo.

– Es verdad. Toni está como loco y yo también – añado envalentonándome y esperando su reacción.

– Víctor ya se que tu lo dices desde el cariño y por ti no me importa. A pesar de que nunca me hayas visto las tetas, bueno, salvo cuando eras un bebé y mamaste bien de ellas, claro.

– De eso hace mucho, jeje… – intervengo.

– Ya lo creo, pero bueno, no me importa que ahora me veas medio desnuda, pero con los demás, parece que esté siendo un poco putilla, provocadora… No me gusta del todo.

– Que disfruten, mamá. Yo ya lo hago – insisto en mostrar mi admiración hacia ella.

– Ya, pero no es lo mismo, tú eres mi hijo y eso tampoco es tan malo.

– ¿Te desnudarías del todo delante de mí? – mi pregunta es así, fulmimante.

– Anda, calla bobo – dice riendo otra vez y metiéndose en el baño.

Me deja allí pasmado sin responder a mi pregunta y dejando mil incógnitas en el aire, yo no puedo remediar acariciarme la polla por encima del bañador.

Cuando sale del baño, lo hace únicamente llevando unas braguitas blancas. Algo que hace que mi polla quiera pedir a gritos salir de mi bañador. Esta noche hemos decidido no bajar a cenar porque mamá dice haberse quemado con el sol y prefiere ponerse una crema hidratante y no ponerse ninguna prenda encima. Yo estoy encantando, claro. Y ella se pasea por la habitación con sus tetas al aire y esparciéndose un after sun por todo el cuerpo, que por cierto, brilla moreno.

– Deberías echarte algo de esto – dice señalando el envase.

Ni corta ni perezosa comienza a untarla por mi espalda, mis hombros, mis pectorales, juega entre mis abdominales y los acaricia. Mi erección es evidente, pero a estas alturas y viendo la risita de mamá, estamos perdiendo la cordura y acercando distancias. Es nuestro gran secreto y ambos lo estamos disfrutando. Para uno es difícil mantener la compostura cuando la mujer a la que más desea está ataviada únicamente con unas minúsculas braguitas y todo lo demás al aire, como jamás hubiera pensado.

Nos metemos en la cama y seguimos charlando durante un buen rato del divertido día, de lo atrevida que ha sido al ponerse en top-less y a sentirse contenta de hacerlo y de verse admirada por tanto hombre, algo que nunca antes había podido hacer. Es una sensación rara, pero estar ahí juntos en la cama y medio desnudos es como si fuéramos dos buenos amigos y no una madre y un hijo precisamente.

– Nos hemos quemado un poco ¿no? – me dice ella.

– Sí, nos ha dado el sol fuerte, quizá deberíamos usar una protección solar mayor.

– Sí, creo que si. Mañana compramos otra en la tienda del hotel. No quiero que se me quemen las tetas, ahora que estoy decidida a enseñarlas, jeje.

– Vale, mañana compramos protección para tus tetazas.

– ¿Son muy grandes? – me pregunta mirándome fijamente y sosteníendolas por debajo haciendo que estas suban.

– Son preciosas – afirmo y paso mi lengua como si me las fuera a comer.

– ¡Calla tonto!

Mamá se pone a leer un libro y yo uso mi smartphone para contestar a los mensajes que he ido recibiendo de mis amigos y que no he tenido ni tiempo de contestar y viendo alguna foto cachonda que me han enviado. De pronto recuerdo que no tengo las fotos de las tetas de mamá al natural.

– Oye ¿podría hacerte una foto a las tetas con mi móvil?

– ¿De mis tetas?

– Sí, un par de fotos, ya sabes, para verlas luego juntos…

– Bueno, haz un par de ellas, pero nada más. – dice ella tras pensarlo unos segundos aunque sabe de sobra que no haré solo dos.

Yo me pongo a disparar y sigo sin creérmelo. Estoy loco de contento. Me pongo de rodillas en la cama y sigo sacando una y otra foto sin parar, ella al estar sentada queda frente a mí y sonríe. Aprovecho a disparar un montón de fotos desde todos los ángulos, de cerca, de lejos, primeros planos de sus pezones, hasta que incluso se los tapa avergonzada, pero al hacerlo, me excita incluso más y vuelvo a ponerme como un toro.

– Ya te has puesto otra vez a tope. – dice riendo y señalando mi bulto.

Ya no oculto mi empalmada y llega incluso a gustarme ofrecerle la erección bajo el pantalón de mi pijama.

– ¿Te gusta provocar esto en los hombres eh? – le digo de pronto y sin dejar de hacer fotos.

– Anda, ya vale de fotos, guarro, que soy tu madre.

Vuelvo a sentarme en mi lado de la cama y empiezo a ver las fotos que le he hecho. Ella se pega a mí y noto su teta rozándome el brazo. Mira las fotos conmigo y me siento super feliz con ella tan cerca de mi, incluso en alguna ocasión, su duro pezon roza mi piel y me estremezco. A ella no parece importale y a mí me encanta.

Después de un rato se retira y sigue leyendo y yo no dejo de pensar en la suerte que tengo de tener a una madre tan buenorra. De vez en cuando miro ese perfil de su rostro y más abajo las tetas con su caída natural

– Ufff, me rozan las braguitas y me molestan. Hemos estado mucho al sol. Creo que me las voy a quitar. – dice de pronto con sus manos bajo las sábanas.

Trago saliva porque no creo lo que oigo. Mi madre ya no le da más importancia a nada y bajo las sábanas sigue haciendo unos leves movimientos hasta que se saca las braguitas por los pies y las tira por encima de su cabeza hasta el suelo. Joder… ¡Está en pelotas bajo las sábanas!

– Así, desnudita, estoy mucho mejor. Deberías quitarte tú también el bañador para que no te roce.

– No sé… – respondo dudoso aunque estoy deseando hacerlo.

– Sí, tonto, bajo las sábanas no te veo, tranquilo.

No lo dudo más, es una oportunidad de oro. Hago la misma operación que ella, metiendo mis manos bajo las sábanas y saco mi bañador para dejarlo en el suelo. Estoy en bolas igual que ella y no acabo de asimilarlo: Ambos desnudos y en la misma cama. ¡Dios! ¡A unos pocos centímetros!. No quiero pensar si nos rozamos en algún momento de la noche, creo que me correré si me toca.

– Hijo, no abuses de tu madre mientras duermo, jajaja. – dice de pronto a modo de broma.

– ¡Mamá! – protesto aunque mis pensamientos van por ahí, ya que no acabo de asimilar que ambos estemos desnudos en la misma cama.

– No, ya sé que me respetas, cariño.

– ¡Claro, mamá que soy tu hijo! – Lo digo intetando ser convincente y en mi papel de buen hijo, pero por dentro sé que soy un demonio.

– Pero así desnuda bajo las sábanas y desnudo tú también…. – acaba añadiendo ella.

No sé cómo tomármelo, espero que no sea una invitación al pecado. Ahora resulta que el cortado soy yo, pero el caso es que ella me incita con esas palabras, como si fuera un cortado y ella una lanzada. Creo que todo está sucediendo muy rápido, tanto, que me pilla de sorpresa a mí el primero. Todas mis fantasías se están cumpliendo, algunas a tanta velocidad, que me sobrepasan, al menos no soy capaz de asimilarlas tan rápido. ¡Estamos desnudos en la misma cama, joder! ¿Cómo voy a asimilar eso?

Juliaki

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Relato erótico “Joder Que puta es la guerra (3) Y (4) Yser” (POR JAVIET)

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cuñada portada3Joder, que puta es la guerra (3)
PRIMEROS DE DICIEMBRE DE 1914.               SUDOESTE DE BELGICA        BATALLA DE YSER.
 Jules Bonnier, soldado francés de 1,70 de altura, moreno de ojos vivarachos, en plena forma a sus 22 años, salió como el resto de los camaradas de su escuadra, del triste refugio en que dormitaban aquella noche, los disparos de la artillería alemana los despertaron abruptamente, unos minutos después el sargento Albért los mandó salir a la trinchera: – ¡Vamos muchachos salid! mas rápido, no os gustaría que una bomba cayera en el refugio, vamos lentos de las narices, a la trinchera y espaciaros, mantened la puñetera distancia. 
Estuvieron casi dos horas allí pegados a la pared de la trinchera, frente a ellos se veía el resplandor de los fogonazos de los cañones alemanes, los impactos de los proyectiles puntearon el terreno, primero frente a ellos destrozando las alambradas, luego llegaron los tiros más difíciles de soportar pues caían a un lado y otro de la trinchera, fue un buen rato de miedo y horror esperando el obús que los destrozase, pero tuvieron suerte y solo perdieron a cuatro camaradas aquella madrugada, Jules no los vio pues estaban más a la derecha en otro tramo de trinchera, pero el enlace del pelotón, paúl les dijo que había sido un impacto directo, nada que ver salvo algunas tajadas de carne y trozos de uniforme, ni se enteraron de que morían.
 Amanecía, eran las 06:30 se escuchaba barullo en las líneas “boches” algo estaban preparando aquellos granujas, el sargento Albert se paseaba por la trinchera tranquilizando a los hombres, un poco más allá se vio llegar al teniente Ménier con el resto del pelotón, los hombres que llegaban tomaron posición junto a sus compañeros rellenando huecos en la trinchera. En la posicion enemiga a 150 metros de ellos, tras de lo que quedaba de las alambradas y tierra revuelta salpicada de embudos de granada, aumento el murmullo de gente, el viento les traía aquel sonido amenazador.
 Varios silbatos sonaron casi simultáneamente, los alemanes surgieron de sus trincheras, eran una masa gris salpicada de pardo por el barro, avanzando ¡hacia ellos! No perdieron tiempo, el teniente ordeno: – ¡Fuego todos, matadlos!  La orden fue transmitida por el sargento y los hombres situaron contra la pared anterior de la trinchera, colocaron sus fusiles sobre los sacos del borde y abrieron fuego, la ametralladora Hotchiss del pelotón disparo a su vez, abatiendo entre todos a un buen numero de enemigos, apuntaban a bulto hacia la zona central de los cuerpos de los “boches” los impactos se producían en pecho y vientres de los atacantes que caían como bolos, algunos gruñían al ser alcanzados, otros solo gemían y se desplomaban, pero uno de ellos se llevó ambas manos a la zona genital y gritó, soltó un grito agudo y desgarrador antes de caer de bruces en el barro, el sargento Albert se rio diciendo: – Vale ya ha caído la nena, matad a los demás. La broma fue coreada por risas de los hombres mientras seguían disparando cruelmente sobre otros hombres de distinto uniforme.                      
 Los alemanes seguían llegando, frenada la primera oleada por el fuego francés, lanzaron una nueva oleada de tropas sobre ellos, los fusiles recalentados se encasquillaban más a menudo, eso era de todos sabido, el teniente ladro una orden: – ¡Cuando recarguéis, calad bayonetas, se nos van a echar encima! Seguid matando a esos cerdos. Lamentablemente el volumen de fuego fue menguando y los enemigos llegaron a las alambradas, devolvieron el fuego y algunos franceses cayeron, Louis el veterano de la sección recibió un tiro en la mejilla, en aquel momento Jules estaba recargando y vio como le daban, un chorro de sangre y trozos de algo le salió por la nuca, otros hombres más fueron cayendo con heridas en cabeza y hombros, devolvían el fuego contra los alemanes que se reagrupaban para asaltar la trinchera, se veían brillar sus bayonetas a la luz delamanecer.  
                                       
 El sargento Albért, exclamó: – ¡granadas, ahora que se han detenido para reagruparse, tiradles granadas! Algunos hombres dejaron sus fusiles y activaron sus granadas, las lanzaron por encima del parapeto hacia las alambradas,     Jules vio como caían entre los alemanes que se reorganizaban y estallaban entre ellos, detonaciones y fogonazos, hombres que caían y gritaban al ser sus cuerpos heridos por la metralla, algunos resultaron heridos, otros muertos atrozmente, a Jules le pareció ver como una granada caía junto a la cara de un “boche” tumbado en el suelo disparándoles, se produjo la explosión y solo distinguió un casco alemán cayendo del cielo con algo dentro salpicando a su alrededor, la ametralladora tableteaba furiosamente pero llegaban mas alemanes y supo que no podrían detenerlos.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      
 Jules disparo sus cinco disparos y se agachó para recargar, vio de refilón su reloj quedándose asombrado pues solo habían pasado diez minutos, juraría que habían pasado horas disparando al enemigo, apenas le quedaba munición así que se acercó a un herido y le cogió la suya, escuchó un griterío ¡vienen, vienen a la carga! El tiroteo se recrudeció, los gritos, los disparos, le resonaban en la cabeza, el humo le molestaba en la nariz y le picaban los ojos, vio llegar a los “boches” a la trinchera, disparó desde la cadera y vio caer a uno, movió el cierre e introdujo otra bala en la recamara, mientras lo hacía vio como uno de los atacantes disparaba en el pecho al teniente y luego saltaba a la trinchera, cayendo con  ambos pies sobre el pecho del oficial caído.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                     
                                             
Entraban más enemigos, todos luchaban como podían en la estrecha trinchera, Jean-luc recibió un bayonetazo en los riñones mientras disparaba, vio como Dervál le daba un culatazo en el pecho a un kraut, Jules vio como se le echaba encima un tío de sucio uniforme gris, sin pensarlo le dio un bayonetazo en las tripas, el alemán cayó al suelo en cuanto el retiro el rifle, Jules recordó su instrucción en combate a la bayoneta, clavar-retirar-rematar, sin pensárselo dos veces asestó un culatazo en el cuello de aquel hombre, un golpe tan fuerte y seco que escuchó cómo se rompía la columna vertebral del caído, al incorporarse diviso a un sargento alemán, llevaba en la mano izquierda una lüger y en la derecha una pala de trinchera alemana, le disparo en el vientre al cabo Fuchól y cuando este se doblaba por el dolor le asesto un golpe en el cuello con el filo de la pala, que casi decapitó al pobre desgraciado, se lanzo sobre aquel malnacido en una carga casi suicida, le acertó cuando se volvía hacia él y le metió un palmo de acero en el pecho, el alemán rugió de dolor y le miro a la cara, Jules le grito: – ¡Muérete Hans, muérete cerdo! El otro se bamboleaba, había dejado caer sus armas y se cogía al fusil de Jules, este vio caer una granada de palo alemana activada a dos metros de ellos, sin perder tiempo metió el dedo en el gatillo y disparo, el tiro reventó el pecho del alemán permitiéndole sacar la bayoneta, le dio un empujón al hombre y le lanzo contra aquella granada a punto de estallar.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        
  La explosión de la granada, destrozó al alemán repartiendo sus restos en un surtidor de sangre, jirones de ropa y tajadas de carne y huesos, paradójicamente fue un trozo de costilla del “boche” lo que se llevo la rodilla de Jules, este sintió un dolor tremendo en la pierna  izquierda y cayó al suelo, desde allí siguió viendo como los hombres se mataban salvajemente, el sargento albért levantó su revólver lo pego a la nuca a un alemán que intentaba rematar un francés herido y le pago un tiro, mas allá los hombres luchaban a puñetazos, patadas, culatazos y hasta mordiscos, los uniformes se mezclaban en un baile atroz de sangre y muerte mientras su vista se iba tornando borrosa y gritó: – ¡NO NO NO NOOO NOOOOOO AYUDAAA!                                                                                                                                                                                                                                                                                            
¡NOOO AAAYUUUDAAAAAA, NOOOO, NOOOOO! Todo estaba oscuro y silencioso, no podía ver nada, escucho la suave voz de mujer: – Tranquilo cariño, tranquilo. Sintió sus manos acariciándole la cara, no pasa nada cariño es otra vez ese sueño, el sentía su corazón acelerado, su piel empapada en sudor frio, le temblaba todo el cuerpo. La mujer encendió una luz, entonces el pudo verla, era su esposa Marie Joubert, estaba en su cama y esta era su casa, recupero sus recuerdos de golpe.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                
  Estaban en enero de 1919, la guerra había acabado hacia meses, aunque para el acabó en diciembre de 1914 cuando le tuvieron que amputar la pierna izquierda por encima de la rodilla dejándole tullido de por vida, su vida militar había durado tres meses, dos en el cuartel y uno en las trincheras, su experiencia de combate 15 minutos, se paso otros dos meses en el hospital y luego lo facturaron de regreso a su casa con una pata de madera y el agradecimiento de la republica francesa, si claro que le quedó una pensión, ¡de risa! Unos pocos francos y una medalla, pero pudo ser aun peor,muchos convecinos del pueblo fueron reclutados, solo volvieron otros dos, uno con los pulmones enfermos por el gas, el otro sin brazos y tuerto, el al menos volvió casi entero con su amada Marie.                                                                                                                                                                                                                                                                      
Ahora tenía 27 años, se mantenía bien de forma física pues a pesar de su “pata de palo” su granja funcionaba bien, no era gran cosa, unas pocas vacas, unas cepas para hacer buen vino y un huerto mediano, les daba para comer y sacaban dinero, nunca serian ricos pero tampoco pobres, además su mujer le adoraba, había sido su primera novia y nunca lo dejaron, solo habían estado lejos el uno del otro aquellos meses de guerra, ella fue fundamental en su recuperación cuando él se sentía tan mal, siendo su amor lo único que le impidió hacer una locura, se recupero gracias a la hermosa mujer que ahora venia contenta hacia él, se detuvo a su lado y le cogió de las manos diciendo: – Sabes mon cherie, ¡vamos a ser papas!                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      
 Efectivamente lo fueron, el niño se llamo Jules como papa y nació el 1 de septiembre de 1919, tuvo una infancia feliz, durante su pubertad tonteo con algunas chicas, luego se echó una guapa novia, nadie podía suponer que justo el día de su 20º cumpleaños, estallaría la 2ª guerra mundial, el conflicto que mató a millones de seres humanos en todo el mundo y comenzó la era atomica.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                            
Pero eso es otra historia, tened cuidado el destino está ahí fuera ¡ESPERANDOOS! Cuidaros y sed felices….mientras podáis recordad lo que dicen del 2012, ya falta poco. 
Joder, que puta es la guerra (4)
JODER, QUE PUTA ES LA GUERRA (4) DRESDEN.
13 de Febrero de 1945, Arrabales de Dresden (Alemania) 12:45.
El cabo del cuerpo de panzers Ernst bohel, de 24 años llegaba de vuelta a su ciudad natal, pensó con amargura que no llegaba como héroe victorioso tras vencer a los rusos, venia formando parte de una marea humana de tropas en retirada y miles de refugiados civiles que huían de Prusia oriental, silesia y hasta de Polonia, seguidos por el victorioso ejército soviético.
Dejándose llevar por la multitud se fueron internando en la ciudad, las autoridades civiles NSDAP y policía se encargaban de dividir aquella masa entre soldados y civiles, los primeros eran enviados a unos cuarteles improvisados con el fin de reasignarlos a unidades provisionales y rearmados, se preveía que el Führer designaría la ciudad como “fortaleza” y por tanto defendida hasta el último hombre, los civiles fueron distribuidos donde se pudo pues eran demasiados, cuando se acabaron las casas y los albergues se los ubico en conventos y centros deportivos, cuando todo espacio cubierto se agotó les cedieron tiendas de campaña del ejercito y les asentaron en parques públicos, pero eran demasiados y aquella multitud de gente acabo durmiendo en la calle cuidando de sus exiguas pertenencias, se veian mujeres y niños, también ancianos y jóvenes mutilados de guerra apoyados en muletas, huidos de todas partes y sin ningún lugar al que ir llevando a cuestas en pequeñas maletas todo lo que quedaba de una vida anterior.
Finalmente Ernst se encontró ubicado en un antiguo cuartel, allí encontró a otros camaradas de su regimiento Panzer y los dieron a los que eran de la ciudad permiso para ir a ver a sus familias, naturalmente nuestro protagonista tras darse una ducha y ponerse algo de ropa más o menos limpia, corrió a su casa para ver a su esposa y a sus padres, no le importaba nada más que llegar a casa y abrazar a sus seres queridos.
La ciudad no había sido bombardeada, las calles estaban moderadamente limpias aunque abarrotadas de refugiados que buscaban acomodo y comida donde fuera, en veinte minutos llegó a su casa y llamó a la puerta, el corazón se le acelero cuando esta se abrió y vio a Hildegard su madre, ella dijo:
Ernst ¡hijo mío, has vuelto!
¡si mama, soy yo he vuelto a casa!
Se abrazaron, alertados por las voces salieron los restantes miembros de la familia, su padre Otto y por fin su joven esposa Klara, todos se besaron y abrazaron sin dejar de reír, el hijo prodigo había vuelto de la guerra y a nadie le importaba si como héroe o derrotado, estaban todos otra vez juntos y todo el mundo sabía que la guerra no podía tardar en acabar, todo el mundo lo decía.
Entraron en casa y Ernst se quito su viejo y raido chaquetón de camuflaje invernal, así como su bufanda gris “de la suerte” pasando al cálido cuarto de estar cogiendo de la mano a su esposa, entretanto su madre preparó algo de comida mientras le recriminaba que no escribiese más a menudo, su mujer Klara le dijo que estaba muy delgado y su padre le ofreció un puro para después de comer, luego pasaron al comedor y comieron tranquilamente mientras él les contaba las vivencias que había tenido, nadie sabía cómo era hacer la guerra desde el interior claustrofóbico de un tanque, menos claro está los que lo habían experimentado y cuando se lo conto se inquietaron bastante.
Casi a las 18:00 y después de una larga sobremesa y charlar bastante, dejo a sus padres y subió con su esposa al dormitorio tras excusarse diciendo que estaba agotado, no se le paso por alto la mirada cómplice entre su mujer y su madre para que no los molestasen durante un buen rato, atrás quedaban las voces de sus padres comentando como se llenaba la ciudad de refugiados.
En el dormitorio y tras cerrar la puerta, se abrazaron y besaron con pasión el cuerpo delgado de ella se mostro en su lozana belleza, pelo largo y rubio senos medianos vientre plano, amplias caderas y culo firme sobre un par de piernas bonitas de verdad muy bien torneadas, con ansias y ganas de satisfacer deseos reprimidos largo tiempo, las manos volaron por sus jóvenes cuerpos acariciándose mientras se desnudaban, primero fue algo lento pero el deseo los espoleaba y acabaron quitándose la ropa frenéticamente, las botas del uniforme se resistieron un poco a las prisas de los dos amantes pero finalmente cayeron al suelo, Klara en la cama se abrió como una delicada flor rubia y preciosa, Ernst sobre ella se dejo llevar por el deseo y penetro el ansioso y chorreante coño de su esposa.
Los movimientos de ambos en la postura del misionero, se fueron haciendo poco a poco más veloces, entre suspiros y jadeos la pareja se entregó a la lujuria y disfrutó del reencuentro con aquel esplendido polvazo, el primer orgasmo de ambos no tardó en llegar, era natural que fuera tan rápido tras tanto tiempo de abstinencia, sus cuerpos entrelazados en aquel orgasmo se tensaron entre besos y jadeos para finalmente quedarse poco a poco relajados y quietos sin separarse, compartiendo su calor y sudor besándose con cariño.
Unos minutos después, Klara se levantó de la cama y poniéndose la bata salió de la habitación para limpiarse un poco en el baño que estaba en el pasillo superior de la vivienda, cuando volvió vio a Ernst de pie desnudo mirando por la ventana, se acercó a él y vio su cuerpo delgado pero musculoso debido al ejercicio constante, su cuerpo firme la excitó de inmediato, vio las marcas de quemaduras que tenía en la parte posterior del muslo izquierdo y en la cadera, las toco con los dedos haciéndole que se sobresaltara diciendo:
–         ¿Qué haces ahí atrás?
–         Estas quemaduras cariño, no las tenias antes.
–         No cielo, son de hace tres meses cuando tuve que salir de un Panzer IV en llamas, tuve suerte y lo conseguí, pero solo salimos dos de aquel tanque el resto se quemo allí dentro, salimos dos de cinco tíos.
–         Pobres hombres, cuánto debes haber sufrido.
Klara le hizo girarse mientras caía de rodillas ante él, tomándole el miembro lo beso y acaricio para lentamente dejarlo entrar en su bonita boca de labios jugosos, la erección fue inmediata pues la lengua juguetona y sus golosos labios sabían muy bien lo que hacían, con la mano izquierda le sobaba los huevos y con la derecha se soltaba la bata y procedió a acariciarse el chochete sin dejar de dar placer oral a su hombre.
Ernst estaba alucinando, ella era antes mas cortada en la cama, pensó que la mamaba demasiado bien para no tener apenas experiencia en ello pues antes casi nunca lo hacía, se notaba que pese a la vigilancia paterna debía haber practicado por su cuenta con algún o algunos afortunados, sin duda soldados de permiso con carteras llenas de pagas atrasadas y huevos repletos por meses de abstinencia, bueno el tampoco había sido un santo y había visitado algún burdel, así que se relajo y disfrutó del excelente trabajo que ella le hacía.
Interrumpió la mamada cuando estaba a punto de correrse, la hizo levantar y quitarse la bata para volver a la cama, una vez allí la dijo que se pusiera a cuatro patas y con su culito en pompa situándose tras ella, la fue arrimando el prepucio al pequeño esfínter tras lubricarlo con bastante saliva, poco a poco consiguió entrar en ella, al principio costó un poco pero finalmente lo logró entre grititos de dolor, pero aquello no estaba tan ceñido ni le había costado tanto como la última vez que lo intentó, ahora se movía mas rápido en aquel agujero que se ceñía a su miembro estrujándolo en cada vaivén que daba, ella hundía la cara en la almohada ahogando los gemidos de placer mientras agitaba las caderas acoplándose al ritmo de la penetración disfrutando cada vez mas, Ernst la dio unos azotes en el culo mientras la jodía sin pausa, siguieron unos minutos de movimientos frenéticos por ambas partes salpicados de suspiros y gemidos hasta que la sintió correrse de placer bajo su cuerpo, ella puso sus dedos sobre su clítoris y lo masajeaba mientras Ernst seguía embistiéndola sin pausa, no tardo mucho en dejarse ir corriéndose dentro de ella e inundándola los intestinos de un aluvión de esperma viscoso y muy caliente, ella sin parar de tocarse el clítoris dejo de contenerse al notar su culo lleno y se dejo ir corriéndose a su vez entre jadeos de gusto.
 Pasaron bastante tiempo en la cama, retozando y jugando como si fueran recién casados, a las 20:05 la madre de Ernst llamo a la puerta anunciándoles que ya estaba la cena y que bajaran, no tardaron en vestirse y reunirse para cenar, después mientras las mujeres fregaban los platos y mientras los hombres fumaban escucharon la radio, decía que pese a los reveses sufridos la situación estaba bajo control, la gloriosa werhmach contraatacaría expulsando a los untermensch rusos de vuelta a sus guaridas en lo más profundo de esa cloaca llamada Rusia y bla bla bla.
Finalmente se reunieron todos en el salón de la casa y charlaron, de cuando en cuando Ernst les contaba anécdotas de la guerra, procurando contarles solo la parte curiosa o divertida de sus vivencias para no amargar a la familia con hechos trágicos. Asi pasó el tiempo mientras tomaban una copa antes de irse a dormir, a las 21:50 empezaron a sonar las alarmas.
–         Alarma aérea.- Dijo Otto, su padre – Hay que ir al refugio, está en la manzana siguiente.
–         No es posible. Dijo su madre, añadiendo: – Nunca nos han bombardeado, será un error.
–         Sea como sea, abrigaos y vámonos. Añadió su padre poniéndose en pie: – mejor prevenir que curar, vámonos.
Se pusieron los abrigos y salieron de la casa sin correr pero caminando rápido, en breve llegaron al refugio que ya estaba casi completo, entraron y se sentaron en el suelo mientras se acababa de llenar, luego un schupo (policía) cerró la puerta tras poner fuera un cartel que decía: COMPLETO. 230 PERSONAS.
A las 22:05 empezaron a caer las bombas, el sonido que hacían al caer era estremecedor y ponía los pelos de punta, luego venia el sonido de las explosiones y vuelta a empezar, las oleadas de bombarderos se sucedían una tras otra y solo se podían medir por el sonido de los motores, el ulular de las bombas cayendo y el retumbar de las detonaciones que destruían casas y calles.
Tras un par de horas de esta cacofonía de terror, entre explosiones y gritos de miedo dentro del refugio, todos notaron el calor, un calor agobiante los envolvía y se notaba allí a dos pisos por debajo de la calle, los edificios ardían y se derrumbaban taponando calles e impidiendo la llegada de ayuda, un humo acre y oscuro se filtraba bajo la puerta del refugio y desató el pánico a morir ahogados allí dentro, alguien dijo de salir pero el schupo les dijo que no se podía, tras varios ruegos y amenazas se llego a un acuerdo, el schupo saldría a echar un vistazo y vería si se podía salir, abrió la puerta y una tremenda bocanada de humo penetro en el refugio, el hombre salió y volvió pasados dos minutos, el uniforme echaba humo en algunos puntos donde le habían alcanzado pavesas ardientes, tras apagárselas a manotazos dijo:
–         No se puede salir, la ciudad arde hasta donde alcanza la vista, en esta misma calle los raíles del tranvía están al rojo vivo y dobladas, los edificios circundantes son teas o se han derrumbado, estamos más seguros aquí.
Pese a que el pánico dominaba a los allí reunidos, el schupo no dejo salir a nadie al exterior saco la pistola y la empuño dispuesto a ser obedecido como fuera, el calor pareció aumentar y el humo siguió filtrándose bajo la puerta, Ernst miro a sus padres y abrazo a su mujer dándola un breve beso en los labios, ella le dijo:
–         Te amo, pase lo que pase.
El hombre la miró a los ojos y supo que no mentía, también supo que seguramente no saldrían vivos de allí y morirían ahogados por el humo, o asados a fuego lento por el calor, si no salían a la calle para morir destrozados entre las bombas explosivas, o quemados por las bombas incendiarias de fosforo, supo tan seguro como que respiraba que esa era su última noche vivo, dio gracias a dios por estar entre sus seres queridos y mirándola a los ojos dijo:
–         Yo también te amo, créeme amor ya nunca nos separaremos.
—————FIN————–
Pd: Dejo la vida de nuestros protagonistas en vuestras manos, decidid vosotros si vivieron o murieron, ahora vamos a los fríos datos de la historia.
DATOS HISTORICOS: La ciudad de Dresden tenía el 13 de febrero de 1945. Alrededor de 700.000 habitantes, la mayoría refugiados y huidos de Prusia, Silesia y Polonia que huían del ejército ruso que mataba y violaba a los ciudadanos alemanes sin freno ni control.
La ciudad fue bombardeada durante los días 13 y 14 de febrero de 1945, durante día y noche. 1.300 aviones de bombardeo británicos y americanos, descargaron 200.000 pequeñas bombas incendiarias de fosforo y 5000 bombas de alto explosivo de tamaño medio, en total 4.000 toneladas de bombas cayeron en dos días sobre la ciudad arrasándola por completo.
La ciudad se convirtió en un inmenso brasero, el humo del incendio era visible a 100 Km de distancia. Las autoridades alemanas de la época contabilizaron los cuerpos quemados y medio reconocibles en 29.000 muertos, por culpa de la política de reducción de bajas al dar las noticias por la radio, a fin de confundir al enemigo.
Los últimos cálculos más recientes, hechos por arqueólogos y fuentes más neutrales, ascienden esa cifra: entre 140.000 y 200.000 muertos entre soldados y refugiados hombres, ancianos, mujeres y niños.
Según la convención de ginebra, atacar refugiados desarmados es un crimen de guerra. Ningún aviador aliado fue juzgado en Nürenberg por esta atrocidad.
¡Joder, que puta es la guerra! Si dudáis de mis datos consultad en la red. Recibid un cordial saludo y procurad ser felices, hasta la próxima.
 

Relato erótico: “El retrato de la madre de Dorian grey” (POR SIGMA)

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verano inolvidable2EL RETRATO DE LA MADRE DE DORIAN GREY
por Anonymous-024
traducido por Sigma
 
Mi nombre es Dorian – tengo 16 años y ahora soy el hombre de la casa. Mi padre huyó de mi madre y de mí hace casi tres años. Me alegra que se fuera. Solía venir a casa ebrio y golpear a mi mamá. Después lo sentiría y sería amoroso por un rato, pero no dejó la bebida, ni dejó de golpearla una y otra vez.
 
No lo entendí. Era casi como si mamá aguantara los golpes porque disfrutaba la atención extra cuando él se arrepentía. Pues todo se acabó. Regresé a casa de la escuela y encontré a mamá sollozando en el vestíbulo. Papá se había ido, se había llevado su ropa de la casa en algún momento del día. Ahora solo somos mamá y yo.
 
Ella parece haber perdido toda fe en los hombres. Creo que es una mujer muy hermosa. Mide 1.72 m. con grandes tetas, pelo castaño rojizo y piernas muy largas. Sin embargo siempre está pensativa, triste y usa ropa holgada para cubrirse. Incluso yo no sabría lo bella que es si no fuera por vistazos oportunos de ella saliendo de la ducha (esos vistazos han requerido grandes engaños). Tiene tetas grandiosas con pezones gloriosamente prominentes que me encantaría tocar y pellizcan.
 
Además de mi amor por mamá, también amo el arte. Mi maestro de arte en la escuela siempre me felicita. Esto significa que los otros niños me odian, pero no me importa, voy a estudiar arte cuando llegue a la universidad. Todo lo que necesito hacer ahora es realizar un retrato para añadir a mi carpeta para la nota final. Espero que pueda conseguir que mama pose para mí. Primero, porque a mí no me cae bien la modelo de la escuela, pero principalmente porque quería pintarla.
 
Seguí a mamá a la cocina.
 
“Mamá. Necesito hacer una figura completa reclinada como parte de mi proyecto final de arte y en lugar de usar a la modelo de la escuela me preguntaba si ¿tu posarías para mi?”
 
“¿Posar?”
 
“Bueno de hecho recostarse sería una mejor descripción”. Me reí. “Sin embargo posar es el término normal usado. Incluso podríamos usar el diván largo en el estudio”
 
“¿Porqué querrías que posara para ti?”
 
“‘Por que eres hermosa.” mamá sonrió brevemente. “y porque es más barato que la modelo de la escuela.”
 
Se rió. “Pues si así me quieres convencer, entonces cómo podría negarme. ¿Qué debo ponerme?”
 
Media hora más tarde tenía a mamá extendida sobre el largo diván usando una simple blusa blanca de seda y una larga falda negra. Había discutido que llevará tacones más altos que los zapatos normales que usaba, pero se había negado.
 
“¿Cómo me recuesto Dorian?” preguntó
 
“Imagínate esos cuadros de damas Victorianas en reposo.” Expliqué. “trata de parecer lánguida con un brazo a lado y el otro en tu cadera.” Ella lo hizo “sí eso es – ahora trata de quedarte inmóvil y sería bueno si pudieras sonreír.”
 
Rápidamente comencé a esbozar el cuadro. Una vez completo comencé agregar detalles
 
“¿Estas bien?” pregunté.
 
“Sí – es bastante cómodo, pero siento como si fuera a quedarme dormida”
 
“Si quieres puedes hacerlo. He terminado el esbozo de la cabeza así que puedes descansar si quieres”.
 
Varias horas más tarde la sacudí suavemente para despertarla. Aunque el cuadro no estaba para nada completo, tenía bastante con que trabajar y esperaba tener terminado el cuadro para el final de la semana.
 
Capítulo 2
El cuadro fue un éxito grandioso y yo triunfé en mis exámenes. La gente comentaba el hecho de que aunque la mujer era muy atractiva, había un definitivo aire de melancolía en ella. Esto me demostraba que había captado a mi madre correctamente. Fui aceptado por la universidad local lo que significaba que no me marcharía de casa y tenía por delante unas largas y relajadas vacaciones de verano.
 
Estaba en la cama mirando donde el cuadro de mamá se apoyaba contra la pared y de nuevo me alegré de lo bien que había salido todo.
 
“¿Me pregunto como se vería con una sonrisa en la cara?” pensé. Poniendo mi pensamiento en acción inmediatamente saqué mis pinturas y caballete de pintor y una hora más tarde mamá me sonreía desde el lienzo. Había sido difícil recordar como luciría con una sonrisa puesto que había sido largo tiempo desde que la había visto hacerlo. Cuando terminé escuché a mamá regresando a casa del trabajo.
 
“¿Dorian? ¿Estás en casa?” gritó desde el salón.
 
“Sí. Sólo estoy haciendo unas cosas. Ya bajo.” Contesté. Después de limpiar, bajé la escalera para encontrármela guardando algunos comestibles.
 
“¿Cómo estuvo el trabajo hoy?” pregunté.
 
“lo mismo de siempre.” Se enderezó y se volvió para mirarme. Cuando me vio sonrió de repente. Fue como ver salir el sol mientras todo su rostro se iluminó.
 
“¿Estas bien? No te he visto sonreír por mucho tiempo.”
 
“No lo sé. Simplemente me sentí feliz de repente, supongo. Debe ser por llegar a casa del trabajo.”
 
No iba a discutir que no había tenido ese efecto en el pasado.
 
“No,” continuó. “Definitivamente me sentí feliz al momento.” La sonrisa se amplió. “Pero no me molestaría un baño relajante, la espalda me está matando.” Se rió, presionando sus puños en la base de su espalda, lo que tenía la consecuencia de empujar sus tetas al frente. Tragué mientras trataba de mirarlas de manera no muy obvia.
 
Durante los siguientes días mamá llegaría a casa aparentemente alegrándose de verme. Incluso comentó que obviamente yo era su píldora de la felicidad.
 
De vuelta en mi alcoba revisé mi retrato de ella. En verdad la sonrisa en su rostro del cuadro ahora reflejaba la vida real. “Obviamente una coincidencia” Pensé “¿pero no sería grandioso si no lo fuera?” Checando de nuevo el cuadro decidí cambiarle el peinado. Haciéndolo más refinado. Diez minutos más tarde el rostro de mamá me miraba con centelleantes ojos verdes, una sonrisa radiante y un peinado que enmarcaba bellamente su faz.
 
Capítulo 3
Ocurrió que yo iba bajando las escaleras cuando mamá entró por la puerta la siguiente tarde. Miró hacia arriba me vio y sonrió. ¡Su cabello había sido cortado exactamente como yo lo había pintado en el cuadro!
 
“Bonito cabello mamá. Es un estilo nuevo para ti, ¡pero luces grandiosa!”
 
“Gracias,” contestó “decidí hacerme algo diferente. Apenas me decidí a hacerlo a la hora del almuerzo y tuve la suerte de una cita cancelada. Aunque me costó una fortuna.” sonrió de nuevo y palpó su cabello.
 
“Fue dinero bien gastado.” comenté. “Estarás apartando a los hombres a palos.”
 
“Lo dudo.” se rió. “pero gracias por el cumplido. ¿De verdad te gusta?” preguntó.
 
“Sin duda.”
 
“Pues entonces en verdad fue dinero bien gastado.” Sonriendo, me besó en la mejilla antes de pasar a mi lado rumbo a la cocina.
 
Corrí de vuelta a mi alcoba. Sí, el estilo en el cuadro era el mismo estilo que en mi madre. ¿Era coincidencia? ¿Dos veces? Me pregunté que cambios podría hacer para ver si algo especial estaba ocurriendo de verdad.
 
“Ya se- haré algunos cambios que ella nunca haría por si misma.” Las pinturas salieron y comencé a mezclar los colores que quería. El retrato original había sido bastante bueno y el material de la blusa de seda de mamá era tan delgado que había pintado las marcas de los tirantes de su sostén. Lentamente pinté sobre estos dejando un hombro liso. Me recliné admirando mi trabajo. “definitivamente necesita algo más” pensé. “Pezones.” susurré “definitivamente necesita pezones.” Con este pensamiento mi ágil pincel lentamente revelaba lo que parecía dos pezones erectos presionando contra el material de la prenda. Tras pensarlo bien pinté para eliminar el borde de su falda, levantándolo desde abajo de la rodilla hasta un par de pulgadas arriba de esta. Solo necesitaba esperar.
 
Esa tarde estaba sentado en la cocina cuando escuche la llave de mamá girando en el cerrojo de la puerta delantera.
 
“¿Quieres una copa?” Dije mientras entraba.
 
“Sí eso sería maravilloso” me contestó “dame 10 minutos. Quiero quitarme estas cosas del trabajo.”
 
Esos diez minutos parecieron arrastrarse hasta que ella entró en la cocina. No estaba seguro de lo que esperaba, pero lo que recibí me hizo boquear en una mezcla de lujuria y triunfo. Mamá estaba ante mí en una blusa blanca y una falda negra que sólo le llegaba a la mitad del muslo, sus piernas estaban cubiertas por medias oscuras, pero lo mejor de todo era el hecho de que los movimientos libres y las leves y sugestivas sombras de pezones en su blusa significaban que no llevaba nada debajo.
 
Antes de darle su té le di un abrazo.
 
“Bienvenida a casa mamá” le dije mientras la apretaba. Mi barbilla estaba sobre su hombro y mi nariz estaba enterrada en su cabello justo sobre su oreja. “deberías quitarte tu ropa de trabajo cada tarde.” respiré suavemente sobre su oreja. La sentí temblar.
 
“¿Tu crees?” preguntó en voz baja mientras estaba aplastada contra mi pecho.
 
“Absolutamente” dije. “de hecho demando que te quites tu ropa de trabajo cada tarde.” Deslicé mis manos bajando por su espalda y las dejé descansar en su parte baja haciendo pequeños movimientos circulares.
 
“Hmmmmmm. Se siente bien” dijo. Un pequeño escalofrío agitó su cuerpo y oí su respiración acelerarse. “Si recibo un masaje de espalda cada día entonces es un trato.”
 
La alejé de mí a un brazo de distancia. “De acuerdo entonces.” sonreí notando el hecho de que sus pezones estaban obviamente erectos empujado la tela de su blusa. Miré de sus pezones a su rostro y la atrapé sonrojándose. “Bueno,” dijo aspirando profundamente y plegando sus brazos defensivamente sobre sus tetas. “Entonces mañana a la misma hora.”
 
El resto de la tarde pasó conmigo observando el movimiento fluido de sus tetas cuando se movía por la casa. Cada vez que me veía observándola se ruborizaba, pero podía ver sus pezones responder casi al instante. Cuando llegó la hora de ir a la cama la abracé de nuevo, respirando profundamente en su cabello y acariciando la base de su espalda y la cima de sus nalgas. “Duerme bien mamá.” la dije. “Te veías maravillosa esta tarde y estoy seguro de que te verás igual de maravillosa, si no es que mejor, mañana en la noche.”
 
“Buenas noches Dorian” Iba a besarme en la mejilla, pero volví mi cabeza para que me besara en los labios suavemente. Una ligera pausa de respiración, entonces me besó de nuevo, labios juntos pero por varios segundos antes de salir del cuarto tambaleándose ligeramente.
 
Corrí hasta mi alcoba e inmediatamente comencé mezclar más pinturas. ¿Qué debo hacer ahora? ¿Qué tan lejos podía presionar? ¿Desaparecerían la magia? Las preguntas volaban por mi cabeza mientras estudiaba el cuadro.
 
Comencé por levantar la altura de la falda de nuevo, y entonces la pinté como si representara una falda muy corta levantada hasta su cintura. Le dibujé un par de pantaletas negras con encaje de corte alto y repinté sus piernas más abiertas por varias pulgadas, cubiertas de medias negras y con un liguero a juego. Al tener sus piernas más abiertas significaba que podría pintarle más humedad en las bragas. Como toque final le oscurecí el área donde estaría su coño para que pareciera como si su excitación hubiera comenzado a mancharlas.
 
Entonces, metiéndome en la cama me masturbé furiosamente derramando copiosas cantidades de semen, mientras pensaba en el cuerpo de mamá y lo que haría con él. Después de limpiarme fui a tomar un poco de agua, cuando pasé por la puerta de mamá pude escuchar el sonido de gemidos. Tan silenciosamente como me fue posible entreabrí la puerta. En la cama estaba mamá, una mano pellizcaba su pezón mientras la otra estaba enterrada entre sus piernas. ¡También se estaba masturbando!
 
Calladamente cerré la puerta deseando que el próximo día llegara pronto.
 
La noche siguiente forcejeó en la puerta cargando varias bolsas.
 
“¿Te doy una mano mamá?” pregunté adelantándome para ayudarla. Al verme la escuché boquear ligeramente y su rostro se ruborizó.
 
“No, está bien Dorian, sólo necesito llevar estas a mi alcoba.”
 
“No hay problema.” tomé algunas de sus bolsas, fijándome en la marca ‘Victoria’s Secret’ escrita en una de estas. “Adelante, te sigo.”
 
Pareció detenerse un momento antes de suspirar y guiarme escalera arriba, vestida con su holgada ropa de trabajo que ocultaba su figura. Cuando llegamos a su cuarto arrojó las bolsas sobre la cama, la seguí pero entonces comencé a revisar sus bolsas.
 
“¿Y que compraste?” pregunté empezando a abrir la bolsa de Victoria’s Secret. “Oh nada” exclamó, tratando de arrebatarme la bolsa. Evitando sus manos abrí la bolsa y extraje unos papeles de empacar. Dentro había una pequeña pieza de encaje negro.
 
“Difícilmente nada mamá.” la dije. “De hecho diría que nunca tan poco había sido tanto.” Ella se ruborizó furiosamente, pero pude ver que su respiración se aceleraba. “Te dejo para que te cambies de tus ropas de trabajo. No puedo esperar para ponerte las manos encima.” Ella inspiro breve y abruptamente. “Y darte tu masaje de espalda por supuesto”
 
“Sí Dorian.” Me sonrió casi tímidamente.
 
Salí y bajé al salón. Finalmente escuché a mamá bajar las escaleras y contuve la respiración en anticipación. No me decepcionó.
 
Sus piernas estaban cubiertas por medias con encaje. Lo supe por que su falda era tan corta que las cimas de sus medias se insinuaban. Se blusa estaba tan desabotonada que sus tetas apenas permanecían dentro, cuando se movió sus pezones erectos casi saltaban a la vista. Al instante yo estaba tieso. Me encontré con ella cuando todavía estaba en el último escalón. De esta manera los dos teníamos la misma altura.
 
“¿Te gusta?” preguntó tentativamente.
 
“Oh sí” dije, retrocediendo para verla completa. Su blusa se había resbalado del hombro con lo que su pezón derecho se asomaba ante mí. Se ruborizó furiosamente y recolocó la blusa en su lugar, pero la vi checando el bulto en la entrepierna de mis pantalones.
 
“Simplemente no se por que estoy haciendo esto”. Se quejó. “Esta mal, pero se siente tan bien.”
 
Acaricié su rostro. Sus ojos se cerraron y casi ronroneó. Continué moviendo mi mano, por su elegante cuello, trazando su hombro y entonces deslizándola dentro de su blusa, atrapando su seno en mi mano con su pezón entre mis dedos.
“Lo haces porque eres mi mamá y quieres lucir bien para mí.” Le dije moviendo mis dedos para apretar y luego girar su pezón.
 
“Oh Dios siiiiii” gimió. “No deberías hacer esto pero está tan bieeeen” El pezón estaba tan erguido como podría estar. “¿Porqué que te dejo hacer esto?” gimoteó.
 
“Porque debes.” Le dije. “¿Se siente bien?”
 
“Dios sí.”
 
“¿Estas usando los calzoncitos que vi?”
 
“Siiiii” confirmó. Su cuerpo comenzó a oscilar y a empujarse contra mis manos mientras me movía de un pezón a otro.
 
“Entonces ya que te los pusiste para mi ¿No crees que debería verlos?” pregunté.
 
“¿Que?”
 
“Sube esa falda para que pueda ver si de verdad estas usándolos.”
 
Despacio, dudando, comenzó a jalar de cada lado de su falda. Mientras la piel blanca sobre sus medias apareció moví mi mano libre para comenzar a acariciarla. Ella se detuvo.
 
“Continua.” Ordené. “Quiero esa falda bien arriba y alrededor de tu cintura.” Gimió con lujuria y siguió levantándola. Sus bragas comenzaron a aparecer, con tanto encaje que podía ver su suave vello a través del frente transparente. Un área cada vez más grande se estaba oscureciendo por la excitación. Dios debe estar húmeda ahí abajo.
 
Mamá estaba ondulando de un lado a otro como si estuviera en trance. Sus ojos bien cerrados, las manos sosteniendo la falda alrededor de su cintura.
 
“Mírame” le dije. Sus ojos se abrieron y se concentró en mí. “Cuando estés en casa te vestirás así.”
 
“Sí Dorian”, susurró.
 
“No usarás sostén” ¡Le pellizqué duro un pezón! – gimió, “y si llevas bragas serán como estas.” Cubrí su coño con mi mano.
 
“Siiiii. Oh siii”
 
“Abre más tus piernas.” Ordené. El calor de su sexo casi quemaba mi mano. Cuando abrió sus piernas tomé el frente de sus bragas y lo hice a un lado. Endureciendo mí dedo medio lo empujé en él en el paraíso que era el coño de mi madre.
 
“SIIIIII. Oh jódeme con el dedo querido.” Sus manos soltaron su falda y se sujetó a mis hombros convulsivamente. Endureciendo mi dedo anular lo agregué al primero.
 
“Oh mete el dedo en el coño de mamá querido. Oh Dios, lo necesitaba tanto. Ha sido tanto tiempo.”
 
Moví mis dedos dentro y fuera de ella, apretando sus pezones al ritmo de mis embestidas. Para ese momento sus jugos empapaban mi palma entera.
 
“Tendrás más de esto.” Le dije. “Harás lo que yo quiera, cuando yo quiera.” Comencé a frotar su clítoris con mi dedo pulgar. Estaba alcanzando un orgasmo muy GRANDE.
 
“Este coño es mío para hacer lo que quiera con el mamá.” Me incliné y la besé, metiendo mi lengua en su boca. Sus brazos se colgaron de mi cuello deteniendo efectivamente mi ataque a sus tetas. Me pasé a sus nalgas en su lugar.
 
Los movimientos de mamá se volvían frenéticos, sus jugos habían dejado el interior de sus muslos resbalosos y un rítmico sonido líquido acompañaba a mis dedos jodiéndola.
 
Apartándome de su boca la miré fijamente a los ojos.
 
“¿Eres mi coño verdad mamá?” Esperé. “Dime que lo eres.”
 
“Soy…soy tu coño querido. Oh sí. Soy el coño maternal de Dorian. Ohhhhhh me voy a venir…Siii. Siii. ¡Oh me vengo, me vengo…VENGO! Nnnnnggggggggggg.” Se derrumbó contra mí, sus músculos tensando su sexo salvajemente alrededor de mis dedos.
 
Su cabeza estaba enterrada contra mi pecho. “No debería haberlo hecho, pero estuvo tan bien” Repetía una y otra vez. Pequeños temblores sacudían su cuerpo.
 
Deslicé mis dedos fuera de su sexo haciéndola gemir al hacerlo. Serenamente, sujeté la cima de sus bragas y las bajé por sus piernas.
 
“Nooooooooooooooo” mamá susurró.
 
Ignorándola se las bajé, se las quité y limpie mis dedos en ellas. Puse un dedo bajo su barbilla y levanté su cabeza para que me mirara de nuevo.
 
“Es hora de subir Mamá.” le informé.
 
“No deberíamos haber hecho esto Dorian.” gimoteó. “Está mal y debemos parar ahora.”
 
Aun mientras hablaba la hice dar vuelta y la empecé a dirigir escaleras arriba.
 
“Debemos parar” susurró mamá.
 
Le di palmaditas en el trasero, moviéndola hacia adelante por las escaleras y hacía su alcoba. Un montón de cajas vacías cubría el suelo. Le di la vuelta suavemente y la senté en el borde de la cama.
 
“No puedo seguir con esto. Está mal” murmuró.
 
Me desabroché el pantalón y saqué mi dolorosamente erecto pene. Inclinándome lo acerqué a los labios de mamá.
 
“¡Abre!” ordené.
 
Froté sus labios con la punta de mi pene. Sus labios se abrieron automáticamente y las quejas cesaron cuando comenzó a chupar tentativamente.
 
¡Estaba en cielo!
 
“Que buena mamá ¡Chúpame! Me chupas tan biennnn.” Sostuve los lados de su cabeza y comencé a moverme dentro y fuera de la boca de mi madre. Estaba tan excitado que no le tomo mucho a su labor y a la situación para vencerme. “Prepárate mamá. ¡Prepárate por que voy a venirmeeeee!” Ella trató de apartar su cabeza, pero la sostuve firme y vacié todo en su garganta- su cara enterrada entre mis piernas. Una vez que terminé saqué mi todavía erecto pene de su boca. ¡Con mi mamá en la posición que la tenía, un orgasmo no iba a ser suficiente!
 
“Nunca había hecho eso” dijo, mirándome “quiero decir que nunca me lo había tragado antes.”
 
“Lo estarás haciendo mucho de ahora en adelante.” Acaricié un lado de su cara con mi pene. “Bésalo y di gracias.” ordené.
 
“No puedo.” Se volvió hacia un lado.
 
“Dije bésalo mamá.”
 
Finalmente se volvió y besó la cabeza de mi pene. “Gracias Dorian.” Susurró.
 
“Ahora recuéstate.”
 
“¿Que?”
 
Me agaché y la levanté de las rodillas. Esto tuvo el efecto de hacerla caer de espaldas sobre la cama “Oh nooooooo.” Lloró.
 
Ignorándola la empujé más arriba en la cama. Sus piernas se abrieron ampliamente y su falda se enrolló alrededor de su cintura. Su coño estaba abierto a mi mirada. Los labios colgaban abiertos brillando por sus jugos, escarlata por la sangre bombeada en ellos. Abrí su coño maternal aun más y le di una lamida de prueba a todo lo largo de la grieta. “Hmmmmmmm no está mal supongo.” Era mi primer intento con un coño, ¡pero ciertamente no iba ser el último! En segundos estaba de vuelta en la tarea.
 
¡Mamá estaba frenética!
 
“¿Qué haces?… no debemos hacer esto es sucio.” Trató de apartar mi cabeza. Ignorándola chupe los labios de su coño en mi boca, entonces acaricié el borde de su agujero antes de empujar mi tiesa lengua dentro. Estaba en cielo y mamá no estaba lejos tras de mi.
 
“Nunca sentí esto.” Jadeó. “…Mi cuerpo entero pulsa… No te detengas, oh no te detengas…¡¡Haré cualquier cosa, pero no PARES!!”
 
Busqué con mi lengua donde sabía que estaba su clítoris. Al encontrar la dura y pequeña protuberancia, la chupé en mi boca, frotándola con la punta de mi lengua.
 
“Siiiii… Oh sí… justo ahí. Chupa mi clítoris… chupa mi chochito… voy a venirme de nuevo… demasiado… demasiado.” Su cuerpo entero se puso tieso, se detuvo mientras la montaña rusa llegaba a su punto máximo y entonces “SIIII… nnnggmmmm” Su grito se volvió una serie de gemidos guturales incoherentes cuando alcanzó el orgasmo.
 
Rápidamente me subí a la cama y empujé mi punzante miembro dentro de ella. Ella estaba tan húmeda que llegué hasta el fondo al primer intento. Mi primera vez en un coño incluyó los últimos espasmos de un orgasmo monstruoso. Quería asegurarme de que tendría otro pronto.
 
Sus piernas se cerraron alrededor de mi espalda cuando comencé a joderla en serio. ¡Es importante ser serio cuando jodes a tu madre!
 
“¿Te encanta?” le pregunté.
 
“Sí Dorian. Me encanta.” Sus piernas me apretaron fuerte.
 
El cuarto hizo eco del rítmico sonido líquido mientras la follaba. Aunque me había venido no hace mucho, podía sentir el semen hirviendo en mis pelotas. Me incliné y empujé mi lengua en la boca de mamá. Sus brazos arañaron mi espalda mientras nuestras lenguas luchaban. Los restos del jugo de su coño se extendieron entre nuestras caras. Detuve el beso.
 
“Abre tus piernas totalmente.” Le dije – obedeció extendiéndose completamente de manera que en verdad podía penetrar en ella profundamente.
 
“No tardará mucho mamá.” Gruñí. “Voy a venirme muy adentro de ti.”
 
“Siii… fóllame Dorian. Fóllame por siempre.” Su cabeza se mecía de lado a lado. “¡Fóllame, fóllame, fóllame… FÓLLAMEEEEE! ¡Nnnnggggggggggggg!”
 
“ME VENGOOO.” mi esperma penetró en su útero una y otra vez, mientras ella trataba de arañar mi espalda a través de mi camisa. Me desplomé sobre ella. Con mi decreciente pene aun dentro de ella.
 
Lentamente la sensación de placer se redujo a una calida felicidad. ¡Había follado a mamá y LE ENCANTO! Salí de su coño y rodé para estar a su lado. Ella se puso en posición fetal, con sus rodillas pegadas al pecho.
 
“Por favor vete Dorian.” Dijo. “Lo que hicimos fue una locura y nunca hablaremos de ello.”
 
“Pero te encantó.”
 
“Estaba loca Dorian.” Insistió. “Nunca debe volver a pasar.” Ella no me miraba.
 
Me quedé parado a lado de la cama. Al mirarla pude ver su coño apretado entre sus piernas. Los muslos mojados con la combinación de nuestros jugos- más goteaban de su interior, su falda todavía alrededor de su cintura.
 
“Hablaremos de esto más tarde mamá.”
 
“Sólo vete – por favor sólo vete Dorian.” Rogó.
 
Capítulo 4
Volví a mi alcoba. Mamá era casi mía, pero necesitaba sólo un pequeño empujón más para convertirla en la mami-mujerzuela dócil, deseosa y húmeda de semen que yo quería. Me desnudé; tiré mis pantalones mojados en la lavadora y rápidamente me di una ducha. Allí me enjaboné y decidí los cambios que haría a la pintura.
 
