






Primer acto:
Atado y en pelotas, no pude evitar que esa arpía se apoderara de mi sexo y cogiéndolo entre sus manos, buscara obsesivamente mi erección.
-Ves que fácil ha sido comportarte como mi marido. Ahora te dejo descansar durante una hora pero luego te toca sustituir a mi hija-
A partir de ese momento, fue incluso tierna al depilarme y os tengo que decir que cuando le tocó el turno a mi entrepierna, esa loca se permitió el lujo de hacerlo con brocha y jabón. No sé si fue el cambio, pero al sentir la caricia de la brocha en mis huevos, mi miembro me traicionó irguiéndose. Ella al ver mi estado, se dedicó a excitar mi sexo mientras terminaba de afeitarme, de manera que cuando acabo, mi pene tenía una erección de caballo. Satisfecha, se levantó y con una extraña sensualidad se desnudó frente a mí junto antes de agachándose, meterse entre mis piernas. No comprendo cómo ni porqué me puso a mil ver que desnuda mi ex suegra acercaba su boca a mi miembro, pero la verdad es que desbordado por las sensaciones le rogué que me la comiera.
Segundo acto.
Juro que no preví su siguiente paso, cogiendo con una mano mi miembro, se puso encima de mí y fue entonces al sentir un extremo duro, supe lo que me tenía preparado. “¡La muy puta tiene un arnés!” pensé horrorizado al experimentar la presión de un glande de plástico sobre mi todavía virginal agujero.
Sinopsis:
Desde que recibió la llamada, supo que recordaría ese fin de semana toda su vida. Tras una noche de jueves con demasiado alcohol, se levantó a contestar creyendo que sería un amigo. Para su sorpresa era uno de sus mejores clientes el que llamaba y al no poder escaquearse, se tuvo que vestir para ir a sacar a su hija de la comisaría.
Ahí se enteró que la policía acusaba a su retoño de ser la asesina en serie que llevaba aterrorizando Madrid las últimas semanas. Su modus operandi la había hecho famosa y todos los periódicos seguían sus andanzas y es que, tras seducir a sus víctimas, las mataba drenando hasta la última gota de su sangre.
En este libro, Fernando Neira nos vuelve a demostrar porqué es uno de los estandartes de la nueva literatura erótica en español.
ALTO CONTENIDO ERÓTICO
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los CUATRO primeros capítulos:
Supe que ese fin de semana iba a ser de los que hacen época y no exactamente por bueno. Tras una noche de jueves que empezó bien pero que terminó con demasiado alcohol, me levanté con un puñal atravesándome la sien y no podía echarle la culpa a nadie más que a las tres botellas vacías que esperaban en silencio que un alma caritativa las echara a la basura.
«¡Menuda resaca!», pensé mientras me prometía como tantas otras veces que es mismo viernes iba a dejar de beber.
Con la boca pastosa, apagué el despertador e intentando mantenerme en pie, salí rumbo a la cocina. Mi idea inicial era preparar un litro de café que me permitiera sobrevivir esa mañana, pero apenas había dado dos pasos cuando mi teléfono comenzó a sonar.
Su estridente sonido zumbó en mis oídos con inusitada dureza y desesperado corrí a cogerlo.
«¿Quién coño llamará a estas horas?», murmuré.
Mi cabreo mutó en acojone al contemplar en la pantalla que era Toledano mi mejor cliente. Por experiencia sabía que ese oscuro inversor era un ser noctámbulo y por ello comprendí que nada bueno podía derivarse de esa llamada.
―Simón, ¿en qué te puedo ayudar? ― tratando de aclarar mi voz pregunté.
Para mi sorpresa no era ese viejo frio e insensible, sino su secretaria y estaba llorando. He de decir que al escuchar sus lloros supuse que algo grave debía de haber pasado con su jefe. Aunque hice todo lo que se me ocurrió para que se tranquilizara y me contara cuál era el problema, me di por vencido cuando después de diez minutos al teléfono había sido incapaz de sonsacarle nada coherente, a excepción de que tenía que ver con alguien de su familia.
Por ello vi el cielo abierto cuando destrozada y sin poder seguir hablando, Juncal me pasó a Simón. A éste se le notaba también triste pero no tanto como ella y por fin me enteré de que estaban en la comisaría de Argüelles porque habían detenido a la hija de su secretaria. Me extrañó que estuviera tan afectado porque no en vano le había visto firmar un despido colectivo que mandaba a la puta calle a dos mil personas sin inmutarse.
― ¿De qué la acusan? – pregunté.
―De asesinato― contestó mi cliente.
Admito que me esperaba otra respuesta. Había supuesto que se le habían pasado las copas, pero nunca se me pasó por la cabeza que fuera por algo tan grave.
Ya despierto del susto, quise saber a quién se suponía que había matado y fue entonces cuando me informó que la responsabilizaban de al menos media docena de muertes.
― ¿Qué has dicho? ― pregunté pensando en que lo había oído mal.
―La policía sospecha que es la asesina en serie que lleva actuando todo el año en Madrid.
Cómo no podía ser de otra forma, me quedé mudo. Durante los últimos seis meses los periódicos no dejaban de hablar y especular sobre una femme fatale que se dedicaba a matar a jóvenes universitarios.
«¡Puta madre! ¡Pobre Juncal!», pensé mientras intentaba ordenar lo que sabía del caso.
Así recordé el haber leído que, desde el principio, los polis habían especulado desde el principio que la culpable era una mujer, dado las víctimas eran heteras y aparecían atadas sin signos de haberse defendido, como si se hubiesen dejado maniatar voluntariamente.
«Se supone que la asesina primero los seduce y por ello no se defienden, pensando que se trata de algún tipo de juego erótico hasta que es demasiado tarde».
Que todos fueran fuertes y deportistas no había hecho más que incrementar el interés del público, pero lo que realmente había convertido ese caso en un filón de oro para los periodistas había sido el método usado para acabar con sus vidas:
¡La exanguinación!
Un escalofrío recorrió mi cuerpo al recordar que según los diarios los dejaba totalmente secos, ¡sin una gota de sangre! Y que por ello habían puesto a la supuesta culpable el sobrenombre de “la chupasangre psicópata”.
Tras aceptar el caso, pedí a Simón que le dijese a Juncal que en cuanto me vistiera iba hacia allá y que mientras tanto que no hablase con la policía y todavía menos su hija, no fuera a ser que luego se tuviese que arrepentir de lo que hubiese dicho o declarado.
―No te preocupes. Eso mismo
fue lo primero que le dije al saber de lo que la acusaban.
De camino a la comisaría, no dejaba de pensar en lo que estaría pasando por la mente de Juncal y lo difícil que sería aceptar que su niña pudiese estar involucrada en algo tan siniestro. Conociéndola, no me cuadraba tuviera una hija de esa edad como tampoco que le saliera tan descarriada.
«Debe estar muy jodida», medité impresionado.
Pero lo que realmente me tenía mosca era qué tenía que ver Simón Toledano en ello y a qué se debía la importancia que le daba al tema. Las malas lenguas decían que esa morenaza, además de secretaria para todo, era su amante y aunque hasta ese día nunca me lo había creído, su actitud apesadumbrada me hizo pensar en que era cierto.
Meditando en ello, comprendí el mutismo de mi cliente:
«Lo primero que se pide a alguien de su profesión es tener fama de ser serio y honrado, sin mácula de sospecha» me dije mientras conducía: «Nadie pone su fortuna en manos de alguien con una doble vida».
Por otra parte, estaba el tema de la edad. Mientras Juncal no debía de tener más de cuarenta años, su jefe debía sobre pasar los setenta.
«Debe ser más joven que cualquiera de los hijos de ese cabrón», sentencié recordando que al igual que su viejo, esos dos era considerados unos tiburones sin escrúpulos, pero a la vez unos mojigatos en cuestión de faldas: «Siempre se vanaglorian de que un judío practicante nunca era infiel a su mujer».
Jamás había tenido motivo alguno para sospechar lo contrario. Siempre había achacado a la envidia los comentarios sobre Simón y en ese momento no tenía nada claro que no hubiera nada entre ellos, como tampoco quien era el padre.
Por lo que sabía, Juncal era soltera y por ello con las sospechas más que fundadas sobre la paternidad de la chavala, llegué a la comisaría. En la puerta y con cara de pocos amigos, Simón me estaba esperando:
―Pedro, no me importa cuánto me cueste ni a quién tengas que untar, pero quiero que saques inmediatamente a la niña de aquí. ¡Sé que es inocente!
―Déjalo de mi cuenta. Lo primero que debemos hacer es averiguar qué tienen en su contra y en qué basan la acusación― respondí tratando de tranquilizar a mi cliente.
―Me da igual lo que digan: ¡Raquel no tiene nada que ver con esos asesinatos!
Al oír cómo se llamaba, se maximizaron mis sospechas porque el hecho de que Juncal le pusiera un nombre de origen bíblico era algo bastante esclarecedor.
«Es un nombre que cualquier judío pondría a alguien de su sangre. Al final va a ser un desliz del viejo», medité y sin exteriorizar mis pensamientos, saludé a la madre.
Sin maquillaje y con los ojos rojos de haber estado llorando seguía siendo una mujer guapísima.
―Tranquila, haré todo lo que pueda para sacar a tu hija.
La desesperación que leí en su rostro no me gustó nada porque en cierta medida significaba que no tenía la seguridad plena sobre la inocencia de su retoño y por ello, dirigiéndome al policía de la entrada, pedí hablar con mi defendida.
Al enterarse de que era el abogado de la sospechosa y que quería verla, me llevó a una sala mientras llamaba a Gutiérrez, el comisario encargado de la investigación. He de reconocer que no me extrañó que me hicieran esperar dado el revuelo mediático del caso. Por ello y con la única intención de ponerles nerviosos, comencé a protestar aludiendo a que estaba vulnerando el derecho a una defensa efectiva y que pensaba denunciarlos.
Mis protestas hicieron salir casi de inmediato al responsable, el cual me aseguró que habían respetado en todo momento sus derechos y que como la detenida había pedido un abogado, ni él ni nadie de la comisaría la habían interrogado.
No tuve que ser un genio para dar por sentado que esa explicación y su celeridad en dejarme ver a su sospechosa no era algo habitual y que lo último que quería, era dar algún motivo que hiciera que el juez de guardia se creyera una versión distorsionada de su actuación.
Es más, interpreté erróneamente su sonrisa cuando abriendo una puerta me dejó a solas con ella.
Nada más cruzarla y ver a mi defendida, supe que esa actitud colaborativa no se debía al miedo de que se le volteara el caso sino porque estaba plenamente convencido de que era la culpable de tantas muertes y de que podría demostrarlo. Lo cierto es que hasta yo lo pensé al verla sentada tranquilamente en esa celda.
«¡No me jodas!», dando por perdido el caso, exclamé en mi interior al contemplar por primera vez a la que iba a ser mi cliente.
Rubia y con un piercing cerca de la boca que podía pasar por un lunar al modo de Marilyn, llevaba un escotado vestido negro casi hasta los pies que contrastaba con el colorido de los tatuajes que recorrían su piel: «Encima, la muy loca ¡va de gótica!».
He de deciros que en todos mis años de abogado nunca había prejuzgado culpable a un cliente sin siquiera escucharlo. Pero con Raquel Sanz, lo hice. ¡Di por sentado que era la chupasangre solo con mirarla!
Si os preguntáis la razón por la que llegué a esa conclusión, es muy sencilla. Había entrado allí pensando en que me iba a encontrar con una niña, pero con lo que realmente me topé fue con una mujer tan bella como siniestra.
― ¿Eres mi picapleitos? ― preguntó levantando su cara de la Tablet. La dureza de su tono y el desprecio hacia mí implícito en su pregunta, reafirmaron mi sensación de derrota.
Ni siquiera me digné en contestar y sentándome frente a ella, le comenté que estábamos amparados por los privilegios abogado cliente y que nada de lo que me dijera podía ser usado en su contra.
―Si el inútil del abogado que ha contratado mi vieja también me cree culpable, voy jodida― señaló molesta.
―Lo que crea o deje de creer no importa. A quien hay que convencer es al jurado― pensando ya en el juicio, respondí.
La sequedad de mi respuesta le hizo gracia y mirándome, contestó:
―Soy inocente. Aunque me lo he planteado un par de veces, jamás he matado a nadie.
Os juro que sentí que me taladraba con su mirada y producto de ello, un escalofrío recorrió mi cuerpo de arriba abajo al verme totalmente subyugado por el azul intenso de sus ojos.
«¿Qué me pasa?», cabreado pensé mientras intentaba tranquilizarme, «¿Por qué me he puesto tan nervioso?».
Raquel Sanz debía de estar habituada a producir esa reacción en los hombres porque levantándose de su silla, me soltó:
―Si es lo que necesita, ¡devóreme con la mirada! Pero hágalo rápido, necesito que me saque de aquí.
A pesar de la vergüenza que sentía, no pude más que obedecer y recrear mi vista en el espléndido culo que la naturaleza le había dado.
«Joder, ¡qué buena está!», me torturé durante unos segundos, hasta que con esfuerzo recompuse mis defensas y le pregunté si conocía a las víctimas.
―Aunque me he follado a todos ellos, apenas los conocía― con una pasmosa tranquilidad contestó.
No me esperaba esa respuesta.
― ¿Qué te has acostado con todos? ― repliqué dejándome caer hacia atrás en la silla.
―Encima de idiota, sordo― enfadada respondió: ―He dicho y así se lo he reconocido a la policía, que me los tiré. Pero no por ello, soy una asesina.
―No me puedo creer que hayas admitido que has hecho el amor con las víctimas. No me extraña que te consideren la principal sospechosa.
Mis palabras la cabrearon aún más y levantando la voz, me gritó que no fuera cursi, que entre ella y los muertos solo había habido sexo, nada de sentimientos. La dureza y frialdad de su tono me recordó quién suponía que era su padre y asumiendo que su progenitor no se quejaría al recibir una abultada minuta, en vez de renunciar a su defensa, le aconsejé que de ahí en adelante me hiciera caso y no reconociera algo así a nadie.
―Tampoco mientas. Es mejor no contestar.
Entornando sus ojos y como muestra de que me había entendido, sonrió. Todo mi mundo se tambaleó a sus pies y con el corazón a mil por hora, dudé sobre la conveniencia de seguir siendo su abogado al contemplar embelesado como solo con ese gesto, la oscura arpía capaz de asesinar a media humanidad se convertía en una dulce y virginal ninfa necesitada de protección.
«¡Concéntrate! ¡Joder!», me repetí intentando retomar la conversación y dejar de bucear en su mirada, «No es un ligue, ¡es tu cliente!».
Al reconocer las señales que evidenciaban mi indefensión ante ella, soltó una carcajada y como si hubiese sido solamente un espejismo, su rostro volvió a adquirir el aspecto pétreo y enigmático que me había impresionado.
«De llegar a juicio, tendremos que explotar ese atractivo», me dije mientras pedía al policía que estaba al otro lado de la puerta que llamara a su jefe porque ya estábamos listos.
Nada más llegar, Gutiérrez comenzó el interrogatorio señalando que el día y la hora en que mi defendida se había beneficiado a cada uno de los muertos.
―Cómo verá, su cliente siente que es una amantis religiosa― sentenció a modo de resumen el comisario― y como las hembras de esos insectos, se cree en el derecho de devorar al macho.
―Lo único que demuestra es que mi defendida tiene una sexualidad desaforada y eso es algo que hasta ella reconoce― contesté sin reconocer carácter probatorio alguno a dichos encuentros, para insistir a continuación que si no tenían nada más esos indicios eran insuficientes para mantenerla entre rejas.
Cómo viejo zorro, curtido en mil batallas, el policía respondió sacando unas fotos de los difuntos donde con un rotulador habían remarcado una serie de marcas en sus cadáveres que no me costó reconocer como mordiscos.
―Ve esos círculos… el forense ha determinado que coinciden con la dentadura de su defendida― y mirando a la susodicha, le preguntó que tenía que decir.
―Que soy una mujer apasionada.
―Entonces confiesa que usted los mordió antes de matarlos.
―Reconozco que les eché un polvo y hasta que fue un tanto agresivo, pero nada más. Cuando los dejé estaban vivos y satisfechos por haberse acostado con una diosa.
Para entonces, ya me había tranquilizado e interviniendo comenté que cronológicamente las muertes no se habían producido en las fechas en que mi defendida se los había follado, sino con posterioridad
―Fue solo sexo. Del bueno, pero sexo― añadió Raquel haciendo como si lanzara un mordisco al policía.
El descaro de esa mujer consiguió sacar a Gutiérrez de sus casillas e indignado le preguntó si no era ella la asesina, entonces quién era.
―Ni lo sé ni me
importa― respondió y cerrándose en banda, dejó de contestar a las preguntas que
durante más de media hora le formuló el policía…
Mientras esperaba que el juez de guardia resolviera mi reclamación, me puse a analizar lo sucedido en la comisaría y a la única conclusión que llegué fue que no tenía claro si me había impresionado más la ferocidad con la que el comisario se enfrentó con mi clienta o por el contrario la frialdad y menosprecio con la que esa mujer le respondió que dejara de mirarle las tetas.
―No he hecho tal cosa― se defendió.
Demostrando que no le tenía miedo, Raquel se llevó las manos hasta sus pechos y acariciándolos, le preguntó si realmente pensaba que alguien le creería cuando ella le acusara de comportamiento inadecuado.
― ¡Hija de perra! ― resonó en la sala de interrogatorio mientras asumiendo que no podía seguir interrogándola, Gutiérrez salía por la puerta.
Ni que decir tiene que como abogado aproveché ese insulto en mi escrito, recalcando además que las supuestas pruebas irrefutables en las que los investigadores basaban su acusación no eran más que hechos casuales sin conexión con los asesinatos y que solo por la animadversión que sentía el jefe de todos ellos por mi clienta se entendía que hubiesen atrevido a detenerla sin base alguna.
A pesar de que mi razonamiento era impecable y de que haber compartido unos momentos de sexo con las víctimas no la hacía una asesina, no las tenía todas conmigo: ¡Hasta yo la consideraba implicada en esas muertes! Por eso cuando el juez determinó su libertad, respiré aliviado. Raquel seguía investigada, pero al menos podría defenderse de esos delitos, desde la comodidad de su casa.
Tras recoger la orden, me dirigí a la comisaría y con ella bajo el brazo, exigí al indignado comisario su liberación.
―Sé que eres tú y pienso demostrarlo― replicó mientras quitaba las esposas a mi clienta.
La intensidad del odio que el policía sentía por ella me impactó, pero no supe que decir ni que pensar cuando Raquel, demostrando lo poco que le afectaba la opinión del comisario, respondió:
―Si no quiere seguir perdiendo el tiempo, le aconsejo que me olvide. Puedo ser culpable de tener un coño tan sabroso como insaciable, pero soy inocente de esos asesinatos.
Afortunadamente para todos, Juncal y su jefe hicieron su aparición cuando ya temía que llegaran a las manos y Raquel olvidando a Gutiérrez concentró su mala leche en el recién llegado diciendo:
―Esto es algo digno de ser visto, ¡la familia al completo! Mamá y el eyaculador que la preñó han venido a buscarme.
―Hija, yo también me alegro de verte― contestó sin inmutarse el viejo judío.
Mi incomodidad era total al sentir que sobraba. Por ello, tras comentar lo sucedido con la pareja, me despedí para no verme involucrado y que resolvieran sus problemas entre ellos.
― ¡Picapleitos! ― escuché que me gritaban. Al girarme, la bella arpía me alcanzó y depositando un beso en mi mejilla, me dio las gracias.
Toda la reacción de mi cuerpo se concentró en un lugar específico y es que contra mi voluntad al oler su perfume y sentir la dureza de su pecho restregándose contra de mí, el grosor y el tamaño de mi pene se multiplicaron en un instante. Mi erección no le pasó desapercibida pero lejos de quejarse, mirándome a los ojos, sonrió.
―Hasta pronto, ¡guapetón!
Asustado por saberme atraído por ella y que esa zumbada lo supiera, salí de ahí y me fui a mi despacho, donde intenté concentrarme en el día a día para olvidar las sensaciones que su manoseo había provocado en mi interior.
«Menuda putada debe ser el tener una zorra así, como hija», murmuré mientras el recuerdo de sus extraños ojos ámbar y la profundidad de su voz me perseguían muy a mi pesar. Por mucho que hacía el esfuerzo no podía dejar de pensar de haberla conocido en un bar, yo podía ser uno de los muertos, dando por hecho que Raquel era la asesina de esos chavales.
Como abogado debía intentar creer en la inocencia de mis clientes para transmitir mejor al juez o a los miembros del jurado los argumentos que hicieran posible su absolución, pero con Raquel eso me estaba resultando imposible porque con solo mirarla uno se daba cuenta que esa mujer era ciento por ciento pecado.
«Es la lujuria hecha carne», sentencié al percatarme de que inconscientemente había empezado a tocarme al pensar en ella.
Reprimiendo ese conato de paja, estuve a un tris de pedir a algún socio del bufete que me sustituyera en su defensa. Pero tras pensármelo mejor, la certeza que al hacerlo también perdería a su padre como cliente impidió que siguiera buscando a quien ceder la venia.
«Necesito el dinero de ese viejo por lo que no solo debo seguir defendiéndola, sino que tengo que conseguir que la absuelvan», medité mientras firmaba unos cheques antes de irme.
La empresa era difícil pero no imposible pero también que para poder triunfar iba a necesitar, ayuda.
«Tengo que hacerme con los servicios de Alberto», me dije y cogiendo mi teléfono lo llamé.
Tal y como esperaba, el discreto, pero efectivo detective aceptó de inmediato y se comprometió que desde esa misma tarde pondría a toda su gente a ver qué era lo que conseguían averiguar del tema.
―Cualquier cosa que halles, no se lo anticipes a nadie, ni siquiera a la policía. Quiero ser el primero en saberlo.
―No te preocupes, así se hará. Eres el que pagas las facturas― contestó y un tanto extrañado de que me tomara ese asunto tan en lo personal, dejó caer si tenía algo que ver con Raquel.
No me costó saber que lo que realmente estaba insinuando era si tenía un lío sexual con la sospechosa:
―Ni ahora ni nunca, esa tía es peligrosa. Acostarse con ella es como meter la polla en un avispero: la duda no es si te picarán sino cuantas veces― contesté sin llegar a creer en mi propia respuesta.
Alberto, que no era tonto, vio en mí una actitud defensiva pero no insistió y tomando los datos, se despidió prometiendo resultados.
«¿Qué coño me pasa? ¿Por qué me afecta tanto y no puedo dejar de pensar en esa loca?», maldije en silencio mientras cerraba la oficina y me marchaba a casa.
Ya en el coche puse la radio. Nada más encenderla, reconocí Perlas ensangrentadas, la canción que Alaska convirtió en un éxito y olvidando que podía ser una premonición, siguiendo su ritmo, conseguí relajarme mientras conducía dejando atrás el recuerdo tortuoso de Raquel.
Desgraciadamente, fue solo un breve paréntesis porque al llegar a mi edificio, el conserje me informó de que mi hermana me estaba esperando en mi piso.
― ¿Mi hermana? ― pregunté extrañado porque, aunque tenía una, esta vivía en Barcelona.
―Sí, una joven guapísima― contestó: ― La pobre se había olvidado las llaves y por eso la abrí.
Supe de quién se trataba al observar la tranquilidad con la que me acababa de decir que había roto la principal regla de un buen portero y que no parecía en absoluto preocupado.
«¿Qué habrá venido a buscar?», me pregunté mientras con un cabreo de la leche llamaba al ascensor…
O bien Raquel no veía nada malo en su actuación o bien supuso que sería incapaz de recriminarla el haber invadido mi espacio porque al entrar me la encontré casi desnuda pintándose los pies en el suelo de la cocina.
― ¿Se puede saber qué narices haces aquí? – pregunté mientras intentaba evitar darme un banquete admirando la perfección de esos pechos que la camiseta que llevaba puesta era incapaz de tapar.
― ¿No lo ves? Arreglándome las uñas― contestó sin siquiera levantar su mirada mientras como si me estuviera retando separaba sus piernas.
La obscenidad del gesto y esa respuesta me terminaron de cabrear y he de reconocer que estuve a punto de saltarla al cuello. ¡Ganas no me faltaron! Pero conteniendo mi orgullo herido, insistí:
― ¿Por qué estás en mi casa?
Con tono suave, me respondió que había intentado ir a la suya pero que al llegar había una nube de periodistas esperándola y que recordando que la había prohibido conceder entrevistas, había tomado la única decisión sensata… ir al único sitio donde no la buscarían.
―Mi piso― sentencié molesto.
Raquel debió decidir que una vez aclarado, no valía la pena seguir dando vueltas a lo mismo y cambiando de tema, me soltó qué le iba a preparar de cena. Su desfachatez me indignó y levantándola del suelo, le grité que si quería quedarse en mi casa al menos debía mantener las formas y no ir vestida como una vulgar fulana.
― ¿No serás gay? ― fue lo que me replicó.
Comprendí que realmente le había sorprendido que le exigiera discreción en su vestir y lleno de ira le respondí que no.
― ¡Pues cualquiera lo diría! ¡Ni siquiera te atreves a mirarme!
Que dudara de mi hombría fue la gota que derramó el vaso y atrayéndola hacia mí, forcé su boca con mi lengua mientras con las manos daba un buen magreo a su trasero. Lejos de mostrarse intimidada por mi reacción, Raquel colaboró conmigo frotando su cuerpo contra el mío.
―No eres más que una zorra― rechazando su contacto, repliqué.
La fría carcajada que soltó mientras se acomodaba la ropa me informó de mi derrota y que, con solo proponérselo, esa perturbada había conseguido sacar lo peor de mí.
―Ahora que ya te has reído, puedes coger la puerta e irte – dije enfadado hasta la médula.
Obviando mi cabreo, sonriendo, Raquel contestó:
―No creo que a mi padre le guste saber que su abogado me ha echado a los lobos y menos que me ha besado contra mi voluntad.
Que ni siquiera intentara disfrazar su vil chantaje me desarmó y sentándome en una silla de la cocina, le volví a preguntar qué era lo que buscaba de mí.
―No te creas tan importante. No busco nada, solo divertirme― contestó mientras se subía a horcajadas sobre mis rodillas.
Reconozco que me sorprendió. Por ello poca cosa pude hacer cuando descubrí que bajo su camiseta no llevaba sujetador y que sin ningún esfuerzo podía entrever dos pezones tan negros como erizados e instintivamente y sin pensar en las consecuencias, comencé a acariciar su trasero.
― ¿Adivina quién me va a echar un polvo? ― murmuró en mi oído mientras frotaba sus nalgas contra mi entrepierna.
Si no hacía algo, sabía cuál sería la respuesta al sentir la dureza de sus cachetes al incrustar mi pene en su sexo. Es más, viendo que no la detenía, se puso a hacer como si me la estuviera follando y solo las murallas de su breve short y de mi pantalón impidieron que culminara su felonía.
―Seguro que yo no― respondí mientras me levantaba de la silla.
Al hacerlo la tiré al suelo. Raquel en vez de cabrearse, comenzó a reír mientras me preguntaba gritando cuanto tiempo creía que iba a soportar sin follármela. Humillado hasta decir basta, salí de la cocina confirmando mi derrota.
«¡Será puta!», pensé totalmente hundido con el sonido de sus retumbando en mis oídos mientras notaba como el deseo se iba acumulando bajo mi bragueta.
Era consciente que de no ser porque hubiera quedado como un auténtico cretino, hubiese vuelto a donde estaba y la hubiese tomado contra el fregadero. En vez de ello, fui a mi habitación a darme una ducha fría. El agua helada aminoró mi calentura y ya más calmado, al salir me tumbé en la cama desnudo, me quedé dormido.
Llevaba unos pocos minutos soñando cuando la imaginé llegando completamente desnuda. Aun sabiendo que era un sueño, me quedé extasiado observando como sus pechos se bamboleaban al caminar hacia mí. En mi mente, esa rubia del demonio me invitaba a morder los duros pezones que decoraban sus dos maravillas.
Ni dormido, quise dejarme vencer y me la quedé mirando mientras le decía:
―Tienes demasiados huesos para mi gusto y encima con tanto tatuaje pareces un personaje de Walt Disney.
De nada me sirvió esa una vil mentira. Apenas podía respirar, mientras se acercaba. Su cuerpo no solo era el de una modelo, era el sumun de la perfección al que los dibujos grabados sobre su piel magnificaban aún más su belleza. Con una picardía innata, Raquel exhibía ante mí su estrecha cintura, su culo en forma de corazón y su estómago plano sin dejar de sonreír, demostrando lo poco que le había afectado mi crítica:
―No te lo crees ni tú. A tu lado, ¡soy divina!
Quise responder a su impertinencia, pero las palabras quedaron atascadas en mi garganta al contemplar su sexo a escasos centímetros de mi cara y saber que solo con pedírselo esa zorra hubiese puesto dichosa su coño en mi boca. En mi imaginación traté de mantener un resto de cordura y cerré los ojos deseando que desapareciese y así cesara esa tortura.
Desgraciadamente en mi cerebro, la rubia envalentonada por mi evidente cobardía recorrió con sus manos mi cuerpo y al comprobar que bajo las sábanas mi pene se erguía erecto, se adjudicó el derecho a subirse encima de mí riendo.
