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Relato erótico: “De profesion canguro 08” (POR JANIS)

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Les recuerdo que pueden comentar o contactarme en  la.janis@hotmail.es
 
Acuerdo entre colegialas.
 
 
El dedo de Tamara pasaba archivo tras archivo de su diario secreto, sentada al escritorio de su dormitorio. Afuera, el día no podía ser más gris y lluvioso. Era sábado por la mañana y Fanny, su pelirroja cuñada, había ido al centro comercial Eroski, de Flattour Park, a treinta kilómetros de Derby, llevándose con ella tanto a hijo como marido. Así que estaba sola en casa, sola y aburrida. Mal asunto.
Pensó en llamar a alguna conocida, pero se echó atrás por vagancia. Buff, arreglarse tan de mañana para tener una cita. ¡Ni que estuviera desesperada! Por eso mismo, había sacado el viejo pendrive de su escondite y estaba actualizando entradas. También era divertido rememorar asuntos del pasado, ¿no?
Sus ojos se detuvieron ante una fecha clave. Con una sonrisa, abrió el archivo y comenzó a leer distendidamente, arrullada por la calefacción de su cuarto y el cómodo sillón que utilizaba para el escritorio.
Violette era una de sus mejores amigas. Llevaban juntas desde párvulos y, encima, eran casi vecinas. Al menos, vivían en la misma barriada. Habían ido a la misma escuela de primaria y a la misma clase. Cuando comenzaron secundaria, Violette pidió ser trasladada a la clase de Tamara, para no perder el contacto. Incluso formaron una pequeña pandilla de chicas que iban y venían del instituto juntas, todas del mismo barrio. Pero tuvieron que separarse cuando los padres de Tamara murieron en aquel accidente de ferry. Tamara se mudó a otra ciudad, con su hermano, y, aunque mantuvieron el contacto a través de Internet, la confianza se fue degradando.
Violette tenía su misma edad, de hecho, era cuatro meses más joven, y era tan rubia como ella. A veces las creían hermanas, ya que, en verdad, se parecían en ciertos aspectos. Violette era más menuda que ella, con el rubio pelo cortado a lo garçon, pero sus rostros eran muy parecidos, de narices rectas y algo respingonas, labios delgados y bien dibujados, y ojos azules.
A los doce años, cuando empezaron a hablar de chicos y planes fantásticos para el futuro, Violette inició una conversación muy íntima, las dos haciendo los deberes en el dormitorio de ésta.
―           Pienso dejar de ser virgen cuando cumpla quince años – dijo, haciendo que Tamara la mirase con incredulidad.
―           ¿Tan pronto? – le preguntó.
―           ¿Te parece pronto?
―           Un poco. Mamá insiste en que debes saber lo que buscas cuando te decidas…
―           Pues yo pienso que cuanto antes mejor – musitó Violette, trazando una raya perfectamente medida en su cuaderno, con la ayuda de una pequeña regla. Cuando se aplicaba a sus tareas, solía sacar la punta de su lengua entre los labios. – Estuve hablando con mi prima Aby, ya sabes, la que va a la universidad. Contó lo que hacen allí para divertirse. Tengo muy claro que para cuando yo acuda a una universidad, tendré perfectamente aprendido lo que es hacer el amor. ¡No quiero desaprovechar oportunidades por ser una pardilla!
―           Vaya… – suspiró Tamara, mirándola bobamente, con una mano en la mejilla.
―           ¿Y tú?
―           No lo sé. Aún no he conocido a ningún chico que me atraiga como para pensar en ello.
―           A mí tampoco, pero hay que tener claro el concepto.
―           ¿Y si no encuentras a ninguno a los quince? O sea, que no te guste ninguno, me refiero…
―           No me lo he planteado – reflexionó Violette, mordiendo el capuchón de su bolígrafo.
―           Además, ya sabes lo que dirán de ti, ¿no?
―           ¿A qué te refieres? – Violette enarcó las cejas, mirándola.
―           Que serás una golfa, una guarra, que serás una chica fácil que se va con cualquier chico.
―           ¡No me importa!
―           Puede que a ti no, pero ¿y tu familia? ¿Tu hermana menor va muy cerca de muestro curso? Ella escuchará los comentarios en el instituto.
Violette se echó hacia atrás en su silla. Era evidente que no había pensado en ese detalle. Su padre era muy exigente con la reputación familiar. Si se enteraba de una cosa así, podría significar un gran problema para ella. Incluso podía enviarla a un internado…
―           Tienes razón, Tamara. No lo había pensado. ¿Qué piensas hacer tú?
―           No lo sé, la verdad – se encogió de hombros Tamara. – No es algo que me preocupe demasiado. Llegará en el momento oportuno, siempre lo he creído así.
―           Ya te veo virgen aún al doctorarte – bromeó Violette.
―           ¡Uuy! ¡Qué viejecita! – se rió Tamara.
―           Podemos hacer un pacto entre nosotras – sugirió la rubia de pelo corto.
―           ¿Sí?
―           Ajá. ¿Qué te parece si para cuando cumplamos dieciséis aún somos “inmaculadas”, nos ayudamos la una a la otra a deshacernos de “eso”.
―           ¿Entre nosotras? – Tamara abrió muchos los ojos.
―           Pues sí. Tenemos confianza, nos hemos visto desnudas un montón de veces, y no tiene que ser muy difícil, usando un cacharro de esos.
―           ¿Cacharro? – Tamara no comprendió.
―           Ya sabes, un consolador…
―           ¡Dios, Violette!
―           ¿Qué pasa? ¿No has visto ninguno? – sonrió la pizpireta Violette.
Tamara negó con la cabeza, bajando la mirada. Su amiga encendió el ordenador de sobremesa que se encontraba en un extremo del escritorio.
―           Mira, tonta – la llamó a su lado, una vez que abrió el pertinente programa que accedía a la red.
Tamara, con los ojos desorbitados, contempló una extensa panoplia de fotografías sobre consoladores de todos los colores, tamaños, texturas, y funciones. Los había para el agujerito trasero, para rozarse contra ellos, para cabalgarlos en el suelo, sumergibles para la bañera, larguísimos para compartirlos…
―           ¿Es que te da corte? – le preguntó Violette al oído. Tamara sólo pudo encogerse de hombros. – A mí no. Sería más fácil contigo que con un chico – repuso de nuevo, como si se lo dijera a sí misma.
En aquellos momentos, Tamara aún no sabía nada de su tendencia lésbica, ni de cómo cambiaría su vida en unos cuantos años. Sólo sabía que su mejor amiga le estaba haciendo una proposición muy seria, para dejar de ser niñas.

―           ¿Lo prometes? – insistió Violette.
―           Sí, lo prometo – musitó finalmente Tamara.
―           Bien – Violette le echó un brazo al cuello, atrayéndola hasta depositar un beso en su mejilla. – Yo también lo prometo.
Por raro que pareciese, Tamara le estuvo dando muchas vueltas a aquella promesa durante semanas, pero el tema no volvió a surgir entre las dos chiquillas. Sus vidas siguieron llenándose de tareas y cosas nuevas, hicieron nuevas amigas, discutieron sobre chicos, y, desgraciadamente, los padres de Tamara murieron.
Dos o tres veces por semana, Tamara y Violette hablaban por Messenger o por cam. Tamara le contaba como era Derby, una ciudad mucho más pequeña que Londres, y Violette le explicaba que todos los chicos que conocía eran retrasados mentales.
―           ¡Estoy a punto de buscarme un universitario! – exclamó Violette con un bufido.
―           No creo que estén interesados en niñas como nosotras – meneó la cabeza Tamara, ante su monitor.
―           Ya lo sé, a no ser que me levante la falda delante de uno. Dicen que siempre están salidos.
―           ¿Te atreverías a hacer eso?
―           ¿Estás loca? Tan sólo bromeaba – la tranquilizó su amiga. – Pero se acerca la fecha límite – musitó de repente, sobresaltando el corazón de Tamara.
―           ¿Qué fecha? – preguntó, como si ya no se acordara de su promesa.
―           Joder, niña, ya sabes. Nuestra promesa…
―           Ah…
―           ¿No te echaras atrás ahora? – Violette agitó su índice ante la cámara.
―           No, no… sólo que… es mejor un chico, ¿no?
―           A falta de pan, buenas son tortas, como dicen los españoles.
―           Ya.
El problema es que Tamara ya conocía esas tortas, desde hacía unos meses. Solía dormir con Fanny dos o tres veces por semana, cada vez que su hermano se ausentaba, y su cuñada se había encargado de hacer desaparecer el molesto himen.
Tamara empezaba a ser consciente de cuanto le gustaba el sexo sáfico, aunque aún no conocía su faceta gerontofílica. Sin embargo, ya no sentía ningún recelo a la hora de imaginarse desflorando a su amiga. No era algo que la ilusionara especialmente, pero tampoco la desagradaba. Su amiga era guapa y simpática, y tenían mucha confianza entre ellas, pero había un problema que había que solucionar si llegaba el momento. Estaban separadas físicamente.
Violette seguía en Londres, y Tamara se encontraba en una ciudad del centro de la isla. Violette podía invitarla un fin de semana. Gerard, el hermano de Tamara, no podría ninguna pega por ello. La subiría a un tren y la enviaría a la capital. Pero una vez en casa de Violette… ¿tendrían intimidad para llevar a cabo lo que pretendían?
Sin embargo, Violette lo tenía todo pensado y preparado. Durante el tiempo que llevaban separadas, se dio cuenta que echaba muchísimo de menos a su amiga, y que sería mucho más bonito y dulce, que se desfloraran mutuamente que someterse al bombeo de un macho que tan sólo buscaría su propio disfrute.
Siendo consciente, desde hacía meses, de lo que quería, preparó una semana de reunión de antiguas alumnas del colegio, con la ayuda de varias veteranas de último año. El colegio privado era célebre por varios motivos y uno de ellos era por la cantidad de alumnos que esperaba su ingreso y por los que tenían que abandonar el centro a mitad de curso. La propuesta de aquel grupo de trabajo gustó a la dirección del colegio. Durante una semana, antiguas alumnas podrían recordar su estancia en el centro, en una especial invitación. Acudirían a clase, podrían acceder a toda la instalación, vestir el uniforme… todo cuanto hicieron anteriormente, y todo ello constaría en su ficha escolar.
Tamara reconoció el ingenio de su amiga cuando la invitación llegó al departamento administrativo de su actual escuela. Podría acudir con todos los gastos pagados encima. Violette lo había arreglado con sus padres para que durmiera en su casa, en su dormitorio, durante su estancia. ¡Incluso había conseguido un consolador y todo!
Así que, cuando llegó el momento, un domingo por la tarde, Gerard la acompañó a la estación para tomar un tren hasta Londres. Como buen hermano, encargó al revisor que le echara un ojo a su inocente hermanita, hasta llegar a la capital.
El tren la dejó en la estación de West Hampstead, donde Violette y su padre la estaban esperando. Las dos chiquillas se abrazaron con fuerza, besándose las mejillas. Louis, el padre de Violette, de origen francés, colocó sus brazos por encima de los hombros de ambas, y las condujo al coche.
Cenaron temprano y se fueron a la cama inmediatamente. Tenían muchas cosas que contarse y debían madrugar al día siguiente. Tamara no le contó nada de su lío amoroso con su cuñada, ni de que había perdido ya su virginidad, pero se pasó todo el rato mirando a su amiga a los ojos, abrazada a ella.
En aquel año de separación, los cuerpos de ambas habían cambiado. Tamara era ya toda una mujer, de pechos medianos y caderas desarrolladas, aunque esbeltas, y Violette había redondeado sobre todo las nalgas. Aún tenía pecho menudo y cara de niña, pero sus piernas y trasero eran de primera. Aún llevaba aquel corte de pelo como un niño, con el flequillo caído sobre un ojo, pero ahora casi rubio platino, debido a un buen tinte.
A la mañana siguiente, Violette insistió en que se ducharan juntas. Tamara aceptó y se enjabonaron mutuamente, sin ir más lejos. Parecía que Violette quería tomarse las cosas sin prisas, y a Tamara le pareció bien. Una vez secas, peinadas, y ligeramente maquilladas, Violette le entregó el uniforme escolar. Estaba algo retocado para subir el largo de la falda escocesa, de cuadros negros sobre fondo rojo, una cuarta por encima de la rodilla. Los altos calcetines blancos acababan justo ahí, dejando una franja de piel a la vista de apenas tres dedos. El clima aún no estaba siendo muy malo para ir sin medias. Zapatos negros cerrados de cuña, cómodos y ligeros, camisa blanca de manga larga, corbata corta a juego con la falda, y un chaleco suéter, gris oscuro, completaba el uniforme.
Al mirarse las dos en el espejo de la puerta del armario, pensaron que estaban monísimas y provocativas, lo que cualquier colegiala buscaba en el fondo.
Entraron en la escuela cogidas de la mano. Violette la presentó sus amigas en el recreo, y de ella, dijo que era su primera y mejor amiga. Marla, Beth, y Lyla eran chicas típicamente londinenses. Marla era de ascendencia zulú, Beth era una pecosa hija de de irlandeses, y Lyla era una mestiza asiática de tercera generación. La verdad es que cayeron muy bien a Tamara.
Aquella tarde, repasando un par de temas escolares en la habitación de Violette, ésta le preguntó si había salido ya con chicos. Tamara se levantó del escritorio y se sentó en el borde de la cama de matrimonio donde ambas dormían.
―           No he salido con chicos, Violette. No me gusta ninguno, hasta ahora.
―           ¿No? Yo he salido con dos, pero me cansé enseguida.
―           ¿Demasiado “pulpos”?
―           Ni te cuento – se rió Violette, sentándose a su lado y tomándola de la mano.
―           Pero sí he salido con chicas – dijo de repente Tamara, no entrando más en detalles. No pensaba decirle que se entendía con su propia cuñada.
―           ¿Con chicas? ¿Te gustan las chicas, Tamara? – se asombró su amiga.
―           Sí, creo que sí.
―           ¿Desde cuando?
―           No lo sé – se encogió de hombros. – Lo he descubierto hace poco. Aún estoy… experimentando, digamos.
―           ¡Qué callado te lo tenías! – la recriminó dulcemente Violette.
―           No es algo que se diga de pasada.
―           Entonces… ¿te gusto yo? – Violette se llevó una mano al pecho.
―           Bueno… eres muy guapa y eres mi amiga. Sí, me gustas.
―           ¡Mucho mejor! ¿No?
―           Para mí, sí. ¿Y para ti?
―           No lo he hecho nunca con una chica.
―           Ni con un chico tampoco, vamos.
―           ¡Pécora! – Violette le soltó un manotazo en el hombro. – Pero creo que me gustará probar contigo.
―           ¿Por qué?
―           Porque sí. Ya te quiero como amiga y estás guapísima con ese uniforme. Beth me lo ha dicho al oído. Ella también es un poco… de la otra acera, ¿sabes? Me dijo que ha tenido que contenerse para no meterte mano por debajo de la falda – susurró Violette en confidencia.
―           ¿De veras?
―           Lo juro. ¿Te gusta?
―           No lo sé. Todas esas pecas me confunden.
―           Te puedo asegurar que tiene los pelos del pubis rojos, rojos – gesticuló Violette, con una mano, luciendo una bella sonrisa.
―           Buuagg… que asco… ¡Pelos en el coño! – Tamara se llevó un índice a la boca, simulando una arcada.
―           A ver, ¿qué es eso de pelos en el coño? ¿Tú no tienes? – esta vez, su rostro se puso serio.
―           Ni uno. Me paso la cuchilla cada dos días. Es más higiénico y queda mucho mejor.
―           ¿Por qué? – Violette elevó las palmas de ambas manos con la pregunta.
―           ¿Tú meterías la lengua allí, entre todos esos pelos?
―           ¿La lengua en…? Oh, ya comprendo – las mejillas de Violette enrojecieron.
En el segundo día, Violette la llevó a merendar a una pastelería célebre, junto con sus amigas. Estuvieron hablando un poco de todo y hartándose de pasteles. Violette dejó caer que Tamara tenía experiencia con chicas y tanto Beth como Marla hicieron preguntas, curiosas. Lyla mantuvo una expresión de asco durante todo el tiempo.
―           Creo que Beth se ha interesado aún más por ti, al saber que te van las chicas – le dijo Violette, metiéndose en la cama. Portaba una vieja y larga camiseta de Elton John, que dejaba sus piernas desnudas a partir de medio muslo.
―           Es más curiosidad que otra cosa – repuso Tamara, saliendo en bragas del baño de su amiga. Tiró su sujetador sobre una silla.
―           ¿Duermes desnuda? – se asombró Violette.
―           Sí. He intentado durante estas dos noches con el camisón, pero no me siento cómoda. ¿Te importa, Violette?
―           No, no, que va, pero yo no podría.
―           ¿Por frío?
―           No exactamente.
―           ¿Por pudor? Aquí nadie te ve.
―           No lo sé, será la costumbre.
―           A ver, cuéntame más cosas sobre Beth. ¿Por qué dices que es medio lesbiana? – preguntó Tamara, metiéndose bajo las mantas.
―           No sé… siempre está tocándonos, abrazándonos, y suele dar picos a todas las chicas. ¿No es raro?
―           No demasiado. ¿La habéis visto besar en serio?
―           ¿Con lengua? – un atisbo de asco se deslizó por su rostro.
―           Sí.
―           No, creo que no.
―           ¿Y competiciones sexuales? ¿Ha hecho alguna?
―           ¿A qué te refieres? – Violette no entendió el término.
―           A proponer que comparéis los pechos, a ver quien alcanza antes el orgasmo masturbándose, y cosas así…
―           Bueno, lo hicimos… una vez… las cuatro… en la ducha – murmuró Violette, enrojeciendo.
―           ¿Todas juntas?
―           No, no… cada una en una ducha. Estábamos solas en los vestuarios – negó rápidamente la rubia de pelo corto.
―           Así que no os veíais las unas a las otras, pero si os escuchabais…
―           Sí.
―           ¿Lo propuso Beth?
―           Creo que sí.
―           ¿Y tú? ¿Qué sentiste? – preguntó Tamara, apoyando su frente en la cabeza de su amiga. Las dos testas quedaron unidas, Violette con los ojos bajos, Tamara intentando ahondar en su expresión.
―           No sé… creo que estaba tensa – murmuró Violette.
―           ¿Tensa? ¿Por qué?
―           Las escuchaba jadear… Marla era la que más gemía… que cerda – sonrió levemente.
―           Dime, Violette, ¿en qué pensabas tú mientras te tocabas?
―           Esto… déjalo, Tamara – agitó una mano.
―           Venga, dímelo, anda. ¿Pensabas en algún chico?
Violette, con los ojos bajos, negó con la cabeza.
―           ¿Imaginabas a tus amigas, verdad? Tocándose bajo el chorro de agua, apoyadas en los azulejos, con las piernas abiertas, las caderas agitándose…
―           Joder, Tamara, no seas tan gráfica – se agitó Violette.
―           Pero… es así, ¿no?
―           Sí – suspiró finalmente Violette. – Aquellos gemidos me pusieron muy mala… como nunca me he excitado.
―           ¿Lo habéis hecho más veces?
―           No – y la corta respuesta indicó perfectamente su frustración.
―           Pues habrá que proponerlo de nuevo, ¿no?
―           ¡Estás loca! – negó Violette.
―           ¿Crees que ellas no se calentaron lo mismo que tú? Supongo que todas acabasteis, ¿no?
―           Al menos, eso aseguraron – dijo Violette, consciente del calor que emanaba del cuerpo que tenía a su lado.
―           ¿A quien te hubiera gustado tener en la ducha contigo? Sé sincera.
―           A Lyla… pero no creo que lo aceptara… Ya viste el gesto de asco que hizo…
―           Eso no quiere decir nada. Puede ser una simple máscara, algo que hace para que no sepamos lo que realmente siente. ¿Admitió haberse corrido?
―           Sí.
―           Ya ves entonces. Ahora bien, ¿te has imaginado tocando el coñito de Lyla?
―           Joder… ¡qué directa que eres!
―           Ya no es momento de medias tintas, Violette. Ya sabes a lo que he venido aquí… Seguro que te has masturbado un montón de veces con la imagen de Lyla… después de ir a la piscina y verla en bikini, o el recuerdo de una sauna…
El rostro de Violette se había vuelto carmesí y procuraba no mirar a su amiga.
―           Así que he dado en el clavo. Quizás incluso tienes algunas fotos de ella, tomadas en momentos un tanto íntimos… ¿Acierto?
El gesto de Violette no podía ser más evidente. Mordisqueaba una de sus uñas, nerviosamente.
―           Es natural. Lyla es muy hermosa, con esos ojos achinados, del color de la miel, y una piel de porcelana – musitó Tamara, tomando la mano de su amiga, la que tenía en la boca. – Te has imaginado cómo sería pasar tu mano por su piel, puede que muchas veces, pero, ¿has tocado alguna vez la piel de una mujer, aparte de la de tu madre?
Violette negó con la cabeza, casi de forma violenta.
―           Ahora tienes la oportunidad, Violette. Estoy aquí por ti… recuérdalo – le dijo Tamara, llevando la mano de su amiga hasta su clavícula desnuda y depositándola allí.
Tímidamente pero sin temblar, la mano de Violette descendió desde el hueco del hombro de Tamara hasta la pequeña pirámide que formaba su erecto y delicioso pezón. La mano volvió a recorrer aquel camino, pero esta vez ascendente, deleitándose en la sedosidad de la piel, en el cálido tacto. Tamara la miraba y sonreía levemente, animándola a seguir probando.
Los trémulos dedos no tardaron en apoderarse del pezón que soliviantaban, acariciándolo, pellizcándolo, atormentándolo, hasta que, enrojecido y muy sensible al tacto, obligó a Tamara a quejarse y cerrar los ojos. Tomó la mano y la desplazó sobre su otro pezón, para que realizara allí la misma función.
Tras unos minutos, Tamara hizo descender la mano de su amiga hasta su ombligo, donde dibujó lentos arabescos sobre su vientre, consiguiendo que ondulara como el de una bailarina del susodicho.
―           ¿Quieres meter tu mano en mis braguitas, Violette? ¿Quieres tocar mi coñito? – le preguntó Tamara, el rostro girado hacia ella, los ojos prendidos en los suyos.
Violette tan sólo asintió y tragó saliva, dejando que Tamara tomara de nuevo su mano y la llevara hasta su destino. Bajo la prenda íntima, el pubis era un horno. Con los muslos abiertos, Tamara esperaba el encuentro con aquellos dedos. Concentrándose en el sentido del tacto, Violette imaginó cómo debía de ser la vagina de su amiga. La vulva parecía estar hinchada, muy mullida, y de fino tacto. Los labios vaginales se abrían como los pétalos de una singular flor tropical, perlados de humedad, insuflados por el ardor. Se dijo que Tamara tenía razón, sin vello era mejor. Paseó el nudillo del dedo índice sobre el monte de Venus y apretó el clítoris con fuerza, arrancando un hondo suspiro de su amiga.
“¡Madre del amor hermoso, qué bueno es esto!”, se dijo, relamiéndose mentalmente.
El dedo corazón buscó, él solo, por intuición, el camino al interior de la vagina de Tamara, hundiéndose lentamente en aquel diminuto pozo del más exquisito placer.
―           Estás muy mojada, Tamara – murmuró, admirando el perfil de su rostro.
―           Estoy muy… cachonda – admitió, haciendo reír a Violette. – Me excitas muchísimo…
―           ¿Yo? – se asombró Violette.
―           Sí. Tú y tu súbita timidez… ¿Quién lo habría dicho, amiga? ¿Quién podía imaginar que toda tu exuberancia no fuera más que palabrería?
―           Calla, por favor – gimió Violette, hundiendo sus dedos todo lo que pudo en aquel coño que deseaba saborear, pero que no se atrevía. – No digas guarrerías…
―           Aaahhhh – suspiró Tamara, echando hacia delante las caderas.
―           Ssshhh… calla, que nos van a escuchar – dijo Violette, tapando con su mano desocupada la boca de su amiga.
―           No pienso t-tocarte aún… Violette – Tamara se interrumpió, deslizando su lengua entre los dedos que tapaban su boca. – Aparta esa mano y llévala a tu coñito… mastúrbame y háztelo tú misma, al mismo tiempo… vamos… amiga… lo estás deseando…
Sin pensarlo más, la mano libre de Violette se deslizó bajo su propia camiseta de Elton John y se coló en sus bragas de algodón. Inmediatamente, comprobó que su vagina estaba tan mojada como la Tamara, incluso podía ser que más… Su coño se abrió, aceptando la presión de su dedo índice, más ansioso que nunca. Usó el índice y pulgar de cada mano para friccionar y comparar los clítoris. El de Tamara estaba más crecido e inflamado, y la hizo botar sobre la cama con la sensual maniobra.
Las dos estaban boca arriba en la cama, la colcha medio retirada, los rostros enfrentados, una mirando a la otra, y Violette frotaba enérgicamente ambos pubis.
―           Estoy a p-punto de… correrme… Violette – balbuceó Tamara. – No dejes… de m-mirarme… mientras me… ¡oh Dios! Me… corrooooo… – se dejó ir con aquellas palabras, sacudiendo su pelvis con un estremecimiento.
―           Oooh… madre santa… que guarraaaaaaa me sientooooooooooo… — Violette no pudo resistir más morbo y siguió a su amiga, apretando sus dedos contra ambos coños.
Durante veinte segundos no hubo más palabras, ni más movimiento, las dos sumergidas en ese mundo espiritual que nace con cada orgasmo y que se desvanece al abrir los ojos, un instante después.
―           Creo… que me he meado – confesó Violette en un murmullo.
―           No, más bien es que nunca te habías corrido así, ¿verdad? – se rió Tamara.
―           Puede. ¿Siempre es así con una mujer?
―           No lo sé… sólo tengo experiencia con una. Tú eres la segunda, y me ha encantado, así que puedo contestarte que sí.
Aquella noche, durmieron mucho más juntas, Violette abrazando a Tamara desde atrás, haciendo una perfecta cuchara pegada.
 