Era tarde esa noche cuando retrocedí ante a mi obra maestra. Ya no era el retrato de una atractiva pero triste mujer, totalmente vestida e inalcanzable. La imagen de sueño húmedo de una mujer me miraba fijamente. Sus ojos centelleaban sugestivamente, su rostro sonrojado de excitación y la punta de su lengua asomaba por la orilla de sus labios. Sus pechos estaban desnudos, un pezón erguido era pellizcado por su mano, su cintura de reloj de arena y la oscura sombra de su ombligo estaban a la vista. Sin embargo se ponía mejor. Estaba desnuda salvo por un liguero y medias; sus piernas estaban obscenamente separadas mientras su coño completamente rasurado estaba parcialmente cubierto por su otra mano que separaba los labios de su sexo. Mostrando sus húmedas profundidades y sólo esperando a se tocada o follada. Por último, alrededor de su cuello tenía una gargantilla negra de la que colgaba una placa de identificación de perro. En esta estaban grabadas dos palabras:
 
“De Dorian”
 
Con esto esperaba convertir a mi madre en la mujer que yo quería.
 
La siguiente mañana desperté al oír la ducha de mi habitación funcionando. “¿Eres tu mamá?” Pregunté.
 
“Sí querido. Estaba despierta y quería estar lista para ti. De algún modo no conseguí equilibrar la temperatura de mi ducha así que decidí usar la tuya.” Se rió tontamente (!) “¿No te importa, verdad?”
 
“Por supuesto que no ¿No quieres que te talle la espalda?”
 
“No… saldré pronto.”
 
Oí como cerraba la ducha y se movía en el baño. La luz se apagó y la puerta se abrió. Me di la vuelta en la cama para ver lo que la mañana me había traído.
 
Mi madre estaba de pie en un camisón cortito de seda blanca que apenas cubría su modestia. Me sonrió y se sonrojó ligeramente. Podía ver que se había secado de prisa pues la tela se pegaba a sus senos acentuando aun más los duros pezones. Con un gesto la invité a la cama.
 
“Bonito camisón mamá. ¿Es nuevo?”
 
Ella se detuvo a lado de la cama, aparentemente insegura de que hacer después. “Sí, apenas lo compre ayer. ¿Te gusta?” Parecía preocupada. Ávida de complacer.
 
“Prefiero lo que hay debajo.” Deslicé una mano bajo el borde del camisoncito y acaricié su cadera. Sus ojos se cerraron y su respiración se aceleró. “¿Que haremos hoy?” Moví mi mano para acariciar el interior de su muslo.
 
“Lo que quieras Dorian.” Suspiró. Comenzó a balancearse suavemente, tratando de empujarse contra mi mano.
 
Deslicé mi mano más arriba y fui recompensado cuando mi palma fue besada por un coño húmedo. Un coño que estaba obviamente tan liso como el trasero de un bebé.
 
“¿Que tenemos aquí?” pregunté. Se ruborizó furiosamente.
 
“Quería hacer algo especial para ti.” Explicó.
 
“Bueno pues quítate ese camisón y enséñame lo que has hecho.”
 
Lenta, seductoramente, mamá levantó los lados del borde de su camisón. Su coño afeitado apareció, los labios de su hinchado sexo estaban ligeramente separados y su humedad se empezó a hacer notoria. Ella esperó pacientemente, expectante.
 
“Muy bien.” La felicité. “Suelta el camisón y separa tus piernas.” Rápidamente obedeció. Deslicé ligeramente mis dedos sobre su sexo. Exhalo como en un silbido al contacto.
 
“¿Qué es esto?” Pregunté
 
“Es mi coño Dorian.”
 
“No, es tu coño de mami. ¿Qué es?”
 
“Mi coño de mami.” Susurró. Deslicé un dedo dentro de ella.
 
“No te escucho mamá.” Mi pulgar acarició su clítoris.
 
“Es mi COÑO DE MAMI.” Gritó. “El coño de mami de Dorian.” Sus manos subieron para pellizcar sus pezones mientras trataba de empujarse más sobre mi invasor dedo.
 
Me quité las cobijas. Mi pene estaba rígido y apuntando al techo.
 
“Muy bien mamá. Entonces lo mejor es que metas mi vara en tu coño de mami ¿No?” Ávidamente se subió a la cama, sacando mi dedo de ella y posicionándose sobre mi pene. Tomándolo en su mano lo dirigió a su abertura y se empaló.
 
Por segunda vez estaba dentro de ella. Sentí los músculos de su coño apretar mi pene en su totalidad.
 
“Tienes un buen coño mamá.”
 
“Gracias Dorian.” Se levantó hasta que la punta estaba justo dentro de ella y entonces se dejó caer de nuevo.
 
Me estiré y pellizqué suavemente sus pezones.
 
“Me pregunto como lucirían si les pusiéramos un piercing mamá. ¿Te gustaría eso?”
 
“Si quieres Dorian.” Volvió a bajar. Sonidos líquidos llenaron el cuarto mientras mi pene golpeaba su cerviz.
 
“¿De verdad?” pellizqué duro sus pezones.
 
“Oh siiii.” Chilló. “Si lo quieres haré lo que sea. Soy tu coño de mami.” Comenzó a rebotar rápidamente mientras yo me empujaba para ayudarla.
 
“Pues entonces esta tarde iremos de compras. No llevarás bragas y ni sostén. Sólo una blusa y una falda ligera para que pueda tenerte al alcance fácilmente.”
 
“Ohhhhhhhhh.” Gimió.
 
“Voy a mostrar que hermoso coño de mami estaba oculto bajo todas esas tristes ropas que usabas.” Le di una nalgada. “Siiii querido… puedes lucirme alrededor de la ciudad”.
 
“te conocerán por la mujerzuela que eres mamá. Te masturbarás en el automóvil.” Le di otro azote en la nalga. “Y lucirás ese coño desnudo mientras estés en los vestidores de la tienda.”
 
“Sí… lucir coño… lucir el coño de mami.” Ambos estábamos a punto.
 
“Y entonces veremos lo de estos pezones.”
 
Eso fue la gota que derramó el vaso. Le di una última nalgada y me vine dentro de ella.

Rociando el interior de su coño con mi semilla.

 
“Me vengo… oh me vengo… mami se viene”. Gritó cuando me quedé dentro de ella y se derrumbó bruscamente sobre mí. Cuando se calmó le di palmaditas en su trasero.
 
“Entonces tenemos un ocupado día de compras mamá. Mi pene está todo pegajoso y creo que deberías limpiarme.”
 
Ella me miró. “Con tu boca por supuesto.”
 
Sonrió y se bajó de la cama, rápidamente engulló mi pene semierecto en su boca. Nuestros jugos mezclados fueron tragados en segundos.
 
“Y cuando termines con mi pene debes recoger cuanto puedas de mi semen de tu coño y tomártelo también. No quieres desperdiciar nada ¿Verdad?” Me miró de nuevo y sonrió con sus ojos. Su boca se movía arriba y abajo mi rígido pene.
 
Me recosté de espaldas y pensé en cuanto había cambiado mi vida. ¿Quién dijo que el arte es aburrido?
 
 

Relato erótico: “El señor y la muchacha (Tercera parte)” (POR DULCEYMORBOSO)

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TODO COMENZÓ POR UNA PARTIDA2Laura se despertó al sentir la claridad colándose por las rendijas de la persiana. Estaba desubicada, se preguntaba donde estaba. Notó que estaba abrazada a alguien, abrió los ojos y la primera sensación que tuvo fue de vergüenza. La persona a la que estaba abrazada no era Pedro, su novio. Antonio… Recordó la noche anterior. Salió con sus amigas. Recordó que algo le habia empujado a ir a casa de ese señor. Había hecho el amor con ese hombre otra vez. Se ruborizó al sentir que estaba totalmente desnuda abrazada a él. La sábana había caido y bajó la vista por el estómago de ese hombre. Vio que él tambien estaba totalmente desnudo. Miro hacia la cara de él y vio que aún dormía. Su curiosidad la llevó a dirigir de nuevo su mirada hacia abajo. Bajo el ombligo reposaba el sexo de Antonio. Lo obervó detenidamente.Se preguntaba porque siendo así feo la atraía tanto. La piel no llegaba a cubrir el glande. Solo había visto a su novio desnudo y no podía evitar compararlos. Aquel glande era grueso,mas que el tronco del sexo. Le llamaba la atencion su color amoratado. A lo largo del tronco se marcaban mucho las venas. Le sorprendió que casi no tenía vellos, pensaba que eso de afeitarselos era cosa de la gente joven. Observó sus testículos. Eran grandes, estaban cubiertos de vellos cortos. Eran vellos canosos como los que tenía en la cabeza y pecho. Sintió esa sensación de nuevo por su cuerpo. No se reconocía ni a ella misma. Miró si seguía durmiendo y con muchos nervios acercó su mano. Pasó la yema del dedo índice por aquel tronco, recorrió con el dedo el camino que seguían las venas. Su dedo rozó los testículos y nerviosa abrió la mano y la puso en ellos. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al acoger con delicadeza los testículos de Antonio con su mano. Los acarició con cuidado como dándoles un masaje. Laura enseguida sintió que aquel contacto la había hecho mojarse. No entendía que le pasaba con ese señor. Su vagina nunca se había mojado tan facilmente. Recordó la noche anterior…Antonio la habia lamido y besado entre las piernas. Nadie le había chupado entre las piernas y Antonio lo había hecho sin ni siquiera ella pedírselo.Al recordarlo sintió una sacudida electrica en su clítoris. Notaba sus muslos húmedos. Su sensible rajita estaba derramando su deseo por ellos. Instintivamente adelantó sus caderas para unirse a la pierna de Antonio. Tenía vergüenza de despertarlo y se movió frotándose despacio. La excitaba acariciar de esa manera a Antonio. Sorprendida sintió que aquel sexo comenzaba a moverse. Miró la cara de Antonio. Sus ojos cerrados le indicaban que estaba provocándole una erección aún estando dormido. Se maravilló por ello. Con mucho cuidado de no despertarlo puso su mano sobre el pene. Deseaba sentirlo crecer. El tacto de su mano lo hizo crecer rápidamente, en pocos segundos se había hinchado totalmente. En su mano sentía como aquel sexo palpitaba bajo su mano. Laura ni era consciente que cada vez se frotaba mas rápido contra el muslo de Antonio. Estaba muy excitada. Su mano agarró con delicadeza y comenzó a masturbar aquella polla que tantas sensaciones le producía. Estaba descontrolada por las sensaciones, su corazón latía muy fuerte.
    Antonio se despertó y sintió aquella caricia en sus testiculos. Recordó que aquella muchacha le habia pedido quedarse a dormir con él. Comprendió que se había despertado antes que él y la curiosidad la había llevado a explorar su cuerpo. Sentía la respiración agitada de la muchacha en su pecho. Sintió como la muchacha se movía contra él. Deseó abrazarla muy fuerte y hacerle el amor enseguida , cuando sintió que Laura pegaba su coñito a su pierna. En su muslo sintió lo mojada que estaba. Aquel sexo joven casi quemaba contra su pierna. Decidió hacerse el dormido y que la joven se sintiera libre para hacer lo que deseara. Antonio sintiendo aquella caricia en sus testículos, y como se frotaba contra él, no pudo evitar comenzar a excitarse. Estaba totalmente duro cuando sintió que su joven amante comenzaba a masturbarlo.
     Laura masturbaba aquel sexo y muy excitada apoyó su cara en el estómago de él. Deseaba mirar de cerca aquel pene mientras lo acariciaba. Se notaba totalmente mojada. Sus pezones muy endurecidos. Le fascinó tener tan cerca de su cara aquel sexo tan hinchado y grande. Pudo sentir el olor de hombre excitado que emanaba. Estaba muy nerviosa. Deseó hacer algo que nunca había hecho. Laura cerró los ojos y sin dejar de acariciar aquel pene bajó su cara hasta el muslo de aquel señor. Gimió al sentir como aquel glande excitado le rozo la boca. Deseaba hacerlo…..
      Antonio sintió como Laura bajaba su cabeza y se apoyaba en su muslo. Aquella muchacha lo masturbaba con verdadera pasión. Su corazón latía con muchisima fuerza. De pronto sintió que su glande rozaba los labios de esa niña. La escuchó gemir. El no quería que lo descubriera despierto. No quería que la muchacha se avergonzara y detuviera aquello. Se volvió loco de deseo y morbo al sentir que esa joven estaba masturbándolo contra su boca. Se frotaba los labios con su polla. La pasaba por su cara. La muchacha gemía contra sus testículos, contra su glande hinchado. Sentía que como siguiera así lo iba a hacer correrse enseguida. Antonio gimió de placer al sentir que Laura se la metía en la boca y lo chupaba. Aquella joven lo estaba volviendo loco. No era una mamada propiamente dicho pero lo estaba enloqueciendo. Laura tenía el glande por completo dentro de la boca y su lengua se enroscaba en el. Mientras su mano lo masturbaba con rapidez y deseo…Antonio gemía muy excitado…Miraba las nalgas desnudas de la muchacha, podía ver su coñito desde atrás asomar entre ellas…Deseó volver a lamer entre las piernas de ella. La giró hacia él de todo y la ayudó a subirse. La niña no dejaba de masturbarle y lamer su glande inflamado. Antonio contempló maravillado aquella vagina y separandole los labios con los dedos comenzó a mamarselo como si del mas suculento manjar se tratara. Laura gimió excitada al sentir la boca de aquel señor por segunda vez en su vagina. Antonio sintió el gemido de Laura en su polla. La lengua de aquella niña lo volvía loco. Laura muy excitada aumentó el ritmo de su mano…
          – Me vas a hacer correr pequeña, no sigas por favor…
       Al escuchar eso, Laura se estremeció. Comenzó a mover mas rápido la mano y ahora también sus labios chupaban aquel glande que tanto le gustaba su sabor. Antonio comenzó a temblar y sintió su polla estallar….Gimió de placer contra el coño de aquella niña. Se estaba corriendo en la boca de la muchacha. Laura descontrolada comenzó a frotarse contra la cara de Antonio. Se masturbaba contra su rostro. Antonio sentía aquel coño suave frotarse contra su boca, contra sus mejillas, sus ojos. Lo estaba empapando….Rozó su nariz y pudo oler el aroma embriagador de aquel sexo de niña excitada. Sintió como manaba de él muchisimo flujo y la sintió gemir. No pudo aguantar más con su polla en la boca pero no importaba, Antonio había eyaculado en la boca de Laura. La niña seguía corriéndose contra su cara, sus piernas temblaban mucho. Sintió que la boca de la joven se aferraba a su ingle y gemía….Habían tenido un orgasmo intenso. Se mantuvieron unos instantes en esa postura. Laura con sus piernas abiertas y su sexo en la cara de Antonio. Él tumbado debajo de ella, la cara de Laura en su muslo y sentía la respiración de la muchacha como una suave caricia en su polla…

 

        Laura se sintió feliz. Pensó que era una sensación muy intensa alcanzar el orgasmo al mismo tiempo que la otra persona, con Pedro nunca le había pasado. Podía sentir en su vagina el placer que le había dado aquel señor con su boca. Se quedó mirando aquel pene. Lo había chupado. Era la primera vez que besaba y lamía una polla. Sintió el sabor de la leche de aquel hombre. Se ruborizó al darse cuenta que le había permitido eyacular en su boca. Se ruborizó al pensar que se había tragado aquel semen. Se ruborizó al sentir que aquella polla fea sabía bien….
         Sonó el teléfono. En la mesilla de noche había un reloj-despertador y vió la hora. Eran las doce de la mañana. Se levantó corriendo a coger el teléfono. Era su madre.
           – Mamá voy ahora mismo para casa, me quedé a dormir en casa de Lucía – Laura se giró y miró a Antonio que la observaba con admiración, Laura le sonrió entre halagada y ruborizada.
           Antonio la miraba mientras hablaba con su madre. Era una criatura hermosa. Destilaba sensualidad por cada poro de su piel. No podía evitar mirar entre las piernas de aquella muchacha. Aquel coño era el más hermoso que jamás había visto. Era un sexo precioso y a su vez cargado de morbo por lo carnoso y abultado que era. Se fijó en su color rosado. Laura se avergonzó al estar hablando con su madre y sentir que Antonio la estaba mirando entre las piernas. Sonrió ruborizada y se cubrió con una camiseta. Sintió la mano de Antonio que estirándose sujetó la camiseta y se la retiró con ternura. Se estremeció al sentir que su vagina atraía tanto a ese señor. Se despidió de su madre y colgó. Se quedó de pie al borde la cama mirando a Antonio. Él acercó su mano y le cogió entre las piernas.
        – Tanto le gusta mi vagina? – le dijo con la voz entrecortada. Aquella mano le hacía sentir placer.
        – Es el coño mas precioso y delicado que conocí nunca –  aquella mano grande estaba abierta cubriendo todo el coño de la niña y comenzó a abrirla y cerrarla como apretándoselo – pero quien de verdad me gusta eres tu pequeña.
         Antonio se sorprendió a sí mismo diciendo esas palabras. Laura miró el sexo de Antonio y vio que crecía. Acercó su mano y lo agarró comenzando a moverlo. Le fascinaba masturbarlo.
           – Te gusta mi polla? – Antonio también hablaba entrecortadamente por la excitación que sentía.
           – Es fea….- La joven miraba aquel pene totalmente hinchado mientras lo pajeaba- …pero me encanta… – se ruborizó al reconocerle lo que sentía.
           – Estas empapada pequeña…- sentía su mano totalmente mojada por los flujos de aquella joven.
          Laura se sonrojó y se subió a la cama. Se puso sobre él. Al ser bastante más pequeña de estatura dejó su vagina apoyada en el estómago de él. Deseaba besarlo. Se fundieron en un profundo beso,acariciando sus lenguas entre sí. Antonio sintió como la joven se deslizó hacia abajo. Aquel coño rozó su polla. Laura apoyó su cara en su pecho…
            – Y usted está muy excitado también…- al moverse un poco aquella polla resbaló entre los pliegues de su vagina penetrándola.. Gimieron…
           Laura comenzó a moverse sobre él. Aquella muchacha se movía con deseo y ansia. Se volvió loco de deseo al verla incorporarse y observar sus pechos endurecidos. La joven apoyaba sus manos en su pecho y se movía. Sentían una excitación descontrolada. Gemían, jadeaban. Antonio la sentía muy excitada y eso lo hacía excitarse más aún. Aquella muchacha buscaba su orgasmo con anhelo. El cuerpo de aquella niña se tensaba y jadeaba al tener aquellos pequeños orgasmos cabalgándolo. Laura apoyó su cara y sus tetas sobre él y comenzó a subir y bajar sus caderas con rapidez. Nunca lo habían follado con esa desesperación, con esas ansias. Lo iba a hacer correrse en breves segundos. Antonio llevó sus manos a las caderas de la niña para ralentizar sus movimientos y prolongar aquello pero ya había superado el punto de no retorno. Se iba a correr y comenzó a moverse también él empujando hacia arriba fuerte. Se estaban follando el uno al otro a la vez…Laura sintió aquel primer chorro contra su útero y comenzó a orgasmar en los brazos de Antonio. Él sintió sus testículos vaciarse de nuevo en aquel coño maravilloso. Temblaron…Se abrazaron fuerte….
 
       
 

“Sometiendo a mi jefa” (POR GOLFO) LIBRO PARA DESCARGAR

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SOMETIENDO 4

 

Sinopsis:

Una casualidad hace que un empleado de entere de un secreto de su jefa. Asqueado con la vida y con el modo tan despótico con el que le trata esa mujer, decide chantajearla. A través del placer y de la tecnología, logra convertir a esa zorra y a su secretaria en sus sumisas. 

 

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

 

CAPÍTULO 1

 

Soy un nerd, un puto friky. Uno de esos tipos con pelo grasiento y gafas de pasta a los que jamás una mujer guapa se dignaría a mirar. Nunca he sido el objeto de la lujuria de un espécimen del sexo femenino, es más sé sin lugar a dudas  que hubiera seguido siendo virgen hasta los treinta, si no hubiese hecho frecuente uso de los favores de las prostitutas.

Magnífico estudiante de ingeniería, tengo un trabajo de mierda y mal pagado. Todos los buenos puestos se los dan a esa raza detestable de inútiles, cuyo único curriculum consiste en resultar presentables y divertidos.  En las empresas, suben por el escalafón sin merecérselo. Jamás de sus estériles mentes ha brotado una idea brillante. Reconozco que los odio, no puedo aguantar su hipocresía, ni sus amplias sonrisas.

Soy un amargado.  Con un  coeficiente intelectual de 165, no he conseguido pasar de ayudante del ayudante del jefe de desarrollo de una compañía de alta tecnología.  Mis supuestos superiores no me llegan al talón de mis zapatos. Soy yo quien siempre resuelve los problemas, soy yo quien lleva dos años llevando bajo mis hombros el peso del departamento y nadie jamás me lo ha agradecido, aunque sea con una palmadita en el hombro.

Pero aun así me considero afortunado.  

Os pareceré loco, cualquier otro os diría entre sollozos que desea suicidarse, que la vida no tiene sentido vivirla. Tenéis razón, hace seis meses yo era así, un pringado de mierda adicto a los videojuegos y a los juegos de roll, pero una extraña casualidad cambió mi vida.

Recuerdo que un viernes cualquiera al salir del trabajo, me dirigí al sex-shop que han abierto al lado de mi casa a comprar la última película de la actriz Jenna Jameson. Estaba contento con la perspectiva de pasarme todo el fin de semana viendo sus grandes tetas y su estupendo culo. No me da vergüenza reconocer que soy fan suyo. En las estanterías de mi casa podréis encontrar todas sus apariciones, perfectamente colocadas por orden cronológico.

Ya estaba haciendo cola para pagar cuando vi a la gran jefa, a la jefa de todos los jefes de mi empresa, entrando por la puerta. Asustado, me escondí no fuera a reconocerme. “Pobre infeliz”, pensé al darme cuenta de lo absurdo de mi acción. Esa mujer no me conocía, todos los días la veía pasar con sus estupendos trajes de chaqueta y entrar en su despacho. Estoy seguro que nunca se había fijado en ese empleaducho suyo que bajando la mirada, seguía su taconeo por el pasillo, disfrutando del movimiento de culo que hacía al andar.

Más tranquilo y haciéndome el distraído, la seguí por la tienda. El sentido común me decía que saliera corriendo, pero sentía curiosidad por ver que cojones hacía ese pedazo de hembra en un tugurio como ese. Resguardado tras un estante lleno de juguetes sexuales, la vi dirigirse directamente hacía la sección de lencería erótica.

« Será puta, seguro que son para ponerle verraco a un semental», me dije al verla arramplar con cinco o seis cajas de bragas.

Doña Jimena salió de la tienda nada más pagar, no creo que en total haya pasado más de cinco minuto en su interior. Intrigado, esperé unos minutos antes de ir a ver qué tipo de  ropa interior era el que había venido a buscar. Al coger entre mis manos un ejemplar idéntico a los que se había llevado, me quedé asombrado al descubrir que la muy zorra se había comprado unas braguitas vibradoras con mando a distancia. No podía creerme que esa ejecutiva agresiva, que se debía desayunar todos los días a un par de sus competidores, tuviese gustos tan fetichistas.

 « Coño, ¡Qué gilipollas soy! Esto es cosa de Presi. Va a ser verdad que es su amante y este es uno de los juegos que practican», pensé mientras cogía uno de esos juguetes y me dirigía a la caja.

 Ese fin de semana, mi querida Jenna Jameson durmió el sueño de los justos, encerrada en el DVD sin abrir encima de la cómoda de mi cuarto. Me pasé los dos días investigando y mejorando el mecanismo que llevaban incorporado. Saber cómo funcionaba y cómo interferir la frecuencia que usaban fue cuestión de cinco minutos, lo realmente arduo fue idear y crear los nuevos dispositivos que agregué a esas braguitas.

Al sonar el despertador el lunes, me levanté por primera vez en años con ganas de ir al trabajo. Debía de llegar antes que mis compañeros porque necesitaba al menos media hora para instalar en mi ordenador un emisor de banda con el que controlar el coño de Doña Jimena. Había planeado mis pasos cuidadosamente. Basándome en probabilidades y asumiendo como ciertas las teorías de un tal Hellmann sobre la sumisión inducida, desarrollé un programa informático que de ser un éxito, me iba a poner en bandeja a esa mujer. En menos de dos semanas, la sucesión de orgasmos proyectados según un exhaustivo estudio, abocarían a esa hembra a comer de mi mano.

Acababa de terminar cuando González, el imbécil con el que desgraciadamente tenía que compartir laboratorio, entró por la puerta:

― Hola pazguato, ¿Cómo te ha ido?, me imagino que has malgastado estos dos días jugando a la play, yo en cambio he triunfado, el sábado me follé una tipa en los baños de Pachá.

― Vete a la mierda.

No sé porque todavía me cabrea su prepotencia.  Durante los dos últimos años, ese hijo puta se ha mofado de mí, ha vuelto costumbre el reírse de mi apariencia y descojonarse de mis aficiones. Esa mañana no pensaba dedicarle más de esos cinco segundos, tenía  cosas más importantes en las  que pensar.

― ¿Qué haces?―  preguntó al verme tan atareado.

― Se llama trabajo,  o ¿no te acuerdas que tenemos dos semanas para presentar el nuevo dispositivo?

Mencionarle la bicha, fue suficiente para que perdiera todo interés en lo que hacía. Es un parásito, un chupóptero que lleva viviendo de mí desde que tuve la desgracia de conocerle. Sabía que no pensaba ayudarme en ese desarrollo pero que sería su firma la que aparecería en el resultado. Por algo era mi jefe inmediato.

― Voy por un café. Si alguien pregunta por mí, he ido al baño. Siempre igual, estaría escaqueado hasta las once, la hora en que los jefes solían hacer su ronda.

Faltaba poco para que la jefa  apareciera por el ascensor. Era una perfeccionista, una enamorada de la puntualidad y por eso sabía que en menos de un minuto, oiría su tacones y  que como siempre, disimulando movería mi silla para observar ese maravilloso trasero mientras se dirigía a su despacho.

Pero ese día al verla, mi cabeza en lo único que pudo pensar era en si llevaría puestas una de esas bragas. Doña Jimena debía de tener prisa porque, contra su costumbre, no se detuvo a saludar a su secretaria. Con disgusto miré el reloj, quedaban aún quince minutos para que mi programa encendiera el vibrador oculto entre la tela de su tanga.

En ese momento, me pareció ridículo esperar algún resultado, era muy poco probable que esa zorra las llevase puestas. « Seguro que solo las usa cuando cena con Don Fernando», pensé desanimado, « qué idiota he sido en dedicarle tanto tiempo a esta fantasía».

Es ese uno de mis defectos, soy un inseguro de mierda, me reconcomo pensando en que todo va a salir mal y por eso me ha ido tan mal en la vida. Cuando ya había perdido toda esperanza, se encendió un pequeño aviso en mi monitor. El emisor se iba a poner  a funcionar en veinte segundos.

Dejando todo, me levanté hacia la máquina de café. La jefa había ordenado que la colocaran frente a su despacho, para así controlar el tiempo que cada uno de sus empleados perdía diariamente. Sonreí al pensar que hoy sería yo quien la vigilara. Contando mentalmente, recorrí el pasillo, metí las monedas y pulsé el botón.

« Catorce, quince, dieciséis…», estaba histérico, « dieciocho, diecinueve, veinte».

Venciendo mi natural timidez me quedé observando fijamente a mi jefa. Creí que había fallado cuando de repente, dando un brinco, Doña Jimena se llevó la mano a la entrepierna. No tuve que ver más, recogiendo el café, me fui a la mesa. Iba llegando a mi cubículo, cuando escuché a mi espalda que la mujer salía de su despacho y se dirigía corriendo hacia el del Presidente.

Todo se estaba desarrollando según lo planeado, al sentir la vibración estimulando su clítoris, creyó que su amante la llamaba y por eso se levantó a ver que quería.  No tardó en salir de su error y más acalorada de lo que le gustaría volvió a su despacho, pensando que algún aparato había provocado una interferencia.

Ahora, solo me quedaba esperar. Todo estaba ya previamente programando, sabía que cada vez que mi reloj diese la hora en punto, mi querida jefa iba a tener que soportar tres minutos de placer. Eran las nueve y cuarto, por lo que sabiendo que en los próximos cuarenta y cinco minutos no iba  a pasar nada digno de atención me puse a currar en el proyecto.

Los minutos pasaron con rapidez, estaba tan enfrascado en mi trabajo que al dar la hora solo levanté la mirada para comprobar que tal y como previsto, nuevamente, había vuelto a buscar al que teóricamente tenía el mando a distancia del vibrador que llevaba entre las piernas.

― Deja de jugar, si quieres algo me llamas―  la escuché decir mientras salía encabronada del despacho de Don Fernando.

« ¡Qué previsibles son los humano! Si no me equivoco, las próximas tres descargas las vas a soportar pacientemente en tu oficina», me dije mientras programaba que el artefacto trabajara a plena potencia. « Mi estimada zorra, creo que esta mañana vas a disfrutar de unos orgasmos no previstos en tu agenda».

Soy metódico, tremendamente metódico. Sabiendo que tenía una hora hasta que González hiciera su aparición, me di prisa en ocultar una cámara espía dentro de una mierda de escultura conmemorativa que la compañía nos había regalado y que me constaba que ella tenía en una balda de la librería de su cubículo. Cuando dieran las dos de la tarde, el Presi se la llevaría a comer y no volvería hasta las cuatro, lo que me daría el tiempo suficiente de darle el cambiazo.

A partir de ahí, toda la mañana se desarrolló con una extraña tranquilidad porque, mi querida jefa, ese día, no salió a dar su ronda acostumbrada por los diferentes departamentos. Contra lo que era su norma, cerró la puerta de su despacho y no salió de él hasta que Don Fernando llegó a buscarla.

Esperé diez minutos, no fuera a ser que se les hubiera olvidado algo. El pasillo estaba desierto. Con mi corazón bombeando como loco, me introduje en su despacho. Tal y como recordaba, la escultura estaba sobre la segunda balda. Cambiándola por la que tenía en el bolsillo, me entretuve en orientarla antes de salir corriendo de allí. Nada más volver al laboratorio, comprobé que funcionaba y que la imagen que se reflejaba en mi monitor era la que yo deseaba, el sillón que esa morenaza ocupaba diez horas al día.

« Ya solo queda ocuparme del correo». Una de las primeras decisiones de la guarra fue  instalar un Messenger específico para el uso interno de la compañía. Recordé con rencor que cuando lo instalaron, lo estudié y descubrí que esa tipeja podía entrar en cualquier conversación o documento dentro de la red. Me consta que lo ha usado para deshacerse de posibles adversarios, pero ahora iba a ser yo quien lo utilizara en contra de ella.

Mientras cambiaba la anticuada programación, degusté el grasiento bocata de sardinas que, con tanto mimo, esa mañana me había preparado antes de salir de casa. Reconozco que soy un cerdo comiendo, siempre me mancho, pero me la sudan las manchas de aceite de mi bata. Soy  así y no voy a cambiar. La gente siempre me critica por todo, por eso cuando me dicen que cierre la boca al masticar y que no hable con la boca llena, invariablemente les saco la lengua llena de la masa informe que estoy deglutiendo.

No tardé en conseguir tener el total acceso a la red y crear una cuenta irrastreable que usar para comunicarme con ella. “Y pensar que pagaron más de cien mil euros por esta mierda, yo se los podría haber hecho gratis dentro de mi jornada”. Ya que estaba en faena, me divertí inoculando al ordenador central con un virus que destruiría toda la información acumulada si tenía la desgracia que me despidieran. Mi finiquito desencadenaría una catástrofe sin precedentes en los treinta años de la empresa. « Se lo tienen merecido por no valorarme», sentencié cerrando el ordenador.

Satisfecho, eché un eructo, aprovechando que estaba solo. Otro de los ridículos tabúes sociales que odio, nunca he comprendido que sea de pésima educación el rascarme el culo o los huevos si me pican. Reconozco que soy rarito, pero a mi favor tengo que decir que poseo la mente más brillante que he conocido, soy un genio incomprendido.

Puntualmente, a las cuatro llegó mi víctima. González me acababa de informar que se tomaba la tarde libre, por lo que nadie me iba a molestar en lo que quedaba de jornada laboral. Encendiendo el monitor observé con los pies sobre mi mesa cómo se sentaba. Excitado reconocí que, aunque no se podía comparar a esa puta con mi amada Jenna, estaba muy buena. Se había quitado la chaqueta, quedando sólo con la delgada blusa de color crema. Sus enormes pechos se veían deliciosos, bien colocados, esperando que un verdadero hombre y no el amanerado de Don Fernando se los sacara. Soñando despierto, me imaginé torturando sus negros pezones mientras ella pedía entre gritos que me la follara.

Mi próximo ataque iba a ser a las cinco. Según las teorías de Hellmann, para inducir una dependencia sexual, lo primero era crear una rutina. Esa zorra debía de saber, en un principio, a qué hora iba a tener el orgasmo, para darle tiempo a  anticipar mentalmente el placer que iba a disfrutar. Sabía a la perfección que mi plan adolecía de un fallo, bastaba con que se hubiese quitado las bragas para que todo se hubiera ido al  traste, pero confiaba en la lujuria que su fama  y sus carnosos labios pintados de rojo pregonaban. Solo necesitaba que al mediodía, no hubiera decidido cambiárselas. Si mi odiada jefa con su mente depravada se las había dejado puestas, estaba hundida. Desde la cinco menos cinco y durante quince minutos, todo lo que pasara en esa habitación iba a ser grabado en el disco duro del ordenador de mi casa. A partir de ahí, su vida y su cuerpo estarían a mi merced.

Con mi pene excitado, pero todavía morcillón, me puse a trabajar. Tenía que procesar los resultados de las pruebas finales que, durante los dos últimos meses habíamos realizado al chip que, yo y nadie más, había diseñado. Oficialmente su nombre era el N― 414/2010, pero para mí era “el Pepechip” en honor a mi nombre. Sabía que iba ser una revolución en el sector, ni siquiera Intel había sido capaz de fabricar uno que le pudiera hacer sombra.

Estaba tan inmerso que no me di cuenta del paso del tiempo, me asusté cuando en mi monitor apareció la oficina de mi jefa. Se la notaba nerviosa, no paraba de mover sus piernas mientras tecleaba. « Creo que no te las has quitado, so puta», pensé muerto de risa, « ¿sabes que te quedan solo tres minutos para que tu chocho se corra? Eres una cerda adicta al sexo y eso será tu perdición».

Todo se estaba grabando y por medio de internet, lo estaba enviando a un lugar seguro. Doña Jimena, ajena a que era observada, cada vez estaba más alterada. Inconscientemente, estaba restregando su sexo contra su silla. Sus pezones totalmente erizados, la delataban. Estaba cachonda aún antes de empezar a sentir la vibración. Extasiado, no pude dejar de espiarla, si llego a estar en ese momento en casa, me hubiera masturbado en su honor. Ya estaba preparado para disfrutar cuando, cabreado, observé que se levantaba y salía del ángulo de visión.

― ¡Donde vas hija de puta!, ¡Vuelve al sillón!―  protesté en voz alta.

No me lo podía creer, la perra se me iba a escapar. No me pude aguantar y salí al pasillo a averiguar donde carajo se había marchado. Lo que vi me dejó petrificado, Doña Jimena estaba volviendo a su oficina acompañada por su secretaria. Corriendo volví al monitor.

« ¡Esto no me lo esperaba!», sentencié al ver, en directo, que la mujer se volvía a sentar en el sillón mientras su empleada poniéndose detrás de ella, le empezaba a aplicar un sensual masaje. « ¡Son lesbianas!», confirmé cuando las manos de María desaparecieron bajo la blusa de su jefa. El video iba a ser mejor de lo que había supuesto, me dije al observar que mi superiora se arremangaba la falda y sin ningún recato empezaba a masturbarse. « Esto se merece una paja», me dije mientras cerraba la puerta con llave y sacaba mi erecto pene de su encierro.

La escena era cada vez más caliente, la secretaria le estaba desabrochando uno a uno los botones de la camisa con el beneplácito de la jefa, que sin cortarse le acariciaba el culo por encima de la falda. Al terminar, pude disfrutar de cómo le quitaba el sostén, liberando dos tremendos senos. No tardó en  tener  los pechos desnudos  de Doña Jimena en la boca. Excitado le vi morderle sus oscuros pezones mientras que con su mano la ayudaba a conseguir el orgasmo. No me podía creer que esa mosquita muerta, que parecía incapaz de romper un plato, fuera también una  cerda viciosa. Me arrepentí de no haber incorporado sonido a la grabación, estaba perdiéndome los gemidos que en ese momento debía estar dando la gran jefa.  Soñando despierto, visualicé que era mío, el sexo que en ese momento la rubita arrodillándose en la alfombra estaba comiéndose y que eran mis manos, las que acariciaban su juvenil trasero. Me encantó ver como separaba las piernas de la mujer y hundía la lengua en ese deseado coño. El clímax estaba cerca, pellizcándose los pezones la mujer le pedía más. Incrementé el ritmo de mi mano, a la par que la muchachita aceleraba la mamada, de forma que mi eyaculación coincidió con el orgasmo de mi ya segura presa.

« ¡Qué bien me lo voy a pasar!», mascullé mientras limpiaba las gotas de semen que habían manchado mi pantalón. « Estas putas no se van a poder negar a  mis   deseos». Y por primera vez desde que me habían contratado, me tomé la tarde libre. Tenía que comprar otras bragas a las que añadir los mismos complementos que diseñé para la primera. ¡Mi querida Jenna tendría que esperar!

 

 

Relato erótico: “Diario de una doctora infiel 10” (POR MARTINA LEMMI)

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Sin título1

 No sé a qué hora terminé regresando a casa, ya que después del delirante episodio en la estación de servicio, todavía tenía que volver a pasar por el consultorio para ducharme y cambiarme, cosa que en definitiva no había hecho en mi pasada anterior  aun cuando fuera justamente a eso a lo que había ido.  Damián, por supuesto, ya dormía; nuestra relación se estaba volviendo cada vez más fría y distante.  Era impensable que no fuera así: mis salidas hasta cualquier hora con las consecuentes sospechas, sumadas a mi propio alejamiento de él, no podían llevar a otra cosa más que a que él también se alejara.  A pesar de eso, jamás decía o manifestaba nada; por el contrario, cuando yo le daba explicaciones o exponía excusas acerca de mis demoras o ausencias, se comportaba como si estuviera atento a otra cosa, provocándome con ello la sensación de estar dando explicaciones que, en realidad, nadie me había pedido: casi una tácita admisión de culpabilidad.  De hecho, él también tenía, ahora, largos momentos de ausencia o tardanza.  Ignoro si con eso quería pagarme con la misma moneda o si, simplemente tenía la esperanza de que yo, en algún momento, le preguntase.  El hecho es que, si realmente ésa era su intención, jamás lo hice.  ¿Con qué derecho podía incriminarle o interrogarle?  Además, y me da algo de culpa decirlo, con todo lo que amaba a Damián, en algún rincón de mi conciencia destellaba ligeramente una pequeña esperanza de que tal vez él mismo se estuviera abriendo camino por otro lado.  De ser así, podía sacarme un peso de encima.  Para la esposa infiel no hay mejor remedo a sus culpas que saber que su marido se está alejando o bien creando su propia historia.  Qué extraño: la sola idea debería generarme celos… y no lo hacía.  Por el contrario, mis celos enfermos tenían como único destinatario a Franco, el chiquillo de diecisiete años que había provocado semejante cambio en mi vida.
               Renuncié al trabajo en el colegio.  Argumenté incompatibilidad de horarios, lo cual no era cierto.  Los dueños del establecimiento se lamentaron muchísimo y, de hecho, me ofrecieron mil variantes para tratar de acomodarme y que siguiera, pero puse excusas en cada caso.  La insistencia de ellos para que yo no renunciara venía a evidenciar que, finalmente y contra todos mis temores, ningún rumor les había llegado acerca de lo ocurrido, al menos hasta ese momento.  Damián, por supuesto, tampoco me pidió demasiadas explicaciones sobre el porqué de mi decisión, cuando quizás podría haberse pensado que se decepcionaría dado que era él quien me había conseguido ese trabajo: sólo lo tomó como un dato más, aun con todo lo extraño que pudiera parecerle que dejara un trabajo a las pocas semanas de haber arrancado.  La sorpresa fue que, a los pocos días de haber renunciado, una visita inesperada cayó en mi consultorio privado.  Cuando la recepcionista me pasó la ficha (recientemente abierta) de un tal Sebastián, de diecisiete años, jamás se me cruzó por la cabeza que pudiera ser el mismo.  Pero sí, era él, el chico de la fiesta…  Su presencia en aquel ámbito, en MI ámbito, me provocó una fuerte turbación.
             “¿Q… qué hacés acá? – pregunté, sin salir de mi incredulidad.
              “Quise visitarte – respondió, con sorprendente serenidad -.  Me dio mucha pena que dejaras el trabajo en el colegio.  Ahora hay una gorda cincuentona y ninguno de los chicos quiere hacerse la revisación, jaja… Con vos se peleaban por ir…”
                 Me quedé mirándolo fijamente, sin festejar su broma.
                “A mí no me parece que sea oportuno que te vean por acá – objeté -.  Sólo serviría para alimentar más dudas y sospechas; te agradezco que me hayas querido ver, pero… creo que es algo que en lugar de sumar, resta…”
               “Está bien, doctora, pero es que… además tengo un problema…”
                Se me escapó una sonrisita de incredulidad.
                 “¿Ah, sí?  No me digas… Dale, nene…, volvé a tu casa…”
                “Doctora, es la verdad… No se me ha vuelto a parar desde que estuve con vos en la fiesta…”
                 “Jajaja – me quité los lentes y solté una carcajada; él estaba haciendo uso de lo que a veces se suele llamar “chamuyo adolescente” a través de la exagerada lisonja -.  Gracias, nene, sos un divino…”
                 “¡Me masturbo pensando en vos!” – exclamó con tal ímpetu que me pareció imposible que no hubiera sido oído por la recepcionista o por los posibles pacientes que se hallasen en la sala de espera…
                  “Shhhh… callate, pendejo pelotudo, ¿querés?” – le reprendí, mordiendo y casi susurrando las palabras.
                “Pero es la verdad, fijate…”
                  Se puso en pie y dejó ver su bulto prominente por debajo del pantalón de jean; era claramente ostensible cómo la verga estaba tratando de escaparse de debajo de la tela.  Me afectó, no puedo negarlo.
                “¿Lo ves? – continuó -.  Se para apenas estoy en tu presencia.  No lo hizo en todos estos días…”
                 Lo que él decía bien podía ser verdad o mentira y más probablemente lo segundo, pero tal cuestión pasó, de pronto, a ser secundaria.  La contemplación de su bulto por debajo del pantalón me trajo irremediablemente a la cabeza el recuerdo de… Franco.
                 “Se acordó de Franco, no?”…
                  Touché.  El pendejo conocía bien el juego y recurría al golpe bajo.  Estaba clarísimo que había venido al consultorio sólo con un propósito: cogerme.  Y se iba a valer de todas las armas emocionales a que pudiera recurrir para conseguirlo.

Me quedé estática.  La mención de Franco y la visión del bulto del muchacho fueron una combinación explosiva para mí.  Desvié la vista, nerviosa, hacia un costado.  Él, detectando mis defensas bajas, caminó alrededor del escritorio y se ubicó a mi lado; estando yo sentada y él de pie, su pelvis quedó casi a la altura de mi rostro.  Y la presencia, tan cercana, de su bulto, se volvió más turbadora que nunca.  Giré la cabeza en sentido inverso.