― ¡Vete por donde has llegado! ¿No ves que no quiero nada contigo? ― contesté intentando mostrar al menos apatía.
No tardé en comprender mi error porque poniéndose a horcajadas sobre mí, incrustó mi pene en su sexo y me empezó a cabalgar mientras aprovechaba mi indefensión para atarme.
― ¿Qué haces? ― grité incapaz de detenerla.
―Evitar que huyas, mientras te follo― respondió con perversa alegría.
Tras terminar de inmovilizarme, se tumbó sobre mi pecho para hacerme sentir la tersa dureza de sus pezones mientras llegaban a mis oídos sus primeros gemidos. Contagiado por su lujuria, recibí sus besos y mordiscos sin moverme mientras deseaba que me siguiera follando ahí mismo. Os confieso que ya me había entregado por completo a ella cuando pegando un grito, se corrió sobre mí.
Como la diosa que se sabía, obró un milagro y bajándose de la cama, se descojonó al mostrarme mi erección:
―Mortal, te voy a llevar a mi cielo.
Tras lo cual, y cogiendo un poco de la humedad que manaba libremente desde su vulva, se untó el trasero.
― ¿Qué quieres de mí? ― chillé al ver que en su boca le crecían los colmillos.
―Convertirte en mi esclavo― replicó y pasando una de sus piernas sobre las mías, usó mi verga para empalarse.
La lentitud que imprimió a sus movimientos me permitió disfrutar de la dificultad con la que su trasero absorbió mi trabuco mientras aterrorizado sentía como me latían las venas.
― ¡Por favor! ¡No lo hagas!
Riéndose de mi desesperación, acercó sus labios para localizar mi yugular. Supe mi destino aun antes de que clavara sus dientes en mi cuello.
― ¡Eres y serás siempre mío! ― me informó mientras cerraba sus mandíbulas. Aullé al sentir que el dolor se transmutaba en placer y liberando mi simiente en el trasero de mi asesina, ¡me desperté!
Por unos momentos respiré al ver que había sido producto de mi calenturienta imaginación, pero entonces desde la puerta escuché que Raquel me decía:
―Pronto
te entregarás a mí y juntos haremos realidad tu pesadilla.
La mañana posterior a la que hasta el momento había sido la mejor noche de mi vida empezó de manera aún más satisfactoria. No dude ni un segundo en quedarme a dormir con Laura, aun si tenía que hacerlo desnudo. Estaba tan agotado que apenas noté su abrazo al acostarme y rápidamente me quedé dormido. Me desperté notoriamente caliente y con una sensación extraña en mi miembro. Al terminar de desperezarme me di cuenta que el mismo entraba y salía despacio de su boca. Al notar que había despertado Laura detuvo lo que estaba haciendo, me dio los buenos días sonriendo y se dio la vuelta, colocando su sexo y su cola sobre mi cara. Sin siquiera pensarlo devolví el saludo y le di los buenos días también a cada una de sus nalgas, provocando una leve sonrisa en mi acompañante. Después me agarré de sus cachetes y empecé a lamer su interior despacio. Laura adaptó la velocidad de sus chupadas a la de las mías. Poco a poco fuimos acelerando mientras nuestras manos tocaban el cuerpo del otro. Las mías acariciando y apretando su cola o rozando su clítoris y las suyas pajeándome o tocando mis testículos.
Unos instantes después mi lengua la recorría completamente, con lo que Laura solo podía gemir y se dedicó a mi pene solo con su mano, subiendo y bajando en forma lenta. Después de que se corriera se reacomodó entre mis piernas, diciéndome que era mi momento de gozar. Lamió de a poco todo mi miembro, metiéndolo y sacándolo de su boca sin dejar de mirarme a los ojos. Me chupó los testículos y se reintrodujo mi paquete en su boca. De a poco aumentó el ritmo mientras acariciaba y apretaba despacio mis bolas hasta que acabé dentro suyo.
Laura tragó mi corrida, me besó y se levantó, indicándome que iría a vestirse y preparar el desayuno y que me uniera a ella en cuanto estuviera listo. Me quedé acostado unos segundos. Al levantarme pude ver mi ropa doblada sobre la cómoda. Me vestí y salí a su encuentro. Nada me hacía sospechar lo que me esperaba a partir de ese momento.
Cuando llegué a la cocina había servidos dos cafés con leche y unas tostadas junto a un frasco de mermelada y un recipiente de queso blanco. Laura estaba dejando la cafetera en el lavaplatos. Llevamos el desayuno al comedor y nos sentamos a comer. Apenas había tomado un trago de mi taza cuando la escuché decirme muy tranquila
– Espero que hayas disfrutado el último pete que vas a recibir en tu vida – casi escupí al oírla mientras Laura daba otro sorbo a su taza – al menos el último de mi parte – continuó como si hablara del clima – y el último que yo voy a haber hecho – la miré algo confundido sin decir nada – Después de anoche no voy a poder volver a coger de la forma tradicional y si querés volver a verme vas a tener que aceptarme como tu ama, perrito – El solo hecho que me llamara “perrito” hizo que mi pene palpitara – Veo que tu amiguito ya me aceptó – dijo sonriendo – ¿no perrito? – Intenté balbucear una respuesta pero fui incapaz de hacerlo. No entendía como una simple palabra podía ponerme en ese estado. Para peor Laura llevó su pie a mi paquete, haciendo que creciera más y emitiera un gemido
– Ahhhhhhhh – ¿Cómo era posible que estuviera caliente de nuevo habiéndome corrido hacía menos de media hora?
– No te escuché – dijo acariciándome la cara – perrito
– Si
– ¿Si qué? – preguntó mientras mordía una tostada y su pie se movía sobre mí.
– Si, mi amiguito ya te aceptó – alcancé a contestar
– ¿y vos?
– Yo estoy algo abrumado – logré sincerarme con esfuerzo. La situación en verdad me estaba superando. Si, había sido la mejor noche de mi vida e internamente ya sabía que era mi ama. El solo hecho que lo mencionara me había vuelto a poner caliente como una pava. Pero era mucho más de lo que podía procesar en ese momento, más con la sangre concentrándose fuera de mi cerebro.
– Está bien. Quizás es mucho para vos ahora – Se paró y acercó a mi – Pero quiero que sepas que antes que un perrito quiero un novio – Se sentó en mis piernas y me besó – Alguien con quien poder conversar, divertirme, planear y hacer cosas juntos – Volvió a pararse y sacó un preservativo de un bolsillo – Alguien con quien hacer el amor mientras desayunamos – bajó mis pantalones y calzoncillos – Solo que esto – agarró con firmeza mi tronco – es completamente mío – me colocó la protección – Yo decido cuando, como y donde vas a correrte – Se bajó su pantalón y su bombacha– Vas a poder tener iniciativa – se subió nuevamente a mis piernas y se penetró – ahhhhh hasta alguna vez te voy a dejar cogerme sin ordenártelo – me rodeó con sus brazos y me besó – pero nunca vas a acabar sin que te autorice a hacerlo – Se separó de mí lo suficiente para que nos miráramos a los ojos y comenzó a moverse. Instintivamente la tomé de la cadera – mmmmm y cuando te llame “perrito” ahhhh o te lo ordene de mmmmm otra manera vas a ponerte – empezó a moverse más rápido y a gemir cada vez más fuerte – vas a ponerte a mis pies mmmm – Empezó a correrse – y vas a ahhh ahhhh ahhh mmmm – no pudo seguir hablando debido al placer que sentía, solo gimió por algunos minutos sin dejar de moverse – Como te estaba diciendo – continuó aún agitada por su orgasmo – cuando te llame perrito – Laura comenzó a moverse en círculos, aumentando mi placer – Sin importar donde estés o lo que estés haciendo – de a poco fui subiendo mis manos por los costados de su cuerpo – vas a entregarte totalmente a mí – Al notar mis movimientos Laura sonrió y agarró mis muñecas – Otra cosa – dijo sonriendo – no vas a poder mirarme, verme y mucho menos tocarme las tetas a menos que te lo indique – empezó a saltar sobre mi – El resto de mi cuerpo – llevé mis manos a su cola – mmm es libre cuando estemos como novios – pero mis tetas, como tus orgasmos, son solo míos – puso sus manos en mi pecho – como todavía no sos formalmente mío mmmmm podés acabar cuando quieras pero – arqueó su espalda y cerró los ojos – me gustaría mucho que no lo hagas – cerré también mis ojos, concentrándome en no correrme. Sus movimientos se hicieron más intensos al notar mis intenciones – ahhhhhhh gracias – llegó a decir entre gemidos – no mmm sabés lo que ahhhhh esto significa parahhh mi – concluyó cayendo rendida sobre mi y con mi pene palpitando en su interior.
De todas formas sabía perfectamente lo que significaba. Si me hubiera corrido y ni siquiera hubiera intentado contenerme no habría podido tener una relación de ningún tipo conmigo. El hecho que haya podido resistirme le demostró no solo mis intenciones sino también mi capacidad de llevarlas a cabo. Aún algo agitada se levantó y me miró. Yo respiraba con dificultad y mi miembro temblaba rogando por desahogarse. Me sonrió al tiempo que llevaba un dedo a su conchita, gimiendo cuando la rozó. Dirigió su dedo a mi boca, el cual chupé mirándola a los ojos. No sé como no exploté en ese momento al ver su cara de placer. Seguramente me ayudaron las tres eyaculaciones de las últimas horas. Repitió el proceso mojando ahora mi café
– Lástima que no puedas terminar de desayunar – dijo agarrándolo y yéndose a la cocina – pero te vas a poder acordar de mi cuando lo hagas – completó dándome un vaso térmico. Después se inclinó para besarme y me despidió diciendo – No quiero saber nada de vos hasta el lunes a las seis y cuarto de la tarde. Aún si te digo lo contrario o incluso te llamo por teléfono. Sos libre hasta entonces, pero me gustaría que no te corras estos días. Tomate ese tiempo para pensar en lo que querés y en lo que estás dispuesto a abandonar para hacerlo. Sobre todo si estás dispuesto a no eyacular durante varios días o incluso semanas – tragué saliva pensando en lo que me decía – y no volver a acabar en mi boca ni en la de nadie – Intenté contestarle pero me calló con un dedo en mis labios – Ahora me dirías que si, pero necesito que lo pienses y estés seguro de tu decisión, ya que una vez que la tomes no va a haber vuelta atrás – Me sacó despacio el preservativo generándome un casi inaguantable placer – Hasta el lunes, perrito.
Mi pene vibró expulsando unas gotas de líquido pre seminal al oírla, pero milagrosamente seguía aguantando. Me arreglé y escapé rápido del departamento ya que estaba seguro que había alcanzado mi límite. El portero del edificio estaba limpiando la vereda, con lo que pude salir sin inconvenientes. El aire fresco de la mañana logró calmarme un poco. Debido a la hora fui directo a mi trabajo. Aún así llegué unos minutos tarde, ganándome la reprimenda de mi jefe. Cuando terminé de acomodarme di un sorbo al café. Estoy seguro que pude distinguir el sabor de Laura en mi bebida, aunque pudo haber sido producto de mi imaginación y la calentura acumulada, calentura que volvió inmediatamente a manifestarse en mi entrepierna al recordarla. Comprendí en ese momento por qué había aditivado de esa forma mi infusión. También comprendí que me esperaba un fin de semana muy, muy largo.
Mis temores fueron confirmados cuando al mirar mi teléfono tenía un mensaje de Laura. Al ver que era un mensaje de voz fui al baño y me aseguré de estar solo antes de escucharlo. Se la oía gemir mientras me decía “no sabés como me puso verte ahh así. Mmmm a punto de estallaaar. Tu pene rogando ufffff por acabar y que pudieras ah contro mmmmmm controlarte ahhhh aaah aahh” el mensaje seguía con su respiración agitada después del orgasmo y terminaba diciéndome entre jadeos “voy a estar todo el día caliente pensando que estás así”. Antes de salir del sanitario recibí otro mensaje. Una imagen esta vez. Era la bombacha que se había puesto en la mañana con una mancha de humedad a la altura de su vagina y el texto “ menos mal que me traje varias de repuesto. Creo que me voy a pasar todo el día en el baño masturbándome”.
Ese día decidí comer solo. No quería tener que explicar que me pasaba y mucho menos que por casualidad alguien viera un mensaje de Laura. Al salir de la oficina sentí mi teléfono vibrar “¿te gustó el café especial de tu ama? Ese va a ser tu desayuno a partir del martes, perrito”. Mi aparato nuevamente cobró vida y amenazó con expulsar todo el contenido acumulado en su interior. Almorcé en la vereda del local donde compré la comida, tratando inútilmente de relajarme y pensar en otra cosa. A la tarde apenas pude trabajar. Por suerte no volví a tener noticias de Laura hasta que terminó mi jornada laboral.
Ya en el subte me llegó un nuevo mensaje suyo. Al observar que era una imagen decidí llegar a mi casa para verla. Era una foto de dos bombachas una al lado de la otra con manchas similares a la que tenía su ropa interior de la mañana. Pude reconocer en la foto el colaless azul de las fotos del día anterior. El mensaje se completaba con la frase “ El conjunto blanco que tanto te gustó ya lo tengo reservado para el lunes”. Mi miembro volvió a manifestarse pidiendo su liberación. Pensé lo difícil que me sería aguantar el fin de semana sin correrme. Como si hubiera leído mi mente Laura me escribió “me encantaría verte ahora mismo. Ver la desesperación en tu cara y el palpitar de tu pija y que aún así aguantes. ¿o ya te rendiste perrito?”.
Evité contestarle, oliendo la trampa de su mensaje y tuve la mala idea de querer irme a bañar. Mi pene saltó rápidamente al empezar a desvestirme sin entender por qué no hacía caso a sus necesidades. Tardé como 10 minutos en quedar solo en ropa interior y tuve que distraerme durante 10 minutos más para poder sacarme los calzoncillos. En la ducha no me fue mejor. A pesar de bañarme con agua fría el solo hecho de enjabonarme hizo que mi pene reaccionara. Apenas logré higienizar mi zona íntima, que solo con eso brotó líquido pre seminal. Me sequé con cuidado y me vestí para dormir.
Al terminar de ponerme el pijama revisé de nuevo mi teléfono encontrándome otro mensaje. Era una foto suya. Estaba desnuda de espalda sacando la cola y mirando sonriente sobre su hombro derecho junto con el texto “Un pequeño premio por no haber caído en la tentación de contestarme”. Consideré fugazmente la posibilidad de bloquearla hasta el lunes, pero lo descarté enseguida: Para hacer eso mejor me rendía, me masturbaba como un mono y no volvía a saber de ella.
Me preparé algo de comer y me puse a ver la tele, pero nada de lo que encontraba distraía a mi mente. Recibí su último mensaje del día, un audio dándome las buenas noches y diciéndome que se iba a tocar pensando en mi antes de dormirse. Inconscientemente llevé mi mano a mi entrepierna al escucharla e imaginármela. Al sentir que mi pene se preparaba para la eyaculación alejé mi mano del mismo y me di cuenta que debía hacer algo para que no sucediera lo mismo durante la noche. Se me ocurrió atar mis manos al cabecero de la cama. Luego de rebuscar por todos lados encontré dos corbatas que me servirían. Preparé la habitación, dejando los nudos hechos y con espacio para colocar mis manos. Estarían lo suficientemente juntas para poder desatarme en la mañana. Antes de acostarme programé la cámara de mi teléfono y me tomé varias fotos que vería al despertarme.
Dormí pésimo esa noche. Entre la excitación y la incomodidad me costó dormirme y me desperté varias veces. A las 6:30 decidí levantarme ya que no volvería a conciliar el sueño. Tenía, por supuesto, mi miembro apuntando al techo y muchas ganas de orinar. Me desaté lo más rápido que pude. Por suerte la desesperación hizo que la erección me bajara un poco. Aún así cuando me dirigí al baño no había desaparecido por completo y al tratar de acomodar mi tronco para apuntar al inodoro volvió a presentarse. Tuve que sentarme y empujar para poder hacer pis, lo que me generó algo de dolor. A medida que evacuaba mi pene se fue ablandando, permitiéndome acomodarlo al acabar.
Buscando quemar energías salí a correr antes de desayunar, dejando deliberadamente el teléfono en mi departamento. El ejercicio y el frío matinal me ayudaron a despejarme y no pensé en Laura durante cerca de una hora y media. Incluso esta vez pude bañarme sin dificultades. Al salir de la ducha ya tenía su primer mensaje del día.
“Buenos días perrito, ¿cómo dormiste?” pude leer en la pantalla de mi celular. “Pésimo. Incómodo. Caliente. Atado para no tocarme” fueron algunas de las ideas que se agolparon en mi mente ante su pregunta. Me acordé en ese momento de las fotos que me había tomado en la noche. Ante eso mi miembro se irguió completamente. Estuve tentado de enviárselas, para que supiera como había dormido. Por primera vez dudé si sería capaz de aguantar sin correrme los días que faltaban.
Desayuné un café con leche y un sándwich de jamón y queso. El café me supo a poco, comparándolo con el que había tomado en la oficina el día anterior. Maldije la capacidad de Laura de meterse en mi cabeza. Había, además, arruinando una de mis bebidas favoritas. Como si nuevamente leyera mi mente me escribió “¿disfrutaste tu desayuno o te gustó más el que te preparé yo?”
El resto de la mañana transcurrió sin mayores novedades. Después de almorzar me acosté a intentar dormir una siesta. Justo antes de atarme las manos recibí un nuevo mensaje suyo. Era una foto de una bolsa negra sin inscripciones, de la que parecía sobresalir un mango plástico también negro. “Algunas cosas que compré para jugar el lunes. Seguí portándote bien y quizás te muestre algo antes”.
Me revolví en la cama incómodo (y muy caliente) sin pegar un ojo durante aproximadamente una hora. Unos minutos antes de las tres dejé de intentar dormirme y me levanté. Todos los sábados a la tarde juego al fútbol con mis amigos y me dispuse a prepararme para este ritual. Mientras arreglaba mis cosas dudé si asistir o decir que no me sentía bien, lo cual era parcialmente cierto, pero terminé decidiéndome por ir; me vendría bien la distracción.
Estuve hecho un fantasma durante todo el partido. Aduciendo un dolor de estómago que justificaba además mi pésimo desempeño regresé a mi casa apenas terminamos, sin quedarme a compartir la habitual cerveza. Temiendo que mi pene me traicionara no quise ni bañarme en la cancha.
Compré una pizza grande antes de subir. No tenía comida y quería evitar salir de mi casa el resto del fin de semana. Aún un poco sudado me desplomé unos minutos en el sillón apenas entré. Después, con algo de dificultad, me dirigí al baño. El cansancio acumulado no fue obstáculo para mi miembro, que se extendió rápidamente en cuanto terminé de desnudarme. A diferencia del día anterior esta vez si pude bañarme con relativa normalidad.
Previo a cenar revisé mi teléfono. Tenía, como esperaba, dos mensajes de Laura “decime perrito, ¿ya pensaste cómo vas a convencerme de que te deje ir a jugar al fútbol todos sábados? Porque yo prefiero que estés conmigo adorándome, pero quizás puedas persuadirme” “ ¿o querés mejor que te castigue por dejarme abandonada”. A pesar del sudor frío que empezó a recorrerme mi pene reaccionó positivamente ante la amenaza de un castigo. Recordé el mango que sobresalía de la bolsa y me excité imaginando que era un látigo con el que me azotaría. Pensé, al notar mi estado, que la excitación acumulada estaba empezando a afectar mi cerebro.
Estaba por acostarme cuando recibí una llamada suya, la cual rechacé siguiendo sus indicaciones del día anterior. Al segundo me llegó un mensaje suyo, ordenándome que atendiera, que solo tendría que escucharla y que si no lo hacía supondría que había decidido no entregarme a ella.
– Muy bien perrito – empezó hablando despacio, aunque se notaba la excitación en su voz – Te recuerdo que no podés hablar. Quiero escuchar solo tu respiración y al oírla darme cuenta que me estás escuchando – su tono sensual llevó mi aparato a su máxima extensión y modificó el ritmo de mi respiración. Pude notar una leve sonrisa a través del teléfono – ahhhh asímmmm. Imaginar tu estado solamente oyendo el aire entrar y salir de tu cuerpo. Saber por la velocidad de tus jadeos lo caliente que estás y lo que estás aguantando. Saber que me escuchás ahhhh y que me imaginás mmmmm tocándome. Sé que ya me escuchaste masturbarme, pero mmmmm esto es distinto – respiraba ya decididamente agitado – ahora puedo compartir mi excitación con vos. ¿No soy una buena ama por hacerte parte de mi placer, perrito? – un gemido gutural escapó de mi boca – mmmmmm eso pensé – sonrió de nuevo – yo acariciando mi cuerpo desnudo y vos imaginándolo ahhhhh
– Ahhhhhh
– Mmmmmm así. Respirando agitado, con ganas de tocarte mientras te digo que estoy rozando mis tetas o las ahhhh aprieto despacio. Siento tu desesperación pero sé que vas a aguantar por mi – yo jadeaba intensamente – porque te excita mi excitación mmmmmm pero más te excita complacerme. Aún con tu entrepierna rogando por explotar vos te dedicarías a la mía si así te lo pidiera, tal como mmmmmm me imagino que lo estás ahhhhh haciendo ahora. Ya sos mío. Sino no habrías aguantando. Te habrías tocado haciendo caso a las suplicas de tu ahhhh palpitante pija– su tono de voz comenzó a elevarse y las palabras se le fueron entrecortando – pero ahhhhh sabés que ahhhhh no ahhhhh po mmmmmm podés, porque ahhmmmm entre mmmm entregaste tu mmmmm placer a mí ahh ahh ahhh mmmm. Sos mmmmn mío y solo aahhh mío.
Después de que se corriera nos quedamos cayados unos instantes, escuchando nuestras respiraciones retomar su ritmo. Todavía estaba recuperándome cuando la escuché decirme “Te voy a dar un pequeño premio por estar portándote tan bien. Hasta mañana, perrito”. El premio consistía en una fotografía de ella con una bata negra semitransparente, levemente abierta e insinuando sus pechos desnudos.
Una vez tranquilizado me dispuse ahora si a dormirme. Até nuevamente mis manos y me acosté esperando una mejor noche que la anterior. Por suerte el agotamiento físico y mental del día surtieron efecto y pude descansar, durmiendo de corrido hasta que a las 9 de la mañana me despertó una notificación de mi celular.
Era una nueva foto de ella. Esta vez de un vaso que contenía algunos mililitros de un líquido blanquecino y el mensaje “guardándote mi aditivo especial para el café, aunque creo que ambos preferimos que lo tomes fresco y directo de la fuente”. El hecho de pensar en beber su humedad desde su vagina hizo que mi ya morcillón aparato terminara de despertarse.
Repitiendo la rutina del día anterior salí a correr antes de desayunar. Esta vez estuve haciendo ejercicio cerca de media hora, pero fue suficiente para poder bañarme sin mi pene a su máximo tamaño.
El resto del domingo transcurrió en forma parecida al sábado. Laura mantenía mi excitación haciendo que pensara todo el tiempo en ella, pero sin un bombardeo constante que me hubiera saturado. Sus mensajes variaban entre fotografías sugerentes, imágenes de algunos de los elementos que había comprado y textos y audios recordándome que al otro día sería totalmente suyo.
El lunes amanecí igual que los dos días anteriores. Sin tiempo ni energía para salir a correr tuve que arreglármelas de otra manera para poder vestirme. Debido a la demora extra no llegué a desayunar, con lo que tuve que hacerlo en la oficina. Una vez acomodado me dispuse a comer. No pude evitar acordarme de Laura después del primer insípido sorbo a mi café. Ese recuerdo despertó a mi desesperado miembro, llevándolo inmediatamente a su máxima extensión.
A pesar de no recibir ninguna noticia de Laura durante la jornada laboral me fue imposible dejar de pensar en ella durante todo el día. Creo que justamente eso fue lo que me hizo tenerla presente. Supongo que era conciente de mi estado y no creyó necesario seguir recordándome que ya era suyo. Había logrado que fuera lo único que tenía en mi cabeza.
El tiempo de trabajo se me hizo eterno. A duras penas logré cumplir en forma mediocre con mis tareas. Llegada la hora de salida me retiré rápidamente sin siquiera despedirme. Cuando ingresé al subte comprendí finalmente por qué me había indicado el horario específico de las dieciocho y quince para contactarme con ella: sabía que en ese momento me encontraría viajando.
Desde algunos minutos antes tenía el celular en mi mano y cuando el reloj cambió a la hora señalada la llamé por teléfono. No me importaba si alguien me escuchaba hablar con ella ni lo que me podría hacer decir. No obtuve respuesta a mi llamada, pero inmediatamente después recibí un audio suyo “¿Qué pasa perrito?¿Tan desesperado estás por entregarte a mí o es que decidiste rendirte y no hacerlo?” Mi respuesta fue enviarle las fotos que me había tomado atado junto al texto “¿Si me hubiera rendido habría dormido así para evitar tocarme”.
Después de leer mi mensaje me llamó. Antes que pudiera decirle algo me dijo:
– En primer lugar, sabete castigado por arruinar los planes que tenía para hoy. Segundo, sabé que tu foto de perfil va a ser alguna de las que me mandaste. Tercero, ¿en cuanto tiempo podés estar atado y desnudo en tu casa?
– En aproximadamente 45 minutos ama.
– Bien. Antes que cualquier cosa necesito que me digas que sos mío.
– Soy suyo, ama – Dije tímidamente
– Más fuerte -Exigió.
– Soy suyo ama – repetí aumentando el tono de mi voz y generando que algunas personas voltearan a verme.
– Muy bien perrito. Enviame la dirección de tu casa y avisame cuando estés a punto de atarte. Tené cerca tuyo unos auriculares y algo con lo que taparte los ojos.
– Si, mi ama.
Estuve listo en menos de 40 minutos. Avisé al portero que me iba a visitar una amiga y que la dejara pasar, ya que a lo mejor no podría atenderla por estar bañándome. Dejé la llave de mi departamento debajo de una alfombra y avisé a Laura que ya estaba preparado y cómo podría ingresar a mi casa.
A los pocos minutos recibí un video suyo. Mientras este se descargaba me llegaron sus instrucciones mediante un mensaje de texto: “Perrito, quiero que te ates las manos y mires el video con los auriculares puestos y a un volumen con el que no puedas escuchar otra cosa. Vas a poner el video en reproducción automática y una vez que termines de verlo por primera vez vas a taparte los ojos y quedarte escuchándolo hasta que yo llegue”.
Lo que recibí era la filmación de la llamada telefónica del otro día. Nada más empezar a verlo mi pene, que ya estaba morcillón, terminó de ponerse duro. Verla desnuda recorrer su cuerpo con sus manos, oírla excitarse mientras me hablaba y que su calentura no le permitiera terminar las palabras y observarla convulsionar cuando explotó de placer hicieron que, junto a la excitación acumulada de los últimos días, tuviera la necesidad de eyacular, pero al no poder estimularme no pude hacerlo. Simplemente movía mi cadera arriba y abajo simulando que estaba cogiendo. Una vez que cortamos Laura empezó a tocarse despacio. Rozaba en círculos el exterior de su vagina y emitía pequeños gemiditos de placer. De a poco fue acelerando sus movimientos y apretándose una teta cada vez más fuerte. Se corrió mirando fijo a la cámara. Su expresión de lujuria casi hace que acabe sin siquiera tocarme.
Perder mi estimulación visual no me sirvió para bajar mi líbido, con lo que seguía igual de erecto mientras oía a Laura gemir y acabar continuamente. No sé cuantas veces se repitió el video hasta que sentí que una mano retiraba mis auriculares y su voz susurrarme “buenas noches perrito”. Me sacó la cobertura de mis ojos y empezó a besarme, sin dejarme verla. Mientras me besaba llevó una mano a mi tronco.
Exploté en cuanto apretó despacio la mitad de mi miembro. Si bien primero emití un gemido de placer por la potente liberación de la excitación acumulada durante los últimos días después del primer chorro solo sentía angustia. Había desobedecido su principal orden en la primera oportunidad que tuve. Casi me pongo a llorar mientras mi pene seguía escupiendo mi semilla. Al ver mi reacción Laura cambió de actitud. Me desató rápidamente y me abrazó contra su pecho. Me acarició la cabeza al tiempo que me susurraba con cariño
– Tranquilo. No importa. Está bien.
– No – dije aún alterado – no está bien. Tendría que haber aguantando.
– No me importa. Sabía que era imposible que aguantaras. El hecho que acabaras apenas te toqué me confirma que no lo hiciste durante estos días – me tomó del rostro y me hizo mirarla – y eso me importa mucho más que que te hayas corrido.
– ¿No estás enojada?
– ¿Cómo voy a estar enojada? Llegaste a tu limite. Seguramente lo superaste. Estuviste estimulado durante casi 4 días y aguantaste sin tocarte ese tiempo. Hasta te ataste para evitar hacerlo entre sueños. No. No estoy enojada. Estoy orgullosa y feliz de que hayas podido aguantar todos estos días y que lo hayas hecho solo porque yo te lo pedí – me besó con pasión – Ahora vamos a bañarnos para poder empezar como corresponde nuestra nueva vida juntos. Que estoy muy emocionada y excitada por mostrarte las cosas que planee y ver que habías aguantando solo me calentó más.