En el recreo del tercer día, Violette no la llevó a encontrarse con sus amigas, sino que la llevó a un ala cerrada del colegio. Allí, entre sábanas con polvo acumulado, y rincones penumbrosos, se besaron y tocaron largamente. Violette estaba muy frenética y se corrió al poco que Tamara metió una rodilla entre sus muslos, friccionando expertamente el rubio coñito de su amiga.
Aquella misma tarde, Tamara depiló cuidadosamente el pubis y la raja del culito de su amiga, en el cuarto de baño. Se entretuvo en introducir un dedo bien lubricado en el ano de Violette, divirtiéndose con las débiles pedorretas que se le escapaban, entre suspiros y gemidos.
Durante la noche, Tamara subió el termostato lo suficiente como para quedarse desnudas sobre la cama, la colcha en el suelo, y mantuvo la cabeza de Violette más de una hora entre sus piernas, enseñándole a comer como Dios manda un coño. Finalmente, cansada por tantos orgasmos, obsequió a su excitadísima amiga con un frotamiento de coño usando tan sólo su pie y el dedo gordo.
Tal y como había dicho Violette en un par de ocasiones, pareció orinarse encima, pero sólo se trataba de líquido prostático. Violette tenía la suerte de ser una de esas mujeres eyaculadoras.
En la noche del cuarto día, Tamara le devolvió la atención a su amiga. Ni siquiera la dejó ponerse su camiseta de dormir. Nada más cenar, se encerraron en el dormitorio, y Tamara la desnudó rápidamente, en la cama. Le hizo un verdadero traje de saliva, repasando todo el cuerpo de Violette con la lengua, succionó su ano en profundidad y le hizo lamida tras lamida hasta que se quedó dormida, debilitada por los orgasmos. Aquella noche, en más de una ocasión, Tamara creyó que los padres aparecerían en la habitación, debido a los largos quejidos de su hija.
Y llegó el quinto día, el elegido para el gran momento por la propia Violette; la tarde del viernes. Las dos llevaban toda la mañana más calientes que dos pinchos morunos en la feria de Sevilla. Incluso durante el almuerzo en la cafetería, habían estado haciendo manitas bajo la mesa.
―           ¿Podemos escaparnos de las actividades de esta tarde? – le preguntó Tamara en un susurro.
―           Sí, tenemos Moda y Complementos y una charla de Ética, pero no podemos abandonar el colegio hasta las cinco – cuchicheó Violette.
―           No importa. He encontrado el escondite del consolador y me lo he traído en la mochila.
―           ¿Qué? – Violette se obligó a bajar la voz tras la sorpresa.
―           Que pienso follarte esta tarde, aquí, en el colegio. Un sitio interesante para perder la virginidad, ¿no te parece?
―           ¡No, loca, aquí no!
―           Oh, sí. Así que ya puedes buscar el sitio más seguro para ello – la informó Tamara, muy seria.
Cuando acabaron de almorzar, Tamara la tomó de la mano. Notó que Violette temblaba, quizás nerviosa, quizás ansiosa, y la sacó casi a rastras del comedor, buscando despistar a las amigas. Violette la condujo de nueva a aquella ala en la que se escondieron el tercer día, pero ésta vez subieron a una especie de desván, lleno de material deportivo, tanto nuevo como usado.
―           El gimnasio estará cerrado hasta el lunes, así que nadie subirá aquí – musitó Violette, conduciéndola hasta un montón de colchonetas amontonadas.
Era como disponer de una cama enorme, oculta detrás de apilados caballos de cajones, espalderas medio rotas, y enormes cestas llenas de balones de diferentes tamaños.
―           Ay, Violette, ¡qué ganas tenía de pillarte a solas! – exclamó Tamara, abrazándola. – Hoy vas a dejar de ser una niñata y florecerás como mujer.
Violette tembló aún más al escuchar aquellas palabras, y hundió la lengua en la boca de su amiga, con un gruñido. Estaba más que dispuesta a hacerlo. De hecho, estaba ansiosa. Sus lenguas se enredaron en una batalla colosal en la que cada una pretendía ser dueña y señora, pero ninguna conseguía ventaja. La saliva resbalaba por las comisuras de ambas chicas, mojando los chalecos al caer.
Tamara fue la primera en quitárselo, pero cuando su amiga quiso imitarla, ella lo impidió.
―           No te quites la ropa, cariño. Quiero follarte con ese uniforme puesto que tan cachonda me pone – sonrió Tamara.
―           ¿De verdad te pone?
―           Bufff… no sabes tú lo que daría por estar en otro colegio privado. Le iba a meter mano hasta el conserje…
Las dos se rieron y siguieron besándose, pero Violette ya no hizo ningún intento de desnudarse. Rodaron sobre las colchonetas, abrazadas y besándose, incluso mordiéndose suavemente. Tras unas cuantas caricias, Tamara comprobó que su amiga ya chorreaba y le quitó las braguitas lentamente, con las miradas prendidas, lujuriosas. Después, la colocó a cuatro patas y le subió la falda escolar hasta la cintura, mostrando esas nalguitas tan sensuales, que Violette meneó pícaramente. 
―           Así, así… muéstrame lo puta que puedes llegar a ser con tal de que te meta ese pedazo de polla de plástico, guarra – susurró Tamara, inflamando aún más el deseo de su amiga.
―           Por favor… házmelo ya… zorrón…
Tamara se arrodilló obscenamente a la grupa de su amiga, levantando su propia grupa. La falda se le subió más de la cuenta, revelando que, aquel día, Tamara había decidido ir sin bragas al colegio. Sus senos colgaban, bamboleándose levemente cada vez que pasaba un dedo sobre la mojada vulva de Violette. Ésta no hacía más que gemir y menear sus caderas, muy deseosa de lo que le había prometido Tamara.
―           ¿Lo quieres ya? – preguntó Tamara suavemente.
―           Oh, sí… lo quiero ya – respondió Violette, con un sensual gruñido.
Tamara abrió la mochila y sacó el aparato de látex, de unos quince centímetros de largura, por cuatro de circunferencia. Representaba un falo masculino, de pálida textura y rugosidades muy realistas. Tenía un ensanchamiento en la base, que simula el inicio de un escroto, y la base era roja por debajo, donde se instalaban los controles del vibrador. Tamara se lo metió en la boca para humedecerlo, mientras su amiga la contemplaba con mucho deseo. Finalmente, lo puso en la boca de Violette para que la ayudara.
La rubita de pelo corto dejó caer regueros de saliva sobre el consolador, sin dejar de mirar a su compinche sexual.
―           ¿Por qué no hicimos esto antes? – preguntó Violette, dejando la boca libre un par de segundos.
―           No lo sé… por mi parte, no he experimentado todo esto hasta ahora, al mudarme… Ni siquiera sabía que podía existir algo tan erótico…
―           Sí – sonrió Violette. – Yo creía que las bolleras eran unas señoras bastas como camioneros y súper feministas.
―           Las habrá, no te lo discuto, pero también hay chicas normales, como nosotras, que gustan de usar lencería fina… maquillarse, ir a la moda… Trae, golfa, deja de chupetear ya – Tamara le quitó el consolador de la boca.
Violette miró muy atentamente, por encima del hombro, como su amiga acercó el consolador a su vulva, rozando largamente los labios menores. El aparato comenzó a vibrar suavemente, masajeando toda la zona, hasta incidir sobre el inflamado clítoris. Un profundo suspiro surgió de lo más profundo del esbelto cuerpo de Violette.
Tamara tuvo buen cuidado de llevar a su amiga a un clímax tan cercano al orgasmo que, cuando situó la cabeza del consolador sobre el estirado himen, fue la propia Violette la que dio un caderazo para introducirse el aparato.
―           Ah, joder…
―           Sin prisas, Violette, déjame a mí – la retuvo Tamara.
―           Duele – jadeó su amiga.
―           Lo sé, pero se pasa enseguida. Ya verás.
Tamara comenzó a mover el húmedo instrumento muy despacio, sacándolo y metiéndolo tan sólo un par de centímetros. Lentamente, las caderas de Violette adoptaron el mismo ritmo, moviéndose en un corto círculo. La otra mano de Tamara pellizcaba suavemente los cachetes del trasero expuesto, enrojeciéndole poco a poco.
Los zapatos de Violette se movieron al engurruñir los dedos de los pies en su interior cuando Tamara profundizó un poco más. Sentía como su coñito se abría al paso del consolador, calmando un hambre que llevaba arrastrando meses.
―           Te lo voy a meter hasta el fondo, ¿preparada?susurró Tamara.
―           S-síí…
El empuje fue suave, pero, al mismo tiempo, decidido. El glande de látex topó con su cerviz, produciéndole un nudo emotivo en la garganta. Sus cerrados ojos se humedecieron. Ya no era virgen, se dijo.
―           ¿Lo notas?
―           Oh, Dios, como un puto alien dentro de mí – bromeó con un jadeo.
―           Pues procura que no te salga por la boca – continuó la broma Tamara.
―           Calla y dale caña, tonta…
Y así empezó un mete y saca cada vez más rápido e intenso. Violette hundía la cabeza entre los brazos estirados que la mantenían a cuatro patas, gruñendo como una cerda. Se sentía muy libre y muy perra, notando las manos de su amiga en su entrepierna. El calor que nacía de su vagina la sofocaba y no podía dejar de rotar sus caderas, abriéndose totalmente para los embistes.
Tamara alternaba la frecuencia del consolador, con tocarse ella misma. Su vagina estaba licuándose como nunca, terriblemente excitada por lo que estaba haciendo. Sus dedos bajaban a su entrepierna cada pocos segundos, friccionando con fuerza hasta sentir ese pico de tensión que la medio calmaba durante un instante.
Y, en uno de esos instantes, escuchó el murmullo detrás de ella.
 
Se giró rápidamente y pescó a Beth espiándolas. Estaba apoyada con una mano sobre la superficie acolchada de un potro de anillas, y la otra metida bajo su falda. Su rostro pecoso había adquirido el mismo tono que su cabellera y mantenía la mandíbula descolgada. Tamara dio una fuerte palmada en una nalga de Violette, obligándola a girar la cabeza y mirar por encima del hombro, mordisqueando uno de sus dedos.
―           ¿Qué coño…? – empezó a decir, pero se calló al ver aparecer las cabezas de Marla y Lyla.
―           ¿Ves, cacho de guarra? ¡Te dije que no te acercaras tanto, que te iban a descubrir! – amonestó la negrita a la irlandesa. – No, la señora tenía que ver mejor para hacerse un dedo…
―           ¿Nos habéis seguido, putas? – preguntó Violette, resoplando.
―           Pues claro – admitió Lyla. – Estabais muy raras, joder.
―           ¿Cuánto tiempo lleváis espiándonos? – esta vez fue Tamara la que preguntó.
―           Desde que le has metido toda esa cosa – dijo Beth, aún con la falda remangada en la mano.
―           ¡Pues me habéis cortado el puto rollo! – exclamó Violette, arrodillándose. – Estaba a punto… muy cerca…
―           Lo siento – se excusó la mestiza asiática, bajando la cabeza. – Ha sido la culpa de la salida ésta… sólo queríamos mirar…
―           Pues podéis sentaros ahí – Tamara señaló una alta cajonera – y mirar. Cuando consiga que Violette se corra como una perra, la que lo desee puede ocupar su lugar.
―           ¡Tamara! – exclamó su amiga, abriendo mucho los ojos.
―           ¿Qué? ¿No ves como están de calientes? ¡Están deseando de probar! ¿No es cierto?
Ninguna contestó, pero todas apartaron la mirada, enrojeciendo las mejillas. Finalmente, se sentaron sobre el cuero sintético, levantando sus faldas para que los jugos que rebosaban ya sus prendas íntimas no las mancharan. Tamara le dio otra palmada a su amiga.
―           Venga, échate de espaldas y abre bien las piernasle dijo.
Se arrodilló de nuevo, esta vez encarando a Violette, y volvió a introducir el consolador, el cual, esta vez, se deslizó como sobre seda. Violette la miró a los ojos, algo incómoda con la presencia de sus otras amigas, pero pronto todo aquello desapareció de su mente, cegada por el rápido frotamiento del látex. Gemía y se agitaba de nuevo como si no hubiera un mañana.
Las tres chicas sentadas sobre el potro se mordían las uñas. Ninguna de ellas quería reconocerlo en voz alta, pero estaban locas por probar. Tamara giró el rostro hacia ellas y dijo:
―           Necesito que una de vosotras me acaricie y me calme, porque sino no podré seguir – su voz estaba entrecortada, muy excitada.
Las tres amigas se miraron entre ellas y la pelirroja Beth fue la más decidida, levantándose y arrodillándose al lado de Tamara. Ésta la tomó de la muñeca, conduciendo una de sus manos entre sus ardientes muslos.
 
―           ¿Sois todas vírgenes? – esperó al cabeceo de las tres. — ¡Joder, cómo me voy a divertir hoy!
Con una sonrisa en los labios y un hábil dedo en su coñito, Tamara retomó su sensual tarea. Al poco, eran varias las gargantas que gemían en aquel rincón casi olvidado, y ninguna mantenía ya el uniforme puesto.
* * * * * * * * *
“No hay nada mejor que unas amigas bien avenidas para soportar las tediosas horas de colegio, ¿no?”, era la último que escribió en aquella entrada. Sus recuerdos de aquella semana de vuelta a su antiguo colegio eran muy buenos, ahora revitalizados. El fin de semana lo pasaron las cinco juntas, en casa de Lyla, ya que sus padres se ausentaban habitualmente.
Con aquella imprevista comunión, Tamara comprendió que aunque no le diría que no a una oportunidad así, no era lo que más la atraía. Por aquel entonces, Fanny estaba en su corazón y en su cabeza, y resultaba mucho más atractiva que una chica de su edad, inexperta y tonta. Pero el morbo que había sentido iniciando a Violette y luego a las otras, había estado genial.
En aquella época, aún no comprendía lo ambivalente que era su mente, lo que podía buscar en ambos extremos… Sonrió, quitando el pendrive y guardándolo en su escondite.
Lo último que sabía de Violette es que había cambiado de carrera para seguir a Lyla a Antropología y Arqueología. Al parecer, compartían piso y cama…
 
 
 Continuará…
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 
 

Relato erótico: “Secuestrado, atado y humillado por mi ex suegra” (POR GOLFO)

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Primer acto:

Odio en lo que me he convertido, siempre me había considerado un hombre con mayúsculas. El poder, el sexo y el dinero habían marcado mi vida y hasta hace seis meses, creí haberlo conseguido. Toda mi existencia había discurrido sobre rieles. Licenciado de una de las mejores universidades de España, fui contratado por una multinacional con veintitrés años, inaugurando una brillante carrera, de manera que tras diez años de arduo trabajo era uno de los ejecutivos mejor pagados de la empresa. Respecto al sexo, siempre me había dejado llevar por las faldas, saltando de un coño a otro sin importarme los que dejaba atrás.
Desgraciadamente todo tiene un final y para mí, llegó una de tantas noches de copas. Había salido con un par de amigos de juerga y reconozco que me debí de pasar porque solo recuerdo salir de una discoteca con una rubia bajo el brazo. Estoy seguro que esa puta formaba parte del plan y que por culpa de mi bragueta, no me di cuenta del cambio que iba a representar en mi vida. Por mucho que intento hacer memoria no me acuerdo de mi secuestro ni de como llegué a donde me desperté.
Solo os puedo decir que amanecí con un gigantesco dolor de cabeza y que al tratarme de mover fui incapaz porque  estaba atado de pies y manos. Al abrir los ojos, me costó enfocar y cuando lo hice, me quedé aterrorizado al reconocer la habitación.
¡Ya había estado allí!.
Tres años antes, María me había llevado a esa casa en mitad  del campo y durante dos semanas había disfrutado de su cuerpo sin pararme a pensar que esa niña bien se había enamorado de mí. De vuelta a Madrid, había sido mi novia hasta que harto de su dependencia la mandé a volar. Todavía me estremezco recordando su llamada dos meses después de haberla dejado. La cría desesperada me pidió llorando que volviera con ella. Al no hacerle caso, me amenazó con quitarse la vida  porque, según ella, no podía vivir sin mí. Sé que me comporté como un hijo de perra, pero no aguantaba el cerco al que me tenía sometido y por eso creyendo que era un puto chantaje, le prometí que si se suicidaba, iría a su entierro. No debí ser tan duro y menos debí colgarle porque a la mañana siguiente, la policía tocó a mi puerta para avisarme de su muerte.
Por lo visto, María se había tomado un bote entero de pastillas pero antes de cometer esa locura, llevada por el dolor, había dejado dos cartas, una para su madre y otra para mí, explicando el porqué de su decisión.
Lo que en teoría era un claro suicidio se complicó porque mi ex novia dejándose llevar por la frustración había destrozado su apartamento  y su familia, podrida en dinero, había movido sus hilos buscando que me acusaran de haberla asesinado. Afortunadamente, las pruebas demostraron mi inocencia y jamás fui acusado formalmente de su muerte, pero todavía recuerdo con horror mi careo con su viejo.
Para don Lucas, un vasco de pura cepa, daba igual que tuviera una coartada o que los forenses dejaran meridianamente claro que nadie la había forzado, para él yo era el culpable del fallecimiento de su hija y a voz en grito, juró vengarse. Por mucho que intenté hacerle ver que nada había tenido que ver y que María había estado ingresada en un psiquiátrico antes de conocerme, no dio su brazo a torcer y solo la presencia de los agentes evitó que me agrediera.
Durante casi un año, estuve con líos de abogados. Personalmente sabía que esa muchacha habría tomado tarde o temprano esa decisión y que mi única culpa era no haberla hecho ni caso pero aun así me reconcomía haberle dado el último empujón. Temiendo su venganza tardé en no buscar a mi alrededor un sicario que cumpliera su mandato, por eso me alegré al enterarme de que un ataque al corazón había acabado con él y creyéndome liberado, reinicié mi vida como si nada hubiese pasado. El alcohol y las putas volvieron a poblar mis noches mientras mis días transcurrían de éxito en éxito.
Con todo ello torturando mi mente, traté de zafarme de los grilletes que me retenían pero tras muchos intentos, caí rendido al darme cuenta que ni siendo un superhombre podría deshacerme de las cadenas que me mantenían maniatado a esa cama. 
-Veo que te has despertado- oí decir a mi derecha.
Al girarme descubrí a la madre de mi ex en la puerta, sonriendo. Su rostro reflejaba la satisfacción de tenerme postrado a su antojo. Todo en ella era desprecio, no me costó comprender que iba a ser objeto de su ira y por eso, inútilmente traté de escapar. Al percatarme que era imposible, paré y casi llorando imploré su perdón.
-Por tu culpa, me he quedado sin marido y sin hija- me respondió acercándose a mí – desde hoy vas a reemplazarlos-
No comprendí sus intenciones hasta que cogiendo una tijeras, con la tranquilidad de una perturbada, esa mujer fue cortando mi ropa. Os reconozco que estaba aterrorizado, creía que había llegado mi última hora. Chillando intenté razonar con esa mujer pero ella enfrascada en su turbia labor, obvió mis ruegos y no paró hasta dejarme desnudo.

Atado y en pelotas, no pude evitar que esa arpía se apoderara de mi sexo y cogiéndolo entre sus manos, buscara obsesivamente mi erección.

-¿Qué hace?- grité al ver que esa señora de la alta sociedad,  lo meneaba rítmicamente mientras se ponía a horcajadas sobre mí..
-Llevo muchos meses sin sentir a mi hombre- soltó mientras separando sus piernas se lo introducía lentamente en el interior de su vagina. No me había fijado que mi ex suegra aun completamente vestida, venía sin bragas.
Creyendo que no era bueno en esas circunstancias hacerla enfadar, dejé de debatirme sobre las sábanas y quedándome inmóvil, permití que esa chalada tomara lo que había venido a buscar. La mujer lentamente se fue empalando mientras no paraba de decir lo mucho que me odiaba. Sin otra cosa que hacer, me puse a fijarme en mi captora. Con los cuarenta bien entrados, esa rubia si no llega a ser por su mirada homicida, podía considerarse como una mujer atractiva. Dotada al igual que su hija de grandes pechos, fue cogiendo ritmo acuchillándose con mi falo. Bajo la tela, dos enormes bultos subían y bajaban al compás de su cabalgar.
Tratando de hacer memoria, recordé que se llamaba como su hija y buscando su favor, le pedí que parara:
-Jamás, vas a darme lo que me quitaste- respondió mientras se desabrochaba los botones de su vestido y sin mediar palabra, los acercaba a mi boca -¡Chúpalos!- me ordenó.
Solo me quedó obedecer y sumisamente saqué la lengua para apoderarme de los negros pezones que esa tarada puso a mi disposición. Sus gemidos al sentir mi humedad recorriendo sus aureolas, lejos de excitarme me dejaron paralizado. Fue entonces cuando recibí su primer golpe. Con la mano abierta me cacheteó brutalmente, exigiendo que siguiera mamando de sus senos. Reconozco que me sentí indefenso y tiritando de miedo, absorbí con mi boca de sus enormes ubres.
-Vas aprendiendo- gritó acelerando el ritmo de su cabalgar.
Saltando sobre mi falo, esa mujer se ensartó sin pausa mientras su respiración cada vez más alterada me revelaba la siniestra excitación que la empezaba a dominar.
-Me encanta- aulló alegremente y llevando el frenesí de sus movimientos hasta el límite, me pellizcó dolorosamente mi pecho, diciendo: -¡Como echaba de menos a mi marido!-
La humedad que manaba de su vulva me avisó que esa mujer estaba a punto de correrse y suponiendo erróneamente que su liberación correspondería con la mía, me dediqué en cuerpo y alma a mamar sus tetas. Con la mi glande rebotando sobre la pared de su vagina, la madre de mi ex novia siguió violándome hasta que desplomándose sobre mí, experimentó un brutal orgasmo. Reptando sobre mi piel, exprimió su placer mordiéndome en el cuello. Mi grito no consiguió evitar que esa bruja soltara su presa hasta que provocándome una profunda herida, bebió de mi sangre.
-¡Qué dulce eres!- exclamó relamiéndose los labios.
Al bajarse y advertir que mi miembro seguía erecto, soltó una carcajada y poniendo su culo sobre mi cara, me exigió que relajara su ojete con mi lengua. Quise negarme pero ella asiendo mis testículos entre sus manos, me dijo regocijándose de mi angustia:
-¿No querrás sufrir más de lo necesario?- 
Humillado por tener que saborear su culo, saqué mi lengua y recorriendo los bordes de su ano, fui aflojando su esfínter mientras esa puta no paraba de gozar con mi degradación. Mi suplicio no hizo mas que empezar, María restregó su trasero contra mi cara sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo. Al cabo de unos minutos, esa maldita cuarentona decidió que su entrada trasera estaba lista y poniendo una pierna a cada lado de mi cuerpo, se fue clavando el culo sin parar de reír
-¡No sabes las veces que Lucas me usó así! Era un hombre viejo pero tenía un pene formidable-
No me pude creer lo que estaba oyendo, el marido de esa pervertida con fama de gran señora  la había acostumbrado a los placeres de la carne con una eficiencia que sería digna de encomio sino fuera porque en ese momento me estaba violando. Alucinado por el descubrimiento, me quedé perplejo al observar que sin ningún gesto de dolor esa zorra se había embutido toda mi extensión en el interior de sus intestinos y que sin esperar a que se acomodara, salvajemente me empezaba a cabalgar.
-¡Mierda!-chillé al sentir que mi pene era forzado hasta la locura.
Elevándose sobre mí y dejándose caer, esa guarra disfrutó tanto del trato que llevando su mano a la entrepierna, me gritó:
-Primero me vas a follar bien follada y luego seré yo quien te dé por el culo-
Disfrutando como la perra que era, Doña María no dejó de masturbarse mientras su estrecho conducto absorbía con facilidad cada una de las arremetidas de mi verga. Aullando y berreando sin importarle que alguien nos oyera, esa mujer buscó y consiguió ordeñarme el miembro. Solo cuando sintió que explotaba y que con bruscas sacudidas, dejaba mi simiente en su escroto, solo entonces, paró y poniendo una tierna expresión, me susurró al oído:

-Ves que fácil ha sido comportarte como mi marido. Ahora te dejo descansar durante una hora pero luego te toca sustituir a mi hija-

Quise llorar de impotencia. Solo el hecho de que si lo hacía esa engreída iba a ser consciente del dominio que ejercía sobre mí, evitó que mis ojos se poblaran de lágrimas y que como una plañidera me echara a berrear.  Cuando me dejó solo, suspiré aliviado pero al cabo de un tiempo, el no saber qué era lo que  esa bruja me tenía preparado hizo que me empezara a poner nervioso. Paulatinamente mi turbación se fue trasformando en miedo y el miedo en terror, de forma que cuando mi ex suegra apareció por la puerta, estaba nuevamente acojonado:
-¿Qué me vas a hacer?- grité al verla trayendo un recipiente caliente entre sus manos.
La cuarentona se rio y enseñándome el interior de la vasija, me contestó:
-Depilarte. Todas las semanas se lo hacía a mi niña-
Tengo que confesar que fui un idiota, al ver que era cera y que su siguiente paso era algo tan nimio como haberme la depilación, me serené.
 “¡Que pronto saldría de mi error!.  
Doña María, con fría profesionalidad, se sentó a mi lado y cogiendo una paleta de madera, se puso a extenderla. Tras dejar dos bandas de cera caliente sobre mi pecho, esperó a que se enfriara y entonces agarrando una por un extremo, jaló con todas sus fuerzas.
-¡Mierda! ¡Eso duele!- chillé al sentir cómo arrancaba parte de mis vellos al hacerlo.
Como respuesta, me dio el segundo tortazo mientras me decía:
-No te quejes, lo que tú me has hecho duele mucho más-
Comprendí que se refería a la muerte de sus seres queridos y sabiendo que de nada me serviría tratar de apaciguarla, me callé y dejé que siguiera sin quejarme. Sé que mi sumisión le dio alas, porque obviando mis gemidos de dolor cada vez que tiraba de la cera, esa perra cada vez más alegre prosiguió con su labor. En pocos minutos, se deshizo de todos los vellos que colmaban tanto mi pecho como mi estómago, dejando mi piel colorada y adolorida.
Creí que se había acabado mi suplicio al oir que me decía, comprobando el resultado:
-Ahora estas más guapo, antes parecías un oso-
Y digo creí porque reinició su faena con mis piernas. Nuevamente el dolor provocó que gimiera al sentir como arrancaba mis vellos y nuevamente mi captora me pegó una bofetada para recordarme que no debía quejarme.
-¡Puta!- le solté mostrándole todo mi desprecio.
Mi insulto la enervó y retirándose de la habitación, me dejó solo. No tardó en volver pero esta vez con un cinturón en sus manos:
-¡Te voy a enseñar lo que es dolor!- me gritó mientras descargaba un cinchazo sobre mi cuerpo.
Ese fue el primero de muchos porque esa arpía no paró hasta que completamente derrotado le pedí perdón por enésima vez. Curiosamente mis múltiples berridos no la habían apiadado, el modo en que conseguí que parara y cuando ya creía que me iba a matar, fue cuando se me ocurrió implorarla diciendo:
-¡Mamá! ¡Ya he aprendido mi castigo!-
Mis palabras suavizaron la dureza de su semblante y poniendo una sonrisa malévola en sus labios, me contestó:
-Ves que fácil es complacerme-

A partir de ese momento, fue incluso tierna al depilarme y os tengo que decir que cuando le tocó el turno a mi entrepierna, esa loca se permitió el lujo de hacerlo con brocha y jabón. No sé si fue el cambio, pero al sentir la caricia de la brocha en mis huevos, mi miembro me traicionó irguiéndose. Ella al ver mi estado, se  dedicó a excitar mi sexo mientras terminaba de afeitarme, de manera que cuando acabo, mi pene tenía una erección de caballo. Satisfecha, se levantó y con una extraña sensualidad se desnudó frente a mí junto antes de agachándose, meterse entre mis piernas. No comprendo cómo ni porqué me puso a mil ver que desnuda mi ex suegra acercaba su boca a mi miembro, pero la verdad es que desbordado por las sensaciones le rogué que me la comiera.

No se lo tuve que repetir dos veces, esa perturbada abriendo sus labios, fue introduciéndoselo lentamente en su interior mientras no dejaba de acariciar mis  testículos. Increíblemente no cejó hasta que su garganta terminó de absorber toda mi extensión y entonces imprimiendo un ritmo suave fue sacando y metiéndose mi pene de su boca.
“¡Dios que mamada!” pensé quejándome en ese momento de no poder colaborar con ella por tener mis manos atadas.
Absorta en su maniobra, María  llevó sus dedos hasta su clítoris y separando sus labios, se dedicó a masajearlo sin dejar de mamar mi miembro. Con mi mente confusa por la paliza y por lo que estaba experimentando, le pedí que me dejara corresponderle. Mi ex suegra no se hizo de rogar y poniendo su sexo a mi alcance, dejó que mi lengua se regocijara jugando con su botón.
-Sigue mi amor, ¡Como echaba de menos la lengua de mi niña!- gritó mientras frotaba convulsionando de placer su vulva contra mi cara.
Juro que nunca creí que en esas circunstancias hubiera actuado de forma semejante. Debo de admitir que bebí y lamí la vulva de mi secuestradora voluntariamente y lo que es peor, cuando sentí que se corría me dediqué en cuerpo y alma a satisfacerla, de forma que prolongué su éxtasis durante largo tiempo. Tiempo que ella consagró a  exprimir con un entrega  digna de alabanza mi pene. Cuando viendo que me iba a correr, se lo dije, mi ex suegra aceleró aún más sus maniobras, de modo que no tardé en eyacular en el interior de su boca.
María al saborear mi semen, se volvió loca y llenando mi cara con su flujo, se volvió a correr mientras devoraba una tras otra mis sacudidas.  Reconozco que pocas veces había experimentado un placer semejante, por eso cuando esa puta sacando su lengua se dedicó a limpiar los restos de mi eyaculación, no pude más que darle las gracias.
Agradecida, me agarró los huevos y retorciéndolos entre sus manos, me dijo mientras yo aullaba de dolor:
-Estoy cansada, luego nos vemos-
Agotado, roto y humillado, lloré como una magdalena cuando se fue. No era por el dolor que sentía en mi entrepierna sino por la certeza de que esa chiflada no pararía hasta someterme por completo a sus caprichos. Algo en mí, me dijo antes de quedarme dormido que si mi ex suegra había conseguido que me entregara a ella después de torturarme, cuando me hubiera tenido unos días a su merced sería su esclavo y por eso con el corazón encogido, lamenté la perdida de mi libertad.

Segundo acto.

Era la hora de la cena cuando esa perra volvió a la habitación. Vestida con un conjunto de lencería negro, tengo que reconocer que al verla no pude dejar de aceptar que esa rubia estaba buena.  Sus pechos alzados por el sugerente sujetador, me pedían a voz en grito que los acariciara y sus piernas decoradas con unas medias del mismo color hasta el muslo se me antojaron dos monumentos a los que besar. María se dio cuenta de lo que sentía porque mi miembro saliendo de su letargo, se puso morcillón al sentir su mirada.
-¡Qué putita es mi niña! ¡Se alegra al verme!- me dijo sentándose en la cama donde seguía atado.
Nada más hacerlo, me besó brutalmente, mordiendo mis labios mientras me empezaba a acariciar el pene, el cual al recibir sus toqueteos se terminó de erguir sobre las sábanas.
-¿Tienes hambre?, porque yo sí- me soltó y sin esperar mi respuesta, comenzó a masturbarme ferozmente –Dale a mamá tu leche-
La violencia de su perversa forma de amar consiguió demoler cualquier resistencia mía y cerrando los ojos me concentré en recibir placer. La bruja llevando la velocidad de sus maniobras al límite, me ordeñó con premura y cuando de mi miembro empezó a brotar el néctar que buscaba, metiéndoselo en la boca, saboreó hasta de la última gota. Yo, inmerso en un estado de confusión total, me dejé llevar y aunque cueste creerlo disfruté. Mi sumisión pareció molestarle porque llevando su otra mano hasta mi pecho, pellizcó salvajemente mis pezones, diciéndome:
-¿Recuerdas cuando te pillé masturbándote a los quince años?, fue la primera vez que tuve que castigarte por ser tan zorra y veo que no has cambiado-
Sus palabras me dejaron helado. Esa hija  de puta creía que estaba hablando con su hija. Si ya eso era perturbador de por sí más lo fue enterarme que mi pobre ex novia había recibido sus atenciones desde los quince años. “Con razón tenía depresiones” me dije al percatarme que si para mi estaba siendo imposible de soportar, para esa niña apenas salida de la niñez debió de ser el desencadenante de su locura. 
Estaba tan alucinado que no me di cuenta ni de que esa zorra se había levantado ni  de que tirando de las cadenas que me tenían sujeto, me daba la vuelta. Sé que perdí la oportunidad de escapar porque en un momento dado doña María debió de soltar al menos una de mis manos y uno de mis pies, pero la verdad es que para cuando quise reaccionar, estaba nuevamente atado y lo que es peor, dado la vuelta y con el culo en pompa. Tampoco sé de dónde sacó una fusta con la que de pronto se puso a flagelarme.
Gritando que lo hacía por mi bien, doña Maria se dedicó a castigar mi trasero sin importarle los tremendos gritos que salieron de mi garganta cada vez que sentía en mis nalgas la caricia de la vara.
-¡Así aprenderás a obedecer a mamá!- me decía.
El dolor era ya insoportable cuando de improviso cesó el correctivo y el infierno de los golpes se transformó nuevamente en una placentera caricia cuando esa loca, cogiendo crema de la cómoda, se puso a extenderla sobre mi adolorida piel:
-Lo ves, cuando te portas mal, tengo que castigarte pero al final también tengo que ser yo quien te consuele-
“Está jugando al palo y la zanahoria” comprendí pero incapaz de oponerme, me quedé inmóvil mientras apaciguaba el dolor producto de los golpes. Lejos de conformarse con un masaje, la señora separó mis nalgas y acercando su lengua a mi esfínter, me lo empezó a lamer. Jamás ninguna mujer y menos un hombre se había apoderado de esa parte tan íntima de mi cuerpo pero tras la sorpresa inicial, os tengo que confesar que la nueva experiencia me encantó. Al introducir su húmedo apéndice en mi ano, mi pene saltó como impulsado por un resorte e incomprensiblemente se volvió a poner duro. Mi captora debió disfrutar del sabor de mi entrada trasera porque durante al menos diez minutos, jugueteó con mi ojete relajando.