                 “No te reprimas, doctora… Si te gusta mirarlo…”
                 Comencé a temblar de la cabeza a los pies.  Mi pierna izquierda, particularmente, se empezó a agitar frenéticamente, como sin control.  Daba la impresión de que yo no dominara mi cuerpo.  Junté fuerzas y volví a girar la vista hacia él con el objetivo, en principio, de reiterarle que se fuera, ahora con más energía que antes.  Pero al volver mi cabeza, me encontré… con su verga al descubierto y bien horizontal, asomando por fuera del cierre bajo del jean y apuntando hacia mí.  Casi me la choqué , de hecho…  Me eché hacia atrás en un impulso mecánico.  Levanté la vista hacia él:
            “¿Qué… hacés…? – mascullé -.  Andate, ¿entendés?”
             Manoteé por encima del escritorio tratando de asir algo; en las películas suele ocurrir que las mujeres casi siempre encuentran una cuchilla o algún elemento contundente cuando son repentinamente atacadas por un psicópata: no sé si era ése mi caso, pero lo cierto fue que sólo encontré un portalápiz: un par de lapiceras que se hallaban dentro del mismo se desparramaron por sobre el escritorio.  Estrellé con fuerza el objeto contra su vientre pero no pareció acusar recibo de nada; por el  contrario su siguiente acto fue hacer un movimiento de caderas y cintura que, con un violento empellón, hizo llegar su pija hasta mi boca.  Quise dejarla cerrada, pero fue imposible: el miembro entró altivo y victorioso entre mis labios una vez que los mismos se separaron, ignoro si por la fuerza de la embestida o porque algo dentro de mí me llevó a separarlos.  Mi boca quedó formando un aro mientras su verga avanzó dentro de ella en busca de la garganta; me quedaba un último recurso que era el de utilizar mis dientes.
             “Franco, Franco, Franco…”
              Por un momento creí que me estaba volviendo tan loca que hasta escuchaba mis pensamientos con toda nitidez, pero no: no había sido mi mente esta vez la que había repetido el nombre de Franco tres veces sino que había sido… el propio Sebastián.  El pendejo seguía ganando la batalla y sabía bien cómo hacerlo: se daba cuenta perfectamente del efecto que la mención de ese nombre provocaba en mí, tanto que el oírlo tres veces fue para mí casi como si alguien hubiera mencionado a Candyman tres veces ante el espejo.  Porque desde ese momento sólo sentí la verga de Franco, no otra… No era Seba, era Franco…
                “Franco, Franco, Franco…” – repetía él mientras empujaba cada vez más adentro de mi boca y yo desistía, finalmente, de la utilización de mis dientes.
                De repente la extrajo, sin delicadeza.  Yo había cerrado los ojos por un instante y, al reabrirlos, me encontré una vez más con la imagen de aquel prominente falo ante mi vista.  Volví a levantar la vista hacia él y, por un momento, volví a ver a Sebastián, no a Franco…
                “¿Sabés qué fue lo que me faltó aquella noche?” – me preguntó.
                Negué con la cabeza.
               “Hacerte la colita.  Ésos dos forros te la hicieron pero yo estaba demasiado fisura”
                Léxico adolescente, je.  Se me escapó una sonrisa.  De manera increíble, su planteo me pareció lógico.
                “Es verdad…” – dije simplemente.
                “A lo nuestro entonces…” – dijo él, con decisión.
                Me tomó por las manos y me invitó a ponerme de pie: un trato caballeresco absolutamente contradictorio en un joven que, sólo instantes antes, me había puesto la verga en la boca sin pedirme permiso alguno.  Me sonrió y, de manera involuntaria, yo también lo hice.  Me llevó hacia la camilla del consultorio; pensé que tendría tal vez el plan de hacerme acostar sobre ella pero no fue así: me giró por la cintura y me hizo inclinar hasta apoyar mi estómago sobre la misma.  Luego, con sus manos, levantó mi ambo y mi corta falda para luego, insolente e impunemente, bajar mi tanga lo suficiente como para descubrir mi cola.  Se escupió el dedo, me lubricó durante un rato y luego… simplemente entró.  Fue entonces cuando agradecí que, de entre todas las prácticas posibles, él hubiera optado, justamente, por la anal.  Al no tener necesidad de verle el rostro, sería tanto más fácil pensar en Franco.  Así que me concentré en él, en mi macho.  No obstante ello, traté de mantener el suficiente cable a tierra con la realidad como para darme cuenta que el contexto no daba para exagerar en las reacciones.  Es decir, empecé a gemir y jadear cuando su pene se fue abriendo paso por dentro de mi culo, pero… no podía aullar ni gritar.  No en el consultorio: si lo hacía, ya definitivamente todo estaba perdido… o bien era yo la que estaba perdida.  Eché un vistazo en derredor y vi mi balanza…, luego levanté la vista un poco hacia la pared y vi mi título de la Universidad de Buenos Aires, dignamente enmarcado.  Comprendí , en ese contexto, que de todos los actos de profanación de que había sido yo objeto hasta entonces, ninguno como la penetración que por la cola estaba recibiendo merecía tal carácter.  Cuando Franco o la gordita lesbiana habían dispuesto de mí a su antojo, ello había ocurrido en el colegio, en un consultorio improvisado que era, en realidad, un aula destinada a tal efecto.  Pero esto era distinto: estaba siendo tomada por el culo en mi propio consultorio, entre mis cosas y a la vista del documento que, expuesto en la pared, acreditaba mi formación profesional.  Fue tan embarazosa la situación que me produjo una cierta vergüenza: allí aparecían la firma del rector y del decano, con lo cual tuve la loquísima sensación de que ellos me estaban viendo.  Y por detrás de ellos, todos los profesores que había tenido en mi carrera… y algo más atrás, todos mis compañeros en las distintas y sucesivas cátedras.  Y me dio la sensación de que la mayoría me señalaban o se reían, en tanto que otros se horrorizaban y se escandalizaban, tal el caso de esa vieja y conservadora profesora de parasitología a quien prácticamente podía ver como si allí estuviese, cubriéndose la boca en señal de espanto.  Más aún: me acordé, en ese momento, que sobre el escritorio tenía un retrato de Damián; giré la cabeza un tanto y allí lo vi, mirándome con una sonrisa.  Estuve a punto de pedirle a Sebastián que interrumpiera un instante la penetración y que, por favor, girase el retrato, pero justo en el momento en que empezaba a decírselo, su verga ingresó en mi culo más poderosa que nunca y lo único que surgió de mi boca fue un lastimero jadeo, quejumbroso y placentero a la vez.  Una vez más volvió a mi cabeza la imagen de Franco y sólo traté de concentrarme en que era él quien me estaba penetrando por detrás.  Ya dije que, aun cuando Franco fuera incomparable, era con Sebastián con quien menos me costaba imaginármelo.  Y él, por supuesto, lo sabía y se valía de ello.
               “Franco, Franco, Franco…” – repetía mientras bombeaba en mi culo y cada vez que pronunciaba el nombre de mi macho coincidía con una nueva y salvaje embestida de su pija dentro de mi recto.
                Me aferré a la camilla con las uñas y prácticamente arranqué por el borde la tela que la cubría.  Me mordí el labio inferior hasta que casi me sangró, pero tenía que evitar por todo y por todo proferir sonidos o gritos: no debía gritar, no debía gritar, no debía gritar… Pero claro, Seba no tuvo tan en cuenta ese detalle; de pronto reemplazó cada mención de Franco por un profundo jadeo que se fue elevando a la condición de grito.  ¡Pendejo pelotudo!  ¡Estábamos en mi consultorio!  Todo lo que pude hacer para advertirlo al respecto fue estirar mi brazo hacia atrás hasta sentir incluso un tirón en mi hombro y sólo con el objeto de golpearlo en la cadera a los efectos de que entendiera que tenía que callarse.  Bajó un poco el volumen y di por descontado que había entendido el mensaje; sin embargo al momento los gritos arreciaron nuevamente: no lograba controlarlos.  Jadeante y babeante, se dejó caer prácticamente sobre mí y, cruzando un brazo por debajo de mi axila, me estrujó una teta para luego dedicarse a masajearla.  Mi excitación alcanzó su grado sumo y mi cabeza, por supuesto, sólo pensaba en Franco… y  de pronto me encontré con que… estaba llegando al orgasmo.  Sí, por la cola.  Me di cuenta de ello en el preciso momento en que él profería un grito lastimero y ahogado que surgió por entre sus dientes, los cuales sostenía evidentemente apretados.  Su eyaculación se hizo sentir dentro de mi culo y en ese mismo momento yo también alcancé el clímax.  Son curiosos los vericuetos de la mente en tales momentos de lujuria y locura, pero lo primero que acudió a ella fue el recuerdo del profesor ante quien rendí la última materia de mi carrera en el instante en que, extendiéndome sonriente mi libreta de estudiante, me decía: “La felicito, doctora Ryan, se acaba de graduar”.
             A medida que fuimos, tanto él como yo, recuperando el ritmo cardíaco y respiratorio, las cosas fueron volviendo a su sitio.  Él se separó de mí y se dedicó a acomodarse la ropa nuevamente.  Yo me trepé a la camilla y me senté de costado, con ambas piernas sobre ella, mirándolo: su cuerpo lucía transpirado, bellamente sudado.
              “Ahora me va a decir que no lo disfrutó…” – me espetó sonriente, pasando el cinto por la hebilla y abandonando súbitamente el tuteo.
               No dije nada.  Sólo seguí mirándolo.  Hice una seña con el dedo índice en dirección al ventilador.  Él, interpretando correctamente, se dirigió hacia el artefacto, lo puso en marcha y hasta tuvo la delicadeza de girarlo hacia mí.  La ráfaga de aire en mi rostro operó no sólo como un relax sino también como un retorno a la realidad.
              “¿Quiere que vuelva o no?” – me preguntó, a bocajarro.
              Yo no supe qué decir.  Seguía mirándolo con expresión estúpida y a lo único que atiné fue a parpadear varias veces seguidas.  El momento vivido instantes antes había sido tan intenso que holgaban todas las palabras.
                 “Mirá, hagamos una cosa – dijo, recuperando el tuteo y mientras parecía aprontarse para irse -.  Vos tenés mi número, ¿no?  Te quedó registrado… ¿Lo tenés todavía?”
                  “C… creo que sí” – respondí dubitativamente.
                  “Bueno, por las dudas que ya no lo tengas, yo después te mando un mensaje y así me agendas, ¿sí?  Yo el tuyo lo tengo…”
                  Asentí con la cabeza.  Yo estaba como ida.  La sensación era de una extraña paz.
                    “Así que, bueno, cuando pienses en Franco…, no te hagas la cabeza inútilmente.  Simplemente llamame o tirame un mensaje y yo voy a estar acá para que te acuerdes de él…”
                   Me guiñó un ojo y se despidió soplándome un beso desde la puerta.  Cuando volví a quedar sola en el consultorio, me atacaron la angustia y la premura juntas.  Me bajé de la camilla de un salto y me dediqué a acomodarme la ropa ya que de un momento a otro entraría la recepcionista con una nueva ficha.  Teníamos tanta confianza entre ambas que ya hacía rato que había dejado de golpear la puerta, al menos cuando sabía que yo no estaba con ningún paciente.  Justo a tiempo: Paloma, mi recepcionista, ingresó en el exacto momento en que terminaba de acomodarme aunque, casi con seguridad, mi cabello debía lucir bastante despeinado.  Dejó una ficha sobre el escritorio y me miró; me pareció descubrir un destello pícaro en su mirada y recordé, entonces, los potentes gritos que Sebastián no había podido contener mientras me hacía la cola.  Incluso yo misma había, en algún momento, sido demasiado ruidosa aún a pesar de mis esfuerzos por evitarlo.  Se retiró, dejando la puerta entreabierta y sin dejar de mirarme nunca; siempre sostuvo una ligera sonrisa, lo cual me puso nerviosa.
                  Quedaba un solo paciente por atender: un hombre de edad a quien, pobre, no debo haber escuchado una sola palabra de lo que me dijo ni sé tampoco qué le dije.  Puedo sonar insensible, lo sé, pero trate el lector de imaginar lo que puede llegar a ser atender a un paciente cuando un pendejo acaba de cogerte por el culo y hacerte acabar dejándote muerta.  Al retirarse, Paloma, mi recepcionista, volvió a hacerse presente en el lugar.  Era una joven muy agradable, de cabellos negros y de veinticuatro años; tenía aún cierta afabilidad y alegría adolescentes en todo lo que hacía.
               “Ya podés irte, Palo – le dije -.  No te hagas problema por las fichas que yo las acomodo… Andá, así llegás temprano a tu casa; por ahí tenés que…”
               “¡Contame ya cómo estuvo eso!” – me interrumpió bruscamente, con los puños apoyados sobre mi escritorio y con la mirada encendida.
               Obviamente sabía de qué me hablaba y mi primer deseo fue querer morir; intenté, no obstante ello, hacerme la tonta.
               “Hmmm… no te entiendo… ¿Q… qué…?”
                “¡Dale, pelotuda! – exclamó, abriendo enormes los ojos y haciendo aún más amplia su sonrisa, mientras golpeaba el escritorio con los puños acompañando sus palabras -.  ¡Se escuchaban los gritos de los dos desde la otra cuadra más o menos, jiji…!”
                Bajé la vista, cerré los ojos, me quité los lentes y me llevé dos dedos al puente de la nariz.  Cualquier mentira de allí en más era insostenible.
                “Jajaja… ¡Dale, contame!  ¡Te re comiste a ese bomboncito! ¡Sos mi ídolo, jajaja!  ¡Está RE bueeeenooo!!!” – me insistía,  alocada e híper cinética; se movía tanto que por momentos hasta parecía saltar en su sitio.
                Tomé aire y exhalé despaciosamente antes de preguntar, en tono de lamento:
                 “¿Tanto se escuchaba?”
                 “Jajaja… ¡Nena!  ¡Parecía que te estaba matando!  ¡O lo estabas matando, no sé!  ¡Quiero detalles! ¡DE-TA-LLES!  ¿Qué te hizo???”
                  Escondí mi rostro entre las palmas de mis manos.  Había toda la confianza del mundo entre Paloma y yo y sabía que le contara lo que le contase, sería una tumba.  Pero no era eso: era la vergüenza lo que me impedía hablar o, tan siquiera, mirarla a los ojos.
                   “Cheeeee… diecisiete años tiene… – me propinó un suave golpe de puño en mi antebrazo, haciéndome casi perder el equilibrio de mi cabeza -.  ¡DIE-CI-SIETE!  Sos una pedófila, hija de puta, jajaja…  ¿Y coge bien???”
                  Paloma es una chica que tiene mucha picardía pero no maldad: no buscaba, por lo tanto, ser hiriente con ninguno de sus comentarios; al contrario, se divertía y quería que yo también lo hiciera. Ya no quedaba más que seguirle el juego.
                   “Muy bien” – admití, con una sonrisa en mis labios.
                   “¡Aaaaay, me muerooooo!!!!  ¡Me MUE – RO!  ¿Y qué te hizo?  ¿Te la chupó??? ¿Cómo se porta con la lengua???”
                    “No hicimos sexo oral” – respondí, quedamente.
                   “Aaaay, qué pena, no me digas… ¿Todo convencional entonces???”
                  Fruncí los labios; sacudí un poco la cabeza.
                 “Más o menos…” – dije, volviendo a sonreír.
                  Sus ojos y su rostro se encendieron más aun de lo que estaban.  Abrió la boca inmensa y pareció tragar aire hasta ahogarse a la vez que llevaba ambos manos, con los puños cerrados, a su boca.  Se giró, caminó hasta la puerta, luego volvió… y así varias veces.
                    “¡Nooooo te la pueeeedo creeeeeer! – aullaba -.  ¿Te la dio por la cola???  ¿Y no te hizo doler?  ¿La tiene grande???”
                    “Sí… – respondí -.  Sí a las tres preguntas…”
                   “¡Aaaaay,qué hija de puta, sos una guachaaa!!! ¿Y acabaste???”
                    “Sí…, lo hice”
                     De pronto detuvo su frenético deambular por el consultorio como si alguien la hubiera clavado al piso delante de mí.  Se llevó un dedo índice a la boca e hizo la señal de la cruz.
                     “Vos quedate tranquila que de esta boca no sale nada , eh…”
                      “Lo sé – dije sonriente -, hace años que nos conocemos… Pero… me preocupa el paciente que se fue…”
                      “Aaaah, no, ni te preocupes… – hizo un ademán desdeñoso con la mano -.  Ese hombre no escuchó nada… No oye bien, ¿ no te diste cuenta?”
                    No sé de qué podía yo haberme dado cuenta cuando la realidad era que casi ni le presté atención.
                    “Pero vos quedate tranquila, tranquila… – me siguió diciendo, cargando a sus gestos de exagerado histrionismo -.  Esto nunca le va a llegar a Damián.  ¡Podés estar segura conmigo! Ahora… te hago una pregunta – pareció ponerse más seria repentinamente -.  Yo… hace rato que te noto extraña, como… ida, como… ausente…, como…. , hmm, ¿cómo decirlo?  ¡Como en otra, eso es!  ¿Es por este chico?”
                     Touché.  Tragué saliva.   Por dos motivos: por un lado, lo obvio que había sido mi ánimo durante todos los días previos; por otro, porque yo a Paloma no podía mentirle y tenía que decirle la verdad.
                   “No…- le dije -.  Es por otro…”
                   Otra vez abrió la boca y los ojos grandes.
                   “¿Otrooo???  ¿Y ése?  ¿Estuvo por acá?  ¿Qué edad tiene???”
                    Por momentos Paloma me hacía tantas preguntas que había que seleccionar a cuáles responder.
                   “Tiene también diecisiete… – respondí -.  Es un compañerito del que estuvo hoy…”
                     Se llevó la mano a la frente.
                      “Aaaaah noooo, nena, ¡paráaaaaaa!!!!!!! Jajaja… ¿Te vas a voltear a todo el curso?  ¿Y qué onda con ese otro chico?  ¿Está más bueno que éste???”
                      “Creeme que sí…” – asentí.
                       “Mmmm… Chaaaauuuuu….  ¡Me mueroooo!!! ¡Quiero conocerloooo!!!  ¿Cuándo lo traés por acá?”
                      De pronto me vino un acceso de tristeza.
                      “Va a ser difícil que venga… – respondí -.  Estamos como… alejados…”
                       Su rostro se tiñó de pena.
                       “Aaaay, Mari, cuánto lo siento… Me parece que metí la pata al preguntar, ¿no?”
                      “No, hermosa… – le guiñé un ojo -.  Está todo más que bien; en serio, no importa… Andá, linda,… andá a casa tranquila… Ya terminaste acá…”
                    No se lo dije en tono de exigencia ni de expulsión, sino más bien como premio o concesión.  Ella interpretó correctamente que yo, tal vez, quería quedarme sola para pensar en lo ocurrido.  Se inclinó hacia mí para saludarme con un beso en la mejilla y luego se dirigió hacia la puerta con la misma jovialidad que siempre la caracterizaba.  Al llegar al umbral y mientras sostenía el pomo de la puerta, se volvió una vez más hacia mí.
                   “¿Te puedo hacer una preguntita?”
                    Asentí con un encogimiento de hombros.  Por dentro pensé que ella hasta ese momento sólo había hecho preguntas.  Una más no parecía grave.
                    “O sea…, perdoname si es muy íntimo esto, pero… a tu marido, a Damián… ¿le das la cola?”
                   Esta vez no sonreía ni reía en absoluto; por el contrario, su talante había adquirido una cierta seriedad y, paradójicamente, ello hacía más graciosa toda la situación.
                 “Jamás” – respondí, tajante pero sonriente.
                La alegría volvió a su rostro.  Se llevó la lengua hacia un costado de la boca para inflar una de sus mejillas a la vez que me guiñaba un ojo y extendía hacia mí un pulgar levantado.
                “Ya te lo dije, Mari… ¡Sos mi ídolo!  ¡Ídoloooooo!!!! ¡Ídolaaaaa!!!! Jaja… te quierooooooo….”
                  Y, sin más, se esfumó por la puerta.  Paloma se convirtió, en ese momento, en la primera persona de mi ámbito que estaba al tanto de las cosas.  La primera que no sólo buscó sino que consiguió una confesión de mi parte.
               Las situaciones que me tocaba vivir se seguían enrareciendo y mi capacidad de asombro ante el rumbo que estaba tomando mi vida se veía superada a cada momento.  Lo de Sebastián en el consultorio no se podía creer, pero había que aceptar que en el abismo en que yo me hundía al saberme cada vez más lejos de Franco, el muchachito ayudaba un poco a mitigar esa pena y, de paso, a no sentir tan lejos a mi macho hermoso.  ¿Damián?  Cada vez más ausente, en todo sentido: físico y espiritual.  Mi matrimonio había entrado en cuesta abajo y eso era bien visible.  Y si el hecho de que un jovencito adolescente me hubiera cogido por el culo en mi propio consultorio parecía el punto máximo al que podían llegar las cosas, dos días después ese límite se vio superado…, y fui yo misma quien llevó a tal superación; no hizo falta que cayera nadie en mi consultorio ni en ningún lado.  En la noche previa a ese día di, como ya venía siendo habitual cada tanto, un nuevo giro por la casa de Franco; tenía la esperanza de verlo pero no fue así.  La calentura crecía en mí y ello me llevó nuevamente a la estación de servicio.  El muchacho estaba allí, pero había un par de autos esperando para cargar y la situación no estaba dada para nada.  Sin bajarme del coche, estacioné a algunos metros de los surtidores.  Él me vio y se notó que ello le afectó; se acercó unos pasos hacia el auto.
                 “¿A qué hora salís?” – le pregunté bajando el vidrio de la ventanilla y cuando aún le faltaban un par de metros para llegar hasta mí.  Se detuvo y quedó estático allí mismo, notoriamente descolocado por la pregunta.
                 “Ufff… a las siete de la mañana –se lamentó -.  De diez a siete; trabajo esclavo” – se notó en la cara del joven que le provocaba una cierta decepción tener que darme esa respuesta, ya que eso podría significar, según su óptica, aguar cualquier otro plan que yo tuviera.
               “Siete y cuarto estoy acá – le dije, guiñándole un ojo -.  Te encuentro en la otra esquina, por el maxikiosco”
                Los ojos se le encendieron y ni siquiera llegó a articular una respuesta.  Yo puse primera y me marché de allí, dando por descontado que había aceptado la propuesta.
               Claro, yo sabía que a las siete Damián entraba al colegio y, por lo tanto, a las seis y media ya salía de casa o de lo contrario no llegaba a tiempo.  Mi plan funcionó a la perfección.  En efecto, Damián se marchó a las seis y media; me saludó con un beso muy frío y apenas escuché el motor del auto ponerse en marcha, salí de entre las sábanas a toda prisa.  Fue todo rapidísimo: vestirme, maquillarme un poco, cepillarme los dientes y perfumarme con el 212 Sexy.  Me subí a mi auto y partí hacia la zona de la estación de servicio.  El chico estaba allí, donde yo le había dicho.  Le abrí la puerta, se subió sin decir palabra y comenzamos el viaje.  Aquí es donde viene la locura mayor: mi plan no era llevarlo a ningún hotel, no señor…, mi plan era llevarlo a casa.  Y así lo hice.  Prácticamente no intercambiamos palabra durante el trayecto; le manoteé un par de veces el bulto para tenerlo excitadito.  Al aproximarnos a casa lo hice inclinarse sobre mí para que no fuera visto por ojos curiosos de vecinos sin vida propia; en realidad era una precaución tal vez excesiva ya que el polarizado de los cristales, si bien leve, jugaba a nuestro favor.  Lo demás fue fácil: abrí automáticamente el portón y… ya estábamos adentro.
            Él estaba extasiado; escudriñaba la casa a su alrededor a medida que caminábamos en dirección al living y estaba claro que no podía terminar de entender por qué las cosas se le venían dando de ese modo tan sorprendente, fácil y rápido: en bandeja prácticamente.  Primero lo tomé de la mano y lo fui guiando; no pensaba hacer que me cogiera en el living, no.   Quería que fuera en mi habitación matrimonial, tenía que ser ahí.  Cuando llegamos ante la puerta del cuarto, simplemente me aparté a un lado y le hice con el brazo seña de que pasara en primer lugar.  Sí, nene, hoy vos vas a ser mi objeto, le dije con la mirada y sin hablar.  Vaciló un momento pero finalmente avanzó; se advertía en su rostro que sabía que iba ser prácticamente violado por mí una vez dentro del cuarto pero seguramente eso no lo detenía sino que, por el contrario, lo estimulaba.  Cuando pasó por delante de mí no pude resistir la tentación de calzarle una mano en la cola pues de verdad que la tenía preciosa.  Se volvió hacia mí y yo sólo lo empujé contra la cama para luego arrojarme sobre él como un felino cazador.  Lo besé todo lo que quise.  Teníamos toda la mañana después de todo.  Fue un placer desnudarlo e irle besando y lamiendo cada pulgada de su cuerpo a medida que le iba sacando las prendas.   En donde más me detuve fue obviamente en el pito, que lo tenía bien erecto.  En un momento se cansó de asumir una posición tan pasiva y me apoyó una mano sobre el hombro para tumbarme a mí sobre la cama y luego echárseme encima.  Ahora era él quien daba cuenta de mis prendas.  Me chupó las tetas y, al hacerlo, me llevó prácticamente al cielo.  Yo miraba en derredor las fotos de Damián o las que estábamos en pareja, ubicadas sobre los muebles.  Sólo dos días antes, cuando Seba me tomaba por el culo en el consultorio, había querido girar el retrato de mi marido; esta vez me atacó un morbo muy diferente.  Detuve al joven en un momento y le pedí que juntara todos los portarretratos que había alrededor nuestro y que los colocara sobre el borde de la cama.  Esta vez quería que mi esposo nos viera.
             El muchacho cumplió con lo que yo le pedí y los fue poniendo todos juntos, a un costado de donde yo me hallaba.
            “¿Ése es el cornudo?” – preguntó.
              “Ajá” – asentí con una frialdad que me sorprendió a mí misma.
              El muchacho se quedó contemplando las fotos por un instante y se notó que se detuvo particularmente en una en que estábamos los dos juntos, Damián y yo, en Mar de las Pampas.
              “Se los ve como una pareja feliz – comentó, extrañado y con un deje de insospechada tristeza -.  ¿Qué es lo que pasa?”
              Sacudí la cabeza y me restregué la frente.
              “Ni yo misma sé lo que pasa” – le respondí.
              Frunció los labios y asintió con la cabeza, aún mirando a la foto.
              “Está bien.  Menos pregunta Dios y perdona…  – dijo sonriendo y trocando su fugaz tristeza en una sonrisa; me pregunté por qué tuvo que usar el mismo dicho que le había escuchado a la putita de la vendedora en casa de Franco -.  Lo que la vida da, hay que tomarlo, jeje…”
              Y, sin más, me tomó por la cadera y se inclinó hacia mí, obligándome a poner mis piernas sobre mi cuello.  Lo que siguió fue, por supuesto, una cogida atroz.  En mi propia casa, en mi propia cama y teniendo sobre mí los ojos de Damián que me miraba desde los portarretratos.  Luego charla, cigarrillo, bebida y luego cogida nuevamente, esta vez conmigo en cuatro patas.  La sensación de estar siendo cogida por un extraño en mi propio lecho matrimonial no tenía parangón con nada.  Por supuesto que pensé en Franco, pero ya estaba visto que la única forma que yo encontraba de reducir en mí los efectos de su ausencia era buscando cada vez cosas nuevas que produjeran más adrenalina y más morbo.  ¿Cuál era el limite?  ¿Hasta dónde iba a llegar?  No había forma de saberlo.  El joven me hizo las más que obvias bromas acerca de que podía ir a la estación de servicio a que le midiera el aceite cada vez que lo quisiera o a que me llenase el tanque.  Muy vulgar y poco imaginativo…  y sin embargo, me excitaba.  Eso en lo que yo me había convertido no era otra cosa que lo que Franco había creado; él mismo lo había dicho: una perra en celo… Adiós, doctora Ryan.  Reapareció otra vez en mi cabeza la imagen del profesor devolviéndome mi libreta de estudiante pero allí en donde debía figurar la nota de mi última materia se leía claramente “perra en celo”… Y otra vez la frase repiqueteando en mi cabeza: “la felicito, doctora Ryan, se acaba de graduar”…
              El muchacho se retiró al mediodía; por cierto, jamás supe su nombre.  En un momento él me preguntó el mío y se lo dije pero cuando intentó abrir su boca para pronunciar el suyo le tapé los labios con mis dedos: lo quería así, sin nombre…
            Esa tarde hice una de las mayores estupideces posibles: fui a un local de tatuajes y me hice tatuar sobre la parte posterior del hombro derecho la  palabra “perra” pero claro, no me lo hice hacer, obviamente, en español ni tan siquiera en letras reconocibles, sino en caracteres japoneses.  Cuando Damián lo vio esa noche, le dije que esos símbolos representaban el orden cósmico: de algún modo era cierto.  Por supuesto que era todo una inmensa idiotez: a Damián le bastaba con investigar un poco el verdadero significado.  Definitivamente yo había involucionado a un estado de la más estúpida adolescencia; Franco me había llevado a eso.  Hasta pensé en tatuarme el nombre de él con caracteres japoneses pero… ya era demasiada locura.
               Si quedaba todavía una sorpresa más en mi vida, ésta llegaría en los días inmediatamente posteriores: por lo menos la sorpresa porque lo que no llegó… fue  mi menstruación.  Ello abría una perspectiva aterradora y excitante a la vez.  Porque, entre las posibilidades y de acuerdo a mis cuentas, había altas chances de que si en verdad estaba yo embarazada, el hijo en camino pudiera ser de Franco.  No de Seba, no del gordo, no del flaco, no del pendejito, no del playero sin nombre: si había embarazo, tenía que ser de Franco.  Ello, por supuesto, dejaba abierto un gran interrogante con respecto al futuro de mi matrimonio pero, por otra parte, se presentaba irónica y paradójicamente como una cierta recompensa después de tanta angustia y sufrimiento.  ¡Y qué recompensa!: un hijo de Franco era realmente lo mejor que me podía pasar.  Sería la mejor revancha posible entre tanta derrota.  Pero no había que precipitarse.  Mi atraso bien podía ser producto de que había dejado de tomar las píldoras anticonceptivas y eso suele redundar en pérdida de regularidad.  Pero los días pasaron y no hubo caso: no llegaba, no llegaba y no llegaba.  Recurrí, por supuesto al test de embarazo y…, en fin, positivo.  El corazón me latía con fuerza, no cabía en mí de la emoción y no lograba conciliar la tormenta interna en la que se debatían mi desesperación y mi algarabía.  Porque la noticia era tan aterradora como excitante.  Recurrí a una ginecóloga amiga, ex compañera de estudios y me hice una ecografía: en efecto, había bebé…
                “¡Qué bueno!  ¡Te felicito Mari!!! ¡Imagino cómo se va a poner Damián!  Va  a saltar en una pata” – me decía ella, emocionada.
              Sí, yo también imaginaba cómo se iría a poner Damián.
              Las preguntas comenzaron a poblar mi cabeza junto con los primeros mareos.  ¿Qué tenía que hacer ahora?  ¿Contarle la verdad a Damián?  Ello significaría, por supuesto, el fin de nuestro matrimonio y, en ese caso, ¿correría yo hacia Franco para pedirle que se hiciera cargo de su paternidad?  ¿O debía, más bien, callar todo en aras de salvar lo más que se pudiera de mi reputación y hacerle creer a Damián que el bebé era suyo?  Y de ser así, ¿él no sospecharía? ¿Y si algún día pedía un ADN?  Durante dos días y dos noches me devané los sesos debatiéndome entre ambas opciones: se trataba de un triple duelo entre la razón, los sentimientos y la pasión animal.  La primera  opción, la de confesarlo todo, era la más explosiva pero,  a su vez, y desde una óptica optimista, era la que me deparaba un futuro más promisorio o, al menos, más parecido a lo que yo podría, para esa altura, considerar como “lo ideal”: veamos…: yo ponía al corriente a Franco de su paternidad y, no habiendo más remedio, tendría que decirle la verdad a Damián y decidir así nuestra separación.  Tal perspectiva, por supuesto, era terrible para mi nombre, mi persona y mi carrera; sólo se hablaría de mí casi como una médica pedófila, pero ¿no estaba yo acaso dispuesta a pagar ese precio si la recompensa significaba la felicidad a futuro y la posibilidad de, tal vez, convivir con Franco por el resto de mi vida o, en el peor, de los casos, convertirme en pareja algo más formal de él?  ¿Qué futuro podía avizorarse mejor para una hembra que el de quedar para siempre unida a su macho?  Pero, claro, apenas trataba de poner un poco en orden mis pensamientos y de echar paños fríos sobre mi cabeza soñadora, me daba cuenta de lo delirante que era todo eso.  En primer lugar, ¿Franco admitiría su paternidad?  ¿Podía esperarse tal responsabilidad en quien, en definitiva, sólo era un adolescente?  En segundo lugar, aun suponiendo que fuera a hacerlo, ¿vendría realmente hacia mí?  ¿O preferiría, simplemente, mirar hacia un costado y dejarme a mí con “mi problema”?  Y por último, ¿qué había con los padres de Franco?  ¿Se quedarían realmente en el molde?  No hay que olvidar que, ante los ojos de ellos como posiblemente ante los de la ley y de la sociedad toda, yo sería vista sólo como una abusadora de menores y hasta podía terminar siendo tapa de los diarios: ¿qué podía ser más tentador y jugoso para la prensa amarillenta que el caso de la médica casada que fue  embarazada por un adolescente?  Como se verá, anoticiarlo a Franco del embarazo y reclamarle que se hiciera cargo de la paternidad era problemático en cualquiera de las variantes que asumiera o en cualquiera de los desarrollos que, de allí en más pudiera seguir la historia: más dudas que certezas…
           La otra opción era, como antes dije, guardar en secreto la verdad detrás de mi embarazo y encajarle a Damián un hijo que no era suyo; ello implicaba, sin duda, una mayor seguridad par a mi persona y mi reputación, además de la salvación de mi matrimonio: no habría tapas de diarios, no habría padres haciendo demandas judiciales, no habría que dar explicaciones a nadie porque, en definitiva, pocas cosas pueden ser más vistas como normales por nuestra sociedad que el que una mujer espere un hijo de su marido…   Ahora bien: habida cuenta de lo que venía siendo nuestra relación conyugal en las últimas semanas, me cabía a mí preguntarme si yo realmente querría,  ya para esa altura, salvar mi matrimonio: arrojarse en ese momento con Damián a la aventura de criar un hijo era, tal vez, comenzar un vía crucis, tratar de estirar la soga que ya no podía ser estirada; no hay nada peor que unir a la fuerza cosas que están tendiendo naturalmente a desunirse…  Y había algo más: si adoptaba ese camino bien estaba la posibilidad de perder para siempre todo contacto con Franco aun cuando, paradójicamente, me quedaría la satisfacción incomparable e impagable de engendrar un hijo suyo.  De hecho, mientras mi cabeza se devanaba buscando determinar qué era lo mejor por hacer, de a ratos se me daba por pensar en el niño, en imaginar cómo sería y hasta cómo se llamaría, e incluso hasta se me cruzaba la loca y, por supuesto, imposible fantasía de conservarlo en mi interior para siempre: sí, lo sé, no tiene sentido; era sólo una fantasía irrealizable pero me puse a pensar varias veces en cuán hermoso sería que el niño nunca naciera y así vivir el resto de mi vida en un embarazo eterno provocado por mi macho.  Es que la sensación de tenerlo dentro mío, de haber sido fecundada por Franco, era tan hermosa que hasta provocaba una cierta angustia el saber que algún día mi hijo tendría que desalojar mi vientre.
             Por lo pronto, y antes que nada, necesitaba hablar con Franco.  Tenía que ponerle al corriente de la situación y recién entonces, de acuerdo a la reacción y a las posibilidades que se abrieran, vería qué hacer.  Lo llamé un par de veces; nunca contestó.  Le tiré un par de mensajes de texto manifestándole que era necesario que hablásemos y tampoco hubo respuesta.  Aumenté la apuesta y en uno de los mensajes le puse: “Estoy embarazada”.  Si quise, con ello, generar un golpe bajo, no funcionó.  Nada.  Ninguna señal de Franco, lo cual era, justamente, una mala señal… Se me ocurrió la posibilidad de llamarlo a Sebastián: él era su amigo y, quizás, podría tener sobre Franco algún poder de persuasión.  Pero, considerando lo que Seba me había dicho en su momento, casi podía escuchar las palabras que iría a decirme: “no te enamores de Franco, doctora…; él no se enamora de nadie”.  Lo descarté entonces.  ¿A quién recurrir?  Tenía que ser, obviamente, alguien del entorno de Franco pero no cualquiera ya que tenía que ser alguien que estuviera al tanto de la historia que yo había tenido con él.  No podía, por supuesto, llamar al colegio para que hablaran con él desde la dirección ni tampoco pedirle a la psicopedagoga que busque convencerlo de los beneficios y responsabilidades que conlleva la paternidad.  No, descartado de plano.  Pero, entonces… ¿a quién acudir?… Un momento…, eso es: ¿cómo no se me ocurrió antes?
              Sí, sé que el lector, para esta altura del relato considerará como descabellada mi idea y también sé que tendrá toda la razón del mundo.  Pero la zorrita del local de lencería de la avenida Santa Fe era, casi, el único nexo que todavía podía llegar a tener con Franco.  Cuando entré en el local me saludó con su clásica y exagerada efusividad que rayaba en el histrionismo y la hipocresía, pero aun así se advertía en su talante una expresión de clara sorpresa al verme allí.
              “¡Hola amor!  ¡Qué sorpresa tenerte por acá!  ¿Qué pasó?  ¿Tenés alguna otra fiestita y querés que te vista?  ¡Encantada, va a ser un placer!  ¿Y Franco…?”
                Hasta allí hablaba ella sola; parecía preguntar y responderse a sí misma.
                “Es sobre Franco que vengo a hablarte” – le espeté, amable pero algo seca.
               Una sombra oscureció su rostro.
                “¿Fran?” ¿Por qué?  ¿Qué pasa con él?”
               Eché un vistazo en derredor: clientes, vendedoras, cajera… Definitivamente no era el contexto.
                “¿Podemos hablar privadamente en algún lado?” – le pregunté.
                “Hmmm, sí, amor, desde ya, pero… esperá… – manoteó de un estante un conjuntito de lencería -.  Vamos a los probadores” – me dijo para, al instante siguiente, salir a paso firme y decidido buscando el fondo del local a la vez que me instaba a seguir la marcha de sus tacos.
               Una vez adentro de uno de los probadores, corrió la cortina y levantó con una mano el conjunto que había tomado.
                “Es para disimular – explicó -.  Ahora decime, amor… ¿Qué pasa?”
                 “Bueno… es que… estoy embarazada”
                  La noticia, se notó, produjo un fuerte impacto en su expresión, lo cual, a decir verdad, disfruté: la zorrita no era tonta para nada y sabía a qué iba el asunto; si yo venía a hablarle de Franco para salirle con que estaba embarazada, estaba más que obvio que el responsable de mi preñez era él.  Su rostro pasó por todos los colores posibles:
              “Hmm… te felicito, amor, pero… a ver: sé clara, ¿qué tiene que ver Franco en esto?” – fingía sonar desconcertada pero la muy turra sabía sobradamente la respuesta.
               “Es de Franco…” – le dije, infligiéndole así una dura estocada, de la cual acusó recibo.
                Tragó saliva.  Recién en ese momento recalé en que era posible que Franco ni siquiera le hubiera contado que él y yo habíamos tenido algo antes de que ella apareciera.
                 “Pero… ¿estás segura?” – preguntó, achinando un poco los ojos.
                 “Es de él” – respondí con toda seguridad.
                  Instante de silencio.  Ella, claramente, estaba reacomodando su cabeza; créanme: lo disfruté.  Sí, nena, pensé: soy yo y no vos quien tiene un vástago de Franco dentro suyo.  Sé que te  carcome la envidia y que te querés matar: me encanta.
                 “Bien… – dijo finalmente -.  ¿Y qué tengo que ver yo en todo esto?”
                  “Franco no me contesta… Lo llamo a su celular y no me responde.  Le envío mensajes de texto y tampoco me los contesta…”
                  La joven, visiblemente turbada, asintió pensativamente y frunció los labios.  Un mechón de rubio cabello le había caído sobre su ojo, como agregando más sombra a la que ya la noticia recibida había, de por sí, impreso a su rostro.  De pronto giró por detrás de mí; me sorprendió el movimiento.  Un instante después me estaba quitando la chaqueta por los hombros.
                 “¿Qué… qué estás haciendo?” – pregunté, extrañada.
                 “La charla parece ir para largo y si hay que disimular vamos a hacerlo bien – explicó -.  Te vas a probar ese conjunto que te traje.  Más aún: te diría que lo compres porque de lo contrario me voy a ver en problemas par a explicar por qué tanto tiempo en el probador”
                 No respondí; parecía tener su lógica o tal vez no, no sé.  Pero la dejé hacer simplemente.
                 “Yo te diría – me dijo – que si Fran no te contesta los llamados ni los mensajes está bastante claro que no está dispuesto a reconocer ese bebé”
                Puñalada hiriente.  Pensé en objetar algo a sus palabras pero no encontré nada.  La zorrita era maliciosamente inteligente y, llegado el caso, hacía uso de una lógica impecable.
                “Yo no sé qué hayas llegado a sentir vos por Franco, amor… – continuó -, pero yo lo conozco bien… y te puedo asegurar que haya sido lo que haya sido, para él no fuiste más que un polvo…, como tantas otras… Eso no va a cambiar con un bebé… Levantá los bracitos…”
                 Hice lo que me decía y me sacó mi remerita musculosa por la cabeza.
                  “¿Y vos no fuiste sólo un polvo para él?  ¿Se siguen viendo?” – pregunté.  El doble interrogante tenía claramente dos aspectos diferenciados: la primera pregunta tenía fines revanchistas; la segunda, investigativos.  Ambas, en todo caso, rezumaban de mi parte profunda envidia y celos.
                  “Sí, sí, nos estamos viendo cada dos o tres días – respondió, eligiendo contestar primero a la segunda pregunta, cuya respuesta era la más dolorosa de ambas para mí -.  Ahora… si soy un polvo o no para él… hmm, a decir verdad no es algo que me preocupe… Franco está hermoso y súper fuerte.  Mientras pueda, me lo voy a seguir cogiendo hasta que me mate y le voy  a seguir chupando la verga hasta sacarle la última gotita de leche y dejarlo seco… – a medida que iba hablando, acercaba su boca a mi oreja, con lo cual sus palabras se hacían para mí mucho más lacerantes -, pero… honestamente, no me imagino que Fran termine casándose conmigo…, ni con nadie: es la clase de tipo que nunca sienta cabeza.  Es un machito, ¿entendés?  Un macho con todas las letras.  Y un macho… no tiene dueña.  Hoy soy yo, mañana será otra; no importa: lo voy a disfrutar mientras pueda…”
                  Claro, la chica tenía las cosas mucho más claras que yo.  Me sentía una estúpida siendo aleccionada por una jovencita frívola y odiosa que, con toda seguridad, no habría tenido formación universitaria ni terciaria de ningún tipo.  Me bajó la falda y luego se hincó para llevarla hasta abajo y hacerme levantar primero un pie y luego el otro hasta terminar de quitármela.  Cuando se volvió a incorporar apoyó su mentón sobre mi hombro; sentí su respiración en mi oreja.
                 “Los chicos que están taaan buenos como él no son para enamorarse, para casarse ni para tener hijos – me dijo, casi en un susurro -; son para cogérselos, mi amor… Y eso es lo que vos no entendiste” – cerró sus palabras propinándome un delicado besito en el cuello, lo cual me hizo dar un respingo y encogerme de hombros como si hubiera recibido una descarga de electricidad.
                   “Está bien, te entiendo… – acepté, mascullando mis palabras con rabia -.  Estás diciendo que fui una estúpida por dejarme embarazar…”
                   “Sí, muy – me cortó, divertida, al tiempo que, sin aviso, me calzaba ambas manos sobre las desnudas cachas de mi cola, dado que yo tenía puesta sólo mi tanga.  Me las estrujó hasta clavarles las uñas y ello me hizo dar un respingo y estirar el cuello, situación que aprovechó para darme otro rápido beso allí -.  Y más todavía siendo doctora; se supone que deberías tener algunas cosas bastante claras.  ¿No te parece, amor?”
                  Pensar que, apenas un par de minutos antes, había yo pensado que la noticia del embarazo era un duro golpe para ella.  Ahora me quedaba en claro que, o bien había sido sólo mi imaginación engañada por mi deseo de venganza y por lo que en realidad había querido ver, o bien había sido sólo el fugaz impacto de la sorpresa momentánea.  Anoticiarse de mi embarazo no la turbaba en absoluto; más bien la divertía.  Yo estaba, una vez más, abatida y vencida.  Ella deslizó las puntas de sus dedos sobre la espalda hasta llegar a mi corpiño y lo soltó, dejándome en tetas.
                  “Está bien – concedí, quebrada la voz por el dolor y la bronca -.  Supongo que tenés razón en eso, pero hay una cosa que no cambia: yo voy a tener un hijo de Franco…”
                   “Ajá”
                  “Bueno…, necesito que Franco lo sepa…”
                  “Ya lo debe saber… – señaló, con tono indiferente mientras tomaba mi tanga por los bordes del elástico e, hincándose nuevamente, me la deslizaba piernas abajo -.  ¿No se lo dijiste por mensaje?”
                  “Sí – me apresuré a responder -…, bueno, en realidad no…, le dije que estaba embarazada, no que el niño fuera de él”
                  “Ah, qué genio que sos… Y decime… ¿por qué motivo crees que él pueda pensar que le venís con semejante noticia  a menos que sea porque él es el padre?  Ya lo sabe, tontita…”
                   Una vez más hubo silencio de mi parte.  Ella me tomó por los hombros y me giró noventa grados hacia el espejo del probador.
                   “Mirate… – me dijo -.  Detenete un momento a mirar qué hermoso cuerpo que tenés… – me cruzó una mano tanteándome el vientre -.  Y dentro de un tiempo va a estar todavía más lindo cuando te empiece a crecer la pancita, amor… – nuevo beso en el cuello; luego me llevó las manos a las tetas manoseándolas y estrujándolas con fuerza -.  Y esas tetas se van a llenar de lechita para alimentar a tu nene… ¿No te excita pensar eso, doctorcita?  Olvidate de Franco, haceme caso.  Pensá que ese bebé, sea bastardito o no, va a significar algo muy pero muy groso en tu vida y no tiene sentido que la malgastes pensando en un pendejo.  Además, con ese cuerpo e incluso si tu marido te deja en cuanto se entere de los cuernos que tiene, vas a poder tener al hombre que quieras.  Va a haber muchos haciendo cola para estar con vos e incluso van a aceptar la carguita de un hijo si eso les sirve para cogerte todos los días… Viví la vida, amor, olvidate de Franco…”
                  Viéndome al espejo en mi desnudez, ésta se hacía todavía mayor en la medida en que las palabras de la joven se clavaban en mi cuerpo como ponzoñosos dardos envenenados con realidad.  Aun a pesar de lo hiriente que era y de su objetivo, más que obvio, de hacerme renunciar definitivamente a Franco, había que concederle que la putita, una vez más, tenía razón.  Me soltó los senos y se dedicó a colocarme el conjuntito, primero un delicado corsé calado y con transparencias, luego una bombachita que era prácticamente un hilo dental, la cual llevó tan arriba al calzármela que me la enterró bien profunda adentro de la zanja de la cola haciéndome lanzar un gemido.
                  “Es más… – continuó -: hasta podés decirle a tu marido que el bebé es de él.  ¿Te pensás que va a sospechar?  Los hombres son bastante pelotudos para esas cosas.  Nada más fácil que enchufarles un chico que no es suyo… Compran y creen todo… –  me envolvió con sus brazos desde atrás, abarcando incluso a los míos y, produciendo, de ese modo, la sensación de estarme privando de movimiento -.  Mirate… ¡Mirate! – me espetó enérgicamente, repitiendo la orden al darse cuenta que yo desviaba la vista del espejo -.  Estás preciosa, tarada… PRE- CIO- SA… ¿Y te querés quedar llorando por un pendejo?  Olvidate de él… salí a conquistar el mundo, boluda…”
                  En eso descorrió la cortina de un manotazo y prácticamente me empujó hacia fuera del probador.  Yo sólo sentí pánico, terror; pugné por volver a introducirme en el vestidor pero ella me fue llevando a empellones hasta el pasillo.  Un par de chicas y una señora mayor estaban allí y clavaron la vista en mí.  La vendedora se acercó a mi oído y me habló en un susurro entre dientes:
                 “Lo ves, ¿pelotuda?  Mirá cómo te miran… Te comen con la vista… ¡Y son mujeres!  Si tuvieran pito, ahora lo tendrían parado… Dejate de joder con Fran… Olvidate, lo tenés todo por delante…”
                  Me tomó por la cintura y ella misma me empujó otra vez hacia el interior del probador para luego correr la cortina.  Antes de hacerlo, les sonrió a las tres azoradas clientas, las cuales, de hecho, no desviaron ni por un segundo la vista de mí.
                 Mi vergüenza no conocía límites.  Me quería morir ante tan humillante exposición como la que acababa de sufrir.  Una vez que volvimos a estar ambas encaradas dentro de la estrechez del probador, la miré con angustia:
                 “Vos… ¿no podés hablar con Franco?  Por favor, te lo pido… Quizás…”
                Se cruzó de brazos y miró hacia el techo a la vez que resopló apartando con ello por un momento el mechón de cabello rubio que le caía sobre el ojo izquierdo.
                  “Aaaay, doctora… ¡Cómo estamossssss! – se quejó, con tono de evidente fastidio -.  Tanto hablar para que la pelotuda siga sin entender nada…”
                 “P… por favor” – le imploré, al borde de las lágrimas.
                  “Está bien – terminó concediendo y, al hacerlo, un súbito arrebato de júbilo me recorrió de la cabeza a los pies.  Se descruzó de brazos y levantó las manos a la altura de los hombros, girando las palmas hacia arriba -.  Ok… ¡Ok!  ¿Querés que le hable?  Le voy a hablar, quedate tranquila…”
                Yo no cabía en mí de la alegría.  Hasta me había olvidado del embarazoso episodio de un instante antes, cuando había sido expuesta en ropa interior en el pasillo.
                 “¡No sabés cuánto te lo agradezco! – exclamé saltando en el lugar -.  ¡No te das una idea de lo importante que es para mí el favor que me estás haciendo!  Te debo una grande… ¡No sé cómo podría pagarte!”
                  Ella asentía, talante pensativo y boca contraída en una mueca.  Miraba hacia algún punto indefinido en la cortina.  Luego me miró de reojo.
                   “Yo sí sé cómo” – dijo.
                   La miré sin entender.  De pronto introdujo sus manos por debajo de la corta falda que llevaba e hizo deslizar su tanga piernas abajo hasta que la prenda quedó en el piso.  Alzó luego la falda a la vez que se sentaba en una brevísima banqueta de madera que, empotrada a un costado del probador, sólo tenía como función principal servir de apoyo para la ropa.  Echó la cabeza hacia atrás en señal de relajación y abrió las piernas:
                    “Dame una buena chupada de concha como la de aquel día en casa de Franco”
  CONTINUARÁ
 

Relato erótico: “A mi novia le gusta mostrar su culito 7” (POR MOSTRATE)

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PORTADA ALUMNA2A mi novia le gusta mostrar su culito. (7)

sin-tituloHola a todos. La verdad es que estaba decidido a no escribir mas sobre las aventuras de mi novia, no es que no hayan pasado cosas en este último tiempo, al contrario, sino que ya me da vergüenza contarles que Marcela tenga cada vez mas ganas de mostrarles la cola a desconocidos, sea donde sea y en cualquier situación. A través de muchos mail que me llegaron se referían a mi señora como una gran puta. Estoy en desacuerdo con eso. Marcela tiene un vicio, como fumar o apostar. A ella la excita terriblemente que los hombres le miren la colita. Todo lo que pasa después es debido a su gran calentura, así que no es para juzgarla.

También he recibido correos muy agradables pidiéndome por favor que siga relatándoles historias vividas, así que en agradecimiento a todos ellos decidí contarles una de las últimas que nos ha pasado.

Hace una semana llegue a mi casa de la oficina con un gran malestar estomacal. Tenía un gran dolor en la boca del estomago, por lo que enseguida me metí en la cama y le pedí a Marcela que llamara al médico de nuestra obra social. Ella muy preocupada lo hizo y les pidió que vinieran lo mas pronto posible, luego se acostó a mi lado y comenzó a masajearme suavemente el estomago.

Estuvo así un rato hasta que empecé a sentir que el dolor se calmaba. No solamente ello, con sus caricias que llegaban casi a tocar mi pene, me empecé a excitar. Marcela al ver como se me ponía dura la pija, la tomo con una mano y comenzó a pajearme lentamente.

– ¿Parece que ya no te duele mucho ?, me preguntó sonriendo.

– No la verdad que tus masajes me hicieron bien, le respondí.

– Ya veo, dijo mientras me masturbaba con mas rapidez ya mi completamente parado pene.

– Sabes que hoy en el metro un viejo atorrante estuvo todo el viaje tocándome la colita, prosiguió, sabiendo que cuando me contaba esas cosas me ponía a mil.

– ¿Y a vos te gustó ?, le pregunté, ya sabiendo la respuesta..

– Vos sabes como me pone ver que se calientan con mi cola, estuve todo el día excitada, me contestó, mientras llevaba una mano a la entrepierna.

– ¿Te hubiera gustado entregarle el culo al viejo ?

– Uyyyy si, me hubiese encantado, me respondió mientras se ponía en cuatro apuntando su culo hacia mi ,se levantó la pollerita, corrió la tanga y se metió un dedo en la cola.

Yo empecé a pajearme mientras ella con una mano se masturbaba y con la otra metía y sacaba un dedo de su hermoso culo.

De pronto sonó el timbre de la puerta de casa.

– El medico, dije yo.

Marcela estaba que explotaba, ni me escuchó, seguía mete y saca y gimiendo.

– Marcela, el medico, le repetí mas fuerte.

Ahí se dio cuenta y como pudo se arregló la ropa y fue a abrir la puerta. Yo mientras tanto acomodé un poco la cama y trate de bajar mi calentura pensando en otra cosa.

Unos segundos después escuche voces que se iban acercando a la habitación y luego de entrar mi señora entraron 2 médicos con sus habituales ambos blancos. Uno de ellos tenía unos 55 años y el otro unos 40. Ninguno de los dos eran apuestos, al contrario uno de ellos, el mas grande, era bastante desagradable y desalineado. Estaba toda su frente con sudor y barba un poco crecida; el otro era un tipo normal, un poco gordo quizás, pero bastante común.

Luego de cruzar saludos el mas grande se sentó en la cama a mi lado, mientras el otro se quedó parado al lado de mi señora a la cual no le sacaba los ojos de encima.

Les mostré la zona donde me dolía y les comente que en es momento ya estaba mejor, que el dolor había calmado bastante.

El médico que estaba sentado comenzó a examinarme y cada vez que se daba vuelta para hablar con mi señora, disimuladamente dirigía su mirada a sus piernas y a algo mas, ya que desde la posición que estaba ubicado seguramente podía verle hasta la tanga,

Marcela, que llevaba una calentura de aquellas, se dio cuenta y abrió un poco mas las piernas para ofrecerle una mejor vista.

El mas joven que había visto el movimiento de Marcela, se sentó también en la cama y casi sin disimulo comenzó a mirar las piernas de mi novia, que ya a esta altura mostraba en su cara gestos de una gran excitación.

Luego de revisarme el mayor me diagnostico una inflamación en los intestinos, producto seguramente de algo que había comido. Pero para estar seguro me pidió permiso para tomarme la temperatura rectal, a lo cual accedí. Me di vuelta me baje el bóxer y luego de untarlo con un poco con vaselina me introdujo el termómetro en el ano, que por suerte era bastante finito, así que casi no lo note.

Mientras esperaba boca abajo a que me sacaran el termómetro, escuché como el mayor se dirigía a mi señora.

– ¿Anoche cenaron juntos?

– Si doctor, respondió ella.

– ¿Y usted no ha tenido ningún malestar?

– Por ahora no, contestó Marcela.

En ese momento el doctor me retiró el termómetro de mi ano y al ver que tenía unas líneas de fiebre, prosiguió.

– Su marido tiene un poco de temperatura y esto se debe seguramente a una intoxicación por algo que comieron anoche, así que sería conveniente que ya que estamos acá también la revisáramos a usted.

– ¿Le parece necesario doctor?, le pregunté.

– Si, muy necesario, me respondió mientras miraba a Marcela de arriba a abajo con cara de deseo.

Era evidente que lo único que querían era revisar a mi señora para toquetearla un poco. Esto lejos de enojarme, comenzó a excitarme. No solo a mí, al mirar a Marcela, noté que ella también se había dado cuenta y se notaba en su cara que eso le había gustado.

– ¿Mi amor, me dejas que me revisen los doctores?, me preguntó.

– Si vos querés, le respondí.

Los médicos se miraron entre ellos mientras se levantaban de la cama para dejarle lugar para que se acostara ella.

Marcela se sentó en la cama apoyando la espalda en la cabecera de esta y los doctores se sentaron en el borde al lado de ella. No podían sacar los ojos de las piernas de mi señora, que debido a la posición que se encontraba ya mostraba hasta los muslos.

– Levántese un poco la remerita, le pidió el mas viejo.

Marcela lo hizo dejando su pancita al aire.

El medico comenzó a tocarle el estómago y a preguntarle si le dolía. Ella respondía que no y el cambiaba la mano de lugar y le volvía a preguntar. En un momento los dedos de la mano habían bajado hacia la ingle de Marcela y la masajeaba a su gusto. Se notaba que esos movimientos a ella la habían puesto a mil.

– Señora, por favor desabróchese y bájese un poquito la pollera, así la podemos examinar mejor, le dijo el doctor.

– ¿Así esta bien doctor? Le pregunto Marcela que se había bajado la pollera unos centímetros y mostraba los dos hilitos negros del costado de su tanga.

– Doctor, permítame a mi, le dijo el otro medico, mientras abalanzaba su mano hacia la panza de mi novia.

Este se notaba que era mas zafado y los toques eran mas sensuales. La acariciaba suavemente metiendo los dedos casi rozando el inicio de su conchita.

Se notaba que Marcela ya a esta altura no podía más. Había abierto un poco las piernas por lo que la pollerita se había levantado mostrando algo de su tanga. Yo al costado miraba, ya muy caliente, como dos médicos toqueteaban como querían a mi señora.

– Sacase la remera que quiero oscultarla., pidió uno de ellos.

– Lo que pasa que no tengo nada abajo doctor, y no se si mi marido querrá que me vean las tetitas, le respondió mi esposa, mirándome con cara de puta.

– No tenga vergüenza, su marido sabe que somos médicos, así que no tendrá problema ¿no?, me preguntó.

– No, esta bien, dije, casi sin poder hablar de la calentura que tenía.

Marcela se saco la remera y dejo al aire sus hermosas tetitas con sus pezones bien erectos a causa de la excitación. Esto no paso desapercibido para los doctores que se miraron entre si e inmediatamente uno de ellos con el estetoscopio comenzó a oscultarla, pasándoselo por todo el pecho, inclusive sobre las tetas muy cerca de los pezones.

Así se turnaron y estuvieron un rato. Ninguno de los dos ya podía disimular la erección que se les marcaba debajo de sus ambos blancos.

– Bueno señora, por favor, póngase cola para arriba y levántese la pollerita que le voy a tomar la temperatura rectal. Dijo el mas zarpado.

– ¿Amor, me dejas darle la colita a los doctores para que me pongan el termómetro?

Yo asentí con la cabeza, ya no podía hablar, lo único que quería era sacar la pija y hacerme flor de paja.

Marcela se dio vuelta, y se levanto un poco la pollera dejando medio culito al descubierto.

– ¿Esta bien así doctor?

– Levántesela un poco mas, o no, ya que a su marido no le molesta, mejor sáquesela, así podremos trabajar mejor, respondió el mayor.

Marcela levantó un poco la cola y se saco la pollera, quedando cola para arriba vestida solamente con la tanguita negra y un par de soquetes blancos.

– ¿No esta mas cómoda así?, preguntó en mas joven, sin poder sacar los ojos de ese fabuloso culo.

– Si doctor, respondió ella, casi inaudible debido a su terrible calentura.

No era para menos. Otra vez había logrado exhibir su colita casi desnuda a dos desconocidos, cosa que era lo que mas la excitaba.

Yo a esta altura de las circunstancias miraba la escena tocándome por debajo de la sabana deseando que ello no terminara nunca.

– Por favor levante un poco la cola señora, le pidió uno, mientras sacaba el termómetro de un maletín.

Marcela arqueó la espalda y levanto el culo, dando una vista impresionante a los médicos, que ya sin disimulo se tocaban sus miembros totalmente erectos por encima del pantalón.

– Permiso señor, voy a correrle la bombachita a su señora, me dijo el que estaba con el termómetro en la mano y sin darme ninguna oportunidad a que se lo prohibiera.

Tomó la tanga por uno de sus lados y la corrió, dejando a la vista el hoyito y la vagina de Marcela.

Untó el termómetro con un poco de vaselina y se lo introdujo en su ano. Un gemido salió de la boca de Marcela.

– Le duele señora, le pregunto el medico mientras metía y sacaba despacito el termómetro de su culo.

– No doctor, la verdad que ni lo siento, contesto ella hamacándose suavemente al ritmo del mete y saca del medico.

– Ya me parecía, lo que pasa que este termómetro en muy finito y usted tiene la colita muy abierta, así que no va a funcionar, dijo el mas joven ya totalmente fuera de control.

– Si a su marido no le molesta vamos a tener que controlarle la temperatura con el tacto, continuó.

– Mi amor, lo dejas a los doctores que me tomen la temperatura de la colita con tacto, me preguntó Marcela, mientras me miraba y se mordía el labio inferior.

– Adelante doctor, dije yo.

El medico mas joven apoyo una mano en un cachete de la cola y comenzó a introducir el dedo mayor de la otra mano en el hoyito de Marcela.

No tengo que contarles como entró. Hasta los doctores se sorprendieron. Mi señora pego un gritito de placer, lo que hizo que el tipo metiera y sacara el dedo a un ritmo infernal, mientras ella se contorsionaba al ritmo.

– Me parece que su señora tiene fiebre en la cola, porque se nota que esta muy caliente adentro, me dijo el medico que no paraba de meter dedo.

– A ver doctor, fíjese usted, se dirigió a su colega, dejándole el lugar.

Este apunto dos dedos, que entraron fácilmente.

– Tiene razón doctor, aunque siento que también tiene muy caliente la vagina, le contestó, mientras con el pulgar hurgueteaba en la conchita de Marcela.

– Yo no lo he notado doctor, debe ser por la bombacha, le respondió el otro.

– Porque no le saca la bombacha a su señora y nos las entrega desnudita, así podremos efectuarle el tratamiento que su esposa necesita para que le baje la fiebre, me pidió uno, como sabiendo que lo que me estaba pidiendo pondría como loca a Marcela, que les entregó su primer orgasmo.

Los dos se levantaron de la cama dejándome lugar. Yo como pude me incorporé y le saque la tanguita dejándola solo con las medias. Ella se puso e rodillas, abrió un poco las piernas y les ofreció una hermosa vista de su colita.

– Muy bien señor, ahora por favor salga de la cama, siéntese ahí y déjenos trabajar tranquilos, me dijo el mas joven señalando una silla.

Yo obedecí. Me senté frente a la cama, esperando ver nuevamente como dos tipos iban a romperle el culo a mi señora.

– Permiso señor, nos vamos a desnudar para poder trabajar mas cómodos, dijo uno, mientras se sacaban la ropa.

Cuando los dos estuvieron completamente desnudos, subieron a la cama y se ubicaron de rodillas, uno a cada lado de la cola de Marcela. Estaban con sus miembros totalmente erectos y eran bastantes grandes, especialmente el del mas joven que mediría por lo menos 5 cms. de grosor.

Mientras uno le acariciaba la raya del culo, el otro le manoseaba las tetas.

– La verdad que su señora tiene una colita preciosa, lástima que este enfermita de fiebre, me dijo el que le pasaba la mano por el culo.

– Pero no se haga problema nosotros la vamos a curar, dijo el otro, mientras le tocaba la conchita.

Marcela no hacía otra cosa que moverse y gemir.

– Bueno señora vamos a empezar, si le duela nos avisa, dijo el mas viejo mientras se ponía detrás de Marcela y le insertaba el miembro en la vagina.

– Ahhhh, se escucho de boca de ella.

– ¿Le duele?, le pregunto el que le estaba dando. ¿Quiere que la saque?

– No, por favor, siga doctor. Siga, siga, siga., gritaba Marcela

– Doctor, porque no le pone algo en la boca para que no grite tanto, le pidió al colega.

Este se dirigió a la cabecera de la cama y le refregó el miembro por la cara. Ella lo tomo con una mano y comenzó a lamerlo con desesperación.

Así estuvieron un rato. Los médicos me miraban y me decían que mi señora tenía una conchita y una boquita muy lindas.

– ¿Y la colita que les parece?, les pregunte yo, que me pajeaba frenéticamente viendo la escena.

– Señora, me parece que a su marido le gustaría ver como nos entrega la colita, dijo el que tenia el miembro en su boca.

– La verdad que tiene una colita hermosa, dijo el otro que había sacado el miembro de su concha y me mostraba como le entraban sus dos dedos en el culo de Marcela.

– Venga doctor, la señora ya tiene la colita bien abierta. Muéstrele al marido como le hace el tratamiento anal, prosiguió.

El colega sacó su verga de la boca, se arrodillo delante del culo de Marcela y puso su terrible pedazo de carne en la entrada del hoyito.

Ella empujaba para atrás y refregaba su cola con desesperación en el miembro del médico.

– Dígale a su marido que me pida por favor que se la meta, le exigió.

Marcela dio vuelta la cara, me miro, pero no pudo decir nada. Yo sabia lo que ella quería así que no la hice esperar.

– Doctor, por favor muéstreme como le rompe la colita a mi señora, dije.

Estas palabras hicieron que ella tuviera un orgasmo bestial. A los médicos se le pusieron las pijas como dos estacas.

Uno se acostó boca arriba y la subió a Marcela encima y empezó a darle por la concha, el otro se puso detrás y la ensarto por el culo. Los tres gritaban y gemían. Me decían que la iban a llenar de leche, que esa era la única forma para que se le vaya la fiebre. Marcela tenía un orgasmo tras otro. Yo iba por mi segundo polvo. Cambiaron posiciones y siguieron hasta que los dos explotaron dentro de ella.

Extenuados, se levantaron, se cambiaron y antes de irse uno de ellos abrió un poco los cachetes del culo de Marcela que estaba tirada boca abajo agotada, le metió un dedo y dirigiéndose a mí me dijo

Ahora ya tiene la colita mas fresquita, cuando se le vuelva a calentar llámenos,

Cuando se retiraron, me tire al lado de Marcela y acariciando su culito me quede dormido.

