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Relato erótico: “el arte de Manipular 3” (POR JANIS)

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JEFAS PORTADA2 Los meses pasaron, Navidad estaba cerca. Ágata miró la nieve acumulada en la entrada de su casa a través de la ventana. Pensaba en sus relaciones con Frank y en cómo le gustaría pasar la Noche Vieja con él, pero eso no era posible. Ambos tenían compromisos ineludibles con sus respectivas familias. Pero le echaba de menos. Durabte esas blancas vacaciones, no tenía apenas excusas para pasar las tardes con él y no se veían tan frecuentemente. Ágata no era tonta, reconocía que se había convertido en un mero juguete sexual para Frank, pero le quería tanto, dependía tanto de él, que estaba dispuesta a acatarlo todo con tal de seguir juntos.
  Ya era toda una experta en penetraciones anales, vaginales, en felaciones y en otras lindezas parecidas. Frank no cesaba de enseñarle cosas nuevas y, la verdad, es que le gustaban, aunque se sintiera, a veces, demasiado utilizada. Ni siquiera le reprochaba no salir ya a pasear, ni que la tratara brutalmente en ocasiones. Cuando Ágata se plantaba en la casa de su amante, llevaba el coño encharcado y sólo pensaba en disfrutar.
  Cualquier psicólogo de tres al cuarto, podría haberle dicho, sin dudar un instante, que ese hombre la había acondicionado mentalmente y moralmente para ser su esclava. Sin embargo, en esta ocasión, se había rebelado. La última proposición de Frank la tomó por sorpresa. Unos días atrás, le insinuó que le encantaría verla jugar con otra mujer y compartirla con ella.
—      ¿Has pensado alguna vez en la tremenda sexualidad de las mujeres? Según las encuestas, más del sesenta por ciento de las féminas se declaran bisexuales o han tenido alguna experiencia sáfica en su juventud. ¿Y tú? – esas fueron sus palabras.
  Ágata le respondió que no había tenido ninguna relación con otra mujer y que no le interesaban. Sólo le quería a él.
—      Bueno, es solo una fantasía común en los hombres, pero, dime la verdad, ¿no has imaginado nunca hacer un trío? ¿Sentir las suaves manos de otra mujer mientras tu amante te colma?
  La verdad era que no y así se lo dijo. Poco después, se encontró discutiendo con Frank y éste la cortó de mala manera. La empujó sobre el sofá y se puso en pie, furioso.
—      ¡Ya te avisé que no estarías preparada para esta relación! ¡No tengo por qué aguantar el sermón de una adolescente celosa y enamorada! ¡Compórtate como una mujer o bien márchate!
  Ágata se marchó, llorando. No pudo dormir en toda la noche, era la primera discusión que mantenían y el miedo de perderle se apoderó de ella. Al día siguiente, le llamó, dolida pero asustada. Le encontró frío y distante en su conversación telefónica. Oh, sí, Frank se excusó por aquellas duras palabras, pero ella supo que no estaba arrepentido. Sin embargo, cuando fue a verle aquella tarde, Frank se comportó de forma exquisita y la sacó a pasear y a merendar, como hacían antes. Pero no cesó en su idea. Cuatro días más tarde, retomó el tema, en su casa.
—      ¿Has pensado en lo que te dije? – le preguntó mientras le acariciaba los senos, ambos recostados en el amplio sofá y mirando la televisión.
—      ¿Sobre qué?
—      Sobre mantener relaciones con otra mujer.
—      ¡Frank! Creía que…
—      Lo digo en serio, Ágata. Soy mayor que tú y tengo otras aspiraciones, otros gustos. Te quiero, Ágata, no lo dudes, y he disfrutado mucho enseñándote, pero no me llena lo suficiente. Debes estar dispuesta a dar todo lo que tienes dentro de ti, como yo lo hago por ti. Pongo en peligro mi trabajo, mi reputación y todo cuanto me rodea, sólo por estar contigo. ¿Qué me ofreces tú?
  Ágata se quedó callada. En eso tenía razón; ella no perdía nada.
—      Compréndeme, chiquilla. No es mi intención engañarte; no quiero a otra persona. Solo que me desvivo con la simple idea de verte retozar con otra mujer. Mira, compruébalo tú misma. Solo mencionarlo me ha puesto a cien – le dijo, tomándola de la mano y conduciéndola hasta su entrepierna. El miembro estaba duro y rígido.
—      Frank, no sé. Nunca he pensado en ello. No creo que me vayan las mujeres.
—      ¿Cómo lo sabes? Tú misma me has dicho que reconoces a una mujer bonita cuando la ves. Eso es que te fijas en ella. Sólo tienes que probarlo. Podemos invitar a quien desees o a una profesional, si quieres. Nos tomaríamos el tiempo necesario antes de dar ese paso. Charlaríamos, nos veríamos varias veces, cenas, cine o lo que sea, hasta tomar confianza. Si no te gusta por entonces, pues lo dejamos. Pero, en esta vida, hay que probarlo todo, pequeña.
—      ¿Y si te gusta ella más? – se atrevió finalmente a confesar su miedo.
—      Así que era eso, ¿no? – sonrió él. – Chiquilla, he tenido muchas mujeres en mi vida. De hecho, sabes que he estado casado, pero ninguna, y repito ninguna, me ha llenado como tú lo haces. Eres muy especial para mi, si no, no habría estado tonteando contigo todos estos meses, arriesgándome a todo. No te preocupes, no voy a saltar sobre otra chica por que me atraiga más, no soy de esos. Además, haremos una cosa. Sólo me limitaré a mirar si quieres, sin intervenir hasta que tú misma me lo propongas, ¿de acuerdo?
—      No sé, no sé. Esto es demasiado gordo para mí.
—      Mira, piénsalo bien. Hay tiempo de sobra. Cuando estés segura, me lo dices. No volveremos a hablar del tema hasta entonces, te lo prometo, pero quiero que pienses en ello, ¿me lo prometes?
—      Sí.
  Y en eso estaba, pensándolo mientras miraba por la ventana de su dormitorio. Al final había llegado a una conclusión. Si se negaba, sabía que le perdería. Si aceptaba, se hundía un poco más en su dominación. En realidad, no llegó a sopesar nunca la balanza. La simple idea de perderle la volvía enferma, físicamente. No tenía elección.
   Era la víspera de Noche Buena y nevaba. Ágata consiguió que sus padres la dejaran salir de noche, gracias a una excusa en donde intervino su buena amiga Alma. Les dijo que pasaría la noche en su casa. Alma, por su parte, estaba bastante intrigada con los asuntos de su amiga, a la que no veía ya tanto como antes. Suponía que había encontrado un chico, quizá algo mayor que ella y por eso mismo, no quería decirle nada a sus padres por el momento, pero ella era su amiga y no comprendía porqué no se sinceraba con ella. De todas formas, decidió ayudarla para, más adelante, presionarla y saber de qué iba la cosa.
  Cuando el taxi la dejó delante de la casa de Frank, se sorprendió de ver todas las luces de la casa encendidas. Varias guirnaldas de luces adornaban el porche.
—      Hola, Ágata. Estás preciosa – le dijo él, abriendo la puerta antes de que ella llegara al porche.
  La chiquilla vestía un elegante vestido de noche, largo y oscuro, que resaltaba aún más su pálida piel y el fulgor de sus cabellos. Bajo el chaquetón de piel, que Alma le había prestado, llevaba toda la espalda al descubierto. Bajo el vestido, no llevaba ropa interior alguna pues se notaba debido a lo ceñida que quedaba la prenda.
—      Veo que has decorado tu casa.
—      Suelo hacerlo todos los años, aunque no creo realmente en la Navidad. Es una costumbre, una tradición. Vamos, pasa, te presentaré a nuestra invitada.
  Ágata se tensó al escuchar aquellas palabras. Sabía que ella estaría allí, pero, en ese momento, al tener que verla en persona, estuvo a punto de echarse atrás. Finalmente, inspiró profundamente y entró en la casa. Los dos habían quedado de acuerdo para contratar a una profesional. Una chica limpia, bonita y adecuada, que ninguno de los dos conociera o pudiera encontrarse después. Frank se encargó de todo.
  Nada más entrar, en el amplio vestíbulo, la vio. Se trataba de una joven morena, de unos veintidós años quizá. Su cabello era largo y lacio, de un negro muy intenso que no parecía teñido. Seguramente no lo era porque la chica parecía tener mezclas de sangre, quizá una cuarterona. Era bastante atractiva y con un cuerpo que se adivinaba – mejor dicho se entreveía – bajo la estrecha y corta falda que dejaba todas sus espléndidas piernas al descubierto. Un top ceñido y de fantasía remataba su indumentaria. Sus ojos eran oscuros y rasgados, con las largas pestañas bien arregladas y el contorno pintado de oscuro.
—      Ágata, te presento a Jezabel – dijo Frank.
—      Hola – respondió la prostituta.
—      Encantada – susurró Ágata.
—      Antes de que entremos más en materia, quiero advertirte que Jezabel es universitaria y estudia Empresariales. Solo se dedica a esto temporalmente, para reunir dinero para sus estudios. Así que podemos hablar con ella de cualquier tema – dijo Frank. – Y ahora, ¿salimos?
  Frank las llevó a cenar a Indor’s, un exclusivo restaurante del centro de la ciudad. Muchos de los clientes giraron sus cuellos para seguir el paso de aquellas dos despampanantes hembras. Por un momento, Ágata se sintió orgullosa de su porte y, aunque sonara a locura, orgullosa de que Frank llevase del brazo a dos bellezas como ellas. Empezaron a divertirse cuando el camarero dejó caer su bandeja llena de copas al entrever los deliciosos senos de Jezabel desde su posición ventajosa. A pesar de sus dudas, Ágata reconoció que Jezabel era una chica inteligente y divertida.
—      No quiero entrometerme en lo que no es asunto mío, pero me pregunto cómo os conocisteis – les dijo Jezabel.
—      Bueno, es una historia un tanto peculiar – respondió Frank. – Soy profesor de arte dramático y trabajo en una academia. Ágata era alumna mía y bastante buena. Le di el papel protagonista de una obra y nos quedamos varias veces a solas, cotejando datos y esas cosas. Nos enamoramos sin darnos cuenta.
—      Suena romántico, pero ella es un poco joven para ti, ¿no?
—      El amor no tiene edad, Jezabel.
—      Pero el sexo sí – dijo con una sonrisa encantadora.
—      No te preocupes, no tendrás ningún problema con la ley. Es mayor de edad, aunque parece más joven.
—      ¿Y tú? ¿Cómo te metiste en este mundo? – preguntó Ágata, negándose a ser ignorada.
—      Bueno, fue toda una tribulación. Provengo de un pueblecito de Alicante y estaba más que harta de ver los mismos rostros siempre. Aproveché una beca para venir a esta universidad, aún a costa de enfurecer a mi padre. Pero no soportaba más a aquellos palurdos. Pequé de ingenua y me enrollé con quien no debía. Me hizo perder la beca al bajar mis notas. Claro que Samuel me enseñó todo lo que sé y disfruté durante esos meses, pero me di cuenta de que estaba echando mi vida por alto, así que le dejé. Decidí seguir estudiando y me matriculé por libre. Conseguí un piso y me encontré sin dinero. Los conocidos de Samuel me sacaron del apuro y me indicaron cómo ganar dinero rápidamente. No soy una puta callejera. Escojo a mis clientes y no tengo a nadie que me controle. Cuando Frank solicitó a la agencia una chica de mis características, me reuní con él y me gustó lo que me propuso. De hecho, me resultó intrigante, así que acepté. Ya que nos estamos sincerando, debo deciros que no hay ningún compromiso por parte alguna. Si en algún momento de la noche, decido echarme atrás, me marcharé. Yo funciono así.
  Jezabel parecía saber lo que quería y aquello le gustó a Ágata. Se sintió más cercana a ella, debido, quizá, a la similitud de sus relaciones.  
—      Me parece perfecto – respondió Frank. — ¿Qué os parece si cenamos?
  La charla continuó durante la cena, pero sobre temas más intrascendentes. Jezabel les confesó qué tipo de cine le gustaba y cuales eran sus obras preferidas. Ellos hablaron de su trabajo y estudios. Se contaron anécdotas divertidas y Ágata y Jezabel compitieron por ver quienes de las dos ponía más nervioso al camarero, insinuándose. En un momento determinado de la cena, Ágata respingó al sentir un pie descalzó ascender por sus piernas, bajo la mesa. Miró a Frank, pero éste estaba ocupado en relatarle a Jezabel cuando Leonardo DiCaprio asistió a sus clases. Jezabel parecía muy interesada en el tema, pero la miraba a ella de reojo; era su pie el que la tocaba. Tragó saliva, nerviosa, y juntó las rodillas. El pie de Jezabel, al encontrar tal resistencia, se retiró.
—      Siempre me he preguntado si es tan difícil interpretar un papel – le preguntó Jezabel directamente a Ágata. Ésta, tomada por sorpresa, no supo qué contestar. – Vamos, vamos, no te quedes ahí aislada. Ven, acércate más a mi, participa en la conversación – le dijo la morena, de forma desenfadada y tirando de su silla hacia ella.
—      Sí, vamos, Ágata. Te has quedado muy callada de repente.
  Quiso decirle a Frank lo que estaba sucediendo, pero comprendió que era eso lo que él buscaba. No se atrevió a defraudarle y se acercó a Jezabel.
—      Bueno, depende el papel que te den. Por ahora, creo que es cierto lo que dicen que un papel cómico es mucho más difícil que uno dramático. No se me da muy bien hacer reír a la gente – dijo, tomando un sorbo de su copa de vino.
—      Bueno, yo creo que lo difícil tiene que ser llorar. No puedo derramar unas lágrimas sin motivo, es imposible para mí, y eso que me vendrían muy bien en algunas ocasiones.
—      Todo tiene sus trucos – respondió Frank – pero me gano la vida enseñándolos, así que te tendrás que matricular para saberlos.
  Los tres se rieron y fue, en ese momento, cuando la mano de Jezabel se posó sobre el muslo de Ágata. A pesar de sus palabras, Frank se lanzó a explicar algunos de esos trucos que utilizan los actores. Jezabel seguía, muy atenta, sus explicaciones. Pero, bajo la mesa, su mano acariciaba apasionadamente el esbelto muslo de la pelirroja. Ágata bajó sus manos y las posó sobre la mano de la morena, impidiendo el avance. Ésta la miró de reojo y la sonrió. Ágata supo qué quería decirle, sin palabras. Retiró las manos y las colocó sobre la mesa, sin saber qué hacer con ellas.
  Notó como la mano de Jezabel hurgaba entre su vestido, buscando la apertura de la falda, aquella raja que dejaba al descubierto buena parte de sus piernas. Finalmente, la encontró. Sus dedos se deslizaron sobre la pierna, ahora solo las medias la separaban del tacto de la piel, pero no pareció importarle. Con una lentitud desesperante, aquellos dedos subieron entre los muslos, obligando a Ágata a separar las piernas, no tanto para disimular como por su propio placer. Esa caricia la estaba poniendo nerviosa y no sabía si era excitación o temor lo que sentía. Los pantys cubrían su sexo, pues no llevaba bragas. Notó como la mano se detenía un momento, quizá sorprendida de encontrarla desnuda, pero siguió inmediatamente su avance. De esa forma era mejor, no existían apenas obstáculos. Acarició el pubis y deslizó un dedo sobre la vulva cubierta.
  Ágata se estremeció involuntariamente y se abrió más, lanzando sus caderas hacia delante. Ahora sabía, estaba segura, de que era verdadera excitación lo que sentía. Quería que Jezabel la tocara y eso era lo que Frank también quería. La contempló de reojo, observando aquellos golosos labios que sonreían a su hombre mientras la acariciaba a ella. Era hermosa y la deseaba; no sabía cómo actuar con una mujer, pero la deseaba. El dedo de Jezabel siguió frotándola, cada vez con más presión, haciéndola vibrar. En un instante, tuvo que cerrar los ojos, incapaz de aguantar el placer. Estuvo tentada de bajar sus manos y apretar aún más el dedo contra su clítoris, pero se contuvo. Se dejó ir y gozó lentamente, en silencio. Sus piernas se cerraron, avisando a Jezabel que se había corrido. Ésta retiró la mano y siguió charlando. Tomó su copa de vino y movió el líquido con un dedo para después, llevárselo a la boca y chuparlo. Un acto inocente, pero Ágata se dio cuenta de que el dedo que se había llevado a la boca no era aquel que había mojado en vino, sino con el que la había acariciado. Estaba catando sus humores y, al parecer, le gustaron. Jezabel la miró y sonrió; se entendieron de nuevo.
—      ¿Pedimos el postre? – preguntó unos minutos después Frank.
  Los tres entraron en la casa, abrazados y riéndose. Frank encendió la luz y tiró las llaves sobre la mesita del recibidor.
—      No creo que ese chaval olvide esta noche en la vida – dijo aún riéndose. – Eres una buena actriz, Jezabel. Tu imitación del anuncio Lewi’s ha sido muy buena.
—      ¡No podía creer que estuvieras haciéndolo de verdad! – exclamó Ágata. – Deberías haberle visto la cara cuando te bajaste los tirantes y le enseñaste los pechos.
—      Se la vi, le estaba mirando. “¿Puedes inflármelos un poco? Están algo alicaídos”. ¿Quién sería el que inventó esa frase? Me parece algo estúpida.
—      Lo que creo es que hemos bebido demasiado vino – dijo Frank. “Mezclado con un poco de Loto Azul, por supuesto”, pensó para sí.  — ¿Qué tal si lo rebajamos con un poco de champán?
—      Me parece perfecto – respondió Jezabel.
—      Está bien, voy a por una botella a la cocina y por las copas. Ágata, pon un poco de música, por favor.
  La pelirroja encendió el equipo y empezó a sonar el último CD de Elthon John, lento, empalagoso y romántico. Las dos chicas se sentaron en el sofá.
—      Me lo he pasado estupendamente esta noche – dijo Jezabel.
—      Sí, yo también – no quería mirarla por el momento. Estaban a solas y temía la situación.
—      Creo que tú lo has pasado mejor que ninguno, ¿no?
—      Bueno…
  La llegada de Frank, con la botella y las copas, las interrumpió.
—      Brindemos por una nueva amistad – dijo, descorchando la botella y llenando las copas.
—      ¡Por una nueva amistad! – corearon los tres cuando tuvieron los vidrios en la mano.
—      Oh, me encanta esta canción. Es una de mis preferidas – exclamó Jezabel, soltando su copa sobre la baja mesa. – Me gustaría bailarla – dijo mirando a Frank.
—      Oh, no cuentes conmigo. Tengo los pies planos para eso. Por eso mismo, no triunfé en Broadway. Nunca he sabido bailar.
—      Vaya, ¡qué fastidio! – rezongó Jezabel, colocando sus brazos en jarra. – Pero no pienso quedarme sin bailar esta noche. ¿Qué tal si lo hacemos tú y yo? – preguntó volviéndose hacia Ágata.
—      ¿Yo?
—      Sí, así como aprenden a bailar las chicas, con una amiga. Vamos, no me dirás que nunca lo has hecho, ¿no?
—      Bueno, sí, pero…
—      Pues, no se hable más. Arriba – dijo, tirando de ella.
  Frank sonrió y se arrellanó mejor en su sillón, contemplando a las dos chicas abrazarse. Ágata parecía un poco forzada y tensa, pero asumió su papel de chica en el baile. Jezabel la llevaba. Su polla se alzó al verlas abrazadas, sobre todo cuando la morena bajó sus manos hasta posarlas en lo más bajo de la espalda de Ágata, con toda confianza. Giraban lentamente, al ritmo de la música.
—      Vamos, relájate. Apoya tu cabeza en mi hombro – le dijo Jezabel.
  Ágata, como siempre, obedeció. Se recostó contra el cuerpo de la morena, subiendo más

sus brazos y colgándose de su cuello. Cerró los ojos y se abandonó. Notó como las manos de Jezabel se introducían por la amplia apertura del traje de noche, a su espalda. Las sintió descender por sus nalgas, introducirse bajo el elástico de los pantys y sobar a placer sus cachetes. La verdad es que lo estaba deseando. Estaba de nuevo cachonda, muy cachonda. Jezabel estuvo mucho tiempo acariciando su trasero, tanto que la canción acabó y empezó otra. Entonces, se inclinó hacia delante y mordisqueó la oreja de Ágata suavemente y, a continuación, descendió por su cuello, deslizando su cálida lengua por él. Ágata se estremeció toda entera y se pegó aún más, enterrando su rostro en el hombro de la morena. Las manos de Jezabel abandonaron sus glúteos y subieron hasta apoderarse, fugazmente, de sus senos. La morena, con una sonrisa, notó los pezones endurecidos bajo la tela. Siguió besando el cuello y acariciando todo el cuerpo de Ágata. Ésta empezó a jadear y a moverse lánguidamente, frotándose. Había llegado el momento de pasar a mayores.

  Jezabel echó su rostro hacia atrás y levantó el de Ágata. La miró a los ojos, contemplando sus atractivos rasgos, luego, lentamente, volvió a inclinarse, buscando aquellos labios. Ágata abrió los suyos, dispuesta a recibirlos. Cualquier duda desapareció de su mente. No existía el asco, nunca había existido, ahora lo sabía. Atrapó con sus labios aquella lengua movediza y ronroneó en la boca de Jezabel. El beso se hizo aún más profundo. Ágata se atrevió a bajar sus manos de la nuca de la morena y acariciar toda su espalda hasta llegar a las nalgas, que apretó con compulsión. Eran prietas y redondas, perfectas. Encendida por un deseo que nunca creyó sentir, bajó más aún una de sus manos, acariciando el moreno muslo. Jezabel también llevaba medias, pero de color natural.
—      Oh, vamos, ya no puedo más. Cómeme el coño, niña. Llevo toda la noche deseándolo… – le dijo Jezabel apartándose y conduciéndola hasta el sofá de nuevo.
  Jezabel se sentó, abierta de piernas, y se remangó la falda, revelando que sus medias no eran pantys, sino auténticas medias con liguero. Se apartó las bragas con un dedo, enseñando un pubis totalmente rasurado y un sexo oscuro y apetitoso. Ágata impulsada por la mano de Jezabel y por su propia curiosidad, cayó de rodillas entre sus piernas. Sus ojos no se apartaban de aquel sexo; la atraía poderosamente.
—      Cómetelo ya, no puedo más…
  Ágata se inclinó sobre la entrepierna de la morena y aplicó su lengua donde más placer sentía ella, sobre el clítoris. Jezabel botó sobre el sofá y aferró la cabeza de Ágata con las dos manos, frotándose contra ella.
—      Sí, así, mi niña. Méteme la… lengua adentro… – susurró.
  Frank se frotó las manos mentalmente. Todo estaba saliendo a pedir de boca. Ágata no había puesto ninguna pega y parecía solícita y deseosa. Disfrutó, con los ojos bien abiertos, de la escena. Jezabel era toda una hembra.
—      Uuuuhh… uunm… aaaah…aaaa… – se corrió Jezabel, retorciéndose. Entre sus piernas, Ágata se quedó jadeante, saboreando la miel de su nueva amiga. Era deliciosa.
—      Lo has hecho muy bien para ser tu primera vez – le dijo Jezabel acariciándole la cara y metiéndole un dedo en la boca, que succionó con placer. – Ahora, te toca a ti. Ven, que te quite toda esa ropa.
  Ambas se pusieron en pie y Jezabel la fue desnudando.
—      Oh, Dios, ¡qué hermosa eres! – se quedó la morena impresionada al ver el cuerpo desnudo.
 Jezabel la tumbó en el sofá y se acurrucó entre sus piernas. También ella se había desnudado. Le abrió las piernas y paseó una mano por su entrepierna, entreteniéndose con los rizos pelirrojos de su pubis.
—      Eres preciosa – murmuró y se inclinó sobre el coño, devorándolo.
  Ágata estuvo a punto de aullar. Gozaba mucho cuando Frank se lo hacía, pero no era apenas comparable a la sensación que la recorría en ese momento. Los labios de Jezabel eran suaves y calientes; sabía cómo y dónde lamer. Se contorsionó y acarició, a la misma vez, la larga cabellera oscura. Jezabel se apartó un momento y la miró, aupándose.
—      Ágata… necesito una polla ahora mismo en mi coño. La necesito. ¿Dejarás que Frank me la meta, por favor? – la estaba suplicando y era cierto; no era ninguna comedia.

Ágata no pudo contestar, no tenía voz, pero asintió. No le importaba en ese momento. Jezabel era parte de ella. La morena alzó su grupa y miró a Frank con toda intención, antes de seguir con su lamida. El hombre se levantó del sillón y se desnudó. Después, con la polla tiesa se acercó a la puta. Le dolían los huevos de lo excitado que estaba. Tanteó el coño con la mano, comprobando lo lubricado que estaba y, cuando intentó penetrarla, Jezabel se retiró.

—      Un momento, un momento, esto hay que hacerlo bien – dijo tomando su bolso del suelo. De él, sacó un spray de Diotoxin con el cual roció la polla de Frank. Eso se la puso aún más dura. Era la primera vez que veía el producto, pero había escuchado hablar de él. Cien por cien eficaz contra cualquier enfermedad contagiosa y venérea. Antes de meterla, se dijo que tendría que agenciarse un aerosol de ese tipo.
  Jezabel suspiró al sentir la penetración. Cerró los ojos y dejó de lamer el coño de Ágata para atender su propio placer. Eran contadas las ocasiones en que perdía la cabeza con un cliente y se dijo que debía ser a causa de aquella chiquilla que la excitaba tanto. En ese momento, lo hubiera hecho gratis. No tenía forma alguna de saber que la habían drogado con el Loto Azul. Estuvo a punto de gozar de nuevo y no quiso hacerlo tan rápido. Se contorsionó, obligando a Frank a sacársela.
—      Ahora le toca a ella, no quiero acapararte – dijo con una sonrisa.
—      Pon el culo, Ágata. A ti por el culo – gruñó Frank, molesto por no poder seguir follando con Jezabel.
  La prostituta se quedó impresionada al ver cómo la chiquilla se daba la vuelta y sin más preparación, le metía el cipote por el trasero. Ni ella misma podía hacer eso. Sin duda estaba bien educada.
—      Por favor, Jezabel… ven – murmuró Ágata, inundada por el calor de la polla. – Quiero lamerte de nuevo…
  La puta se sentó en el sofá, la espalda apoyada contra el brazo del mueble y las piernas abiertas. De esta forma, Ágata le comió el coño divinamente, haciéndola gozar de una manera sublime, que no recordaba haber sentido nunca. Ágata se derrumbó sobre su vientre al correrse, pero Frank no parecía dar muestras de fatiga.
—      Límpiamela, quiero follarme a Jezabel de nuevo – le dijo a su amante.
  De nuevo, Jezabel quedó atónita cuando la chiquilla le lamió la polla, tragándose sus propios excrementos. En ese momento, se apenó un poco por ella. No tenía edad para hacer todas esas cosas. estuvo a punto de impedirle a Frank que la penetrara, pero necesitaba aquel dinero. Frank la tomó en la posición del misionero, mientras que Ágata, recuperándose, le acariciaba la espalda y los testículos desde atrás.
—      Es guapa, ¿verdad? – le susurró Ágata al oído mientras bombeaba en su interior. – Quiero que te la folles, que la hagas gozar como me haces gozar a mí. Lo desea y lo merece.
  Frank, enardecido por aquellas palabras, gruñó y culeó salvajemente, orquestando otro orgasmo para Jezabel.
—      ¡Ahora, las dos! ¡Chupádme la polla las dos! ¡Quiero correrme sobre vuestras caras! – aulló Frank, saliéndose de Jezabel.
  Las dos chicas se pusieron a cuatro patas y se pelearon por tomar la polla con la boca. Densos borbotones surgieron y salpicaron sus bocas y narices mientras Frank les tiraba fuertemente del pelo.
—      Oh, Dios, ¿qué locura! – susurró Ágata mientras Jezabel le lamía el semen de la cara. Frank se había derrumbado a su lado, en el sofá.
—      Tienes razón. Es una locura muy excitante – respondió Jezabel. Ágata le devolvió la limpieza, riéndose.
—      ¿Te quedarás a dormir? – le preguntó la pelirroja.
—      Si no os importa. Es demasiado tarde para regresar
—      Hay habitaciones de sobra – replicó Frank, encendiendo un cigarrillo.
—      Vamos, te enseñaré tu habitación – le dijo Ágata, poniéndose en pie y cogiéndola de la mano, ambas aún desnudas. — ¿Vienes, Frank?
—      Ahora no, voy a quedarme un ratito aquí – dijo, expulsando el humo hacia el techo.
  Las contempló correr desnudas escaleras arriba, riéndose. Sabía lo que iban a hacer a continuación, pero él no podía más. Quizá se había pasado con la droga. Bueno, de todas formas, quedaba noche por delante.
—      ¿Te arrepientes de haberlo hecho? – le preguntó Jezabel, abrazando por detrás a Ágata y besándole la espalda. Las dos estaban bajo el chorro caliente de la ducha.
—      No. En un principio, creí que sería algo traumático, pero no lo ha sido. Me gustas mucho, Jezabel.
—      Y tú a mi, cariño.
—      No, lo digo de verdad.
—      Y yo. Podemos ser buenas amigas y vernos en horas no laborables, ya sabes.
—      ¿De verdad? – se giró Ágata, abrazándola.
—      De verdad. Te daré mi dirección. Vivo sola. Y no estoy hablando como una profesional. Sólo te pongo una condición.
—      ¿Cuál?
—      Que vengas sola y que no le digas nada a Frank.
—      ¿Por qué?
—      Solo te quiero a ti, no a él. Con él, son negocios. ¿Lo entiendes?
—      Sí.
—      Entonces, bésame.
  Las dos juguetearon un rato con las lenguas hasta que Jezabel cerró el grifo y se secaron mutuamente.
— Ahora, veamos si esa cama es tan confortable para los tres. Quiero comerte el coño toda la noche… – le dijo Jezabel tirando de ella.

 Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es

 
Para ver todos mis relatos: http://www.relatoseroticosinteractivos.com/author/janis/
 
 

Relato erótico: “Vacaciones con mamá 5” (POR JULIAKI)

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dueno-inesperado-1Vacaciones con mamá (Día 5)

Al abrir los ojos, veo la espalda de mamá que está sentada a los pies de la cama. Lleva puesto el sin-tituloalbornoz y parece estar con su móvil, aunque no veo bien lo que hace. Levanto las sábanas y veo mi cuerpo desnudo. Para variar me he levantado empalmado y más sabiendo que ella ha estado desnuda a mi lado toda la noche. Aún me cuesta asimilarlo. Ahora que la veo ahí sentada me doy cuenta que me la he perdido cuando se levantó. Tuvo que ser un espectáculo verla levantarse desnuda y yo, una vez más, dormido.

Cuando giro mi cabeza hacia la mesita veo que no está mi smartphone ahí, por lo que entiendo que mamá está ¡Con mi móvil!

– ¡Buenos días mamá!, ¿Qué haces?- digo sentándome en la cama

– Hola cariño – responde volviendo la cabeza y mostrando su preciosa sonrisa. – Aquí estoy viendo la gran colección de fotos que me hiciste.

– Ah, entiendo. ¿No habrás borrado ninguna? – le digo con preocupación.

– No, hijo, pero me has hecho un montón.

– Sí y aún caerá alguna más.

– Anda, bribón… date una ducha que cierran el comedor para desayunar.

– Vale, pero… ¿No vamos a ir a la playa hoy? – le digo pensando en volver a disfrutar de sus tetas al natural.

– Iremos por la tarde, porque por la mañana nos quemaríamos como ayer.

– ¿Y qué hacemos ahora?

– Nos vamos de compras, si te apetece, claro y luego por la tarde vamos a la playa. – añade.

– Vale, me ducho, pero es que estoy…

– En pelotas, jajaja, no me voy a asustar. – añade ella mientras se cepilla su larga melena.

– No mires, ¿vale? – le digo confiando en que no se vuelva.

– Vaya, ahora te pones tú remilgado.

Salgo de lado otra vez para que no vea mi polla en su máximo esplendor, aunque ella muy juguetona hace todo lo posible por no perdérselo. La miro de reojo y me sonríe. Al fin me meto en el baño. Evidentemente, tengo que pajearme de nuevo en la ducha.

Tras el opíparo desayuno hacemos unas compras en la ciudad, principalmente regalos para llevar a casa y algún vestido nuevo para mamá. Últimamente está muy animada a comprarse trapitos y mucho más pequeños y ajustados a lo que acostumbra. A mi me hace súper feliz su comportamiento tan atrevido, parece haber perdido unos cuantos años. Yo también aprovecho que está rumbosa y me compro algo de ropa en los mercadillos y tiendas de la zona.

Después de comer en una terraza y charlar animadamente como dos amigos o casi amantes, más que como madre e hijo, regresamos al hotel y nos metemos en la habitación. La verdad es que en la calle hace un calor asfixiante y aquí al menos hay aire acondicionado. Me asomo a la terraza y veo a mi vecina despelotada en la terraza tomando el sol. ¡Joder qué cuerpo!

– Hola Víctor – me sonríe al verme. Parece que estaba esperándome…

– Hola. – contesto cortado al otro lado de la mampara que nos separa.

– ¿No bajáis a la playa hoy? – me pregunta.

– Quizá más tarde, nos quemamos un poco ayer.

– Sí, hoy también hace mucho calor. Yo prefiero tomar el sol aquí desnuda precisamente para no quemarme con la brisa del mar. Luego iremos de turismo a un pueblo de aquí cerca, si os animáis… nos dais un toque y vamos juntos los cuatro.

– Vale. Luego se lo comento a mi m… mujer. – digo y por un momento casi suelto la palabra “madre”

Me despido de ella y cuando vuelvo a la habitación me pregunta mamá por la conversación que he tenido con Sandra y le comento que estaba desnuda tomando el sol.

– ¿Estaba desnuda en la terraza? – me pregunta intrigada.

– Sí, en pelota picada sobre una tumbona.

– ¿Y Toni?

– No, no estaba, pero seguramente también estará en bolas… – añado.

– Y tú te habrás puesto ciego viendo a la vecinita sola.

– Si, no te lo voy a negar. – le digo – como tú si vieras a Toni.

– ¡Bobo! – me dice, pero sabe que llevo razón.

Sabe que le doy en el punto flaco y cambia de conversación rápidamente. Al cabo de un rato, decidimos echar la siesta y gracias al aire acondicionado podemos descansar pues en la calle hace un bochorno y una humedad terribles. Ella está con una camiseta y braguitas y yo sólo con mis bóxers.

Cuando me despierto mamá está recién duchada, pero en lugar del albornoz lleva una toalla envolviendo su cabello y otra cubriendo difícilmente su voluptuoso cuerpo quedando justa para verle el canalillo y sus torneadas piernas.

– Sigue haciendo mucho calor. Me he tenido que dar otra ducha – me dice mientras se seca el pelo y yo sigo admirándola embelesado.

– Sí

– No sé si nos quemaremos. Creo que no deberíamos bajar a la playa.

– Como quieras. – contesto.

Dicho esto se va esparciendo la crema por la cara y yo aprovecho para meterme en la ducha y apagar también un poco el calor, tanto el que hay en el ambiente como el que sigue sufriendo mi interior.

Cuando regreso a la habitación la toalla de mamá cubre su cintura y sus tetas, para mi fortuna, están de nuevo a la vista y se está aplicando sobre ellas una crema solar en abundancia. Yo vuelvo a flipar al ver esos enormes melones moverse juguetones entre sus dedos.

– Pero, mamá, ¿no dijiste que no bajábamos a la playa? – le pregunto hipnotizado con esos pechos deliciosos viendo que se está aplicando el protector solar.

– No, en la playa nos quemamos… había pensado en tomar aquí el sol, en la terraza, no hace tanto calor.

– Ah vale. Genial.

– Víctor, ¿puedes mirar si están los vecinos? – me pide.

– ¿Cómo?

– Que mires a ver si están en la terraza.

– No, no creo que estén. Me dijo Sandra que se iban de turismo a un pueblo cercano. Ya se habrán largado.

– Asegúrate, por favor.

Me salgo a la terraza, me asomo y veo no hay nadie y la puerta que da a su terraza está cerrada. Efectivamente se han ido. No entiendo por qué tanta intriga por parte de mi madre en saber si están o no.

– No hay nadie, mamá. – digo entrando mientras continúa esparciéndose crema por sus pechos.

– ¿Seguro?

– Pero ¿Qué pasa? ¿Por qué tanta insistencia…?

– No quiero que me vean.

– ¿Las tetas? Pero si ayer te las vieron durante todo el día… especialmente Toni que disfrutó como un enano con ellas- añado sonriendo.

– Ya, lo sé, pero es que quería tomar el sol desnuda, a ver qué se siente. – dice de pronto esperando mi reacción.

– Pero… mamá… ¿Completamente desnuda? – pregunto lo obvio de nuevo pero para asegurarme.

– Sí, ¿No es lo que estás venga a insistir?

– Pero… ¿desnuda, desnuda?

– Jeje, claro tonto. Desnuda del todo. No te importa, ¿No?

Estoy alucinado, creo que no puedo contestar de la impresión. Ella mira mi bulto que vuelve otra vez a las andadas.

– No, claro que no me importa – respondo a duras penas.

En ese momento mamá suelta la toalla de su cintura y aparece totalmente en pelotas ante mis ojos que no dan crédito a lo que están viendo.

– Hijo, ¿Qué pasa que te has quedado pálido? – pregunta pero sabe más que de sobra la sensación que causa.

– Es que yo… – no puedo casi articular palabra observando a mi madre así, despelotada.

No sé si frotarme los ojos, para saber si es un sueño, pero no, es cierto, mamá está totalmente desnuda. Siempre había soñado con este momento, pero es que ahora, todo es demasiado, no soy capaz de creérmelo. Su estilizado cuerpo y sus armoniosas curvas están ahora ante mis ojos, es alucinante, está preciosa, con su bosquecillo de vello recortado de su pubis tapando una rajita que adivino con un leve brillo y hasta me parece entrever el tono rosáceo de sus labios vaginales. Miro a sus ojos y están brillando, es algo que no me esperaba de ella y por esa cara se ve que está realmente cortada, además porque reacciona mordiéndose la uña de su pulgar, en ese movimiento tan sexy que usa cuando sé que está nerviosa ¿o ahora además excitada?

– ¿Y ese cambio de actitud? – le digo a duras penas con mi garganta seca por la impresión y mi polla como un palo.

– Pues sí, ni yo misma me lo creo.

– Ni yo, ni yo… mamá.

– Estoy loca ¿verdad?

– No…

– Es que me dije, si no soy capaz de desnudarme delante de mi hijo, nunca me atrevería a hacerlo en la playa.

– O sea que… ¿Has pensado hacerlo en la playa?

– No, no. De momento quiero probarme a mí misma. Me ha costado mucho, pero me he decidido, al menos de probar lo que se siente desnuda tomando el sol, creo que me animaste mucho a hacerlo, contigo no me siento tan violenta… aunque estoy avergonzada.

– Yo alucino.

– ¿Te hago sentirte mal?

– ¡En absoluto! – contesto casi en un grito.

– De verdad, hijo ¿No te importa? – vuelve a preguntarme y mordiendo su uña ligeramente, algo que la hace más deseable todavía.

– ¿Importarme? – digo tragando saliva.

– Sí, ya sé que es una locura, Víctor, que tu padre me mataría, si se entera, pero por eso precisamente, porque seguramente es la única oportunidad en mi vida de hacerlo. Supongo que tú tendrás muchas más de hacerlo con tus amigos, pero yo con tu padre… me temo que no.

– Mamá, me encanta verte… desnuda… y también que hayas sido tan decidida. No te reconozco.

– Lo sé hijo, pero en este viaje es todo una locura. Ayer viendo a todos en la playa y nosotros todavía sin hacerlo, quise probar, al menos sin público…

– Yo soy tu público.

– Bueno sí, pero tu eres mi hijo y aunque no lo creas estoy muerta de vergüenza, pero tenía que lanzarme, si no lo hago contigo, no lo haré nunca… – insiste con su risa nerviosa.

– Estoy flipado. – digo sin que mi polla baje su empalmada.

– Nunca habías visto a tu madre tan desbocada ¿verdad?

– Pues no.

– Ni yo misma me lo creo. Pero bueno ¿Y qué te parezco? ¿Todavía estoy de buen ver, sin nada de ropa?

– Mamá estás alucinante. – digo entrecortadamente disfrutando de su espléndida desnudez.

– Vaya, jajaja, creo que todavía puedo impactar a un hombre, aunque sea a mi hijo.

– Sin palabras me dejas…

– ¿Entonces bien? – vuelve a preguntar más animosa y girando sobre sí misma para ofrecerme descaradamente su cuerpo desnudo. No acabo de creerme que esa mujer sea mi madre, por lo alucinantemente hermosa que es y por su descaro conmigo. Ella se ha ido animando poco a poco y yo ahora soy el que se corta. Su culo se ofrece tan apetitoso, sin nada que la cubra… y por delante con sus hermosas tetas y su sexo apenas cubierto por un mechoncillo de pelos negros.

– Estás buenísima. – afirmo.

– Gracias hijo. Tú siempre sabes mimarme. Bueno ¿Y tú? – me dice mirando el bulto que resalta en mis bermudas.

– ¿Yo? ¿Qué?

– ¿Que si no te quitas el bañador?

– Pero mamá…

– Vaya, ahora la atrevida soy yo y el vergonzoso eres tú… Cómo cambian las cosas.

– No, eso, es que… ¿De verdad quieres que yo también me despelote?

– ¿Te atreves o no? Aprovecha que no están los vecinos – me alienta toda insinuante.

– Pero es que…

– Que estás empalmado… – me termina ella la frase dejándome alucinado.

– Sí, un poco. – contesto.

– Por lo que veo no es poco precisamente

– Ufff… – suspiro.

– Es natural, hijo. Ayer mismo había varios hombres así en la playa, en toda su intensidad, acuérdate de Toni, que estaba con aquello a tope. No me asusto por ver otra.

Estoy frente a ella a tan solo medio metro y estoy que no acabo de creer lo que me está sucediendo por momentos, ¿será que estoy soñando?… pues no me quiero despertar.

No puedo dejar de observar todas y cada una de sus curvas. Qué maravilla, unos muslos bien torneados acaban en sus ingles que ha depilado cuidadosamente dejando esa mata de vello sobre su coño Sin duda que sigo creyendo que es un sueño, pero no, mi madre, mi adorada madre está en pelota picada a unos palmos de mí. ¡Joder, joder, joder!

– ¿Y bien? – me dice impaciente meneando sus caderas juguetona. – ¿te desnudas o no?

– Es que sigo paralizado viéndote. Tienes un cuerpo acojonante, mamá. – digo con total sinceridad.

– Anda, exagerado.

– No exagero, estás que rompes, mamá.

– Gracias, cariño.

– Mamá, ¿puedo fotografiarte?

– ¿Cómo?, ¿Así?, ¿Desnuda?

– Sí, por favor. – reclamo casi como una súplica.

– No sé… es que así…

– Por favor. – insisto cruzando mis dedos y casi a punto de ponerme de rodillas.

Duda durante un rato en el que no deja de mirarme a los ojos. Sabe que está imponente y que me tiene loco perdido. Creo que me quiere regalar una buena sesión de exhibicionismo.

– Está bien, pero guárdalas como oro en paño durante el viaje y luego las borras. – dice al fin.

– Sí, claro

– No quisiera que llegaran a manos de tu padre. No me imagino lo que sucedería.

Empiezo a disparar mientras mi madre va poniendo diversas poses como si fuera una actriz famosa a la que fotografían los paparazzi. Estoy encantado y cuando compruebo lo bien que quedan en mi cámara, suelto hasta una pequeña risa nerviosa de total euforia. Ella ha perdido la vergüenza del todo, no me lo puedo creer pero sigo aprovechando para tirar y tirar fotos hasta casi dolerme el dedo. Desde lejos en diversas poses y de cerca a escasos milímetros de sus tetas, de sus muslos, de su culo, su cintura, su coño…

– ¿Las borrarás, verdad? – insiste enseñando ese cuerpo desnudo y con sus brazos en jarras.

– Bueno, puede que las tenga por un tiempo y así lo recordaré como si todavía estuviéramos en este viaje

– ¿Tendrás cuidado de que nadie las vea? ¡Nadie! – dice en tono serio.

– ¡Que sí!, que es solo para mí, para verlas de vez en cuando.

– ¿Te masturbarás viéndolas? – me pregunta todavía con sus manos sobre sus caderas.

Me ha hecho enrojecer haciendo que se produzca un silencio pues no puedo reconocer lo que me pregunta, aunque ambos sabemos que será así. Si digo un “sí” ella se sentirá incómoda, si contesto un “no” creo que también le molestará verme mentir. He preferido acogerme a la quinta enmienda y no contestar. Me limito a disparar la cámara, en sus muslos, sus tetas, su culo, su coño, incluyendo, cómo no, algunos primerísimos planos.

– Bueno, deja de hacer fotos y quítate el bañador, pesado. ¿No eras tú el animador? – me apunta ella con su dedo, sin que yo pueda quitar ojo de su maravilloso cuerpo desnudo. Creo que está loca por verme en bolas.

Decidido al fin, suelto el cordón del bañador y la miro a los ojos, esperando su reacción. Luego recuerdo sus palabras y pienso que ahora o nunca, que si hay una oportunidad de vivir mis fantasías son ahora y es estar desnudo frente al cuerpo desnudo de ella. De hecho estoy deseando hacerlo, quiero que me vea en pelotas y que vea como me tiene con esta empalmada brutal. Me bajo las bermudas de golpe y cuando la miro, observo que se ha tapado la boca con una mano y sus ojos se abren más de lo normal.

– ¿Qué pasa mamá?

– ¡Qué gorda, hijo! – dice refiriéndose a mi polla con esos ojazos abiertos. A mí me encanta oírla decir eso.

– Ya te dije que estaba empalmado.

– Joder hijo, pero no imaginaba que fuera tanto.

– ¿Y qué te parece?

– ¡Preciosa! – joder lo ha dicho sin ningún tipo de vergüenza.

– Gracias. Yo también estoy cortado, no sé, que me veas así.

– No pasa nada.

– Pero eres mi madre.

– ¿Te molesta que te vea así de empalmado?

– Sí, me siento raro.

– Hijo, para mí es todo un halago saber que estás así por mi culpa. El hecho de saber que consigo levantar eso a un joven, dice mucho, no hace falta que digas nada, tu polla habla por tí y es el mejor de los piropos.

Me siento orgulloso de las palabras de mamá y de su increíble soltura. Aunque en cierto modo estoy cortado, me gusta como me mira ella, me hace sentirme como un semental y es que no me quita ojo y por supuesto yo tampoco a ella. Así permanecemos uno frente al otro, desnudos, pensativos…. durante un buen rato en el que ambos estamos confusos, nerviosos y excitados por la situación.

– Échame por la espalda, hijo. – dice de pronto dándose la vuelta y entregándome la crema bronceadora…

Ahora de espaldas observo su precioso y redondo culo y mi verga pega un respingo agradecida ante tal visión. Esparzo en mis manos la suave crema y la voy extendiendo por su espalda desnuda. Su piel es tan suave…

Acaricio suavemente la curva de sus caderas, su cintura, sus hombros y bajo hasta cerca de su culo pero no me atrevo a seguir y subo de nuevo. Joder, estoy tan cerca de ella, que sin darme cuenta mi polla roza ligeramente su culo, sí, ha sido apenas medio segundo pero mi glande ha estado tocando la piel de su trasero, ufff, casi me da algo. Ella hace como que no lo ha notado y se gira frente a mí. La noto tan cerca… creo que si se mueve ligeramente hacia delante mi estaca se topará con su ombligo.

– Date la vuelta, semental. – dice sonriente, hipnotizada con mi polla que sigue apuntando heroica hacia arriba.

Me giro como me ha ordenado y me pongo de espaldas a ella. Ahora es ella la que me acaricia con sus manos y con la crema solar, esparciendo por mi espalda, incluso se ha agachado para meterla entre mis muslos y cuando sube entre ellos roza ligeramente mi culo. ¡Madre mía!

De pronto todo parece haber acabado y ella me entrega el bronceador.

– Date por delante. No vaya a tocarte lo que no deba, jeje – me dice, aunque en ese momento creo que en el fondo hubiese querido hacerlo ella misma, o a lo mejor soy yo el que quisiera y todo me parece demasiado fantástico.

Me doy la vuelta y me echo sobre mi pecho, mi tripa, mis muslos y ella no deja de observar mi cuerpo desnudo. Me gusta tanto que lo haga…. Yo tampoco pierdo ripia de poder admirar el suyo que se me ofrece tan de cerca, con ese coño que siempre había soñado con esos pelitos que adornan unos labios aparentemente inflamados

– Estás muy bien equipado hijo. – dice ella de pronto sin apartar la vista de mi mano que esparce la crema por todo mi miembro

– ¿Tú crees? – le pregunto en plan inocente pero con total descaro exhibicionista. Me siento pletórico.

– Ya lo creo. Tendrás contenta a Alicia.

– Mamá, ya te dije que con Alicia no hay nada. Somos amigos.

– Pero bueno, supongo que habéis follado. ¿No sois folla-amigos o como lo llaméis ahora?

– ¡Mamá!

– ¿No?

– Pues no. Somos amigos y nada más.

– Bueno, pues habrás dejado contenta a quién le hayas metido eso.- dice señalando a mi verga que noto más grande que nunca y que me acaricio con el disimulo de esparcirme el bronceador.

– No, tampoco lo ha probado ninguna.

– Pero hijo, ¿Quieres decir que… no te has estrenado?

Nunca antes habíamos hablado mamá y yo sobre ese tema, pero es cierto que soy virgen y no tenido la suerte de probar las mieles del sexo, ni tan siquiera en un sexo oral. En cambio ahora ella me lo pregunta con tanta naturalidad y además lo más flipante de todo ¡desnuda!

– Pues no, no me he estrenado, mamá.

– Pues tendrás que hacerlo en este viaje tan loco.

Por un momento he pensado que se refiere a ella y a mí. Cierro los ojos unos segundos y mi polla sigue bien erguida pensando en lo bien que se sentiría en el cuerpo deseado de la mujer amada, de mi madre… sin embargo ella cambia con su respuesta.

– Si te lo propones, te follas a Sandra. Está loca contigo y si te ve así, con esa cosa… ni te cuento.

– ¡Joder, como eres mamá! Yo no quiero nada con Sandra.

– Ya, ya… – ríe irónicamente.

Lo cierto es que está tan suelta que dice las cosas más alocadas que jamás haya oído ni tan siquiera fantaseado.

– ¿Acaso crees que no sé que te gusta y tú a ella? – insiste ella mientras yo dibujo sus curvas en mi mente.

– Ella está casada, mamá y parece muy enamorada, no creo que…

– Bueno, vamos a tomar el sol, que ya te has echado mucho bronceador. – me corta sin querer escuchar mis explicaciones.

Tras decir eso, mamá toca con su dedo mi miembro y lo acaricia desde la base hasta la punta, en una leve caricia que apenas dura dos segundos, pero que me hace volverme loco. Supongo que por un momento se da cuenta de la situación y enrojece, la cosa está demasiado ardiente. Se da la vuelta y se dirige a la terraza dejándome allí plantado con aquella enorme erección. Después de unos segundos de asimilación, la sigo hasta la terraza. Pongo la toalla sobre la tumbona, igual que ha hecho ella y ambos nos ponemos a tomar el sol en bolas, de la forma más natural y como si nada hubiera ocurrido.

Tras un cierto silencio me siento muy bien al percibir los rayos del sol sobre mi piel y ella parece también disfrutarlo de lo lindo. De vez en cuando me mira y me sonríe. Mi erección se ha calmado un poco y ahora mi polla descansa morcillona, pero ella no para de echarle un vistazo cada cierto tiempo. Me gustan tanto esas miradas, como supongo también le gustan a ella las mías sobre su cuerpazo.

– ¿De verdad que eres virgen, Víctor? – me pregunta intrigada nuevamente.

– Sí…

– Vaya, qué desperdicio…

– ¿Cómo dices? – pregunto aunque por su vista clavada en mi verga intuyo que se refiere a que sigue sin estrenar y juraría que a ella no le disgusta la idea de hacer algo en el debut.

– No, nada… – responde acariciando suavemente la cara interna de sus muslos.

– ¿Por qué dices desperdicio? – pregunto de nuevo incorporándome sobre mis codos y percibiendo que mi polla ha vuelto a tomar su máxima dimensión.

Mamá vuelve a mirar mi enhiesta daga que parece apuntarla. Nunca imaginé que todo esto pudiera suceder, pero ahora me siento pletórico.

– ¿Te refieres a esto? – digo sosteniendo mi polla con mi mano con un descaro total.

– ¡Víctor!

Cuando hago un par de movimientos en mi polla descapullándola por completo y dejando a la vista mi inflamado glande, ella enrojece y se levanta de golpe, para meterse prácticamente corriendo hacia dentro de la habitación… veo que mi descaro la ha incomodado y bastante.

Cuando me levanto y la sigo ya se ha encerrado en el baño. Creo que me he venido muy arriba.

– Mamá, lo siento… no quería… – me disculpo avergonzado al otro lado de la puerta.

Francamente me he pasado “tres pueblos” con ese absurdo envalentonamiento. Se produce un silencio que me inquieta y doy con mis nudillos en la puerta.

– Mamá, ¿estás bien? – vuelvo a preguntar con mi cabeza pegada intentado escuchar.

– Sí, tranquilo hijo, estoy bien… – responde al otro lado después de un buen rato callada.

Me siento a los pies de la cama y espero a que salga del baño. Supongo que estará enfadada conmigo. La verdad, es que he actuado como un crío y no estoy muy seguro si me va a perdonar por ello.

Al fin sale y por un momento creí que iba a hacerlo vestida, sin embargo continúa completamente desnuda. Se la ve tan maravillosamente atractiva y tan sexy… Parece que se ha mojado el pelo, puede que se lo haya lavado o quizás haya llorado, no lo sé. Me pongo en pie y pongo cara de circunstancias. Es curioso, pero mi polla ha vuelto a rebelarse y está a tope otra vez. Ella la mira.

– Mamá, lo siento. – repito sin saber cómo actuar.

Ella viene hacia mí y me toma de las manos. Su cuerpo está tan cerca, que si solo avanzara unos centímetros la rozaría con mi miembro, sin embargo ella mira hacia ese prominente falo que la apunta y solo aproxima su cabeza a la mía para besarme en la frente muy castamente. Todo mi cuerpo es un escalofrío de placer. Observo desde más cerca que nunca su cintura, sus caderas, sus tetas, su coño…

– No te preocupes, cariño – dice – todo esto es algo que nos supera y nos hace sentirnos raros. Se separa un poco y observa mi cara compungida sin soltar mis manos.

– Sí – contesto sin que mi garganta pueda casi tragar.

– Creo que no debemos llevar tan lejos nuestro papel de matrimonio, hijo.

– ¿Por qué?

– Bueno, esto no está bien. Una cosa es que lo aparentemos y otra cosa es que juguemos con cosas que no pueden ser… -añade

– Yo es que… me dejé llevar.

– No, no te disculpes, hijo, no es culpa de nadie, son las circunstancias.

– No quise molestarte.

– A ver, cariño, si una mujer se desnuda delante de tí, es normal que te sientas excitado, turbado y que pierdas la cabeza, aunque esa mujer sea tu madre.

– ¿Es normal que me sienta excitado contigo? – pregunto confuso.

– Sí… bueno… ¡no!. Me refiero a que somos de carne y hueso y la situación no te hace pensar con racionalidad. Soy tu madre, pero al estar desnuda soy una mujer para ti y eso te excita… a mí también me excita verte desnudo. Es natural…

Esas últimas palabras me dejan aturdido. La verdad es que este viaje está siendo de todo menos normal, pero me siento culpable, incluso porque ella se sienta igualmente culpable.

– Mamá…. ¿y si no es culpa de nadie por qué te has molestado cuando yo…?

– No hijo, no me he molestado – me interrumpe – simplemente me excité al verte así y no quise que eso me pasara.

¡Ostras! Y me lo suelta así. Desde luego que a mí sí me gustó que sucediese y más ahora sabiendo que ella también se pusiera cachonda conmigo, eso es algo que me excita aún más, tanto que mi polla vuelve a dar un bote y ella la mira y después me sonríe.

– ¿Tienes miedo… de mí? – le pregunto.

Tarda un rato en contestar, pero creo que está buscando esa respuesta adecuada de madre. Y de pronto toma aire y me suelta:

– Tengo miedo de hacerte daño, Víctor o de que sufras. No quiero que veas en mí lo que no soy, hijo. Entiendo que te excites viéndome y que me mires más como una mujer desnuda delante de ti, que como una madre, pero posiblemente todo no te esté haciendo ningún bien.

– Pero yo… me siento genial, mamá. – imploro.

– Sí, Víctor, pero soy tu madre. Seguramente en estos días vas a poder disfrutar con innumerables cuerpos desnudos de mujeres hermosas que son en las que te tienes que fijar y con las que podrás… ¡estrenarte! – Eso último lo dice con cierta pausa. – ¿Me comprendes? – añade.

– Claro, pero… tú misma has dicho que en este viaje es todo locura y que no era tan malo lo de vernos desnudos, incluso has sido tú la que me ha animado a hacerlo.

– Ha sido todo un lío muy divertido, es cierto, pero ahora dudo si ha sido tan buena idea.

– A ver mamá, olvídate por un momento que estás hablando con tu hijo. – la corto casi con tono enfadado.

– Pero lo eres.

– ¿No has dicho que en este viaje quieres hacer cosas que nunca harías con papá?

– Sí…

– Pues entonces, olvídate de mí, que soy mayorcito y sé lo que me hago. – contesto con seguridad.

– Pero hijo, no quiero que pienses que soy…

– ¿Qué eres qué? – la imploro

– No sé, una putilla, una calientabraguetas, que te pongo cachondo y que te hago pasar malos ratos.

– Mamá, por favor, ¿cómo puedes creer que yo piense eso de ti?

– Pues no sé, que te excites con tu madre…

– ¿No me has dicho varias veces que es natural?

– Sí, claro que lo es, ya eres todo un hombre y yo una mujer, con nuestras necesidades…

– Pero podemos excitarnos, tú misma lo has dicho, solo tendremos que masturbarnos y así apagar nuestro calor, lo mejor de este viaje es que estamos haciendo cosas que siempre nos había apetecido hacer y simplemente las estamos haciendo, yo estoy feliz de verte desnuda, tú de hacerlo, de poder excitar a todos los hombres, incluso a mí, reconócelo mamá.

Ella no suelta mis manos y se queda pensativa, la verdad es que he dejado caer esa perorata sin detenerme un momento, creo que era una llamada a la desesperación. Ella sigue dubitativa.

– Mamá, ¿sabes una cosa? – añado.

– ¿Qué?

– Que te quiero mucho. Que estoy orgulloso de tenerte como madre, que respetaré todo lo que hagas, que quiero que seas feliz, que si no quieres desnudarte lo entiendo, que si quieres hacerlo también, que me siento muy a gusto contigo y que si me excito viéndote es porque eres mi prototipo de mujer ideal y no pienso en tí como en una madre.

Ella sonríe, se acerca a mí y me abraza, sí, me abraza y mi polla no ha cedido en su afán de crecer y crecer y ahora está arrinconada entre nuestros cuerpos. No me lo puedo creer pero estamos en medio de la habitación de ese hotel que nunca podré olvidar, completamente desnudos y abrazados. Sus tetas están a la altura de mi pecho y me siento tan bien, su vientre aprisiona mi polla, puedo sentir incluso el calor que emana su sexo, y mis manos sostienen su cintura. Se separa de repente muy colorada y mira hacia mi verga que no para de oscilar tras ese profundo abrazo.

Después de esa conversación mamá, aparte de excitada, parece sentirse mejor, incluso yo que con mi discurso me estoy creyendo que todo es tan normal.

Decidimos bajar a cenar y consigo convencer a mamá para que se ponga uno de esos mini vestidos que hemos comprado y que le sienta como un guante.

– Veo que estás más decidida que esta tarde. – le digo cachondo perdido observando una vez más su extraordinaria desnudez..

– ¿No era lo que querías? – añade colocándose el vestido y moviendo sus caderas en un intento por poder entrar en él.

– Y me encanta haberte convencido.

– Sí, creo que tenías razón, además debemos tener este viaje como algo que forma parte de nuestras fantasías y echar por tierra los prejuicios.

Por un momento no sé si mamá se refiere a sus fantasías o a las mías propias, que son para mí ella y nada más, pero me siento más que dichoso porque haya conseguido convencerla.

– ¿No vas a ponerte ropa interior? – Le pregunto cuando ella se está atusando el vestido observándose frente al espejo.

– ¿No crees que mejor sin ella?

– Yo encantando… y seguramente que otros muchos también.

– Bueno, nadie sabe que no la llevo, salvo tú.

– Prometo no decírselo a nadie e intentaré no ponerme nervioso… – añado.

– Me queda mejor así, además me gusta la sensación de no llevar bragas, me siento como más libre.

Joder, me encanta ver a mamá así de feliz y contenta, creo que ha vuelto a disfrutar de su lado más diablesco y se está soltando la melena y algo más.

Entramos en el comedor con nuestras manos entrelazadas. ¡Qué delicia! Me siento tan a gusto y tan orgulloso de tenerla a mi lado, ojalá fuera mi novia, mi amante, mi esposa… en estas vacaciones quiero pensar que lo es.

Sandra y Toni están ya en el comedor y nos invitan a compartir su mesa. Él no pierde la oportunidad de levantarse, pegarse a mi madre y darle dos besos aferrado a sus caderas. Al tiempo Sandra también se levanta. Está muy guapa. Lleva una camiseta muy ceñida y una faldita corta, parece más joven y más traviesa, así vestida. Mi polla lo corrobora creciendo bajo mi pantalón cuando ella, de nuevo, se pega a mi cuerpo y me planta dos besos y sus dos tetas se oprimen contra mi pecho. La tía está buena, yo cachondo, no sé como acabará la noche, pero ya estoy pensando en la magnífica paja que me voy a hacer con tanta sensación.

– ¡Qué guapa! – dice Sandra plantándole dos besos a mamá.

– Gracias, tú también – responde ella muy educada.

Veo como Toni se la come con los ojos y aunque me da cierta rabia, no se lo reprocho. Mamá está como para comérsela.

La cena transcurre entretenida y acabamos de nuevo en la discoteca del hotel, en donde una copa llama a otra y acabamos más que entonadillos. En la pista de baile Toni no pierde la oportunidad de acariciar a mamá en más de una ocasión y ella intenta zafarse como buenamente puede. Hay una canción tipo bachata en la que nuestro vecino se entrega a ese baile sensual pero se aprovecha de la situación, viendo que mi madre está algo bebida, de otro modo no entiendo que ella se deje llevar hasta tan lejos. Al mismo tiempo Sandra intenta pegarse y no niego que me gusta rozarme con ella y que note mi erección, pero estoy más a ver qué pasa con mamá, no quiero que se me despendole.

Entonces aprovecho para cambiar de pareja y tanto Toni como Sandra se quedan algo cortados, porque creo que he sido brusco, pero también supondrán que teóricamente soy un recién casado celoso y esto último además es verdad.

Me agarro a la cintura de mamá por detrás y uno mi pelvis a su culo. La fina tela de mi pantalón y la de su vestido permiten que note claramente su culo sobre mi polla. Ella no se vuelve y sigue entregada en el baile moviendo las caderas y subiendo sus brazos por encima de su cabeza. Mis manos siguen aferradas a su cintura y aprovecho para dibujar sus curvas mientras mi polla sigue empotrándose en sus posaderas.

– Hijo, estoy algo borracha – me dice de pronto pegando sus labios a mi oído.

– Ya te noto bastante descontrolada – digo con cierto enfado, pero es que verla restregándose a Toni no me ha gustado en absoluto.

– Si, la verdad es que me he puesto muy cachonda.

Joder, mi madre ya no se corta en absoluto hablando conmigo, ¡quién la ha visto y quién la ve! Yo soy un mal hijo, porque me estoy aprovechando de esa situación y restriego mi erección por su culito, que ella no parece rechazar y mi polla está a punto de estallar, estoy como un burro en celo y es que saber que ella no lleva nada debajo me da más calor.

– Víctor, creo que deberíamos subirnos – me dice girando su cabeza y poniendo sus labios a escasos milímetros de los míos. Por un momento pienso en besarla, pero creo que sería demasiado y no quiero que se cabree..

– ¿Estás segura?

– Sí, creo que mejor nos subimos, estoy muy caliente y no respondo. No quisiera arrepentirme después. – dice sonriéndome y guiñándome un ojo, desconcertándome con ese guiño.

Después de despedirnos de nuestros vecinos, que no celebran que nos vayamos en plena fiesta, ayudo a mi madre a avanzar hasta el ascensor. La verdad es que le cuesta caminar en línea recta y tengo que sostenerla de su cintura para que no se caiga.

Me hubiera gustado seguir restregándome contra su cuerpo, pero creo que ella también ha notado mi bulto y ha preferido cortar por lo sano, a pesar de estar algo bebida y cachonda, como ella misma ha reconocido.

Llegamos a la habitación y tras cerrar la puerta ella se me abraza apoyando su cabeza sobre mi hombro. ¡Qué maravilla! Puedo notar sus enormes tetas contra mi pecho y como mi polla no ha bajado en su intensidad y sigue dura a la altura de su tripita.

– Hayy, todo me da vueltas – dice agarrándose a mi cuello.

– Has bebido mucho, mamá.

– Gracias hijo. – dice dándome un piquito en la boca y dejándome sorprendido.

– ¿Por?

– Por hacerme feliz y regalándome tantas cosas en este viaje. Con tu padre…

– ¿Con mi padre que…?

– No hubiera sido igual.

– Supongo que no. – añado

– Ayúdame a quitarme el vestido, hijo, voy a refrescarme un poco. Lo necesito. – me dice separándose de mí y levantando sus brazos por encima de su cabeza.

– ¿Qué te quite el vestido? – pregunto como un idiota.

– Sí, yo sola no puedo, me mareo y me está muy ceñido.

No lo pienso dos veces. Cojo el vestido por sus caderas y empiezo a subirlo admirando su cuerpo a medida que va mostrándome su desnudez. Su hermoso coño, sus caderas, su cintura sus tetas, su cuello. Todo. A pesar de que lo lleva tan pegado a su cuerpo hago lo indecible y logro sacarlo por su cabeza, hasta que queda completamente desnuda delante de mí.

– Gracias, amor. – me dice.

– De nada. – respondo turbado y tremendamente excitado.

– ¿Está buena tu madre? – me comenta de pronto al verme admirándola.

– Mucho.

De pronto se pega a mí y me da otro beso en los labios y esta vez permanecemos más tiempo unidos, no sé si son tres o cuatro segundos, pero me encanta sentir ese cuerpo desnudo adosado a mí y yo me dejo llevar por ese beso. Ella se separa bruscamente, me mira a los ojos y sonríe. A continuación se dirige al baño torpemente.

No sé lo que va a pasar a continuación pero por un momento pienso que ella se siente mal, por ese beso, de abrazarse a mí desnuda, por sentirse excitada durante todo el día y toda la noche, primero lo que ha sucedido en la habitación esta tarde, luego con Toni en el baile, ahora conmigo… Ni yo mismo puedo recapacitar con cierto orden y todo me parece demasiado incongruente.

De pronto sale del baño, en pelotas, naturalmente, como si nada hubiera ocurrido.

– Ya puedes entrar al baño, hijo. Yo me voy a acostar – me dice mientras seca su cuello y sus pechos con una pequeña toalla. Se ha debido remojar para bajar el calor.

Me meto en el baño, dispuesto a hacerme otra paja en su honor, como no podría ser de otra manera. Me desnudo del todo y pienso en el cuerpo de mamá que acabo de tener ahí afuera para mí y no me cuesta mucho volverla a sentir en mis pensamientos y disfrutar de ese momento acariciando mi polla pensando qué debe sentirse follando un cuerpo como el suyo, sintiéndose atrapado por sus piernas, ambos desnudos disfrutando de nuestros cuerpos, unidos en un polvo divino.

Estoy en esos pensamientos cuando se abre de pronto la puerta del baño.

– ¡Víctor, Víctor, ven! – dice medio susurrando y metiendo su cabeza por la puerta del baño y pillándome con la polla en la mano.

– ¿Qué pasa, mamá? – pregunto intentando disimular aunque por su sonrisa veo que se ha dado cuenta que me la estaba cascando como un mono.

– ¡Ven, corre! – añade ofreciéndome su mano.

Otra vez la tengo desnuda delante de mí y yo igualmente despelotado dándole la mano, a esa mujer que me tiene más loco por segundos. Salimos casi corriendo del baño.

– Pero ¿qué pasa? – pregunto intrigado.

– Nuestros vecinos, ya han llegado.

– ¿Sandra y Toni?

– Sí, ¡están follando! Ven, pega el oído aquí, en la pared. – dice eufórica pero sin levantar mucho la voz para que no nos oigan.

Ahí estamos mi madre y yo, en pelotas, uno frente al otro a apenas medio metro de distancia y pegados contra la pared de la habitación escuchando los gritos, gemidos y frases que se oyen al otro lado.

Lo cierto es que casi no hay que pegar la oreja, pues se les oye perfectamente. Se percibe la voz de Sandra diciendo: “sí, sí, más, más, joder, joder, fóllame, Diosss”…. y los bufidos de Toni que debe estar taladrándola de lo lindo.

Mi polla está eufórica y lógicamente entre la paja inacabada, mi madre desnuda delante de mis narices y mis vecinos folladores, estoy más que desbocado. Miro a mamá que me sonríe de vez en cuando sin decir nada y escuchando las voces y gemidos de nuestros vecinos de al lado. De vez en cuando mira a mi miembro, se muerde el labio y sus pezones se ven más duros de lo normal. Sin duda está excitada y puedo notar como su coño brilla en señal de que está mojada y sigue tan cachonda en esa noche loca. Joder y la tengo ahí a medio metro, con esas tetas, esos muslos, esas caderas, esa cintura, ese chochito…

– Se lo están pasando en grande – susurra mamá.

– ¡Sí, vaya polvo!

– Scshhhss – me dice para que baje la voz.

– No nos oyen. Están a lo suyo.

– Sí, están muy excitados. – añade.

– Ya lo creo… ¿Y tú? – le pregunto, observando de nuevo todo ese cuerpo serrano que me dio la vida y ahora puedo admirar en exclusiva para mí.

– ¿Yo qué? – pregunta.

– ¿Que sí estás excitada?

Ella responde con un silencio bajando su cabeza, aún le cuesta reconocer que está excitada con la situación.

– No te sientas mal, mamá. Ambos lo estamos. Es normal, han pasado demasiadas cosas como para poderlas controlar. – añado para que sienta más cómoda.

– La verdad es que sí.

– Pues disfruta el momento.

– Me siento rara, todo esto nos supera, pero no sé si es bueno que nos sintamos así. Soy tu madre.

– Mamá no me vengas con esas otra vez… – imploro entre susurros para que no vuelva por esos derroteros.

– Es que es así, hijo.

– Somos un hombre y una mujer desnudos, cachondos y que están excitados con todo esto. ¿No es así?

– Y… ¿qué ocurre si nos excitamos? – me pregunta.

– Pues nos hacemos una paja y punto – lo digo clarito para que no haya malentendidos.

– ¡Vaya, Víctor! ¡Qué directo! – afirma sin levantar la voz pero vocalizando.

– ¡Claro! Ahora mismo podríamos masturbarnos para apagar esa calentura y no estaríamos haciendo nada malo…. – lo digo y noto como mis carrillos arden tras comentarlo con tanta desfachatez.

Ella vuelve a ofrecerme otro silencio que me deja descolocado, aunque en el fondo sé que está pensando exactamente lo mismo que yo. Sonríe y mueve sus piernas, frotando sus muslos. Intuyo que está muy cachonda.

– Víctor, no creo que eso fuera tan natural como tú dices.

– ¿Qué nos masturbemos? ¿No lo hacemos en privado? ¿Qué diferencia hay? – añado con seguridad al tiempo que mi polla pega otro de sus respingos y a ella no se le escapa ese involuntario movimiento.

Nuestros vecinos siguen a lo suyo, ajenos a nuestro debate interno y muy metidos en su mundo, follando sin preocuparse de ser oídos, disfrutando de un polvo memorable que a nosotros nos calienta cada vez más. Solo se oyen jadeos, respiraciones entrecortadas y el cabecero de su cama dando golpes contra la pared, en señal de las embestidas que Toni le debe estar propinando a la rubita cachonda.

– Una cosa es que sea normal la excitación y está claro que ambos lo estamos., pero otra muy diferente que nos dejemos llevar hasta poder traspasar algunas fronteras, ¿lo entiendes hijo? Eso es demasiado. – dice mamá de pronto.

– Mamá, yo ahora estoy muy cachondo. Nos calentamos durante toda la noche, ahora oyendo a estos dos que me están poniendo a cien y más todavía con tu cuerpo, no porque seas mi madre, sino una mujer preciosa y desnuda delante de mí – añado como atenuante, aunque en el fondo miento como un bellaco, a mi la que me gusta dentro de ese cuerpo es precisamente ella, mi madre y prácticamente nada más.

– Pero el problema es que lo soy… ¡Soy tu madre! – añade.

– Pues mejor, masturbarme con alguien a la que además adoro.

Sonríe algo aturdida por ese comentario Sus pezones se siguen viendo duros y sus piernas se mueven nerviosas, juntando sin cesar sus muslos. Está loca por tocarse igual que yo. Creo que tengo que tirarme a la piscina y lo hago, asumiendo todos riesgos, pero agarro mi polla con mi mano y comienzo a masturbarme delante de ella esperando sus reacciones.

Abre los ojos como platos sin dejar de mirar ahí, justamente donde mi mano está dándole a la zambomba con todo el descaro. Sé que me la juego del todo, pero ahora mismo ya no pienso, solo tengo que pajearme para soltar todo lo que llevo dentro.