Juro  que no preví su siguiente paso,  cogiendo con una mano mi miembro, se puso encima de mí y fue entonces al sentir un extremo duro, supe lo que me tenía preparado. “¡La muy puta tiene un arnés!” pensé horrorizado al experimentar la presión de un glande de plástico sobre mi todavía virginal agujero.

-¡Ahh!- grité al ver horadado mi esfínter.
Infructuosamente intenté liberarme de su ataque pero doña María aprovechando que estaba indefenso, no solo no sacó el falo de plástico sino que con un movimiento de caderas lo fue introduciendo por completo en mis intestinos. Me creí morir, era tal el dolor que pensé que me iba a partir por la mitad y por eso, llorando le imploré que parara:
-Cállate, putita- soltó la mujer con un tono extrañamente dulce –Ya sabes que a mama le gusta hacerte el amor-
Paralizado por el sufrimiento y costándome hasta respirar, me quedé quieto deseando que terminara esa tortura.   Mi ex suegra obviando mi padecimiento, terminó de penetrarme y cuando la base del arnés ya chocaba contra mis nalgas, tomando nuevamente mi pene entre sus manos, empezó a moverse. Lentamente, mientras con sus dedos masturbaba mi miembro, esa puta usó su juguete para demoler la última de mis defensas. Nunca jamás se me había pasado por la cabeza que alguien me diera por culo y menos que ese alguien fuera la madre de mi ex, pero la verdad es que al cabo de unos minutos de gabalgar pausado, mi esfínter ya se había relajado e incomprensiblemente el dolor se fue convirtiendo en placer.
Doña María al percatarse del cambio, susurró a mi oído:
-Eres una calentorra-
Sus palabras fueron el inicio de una loca carrera donde esa puta machacaba sin compasión mi culo mientras se jactaba de ser mi dueña. Mi ex suegra contagiada de mi excitación movía con rapidez sus caderas, intentando que el extremo del arnés que tenía incrustado en su propio coño le llevara hasta el orgasmo.
-¡Muévete guarra!- exclamó excitada dando un sonoro azote en mis ya adoloridas nalgas -¡Quiero que te corras como la puta que eres!-
No sé si fue el golpe, si fue el dolor acumulado o si en realidad y contra toda mi lógica heterosexual, el que me tomara de esa forma me estaba gustando, pero lo cierto es que berreando entre lágrimas me corrí ruidosamente. Doña María al ver que de mi pene brotaba el producto de mi excitación, pegando un alarido se unió a mi orgasmo mientras mordía mi cuello en un intento de no gritar. El que si gritó fui yo, al sentir su mordisco, experimenté uno de los mayores placeres de mi vida y convulsionando sobre las sábanas terminé de vaciar de semen mis huevos.
Durante unos minutos yací casi desvanecido con el miembro de plástico incrustado en mi interior. Sin fuerzas para hacer otra cosa que esperar, me quedé tumbado con ella encima hasta que sin hablar, esa mujer se levantó de la cama y desapareció. Su partida me permitió desahogarme y llorando como un niño, pené mi desgracia sin importarme que mi captora me oyera. Esa zorra sin alma había acabado con toda mi personalidad en menos de doce horas y por eso, consumido por el llanto, sollocé por mi hombría perdida.

 

Epilogo:
 
Al cabo de dos horas, doña María retornó a la habitación. Se la veía contenta y nada más entrar, metió una cinta en el video y lo encendió mientras me decía:
-Putita, mira lo que he grabado-
Durante mas de una hora, tuve que soportar ver la humillación sufrida. Esa puta había filmado todo lo ocurrido. Cuando hubo terminado, me dijo:
-Ahora te voy a soltar pero recuerda que tengo copias de seguridad y si algo me ocurre, todos tus conocidos recibirán un ejemplar y sabrán que eres una zorrita masoquista y maricona. ¿Comprendes a lo que me refiero?-
-Si- contesté hundido porque esa mujer me tenía en sus manos.
Nada más liberarme de mis ataduras, recogí mi ropa y huí de esa casa, pero no de su vida porque todos los viernes, mi ex suegra viene a mi piso y renueva conmigo el perverso modo de amar con el que tenía sometida a su anterior familia. 

 

“Chúpame… la sangre: (Nadie creé en vampiros hasta que conoce a uno y yo me topé con dos)” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Desde que recibió la llamada, supo que recordaría ese fin de semana toda su vida. Tras una noche de jueves con demasiado alcohol, se levantó a contestar creyendo que sería un amigo. Para su sorpresa era uno de sus mejores clientes el que llamaba y al no poder escaquearse, se tuvo que vestir para ir a sacar a su hija de la comisaría.
Ahí se enteró que la policía acusaba a su retoño de ser la asesina en serie que llevaba aterrorizando Madrid las últimas semanas. Su modus operandi la había hecho famosa y todos los periódicos seguían sus andanzas y es que, tras seducir a sus víctimas, las mataba drenando hasta la última gota de su sangre.
En este libro, Fernando Neira nos vuelve a demostrar porqué es uno de los estandartes de la nueva literatura erótica en español. 

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

Para que podías echarle un vistazo, os anexo los CUATRO primeros capítulos:

1

Supe que ese fin de semana iba a ser de los que hacen época y no exactamente por bueno. Tras una noche de jueves que empezó bien pero que terminó con demasiado alcohol, me levanté con un puñal atravesándome la sien y no podía echarle la culpa a nadie más que a las tres botellas vacías que esperaban en silencio que un alma caritativa las echara a la basura.

«¡Menuda resaca!», pensé mientras me prometía como tantas otras veces que es mismo viernes iba a dejar de beber.

Con la boca pastosa, apagué el despertador e intentando mantenerme en pie, salí rumbo a la cocina. Mi idea inicial era preparar un litro de café que me permitiera sobrevivir esa mañana, pero apenas había dado dos pasos cuando mi teléfono comenzó a sonar.

Su estridente sonido zumbó en mis oídos con inusitada dureza y desesperado corrí a cogerlo.    

«¿Quién coño llamará a estas horas?», murmuré.

Mi cabreo mutó en acojone al contemplar en la pantalla que era Toledano mi mejor cliente. Por experiencia sabía que ese oscuro inversor era un ser noctámbulo y por ello comprendí que nada bueno podía derivarse de esa llamada.

―Simón, ¿en qué te puedo ayudar? ―  tratando de aclarar mi voz pregunté.

Para mi sorpresa no era ese viejo frio e insensible, sino su secretaria y estaba llorando. He de decir que al escuchar sus lloros supuse que algo grave debía de haber pasado con su jefe. Aunque hice todo lo que se me ocurrió para que se tranquilizara y me contara cuál era el problema, me di por vencido cuando después de diez minutos al teléfono había sido incapaz de sonsacarle nada coherente, a excepción de que tenía que ver con alguien de su familia.

Por ello vi el cielo abierto cuando destrozada y sin poder seguir hablando, Juncal me pasó a Simón. A éste se le notaba también triste pero no tanto como ella y por fin me enteré de que estaban en la comisaría de Argüelles porque habían detenido a la hija de su secretaria. Me extrañó que estuviera tan afectado porque no en vano le había visto firmar un despido colectivo que mandaba a la puta calle a dos mil personas sin inmutarse.

― ¿De qué la acusan? – pregunté.

―De asesinato― contestó mi cliente.      

Admito que me esperaba otra respuesta. Había supuesto que se le habían pasado las copas, pero nunca se me pasó por la cabeza que fuera por algo tan grave.     

Ya despierto del susto, quise saber a quién se suponía que había matado y fue entonces cuando me informó que la responsabilizaban de al menos media docena de muertes.

― ¿Qué has dicho? ― pregunté pensando en que lo había oído mal.

―La policía sospecha que es la asesina en serie que lleva actuando todo el año en Madrid.

Cómo no podía ser de otra forma, me quedé mudo. Durante los últimos seis meses los periódicos no dejaban de hablar y especular sobre una femme fatale que se dedicaba a matar a jóvenes universitarios.

«¡Puta madre! ¡Pobre Juncal!», pensé mientras intentaba ordenar lo que sabía del caso.

Así recordé el haber leído que, desde el principio, los polis habían especulado desde el principio que la culpable era una mujer, dado las víctimas eran heteras y aparecían atadas sin signos de haberse defendido, como si se hubiesen dejado maniatar voluntariamente.

«Se supone que la asesina primero los seduce y por ello no se defienden, pensando que se trata de algún tipo de juego erótico hasta que es demasiado tarde».

Que todos fueran fuertes y deportistas no había hecho más que incrementar el interés del público, pero lo que realmente había convertido ese caso en un filón de oro para los periodistas había sido el método usado para acabar con sus vidas:

¡La exanguinación!

Un escalofrío recorrió mi cuerpo al recordar que según los diarios los dejaba totalmente secos, ¡sin una gota de sangre! Y que por ello habían puesto a la supuesta culpable el sobrenombre de “la chupasangre psicópata”.

Tras aceptar el caso, pedí a Simón que le dijese a Juncal que en cuanto me vistiera iba hacia allá y que mientras tanto que no hablase con la policía y todavía menos su hija, no fuera a ser que luego se tuviese que arrepentir de lo que hubiese dicho o declarado.

―No te preocupes. Eso mismo fue lo primero que le dije al saber de lo que la acusaban.

2

De camino a la comisaría, no dejaba de pensar en lo que estaría pasando por la mente de Juncal y lo difícil que sería aceptar que su niña pudiese estar involucrada en algo tan siniestro. Conociéndola, no me cuadraba tuviera una hija de esa edad como tampoco que le saliera tan descarriada.

«Debe estar muy jodida», medité impresionado.

Pero lo que realmente me tenía mosca era qué tenía que ver Simón Toledano en ello y a qué se debía la importancia que le daba al tema. Las malas lenguas decían que esa morenaza, además de secretaria para todo, era su amante y aunque hasta ese día nunca me lo había creído, su actitud apesadumbrada me hizo pensar en que era cierto.

Meditando en ello, comprendí el mutismo de mi cliente:

«Lo primero que se pide a alguien de su profesión es tener fama de ser serio y honrado, sin mácula de sospecha» me dije mientras conducía: «Nadie pone su fortuna en manos de alguien con una doble vida».

Por otra parte, estaba el tema de la edad. Mientras Juncal no debía de tener más de cuarenta años, su jefe debía sobre pasar los setenta.

«Debe ser más joven que cualquiera de los hijos de ese cabrón», sentencié recordando que al igual que su viejo, esos dos era considerados unos tiburones sin escrúpulos, pero a la vez unos mojigatos en cuestión de faldas: «Siempre se vanaglorian de que un judío practicante nunca era infiel a su mujer».

Jamás había tenido motivo alguno para sospechar lo contrario. Siempre había achacado a la envidia los comentarios sobre Simón y en ese momento no tenía nada claro que no hubiera nada entre ellos, como tampoco quien era el padre.

Por lo que sabía, Juncal era soltera y por ello con las sospechas más que fundadas sobre la paternidad de la chavala, llegué a la comisaría. En la puerta y con cara de pocos amigos, Simón me estaba esperando:

―Pedro, no me importa cuánto me cueste ni a quién tengas que untar, pero quiero que saques inmediatamente a la niña de aquí. ¡Sé que es inocente!

―Déjalo de mi cuenta. Lo primero que debemos hacer es averiguar qué tienen en su contra y en qué basan la acusación― respondí tratando de tranquilizar a mi cliente.

―Me da igual lo que digan: ¡Raquel no tiene nada que ver con esos asesinatos!

Al oír cómo se llamaba, se maximizaron mis sospechas porque el hecho de que Juncal le pusiera un nombre de origen bíblico era algo bastante esclarecedor.

«Es un nombre que cualquier judío pondría a alguien de su sangre. Al final va a ser un desliz del viejo», medité y sin exteriorizar mis pensamientos, saludé a la madre.

Sin maquillaje y con los ojos rojos de haber estado llorando seguía siendo una mujer guapísima.

―Tranquila, haré todo lo que pueda para sacar a tu hija.

La desesperación que leí en su rostro no me gustó nada porque en cierta medida significaba que no tenía la seguridad plena sobre la inocencia de su retoño y por ello, dirigiéndome al policía de la entrada, pedí hablar con mi defendida.

Al enterarse de que era el abogado de la sospechosa y que quería verla, me llevó a una sala mientras llamaba a Gutiérrez, el comisario encargado de la investigación. He de reconocer que no me extrañó que me hicieran esperar dado el revuelo mediático del caso. Por ello y con la única intención de ponerles nerviosos, comencé a protestar aludiendo a que estaba vulnerando el derecho a una defensa efectiva y que pensaba denunciarlos.

Mis protestas hicieron salir casi de inmediato al responsable, el cual me aseguró que habían respetado en todo momento sus derechos y que como la detenida había pedido un abogado, ni él ni nadie de la comisaría la habían interrogado.

No tuve que ser un genio para dar por sentado que esa explicación y su celeridad en dejarme ver a su sospechosa no era algo habitual y que lo último que quería, era dar algún motivo que hiciera que el juez de guardia se creyera una versión distorsionada de su actuación.

Es más, interpreté erróneamente su sonrisa cuando abriendo una puerta me dejó a solas con ella.

Nada más cruzarla y ver a mi defendida, supe que esa actitud colaborativa no se debía al miedo de que se le volteara el caso sino porque estaba plenamente convencido de que era la culpable de tantas muertes y de que podría demostrarlo. Lo cierto es que hasta yo lo pensé al verla sentada tranquilamente en esa celda.

«¡No me jodas!», dando por perdido el caso, exclamé en mi interior al contemplar por primera vez a la que iba a ser mi cliente.

Rubia y con un piercing cerca de la boca que podía pasar por un lunar al modo de Marilyn, llevaba un escotado vestido negro casi hasta los pies que contrastaba con el colorido de los tatuajes que recorrían su piel: «Encima, la muy loca ¡va de gótica!».

He de deciros que en todos mis años de abogado nunca había prejuzgado culpable a un cliente sin siquiera escucharlo. Pero con Raquel Sanz, lo hice. ¡Di por sentado que era la chupasangre solo con mirarla!

Si os preguntáis la razón por la que llegué a esa conclusión, es muy sencilla. Había entrado allí pensando en que me iba a encontrar con una niña, pero con lo que realmente me topé fue con una mujer tan bella como siniestra.

― ¿Eres mi picapleitos? ― preguntó levantando su cara de la Tablet. La dureza de su tono y el desprecio hacia mí implícito en su pregunta, reafirmaron mi sensación de derrota.

Ni siquiera me digné en contestar y sentándome frente a ella, le comenté que estábamos amparados por los privilegios abogado cliente y que nada de lo que me dijera podía ser usado en su contra.

―Si el inútil del abogado que ha contratado mi vieja también me cree culpable, voy jodida― señaló molesta.

―Lo que crea o deje de creer no importa. A quien hay que convencer es al jurado― pensando ya en el juicio, respondí.

La sequedad de mi respuesta le hizo gracia y mirándome, contestó:

―Soy inocente. Aunque me lo he planteado un par de veces, jamás he matado a nadie.

Os juro que sentí que me taladraba con su mirada y producto de ello, un escalofrío recorrió mi cuerpo de arriba abajo al verme totalmente subyugado por el azul intenso de sus ojos.

«¿Qué me pasa?», cabreado pensé mientras intentaba tranquilizarme, «¿Por qué me he puesto tan nervioso?».

Raquel Sanz debía de estar habituada a producir esa reacción en los hombres porque levantándose de su silla, me soltó:

―Si es lo que necesita, ¡devóreme con la mirada! Pero hágalo rápido, necesito que me saque de aquí.

A pesar de la vergüenza que sentía, no pude más que obedecer y recrear mi vista en el espléndido culo que la naturaleza le había dado.

«Joder, ¡qué buena está!», me torturé durante unos segundos, hasta que con esfuerzo recompuse mis defensas y le pregunté si conocía a las víctimas.

―Aunque me he follado a todos ellos, apenas los conocía― con una pasmosa tranquilidad contestó.

No me esperaba esa respuesta.

― ¿Qué te has acostado con todos? ― repliqué dejándome caer hacia atrás en la silla.

―Encima de idiota, sordo― enfadada respondió: ―He dicho y así se lo he reconocido a la policía, que me los tiré. Pero no por ello, soy una asesina.

―No me puedo creer que hayas admitido que has hecho el amor con las víctimas. No me extraña que te consideren la principal sospechosa.

Mis palabras la cabrearon aún más y levantando la voz, me gritó que no fuera cursi, que entre ella y los muertos solo había habido sexo, nada de sentimientos. La dureza y frialdad de su tono me recordó quién suponía que era su padre y asumiendo que su progenitor no se quejaría al recibir una abultada minuta, en vez de renunciar a su defensa, le aconsejé que de ahí en adelante me hiciera caso y no reconociera algo así a nadie.  

―Tampoco mientas. Es mejor no contestar.

Entornando sus ojos y como muestra de que me había entendido, sonrió. Todo mi mundo se tambaleó a sus pies y con el corazón a mil por hora, dudé sobre la conveniencia de seguir siendo su abogado al contemplar embelesado como solo con ese gesto, la oscura arpía capaz de asesinar a media humanidad se convertía en una dulce y virginal ninfa necesitada de protección.

«¡Concéntrate! ¡Joder!», me repetí intentando retomar la conversación y dejar de bucear en su mirada, «No es un ligue, ¡es tu cliente!».

Al reconocer las señales que evidenciaban mi indefensión ante ella, soltó una carcajada y como si hubiese sido solamente un espejismo, su rostro volvió a adquirir el aspecto pétreo y enigmático que me había impresionado.

«De llegar a juicio, tendremos que explotar ese atractivo», me dije mientras pedía al policía que estaba al otro lado de la puerta que llamara a su jefe porque ya estábamos listos.

Nada más llegar, Gutiérrez comenzó el interrogatorio señalando que el día y la hora en que mi defendida se había beneficiado a cada uno de los muertos.

―Cómo verá, su cliente siente que es una amantis religiosa― sentenció a modo de resumen el comisario― y como las hembras de esos insectos, se cree en el derecho de devorar al macho.

―Lo único que demuestra es que mi defendida tiene una sexualidad desaforada y eso es algo que hasta ella reconoce― contesté sin reconocer carácter probatorio alguno a dichos encuentros, para insistir a continuación que si no tenían nada más esos indicios eran insuficientes para mantenerla entre rejas.

Cómo viejo zorro, curtido en mil batallas, el policía respondió sacando unas fotos de los difuntos donde con un rotulador habían remarcado una serie de marcas en sus cadáveres que no me costó reconocer como mordiscos.

―Ve esos círculos… el forense ha determinado que coinciden con la dentadura de su defendida― y mirando a la susodicha, le preguntó que tenía que decir.       

―Que soy una mujer apasionada.

―Entonces confiesa que usted los mordió antes de matarlos.

―Reconozco que les eché un polvo y hasta que fue un tanto agresivo, pero nada más. Cuando los dejé estaban vivos y satisfechos por haberse acostado con una diosa.

Para entonces, ya me había tranquilizado e interviniendo comenté que cronológicamente las muertes no se habían producido en las fechas en que mi defendida se los había follado, sino con posterioridad

―Fue solo sexo. Del bueno, pero sexo― añadió Raquel haciendo como si lanzara un mordisco al policía.

El descaro de esa mujer consiguió sacar a Gutiérrez de sus casillas e indignado le preguntó si no era ella la asesina, entonces quién era.

―Ni lo sé ni me importa― respondió y cerrándose en banda, dejó de contestar a las preguntas que durante más de media hora le formuló el policía…

3

Mientras esperaba que el juez de guardia resolviera mi reclamación, me puse a analizar lo sucedido en la comisaría y a la única conclusión que llegué fue que no tenía claro si me había impresionado más la ferocidad con la que el comisario se enfrentó con mi clienta o por el contrario la frialdad y menosprecio con la que esa mujer le respondió que dejara de mirarle las tetas.

―No he hecho tal cosa― se defendió.

Demostrando que no le tenía miedo, Raquel se llevó las manos hasta sus pechos y acariciándolos, le preguntó si realmente pensaba que alguien le creería cuando ella le acusara de comportamiento inadecuado.

― ¡Hija de perra! ― resonó en la sala de interrogatorio mientras asumiendo que no podía seguir interrogándola, Gutiérrez salía por la puerta.

Ni que decir tiene que como abogado aproveché ese insulto en mi escrito, recalcando además que las supuestas pruebas irrefutables en las que los investigadores basaban su acusación no eran más que hechos casuales sin conexión con los asesinatos y que solo por la animadversión que sentía el jefe de todos ellos por mi clienta se entendía que hubiesen atrevido a detenerla sin base alguna.

A pesar de que mi razonamiento era impecable y de que haber compartido unos momentos de sexo con las víctimas no la hacía una asesina, no las tenía todas conmigo: ¡Hasta yo la consideraba implicada en esas muertes! Por eso cuando el juez determinó su libertad, respiré aliviado. Raquel seguía investigada, pero al menos podría defenderse de esos delitos, desde la comodidad de su casa.

Tras recoger la orden, me dirigí a la comisaría y con ella bajo el brazo, exigí al indignado comisario su liberación.

―Sé que eres tú y pienso demostrarlo― replicó mientras quitaba las esposas a mi clienta.

La intensidad del odio que el policía sentía por ella me impactó, pero no supe que decir ni que pensar cuando Raquel, demostrando lo poco que le afectaba la opinión del comisario, respondió:

―Si no quiere seguir perdiendo el tiempo, le aconsejo que me olvide. Puedo ser culpable de tener un coño tan sabroso como insaciable, pero soy inocente de esos asesinatos.

Afortunadamente para todos, Juncal y su jefe hicieron su aparición cuando ya temía que llegaran a las manos y Raquel olvidando a Gutiérrez concentró su mala leche en el recién llegado diciendo:

―Esto es algo digno de ser visto, ¡la familia al completo! Mamá y el eyaculador que la preñó han venido a buscarme.

―Hija, yo también me alegro de verte― contestó sin inmutarse el viejo judío.

Mi incomodidad era total al sentir que sobraba.  Por ello, tras comentar lo sucedido con la pareja, me despedí para no verme involucrado y que resolvieran sus problemas entre ellos.

― ¡Picapleitos! ― escuché que me gritaban. Al girarme, la bella arpía me alcanzó y depositando un beso en mi mejilla, me dio las gracias.

Toda la reacción de mi cuerpo se concentró en un lugar específico y es que contra mi voluntad al oler su perfume y sentir la dureza de su pecho restregándose contra de mí, el grosor y el tamaño de mi pene se multiplicaron en un instante. Mi erección no le pasó desapercibida pero lejos de quejarse, mirándome a los ojos, sonrió.    

―Hasta pronto, ¡guapetón!

Asustado por saberme atraído por ella y que esa zumbada lo supiera, salí de ahí y me fui a mi despacho, donde intenté concentrarme en el día a día para olvidar las sensaciones que su manoseo había provocado en mi interior.

«Menuda putada debe ser el tener una zorra así, como hija», murmuré mientras el recuerdo de sus extraños ojos ámbar y la profundidad de su voz me perseguían muy a mi pesar. Por mucho que hacía el esfuerzo no podía dejar de pensar de haberla conocido en un bar, yo podía ser uno de los muertos, dando por hecho que Raquel era la asesina de esos chavales.

Como abogado debía intentar creer en la inocencia de mis clientes para transmitir mejor al juez o a los miembros del jurado los argumentos que hicieran posible su absolución, pero con Raquel eso me estaba resultando imposible porque con solo mirarla uno se daba cuenta que esa mujer era ciento por ciento pecado.

«Es la lujuria hecha carne», sentencié al percatarme de que inconscientemente había empezado a tocarme al pensar en ella.

Reprimiendo ese conato de paja, estuve a un tris de pedir a algún socio del bufete que me sustituyera en su defensa. Pero tras pensármelo mejor, la certeza que al hacerlo también perdería a su padre como cliente impidió que siguiera buscando a quien ceder la venia.

«Necesito el dinero de ese viejo por lo que no solo debo seguir defendiéndola, sino que tengo que conseguir que la absuelvan», medité mientras firmaba unos cheques antes de irme.

La empresa era difícil pero no imposible pero también que para poder triunfar iba a necesitar, ayuda.

«Tengo que hacerme con los servicios de Alberto», me dije y cogiendo mi teléfono lo llamé.

Tal y como esperaba, el discreto, pero efectivo detective aceptó de inmediato y se comprometió que desde esa misma tarde pondría a toda su gente a ver qué era lo que conseguían averiguar del tema.

―Cualquier cosa que halles, no se lo anticipes a nadie, ni siquiera a la policía. Quiero ser el primero en saberlo.

―No te preocupes, así se hará. Eres el que pagas las facturas― contestó y un tanto extrañado de que me tomara ese asunto tan en lo personal, dejó caer si tenía algo que ver con Raquel.

No me costó saber que lo que realmente estaba insinuando era si tenía un lío sexual con la sospechosa:

―Ni ahora ni nunca, esa tía es peligrosa. Acostarse con ella es como meter la polla en un avispero: la duda no es si te picarán sino cuantas veces― contesté sin llegar a creer en mi propia respuesta.

Alberto, que no era tonto, vio en mí una actitud defensiva pero no insistió y tomando los datos, se despidió prometiendo resultados.

«¿Qué coño me pasa? ¿Por qué me afecta tanto y no puedo dejar de pensar en esa loca?», maldije en silencio mientras cerraba la oficina y me marchaba a casa.

Ya en el coche puse la radio. Nada más encenderla, reconocí Perlas ensangrentadas, la canción que Alaska convirtió en un éxito y olvidando que podía ser una premonición, siguiendo su ritmo, conseguí relajarme mientras conducía dejando atrás el recuerdo tortuoso de Raquel.

Desgraciadamente, fue solo un breve paréntesis porque al llegar a mi edificio, el conserje me informó de que mi hermana me estaba esperando en mi piso.

― ¿Mi hermana? ― pregunté extrañado porque, aunque tenía una, esta vivía en Barcelona.

―Sí, una joven guapísima― contestó: ― La pobre se había olvidado las llaves y por eso la abrí.

Supe de quién se trataba al observar la tranquilidad con la que me acababa de decir que había roto la principal regla de un buen portero y que no parecía en absoluto preocupado.

«¿Qué habrá venido a buscar?», me pregunté mientras con un cabreo de la leche llamaba al ascensor…

4

O bien Raquel no veía nada malo en su actuación o bien supuso que sería incapaz de recriminarla el haber invadido mi espacio porque al entrar me la encontré casi desnuda pintándose los pies en el suelo de la cocina.

― ¿Se puede saber qué narices haces aquí? – pregunté mientras intentaba evitar darme un banquete admirando la perfección de esos pechos que la camiseta que llevaba puesta era incapaz de tapar.

― ¿No lo ves? Arreglándome las uñas― contestó sin siquiera levantar su mirada mientras como si me estuviera retando separaba sus piernas.

La obscenidad del gesto y esa respuesta me terminaron de cabrear y he de reconocer que estuve a punto de saltarla al cuello. ¡Ganas no me faltaron! Pero conteniendo mi orgullo herido, insistí:  

― ¿Por qué estás en mi casa?

Con tono suave, me respondió que había intentado ir a la suya pero que al llegar había una nube de periodistas esperándola y que recordando que la había prohibido conceder entrevistas, había tomado la única decisión sensata… ir al único sitio donde no la buscarían.

―Mi piso― sentencié molesto.

Raquel debió decidir que una vez aclarado, no valía la pena seguir dando vueltas a lo mismo y cambiando de tema, me soltó qué le iba a preparar de cena. Su desfachatez me indignó y levantándola del suelo, le grité que si quería quedarse en mi casa al menos debía mantener las formas y no ir vestida como una vulgar fulana.   

― ¿No serás gay? ― fue lo que me replicó.

Comprendí que realmente le había sorprendido que le exigiera discreción en su vestir y lleno de ira le respondí que no.

― ¡Pues cualquiera lo diría! ¡Ni siquiera te atreves a mirarme!

Que dudara de mi hombría fue la gota que derramó el vaso y atrayéndola hacia mí, forcé su boca con mi lengua mientras con las manos daba un buen magreo a su trasero. Lejos de mostrarse intimidada por mi reacción, Raquel colaboró conmigo frotando su cuerpo contra el mío.

―No eres más que una zorra― rechazando su contacto, repliqué.

La fría carcajada que soltó mientras se acomodaba la ropa me informó de mi derrota y que, con solo proponérselo, esa perturbada había conseguido sacar lo peor de mí.

―Ahora que ya te has reído, puedes coger la puerta e irte – dije enfadado hasta la médula.     

Obviando mi cabreo, sonriendo, Raquel contestó:

―No creo que a mi padre le guste saber que su abogado me ha echado a los lobos y menos que me ha besado contra mi voluntad.

Que ni siquiera intentara disfrazar su vil chantaje me desarmó y sentándome en una silla de la cocina, le volví a preguntar qué era lo que buscaba de mí.

―No te creas tan importante. No busco nada, solo divertirme― contestó mientras se subía a horcajadas sobre mis rodillas.

Reconozco que me sorprendió. Por ello poca cosa pude hacer cuando descubrí que bajo su camiseta no llevaba sujetador y que sin ningún esfuerzo podía entrever dos pezones tan negros como erizados e instintivamente y sin pensar en las consecuencias, comencé a acariciar su trasero.

― ¿Adivina quién me va a echar un polvo? ― murmuró en mi oído mientras frotaba sus nalgas contra mi entrepierna.