A todos los que me pidieron fotos de mi señora pueden verlas en nuestra nueva web: http://cablemodem.fibertel.com.ar/jorgeymarcela

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

jorge282828@hotmail.com

 

Relato erótico: “El arte de manipular 2” (POR JANIS)

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UNA EMBARAZADA2Ágata oteó el largo pasillo de la academia, pero no le vio. Hacía ya dos días desde que se habían declarado mutuamente y no le había visto desde entonces. Ansiaba su compañía; la necesitaba, sobre todo para reafirmar su compromiso, para escucharle decir de nuevo que la quería. Ni siquiera había dormido bien desde entonces y tuvo que obligarse a calmarse ya que sus padres sospechaban que algo ocurría al verla tan agitada. Quería que la abrazara, que la mimara, que la besara tiernamente y le susurrara su amor al oído. Quería hacer todas aquellas ñoñerías que siempre había despreciado en las películas románticas.
  No fue capaz de aguantar más de media mañana y salió a buscarle. Finalmente, le encontró preparando la obra entre bambalinas, a solas. Frank la escuchó llegar. Sus zapatos planos rompieron el silencio de la sala de actos.
—          Ágata – murmuró él.
—          Quería verte – susurró ella, aún más bajo.
  Frank miró hacia la puerta y agitó una mano en su dirección.
—          Ven, deprisa. No has debido venir, puede entrar cualquiera.
—          Necesitaba verte – repitió ella. 
  La condujo detrás del telón y la abrazó entre dos decorados verticales. Allí estaban a salvo de cualquier mirada.
—          Lo siento, no quería regañarte. Me alegro tanto de que hayas venido – le dijo, acariciándole el sedoso cabello rojizo.
—          Oh, Frank, ¿por qué no nos vemos en tu casa?
—    Hoy no puede ser. Tengo una reunión con el consejo administrativo – le dijo, atrayéndola más contra su pecho. – Eres tan bonita, tan perfecta. He soñado contigo. Tenía muchas ganas de ti…
  Con aquellas palabras, Frank derribó cualquier posible barrera y se inclinó sobre ella, besándola tiernamente. No utilizó la lengua en un primer momento, sino que dejó que sólo los labios aspiraran la fresca boca. Ágata gimió y se pegó a su cuerpo todo lo que pudo. Le echó los brazos al cuello y fue ella misma la que introdujo su lengua en la boca del hombre. Frank se dio cuenta de que no era ninguna experta besando y eso le gustó aún más. Él se encargaría de educarla.
  Ágata notó la erección del hombre contra su vientre y se turbó un poco, pero no quiso apartarse. Las manos de Frank recorrieron su espalda hasta llegar a sus nalgas, las cuales acarició suavemente a través de la tela de la larga falda. Ella jadeó en su boca. Aquellas manos la enloquecían. Fuertes, cálidas, amorosas.
—          Oh, Ágata, no puedo resistirlo más… – susurró Frank, besándola en el cuello.
  Una de sus manos abandonó el trasero y ascendió lentamente por el costado de la chica, hasta acariciar uno de los pechos, ocultos bajo el jersey de lana. Ágata sintió como sus pezones se erguían ante la caricia. Nunca la habían tocado de esa manera y lo estaba deseando.
—          Frank, Frank… aquí no… – jadeó ella, sin voluntad alguna.
—          Sueño con acariciarte, con gozarte, una y otra vez. Cenar y reírnos a la luz de las velas, bañarnos juntos en agua caliente, viajar…
  Las palabras la desarmaban, anulaban su mente. La mano que le atormentaba los pechos bajó a lo largo de su vientre y se apoyó contra su pubis, tocando el elástico de las bragas. Sin querer, lanzó su pubis hacia delante, gozosa. Sin dejar de susurrarle palabras de amor, Frank le fue alzando lentamente la falda hasta dejar al descubierto sus bragas. La apoyó contra el cartón piedra del decorado que tenía a la espalda. Ella abrió un poco más las piernas al notar la presión de la mano que se coló por debajo del elástico de las bragas. Frank jugueteó con uno de sus dedos sobre el vello púbico, preguntándose si sería igualmente rojizo. Finalmente, al notar que Ágata estaba dispuesta y abierta para él, hizo descender su mano aún más, acariciando la vulva y el clítoris. La chica se estremeció y cerró los ojos. Sus dedos se enroscaban en el pelo de su nuca, siempre abrazada a su cuello. Se quedó casi colgada de él. La masturbó lentamente, mirándola a la cara, aprovechando que ella no le miraba. Le excitaban aquellos pequeños gestos de su rostro al gozar de la caricia. Observó como se humedecía los labios, como entreabría la boca, como respiraba agitadamente. Su cuerpo vibraba con la cadencia de los dedos del hombre.
—          Ah, roja mía, goza de mi mano, gózala…
—          Frank… ¡Frank! Ya… ya no… yaaaa… – gimió ella, estremeciéndose totalmente. Sus muslos se cerraron y aprisionaron la mano de su profesor. Él la besó largamente en la boca, acallando sus suspiros.
  Cuando Ágata se marchó de allí, su mente aún le daba vueltas. Se sentía eufórica y locamente enamorada. Ahora, deseaba estar más a solas con él, mucho más tiempo…
Días más tarde.
  Frank la vio llegar a través del jardín. Sonrió con una mueca. Ágata estaba despampanante. Seguramente se había arreglado para él. Minifalda, tacones de mujer y, seguramente, alguna blusita que ahora tapaba la cazadora. Removió con la cuchara la taza de chocolate caliente, disolviendo la cápsula de Loto Azul que había vertido en el oscuro líquido. De esa forma, sería más sencillo.
  Abrió la puerta y la chiquilla se le lanzó en los brazos, abrazándole y besándole apasionadamente, antes de que pudiera cerrar la puerta.
—          Eh, con calma. Déjame que cierre la puerta – le dijo.
—          ¡Tenía muchas ganas de verte! – exclamó ella, quitándose la cazadora. Había imaginado bien. Una blusita de seda azulada apareció debajo. – No veía llegar la hora de estar contigo.
  “Está colada. Ha llamado doce veces en estos dos días”, se dijo él.
—          Tranquila, tenemos toda la tarde para nosotros. Ahora, nos tomaremos un par de chocolates calientes y charlaremos.
—          No quiero chocolate, Frank. Me salen granos.
—          No te preocupes. Es bajo en calorías. Además, nos servirá para relajarnos.
  Se sentaron a la mesa de la cocina, como dos viejos amigos, y sorbieron de sus tazas. Hablaron sobre las clases, sobre el tiempo, pero la mirada de Ágata estaba fija en él y, finalmente, la conversación derivó hacia sus sentimientos.
—          Esto es algo muy serio, Ágata. Tengo edad suficiente para ser tu padre. No quiero que esto sea un simple ligue de verano – dijo él, muy serio.
—          Ni yo tampoco. Te quiero, Frank. No podría vivir sin ti.
—          Eso es aseveración muy fuerte. Eres demasiado joven para decir algo así.
—          Es lo que siento.
—          Tienes que comprender que no soy ningún adolescente. Ya he pasado por todo eso. Mi relación con una mujer debe ser plena y satisfactoria. Ya no tengo edad para juegos de manos. Quiero un compromiso absoluto, tal y como yo me entrego.
—          Lo entiendo – dijo ella, bajando la vista y enrojeciendo. Sabía a lo que Frank se refería. Aunque era virgen, estaba dispuesta a entregarse totalmente, a dejar que le enseñara todo su saber y compartir su cama. No era tonta. – Estoy preparada. He acudido al médico. Sabía que esto pasaría.
  “Buena chica. No hubiera querido utilizar condones”.
—          Hablaba generalmente, Ágata. No soy un viejo verde que persigue a las niñas. Pero, dejémonos de seriedades y divirtámonos. ¿Sabes?, he pensado en dar una vuelta en el coche esta tarde. Te llevaré a un par de sitios que conozco.
  Con alegría, pudo ver la desilusión, por un momento, en el rostro de Ágata. La chiquilla estaba preparada para hacer el amor y no se lo había pedido. Pero Frank no quería correr. Tenía en mente otras ideas mejores a la larga.
  Aquella tarde, visitaron un zoo y un museo, cogidos de las manos, como amantes. Ágata se lo pasó muy bien, sobre todo cuando la llevó a cenar a un sitio elegante. Era como revivir una vieja película. Se sentía fogosa y ardiente. Hubiera querido demostrarle su amor haciendo el amor en cualquier lugar, en un portal o en el coche. Durante la cena, llegó a acariciarle la pierna bajo la mesa en un par de ocasiones, pero él la recriminó con la mirada.
  Las tardes se sucedieron, los paseos continuaron. Ágata se acostumbró al rito del chocolate y a las reprimidas caricias en lugares públicos. Quería mucho más, pero también se sentía feliz así. Sin embargo, una semana después, el tiempo era tan malo que decidieron quedarse en casa de Frank. Éste la condujo hasta un coqueto salón y puso música.
—          Baila para mi – le pidió, sentándose en el sofá.
 Totalmente desinhibida por el Loto Azul que llevaba tomando días, Ágata, con una sonrisa, se contoneó delante de él, lascivamente, subiéndose la falda lentamente pero sin enseñar nada. Frank sonreía y aplaudía o la animaba según la ocasión. Ágata se sentía flotar; su sangre corría por las venas como si fuese fuego líquido. Su mirada se clavó en la entrepierna del hombre, una y otra vez.
—          Acércate, ángel mío – susurró Frank.
  Ella se acercó hasta quedar delante de él, de pie entre sus rodillas. Intuyó que lo que había estado esperando, sucedería ahora.
—          Eres una diosa, una aparición – dijo Frank, inclinándose hacia delante y colocándole las manos en la parte baja de los muslos que la falda dejaba al descubierto. – Déjame adorarte como un pagano…
  Muy lentamente, fue subiendo las manos, introduciéndolas bajo la falda. Sintió el suspiro y el envaramiento de Ágata, pero no se opuso. Pellizcó la vulva con dos de sus dedos, por encima de las bragas. Notó la humedad en la prenda. Ágata estaba dispuesta, siempre lo había estado. Frotó el nudillo de su dedo índice contra la vagina, presionando el clítoris. La chiquilla se abrió de piernas y se inclinó un poco hacia delante, apoyando sus manos sobre los hombros de Frank, aún sentado. Tenía los ojos cerrados y rotaba las caderas lentamente, disfrutando de la caricia.
Frank le bajó muy lentamente las bragas, a lo largo de las piernas. Ágata levantó un pie y luego el otro para que pudiera retirar completamente la prenda íntima. Frank colocó sus manos sobre las nalgas, atrayéndola contra su rostro. Apoyó su nariz y boca sobre su vientre, lamiendo y mordisqueando sobre la falda. Con un gruñido, la chiquilla se levantó la falda hasta que el hombre pudo lamer la piel desnuda. Quería sentir su boca en su sexo, de una vez. El hombre se aplicó a la tarea, deslizando su lengua sobre el clítoris y los labios. Abrió éstos con sus dedos y la penetró con la lengua. Ella retozó, abrumada.
—          Oh, Frank, no puedo… más… – gimió.
  Él se apartó; no quería que se corriera aún. Le sacó la blusa por la cabeza y la dejó totalmente desnuda. Se puso en pie y la abrazó; se besaron largamente, con sus afanosas manos recorriéndose el cuerpo mutuamente. Frank deslizó una mano sobre los enhiestos pechos, irguiendo los pezones todo lo que pudo. Ágata volvió a gemir. Tomó una mano de la chiquilla y la condujo lentamente hasta su entrepierna. La dejó allí, complacido de que ella explorara manualmente su entrepierna.
—          Desabrocha mi pantalón – le dijo al oído.
  Ágata le obedeció y le bajó los pantalones hasta quitárselos. Aferró, sin que le dijera nada más, el bulto que crecía bajo los calzoncillos.
—          Ven, quiero sentir tu boca en mi – la atrajo hasta acostarla sobre él en el sofá.
—          ¿Mi boca?
—          Sí, devuélveme la caricia que te he hecho.
  Ágata, aún dubitativa, se concentró en la ingle del hombre, sacando el miembro de su encierro. Lo sopesó, manipuló y admiró un momento, antes de acercar sus labios. Después, la pasión se apoderó de su mente y Frank no tuvo que indicarle nada más. Era la primera vez que chupaba una polla pero, instintivamente, sabía lo que tenía que hacer. A Ágata le encantó el sabor y la textura. Le alucinó volcar todo su ardor en aquel miembro que se alzaba como un dios. Sentir cómo palpitaba dentro de su boca cuando lo engullía o acariciar aquellas bolsas peludas. Frank se retorcía con cada caricia y eso la volvía frenética.
—          Espera, espera. Quiero hacerte mujer – la apartó Frank, a punto de correrse.
  La tumbó en el sofá, con las piernas abiertas, y se colocó entre ellas. Ágata se colgó de su cuello y le besó profundamente. Se mordió un labio cuando sintió aquel émbolo separar sus vírgenes carnes. Finalmente, la tuvo dentro completamente y el dolor menguó, convirtiéndose en una molestia ocasional que pronto desapareció. Bajó sus manos hasta colocarlas sobre las nalgas del hombre, pellizcándolas. Se sentía morir y excitantemente viva a la vez. Ahora comprendía mucho mejor el deseo de todas aquellas mujeres que sufrían por sus hombres. Frank embestía en su interior y Ágata se sintió parte de él, de su vida; le pertenecía. Gritó cuando se corrió y siguió gimiendo cuando el hombre se derramó dentro de ella, una sensación indescriptible, tranquilizadora.
  Dormitaron en el sofá casi toda la tarde, estrechamente abrazados y desnudos, acariciándose ocasionalmente y sin decir ni una palabra. No hacía falta.
Días más tarde.
—          ¡Ágata! – la interpeló Alma en el pasillo de la academia. – He visto al profesor Warren en la sala de actos. Me ha preguntado por ti. Por lo visto, te busca para una prueba de maquillaje o algo así.
—          Gracias, Alma – dijo Ágata cambiando el rumbo.
—          Estás muy ocupada con esa obra, ¿no? Se nota que es muy importante para ti.
—          Sí, por el momento, llena mi vida. Debo irme, perdona. Después, nos veremos.
—          Desde luego.
  Si no hubiera estado tan cegada, se hubiera dado cuenta que Alma sospechaba de algo. Pero solo pensaba en reunirse con su amado. La había llamado. Descendió hasta el sótano desde donde pretendía acceder a las bambalinas sin ser vista. Una voz la llamó desde el almacén de trajes.
—          Ágata.
  Reconoció ese tono de voz. Estaba lleno de deseo, de urgencia. Su coño se inflamó nada más escucharle.
—          Ven aquí. No nos verá nadie.
  la abrazó nada más entrar, acariciándole el respingón trasero con ansias.
—          No puedo más. Voy a reventar. Tengo la polla llena de leche para ti, mi dulce roja.
  Con esas palabras, se desabrochó la bragueta, sacando su polla ya crecida. La instó a que se arrodillara, justo detrás de uno de los grandes baúles que contenía trajes de época. Ágata tomó aquella polla adorada con sus labios, tragando todo lo que pudo. Al mismo tiempo, se llevó una de sus manos bajo la falda. Desde que se veía con Frank, solo utilizaba faldas cortas o amplias. A su profesor no le gustaban los pantalones en las chicas. Además, así era más cómodo a la hora de hacer el amor clandestinamente. Su coño ardía. Se acarició el clítoris con un dedo; ella también estaba deseosa.
—          Buena chica, buena chica. Ven, túmbate sobre el baúl. Te la voy a meter por detrás…
  Gimiendo por la excitación que la embargaba, Ágata se tumbó de bruces sobre el gran baúl, quedando con la cabeza un tanto baja y las nalgas al aire. Nunca le había dicho el placer que sentía cuando la hablaba así, cuando la trataba como un objeto, pero parecía que Frank lo supiese. Le levantó la falda por detrás y le bajó las bragas. Le acarició el coño a placer, incluso lo lamió fugazmente. Después, puesto en pie e inclinado sobre ella, condujo con una de sus manos la polla hasta el orificio apropiado. La penetró de un golpe, con fuerza. Ágata gritó, pero se aguantó. Sabía que era así como le gustaba a su profesor. Pronto estuvo gozando con los embistes de su hombre. La presión del cuerpo de Frank sobre su espalda la aplastaba contra el baúl, cortándole casi la respiración. Las fuertes manos le apretaban las nalgas con avidez y podía escuchar la respiración afanosa de Frank sobre su nuca.
—          Mi pequeña actriz putilla, ¡qué coño tienes, madre mía! ¡Me enloquece, me sorbe entero! – masculló Frank.
  Ágata ya no sabía dónde estaba; el placer la envolvía en olas cada vez más fuertes. Con un estremecimiento, se corrió; siempre lo hacía antes que él.
—          Vamos, tómala toda. Trágatela…
  Ágata se deslizó hasta el suelo y reptó hacia su macho, que empuñaba firmemente su polla. Ésta temblaba entre sus dedos, prontas para descargar. No tuvo más que lamerla un par de veces y el semen le salpicó la cara. Aún recordaba la primera vez que lo había hecho y lo feliz que se había sentido Frank. Le dijo que era maravillosa, que hacía lo que una mujer de verdad hacía para su hombre. No le gustaba demasiado tragarse el esperma; sabía salado y algo acre, pero quería contentar a Frank siempre que pudiera. Se lo tragó todo y limpió el pene con la boca.
  Poco después, los dos estaban hablando de la obra sobre el escenario, como si no hubiera ocurrido nada, aunque ella le devoraba con los ojos cuando no miraba nadie.

La obra fue todo un éxito según Frank. La verdad es que el público se puso en pie para aplaudir. Ágata quedó muy convincente en su papel de Norma y sus padres la felicitaron por todo lo que había aprendido en el verano. Tuvo la certeza que podría seguir en la academia cuando empezara el curso del instituto. Aquella noche, en la celebración, no pudo acercarse a Frank más que como alumna y, la verdad, es que deseaba follar con él.

—          No te preocupes, Ágata. Mañana lo celebraremos a solas, como se debe – le dijo en una ocasión en que estuvieron solos un minuto.
  A la tarde siguiente, hicieron el amor con locura y bebieron champán. Cuando acabaron, Frank trajo un estuche a la cama.
—          Es un regalo muy especial para mi mejor actriz – le dijo.
—          Oh, ¿qué es? – preguntó ella, incorporándose sobre un codo, desnuda como una Venus.
—          Algo que te hará recordar este día siempre y que contribuirá a nuestra felicidad. Ábrelo.
  El estuche era rectangular y estrecho. Seguramente, se dijo, contendrían un reloj o una pulsera. Ágata pensó que Frank era muy romántico al regalarle aquello. Abrió el estuche y se quedó mirando el interior, sin comprender en un principio.
—          ¿Qué es? – preguntó, desconcertada.
—          Es lo que se llama vulgarmente un ensanchador. Es de plata pura – dijo Frank, quitándoselo de las manos.
—          ¿Un ensanchador para qué?
—          Para tu precioso culito, mi amor. Ha llegado la hora de poseerte por ahí, mi vida.
—          ¿Por el culo? ¡Me harás daño! — exclamó ella, asustada.
—          No te preocupes. Para eso es este aparatito – explicó, alzándolo entre sus dedos.
  Se trataba de un tubo romo, parecido a un consolador, pero sin forma explicita, de plata. Resplandecía bajo la luz de la lámpara. Tenía una largura de unos quince centímetros y no tenía más de dos o tres de circunferencia. Frank lo desarmó y Ágata comprendió que se componía de varias piezas. Todas de la misma forma, pero con tamaños diferentes.
—          Empezaremos con éste – dijo, enseñándoselo. – Es poco más grande que un supositorio. Te lo insertaré en el recto y lo llevarás durante toda una semana, a todas partes, en todo momento. Así, tu esfínter se dilatará. Dispone de una cadenita para retirarlo en cualquier caso que se engancha al elástico de las bragas. Al cabo de una semana, aumentaré el tamaño hasta que te acostumbres.
—          Frank, no quiero hacer eso. No estoy segura…
Frank la miró, con esa expresión molesta que tanto le dolía.
—      ¿No harías eso por mí? Piensa en cómo voy a gozarte de esa forma, en la felicidad que nos dará. Si fueras mayor, no tendríamos que utilizar este ensanchador, sino que ya te habrías entregado a mí por tu voluntad.
  Ágata no supo qué replicar; siempre se quedaba sin palabras ante sus propuestas.
—      Ya verás. No es doloroso. Puede que sea un poco molesto cuando te sientes, pero en cuanto te acostumbres, pasará. Además, me han dicho que puedes llegar a gozar en silencio mientras lo llevas. Déjame que te lo meta…
  Ágata no supo negarse y, como un niño con un regalo nuevo, Frank corrió a por una crema al cuarto de baño. La puso de bruces, con una almohada en el pubis para levantarle las nalgas. Embadurnó muy bien el ensanchador así como el recto, usando su dedo meñique. Al sentir aquel contacto, Ágata se tensó, nerviosa, pero reconoció que era placentero. El ensanchador penetró muy lentamente un par de centímetros y ella se quejó. Frank la consoló hasta introducirle los otros cuatro centímetros que faltaban.
—      Probablemente se te saldrá en más de una ocasión. Quiero que me prometas que te lo volverás a introducir. No debes estar ni un momento sin él. ¿Me lo prometes?
—      Sí – respondió ella, quejosa.
  Le estaba costando trabajo mantenerse sentada en la silla. Ni siquiera escuchaba lo que el profesor estaba explicando.
—      ¿Te ocurre algo, Ágata? – le preguntó Alma, a su lado.
—      No, sólo estoy un poco nerviosa, eso es todo.
  La verdad es que el ensanchador presionaba su recto con fuerza. Aquella misma mañana, Frank le había introducido la tercera y penúltima pieza en el trasero, había comenzado la tercera semana de su especial aprendizaje y, con ella, el curso escolar. Tenía que darle la razón a Frank. Gozaba en innumerables ocasiones llevando el ensanchador en el culo. Cualquier movimiento un tanto forzado, o simplemente sentarse, la ponía frenética. Cuando se acostaba, debía masturbarse hasta quedar rendida, agobiada por el tremendo calor que sentía en el ano.
  La semana pasada, Frank la desvirgó analmente, cuando retiró la primera pieza del ensanchador. Le dolió una barbaridad, pero Frank parecía frenético por hacerlo. Cada tarde, la penetró analmente y, a la tercera ocasión, no sintió apenas dolor y si placer; un placer indescriptible y nuevo.
  “Oh, me he puesto cachonda al recordar”, pensó al notar cómo su coño se humedecía
—      ¿Puedo salir un momento? – preguntó al profesor, levantando la mano.
  Se dirigió a los lavabos, dispuesta a masturbarse furiosamente antes de regresar. A la hora del almuerzo, acudió al despacho de Frank, quien la hizo pasar, con un beso.
—      Me está matando – le dijo ella.
—      Te gusta, ¿eh? – sonrió él.
—      No puedo concentrarme en nada mientras que lo llevo puesto.
—      De eso se trata. Veamos cómo estás.
  Ágata solo necesitó una indicación para saber lo que Frank quería. Se acercó al sofá y se quitó la ropa, aún de pie. Después, se arrodilló sobre el mueble y apoyó sus manos sobre el asiento, quedando a cuatro patas, con el trasero alzado. Frank se arrodilló detrás de ella y tiró de la cadenita que colgaba. El ensanchador salió lentamente, produciéndole escalofríos. El hombre lo dejó caer en una palangana preparada para tal efecto, llena con agua, jabón, alcohol y colonia, en donde el instrumento se enjuagaría. Frank dejó caer un buen hilo de saliva en el ano y, a continuación, introdujo su dedo índice completamente.
—      ¡Estupendo! Estás muy abierta ya.
—      Entonces, ¿no me tengo que poner más ese cacharro?
—      Oh, de eso nada. Hay que completar las cuatro fases. Sólo una semana más y se acabó. Tranquila, pequeña. Es por tu propio bien.
  Mientras hablaba, la mano de Frank le acariciaba el coño lentamente, incrementando la excitación que la muchacha ya sentía. Ella agitó sus caderas, dispuesta.
—      Y ahora, vamos a probar ese negro agujerito – dijo él, bajándose la cremallera.
  Ensalivó un poco más el ano y condujo su miembro hasta el esfínter, presionando en él con el glande. Ágata se mordió el labio y se relajó; sabía, por experiencia, que si no se relajaba, el pene nunca entraría y le haría daño. Lentamente, el miembro fue desapareciendo en su interior, tragado por el recto. El miembro de Frank era algo mayor que el ensanchador y le costó trabajo meter más de media polla, pero lo consiguió. Ágata se sintió totalmente llena, desbordada. Sintió unos deseos inmensos de defecar, pero se aguantó. El dolor empezó a menguar. El ensanchador cumplía con su misión. Jadeó en cuanto Frank empezó a bombear. El glande rozaba las paredes de sus intestinos y eso la enloquecía. Su coño moqueaba literalmente. Tuvo que llevar un par de dedos a su clítoris y masajearlo para procurarse el placer que su cuerpo le pedía.
—      Oh, Dios, ¡qué culo! – exclamó Frank, aprisionado por el esfínter.
—      Oooh…. uuuuh… – jadeó ella, febril.
—      ¡No puedo más!
—      ¡Eso! ¡Riégame por dentro! ¡Suelta tu leche en mis tripas! – aulló Ágata, corriéndose.
 Cayeron hacia delante, Frank sobre ella, desfallecidos.
La próxima semana, te la meteré entera, ya lo verás – le dijo Frank, besándola en la mejilla.
 

Relato erótico: “Mi noche de bodas…sexo en un bus de pasajeros” (POR LEONNELA)

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indefensa1Nacida en una familia con principios morales algo anticuados, crecí  restringida de libertad,  por lo que nuestro noviazgo transcurrió bajo la sombra de cuidados maternales, que no nos dejaban gozar del sexo a plenitud.
Siempre vivimos al límite, disfrutando de nuestra sexualidad en lugares poco convencionales y en momentos inesperados, aprovechando instantes de descuido o inventando oportunidades, que si bien es cierto en ocasiones nos causaban tensión, también nos generaban grandes dosis de adrenalina y sin duda nos dejaron los mejores recuerdos.
  Mi primer beso, mi primera cogida de pechos, mi descubrimiento de un pene, mi  estreno  sexual, mi primera mamada, mi inauguración anal, etc, etc, las recuerdo al detalle, fueron experiencias únicas que compartimos en distintas etapas de nuestra relación,  y cada una tiene su historia propia por lo  inverosímil de  las circunstancias,  sin embargo siempre estaba latente ese añorado  deseo de amarnos  sin riesgos.  Quizá por ello siempre fantaseamos con nuestra noche de bodas…una cama, sabanas limpias, y la soledad de una habitaciónm sin sentir que al menor momento podría llegar alguien, así de simple, no pedíamos mas que nuestros cuerpos amándose con tranquilidad.
 Que porqué no escapamos a un  lugar que nos diera esa paz? es lo que siempre me he preguntado.
 Después de un largo noviazgo, llegó el día esperado…
 Fue una boda de aventura….nos casamos con la compañía de unos pocos parientes, sin amigos, sin vestido blanco, sin fiesta y sin pastel, éramos jóvenes impulsivos, y simplemente planeamos escapar por unos días a una  playa tranquila. Firmamos nuestro registro matrimonial, nos pusimos un par de jeans, mochilas al hombro y 20 minutos después ya estábamos abordando el interprovincial que nos llevaría a una zona costera en la cual disfrutaríamos de nuestra luna de miel.
 Subimos, era un bus con capacidad para al menos 40 personas, ubicadas en dos  hileras de  pares de asientos separados por un estrecho pasillo, estaba totalmente repleto. Nuestros lugares estaban ubicados un poco mas al fondo de la mitad; mi flamante esposo se sentó cerca de la ventana y yo en el asiento que daba al pasillo. Reclinamos los sillones procurando acomodarnos pues serian 13 largas horas de viaje.
 Eran alrededor de las ocho  de la noche, ya habíamos charlado mucho rato así que intentábamos dormir un poco, pero el ajetreo ocasionado por las malas carreteras y tantas emociones juntas no nos dejaban conciliar el sueño.
 _SE ACABO EL SEXO PUBLICO Y RIESGOSO, me dijo mientras me hacía recostar sobre su pecho, sonreí por el que creía el más acertado comentario. No pude responderle pues ese instante el controlador pasó recogiendo los boletos,  además apagó  las luces, quedándonos iluminados tan solo por los faroles de la carretera.
 Con música de fondo proveniente de la cabina cerré mis ojos decidida a  dormir, pero un roce suave sobre mi abdomen me hizo estremecer, su mano se había deslizado bajo  mi blusa, y pretendía meterse entre mi brasier, me moví un poco como acomodándome, estábamos acostumbrados a nuestros juegos, pero había gente despierta y detrás se escuchaba el murmullo de algunas conversaciones. Nuevamente insistió ahora un poco mas atrevidamente, alzó mi brasier hacia arriba y agarrando de lleno mis pechos, estrujaba mis pezones a su antojo; le alcé a mirar  retadora, y susurró: solo es de cariño, y fingió dormir.

Unos minutos después otra vez  agarraba explícitamente mis senos masajeándolos descaradamente, me gustaba esa sensación de simular impedirle sus avances cuando en realidad lo que quería era que insistiera más, pues andábamos muy ardientes ya que desde hace más de un mes no nos habíamos tocado como promesa de bodas.

 Dándole facilidades me recosté sobre sus piernas totalmente relajada, y el colocó una chompa cubriéndome mientras daba gusto a mis tetitas que ya no se conformaban solo con caricias,  expulsé mis pechos hacia el frente dejando en claro lo que quería, así que fingiendo agacharse a recoger algo del suelo, chupo mis senos dándome una  rica mamada que me hizo suspirar, olvidándome de dónde estábamos.
 Al virar mi rostro hacia su pelvis noté su herramienta ya endurecida, eso me excitó mucho y empecé a manoseársela por encima del pantalón, pero la mirada entrometida de uno de los pasajeros nos hizo detenernos un rato, dejando a mi vagina latir apresuradamente por las ganas que cargaba.
 Pasaron un par de minutos, y sintiéndonos mas seguros, baje la cremallera de su jean en busca de la belleza palpitante de su sexo, saqué mi lengua y se la pasé a lo largo del troco, un estremeciendo lo hizo mover ligeramente la cadera como pretendiendo llenarme la boca de su carne, seguí dándole lengüetazos hasta llegar a su glande, chupe suave esa cabecita colmándole de saliva, lamiendo por el frenillo, y desesperándolo en sus ansias de comérmela completa.
 Mis labios llegaban hasta el frenillo, subían  y bajaban   varias veces, y de pronto cuando menos lo esperaba zás!! me  la introduje de golpe, hasta el fondo, haciéndole gemir bajito; luego con movimientos suaves la sacaba y la volvía meter.
 Provocadoramente paré de estimularle y él sujetándome por la cabeza me empujaba sobre ella una y otra vez.  Allí condenados al silencio se la mamaba hasta sentir que de tanto chupar su falo se me cansaban los maxilares y se lastimaba mi garganta, pero seguía porque me gustaba parársela.
 Lo hacía con fuerza y luego bajaba la marcha, incrementaba el ritmo y lo  bajaba a mi antojo, a momentos intercalaba mis manos, agarrándole de la base y subiendo hasta la punta en un ir y venir que hacia que se destile un poquito de su leche la cual con mis labios secaba, para no desperdiciar ni una sola gota de su miel.
 Procurando devolverme placer,  zafó los broches de mi jean, metió su mano por mi pubis entreteniéndose en enervar mi clítoris, rodeaba su capuchón y lo agitaba de un lado al otro haciéndome estremecer vez tras vez. En medio de tanta excitación  escuchamos el ruido de alguien como  incorporándose, estoy segura que uno de los pasajeros de al lado, había notado nuestros extraños movimientos y empezaba a disfrutar de nuestro ligero exhibicionismo, pero estaba con tantas ganas que no me importaba, es más separé mis piernas todo lo que el pantalón me permitía  para que sus dedos se ahogaran en la laguna caliente de mi vagina.

Sus dedos sin misericordia entraban,  salían, despacio subían por en medio de mis labios restregando mi clítoris y volvían a hundirse en mi conchita, en nada me afectaba que en el asiento detrás del nuestro un niño lloriqueaba, que importancia podía  tener que aquel curioso pasajero conduciéndose al urinario desviara la vista hacia nosotros, si yo estaba en el gloria disfrutando de mi noche de bodas.

 De pronto se oyó un ruido como si alguien tropezara  al fondo, aparentemente era el tipo que acaba de cruzar, pero otros pasos se acercaban, seguro eran los del vigilante porque inesperadamente se encendieron las luces!! Nos quedamos totalmente helados aún más cuando murmuró: Qué sucede allí?
 Su mano metida en mi coñito, y mis tetitas al aire, eran una imagen digna de una fotografía, sumada  las caras de susto al ser sorprendidos, rápidamente  retiró su manoy lanzó la chompa sobre mi pubis desnudo y me abrazó cubriéndome los pechos con su cuerpo.
Nos quedamos quietitos, esperando la regañada del siglo, esa que no habíamos  recibido ni siquiera de mi madre, se detuvo en nuestros asientos, nos plantó la mirada, pero siguió muy despacio conduciéndose hacia los urinarios. Uffffff que alivio, seguro el también tenía alma de aventurero.
 Ruidos…voces…pasos…se apagaron las luces y todo volvió a la normalidad.
 Después del susto reíamos bajito con complicidad y le prohibí volverme a tocar!! bueno, al menos por unos minutos.
 Nuevamente empezamos con nuestros toqueteos, a mas de las ganas que traíamos era una situación altamente excitante, que se estaba sumando a nuestra colección. Sus labios entre los míos, succionando, chupando eróticamente, su lengua recorriendo mi boca descubriendo mis rincones, introduciéndomela como si fuera su falo el que me penetrara…mis pezones hinchados  escapándose de la blusa… era suficiente para volver a calentarnos…
 Me acomodé con el rostro hacia el pasillo recostándome de lado, tenía el pantalón abierto y la chompa sobre mis piernas, su mano abusiva bajaba por entre mis glúteos acariciando la línea que conduce a mi  vagina y sorprendiéndome con frecuentes empotradas me hacía brincar, era delicioso y ya no resistía más, necesitaba su pene incrustándome, dándome un paliza, para aliviar mi calentura.

No sabía si alguien además del señor de hace un rato notaba nuestra faena, pero se escuchaban cuchicheos bajitos, que se confundían con nuestras respiraciones agitadas. Aún así me tomó de la cadera empujándome hacia atrás, qué rico su falo buscando mi entrada, no fue difícil hallarla por lo resbaloso del camino; su cabecita empezó a hundírseme deliciosamente pero  apreté las piernas para no darle paso, el insistía y yo le dejaba jugar solo por las afueras, porque odiosamente estaba en mis días más fértiles, y de ninguna forma por un antojo sexual iba a permitir que cambiaran nuestros planes, aunque ese antojo realmente me estaba enloqueciendo, _ no podemos susurre…

 El me entendió perfectamente y automáticamente rebuscó en su billetera, un preservativo podía hacernos el milagro de seguir gozando, buscó en un bolsillo, en el otro, nada, abría los cierres de la mochila tampoco, no había un bendito preservativo. Vaya con las ganas que teníamos, y tener que aguantárnosla
A pesar de eso seguimos calentándonos protegidos por la oscuridad, bajé aún mas mi pantalón pero como resultaba incómodo, terminé dándome modos para liberar la una pierna y también  mi tanguita así podía abrirme a mi gusto. 
Me coloqué de lado  y mientras me enloquecía con sus dedos, esperó a que mis movimientos inquietos le demuestren el momento exacto de  caminar  hacia mi traserito, entendí perfectamente sus intenciones aun más cuando a medida q lengüeteaba en mis oídos me susurró: dámelo putita, quiero dejarte mis semillas detrás…
Cómo me encendía que me dijera putita, así que instintivamente expulsé mi cola hacia atrás, y empezó a preparar mi anillo, mojándolo con mis propios líquidos para suavizar la embestida. Su dedo medio y el pulgar masajeaban despacio pero firmemente, haciendo movimientos laterales para ensancharlo, poco a poco iba dilatándose y cediendo a sus intenciones.
Bajó un poco sus pantalones lo que la dificultosa posición le permitía, tomó saliva de mis labios y la rozó por su falo, sentí como me lo empinaba tratando de zambullirse en mi hoyo, avanzó suave pero rítmicamente,  dejándome sentir como mi  túnel se abría centímetro a centímetro hasta llegar al tope.

Me gustaba la sensación de sentirme ensartada, aunque un poquito de dolor inhibía mis ganas, que las fui olvidando a medida que con mi mano estiraba mis pezones y con la otra restregaba sobre mi clítoris.

La humedad de mi vagina destilando hacia mi culito facilitaba su lucha por cogerme, ya nada impedía que gozáramos, aunque teníamos que hacerlo sin la libertad de cambiar de posiciones y ahogando nuestros ruidos de placer por obvias razones.
Irrumpía una y otra vez contra mí, como lo hace un hombre cuando tiene una mujer que ama el sexo. Con aquellos estímulos mi clítoris se hinchaba tanto como mis pensamientos obscenos y mi corazón palpitaba con la misma fuerza, que mi vagina al explotar en un orgasmo  intenso, que me hizo arquear  matándome en vida por muchos segundos.
Varias arremetidas más hacían que su instrumento se hinchara, como si con un ligero roce fuera a explotar,  agarró su pene, apretándolo y hundiéndomelo de nuevo, se quedó quieto unos segundos como si se le acabaran las ganas de luchar mas..Segundos después me apretaba con furia contra sí, y claramente sentí como sus líquidos tibios corrían en mi interior como si fueran expulsados por un chisguete, nos quedamos inmóviles mientras con varias contracciones dejaba toda su leche en la hondonada de mi ser.
Nos higienizamos como mejor pudimos, me besó ahora con dulzura, y me dejo descansar entre sus brazos.
No teníamos idea de si quienes nos rodeaban advirtieron nuestra aventura, presumo que sí, era casi imposible que no notaran nuestra respiración, nuestros callados gemidos, el sonido del placer y el aroma a sexo que inundaba el vehículo, pero afortunadamente  nadie  dijo nada…supongo que calladamente disfrutaban de espiar a dos locos que se amaban bajo las sombras…
Al amanecer varias miradas curiosas se dirigían a nuestros asientos, en ese momento comprendimos que más de uno, había gozado en silencio de nuestra noche de bodas.
Ya en nuestro destino pasamos unos días inolvidables, disfrutamos de lo que siempre soñamos amarnos con la dulzura, la pasión y la entrega de quienes  tienen todo el tiempo del mundo para gozarse, de sus labios sobre mi espalda y los míos en su vientre, de la espuma del baño y del masaje relajante, de dormir juntos y despertar abrazados, pero cuando pienso en mi luna de miel, el más rico y excitante recuerdo, sin duda es el de mi noche de bodas …en el bus de pasajeros.
PARA CONTACTAR CONMIGO leonnela8@hotmail.com
 

Relato erótico: “Memorias de un exhibicionista (Parte 7) ” (POR TALIBOS)

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DE LOCA A LOCA PORTADA2MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 7):
CAPÍTULO 13: NOS VAMOS DE CENA:
A veces no hay quien comprenda a las mujeres. Tanto quejaros de que vuestros novios no quieren acompañaros de compras, cuando la solución es bien sencilla. Alicia la conocía perfectamente. Le bastó con pasearse por el centro comercial sin ropa interior e invitarme a acompañarla a todos los probadores que visitamos, permitiéndome disfrutar de sus femeninas curvas cada vez que se probaba algún trapito.
Ni una sola protesta hice. No me habría importado que se probara 10, 20 vestidos distintos y que al final hubiera comprado ninguno (cosa que no hizo). Me daba igual. No, igual no, de hecho, cuantos más conjuntos escogía para probarse… mejor.
No, en serio. Las siguientes horas fueron para mí un estado de empalmada permanente. Alicia jugó conmigo tanto como quiso, aunque, por desgracia, no se decidió a volver a repetir nuestro numerito de la tienda de deportes, limitándose a ofrecerme como recompensa la visión de su excelsa anatomía. Y nada más.
Siendo sincero, la verdad es que su postura era la más razonable, pues las tiendas que visitamos eran mucho más pequeñas y el riesgo de que un dependiente o cliente nos formara un lío era demasiado alto. Pero, aún siendo consciente de que Ali tenía razón en querer portarse bien, no lograba librarme de la molesta sensación de que, si no nos montábamos un show, era porque ella no quería, completamente decidida a dedicarse a comprar ropa y nada más, y que, de haber querido ella, habríamos actuado exactamente igual que cuando nos masturbamos un rato antes.
Pero bueno. Tampoco podía quejarme. Y es que el cuerpazo de Alicia era un espectáculo que no me cansaba de ver.
Cuando salimos de comprar los bañadores, Alicia decidió que quería visitar la boutique de la jovencita que había saludado a Tati en el café. Me pareció una buena idea, pues existía la posibilidad de volver a ver a aquel bomboncito de pechos exuberantes… Y a quien no le apetece regalarse la vista con una obra de arte así…
Por desgracia no tuvimos (más bien no tuve) suerte y la chica no apareció por ningún lado. Aún así, pude recrearme admirando a una mujer que estaba por lo menos tan buena como la jovencita. Unos cuarenta, muy bien llevados, tremendas tetas embutidas en un elegante traje sastre negro y una pinta de ser una verdadera fiera en la cama que tiraba de espaldas. Creí percibir cierto aire familiar con la joven de antes y, recordando que Tati comentó que la madre era la dueña de la boutique… no me cupo duda de quien era.
La mujer, muy profesionalmente, atendió a Ali, resolviendo sus dudas y buscando los modelos de su talla para que pudiera probárselos. De vez en cuando, su mirada se desviaba hacia mí, cosa que me encantaba y yo le devolvía la mirada con tranquilidad, deleitándome con su cuerpazo con escaso disimulo.
Pero Ali, no sé si un poquito molesta (¿celosa?) porque los ojos se me iban detrás de la maciza señora, me arrastró enseguida al probador y, tras volver a obligarme a sentar en un banco, arrojó en mi regazo toda la ropa que pensaba probarse.
Por un momento pensé en burlarme un poquito de ella, pues se notaba que estaba ligeramente cabreada, pero, en cuanto se abrió la camisa y empezó a desnudarse, me olvidé hasta de mi nombre.
Cuando salimos del probador, la cabeza me zumbaba ligeramente y notaba un fuerte cosquilleo en la bragueta. La dependienta tetona nos atendió amablemente y Ali compró un par de conjuntos que tuve que transportar como buen burro de carga. La señora me dedicó un par de miraditas cómplices, seguro que imaginándose que en el interior del probador había pasado de todo. “Qué más quisiera yo”, le respondí con la mirada.
Y el resto de la tarde fue igual. Visitamos dos o tres tiendas más y en todas permanecí en mi doble papel: silencioso admirador y puteado porteador. Ali no parecía dispuesta a concederme nada más. Bueno, no pasaba nada, las molestias que suponía el segundo trabajo quedaban más que compensadas por las ventajas del primero, así que no puedo quejarme.
Cuando por fin dieron las nueve, Ali dijo que íbamos a pasarnos también por la tienda de Tati, que quería probarse un par de cosas que había visto. Yo, cargado como un mulo, la seguí sin rechistar. De qué iba a servirme protestar a esas alturas. Ya había asumido que, al menos ese día, Alicia estaba a los mandos de la situación. Hasta que no pudiera hablar tranquilamente con Tatiana a solas, no podría librarla del control que Ali estaba empezando a ejercer sobre ella.
Y, además, después de toda una tarde disfrutando de stripteases privados, me encontraba en un permanente estado de semi excitación, que provocaba que estuviera deseando averiguar qué planes había maquinado aquella perversa cabecita para esa noche.
Cuando entramos a la tienda, miré a mi alrededor con curiosidad, pues no conocía demasiado el establecimiento. Sólo había venido en un par de ocasiones para ver a Tatiana, no muy a menudo, pues ella parecía aturrullarse un poco cuando yo andaba por allí, así que, los días que venía a recogerla al salir del trabajo, la esperaba en el coche en el aparcamiento y no subía al local.
La tienda era un poco más grande que las otras que habíamos visitado, dividida en dos secciones claramente diferenciadas, una de ropa de hombre y otra para mujer. A esas horas, a punto de cerrar, no había ya demasiados clientes y pude ver que algunas de las dependientas habían empezado a recoger.
En ese momento, Ali me dio un ligero codazo en las costillas, extrañado, me volví hacia ella y vi que la sonrisa traviesa había retornado a sus labios. Siguiendo la dirección de su mirada, descubrí el paradero de mi novia, a la que todavía no había visto.
La chica estaba detrás de un mostrador, atendiendo a dos hombres que parecían estar comprando unas camisas. Lo gracioso del caso era que, aunque el resto de la tienda estaba casi vacío, delante de su mostrador esperaban 4 o 5 hombres más, aguardando su turno para ser atendidos.
Y la razón era obvia. Bueno, más bien las razones, concretamente dos, que podían observarse perfectamente marcadas en el jersey de Tatiana.
–          ¿Lo ves? – me susurró Ali acercándose – Sigue cachonda como una perra. Te dije que a tu novia le gustaba este rollo.
Coño. Era verdad. A pesar de que habían pasado 3 horas desde que nos separamos de Tati, sus tetas seguían en posición de firmes. No pude menos que preguntarme si habría vuelto a meterse en un probador a acariciarse los pezones o si habría permanecido empitonada toda la tarde.
En ese momento Tati nos vio y nos saludó tímidamente con la mano, sin dejar de atender a sus clientes. Ali, juguetona, se lamió ligeramente dos dedos y simuló acariciarse un pezón con ellos. Al verla, Tati apartó la mirada, avergonzada y pude ver que volvía a ponerse colorada.
–          ¡Qué mona! – rió Ali.
Como Tatiana estaba bastante ocupada, otra chica acudió a atendernos. Yo la conocía de vista de mis anteriores visitas y ella a mí, así que nos saludamos con educación, pero nada más. Ali pidió un par de cosas para ver cómo le quedaban y esta vez no pasé con ella al probador, limitándome a quedarme por allí fingiendo mirar ropa, aunque en realidad lo que hacía era observar a los tipos que se comían a mi novia con los ojos.
Tengo que reconocerlo. Me resultó excitante. Aquellos tíos, unos con más disimulo que otros, desnudaban con ansia a Tatiana con los ojos. Sin poder evitarlo, sus miradas se desviaban irresistiblemente hacia los dos excitantes bultitos que se marcaban en el jersey de la chica. Todos llevaban prendas en las manos e, invariablemente, cuando alguno pagaba la prenda adquirida se quedaba rondando por allí un poquito más, vigilando de reojo que los pezones siguieran en su sitio.
Tras estar un rato así, regocijándome por dentro al pensar que por la noche iba a comerme ese bombón, me sentí juguetón y quise alardear un poco delante de aquellos babosos.
Como el que no quiere la cosa, dejé las bolsas de Ali en el suelo, me acerqué tranquilamente al mostrador y, rodeándolo, me acerqué a Tatiana, que me miraba con sorpresa.
–          Hola cariño – dije dándole un besito que ella devolvió más por inercia que por otro motivo – ¿Te queda mucho para salir?
Mientras decía esto, deslicé mi mano por la cintura de Tatiana, abrazándola ligeramente, atrayéndola hacia mí. Un segundo después, retiré la mano, pero procurando que los clientes percibieran perfectamente cómo recorría con impudicia el tierno culito de la dependienta.
Tati, avergonzada, no atinó ni a protestar, colorada como un tomate, mientras los clientes me observaban con envidia. Ay, si las miradas matasen…
–          Entonces ¿qué? ¿Te queda mucho? – insistí.
–          U… un poco. Tengo que terminar con estos señores.
–          Vale. Te espero por aquí.
Y, con todo el descaro del mundo, le di un suave azote en el culo a Tatiana, que dio un respingo y salí de detrás del mostrador. Los hombres me miraban con mal disimulado odio, pero al menos logré que dejaran de mirar a Tatiana con tanta desfachatez, con lo que la velocidad de la cola aumentó bastante. En menos de 10 minutos, Tati se los había ventilado a todos.
Cuando estuvo sola, me acerqué de nuevo, mientras ella me miraba ligeramente molesta.
–          Víctor, yo… En el trabajo no hagas esas cosas… – me dijo.
–          Vamos nena. No me digas que no viste cómo se te comían con los ojos. Yo simplemente les hice ver que no estabas libre. Si alguno llega a decirte alguna grosería, te juro que le hubiera partido la cara…
Tatiana me sonrió dulcemente. Mirando a los lados para comprobar que no nos veía nadie, se echó en mis brazos y me plantó un amoroso beso que yo devolví con ganas.
–          Vaya, ¿te has puesto celoso?
Me quedé sin palabras. Coño, no me había dado cuenta. Pero era verdad. Me había gustado que aquellos hombres se deleitaran mirándole las tetas a Tatiana, pero, en el fondo, me había sentido molesto. ¿Serían celos? Me di cuenta de que, por primera vez desde el día anterior, había admitido que seguíamos siendo pareja. Me sentía confuso.
Por fortuna, justo en ese momento regresó Alicia, con una bolsa de la tienda con otro vestido que acababa de comprarse. Seguro que había dejado la tarjeta temblando. Aunque, pensando en quien era su prometido… quizás no.
–          Hola Tatiana – dijo saludando.
–          Ho… hola Alicia.
–          Vaya – dijo Ali sonriendo ladinamente – Veo que eres una chica muy obediente.
Mientras hablaba, miraba con descaro a los enhiestos pezones de mi novia, que seguían perfectamente erectos y marcaditos en el jersey. Tati, un tanto turbada, apartó la mirada.
–          Vamos, niña, no me seas mojigata – continuó Alicia – Esto no es nada comparado con lo que vas a tener que hacer a partir de ahora.
Tatiana me miró un instante y, al hacerlo, pareció recobrar la convicción y alzó la vista, desafiante.
–          Así me gusta – rió Alicia – Y dime, ¿has vendido más de lo habitual esta tarde?
Una sonrisilla juguetona se dibujó en los labios de Tati, que acabó asintiendo con la cabeza.
–          Ja, ja, ¿lo ves? ¡Ya te dije que sería así! ¡Los hombres tiene el cerebro entre las piernas y ahí no hay demasiado sitio!
Pensé en decir algo, pero quien era yo para rebatirlo. A pesar de que se trataba de mi novia y de que la había visto desnuda mil veces, mis ojos no podían evitar desviarse y disfrutar del sensual espectáculo que brindaban los duros pezones de la chica.
–          ¿Te queda mucho? – dijo Ali mirando su reloj.
–          Un poco. Hay que cuadrar las cajas y tengo que esperar al guardia que viene a recoger el dinero.
Ali y yo nos quedamos charlando por allí, mientras Tati iba pasando por todas las cajas para que las dependientas le entregaran el dinero y las cuentas. Me sorprendía aquella faceta de Tatiana, profesional y segura de sí misma, bastante alejada de la imagen que tenía de ella. Debería haberme sentido mal, por subestimarla como siempre, pero no fue así, pues a esas horas y después de la tardecita que llevaba, una sensación se imponía sobre todas las demás: la excitación sexual.
Mientras hablaba con Ali me di cuenta de que, entre los dos, flotaba una especie de aura de tensión carnal acumulada, los dos estábamos cachondos, excitados y ni mucho menos pensábamos en dar por finalizada la velada tras la cena. Seguro que Ali tenía algo en mente.
Por fin parecía que Tati estaba terminando con las cajas, cuando entró en la tienda un guardia de seguridad. Me fijé en que había otro más, que esperaba en el exterior.
Tras saludar amigablemente a Tatiana, los dos dedicaron unos minutos a rellenar unos papeles y la joven le entregó unos paquetes con la recaudación del día. Al pobre tipo, se le iban los ojos sin querer hacia el jersey de la chica, pero he de reconocer que supo mantener la compostura bastante bien.
–          Entonces, ¿qué? Ya vais a cerrar ¿no? – preguntó el guarda estúpidamente.
–          Sí, claro. Echamos el cierre y hasta el lunes.
–          Ya sabes, si quieres te acompañamos hasta el coche – se ofreció el tipo.
–          No, no, gracias Fernando. He venido en autobús. Además, están ahí mi novio y una amiga que han venido a recogerme. Vamos a salir a cenar – le contestó Tati con toda inocencia.
El guarda me miró un instante y me saludó con frialdad, devolviéndole yo el saludo con idéntico tono.
–          Bueno, pues nada, nos vemos el lunes – empezó a despedirse el tal Fernando levantando las bolsas de dinero.
–          No, bueno… el lunes tengo turno de mañana, así que…
–          Oh, vale, pero seguro que nos vemos por aquí.
El tío, que a cada minuto que pasaba me caía más gordo, se despidió de Ali y de mí con un gesto de la cabeza y salió a reunirse con su compañero. Ali no tardó ni un segundo en lanzarse a degüello.
–          Ji, ji, vaya, vaya, Tatiana. Si le tienes comiendo en la palma de la mano. Quien lo diría.
–          No… no te entiendo – respondió Tatiana ruborizándose, demostrando que sí que la entendía perfectamente.
–          Venga ya, niña, no te hagas la tonta. El guarda ese está que se muere por meterse dentro de tus bragas. No me dirás que no has visto cómo se le salían los ojos cuando ha visto tus pezones.
Tatiana parecía avergonzada, pero yo empezaba a descubrir que había ciertos aspectos del carácter de mi novia que desconocía por completo. Por imbécil.
Las últimas compañeras de Tatiana se despidieron y se fueron marchando. Tati nos hizo salir para activar la alarma y tras cerrar las puertas con llave, bajó la persiana con un mando a distancia que luego guardó en el bolso.
Nos quedamos los tres allí parados, mirándonos; yo cargado con todas las bolsas de Alicia mientras mi novia me observaba divertida.
–          Bueno, ¿qué? ¿Nos vamos? – dijo Ali – No sé vosotros, pero yo me muero de hambre.
–          Vale – asentí – Tengo el coche el aparcamiento. Pensad donde os apetece cenar.
–          Anoche me dijiste que te gustaba la comida china, ¿No Tati?
–          Sí – asintió la joven.
–          Pues nada. A un chino. Además, iba a ser difícil encontrar mesa en otro sitio sin reserva. Y no me apetece ir a un burguer.
Minutos después salíamos del sótano del centro comercial en mi coche. Curiosamente, ninguna de las chicas ocupó el asiento del copiloto, sino que ambas se sentaron atrás, para charlar tranquilamente.
Cuando quise darme cuenta, Alicia estaba contándole el numerito del probador, pero, a esas alturas, ya no me alteraba.
A mitad de narración, Ali me pidió el móvil, para enseñarle a Tatiana el vídeo que habíamos grabado. Mi chica lo miraba con atención y en cierto momento alzó la vista, encontrándose nuestras miradas en el espejo retrovisor. No supe apreciar cómo se sentía. ¿Celosa? ¿Excitada? ¿Enfadada? Bueno, ya lo averiguaría.
A eso de las diez y media conseguimos aparcamiento y, tras darle un euro al gorrilla de turno (no me fuera a arañar el coche) nos metimos los tres en un chino que Ali conocía. Todas las bolsas con las compras de Alicia se quedaron en el maletero, menos una que ella insistió en llevar colgada del brazo.
Me gustó el sitio, una sala bastante amplia y decorada al estilo occidental, nada de dragones de plástico y adornos asiáticos de cartón piedra.
Había bastantes clientes, pero no estaba abarrotado, así que nos dieron mesa sin problemas, junto a una pared. Yo me senté a un lado y las chicas al otro. Como teníamos bastante hambre, no nos entretuvimos mucho en pedir, cada uno lo que nos apeteció.
A pesar de que no combina mucho con la comida china, Ali insistió en pedir una botella de vino y tanto Tati como yo aceptamos. En menos de cinco minutos, estábamos cenando.
Charlamos durante un rato mientras comíamos, de cosas intrascendentes. Tatiana nos confirmó, entre risas, que era cierto que sus ventas se habían incrementado esa tarde y que todas habían sido en la sección de caballeros.
–          En serio, si me llego a quedar en la sección femenina, no vendo nada – dijo riendo.
Me di cuenta de que estaba un  poquito achispada y que Ali procuraba mantenerle la copa siempre llena. Entendí cuales eran sus intenciones.
Seguimos hablando y comiendo con tranquilidad, hasta que nos sirvieron los segundos platos. Yo ya estaba hasta arriba de arroz, así que me limitaba a juguetear con el pollo, ya sin muchas ganas y, por lo que pude ver, a las chicas les pasaba tres cuartos de lo mismo.
Entonces Ali se puso en marcha.
–          Oye, Víctor – me dijo – ¿Por qué no nos cuentas alguna historia? Yo he intentado contarle a Tatiana las que me narraste, pero tú lo haces mucho mejor. Además, me apetece una nueva…
Miré a Tatiana, un poco cortado. Tenía las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes, lo que yo sabía bien era señal de haber bebido un pelín demasiado.
–          Sí, venga, cari. Cuéntanos algo – asintió ilusionada.
–          Bueno – concedí – ¿Qué queréis que os cuente?
–          Uno de tus éxitos por supuesto – dijo Ali – Espera, se me ocurre algo. Cuando nos conocimos, dijiste que yo era la primera mujer con inclinaciones exhibicionistas que habías conocido, pero, ¿es verdad? ¿Nunca conociste a otra chica con tus mismos gustos?
–          Sí, sí que es verdad – afirmé – Aunque hubo una vez…
–          ¡Cuenta, cuenta! – exclamó Tatiana en voz demasiado alta.
–          Vale, vale, tranquila – dije riendo – Es algo que considero, como ha dicho Ali, uno de mis éxitos, aunque quizás quedéis decepcionadas cuando os lo cuente, pues, en realidad, no pasó nada de nada.
–          No importa, tú cuéntanoslo y nosotras decidiremos – dijo Ali – Aunque, primero, si me disculpáis un momento, quiero pasar por el tocador.
Alicia se levantó y se dirigió al baño, llevándose consigo la bolsa que había traído. Yo clavé la mirada en Tatiana, cuyos pezones, curiosamente, habían empezado a calmarse por fin. Se la veía bastante tranquila y relajada.
–          Tatiana, no quiero ser un coñazo, pero, ¿estás segura de todo esto?
–          Víctor. Ya te lo he dicho. Si me preguntas si hace dos días habría imaginado que iba a hacer algo así, a meterme en estas cosas, te habría dicho que no, pero si me hubieras preguntado si lo habría hecho por ti, mi respuesta habría sido la misma que ahora: por supuesto que si. Yo haría cualquier cosa por ti.
Tatiana estiró la mano sobre la mesa y yo la así, estrechándola con cariño. Ella no se daba cuenta, pero al demostrarme tanta devoción, tanto amor, en el fondo estaba haciéndome daño, pues yo me sentía vil y ruin a su lado, en absoluto a su altura.
–          Además – continuó bajando el tono de voz hasta un susurro – Te mentiría si te dijera que lo de esta tarde no me ha resultado excitante…
Sentí la boca seca, así que bebí un poco de vino.
–          ¿De veras? ¿Te ha gustado que te miraran esos hombres? ¿Qué se te comieran con los ojos?
–          Al principio lo pasé mal, lo admito. Estaba nerviosísima y me costó mucho concentrarme, pero luego… dejó de importarme que me miraran y descubrí… que me gustaba. Pero sobre todo, lo que más me ha gustado es cuando has llegado tú y has espantado a los moscones – dijo la chica entrelazando sus dedos con los míos.
–          Tati, te lo juro, si en algún momento quieres dejar esto, me lo dices y punto. Alicia es muy dominante y te puede arrastrar a hacer cosas que no quieres. No se lo permitas.
–          Ya te he dicho que hago esto porque quiero. Haré cualquier cosa por ti.
Si sólo hubiera dicho la primera frase, me habría quedado más tranquilo.
En ese momento, Ali regresó del baño. Se detuvo junto a la mesa y, al vernos con las manos entrelazadas, sonrió en silencio. Tati se echó un poco para delante, para permitir que Alicia regresara a su silla, que estaba junto a la pared, justo delante de mí. Entonces me di cuenta de que se había cambiado de ropa, sustituyendo los pantalones que llevaba antes por una minifalda que había comprado por la tarde.
–          Te has puesto falda – dije sonriendo, empezando a intuir lo que tenía en mente.
–          Muy observador – respondió en tono jocoso mientras tomaba asiento.
–          ¿Y por qué? – pregunté siguiéndole el juego.
–          Verás – dijo ella con ojos brillantes – Antes has dicho que no sabías si la historia que ibas a contarnos iba a resultarnos satisfactoria o no… y he pensado en una manera de… calibrarla.
–          ¿Ah sí? – dije divertido – ¿Y qué manera es esa?
–          Saca el móvil.
No tardeé ni un segundo en obedecer.
–          Saca una foto bajo la mesa.
No hicieron falta más instrucciones. Sabía que lo que ella quería no era una foto del suelo precisamente…
Con cuidado, procurando que nadie se diera cuenta de lo que hacía, metí las manos bajo la mesa y orienté el objetivo hacia delante. Como no podía ver adonde apuntaba, hice varios disparos para asegurarme.
Cuando acabé, saqué de nuevo el móvil y accedí a la galería de fotos… Allí estaba.
Había obtenido varias tomas bastante buenas del coñito desnudo de Alicia. La chica, sin cortarse en absoluto, se había abierto de piernas todo lo que había podido bajo la mesa, posando para la foto. No contenta con eso, en las últimas instantáneas aparecía su mano entre sus muslos, separando al máximo los labios vaginales, exhibiendo para la cámara su vagina completamente expuesta.
Sonriendo, me recreé admirando las fotografías, pasándolas lentamente una a una en la pantalla del móvil. La excitación había regresado con fuerza y notaba perfectamente cómo algo se agitaba dentro de mis pantalones.
–          Déjame verlas – dijo Alicia.
Sin decir nada, le alargué el teléfono por encima de la mesa. Ella miró la pantalla con ojos brillantes, inclinándose hacia un lado para permitir que Tatiana disfrutara también del espectáculo. Tati, se asomó inmediatamente, quedándose boquiabierta al ver el coñito desnudo de la otra chica.
Sin acabar de creérselo, sus ojos alternaban entre la pantalla y mi rostro, como pidiéndome confirmación de que aquello era real. Era lógico, era su primer contacto auténtico con el exhibicionismo. Antes sólo había visto unos vídeos, pero, al no estar presente cuando se grabaron, sin duda le parecían menos auténticos que aquellas fotos que acababa de tomar.
Cuando las hubieron visto todas, Alicia me devolvió el móvil y, mirando a mi novia, le dijo con sencillez.
–          Ahora tú.
Tatiana dio un respingo en su silla, sorprendida, mirando alucinada a la otra chica. Por un instante, pensé que iba a mandarnos a los dos a paseo, pero no, ella estaba más que decidida a hacer lo que fuera con tal de retenerme a su lado.
–          Vale – asintió levantándose – Enseguida vuelvo.
La mano de Ali salió como un rayo para aferrar la muñeca de Tatiana, impidiéndole que se pusiera en pie.
–          ¿Adónde crees que vas? – le preguntó sin soltarle la mano.
–          Yo… Al baño – dijo mi novia ruborizada.
–          ¿A quitarte las bragas?
Tati asintió con la cabeza.
–          De eso nada, niña. Te las quitas aquí mismo.
La pobre chica se puso coloradísima, pero no protestó, dejándose caer de nuevo en la silla. No dijo nada, ni siquiera me miró esta vez, sino que echó un vistazo alrededor, intentando asegurarse de que nadie veía sus maniobras.
Obviamente, me acordé de días atrás, cuando yo le había dado la misma orden a Alicia. Nuestras miradas se encontraron y supe que ella estaba pensando en lo mismo.
Lentamente y con gran disimulo, Tatiana metió las manos bajo la mesa y empezó a forcejear con su falda. Con mucho cuidado, procurando no atraer la atención de las mesas vecinas, me trasladé a la silla de al lado, la que quedaba frente a mi novia y empecé a hacer fotos bajo la mesa con el móvil como loco, mientras ella me miraba con el rostro encarnado.
Segundos después logró su objetivo y, levantándose unos centímetros del asiento, empezó a deslizar sus braguitas por los muslos, agachándose hasta librarse por completo de ellas.
Cuando terminó, se sentó recta en la silla y le alargó la prenda de lencería a Alicia, que la guardó en la bolsa donde estaban sus pantalones. Ali la observaba con una sonrisa satisfecha en los labios, mientras Tatiana ni se atrevía a mirarnos a los ojos a ninguno de los dos, observando el mantel como si fuera lo más interesante del mundo.
Yo no les prestaba mucha atención, mientras repasaba en la pantalla del teléfono la nueva tanda de fotos. No habían salido tan bien como las de Alicia, pues, obviamente, para quitarse las bragas Tati había cerrado las piernas, no las había abierto, pero, aún así, tenían un morbo para morirse.
Le enseñé las fotos a Ali, que las miró divertida.
–          Bueno, ahora te toca despatarrarte, cielo – le dijo a mi novia.
A esas alturas yo ya portaba una empalmada de notables dimensiones y, cuando Ali empezó a decirle guarradas a mi novia, pensé que la bragueta iba a saltar por los aires.
–          Muy bien nena, y ya sabes, tienes que abrirte bien el coñito para que salga guapo en la foto.
Por la expresión de mi novia, se veía que daba gracias porque la mesa tuviera mantel, pues eso la tapaba de las mesas vecinas. Por suerte para ella, nadie pareció darse cuenta de que entre nosotros estuviera pasando nada raro, así que pudo obedecer mientras yo no paraba de sacar fotos.
–          Vale. Ya está bien. Enséñamelas – dijo Ali poniendo punto y final a la sesión.
Obviamente, antes de entregarle el móvil me regalé la vista con las primeras instantáneas exhibicionistas de Tatiana. La pobre seguía bastante colorada, pero pude notar que sus pezones habían vuelto a endurecerse y se apreciaban claramente en el jersey.
No sé cómo, pero a pesar de que sólo se veían sus muslos abiertos y su chochito expuesto, las fotos transmitían la sensación de que la chica estaba realmente avergonzada por exhibirse. Y precisamente por eso resultaban más morbosas.
Cuando estuve satisfecho, le entregué el móvil a Ali, que contenía su impaciencia a duras penas. Al principio, Tatiana no hizo ademán de ver las fotos, pero tras unas cuantas exclamaciones admirativas y comentarios jocosos, cedió finalmente a la tentación y pronto ambas jóvenes estuvieron con las cabezas juntas y los ojos clavados en la pantalla del aparato.
Y mientras yo me acariciaba la polla por encima del pantalón.
Cuando se dieron por satisfechas, Ali dejó el teléfono encima del mantel y dijo:
–          Ahora puedes empezar con tu historia.
–          Vale – asentí – Pero antes, aclárame una cosa.
–          Dime.
–          ¿Cómo van a servir estas fotos para calibrar si mi relato es bueno o no?
Ali me miró unos segundos con su sonrisilla traviesa antes de contestar.
–          Es fácil. Cuando termines, nos fotografías de nuevo.
–          ¿Y? – dije intuyendo por donde iba la cosa.
–          Si nuestros coñitos se han mojado, habrá sido una historia excitante.
–          ¿Y cual será mi premio?
–          Una de nosotras obedecerá una orden tuya. Y si no nos hemos puesto cachondas, serás tú el que cumpla una orden.
–          Me parece justo.
–          Pues empieza.
CAPÍTULO 14: LA JOVEN DEL BUS:
–          Bueno. De esto hace ya la tira de años, recuerdo que tenía 18 recién cumplidos.
–          Sí que ha llovido, sí – dijo Ali.
–          En ese entonces había empezado a ponerme en forma, ya iba al gimnasio y había empezado con las artes marciales, ya sabéis, como hobby, para mantenerme en forma.
Las dos me observaban en silencio, interesadas.
–          Era verano y, en cuanto se acabase, iba a empezar la universidad. Como aún no trabajaba, no tenía nunca un duro y demasiado que mi pobre padre me pagaba el gimnasio. Así que, para mejorar de forma, me aficioné a correr un poco por las tardes.
–          ¿Sigues haciéndolo? – preguntó Ali.
–          Sí. No tanto como antes, pero aún salgo con frecuencia a correr.
–          Estupendo. Algún día iré contigo.
Tati la miró un segundo, pero no dijo nada.
–          Pues bien, aquel día hacía calor, pero aún así salí a correr. Me di una buena caminata, desde donde vivían mis padres hasta el pabellón de los almendros, ya sabéis donde está.
–          Son muchos kilómetros – intervino Tati.
–          Bueno, a lo que iba. Cuando llegué allí, decidí que era suficiente, descansé unos minutos, bebí agua… y pisé una puta piedra y me torcí el tobillo.
–          Ji, ji, anda que… – rió Ali – Ya no estoy tan segura de querer ir a correr contigo.
–          Sí, bueno. Le puede pasar a cualquiera. Así que allí estaba yo, tirado en un banco, examinándome el tobillo. No era grave, podía apoyar el pie, pero ni pensar en volver a casa andando. Menos mal que siempre que salía a correr me llevaba la riñonera y tenía algo de dinero. Pero claro, ni de coña suficiente para un taxi (además que no me iba a gastar las pelas en esos lujos), así que, cojeando, me fui a la parada del bus.
–          ¿Por qué no llamaste a tus padres? – preguntó Tatiana – ¿No llevabas el móvil?
–          ¿Hace 20 años? ¿Qué móvil? – respondí divertido.
–          No… Es verdad. ¿Y no había ninguna cabina? Si tenías dinero…
–          Sí, sí, ya pensé en eso. Pero, a esas horas, mi padre seguía en el curro y mi madre no tenía carnet, así que…
–          ¡Ah, claro!
–          Pues nada. Esperé al solano al bus durante un rato hasta que apareció. Por fortuna, el vehículo que vino era de los más modernos por aquel entonces y tenía aire acondicionado, pues todavía quedaban muchos que no tenían.
–          Sí me acuerdo de esos – dijo mi novia, aunque por esa época debía ser muy niña.
Ali nos miraba a ambos. Por su expresión, se deducía que probablemente no había pisado un autobús en su vida.
–          Pagué al conductor, cogí el ticket y entré. Había 10 o 12 personas, con lo que quedaban asientos libres. Iba a sentarme en cualquier sitio, pero entonces la vi. Sentada casi al fondo, había una chavalita realmente preciosa y claro, me decidí a sentarme junto a ella.
–          Jo, pues yo, cuando el bus va medio vacío y un tío viene derecho a sentarse a mi lado, me asusto un poco – dijo Tati.
–          Ya. Y apuesto a que te pasa bastante a menudo – dijo Ali riendo.
Mientras hablaba, volvió a servirle vino a la otra chica. Ella también se echó un poco, pero yo me negué, pues luego tenía que coger el coche.
–          No, no me he explicado bien. Veréis. La chica estaba sentada en un grupo de 4 asientos que hay al fondo en ese tipo de autobuses, enfrente de la puerta de salida. Dos de esos asientos están orientados en el sentido de la marcha y los otros dos justo delante, en dirección opuesta.
–          ¡Ah, ya sé los que dices! – dijo Tati con entusiasmo, animada por el vino.
–          O sea, como las sillas donde estamos sentados ahora mismo – dijo Ali haciendo un gesto con las manos.
–          Exacto. La chica iba sentada mirando hacia el frente, en el asiento junto a la ventanilla y yo me ubiqué en sentido opuesto, pero no en el asiento delante de ella, sino en el otro.
–          O sea, yo estaría sentada donde ella y tú donde estás ahora mismo – dijo Ali señalándome mientras Tati asentía con la cabeza.
–          Precisamente.
–          ¿Y qué hiciste? ¿Te la sacaste y se la enseñaste?
–          No, hija. Ni mucho menos. Verás, no olvides que yo era bastante joven y aún no tenía mucha experiencia. Te aseguro que, cuando me senté junto a ella, no tenía nada truculento en mente. Simplemente vi una chica guapa y me senté cerca.
–          Ya. Claro. Estabas un poquito salido – dijo Ali riendo.
–          Por supuesto. Sigo igual – dije guiñándole un ojo – Pues bien, cuando me acerqué ella me miró con franco interés.
–          Es que estás buenísimo – bromeó Ali haciendo sonreír a mi novia.
–          No. Creo que se fijó en que yo cojeaba.
–          ¡Ah, claro!
–          Me senté y le eché un vistazo disimulado. Era guapísima. Rubia, ojos claros, con un buen par de… – dije haciendo el signo internacional de las tetas grandes – Debía tener mi edad, o quizás un poco más joven. Llevaba un vestido veraniego, fresquito, que permitía ver perfectamente su sostén asomando y la faldita le llegaba a medio muslo. Iba masticando chicle con aire distraído mientras escuchaba música en un discman. Era super sexy.
–          Y tú babeando.
–          Por supuesto. Pero os aseguro que no hice nada. En cuanto me senté, ella dejó de prestarme atención y se puso a mirar por la ventana. Como iba con los auriculares puestos, ni siquiera podía intentar entablar conversación, así que, conformándome con haberle podido echar un buen vistazo, decidí volver a examinar mi tobillo.
En ese momento vino la camarera  a retirar los platos. Pedimos el postre y seguí con la historia.
–          Aunque sea una falta de educación, el pie me dolía, así que lo subí al asiento de delante, el que quedaba libre junto a la chica, apoyando la suela en el borde y me puse a examinarlo. Estaba un poco hinchado, pero bien.
–          ¿Qué pie era? – preguntó Alicia, creo que intentando hacerse una imagen mental de la situación.
–          El derecho.
–          Y ella estaba a tu derecha.
–          Correcto.
–          O sea, que con la pierna encogida, por tener el pie apoyado en el asiento de delante, ella no podía ver tu entrepierna.
–          Lo has entendido perfectamente.
–          Vale. Sigue.
–          Pasaron unos minutos, el autobús paró y se bajaron un par de personas. Los dos éramos los únicos viajeros que estábamos en los asientos del fondo. Yo, disimuladamente observaba a mi compañera de viaje, mientras mi imaginación empezaba a volar soñando con todas las cosas que podía hacer con ella.
Tati bebió de su copa, poniendo los ojos en blanco como diciendo: “Hombres”
–          Qué queréis que os diga. Siniestros pensamientos empezaron a formarse en mi mente. Recordé mis anteriores experiencias exhibicionistas y fui poniéndome cachondo.
–          A esa edad no hace falta mucho.
–          Y tanto que no. Con disimulo y ya que, como tú muy bien has señalado, mi entrepierna quedaba oculta a su mirada (además de que ella no apartaba los ojos de la ventanilla) empecé a acariciarme suavemente la polla por encima del pantalón corto. Ella no se daba cuenta de nada y mientras, mi verga crecía y crecía dentro de los slips.
Las dos, inconscientemente, se habían inclinado sobre la mesa, acercándose a mí, pendientes de mis palabras.
–          De vez en cuando miraba por encima del hombro, para asegurarme de que nadie fuera a pillarme, pero dentro del autobús parecía haber una atmósfera de paz que no sé describir. No se movía ni un alma. Más tranquilo, empecé a frotar un poquito más vigorosamente mi erección.
–          ¿Y ella?
–          Hasta entonces no se había dado cuenta de nada, estoy seguro, pero, de repente, algo llamó su atención y volvió la cara hacia mí. Aunque mi pierna la tapaba, los movimientos de mi mano eran lo suficientemente obvios como para saber perfectamente lo que estaba haciendo. Me puse en tensión, preparado para arrojarme hacia la puerta al primer signo de escándalo.
–          ¿Y si llega a gritar?
–          Lo tenía todo estudiado. Alguna vez había pensado en hacer algo así en un autobús, pero nunca me había atrevido. Piénsalo, si una pasajera grita, lo lógico es que el conductor detenga el bus y, en aquel entonces, las puertas tenían un cierre manual de emergencia justo al lado, así que habría podido escapar sin problemas, aunque fuera a la pata coja.
–          Claro. Y entonces no había cámaras en los autobuses – añadió Tatiana.
–          Es verdad – confirmé, haciéndola sonreír – Pero bueno, que me estoy desviando. Lo cierto es que la chica no chilló, ni protestó, ni me largó un guantazo. Tras la sorpresa inicial, se limitó a volver a reclinarse en su asiento y a ponerse a mirar otra vez por la ventanilla.
–          Una franca invitación.
–          Espera que lo mejor está por venir – continué – Dejé pasar un par de minutos, hasta que el autobús llegó a otra parada y se bajó más gente, tras lo que reanudé el sobeteo de polla. Estaba muy pendiente de la joven, que parecía no hacerme caso, pero entonces, cuando el movimiento de mi mano se hizo más notorio, la chica no pudo reprimir una sonrisilla que asomó en sus labios.
–          Te estaba mirando de reojo.
–          Bingo. Joder, no sabéis qué cachondo me puse cuando sonrió. Y eso no es todo, pues, segundos después, la chica subió su pie izquierdo (el que estaba pegado a la ventanilla) al asiento que había a mi lado, con lo que la faldita se le subió unos centímetros, permitiéndome admirar su hermoso muslo.
–          ¡La madre que la trajo! – exclamó Tati sin poder contenerse.
–          Eso pensé yo – asentí – Y esa sí que fue una franca invitación – dije mirando a Ali – así que no me lo pensé más y bajé el pie al suelo, ofreciéndole un buen primer plano del bulto en mis pantalones.
–          ¿Te miró?
–          Un segundo. Y cuando lo hizo estuve a punto de correrme, os lo juro.
–          No me extraña – dijo Ali admirada.
–          La nena volvió a clavar la vista en la calle y yo, ya completamente envalentonado, subí el pie izquierdo al asiento, para taparme de alguien que viniera por el pasillo y apartándole pantalón corto, saqué mi polla al aire y empecé a sobármela despacito.
La camarera vino entonces con los postres, interrumpiéndonos. Ninguno dijo nada, deseando que acabara y se largara deprisa. Cuando lo hizo, retomamos la conversación como si la interrupción nunca hubiera pasado.
–          ¿Te bajaste los pantalones en el bus? – preguntó sorprendida Tatiana.
–          No, no me has entendido. El pantalón de deporte era de tela ligera, de estos de atletismo. Lo que hice fue subirme la pernera derecha (que total, era cortísima) y, apartando el slip, me saqué la chorra por el hueco.
–          Ja, ja – rió Tati al escuchar “chorra”.
–          Estaba excitadísimo. La polla parecía a punto de reventarme. Lentamente, seguí con la paja, ofreciéndosela a la chica, haciéndolo para ella. La sonrisilla traviesa había vuelto a sus labios, pero ella seguía sin mirarme directamente.
–          Joder, sigue – dijo Ali al ver que yo paraba para echar un trago.
–          Y entonces hizo algo increíble. Muy despacito, llevó la mano hasta su falda y tirando con suavidad, la enrolló en su regazo, permitiéndome ver sus braguitas.
–          Vaya con la niña – dijo Ali con los ojos brillantes.
–          Cuando lo hizo me volví medio loco. Ya no me pajeaba lentamente, sino que mi mano se deslizaba a buen ritmo por mi tronco, haciéndome jadear de placer. Eché un par de miradas por encima del hombro, pero el resto del autobús parecía estar a  años luz de nosotros. En el universo estábamos sólo ella y yo.
–          ¿Y te corriste? ¿Le echaste la lefa encima? – preguntó Ali sin poder contenerse.
–          No seas bruta – dije riendo – Yo estaba a punto de caramelo, con las pelotas casi en erupción y entonces…
–          Cuenta, cuenta – dijo Ali mientras las dos se inclinaban todavía más sobre la mesa.
–          La chavala agarró el borde de sus braguitas y las apartó ligeramente, brindándome el exquisito espectáculo de su conejito.
–          ¡No fastidies! – exclamó una de las dos.
–          Os lo juro. Y todo esto sin dejar de otear por la ventanilla, sin mirarme directamente. Su chochito era delicioso. Yo ya había visto unos cuantos, pero aquel… uf, qué coñito. Sonrosado, brillante, sedoso… los labios bastante hinchados y abiertos, demostrando que ella también se había puesto cachonda… Recuerdo que tenía bastante vello, rubio y suave, pues entonces aún no se habían puesto de moda los chochetes depilados entre las jovencitas.
–          Madre mía.
–          Y ya no pude más y me corrí. Con un gemido, el semen salió disparado de mi polla, aterrizando en el asiento de enfrente. Y, cuando mi rabo entró en erupción, la chica me miró por fin directamente, los ojos como platos, la boca entreabierta mientras respiraba jadeando y fue su mirada la que hizo que me corriera como una bestia. Mi polla vomitaba chorro tras chorro de espeso semen. Como pude, apunté hacia abajo, derramándolo por el suelo, mientras la joven, aún abierta de piernas y con el coñito expuesto, ni siquiera parpadeaba, sin perderse detalle.
–          La leche. ¿Y no pasó nada más?
–          No. A partir de ahí la cosa se torció. Cuando por fin mi polla dejó de vomitar semen, volví a guardarla en el pantalón y ella, como despertando de un sueño, bajó la pierna al suelo y se puso bien el vestido.
–          Qué pena.
–          Ya te digo. Deseando hablar con ella, le sonreí e intenté cambiarme de asiento, para estar a su lado.
–          En el de la lefa – dijo Ali.
–          Sí, bueno. Ni siquiera lo pensé. Pero dio igual, pues, en cuanto hice ademán de acercarme, la pobre chica puso una expresión de nerviosismo que me detuvo por completo. No sé, quizás pensó que iba a lanzarme encima para violarla. Puso una cara tan rara que levanté las manos en gesto de paz y me senté de nuevo en mi asiento.
–          La fastidiaste – dijo Ali.
–          Si. El encanto ya estaba roto. Quizás lo habría intentado de nuevo en cuanto se hubiera calmado un poco, pero enseguida se levantó de su asiento, tocó el timbre y se bajó en la parada siguiente.
–          ¿No la seguiste? – preguntó Tati.
–          No. Cuando se bajó me miró, como asegurándose de que no iba tras ella. No quería asustarla.
–          ¿Volviste a verla?
–          Por desgracia no. Y mira que lo intenté. Cogí varias veces ese mismo autobús a la misma hora, pero nada. Incluso una vez me bajé en la misma parada que ella y di una vuelta por el barrio a ver si la veía, pero no hubo suerte.
Nos quedamos callados, mirándonos en silencio. Los ojos de las dos chicas brillaban y Tati tenía de nuevo las mejillas encarnadas, a medias por el alcohol, a medias por la calentura. Yo, a pesar de conocer la historia al dedillo, no podía resistirme al erotismo que flotaba en el ambiente, así que mantenía una erección de campeonato.
Entonces, sin decir nada, Alicia tomó mi móvil de encima de la mesa y, metiéndolo bajo el mantel, se hizo una foto de la entrepierna ella solita. En cuanto lo hubo hecho, deslizó la mano hacia el lado de mi novia y dijo:
–          Vamos nena, abre bien las piernas.
E hizo una nueva foto. A continuación, las examinó con sonrisa traviesa y se las enseñó a Tati, que se puso todavía más colorada. Por fin, me alargó el móvil a mí.
–          ¿Tú que crees? ¿Nos ha gustado la historia o no?
Yo miraba las fotos, sonriendo complacido. Sus coñitos estaban inequívocamente excitados, hinchados y brillantes. Me había ganado mi premio.
–          Yo creo que sí que os ha gustado. Estos coños están empapados – dije con lascivia.
–          Tienes razón. Así es como me siento – dijo Ali mirándome intensamente – Empapada.
TALIBOS
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ernestalibos@hotmail.com
 