– ¡Víctor!

– ¿Qué pasa? – contesto como quién no quiere la cosa.

– Para, por favor. No hagas eso.

– ¿Por qué, mamá? Estoy muy excitado necesito apagar este calor que llevo dentro y creo que tú deberías hacer lo mismo.

– ¡Calla, por Dios!

– Es la verdad mamá, yo es que no puedo más.

– Podrías esperar y hacerlo en el baño.

– Pero ¿Por qué? Vamos, deja esa mojigata en casa y muestra la hembra caliente que llevas dentro.

Sí, lo he dicho y ya no sé ni lo que digo, pero es que ya todo me da igual. Y no me quedo ahí, sino que la sigo alentando.

– Mamá, pellizcarte los pezones, vamos.

– ¡Hijo, calla por favor… esto no puede ser! – dice separándose de la pared, pero sin dejar de mirar mi glande que aparece y desaparece de entre mis dedos.

– Vamos, mamá, tócate…

– Esto es muy fuerte. No me lo puedo creer… – afirma con sus ojos como platos.

– Ya lo creo. Vamos, anímate y tócate las tetas. Me gustaría ver como lo haces.

– No puedo hacer eso.

– Venga, claro que puedes, ya tenemos más que confianza. Recuerda, este es nuestro viaje secreto. – insisto una vez más.

– No puedo.

– Demuéstratelo a ti misma, a ver si eres capaz.

Creo que no solo mis palabras sino los gritos y jadeos que se oyen al otro lado de la pared y su propia calentura hacen el resto. Y yo alucino. Mamá se echa mano a su teta y empieza a acariciarla. Nada más hacerlo mi polla suelta unas gotas de líquido pre seminal, que no se escapa a su visión, pues saca la lengua como si se relamiese al verlo. Está algo borrachilla, pero sobre todo cachonda perdida. Sus dedos pellizcan sus pezones con más fuerza y se la oye ronronear, cuando se produce algún silencio de nuestros vecinos.

– ¡Tócate el coño! – digo desbocado como si fuera una orden

– ¡Pero…!

– ¡Vamos, mamá!

Ella cierra los ojos, asumiendo ya que está derrotada y que su calentura le supera. Una de sus manos baja hasta su entrepierna y allí se pierden un par de dedos mientras la otra mano sigue acariciando otro de sus pechos.

A partir de ahí mamá se ha transformado, ya no está con esa sensación de sentirse cortada por cada acto, sino que ya está metida en faena, pues sus dedos han acabado entre sus labios vaginales al tiempo que abre sus piernas y su boca. Está gozando y yo no digamos pues mi paja aumenta de velocidad al ver esa imagen inalcanzable de mamá masturbándose a medio metro. Sus dedos juegan entrando y saliendo de su chocho que emana flujos pues salen empapados. Se los lleva a la boca y los chupa ofreciéndome una imagen que no olvidaré nunca, pues se exhibe delante de mí, más cachonda, imagino, que en sus pajas en solitario. Yo estoy a punto de correrme, pues no puedo ver por más tiempo esa escena tan caliente y ella jadea más fuerte, su pecho se hincha por momentos, sus piernas están muy abiertas y su dedo índice y corazón están masajeando sus labios externos y su clítoris, entrando en trance. Cierra los ojos y sus jadeos se convierten en gemidos y casi alaridos. Apoya su espalda en la pared y su cabeza queda ligeramente mirando hacia arriba, su boca abierta y su lengua jugando con sus labios, sus piernas temblando y todo su cuerpo estremeciéndose. Se está corriendo con todas las ganas. Yo sigo meneándomela pero esa imagen de mamá con su espalda apoyada en la pared y en ese orgasmo tan maravilloso que ha disfrutado y yo como su único espectador hace que mi verga se tense y en un instante me viene el primer impulso y a continuación sale disparado un chorro incontrolado que acaba chocando justamente contra la teta izquierda de mamá, el segundo en su cadera. Los demás van cayendo por sus piernas, dos, tres, cuatro y hasta cinco lanzamientos potentes que le lanzo sin remisión. ¡Me he corrido sobre su cuerpo desnudo!

Abre los ojos alarmada, mira como mi semen se escurre por sus muslos y sale corriendo de nuevo hacia el baño. No sé si en ese momento se enfadará conmigo para siempre, pero creo que ha sido maravilloso y tenía que tomar ciertos riesgos y aventurarme a eso que seguramente nunca se podrá repetir.

Me limpio con un pañuelo de papel y salgo a la terraza, desnudo, a tomar un poco el aire. La noche es mágica y está llena de estrellas, casi todo parece un sueño, sin embargo ha ocurrido de verdad. Desde allí se puede ver el mar, a pesar de la oscuridad y me siento en la gloria. Estas vacaciones serán inolvidables para el resto de mi vida.

Al cabo de unos minutos mamá entra en la terraza. Me vuelvo y me doy cuenta de que se ha puesto un albornoz. No consigo que me mire a los ojos. Se pone a mi lado apoyada en la barandilla mirando ambos al firmamento, sin decir nada.

– Hola vecinos. – es la voz de Sandra al otro lado de la terraza que nos saluda.

Está desnuda y veo que está observando fijamente mi polla que ahora está algo morcillona y ella instintivamente pasa su lengua por sus labios. Puede ser casualidad o un acto reflejo..

– Hola – contesta mamá.

– Espero que no os hayamos despertado- añade la vecina con una sonrisa nerviosa pues sabe que sus alaridos y gemidos se han tenido que oír.

– No, no. – contesta ciertamente cortada mi madre.

– Nos habréis escuchado, supongo… pero es que estábamos muy cachondos.

– Un poco.

– Jeje… bueno vosotros también…

– ¿Nosotros qué? – pregunta mi madre.

– Que también estabais calientes, os hemos oído.

En ese momento mamá y yo nos miramos, entre confundidos, avergonzados y sorprendidos, pues en plena faena masturbadora no hemos caído en que nos podrían haber escuchado ellos.

– Oye, que no pasa nada. A eso hemos venido a este viaje, a follar, ¿No? – dice sonriente Sandra sin dejar de observar mis atributos.

En ese momento noto que mi polla vuelve a retomar su crecimiento rememorando esos momentos que nos recuerda Sandra y decido salir disimuladamente de la terraza. Ellas se quedan hablando amigablemente en la terraza mientras yo me tumbo en la cama intentando asimilar tantas cosas.

Mamá tarda en regresar, no sé de qué estarán hablando y yo mientras, tras pensar en esos minutos decido cómo pedirle disculpas y que todo lo que ha ocurrido ha sido fruto del alcohol, de las locuras de tantas sensaciones encontradas, que lo de la paja compartida ha sido un arrebato y que lamento haberme corrido sobre su cuerpo. Ella entra en la habitación y justo en ese preciso momento en el que voy a abrir la boca con cara de cordero degollado es ella la que se me adelante sonriente.

– ¿Sabes hijo?, Sandra me ha dicho que tienes un cuerpazo y una polla preciosa.

– ¿Cómo? – pregunto.

– Sí, me ha dicho que te ha visto la polla y que le ha dado envidia, que me sentiré dichosa de tenerte, incluso me ha preguntado que qué tal follas y que se siente teniendo esa polla dentro.

– ¡Joder! y tú… ¿qué le has dicho?

– Pues me he sentido orgullosa y le he dicho que follas de maravilla y que me encanta sentirla bien adentro taladrándome. Que me gusta cómo me taladras con esa polla- dice mientras sonríe nerviosamente.

Se quita el albornoz ofreciéndome de nuevo su divina desnudez dispuesta a meterse en la cama. Apenas puedo articular palabra, no soy capaz de asimilar esa desvergüenza de mamá, pero sí mi polla que ha vuelto a ponerse dura y mirando al techo.

– ¡Hijo mío qué rápido te recuperas! – dice con la boca abierta mirando mi erección.

Me meto en las sábanas y nuestras caderas se rozan ligeramente y yo vuelvo a estar nervioso, excitado.

No sé si podré dormir en toda la noche…

Juliaki

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juliaki@ymail.com

 

Relato erótico: “NI TU, NI YO, ¿QUIEN DARÁ EL PRIMER PASO?, ¿QUE LOBO GANARÁ?! 2 DE 3 (POR RAYO MCSTONE)

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TERCER DÍA, MIERCOLES: La asesoría

El sexo no son más que emociones que desean ser transmitidas a la otra persona, con tanto cariño y tanto amor, que nos produce placer. Anónimo.

“La mercadotecnia lúdica, como bien recordarán…” De pronto a Cosme Iván se le fue el hilo conductor de su clase, y es que Lizbeth se había puesto una minifalda de mezclilla que en un movimiento imprevisto le hizo recordar el esplendor de esas largas y torneadas piernas, todas ellas en el conjunto de una mujer de pelo negro largo, cara de niña y curvas de hembra derecha y hecha. No era la primera, ni sería la última vez que le pasaba con ella u otra alumna, lo que sucedía es que ya había aprendido a disimular muy bien ese tipo de desliz…nadie se percató, solo Lizbeth que descubría y pillaba por primera vez al profe en esa mirada, orgullosa de vencer de alguna manera a ese maduro hombre con fama de no prestarse a nada, su innata feminidad se desbordo para sonreír también por primera vez de otro modo y aún más victoriosa se sintió cuando vio que él titubeaba.

Lizbeth estaba aplicando para una vacante muy importante en una gran empresa trasnacional de la ciudad, deseaba seguir radicando en Guadalajara. La última entrevista era con un Gerente que había mencionado de muy buen modo al profesor Cosme Iván, ya que lo conocía de otras circunstancias. Le pediría asesoría para tener éxito en ello.
Por su parte, Cosme Iván tenía que hablar con esa tremenda hembra que lo había pescado. Claro que se dio cuenta, pero supo manejarla y sobreponerse. Le estaban pidiendo una candidata confiable de una empresa a la cual había asesorado recientemente. Sin saberlo, dos personas de la misma empresa estaban lanzando sus redes y sin saber que ambas conducirían a una excelente futura profesionista, además muy hermosa, sobre todo joven, dispuesta a aprender y colaborar.

Al término de la clase, ambos se encontraron para solicitar hablar uno con el otro. Se rieron por la coincidencia de estarse buscando. Una vez en la pequeña oficina del maestro, se explicaron y concluyeron.

Lizbeth: Okey, entonces debo manejar con cuidado mi imagen moral en dicha empresa.

Cosme Iván: Ciertamente, en esa empresa hay muchos don juan, solteros, casados, divorciados y su filosofía de trabajo no favorece las relaciones entre el personal, aunque en su currículum oculto se da, pero ya depende de ti…la fama que te ganes, es como en la escuela, ya vez se dicen cada cosas (quería saber la conducta que pudiera tener en el presente, azuzado por sus pensamientos de ayer).

Lizbeth: (quien la capto de inmediato), ¿A qué te refieres Iván? Para lo cual cruzo sus piernas lentamente, buscando primeramente entrenar para ya su futuro manejo profesional para con los hombres, sabía que en una empresa, entraría a la jaula de las jaurías desbocadas. Había tenido muy buenos maestros que tocaban el tema y más sabiendo la cultura organizacional predominante en el medio, de acoso sexual y prebendas gracias a favores corporales, eso no estaba con la filosofía de esta importante Universidad de carácter jesuita.

Cosme Iván, con seguridad, no permitiría salir mal librado de esta de a poco escabrosa conversación: Pues a que pudieras ser de cascos ligeros, a tener falta de valores y meterte por ejemplo, con un casado.

Lizbeth: Ahhh…claro, además anunciare que ya estoy prometida y próxima a casarme en unos dos o tres años, yo sabré poner a raya a los incautos, ja no será diferente a mis compañeros…acuérdate que en una clase se platicó de eso…lanzándole ya una mirada de reto abierto, de coquetería innata como para asegurarle que ella tenía el control de todo.

Cosme Iván: ahhh, bien que te acuerdas de las clases, haber te acuerdas que debemos ser muy prácticos, para también con confianza poner una de sus manos abiertas en el muslo de su alumna y decirle: es una prueba…haber, si de pronto tu jefe te coloca la mano así, y te empieza a acariciar así, qué harías, con descaro y aplomo empezó a acariciar ese piernón suave y firme al mismo tiempo.

Lizbeth, con ojos encendidos como carbón: Pues, le dejaría un rato, pero después…tomando con su mano, la mano del otro, decirle: Jefe, su mano no debe estar aquí, ya que no le doy motivos de nada, en este momento soy capaz de ir a Recursos Humanos,
De pronto, Cosme Iván forcejeo, como dando a entender que no haría caso…la alumna preferida con seguridad en sí misma, le indica con la mirada que hay cámaras grabando y que ella no va a permitir nada…

Sonriendo los dos, se dan la mano augurando que ella conseguirá el trabajo.

ELLA:

Temblando como una niña desprotegida en el baño de mujeres más cercano, odiaba y agradecía a su profesor la prueba sometida. Sabía que no estaba nada lejos de la realidad la posibilidad de que le sucedería algo así…si algo tenía su maestro era que es muy realista y si busca que sus grupos aprendan. Su temblor le llevo a poner su mano en todo el muslo en donde buen tiempo la estuvo acariciando como nunca en su vida lo había sentido. Sus rubores se le fueron a la cara, había hecho un gran esfuerzo por no denotar su nerviosismo, la catarsis que estaba sintiendo por esos candentes instantes de alguna manera eran gratificantes, ya que de suceder en la realidad, tendría que saberse manejar. Realmente sintió un placer profundo al ser acaricida por esa mano morena, a punto estuvo de emitir un gemido y cerrar los ojos. Sin pensarlo, se acariciaba tal y como él se lo había hecho su profesor y sentía un cosquilleo por todo su cuerpo, tal y como lo sintió momentos atrás.

EL:

Echándose agua en la cara para refrescarse, riendo nervioso al vérsela toda colorada,Cosme Iván sentía un leve temblor en sus manos. Nunca había llegado a tanto en una prueba tan real con sus alumnas, siempre era muy cuidadoso de no tocar a las mujeres. Tuvo que reunir toda su experiencia y sapiencia para verse seguro y como si estuviera entrenando, cuando en realidad vio la oportunidad de tocar esos muslos de maravilla. Simplemente la sensación corporal que sintió y siente en la dureza y suavidad de esa piel, no se comparaba ya con la ya muy conocida de su mujer. Tuvo que realizar un acomodo en su asiento y no permitir que le vieran la entrepierna, ya que una erección fuerte se le había provocado en toda esta extraña asesoría con su alumna.

Sin pensarlo, se acariciaba tal y como ella se lo había permitido y sentía un cosquilleo por todo su cuerpo, tal y como lo sintió momentos atrás.

CUARTO DÍA: El desengaño

El amor es la respuesta, pero mientras usted le espera, el sexo le plantea unas cuantas preguntas. Woody Allen.

Cosme Iván perplejo le replicaba a su esposa: Pero entonces, ¿es un mes de tratamiento?

Janeth, realmente preocupada: Así es querido, yo sé que siempre tienes ganas, como yo, pero debemos esperar por el bien del tratamiento. Nunca pensé que ya estaría en la antesala de la menopausia. ¿quieres? ¿podemos intentar de otra forma?
¿Tienes ganas así? Colocando su manita graciosa en el instrumento viril de su hombre que de inmediato reacciono.

Cosme Iván, con la mejor cara posible: No es necesario, de requerirse te diría, jajaja. Me preocupa que estés bien de salud. Sé que es lo mejor. Lo que me encabrita es que en una empresa importante me están pidiendo una candidata y están privilegiando la imagen corporal antes que la competencia. No entienden que no debe estar reñida. A pesar de que les envié una muy buena prospecto, no se están fijando en su desempeño, sino en su físico y me preocupa que en el futuro próximo estén más centrados en eso y no en su desarrollo pleno.

Ayyy querido, siempre tan preocupado por los demás, ya sabrá defenderse y desarrollarse tu alumna.

Lizbeth no podía creer lo que las evidencias contundentes de un video y unas fotografías le indicaban. Su despechada amiga había estado investigando. En esa misma Semana Santa, la pandilla de Agustín y Michel, una vez que las habían dejado después de la ceremonia religiosa de la noche del fuego nuevo, se habían ido a un antro en donde evidentemente estaban tomando y conviviendo con mujeres de la vida galante. No faltaba ser adivino, para suponer como habría terminado todo aquello. Las muestras de “cariño” entre los cinco amigotes y las vulgares mujeres no dejaban nada a la imaginación. Mayte había obtenido ese video de una forma vil, se había acostado con otros de los amigotes…simplemente su venganza era terrible, se había desenfrenado y antes de ir con el amigote, le platico que se ligó al maduro entrenador de la selección de soccer de la escuela y vivió su segunda experiencia como debe ser, aprendió y reafirmo que el sexo bien hecho era placer puro y no la fregadera que le hizo su exnovio. Lizbeth estaba impresionada con su amiga. Era muy hermosa y curvilínea, no le fue nada complicado ligarse al afamado exfutbolista profesional que ahora desempeña el cargo de entrenador, le calculaba unos 40 a 42 años. Había jugado con el Club Deportivo Toluca en los años 80 y ahora radicaba en Guadalajara en donde había terminado su carrera profesional con el Club Atlas (pero la historia de Mayte es otra historia por contar). Al amigote, del cual no quiso decir el nombre, ya que Lizbeth se llevaba con todos ellos, que son de Santiago y sus alrededores, le saco el video sin que supiera, ya que lo agarro desprevenido. Los vulgares y prosaicos hasta habían tenido el cinismo de filmarse y tomarse fotos.

Su entrevista fue un éxito. Obtuvo el puesto. Empezaría de a poco, para respetar su último semestre. Lo que le molestaba, es que la mayoría del personal masculino, incluyendo su futuro superior y sus compañeros no le ocultaron en nada sus miradas cargadas de deseo y lujuria. Ese pensamiento le llevo sin querer a la inefable comparación con su profesor que aunque a manera de prueba en su oficina jugo al seductor, no se asemejaba a esas claras señas de que estaría nadando entre tiburones. No le daba miedo, para eso se había preparado, pero todo se le junto para un malestar, un desengaño inquieto. Estaba desengañada de que todo fuera color de rosa en su noviazgo, era muy probable que su novio tuviera una actitud parecida a la de Michel y el otro amigote, del cual su amiga no le comento, solo que tampoco le hizo muy bien el sexo, nada comparado con el maduro ex profesional de soccer del cual prácticamente ya era su amante, sin saber que era el mismo Agustín ese amigote. El desengaño sería más brutal de haberlo sabido en este momento.
ELLA:

Casi sentía lo que Mayte le fue platicando con lujo de detalles. Su segunda experiencia había sido en los vestidores de las mismas instalaciones deportivas de la Universidad. El morbo, el peligro de ser descubiertos, la diferencia de edades, la descripción tan minuciosa que le hizo, le despertó la curiosidad y su libido dormida. El entrenador era desgarbado, flaco y alto, de piel blanca, ya casi sin pelo, había jugado de defensa central. En algunas ocasiones vistió la casaca de la Selección Nacional. En Guadalajara, aparte del tequila, los temas sexuales, el otro tema favorito es el futbol. Era muy conocido en el medio. No se imaginaba a ese maduro flaco con el juvenil cuerpo de su amiga. ¿Quién sería el otro amigote?. Quitando a Agustín, solo quedaban tres opciones. No se imaginaba a ninguno con su amiga. Su amiga le platico que con el DT había llegado a tener dos orgasmos en su primer encuentro, se los describió con lujo de pormenores y que con el amigo, simplemente no sintió gran cosa, ¿Por qué? Ella con su novio si se había llegado a encender, ella nunca se había masturbado, aunque sabía cómo se podía hacer, sin proponérselo y pensando en todo esto, empezó ella misma a hacerlo, de a poco a poco se fue encendiendo, sus dedos eran más rápidos y entraban a mayor profundidad en su rajada tierna y que no conocía invasor alguno todavía. Llego a un nivel en donde empezó a pensar en la caricia sobre su muslo de su profesor, en el cuerpo de este, en el abrazo que le dio a la esposa y sin saber porque se imaginó que era él quien le introducía esos dedos, un largo ayyyyyyyyyyy, antecedió a un casi orgasmo, por lo cual asustada paro en seco para irse a dar un baño de agua fría.

EL:

Trotaba en un parque cercano a su casa, pero le incomodaba que le llegaran pensamientos de las jóvenes mencionadas como escorts de lujo, ya que le dieron nombres y las conocía, estaba impactado, nunca hubiera pensado, le llamaba poderosamente la atención lo bien que fingían y lo discretos que eran los estudiantes con este tema. Estaba inquieto, le habían comentado que se sabía o se sospechaba de otras, ¿será que Lizbeth fuera una de ellas?.

También le incomodaba la plática que tuvo con el personal de la empresa que le solicito una candidata. ¿Cómo era posible que le mencionarán que estaban entusiasmados con Lizbeth, por su físico y no por sus competencias?…Carambas, al paso de los años, las empresas siguen sin cambiar, de hecho consideraba que estaban peor que antes, ya no había formalidad, la palabra no servía de nada, aún a veces con documentos formales por escrito, los jóvenes actuales son demasiado irresponsables. Él era mucho mayor que esos ejecutivos de esta empresa, desaprobaba su visión de trabajo. Una cosa es recrearse la vista con esos cromos humanos, tener hasta malos pensamientos, y otra privilegiar en un trabajo solo la imagen, lo de fuera y no buscar un pleno ejercicio de la profesión, realmente le molestaba ese tipo de conductas, tal vez por eso nunca encontró acomodo alguno en sus trabajos fuera de la docencia, en este trabajo se sentía a plenitud ya que se manejaba en un plano del “deber ser” y no de esta tonta realidad de tomas de decisiones equivocadas. Fiel reflejo de hasta lo que está pasando con la Selección de México de futbol soccer a punto de quedar fuera del mundial, los de arriba deciden muy mal, sin análisis solo pensando en sus beneficios económicos y engañar y manipular a las tontas masas. Dejando jugadores sin pasión por su oficio, pero que
“venden” por estar en equipos mediáticos del país o en el extranjero. Esa molestia que sentía, no acallaba la palpitación de su miembro viril, sus pensamientos eran duales: por un lado intelectualizaba todo esto, pero por el otro no dejaba de visualizar la imagen de la suculenta Lizbeth y de la caricia que le dio a su muslo. Tenía que bajar de vez en vez el trote, para acomodarse el short y que no fuera evidente para otros su inminente erección y hacer un esfuerzo grande para mitigar su fuerza. Sin mayor remedio se tuvo que sentar en una banca y de plano acostarse en el jardín, ya que su pene estaba por completo erecto. Llego a un nivel en donde empezó a pensar en la caricia sobre el muslo de su consentida pupila, en el cuerpo de esta, en el abrazo que le dio a su esposa (que fue lo último de contacto físico con ella, por lo de su tratamiento) y sin saber porque se imaginó que era a la juvenil futura profesionista a quien le abrazaba, de solo sentirlo, su virilidad hasta brincaba, por lo cual asombrado de su inusual fuerza, descanso a tranquilizarse, se paro en seco para irse a su casa a darse un baño de agua fría.

QUINTO DÍA: El enojo

El sexo forma parte de la naturaleza. Y yo me llevo de maravilla con la naturaleza. Marilyn Monroe.

El viernes se iniciaban los magnos festejos de Aniversario de la afamada Institución. Era un año importante. Se daría un concierto de música mexicana clásica con el afamado tenor Fernando de la Mora en el no menos reconocido a nivel mundial, Teatro Degollado.

El Teatro Degollado es un edificio de mediados del siglo XIX, ubicado en la ciudad mexicana de Guadalajara. El inmueble es escenario habitual de recitales, conciertos, espectáculos de danza clásica y contemporánea. Asimismo es la sede de la Orquesta Filarmónica de Jalisco, que acompañaría en esta ocasión a de la Mora.

Fernando de la Mora, es un tenor mexicano que nació en León, Guanajuato en el año de 1958. Es muy reconocido a nivel mundial. Gracias a la calidad de su voz, presencia escénica y carisma, el talentoso cantante mexicano ha sido calificado por los críticos como uno de los mejores tenores del mundo. Su repertorio incluye canciones mexicanas como boleros, románticas e incluso clásicas antiguas del país.

A tal efecto y como durarían varios días las festividades, atravesándose unos días de asueto más por uno de los tantos “puentes” que el país tiene (días de descanso obligatorios por Ley o por la Secretaría de Educación), Agustín estaba de visita en Guadalajara.

Lizbeth acompañada de su flamante prometido que incluso vestía de smoking, dado que era una función de gala, lucía imponente con un entallado vestido color bugambilia mexicano que resaltaba todas sus curvas, el escote por supuesto que era generoso, sus zapatillas le resaltaban aún más ese nalgatorio que se cargaba. Su pelo largo y negro contrastaba con el color del vestido, que llevaba entrepierna, por lo cual al caminar o sentarse dejaba ver buena parte de sus exquisitas piernas.

A lo lejos vio a su profesor Cosme Iván sentado solo, sin su esposa. También lucía impecable en su traje de gala.
Una vez sentados, sintió algo que le molestaba en la parte lateral de su pierna, al acorde de la primera canción del tenor, su éxito “Amor del Alma” del compositor Juan Gabriel, de la Mora entraba con todo para de inmediato prender al abarrotado foro que lo recibió con una carretada de cálidos aplausos. Su novio erguido fingía poner atención, ya que en realidad estaba en sus propios pensamientos. Alguien grito: “Bravooo…”

“Es más fácil esperar que tú me quieras, a que esperes que algún día yo te vea… Yo daría toda mi vida por mirarte,
y mi muerte por que un día me quisieras…”

Volvía a sentir que algo le molestaba, volteo para ver como en cámara lenta, a su profesor moviendo la cabeza de un lado a otro, al evidentemente estar leyendo algo en su celular. La molestia en la pierna le recordó la caricia en su muslo. Se tocó y vio que era el lujoso celular de su novio que incluso vibraba recibiendo un mensaje. Al ver que se trataba del número de su amiga Mayte, se sorprendió, con una puñalada de celos que le abordo su corazón, curiosa leyó: “Es la última vez que te contesto, no quiero saber ya nada de ti, fui una estúpida por lo de la otra vez, pero entiéndelo, nunca volverá a pasar, nunca más”.

Su primera reacción fue de susto, pero de inmediato el enojo hizo presa de su juvenil corazón. Las palabras y la maravillosa música no hicieron más que enervar su emocionalidad, a punto estuvo de reclamarle a su novio, pero su intelecto ganó, prefiriendo esperar un momento más oportuno. Lo único que evidenciaba su malestar profundo era el temblor repentino de su cuerpo.

“Tú puedes ser la luz de mi camino, prometo estar contigo hasta que mueras, simplemente solo dame una esperanza, que yo sin verte te daré mi vida entera…”
Su novio volteo, le sonrió, no sintió cuando ella le puso su celular en su bolsillo. Otra vez su mirada viro para encontrarse con la de su profesor, supo que estaba muy molesto, lo conocía muy bien. Sintió cuando Agustín la rodeo con sus brazos. Su malestar iba en descarado aumento. Vio que su profesor caminando apresurado, levanto miradas de desaprobación, cuando se puso de pie de improvisto y salir muy rápido de la sección en donde estaba sentado.

“Amor del alma en el silencio de mi obscuridad te veo, que eres linda, que eres buena, que eres santa,
por qué es simplemente lo que yo deseo…”

Amor del alma, que me importa si jamás he de mirarte, si es más fácil esperar que tú me quieras…
que yo sin verte te daré mi vida entera, que yo sin verte te daré…
Como si le hubieran dado una instrucción en su clase, ella en automático y sin pensárselo mucho, también se paró, no soportaba en ese momento que su novio le sonriera, la abrazara, solo le susurro, que tenía que ir al baño, una urgencia de mujeres que de improvisto tenía que atender.

“Amor del alma… amor del alma… amor del alma… amor del alma… amor del alma… amor del alma… amor del alma… amor del alma…”
Cosme Iván había tenido que asistir solo, ya que su esposa por su condición de salud actual no podría ir, sus hijos ya eran grandes y no solían acompañarlo. Estaba muy
molesto con su hijo mayor ya que le confeso que se estaba acostando con una de
las llamadas escorts de lujo de la Universidad. Él no deseaba por ningún motivo dar pie en su trabajo a murmuraciones. Su primogénito le aseguro que nadie sabía de ello, ya que ella lo hacía de buena onda y sin que nadie se enterara, él se estaba cuidando y solo era parte de su formación como hombre. Lo que le molestaba era la ligereza con su vástago trataba el tema, no era cuestión de cuidarse nada más, eran mucho más cosas implícitas. A su regreso tendría que hablar con mayor seriedad con él. Lo que acabo de rematar su enojo, es que le estaban interrumpiendo su concentración para el concierto, era de su música preferida. Al voltear para ver a Lizbeth, a la cual ya se había comido con los ojos a su llegada, su mirada y su arreglo, no le hizo más que encender su libido que no había podido desahogar en ya casi una semana, no estaba acostumbrado a este tipo de ayuno, es un marido muy gozoso, cumplidor y constante en el terreno de las lides de la cama. La gota que derramo el vaso, cuando en su celular recibe un mensaje de su amigo de la empresa a la cual ingresará esa bella alumna, en la cual lo felicita por el monumento de mujer que les envió…nunca mencionando su competitividad. Fue demasiado para su forma de ser, por lo cual necesita estar de pie, despejarse. Ya escucharía y disfrutaría del concierto de pie a un lado, en el pasillo, sería mejor así…decidido se paró y se dirigió para allá, descubriendo que también se sentía molesto, porque no se había percatado de que tenía ganas de ir al baño.
De inmediato, Fernando de la Mora, se lanzó a cantar Guadalajara, con lo cual ya los gritos y vítores, a pesar de ser la segunda canción, auguraban un apoteósico concierto. “Guadalajara, Guadalajara…”

Cosme Iván detuvo un poco su andar hacia el baño, el éxtasis del momento, al ver a todo el público ya de pie, lanzando sobreros, gritando y cantando junto con el tenor, con gusto y olvidando ya su molestia, el también corear la canción de pie en el pasillo. Al finalizar iría al baño.

Por su parte, Lizbeth también emocionada, al fin joven, olvidando ya el desliz del novio y ya casi dando paso a dos decisiones que se estaban formando en su ser, se detuvo en una de la entradas y también corear la canción.

Una vez que termino esta, se dirigió hacia el baño, maldiciendo por dentro, el hecho de que el de mujeres estuviera clausurado con una señalización…se asomó y pregunto en voz alta, pero la voz de otra mujer diciéndole que una persona se había vomitado adentro. Tendría que caminar mucho hacia el otro extremo, por lo cual viendo que nadie venía y suponiendo que nadie vendría al estar todos en el concierto, se metió al de hombres. Con claridad, aunque lejana se escucharon las primeras palabras de la siguiente canción:

“Un suspiro, una mirada

Dos manos que enlazadas están

Una pregunta enamorada

Los labios solamente amor dirán…”

Se metió al reducido retrete, haciéndosele extraño que fuera tan pequeño, se tenía que sentar para hacer su necesidad fisiológica.

Por su parte Cosme Iván que suele caminar de manera sigilosa, entro al baño sin saber que su alumna Lizbeth también se encontraba en el mismo lugar. Se fue al lugar indicado para orinar y procedió, la canción que le llegaba, le alegro que hasta empezó a tararear junto a de la Mora:

“Y en una fiebre de loca pasión Un beso ardiente, mi boca sintió Besos robados, besos de amor…”

Lizbeth, que no escuchaba eso, se salió de repentino al terminar, asustando al desprevenido y cantador Cosme Iván que con el pito en la mano se viro, asustando a la otra que ahogo un grito al verle su “cosa”…los dos no supieron que hacer, solo que cuando oyeron unas voces masculinas que se aproximaban, fue él quien
reacciono yéndose hacia el retrete y empujar suavemente a ella para meterse los dos al minúsculo sitio. A ambos les llegaron las siguientes estrofas:

“Bésame con un beso robado Porque son los que saben mejor Bésame que al besarme me has dejado Un perfume de nardos
Y un romance de amor…”

Estaban casi pegados uno al otro, con esfuerzo Iván se acomodó su pene, no sin dejar de notar que los ojos de Lizbeth no perdieron de vista por ningún momento la maniobra. Las voces no las identifico él, pero si ella, era su novio con el exnovio de su amiga Mayte…se estaban poniendo de acuerdo los descarados para irse de farra, vino y mujeres.

Cosme Iván estaba casi empalmándose, por más que no quería, el tener tan cerca ese generoso escote, las piernas casi pegadas, la respiración agitada de ambos, para que no se pudieran ver los pies de ella por si acaso, tuvieron que girarse en el mini sitio, para lo cual quedaron ya casi abrazados, estando casi a nada de caerse, por lo que ella se apoyó en él y él la tomo de su esbelta cintura…la canción seguía:

“Bésame cuando muera la tarde

Bésame si me juras amor

Otras voces entraban, esto se estaba poniendo candente, los dos estaban uno frente al otro, su respiración se agitaba aún más, los labios entreabiertos…

Bésame que tus besos

Me han hecho que se agite

Mi pecho con locura y amor…”

Las siguientes estrofas se repetían, ellos se veían a los ojos muy de cerca, como nuca habían estado de esa forma, sin saber, ni ella o él, quién fue el primero, tal vez al mismo tiempo, se fundieron en un beso sabroso que duro hasta que en el máximo esplendor de la privilegiada, entrenada e imponente voz de Fernando de la Mora terminara:
“brotara en mi pecho un incendio de amooooooor…”

Un raudal de aplausos ensordecedores hizo que reaccionaran, habían cerrado los ojos, ya que el beso fue profundo, bien dado, intenso tal cual sus personalidades, sin necesidad de palabras, sus ojos maravillados por el claro gozo que recibieron se disculparon.

Disculpa Liz…es que….Shsss Profesor Iván, nada paso, nos ganó el momento.

Ya no escucharon a nadie, por lo cual él salió apresurado: Mañana nos vemos,
gracias por entender esto…

Una sonrisa nerviosa de ella: Claro, claro, descuida…Ella se fue hacia el lavabo a retocarse y salir discretamente para con su novio al concierto.

ELLA:

Pensaba que fue mejor no haber reclamado nada, ni a su amiga, de hecho la entendía y la justificaba. Simplemente, rompería con Agustín, se daba cuenta muy a tiempo que no sería feliz con él. Incluso de eso daba gracias a Mayte. Se trataba de otro chavo inmaduro, estúpido y tonto. Mejor para ella. Así se concentraría en su inminente trabajo, en el proyecto que a la voz de ya tendría que presentar. En este tipo de organizaciones, desde un inicio te encargan ya trabajos. Ya había agendado el día de mañana con Cosme Iván para que le ayudara en ese tema. Ya tenía un gran avance, no era nada del otro mundo.

Lo que paso en el teatro, no hizo más que avivar su decisión de romper con el novio. Por la tarde noche cuando se verían lo haría. Por otro lado, simplemente, nunca sintió lo que experimento en esos breves momentos, así que decidida, mañana se lanzaría a conquistarlo, ya había decidido en toda esta larga semana que su proceso de formación como mujer tendría que ser de otra manera, que mejor manera que con alguien que seguramente lo sabría hacer. Ya estaba decidida. Su manera de pensar, se lo indicaba. Solo le frenaba, pensar que él la rechazaría. Bueno no tenía nada que perder y mucho que ganar. Vería si se equivocaba, y él también se lanzaba, su aplomo estaría en jaque, de alguna manera, seguía aprendiendo.

EL:

Estaba ya más tranquilo, su hijo estaba manejando muy bien su relación de “amigo con derechos”…canijo, de alguna manera estaba logrando lo que el no pudo hacer cuando era joven…andarse comiendo a una compañera de mejor clase social y económica y que mujer, la susodicha hacia honor a la mujer tapatía…de imaginarse a su hijo, se agitaba y más con lo que paso en el teatro…su adrenalina se volvió a poner a mil. De plano, estaba decidido a pasar hacia un umbral que nunca pensó tener en su vida profesional, involucrarse con una alumna. Mañana, se lanzaría con todo a liarse con Lizbeth, se preciaba de juzgar muy bien. En caso de equivocarse con ella, no perdería nada y si ganaría mucho. Estaba seguro, que ella intentaría
también algo, vería como se daría todo. También estaba seguro que de equivocarse, no pasaría a mayores con ella. El desojar esas posibles alternativas lo enervaba, no durmió bien.

 

Relato erótico: “Mi cuñada, mi alumna, mi amante (8)” (POR ALFASCORPII)

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portada narco3Mi cuñada, mi alumna, mi amante (8)

sin-tituloHabían comenzado los exámenes del final del cuatrimestre, por lo que, al suspenderse las clases, no había vuelto a coincidir con Patty desde la ardiente noche en que disfrutamos su fantasía de hacer un trío.

Era fin de semana de carnaval, y como todos los años, la empresa de mi mujer había alquilado un local para organizar una fiesta de disfraces para los empleados y sus familias.

Yo terminaba de abrocharme las sandalias que completaban mi disfraz de general romano, con su casco, su coraza, falda de tiras de cuero y demás complementos que había conseguido alquilar a buen precio. Tere, mi mujer, se miraba en el espejo del dormitorio ajustándose una corona de laurel dorado sobre el cuidado recogido que se había hecho con su morena melena, dando el toque final a su disfraz de noble romana. El vestido que llevaba era como de seda, vaporoso, sencillo y elegante, adornado con un cinturón dorado formado por anillos engarzados unos en otros como único modo de sujeción. La parte delantera se abría vertiginosamente hasta llegar al cinturón, formando un largísimo escote que llegaba hasta debajo del ombligo. A través de esa insinuante abertura, se podía observar la mitad de sus pechos, libres de sujetador alguno. La parte de la falda se abría lateralmente en su muslo izquierdo, mostrándolo sugerentemente cada vez que daba un paso. En su brazo derecho llevaba un brazalete a juego con el cinturón. Estaba tan espectacular que, más que una patricia, parecía la mismísima encarnación de la diosa Venus.

– Tal vez voy demasiado atrevida… -dijo.

– Pareces una diosa- le contesté acercándome a ella y abrazando su cintura desde atrás.

– Gracias, aunque este año tampoco ganemos el concurso de disfraces, sólo por el piropo habrá merecido la pena.

Nos besamos apasionadamente, y si no fuera porque ya era hora de marcharnos para recoger a Patty en su piso, habríamos acabado con nuestros disfraces tirados por los suelos y retozando en la cama.

Fuimos a buscar a mi cuñada, que ya nos esperaba en el portal. Metió su mochila en el maletero y subió al coche. Finalmente, Tere no sólo había invitado a su hermana a la fiesta, sino que para estrenar nuestra habitación de invitados, también le había propuesto quedarse a dormir en nuestra casa. La situación se presentaba interesante y peligrosa a la vez, tenerla tan cerca, con mi mujer presente…

– ¡Hola chicos!- saludó cuando se sentó en el asiento trasero.

A pesar de ir tapada con el abrigo, al verla a través del retrovisor, enseguida reconocí de qué iba disfrazada. Se había alisado su negro cabello, y llevaba sobre su frente una tiara dorada en la que sobresalía la cabeza de una cobra. Se había maquillado el rostro con colores terrosos, y sus ojos estaban pintados trazando dos largas líneas negras en sus extremos, haciendo su mirada aún más intensa de lo que ya naturalmente era. Como no podía ser de otra manera, yendo en concordancia con nuestros disfraces, Patty iba vestida de Cleopatra.

En veinte minutos llegamos al lugar de la fiesta, que ya había empezado. A la entrada del local que la empresa había alquilado para el evento, había un ropero en el que decidimos

dejar nuestros abrigos bajo la custodia del encargado de dicho servicio. Cuando mi mujer se quitó el abrigo, pude ver cómo al chico que lo recogía se le abrían los ojos como platos ante el vertiginoso escote que Tere lucía.

– Lo sé, colega- pensé- mi mujer está muy buena y va vestida cañón.

Le di mi abrigo y le sonreí, el lo cogió y retiró la mirada avergonzado.

Patty también se quitó el abrigo que la cubría completamente, y al verla, mi reacción fue la misma que la del chico cuando vio a mi mujer. Los ojos se me abrieron de par en par, la boca se me quedó seca, y mi polla reaccionó de inmediato. Por suerte, la falda de tiras de cuero que llevaba, y la túnica de debajo, no permitieron que se me notara la tremenda erección que esa divina Cleopatra acababa de provocarme. En realidad, más que disfrazada, mi cuñadita iba medio desnuda. La parte de arriba de su disfraz consistía únicamente en un escueto sujetador dorado formado por tres tiras anchas: una bajo sus pechos con un broche azul con forma de escarabajo, y dos para realzar y cubrir parcialmente cada uno de sus voluptuosos senos, que asomaban en un apretado escote y mostraban sugerentemente su redondez en los laterales. Del mismo color dorado que la parte superior, era la ajustada falda que marcaba sus caderas y culo, dibujando la forma de un tulipán boca abajo. La abertura entre los dos pétalos, que describían la forma de sus muslos hasta cubrir la mitad de ellos, estaba rematada con una tira de tela azul, con grabados dorados de símbolos egipcios, que partía desde la cintura y colgaba hasta las rodillas. Para concluir el disfraz, calzaba unas sandalias con tacón formadas por finas tiras del mismo color que el resto de la indumentaria. Simplemente estaba impresionante.

– ¡Guau, hermanita!- exclamó Tere-. Y yo que creía que iba atrevida… ¡Estás despampanante!, ¿qué opinas, Carlos?.

Reaccioné inconscientemente con una risa nerviosa. ¿La cuestión de mi mujer era una pregunta trampa o era totalmente inocente por tratarse de su hermana?. Una respuesta equivocada me colocaría en una situación delicada; alabar la belleza de otra mujer, aunque se tratase de su hermana, podría ser un error fatal.

Una advertencia de La Princesa Prometida acudió a mi mente: “Nunca apuestes con un siciliano cuando la muerte está al acecho”.

– ¡Uf!- pensé-, mejor responder evasivamente.

– Buen disfraz- contesté finalmente-, muy acorde con los nuestros…

Patty me sonrió con una disimulada y coqueta caída de pestañas mientras le decía a su hermana:

– Gracias, Tere, sólo intentaba no desmerecer ante lo maravillosa que estás tú.

Entramos en la fiesta, y la verdad es que estaba bastante animada. Los compañeros de trabajo de mi mujer y sus invitados bailaban con la música, y bebían alegremente sin distinciones entre cargos dentro de la empresa.

Pedimos algo de beber, mis chicas un cóctel para cada una, y yo, por tener que conducir para regresar a casa, una triste cerveza sin alcohol.

Ya con nuestras bebidas en la mano, nos mezclamos con la gente, saludando a los compañeros y compañeras más directos de Tere. Su disfraz, levantaba elogios (y más que elogios, sospecho) sobre lo bella que estaba pero, por supuesto, las miradas y comentarios también se centraban en Patty, que no daba abasto a saludar con dos besos a todos los compañeros de mi mujer, especialmente hombres, que se le presentaban.

Entre varios Bob Esponja, piratas del caribe, vikingos, vampiros, colegialas, elfos y demás repertorio de disfraces de gente con la que hablamos, fue transcurriendo la fiesta.

– Voy a salir a fumar- nos dijo Patty-, ¿me acompañáis?.

– Ve tú, cariño- me dijo Tere-, que yo voy a saludar a la jefa de recursos humanos, que está muy graciosa vestida de caperucita roja.

Asentí sin oponer resistencia, a pesar del frío exterior, porque necesitaba hablar con mi cuñada a solas.

Ya en la calle, y con los abrigos puestos, Patty encendió un cigarrillo y me ofreció otro que rechacé alegando que Tere lo notaría en mí.

– No está mal la fiesta- dijo-, aunque lo que realmente espero es lo que viene después.

– No tenías que haber aceptado quedarte a dormir en casa, es muy comprometido…

– ¿Comprometido?, no veo por qué. Mi hermana no sabe nada, y a mí me parece que es muy excitante.

– Patty…

– Sólo pensar que estaré en la habitación de enfrente, toda la noche, sola y a pocos pasos de ti…

Esbozó su pícara sonrisa y me exhaló el humo de su cigarrillo.

– No puede pasar nada entre nosotros estando Tere presente, es muy arriesgado- contesté sin poder dejar de mirar la redondez de sus pechos, apenas cubiertos, y tratando de controlar el impulso de abalanzarme sobre ellos allí mismo.

– Ya… entonces… ¿sólo podré oír cómo follas con ella?… Uffff, me encantaría oírlo, y más verlo…- agregó guiñándome un ojo.

– Eso no va a pasar…

Pero Patty no me hizo ni caso, seguía verbalizando sus ardientes fantasías:

– Con lo buenorra que se ha puesto hoy mi hermanita… me encantaría ver cómo la desnudas y le metes la polla… y ver su cara mientras goza… uffff…

– Patty, déjalo, te estás calentando tú solita y me estás calentando a mí. Pasaremos la noche y ya está. Te daré tu merecido en otro momento.

– Perdona, estaba dejando volar mi imaginación… ¿volvemos con mi hermana?.

Me dio un fugaz beso en los labios y me cogió la mano para conducirme de vuelta a la fiesta.

Tere seguía hablando y riendo con gente, mi cuñada se le unió y yo fui a pedir nuevas bebidas para los tres.

Tras varios cócteles de mis chicas y cervezas sin alcohol por mi parte, la fiesta llegó a su fin con el anuncio de la pareja ganadora del concurso de disfraces: un par de informáticos que iban de Águila Roja y su escudero, muy conseguidos ambos trajes.

En el viaje de regreso a casa pude comprobar que tanto Tere como Patty iban algo afectadas por el alcohol, no paraban de reírse rememorando las pintas de la gente de la fiesta, e insistieron en que en cuanto llegásemos a casa nos tomásemos, al menos, una copa los tres, ya que yo no había podido beber nada. Ya en casa, Patty dejó sus cosas en la habitación de invitados, yo dejé el casco y la espada en el dormitorio, y nos pusimos unas copas en el salón.

Entre tragos, que yo daba más rápido para alcanzar el estado de euforia que las dos hermanas ya compartían, hablamos y reímos recordando cómo los compañeros de Tere se habían soltado la melena representando los roles de los disfraces que llevaban puestos.

– Es una pena que no hayamos ganado el concurso- comentó mi cuñada.

– Bueno- contestó mi mujer-, casi siempre se lo acaban dando a alguien de informática. Hay mucho friki en ese departamento, y la verdad es que se lo curran mucho.

– Casi tanto como nosotros- añadí yo-, que lo único que hemos hecho ha sido alquilar el disfraz completo, jaja.

Las dos hermanas rieron conmigo.

– Eso sí, profe- volvió a intervenir Patty-, lo que nadie podrá negar es que íbamos muy conjuntados, y vosotros dos estáis impresionantes como Marco Antonio y Octavia…

– Tú sí que estás increíble de Cleopatra- le contestó Tere-. Has atraído todas las miradas, las de los tíos deseándote, y las de las tías envidiándote… Por cierto, si Carlos es Marco Antonio, yo Octavia, y tú Cleopatra, según la historia creo que quedo en una clara situación de cornamenta, ¿no?.

Mi cuñada me dedicó una intensa mirada con sus hermosos ojos verdeazulados increíblemente destacados por el maquillaje egipcio.

Una alarma se disparó en mi cabeza:

– “¡Control, maniobra Loco Iván!”- resonó en mi mente rememorando La Caza Del Octubre Rojo.

Patty había maniobrado inteligente y temerariamente nombrando los personajes cuya historia es bien conocida para maquinar lo que tenía en mente.

– Cariño- dijo-, ¿cómo vas a quedar en situación de cornamenta si soy tu hermana?, jajaja. Además, con lo buena que estás y lo deslumbrante que estás hoy, el que tendría más posibilidades de cornamenta sería mi cuñado.

Con un felino movimiento, mi cuñada se acercó a su hermana y, tomándola por la barbilla, le dio un suave beso en los labios con el que pareció detenerse el mundo durante un par de segundos. Sus labios se separaron, pero sus rostros permanecieron a escasos centímetros el uno del otro, mirándose directamente a los ojos, creando un onírico momento.

Yo me quedé helado, observando, sin atreverme a mover un músculo o romper el silencio que se había creado.

– La que está buena y deslumbrante eres tú, hermanita- susurró Tere cortando el silencio con sus mejillas ruborizadas.

Esa era justamente la respuesta que Patty esperaba, así que volvió a posar sus carnosos labios sobre los rosados labios de su hermana, que sin saber reaccionar se quedó con los ojos abiertos mirándome. Pero tras un momento de desconcierto, mi cuñada siguió con su maniobra, acariciando los labios de Tere con los suyos, abriendo la boca

para introducir la lengua en la de su hermana y fundirse en un erótico beso húmedo al que sin saber cómo, mi mujer se entregó cerrando los ojos y tomando la cabeza de Patty entre las manos.

Sentí cómo mi entrepierna respondía de inmediato al contemplar el espectáculo lésbico, incestuoso e increíblemente excitante que esas dos bellezas me estaban ofreciendo.

– Eres tan preciosa… – susurró Patty cuando se separó-… siempre te he admirado tanto…

Sus dedos acariciaban el cuello de Tere bajando suavemente hasta su pecho para recorrer la línea media de la vertiginosa abertura del vestido.

– Uffff…- suspiró mi mujer con sus mejillas encendidas-…esto no está bien… eres una mujer… mi hermana… y está Carlos…

– Seguro que a él no le importa…

No dije nada, estaba totalmente obnubilado contemplando la escena, con la polla más dura que un dolmen.

– Esto no puede estar pasando- continuó Tere con la voz entrecortada-. No puedo… ¡oh!.

La experta mano de mi cuñada había bajado hasta el final, y se había deslizado entre los pliegues de la falda de su hermana para encontrar la abertura que le había permitido colarse entre sus muslos y, apartando las braguitas, introducir un dedo en su intimidad.

– Uffff- volvió a suspirar la receptora de tan íntima caricia-, no sigas por ahí…

Patty volvió a besarla enredando su lengua con la de mi mujer mientras su mano hacía movimientos circulares en su entrepierna.

– Esto está mal- jadeó Tere tras el beso.

– No es lo que dice tu cuerpo- contestó su hermana sacándole el dedo embadurnado de flujo vaginal-. Me deseas tanto como yo te deseo a ti…

Mi mujer estaba totalmente abrumada por lo que estaba sintiendo, y no pudo reaccionar. Estaba librando una batalla interna entre su educación, su sentido del bien y el mal, sus sentimientos y las sensaciones que estaba experimentando.

Patty llevó el dedo lubricado hasta los labios de su hermana, y ésta, quizá por la leve embriaguez, o en respuesta a un deseo oculto en lo más profundo de su ser, se sorprendió a sí misma aceptándolo y chupándolo para degustar el sabor de su propia excitación.

Al igual que anteriormente me había ocurrido a mí en mis encuentros con Patty, Tere estaba perdiendo toda compostura, sus principios y valores habían sido derrumbados y reducidos a escombros por la poderosa onda de choque sexual de mi cuñada. Su respiración era anhelante, el rubor de sus mejillas sublime, y sus pezones endurecidos se marcaban y transparentaban claramente bajo la tela del vaporoso vestido.

Mi calor interno me estaba consumiendo al ver cómo una de mis fantasías se estaba haciendo realidad, así que me despojé de la coraza y la faldilla de cuero, quedándome únicamente con la túnica corta típicamente romana sólo sujeta por un cinturón. En ese momento sí que se podía apreciar mi erección levantando la faldilla de algodón de la túnica.

Las dos hermanas volvieron a fundirse en un tórrido beso en el que sus lenguas y sensuales labios combatieron por devorarse mutuamente. Las manos de Patty exploraron nuevamente la abertura superior del vestido de mi mujer, recorriendo la suave piel, extendiendo los dedos por los bordes del escote, colándose bajo la tela para acabar posando las palmas de sus manos sobre los excitados pechos de su hermana.

Tere ya estaba totalmente entregada a la lujuria, disfrutando del ardiente beso, de las caricias en su piel, del masaje de sus duros y redondos senos…

Mi cuñada le ayudó a recostarse sobre el reposabrazos del sofá y, sin dejar de besarla, hizo que mi mujer subiera sus piernas y las abriese para quedarse Patty a cuatro patas entre los muslos de su amante hermana.

Las hábiles manos de mi alumna abrieron por completo la parte superior del vestido, dejando a Tere desnuda de cintura para arriba. Abandonó sus labios y, con dulces besos, fue bajando por el cuello hasta llegar a aquellos deliciosos pechos, ligeramente más pequeños que los suyos, para recrearse besando, lamiendo y succionando los puntiagudos pezones sin dejar de masajear al mismo tiempo con las manos.

Mi mujer jadeaba de pura excitación, y me miraba con sus ojos color miel expresando simultáneamente culpabilidad y placer.

Yo estaba enfrente de ella, sentado en el sillón, disfrutando la escena acariciándome suavemente el paquete por debajo de la túnica y por encima del slip. Le sonreí para transmitirle confianza, y con la mirada le hice saber cuánto me gustaba lo que estaba viendo.

Patty continuó con el descenso por la anatomía de mi esposa, desabrochó el cinturón de anillos dorados, y levantándole el culo le quitó el vestido. Agarró los laterales de las braguitas de encaje blanco, y las fue deslizando por los muslos hasta que, con la colaboración de su incrédula y excitada hermana, las sacó por los pies.

– Estás empapada, hermanita- dijo.

– S-sí- tartamudeó Tere.

– Y yo tengo mucha sed…

– Uffff, Patty…

Ésta se giró hacia mí, y con una mirada de perversa lujuria me lanzó las braguitas a la cara. Estaban mojadas, impregnadas con el penetrante aroma que tantas veces había degustado, pero mi atención continuaba en lo que se presentaba ante mis ojos.

El coñito de mi esposa, con su corto vello negro rasurado en forma de triángulo, se veía hinchado y congestionado manando fluidos. La lasciva Cleopatra se colocó agarrando los pechos de la anhelante Octavia, y enterró su cara en ese ardiente sexo que la llamaba.

– ¡Oooooooh!- exclamó Tere cuando sintió la lengua de su hermanita pequeña acariciándole el clítoris.

Tras veintiún siglos, la esposa y la amante de Marco Antonio por fin se encontraron, reencarnadas en dos preciosas hermanas que estaban descubriendo incestuosos placeres lésbicos.

Mi excitación estaba al máximo observando el esplendor del cuerpo desnudo de mi esposa, con sus pechos apretados por las manos de mi cuñada, que con la cabeza metida entre los muslos de su hermana, me regalaba un hipnótico baile de su culito alzado mientras su lengua jugueteaba con el clítoris y se colaba entre los labios de la vulva para beber todos los jugos que brotaban de ella.

– Mmmmm, oohhh, mmmmm- gemía Tere mordiéndose el labio inferior.

Yo tenía que mantener una disciplina espartana para no acariciar mi enorme erección con más ahínco, pues quería reservar mi corrida para llenar con ella el cuerpo de una de las dos hermanas.

– ¡Diossss, hermanitaaaahh!- exclamó mi esposa-, vaaasss, mmmm, a hacerrrr que mmmme corrraaaaaahh!.

Puso sus manos sobre la cabeza de Patty en un débil intento de detenerla. Ésta levantó un segundo la cabeza:

– Estás deliciosa, hermanita.

Y aferrando aún con más fuerza las estimuladas tetas de Tere, volvió a introducir la lengua en el coño que chorreaba por ella.

– ¡Ooooooohhh!, lo siento, cariño- dijo casi fuera de sí mi mujer mirándome-, mmmme voy a corrrreeeeeeeer…

– No lo sientas- le contesté- disfrútalo.

– ¡¡¡Oh, uuumm, oh, oh, ooooooooooooooohhh!!!.

Soltó la cabeza de Patty y apretó las manos de ésta estrujando aún más sus propios pechos bajo ellas. Todo su cuerpo se convulsionó en un magnífico éxtasis con el que gritó mientras Patty bebía las orgásmicas esencias que el latente sexo de mi esposa le brindaba. Cuando la corrida declinó, mi cuñada levantó la cabeza y subió hasta fundirse con su hermana en un largo beso con el que compartieron el sabor de jugos de mujer.

– Mi preciosa y querida hermanita- dijo Tere recuperando el aliento y clavando sus ojos color miel en los ojos aguamarina de Patty-, me has regalado el mejor orgasmo de mi vida.

Por lo visto, y por lo que estaba escuchando, parecía ser que mi cuñada era tan buena en el arte del cunnilingus como en el de la felación.

– Deseaba tanto disfrutar de tu cuerpo…- le contestó Patty-… siempre me has parecido tan hermosa…

– Me halagas, cariño, pero tú eres mucho más hermosa que yo. Eres tan sexy…- Tere acarició lentamente la espalda y la cintura de su hermana-…tienes una cara y un cuerpo tan excitantes… que incluso siendo mujer y mi hermana, no he podido resistirme a la tentación.

Volvieron a besarse, y yo tuve que dejar de acariciarme, tenía los huevos doloridos, llenos hasta rebosar pidiendo liberar su carga.

– No sé si podré pagártelo de igual modo- le dijo mi mujer-. No sé si podré hacerlo tan bien como tú… ahora mismo me encantaría comprobarlo… pero también debo compensar a mi marido por este desliz- añadió mirándome a mí-. Carlos, ¿qué puedo hacer para compensarte por serte infiel con mi hermana y obligarte a presenciarlo?.

– Yo…- empecé a decir sin saber realmente qué contestar, lo cierto es que acababa de presenciar el que hasta el momento había sido el mejor espectáculo de mi vida.

Entonces Tere reparó en la evidente erección que levantaba mi túnica, y miró a Patty que también observaba mi entrepierna con los ojos llenos de deseo.

– ¡Ya lo sé!- exclamó triunfal mi noble romana-, podrías follar con mi hermana, así quedaríamos empatados… Bueno, si los dos queréis, claro. Patty, ¿follarías con mi marido?.

Me parecía increíble cómo esa inteligente Cleopatra había conseguido mover los hilos para conseguir que su hermana le pidiera follarse a su esposo.

– Mmmm- contestó mi cuñada exhalando humo suavemente a través de sus pecaminosos labios-. Sabes que mi cuñadito está muy bueno… me encantaría echar un polvo con él.

Patty apagó el cigarrillo y las dos hermanas se pusieron de pie delante de mí. Tere quedó tras la sensual Cleopatra, abrazándola por la cintura y apoyando la barbilla sobre su hombro izquierdo.

– Cariño- me dijo-, ¿ves lo buena que está mi hermanita?, ¿le echarías un polvo por mí?.

Yo también me puse en pie, haciéndose aún mas patente el bulto de mi entrepierna.

– Me encantaría- respondí con una sonrisa que Patty contestó sonriendo triunfalmente.

Tere le dio un suave beso en el cuello, y subió sus manos para acariciarle los pechos metiéndolas bajo las tiras de tela que los cubrían.

– Uffff- suspiró Cleopatra.

– ¿Has visto qué pedazo de tetas tiene mi hermanita?- me preguntó mi mujer amasándolas-, tiene los pezones tan duros como los míos.

Desabrochó el sujetador y dejó libres esas dos voluptuosas montañas que me volvían loco. Yo me desabroché el cinturón y me saqué la túnica por la cabeza, quedándome con el calzoncillo marcando un exagerado paquete que las dos hermanas devoraron con la mirada.

Tere deslizó sus manos recorriendo la sinuosa cintura de Patty, bajando por ella para llegar hasta sus caderas.

– ¿Qué te parece el cuerpo de mi hermana?- me preguntó.

En ese excitante momento ya no tenía ningún reparo en responder una pregunta de ese tipo:

– Es un cuerpazo hecho par dar y recibir placer…

– Mmmm, estoy de acuerdo…

Estaba alucinando con cómo mi dulce y fiel esposa había superado todos sus prejuicios y se había entregado por completo a la lujuria. La experiencia con su hermana había despertado en ella algo que nunca había salido a la luz, algo oscuro y salvaje, y le estaba gustando experimentarlo. En ese momento comenzó a acariciar el culo de mi cuñada sin atisbo del mínimo pudor.

– …tiene el culo redondito- dijo-, duro y elevado.

Mi situación como espectador y las sugerentes palabras de Tere, me estaban llevando a la locura de pura excitación.

Le desabrochó la falda y ésta cayó al suelo mostrándonos lo que a ambos nos dejó perplejos: ¡Patty no llevaba ropa interior!. Su vulva se mostró totalmente rasurada, hinchada, sonrosada y mojada, tan apetecible…

– ¡Joder con Cleopatra!- dijo Octavia-. Eres un poco zorra yendo por ahí sin bragas…

La aludida esbozó una sugerente media sonrisa y, girando la cabeza, lamió con la punta de su lengua el labio superior de su hermana.

Un placentero escalofrío hizo que mi mujer temblase de la cabeza a los pies, y respondió acariciando el recién descubierto coñito para tomar su humedad y degustarla llevándose los dedos a la boca:

– ¡Qué rica estás, hermanita!.

Tere se estaba recreando con la situación, para mi asombro y satisfacción, estaba disfrutando su recién descubierta lujuria y el poder que en ese momento tenía sobre su hermana y sobre mí para que hiciésemos cuanto ella quisiera. Entre las dos me estaban haciendo sufrir lo indecible. Necesitaba follar ya, me dolían tanto las pelotas que el juego se estaba convirtiendo en una tortura, así que me quité el slip y mi polla se presentó ante ellas apuntándolas directamente, con el glande enrojecido y húmedo, con gruesas y palpitantes venas recorriendo todo el tronco.

– Cariño- le dije a mi esposa-, la expectativa me está matando, necesito hacer algo o voy a explotar.

– Siéntate- susurró-, que ahora te vas follar a éste pedazo de hembra que es mi hermana- añadió dándole un cachete en el culo.

– ¡Au!- exclamó Patty mirando a su hermana con cara de puro vicio-. ¿Te apetece?- preguntó dirigiéndose a mí y guiñándome un ojo.

Me senté en el sofá y mi mujer dirigió el cuerpo de mi cuñada para que se pusiera a horcajadas, con las rodillas en el asiento, sobre mí. Sus generosos pechos, con sus protuberantes pezones quedaron a la altura de mi boca, así que cogiéndola de su estilizada cintura se los besé.

– Mmmmm- gimió.

Tere agarró la base de mi verga con una mano, y con la otra sobre el hombro de su hermana, la fue haciendo bajar lentamente, hasta que nuestros sexos contactaron. Sus jugos mojaron aún más mi glande, y con la guía de mi esposa, éste fue abriéndose paso poco a poco entre los labios vaginales para ir penetrando en esa ardiente cueva de placer.

– Oooooohhhh- gemimos los dos simultáneamente.

Empujada por Octavia, Cleopatra siguió bajando, introduciéndose más y más la gruesa pértiga, hasta que su vulva tocó la mano de mi mujer. Ésta la apartó sorprendida, y observó con excitado estupor, cómo ese voraz conejo continuaba engullendo la zanahoria hasta que ésta desapareció totalmente.

– Uuuuuuuffffffff- resopló Patty.

– ¡Jooodeeeer, preciosa!- exclamó Tere palpando con su mano para comprobar que toda mi polla estaba dentro de ese escultural cuerpo-, ¡te ha cabido toda!. A mí no me entra tanto…

Como en anteriores ocasiones, nuestros sexos habían encajado a la perfección, estaban hechos el uno para el otro, clavija y enchufe.

– Mmmmm- gimió mi cuñada-, me encanta la polla de tu marido, la siento empujándome en lo más profundo de mí.

– Ufffff, cariño- dije yo-, tu hermanita tiene el coño profundísimo, mojado y caliente… ¿puedo darle como se merece?.

Ya que mi cuñada había dispuesto el escenario, y le había otorgado la batuta de dirección a mi esposa, pensé que por el momento, lo mejor era que siguiese creyendo que era ella quien dominaba la situación.

– Sí- dijo-, fóllatela por mí y haz que se corra para que yo disfrute viéndolo.

Empecé a mover mis caderas levantando el culo del asiento y tirando de Patty hacia arriba tomándola por la cintura. Ella acompañó mis movimientos con poderosos contoneos de sus caderas.

– Mmmm, aaahh, mmmm- gemía disfrutando cada movimiento de mi verga en su interior.

Mi posición sentado, con la espalda apoyada en el respaldo del sofá, era muy cómoda, me permitía seguir los movimientos de mi cuñada perforando su coño en profundidad. Tenía las manos libres para recorrer todo su precioso cuerpo, y sólo acercando mi cabeza, podía atrapar sus bamboleantes senos con mi boca para succionarlos con glotonería y mordisquear sus deliciosos pezones.

Tere nos observaba fascinada, con su coño manando fluido nuevamente. Le estaba excitando sobremanera ver cómo su marido se follaba a su hermanita pequeña, y ésta era tan sexy, gimiendo, mordiéndose el labio inferior, poniendo caras de extremo placer, arqueando su espalda y sacando pecho, atenazando mis hombros con sus manos… que no pudo evitar sentirse irremediablemente atraída por ella; así que comenzó a participar del polvo recorriendo ese libidinoso cuerpo con las manos. Acariciaba su culito, que se movía adelante y atrás, exploraba la separación de sus nalgas, se chupaba un dedo para introducírselo en el ano con placenteras consecuencias, acompañaba mis manos recorriendo caderas, cintura y pechos, le masajeaba el clítoris, besaba y lamía el cuello de su hermana surcando la suave piel para llegar hasta succionar el lóbulo de la oreja, le giraba la cabeza y degustaba sus labios y lengua como el más exquisito manjar…

Patty gozaba tanto de mis envites y del cúmulo de sensaciones que las cuatro manos y las dos bocas que la amaban le estaban proporcionando, que gemía y gritaba escandalosamente:

– ¡Aaahh, aaahh, jodeeeeer!, qué bien me folla tu maridooooh. Y tus manos me están volviendo loca, hermanita, ahhhh…

Comenzó a mover aún más poderosamente sus caderas, realizando salvajes bailes circulares con ellas, exprimiéndome tanto, que yo ya no podía aguantar más. Al fin, mis doloridos huevos iban a aliviarse para que me corriese como un caballo.

La corrida sobrevino con una explosión de calor que invadió repentinamente las entrañas de mi cuñada, haciéndome proferir un gruñido animal. La abrasadora sensación hizo que Patty alcanzase un espectacular orgasmo que dejó a mi mujer boquiabierta observando cómo el cuerpo que sus manos acariciaban se tensaba al máximo. Su querida hermanita pequeña profirió un grito que Tere inmediatamente silenció besándola con pasión, irresistiblemente atraída por el erotismo de mi amante en pleno orgasmo.

Quedamos los tres abrazados, sólo escuchando nuestras respiraciones durante unos instantes. Patty me dio un largo beso, y luego otro a su hermana.

– Gracias por este polvazo- nos dijo a los dos-. Hermanita, eres las mejor. Cuñado, ha sido genial follar contigo.

– A mí también me ha gustado- respondí como si fuese la primera vez que lo hacíamos.

– Esto ha sido increíble- intervino Tere-… Nunca imaginé que compartiría sexo con las dos personas que más quiero en el mundo: mi marido y mi hermana. Estabas tan preciosa en pleno orgasmo, Patty, uuuuufffff…

Mi cuñada volvió a besarla acariciando con la mano su jugoso sexo. Los fluidos resbalaban brillantes por la cara interna de los muslos de mi mujer.

– Tú aún necesitas más- le susurró.

– Mmmm, sí.

– Siempre he deseado veros a los dos follando, ¿me daríais ese gusto?, ¿os apetece?.

Patty seguía moviendo los hilos convirtiendo una orden en una apetecible sugerencia. Mi mujer y yo intercambiamos miradas de lujuria y asentimos con la cabeza.

Nos levantamos y fuimos a nuestro dormitorio. Intercambiamos besos y caricias entre los tres, e inmediatamente, como si me tratase de un hiperhormonado adolescente, mi herramienta volvió a alzarse orgullosa.

Mi alumna se sentó en la butaca frente a la cama, encendió un cigarrillo, y con la mano libre empezó a estimularse el clítoris.

Tumbé a Tere sobre el amplio lecho, y me quedé observando maravillado el espléndido cuerpo de mi esposa con sus piernas abiertas invitándome a entrar. En ese instante la contemplé de un modo diferente a como la llevaba viendo desde hacía doce años, algo en ella había cambiado. Desde el comienzo de mi aventura con Patty la había tenido algo desatendida, pero ahora la veía renovada, una mujer preciosa, de mirada seductora, de hermoso cuerpo curvilíneo, sexy, salvaje y ansiosa por sentir placer. La desee, la desee más de lo que la había deseado en mucho tiempo…

– Fóllatela- oí a Patty ordenar.

– Fóllame- secundó Tere con un excitado tono de voz.

Me puse sobre ella, y con un movimiento de cadera, le clavé mi polla todo lo que pude.

– ¡¡¡Aaaaaaaaaahhhh!!!- gritó placenteramente cuando mi glande se incrustó en la boca de su útero.

No le entraba toda mi estaca, pero a pesar de quedarse fuera un par de centímetros, la sensación era indescriptible. Su coño siempre había sido estrecho, y envolvía con tanta fuerza mi falo, que me proporcionaba oleadas de placer.

Empecé un violento mete y saca que sacudía todo el cuerpo de mi esposa haciendo bailar sus pechos como si fuesen dos flanes. Me agarró con fiereza clavándome sus uñas de manicura francesa en el culo, y a pesar de no ser tan escandalosa como su hermana, también gritaba con mis embestidas: “Ah, ah, ah, ah…”, boqueando como un pez fuera del agua. Estaba tan hermosa…

Por el rabillo del ojo vi cómo Patty no perdía detalle del polvo, seguía fumando mientras los dedos de su mano izquierda castigaban incesantemente su clítoris, haciendo que de su almeja manasen deliciosos jugos mezclados con restos de mi semen. Estaba tan sexy…

Tere estaba tan sobreexcitada por los acontecimientos y por mis potentes arremetidas, que enseguida todo su cuerpo comenzó a vibrar con un intenso orgasmo. Clavó aún más sus uñas en mis glúteos, y mordiéndose el labio inferior profirió un largo “¡¡¡Uummmmmmmmm!!!”.

Pero yo aún tenía cuerda para un rato más, así que seguí bombeando la mojada y estrecha gruta, observando las caras de placer de mi esposa a medida que volvía a ponerse en situación tras el orgasmo.

Patty terminó su cigarrillo y, tras relamer los fluidos con los que estaban impregnados sus dedos, se levantó de su butaca de espectadora y se acercó a la cama. Acarició mi culo mientras éste subía y bajaba con cada embestida, acercó sus labios a mi oreja derecha y me susurró:

– Me encanta cómo te follas a mi hermana, aunque no sea tan profunda como yo- sus palabras y aliento se colaron en mi oído produciéndome un delicioso cosquilleo-. Dale duro, cuñadito, como tú sabes.

Se subió a gatas a la cama, y se acercó a mi esposa para decirle:

– Estás increíble follando, preciosa, ¿te gustaría darme placer?.

Tere asintió con la cabeza, con los ojos incendiados de lujuria. Mi cuñada me miró con cara de auténtico vicio, y entendí lo que se proponía. Me incorporé quedándome de rodillas, levantando por el culito a mi esposa, que entrelazó sus pies a mi espalda abrazando mis caderas con sus piernas. La que hasta el momento había sido una espectadora, se colocó a cuatro patas sobre su hermana, con las rodillas a ambos lados de su cabeza, y se incorporó para bajar su chorreante coño hasta el alcance de la

boca de mi mujer. Ésta, ansiosa y sin dudarlo, agarrando ese maravilloso culo que yo contemplaba, comenzó a lamerle la almeja degustando el salado elixir que su hermana le ofrecía.

Yo comencé de nuevo con el mete-saca, empujando duro con la cadera, como si pudiera taladrar el interior de mi amada para llegar aún más adentro. Ella gemía ahogadamente, con sus labios acoplados a los labios mayores de Patty mientras su lengua penetraba y relamía el delicioso chochito que nunca habría imaginado comer. Mi cuñada se retorcía de placer, con las manos sobre su cabeza, revolviéndose el negro cabello para acabar deshaciéndose de la tiara con cabeza de cobra que aún conservaba de su disfraz.

– Mmmm, ssssí, hermanita- decía-. ¡Qué bien me comes el coño!, uuummmm, sííííííííí… bébetelo todooooohhh…

Estaba claro que mi mujer había aprendido rápidamente a hacer un buen cunnilingus, y eso a mí me estaba maravillando. Solté una de mis manos de su culito, y agarré desde atrás uno de los pechazos de Patty para estrujárselo sin dejar de follarme a su hermana. Esto la pilló por sorpresa y, restregando su sexo por los labios de Tere, se

corrió repentinamente arqueando toda su espalda. En cuanto sintió el orgasmo de su hermana, sin dejar de tragar flujo vaginal, mi mujer también llegó al éxtasis apretándome brutalmente las caderas con sus piernas y clavándole las uñas a Patty en el culo, intensificando y prolongando su placer:

– ¡¡¡Sssssssíííííííííííííííííííí!!!.

Yo tampoco pude resistirlo: el calor y estrechez del coño de mi esposa, sus poderosas contracciones, la presión de sus muslos, el orgásmico grito de Patty, el tacto de su pecho elevándose y la visión de su espalda arqueada con las uñas de Tere clavándose en la redondez de su culo… Me corrí gloriosamente clavándole a fondo la polla a mi convulsionante esposa, llenándola con mi espesa y cálida leche.

Nos tumbamos los tres extasiados, quedando yo entre las dos hermanas. Y así, entre suaves caricias, fuimos quedándonos dormidos.