Si no hacía algo, sabía cuál sería la respuesta al sentir la dureza de sus cachetes al incrustar mi pene en su sexo. Es más, viendo que no la detenía, se puso a hacer como si me la estuviera follando y solo las murallas de su breve short y de mi pantalón impidieron que culminara su felonía.

―Seguro que yo no― respondí mientras me levantaba de la silla.

Al hacerlo la tiré al suelo. Raquel en vez de cabrearse, comenzó a reír mientras me preguntaba gritando cuanto tiempo creía que iba a soportar sin follármela. Humillado hasta decir basta, salí de la cocina confirmando mi derrota.

«¡Será puta!», pensé totalmente hundido con el sonido de sus retumbando en mis oídos mientras notaba como el deseo se iba acumulando bajo mi bragueta.

Era consciente que de no ser porque hubiera quedado como un auténtico cretino, hubiese vuelto a donde estaba y la hubiese tomado contra el fregadero. En vez de ello, fui a mi habitación a darme una ducha fría. El agua helada aminoró mi calentura y ya más calmado, al salir me tumbé en la cama desnudo, me quedé dormido.

Llevaba unos pocos minutos soñando cuando la imaginé llegando completamente desnuda. Aun sabiendo que era un sueño, me quedé extasiado observando como sus pechos se bamboleaban al caminar hacia mí. En mi mente, esa rubia del demonio me invitaba a morder los duros pezones que decoraban sus dos maravillas.

Ni dormido, quise dejarme vencer y me la quedé mirando mientras le decía:

―Tienes demasiados huesos para mi gusto y encima con tanto tatuaje pareces un personaje de Walt Disney.

De nada me sirvió esa una vil mentira. Apenas podía respirar, mientras se acercaba. Su cuerpo no solo era el de una modelo, era el sumun de la perfección al que los dibujos grabados sobre su piel magnificaban aún más su belleza.  Con una picardía innata, Raquel exhibía ante mí su estrecha cintura, su culo en forma de corazón y su estómago plano sin dejar de sonreír, demostrando lo poco que le había afectado mi crítica:

―No te lo crees ni tú. A tu lado, ¡soy divina!

Quise responder a su impertinencia, pero las palabras quedaron atascadas en mi garganta al contemplar su sexo a escasos centímetros de mi cara y saber que solo con pedírselo esa zorra hubiese puesto dichosa su coño en mi boca.  En mi imaginación traté de mantener un resto de cordura y cerré los ojos deseando que desapareciese y así cesara esa tortura.

Desgraciadamente en mi cerebro, la rubia envalentonada por mi evidente cobardía recorrió con sus manos mi cuerpo y al comprobar que bajo las sábanas mi pene se erguía erecto, se adjudicó el derecho a subirse encima de mí riendo.

― ¡Vete por donde has llegado! ¿No ves que no quiero nada contigo? ― contesté intentando mostrar al menos apatía.

No tardé en comprender mi error porque poniéndose a horcajadas sobre mí, incrustó mi pene en su sexo y me empezó a cabalgar mientras aprovechaba mi indefensión para atarme.   

― ¿Qué haces? ― grité incapaz de detenerla.

―Evitar que huyas, mientras te follo― respondió con perversa alegría.

Tras terminar de inmovilizarme, se tumbó sobre mi pecho para hacerme sentir   la tersa dureza de sus pezones mientras llegaban a mis oídos sus primeros gemidos. Contagiado por su lujuria, recibí sus besos y mordiscos sin moverme mientras deseaba que me siguiera follando ahí mismo. Os confieso que ya me había entregado por completo a ella cuando pegando un grito, se corrió sobre mí.

Como la diosa que se sabía, obró un milagro y bajándose de la cama, se descojonó al mostrarme mi erección: 

―Mortal, te voy a llevar a mi cielo.

Tras lo cual, y cogiendo un poco de la humedad que manaba libremente desde su vulva, se untó el trasero.

― ¿Qué quieres de mí? ― chillé al ver que en su boca le crecían los colmillos. 

―Convertirte en mi esclavo― replicó y pasando una de sus piernas sobre las mías, usó mi verga para empalarse.

La lentitud que imprimió a sus movimientos me permitió disfrutar de la dificultad con la que su trasero absorbió mi trabuco mientras aterrorizado sentía como me latían las venas.      

― ¡Por favor! ¡No lo hagas!

Riéndose de mi desesperación, acercó sus labios para localizar mi yugular. Supe mi destino aun antes de que clavara sus dientes en mi cuello.

― ¡Eres y serás siempre mío! ― me informó mientras cerraba sus mandíbulas. Aullé al sentir que el dolor se transmutaba en placer y liberando mi simiente en el trasero de mi asesina, ¡me desperté!

Por unos momentos respiré al ver que había sido producto de mi calenturienta imaginación, pero entonces desde la puerta escuché que Raquel me decía:

―Pronto te entregarás a mí y juntos haremos realidad tu pesadilla.


Sometiendome a Laura

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La mañana posterior a la que hasta el momento había sido la mejor noche de mi vida empezó de manera aún más satisfactoria. No dude ni un segundo en quedarme a dormir con Laura, aun si tenía que hacerlo desnudo. Estaba tan agotado que apenas noté su abrazo al acostarme y rápidamente me quedé dormido. Me desperté notoriamente caliente y con una sensación extraña en mi miembro. Al terminar de desperezarme me di cuenta que el mismo entraba y salía despacio de su boca. Al notar que había despertado Laura detuvo lo que estaba haciendo, me dio los buenos días sonriendo y se dio la vuelta, colocando su sexo y su cola sobre mi cara. Sin siquiera pensarlo devolví el saludo y le di los buenos días también a cada una de sus nalgas, provocando una leve sonrisa en mi acompañante. Después me agarré de sus cachetes y empecé a lamer su interior despacio. Laura adaptó la velocidad de sus chupadas a la de las mías. Poco a poco fuimos acelerando mientras nuestras manos tocaban el cuerpo del otro. Las mías acariciando y apretando su cola o rozando su clítoris y las suyas pajeándome o tocando mis testículos.

Unos instantes después mi lengua la recorría completamente, con lo que Laura solo podía gemir y se dedicó a mi pene solo con su mano, subiendo y bajando en forma lenta. Después de que se corriera se reacomodó entre mis piernas, diciéndome que era mi momento de gozar. Lamió de a poco todo mi miembro, metiéndolo y sacándolo de su boca sin dejar de mirarme a los ojos. Me chupó los testículos y se reintrodujo mi paquete en su boca. De a poco aumentó el ritmo mientras acariciaba y apretaba despacio mis bolas hasta que acabé dentro suyo.

Laura tragó mi corrida, me besó y se levantó, indicándome que iría a vestirse y preparar el desayuno y que me uniera a ella en cuanto estuviera listo. Me quedé acostado unos segundos. Al levantarme pude ver mi ropa doblada sobre la cómoda. Me vestí y salí a su encuentro. Nada me hacía sospechar lo que me esperaba a partir de ese momento.

Cuando llegué a la cocina había servidos dos cafés con leche y unas tostadas junto a un frasco de mermelada y un recipiente de queso blanco. Laura estaba dejando la cafetera en el lavaplatos. Llevamos el desayuno al comedor y nos sentamos a comer. Apenas había tomado un trago de mi taza cuando la escuché decirme muy tranquila

– Espero que hayas disfrutado el último pete que vas a recibir en tu vida – casi escupí al oírla mientras Laura daba otro sorbo a su taza – al menos el último de mi parte – continuó como si hablara del clima – y el último que yo voy a haber hecho – la miré algo confundido sin decir nada – Después de anoche no voy a poder volver a coger de la forma tradicional y si querés volver a verme vas a tener que aceptarme como tu ama, perrito – El solo hecho que me llamara “perrito” hizo que mi pene palpitara – Veo que tu amiguito ya me aceptó – dijo sonriendo – ¿no perrito? – Intenté balbucear una respuesta pero fui incapaz de hacerlo. No entendía como una simple palabra podía ponerme en ese estado. Para peor Laura llevó su pie a mi paquete, haciendo que creciera más y emitiera un gemido

– Ahhhhhhhh – ¿Cómo era posible que estuviera caliente de nuevo habiéndome corrido hacía menos de media hora?

– No te escuché – dijo acariciándome la cara – perrito

– Si

– ¿Si qué? – preguntó mientras mordía una tostada y su pie se movía sobre mí.

– Si, mi amiguito ya te aceptó – alcancé a contestar

– ¿y vos?

– Yo estoy algo abrumado – logré sincerarme con esfuerzo. La situación en verdad me estaba superando. Si, había sido la mejor noche de mi vida e internamente ya sabía que era mi ama. El solo hecho que lo mencionara me había vuelto a poner caliente como una pava. Pero era mucho más de lo que podía procesar en ese momento, más con la sangre concentrándose fuera de mi cerebro.

– Está bien. Quizás es mucho para vos ahora – Se paró y acercó a mi – Pero quiero que sepas que antes que un perrito quiero un novio – Se sentó en mis piernas y me besó – Alguien con quien poder conversar, divertirme, planear y hacer cosas juntos – Volvió a pararse y sacó un preservativo de un bolsillo – Alguien con quien hacer el amor mientras desayunamos – bajó mis pantalones y calzoncillos – Solo que esto – agarró con firmeza mi tronco – es completamente mío – me colocó la protección – Yo decido cuando, como y donde vas a correrte – Se bajó su pantalón y su bombacha– Vas a poder tener iniciativa – se subió nuevamente a mis piernas y se penetró – ahhhhh hasta alguna vez te voy a dejar cogerme sin ordenártelo – me rodeó con sus brazos y me besó – pero nunca vas a acabar sin que te autorice a hacerlo – Se separó de mí lo suficiente para que nos miráramos a los ojos y comenzó a moverse. Instintivamente la tomé de la cadera – mmmmm y cuando te llame “perrito” ahhhh o te lo ordene de mmmmm otra manera vas a ponerte – empezó a moverse más rápido y a gemir cada vez más fuerte – vas a ponerte a mis pies mmmm – Empezó a correrse – y vas a ahhh ahhhh ahhh mmmm – no pudo seguir hablando debido al placer que sentía, solo gimió por algunos minutos sin dejar de moverse – Como te estaba diciendo – continuó aún agitada por su orgasmo – cuando te llame perrito – Laura comenzó a moverse en círculos, aumentando mi placer – Sin importar donde estés o lo que estés haciendo – de a poco fui subiendo mis manos por los costados de su cuerpo – vas a entregarte totalmente a mí – Al notar mis movimientos Laura sonrió y agarró mis muñecas – Otra cosa – dijo sonriendo – no vas a poder mirarme, verme y mucho menos tocarme las tetas a menos que te lo indique – empezó a saltar sobre mi – El resto de mi cuerpo – llevé mis manos a su cola – mmm es libre cuando estemos como novios – pero mis tetas, como tus orgasmos, son solo míos – puso sus manos en mi pecho – como todavía no sos formalmente mío mmmmm podés acabar cuando quieras pero – arqueó su espalda y cerró los ojos – me gustaría mucho que no lo hagas – cerré también mis ojos, concentrándome en no correrme. Sus movimientos se hicieron más intensos al notar mis intenciones – ahhhhhhh gracias – llegó a decir entre gemidos – no mmm sabés lo que ahhhhh esto significa parahhh mi – concluyó cayendo rendida sobre mi y con mi pene palpitando en su interior.

De todas formas sabía perfectamente lo que significaba. Si me hubiera corrido y ni siquiera hubiera intentado contenerme no habría podido tener una relación de ningún tipo conmigo. El hecho que haya podido resistirme le demostró no solo mis intenciones sino también mi capacidad de llevarlas a cabo. Aún algo agitada se levantó y me miró. Yo respiraba con dificultad y mi miembro temblaba rogando por desahogarse. Me sonrió al tiempo que llevaba un dedo a su conchita, gimiendo cuando la rozó. Dirigió su dedo a mi boca, el cual chupé mirándola a los ojos. No sé como no exploté en ese momento al ver su cara de placer. Seguramente me ayudaron las tres eyaculaciones de las últimas horas. Repitió el proceso mojando ahora mi café

– Lástima que no puedas terminar de desayunar – dijo agarrándolo y yéndose a la cocina – pero te vas a poder acordar de mi cuando lo hagas – completó dándome un vaso térmico. Después se inclinó para besarme y me despidió diciendo – No quiero saber nada de vos hasta el lunes a las seis y cuarto de la tarde. Aún si te digo lo contrario o incluso te llamo por teléfono. Sos libre hasta entonces, pero me gustaría que no te corras estos días. Tomate ese tiempo para pensar en lo que querés y en lo que estás dispuesto a abandonar para hacerlo. Sobre todo si estás dispuesto a no eyacular durante varios días o incluso semanas – tragué saliva pensando en lo que me decía – y no volver a acabar en mi boca ni en la de nadie – Intenté contestarle pero me calló con un dedo en mis labios – Ahora me dirías que si, pero necesito que lo pienses y estés seguro de tu decisión, ya que una vez que la tomes no va a haber vuelta atrás – Me sacó despacio el preservativo generándome un casi inaguantable placer – Hasta el lunes, perrito.

Mi pene vibró expulsando unas gotas de líquido pre seminal al oírla, pero milagrosamente seguía aguantando. Me arreglé y escapé rápido del departamento ya que estaba seguro que había alcanzado mi límite. El portero del edificio estaba limpiando la vereda, con lo que pude salir sin inconvenientes. El aire fresco de la mañana logró calmarme un poco. Debido a la hora fui directo a mi trabajo. Aún así llegué unos minutos tarde, ganándome la reprimenda de mi jefe. Cuando terminé de acomodarme di un sorbo al café. Estoy seguro que pude distinguir el sabor de Laura en mi bebida, aunque pudo haber sido producto de mi imaginación y la calentura acumulada, calentura que volvió inmediatamente a manifestarse en mi entrepierna al recordarla. Comprendí en ese momento por qué había aditivado de esa forma mi infusión. También comprendí que me esperaba un fin de semana muy, muy largo.

Mis temores fueron confirmados cuando al mirar mi teléfono tenía un mensaje de Laura. Al ver que era un mensaje de voz fui al baño y me aseguré de estar solo antes de escucharlo. Se la oía gemir mientras me decía “no sabés como me puso verte ahh así. Mmmm a punto de estallaaar. Tu pene rogando ufffff por acabar y que pudieras ah contro mmmmmm controlarte ahhhh aaah aahh” el mensaje seguía con su respiración agitada después del orgasmo y terminaba diciéndome entre jadeos “voy a estar todo el día caliente pensando que estás así”. Antes de salir del sanitario recibí otro mensaje. Una imagen esta vez. Era la bombacha que se había puesto en la mañana con una mancha de humedad a la altura de su vagina y el texto “ menos mal que me traje varias de repuesto. Creo que me voy a pasar todo el día en el baño masturbándome”.

Ese día decidí comer solo. No quería tener que explicar que me pasaba y mucho menos que por casualidad alguien viera un mensaje de Laura. Al salir de la oficina sentí mi teléfono vibrar “¿te gustó el café especial de tu ama? Ese va a ser tu desayuno a partir del martes, perrito”. Mi aparato nuevamente cobró vida y amenazó con expulsar todo el contenido acumulado en su interior. Almorcé en la vereda del local donde compré la comida, tratando inútilmente de relajarme y pensar en otra cosa. A la tarde apenas pude trabajar. Por suerte no volví a tener noticias de Laura hasta que terminó mi jornada laboral.

Ya en el subte me llegó un nuevo mensaje suyo. Al observar que era una imagen decidí llegar a mi casa para verla. Era una foto de dos bombachas una al lado de la otra con manchas similares a la que tenía su ropa interior de la mañana. Pude reconocer en la foto el colaless azul de las fotos del día anterior. El mensaje se completaba con la frase “ El conjunto blanco que tanto te gustó ya lo tengo reservado para el lunes”. Mi miembro volvió a manifestarse pidiendo su liberación. Pensé lo difícil que me sería aguantar el fin de semana sin correrme. Como si hubiera leído mi mente Laura me escribió “me encantaría verte ahora mismo. Ver la desesperación en tu cara y el palpitar de tu pija y que aún así aguantes. ¿o ya te rendiste perrito?”.

Evité contestarle, oliendo la trampa de su mensaje y tuve la mala idea de querer irme a bañar. Mi pene saltó rápidamente al empezar a desvestirme sin entender por qué no hacía caso a sus necesidades. Tardé como 10 minutos en quedar solo en ropa interior y tuve que distraerme durante 10 minutos más para poder sacarme los calzoncillos. En la ducha no me fue mejor. A pesar de bañarme con agua fría el solo hecho de enjabonarme hizo que mi pene reaccionara. Apenas logré higienizar mi zona íntima, que solo con eso brotó líquido pre seminal. Me sequé con cuidado y me vestí para dormir.

Al terminar de ponerme el pijama revisé de nuevo mi teléfono encontrándome otro mensaje. Era una foto suya. Estaba desnuda de espalda sacando la cola y mirando sonriente sobre su hombro derecho junto con el texto “Un pequeño premio por no haber caído en la tentación de contestarme”. Consideré fugazmente la posibilidad de bloquearla hasta el lunes, pero lo descarté enseguida: Para hacer eso mejor me rendía, me masturbaba como un mono y no volvía a saber de ella.

Me preparé algo de comer y me puse a ver la tele, pero nada de lo que encontraba distraía a mi mente. Recibí su último mensaje del día, un audio dándome las buenas noches y diciéndome que se iba a tocar pensando en mi antes de dormirse. Inconscientemente llevé mi mano a mi entrepierna al escucharla e imaginármela. Al sentir que mi pene se preparaba para la eyaculación alejé mi mano del mismo y me di cuenta que debía hacer algo para que no sucediera lo mismo durante la noche. Se me ocurrió atar mis manos al cabecero de la cama. Luego de rebuscar por todos lados encontré dos corbatas que me servirían. Preparé la habitación, dejando los nudos hechos y con espacio para colocar mis manos. Estarían lo suficientemente juntas para poder desatarme en la mañana. Antes de acostarme programé la cámara de mi teléfono y me tomé varias fotos que vería al despertarme.

Dormí pésimo esa noche. Entre la excitación y la incomodidad me costó dormirme y me desperté varias veces. A las 6:30 decidí levantarme ya que no volvería a conciliar el sueño. Tenía, por supuesto, mi miembro apuntando al techo y muchas ganas de orinar. Me desaté lo más rápido que pude. Por suerte la desesperación hizo que la erección me bajara un poco. Aún así cuando me dirigí al baño no había desaparecido por completo y al tratar de acomodar mi tronco para apuntar al inodoro volvió a presentarse. Tuve que sentarme y empujar para poder hacer pis, lo que me generó algo de dolor. A medida que evacuaba mi pene se fue ablandando, permitiéndome acomodarlo al acabar.

Buscando quemar energías salí a correr antes de desayunar, dejando deliberadamente el teléfono en mi departamento. El ejercicio y el frío matinal me ayudaron a despejarme y no pensé en Laura durante cerca de una hora y media. Incluso esta vez pude bañarme sin dificultades. Al salir de la ducha ya tenía su primer mensaje del día.

“Buenos días perrito, ¿cómo dormiste?” pude leer en la pantalla de mi celular. “Pésimo. Incómodo. Caliente. Atado para no tocarme” fueron algunas de las ideas que se agolparon en mi mente ante su pregunta. Me acordé en ese momento de las fotos que me había tomado en la noche. Ante eso mi miembro se irguió completamente. Estuve tentado de enviárselas, para que supiera como había dormido. Por primera vez dudé si sería capaz de aguantar sin correrme los días que faltaban.

Desayuné un café con leche y un sándwich de jamón y queso. El café me supo a poco, comparándolo con el que había tomado en la oficina el día anterior. Maldije la capacidad de Laura de meterse en mi cabeza. Había, además, arruinando una de mis bebidas favoritas. Como si nuevamente leyera mi mente me escribió “¿disfrutaste tu desayuno o te gustó más el que te preparé yo?”

El resto de la mañana transcurrió sin mayores novedades. Después de almorzar me acosté a intentar dormir una siesta. Justo antes de atarme las manos recibí un nuevo mensaje suyo. Era una foto de una bolsa negra sin inscripciones, de la que parecía sobresalir un mango plástico también negro. “Algunas cosas que compré para jugar el lunes. Seguí portándote bien y quizás te muestre algo antes”.

Me revolví en la cama incómodo (y muy caliente) sin pegar un ojo durante aproximadamente una hora. Unos minutos antes de las tres dejé de intentar dormirme y me levanté. Todos los sábados a la tarde juego al fútbol con mis amigos y me dispuse a prepararme para este ritual. Mientras arreglaba mis cosas dudé si asistir o decir que no me sentía bien, lo cual era parcialmente cierto, pero terminé decidiéndome por ir; me vendría bien la distracción.

Estuve hecho un fantasma durante todo el partido. Aduciendo un dolor de estómago que justificaba además mi pésimo desempeño regresé a mi casa apenas terminamos, sin quedarme a compartir la habitual cerveza. Temiendo que mi pene me traicionara no quise ni bañarme en la cancha.

Compré una pizza grande antes de subir. No tenía comida y quería evitar salir de mi casa el resto del fin de semana. Aún un poco sudado me desplomé unos minutos en el sillón apenas entré. Después, con algo de dificultad, me dirigí al baño. El cansancio acumulado no fue obstáculo para mi miembro, que se extendió rápidamente en cuanto terminé de desnudarme. A diferencia del día anterior esta vez si pude bañarme con relativa normalidad.

Previo a cenar revisé mi teléfono. Tenía, como esperaba, dos mensajes de Laura “decime perrito, ¿ya pensaste cómo vas a convencerme de que te deje ir a jugar al fútbol todos sábados? Porque yo prefiero que estés conmigo adorándome, pero quizás puedas persuadirme” “ ¿o querés mejor que te castigue por dejarme abandonada”. A pesar del sudor frío que empezó a recorrerme mi pene reaccionó positivamente ante la amenaza de un castigo. Recordé el mango que sobresalía de la bolsa y me excité imaginando que era un látigo con el que me azotaría. Pensé, al notar mi estado, que la excitación acumulada estaba empezando a afectar mi cerebro.

Estaba por acostarme cuando recibí una llamada suya, la cual rechacé siguiendo sus indicaciones del día anterior. Al segundo me llegó un mensaje suyo, ordenándome que atendiera, que solo tendría que escucharla y que si no lo hacía supondría que había decidido no entregarme a ella.

– Muy bien perrito – empezó hablando despacio, aunque se notaba la excitación en su voz – Te recuerdo que no podés hablar. Quiero escuchar solo tu respiración y al oírla darme cuenta que me estás escuchando – su tono sensual llevó mi aparato a su máxima extensión y modificó el ritmo de mi respiración. Pude notar una leve sonrisa a través del teléfono – ahhhh asímmmm. Imaginar tu estado solamente oyendo el aire entrar y salir de tu cuerpo. Saber por la velocidad de tus jadeos lo caliente que estás y lo que estás aguantando. Saber que me escuchás ahhhh y que me imaginás mmmmm tocándome. Sé que ya me escuchaste masturbarme, pero mmmmm esto es distinto – respiraba ya decididamente agitado – ahora puedo compartir mi excitación con vos. ¿No soy una buena ama por hacerte parte de mi placer, perrito? – un gemido gutural escapó de mi boca – mmmmmm eso pensé – sonrió de nuevo – yo acariciando mi cuerpo desnudo y vos imaginándolo ahhhhh

– Ahhhhhh

– Mmmmmm así. Respirando agitado, con ganas de tocarte mientras te digo que estoy rozando mis tetas o las ahhhh aprieto despacio. Siento tu desesperación pero sé que vas a aguantar por mi – yo jadeaba intensamente – porque te excita mi excitación mmmmmm pero más te excita complacerme. Aún con tu entrepierna rogando por explotar vos te dedicarías a la mía si así te lo pidiera, tal como mmmmmm me imagino que lo estás ahhhhh haciendo ahora. Ya sos mío. Sino no habrías aguantando. Te habrías tocado haciendo caso a las suplicas de tu ahhhh palpitante pija– su tono de voz comenzó a elevarse y las palabras se le fueron entrecortando – pero ahhhhh sabés que ahhhhh no ahhhhh po mmmmmm podés, porque ahhmmmm entre mmmm entregaste tu mmmmm placer a mí ahh ahh ahhh mmmm. Sos mmmmn mío y solo aahhh mío.

Después de que se corriera nos quedamos cayados unos instantes, escuchando nuestras respiraciones retomar su ritmo. Todavía estaba recuperándome cuando la escuché decirme “Te voy a dar un pequeño premio por estar portándote tan bien. Hasta mañana, perrito”. El premio consistía en una fotografía de ella con una bata negra semitransparente, levemente abierta e insinuando sus pechos desnudos.

Una vez tranquilizado me dispuse ahora si a dormirme. Até nuevamente mis manos y me acosté esperando una mejor noche que la anterior. Por suerte el agotamiento físico y mental del día surtieron efecto y pude descansar, durmiendo de corrido hasta que a las 9 de la mañana me despertó una notificación de mi celular.

Era una nueva foto de ella. Esta vez de un vaso que contenía algunos mililitros de un líquido blanquecino y el mensaje “guardándote mi aditivo especial para el café, aunque creo que ambos preferimos que lo tomes fresco y directo de la fuente”. El hecho de pensar en beber su humedad desde su vagina hizo que mi ya morcillón aparato terminara de despertarse.

Repitiendo la rutina del día anterior salí a correr antes de desayunar. Esta vez estuve haciendo ejercicio cerca de media hora, pero fue suficiente para poder bañarme sin mi pene a su máximo tamaño.

El resto del domingo transcurrió en forma parecida al sábado. Laura mantenía mi excitación haciendo que pensara todo el tiempo en ella, pero sin un bombardeo constante que me hubiera saturado. Sus mensajes variaban entre fotografías sugerentes, imágenes de algunos de los elementos que había comprado y textos y audios recordándome que al otro día sería totalmente suyo.

El lunes amanecí igual que los dos días anteriores. Sin tiempo ni energía para salir a correr tuve que arreglármelas de otra manera para poder vestirme. Debido a la demora extra no llegué a desayunar, con lo que tuve que hacerlo en la oficina. Una vez acomodado me dispuse a comer. No pude evitar acordarme de Laura después del primer insípido sorbo a mi café. Ese recuerdo despertó a mi desesperado miembro, llevándolo inmediatamente a su máxima extensión.

A pesar de no recibir ninguna noticia de Laura durante la jornada laboral me fue imposible dejar de pensar en ella durante todo el día. Creo que justamente eso fue lo que me hizo tenerla presente. Supongo que era conciente de mi estado y no creyó necesario seguir recordándome que ya era suyo. Había logrado que fuera lo único que tenía en mi cabeza.

El tiempo de trabajo se me hizo eterno. A duras penas logré cumplir en forma mediocre con mis tareas. Llegada la hora de salida me retiré rápidamente sin siquiera despedirme. Cuando ingresé al subte comprendí finalmente por qué me había indicado el horario específico de las dieciocho y quince para contactarme con ella: sabía que en ese momento me encontraría viajando.

Desde algunos minutos antes tenía el celular en mi mano y cuando el reloj cambió a la hora señalada la llamé por teléfono. No me importaba si alguien me escuchaba hablar con ella ni lo que me podría hacer decir. No obtuve respuesta a mi llamada, pero inmediatamente después recibí un audio suyo “¿Qué pasa perrito?¿Tan desesperado estás por entregarte a mí o es que decidiste rendirte y no hacerlo?” Mi respuesta fue enviarle las fotos que me había tomado atado junto al texto “¿Si me hubiera rendido habría dormido así para evitar tocarme”.

Después de leer mi mensaje me llamó. Antes que pudiera decirle algo me dijo:

– En primer lugar, sabete castigado por arruinar los planes que tenía para hoy. Segundo, sabé que tu foto de perfil va a ser alguna de las que me mandaste. Tercero, ¿en cuanto tiempo podés estar atado y desnudo en tu casa?

– En aproximadamente 45 minutos ama.

– Bien. Antes que cualquier cosa necesito que me digas que sos mío.

– Soy suyo, ama – Dije tímidamente

– Más fuerte -Exigió.

– Soy suyo ama – repetí aumentando el tono de mi voz y generando que algunas personas voltearan a verme.

– Muy bien perrito. Enviame la dirección de tu casa y avisame cuando estés a punto de atarte. Tené cerca tuyo unos auriculares y algo con lo que taparte los ojos.

– Si, mi ama.

Estuve listo en menos de 40 minutos. Avisé al portero que me iba a visitar una amiga y que la dejara pasar, ya que a lo mejor no podría atenderla por estar bañándome. Dejé la llave de mi departamento debajo de una alfombra y avisé a Laura que ya estaba preparado y cómo podría ingresar a mi casa.

A los pocos minutos recibí un video suyo. Mientras este se descargaba me llegaron sus instrucciones mediante un mensaje de texto: “Perrito, quiero que te ates las manos y mires el video con los auriculares puestos y a un volumen con el que no puedas escuchar otra cosa. Vas a poner el video en reproducción automática y una vez que termines de verlo por primera vez vas a taparte los ojos y quedarte escuchándolo hasta que yo llegue”.

Lo que recibí era la filmación de la llamada telefónica del otro día. Nada más empezar a verlo mi pene, que ya estaba morcillón, terminó de ponerse duro. Verla desnuda recorrer su cuerpo con sus manos, oírla excitarse mientras me hablaba y que su calentura no le permitiera terminar las palabras y observarla convulsionar cuando explotó de placer hicieron que, junto a la excitación acumulada de los últimos días, tuviera la necesidad de eyacular, pero al no poder estimularme no pude hacerlo. Simplemente movía mi cadera arriba y abajo simulando que estaba cogiendo. Una vez que cortamos Laura empezó a tocarse despacio. Rozaba en círculos el exterior de su vagina y emitía pequeños gemiditos de placer. De a poco fue acelerando sus movimientos y apretándose una teta cada vez más fuerte. Se corrió mirando fijo a la cámara. Su expresión de lujuria casi hace que acabe sin siquiera tocarme.