Todavía abochornada, vio que era justo y que de esa manera éramos los dos, los que íbamos a compartir ese fetiche por lo que sonriendo me dio la mano sellando el acuerdo. Al verla irse meneando sus caderas, comprendí que podía ser cuestión de horas que ese portento acudiera a mí. Silbando mi triunfo, me vestí y poniendo su tanga en el bolsillo de mi chaqueta a modo de pañuelo, busqué a mi prima. La encontré en el salón, tarareando una canción mientras barría. Al fijarme en ella, me percaté que se la veía feliz. El saber que no solo no me había enfadado sino que era cómplice de su fantasía, la liberó. Cuando me vio, paró de cantar y regalándome una sonrisa, me preguntó a donde iba:
-Tu cachorrita tiene el culo calentito pero sigue teniendo sed-.
Estaba inquieta. Llevaba tiempo dándole vueltas a este día, un día de huelga. Para Miriam llegaba tarde. A pesar de estar en contra de las cosas que estaban sucediendo últimamente consideraba que este movimiento no era más que un paripé y que la huelga debería haberse celebrado mucho antes, cuando aún era posible hacer cosas. Ahora, no tenía sentido.
Así, había decidido ir a currar a su puesto de trabajo, impasible ante posibles presiones que intentaran disuadirla. No obstante, no podía evitar cierto temor por los más que probables piquetes que la esperarían a ella y otros compañeros a la entrada de las oficinas.
Por suerte, pensó, la empresa había dispuesto de autocares que conducirían a los empleados hasta la seguridad del interior del edificio, evitando una confrontación directa con las masas que intentaran detenerlos. Pero, aún así, el nerviosismo que le provocaba aquel hormigueo en el estómago era inevitable.
Mientras se arreglaba pensaba en todas y cada una de las idas y venidas que le había dado al asunto durante la última semana y más se convencía de que iría a trabajar. A pesar del temor, era una mujer valiente, íntegra y no la iban a disuadir de sus ideas por unas simples amenazas. Pensaba en los piquetes y en sus malas artes para tratar que la gente no acudiera a sus puestos de trabajo. Más que piquetes informativos los llamaría piquetes agresivos. Se rió para sus adentros.
Una vez en el autocar que la conducía al trabajo, Miriam se encontró con el resto de compañeros que habían decidido acudir a su jornada laboral. Algunos de ellos, como Miriam, tenían claro que la huelga no tenía ningún sentido, era tardía y no conseguiría nada más que aplacar el malestar general de aquellos a los que no les daba la cabeza para más y pensaban que esta maniobra podía tener cualquier tipo de consecuencias. Nada más lejos de la realidad. Además, comprobó que no era la única a la que los piquetes le imponían respeto. Los había visto en acción en tiempos pasados y la verdad es que eran bastante contundentes en sus formas.
A medida que se acercaban a su destino, empezaron a oír la algarabía que la masa sindical formaba en las cercanías de las oficinas. Por suerte, habían habilitado una especie de pasillo cercado con vallas para que los autocares pudieran pasar alejados de la muchedumbre que pretendía detenerlos.
Al encarar la recta final, Miriam comenzó a divisar, a lo lejos, la cuantiosa multitud que los esperaba con pancartas, megáfonos y numerosos cánticos y lemas en contra de lo que ellos pensaban era una deshonra, ir a trabajar en ese día.
A medida que se acercaban, la intranquila mujer pudo divisar a compañeros y/o conocidos que la increpaban desde la prudencial lejanía. Su corazón empezó a palpitar con fuerza, dolida ante la incomprensión que le suponía la situación. Compañeros con los que ayer hablaba amistosamente, ahora la insultaban simplemente por no ejercer su derecho a huelga. Los rostros desencajados, llenos de rabia, le provocaban un malestar inusitado que alcanzó su máximo esplendor cuando vio a Cosme, su mejor amigo dentro de la empresa, entre el gentío.
Cosme era un chico adorable, un trozo de pan y trataba a Miriam como una reina. Ambos se llevaban muy bien, tenían cierta complicidad y en los últimos años, como compañeros de trabajo, habían llegado a entablar una muy buena amistad. Y precisamente por eso a ella le dolió tanto verlo a través del cristal del autocar, con la misma cara de odio que el resto de compañeros que lo secundaban, increpando a los integrantes del vehículo, compañeros que habían decidido ir a trabajar.
Miriam se lo quedó mirando y, por un instante, le dio la sensación que ambas miradas se cruzaban y ella, pudorosa, retiró la vista rápidamente sin tiempo a saber a ciencia cierta si él la había reconocido. Aunque la distancia era considerable y no debía ser fácil ver el interior del autocar, ella tuvo la impresión de que Cosme la había divisado y, aún así, había seguido con sus gritos y vítores en contra de ella y el resto que pensaba como ella. Se sintió dolida, apenada.
Una vez en el interior del edificio, no cesaron los comentarios sobre lo ocurrido, disertando sobre las personas que habían visto, dando su opinión sobre la huelga y los motivos y consecuencias de la misma, etc. Miriam se centró más en sus compañeros, en cómo era posible que hoy la insultara alguien a quien ayer saludada cordialmente y quien, seguramente, mañana le hablaría como si nada hubiera pasado.
No fue hasta bien avanzada la mañana cuando la gente comenzó a trabajar como si de otro día cualquiera se tratara. Aún así, la falta de muchos de sus compañeros se notaba. El ambiente enrarecido, el volumen de trabajo liviano, el escaso ruido ambiente… mas Miriam sí tenía faena acumulada y no precisamente por su culpa.
Ninguno de sus compañeros le llegaba a la suela de los zapatos. A pesar de estar al mismo nivel en cuanto a sueldo y categoría, Miriam tenía mucha mayor responsabilidad, llevando temas que no se le presuponían por su cargo pero para los que estaba sobradamente capacitada. Además, se encargaba de ayudar a compañeros que no eran capaces de sacar su trabajo adelante, por mucho más simple que fuera. Tampoco hacía ascos a enseñarles una y otra vez cosas que directamente no entendían u olvidaban tarde o temprano para volver a preguntarle lo mismo nuevamente. Miriam estaba quemada y un día de parón le habría venido divinamente para desconectar, pero no se lo podía permitir. Ni sus ideales ni su bolsillo.
Miriam vivía en pareja y, aunque no les faltaba el dinero, tampoco se podía permitir dejar de cobrar un día sin más. Tenían lo justo para vivir bien, pero en ningún caso podían derrochar o dejar de mirar por el dinero. Y ese era otro de los motivos por los que había decidido no hacer huelga. Aunque parezca una contradicción, lo poco que cobraba por lo bien que hacía su trabajo, era un motivo para no ir a la huelga, aunque en ella se luchara contra casos como el suyo.
Pasada la media mañana, Miriam pudo respirar más tranquilamente. Había avanzado bastante faena y los pocos compañeros de su departamento que habían ido a trabajar estaban lo suficientemente ociosos como para no molestarla demasiado. En un momento de relax le vino a la mente lo acaecido durante la llegada a las oficinas. Visualizó el rostro desencajado de Cosme y luego recordó momentos vividos con él.
Cosme no trabajaba en el mismo departamento que ella. Se habían conocido puesto que él era informático y, durante un tiempo, fue el encargado de solventar los problemas del PC de Miriam cuando se quejaba de algún nefasto incidente informático. El chico, aunque tímido, era muy amable y a Miriam le pareció sumamente agradable. Tras una avería más grave de lo normal en la que estuvieron en contacto más tiempo del habitual, hablando por teléfono y conversando mientras él desarrollaba su trabajo, se hicieron amigos. Cosme comenzó a soltarse y abrirse más, bromeando con Miriam y comenzaron a enviarse mails simplemente para saludarse o para contarse cosas que nada tenían que ver con el trabajo. Si llevaban tiempo sin verse, uno u otro se desplazaba y hacía una visita de cortesía al puesto del otro y así fueron intimando más y más hasta convertirse en los grandes amigos que ahora eran.
Envuelta en sus pensamientos, se sorprendió al escuchar la voz del indeseable de su jefe. Si Cosme era un trozo de pan, Iván, su responsable, era todo lo contrario. Miriam no lo soportaba. A parte de lo ninguneada que la tenía y de las muchas deficiencias profesionalmente hablando que mostraba, era mala persona. O eso creía ella.
-Primero de todo quería agradeceros el esfuerzo que habéis hecho por venir. Sé que no es agradable ver a vuestros compañeros increpándoos por algo a lo que tenéis derecho, a venir a trabajar, igual que ellos tienen derecho a hacer huelga. Sin duda hay gente que no lo entiende correctamente. Los piquetes, que aparentemente tanto saben sobre nuestros derechos, tendrían que aprender que el poder acceder a nuestro puesto de trabajo es uno de ellos. Hay que respetar las decisiones de los demás y entender que el derecho no es una obligación. Y que conste que no me inclino hacia una u otra postura, simplemente digo que ambas deberían poder ejercerse con total libertad. Entiendo que los que habéis venido es porque no entendéis esta huelga tan tardía – y, tras una pausa en la que buscó la complicidad de alguno de sus empleados sin encontrarla, bromeó: – Ya somos 2 – y sonrió provocando las risas de algunos trabajadores.
Miriam estaba asombrada escuchando aquel pequeño discurso. Aunque no se rió de la triste broma de su jefe, se sintió extrañamente respaldada por sus palabras que reflejaban bastante fielmente su manera de pensar al respecto. Su jefe acababa de impresionarla gratamente, algo que jamás pensó que pudiera suceder, y se sorprendió a sí misma sonriendo y aún se sorprendió más al ver que Iván la miraba y le devolvía la sonrisa. Miriam se quería morir y apartó rápidamente la vista borrando su sonrisa y dejando un semblante duro mientras el resto de la oficina le hacía la pelota a Iván riéndole la gracia.
El mediodía llegó y Miriam, junto con unas compañeras, se dispuso a marchar a comer. Antes de hacerlo estuvieron discutiendo largo y tendido sobre dónde ir. No les apetecía demasiado enfrentarse con los piquetes que pudieran quedar custodiando las salidas de las oficinas, pero no tenían más remedio que salir fuera a comer. Por suerte, las palabras de Iván habían subido la moral de los trabajadores que se veían con más ánimo de hacer frente a los equivocados compañeros que fuera pudieran increparlos. Y Miriam era del mismo parecer, sentía que su jefe le había insuflado el poco valor que le faltaba para afrontar la salida sin problemas.
Por suerte, las noticias que llegaban del exterior es que a esas horas no había demasiados problemas para salir. Otros compañeros que lo habían hecho antes no se habían encontrado con demasiados sindicalistas, cosa que terminó por convencer al grupo para salir a comer. No obstante, decidieron marchar por una de las puertas de atrás e ir a un restaurante que se encontraba a pocos minutos de allí andando tras confirmar, mediante llamada telefónica, que estaba abierto.
Mientras iban comentando el mono tema del día salieron a la calle y allí se encontraron con uno de los sindicalistas ataviado con todo el arsenal del buen piquete. Se trataba de Guillermo, el pervertido compañero de Miriam.
El grupo, envalentonado por la superioridad numérica, se encaró con el solitario piquete mientras Miriam recordaba el mucho asco que le tenía. Guillermo llevaba poco tiempo en la empresa y, al entrar, se sentó justo en frente de ella. Era un hombre mayor, cercano a los 50 años, un viejo verde que no dejaba de mirar a la preciosa mujer, unos 20 años más joven, que se sentaba en frente. Guillermo no era precisamente discreto y Miriam odiaba aquellas lascivas miradas que eran continuas desde el primer día. Cuando sentía su mirada le provocaba un asco y rabia desorbitada, hasta el punto de haber deseado clavarle un bolígrafo en el ojo. Lógicamente jamás lo hizo con lo que el hombre se sintió libre de seguir, día tras día, desnudándola con la mirada. Miriam consideraba que era un pervertido, pero procuraba evitar pensar lo que podía llegar a hacer más allá de eso.
El hombre ahora parecía cohibido ante las recriminaciones del grupo que se disponía a ir a comer, pero cuando Miriam pareció despertar de sus pensamientos, descubrió la mirada lasciva que durante toda la jornada de trabajo la devorada, clavada nuevamente en ella. El odio se apoderó de ella y se unió a los gritos contra el hombre que en ningún momento les había dicho nada.
Tras el desagradable incidente, el grupo llegó al restaurante. La comida fue amena a pesar del tema de conversación del cual Miriam comenzaba a cansarse. Lo peor es que esto mismo que estaba oyendo una y otra vez tendría que volver a oírlo en casa con su novio, por teléfono con sus padres o comentarlo por internet con los amigos. Empezaba a estar saturada.
Cuando terminaron de comer y de pagar se dispusieron a volver al trabajo. El grupo estaba más tranquilo que antes de salir y parecía haber olvidado que los piquetes podían estar nuevamente esperándolos. De ese modo, nadie se preocupó cuando Miriam se disculpó volviendo al restaurante para comprar tabaco. Ella misma, despreocupada, indicó al resto que fueran tirando, que en seguida los alcanzaba y el resto no le dio mayor importancia, dejando que su compañera fuera sola al restaurante para luego volver a las oficinas sin ninguna compañía.
Miriam se percató de lo imprudente que había sido cuando volvía con el tabaco y se acercaba a la entrada trasera por la que habían salido. Sus nervios volvieron a emerger pensando que el número de piquetes podía haber aumentado. Se tranquilizó pensando que si sus compañeras habían seguido sin esperar ni avisarla es que no se habían encontrado follón. De todos modos, pensar en volver a encontrarse con Guillermo no era lo más tranquilizador que se podía desear. Ni tan solo el grato recuerdo de las palabras de su superior servía para desechar el asco que el viejo verde le provocaba. Y cuando lo vio se temió lo peor.
Efectivamente no había follón. El hombre seguía estando solo, pero esta vez, junto a la pancarta y el megáfono que llevaba en las manos, el tío se había colocado un pasamontañas provocando el terror en la asustada mujer que, a pesar de todo, decidió no dejarse impresionar y acceder a su puesto de trabajo ignorando a aquel energúmeno.
-¿Dónde te crees que vas? – le dijo la extraña voz distorsionada por la tela del pasamontañas que ocultaba el rostro del piquete. Miriam lo ignoró – ¿Te he preguntado que a dónde te crees que vas? – alzó la voz, pero siguió sin recibir contestación de Miriam que ya lo había rebasado y estaba un par de metros alejada del encapuchado.
El hombre reaccionó en un gesto rápido acercándose a la mujer y sujetándola del brazo.
-¡Te he dicho que a dónde vas!
Miriam sintió el tirón del brazo parándola en seco obligándola a girarse, quedando su indolente mirada en frente de los ojos de su compañero. No dijo nada.
-Ya no eres tan valiente, eh… ahora que estás sola ya no eres tan valiente… – le soltó con sorna, incitándola…
-Voy a trabajar – reaccionó por fin – ¿me dejas? – le insinuó mirando la mano que aún la retenía.
-Estás muy equivocada si crees que esta tarde vas a entrar ahí dentro… – le respondió con rabia, alzando la mirada por encima de Miriam, divisando la entrada a las oficinas que estaba tan cercana.
-¿Y cómo cojones crees que me lo vas a impedir? – comenzó a sulfurarse.
La reacción de la chica pareció sacar de sus casillas al hombre que la retenía. Sabía perfectamente el carácter que tenía Miriam y no quería que se creciera. Quería que la obedeciera.
-¿Qué te parece así? – le soltó un cachete en la cara.
Miriam no se lo esperaba. Aunque no le dolió físicamente sí que lo hizo interiormente. ¿Quién coño se creía el puto Guillermo para ponerle la mano encima? Ni él ni nadie tenía ningún derecho a hacer aquello. Le sacó de sus casillas por un instante, pero intentó tranquilizarse y controlar la situación.
-Si me vuelves a poner una mano encima, te jodo la vida – le amenazó con aire chulesco, de superioridad. No necesitaba las alentadoras palabras de Iván para sentirse superior al desgraciado de Guillermo – Es más, te vas a arrepentir de esto…
El hombre parecía dubitativo. Pensó que la torta tal vez no había sido la mejor idea. Había provocado justo lo contrario de lo que pretendía. Miriam parecía tan altiva e imponente, segura de sí misma, que temía realmente por él, por su puesto de trabajo, su familia… todo lo que ella pudiera hacer para joderle.
-No tendré que volver a pegarte si me haces caso – dijo al fin inseguro, pero sin soltar el brazo de su presa.
-¿Me estás amenazando? – le desafió.
La actitud de Miriam le estaba poniendo cada vez más nervioso. Notaba el sudor acumularse bajo el incómodo pasamontañas.
-No, sólo digo que…
Pero Miriam no le dejó acabar cuando se dio media vuelta para dirigirse a la entrada del trabajo. Sin embargo, el brazo que la retenía no la dejó marchar y empezó a forcejear para liberarse. Notó que la mano aumentaba la presión para evitar soltar lo que sujetaba y empezó a sentir dolor.
-Déjame ir… – ordenó en mitad del forcejeo.
-Te he dicho que no – insistió.
-Me haces daño… – se quejó, pero el hombre seguía impasible.
Miriam, cansada de la situación, golpeó con la mano libre el hombro de su compañero intentado provocar que la soltara. El piquete, nervioso ante la situación que se le había descontrolado, notó una punzada de dolor provocada por el golpe de su compañera y, en un acto reflejo, golpeó con todas sus fuerzas a la chica. El bofetón en la cara hizo que los dos se detuvieran al instante, dejando de forcejear.
Miriam no se lo esperaba. La ostia había sido considerable. Le pitaba el oído y notaba el calor de la sangre que resbalaba por la comisura de sus labios. Se asustó, se asustó mucho por primera vez. Con las piernas temblando, se agachó, resignándose.
-Está bien – dijo con voz temblorosa – ¿qué… qué quieres…?
La adrenalina bullía en el interior del hombre. La rabia de sentirse inferior a aquella mujer se había desbordado al recibir aquel maldito golpe. Y, al verla allí, sumisa, se sintió poderoso.
-Te dije que me hicieras caso. Esto no tendría por qué haber pasado – y se inclinó para pasar el pulgar por los labios de Miriam, recogiendo la poca sangre que allí había.
-Por favor, déjame ir, si quieres no voy a trabajar, pero déjame marchar –suplicó temiéndose lo peor.
Miriam sabía que Guillermo era un pervertido y se asustó pensando lo que podría hacerle un depravado que era capaz de golpearla. Maldijo que por culpa de la fuerza física se viera en esa situación. Y contra más lo pensaba, más asustada se sentía.
El hombre caviló unos instantes pensando la mejor opción. Simplemente quería darle un susto, hacer que no fuera a trabajar, pero en ningún momento quería golpearla.
-No puedo hacer eso. Si te dejo marchar podrías avisar a tus compañeros o acceder por otra entrada.
¿Pensaba retenerla de por vida? Miriam estaba al borde de la desesperación. Y, en un último intento alocado, pegó un tirón para intentar zafarse de Guillermo. La puerta estaba tan cerca… Por fin consiguió soltarse de la mano que la retenía y se alzó para comenzar a correr. Tenía la sensación de que iba muy lenta, el corazón le iba a mil por hora y, a escasos metros del objetivo, tropezó. Los segundos antes de darse de bruces contra el suelo fueron eternos. Pensó en lo torpe que era y en lo que ese tropiezo podía significar. Se aterró.
El piquete no se esperaba esa maniobra. Cuando vio a la mujer corriendo hacia la puerta de entrada a las oficinas pensó en salir corriendo en dirección contraria. Por suerte para él, decidió lanzarse a la desesperada con la intención de alcanzarla antes de que toda su vida se viniera abajo. Al ver que no la pillaría se lanzó con los pies por delante intentando zancadillearla. Los segundos hasta contactar con ella le parecieron eternos. Por su mente pasó lo torpe que había sido confiándose y dejando marchar a la mujer que podía joderle la vida. Se estiró todo lo que pudo y con la punta del pie consiguió tocar ligeramente el talón de Miriam. Suficiente para desequilibrarla y hacerla caer. Ahora debía levantarse más rápido que ella y volver a retenerla. Se lo iba a hacer pasar muy mal, pensó con rabia.
Ella intentó levantarse todo lo rápido que pudo, sin mirar atrás. Y cuando lo logró, notó la firme mano que la volvía a sujetar del mismo brazo ya dolorido. Su mundo se vino abajo.
-Hija de puta… te vas a enterar – y pegó un tirón arrastrando el cuerpo de la desesperada mujer.
-No, no lo hagas, por favor… – sollozó.
El enmascarado la llevó hasta un callejón oscuro y profundo cercano al lugar donde estaban. La calle cortada era conocida por ser lugar habitual de drogadictos, jóvenes que hacían botellón o vagabundos que buscaban cierto cobijo para resguardarse del frío en las largas noches de invierno.
Mientras se dirigían hacia allí, Iván salía por la puerta hacia la que tan sólo unos segundos antes corría Miriam desesperada antes de ser alcanzada por su nefasto compañero de trabajo.
El agresor no tenía claro lo que iba a hacer con la mujer. Ya la había asustado, ya había conseguido que no fuera a trabajar. Ahora únicamente quería vengarse del mal rato que le había hecho pasar. Al llegar al final del callejón la tumbó en uno de los colchones mugrientos en los que seguramente había dormido algún sin techo o fornicado alguna pareja joven antes o después de ponerse hasta las cejas de alcohol y/o sustancias psicotrópicas.
Al verla allí tumbada, temblorosa, se fijó en lo buena que estaba. Por primera vez en la vida veía a Miriam, aquella mujer tan imponente, segura de sí misma e inteligente, en una situación de sumisión total y la polla se le puso dura. Se le ocurrió que podía aprovecharse un poco de la situación.
-Déjame verte ese labio – le soltó en tono conciliador, intentando calmar la situación, buscando que la chica se confiara.
Pero Miriam no estaba por la labor. El hombre se agachó sobre el colchón, a su lado, y tuvo que agarrarle el rostro para girarle la cara para verla frente a frente. El labio había vuelto a sangrar ligeramente y el encapuchado acercó su cara a la de Miriam levantándose ligeramente el pasamontañas. Ella intentó apartarse, pero él la retenía con fuerza. Cuando estuvo a escasos milímetros de su rostro, el hombre sacó la lengua y con ella lamió la sangre chupándole la barbilla y los labios.
Ella se moría de asco. La repulsa que sentía por Guillermo era desmesurada y mucho más tras lo que había hecho y estaba haciendo. Sacó cierto valor para escupirle en la cara, pero rápidamente se arrepintió de haberlo hecho.
Aunque llevaba el pasamontañas, un poco de saliva cayó sobre el ojo del tío. Aquello le sacó de sus casillas. Cuando parecía que Miriam estaba más dócil siempre tenía que sacar ese temperamento para hacerlo sentir inferior. Encendido, el hombre se dispuso a magrearle los pechos mientras le comía la boca.
Miriam intentaba escabullirse zarandeando a su compañero, pero era imposible. El hombre la estaba babeando intentando introducir la viperina lengua en su boca, sellada a fuego. Mientras intentaba evitar su lengua, notó como el desgraciado metía las manos bajo el jersey, buscando sus pechos. El hombre se había sentado sobre ella impidiendo que pudiera escaparse. No tuvo tiempo de pasar miedo. La estaban violando y debía concentrarse en evitarlo.
El violador quería que abriera la boca, pero no lo conseguía y tenía las manos ocupadas magreando las duras carnes del vientre de Miriam. En seguida subió hasta sus pechos. Eran firmes y grandes. Tiró del sostén, rompiéndolo, y pudo notar el contacto directo con tremendos senos, con los excitantes pezones tiesos de la chica. Entonces se le ocurrió. Apretó con fuerza uno de los pezones provocándole el suficiente dolor como para que abriera la boca. El hombre aprovechó para introducir su lengua y lamer cada uno de los rincones.
Miriam se estaba ahogando. El muy bruto le había metido la lengua hasta la campanilla y le había llenado la boca de babas. Necesitaba respirar. Así que le mordió el labio haciéndolo sangrar. El hombre retiró el rostro sorprendido. Y ella le miró desafiante.
-Te lo debía.
-Serás hija de puta… – le soltó con una sonrisa malévola que hizo temblar a la chica, poniéndole la piel de gallina en todo el cuerpo.
El hombre escupió en el rostro de la víctima.
-Te lo debía – le dijo con sorna y aprovechó para lamerle el rostro recogiendo con la lengua su propia saliva mientras levantaba el jersey dejando al aire libre los hermosos pechos de la mujer.
El hombre se llevó la mano a la bragueta y, como pudo, abrió la cremallera para sacarse la polla completamente tiesa. Empezó a masturbarse mientras besaba a la chica bajando por su cuello hasta llegar a las tetas donde se paró a saborear el delicioso manjar que le proporcionaba el melonar.
-Por favor… Guillermo… si lo haces te arrepentirás toda tu vida – intentó la vía psicológica para salir del atolladero.
El hombre se sobresaltó, incorporándose para mirar a su víctima.
-Si supieras lo buena que estás… Si supieras lo buena que estás me entenderías. Te he deseado tanto, tantas veces. Esto no es más que un halago hacia tu persona.
Miriam pensó que estaba chalado y comprendió que únicamente podía salir de allí si alguien la ayudaba. Gritó, pero sabía que nadie la oiría. Volvió a gritar y se detuvo al notar las sacudidas que el hombre pegaba con el brazo. Alzó la cabeza y vio la paja que se estaba haciendo. Se quería morir.
-Eso es… mírame, mírame la polla. Es toda tuya. ¿La quieres? ¿Te gusta?
El hombre se acercó al rostro de la chica, dejando de masturbarse y mostrando triunfante su pito completamente erecto. Miriam se fijó que era bastante normal. Unos 12 centímetros.
-Siempre había imaginado que la tenías pequeña – quiso dañarle el orgullo – y estaba en lo cierto.
Aquellas palabras no le sentaron demasiado bien y volvió a abofetearla. De la ostia, los ojos humedecidos de Miriam soltaron las primeras lágrimas mientras el indeseable energúmeno que tenía encima colocaba su pene entre sus hermosos pechos. Con una mano agarró ambos senos, juntándolos y empezó el vaivén para hacerse una cubana. Inclinando el cuerpo hacia atrás, con la otra mano, comenzó a frotar la entrepierna de la chica.
A los pocos minutos Miriam comenzó a tener sensaciones enfrentadas. Sus ojos no dejaban de humedecerse ante la impotencia de estar siendo violada, pero las caricias en su entrepierna empezaban a ser placenteras. Eso aún le daba más rabia provocándole las lágrimas que se deslizaban por su rostro. A medida que el chocho le iba picando cada vez más, más se fijaba en la punta de la verga que asomaba y desaparecía entre sus turgentes pechos al ritmo de las sacudidas de su compañero. Empezaba a ver aquel bonito glande como un premio más que como un castigo y eso la atormentaba por dentro.
El hombre se apartó de ella, levantándose y liberando los brazos que había estado aprisionando con las piernas mientras la agarraba del pelo alzándola también a ella. El hombre acercó la polla hacia la boca de la mujer, que se negaba a abrirla. El tío restregó su miembro por los carnosos labios de Miriam mientras le suplicaba buscando su favor.
Miriam se resistía a pesar del fuerte olor a polla que se introducía por sus fosas nasales. Era todo tan sucio: el mugriento colchón, el desangelado callejón, el indeseable Guillermo, la aterradora violación… que aquel intenso olor a sexo masculino la terminó de poner cachonda. Quería evitarlo, pero cuando el hombre apretó sus mejillas para que abriera la boca, no puso mucha resistencia. El cipote estaba salado.
-Te juro que como me la muerdas, te mato – la amenazó. Pero ella no pensaba morderle precisamente.
El hombre empezó a follarse la boca de su compañera, intentando meterle la polla hasta la garganta mientras le agarraba del pelo para que no se escapara. La mujer se atragantaba cada vez que el cavernícola le tocaba la campanilla con el glande. Miriam tenía la boca reseca y cada vez que la polla salía de su garganta, lo hacía impregnada de babas solidificadas que rodeaban el cipote y hacían puente entre la boca de ella y el miembro de él. Las babas se iban acumulando y resbalando por la verga hasta alcanzar los huevos del hombre desde donde colgaban, blanquecinas y espesas, hasta caer sobre el asqueroso colchón.
A medida que el violador se iba relajando iba minimizando la fuerza de sujeción del pelo de ella hasta que al final, sin darse cuenta, la soltó. Pero Miriam no escapó y siguió chupando polla a pesar de la libertad de la que gozaba. Cuando él se percató, se asustó, pero en seguida se sintió triunfante cuando se dio cuenta de que Miriam, tocándose los pechos, se desvivía, sin forzarla, chupándole la tiesa vara.
-¿Ves, putita? Si al final sabía que te gustaría… – se arriesgó.
Miriam, al oír esas palabras, se detuvo y lo miró desafiante con una mezcla de odio, excitación y asco.
-Eres un cabrón. ¿Cuánto hace que deseabas esto? – le provocó, pero él la ignoró.
El violador se agachó para deshacerse de los pantalones de la chica. Estaba desabrochando los botones cuando ella aprovechó para deshacerse del pasamontañas estirando de la parte superior descubriendo el rostro sudoroso de su violador.