Justo antes de sumergirme en un profundo sueño, la singular voz de Forrest Gump se coló en mi cerebro:

– “La vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar”.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR

alfascorpii1978@outlook.es

 

“Las órfidas” (POR CÁRLOS ANTÓN) LIBRO PARA DESCARGAR

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Sinopsis:

Ciencia-ficción erótica

Las primeras naves órfidas llegaron a la galaxia en el año 9600. Eran comerciantes y se interesaron por los metales, las piedras preciosas y la carne, y ofrecían a cambio avances tecnológicos y energía. Su carácter sociable y generoso los hizo muy populares y, en algunos planetas, llegaron a venerarlos. La luna de miel entre ellos y la humanidad duró hasta que descubrieron el sabor de la carne humana. Aquello alteró para siempre la relación entre las dos especies. Las primeras partidas de carne alcanzaron precios exorbitantes en sus mundos de origen y atrajeron a millones de órfidas. Su penetración en los planetas era siempre pacífica. En cada país pactaban la entrega de un cupo de personas por año a cambio de su tecnología. Los gobernantes solventaban el problema entregándoles delincuentes y mendigos. Al principio cubrían el cupo con los grandes criminales y los pobres de solemnidad, pero, debido al continuo incremento de la demanda de carne, terminaban estableciendo un impuesto y quien no lo pagaba iba a manos de los órfidas. El impuesto subía por meses, y muchos ciudadanos hacían una carrera contra reloj para obtener el dinero antes de que expirase el plazo.

El terror y la degeneración se propagaron en la colonización terrestre. Por todas partes, los mismos humanos abrieron carnicerías y restaurantes para vender carne de sus semejantes. Los óphidas pagaban bien y no se molestaban en averiguar si las personas pertenecían al cupo pactado.

Varias naciones humanas se aliaron contra el terrible opresor, pero la desigualdad tecnológica hacía muy difícil su supervivencia. En el año 9985 un príncipe corio recorrió la galaxia en busca de aliados para luchar contra los órfidas. Descubrió diferentes y extraordinarios mundos, donde sucedían realidades terribles, y sufrió mil aventuras. Y, de manera sorprendente, y en el lugar menos indicado, también encontró el amor.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo EL PRIMER CAPÍTULO:

Capítulo 1

Valeria

Valeria, el tercer planeta de la estrella Alexandra, destacaba por los soberbios navegantes que se formaban en su famosa Escuela del Espacio. El navegante, según la definición clásica, es quien fija el rumbo de la nave espacial; pero esta definición resultaba insuficiente en los tiempos revueltos que corrían a finales del siglo cien. Un navegante tenía que saber todo lo referente al itinerario, desde posibles zonas de meteoritos a contingentes enemigos que pudieran aparecer. En definitiva, controlaba el movimiento de la nave y, salvo el capitán, no había nadie más importante.

Cuando el imperio de Horgón conquistó el sistema solar de Alexandra, muy pronto apreció la valía de los astronautas valerianos y los integró en su ejército. Por ello, Valeria obtuvo un trato de favor y se permitieron en su territorio actividades prohibidas en otras colonias, como la elección de los dirigentes por sufragio universal o la libertad de expresión.

Tras la destrucción de Horgón, el reino de Bahía adquirió importancia en esa zona de la galaxia. Al principio los bahiianos recelaban de quienes habían servido al imperio, pero pronto se dieron cuenta de que los valerianos eran fieles a quien les pagara, y comenzaron a contratar a los magníficos técnicos formados en la Escuela del Espacio de Ciudad Luz.

Valeria era muy diferente de los países de su entorno. Chintia, nación que dominaba los dos primeros planetas, era belicosa y estaba regida por un régimen dictatorial. Y lo mismo se podía decir de Delfos y Donara, las otras dos naciones independientes del sistema solar.

En los años posteriores a la caída de Horgón, Chintia intentó imponer su ley. Sus tropas conquistaron Donara, el cuarto planeta, y, meses más tarde, atacaron Valeria. La armada valeriana malogró los intentos de invasión, pero lo habrían pasado mal si no llega a ser por el tratado de Ciudad Luz, en el que Bahía garantizó su seguridad frente a las agresiones de Chintia. Tras la paz, comenzó una magnífica época para Valeria que sólo se vio interrumpida con el advenimiento de los órphidas.

Historia del Universo

Universidad Central de Sama

Marino Meler nació en Ciudad Luz, capital de Valeria, en 9950, el año de la paz. Bahía, ya todopoderosa, obligó a la siempre hostil Chintia a rendirle vasallaje, con la prohibición expresa de hostigar a Valeria.

La infancia de Marino fue tan feliz como la de los demás niños del planeta; siempre mirando al cielo. La mayor aspiración de todos los jóvenes era ser astronautas. Muchos navegantes formados en Valeria trabajaban en las armadas, o en las naves mercantes, de otras naciones, y eran la principal fuente de ingresos del país.

Marino ingresó a los diez años en la Escuela del Espacio. Los estudios estaban encaminados desde el principio a su futura profesión. A los quince años sabía de memoria los nombres de las estrellas que se divisaban desde la ciudad, y distinguía a la mayor parte en el firmamento. También conocía las líneas comerciales más frecuentes y destacaba en teoría hiperespacial.

Siempre recordaría la ilusión que sintió cuando, como segundo navegante, hizo su primer viaje espacial al planeta Chintia. Fue magnífico apreciar por primera vez la maravillosa quietud del espacio, pero le impresionó mucho más el gran planeta donde aterrizaron. Era un mundo extraño, más luminoso que el suyo e infinitamente más comercial. En Chintia se podía comprar casi todo.

Acompañado por otros jóvenes visitó Chai-Lah, la capital del país. Quedó estupefacto al ver las tiendas de esclavos. Hombres, mujeres y niños se vendían al mejor postor. En Valeria estaba prohibida la esclavitud y sus leyes garantizaban que todos los hombres fueran iguales. También le sorprendió el extraordinario comercio carnal, cosa que tampoco se permitía en Valeria aunque siempre había rumores sobre su existencia solapada. En Chai-Lah, no sólo había puestos de prostitución con mujeres desnudas en medio de la calle, sino que las bellas nativas, vestidas con poquísima ropa, ofertaban sus cuerpos a los viandantes a cambio de unas monedas.

Aquel día vio por primera vez a los órphidas. Una nave acababa de llegar a Chintia y negociaban con el gobierno su asentamiento en el planeta. Ellos tropezaron con un grupo en la calle principal. Despertaban la curiosidad de los viandantes. Parecían grandes osos. Muchos se burlaban de

su extraño aspecto, y la sorna callejera no era más agresiva porque iban armados hasta los dientes.

Hizo una fotografía del grupo que, cuando regresó a Valeria, fue muy solicitada por sus amigos y durante un tiempo la guardó como si fuera un tesoro.

Dos años después, a los pocos días de ser ascendido a primer navegante, los órphidas visitaron Valeria. En cuanto aterrizaron en el espacio-puerto de Ciudad Luz, comenzaron a repartir preciosos regalos entre la muchedumbre que acudió a conocerlos. Durante varios días anunciaron las maravillas que traían para el pueblo valeriano, entre las que destacaban ingentes cantidades de energía. Habían desarrollado unas ruedas de molino, de un metro de diámetro y cincuenta centímetros de grosor, capaces de suministrar la energía necesaria para mantener una ciudad de doscientos mil habitantes durante un año. A la semana, manifestaron su intención de entrevistarse con los dirigentes del país. Pronto circularon rumores de que los extraños visitantes pretendían dedicarse al comercio de personas como carne. A cambio de que les entregaran un determinado número de ciudadanos al año, ofrecían adelantos tecnológicos y energía suficiente para el mantenimiento del planeta.

Su padre, que en aquel tiempo era ministro del gobierno, le confirmó la veracidad de la noticia, así como la rotunda negativa del presidente y la expulsión de los órphidas con orden de no volver jamás.

Ya se habían instalado en los demás planetas del sistema solar, y los tripulantes de las naves hiperespaciales decían que estaban en toda la galaxia y su poder era inmenso.

Marino vio como degeneraban las naciones donde se habían establecido. Los mismos humanos abrían carnicerías y restaurantes dedicados a vender carne de sus semejantes. Los órphidas eran ricos y pagaban bien. Pasear por las calles de cualquier ciudad era muy peligroso para los extranjeros. Los nativos buscaban carne con entusiasmo.

El gobierno de Chintia, el primero en permitir la instalación de las factorías, sólo garantizaba la vida a los forasteros que no salieran de sus naves, para no interrumpir el comercio interplanetario que tantos beneficios producía. Todos los espacio-puertos presentaban el mismo aspecto. Las naves

comerciales esperaban que las descargasen con toda la tripulación a bordo. Y, alrededor de ellas, los nativos intentaban atraer al exterior a los pasajeros. Chicas desnudas los invitaban a bajar para hacer el amor con ellas. Los incautos que aceptaban desaparecían para siempre.

Los órphidas pactaban con los dirigentes de cada nación la entrega de un cupo de personas por año pero, como cada vez instalaban más factorías, siempre necesitaban más carne. Los gobernantes solventaban el problema de muy diversas formas, aunque lo común era entregarles delincuentes y mendigos. Al principio, cubrían el cupo con los grandes criminales y los pobres de solemnidad, pero, debido al continuo incremento de la demanda de carne, casi todos los países establecían un impuesto y quien no lo pagaba iba a manos de los órphidas. Cometer el menor delito acarreaba la misma suerte. El impuesto subía por meses, y muchos ciudadanos hacían una carrera contra reloj para obtener el dinero antes de que expirase el plazo.

Valeria, mientras tanto, se mantenía libre de órphidas. En el año 9981, era el único planeta del sistema solar donde todavía no se conocían las famosas factorías.

En agosto de ese mismo año Marino conoció a Manara. Era azafata de tierra de su misma compañía y fue su ayudante en un curso de perfeccionamiento obligado para los navegantes. Su belleza y simpatía le cautivaron. Salieron un par de veces y se enamoraron. Marino ya era primer navegante. Pronto la compañía pondría a su cargo una nave hiperespacial. Estaba en las mejores condiciones económicas para casarse y formalizó su compromiso con Manara. Contraerían matrimonio en la primera fecha que les viniera bien a ellos y a sus respectivas familias.

En diciembre de 9981, Chintia amenazó a Valeria con invadirla si no permitía que los órphidas se instalaran. El gobierno pidió auxilio a sus protectores de Bahía, pero los dirigentes bahiianos, al contrario que en anteriores ocasiones, manifestaron que no intervendrían y aconsejaron que facilitaran el asentamiento.

El presidente, hombre honorable y de profundos principios, mantuvo su tajante negativa. La flota valeriana salió al espacio para defender a la nación, pero los órphidas la destrozaron en el primer combate y aterrizaron Ciudad Luz. El presidente desapareció, y nadie supo más de él, y colocaron en

su lugar a un chintiano que autorizó la instalación de tres factorías en las principales ciudades del planeta.

El director de Orphelenka, la compañía propietaria de las factorías, y el nuevo presidente pactaron la entrega de hombres a cambio de energía. Los órphidas permitían al gobierno elegir a los desafortunados y el número de personas no era muy elevado. Parecía que el siniestro intercambio no afectaría a la mayoría de los valerianos. El gobierno no se cansaba de repetir que sólo entregaría delincuentes y enfermos. Pero, en cuanto se inauguró la primera factoría, comenzaron a desaparecer personas. Los órphidas pagaban muy bien toda la carne que les llevaban.

El terror imperó en Ciudad Luz. Nadie se atrevía a salir de noche por las numerosas bandas que buscaban carne para los órphidas. Los jefes se enriquecían rápidamente y pronto se convirtieron en los nuevos potentados de la ciudad. Cada vez cometían mayores tropelías. Ante el abandono de las calles por parte de la población, comenzaron a asaltar domicilios para capturar a sus ocupantes. La policía local no podía hacer nada pues los bandidos poseían armas superiores, entregadas por los órphidas, y los agentes entrometidos se convertían en unos kilos más de carne.

Un día, al regresar de un viaje al planeta Casablanca, Marino se encontró con que habían asaltado su casa. Sus padres y hermanos estaban ilesos, pues se escondían todas las noches en un sótano secreto, pero la casa estaba destrozada. Los habitantes de la vivienda contigua no tuvieron tanta suerte. La mansión estaba intacta pero habían desaparecido sus moradores. Eran amigos de toda la vida.

Marino decidió instalarse en otro planeta. Decían que en Bahía, aunque también había órphidas, estos se comportaban de manera más civilizada. Acordó con Manara que las dos familias se irían en cuanto fuera posible. La encantadora Ciudad Luz se había convertido en un centro de terror. Se multiplicaron los restaurantes para órphidas. Las carnicerías exponían, ya sin recato alguno, cuerpos y miembros humanos en sus escaparates. El que podía emigraba a las afueras, o a ciudades lejanas donde no existían factorías, pero cada vez era más frecuente que las bandas operasen por todo el planeta.

El nuevo presidente, a pesar de ser chintiano, intentó controlar el salvajismo pero poco pudo hacer. Los órphidas, airados por la resistencia de los valerianos, habían decidido que recibieran un castigo ejemplar.

Corrían rumores de que se iba a cerrar Ciudad Luz para que nadie escapase. Urgía abandonarla lo antes posible.

En la compañía le asignaron una de las mejores naves hiperespaciales, la que comunicaba Ciudad Luz con Dorado, la capital de Bahía, y decidió buscar un empleo en ese planeta.

Todos estuvieron de acuerdo. En el primer viaje iría solo. Intentaría conseguir trabajo y alquilar una vivienda. Después, se trasladarían Manara y sus respectivas familias.

El director de la compañía no le puso ningún impedimento. Él y su familia pensaban emigrar cuanto antes. Ya le había desaparecido un hijo y, aunque su casa estaba acorazada, temía en todo momento por la seguridad de los suyos.

Manara fue a despedirle al espacio-puerto. La noche anterior habían estado en su casa y faltó poco para que hicieran el amor, pero decidieron dejarlo para cuando llegasen al nuevo mundo. Las jóvenes valerianas eran muy recatadas y era difícil tener relaciones sexuales antes del matrimonio.

Marino quedó encantado por la magnificencia de Dorado, la capital de Bahía. Una hermosa ciudad con cinco mil años de historia. Los bahiianos no eran comestibles para los órphidas y debían a éstos gran parte de su enorme desarrollo.

Habló con una compañía comercial. Le hicieron unas pruebas muy selectivas y las supero sin dificultad. Los directivos quedaron tan contentos que le contrataron, triplicándole el sueldo que ganaba.

Al tener un trabajo especializado todo se facilitó. Consiguió un permiso de residencia y le autorizaron a llevar a su familia y a la de Manara. La burocracia de Dorado trabajaba de forma muy eficiente, en sólo dos días arregló el papeleo.

Alquiló una bonita mansión en uno de los mejores barrios residenciales de Dorado. Tenía dos plantas y un amplio y frondoso jardín, lleno de flores y árboles frutales, donde había una piscina de agua caliente

perfumada por decenas de jazmines. Ya imaginaba a Manara nadando desnuda en aquel agua cristalina. La casa era lo suficientemente grande para albergar a las dos familias. También era muy cara, pero con su nuevo salario podía permitirse pagar el elevado alquiler. Por primera vez en muchos meses se sintió feliz.

Le cayeron simpáticos los bahiianos a pesar de que estaban convencidos de ser el centro del universo. De hecho era verdad, pues hasta los mismos órphidas se comportaban correctamente. Había muchas factorías pero se nutrían de criaderos hechos con personas procedentes de otros mundos. Jamás cazaban humanos, aunque fuesen comestibles, en todo el ámbito del imperio de Bahía.

Al regresar a Valeria, en el escaparate de la principal carnicería órphida de la ciudad, vio por primera vez desnudo el cuerpo de Manara. Bella hasta en el rigor de la muerte. Pronto alguno de los conquistadores disfrutaría con aquella blanca y preciosa carne. Vio como el carnicero la retiraba. No podía moverse. Sus músculos se negaban a obedecer las órdenes que les enviaba. Permaneció inmóvil un tiempo indefinido. Cuando devolvieron a Manara le faltaban un pecho y una pierna.

Cayó al suelo sin sentido.

Unos compañeros lo rescataron de una banda de muchachos que, viéndolo desvanecido, quisieron aprovecharse y venderlo a los órphidas.

En el siguiente y tristísimo viaje a Bahía el pirata Lars asaltó su nave. Marino se sorprendió de que no le afectara encontrarse en manos de aquellos hombres de rostros patibularios. Desde la muerte de Manara estaba fuera de la realidad, no sentía nada.

Los piratas se comportaron correctamente con los pasajeros. Les preguntaron por su dinero y por la posibilidad de que alguien pagase un rescate por ellos. A él lo llevaron ante un gigante pelirrojo, de aspecto descuidado, que parecía tener alguna cultura y era muy amable. Le interrogó sobre su vida en Ciudad Luz y se mostró muy interesado por las maldades de los órphidas. Marino, sin saber por qué, estalló en sollozos y le relató su historia. El pelirrojo se mostró muy afligido por la muerte de Manara. Era un hombre comprensivo que entendía las penas de los demás. Después de

charlar un rato le preguntó si quería ser su navegante. Marino aceptó y, desde entonces, fue el navegante de la nave pirata “Halcón del Infinito”

Semanas más tarde supo que Lars, el Rojo, no sólo le había ofrecido un puesto de navegante, sino también su propia vida. Todos los restantes pasajeros de la nave habían sido incinerados, sólo dejaron con vida a varias mujeres que posteriormente vendieron en Orgaz.

Los piratas confiaron en él muy pronto y se convirtieron en su familia. Marino, con su magnífica formación como navegante, contribuyó a que Lars fuera cada vez más osado en sus correrías, y a que escapara en múltiples ocasiones de las flotas que enviaron en su busca.

Un día, en una taberna de Orgaz, escuchó a Lars, ya muy borracho, presumir delante de otros capitanes piratas de tener un navegante valeriano, como las mejores naves de la galaxia.

 

“Dueño inesperado de la madre y de la esposa de un amigo” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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dueno-inesperado-1Sinopsis:

El destino es caprichoso y cruel pero también magnánimo. A Gonzalo Alazán nada podía haberle hecho prever las consecuencias de una petición de auxilio por parte de un buen amigo. Enfermo y moribundo, Julio le informó que le había nombrado su heredero a pesar que tenía una mujer y que su madre seguía viva.
Extrañado por esa decisión pero a la vez,interesado porque además de inmensamente rico, la madre de su amigo había poblado sus sueños en la adolescencia y para colmo era el marido de un bellezón. Al preguntar por los motivos que tenía para desheredarlas, Julio le contestó que ambas eran incapaces de administrar su dinero por lo que había pensado en él para que nada les faltase.
No deseando aceptar esa responsabilidad, llegó al acuerdo de visitar la finca donde vivían los tres y así comprobar si tenía razón al pedirle ayuda..

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los TRES PRIMEROS CAPÍTULOS:

CAPÍTULO 1 – LA ENFERMEDAD DE JULIO

El destino es caprichoso y cruel pero también magnánimo. Hombres y mujeres estamos en sus manos y estamos impotentes ante sus muchas sorpresas. A veces son malas, otras pésimas y en la menor de las ocasiones, te sorprende con una campanada que te cambia la vida de un modo favorable. Curiosamente un buen día para Fernando Alazán, una mala noticia se convirtió en pésima sin saber que con el tiempo, esa desgracia se convertiría en lo mejor que le había ocurrido jamás.
Nada podía haberle hecho prever las consecuencias de una petición de auxilio por parte de un buen amigo. Como tantas mañanas, estaba en el despacho cuando Lidia, su secretaria, le avisó que tenía visita. Extrañado miró su agenda y al ver que no tenía nada programado, preguntó quién deseaba verle.
―Don Julio LLopis― contestó la mujer y viendo su extrañeza, aclaró: ― Dice que es un amigo de su infancia.
―Dígale que pase― inmediatamente respondió porque no en vano, ese sujeto no solo era uno de sus más íntimos conocidos sino que para colmo estaba forrado.
Mientras esperaba su aparición, Fernando se quedó pensando en él. Llevaba al menos seis meses sin verle porque sin despedirse de nadie, se había marchado a vivir a su finca que tenía en Extremadura. Aunque a todos sus amigos esa desaparición les había resultado rara, él siempre había objetado que si lo pensaba bien, no lo era tanto:
―Con una esposa tan impresionante, no me importaría dejar todo e irme al fin del mundo con ella― comentó a uno que le preguntó, recordando a Lidia, su mujer. Debido a que sin pecar de exagerado, para él, Lidia era la mujer más impresionante con la que se he topado jamás. Morenaza, de un metro setenta, la naturaleza la ha dotado de unos encantos tan brutales que en el interior de su cerebro sostenía que nadie en su sano juicio perdería la oportunidad de pasar una noche con ella aunque eso suponga perder una amistad de años.
Mientras espera su llegada, tuvo que confesarse a sí mismo que si Julio seguía siendo su amigo, se debía únicamente a que jamás había tenido la ocasión de echarle los tejos y que de haber visto en sus ojos alguna posibilidad, se hubiese lanzado en picado sobre ella. Tenía para colmo las sospechas que detrás de esa cara angelical, se escondía una mujer apasionada.
«Por ella sería capaz de hacer una tontería sentenció al rememorar ese cuerpo de lujuria que hacía voltear a cuanto hombre que se cruzaba con ella.
«No solo tiene unos pechos grandes y bien parados sino que van enmarcados por un cintura de avispa, que es solo la antesala del mejor culo que he visto nunca», pensó justo en el momento que su marido cruzaba su puerta.
El aspecto enfermizo de mi amigo le sobresaltó. El Don Juan de apenas unos meses antes se había convertido en un anciano renqueante que necesitaba de un bastón para caminar.
―¿Qué te ha pasado?― exclamó al percatarse de su estado.
Julio, antes de poder contestar, se sentó con gran esfuerzo en la silla de confidente que tenía frente a su mesa. Esa sencilla maniobra le resultó increíblemente difícil y por eso con un rictus de dolor en su rostro, tuvo que tomar aliento durante un minuto.
―Cómo puedes ver, me estoy muriendo.
La tranquilidad con la que le informó de su precario estado de salud, le desarmó e incapaz de contestar ni de inventarse una gracia que relajara el frío ambiente que se había formado entre ellos, solo pudo preguntarle en que le podía ayudar:
―Necesito tus servicios ― contestó echándose a toser.
Su agonía quedó meridianamente clara al ver la mancha de sangre que tiñó el delicado pañuelo que sostenía entre las manos. El dolor de mi amigo le hizo compadecerse de él y olvidando la profesionalidad que siempre mostraba en el bufete, respondió:
―Si quieres un abogado, búscate a otro. ¡Yo soy tu amigo!
Tomando su tiempo, el saco de huesos que pocos meses antes era un destacado deportista, insistió:
―Exactamente por eso y porque eres el único en que confío, vengo a informarte que te he nombrado mi heredero.
Las palabras del recién llegado le parecieron una completa insensatez y por ello no tuvo que meditar para espetarle de malos modos:
―¡Estás loco! ¡No puedo aceptar! Tienes a Lidia y si no crees que se lo merece, todavía te queda tu madre…
Fernando no se esperaba que con una parsimonia que le dejó helado, Julio le rogara que permaneciera callado:
―Ninguna de las dos tiene capacidad para afrontar lo que se avecina y por eso, quiero pedirte ese favor. Necesito que una vez haya muerto, queden bajo tu amparo.
La rotundidad con la que hablo, diluyó parcialmente sus dudas y sin sospechar la verdadera causa de esa decisión y asumiendo una responsabilidad que no debía haber nunca aceptado, accedió siempre y cuando pudiera ceder en un momento dado la herencia a sus legítimas dueñas.
―¡Por eso no te preocupes! En el testamento, he dispuesto que de ser voluntad de Lidia o de mi madre el hacerse cargo de la herencia, esta pase automáticamente a ellas.
«No comprendo», rumió como abogado, «si les da ese poder, realmente y en la práctica, solo seré su albacea hasta que decidan que ellas se pueden valer por sí mismas».
En su fuero interno, Fernando creyó que lo que su amigo le estaba pidiendo es que le ayudara a que su esposa y su madre no hicieran ninguna tontería una vez fallecido y por ello, más tranquilo, aceptó ya sin ningún reparo. El enfermo al oír que su amigo accedía a tomar esa responsabilidad y haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban, le invitó a pasar ese fin de semana a su finca para que así tener la oportunidad de cerrar todos los flecos.
―Cuenta con ello― Fernando respondió y temiendo por el estado de Julio, únicamente cerró el trato con un ligero apretón de manos, debido a que hasta el más suave abrazo podía dañar su delicada anatomía.
Quedando que ese mismo viernes iría, le acompañó hasta un taxi. Mientras le veía marchar, no pudo dejar de pensar en lo jodido que estaba y que como uno de sus mejores amigos, no le pensaba fallar.

CAPÍTULO 2 ― VISITA A “EL VERGEL” Y ESO LE DEPARA NUEVAS SORPRESAS.

Tal y como habían acordado, ese viernes al mediodía Fernando Alazán cogió su coche y se dirigió hacia Montánchez, un pequeño pueblo de Cáceres donde estaba ubicada el cortijo de su cliente y amigo. Ya en la carretera de Extremadura y mientras recorría los trescientos kilómetros que separaban Madrid de esa localidad, se puso a recordar los tiempos en los que estando en la universidad, toda su pandilla tenía esa finca como refugio para sus múltiples correrías.
―Eran tiempos felices― concluyó al llegar a su memoria como siendo unos putos críos cada vez que querían hacer una fiesta un poco subida de tono, los seis amigotes invitaban a ese lugar cuanta incauta o puta se dejara.
Al rememorar una de esas reuniones, una anécdota sobresalió de sus recuerdos y muerto de risa, se acordó de la brutal metedura de pata de unos de esos colegas. El cual, con algunas copas de más, una tarde vio entrar a una espectacular rubia de unos cuarenta años y creyendo que Julio se había enrollado a una madura, se auto presentó diciendo que si el anfitrión no podía satisfacerla, pasara por su cama para que le diera un buen repaso.
«Pobre cabrón», sonrió ya que ese culito era Nuria, la madre de Julio y dueña de ese lugar.
El pobre muchacho al enterarse de ello, le pidió perdón pero totalmente abochornado por su falta de tacto, hizo las maletas y volvió a Madrid con el rabo entre las piernas.
«Eso fue hace diez años y el tiempo es cruel», se dijo interesado por vez primera en encontrarse con esa madura.
Si bien en aquella época Nuria tenía un polvo de escándalo, dudaba que se mantuviera tan atractiva como entonces.
«No tardaré en averiguarlo», concluyó mientras involuntariamente reducía la velocidad.
Lo supiera o no en ese momento, se veía con pocas ganas de enfrentarme tanto a ella como a Lidia, ya que por mucho que Julio le hubiese asegurado que tanto su mujer como su madre estaban de acuerdo con la decisión de dejarle a él al mando, no se lo terminaba de creer.
«Al menor problema, renuncio», sentenció no queriendo formar parte de un circo familiar y menos de las rencillas que tan extraño testamento a buen seguro acarrearían.
La soledad y la pesadez de la distancia, le permitieron también recordar distintos lances e historias que había compartido con Julio, desde las típicas borracheras de juventud a conquistas sexuales. Aunque su amigo siempre se había mostrado tradicional en ese aspecto, rememoró con especial satisfacción en que le descubrió con una hembra atada en su cama.
«Ese día, Julio de sorprendió», masculló divertido porque al verle entrar sin llamar, había supuesto que le iba a montar un escándalo pero en vez de hacerlo, se sentó sin ni siquiera echar una mirada a la zorra que yacía sobre el colchón y sonriendo, únicamente preguntó si podía mirar.
―Tú mismo― había contestado sin dejar de ocuparse de la insensata sumisa que llevada por la calentura, había accedido a que la inmovilizara.
«Ahora que lo pienso es curioso que a pesar de la forma tan rara en que Julio conoció mi faceta de dominante y que sin perder ojo fue testigo de esa sesión, al salir de la habitación jamás ha vuelto a mencionarlo», pensó mientras aceleraba.
Esa tarde, a las dos horas y cuarenta cinco minutos de salir de su oficina, llegó a las puertas del cortijo. Al entrar por el camino de tierra que daba acceso a la casa principal, le sorprendió gratamente comprobar que lejos de haber perdido su esplendor con los años, “El Vergel” hacía honor a su nombre y parecía un pedazo de edén colocado en mitad de la sierra extremeña.
Aunque no iba a ser el verdadero dueño de ese paraíso, el joven abogado tuvo que reconocer que se sentía feliz de descubrir el estado de sus campos. Al llegar al casón, esa primera impresión quedó refrendada al observar que conservaba la clase y belleza que tan buenos recuerdos me habían brindado.
Ni siquiera había aparcado cuando vio abrirse el enorme portón de madera y salir de su interior, tanto Lidia como su suegra. Si descubrir que la esposa de Julio seguía siendo el estupendo ejemplar de mujer que recordaba y que no había caído en una depresión le animó pero lo que realmente le encantó, fue comprobar que Nuria parecían no haber pasado los años y que aunque sin duda debía de rozar los cincuenta nadie le echaría más de cuarenta.
«¡Sigue siendo un monumento!» exclamó mentalmente al verla llegar enfundada con unos pantalones de montar que realzaban su trasero.
Su turbación se incrementó cuando ambas mujeres le recibieron con un cariño desmesurado y sin que pudiera siquiera sacar el equipaje del coche, le hicieron pasar adentro. Mientras Lidia le conducía del brazo a la habitación donde permanecía postrado su marido, la madre de su amigo iba delante. El que me fuera mostrando el camino le permitió admirar el movimiento de sus nalgas al caminar.
«¡Está impresionante!», sentenció mientras disimuladamente se recreaba en la rotundidad de los cachetes de la madura.
Su amiga debió percatarse del rumbo estaban tomando los pensamientos del joven porque pegándose él más de lo que la familiaridad de la que gozábamos permitía, dijo en voz baja:
―No parece tener cuarenta y nueve.
―La verdad es que no –respondió avergonzado que hubiese descubierto el modo en que la miraba y tratando de ser educado, quiso arreglarlo por medio de un piropo: ―Sigue siendo muy guapa pero la que está cañón eres tú.
Lidia al oírlo, soltó una carcajada y pasando al interior del cuarto de su marido, le llevó a su lado. Desde la cama, Julio con aspecto cansado preguntó el motivo de su risa y su esposa sin cortarse ni un pelo respondió:
―Fernando , mientras le miraba el culo a tu madre, me ha dicho que estoy guapísima.
Si de por sí el que su íntimo amigo se enterara de ese error era duro, mucho más lo fue ver que Nuria se ruborizaba al escuchar que le había estado examinando con mi mirada esa parte tan sensible de su anatomía. Cuando ya estaba a punto de buscar una excusa, Julio respondió:
―Siempre ha tenido buen gusto― y haciéndoles señas, le pidió que nos dejaran a solas.
En cuanto se quedaron solos en la habitación, el enfermo le llamó a su lado y con voz quejumbrosa, le fue detallando los aspectos esenciales de su herencia. Haciendo como si estuviera interesado, Fernando Alazán escuchó de sus labios que no solo tenía esa finca sino una cantidad de efectivo suficiente para que ninguna de las dos mujeres, pasara nunca ningún tipo de peNuria.
Dada su experiencia, al explicarle las medidas que había tomado para asegurar un modo de vida elevado a cada una de las dos, el letrado estaba confuso porque pensaba que no tenía ningún sentido que le nombrara heredero porque Julio lo había previsto todo.
Por ello y aun sabiendo que podía perder un buen negocio, preguntó:
―Julio, no entiendo. Tu madre y tu esposa no me necesitan. ¡Pueden valerse por ellas solas!
―¡Te equivocas! Aunque nunca hayas siquiera sospechado nada, tengo un secreto que compartir contigo…
El tono misterioso que adoptó al decírselo, le hizo permanecer callado mientras tomaba un sorbo del vaso que tenía en su mesilla. Esos pocos segundos que mediaron hasta que volvió a hablar se hicieron eternos al imaginarse unas deudas de las que no hubiera hablado. Ni siquiera sus años de ejercicio le prepararon para lo que vino a continuación y es que, con una sonrisa en sus labios, el enfermo bajó su voz para susurrar en su oído:
―Durante cuatro generaciones, todas las mujeres de mi familia han sido sumisas y por lo tanto han necesitado de un amo que las dirigiera. Al morir mi padre me legó a su mujer y ahora cómo no tengo descendencia, quiero que tú me sustituyas con mi madre y con Lidia.
Solo el dolor que se reflejaba en los ojos de su amigo evitó que creyera que era broma y pensara que le estaba tomando el pelo. Aun así, no pudo más que pensar que la enfermedad había hecho mella en su mente y que Julio no era consciente de lo que había dicho. Suponiendo que era un desvarío decidió cambiar de tema pero Julio cogiendo su mano insistió diciendo:
―Necesito que te hagas cargo de ellas. Solo tú sabes lo que significaría que de pronto se vieran sin alguien que las dirija… ¡podrían caer en manos de un desaprensivo!
Esas palabras le hicieron pensar que de ser ciertas, el moribundo tenía razón en estar preocupado porque dos sumisas sin dueño era una presa fácil y si como era el caso eran un espectáculo de mujer, abría cola esperando que Julio muriera para tomar su lugar.
―Tenemos tiempo para discutir sobre ello― contestó y quitando hierro al asunto, en plan de guasa, comentó: ―No creo que nos dejes durante este fin de semana.
Tanta emoción pasó su factura al esqueleto andante que yacía sobre las sábanas y cerrando los ojos, pidió que le dejara descansar.
En ese momento, ese desvanecimiento fue recibido por Fernando con alegría porque lo último que le apetecía era seguir con esa conversación y por ello, despidiéndose de su amigo, salió de su habitación mientras intentaba sacar de su mente el supuesto secreto que le había sido revelado.
«Pobre, la enfermedad le está haciendo delirar», sentenció con el corazón en el puño.

CAPÍTULO 3.― ADMIRANDO A SUS ANFITRIONAS

Al no encontrar ni a Lidia ni a su suegra por ninguna parte, buscó la habitación que le habían reservado. Como Nuria le había dicho que se iba a quedar en el cuarto de al lado de la piscina y aunque llevaba muchos años sin estar en “El Vergel”, no tuvo problemas en orientarse, por lo que no le costó encontrarlo.
Ya dentro, se percató que lo habían reformado y que donde antiguamente había una serie de literas, se hallaba una enorme cama King Size.
«Voy a dormir cojonudamente», se dijo a si mismo mientras buscaba por la estancia su equipaje.
Para su sorpresa, alguien se había ocupado de deshacer su maleta y halló sus pertenencias, perfectamente ordenadas en uno de los armarios. Sin nada mejor que hacer decidió que le vendría bien darse un baño, sacando de uno de los cajones su traje de baño, se lo puso y salió al jardín.
Curiosamente nada más cerrar la puerta, escuchó voces al otro lado de la barda de separación de la piscina y reconociendo que eran sus anfitrionas, las saludó avisando de su llegada.
Ambas le devolvieron el saludo con alegría pero fue la madre de Julio, la que viniendo hacía él, le dio la bienvenida con un beso en la mejilla como si no se hubiesen visto en mucho tiempo.
«¿Y esto?», se preguntó extrañado pero sobre todo preocupado por si Nuria o su nuera se hubiesen percatado del modo en que involuntariamente se había quedado prendado con el cuerpo que lucía la madura.
«¡Menudo polvo tiene la condenada!», reconoció para sí al contemplar el movimiento de los descomunales pechos de la señora.
Y es que a pesar de ya saber que esa rubia se conservaba estupendamente, al verla en bikini constató sin ningún género de duda que la cuarentona se mantenía en forma y donde me esperaba ver una tripa incipiente o al menos unas cartucheras, se encontró con un estomago plano y un culo de fantasía.
«¡Mierda!», masculló entre dientes al advertir que se había quedado con la boca abierta al contemplarla y haciendo un esfuerzo, retiró sus ojos de ese cuerpo que cualquier veinteañera envidiaría y querría para sí.
Confundido y sin saber qué hacer, dejó que la madre de Julio le condujera hasta una tumbona. Al hacerlo, Fernando se permitió echarle un vistazo a la nuera que nadaba ajena a que la estaba observando y a regañadientes, reconoció que siendo completamente distinta no sabía cuál de las dos era más atractiva.
―¿No te vas a bañar con el calor que hace?― preguntó la madura con una entonación que provocó que hasta el último de sus vellos se erizaran, al reconocer una especie de súplica más propia de una de sus conquistas que de la progenitora de su amigo.
―Deja que me acomode y voy― contestó sin dejar de mirar la seductora imagen que le estaba regalando Nuria en ese instante.
La cuarentona sonrió y en plan coqueta se tiró al agua mientras el joven intentaba olvidar los pechos y las redondas caderas que llevaban siendo su obsesión desde niño.
«La culpa es de los desvaríos de Julio», meditó avergonzado al darse cuenta que bajo su pantalón, crecía desbocada su lujuria, «me ha puesto cachondo con sus locuras».
No se había repuesto del calentón cuando su turbación se incrementó hasta niveles insoportables al admirar la sensual visión de Lidia saliendo de la piscina.
«Joder, ¡cómo estoy hoy!», maldijo para sí al contemplar la impresionante sensualidad de la mujer de su amigo y es que a pesar de ser más plana y menos exuberante que su suegra, esa morena era una tentación no menos insoportable.
Pero lo que realmente le avergonzó a Fernando fue comprobar que Lidia se había puesto roja como un tomate al sentir el roce de su mirada sobre sus pechos. Saberse descubierto le abochornó pero lo que hizo saltar todas sus alarmas, fue descubrir qué los pezones de la morena se le había puesto duros como piedras.
Lleno de pavor, se tiró al agua esperando quizás que un par de largos en la piscina calmaran la excitación que nublaba su mente. Desgraciadamente cuando ya iba a salir de la piscina, vio a Nuria quitándose el cloro por medio de una ducha. Al contemplar a esa madura se creyó morir porque la tela de su bikini se transparentaba dejando entrever el color de sus aureolas.
«¡Coño! ¡No puedo salir así!», protestó mentalmente al sentir la erección de su sexo.
Para evitar que sus anfitrionas advirtieran la tienda de campaña de su traje de baño, cogió una toalla y haciendo como si se secaba, tapó con ella sus vergüenzas mientras se acercaba a donde Lidia estaba tumbada.
Supo que a esa morena no le había pasado inadvertido su problema cuando con una pícara sonrisa, le pidió que le trajera una cerveza. Creyendo que eso le daba la oportunidad de alejarse sin que se notara, se acercó a la barra de bar y sacó tres botellas. Rápidamente se dio cuenta del error, porque al mirar atrás advirtió que suegra y nuera disimulando con una charla, no perdían comba de lo que ocurría entre sus piernas. Alucinado por ser el objeto de ese escrutinio, decidió disimular y hacer como si no hubiese enterado de lo lascivo de sus miradas.
«¿Estas tipas de qué van?», se preguntó mientras les hacía entrega de sus bebidas.
Su vergüenza se trastocó en cabreo cuando Nuria, mirando fijamente su paquete, comentó a la esposa de su hijo que al fin comprendía el éxito de Fernando con las mujeres.
―Mi marido siempre ha dicho que es el mejor armado de sus amigotes― la morena contestó sin dejar de esparcir la crema por sus muslos.
Esa conversación sobre sus atributos molestó de sobremanera a Fernando que decidido a castigar la osadía de ambas, les devolvió el piropo diciendo:
―En cambio yo he tenido que veros en bikini para darme cuenta del culo y de las tetas que tenéis porque Julio se lo tenía bien callado.
Esa táctica le falló porque Nuria al oír la burrada, se acomodó en la silla y exhibiendo sus enormes pechugas, se puso a untarlas con bronceador mientras preguntaba:
―Tenemos los pechos muy diferentes, ¿cuáles te gustan más?
En la mente del joven abogado se entabló una lucha a muerte entre la vergüenza que sentía por la pregunta y el morbo que le daba quién se la había hecho. No queriendo quedar cómo un cretino y menos cómo un salido, prefirió mantenerse en silencio y no contestar. Desgraciadamente, Lidia envalentonada por el éxito de su suegra, decidió poner su granito de arena. En silencio se levantó de su tumbona y acercándose hasta donde estaba su víctima, empezó a bailar mientras le decía:
―Nuria las tiene más grandes pero yo tengo un trasero más bonito. ¿No es verdad?
Pálido ante el descaro de esa dos, comprendió que debía huir si no quería seguir siendo el pelele en el que descargaran sus golpes y sin importar la protuberancia que lucía bajo el traje de baño, tomó rumbo a su cuarto mientras a sus oídos llegaban las risas de sus anfitrionas.
«¿Sumisas? ¡Una leche! ¡Parecen unas perras en celo!», pensó mientras cerraba la puerta tras de sí…

 

Relato erótico: “Cristi y el Patán” (POR SIGMA)

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CRISTI Y EL PATÁN
Por Engine X
Traducido por Sigma
Parte 1 – Presentando al Patán
En la que un encuentro fortuito en un tren trae consecuencias de largo alcance…
 
El tren estaba caluroso, lleno y Cristi estaba contenta de haber conseguido asiento aunque el sol de junio entraba fieramente por la ventana. Siempre era un triunfo menor evitar la inconveniencia de estar de pie durante esas primeras estaciones dentro de la ciudad. La pequeña rubia agente de seguros sacó un mp3 de su bolso y se puso los audífonos en los oídos para distanciarse un poco de los cuerpos que la rodeaban. En general era la mezcla usual de trabajadores de la citadinos sobrios e inteligentes, aunque algo sucios por el calor del día; pero el hombre sentado justo enfrente de ella era algo diferente. Era un mal vestido hombre de unos cuarenta años con una camiseta negra y mal cortado cabello gris. Un tosco tatuaje uno de sus pálidos brazos. Una gran masa de grasa escapaba sobre su cinturón y un cigarro colgaba de la comisura de su boca. Sus ojos era unos pozos de ignorancia a medio cerrar, hundidos en un rostro rollizo y mostrando sólo una leve conexión con la humanidad. Cristi tuvo un escalofrió y le apodo el Patán. El hombre apartó su mirada de la ventana y le dio un guiño que parecía lleno de promesas lujuriosas. ¡Debió habérselo imaginado! Se sonrojó con involuntaria vergüenza mientras el tren continuaba, tratando de evitar sus ojos pero incómodamente conciente de que aun estaba mirándola con interés.
Por una vez Cristi deseó estar usando algo más conservador. Aunque su atuendo era perfectamente respetable para una oficina de principios del siglo 21 era sutilmente sexy en la forma que potenciaba la apariencia de su atractiva y joven figura. Brillante zapatillas negras de tacón alto y delicadas medias negras presentaban sus piernas de manera muy atractiva, y era muy conciente de que su falda negra de nylon era muy corta para cubrir sus rodillas. Su delgada blusa blanca estaba algo húmeda por un inevitable toque de transpiración (dado el calor del día) y sabía que las tiesas líneas de su brassier blanco de encaje eran visibles. Cristi no era una provocadora pero le gustaba lucir bien y disfrutaba de la atención que recibía de los hombres de la oficina. Sin embargo, las miradas del Patán estaban lejos de ser bienvenidas. No había nada real que objetarle, aunque estaba fumando en un vagón no fumador y su humo molestaba a otros pasajeros. Pero el hombre era demasiado atemorizante para confrontarlo y nadie se atrevía a decirle nada. Cristi se encogió ante la perezosa y amenazante sonrisa del patán, evitando su mirada como si hubiera cometido un gran error social.
El tren retumbaba sobre las vías y Cristi hizo un deliberado intento por ignorar al desagradable desconocido. Después de todo no había nada que pudiera hacerle. Cerró los ojos y subió el volumen de su mp3. Con suerte él se habría bajado del tren antes de que los volviera a abrir. Mientras la música cobraba ritmo se sintió mejor. El estrés del día empezó abandonar su cuerpo y el repiqueteo del tren la calmó causándole una ligera somnolencia. Inconcientemente se relajo en su asiento y apoyó su cabeza en el respaldo. Pronto estaba bastante abstraída de los ocupantes del vagón.
El Patán continuó su franco escrutinio de la bonita pasajera. Le gustó lo que vio. La joven estaba a principios de sus veintes. Tenía buenas piernas y aunque su pecho no era amplio sentía que debajo de la transparente blusa y las apretadas líneas del brassier, sus senos serían dulces y tiernos. Había estado buscando una buena oportunidad por más de un mes y esta era casi perfecta. Era hora de ver si la técnica funcionaría o no.
El Patán activo el interruptor de una pequeña caja rectangular de metal en su bolsillo. El aparato era una pieza de equipo especial que había llegado a sus manos por medios algo nefastos. Era un aparato electrónico-digital capaz de interferir con la operación normal de un mp3. Sobre la señal básica digital el aparato difundía su propio mensaje subliminal operando a frecuencias apenas audibles. Cristi la recibió, sus oídos y cerebro recibían el mensaje mientras su conciencia no detectaba las órdenes que se filtraban más y más profundo dentro de su mente. Cuando ella se rascó la pierna el Patán sonrió en secreta satisfacción. ¡La chica mordía el anzuelo! Era la primera de las sugestiones hipnóticas, una comezón a bajo nivel implantada en la parte trasera de la pantorrilla. Para ella era una acción refleja rascarse – sus brillantemente pintadas uñas rojas finalmente descansaron en su muslo cuando el impulso fue suprimido. Dado el complaciente patrón de su comportamiento el Patán supo que había encontrado al sujeto perfecto. Las condiciones en el tren eran ideales para que penetrara el mensaje. El calor, movimiento rítmico y la somnolencia se habían combinado para inducir una suspensión de la actividad mental superior y la rubia era obviamente susceptible por naturaleza. Había tomado menos de un minuto para inducir exitosamente una respuesta inicial. Ahora debía cubrir la mayoría de las circunstancias para transmitir las restantes órdenes importantes. El Patán activó otro interruptor de su aparato y empezó la segunda fase. La programación de Cristi había empezado…
Clickety, clack, clickety clack, clickety clack. Bajo el intermitente sonido neumático de los frenos y la señal de alta frecuencia en su mp3 Cristi caía en un trance más y más profundo. Ahora estaba soñando, soñando con un largo y lento baño de tina. La luz del sol se sentía como si fuera agua caliente, flotándola lejos del mundo a un lugar secreto donde su amante la estaba esperando. Sonrió inconcientemente pensando en sus manos en sus hombros, apretándola antes de moverse lentamente sobre su cuerpo. Era tal y como debía ser. Ella estaba ahí para complacerlo, para darle placer a sus necesidades. Pronto él la usaría – la tomaría y tendría satisfacción con ella. Era lo que ella quería. Quería ser útil. Supo que nunca debía decepcionarlo. Él la estaba acariciando y podía sentirse cada vez más caliente y pegajosa – una placentera excitación humeda estaba creciendo entre sus piernas. Se retorció levemente como si alguna parte de su mente se rebelara contra la creciente marea de sus emociones. Pero cualquier conciencia de lugar o tiempo se desvaneció bajo el ataque de su mp3. En su lugar supo que tenía que escuchar cuidadosamente. Tenía que escuchar dos palabras. Escuchar al hombre que le dijera las palabras. El hombre que dijera las palabras le diría que hacer. Le diría lo que debía hacer. Sería una gran equivocación resistirse a él. Una gran equivocación. Su amante insistió en que obedeciera al hombre, y lo que su amante quisiera ella lo haría…
Cristi sintió un firme presión de nuevo en su hombro y los audífonos se deslizaron de sus oídos. En un momentáneo relámpago de confusión la pequeña rubia sacudió la cabeza y parpadeó, despertando con la cabeza llena de imágenes perturbadoras. Lo primero que notó fue que el asiento de enfrente estaba vacío. El Patán se había ido. ¡Lo segundo que notó fue que él ahora estaba en el asiento a lado de ella con un brazo alrededor de sus hombros! Empezó a temblar por el susto pero antes de que pudiera abrir la boca para gritar él acercó su boca al oído de ella, plantándole un húmedo beso en la mejilla y susurrando:
“¡Ahora eres mía, bizcocho azucarado! ¡Toda mía!”
A un nivel muy debajo de los centros de pensamiento independiente, Cristi reconoció las palabras de dominio. Bizcocho azucarado. No había nada que pudiera hacer para resistir al hombre que las dijo. Ahora tenía que obedecerlo. No había opción.
La reacia rubiecita se volvió lentamente hacia él. Aun estaba temblando en sus brazos, incapaz de comprender lo que le estaba pasando. Concientemente odiaba a este repugnante hombre pero sus instintos habían sido dominados y aunque aun luchaba silenciosamente contra su autoridad era una batalla perdida.
Ahora el Patán pudo estudiar el rostro de su victima en más detalle. Era bonita y pálida, cabello ondulado hasta el hombro, una bonita nariz y una pequeña boca. El Patán disfrutó el toque de miedo en los grandes ojos azules de la chica que le miraban como un conejo sorprendido por las luces de un auto. Él detectó posibles lágrimas asomando de sus ojos pero los ignoró, inclinándose hambrientamente para besarla en la boca. Cristi se sintió enferma por el olor a tabaco y alcohol en el aliento de su atacante pero cuando el le ordenó que lo besara como se debe ella hizo lo que se le dijo. El Patán metió su lengua en la boca de la joven mujer para saborear la dulzura de su silenciada protesta. ¡Era deliciosa! Su brazo izquierdo se apoyó firmemente y su mano apretó su seno, aplicando una ligera presión en un acercamiento preliminar a esa carne cautiva. No se decepcionó. Los pechos de Cristi eran suaves pero a la vez lo bastante firmes para un apretón – deliciosos pedacitos para cualquiera que los tomara. Bajó su brazo y encontró un cierre metálico en la cadera de la falda. Jugó con el abriéndolo un poco y aflojando así la cintura para así poder introducir sus dedos debajo. La besó de nuevo introduciendo mientras tanto sus dedos debajo del elástico de las medias y la pantaleta y frotando su pulgar en su sexo. Cristi dio un gemidito frenético de protesta y trató de cruzar sus piernas para impedir cualquier violación posterior.
“¡Piernas abajo!”, ordenó el Patán con un rudo susurro en su oído. “¡Quiero ver de que está hecho mi bizcocho azucarado!”
Una pareja mayor en la fila opuesta del carro miraron a Cristi y al Patán con desagrado y para su vergüenza ¡Cristi sintió que se sonrojaba al pensar que había transgredido los estándares públicos de la decencia! Peor aun, sentía que su cuerpo respondía contra su voluntad. El tosco toqueteo estaba excitándola y comenzó a retorcerse incomoda en su asiento. ¿Cómo pudo este terrible hombre hacerle esto?
“Vamos querida, prepárate. Es nuestra bajada.
El Patán ahora había tomado el control y Cristi se encontró llevada fuera del tren antes de que pudiera evitarlo. Y por supuesto no era su estación; era un barrio viejo, la zona del Patán. Una vez que estuvieron en el anden este se permitió darle otro beso mientras el tren partía. ¡La jovencita ya era prácticamente suya! Era hora de llevarla a casa.
El Patán apuro a Cristi a salir de la estación, casi arrastrándola tras él por lo que se tropezó más de una vez, tambaleándose en sus tacones altos mientras luchaba por mantener el ritmo de él. Ciertamente, a pesar del éxito espectacular de su experimento el Patán no estaba seguro de cuanto podría durar el condicionamiento. Sólo cinco minutos habían pasado desde que la joven mujer había retirado los audífonos. Él sospechaba que pronto podría empezar a recuperarse del ataque hipnótico inicial y su individualidad se reafirmaría.

Antes de que eso pasara necesitaba llevarla a donde pudiera reforzar su dominación.

Las calles fuera de la estación eran feas, sucias e intimidantes por si mismas. Viejas casa ocupadas por personas pobres, varias tenían las ventanas selladas para evitar visitantes indeseables. Obviamente no con demasiado éxito. La pintura parecía datar de antes de la guerra. A la vuelta de la esquina unos edificios obscuros lanzaban sombras que parecían amenazantes aun con el calor del verano. Una banda de chicos rudos con patinetas y bicicletas jugaba futbol con desgano. Su juego parecía más una excusa para pelear e insultar que otra cosa. Un auto quemado se oxidaba en la calle. Era el tipo de vecindario que Cristi nunca habría visitado antes de ese día.
El Patán empujó a su presa entre los chicos quienes los miraron con desenfocado y agresivo odio adolescente. Entraron al recibidor del edificio más cercano. El elevador no servia así que Cristi fue obligada a subir cinco pisos de escaleras de concreto antes de llegar al apartamento donde fue arrojada adentro sin ceremonias.
El lugar era repugnante, ropa sucia desparramada por todos lo muebles, aroma encerrado a cigarro, trastos sucios por doquier en la cocina que no habían sido lavados por un buen tiempo. Un fuerte ladrido los recibió al entrar y un doberman entró en el cuarto.
“¡Quieto Mutilador, quieto muchacho!”, dijo el Patán gesticulando ante el animal. Notó con cierto interés como Cristi temblaba ante la bestia “casi”, pensó, “como si tuviera más miedo de Mutilador que de mi”. En su estado Cristi no era capaz de pensar racionalmente pero su respuesta de miedo primitivo aun funcionaba a un nivel más profundo que su control.
En la cocina el Patán llenó un vaso de agua y tomó una pastilla de una botella café a un lado del lavabo. Cuando cayo en el agua la píldora se disolvio en treinta segundos. Regresó a Cristi y le dio el vaso.
“Tómatelo”
No era una petición, era una orden. El patán sabía la importancia de las ordenes simples sin posibilidad de interpretación. Su autoridad se ejercía mejor cuando se ejercitaba en la forma más directa. Ella dudó por un momento pero entonces se bebió el agua en cinco o seis pequeños y ansioso tragos.
“Buena chica”, él le susurró sintiendo el comienzo de una erección ante esta nueva evidencia de su creciente poder sobre la bonita rubia. Tragarse el agua había sido un serio error por parte de su presa. Con la droga en su sistema la tonta puta sería mucho más fácil de condicionar.
“Ahora siéntate”, dijo, quitando un montón de periódicos y sobres de un viejo sillón reclinable. Pero calculó mal, por una pequeña fracción, el nivel de sumisión de Cristi. Cuando él no estaba mirándola directamente ella empezaba a encontrar el modo utilizar sus propios pensamientos. Había empezado cuando él estaba en la cocina, pero una cierta confusión residual le impidió actuar y cuando regresó recayó durante por unos pocos cruciales segundos. Aunque ahora, algo le decía que esta era su última oportunidad de liberarse.
“¡No! ¡No lo haré! ¡No lo haré!”, chilló mientras se daba la vuelta y huía hacía la puerta. Con una rápida maldición el Patán la siguió, su corazón retumbando en su cuerpo pasado de peso. ¡Si la perra huía estaría en un verdadero problema! ¡Ya estaba en las escaleras! El clic de sus tacones en el concreto iba acompañado por un pequeño grito ahogado mientras daba lo mejor para poner distancia entre ellos. Su intento de escape muy podría haber funcionado de no haber sido por un cruel trozo de suerte. En el primer descanso de la escalera su tacón se atoró en el pedazo de una rejilla de ventilación que había sido rota por vándalos y cayó al piso. Antes de que pudiera recuperar el aliento, sintió los brazos del Patán agarrarla brutalmente por la cintura y levantarla. Consiguió dar un grito y entonces él le dio la vuelta y le dio una dolorosa bofetada al rostro cuyo impacto la dejó sin habla. Llorando cada vez más fuerte, la cautiva fue fácilmente arrastrada de vuelta al apartamento. Con un rápido empujón fue sentada en el sillón y esta vez él no tomó riesgos, poniéndole los audífonos en los oídos y manteniéndola sentada presionando con sus brazos en sus hombros. Ella pateó y trató de golpearlo, pero era como tratar de luchar con una montaña de manteca. Nada de lo que hacía parecía tener efecto y estaba tan cansada, tan pero tan cansada… Era más fácil detenerse ya – relajarse como la voz en su cabeza le decía. Sus manos cayeron a sus costados y cerró los ojos.
El Patán suspiró relajado mientras observaba el efecto combinado de la droga y la señal en los audífonos tomar fuerza, suavizando visiblemente las antes tensas facciones de Cristi y sobreponiéndose a los últimos vestigios de resistencia. De manera algo perversa su intento de escape de hecho había acelerado el proceso debido a que su explosión de adrenalina había ayudado a bombear la droga más rápido por su flujo sanguíneo. Ahora sólo tenía que esperar. El efecto acumulativo de las señales químicas y auditivas estaba haciendo su trabajo muy bien pero necesitaban tiempo para trabajar. Esto iba a ser un mucho más completo proceso de reprogramación que la relativamente ligera trampa mental que había logrado obtener en el tren. Esta vez no tendría que trabajar por medio de interferencia electrónica-digital apoyándose en la suerte e incontrolables factores ambientales. Ahora el podía bombear sus mensajes directamente en la mente de su victima, formando los cimientos de una más permanente arquitectura de control que ahora podía establecerse.
El Patán deslizó su mano por la pierna de Cristi, saboreando la sensación de carne bajo el nylon de sus medias. ¡Ella iba a ser una buena cogida! Podría tomarla ahora si lo quisiera pero se requería paciencia. Todo sería mucho mejor cuando ella hubiera sido expuesta a la señal subliminal completa.
“Lo bueno llega al que sabe esperar”, el Patán se dijo, disfrutando de la anticipación de un degustador maestro esperando a que una deliciosa receta hierva. Mientras tanto había trabajo que hacer. Regresó por la zapatilla que se había caído en la lucha; no tenía caso dejar evidencia de secuestro por ahí, no importa lo tenue que fuera la pista. De vuelta en el apartamento Cristi continuaba respirando lentamente mientras la señal de decía que pensar. El Patán tomó su bolso y vació el contenido en la mesa –llaves, tarjetas de crédito, cosméticos, y algunas monedas. Tomó un cuaderno de la cocina y empezó a escribir todos los detalles, creándose una imagen de la vida de su victima. Todo esto sería la confirmación de hechos que extraería de ella después. Entonces se preparó una bebida y encendió la televisión. Cristi necesitaba otra hora cocinándose antes de estar lista para el interrogatorio.
El partido termino y el Patán apagó la televisión. Era hora de hacer algunas preguntas a su bonita prisionera rubia. Comenzó por quitarle los audífonos, complacido al ver que cuando Cristi abrió los ojos, estos estaban desenfocados y acuosos. El Patán decidió que sería más divertido conducir el interrogatorio con la chica desnuda y en cualquier caso él quería ver un poco más de su nueva adquisición.
“Parate”, dijo, complacido con su instantánea obediencia.
“Ahora desvístete”, dijo. “Quiero que te quites toda la ropa. ¡Y apúrate con eso, no tengo todo el día!”. Su fingida impaciencia pronto tuvo a la ansiosa joven luchando con los botones de su blusa, como una chica de escuela traviesa a quien se le regaña por no cambiarse bastante rápido para clase de deportes. El Patán estaba muy entretenido. La belleza de esta técnica era que una parte del sujeto permanecía conciente de la situación pero era completamente impotente para resistir. Blusa, falda, medias, brassier y pantaletas fueron rápidamente removidos y colocados en una bolsa plástica que él le sostenía.
“Muy bien”, pensó el Patán mientras admiraba el cuerpo de Cristi. Sus tetas eran en todo tan deliciosas como se había imaginado, con sus bonitos pezones rosas en amplias aureolas perladas. Su vientre era liso y tieso y su sexo cubierto por una fina mata de cabello rubio obscuro parecía placenteramente suave y atractivo. Ella trataba de cubrir su cuerpo con sus manos pero era inútil y se rindió completamente cuando él le ordenó sentarse y poner sus brazos a los lados de la silla.
“Tengo unas cuantas preguntas para ti”, dijo el Patán. “Debes responderme sinceramente sin tratar de ocultarme nada”.
Oprimió el botón de grabar en una grabadora para poder tener la entrevista guardada permanentemente.
“¿Cual es tu nombre?”. Él ya sabía la respuesta pues lo había leído en su permiso de conducir, pero sólo era una pregunta de calentamiento.
“Cristina Solano”, respondió rápidamente.
“Muy bien Cristi, ahora tu dirección”. Una vez más la respuesta salió rápidamente y coincidía al detalle con una vieja carta que encontró en su bolso. “Hasta ahora muy bien”. Las siguientes preguntas fueron rutina, dando información de su pasado que sería útil más tarde. Averiguó donde trabajaba, con quien, los nombres de sus amigos y de su novio. Medio esperaba que ella estuviera libre pero no era una sorpresa que una chica como ella tuviera una relación estable. Eso tendría que cambiar…
Después de un rato comenzó a hacerle preguntas más íntimas. ¿Cada cuando tenía sexo? ¿Cuándo fue su último orgasmo?¿Le daba sexo oral a su novio? ¿Qué pensaba del sexo anal?
Las preguntas obviamente avergonzaban a la chica pues empezaba a sonrojarse pero las respondió todas eventualmente y el Patán estaba feliz de que ella estuviera diciendo la verdad.
“¿Quién soy?”, él preguntó al fin, conciente de la total ignorancia de su nombre por parte de ella pero interesado en su repuesta ahora que ella había alcanzado este estado de conciencia.
“Eres el Patán”, dijo sin dudar. Ella no tenía maldad o sentido de la forma social en ese momento y ese fue el primer nombre que se le ocurrió. Si el hubiera sospechado que ella estaba deliberadamente insultándolo o mostrándose desafiante se hubiera molestado pero entendía suficiente del proceso por el que estaba pasando Cristi para reconocer la verdadera naturaleza de su respuesta por lo que más bien se sentía divertido.
“Así es”, confirmó con una sonrisa siniestra, decidiendo adoptar el nombre. “Soy el Patán. Te dirigirás a mi como señor de ahora en adelante. ¿Entendido?
“Si señor”, ella dijo. Su voz era suave y apagada.
“¿Ahora, quien eres tú?”
“Cristina So…”
“No, no lo eres”.
La interrumpió antes de poder completar su respuesta, con firme y despiadada.
“Eres mi juguete de coger. Vas a hacer lo que te diga de ahora en adelante y usare ese bonito cuerpecito tuyo para satisfacer mis necesidades. ¿Entendido?
La total crueldad de estas brutales palabras pareció impactar a la pequeña rubia más que nada de lo que le hubiera dicho antes y por unos pocos segundos, mientras observaba la expresión contradictoria en su rostro, el Patán se preguntó si había ido demasiado lejos. Entonces ella inclinó la cabeza en señal de rendición y él supo que realmente había ganado.
El trabajo serio había terminado. Era hora de disfrutar su premio. Llevo a la bonita oficinista a su alcoba y le ordenó que se acostara en la cama boca arriba y abriera sus piernas.
Se tomo su tiempo desvistiéndose, revelando una gran masa de carne mal cuidada mientras se quitaba su camisa y se desabrochaba sus pantalones. La cara de Cristi era todo un retrato – un retrato de rechazo, aprehensión, miedo y resignación. Pero al Patán no le importaba; de hecho la repugnancia de ella lo excitaba. Al fin se acercó a ella y se sentó en el borde de la cama haciendo que los resortes protestaran con un chirrido. La pequeña rubia temblaba mientras él recorría su cuerpo desnudo con sus gordas manos, apretando sus senos con especulativo placer y pellizcando sus pezones. Una mano continuaba aplastando el suave cojín de su melón izquierdo mientras la otra acariciaba su plano estomago y sondeaba entre sus piernas.
“¡Pronto estarás lista para que te monte!, se burló mientras sus dedos torturaban suavemente su sexo. “Quiero a mi pequeño bizcocho azucarado húmeda y ansiosa antes de cabalgarla”.
Cristi tragó por el esfuerzo de pelear una batalla perdida. ¡No había manera de que esta patética parodia de jugueteo pudiera estimularla y sin embargo así era! “Bizcocho azucarado” era algún tipo de palabra clave y había brincado completamente los centros de control conciente de la chica. Sin poder controlarlo estaba cada vez más indefensamente excitada. Gimió suavemente y presionó su lindo trasero con más fuerza contra la colcha en un inútil esfuerzo por resistir.
“No eres más que una putita húmeda, verdad?”, sonrió el Patán. Ya estaba lista. Se acomodó entre sus piernas y la penetró con su duro bastón en una fácil embestida.
“Linda y apretada”, él gruñó. Miró en el espejo para saborear la vista de su propia montaña repugnante de carne tan obviamente dominando al dulcemente esbelto cuerpo atrapado bajo él. Desnuda y temblando, Cristi era una vista maravillosa y el volvió a levantarse levemente para volver a penetrarla.
“¡Eres una perra caliente!”, dijo él, cogiéndola más duro y disfrutando la sensación.
Cristi se rindió a él totalmente, su repugnancia y horror vencidos al fin por su astuta manipulación y el brutal asalto a su cuerpo. Sus caderas se sacudieron en un espasmo de liberación y dio un gemidito ahogado debido al orgasmo. Al mismo tiempo el Patán gruñó de satisfacción y se vació dentro de ella. Gruesos hilos de pegajoso fluido blanco fluían dentro de los tibios túneles de la carne de ella. Él respiró profundamente, saboreando por un largo minuto el tembloroso colapso de la indefensa rubia aplastada bajo él. Pero Cristi tenía una importante lección que aprender y necesitaba aprenderla ahora. Cuando se enseña a una mascota los límites del comportamiento aceptable el castigo debía seguir inmediatamente al crimen para asegurarse de conseguir la correcta comprensión. “Justamente”, pensó el Patán mientras desmontaba y daba vuelta para ponerla sobre su regazo a la agotada Cristi y sin advertencia o explicación comenzó a azotar su expuesto trasero. Ella gimió y trato de patear pero él era despiadado y fuerte. Pronto el trasero de la rubia estaba sonrojado con un brillante rastro rosa de dolor y quedó reducida a llorar y retorcerse débilmente contra él.
“Que eso te sirva de lección”, dijo al fin. “En el futuro sólo tendrás un orgasmo cuando te de permiso”.
La empujó y cayó al piso.
“¡Levántate perra estúpida! Tienes que limpiarte antes de irte”.
Cristi comenzó a llorar, pero cuando el Patán le dio una leve pata en las costillas se levantó y lo siguió al baño. Le preparó un baño frío y la supervisó mientras se pasaba una esponja por el cuerpo. En quince minutos Cristi estaba seca y vestida de nuevo pero antes de que se le permitiera irse, la volvió a sentar poniéndole de nuevo los audífonos para una sesión final de diez minutos. Había instrucciones mucho más importantes que debían ser programadas…
El Patán observó a Cristi caminando de vuelta a la estación desde la ventana de su hogar, sus tacones resonando en el pavimento como las pezuñas de una nerviosa gacela. Aun se veía deliciosa en sus medias, falda y blusa y sólo el Patán sabía que había tomado sus pantaletas como un trofeo menor. Ya la jovencita estaba empezando a olvidar sus experiencias en el departamento, suprimiendo los recuerdos que él le indicó; y había otras significativas alteraciones dentro de su cabeza. Para cuando llegara a su casa sólo recordaría una tardada avería en el tren.

 

El Patán sonrió. Cristi era perfecta – simplemente perfecta. Y sólo había comenzado a trabajar con ella…
 
 

Relato erótico: “A mi novia le gusta mostrar su culito 8” (POR MOSTRATE)

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TODO COMENZÓ POR UNA PARTIDA2Hola amigos. Nunca imaginamos con Marcela que tanto los relatos como la web iban a tener tanta sin-titulorepercusión. Estamos recibiendo a razón de 15 correos diarios, algunos felicitando a mi señora por su cola y muchos de ellos con propuestas tan excitantes que al leerlos Marcela no puede dejar de masturbarse. Perdón si no contestamos todos, pero no dejen de escribirnos que como ven la ponen a mi esposa a full.

Lo que les relataré hoy sucedió hace unos meses cuando con Marcela decidimos tomar unas vacaciones en Bariloche, que para los que no lo conocen les cuento que es un centro de ski maravilloso.

Como no tenía más que una semana de vacaciones, contratamos un paquete con avión y hotel incluido que ofrecían en una revista.

Recién cuando llegamos al hotel nos dimos cuenta por el barullo que había que nos hospedaríamos en el mismo lugar donde estaban alojados un montón de chicos de 17 años pertenecientes a un colegio de Mendoza que estaban de viaje de egresados.

Adiós a la tranquilidad pensé, pero como ya no había remedio, solicitamos la habitación y un botones nos acompañó a ella.

Estaba ubicada en la segunda planta y a medida que nos acercábamos a ella veíamos adolescentes por todos lados ya que casi todo el piso estaba ocupado por ellos.

Hable con la administración para que nos cambiaran la habitación pero como respuesta recibí lo que me esperaba: “señor lo siento pero el hotel está todo completo”

Estábamos exhaustos por el viaje así, que nos pegamos un baño y nos fuimos a descansar un rato. A la hora y media nos cambiamos y llamamos al ascensor para bajar al restaurante del hotel a cenar algo.

Cuando subimos al elevador este estaba ocupado por dos estudiantes que nos saludaron amablemente. Quedamos ubicados delante de ellos dándoles la espalda. De repente oigo que se sonreían, por lo que me di vuelta y vi que los dos estaban baboseándose con la cola de mi señora. No era para menos, Marcela llevaba puesto un pantalón beige de tela de algodón súper ajustado que dejaba ver la marca de la diminuta tanga que tenía. Yo creí que cuando vieran que yo me daba vuelta ellos cambiarían de actitud, pero no fue así, los maleducados siguieron mirándole el culo como si yo no estuviera.

– ¿Pasa algo?, les pregunte.

– No señor, nada, me respondió uno.

– Perdone que la miremos a su esposa, lo que pasa que es hermosa, dijo el otro sin quitarle los ojos de encima a Marcela.

Yo iba a responder cuando Marcela me apretó la mano dio vuelta la cara y les agradeció con una sonrisa.

Llegamos a planta baja y bajamos nosotros y los chicos atrás. Note que mientras caminábamos hacia el restaurante mi señora había parado un poca la cola y la meneaba con sensualidad.

Por supuesto como era de esperar, los estudiantes nos siguieron hasta el comedor regocijándose con el espectáculo que les estaba dando Marcela.

– ¿Perdón señor, llegaron hoy?, me preguntó el que era mas alto, que se había acercado y ya caminaba a mi lado.

– Si, le respondí

– ¿Ustedes dos vinieron solos?, pregunto Marcela.

– No señora, estamos con otros veinte compañeros, contesto el otro que ya estaba al lado de mi mujer.

– ¿Y como la están pasando?, preguntó ella

– Y más o menos, hace cuatro días que llegamos y estamos un poco aburridos.

– ¿Porque aburridos?, pregunté yo.

– Lo que pasa que en el hotel no hay chicas y a la noche no tenemos para divertirnos, contesto el que estaba a mi lado y parecía el mas extrovertido.

– Me imagino, comentó Marcela riéndose, veinte dos adolescentes sin ninguna mujer.

– ¿En serio se lo imagina señora?, le preguntó el que tenía al lado mió, mirándola de arriba abajo.

Marcela lo miro y no dijo nada. El pendejo se estaba pasando, así que los saludé y entramos al restaurante.

– Que pendejo zarpado, le comenté a Marcela, ya sentados en una mesa.

– Lo que pasa que a esa edad y solos deben estar recalientes, me contestó,

– Y vos encima que les paras la cola, los pones peor.

Ella no me contesto, pero yo sabía que la situación la excitaba.

– Por lo menos estos dos esta noche se van a hacer dos pajas cada uno pensando en tu culito, continué, sabiendo que eso la iba a poner a mil.

– Uffffffff, fue todo lo que dijo.

Yo cambie de tema para que ella se calmara, pero debo reconocer que también me había calentado.

La cena transcurrió tratando ambos de no tocar el tema de lo que había pasado minutos antes. Luego de comer nos quedamos a disfrutar un show de música que ofrecía el restaurante y a eso de la s 2 de la mañana decidimos regresar a nuestra habitación.

Traspasamos el lobby, que ya estaba sin gente, y tomamos el ascensor. Al llegar a la segunda planta había alrededor de seis estudiantes sentados en el pasillo, entre los que se encontraban los chicos que habíamos estado hablando. Al vernos se hizo un total silencio. Marcela automáticamente paró la cola y caminó adelante mió pasando delante de todos ellos, que le miraban el culo desde abajo como embobados.

– Buenas noches señora, le dijo el que se había zarpado antes.

– Buenas noches, le contestó Marcela.

– ¿Ya se van a dormir?, pregunto dirigiéndose a mí.

– Si, y ustedes deberían hacer lo mismo, les dije.

– Lo que pasa que no tenemos sueño, dijo otro que se tocaba disimuladamente por arriba del pantalón mientras miraba a mi señora que me esperaba parada en la puerta de la habitación.

– ¿Señora, no quieren jugar a las cartas con nosotros?, dijo otro.

– No gracias y les pido que no hagan ruido, dije yo.

– Dale amor, juguemos un ratito con los chicos que yo tampoco tengo sueño, me pidió Marcela mordiéndose el labio inferior.

Yo estaba seguro que eso estaba mal, pero estaba tan excitado de ver a los pendejos tan calientes con mi señora que acepte la invitación.

Pasamos todos a nuestra habitación y todos enseguida se sentaron en la cama.

– Venga acá señora, le dijo uno de ellos, haciéndole lugar a su lado.

Ella, se saco el abrigo que tenía, se sentó al lado del chico, apoyando su cabeza en el respaldo y con sus piernas estiradas sobre la cama.

Yo, que todavía estaba de pie, disfrutaba viendo a mi esposa en la cama rodeada de pendejos recalientes. Por la posición que tenía, el pantalón le marcaba los labios de su conchita, cosa que no paso desapercibido para ellos, que miraban como fascinados lo abierta que estaba. Ella, a darse cuenta de la reacción que había provocado, empezó a mostrar signos de calentura en su cara.

– Ven mi amor, sentate acá, me pidió, tratando de flexionar las piernas, intento que le resulto imposible por lo ajustado del pantalón.

– ¿Porque no se pone más cómoda señora?, dijo el que estaba a su lado.

– Es que no hay lugar, contesto ella.

– No, le digo que se ponga mas cómoda, que se saque el pantalón, dijo el muy caradura.

Todos rieron y me miraron. Yo no dije nada, solo mire a Marcela, que parecía por su expresión que estaba esperando que alguien lo pidiera.

– Digo, cámbieselo por algo más cómodo, continuó el pendejo.