Perder mi estimulación visual no me sirvió para bajar mi líbido, con lo que seguía igual de erecto mientras oía a Laura gemir y acabar continuamente. No sé cuantas veces se repitió el video hasta que sentí que una mano retiraba mis auriculares y su voz susurrarme “buenas noches perrito”. Me sacó la cobertura de mis ojos y empezó a besarme, sin dejarme verla. Mientras me besaba llevó una mano a mi tronco.

Exploté en cuanto apretó despacio la mitad de mi miembro. Si bien primero emití un gemido de placer por la potente liberación de la excitación acumulada durante los últimos días después del primer chorro solo sentía angustia. Había desobedecido su principal orden en la primera oportunidad que tuve. Casi me pongo a llorar mientras mi pene seguía escupiendo mi semilla. Al ver mi reacción Laura cambió de actitud. Me desató rápidamente y me abrazó contra su pecho. Me acarició la cabeza al tiempo que me susurraba con cariño

– Tranquilo. No importa. Está bien.

– No – dije aún alterado – no está bien. Tendría que haber aguantando.

– No me importa. Sabía que era imposible que aguantaras. El hecho que acabaras apenas te toqué me confirma que no lo hiciste durante estos días – me tomó del rostro y me hizo mirarla – y eso me importa mucho más que que te hayas corrido.

– ¿No estás enojada?

– ¿Cómo voy a estar enojada? Llegaste a tu limite. Seguramente lo superaste. Estuviste estimulado durante casi 4 días y aguantaste sin tocarte ese tiempo. Hasta te ataste para evitar hacerlo entre sueños. No. No estoy enojada. Estoy orgullosa y feliz de que hayas podido aguantar todos estos días y que lo hayas hecho solo porque yo te lo pedí – me besó con pasión – Ahora vamos a bañarnos para poder empezar como corresponde nuestra nueva vida juntos. Que estoy muy emocionada y excitada por mostrarte las cosas que planee y ver que habías aguantando solo me calentó más.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Relato erótico: “Animando a mi prima hermana, una hembra necesitada (POR GOLFO)

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MI LLEGADA

Lo que en teoría debía de haber sido una putada de las gordas, resultó ser un golpe de suerte. Un día de junio  tuve una reunión con el jefe de recursos humanos . Nada más entrar a su oficina, el muy cabrón me informó que debido a la crisis iba a haber una criba brutal en el banco y que si no quería ir a engrosar la lista del paro, tenía que aceptar un traslado. Al preguntarle a donde me tendría que desplazar, me contestó que había una vacante en la sucursal de Luarca.  Aunque sabía que eso significaba un retroceso en mi carrera, decidí aceptar porque mi madre y sus hermanos mantenían la antigua casona familiar.
“Al menos, no tendré que pagar un alquiler”, pensé. Al preguntar cuando tenía que incorporarme,  ese capullo me respondió con su peculiar tono de hijo de puta que el día uno, lo que me daba quince días para la mudanza.
Esa misma tarde, hablé con mi madre. La pobre se quedó triste al oírme pero se comprometió a hablar con mis tíos para que pudiera vivir en ella. Al poco rato, me llamó y me dijo que no había problema pero que tendría que compartir la casa con mi prima María. Al enterarme que iba a tener que vivir con ella, extrañado pregunté:
-Pero ¿mi prima no vivía en Barcelona?-.
-Eso era antes- me contestó,- se divorció hace dos años y tratando de rehacer su vida, volvió al pueblo-.
Hacía muchísimo que no la veía. María era tres años mayor que yo, y los únicos recuerdos que tenía de ella, eran su timidez y su tremendo culo. Mi primo Alberto y yo siempre habíamos fantaseado con verla desnuda pero jamás lo conseguimos. Todavía me rio al recordar cuando nos pilló escondidos en su armario y enfadadísima, nos cogió de las orejas y de esa forma nos llevó a ver a nuestro abuelo. El pobre viejo al enterarse de nuestra travesura se echó a reír en un principio, pero al ver el cabreo de su nieta no tuvo más remedio que castigarnos. Desde entonces habían pasado veinte años, por lo que mi prima debía de tener ahora unos treinta y cinco años.
“Ojala siga tan buena”, rumié mientras me trataba de consolar por la guarrada de tener que enterrarme en el pueblo, “al menos tendré un monumento que admirar al llegar a casa”.
Las dos semanas que quedaban para mi incorporación pasaron rápidamente y antes que me diese cuenta estaba camino de Luarca. Al llegar a la casa de los abuelos, María me estaba esperando. Al verla me llevé una desilusión, la estupenda quinceañera se había convertido en una mujer desaliñada y amargada. Con su pelo poblado de canas y vestida como una monja me recibió de manera amable pero distante. Nada en ella me recordaba a la cría que nos había vuelto locos de niños. Su cara era lo único que conservaba de su belleza infantil pero el rictus de amargura que destilaba, la hacían parecer una vieja prematura:
-Te he reservado la habitación de tus padres-, dijo al verme cargado de las maletas.
Desilusionado, la seguí por las escaleras. Su falda gris por debajo de las rodillas y su blusa blanca abotonada hasta el cuello, me parecieron en ese momento una  premonición de mis días en esa casa. Mecánicamente, me mostró el baño que podía usar y antes de darme tiempo a acomodar mis cosas, se sentó en una butaca y me expuso:
-Me han dicho que te vas a quedar al menos un año, por lo que creo que es conveniente dejar las cosas claras desde el principio. En esta casa se come a las dos y media y se cena a las nueve, si no vas a venir o vas a llegar tarde, hay que avisar. He abierto una cuenta en tu banco a nombre de los dos para el mantenimiento de la casa. Vamos  a ir al cincuenta por ciento, por lo que tienes que depositar quinientos euros para equilibrar lo que yo he ingresado. Todos tus caprichos los pagas tú. Y al igual que las dos habitaciones del fondo son en exclusividad mías, ésta y la contigua serán las tuyas, el resto serán de uso común. ¿Te ha quedado claro?-.
-Por supuesto, mi sargento-, respondí en broma.
Por la mirada asesina que me devolvió supe que no le había hecho gracia. La dulce cría se había vuelto una mujer huraña:
“Lo mal que debe haberle ido en su matrimonio”, me dije al ver que se iba sin despedirse.
Como no tenía nada que hacer al terminar de desembalar el equipaje, decidí dar una vuelta por el pueblo. El centro de Luarca no había cambiado nada desde que era un niño, los mismos edificios, la misma gente y sobre todo el mismo sabor a pueblo marinero que tanto me gustó esos veranos. Al ver el café Avenida, un bar al que mi abuelo solía llevarnos al salir de misa, decidí entrar y pedirme una sidra.  No llevaba diez minutos en él cuando vi llegar a un grupo de gente de mi edad montando un escándalo. Tanto los hombres como las mujeres venían con alguna copa de más, de manera que me vi marginado a una esquina de la barra. Cabreado por el escándalo, decidí volver a casa.
Al llegar, me estaba esperando en el comedor. Por suerte no había llegado tarde y por eso tras saludarla, me senté en la mesa. Contra todo pronóstico, mi prima resultó además de un encanto una estupenda cocinera. Todo estaba buenísimo y por eso al terminar y tratando de agradarla, le solté:
-Como me sigas cebando así, no me voy a ir de esta casa en años-.
María al escucharme, se soltó a llorar. Incapaz de comprender la reacción de la mujer, traté de consolarla abrazándola pero ella, levantándose de la mesa, me dijo:
-Te irás como se han ido todos los hombres de mi vida-.
Completamente alucinado, la vi marcharse. Una frase inocua había desatado una tormenta en su interior, recordándole el abandono de su marido. Sin saber qué hacer,  cogí los platos y ya en la cocina me puse a limpiarlos:
“Amargada es poco, esta tía esta de psiquiátrico”, sentencié mientras terminaba de ordenar la cocina, “lleva más de dos años sola y todavía no se ha hecho a la idea”.
Ya en mi cuarto, pude escuchar sus lamentos. Encerrada en su habitación, mi prima dejó que su angustia la dominase y durante dos horas no dejó de lamentarse por su suerte. Sabiendo que nada podía hacer, me puse los cascos y metiéndome en la cama, busqué que el sueño me impidiera seguir siendo testigo de la desazón de la mujer que dormía a unos metros.
A la mañana siguiente, María tenía el desayuno listo cuando salí de la ducha. Sus ojos hinchados eran prueba innegable que se había pasado llorando toda la noche. Al verme, me puso un café y tras darme los buenos días me pidió perdón:
-Disculpa por anoche, pero es que era la primera vez que cenaba con un hombre desde que me dejó mi marido-.
En ese momento no me percaté que se había referido a mí como un hombre y no como su primo y quitándole hierro al asunto le dije:
-No te preocupes. Ya se te pasará-.
-Eso jamás-, me gritó, -nunca podré olvidar la humillación que sentí cuando se fue con una mujer más joven-.
Mirándola, no me extrañaba que hubiese salido huyendo. María se había cambiado de ropa, pero seguía pareciendo una institutriz. Con una blusa almidonada y ancha, no se podía saber si esa mujer era plana o pechugona. Todo en ella enmascaraba su femineidad, la falda gruesa y casi hasta los tobillos podía ser el uniforme de una congregación de monjas. Sabiendo que si le decía algo se iba a enfadar, decidí callarme y al terminar de desayunar, me despedí de ella con un beso en la mejilla.
-Nos vemos a las dos-, dije mientras salía por la puerta.
Ya en la calle, me di cuenta que se había sentido incómoda por esa muestra de cariño pero soltando una carcajada, resolví que si eso la perturbaba iba a seguir haciéndolo. Durante el camino hacia el banco, no dejé de pensar en la mala fortuna que había tenido esa mujer y que siendo una belleza en su juventud, la mala experiencia de su matrimonio la había echado a perder. Ya en el trabajo, perdí toda la mañana conociendo a mi nuevo jefe y a los que iban a ser mis compañeros.
Don Mario, el director, resultó ser un viejo entrañable que viendo su jubilación cercana apenas trabajaba y se pasaba todo el día en el bar. Acostumbrado al hijo puta de José, no llevaba dos horas en esa sucursal cuando ya había comprendido que al exiliarme a ese remoto pueblo, me había hecho un favor.
“Aquí se vive bien”.
No me di cuenta del paso de las horas, de manera que me sorprendió saber que había que cerrar el banco e irnos a comer. Al llegar a casa, descubrí a mi prima limpiando de rodillas la escalera. Lo forzado de su postura me permitió percatarme que, aunque oculto, María seguía conservando el estupendo trasero de jovencita.
-No comprendo porque se tapa-, exterioricé sin darme cuenta.

-¿Has dicho algo?-, me preguntó dándose la vuelta.
Me sonrojé al pensar que me había oído y haciéndome el despistado le respondí que no.
-¿Tendrás hambre?-, me dijo poniéndose en pie, sin reparar que tenía dos botones desabrochados, lo que me permitió disfrutar de su profundo canalillo entre sus pechos. El sujetador de encaje que llevaba le quedaba chico, de manera que no solo se desbordaban sino que me dejó vislumbrar el inicio de unos pezones tan negros como apetitosos. Me vi mordisqueándolos mientras su dueña se corría entre mis brazos-
Cortado por la excitación que me produjo descubrir que esa hembra asexuada disponía de unos senos que serían la envidia de cualquier estrella del porno, le dije que me iba al baño y tras cerrar la puerta, no tuve más remedio que masturbarme pensando en ellos. Dominado por el deseo, me imaginé a esa estrecha entrando en el baño e implorando mis caricias, caminar a gatas a recoger su premio. Esa imagen tan deseada hacía veinte años, volvió con fuerza a mi mente y desparramando mi lujuria sobre el suelo del aseo, me corrí mientras pensaba en como follármela.
Al salir, la mojigata de mi prima se había vuelto a cerrar la blusa y con una sonrisa en su boca, me dijo que fuésemos a comer. Una vez en la mesa, me resultó imposible dejar de mirarla buscando en ella algo que me diera pie a un acercamiento pero, tras media hora de charla, comprendí que era absurdo y que esa tía era inaccesible. Como en el banco teníamos horario de verano después del café, decidí salir a correr un poco, porque llevaba una semana sin hacer ejercicio y sentía agarrotados mis músculos.  Aprovechando que la casa estaba en las afueras del pueblo,  recorrí durante dos horas los caminos de mi juventud, de manera que al volver a la casona, estaba empapado.
Cuando entré, mi prima estaba tranquilamente sentada leyendo en el salón.  Al levantar su mirada del libro, pude descubrir que fijó sus ojos en mi camiseta que, completamente pegada por el sudor, mostraba con claridad el efecto de largas horas en el gimnasio. Sin darse cuenta, recorrió mi cuerpo contando uno a uno los músculos de mi abdomen. Cortado por su escrutinio, le dije que me iba a duchar, ella volviendo a la novela ni siquiera me contestó. No me hizo falta, sonriendo subí por las escaleras y tras desnudarme, me duché.
“Joder con la amargada”, pensé mientras me enjabonaba, “menudo repaso me ha dado”.
Nada más terminar, fui directamente a mi habitación a vestirme. Acababa de terminar fue cuando me percaté que no había recogido la ropa sucia y que la había dejado tirada en el baño. Pensando que si entraba mi prima se iba a enfadar, decidí recogerla pero al llegar no estaba en el suelo. Comprendí al instante que ella la había cogido y avergonzado bajé al lavadero a disculparme. No tuve que tocar, la puerta estaba abierta. Ni siquiera entré desde fuera observé como María apretándola contra su cara no dejaba de olerla mientras sus manos se perdían en el interior de su falda. Mi querida prima, la puritana, completamente alterada por mi sudor, buscaba un placer vedado torturando su sexo con sus dedos. Sus gemidos me avisaron que ya estaba terminando. Impresionado por la lujuria de sus ojos, me retiré sin hacer ruido porque comprendí que si la descubría iba a sentirse humillada.
Al volver a mi cuarto, me tumbé en la cama y sin prisas me puse a planear el acoso y derribo de mi primita. De manera que cuando me llamó a cenar ya tenía el método por el cual esperaba tenerla en poco tiempo bebiendo de mi mano. Con todo ello en mi mente, me senté en mi silla y buscando el momento, esperé para preguntarle donde le parecía mejor que pusiera mis aparatos de gimnasia. Tras unos breves instantes, me contestó que la mejor ubicación era al lado del salón.
“Menuda zorra”, pensé al percatarme que desde el sillón donde había estado leyendo, iba a tener una visión perfecta de mí cuando me ejercitara. Satisfecho porque eso le venía de maravillas a mi plan, le dije que al día siguiente los montaría.
-Si quieres te ayudo después de cenar-, me contestó incapaz de contenerse.
Sabiendo que lo decía porque así desde el día siguiente iba a poder espiarme, acepté encantado, de forma que esa noche cuando me metí en la cama, la trampa estaba perfectamente instalada esperando que mi victima cayera. Y por segunda vez en el día, me masturbé pensando en ella y en cómo sería tenerla en mi poder.

EL CEBO
Los siguientes días fueron una repetición de ese día. Al llegar del trabajo comía con mi prima, tras lo cual y durante dos horas me machacaba duramente en ese gimnasio improvisado bajo la atenta mirada de María. Sabiendo que ella observaba, hacía pesas sin camiseta, de manera que poco a poco mis músculos y mi abdomen la fueron subyugando. Siempre la misma rutina, al terminar me secaba el sudor con el polo y dándole un casto beso me iba a duchar, olvidándome la ropa empapada en el baño. En todas y cada una de las ocasiones, al salir esta había desaparecido.
El jueves viendo que no paraba de mirarme, le dije:
-Porque no lees aquí y así me haces compañía-.
Asustada pero sin poder negarse, trasladó su sillón a la habitación que donde hacia ejercicio. Nada más entrar dejó el libro a un lado  y en silencio se dedicó únicamente a mirarme. Verla tan entregada, hizo que mi pene saliera de su letargo irguiéndose dentro de mi pantalón. Ella no tardó en darse cuenta, pero en vez de cortarse su cara se iluminó con la visión. Haciendo como si no me hubiese enterado, la vi morderse el labio mientras cerraba sus piernas tratando de controlar la calentura que la atenazaba. Esa tarde le di un regalo, antes de ducharme me masturbé eyaculando sobre mi pantalón corto.
Buscando ver si mi semen había cumplido su objetivo, me acerqué sin hacer ruido al lavadero. No tuve que entrar, desde la cocina escuché sus gemidos. Totalmente fuera de sí, mi primita estaba apoyada con el pico de la lavadora contra su culo mientras con la falda a media pierna introducía sus dedos en su sexo. SI esa imagen ya de por sí era cautivadora más aún fue oír como se retorcía diciendo mi nombre mientras con su lengua recogía el semen que le había dejado. Sabiendo que debía seguir forzando su deseo, me retiré sonriendo.
Durante la cena, María estaba feliz. Sus ojos tenían un brillo que no me pasó desapercibido. Al mirarme desprendía un fulgor que supe interpretar. Esa mujer amargada se había despertado, convirtiéndose en una hembra hambrienta de líbido. No me quedaba duda de que caería como fruta madura ante cualquier acercamiento por mi parte pero esa no era mi intención. Quería obligarla a dar ese paso, a que venciendo todo tipo de resentimiento o tabú, ella viniese a mí implorando que la tomara.  Era una carrera de medio fondo, no podía ni debía de acelerar el paso.
Casi en el postre, como quien no quiere la cosa, dejé caer que me dolía la espalda y que me urgía un masaje. Mis palabras fueron un torpedo contra su línea de flotación y gozando  su próxima captura, la vi debatiéndose entre el morbo de tocarme y su aprensión a que me diese cuenta que me deseaba. Durante unos minutos no dijo nada pero cuando me levantaba a dejar mi taza en el fregadero, oí que me decía:
-Si quieres  yo puedo hacértelo-.
Disimulando, le contesté que no sabía a qué se refería. Bajando su mirada, sumisamente, María me aclaró:
-El masaje-.
 -De acuerdo. ¿Te parece que mientras lavas los platos, me desnude?-, contesté sin darle importancia.
Mi prima no pudo evitar dejar caer los platos que llevaba al lavavajillas al oírme. Con el estrépito de la loza rompiéndose en mis oídos, la dejé con sus miedos mientras subía a mi cuarto.  Cuidadosamente fui preparando el escenario, completamente desnudo y tapando únicamente mi trasero con la sábana, la esperé tumbado boca abajo. Sus complejos la mantuvieron durante quince minutos dizque limpiando la cocina y por eso cuando entró crema, estaba adormilado.
Casi de puntillas, se puso a mi lado y embadurnándome con la crema, empezó a recorrer tímidamente mis hombros.  Sus manos fueron perdiendo el miedo poco a poco. La mujer tomando confianza fue bajando por mi espalda, sin parar de suspirar. Encantado con la excitación de mi prima, me mantuve con los ojos cerrados. Sus dedos apretaron mis dorsales mientras su dueña sentía como se aflojaban sus piernas. Tratando de mejorar la postura, se puso a horcajadas sobre mí con una pierna a cada lado de mi cuerpo. En lo que no reparó fue que su braga quedaba en contacto con mi piel por lo que pude comprobar que la humedad envolvía su coño. Abstraída en las sensaciones que estaba sintiendo , María ya había perdido todo reparo y furiosamente masajeaba con sus palmas mi columna.
-Más abajo-, le dije sin levantar mi cara de la almohada.
Se quedó petrificada al oírme. Durante unos instantes no supo reaccionar por lo que tuve que forzar su respuesta quitándome la sabana. Por primera vez, me veía completamente desnudo. Indecisa, fue tanteando mi espalda baja luchando contra su deseo. Mi falta de respuesta, la tranquilizó y echando más crema sobre mi piel, reinició el masaje.   No tuve que ser un genio para interpretar su respiración entrecortada. Mi prima estaba luchando contra su deseo y éste estaba venciendo. Cuando sentí que estaba a punto, dije:
-Más abajo-.
La mujer, obedeciéndome, acarició mi trasero con sus manos sin atreverse a incrementar la presión de sus dedos.
-Más fuerte-.
Con sus defensas asoladas, se apoderó de mis nalgas. Sus palmas estrujaron mis músculos mientras su dueña sentía que su corazón se desbocaba. Absolutamente entregada, empezó a llorar cuando sus dedos recorrían mi trasero. Al percatarme de su estado, tapándome le dije que había sido una gozada el masaje pero que ya estaba relajado. Ella al oírme, comprendió que le estaba dando una salida y sin levantar su mirada, se despidió dejándome solo en la cama. No tardé en escuchar a través del pasillo, sus gemidos. María dando vía libre a sus sentimientos se estaba masturbando pensando en mí.
Satisfecho, pensé:
“Y mañana más”.

LA CAPTURA
Al despertar comprendí que ese fin de semana, tenía que dedicarlo en exclusiva a mi prima. En el comedor María me esperaba envuelta con una bata. Sonreí al darme cuenta que debido a su lujuria esa mujer no había dormido apenas y por eso no había tenido tiempo a vestirse antes de levantarse a preparar el desayuno. Forzando sus defensas, le di un beso en la mejilla mientras distraídamente mi mano acariciaba su trasero. Mi prima suspiró al sentirlo pero no dijo nada.
“Que poco queda para que me pidas que te tome”, pensé mientras sorbía el café.
La mujer, completamente absorta, no dejó de mirarme. Sus ojos seguían cada uno de mis movimientos como si estuviera hipnotizada.  Si lo hubiese querido con un chasquido de mis dedos esa mujer se hubiera entregado a mí pero su sumisión debía ser plena. Aguantándome las ganas de desnudarla y tirármela ahí mismo, terminé de desayunar.
Ya me iba por la puerta cuando volviendo sobre mis pasos, puse en su regazo trescientos euros.
-¿Y esto?-, preguntó.
-Como dijiste, cada uno paga sus caprichos. Quiero que vayas a la peluquería y te arregles el pelo y al salir entres en una boutique y te compres un vestido corto con la falda por encima de las rodillas. Estoy cansado que vayas vestida como si fueses a un funeral-, le dije.
Ella intentó protestar pero no cedí:
-No quiero vivir con una vieja. Ya es hora que despiertes-, respondí mientras salía de la casa dejándola sola.
 Disfrutando de antemano de mi triunfo, camino de la oficina no dejé de planificar mis siguientes pasos, concibiendo nuevas formas de dominio sobre la pobre mujer. La propia actividad de mi trabajo evitó que siguiera comiéndome la cabeza con ella, pero aun así, cada vez que tenía un respiro, lo usé para imaginarme que se habría comprado. Por eso, al abrir la puerta de la casa que compartía con esa mujer, estaba nervioso. Quería… necesitaba comprobar si había cumplido mis órdenes.
La confirmación de su entrega llegó ataviada con un vestido tan caro como exiguo en tela. María completamente cortada, me saludó mientras con sus manos intentaba alargar el vuelo de la falda. Teñida de rubia, con un escote que quitaba la respiración y mostrando sus piernas, me preguntó que me parecía:
-Estas guapísima-, contesté maravillado por la transformación.
Era increíble, la mujer amargada había desaparecido dando paso a una mujer desinhibida que destilaba sexualidad a cada paso. No solo era bella sino el sueño de todo hombre hecho realidad. Incapaz de contenerme, le pedí que diera una vuelta para verla bien. María, con sus mejillas teñidas de rojo, se exhibió ante mis ojos.
-Tienes unos pechos preciosos-, le dije posando mi mirada en sus enormes tentaciones.
Sus pezones involuntariamente se erizaron al escuchar mi piropo, su dueña totalmente ruborizada huyó a la cocina meneando su trasero. Ya envalentonado, le solté:
-Y un culo estupendo. ¡Me encanta que lo muevas para mí!-.
Mi querida prima había sobrepasado todas mis expectativas. Cuando empecé a seducirla no sabía el pedazo de mujer que se escondía debajo de ese disfraz. Lo había hecho por el morbo de tirarme al amor platónico de mi niñez pero ahora necesitaba poseerla por ella misma. Era tanta mi calentura que, durante la comida, no pude dejar de recrearme en sus curvas.
“Está buenísima”, reconocí al sentir que mi miembro pedía lo que mi cerebro retenía. “No sé si voy a poder aguantar no saltarle encima antes de tiempo”, pensé y  tratando de calmarme, le pregunté cómo estaba:
-Hoy es el primer día que no he pensado en mi ex marido-, me confesó con alegría, -tenías razón, tengo que pasar página-.
 Satisfecho con su respuesta, me levanté de la mesa y subiendo las escaleras me fui a cambiar. Al entrar al gimnasio, María me esperaba sentada en su asiento. Supe que estaba excitada al comprobar que, bajo la blusa, sus pezones la traicionaban. Meditando que hacer, me empecé a ejercitar bajo su atento examen. En un momento dado al mirarla vi que bajo el vestido, la mujer se había puesto un coqueto tanga y sin cortarme le dije:
-Me encanta verte las piernas pero más aún esas bragas rojas que llevas-.
Completamente avergonzada, cerró sus piernas diciéndome que no se había dado cuenta. Entonces echando un órdago, dije:
-Abre las piernas, te he dicho que me gusta verlas-.
Se quedó perpleja al oírme pero venciendo su vergüenza, fue separando sus rodillas sin ser capaz de mirarme. Cubriendo otra etapa de mi plan, fijé mi mirada en su entrepierna mientras mi prima se agarraba a los brazos del sillón para evitar tocarse. Que la mirase tan fijamente además de incomodarla, la estaba excitando. Su tanga se fue tiñendo de oscuro por la humedad que brotaba de su sexo. Al percatarme que estaba empapada y que se mordía los labios tratando de no demostrar el ardor que se le estaba acumulando entre las piernas, busqué sus límites diciendo:
-Tócate para mí-.
 María me fulminó con la mirada  indignada pero al comprobar que no cejaba en mi repaso y que iba en serio, se puso nerviosa luchando en su interior su razón contra la tensión almacenada en su sexo. Al fin venció su lujuria y con lágrimas en los ojos, metió sus dedos bajo el tanga y empezó a masturbarse. Su sometimiento era suficiente y dejando que se liberara en privado, salí de la habitación diciendo:
-Voy a ducharme, luego te llamo para que me ayudes a secarme-.
Sin esperar su respuesta, la dejé rumiando su calentura. Al entrar al baño, lo primero que hice fue descargar su ración de semen sobre mi pantalón para que cuando ella viniera a mí, ya estuviera dispuesta sobre la tela. Tranquilamente bajo el chorro, me enjaboné mientras mi mente volaba tratando de averiguar si esa noche sería su claudicación. El sonido de la puerta abriéndose, me confirmó que mi presa se había enredado en la red que había tejido. Solo la mampara me separaba de la pobre mujer.  Ahondando en su entrega, corrí la pantalla para que me viese desnudo. Sentada en el váter y estrujando mi ropa con sus manos, devoró con la mirada mi cuerpo. Su expresión desolada no hizo más que incrementar mi lujuria e impúdicamente, me di la vuelta para que viese mi pene en su máxima expresión. Avergonzada se intentó tapar la cara con mi pantalón la cara sin darse cuenta que mi semen iba a entrar en contacto con su boca.  Al sentir su sabor recorriendo sus labios, huyó del baño llevándose su regalo con ella.
Solté una carcajada al verla huir a descargar su excitación y gritando, le ordené:
-En cinco minutos, te quiero aquí-.
Acababa de cerrar el agua cuando volvió. Al regresar, ella misma había claudicado y sin esperar a que lo hiciera, le pedí que me acercara la toalla. De pie y desnudo aguardé a que me secara. Su sofoco era total, sin poder sostener mi mirada, mi prima fue retirando el agua de mi cuerpo mientras su sexo se mojaba. Al llegar a mi pene, le quité la toalla y levantándole la cara, le dije:
-¿Estaba hoy tan rico como ayer?-.
Tras unos momentos de turbación, me respondió sollozando que sí. Buscando derribar uno de sus últimos tabús, la tranquilicé acariciándole el pelo. Ella me miró con los ojos aún poblados de lágrimas y me preguntó:
-¿Desde cuándo lo sabes?-.
-Desde el primer día-.
Sus piernas se doblaron y sentándose en la taza, estalló a llorar exteriorizando su vergüenza. Anudándome la toalla, la levanté y entrando al trapo, le sonsaqué si se había corrido.
-Si-, me respondió.
Al escuchar su rendición, le dije:
-Dame tus bragas y así estaremos en paz-.
Incapaz de negarse, se las quitó y esperó a ver que iba a hacer con ellas. Nada más cogerlas, me las llevé a la nariz. El aroma a mujer inundó mis papilas y sabiendo que ella lo necesitaba, con mi lengua saboreé su flujo. Maria tuvo que cerrar sus piernas para no desvelar su deseo, momento que aproveché para decirle:
-Vamos a hacer un trato: Yo, todas las tardes te haré un regalo y en compensación, tú por las mañanas deberás entregarme la ropa interior que hayas usado durante la noche-.
 