-¡Cosme! – se sorprendió al ver que el hombre que la había golpeado, humillado, maltratado, ultrajado y violado era su querido amigo.
No sabía cómo reaccionar y recordó la cara desencajada con la que lo vio esa misma mañana increpándola a ella y al resto de integrantes del autocar junto con el resto de piquetes. Instintivamente se retiró de su amigo, sentada como estaba sobre el colchón, alejándose hacia atrás.
-Miriam… – quiso suavizar la situación, desdramatizarla, pero no supo cómo. La empinada verga era la dueña de su cuerpo y sus decisiones – Ven aquí – prosiguió con la lujuria marcada en la cara, adelantándose buscando nuevamente el contacto con su amiga.
Cosme introdujo la mano en el pantalón de Miriam por la abertura que habían dejado los botones ya abiertos. Ella, aún en shock, no reaccionó y le dejó hacer. Cuando los dedos del chico alcanzaron su sexo sintió una oleada de placer que se enfrentaba a sus pensamientos. ¿Era su adorable Cosme el que la estaba mancillando? ¿No era Guillermo? Saber que el autor de esa pesadilla había sido alguien tan cercano y no un loco pervertido aún le pareció más sucio, más mezquino y desagradable. Y, por tanto, más cachonda se estaba poniendo.
Mientras Cosme daba con el punto exacto que le provocaba el primer orgasmo, ella agarró el pito de su amigo por iniciativa propia y comenzó a masturbarlo. Cosme estaba confundido. Su identidad había sido revelada y no sabía lo que eso podía implicar. Al parecer, Miriam se había calentado tanto con la situación que, por el momento, todo parecía seguir igual o mejor que antes de perder su máscara. Sin embargo, su comportamiento hacia ella, todo lo que le había dicho y hecho ¿cómo les afectaría de ahora en adelante? No creía que Miriam siguiera con la idea de joderle la vida, pero tampoco creía que todo lo ocurrido no tuviera consecuencias.
-¿Quieres que lo hagamos? – le preguntó un Cosme sin autoridad tras la pérdida de su pasamontañas al igual que Sansón al perder su melena.
Ella no respondió. Deseaba que el chico la tratara como antes, la vejara, e intentó decírselo con la mirada. Siempre se habían entendido muy bien y no parecían haber perdido esa facultad.
Cosme se deshizo de los tejanos de la chica pegando un par de tirones. La cogió del pelo y tiró de ella para levantarla. Miriam sintió el dolor del tirón en su cuero cabelludo. Le gustó el ímpetu de su amigo. Cosme le dio media vuelta, poniéndola de espaldas y la puso a cuatro patas para insertarle el rabo en el chorreante coño. El violador seguía agarrándola por el pelo con lo que cada sacudida iba acompañada de su correspondiente tirón.
-Basta… – suplicó ella cuando no pudo soportar el dolor.
El chico le soltó la melena y, agarrándola por las caderas, empezó a embestirla con fiereza provocando que Miriam tuviera que apoyar las manos en el piso para no precipitarse contra el suelo por segunda vez en el mismo día.
A medida que la dolorida cabeza iba recuperándose, el placer de sentir aquella polla rozando sus paredes internas iba en aumento. Estaba a punto de correrse cuando divisó algo que se movía al frente. Se asustó pensando en algún vagabundo que pudiera estar durmiendo la mona en la oscuridad del callejón. A medida que se disipaba la incertidumbre, sus temores iban en aumento.
El hombre que se acercaba había estado viendo la escena desde un principio. Como había quedado con Cosme, el joven amigo de Miriam se encargaría de asustarla para que no accediera a su puesto de trabajo. La disuadiría y, de alguna forma, la convencería para traérsela al callejón. Lo que no se esperaba es que las cosas se le hubieran complicado tanto al muchacho. No pensaba intervenir, pero ahora que la identidad de Cosme había sido revelada…
Miriam, al ver el rostro de Guillermo acercándose, se quería morir. Había olvidado que, en un principio, había creído que aquel asqueroso era el que había provocado toda la situación y no le gustaba la idea de que apareciera en escena definitivamente. Llevaba una gabardina. Al abrirla mostró el pecho descubierto y Miriam, al bajar la mirada, vio aquel pollón sobrehumano. Se corrió por segunda vez en el día.
-Así que te pensabas que la tenía pequeña… – le provocó Guillermo, cuando llegó a la altura de la pobre chica, agarrándose la flácida polla para acercarla al rostro de Miriam.
La chica alzó la mirada y le dedicó un gesto de desprecio total. Bajó la vista y se topó con aquel pollón que en reposo debía medir unos 18 centímetros. La excitación iba en aumento.
-En realidad jamás me he parado a pensar cómo la tenías – le replicó con sinceridad. De haberlo sabido… pensó.
-Pues a partir de ahora vas a soñar con ella, niñata.
-¿Cuánto tiempo llevas tú soñando conmigo? – le replicó hábilmente.
-Sólo tenía que bajarme los pantalones para que te abrieras de patas, ¡zorra!
Y Miriam abrió la boca para saborear el cipote que tenía enfrente, pero Guillermo apartó su miembro dejándola con las ganas. Volvió a acercar la verga mientras ella le miraba desafiante, pero en cuando volvió a abrir la boca, él volvió a quitarle la comida, alzando el nabo que sujetaba con su mano. Al tercer intento, el hombre bajó poco a poco la polla mientras ella le esperaba con la boca abierta. El grueso glande entró en contacto con la lengua de la chica que notó el peso de tan tremendo artefacto a medida que su dueño lo depositaba en su boca.
A todo esto, Cosme había dejado de penetrarla y le estaba haciendo un cunnilingus cuando Miriam agarró el rabo de Guillermo y empezó a masturbarlo sin dejar de chuparle el glande. Poco a poco fue notando cómo el miembro del cincuentón se iba endureciendo y, a medida que crecía de tamaño entre sus manos y en el interior de su boca, iban aumentando los flujos vaginales que inundaban el rostro del informático.
Cuando su amigo le robó el tercer orgasmo se separó de ella para colocarse junto al hombre mayor. Estaba claro lo que quería. Miriam se sacó el pollón de la boca y, antes de comerse la otra verga, echó un vistazo al monstruo que tenía delante. Parecía un pene de caballo, debía medir más de 25 centímetros e impresionaba verla tiesa, suspendida en el aire, rodeada de venas verdes a punto de estallar. Casi se corre sólo de verla. La agarró con la zurda y, mientras se la meneaba, se introdujo la pollita de Cosme en la boca.
Estuvo un rato mamando alternativamente los cipotes de los dos hombres cuando el pervertido de Guillermo se separó de ella para tumbarse en el mugriento colchón, siempre con la gabardina puesta. Cuando pasó por detrás de la chica la agarró del pelo, separándola de Cosme y doblándole el cuello.
-¡Bestia! – se quejó la damisela.
-Lo que va ser bestia va a ser la empalada que te voy a hacer…
Sólo de pensarlo un cosquilleo recorrió el cuerpo de la joven que deseó sentir aquel poste rodeado de verde hiedra rasgando su cuello uterino. Guillermo estaba tumbado con el pollón mirando al cielo cuando Miriam, a horcajadas, bajó su cuerpo hasta que su lubricado y escocido coño entró en contacto con la punta de semejante aparato.
Guillermo había fantaseado con esa diosa desde que entró a trabajar en la empresa. La había desnudado millones de veces con la mirada, pero jamás se había imaginado que pudiera estar tan buena. Los considerables pechos puestos exactamente en su sitio, el vientre plano y las curvas de su cadera, las largas y bonitas piernas y esa caliente concha con esos prominentes labios vaginales que ahora rozaban su descomunal polla. No se podía creer que esto estuviera pasando. Cerró los ojos y disfrutó de la sensación de sentir aquellos labios adhiriéndose a su venosa polla, dejando un rastro de fluido vaginal, y de su glande rasgando las paredes internas del coño más deseado de la oficina. Abrió los párpados y vio a Miriam con los ojos en blanco, en éxtasis y aprovechó para acariciar los turgentes pechos que bamboleaban delante de sus ojos.
Al sentir las manos de Guillermo aferrándose a sus tetas no aguantó el placer de sentirse rellenada por semejante pollón y se corrió por cuarta vez. Estaba recuperándose del orgasmo cuando sintió el empujón de Cosme que echó su cuerpo hacia delante. Se encontró de golpe con la cara de Guillermo, que hizo el esfuerzo de alzarse para robarle un morreo. Le dio un poco de asco besar al viejo, pero no apartó la boca.
Ante la mirada del joven apareció el rosado ano de Miriam. Sin pudor, el chico empezó a acariciarlo poco a poco hasta que, de golpe, introdujo un dedo en el agujero de la chica, sorprendiéndola.
Era la primera vez que algo o alguien penetraba su agujero trasero y no le gustó la sensación. Intentó quejarse, pero su amigo le tapó la boca con la mano libre. Nuevamente se asustó. No quería que le petaran el culo. Intentó quejarse, zafarse pero los quejidos amortiguados por la mordaza de carne y hueso fueron ignorados y los movimientos de su cuerpo fueron interpretados como consecuencias del placer recibido. Sin poder evitarlo, notó el duro falo de su amigo informático conquistando su culo. Quiso gritar, pero la mano aún la amordazaba.
Ambos compañeros del trabajo de Miriam, su querido amigo y el indeseable pervertido, se acompasaron enculándola y follándola respectivamente de manera que ninguno perdiera el ritmo de las sacudidas. Cuando Cosme notó que la resistencia de su amiga se desvanecía, retiró su mano para dejarla gemir de puro placer. El quinto orgasmo llegó acompañado de un enorme suspiro de satisfacción.
Cosme aprovechó para sacar todo el amor que sentía por su compañera y amiga. Mientras le metía y sacaba el USB en la ranura trasera se pegó a ella para besarla en el cuello mientras le acariciaba la espalda con ternura. Los gestos receptivos de la exuberante mujer que giraba la cabeza buscando la boca de su amigo fueron demasiado para Cosme que se corrió mientras se comía la boca de Miriam. El primer chorro de semen lo soltó en el ano de la chica, pero en seguida sacó la verga para lanzar el resto de la corrida sobre las nalgas y la espalda de ultrajada mujer.
Mientras Cosme se apartaba, Miriam se levantó liberando el cipote que llevaba minutos dentro de su coño. Sin que Guillermo se levantara, la chica se agachó buscando nuevamente los 25 centímetros largos de carne manchada con el líquido blanquecino que la raja de ella misma había emanado. No le importó y relamió cada centímetro de tranca hasta dejarla reluciente. En ese instante, Guillermo se agarró el miembro con la mano y empezó a masturbarse. Miriam sabía lo que venía y abrió la boca sacando la lengua lo más cerca de la punta de la polla.
El primer chorro la sorprendió. Un escupitajo impetuoso de leche saltó varios centímetros por encima del rostro de Miriam que se acercó más para el siguiente recibirlo en el interior de la boca. Ese segundo chorro, aún poderoso, impactó con fuerza en el paladar de la chica que se retiró ligeramente recibiendo el tercer manantial en la lengua. Los siguientes chorros perdieron intensidad y ella se aferró a la polla intentando recibir toda la leche que pudiera. Cuando el hombre mayor terminó de correrse, la chica dejó caer la mezcla de saliva y todo el semen que había retenido en la boca sobre el pubis del hombre donde se juntó con los restos de lefa que ya habían caído allí de primeras.
-Sabía que eres una buena puta – le insultó el viejo verde – Te pueden las pollas grandes, eh.
Miriam, avergonzada, no le contestó y se retiró para hacerse un ovillo, dolorida. Cosme no había articulado palabra alguna desde que se corriera sobre su amiga. Los dos permanecieron callados mientras Guillermo alardeaba de lo macho que era.
-Ves tirando – le indicó Guillermo a Cosme cuando ambos estuvieron vestidos. El joven obedeció sin despedirse de su amiga.
El cincuentón se acercó a Miriam y la amenazó.
-Como se te ocurra decir una sola palabra de lo que ha ocurrido esta tarde, te juro que te mato. Supongo que al chaval – refiriéndose a Cosme – no le querrás hacer ningún daño. Al pobre se le ha escapado de las manos y sólo cumplía órdenes mías – se confesó – Y respecto a mí… ten mucho cuidado – le soltó inculcando el temor en el desangelado cuerpo de la chica – Piensa que si te portas bien, a lo mejor te dejo verla otra vez – le vaciló agarrándose el paquete y mostrándoselo orgulloso a la pobre víctima.
Cuando Guillermo se marchó, a Miriam le invadieron todas las culpas y rompió a llorar. Se había dejado violar y lo había disfrutado, mucho. El problema no era haber puesto unos cuernos, algo que jamás se le hubiera pasado por la cabeza, era la forma como había sido. Y con quién. Aunque lo de Cosme podía tener un pase, recordar lo que le había hecho le apenó más de lo que estaba. Pero lo peor era haberlo hecho con Guillermo que no sólo era un viejo verde, sino un prepotente, un chiflado. Eso sí, reconocía que tenía una polla tremenda y saberlo le jodía aún más pues no sabía si a partir de ahora podría resistir sus pervertidas miradas sin mojar las bragas. Se dio asco a sí misma.
Mientras esperaba a Guillermo, Cosme seguía dándole vueltas a lo sucedido. Estaba muy nervioso y arrepentido. Aunque follarse a la espectacular Miriam era un privilegio al alcance de nadie se arrepentía de haberlo hecho por la forma como había ocurrido. Tuvo la impresión de que lo sucedido acabaría con su bonita amistad y, aunque la relación de ambos fue cordial en el futuro, no se equivocaba. Por suerte, por fin llegó Guillermo que le sacó de sus atormentados pensamientos.
Los violadores se marcharon mientras Guillermo pensaba en el sueño que había hecho realidad. Aunque su plan se había torcido ligeramente, al final se había chuscado a la mujer que llevaba deseando día tras día desde su incorporación a la empresa. Se sintió bien y se imaginó cómo serían los próximos días en el trabajo imaginando el precioso cuerpo de Miriam tras su provocativa ropa. Como siempre, pero a partir de ahora conociendo al detalle cada uno de los rincones de su cuerpo.
-¡Miriam! Te he estado buscando – la destrozada mujer oyó una voz familiar – ¿Qué te ha pasado? ¡Madre mía! ¿estás bien?
Iván había salido a buscar a su mejor empleada cuando las compañeras le advirtieron que tardaba mucho en regresar del restaurante y se preocupó al descubrir a Miriam tirada desnuda sobre ese asqueroso colchón. A pesar del tiempo que llevaba enamorado de ella fue incapaz de fijarse en el precioso cuerpo que ante él se vislumbraba. El amor que sentía hizo que lo primero que pensara fuera que estaba en peligro e hizo todo lo posible por hacer que se sintiera mejor. La ayudó a vestirse e incorporarse y escuchó la historia que Miriam se inventó a medida que la contaba.
Miriam se sorprendió al descubrir el amable trato que su superior le dispensó. Sin embargo, pensó que era lo mínimo que te puedes esperar de alguien que se encuentra a una indefensa mujer en las condiciones en las que ella se encontraba. Pero, aunque le costó reconocerlo, finalmente se vio obligada a admitir que su jefe tal vez no era el cabrón que ella se pensaba. Incluso, pasado el tiempo, llego a considerarlo el héroe que podría haberla salvado de los malditos acontecimientos acaecidos aquella fatídica tarde del día de huelga.
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No pude negarme, María ya se lo había introducido en la boca y la idea de compartir ese culo juvenil con ella, no me parecía una idea tan desagradable.
Los preparativos
Ni que decir tiene que al sentarme, conseguí hacerlo entre esas dos bellezas. Con Isabel a mi derecha y María a mi izquierda era la envidia de todo el pasaje. Nada reseñable hubiera ocurrido durante el despegue sino llega a ser que debido al aire acondicionado del avión, los pezones de mis acompañantes se erizaron y se me mostraron a través de la fina tela de sus blusas. Comprendiendo que era el momento de vengarme, acariciando las piernas de ambas, les dije:
El taxi tardó cerca de veinte minutos en hacer el trayecto entre el aeropuerto de Lanzarote y nuestro hotel. Durante ese tiempo, María e Isabel se encargaron de tomarme el pelo por medio de reiteradas insinuaciones e indirectas, todas ellas encaminadas a excitarme. Sin cortarse por la presencia del taxista y descojonadas de risa, me exigieron que me enterara donde estaba la playa nudista más cercana porque tenían ganas de comprobar si era cierto que calzaba una xl. Tratando de pasar el trago lo más rápidamente, les dije que si lo que querían era vérmela solo tenía que pedirlo.
“Son las nueve”, pensé al oir que las dos mujeres salían de su cuarto. Cogí mi chaqueta y salí al pasillo. Al cruzar el umbral de la puerta me encontré con una visión maravillosa, me esperaban ataviadas con unos escuetos vestidos de noche. Ambos lucían grandes escotes y solo se diferenciaban en la longitud de su falda, mientras María llevaba uno largo con una provocativa apertura en un lado, Isabel se había puesto uno cuya falda únicamente tapaba su culo, dejando al descubierto la mayor parte de sus piernas. Durante unos momentos, babeando su belleza, disfruté mirándolas. Ellas, lejos de sentirse incomodas por mi repaso, se sintieron halagadas y con desparpajo, me lucieron los modelitos.
Al salir de debajo del mantel, los ojos de la cría tenían un brillo especial y por eso le pregunté que le había parecido:
-No te preocupes que lo haremos. Esta noche cuando te hayamos dejado seco, te juro que tendré suficiente con María y si no es así, siempre podré utilizar uno de los juguetes que he traído en mi maleta-.
Sinopsis:
Respondiendo a un llamado de su interior, Uxío Mosteiro abandona su ajetreada vida en Lyon y se traslada a la aldea donde desde tiempos inmemoriales su familia es dueña de un pazo. Su llegada a esa su tierra, el único lugar donde se considera en casa, despierta el temor ancestral que sus paisanos siente por los salvaxes. Aunque en un principio no le da importancia, considerándolo poco más que chismes la fijación que muestran asimilando a todos los de su alcurnia con esos seres mitológicos, los cambios que se producen en él le hacen ver que los hombres lobo existen y que él es uno de ellos. Sin saberlo, contrata a la nieta de una antigua cocinera de la casa y Branca resulta ser una poderosa Meiga. La hechicera se convierte en su amante y desde ese momento, tratara de convencer a su amado para que acepte que además de salvaxes, también habitan esos lugares las hadas, una de las cuales llamada Xenoveva lo reclama como su esposo.
Todo se complica cuando Tereixa, una hembra de su especie, aparece por el pueblo y empiezan las muertes…
ALTO CONTENIDO ERÓTICO
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:
Furtivo y gris en la penumbra última,
va dejando sus rastros en la margen
de este río sin nombre que ha saciado
la sed de su garganta y cuyas aguas
no repiten estrellas. Esta noche,
el lobo es una sombra que está sola
y que busca a la hembra y siente frío.
Jorge Luis Borges
Tras diez años trabajando en el extranjero para la Interpol, estaba harto. Asqueado de tanta violencia y maldad que sobrevolaba la sociedad de hoy en día, necesitaba volver a mis orígenes. No me bastaba con retornar a mi país o a mi región, ni siquiera a mi pueblo; ¡tenía que volver a casa! Y cuando hablo de casa, no me refiero al piso de Madrid donde viví con el viejo, sino la casa solariega de la Galicia profunda que forma parte de mis genes y a la que siempre he estado íntimamente unido. Nadie lo comprende, pero desde niño ¡solo ahí fui feliz! Para mí, nada se puede comparar con recorrer sus caminos, disfrutar de sus prados, perderse entre sus bosques o descansar en una de sus riberas sombrías. Su húmeda belleza, sus paisanos, sus cumbres, el sonido de los urogallos reclamando el favor de las hembras, me llamaban de vuelta. Tras la muerte de mi padre y haber heredado una buena suma, pedí una excedencia de dos años y una mañana de mayo, llegué ante sus muros. El musgo de la entrada y los tejos invadiendo el camino me hicieron enfadar al saber que gran parte de esa decadencia era culpa mía. No en vano yo era el único heredero de esas tierras y por tanto su dueño. Aunque me sacó de ahí siendo un crio, huyendo de lo que él llamaba la aldea, para mí esa casona, era “noso lar”, el hogar que nuestros antepasados erigieron en la ladera de un monte.
«Tengo que devolverle su esplendor», me dije mirando los descuidados campos de mi heredad con el pecho encogido. Abrir el viejo portón de madera de su entrada no hizo más que incrementar mi dolor. El polvo de los muebles, las telarañas de sus techos, el olor a cerrado. Todo en su interior daba muestra de su abandono.
«¡Qué distinto era cuando vivía el “Vello”! ¡El abuelo no hubiese permitido este deterioro!» sentencié mientras subía por las escaleras al primer piso para dejar el equipaje.
Sabiéndome el único a quien le importaba el viejo pazo, ocupé la habitación que históricamente correspondía al dueño y que desde que había muerto el “Viejo”, mi padre se había negado a usar.
«Yo si la ocuparé “avó”», dije sintiendo como si siguiera viva la figura de mi abuelo.
Al llegar, instintivamente toqué a la puerta como hacía cuando el anciano vivía antes de entrar. Tras darme cuenta de lo absurdo que eso era, abrí y pasé al cuarto. La cama donde durante años había estado recluido era tan enorme como recordaba.
«La de veces que me tumbé ahí para que me leyera un cuento», me dije observando el grueso colchón de lana.
El frio me hizo recordar que todavía no había encendido la “lareira”, la enorme chimenea que ocupaba la mitad de la cocina de la planta baja y que era tan típica en las aldeas de mi tierra. Dejando las dos maletas en el suelo, me dirigí a hacerlo. La antigüedad de la leña allí acumulada me permitió con rapidez hacer una pequeña hoguera que secara y calentara el ambiente. La belleza hipnótica de sus llamas me hizo volver a mi niñez y a sus noches cuando, a la luz de esa lumbre, Maruxa, la cocinera me narraba historias de meigas, de duendes y de hadas.
«Galicia é unha terra máxica e cada un dos seus fillos ten unha fada madriña», siempre recalcaba cuando me oía negar la existencia de la magia y de esos seres alados.
― ¿Tengo yo también un hada madrina? ― recuerdo que tenía la costumbre de preguntar.
Aunque cientos de veces cuestioné lo mismo, Maruxa nunca se cansó de contestar:
― Non te rías. A túa fada chámase Xenoveva e un día presentarase a ti.
Según ella, el día que nací vio al lado de mi cuna a esa hada bajo el aspecto de una mujer joven. Al indagar ella en qué hacía ahí, la aparición le contestó:
― Coido do meu destino.
«Cuido de mi destino», sonreí al recordar su insistencia en que un día Xenoveva, mi hada madrina, aparecería ante mí para salvarme si algo me amenazaba.
―Maruxa, no asustes al chaval― mi padre la recriminó una noche al comprobar que me creía esas leyendas: ―Aquí no hay peligro.
― Patrón, sempre hai perigos escondidos detrás da maleza.
―Habladurías de viejas. Hijo, ¡no hagas caso! No existen ni las brujas, ni los duendes y menos las hadas.
A pesar de los años que han pasado, no consigo olvidar mi enfado con él porque negara la existencia de Xenoveva. En mi mente de niño, la señora de los bosques era real y me cuidaba.
―Papá, ella me salvó cuando casi me ahogo en la laguna y luego desapareció.
―Uxío, las hadas no existen. La joven que te sacó del agua, debió ser una peregrina haciendo el camino de Santiago que, viendo que estabas bien, decidió dejarte para irse a reunir con sus compañeros de viaje― contestó muy molesto.
Recuerdo que mi abuelo, sonriendo, murmuró en mi oído:
―Tu padre es un viejo cascarrabias que ha borrado de su mente a su madrina. Tú no la olvides y Xenoveva volverá.
El crepitar de un leño me devolvió a la realidad y dejando esos recuerdos en un rincón de mi cerebro, me puse a airear la casa. El penoso estado de sus ventanas y contraventanas me hizo ver que iba a necesitar ayuda y por eso decidí que cuando fuera a ver al cura, como verdadero poder fáctico de la aldea, no solo debía pedirle que me encontrara alguien de servicio sino también un manitas que me apoyara arreglando todo aquello que yo no pudiera.
«Hay demasiados desperfectos para hacerlo solo», sentencié preocupado.
Aterido de frio y sabiendo que poca cosa podía hacer ahí hasta que cogiera temperatura, cerrando la casa, me fui a buscar al sacerdote. Tras aparcar frente a la iglesia, me encontré que don Ángel estaba confesando y que según ponía en el horario todavía tardaría una hora en salir del confesonario.
«Me tomaría un café mientras tanto», pensé y viendo que estaba abierto el bar de doña Madalena, me dirigí hacia ahí.
No había recorrido ni veinte metros desde la Iglesia, cuando escuché que alguien me llamaba. Al girarme me encontré con la antigua cocinera.
― ¡Maruxa! ― exclamé al reconocerla tras tantos años.
La ahora anciana se echó a llorar mientras me abrazaba:
―O meu pequeno Uxío.
El cariño de la paisana me dejó sin palabras y por ello tardé en reaccionar al darme cuenta de que no venía sola y que una joven alta y morena la acompañaba.
―Es Branca, a miña neta― cuándo pregunté, confirmó que era su nieta.
Como quería hablar con Maruxa para que me pusiera al día de lo que había pasado en el pueblo, me pareció lógico invitar a las dos a tomar algo. La timidez de la muchacha quedó de manifiesto cuando quiso protestar y su abuela la calló diciendo que debía conocer a su “Uxío”. El comentario de la antigua empleada me hizo reparar en su larga cabellera, negra como la noche, y en su rostro, blanco y dulce que realzaba el color de sus labios rojos. Reconozco que me dio pena la muchacha al ver que, frunciendo el ceño, nos seguía en silencio. Ya en el bar, me permití comentar a la antigua empleada el mal estado en que se encontraba la casona y que si me hallaba en el pueblo era para hablar con el párroco para que me aconsejara a quien necesitar contratar de servicio.
― Non é preciso preguntarlle ao cura. Branca estará encantada de ir vivir ao pazo para traballar― dijo señalando a su nieta.
Que en esa zona imperaba el matriarcado, me quedó claro cuando tratando de saber si la joven realmente deseaba ese trabajo le pedí que me lo aclarara y ella aceptó diciendo:
―Mi abuela cree que será bueno.
La voz de la chavala me agradó y obviando que realmente no me había confirmado que deseara el puesto, se lo di asumiendo que siendo familia de Maruxa era alguien de confianza.
―Me gustaría que vinieras esta misma tarde, Hay mucho que limpiar― contesté al decirme que cuando empezaba.
―Aí estará, non te preocupes― sentenció su abuela mientras se despedía de mí.
Cómo todavía tenía que hablar con don Ángel por el manitas, me quedé haciendo tiempo y pedí otro café. Al traérmelo, la dueña del local me soltó que no debería contratar a la tal Branca.
― ¿Por qué? ― pregunté.
― As mulleres desa familia son bruxas ― respondió la cincuentona.
Sé que debería haber sido más discreto, pero al oír que según la paisana todas las hembras de la familia de Maruxa eran brujas, no pude contener la carcajada.
― Non te rías. Todo o mundo sabe que teñen fama de meigas que falan cos mortos.
Al decir en que tenían fama de hablar con los muertos, comprendí que en la Galicia profunda seguían enquistadas esas creencias en las que se mezclaban supersticiones celtas con el cristianismo más rancio. No queriendo que viera un menosprecio en mi escepticismo, me quedé callado y salí del bar.
«Es acojonante, en pleno siglo XXI, siguen creyendo esas patrañas», sentencié sin caer en que, al contrario que en mi niñez, con treinta y cinco años mi progenitor y yo teníamos la misma opinión sobre esos temas.
Ya de vuelta a la iglesia, el párroco había terminado de confesar y pudo darme unos minutos. A raíz de enterarse que había contratado a la muchacha, don Ángel me felicitó por no haberme dejado llevar por los chismes del pueblo:
―Todas las jóvenes de esa familia son carne de emigración debido a la superstición. Ninguno de sus paisanos les da trabajo al temer caer bajo un hechizo.
―Padre, ¿y qué tal es Branca? ― indagué.
El sacerdote respondió muerto de risa:
―La más peligrosa de todas ellas. Con un movimiento de pestañas, es capaz de hechizar a cualquier hombre.
Que don Ángel se atreviera a bromear con ello y encima alabando la belleza de la cría, me tranquilizó al creerme ya vacunado contra ese tipo de armas y cambiando de tema, le pedí que me aconsejara a que albañil contratar.
―En esta época, no te puedo aconsejar a ninguno. Los buenos están ocupados con las faenas del campo. Pero no te preocupes, todas las mujeres del pueblo pueden hacer pequeñas reparaciones y Branca no será menos. Si la dejas, se ocupará de corregir los desperfectos con los que se encuentre― contestó.
Que esa cría fuera capaz no solo de mantener al día la limpieza del pazo sino también supiera hacer chapuzas, me alegró y recordando que todavía debía llenar la despensa, me fui la tienda del pueblo. Al llegar al pequeño súper, me llevé la sorpresa de que Maruxa y su nieta se me habían adelantado y habían dejado a la dependienta una lista con lo que ellas consideraban indispensable.