– ¿Mi amor, a vos no te molesta que los chicos me vean con algo de entrecasa?, me pregunto ella.

– No, está bien, le conteste.

Aunque sabía a que llamaba Marcela “de entrecasa” ya había comprendido que no podía parar lo que venía, no solamente por lo excitada que ella estaba, sino porque, con solo imaginármela mostrándose delante de estos adolescentes me hacía hervir la sangre.

Nadie le saco los ojos de encima mientras Marcela se dirigió al baño, después de sacar algo del armario.

Mientras ella se cambiaba, en la habitación todos murmuraban y se miraban con cara de ansiedad esperando volver a ver a mi mujer.

Pasaron unos minutos hasta que la puerta de baño se abrió y apareció Marcela.

Se hizo un total silencio y no era para menos. Mi señora salió del baño vestida solamente con una remerita blanca que le llegaba a la mitad de sus muslos, dejando ver parte de su fabulosa cola.

– Ahora si estoy más cómoda, dijo, mientras dándoles la espalda a los chicos acomodaba la ropa que se había sacado en una silla que había en el otro extremo de la habitación.

Los seis pendejos estaban mudos. Tenían clavada la mirada en el culo de Marcela, que haciéndose la disimulada, se los mostraba con gusto.

Yo no podía más. Ver esa escena me había producido una erección que ya no podía disimular.

– Mi amor los muchachos te están viendo la cola, le dije

– Ay si, lo que pasa que esta remera es cortita, me respondió mientras se la estiraba para abajo tratando de taparse un poco mas.

– Pero igual no te preocupes mi amor que abajo tengo una bombachita, prosiguió, mientras regresaba a sentarse en la cama.

– Y a ustedes chicos, ¿no les da vergüenza mirarme la cola delante de mi marido?, preguntó, mientras se sentaba al lado de ellos.

Todos me miraron. El quedarme callado fue aprovechado por uno de los muchachos que me preguntó descaradamente:

– Señor, ¿a usted le molesta que le miremos la cola a su señora?

– No, si a ella no le molesta, respondí sin pensar.

La situación, como tantas otras veces, me había superado y había perdido nuevamente la cordura a manos de la excitación.

Se notaba en sus caras de sorprendidos que no podían creer lo que escuchaban.

– ¿Les gusta mi colita?, pregunto Marcela.

– Es que no la vimos bien, respondió uno.

– Parece muy linda. ¿Nos la deja ver un poco mas?, pregunto otro.

Mi señora se levanto y fue derecho a la silla donde había dejado la ropa. Apoyo sus manos en el respaldo y saco la cola para afuera, lo que hizo que la remera se levantara y dejara al descubierto la mitad de su culo y la punta de la tanga blanca que llevaba puesta.

– ¿Ahora la ven mejor?, pregunto, dando vuelta la cara y mirándolos con terrible cara de puta.

Yo no aguante más. Me senté en una silla, me bajé los pantalones, y comencé a masturbarme. Al ver esto los pendejos hicieron lo mismo y en un segundo los seis se estaban pajeando a un ritmo frenético.

– Mi amor, mira como se pajean con tu cola, mostrales un poco más, le pedí, fuera de si.

Marcela se sacó la remera por lo que quedo ante los pendejos solo con la tanguita. Esto fue demasiado para cuatro de ellos que no aguantaron mas y acabaron dejando semen por todos lados.

Mi señora se puso de rodillas en el piso, paró bien la cola, y los miraba mientras se tocaba la conchita. Se notaba por su cara que estaba que explotaba de la calentura. No era para menos, tenía a seis desconocidos pajeandose a metros de ella, mientras hacia lo que mas le gustaba, mostrar su culito.

Yo miraba toda la escena sin perderme detalle. Ver como la deseaban con desesperación a mi esposa siempre me había excitado, pero ese día estaba como loco. Supongo que esta vez, por ser chicos, podía dominar la situación, lo que aproveche para seguir volviéndolos locos.

– ¿Que tal mi señora, les gusta?, les pregunte con una sonrisa.

– Si señor esta muy buena, dijo uno que ya iba por su segunda paja.

– Mi amor, ya que los chicos se están portando bien, ¿no querés mostrarles el hoyito?

Ella no dijo nada, solo miro a los pendejos como se masturbaban, tomó un extremo de la tanga y lo corrió hacia un lado dejando desnudita su fabulosa cola y su vagina depilada. Apoyo la cara en el piso y comenzó a meterse el dedo en el hoyito.

– ¿Vieron que colita abierta tiene mi señora?, les pregunte. A ella le encanta que se la coman, no mi amor.

Eso fue demasiado para Marcela que pego un grito que no pudo disimular, señal que había tenido flor de orgasmo.

Con terrible espectáculo todos los pibes casi al mismo tiempo volvieron a acabar.

Todavía se escuchaban jadeos, cuando tocaron a la puerta.

Marcela pego un salto y se metió en el baño, yo me subí los pantalones como pude, mientras ordenaba en vos baja que los chicos hicieran lo mismo.

Cuando estábamos todos vestidos, abrí la puerta.

– Perdone la molestia señor, me llamo Carlos, soy el coordinador de una compañía de viajes y estoy buscando unos estudiantes que no se donde se metieron, ¿por casualidad los ha visto?, me preguntó.

– Si, están acá, estábamos jugando a las cartas, dije mientras abrí más la puerta y los llame.

Cuando salieron todos, el coordinador los reprendió y me pidió perdón por si me habían molestado, cosa que negué haciéndole saber que mi señora y yo los habíamos invitado.

Nos despedimos y regrese a mi habitación.

– Mi amor, podes salir, ya se fueron.

Marcela salió del baño. Estaba totalmente desnuda y con cara de bronca. Se tiro en la cama y yo a su lado.

– Que lástima que este tipo vino a buscar a los chicos no, le comente. Se veía que la estabas pasando bien, continué, sonriendo.

– ¿Porque vos no, no?, me pregunto con ironía, mientras me acariciaba la entrepierna.

– Los volviste locos a los pendejos. Estaban desesperados con esta cola. Si los hubiera dejado te la destrozaban a pijazos. Le comenté, mientras le metía un dedo en el culo.

– ¿Eso te hubiese gustado?, le pregunte

– Ufffffffffff, fue toda su respuesta y sin perder tiempo me abrió el cierre del pantalón y comenzó a chuparme el pene.

Estábamos en lo mejor, cuando nuevamente tocaron a la puerta.

– Un momento, respondí, mientras Marcela se metía nuevamente en el baño y yo me acomodaba el pantalón.

– Perdone que lo moleste de nuevo señor.

Era nuevamente el coordinador, pero esta vez estaba acompañado de dos personas de aproximadamente 45 años que se presentaron como de seguridad del hotel.

– ¿En que les puedo servir?, les pregunté.

– Mire señor, lo que pasa es que escuche que los estudiantes que estuvieron con usted hace un rato le contaban a sus compañeros lo que había pasado en su habitación, por eso como responsables de los chicos que son menores de edad tuve que avisar a seguridad.

– No se de que me habla, le respondí, tratando de disimular lo nervioso que estaba.

– ¿Su señora esta con usted?, me preguntó uno de seguridad.

– Si, le conteste.

– ¿Nos permite entrar para que hablemos?, pregunto el otro.

– Si, por supuesto. Prefería eso antes que en el pasillo alguien escuchara.

– Bueno yo me retiro dijo el coordinador dirigiéndose a mi, arregle con ellos.

– Llame a su señora por favor, casi me ordeno el más corpulento apenas habíamos entrado en la habitación.

– Amor, podes venir, por favor.

Marcela salió del baño vestida con una salida de baño de toalla.

– Buenas noches señora, la saludaron.

– Buena noches, respondió ella con cara de asustada, lo que me hizo suponer que ya había escuchado porque venían.

– Usted sabe porque estamos acá. Exhibir a su señora desnuda delante de menores de edad es un delito, dijo uno de los de seguridad.

Marcela me miró con cara de terror.

– Mi señora en ningún momento estuvo desnuda, solo vestía de entrecasa, dije yo tratando de justificar lo injustificable.

– Es verdad dijo ella, estaba con una remera.

– Si no le molesta, ¿puede mostrarnos como vestía delante de los chicos?, preguntó el otro.

Le hice un gesto de aprobación y Marcela se saco la salida de baño quedando solo vestida con la misma remera que había usado hacia un rato.

Los tipos la miraban de arriba abajo. La cara de susto que tenía Marcela empezó a transformarse en cara de deseo.

– Ven que no se ve nada, dije yo

– De la vuelta por favor señora y camine hacia allá, pidió uno.

– ¿Me dejas amor?, me preguntó.

Me di cuenta que le duraba la calentura y que la situación la había empezado a excitar. Y lo que es peor a mí también.

– Si, mostrales, le conteste.

Nos dio la espalda y empezó a caminar hacia la silla. La mitad de su cola volvió a sobresalir por debajo de la remera.

Los tipos le clavaron la mirada en su precioso culo.

Cuando llego a la silla, se apoyo en el respaldo y paro muy sutilmente la cola y se quedo en esa posición.

– ¿Ahora que me dice?, me dijo uno de ellos.

– No se le ve casi nada, le conteste yo, que no sabía como mantenerme en pie por la erección que ya tenía.

Los tipos me miraban sorprendidos.

– Con razón los pendejos estaban recalientes, su mujer tiene un culo bárbaro, comentó uno.

– Y parece que le gusta mostrarlo, dijo el otro, mientras ambos reían.

Mientras tanto Marcela seguía en la misma posición, pero cada vez sacaba la cola mas afuera.

– ¿Así que su marido la deja andar mostrando el culo?, le pregunto el mas grandote, mientras se tocaba la entrepierna sin disimulo por arriba del pantalón.

Marcela no decía nada, solo meneaba muy despacio la cola.

– Ya que no le molesta, usted siéntese ahí, me ordeno mostrándome una silla alejada. Y usted señora porque no nos muestra la bombacha, como nos contaron los pendejos, que hizo con ellos, continuó.

– No puedo señor.

– Si que puede, si a usted le gusta y a su esposo no le molesta, ¿no es cierto?, me preguntó.

– No, está bien, dije yo casi inaudible por la calentura que tenía.

– Es que no tengo ninguna bombachita puesta, dijo Marcela mirándolos con carita inocente y levantándose la remera, dejando a la vista toda la cola.

No puedo explicarles como se pusieron los tipos. Se empezaron a desvestir hasta quedar completamente desnudos. Yo aproveche para bajarme los pantalones y hacerme una buena paja esperando ver nuevamente como le iban a romper el culo a mi señora.

Uno fue hasta donde estaba y le acaricio el culo metiéndole el dedo mayor en la conchita.

– Que mojadita esta su señora, parece que quedo caliente con los pendejos, me dijo, mientras se agachaba y metía la lengua entre los cachetes de la cola de Marcela.

El otro fue por delante y le encajo un terrible beso de lengua, mientras le sacaba la remera. Le empezó a comer los pechos desesperadamente, mientras le sobaba la concha.

Marcela solo gemía. El que estaba detrás la agarró de un brazo y la llevo hasta la cama, la hizo poner en cuatro y volvió a ponerle la lengua en el culo. El otro le refregaba la pija por la cara hasta que ella la atrapo y la empezó a chupar descontroladamente.

Estuvieron un rato así: Marcela había tenido como tres orgasmos y yo había acabado una vez, pero la escena era tan caliente que ya la tenía parada de nuevo.

– Señor, ¿me deja romperle el culo a su señora?, me pregunto mientras todos, incluyendo mi señora, rieron.

Sin esperar respuesta, lo corrió al compañero, se puso detrás de ella, le hizo abrir las piernas, apoyar la cara en la almohada y le metió dos dedos en el culo, que debido a la saliva del otro, entraron como si nada.

Marcela movía el culo como queriendo que le entraran mas adentro. El se dio cuenta y le puso tres dedos a lo que Marcela pego un gritito de placer.

– Mire como le gusta a su señora que le abran el culo, me dijo.

– Hoy le vamos a destrozar este precioso culo, dijo el otro.

– ¿Alguna vez se comió dos pijas juntas por el culo?

– No, dije yo, la van a lastimar.

– Con tremendo culo, déjese de joder señor, me ridiculizó..

– ¿Usted quiere que intentemos haber si entran señora?

– ¿No me va a doler?

– No, si le duele paramos.

Ya Marcela no dijo nada, solo se dejaba llevar. Uno se acostó boca arriba y se puso a mi señora arriba. Le pidió a ella que se insertara su pene el la cola. Marcela obedeció enseguida y se sentó arriba de su pija clavándosela hasta el fondo.

Ella cabalgaba enloquecida mientras le chupaba el pene al otro.

– Eso póngalo bien duro señora que también lo va a tener adentro, le decía este.

Estas palabras hacían que mi señora cada vez estuviera mas caliente. Mientras tanto yo ya iba por la tercera paja y hacía fuerza para no acabar porque quería reservármelo para el espectáculo de ver a mi señora con dos pijas en el culo.

El tipo saco su trozo de carne de la boca de mi esposa y se puso detrás de ella. Apunto hacia su agujero ocupado por la otra pija y comenzó a empujar.

Marcela, que se había quedado quieta, empezó a moverse nuevamente al ritmo y pegaba gritos mezclados de dolor y placer.

– ¿La saco señora?, pregunto el de atrás.

– No, por favor no, gritó mi esposa.

– Ya me parecía, dijo riendo.

– Yo me acerque porque no podía creerlo. Se estaba comiendo dos terribles pijas juntas por atrás y le encantaba.

– Vaya y déle un beso a su señora que se esta portando muy bien, me dijo el que estaba al lado mió mientras le daba sin parar.

Yo me acerque y le bese la boca, a lo que ella respondió metiéndome toda la lengua.

– Ahora señora pídale permiso a su marido para que nos deje acabarle dentro del culo.

– Amor, ¿me dejas que me llenen la colita de leche?, me pregunto entre gemidos.

Escuchar eso hizo que los tipos comenzaran a acabar y se notaba por los espasmos de los dos que le estaban llenando de semen el culo. Yo tampoco pude más y acabe en la espalda de Marcela.

Los tipos se levantaron y le dieron un beso, dejándola a mi señora chorreando cataratas de leche por el culo.

– Si a su señora le gusta mostrar la cola, la próxima vez que lo haga con adultos o podrán tener serios problemas, nos aconsejaron mientras se iban.

Yo sabia que a partir de ese momento a mi esposa una sola por el culo no le iba a alcanzar.

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jorge282828@hotmail.com

 

Relato erótico: “Marina, una perroflauta con la que me casé”

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Introducción.
Después de pasarme mi vida luchando para conseguir un estatus, decidí que ya bastaba. Tenía todo lo que un hombre puede desear menos un hijo. Muchas mujeres habían pasado por mi alcoba, pero ninguna me había parecido lo suficientemente buena para quedarse. De todas las mujeres que conocía no había ninguna que mereciera la pena como futura madre de mis hijos. Por eso el día que cumplí treinta y cinco años, tomé la decisión de cambiar esta situación. 
Las candidatas debían de cumplir una serie de características que borraban automáticamente a la gran mayoría. Quería que mis hijos estuvieran dotados a priori de una gran inteligencia, por eso decidí poner el asunto en manos de una empresa de cazatalentos.
Lógicamente, no se puede llegar a una de estas compañías y decirles, busco una mujer para inseminarla, ya que me hubiesen mandado directamente con una agencia matrimonial y estas no servían porque en su selección escudriñan es  la compatibilidad y otros elementos que me traían al fresco.
Yo lo que quería era una superdotada, alguien con quien compartir mis genes sin arriesgarme a que mis descendientes resultaran ser unos  imbéciles.

Aprovechando que dentro de mi organización había empresas de diferentes ramos, mandé al departamento de  recursos humanos que me buscaran personal con las siguientes características:

-Sexo femenino.
-Edad: entre 23 y 30 años.
-Coeficiente intelectual: mayor de 140.
-Deportista.
-Al menos una carrera, sacada con media de sobresaliente.
Cuando Julio Gómez, el director de esta área, recibió mi requerimiento, me llamó pidiéndome que le ampliara el perfil, ya que se me había olvidado incluir dos premisas importantes, el puesto a cubrir, y el salario que íbamos a ofrecer.
-Necesito una asistente personal, no me importa cuanto cueste, consíguemela-, le expliqué molesto por mi olvido.
-Jefe-, volvió a insistir,-necesito mas datos, Disponibilidad de horarios, soltera, casada, apariencia física, carné de conducir….
-Julio-, le interrumpí,-soltera, respecto a lo demás imagínate que busco un imposible, cuanto más se acerque a la mujer ideal mejor, pero eso sí lo primordial es que sea lista.
Esta vez, no hubo contra-réplica, había entendido y como era de esperar se puso manos a la obra. Al cabo de dos semanas, ya me tenía cinco candidatas.
Fue descorazonador el resultado, entrevista tras entrevista, las candidatas no se ajustaban a lo que yo deseaba. La que no era espantosa, era una acomplejada o tenía algo que me repelía, de forma que tras rechazar a las cinco, llamé nuevamente a mi empleado.
Gomez al escuchar el resultado que habían obtenido sus seleccionadas, se quejó de la dificultad que entrañaba lo que yo quería. Según él, todas las mujeres que se podrían adaptar al perfil, ya estaban trabajando o tenían su propia empresa.
-Me da igual, si tienen curro, ofréceles más dinero y si es la dueña de una compañía, la compramos.
-Saldrá caro-, me avisó.
-Tu, ¡hazlo!.
Esa misma tarde, recibí una llamada suya diciéndome que tenía una posible aspirante. Un antiguo profesor le había hablado de ella. Por lo visto, no había terminado aún la carrera, pero según el catedrático era el mejor expediente que había pasado por sus manos.
-Mándame su curriculum -, le contesté esperanzado.
-Mejor le propongo que me acompañe, por lo visto este cerebrito da una charla esta tarde en el Ateneo.
“¿En el Ateneo?”, pensé, “si eso es una cueva de nostálgicos de izquierda, que llevan veinte años mirándose al ombligo y quejándose de la debacle de los regímenes del telón de acero”.
Estuve a punto de decirle que se fuera a la mierda, pero la posibilidad que fuera lo que buscaba hizo que aceptara acompañarle.
-Le recojo a las ocho-, y con voz socarrona antes de despedirse me aconsejó: -Otra cosa mas, ¡déjese su corbata en casa-.
Tal y como me había pedido, nada mas llegar a casa me cambié. Dejando a un lado mi vestimenta habitual, me disfracé poniéndome un pantalón vaquero y una chaqueta de pana  que me habían regalado hacia dos años y que jamás había estrenado. Al verme al espejo, me repateó la pinta que llevaba, parecía el típico idealista trasnochado que no pudiendo triunfar en la vida se había recluido en la añoranza de una revolución que le diera otra oportunidad.
Recordé la frase demoledora de Winston Churchill:
-Todo hombre que a los veinte no cree en la revolución, no tiene corazón. Todo hombre que a los cuarenta  insiste  en la revolución no tiene cerebro-.

 

Esperando ir a una reunión de descerebrados, me monté en el coche. Pero para lo que no estaba preparado fue que llegando a la sala de actos, el titulo de la misma fuera:
“Manuel Toledano, prototipo de explotador capitalista”.
Julio se rió descaradamente al verme la cara, el muy cabrón sabía de antemano que nunca hubiese acudido a una conferencia en la que el tema era ponerme a parir. Tras mi sorpresa inicial, me contagié de las risas de mi acompañante y sin saber el porqué, me acomodé en una butaca a oír que era lo que la mujer iba a decir de mí.
Como era lógico, la sala se llenó de universitarios con pelos largos y pañuelos palestinos anudados al cuello, antisistemas y ancianos  activistas de izquierda.
 “En menudo lío me estoy metiendo, mejor me voy”, pensé al ponerme nervioso de que alguno de los presentes me reconociera, pero justamente cuando ya me había levantado de mi sitio y estaba a punto de irme, me vi impedido por un grupo de muchachos que, alborotando, pedían que empezara el acto. Ante lo imposibilidad física de escapar, tuve que volver a sentarme y hundiéndome en mi asiento, deseé que nadie se fijara en el tipo sentado en la cuarta fila.
Los aplausos y vítores con los que recibieron a los conferenciantes, me sacaron de mi aislamiento. Por fin iba a ver a la tipa, por cuya culpa había venido y ahora me  veía en esta situación.  Marina Samper fue la última en aparecer sobre el estrado pero la primera en tomar la palabra. Y cuando lo hizo fue directamente al grano.
Sus primeras frases no tuvieron desperdicio:
-Si hay alguien que representa la hipocresía, la codicia y la falta de escrúpulos en esta sociedad de consumo, es el personajillo que nos ha reunido hoy aquí. Manuel Toledano encarna todo aquello que detestamos, un niño bien que se ha lucrado con el sufrimiento de la clase obrera, explotando a los sectores más humildes y enmascarando su conducta por medio de fundaciones cuyo único fin son lavar la imagen  de este empresario ante la opinión pública-.
En ese momento dejé de escuchar, para nada me interesaba el contenido del discurso pero, pasmado, observé la capacidad oratoria de la muchacha y  como iba dosificando su arenga mientras caldeaba el ambiente. Los asistentes se vieron subyugados y como si fueran unos acólitos perfectos, respondieron como ella esperaba, alzándose y gritando contra el supuesto agresor. Es más, si no supiera por propia experiencia que la mayoría de las afirmaciones eran medias verdades o directamente mentiras, yo mismo hubiera alzado mi puño contra el energúmeno del que hablaba.
Julio estaba encantado.
Durante los quince años que llevaba colaborando conmigo me había llegado a conocer y sabía que lejos de aborrecer el estar ahí, yo lo estaba disfrutando al encontrarme con alguien con el que valiera enfrentarse y vencerle. Llevaba demasiado tiempo hastiado por no tener un reto que vencer y esta mujer me daba la oportunidad de recrearme, de ser imaginativo y de ganar un combate totalmente nuevo.
Por eso, cuando terminó de hablar y la concurrencia rompió en aplausos, le dije:
-Me interesa, pero no esperes que me trague el resto-.
-No hace falta-, me contestó, -he quedado con mi viejo profesor en el hotel Urban en una hora, y ¿adivina quien va a venir a cenar con nosotros?-
No necesité más datos y con bríos renovados salí de la vetusta  institución, sabiendo que al menos iba a pasar dos horas divertidas a costa de esa mujer inteligente. Su cara de niña  podía llevar a engaño, era un bello disfraz,  que escondía a una manipuladora eficaz y sobre todo a un adversario imponente.
Nos fuimos andando al hotel, que está a tres manzanas sobre la carrera de San Jerónimo, calle muy famosa al tener entre sus edificios al congreso de diputados. En el trayecto, Julio me dio un dossier de la señorita, el cual nada mas sentarnos en la mesa me puse a estudiar con más concentración que si fuera el balance de una empresa a la que quisiera lanzar una OPA.

Por lo visto, la tal Marina no solo tenía un coeficiente de inteligencia de genio y una de las mejores cabezas universitarias del país, sino según decían los papeles, tenía suficientes razones para odiarme, porque tanto su padre como sus tíos, se vieron en la calle al cerrar una empresa, “Metalúrgica del Pisuerga”, que era de mi propiedad.

No me costó recordar que le había echado el cierre aduciendo motivos ecológicos pero la realidad es que cuando la compré lo hice pensando en los grandes beneficios que me iba a dar la recalificación de los terrenos de la factoría, ya que al estar en mitad de Valladolid, como depósitos de chatarra  no valían nada, pero convertidos en urbanizables su valor era de muchos  millones de euros.
No nos hizo esperar la hora, porque a los treinta minutos escasos hizo su aparición del brazo de un gafotas con pinta de intelectual.
Al preguntar por la reserva, el maitre les informó que ya estábamos esperándoles. Por su gesto contrariado, supe que  nuestra llegada anticipada le había chafado sus planes, debía de haber esperado de un rato para preparase.
La vi acercarse a la mesa, segura de si misma, su andar era el de un depredador, pero lo que realmente me impresionó fueron sus ojos azules. En el acto no me había dado cuenta pero de cerca me recordaron a los de una loba.
-Manuel, reconozco que me sorprendió el saber que ibas a tener el morro de asistir, pero aun mas tu insistencia en conocerme-, me dijo estirando su mano al saludarme.
Desde hace al menos cinco años que los únicos que me tuteaban eran mis amigos de infancia o los muy estrechos colaboradores, por eso me chocó que ella lo hiciera, pero caí al instante que era un insulto deliberado.
-Si pero esperaba más… Después de los grandes elogios que habían hecho de ti, lo que oí fue el discurso de una populista sin ninguna base cierta-, le contesté tirando de su mano y plantándole un beso en la mejilla.
-¿Entonces no le gustó?, pensaba que le iba a entusiasmar-, me respondió con ironía, mientras se limpiaba asqueada la cara.
-No, pero tienes futuro. Por eso te voy a hacer una oferta que no vas a poder rechazar-
-¿Me quieres comprar?, no creía que fueses tan idiota-, me respondió indignada.
Dejé que se calmara unos instantes, sin quitarle mi mirada, que fija en sus  ojos le taladraban tratando de analizarla.
-Si-, y haciendo una pausa dramática, proseguí diciendo:-  ¿cuánto valgo según tu valoración?, ¿cuanto dinero he robado al proletariado?-.
No se esperaba que le contestara así y  echa una furia me contestó que mas de cien millones de euros, que todo el mundo sabía que era un oligarca y un ladrón y demás lindezas que no valen la pena reseñar.  Su perorata no surtió resultado ya que nada mas terminar, en vez de enfadarme como había hecho ella, sonriendo le dije:
-Creo que te has quedado corta. Cásate conmigo, sé la madre de mi hijo y tendrás la mitad-.
El silencio se adueñó de los presentes, a la cara de incredulidad del profesor y de mi asistente, se unió la de ira de Marina, que pasados unos segundos y pensando que era una broma de mal gusto me respondió:
-Quiero el sesenta por ciento de todo-.
-Hecho-, dándole la mano cerré el trato ante su mirada estupefacta y dirigiéndome a Julio, le pedí que preparara el acuerdo prenupcial y que si no había problema, quería casarme al día siguiente.
Como no tenía nada más que decir, dándole un beso a la cría, les dejé terminándose la copa, mientras me excusaba diciendo que tenía que preparar mi propia despedida de soltero.
-¿Es en serio?-, me preguntó Marina totalmente fuera de lugar y sin llegarse a creer la situación.
                               
-Tu eres la experta en mi persona, ¿Sabes de alguna vez que me haya echado para atrás en un trato?-.
 
Negó con la cabeza.
-Entonces nos vemos mañana, espero que tú respetes el acuerdo y aparezcas en el juzgado-
-Allí estaré-, me contestó.
No llegué a escuchar su respuesta porque ya salía por la puerta y el murmullo de los tertulianos y las protestas del profesor me impidieron el hacerlo.
Mi despedida de soltero
Ya en mi coche y mientras mi chofer conducía, decidí que esa última noche de soltero tenía que ser especial y por eso buscando en mi agenda, llamé a Andrea Lafollé.
Para los que no lo sepáis, esa mujer de tan curioso y elocuente apellido es la “Madame” más famosa de Madrid. Aunque las putas más bellas de la capital están en su nómina, lo que realmente la ha hecho tan popular es que, dios sabe cómo, consigue cumplir los caprichos de los clientes más exigentes. Si llegado el caso, un potentado le pide tirarse una rubia con una flor tatuada en el culo, la encuentra. Si el tipo lo que desea es una dominatriz negra de cien kilos, para ella, no hay problema.
Por eso cuando descolgó su móvil y después de saludarme me preguntó a quién deseaba, me lo pensé unos instantes para acto seguido darle una pormenorizada descripción de mi futura esposa:
-Me gustaría que me mandaras a una mujer de veintiún años, castaña con una melena larga y ojos azules. Debe de medir uno setenta y dos…- me quedé pensando-… de pecho por los menos 110.
-¿Tetona entonces?
-Muy tetona pero delgada- respondí.
-120 de pecho…
-¡Debe de ser un sueño! – interrumpí y sacando el dossier de Marina, pregunté: -¿Te serviría la foto de una amiga como ejemplo de lo que quiero?.

-Sería bienvenida- contestó la celestina, acostumbrada a las diversas perversiones de sus clientes- como usted sabe intentaré acercarme lo más posible a sus gusto.

 

Satisfecho, saqué una foto con el móvil y se la mandé. Tras treinta segundos, con tono profesional, me soltó:
-La tendrá en una hora. ¿Se la mando donde siempre?
Asintiendo, me despedí de ella y colgué. Al hacerlo me quedé meditando que era acojonante el porfolio de zorras que dominaba esa mujer y bastante más nervioso de lo que solía ponerme, llegué a mi casa.
Cómo mi chalet estaba a las afueras, me tuve que dar prisa en la ducha para que cuando llegara la putita, estuviera listo. Aunque suene manido, acaba de terminar de vestirme y me estaba sirviendo una copa, cuando escuché el sonido del timbre.
Sabiendo que mi mayordomo abriría, pegué un sorbo mientras me picaba la curiosidad de cuan fielmente esa Madame cumpliría mi encargo. Os juro que cuando entró casi se me cae el whisky de la mano:
“La mujer que se acercaba a mí con paso felino era exactamente igual a Marina”.
Aturdido por el parecido, me la quedé mirando de arriba abajo y sin encontrar diferencia con el original, le pregunté:
-¿Eres Marina?
-Llámame como quieras- respondió y dejando deslizar los tirantes de su vestido, me preguntó: -¿No te parezco atractiva?.
Alucinado todavía, vi cómo se abría el escote y tapándose su pecho con las manos, insistía:
-¿Esperabas algo diferente?.
El problema era exactamente el contrario. La semejanza de ambas mujeres no podía ser producto del azar y acercándome a ella, me admiró la maestría del maquillador ya que ni de cerca era posible distinguirlas claramente. La única pega era el acento, mientras la perro-flauta era castellana, esa guarrilla parecía sevillana.
Mi invitada poniendo cara de putón verbenero, se empezó a acariciar los pezones mientras decía:
-¿Verdad que estas deseando comerme entera desde que me viste entrar?
Su burrada que en otro momento me hubiera molestado, en ese instante me calentó y siguiendo los dictados de mis hormonas, me acerqué a ella y agachando mi cara, me puse a mamar  de sus pechos.
Descojonada por mi rápida claudicación, me retiró de un empujón y subiéndose el vestido, me soltó:
-¡Chiquillo! ¡Qué todavía no me has invitado de beber!
El gracejo con el que se hacía la estrecha, me cautivó porque no era propio de una fulana y siguiéndole el juego, le pregunté qué quería:
-Otro whisky- contestó.

A partir de ese momento, no la traté como a una mujer a la que había alquilado sino como a una muchacha que hubiera conocido en un bar. Curiosamente, la charla con ella resultó divertidísima y tras unas cuantas rondas, ya habíamos entrado en confianza y bajando su mirada, intentó averiguar quién era la muchacha a la que tanto se parecía:

-La mujer con la que me caso mañana.
Mi respuesta la intrigó e debido a su insistencia, le tuve que explicar las razones que me habían inducido a tomar esa decisión. Muerta de risa me escuchó y con un deje de envidia en su voz, me soltó:
-¡Tiene suerte la cabrona!- tras lo cual recordando  el motivo por el que la había contratado, me miró sensualmente diciendo: -Mañana te casas pero hoy te vas a follar a esta puta.
Realmente atraído por esa mujer, decidí que ya era hora  y cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta su cuarto. En el pasillo y mientras la cargaba, no paró de reír. Su extraña alegría en una puta, me calentó y ya  dominado por la lujuria, tirándola sobre la cama, me empecé a desnudar.
Desde el colchón, la clon de mi futura esposa seguía jugando a hacerse la estrecha y mientras no perdía ojo de mi striptease, me amenazaba con denunciarme si la violaba. Descojonado y excitado por igual, me acerqué a ella y desgarrando su vestido con las manos, la dejé desnuda sobre las sábanas.
-¿Qué vas a hacer conmigo?
-Lo que llevo deseando desde que apareciste por la puerta. ¡Voy a follarte! -respondí.
Al separar sus piernas, descubrí que no llevaba el coño depilado e azuzado por su aroma dulzón, bajé mi cabeza entre sus piernas y sacando mi lengua, probé el sabor agridulce de su sexo. La humedad que encontré en su coño, me informó que esa mujer estaba cachonda y desando calmar cuanto antes mi calentura, comencé a recorrer con mi lengua los bordes rosados de su vulva.
-¡Me encanta!- gritó al notar mi caricia sobre el botón escondido entre sus labios.
Satisfecho por su confesión, cogí su clítoris entre mis dientes. No llevaba siquiera  unos segundos mordisqueándolo cuando esa simpática mujer empezó a gemir como una guarra. Azuzado por sus gemidos, seguí comiendo esa maravilla e incrementando el volumen de mis caricias, metí un dedo en su vulva.
– ¡Dios!
Su rápida entrega se vio maximizada cuando incrementé la dureza de mi mordisco. Disfrutando realmente de esa castaña y olvidándome de su profesión, durante unos minutos seguí follándola con mis manos y lengua hasta percibí que en esa dulzura los primeros síntomas de que se iba a correr. Decidido a compartir con ella unos momentos ardientes, aceleré la velocidad de mi ataque. Tal como había previsto, la mujer llegó al orgasmo y berreando de placer, su cuerpo empezó a convulsionar sobre la cama mientras de su sexo se licuaba. Al beber del flujo que salía de su cueva, profundicé y alargué su clímax, de manera que uniendo un orgasmo con otro fui diluyendo la separación entre nosotros. Al estallar ya no era para mí una puta sino mi amante.
-¡Qué maravilla!- aulló al experimentar la rebelión de sus neuronas y presionando con sus manos mi cabeza, chilló con voz entrecortada: -Ya me has demostrado que sabes comerte un chocho pero ahora necesito que me folles.
Su tono me informó no solo de que estaba ya dispuesta sino de que lo deseaba y por eso, me incorporé sobre el colchón y cogiendo mi pene entre mis manos, lo acerqué a su vulva.
-¡Fóllame!- gritó al sentir mi glande jugueteando con su entrada.
Incapaz de contenerme de un solo empujón, hundí mi pene en su interior. La facilidad con la que su estrecho conducto absorbió mi miembro,  reafirmó su disposición y por eso, sin darle tiempo a acostumbrarse, comencé a hacerle el amor. El olor que manaba de su sexo me terminó de cautivar mientras ella no dejaba de chillar que  siguiera follándola.
-¡No pares!- aullaba mientras con todo su cuerpo buscaba mi contacto.
Con un ritmo feroz y  golpeando la pared de su vagina con mi glande, busqué mi liberación mientras la cría seguía gritando. Sus gemidos me llevaron a un nivel de excitación brutal y deseando unirme a ella. Su coño recibía mi pene con autentico gozo y a los pocos momentos, volví a sentir su orgasmo.
-¡Eres preciosa!- dije con voz dulce mientras mis dedos pellizcaban los rosados pezones de la mujer.
-¡Tú también!- chilló descompuesta.
Su piropo estimuló mis movimientos y poniendo sus piernas en mis hombros, seguí tomando lo que sabía que era mío aunque fuera por solo una noche. La nueva postura la volvió loca y pegando enormes chillidos, se volvió a correr. Esté enésimo orgasmo tan poco frecuente en alguien de su profesión, me cautivó y sin poderlo retener más tiempo, mi pene explotó regando su sexo con mi semen. La castaña al sentirlo, chilló de placer y pegando un berrido se dejó caer sobre el colchón.

Agotado, me tumbé junto a ella en la cama. La mujer, olvidándose que era solo un cliente, se acurrucó sobre mi pecho y se quedó dormida. Aproveché ese momento de calma para pensar. La dulzura de esa cría me había hecho replantearme el órdago que había lanzado esa tarde y por vez primera pensé en no acudir a mi cita.

 

El día de mi boda
Con una resaca de escándalo, pero vestido de chaqué como se esperaba de un novio tradicional, llegué al juzgado con solo cinco minutos de anticipación sobre la hora señalada. Marina ya estaba esperándome y al verme entrar torció el gesto, porque en su fuero interno deseaba que todo hubiese sido una fanfarronada, un órdago lanzado por un imprudente y que a la hora de la verdad, fuera un cobarde y haciendo mutis por el foro, no apareciera.
-Hola mi amor, ¡has venido!-, la hipocresía de sus palabras no tenía límite.
-¿Cómo voy a faltar a la cita?, si resultas tan buena como cara, mi placer va a ser indescriptible.
La burrada con la que le contesté, la hizo enrojecer. Pero no tardó en reponerse, diciéndome:
-En cambio, si tú tardas tan poco en terminar, como en pedirme que me case contigo, me voy a aburrir brutalmente. Pero siempre nos queda la inseminación, o ¿no?.
Iñigo, mi mejor amigo y mi testigo en esta ocasión, soltó una carcajada y cogiéndome del brazo, me dijo:
-Creo que voy a disfrutar de tu fracaso, te apuesto mi casa contra la tuya a que no consigues domar a esta fierecilla.
Marina interrumpiéndole le contestó:
-No puede apostarla, porque más de la mitad va a ser mía-
-Tiene razón- por primera vez dudé de ganar una apuesta -Pero te juego algo mas duro, si pierdo seré tu criado durante un mes, en cambio si gano tú serás el mío-.
-Iré preparando tu uniforme-, me contestó Iñigo entre risas mientras entrábamos a la sala.
La ceremonia civil como tal es una mierda. Lejos del ornato y el bombo de la religiosa en menos de diez minutos ya habíamos terminado. El concejal, que nos había casado, creyéndose cura me dijo que ya podía besar a la novia. Era lo que estaba deseando y asiéndola por la cintura, la besé apasionadamente mientras nuestros veinte invitados aplaudían la pantomima.
Era la primera vez que lo hacía y recreándome en el beso, me pasé magreando su trasero hasta que, cortada, me pidió que dejara algo para la luna de miel.
-¿Luna de miel?, te recuerdo que según el papel que hemos firmado eres la propietaria mayoritaria del grupo, esta mañana he firmado mi renuncia,  nombrándote  presidenta de todo. Como sabes, los empresarios tenéis  una responsabilidad ética con la sociedad. En una hora, mientras yo voy a mi banquete de bodas, tú tienes tu primer consejo de administración-.
-¡Estás de guasa!-, me dijo asustada por lo que le caía encima.
-Para nada. Por cierto hoy hay que tomar una decisión. Nuestra división automotriz está perdiendo dinero a raudales y si no la cerramos mandando a quinientas personas a la calle, el grupo con sus cinco mil empleados puede quebrar.
Disfrutando como un enano, proseguí:
-Eres un doctor que tiene que decidir entre extirpar una mano o perder a su paciente por la gangrena- y cruelmente mientras me llevaba a los invitados, le grité:-  Los bancos no esperan, cariño.

Creo que solo se tomó en serio mi información cuando Julio se acercó a preguntarle si ya se iban y decirle que tenía que explicarle las implicaciones del expediente de despido colectivo y cuál era la actitud de los sindicatos. Su semblante, que hasta ese momento se había mantenido impertérrito, se tornó blancuzco y dejándole con la palabra en la boca, salió corriendo detrás de mí.

-No me puedes hacer esto- me recriminó agarrándome de las solapas.
-Si que puedo-, no cabía de gozo al ver su nerviosismo,-tú misma quisiste en nuestro acuerdo mercantil quedarte como mayoritaria, ahora apechuga con las consecuencias.
-Te lo devuelvo.
-Esa no es forma de negociar, en tus mítines me has definido como un maldito depredador sin conciencia. Tienes razón, lo soy y por eso te pregunto: ¿Me crees tan imbécil de no saber que estaba pagando demasiado caro por ti?. Un contrato no es más que el preludio de posteriores negociaciones- la muchacha seguía pálida- Marina: Que te sustituya en ese marrón te va a costar  un módico diez por ciento.
No tuvo que pensárselo mucho; sabía que no estaba preparada mentalmente para mandar a tantas personas a la calle y perder ese porcentaje lo único que hacía era equilibrar los paquetes accionariales entre ella y yo, por que seguía teniendo capacidad de bloqueo. Haciéndole un breve gesto a Julio, este extendió los papeles del nuevo acuerdo.
-Hijo de perra- dijo con odio al firmar.
-Mi amor, son solo negocios. Si tenerte me costó más de sesenta millones, acabas de pagarme diez por una hora de trabajo. A este paso en dos días, además de tener un vientre que germinar,  vuelvo a ser el dueño de todo. ¡Nos vemos en el banquete!
Al sentarme en el coche, iba pletórico. Acababa de ganar un asalto y esperaba con impaciencia su contraataque. Si algo me había gustado de su breve biografía era que Marina se caracterizaba por ser  una luchadora, que además de tenaz tenía una imaginación innata y sino que se lo pregunten a Repsol que debido a una demanda en un principio inocua había tenido que apoquinar una multa de dos millones de euros.
Le había pedido a Julio que me acompañara al consejo y nada más entrar, no pudo dejar de preguntarme si estaba seguro de lo que hacía.
-No y eso es lo divertido-.

 

Ya en la sala de reuniones, tardé más tiempo en agradecer las felicitaciones por mi boda que en el orden del día, porque hacía más de un mes que todo estaba pactado, los sindicalistas y demás políticos  ya habían recibido su soborno y solo quedaba ratificar el acuerdo del ERE con mi firma. Mientras lo normal hubiera sido que mi mente estuviera concentrada en lo que se estaba votando en esos instantes, no podía de dejar de pensar y de disfrutar en la guerra que voluntariamente había declarado contra esa preciosa mujer.
Al terminar, montando en la limusina  nos dirigimos hacía el hotel Palace donde estaba teniendo lugar la recepción del banquete. Marina me sorprendió al ver que en mi ausencia había actuado como anfitriona y estaba charlando animadamente con un ministro.
– José-, dije al acercarme donde estaban,-veo que ya conoces a mi mujer.
-Sí. Lo que no comprendo que es lo que esta belleza ha podido ver en un viejo como tú.
-Su cartera, no tenga ninguna duda-, contestó Marina con una sonrisa en sus labios,-¿No creerá que me caso porque estoy enamorada?
El político, creyendo que era broma, soltó una carcajada.
-Además de guapa e inteligente, tiene sentido del humor-, soltó limpiándose con un pañuelo las lágrimas que lo forzado de su risa le había hecho soltar, -lo que digo, Manuel: No sé como lo haces pero tengo que reconocer que te envidio.
Afortunadamente el maître se acercó a avisarnos que debíamos pasar al salón, porque de haberse prolongado esa conversación no sé como hubiera terminado. Cogiendo del brazo a mi recién estrenada esposa, nos dirigimos hacia nuestro lugar mientras sonaba la marcha nupcial.
-Mira que sois previsibles los ricos-, me susurró al oído, -solo faltan los violines..
-No faltan, los he contratado-, respondí avergonzado.
-¡Hortera!-.
-¡Muerta de hambre!-
.
-Gracias a ti, ¡ya no!-.
 Me acababa de vencer dialécticamente, pero ya tendría oportunidad de devolverle el golpe.
Durante la cena, la muchacha volvió a dar muestras de su gran inteligencia. En nuestra mesa, se codeó sin inmutarse con banqueros, industriales y políticos de diferentes nacionalidades, hablando con ellos en varios idiomas y lo más curioso, sin provocar ningún altercado.
En los postres y sin previo aviso, se levantó y pidiendo silencio, empezó a hablar:
-Queridos amigos, tengo que agradecerles que nos estén acompañando en el día más importante de nuestras vidas y por eso les quiero hacer un anuncio.
Aterrorizado, esperé que continuara:
-Como saben, Manuel lleva saqueando, digo, trabajando sin parar durante los últimos veinte años- la risa de los presentes resonaron en el local -pero me ha prometido dejarlo aparcado durante un mes. Esta noche nos vamos a Sierra Leona a vivir durante un mes en un campo de refugiados para conocer de primera mano lo que significa la pobreza, por eso no cuenten con él en los próximos treinta días.-
Los aplausos de los invitados no la dejaron seguir y con una picara sonrisa, me dijo que era mi turno. Esperé dos minutos a que se calmaran los ánimos de mis conocidos y  al considerar que ya había dado tiempo a que asimilaran la noticia, les expliqué:
-Todos ustedes saben de la enorme inquietud que la situación de esos países y su pobreza siempre me ha provocado. Tuve que usar toda mi persuasión para convencer a mi esposa a que renunciara a la luna de miel de ensueño que tenía organizada y se dejara llevar al lugar más duro del planeta. Eso sí, no logré que además se comprometiera al ayuno sexual, por eso si vuelvo más delgado será, Ella, la única culpable-.
Colorada tuvo que soportar, con una sonrisa, las carcajadas de los presentes. 
 
 
 

Relato erótico: ” Jugando con mi alumno de nocturna” (POR LEONNELA)

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Mientras escuchaba los pasos de la directora alejándose, respiré profundo, era mi primera presentación como maestra en una universidad nocturna. Tenía 23 años y a pesar de mi juventud, logré ingresar como docente debido a que me había graduado con honores y contaba con cursos de especialización.
Vestía un traje sastre con falda hasta más abajo de las rodillas, llevaba mi cabello recogido, y había procurado usar muy poco maquillaje, en realidad tenía casi un disfraz que disimulaba las formas generosas de mi cuerpo, puesto que no quería cargar sobre mis espaldas, más bien sobre mi trasero y mis pechos los ojos mórbidos de algún alumno, como ocurrió en  mis prácticas docentes en las que continuamente sentía el acecho de miradas metiéndose en mi escote o baboseando mis muslos, además de murmuraciones malintencionadas y la infaltable agarrada de bulto, qué maestra en algún momento no ha sentido ese tipo de agresiones morbosas y bueno…. dejando de ser hipócrita hasta me he sentido halagada, pero esta vez prefería ser más reservada puesto que estaba frente a un grupo de 25 alumnos casi todos mayores que yo, y eso me ponía un poquito nerviosa.
 _Bienvenida ing, meritorio su expediente, esperamos estar a su…altura, me dijo sarcásticamente un alumno, mientras me miraba retador,  era un hombre de un poco más de cuarenta,  de  lindos ojos claros que parecían fulgurar mientras sus gestos denotaban su altanería.
_Gracias…eso espero, respondí secamente.
 Las risitas de algunos  no se hicieron esperar.
 A partir de ahí se convirtió en mi perseguidor, no había noche en la que no me increpara con sus juicios, o se opusiera abiertamente a algunos de mis análisis. Odiosamente era excelente, como no serlo si se trataba de un administrador con años de experiencia, que buscaba el mérito de un  título académico que respaldara sus acciones, todos lo sabían y eso le daba poder dentro del aula.
 En mi tiempo libre me veía forzada a investigar ampliamente sobre los temas que impartía, profundizando mucho más allá del pensum de estudios con el único propósito de no ser sorprendida por sus inquietudes que tenían la intención de hacerme ver como una niña tonta, simplemente porque su orgullo no le permitía aceptar que una jovencilla fuera quien le impartiera su cátedra de especialización, bueno al menos eso fue lo que alguna vez insinuó.
 Su forma odiosa de ser quitaba belleza a ese rostro barbado, tenía el cabello  cenizo, los labios carnosos y un físico fuerte pese a su madurez y debo reconocer que aunque me molestara,  me sentía atraída por su personalidad dominante.
  En ocasiones mientras investigaba le maldecía, especialmente alguna vez que separé mis piernas pensando en él, imaginando el escritorio de clase, sus manos acariciando mis hombros y sus labios revolcándose en mi espalda. Mi falda sastre levantada hasta la cintura y él apercollándome contra el escritorio, dándome la mejor clase práctica que se le pueda dar a una alumna empeñosa de instruirse. Mientras soñaba abría y cerraba mis piernas con desesperación, apretándolas para calmar las ganas de ser invadida, y de buena gana en ese momento le hubiera puesto  un diez a cambio de tan solo uno de sus besos.
 Lubricaba, mientras imaginaba aquellas manos grandes jugando dentro de mi brasier, o metiéndose en mi sexo, la realidad y mis delirios se hicieron una sola carne al  acariciarme con desesperación el clítoris queriendo desencadenar un orgasmo que hace días me hacía falta…pero en mal momento recordé su indiferencia y me detuve furiosa, lo expulsé de mis pensamientos y resentida incluí el rostro de otro alumno en mis fantasías…si, Mauro estaría bien para esta noche de liberación, tenia quizá 38, era de esos mulatos que te arrancan un suspiro aunque seas su maestra, además era dulcemente coqueto y me encantaba la forma protectora con la que más de una vez me sentí mimada, como una niñita que cae en brazos de aquel dulce maestro que le dará lecciones de vida, sí, era perfecto para hacerme culminar mis sueños lúbricos…
 Reí con lo que había hecho, Cárdenas luego Mauro…creo que necesitaba un novio con urgencia.

Transcurrieron unas semanas sin que nada cambiara significativamente, excepto que iba acoplándome a la carrera de docencia, pero hubo un episodio que marcó mi vida de maestra

 Una mañana mientras revisaba unos trabajos de mis alumnos, me encontré con  un correo desconocido:
_ Maestra, que sexy se ve cuando defiende sus argumentos…
 Sonreí ante aquel mensaje anónimo que pretendía halagarme y para sorpresa mía  a partir de ahí casi diariamente me llegaba uno…
_Maestra, le queda lindo el color verde… aunque sugiero un traje un poco mas ceñido…
_Maestra insisto, es hermosa, pero esa falda holgada  me dejó la curiosidad de saber que esconde tras de ella…
_Maestra hoy desperté pensando en usted, quizá al menos le causa curiosidad saber quien soy?
_Maestra estos días no le escribí…acaso extrañó mis mensajes?
_Maestra mis mas eróticas fantasías… llevan su nombre
_Maestra deme una señal de que al menos lee mis letras…
 _Maestra… maestra…maestra…
 Tenía una colección de mensajes anónimos que pese a que nunca respondí me robaban una sonrisa, y de alguna forma aliviaban la tensión de enfrentar continuamente las polémicas de clase.
 Tantos correos empezaron a causarme curiosidad, y en más de una ocasión me entretenía imaginando quien podría ser el que los enviara. Analicé a todos mis alumnos, intentando descubrir al sospechoso, pero estaba complicado lograrlo, quién sabe si con el tiempo.
 Una tarde, queriendo recibir una pista o provocar alguna reacción me animé a responder:
He leído tus mensajes, y no me causan ninguna emoción más que indiferencia…no pierdas tu tiempo
 Casi inmediatamente recibí la respuesta:
Maestra, me está desafiando?…..magnífico….acepto el reto.
 Sonreí, el chico parecía ser listo y si algo me gustaba es que un hombre sea seguro e ingenioso.
 En la noche asistí a clases, como siempre, acomodé mi portafolio en el escritorio, y extrañamente una nota saltó a mi vista…
 Maestra, nuevamente yo, con la intención de hoy hacerle sentir más que indiferencia… rápidamente alcé la vista, seguramente quien envió la nota estaría pendiente de mis reacciones, pero como descubrirlo si varios alumnos me miraban esperando  que diera alguna disposición.
Iba a abandonar la esquela, pero eso sería mostrarme temerosa así que continúe leyendo…
Sabía que vendría hermosa, sus pechos, saltan bajo esa blusa, sepa que estoy mirándolos, mis pupilas lengüetean sus pezones, qué ricos los tiene. Como me gustaría poner mis manos ahí y tirar de ellos para que usted capte la sensación que me producen sus ojos sobre mis letras, es algo parecido a tener  su cuerpo sobre el mío, brincando a horcajadas…Sienta como  mi mástil pugna por regarse en su vasija…
Maestra mi pantalón está hecho una carpa, que ganas de tocarme…le pasa igual? Ohhhh creo que si, pues sus pezones están endurecidos, se le nota a través de la tela, tranquila maestra tranquila, respire…. los demás podrían notar lo que le pasa….
Quise mantener la calma pero sentía mis pezones comprimir contra la tela, seguramente  mi alumno estaba gozando de la reacción que me provocó. Tenía  una sensación de humedad, me sabía observada vigilada, y eso realmente me ponía golosa. Agradecí que la hora terminara, para escapar de esa fogosidad que me tenía alterada.
Al llegar a casa encendí mi computador…ya estaba ahí un nuevo mensaje
Ohhh maestra a mas de inteligente y bella  es ardiente verdad? Que rico haberlo comprobado.
No envié ninguna respuesta simplemente sonreí con picardía, el juego empezaba a gustarme.
Varias noches jugó con sus cartas sin que hallara forma de descubrirlo.
Simplemente encontraba la nota…
Maestra, mientras lee, mis ojos suben por sus muslos, me gusta su  olor y sus caminos estrechos, que ganas de arrodillarme frente a usted, y hacer a un lado esa tanguita…No se imagina lo que voy a hacer cuando se ponga de espaldas, pasaré mi mano por mi…por mi.. si maestra por  mi regleta aquella con la que un día le castigaré…. pero sí que es una chica mala maestra, tan rápido se moja?
Y otra …otra…otra nota más….
Maestra, que tal si esta noche me complace en algo, ande hermosa cruce las piernas para mi…despacio y si puede separe un poquito sus piernas, yo estaré observándola y si logro ver el color de su tanguita le juro, que haré lo que quiera…
Esta vez  sonreí con la esquela, de pronto sentía como si una inyección de adrenalina recorría por mi sangre, y manteniendo la vista en la nota crucé la pierna despacio como me lo pidió, dejando que mis muslos se abran ligeramente, sintiendo como mi sexo palpitaba en medio de ellos,  mordí mi labios como queriendo agarrar valor, y dispuse
Sres. Por favor, tómense 20min para analizar  el tema de la página 52.
Mientras los alumnos abrían sus libros o comentaban entre ellos me sentí más segura como para  a descruzar  mi pierna y volverla a cruzar, abrí suave, deje el camino libre para que  mi incognito alumno mirara todo lo que quisiera. Hervía, tenía unas enormes ganas de meter mi mano y acariciarme, estaba totalmente húmeda, aquella inesperada exhibición me había puesto realmente cachonda, quería darle aun mas así que fingiendo distraimiento acomodé mi blusa mientras acariciaba sutilmente mis senos, seguramente mi alumno ya estaba empalmado.
Unos minutos después el sonido de mi celular me distrajo, un mensaje de un número desconocido me arrancó otra sonrisa.
Magnifica maestra….estoy a punto de correr al baño…
Hazlo…respondí, esperando que suene su teléfono, pero obviamente lo tenía silenciado, y no estaba dispuesto a mostrarse, así que escribió
Solo si usted me acompaña…. la veo dudar maestra, por lo visto ya no le soy indiferente?
Simple curiosidad que se me pasará en un par de días, porque descubriré quien eres.
Y si no lo logra me dará una cita? acepta el reto?
Vaya que truco  más tonto, pensé, pero en fin le demostraría que soy más lista que él.
Ya no respondí,  y continué  la clase con normalidad…al menos eso intentaba, afortunadamente mis braguitas detenían la humedad, y las palpitaciones no eran visibles, pero mis traicioneros pezones esos si se la pasaron provocando más de una mirada.
El juego se ponía peligroso y yo definitivamente quería saber quién era, temía exponerme demasiado, así que mientras intentaba dormir pensaba una y mil formas de descubrirle…
La idea llegó y en la mañana redacté un nuevo email:
Estoy 100% segura que no puedes dejar de mirarme libidinosamente por una noche…Es una apuesta y el premio lo escoge el ganador.
Al poco tiempo recibí su respuesta
Apuesta aceptada maestra…. prepare mi premio
La tarde se me hizo eterna, en qué diablos me había metido, sabía que tenía mis gracias pero aquello de decir que alguien no puede resistirse a mirarme pues ya era mucha vanidad. De todas formas ésta era la única forma que se me ocurrió aún a costa de arriesgarme a perder la apuesta, aunque estaba casi segura de que iba por mi premio.
Seis y treinta de la tarde, en diez minutos debería ingresar al salón, estaba más nerviosa que nunca, caminaba torpemente como una chiquilla colegiala; el saludo por demás atento de varios alumnos me distrajo, y la compañía de un maestro hasta el aula me tranquilizó un poco.
Maestra, perdone pero realmente está hermosa me dijo mi  compañero al despedirse
Sonreí agradecida, y disimuladamente me di una última mirada en el espejillo de cartera. Respiré profundo antes de entrar, un paso, dos pasos, ya estaba ahí.
Buenas noches saludé, la sala se quedó en silencio unos segundos, y una que otra voz respondió al saludo. Era notorio su desconcierto
Llevaba el cabello suelto por primera vez, asemejando la melena de una felina, había maquillado perfectamente mi rostro de modo que mis rasgos se iluminaban, un color rojo satinado sellaba mis labios, que a momentos los entreabría provocativamente. Vestía una traje color grana  que marcaba perfectamente las ondulaciones de mis caderas y al girar,  insinuaba la altanería de mis glúteos, la blusa revelaba gran parte de mis pechos adornados por un par de brotes que coqueteaban a través de la fina tela, la falda cortita   dejaba ver mis muslos hasta muy arriba y el sugestivo partido trasero, arrastraba a la gloria.  Tacones altos como toda mujer sensual,  sin duda mi apariencia era otra.
Los rostros boquiabiertos de mis alumnos me causaron total satisfacción era la primera vez que me veían tan magníficamente reveladora, planté mis ojos en cada uno percibiendo su lujuria, me sentí examinada… tomada… poseída…
Al terminar la clase coquetamente escribí en la pizarra…
He de aceptar mi derrota con humildad… la mayoría no entendió el motivo de aquella frase pero obviamente allí había alguien que si me comprendía.
Al llegar a casa inmediatamente encendí el computador, y un poco mas entrada la noche, llego el esperado mensaje:
Acepto mi derrota con humidad maestra.
Pero antes de preguntar cuál es la recompensa que quiere, déjeme decirle algo….
Vi entrar una diosa vestida de grana, por un segundo pensé en mi premio, que desde luego iba a ser algo delicioso para ambos…así que viré mi rostro para que no me embrujen sus encantos, pero no resistí y de nuevo volví a mirarla, hubiera sido un pecado cuando sabía que estaba así de hermosa para mi, con los pechos rebozando a punto de que intuía la dureza de sus pezones, sentí ganas de acercarme a ellos y oler su perfume, arrancar los botones de esa blusa y delante de todos romper su brasier, para zambullirme dejándole probar la humedad de mi lengua.
Ayy maestra, perdí la dimensión de la apuesta cuando baje la vista y su falda al fin dejaba ver todo el esplendor de sus muslos pudiendo adivinar que en medio de ellos se esconde un sexo tibio que espera por mis labios, usted dio vuelta hacia la pizarra y yo al igual que muchos devoré sus glúteos los imaginé dispuestos para mi, ansiosos de pertenecerme….
Mientras continuaba leyendo la nota de mi alumno, mis manos se apoderaba de mis pechos  y me dejaba embriagar por el erotismo que cada letra me transmitía, cada palabra era un latigazo y yo ansiaba que me castigara mas, a medida que sus palabras se encrudecían mi mano buscaba caricias en mi sexo.  Abierta frente a mi portátil, hambreaba las letras mientras mis dedos devoraban mi intimidad. Pensaba en él, no sabía que rostro darle pero deseaba con locura a aquel hombre escondido en un mensaje…
Brinqué cuando presa de la excitación un gemido me hizo alcanzar un orgasmo, jadeaba descontrolada y aún así continúe leyendo
Intuyo y acaso deliro que sus dedos se tocan en mi nombre? que siente pensando en mi?, porque yo estoy sintiendo mucho en este momento al pensar en usted. Mis manos han bajado mi cremallera, las tengo allí jugueteando, buscando lo que quizá usted busca en medio de sus muslos…placer maestra…placer
No sabe lo que me estoy regalando, lo usted que me está regalando ahora….ouooooooochh ahhhhhhh
Maestra cual es el premio, que es lo que desea…?
Simplemente respondí: Quiero saber quién eres?
 OK, preciosa mañana lo sabrá.
 En la mañana revisé mi correo, pero nada, si pretendía desesperarme lo estaba logrando, realicé una que otra tarea pendiente, revisé mi horario, era viernes así que tendría clases hasta las diez, justamente con el grupo de mi misterioso alumno.
Algo distraída caminaba en dirección a la universidad, cuando el ruido de un  vehículo deteniéndose a mi lado  me volvió a la realidad, Mauro me sonreía y gentilmente se ofreció a llevarme, agradecí el gesto y terminé sentada a su lado. Iba acompañado de un par de alumnas que no paraban de hablar de una fiesta, a la cual quizá por compromiso también me invitaron, pero francamente no estaba para festejos, en mi cabeza había otras inquietudes…pero una duda me asaltó, acaso él se estaba valiendo de otras personas para invitarme? Ay como saberlo, mejor dejaría simplemente que fluyeran las cosas, después de todo podía ser él como podía ser cualquier otro.
Llegué a mi escritorio pensando que tal vez hallaría una nota, pero nada, miré intrigada entre los rostros de varios alumnos, Luis…Santiago…Cárdenas…Mario…Mauro…eran demasiados y nadie daba señales de nada.
Descomplicándome continúe con la clase, hasta que la sirena anunció el fin de la hora. Recogí mis cosas, mientras varios alumnos se despedían y salían del aula. También lo hice, agarré mi portafolios y caminé hacia el pasillo, había llegado a la planta baja de la universidad  que laboraba al menos una hora más, me puse mi abrigo y me dispuse a salir, cuando el sonido de mi teléfono me hizo parar en seco, era él de seguro, mi corazón latió con fuerza al ver el número desconocido que ya me lo sabía de memoria y unas breves líneas diciendo.
Maestra…olvidó una nota en su escritorio, ahhh y si aún quiere saber quién soy? La espero en el aula.
Que hacía volvía?  De verdad estaba esperándome?
La única forma de saberlo era regresando al aula, y lo haría claro, pero si no estaba allí, jamás volvería a escribirle.
Caminé despacio, quería tranquilizarme, vi las luces encendidas y la puerta abierta, ingrese en silencio, dí unos pasos al interior y le busqué con mi mirada pero las luces se pagaron repentinamente, sin duda había alguien allí y no saldría sin dar la cara.
El chirriar de la puerta al cerrarse y el sonido del seguro en ella me sobresaltó, me entro un miedo terrible quizá me estaba exponiendo ante un depravado y volví tras mis pasos pretendiendo escapar, pero una mano me sujeto por la cintura. Tranquila…
Esa voz…esa voz…
En medio de la penumbra me abrazó por la espalda, y dejó su cabeza recostada sobre mi hombro, que dulce sensación que manera tan perfecta de calmarme…
Besó con suavidad mis hombros, mientras rozaba su pelvis contra mis glúteos y a medida que avanzaban sus besos claramente sentí como el  durmiente despertaba, me asió con más fuerza dejándome sentir como lo tenía, nos dimos vuelta y nos besamos con intensidad, sus labios  paladeaban los míos con desesperación, mi boca se abría regalándole el espacio que necesitaba para que su lengua me penetrara, al fin el sabor de su saliva , al fin nuestras esencias se mezclaban, mi corazón parecía reventar y el suyo bombeaba rápidamente al igual que su pene en mi entrepierna. Me junté más, ya no me importaba su nombre, su rostro, ni quien era, solo deseaba esa sensación de lujuria que se apoderaba de mí precisamente por no saber quién era. Su aliento cerca de mis pechos, mi blusa resbalando, sus manos en el cierre de mi falda, todo era perfecto…
Metí mis manos por su camisa y le abrigué la espalda, su cuerpo se abría al placer sintonizando con mis ganas, tocaba sus tetillas  tan endurecidas como mis pezones que punzaban su pecho, estaba en el Olimpo bebiendo felicidad. Acaricie su cabello,  su rostro,  de pronto un escalofrío recorrió mi espalda, tantos días queriendo saber su identidad y ahora que ya no me importaba,  sin querer lo estaba descubriendo, no podía creerlo… su rostro  barbado pinchaba mis manos, lastimándolas así como él tantas veces lastimara mi orgullo sí, era  Cárdenas!! El alumno que me había atormentado tantas veces, el recuerdo de su voz diciendo tranquila, me quitaba toda duda.
Me tenía en sus manos disfrutando de sus caricias, que mas quería conseguir el muy estúpido, acaso también buscaba humillarme de ésta forma. Cómo lo odié en esos momentos, lo odié tanto como irremediablemente me atraía.
Aún así dejé que sus manos conozcan el camino de mis cadera, bajen por mis mulos, poco importaba quien era, lo deseaba con locura, no podía detenerme, quería un poco más de ese ardor que mi cuerpo añoraba. Pase mi mano por su pubis, rozando su mástil y gimió como un animalito hambriento, bajé la cremallera de su pantalón  y en ese momento quise ser mala muy mala con él…
Mimosa susurré, no me digas quien eres…siempre lo supe, por eso estoy aquí ansiando que me hagas tuya  en ese escritorio…
Mi pequeña susurró, mi dulce maestra
Y como un áspid que lanza su veneno musite:
Te deseo Mauro no sabes cuánto!!!
Mauro? Escuchó bien…sí, Mauro, gocé para mis adentros esperando su reacción al creer que yo pensaba en otro…
Se quedó frio unos segundos, luego con rabia me volvió a besar, mordiendo mis labios, sentía el dolor de sus caricias, matizadas con lujuria.
Así Mauro asiiii …insistí en abofetearle con mis palabras como tantas veces él lo hizo conmigo
Continuaba tomándome aun cuando creía que pensaba en otro, y extrañamente sabiendo que era él, mi cuerpo se dejaba amar, sus manos abrieron mi blusa y sus labios se llenaron del sabor de mi pecho, ansiaba darle todo de mí …pero de pronto me empujó contra la pared, y sin decir nada abandonó el aula…
Me quedé atónita, con un sabor de desilusión  en los labios, tristemente acomodé mi brasier, desarrugué mi falda, ya nada me quedaba por hacer ahí.
Camine en penumbras hacia la puerta, pero su voz me cortó la salida,
Espere maestra, aún no he cumplido con darle el premio de la apuesta
Y pensando sorprenderme casi gritó Soy Cárdenas maestra, el misterioso alumno que la seduce, aunque  por lo visto a usted le hubiera gustado que fuera otro, que tristeza lastimarla dijo con el tono irónico de siempre.
Sí, hubiera esperado que fuera cualquiera menos usted, respondí vengativa, empujándole para salir, no ha sabido más que hacerme imposible la vida
Al igual que usted la mia!! ….Dejándome noches enteras sin poder dormir..
Nos quedamos callados respirando agitados, acaso ese silencio era nuestra confesión de algún sentimiento? …quizá
No recuerdo quien dio el primer paso pero estábamos besándonos de nuevo, lamiéndonos hasta la garganta, mostrando en caricias toda la rabia y la atracción que sentíamos, le mordí con furia como reclamando sus acechanzas, y él me castigó con la penetración de su lengua casi hasta mi garganta. Bajaba por mi cuello, mientras yo me botaba hacia atrás regalándole la insinuación de mis pechos.

Mi niña altanera susurraba…déjame ser tu maestro.