Todavía abochornada, vio que era justo y que de esa manera éramos los dos, los que íbamos a compartir ese fetiche por lo que sonriendo me dio la mano sellando el acuerdo. Al verla irse meneando sus caderas, comprendí que podía ser cuestión de horas que ese portento acudiera a mí. Silbando mi triunfo, me vestí y poniendo su tanga en el bolsillo de mi chaqueta a modo de pañuelo, busqué a mi prima. La encontré en el salón, tarareando una canción mientras barría. Al fijarme en ella, me percaté que se la veía feliz. El saber que no solo no me había enfadado sino que era cómplice de su fantasía, la liberó. Cuando me vio, paró de cantar y regalándome una sonrisa, me preguntó a donde iba:

-Te equivocas primita, adonde vamos-, le respondí cogiéndola de la mano.
Muerta de risa, me pidió unos minutos para ponerse unas bragas. Pero cogiéndola en volandas, se lo prohibí y sin que pudiera hacer nada para evitarlo, la metí en el coche.
-¡Estás loco!-, me dijo abrochándose el cinturón, -la gente se va a dar cuenta de que no llevo nada debajo-.
-Te equivocas, solo tú y yo sabremos que tu tanga está en mi solapa-.
Sorprendida me miró la chaqueta porque hasta entonces no se había enterado de mi diablura y soltando una carcajada, me insultó diciendo:
-Además de cabrón, eres un pervertido-.
-Si-, respondí, -pero no te olvides que soy TU pervertido-.
Lejos de enfadarse, me devolvió una sonrisa mientras ponía en la radio un cd de los secretos. Por primera vez en dos años, María estaba contenta y sabiendo que no debía forzar la máquina decidí salir del pueblo y dirigirme hacia Puerto de Vega.  Durante los quince minutos que nos tomó llegar a esa población, no paré de decirle lo buenísima que estaba y lo tonta que había sido enterrándose en vida. Ella sin dejar de sonreír, me miró diciendo:
-Tienes toda la razón, pero gracias a ti he salido de mi encierro-.
Viendo que se ponía cursi, paré el coche y tomándola de los brazos, le dije:
-Yo estaré siempre ahí cuando me necesites, pero ahora es el momento que te liberes-.
-Te tomo la palabra-, me contestó y cambiando de tema, me preguntó a dónde íbamos. 
Al decirle que al bar Chicote, protestó diciendo que estaba en el muelle y que de seguro iba a estar atestado.
-Por eso-, respondí,-quiero que te sientas observada-.
-Capullo-.
-Zorra-.
-Sí, pero no te olvides que soy TU zorra-, me contestó usando mis mismas palabras mientras una de sus manos acariciaba mi pierna,
Al salir del coche, sus ojos brillaban por la excitación y sin quejarse me dio la mano, mientras entrabamos al local. Como había predicho, El Chicote estaba lleno por lo que tardamos unos minutos en llegar a la barra. Al preguntarle que quería, me dijo que un cubata porque necesitaba algo fuerte para pasar el trago.
-¿Tan mal te sientes?-, le contesté preocupado. 
-¡Que va!, lo que ocurre es que estoy empapada. Siento que todos saben que voy sin bragas y me encanta-.
-Pues disfruta-, le dije pasando mi mano por su trasero.
Al notar mi caricia, se pegó a mí diciendo:
-¡No seas malo!. Si me tocas,  voy a terminar corriéndome, y ¡no es eso lo que quieres!-.
-Todavía no. Querré que te corras el día que vengas a mí, de rodillas y pidiéndome que te tome. Ese día, me olvidaré que eres mi prima y te convertiré en mi mujer-.
Satisfecha con mi declaración de intenciones, pegando su pubis a mi entrepierna, me susurró al oído:
-¿Tiene que ser de día?, ¿no puede ser de noche?-.
-Estoy creando un monstruo-, le dije mientras  disimuladamente apretaba uno de sus pechos. –A este paso, te vas a convertir en una puta-.
-Ya te dije, si lo hago será tu culpa y yo, TU puta-.
Las siguientes dos horas fueron un combate de insinuaciones y caricias. María se lo estaba pasando en grande, retándome con la mirada mientras se exhibía ante la concurrencia. No paró de bailar ni de beber y ya un poco achispada, me pidió que nos retiráramos a  casa. En el coche, le pregunté si se sentía bien, a lo que me respondió que sí aunque un poco borracha. Fue entonces cuando me fijé que se le había subido la falda y que desde mi posición podía ver el inicio de su pubis. Mi sexo reaccionó saliendo de su modorra y solo el pantalón evitó que se irguiera por completo. Ella se dio cuenta y sonriendo me dijo si tenía algún problema.
-Yo no le respondí sino el camionero-, le respondí al percatarme que el conductor del tráiler que teníamos a la derecha en el semáforo, estaba disfrutando de una visión aún mejor que la mía, -o bien te bajas la falda, o te la subes para que el pobre hombre no sufra un tirón en su cuello-.
Mi prima se giró a ver a quien me refería y al ver la cara del buen hombre, riendo se subió el vestido y abriéndose de piernas, le mostró lo que  el tipo quería ver. No satisfecha con la cara de sorpresa, mojó uno de sus dedos en su sexo y descaradamente se lo chupó mientras le guiñaba un ojo. El camionero, tocando la bocina, agradeció a su manera el regalo recibido pero el objeto de su lujuria se había olvidado de él y mirándome, se destornillaba de risa en su asiento.
-¡Qué bruta estoy!-, me confesó al parar de reír.
-Por mí, no te cortes, si necesitas hacerlo -, respondí enfilando la carretera.
Poniendo cara de niña buena, me dijo que no sabía a qué me refería. Comprendí al instante, que quería que yo le ordenase por lo que prestando atención al camino, le dije:
-Quiero que te toques para mí-.
No se hizo de rogar, y bajando su mano por su pecho, pellizcó sus pezones mientras bromeando no paraba de maullar. Mirándola de reojo, observé como separaba sus rodillas y abriendo sus labios, me pedía permiso con sus ojos:
-¡Hazlo!-.
Mi orden desencadenó su deseo y sin prisa pero sin pausa, recorrió los pliegues de su sexo para concentrar toda la calentura que la dominaba en su entrepierna. Atónito presté atención a cómo con furia empezó a torturar su clítoris. Era alucinante verla restregándose sobre el asiento mientras con la otra mano se acariciaba los pechos. Los gemidos de mi prima no tardaron en acallar la canción de la radio y liberando sus miedos, se corrió sobre la tapicería.  Al terminar, pegándose su cuerpo al mío, me dio un beso mientras decía:
-Gracias, lo necesitaba-.
Asumiendo mi victoria, aparqué en el jardín y abriendo su puerta, le dije:
-La señora ha llegado sana, salva y empapada a casa-.
Soltó una carcajada al oír mi ocurrencia y meneando descaradamente su trasero, subió por las escaleras de la entrada principal. Al llegar al rellano, se dio la vuelta y plantándome un beso en los morros, me confesó que nunca en su vida se había sentido tan libre y que todo me lo debía a mí. No me quedó ninguna duda que mi prima buscaba con ese beso que le hiciera el amor pero sabiendo que necesitaba su entrega total, dándole un cachete en su culo desnudo le dije que era hora de irnos a dormir. Poniendo un puchero, se dio la vuelta y sin despedirse se fue a su cuarto.
No había acabado de desnudarme, cuando la vi aparecer por la puerta de mi habitación. Se había cambiado y volvía envuelta en un picardías transparente que no dejaba ningún resto a la imaginación. Sus pechos con sus negras aureolas y su pubis perfectamente recortado eran visibles a primera vista. Sabía a qué venía pero haciéndome el duro le pregunté qué quería. Como única respuesta, María deslizó los tirantes de su combinación y dejándola caer se quedó desnuda de pie, mirándome. Sin hacerla caso me tumbé y poniendo cara de extrañeza, dije:
-Algo más, ¡eso no es suficiente!-.

Comprendiendo a que me refería, se arrodilló y a gatas vino a mi lado, ronroneando de deseo al hacerlo. Lejos de parecer una gatita, mi prima me recordó a una pantera al acecho de  una presa, la cual se encontraba tumbada e indefensa en la cama. Al llegar hasta mí, restregó su cabeza contra mi brazo y poniendo voz dulce, susurró a mi oído:
-Esta cachorrita abandonada necesita un dueño. Tiene hambre y frio y las noches son muy largas-.
-Pobrecilla-, le contesté siguiendo la broma. -No comprendo cómo siendo tan hermosa no ha conseguido todavía a alguien que la mime-.
Mi prima se metió entre mis sábanas al sentir mi mano recorriendo sus pechos. Pegando su cuerpo, me besó mientras se restregaba buscando calmar la calentura que la dominaba. Al sentir que buscaba introducir mi pene en su sexo, la separé diciendo:
-Déjame a mí-.
Tenía a mi disposición el cuerpo que me había subyugado desde niño y no quería desaprovechar la oportunidad de disfrutar de él. Por eso colocándola frente a mí, fui besando y mordiendo su cuello con lentitud. La increíble belleza de sus pechos que me habían vuelto loco al regresar a Luarca, se me antojó aún más codiciada al percatarme que sus pezones esperaban erectos mis mimos. Acercando mi lengua a ellos, jugué con los bordes de su aureola antes de introducírmela en la boca. Satisfecho, escuché a mi prima suspirar cuando sin importarme que fuera moral o no, mamé de sus tesoros. María supo que tenía que permanecer inmóvil, deseaba sentirse mujer otra vez y mis caricias lo estaban consiguiendo.
No contento con ello, fui bajando por su cuerpo sin dejar de pellizcar sus pezones. La mujer al sentir que me aproximaba a su sexo, abrió sus piernas. Verla tan dispuesta, me maravilló y dejando un rastro húmedo, mi boca se entretuvo en la antesala de su pubis, mientras ella no dejaba de suspirar. Mi pene ya se encontraba a la máxima extensión cuando probé por vez primera su flujo directamente de su sexo. No me había apoderado de su clítoris cuando de su interior brotó un río ardiente de deseo. Llorando me informó que no podía más y que necesitaba ser tomada. Sonreí al oírla y haciendo caso omiso a sus ruegos, me dedique a mordisquear su botón mientras mis dedos se introducían en su vulva. Como si hubiese dado el banderazo de salida, el cuerpo de María empezó a convulsionar al apreciar los primeros síntomas del orgasmo. Convencido que de esa primera noche iba a depender que esa mujer se rindiera a mí, busqué su placer con mi lengua y bebiendo su lujuria prologué su climax mientras ella se retorcía entre mis brazos.
-No es posible-, sollozó al comprobar que se corría sin pausa dejando una húmeda mancha sobre las sabanas. -Te necesito-, gritó cogiendo mi cabeza y pegándola a su sexo.
Durante un cuarto de hora, no solté mi presa. Yendo de un orgasmo a otro sin descansar, mi prima se deshizo de todos sus tabúes y disfrutando por fin, cayó rendida a mis pies. Satisfecho me incorporé y besándola le pregunté si se arrepentía de haber cedido a su deseo:
-No-, me contestó con una sonrisa, -de lo que me arrepiento es de no haberlo hecho antes-.
Fue entonces cuando decidí formalizar su sumisión y pasando mi mano por su trasero, le di un azote mientras le ordenaba darse la vuelta. Incapaz de desobedecerme se tumbó boca abajo sin saber que era lo que quería hacerle. Sin pedirle permiso, separé sus nalgas para descubrir un esfínter rosado. Cogiendo con mi mano parte de su flujo, fui toqueteándolo ante su mirada alucinada. Se notaba que su ex nunca había hecho uso de él y saber que iba a ser yo el primero, me terminó de calentar.
-Tráete crema-, ordené a mi prima.
Dominada por la lujuria, María corrió a su baño y en breves instantes volvió con un bote de nívea entre sus manos. Sin tenérselo que recordar se puso a cuatro patas y abriendo sus dos cachetes, me demostró su obediencia. Con mis dedos llenos de crema, acaricié su esfínter mientras ella esperaba expectante mis maniobras. Buscando que fuese placentera su primera vez, introduje un dedo en su interior.
-¡Que gusto!-, gimió al sentir horadado su agujero.
Me sorprendió comprobar lo relajada que estaba y por eso casi sin pausa. Metí el segundo sin dejar de moverlo. Poco a poco, se fue dilatando mientras ella no dejaba de declamar el placer que la invadía. Comprendiendo que estaba dispuesta, embadurné mi pene y posando mi glande en su entrada, le pregunté si estaba lista.  Durante unos segundos dudó, pero entonces echándose hacia atrás se fue empalando lentamente sin quejarse. La lentitud con la que se introdujo toda mi extensión en su interior, me permitió sentir cada una de las rugosidades de su ano al ser desvirgado por mi pene. Solo cuando sintió la base de mi sexo chocando con sus nalgas, me pidió que la dejara acostumbrarse a esa invasión. Haciendo tiempo, cogí sus pechos entre mis manos y pellizcando sus pezones, le pedí que se masturbara.
No hizo falta que se lo repitiera dos veces, bajando su mano, empezó a acariciar su entrepierna a la par que empezaba a moverse. Moviendo sus caderas y sin sacar el intruso de sus entrañas, la mujer fue incrementando sus movimientos hasta que ya completamente relajada, me pidió que empezara. Cuidadosamente en un principio fui sacando y metiendo mi pene de su interior mientras ella no paraba de rozar su clítoris con sus dedos. Sus suspiros se fueron convirtiendo en gemidos y los gemidos en gritos de placer al sentir que incrementaba la velocidad de mis embestidas. Al cabo de unos minutos, mi presa totalmente entregada me pedía que   acrecentara el ritmo sin dejar de exteriorizar el goce que estaba experimentando.
Al percatarme que estaba completamente dilatada y que podía forzar mis estocadas, puse mis manos en sus hombros y atrayéndola hacía mí, la penetré sin contemplaciones. Completamente alucinada por el nuevo tipo de placer, María chilló a sentir que se volvía a correr y soltando una carcajada, me pidió que no parara:
-¿Te gusta putita?-, le dije dando un azote en su trasero.
-Me enloquece-, contestó al sentir el calor de mi golpe.
Percibiendo que mi azote había espoleado aún más su ardor, fui alternando mis acometidas con sonoras caricias a sus nalgas. Ella berreando me rogó que siguiera y como poseída, mordió la almohada levantando su trasero. Su enésimo orgasmo coincidió con el mío y rellenando su interior con mi simiente, me desplomé a su lado.
Exhaustos nos besamos y sin dejar de acariciarme, María esperó a que descansara, tras lo cual pasando su mano por mi pelo, me dijo:
 

-Tu cachorrita tiene el culo calentito pero sigue teniendo sed-.

Solté una carcajada al oírla al comprender que quería tomar de su envase original la blanca simiente de su liberación.

 
 

Relato erótico: “Un día de huelga” (POR DOCTORBP)

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Estaba inquieta. Llevaba tiempo dándole vueltas a este día, un día de huelga. Para Miriam llegaba tarde. A pesar de estar en contra de las cosas que estaban sucediendo últimamente consideraba que este movimiento no era más que un paripé y que la huelga debería haberse celebrado mucho antes, cuando aún era posible hacer cosas. Ahora, no tenía sentido.

Así, había decidido ir a currar a su puesto de trabajo, impasible ante posibles presiones que intentaran disuadirla. No obstante, no podía evitar cierto temor por los más que probables piquetes que la esperarían a ella y otros compañeros a la entrada de las oficinas.

Por suerte, pensó, la empresa había dispuesto de autocares que conducirían a los empleados hasta la seguridad del interior del edificio, evitando una confrontación directa con las masas que intentaran detenerlos. Pero, aún así, el nerviosismo que le provocaba aquel hormigueo en el estómago era inevitable.

Mientras se arreglaba pensaba en todas y cada una de las idas y venidas que le había dado al asunto durante la última semana y más se convencía de que iría a trabajar. A pesar del temor, era una mujer valiente, íntegra y no la iban a disuadir de sus ideas por unas simples amenazas. Pensaba en los piquetes y en sus malas artes para tratar que la gente no acudiera a sus puestos de trabajo. Más que piquetes informativos los llamaría piquetes agresivos. Se rió para sus adentros.

Una vez en el autocar que la conducía al trabajo, Miriam se encontró con el resto de compañeros que habían decidido acudir a su jornada laboral. Algunos de ellos, como Miriam, tenían claro que la huelga no tenía ningún sentido, era tardía y no conseguiría nada más que aplacar el malestar general de aquellos a los que no les daba la cabeza para más y pensaban que esta maniobra podía tener cualquier tipo de consecuencias. Nada más lejos de la realidad. Además, comprobó que no era la única a la que los piquetes le imponían respeto. Los había visto en acción en tiempos pasados y la verdad es que eran bastante contundentes en sus formas.

A medida que se acercaban a su destino, empezaron a oír la algarabía que la masa sindical formaba en las cercanías de las oficinas. Por suerte, habían habilitado una especie de pasillo cercado con vallas para que los autocares pudieran pasar alejados de la muchedumbre que pretendía detenerlos.

Al encarar la recta final, Miriam comenzó a divisar, a lo lejos, la cuantiosa multitud que los esperaba con pancartas, megáfonos y numerosos cánticos y lemas en contra de lo que ellos pensaban era una deshonra, ir a trabajar en ese día.

A medida que se acercaban, la intranquila mujer pudo divisar a compañeros y/o conocidos que la increpaban desde la prudencial lejanía. Su corazón empezó a palpitar con fuerza, dolida ante la incomprensión que le suponía la situación. Compañeros con los que ayer hablaba amistosamente, ahora la insultaban simplemente por no ejercer su derecho a huelga. Los rostros desencajados, llenos de rabia, le provocaban un malestar inusitado que alcanzó su máximo esplendor cuando vio a Cosme, su mejor amigo dentro de la empresa, entre el gentío.

Cosme era un chico adorable, un trozo de pan y trataba a Miriam como una reina. Ambos se llevaban muy bien, tenían cierta complicidad y en los últimos años, como compañeros de trabajo, habían llegado a entablar una muy buena amistad. Y precisamente por eso a ella le dolió tanto verlo a través del cristal del autocar, con la misma cara de odio que el resto de compañeros que lo secundaban, increpando a los integrantes del vehículo, compañeros que habían decidido ir a trabajar.

Miriam se lo quedó mirando y, por un instante, le dio la sensación que ambas miradas se cruzaban y ella, pudorosa, retiró la vista rápidamente sin tiempo a saber a ciencia cierta si él la había reconocido. Aunque la distancia era considerable y no debía ser fácil ver el interior del autocar, ella tuvo la impresión de que Cosme la había divisado y, aún así, había seguido con sus gritos y vítores en contra de ella y el resto que pensaba como ella. Se sintió dolida, apenada.

Una vez en el interior del edificio, no cesaron los comentarios sobre lo ocurrido, disertando sobre las personas que habían visto, dando su opinión sobre la huelga y los motivos y consecuencias de la misma, etc. Miriam se centró más en sus compañeros, en cómo era posible que hoy la insultara alguien a quien ayer saludada cordialmente y quien, seguramente, mañana le hablaría como si nada hubiera pasado.

No fue hasta bien avanzada la mañana cuando la gente comenzó a trabajar como si de otro día cualquiera se tratara. Aún así, la falta de muchos de sus compañeros se notaba. El ambiente enrarecido, el volumen de trabajo liviano, el escaso ruido ambiente… mas Miriam sí tenía faena acumulada y no precisamente por su culpa.

Ninguno de sus compañeros le llegaba a la suela de los zapatos. A pesar de estar al mismo nivel en cuanto a sueldo y categoría, Miriam tenía mucha mayor responsabilidad, llevando temas que no se le presuponían por su cargo pero para los que estaba sobradamente capacitada. Además, se encargaba de ayudar a compañeros que no eran capaces de sacar su trabajo adelante, por mucho más simple que fuera. Tampoco hacía ascos a enseñarles una y otra vez cosas que directamente no entendían u olvidaban tarde o temprano para volver a preguntarle lo mismo nuevamente. Miriam estaba quemada y un día de parón le habría venido divinamente para desconectar, pero no se lo podía permitir. Ni sus ideales ni su bolsillo.

Miriam vivía en pareja y, aunque no les faltaba el dinero, tampoco se podía permitir dejar de cobrar un día sin más. Tenían lo justo para vivir bien, pero en ningún caso podían derrochar o dejar de mirar por el dinero. Y ese era otro de los motivos por los que había decidido no hacer huelga. Aunque parezca una contradicción, lo poco que cobraba por lo bien que hacía su trabajo, era un motivo para no ir a la huelga, aunque en ella se luchara contra casos como el suyo.

Pasada la media mañana, Miriam pudo respirar más tranquilamente. Había avanzado bastante faena y los pocos compañeros de su departamento que habían ido a trabajar estaban lo suficientemente ociosos como para no molestarla demasiado. En un momento de relax le vino a la mente lo acaecido durante la llegada a las oficinas. Visualizó el rostro desencajado de Cosme y luego recordó momentos vividos con él.

Cosme no trabajaba en el mismo departamento que ella. Se habían conocido puesto que él era informático y, durante un tiempo, fue el encargado de solventar los problemas del PC de Miriam cuando se quejaba de algún nefasto incidente informático. El chico, aunque tímido, era muy amable y a Miriam le pareció sumamente agradable. Tras una avería más grave de lo normal en la que estuvieron en contacto más tiempo del habitual, hablando por teléfono y conversando mientras él desarrollaba su trabajo, se hicieron amigos. Cosme comenzó a soltarse y abrirse más, bromeando con Miriam y comenzaron a enviarse mails simplemente para saludarse o para contarse cosas que nada tenían que ver con el trabajo. Si llevaban tiempo sin verse, uno u otro se desplazaba y hacía una visita de cortesía al puesto del otro y así fueron intimando más y más hasta convertirse en los grandes amigos que ahora eran.

Envuelta en sus pensamientos, se sorprendió al escuchar la voz del indeseable de su jefe. Si Cosme era un trozo de pan, Iván, su responsable, era todo lo contrario. Miriam no lo soportaba. A parte de lo ninguneada que la tenía y de las muchas deficiencias profesionalmente hablando que mostraba, era mala persona. O eso creía ella.

-Primero de todo quería agradeceros el esfuerzo que habéis hecho por venir. Sé que no es agradable ver a vuestros compañeros increpándoos por algo a lo que tenéis derecho, a venir a trabajar, igual que ellos tienen derecho a hacer huelga. Sin duda hay gente que no lo entiende correctamente. Los piquetes, que aparentemente tanto saben sobre nuestros derechos, tendrían que aprender que el poder acceder a nuestro puesto de trabajo es uno de ellos. Hay que respetar las decisiones de los demás y entender que el derecho no es una obligación. Y que conste que no me inclino hacia una u otra postura, simplemente digo que ambas deberían poder ejercerse con total libertad. Entiendo que los que habéis venido es porque no entendéis esta huelga tan tardía – y, tras una pausa en la que buscó la complicidad de alguno de sus empleados sin encontrarla, bromeó: – Ya somos 2 – y sonrió provocando las risas de algunos trabajadores.

Miriam estaba asombrada escuchando aquel pequeño discurso. Aunque no se rió de la triste broma de su jefe, se sintió extrañamente respaldada por sus palabras que reflejaban bastante fielmente su manera de pensar al respecto. Su jefe acababa de impresionarla gratamente, algo que jamás pensó que pudiera suceder, y se sorprendió a sí misma sonriendo y aún se sorprendió más al ver que Iván la miraba y le devolvía la sonrisa. Miriam se quería morir y apartó rápidamente la vista borrando su sonrisa y dejando un semblante duro mientras el resto de la oficina le hacía la pelota a Iván riéndole la gracia.

El mediodía llegó y Miriam, junto con unas compañeras, se dispuso a marchar a comer. Antes de hacerlo estuvieron discutiendo largo y tendido sobre dónde ir. No les apetecía demasiado enfrentarse con los piquetes que pudieran quedar custodiando las salidas de las oficinas, pero no tenían más remedio que salir fuera a comer. Por suerte, las palabras de Iván habían subido la moral de los trabajadores que se veían con más ánimo de hacer frente a los equivocados compañeros que fuera pudieran increparlos. Y Miriam era del mismo parecer, sentía que su jefe le había insuflado el poco valor que le faltaba para afrontar la salida sin problemas.

Por suerte, las noticias que llegaban del exterior es que a esas horas no había demasiados problemas para salir. Otros compañeros que lo habían hecho antes no se habían encontrado con demasiados sindicalistas, cosa que terminó por convencer al grupo para salir a comer. No obstante, decidieron marchar por una de las puertas de atrás e ir a un restaurante que se encontraba a pocos minutos de allí andando tras confirmar, mediante llamada telefónica, que estaba abierto.

Mientras iban comentando el mono tema del día salieron a la calle y allí se encontraron con uno de los sindicalistas ataviado con todo el arsenal del buen piquete. Se trataba de Guillermo, el pervertido compañero de Miriam.

El grupo, envalentonado por la superioridad numérica, se encaró con el solitario piquete mientras Miriam recordaba el mucho asco que le tenía. Guillermo llevaba poco tiempo en la empresa y, al entrar, se sentó justo en frente de ella. Era un hombre mayor, cercano a los 50 años, un viejo verde que no dejaba de mirar a la preciosa mujer, unos 20 años más joven, que se sentaba en frente. Guillermo no era precisamente discreto y Miriam odiaba aquellas lascivas miradas que eran continuas desde el primer día. Cuando sentía su mirada le provocaba un asco y rabia desorbitada, hasta el punto de haber deseado clavarle un bolígrafo en el ojo. Lógicamente jamás lo hizo con lo que el hombre se sintió libre de seguir, día tras día, desnudándola con la mirada. Miriam consideraba que era un pervertido, pero procuraba evitar pensar lo que podía llegar a hacer más allá de eso.

El hombre ahora parecía cohibido ante las recriminaciones del grupo que se disponía a ir a comer, pero cuando Miriam pareció despertar de sus pensamientos, descubrió la mirada lasciva que durante toda la jornada de trabajo la devorada, clavada nuevamente en ella. El odio se apoderó de ella y se unió a los gritos contra el hombre que en ningún momento les había dicho nada.

Tras el desagradable incidente, el grupo llegó al restaurante. La comida fue amena a pesar del tema de conversación del cual Miriam comenzaba a cansarse. Lo peor es que esto mismo que estaba oyendo una y otra vez tendría que volver a oírlo en casa con su novio, por teléfono con sus padres o comentarlo por internet con los amigos. Empezaba a estar saturada.

Cuando terminaron de comer y de pagar se dispusieron a volver al trabajo. El grupo estaba más tranquilo que antes de salir y parecía haber olvidado que los piquetes podían estar nuevamente esperándolos. De ese modo, nadie se preocupó cuando Miriam se disculpó volviendo al restaurante para comprar tabaco. Ella misma, despreocupada, indicó al resto que fueran tirando, que en seguida los alcanzaba y el resto no le dio mayor importancia, dejando que su compañera fuera sola al restaurante para luego volver a las oficinas sin ninguna compañía.

Miriam se percató de lo imprudente que había sido cuando volvía con el tabaco y se acercaba a la entrada trasera por la que habían salido. Sus nervios volvieron a emerger pensando que el número de piquetes podía haber aumentado. Se tranquilizó pensando que si sus compañeras habían seguido sin esperar ni avisarla es que no se habían encontrado follón. De todos modos, pensar en volver a encontrarse con Guillermo no era lo más tranquilizador que se podía desear. Ni tan solo el grato recuerdo de las palabras de su superior servía para desechar el asco que el viejo verde le provocaba. Y cuando lo vio se temió lo peor.

Efectivamente no había follón. El hombre seguía estando solo, pero esta vez, junto a la pancarta y el megáfono que llevaba en las manos, el tío se había colocado un pasamontañas provocando el terror en la asustada mujer que, a pesar de todo, decidió no dejarse impresionar y acceder a su puesto de trabajo ignorando a aquel energúmeno.

-¿Dónde te crees que vas? – le dijo la extraña voz distorsionada por la tela del pasamontañas que ocultaba el rostro del piquete. Miriam lo ignoró – ¿Te he preguntado que a dónde te crees que vas? – alzó la voz, pero siguió sin recibir contestación de Miriam que ya lo había rebasado y estaba un par de metros alejada del encapuchado.

El hombre reaccionó en un gesto rápido acercándose a la mujer y sujetándola del brazo.

-¡Te he dicho que a dónde vas!

Miriam sintió el tirón del brazo parándola en seco obligándola a girarse, quedando su indolente mirada en frente de los ojos de su compañero. No dijo nada.

-Ya no eres tan valiente, eh… ahora que estás sola ya no eres tan valiente… – le soltó con sorna, incitándola…

-Voy a trabajar – reaccionó por fin – ¿me dejas? – le insinuó mirando la mano que aún la retenía.

-Estás muy equivocada si crees que esta tarde vas a entrar ahí dentro… – le respondió con rabia, alzando la mirada por encima de Miriam, divisando la entrada a las oficinas que estaba tan cercana.

-¿Y cómo cojones crees que me lo vas a impedir? – comenzó a sulfurarse.

La reacción de la chica pareció sacar de sus casillas al hombre que la retenía. Sabía perfectamente el carácter que tenía Miriam y no quería que se creciera. Quería que la obedeciera.

-¿Qué te parece así? – le soltó un cachete en la cara.

Miriam no se lo esperaba. Aunque no le dolió físicamente sí que lo hizo interiormente. ¿Quién coño se creía el puto Guillermo para ponerle la mano encima? Ni él ni nadie tenía ningún derecho a hacer aquello. Le sacó de sus casillas por un instante, pero intentó tranquilizarse y controlar la situación.

-Si me vuelves a poner una mano encima, te jodo la vida – le amenazó con aire chulesco, de superioridad. No necesitaba las alentadoras palabras de Iván para sentirse superior al desgraciado de Guillermo – Es más, te vas a arrepentir de esto…

El hombre parecía dubitativo. Pensó que la torta tal vez no había sido la mejor idea. Había provocado justo lo contrario de lo que pretendía. Miriam parecía tan altiva e imponente, segura de sí misma, que temía realmente por él, por su puesto de trabajo, su familia… todo lo que ella pudiera hacer para joderle.

-No tendré que volver a pegarte si me haces caso – dijo al fin inseguro, pero sin soltar el brazo de su presa.

-¿Me estás amenazando? – le desafió.

La actitud de Miriam le estaba poniendo cada vez más nervioso. Notaba el sudor acumularse bajo el incómodo pasamontañas.

-No, sólo digo que…

Pero Miriam no le dejó acabar cuando se dio media vuelta para dirigirse a la entrada del trabajo. Sin embargo, el brazo que la retenía no la dejó marchar y empezó a forcejear para liberarse. Notó que la mano aumentaba la presión para evitar soltar lo que sujetaba y empezó a sentir dolor.

-Déjame ir… – ordenó en mitad del forcejeo.

-Te he dicho que no – insistió.