Relato erótico: “Demasiado bien” (POR SIGMA)

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herederas3“Demasiado bien”
Por JValet
Traducido por Sigma
 
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La luz del sol se vertió por la ventana de la alcoba en un grueso (aunque oblicuo) pilar dorado, su base reposaba al pie de una cama kingsize con un solo ocupante. El durmiente yacía enredado en las sabanas, presentaba una sonrisa cansada después de una aparentemente inquieta, aunque placentera noche.
 
El ancho cuadrado de luz del día se movió lentamente al lado de la cama mientras la mañana avanzaba, eventualmente alcanzando un par de delicados pies, enredados en un rizo de la manta. Con el cambio en temperatura, el durmiente gimió mientras la conciencia lentamente se fortalecía y movía sus pies lejos de la molesta luz. Ahora reposaba con sus largas y ligeramente bronceadas piernas atrapadas en la retorcida manta. Músculos subcutáneos se flexionaron en sus bien formadas pantorrillas y esbeltos muslos cuando lentamente empezó a mover sus caderas en un lento movimiento de sube y baja. La luz del sol persistió, sin embargo, y siguió a sus pies por la cama hasta que no tuvieron a donde huir. Mientras sus pies comenzaban a sobrecalentarse, recuperó totalmente la conciencia, ruborizándose ligeramente cuando se dio cuenta de lo que había estado haciendo poco antes.
 
Bostezando delicadamente Josephine Hall se incorporó, desenredándose de las mantas mientras lo hacía. Sentada en el borde de su cama, deslizó una mano por los rizos largos y lánguidos que llegaban justo arriba de sus hombros en una cascada roja. Lentamente se levantó, sonriendo ampliamente. La noche pasada, como cada noche de esa semana, había estado llena de. . . sueños placenteros. De hecho, ni una sola mañana de las últimas cinco había comenzado su día sin tener las bragas húmedas. No sabía por que demonios se sentía tan excitada, pero le gustaba. Que bueno que estaba de vacaciones… Josephine sabía que no estaba de humor para volver a trabajar el lunes.
 
Mirando sobre su hombro, echo una mirada en el espejo montado al lado de su ropero, y le gustó lo que vio. Después de treinta-ocho años Josephine sabía que todavía tenía el ENCANTO. Quizá tuviera algunas patas de gallo empezando a notarse en el borde de sus ojos, y su trasero ya no era lo bastante duro para no moverse, pero todavía tenía unas piernas para morirse, y sus pechos, aunque pequeños, todavía no mostraban señales de colgarse. Alisó las arrugas en el pequeño camisón negro que llevaba, e hizo un puchero. Si hubiera un hombre aquí, no había manera de que pudiera resistírsele… Si hubiera un hombre aquí. Josephine suspiró. Pero había otras maneras de reafirmar su situación de símbolo sexual.
 
Fuera de su cuarto, llegó el sonido de alguien preparando el desayuno. Josephine echo una última mirada sexy al espejo, y agarró la gruesa bata que yacía a los pies de su cama. Tras ponérsela y atársela holgadamente, fue a ver que tipo de desastre hacia Alvin en la cocina.
 
Andando calladamente y descalza hacía la cocina, encontró a su hijo apurándose, tratando de meterse en la boca una tostada y un par de trozos de tocino simultáneamente mientras bebía un vaso de jugo de naranja. Dejó de comer lo justo para verla cuando entró e intentó un “Buenos días” con la boca llena.
 
“Buenos días cariño,” contestó, y comenzó caminar por la cocina, como si buscara su desayuno. La bata se abría de vez en cuando, y así sus piernas aparecían a la vista para el único espectador presente. Josephine no podía suprimir una sonrisa cuando escuchaba su masticar hacerse más lento cada vez que los pliegues de algodón se abrían. Sabía lo que miraba… lo había estado haciendo toda la semana.
 
La primera mañana que lo sorprendió mirándola, Josephine recordaba haberse sentido más que ligeramente asustada y algo repelida por las miradas furtivas de su hijo. Pero con cada día que pasaba, el sentimiento había sido superado por una sensación de callado orgullo de que sus piernas todavía podían atraer la mirada de un hombre joven, y una sensación no tan callada de poder. En algún momento de la semana, se dio cuenta de que cada vez que mostraba sus piernas a Alvin, ELLA era la única cosa que ocupa sus pensamientos… cada vez que él se alejaba de ella en una posición medio inclinada, tratando de ocultar su erección, ELLA era la que controlaba su pene. Así, se volvió una especie de juego para ella últimamente, darle un espectáculo y observar como meneaba su primoroso traserito fuera del cuarto, tratando de ocultar el bulto de su entrepierna. Después siempre sentía una increíble embriaguez de poder y, tenía que admitirlo (aunque de mala gana), un aumento súbito de excitación.
 
Eventualmente se decidió por gran vaso de leche fría, se la sentó junto a él, cruzando esas largas, encantadoras piernas y causando que la bata se resbalara de estas por completo, dejando solo las cimas de sus muslos cubiertas por la indecente falda de su camisoncito. Entonces Alvin dejó de masticar por un momento, y tragó.
 
“¿Llevarás el auto a la escuela hoy?” Preguntó, cruzando sus piernas al contrario, y gozando internamente cuando lo vio sonrojarse salvajemente. Era una pregunta absurda – mientras estuviera de vacaciones, usaría el auto para ir al campus de la universidad, evitando así los horrores del tránsito público, aunque sea sólo por una semana. Asintió de todos modos.
 
“Bien. Sé cuanto odias el autobús,” alzó el vaso, y empezó a beber, levantando su barbilla. Un par de hilos blancos escaparon por las orillas de su boca, derramándose sobre la delicada curva de su mandíbula, su cuello, su escote y dentro de la cima de su camisón. Alvin gimió calladamente, y dejó de comer por completo.
 
Con un rápido “me tengo que ir,” se alejó tambaleándose de la mesa, su cara color escarlata. Josephine rió entre dientes en su vaso cuando él salió de la cocina, apretando sus muslos.
 
—————————-
 
Mirándose en el espejo de nuevo, Josephine decidió que realmente necesitaba más tacones. Parándose de puntitas, miró la curva de sus pantorrillas y su trasero destacarse cuando se levantó más alto… y más alto… tenía piernas hechas para tacones. Se había comprado un par o dos durante la semana pasada, pero ella definitivamente necesitaba más; y mientras más altos, mejor.
 
Ah, bueno. Había trabajo para el fin de semana. Murmurando suavemente para si misma, Josephine alisó las arrugas en la playera rosa sin tirantes tipo tubo que llevaba, acomodándola bien ajustada sobre sus pequeños senos, los pezones destacándose en el material. Apretando su estómago por un momento, se sintió complacida al ver aparecer las marcas de sus músculos abdominales… el programa de ejercicios que había comenzado hacía dos meses comenzaba a rendir frutos. Ahora, si sólo pudiera eliminar una pulgada más o menos de sus nalgas, todo estaría perfecto.
 
Contempló su trasero por un momento en el espejo y suspiró con resignación. Sus cortos pantaloncillos color tierra se tensaban ajustados sobre sus redondas carnes, el pliegue se introducía profundamente en la grieta de su trasero. Algunas cosas no podían mejorarse.
 
Escucho fuera el inequívoco sonido de neumáticos llegando a la entrada de autos. Poniéndose un par de zapatillas cómodas del mismo color de sus pantaloncillos, lanzó una rápida mirada por la ventana de la alcoba para asegurarse que era Alvin, presumiblemente llegando a casa para almorzar. Con una sonrisa salvaje, Josephine corrió a la puerta delantera para saludar a su hijo.
 
Tan pronto como él llegó a la entrada, ella abrió la puerta, dejándolo paralizado por la sorpresa. Él sólo se quedo allí por un momento, y Josephine sabía lo que hacía- mirar. Ella saboreó la embriaguez de poder que la invadió por un instante, y entonces, flexionando una bien torneada pierna, dijo,
 
“¿Te vas a quedar allí todo el día, o vas a entrar?”
 
Con la cabeza agachada para ocultar la timidez de su rostro, Alvin pasó a lado de su madre, aunque ella tuvo se aseguró de rozar su pierna contra la de él. Mientras cerraba la puerta ante un calido día de primavera, Josephine estaba bastante segura de haberlo escuchado murmurar para si mismo algo sobre autocontrol.
 
Siguiéndolo a la cocina Josephine no apartó la vista del trasero de Alvin, pensando en que traserito tan primoroso tenía. ¿Y porqué no? Era un niño del primoroso… quizá un poco tímido, pero eso sólo aumentaba su dulce apariencia de inocencia. Casualmente se preguntó si ya tendría novia. Josephine sabía que su hijo tenía un par de amigas en su pequeño círculo de compañeros, pero no creía que hubiera invitado a ninguna de ellas todavía. Simplemente no tenía las pelotas, figurativamente hablando. Dado el volumen de semen que ella tenía que lavar de sus sábanas, Josephine sabía muy bien que tenía pelotas del tipo literal.
 
Sin embargo, recientemente parecía haber aumentado en popularidad. No era que hubiera un súbito aumento del flujo de visitas a la casa; pero el volumen de correo que recibía se había triplicado desde hacía un par de meses. Incluso había recibido aquel paquete de Alema…
 
La idea de que él fuera, en todo el sentido de la palabra, virgen, hacía todo más dulce para Josephine. Si Alvin no fuera tan, tan virginal, toda la diversión de la persecución se perdería para su madre. Ningún cazador quiere que su presa se quede quieta… es la cacería lo que hace que valga la pena. Por eso ella disfrutaba sus miradas furtivas, el profundo escarlata de su cara cuando lo atrapaba mirando su carne expuesta. . .
 
Josephine lamió sus labios… hambrienta.
 
Apareciendo detrás de Alvin, ella lo rodeó con sus brazos, presionando sus duros pezones en su espalda, asegurándose de que él la sintiera. Abrazó a su hijo de la manera más maternal posible, dándole un beso en la mejilla, y hablándole al oído. “Y bieeeen…” comenzó juguetonamente, “¿cómo ha estado tu día hasta ahora?”
 
“Erm, bien,” Alvin suavemente se desembarazó del abrazo de su madre, y casi corrió a la cocina. Cuando comenzó a buscar algo para el almuerzo, Josephine lo tranquilizó sentándolo en la mesa de manera metódica.
 
“Oh no, no lo harás,” le amonestó, agitando un dedo, “no después del desastre que hiciste esta mañana. Siéntate, y te prepararé algo.” Así empezó a bailar por la cocina, haciendo que la simple creación de un sándwich de jamón pareciera un strip-tease. Poniendo el bocadillo en frente de su hijo, le dijo que lo disfrutara, haciéndolo sonar casi como una pregunta.
 
Se alejó de la mesa con sus caderas sacudiéndose y ondulando con una fluidez casi líquida. Tras llegar a la ventana y ver al patio trasero, Josephine se apoyó en el alféizar, levantando ligeramente su trasero en el aire.
 
“Es un día tan bello,” comentó como para si misma, “Creo que quizá saldré y mejoraré mi bronceado.” Alvin se atragantó ligeramente. Ella se permitió una pequeña sonrisa, recordando el día anterior, cuando la encontró en el patio trasero, usado solo unas tiras de brillante licra rosa y una capa de aceite bronceador. Alvin solo echó una mirada antes de irse corriendo, probablemente hacía su alcoba.
 
La idea de él allá arriba, bombeando su carne frenéticamente mientras observaba a su madre asolearse había causado que su coño goteara como un grifo descompuesto. De hecho, estaba teniendo el mismo efecto justo ahora.
 
Volteando para mirar a Alvin por encima de su hombro y de la curva de su cadera, sonrió y preguntó, “¿Que opinas, cariño?”
 
Lentamente él apartó la mirada de los ajustados pantaloncillos largos de Josephine, pero de todos modos consiguió mascullar una respuesta afirmativa. Ella suspiró, estiro las piernas, y se volvió de nuevo hacia la ventana.
 
“Estoy de acuerdo,” la voz de Josephine estaba tensa mientras se mordía el labio, saboreando el placer que jugar con Alvin le brindaba. Pero definitivamente tendría que cambiarse los pantaloncillos muy pronto.
 
Por alguna insondable razón, Alvin devoró vorazmente su almuerzo tan rápidamente como le fue posible sin ahogarse, y se marchó al colegio de nuevo.
 
—————————-
 
Lánguidamente, Josephine se enjabonó, lavando el bronceador de su cuerpo. Su mano se movió despacio, disfrutando la resbalosa sensación del jabón en su piel, y el calor de la ducha. Siempre disfrutaba cuando se relajaba al tomar el sol, pero la posterior ducha era mucho mejor. Deslizando la barra de jabón sobre sus piernas, admiró el ligero bronceado dorado que habían adquirido en la semana. Demasiado oscuro sería incongruente con su cabello color escarlata, pero tampoco quería tener la piel de ese color blanco pálido con el que algunas pelirrojas estaba condenadas a vivir.
 
Mientras el sedoso rastro de espuma se movía más y más alto, por sus muslos, sintió una punzada de pesar por que Alvin no había llegado a casa a tiempo para verla tomando el sol lujuriosamente. Que pena, realmente, se había perdido el espectáculo -pensó mientras frotaba suavemente sus tetas- cuando se quitó la parte superior de su bañador. Josephine podría haberse quedado afuera más tiempo, especialmente para él, pero consideró la posibilidad de quemarse demasiado elevada. Nadie encontraba la piel rojo-cereza y ampollada atractiva; al menos, nadie con predilecciones sexuales mas o menos normales.
 
Deslizando el jabón por el pulcramente arreglado conjunto de rizos rojos en la unión de sus muslos, Josephine rió entre dientes guturalmente cuando recordó la mirada que Alvin había tenido el día anterior en el traspatio. Esa mirada de perrito extraviado, mezclado con el dolorosamente obvio deseo por su madre. Su mano se quedó donde estaba, deslizando el jabón sobre sus ahora hinchados clítoris y labios.
 
Recargándose contra la pared de la ducha, lo imaginó ayer, frenéticamente corriendo a su cuarto, para poder acariciar su carne. En el ojo de su mente lo vio, quitándose los pantalones para liberar su hinchado pene. Las pelotas hinchadas de Alvin giraban en su imaginación mientras su mano trabajaba rápidamente sobre su erección, observándola… deseándola… de repente, se sacudió y espesos hilos de semen salieron disparados sobre la ventana, mientras miraba el llamativo y bello cuadro en bikini rosa en el traspatio.
 
Josephine lloró suavemente mientras el orgasmo inundó su cuerpo y sus rodillas se agitaron, mandándola deslizándose en éxtasis al suelo de la ducha. Tomando un momento para recuperarse, se preguntó, y no por primera vez, que tan grande era la polla de su hijo.
 
Fue sólo después de que se levantó, y extrajo el maltratado jabón de su coño, que Josephine decidió joder con su hijo.
 
—————————-
 
Más tarde esa ese día Alvin se sentó en la sala, mirando la tele y sintiéndose más que un poco nervioso. Aunque no llevaba mucho en casa, su mamá todavía tenía que aparecer, y no podía quitarse la sensación de que ella esperaba calladamente por él, como una tigresa en la selva. Casi saltó cuando escuchó la puerta de su madre abrirse y cerrarse suavemente con un discreto clic. El sudor empezó a surgir en su frente, y Alvin se retiró al extremo del sofá. Lentos y firmes pasos se acercaban a la sala, inexorables, inevitables.
 
Cuando Josephine entró en el cuarto, a Alvin le recordó de nuevo algún tipo de gran felino depredador al acecho. Su madre se movía con una gracia líquida mientras sus caderas ondulaban como en una pasarela de diseñadores de moda. Su melena carmesí a su espalda, Alvin podía ver que se había aplicado una sutil capa de lápiz de labios, pero ningún otro maquillaje. Todavía usaba la playera rosa del almuerzo, pero había reemplazado los pantaloncillos color tierra con una ajustada falda negra que le llegaba hasta el tobillo, ajustada a la cadera, dejando así desnuda una torturante parte de su abdomen. Aunque la falda estaba hecha de algún material elástico, una abertura corría hasta arriba de su rodilla, permitiendo al borde moverse al ritmo de las caderas de Josephine, y revelando la visión dorada de sus esculpidas pantorrillas. Ayudando a la sin igual forma de sus piernas había un par de altos tacones negros en forma de cuña, que alcanzaban los diez centímetros y dejando sus pies desnudos, salvo por una pequeña tira sobre los deliciosos dedos del pie de Josephine.
 
Sonrió a su hijo antes de tomar asiento en el extremo opuesto del sofá y cruzar sus piernas con calculado estilo.
 
Se sentaron en silencio por un tiempo, ninguno de ellos ponía particular atención al espectáculo electrónico relampagueando frente al sofá. Con facilidad practicada, Josephine cruzó sus piernas, y sonrió internamente cuando Alvin se reacomodó.
 
Mirado al muchacho, preguntó, “¿Hay algo malo con mis piernas?”
 
“Ahhhh… no,” Alvin forzó una risa por ninguna razón del particular.
 
“Pero te les quedas viendo,” Josephine empezó a hacer balancear en el aire un zapato colgando de su pie.
 
“¡No!” Él salto ante la contestación, pero se quedó en su asiento; no era difícil de hacer: Las manos de Alvin se sujetaban a los repozabrazos del sofá, sus dedos presionando profundamente en el suave material.
 
“Oh.” La televisión murmuraba en silencioso y desatento cuarto por un rato, entonces, “¿Son mis zapatos, entonces? Piensa que demasiado sexys para una vieja como yo, ¿verdad?”
 
“No, yo… Quiero decir que son… es que, yo… ¡se ven bien!” Se estaba fatigada, tensa como una banda de hule.
 
“¿De veras lo crees?” Josephine sonaba deleitada.
 
“Sí,” Alvin contestó en un tono casi culpable.
 
“¿De verdad te gustan?” Ella extendió una pierna fuera de su falda, apuntando su pie a la televisión, y dando a su hijo una vista mucho mejor de su extremidad.
 
“Uh, sí,” No estaba seguro de a donde iban las cosas, estando distraído en ese momento.
 
“¿Entonces porqué no las besas?”
 
“¡¿Que?!” Se pensaría que le habían pedido que comiera estiércol de caballo.
 
“Dijiste que te gustaban, ¿no?” Josephine preguntó con su tono más herido; incluso hizo un pequeño puchero, aun sabiendo que en realidad el no estaba mirando en esa dirección en ese momento.
 
“Sólo un besito.” Cambió de posición en el sofá, poniendo ambos pies en el regazo de Alvin. Él pudo ver un destello de la parte superior de su muslo antes de que pudiera reajustar el borde de su falda.
 
Antes de que pudiera protestar, ella levantó su pie izquierdo a la boca de Alvin. Con manos temblorosas, él sostuvo su sexy y pequeño pie, y le dio un casto beso a la punta de los dedos. Su madre se rió aniñadamente, y levantó el otro pie.
 
“Ahora el otro,” dijo innecesariamente. Mientras Alvin tomaba el pie por la zapatilla, Josephine dirigió su pie libre hacia la entrepierna de sus pantalones. Estando distraído por la impresionante imagen dorada que se reveló cuando la falda cayó completamente de la pierna que tenía enfrente, no se dio cuenta de que la otra se dirigía a su regazo hasta que fue demasiado tarde.
 
De hecho, ya estaba probando sus pequeños dedos cuando se dio cuenta de a donde iba su otro pie; cuando alcanzó su destino, toda lo que pudo hacer fue congelarse en donde estaba, y empezar a rezar.
 
“Awwww,” Josephine susurró, “¿el bebito está durito por su mamita? ¿El hombrecito de mamá está caliente y perturbado por los pies de mamá?” Ella posó su pie sobre su pene. “Pero claro, el hombrecito de mamá ya no es tan pequeño, ¿verdad?”
 
Moviéndose rápidamente, Josephine saltó (aunque incómodamente) de su extremo del sofá, quitando las piernas de su regazo y montándose en su todavía inmóvil cuerpo. La falda se rindió rasgándose a lo largo de toda su pierna al ser estirada más allá de los límites heroicos de la mezcla de licra y algodón. Sosteniendo firmemente la cabeza de Alvin en sus manos, se inclinó y le dio un ardiente beso retuerce-almas.
 
Todo lo que él pudo hacer fue mirarla fijamente.
 
“¿El hombrecito de mamá no había sido besado antes?” Él consiguió sacudir su cabeza débilmente. La espalda de Josephine onduló con anticipación. “Bueno, no te preocupes bebé. Mami va a enseñarle a su hijo como se hace. No quiero que mi hombrecito aprenda tonteando con alguna sucia zorra en el asiento de un auto. Va a aprender, y va a aprender bien.” Con una risita depredadora lo besó de nuevo, metiendo la lengua en su boca. Despacio, Alvin respondió, y pronto estaban enzarzados en un intenso combate lingual.
 
Josephine rompió el beso eventualmente, dejando a su hijo jadeante y murmurando pidiendo más. “Espera un segundo,” le dio un decepcionantemente breve beso en los labios, “Mami tiene algo más que mostrarte.” Con eso, la mamá de Alvin se inclinó y en un solo movimiento se quito su playera. Sus redondas tetitas se sacudieron levemente tras ser liberadas, unos pezones rojos llenaron la visión del chico. Sin una palabra se clavó en ellos, y Josephine dio una boqueada de deleite cuando la boca de Alvin se cerró alrededor de su pezón.
 
“Mmmmmm,” empezó a ondular sus caderas, “eso está realmente bien. El hombrecito de mamá está aprendiendo todo por si mismo.” Una mano sostuvo la cabeza en su teta mientras la otra se extendió para desabrochar la rasgada falda. Sus propias manos estaban temblorosas, le tomó un momento desabrocharla, pero una vez hecho, se levantó, apartando a Alvin lejos de su seno. De nuevo, él solo pudo gemir una protesta.
 
Frente a él, como una celestial visión dorada, Josephine puso sus manos en sus esbeltas caderas y esbozó la sonrisa salvaje que había estado guardando para este momento en particular.
 
“Besas realmente bien, cariño. ¿Porqué no bajas y besas el coño de mami?” Sin otra palabra, Alvin estaba de rodillas, con la cabeza firmemente plantada entre sus muslos, y la lengua ávidamente cavando en los misterios del delicioso coño de su madre.
 
Entonces, ella empezó de verdad a instruirlo…
 
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Algún tiempo más tarde, Alvin yacía despierto en la cama de su madre, sudoroso, agotado, y saboreando sus líquidos y los de ella. Josephine estaba apretadamente enrollada alrededor de él, rápidamente dormida, con una amplía sonrisa en su cara.
 
Con apariencia preocupada, Alvin calculó su próximo movimiento. Claramente las cosas habían progresado demasiado lejos, y demasiado rápido… demasiado bien. La Máquina de los Sueños que había instalado bajo la cama de su mamá obviamente había trabajado como por encanto, inculcando en ella todo lo que él quería: el deseo sexual incrementado; la provocativa y sexy personalidad; incluso su incrementado interés en el ejercicio. Aunque su comportamiento dominante era totalmente inesperado. Él simplemente quería follar con su sexy mama, no ser follado.
 
Refunfuñando, tiró de los pañuelos de seda que lo mantenían atado a la cabecera de la cama. Los nudos aguantaron. Su movimiento, sin embargo, causó que ella se agitara.
 
“¿El hombrecito de mama quiere otra lección?” Preguntó soñolientamente, dejando caer una mano sobre su maltratado pene. Él no dijo a nada.
 
“Tenemos mucho tiempo,” Josephine se recargó en su pecho. “Mamá nunca, nunca jamás dejará que su hombrecito se vaya, aunque signifique que él se quede aquí por siempre y para siempre, y siempre…” Se durmió de nuevo, roncando suavemente.
 
Alvin yació allí, con los ojos bien abiertos, pensando en sus palabras.
 
Pasó un buen rato antes de que pudiera dormirse.
 
FIN
 

Relato erótico: “16 dias cambiaron mi vida 7” (POR SOLITARIO)

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no son dos sino tres2Martes 23 de abril de 2013

sin-tituloDespierto con los ruidos de los baños, los niños gritando por los lavabos, olor a café.

Estoy solo en la habitación, Mila y Ana ya se han levantado. Las oigo hablar en la cocina.

Se cierra la puerta principal. Queda la casa en silencio.

Me hago el remolón y me quedo un rato más en la cama.

Me levanto. Anoche me dormí vestido, tumbado sobre la cama. Me desnudo y me ducho.

No puedo evitar las imágenes que tengo grabadas, no solo en video, también en mi mente.

Con el agua, casi fría, me voy espabilando.

Mila entra en el baño.

Se desnuda y se mete conmigo en la ducha.

Con la esponja me frota la espalda.

Me giro la miro de frente.

El agua nos salpica a los dos.

No puedo evitar una erección al mirar su cuerpo de piel blanca y suave, a pesar de las marcas que aun se ven en sus glúteos.

Se arrodilla y se mete mi verga en la boca.

Una extraña sensación ambivalente me invade.

Por una parte me excita, es algo que nunca he experimentado, pero por otra me repugna, cierro los ojos y me dejo llevar.

Tardo en correrme, le cuesta pero es una maestra y ya no aguanto más.

Cojo su cabeza y se la meto hasta la garganta. Ella no se sofoca. Se la traga entera y yo descargo mi leche en el fondo, me mira, se lo ha tragado todo.

Mila.- Te lo debía. No había probado nunca tu leche, me gusta.

El café esta ya, vente a la cocina.

Se levanta, sale, se seca y se va.

Tomando café y tostadas llega Ana.

Se acerca con miedo a que la rechace para darme un beso, que yo acepto y devuelvo.

Se miran madre e hija, se entienden sin hablar.

Se prepara un cola cao y se sienta con nosotros. Se respira la tensión en el silencio de la cocina. Mila juega con las migas de pan en el mantel, Ana, mira fijamente el vaso entre sus manos. Yo las miro a las dos alternativamente. Mila levanta la cabeza.

Mila.- José, no quisiera que lo que ha ocurrido en el baño interfiera en lo que decidas.

Ana.- ¿Qué me he perdido?.

Yo.- Lo normal hija, tu madre ha atendido a un viejo cliente que tenia abandonado.

Mila.- Por favor José, no digas eso. Me duele.

Yo.- Pues imagínate lo que me duele a mí, que jamás me lo habías hecho hasta ahora.

Mila agacha la cabeza. Ana, mirándola.

Ana.- La verdad mama es que has sido cruel con papa. No se merecía esto.

Mila.- Lo sé hija, ya te dije la otra noche que he cometido errores en mi vida. Pero a pesar de todo no estoy arrepentida. También es cierto que estoy dispuesta a pagar cualquier precio por subsanar en lo posible mis faltas.

José, ¿Qué vamos a hacer?

Yo.- Vamos a sentarnos en el salón.

Nos levantamos y nos sentamos, Mila y Ana en el sofá, yo en el sillón.

Yo.- Mira Mila.- Voy a poner todas las cartas boca arriba. Tengo otras opciones, que te voy a exponer. Y necesito vuestra ayuda.

Me levanto y pongo en la pantalla un pendrive preparado con imágenes seleccionadas de las grabaciones en las que no queda lugar para las dudas.

Ella, otros, Ana, otras. Jesús. Una pequeña muestra de su actividad en el dormitorio.

Al ver las imágenes palidecen. Las veo temblar.

Mila se levanta y se dirige al baño a vomitar.

Ana está como una estatua de mármol, con los ojos desencajados viendo las imágenes.

Estoy consiguiendo parte de lo que me proponía.

Detengo la reproducción y voy al baño. Está sentada en el wáter, llora.

Yo.- Llora, Mila, llora, porque todo un rio de lagrimas no expresarían el dolor que llevo sintiendo desde que empecé a conocerte.

¿Te das cuenta de la angustia que he sufrido?

¿Eres consciente de la desgracia que has traído a esta familia?.

¿A nuestra hija Ana, lanzándola a la prostitución?

La deje sola y me senté de nuevo en el sillón del salón. Los sollozos poco a poco disminuyeron.

Ana sentada en el sofá, inclinada con su cabeza sobre las rodillas llora amargamente.

Al ver a Mila sentí pena. Su cara era la de la desesperación

Se arrodillo a mis pies. Cogió mis manos.

Mila.- ¿Podrás perdonarme? Dime lo que tengo que hacer para merecer tu perdón, por favor, te lo suplico.

Sus mejillas eran un rio de lágrimas. Besaba mis manos.

La aparté de mí y se dejo caer en el suelo, acurrucada llorando.

La levanté y la acompañé a la habitación donde la deje acostada.

Las emociones vividas eran muy fuertes, también yo lloraba.

De pena, de rabia rayana en la desesperación. En el salón me senté en mi sillón y me quedé dormido.

Me despertó el ruido de la puerta abrirse, eran Ana y los niños.

Había dormido varias horas.

Alegres, bulliciosos como siempre, se lanzan sobre mí como si de una piscina se tratara.

Los abrazo y me los como a besos.

Por un lado siento que me han robado algo, la paternidad, pero por otro también he recibido de ellos, cariño, risas, las satisfacciones de un padre. Soy yo quien ha estado con ellos cuando han estado enfermos, he asistido a sus eventos en el colegio…¿Colegio? Allí es donde Mila conoció a Manolo y a Jorge. No puedo evitarlo. Las imágenes vuelven una y otra vez, atormentándome.

Ana también se acerca, me observa atentamente, manda a sus hermanos a su cuarto y se sienta sobre mis rodillas.

Ana.- Has llorado mucho ¿Verdad papa?

Yo.- Sí hija sí. He llorado mucho en los últimos días.

Ana.- ¿Puedo hacer algo para compensarte?

Yo.- Ya no es necesario que finjas más. He visto y oído lo que habéis hecho y dicho en las dos últimas semanas, aquí en casa.

He visto a tu madre con sus clientes en mi propia cama.

Te he visto con tu madre y su amigo Jesús, con tus clientes del colegio, con tu amiguita Claudia.

Te he seguido hasta el piso de María ——– y he visto al tipo que se ve contigo, y he anotado la matricula de su coche. ¿Y me preguntas porqué he llorado?

Ana se incorpora poco a poco hasta situarse de pié frente a mí.

Ana.- Dios mío papa ¿Qué te hemos hecho?

Cubre su rostro y llora amargamente.

Mili entra y se acerca. Al ver llorar a su hermana se asusta.

Mili.- Papi ¿Por qué llora Ana?

Yo.- No te preocupes cariño, se ha dado un golpe en la rodilla y le duele.

Vete a tu cuarto que la voy a curar.

Mila está apoyada en el marco de la puerta. También llora.

Ana se abraza a su madre y llorando las dos se van a la habitación.

Se asoma Pepito de la mano de Mili. Van al cuarto donde están su madre y hermana. Hablan. Oigo a Mila tranquilizando a los niños. Vuelven a su habitación acompañados por Ana. Cierra la puerta y viene hacia mí.

Ana.- Papa, que va a ser de nosotros, ¿Qué va a pasar ahora?.

Yo.- No quiero haceros daño. Os quiero mucho. Pero lo que habéis hecho es imperdonable.

Dales de cenar a los niños, acuéstate y mañana hablaremos más tranquilos.

Me dirijo a la habitación. Mila gime acurrucada en la cama. Algunos de los sonidos me recuerdan a los que emite cuando está jodiendo. No puedo evitar los pensamientos que se cruzan en mi mente.

Me tiendo a su lado y ella coloca un brazo sobre mi pecho. Se acerca a mí, siento su aliento en mi cuello, me produce escalofríos.

Yo.- Mila, ¿Qué placer experimentas cuando te toman con violencia, cuando te hacen las barbaridades, que he visto, que te hacia aquel gordo seboso del local de intercambio?

Se sobresalta y se retira. Se sienta en la cama.

Mila.- ¿Estabas allí? ¡¡Tú eras el mirón!!

Yo.- Si, yo era el cobarde mirón que lloraba viendo como ultrajaban a la mujer que amaba.

Estuve a punto de mataros a los cuatro cuando estabais aquí. En esta misma cama, en aquella orgia demencial.

¿Por qué no lo hice? Creo que por tus hijos, que hubieran quedado totalmente desamparados y a merced de extraños.

Pero tú no has pensado nunca en ellos. Ni en nadie.

Tu egoísmo no tiene límites, solo buscas tu satisfacción a costa de lo que sea.

Contesta ¿Por qué? ¿Que te llevaba a permitir aquellas atrocidades?

Mila.- No tengo una respuesta para tu pregunta. Mi vida ha sido una sucesión de acontecimientos que yo creía que controlaba.

Pero ya veo que no era así. Ahora estoy desbordada.

No sé qué pensar, no era consciente del daño que te estaba haciendo ni del que le hacía a los niños. No tengo excusa.

Pero a pesar de todo te tengo que confesar que no me arrepiento. He cometido errores, quizá el mayor de ellos, haberme casado contigo. De no haberlo hecho no te hubiera causado tanto dolor.

Debería haber seguido soltera y libre, sin ataduras, para hacer lo que quisiera.

Ahora dime. ¿Qué piensas hacer?.

Yo.- Aun no lo sé. Intenta dormir un poco y mañana, cuando vuelva Ana de llevar a los niños, hablaremos los tres con tranquilidad.

Ana nos estaba oyendo desde la puerta abierta. Entra

.

Ana.- ¿Puedo dormir con vosotros?

Mila me mira y yo asiento con un gesto.

Mila.- Si pequeña ven aquí.

Se acuesta al lado de Mila, que queda en medio.

Ana.- Papa, te quiero. Buenas noches.

Yo.- Buenas noches. Tratad de dormir. Mañana tendremos mucho que hablar.

Poco después oigo la respiración acompasado de las dos. Y me duermo.

12 Miércoles 24 de abril de 2013

Despierto en medio de un gran silencio. Estoy solo en la cama, Mila y Ana no están.

Mientras me ducho oigo la puerta y a Mila y Ana hablando.

Ana.- Papa ¿vienes a desayunar?

Salgo de la ducha, Ana está en la puerta y me ve desnudo. Como puedo me cubro con la toalla.

Yo.- Vaya ¿donde estabais?

Ana.- Mama y yo hemos llevado a los niños. Ven a desayunar.

Se va y mientras me visto pienso en porque han salido las dos. ¿Qué tramaran? No puedo evitar desconfiar de ellas.

En la cocina Mila apenas ha probado el café con leche que tiene ante sí y la tostada está intacta. Ana bebe de su vaso de cacao.

El silencio ambiente es pesado, espeso.

Yo.- ¿Vamos al salón?

Me levanto y me dirijo a mi sillón. Ellas me siguen. Están hundidas, vencidas, rotas.

Siento pena por ellas. Y por mí.

Mila.- José, por favor, habla, di lo que sea, pero dilo ya. No soporto más esto. ¿Qué vamos a hacer?

Yo.- Bien dices Mila, que vamos a hacer, porque también vosotras tenéis que participar.

Primero, Mila, vas a sacar poco a poco todo el dinero de tus cuentas “Privadas” y me lo entregaras a mí. Hasta el último euro.

Y ten en cuenta que se todo lo que tienes.

Mila.- Pero…

Yo.- No hay pero que valga.

O eso o presento las pruebas que tengo y pongo una denuncia contra ti por abuso de menores, con el agravante de parentesco.

Incitación a la prostitución de menores.

Incesto con una menor.

Delitos contra la hacienda pública por no declarar los ingresos.

Te lo quitarían todo y acabarías en la cárcel y tengo suficientes pruebas.

Mila.- ¡¡Dios mío José, por favor, no hagas eso!!. Si no es por mí, piensa en los niños.

Se lanza hacia adelante y se abraza a mis rodillas llorando y balbuceando frases de perdón.

Sin violencia ni acritud la levanto y le indico que se siente donde estaba.

Yo.- Si hacéis todo lo que os mande, sin rechistar, no tenéis nada que temer.

Ni vosotras, ni por supuesto los niños.

Ana, (se sobresalta), vas a cambiar de instituto. Y por supuesto dejaras de “ejercer”.

Estableceré un control estricto sobre ti, tu comportamiento, horarios, salidas y entradas, por supuesto las notas deben ser excepcionales. Como tu madre, eres muy inteligente y no te costará nada lograrlo.

En el futuro me lo agradecerás.

Entiendo que no podrás evitar sentir deseos de sexo, pero será bajo mis condiciones.

Te permitiré follar pero tengo que saber con quién y cuándo.

Me has demostrado que no puedo fiarme de ti. Tendrás que esforzarte para cambiar eso.

Los niños también cambiarán de colegio.

Los matricularemos en uno privado cerca de casa.

Me miraban las dos con la boca abierta. Sin poder creerse lo que estaban oyendo. A pesar de todo en el fondo me hacía gracia la situación. Mi faceta dominante no la conocían y les sorprendía.

Yo.-Mila, haremos un documento de separación de bienes, después de entregarme todo el dinero de tus “ahorros”. Con una parte abriré una cuenta para los niños, otra para gastos comunes, en la que seremos titulares los tres y guardaré, la mayor parte, para asegurar nuestro futuro.