Siii  Siiii…gemía mas un  hilo de coherencia zurció  mis pensamientos y mire hacia afuera algo atemorizada.
Tranquila estamos solos maestra…ronroneó mientras agarraba con morbosidad mi seno o prefieres ir a mi casa princesa? Tengo vino y sábanas limpias…
Totalmente decidida respondí
  No maestro,  las clases prácticas se reciben en el aula…y yo quiero ser su mejor alumna
Creó fue el mayor estimulo que pude darle en ese momento pues se abalanzó sobre mí, me tomó en brazos y me llevó al escritorio.
Ven chiquita te daré tu primera lección…
Me sentó en el escritorio, quise separar mis piernas para que entrara entre ellas, pero la estreches de la falda lo impedía así que él mismo la levantó, mientras palpaba mis carnes. Nuevos besos nuevas caricias, nuevas ganas de tomarnos, su rostro hurgaba en mis senos mientras mi blusa era desabotonada, acariciando mi espalda zafó el broche de mi brasier al igual que yo su camisa. Ayy!! Las manos de mi maestro me enseñaban como tocar, como despertar el hambre. Sin dejar de masajear mis pechos, estiraba mis pezones preparándolos para el amamantamiento, esos labios se abrían, y casi se engullían buena parte de mis senos, yo deliraba ante sus caricias que me recorrían de norte a sur.
Toma nota mi niña…para un buen sexo oral, reclínate y ábrete al máximo, esooo asiii coreaba mientras acercaba una silla al escritorio quedando ubicado en medio de mis muslos, sus dedos jugaban entre mis labios subían bajaba con total calma, se detenían en mi clítoris y volvían a bajar, de vez en cuando un par de ellos se hundían en mi conchita, besaba desde mi pubis, hacia la comisura de mis labios, lactaba mis labios internos, y toda porción de piel que encontrara, su lengua se amistaba con mi sexo y le regalaba afecto.
Abrazado de mis muslos controlaba mis movimientos que me hacían brincar de placer, asiii chiquitaa así es como responde una buena alumna..lo haces tan bien que te mostrare un procedimiento alterno, date vuelta; me recosté en el escritorio de espaldas, masajeaba mis glúteos volviéndome literalmente loca, y creí que las puertas del infinito se me abrían cuando su legua emprendía un viaje desde las profundidades de mi vagina hasta perderse en la lejanía de mi cola. Irremediablemente llegó el orgasmo, que me robó hasta el aliento.
Con suaves caricias, entre mis muslos, me daba tiempo a despertar, sabia ser tierno y perverso  al mismo tiempo, benditos los 20 años de experiencia  que me llevaba!
Quieres continuar con la clase mi niña?
Mis manos bajando su pantalón fue toda mi respuesta, me senté sobre él con las piernas separadas, lamiendo su cuello, penetrando su boca, y restregando mi pubis contra él,  hizo un movimiento pretendiendo introducirme su pene, pero haciendo un puchero susurré:
No quiero perderme el final de la clase de sexo oral maestro, no es justo…
 Gimió agradecido
Me puse de rodillas frente a él y quitándole su ultima prenda, repetí sus palabras: toma nota chiquito..para un buen sexo oral, reclínate y ábrete al máximo,  sonrió mientras me obedecía, su pene se mostraba en toda su dimensión, y a medida que mi lengua apenas lo rozaba, ya fluían sus gotas, chupe suave, amorosa, como si comiera el mejor dulce, dejando que resbale hacia mi garganta, ya al sentir que todo estaba dentro de mi aceleraba mis movimientos, dándole buen ritmo hasta casi hacer arcadas, pero de placer.
Mis manos jugaban en sus testículos, mientras la felación continuaba, él expulsaba su pelvis queriendo llenarme de todo una y otra vez; pretendiendo castigarle retiraba mis labios solo por el placer de oírle gemir suplicando más, luego apiadándome bebía sus esferas y una a una las hacia mías.
Lamía sus ingles para regresar una y otra vez a su sexo, colocando sus manos en mi cabeza le regalé el honor  de que dirija el timón de mis movimientos, golpeaba fuerte chocando con la raíz de su tronco. Salivaba sobre su pene para que mi boca le hiciera soñar con la humedad de mi vagina, y ajustando  mis labios le llevé a la gloria; explotó deliciosamente salpicándome con una lluvia de miel.
 Excelente susurró…. excelente alumna …bien merecido su diez.
La sirena dando señal que la universidad iba cerrar las puertas interrumpió nuestro juego y como niños traviesos reímos vistiéndonos apurados. Regalándome un beso y posando su mano en mi trasero susurró: …queda pendiente la segunda lección…
Sonriente me adelante en salir,  estaba con la total incertidumbre de cómo se vería  afectada nuestra relación de maestra alumno con aquello que sucedió, salí al portón de la universidad en busca de un taxi, cuando llegó un mensaje a mi celular: maestra estoy esperándola para darle la segunda lección…
Temblé excitada, y más cuando vi su automóvil estacionado casi a mi lado, abrió la puerta invitándome a entrar.
_Recuerda que cuando le envié el mensaje citándola en el aula, también escribí que había olvidado una nota?  Pues aquí está léala, en realidad quería dársela antes, pero como andábamos apuraditos no hubo oportunidad.
Sentí mis mejillas colorearse, y me las acarició divertido.
Leí la esquela y demoré una eternidad en asimilar dos simples palabras: te amo
 Le abracé emocionada.
Ahhhh pero eso no te salva de explicarme como estuvo aquello de Mauro siiii asii Mauroo…
Reímos a carcajadas
Venganza cielo simple venganza musité…
Acariciaba nuevamente mis muslos mientras en la carretera se vislumbraban las luces de un pequeño motel…
 
 
 
 

Relato erótico: “El arte de manipular 4” (POR JANIS)

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 La Navidad pasó, la primavera llegó. Ágata se sentía algo deprimida mientras caminaba hasta la casa de Frank. En estos meses, su relación con Jezabel había fructiferado de veras. Acudía un par de veces en semana al piso de la morena y se amaban toda la tarde. En esos momentos, no se acordaba de Frank para nada. Sin embargo, más tarde, su culpabilidad y su dependencia la atormentaban hasta que volvía a ver a Jezabel.
  Jezabel era algo especial para ella. La morena asumió perfectamente el rol dominante y la hacía vibrar. Salían de compras juntas y se comportaban como buenas amigas, cuando, en realidad, eran más bien marido y mujer. Jezabel consiguió un vibrador especial en un sexshop con el cual le encantaba penetrarla. La poseía como si fuese un hombre y Ágata enloquecía con ello.
  Frank no la besó cuando abrió la puerta. Estaba preparando un poco de té en la cocina. Se limitó a saludarla, un tanto fríamente, y ella supo que algo pasaba. Él se giró y la miró, atentamente.
—      Tenemos que hablar – le dijo. –Siéntate.
  Ágata lo hizo en una de las sillas y apoyó las manos sobre la mesa de madera.
—      ¿Qué sucede, Frank?
—      Sé lo tuyo con Jezabel.
—      Oh, Dios mío… – susurró ella.
—      Lo sé desde hace tiempo. Comprendo que tienes edad para estar con otra gente, para descubrir cosas nuevas. Por eso mismo, no te he dicho nada antes. Pensé que volverías a ser la misma, pero no ha sido así.
—      Lo siento, Frank, yo no quería… – las lágrimas brotaron, incontenibles.
—      No quiero disculpas. Te has comportado de un modo completamente egoísta, Ágata. Me has traicionado, engañado. Yo la compartí contigo y sólo la he visto cuando tú estabas delante. En eso quedamos, te lo prometí, ¿no? Entonces, ¿por qué lo has hecho?
—      No lo sé. Me siento muy bien con ella. Es como una amiga.
—      Tienes otras amigas y no te acuestas con ellas. ¿Por qué tiene que ser diferente?
  Lo que más le dolía es que Frank no le gritaba; se mantenía frío y firme. Supo que estaba a punto de perderle y el llanto arreció.
—      Perdóname, Frank. Sucedió así, sin más. No la volveré a ver más.
—      Vete, no quiero seguir hablando por ahora – dijo él, marchándose de la cocina.
  Tardó mucho tiempo en regresar a casa. No quería que sus padres la vieran en ese estado. Finalmente, consiguió serenarse y regresó, pero se negó a cenar y se encerró en su habitación. Se excusó con sus padres achacándole su estado al periodo. Se dejó caer en la cama y siguió llorando. Después, un poco más calmada, estuvo tentada de llamar a Jezabel y contárselo todo, pero se reprimió. Ya había hecho suficientes tonterías. Primero debía ver en que quedaba todo con Frank. La simple idea de ser repudiada por su hombre le causó un malestar físico que la postró en la cama al día siguiente. Estaba en medio de una depresión.
  Al tercer día, llamó a Frank.
—      Ven, tenemos que hablar – le dijo lacónicamente. Así que ella acudió, preparada para lo peor.
  Se sentaron como dos desconocidos, de nuevo en la cocina, frente a un té moruno.
—      Le he dado muchas vueltas al asunto y sólo he llegado a una conclusión – dijo él.
—      ¿Cuál? Estoy dispuesta a redimirme.
—      He perdido la confianza en ti y debes hacer que la recupere. Es como un castigo, ¿lo comprendes?
—      Sí.
—      ¿Estás dispuesta para escucharme?
—      Sí, haré lo que sea.
—      No me entrometeré en tu relación con Jezabel. La comprendo. Puedes seguir viéndola, pero, a cambio, te pediré una cosa.
—      Dilo ya.
—      Como tu falta ha sido agenciarte una mujer para ti sola, sin compartirla, ahora quiero que me consigas una mujer para mí, para mi solo. Después, podremos compartirla si quieres.
—      ¿Eso es todo? Puedo buscar a otra que no sea Jezabel. Sólo lo hemos hecho con ella, pero me acostumbraré y…
—      No quiero una profesional. Tiene que ser una chica normal, una amiga tuya, la que yo elija.
—      Pero… – se asombró Ágata. — ¿Cómo puedo yo…?
—      Esa es la condición. Si no puedes cumplirla, lo mejor será que desaparezcas de mi vida.
  Ágata se quedó callada, la cabeza inclinada. Frank tenía razón a su manera, toda la culpa era suya.
—      Está bien. ¿Quién es la chica?
—      Que conste que no es nada personal, pero tengo que escoger a alguien especial, alguien a quien quieres y respetas para que el castigo sea eficaz. Quiero que sea tu amiga Alma.
—      ¿Alma? Dios santo, Alma… No puedo hacerlo. No quiero hacerla daño.
—      Es ella o nadie. Tú tienes la culpa y debes pagar.
—      Pero, ¿cómo voy a convencerla de que se entregue?
—      Creo que ya sabes cómo tienes que hacerlo, pero, de todas formas, puedo darte un par de consejos. Por lo que sé, tu amiga no sale con ningún chico y se preocupa mucho por ti. Tú misma me lo has dicho. La he observado en ocasiones, cuando estáis en la academia. Te come con los ojos; está enamorada de ti.
—      ¡No puede ser! ¡Alma no es…!
—      Como prefieras. Era solo un consejo. No nos veremos más hasta que la traigas aquí y me la entregues. Después, todo volverá a la normalidad.
—      No puedes hacerme eso, Frank. No puedo estar sin ti – gimió ella.
—      Haberlo pensado antes. Podrías haberme dicho tu lío con Jezabel y yo lo hubiera aceptado, incluso podría haberte aconsejado. Pero preferiste engañarme. Esas son mis condiciones, Ágata.
  Ágata se sintió abandonada en el momento en que salió de la casa de Frank. Por el momento, había perdido a su amante y no podía confiarle su problema a Jezabel; no lo entendería y podía perderla a ella también. Mientras caminaba hasta la parada de bus, pensó en su amiga Alma. Nunca la había atraído; bueno, ninguna chica lo había hecho hasta que conoció a Jezabel e, incluso después, no solía fijarse en ellas, pero tenía que reconocer que su amiga era bonita. Alma era morena y llevaba el pelo cortado en melenita, sobre la nuca. De vez en cuando, se pintaba el pelo con tonos rojizos. Se preguntó si Frank tenía razón y Alma lo hacía para parecerse a ella. Era un poco más baja que Ágata e igualmente estilizada. Poseía una nariz respingona y unos ojos almendrados muy dulces. Era muy morena de piel, por eso mismo, en primaria, algunos chicos se habían reído de ellas, llamándolas Blancanieves y Tizón. Su rostro era ovalado y destacaban sus labios carnosos. Poseía poco pecho, pero su trasero era respingón y muy atractivo, con unas largas piernas que ponía de manifiesto usando siempre tejanos.
  El consejo de Frank seguía dándole vueltas en la cabeza. Recordó diversas ocasiones que, en aquellos momentos, le parecieron banales e inocentes pero que, al mirarlos bajo otro prisma, cambiaban de significado. Si era cierto, tenía una posibilidad de convencerla, utilizando sus sentimientos. Eso la hizo sentirse mal. Iba a engañar a su mejor amiga por un hombre, a utilizarla como un trozo de carne. No sabía si sería capaz.
  Alma suspiró cuando Ágata salió de la habitación para traer algo para merendar. Cada vez le era más difícil mantenerse cerca de ella. Creía que con estos meses de separación la había olvidado, pero sólo había hecho falta tres días para darse cuenta que la seguía deseando. Alma nunca se lo había dicho, ni a ella ni a nadie, como todas sus amigas, había mantenido algunas relaciones con chicos, justo las suficientes para perder su virginidad y comprender lo qué era un hombre, pero nunca se sintió segura con ellos. Observaba a sus amigas en las duchas, soñaba con ellas y se masturbaba pensando en ellas. No pudo darle más vueltas; era lesbiana. Desde que asumió su sexualidad, se tranquilizó, aunque Ágata le gustaba más y más a medida que pasaban los días.
  Ahora, Ágata había vuelto a ella. Aunque no se había sincerado con Alma, ésta estaba segura de que había roto su relación con quien fuera que estuviera saliendo y necesitaba una amiga. Le estaba dando su apoyo incondicional. Durante esos tres días, habían reanudado su amistad. Fueron al cine, al zoo, a una fiesta y, ahora, pasaba el fin de semana en casa de Ágata. Quizá fuera el momento que Ágata aprovecharía para contarle todo.
  Pero Alma no las tenía todas consigo. Ágata había cambiado, había madurado. Ya no se comportaba como una adolescente, sino como una mujer. Su forma de hablar, sus gestos, su manera de andar, todo ponía de manifiesto una sensualidad recién descubierta con la que se sentía a gusto y, por ello, Alma estaba nerviosa. Antes, Ágata era una amiga hermosa a la que admirar, a la que imitar, con quien poder charlar de todos los temas; ahora, la contemplaba, la espiaba y se excitaba. Su corazón latía a todo ritmo y la boca se le secaba. Ágata estaba mucho más bella bajo esa faceta. ¿Cuántas veces se había masturbado, desnudándola en su mente, besándola con su imaginación?
  Ágata abrió la puerta y entró, portando una bandeja con unos sándwiches y unos refrescos. Se había cambiado de ropa y traía el pelo húmedo.
—      Siento haberte dejado sola, pero he aprovechado para ducharme y cederte el cuarto de baño para después. Ya me he puesto cómoda. Debes hacer lo mismo. Esta noche, mis padres salen, así que estaremos solas para ver la tele y hablar de lo que queramos.
—      Perfecto – respondió Alma, palmoteando como una chiquilla. Su explosión de alegría no era más que una tapadera para disimular su asombro cuando vio aparecer a Ágata.
  Se había cambiado de ropa, colocándose una más cómoda, de estar por casa, pero no por eso menos atrevida. Sólo llevaba puesta una amplia camisola azul, quizá de su padre, cuyas mangas llevaba remangadas por encima de los codos. La camisa no le llegaba más abajo de las caderas, por lo que cualquier movimiento dejaba ver sus braguitas rosas y caladas. Llevaba los botones desabrochados hasta muy abajo, dejando asomar parte de su vientre plano y pálido, formando un gran escote que revelaba que no llevaba sujetador. Ágata debió darse cuenta de su mirada y se disculpó por el atuendo.
—      Es que tenemos el termostato de la calefacción estropeado. No podemos regularla ni quitarla hasta que no venga el técnico – dijo. – Deberías ponerte tú también cómoda, pronto hará calor aquí.
—      No importa. De todas formas, estás en tu casa.
  Ágata colocó la bandeja sobre la mesa de estudio y se agachó para recoger varios folios que se cayeron. No se acuclilló, sino que se inclinó totalmente sobre sus piernas, de tal forma que la camisa se subió mucho, dejando ver sus nalgas cubiertas por las braguitas. Alma tragó saliva, si no la conociera tan bien, pensaría que la estaba provocando. Estaba bellísima.
  Merendaron y, al mismo tiempo, charlaron de muchos temas que llevaban atrasados. Estudios, chicos, chismes y trapos, los cuatro temas más importantes para unas adolescentes. Se rieron bastante y Ágata se revolcó sobre su cama, enseñando sus largas piernas desnudas y su pelvis, sin darle importancia. Alma, que seguía sentada a la mesa, no dejaba de mirarla con disimulo. Nunca la había visto tan desinhibida. Algo le pasaba y quería saberlo. Poco a poco, se serenó y, finalmente, bajaron a ver la tele un rato. Alma, conociendo los gustos de su amiga, escogió una vieja película, en blanco y negro, que trataba de un romance con mal final. A media película, se dio cuenta de que su amiga estaba llorando en silencio.
—      ¿Qué te ocurre? – le preguntó.
—      No… es nada. Esta película me pone triste.
—      Y por eso estás llorando a moco tendido. Ágata, va siendo hora de que me cuentes lo que te pasa. No soy tonta – dijo seriamente Alma, apagando la tele con el mando a distancia.
—      No… no es nada.
—      Vamos, vamos, soy yo, Alma. No puedes engañarme. ¿En qué lío te has metido?
—      Oh, Alma – rompió a llorar Ágata, sin freno.
  Alma dejó que se calmara un poco y escuchó en silencio.
—      Conocí a un hombre, un hombre mayor que yo. Era muy interesante, atractivo y cariñoso. Al principio, solo éramos amigos, buenos amigos. Me ayudó… bastante y, me enamoré como una tonta.
—      ¿Está casado?
—      No, divorciado – explicó Ágata, enjugándose las lágrimas. – Tampoco tiene hijos. Prácticamente, hemos vivido juntos estos meses. Sólo volvía a casa para dormir. Era tan cariñoso, tan bueno. Me ha enseñado muchas cosas, ya sabes, en la cama. Y, ahora, no…
  Alma contempló como la barbilla de su amiga hacía un mohín. Estaba a punto de echarse de nuevo a llorar.
—      … no quiere verme más. Oh, Alma, me siento tan desgraciada… – sollozó Ágata, abrazándose al cuello de su amiga.
—      Vamos, vamos, desahógate. Eso es. Llora todo lo que quieras – dijo conmovida.
—      Gracias a Dios que estás aquí. Necesito aferrarme a alguien en estos momentos – su voz sonó extraña al tener su rostro enterrado en el pecho de Alma.

La esbelta morena la acunó en el sofá, susurrándole palabras de consuelo, de cariño. Sin embargo, tenerla así entre sus brazos, tan indefensa, la excitaba, pero no quería separarla. Tratando de que se calmase, acarició su espalda y sus cabellos rojizos. Ágata se acurrucó contra ella y colocó una de sus piernas desnudas sobre su regazo. Alma se mojó los labios y bajó lentamente una de sus manos, temblorosa. Era más fuerte que ella. Colocó la palma de su mano sobre el muslo de Ágata y la acarició suavemente, como si la consolase, pero no era una caricia de consuelo. Tuvo que reprimirse para no profundizar más. Ágata levantó la cabeza y la miró a los ojos.

—      No sabría qué hacer si no estuvieras aquí, Alma. Gracias, eres una buena amiga – dijo sorbiendo. Acto seguido, la besó en la mejilla.
—      Venga ya. Tú harías lo mismo por mi – dijo Alma, quitándole importancia.
—      No, no. Eres una santa. Has aguantado todo, incluso seguiste a mi lado cuando yo te abandoné sin explicarte nada. Eres mi mejor amiga.
  Con estas palabras, Ágata se incorporó un poco más y empezó a besar repetidamente las mejillas de Alma. Ésta se sintió incómoda, nerviosa. Aquellos besos la enervaban de tal manera que no supo que pasó después, sólo que se encontró besando a Ágata en la boca, apasionadamente. Reaccionó cuando se dio cuenta de que la pelirroja no respondía a su caricia bucal; se había quedado muy quieta, con los ojos abiertos. Alma, jadeando, se apartó y desvió la vista.
—      ¿Qué… qué has hecho? – musitó Ágata.
—      Lo siento. Ha sido un impulso. No se volverá a repetir, descuida – respondió Alma, sin mirarla y levantándose.
—      Me has besado en la boca. Con la lengua – tartamudeó Ágata, aún sentada y tocándose los labios.
—      Será mejor que me vaya; es tarde.
—      ¡Santo Dios! ¿Eres… eres lesbiana, Alma?
  Alma salió corriendo; aquellas palabras sonaban tan horribles en boca de Ágata que no pudo soportarlo. La dejó en casa, sola y confusa, y corrió hasta su casa. Estuvo toda la noche llorando y tachándose de estúpida.
  Alma intentó esconderse cuando vio a Ágata en el pasillo del instituto, el lunes por la mañana. No había contestado a las llamadas de teléfono de Ágata; no se atrevía a mirarla siquiera. Pero era demasiado tarde, la pelirroja la había visto y la llamó. Su semblante era serio y su voz demasiado grave cuando le dijo que tenían que hablar. Alma asintió con la cabeza y murmuró que lo harían más tarde, cuando acabaran las clases.
—      Espérame en el patio. Hablaremos al ir para casa – la citó Ágata.
  En la clase, Alma se sentó lejos de ella, aún a sabiendas que los demás murmurarían pues llevaban sentándose juntas desde el primer curso. Pero Alma no se sentía con fuerzas para soportar las miradas de reproche de su amiga. Durante el fin de semana, Alma se había tachado de idiota redomada por no haberle dicho a Ágata lo que sentía mucho antes. Todo aquello no hubiera pasado nunca.
  Como un alma en pena, Alma esperó cabizbaja a que Ágata se reuniera con ella en el patio. La pelirroja se colocó a su lado y no la tocó.
—      Vamos al parque. Hablaremos allí a solas – le dijo y Alma asintió.
  El parque estaba vacío a aquellas horas; era un pequeño parque infantil con una arboleda que sombreaba algunos bancos. Se instalaron en uno y Ágata le preguntó:
—      ¿Por qué no me lo dijiste antes?
—      Tuve miedo. No es algo que se vocee a los cuatro vientos – respondió Alma, sin mirarla.
—      Me tomaste por sorpresa. Te aprovechaste de mi indefensión, de mi confianza – la recriminó.
—      Sí y me odio por ello; no sabes cuánto me odio, Ágata. No supe reprimirme.
—      ¿Desde cuándo sientes así?
—      ¿El qué? ¿Qué me gustan las mujeres o bien que me gustas tú?
—      Las dos cosas.
—      Hace un par de años, cuando rompí con Richard. No me sentía a gusto con ningún chico, ni siquiera me atraían. Es más, creo que salí con él por los demás. Fue entonces cuando empecé a mirar a las mujeres. Al principio, me asusté, pero asumí la evidencia. Me fijé en ti desde el principio, pero nunca me atreví a decirte nada; temía perderte.
  Ágata asintió, como si la comprendiera.
—      Alma, estoy enfadada contigo sólo por no habérmelo dicho. Lo que pasó en mi casa es una tontería. Me cogiste desprevenida y me asusté. Eso es todo.
—      Lo comprenderé perfectamente si no quieres volver a verme.
—      ¡No seas tonta! No he dicho nada de eso. Ahora mismo, nos sentimos las dos muy mal, una por un motivo y la otra por otro, pero ambas sufrimos y eso nos une aún más – dijo Ágata poniendo su mano sobre la de su amiga.
—      ¿Significa que me perdonas?
—      Claro, tonta – dijo sonriendo Ágata. – Sigues siendo mi mejor amiga, aunque un tanto especial ahora.
—      No volveré a tocarte, lo prometo – dijo Alma, apartando su mano de la de su amiga.
—      Alma, cállate y déjame hablar. Durante este fin de semana, lo he pensado mucho. Me he sentido furiosa y engañada, traicionada y abatida, pero también he sentido pena por ti. Comprendo perfectamente por lo que estás pasando, por que yo también lo he vivido. He intentado comprenderte, sentir lo que sientes al verme, y te he visto desde otra perspectiva muy diferente… – Ágata tragó saliva y retorció sus manos. Por un momento, no supo qué decir y Alma se dio cuenta de ello. – Lo que intento decirte es… que… ¡Dios, qué difícil es esto!
  Alma contuvo el aliento.
—      Lo que trato de decirte es que… si tú quieres…
—      ¿Qué?
—      Si querías enseñarme lo que siente una mujer… con otra – ahora fue el turno de Ágata de agachar la cabeza y musitar.
—      ¡Oh, mierda! ¿No te estás burlando de mí? ¿Estás segura?
—      Sí, creo que sí. Eres hermosa y me gustas. Además, nos conocemos de toda la vida. Por mucho que lo niego, desde aquella tarde, te veo de otra manera. Me gustaría mucho contentarte y tener una experiencia nueva. Es algo sobre lo que he fantaseado en ocasiones. Creo que todas las chicas lo hacen, en un momento o en otro.
—      No quiero que sea por lástima – musitó Alma.
—      No lo es, te lo juro. Es que… estoy intrigada, ¿sabes? – Ágata, entonces, la miró y, subiendo una de sus manos, la acarició el rostro, suavemente.
—      Oh, Ágata, no sabes qué feliz me haces…
—      Sí, pero esto debe quedar entre nosotras. Nadie debe enterarse. Además, tenemos que planificar el momento.
—      Sí, claro. ¿Qué tal en mi casa este fin de semana? Mis padres se van al apartamento de la playa y mi hermano nunca para en casa cuando no están.
—      Estará bien. Mientras tanto, será mejor que no nos veamos.
—      ¿Por qué? – se desilusionó Alma.
—      Porque, de esa forma, sabremos con seguridad cuales son nuestros sentimientos. Debo estar segura, ¿me comprendes?
—      No, pero se hará como dices.
—      No te pongas así. Para que veas que voy en serio, róbame otro beso.
  Alma fue de nuevo cogida por sorpresa. Miró a su alrededor; no vio a nadie. Ágata mantenía los ojos cerrados y el rostro ladeado, esperando la caricia. Alma se inclinó sobre ella y besó los sensuales labios que la enloquecían. Esta vez, Ágata respondió a la caricia y lamió fugazmente los labios de Alma. Se separaron rápidamente. Alma sintió su corazón galopar, excitado. Caminaron hasta casa cogidas de las manos y sin decir ni una palabra.
  Ágata, al igual que Alma, estaba deseando que llegara el fin de semana, aunque por un motivo diferente. La morena soñaba por las noches con aquella cita. Por fin, iba a tener a su amada entre los brazos. En cuanto a Ágata, estaba un paso más cerca de volver con Frank. Las cosas estaban saliendo muy bien. No las había planeado paso a paso, pero era la intención que portaba: provocar a su amiga en el caso de que fuera cierta su condición homosexual. Frank no se equivocó, nunca lo hacía. Para él estaba claro y ella se aprovechaba de su consejo. La verdad es que tampoco fingía con Alma. Era cierto que la veía de otra manera. Se había revestido de una sexualidad que antes nunca fue capaz de ver en ella. Su romance con Jezabel, que aún se mantenía, la ayudaba a comprenderla mejor. Decidió fingir ignorancia en el tema sáfico; sería encantador que Alma llevase las riendas, tal y como a ella le gustaba. De otra cosa que estaba orgullosa, era de su actuación ante Alma. Asumió su papel de mujer herida con facilidad; la verdad, era que la herida era demasiado reciente y se desahogó en aquel momento. Pero cuando fingió molestarse y todo aquello, estaba actuando, y, en su opinión, merecía un Oscar.
  Cuando Alma le abrió la puerta quedó bastante claro para Ágata que era el turno de la morena para intentar seducirla. Vestía una cortísima falda y una camiseta recortada justo por debajo de los senos, de color malva. Alma nunca llevaba faldas, ni cortas ni largas. Verla así impresionó a Ágata más de lo que suponía. Las bronceadas y esbeltas piernas de Alma atrajeron su mirada y se lamió los labios, excitada.
—      Vamos, pasa – le dijo la morena, cogiéndola de la mano.
—      ¿Seguro que tu hermano no vendrá?
—      Seguro. Nada más irse mis padres, metió algo de ropa en un bolso y se largó. Creo que dijo algo de un piso alquilado o algo así. Apuesto lo que quieras a que estará de fiesta todo el fin de semana.
—      Entonces, tenemos la casa para nosotras solas – se rió Ágata.
—      ¿Has tenido algún problema con tus padres?
—      No, que va. Nunca ponen pegas cuando vengo a tu casa. Llamaran por teléfono para ver cómo estamos, eso es todo.
—      Todo el fin de semana para nosotras – le dio un suave codazo Alma.
—      Sí, eso mismo.
—      ¿Qué te apetece hacer? – le preguntó Alma, abrazándola por la cintura y pegándose a ella. Ágata aún no había soltado el pequeño bolso que llevaba en bandolera y que contenía un par de mudas.
—      Bueno, no sé. Tú eres la experta en esto.
—      Es que así, en frío… ¿Qué tal si vemos la tele un rato?
—      Bueno. ¿Tienes alguna película interesante? No quisiera tragarme el tostón de todas las tardes.
—      Buscaré en el cuarto de mi hermano, a lo mejor tiene una de esas de miedo.
—      ¡Estupendo – se rió Ágata.

Las dos subieron las escaleras, cogidas de la mano. Ágata dejó su bolso en la habitación de Alma mientras que ésta rebuscaba en el cuarto de su hermano, entre las diferentes películas que tenía allí.

—      ¡Eh, Ágata! ¡Mira lo que he encontrado! – la llamó Alma desde la otra habitación.
—      ¿Qué es? – le preguntó la pelirroja acudiendo.
—      Historia de dos putas. Hospital sexual. El internado. Fiesta depravada… Hay un buen puñado – dijo Alma sosteniendo un lote de películas de vídeo.
—      ¿Porno?
—      Ajá. Mi hermanito está bien surtido.
—      Me gustaría ver una. Nunca lo he hecho.
—      Yo tampoco. Escogeré una.
  Alma escogió la del Internado. Las fotografías de la contraportada revelaban actrices jóvenes y hermosas y un par de escenas de lesbianismo. A lo mejor, ayudaba a calentar el ambiente, se dijo. Bajaron hasta la sala y cerraron las persianas.
—      ¿Quieres palomitas? – preguntó Alma antes de sentarse en el sofá.
—      Alma, esta película no es propia para eso. Además, no hace ni una hora que he almorzado. No, gracias. ¿Cuál has escogido?
—      El internado.
—      Muy apropiado – sonrió. Las dos se sentaron y Alma accionó el vídeo con el mando a distancia.
  La película empezaba con tres amigas, jóvenes y hermosas; dos morenas y una rubia. Daban una fiesta en la casa de una de ellas. Cinco chicos esculturales estaban invitados. Empezaron a jugar al stripocker y pronto se celebró una buena orgía. Las chicas mamaban pollas alternaban con los chicos. La mayoría de las veces tenían a dos tíos por cada una.
—      Hay que reconocer que esos tíos están buenos – susurró Ágata.
—      ¡Pché!
—      ¿De verdad que no te pone una buena polla?
—      Bueno, no es que me sea indiferente, pero prefiero mirarlas a ellas. La rubia esa está muy bien. Fíjate qué tetas.
—      No están mal, pero parecen operadas. Oye, Alma, ¿has mirado mucha a las chicas en el cole?
—      No es algo de lo que me guste hablar, Ágata.
—      Venga, tía, siento curiosidad.
—      Sí, de vez en cuando miraba a una chica en particular, sobre todo en el vestuario o en las duchas. Durante una temporada, Cristina Fauller me ponía cachonda con esas inmensas tetas. Pero siempre te he admirado a ti; mientras estabas delante, todas las demás desaparecían.
—      Vaya, eso es muy agradable – se sonrojó Ágata.
  En ese momento, la orgía de la televisión acabó de mala manera. Los padres de una de las chicas regresaron antes de lo debido a casa y las pillaron in fraganti. Se armó una buena escena. Como castigo, mandaron a su hija, la rubia, a un internado.
—      Tiene nombre de putilla: Tandy – dijo Ágata, de nuevo interesada en la película.
  El internado era un tanto especial. La directora, una opulenta mujer de unos treinta años, castigaba, en ese momento, a una de las internas. El escenario parecía una celda de la Santa Inquisición. Una habitación colmada de aparatos de tortura. La chica, una morenita de pelo corto y ojos cándidos, estaba atada a un potro de madera, de bruces. Su falda aparecía levantada y las bragas bajadas. La directora la azotaba con un pequeño látigo, mientras que otra profesora le introducía a la chica un consolador en el coño. La morena chillaba pero su expresión era de placer.
—      Un poco fuerte, ¿no? – musitó Ágata.
—      Sí, parece una cinta sadomaso.
  La directora dejó de azotarla para colocarse a la cabecera del potro y remangarse la falda, haciendo que la chiquilla le comiera el coño.
—      Eso ya me gusta más – se rió Alma.
  El castigo acabó y la rubia protagonista ingresó en el internado. Su compañera de habitación era una linda oriental, menuda y divertida. Aquella noche, la rubia escuchó como su compañera se masturbaba sin freno, ni vergüenza y ella la imitó. Alma miró a su amiga de reojo mientras sucedía la escena. Ágata no quitaba ojo de aquellos dedos que acariciaban las vulvas.
—      Alma, ¿en qué piensas cuando te masturbas? – preguntó Ágata, tomando a su amiga por sorpresa.
—      Bueno, yo…
—      ¿En mi?
—      Sí, sobre todo. Aunque hay veces que imagino otras chicas.
—      ¿Cómo me ves? Dime la verdad, por favor.
—      Suelo imaginarte desnuda, ya sabes. Tumbada en la cama y esperándome…
—      Es extraño saber que te ven así. No sé si estoy dolida o excitada.
—      Ágata…
—      ¿Qué?
—      No preguntes más – dijo Alma, abrazándola y besándola en la boca.
  El beso fue largo y profundo. Cuando se separaron, la escena en el televisor había cambiado y la rubia estaba lamiendo el coño de la oriental. Se quedaron abrazadas y muy juntas, sin decir nada y mirando la pantalla. La escena era buena y nada desagradable. Mantenía el ritmo y fluidez; las chicas no realizaban obscenidades, sino que se amaban lánguidamente. Alma tomó la mano de Ágata y, lentamente, la colocó sobre su muslo moreno y desnudo. La dejó allí, sin presionarla. Al poco, Ágata empezó a acariciar la piel, sin atreverse a explorar más. Alma tuvo que cogerla de la muñeca y tirar de ella para que la mano ascendiera por debajo de su corta falda. A partir de ahí, no tuvo que dirigir a Ágata. Esta había decidido que ya era el momento de dejar de hacerse la tonta; estaba excitada y quería probar a su amiga. Acarició la vulva por encima de las bragas; Alma se abrió de piernas y cerró los ojos, apoyando su frente en el hombro de su amiga. Se sentía en el cielo, ¿cuántas veces había imaginado esta escena? Ágata consiguió introducir sus dedos bajo la prenda y se apoderó del coño de su amiga. Lo notó totalmente empapado y se alegró. Su dedo índice presionó sobre el clítoris, insistentemente. Alma gimió y se recostó sobre el sofá
—      No puedo más, Ágata… O te detienes y me dejas hacer a mí, o me lo haces de una vez.
—      ¿Hacerte el qué?
—      Lamerme el coño, ¿quieres?
—      No sé hacerlo.
—      Sí sabes. Verás qué fácil. Ven…
  Con delicadeza, colocó su mano en la nuca de su amiga y la atrajo hacia ella, entre sus piernas. Se alzó la falda y Ágata le quitó totalmente las bragas. Alma se abrió de piernas, mostrando su sexo oscuro y velludo. Ágata, con afectada timidez, lamió la cara interna de un muslo, a la altura de la entrepierna, pero su amiga la obligó a ir directamente al asunto. Lamió el coño de Alma y se asombró de que fuera tan distinta a Jezabel, distinta e igualmente maravillosa.
—      Oh, sí,… así, ya… ya… estoy casi lista… Ágataaa… – murmuró al correrse.
—      Vaya. Esto no está nada mal – dijo Ágata, incorporándose y quitándose un pelo de la boca. — ¿Y ahora qué?
—      Espera un poco a que me recupere. Te devolveré esta caricia centuplicada.
 Aquella tarde lo hicieron de nuevo, esta vez más calmadas, cuando se ducharon juntas, las dos desnudas. Retozaron bajo el chorro de agua, lamiéndose mutuamente e insertando sus dedos. Después, se vistieron y salieron a comer algo. Alma se asombró cuando Ágata, aprovechando que nadie la veía, le sobó las nalgas en la cola del McDonald. Cuando regresaron a casa, se fueron directamente al dormitorio de los padres de Alma y estuvieron gran parte de la noche amándose. Alma le confesó que no era virgen pero que sólo lo había hecho una vez.
  Al día siguiente, sábado, Alma le trajo el desayuno en la cama y volvieron a yacer juntas después. En esa ocasión, Ágata bajó a la cocina y usó un plátano grande que introdujo en la vagina de su amiga a modo de consolador. Alma estaba muy contenta porque Ágata se aclimató muy bien a la situación. De hecho, la mayoría de las veces, era la pelirroja la que le metía mano y la incitaba, aunque después la dejaba hacer. Las chicas se unieron aún más, felices.
  Cuando los padres de Alma regresaron, se pusieron tristes al tener que despedirse. Durante tres días habían vivido como pareja y ahora debían separarse.
  Ágata se dijo que el momento había llegado. Alma dependía cada día más de ella. Habían pasado dos semanas desde que vivieron aquel fin de semana en casa de la morena. Ahora, Ágata la manejaba a su antojo, dejando que siempre llevara las riendas a la hora de hacer el amor, pero manipulándola. La incitaba en clase a la menor ocasión y habían llegado a hacer el amor en los lavabos y en un pequeño trastero. Alma parecía estar madura para no negarle nada a su amiga.
—      Alma… – le dijo mientras se dejaba abrazar y ambas caían sobre la cama de Ágata. Estaban en su habitación, con la excusa de estudiar.
—      ¿Sí?
—      Lo he pensado mucho…
—      ¿Qué has pensado? – preguntó Alma sin dejar de besarla y acariciarla.
—      Me gustaría que probaras con un hombre.
—      ¿Por qué? Ya lo he probado – Alma se retiró, extrañada.
—      Has probado con un chico. Estoy hablando de un hombre; alguien con experiencia. Sería ideal para nuestra relación. Así podrías comparar, no sé. Yo lo hago a cada momento y comprendo que son dos cosas distintas.
—      ¿Cómo de distintas? – Alma parecía ofendida.
—      No te lo tomes así – dijo Ágata, sentándose ella a su vez y cogiéndola de la mano. – Me lo paso muy bien contigo y, ya ves, lo hacemos a cada instante, pero sé que un hombre te puede dar algo de lo que nosotras no disponemos. Me gustaría que lo probaras. Tú misma me has dicho que una polla no te deja indiferente.
—      No es la polla, lo que no me gusta, sino el hombre. No puedo con su rudeza, con su machismo. Si la polla viniera por separado, te aseguro que tendría unas pocas en casa.
—      Eso es porque no has conocido a un hombre cabal y maduro. Te aseguro que no es lo mismo.
—      ¿Y dónde encuentro a ese ejemplar? – ironizó Alma.
—      Alma, no puedo engañarte; no tengo derecho a hacerlo. Anteayer me llamó y nos vimos.
—      ¿Quién? – se estremeció Alma.
—      Él.
—      ¡No jodas! ¿Habéis hecho las paces?
—      Algo así. Lo siento, tenía que habértelo dicho, pero aún estaba demasiado confusa. No puede vivir sin mí, me lo ha dicho. Estos meses han sido un suplicio para los dos. Gracias a Dios que te he tenido a ti.
—      ¿Y cómo sabes que no te volverá a hacer daño?
—      Me ha dejado poner todas las condiciones que he querido. Estaba muy arrepentido, Alma, créetelo.
—      ¿Y es por eso que me insinúas que debo buscarme un tío? ¿Por qué te vas a marchar con él?
—      No, no sería capaz de una cosa así. Os quiero a los dos y me debato entre ese amor. ¡Lo estoy pasando fatal!
—      Nunca te he puesto condiciones, Ágata. Lo entenderé si vuelves con él – le dijo la morena, acariciándole la mejilla.
—      No, no quiero dejarte, ni a él tampoco. Es a lo que le he dado tantas vueltas. Quiero compartiros.
—      ¡Estás loca!
—      Puede, pero ayer, cuando la solución me vino a la cabeza, me puse tan cachonda con imaginármelo que me tuve que masturbar. Quiero que folles con él, a solas, Alma, que lo conozcas, que él llegue a amarte también. Sería ideal. Después, los tres disfrutaríamos juntos.
—      Tú no estás bien de la cabeza, Ágata. Aunque yo aceptara, ¿qué diría él?
—      Es lo que quería contarte. Ya lo he hablado con él. Le he contado lo nuestro y vi la excitación en sus ojos cuando le hablaba de nuestro amor.
—      ¿Cómo has sido capaz? ¡No tenías ningún derecho a contárselo!
—      Lo sé, pero pensé que era lo mejor, sincerarme. Él está dispuesto a conocerte y revelarte su identidad. ¿Harías lo mismo? ¿Lo harías por mí, por nuestro amor?
—      No sin saber quién es.
  Ágata inclinó la cabeza. Esa era la parte dura, la parte en la que no actuaba. Por un momento, no se atrevió a decirlo, pero, finalmente, murmuró su nombre.
—      El profesor Warren.
—      ¿QUË?
—      Frank Warren, nuestro profesor de arte dramático.
  Alma se puso en pie, alelada, y la miró.
—      Así que te saliste con la tuya; te entregaste a él, ¿no?
—      Sí.
—      Pero ese hombre tiene edad para ser tu padre.
—      Es un hombre atractivo y maduro. Tiene mucha experiencia; es lo que intento decirte. No es un niñato que va a lo suyo, ni es una aventura de un fin de semana; sabe comprometerse.
  Alma se giró, sin decir nada más, y avanzó hasta la ventana. Estaba sopesando la situación y sus sentimientos. Warren era un hombre atractivo, ella misma lo reconocía, hasta encantador. Por otra parte, no quería perder a Ágata ahora que la había conseguido.
—      Está bien. Aceptaré un solo encuentro con él. Si no me agrada, lo olvidamos. Pero quiero la garantía que no saldrá ni una sola palabra de su boca sobre nuestra relación.
—      Alma, recuerda que él también está en tus manos. Sabes que salimos juntos. Podrías acabar con su carrera. Está bien; un encuentro.
—      ¿Vendrás?
—      No, es demasiado pronto.
  Frank lo tenía todo preparado. Ágata le llamó por teléfono el día después, diciéndole que todo estaba solucionado. Alma consentía en entregarse a él, pero debía ser muy persuasivo y romántico. Él comprendió su juego cuando le contó los detalles.
—      Te echo de menos, Frank – le dijo ella.
—      Pronto podrás volver. Tu castigo está a punto de concluir. Yo también te he echado de menos, pequeña. – en cierto modo, era verdad. Frank echaba de menos la total aceptación de Ágata, aunque, en esos meses, había deambulado de una amante a otra, como antes de conocer a Ágata.
  Sin embargo, se había acostumbrado a la carne joven y las mujeres adultas no le ponían como ella. Se mantuvo en sus trece, sabiendo que la dependencia de la chica era total y que le conseguiría otras chicas. Tenía muchos planes para su amante, planes muy divertidos.
Colocó las velas sobre la mesa del comedor. Alma vendría pronto para cenar y debía exhibir todo su talento con ella. La comida estaba preparada y bien sazonada con Loto Azul, no quería que se echara atrás en el último momento.
  El timbre de la puerta sonó. Con una sonrisa, se arregló la corbata y fue a abrir.
—      Hola, Alma – le dijo a la chica, que esperaba algo nerviosa en el rellano.
—      Hola, profesor Warren.
—      Frank, por favor.
  La hizo pasar dentro, contemplándola. Alma se había esmerado en su físico. Llevaba una falda plisada y corta, de una tonalidad azul turquesa, que revoleteaba alrededor de sus torneados muslos a cada movimiento. Una camisa blanca, bajo la cual se marcaban los pezones libres de sujetador, y una rebeca roja completaban la indumentaria.
—      Si hubiera sabido que sería tan formal, me habría puesto un vestido de noche – dijo ella, señalando la corbata y el traje de él.
—      No te preocupes, estás muy bien, acorde a tu edad – contestó Frank mientras le servía una copa de vino tinto en donde había disuelto un poco de Loto Azul.
—      Tienes una bonita casa.
—      Sí, perteneció a mi familia – le dijo, entregándole la copa. – Supongo que te habrás asombrado cuando Ágata te contó nuestra relación, ¿no?
—      Un poco, pero después me pareció lógica. Bebía los vientos por ti en la academia.
—      Créeme si te digo que no busqué esta relación, pero aconteció y no pude resistirme. La quiero mucho, ¿sabes? Y estaría dispuesto a hacer lo que fuese para retenerla a mi lado.
—      ¿También esto? No creo que sea un sacrificio.
—      No lo es, Alma. Eres una chica muy hermosa, pero nunca te hubiera abordado si Ágata no me lo hubiera impuesto.
—      Creía que era una fantasía muy masculina eso de tener a dos chicas en la cama – dijo ella, sorbiendo su vino.
—      Tienes razón – sonrió él. – Pero agotadora.
—      Tengo curiosidad por saber qué te dijo exactamente. No ha querido contármelo.
—      Bueno, cuando nos vimos la supliqué que siguiéramos. Me contestó que no le hacía ninguna falta, que su vida estaba plena y que había dado un giro tan brusco que no la comprendería. Le dije que aceptaría cualquier cosa con tal de que vernos de nuevo y ella repitió que no lo entendería. La desafié a explicármelo. Le costó un poco, pero, finalmente, me contó vuestra relación. Me quedé con la boca abierta, sin saber qué decir. A cada palabra que decía, mis esperanzas se esfumaban. Notaba el amor que había entre vosotras.
  Frank notó como Alma se sonrojaba. Su cuento iba bien, muy bien.
—      Finalmente, la supliqué de nuevo, diciéndole que me convertiría en su esclavo si quería, que sólo estaría allí como plato secundario, para cuando necesitara un hombre y que no intervendría nunca en vuestra relación. Creo que eso la ablandó un poco y lo pensó mejor. Fue entonces cuando puso sus condiciones. Si era capaz de complacerte como hombre y como compañero, no solo volvería a mí, sino que lo compartiríamos todo entre los tres.
—      ¿Cómo distéis por sentado que yo aceptaría esa situación?
—      Yo no lo podía saber, te conozco solamente de vista, pero Ágata estaba muy segura de lo que decía y de cómo actuarías, ¿me equivoco?
—      Aún no lo sé.
—      Pero estás aquí, ¿no?
—      Le prometí a Ágata un solo encuentro. Si no funcionaba, adiós. No soy una feminista aferrada, ni me desagradan tanto los hombres cómo para rechazarlos. Sin embargo, me gusta mucho más la suavidad y ternura de una mujer. No soporto la agresividad masculina, eso es todo. Ágata me prometió que no eras así, que eras un hombre experimentado.
—      Y estoy dispuesto a demostrártelo. ¿Cenamos ya?

Alma quedó impresionada por el ambiente que Frank había creado en el comedor. Los platos eran exquisitos y el vino ayudaba mucho. Sus modales también eran exquisitos y sus temas de conversación interesantes. Frank puso en juego todo su saber como actor y, finalmente, ayudado por el Loto Azul, lo consiguió.

—      Ha sido una cena exquisita, Frank – dijo Alma, tragando su última cucharada de postre. Se sentía algo atolondrada y con calor. Supuso que sería el vino. Sus palabras ahora brotaban sin nerviosismo y una fuerte confianza brotó entre los dos. Ágata parecía tener razón, Frank no era como los demás hombres.
—      Me gustaría seguir charlando un poco más. ¿Pasamos a mi estudio y te tomas algo? No sé, una Coca o algo así. Yo tomaré un buen coñac.
—      Está bien. No tengo que volver a casa hasta las once; aún soy menor – dijo ella encogiendo los hombros y riéndose. Frank la secundó en la broma.
—      Quiero que comprendas que, aunque estás aquí, no tienes porque sentirte obligada a… ya sabes – le dijo el profesor mientras servía coñac para él y un poco de licor de frutas para ella.
—      Sólo prometí un encuentro, Frank, no que me acostaría contigo. Si lo hago, es porque quiero.
—      ¿Si lo haces?
—      Aún no lo sé – se rió tontamente la morena.
  Frank se sentó en el mullido sillón de lectura y ella lo hizo frente a él, en el otro sillón compañero. Saborearon sus licores y se miraron.
—      Es extraño. Nunca me he sentado a hablar así con una mujer. Bueno, con una mujer de tu edad, quiero decir. Me siento un tanto… cohibido.
—      Entonces, ¿qué hacéis cuando estáis juntos?
—      Salimos a pasear. Nos encanta ir al zoo, al cine, ver viejas películas de mi colección, actuar un poco. No sé. Me hace sentir mucho más joven y divertido. Me siento capaz de hacer locuras.
—      ¿Y no habláis?
—      Sí, pero lo solemos hacer en la cama o en la cocina, frente a una buena taza de chocolate. Es algo como un matrimonio, ¿sabes?
—      Sí, me es conocido.
—      Me encanta verla deambular con esas atrevidas falditas por toda la casa, a ratos, muy seria y adulta, a veces, traviesa y juguetona. Suele sentarse en mis rodillas cuando estoy leyendo o trabajando y hacerme cosquillas hasta hacerme abandonar lo que estoy haciendo. ¿Qué hace cuando está contigo?
—      Bueno, me resulta muy raro hablar de eso contigo. Amamos a la misma persona y no siento celos en este momento. Ágata es mi mejor amiga y se ha convertido también en mi amante. Lo es todo en una sola persona. ¿Qué puedo decir que no hayas dicho ya? La conoces como yo. Me encanta cuando me incita en clase o en la calle, al meter su mano bajo mi falda o tocarme un seno atrevidamente. Me encanta ir de la mano con ella. Todo el mundo piensa que somos amigas, pero sus dedos me acarician la muñeca al mismo tiempo, como una promesa de lo que vendrá más tarde.
—      Oh, Dios. Esa es nuestra Ágata. La extraño tanto – dijo Frank, con las lágrimas a punto de rodar. — ¿Puedes hacerme un favor, Alma?
—      Bueno.
—      ¿Te importaría sentarte en mis rodillas, como lo hacía ella, mientras seguimos hablando? Es muy impersonal para mí y doloroso.
  Alma se sorprendió de su propia reacción. Sentía pena por Frank y estaba más que dispuesta a sentarse en sus rodillas; es más, estaba deseando hacerlo. Si decir nada, se levantó y avanzó hasta él. Se sentó de lado sobre las piernas de Frank.
—      Gracias. Siempre me ha hablado muy bien de ti, Alma. Te sorprendería saber cuánto te estima y te quiere. Sentí muchos celos cuando me contó vuestra relación. Me dio detalles turbadores, cómo os besabais, cómo os acariciabais, cómo olía tu pelo – dijo inclinándose sobre ella y oliendo la nuca de Alma.
  Ésta se estremeció levemente.
—      Creí que quería hacerme daño contándome todo eso, pero, finalmente comprendí que sólo era lo que sentía por ti. No había maldad en sus palabras y te envidié aún más. Sin embargo, mi pene pensaba otra cosa. Sin duda os imaginaba en una de vuestras habitaciones, rodando sobre la cama, desnudas y felices. Me asombré cuando, a pesar de mi frustración, mi polla se irguió en vuestro honor.
  Aquellas palabras susurradas a media voz, en su oído, hicieron palpitar el corazón de Alma. La mano de Frank se posó sobre su rodilla; la palma estaba muy caliente.
—      Ahora, vuelvo a sentir lo mismo y estás a mi lado. Yo…
—      Frank…
—      ¿Sí, Alma?
—      Cállate y bésame – gimió Alma, abriéndose de piernas y cerrando los ojos. Frank pegó sus labios a los de ella.
  La mano del hombre profundizó entre las piernas de la chica, al igual que hizo su lengua en la boca de ella. Alcanzó con los dedos la entrepierna oculta por las bragas y palpó la tela empapada ya. Se dijo que tenía que estar muy cachonda desde hacía unos minutos. Acarició lentamente la cara interna de los muslos y la vulva, sin introducir un solo dedo bajo la prenda, enloqueciéndola. Era consciente que debía estar acostumbrada a la suavidad de otros dedos, así que nada de brusquedades. Mientras tanto, Alma le desaflojaba la corbata y le abría la camisa, deslizando sus manos por el firme pecho del hombre. Sus caderas se movían bajo la caricia de Frank y aspiraba el sabor a coñac en su boca. Deseosa de un contacto más íntimo, se apartó ella misma las bragas, dejando sitio para la mano del hombre. Frank acarició el clítoris con suavidad para después introducir su dedo meñique en la vagina, insinuándolo más bien.
—      Quiero verla… – susurró ella, apartándose un poco y bajando sus manos hasta el pantalón.
  Desabrochó la bragueta e introdujo su mano, sacando el miembro desafiante y poderoso. La acarició voluptuosamente y con algo de curiosidad.
—      Esta es la culpable de todo – dijo, frotando un dedo sobre el glande.
—      Oh, sí, Alma… hazme lo que quieras…
  La chica se dejó caer de rodillas y aferró mejor el miembro. Aunque no lo había hecho nunca, sabía qué se esperaba de ella. La probó con la lengua y no le desagradó en absoluto. La introdujo en su boca, haciendo presión con los labios y formando un tope con la lengua. Lentamente, cogió el ritmo, gozando con el poder que le daba ver al hombre retorcerse a su mandato.
—      No más… detente… para… – gimió Frank y ella se detuvo.
  Los dos jadeaban. Frank se inclinó sobre ella y la ayudó a ponerse en pie.
—      Ven sobre mí, te haré lo mismo – le dijo.
  Alma colocó sus pies sobre el sillón, uno a cada lado del cuerpo de Frank, y así su pelvis quedó sobre el rostro del hombre. Éste le levantó la falda y le quitó las bragas, tirándolas al suelo. Aplicó su lengua al aromático coño y Alma creyó derretirse. Ágata tenía razón, Frank era todo un experto, suave y potente a la vez. Tuvo que apoyarse en el respaldo para no caer de rodillas; todo su cuerpo temblaba, próximo al orgasmo. Ella tampoco quiso correrse y se lo hizo saber. Frank la desnudó por completo, devorándola con la mirada. Ella le quitó los pantalones y la camisa. A pesar de su edad, el hombre se mantenía en forma. Se arrodilló sobre Frank, abrazándole por la nuca y hundiendo su lengua en la masculina boca. La polla rozaba su pubis y ella se frotó un poco más, ansiosa. Nunca había sentido tal deseo por un hombre ni por una mujer. Esa noche estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para apagar el fuego que ardía en sus entrañas. Sintió cómo Frank manipulaba en sus bajos, ayudando a la polla a encontrar el camino correcto. Alma se quejó, aquello no era un plátano, sino carne dura y gruesa, pero, finalmente, consiguió tragar la mayoría en su coño. Enardecida por la sensación, saltó sobre su regazo, incapaz ya de besarle. Mantenía los ojos cerrados y se lamía constantemente los labios. Frank, por su parte, la miraba fijamente, disfrutando de lo que veía, y acariciaba los menudos pechos cuyos pezones amenazaban con despegar de tiesos que estaban.
—      Ooooh… ¡qué… gorda la… tienes!
—      ¡Y qué estrecha eres, cariño!
—      Uuuuuhh… me viene ya… ¡Me vieneeee! – exclamó ella, echando la cabeza hacia atrás.
  En ese momento, Frank no pudo resistir más y sacó rápidamente su miembro, derramándose sobre el agitado pubis de la morena.
—      Oh, Dios, qué bueno – jadeó él.
  Permanecieron estrechamente abrazados, aún jadeantes y sudorosos.
—      Ha sido magnífico – resopló ella.
—      Sí, sublime. Sólo son las diez, ¿crees que aguantarás otro?
—      ¡No me digas! ¡Eres insaciable! – se rió Alma.
—      Sí, probemos otra postura.
  Frank se levantó y se masajeó la polla, aún erecta por la pequeña porción de Loto Azul que se había tomado, la justa para saber qué hacía. Colocó a Alma de rodillas sobre el sillón, las manos en el respaldo y el trasero alzado. Masajeó aquellos glúteos, preparándose para embestir el coño por detrás.
  “Tengo que convencerla de utilizar el ensanchador. Ese culo tiene que ser mío”, se dijo.

Ágata no cabía en si de alegría. El encuentro había salido de maravilla; Alma parecía encantada con Frank. Ni siquiera se planteó la cuestión de los celos. Había cumplido su castigo y podía volver con él. Corrió los últimos metros que la separaban de la casa de Frank y llamó a la puerta con insistencia. Se echó en sus brazos en cuanto abrió, llenándole de besos el rostro.
—      Amor mío, amor mío – susurraba.
—      Ah, cuánto te he echado de menos, pequeña zorra. Ahora todo está olvidado – contestó él abrazándola contra la puerta, ya cerrada. – Huelo ese coño tuyo en sueños.
—      ¿Qué sentiste anoche, cuando la follabas? ¿Te gustó? ¿Te complació?
—      Sí, sí, pero no tanto como tú… Quiero follarte aquí, de pie, ahora…
—      Sí, sí, estás dispuesto – dijo ella, cogiéndole el pene a través del pantalón, una polla endurecida.
  Frank le dio la vuelta, colocándola de cara a la puerta, y le abrió las piernas, subiéndole la falda y rasgándole las bragas. Se desabrochó los pantalones y guió, sin más preámbulos, la polla hasta su estuche. Ágata gimió al ser traspasada. La había echado de menos. Frank bombeó, enloquecido, y ella jadeaba con la mejilla apoyada contra la madera y sus manos abiertas, aguantando el peso.
—      Me la follé dos veces mientras pensaba en ti. Se volvió loca, esa putilla. No había probado una polla como la mía jamás. Hice una magnífica actuación que la conmovió. Le hablé de ti y de mi, de cómo follábamos como locos. Se abrió de piernas cuando se lo dije – le dijo él al oído.
—      Sí, Alma… es así…
—      Quiero follármela otra vez. Quiero compartirla contigo, que coma de nuestras manos, que sea nuestra esclava, ¿me ayudarás?
—      Sí, sí… – dijo ella a punto de correrse.
 

Relato erótico: “Hechizo de una noche 1” (POR MARTINA LEMMI)

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           Me llamo Abigail.  Y todos me conocen como Abi.  Si tuviera que decir si soy lesbiana, me encontraría sin respuesta, pero lo cierto es que los varones no son mi foco de atracción o, por lo menos, sé que dejaron de serlo cuando tenía doce años, si es que alguna vez lo habían sido.  Es decir, puedo apreciar un cuerpo masculino bello pero, al momento de generarme deseo sexual, lo que me produce el cuerpo de una hermosa mujer es único.  Y, sin embargo, la realidad marca que, por lo menos hasta los hechos que voy a pasar a contarles en este relato, jamás he tenido intimidad alguna con una mujer.  Tampoco con un hombre y, de hecho, hasta me he tenido que ligar las cargadas crueles de quienes me han caratulado como “torta”.  No han sido la mayoría, debo admitirlo, sólo algunos estúpidos, pero los estúpidos son siempre los que se hacen ver y los que molestan… Creo que el resto de quienes me han conocido siempre  me han tenido, más bien, como una chica reservada y algo tímida, lo cual no deja de ser cierto.
            Paula es mi amiga.  Lo es desde que ambas teníamos seis años.  Hemos compartido toda la escuela primaria y la secundaria porque por nada del mundo íbamos a separarnos.  Paula es una hermosa muchacha de tez blanca y de cabello largo y levemente ondulado que suele llevar en forma de rodete y, cayendo desde él, en cascada de cola de caballo.  Es dueña de la sonrisa más hermosa y compradora que una mujer pueda llegar a tener, la cual luce maravillosa enmarcada entre sus ojos marrones y sus cabellos castaños claros, casi rubios.  Su cuerpo merece un párrafo aparte: no por voluminoso, sino por armonioso y bien proporcionado.  Sus pechos no son avasallantes pero sí firmes y perfectamente redondeados, cola sugerente y atractiva y ni qué hablar de sus piernas: dos bellas columnas de marfil, altísimas.  Sí, dirán que Paula parece una modelo y, de hecho, lo parece.  Mil veces la insté a que se dedicara al modelaje pero siempre desdeñó el consejo, tanto mío como  de otros que le dijeron lo mismo.  Pero de cualquier forma es el combo completo lo que cautiva en Paula: inteligencia, simpatía, belleza…, todo eso constituye un cóctel difícil de resistir para cualquier hombre… y para algunas mujeres (me incluyo).  Yo, de algún modo, soy todo lo contrario, casi la antítesis de ella: mi cuerpo no tiene demasiada forma y tengo algunos kilos de más; mi rostro es tan blanco como el de ella pero sin gracia y más bien lechoso; mi cabello, llovido y algo pajoso aun a pesar de un montón de cuidados al respecto, tampoco ayuda mucho a levantar mi autoestima.  Cuando estamos juntas, ni falta hace decirlo, yo no existo.  Sólo la ven a ella.  Y si alguien se acerca a hablar, es con ella.  No lo digo con celos o, diciéndolo mejor, lo que me produce celos es que se le acerquen y, por lo tanto, capturen su atención, pero no me preocupa en absoluto que los chicos no me miren a mí.  Ese tipo de situaciones, desde ya, siempre genera incomodidad.  Si yo fuera varón, de algún modo, actuaría como un elemento de disuasión para las aves de presa, pero siendo mujer y, en apariencia, sólo una amiga, ¿a título de qué puedo yo espantar a aquellos que se le acercan?
              Perdón: hoy señalé un quiebre en mi vida a los doce años y no di ninguna explicación al respecto, así que procedo, por lo tanto, a subsanar mi descortesía.  Hasta ese momento tanto ella como yo, creo, éramos chicas normales o, por lo menos, parecía que nuestras vidas seguirían un desarrollo normal de allí en más.  Mirábamos a los chicos y nos ratoneábamos con los galanes de las telenovelas y series de tv, aunque viéndolo hoy, quizás en mi caso se tratara sólo de repetir, de manera inconsciente, el manual de lo que la sociedad espera de una niña.  Hasta entonces yo no sabía realmente hasta qué grado me gustaba Paula; en qué momento dejaba de ser mi amiga y pasaba a ser otra cosa.  Pero ocurrió un día que hicimos uno de esos tantos juegos entre niñas: tenía que ver con un muchachito al que siempre mirábamos y que a ambas nos gustaba; era un chico bastante mayor que nosotras pues tenía unos dieciséis años y, por ende, jamás nos había registrado ni lo haría.  Lo que Paula dijo era que ella sería capaz de desnudarlo y a mí, desde ya, me pareció una locura; solté una carcajada.
              “Si consigo dejarlo en bolitas, la próxima sos vos” – me dijo provocativamente.
              “No entiendo” – le dije con absoluta sinceridad.
              “Es fácil.  Si logro desnudarlo, después te desnudo y hago lo que quiero con vos.  Si es al revés, o sea si no puedo hacerlo, sos vos la que me desnuda y hace lo que quiere conmigo”
               La apuesta, así planteada por Paula, me produjo en aquel momento un cosquilleo en mi estómago infantil.  Claro, éramos chicas creciendo y, como tal, en etapa de exploración de nuestros cuerpos y nuestros sentidos, pero en aquel momento no lo sabíamos.  La idea de desnudar a Paula y tenerla a mi disposición me producía incluso una cierta culpa, porque me gustaba…  Aun así, a esa edad el interés por lo nuevo y desconocido suele ganar todas las batallas internas y así fue como terminé aceptando la apuesta.
                 Paula puso en marcha sus armas, con sorprendente desenfado para sus doce años.  Yo no sé qué le dijo o qué no le dijo, ya que la observé desde lo lejos cuando se le acercó a hablar una tarde en momentos en que el chico pasaba por la vereda de enfrente a su casa.
                 “Lo invité a nadar” – me dijo luego.
                 “¿A la piscina?” – pregunté, incrédula -.  ¿Y qué te respondió?”
                “Que sí” – contestó, luciendo una sonrisa triunfal de oreja a oreja.
                  De ese modo, la primera parte del plan ya estaba realizada.  Al haber aceptado él la invitación de Paula a la piscina, ya estaba garantizado que, al menos, lo veríamos luciendo sólo un short de baño.  Sin embargo, tanto Paula como yo sabíamos que eso no era desnudez y que, por lo tanto, no por el hecho de que restara realmente poca ropa por quitarle, fuera a ser una empresa fácil.  Por el contrario, sacarle lo que quedaba sería lo más difícil.  Pero Paula siempre fue una chica a la cual todo le salió bien y casi nunca por casualidad ni por suerte; su suerte, en todo caso, era haber nacido hermosa  e inteligente, nada más alejado de mí.
                   El chico cayó a la piscina una tarde de sábado con algunos amigos y se notó que  a la madre de Paula no le gustó ni un poco ver allí a aquellos chicos bastante mayores que nosotros.  A sus ojos, y a los de cualquier madre, eran pervertidos.  Durante bastante rato, de hecho, no los perdió de vista e hizo acto de presencia en el lugar todo el tiempo y por cualquier cosa: ofreciendo bebida o comida, dándonos consejos sobre protección solar, etc, lo que fuera con tal de no dejarnos solas a disposición de quienes para ella debían ser lobos hambrientos.  Pero bastó que, en un momento, la mujer se ausentara por un cierto lapso de tiempo más o menos prolongado para que Paula pusiera en marcha su plan, con maquiavélica perfección para tratarse de una niña de doce años.
                 “¿Es verdad lo que dicen de vos las chicas en el barrio?” – le preguntó  a quien era el principal invitado, además de centro de la apuesta.
                 “¿Qué dicen?” – preguntó el joven , algo desconcertado , pero a la vez con cierto aire presumido.
                  “Que la tenés cortita” – le dijo Paula con sorprendente desinhibición, motivando no sólo que el rostro del muchacho se tiñera de un rojo furioso, sino que además el resto de los chicos se rieran estruendosamente a más no poder.
                 “Mirá, pendeja – dijo el joven entre dientes -.  Te han informado muy mal… Y aparte, sos chiquita, no sabés nada de esas cosas…”
                  “Aaah, no sé, no sé – dijo Paula, sentada sobre el borde de la piscina y abriendo los brazos en jarras -.  A mí me dijeron eso.  Lo mismo que me dijeron que él la tiene grande… Y él también – señaló a uno y luego a otro de sus amigos.
                   Fue como una herida mortal: estaba metiendo el dedo en la llaga.  El invitado ardía por dentro y se notaba, más aún cuando los dos amigos a los que Paula había mencionado como dueños, en apariencia, de los miembros más generosos, se mofaron de él cruelmente y a pura risa.
                   “A ver… – retrucó el muchacho, ofuscado en su masculinidad -.  Vamos a bajarnos los shorts: todos… Y ahí vamos a ver qué tan cierto es eso…”
                  Al principio, el resto pareció inquietarse ante lo descabellado de la propuesta.  Uno de ellos miró, nervioso, hacia la casa, de la cual podía surgir de un momento a otro la protectora madre de Paula.  Pero, finalmente, el desafío fue aceptado y se pusieron de acuerdo en bajarse, todos a un mismo tiempo, los shorts de baño.  Pude ver de soslayo cómo una sonrisa se dibujaba en los labios de Paula.
                 En un momento, los pitos de los cinco jovencitos quedaron colgando allí, fláccidos y, en algún caso, queriendo pararse, tal vez excitado por la situación.   No hubo tiempo de cotejar quién de todos lo tenía más grande.  Justo en ese momento la madre de Paula apareció, hecha una furia y se encontró con lo que, a sus ojos, lejos de ser un juego infantil o adolescente, era, por el contrario un espectáculo perverso y abominable.  Echó a los jóvenes a grito pelado y hasta golpeó por la cabeza a alguno.  Prácticamente los arrastró hasta el portón de calle y les reiteró varias veces que no quería verlos siquiera pasar nunca más por la vereda.  Junto al borde de la piscina quedamos sólo Paula y yo.  Ella, con el mentón apoyado sobre sus manos entrelazadas, me echó una mirada de soslayo y sonrió de un modo que reflejaba el sabor de la victoria.  Debo confesar que, en ese momento, perder era para mí una opción tan excitante y atractiva como ganar, aun con todas las culpas que en mi mente infantil generaran ambas.
              Fue al otro día que Paula se cobró su apuesta, en mi propia casa y en un lavadero que casi ni se usaba.  Me retiró una a una las prendas hasta dejarme como había llegado al mundo y después se dedicó, con delicado esmero, a recorrerme con sus manos en toda mi desnudez.  Me acarició cada centímetro de mi cuerpo y yo lo sentí como algo muy profundo.  Pasó también sus dedos por mis zonas íntimas y, en ese momento supe que, definitivamente, ya no iban a gustarme más los varones.  Y que me gustaba Paula… Algún tiempo después repetimos otra apuesta, por otro motivo que no voy a detallar a los efectos de no hacer tan largo el relato, pero esa vez fui yo la ganadora, así que tuve el placer de recorrerle cada recoveco de su cuerpo.  Éramos, claro, dos niñas explorando y experimentando, pero en mi caso personal, esa experiencia me marcó para toda la vida.  No me dio la impresión, en cambio, de que con Paula ocurriera lo mismo.
                 Nuestra adolescencia transcurrió sin grandes sobresaltos, pero con una característica saliente y reiterada, que era el hecho de que ella siempre estuviera acompañada y pasando por distintos novios, mientras que yo siempre sola.  La propia Paula me insistía siempre al respecto y quería , por todo y por todo, que yo estuviese con alguien, pero eso era sumamente difícil si me ponía a pensar que se combinaban dos elementos que, conjuntamente, conspiraban contra cualquier tipo de relación de mi parte: primero, nadie se me acercaba; segundo, yo no quería estar con nadie y, poco a poco, comenzaba a darme cuenta que sólo tenía ojos para Paula.  Los sentimientos hacia ella me llenaron de culpa y busqué reprimirlos de mil formas: me hice vegetariana, me dediqué a hacer repostería artesanal en mi casa, en fin, lo que fuera con tal de alejar mis pensamientos “impuros” hacia ella.  En algún momento, cuando tendríamos catorce años, le recordé aquello de la apuesta y, sugerí, de manera algo tácita, la posibilidad de reeditar algo parecido.
                 “Jajaaaa… ¿Te acordás??? – aulló ella -.  ¡Qué vergüenza!  ¡Me muerooo!!! ¡Éramos dos degeneradas! Jajajaa…”
                   No me quedó en claro si el comentario de ella se refería al hecho de haber hecho desnudar a cinco chicos en la piscina de su casa o bien a lo que habíamos hecho después, es decir al cobro de la apuesta y la posterior revancha.  Pero quedaba bien claro que recordar el episodio sólo le provocaba a Paula hilaridad y no otra cosa, nada de lo que me generaba a mí.  Lejos, entonces, estábamos de repetir algo de aquellas experiencias que tanto me habían marcado.
                     Fuera de mi fijación por ella, siempre fuimos amigas y Paula jamás me rechazó ni dio la pauta de siquiera sospechar cuáles eran mis verdaderos sentimientos hacia ella.  Para Pau, yo era su mejor amiga y me amaba con el corazón…, pero de un modo diferente al modo en que yo la amaba… Nos divertíamos mirando juntas películas de terror y compartiendo juegos que tuvieran que ver con brujería, ocultismo o cosas paranormales.  A veces jugábamos a leernos las líneas de la mano o bien la mente.
                       “Hay alguien que gusta mucho pero realmente mucho de vos” – le dije un día mientras le apretaba la frente y ella mantenía los ojos cerrados.
                     “Ayayay… Jaja – rió ella -.  ¿Quién será?”
                     “Es alguien a quien conocés mucho y que te conoce mucho” – dije, procurando adoptar en mi voz un tono que sonara a ultratumba o algo así.
                   Paula empezó a arriesgar nombres; no sé cuántos dijo: tal vez veinte o treinta.  Siempre varones… Y no había trazas de que siquiera llegara a sospechar de quién le hablaba.  No me tenía en cuenta en lo más mínimo; no de ese modo al menos.
                   Cada vez que tenía novio (y eso ocurría la mayor parte del tiempo) yo me sentía morir.  Cuando alguien estaba junto a ella, yo no podía soportar que la estuviera abrazando y besando todo el tiempo.  Algunos de ellos, incluso, fueron pobres pelotudos que hasta le pusieron los cuernos… Ni siquiera fueron capaces de valorar la mujer que la vida les servía en bandeja.   A Paula, como amiga mía que era, jamás le molestó mi presencia; en realidad, eso parecía molestarles más bien a ellos.  Pero mis mayores momentos de angustia eran cuando, a veces, era sábado a la noche y yo sabía que ella andaba por ahí con algún chico y quizás teniendo sexo.  Pasé noches enteras en mi habitación llorando a moco tendido y cuando mi mamá, por la mañana, me veía los ojos hinchados y llorosos, jamás le dije una palabra.  No obstante, en mi familia se preocuparon y, como todo adolescente problemático, fui derivada a un psicólogo.  Una psicóloga en realidad.  Creo que el hecho de que fuera mujer me ayudó a liberarme mucho más y, durante años, mi analista fue la única persona que realmente sabía de mis incipientes tendencias lésbicas y de mi amor por Paula.  Fue ella quien me sugirió que no siguiera la misma carrera universitaria que Pau ni en el mismo lugar; decía, y no sin razón, que Paula me estaba absorbiendo a tal punto que yo estaba dejando de ser una persona independiente y dotada de decisión.  Le hice caso: Pau estudió abogacía y yo odontología.  Y si por algo mi psicóloga me había hablado de ese tema era porque hasta unos meses antes de terminar la secundaria yo planeaba estudiar lo mismo que ella, aun sin que el derecho me despertara el más mínimo interés.
                  Y terminó el colegio.  No puedo decir cuántas lágrimas derramé ese día, sabiendo que ya no la iba a ver todos los días.  De hecho se lo dije, abrazadas ambas en el centro del patio cubierto luego de un emotivo acto de entrega de diplomas.
                     “Te voy a extrañar mucho…” – le dije sollozando.
                     “Ay, Abi, no seas boluda… ¡Nos vamos a ver siempre!   Somos amigas… ¿O no?” – decía ella buscando serenarme y sin trazas aún de entender en absoluto la verdadera naturaleza de mi llanto.
                     Pero la universidad es, por cierto, el mayor destructor de amistades de adolescencia que puede existir.  Por más que no se quiera, en ese momento los destinos se abren: aparecen nuevos intereses, nuevas amistades, nuevas relaciones… y nuevos novios, para Paula, claro…  No fue que nos dejáramos de ver pero lo hacíamos cada vez más esporádicamente y yo, a pesar de los retos de mi psicóloga, me comencé a hundir en un pozo depresivo.
                      Pero fue Paula (¿quién sino?), la que me tendió la primera mano para salir de ese pozo.  Ello ocurrió después de nuestro primer año de universidad, cuando, de golpe y porrazo, me invitó a que fuéramos juntas a pasar la primera quincena de enero en el departamento del que sus padres eran dueños en Mar del Tuyú.  No puedo explicar cuán feliz me sentí; el escenario parecía inmejorable: sol, mar, privacidad … y Paula.  ¿Era posible imaginar unas vacaciones más ideales?
                        Así que llegó enero y nos fuimos para la costa, yo con el corazón saltándome dentro del pecho, pero apenas llegamos aparecieron algunos elementos patógenos que vinieron a ensuciarlo todo.  Como no podía ser de otra manera, el principal responsable de ello fue el novio de Paula, su nuevo novio en ese momento.  Aun cuando compartíamos largas horas de charla, recuerdos, sol y playa, ella se la pasaba a veces largo rato embobada con su celular comunicándose con él por mensaje de texto y eso me alteraba.  Lo peor, sin embargo, fue cuando al tercer día de estar allí, me anunció que el novio estaba parando en San Bernardo y que, no siendo tan lejos, pensaba llegarse de visita.  Creo que si me hubieran dado un puñetazo en el estómago, no me hubiera caído peor.  La propia Paula notó mi pesar:
                      “Abi, ¿qué pasa?” – me preguntó.
                       “Nada – dije -, me voy a caminar un rato por la playa”
                        Pero si ya la llegada de la noticia del visitante molesto me produjo un humor de perros, no puedo describir en palabras lo que fue cuando él llegó.  Se la pasaban todo el tiempo abrazándose, acariciándose y besándose, a veces sobre la reposera, otras sobre una esterilla o bien sobre la lona misma.  Actuaban como si yo no existiese y cuando tales situaciones se daban, yo terminaba optando por irme al mar.  La noche del día en que el novio de Paula llegó, ella me pidió por favor si no podía ausentarme un par de horas del departamento.
                     “Sólo dos horitas – me decía, acariciándome la mejilla -.  Es para tener un poquito de intimidad con él. Dos horitas y volvés, ¿sí?  Somos amigas,  ¿o no?
                      Así que no me quedó más opción.  Esa noche di un par de vueltas por el centro de Mar del Tuyú que, de hecho, no es una de las localidades más populosas de la costa atlántica y, como tal, no es que tenga gran actividad ni atracciones nocturnas.  Anduve sin rumbo, propinándole puntapiés a cualquier cosa que se cruzara en mi camino: cascotes, atados de cigarrillo tirados, hasta un pobre perro huyó corriendo despavorido…                     Encontré un pequeño parque de diversiones ambulatorio, de ésos que se arman y se desarman en cuestión de horas.  Había llegado hacía un par de días y, en cualquier momento se iría, siguiendo un periplo veraniego por las localidades balnearias.  No había, por cierto, grandes atracciones y caminé, largo rato, entre los juegos sin subirme a ninguno.  ¿Hacerlo sola?  No.  Ésas eran, precisamente, cosas para compartir con Paula, pero ella estaba a esas horas en el departamento con el insufrible de su novio, un estúpido a quien seguramente le daba lo mismo una chica que otra y no era capaz de ver, como yo, la verdadera esencia de la belleza y el ángel de Paula.
                Me llamó la atención un puesto de forma rectangular, bastante precario ya que parecía hecho con aglomerado pintado a aerosol con un color lila oscuro de pésimo gusto.  Sin embargo, al leer la inscripción que aparecía en su parte superior, fue como si se hubiera despertado algún recuerdo de mi adolescencia, cuando compartíamos juegos y actividades paranormales con Paula: el letrero decía “Circe, la bruja”.  El nombre Circe me trajo a la memoria la lectura, allá en mi último año de primaria, de “La Odisea” de Homero y, si no me parecía recordar mal en ese momento, era el nombre de la hechicera que había embrujado a Odiseo haciéndolo enamorarse de ella y que, incluso, había transformado a sus marinos en cerdos.  Una sonrisa se me dibujó en el rostro porque recordé un capítulo de los Simpson en el cual se parodiaba exactamente ese pasaje de “La Odisea” pero Homero Simpson terminaba comiéndose a los cerdos, es decir a sus propios marinos.  Pero más allá de eso, había algo allí que me atraía: como un volver a la adolescencia, a tanta ouija o a tantas pretensiones nigromantes o telekinéticas.  Sobre el frente del puesto había una cortina negra y a un costado una ranura sobre la cual se leía “$20”.  Encogiéndome de hombros y sin saber del todo si me encontraría con alguien que me fuera a leer el futuro o qué, deposité un billete allí y tomé asiento sobre la silla que estaba frente al puesto.  Siguiendo la instrucciones de un cartelillo que se hallaba a un costado y que apenas podía leerse, levanté la cortina y adelanté mi cabeza de tal modo de cubrirla con la misma, lo cual me remitió a esas imágenes de fotógrafos de otras épocas, de ésos que trabajaban con trípodes.  Una oscura ventana se abría ante mí, apenas iluminada por unas lamparitas mortecinas anaranjadas que, bordeando la parte superior, hacían recordar más a un arbolito de navidad que a una forma decente de iluminación.  Por delante de mí, sólo una negrura insondable y, de pronto, dos fulgurantes ojos rojos se encendieron.
                 Debo confesar que me sobresalté y hasta estuve a punto de huir a la carrera.  Había subestimado el impacto de mi encuentro con Circe en un parque de diversiones tan berreta.  Una voz cadavérica surgió de la oscuridad:
                 “¿Qué te trae por aquí, Abi?”
                 Di un respingo y, una vez más, pensé en salir corriendo de ese lugar.  ¿Abi?  ¿Había dicho mi nombre?  ¿Cómo demonios lo sabía?  Obviamente se lo pregunté:
                  “¿Cómo… , cómo es que sabés mi nombre?”
                   “¿Sabés cuál es la diferencia entre una bruja y tu psicóloga?” – me repreguntó.
                    Otro golpe al mentón.  También sabía que me hacía ver por una psicóloga.  La verdad era que ni Paula ni yo habíamos creído realmente en todos esos juegos que hacíamos por mucho que nos gustara pensar que sí creíamos.  Pero… ¿estaba ahora ante una bruja de verdad?
                    “No – respondí, aturdida -.  ¿Cuál es?”
                    “Una psicóloga sólo sabe tu nombre cuando se lo decís” – me respondió.
                     No pude evitar sonreír.  Agaché un poco la cabeza para apartar mi vista de aquellos inquietantes ojos rojos que me miraban desde la oscuridad.
                      “No me dijiste – insistió -.  ¿Qué te trae por aquí?  El tiempo corre y vas a desperdiciar tus veinte pesos”
                       Tragué saliva.  Me sentía estúpida y, a la vez, había algo en esa mujer o lo que fuera que se hallase allí en la negrura, algo que tornaba a su presencia inquietante y, extrañamente, confiable.  Tenía la sensación, ya para esa altura, además, de que esa mujer sabía perfectamente qué era lo que me pasaba pero que, por alguna razón, era necesario que yo lo dijera.  Quizás una forma de sincerarme conmigo misma…
                       “Me siento… sumamente atraída por alguien a quien… no le atraigo…” – le dije, sin tapujos y venciendo todo prurito.
                       “Ajá… y es una ella, no un él” – apostilló.
                      “¿Lo… sabes todo?” – pregunté tartamudeando.
                     “No, no lo sé todo, pero se nota en tu voz y en tu semblante que se trata de un amor no tan fácil de declarar públicamente.  Por algo estás en un puesto oscuro y debajo de una cortina negra”
                      “Es verdad…” – acepté.
                     “¿Y querés saber si se puede hacer algo, no?”
                         Una sonrisa involuntaria se dibujó en mis labios, como si súbitamente cobrara conciencia de que me hallaba pidiéndole auxilio sentimental a un rostro casi invisible en la oscuridad, de ojos rojos y que operaba en un puesto de aglomerado en un parque de diversiones ambulatorio.  Pero la irracionalidad puede más cuando los sentimientos están en juego.
                        “¿Se puede?” – repregunté, más por seguirle el juego que por un real convencimiento -.  ¿Hay forma de que ella… se enamore de mí, por ejemplo?  ¿O que se sienta atraída al menos?”
                       “Sí, la hay”
                        “Ajá.  Y ahora me vas a decir que necesitamos un mechón de cabello de ella o algo así, lo cual implica una nueva visita y otros veinte pesos, ¿verdad?”
                        “No.  No podemos cambiarla a ella: tiene que seguir siendo quien es y no hay forma de conseguir otra cosa.  Cualquiera que te venga a decir que puede cambiar los sentimientos de esa chica te estará robando el dinero…”
                      “Entiendo… ¿y entonces?”
                      “Lo que sí puedo hacer es cambiarte a vos…”
                       Solté una risa; no conseguí evitarlo.
                       “Sí, para que la atraigas.  Pero te advierto: el hechizo sólo dura un día con su noche”
                        “Entiendo… A las doce de la noche todo se deshace; los caballos vuelven a ser ratones y la carroza calabaza”
                        “No.  No a las doce de la noche.  Eso es algo que sólo ocurre en cuentos infantiles.  Las fuerzas oscuras no se manejan con reloj.  Un embrujo sólo termina con la llegada de la luz del sol… Es la llegada de un nuevo día lo que lo deja sin efecto”
                       “Ajá… ¿y… en qué consiste ese embrujo, se puede saber?”
                       “Solo acercate un poco más – me dijo -.  Trae tu rostro un poco más hacia adentro”
                         Debo confesar que la situación era sumamente inquietante y que daba algo de miedo, pero la brujita ya me había dado varias señales de buena intención con sus palabras, así que simplemente confié.  Me incliné un poco hacia adelante acercando así aún más mi rostro a esos penetrantes y enigmáticos ojos rojos que me escrutaban desde la penumbra.  Me pareció ver una sombra, quizás una mano trazando en el aire un ademán frente  a mis ojos y, casi de inmediato, un cosquilleo en nariz y mejillas que pareció producto de algún polvo o alguna sustancia que hubiera sido espolvoreada sobre mí.
                        “Ya está” – anunció.
                         “¿Qué… es lo que ya está?” – pregunté sin entender.
                         “El conjuro ya está…, aunque en estado latente”
                         “Yo… no siento nada extraño” – repliqué con un encogimiento de hombros.
                          “Es que está latente, acabo de decírtelo”
                         “¿Y qué viene a significar eso?”
                         “El conjuro ya está depositado en tu cuerpo pero necesita del sueño para activarse.  Un consejo: ¿tenés pastillas para dormir?”
                         “N… no”
                        “Una lástima.  Te diría que las consigas…; es sólo para no correr el riesgo de que te despiertes durante la noche”
                        “P… pero, ¿por qué?  ¿Cuál sería el problema?”
                        “Que en ese caso la llegada de un nuevo día terminaría con el embrujo antes de tiempo si te sorprendiera despierta.  Lo ideal sería que te despertaras ya con la luz del sol.  No es el sol en sí lo que destruye el conjuro sino el amanecer.  El hechizo, como te dije, dura un día con su noche, pero si el sol llegara a encontrarte despierta mañana, lamentablemente se va a terminar antes…”
                          Era todo una gran locura.  Me sentí tonta por estar allí, pero aun así, traté de ahogar una risa para no hacer sentir mal a la mujer quien, después de todo y no sé por qué, me daba la sensación de ser honesta: es decir, era como si ella realmente creyera lo que estaba diciendo.
                         “¿Y… qué me va a pasar?” – pregunté.
                         “Ya te vas a dar cuenta.  Ahora sólo tratá de dormir.  Y, como te dije, buscá no despertar antes del amanecer…”
                        Se produjo un momento de silencio, en el cual ni ella ni yo dijimos nada.  Finalmente fue la voz de la bruja, desde la oscuridad, la que terminó con el mismo.
                         “Tu tiempo terminó, querida… Gracias por la visita…”
                           Cuando salí del parque de diversiones caminé sin rumbo por una calle, por otra o bien por la playa.  En un momento pasé por una farmacia de turno y recordé lo que la bruja me había dicho acerca del efecto del sueño.  Pero… ¡madre mía!  ¡Qué locura!  ¿Estaba pensando en comprar las pastillas sólo por creer en una brujita de parque?  Aun con muchas dudas sobre mi cordura, terminé por hacerlo, justo en el momento en el que a mi celular entraba un mensaje de Paula diciendo que su novio se había ido y que ya estaban dadas las condiciones como para que yo volviera al departamento.
                          Cuando llegué, la encontré sumamente feliz aun a pesar de que una fugaz sombra de tristeza se posó sobre su rostro al decirme que su novio se iba esa misma noche de regreso a San Bernardo.  Pero más allá de esa sensación de un instante, su semblante tenía ese color que sólo tienen las mujeres que acaban de pasar por un momento sexual reconfortante.  Demás está decir que me atacaron los celos y más aún cuando se lo pasó contándome con lujo de detalles la velada que había tenido.  Nos quedamos charlando un buen rato hasta que se hicieron las dos y media escuchando, como fondo, a los Héroes del Silencio, la banda preferida de Pau.  Irónicamente ella, como era habitual, le dio varias veces seguidas play a la canción “Hechizo” que era su favorita y que siempre cantábamos a dúo y a viva voz: “ vámonos de esta habitación al espacio exterior…”
                      Finalmente ella se durmió pero yo no quería hacerlo aún sino que busqué prolongar la vigilia lo más posible como para tener luego el suficiente sueño.  No podía alejar de mi cabeza lo que la bruja del parque me había dicho: el amanecer no debía encontrarme despierta; por lo tanto, debía acumular el suficiente cansancio como para hacer más profundo mi sueño.  Así que me quedé mirando una película en la tele, pero la realidad era que ni siquiera la atendía.  Mi mirada, la mayor parte de las veces, estaba posada en Pau: un pimpollo, un auténtico angelito durmiendo entre las sábanas revueltas y asomando una hermosa y blanca pierna por entre ellas; ni siquiera el bronceado de dos días de playa lograban erradicar de su cuerpo esa  blancura sólo equiparable a la pureza.  Su rostro, perfecto, hermoso, transmitía al dormir una sensación de inescrutable paz.  Me acerqué a ella y me senté en el borde de la cama.  Muy sigilosamente le recorrí la pierna con mi mano, haciendo que mis dedos pasaran por su piel casi como si simplemente fueran el contacto de una débil brisa de mar.  Ella dormía algo ladeada; aparté la sábana un poco y descubrí su cola, perfectamente redondeada  y expuesta en la medida en que la brevísima tanga que utilizaba cubría realmente muy poco.  Con un dedo índice la recorrí toda; acaricié sus nalgas y me entregué a ello con la misma dedicación con que podría estar leyendo un poema…, porque Pau era precisamente eso, un poema.  La zanjita entre sus nalgas se convirtió en una visión muy tentadora y, por supuesto, también la recorrí, de arriba abajo, de abajo arriba y finalmente me perdí en la cavidad entre las dos piernas para acariciar, por encima de la tanga, su hermosa conchita.  En ese momento pareció estremecerse, dio un respingo y me dio tanto miedo que aparté la mano con prisa y fingí mirar al televisor.  Fue una falsa alarma, sin embargo: Pau estaba hermosamente dormida y, en todo caso, alguien la habría molestado en sueños o bien habría sentido algún cosquilleo ocasionado por mi roce, pero no se despertó…  Una vez que me convencí de que seguía entregada al sueño, acaricié su hermoso rostro.  Le aparté un mechón de cabello que le caía sobre la mejilla, me incliné hacia ella y, cerrando los ojos para capturar aun mejor el momento, la besé… Muy delicadamente, desde ya.  Otra vez dio un respingo, pero no se despertó.  Hubiera querido que esa noche continuara para siempre: al menos mientras ella dormía, yo podía imaginar que era mía.  Y así, mientras ella soñaba dormida, yo lo hacía despierta…
                A las cuatro de la mañana tomé la pastilla que había comprado en la farmacia y me eché a dormir yo también… Y mientras mis ojos se iban cerrando y el sueño se iba apoderando de mis sentidos, yo sólo pensaba en Paula: me imaginaba junto a ella besándonos en la playa y haciendo el amor hasta morir…