―Está correcto, ¿cuánto le debo? ― sentencié tras repasar el pedido y comprobar que lo que habían encargado era, además de razonable, necesario: «No me había acordado de comprar el cubo con su fregona y menos los dos tipos de jabón que se necesitará para limpiar los suelos», me dije mientras sacaba la cartera y pagaba.
Contento con esa inesperada ayuda, metí las bolsas en el maletero de mi todo terreno y volví a la casona. Tras aparcar, vi que Branca acompañada de otra joven estaba limpiando el exterior de la casa. Al acercarme y tras presentarme a su hermana, me dio la bienvenida diciendo que había dejado sus cosas en la habitación que había sido de su abuela.
―Esa parte de la casa está inhabitable. Hasta que no la arreglemos será mejor que duermas en el área noble― comenté recordando el calamitoso estado de la zona de servicio.
―Lo que usted diga― respondió sin poder evitar mostrar su satisfacción al no tener que dormir pensando que el techo se le podría venir encima.
La sonrisa que iluminó su cara me dejó apabullado al darme por fin cuenta de lo que se refería el puñetero cura: “Branca era una belleza”. La palidez de la criatura realzaba más si cabe el vivo color de sus labios mientras la profundidad de sus ojos negros animaba a zambullirse en ellos. La joven no se debió de percatar de la forma en que la miraba porque no se quejó de ello y tomando posesión de su puesto, únicamente me exigió que desapareciera de la casa mientras ellas terminaban de limpiar.
Disculpando su tono duro y en cierto grado impropio de alguien a mi servicio, comprendí que mi persona ahí estorbaba y tragándome el orgullo, me fui a dar una vuelta por la propiedad. Ese paseo obligado no tardó en afectarme y olvidando mi cabreo, empecé a disfrutar de cada uno de sus pasos. La belleza de los prados con la yerba a punto de segar me fue acercando poco a poco al bosque casi salvaje que mi abuelo se había encargado de proteger y que, por respeto, mi padre nunca había tocado.
«¿Cuantos años puede tener este carballo?», me pregunté al observar el tronco de un roble que al menos sería centenario mientras sin darme cuenta me internaba en la densa foresta.
Absorto contemplando la herencia vegetal de mis mayores seguí penetrando en el bosque hasta que de improviso me vi en mitad de un claro. Reconocí de inmediato ese lugar y por eso, busqué la laguna donde siendo un niño me bañaba. Tras encontrarla, curiosamente hacía calor y sintiendo el sol cayendo a plomo sobre mi cabeza, estaba ya quitándome la camisa con la esperanza de darme un chapuzón cuando unas risas femeninas me hicieron parar en seco.
Extrañado, me agaché tras un denso laurel y busqué su origen. Desde mi escondite, comprobé que las culpables eran dos crías que aprovechando la soledad de ese paraje se bañaban en sus cristalinas aguas sin que nadie las molestase. Su presencia en mi heredad me parecía una afrenta, una mancha que sobre la naturaleza impoluta de ese edén. Por ello en un principio no me fijé en la indudable belleza de sus cuerpos, hasta que se pusieron a nadar hacia la orilla desde la que las observaba.
«¡Están desnudas!» exclamé en silencio mientras esas dos ninfas, ajenas a estar siendo espiadas por mí, se ponía a jugar entre ellas.
La alegría que transmitían al mojarse una a la otra me pareció adorable y sintiéndome un voyeur, me quedé mirando sus juegos. La perfección de sus curvas, la rotundidad de sus pechos y sobre todo la hermosura de sus nalgas me tenían sin respiración.
«Son perfectas», estaba diciendo en mi interior cuando observé que en la otra orilla había hecho su aparición otra mujer.
Si las primeras me parecían guapísimas, la pelirroja recién llegada resultó ser una diosa, un ser tan bello que su atractivo era hasta doloroso.
«¿Quién será?», medité mientras recreaba la mirada en el trasero con forma de corazón del que era dueña.
El contraste de la blancura casi nívea de esa mujer con la piel morena de las dos más jóvenes me terminó subyugar y por eso cuando olvidando a la que parecía la jefa, las morenas se pusieron a hacerse aguadillas entre ellas, no pude más que suspirar. Sin tener constancia la brutal sensualidad que trasmitía al hacerlo, la pelirroja se puso a enjuagar sus pechos con el agua de la laguna mientras a un metro escaso de ella, sus compañeras reían de felicidad.
«No puede ser tan bella», murmuré para mí valorando con detalle el rosado botón que decoraba cada uno de esos cantaros.
Ajenas a que estaban siendo observadas, las morenas se abalanzaron sobre la desconocida acariciándola mientras reían. La envidia me corroyó al ver cómo las manos de esas jóvenes se dedicaban a recorrer las curvas de la diosa. Con creciente calentura, desde mi escondite admiré la tranquilidad con la que esa mujer recibía esas caricias mientras las regañaba:
―No seáis traviesas. Dejadme en paz.
Esa dulce reprimenda, lejos de conseguir su objetivo, azuzó a esas niñas y queriendo profundizar en la travesura, llevaron sus manos entre los muslos de la pelirroja. Observando la serenidad con la que asimilaba ese nuevo ataque, certifiqué la dureza de sus glúteos al darse la vuelta.
«¡Es preciosa!», exclamé en silencio mientras grababa en mi mente el caminar aristocrático de esa leona de larga melena mientras salía del agua.
Ante mis ojos, la desconocida se mostró en plenitud. Su desnudez me permitió pasar de la dureza de sus glúteos a sus senos. La exuberancia de ese par de montañas no fue óbice para que pudiera disfrutar, con auténtico frenesí, del profundo canal que discurría entre ellas.
«¡Quien pudiera hundir la cara entre esas dos hermosuras!», pensé mientras el enano de mi conciencia me exigía que parara de espiarlas.
No pude más que mandar a la mierda a ese jodido renacuajo cuando me percaté de que, tras pasar tanto tiempo dentro del agua, se le habían endurecido los pezones.
«¡Qué belleza!», sentencié ya totalmente excitado soñando que algún día serían míos.
Seguía babeando con sus pechos cuando la mujer se tumbó a tomar el sol frente al lugar donde me escondía. La calentura que me dominaba ya me impulsó a buscar con la mirada entre las piernas de la pelirroja.
«Joder», gruñí al contemplar el coño imberbe de la desconocida.
Ignorando mi existencia, me lo puso fácil porque tratando de encontrar postura sobre la arena, esa mujer me deleitó con la visión de los gruesos labios que permanecían a cada lado de su sexo. Con ganas de abalanzarme sobre ella, comprobé la ausencia de grasa abdominal en su cintura mientras observaba como se ensanchaba para dar entrada a unas caderas de ensueño.
«¡Menudo culo!», alabé centrándome en el trasero de ese primoroso ejemplar de raza celta mientras se daba la vuelta para que el sol terminara de secar su espalda.
Al cabo de un rato, esa diosa debió darse cuenta de la hora porque levantándose se internó en el bosque. Mientras la veía marchar comprendí que, a pesar de ser la mayor de las tres, esa pelirroja no debía tener los veinticinco. Estaba pensando en que la llevaba diez años cuando, de improviso, descubrí que estaba solo y que las dos morenas también habían desaparecido de mi vista.
«¡Qué curioso! ¡No me he dado cuenta de su marcha!», murmuré y retornando sobre mis pasos, volví al pazo.
Al volver al bosque, el frio de esa mañana, retornó y achacándolo a la umbría, aceleré mis pasos de vuelta a la casona. Ya en ella, la ausencia de polvo en los muebles y el brillo de sus suelos me hicieron recordar cuando era un hogar y queriendo agradecer a las responsables ese cambio, busqué a las nietas de Maruxa. Encontré a Branca, trajinando entre fogones y el olor que brotaba de ellos, me hizo saber que no solo había heredado de la abuela su sazón sino también sus recetas al reconocer uno de los platos de mi infancia. Cogiendo una cuchara, probé el guiso mientras preguntaba por su hermana:
―Bríxida se ha ido a casa de los padres― escuetamente contestó.
Al verla mirándome, comprendí que estaba esperando mi opinión.
―Buenísimo― respondí: ―igual al que Maruxa me cocinaba.
Aunque supuse que iba a gustarle mi respuesta, nunca preví que sonrojándose esa monada de criatura me soltara:
―Desde niña, he sabido que mi lugar sería aquí y que debería cuidar del “Salvaxe”.
Se dio cuenta de su desliz nada más decirlo, ya que debía saber que mi padre odiaba que nombraran a los miembros de la familia con ese nombre.
―Lo siento, no quería…― empezó a decir.
―No te preocupes, no me molesta que me llamen así ― la interrumpí. Y conociendo esa vieja leyenda en la que se suponía que existía un lobo negro que de vez en cuando surgía para acabar con los que osaran atentar contra la dama del bosque, mito que la gente de la zona asimilaba a nosotros, quise quitar hierro al asunto diciendo: ―No soy salvaje ¡ni en la cama!
¡Juro que lo dije de broma!
Por ello me dejó paralizado que la muchacha se pusiera a temblar con los pezones totalmente erizados y me pidiera que, si tenía que dejar salir al “Lobo”, no la matara. Al escucharla, comprendí que Branca se creía esa historia por la cual ese siniestro chucho solo se apiadaba de las mujeres que se le ofrecían sexualmente. Sin ganas de discutir con la morena la ridícula fijación de la gente del pueblo en achacar a mi familia la capacidad de transformarse en ese animal y menos de hablar sobre si era consciente de que al pedir que la dejara vivir implícitamente me daba entrada entre sus piernas, preferí cambiar de tema y pedí que me dijera quién era la pelirroja que había visto esa mañana.
― En la zona no hay nadie con ese color de pelo ― contestó.
Algo en su mirada me intrigó y creyendo que me había contestado eso al no caerle bien la joven, repliqué:
―Branca, no estoy loco.
Tras lo cual le expliqué que existía ya que la había visto bañándose en la laguna del bosque en compañía de dos amigas. La nieta de Maruxa se empezó a santiguar al escucharme.
― ¿Qué te pasa? ― pregunté al ver su reacción.
Completamente aterrorizada, quiso saber si las dos acompañantes también eran pelirrojas o por el contrario eran de pelo negro. Al confirmarle que eran morenas, pareció reconocerlas y por eso me atreví a curiosear sobre quiénes eran esas tres muchachas.
―Son la dama y dos de sus “mouras”.
Al escucharla, tal y como me había ocurrido cuando en la mañana la habían llamado a ella bruja, no pude contener mis risas.
― ¿Mouras? Te refieres a esas hadas que siempre andan en busca de marido y que tientan a los hombres ofreciéndoles un tesoro― contesté desternillado.
Un tanto ofendida por ese acto reflejo, la joven se abstuvo de responder y se puso a poner la mesa. Admitiendo que me había pasado al reírme de sus creencias, miré el reloj y viendo que eran la hora de comer, abrí una botella de albariño. Estaba quitando el corcho cuando caí en que Branca había puesto dos platos, dando por sentado que comería conmigo. Reconozco que estuve a punto de corregirla, pero pensando en que era su primer día de trabajo preferí no hacerlo y compartir mantel con ella.
El primer sorbo al Terras Gaudas me transportó a la época de mi abuelo y recreando en mi paladar su sabor afrutado, rememoré con morriña a mi amado “avo”.
«Todo el mundo te quería», comenté hablando con el difunto en el interior de mi mente, «y respetaba».
Su amoroso recuerdo y la forma en que dirigía con mano firme el pazo me hicieron sonreír al recordar que para la gente del pueblo él era el “señor” y que como representante de la “casa”, la gente del pueblo acudía a él cuando había alguna disputa de lindes.
«Eras el puto amo», seguí comentando sabiendo que me hubiese lavado la boca con jabón si me hubiese escuchado dirigirme a él así: «Ni siquiera el alcalde o el cura se atrevían a llevarte la contraria cuando tomabas una decisión».
Estaba pensando en ello cuando Branca llegó con la olla y sin preguntar, rellenó el plato hasta casi desbordarlo. La barbaridad que sirvió me recordó que Maruxa hacía lo mismo. Si alguien se atrevía a quejarse, solo tenía que mirar a su patrón y don Pedro lo llamaba al orden diciendo:
―Nunca os fieis de quien no come. Quien no come, no puede trabajar y yo no quiero gandules en esta finca.
Hasta mi viejo bajaba la cabeza y obedecía cuando su padre se ponía serio. Y con ese recuerdo en mi mente, esperé que se sentara para empezar a comer. La joven nada más aposentarse en la silla empezó a rezar en gallego:
Forzas do ar, terra, mar e lume! a vós fago esta chamada:
se é verdade que tendes máis poder ca humana xente,
limpade de maldades a nosa terra e facede que aquí e agora
os espiritos dos amigos ausentes compartan con nós esta comida.
No me costó reconocer ese rezo porque se seguía recitando cada vez que se hacía una queimada y por ello, fui traduciendo mentalmente:
¡Fuerzas del aire, tierra, mar y fuego! a vosotros hago esta llamada:
si es verdad que tenéis más poder que los humanos,
limpiad de maldades nuestra tierra y haced que aquí y ahora
los espíritus de los amigos ausentes compartan con nosotros esta comida.
La belleza del conjuro no fue óbice para que me diese cuenta que eran parte de las creencias que los celtas habían dejado arraigadas en el ADN de los gallegos y que mi nueva empleada las seguía con fervor.
«Si la oyeran en el pueblo, se escandalizarían por rezar a los antiguos dioses», me dije sabiendo que, si se había permitido hacerlo en mi presencia, era porque creía que yo compartía su mismo credo.
Por eso al terminar, alcé mi copa e imitando a los viejos del lugar, brindé por la dama del bosque y los habitantes de “noso lar”. Al oír mi brindis, Branca se ruborizó y chocando su copa con la mía, bebió. Tratando de analizar que le había llevado a ruborizarse, caí en que al hablar de “noso lar” (Nuestro hogar) la había incluido y que, dado que tradicionalmente solo los miembros de la familia podían brindar por el bienestar del “lar”, implícitamente le había adjudicado un lugar en mi cama. Confieso que estuve a punto de hacerle ver mi error y decir que no había sido mi intención faltarle al respeto, pero cuando ya tenía la disculpa en la punta de la lengua la chavala cambiando de tema, me dijo si después de comer podía darse una ducha.
―No tienes qué preguntar. Cuando desees hacerlo, solo fíjate que esté libre. No vaya a ser que me encuentres en pelotas― comenté riendo sin dar mayor importancia al hecho de que fuéramos a compartir el único baño de la planta noble.
―Así lo haré, patrón― contestó sin levantar la mirada del plato.
La timidez de su tono me alertó y fijándome en ella, descubrí que bajó su delantal esa monada tenía los pitones totalmente erizados. No me quedó otro remedio que volver a admitir que me había equivocado al hablar coloquialmente con ella, ya que desde la edad media el dueño del pazo era una especie de señor feudal en esa zona.
«Tengo que andarme con cuidado para no escandalizarla», pensé grabando en mi cerebro que según la mentalidad imperante en la aldea como heredero de los Mosteiro mi palabra era ley y más para alguien a mi servicio. Por todo ello, el resto de la comida medí mis palabras al no querer espantarla y que fuera con la queja a Maruxa. Al terminar el postre, unas estupendas filloas con nata, la morena se levantó y moviendo su trasero enfundado en un vestido blanco, recogió los platos mientras me decía que me llevaría el café a la biblioteca.
Asumiendo que su abuela le debía haber informado que esa era la costumbre de la casa, me dirigí a esa habitación. Una vez allí, me puse a revisar sus estantes y en uno bastante apartado, encontré un libro sobre las meigas. Recordando que para sus paisanos Branca era miembro de una larga estirpe de esas brujas, lo cogí y con él en la mano, me senté en el sofá. Estaba ojeándolo cuando la morena entró con una bandeja y pidiendo mi permiso, puso sobre la mesa un café y un licor con hielo. Identifiqué esa bebida como la que artesanalmente elaboraban en el pazo mezclando orujo con hierbas y sintiendo que era parte de la casa, se lo agradecí mientras lo probaba.
Su sabor dulzón me encantó y olvidándome de ella, me concentré en la descripción que el autor hacía sobre las meigas en las páginas del libro en las que les confería unos poderes extraordinarios como podía ser la videncia.
“Cuando una meiga quiere algo de un hombre, se hace la encontradiza”, leí que decía en un apartado previniendo al lector que tuviera cuidado y que nunca las metiera en su hogar, porque de hacerlo jamás podría echarlas.
Recordando que esa mañana me había topado con Maruxa cuando iba en busca de alguien que me ayudara, sonreí:
«Estoy jodido. Ya he metido una en el pazo».
Sin darle mayor importancia al hecho, seguí leyendo que según ese libro no había que confundirlas con las brujas ya que estas últimas hacen las cosas con maldad, en cambio las meigas usan sus poderes para ayudar a las personas que se acercan a ellas.
«Menos mal. No tengo nada que temer, aunque me hechice», desternillado pensé mientras seguía leyendo que según la tradición galaica se las podía clasificar de acuerdo con sus poderes. Entre todas ellas, me interesó el retrato que hacía de un tipo en particular: “las damas do castro”. Según el supuesto erudito que había escrito el libro, esas meigas viven en castros milenarios desde donde atienden a solicitudes de la gente mientras gozan de la protección del dueño del lugar, sin pedir ningún regalo o contraprestación a cambio.
«Eran una especie de ONG medieval», me dije muerto de risa al leer que solían aparecerse vestidas de blanco a personas afligidas o que se encuentran en una situación difícil para otorgarles sus favores.
Mi tranquilidad menguó cuando en el siguiente el autor se contradijo escribiendo sobre la facilidad que tenían esas mujeres para pasarse al lado oscuro y usar la magia para retener o esclavizar a los hombres, usando el pacto con el más allá.
«Vaya, tendré que estar atento», riendo comenté en mi interior mientras sin darme cuenta, tiraba el vaso con el licor de hierbas.
Por suerte o por desgracia, Branca había permanecido todo ese tiempo a mi lado y cogiéndolo al vuelo, me lo dio diciendo:
―Es de mala suerte, derramar un conjuro.
Sorprendido, tomé el vaso mientras la veía marchar y por primera vez, me dio un escalofrió al observar que la blancura de su vestido.
«Estoy delirando», medité al caer que por un momento había catalogado a la muchacha como una “dama do castro” al verla así vestida y saber que para los de la aldea el hecho que viviera en el pazo iba a ratificar la idea de que tenía poderes.
«Esta casona es lo más parecido a un castro de la zona», sentencié mientras pensaba que de acuerdo con esa superchería en mi calidad de heredero yo era su valedor.
Con mi calma hecha trizas, me bebí el resto del licor y molesto conmigo mismo, decidí echarme una siesta. Ya mi cuarto, estaba abriendo la puerta que daba al baño cuando escuché el ruido del agua de la ducha. Cortado al saber que Branca me había avisado de que quería darse un baño, no la llegué a abrir y me tumbé en la cama mientras me ponía a imaginar a esa monada desnudándose. Acababa de posar la cabeza sobre la almohada cuando de pronto la puerta se entreabrió dejándome ver sobre el lavabo su ropa interior. Saber que esa monada estaba desnuda a escasos metros de mí fue suficiente para que mi pene saliera de su letargo y sintiéndome culpable, me levanté a cerrarla. Estaba acercándome cuando excitado comprobé que podía ver su silueta a través de la mampara transparente de la ducha.
«¿Qué coño haces?, me dije al ser incapaz de dejar de observar cómo se enjabonaba.
Al admirar su cuerpo desnudo, recordé que hasta el cura del pueblo me había sutilmente avisado de su belleza. Pero espiándola, certifiqué que se había quedado corto cuando llegó a mi retina la imagen vaporosa de sus pechos.
«No puede ser», me dije mientras contemplaba boquiabierto la perfección de sus senos y los irresistibles pezones que los decoraban.
Con ganas de bajar mi bragueta y empezarme a masturbar, me quedé petrificado cuando girándose en la bañera, involuntariamente Branca me regaló con la visión de su sexo. Todavía hoy me avergüenza reconocer que en vez de salir huyendo me quedé disfrutando de la belleza que escondía entre las piernas.
«Lo lleva depilado», balbuceé mientras en plan voyeur gozaba pecaminosamente de la tentación de esos labios sin rastro de vello que el destino había puesto ante mis ojos.
Si ya de por sí estaba embobado, todo se desmoronó a mi alrededor cuando la muchacha separó sus piernas para enjabonarse la ingle, permitiendo que mi vista se recreara nuevamente en su vulva. La ausencia de un bosque que cubriera su femineidad aceleró mi respiración al encontrarlo algo sublime y aunque siempre me había quejado de esa moda de depilarse, he de reconocer en ese momento lamí mis labios soñando que algún día esa maravilla estuviera a mi alcance. Mi turbación alcanzó límites insospechados cuando ajena a estar siendo espiada, Branca usando dos yemas se pellizcó suavemente sus pezones mientras comenzaba a cantar. Si no llega a ser la nieta de Maruxa, por el modo tan lento y sensual con el que disfrutaba bajo la ducha, hubiese supuesto que se estaba exhibiendo y que lo que realmente quería esa mujer era ponerme cachondo. Para entonces, todo mi ser deseaba que mis manos fueran las que la estuvieran enjabonando y recorrer de esa forma su cuerpo.
«Yo no soy así», me dije mientras me imaginaba palpando sus pechos, acariciando su espalda y lamiendo su sexo.
La gota que derramó el vaso de mi excitación y que provocó que mi pene alcanzara su plenitud, fue verla inclinarse a recoger el jabón que había resbalado de sus dedos. La belleza de su trasero se maximizó al descubrir entre sus nalgas que la joven era dueña de un rosado y virginal hoyuelo trasero. Soñando con ser yo quien desvirgara esa entrada trasera, decidí que debía dejar de espiarla y saliendo de la habitación, volví a la biblioteca donde tratando de borrar de mi cerebro la imagen de su piel desnuda, me serví un whisky.
«Debo de arreglar la zona de servicio», murmuré entre dientes al saber que mientras no lo hiciera, mis noches serían una pesadilla al saber que, en el cuarto de al lado, esa bruja de ojos negros estaría tentándome mientras dormía…
CUARTA PARTE: REDENCIÓN
Capítulo 16: Un nuevo hogar.
Mientras era transportado en el ambulancia Hércules estaba totalmente confundido. Ya se había hecho a la idea de que iba pasarse el resto de su vida intentado mantener su culo a salvo y ahora estaba en el interior de una ambulancia camino de no sabía dónde, en manos de no sabía quién.
Por un momento intentó razonar con el juez, aduciendo que estaba perfectamente cuerdo, pero el juez se había mostrado inflexible y había decidido que el mejor lugar para él era el psiquiátrico. Así que igual que habría aceptado la decisión de mandarle el resto de su vida a la trena, tendría que aceptar la decisión de recluirle en un psiquiátrico aunque sabía perfectamente que a su cerebro no le pasaba nada.
Y por otra parte estaba esa psicóloga que había intervenido en el último momento para salvarle de la cárcel. Todo muy sospechoso. Por un momento pensó que podrían haber sido sus madres, pero tras pensarlo más detenidamente llegó a la conclusión de que el único capaz de hacer una cosa así era su abuelo…
La furgoneta se detuvo bruscamente sacándole de sus pensamientos. Unos segundos después arrancó de nuevo y circuló un par de minutos por una pista de gravilla hasta detenerse definitivamente.
Las puertas traseras se abrieron y los dos hombres le sacaron aun atado a la camilla. Fuera, le esperaba Afrodita con una sonrisa provocadora y los ojos ligeramente achicados como si estuviese guardándose un as en la manga.
—Bienvenido a La Alameda. —dijo Afrodita haciendo señas a los hombres para que soltasen las correas que le ataban a la cama—Y vosotros quitaros esos estúpidos disfraces.
—¿Pero qué demonios? —preguntó Hércules— ¿Qué clase de institución es está?
Durante un segundo ignoró a la mujer y miró a su alrededor. Se encontraba en una especie de glorieta que daba acceso a un majestuoso edificio de piedra de finales del siglo dieciocho. Afrodita se adelantó y sin decir nada le guio hasta la entrada. La puerta dio paso a un gigantesco recibidor de mármol con una enorme escalinata en el fondo. Hércules siguió el vaivén de las caderas de la mujer y las hermosas piernas que asomaban por el escueto vestido, buscando por todos lados los pacientes y los empleados que se suponía debían pulular por todos los rincones del edificio.
Una vez en el primer piso, avanzaron por un pasillo cuyas paredes estaban cubiertas de tapices que representaban antiguas batallas hasta que finalmente abrió una puerta y le hizo pasar.
De repente se encontró en una acogedora sala cubierta de madera de caoba y espesas alfombras, con un alegre fuego chisporroteando en una chimenea.
Afrodita se acercó a un sillón orejero y se sentó frente a las llamas. El resplandor del fuego le daba un atractivo color dorado a la tez de la mujer.
Hércules se sentó en otro sofá frente a ella sin esperar a ser invitado y observó como afrodita cruzaba las piernas lentamente antes de empezar a hablar:
—Se que estás confundido y que no esperabas que los acontecimientos se desarrollasen de esta manera, pero tanto yo, como la organización a la que pertenezco, opinamos que pasar el resto de la vida en la cárcel no sería lo mejor para ti y tampoco redundaría en ningún beneficio para la sociedad.
—Debo pagar por lo que hice. —dijo Hércules.
—Lo sé perfectamente, pero nuestra organización te ha estado observando y opina que serías mucho más útil al país poniéndote a nuestro servicio.
—¿No temes que vuelva a “perder el control”, dejarme llevar por mi síndrome disociativo y os mate a todos? —preguntó Hércules con ironía.
—Sé perfectamente porque hiciste todo aquello y la mejor forma de purgar todos los delitos que has cometido es salvar todas las vidas de que seas capaz para compensar las que has destruido. —dijo la mujer— Nuestra organización se encarga de proteger a personas importantes para este país de una forma discreta, desde la sombra.
—No sé, quizás tengas razón o quizás deba volver ante el juez y suplicar que me encierre en la cárcel. Además ¿Qué es exactamente la Organización? ¿Una especie de ONG?
—Veamos, —respondió Afrodita juntando los dedos de las manos, unos dedos largos y finos rematados por unas uñas largas pintadas de negro— ¿Cómo puedo explicártelo para que lo entiendas? Nuestra organización, La Organización, es una empresa privada que hace ciertos trabajos para el gobierno, trabajos importantes, pero en los que el gobierno no se quiere ver implicado por ciertas razones.
—¿Porque son ilegales?
—Ilegales no, más bien alegales.
—Perdona pero no te entiendo —dijo Hércules insatisfecho por la respuesta.
—Imagina que alguien importante para el gobierno está amenazado, pero no hay ninguna prueba o hay pruebas vagas de ello o se necesita que cierto mensaje u objeto en poder de un ciudadano extranjero sea interceptado de forma que el gobierno pueda negar toda implicación.
—Parece un trabajo un poco abstracto…
—Y peligroso. —dijo ella— Por eso necesitamos a hombres como tú con talentos especiales.
—¿Qué tengo yo de especial? —preguntó Hércules tratando de hacerse el tonto.
—Vamos no me hagas ponerte el video de las duchas. Eres más rápido y fuerte que cualquier otro ser mortal que habita la faz de la tierra. Eres el hombre perfecto para este tipo de trabajos y te necesitamos. —respondió Afrodita con la típica mirada de “tú a mí no me la pegas”.
—Bien creo que es suficiente por hoy. Mañana empezarás tu entrenamiento. —dijo la mujer levantándose y precediéndole fuera de la estancia— Lucius te llevará a tus aposentos.
Le asignaron una enorme habitación de techos altos con una cama con dosel, un pesado escritorio de caoba y un armario empotrado donde descubrió una docena de trajes negros de Armani totalmente idénticos.
Tras curiosear un rato, alguien llamó suavemente a la puerta, era Lucius de nuevo informándole de que la cena estaba servida. Como no tenía otra cosa para vestirse se puso uno de los trajes y lo siguió a un enorme comedor dónde una docena de personas, con un anciano de larga barba blanca ocupaba la cabecera de la mesa.
—¿Quién es Dumbledore? —preguntó Hércules sentándose al lado de una Afrodita que había cambiado el espectacular conjunto con el que le había raptado del juzgado por una blusa blanca y una sencilla minifalda de seda negra.
—Es el director de La Organización. Hieronimus.
—Vaya, ¿Todos los miembros de la organización tienen nombres que riman?
—No seas idiota…
La velada transcurrió lenta y silenciosa. Según le dijo Afrodita, el director apenas hablaba y se limitaba a repartir las misiones. Ella misma se encargaría de su entrenamiento y le transmitiría las órdenes de Hieronimus.
Tras la cena todos los presentes se retiraron y Hércules quedó a solas con el anciano. Este fue escueto, solo le dijo que cumpliese con cabeza las misiones que le adjudicase y que recordase que representaba a La Organización en todo momento y por tanto debía de comportarse siempre honorablemente y nunca volver a tomarse la justicia por su mano.
Tras indicarle que debía tomarse el entrenamiento en serio le dio permiso para retirarse.
Subió la escalera en dirección a la habitación cuando la y luz el sonido de una voz tarareando una extraña melodía que se filtraban por una puerta entreabierta llamaron su atención.