-Me haces daño… – se quejó, pero el hombre seguía impasible.

Miriam, cansada de la situación, golpeó con la mano libre el hombro de su compañero intentado provocar que la soltara. El piquete, nervioso ante la situación que se le había descontrolado, notó una punzada de dolor provocada por el golpe de su compañera y, en un acto reflejo, golpeó con todas sus fuerzas a la chica. El bofetón en la cara hizo que los dos se detuvieran al instante, dejando de forcejear.

Miriam no se lo esperaba. La ostia había sido considerable. Le pitaba el oído y notaba el calor de la sangre que resbalaba por la comisura de sus labios. Se asustó, se asustó mucho por primera vez. Con las piernas temblando, se agachó, resignándose.

-Está bien – dijo con voz temblorosa – ¿qué… qué quieres…?

La adrenalina bullía en el interior del hombre. La rabia de sentirse inferior a aquella mujer se había desbordado al recibir aquel maldito golpe. Y, al verla allí, sumisa, se sintió poderoso.

-Te dije que me hicieras caso. Esto no tendría por qué haber pasado – y se inclinó para pasar el pulgar por los labios de Miriam, recogiendo la poca sangre que allí había.

-Por favor, déjame ir, si quieres no voy a trabajar, pero déjame marchar –suplicó temiéndose lo peor.

Miriam sabía que Guillermo era un pervertido y se asustó pensando lo que podría hacerle un depravado que era capaz de golpearla. Maldijo que por culpa de la fuerza física se viera en esa situación. Y contra más lo pensaba, más asustada se sentía.

El hombre caviló unos instantes pensando la mejor opción. Simplemente quería darle un susto, hacer que no fuera a trabajar, pero en ningún momento quería golpearla.

-No puedo hacer eso. Si te dejo marchar podrías avisar a tus compañeros o acceder por otra entrada.

¿Pensaba retenerla de por vida? Miriam estaba al borde de la desesperación. Y, en un último intento alocado, pegó un tirón para intentar zafarse de Guillermo. La puerta estaba tan cerca… Por fin consiguió soltarse de la mano que la retenía y se alzó para comenzar a correr. Tenía la sensación de que iba muy lenta, el corazón le iba a mil por hora y, a escasos metros del objetivo, tropezó. Los segundos antes de darse de bruces contra el suelo fueron eternos. Pensó en lo torpe que era y en lo que ese tropiezo podía significar. Se aterró.

El piquete no se esperaba esa maniobra. Cuando vio a la mujer corriendo hacia la puerta de entrada a las oficinas pensó en salir corriendo en dirección contraria. Por suerte para él, decidió lanzarse a la desesperada con la intención de alcanzarla antes de que toda su vida se viniera abajo. Al ver que no la pillaría se lanzó con los pies por delante intentando zancadillearla. Los segundos hasta contactar con ella le parecieron eternos. Por su mente pasó lo torpe que había sido confiándose y dejando marchar a la mujer que podía joderle la vida. Se estiró todo lo que pudo y con la punta del pie consiguió tocar ligeramente el talón de Miriam. Suficiente para desequilibrarla y hacerla caer. Ahora debía levantarse más rápido que ella y volver a retenerla. Se lo iba a hacer pasar muy mal, pensó con rabia.

Ella intentó levantarse todo lo rápido que pudo, sin mirar atrás. Y cuando lo logró, notó la firme mano que la volvía a sujetar del mismo brazo ya dolorido. Su mundo se vino abajo.

-Hija de puta… te vas a enterar – y pegó un tirón arrastrando el cuerpo de la desesperada mujer.

-No, no lo hagas, por favor… – sollozó.

El enmascarado la llevó hasta un callejón oscuro y profundo cercano al lugar donde estaban. La calle cortada era conocida por ser lugar habitual de drogadictos, jóvenes que hacían botellón o vagabundos que buscaban cierto cobijo para resguardarse del frío en las largas noches de invierno.

Mientras se dirigían hacia allí, Iván salía por la puerta hacia la que tan sólo unos segundos antes corría Miriam desesperada antes de ser alcanzada por su nefasto compañero de trabajo.

El agresor no tenía claro lo que iba a hacer con la mujer. Ya la había asustado, ya había conseguido que no fuera a trabajar. Ahora únicamente quería vengarse del mal rato que le había hecho pasar. Al llegar al final del callejón la tumbó en uno de los colchones mugrientos en los que seguramente había dormido algún sin techo o fornicado alguna pareja joven antes o después de ponerse hasta las cejas de alcohol y/o sustancias psicotrópicas.

Al verla allí tumbada, temblorosa, se fijó en lo buena que estaba. Por primera vez en la vida veía a Miriam, aquella mujer tan imponente, segura de sí misma e inteligente, en una situación de sumisión total y la polla se le puso dura. Se le ocurrió que podía aprovecharse un poco de la situación.

-Déjame verte ese labio – le soltó en tono conciliador, intentando calmar la situación, buscando que la chica se confiara.

Pero Miriam no estaba por la labor. El hombre se agachó sobre el colchón, a su lado, y tuvo que agarrarle el rostro para girarle la cara para verla frente a frente. El labio había vuelto a sangrar ligeramente y el encapuchado acercó su cara a la de Miriam levantándose ligeramente el pasamontañas. Ella intentó apartarse, pero él la retenía con fuerza. Cuando estuvo a escasos milímetros de su rostro, el hombre sacó la lengua y con ella lamió la sangre chupándole la barbilla y los labios.

Ella se moría de asco. La repulsa que sentía por Guillermo era desmesurada y mucho más tras lo que había hecho y estaba haciendo. Sacó cierto valor para escupirle en la cara, pero rápidamente se arrepintió de haberlo hecho.

Aunque llevaba el pasamontañas, un poco de saliva cayó sobre el ojo del tío. Aquello le sacó de sus casillas. Cuando parecía que Miriam estaba más dócil siempre tenía que sacar ese temperamento para hacerlo sentir inferior. Encendido, el hombre se dispuso a magrearle los pechos mientras le comía la boca.

Miriam intentaba escabullirse zarandeando a su compañero, pero era imposible. El hombre la estaba babeando intentando introducir la viperina lengua en su boca, sellada a fuego. Mientras intentaba evitar su lengua, notó como el desgraciado metía las manos bajo el jersey, buscando sus pechos. El hombre se había sentado sobre ella impidiendo que pudiera escaparse. No tuvo tiempo de pasar miedo. La estaban violando y debía concentrarse en evitarlo.

El violador quería que abriera la boca, pero no lo conseguía y tenía las manos ocupadas magreando las duras carnes del vientre de Miriam. En seguida subió hasta sus pechos. Eran firmes y grandes. Tiró del sostén, rompiéndolo, y pudo notar el contacto directo con tremendos senos, con los excitantes pezones tiesos de la chica. Entonces se le ocurrió. Apretó con fuerza uno de los pezones provocándole el suficiente dolor como para que abriera la boca. El hombre aprovechó para introducir su lengua y lamer cada uno de los rincones.

Miriam se estaba ahogando. El muy bruto le había metido la lengua hasta la campanilla y le había llenado la boca de babas. Necesitaba respirar. Así que le mordió el labio haciéndolo sangrar. El hombre retiró el rostro sorprendido. Y ella le miró desafiante.

-Te lo debía.

-Serás hija de puta… – le soltó con una sonrisa malévola que hizo temblar a la chica, poniéndole la piel de gallina en todo el cuerpo.

El hombre escupió en el rostro de la víctima.

-Te lo debía – le dijo con sorna y aprovechó para lamerle el rostro recogiendo con la lengua su propia saliva mientras levantaba el jersey dejando al aire libre los hermosos pechos de la mujer.

El hombre se llevó la mano a la bragueta y, como pudo, abrió la cremallera para sacarse la polla completamente tiesa. Empezó a masturbarse mientras besaba a la chica bajando por su cuello hasta llegar a las tetas donde se paró a saborear el delicioso manjar que le proporcionaba el melonar.

-Por favor… Guillermo… si lo haces te arrepentirás toda tu vida – intentó la vía psicológica para salir del atolladero.

El hombre se sobresaltó, incorporándose para mirar a su víctima.

-Si supieras lo buena que estás… Si supieras lo buena que estás me entenderías. Te he deseado tanto, tantas veces. Esto no es más que un halago hacia tu persona.

Miriam pensó que estaba chalado y comprendió que únicamente podía salir de allí si alguien la ayudaba. Gritó, pero sabía que nadie la oiría. Volvió a gritar y se detuvo al notar las sacudidas que el hombre pegaba con el brazo. Alzó la cabeza y vio la paja que se estaba haciendo. Se quería morir.

-Eso es… mírame, mírame la polla. Es toda tuya. ¿La quieres? ¿Te gusta?

El hombre se acercó al rostro de la chica, dejando de masturbarse y mostrando triunfante su pito completamente erecto. Miriam se fijó que era bastante normal. Unos 12 centímetros.

-Siempre había imaginado que la tenías pequeña – quiso dañarle el orgullo – y estaba en lo cierto.

Aquellas palabras no le sentaron demasiado bien y volvió a abofetearla. De la ostia, los ojos humedecidos de Miriam soltaron las primeras lágrimas mientras el indeseable energúmeno que tenía encima colocaba su pene entre sus hermosos pechos. Con una mano agarró ambos senos, juntándolos y empezó el vaivén para hacerse una cubana. Inclinando el cuerpo hacia atrás, con la otra mano, comenzó a frotar la entrepierna de la chica.

A los pocos minutos Miriam comenzó a tener sensaciones enfrentadas. Sus ojos no dejaban de humedecerse ante la impotencia de estar siendo violada, pero las caricias en su entrepierna empezaban a ser placenteras. Eso aún le daba más rabia provocándole las lágrimas que se deslizaban por su rostro. A medida que el chocho le iba picando cada vez más, más se fijaba en la punta de la verga que asomaba y desaparecía entre sus turgentes pechos al ritmo de las sacudidas de su compañero. Empezaba a ver aquel bonito glande como un premio más que como un castigo y eso la atormentaba por dentro.

El hombre se apartó de ella, levantándose y liberando los brazos que había estado aprisionando con las piernas mientras la agarraba del pelo alzándola también a ella. El hombre acercó la polla hacia la boca de la mujer, que se negaba a abrirla. El tío restregó su miembro por los carnosos labios de Miriam mientras le suplicaba buscando su favor.

Miriam se resistía a pesar del fuerte olor a polla que se introducía por sus fosas nasales. Era todo tan sucio: el mugriento colchón, el desangelado callejón, el indeseable Guillermo, la aterradora violación… que aquel intenso olor a sexo masculino la terminó de poner cachonda. Quería evitarlo, pero cuando el hombre apretó sus mejillas para que abriera la boca, no puso mucha resistencia. El cipote estaba salado.

-Te juro que como me la muerdas, te mato – la amenazó. Pero ella no pensaba morderle precisamente.

El hombre empezó a follarse la boca de su compañera, intentando meterle la polla hasta la garganta mientras le agarraba del pelo para que no se escapara. La mujer se atragantaba cada vez que el cavernícola le tocaba la campanilla con el glande. Miriam tenía la boca reseca y cada vez que la polla salía de su garganta, lo hacía impregnada de babas solidificadas que rodeaban el cipote y hacían puente entre la boca de ella y el miembro de él. Las babas se iban acumulando y resbalando por la verga hasta alcanzar los huevos del hombre desde donde colgaban, blanquecinas y espesas, hasta caer sobre el asqueroso colchón.

A medida que el violador se iba relajando iba minimizando la fuerza de sujeción del pelo de ella hasta que al final, sin darse cuenta, la soltó. Pero Miriam no escapó y siguió chupando polla a pesar de la libertad de la que gozaba. Cuando él se percató, se asustó, pero en seguida se sintió triunfante cuando se dio cuenta de que Miriam, tocándose los pechos, se desvivía, sin forzarla, chupándole la tiesa vara.

-¿Ves, putita? Si al final sabía que te gustaría… – se arriesgó.

Miriam, al oír esas palabras, se detuvo y lo miró desafiante con una mezcla de odio, excitación y asco.

-Eres un cabrón. ¿Cuánto hace que deseabas esto? – le provocó, pero él la ignoró.

El violador se agachó para deshacerse de los pantalones de la chica. Estaba desabrochando los botones cuando ella aprovechó para deshacerse del pasamontañas estirando de la parte superior descubriendo el rostro sudoroso de su violador.

-¡Cosme! – se sorprendió al ver que el hombre que la había golpeado, humillado, maltratado, ultrajado y violado era su querido amigo.

No sabía cómo reaccionar y recordó la cara desencajada con la que lo vio esa misma mañana increpándola a ella y al resto de integrantes del autocar junto con el resto de piquetes. Instintivamente se retiró de su amigo, sentada como estaba sobre el colchón, alejándose hacia atrás.

-Miriam… – quiso suavizar la situación, desdramatizarla, pero no supo cómo. La empinada verga era la dueña de su cuerpo y sus decisiones – Ven aquí – prosiguió con la lujuria marcada en la cara, adelantándose buscando nuevamente el contacto con su amiga.

Cosme introdujo la mano en el pantalón de Miriam por la abertura que habían dejado los botones ya abiertos. Ella, aún en shock, no reaccionó y le dejó hacer. Cuando los dedos del chico alcanzaron su sexo sintió una oleada de placer que se enfrentaba a sus pensamientos. ¿Era su adorable Cosme el que la estaba mancillando? ¿No era Guillermo? Saber que el autor de esa pesadilla había sido alguien tan cercano y no un loco pervertido aún le pareció más sucio, más mezquino y desagradable. Y, por tanto, más cachonda se estaba poniendo.

Mientras Cosme daba con el punto exacto que le provocaba el primer orgasmo, ella agarró el pito de su amigo por iniciativa propia y comenzó a masturbarlo. Cosme estaba confundido. Su identidad había sido revelada y no sabía lo que eso podía implicar. Al parecer, Miriam se había calentado tanto con la situación que, por el momento, todo parecía seguir igual o mejor que antes de perder su máscara. Sin embargo, su comportamiento hacia ella, todo lo que le había dicho y hecho ¿cómo les afectaría de ahora en adelante? No creía que Miriam siguiera con la idea de joderle la vida, pero tampoco creía que todo lo ocurrido no tuviera consecuencias.

-¿Quieres que lo hagamos? – le preguntó un Cosme sin autoridad tras la pérdida de su pasamontañas al igual que Sansón al perder su melena.

Ella no respondió. Deseaba que el chico la tratara como antes, la vejara, e intentó decírselo con la mirada. Siempre se habían entendido muy bien y no parecían haber perdido esa facultad.

Cosme se deshizo de los tejanos de la chica pegando un par de tirones. La cogió del pelo y tiró de ella para levantarla. Miriam sintió el dolor del tirón en su cuero cabelludo. Le gustó el ímpetu de su amigo. Cosme le dio media vuelta, poniéndola de espaldas y la puso a cuatro patas para insertarle el rabo en el chorreante coño. El violador seguía agarrándola por el pelo con lo que cada sacudida iba acompañada de su correspondiente tirón.

-Basta… – suplicó ella cuando no pudo soportar el dolor.

El chico le soltó la melena y, agarrándola por las caderas, empezó a embestirla con fiereza provocando que Miriam tuviera que apoyar las manos en el piso para no precipitarse contra el suelo por segunda vez en el mismo día.

A medida que la dolorida cabeza iba recuperándose, el placer de sentir aquella polla rozando sus paredes internas iba en aumento. Estaba a punto de correrse cuando divisó algo que se movía al frente. Se asustó pensando en algún vagabundo que pudiera estar durmiendo la mona en la oscuridad del callejón. A medida que se disipaba la incertidumbre, sus temores iban en aumento.

El hombre que se acercaba había estado viendo la escena desde un principio. Como había quedado con Cosme, el joven amigo de Miriam se encargaría de asustarla para que no accediera a su puesto de trabajo. La disuadiría y, de alguna forma, la convencería para traérsela al callejón. Lo que no se esperaba es que las cosas se le hubieran complicado tanto al muchacho. No pensaba intervenir, pero ahora que la identidad de Cosme había sido revelada…

Miriam, al ver el rostro de Guillermo acercándose, se quería morir. Había olvidado que, en un principio, había creído que aquel asqueroso era el que había provocado toda la situación y no le gustaba la idea de que apareciera en escena definitivamente. Llevaba una gabardina. Al abrirla mostró el pecho descubierto y Miriam, al bajar la mirada, vio aquel pollón sobrehumano. Se corrió por segunda vez en el día.

-Así que te pensabas que la tenía pequeña… – le provocó Guillermo, cuando llegó a la altura de la pobre chica, agarrándose la flácida polla para acercarla al rostro de Miriam.

La chica alzó la mirada y le dedicó un gesto de desprecio total. Bajó la vista y se topó con aquel pollón que en reposo debía medir unos 18 centímetros. La excitación iba en aumento.

-En realidad jamás me he parado a pensar cómo la tenías – le replicó con sinceridad. De haberlo sabido… pensó.

-Pues a partir de ahora vas a soñar con ella, niñata.

-¿Cuánto tiempo llevas tú soñando conmigo? – le replicó hábilmente.

-Sólo tenía que bajarme los pantalones para que te abrieras de patas, ¡zorra!

Y Miriam abrió la boca para saborear el cipote que tenía enfrente, pero Guillermo apartó su miembro dejándola con las ganas. Volvió a acercar la verga mientras ella le miraba desafiante, pero en cuando volvió a abrir la boca, él volvió a quitarle la comida, alzando el nabo que sujetaba con su mano. Al tercer intento, el hombre bajó poco a poco la polla mientras ella le esperaba con la boca abierta. El grueso glande entró en contacto con la lengua de la chica que notó el peso de tan tremendo artefacto a medida que su dueño lo depositaba en su boca.

A todo esto, Cosme había dejado de penetrarla y le estaba haciendo un cunnilingus cuando Miriam agarró el rabo de Guillermo y empezó a masturbarlo sin dejar de chuparle el glande. Poco a poco fue notando cómo el miembro del cincuentón se iba endureciendo y, a medida que crecía de tamaño entre sus manos y en el interior de su boca, iban aumentando los flujos vaginales que inundaban el rostro del informático.

Cuando su amigo le robó el tercer orgasmo se separó de ella para colocarse junto al hombre mayor. Estaba claro lo que quería. Miriam se sacó el pollón de la boca y, antes de comerse la otra verga, echó un vistazo al monstruo que tenía delante. Parecía un pene de caballo, debía medir más de 25 centímetros e impresionaba verla tiesa, suspendida en el aire, rodeada de venas verdes a punto de estallar. Casi se corre sólo de verla. La agarró con la zurda y, mientras se la meneaba, se introdujo la pollita de Cosme en la boca.

Estuvo un rato mamando alternativamente los cipotes de los dos hombres cuando el pervertido de Guillermo se separó de ella para tumbarse en el mugriento colchón, siempre con la gabardina puesta. Cuando pasó por detrás de la chica la agarró del pelo, separándola de Cosme y doblándole el cuello.

-¡Bestia! – se quejó la damisela.

-Lo que va ser bestia va a ser la empalada que te voy a hacer…

Sólo de pensarlo un cosquilleo recorrió el cuerpo de la joven que deseó sentir aquel poste rodeado de verde hiedra rasgando su cuello uterino. Guillermo estaba tumbado con el pollón mirando al cielo cuando Miriam, a horcajadas, bajó su cuerpo hasta que su lubricado y escocido coño entró en contacto con la punta de semejante aparato.

Guillermo había fantaseado con esa diosa desde que entró a trabajar en la empresa. La había desnudado millones de veces con la mirada, pero jamás se había imaginado que pudiera estar tan buena. Los considerables pechos puestos exactamente en su sitio, el vientre plano y las curvas de su cadera, las largas y bonitas piernas y esa caliente concha con esos prominentes labios vaginales que ahora rozaban su descomunal polla. No se podía creer que esto estuviera pasando. Cerró los ojos y disfrutó de la sensación de sentir aquellos labios adhiriéndose a su venosa polla, dejando un rastro de fluido vaginal, y de su glande rasgando las paredes internas del coño más deseado de la oficina. Abrió los párpados y vio a Miriam con los ojos en blanco, en éxtasis y aprovechó para acariciar los turgentes pechos que bamboleaban delante de sus ojos.

Al sentir las manos de Guillermo aferrándose a sus tetas no aguantó el placer de sentirse rellenada por semejante pollón y se corrió por cuarta vez. Estaba recuperándose del orgasmo cuando sintió el empujón de Cosme que echó su cuerpo hacia delante. Se encontró de golpe con la cara de Guillermo, que hizo el esfuerzo de alzarse para robarle un morreo. Le dio un poco de asco besar al viejo, pero no apartó la boca.

Ante la mirada del joven apareció el rosado ano de Miriam. Sin pudor, el chico empezó a acariciarlo poco a poco hasta que, de golpe, introdujo un dedo en el agujero de la chica, sorprendiéndola.

Era la primera vez que algo o alguien penetraba su agujero trasero y no le gustó la sensación. Intentó quejarse, pero su amigo le tapó la boca con la mano libre. Nuevamente se asustó. No quería que le petaran el culo. Intentó quejarse, zafarse pero los quejidos amortiguados por la mordaza de carne y hueso fueron ignorados y los movimientos de su cuerpo fueron interpretados como consecuencias del placer recibido. Sin poder evitarlo, notó el duro falo de su amigo informático conquistando su culo. Quiso gritar, pero la mano aún la amordazaba.

Ambos compañeros del trabajo de Miriam, su querido amigo y el indeseable pervertido, se acompasaron enculándola y follándola respectivamente de manera que ninguno perdiera el ritmo de las sacudidas. Cuando Cosme notó que la resistencia de su amiga se desvanecía, retiró su mano para dejarla gemir de puro placer. El quinto orgasmo llegó acompañado de un enorme suspiro de satisfacción.

Cosme aprovechó para sacar todo el amor que sentía por su compañera y amiga. Mientras le metía y sacaba el USB en la ranura trasera se pegó a ella para besarla en el cuello mientras le acariciaba la espalda con ternura. Los gestos receptivos de la exuberante mujer que giraba la cabeza buscando la boca de su amigo fueron demasiado para Cosme que se corrió mientras se comía la boca de Miriam. El primer chorro de semen lo soltó en el ano de la chica, pero en seguida sacó la verga para lanzar el resto de la corrida sobre las nalgas y la espalda de ultrajada mujer.

Mientras Cosme se apartaba, Miriam se levantó liberando el cipote que llevaba minutos dentro de su coño. Sin que Guillermo se levantara, la chica se agachó buscando nuevamente los 25 centímetros largos de carne manchada con el líquido blanquecino que la raja de ella misma había emanado. No le importó y relamió cada centímetro de tranca hasta dejarla reluciente. En ese instante, Guillermo se agarró el miembro con la mano y empezó a masturbarse. Miriam sabía lo que venía y abrió la boca sacando la lengua lo más cerca de la punta de la polla.

El primer chorro la sorprendió. Un escupitajo impetuoso de leche saltó varios centímetros por encima del rostro de Miriam que se acercó más para el siguiente recibirlo en el interior de la boca. Ese segundo chorro, aún poderoso, impactó con fuerza en el paladar de la chica que se retiró ligeramente recibiendo el tercer manantial en la lengua. Los siguientes chorros perdieron intensidad y ella se aferró a la polla intentando recibir toda la leche que pudiera. Cuando el hombre mayor terminó de correrse, la chica dejó caer la mezcla de saliva y todo el semen que había retenido en la boca sobre el pubis del hombre donde se juntó con los restos de lefa que ya habían caído allí de primeras.

-Sabía que eres una buena puta – le insultó el viejo verde – Te pueden las pollas grandes, eh.

Miriam, avergonzada, no le contestó y se retiró para hacerse un ovillo, dolorida. Cosme no había articulado palabra alguna desde que se corriera sobre su amiga. Los dos permanecieron callados mientras Guillermo alardeaba de lo macho que era.

-Ves tirando – le indicó Guillermo a Cosme cuando ambos estuvieron vestidos. El joven obedeció sin despedirse de su amiga.

El cincuentón se acercó a Miriam y la amenazó.

-Como se te ocurra decir una sola palabra de lo que ha ocurrido esta tarde, te juro que te mato. Supongo que al chaval – refiriéndose a Cosme – no le querrás hacer ningún daño. Al pobre se le ha escapado de las manos y sólo cumplía órdenes mías – se confesó – Y respecto a mí… ten mucho cuidado – le soltó inculcando el temor en el desangelado cuerpo de la chica – Piensa que si te portas bien, a lo mejor te dejo verla otra vez – le vaciló agarrándose el paquete y mostrándoselo orgulloso a la pobre víctima.

Cuando Guillermo se marchó, a Miriam le invadieron todas las culpas y rompió a llorar. Se había dejado violar y lo había disfrutado, mucho. El problema no era haber puesto unos cuernos, algo que jamás se le hubiera pasado por la cabeza, era la forma como había sido. Y con quién. Aunque lo de Cosme podía tener un pase, recordar lo que le había hecho le apenó más de lo que estaba. Pero lo peor era haberlo hecho con Guillermo que no sólo era un viejo verde, sino un prepotente, un chiflado. Eso sí, reconocía que tenía una polla tremenda y saberlo le jodía aún más pues no sabía si a partir de ahora podría resistir sus pervertidas miradas sin mojar las bragas. Se dio asco a sí misma.

Mientras esperaba a Guillermo, Cosme seguía dándole vueltas a lo sucedido. Estaba muy nervioso y arrepentido. Aunque follarse a la espectacular Miriam era un privilegio al alcance de nadie se arrepentía de haberlo hecho por la forma como había ocurrido. Tuvo la impresión de que lo sucedido acabaría con su bonita amistad y, aunque la relación de ambos fue cordial en el futuro, no se equivocaba. Por suerte, por fin llegó Guillermo que le sacó de sus atormentados pensamientos.

Los violadores se marcharon mientras Guillermo pensaba en el sueño que había hecho realidad. Aunque su plan se había torcido ligeramente, al final se había chuscado a la mujer que llevaba deseando día tras día desde su incorporación a la empresa. Se sintió bien y se imaginó cómo serían los próximos días en el trabajo imaginando el precioso cuerpo de Miriam tras su provocativa ropa. Como siempre, pero a partir de ahora conociendo al detalle cada uno de los rincones de su cuerpo.

-¡Miriam! Te he estado buscando – la destrozada mujer oyó una voz familiar – ¿Qué te ha pasado? ¡Madre mía! ¿estás bien?

Iván había salido a buscar a su mejor empleada cuando las compañeras le advirtieron que tardaba mucho en regresar del restaurante y se preocupó al descubrir a Miriam tirada desnuda sobre ese asqueroso colchón. A pesar del tiempo que llevaba enamorado de ella fue incapaz de fijarse en el precioso cuerpo que ante él se vislumbraba. El amor que sentía hizo que lo primero que pensara fuera que estaba en peligro e hizo todo lo posible por hacer que se sintiera mejor. La ayudó a vestirse e incorporarse y escuchó la historia que Miriam se inventó a medida que la contaba.

Miriam se sorprendió al descubrir el amable trato que su superior le dispensó. Sin embargo, pensó que era lo mínimo que te puedes esperar de alguien que se encuentra a una indefensa mujer en las condiciones en las que ella se encontraba. Pero, aunque le costó reconocerlo, finalmente se vio obligada a admitir que su jefe tal vez no era el cabrón que ella se pensaba. Incluso, pasado el tiempo, llego a considerarlo el héroe que podría haberla salvado de los malditos acontecimientos acaecidos aquella fatídica tarde del día de huelga.