Cuando desperté, un rayo de sol ya ingresaba por entre las ranuras de la persiana americana.  Miré el reloj y eran las diez y media: no había dormido tanto después de todo, pero sí lo suficiente como para haber evitado estratégicamente el amanecer.  Eché un vistazo a Pau, en la cama de al lado y seguía aún durmiendo: ella sí que tenía paz para hacerlo.  Encontrarme con su imagen era realmente la mejor forma posible de despertar.  Yo me sentía algo mareada, como extraña… y tenía ganas de ir al baño.  Cuando me incorporé y me senté sobre la cama ya sentí algo muy raro, pero cuando me puse en pie el efecto fue aún mayor: me hallaba como… pesada; era difícil de definir la sensación.  Aprovechando la débil luz que se difuminaba por el cuarto a través de las persianas, caminé en procura del baño esquivando, al hacerlo, los libros de Pau que poblaban el piso; aquí y allá títulos de Anne Rice, Stieg Larsson, Ursula Le Guin: las lecturas favoritas de Paula.   Al caminar,me pareció que ni siquiera reconocía mis propios pasos: debía ser el sueño, la modorra o la pastilla.  Llegué hasta el baño y me senté sobre el inodoro; tanteé buscando mi bombacha, pero no la encontré: ¿me había acostado desnuda?  No lo recordaba.  Pero la primera gran sorpresa vino a continuación: cuando hice fuerza para orinar, sentí cómo un chorro tibio caía por mis piernas y hacia fuera del inodoro, empapando el piso.  Me incorporé presurosa no sin antes insultarme a mí misma por mi torpeza.  Pero, ¿qué había ocurrido?  Fue entonces cuando sobrevino lo inexplicable: al bajar la vista hacia mi pubis descubrí, con espanto, que entre mis piernas colgaba… ¡un pito!

               La conmoción fue tal que perdí el equilibrio y si no caí al piso fue porque logré, casi a tientas, capturar el pomo de la puerta.  Accioné la tecla de la luz para mirarme al espejo y no puedo describirles hasta dónde cayó mi mandíbula al descubrir que yo… ¡era un hombre!
              Así como lo leen.  Me llevé una mano a la boca con espanto y traté de ahogar un grito para no despertar a Pau.  ¡Dios mío!  Fue entonces cuando las piezas comenzaron a encajar en mi cabeza… ¡La bruja!  ¡El hechizo!  La mujer me había dicho que no podía hacer nada para cambiar a Paula, pero que sí podía hacer algo conmigo… ¡ Y lo había hecho!  Por cierto, había hecho bien su trabajo porque yo lo que veía al espejo era un muchacho increíblemente hermoso, de cabello castaño y ojos verdes, dotado de un físico privilegiado y de una piel que, al contacto con las yemas de mis nuevos dedos, descubrí como increíblemente tersa.  ¡Era hermoso!  Y estaba desnudo…  Una vez más bajé la vista hacia mi flamante pene para, luego, bajar hacia él mi mano.  Lo acaricié y seguí luego con mis testículos, los cuales estaban allí tan firmes como si siempre lo hubieran estado… y sentí una excitación absolutamente nueva para mí… un hormigueo.  Así que eso era lo que sentían los hombres.
                 Toda la situación era, desde ya, una locura, pero yo tenía que pensar rápido.  ¿Cómo explicaría mi presencia allí en el caso de que Paula se despertase?  ¿Qué hacía un hombre desnudo en el departamento?  Tomé un trapo y limpié el enchastre que había hecho al no saber mear con pene.  Una vez que el piso y el inodoro volvieron a estar decentes, entorné un poco la puerta y eché un vistazo para comprobar que Paula siguiera dormida.  Una vez que supe, a ciencia cierta, que era así, caminé lo más sigilosamente que pude hasta mi cama.  Tomé mi bolso, que estaba en el piso, y junté todas las cosas que pude: mi documento de identidad, mi dinero, mi i-pod, hasta mi cepillo de dientes… Ignoraba realmente si iría a volver por allí y, en caso de hacerlo, tampoco sabía en qué forma.  Pero cuando estaba echando mis cosas en el bolso, dirigí la vista hacia la cabecera de mi cama y, una vez más, la sorpresa me hizo dar un violento sacudón.  Perfectamente acomodadas como si alguien las hubiera dejado allí, había varias prendas de vestir de hombre.  Una remera, un pantalón de jean, un par de zapatillas de un número bastante más alto que el mío… y un bóxer de color negro.  Supongo que sería parte del hechizo; lo que estaba bastante claro era que yo tenía que ponerme esa ropa.  Me dio trabajo, por supuesto: jamás me había vestido en condición de hombre.  Una vez que estuve debidamente ataviada (¿o ataviada?), tomé mi bolso y me di a la fuga antes de que Pau llegara a abrir un ojo o bien, aun sin hacerlo, pudiese preguntarme algo.   ¿Cómo iba a contestarle?  ¿Con voz de hombre?
               Una vez que estuve en la calle, me di cuenta de que realmente no sabía adónde ir ni tampoco tenía adónde.  Terminé, por dirigirme, como suele ocurrir cuando una (¿ o uno?) se encuentra perdido, a la playa.  Me descalcé y caminé un rato por la arena, más que nada para acostumbrarme a mi nuevo cuerpo y a marchar dentro de él.  Lo más impactante fue comprobar cómo las chicas de hermosos cuerpos que retozaban al sol no paraban de mirarme y, en algunos casos, me sonreían.  Claro, si yo era un muchacho realmente hermoso.  Por primera vez en mi vida sentía en mí la sensación de saber que los demás no sólo se daban cuenta de mi presencia, sino que además… me deseaban.  Era, por supuesto, una sensación nueva, pero placentera y, como tal, comencé a disfrutarla.  Me dirigí  a un barcito que había casi sobre la playa: una construcción en madera a la cual solían dirigirse sobre todo los más jóvenes en busca de algún refresco.  Cuando me senté en absoluta soledad, ya sentí sobre mí los ojos hambrientos tanto de la camarera como de tres chicas que estaban sentadas junto a la ventana que daba al mar y que no paraban de mirarme ni de cuchichear entre ellas.
                 “Holaaaa” – me dijo la camarera y, en ese momento, alcé la vista para encontrarme con unos ojos que prácticamente me desnudaban.  Y había que decir que la chica era realmente preciosa.
                     Pedí una cerveza (no sé por qué, pero me dio la sensación de que en ese momento hubiera quedado poco “masculino” pedir un licuado o algo así) y cuando la joven se giró para ir a hacer el pedido, no pude evitar clavar mi vista en su cola: era la primera vez en mi vida que podía mirarle el traste a una mujer sin sentir culpa por ello ni estar oteando hacia todos lados para comprobar no ser vista.  Ahora era un hombre y, como tal, mirar culos femeninos estaba dentro de mis atribuciones.  Lo que sí me descolocó un poco fue que la joven giró fugazmente su cabeza hacia mí cuando se iba y, al hacerlo, me descubrió “in fraganti”, en pleno acto de mirarle la retaguardia.  Esta vez, sí, me dio un acceso de culpa como si me sintiera nuevamente mujer y, como tal, en infracción, así que bajé la vista nerviosamente; ella, sin embargo, lejos pareció estar de molestarse y, por  el contrario, sonrió lascivamente.
                         Quedé sola ( o solo) en la mesa y mi cabeza comenzó a tratar de rearmar y ordenar todo lo ocurrido.  Es increíble, pero en ese momento me vino a la cabeza “La Metamorfosis” de Kafka, que lo habíamos leído en el colegio: recuerdo que el personaje se había despertado, en la mañana, convertido en un insecto.  ¡Mi madre! Comparado a eso, ¡yo sí que debía agradecer mi suerte!
                       Mientras estaba abstraída en tales pensamientos, me sobresalté de pronto al notar que alguien se había sentado a la mesa frente a mí.  Al levantar la vista me di cuenta que era una de las tres chicas de la mesa de la ventana y, de hecho, pude ver que las otras dos, que aún seguían allí, no dejaban de mirar hacia nosotros.
                      “¡Hola! – me dijo, enterrando el mentón entre dos puños cerrados y haciendo un revoleo de ojos -.  ¿Te molesta si me siento?”
                       El corazón me saltó adentro del pecho.  ¡Por Dios!  ¿Esto estaba pasando realmente?  Una chica hermosa, de tez trigueña, enormes ojos castaños saltones y cabello suavemente ondulado, me estaba abordando como si yo fuera un postre apetecible.  En realidad, y de acuerdo a lo que había visto en el espejo, lo era.
                      “N…no…” – está bien, tartamudeé y no pude evitar sorprenderme por mi propia voz.  Me la escuché tan grave que hasta me aclaré la garganta luego de hablar.  Pero no había nada que aclarar, era una voz terriblemente viril y tenía que acostumbrarme a ella.
                        “¿Cómo te llamás?” – disparó, a bocajarro, siempre con la mirada encendida junto a esa sensación de estar a punto de saltarme encima como una pantera.
                         “Abi” – contesté de manera mecánica y, al momento mismo de terminar de decirlo, me di cuenta de mi imbecilidad.  Ella rió, como no podía ser de otra forma.
                        “Jajaja… ¿Abi?  ¿Posta?”
                        “S… sí, Abel, me dicen Abi…” – aclaré rápidamente, a los efectos de enmendar mi estúpido desliz.
                         Abrió la boca enorme y revoleó aún más la vista como si de pronto captara todo.
                         “Aaaaah, ahora sí… Jaja… Yo había pensado en… Abigail, jajaja”
                          No paraba de reír y en un gesto típicamente femenino, se cubrió la nariz con la mano mientras lo hacía.
                           “Jajaja – me sumé yo y volví a sobresaltarme, esta vez por descubrir lo masculino de mi risa -.  Sí, pasa, pasa todo el tiempo que lo toman por ese lado…”
                           Quedamos un momento en silencio.  Me miraba con tanta hambre que me puso nervioso.  Justo en ese momento llegó la camarera trayendo la cerveza.  Obviamente, miró con odio a mi nueva compañera de mesa, la cual, sin embargo, la ignoró.
                         “Otro vaso más, ¿puede ser?” – solicité a la camarera, quien frunció la boca y, luego de mirarme por un instante y contestar afirmativamente, echó una nueva mirada de hielo a la otra joven.
                          “Yo me llamo Romina” – anunció ésta, una vez que la camarera se hubo retirado para cumplir con la segunda parte del pedido.
                          Nos quedamos un rato charlando y preguntándonos sobre nuestras vidas, siendo más ella que yo quien interrogaba.  Tuve que inventar, desde ya.  Incluso me encontré en un problema cuando debí decir mi edad; otra vez mi idiotez o mi falta de adaptación al nuevo contexto estuvieron a punto de hacerme decir “diecinueve”, pero me frené a tiempo: dije veinticinco, porque ésa era la imagen que más o menos me había dado al mirarme en el espejo.
                          “Mmmmm, casi, tengo veintiséis – me dijo -.  Espero no ser demasiado grande para vos, jaja”
                          Si eso no era una invitación a la cama, no sé qué lo era.  Aunque, a decir verdad, lo que dijo después lo fue aún más.
                          “Estamos alquilando una carpa…” – dijo, señalando con un movimiento de ojos en dirección a la playa.
                           “¿Ah sí?” – pregunté yo estúpidamente.
                          Ella sonrió.
                          “Abi, te aviso: yo hoy no me voy de la playa sin cogerte”
                        Experimenté una sacudida en mi silla y hasta estuve a punto de hacer caer mi vaso.  Lo increíble de todo era que lo que exhibía Romina no era otra cosa que la actitud que en las mujeres suele parecerme despreciable: se me estaba regalando, lisa y llanamente.  Muy putita la chica.  Pero, dadas como estaban las cosas, no podía dejar pasar la oportunidad: Abi, me dije, estás ante la chance de tener sexo con una mujer, lo que nunca pudiste hacer en tu vida y tal vez nunca puedas volver a hacer.  ¿Vas a quedarte ahí pensando o simplemente te vas a librar de un plumazo de todos tus prejuicios, inclusive de los que puedas tener contra esta chica por lo rapidita que parece ser?
                        “Mostrame esa carpa” –  dije, buscando sonar seguro y convincente.
                        Ella se sonrió y se mordió el labio inferior.
                        “Pagá esto y vamos… – me invitó -, te voy a mostrar mi carpa.  Eso sí – hizo un gesto con la vista en dirección a la zona de mis genitales -: la tuya, ya la vi… Bueno, al menos cubierta por el pantalón , jaja”
                         Llamé a la camarera para pagarle y Romina no dejó de mirarme ni un solo instante.  La camarera, por supuesto, lucía una expresión de odio que se iba haciendo cada vez más virulenta.  Aun así, cuando me tendió el ticket, descubrí que, sobre el mismo, había dejado anotado un número de teléfono celular.  Persistente la chica, no se rendía.
                        Cuando nos pusimos en pie, Romina se acercó a sus dos amigas y les dijo algo; se arracimaron y sólo se escucharon por un rato risitas y exclamaciones de asombro.  Luego la joven se acercó a mí, me echó una mirada ferozmente lasciva y flexionó un dedo índice invitándome a que la siguiera.  Caminamos por la arena y fuimos recorriendo la hilera de carpas hasta llegar a la que ella, al parecer, alquilaba.  En el momento en que estuvimos en el interior, corrió la cortina de la entrada.  Se giró hacia mí y, si antes su mirada me había parecido la de una zorra, ahora directamente me parecía la de una loba en celo.  En efecto y tal como si fuera un animal, se arrojó sobre mí, obligándome a caer de espaldas contra el piso de arena.  Antes de que pudiera siquiera reaccionar me estaba enterrando la lengua hasta la garganta y, cada tanto, le daba voraces mordiscos a mis labios.  ¡Dios!  ¡Estaba siendo besada por una mujer!  Ella estaba vestida con una corta falda de jean y con la parte de arriba del bikini.  La tentación se hizo irresistible y no pude evitar pasar mis manos por su cuerpo.  Levantándole la falda, me encontré con la parte inferior de la bikini, que la llevaba a modo de ropa interior.  Ella separó su boca de la mía luego de mordisquear mis labios varias veces; se incorporó un poco y, estando como yo estaba, de espaldas contra la arena, la vi sobre mí casi como una diosa exultante, una cazadora furtiva sobre la presa que ha capturado y a la cual se apresta a despellejar… y a devorar.  Se mordió el labio inferior; su mirada estaba algo ida.
                    “Te voy a dar la cogida de tu vida, pendejo” – anunció.
                      La excitación fue creciendo cada vez más en mí, pero se trataba de una excitación diferente: con síntomas totalmente nuevos.  Ella, de hecho, estaba con su sexo apoyado contra mi flamante bulto y fue entonces cuando noté allí primero un hormigueo y luego una sensación de progresivo endurecimiento: un proceso irreversible que no se detenía.  ¿Así que eso era lo que sentían los hombres?  Ella, sin hacer pausa alguna, tomó entre sus manos mi cinto y me soltó la hebilla; luego tomó mi pantalón por los bordes y me apretó con sus dedos por debajo de mis costillas a los efectos de que levantara un poco las caderas.  Una vez que lo hice, me dejó sin pantalón y, sólo un instante después, sin bóxer  Se echó encima de mi verga como si fuera una arpía sacada de algún cuento de horror, arrojándose sobre un cuerpo yaciente.  Abrió la boca tan grande que en un momento envolvió no sólo mi pene sino incluso mis también flamantes genitales, con lo cual descubrí que en ellos también se sentía un hormigueo extraño en situaciones pasionales.  Mi verga, aquel apéndice totalmente nuevo en mi humanidad, comenzó a hincharse cada vez más adentro de su boca.  Y ella se dedicó, entonces, a devorarla con absoluta fruición, como si no quisiera que un solo centímetro de su longitud se le escapara.  Fue tal la excitación que sentí que me pareció como si una descarga eléctrica me hubiera recorrido toda la médula espinal.  Eché hacia atrás aun más mi cabeza, levantando un poco la nuca, en tanto que mis manos se cerraron en puños tratando de aferrarse a la inasible arena.  Y ella se dedicó a succionar… y chupó, chupó, chupó… El escozor crecía cada vez más en mi interior y yo no tenía idea de hasta dónde podía llegar: incluso sentí miedo de que algo me pasara porque el frenesí parecía excesivo.  Otra vez el cosquilleo…, creciente, creciente, creciente… Cerré los ojos, abrí mi boca y de mis pulmones surgió un grito tan gutural que me asustó.  La primera sensación que tuve fue que me había hecho pis: que, en una extraña incontinencia, le había meado a aquella chica adentro de su boca.  Me quería morir, pedirle disculpas, pero la realidad era que ella no soltaba mi verga y, por el contrario, parecía entregada a no perder una sola gota de lo que fuera que hubiera corrido desde el tronco de mi pene.  Fue entonces cuando entendí todo: no era pis; había acabado… Le había acabado en la boca.
                 Quedé tendido (o tendida) sintiéndome al borde de un desvanecimiento.  Ella se dedicó un rato más a lamerme el pene y luego hizo lo propio con mi pecho, alzando mi remera y haciendo desaparecer su cabeza por debajo de la tela.  Yo seguía sin poder creer lo que acababa de ocurrir ni tampoco, por supuesto, lo que estaba ocurriendo.  Sólo jadeaba, con la respiración entrecortada.  Llegaron a mis oídos voces provenientes de carpas vecinas y recién entonces tuve en cuenta que mi grito gutural debía haber resonado por todo el balneario.  A Romina, sin embargo, parecía no importarle; mientras lamía mi pecho con absoluta dedicación, acariciaba mis testículos y mi pene el cual…, se estaba endureciendo nuevamente.  Me lo masajeó de un modo que me hizo sentir en el paraíso y cuando consiguió ponérmelo tan duro como ella quería, sonrió, me besó y luego se me sentó encima.  Mi verga entró en ella y, una vez más, no pude evitar que se me escapara un quejido en forma de grito cuando la piel del prepucio fue empujada hacia abajo.  En fin, si algo no tenía era, obviamente, experiencia en coger una mujer y, a la vista de lo que parecía venirse, temí estar ante un gran papelón.  Pero, por fortuna para mí, Romina fue la que llevó siempre la batuta.  Apoyando las palmas de sus manos contra mi pecho al punto de hacerme doler, comenzó a subir y bajar acompasadamente mientras echaba hacia atrás su cabeza y cerraba los ojos en tanto que abría su boca en clara señal de estar atravesando un momento de placer animal.  Antes dije que me había parecido una loba en celo y ninguna imagen podía graficar mejor tal idea que la posición que ahora asumía: parecía una loba aullándole a la luna.  Subía y bajaba, subía y bajaba… Otra vez mi respiración volvió a entrecortarse y eché hacia atrás mi cabeza como vencido, como si una fuerza imposible de identificar me la empujara y me la aplastara contra la arena.  Y, una vez más, el hormigueo en mi pene se hizo intenso, aunque de un modo algo diferente al modo en que lo había hecho antes.  No sabría definir exactamente en dónde radicaría la diferencia, pero lo cierto es que era distinto.  Y de pronto otra vez la sensación de que el pis se me escapaba pero ya estaba mejor preparada (o preparado): el río caliente fluyó a lo largo de mi miembro y le invadió su interior.  Esta vez fuimos los dos quienes no pudimos controlar los alaridos…  En fin, yo no tenía nada que perder… y mucho que ganar: a ella, quizás, y a sus amigas, las terminarían echando del balneario.
                                                                                                                                   CONTINUARÁ (originalmente lo había pensado como un  relato unitario pero me salió más largo de lo esperado; la                       próxima entrega es la que termina con la historia)
 
 

Relato erótico: “Mi nueva vida” (POR SOLITARIO)

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UNA EMBARAZADA2Tras los “16 días cambiaron mi vida”, he continuado esta especie de diario en el que vuelco mis sin-tituloideas, pensamientos, frustraciones, vivencias y transcripciones de lo grabado en los equipos que tengo instalados en un apartamento, desde donde controlo casi todo lo que ocurre en mi casa.

Realmente mi vida cambió. Tan profundo fue el cambio que ahora no me reconozco a mí mismo. No sé que me deparara el futuro pero sea lo que sea no será peor que esos nefastos 16 días. Del 8 al 24 de abril de 2013.

Estoy construyendo un nuevo mundo en el que poder desenvolverme adaptándome a nuevos principios, nuevas formas de ver la vida, nuevas experiencias que hace solo unas semanas no podía haber imaginado.

Sábado 27 de abril de 2013

Las últimas semanas han sido muy duras. Las más duras de mi vida..

Acabo de despertar y Mila está a mi lado, aún duerme.

Ana desde la puerta nos mira, será por ella que me he despertado. Esta amaneciendo.

Hace señas con la mano para que vaya con ella.

En su habitación se tiende en la cama y la golpea con la mano para que me acueste a su lado. La pared está empapelada de posters. Cantantes, actores.

Ella se acurruca contra mí, siento el calor de su cuerpo de niña pegado al mío. Estoy boca arriba, ella sobre su costado derecho, de lado con su brazo izquierdo sobre mi pecho.

–¿Qué te ocurre Ana?–

–Me he despertado y no podía dormir—

–Pero algo te mantiene en vela ¿No?—

–Si, papa, todo lo que está ocurriendo, lo que estás haciendo—

–Sabias que algún día se descubriría todo, solo era cuestión de tiempo—

–Pero creo que has sido muy duro con mamá—

–¿Tú crees? Yo pienso que he sido demasiado blando—

Durante unos minutos se hace el silencio.

–Dime Ana, ¿Cómo acabaste en manos de María?

Cuéntamelo, pero sin mentir ni omitir nada ya sabes que al final me acabaré enterando—

Ana suspira profundamente, se separa de mí y colocándose boca arriba cruza los brazos sobre el pecho.

–Acabas de adoptar una postura defensiva, ¿vas a mentirme?—

–No papa, es solo que me da mucha vergüenza hablar de esto contigo—

–Pues no la tengas, después de lo que te he visto hacer ya no hay motivos para la vergüenza, necesito saber que pasó para que acabaras en las manos de esa mujer sin escrúpulos y sus clientes y además con el consentimiento de tu madre. Cuéntamelo con todo detalle—

–¿No me castigaras?–

–No, no lo hare, eso es pasado y solo necesito saber a qué atenerme en el futuro—

–Pues veras. Hace unos meses, conocí a un chico del insti, Paolo, era del último curso. Me gustaba mucho, era muy guapo y me decía cosas muy bonitas, salíamos juntos, paseábamos, me invitaba a bailar y lo pasaba muy bien con él. Las otras chicas me envidiaban y él me decía que las otras no le interesaban, solo yo era su chica. Estuvimos algún tiempo saliendo sin hacer nada.

Pero una mañana me lo encontré en los servicios besando a Gemma, una harpía.

Me fui corriendo y llorando pero él me alcanzó, me dijo que la otra no le interesaba, que solo la quería para follar, porque a mí me respetaba y él tenía necesidades. Y que ella le daba lo que yo no le quería dar.

Yo ya había visto a mama con hombres, sabía lo que hacía y como lo hacía, así que le dije que lo que ella pudiera hacer, yo se lo haría mejor. Y así fue. Se lo di todo.

Me llevo a su casa en el barrio donde vive María, no había nadie, solos él y yo. Un piso pequeño, de dos dormitorios, muy sucio, me dio muy mala impresión. Me dijo que no echara cuenta, que solo lo utilizaban él y su hermano mayor, vivían solos ya que sus padres eran de un pueblo de Galicia. Me cogió por la cintura y me llevo a uno de los cuartos, había una cama, me dio miedo, sabía lo que iba a pasar allí y me eche a temblar.

Pero cuando me abrazó desaparecieron todos mis temores.

Me besaba como nunca lo había hecho antes, acariciaba mis mejillas, mi cara, la cintura, los pechos y yo estaba muy excitada, cuando deslizo su mano por mi sexo, encima del pantalón, mi cuerpo se deshacía yo creí que me moría.

Tenía una sensación en el estómago que no había sentido nunca y subía por el interior de mi pecho, sentía mi cara arder.

Había visto penes en la tele y en internet, a ti, papa, no te lo he visto nunca, pero cuando se desnudó y vi el suyo me pareció precioso, me arrodille y se lo chupe, lo lamí, se lo mordí, le acariciaba los testículos y se la meneaba hasta que vi salir un chorro de leche que me mojó toda la cara. Saque la lengua la probé y me gustó.

Él se dejo caer en la cama.. Yo me desnude lentamente mientras lo miraba, ¡era tan guapo!.

Me puse a chupársela hasta que se le puso dura de nuevo, me sentía muy excitada, el estaba quieto, tendido, su pene apuntando al techo.

Me monte encima, la coloqué en la rajita y me deje caer de golpe.

Sentí como un pellizco dentro de mí.

Por un lado quería levantarme, irme, salir de allí. Pero algo, una fuerza desconocida, me mantenía sobre aquella espada que se internaba en mis entrañas. Cerré los ojos y me quede quieta, cuando deje de sentir el escozor empecé a moverme arriba y abajo y adelante y atrás, primero despacio, luego,….. Luego ya no podía parar, hasta que exploté, fue maravilloso.

Allí deje mi virginidad.

No había sentido nunca nada igual. Me deje caer sobre su pecho y lo bese, me lo comí a besos. Me sentía tan feliz.

Estaba aun sobre él cuando oí una voz, tras de mi.

–Vaya, vaya, mi hermanito con una putita, que bien, vamos a follar.—

Y me follaron los dos.

Traté de resistirme pero Paolo me sujetó y su hermano empezó a acariciarme.

Me revolví, trate de zafarme, quería soltarme pero Paolo me sujetaba y deje de oponer resistencia. Lloraba. Mi querido Paolo me ofrecía a su hermano.

Sentí tanto dolor en mi corazón que cerré los ojos y me abandoné.

Ya no pensaba, solo oía la respiración de los dos hermanos, sus gemidos.

Llegó un momento en que estaba sintiendo dentro de mí el pene del hermano, que era bastante más grande que el otro y el de Paolo en mi boca, y tuve un orgasmo y otro y otro y otro, incontables orgasmos.

Mi cuerpo se movía solo, adelante y atrás buscando la mayor penetración por la boca y mi chichi.

Explotó algo dentro de mí, una fuerte convulsión.

Y me desmaye. No recuerdo nada más.

¿Fue una violación? Yo acepte hacerlo con Paolo, no quería a su hermano. Intente negarme. ¿Me forzaron? Aun ahora, no lo sé.

Cuando recuperé el sentido, los dos hermanos asustados, habían llamado a María, la vecina.

Sabían que era una alcahueta y no les denunciaría.

La mujer se reía, les decía que tenían una joya entre manos, que conmigo se podía ganar mucho dinero, que me dejaran a su cargo que ella me enseñaría. Cuando se dieron cuenta de que les oía se callaron y me ayudaron a levantarme.

Me vestí y fui con ella a su casa. Los chicos se quedaron. Tenían miedo a que los denunciara. María les dijo que ella lo arreglaría.

Me explicó lo que me había pasado y que ella me enseñaría a controlar las corridas, para que no acabara parapléjica de un retortijón, se reía mucho, en aquel momento me pareció una buena mujer.

Me dijo que fuera dos días después, a media mañana, me presentaría a alguien que me ayudaría y me enseñaría muchas cosas. Pero yo no fui.

Vi una sombra en la puerta. Mila nos miraba y sonreía tristemente.

–Y a partir de ese día, Ana, mi niña, mi pequeña Ana, dejo de ser niña para convertirse en mujer y en puta, como su madre. ¿Vamos a desayunar?

Nos levantamos y nos fuimos a la cocina los tres.

–Sígueme contando Ana.—

Mientras Mila preparaba el café y las tostadas, Ana prosiguió su relato.

–Los días siguientes Paolo me esquivaba, no contestaba a mis llamadas y cuando me lo encontré en un pasillo del insti salió corriendo, huyendo de mí.

No lo entendía. Me había jurado que me amaba y ahora ya no quería ni hablar conmigo. Después supe que María le había prohibido seguir viéndome.

Dos días después fui a casa de Paolo para hablar con él. Pero no estaba o no quiso abrirme, me senté llorando en la escalera.

Supongo que me oiría María, porque se asomó al rellano y al verme se acercó, me cogió de la mano, sin hablar y me llevó a su casa.

Había otra muchacha. Muy joven, rubia, guapa con un vestido color beige. Nos presentó.

— Se llama Pamela. Tiene nombre de tiro, Pam.

Nos reímos.

Seguimos charlando, al rato llamaron a la puerta, María fue a abrir.

Pam abrió mucho los ojos.

–Este es el mío—

–¿Tu novio?—

–No tonta, mi cliente.—

Nos callamos al entrar un señor de unos cincuenta años, alto, con barba y bien parecido, acompañando a María.

–Hola chicas, ¿Hoy dos?—

Mirando a María

–No don Armando, esta chica está de visita—

–Que pena, es muy guapa. Bueno…¿Vamos?—

Y cogiendo del brazo a Pam se fueron a otra habitación y cerraron la puerta.

Yo me quede muy extrañada y María se dio cuenta.

–¿Te gustaría ver lo que hacen?—

Me encogí de hombros.

–Bueno—

Me llevó a otra habitación donde descolgó un cuadro, había un agujero y me indico por señas que callara y mirara por allí.

Lo que vi me dejo sin habla. Pam estaba arrodillada en un lateral de la cama, aquel hombre, empujo su espalda hasta quedar con su cuerpo boca abajo, atravesada en la cama, con las piernas colgando y los brazos estirados en cruz.

El señor levanto su vestido por atrás mirando su pompis. De pronto empezó a darle palmadas en el culo, sobre sus bragas diciendo que había sido muy mala, había suspendido las matemáticas y debía castigarla. Ella lloriqueaba, pero sonaba a falso. Más bien se reía.

Paró, le quito los zapatos y las medias, las olió, se las restregó por la cara y se dedico a chuparle los dedos de los pies, la planta, le mordisqueaba los talones. Subia por las pantorrillas, los muslos.

Pam se moría de risa por las cosquillas.

Luego le quito las braguitas, se arrodillo en el suelo y hundió la cabeza entre las cachas del culo. Al ratito se apartó le dio la vuelta y le hizo lo mismo por delante.

Pam empezó a dar grititos, estaba disfrutando.

De pronto el señor se levanto, se bajo la cremallera y saco su cosa, muy tiesa, se arrodillo de nuevo y continuó lamiendo su rajita al tiempo que se la meneaba. Se levanto, se corrió sobre los pelos del pubis de y se dejo caer sentado en la cama.

Pam se acerco a darle un beso pero el señor la aparto de un manotazo.

Se levanto, abrocho su bragueta y se fue.

Al salir de aquella habitación me encontré con Pam, María había acompañado al señor a la puerta.

–¿Qué te ha parecido? ¿Por qué me has visto, no?

–Si, te he visto pero ¿Eso es todo?

–No Anita, ahora viene lo bueno.—

Se acerca María y le entrega unos billetes, Pam los cuenta, doscientos euros.

–Jope Pam, ¿doscientos solo por eso?

María nos miraba y sonreía.

–Si Ana, ya te dije que si tú quisieras podías ganar mucho dinero y aquí tienes la prueba de que no te engañaba. Tú podrías ganar mucho mas—

–¿Y qué tendría que hacer?—

–Algo para ti muy sencillo, disfrutar.—

Pam recoge su bolso y su chupa.

–María me voy que tengo clase, quedamos para el próximo jueves. Y tu Ana anímate chica te lo vas a pasar pipa y ya ves, dineritooo.—

Nos beso y se marcho.

María me cogió un brazo con suavidad. Y me invito a sentarme a su lado en el sofá.

–Mira hija, este es un negocio para jóvenes, yo ya no sirvo, la edad es nuestra enemiga más feroz. Así que aprovecha tu juventud.—

Si tu quieres te puedo concertar una cita para la próxima semana.

–Me da reparo, no lo he hecho nunca—

–Aparta los reparos, es lo mismo que hacías con el golfo de Paolo pero ganando dinero. Ya has visto a Pam.—

–Bueno por probar.—

–Así me gusta, decisión. Vas a ser una estrella. Vente mañana antes de las once y no te preocupes por nada. ¿De acuerdo? Pero no me falles. No me gustaría que se presentara un señor aquí y no tuviera a nadie.

No te preocupes, no fallare, ..FOLLARE. Jajajaj (Quise hacer un chiste)—

Nos reímos y me marche.

Aquella noche casi no pude dormir. Por una parte me sentía atraída por aquel mundo que se abría ante mí, el dinero, pero también tenía miedo. En el insti nos habían dado algunas clases sobre sexualidad, yo ya lo había probado y me gustaba. Me hacia muchas pajillas viendo videos en el ordenador. Cuando me lo hicieron Paolo y su hermano fue genial. Aunque al principio no quería después disfruté mucho.

Pero esto era prostitución. Qué pasaría si se enteraban mis padres. ¿Y si alguien me denunciaba?

A pesar de todo a las once estaba en casa de María.

Había otra muchacha con ella, de unos veinticinco años. Alta guapa, con un traje falda y chaqueta rojo, medias negras y una pulsera de oro preciosa.

–Esta es Marcela, Marce para los amigos y estará contigo en tu primera vez. Confía, déjate llevar por ella y veras como pasáis bien.–

Llamaron a la puerta y María fue a abrir. Mientras Marce cogía mis manos.

–Ana eres preciosa, nos vamos a divertir. ¿Has besado antes a una mujer?

–Si, a mi madre y a una amiga—

–No tontina, a otra mujer, ¿a mí, me besarías?—

Me miro a los ojos y tiro un poco de mis manos hacia ella, yo me acerque más, me besó los labios, fue como una corriente eléctrica, ella abrió la boca y rodeo mis labios con los suyos, sentí como un mareo y me deje llevar.

Era de una dulzura, una suavidad que me hizo sentir un latigazo de placer y me mojé..

Entró María acompañada de un hombre de unos cuarenta años, con una barriguita, como la de mi padre pensé, moreno, con algunas canas que lo hacían interesante, de facciones varoniles, afeitado pero con la cara oscurecida por la barba.

–¡Vaya!. ¡María! ¡han empezado sin mí! Jajaja—

Me quede un poco cortada, pero Marce se abrazo al señor y le dio un beso en la boca.

–Hola, hola, ¿a quién tenemos aquí?—

–Mira Ana este señor es Pedro—

–Esta señorita se llama Ana y nos va a acompañar. ¿Qué te parece?

–¡Por mi magnifico! ¡Vamos!—

Marce se acerco, me pasó un brazo por la espalda y entramos en la habitación donde ayer vi a Pam. Me quede de pie sin saber qué hacer.

Pedro entro y se sentó en el sillón que había al lado, a la derecha del cabecero de la cama. Me miraba con cara de curiosidad.

Marce cubrió la lámpara con un paño dejando la luz tenue de un tono salmón.

Con su mano derecha paso los dedos por mi mejilla, rozo mis labios con el pulgar, yo los separe un poco.

Paso la mano izquierda por mi nuca y acerco mi boca a la suya.

Lentamente nuestros labios se unieron, abrí la boca como ella y comenzó un forcejeo de lengua que me volvía loca. La sensación en mi estómago y mi pecho era extraña, imposible de explicar.

Bajo sus manos acariciando mis brazos hasta llegar a la altura de mis bubis y allí se paró, rozaba mis pezoncitos con sus pulgares y yo me sentía en la gloria.

Me desnudo, deteniéndose en todos los trocitos de mi piel que descubría al quitarme la ropa, besaba, acariciaba y a mí se me doblaban las piernas de la excitación que me embargaba.

Me quito las braguitas y puso su mano abierta acariciando mi cosa, un dedo se coló entre los labios y toco mi botoncito.

Fue como un castillo de fuegos artificiales. Vi luces de colores y me caí sobre la cama. Apenas me había tocado y tuve mi primer orgasmo.

Se paró, abrí los ojos, Pedro la desnudaba, a mi aun no me había tocado.

Me repuse un poco y contemple a Marce arrodillada en el suelo junto a la cama y con su cuerpo sobre mí, entre mis piernas que sobresalían y Pedro detrás la penetraba despacio, sin prisa mientras ella besaba mis muslos, subía mis piernas y paseaba la lengua desde mi agujerito al pubis, sorbiendo los líquidos que salían de mi almejita sin parar.

Mis pezones estaban duros como piedras, se erizaba mi piel, el placer iba y venía en oleadas.

Marcela se separo de mi, la mire a los ojos, sonriendo se acerco a besarme y acariciar mis pechos con las yemas de los dedos, mientras dejaba libre mi cuerpo para ser penetrado por Pedro.

Al sentir su miembro dentro de mí cerré los ojos, comencé a moverme despacio, el se apoyaba en sus brazos estirados con los puños cerrados sobre la cama. Fue fabuloso.

Impulsaba mi cuerpo hacia el suyo para que me penetrara más y más profundamente.

No pude evitarlo, surgió de repente, desde lo más profundo de mí ser.

Sentí un estallido de calor que envolvía mi clítoris mezclado con un placer que se propagaba por todo mi cuerpo

Fue como si mi cuerpo explotara y se rompiera en mil pedazos.

Y perdí el sentido.

Como la otra vez, la segunda en una semana.

Cuando recupere la conciencia. Pedro estaba a mi izquierda y Marce a la derecha junto a mí.

Marce me explicó que, en la mujer, no existe una sensación que se parezca a la eyaculación del varón. Lo que se produce es un estallido de calor y placer alrededor del clítoris que se irradia por todo el cuerpo, acompañado de contracciones sin control de la musculatura de todo el organismo, afectando, sobre todo al útero, llegando en ocasiones a provocar espasmos y perder el conocimiento por un corto espacio de tiempo. Este era mi caso pero no entrañaba peligro alguno

Marce me dijo que controlara mi mente. Que pensara en cualquier cosa que no fuera sexo.

Si pensaba dedicarme a esto no podía estar corriéndome continuamente o acabaría en un hospital.

Durante toda la explicación no dejaron de acariciar y besar mi cuerpo que comenzaba a responder de nuevo.

Y así lo hice. Cuando Pedro me penetro de nuevo me dedique a pensar en el examen de mates, aunque me daba mucho gusto evite un nuevo orgasmo.

Quien no pudo pararlo fue el, que se derramo dentro de mí como un torrente, mientras Marce le acariciaba los testículos y lamia su culo.

Estábamos cansados, eran las dos de la tarde y habíamos estado tres horas casi sin parar.

Pedro me entrego trescientos euros. Los primeros ganados con mi cuerpo como ramera.

María nos había preparado unos refrescos y cervezas con pinchos de tortilla que nos comimos con apetito.

–Ana, ¿Cómo te ha ido?—

–Ha sido fantástico María, yo no podía imaginar tanto placer, una pasada.—

–Entonces…. ¿volverás?—

–Cuando tú me digas. Me tienes a tu disposición.—

Los cuatro brindamos y nos abrazamos.

Desde entonces he visitado la casa de María una o dos veces en semana.

Los niños estaban preparados para salir. Querían ir al teatro de marionetas.

Me los lleve y deje a Mila y Ana en casa.

El domingo, cumpliendo con mis deberes de padre y amante esposo, salimos todos a comer en un restaurante cerca de Madrid.

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noespabilo57@gmail.com

 

Relato erótico: “el señor y la muchacha 5ªparte” (POR DULCEYMORBOSO)

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 …Fueron de los peores dias de su vida para Antonio. Paseaba durante muchas horas y se daba cuenta que prácticamente todo el tiempo su mente estaba en aquella muchacha. Caminaba y recordaba cada minuto que había estado junto a ella. Revivía mentalmente aquella noche en que la había conocido. La sensación indescriptible que se adueñó de él cuando la desnudó por primera vez. . Sabía perfectamente que nunca volvería a acariciar un sexo como el de Laura. Miró al cielo y dio gracias por haberle dado ese regalo. Su rostro cambió mostrando rabia, enfado. Maldijo en alto por no tener cuarenta años menos y no poder estar con ella. Cuando llegaba a casa la sentía vacía.
            Laura quedaba con sus amigas y con su novio por las tardes, necesitaba distraerse y no pensar en ese señor. Se sentía triste. Cuando estaba a solas con su novio lo abrazaba y sentía que era muy distinto abrazarlo a él que a Antonio. Amaba a Pedro pero no podía evitar esa sensación de tristeza. Cuando estaban solos en casa hacían el amor y nunca sentía lo mismo que con Antonio. Muchas veces deseaba sentirse de nuevo besada entre las piernas pero no se atrevía a pedírselo.
              Como cada noche Antonio se tumbó en la cama y pensó en la muchacha. Recordó el intenso momento en que subiendo las piernas al sofá, habían quedado expuestos a su mirada el coño y el ano de Laura. Se excitó al recordar como aquel tímido agujero se contraía y dilataba por el placer que su boca le producía, Antonio se bajó el pantalón y comenzó a masturbarse. Alargando el brazo abrió el cajón de la mesilla de noche y metiendo la mano sintió la suavidad de aquella tela. Sin dejar de acariciarse acercó la prenda a su cara y olió con profundidad. El olor íntimo del coño de Laura acarició su nariz y penetró en su cuerpo. Se corrió al instante. Aún con la respiración agitada miró la braguita y se acarició la cara con ella. Desde el día de la despedida de Laura se había tenido que masturbar todas las noches pensando en ella. Sus ojos se humedecieron y no pudo evitar que las lágrimas resbalaran por sus mejillas…
              Laura había terminado de ducharse y sonó el teléfono. Era Pedro que como cada día la llamaba para desearle buenas noches. Hablaron un rato y colgaron. Laura como todas las noches desde aquella triste tarde se quitó las bragas y se tendió en la cama. Separó las piernas y sus manos separaron sus nalgas. Se avergonzó al sentir placer cuando su dedo acarició su ano. Su vagina se mojaba muchísimo al recordar y ella humedecía su dedo con el flujo. Aquellos movimientos circulares sobre su agujerito del culo le producían un inmenso placer. Poco a poco este se relajaba y Laura lo sentía abrirse despacio. El orgasmo la sacudía con intensidad cuando su dedo entraba un poco. Laura se ponía triste al pensar que nunca sería capaz de vivir esas sensaciones con nadie. Ni loca podría pedírselo a su novio.
               Pasaban las semanas y Antonio se desesperaba. Desde hacía unos días una idea rondaba su cabeza pero la verguenza  le impedía dar ese paso. Aquella tarde leyendo el periódico vió aquel anuncio y sin pensarlo dos veces decidió llamar. Le había dicho que llegaría en media hora o así.  Estaba nervioso. En sus sesenta y cuatro años de vida jamás había estado con una prostituta. Cuando llegó la observó detenidamente y la cara aniñada de aquella muchacha le recordó a Laura. Vestía de manera muy sensual pero sin llegar a delatar su profesión. Se extrañó que una jovencita como aquella se dedicara a eso. Apenas se dirigieron la palabra. Una vez en el salón aquella joven comenzó a desnudarse provocativamente delante de Antonio y una vez desnuda lo abrazó. Él muy nervioso le acarició la espalda. La joven buscó su boca pero él sólo deseaba una cosa y se lo pidió.
        – Por favor, siéntate en el sofá – su voz entrecortada delataba su nerviosismo.
      Aquella joven se sentó obedeciendole y vió como aquel hombre se arrodillaba delante de ella. Aquel señor sujetó con delicadeza su pie y lo subió al sofá. Inmediatamente hizo lo mismo con el otro pie. Con aquella postura sentía que aquel viejo le estaba mirando con atención su coño y su ano. Cerró los ojos al notar como las manos de aquel señor le separaban las nalgas. Pensó que había dado con el típico cliente que deseaba realizarle sexo anal. En silencio rogó que aquel hombre fuera delicado al hacerselo. Antonio observó detenidamente el coño y ano de aquella joven. Tenía un sexo hermoso, delicado, rosado, apenas coronado por un triangulito de vellos rubios. Se fijó en su ano también hermoso y lo acarició con la yema de su dedo índice. La muchacha se estremeció al sentir la ternura de aquella caricia en lugar tan íntimo. Muchos hombres la habían realizado sexo anal pero ninguno la había tocado ahí de manera tan tierna. Sorprendida sintió que aquel viejo la estaba excitando. Antonio miraba fijamente aquel agujerito tan delicado y acercó su cara a él. Besó aquel ano delicadamente y se sintió tremendamente extraño. Separó su boca de él y lo volvió a observar. No entendía lo que le pasaba. Llevaba semanas deseando poder volver a vivir eso. Encima el ano de aquella muchacha era tremendamente hermoso, la muchacha mostraba su agrado por lo que le hacía, en cambio él no fue capaz de seguir.
              – Gracias por ser tan dulce  – Antonio se levantó y buscó su cartera y sacó un billete de cien euros – toma, no he debido llamarte, lo siento…
              – He hecho algo mal? – le preguntó la joven confundida.
              – No, no te preocupes. Eres adorable. Soy yo que no puedo seguir con esto.
            La muchacha se vistió y antes de irse le dio un beso en la mejilla a Antonio.
               – Gracias por ser asi de tierno
             Antonio la miró marchar y se maldijo por no poder olvidar a su Laura.
            En esos momentos al otro lado de la ciudad Laura estaba abrazada a su novio. Tenían la casa para ellos solos.Pedro la besaba y ella se sentía feliz de estar con él pero se sentía muy confundida.Desde que había conocido a Antonio su cuerpo no reaccionaba de la misma manera con Pedro. Era como si fueran dos cuerpos totalmente opuestos. Con Antonio su cuerpo se excitaba mucho, hasta se avergonzaba de pensar como su vagina se mojaba con tan solo pensar en aquel señor. Con su novio necesitaba de muchas caricias y besos para que su sexo reaccionara . Con Antonio alcanzaba orgasmos intensos que llegaban a asustarla por placeres tan desconocidos. Con Pedro sentía placer simplemente…
           Laura recordaba a Antonio y desabrochó la camisa de su chico y apoyó su cara en el pecho desnudo de él. Deseó que su novio tuviera un pecho lleno de vellos como Antonio.Besó aquel pecho y descendió con su boca lentamente. Llevaba semanas deseando volver a hacer una cosa y ahora solo podría hacerlo con su novio. Desabrochó el pantalón y lo bajó. Pedro estaba excitado. Con su novio nunca había hecho aquello pero necesitaba hacerlo. Bajó su slip y vió el pene de su chico. Estaba erecto. Recordó el sexo de Antonio, su boca deseaba volver a sentirse penetrada por él pero sabía que aquello no podía ser. Antonio la había apartado de su vida. Tenía que ser el sexo de Pedro el que suplantara el de Antonio. Su boca besó el excitado miembro y Pedro gimió. La miró sorprendido. Su novia nunca le había besado la polla. Los labios de su chica rodearon el glande y comenzó a chupársela…
            Laura enseguida retiró su boca del sexo de su novio. Lo rodeó con su mano y comenzó a masturbarlo. Mientras lo hacía no pudo evitar pensar que era distinto chuparle el sexo a Antonio. Sorprendida se dio cuenta que aún siendo mucho más feo el sexo de aquel señor, le gustaba mucho más su sabor y le producía sensaciones mucho más intensas, sentirlo frotar su lengua. Mientras lo masturbaba ella separó sus piernas , permitiéndole a su chico observar su vagina desnuda. Laura ansiaba volver a sentir que alguien se la besaba. Pedro comenzó a acariciarsela. Se masturbaban mutuamente. Laura gimió. Se avergonzó al darse cuenta que por momentos cerraba los ojos y pensaba que era la mano de Antonio la que la estaba acariciando su sexo. Deseó volver a sentir su vagina atrapada en su boca…
         – Te gusta? – entre gemidos logró pronunciar aquella pregunta a su novio.
         – Lo que cariño?
         – Mi coño… – haciendo un esfuerzo logró superar su vergüenza.
         – Supongo que es como todos, no?
        Aquellas palabras de su novio cayeron como un jarro de agua fría en ella. Para Antonio su vagina era según él, la más suave y bonita y ahora su novio decía que sería como cualquier otro sexo de otra chica. Laura sintió rabia y lo comenzó a masturbar más deprisa. Quería hacerlo correrse y marcharse a su casa. Enseguida consiguió su propósito y se vistió deprisa. Al llegar a casa se encerró en su cuarto y se masturbó. En todo momento pensaba en Antonio. Sus intensos orgasmos fueron disimulados tapando su cara con la almohada. Se quedó relajada y comenzó a llorar. Amaba a su novio pero se dió cuenta que nunca podría ser feliz sexualmente con él.
          Mientras Laura se dormía llorando, Antonio se desnudaba por completo y tumbandose en la cama abrió el cajón donde guardaba aquella prenda. Al sentir el tacto de la tela en su mano su sexo se hinchó hasta alcanzar una tremenda erección. Se sorprendió al darse cuenta que acercando la braguita a su cara, comenzó a olerla como otras veces , pero esta vez lo hacía por la zona de atrás. Olió con deseo la zona de la prenda que había estado en contacto con el ano de aquella muchacha. La excitación de ese acto lo empujó a mover la mano que agarraba su polla con mucha rapidez. Se corrió recordando el ano de Laura en su boca…Durante unos minutos y aún jadeante por el orgasmo pensó en Laura. Comprendió que era inútil intentar olvidarla.
            Laura y Pedro se divertían con sus amigos y amigas. El chico notaba como algo distante a su novia desde la última tarde que estuvieran solos en su casa. Habían decidido salir esa noche a bailar a la discoteca. Pedro bebía con sus amigos y Laura bailaba cerca. Las chicas de la pandilla solían estar más cerca de la pista de baile pues les gustaba divertirse bailando.
             Antonio salió de casa como cada madrugada a caminar por la ciudad. Miró el reloj y eran las tres de la mañana. A esa hora sabía que sería complicado pasar por delante de la discoteca cercana a su casa , pues era la hora que comenzaban a llegar todos los jóvenes. Observó que había una larga cola para acceder a las instalaciones del local. No pudo evitar recordar a Laura. Instintivamente la buscó con su mirada entre toda aquella gente. Suspiró. Parecen ganado, pensó mientras dejaba atrás el local y seguía caminando hacia el centro de la ciudad.
             Laura mientras bailaba miraba a su novio. Estaba bebiendo mucho esa noche. Sintió calor y decidió ir al baño a refrescarse la cara. Al pasar por delante de la puerta de salida sintió una extraña fuerza que la empujaba a salir de la discoteca. En la calle pensó en Antonio y sintió su cuerpo estremecerse. Ni siquiera pensaba lo que estaba haciendo cuando comenzó a caminar hacia la misma dirección que aquella noche que se había emborrachado. Cada paso que daba su cuerpo era invadido por un intenso cosquilleo. Vió el portal y se avergonzó. Sus manos temblaban al acercarse al portero electrónico. No fue capaz de pulsar el botón. No soportaba la idea de ser rechazada por ese señor. Se sentó en el portal sin saber qué hacer.
             Antonio caminaba de regreso a casa. De nuevo ese tramo delante de la discoteca lo hacía sentirse enojado. Maldecía a aquella juventud ruidosa. Su mirada volvió a buscar a Laura entre la multitud. Pensó que quizás estaría dentro. La imaginó bailando, riendo con sus amigas. Estaría bebiendo como aquella noche que la conoció? Se preguntaba para sí mismo. La mayoría de los jóvenes que estaban fuera habían salido a fumar. En la cola de acceso al local había apenas cinco personas. Se detuvo pensativo y se puso en la cola. Enseguida se encontró en medio de aquella multitud ruidosa. Pensó que la mayoría estaban borrachos. Los jóvenes lo empujaban y estuvo tentado de dar media vuelta e irse para su casa. Como pudo se dirigió hacia una de las barras del local. Estaba bastante llena de gente. Antonio buscaba con la mirada. Había jovencitas de la edad de Laura bailando. A su lado en la barra un grupo de muchachos bebían y reían…Se sintió un estúpido en medio de aquellos jóvenes. Muchos lo miraban como un bicho raro. Allí no pintaba nada, o quizás sí?…
              Había estado media hora sentada en el portal y decidió regresar a la discoteca. Sus amigas y su novio estarían preocupados por ella. No le fue difícil entrar porque casi no había gente sacando entradas. Fue hacia la barra donde estaba Pedro y desde lo lejos lo vio riendo con sus amigos. Sintió rabia de no verlo preocupado por ella. Laura se acercaba hacia ellos y sus amigas la vieron, le hacían gestos de que fuera a bailar con ellas. Cuando apenas le faltaban unos metros para llegar donde ellas, Marta vio que Laura cambiaba su cara. Esta miraba hacia donde estaba Pedro. Allí estaba el novio de su amiga y los amigos, había un señor muy mayor de espaldas a su lado…
                 Laura sintió sus piernas debilitarse cuando vio que detrás de su novio había un señor de pelo blanco. Su corazón comenzó a latir desbocado y mientras se acercaba ese señor se giró quedando frente a frente. Era Antonio…
                  Antonio se giró y de frente la vió a escasos cinco metros. Se sintió un adolescente al comprobar que se ponía nervioso. Allí estaba ella. La muchacha que lo había hecho volver a sentir la emoción de encontrarse con un ser amado. Allí estaba esa muchacha que lo había vuelto a hacer sentir erecciones intensas como un adolescente con solo pensar en ella, con solo rozarlo. Pedro la miró y se sorprendió al ver la cara de su novia. En su cara después de muchos meses había vuelto a reflejarse la felicidad. Desconcertado se dió cuenta que esa cara de felicidad no era por él. Su novia miraba más allá de donde él se encontraba. Girándose vio que Laura miraba a ese señor mayor que llevaba un rato allí detrás de ellos. Pedro pensó que era imposible. Laura mostraba felicidad por mirar a ese señor. Antonio apartó a aquel muchacho para poder acercarse a ella. La tenía a un metro escaso y le acarició la cara. Laura se estremeció al sentir de nuevo aquellas manos en su piel.
                 – Laura, perdóname cariño – su voz era temblorosa.
                 – Antonio…. – Laura se abrazó a él con fuerza, apoyando su cara en su pecho- ..no tengo nada que perdonarle. Lléveme a su casa por favor….
            Antonio sintió su corazón sobrecogido de emoción. Sintió una erección intensa con solo sentir el abrazo de esa muchacha. Laura sintió sus pezones endurecerse totalmente como piedras. Sintió su vagina derramarse de deseo sobre la braguita al sentirse de nuevo abrazada a ese señor….
             Pedro no supo ni pudo reaccionar. La cara de su novia cuando miraba a ese señor se lo había dicho todo. Se sintió bloqueado cuando vió como se abrazaba a ese hombre.
              – Lo siento….- fue lo único que Laura le pudo decir a su novio antes de verla girar y marcharse de la mano de ese señor que podría ser su abuelo…
             Marta que había presenciado toda la escena estupefacta , se quedó asombrada. Nunca había visto esa cara de felicidad en su amiga…
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 
 
 

Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 7. De Compras.” (POR ALEX BLAME)

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portada criada2Capítulo 7: De compras.

sin-tituloLos días fueron pasando rápidamente y el color de los moratones también. La joven fue recuperándose poco a poco y menos de una semana después ya parecía totalmente recuperada. Incluso había recuperado algunos kilos extra que hacían sus curvas aun más atractivas.

Hércules se las había arreglado para cuidar de la joven, ir a clase y no perderse demasiados entrenamientos El piso de Hércules era el antiguo piso de estudiante de su abuelo, así que no tenía que compartirlo con nadie y no tuvo necesidad de dar explicaciones. Cuando llegaba, la joven le estaba esperando con un aire entre ansioso y agradecido. Hacia la cena con lo que encontraba en casa o lo que había comprado él y cenaban los dos en la cocina, sin interrupciones, disfrutando de la presencia del otro.

Con el paso de los días Hércules había pasado de sentir lástima por la joven a sentir una irresistible atracción por aquella mujer dulce e increíblemente hermosa. Todavía no podía entender como alguien pudo darle aquella paliza tan horrorosa. Cada vez que lo pensaba la sangre le hervía y sentía la tentación de salir ahí fuera y matar a esos canallas. De haber sabido su identidad dudaba de que pudiese haberse contenido.

Cuando la cena terminó, ambos se acostaron en la vieja cama de su abuelo, ella bajo el acogedor edredón y él encima, abrazándola castamente. Desde el baño no habían vuelto a verse desnudos y pese a que la necesidad de poseer a la mujer era casi física, no se atrevía siquiera a proponer sexo a una mujer que había sufrido tantas vejaciones.

El sábado amaneció frío pero radiante. Ese fin de semana no había partido así que se quedó hasta tarde en la cama. A eso de las diez se levantaron y se prepararon un buen desayuno.

—Creo que es hora de salir a dar un paseo ahí fuera. —dijo Hércules observando como la cara de la joven apenas mostraba rastros de la brutal paliza.

—Yo, no… No creo que pueda. —tartamudeó la joven— Me estarán buscando… No quiero.

—Tranquila. —dijo Hércules abrazándola— Estás conmigo. Conmigo estás segura.

—No los conoces son una gente terrible…

—Tampoco ellos me conocen a mí. —replicó él seguro de sí mismo— Además esta ciudad es muy grande y donde pienso llevarte no creo que te los encuentres.

Ella intentó resistirse, pero él la mandó a vestirse con un tono que no admitía replica. En poco minutos salió vestida con un par de prendas que le había comprado Hércules en un mercadillo. A pesar de que no conjuntaban y ni siquiera eran su talla a él le pareció que estaba preciosa. La joven se dio cuenta de la mirada de Hércules y sonrió tímidamente.

Cuando salió por la puerta, Akanke miró a uno y otro lado como si esperase que unos energúmenos apareciesen por la esquina para llevársela. Hércules la cogió por los hombros para darle un poco de confianza y la ayudó a subir al coche.

En menos de veinte minutos estaban en el centro. Natalia ya les estaba esperando impecablemente vestida y con ese aire de seguridad y eficiencia que desprenden todos los asesores de imagen. Natalia era una vieja amiga de su madre y una de las mejores personal shopper de la ciudad. En cuanto vio a la joven se mostró admirada de su belleza y horrorizada con su vestimenta.

Durante las siguientes tres horas Akanke estuvo probando y comprándose ropa siguiendo los consejos de la mujer mientras Hércules se limitaba a pasear por las tiendas con aire ausente. Poco a poco Akanke empezó a sentirse segura y hasta disfrutó del día de compras. Cada vez que Hércules sacaba la tarjeta, la joven decía que no necesitaba tanta ropa y que se sentía un poco avergonzada, pero él insistía y hacía señas a Natalia para que se la llevara mientras el cargaba con las bolsas. Aquella ropa no compensaría sus sufrimientos, pero si conseguía que Akanke se olvidara de ellos, al menos por unos segundos, el dinero estaría bien empleado.

Cuando terminaron eran casi las dos de la tarde y Akanke, a pesar de haberlo pasado muy bien, daba muestras de cansancio. Tomaron un café cerca de la última tienda dónde habían estado y se despidieron de Natalia. De camino a casa, con el maletero hasta arriba de ropa, Akanke aunque agotada, seguía mirando hacia atrás acosada por los fantasmas de su pasado. Hércules no le dio importancia y pensó que con el tiempo se sentiría más confiada y el hábito terminaría por desaparecer.

Cuando finalmente llegaron a casa hasta Hércules se sentía agotado. Encargaron un poco de comida por teléfono, comieron sopa de marisco y alitas de pollo y se tumbaron en el sofá.

Se despertaron con el sol ya bajo en el horizonte. La habitación estaba en penumbra y la televisión funcionaba con el volumen al mínimo. Tras desperezarse Akanke le dijo que esperase en el sofá que iba a ponerse uno de los conjuntos que había comprado para que lo viese.

Hércules esperaba sentado en un viejo sofá de orejas que apareciese con alguno de los espectaculares vestidos que había comprado, pero la joven apareció llevando únicamente un sujetador, un escueto tanga de seda blanca y unas sandalias de tacón plateadas.

—Akanke, de veras que no hace falta…

—Calla —dijo ella poniéndole el dedo en los labios y arrodillándose frente a él— Es la primera vez que voy a hacer esto en mi vida por gusto y no porque este obligada o por dinero.

Hércules intentó negarse de nuevo, pero la generosa porción de los pechos de Akanke que le permitía ver el sujetador acabaron con su voluntad y dejó que la joven le recorriese la entrepierna con unas manos de dedos largos, finos y suaves.

Su polla reaccionó casi inmediatamente poniéndose dura como el acero. La joven sonrió y abrió los pantalones liberando el miembro de Hércules de la prisión de sus calzoncillos. Con lentitud fue bajando los pantalones y la ropa interior, besando y mordisqueando las piernas de Hércules, hasta que dejarlos enrollados en torno a sus tobillos.

Akanke posó sus manos largas y finas sobre los reposabrazos del sofá y se fue incorporando lentamente hasta que sus labios gruesos y seductores tropezaron con los huevos de Hércules haciendo que este se estremeciese.

Aquellos labios cálidos y seductores recorrieron el tronco de su polla y besaron con suavidad el glande antes de seguir trepando por sus abdominales y sus pectorales. A medida que se incorporaba el cuerpo y los pechos de la joven rozaban su piel inflamándola y haciendo que el deseo aumentase hasta casi hacerse doloroso.

Mordiéndose el labio inferior, se separó y se puso de pie, dejando que admirase su cuerpo a placer antes de inclinarse sobre él y darle un beso largo y suave. Sus labios se entrelazaron con los de ella. Los tanteó y los saboreó con lentitud mientras sus ojos se fijaban en aquellos pechos grandes y oscuros que pugnaban por salir del níveo sujetador.

Finalmente abrieron la boca y sus lenguas se tocaron. Akanke gimió quedamente y se sentó sobre Hércules. Agarró a Hércules por la nuca y sin separar sus labios de los de él, comenzó a mover las caderas con lentitud rozando la polla del hombre con sus diminutas braguitas.

Jamás había sentido nada parecido. Por primera vez en su vida sentía la necesidad física de hacer el amor con un hombre. Notaba como su coño se empapaba con cada roce, cada caricia y cada beso. Las manos de Hércules la rodearon acariciando su melena y su espalda antes de soltarle el sujetador.

Por primera vez un hombre acarició sus pechos con delicadeza y no los estrujaba y los golpeaba o retorcía dolorosamente sus pezones como sus antiguos clientes solían hacer.

Con un escalofrío, la joven se zafó del abrazo y se arrodilló de nuevo frente a él. Sus dedos delgados y finos atraparon el tronco de su polla y la acariciaron suavemente haciendo que su miembro se estremeciera hambriento.

Akanke sonrió y acercó su boca a la punta de su glande. La sensación fue inigualable cuando lo suaves labios contactaron con la sensible piel de su polla. Hércules alargó las manos hacia la cabeza de la joven y le recogió la melena con ellas para poder ver como lamía con suavidad su miembro antes de metérselo en la boca.

La calidez y la humedad de la boca de Akanke unida a las suaves caricias de su lengua casi hicieron que perdiese el control. Respirando profundamente logró controlarse mientras la joven subía y bajaba por su miembro acompañando los movimientos de su boca con las caricias de aquellos dedos largos y suaves en los huevos y la base de su miembro.

Akanke apartó las manos de los testículos del hombre para posarlas sobre su abdomen y así sentir las involuntarias contracciones de sus músculos por efecto del intenso placer que le estaba originando.

Cada vez más excitado comenzó a mover con suavidad sus caderas mientras la joven se quedaba quieta y chupaba su miembro con fuerza hasta que con unos gemidos le indicó que estaba a punto de correrse.

La joven apartó la boca y siguió pajeando la polla de Hércules hasta que este no pudo más y se corrió con un ahogado quejido. El semen salpicó las manos y el busto de la joven haciendo contraste con la oscuridad de su piel.

Hércules se irguió y desembarazándose de los pantalones la cogió en brazos y la llevó al dormitorio. Akanke respiraba entrecortadamente dominada por la excitación. Cuando la dejó sobre la cama se quedó allí tumbada de lado con las piernas encogidas. Él se acercó y le acarició con suavidad los muslos y el culo hasta que la joven se giró y abrió las piernas suspirando nerviosa.