La curiosidad pudo con él y se asomó por la estrecha rendija. Desde allí podía ver una enorme habitación decorada de una manera bastante extraña como si fuese una antigua casa griega o romana. Sentada en el borde del lecho y frente a un espejo de plata estaba Afrodita. Ignorante de que estaba siendo espiada se quitó las horquillas que mantenían el apretado moño en su sitio y dejó caer una cascada de pelo rubio y brillante que bajaba en suaves ondas hasta el final de su espalda.
Con un suspiro echó mano a su blusa y se soltó los tres botones superiores. Con un gesto descuidado metió una mano por la abertura y se acaricio distraídamente el hueco entre los pechos.
Hércules observó hipnotizado como la mujer apartaba las manos de su busto y se levantaba para ponerse frente al enorme espejo. Con lentitud siguió abriendo la blusa poco a poco hasta que estuvo totalmente desabotonada.
Sus pechos eran grandes y pesados y estaban aprisionados por un sujetador blanco semitransparente con algunos toques de pedrería. Afrodita se quitó la blusa y se cogió los pechos juntándolos, elevándolos y pellizcándose ligeramente los pezones a través del fino tejido del sostén. Hércules trago saliva mientras observaba como los pezones crecían hasta formar dos pequeñas protuberancias en la suave seda que los cubría.
Desplazó su vista hacia abajo y observó la minifalda con la que se había presentado en la cena, que perfilaba un culo no muy grande, pero redondo y firme como una roca. Del extremo de la falda asomaban unos muslos y unas piernas que solo eran superados en elegancia y esbeltez por los de Akanke.
El recuerdo de su amante le hizo sentirse a Hércules un mirón y un gilipollas, pero la belleza y la sensualidad de aquella mujer hacían que no pudiese despegar los ojos de ella.
Afrodita agarró la falda y se inclinó para bajársela poco a poco y mostrarle involuntariamente a Hércules que el sujetador iba en conjunto con una braguita del mismo color y un liguero salpicado de bisutería que estaba unido unas medias blancas con una costura negra que recorría la parte posterior de las piernas.
La psicóloga acompaño el descenso de la falda hasta que esta cayó al suelo. Su piel, tersa y brillante, resplandecía a la luz de la luna como nada que hubiese visto en su vida. Hércules se dio cuenta de que había dejado de respirar y se obligó a controlarse aunque no fue capaz de apartar la mirada de aquella extraordinaria visión.
Afrodita se giró para mirarse la espalda y el apetitoso culo proporcionándole una perfecta panorámica de su cuerpo.
Tuvo que agarrar con fuerza el marco de la puerta para no lanzarse sobre ella cuando, tarareando el “More Than Words” de Extreme se quitó el sujetador. Los enormes pechos de la mujer se quedaron altos y tiesos, desafiando a la gravedad a pesar de su tamaño, con los pezones erectos y apetecibles como la fruta prohibida del paraíso.
Hércules se deleitó en aquellos dos jugosos y pálidos melones, recorrió las finas venas azules que destacaban en la pálida piel de la mujer y deseó ser las manos que los acariciaban. Sin dejar de canturrear la joven apoyó una de las piernas en un taburete y delicadamente fue soltando las presillas del liguero para a continuación arrastrar las medias hacia abajo y quitárselas, acariciándose las piernas con suavidad.
El zapato de tacón voló por la habitación y la joven terminó de quitarse la media. ¿Es que aquella mujer no tenía defectos? Hasta los pies eran pequeños, delicados y exquisitamente proporcionados.
Cuando terminó con la otra pierna y se hubo quitado el liguero, se incorporó de nuevo y volvió a observarse al espejo. La sonrisa de satisfacción y orgullo al observar su cuerpo en el espejo era inequívoca. Con un último tirón se saco el minúsculo tanga y lo dejó caer a sus pies, quedando totalmente desnuda.
Su pubis estaba totalmente rasurado, sin una sola mácula. Hércules observó la delicada raja que asomaba entre sus piernas. Tras inspeccionarse el cuerpo a conciencia, Afrodita se inclinó sobre un pequeño aparador, se sacó una crema hidratante y comenzó a aplicarse una generosa dosis por todo su cuerpo. Con una sonrisa de placer la mujer se aplicó detenidamente la crema, acariciando y amasando pechos, vientre, culo y pantorrillas, dejando el pubis para el final.
Con toda la piel brillando a la suave luz de la luna se sentó de nuevo sobre la cama con las piernas abiertas y comenzó a aplicarse la crema sobre sus partes íntimas soltando leves suspiros de placer.
Hércules se levantó empalmado como un duque, incapaz de tomar una decisión. Afortunadamente o no, un ruido de pasos se aproximó en ese momento por el pasillo y le obligó a huir precipitadamente.
Afrodita también escuchó el rumor de pasos y con un mohín oyó como Hércules dudaba un instante más y finalmente abandonaba la puerta desde la que le había estado espiando. Con un resoplido metió de nuevo sus dedos entre las piernas, no eran lo mismo que la polla de un hombre fuerte y atractivo, pero por ahora tendría que conformarse con masturbarse e imaginar que aquellos dedos eran los de su hermano haciéndole el amor.
NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/
PRÓXIMO CAPÍTULO: TEXTOS EDUCATIVOS
PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :
alexblame@gmx.es
Reencarnación 2
Por la mañana, ya estoy más serena, aunque al ducharme juego con la alcachofa de la ducha entre mis muslos. Me alegra saber que es viernes, y por fin acaba esta extraña semana. Ha sido raro conocer a Javier, su forma de ser y sus semejanzas con mi marido, me han dejado descolocada. Asumo que es una mezcla de soledad y desesperación, y como tal, acepto que es cosa de mi mente, y que debo aprovechar esta situación para tratar de salir de la rutina aburrida y odiosa que es mi vida.
Al salir a mi habitación, veo mi móvil, y recuerdo el último pensamiento antes de quedarme traspuesta. Tengo que buscar a alguien, necesito un cuerpo tibio que abrazar, caricias sobre mi piel, sentirme deseada y porqué no, sexo, el problema es que no tengo ni idea de dónde buscarlo. Pienso en mis amigas, que siempre me quieren buscar con quien emparejarme. Cojo y llamo a Carmen, la misma que trata de liarme con un “primo suyo”.
– YO: Hola, perdona que te moleste tan temprano.
– CARMEN: Tranquila mujer, ¿Ocurre algo?
– YO: Nada especial, ¿Qué tal todo por casa?
– CARMEN: Un poco revuelto, la verdad.
– YO: ¿Y eso? Pensaba que desde las vacaciones en la playa del año pasado, estabais bien.
– CARMEN: Bueno…las cosas cambian, mi hija Marta está sopesando opciones, y mi hijo Samuel lleva unos meses viajando, así que en casa estamos Roberto y yo solos.
Una forma muy discreta de decir que su hija se ha vuelto lesbiana, marchándose a vivir con una tía suya un poco rara, y que su hijo se ha vuelto loco, embarcándose en la búsqueda de una chica que conoció y le dio plantón. Son la comidilla de ciertos círculos de la alta sociedad, y en voz baja se dice que, cuando su marido sale de casa, un joven del edificio en el que viven, sube a “desatascarle las cañerías” a mi amiga.
– YO: No sabes cuánto lo lamento.
– CARMEN: Ya te llegará el día en que tu hijo vuele del nido. – asiento sabiendo que es algo necesario y doloroso.
– YO: En fin, no quería andar de cháchara… ¿Al final, esta noche salís a tomar algo? – casi puedo notar su sonrisa a través del teléfono.
– CARMEN: ¡Pues claro que sí!, ¿Creía que no te interesaba salir con nosotros?
– YO: No es eso mujer, pero me apetece salir y despejarme un rato.
– CARMEN: Pues no se diga más, vente, y así te presento a Emilio, un primo de mi marido que está por la ciudad, le llevamos a cenar al sitio ese italiano de hace unas semanas, y luego a bailar y tomar alguna copa, ¿Te acercas sobre las nueve? – no creo que trate de disimular que nos quiere emparejar.
-YO: Allí estaré… ¿Llevo algo especial? – el tono es imposible de confundir.
-CARMEN: Ve como siempre, le vas a encantar, y ya verás que guapo es…- los besos de despedida suenan algo falsos, antes de colgar.
Me quedo sentada en la cama, pensado en lo que voy a hacer. No sé si es que estoy superando al fin la muerte de Luis, si es la aparición rocambolesca de Javier, o que simplemente necesito afecto, pero si ese tal Emilio no es un gilipollas, y es mono, tengo toda la intención de traérmelo a casa. Necesito contacto humano, sentir la piel de otra persona tocando la mía y el tibio cuerpo de un amante a mi lado.
Un fugaz sentimiento de culpa queda olvidado al vestirme con un traje de oficina negro con pantalones. Desayuno esperando que Carlos aparezca, y le llevo a la universidad. Por el trayecto lanzo ciertas indirectas para saber si mi hijo estará en casa esta noche, o saldrá hasta las tantas de fiesta como suele hacer, pero me da vagas respuestas. Voy al trabajo notando un ligero nerviosismo creciente en mi estómago. Pasa el día terriblemente despacio, y la idea de lo que pueda pasar esta noche, me hace desear que pase todavía más lento.
Inevitablemente llega la hora de volver a casa, llamo a Carlos para saber si debo ir a recogerle, y me dice que sí, pero el leve instante de ilusión de ver a Javier se desvanece cuando me paso a buscarle, y le veo acercarse al coche él solo. No me atrevo a preguntar para no parecer una loca desesperada, pero en el fondo es un alivio no verle, tengo demasiadas cosas en la cabeza hoy.
Una vez en casa, me cambio y me pongo mi camisón, como junto a mi hijo con un silencio constante, y luego me siento en el sofá a esperar. Los viernes por la tarde Carlos suele quedar, y hoy no es diferente. Al par de horas le escucho ducharse y salir arreglado de su cuarto, con un pantalón vaquero con cinturón de cuero, zapatos de vestir y un polo rojo que le quedan bastante bien, despreocupadamente peinado y con un potente perfume juvenil que me inunda las fosas nasales. La verdad es que no me extrañaría encontrarme a una chica en casa mañana por la mañana, escabulléndose avergonzada, como ya ha ocurrido alguna vez.
– CARLOS: Me voy, mamá, no sé cuando regresaré, pero será tarde.
– YO: Vale hijo, ten cuidado. Yo también saldré, voy a cenar con Carmen, si pasa cualquier cosa llámame.
– CARLOS: Vale, hasta luego.
Ni se acerca a darme un beso, pero me deja sonriendo, cuando me dice que “será tarde”, quiere decir que no estará en casa antes de las seis de la mañana, tiempo de sobra para mis planes. Espero un tiempo prudencial después de escucharle irse, y me preparo mentalmente para lo que sea que vaya a suceder.
Me voy al aseo y me doy un baño relajante con velas perfumadas, y una copa de vino tinto que me relaje los nervios. Al verme desnuda me doy cuenta de que mi rubio vello púbico está muy descuidado, y me lo arreglo un poco, solo lo recorto dejando un triángulo coqueto, ya que no me gustó mucho la única vez que me lo rasuré del todo. Es cuando me voy al armario de mi cuarto y busco algo que ponerme.
Es complicado, ya que tienes que pensar en todas las eventualidades posibles. Elijo unas braguitas negras, elegantes y sobrias, con un sujetador sin tirantes del mismo tipo, que me hace una figura de pecado. Lo siguiente es la ropa, pruebo varios modelos, pero si quiero impresionar debo lucirme, y escojo uno de los vestidos vaporosos de estampados de flores que tanto me gustan en verano. Es negro salpicado de pétalos dorados, de un solo hombro en el lado izquierdo, y dejando mucha de mi espalda al aire. Ceñido hasta la cintura, sin escote pero dejando ver gran parte del inicio de mi seno derecho, y con un vuelo alegre hasta las rodillas. Me pongo unos zapatos oscuros con arreglos amarillos, y me siento a maquillarme.
Me peino hasta dejarme una cascada de oro liquida, con la raya al medio y el pelo suelto dejándolo caer sobre mis brazos. La sombra de ojos exhibe mis profundos ojos azules y le doy un toque de color a mis mejillas, para que el rojo pasión de mis labios no sobresalga tanto. Cambio mis cosas a un bolso negro diminuto, con una correa dorada, me pongo unas pulseras algo sueltas y un reloj pequeño en la otra muñeca, a juego con unos pendientes algo largos, todo en tonos cobre u oro.
Al mirarme al espejo me veo espléndida, no es que otras veces al salir con mis amigas no me viera guapa, pero hoy tengo un brillo especial, y creo que es por la perspectiva de una pequeña victoria. Temo pasarme de fresca, y en el último segundo cojo una mantilla oscura para echarme por encima de los brazos, “Por si la noche refresca”, me miento a mí misma, no quiero parecer una mujer fácil. Miro la hora y son casi las ocho, se me ha ido el tiempo en arreglarme, y salgo de casa a toda prisa.
Intento no arrugar el vestido al sentarme en el coche, y conduzco fingiendo estar tranquilla. Llego cerca del restaurante donde he quedado con Carmen, aparco y me acerco andando unos metros. Es un sitio bonito, y donde aparte de ser caros, te dan buena comida italiana. Aparento serenidad pero aprieto las manos con firmeza en la puerta, y un momento antes de pasar, me guardo los anillos de casados en el bolso. Suspiro, y entro en escena.
Al pasar al comedor, Carmen se levanta enseguida, va con un vestido largo blanco precioso que luce con su delgado y fino cuerpo, y su melena oscura la favorece aún más. Antes incluso la veía marchita, no sé qué pasó en aquellas vacaciones, pero desde que regresaron, parece más… ¿Feliz? Me saluda con una sonrisa enorme, y me acerco tratando de parecer despreocupada. Tras mi amiga, se levanta su marido, Roberto, un hombretón con barriga prominente y traje azul marino de abogado de los buenos, lo que es. Esperaba encontrarme más gente, pero tras saludar a su esposo, que parece no gustarle estar allí, solo veo a un hombre, que se pone en pie, tan nervioso como debe vérseme a mí.
– CARMEN: Este es Emilio, un sobrino de Roberto. – dice con voz calmada, girándose a él – Ella es Laura, una amiga. – el hombre me dedica una mirada cómplice. Él sabe igual que yo que es una trampa para emparejarnos, pero le debe pasar lo mismo que a mí, ya que al verme, parece que le gusta lo que ve, y a mí, también.
Es un chico joven, de unos treinta y pocos años, con un traje elegante negro, pero sin cobraba en una camisa blanca por fuera. Tiene el pelo muy corto negro, en forma de flecha, tratando de esconder unas entradas prominentes, con una cara agradable, bonita sonrisa perfecta y ojos pardos. Delgado, de mi altura, aunque con los tacones puestos, y modales exquisitos demostrados al dejar la servilleta en la mesa al levantarse a saludarme con la mano, o agarrarse del vientre para evitar mancharse la chaqueta.
– EMILIO: Un autentico placer, Laura. – sin esperar a nada, se mueve para colocarse tras una silla a su lado, y me la ofrece, le dedico un gesto amable por ello al sentarme, mientras me ayuda.
-YO: Muchas gracias, Emilio. – se sienta a mi lado, y agradezco su maniobra, me ha alejado de Carmen y su marido para poder charlas solos.
La cena es de lo mejor que me ha pasado en años. Pese a un inicio algo típico, con silencios incómodos y pedir la cena, con alguna que otra conversación de protocolo con mi amiga y su marido, mi pretendiente sabe meterse en el momento justo para empezar a hablar conmigo. Carmen distrae a su esposo para que no interrumpa, aunque tampoco hace falta, tiene pinta de querer irse en cuanto pueda.
El dialogo con Emilio se hace fluido, y empezando con las cosas más normales, ¿Trabajas?, ¿Qué haces en tu tiempo libre? O ¿Cómo te va la vida? Me siento cómoda con él, o mejor dicho, me quiero ver cómoda con él. No es que disimule, pero tampoco le cuesta comerme con los ojos, y juego un poco girándome hacia él, regalándole un par de cruces de piernas sensuales. Por su parte, acaba pasando su mano por detrás de mí, apoyándose en el respaldo de mi silla, y me dejo rozar la espalda por sus dedos.
Le hablo de mi vida, la que conocéis, omitiendo detalles, pero el principal es que llevo tres años viuda. Me parece que le estoy gritando que necesito cariño, y me capta enseguida. Me habla de su vida, mientras avanza con las caricias en mi costado, o gestos tiernos en mi brazo, hasta en una carcajada que me saca, se atreve a sujetarme de la rodilla un fugaz instante. Me dice que es médico, que está de visita por un congreso, y que apenas tiene tiempo de conocer mujeres tan especiales como yo, de las que merecen la pena. Me sonrojo al verme adulada, no es el primero que me halaga, pero sí el que tiene posibilidades de tenerme a su merced. Otros más guapos, o más interesantes, han tratado de seducirme antes que él, pero le ha tocado la lotería esta noche, y se ha dado cuenta.
Al acabar la cena, nos tomamos una copa, y salimos del restaurante algo tarde. Carmen quiere ir a bailar a un local cubano cercano, pero Roberto se niega, y se la lleva a casa. Emilio, al intuir mis intenciones, juega sus cartas para llevarme a mí sola a menear las caderas.
Mi mentira se hace realidad, y la noche empieza a helarse, me pongo la mantilla por encima, pero tal como deseaba, él se quita su chaqueta y me la pone por los hombros. Huele a hombre, con un perfume mucho más potente y serio que el de mi hijo. Aprovecha al ponérmela para dejar su mano en mi espalda, y termina cayendo a mi cadera, pegándome a su cuerpo.
Me gusta todo lo que está pasando, o quiero que me guste, y al llegar al local de baile, pido un par de copas más, y me lanzo a la pista con él detrás. No somos ningunos expertos en danza, pero me apoyo en su pecho y Emilio en mi cintura para movernos al son de la música, reírnos, y dejo que me susurre cosas hermosas al oído, rozando nuestras caras, acercándonos a cada cambio de canción.
– EMILIO: Eres preciosa, y soy muy afortunado esta noche.
-YO: No seas adulador, no te hace falta, me lo estoy pasando muy bien.
– EMILIO: Solo era sincero, me gustas mucho, y me encantaría conocerte mejor. – buena frase.
-YO: A mí también, eres un encanto y muy amable. – le dejo en bandeja la oportunidad.
-EMILIO: ¿Puedo…besarte? – la sonrisa le delataba hacía unos minutos, lo está deseando, pero ahora se queda muy cerca de mi cara tras susurrarme aquellas palabras, y noto su nariz en la mía. Poco a poco nos acercamos, siguiendo el ritmo de la canción, y pienso un instante en Luis, antes de besarnos.
Es algo tenue, y su perfecto afeitado no me atrae, pero siento sus labios húmedos y cálidos, sus manos me sujetan con una intención diferente y acabo abriendo la boca para recibir su lengua. Ha sido muy rápido, pero es a lo que venía esta noche.
No pasan ni diez minutos cuando estamos saliendo del local cogidos de la mano. Me ha pedido ir a un sitio más tranquilo, y como él está durmiendo en casa de su tío Roberto, le he dicho que mi casa estaba sola, sin pensármelo mucho. Voy algo borracha, me he tomado un par de chupitos de más, y le dejo conducir a él, que sin disimulo, acaricia mis piernas cuando puede, posa la mano en mis muslos y mueve los dedos con calma, no es algo erótico ni provocativo, pero me gusta.
Al llegar a casa, se atreve un poco más, y con ánimo de sujetarme ante mi tambaleo de tacones altos y bebida, su mano pasa de mi cintura a mi culo, donde acaba agarrándome a través de la tela del vestido y mis braguitas, con una ternura ya olvidada por mi cuerpo. No aguanta más la tensión sexual, y en el ascensor se me tira encima, le rodeo con una pierna mientras pasa sus manos por todo mi cuerpo, y su boca baja de la mía a mi cuello. Le abrazo queriendo que me haga suya allí mismo, la experiencia con mi marido me dice que si era incapaz de reprimirse hasta llegar a casa, me aseguraba una noche de sexo bestial. Pero llegamos a mi piso, me arreglo un poco avergonzada la ropa, y le meto en mi casa rezando, “Que mi hijo no esté”.
Son las tres de la mañana, me encanta entrar y no ver a nadie en su cuarto. Emilio va detrás, sabe que no debe hacer nada, ya soy suya, y le meto en mi cama a empujones y besuqueos. Es dulce, y antes de arrebatarme la ropa salvajemente, pasamos unos minutos besándonos, descubriendo que sus manos tienen predilección por mis senos, que acaban fuera del vestido, al abrir el broche del hombro, y del sujetador, que me quita con un hábil gesto con una mano. No recordaba tener unos pezones tan grandes y duros hasta que los lame, me vuelve loca, y lo usa contra mí.
Su experiencia médica debe darle algún conocimiento, ya que allí donde me toca, siento placer, y acabo tumbándome y poniéndome encima a horcajadas, notando en mis piernas su abultada entrepierna. Me saco el vestido mientras él se descamisa, y veo un pecho algo delgado y con mucho vello, me doblo para besarlo, y subir hasta su cuello. Gime de gusto al cogerme del culo, y es consciente del frote de mi prenda íntima contra su falo encerrado bajo el pantalón.
Me gira sobre la cama, me besa las piernas estiradas hacia arriba, mientras eleva mi cintura para sacarme las braguitas de un sólo gesto constante. Me tiene abierta de piernas totalmente desnuda, soy suya, y espero paciente a que se quite el resto de la ropa, con un calzoncillo a rayas muy soso, que deja ver un miembro duro de un tamaño estándar, que no me desagrada, las monstruosidades me asustan.
– EMILIO: No tengo condones, preciosa mía.
-YO: Da igual, no puedo quedarme embarazada. – murmuro triste la historia de mi primer embarazo y sus complicaciones.
Al decirlo, me siento aliviada por primera vez en mi vida, y pese a que existe cierta dosis de peligro de una ETS, es médico, y me quiero fiar, necesito sentir carne humana, no deseo más plástico.
Emilio se lanza a comerme los pechos, mientras le sujeto la cabeza para que no deje de hacerlo. Tirito cuando juega con su lengua en mis pezones, y le rodeo con ambas piernas para presionar su sexo contra mi vulva, que está encharcada. Le cuesta muy poco dirigir su miembro a mi entrada, y cogiéndome de la cadera con una mano, empieza a penetrarme. La sensación es horriblemente dulce, duele algo, pero es positivo. Va con calma y cuidado, pero en pocos instantes ya me ha perforado con toda su hombría, y mi espalda se encorva de placer. Araño las sábanas de pura congoja, y grito poseída, sacándole una sonrisa.
-YO: ¡Dios sí, joder, que bien se siente! – lo digo en serio, había olvidado esta sensación, y ahora al retomarla, me encanta.
– EMILIO: ¡Como me pones, eres espectacular, y qué cerrado lo tenías!
Me pongo algo colorada, pero le abrazo y me besa dejando que nuestras leguas se mezclen con alegría, controlando su pelvis, moviéndose elegantemente, y generando una fricción deliciosa. Acompaso sus gestos con mis piernas cruzadas tras su espalda, y empieza a aumentar el ritmo, por momentos me coge de ambos senos, y me percute ferozmente, pero es cuando me agarra de la cintura cuando lo da todo, y me eleva. Su expresión al verme bajo él, totalmente expuesta y dejándome llevar, con mis senos moviéndose libres y mi cadera haciendo fuerza para recibirle mejor, es excitante.
Me niego a ser la que era con Luis, el cuerpo me pide voltearnos, y montarlo como me gustaba hacerle a mi fallecido marido, pero no lo hago, le dejo dominarme, no busco en él nada más que un amante para esta noche, y es lo que me da, llegando a abrirme bien ante su mirada.
El sudor refleja nuestra piel, y cada golpe de pelvis me alza sobre los cielos, la humedad hace todo más fácil y me encuentro doblegada ante sus acometidas. Sabe tocarme, y acaba con un dedo frotando mi clítoris, lo que multiplica el placer y termino sintiendo un leve orgasmo que él aprovecha para dar una última velocidad en unos minutos gloriosos, en que no bajo de ese estado de placer, pero sin llegar a eclosionar del todo.
Emilio no para, y tras un espasmo tenue, se corre dentro de mí, abriéndome bien de piernas, es algo que también echaba de menos, ese calor interior y las convulsiones cortas en mi útero. Aprieto algo mis músculos vaginales para sacarle todo, y se vence sobre mí, besándome por el cuello mientras jadeamos. Le rodeo con mis brazos y acabamos acostados el uno al lado del otro.
No me siento especialmente orgullosa, ni llena de dicha, pero tengo a un hombre en mi cama al que poder abrazar, y es lo que necesitaba. Me quedo dormida sobre su pecho, pero al par de horas el ruido inconfundible de mi hijo entrando en casa me sobresalta. Veo mi cama sola, y me siento confusa, “¿Y Emilio?”. Me pongo nada más que mi camisón encima, y asomo la cabeza al pasillo.
Carlos pasa de largo, de su mano va una joven que va en peor estado de embriaguez que él, muy mona, con el pelo largo castaño en cola de caballo, camiseta oscura semi transparente enseñando un sujetador amarillo brillante debajo, y un pantalón negro de cintura baja. La joven me dedica una mirada fugaz, abochornada tal vez, pero se va tras él a su cuarto, no me hace falta que me digan a lo que van.
El susto parece que pasa, no van a salir de su cuarto y puedo sacar a mi amante discretamente…si es que le encuentro. Me giro y no veo su ropa en el suelo, donde la dejamos, solo la mía, y voy a buscarle al baño. Cuando voy a abrir la puerta, Emilio sale y casi nos chocamos de bruces. Me tranquilizo un poco y le dedico una sonrisa cómplice, le sujeto de la nuca y le beso, pero en cuanto lo hago, noto que algo no va bien, ya está vestido.
– YO: ¿Dónde estabas? – murmuro.
– EMILIO: Me he dado una ducha, espero que no te importe. – su tono ha cambiando, es dulce, pero triste.
– YO: Mi hijo ha llegado, perdona si te parece mal, tal vez….deberías irte.- no quiero parecer grosera, pero no quiero ni pensar en las explicaciones que tendría que dar si le ve Carlos.
– EMILIO: Sin problemas, de hecho, ya me marchaba…Laura, ha sido una velada increíble, y me ha gustado conocerte.
– YO: Y a mí también…no sé, si te quedas unos días más…podríamos…- me corta antes de acabar, está nervioso, poniéndose la chaqueta y buscando con la mirada la puerta de la salida.
– EMILIO: Claro…estará bien…pero estoy algo liado…y no sé cuando nos podremos ver…yo te llamo, ¿Vale? – me da un beso horrible, casi ni se molesta en saborearlo.
-YO: Bueno, vale…pero no tienes mi número – le digo mientras ya está camino del pasillo.
– EMILIO: Ah, si…no te preocupes, ya se lo pido a Roberto.
Le acompaño hasta el recibidor, en silencio y en la penumbra, es un milagro que no tiremos ninguna figurita de la mesilla donde ponemos las llaves, y le tengo que agarrar del brazo al abrirle para que se gire hacia mí. Me da un beso, algo más trabajado, y me repite que me va a llamar, pero en cuanto le veo meterse en el ascensor, sé que es la última vez que le voy a ver.
“¡Tonta, ¿Qué te pensabas?! No eres más que una cuarentona salida. ” Me digo al darme cuenta de que me han usado, o se han aprovechado de mí, pero al menos he dado un paso más en mi recuperación, en ese duro camino que es volver a vivir. No me importa demasiado que Emilio desaparezca, no era mi tipo, delgaducho, con mucho vello en el pecho y medio calvo, con aspecto algo cadavérico diría, y al final ha demostrado ser un capullo. Ha cumplido su función, quitarme tonterías de la cabeza dándome una noche de placer y calor humano, punto.
Recupero mis anillos del bolso y me los pongo en su sitio, el dedo anular de la mano. Me voy a la cocina a beber algo de agua, y al regresar paso por el salón y me quedo blanca al ver a alguien medio tumbado en el sofá. A Carlos se le empieza a escuchar con la chica en su cuarto, “¿Quién está ahí?” Me acerco sigilosa, cuando el miedo me dice que corra a encerrarme a mi cuarto, pero avanzo. En cuanto me acerco veo a Javier allí tumbado, con los ojos abiertos mirándome por encima del respaldo.
– YO: ¡Maldita sea, Javier, qué susto me has dado! – le digo en un grito en voz baja.
-JAVIER: Discúlpeme…es…es que hemos llegado ahora…y no me encuentro muy bien. – sigue siendo muy educado, tal como va, con el aliento que me dice que se han pasado con el ron, y sin apenas poder fijar la vista en mí, trata de no aparentar la “cogorza” que trae.
– YO: ¿Necesitas alguna pastilla? – le ofrezco una que me he tomado yo hace unos minutos, el alcohol ha bajado en mi sangre, pero hacía mucho que no me ponía tonta, y la cabeza me duele.
– JAVIER: Sí…si es tan amable.