O sea, controlaré la economía doméstica.

He dejado de trabajar. Y voy a quedarme en casa para supervisarlo todo.

Sé que eres propietaria del piso contiguo a este. Lo escrituraremos también a mi nombre.

Lo prepararemos para que tú recibas en él a tus clientes.

Mila.-¿¿¿Qué??? ¿Qué voy a seguir como puta?

Yo.- Sí, ¿porque no? Has sido una ramera durante más de veinte años.

¿Por qué no vas a seguir?. A ti te gusta que te follen y es un buen negocio.

¿Hay alguna razón para que dejes de ejercer?

Ten por seguro que a partir de ahora no te darán otra paliza como la de la otra noche.

Yo me encargaré de eso.

Mila.- ¿Quieres ser un chulo de putas? ¿Tienes cojones para hacer eso?

Yo.- (Sonriendo). Mila no te puedes imaginar lo que me has hecho cambiar.

Y no te preocupes, aprendo rápido.

Mila.- Me refiero a si podrás soportar ver cómo me follan otros y mantener la calma.

Yo.- Querida, te he visto cometer atrocidades con tu cuerpo. Ten la completa seguridad de que ya no me afecta.

A ver si te enteras. He dejado atrás a al José que conocías. Al bueno, al cabrón ciego. Y has despertado al cabrón consentido, al chulo de putas que, en el fondo, has buscado toda tu vida y que no habías encontrado. Ya lo tienes aquí.

Si es preciso utilizaré la violencia, el castigo, cuando sea necesario y estoy seguro que tú buscaras ese castigo y lo disfrutaras.

Ah, otra cosa. Como sé que no puedo confiar en vosotras y me lo habéis demostrado hasta la saciedad, quizás caigáis en la tentación de quitarme de en medio, vosotras u otro a quien paguéis para liquidarme. Tengo un seguro.

Hay un notario, en otra ciudad, donde he depositado todas las pruebas que he reunido en una caja sellada.

Periódicamente tengo que dar pruebas de vida.

Si no las doy por desaparición, fallecimiento o cualquier otra causa, tienen la orden de romper el sello, abrir la caja leer las instrucciones para presentarlas ante la autoridad competente, acompañadas de la consiguiente denuncia por sospechas de homicidio.

Mila.- ¿Piensas que seriamos capaces de matarte? ¿Estás loco?

Yo.- Si Mila, estoy loco, pero la locura te la debo a ti. Y no me puedo fiar de vosotras.

Lo que os he visto hacer me obliga a desconfiar.

Dicho esto, vamos a planificar los pasos a seguir para lograr mis objetivos.

Vosotras tenéis experiencia en cuestiones que desconozco.

Madre e hija estaban silenciosas, pensativas, rumiando lo que habían oído.

Yo.- ¿Qué me contestáis?. ¿Estáis de acuerdo en obedecerme ciegamente?

Se miran las dos.

Ana.- A mi me parece bien, ¿Qué piensas mamá?

Mila.- Vaya sorpresa, todo este tiempo con un hombre en casa y yo sin saberlo. Podíamos habernos puesto de acuerdo hace quince años. Jajaja (Risa irónica)

Yo.- No me hace ninguna gracia. Piensa que has sido la causante de la muerte de aquel José con quien te casaste.

A partir de ahora no quiero mentiras, ni se os ocurra ocultarme algo, porque, como lo descubra, lo pasareis muy mal. Si he estado al borde del suicidio por vuestra causa, no os podéis imaginar de lo que ahora soy capaz.

Y tened siempre presente que mis sistemas de vigilancia son los mejores del mercado.

Pero hay más.

De cara a la gente que nos conoce todo seguirá igual. Nadie debe saber que yo estoy al frente de la nueva agencia de acompañantes.

Mila cerrará todos los blogs, páginas de internet donde se esté exponiendo. También cortara sus relaciones con la, o las, agencias para las que haya trabajado anteriormente.

En definitiva. Yo he acabado con mi vida. Vosotras también.

A partir de ahora todo será distinto para todos.

Mila llamaras a Marga. Quiero hablar con ella. También a Claudia para que venga con su hija Claudita.

Mila.- ¿Vas a meterlas en esto?

Yo.- Si, tengo planes para ellas. Y para otras. Ya os pondré en antecedentes.

José ha muerto, ha nacido José. Y la vida continúa.

Espero la opinión de los lectores para seguir o no, con el relato de José y su nueva vida como chulo.

Ya hay un esbozo de la segunda parte. En ella se aclaran las dudas de José.

Aclaración del autor

El hecho de utilizar a menores en los relatos, por parte del autor, tiene un fin y no es hacer apología de la paidofilia.

Por el contrario, pretende alertar, a tutores responsables de adolescentes, de los peligros que les acechan.

Si con esto se contribuye a evitar un solo hecho de estas características se habrá logrado el objetivo.

Los nombres, lugares y hechos relatados son fruto de la imaginación del autor. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

noespabilo57@gmail.com

 

Relato erótico: “Pasantía ad honórem” (POR ROCIO)

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Los edificios me dan muchísimo vértigo cuando los miro de cerca, incluso cuando era niña me preguntaba qué diantres había adentro de esos rascacielos para que me causaran ese mareo. Pero molestias aparte, estaba bastante emocionada porque ese día comenzaría mi pasantía en una empresa privada del sector de combustibles. Así que enfundada en una falda tubo negra, una pulcra blusa blanca, ceñida, y dolorosos zapatos de tacón, avancé entre ese montón de hombres trajeados para llegar a la entrada del edificio, a empujones casi, pero con toda la motivación posible.
Piso once. Entré a la oficina por cuyo ventanal se vislumbraba un precioso paisaje de Montevideo; allí estaba sentado el hombre que sería mi jefe: Ángel Rodríguez, treintañero, sonriente y poseedor de una sensual barba candado que no paraba de acicalarse mientras hablaba por teléfono.
—¿Y quién es esta preciosa muchacha que ha venido a verme? —preguntó nada más cortar su llamada. Su voz tenía mucha fuerza y su sonrisa de galán hizo que mis ojos revolotearan por todos lados menos en su mirada. A mí no me gustan los piropos porque me sacan los colores fácilmente, y fue en ese momento tan vergonzoso cuando me acordé del piercing en mi lengua; había olvidado quitármelo así que tapando disimuladamente mi boca, pretendiendo atajarme una risa, me presenté.
—Buenas tardes, licenciado Rodríguez. Me llamo Rocío Mendoza y soy la nueva pasante. 
—Sí, la recomendada por el rector de la facultad. Te estábamos esperando —tomó una carpeta de una pila de ellas, imagino que era mi solicitud, y ojeándola rápidamente, continuó—. No has aclarado tu edad en el currículo. 
—Bueno, tengo veinte, licenciado.
—No me jodas, si eres una nena todavía, me siento mal por haberte piropeado, ¡ja! Escúchame, vas a trabajar conmigo, en el Departamento de Relaciones Públicas. Mis chicos te pondrán al día y tú ayúdales como puedas. Esta pasantía será un largo camino, ¡para ambos!, que valga la pena recorrerlo, Rocío.
En lo que quedó de la tarde conocí al resto del grupo; unos muchachos muy divertidos que con mucha amabilidad me pusieron al día y me dieron un par de encargos para que me fuera adaptando. Allí era una más, cargando folios, fotocopiando documentos y observando cómo trabajaban con el sistema; estaba lejos de sentirme excluida por ser la única chica del departamento, al contrario, se empeñaron en hacerme sentir parte del grupo.
Tras terminar la tarde segura de haber finiquitado una jornada muy movida y productiva, volví al despacho del licenciado. Tenía ganas de contar lo bien que me sentía en el ambiente, lo fácil que logré conectarme con los muchachos, y desde luego que mi objetivo no era terminar la pasantía como una mera obligación para obtener mi título universitario, sino conseguir un puesto de trabajo. 
—Rocío, ¿qué tal estuvo tu primer día?
—Muy bien, licenciado, me gusta la gente y el ambiente, creo que me voy a adaptar muy rápido. 
—Me alegra. A parte de ayudar a los chicos, échame de vez en cuando una mano, ¿quieres? Estoy con trabajo hasta el cuello.  
—Claro licenciado, ¿pero no tiene secretaria?
—No, no la tengo porque renunció hace días. Estoy tratando de recuperarla, eso sí, pero me cuesta convencerla.
—Bueno, si su secretaria no quiere volver… conozco a alguien que le gustaría un trabajo así —sonreí.    
—¡Ja! ¡Me gusta tu actitud, Rocío! Por cierto, bonito piercing tienes en la lengua…
¡Qué vergüenza! Me tapé la boca instintivamente y cerré los ojos totalmente vencida. Me temblaron las piernas y me puse coloradísima. Podía sentir cómo caían todos mis esfuerzos por la borda; es decir, ¿quién querría a una chica repleta de aritos bajo todo ese traje de oficinista seria?  
—Uf, perdón licenciado Rodríguez, no sabe cuánto lo lamento, le juro que esta noche me lo quito.
—Rocío, tranquila. Por mí, no te quites el piercing. Simplemente… disimúlalo más.
—No, por favor, no quiero causar problemas.
—Me enojaré en serio si te lo quitas. Órdenes del jefe, ¿entendido?
A la tarde siguiente me encontré en la entrada justamente con el licenciado Rodríguez, que parecía discutir airadamente por su móvil. Me quedé a su lado esperando que terminara de charlar para así poder saludarlo.
—¡Tienes que estar jodiéndome! —cortó la llamada, resoplando bastante molesto.
—Buenas tardes, licenciado Rodríguez. ¿Qué tal se encuentra?
—Buenos tardes, nena. Pues me encuentro mal. Se acerca la fecha en la que vendrá un inversor muy importante y mi secretaria sigue sin escucharme. ¡La necesito! ¿Sabes lo que haré? Le ofreceré un aumento. ¿Eso es lo que quieren todas las mujeres, no es así, Rocío? ¡Dinero dinero dinero!
—No es verdad eso…
—¡Claro que sí! Toca una tarde ajetreada, ¡a moverse, niña!
Los días seguían esfumándose y todo en el trabajo tenía un ambiente idílico. Los chicos me trataban genial, cada día estaba más familiarizada y el licenciado me invitaba a su oficina regularmente para preguntarme cómo me había ido, quejándose de vez en cuando de los partidos de fútbol de su equipo. La pasantía iba marcha en popa.  
Aunque una tarde en particular las cosas cambiaron drásticamente; desde que entré en su despacho y tomé asiento, sentí todo el ambiente muy raro. No ayudaba que por la ventana se vislumbrara una tormenta azotando la capital.
—Señor licenciado, ¿se encuentra bien? Lo veo algo pálido…
—Rocío… Somos una empresa que compite contra la Petrobras, que recibe constantemente inyección económica extranjera. Hasta hoy día lo hemos hecho bien, pero no podemos seguir el ritmo en esta competencia. Necesitamos crear alianzas, ¿me entiendes?
—Claro, por eso le preocupa la reunión con el inversor, ¿no?
—Eres lista. Sin alianzas, los números no tardarán en ponerse rojos. Hay muchos puestos de trabajo en juego, ¿sabes la cantidad de gente que depende de nosotros?, ¡claro que lo sabes, trabajas aquí! Es algo que lamentablemente mi ex secretaria no puede entender. Pero veo que tú sí, ¿escucharás mi propuesta? 
—Desde luego, licenciado, soy toda oídos.
Pensaba que el cargo de secretaria estaba al caer. El hombre se destensó la corbata y carraspeó un par de veces. Tras tomar un vaso de agua, continuó:
—Va a venir un inversor alemán que representa una firma muy importante con la que estamos tratando de crear una sociedad. Mi secretaria se encargaba de atenderle cada vez que venía; es decir, recibirlo en el aeropuerto, organizar su agenda, hospedaje, cena… y mantenerlo… contento. 
—¿Contento?
Se levantó de su silla y se sentó sobre su escritorio, frente a mí, aclarándose la garganta. En el momento que las palabras empezaron a salir de su boca, acompañadas por algunos truenos de afuera, toda mi cabeza se abombó. Básicamente, la ex secretaria era una especie de puta de lujo que se encargaba de cumplir las depravaciones del inversor. Todo comenzó cuando la vio durante una reunión y, medio en broma, medio en serio, “la solicitó”. Tanto el licenciado Rodríguez así como su patrón vieron en la secretaria una oportunidad para ganarse al alemán, aunque ahora la habían perdido. Eso sí, el licenciado creía haber encontrado una reemplazante perfecta.
—Me está jodiendo…
—No, Rocío, el que te va a joder y bien es ese alemán, ¡ja! … Lo siento, soy pésimo con las bromas… Mira, tienes más tetas que mi ex secretaria y eres mucho más pequeña. Tu carita de ángel también le puede tirar para atrás, pero tu cuerpo en forma de guitarra es la clave…
—¿Qué? ¡Está loco! ¡Contrate a unas putas si eso lo que quiere!
—¿Unas putas? Te he dicho que necesito a alguien que entienda lo delicado de esta situación, alguien que conozca la empresa, una puta de la calle no tendría idea de los puestos de trabajo que apeligran si hace mal las cosas. ¿Es que no quieres hacerlo?
—¡Obvio que no! He venido a trabajar… ¡no a ser la puta de un alemán depravado!
—¡Son sus costumbres, tienes que respetar las costumbres de los alemanes!
—¿Los alemanes acostumbran a hacer guarrerías para cerrar tratos? ¡Eso no es verdad!
—¡Lo es en el pueblo de donde viene! O eso creo… 
—¡Basta! ¡No pienso acceder, pervertido!
—¿En serio? Entonces hablemos de tu piercing. Ese que tienes en la lengua.
—¿Eh? ¿Qué pasa con mi piercing?
—Aquí debemos proyectar una imagen profesional, ¿me entiendes? Soy amigo cercano del rector de tu facultad. Le puedo reportar que su recomendada ha sido expulsada de la empresa por falta de moral, principios éticos y dignidad. Adiós pasantía. Adiós año lectivo. Hasta te convendría buscar facultad nueva, etcétera, etcétera… ¿Ves a dónde voy, nena? Tienes que medir bien tus pasos aquí o te van a joder la vida…
—¿Por un piercing? Dios, perdón, ¡no se lo diga al rector!
—¡Ja! Entonces… ¿aceptas el trato que te propuse?
—¡Cabronazo!
—Sí, lo soy, ¿pero aceptas?
¿Acaso tenía otra opción? Me vio la cara desencajada y supo que ganó la partida; se inclinó ligeramente hacia mí; su mano se posó en mi rodilla izquierda, medio oculta por la falda, y me clavó su mirada acompañada de una sonrisa de quien sabe que tiene el poder. Yo solo sentía muchísimo vértigo; su otra mano se posó en mi otra rodilla, y haciendo un leve esfuerzo, abrió mis piernas para que la falda se plegara hasta que se revelaran mis muslos; bastaba una mirada para que me viera mis braguitas, pero él no lo hacía, solo observaba mis ojos e interpretaba cada gesto mío.
—¿Do-dónde cree que está tocando, pervertido?
—Tienes unas piernas preciosísimas, Rocío.
—N-no es verdad, deje de hablarme como un degenerado…
—Será mejor que mañana vengas con otra actitud porque empezarás tu curso de capacitación.
—¿Curso de capacitación para qué?
—Pues un entrenamiento intensivo para aprovechar las fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas que surjan en torno al inversor —se acicaló la barba maquiavélicamente—. Tenemos que contentarlo, ¿sabes? Lo tengo todo analizado, no puedo hacer nada a la bartola pues es nuestra empresa la que está en juego, nena.
La tormenta había aumentado afuera y adentro también, y yo, con la cara pálida, solo podía escuchar a la niña dentro de mí, preguntándome: “¿Esto es lo que hay adentro de este edificio?”. En solo minutos, me había convertido de pasante a una especie de putita empresarial con el fin de no joder mis estudios universitarios.
—Será un camino largo, Rocío —me cerró las piernas—, hagamos que valga la pena recorrerlo. 
Al siguiente las cosas irían de mal en peor. Por primera vez desde que inicié la pasantía, me invitaron a la sala de reuniones en donde encontré, sentado en el extremo opuesto de una gigantesca mesa, al mismísimo Gerente General de la empresa, el señor Ortiz, un viejo calvo y regordete con cara de poco amigos. Le acompañaba un sonriente licenciado Rodríguez.
—Bu-buenos días… Soy Rocío Mendoza, la pasante…
—¿Qué te dije, patrón? —el licenciado Rodríguez codeó a su jefe—. Está para mojar pan.
—¿Es tartamuda la nena?
—No, patrón, solo está nerviosa. ¿Y bien, qué me dices?
—No sé, Rodríguez —se frotó la frente—. ¿Seguro que le gustará al alemán?
—La otra secretaria era rubia, patrón, ¡los alemanes se cansan de ver rubias allá!
—Pues me parece muy tímida, no es capaz de sostener mi mirada sin ponerse roja, seguro que las prefiere más confianzudas, no sé.
El licenciado Rodríguez me invitó a sentarme en un mullido sofá dispuesto en un costado de la sala. A pasos lentos y con un mareo terrible, avancé conforme ellos se levantaban de sus asientos para acercarse.  Sé cómo son los hombres y reconocía sus miradas de lobos hambrientos; por un lado siempre me ha halagado ser vista así por gente mayor, pero no soy una chica que se encuentra cómoda en esas situaciones.
—¿Es verdad que tienes un piercing en tu lengua? —preguntó el viejo—. Déjame verlo mejor.
Si antes mis piernas flaqueaban, ahora cada articulación mía era un tembleque constante. Y mis ojos, por el amor de todos los santos, no sabían dónde posarse. Como vio que me apretujé los labios, él carraspeó, me tomó del mentón y me habló con tono serio:
—No lo hagamos más difícil de lo que es, sabes que podemos sacarte de tu facultad en un chasquido de dedos. Saca la lengua.
—S-sí, señor —Sus palabras me dieron pavor, mis manos agarradas fuertemente al asiento estaban temblando de miedo. Saqué la puntita y volví a apretujar mis labios, como no queriendo que saliera más lengua.
Me levantó la cara:
—Es precioso el piercing… Podemos aprovecharlo. Dime, Rocío,  ¿tienes otro?
—No, señor, solo en mi lengua… —mentí.
—Está bien. Ahora abre las piernas para que podamos ver.
—¿Que haga qué? ¿¡P-por qué habría de hacerlo!?
Me soltó el mentón; encendió un cigarrillo mientras yo miraba con cara de cordero degollado al licenciado, intentando obtener piedad. Pero él acariciaba su barba, regalándome esa sonrisa de vencedor. Mordí mis labios y tomé el pliegue de mi falda; debería remangarla para cumplir la orden pero me veía imposibilitada de hacerlo. Cuando levanté la mirada para decirles que no quería, noté que don Ortiz hacía una llamada telefónica desde su móvil.
—Hola, ¿cómo estás, Antonio? Un día de estos pasaré a visitarte en la facultad…
Mi alma cayó al suelo. ¡Estaba llamando a mi rector! Me fijé en el licenciado y me susurró un matador: “Será mejor que te apures y abras las piernas”.
—Pues te llamo porque te quiero comentar sobre la chica que has recomendado —expelió el humo hacia mí—. La de nombre Rocío… sí, sí, ella. Verás…
Aterrorizada, sintiendo cómo se iba mi año lectivo y hasta probablemente todos mis estudios, remangué la falda y abrí mis piernas instintivamente, regalando la vista de mis blancas braguitas a esos dos degenerados. Mis ojos adquirieron tinte asesino y me mordí los dientes. Creo que ambos se asustaron al ver mi poco amistoso rostro, tanto que retrocedieron un par de pasos.
—Es una niña muy dedicada, me alegra que la hayas recomendado, amigo.
“Esa linda braguita”, susurró el licenciado, señalándomelo maleducadamente con un dedo. “Sácatela, dale”. Fue decirlo para que toda mi vista se nublara. Vaya manera más descarada de pedir las cosas, seguro que a su señora no la trataba así; aunque mi atención estaba puesta en la conversación de fondo entre don Ortiz y el rector de mi facultad: una simple palabra bastaba para joder mi carrera estudiantil, y eso era más que suficiente para que accediera a sus peticiones; remangué la falda hasta mi cintura y, tomando mi blanca braguita, la llevé hasta la mitad de mis muslos.
—Es simplemente la alegría del jardín, amigo —don Ortiz continuaba charlando con el rector—, la verdad es que Rocío… ¿¡está depilada!? Quiero decir, ejem… Que si ella es así de energética en una pasantía ad honórem, no quiero ni pensar en cómo será con un sueldo fijo.
—Rocío —susurró un sorprendido licenciado Rodríguez, acercándose lentamente a mí, siempre cauteloso en caso de que yo quisiera darle un puñetazo—, no sabía que la tenías depilada, el alemán estará encantado.
—Asqueroso, ¿puedo volver a vestirme?
—No. Ahora las tetas —susurró de nuevo—. Muéstranos tus tetas, Rocío.
—Le juro que cuando menos se lo espere le voy a cortar sus pelotas, desubicado…
Me reacomodé en el sofá y accedí a quitarme los primeros botones de mi blusa. Al revelarse el canalillo, ladeé la cabeza y, aprovechando un mechón de cabello cayéndoseme, ojeé fugazmente a los dos hombres; jamás pensé que podría tener así de excitados a dos personas tan mayores, esos bultos en sus pantalones iban a reventar en cualquier momento y la causante era ¡yo!
Al notar que estaba haciéndolo lentamente, el licenciado metió mano y arrancó violentamente los restantes botones de mi camisa así como mi sostén para que mis tetas cayeran con todo su peso.
—Menudas ubres, pequeña mentirosa —susurró un sorprendido licenciado—, parece que sí tienes más piercings, ¡y en los pezones!
—Tu recomendada tiene un par de cualidades que la destacan por sobre el resto de pasantes, Antonio, ¡ya te digo!
El viejo de don Ortiz lanzó su cigarrillo al suelo y lo pisó sin dejar de mirar mis senos. Se sentó a mi lado, siempre serio y amenazador, y me agarró una teta con poca educación. Gemí por la molestia pero no pareció importarle; me alarmé cuando noté que se estaba inclinando para para besármela o chupármela:
—¿Y cómo está tu señora, Antonio?
Mientras el rector le respondía, aprovechó y besó mi pezón anillado, lo chupó luego; sentí su húmeda lengua haciendo círculos por mi areola, jugando también con el piercing que tengo allí. Pronto fueron los dientes quienes participaron de aquello. Sin darme cuenta ya estaba babeando de placer, cerré mis ojos con fuerza y arañé el sofá. No podía ser que mi cuerpo se excitara con algo tan denigrante, era imposible que la temperatura aumentara y que, para colmo, me empezara a hacer agua.
—Oh —puso su mano en el móvil y susurró—: el pezón de la cerdita se ha vuelto durito luego de morderlo. Míralo, Rodríguez.
—Déjame intentarlo con el otro, patrón.
Allí estaba yo, prácticamente amamantando a dos hombres mayores sentados junto a mí, apretujándome los labios hasta emblanquecerlos, retorciéndome las piernas para que esas manos que me acariciaban los muslos no pudieran comprobar que mi rajita estaba húmeda. Ya no había vértigo, no, solo un riquísimo hormigueo en mi vientre así como en mis pobres pezones que, sí, estaban durísimos ante los mordiscones de uno y las chupadas del otro.
—Me alegro que todo esté marchando bien en tu familia, Antonio —continuaba charlando. El problema era que su otra mano estaba decidida a tocarme la concha pese a que mis muslos ponían muchísimo empeño en cerrarle el camino—, la clave es sincerarse, abrirse, porque de lo contrario siempre hay problemas.
Me ganó. Metió su áspero dedo corazón dentro de mí mientras el índice y anular me separaban los labios. El cabrón era buenísimo estimulándome, y no me quedó otra que agarrar por la muñeca aquella experta mano para susurrarle que se detuviera, pero juraría que ambos hombres se deleitaban viendo mi carita arrugada de placer. Su dedito entraba y salía solo un poquito pero lo suficiente para volverme loca. Cuando pensé que pronto me vendría un orgasmo, sacó su mano y la llevó hasta mis narices. Olía fuerte.
—Definitivamente a Rocío le encanta, y ella no lo puede negar, Antonio.
Estaba roja y calentísima, para qué mentir, poco me importaba las cosas que discutían o lo denigrante de la situación, solo podía pensar que la señora del Gerente General era una mujer demasiado afortunada por disfrutar de ese experto maduro. Excitada, tomé su gruesa mano con las mías y la atraje para besarla, para pasarle lengua por y entre los dedos. Pero además estaba asustada, no de ellos, sino de mí y de mi cuerpo que le agradaba ser sometido. “¿Esto es todo lo que hay?”, me pregunté una y otra vez, lamiendo mis jugos en sus dedos, apretujando mis muslos para calmar mi hinchada vulva. “¿Esto es lo que me toca hacer?”.
—Hablaremos en otra ocasión, Antonio. De nuevo, no tienes idea del favor que me has hecho al enviarme a Rocío.
—¡Lo sabía, patrón! —exclamó el licenciado al acabarse la llamada—. Es calentarla un poquito y convertirla en putita hambrienta.
—Uf, no me diga putita, desgraciado… 
—Rodríguez, mira cómo chupa mi dedo… Me convenciste, creo que aquí tienes un diamante en bruto. Tienes dos meses para pulirla, ¿de acuerdo? Y cuando finalice su entrenamiento completo, quiero que la traigas de nuevo aquí para comprobar resultados.
—Déjalo en mis manos, patrón. Rocío, preséntate en mi oficina cuando termine el horario laboral, ¡esto será un camino que valdrá la pena recorrer!
Y así comenzó mi curso de capacitación sexual con el licenciado Rodríguez. Los entrenamientos eran rotativos; los lunes y martes practicaría el arte de la felación, estimulación escrotal y alguna que otra frase en alemán, siempre prestando atención a las debilidades o fortalezas del inversor.
La primera vez fue bastante tortuosa pues nunca había visto la verga de mi jefe; y creo que para él tampoco fue algo sencillo. Solía, antes de iniciar la capacitación, quitarse su anillo matrimonial del dedo, así como retirar el par de fotos de su esposa e hija que adornaban su escritorio. Eso sí, tras ese breve ritual, se sentaba cómodo y me invitaba a acomodarme, de rodillas, entre sus piernas.
Aquella vez, tras abrir su bragueta y meter su mano en esa jungla de vellos, sacó su verga y sentí lo mismo que cuando observaba los imponentes rascacielos: vértigo, miedo; la cantidad de venas que iban y venían por esa gorda y oscura carne me asombró.
—¿Se puede saber en qué estás pensando, Rocío? —me cruzó la cara con su mano abierta—. Despierta.
—Estúpido, ¿¡quién se cree que es para golpearme!?
—No tenemos todo el tiempo del mundo. Venga, agárrala delicadamente.
Las cosas más básicas las sabía casi de memoria. Pasar la lengua por el tronco, haciendo uso intensivo del piercing, así como cobijar el glande con mi lengua conforme mis dedos estimulaban sus huevos. Pero él me enseño cosas que, según sus informes e investigaciones, enloquecerían al alemán. Una de ellas era escupir grandes cuajos a la polla, cosa que nunca me salía bien; luego debía humedecer mis labios con el líquido preseminal, así como meter la punta de mi lengua en su uretra, lo suficiente como para no incomodarlo. Pasaba largas horas así, entre sus piernas, practicando y practicando hasta que él no diera más. Y ese era otro problema: cuando escupía toda la leche contenida.
—Tienes que tragar todo, Rocío, ¡a la mierda!, mira nada más la que dejaste escapar, la señora de la limpieza le va a tocar mucho trabajo hoy…
—Licenciado, déjeme ir al baño que se me fue una gotita al ojoooo…
—Nada de eso. Ahora tienes que decir la frase mientras me miras. Dame un beso fuerte a la polla y dímelo con esos labios humedecidos, anda…
—Ufff… Ich… ¿liebre dis shasi?
—En serio tu alemán es de puta pena. Menos mal que chupar se te da de lujos. Venga, succiona fuerte que siento que tengo un poco más dentro de la punta.
Los miércoles eran mis días “preferidos” por decirlo de alguna manera, aunque obviamente el licenciado no tenía por qué saberlo. Tuve que practicar distintas formas de besar y de paso aprovechar el piercing en mi lengua. Al menos no debía estar todo el rato de rodillas, al contrario, debía estar siempre sentada sobre su regazo durante los entrenamientos, abrazada a él. Como el inversor era un fumador empedernido, el licenciado tenía que fumarse habanos para que yo pudiera acostumbrarme al olor.
—Me gusta que chupes mi lengua, pero recuerda que tienes que usar el piercing, es la clave, juega con la punta de mi lengua, hazme sentir ese pedacito de titanio, ¿sí?
—E-está bien, prometo que lo haré mejor… —tosí—, por cierto, usted besa muy bien.
—Gracias nena —me dio un ligero bofetón. Siempre me los daba a modo de castigo cada vez que tosía—. Ahora fúmate un poco de mi habano, ¿entendido?
El jueves era el día que más odiaba pues se trataba del entrenamiento anal. Aquella primera vez me hizo acostar boca abajo sobre su escritorio conforme se ponía unos guantes de látex. Mareada de vértigo, enrollé la falda por mi cintura y le regalé una vergonzosa vista de mi cola.  Con ambas manos me bajó mis braguitas hasta los tobillos, tomó de mis nalgas y las separó para ver mis vergüenzas mientras yo me mordía los dientes y me preguntaba cuánto dinero me costaría un revólver.  
—Impresionante. En serio creo que tu culo me está pidiendo a gritos que lo reviente a pollazos.
—¡No! ¡No me hable, cabrón, y termine con lo que quiere hacer en completo silencio!
—Pues bueno, qué terca la nena…
—Diosss, ¿en serio tenemos que practicar esto? Auch, ¡t-tenga más cuidado, maleducado! —me quejé conforme arañaba su mesa y tiraba al suelo algunas carpetas.
—Ya está, he metido el dedo corazón hasta el nudillo.—Y empezaba a follarme con dicho dedo—. Apuesto a que te estás excitando, niña.   
—¡N-no es verdad! ¡Deje… deje de agitar su dedo… uffgghmm!
Los viernes debía usar una minifalda para que me cosieran a piropos; para que me acostumbrara a ello y dejara de ponerme roja. Solía enviarme a las calles para entregar documentos y recoger encomiendas, pasando siempre frente a las construcciones; su objetivo era exponerme a un sinfín de obreros maleducados que me sacaban los colores con inusitada facilidad.
También me daba algunas películas pornográficas para que las viese en mi casa. No eran las típicas de sexo duro, al contrario, tenían mucha historia y personajes bastante interesantes. Desde “El portero nocturno”, pasando por “Burdeles de Paprika” y “El amante”, conocí todo un mundo erótico que no sabía que existía. Luego de verlas tenía que escribir un resumen y leérselos en voz alta en su despacho mientras lo masturbaba.
Creo que, por lejos, el que más habrá agradecido todo el entrenamiento que atravesé fue mi novio. Con el correr de los días me había expuesto a tantos piropos y miradas indiscretas en las calles, y a tantas vejaciones en la oficina, que yo estaba prácticamente hecha un hervidero. No fueron pocas las veces que me descargué en su coche durante las noches que nos encontrábamos.
 —Rocío, desde que estás de pasantía estás como… cambiada, ¿no? —preguntó mi chico conforme le llenaba de besos su cuello. Estaba sentada a horcajadas sobre él.
—¿A qué te refieres, Christian?
—Es que… Apenas te abrí la puerta y ya estás sobre mí… No sé, ¿un saludo tal vez?
—¡Perdón!… y hola…
Desde luego él no tenía ni idea. Pero estaba mejor así; el licenciado en la oficina me hacía de todo pero jamás me follaba. Todo aquello era tan aséptico, tan maquinal, estaba tan concentrado en acuerdos, números y en la salvación de la empresa, que nunca pasó por su cabeza darme placer. Mi chico me servía como la canalización perfecta para desfogarme; eso sí, más de una vez dije algo que no debía en medio de un orgasmo violento.
—¡Me corro, nena, me corro!
—!Ich liebe… dich shatzi!
—¿¡Mande!?
Cuando el segundo mes de mi pasantía estaba terminando y la reunión con el inversor estaba al caer, atravesé las pruebas finales con el Gerente General, el señor Ortiz, en la sala de reuniones, a la vista de un orgulloso licenciado Rodríguez. El lugar tenía un terrible tufo a semen y sudor tras todas las prácticas a la que fui sometida durante horas. Prácticas que, secretamente, aprendí a disfrutar como una cerdita.
Arrodillada, haciéndole una cubana a aquel viejo depravado, tomé como mejor pude sus cumplidos.
—Es increíble cuánto has cambiado desde la primera vez que te vi, Rocío. Ya no eres la chica tímida que entró hace casi dos meses. He comprobado que no toses al oler el habano, que besas increíble, que la cola la tienes limpia y sabes usarla, incluso que sabes fingir orgasmos como nuestras señoras. ¡Sinceramente, creo que has superado a la antigua secretaria! Y encima has aprendido a hacer una lenta y rica paja con las tetas, uff…
—Ich liebe dich shatzi…
—¡Anda, si es que ya has aprendido a decir con naturalidad la frase en alemán! Venga, te voy a dar tu leche… —me agarró fuerte del cabello, y enchufándome su polla hasta la campanilla, escupió tanta leche que me asfixió varios segundos. Lagrimeé, terminé babeando semen y tuve que recogérmela rápidamente para tragarla toda. Lo miré a los ojos y le mostré mi boca para que comprobara que no había quedado rastro.
—Patrón —interrumpió el licenciado—, esta noche llega el inversor desde Múnich, cenaré con él en el restaurante de siempre.  
—Lo sé. Tengo plena confianza en Rocío, y claro, también en tu estupenda labor, Rodríguez. Dale, niña, límpiame la leche que resbaló hacia mis huevos.
—Patrón, confieso que estoy preocupado. Siento que estoy enviando a mi alumna aventajada a un examen demasiado difícil. Putita —continuó con la voz casi quebrada—, te veo chupando los huevos de mi patrón con tanto empeño y sencillamente me siento tan orgulloso de ti… maldita sea, creo que voy a llorar.
—Imbécil, deje de decirme putita —me aparté del viejo—, ¿se cree que yo me he encariñado con usted o algo así? ¡No hay día en que no le desee la muerte! ¡A ustedes dos!
—Ya… Ese es el principal problema, patrón, se pone refunfuñona fácilmente. Según mis estudios, al alemán no le gustará alguien tan conflictiva.
—Si me trata como a una mujer y no como a un zorra barata tal vez no le suelte las mil verdades, ¡cabrón!
Pues parece que se lo tomó muy a pecho porque esa noche, cuando volví a casa, me encontré con un paquete de no muy gran tamaño, envuelto en un lazo rojo, que había sido recibido por mi curioso hermano. En mi habitación comprobé que se trataba de un precioso vestido negro, largo, sin mangas, con escote y que regalaba la vista desnuda de mi espalda. No soy de usar ese tipo de vestidos pero lo cierto es que quedé sorprendida de mí misma con mi nuevo look, y los zapatos de tacón, con lazos de cuero que se ceñían hasta mis tobillos, eran una auténtica preciosidad que valía todo el dolor que me causaban a los pobres pies.
Mi papá y mi hermano simplemente no lo podían creer cuando bajé por las escaleras, presta a esperar al licenciado, aunque era un momento que no podía disfrutar puesto que mis senos se querían escapar constantemente del vestido y debía estar corrigiéndolas disimuladamente. Ellos creían que iba a una cena de la empresa para festejar el cumpleaños del patrón en la que todos los personales estábamos invitados, al menos eso fue lo que les dijo el licenciado cuando bajó de la coqueta limusina en la que vino a buscarme.
Ya dentro del coche, el licenciado me miraba con más orgullo que con morbo, casi como si yo fuera su hija o algo similar. Estaba rarísimo durante todo el camino.
—Estás preciosa, Rocío –dijo dándome un apretoncito de ánimo en la rodilla con una mano cálida.
—Licenciado, el vestido es fantástico, no sabe cuánto me encanta. Y los zapatos de tacón, y los zarcillos… ¿Pero cuánto se ha gastado?
—La empresa paga para que estés contenta. Verás, no queremos que te vuelvas protestona e insumisa… sabes perfectamente que con un paso en falso vamos a perder al inversor.
—Ya, muchas gracias. Prometo portarme bien.
Conocimos al inversor alemán, Eric Müller, en un restaurante lujoso que jamás pensé que pisaría, con vista a Mar del Plata. Se trataba de un rubio de cuarenta y nueve años con aspecto regordete, pero no me importaba realmente su físico. Me sabía tantas cosas de él que me pareció rarísimo tenerlo frente a mí; era casi como una estrella de cine a mis ojos debido a todo lo que aprendí y conocí de él.
Su acento, algo que no había oído hasta esa noche, me tenía enamorada porque pronunciaba cada palabra en español con cierto encanto.
—¿Y qué ha pasado con la rrrrubia, Rodrrríguez? —preguntó el hombre, bebiendo de la copa de vino.
—Oh, ella renunció, Eric. Ahora tenemos a Rocío.
—Es prrreciosa esta Rrrocío, sincerrramente, me canso de ver rrrrubias en Múnich.
—Eric, sigamos hablando sobre las ventajas de nuestra fusión empresarial, ¿sí?
Pasaron los minutos y también las conversaciones aburridas que sinceramente no entendía del todo bien. Mi misión en esos momentos era simplemente asentir y sonreír, además de cuidar que las tetas no se me salieran del vestido, como había comentado. Cuando el licenciado se levantó de su asiento y me tomó de la mano, supe que él ya lo había hecho todo y era mi turno de actuar.
De vuelta en la limusina, el inversor no paraba de admirar el paisaje del mar que se veía a lo lejos conforme se fumaba su habano. Estaba sentado solo, mientras que yo y el licenciado estábamos frente a él.
—Me gusta su país, Rodrrríguez, pero siemprrre me prrregunto, “¿Esto es todo lo que hay?”, simplemente es difícil la decisión, no es lo mismo inverrrtir en un país pequeño como Urrruguay, que por ejemplo, Arrrgentina, que tiene más merrrcado… No sé, crrreo que me falta un último empujoncito para cerrar el trrrato….  
El licenciado me codeó. Casi como un amo ordenándole a un perro de caza que fuera a por su presa. Aunque en mi caso la descripción perfecta sería una loba. Así que, sentándome a su lado, posé mi mano en su rodilla y le sonreí.
No soy una chica que sabe dar el primer paso. Eso siempre se lo he dejado a los chicos, eso de “tantear” el terreno. Pero para eso me habían ordenado ver tantas películas eróticas, para poder emular a aquellas lobas lanzadas que, sin ser soeces, arrebataban la atención de los hombres. Teniendo siempre en mente mi película favorita, “El amante”, me remojé los labios, aparté un mechón de pelo y le hablé en un fluido alemán aderezado con mi acento.
—Liegt mir am Herzen. Ich liebe dich shatzi.
—¡Oh! ¿Dices que te interrreso? ¡Me prrreguntaba cuándo moverías ficha, ángel!
—Disculpa, Eric, ¡qué vergüenza!, parece que mi secretaria bebió mucho vino, ¡no me esperaba esto!
—Nada de eso, Rodrrríguez. No soy nadie para ignorrrar los deseos de esta pequeña hembrrra.
—Pues en ese caso —el licenciado se acicaló la barba—, supongo que puedo llevarlos a los dos a mi casa de playa… no está muy lejos de aquí. Es toda para ustedes por esta noche, un regalo de mi parte.
—¡Ah, Rodrrríguez! ¡La vamos a pasarrr muy bien los trrres!
—¿Los tres? —preguntó sorprendido.
—Clarrro, si vamos a cerrar un buen trato, me gustarría cerrarlo con usted, Rodrrríguez. Esta hembrrra pide varrrios machos, mirrre su carrrita, yo solo no podrrré.
—¿Lo dice en serio, Eric? Supongo… supongo que no tengo otra—de reojo vi cómo se retiró su anillo matrimonial y lo guardó en su bolsillo.   
Mientras el licenciado se sentaba a mi otro lado, el alemán me metió mano en una teta y, acariciándome un pezón, se topó con mi piercing. El muy cabronazo no dudó en retorcerlo y estirarlo levemente para decirme “¡Qué puta!”. Instintivamente clavé mis uñas en su rodilla y el pobre hombre dio un respingo cuando le grité:
—¡Auch! ¡No me diga puta, maleducado de mierda!
Todo adentro de la limusina se congeló. Miré al licenciado y parecía que se quería morir, estaba blanco, como sintiendo que su noche de negocios se iba al garete pues me pasé de roscas. Aunque para nuestra sorpresa, el alemán me atrajo para besarme violentamente; gracias a los entrenamientos pude reaccionar a tiempo y hacerle sentir mi piercing restregándose por su húmeda y cálida lengua. Al separarse de mí, escuchamos estupefactos:
—¡Una guerrrera! ¡Definitivamente esta niña es mejorrr que la otra secrrretaria! ¡Prrrúebela, Rodrrríguez, es toda nuestrrra!
No lo podía creer. ¡Tenía vía libre para insultarlo!
Eso sí, desde que los besos empezaron a caer tanto en mis labios como en mi cuello por parte de aquellos hombres, la sensación de gusto empezó a hacer cosquillas en mi vientre. Dichosa, ya calmada, permití al alemán introducir de nuevo su mano por el escote y al licenciado remangar mi vestido para que pudiese frotar mi vulva por encima del tanga.
—Mirrra qué calentita se puso, su carrrita de guarrra. Las tetas están riquísimas y los pezones durrros y anillados.
Con los ojos cerrados y disfrutando de las caricias de Eric, ya apoderándose a manos llenas de mis senos, noté el traqueteo del vehículo cuando se salió del asfaltado para entrar en un breve camino de tierra que, imaginé, guiaba a la casa de playa. Cuando por fin paró el coche y abrí los ojos, escuché el abrir de las puertas de ambos lados; fue el licenciado quien, desde afuera, me extendió la mano mientras yo me acomodaba de nuevo el escote.
—Rocío, no esperaba que Eric me invitara también a mí…
—Ya sabe, licenciado, si el alemán le quiere dar duro a usted, no me interpondré.
—No bromees con eso. Vamos, hemos recorrido un largo camino, hagamos que valga la pena.
La casa era una verdadera joya de dos pisos. Me hubiera gustado quedarme más tiempo en la sala para admirar cada recoveco de aquel lujoso lugar, cada cuadro o figura, pero solo podía limitarme a echar un rápido vistazo llevada de brazos, por un lado, de un amoroso alemán que de vez en cuando besaba mi cuello, y por el otro, llevada por un nerviosísimo licenciado.
Me asusté al entrar en la habitación principal; cuando llegamos yo estaba prácticamente desnuda salvo las medias de red y los tacos altos pues mi vestido se había quedado varado hacia las escaleras. El respingo que di fue notorio; aquel lugar estaba repleto de espejos; estaban por el techo, paredes, y para rematar la escena, pronto el licenciado apretó un botón hacia la puerta para que unas pantallas de televisor dispuestas en varias partes de la habitación se encendieran, filmándonos desde distintos ángulos.
Iba a protestar, desde luego que sí, aquello de grabar no estaba en los planes, pero cuando quise abofetear al licenciado, el alemán rápidamente me apresó las manos a mi espalda con unas esposas.
—¡He estado tanto aquí que ya sé dónde están tus arrrtilugios, Rodrrríguez!
—¿Qué hace, viejo degenerado? ¡Quíteme las esposas!
—Lo siento niña, me gustan las chicas guerrreras, pero no puedo perrrmitirrr que me arrrañes todo el cuerrrpo, mi esposa me puede pillar.
Tragué saliva. Me giré hacia el licenciado y volví a mostrarle mis ojos asesinos, esos que tanto le asustaban. Retrocedió un par de pasos y rápidamente le habló al inversor:
—Esto… ¿Me pasas el paño de cuero, Eric?
El cabronazo me cegó con dicho paño. En esas condiciones ya no podría describirles mucho; eso sí, mi cuerpo pareció ponerse en alerta y todos mis otros sentidos aumentaron exponencialmente. Cuando una mano cálida me tomó de la cintura para llevarme a lo que supongo era la cama, la piel se me erizó y de hecho juraría que casi tuve un pequeño orgasmo solo con el tacto del macho que me quería hacer suya.
—Amigo Rodrrríguez, hoy le mostrarrré algo asombroso que he descubierto cuando estuve de reuniones en Turrrquía. El sexo que tuve allí fue el más durrro de mi vida.
—Estoy ansioso, Eric… siempre y cuando se lo hagas a Rocío y no a mí.
—¿¡Sexo duro!? —pregunté aterrorizada.
—Se te notaba la carita de zorrrón desde la cena, puta, así que nada que aparrrentar aquí
—¡Le he dicho que no me llame put… AUCH!
Me dio una fuerte nalgada que me hizo caer boca abajo en la cama. Aún con el eco rebotando en la habitación y el cachete ardiéndome, se trepó encima de mí y me tomó de la cintura. Pronto sentí que ponía unas almohadas bajo mi vientre.
Supongo que fue el licenciado quien se subió luego a la cama, porque conocía ese perfume suyo, y agarrándome del mentón me ensartó su verga en mi boca de manera poco caballerosa. Desde luego solo quería callarme y evitar que yo lanzara algún insulto más al inversor.
—Lo siento Rocío —dijo empuñando mi cabello con fuerza, aumentando los enviones—. Esto es por el susto que me hiciste pasar al insultar a Eric…
Atrás, el alemán me arrancó violentamente el tanga. Sentí cómo sus manos se posaron en mis nalgas; con firmeza separó los cachetes, manteniéndolos abiertos unos segundos mientras él me examinaba y murmuraba frases en su idioma, soplando allí para mi delirio.
El violento vaivén en mi boca me imposibilitaba usar mi lengua; aquello no era una felación; el muy cabrón estaba prácticamente follándose mi boca con violencia inaudita y propia de un animal más que de un hombre de negocios. Cualquier queja mía solo salía convertida en gárgaras y saliva desbordándose de la comisura de mis labios, y si, pobre de mí, intentaba zafarme de aquello para respirar, me agarraba del cabello con más fuerza y me la metía hasta la campanilla.
Todo mi cuerpo se estremeció cuando sentí algo pequeño, húmedo y caliente en mi cola; el alemán me dio un beso negro guarrísimo que me erizó toda la piel; el sonido de saliva y polla en mi boca se mezclaba con la succión fuerte que me aplicaba el alemán con generosidad. El licenciado, imagino que al ver cómo meneaba mi colita de placer, sacó su tranca de mi vejada boca:
—Vaya marrana, Rocío, estás sudando y gozando, jamás te vi así durante las clases de capacitación.
—Licenciado… ese pervertido m-me estáaa… besando el culo…
Acto seguido me la volvió a meter hasta la campanilla, casi acompasando a esa experta lengua que también se enterraba más y más en mi cola; jamás pensé que algo tan obsceno como un beso negro podría encenderme pero es que él sabía cómo jugar, cómo hacer ganchitos, cómo salir para poder lamer el anillo del ano, cómo succionar con tanta fuerza que me moría de gusto.
—Me encanta cómo arrugas tu carita cuando te la meto toda, Rocío —dijo dejando su polla enterrada hasta el fondo de mi boca—, puedo quedarme aquí toda la noche solo para ver tus gestos.
La lengua experta abandonó mi cola solo para que un grueso dedo empezara a hurgar dentro, pero de una manera hábil que apenas sentía dolor. Así que, imagino que al notar que yo no protestaba, Eric prosiguió a meter un segundo dedo, y luego otro. Pronto la tensión en el esfínter se hizo presente dolorosamente; según el licenciado, que miró el reflejo por uno de los espejos, ya estaban entrando tres dedos hasta los nudillos en mi cola.
—Rrrelájate, niña. Disfrrruta.
Retorcía los dedos dentro, los separaba, hacía ganchitos y me abría los intestinos. Noté que el licenciado me quitó las almohadas de debajo del vientre, y luego de escuchar cómo se deshacía de sus ropas, se acomodó debajo de mí.
El estar en contacto contra su cuerpo velludo me puso loquísima. Quería tocarlo o verlo, pero era imposible. Se trataba de la primera vez que lo tenía así, tan cerca, a punto de follarme; en la oficina nunca intimamos; todo era tan aséptico, maquinal y frío, todo era un entrenamiento para ambos, pero ahora, contra todo pronóstico, nos estábamos dejando llevar por la calentura; y yo, con el resto de mis sentidos elevados al cubo, me corrí sin necesidad de que me penetrara. 
Restregándome su caliente polla por mi rajita húmeda, me habló con descaro:
—Se ve que te gusta, estás resoplando como una marrana y estás mojándome la polla, cerda.
—N-no es verdad, imbécil… mfff… —protesté antes de buscar su boca para besarlo con fuerza.
—Dale durrro, Rodrrrígez, necesito que se la metas bien hasta el fondo para el trrruco final. 
Dicho y hecho, el licenciado me sujetó fuerte y posó su glande entre mis hinchados labios vaginales; me tuvo así, en ascuas, conforme sacaba y metía solo la cabecita, abriéndome la concha. Me estaba volviendo loca aquello, el muy cabrón me susurraba “Ruégame, ruégame que te la meta, puta”, pero yo no me rebajaría a solicitar algo así a él por más caliente que estuviera.
—Dale, perrita, si me lo pides te daré verga—y metía la cabecita de su polla, sacándola luego.
—¡Ugh! Antes… muerta… ¡degenerado!
El alemán se lo pasaba en grande atrás; sus dedos me abandonaron y pronto sentí un líquido aceitoso y fresco caerse en mi cola. Con un masaje sensual, sentí lo que supuse era la punta de su caliente tranca dispuesta a darme fuerte.
—Estoy listo, licenciado. Se la meterrré hasta los intestinos —metía y sacaba el glande en mi cola.
—Yo también estoy listo para enchufársela, pero no seamos animales, Eric, que la niña nos lo pida. ¿Quieres verga, Rocío?
—¡N-no quiero!
—¿Serrrá posible? Bueno, si la nena no quierrre… pues qué pena… vayamos a ver la tele o qué…
Sabía que todo era demasiado duro y denigrante, que tenía todo en mí para que parasen, lo sabía, pero en ese instante no quería pensar mucho; no tenía sentido hacerlo cuando yo también empezaba a gozar como cerdita. Simplemente me pedí perdón a mí misma por ser tan puta, por tener hambre de machos.  
—Mff… por favor no —resoplé—, no se vayan…
—¿Quieres que te la metamos, Rocío?
—Crrreo que no te escuché bien, niña…
—S-sí, los quiero… Dios mío, ¡los quiero a los dos dentro de mí!
—Qué dices, Rocío, eso es cosa de putas.
—Exacto, niña, y tú no errres ninguna puta, o eso habías dicho…
—Uff, vaya par… ¡Son los peores amantes que se puede tener!
—¿Tienes TV porrr cable, Rrrodríguez? Vayamos a ver un parrrtido de fútbol.
—¡Noooo! ¡S-soy una putita, soy una putita! ¡Y los quiero adentro de míiii!
Me la clavaron hasta el fondo justo en el momento que mis músculos vaginales y el esfínter se contraían debido al pequeño orgasmo que tuve al sentirme tan putita. Fue como ser desvirgada de nuevo, sinceramente. Por unos segundos perdí la conciencia y la noción del tiempo; uno daba caderazos violentos, follándome a pelo, el otro me la metía más despacio al notar que mi culo ya no daba tanto abasto.  
Grité tan fuerte y me revolví tanto que parecía una poseída; mi pobre cola estaba siendo inhumanamente forzada por el inversor, todo dentro de mí se erizaba a la par que un dolor agudo empezaba a acuchillarme; si no estuviera esposada probablemente ya los habría arañado hasta hacerlos sangrar. Pero, ya sea por maestría o porque simplemente estaba demasiado caliente, el dolor de mi esfínter empezó a ceder para que una ola de placer me atontara. Mi rostro jadeante cayó contra el del licenciado, y él, en atención a mi estado, me susurró “Lo estás haciendo bien”, antes de tomarme del mentón y meterme su lengua hasta el fondo.
—¡Vaya culito, lo tiene estrrrechito!
Bañada en sudor y temblando de miedo, noté que la verga del alemán dejó de abrirse paso y que sus huevos tocaron mi cola; tenía toda su carne llenándome mis intestinos. O mejor dicho; tenía a dos vergas adentro, casi podía sentirlas tocándose, acariciándose ambas dentro de mí, solo separadas por mi matriz; una verga gruesa follándome con fuerza, la otra larga en un estado de reposo pues estaba en territorio delicado.
—Nena, sudas como una puta cerda, pero me gusta, es como una salsa que te hace más deliciosa.
—Es-están adentro, licenciado… Ustedes dos están adentro de mí, puedo sentirlos moviéndose… M-me encanta…  
—Es horrra de ver qué tan bien entrrrenada tienes a tu niña, Rodrrríguez.
El alemán sacó un poco su verga y trepó encima de mí para prácticamente aplastarme contra mi jefe; el cabrón era pesado y más velludo; susurró algo en su idioma y me la metió en la cola con fuerza demencial. Chillé a centímetros del rostro del licenciado, habrá visto mis lágrimas escurriéndose bajo el paño conforme le decía palabras sin sentido. Me dio tan duro una y otra vez, sin piedad de mis llantos, que pensé que podría morirme y aún así seguiría penetrándome como un toro.
Pese a todo eso, estaba tan enojada conmigo misma porque sí, lo confieso, me corrí varias veces con dos hombres dentro de mí que me trataban de manera denigrante.
No sabría decir cuánto tiempo estuve así con las dos pollas yendo y viniendo, ni cuántas lágrimas y sudor me saltaron, ni cómo era posible que pudiese chillar tanto sin que mi garganta se resintiera. Pero allí estaba yo, entre dos hombres que me cosían a vergazos, cegada, apresada, sin ninguna otra función más que la de darles placer.
Cuando ambas trancas se retiraron, caí rendida en esa cama sucia de semen y sudor, y probablemente algo de sangre. Pensé que todo había acabado por fin. Tonta de mí, aún faltaba el maldito truco que se había estado guardando.
—Rodrrríguez, ven aquí, detrás. Mirrra cómo le ha quedado el culo.
—A ver… ¡Me cago en todo, es enorme el agujero! ¡Puedo ver todo lo que hay adentro con claridad!  
—Ugh… ¿Van a seguir haciéndome guarrerías? Porque estoy muerta…  
—¡No se cierra! Parece que quiere más verga, Eric.
—Lo sé. Obserrrva.
Me sujetó de nuevo de la cintura para meterme su verga en mi húmeda concha, ya sin mucho preámbulo pero no sin cierto dolor. Luego arqueé la espalda y me mordí los dientes al sentir sus dedos entrando en mi culo hasta los nudillos con total libertad debido al agujero que me había dejado recientemente. 
—Así es como se doma a las guerrreras, licenciado, tiene que hacerlas ver quién domina. Obserrrve… Cerrrda, ¿quién te está follando tus agujerrros?
—U-ustedddd… señor Eric, usted lo está haciendo…
—¿Te gusta, cerrrda?
—¡Claro que no, degenerado!
—¿Errres mi putita?
—¡Su… su puta madre, bola de sebo!
No sé si existen suficientes letras u onomatopeyas para describir el dolor punzante que sentí en mi pobre cola cuando noté un violento envión de su mano. El desgraciado, miserable y pervertido, me había ensartado todos sus dedos, luego la mano hasta lo que creí era la muñeca, y sentí claramente cómo empuñó adentro de mí.
Creo que perdí el sentido del oído así como del tacto, la noción del tiempo y la propia conciencia se me hicieron añicos. Lo único que podía sentir era mi concha latiéndome de placer ante su verga, y mi culo siendo violentado por un puño, antes de desmayarme.
Tal vez lo mejor en esos casos extremos es apagarse, y rezar para que, al abrir los ojos, todo haya terminado. Lamentablemente no fue mi caso porque poco a poco mi conciencia volvió; primero noté que estaba babeando descontroladamente sobre la cama, con mi lengua saliéndose de manera vulgar; luego me volvió de manera parcial el sentido del tacto: podía sentir ese maldito puño follándome el culo, y además una polla entrando hasta prácticamente el cérvix. Y cuando mis oídos volvieron a funcionar, oí, como si fuera un eco lejano, al licenciado con tono desesperado:   
—¡No seas bestia, Eric! ¡Se supone que la tengo que devolver a su casa de una sola pieza!
—Trrranquilo, amigo, obserrrva.
Adentro de mí, su mano se expandía y se replegaba, jugando con mis pobres intestinos. Y a solo centímetros, separados por la matriz interna, su polla hacía movimientos que me hacían perder la capacidad de insultarle.
Tal como temí, con otro esfuerzo de su parte, sentí cómo su mano, adquiriendo forma de zarpa, hacía fuerza para agarrar el contorno de su polla. No tardó en acariciársela:  
—Mirrre, me estoy haciendo una paja dentro de la niña, ¡ha ha ha!
—Estoy alucinando, Eric, no sabía que eso era posible… ¿Estás bien, Rocío?
—Mff… Ichliebedisachi… —balbuceé viendo estrellas.  
—Únase de alguna manerrrra, Rodrrríguez —dijo el alemán, entrecortado, aumentando las caricias a su polla. No me preocupé cuando sentí que se corrió dentro de mí porque sabía, gracias a los informes, que ya no puede tener hijos. Simplemente me oriné, justo en el momento en el que el licenciado volvía para follarme la boca y correrse violentamente hasta hacerme sacar leche por la nariz.
Fue una de las mayores cerdadas que me hicieron en mi vida.
Cerca de la una de la madrugada, el alemán ya había firmado los papeles en un escritorio cercano conforme yo, libre de vendas y esposas, estaba llorando a moco tendido en un sofá porque la cama estaba sucia de semen, sudor, algo de sangre y mucho orín. Me dieron algo para el dolor pero lo cierto es que aún así notaba unas terribles punzadas en los labios vaginales y mi pobre cola.
Eric se despidió de mí diciéndome algún par de frases en su idioma conforme besaba todo mi cuerpo, con la promesa de volver. Yo, anonada, le prometí que desde esa noche juntaría dinero para comprarme una escopeta y poder recibirlo como corresponde.
Estaba hecha una calamidad cuando me levanté: tenía los ojos rojos de tanto llorar, mi vestido estaba arrugado, mi peinado destrozado. Y descalza además, que me veía imposible de andar con tacos altos.
En la limusina viajé acostada porque sentarme era, sencillamente, algo imposible para mí. Y mientras trataba de arreglarme como podía, el licenciado me pasó una carpeta bastante gruesa.
—Rocío, tú cumpliste con nosotros, y nosotros te lo agradecemos. Aquí tienes, los chicos te escribieron el reporte de tu pasantía y ya está firmado por mí. Está adjuntado con una carta de felicitaciones de parte de don Ortiz para que sorprendas a tus profesores y al rector.
—Ese inversor de mierda me ha metido el puño en la cola… —susurré tomando la carpeta.
—Ya. Debo decirte que a partir del lunes serás parte de la empresa. Felicidades, eres oficialmente mi secretaria, nena. ¿No estás contenta?
—¡Se pajeó dentro de mí, licenciado! ¿Eso es acaso posible?
—A ver, aprovecha el domingo y descansa. Te esperaremos el lunes, ¿sí? Nos queda un gran y nuevo camino por recorrer juntos, hagamos que valga la pena.
Y así, en silencio sepulcral, llegué y me bajé en mi casa. Mi papá y mi hermano dormían plácidamente, por lo que no tuve que explicar mi aspecto desaliñado y extraño caminar. En la ducha, mientras me limpiaba la cola dolorosamente, solo podía preguntarme una y otra vez si aquello era lo único que me deparaba en esa empresa. Si aquello era, simplemente, todo lo que había dentro de esos rascacielos. 
El lunes mi chico me llevó hasta mi trabajo porque sería el primer día en el que me presentaría oficialmente como secretaria a tiempo parcial y ya no como una pasante ad honórem. Nada más bajarme del coche, volví a mirar ese imponente edificio; me recogí un mechón de pelo y traté de sentir aquel mareo. Pero ya no sentía nada, ni vértigo, ni miedo; solo un dolor punzante en mi cola. Y creía saber el porqué.
—Rocío —dijo mi chico al notar que estaba mirando el edificio como una tonta—, ¿estás bien?
—Escúchame, Christian… ¿Ves toooodo esto? —le señalé el edificio, de arriba para abajo—. ¿Lo ves, no?
—Ajá…
—¿Esto es todo lo que hay? ¡Pues no me agrada! ¡Renuncio! Así que vayámonos a otro lugar…  
—¿En serio? ¿Renuncias en tu primer día?
Pero yo me reía mientras me quitaba esos dolorosos zapatos de tacón. Ya no me sentía tan alienada en el centro capitalino; la niña dentro de mí había descubierto lo que se escondía dentro de esos enormes rascacielos que tanto vértigo me causaban. La experiencia me resultó tan aséptica, maquinal y falto de cariño, que descubrí que bajo toda esa magia empresarial solo había gente bastante zafada que prefería dejar su humanidad, sus anillos y su ética misma a un costado con tal de conseguir números, números y más números. Me pregunté miles de veces: “¿En serio esto es todo lo que hay?”; al final encontré la respuesta: no había nada especial; ni vértigo, ni miedo, nada que ameritara más que mi indiferencia.
Caminando por la playa y tomada de la mano de mi chico, miraba a lo lejos esos rascacielos con una sonrisita. Él no podía entender por qué decidí rechazar lo que probablemente era un trabajo prometedor, así que simplemente le respondí que no vale la pena recorrer un camino, llámese pasantía o llámese paseo en la playa, si no lo vas a hacer en compañía de la gente que en verdad aprecias.  
Porque, en serio, al final del camino, eso es todo lo que queda. Esto es todo lo que hay. Que valga la pena.
Un besito,
Rrrrocío.
 