Sus labios se acercaron a su sexo y lo besaron con suavidad haciendo que la joven se retorciese. Los labios de la vulva hinchados y abiertos rezumaban flujos que Hércules recogía y saboreaba con deleite.

Jamás había sentido un placer similar, Akanke gemía y tiraba del pelo de Hércules mientras este recorría desde su clítoris hasta la entrada de su ano con su lengua. El calor y la suavidad de la boca de su amante hicieron que su sexo hirviese y el placer irradiase desde su pubis hasta el último recoveco de su cuerpo haciendo que su espalda se combase y todos sus músculos se contrajesen de la cabeza a la punta de los pies.

Recorrida por un tumulto de sensaciones la joven se dio la vuelta y separó las piernas dejando que los dedos de Hércules la penetrasen. En ese momento su amante exploró su sexo con paciencia hasta que encontró lo que buscaba. Akanke gritó y se agarró a las sábana con desesperación mientras él continuaba estimulando su zona más sensible mientras le acariciaba el pubis con la lengua.

La joven no aguantó más que unos segundos arrasada por el primer orgasmo que sentía en su vida. Gimiendo y jadeando se derrumbó agotada mientras Hércules se tumbaba a su lado y apartándole el pelo húmedo de la cara la besaba de nuevo…

***

Hades observó a la pareja dormir abrazada después de haber hecho el amor. Desde su nacimiento había seguido la vida de Hércules con curiosidad. Como crecía y maduraba hasta convertirse en un joven amable y desenvuelto que no carecía de atractivo físico. Las chicas se lo rifaban y él había tenido relaciones fugaces, nada serio hasta que esa joven se había cruzado en su vida por azar. Eso era amor verdadero y cumpliendo el trato que había cerrado con Hera tendría que destruirlo. Era injusto, aquella joven nunca había tenido suerte y ahora que por fin parecía que todo se iba a arreglar, intervendría él. Por un momento se le pasó por la cabeza tratar de convencer a Hera, pero luego pensó en lo aburrido que había estado el Olimpo estos últimos siglos. Quizás una buena pelea entre Hera y Zeus animaría un poco el cotarro y quién sabía cómo podía acabar aquello. Así que borró la imagen de la joven prostituta de su mente y comenzó a hacer preparativos.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: NO CONSENTIDO

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :
alexblame@gmx.es

 

Relato erótico: “La nueva asistenta 1” (POR XELLA)

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Peter y su mujer, Silvia, tenían una vida acomodada. Él era directivo de una gran empresa informática y con su sueldo,

vivían cómodamente los dos. Además, debido a ciertos trapicheos con hacienda, se sacaban un sobresueldo, que nunca viene mal.
 
Llevaban casados 15 años, y aunque ya no eran muy jóvenes, se conservaban bien. Peter siempre había tenido buen físico
pero empezaba a notarsele la edad en las canas que iban asomando en su cabellera, en cambio, Silvia, aguantaba mejor el tipo,
entre que era unos años menor que Peter y que tenía el suficiente tiempo libre como para ir al gimnasio, mantenía
un cuerpo que ya quisieran para ella las muchachitas de 20.
 
Su vida sexual era normalita, Peter no era tonto, y era imposible desaprovechar a una hembra como Silvia. Lo hacían
siempre que podían, aunque normalmente de forma bastante conservadora. El problema era que Peter viajaba mucho, y Silvia no estaba dispuesta a quedarse
con hambre. Cuando Peter no estaba, Silvia se desfogaba con algún compañero del gimnasio, o incluso con algún empleado (el jardinero era su favorito)
Igualmente, en sus viajes de negocios, Peter cerraba muchos de sus acuerdos comeciales ayudado de la compañía de prostitutas de alto standing,
de las que el, por supuesto, también se aprovechaba. Peter tenía un pensamiento que no le venía bien a Silvia, hay cosas en la cama que no
son para hacerlas con una esposa…
 
– Cariño, hoy llegan las candidatas a sustituir a la señora Hopes – dijo Silvia en el desayuno – ¿podrás atenderlas tú?
– ¡Es verdad! Casi se me olvida… No te preocupes cariño, me hago cargo – contestó Peter. Así, también podría elegir a la criada
que más le gustase… Después de tantos años con la señora Hopes, no estaría mal contratar a una jovencita de buen ver
para que le alegrase la vista
– Está bien, entonces me voy al gimnasio
 
La señora Hopes era una mujer muy mayor que había atendido la casa como interina durante los 15 años que llebavan de casados,
pero ya tenía edad de jubilarse y se fué a vivir con su hermana.
 
 
Silvia llegó al gimnasio y fué al vestuario a cambiarse de ropa. Todas las mujeres la miraban allí, tanto jovenes como maduras,
era la envidia de todas. Le gustaba ser el centro de atención, le gustaba despertar envidia en las mujeres y deseo en los hombres,
la hacía sentirse poderosa, dominante… Y con esa sensación de superioridad era feliz. Así, contenta y decidida, se dispuso a realizar
sus ejercicio, sabiendose observada por los hombres, tonteando con alguno, buscando a su próxima presa para el siguiente viaje de Peter.
 
Silvia llegó a casa caliente, entre el tonteo y las miradas se había puesto cachonda.
 
–  Joder, y Peter no llega hasta la tarde… – Pensó
 
Al abrir la puerta y entrar en casa, se encontró con una jovencita vestida de sirvienta. Casi se olvida de ella. La joven acudió solícita
a presentarse ante ella.
 
– Buenos días señora. Me llamo Ivette y soy la nueva ama de llaves de la casa. ¿Necesita algo la señora?
– Buenos días Ivette. Voy a darme una ducha, sigue con tu cometido por favor. – Le dijo mientras la examinaba mejor
 
La chica, estaba de muy buen ver, Peter había estado espabilado… Ya hablaría con él… si no hacía bien su trabajo, no estaba dispuesta a
tener una cara bonita para que alegrase a su marido…
 
Ya en la ducha, Silvia empezó a acariciarse, estaba empapada, había acabado muy cachonda su sesión en el gimnasio… Comenzó a masturbarse
pensando en los objetivos que había visto aquella mañana, se imaginaba cuál la tendría más grande, cuál follaría mejor, cuál le daría más juego…
La encantaba follar con jovencitos… Tenían mucho ímpetu, pero eran meros juguetes en manos de una mujer experimentada como ella. Le encantaba
jugar con ellos y ponerlos a sus pies, que suspirasen por ella de deseo mientras obedecían todas sus peticiones… No pudo reprimir los gemidos
mientras se corría en la ducha.
Esa sensación de superioridad le encantaba…
 
Al salir de la ducha, se dió cuenta de que había una pila de toallas preparadas para ella, debió haber entrado Ivette… ¿La habría escuchado
masturbándose? No sabía porqué pero ese pensamiento hizo que volviese a humedecerse… Desechó la idea y fué a secarse y vestirse, tenía muchas
cosas que hacer ese día
 
 

Los días fueron pasando, Ivette se fué haciendo a su puesto y realmente hacía bien su trabajo. No pasaban desapercibidas para Silvia los

movimientos que Ivette dedicaba a su marido cuando creía que ella no se daba cuenta, ni las miraditas que su marido la echaba de soslayo.
También empezó a notar que le gustaba el riesgo de que Ivette la descubriera masturbándose… Ahora nunca cerraba la puerta del baño mientras se
duchaba. Esa nueva pasión por el voyeurismo la excitaba y la cabreaba… ¿Porqué le calentaba tanto?
Además, últimamente Peter estaba más frío en la cama que de costumbre, así que ese jueguecito de exhibicionismo era su válvula de escape.
 
Salvando eso, todo transcurrió normal hasta el siguiente viaje de Peter.
 
De los nuevos chicos del gimnasio, no veía ninguno que pudiese satisfacerla, así que, como tantas otras veces, llamó a Ian, el jardinero.
 
– Vamos chico, a ver si eres capaz de satisfacer a esta hembra -Le dijo desde la cama
– Creo que la señora no va a quedar decepcionada – Contestó Ian bajandose los pantalones.
 
Ian era un chico negro, de 27 años, que llevaba unos meses trabajando para ellos, y trabajándose a Silvia. Iba aprendiendo sus gustos, y Silvia
se desfogaba de vez en cuando con él.
 
Ian se arrodilló, separando las piernas de Silvia, dejando ver el trabajo de “jardinería” que había hecho ella, dejándose sólo un pequeño
triangulito de pelo. Acarició sus piernas, recoriendolas con sus manos, luego con su lengua, acercándose a su coño. Mientras se acercaba
le llegaba el dulce olor a sexo, Silvia estaba empapada. Lo pudo comprobar con su lengua mientras lamía cada uno de sus recovecos, poco a poco fué bajando
su lengua hasta el culo, comenzó a juguetear con su lengua en ese agujero rosadito.
 
Silvia le agarró de la cabeza y se la metió de lleno en su raja ¡Estaba super-cachonda! Empujó a Ian a la cama mientras ella se arrodillaba delante de él
y comenzaba a meterse su tranca en la boca. No se tomó tiempo de juguetear, en cuanto Ian la tuvo suficientemente dura, se montó sobre el y se
ensartó la polla hasta el fondo. Empezó a cabalgarle como una fiera, mientras ella misma se acariciaba los pezones, botando sobre su polla negra,
taladrandose con ella…
 
–  Vamos campeón, es hora de que montes a tu yegua – Le dijo mientras se ponía a cuatro patas
 
Ian no se lo pensó. Tener a esa hembra a cuatro patas abriendo su coño para que se lo folle era algo irresistible. Tanto, que no duró mucho en su
cometido, a los pocos minutos se corrió sobre ella.
 
– ¿Ya? Joder… Vete fuera de mi vista, no quiero verte en todo el día – Replicó Silvia cabreada, al no haber llegado ella al orgasmo.
 
Mientras Ian se vestía y se iba, Silvia creyó ver una sombra que se movía fuera de la habitación.
 
– Esa pequeña zorra… – Pensó
 
Tenía decidido descargar su frustración hacia Ivette, así que no perdió tiempo y salió directa a buscarla.
 
– ¿Quién te crees que eres para andar husmeando en mi habitación? – La espetó nada más encontrarla
 
PLAFF
 
La bofetada cogió a Silvia por sorpresa, la trastabilló, y cayó al suelo.
 
– No, ¿Quién te crees tú que eres para venir a hablarme de esa manera? – Contestó Ivette. – Si no quieres que nadie te vea
no dejes la puerta abierta. ¿Te crees que no sé que dejas el baño siempre abierto para que oiga cómo te masturbas? Y ahora querías que viese cómo
te lo montabas con el negro ¿eh?
 
–  Nn.. ¡No! – Gritó Silvia, mientras intentaba recomponerse
 
– ¿Te parece bien ponerle los cuernos a tu maridito? ¿Te gustaría que supiese que en cuanto sale por esa puerta te follas al primero que pasa?
 
– ¡Cómo digas una sola palabra de esto a algu ¡PLAFF! – La segunda bofetada tampoco la vió venir, esta vez Silvia se quedo en el suelo
 

– ¿Cómo diga algo que? ¿Me despides? Yo puedo encontrar otro trabajo, en cambio, ¿Tú soportarías un divorcio? – Esa replica dejó a Silvia descolocada

¿Soportarías la humillación pública de haberte estado follando al jardinero? ¿De haberte masturbado delante de la asistenta?
¿Qué diría tu circulo social al ver que eres tan guarra?
 
– Yo… No… No puedes hacer eso, ¡No te creerán!
 
– Claro que me creerán, y si no, tengo esto – Dijo Ivette pulsando un botón de su móvil
 
Lo que vió Silvia la dejó petrificada… ¡Era ella con Ian! ¡Les había grabado! Se la veía a ella a cuatro patas, pidiendole que montara a su yegua…
Eso no dejaba lugar a dudas… No podía permitir que eso viera la luz… Tenía que quitarle ese móvil. En un rápido movimiento, Silvia se lanzó hacia Ivette,
pero igualmente rápido, Ivette cargó el peso de Silvia hacia un lado y la arrojó contra el suelo, sentandose sobre su estómago.
 
¡PLAFF¡ Una nueva bofetada cruzó la cara de Silvia
 
– ¿Qué intentas zorra? ¿Quitarme el movil? ¿Crees que soy tonta? Ya he enviado este video a mi correo, no tienes nada que hacer
 
El miedo se reflejaba en el rostro de Silvia. No podía creer en la situación en la que se encontraba… Además, no se esperaba la fortaleza de la joven.
Se había desembarazado de ella con suma facilidad, a pesar de que Silvia estaba en forma.
 
– ¿Q-Que quieres? – Susurró Silvia – ¿Dinero? Te daré dinero por tu silencio.
 
– ¿Dinero? Claro que me vas a dar dinero, pero todo a su tiempo. Ahora vamos a poner las cosas en su sitio – Contestó la sirvienta, levantandose y liberando a Silvia.
!Vamos¡ !Levanta¡
 
Silvia se levantó lentamente.
 
– ¿Quién de las dos manda aquí? – Pregunto la sirvienta
 
– T-Tú
 
PLAFF
 
– ¡Dirigete a mí con respeto! Te dirigiras a mí como Ama o Mistress.
 
– Sss-Si… Mistress
 
– Eso está mejor. Entonces, ¿Quién debería estar vestida de sirvienta?
 
Silvia no se lo podia creer
 
– Y-Yo, mistress
 
– Entonces comienza a desvestirte, que vas a ponerte el uniforme
 
Silvia se quedó petrificada, pero en cuanto Ivette levanto la mano, no queriendo recibir otra bofetada, se apresuró a quitarse la blusa.
Una vez acabó con la blusa, comenzó a bajarse la falda. Cuando terminó, se quedó mirando a Ivette, con los brazos cubriendose los pechos y
la entrepierna.
 
– ¡Oh! ¡Vamos! ¿Te gusta que te oiga masturbarte pero no quieres que te vea en ropa interior? ¡Baja esos brazos!
 
– Si, mistress – Dijo Silvia, a la vez que obedecía. Llevaba unas bonitas bragas de encaje con un sujetador a juego.
 
Ivette le indicó que fuese a su habitación. Silvia iba delante, andando en ropa interior mientras Ivette la observaba. Se iba a divertir mucho con la
“señora” de la casa.
 
Ya en la habitación, Ivette trajo el unforme de sirvienta de su cuarto, dándoselo a Silvia para que se lo pusiera. Éste, que ya era corto y ajustado de por sí,
quedaba mucho más apretado en el cuerpo de Silvia, más voluptuosa que Ivette.
 
– Vaya vaya, te queda estupendo… – Dijo Ivette – Ahora, comienza a recoger la habitación. Limpia todo el desorden que has montado con Ian.
 
– Si Mistress
 
Silvia comenzó a recoger, primero estiró las sábanas y las mantas y luego, comenzó a recoger los cojines del suelo. Al agacharse, la falda se elevó
mostrando a Ivette una perfecta visión de su culo. Al darse cuenta de esto, Silvia se levantó inmediatamente, gesto que fué castigado por Ivette con
un sonoro azote en su culo.
 
– ¿Que pasa? ¿No quieres recoger?
 
– N-no digo ¡Si! mistress
 
– ¿Entonces a que esperas?
 
Silvia volvió a agacharse, tratando de taparse con las manos. De repente dió un grito cuando Ivette tiró de sus bragas hacia abajo
 
– ¿Pero qu PLAFF – La replica de Silvia fue cortada con otra bofetada
 
– Mira mira, la señora de la casa… ¿Que es esto? – Dijo Ivette, mientras avanzó hacia Silvia introduciendo un dedo en su entrepierna descubierta.
 

A Silvia se le escapo un gemido.

 
– ¿Estás cachonda? – Exclamó Ivette mientras acercaba el dedo a la cara de Silvia – ¡Te he hecho una pregunta!
 
– No mistress
 
– No me mientas perra, no me obligues a volver a pegarte
 
– Ehh Si
 
– ¿Si que?
 
– Si mistress, estoy cachonda…
 
Silvia no sabía lo que le ocurría, ¡Esa chiquilla la estaba poniendo a mil! no entendía como podía estar tan cachonda en esa situación
 
– Muy bien, las dos ganamos cuando dices la verdad – dijo Ivette mientras volvía a introducir los dedos en el coño de Silvia. Un nuevo gemido volvió a
salir de su boca. – Vamos perra, limpiame los dedos
 
Silvia se quedo pensando… entonces intentó limpiarle los dedos con parte del traje de sirvienta.
 
Una nueva bofetada volvió a cruzar la cara de Silvia.
 
– Así no, perra. Con la lengua.
 
Silvia, que nunca había probado sus jugos, hizo de tripas corazón y se metió los dedos en la boca. El sabor dulzón no la desagradó del todo. Cuando hubo
terminado, Ivette retiró los dedos.
 
– Quitate las bragas, según estás de humeda, lo mejor es que tengas el chocho al aire. Eso es. – Dijo Ivette cogiendo las bragas de las manos de Silvia. – Ahora
continúa tu trabajo.
 
Silvia siguió recogiendo el suelo de la habitación, esta vez sin taparse, no quería llevarse otra bofetada. Cuando se incorporó, se dió cuenta de que Ivette había
traído una bolsa… Tan ensimismada estaba en sus pensamientos que no se había dado cuenta de que había salido de la habitación.
 
Ivette se acercó a Silvia, rapidamente metió los dedos de nuevo en su coño
 
Silvia no se lo podía creer, ¡Se estaba volviendo loca de placer! ¿Cómo era posible que le pusiese cachonda esa situación? Esa joven… Sabía como mover los
dedos… Además, después de la decepción con Ian.. Estaba a puntito de correrse. Ivette notó el grado de excitación de Silvia y retiró inmediatamente los dedos.
 
– ¡NO! – Gritó Silvia
 
– ¿No qué?
 
– Necesito correrme…
 
– Sólo te correrás cuando yo diga que te corras, perra
 
– Pero – PLAFF
 
– ¡Ya basta de responderme! A ver si te enteras, si no quieres que ese video salga a la luz, vas a hacer todo lo que yo te diga. Y ahora como castigo…
 
Ivette se dirigió a la bolsa, sacó unas cuerdas y ató las muñecas a Silvia por detrás de la espalda. Acto seguido, hizo que se arrodillara, apoyando sus
pechos sobre sus rodillas y, atando sus tobillos y pasando las cuerdas por debajo de su cuerpo, acabó el trabajo atando la cuerda al cuello. Silvia estaba
totalmente inmovilizada.
 
– Y ahora la penitencia – Dijo Ivette sacando una pala de ping pong de la bolsa. – 15 golpes. Tendrás que ir contandolos.
 
Silvia abrió los ojos de terror, comenzó a gritar que no lo hiciese, que no volvería a desobedecer. Ivette, ignorándola, comenzó a golpearla. Silvia no paraba de gritar, cuando
llevaban 5 golpes Ivette paró.
 
– Si no cuentas los golpes no valdrán, y seguire azotandote – Dijo Ivette. SIlvia, viendo que no tenía escapatoria empezó a contar
 
– ¡SeeEEis!
 
– No no, los primeros golpes no valen, no los has contado. Empieza desde el principio.
 
– ¡UnnOOO!
– ¡DDos!
– ¡Treeeees!

– ¡QUince! – Gritó Silvia, desfallecida cuando Ivette dió el último azote.

 
– Así aprenderás perra. Si no me obedeces, pagarás las consecuencias. ¿Vas a volver a desobedecerme?
 
– No mistress
 
– Muy bien, vamos a hacer una prueba. – Dijo Ivette, levantandose la falda que llevaba y, sentandose frente a Silvia, se apartó el tanga,
dejando su coño rosado frente a la cara de la sorprendida Silvia. – Es hora de ver como le comes el coño a tu ama.
 
Silvia, sin mucha opción, comenzó a acercar la lengua a la raja de Ivette, cerrando los ojos, evitandopensar en lo que hacía, hasta que entró en
contacto con su objetivo. Ivette estaba cachonda, muy cachonda. Su coño estaba muy húmedo y eso no se lo ponía más fácil a la asustada dueña de la
casa. Comenzó a lamer despacio, de abajo a arriba, evitando introducir demasiado su lengua. Ivette le dió unos toquecitos en la cabeza con la pala,
haciendo que Silvia levantase la cabeza.
 
– O lo haces bien o voy a tener que darte otros 15 azotes, a ver si así aprendes.
 
Ante la amenaza, Silvia hundió la cara en el coño de Ivette, comenzó a lamer, sorber, chupar, morder, pensando en lo que le gustaría a ella que le hicieran.
La verdad es que no sabía tan mal… Era distinto a sus jugos, pero al final no le daba tanto asco… Empezó a pensar en lo que estaba haciendo realmente,
imaginandose la situación desde fuera, estaba atada y arrodilla ante una joven mientras le comía el coño como una posesa… No sabía que le pasaba… Se estaba
volviendo loca de excitación. El culo le seguía molestando por los golpes, pero empezó a ser una sensación secundaria.
 
De repente, Ivette agarró la cabeza de Silvia y la apretó contra su coño, empezó a gemir y a mover sus caderas, hasta que, como un torrente, sus flujos inundaron
la cara de la mujer. No soltó la cabeza todavía, por lo que Silvia siguió lamiendo.
 
Unos minutos después, Ivette apartó a Silvia y se levantó.
 
– Muy bien perra, para ser la primera vez que comes un coño no lo haces nada mal… Aunque con la costumbre, irás mejorando…
 
Ivette rodeó a Silvia y metió dos dedos en su coño.
 
– Vaya vaya, ¡Si sigues chorreando! Incluso después de azotarte… ¿Quieres correte perra?
 
– ¡Si Mistress! Por favor, necesito correrme…
 
– Entonces vas a tener que tenerme contenta… Voy a desatarte y vas a hacer todo lo que yo te diga. ¿Verdad?
 
– Si mistress.
 
Cuando Silvia estaba desatada, Ivette se puso enfrente y comenzó a ordenarle.
 
– Quítate la ropa.
 

Silvia se despojó del uniforme de sirvienta.

 
– ¡La ropa interior también es ropa perra! Si quieres tu orgasmo tendrás que estar más atenta
 
Cuando se quitó el sujetador, sus dos grandes pechos quedarón al aire, Ivette se acercó a observarlos, y comenzó a acariciarlos, sopesándolos.
Su dedo rozaba ligeramente los pezones de Silvia, lo que hacía que saliesen suspiros de sus labios.
 
– Bonitas tetas… – Dijo Ivette. – Túmbate sobre la cama.
 
Silvia obedeció.
 
– Separa las piernas. Muy bien. Tch, no me gusta. Demasiado pelo… A partir de ahora te depilarás entera, ¿Has entendido?
 
– Si Mistress
 
– Ponte a cuatro patas. Arquea un poco la espalda. Esta bien. Ponte esto. – Dijo mientras le tendía un antifaz
 
Cuando lo tuvo colocado, Ivette realizó unas cuantas fotos con el móvil, procurándo que se reconociese bien a Silvia.
 
– Apoya la cabeza contra la cama y sepárate las nalgas. – Empezó a fotografiar el nuevo angulo que le enseñaba Silvia.
 
Se acercó a la cómoda y colocó el móvil allí para grabar en video el resto. Se acercó a Silvia por detrás. Comenzó a acariciarle la espalda, acercándose
levemente a sus nalgas, recorriendo los bordes de su coño y volviendo a alejarse.
 
– ¿Te gusta?
 
– Mmmm Si Mistress.
 
– ¿Porque me llamas Mistress? – Silvia estaba confusa, ¿Porqué le preguntaba eso ahora?
 
– Porque eres mi ama. – Contestó, esperando que fuese esa la respuesta que buscaba.
 
– Soy tu ama… Eso es, y si yo soy tu ama, y tu eres mi esclava, ¿Crees correcto seguir follando con el jardinero cómo estabas haciendo esta tarde?
 
– No Mistress.
 
– ¿Y con los chicos del gimnasio que te traes a casa a escondidas de tu marido?
 
– No mistress.
 
– ¿Y con tu marido?
 
Silvia dudó… Entonces Ivette le metió un dedo en el coño y empezó un ligero mete-saca
 
– No mistress.
 
– ¿Por qué dejabas la puerta del baño abierta mientras te duchabas y te masturbabas?
 
– Por – Porque me excitaba la idea de que me pudiese descubrir, mistress. – Ivette metió otro dedo. Silvia vió la relación, si la respuesta le gustaba, el ritmo
aumentaba
 

– ¿Quién el la sirvienta de la casa ahora?

 
– Yo mistress.
 
– ¿Quieres correrte?
 
– ¡SI! Mistress
 
– Pídemelo.
 
– ¡Déjeme correrme por favor! – Ivette bajó el ritmo y sacó un dedo – ¡Mistress! – Aumentó un poco el ritmo. – ¡Por favor! Seré su esclava,
¡Haré lo que me pida! – Ivette metió el dedo. – POr favor, haga que su esclava se corra, soy una perra.
 
– ¡Mas alto! – Dijo Ivette
 
– ¡SOY UNA PERRA! – Ivette le metió un dedo por el culo mientras aumentaba el ritmo. A Silvia le pilló por sorpresa, pero no le desagradó, al contrario,
fué el desencadenante de un tremendo orgasmo, mayor que todos los que había tenido. Se retorcía de placer sobre las sábanas, gimiendo y gritanto, hasta que
quedó desfallecida en la cama.
 
Ivette sacó los dedos, quitó el antifaz a Silvia y se los ofreció para que los limpiara. Silvia no se lo pensó, se llevó los dedos a la boca y notó un sabor extraño,
mas agrio que antes.
 
¡Mi culo! – Pensó. – Me ha metido el dedo por el culo. – Pero no dejó de chupar.
 
Cuando hubo terminado, Ivette avanzó hacia la cómoda, cogió el móvil y paro la grabación.
 
– ¡Lo has estado grabando! – Gritó Silvia. Ivette le lanzó una mirada gélida – m-mistress – Añadió. No se atrevió a decir nada más. Ahora tenía dos videos con los que
acusarla.
 
– A partir de ahora van a cambiar unas cuantas cosas. Eres mi esclava y, mientras no haya nadie más en la casa, me tratarás como te he enseñado hoy
y harás las tareas de la casa. En cualquier otro caso, guardaremos las apariencias.
 
Eso tranquilizó un poco a Silvia, parece que no tenía intención de difundir los videos…
 
– Me voy a tomar el día libre, no vendré hasta mañana por la tarde. Cuando llegue quiero ver tu coño presentable… Ni un sólo pelo, ¿Entendido?
 
– Si mistress.
 
– Ya iré aclarandote más cosas de aquí en adelante. Y, por supuesto, se acabaron los jueguecitos con el jardinero y los niñatos del gimnasio.
 
– Si mistress
 
Ivette, satisfecha, recogió sus cosas y se marchó de la casa, dejando a Silvia sola con sus pensamientos.
 
Lo primero que hizo Silvia, fue echarse en la cama y comenzar a masturbarse hasta correrse de nuevo, y así, entre convulsiones de placer,
se durmió, desnuda sobre la cama.
 
Para contactar a la autora:
Paramiscosas2012@hotmail.com

http://losrelatosdexella.blogspot.com.es/


 

Relato erótico: “Me confieso: Felizmente infiel” (POR LEONNELA)

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Cuando de infidelidad se trata, una de sus raíces principales es la soledad, bueno al menos en mi caso. Cuanto hubiera dado porque mi pareja en lugar de obsequios me hubiera regalado su compañía, con gusto hubiera cambiado las comodidades por un poco mas de sexo, necesitaba sentirme deseada, quería ser tratada como una amante a la que se la coge en cualquier lugar y en cualquier momento, pero su cansancio producto de la adhesión  al trabajo lo único que me dejaba era noches enteras de soledad, y una adicción mórbida a la masturbación. Infinidad de noches lo hacía cuando el dormía a mi lado, mientras se ponía de espaldas, yo ya tenía mi mano lista entre mis piernas acariciando mi sexo, hurgando en mi entrada, gozando de la suavidad de mis labios  y de mi aroma de mujer que se calaba hasta en mis uñas. Apretando la almohada entre mis piernas fantaseaba con amantes inexistentes que entraban a mis sabanas a saciarse de mi carne, a darme orgasmos que me hacían mojar, mientras él  abatido por las rutinas prefería descansar.
Una treintañera ansiosa de placer, tenía hambre de lujuria  y nada hay más triste que necesitar un falo entre tus piernas y tener que saciarte con tus dedos, o con el vibrador  que escondía entre mis pijamas. Lamentablemente así era nuestra vida sexual; después de  solo seis años de matrimonio se había roto el encanto del inicio y nos quedaba tan solo una vida estable con  proyectos comunes, como un castillo levantado en el aire, del cual a veces se me antojaba escapar.
Pedro, por cuestiones de trabajo viajaba constantemente, dejándome sola, me sabia buena y eso le daba tranquilidad, además yo no tenía la pinta ni la actitud de mujer infiel, y él al igual que muchos hombres no comprendía que en una esposa abandonada hay una amante en potencia pugnando por salir, en fin nunca quiso entender mis reclamos, mis lagrimas, mi mirada triste, mi silencio reprochador, ni mi ultimada indiferencia, sentía una tonta seguridad  de mi fidelidad, sin temer que  resultaba atractiva a los ojos de otros hombres y eso junto a mi soledad era un peligro silencioso. Modestia aparte tengo un rostro agraciado y un cuerpo con ondulaciones donde se necesita, buenos pechos, buen trasero, piernas que producen un mal pensamiento de tenerlas abiertas ubicadas…ubicadas en donde sea….bueno al menos esas eran las sensaciones que percibía de las miradas de algunos hombres.
Al disponer de mucho tiempo en las noches, el internet se convirtió en una buena opción para mi, acostumbraba a chatear con un amigo que absorbía algún espacio, la interacción  era expresiva y directa, solíamos contarnos nuestras experiencias sexuales y nuestras fantasías,  no nos reprimíamos puesto que estábamos  ocultos tras de un nick.  Pese a que no habíamos llegado  a tener sexo virtual,  en alguna ocasión a solas  ya había fantaseado con él.
Justamente aquella tarde, luego de los consabidos saludos, nos habíamos deslizado sutilmente a los temas eróticos, en cada letra suya me empezaba a transmitir deseo, ganas, hambre, y me invadió esa sensación de tener el  poder frente a un hombre dispuesto a todo por llevarme a la cama aunque en ese instante solo fuera una cama virtual. Le imaginé frente a su portátil, envuelto en una toalla, con el cabello húmedo, al igual que sus labios,  de pronto mis pezones tan solo con esos pensamientos empezaron a brotar, mis manos se descontrolaron sobre mis pechos y mis piernas se abrían. Su escritura empezó a volverse lenta y que podía imaginar sino que se daba manivela en busca de placer, ninguno de los dos mencionaba lo que hacía, pero creo que el también intuía que jugaba con mis dedos. Estábamos cruzando los límites de las insinuaciones y así tan fácilmente mi orgasmo amenazaba con llegar…
Estaba a punto de correrme cuando pufff se apagó mi computador, maldición dije: la batería y corrí a conectar los enchufes pero no funcionaba, era mi portátil otra vez con la  falla esa  que llevaba días, simplemente se apagaba cuando le daba la gana y debía espera varios minutos para poderla encender. Después de casi una hora de intentos logró arrancar,  abrí el msg pero solo me encontré con un mensaje de: linda noche princesa…
Fastidiada realicé una llamada telefónica.
_Diego será que ahora sí me puedes ayudar con mi maquina, sigue con el problema que te conté y  perdí algo importante, dime si no puedes, para buscar otro técnico
_Vaya linda sí que debió ser importante porque se te nota molesta, espérame, en una hora estoy allá.
Diego era mi amigo del alma, a más de médico de cabecera de mi portátil,  así  que de seguro resolvería mi problema. En poco tiempo, llegó, la revisó, corrió algún antivirus, además de hacer algunas actualizaciones y quién sabe qué más.
El parecía absorto en lo que hacía así que simplemente le dejé trabajar, de rato en rato decía un humm  y a momentos me alzaba a mirar con una expresión desconcertada, que fue transformándose en un gesto de placer….placer??? Bajé la vista a su entrepierna y una erección se le había disparado, se notaba abultada, llamativa….
Qué atrevimiento!! Supuse que veía pornografía, iba a reclamarle, pero casi involuntariamente me entretuve en su bragadura e inconscientemente empecé a curiosear todos sus rasgos…cabello castaño, piel blanca, ojos color miel, delgado, con un par de muslos fuertes que seguro le sostenían magníficamente cuando agitaba su cadera dando arremetidas sexuales, reí para mis adentros, realmente andaba muy susceptible a los estímulos eróticos.
 Me levanté con la intención de sorprenderle, y reprochándole dije:
_Qué diablos haces en mi portátil.!!
Pero me quedé helada cuando vi que en la pantalla estaba condensada mi charla virtual de hace poco con Mauricio.
Qué horror!! Como podía ser? había leído cada detalle, cada confesión, cada fantasía…
Sentí mi cara arder de vergüenza y el sonrió divertido,
_Tranquila chiquita, ese tipo de charlas son usuales, aunque…. no tenía idea de que tuvieras esos problemillas sexuales.
Queriendo evitar el tema murmuré:
_Supongo que esto queda entre nosotros verdad?
_Si linda desde luego, soy una tumba, aunque si te soy sincero siempre imaginé  que eras así de ardiente y expresiva…
Volví a incomodarme, y reí nerviosamente, no me digas más!!  Ya para!!, para!!
_Jajaja desde luego que ya lo tengo para….,
No terminó de decir la frase y le lancé una mirada enfadada
_Perdona, perdona dijo acariciando mis mejillas, solo bromeo, aunque debería estar molesto, esas confesiones  tuvieron que ser conmigo, acaso no soy tu mejor amigo?
_Quizá tienes razón, pero él está en otro país, así que no resulta ningún riesgo real para mí
_Interesante…interesante… o sea que yo si soy un riesgo?
_Ay! No quise decir eso…no inventes…
Le lancé un golpe al estómago como cuando acostumbraba fingir enojo y él me hizo cosquillas, en la pancita hasta hacerme reír
Se tumbó en el sofá y halándome de la mano me hizo recostar , quedando con mi cabeza en su regazo, y las piernas semiflexionadas, la posición hacía que mi faldita se me subiera dejando libres  mis muslos; sentí que me los acariciaba con la mirada, y en lugar de cubrirme, necesitada de afecto me acurruqué más contra él.
_Princesa tanto tiempo sin hacer esto, recuerdas cuando éramos estudiantes, me pasaba horas contigo charlando de boberías con tal de tenerte así, confieso que más de una vez tuve ganas de robarte un beso, pero  era tan tímido que nunca me animé, ojala lo hubiera hecho…aunque sea para recibir una cachetada de esa mano horrorosa que tienes
_Oye mi mano es muy linda, así como yo…. Bromeé con la intención de huir de sus palabras
_Vaya tu siempre pecas de modesta, bueno,  también de linda, tanto así que me provocas ganas de …de  cometer otro tipo de pecados…
_Humm algo me dice que intentas coquetear conmigo, mejor olvídalo
_Mmmm pues si somos honestos, también tú sueles coquetear, disimuladamente, pero lo haces, vamos reconócelo o no dejare de hacerte cosquillas…
De pronto lo tenía allí, más cerca de lo normal, con su cuerpo reclinado sobre mí, con su olor a hombre, a macho con ganas de amar…
Temblé con su cercanía, su presencia en ocasiones me producía cierto desbalance hormonal, éramos buenos amigos y  aunque nunca habíamos llegado a nada, la proximidad nos generaba un aire especial, una brisa de deseo; quizá  la afinidad, las confidencias, el trato cariñoso, desembocaba en una atracción que con el tiempo se hacía más evidente y esta noche  me sentía más débil que nunca…
Nos  hablamos sin palabras, su mano en mi cintura la otra jugando con mi cabello, las mías sobre su pecho como si quisieran impedir el contacto y a la vez encubrir la necesidad  de sentirle más, mis circunstancias no eran las apropiadas, era una mujer comprometida pero bastaba su aroma para olvidar todo, en cuestión de segundos pisoteaba una relación, olvidaba mi matrimonio, mi bienestar, y a un compañero de tantos años… no podía detenerme, quizá no tenía la fuerza que otras tienen para resistir tentaciones, o tal vez simplemente no quería hacerlo y como muchas abría mi cuerpo para disfrutar y mi corazón para guardar el secreto de mi primera infidelidad.
Acercó sus labios a mi mejilla, humedeciendo mis comisuras, y en ese instante supe que ya nada podía detenernos, lamió bordando mis labios, dibujándolos con humedad, y por primera vez descubrí que el sabor  de los besos prohibidos es aún más delicioso, en cuestión de segundos la dulzura se transformó, en un animal deseo de comernos, nuestros labios se abrían , como si hubieran estado esperando la menor oportunidad para hacerlo, su lengua me exploraba intercambiando saliva, con gusto hubiera bebido todo lo que de él emanara; terminé sentada sobre él, mientras nuestros cuerpos exigían la justa cercanía de sus sexos.
Le ofrecía mi cuello, mis hombros, dejaba que lamiera el canalillo de mis pechos y a medida que el apretaba mi cadera, dejaba que desate los botones de mi blusa. En cuestión de segundos mis senos mostraban su belleza protegidos tan solo por el brasier, lamia sobre ellos, erizándome, a la vez que aprovechando mi disposición subía mi faldita hacia la cintura
Sus caricias me sabían a gloria, a gloria y a pecado,  levantaba su cadera haciendo que su pubis se restregara contra mí y allí apresada contra  su cuerpo, era encajada a través de la ropa. Su correa se desató, su pantalón bajó hacia sus rodillas, pero tuve miedo de seguir…. Era cruel que detuviera las cosas en ese punto, pero así somos a veces las mujeres, impredecibles, variables, temerosas…
_No sigas susurré,  por favor no sigas…y bajando el ardor de sus caricias terminó como empezó, con un roce suave en mis mejillas…
Tomé sus cosas y se las entregué obligándole a despedirse
_Ahhh por cierto ten cuidado con la configuración del messenger plus, tenias activado el registro de conversaciones, y haciéndome un guiño añadió y si quieres guardar tus charlas mejor encripta los historiales.
Tan solo le devolví una cómplice sonrisa
Había dado tan solo unos pasos hacia la salida, y como si adivinara mis temores, retrocedió
_Eres especial  para mí, no sabes cuánto había esperado por esto y presiento que también tu….me besó dulcemente y salió.
Iba a correr tras él, pero preferí contenerme, ya había entregado demasiado en una noche.

El sonido de su auto arrancando, me dejó pegada a la ventana por varios minutos como si quisiera atraerlo nuevamente con la mirada, pero era mejor dejarlo marchar.

A partir de ahí procuré poner distancias, aunque claro el hecho de estar en el mismo círculo de amistades, hacia que de una u otra forma coincidiéramos en los mismos lugares y pese a que tratábamos de que nuestra amistad se mantuviera intacta, definitivamente ya no nos veíamos igual.
Siempre había una mirada que duraba unos segundos de más o un roce que parecía ser intencional. No faltaba un mensaje, o una llamada  aparentemente  cordial, pero  ambos sabíamos que llevaba implícita la intención de acercarnos, de sentirnos, de volvernos a ver.
En casa la situación no había cambiado mucho, salvo que la soledad ya no me dolía  y  extrañamente ahora  era yo quien rehuía las caricias de mi pareja.
Un tarde Diego había ido a mi oficina, a retirar una declaración de impuestos, pues así como el era mi salvador en sistemas yo era su auxiliadora contable; no pude negarme  a la carita dulce con la que me invitó un café,  y terminamos en un reservado con nuestras pláticas de siempre. Fue tan fácil, sentirnos cómplices de nuevo, tanto que las farolas de la ciudad ya anunciaban la noche y continuábamos  allí robándole  horas  a la vida.
De pronto sin más aprisionó mis labios dejándome perpleja por su impulso adolescente, y entre respondiendo a su beso y a la vez aterrada por alguna mirada indiscreta, logré unos segundos de respiro
_Estás loco es un lugar público!!
_Pero si es  un reservado, además aquí nadie nos conoce, no pasas de ser mi novia, y volvió a besarme con intensidad, esta vez no me negué, quería soltar mis miedos, olvidarme de todo y solo sentir…
Bajo la mesa acariciaba mis rodillas, y nuestros pies intercambiaban abrazos, me sentía ebria de caricias como una chiquilla que empezaba a descubrir la pasión. Había intentado reprimirme, alejarme,  pero como luchar contra la naturaleza, contra mi  innegable naturaleza de mujer ardiente.
Su mano casi temblando buscaba calor entre mis muslos, ascendiendo al cielo que se abría bajo mi pubis, y mientras mantenía la mirada fija en los ocupantes de una  mesa cercana,  disimuladamente  separé mis piernas. Sonrió con satisfacción  profundizando  sus caricias y la invasión de su dedo bajo el hilo de mi tanguita; que delicioso  estaba  bañándose con mi humedad y aquel movimiento de entrada,  me arrancó un gemido, que hizo que uno de los meseros volteara,  pero en ese instante  no me  importaba la mirada curiosa de un  desconocido, al contrario ponía una dosis extra de excitación al momento.
El peligro nos recalentaba, sus dedos jugaban con más intensidad serpenteando   mi clítoris,  y los míos tanteaban sus genitales que se mostraban dispuestos a todo por complacerme. Bajé su cierre y dando libertad a su pene, oscilaba suavemente desde la base, me detenía en el capuchón y tan solo con unas cuantas movidas, lagrimeaba de gusto.
Desesperada  apretaba mis piernas buscando concentrar mis sensaciones y volvía a abrirlas necesitada de más, sus dedos ingresaban sin darme descanso al punto de que perdí el sentido del raciocinio y me arquee sobre mi silla,  ante la intensidad de palpitaciones que me provocaban un orgasmo en verdad delicioso.
Su sonrisa de satisfacción  incitaba al placer,  pero  pese a estar protegidos por las tenues luces del privado, sentía de nuevo la mirada de aquel mesero sobre nosotros, quizá solo lo imaginaba, pero preferí separar mi silla y acomodarme frente a Diego, al menos por un momento.
Mientras tomaba un sorbo de mi bebida, me deshice de mi tacón, y deslicé mi pie por encima de su bragueta, con movimientos circulares, masajeaba su sexo, aquel sexo duro que suplicaba por correrse.
Con mi propia saliva humedecí entre el pulgar y el índice de mi pie, y con una habilidad propia en mí, lo deslizaba desde la base hasta la punta, ascendiendo y descendiendo, y pese a que supongo que no era la mejor de las pajas, al menos lo ponía en exceso caliente, lo suficiente para que sin resistir mas, él mismo agarre su pene masturbándoselo insistente mientras mi pie jugueteaba en sus bolas.
No tardo más que unos escasos momentos  en aquel vaivén de movimientos,  y su rostro  me  aclaró lo que sucedía, sí, su rostro de placer y la humedad que chorreó por mi pie…
Tomo unas cuantas servilletas, y las llevó bajo la mesa, yo hice lo mismo limpiando mi pie.
Burlonamente murmuré:
_Así de rápido resultaste?
_Es que tienes unos pies deliciosos, dijo haciéndome un guiño, sin avergonzarse en lo más mínimo
_Se nota, se nota, no imagino si hubiera sido mi…
_Ahh con que esas tenemos!!! Ya verás chiquita como entre otras “cosas” terminas comiéndote esas palabras…
Ambos reímos maliciosamente.
Me dejó en casa, después de una ducha, apagué las luces  y me tiré  en la cama, la suavidad de las sábanas me recordaba su piel, sus besos, y una calentura terrible entre mis muslos no me dejaba hacer otra cosa que pensar en él. No había duda, otra vez caería en brazos de la autocomplacencia y esta vez no me conformaría con una corrida.
Jugaba con mis pezones, exprimiéndolos,  pero ellos ya no querían mis caricias, sino que hambreaban sus labios, no podía resistir tocaba mis ingles pensando en su lengua, y penetraba mi sexo añorando su falo, aquel falo que pude sentirlo duro…ostentoso…perfecto para mi…

Se me alteraba la respiración tan solo recordando y una llamada  me robó aun más el aliento…

_Hola linda…cómo estás?
_Bien… tranquila…, no me atreví a decir: caliente y con ganas de coger
_Pues yo no, no me dejas concentrar, no me dejas dormir, no me dejas hacer nada más que pensar en ti…
_Diego que locura hicimos que nos pasó…
_Pasó que ya no pudimos fingir más,  ha sido demasiado tiempo conteniéndonos, ocultando lo que sentimos y simplemente hoy probamos lo que queríamos, y nos encantó
_Yo diría que más bien TE encantó, dije con la intención de juguetear
_Jajaja amor si temblabas de gusto, parecías una niñita asustada pero también muy muy golosa, es mas creo que planeaste todo para aprovecharte de mí
_Yooo?? Que atrevido, mira que hasta me provoca ganas de matarte
_Si a veces sí, pero también te provoco ganitas de besos en la naricita, en el cuello, en la pancita en….
_En…
_En tu…
_En mi…
_En tu vagina mi amor
_Ufffffffff
_Jajaja amor ves que te gusta, mira como te pones calientita tan rápido. De seguro te gustaría que yo esté ahí sobre tu pecho, lamiendo esos pezoncitos que ya los debes tener duros, chupándolos, amasándolos…
_Ahhh Diego…Diego…
_Si amor… así… siente como te los lamo, como juego con ellos, tócalos mami, tócalos por mí,
_Me gusta Diego me gusta lo que me dices
_A mi más mi amor me tienes muy inquieto…
_inquieto?
_Si amor inquieto, alterado, por no decir cosas más fuertes, tan fuertes como lo que sentiste hace poco con tu pie…porque sentiste verdad, sentiste todo lo que tengo para darte…
Mientras Diego me provocaba con sus palabras yo ya había lanzado mis braguitas por el suelo, sentía mi cuerpo abrirse al placer, y entre sus palabras y mis dedos me regalaban sensaciones que  necesitaba para calmarme
_Diego, amor te necesito, quiero sentirlo de nuevo, quiero que me llenes de todo…
_Completo mi vida?
_Sí papi sí, lo quiero todo, completito
_Qué quieres mi reina?
_Tu sabes, tú sabes lo que quiero
_Quiero que me lo pidas como se debe chiquita
_Ahhh papi …papii quiero tu…tu pene entrando en mi
_Pídelo bien amor, como debe pedir una putita como tu
_Papito…papito rico… quiero, necesito  que me des verg…!!!
Mis ansias de mujer se desbordaban, sabía cómo jugar conmigo, como provocarme, como hacerme pedir, como hacerme suplicar; un nuevo orgasmo estaba a punto de hacerme gemir, pero como nada en la vida es perfecto, el timbre de la puerta sonó insistentemente.
_Diego tengo que colgar alguien insiste en la puerta.
_No, no la abras, no ahora…
_Amor no espero a nadie, pero debo abrir
_Porqué justo ahora que estoy con todo…prométeme que volverás a llamarme
_Si claro, sabes que si puedo de seguro lo haré
_Solo una cosa más, lo harías mi amor, lo harías conmigo?
_Pensé un segundo y presa de la excitación respondí, es lo que más quiero…
Cerré la llamada, busque una bata para cubrirme, recogí mi cabello en un moño, procuré respirar un poco, y algo fastidiada miré la hora, era aun temprano, solo esperaba que no sea alguna de esas vecinas que no hay quien se las pueda sacar de encima
Fingiendo haber sido despertada, y casi bostezando, salí de la habitación no sin antes echar una miradita, para ver si algo delataba mi euforia, encendí las luces, y abrí la puerta de madera dejando aun la protección cerrada por si era alguien desconocido.
_Pensé que no me abrirías cariño? Porque tardaste tanto?
Sorprendida no hice más que quitar el seguro de la puerta corrediza, mientras él se deslizó hacia dentro
_Qué… qque haces aquí…
_Mientras charlábamos manejaba por aquí y vine a darte lo que me pediste…o prefieres seguir por el teléfono mi cielo?
Me ericé ante su descaro, estaba a su merced…después de todo ya me había calentado telefónicamente así que no me quedaban fuerzas para resistir más…y él lo sabia, claro que lo sabía.
Inmediatamente cerré la puerta se puso de rodillas, y metió sus dedos en mi coñito
_Estas como lo imaginé mojadita, ya mamita, ya te doy lo que necesitas…
Mis gemidos eran mi única respuesta.
Nos besamos con la locura de quien ve realizarse su sueño, con las ansias de quien quiere demostrar con besos la lujuria que ya no puede contener, sus besos descubrían mis espacios,  cada rincón, cada centímetro, desde mi cuello hasta mis pies, su lengua metiéndose en mi boca, en mis oídos, en mi ombligo, en cada agujero que a su paso encontraba…
Tomó mis pechos, calmándoles de esa profunda necesidad de ser apresados, de ser amamantados dejándome sin más ganas que perder el aliento, su dedo bajó hacia mi clítoris y casi sin más necesidad que rozarlo, me regaló un orgasmo que me hacía jadear.
_Tan rápida resultaste?…rió vengativo,  recordando mis palabras burlonas durante el café.
Y lanzándose entre mis muslos se zambulló en mi sexo, lamia mis ingles, se apropiaba del sabor de mis labios, como si quisiera arrancarme un pedazo de ellos, los abría de par en par, buscando mis gemidos. Tropezándo con mi clítoris lo absorbió entero, lamiendo, moviendo, chupando,  a la vez que sus dedos como garfios buscaban donde ensartarse. Una perrita recibiendo placer, moría  tan solo con su par de dedos que jugaban desde el hoyo uno al dos,  uno a uno, los dos a la vez,  me atacaba con  morbo. Me encantaba aquella manera aguerrida de esperar a ponerme putona antes de cogerme, mis palabras se ponían sucias, asi como su  boca al mancharse de mi néctar, mientras me corría por segunda vez….
Mis labios también se adueñaban de su piel, de sus muslos, de su pubis, de su sexo, lo metía muy suave en mi boca avanzando hasta el glande, rodeando el frenillo,  ascendiendo nuevamente, despacio para desesperarlo, me lo metía con más insistencia hasta cubrir medio cuerpo y volvía a subir, una y otra vez, dejando un camino de saliva en cada succionada, y cuando menos lo esperaba me lo introduje con fuerza hasta el tope, atragantándomelo entero, subía y bajaba haciendo que mis labios y mi saliva, formen una cavidad que le recuerde la humedad de mi vagina y se le antoje correrse. Oscilaba su cadera golpeando mi garganta, mientras la imagen de su desnudez me hacia ansiar su leche desparramándose por mis comisuras, pero aguantaba,  diablos como aguantaba. Bajé hacia sus esferas endurecidas, y mientras masturbaba su falo, llené mi boca con ellas,  chupándolas. Deslicé mi lengua por la línea que se pierde en su  trasero, tembló como si fuera una zona prohibida o como si quisiera impedir mi paso, y justamente eso hizo que yo quiera avanzar más, pisotear sus miedos,  latiguear sus temores,  y que  le quedara bien en claro, que yo beso donde  me da la gana.
Rió nervioso como un chiquillo que estuviera aprendiendo a amar
_Que haces cielo… que haces ahí…
Por respuesta le di una nueva lamida y un azote en su trasero
_Anda chiquito date vuelta para mí…
Tímidamente obedeció.
Empecé a llevar mis manos desde sus omóplatos, haciendo presión en  cada vertebra de su columna, avanzaba por sus laterales, y me deslizaba hacia abajo con mis labios, me causaba ternura su miedo, y sus manos agarradas  a la almohaba, temiendome   como si yo fuera su verduga…Rocé sus glúteos con dulzura, relajandolos de aquella rigidez con las que los mantenía apretados impidiendo cualquier caricia, y mientras me daba modos de acariciar su pene rozaba con mis labios sus glúteos. Gemía, y poco a poco dejaba que mi lengua se pasee por la frontera de lo supuestamente prohibido. Separé con delicadeza sus glúteos, y  ascendiendo por aquella línea, lamí alrededor de su anillo, y a medida que él se estremecía introduje mi lengua lo más profundo que pude, la sacaba y la metía,  haciendo que su rostro  se desfigure  por el placer, luego dándole vuelta violentamente, me lancé sobre su pene, y succionándole como una guarra, extraje la miel de sus entrañas. La bebía entrañablemente, y dejando que una parte fluyera por mis comisuras, me acerqué a mi amante a compartir el sabor de su leche.
Quedamos tirados sobre la cama, con la  felicidad estampada en la cara…
_Mi niña… mi niña mala…
Trepándome sobre su cintura y con una mirada maliciosa susurré:
_Más que tu niña mala, a partir de hoy quiero ser: Tu niña perversa….
 

Relato erótico: “Cristi y el patán” (POR SIGMA)

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CRISTI Y EL PATÁN

 
Por Engine X
Traducido por Sigma
 
Parte 2 – Doncella de servicio
 
En la que Cristi toma un nuevo trabajo y el patán disfruta las recompensas…
 
Cristi está soñando otra vez; uno de esos largos sueños sudorosos que han empezado a embrujar sus noches en el último mes. Se agita y gira incansablemente en su cama mientras imagina el toque de otro frotando su piel y acariciando su cuerpo. Si tan sólo pudiera aprender a hacer lo que se le dice sabe que todo estaría bien – que se le concedería liberación. Pero ni siquiera sabe quien la toca. Ha estado viviendo sola por más de una quincena desde que echó a Jorge del departamento al final de una terrible discusión. Fue realmente por una tontería pero sintió que tenía que hacerlo. Ya no soportaba tenerlo cerca.
 
Y así ella yace en la cama y sueña sobre ese misterioso “otro” y siente que se cocina sobre la ardiente flama del deseo. Tarde o temprano termina del mismo modo. Su mano se mete entre sus piernas, buscando los húmedos pliegues de su sexo, sabiendo que debe trabajar ella misma para obtener desahogo. Y entonces despierta sorprendida y es como si se hubiera quemado con una cacerola de agua hirviendo. Esta mañana la sensación es particularmente poderosa y ella aúlla de frustración, arroja la cabeza sobre la almohada y suspira mientras su cuerpo se enfría. No hay indulto para la lenta tortura de necesidades insatisfechas. Es hora de prepararse para el día que empieza.
 
El departamento se ve vació hoy. Casi todo está empacado en cajas listas para ser almacenadas. Se baña y se seca antes de vestirse: medias negras hasta el muslo y ligueros, una ajustada minifalda negra y una blusa negra de algodón. Un par de sandalias de tacón muy alto y punta abierta completan su atuendo y checa cuidadosamente su apariencia en el espejo sabiendo que es muy importante que luzca de lo mejor. Hoy será entrevistada para un nuevo empleo.
 
En el mueble a lado de la cama hay una pequeña botella café de píldoras. Cristi la abre y toma la última, tragándola rápidamente. Las píldoras se han vuelto una parte importante de la rutina diaria de Cristi desde que se las recetaron. No puede recordar del todo por que está tomándolas aunque debe estar relacionado con esos periodos intermitentes de confusión mental que ella ahora experimenta casi a diario. A veces olvida cosas, o sólo se confunde un poco. Sería mucho más fácil si tan sólo hubiera alguien que le dijera que hacer. Por supuesto la grabación digital ayuda. Se sienta en la última silla y se pone los audífonos, activando la grabación más reciente. Pronto su respiración es más lenta y sus ojos se cierran mientras una marea de estática y mensajes subliminales fluyen hacía su cerebro. El sonido es tranquilizador y puro mientras empapa su mente, dejándola limpia de cualquier pensamiento de distracción.
 

El teléfono suena, ella se quita los audífonos y contesta en una somnolencia aturdida.

 
“Si… si… si señor. Estoy lista”.
 
Es hora de irse. Checa su bolso y pone llave al departamento antes de apurarse al tren. No quiere llegar tarde. Es muy importante que consiga este trabajo – después de todo ya renunció a su anterior trabajo y dejó su departamento. Ya quemó todos sus botes y ahora se siente un poco ansiosa sobre la próxima entrevista – ¿Y si no es lo bastante buena? Sabe que tiene que esforzarse mucho para complacer a su nuevo jefe potencial.
 
Cuando se baja del tren en la fea estación citadina no recuerda nada de su previa visita. Pero no necesita esas memorias para reconocer la terrible pobreza de los alrededores y para sentir al instante una aprehensión que le aprieta el pecho. ¿Como en el nombre del cielo pudo venir por un trabajo en un sitio como este? Realmente no lo sabe pero está aquí y sabe que tiene que hacerlo. Camina hasta el departamento y toca a la puerta. El Patán abre con una desagradable sonrisa y por un breve segundo de vértigo ella parece reconocerlo. Entonces el momento pasa y él es sólo un desconocido.
 
“H…Hola”, consigue susurrar nerviosamente mientras el insolente hombre la mira de arriba abajo con mal disfrazado interés. “Vine por el trabajo. Me gustaría ser considerada para la posición de doncella”.
 
“Llegas tarde – Te esperaba desde hace quince minutos pero será mejor que entres”, el termina bruscamente “Supongo que debería ver si estás preparada para el trabajo”.
 
Mientras cierra la puerta tras ella el Patán está extasiado. ¡Una rebanada de dulcecito sexy entregada a tiempo! Cristi se ve tan linda en sus ropas elegantes que apenas puede esperar para desvestirla y cautivarla de nuevo. Y obviamente no puede recordar su anterior violación. Para cuando él le deje tener esos recuerdos de vuelta será demasiado tarde para que ella pueda hacer algo al respecto…
 
La entrevista comienza. El Patán puede sentir el nerviosismo de Cristi en el modo en que cruza la pierna para revelar una deliciosa extensión de muslo y traga sin control cuando comienza a preguntarle.
 
“¿Sabe lo que requiere esta posición?”
 
“Bueno… yo pensé… digo…”.
 
“No pienses”, la interrumpió de tajo. “Aquí yo soy quien piensa. Déjame decirte. Si decido emplearte como mi doncella esperaré que cocines y limpies el apartamento. Debes mantener todo impecable y ordenado y debes estar disponible para trabajar a todas horas, de día o de noche. No hay días de descanso ni tiempo libre. ¿Entiendes?”
 
“S…si”, respondió débilmente. Mira los cuartos más que un poco desalentada por el prospecto de limpiar aquí. Hay basura por todos lados y el lavabo está lleno de trastes sucios.
 
“Bien. Se espera que uses un uniforme que yo te entregaré. En ocasiones se te llamará para realizar ciertos servicios especiales que serán claramente explicados en el momento. Estas son condiciones razonables, ¿No crees?”
 
“Bueno, supongo que si, quiero decir…”
 

Parece que ella está al borde de las lágrimas pero las drogas y el condicionamiento remoto han sido muy efectivos y a pesar de la ultrajante naturaleza de sus condiciones Cristi se doblega ante las demandas del Patán. Por supuesto no tiene una idea precisa de cuales serán estas demandas pero la pequeña rubia a progresado mucho en el camino de la sumisión como para preguntar más.

 
“Bien. Ahora hay algo más que debes entender. Requiero completa e instantánea obediencia a mis ordenes. No aceptaré otra cosa. Si descubro que has fallado en completar cualquier orden serás castigada. No tolero el comportamiento descuidado y no aceptaré excusas. ¿Entendido?”
 
“S… s… si”
 
“Bien. Y ahora que he explicado lo que espero de ti, mejor me dices por que crees que eres capaz de trabajar para mí. Y no te molestes en mentirme – yo se cuando una tonta jovencita trata de engañarme”.
 
El Patán encuentra la patética búsqueda de palabras de Cristi muy entretenida, pero no la deja continuar por mucho rato. Ante tan absurda petición los esfuerzos de la joven por complacer están estimulando su conciencia y si no tiene cuidado ella podría romper su condicionamiento. No. Es suficiente verla luchar como un pez en el anzuelo. El cansancio por si sólo hará mucho más fácil atraparla. Y para continuar el proceso detiene los pensamientos de ella para regresar a preguntas y respuestas directas.
 
“Bueno – es suficiente. Veamos si te has preparado apropiadamente”.
 
El Patán revisa una lista de todas las cosas que le pidió a Cristi por teléfono las últimas semanas. Cada una fue diseñada para ayudar a sacarla de la sociedad, cortar con sus amigos y prepararla para su nueva vida como su doncella. Una doncella que no será esperada en ningún lugar ni extrañada por nadie. Una doncella que puede ser su esclava para poseer y usar exactamente como el quiere.
 
Las respuestas son muy satisfactorias. La renta fue pagada y el contrato por el apartamento cancelado. La cuenta de banco de Cristi ha sido cerrada, revisa todo el efectivo que saco y se lo entrega – es una buena suma y será útil después para el equipo que el Patán planea comprar para ayudarle a controlar a Cristi más fácilmente.
 
“Bien, todo parece en orden”, él dice al fin. “Puedes empezar de inmediato. Y para comenzar déjame presentarte a un amigo mió”.
 
El Patán va a un mueble junto a la ventana y regresa con un delgado bastón de bambú que gira entre sus dedos como la grotesca parodia de una porrista hinchada.
 
“Este es mi amigo, el señor Bastón ¿Entiendes?”
 
Sonríe siniestramente.
 
“Debes saber lo que el señor Bastón te hará si eres traviesa. Vamos a llamarlo tu primera lección ¿Te parece? ¡Párate e inclínate! ¡Ahora!”
 

Cristi se levanta y asustada por la autoridad de su nuevo jefe pronto esta tocando con las manos las puntas de sus pies (o tan cerca como puede en sus tacones altos).

 
“Tendrás que hacer algo de ejercicio para hacer tus miembros más flexibles”, el hombre se queja susurrando, pero en verdad está muy complacido con la rapidez y carencia de duda en la respuesta de Cristi. Camina hacia su presa y desliza su mano por la parte posterior de sus piernas, sorpresivamente levantándole la falda para revelar su trasero. Un delgado par de pantaletas negras de encaje la cubre sólo por unos cuantos momentos antes de que se las bajen hasta las rodillas. El desnudo trasero de Cristi es tan interesante en todo como recordaba y hoy sufrirá un castigo más severo que las simples nalgadas que recibió la primera vez. Blande al sr. Bastón para dos o tres amenazas experimentales disfrutando la manera en que las nalgas de Cristi se tensan y relajan en anticipación involuntaria. Ella está aterrorizada, temblando y no entiende por que se encuentra en este espantoso predicamento. Pero desobedecer a este hombre horrible es de algún modo impensable – sólo puede dejarlo castigarla. Y quizás en verdad lo merece. Después de todo llegó tarde a la entrevista.
 
El primer golpe la toma desprevenida mientras piensa en su culpa. Impacta completamente en la parte más ancha de su trasero y la hace chillar de angustia.
 
“¡Silencio perra!”, dice el Patán y Cristi queda reducida a un suave llanto mientras él le da otros cinco golpes, cada uno creando una brillante línea roja de agonía sobre el suave trasero de la chica. Recordará este castigo por algún tiempo ¡Eso es seguro! Cuando él ha terminado le da una vuelta para revisar su trabajo. Acariciando la carne recientemente golpeada, sigue las líneas hechas por su bastón haciendo temblar a la chica convulsivamente. Entonces hace su movimiento. Su mano sondea entre sus muslos y encuentra el caliente pozo de su sexo. Para su inmensa satisfacción está húmedo de vergüenza y estimulación. Una pequeña boqueada de angustia y vergüenza mezcladas interrumpen su suave llanto de humillación. Este es justamente el efecto que había estado buscando producir. Los subliminales, las drogas y la hipnosis que se ha auto administrado bajo la guía de sus instrucciones telefónicas han trabajado en conjunto para llevar a la adorable rubia a esta situación desesperada. Negándole cualquier desahogo sexual desde el primer momento en que el Patán tuvo placer con ella, ha sido mantenida en un estado de creciente frustración y enseñada a esperar castigo. Ahora aprenderá a asociar el dolor y el placer, pero más importante aun, a asociar obediencia y placer. Él no puede esperar más y libera su creciente órgano de su ropa interior.
 
“Ahora abre un poco tus piernas”, le dice a la rubia, y cuando trata de enderezarse, es forzada a inclinarse de nuevo para que su trasero este presentado de manera más ventajosa. Entra fácilmente en ella, disfrutando la sensación de su estrecho túnel atrapando su miembro con un espasmo involuntario de placer. Sus manos agarran sus caderas y la bombea, dentro, fuera, dentro, fuera, haciéndola boquear en indeseada gratificación. Entonces, en el último momento, dice las fatales palabras…
 
“¡Eres una muy buena cogida, bizcocho azucarado!”
 
Cuando ella escucha la palabra clave, implantada por primera vez en su cerebro por medio de su propio mp3 en el tren hace tanto tiempo, todos sus recuerdos vuelven de golpe. Bizcocho azucarado…
 

 

En un borrón los recuerdos de Cristi regresan. Recuerda los espeluznantes y horribles detalles de la primera conquista del Patán sobre su cuerpo. Comprende exactamente como ha continuado su manipulación de ella y como la ha traído a este temeroso estado sin amigos o aliados y a su merced. Por un breve momento el velo creado por las drogas y la hipnosis se desgarra y ella grita. Entonces el Patán se viene – vaciándose profundamente dentro de su bonita victima rubia y llevándola a un simultáneo orgasmo de tal poder que la atonta. Y cuando se acaba la joven mujer se desploma en rendición, comprendiendo por primera vez que este repugnante hombre ahora ha ganado control completo sobre su cuerpo y su mente. Ahora todo lo que le queda, es especular con miedo sobre exactamente que planes tiene para ambos…
 

Relato erótico: “El caballero” (POR AMORBOSO)

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herederas3Corría el año setecientos veintitantos. España estaba bajo dominio árabe, aunque en el norte, al pie sin-titulode los Pirineos, era algo que parecía muy lejano. La zona fronteriza entre el dominio árabe y los pequeños condados de los pequeños valles de la vertiente sur, apoyados por el Rey de Francia para mantener a raya a los musulmanes, se entretenían en pequeñas escaramuzas. Ahora atacaban los cristianos porque faltaba comida en sus valles, luego atacaban los árabes en represalia y para conseguir mujeres.

Don Teodomiro era uno de esos condes que, a sus 50 años. había heredado el título a la muerte de su padre, justo en el ataque a su castillo por los árabes, dos meses atrás. El pudo escapar montado en una mula junto con sus armas, y desde entonces, recorría la frontera buscando mujeres prisioneras o esclavizadas para liberarlas y así poder casarse con alguna heredera de otro condado con el fin de poder liberar sus tierras y su castillo.

Su padre, hombre severo y dictador, además de algo ido de cabeza en los últimos años, le tenía prohibido el sexo a todos los soldados, incluido su hijo, hasta que tuviesen una esposa, ya que el sexo restaba fuerzas y arrojo en la lucha, según decía y necesitaba de hombres valientes y preparados para la lucha. Aquél o aquella que transgredían sus normas eran severamente castigados y azotados en la plaza de armas del castillo, delante de los demás, por eso, casi todo el mundo en aquel lugar se mantenía célibe.

Teodomiro tuvo dos experiencias sexuales, una a los 22 años con una jovencita de 15 que vino del campo y a la que consiguió engañar con unas monedas para llevarla a los establos, donde los encontró el padre de ella, en el momento en que, con los calzones en los tobillos, la muchacha arrodillada a sus pies, con los pechos fuera del vestido y el pene en su boca, estaba a punto de descargarse, y los emprendió a fustazos hasta que consiguió subirse los calzones y salir corriendo.

La segunda fue con una de las criadas del castillo, mujer de espíritu ligero, que también accedió, convencida por unas monedas. Mientras él lamía los pechos y chupaba los pezones, ella acariciaba su bulto sobre el jubón, también fue interrumpida por el grito del vigía anunciando el ataque morisco.

Esta historia comienza con el conde sentado en el suelo, con la espalda apoyada en un árbol de un pequeño bosquecillo junto a un río, donde se encontraba don Teodomiro con los calzones bajados, y recorriendo su polla con suaves movimientos arriba y abajo, mientras veía a las mozas del pueblo cercano lavar la ropa, algunas metidas en el agua con las faldas remangadas hasta los muslos, mientras hacían chistes y reían y otras lavando en la orilla, también con las faldas tan subidas y enseñando sus hermosas y bien torneadas piernas.

Su vista iba de unas a otras, mientras su mano subía y bajaba despacio, disfrutando del momento. Iba de las piernas de las del río a las de las lavanderas de la orilla, pasando por las transparencias de los pechos que se adivinaban en la distancia en las lavanderas del otro lado del río, cuyas camisas se encontraban empapadas de agua y marcaban sus oscuras areolas sobre la tela, mientras recordaba las sensaciones de sus fallidas relaciones amorosas, sobre todo, los momentos de la maravillosa felación de la joven, sin olvidar los turgentes pechos de la moza.

En esto estaba, cuando sopló una volada de aire más fuerte que las demás, coincidiendo con el movimiento hacia delante de una de las lavanderas arrodilladas en la orilla, con la consecuencia de que le levanto las faldas hasta los riñones, enseñando culo y la abundante mata de pelo que cubría su coño, pues no se estilaba la ropa interior entre los campesinos, hasta que se la bajo entre las bromas de las demás y las risas de todas.

Pero para Don Teodomiro, esto fue demasiado. A pesar de que intentaba alargar su placer lo más posible, esta imagen aceleró su orgasmo, lanzando tres potentes chorros de esperma a buena distancia y manando una buena cantidad que mojó su mano en sus últimas presiones.

Después de un largo minuto de recuperación y con la polla aún dura tanto por las imágenes que seguía viendo como por su gran tiempo de abstinencia, cuando iba a volver a acariciarse, un leve olor llegó a sus fosas nasales: Alguien estaba asando algo.

Su hambre de varios días alimentándose con frutos del camino y algunas raíces pudieron más que sus ganas de sexo. Trepando al árbol sobre el que se apoyaba, alcanzó a ver una débil columna de humo que ascendía entre los árboles, con precaución y curiosidad, se acercó escondiéndose hasta que pudo observar que se trababa de un comerciante árabe, que viajaba solo, y que, sentado en un tronco, estaba comiendo un trozo de la pata de una liebre que se asaba lentamente en el fuego.

Por una vez, consiguió acercarse por detrás sin hacer ruido, y colocando su daga en el cuello, a la altura de la yugular, dijo.

-Si te mueves o gritas, eres hombre muerto.

Durante unos segundos, nadie se movió, solamente se oyó el crepitar de las llamas. De repente, un tremendo ruido como de trueno, pero de origen anal, sonó en el ambiente, mientras un fuerte olor comenzó a extenderse en la zona.

Don Teodomiro, sonriendo, retiró de la mano del hombre la pata de la liebre y se puso a devorarla con ansia. Luego lo hizo tumbar en el suelo, le quitó el cordón de sus calzones y ató sus manos él. Seguidamente continuó con la liebre hasta comerse la mitad.

Saciado su hambre, recorrió con su vista el campamento observando que el comerciante era hombre adinerado. El magnífico caballo blanco atado cerca, la preciosa silla de montar, con borrén delantero y trasero, una espada con la empuñadura bellamente decorada sin ser perjudicial para su manejo, sus ropajes bajo un andrajoso guardapolvo y los cuatro burros con su carga de mercancía al lado, etc. Le dieron la idea primero de cambiar el mulo con el que había salido del castillo por ese hermoso caballo y aligerarle de peso quitándole la bolsa para mejorar su inexistente economía. Así que eso hizo, le dejó un cuarto de la liebre, algunas monedas, colocó la silla y sus armas en el caballo y, tras soltar al hombre, salió al galope del lugar.

Dos días después, incómodo sobre el caballo, pues estaba empalmado y no podía ir meneándosela porque los borrenes (una tabla situada delante y otra detrás, forrada de material embellecedor o no, que ayuda a la sujeción del jinete en la silla.) le impedían manipularla a gusto, escuchó sonido de lucha de espadas y ladridos de perro, aproximándose con precaución.

Justo al volver una curva del camino, vio a un joven que luchaba espada con espada contra un hombre corpulento, mientras un perro ladraba y atacaba mordiendo al hombre.

Al ver las posibilidades de superioridad, su innata valentía le hizo lanzarse al galope hacia ellos al grito:

-¡Por Cristo muerto en la cruz, que os envío al infierno ahora mismo!

El hombre atacante, viendo que se lo que se le venía encima y que ya el muchacho había resultado difícil de vencer, incluso ya temía por su vida, salió corriendo, dejando abandonado su caballo y pertenencias.

-Gracias por su ayuda, caballero. –Dijo el muchacho cuando el D. Teodomiro llegó a su lado.- No se si yo hubiese podido con él.

-No hay de qué muchacho. Creo que no merece la pena que lo siga. Ha dejado todo aquí y ahora no es peligroso.

-A quién debo agradecer mi salvación, señor. Veo que sois caballero, vuestra cota de malla y armas lo indican, pero ¿Cuál es vuestro nombre?

-Soy el conde Don Teodomiro de Anjou. Descendiente directo de Ardó, último rey visigodo. ¿Y quién eres tú?

-Mi nombre es Valentín, y recorro los pueblos en busca de trabajo con mi perro sultán.

-He visto que luchas bien. ¿Dónde has aprendido?

-Mi padre fue soldado, y desde muy pequeño me enseñó su manejo.

-¿Qué edad tienes?

-22 años, mi señor

-Puedes venir conmigo como escudero, si lo deseas. Así estarás protegido por mi. –Le ofreció el caballero.

-Gracias señor, será para mi un honor, pero no tengo montura para poder seguiros.

-Puedes tomar el del delincuente que ha huido. No creo que venga a reclamarlo.

Y así lo hicieron. A partir de ese momento, se convirtieron en inseparables. El caballero cabalgaba delante, con todas sus armas, haciendo ostentación de ellas, y era seguido por el joven, con su espada, un arco y unas flechas y las escasas pertenencias de ambos, acompañado por su fiel Sultán.

Dedicaron sus días, unas veces a proteger caravanas o comerciantes por los caminos, con lo que iban incrementando la bolsa, otras a capturar delincuentes, cuyas bolsas eran retiradas y aligeradas, para ser luego entregados a la justicia y teniendo que salir rápidamente para no tener que discutir con los carceleros para compartir el botín.