Se la traigo con un poco de agua, el pobre se la toma haciendo esfuerzos enormes por mantenerse quieto sentado en el sofá, y pasado un minuto, se pone en pie. Casi se cae antes de dar un paso, y al tercero se me echa encima por sujetarse a algo. El chico debe de pesar unos 90 kilos y apenas puedo con él, me las veo negras para sentarle de nuevo, y cuando lo logro, se cae redondo sobre un cojín.
– JAVIER: Perdóneme, es que…he bebido de más, pero enseguida me voy. – me da una pena terrible verle así, y que pueda pasarle algo por la calle.
-YO: No te vas a ningún lado, tú quédate aquí y descansa, mañana ya lidiaremos con la resaca.
No hace el menor intento por responderme, acierta a quitarse los zapatos, y una chaqueta fina, antes de quedarse dormido como un tronco. Le traigo un manta y le arropo, me siento tentada de desabrocharle los pantalones y el cinturón, dormir así es malo, pero las malinterpretaciones que pueda ocasionar, son peores.
Me dirijo a mi habitación, y me doy una ducha para quitarme la sensación de sudor y fluidos de encima. Busco a tientas una prenda cómoda, pero no me quedan, así que me pongo un tanga negro de los que uso poco, y el camisón para dormir. Me cuesta hasta que pasan unos minutos, y mi hijo deja de hacer gritar a la muchacha, pienso un instante en lo que le debe de hacer, con esa sexualidad juvenil tan experta de hoy en día, o si es que Carlos la tiene bien grande. Es para distraerme, ya que en realidad, lo que estoy pensando es que Javier está en mi sofá, y me maldigo. Lo de Emilio no ha servido de mucho, o al menos, no me ha borrado a ese clon joven de mi esposo de la cabeza.
Lo primero que siento es esa mirada clavada en mí, no sé cómo, pero sabes que te están observando, y me despierto tumbada boca abajo en mi cama. Me giro y veo a Javier en mi puerta, mirándome algo cansado, parece que acaba de llegar a mi puerta a pedir algo, tal vez algún sonido me haya desvelado.
– JAVIER: Perdóneme…pero…ya es de día, y me encuentro algo mejor, sólo quería despedirme antes de irme. – agacha la cabeza enseguida.
– YO: Claro, no pasa nada…- es cuando al girarme me doy cuenta, el camisón se me ha subido al vientre, y el chico ha tenido un buen primer plano de mi trasero en tanga, todo el tiempo que estuviera allí. Disimulo al levantarme, colocándomelo con cuidado, y saliendo con él al pasillo.
– JAVIER: Le pido mil perdones por esta noche, no pretendía que esto ocurriera, es que bebí mucho, y no me supe contener. –al decirlo, me acaricia el brazo con gentileza, y su tono de voz, aunque con algo de lastima, es firme.
– YO: Todos hemos sido jóvenes, y la resaca te va a enseñar a controlarte…anda, si quieres puedes quedarte un rato en el sofá, todavía es pronto.
– JAVIER: Muchas gracias, pero no, ya he abusado de su hospitalidad, además tengo que ir a sacar a mi perro, que lleva toda la noche sin ver la calle el pobre, pero de verdad, no sé como agradecerle todo, Laura, es usted fantástica. – y de sopetón me da un abrazo que me envuelve entera, y aunque me pilla algo adormecida, me alzo para recibirlo, y sentir su cuerpo. Hasta al separarse, tiene la osadía de darme un beso en la mejilla que me encandila.
– YO: Eres un encanto.
-JAVIER: No lo soy, me he excedido….y espero no haber ahuyentado a nadie…- ahora sí, me quedo hecha una piedra, “¿Se refiere a Emilio?, ¿Le llegó a ver?”
– YO: Me parece que Carlos y su amiga no han pensado mucho en ti…- improviso al paso.
-JAVIER: De acuerdo. – una sonrisa tibia me dice que no ha colado.
Se marcha y le sigo hasta la puerta, la verdad que con algo de luz y esa ropa, una camisa a cuadros y un vaquero rojo, está para comérselo, pero sacudo la cabeza negándome esa idea, y le digo adiós con la mano.
Me vuelvo a la cama, y me levanto el camisón para ver en el espejo la imagen que se ha llevado el muchacho de mí, “Sí señor, una buena forma de empezar el día”, no recordaba que me quedaran tan bien los tangas, tengo el trasero precioso y ayuda mi tono de piel algo morena debido a los rayos uva del gimnasio. Me avergüenzo un poco, y sigo durmiendo.
Mi despertador suena un par de horas más tarde. Son las diez de la mañana y mi sábado comienza. Me doy una buena ducha, y al vestirme, por primera vez en mucho tiempo, escojo un tanga fino y me pongo las mallas grises ajustadas del gimnasio, con un top azul ceñido y una camiseta blanca por encima. Al mirarme el trasero en el armario, me reafirmo, con esta cinturita y este trasero, voy espectacular.
Voy a la cocina con mi bolsa de deporte preparada, y empiezo a desayunar. Media hora más tarde sale la joven del cuarto de mi hijo, trata de pasar desapercibida pero la llamo, y tengo una conversación de chicas, mezclada con madre preocupada. Me alegra saber que han usado protección, “Ya ha hecho más que yo” me juzgo, y que la chica es algo más avispada de las habituales, pero ha caído en las garras de Carlos, como muchas antes. Me ofrezco a llevarla a algún lado mientras mi primogénito sigue durmiendo a pierna suelta. Ambas nos vamos hasta una parada de metro cercana, y nos despedimos.
Voy al gimnasio con ánimos renovados, quien diría que una noche como la pasada, carga las pilas. Me paso una hora corriendo en la cinta, y luego otra en clases de aeróbic musical. Debo estar radiante, hasta el morenazo que da la clase me dedica unas miradas cuando pongo el culo en pompa, y me siento renacer a cada comentario de mis compañeras, diciendo que se me ve llena de luz, y que estoy resplandeciente. Paso media hora en la sauna, y luego otra en el pequeño spa, la mezcla de aguas y masajes me hace abrirme como una flor, y cuando me ducho, me pongo un culotte negro bajo una falda blanca y un polo azul claro.
Regreso a casa justo a la hora de comer. Carlos se acaba de levantar, y apenas lleva un calzoncillo y una camiseta de tirantes. Comemos algo que he traído de camino, trato de hablar con él de la chica o de la borrachera, pero no me hace caso, y pasamos la tarde paseando por un parque cercano. Me cuesta mucho hacerle que me acompañe, puesto que quería descansar, ya que hoy vuelve a salir. Tomamos un helado, y consigo que me hable un poco, pero se acercan las ocho de la tarde y su móvil empieza a sonar.
Casi corremos a casa, y se mete en su cuarto, pone la música a todo trapo, y empieza su ritual de ducha y vestirse, hablando por teléfono, riéndose y diciendo burradas. Me espera otra noche de sábado tirada en casa, viendo la televisión, cuando suena el telefonillo. Voy a abrir, y escucho la voz de Javier.
-JAVIER: Sí, vengo a buscar a Carlos, ¿Baja ya? – miro de reojo, la música sigue a todo trapo.
– YO: Va a tardar un rato…si quieres, sube, y le esperas conmigo. – otra oportunidad de jugar con él se me presenta, ya que lo de esta mañana ha sido muy fugaz.
– JAVIER: Sería un placer.
Le abro y espero en la puerta emocionada por su llegada. Me gusta verle subir por las escaleras, es un segundo y tampoco es tanto esfuerzo, pero al llegar le da un aire alegre que me llama mucho la atención. Según me ve, me da un abrazo tierno, y me besa la mejilla otra vez, me vuelve loca que haga eso, y le aprieto contra mí un poco para que dure más. No es el hecho en sí, es que es la tercera o cuarta vez que nos vemos, y ya me trata como a su mejor amiga.
– JAVIER: Buenas tardes Laura, la veo genial.
– YO: Gracias, Javier, y tú estás bastante mejor que esta mañana…- un primer comentario para que se acuerde de mi trasero en tanga.
– JAVIER: Ah, discúlpeme de nuevo, de verdad que no quería…- me río en su cara, y le sujeto del brazo un segundo.
-YO: Estaba bromeando, no te preocupes por nada. – le hago pasar y me siento en el sofá.
Él me sigue, pero me da tiempo a verle al completo. Va peinado perfectamente, el pelo con sus dos dedos de largo bien engominados a un lado, barba de tres días cuidada, nariz algo torcida, camisa amarilla que le queda muy justa en el pecho y los brazos, con unos vaqueros azules muy ceñidos y el cinturón de cuero marrón de ayer, junto a zapatos de vestir. Nada más sentarse a mi lado, me llega el impacto de su abundante colonia, es mucho más fuerte y potente que la de mi hijo, y hasta que la de Emilio, parece que se haya echado medio bote de perfume encima.
-YO: Bueno, ¿Y qué tal ayer? – rompo el hielo, tomando un postura algo más informal.
-JAVIER: Puf, mejor no pregunte, Carlos al final se llevó a una chica, estaba muy pesado con ella, y me tuvo entretenido a sus amigas a base de copas, y al final…
– YO: Ya he visto a la chica esta mañana, parece un cielo de niña.
-JAVIER: Y lo es, a Carlos se le antojó, y bueno…ya le conocemos. – me hace sonreír al hablar de él así.
-YO: Lo dices como con pena.
-JAVIER: Bueno, no es que quiera faltarle a su hijo, pero esa chica vale bastante más que para un polvo de una noche.
– YO: Ojalá la llame más adelante.
-JAVIER: No creo, ya he hablado con Carlos, me ha dicho que hoy vienen unas amigas de la universidad, y que una de ellas está loca por él.
– YO: Vaya con el galán…
– JAVIER: ¿Sabe usted, como mujer preciosa que es, podría contestarme a una pregunta? – abro la boca algo ofendida, pero en realidad me ha gustado que lo diga de pasada.
– YO: Claro, aunque ya no soy tan preciosa…- se la dejo botando.
– JAVIER: Claro que lo es, pero el tema es que no entiendo que las mujeres se vayan con tipos como Carlos, cuando hay tipos más atentos y buenos, que las tratan bien…
– YO: ¿Cómo tú…? – abre la boca, pero se calla, viéndose pillado. Sonrío– La verdad es que somos algo raras, tenemos que apreciar algo es esa persona que nos guste, y luego que nos haga sentir cosas.
– JAVIER: Pues su hijo tiene un don, yo no logro encandilarlas así.
– YO: Bueno, es que las chicas que se acuestan con uno en la primara cita, no son muy de tu estilo.
– JAVIER: ¿Mi estilo? No sé cuál es.
– YO: Pues eso, un buen chico, educado, respetuoso y un caballero, a ti te van más chicas que piensan antes que actuar, algo más traviesas y juguetonas que una que se vende al primero que pasa.
– JAVIER: Tal vez tenga razón, y deba fijarme en otro tipo de mujer, no sé, más adulta e interesante. – me dedica una mirada muy perspicaz, le sonrío de forma dulce, y le acaricio el muslo con ternura.
-YO: Claro que sí, tú hazme caso.
El juego me atrae, pero Carlos sale de su cuarto, gritando que donde están sus pantalones favoritos. Javier se pone en pie, y me acompaña hasta la colada, donde los tengo planchados, me los coge de las manos y se lo lleva a su cuarto. Pasan una media hora allí, antes de salir los dos, hechos unos pinceles, “Hoy me encuentro a otra saliendo de mi casa.”, me digo a mí misma.
– CALROS: Mamá, nos vamos.
– YO: Pasarlo bien, pero no bebáis demasiado, que si no…- Javier me asiente con guasa.
-JAVIER: No prometo nada…Un placer verla de nuevo. – ahora soy yo la que se acerca y le da el abrazo, me besa en la mejilla, y con algo de sorna, le palmeo la espalda para darle ánimos.
-YO: A por ellas, tigre.
– CARLOS: Vamos, tío, que van a llegar pronto.
– JAVIER: Quizá debiera acompañarnos de fiesta, así me da consejos…- le miró pensando que bromea, pero no hay atisbo de risas.
-YO: ¿A dónde?, ¿A bailar a una discoteca hasta las tantas? No, Javier, que apuro, con lo vieja que soy para esas cosas…además no voy nada arreglada y tenéis prisa. – me ha dejado tan estupefacta la invitación, que me veo fuera de sitio.
– JAVIER: Va guapa así tal cual, Laura, no se libra, vengase, me vendrá muy bien para dar celos a más de una con tenerla a mi lado, ¿Se viene conmigo a pasarlo bien?
-YO: No seas bobo, ¿Cómo voy a ir yo hoy?
– JAVIER: Pues si no viene, yo no vengo a comer aquí. – se cruza de brazos, cabezota. Casi ni me acordaba que le había invitado a comer, y ante su sonrisa, no puedo negarme.
-YO: Vale, pero hoy no, otro día. – concedo ante su insistencia.
– JAVIER: Genial – me rodea con los brazos por toda la cintura, cosa bastante fácil con sus grandes brazos y mi talla, y me alza medio metro sin dificultad.- Es la mejor, Laura – me baja unos segundos más tarde, casi me ahogo de la risa, pero me vuelve a besar la mejilla, y se va dando saltos alegres.
Este chico tiene algo que me encanta, hace media hora que se han ido y todavía estoy riéndome, pensando en su fuerza elevándome como si nada, en mis senos rozando su cara, en sus manos cerca de mi trasero. Ahora encima un día de estos me sacará de mi apatía, llevándome a discotecas llenas de jóvenes, seguro que solo para exhibirme, y es una idea que no me desgarrada para nada. Ceno pensando en lo estúpido que puede ser verme salir por ahí con mi hijo y sus amigos.
Carmen me llama, y le cuento por encima algo de lo ocurrido con Emilio, me dice que se ha marchado esta tarde, que tenía que operar a alguien, confirmándome que he sido su distracción. Charlamos un rato más, pero de vanidades, y cuando la cuelgo, me quedo traspuesta en el salón.
Me despierto sobre las tres de la mañana, apago la tele tienda y me voy a mi cuarto. Al ver mi cama me da asco, no que no esté Luis, sino que no hay nadie, y me desnudo al son de una música triste y melancólica. Me dejo el culotte y me pongo el camisón. Me quedo dormida enseguida, pero tras unas cuantas horas, escucho la puerta de la casa. Me levanto de un salto y me asomo al pasillo. Me asusto como solo puede una madre cuando veo a mi hijo ido, anadeando a duras penas colgado del brazo de su amigo.
– YO: ¿Pero qué ha pasado? – digo alarmada al salir despedida y coger de la cara a Carlos, que apesta a acetona.
– CARLOS: Nada…mamá, déjame…voy bien….es el puto imbécil del bar, que me ha puesto garrafón…- miro a Javier, casi acusándole.
-JAVIER: No digas tonterías… te has tomado cuatro copas seguidas por impresionar a una chica… y te ha dado el bajón.- le alza con algo de molestia por el peso, y me mira.- No se preocupe, ya ha vomitado la mayor parte de lo que ha bebido, ahora solo queda acostarlo, y que se le pase la castaña. – pese a ir palpablemente más sereno, también está borracho.
– YO: Por dios, que sustos me das Carlos…- mi tono es ese agudo que hiere, que se mete en el tímpano.
– CARLOS: Joder, mamá, que ya no soy un crío.
-YO: Pues deja de comportarte como tal – le fulmino con una mirada seca, pero Carlos no está, sus ojos miran a su cuarto. – Anda, mételo y ayúdame a desnudarlo antes de que se duerma.
Javier no dice nada en lo que tardamos en desvestirlo, obedece cual cómplice de la tragedia, tratando de que no se le note a él su propia ebriedad. Carlos se hace una bola al instante, y le doy un beso tierno de madre, ya tendré tiempo de gritarle mañana.
Le dejamos acostado y salimos del cuarto, donde Javier se muestra mucho más entero, supongo que su corpachón le ha valido para no caer redondo como mi hijo, pero está muy afectado, se le huele el alcohol del aliento, y se tambalea, mirándome de reojo cual colegial.
– YO: ¿Y tú estás bien, o también tengo que arroparte? – le digo, aún furiosa.
-JAVIER: No…aunque no me molestaría en absoluto. – aprieta los labios como queriendo haberse callado eso.
-YO: De verdad, esta juventud… -me hago la ofendida – puedes quedarte en el sofá como ayer, hasta que estés mejor.
-JAVIER: Gracias… de nuevo… Carlos….Carlos no sabe la suerte que tiene de tenerla a usted de madre.
-YO: Eso es verdad.
-JAVIER: Es muy maja…me trata muy bien, y yo aquí borracho como un idiota, preguntándola por chicas, con lo guapa que eres. – se ríe entre dientes, arrastra las erres y no vocaliza del todo. Decido no tomárselo en serio.
-YO: Vas tú bueno también…Anda, ve al salón, ya te llevo una sábana.
Voy a por la manta, y al volver me encuentro la camisa de Javier en el reposabrazos, perfectamente doblada, y al propio muchacho boca arriba, con el pecho al aire, fornido y con algo de vello, pero muy poco. También observo unos calzoncillos negros, tipo slip, marcando un paquete sobresaliendo por los vaqueros abiertos con la cremallera bajada. Me quedo paralizada, cuando Javier se alza y coge de mis manos las sábanas, me da unas gracias algo eructadas, y se medio tapa.
– YO: Descansa.
-JAVIER: ¿Y mi besito de buenas noches? A Carlos se lo has dado. – me río asombrada, su tono es lastimero a más no poder.
-YO: ¿En serio me pides un beso de bebé?
– JAVIER: Era broma, no se atrevería….- me pica en el orgullo, sé lo que intenta, pero caigo igualmente.
-YO: Anda que no, ven aquí, niño de mamá… – se gira para poner la mejilla, y como perra vieja que soy, le sujeto la cara para darle un cálido beso, evitando giros de cara sorpresivos. – Buenas noches.
– JAVIER: Ahora seguro que lo son… – me saca una carcajada.-…pero podrían ser mejores. – se lanza y me sujeta de la cintura, haciéndome caer lentamente sobre él. Parece algo erótico, pero es cómico, torpe y muy hosco.
-YO: ¡Por dios, Javier, suéltame! – le digo entre risas, la sensación de sus brazos enroscándose por mi cadera, pegándome a él, me encandila, y me dejo sobar un poco, aunque tampoco es que me meta mano, pero el camisón es muy corto. Noto la fricción de mis piernas desnudas en sus vaqueros, el coulotte enganchándose con la hebilla de su cinturón, y mis senos aprisionados bajo el satén, cerca de su cara.
– JAVIER: Quédese a dormir conmigo, se lo ruego. – mis pocos kilos no le cuestan nada para acomodarme en el sofá, usándome de oso de peluche.
-YO: Para, déjame, soy la madre de Carlos, tú estás borracho, y no me apetece. – me sorprendo no dándole un bofetón y sacándolo a patadas de mi casa, pero es que me encanta sentir esa fuerza cariñosa.
Me tiene tumbada entre él y el respaldo del sofá, cara con cara, con su rostro encajado en mi pecho, se las ha apañado para usar uno de mis brazos de almohada, y rodeo su cabeza con mis bracitos diminutos en comparativa con él, con mis piernas estiradas entrelazadas con las suyas, notando algo de presión en mi cintura, aplastando uno de sus antebrazos.
Podría hacerme lo que quisiera, sus manos recorren mi espalda con un rítmico sube y baja, y con tanto arrebujarse, creo que noto su paquete en mis muslos, pero en cambio no se aprovecha de mi aparente docilidad, y parece que se va a quedar dormido.
– JAVIER: Hueles a rosas…- masculla una última vez, inhalando de mi cuello.
No me lo creo, ha caído rendido. Estoy como un peluche, no me puedo casi mover sin pasar por encima de él, y la verdad, es que no me importaría pasar así la noche, mi cama está vacía y muy fría. Hago un esfuerzo titánico por no echarnos la manta por encima y dejarme llevar en sus brazos, que es lo que deseo. Me quedo un buen rato mirándole dormir, acariciado su pelo, hasta que siento menos presión en sus manos, y me puedo zafar de su cálido encierro. Le tapo con ternura, y me llevo las manos a la cara, algo abochornada, ¡¿Pero qué demonios?! , me ha hecho sentir genial esa bobada. Me voy a mi cama con algo de pena, aunque sueño con Javier, y sus abrazos.
Al sonar el despertador me levanto a mirar el panorama. Pese a un primer intento de ir al salón, mi instinto maternal me lleva con Carlos, que está tal cual le dejamos. Al entrar algo de luz al abrir, se queja como un vampiro, y al preguntar como está, se echa la sábana por encima, gruñendo.
Ahora sí, voy al salón, y me borra la sonrisa no ver a Javier, ni su ropa, ni la manta. “¿Se habrá ido a casa?” Voy a la cocina, y me lo encuentro allí sentado, desayunando, con la ropa puesta y la manta doblada en una silla. En la mesa se ve una bolsa de bollos de la panadería de abajo, y un zumo abierto.
– JAVIER: Buenos días, Laura…he traído el desayuno, espero no haberme propasado al coger sus llaves de la entrada.
– YO: Ah…no, tranquilo, no debías haberte molestado.
– JAVIER: Algo me dice que sí, ayer… ¿Como está Carlos?
– YO: Se queja de la luz, así que está vivo… ¿Y tú?
– JAVIER: Yo…debe pensar que soy un idiota, dos noches seguidas llegando a su casa borracho…y anoche no me acuerdo de mucho. – eso casi me da pena.
– YO: Bueno, no hiciste nada malo que yo sepa.
-JAVIER: Menos mal, cuando me pongo así, entro en un estado meloso que…me pongo pesado.
-YO: En realidad…al acostarte en el sofá, me pediste un beso de buenas noches.- al decirlo, se le abren los ojos como platos.
-JAVIER: ¡No me diga eso! Pufff, qué vergüenza…- se está poniendo rojo, y eso me dice que no es mentira, no se acuerda de eso, ni del momento “oso de peluche” conmigo.
-YO: Para ser algo que hace un borracho, no es tan malo.
– JAVIER: Mil perdones, no sé cómo decirlo ya… quizá, quizá no debería volver a subir a su casa. – la cara de alarma que pongo se me debe notar rápido.
-YO: No digas estupideces, prefiero que vengas de vez en cuando, así controlas al loco de mi hijo.
– JAVIER: ¿De verdad no le molesta?
– YO: Ni mucho menos…dame unos de esos bollos, que estoy famélica.
Me paso un rato desayunando sentada frente a él, contándome lo que recordaba de esa noche. Conoció a una chica, quiso hablar con ella, pero Carlos se la pidió, luego él bebió mucho, y luego nada, hasta levantarse en el sofá. Yo le cuento, “sin detalles”, lo que ocurrió en casa, y luego mira la hora asustado.
-JAVIER: Es tarde, tengo que ir a casa, mi pobre perro…
-YO: Si me das unos minutos, me ducho y te llevo a casa, antes de ir al gimnasio.
-JAVIER: No, Laura, eso sería demasiado…
-YO: Que no es molestia, Javier, recoge un poco el desayuno, si me haces el favor, y yo voy al baño.- asiente gentil.
Me pego una ducha fugaz, y tiento a la suerte con otro tanga, de hilo diminuto, unos leggins negros y un top blanco. Al salir, Javier aparta la mirada ruborizado, me gusta que pueda generarle esa sensación. Bajamos al coche y me indica su casa, algo lejos. Al llegar se baja, y como he aparcado bien, me bajo con él, la verdad es que quiero el abrazo y el beso en la mejilla, a los que me está acostumbrando.
-JAVIER: Es usted mi ángel particular.
-YO: Bobo, anda, sube a casa, y ya nos veremos.
-JAVIER: Por descontado, me debe una noche de bailes…
-YO: Y tú una comida en mi casa. – el juego con este chico no parece acabar.
Paso los brazos ansiosa por encima de sus hombros, cogiendo de su nuca, y Javier me rodea con los suyos por la cintura, esta vez el abrazo es más largo, y me alza un poco, lo justo para ponerme de puntillas. Su beso es tan lento como el resto de la despedida, y hasta nuestras narices se rozan al separarse. Al verle alejarse, me permito mirarle el culo, esos vaqueros le hacen una maravilla de trasero.
Algo sofocada, voy al gimnasio, y descargo adrenalina un buen rato. Permito a algún joven en la zona de la maquinas que me coma con los ojos, sobre todo cuando me agacho y expongo mi trasero, me siento generosa. Al volver a casa como sola, y Carlos tarda un par de horas en volver en sí. Come mientras le recrimino su actitud, a estas alturas me hace poco caso, y si tengo suerte, solo asiente fingiendo comprenderme, si no la tengo, termina gritándome.
Se va a su cuarto y se encierra, yo me doy una buena ducha refrescante y me quedo con unas braguitas limpias rojas y el camisón azul de satén. Paso gran parte de la tarde limpiando o haciendo cosas de casa, me aseguro de pasar la aspiradora bien fuerte cerca del cuarto de Carlos, y le escucho quejarse, el dolor de cabeza le debe estar matando. Sonrío por ello.
Cenamos juntos, y tras una película que me gusta, me voy a la cama. Es casi la primera noche que según me acuesto, caigo rendida, y no es cansancio físico, es emocional. He vivido mucho en poco tiempo, al menos, mucho más de lo que estoy acostumbrada.
Continuará…
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-…Previendo ello, he dejado toda mi herencia en un fideicomiso que se ocupe que no le falte nada a ella hasta el final de sus días. Tomar esa decisión fue fácil, lo difícil fue elegir alguien que gestionara dicho instrumento. Aun sin ser una lumbrera, de todos mis amigos, eres el único honesto y por eso quiero proponerte un trato que sé de antemano, no podrás desechar. Te he nombrado administrador único, con un sueldo de diez mil euros mensuales. Tu única función será que nadie la robe. Podrás disponer libremente de todos los bienes, pero te exijo a cambio que cubras todas sus necesidades y caprichos. Como es tan rara, esta buena y conmigo muerto, será millonaria, he dispuesto que durante los dos primeros años posteriores a mi fallecimiento, si quiere seguir recibiendo mi dinero, no podrá casarse. Y para asegurarme que no haya moscones a su alrededor, deberás vivir en mi casa-.
Me quedé sin habla. Pedro, aún después de muerto, seguía siendo un puñetero ególatra. Le jodía pensar que su mujer rehiciera su vida y buscaba mi cooperación para seguirla teniendo atada. El cabrón sabía que no podría negarme a aceptar porque, además de ser una pasta, si no lo hacía, me encontraría en la calle. Pero no pensaba limitar a Lilith en nada. Si quería salir, que saliera. Si quería follarse al jardinero, que lo hiciera.
No necesitaba más confirmación. Esa mujer estaba completamente alienada por sus creencias. “Seguro que ha sufrido abusos desde niña”, pensé al ver la naturalidad con la que tomaba su función. “esto tiene que cambiar”. Si Pedro me había encomendado cuidar de ella, eso era lo que iba a hacer. En ese momento alcancé a vislumbrar el significado de sus actos. Esa mujer que tenía enfrente era una presa fácil para cualquier desalmado y por eso su marido había buscado una solución alternativa. Confiaba en mí y que yo no iba a abusar de ella.
Como no quería volver a meter la pata, cerrando el libró sin más dilación, me dirigí a su encuentro. Al entrar en la habitación, me quedé de piedra. Lilith me esperaba de pie junto a mi asiento, enfundada en un vestido de encaje casi trasparente y adornada con joyas que harían palidecer a una reina. Sin saber que decir ni que hacer y sin comentar el cambio de aspecto tan brutal que había sufrido, me senté sin ser capaz de dejar de mirarla. Parecía una diosa. El delicado tejido completamente pegado a su piel sin enmascarar un ápice de su anatomía, realzaba su atractivo dotándolo de un aspecto seductor que hasta entonces me había pasado inadvertido. En su cuello, lucía una gargantilla de rubíes haciendo juego con unos impresionantes pendientes de la misma piedra.
-Me imagino que mi marido le ha explicado mi problema-.
No me hizo caso y con gran violencia, me desgarró el pijama, dejándome desnudo. Asustado por su comportamiento, dejé de debatirme sobre las sabanas, momento que aprovechó la mujer para apoderarse de mi miembro. Tener mi sexo en las manos de una loca, me obligó a permanecer paralizado, temía que si la rechazaba me hiciera aún más daño. Al tenerme dominado, la perturbada de hacía unos instantes se convirtió en una máquina del placer y en poco más de un minuto, mi sexo había alcanzado su máxima longitud.
Miércoles.
“No me lo puedo creer”, dije al comprobar que en una sola jornada, había ganado más dinero que la suma de mis salarios de los últimos diez años. “Esta mujer es increíble”.
Entusiasmado, sin despedirme de mi gente, corrí a darle la noticia a Lilith.
Lilith no se hizo esperar. Cumpliendo exquisitamente su ritual, salió enfundada en la toalla y sin perturbarse, comenzó a peinarse. Si la noche anterior, me había sentido apocado por mi examen, esta vez, cogiendo mi erección, me masturbé mirándola. Ajena a mis maniobras, esa muchacha terminó de desenredar su pelo y acto seguido, tranquilamente despojándose de vestimenta, se dedicó a pintarse las uñas de los pies mientras en el cuarto de al lado, dejaba que mi lujuria se desatara, observando obsesivamente el brillo de la humedad de su sexo.
-Por favor-, la escuché decir.