Relato erótico: “Hércules. Capítulo 6. Akanke.” (POR ALEX BLAME)

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dueno-inesperado-1Capitulo 6: Akanke

sin-tituloUnos latidos débiles y apresurados le dieron un hilo de esperanza. Apartando el pelo negro de la cara magullada de la joven, sujetó su nuca, le abrió la boca y pegó sus labios a los de ella para insuflarle aire. Una, dos, tres veces, comprobando a cada instante que el corazón seguía latiendo.

Finalmente la joven reaccionó. Hércules la puso de lado, dejando que vomitara el agua que había tragado hasta que sus pulmones solo contuvieron aire.

La desconocida soltó un gemido ronco y trató de abrir el ojo que no tenía totalmente cerrado por la hinchazón.

—¿Cómo te encuentras? —dijo Hércules cogiendo el móvil para llamar al 112.

—No, por favor. —susurro la joven con un fuerte acento subsahariano— No llame a nadie… Me matarán…

Hércules iba a preguntarle de que demonios hablaba, pero la joven se había vuelto a desmayar. Se quedó allí mirándola con cara de tonto, sin saber qué hacer. Finalmente se inclinó sobre ella para examinarla y buscar una identificación.

Por toda indumentaria llevaba una escueta minifalda que apenas ocultaba un tanga blanco transparente y un corsé blanco salpicado de sangre. La cacheó con timidez, pero no encontró nada y tampoco en los gastados zapatos de tacón que calzaba. Tenía toda la pinta de ser una prostituta con la que un cliente se había pasado tres pueblos.

Pensó llamar a emergencias de todas maneras, pero el rostro hinchado y el cuerpo maltratado de la joven hacían que pareciese tan débil en indefensa que no pudo evitar compadecerse de ella.

Después de asegurarse de que no había nadie en los alrededores, envolvió a la joven con la chaqueta de su chándal y la llevó en brazos con la mayor suavidad que pudo. Afortunadamente era fin de semana y pudo llegar casi hasta su casa sin cruzarse con nadie. Cuando llegó a calles más transitadas la depositó en el suelo y cogiéndola por la cintura le puso la capucha del chándal para que no se viese su cara magullada y la llevó medio en volandas como si fuese una chica que se había pasado con las copas la noche anterior.

En cuanto entró en su piso la llevó directamente al baño. Con cuidado le quitó la poca ropa que tenía. La joven tenía la piel de gallina y estaba tiritando semiinconsciente. Tenía un cuerpo bonito, esbelto y bien proporcionado con un culo redondo y musculoso y unas tetas bastante grandes con los pezones pequeños y negros como el carbón. Examinó su cuerpo y encontró un buen numero de golpes, escoriaciones y moratones, pero no parecía tener heridas graves ni ningún hueso roto.

Lo que peor pinta tenía era la cara; parecía que alguien se había ensañado con ella a conciencia. Tenía un ojo terriblemente hinchado y el otro casi cerrado. Uno de sus gruesos labios estaban partidos y de la nariz bajaba un pequeño reguero de sangre seca. Dejó a la joven envuelta en toallas mientras preparaba un baño de agua tibia. Añadió unas sales e introdujo a la joven poco a poco en él.

El calor del agua surtió efecto rápidamente y la joven se despertó desorientada.

—No, por favor. No me pegue más. —dijo aterrada retrocediendo hasta topar con el borde de la bañera.

—Tranquila. Estás a salvo. Nadie te va a hacer daño. —dijo Hércules intentado tranquilizarla.

Con suavidad apoyó la mano en el hombro de la joven y la invitó a introducirse en el agua caliente. La mujer suspiró y se dejó hacer mansamente.

—Soy Hércules, te encontré en el río, y te he traído a mi casa. Aquí estas a salvo. ¿Cómo te llamas?

—Yo, me llamo, mi nombre… Akanke, me llamo Akanke. —respondió la prostituta como si hiciese mucho tiempo que nadie la llamaba así.

—Es un nombre muy bonito. —dijo Hércules cogiendo una esponja y gel de baño y ofreciéndoselos a la joven.

Akanke cogió la esponja, pero sus manos le temblaban y apenas podía sostenerla víctima del dolor y la extenuación. Hércules se la quitó de las manos con delicadeza y puso una dosis de gel. Acercando la esponja con lentitud, la aplicó con suavidad al rostro borrando con toda el cuidado de que era capaz los rastros de sangre de la nariz y de los arañazos de su rostro.

La joven apretó los dientes y aguantó el escozor que le producía el gel en las heridas sin moverse, dejando hacer a Hércules que aprovechó para observar la frente lisa, las cejas finas y arqueadas las pestañas largas y rizadas y los ojos grandes y negros a pesar de la fuerte hinchazón. Su nariz era pequeña y ancha aunque no demasiado y sus labios gruesos e invitadores. Apartó la espuma de la nariz hacia los pómulos oscuros y tersos. En condiciones normales debía ser una joven muy hermosa…

Akanke suspiró y trató de sonreír. Hércules bajó la esponja y recorrió su cuello restregándolo con suavidad admirando su delgadez y su longitud. Repentinamente se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Cogió aire profundamente y recorrió los hombros y las clavículas. Akanke dio un respingo al sentir la esponja en un verdugón especialmente grande que tenía en el hombro derecho. Se disculpó con timidez y escurrió la esponja evitando rozarlo de nuevo.

La mujer se arrodilló sin que se lo pidiese dejando todo el cuerpo por encima de su cintura fuera del agua. Su piel brillaba como una perla negra y sus pechos grandes y redondos con unos pezones pequeños y aun más negros le atraparon.

Bajó la esponja y recorrió sus clavículas de nuevo antes de rodear los pechos y acariciar el vientre, los costados y la espalda con la esponja. Cuando se atrevió a recorrer los pechos con la esponja los pezones se contrajeron inmediatamente y Akanke suspiró ahogadamente.

Controlando los bajos instintos que pugnaban por salir, siguió frotando los pechos de la joven hasta que con evidentes muestras de dolor y apoyándose en los hombros de Hércules se levantó. Hércules, concentrado en su tarea, siguió enjabonando aquel cuerpo digno del de una diosa, de piernas largas, muslos potentes y culo portentoso negro y brillante como el de una pantera, procurando concentrarse en su tarea.

Cuando Hércules terminó, la joven volvió a dejarse caer en el agua hasta que solo asomó la cabeza en medio de aquel torbellino espumoso. Hércules cogió un poco de champú e intentó lavarle el pelo, pero la postura era un poco incomoda. Akanke se dio cuenta y mirándole adelantó su cuerpo dejando un hueco detrás.

Hércules no se hizo de rogar. Se desnudó y se colocó detrás de la joven, pasando las piernas por los lados de su cuerpo y envolviéndola así con su corpulencia. Akanke echó el pelo hacia atrás. Tenía una melena larga, lacia, de color negro brillante. Hércules la cogió con ternura y la restregó haciendo abundante espuma y deshaciendo los pegotes de sangre y cieno procedente del río. Restregó el cuero cabelludo con suavidad sintiendo la espalda de la joven pegada contra la parte delantera de su cuerpo. Aclaró el pelo con agua limpia y sin saber muy bien que hacer la abrazó con suavidad.

La joven no aguantó más y comenzó a gemir suavemente acurrucándose contra el cuerpo de Hércules, dejando que las lágrimas corriesen libremente por sus mejillas mientras Hércules la acogía con su cuerpo y la rodeaba con sus brazos estrechamente…

***

Akanke se sentía totalmente superada por los acontecimientos. Había pasado de recibir una paliza de muerte y estar a punto de morir ahogada por intentar cobrar un servicio a estar en una bañera de agua tibia abrazada protectoramente por un hombre fuerte y atractivo.

Hubiese querido quedarse allí sumergida para siempre, arrebujada en los brazos de aquel generoso desconocido, pero el agua terminó por enfriarse y el hombre se levantó y la ayudó a salir del agua con suavidad.

Estaba tan débil y dolorida que se hubiese caído de no haber sido porque el hombre la sujetó por la cintura. El miembro de Hércules golpeó involuntariamente contra su culo. El hombre turbado se apartó fingiendo buscar una toalla.

Mientras tanto, ella se mantuvo a duras penas en pie, con las manos apoyadas en el lavabo y temblando de frío de nuevo. El hombre se acercó con una toalla. Con extrema delicadeza enjugó todo rastro de humedad de su cuerpo. Acostumbrada a las estropajosas y mugrientas toallas del piso donde dormía, aquella toalla le produjo un placer casi sexual que le hizo olvidar el dolor que atenazaba su cuerpo.

Con el único ojo que podía entreabrir observó la expresión de aquel hombre grande y corpulento concentrado en secar con delicadeza las zonas más magulladas. El ceño fruncido, los grandes azules entrecerrados y los labios torcidos. Sintió la tentación de besarlos y se contuvo conformándose con la increíble sensación de sentirse humana de nuevo.

Cuando el hombre terminó la tarea, cogió otra toalla más pequeña y con ella arrebujó su melena haciendo un turbante con una habilidad que no creía posible en un hombre.

—Tengo dos madres. —dijo Hércules al ver la mirada de extrañeza de la joven.

Con una sonrisa tranquilizadora abrió el botiquín de donde sacó Vetadine, unas gasas y Trombocid y lo aplicó en todas sus heridas. Por último cogió dos antiinflamatorios y un vaso de agua y se los ofreció a Akanke que los tomó con un largo trago.

Hasta que Hércules no le envolvió el cuerpo con un grueso albornoz no se dio cuenta de que estaba totalmente desnuda, lo mismo que él. El hombre la cogió por la cintura e intentó ayudarle a caminar, pero Akanke, agotada, trastabillo y estuvo a punto de caer. Con un gesto protector él la cogió en brazos. Akanke recostó la cabeza en el amplio y musculoso pecho y se dejó llevar sin pensar, solo concentrada en absorber el calor y la bondad que irradiaba aquel desconocido.

Creía que ya no le quedaban lágrimas, pero un par de ellas escaparon del ojo cerrado. Eran lágrimas de agradecimiento. El hombre la depositó en una cama sobre el colchón más cómodo que había tenido nunca bajo su cuerpo y la cubrió con un pesado edredón.

Antes de que pudiese agradecerle nada desapareció por la puerta. Volvió un par de minutos después vistiendo unos bóxers con una taza de cacao caliente. La ayudó a incorporarse mientras bebía el chocolate. El bebedizo, junto con el albornoz y el edredón consiguieron que su cuerpo estuviese ardiendo en cuestión de minutos.

Cuando se cercioró de que Akanke estaba cómoda se aproximó a la ventana. Fuera el sol ya estaba alto e inundaba la calle de una luz intensa. Bajó la persiana hasta dejar la habitación en penumbra y se dirigió a la puerta para dejar dormir a la joven.

—No, por favor. No te vayas. Quédate conmigo… Por favor.

Hércules sonrió y se tumbó a su lado, encima del Edredón. El pesado brazo del hombre descansaba sobre uno de sus dolorosos moratones, pero Akanke no dijo nada y sonrió en la oscuridad. Durmió doce horas seguidas sin pesadillas por primera vez en mucho tiempo.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO SEXO ORAL

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :
alexblame@gmx.es

 

“La obsesión de una jovencita por mí” LIBRO PARA DESCARGAR

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LA OBSESION 2Sinopsis:

Todo da comienzo cuando una admiradora de mis relatos me envía un email. Sin prever las consecuencias, entablo amistad con ella el mismo día que conocí a una mujer de mi edad. la primera de veinte años, la segunda de cuarenta. Con las dos empiezo una relación hasta que todo se complica. Relato de la obsesión de esa cría y de cómo va centrando su acoso sobre mí.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

http://www.amazon.es/s?_encoding=UTF8&field-author=Fernando%20Neira%20(GOLFO)&search-alias=digital-text

Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo uno.

La primera vez que tuve constancia de su existencia, fue al recibir un email en mi cuenta de correo. El mensaje era de una admiradora de mis relatos. Corto pero claro:

Hola soy Claudia.

Tus relatos me han encantado.

Leyéndolos, he disfrutado soñando que era, yo, tu protagonista.

Te he agregado a mi MSN, por favor, me gustaría que un día que me veas en línea, me digas algo cachondo, que me haga creer que tengo alguna oportunidad de ser tuya.

Estuve a punto de borrarlo. Su nick me decía que tenía sólo veinte años, y en esos días estaba cansado de enseñar a crías, me apetecía más disfrutar de los besos y halagos de un treintañera incluso tampoco me desagradaba la idea de explorar una relación con una mujer de cuatro décadas. Pero algo me hizo responderle, quizás el final de su correo fue lo que me indujo a jugar escribiéndole una pocas letras:

Si quieres ser mía, mándame una foto.

Nada más enviarle la contestación me olvidé del asunto. No creía que fuera tan insensata de contestarme. Ese día estuve completamente liado en la oficina, por lo que ni siquiera abrí mi Hotmail, pero la mañana siguiente nada más llegar a mi despacho y encender mi ordenador, vi que me había respondido.

Su mensaje traía una foto aneja. En internet es muy común que la gente envié imágenes de otros para simular que es la suya, pero en este caso y contra toda lógica, no era así. La niña se había fotografiado de una manera imposible de falsificar, de medio cuerpo, con una copia de mi respuesta, tapándole los pechos.

Claudia resultaba ser una guapa mujer que no aparentaba los años que decía, sino que incluso parecía más joven. Sus negros ojos parecían pedir cariño, aunque sus palabras hablaban de sumisión. Temiendo meter la pata y encontrarme tonteando con una menor de edad, le pedí que me enviara copia de su DNI, recordando los problemas de José, que había estado a punto de ir a la cárcel al ligar con una de quince años.

No habían pasado cinco minutos, cuando escuché el sonido de su contestación. Y esta vez, verdaderamente intrigado con ella, abrí su correo. Sosteniendo su DNI entre sus manos me sonreía con cara pícara. Agrandé la imagen, para descubrir que me había mentido, no tenía aún los veinte, ya que los iba a cumplir en cinco días.

El interés morboso me hizo responderla. Una sola línea, con tres escuetas preguntas, en las que le pedía una explicación.

― Claudia: ¿quién eres?, ¿qué quieres? Y ¿por qué yo?

La frialdad de mis palabras era patente, no quería darle falsas esperanzas, ni iniciar un coqueteo absurdo que terminara cuando todavía no había hecho nada más que empezar. Sabiendo que quizás eso, iba a hacerla desistir, me senté a esperar su respuesta.

Esta tardó en llegar más de media hora, tiempo que dediqué para firmar unos presupuestos de mi empresa. Estaba atendiendo a mi secretaria cuando oí la campanilla que me avisaba que me había llegado un correo nuevo a mi messenger. Ni siquiera esperé a que se fuera María para abrir el mensaje.

No me podía creer su contenido, tuve que releerlo varias veces para estar seguro de que era eso lo que me estaba diciendo. Claudia me explicaba que era una estudiante de ingeniería de diecinueve años, que había leído todos mis relatos y que le encantaban. Hasta ahí todo normal. Lo que se salía de la norma era su confesión, la cual os transcribo por lo complicado que es resumirla:

Amo:

Espero que no le moleste que le llame así.

Desde que la adolescencia llegó a mi cuerpo, haciéndome mujer, siempre me había considerado asexuada. No me atraían ni mis amigos ni mis amigas. Para mí el sexo era algo extraño, por mucho que intentaba ser normal, no lo conseguía. Mis compañeras me hablaban de lo que sentían al ver a los chicos que les gustaban, lo que experimentaban cuando les tocaban e incluso las más liberadas me hablaban del placer que les embriagaba al hacer el amor. Pero para mí, era terreno vedado. Nunca me había gustado nadie. En alguna ocasión, me había enrollado con un muchacho tratando de notar algo cuando me acariciaba los pechos, pero siempre me resultó frustrante, al no sentir nada.

Pero hace una semana, la novia de un conocido me habló de usted, de lo excitante de sus relatos, y de la calentura de las situaciones en que incurrían sus protagonistas. Interesada y sin nada que perder, le pedí su dirección, y tras dejarlos tomando unas cervezas me fui a casa a leer que es lo que tenía de diferente.

En ese momento, no tenía claro lo que me iba a encontrar. Pensando que era imposible que un relato me excitara, me hice un té mientras encendía el ordenador y los múltiples programas que tengo se abrían en el windows.

Casi sin esperanzas, entré en su página, suponiendo que no me iba a servir de nada, que lo mío no tenía remedio. Mis propias amigas me llamaban la monja soldado, por mi completa ausencia de deseo.

Contra todo pronóstico, desde el primer momento, su prosa me cautivó, y las horas pasaron sin darme cuenta, devorando línea tras línea, relato tras relato. Con las mejillas coloradas, por tanta pasión cerré el ordenador a las dos de la mañana, pensando que me había encantado la forma en que los personajes se entregaban sin freno a la lujuria. Lo que no me esperaba que al irme a la cama, no pudiera dejar de pensar en cómo sería sentir eso, y que sin darme cuenta mis manos empezaran a recorrer mi cuerpo soñando que eran las suyas la que lo hacían. Me vi siendo Meaza, la criada negra, disfrutando de su castigo y participando en el de su amiga. Luego fui protagonista de la tara de su familia, estuve en su finca de caza, soñé que era Isabel, Xiu, Lucía y cuando recordaba lo sucedido con María, me corrí.

Fue la primera vez en mi vida, en la que mi cuerpo experimentó lo que era un orgasmo. No me podía creer que el placer empapara mi sexo, soñando con usted, pero esa noche, como una obsesa, torturé mi clítoris y obtuve múltiples y placenteros episodios de lujuria en los que mi adorado autor me poseía.

Desde entonces, mañana tarde y noche, releo sus palabras, me masturbo, y sobre todo, me corro, creyéndome una heroína en sus manos.

Soy virgen pero jamás encontrará usted, en una mujer, materia más dispuesta para que la modele a su antojo. Quiero ser suya, que sea su sexo el que rompa mis tabúes, que su lengua recorra mis pliegues, pero ante todo quiero sentir sus grilletes cerrándose en mis muñecas.

Sé que usted podría ser mi padre pero le necesito. Ningún joven de mi edad había conseguido despertar la hembra que estaba dormida. En cambio, usted, como en su relato, ha sacado la puta que había en mí, y ahora esa mujer no quiere volver a esconderse».

La crudeza de sus letras, me turbó. No me acordaba cuando había sido la última ocasión que había estado con una mujer cuya virginidad siguiera intacta. Puede que hubieran pasado más de veinte años desde que rompí el último himen y la responsabilidad de hacerlo, con mis cuarenta y dos, me aterrorizó.

Lo sensato, hubiera sido borrar el mensaje y olvidarme de su contenido, pero no pude hacerlo, la imagen de Claudia con su sonrisa casi adolescente me torturaba. La propia rutina del trabajo de oficina que tantas veces me había calmado, fue incapaz de hacerme olvidar sus palabras. Una y otra vez, me venía a la mente, su entrega y la belleza de sus ojos. Cabreado conmigo mismo, decidí irme de copas esa misma noche, y cerrando la puerta de mi despacho, salí en busca de diversión.

La música de las terrazas de la Castellana nunca me había fallado, y seguro que esa noche no lo haría, me senté en una mesa y pedí un primer whisky, al que siguieron otros muchos. Fue una pesadilla, todas y cada una de las jóvenes que compartían la acera, me recordaban a Claudia. Sus risas y sus coqueteos inexpertos perpetuaban mi agonía, al hacerme rememorar, en una tortura sin fin, su rostro. Por lo que dos horas después y con una alcoholemia, más que punible, me volví a poner al volante de mi coche.

Afortunadamente, llegué a casa sano y salvo, no me había parado ningún policía y por eso debía de estar contento, pero no lo estaba, Claudia se había vuelto mi obsesión. Nada más entrar en mi apartamento, abrí mi portátil, esperando que algún amigo o amiga de mi edad estuviera en el chat. La suerte fue que Miguel, un compañero de juergas, estaba al otro lado de la línea, y que debido a mi borrachera, no me diera vergüenza el narrarle mi problema.

Mi amigo, que era informático, sin llegarse a creer mi historia, me abrió los ojos haciéndome ver las ventajas que existían hoy en día con la tecnología, explicándome que había programas por los cuales podría enseñar a Claudia a distancia sin comprometerme.

― No te entiendo― escribí en el teclado de mi ordenador.

Su respuesta fue una carcajada virtual, tras la cual me anexó una serie de direcciones.

― Fernando, aquí encontrarás algunos ejemplos de lo que te hablo. Si la jovencita y tú los instaláis, crearías una línea punto a punto, con la cual podrías ver a todas horas sus movimientos y ordenarla que haga lo que a ti se te antoje.

― Coño, Miguel, para eso puedo usar la videoconferencia del Messenger.

― Si, pero en ese caso, es de ida y vuelta. Claudia también te vería en su pantalla.

Era verdad, y no me apetecía ser objeto de su escrutinio permanente. En cambio, el poderla observar mientras estudiaba, mientras dormía, y obviamente, mientras se cambiaba, me daba un morbo especial. Agradeciéndole su ayuda, me puse manos a la obra y al cabo de menos de medía hora, ya había elegido e instalado el programa que más se adecuaba a lo que yo requería, uno que incluso poniendo en reposo el ordenador seguía funcionando, de manera que todo lo que pasase en su habitación iba a estar a mi disposición.

La verdadera prueba venía a continuación, debía de convencer a la muchacha que hiciera lo propio en su CPU, por lo que tuve que meditar mucho, lo que iba a contarle. Varias veces tuve que rehacer mi correo, no quería parecer ansioso pero debía ser claro respecto a mis intenciones, que no se engañara, ni que pensara que era otro mi propósito.

Clarificando mis ideas al final escribí:

Claudia:

Tu mensaje, casi me ha convencido, pero antes de conocerte, tengo que estar seguro de tu entrega. Te adjunto un programa, que debes de instalar en tu ordenador, por medio de él, podré observarte siempre que yo quiera. No lo podrás apagar nunca, si eso te causa problemas en tu casa, ponlo en reposo, de esa forma yo seguiré teniendo acceso. Es una especie de espía, pero interactivo, por medio de la herramienta que lleva incorporada podré mandarte mensajes y tú contestarme.

No tienes por qué hacerlo, pero si al final decides no ponerlo, esta será la última vez que te escriba.

Tu amo

Y dándole a SEND, lo envié, cruzando mi Rubicón, y al modo de Julio Cesar, me dije que la suerte estaba echada. Si la muchacha lo hacía, iba a tener en mi propia Webcam, una hembra que educar, si no me obedecía, nada se había perdido.

Satisfecho, me fui a la cama. No podía hacer nada hasta que ella actuara. Toda la noche me la pasé soñando que respondía afirmativamente y visualizando miles de formas de educarla, por lo que a las diez, cuando me levanté, casi no había dormido. Menos mal que era sábado, pensé sabiendo que después de comer podría echarme una siesta.

Todavía medio zombi, me metí en la ducha. El chorro del agua me espabiló lo suficiente, para recordar que tenía que comprobar si la muchacha me había contestado y si me había hecho caso instalando el programa. A partir de ese momento, todo me resultó insulso, el placer de sentir como el agua me templaba, desapareció. Sólo la urgencia de verificar si me había respondido ocupaba mi mente, por eso casi totalmente empapado, sin secarme apenas, fui a ver si tenía correo.

Parecía un niño que se había levantado una mañana de reyes y corría nervioso a comprobar que le habían traído, mis manos temblaban al encender el ordenador de la repisa. Incapaz de soportar los segundos que tardaba en abrir, me fui por un café que me calmara.

Desde la cocina, oí la llamada que me avisaba que me había llegado un mensaje nuevo. Tuve que hacer un esfuerzo consciente para no correr a ver si era de ella. No era propio de mí el comportarme como un crío, por lo que reteniéndome las ganas, me terminé de poner la leche en el café y andando lentamente volví al dormitorio.

Mi corazón empezó a latir con fuerza al contrastar que era de Claudia, y más aún al leer que ya lo había instalado, que sólo esperaba que le dijera que es lo que quería que hiciera. Ya totalmente excitado con la idea de verla, clickeé en el icono que abría su imagen.

La muchacha ajena a que la estaba observando, estudiaba concentrada enfrente de su webcam. Lo desaliñado de su aspecto, despeinada y sin pintar la hacía parecer todavía más joven. Era una cría, me dije al mirar su rostro. Nunca me habían gustado de tan tierna edad, pero ahora no podía dejar de contemplarla. No sé el tiempo que pasé viendo casi la escena fija, pero cuando estaba a punto de decirle que estaba ahí, vi como cogía el teclado y escribía.

« ¿Me estará escribiendo a mí?», pensé justo cuando oí que lo había recibido. Abriendo su correo leí que me decía que me esperaba.

Fue el banderazo de salida, sin apenas respirar le respondí que ya la estaba mirando y que me complacía lo que veía:

― ¿Qué quiere que haga? ¿Quiere que me desnude? ― contestó.

Estuve a punto de contestarle que si, pero en vez de ello, le ordené que siguiera estudiando pero que retirara la cámara para poderla ver de cuerpo entero. Sonriendo vi que la apartaba de modo que por fin la veía entera. Aluciné al percatarme que sólo estaba vestida con un top y un pequeño tanga rojo, y que sus piernas perfectamente contorneadas, no paraban de moverse.

― ¿Qué te ocurre?, ¿por qué te mueves tanto?― escribí.

― Amo, es que me excita el que usted me mire.

Su respuesta me calentó de sobremanera, pero aunque me volvieron las ganas de decirle que se despojara de todo, decidí que todavía no. Completamente bruto, observé a la muchacha cada vez más nerviosa. Me encantaba la idea de que se erotizara sólo con sentirse observada. Claudia era un olla sobre el fuego, poco a poco, su presión fue subiendo hasta que sin pedirme permiso, bajando su mano, abrió sus piernas, comenzándose a masturbar. Desde mi puesto de observación sólo pude ver como introducía sus dedos bajo el tanga, y cómo por efecto de sus caricias sus pezones se empezaban a poner duros, realzándose bajo su top.

No tardó en notar que el placer la embriagaba y gritando su deseo, se corrió bajo mi atenta mirada.

― Tu primer orgasmo conmigo― le dije pero tecleándole mi disgusto proseguí diciendo. ― Un orgasmo robado, no te he dado permiso para masturbarte, y menos para correrte.

― Lo sé, mi amo. No he podido resistirlo, ¿cuál va a ser mi castigo. Su mirada estaba apenada por haberme fallado.

― Hoy no te mereces que te mire, vístete y sal a dar un paseo.

Casi lloró cuando leyó mi mensaje, y con un gesto triste, se empezó a vestir tal y como le había ordenado, pero al hacerlo y quitarse el top, para ponerse una blusa, vi la perfección de sus pechos y la dureza de su vientre. Al otro lado de la línea, mi miembro se alborotó irguiéndose a su plenitud, pidiéndome que lo usara. No le complací pero tuve que reconocer que tenía razón y que Claudia no estaba buena, sino buenísima.

Totalmente cachondo, salí a dar también yo una vuelta. Tenía el Retiro a la vuelta de mi casa y pensando que me iba a distraer, entré al parque. Como era fin de semana, estaba repleto de familias disfrutando de un día al aire libre. Ver a los niños jugando y a las mamás preocupadas por que no se hicieran daño, cambió mi humor, y disfrutando como un imberbe me reí mientras los observaba. Era todo un reto educarlos bien, pude darme cuenta que había progenitoras que pasaban de sus hijos y que estos no eran más que unos cafres y otras que se pasaban de sobreprotección, convirtiéndoles en unos viejos bajitos.

Tan enfrascado estaba, que no me di cuenta que una mujer ,que debía acabar de cumplir los cuarenta, se había sentado a mi lado.

― Son preciosos, ¿verdad?― dijo sacándome de mi ensimismamiento, ― la pena es que crecen.

Había un rastro de amargura en su voz, como si lo dijera por experiencia propia. Extrañado que hablara a un desconocido, la miré de reojo antes de contestarle. Aunque era cuarentona sus piernas seguían conservando la elasticidad y el tono de la juventud.

― Sí― respondí ― cuando tengo problemas vengo aquí a observarlos y sólo el hecho de verlos tan despreocupados hace que se me olviden.

Mi contestación le hizo gracia y riéndose me confesó que a ella le ocurría lo mismo. Su risa era clara y contagiosa de modo que en breves momentos me uní a ella. La gente que pasaba a nuestro lado, se daba la vuelta atónita al ver a dos cuarentones a carcajada limpia. Parecíamos dos amantes que se destornillaban recordando algún pecado.

Me costó parar, y cuando lo hice ella, fijándose que había unas lágrimas en mi mejilla, producto de la risa, sacó un pañuelo, secándomelas. Ese gesto tan normal, me resultó tierno pero excitante, y carraspeando un poco me presenté:

― Fernando Gazteiz y ¿Tú?

― Gloria Fierro, encantada.

Habíamos hecho nuestras presentaciones con una formalidad tan seria que al darnos cuenta, nos provocó otro risotada. Al no soportar más el ridículo que estábamos haciendo, le pregunté:

― ¿Me aceptas un café?

Entornando los ojos, en plan coqueta me respondió que sí, y cogiéndola del brazo, salimos del parque con dirección a Independencia, un pub que está en la puerta de Alcalá. Lo primero que me sorprendió no fue su espléndido cuerpo sino su altura. Mido un metro noventa y ella me llegaba a los ojos, por lo que calculé que con tacones pasaba del metro ochenta. Pero una vez me hube acostumbrado a su tamaño, aprecié su belleza, tras ese traje de chaqueta, había una mujer de bandera, con grandes pechos y cintura de avispa, todo ello decorado con una cara perfecta. Morena de ojos negros, con unos labios pintados de rojo que no dejaban de sonreír.

Cortésmente le separé la silla para que se sentase, lo que me dio oportunidad de oler su perfume al hacerlo. Supe al instante cual usaba, y poniendo cara de pillo, le dije:

― Chanel número cinco.

La cogí desprevenida, pero rehaciéndose rápidamente, y ladeando su cabeza de forma que movió todo su pelo, me contestó:

― Fernando, eres una caja de sorpresas.

Ese fue el inicio de una conversación muy agradable, durante la cual me contó que era divorciada, que vivía muy cerca de donde yo tenía la casa. Y aunque no me lo dijera, lo que descubrí fue a una mujer divertida y encantadora, de esas que valdría la pena tener una relación con ellas.

― Mañana, tendrás problemas y te podré ver en el mismo sitio, ¿verdad?― me dijo al despedirse.

― Si, pero con dos condiciones, que te pueda invitar a comer…― me quedé callado al no saber cómo pedírselo.

― ¿Y?

― Que me des un beso.

Lejos de indignarle mi proposición, se mostró encantada y acercando sus labios a los míos, me besó tiernamente. Gracias a la cercanía de nuestros cuerpos, noté sus pezones endurecidos sobre mi pecho, y saltándome las normas, la abracé prolongando nuestra unión.

― ¡Para!― dijo riendo ― deja algo para mañana.

Cogiendo su bolso de la silla, se marchó moviendo sus caderas, pero justo cuando ya iba a traspasar la puerta me gritó:

― No me falles.

Tendría que estar loco, para no ir al día siguiente, pensé, mientras me pedía otro café. Gloria era una mujer que no iba a dejar escapar. Bella y con clase, con esa pizca de sensualidad que tienen determinadas hembras y que vuelve locos a los hombres. Sentado con mi bebida sobre la mesa, medité sobre mi suerte. Acababa de conocer a un sueño, y encima tenía otro al alcance de mi mano, pero este además de joven y guapa tenía un morbo singular.

Aprovechando que ya eran las dos, me fui a comer al restaurante gallego que hay justo debajo de mi casa. Como buen soltero, comí sólo. Algo tan normal en mí, de repente me pareció insoportable. No dejaba de pensar en cómo sería compartir mi vida, con una mujer, mejor dicho, como sería compartir mi vida con ella. Esa mujer me había impresionado, todavía me parecía sentir la tersura de sus labios en mi boca. Cabreado, enfadado, pagué la cuenta, y salí del local directo a casa.

Lo primero que hice al llegar, fue ir a ver si Claudia había vuelto a su habitación, pero el monitor me mostró el cuarto vacío de una jovencita, con sus pósters de sus cantantes favoritos y los típicos peluches tirados sobre la cama. Gasté unos minutos en observarlo cuidadosamente, tratando de analizar a través de sus bártulos la personalidad de su dueña. El color predominante es el rosa, pensé con disgusto, ya que me hablaba de una chica recién salida de la adolescencia, pero al fijarme en los libros que había sobre la mesa, me di cuenta que ninguna cría lee a Hans Küng, y menos a Heidegger, por lo que al menos era una muchacha inteligente y con inquietudes.

Estaba tan absorto, que no caí que Miguel estaba en línea, preguntándome como había ido. Medio en broma, medio en serio, me pedía que le informara si “mi conquista” se había instalado el programa. Estuve a un tris de mandarle a la mierda, pero en vez de hacerlo le contesté que si. Su tono cambió, y verdaderamente interesado me preguntó que como era.

― Guapísima, con un cuerpo de locura― contesté.

― Cabrón, me estás tomando el pelo.

― Para nada― y picando su curiosidad le escribí,― No te imaginas lo cachonda que es, esta mañana se ha masturbado enfrente de la Webcam.

― No jodas.

― Es verdad, aunque todavía no he jodido.

― ¿Pero con gritos y todo?

― Me imagino, ¡por lo menos movía la boca al correrse!

― No me puedo creer que eres tan bestia de no usar la herramienta de sonido. ¡Pedazo de bruto!, ¡Fíjate en el icono de la derecha! Si le das habilitas la comunicación oral.

Ahora si me había pillado, realmente desconocía esa función. No sólo podía verla, sino oírla. Eso daba una nueva variante a la situación, quería probarlo, pero entonces recordé que la había echado de su cuarto por lo que tendría que esperar que volviera. Cambiando de tema le pregunté a mi amigo:

― ¿Y tú por qué lo sabes? ¿Es así como espías a tus alumnas?

Debí dar en el clavo, por que vi como cortaba la comunicación. Me dio igual, gracias a él, el morbo por la muchacha había vuelto, haciéndome olvidar a Gloría. Decidí llevarme el portátil al salón para esperarla mientras veía la televisión. Afortunadamente, la espera no fue larga.

Al cabo de media hora la vi entrar con la cabeza gacha, su tristeza era patente. No comprendía como un castigo tan tonto, había podido afectarle tanto, pero entonces recordé que para ella debió resultar un infierno, el ver pasar los años sin notar ninguna atracción por el sexo, y de pronto que la persona que le había despertado el deseo, la regañara. Estaba todavía pensando en ella, cuando la observé sentándose en su mesa, y nada más acomodarse en su silla, echarse a llorar.

Tanta indefensión, hizo que me apiadara de ella.

― ¿Por qué lloras?, princesa― oyó a través de los altavoces de su ordenador.

Con lágrimas en los ojos, levantó su cara, tratando de adivinar quien le hablaba. Se veía preciosa, débil y sola.

― ¿Es usted, amo?― preguntó al aire.

― Si y no me gusta que llores.

― Pensaba que estaba enfadado conmigo.

― Ya no― una sonrisa iluminó su cara al oírme, ― ¿Dónde has ido?

― Fui a pensar a Colón, y luego a comer con mi familia a Alkalde .

Acababa de enterarme que la niña, vivía en Madrid, ya que ambos lugares estaban en el barrio de Salamanca, lo que me permitiría verla sin tenerme que desplazar de ciudad ni de barrio. Su voz era seductora, grave sin perder la feminidad. Poco a poco, su rostro fue perdiendo su angustia, adquiriendo una expresión de alegría con unas gotas de picardía.

― ¿Te gusta oírme?― pregunté sabiendo de antemano su respuesta.

― Sí― hizo una pausa antes de continuar ― me excita.

Solté una carcajada, la muchacha había tardado en descubrir su sexualidad pero ahora no había quien la parase. Sus pezones adquirieron un tamaño considerable bajo su blusa.

― Desabróchate los botones de tu camisa.

El monitor me devolvió su imagen colorada, encantada, la muchacha fue quitándoselos de uno en uno, mientras se mordía el labio. Pocas veces había asistido a algo tan sensual. Ver como me iba mostrando poco a poco su piel, hizo que me empezara a calentar. Su pecho encorsetado por el sujetador, era impresionante. Un profundo canalillo dividía su dos senos.

― Enséñamelos― dije.

Sin ningún atisbo de vergüenza, sonrió, retirando el delicado sujetador de encaje. Por fin veía sus pezones. Rosados con unas grandes aureolas era el acabado perfecto para sus pechos. Para aquel entonces mi pene ya pedía que lo liberara de su encierro.

― Ponte de pie.

No tuve que decírselo dos veces, levantándose de la silla, me enseñó la perfección de su cuerpo.

― Desnúdate totalmente.

Su falda y su tanga cayeron al suelo, mientras podía oír como la respiración de la mujer se estaba acelerando. Ya desnuda por completo, se dedicó a exhibirse ante mí, dándose la vuelta, y saltando sobre la alfombra. Tenía un culo de comérselo, respingón sin ninguna celulitis.

― Ahora quiero que coloques la cámara frente a la cama, y que te tumbes en ella.

Claudia estaba tan nerviosa, que tropezó al hacerlo, pero venciendo las dificultades puso la Webcam, en el tocador de modo que me daba una perfecta visión del colchón, y tirándose sobre la colcha, esperó mis órdenes. Estas tardaron en llegar, debido a que durante casi un minuto estuve mirándola, valorando su belleza.

Era guapísima. Saliéndose de lo normal a su edad, era perfecta, incluso su pies, con sus uñas pulcramente pintadas de rojo, eran sensuales. Sus piernas largas y delgadas, el vientre plano, y su pubis delicadamente depilado.

― Imagínate que estoy a tu lado y que son mis manos las que te acarician― ordené sabiendo que se iba a esforzar a complacerme.

Joven e inexperta, empezó a acariciarse el clítoris.

― Despacio― insistí ― comienza por tu pecho, quiero que dejes tu pubis para el final.

Obedeciéndome, se concentró en sus pezones, pellizcándolos. La manera tan estimulante con la que lo hizo, me calentó de sobre manera, y bajándome la bragueta, saqué mi miembro del interior de mis pantalones. No me podía creer que fuera tan dócil, me impresionaba su entrega, y me excitaba su sumisión. Aun antes de que mi mano se apoderara de mi extensión ya sabía que debía poseerla.

― Mi mano está bajando por tu estomago― le pedí mientras trataba que en mi voz no se notara mi lujuria. En el monitor, la jovencita me obedecía recorriendo su cuerpo y quedándose a centímetros de su sexo. ― Acércate a la cámara y separa tus labios que quiero verlo.

Claudia no puso ningún reparo, y colocando su pubis a unos cuantos palmos del objetivo, me mostró su cueva abierta. El brillo de su sexo, y sus gemidos me narraban su calentura.

― Piensa que es mi lengua la que recorre tu clítoris y mi pene el que se introduce dentro de ti― ordené mientras mi mano empezaba a estimular mi miembro.

La muchacha se tumbó sobre la cama, y con ayuda de sus dedos, se imaginó que era yo quien la poseía. No tardé en observar que la pasión la dominaba, torturando su botón, se penetraba con dos dedos y temblando por el deseo, comenzó a retorcerse al sentir los primeros síntomas de su orgasmo.

Para aquel entonces, yo mismo me estaba masturbando con pasión. Sus gritos y gemidos eran la dosis que me faltaba para conducirme hacía el placer.

― Dime lo que sientes― exigí.

― Amo― me respondió con la voz entrecortada,― ¡estoy mojada! ¡Casi no puedo hablar!… 

Con las piernas abiertas, y el flujo recorriendo su sexo, mientras yo la miraba, se corrió dando grandes gritos. Me impresionó ver como se estremecía su cuerpo al desbordarse, y uniéndome a ella, exploté manchando el sofá con mi simiente.

Tardamos unos momentos en recuperarnos, ambos habíamos hecho el amor aunque fuera a distancia, nada fue virtual sino real. Su orgasmo y el mío habían existido, y la mejor muestra era el sudor que recorría sus pechos. Estaba todavía reponiéndome cuando la oí llorar.

― Ahora, ¿qué te pasa?

― Le deseo, este ha sido el mayor placer que he sentido nunca, pero quiero que sea usted quien me desvirgue― contestó con la voz quebrada.

Debería haberme negado, pero no lo hice, no me negué a ser el primero, sino que tranquilizándola le dije:

― ¿Cuándo es tu cumpleaños?

― El martes― respondió ilusionada.

― Entonces ese día nos veremos, mañana te diré cómo y dónde.

Con una sonrisa de oreja a oreja me dio las gracias, diciéndome que no me iba a arrepentir, que iba a superar mis expectativas…

Ya me había arrepentido, me daba terror ser yo, el que no colmara sus aspiraciones, por eso cerré enfadado conmigo mismo el ordenador, dirigiéndome al servibar a ponerme una copa.

 

 

Relato erótico: “Vendo sumisas” (POR AMORBOSO)

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dominantes2Hola, soy Manuel, y tengo cinco sumisas que quiero vender. Tienen entre 18 y 29 años y están todas sin-titulomuy bien educadas. Responden a cualquier orden sin pensar en revelarse, término que ha desaparecido de sus mentes.

Están en muy buena forma física, porque dedican varias horas al día al ejercicio físico, además de cuidar su alimentación.

Todas entrenadas para hacer presión tanto con el anillo del culo como del coño para mayor satisfacción del amo. No están anilladas ni marcadas, lo dejo a elección de su nuevo amo.

La garantía es de por vida. Con reeducación gratuita si en algún momento tuviesen algún signo de rebeldía.

Si tiene interés y no consigue una, no se preocupe, más adelante iré disponiendo de más cada pocos meses. Puede apuntarse a la lista de espera. También es posible adaptarlas a gustos especiales.

Pueden enviarme las ofertas y gustos cuando deseen.

Seguramente no se creerá que pueda disponer de nuevas sumisas en pocos meses, cuando se tarda años en conseguirlo, por lo que voy a contarle el método, en la seguridad de que pocos o más bien nadie, podrán copiarlos y lo hago por dos razones, para convencerle y para dar a conocer las manipulaciones de las multinacionales.

Soy hijo de un matrimonio de médicos. Mi madre dirige una residencia de ancianos y mi padre es médico de la sanidad pública por las mañanas, tiene un afamado consultorio privado en la mejor zona de la ciudad, donde pasa consulta los lunes, miércoles y viernes por la tarde, dedicando el martes y jueves a atender gratuitamente a enfermos en una de las zonas más deprimidas. Todavía saca algo de tiempo para ayudar a mi madre en la residencia, donde viven ellos y hasta no hace mucho, yo también.

Desde que nací, me he criado entre el dolor de los demás. Los ancianos con sus molestias, dolores articulares y de todo tipo, el de los pobres que no pueden comprar medicinas y calmantes para sus enfermedades, a pesar del reparto gratuito e insuficiente que hace mi padre, y otros que he ido viendo.

Cuando tuve un poco de razón, decidí que estudiaría para conseguir un modo barato, si no gratuito, de suprimir el dolor de las personas. Por eso, en cuanto pude, empecé a leer todo lo que podía sobre el dolor, sus causas, cómo se transmite, etc., aburriendo a mis padres con mis preguntas cuando no entendía algo. Gracias a Dios, tengo gran facilidad de aprendizaje, por lo que ya de mayor, estudié bioingeniería, biotecnología y microelectrónica casi a la vez, con magníficos resultados, culminados con un proyecto de fin de carrera sobre nanotecnología aplicada al dolor, que hicieron que, antes de tener el título en mis manos, ya estuviese contratado por una multinacional farmaceútica, con la cesión de derechos de mi trabajo a favor de la misma y un grupo de otras cinco más.

Cuando entré a trabajar, me colocaron en un despacho con un trabajo que me pareció tan inútil como innecesario y cuando lo hice notar, agregando que podía desarrollar mi proyecto, me dijeron que el proyecto, después de estudiarlo detenidamente, carecía de interés y de futuro, por lo que había sido desechado al no ser rentable.

Cuando pedí más explicaciones, la propia directora general me dio a entender que, si se llevaba a cabo, iban a perder muchísimo dinero al dejar de fabricar la gran cantidad de productos dedicados a calmar el dolor en mayor o menor medida.

Es decir, me habían dado el trabajo para bloquear mi proyecto.

Durante mis estudios, me había montado un laboratorio en una de las habitaciones del sótano de la residencia, donde hice las prácticas de mis estudios y las pruebas de mi proyecto. Cuando salía de perder el tiempo, ya que eso no era trabajar, iba a mi laboratorio para perfeccionar lo mío.

Un año después, asistí a la celebración de la fiesta anual de la empresa. Nos llevaban a uno de los mejores restaurantes, nos invitaban a una fabulosa cena, seguida de baile con barra libre para todos.

Lo pasé estupendamente, los compañeros de mesa, al los que no conocí hasta entonces, fueron amables, de conversación fluida y alegre, lo que unido a las exquisitas viandas, hicieron que disfrutase de la velada en todos los sentidos.

Cuando llegó la hora del baile, la directora general y el que me dijeron los compañeros que era su marido y que veía por primera vez, lo inauguraron con un vals, al que pronto se le unieron algunas parejas. Fue el comienzo de las maniobras que quería llevar a cabo y que había planeado desde hacía tiempo.

Invité a una de las muchachas más hermosas de la mesa a bailar y fuimos evolucionando por la pista hasta llegar junto a la directora, momento en que detuve mi baile y, saludando con una inclinación de cabeza, les dije:

-Les apetece cambiar de pareja?

El marido, no lo dudó. Dejó a su mujer y se abrazó a la muchacha. Yo lo hice con la directora y seguimos evolucionando por la pista.

Llevaba un vestido escotado y atado al cuello, que dejaba su espalda al aire, casi

-Es una fiesta magnífica, doña Elena, estoy disfrutando muchísimo.

-Me alegra que te guste… eee…

-Manuel, doña Elena

-Ah, si, Manuel, ya me acuerdo. Es una costumbre de la dirección desde hace años, para que los empleados puedan confraternizar en un ambiente más distendido que el de la empresa.

-Pues conmigo lo han conseguido, tengo unos compañeros de mesa magnífic…

-Agg. Me estás clavando algo en la espalda.

-Uy, perdón, se me ha girado el anillo y lleva abierta una de las garras que sujetan la piedra y es lo que le ha pinchado.

Me la puse bien y seguimos bailando hasta terminar la pieza, momento en el que la acompañé a su mesa y le di las gracias.

No le quité ojo de encima y dos o tres bailes después, vi que se encontraba sentada en su sitio con mala cara, mientras su marido no había dejado a la muchacha que le había intercambiado.

“Ha llegado el momento”, me dije y me fui hacia ella para sacarla a bailar nuevamente.

-No, gracias, tengo mucho malestar por todo el cuerpo. Creo que me iré a casa.

-Quiere que la ayude? Recuerde que yo se mucho sobre el dolor.

-No, gracias, ya se me pasará. Me tomaré alguna pastilla y listo.

-Dudo que se le pase. Es más, creo que irá en aumento. Cuando no pueda más, avíseme y buscaremos la solución juntos. Yo se cómo calmarlo.

Y dicho esto me fui a mi mesa

No era tonta, debió estar pensando y no tardó mucho en acercase a mi, que me encontraba solo en mi mesa y no dejaba de mirarla y sonreir.

-Me has hecho algo, verdad? Me has pinchado con algo. ¿Qué me has metido?

-El resultado de mis estudios…

-¡Maldito cabrón! Sácame lo que me has metido ahora mismo. –dijo gritando, aunque con la música solamente pude oirla yo.

-Shhhhhsssst. No grites. Si me obedeces, te calmaré el dolor, si no, morirás esta noche entre terribles convulsiones y dolores.

Los dolores debían ser muy fuertes, porque enseguida se echó a llorar y dijo:

-¿Qué quieres de mi?

-A ti.

-¿Cómo?

-Te quiero a ti. Quiero que seas mi esclava sumisa.

-¡Maldito hijo de puta! Lo que voy a hacer es denunciarte en la primera comisaría de policía y que te obliguen a limpiarme lo que me has inoculado!

-Haz lo que quieras. –Le dije mientras metía la mano en mi bolsillo. La expresión de su cara volvió a cambiar con un nuevo rictus de dolor.- Pero mañana no verás el sol.

-Cabrón. ¿Qué me estas haciendo?…

-Solo demostrarte que la solución está en mis manos y en tu aceptación.

-¡Detenlo, por favor! –Dijo llorando.

-¿? –La miré con actitud interrogante.

-¿Qué quieres que haga?

-Ve al baño de hombres, entra en uno de los servicios. Espérame allí.

-¡Por favor, quítame este dolor ya!

-Cuando cumplas tu parte.

-¡No puedo ni moverme. Me duele todo el cuerpo. Te lo pido por favor. Quítame este dolor!

-…

-Maldito seas toda tu vida. –Dijo llorosa- Ven pronto, por favor, ya no puedo aguantarlo.

Y se fue moviéndose despacio, llorando por los dolores que se agudizaban a moverse.

No tardé mucho en ir al baño. Cuando entré, estaba vacío, y solo una de las puertas de los cuatro inodoros estaba cerrada. La empujé pero no se abrió.

-Abre.

Se oyó el cerrojo y la puerta se abrió facilitándome el paso, volviendo a cerrarse a mi espalda.

-Llevas un bonito vestido. Te sienta estupendamente. Pero me gusta ver lo que hay debajo. Muéstrame las tetas. (Si hubiese sido otra, le hubiese dicho pechos, que me parece más fino, pero quería empezar a humillarla)

-¡Y una mierda. Cabrón. Hijo de puta. Que te las enseñe tu madre!

Volví mi mano al bolsillo y saqué un pequeño mando con dos potenciómetros deslizantes, con tan mala fortuna que los cursores se engancharon en un hilo suelto y al moverlo se desplazaron hasta el extremo. A pesar de la prisa que me di en volverlos a su posición media, no pude evitar que Elena diese un grito inhumano y cayese redonda al suelo, donde no llegó por los pelos, cuando pude sujetarla. La senté en el inodoro y esperé a que se recuperase.

-¿Qué me ha pasado?

-Has sufrido un dolor tan fuerte que ha saturado tus sentidos y te has desmayado. Por suerte ha sido solamente un momento, si no, habrías muerto en unos segundos.

-Todavía siento mucho dolor.

-Todavía no me has enseñado las tetas.

Creo que en ese momento se rindió. Llorando, llevó las manos a la nuca y desanudó el vestido, dejando caer las dos tiras que lo formaban en su parte superior y que cubrían sus pechos. Operados, por lo firmes que estaban para los 52 años que tenía.

-Me gustan. Ahora, sácame la polla y hazme una buena mamada hasta que me corra. El dolor se incrementará poco a poco y cesará totalmente cuando me corra y te lo tragues todo.

-¡Por favor, no me hagas esto! ¿Qué te he hecho yo para que me lo hagas?

-Luego te lo explicaré. Ahora ponte a chupar y procura hacerlo bien para que me corra pronto, porque llegará un momento que no podrás hacerlo por el dolor y morirás. Lo de antes ha sido solo un aviso.

Con cara de asco y dolor, procedió a soltar mi cinturón.

-No lo sueltes. No quiero que me bajes los pantalones. Sácame la polla y chupa.

Bajó la cremallera de mi bragueta y buscó mi polla en el interior. Cuando la encontró, la sacó con facilidad, porque no estaba erecta, ni siquiera a mitad. La verdad es que esa mujer no me excitaba mucho, pero cuando metió mi polla en su boca y comenzó a darle con la lengua, mientras yo acariciaba sus pezones, los estiraba y apretaba, pellizcaba sus tetas, se me puso dura en un momento.

Era una estupenda mamadora. La chupaba, la recorría con la lengua, deteniéndose en el glande, para luego metérsela hasta la garganta, toda entera, y eso que no es pequeña, aunque grande tampoco (18 cmts y de grueso proporcionado). Eso, unido a que llevaba meses sin follar, me hicieron alcanzar rápidamente un tremendo orgasmo, que, presionando sobre su cabeza para que le entrase toda mi polla, me hizo descargar una abundante corrida directamente a su estómago.

Tosió y escupió babas. Una fuerte bofetada la paralizó.

-No escupas nada, si no quieres limpiarlo con la boca en este sucio suelo.

Seguidamente, moví los cursores de mi pequeño mando y se le calmó todo el dolor.

-¿Cómo lo haces? –Me preguntó.

-¿Recuerdas porqué entré en la empresa?

-Creo que tenías un proyecto para calmar el dolor. –Dijo más calmada.

-Efectivamente, pero me impediste comercializarlo. Por eso he mejorado el sistema para mi uso personal. Ahora no calma el dolor, sino que lo activa e incrementa.

-Y como consigues dar o quitar ese horrible dolor.

-Mi sistema original esta basado en nanobots. Pequeños robots preparados para identificar y fijarse a determinados nervios del cuerpo y bloquear los impulsos que informan al cerebro del dolor. Mi mejora consiste en que también pueden reproducir esos impulsos dolorosos y enviarlos al cerebro como si realmente existiese algún tipo de daño. Cuando estimulo al máximo todos los nervios a la vez, se produce un bloqueo cerebral con resultado de muerte si se prolonga. (Esto no lo tenía comprobado, pero quería asustarla)

Por desgracia –continué- todavía no están perfeccionados y no distinguen entre un nervio y otro, solamente distinguen entre los que lo transmiten, por lo que se fijan a todos a la vez. Tampoco se hacer que vayan al sitio adecuado, por lo que se fijan todos junto al cerebelo, donde llegan todas las terminaciones nerviosas. Por eso sientes como si te estuviesen golpeando, aplastando, pinchando y todo tipo de sensaciones dolorosas por todo el cuerpo a la vez

-¿Ya me los has quitado?