Durante el camino, el caballero contaba al muchacho sus andanzas sexuales.

-Yo necesito follar a menudo. Normalmente dos o tres veces diarias. Estos días tenemos la mala suerte de que no encontramos un buen lugar para descargar mis cojones, que están a reventar.

Un muchacho joven y virgen como tú, que no ha estado nunca con una mujer, no sabe lo que es –dijo al joven, que no quiso sacarle de su error.

Hay experiencias que se recuerdan toda la vida. Yo recuerdo una con una jovencita de 15 años, cuando yo tenía unos veinte, que me entregó su cuerpo virgen y me hizo disfrutar como nunca nadie lo había hecho. La llevé a mi alcoba, la ayudé a desnudarse y vencer sus temores con mis besos, que eso es algo que tienes que tener en cuenta cuando estés con una virgen, la fui llevando hasta mi gran cama a base de besos y caricias hasta que la acosté sobre ella.

Entonces fui descendiendo por su cuerpo besando su cuello, sus hombros, bajé a sus pechos, que aunque joven, estaban muy bien formados y llevé alternativamente a mi boca las dos cerezas que eran sus pezones, rodeados de una areola pequeña, de color marrón.

Nunca más he probado unos pechos tan exquisitos. Pero eso no es todo. Cuando me cansé de chuparlos y lamerlos, bajé hasta su coño, escasamente cubierto por unos finos pelitos. Oooooohhhhh, ¡Qué coño! ¡Qué maravilla! Aunque me repita, tengo que decirlo. Fue, con mucha diferencia el mejor coño que me he comido. Su sabor, su olor, su tersura y color no los he encontrado en ninguna otra mujer, ¡y mira que me he acostado con muchas! Algunas incluso más jóvenes.

En este punto, el joven observó que se había sacado la polla y se la iba meneando suavemente.

-Metí mi lengua entre los labios de su coño, que ya se encontraban bastante abiertos, terminando de abrirlos y pasando sobre su clítoris y rodeándolo con ella, haciéndole soltar sus primeros gemidos de placer.

Bajé hasta metérsela en su agujero todo lo que pude, bebí sus jugos. Ooooohhhh qué dulzura. La hice alcanzar res orgasmos, antes de penetrarla.

Cuando creí que estaba preparada, saqué mi polla, dura como una piedra, dispuesto a clavársela y ella al verla me dijo: ooohhh qué hermosa polla tenéis, se que va a darme mucho placer.

Yo la coloqué a la entrada de su gruta y la fui metiendo despacio mientras ella gemía de placer. Cuando llegué a su virginidad, di un fuerte empujón que la hizo alcanzar un nuevo orgasmo.

Pasamos toda la noche follando. Amanecía cuando me dijo: Mi señor, no puedo más, estoy agotada de tanto placer. Creo que jamás encontraré un hombre que folle como vos.

A todas horas contaba historias iguales o parecidas, exaltando su propia virilidad y atractivo sobre las mujeres, que caían rendidas a sus pies para que hiciese con ellas lo que quisiera.

Llevaban varios días sin hacer nada que les rentase, cuando fue Sultán el que con sus ladridos apuntando hacia un montículo con abundantes rocas llamó su atención.

Pensando en un conejo, se acercaron con cuidado, uno por cada lado de un grupo de rocas, dispuestos a ensartarlo en sus espadas, cuando se toparon con dos mujeres escondidas tras ellas que empezaron a gritar:

-¡Por favor, no nos hagan daño! ¡Piedad, por favor! ¡No volveremos a huir!

-No teman señoras, no les haremos ningún daño. –Dijo el caballero- .Somos cristianos de honor…

Ambos quedaron paralizados. Las mujeres vestían camisas y pantalones de seda transparente, sin nada debajo, como vestían los árabes a sus esclavas, dejando a la vista sus pechos y su cuerpo, cubierto solamente por los finos velos.

Ellas también se percataron de los bultos que aparecieron en ambos calzones, más disimulado en el caballero por su cota de malla y más notable en el muchacho que carecía de protección.

-Nos hemos escapado de una caravana de esclavos. Nos llevaban a vender por los pueblos del camino a los jeques y emires del otro lado de la frontera.

-¿Y cómo consiguieron escapar? -Preguntó el caballero mientras ambos se ponían al resguardo de las rocas para no mostrar lo evidente.

La más mayor, que aparentaba unos 30 años, con buenas curvas y hermosas, redondas y duras tetas, dijo que la joven se llamaba Isabel, que tenía 17 años y era hija de un noble francés cuyo castillo había sido atacado por el ejército árabe y vencido. Como consecuencia, los hombres fueron pasados a cuchillo y las mujeres y niños llevados para su venta como esclavos.

Ella, cuyo nombre era María, era el ama y dama de compañía de la joven, viuda desde hacía seis meses de un capitán de las tropas del castillo, que murió en uno de los enfrentamientos con las tropas árabes.

En la primera ciudad dominada por ellos, les habían despojado de todo y les habían dado esas ropas que les ponían a las esclavas y que habían llevado con mucha vergüenza hasta acostumbrarse.

A la pregunta de si les habían hecho algo, contaron con más vergüenza todavía que habían sufrido mucho durante el camino, porque cuando acampaban, el oficial al mando permitía que los soldados se divirtiesen con las más mayores, casi o sin casi, ancianas, mientras las demás, vírgenes o más jóvenes, tenían que masturbar a los que esperaban y chupársela para mantenerlos excitados. Por suerte, la prohibición de utilizar a las muchachas vírgenes para que no perdiesen valor, había salvado el honor de la joven.

Durante el día, viajaban amontonadas en carretas, con las manos y pies atados, las soltaban en la tienda donde se violaban a las viejas y las volvían a atar al salir. A las que no intervenían ese día, ni las soltaban. Cuando alguna de ellas tenía alguna necesidad, el soldado de guardia la llevaba al límite del campamento, retiraba sus velos, con un buen manoseo y volvía a ponérselos y atarla nuevamente en su sitio, todo sin soltar sus manos, que siempre estaban atadas a la espalda.

Uno de los días, al volver de la orgía, el ama notó que la cuerda de sus manos no estaba bien atada, consiguiendo soltarse y hacer lo mismo con la joven. Luego, en un descuido de lo guardias, cuya vigilancia se había relajado bastante con el tiempo, huyeron escondiéndose de todo y de todos, hasta que el perro las había delatado. Iban al castillo de un hermano del padre de la muchacha, que, a su vez, era el padrino de la misma y que se tenían mucho cariño.

Intentaban dirigirse al castillo de un hermano del padre de la joven

Tras esto, el caballero mandó al joven a buscar las camisas que ambos tenían de repuesto y que precisamente habían lavado en un río el día anterior, con el fin de que las damas pudiesen cubrir su casi desnudez.

Aunque arrugando un poco la nariz, ambas se colocaron encima las prendas, que por su anchura y longitud las cubrió prácticamente del cuello a los tobillos.

-Bien. –Dijo el caballero – Es hora de partir. Las acompañaremos hasta el castillo de su tío, antes de proseguir nuestro camino. Valentín, que monten en tu caballo y tu vienes andando detrás. En el mío no puede ser porque llevo las armas. Ahora incluiré también nuestras pertenencias.

Valentín se dispuso a ayudar a subir a ambas mujeres. Primero lo hizo con la joven, pero al montar a caballo con las piernas abiertas, se subía su camisola hasta casi quedar al aire su culo y coño.

-Eso no puede ser. Todos los hombres con los que nos crucemos saltarán sobre ellas y vamos a tener que ir peleando todo el camino, si no se unen en un ataque y nos matan para quedarse con ellas.

Probaron a montarlas sentadas de lado, pero si no hubiese estado situado el muchacho en el lado correcto, ellas hubiesen terminado con sus cuerpos en el suelo al no poder sujetarse y caer sobre él con el movimiento del caballo.

-Señor, ¿porqué no voy en el caballo con una de las damas delante, sujeta por mis brazos y la otra detrás, agarrada a mi?

No le gustó mucho al conde, pero no vio otra opción y tuvo que aceptar a regañadientes. En ese momento hubiese preferido llevar otra silla y ser él quien llevase a las damas.

Así que, de esta guisa continuaron el camino. El muchacho procuraba apretar contra si a la joven, lo que hacía crecer y endurecer su polla cada vez más, sin contar que el ama, para no caer, presionaba con sus pechos en su espalda. Por su parte, el ama, agarrada a su cintura, empezó a notar que algo empujaba sus manos desde abajo. Enseguida supo qué era aquello y, aprovechando los movimientos del caballo, llegó a colocar disimuladamente las manos cubriendo la punta del capullo del muchacho.

Tampoco pasó desapercibida para la muchacha la dureza que presionaba en su muslo que estaba en contacto con el muchacho.

Los mismos movimientos del caballo y una malsana idea por parte de ambas que movían sus cuerpos para facilitar el roce con su cuerpo y sobre todo con su polla, hicieron que poco después las manos del ama se llenasen de una humedad pegajosa que filtraban los calzones, que la recibió sonriente.

A media tarde pasaron junto a un río, donde consiguieron pescar una docena de peces más bien pequeños. Las mujeres pidieron de acampar allí, pues llevaban días sin comer prácticamente, pero el caballero dijo que no era buen lugar y siguieron avanzando mientas seguían el curso hasta llegar, anochecido ya, a una zona donde el río casi rodeaba a un bosquecillo donde podían ocultarse en un pequeño claro, y que albergaba a su vez también un pequeño remanso.

Allí hicieron un poco de fuego, asaron los peces y se los comieron, acompañados de algunas frutas. Al terminar, el caballero dijo al muchacho que preparase una zona para dormir con sus mantas, que ambos dormirían en las de él por turnos. Cuando todo estuvo preparado, lo envió a hacer la primera guardia al borde del bosquecillo y él haría la segunda.

Ambas mujeres se acostaron juntas y bien tapadas a un lado del apagado fuego, después de quitarse las camisolas, y el caballero se acostó frente a ellas.

El caballero observaba a la luz de la luna que se filtraba entre los árboles, los cuerpos de ellas bajo las mantas, imaginando mil y una historias, mientas su mano acariciaba su polla suavemente, sin hacer ruido. Al cabo de un rato, cuando parecía que todos dormían, el caballero observó que el ama se destapaba y levantaba y se adentraba en el bosquecillo.

-(Esta irá a hacer alguna necesidad) –Pensó, mientras notaba el movimiento de sus pechos bajo los finos velos. Eso, unido al largo rato que llevaba meneándosela, le hizo alcanzar un fuerte orgasmo que le hizo resoplar.

-Prrrrrffffff. FFFssssssssssss.

El ama, pensó que eran los ronquidos y procurando no hacer ruido salió del claro y fue dando la vuelta hasta acercarse al lugar donde el muchacho montaba guardia.

El había buscado un sitio, oculto al paso, pero con buena visibilidad en la noche iluminada por la luna. Había colocado un tronco cortado al pie de un árbol y se había sentado sobre él, mientras reposaba su espalda en el árbol. Sus calzones en los tobillos, una mano en los huevos y otra acariciando su polla.

De repente, una mano aparecida por detrás agarró esa polla, dándole un susto casi de muerte, mientras con la otra bloqueaba su movimiento hacia la espada.

-Shhhh. Tranquilo. –Dijo el ama

-¿Qué haces?

-Estoy comprobando. He adivinado que tenías una buena herramienta, pero esto supera con creces cualquier expectativa. Seguro que haces unos buenos trabajos con ella.

-Está a tu disposición para lo que gustes.

-Pues veamos cómo la manejas, llevo más de 6 meses sin recibir un buen trabajo.

-Es toda tuya. –Dijo levantando las manos.

Ella no esperó más, se arrodilló a su lado tomó la polla junto a la base con su mano y comenzó a pasar la lengua por el resto que sobresalía. Llegaba hasta el glande, lo rodeaba y volvía a bajar. Estaba tan dura y tiesa, que bajó la mano hasta los huevos y comenzó a metérsela en la boca. Primero un tercio, luego dos tercios y el último tercio de los, como mínimo, 25 cm., no hubo forma, a pesar de las arcadas y ríos de saliva.

Pero el muchacho estaba tan excitado que se corrió sin dar tiempo a más. Los lechazos fueron directamente al estómago de ella, sin que por eso se le bajase la erección. No hubo más preámbulos. Ella se sentó de espaldas a él, metiéndosela en el coño, donde entró con total suavidad, sin que el muchacho se hubiese dado cuenta del momento en el que se había quitado los velos.

-Ahhhhhh¡ Qué gusto! Después de sentir esto, creo que mi marido me debía de follar con el dedo.

A lo lejos se oían los fuertes ronquidos del caballero, por lo que no se apreciaron los gemidos del ama.

El joven alargó sus manos por la cintura, metiendo su mano bajo la vaporosa prenda, subiéndolas hasta los pechos. Los amasó. Acarició sus pezones y los presionó. Besó su nuca y cuello, en los momentos en los que los botes de ella sobre su polla se lo permitían

-MMMMMM. ¡Qué polla! ¡Nunca había probado nada igual!

-Tampoco yo había probado un coño tan suave y ajustado. Sigue. Muévete. –Dijo él

Ella subía y bajaba, mientras su mano presionaba la polla y frotaba el clítoris

-Ohhhhhhh. Me estás haciendo llegar. Siento esa polla que me llena todo. Me voy a correr. Siiiiiii. Yaaaaa.

Después de sus rápidos orgasmos. Primero el de él y luego el de ella, se levantó, sacándose la enorme y gorda polla de su coño, para darse la vuelta y abrazarse a él, clavando sus tetas en el pecho del muchacho, a la vez que volvía a meterse la polla hasta lo más profundo.

Una mano de él se desplazó al culo de ella, después de haber ensalivado el dedo medio, aprovechando que la postura separaba al máximo sus cachetes, y ese dedo se puso a jugar con su ano con movimientos circulares y pequeñas presiones que forzaban la entrada, ampliando poco a poco la dilatación.

La otra mano entró entre ambos, con el pulgar sobre la zona del clítoris y la unión con la polla, dando también un ligero masaje.

-Mmmmmmm

-Ohhhhhhhhh

Sus gemidos iban en aumento así como el chapoteo de la polla al moverse el coño a su alrededor.

Sus labios se juntaron y sus lenguas estuvieron luchando largo rato, mientras los duros pechos de ella se clavaban en el de él y el suave movimiento circular, con un ligero movimiento adelante y atrás por parte de ella que los llenaba de fuego interior que les hizo subir la temperatura hasta el punto de llevarles a un nuevo orgasmo, solamente delatado por sus fuertes respiraciones nasales y los chasquidos de sus lenguas.

-Ffffff

-Mmmmm

Fue simultáneo. El lanzó nuevamente su esperma y ella alcanzó su placer cuando sintió la descarga y fue el más intenso que recordaba.

Ella se levantó saliéndose la polla, ya morcillona, de su coño, junto con un reguero, mezcla de lefa de él y jugos de ella.

Con paso inseguro, se alejó por donde había venido, dejando al muchacho con la polla en la mano, dándose un suave masaje. Disfrutando de los restos de su placer.

El ama, volvió a su lugar en las mantas e inmediatamente se puso a imitar al caballero con suaves ronquidos.

En ese momento, se levantó la joven e hizo el mismo trayecto que el ama. El joven se encontraba repasando su instrumento cuando la figura de la joven apareció a su lado.

-¿Necesitas más? –Dijo sin mirar, pensando que era el ama.

-¡La necesito toda!

El joven se volvió, viendo a la muchacha totalmente desnuda, que sin ningún pudor, colocó un pie a cada lado de su cuerpo y, apoyándose en sus hombros, se subió en el tronco donde él estaba sentado, plantando su coño directamente en su boca.

-¡Venga, cómemelo! ¡No aguanto más!

-Como digáis, mi sennoogga.

Agarrado por su cabellera, le presionó la cara contra el coño para que él comenzase a comérselo.

Puso los labios alrededor de su clítoris, que se encontraba hinchado como un micropene, lo chupó, lamió y presionó con lengua y labios, bajando lentamente para meterla en su agujero. Al llegar a él lo encontró como soltando flujo sin parar.

-¡Tenéis el coño como un río!

-Llevo dos horas excitándome mientras os oigo follar y haciéndome dedos. Ahora necesito que me llenes de placer para calmar mi fuego.

El muchacho no dijo más. Siguió lamiendo su raja, subiendo y bajado en un recorrido completo, casi hasta su ano. Volvía a chupar y lamer el clítoris hasta que sentía que se le acercaba el orgasmo, entonces continuaba subiendo y bajando.

Subió sus manos hasta alcanzar sus pechos, que eran como dos conos acabados en unos grandes y duros pezones, a los que dedicó un tiempo a frotar entre los dedos y a estirar suavemente. Todo sin detener el recorrido de su lengua

-Ahhhhhh. Siiiii. Dame maaasss. Necesito correrme yaaaa.

El se dedicó a su clítoris un momento más largo y la hizo estallar en un potente orgasmo,

-AAAAAAAAAHHHHHHHHH. Ahora siiiiii. Me estoy corriendo.

Desde luego, la gran cantidad de flujo que soltaba lo confirmaba.

-Ahora te voy a follar como te mereces. Vas a disfrutar como nunca.

-No, no puedes follarme. Soy virgen y debo conservarme así hasta mi matrimonio.

-Tendrás que chupármela hasta que me corra, entonces.

-Hay otra solución…

-¿Cuál?

-Métemela por el culo.

-¿No temes que te haga daño?

-No te preocupes, lo tengo bien entrenado.

-(¡Caramba con la doncellita!)

La hizo bajarse y frotar la polla contra su coño, para que el abundante flujo de ella la engrasase bien.

-Ponte a cuatro patas en el suelo y ábrete bien.

Ella se colocó en posición, el colocó la polla en la entrada y metió la punta de un solo golpe de riñones.

-Por favor, despacio. Nunca he tenido una tan grande y gorda como esa.

Él paso la mano por su encharcado coño, recogiendo flujo para extenderlo y ensuavecer la entrada.

Poco a poco fue entrando, hasta que los huevos chocaron con el coño. Tras una espera para que se acostumbrase, comenzó un suave mete saca.

-Ohhh. Siento mi culo y los intestinos completamente llenos. ¡Más fuerte! Dadme más fuerte.

El empezó a acelerar sus movimientos, ella a disfrutar, la sacaba casi entera del todo para clavarla nuevamente con fuerza mientras se agarraba a sus costados. Pronto solamente se oían los golpes de los huevos contra el coño y las caderas contra los cachetes por un lado y los gemidos de ambos, casi a la par, por otro

-Ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah, ah.

No tardó mucho rato en tener ella un nuevo orgasmo, sin que por ello el muchacho se detuviese. Las manos cambiaron de sus costados, una al clítoris y la otra a su pecho, dándoles duros masajes mientras seguía taladrándola.

Tras un buen rato con este tratamiento, el muchacho estaba que no aguantaba más, y le dijo:

-Ahora te voy a llenar bien el culo, Prepárate a recibir mi corrida.

-Siii. Yo también estoy apunto otra vez. Córrete en mi culo. Siii.

Ella apretó su esfínter y él no pudo aguantar más y se corrió. Ella, al sentirlo, puso una mano sobre la que él tenía en su clítoris y aceleró los movimientos, lanzando también el nuevo orgasmo de ella.

-Gracias, lo repetiremos con más tiempo. –Dijo ella tomando sus sedas del suelo y vistiéndose mientras se iba.

El muchacho no tenía palabras, estaba totalmente agotado. Solamente tuvo fuerzas para acercarse a un matorral cercano y descargar su vejiga.

Al volver la joven a su sitio, se despertó el caballero, viéndola llegar y disfrutando de sus transparencias a la luz de la luna. Pensó que también volvía de hacer una necesidad y de nuevo sintió la urgencia de meneársela. Decidió sustituir al muchacho, ya que debía estar próxima la hora del relevo.

Cuando se acercó, con el correspondiente ruido metálico, el muchacho acababa de terminar y ya estaba frente a él, por lo que esta vez no dijo nada inconveniente.

-Ve a dormir, yo continuaré la guardia.

El volvió al campamento, se metió entre las mantas del caballero y quedó dormido al instante.

El caballero, ocupó el lugar del muchacho, sacó su polla y siguió meneándosela varias veces hasta casi el amanecer, no porque llegase a alcanzar el orgasmo, que a su edad no era muy posible, pero le encantaba estar tocándosela mientras veía o imaginaba escenas eróticas. En ese momento se quedó dormido también.

El sol hacía rato que había salido cuando comenzaron a despertarse. Primero fue el joven, que fue a buscar al caballero y despertarlo,

-Mi señor… Mi señor..

-Eh, si. No estaba dormido, solo había cerrado un momento los ojos porque me molestaba el sol.

-Si mi señor. Ya que me he despertado, ¿Le parece que intente cazar algo para el desayuno?

-Emmm. Si. Si. Muy bien.

El volvió al campamento donde las mujeres dormían todavía abrazadas, tomó su arco y flechas y salió en busca de alguna pieza.

Cuando las mujeres despertaron, vieron al caballero sentado al pie de un árbol, mirándolas. Vestido, con la polla dolorida y en carne viva por las manipulaciones nocturnas, pero, a pesar de todo, dura nuevamente viendo sus cuerpos casi destapados, cubiertos solamente con las sedas transparentes.

-Buenos días, señoras, no quería hacer ruido para no despertarlas.

-Buenos días caballero. Sois muy amable por vuestra parte. ¿Dónde está el joven escudero?

-Salió a buscar algo para desayunar. Pronto vendrá.

Ellas se pusieron en pie, mostrando su casi total desnudez, y mirando sus cuerpos dijeron.

-Caballero, ¿podríamos tomar un baño en el remanso cercano? Estamos algo sucias por el viaje.

-Por supuesto, vayan tranquilas que yo vigilaré que nadie las moleste.

Así lo hicieron.

El remanso era una especie de mini lago o charco grande, casi redondo, con una abertura al río, totalmente rodeado de árboles que dejaban como cosa de un metro de playa de tierra cubierta de hierba y algún matorral.

A esas horas de la mañana, el sol daba plenamente en un lado y dejaba una buena sombra en el otro. Ellas se situaron en el lado del sol. Esto fue aprovechado por el caballero para ocultarse en la sombra. Ellas se quitaron las prendas que llevaban, entrando primero el ama totalmente desnuda en el agua y luego la joven.

El caballero, con los calzones por las rodillas, las veía lavarse la una a la otra, mientras su mano sujetaba su polla y la agitaba con movimientos unas veces rápidos y otras lentos.

En un momento dado, el ama salió del agua, recostándose desnuda en la hierba de la orilla para secarse, mientras la joven seguía disfrutando de su baño.

Miraba el ama a su pupila cómo evolucionaba por la charca, cuando un leve chisteo llegó a sus oidos.

– Ssssshhisssstttttt, ssssshhisssstttttt, ssssshhisssstttttt.

Se volvió hacia los árboles y allí, entre los matojos del borde del bosque, vio la cabeza del mucho que la llamaba. Tranquilamente, se levantó y dijo:

-Isabel, voy a ponerme a la sombra, que el sol me molesta mucho. Tras esas altas hierbas vigilaré tu baño y los alrededores.

-Si, ama, como quieras.

Totalmente desnuda se acercó al lugar donde el joven se encontraba. No hizo más que rodear el matorral tras el que se encontraba el joven, cuando se fundieron en un beso apasionado, donde el cuerpo de ella se pegó como una lapa al de él, notando enseguida la potente erección que tenía. Con las manos de ella en el culo de él, frotaba su coño contra la polla, solamente separados por la fina tela del calzón de él.

Se separaron un momento, y ella se puso de rodillas ante él para sacar su polla. El calzón estaba mojado por el flujo de ella. Sonriendo, bajó los calzones hasta los tobillos y le ayudó a quitárselos de los pies, mientras la polla tiesa y bamboleante daba golpes a diestro y siniestro.

Se la metió en la boca directamente, despacio, esta vez consiguió meterla entera.

-Ohhh –Le susurró él- Que buena mamadora eres. Hasta ahora nadie la había tragado entera.

Volvió a sacarla entera entre toses y arcadas, mientras gruesos churretones de saliva caían al suelo.

-No sabes bien de lo que somos capaces.

-¿Somos?

-Hemos vivido muchas experiencias durante nuestro cautiverio y hemos hablado mucho. Nos compenetramos totalmente y, si te mantienes callado, podremos disfrutar los tres mucho. Ahora fóllame que estoy que no puedo más de ganas de sentir esta polla dentro de mi.

-Ponte a cuatro patas. ¿Por qué agujero la quieres?

-Por el que prefieras. –Dijo ella ya colocada.

El joven empezó a recorrer lentamente con la punta de su polla toda la raja de ella, notando como iba subiendo su excitación y la humedad que expulsaba para engrasar bien su instrumento.

Cuando consideró que ambos estaban apunto, una por excitación y la otra por su humedad, la colocó en la entrada de su coño y presionó ligeramente consiguiendo que su glande fuese absorbido y metido dentro como atraído por un imán.

-MMMMMM –Fue la placentera expresión de ella.

-OOOHHHHH, es como una suave boca.

-Sigue, te necesito dentro.

El muchacho la fue metiendo sin prisa, pero sin pausa, hasta que sus cuerpos chocaron.

-MMMMMMM Siiii –Susurraba ella

-Más deprisa.

-Sigue, sigue.

Mientras tanto, la joven salió del agua y se acostó al sol, sobre la hierba. Por la proximidad, oyó los susurros.

-Ama ¿Estas bien? ¿Necesitas ayuda?

-No, niña, no. Estoy en la gloria. Este muchacho me está dando muchísimo gusto.

-¿Me dejas participar? Yo también lo necesito.

-MMM. No, tu sigue distrayendo AHHHHaaaal viejo, que luego podrás seguiiirrr.

La joven comenzó a ponerse las prendas de cara a donde sabían que se ocultaba el caballero, mientras se oían los susurros de la pareja.

-Dame más fuerte, más, más.

Y el muchacho le dio.

-¿Te gusta así?

-Siiii. Sigue, sigue.

-Pues toma, hasta que te hartes de polla.

El chapoteo en su coño era cada vez más notable, hasta que…

-Mmmmmm. Aaaahhhhhh.

Los gemidos contenidos de ella le anunciaron su orgasmo.

No por eso paró de darle, consiguiendo volver a excitarla nuevamente.

Consiguió sacarle dos orgasmos antes de correrse él.

-¡Señoras, deberían volver ya!, pronto regresará mi escudero con el desayuno y tenemos que estar preparados para marchar. –Se oyó la voz del caballero, que se había alejado del remanso para llamarlas, ahora que ya no había nada que ver.

-Id vosotras por delante, que yo iré dentro de un rato.

-¡Pero yo me quedo sin nada! –Dijo la joven.

-No te preocupes, que buscaremos solución.

Una vez totalmente vestidas, se fueron a reunir con el caballero y poco después apareció el muchacho con fruta, un conejo y un ave.

Asaron el conejo y el ave, comieron un buen trozo y guardaron el resto para el camino, partiendo inmediatamente.

Antes de hacerlo, las mujeres habían hablado en un aparte, por lo que al subir al caballo delante del muchacho y ponerse de costado, emitió un doloroso quejido:

-ayyyyy

-¿Qué os ocurre, mi señora? –Preguntó el caballero.

-Me he debido clavar alguna espina cuando me bañaba y me hace daño al rozarme con el escudero.

-Ven, mi pequeña –dijo el ama- y vos, caballero, ¿seríais tan amable de dejarme vuestra daga? Pasaremos tras esos arbustos y le quitaré la espina.

Eso hicieron, estuvieron un rato manipulando algo, se oyó rasgar alguna tela y pronto salieron ambas otra vez.

-Mi señor, sería conveniente que la joven monte a caballo como los hombres, para que no le moleste la herida.

-¡Pero tendrá que ir con las piernas al aire! –dijo el caballero – (y el imberbe este podrá frotarle la polla por el culo hasta cansarse. Maldita sea mi silla) -Pensó

-No, si le ponemos una de las mantas de dormir bien rollada. La aislará del roce con el caballo y con el muchacho, además de cubrir sus piernas.

-Siendo así, no hay inconveniente. (Y de paso, que se joda el imberbe).

El ama colocó la manta con múltiples dobleces delante del muchacho, que cuando todo estuvo preparado, la ayudó a subir, colocando una pierna a cada lado del caballo. Con lo que daba de si la camisa, taparon su culo y su coño, al igual que una parte de los muslos. Luego los envolvieron con la manta, quedando tapados sus muslos y parte de los del muchacho, así como la cintura de ambos. El ama subió detrás agarrándose a la cintura del muchacho, con las manos ocultas por la manta, el joven sujetó con su brazo a la joven, pasándolo bajo sus pechos y el pequeño grupo partió, con el caballero delante, seguido a unos metros por el trío.

Al poco, la joven se inclinó hacia delante, hasta apoyarse en el cuello del caballo, ante la sorpresa del muchacho, que tuvo que sujetarla bien. Al mismo tiempo, el ama soltó la cinta que sujetaba los calzones volviendo a sorprenderlo. Su polla estaba casi lista. Con una breve masturbación, la puso como una piedra y la hizo bajar, tanteando, hasta que encontró un agujero en la tela a la altura del ano de la joven, apuntando la cabeza y cuando quedó encajada, ella empujó hacia atrás, empalándose ella misma y levantando su cuerpo de nuevo. Los dobleces de la manta le daban la altura suficiente para que la polla quedase justo encajada completamente en su culo. Los movimientos del caballo, unido a un leve vaivén de ambos, empezó a darles un tremendo placer. El muchacho, sujetó las riendas con el brazo que evitaba la caía de la joven de la silla y metió la otra para mover la camisa y llegar a su coño, acariciándolo en círculos por encima, a la altura del clítoris.

La muchacha tardó unos quince minutos el alcanzar su primer orgasmo, pudiendo soportarlo sin casi emitir sonidos, pero la polla seguía como una piedra dentro de su culo y el movimiento no paraba, así que cada diez, quince o veinte minutos, le inundaba un orgasmo, que desde el segundo, ya no supo ocultar totalmente.

-Ahhhh.

-¿Que os ocurre, mi señora? –dijo el caballero.

-No os preocupéis, mi señor, -dijo el ama- el roce de la manta le molesta un poco y se queja de vez en cuando.

Dado que el movimiento afectaba más a ella que al joven, aguantó seis orgasmos de ella, hasta que, coincidiendo con el sexto y sintiendo sus contracciones, no pudo ni quiso aguantar más y se corrió en su interior abundantemente.

Cuando le quedó morcillona, le permitió sacarla y colocarla entre ambos, momento que aprovechó el ama para agarrarse a ella y ya no la soltó.

Anduvieron tres días de camino, en similares circunstancias, por las noches se follaba a ambas una tras otra, mientras el caballero se la meneaba y por el día cabalgaban alternándose el ama y la joven para ir delante, siempre conservando la manta porque les resultaba más blanda y cómoda que la silla, así que una iba por la mañana delante y la otra detrás, cambiando por la tarde. Cuando la joven iba delante, era follada por el culo y masturbada, cuando era el ama la que iba delante, era follada por el culo o coño indistintamente o seguido, según su inclinación hacia adelante.

Al cuarto día llegaron a las puertas del castillo del tío de la muchacha, pero era ya tarde, las puertas estaban cerradas, y no serían abiertas hasta el amanecer del día siguiente.

Ante esta contrariedad, el caballero decidió pasar la noche en la posada, adelantando algo de las monedas que esperaba recibir del señor del castillo por entregarle a su sobrina.

-Voy a pedir tres habitaciones, una para las damas, otra para mí, y otra para ti, pues la mía quiero compartirla con una mujer de la fonda, ya que ando muy necesitado, después de tanto día sin descargar mis cojones.

El posadero les dio tres habitaciones, dos contiguas, donde se alojaron en una las mujeres y en otra el caballero, la tercera se encontraba enfrente de la de las mujeres y allí se alojó el muchacho.

Tras la cena, las mujeres fueron a su habitación y el muchacho a la suya. Cuando llegaron, ellas quisieron que entrase en la suya para pasar una buena noche, pero el no aceptó, alegando que estaba junto a la del caballero y podría oír los ruidos. Entonces, ellas quisieron entrar en la de él, pero les dijo que mejor esperar a que se hubiese dormido para poder estar con tranquilidad. Acordado esto, cada uno fue a su habitación dispuestos a esperar.

Al rato, se oyó al caballero hablando en voz baja y las risas de una mujer, seguido del cierre de una puerta.

En la habitación, la mujer, poco agraciada y falta de algún diente, procedía a desnudar al caballero, mientras las manos de él intentaban alcanzar el generoso escote que le ofrecía.

-Más despacio, caballero, que nos espera una larga noche.

-Calla, puta, y déjame tocarlas y agarrarlas.

-Esperad un poco… Veis, vos ya estáis preparado. Acostaos en la cama, mientras me desnudo para vos.

El se tumbó sobre el colchón, mientras ella comenzaba a desabrochar su vestido. Poco a poco fue mostrando sus piernas con abundante celulitis hasta enseñar su peludo coño, luego quitó su corpiño, que sujetaba y mantenía dos gordas y caídas tetas.

Ya desnuda, se acercó a la cama.

-Vaya, veo que vuestra polla no ha reaccionado mucho. ¿Acaso no os gusta lo que veis?

-Si que me gusta, pero déjate de tonterías y chúpamela para ponerla dura. –Dijo el malhumorado.

Ella se puso a chupársela con toda la sabiduría que sus años de puta le habían dado, sin conseguir más que ponérsela morcillona. Las intensas masturbaciones de los últimos días, incluyendo la de esa misma mañana con la que casi no podía eyacular, habían mermado mucho sus fuerzas y no conseguía una erección. Al contrario, las manipulaciones le causaban irritación, le escocía la polla y tenía rojo y dolorido el glande.

La mujer probó con todas sus artes: Le comió el culo, le frotó las tetas por el cuerpo, le hizo paja con ellas, le metió el dedo en el culo, le pasó el coño por la boca. Incluso ella, excitada con todo esto, llegó a correrse dos veces. Cosa que no solía ocurrirle casi nunca.

Una hora después, cayó a su lado agotada.

-Lo siento, mi señor. No sé que más hacer para ponerla dura. Sin duda tenéis una maldición que alguien os ha echado para que no podáis follar.

-Lo que pasa es que eres una inútil, que no sabes excitar a tus clientes. ¡Puta de mierda! Vete de aquí antes de que te atraviese con mi espada.

Y la mujer se fue, quedando todo en silencio. Entonces aprovecharon las otras mujeres para pasar a la habitación del joven, sin hacer el más mínimo ruido.

Nada más entrar, se quitaron las camisas, quedando totalmente desnudas, e inmediatamente saltaron sobre la cama. La joven, con una pierna a cada lado de su cabeza para colocar su coño, abierto y mojado ya, sobre su boca, y el ama metida entre las piernas del muchacho para llevar su polla a la boca y ponérsela como una piedra.

El joven, agarró las nalgas de la chica para forzar sus movimientos según quería él, pues ella le presionaba el coño sobre su boca y movía el culo adelante y atrás buscando un rápido orgasmo que él no estaba dispuesto a permitir.

Con sus manos la levantaba ligeramente y la mantenía, mientras hacía que se desplazase despacio en sus movimientos de avance y retroceso. Eso le permitía recorrer con su lengua desde el clítoris hasta su ano, deteniendo el movimiento en los puntos que a él le interesaba. Eso volvía loca a la muchacha, que no paraba de gemir y hablar.

-MMMMMM Siiii. No pareees. ¡AAAAAAHHHHH que gusto!

Sus gemidos hacían coro con los sonidos que el ama sacaba con su polla, metiéndosela entera en la boca hasta darle arcadas y sacándola escurriendo babas, para luego recogerlas lamiéndola toda.

Cuando la tuvo bien dura, el ama también colocó una pierna a cada lado del muchacho y, colocando la punta en la entrada de su coño, procedió a metérsela entera, seguidamente, comenzó un movimiento de pelvis atrás y adelante que sacaba y metía media polla, al tiempo que acariciaba, presionaba y estiraba los pezones de la joven y besaba su cuello. Se notaba que no era la primera vez que lo hacían.

-OOOOOHHHHH qué bueno. Cómo me gusta. Estoy excitadísima. –Dijo la joven.

-Siii. Yo también. Sentir esta polla dentro, me vuelve loca.

El ama siguió con sus movimientos pélvicos estrujando la polla del muchacho, cada vez más rápido

-AAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHH.

El muchacho aguantaba bien. El desgaste de las últimas noches no había sido en vano, su erección se mantenía, pero estaba lejos del orgasmo.

Aceleró los movimientos de su lengua en el coño de la joven al tiempo que el ama se lanzaba a un ritmo desenfrenado.

El ama fue la primera en correrse.

-UUUUUUUAAAAAAAAAAAAAUUUUUUUUUUUUUU .-Gritó.

Y la joven la siguió.

-AAAAAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGGGGGGGGGGGG.

Ambas sacudidas por un fuerte orgasmo, cayeron a ambos lados del muchacho. Se besaron alternativamente, metiéndose la lengua hasta la garganta.

Luego se dedicó a las tetas del ama, chupando sus pezones y acariciándolas. Entonces, la joven pasó a besarse con el ama, que empezaba a gemir de nuevo.

-MMMMMMM.

Entonces el joven bajó para humedecer más su encharcado coño.

-Quiero más. Lléname el coño con tu polla.

El joven la hizo ponerse a cuatro patas y se la clavó en su coño, la joven aprovechó para colocar su coño a la altura de la boca el ama.

El festín de placer estaba en su apogeo. Los gemidos y gritos de ambas así lo demostraban.

-MMMMMMMMMM.

-AAAAAAAAHHHHH

-Dame fuerte.

-Siiii. Chúpame más.

-Plas, plas, plas. –Sonaba cuando el cuerpo del muchacho chocaba con el culo de ella.

-PLAS, plas –Empezó a sonar cuando sacaba la polla y le daba un azote, cada vez en un glúteo, para luego meterla con fuerza hasta chocar.

-Siiii. Qué gusto. Dame más.

-No pares y cómemelo. Estoy apunto.

Las mujeres pronto alcanzaron un nuevo orgasmo, pero nadie se detuvo, manteniendo la excitación, la joven porque, si bien alcanzaba orgasmos increíbles con su clítoris, no se sentía satisfecha hasta ser enculada y correrse con una polla dentro. El ama porque alcanzaba su mayor placer cuando era acariciado o frotado su clítoris. Eso le permitió mantenerse en la follada hasta que ellas se corrieron por tercera vez.

-Siiii. Me corro otra veeeez.

-Aggg. No pares, que te sigo. También estoy apunto.

Tanto gemido, voces y ruido de la cama, que se oía por toda la planta, tenían al Conde totalmente excitado de mente, ya que de polla no conseguía más que una media erección, incapaz de servir para nada. El seguía manipulándola inútilmente con la ilusión de llegar a correrse.

El joven, por su parte, mandó cambiar a las mujeres de posición, porque estaba ya apunto de correrse, poniéndolas en un sesenta y nueve, con la joven arriba.

Ellas empezaron a lamerse y chuparse, volviendo los gemidos y gritos, el joven esperó unos momentos para que bajase su excitación, para colocarse luego tras la joven, escupir en su culo y en la polla y metérsela despacio. Una vez acostumbrada a tenerla totalmente dentro, empezó un fuerte vaivén, que la hacía mover la cabeza y lengua por el coño del ama, al tiempo que la presión de los golpes hacía que la lengua del ama se clavase en su coño.

Los gemidos y voces, ahora más apagados, prosiguieron.

-Mmmmmmmm

-Pfffffffffffffffff

-Plas, plas, plas, …

Tres orgasmos más de ellas y el ama decidió retirarse. El joven dio la vuelta a la muchacha, colocando las piernas elevadas delante de él, para acariciar su coño con la mano y atacó con fuerza su ano corriéndose cuando los espasmos del nuevo orgasmo de ella presionaron su polla.

-Mmmmmmmmmmmmm.

-AAAAAAAGGGGGGGG. Me corroooo.

-Siii, lléname el culo de tu leche.

Y coincidiendo con estos últimos gemidos y gritos, el caballero consiguió correrse en un orgasmo flojo y dolorido de tanto meneársela.

Tras esto, todos se fueron a dormir, cuando ya el sol empezaba a iluminar el horizonte.

Se levantaron tarde. Primero el caballero, luego el joven, con cara de cansado y de no haber dormido.

-Parece que has dormido poco. ¿Acaso los gemidos y gritos de placer no te han dejado dormir?

-En efecto, mi señor, hasta que no me he corrido, no he podido dormir.

-Siento no haberte permitido descansar, pero no sabes lo fogosa que era la muchacha que me llevé a la habitación. Hemos estado follando hasta el amanecer, así que todavía estoy más hecho polvo que tu.

Viendo que estaba contando una mentira para no quedar mal, le dijo:

-Me alegro por vos, mi señor, por los gemidos y gritos, debisteis dejarla totalmente satisfecha.

-Cierto es. Cuando terminamos, marchó casi arrastrándose, pero también a mi me dejó agotado.

En ese momento bajaron las mujeres y cambiaron de tema:

-¿Y qué tal han descansado nuestras damas? –Les preguntó el caballero.

-Nos dormimos tarde, pero hemos hecho tan profundamente que hemos descansado como si llevásemos dos días durmiendo.

-Si, parece ser que a primera hora de la noche hubo bastante ruido por aquí.

Conteniendo la risa, el joven y las mujeres dieron cuenta del desayuno que les habían puesto.

Cuando terminaron, salieron de la posada y entraron en el castillo del tío de la joven. Tras identificarse en el cuerpo de guardia, fueron conducidos al salón de recepciones donde el conde, se levantó de su sillón, ubicado sobre una tarima y bajó a abrazar a la joven. La alegría fue enorme, el conde y su esposa dieron efusivamente las gracias al caballero y al joven por traer sanas y salvas a las mujeres, también les recompensó con una buena bolsa de oro que entregó al caballero.

Ya estaban dispuestos a marchar, una vez cumplida su misión, cuando uno de los soldados que había entrado en la sala, se acercó al muchacho y, poniendo una rodilla en tierra dijo:

-Mi joven señor, os creíamos muerto, como a vuestro padre. Soy uno de los soldados del castillo que resultó herido y dieron por muerto. Es increíble que estéis todavía vivo.

-En lo más duro del ataque, mi padre me hizo meterme en un rincón oscuro, que cubrió con varias cosas, el caso es que pasé desapercibido y marché amparado por la oscuridad de la noche.

-¿Qué vais a hacer ahora?

-Quiero reconquistar mi castillo, que por derecho me pertenece. Buscaré oro y soldados, atacaré el castillo y mataré a todos los sarracenos que se encuentren en él. Igual que hicieron ellos con los míos.

-Marchareis entonces. No preferís quedaos aquí e intentar que os ayuden de los castillos vecinos. –Dijo el conde tío.

-No, bastante tienen aquí con defenderse de los ataques a sus propios castillos. Yo lideraré mi propia tropa.

Y tras las despedidas, el caballero y el joven salieron del castillo, en busca de su destino.

 

Relato erótico: “Aunque me costó: ¡Por fin me follo a mi mujer!” (POR GOLFO)

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Segundo episodio de Marina, la perroflauta con la que me casé.
Tal y como os comenté en el primer episodio, la vida me sonreía pero me faltaba un hijo para sentirme satisfecho. Por eso me puse a buscar una mujer con la que tener descendencia. El problema fue que cuando la encontré resultó que no solo era una extremista sino que me odiaba porque sin saberlo había mandado a su padre al paro.
Aunque éramos polos opuestos, vi en ella un oponente formidable y por eso cediéndole la mitad de mi fortuna me casé con ella. No teníamos nada en común, ella era una activista de izquierdas y yo un potentado. Ella creía en elevados ideales y para mí, el dinero era mi razón de ser.
Para colmo, en mi despedida de soltero, contrato a una puta que parecía su clon que resultó una mujer maravillosa…
 
 
Mi noche de bodas
Al terminar nuestro banquete de boda, pensé que había llegado el momento de hacerla mía y por eso, acercándome a su lado, le susurré al oído:
-No es hora que nos vayamos a la cama.
-Claro, “cariño”- contestó la muy zorra- tú a la tuya y yo a la mía.
Creyendo que iba de broma le recordé el contrato que habíamos firmado. Fue entonces cuando soltando una carcajada, sacó una copia de su bolso y me dijo:
-Para ser un tiburón financiero, tienes muy malos asesores. Léelo bien. Este contrato solo me obliga a engendrar a tu hijo, no ha tener vida marital.
-Te equivocas- respondí cabreado- lo he redactado yo mismo y sé que te obliga a vivir bajo mi mismo techo.
Descojonada, me contestó:
-Tu mayordomo vive bajo tu mismo techo. ¿Eso significa que te acuestas con él?
-¿Y cómo cojones vas a quedarte embarazada sino es acostándote conmigo?
-Con inseminación artificial- respondió disfrutando la hija de perra.
-Me niego- protesté.
-Entonces te demandaré por incumplimiento de contrato y no solo me quedaré con mi 50% sino también con el tuyo.
 Dándome cuenta por primera vez del lío en el que había metido, salí hecho una furia del salón. Hasta mi llegó el sonido de sus risas.
“Sera puta”, pensé, “esto no se queda así”.
Sentado en la barra del bar, llamé a mi abogado y tras explicarle el tema, me dijo:
-Manuel, ¿Puedo serte sincero?
-¿Tan mal lo ves?
Se tomó unos segundos para contestar diciendo:
-Según mi opinión profesional, estás jodido. El contrato ha sido mal redactado y tu única solución, aunque no está nada claro que ganes, es que intentes anularlo.
Sin poder echar la culpa a nadie más que a mí, colgué el teléfono y pedí una copa al camarero. Anular el contrato además de casi imposible, significaría que había ganado esa cabrona y por eso apurando de un trago mi whisky pedí otro más mientras pensaba en cómo solucionarlo. Tenía claro que no iba a dejar que esa cría se saliera con la suya y encima se quedara con la mitad de mi dinero pero no se me ocurría como darle la vuelta.
Cuando más desesperado estaba por no encontrar una salida, sentí que me tocaban en el hombro. Al darme la vuelta, vi que Marina con otro traje sonreía a mi lado. Pensando que venía a torturarme, ni siquiera me digné a saludarla y me di la vuelta.
-Chiquillo, ¿Así es como saludas a tus amigas?
Al escuchar su acento sevillano, caí en que no era mi nueva esposa sino su clon. Sentí que mi noche iba a cambiar y levantando mi culo del asiento, le pedí que me acompañara.
-¿Qué te ocurre para estar tan malhumorado?- me preguntó mientras llamaba al camarero.
Increíblemente no me importó su pregunta ya que entre nosotros se había tejido una extraña amistad impensable entre puta y cliente. Quizás por eso o puede que en ese instante necesitara una segunda opinión, le expliqué lo sucedido. La muchacha me escuchó atentamente y solo cuando terminé, me soltó con su típico gracejo andaluz, muerta de risa:
-La jodida te tiene agarrado de los huevos.
-Así es- respondí de mejor humor por la burrada- es peor que la serpiente de la biblia.
Fue entonces cuando me percaté que no sabía su nombre porque la noche anterior había insistido en que la llamara Marina, por eso bromeando con ella, le solté:
-¿Qué quieres por tu nombre real?
-Poca cosa, un beso y…mil euros.
Saqué de inmediato de mi cartera su tarifa pero antes de dársela, le dije:
-Espero que esto incluya toda la noche.
Descojonada, la castaña me respondió:
-Por supuesto, puedo ser una puta cara pero no una estafadora como tú.
Encantado por su caradura, le di un beso e insistí en que me dijera como se llamaba.
-Triana me puso mi santa madre.
Satisfecho por no tener que llamarla como a ese engendro del demonio y volviendo al tema que me había llevado hasta la barra de ese bar, le dije:
-¿Se te ocurre algo para salir de este embrollo?.
-Lo tienes fácil…- contestó haciendo una pausa-…¡Mátala! o ¡Viólala!
-No seas bestia- respondí soltando una carcajada- matarla lo había pensado pero lo de violarla me parece muy duro.
-“Quillo”, entonces tendrás que enamorarla. Estoy segura que esa zorrita se moja con solo pensar en que te la tires.
-¡No la conoces! ¡Es fría como un tempano!
Sin importarle las demás personas que estaban en el local, cogió mi mano y se la llevó a la entrepierna diciendo:
-Si eres capaz de excitarme sabiendo que solo eres un cliente, ¿Qué crees que le ocurrirá a esa niña?
Su optimismo me dio esperanzas y bastante más verraco de lo que nunca le llegaría a reconocer, pagué nuestras copas y directamente, me la llevé a la habitación.
Nada más cerrar la puerta, Triana se lanzó sobre mí y sin darme tiempo a quitarme los pantalones, sacó mi pene de su encierro. Pensé que iba a hacerme una mamada pero en vez de arrodillarse, se bajó las bragas y me pidió que la tomara. Su entrega me calentó de sobre manera y apoyando su espalda contra la pared, la cogí en mis brazos y de un solo arreón la penetré hasta el fondo.
-¡Animal!- chilló al sentirse invadida y forzada por mi miembro, pero en vez de intentarse zafar del castigo, se apoyó en mis hombros para profundizar su herida.
La cabeza de mi pene chocó contra la pared de su vagina sacando sus primeros gemidos. Sabiendo que no estaba suficientemente lubricada, esperé a que se relajara antes de iniciar un galope desenfrenado, pero ella me gritó como posesa que la tomara diciendo:
-¡Fóllame!
Fusionando nuestros cuerpos con un ritmo brutal,  la garganta de la muchacha no dejó de aullar al mismo tiempo que sentía su coño forzado. En pocos segundos un cálido flujo recorrió mis piernas mientras Triana se derretía en mis brazos con una extraña facilidad. Sin llegarme a creer su entrega, fui testigo de su orgasmo aún antes de que el mío diera señales. Manteniéndola en volandas, disfruté de su placer mientras en mi entrepierna se iba acumulando la tensión.
Sin estar cansado, la llevé hasta la cama y tumbándola sobre el colchón, la volví a penetrar con mi miembro. Esta nueva postura me permitió deleitarme con la visión de sus enormes pechos bamboleándose al ritmo de mis caderas mientras su dueña pedía mis caricias. Absorto en esas dos maravillas, las acerqué a mi  boca.
Triana berreó como una loca cuando sintió la tortura de  mis dientes sobre sus pezones. Ya totalmente fuera de sí, clavó sus uñas en mi espalda. El dolor que sentí azuzó mi morbo y deseando derramarme en su interior, comencé a galopar sobre ella. Con mi pene golpeando su vagina y mis huevos rebotando contra su sexo, exploté dentro de su cueva  mientras a mis oídos llegaban sus gritos de placer.
Agotado me desplomé a su lado. Aunque no me lo esperaba, Triana se abrazó a mí y con su cabeza sobre su pecho, sonriendo me soltó:
-Definitivamente, Marina tiene suerte- y levantando su mirada, me preguntó: -¿A qué hora os marcháis?
-A las ocho- respondí.
Mirando su reloj sonrió y dijo:
-Tengo tres horas para que nunca olvides tu noche de bodas….
 
Nuestro viaje en avión.
 
Esa mañana me levanté gracias a la alarma del despertador. Había dormido poquísimo pero no me arrepentía, mi noche de bodas había resultado perfecta de no ser que la había pasado con una mujer que no era mi esposa. Lo único malo fue que al abrir los ojos, la sevillana había desaparecido. Asumiendo su papel, discretamente se había marchado sin despedirse.
“¡Qué muchacha más encantadora!”, me dije notando su ausencia.
Lamentando en cierta forma el haberme casado con Marina y no con Triana, me vestí y bajé a encontrarme con mi esposa. La muy hija de perra estaba esperándome en el hall y nada más verme se acercó a mí, diciendo:
-Tienes mala cara, ¿Te emborrachaste ayer?
-Para nada- respondí- un ángel se apiadó de mí y me hizo olvidarme de la que faltaba en mi cama.
La mera insinuación de que había pasado la noche con otra mujer, curiosamente le afectó y de muy mal humor, me pidió que saliéramos rumbo al aeropuerto. Durante el trayecto en coche, se mantuvo en silencio demostrándome sin querer su cabreo. Pensando en su reacción, por primera vez, dudé si Triana tenía razón y esa perroflauta en verdad se sentía atraída por mí.
“Es imposible”, sentencié.
Ya en mi avión particular y en vista de su silencio, saqué unos informes sobre el país donde íbamos para ver si había alguna posibilidad de hacer negocio aprovechando mi estancia.  Al cabo de una hora me había hecho una idea de lo que me iba a encontrar; Sierra Leona es el segundo país más pobre del mundo. Su pobreza viene en gran medida de la guerra civil que ha devastado ese país durante décadas, así como por la corrupción de sus gobernantes. Tras leer que entre  sus riquezas naturales estaba una de las reservas más importante de “rutilo”, me empezó a interesar ya que ese mineral es la base para extraer  “titanio”.
-Coño- me dije- puede que no haya sido tan mala idea venir hasta el culo del mundo.
Cogiendo el teléfono, llamé a un contacto para que me investigara si había forma de contactar con los actuales gobernantes. Acababa de colgar cuando al girarme, vi que Marina estaba dormida en un asiento cercano.
“Dormida parece hasta buena”, pensé.
Recreándome, observé su belleza. La naturaleza le había sido generosa, no solo era una mujer bellísima sino que tenía un par de poderosas razones realmente espectaculares. Vestida con un vestido de algodón, se veía a través de la tela que sus pechos estaban decorados con dos negros y hermosos pezones.
“Está bien buena”, sentencié ya interesado.
Bajando mi mirada por su cuerpo, disfruté de sus piernas.
“Es perfecta”.
Sus muslos y sus pantorrillas parecían cincelados por un escultor, pero lo que realmente me dejó impresionado fue la perfección de sus pies. Cuidados con esmero, tenía las uñas pintadas de rojo.
Llevaba al menos cinco minutos admirándola cuando oí que se quejaba de la postura. Apiadándome de ella, me acerqué y sin despertarla, la cogí entre mis brazos y la llevé hasta la cama que había en el pequeño dormitorio del avión. Al depositarla sobre las sabanas, la vi tan bella que no me pude retener y le robé un suave beso.
Fue entonces cuando abriendo los ojos, sonrió y me dijo:
-Aunque seas un ladrón, gracias.
Creí ver en su respuesta una clara invitación y por eso quise tumbarme a su lado pero ella lo impidió diciendo:
-Sigue trabajando y déjame en paz.
Su tono indignado me hizo salir de ese compartimento y enfadado, volver hasta mi asiento.
“Será hija de puta”, mascullé.
Desgraciadamente para mí, esa mujer me atraía y sus desplantes lo único que conseguían eran incrementar mi deseo. Intentando olvidar su presencia, intenté concentrarme en la pila de informes que tenía que revisar pero me fue imposible.
¡No podía quitármela de la mente!
No me siento muy orgulloso de lo que os voy a contar pero dejando a un lado los papeles y actuando como voyeur, conecté vía ordenador con la cámara instalada en esa alcoba. Mi primera sorpresa fue descubrir que creyéndose a salvo, Marina se había desnudado pero la segunda y sin duda la mayor de las dos, fue percatarme que esa supuestamente frígida se estaba masturbando con los ojos cerrados.
“¡No puede ser!”, exclamé mentalmente mientras seguía totalmente hipnotizado esa escena.
Durante un largo rato, violé su intimidad observando como mi esposa masajeaba su clítoris mientras con su otra mano pellizcaba sus pezones. La razón pero sobre todo la moral me empujaban a apagar el portátil, pero el morbo de espiarla mientras esa mujer se dejaba llevar por la pasión me lo impidió. Así fui testigo de cómo Marina se iba calentando sin ser consciente que su lujuria estaba siendo observada por mí.
“Dios, ¡Que erótico!”, sentencié mientras en la otra habitación, la mujer disfrutaba.
Coincidiendo con su clímax, me pareció leer en sus labios mi nombre.
“Me he equivocado”, pensé al parecerme imposible que fuese yo el objeto de su deseo, “¡Debe estar pensando en otro!”.
Celoso hasta decir basta, apagué el puñetero ordenador y me serví una copa.  Aunque me serví mi whisky preferido, no pude disfrutar de su sabor porque mi mente estaba ocupada recordando la visión de su cuerpo mientras se masturbaba. Desplomándome sobre mi asiento, descubrí aterrorizado que ya no era cuestión de amor propio sino que realmente deseaba hacerla “mi mujer”.
 
Llegamos a Sierra Leona.
 
El aterrizaje en el aeropuerto de Lungi transcurrió sin novedad a pesar de lo exiguo de su pista. Al bajarnos del avión, ese país nos recibió con una bofetada de calor que me hizo pensar en un horno a todo gas.
-¡Puta madre! ¡Qué bochorno!- exclamé casi sin respiración.
A mi lado, mi esposa se rio de mí diciendo:
-Solo a ti se te ocurre venir con corbata.
Sé que debí de hacerla caso pero el orgullo me impidió quitármela en ese instante. Soportando más de cuarenta grados, la seguí hasta la terminal. Dentro del edificio, la situación empeoró porque al calor del ambiente se sumó el producido por el gentío allí congregado.
“A la mierda”, me dije y claudicando, me desprendí de la puñetera corbata.
Por mucho que fuera el aeropuerto de la capital de ese país, sus instalaciones eran una mierda. Sin aire acondicionado y con sus muros agrietados, me hizo temer lo que nos íbamos a encontrar en el campo de refugiados. Mi humor ya era pésimo pero al ver la alegría con la que esa mujer entregaba los pasaportes al policía, se incrementó mi malestar y nuevamente me arrepentí del día que tomé la decisión de casarme con esa mujer.
“Está disfrutando la muy zorra”, rumié  entre dientes de muy mala leche.
Cualquier situación es susceptible de empeorar, dice una de las leyes de Murphy y doy testimonio de su veracidad. Si ya de por sí, ese calor era inhumano cuando por fin salimos de la terminal y junto con los miembros de la ONG nos subimos en la parte de atrás de una pick-up, comprendí las penurias que tendríamos que soportar durante ese jodido mes.
-Verdad que es precioso- soltó Marina camino a nuestro destino.
“¡Es un estercolero!”, pensé pero en vez de exteriorizar mi espanto, le respondí:
-Maravilloso.
-La pena es que a este paraíso lo jodieron las internacionales con sus oscuros intereses.
Debí morderme la lengua pero me indignó la forma tan evidente con el que retorcía la historia a favor de su ideología y sin medir las consecuencias, le solté:
-¡No me jodas! A todas las multinacionales les interesa la estabilidad para así hacer negocios, a esta tierra la ha devastado la división entre sus diferentes tribus.
Mi respuesta cargada de razón no la satisfizo y dimos inicio a una larga discusión donde ella achacaba todos los males de ese pueblo a  los mercaderes de armas y yo, a su incultura y al odio entre las diferentes etnias. Nuestros compañeros de batea nos miraban acojonados. Sin atreverse a intervenir, no les parecía normal que unos recién casados discutieran de ese modo.
En un momento dado, Marina dando por finiquitada la discusión soltó:
-Mejor dejémoslo porque no eres más que un fascista.
Incapaz de quedarme callado, respondí:
-Tienes razón, es imposible hacer razonar a una perroflauta como tú.
 Con nuevos bríos renovamos nuestra bronca y solo dejamos de echarnos los trastos cuando la camioneta llegó al campo de refugiados. La pobreza y la masificación del lugar era tal que incluso me llegó a afectar. No cabía en mi mente que tantos hombres y mujeres y niños pudieran subsistir en tan paupérrimas condiciones.
-Joder- exclamé realmente conmovido.
A mi lado, Marina con el corazón encogido lloraba como una cría. Para ella ver toda esa hambre y desesperación, fue demasiado y cerrando los ojos, deseó que no fuera verdad lo que veía,
-¿Cuánta personas malviven aquí?- pregunté a uno de los veteranos.
-Más de treinta mil- respondió- y crece cada día.  Aunque ahora Sierra Leona está en Paz, no dejan de llegar nuevos refugiados de otros países de la región.
Sabiendo que era solo uno de muchos y que la ONU calculaba más de diez millones de desplazados en esa área, realmente me impactó ver ese conglomerado de chabolas, sin luz eléctrica, sin agua pero sobre todo sin las menores condiciones higiénicas. Al paso de nuestro vehículo, multitud de esos desgraciados se acercó buscando quizás unas migajas que llevar a sus hambrientos estómagos. La angustia que leí en sus ojos, me emocionó y por eso antes de llegar a donde tenía esa ONG su cuartel general, decidí que había que hacer algo.
La casualidad quiso que la directora de ese lugar estuviera esperando nuestra llegada y obviando que Marina esperaba mi ayuda con nuestro equipaje, la cogí del brazo y me la llevé de paseo.  Al cabo de una hora, me hice una idea de las necesidades más perentorias del campamento y sin explicárselo a mi mujer, tomé medidas para que mi gente organizara el rápido abasto.
Al  volver a donde había dejado a Marina bajando nuestros enseres, tuve que preguntar por ella porque no la veía por ninguna parte. Un voluntario me ayudó a encontrar la tienda de campaña donde íbamos a dormir. Cuando entré, mi esposa estaba roja de ira y antes de que me diera cuenta, tiró mi ropa y mi saco de dormir fuera diciendo:
-No soy tu chacha para ir cargando tus cosas mientras tonteas con esa zorra.
-¿De qué zorra hablas?
-De la rubia con la que te has ido dejándome sola con todo.
El desprecio con el que se refería a la jefa de todo ese tinglado, me hizo gracia y sin sacarla de su error, hurgué en su herida diciendo:
-Es lo único agradable que  me he encontrado en esta mierda de país.-
Disfrutando de la reacción que había provocado en ella mi desaparición con Helen, le dije:
-Por cierto, hemos quedado con ella a cenar. Nos espera en una hora.
-No te da vergüenza en vez de trabajar a favor de esta gente, dedicarte a ligar con todo lo que lleva faldas.
Solté una carcajada al oírla y saboreando la situación, le solté:
-¿No estarás celosa?
-Vete a la mierda- contestó y dotando a su tono de todo el desprecio que pudo, terminó diciendo: -¡En África hay que tener cuidado! ¡No vaya a ser que  cojas el sida!…
 
Nuestra primera noche y nuestro segundo día en ese campamento.
 
Tal y como me había anticipado, esa noche, Marina se negó de plano a acompañarme y por eso, cené solo con la directora. Esa cena además de muy agradable, nos permitió planear el modo en que distribuiríamos los víveres que había conseguido. La rubia estaba tan encantada con mi colaboración que incluso se apuntó a acompañarme al día siguiente a ver al presidente de esa república africana.
Al volver a nuestra tienda, la cabrona de mi esposa se n. egó a dejarme entrar aun sabiendo que si dormía a la intemperie sería pasto de los mosquitos. Por mucho que insistí no conseguí hacerla cambiar de opinión y no  me quedó más remedio que irme a dormir al amparo de la nave de una iglesia protestante que había en el lugar.
El sol del amanecer me despertó y tras desayunar, fui a coger ropa con la que al menos dar imagen de hombre de negocios y no la de un pordiosero. Al no ver a mi esposa, cogí lo que necesitaba de la mochila y me fui a duchar. Al cabo de media hora y ya vestido con mejores galas, me recogieron para llevarme a la capital.
Estaba metiéndome en el coche cuando vi aparecer a Marina. Ella al verme acompañado por la directora del campo, llegó corriendo y me preguntó dónde iba.
-A Freetown con Helen- respondí sabiendo que se molestaría- ¿Quieres venir?
-No, me quedó trabajando- de muy malas maneras me contestó.
Como seguía indignado por el modo que me había prohibido la entrada en la tienda que era tanto de ella como mía, no le expliqué las razones de mi partida dejándola con la duda de que narices iba a hacer con esa mujer…
Freetown, la capital de Sierra Leona, con más de un millón de habitantes no se le puede considerar una gran ciudad sino un puerto rodeado de kilómetros de chabolas. Mis contactos me había conseguido una cita con el mandatario de ese país y por eso nada más llegar al palacio presidencial, nos llevaron directamente a verle.
La sorpresa fue que no estaba solo sino con otros dos ministros. Helen me miró alucinada porque llevaba cinco años por esos parajes y nunca había conseguido ver a nadie superior a un subsecretario. Viendo su inexperiencia, le pedí que me dejara hablar a mí.
Para resumir, rápidamente les expliqué que me había comprometido con esa ONG a donar gratuitamente el abasto de arroz y legumbres que necesitaran durante dos años pero como no era mi intención el figurar, le pedí al presidente que anunciara él la medida. El tipo que era un viejo zorro comprendió que eso aumentaría su popularidad y dejando a sus ministros que cerraran los flecos de la ayuda con Helen, me cogió del brazo y me susurró:
-Ya que nos hemos ocupado del pueblo, ahora, ¡Hablemos de negocios!
El mandatario me llevó a una cantina que tenía en el sótano y alrededor de de una mesa y una botella, nos pusimos a negociar. Seis horas después y con varios contratos bajo el brazo, llegamos de vuelta al campamento.  Los primeros camiones con los víveres ya habían llegado. Al buscar a Marina la vi repartiendo la comida recibida entre esa pobre gente. Si de por sí ya estaba enfadada conmigo cuando al acercarme a saludarla, olió que me había tomado varias cervezas se indignó y dejándolo todo, fue contra mí pegándome mientras gritaba:
-¡Y yo que pensaba que conseguiría cambiarte!
Aunque pude evitar casi todos sus golpes, no me fue posible parar su último bofetón.  Sin decir nada, me di la vuelta y me fui directamente a hacer las maletas. Podía soportar sus desplantes pero nunca que se atreviera a usar la violencia.
“Soy un imbécil”, me dije mientras  doblaba la ropa para salir por patas de ese país y de su vida.
Acababa de cerrar las maletas cuando la vi entrar con lágrimas en los ojos.
-Lo siento- dijo avergonzada- me volví loca cuando te vi irte con Helen. Ahora que me ha contado la ayuda que has prestado no sé qué decir.
-Me da igual lo que digas, ¡Me voy!
Acercándose a donde yo estaba, me cogió de la mano, diciendo:
-Perdóname, he sido una tonta. Los celos me hicieron actuar así.
El silencio se adueñó de la tienda, tanto ella como yo,  nos dimos cuenta del verdadero significado de sus palabras. Esa mujer, la extremista que en teoría me odiaba en realidad deseaba compartir conmigo su vida.  El modo artero y cruel con el que me había tratado era un modo de defensa. Sin tenerlas todas conmigo, la agarré de la cintura y la besé.
Marina respondió con pasión a mi beso, frotando su pubis contra mi pene. La presión que ejerció sobre él, me produjo de inmediato una erección y ya dominado por la calentura de tenerla entre mis brazos, deslicé mis manos hasta su trasero.
-¿Estas segura?
Separándose de mí, me miró mientras dejaba caer los tirantes que sostenían su vestido. Al caer este al suelo, me permitió observarla totalmente desnuda por primera vez. Era de una belleza deslumbrante. Con un cuerpo de escándalo, sus grandes pechos y su estrecha cintura eran el adorno necesario para hacer honor a su trasero.
¡Sus duras nalgas eran dignas de un museo!
Os juro que de buen grado me hubiera quedado observándola durante horas porque era perfecta pero al descubrir en sus ojos un enorme deseo, decidí tumbarla en la cama. Marina sonriendo dejó que lo hiciera. Teniéndola sobre el pequeño catre, empecé a acariciarla. Mis manos recorrieron su cuello, bajando por su cuerpo. Sus dos negros botones se le pusieron duros incluso antes de que los tocara.
-Eres hermosa- susurré mientras pellizcaba uno de ellos.
Mi esposa, la perroflauta, gimió al sentir mi caricia. Deseando darle placer, sustituí mis dedos  por mi lengua y apoderándome de ellos, los mamé como iba a hacer nuestros hijos en unos años.
-Me encanta- suspiró reteniendo un grito.
Tener su pezón en mi boca mientras, mis yemas se recreaban en el resto de su cuerpo, era una verdadera gozada. Disfrutando de todos y cada uno de sus gemidos decidí que nuestra primera vez tenía que ser ideal.
Quería  hacerla mía lentamente. Por eso poniéndome en pie, me fui desnudando sintiendo sus ojos clavados en mis maniobras. Su mirada era una mezcla de deseo y de necesidad que me dejó alucinado. Marina me observaba ansiosa, nerviosa, como si estuviera temerosa de fallarme. Ya desnudo, me tumbé a su lado abrazándola.
Mi todavía no estrenada esposa restregó su pubis contra mi sexo, invitándome a que la poseyera pero en vez de lanzarme de lleno, le dije:
Antes necesito tocarte.
Bajando por su cuerpo, dejé sus pachos y me concentré en su estómago liso. Sin gota de grasa era precioso.  Mi lengua fue recorriéndolo.
-Te deseo- gimió descompuesta al notar que me acercaba a su entrepierna.
Al contrario de la mujer que tanto se parecía, Marina lo tenía exquisitamente depilado. Su aspecto juvenil era un engaño porque no tardé en comprobar que olía a hembra hambrienta.
-¡Qué maravilla!- alcancé a decir antes de hundir mi cara entre sus muslos.
Usando mis dedos, separé sus labios y fue entonces cuando apareció ante mí su  erecto botón rosado. La genuina hermosura de su clítoris me invitó a jugar con él. Con la lengua como instrumento de tortura lo lamí continuadamente  mientras pellizcaba sus pezones.
-¡Como me gusta!- berreó gritando para acto seguido llenar mi boca con el flujo que manaba de su cueva.
El dulce orgasmo que asoló a la muchacha se vio prolongado durante un largo rato. Aferrando con sus manos mi cabeza, me pidió que la hiciera el amor. En un intento de prolongar el placer que estaba sintiendo mi mujer, no dejé de beber de su rio hasta que llorando me imploró:
-¡Fóllame!
-¿Quién quieres que te folle?, ¿Tu novio?, ¿Tu Amante? o ¡Tu esposo!-, le pregunté cruelmente, poniendo la cabeza de mi glande en su abertura.
-¡Mi esposo!- me respondió con la respiración entrecortada.
-¿Acaso tienes novio o amante?- dije mientras jugaba con su clítoris.
-¡No! ¡Solo te tengo a ti!-, contestó apretando sus pechos con sus manos.
Escucharla tan desesperada, me excitó e introduciendo la punta de mi pene en su interior, esperé su reacción.
-¡Fóllame!, por favor, ¡no aguanto más!-.
Lentamente, le fui metiendo mi pene. Al hacerlo, toda la piel de mi extensión disfrutó de los pliegues de su sexo al irla empalando. La estrechez y la suavidad de su cueva sublimaron mi deseo y viendo que mi calentura era total,  comprendí que en esa postura no tardaría en correrme.  Por eso sacándola de su interior, la puse a cuatro patas.
-¡Qué haces! ¡Te necesito dentro de mí!- gritó molesta.
Al ver su trasero advertí alborozado que esas poderosas nalgas escondían un tesoro virgen que no desvirgué en ese instante al estar convencido de que iba a hacerlo en un futuro. Colocando la cabeza de mi verga en la entrada de su cueva, le pedí que se echara despacio hacia atrás.  Pero su urgencia y la necesidad que tenía de ser tomada le hizo de un golpe insertársela hasta el fondo.
Marina al sentirse llena empezó a mover sus caderas como si se recreara con mi monta. Comportándose como una yegua, relinchó al sentir que me agarraba a sus dos ubres y empezaba a cabalgarla. Apuñalando sin piedad su sexo con mi pene, no tardé en escuchar sus berridos cada vez que mi glande chocaba con la pared de su vagina.
-¡Úsame como a una de tus putas!- gritó descompuesta al sentir el chapoteo que producían sus labios cada vez que sacaba mi verga de su interior.
Al escucharla, agarré su negro pelo a modo de riendas y azotando su trasero, le ordené que se moviera. Mis azotes  la excitaron aún más y sin importarle que alguien del campamento nos escuchara, me pidió que no parara. Disfrutando de mi dominio, me salí de ella y me tumbé en el catre.
-No seas cabrón- me soltó molesta por la interrupción.
Con su respiración entrecortada y mientras no dejaba de exigirme que la tomara, poniéndose a horcajadas sobre mí, se empaló con mi miembro reiniciando un salvaje cabalgar. No tardé en deleitarme con la visión de sus pechos rebotando arriba y abajo al compás de los movimientos de sus caderas.
-Bésate los pezones- ordené.
Mi ya por entera mujer me hizo caso y estirándolos con las manos,  se los llevó a su boca y los besó. Eso fue el detonante para que naciendo en el fondo de mi ser, el placer se extendiera por mi cuerpo y explotase en el interior de su cueva.
Marina, al sentir que mi simiente bañaba su estrecho conducto, aceleró sus embestidas. Acababa de terminar de ordeñar mi miembro, cuando  ella empezó a brutalmente correrse sobre mí. Con su cara desencajada por el esfuerzo, me dio las gracias diciendo:
-No sabes cómo necesitaba ser tuya.
Totalmente exhausto caí sobre las sabanas, abrazado a una mujer que apenas conocía pero que se había convertido en  mi obsesión. Llevábamos cinco minutos descansando cuando apoyándose en los codos, me preguntó:
-Cariño, ¿Por qué no me explicaste lo que había hecho?
Muerto de risa le contesté:
-Mi querida perroflauta, nunca lo hubieses entendido. Hay veces que hace más quien está en un despacho al teléfono que un centenar de obreros maza en mano.
Sonriendo aunque me había metido con su ideología, contestó:
-Para ser un facha de mierda, tienes bastante razón – y soltando una carcajada, prosiguió diciendo: – A partir de hoy, tomaré en cuenta tu opinión, pero ahora fóllame otra vez o te pongo a trabajar repartiendo la comida.

 

Por supuesto que esa noche me la follé y no solo una vez, sino varias. Lo que nunca le conté fue que habiéndome gastado quinientos mil euros en dar de comer a esa pobre gente, gané con su presidente más de diez millones.

 

¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 
 
 
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