Ya en el garaje, liberé mi cabreo, pateando las ruedas del automóvil, mientras me recriminaba por haber creído que esa mujer sentía algo por mí. Cuanto más lo pensaba, la indignación lejos de disminuir se acrecentaba, al darme cuenta que era yo quien realmente albergaba sentimientos por esa mujer.
Volvía a ser la niña caprichosa que tanto me gustaba. Aunque fuera rara e insufrible la gran mayoría de las veces, era preciosa. O parafraseando a San Agustín: El placer de vivir con ella, bien vale la pena de soportarla.
Como debía volver a la oficina, pero quería alargar ese momento, le expliqué que debía de irme y no me podía quedar a comer, en compensación le invitaba a cenar en un restaurante. Lilith se me quedó mirando antes de contestarme. Algo en ella me dijo que no le apetecía la idea pero, cuando ya creía que iba a reusar, me preguntó a qué hora tenía que estar lista:
-No me ate…-.
-No pensaba hacerlo- le interrumpí.
-Si te mueves, te mato-, gritó mientras contorneando las caderas parecía succionarme el pene. Forzando y relajando después los músculos, daba la sensación que en vez de vagina esa mujer tuviera un aspirador.
Solo detuve el vehículo para repostar y tomar café. Llegue a las seis de la mañana a casa.
Imperaba el silencio, apenas mancillado por el tenue rumor de las olas, al batir la playa. Entré en la casa y fui directamente a la habitación.
¡Oh! ¡Sorpresa! La cama estaba ocupada por tres cuerpos, desnudos. A la difusa luz de la luna que entraba por los ventanales pude reconocer a Claudia, su hija y Ana. Mis tres mujeres, durmiendo, los cuerpos de una tersura y delicadeza sin igual.
¡Quede extasiado admirando tanta belleza! No podía apartar mis ojos de aquellos cuerpos. Pero respiré hondo y me fui a una de las habitaciones, en la cama de alguna de ellas me quité los zapatos, me deje caer y me dormí enseguida. Estaba agotado.
Al despertar, con los chillidos de las gaviotas, no encontré a nadie en la planta alta, baje y en la cocina, estaban mis tres gracias. Me acerque a Clau por la espalda, abrace su cintura y bese el cuello, el lóbulo de la oreja. Acaricie sus pezones, que se endurecieron al contacto y apuntaban, traviesos, al frente entre mis dedos. Las dos muchachas riéndose me abrazaron.
–Papá, que alegría, ya estás aquí. Cuéntanos, ¿Qué ha pasado? ¿Cómo está Pepito?
Clau se giró. Cuando me miraba así me derretía. Me besó, la besé, pasé mi mano por su entrepierna, sobre el amplio vestido y comprobé que no llevaba bragas, note la humedad de su sexo a través de la tela. Lleve mis dedos a la nariz para oler su aroma natural. Las chicas protestaron.
–¡Eh! Ya está bien. Que nos ponéis los dientes largos y vamos a tener que hacernos unos deditos. Venga José, cuéntanos ya qué ha ocurrido.
Claudia, sentada en una silla, se acariciaba impúdicamente su ingle sobre la falda.
–Pues resumiendo. No tenemos más remedio que quedarnos a vivir aquí.
Clau, alarmada.
–¿Cómo? ¿Y eso porque?
–Ya no tenemos casa en Madrid, lo he vendido todo. Nada nos ata al mundo que hemos dejado atrás. Buscaremos nuevos colegios para todas. Será como estar siempre de vacaciones.
–Pepito esta con su madre. El padre lo verá cuando quiera, pero no vive con él. Vive con Mila y Marga, que me imagino se mudarán a nuestro antiguo piso. Porque es Mila quien me ha comprado el negocio y las viviendas.
–No puedo deciros nada más. Bueno, que esta madrugada, cuando llegue, me encontré mi cama llena de gente. Me llevé un buen susto. Pensé, por un momento, que volvían los fantasmas del pasado.
Ana me abraza.
–Tu sí que estás hecho un fantasma. Lo que tenías que haber hecho es, desnudarte y meterte en la cama con nosotras, te estábamos esperando y nos dormimos.
Se lanzaron en tromba sobre mí y me derribaron sobre el sofá. Me dieron una paliza, deliciosa paliza. Nos magreamos de lo lindo los cuatro, haciéndonos cosquillas.
–¿Dónde están Elena y Mili?
–No te apures. En la parcela de al lado, vive una pareja con dos niños casi de la misma edad. Ayer se dieron a conocer y llevan jugando, juntos, toda la mañana. No aparecerán hasta la hora de comer.
Y así fue. Entraron, me dieron un beso, comieron y se fueron en busca de sus nuevas amistades. Estaban encantadas las dos. Tenían nuevas amistades.
Después de recoger la cocina, Ana se me acerca.
–Papá, ¿de verdad Pepito estará bien? Es un paliza, pero lo echo de menos.
–Si, mi vida. Está bien. Tu madre me dijo que había dejado las citas. Se dedicaría a regentar el negocio sin trabajar como antes. Eso le permitirá dedicar más tiempo a tu hermano. Voy a conectar el ordenador para que puedas hablar por videoconferencia con tu hermano y tu madre. Te hará bien.
–Si, vamos. Quiero verla. ¿No te importa?
–¿Cómo me va a importar, es tu madre? Anda, anda.
Habilitamos la salita de la planta baja, de unos doce metros cuadrados, como estudio y acceso a internet. Estábamos esperando una conexión de banda ancha para tener todos nuestros ordenadores conectados.
Ahora solo entrabamos en la red mediante modem por la red de móviles. Ana y Mila hablaron unos minutos. Luego con su hermano. Mi niña estaba más animada.
La tarde se hacía pesada. Yo no había descansado lo suficiente y me obligaron a acostarme. Claro, las tres conmigo. Me manosearon de lo lindo, hasta que Clau puso orden y las mando a sus cuartos para que me dejaran en paz. Si seguían así acabarían consiguiendo lo que buscaban las dos lolitas. Que fuerza de voluntad se necesita, para no caer, en según qué, tentaciones.
¡Joder!. Otra vez la maldita tradición. Ya me ha hecho bastante daño. Clau me abrazaba por la espalda, acariciaba mi cabeza, como a un niño.
–No pienses tanto. Descansa. Esta noche tenemos fiesta.
No sé cuanto habría dormido, pero era de noche. Miré el reloj, las diez. Voy a darme una ducha y Clau está dentro.
–Hola, ¿ha dormido bien el señor?
–Estupendamente. ¿Y la señora, ha dormido bien? ¿Ha soñado la señora?
–Pues sí, he soñado.
–Y ¿puedo saber cuál ha sido el objeto de su sueño?
–Un caballero. Me ha salvado de las fauces de un dragón, me ha raptado y me ha llevado a vivir con él. Ahora tengo un problema. Me estoy enamorando, me siento como una quinceañera. Siento mariposas en el estómago cuando me mira, y si, como ahora, está desnudo frente a mí, puedo decir que lo que cae por mis muslos, no es solo agua.
–¡Vida mía! Ayer pude comprobar, que lo que siento por ti, no es un simple afecto. Ya no siento nada por Mila. Hable con ella, como si estuviera ante una extraña. No sentía ninguna emoción.
–Nada comparado con lo que estoy sintiendo ahora mismo, ante ti. Yo también te quiero Clau. Te quiero y te deseo.
–Cuando terminé con los asuntos que me llevaron a Madrid, solo tenía una idea en mi mente, volver a verte, volver a abrazarte, cubrirte de besos, amarte hasta la extenuación. Pero sobre todo hacerte feliz. Ese es el principal objeto de mi deseo. Volver a sentir como vibra tu cuerpo, como se deshace, se licúa inundado por el placer, por mi amor.
No podemos más. Avanza hacia mí, se arrodilla y coge, con su delicada mano, mi verga que esta hinchada. Con mis dos manos la sujeto, por los hombros, y tiro de ella hacia arriba.
La acción que iniciaba me hizo recordar, donde estuvo mi instrumento la tarde anterior.
Y no pude permitirlo. Empuje su cuerpo hasta meterla de nuevo bajo la ducha. Le pedí que lavara mi cuerpo y mi polla, mientras yo acariciaba el suyo con la suavidad multiplicada por el gel de baño.
Me coloque tras ella, cogí sus manos con las mías y se las apoye en la pared de mármol, separé sus piernas y desde atrás, deslice mi enhiesta verga, por el divino canal. No fue necesario presionar. Entro absorbida por una depresión interna de la cavidad. Algo tiraba de mí desde dentro de ella.
Pasé mis manos bajo los brazos hasta alcanzar sus pechos, apresarlos con mis manos, cubrirlos y masajearlos suavemente con mis dedos. Sentir como se endurecían las aureolas y los pezones aumentando su sensibilidad, provocando estremecimientos en sus miembros.
No necesitaba llegar a eyacular para sentir un placer inmenso. Pero cuando ella comenzó a temblar, sacudiendo el cuerpo de forma espasmódica, las piernas cedieron y tuve que cogerla, sujetarla para que no cayera al plato de la ducha. Pasé un brazo bajo su espalda y otro bajo las rodillas y la llevé a la cama. Había sufrido un desvanecimiento instantáneo. Estaba desconcertada. No entendía nada. No le había ocurrido nunca.
–José ¿Qué me has hecho? Me he sentido morir. ¿Qué me ha pasado?
–¡Mamá! ¡José! ¿Qué ha pasado?
–No es nada cariño. Llama a Ana. Ella os lo explicará.
–¿Qué ocurre? No podemos dejar solos a los carrocillas.
–Ana, explícale a Clau lo de los desvanecimientos que te dan algunas veces.
–Jajaja. ¿Tú también te desmayas? Pues lo tienes claro. La primera vez que me paso, fue el día que me desvirgaron. Me follaron, entre dos capullos y me desmaye del gusto. A mi madre también le pasa.
El único peligro que tiene es que estés de pie, te caigas y te des un porrazo. Por lo demás, a disfrutarlo. A mí, como ahora no follo, hace tiempo que no me da. Pero es el no va más.
Me dijeron una vez que eso era la pequeña muerte y la verdad, te mueres de gusto. Anda, vamos para abajo que está todo preparado. Y hay que ir vestidos, ¿Qué hacéis desnudos guarrillos? ¡Vamos!
El salón en penumbra, una mesa con mantel y servilletas rojo pasión. Dos cubiertos. Dos velas, también rojas. La cubertería y la cristalería, no sé de donde la habrán sacado, pero es bellísima, reflejan la luz de las velas. Nos invitan a sentarnos.
–¿Nosotros solos?
–Si, esta es vuestra noche. Lo merecéis. Os queremos y esta es una forma de agradeceros vuestro amor. Solo queremos vuestra felicidad.
Se van a la cocina. Me han emocionado. Poso mi mano sobre la de Clau. Sus ojos brillan con destellos dorados, brillando, con la luz de las velas. Es muy bella. Se mantiene erguida con una leve inclinación hacia mí. Su respiración, entrecortada, mueve sus pechos y la boca entreabierta delata una ligera ansiedad.
Me inclino hacia ella, beso su esbelto cuello y aspiro profundamente, me impregna el aroma de su perfume favorito, vainilla.
–Corres peligro, Clau.
–¿Por qué, amor?
— Hueles tan bien. ¿Sabes que me encanta la vainilla? Puedo comerte.
Acerco su mano izquierda a mis labios y deposito un suave beso en la palma. Me embriaga su fragancia.
Entra Ana con una botella de vino blanco en las manos. Llena nuestras copas en silencio. Deja el vino sobre la mesa. Besa la mejilla de Clau y luego la mía. Con su angelical sonrisa vuelve a la cocina. Reaparece junto a Claudia portando dos platos. Hacen las dos una reverencia y nos sirven unos entremeses de salmón ahumado con queso fresco sobre rebanaditas de pan tostado.
–Esto está delicioso. Claudia, Ana, ¿De quién ha sido la idea?
–De internet, papá. La preparación a medias entre las dos.
–Y ahora ¡¡Tachan!!
Se van corriendo y traen una fuente con dos truchas con una loncha de jamón en su interior y rodeadas de ensalada.
–Tienen una pinta estupenda. ¿Qué vais a cenar vosotras?
–No os preocupéis. Esta noche solo estamos a vuestra disposición. Comimos antes, en la cocina.
Ronda de besos, las dos a Clau y a mí.
–¿No estaréis planeando alguna travesura?
–Jajjajaj
Se retiran entre risas. Es mosqueante.
Terminamos con el segundo plato y con el vino, aparecen con dos copas grandes con fruta variada. Se marchan. Nosotros sonreímos. Se mueven con exagerada ceremonia.
Hemos terminado y vienen para acompañarnos, empujarnos más bien, a la terraza de nuestra habitación. Una mesita con una cubitera con hielo, enfriando una botella de cava, que Ana descorcha y vierte en cuatro copas.
–Vaya ¿a esto si nos acompañáis?
–Es que no queremos dejaros solos. Sois muy traviesos. Esta tarde casi matas a mi madre de un polvo. Cualquiera sabe, qué puede pasar, si os dejamos solos.
Brindamos por todos nosotros y apuramos las copas. Se llenan de nuevo.
Clau desaparece, se oye una música de fondo, parece hindú, muy sensual y vuelve a mi lado. La botella está vacía, traen otra, la abro y relleno las copas.
Nos sentamos los cuatro dejándonos acariciar por la brisa marina, la luna aparece en el horizonte, frente a nosotros. Grande, surge del mar, como un enorme globo. El reflejo en las aguas le confiere una belleza inmensa. Mi mano sobre la de Clau. Su tacto me produce escalofríos. La noche es perfecta. Me siento relajado, en paz. Hasta que miro hacia las chicas.
Ana y Claudia se besan en la semi oscuridad. Casi adivino sus manos, acariciándose mutuamente. Se levantan, bailan, los movimientos son voluptuosos, sensuales, siguen acariciándose mientras bailan.
Se abrazan, sin perder el ritmo, cada una suelta la cinta que sujeta el vestido de la otra y los dejan caer.
Aparecen totalmente desnudas ante nosotros. La naciente luna ilumina con su pálida luz los bellos cuerpos.
Me incorporo para decir algo y siento la mano de Clau que me retiene y con un dedo sobre los labios me invita a callar. Sigo admirando los lúbricos movimientos. Se acarician abiertamente los pechos. Con las manos sobre las caderas de la otra, se atraen y cruzan los muslos rozando sus ingles.
Es el espectáculo más erótico que he presenciado jamás. Vienen a mi mente las huríes del paraíso, la danza de los siete velos de Salomé. Es un espectáculo impúdico, lúbrico, lascivo.
El ritmo de la música se acelera, los cuerpos de las dos chicas se mueven impúdicamente. Claudia se arrodilla en el suelo y Ana se abre de piernas sobre ella que lame su sexo, sin dejar de moverse al ritmo de la música. Se sientan en el suelo frente a frente, entrecruzan los muslos y conectan sus vulvas, los movimientos son espasmódicos, lujuriosos, los pechos suben y bajan al ritmo de la endiablada melodía.
Cada una sujeta un pie de la otra, chupan y mordisquean los deditos, mientras sus coños chocan entre sí. Mi excitación es brutal. No puedo soportar aquel tormento. Siento arder mi cara. Mi mano involuntariamente, agarra la polla sobre el pantalón, para enderezarla, me duele. Clau la separa. Me sujeta y me impide tocarme.
–Espera, José, espera un poco.
Me besa, desabrocha la camisa metiendo la mano, acariciándome el pecho. No puedo apartar la vista, del espectáculo que me ofrecen, a la pálida luz de la luna.
Ya no pueden más, parecen poseídas por un diabólico poder, gritan, gimen y lloran.
El placer que deben sentir es inmenso, se incorporan, sentadas en el suelo se abrazan y se besan tiernamente. Cansadas, sudorosas, brillan los torsos desnudos, las melenas revueltas, los ojos entrecerrados, las bocas semi abiertas, pasándose la lengua para humedecer los labios.
Clau me lleva de la mano al dormitorio. Estoy en shock, soy un pelele en sus manos, la cabeza me da vueltas, estoy mareado. Me desnuda y, suavemente, me empuja sobre la cama.
Veo la sombra de las dos bailarinas entrar en la habitación. Cierro los ojos. No sé qué va a ocurrir.
Que hagan conmigo lo que quieran. Una mano asiendo mi verga, unos labios y una lengua besándola.
Olor a hembra en mi cara, sexo en mi boca, chupo, delicia, bebo jugos indefinibles.
Algo sobre mi mano, acaricio, otro sexo, cálido, mojado, mis dedos entran y follan la suave cavidad que se me ofrece.
Unas rodillas aprisionan mis caderas y se sienta sobre mi pene, se deja caer, despacio suavidad, humedad, calidez. No quiero saber. Solo sentir. Colocan una tela sobre mis ojos. No quieren que vea nada.
Desaparece la que se empalaba, liberan mi mano, unos instantes de manoseo y otra vez la calidez, la humedad, la estrechez de alguien que se me traga.
Movimiento, mi lengua queda libre, otro sabor otra forma, otros labios.
Se aparta. Otra boca besa mi boca. Su olor, ¡es mi hija!
Se va, cambio, otra empalada. ¡Algo me dice que es ella! ¡Mi hija! solo pensarlo y exploto, grito, la levanto en vilo. Aparto el paño que cubre mi rostro, abro los ojos un instante, ¡SI! ¡Es ella!
He descargado mi semen en su vientre. Se deja caer sobre mí, siento sus senos pequeños sobre mi pecho, sus brazos me abrazan. Sus manos me acarician. Sus ojos, embargados por la emoción, lloran en silencio, derraman sus lágrimas sobre mí y saboreo su sal, lamiendo sus mejillas. Estoy perdido.
–Te quiero papá. Te quiero con locura. Cada vez que alguien me poseía, pensaba en ti, solo en ti. Así se me hacía soportable. Cuando alguien penetraba mi culo y me dolía, pensaba en ti y me daba placer. En mi mente he estado follando contigo siempre. Te he llevado conmigo siempre.
Se mueve, se incorpora, adelante y atrás, aun estoy en su interior, mi sexo se revive con sus palabras, con su voluptuoso vaivén.
Sus movimientos se aceleran, una mano acaricia sus pechos. Percibo algo tras ella. Un sexo sobre mi rodilla, humedad. Acarician mis testículos. Madre e hija se han acercado para excitar más, si cabe, a Ana que se mueve a grandes golpes de cadera sobre mí. Apoyando sus manos en mi pecho.
El temblor de sus rodillas, me indica que su orgasmo es inminente y no se hace esperar.
Estalla, una contracción de todo su ser, sus uñas se clavan en mis clavículas.
Se yergue sobre mi pene. Se tira de los cabellos con ambas manos, se dobla hacia atrás, su cabeza mira al techo. Un grito, gutural, brutal, animal, una convulsión. Su cuerpo es lanzado sobre mi pecho, como si un enorme mazo, le hubiera golpeado la espalda.
Y queda inconsciente, tendida sobre mí, desmadejada.
La saliva salía de su boca, caía sobre la mía, y yo la bebía, como zumo de fruta celestial. Besé sus labios, abrace su cuerpo, y lo estreche, como si se me fuera a escapar la vida con él. No puedo describir lo que sentía en aquel momento. Solo que era una sensación sublime. Trataba de no pensar.
Poco a poco se fue recuperando. Me estrecho entre sus brazos.
–Gracias papá. Creo que sé, lo que esto significa para ti. El esfuerzo y la lucha interna que te creara. Pero yo lo necesitaba.
Quería que me conocieras como realmente soy, lo comenté con mamá Clau y hermana Claudia, ellas son las únicas que podían comprenderme y preparamos todo para obligarte a participar. Perdóname. Perdónanos a las tres.
Claudia y su hija, sentadas a ambos lados de nosotros nos acarician con autentica ternura, con amor. ¡Joder! Lo que me he estado perdiendo.
¡Dioss! ¿Cómo puede ser esto un crimen? Ésta, es la más pura manifestación de amor, que se pueda dar entre humanos.
Pero en el fondo de mi entendimiento, algo me dice que no está bien.
¿Cómo será nuestra relación a partir de ahora? ¿En que nos hemos convertido? ¿Soy su padre? ¿Su amante? ¿Un lio de una noche, bajo la influencia del alcohol? ¿Qué pasará mañana cuando tenga que mirarla a la cara?
No me siento bien. Voy a vomitar, me levanto y entro en el baño. Falsa alarma. Refresco la cara y me despejo un poco. Entra Clau.
–¿Qué te ocurre, te encuentras mal?
–Si, bueno, no. Estoy bien. Ha sido una rara sensación en el estómago.
–La conozco. Me ocurrió lo mismo con mi hija. Pasará. Piensas demasiado José. Me has dicho que viva el presente, aplícate la medicina doctor.
Mañana lo veras todo más claro. Vamos a la cama. Las chicas están dormidas.
–Espera, sentémonos en la terraza. Hay algo que debes saber.
–Me asustas. ¿Qué es?
–Ayer, en Madrid.
–¿Con Mila?
–¡No! Con Mila no sentí nada, solo cruzamos algunas palabras, nada más.
–Entonces, si no quieres, no me cuentes nada.
–Pero yo quiero contártelo. Por la tarde estuve en casa de Edu y Amalia……
Y le conté todo lo ocurrido……
–Jajajaj. ¡Qué bueno! ¡Vaya casualidad!
–José, ¿Qué pasó en el club de Gerardo para que cambiaras tan radicalmente tu actitud?
–Me resulta difícil hablar de esto, Clau. Lo bueno es que ya no me afecta como antes.
Llegamos al club sobre las once y media, había pocas parejas, en la barra de la entrada charlaban cuatro tipos de unos treinta años. Mila, al entrar, se fue hacia ellos y les saludo, al parecer la conocían. Después me enteré de que habían participado en un gangbang tiempo atrás. Se fue con ellos a una de las dependencias del local. Me quede solo y sinceramente, con ganas de marcharme de allí. Debía haberlo hecho.
Alma, la muchacha relaciones publicas del local, se dio cuenta de que algo ocurría y se acercó.
–Hola Felipe, una alegría verte, ¿Qué vienes con Mila?
–Si, es mi mujer y me llamo José.
–Perdón, no quería molestarte.
–Soy yo quien debe pedirte perdón, lo siento. Estoy algo descolocado.
–Vaya, Gerardo me comentó algo sobre que tu no sabias nada de la vida de Mila, y de pronto lo descubriste todo.
–Así es. He vivido quince años con una desconocida.
–Y ¿Qué quieres hacer ahora?
–La verdad no lo sé. Supongo que tendré que enfrentarme a la realidad, ver y saber que hace Mila, como ha sido su vida.
–¿Aun la quieres?
–Si, desgraciadamente la sigo queriendo. Es algo que se escapa a mi voluntad.
–¿Quieres verla?
–Si, tengo que hacerlo.
–Ven conmigo.
Me llevó a una habitación donde Mila estaba siendo penetrada por todos sus orificios a la vez, gritando, como una marrana cuando le sacaban la polla de la boca, la cara descompuesta, el rostro lleno de salpicaduras de semen. Boca arriba, sobre un tipo que se la metía por el culo, al tiempo que otro encima de ella le follaba el coño y otro se la metía en la boca. Sentí nauseas.
Alma se dio cuenta y me saco de allí, entramos, en lo que al parecer era su habitación. Tenía ropa, enseres, una pequeña cocinita y un baño reducido. Me sirvió una copa de brandi, que acepté con ansia. Sentada en la cama a mi lado, me hablo de Gerardo y Mila, que se conocían desde hacía más de veinte años. Que fue él quien empujó a Mila hacia la prostitución, al igual que a ella. Que ese era un camino sin retorno. Que lo que debía hacer era dejar a Mila y olvidarla. Me sentía apático, extrañamente tranquilo. Mi mujer estaba siendo follada por cuatro bestias y no me afectaba.
En aquel momento tomé la decisión. Me divorciaría y la apartaría de mi vida.
Alma me abrazó. Su calor, su olor me excitaban. Me besó, la bese y acabamos follando como animales. Al terminar seguimos charlando hasta que oímos un tumulto, salimos a ver qué ocurría. En una de las dependencias se agolpaba la gente.
Habían entrado varias parejas que miraban en dirección a un agujero en la pared, donde los que querían introducían sus pollas y follaban lo que hubiera detrás.
Y detrás estaba Mila. Parecía estar loca, colocaba el culo o el coño en el agujero para que se lo follaran, mientras se la mamaba a quien se pusiera delante. O bien se daba la vuelta y mamaba la polla que salía del agujero, mientras le follaban el culo o el coño. Se corrían sobre ella, sobre su cuerpo desnudo, su cara, su cabeza.
Los muslos chorreaban una mezcla de sudor, flujo, semen, orines. Apestaba. Era repugnante.
Mila se saco la polla que tenía en la boca, se giró, me miró y se rió.
¿De qué? ¿Por qué?
¡De mí! ¡¡Se reía de mí!!
No pude mas, me marché, la dejé sola, no me necesitaba.
Lo que me había dicho, horas antes, las promesas de fidelidad, las lágrimas, todo mentira. Su locura no le permitiría dejar esa vida y yo no estaba dispuesto a soportarlo.
–Pero eso ya es pasado, ya no es, no existe. Ahora te tengo a ti, conmigo. A mi lado. Y me he dado cuenta de que te quiero.
Estando con Amalia mi mente estaba contigo. En cuanto pude me lance a la carretera en tu busca. Mi amor ahora está aquí. ¡Tú eres mi amor!.
–¡Muy bonito! ¿Y nosotras qué?
Las dos zorritas nos habían oído desde el dormitorio.
–Vosotras, también sois mis amores. Pero, no volváis a liarme como antes. Vais a acabar conmigo. Venga, vamos a la cama. ¡Pero a dormir!
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El caso del torero corneado.
Capítulo 1. LA CASA
Comprendí inmediatamente que su padre la había aleccionado al respecto. Estaba seguro que, mi buen Raúl, le había ordenado que me obedeciera porque el ahorro que suponía el no tener que pagar alquiler era esencial para su economía. Para no incomodarla, cambié de tema y le pregunté por su viejo.
Capítulo dos. LA ROPA.
Durante las siguientes semanas, Carmen fue convirtiéndose en una parte primordial de mi vida. Al estar tanto tiempo solo, me había olvidado lo que era compartir mi tiempo con otra persona y aún mas cuando esta resultó ser alguien adorable. Sin que yo se lo pidiera, se levantaba antes que yo, para que al salir de la ducha, ya tuviese preparado el desayuno y por la noche, esperaba mi llegada para contarme su día en la universidad y cenar conmigo. Poco a poco, me fui acostumbrando a su compañía y dejó de resultarme raras, cosas tan nimias como que se emocionara viendo una película en la tele o que llegará cabreada porque un profesor había faltado sin avisar. Tras tres años de tristeza, en mi casa se volvieron a escuchar risas y todo gracias a ella.
Capítulo tres. EL COCHE Y EL PELO.
Esa noche me costó conciliar el sueño, no dejé de darle vueltas a la fascinación recién descubierta que sentía por mi ahijada. El hecho que durmiera a escasos metros no ayudó a sacar de mi mente la visión de su cuerpo. Como si fuera una pesadilla, me imaginé besando sus pechos mientras mi mano recorría su cuerpo. Era como si un adolescente se hubiera adueñado de mi cuerpo, escena tras escena me vi haciéndole el amor mientras ella gemía de placer diciendo mi nombre. Por mucho que intenté apartar la imagen de sus piernas abrazando mi cuerpo mientras mi sexo campeaba libremente en su interior, no conseguí evitar que mi mano recogiendo mi lujuria, buscara la liberación corriéndome sobre las sabanas.
Debía de haberle montado una bronca pero, mi cobardía por una parte y lo entusiasmada que parecía por el cambio, me hicieron callar y comerme mi cabreo. Comportándose como una modelo de pasarela, se paseó por la cocina para que admirara su corte.
-No estaba desnuda, tengo las bragas puestas-, me contestó a carcajada limpia, -Si quieres, me las quito-.
El frio de la noche, me hizo volver a la casa. Quedaba media hora escasa para que tuviésemos que salir hacia la cena por eso y aunque no me apetecía nada enfrentarme a ella, comprendí que en ese momento, en el que se estaba desmoronando mi vida, no me podía permitir el lujo de ofender a mi jefe. No me quedaba mas remedio que ir a esa puta cena y ella tenía que acompañarme. Sabiendo que jugaba con fuego y que corría el peligro de quemarme, decidí que al día siguiente aclararía todo con Carmen. Tenía que dejar de jugar conmigo, no podría soportar mucho más sus coqueteos. No dejaba de rememorar como se separaba sus labios, como introducía un dedo en su interior, sin dejar de nombrarme. Era tan atrayente la idea de perderme en sus brazos que, por momentos, me parecía menos inmoral que un maduro se dejara seducir por una joven casi de su familia.
Nada mas salir del restaurant, aprovechando que tuve que parar por un semáforo en rojo, me volví y le solté un tortazo. A voz en grito, exigí que me explicara su comportamiento. La muchacha, llorando, me pidió perdón.
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Aunque parezca imposible, con cuarenta y siete años y una larga experiencia en mujeres, estaba nervioso. Había quedado con una fan de mis relatos y eso era nuevo para mí. En todo el tiempo que llevaba escribiendo, nunca había llegado más allá de unos intercambios de correos más o menos picantes con mis lectoras pero, en el caso de Ilse, todo fue diferente.