-No, solamente están aletargados. El mando es un emisor de frecuencias que recarga o descarga su energía. Se recargan con la energía de tu cuerpo, y cuando tiene de la mitad en adelante empieza a producir impulsos dolorosos, que se incrementan hasta llenarse completamente de energía, llegando al colapso total, aunque mucho antes ha muerto la persona anfitriona.

-¿Y qué me va a pasar?

-Cuando la energía suba, volverás a sentir dolor, entonces deberás venir a mi para que la descargue.

-¿Y que sentido tiene todo esto?

-Te lo he dicho en la mesa. Desde ahora harás todo lo que te diga. De momento, cada mañana pasarás por mi despacho preparada para ofrecerme tu coño, culo o boca, según me apetezca, no consentiré que te niegues a nada. Si no vienes sufrirás, si no obedeces, sufrirás, si alguien se entera o me detienen sufrirás y luego morirás. Así que tú decides. Mañana es domingo, como la empresa está cerrada, pasarás por mi casa a las 12 en punto para usarte. Esta es la dirección. –Dije pasándole en un papel la dirección de un piso que tenía como picadero.

-¡Eso no te lo crees ni borracho, cabrón, hijo de puta!

-Ah, y quiero que vayas siempre con faldas y sin ropa interior o desnuda, como prefieras o te ordene.

Dicho esto, salí de allí y me fui de la fiesta.

El domingo no vino en todo el día. Yo aproveché para modificar el mando, utilizando botones protegidos para evitar la presión accidental y eliminado los potenciómetros que me habían dado tan enorme susto, además, introduje un código de seguridad para evitar manipulaciones extrañas.

El lunes, a las 4 de la mañana (empezábamos el trabajo a las 9) llamaron a mi puerta con insistencia. Sabiendo lo que ocurría, me puse un calzoncillo, pues duermo desnudo y fui a ver que ocurría. Cuando abrí con los ojos somnolientos, apareció ella demacrada, sin pintar y sin peinar.

-Hijo de puta, quítame otra vez este dolor. –Dijo empujándome y entrando rápidamente.

Yo dejé la puerta abierta, la alcancé y tomándola por el brazo, la arrastré de nuevo al rellano.

-Mal comienzo. Vamos a empezar nuevamente. –Y cerré la puerta.

Volvió a llamar, esta vez de forma normal. Abrí de nuevo y …

-Por favor, quítame este dolor.

Llevaba una blusa blanca y pantalón negro.

-No vas vestida adecuadamente. –Y volví a cerrar.

-Te dije “con falda”, “sin ropa interior” o desnuda

Al otro lado escuché:

-Por favor, déjame pasar y haré lo que quieras. Aquí no puedo hacerlo. Pueden verme los vecinos.

-A estas horas, lo dudo.

-Déjame pasar, por favor.

Yo no contesté. Un minuto después volvió a llamar. Al abrir estaba desnuda, con la ropa sujeta contra su pecho, cubriendo las tetas y el coño.

-Por favor,,, -Dijo llorando.

Yo me quedé mirando su ropa sin dejar paso. Ella aumentó su llanto y bajó sus manos con una parte de las prendas en cada una, quedando desnuda ante mi. Su cuerpo, pese a sus 52 años, se conserva como el de una de 20. Sus pechos operados tienen un tamaño medio con una aréola pequeña, de marrón oscuro, de donde salen los pezones gruesos y grandes, su coño, totalmente depilado, también ha sido tratado para aparecer más recogido, con su interior rosado, como si jamás hubiese sido utilizado.

-Suéltala.

Dejó caer su ropa, pasando a cubrirse tetas y coño con las manos y brazos. La dejé pasar. Cerré la puerta y mientras me volvía, repitió.

-Por favor, quítame este dolor.

-Debías de haber venido ayer a medio día y… ¡Deja los brazos a los costados cuando estés ante mi!.

-Ayer… Noo… pude. Me levanté tarde… y… tenía citas.

-Desde ahora tu cita más importante soy yo. Si te llamo, sea la hora que sea, irás inmediatamente a donde te indique. Si te cito en un lugar y hora, estarás puntual. Cualquier cosa que te ordene la harás inmediatamente, sonriendo y poniendo todo tu interés, sea conmigo o con quien te diga. No le harás ascos nada de lo que te indique. De lo contrario sufrirás… y mucho.

-Haré lo que quieras, pero quítame este dolor…

-Antes tienes tareas pendientes, las que no hiciste ayer.

-Dímelo rápido y las haré para que me lo quites.

-La primera, desnudarte, ya la has hecho, ahora ponte de rodillas y chúpamela.

Lo hizo con rapidez. Me bajó el calzoncillo, quedando mi polla ya morcillona, ante su cara. Me pajeó varias veces y la descapulló para llevárselo a la boca y chupar el glande, pasando la lengua alrededor del borde, mientras seguía pajeando mi tronco.

Cuando la puso en su máximo esplendor, se la metió entera en la boca, mientras calentaba mis huevos con una mano y llevaba la otra hacia mi culo para acariciar mi ano.

Separé mis piernas para facilitar su labor y ella se aprovechó de eso. Sacó mi polla de su boca y metió en ella su dedo, ensalivándolo bien. Acto seguido volvió a meterse la polla en la boca y el dedo en mi culo masajeando mi próstata.

Fue increíble, atacado por tres lados me costaba enormes esfuerzos no correrme rápidamente.

-Más despacio, puta, no quiero correrme demasiado pronto. Quita el dedo de mi culo y dedícate más a mi polla.

Siguió alternando los recorridos con la lengua desde la base hasta el capullo con las engullidas hasta la garganta, hasta que ya no pude más y le dije:

-Ya no aguanto más, puta, empléate a fondo y prepárate para tragarlo todo.

En ese momento estaba lamiendo mi glande. Volvió a meterse el dedo en la boca para ensalivarlo y llevarlo a mi culo y repetir el proceso anterior.

-AAAAAAAAAhhhhhhhh Me corrooooo.

Ella se la metió hasta el fondo y se tragó toda mi corrida, dejándola completamente limpia después.

-Por favor, ahora ya he cumplido mi parte, quítame ahora este dolor.

-¿Quién te ha dicho que has cumplido? Esto solamente es una parte. Sigue aquí arrodillada.

Me fui a la habitación, mientras la oía gemir diciendo:

-Por favor… Manuel… No me hagas sufrir más. Me estoy volviendo loca.

Tomé el mando que controlaba los nanobots, y que servía para dar órdenes, y reduje su dolor a la mitad. Seguidamente volví junto a ella. No dijo nada, notaba lo que había hecho.

-Vuelve a ponérmela dura otra vez, quiero follarte.

Pude apreciar que se esmeró en conseguirlo. No soy de segunda erección fácil. De echo, no sabía se era de segunda erección, pero consiguió ponérmela dura otra vez, después de un buen rato de trabajársela.

-Date la vuelta, ponte a cuatro patas, con la cara en el suelo y separa bien las piernas.

Obediente, lo hizo. Se notaba que tenía experiencia, como así lo confirmaba la mamada que me había hecho y la perfecta colocación, que permitía mi acceso a su culo o a su coño.

Me arrodillé tras ella y froté mi polla recorriendo su raja. Mi intención era excitarla, hasta que caí en que sus nervios estaban bloqueados por el dolor y por tanto daba igual lo que hiciese porque no se iba a excitar. Sin más se la clavé. Entró bastante bien, por la saliva de la mamada, pero se la notaba seca.

La saqué, me levanté y, tomándola del pelo, la medio arrastré hasta mi cama.

-Ponte ahí en posición, puta. –Le dije mientras tomaba un bote de crema hidratante que tengo para la piel, pues desde niño la tengo muy seca y me produce picores.

Me unté la polla, la hice girarse y ponerse en el borde y punteé la entrada de su coño. Inmediatamente ajustó su altura para que pudiese meterla con comodidad, cosa que hice de inmediato.

-MMMMMMMM que estrecha estás, puta. Pareces primeriza. Qué gusto das.

Luego supe que contraía los músculos de la vagina para dar mayor placer. Como acababa de correrme, estuve más de media hora entrando y saliendo de ese coño que me resultaba tan estrecho, unas veces más rápido para aumentar el placer y otras más lento, cuando veía que se aproximaba mi orgasmo.

También le di unos azotes con mi mano en su culo, pero ni siquiera se puso algo rojo como consecuencia del bloqueo. No obstante seguí azotando por mi placer.

Cuando ya no podía más, se la clavé hasta el fondo, me incliné sobre ella, tomé sus pechos y llevé la mano a sus pezones, estirándolos y retorciéndolos, mientras un fuerte orgasmo me hacía soltar todo lo que me quedaba en los huevos, en la entrada de su útero.

Cuando me relajé, le dije:

-Límpiamela.

Ella se giró y lo hizo con prontitud. Cuando la tuve brillante por su saliva, me acerqué al mando, puse la combinación de seguridad y bajé el umbral de dolor. A partir de las 23-24 horas, se incrementaba gradualmente de forma automática.

Me descuidé y dejé el mando sobre la mesita, aunque desactivado, y le di un par de palmadas en su culo, que ahora si respondió coloreándose un poco. Elena se movió despacio sin que yo pudiese prever sus actos, hasta que saltó sobre el mando y saltó corriendo de la cama en dirección a la puerta, mientras pulsaba los botones frenéticamente.

El sistema de bloqueo estaba pensado para incrementar el dolor si no se introducía el código correcto, por lo que, en segundos, soltó el mando y cayó al suelo retorciéndose de dolor.

-AAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGGG.

-Espero que esto te sirva de lección. –Dije recogiendo el mando. –Por esta vez no te voy a castigar, pero no quiero que hagas nada que yo no te haya ordenado, ni toques nada que yo no te haya indicado.

-Siii, perdona, pero, por favor, quítame este horrible dolor.

-Solamente quiero que te enteres bien de mis instrucciones. ¿Las has comprendido?

-Siii. Por favor, no lo haré más. Quítame el dolor. –Llorando

Introduje el código y volví a eliminar el dolor.

-Vístete y vete. No te olvides de que, a partir de ahora, lo primero que harás nada más llegar a la oficina será venir a mi despacho para ofrecerte. Y recuerda también que la próxima vez que te retrases no seré tan blando y rápido a la hora de reducir tu dolor.

Dicho esto, me metí en la cama para seguir durmiendo, ella se fue al recibidor, tomo su ropa, se vistió en silencio y se fue. Desconfiado, di una vuelta para ver si estaba todo en orden y volví a acostarme. Eran las 6 de la mañana.

A las 8 me levanté. Ducha, afeitado y a la oficina, donde nada más llegar pedí un café a la secretaria que compartía con otros dos directivos.

A las 10:30, media hora más tarde de lo habitual, Elena entró en las oficinas y vino a mi despacho:

-Aquí me tienes, hijo de puta, ¿quieres algo?

-Tshs, tshs, tshs. ¿Tu crees que esas son formas de ofrecerte?

-¿Cómo quieres que lo haga? Pedazo de cabrón.

-Tranquila, que te voy a enseñar. Lo primero, suprime los insultos de tu vocabulario, o la próxima vez te arrepentirás. En segundo lugar, desnúdate siempre nada más entrar. Y en tercero, cuando estés totalmente desnuda me preguntarás: ¿Deseas usar alguno de mis agujeros u otra parte de mi cuerpo? ¿Entendido?

-Si

-… -Alcé las cejas al ver que no se movía.

-¿A qué estás esperando?

Esta vez llevaba blusa y falda negras y me había hecho caso. No llevaba ropa interior. Enseguida quedó desnuda.

-¿Deseas usar alguno de mis agujeros u otra parte de mi cuerpo?

Aparté los papeles de la mesa y eché hacia atrás el sillón.

-Recuéstate sobre la mesa delante de mi, abre bien las piernas y separa los cachetes del culo. Quiero ver bien tus agujeros.

Silenciosamente hizo lo que le mandé. Sentado en mi sillón, metí mi dedo índice en su ano haciéndole emitir un gemido de dolor.

-¿Qué te ocurre?

-Me haces daño.

-Eso te pasa por no venir preparada. ¿Y si decido metértela por el culo? No pretenderás que sea yo quien te lo lubrique.

Seguidamente, metí el dedo medio en su coño y estuve un rato frotando la zona de su punto G, al mismo tiempo que su ano. Cuando empecé ya estaba mojado, pero pronto se convirtió en un río. Hasta tal punto salía, que mojaba ambos dedos para lubricar suficientemente su ano.

Cuando notaba que se aproximaba su orgasmo, la hice bajarse, arrodillarse ante mí y chupármela un rato. Cuando mi excitación crecía un poco, la volvía a poner sobre la mesa y seguía masturbándola, eso si, evitando las partes “mágicas” para que no alcanzase el orgasmo que a esas alturas tanto deseaba. Hasta cinco veces le hice esa jugada.

Al fin, la hice arrodillarse entre mis piernas y la dejé que me hiciese una mamada completa. Puso todo de su parte para hacerme alcanzar mi orgasmo. Lamió mi glande, lo chupó, se metió la polla hasta la garganta, tan profunda que le daban arcadas. Acarició mis huevos, y no me metió el dedo en el culo porque la había sacado sin bajarme los pantalones. Después de un rato trabajándomela, le anuncié mi inminente orgasmo.

-No desperdicies ni una gota. MMMMMMMMMMMM. Me corrooooo.

Ella, todavía forzó más la entrada en su boca y recibió todo mi semen, el poco que quedaba desde la madrugada, que tragó inmediatamente.

Después de limpiármela, me dijo:

-¿Quieres algo más de mi o de mis agujeros?

-No gracias, puedes vestirte y salir.

-Por cierto, -dije seguidamente- No quiero que te masturbes ni tengas un orgasmo hasta que yo te de permiso. Si lo tienes, me enteraré y sabrás lo que es sufrir en extremo una vez más.

-Pero… Me has dejado muy caliente. Necesito correrme.

-Mañana me lo pensaré. Hoy, ni se te ocurra correrte.

-Lo que tu digas.

Guardó mi polla en el pantalón, se levantó y vistió, mientras yo le activaba más tiempo en los nanobots.

Durante el resto del día no volvimos a comunicarnos ni a vernos, al día siguiente, puntual a las 10 de la mañana, entró en mi despacho, se desnudó quitándose un vestido hasta la rodilla, con una zona elástica bajo sus tetas que marcaba su cuerpo e impedía su movimiento indiscriminado al andar, con el fin de que nadie pudiera asegurar que iba sin sujetador, y me dijo la frase:

-¿Deseas usar alguno de mis agujeros u otra parte de mi cuerpo?

-Si, quiero follarte el culo.

Aparté los papeles de la mesa y eché atrás mi sillón y le hice un gesto para que viniese y se arrodillase ante mi.

-Sácame la polla. –Dije poniéndome en pie para que me bajase los pantalones. Antes tomé el mando, lo liberé y lo escondí en mi mano. Mi intención era jugar un rato con ella excitándola y aplicándole dolor para que no alcanzase el orgasmo.

Desabrochó el cinturón y el pantalón bajándolo, junto a mi calzoncillo, hasta los tobillos. Seguidamente me senté de nuevo y le señalé mi polla, que ya estaba casi en total erección, señal de que empezaba a gustarme el juego, y le dije:

-Pónmela a tono con la boca.

Ella se colocó entre mis piernas, tomó con una mano mis huevos y empezó a lamerla desde abajo hasta el glande, donde se entretuvo dándole lengüetazos todo alrededor del borde para volver a bajar y subir de nuevo.

Seguidamente, se la metió entera, rodeándola con los labios, formando un anillo estrecho que masajeaba mi pene y me transmitía sensaciones de placer al cerebro. En un momento me la puso como una piedra.

En uno de esos movimientos, no se si por casualidad o porque algo me decía que esa sumisión tan rápida no era normal, vi que abría su boca al máximo y sacaba los dientes e imaginé lo que venía a continuación. Fue un acto reflejo. Pulsé el botón que enviaba un impulso de máximo dolor cuando comenzaban a clavarse en mi polla. Ella cayó al suelo sin un gemido. Yo revisé los daños, observando una serie de pequeñas heridas que sangraban un poco, pero que resultaba más aparatoso que efectivo.

Con un suspiro de alivio, vendé las heridas con mi pañuelo y me subí los pantalones dejando la polla fuera para controlar el sangrado.

A ella la llevé al centro del despacho y la coloqué boca abajo. Mientras esperaba a que se recuperara, busqué en los cajones una regla de 60 x 5 cmts., que no usaba para nada, acerqué el sillón me senté a esperar.

Tardó como unos 15 minutos en recuperarse completamente. Cuando pudo darse la vuelta, me vio con la regla en una mano y el mando en la otra y se le mudó el semblante. Se sentó en el suelo y empezó a arrastrar el culo hacia atrás, intentando poner el máximo de espacio entre ambos, mientras decía:

-Yoo…

-Nooo…

-Lo siento.

-Lo siento mucho.

-Ha sido… sin pensar.

-Perdóname.

-Perdóname por favor.

-No volverá a ocurrir.

-Te compensaré por esto…

La interrumpí al escuchar esta frase. Una idea vino a mi mente.

-Vuelve al sitio donde estabas y a la postura en la que te he dejado.

-Perdóname…

Levanté el mando y ella se apresuro a obedecer, colocándose boca abajo en el mismo sitio, pero ligeramente girada para ver lo que hacía.

-Bien. Has intentado hacerme daño. Mucho daño. Incluso…

-Perdóname. No sabía lo que hacía…

-¡¡Cállate!! No hables si yo no te lo indico. Si sueltas aunque sea un suspiro, lo sentirás ¡y mucho!

Se calló y quedó mirándome.

-Has intentado hacerme mucho daño. Incluso hacerme morir desangrado. Y me da igual si fue intencionado o sin pensarlo. Vas a ser castigada, y muy duramente. Te voy a dar 25 golpes con esta regla. No quiero oirte ni verte abrir la boca. Después, y durante todo el día vas a sentir dolor en todo tu cuerpo, hasta que anochezca, pero no te preocupes, no morirás por ello.

-Tienes dos opciones –Continué- Primera: Aceptas el castigo y si gritas o viene alguien por el ruido te encargas de despacharlo. O segunda: No lo aceptas, te vistes y te vas. Es indistinto si me denuncias o no, pero esta segunda opción significa que morirás a la puesta del sol. Tú eliges, primera o segunda.

Con voz casi inaudible, dijo:

-La primera.

-¿Cómo?

-La primera. –Echándose a llorar.

-Bien. Levanta el culo al máximo y mantén pegada la cabeza al suelo.

Cuando se hubo colocado, me situé a su costado y solté un fuerte golpe sobre su culo, con efecto rebote, para golpear rápido, con fuerza y separándola con la misma rapidez, como el rebote de una pelota.

-ZASS.

-Huuummmmmmmmfffffffsssssss.

Fue el sonido que emitió cuando el dolor la alcanzó. Una línea roja, del acho de la regla, le cruzó ambos cachetes. El efecto la hizo caer larga al suelo.

-Maldita puta, ponte de nuevo en posición. –Le iba diciendo mientras golpeaba por todas las partes de su cuerpo que tenía a la vista, hasta que se volvió a colocar

Tras cuatro o cinco segundos de espera, que utilicé para cambiar al otro lado:

-ZASS.

-Hufff… ffff… ffff… ffff…

Esta vez casi cayó, pero consiguió mantenerse.

-ZASS.

-….

Cuando ya llevábamos unos quince, dados con toda mi fuerza, llorando y con voz apagada dijo:

-Por favor, no más. He aprendido la lección.

-No, no la has aprendido. Hablar te supondrá cuatro golpes en las tetas.

Cuando terminé con su culo, estaba cubierto de bandas rojas y líneas sanguinolentas en todas las direcciones que soltaban algún reguero que escurría por sus piernas. En el suelo, bajo su cara, un charco de babas y lágrimas.

-Incorpórate. Ponte de rodillas. Con el cuerpo recto.

La levanté yo, porque el dolor la impedía moverse por su cuenta, la coloqué más o menos en posición y quitándome la corbata, vendé con ella sus ojos. Me situé ante ella dispuesto a continuar. Casi me dio pena. La cara empapada en lágrimas. Su pintura corrida. Con un gesto de dolor que la desfiguraba. Parecía un monstruo.

Alargué mi mano y sobe primero un pecho y su pezón y luego el otro, lo que aumentó su llanto y gemidos de dolor.

Me separé de ella y …

-ZASS. ZASS.

Sendos golpes en los costados de sus tetas. Uno de ida y otro de vuelta

-MMMMMMMM

No pudo dejar escapar un gemido que bien hubiese podido parecer de placer, pero que no era así.

Cinco minutos después.

-ZASS. ZASS.

Sendos golpes de arriba abajo en una y de abajo arriba en la otra.

-MMMMMMMMMMMMMM

Esta vez, el gemido fue más largo.

Desaté mi corbata y la eché sobre la mesa.

La ayudé a ponerse en pie, tomé su vestido que había dejado en una silla y le dije:

-Toma. Vístete y vete.

-Puedo…

-…

-Necesito…

Decía con voz casi inaudible.

-Necesito lavarme.

-Pasa al baño lávate, te vistes y te vas. (El despacho constaba de un baño con ducha).

Le dije mientras la acompañaba.

En ese momento, la secretaria llamó a la puerta.

-Don Manuel, Doña Elena. ¿Ocurre algo?

-No pasa nada, Marta, siga con lo suyo.

Intentó abrir la puerta, pero Elena había puesto el pestillo al entrar.

Yo me guardé mi polla rápidamente con un ramalazo de dolor y fui a abrirla.

Se asomó al despacho y preguntó:

-¿Y doña Elena?

-Está en el baño. –En ese momento se oyó la ducha.

Vi que miraba la habitación. Sus ojos fueron a la mesa despejada con la corbata sobre ella y luego al charco del suelo. Se puso roja como un tomate y dijo.

-Perdone, Don Manuel, pero he oído algo extraño y he pensado que les había ocurrido algo. No les volveré a molestar. Si quiere, más tarde le envío al personal de limpieza.

-Ya le diré algo. –Le dije mientras la empujaba con la puerta y volvía a poner el pestillo.

Seguidamente, entré en el baño, donde Elena estaba secándose el cuerpo, evitando su culo. Se lo miré y le dije:

-Voy a ponerte en esas heridas un poco de masaje de afeitar que tengo aquí,

-Noooo. Por favor, me escocerá mucho.

-Pero te curará antes. Dóblate y separa las piernas.

Tomé el masaje, me lo eché en las manos, las froté un poco y se las pasé con suavidad por su culo. Aun con todo, ella emitió otro fuerte gemido y empezó a tragar y soltar aire.

Cuando terminé, coloqué papel del baño sobre las heridas y le ayudé con el vestido.

-Por favor, no me hagas más daño. No me merezco lo que me estás haciendo.

-¿Qué no? ¿Tú sabes la cantidad de personas que han sufrido tremendos dolores por enfermedades como el cáncer, por enfermedades reumáticas, por simples operaciones, amputaciones y un largo etcétera durante este tiempo? Todos podrían haber sido aliviados con mi trabajo, pero preferisteis comprar los derechos para dejarlo abandonado con el fin de que no disminuyesen los beneficios. Esto es solo una pequeña compensación moral por ello.

-En cuanto llegues a tu despacho, -continué- dirás al departamento de contabilidad que deberán pasarme un estado de todas tus cuentas y las de tu familia. ¡A partir de ya! ¿Entendido?

-Si.

-Ya te puedes ir. Luego pasaré a verte.

La vi salir hasta la puerta. La marcha hasta su despacho tuvo que ser espectacular. Sus movimientos lentos, sus gestos de dolor y las manos que iban al culo alguna vez, debieron dar a entender algo, que precisamente esa vez, no había sucedido.

Pasada una hora o poco más, me trajeron el informe de las cuentas, en el que, al primer vistazo, me saltaron a la vista varias cifras

La primera fue una transferencia mensual por un importe equivalente a lo que yo cobraba en un año a favor de su marido, que nunca aparecía por la empresa. La segunda, otro importe mensual, algo mayor que el mío, que se ingresaba el día último de cada mes en una cuenta conjunta con otro hombre, y que desaparecía el día uno. Había una tercera a nombre de una mujer cuyos apellidos coincidían con los de ellos, y de nombre Patricia, que deduje que era la hija. Los demás eran pagos normales.

Llamé a mi secretaria para interrogarla sobre el marido y el otro, porque había aprendido que en la empresa se sabía todo de todos, y no me equivoqué.

Me contó que el marido era un vividor, que repartía su tiempo entre las putas, las drogas y el juego. Que su mujer había tenido que pagar varias veces las deudas que contraía y que el otro era un desaprensivo que la chuleaba para vivir a costa de ella y acostarse de vez en cuando. Al terminar, se me quedó mirando y con la confianza que da el día a día en un trabajo donde no tienes nada que hacer me preguntó:

-¿Te la estás tirando?

-Por el momento, solo una vez.

-Pues la has dejado para el arrastre. Después de salir de aquí, moviéndose de forma rara, ha ido a su despacho, a hecho una llamada y se ha ido a casa alegando que no se encontraba bien. No se qué eres capaz de hacer, pero me gustaría probarlo algún día.

Y dicho esto, se marchó.

Al día siguiente, puntual a las 10 de la mañana, vino a mi despacho a ofrecerse, pero como todavía no tenía la polla en condiciones, rechacé su oferta. Ella volvió a irse a su casa.

Al otro día, cuando volvió nuevamente a ofrecerse, le dije:

-No, todavía no estoy en condiciones, sin embargo, quiero hablar contigo, siéntate, que tengo que darte unas instrucciones.

-Yo tampoco estoy en condiciones de sentarme por tu culpa. Si no te importa, permaneceré de pie.

-Eso lo decido yo. –Aparté los papeles de la mesa y continué.- Recuéstate sobre la mesa y se para bien las piernas.

-Por favor, no me hagas más daño, llevo dos días sin poder sentarme, ni dormir, ni ponerme ropa en condiciones.

-Obedece y no tendré que castigarte.

Se situó sobre la mesa, dejando su culo y su coño ante mi. Realmente, llevaba el culo en carne viva. Entre nosotros, reconozco que me pasé golpeando, pero… ¿y tú no lo hubieses hecho?

Llevaba el ano lubricado. Se veían restos de crema a su alrededor y toda la zona brillaba, pero no fue ese mi objetivo.

Esta vez, fui yo el que se arrodilló tras ella, acerqué mi boca a su coño y recorrí los labios con mi lengua, dando lengüetazos rápidos durante el recorrido. No tardaron en abrirse ante mi estímulo, asomando su clítoris entre ellos.

Entonces, volví a sentarme y sustituí la lengua por el dedo, volviendo a recorrer la zona y rodear su clítoris para mantener su excitación si que llegase al orgasmo. Mientras, comencé a decirle.

-Vas a realizar algunos cambios en tu vida. Quiero que te divorcies del putero de tu marido, sin que tenga derecho a nada. Puedes aprovechar y denunciarle por la situación de tu culo. De cualquier forma, no te costará encontrar cientos de motivos.

-MMMMM. Pero… MMMMM. No… MMMMM. Puedo hacer eso. MMMM. Tenemos.. MMMMMM. Un acuerdo.

Mi dedo entraba en su coño, llegando hasta la entrada de su útero y recorriendo el cuello con círculos de la yema de mi dedo medio.

-No me importa. Habla con tus abogados o con quien sea necesario, pero quiero que dentro de un mes estés soltera.

-FFFFF Si… Hablaré con los aboga… MMMMM dos..

-También dejarás, desde ahora mismo, a tu chulo y amante. A partir de ahora solamente follarás conmigo.

Lo sacaba y recorría los labios hasta la base del clítoris.

-MMMMM Lo que tu digas. MMMMM.

-zas.

Le di una suave palmada en su coño, más erótica que de castigo, a la que respondió con un gemido placentero, y le dije:

-Pues entonces, vuelve a tu sitio y haz lo que te he dicho.

Me aparté más de la mesa para que saliese.

-Necesito correrme.

-Tu necesitas lo que yo te de. Te correrás cuando yo quiera. Ahora vete.

Se levantó, se puso su ropa y se fue. Casi sin dar tiempo a cerrar la puerta, entró la secretaria para ver si necesitaba algo.

-No, nada, gracias. Pero quiero que llame antes de entrar. De todas formas, no es necesario que pregunte. Si necesito algo, la llamaré.

Salió con un mohín de disgusto y con una larga mirada a la mesa.

Dos días después, ya me encontraba en condiciones de usar mi polla. Cuando vino a ofrecerse, la hice colocarse sobre la mesa como la vez anterior. Su culo tenía mejor vista, pero seguía siendo algo horrible. Le quedarían cicatrices para el resto de su vida.

Cuando me agaché para pasar la lengua por su raja, la encontré abierta y rezumante, con el clítoris sobresaliendo entre los pliegues.

-¿Te has estado tocando?

-No, llevo así desde el otro día. Necesito un orgasmo. Por favor, no me lo niegues. Seré tuya para siempre.

-Esto último no lo niego. En cuanto te divorcies del cornudo de tu marido, nos casaremos tú y yo.

-Pero… ¡Soy mucho mayor que tú! Solo tienes 24 años y yo 52. Lo que debes buscar es una chica de tu edad. –Dijo medio incorporándose, girándose un poco y volviendo la cabeza.

-ZASS

-AAAAAAAAAAAAAAGGGGGGG.

El golpe en su maltratado culo le produjo un gran dolor que le hizo emitir un fuerte grito, sobre todo por lo inesperado. Nadie vino a preguntar qué era lo que pasaba.

-¿Quién te ha dicho que no tendré una chica de mi edad? No vuelvas a opinar sobre nada. Acepta lo que te diga y obedece, sin hacer nada más. Haré lo que quiera, cuando quiera y con quien quiera. Tú te limitarás a estar a mi servicio y obedecer mis órdenes. ¿Entendido?

-Si, como tu quieras.

Yo mismo me bajé la ropa y dejé la polla libre, dura como una piedra. Aquello me estaba gustando.

Recorrí con el glande toda su raja. Su agujero era como una aspiradora que pretendía absorber toda mi polla entera.

-OOOHHH Siiii.

Le froté el clítoris con ella, dándole vueltas alrededor.

-MMMMM Sigueee, sigueee, ohhhh.

Estaba tan excitada que vi que se iba a correr en cualquier momento. Pasé de más preámbulos y se la clavé entera. Estaba tan mojada que entró sin resistencia.

-SIIIIIII. Métemela bien, dame duro. Siiiii

Yo me quedé quieto un momento, luego la saqué un poco y comencé un pequeño vaivén, sacándola unos milímetros y metiéndola otro tanto.

-MAAASSSS. Por favor, maass. –Gritaba.

-Tranquila, que vas a tener tu ración de rabo, pero no demasiado pronto.

-MMMMM No me hagas esto. Estos días me he portado bien, he hecho lo que tu querías.

Yo seguí con mis movimientos cortos, que mantenían su excitación pero no le dejaban llegar al orgasmo, mientras mi placer se iba acercando.

Cuando lo sentí próximo, comencé un mete saca a toda velocidad.

-AAAAAAAGGGGGGGG. SIIIIII DAME MAAASSSS. MAS FUERTEEE.

Cuando sentí que me iba a correr, bajé la mano para pinzar su clítoris entre mis dedos, con intención de masturbarlo mientras me corría, pero no pude hacerlos. Nada mas pinzarlo empezó:

-AAAAAAGGGGGGGG ME CORROOOOO

-OOOOOOOHHHH QUE FUERTEEEE.

Oirla gritar así, hizo que no pudiese aguantar más y me corrí en su interior. Sentir cómo mi esperma se derramaba en su vagina, hizo que un nuevo orgasmo se le encadenase.

-SIIIIIII. OTRA VEEEZ. OOOOHHHH. QUE BUENOOOO.

Tras esto, quedó como desmayada sobre la mesa, yo sobre ella, hasta que se me desinfló la polla y se salió por ella misma. Cayendo sentado sobre mi sillón.

Varios minutos después, le dije que podía marcharse.

-¿No te apetece repetir? –Dijo a la vez que se levantaba.- ¿Quieres que te la ponga en forma otra vez?

Seguía con ganas de más.

-No, no quiero repetir, pero no es por miedo a que vuelvas a intentarlo, dije tomando el mando, pero déjamela bien limpia antes de irte.

Me la estuvo chupando y lamiendo hasta que me pareció suficiente y la hice marcharse.

Más tarde, pedí un café a la secretaria, que, solícita, lo trajo al momento, depositándolo a mi derecha.

-Gracias.

-Si lo deseas, ya sabes que estoy dispuesta a que me lo agradezcas de otra forma…

Entonces me di cuenta de que me estaba tuteando.

-Señorita, no creo haberle dado permiso para que me tutee. Le ruego recomponga su actitud, al menos durante las horas de trabajo.

-Por supuesto, Don Manuel. Pero recuerde que si desea agradecerme algo, estoy a su disposición.

-Déjeme solo, por favor.

Cerca del fin de la jornada, Elena volvió a mi despacho, se desnudó e hizo la pregunta de rigor

-¿Deseas usar alguno de mis agujeros u otra parte de mi cuerpo?

-No, ahora no, gracias. ¿A qué has venido?

-El otro día despedí a mi amante, y ahora me ha enviado unos correos con unos vídeos comprometidos reclamándome una indemnización equivalente a 10 años de lo que le estaba pagando.

-Vamos a tu despacho.

Se vistió y salimos juntos hacia su despacho. Había varios correos con vídeos tomados con el teléfono, donde se la veía chupando y lamiendo la polla a la vez que miraba a la cámara hasta conseguir una corrida en su cara en uno, en otro en una cama con el culo levantado por almohadones y la polla entrando y saliendo de su coño, por cierto, una polla más pequeña que la mía, pero que, al parecer, debía saber manejarla muy bien. En otro le daba por el culo mientras estaba arrodillada en el borde de una cama, y varios más en distintas posiciones, lugares y agujeros.

Por lo visto, no había un lugar donde no hubiesen follado y hubiese sido filmada.

-Cítalo para mañana. Cuando venga, me llamas a mi y me presentas como gestor de tus cuentas, y después de que yo lo salude, le dices que soy su sustituto.

Así lo hizo, al día siguiente no la follé cuando vino y la despedí inmediatamente. Sobre el medio día, me llamó a su despacho:

-Don Manuel, ¿puede venir un momento a mi despacho?

Yo me ajusté mi sortija correctamente y fui para allí.

Cuando me presentó al sujeto, bajo el ridículo apelativo de Jony, como el gestor de sus cuentas, alargué mi mano y le di un fuerte apretón.

-Agggg. ¡Me ha pinchado!

-Oh. Lo siento, Jony, tengo que llevar esta sortija al joyero, lleva una patilla del engarce un poco suelta y como siempre se me da la vuelta, me ocurren cosas como esta. Discúlpeme, por favor.

-No. No ha sido nada. No se preocupe.

-Don Manuel es tu sustituto. –Dijo entonces Elena.

-Maldita puta. Me has sustituido por este mierda de jovenzano. Me las pagarás. Voy a publicar todo lo que tengo sobre ti en Internet, y lo enviaré a todos tus clientes y proveedores. ¡Te voy a hundir! Puta.

-Bueno, hablemos con calma –dije yo- Creo que usted reclamaba una cantidad por entregarle los vídeos, estamos aquí para llegar a un acuerdo.

-Ahora ya no me conformo con eso, ¡quiero el doble! Esta puta me ha engañado!

Observé las reacciones de molestias en distintas partes del cuerpo me indicaron que los bots estaban haciendo su trabajo.

-Bien Jony, en estos momentos estás notando que te empiezan a doler todas las partes de tu cuerpo. Ese dolor irá incrementándose hasta que se produzca un colapso general y mueras. Tienes dos opciones, o nos das todos los vídeos, fotos y material que tengas sobre Elena y te libero o te niegas y dejo que siga el proceso.

-¿Qué me estáis haciendo?

-Es muy simple, al saludarte, te he inyectado una fórmula experimental que estimula los centros nerviosos del dolor, pudiendo llegar a bloquear tu cerebro y causarte la muerte. Si tardamos mucho, no tendrá remedio.

Aceptó ir a su casa, donde tenía el material, ya que era tan tonto que no esperaba resistencia por parte de ella. Eliminamos los correos enviados, los ficheros del disco, sobrescribiendo otros encima antes de borrar, revisamos todos los pendrives, discos, cd’s, teléfono, cámara de fotos, etc. No dejamos nada sin mirar ni limpiar. Incluso pasamos un programa eliminador de rastros.

Cuando terminamos, el dolor que sentía debía ser muy alto.

-A partir de ahora siempre estarás dolorido. No alcanzarás el nivel mortal, pero nunca más volverás a disfrutar de ninguna parte de tu cuerpo. Sólo tendrás dolor. Espero que eso te enseñe a no intentar extorsionar a nadie.

Nos dimos la vuelta, bajé su nivel de dolor a un nivel más soportable y nos fuimos, dejándolo como una piltrafa. En la puerta aún me volví y le dije:

-Y cambia ese apodo de Jony. En este país, los anglicismos resultan ridículos. Y más en un chulo de putas como tú.

-¿Qué le pasará ahora?

-Estará dolorido el resto de su vida y jamás tendrá placer de ningún tipo.

-Es muy cruel.

-Si. Ve aprendiendo.

El marido era más tonto que el otro. Le presentó una demanda de divorcio por infidelidad, con tantas pruebas y tan abrumadoras que firmó todo lo que le pusieron delante y sin protestar. Dada su buena disposición, le dije a Elena que le regalase el piso que utilizaba para sus juergas y puteríos y fue eso lo único que obtuvo del matrimonio.

Quince días después de obtener el divorcio definitivo, nos casábamos en el juzgado. Mis padres, cuando se enteraron también estuvieron aconsejándome durante horas de que debía buscar una mujer de mi edad, que no sabían que le veía a esa mujer, que era ya muy mayor, que cuando yo tuviese 60 años ella tendría 88 y sería una vieja decrépita, que estaba echando a perder mi vida, que si era por el dinero, ellos tenían el suficiente para que pudiese vivir desahogadamente, etc. Yo no di explicaciones y nos casamos.

Por supuesto, nos fuimos a vivir a su casa, un chalet en una urbanización de lujo. Piscina, zona arbolada, enorme espacio de césped, barbacoa, pista de tenis, padel, gimnasio, sauna, y un enorme garaje. Por su parte, el chalet consta de un gran sótano, montado como bodega, una planta calle con un gran salón, una no menor cocina, dos baños y tres dormitorios pequeños con aseos, destinados al servicio, y ocupados en parte por una doncella y una cocinera. En la parte superior, el dormitorio principal, enorme, con cama enorme y baño completo enorme, incluyendo sauna y bañera de hidromasaje, además de cinco habitaciones más pequeñas todas con baño.

Nada más entrar, me enseñó todo y al terminar le dije:

-En una parte de la bodega instalaré mi laboratorio, dormiré en el dormitorio principal y tú lo harás en el del final del pasillo (el más alejado). Cuando estemos solos, irás desnuda, sin que tenga que recordártelo.

Trasladé todas mis cosas a la casa, monté mi laboratorio y me dispuse a disfrutar de mi vida de casado. Por cierto, no hubo viaje de novios.

No hace falta decir que “convencí” a la doncella y la cocinera con el fin de que estuviesen calladas.

Todas las mañanas, Elena tenía la obligación de venir a mi habitación y despertarme con una mamada. Si me apetecía, la follaba por la noche por alguno o todos sus agujeros, según me viniese en gana. Al mostrarse siempre obediente y sumisa, sin decirle nada, fui dejando sin energía poco a poco a los bots, que se iban desprendiendo y eliminando por la orina, aunque de vez en cuando dejaba que le doliese un poco con los que quedaban para que pensase que todavía estaba bajo mi control.

Por supuesto que no volví a la oficina. Cuando ella se iba, me encerraba en el laboratorio para perfeccionar mi proyecto. El disponer de dinero ayudó mucho para mi trabajo, preparé una nueva versión que puede dar dolor o placer, según interese.

Como dije antes, Elena tiene una hija, Patricia, de 29 años que vivía con un novio del que no puedo precisar nada debido a que cambiaba cada quince, treinta o más días, pero siempre menos de 90. Nunca llegaban a los tres meses.

Cuando se enteró de que su madre se había divorciado de su padre y, sobre todo, que se había casado con un tío más joven que ella misma, vino a la casa a montarle un tremendo follón a su madre.

Había oscurecido ya cuando llamó a la puerta. A Elena la mandé a ponerse algo encima y fui a abrir yo mismo. Nada más hacerlo, la vi por primera vez, imaginé quien era por su parecido. Ella me saludó con el mismo estilo cariñoso de la madre:

-¿Así que tu eres el chulo? ¿Dónde está mi madre?.

-Arriba pon…

-Aparta y quítate del medio, imbécil.

Me dio un empujón y fue en busca de su madre. La encontró en el cuarto donde dormía, terminando de arreglarse.

Empezó una discusión preguntando el porqué de dejar a su padre si ella llevaba el puterío tan al día como su él. Que por qué se había casado con un imberbe que podía ser su hijo, que de hecho era más joven que ella misma. En fin gritos, gritos, gritos. Yo fui a por mi anillo, actualicé la carga y fui a buscarlas. Elena lloraba sentada en la cama. Cubriéndose la cara con las manos. No podía decir nada porque se lo había prohibido. La hija, inclinada sobre ella le lanzaba sus gritos e improperios la tomé por su brazo desnudo en una clara intención de separarla.

-Y tú que haces aquí, madito cab… AAAAGGGG Imbécil, me has pinchado, ¿qué es lo que estás haciendo?

-Perdona, es que esta sortija se da la vuelta y tiene una pata del engarce suelta y es lo que pincha. No pretendía más que separarte un poco de ella.

-No, Manuel, por favor, a mi hija no.

-Lo hecho, hecho está.

-Qué coño pasa aquí. De qué mierda estáis hablando. ¿Qué te ha hecho este hijo de puta, mamá?

Elena lloró más angustiadamente, viendo que su hija iba a sufrir el mismo calvario que ella.

-Por favor, no te excites. Terminarás con dolor de cabeza y es lo único que sacarás. Estamos casados y no vamos a deshacer el matrimonio. Te guste o no. Así que acéptalo y deja a tu madre en paz. –Dije.

-Tú no te metas, imbécil. ¿Qué te pasa? ¿Vienes por el dinero de mi madre, no? Porque no querrás decirme que te has enamorado de ella, ¿Verdad?

-No, no me he enamorado de ella. Y si, en parte estoy con ella por su dinero, pero hay algo más. Quiero castigarla.

-¿Castigarla? ¿Y quién eres tú para castigarla? ¿Qué ha hecho ella para merecer el castigo? Y ¿Por qué te atribuyes el poder de juzgarla y condenarla? Ufff. Todo eso me está dando dolor de cabeza.

-Los motivos no te importan, lo que si te importa es que ese dolor se irá incrementando hasta resultarte inaguantable, para, al final, colapsar tu mente y matarte.

-De donde te has sacado semejante imbecilidad, subnormal.

-Hazle caso, hija, no sabes el dolor que puedes llegar a sentir.

Ella notaba el incremento de dolores por todo el cuerpo.

-¿Qué…? ¿Qué me has hecho?

-Este subnormal, cabrón e hijo de puta, -le dije- es el autor de un proyecto que es capaz de hacer sentir dolor agudo a las personas, hasta el punto de matarlas y no quedar rastro. Desde ahora eres otra de mis víctimas, sentirás dolor en todo tu cuerpo, y solamente yo soy capaz de calmarlo y para conseguirlo, tendrás que obedecerme ciegamente.

-Y una mierda, cabrón. Eso es una sarta de mentiras. Mamá, ¿Dónde tienes los calmantes?

Ella le señaló el lugar, pero le dijo.

-No te servirán de nada, yo probé todo antes de dejarme llevar. Es mejor que lo asumas y te dejes tú también.

Las dejé solas y me fui a ver la televisión. Mejor dicho, a esperar acontecimientos delante del televisor.

Poco tardaron ambas en salir de la habitación. Patricia encorvada y con la cara contraída por el dolor, Elena la sujetaba de los hombros y la guiaba hasta mi.

-Le he contado lo que me has hecho pasar y se ha convencido. Está dispuesta a obedecerte.

-¿Y sabe lo que tiene que hacer?

La madre empezó a desnudarse, intentando hacer lo mismo la hija, pero el dolor hacía torpes sus movimientos y no conseguía hacerlo. Su madre le ayudó.

-¿Deseas usar alguno de nuestros agujeros u otra parte de nuestros cuerpos? –dijo Elena.

-¿Por qué tienes que hablar tú en nombre de las dos? Cada una que hable en su nombre.

-Perdona. ¿Deseas usar alguno de mis agujeros u otra parte de mi cuerpo?

-No, ahora no quiero usarte.

-¿Deseas… fff usar… fff alguno de… fff mis agujeros u otra… fff parte de mi cuerpo?

-Si, quiero que me hagas una buena mamada hasta que me corra en tu boca, y que no dejes derramar ni una gota.

Vino hasta mi acompañada por su madre, ambas llorando, se arrodilló ante mis piernas con su ayuda y procedió a bajarme el pantalón corto que llevaba para estar por casa y dejar mi polla al descubierto, pues no suelo llevar nada debajo, seguidamente, se la llevó a la boca y empezó a chuparla, se la metía hasta el fondo de la garganta y la sacaba despacito, formando una anilla con sus labios y presionándola con la lengua contra el paladar, después la sacaba y lamía mi capullo volviendo a introducirla hasta el fondo, pero con el detalle de no presionar con la lengua para no hacerme daño.

Estuvo casi 10 minutos lamiendo y chupando. Su boca es cálida y acogedora, tiene un gran dominio de su lengua, que juega con mi polla y sobre todo con el glande. Mi excitación se encontraba al máximo.

Estaba apunto de correrme. Ella se dio cuenta y aceleró los movimientos de forma increíble. En un momento me corrí. Cuando ella notó la tensión de mi polla, se la metió toda dentro y acarició mis huevos mientras me corría.

Tragó hasta la última gota con mi polla dentro de su boca, para seguidamente proceder a dejarla totalmente limpia antes de sacarla.

Tras esto, eliminé su dolor, cayendo al suelo llorando presa de un ataque de histeria. Mientras repetía una y otra vez:

-¿Por qué a mi? ¿Por qué a mi?

Su madre la tomó por los hombros, la puso en pie, dispuesta a llevarla a alguna habitación.

-Que se acueste en la habitación anterior a la tuya. A partir de ahora vivirá aquí.

Y desde ese día, mis experimentos fueron con ella. Descubrí las secuencias de los impulsos dolorosos que permitían identificar al cerebro el origen del dolor. Con esa información reprogramé mis bots para especializarlos cada uno en un punto distinto. Al tiempo, también encontré las secuencias para identificar el placer.

Con todo esto, volvió a llegar la fecha de la cena y baile anual, al que asistí con mi esposa. A los postres, fui recorriendo las mesas y hablando con la gente, ganándome su confianza a la vez que buscaba víctimas para mis experimentos.

Haciendo preguntas, encontré a 4 muchachas, Sonia, Silvia, María y Begoña,de 17, 18, 22 y 22 años respectivamente, que vivían solas en un piso y eran trabajadoras de la empresa, a las que convencí para ir mi casa el fin de semana siguiente, con la excusa de un día de fiesta y piscina con algunos amigos.

También me encontré después con la mujer de mi vida, Eva, una muchacha preciosa, rubia teñida, 24 años, soltera, sin pareja, viviendo sola, con pechos bien formados, redondos y tiesos, pues se veía que no llevaba sujetador. Del tamaño que me gustan, un cuerpo de escándalo y unas piernas largas que aparecían bajo su minifalda.

Bailé con ella toda la noche, hasta el punto de que se mosqueó y me preguntó si no le sabría malo a mi esposa. Le dije que no, pues en estos eventos teníamos el acuerdo de congeniar con los empleados para facilitar el acercamiento. Le hable de las 4 muchachas invitadas al día de fiesta del fin de semana siguiente y aproveché para invitarla a ella, que también aceptó.

Durante la semana, mandé poner dos camas en cada habitación de las que quedaban contiguas a Elena y su hija, en previsión del fin de semana.

Ese fin de semana, llevé a las 5 a la bodega, con la excusa de enseñarles toda la casa, y las “convencí” por el procedimiento habitual, esa noche se quedaron todas en casa. Las cuatro muchachas en las habitaciones dobles, Eva en la contigua a la mía, antes, en un aparte, indiqué a Eva a la hora que quería que estuviese en mi habitación.

No merece la pena repetir los detalles de conducción a la sumisión de todas, solamente contaré un par de detalles, uno con la que es mi novia y otro con la más joven.

Esa noche, fui a buscar a Eva y la llevé a mi habitación. Allí estuve besándola, sin ser correspondido, acariciando su cuerpo y diciéndole cuanto me gustaba, permaneciendo ella silenciosa. Me ayudé con la opción de estimulación placentera de mis bots, pero en ningún momento intenté forzarla. Mis caricias ya no le resultaban tan desagradables. Pronto fue ella la que buscaba dirigirme a sus puntos de placer, siguiéndole el juego pero evitando que se excitara tanto que llegase a alcanzar un orgasmo. Mi intención era que fuese ella la que me lo pidiera.

Viendo que se acercaba la hora de que viniese Sonia, la tomé en brazos, la llevé a su habitación, la acosté y cubrí con la sábana. En su mirada vi que dudaba entre quedarse conmigo o quedarse sola en la habitación. Por si acaso, bloqueé sus opciones de placer. En días sucesivos la iría convenciendo y llevándola a grandes orgasmos.

Al poco de volver a mi cama, entró Sonia.

-Aquí me tienes. ¿qué quieres de mi?

-¿Todavía no has aprendido a presentarte? –Le dije al tiempo que le aumentaba el dolor.

-Agggg. No, por favor…

-Aggg. ¿Deseas usar alguno de mis agujeros u otra parte de mi cuerpo?

-Si, ven que quiero follarte.

Se acercó llorando, se acostó a mi lado y se abrió de piernas.

-¿Por qué no lo hacemos de otra manera? Ponte a cuatro patas sobre mi, con el coño en mi boca y hazme una buena mamada.

Después de esto lancé la estimulación del placer. Tras colocarse sobre mi, aceptó mi polla con placer. Yo acerqué mi boca a su coño, que empezaba a mojarse. Recorrí con mi lengua los bordes en una suave caricia. A pesar de tener la boca llena de polla, se le escapó un gemido de placer.

-MMMMMM

Seguí recorriendo su raja y pasé a mojar su ano, el cual ensalivé bien. Volví a recorrer su raja, aprovechando para acariciar con el dedo su ano, que encontró poca resistencia. No dejé de ensalivarlo por eso, y poco tiempo después tenía tres dedos metidos. Todo ello sin dejar de prestar atención a su raja, abierta totalmente y con el clítoris fuera. Un par de lamentazos en él, la llevaron al borde del orgasmo.

-OOOOOOh Siiiiii. Me voy a correeeer.

Por supuesto que no la dejé, dedicándome a meter un dedo de la otra mano en su coño y acariciarlo suavemente por dentro. Ese dedo chocó con algo en el interior, que deduje que era su himen, pero no dije nada. Ella imprimía un ritmo frenético a la mamada de mi polla, como indicándome que quería que le diese a ella también más deprisa.

-Um, uff, umm, uff.

No me pude aguantar y solté toda mi lefa en su boca, que tragó, creo que con placer, y dejó limpia mi polla.

Seguí con mis lentas caricias, mientras ella volvía a intentar estimularme. Ya estaba poniéndose excesivamente ansiosa cuando consiguió que alcanzase una buena erección.

-Ponte en cuatro al borde de la cama. ¿Eres virgen de coño y culo?

-De coño, si, pero de culo no.

-¿Cómo es que te han desvirgado el culo y no el coño?

-Fue un novio que tuve. No quise que me quitase la virginidad, pero a cambio me pidió el culo y se lo tuve que dar.

-Voy a metértela por ahí. –Le dije mientras me colocaba de pie tras ella.

-Si, por favor, estoy deseando que me folles por cualquier sitio.

Y se la clavé. No gritó ni se quejó. Un profundo suspiro acompañó a mi polla en su camino, que finalizó cuando mis muslos chocaron con los suyos y mis huevos con su coño. No tardó ni un minuto en anunciarlo.

-Me corroooo. Siiiiii. Sigue, sigue.

Su ano presionaba mi polla coincidiendo con sus contracciones de placer. Yo estaba preparado para seguir un buen rato más, por lo que estimulé los bots de sus centros de placer, consiguiendo que, en los 20 minutos que estuve dándole por el culo, se corriese tres veces con orgasmos intensos. En ese momento ya no pude más y descargué lo que me quedaba en su recto, cayendo los dos sobre la cama rendidos y agotados.

Cuando se recuperó, la mandé a su habitación, diciéndole:

-Vuelve a tu cama. Mañana te espero a la misma hora para follarte el coño y desvirgarte.

-Lo que tú digas.

Me acosté bien y me dormí inmediatamente.

El lunes, mi mujer me despertó con su mamada. Si le supo a mierda, no dijo nada. Cuando terminó, se fue corriendo al trabajo pues debido a la juerga nocturna, me costó más correrme.

Ese lunes empecé las pruebas con las cuatro sumisas, mas la hija de mi mujer. He estado haciendo pruebas otro año más, descubriendo que en dos meses, si las muchachas son jóvenes, se convierten en sumisas capaces de hacer cualquier cosa que se les pida.

Como he dicho antes, no voy a repetir el proceso, porque siempre es el mismo, obligarles una y otra vez a hacer lo que no quieren y castigarlas con dolor si no obedecen. Si lo hacen, les dejo una ligera sensación placentera, que no la notan, pero las pone muy contentas. Es el mejor lavado de cerebro.

Esa noche, Sonia vino a mi cama nerviosa.

-¿Qué te ocurre? ¿Por qué estas nerviosa?

-Hoy dejaré de ser virgen y temo que me hagas mucho daño.

-Te aseguro que no sufrirás lo más mínimo.

Podía haber bloqueado sus nervios de dolor y haberla follado inmediatamente, pero preferí otra forma de hacerlo que le dejase mejor recuerdo.

La hice acostarse a mi lado, desnudos ambos, Estando yo boca arriba, hice que ella se pegase a mi costado, doblando su pierna sobre mi cuerpo y abrazándome. Mi brazo bajo su cabeza, permitía a mi mano acariciar su espalda. Ladeé ligeramente mi cuerpo y mi otra mano pudo acariciar su costado, desde el muslo hasta el cuello, sin olvidar su ano.

Estuve largo rato acariciando su cuerpo, tanto por detrás como por delante, buscando su relajación, pero no llegaba a relajarse bien.

Acariciaba su cuello, su culo, su ano, sus tetas, su espalda. Besaba todos los puntos a mi alcance, pero si bajaba mi mano a su coño, se tensaba como una ballesta. Decidí ayudarla, estimulando su placer. Pronto mis caricias llenaron de humedad su coño. Seguía tensándose, pero menos. Algo debía haberle ocurrido antes, porque eso no era normal ante la buena disposición para entregar su culo. Quizá hubiese sido mejor decirle que se la iba a meter por el culo y cambiar de agujero sobre la marcha.

Cuando estaba ya bien húmeda, la hice ponerse sobre mi y frotarse contra mi polla, que estaba ya dura como una piedra. Ella misma se hacía recorrer la raja con el glande, haciéndola saltar cuando se enganchaba en la entrada de su coño.

Se notaba la subida de su calentura, gemía mientras se frotaba, llegó a meter la punta hasta sentir que chocaba con su himen, incluso presionó ligeramente. Ese fue el momento que esperaba. La hice girar, quedando debajo de mi, empecé a meter solamente la punta, sin profundizar, sacándola completamente y recorriendo hasta el clítoris de salida y haciendo el camino inverso hasta meterla de nuevo.

Volví a aumentar la sensación de placer y a anular el del dolor, jugué con ella dos veces más y se la clavé hasta el fondo. Sentí la resistencia de su himen y cómo cedía. Ella solamente sintió placer, y en unos instantes, alcanzó un orgasmo. Yo seguí bombeando, besando y chupando, en busca de mi placer. Con el estímulo exterior y la ausencia de dolor, unido al machaqueo de mi polla, llegó a alcanzar tres orgasmos. El último, coincidiendo con mi corrida, debió de sentirlo tan fuerte que quedó como ida. No se recuperó, pasando directamente al sueño.

Dormimos juntos, abrazados, hasta que vino mi mujer a la mamada matutina. Sonia se levantó y se fue a su cuarto. Mi mujer cumplió con su cometido sin decir nada, volviendo a salir a toda prisa por la demora en correrme.

De Eva he conseguido que se enamore de mi con el paso del tiempo, ahora somos como un matrimonio, sabe toda la historia y la acepta. Compartimos el placer de las sumisas y de mi mujer, que ahora nos despierta comiendo polla y coño. Por cierto, mi mujer me pidió permiso un par de veces para follarse a unos clientes. Al parecer era su costumbre con ellos para conseguir sus contratos. Con el fin de tenerla controlada, hemos hecho un chalecito en un extremo del terreno, con entrada independiente desde la calle, para que las futuras citas las tenga allí y poder controlar a los clientes cuando pueda hacerlo con los hombres.

Y esa es la historia. Ahora no puedo investigar en condiciones porque las sumisas están muy entrenadas y no se si la mezcla de nanobots les afecta directamente.

Pongo a la venta a Sonia, Silvia, María y Begoña, perfectamente educadas y enseñadas. Si hubiese mucha demanda, vendería también a la hija de mi mujer. Solamente pongo las siguientes condiciones: No deberán ser tan maltratadas que les queden secuelas y no podrán ser vendidas a prostíbulos. Antes de cualquier transacción, deberé ser informado y aceptarla.

Con esta venta espero reponer mi laboratorio de nuevas mujeres para nuevos experimentos.

No olvides valorarme bien para que las chicas alcancen un mejor precio en el mercado.

 
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