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Relato erótico: “Deberes de buen ahijado” (POR LEONNELA)

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_Woauu!!!    Paty, que afortunada!! De donde sacaste al  muchachote  que se está asoleando en  tu  alberca?
_ Ahhhh  es Danilo, mi ahijado, está por graduarse este año, le  sortearon las prácticas universitarias en esta ciudad, así que me acompañará un par de meses.
_  Y esa novedad?  Pensé  que te incomodaban las visitas que se extendían por más de una semana
_Pues sí, pero es el hijo de una buena amiga que me ayudó mucho cuando vivía en provincia, y  ahora que estoy  en posibilidades de extenderle la mano, no puedo portarme desagradecida; además mi ahijado es un buen chico, hace los mandados  y da mantenimiento en la casa, así que quien sabe  y hasta termine extrañándolo cuando se vaya.
_De seguro amiga , de seguro, siempre se extraña a una persona tan  servicial,  en todo caso me alegro mucho de  que al fin  alguien  pueda encargarse de tu “mantenimiento” , digo… del mantenimiento de tu casa…..
_Jajaja, Marlene tu siempre de mal pensada,  En fin, me  alegra que se quede una temporada,  no habíamos tenido mucho contacto últimamente pero nos estamos acoplando  bien.
_ Acoplando? mmmmm    no me digas que  entre ustedes ya…
_Entre nosotros nada!  Ya  te dije que es  mi ahijado, y por si fuera  poco el muchacho hasta podría ser mi hijo
_Bahh, tu hijo….de cuando acá la edad es un impedimento para darse un gustito
_y dale con lo mismo, hoy sí que estas pesada no?
_Perdona  amiga, perdona, pero me  enerva que quieras seguir sola, ya es hora de que superes tu  divorcio,  se fue!!, se largo con otra y qué!! , da dos chirlazos al pasado y disfruta que solo se tiene una vida.
Me quedé pensativa, había algo de razón en las palabras de mi amiga, mi marido se había ido  llevándose mis ganas de volver a ilusionarme; me marcó tanto el hijo de puta, que ni siquiera se me antojaba  sentir el roce de otro cuerpo en mi piel.
Parece extraño pero me acostumbré a vivir sin sexo, en más de cinco  años nadie volvió a hundir mi  colchón, ni a volcar su apetito en mi cuerpo.  No es que aun  amara a mi ex y mucho menos que le esperara, sino que simplemente no se me antojaba compañía bajo el riesgo de ser lastimada nuevamente.
Mi refugio era mi trabajo,  la familia,  unas pocas amistades de los viejos tiempos y un cachorrito que consentía como al hijo que nunca tuve, pero claro, no estaba dispuesta a reconocer   que a veces la soledad duele, así que en voz casi inaudible murmuré:
_No exageres… aunque no lo entiendas a mi modo soy feliz
_Sí, lo imagino, debe ser genial vivir sola y recontra divertido no tener sexo en años
Iba a responderle con alguna majadería, pero la cara sorprendida de Danilo que había avanzado hasta el umbral de la cocina me lo impidió,  intuyo que escuchó parte de nuestra charla, pero no hizo ningún comentario al respecto.
_Este….perdona madrina.., pensé que estabas en tu habitación,  vine por una bebida…
_Ad…Adelante hijo…toma lo que gustes,  estas en tu casa…
_Que afortunado muchacho!!, ya lo oíste, en esta casa “todo” es tuyo, agregó Marlene con su clásica suspicacia, le reprendí con la mirada y dirigiéndome a mi ahijado murmure:
_Esta es mi amiga Marlene, es algo alocada pero tendrás que aprender a tolerarla pues suele venir ocasionalmente
Danilo sonrió dejando ver una línea de dientes blanquecinos que daban forma a una traviesa sonrisa
_Un gusto Marlene, si usted es amiga de mi madrina debe ser una gran persona, por cierto  lamento haberlas interrumpido y además perdonen  que haya entrado así en bañador, supuse que no había nadie aquí
_No te preocupes Danilito respondió Marlene, también nosotras  andamos en pareo, por cierto,  tu madrina se ha pasado hablándome de tus cualidades, pero por lo visto le falto mencionar “algunas”… dijo mientras bajaba la vista desde el abdomen marcado de cuadros hacia la parte baja de la pelvis donde se dibujaba un bulto de apetitoso  tamaño.
Lejos de incomodarse con aquellas miradas sobre sus genitales, el muchacho con un guiño de ojos respondió:
_Pues  para mí siempre será un honor que una mujer como usted note mis… “cualidades” …
Marlene volteó mirarme sonreída, creo que a ambas nos agradó que el chico no se cortara
_Ok ok, me encanta que  en este tiempo todavía haya  chicos galantes, pero odio que nos hagan sentir viejas con aquel trato de “usted”, así que por favor a mi me tuteas, y a tu madrina deberías llamarla por su nombre que se oye mejor
_Por mi encantado chicas, es más, en vista de que la tarde está calurosa, deberían venir conmigo a darse un chapuzón, para eso traen los biquinis no?
Marlene se incorporó aceptando la invitación y sin pretender ser una aguafiestas  agregué:
_ Sigan sigan que ya los alcanzo, voy por mis gafas
Marlene tomó al muchacho por el brazo y entre risas se dirigieron a la piscina, dejándome perpleja ante  la rapidez con la que hicieron confianza.
Mientras caminaban mi amiga se quitó el pareo,  llevaba un biquini violeta intenso que destacaba sobre su piel blanca, su cabello castaño le llegaba a los hombros,  y viéndola desde atrás parecía apenas una treintañera. Sus pechos  eran de tamaño pequeño por lo que el sujetador no le causaba ningún lío, como en mi caso que al tener senos voluptuosos, frecuentemente tenía que mirármelos para ver si no se me escapaban del brasier.
Ella tenía la ventaja de ser caderona, por lo que daba la apariencia de tener una cintura muy delgada, lo cual la hacía ver  curvilínea,  más aun cuando el par de tiritas de la tanga caían  coquetamente en sus muslos.
Yo usaba un biquini más tradicional  de color turquesa , morena, de cabello largo ondulado;  con silueta no tan perfecta, puesto que me faltaba un poco más de marcación en la cintura, pero compensaba con un vientre aceptable, y  unos muslos fuertes  que sostenían una cola  respingona.  Honestamente para los cuarenta y tantos que teníamos  encima nos veíamos bastante bien, aunque debo reconocer que mi amiga era más llamativa, quizá por  sus atuendos de corte  juvenil y su carácter descompilado.
Me quedé  en el ventanal contemplándolos, Danilo se acomodó en  el borde de la piscina mientras Marlene juguetona, trataba de empujarlo, él la agarró de las caderas y juntos cayeron al agua, se los veía muy animados jugando como dos adolescentes. Sentí  algo de envidia  porque a pesar de que yo estaba orgullosa  de ser una mujer formal , en el fondo sabía que me faltaba esa chispa que me hiciera sentir a plenitud.
Me encaminé  en busca de los accesorios para asolearme. La casa era cómoda,  algo amplia para mí, puesto que tenía dos habitaciones que generalmente pasaban libres, y que ocasionalmente eran usadas por algún familiar en épocas vacacionales. Mi recámara  estaba en la planta alta, tenía ventanales grandes y un balconcillo con vista a la piscina que me permitía refrescarme en las noches de calor.
Entré,  tome mi bolsa playera de uno de los armarios y me encaminé a la salida. Casi al cruzar la puerta volví  tras  mis pasos, estábamos en época de verano, así que creí prudente dejar abiertas las ventanas de forma que la habitación estuviera ventilada en la noche. Mientras corría las cortinas dirigí la mirada hacia la alberca.
Marlene estaba recostada boca abajo sobre una de las tumbonas, con los brazos cruzados de forma que su rostro descansaba sobre su antebrazo, Danilo sentado junto  ella, le aplicaba bloqueador solar en la espalda.
Las manos de mi ahijado recorrían los hombros y la zona de los omóplatos en forma circular; arrastraba la crema por los costados rozando ligeramente los pechos de mi amiga, (al menos eso es lo que me pareció), luego las deslizó con maestría por la espalda media blanqueando la cintura, hasta llegar a la zona baja donde recorrió con esmero parte de  las exuberantes caderas. Marlene hacia  pequeños movimientos como si le estremeciera el roce y disfrutara del contacto…
Danilo retiró las manos unos segundos agarró el bloqueador y mientras chisgueteaba un poco de crema en el cuerpo de mi amiga, para mi sorpresa pude notar que su otra mano se dirigió a su miembro y se lo apretó una milésima de segundos antes de volver a masajear la espalda. Luego como si nada, deslizó sus manos por  las piernas subiendo y bajando  hasta bordear la parte alta de los muslos, en algunas delas subidas rozaba furtivamente los insinuantes cachetes pero Marlene no daba muestras de incomodidad, al contrario mansamente se dejaba hacer.
Quizá yo exageraba en mi apreciación  y tan solo actuaban con la normalidad propia del momento, pero no pude evitar un mal pensamiento y un estremecimiento en mi cuerpo.
Sentí un cosquilleo en mis pechos  e instintivamente subí mis manos hacia ellos y pude notar que mis pezones estaban totalmente endurecidos
Es comprensible me dije, llevo tanto tiempo sin sexo…
Me escondí tras delos cortinales, y continué acariciando mis pechos, jugando suavemente con mis pezones, metiendo mis dedos por dentro del brasier y disfrutando de mis propias caricias
No solía masturbarme seguido, solo algunas ocasiones en que  mis instintos eran demasiado fuertes, generalmente lo hacía en la ducha o dejando mi transpiración en las sábanas, pero nunca me había estimulado como consecuencia de espiar a la gente.
Quizá por ser una experiencia nueva, mi  mente reaccionó con morbosidad, y mientras Danilo continuaba embadurnando los muslos de Marlene, yo escondida tras las cortinas hacia a un lado el biquini y acariciaba mis labios, estaban húmedos así que resulto fácil deslizar mis dedos entre ellos. Rodeé el capuchón de mii clítoris, proporcionándome suaves toques de izquierda a derecha…
 A la distancia vi como Marlene se dio vuelta sensualmente y Danilo se inclinó pasándole sus manos  sobre el vientre, ella recogió un poco sus pies y ligeramente separó sus muslos como si quisiera ofrecerle un panorama completo de su cuerpo, imagine a mi amiga gozosa… caliente… cachonda…
A medida que me acariciaba  mi respiración empezó  a acelerarse  aquellos suaves toqueteos  que yo misma me proporcionaba ya no me satisfacían, así que  bajando mi biquini hasta los pies  empecé a acariciarme con más rapidez. Mis dedos se introdujeron en mi sexo mientras con la otra mano  me acariciaba el clítoris, lo estimulaba con suavidad y luego aceleraba. Mi palma  ejecutaba masajes en mi zona genital, y volvía repetir las caricias hasta el punto de regalarme un delicioso orgasmo obtenido en tiempo record
Me tumbé en la cama orgullosa  de mi destreza  y cuando recuperé el aliento con una toallita húmeda borre todo residuo de mi maniobra.
Un tanto más calmada bajee a reunirme con quienes sin saberlo me habían provocado una calentura voyerista.
Al acercarme pude notar que Danilo braceaba a lo largo de la piscina y Marlene continuaba recostada en la tumbona, me senté junto a ella y  le extendí el bloqueador para que lo aplicara en mi piel.
_Dani!!! ven!! alguien necesita de tu ayuda dijo entre risas
_Mujer, deja de molestar al muchacho y hazlo tú!!
_Como digas Paty, pero no sabes de lo que te vas a perder, las manitas de tu ahijado  tienen  una suavidad que…..ufff mejor ni lo recuerdo porque me da chirinches
_jajaja que te da que?????
_chi – rin-ches!!! o sea estremecimientos… pero de esos ricos
_Jajaja si que eres un peligro
_El peligro es él que está bien puestito, mira nada mas todo lo que tiene…
No le quitaba razón a mi amiga el muchacho  tenia lo suyo, una piel bronceadita, un cuerpo que provocaba mirárselo aunque sea a través de las gafas, ojos oscuros que escondía una mirada profunda y traviesa y unos labios que parecían siempre dispuestos al beso.
La tarde fue divertida, la pasamos entre charlas, zambullidas y bromas y a eso de las siete Marlene se despidió,
estampó un beso en el cachete de Danilo y antes de salir le hizo la última recomendación:
_No te olvides de consentir la espaldita de tu madrina mira que ha agarrado tamaña asoleada, aplícale una loción humectante, para que pueda dormir a gusto y sus “ sofocos nocturnos” no la despierten….
_Descuida Marlene que estoy para cuidarla, dijo el presintiendo la suspicacia de mi amiga, luego  ella se me acercó  y mientras se despedía susurro en mi oído:
_Mmmmm que disfrutes de las dulces manos de Danilo….ya verás que rico te la pasas  gracias  al ahijadito
Solté una carcajada y le metí un codazo para callarla, luego  la acompañé hasta el portón y volví con Dani.
Mientras limpiábamos la cocina y nos tomábamos el último café, como era costumbre charlamos de lo acontecido en el día. La verdad es que me estaba enseñando a la presencia de mi ahijado, era grato  tener con quien charlar en las noches, quien colabore en casa y quien me ponga una sonrisa en el rostro con sus desperplejos ante la vida.
De pronto note que Dani se distrajo, con la cucharilla daba continuos toquecitos en el borde de la taza de café, como si sus pensamientos estuvieran en otro lado
_Sucede algo? pregunte a la vez que daba  un golpe en la mesa con el fin de llamar su atención.
_Ahhhh no nada, solo pensaba en … madrina perdona  que te pregunte esto, pero que hay de  cierto en aquello que dijo Marlene cuando las interrumpí  en la tarde
_A que te refieres hijo, charlábamos de tantas cosas
_Es que me pareció escuchar que…que llevas varios años sola, sin pareja
_ Este…bueno, no hay  misterio allí, después de mi divorcio  no he querido volver a relacionarme con ningún hombre
_Que extraño, eres una mujer guapa, daba por seguro que tenias a alguien solo que aún no me lo presentabas
_No hijo, la verdad es que fue decepcionante mi vida en pareja y a estas alturas lo que quiero es tranquilidad
_Pero no entiendo, como puedes estar sola tanto tiempo, eres mujer y…
_Vamos Dani, las necesidades de la juventud no son las mismas que las de la madurez y yo estoy a gusto así
_Perdona, pero sigo sin entender, el amor es esencial en la vida de cualquiera y ni hablemos de la importancia del sexo…
_Que caray!!! A Marlene y a ti  les ha dado hoy por andar de cansones!!
_jajaja tu amiga te dijo lo mismo?, por algo será no?
_Ya ya y ya!!! No quiero seguir con el tema
_Ok, Patricia,  no quiero que te enojes no vaya a ser que me eches de tu casa jajaja
Le miré extrañada,  desde la niñez siempre se refería a mí como madrina,  y esta vez me había dicho Patricia, notando mi desconcierto  añadió :
_Marlene dejo que se oía mejor que te llame por tu nombre no? pues es lo que hago
Sonreí asintiendo con la cabeza , como muestra de aceptación
_Hasta mañana hijo
_Hasta mañana Patricia, y por cierto dime Danilo, así estamos a mano vale?
Volví a sonreír y me encaminé a mi habitación.
Era un poco más de las nueve, ya me había duchado y estaba recostada en mi cama a punto de dormirme, cuando escuché leves golpes en mi puerta
_Patricia, puedo entrar? 
_Si, Dani, no está puesto el seguro, adelante, dije en medio de un bostezo
Cruzó el umbral y con su acostumbrada sonrisa preguntó:
_Supongo que estas lista
_Lista? lista para qué?
_Mujer  no puedo creer que lo olvidaras,  debo aplicarte el humectante ….o crees que ignoraría  la recomendación de Marlene?
_Ahhhh verdad pero  ya me apliqué un poco en los hombros y…
_Ni intentes negarte,  que entre otras cosas estoy aquí  para cuidarte, mira nada más como traes la piel
 -Humm…creo tienes razón, el ungüento me va a refrescar
_Eso ni dudarlo, vamos acomódate mientras busco la crema
Mientras Danilo  leía  las etiquetas de varios pomos tratando de hallar el humectante ,me quité la sábana de encima y me ubiqué boca abajo, estiré mi bata al máximo de forma que me cubría hasta debajo de las rodillas, la apreté entre mis muslos para que no se me subiera; luego bajé los tirantes  descubriendo mi espalda, y procuré  tapar mis pechos con la almohada. 
En breve se sentó junto a mí, bajó un poco más mi batita y un chorrito fresco de crema cayó sobre mi espalda; acto seguido las suaves manos de mi ahijado empezaron a distribuir el líquido por mi dorso. Lo hacía despacio, alcanzando mis hombros y escurriendo sus  yemas hacia abajo, al llegar a la parte media de mi espalda tuve el primer respingo, siempre he sido sensible y no pude evitar un ligero gemido
_Ahhhh
_Duele?
_No.. no… está bien así…
_Ok, entonces sigo…
_Si…por fa….
_Te gusta así?
_Si,… si…
_Eso Paty… así…así …relajadita…
Sus yemas continuaron paseándose, recorrían con suavidad mi cintura , avanzaban por mis costados , las sentía fuertes, tibias, inquietas y sin poder evitarlo en varias ocasiones me estremecí a su contacto. 
Usando un poco más de humectante descendió acariciando parte de mis caderas, entre subidas y bajadas desvió sus manos intentaron llegar desde atrás a mi vientre, hace tanto no había  sentido estímulos de ese tipo que no pude evitar relajarme dando  lugar a que sus dedos rozaran con disimulo la frontera de mi pubis. Volví a gemir.
Eran delicioso las sensaciones que me provocaba mi cuerpo había olvidado el gustito del roce y estaba despertando nuevamente al placer, pero en un arranque de sensatez, me apreté contra el colchón impidiéndole avanzar más
_ Tranquila Paty…tranquila…afloja…afloja el cuerpo…
La delicada danza de sus manos me estaba haciendo perder el juicio, me gustaba lo  que me hacía, como me tocaba y solo cerré los ojos dejándome llevar, el notaba mi predisposición y me animaba con sus palabras
_Así …así…relajadita…date vuelta linda,  para ponerla en tus piernas…
_Ahhhhhh
Respondí con otro gemido…..(Ponerla en mis piernas? Que es lo que quiere poner en mis piernas!,  pensé, )
Giré suave mi cuerpo, quedando boca arriba, estaba tan  concentrada en los estímulos y en la excitación que me producía, que por un instante  olvidé que al tener la pijama a la altura de mis caderas al dar vuelta  mis pechos desnudos quedaban ante sus ojos.
Los tenía allí, grandes, redondos con un par de orgullosos pezones desafiándolo, Danilo no podía apartar la vista de ellos ni yo de su bermuda templada en la  que claramente se dibujaba su miembro en acción.
No hicimos ningún movimiento, tan solo nos miramos profundamente; la  magia duró escasos segundos y me cubrí los senos con las manos….
_Suficiente….dije en medio de un suspiro
_Segura? No tengo reparo en continuar todo el tiempo que haga falta…
_nno, tranquilo ..ya.. estuvo bien
_Mmm deberías dejar que te cuide…son mis deberes de buen ahijado..
 _Te.. lo agradezco Dani pero…pero es mejor que vayas a descansar
Me sonrió y asintió con la cabeza
_Ok niñita asustadiza como tú digas
Me dio un beso en la mejilla y salió hacia su habitación.
Apenas  cerró la puerta, me abrí de piernas e introduje mis dedos en mi coño  violentándolo con profundas arremetidas, estaba muy humedad y tenía una necesidad profunda de ser follada.
Las palabras de mi amiga se volvieron proféticas, estaba caliente gracias a las caricias de mi  ahijado, pero sin duda también  él  se había excitado al tocarme y eso me emocionaba. Sin pensar en nada me levanté hacia el ala izquierda donde estaba ubicada su habitación, y protegida por la oscuridad quise arriesgarme a espiarlo, pero la puerta estaba totalmente cerrada y tan solo pude escuchar leves gemidos que me hicieron suponer que se masturbaba pensado en mí. Sin otra opción que escucharlo, Allí mismo arrimada contra la pared volví a meter mi mano entre mis piernas disfrutando de una dosis extra de excitación que me producía el riesgo de  que pudiera descubrirme. No tardé mucho y por segunda vez en el día me corrí brutalmente.
Al  día siguiente todo volvió a la normalidad , salvo por el hecho de que el muchacho se portaba aún más  atento conmigo  y además me miraba con insistencia; no puedo negar que también yo lo hacía al disimulo, sin embargo mantuvimos la distancia propia de nuestra relación de madrina – ahijado.
El fin de semana siguiente Marlene llegó de visita. Con dos bebidas refrescantes  y sendos sombreros nos sentamos en la mesita de jardín ubicada a pocos metros de la piscina, ni bien nos acomodamos encaminó la charlar a  su objetivo
_Ya que por teléfono no pude sacarte nada, ahora si me contaras con detalle cómo te fue con los masajitos de tu ahijado, porque cumplió mi recomendación no?
_Nunca te han aplicado un humectante? que puede tener de especial aquello respondí queriendo  evadir el tema
_Nada nada, sino fuera porque desvías la mirada como cuando intentas ocultar algo, vamos Paty nos conocemos hace tanto, dime, dime si almenas sentiste rico
_Jajaja que morbosa eres
_Ok, si tu no me lo quieres contar, le preguntaré a Danilo…
_Eres tan imprudente  que te creo capaz de eso y mucho más!!
_Ay, solo bromeo!! pero aunque  lo niegues se nota que algo fluye entre ustedes,  esas miraditas no engañan…
_Mmmmm  que puedo decir, solo es  un muchachito…
_Es un muchachito, pero  acaricia rico no? a mí me gusto cuando me puso bloqueador en la espalda
_Jajaja bueno si, se siente bien
_Solo bien? te excitaste?
_Joder, me causas risa!!
_Mmm por lo visto si, y él se excitó? se le par……
_ Sí, si se le paró , se le puso enorme!!!  Es lo que quieres oír no?
_ Wuaoo  suponía que la tenía grande y…. como cuanto le medía?
_Jajaja que pregunta!!  crees que ando con una regla en la mano?…. además solo se la vi  a través de la ropa
_No se vale Paty  tanto misterio para contar esa ñoñería
_Ay Marle,  Marle, ya en serio, no sé lo que me pasa, la verdad es que en esta última semana me he masturbado más que en un año!!
_Lo sabía, te pone caliente tu  ahijado!! pero tranquila ,es lo normal, llevas mucho sin sexo y además el chiquillo esta como quiere.
_Creerás que la otra noche me asomé al balcón, resulta que Dany  se estaba  bañando en la piscina, me metí a la habitación pero  me quedé tras de los cortinales espiando y al ratito salió totalmente desnudo, no sé pero me dio la sensación de que lo hacía adrede,  porque de rato en rato miraba hacia  mi habitación ,ufff  me temblaron las piernas  
_Jajaja debió ser muy rico lo que viste,  pero creo que a estas alturas tú necesitas de cosas más contundentes que espiar o auto complacerte, vamos que no eres una niña, ya déjate llevar
_Pero…es que es tan joven….
_Y??? oprovecha!! que esa es la mejor parte … imagina ese cuerpazo restregándose sobre ti, esas manotas amasándote toda, su buena herramienta dentro de ti,  porque dijiste que  la tiene grande verdad?
_Cielos Marle tiene una  verdadera …verga!!
_jajaja Paty mira nada más como te expresas, tú muy bien
­­_Jajaja si como que se me está subiendo la temperatura…ya Marle dejemos el tema que últimamente fácilmente me pongo….
_Cachonda? humm o sea que la juiciosa Paty  así de fácil se pone cachonda  vaya…vaya….
_Ya… no sigas que al menos tú tienes con quien desquitar
_Si la que sigue eres tú, mira cómo se te levantan los pezones, estas hecha toda una putita
_Si no te callas  terminare corriendo al sanitario oíste
_Al  sanitario o los brazos de Danilo? mira , mira lo que esconde en el bañador, Paty no te gustaría bajárselo  y darle un par de lamidas?
_ Ufff a estas aturas lo que quisiera es…comérsela…comérsela toda…!!!
_Eso es Paty, deja  deja salir a la zorrita que llevas dentro…
La charla se ponía morbosa, y el ambiente caliente, más aun cuando Marlene pasó sus manos suavemente por detrás de mí nuca, zafando las tirillas del sujetador, lo mis hizo con el lazo atado en mi espalda. Nunca había hecho toples, pero estaba tan alborotada que cuando me di cuenta ya tenía el brasier en mis manos, y la mirada absorta de Danilo sobre mis pechos.
Sentí un escalofrío, sus miradas literalmente me devoraban, sus labios parecían prenderse de mis pezones, al punto de quedarse con la mirada perdida en ellos. Indudablemente me encendí  y con toda maldad apliqué un poco de bloqueador ,masajeándolos suavemente, rozando mis pezones  jugando con mí  aureola, se me antojaba  ponerlo caliente, bruto, cachondo…
Marlene sonreía con satisfacción, luego se quitó el brasier con naturalidad, exhibiendo su par de bonitos senos  sin inmutarse  en  lo más mínimo. Danilo sentado en el borde de la alberca, nos contemplaba  queriendo guardar la compostura, pero su cuerpo hacia evidente su fascinación, levantando con furia su bañador
_Ves Paty, si ves todo lo que puede ser tuyo…imagina tus piernas amarradas a sus caderas, te gustaría ? se nota que es del tipo de hombre que folla bien
_Vamos Marle, cállate de una vez, una palabra más y  de verdad ….
_Jajaja Paty tantas ganas traes? a  poco y no te gustaría hacerlo ahora mismo, algo así brutal que te recompense los varios años de soledad, porque en verdad traes una linda cara de perrita en celo…
_Uffffffff… eres una cabrona!!! 
_Jajaja  Paty,  es divertido verte grosera,  y me encanta  como luchas contra tu calentura ….pero  como no quiero hacer mal tercio y en vista de las habas están por cocerse, me voy, a ver si  estando solos al fin   los tortolitos se animan a divertirse un poco
Sin decir más  y sin perder la sonrisa, gritó:
_Dani!!! ven!!! acompaña a Patricia que ya debo irme.
 Danilo no pudo disimular su emoción, se incorporó al instante y creo que para calmar su calentura, antes de acercarse a nosotras, dio un par de zambullidas que se encargaran de bajar  su carpa
Marlene recogió sus cosas  y se despidió:
_Chicos  los dejo solitos , diviértanse sin miedo…
Su sonrisilla fue suficiente para que ambos captáramos su doble intención y por si fuera poco se arrimó a Danilo susurrándole algo que le hizo sonreír, luego me  dio un beso y cuchicheo en mi oreja:
_Recuerda que eres toda una golfilla …déjate llevar…
No cabe duda que a esas alturas me sentía una golfita, pero  al irse Marlene perdí valor convirtiéndome tan solo en una golfita asustada. Mi ahijado despertaba mi libido con violencia, pero había una parte de mí  que aún se resistía,   quizá debido al vínculo casi familiar  o a la diferencia de edad,  lo cierto es  que al quedarnos solos  tome una toalla  y me la eché encima cubriéndome los senos.
_Estabas preciosa así al natural, jamás deberías cubrirlos
_Oh  gracias, pero creo que ya tome suficiente sol
_15 min es suficiente? no lo creo…o es que te incomoda traerlos desnudos cuando estás a solas conmigo? preguntó mientras plantaba la mirada en mis senos
Danilo había dado en el clavo, me excitaban sus miradas, y me gustaba su  descaro al abordarme de esa forma, pero haciendo un gesto de indiferencia respondí:
_Vamos Dani, no digas tonterías porque habrías de incomodarme?
_Justamente eso me preguntaba, hace un rato cuando estaba Marlene te veías tan desinhibida y de pronto al quedarnos solos te apagas… me atrevo a decir que hora mismo pareces nerviosa …
Sí, estaba nerviosa, lo tenía sentado frente a mí, con aquella piel morena que alimentaba mis fantasías, con aquellos labios carnosos que me provocaba probar,  con esa mirada incitante con la que se paseaba por mi torso, para terminar clavándose en mis ojos cafés…
_Nerviosa yo? por favor!!
_Sí,  nerviosa y no es la primera vez que pasa… hace unas noches cuando te aplicaba el humectante, también  te inquietó que te los mire…los tenías preciosos, duros, levantados, pero te asustaste y me mandaste a dormir
_No me gusta lo que insinúas …creo  que estas….. confundiéndote…
_Paty…Paty…quiero  pensar que no estoy confundido, es más yo no temo reconocer que me inquietas, que me inquietas demasiado, cuando me miras, cuando sonríes,  cuando tu mirada baja aquí a mis genitales…
_ Dany …yo no…
_No lo niegues Paty, te he descubierto mirando mi sexo varias veces,  y yo.… siento que  moriría si me lo tocaras….si me lo tocaras con esos largos dedos con los que hace un rato acariciaste tus pezones….querías provocarme verdad?  lo  lograste linda, sí que pudiste ponerme…a  tope
_Dani …Dani … no sigas…dije  casi sin aliento
_Te prometo que nunca te volveré a decir nada si al retirar la toalla  tus pezones están dormidos, pero si están duros como lo imagino, no dejaré de besarlos hasta que me pidas que pare
No respondí, ya no tenía fuerzas para objetar nada y el continuó:
_Sé que no solo son tus pezones lo que te traicionan, también sé que tu biquini está húmedo, ha estado húmedo toda la tarde verdad? te pones húmeda por mí… cuando te miro, cuando te hablo, y mucho más ahora que sabes que nadie me la pone como tú, así de fuerte… así de inquieta…así  de necesitada…
_Ahhhh Danilo….
_Marlene te incita a tener sexo verdad? pero no Paty, lo que  tú necesitas es amor, y sabes que haremos después de hacernos el amor? después de eso si follaremos ,  follaremos como dos locos, como dos enfermos…como dos animales…., muéstrame  mami, muéstrame que quieres hacerlo conmigo…
Tenía el  cuerpo caliente, mordía mis labios totalmente excitada y sentía como perdía fuerzas en mis muslos; mi sexo definitivamente quería albergarlo; eran demasiado tiempo de soledad, eran demasiados años sin follar
Con suavidad retire la toalla que cubría mis senos, dejándolos al aire, y mientras le miraba a los ojos empecé a masajearlos circularmente, abrí mis palmas sobre ellos abrazando la totalidad de mis tetas, contentándolas con suaves caricias que se intercalaban con apretones en mis pezones. Danilo me contemplaba sin decir palabra, solo se atrevía a humedecer sus labios mientras no perdía detalle de como mis piernas con una ligera oscilación le mostraban que mi sexo necesitaba de su ardor.
_Danilo susurre  tócate, tócate   para mi…
Mientras yo sobajeaba mis tetas, ubicado  frente a mí, deslizó su mano entre sus ingles, acariciaba su miembro por encima del bañador, haciendo que notara el bulto que se le formaba, subía su mano a la pelvis y jugaba con el resorte de su bañador, bajándolo ligeramente, de modo que podía ver el inicio de su pubis
Ajusté los muslos excitada, para volver a separarlos con suavidad, me sentía empapada y quería que el chico viera la sombra de humedad  en mi biquini, una humedad que el provocaba, sin siquiera tocarme.
Maliciosa deslicé mi mano por mi vientre, jugando con mi pubis, escasas pelusas formaban un pequeño triángulo en mi monte, que culminaba en unos labios suaves totalmente depilados, apenas lo rocé y me estremecí, más aun cuando Danilo introdujo  sus dedos  en el bañador   sacando su miembro. Al fin pude vérsela a mis anchas, enarbolada, lista para guerrear, era  grande, ligeramente gruesa, de un bello color rosáceo; una verdadera joya en medio de su vientre. El vello había sido recortado  con cuidado, y majestuosas colgaban dos esferas haciéndola más apetecible.
Su mano se acomodó en la base y empezó a subirla y bajarla despacio, a momentos exprimía el capullo y gotillas de sus líquidos se desparramaban por su glande,  yo estaba absorta, contemplando como su respiración se aceleraba al igual que los movimientos de su mano, en un juego solitario que le arrancaba  gemidos
También yo gemía, mientras mis dedos se escurrieron entre mis labios, eché mi cuerpo hacia atrás  y me concentré en mi propio placer, no quería besos, ni caricias, quería correrme, necesita hacerlo con urgencia y el dedeo insistente sobre mi clítoris me arrancó ese orgasmo que tanto necesitaba.
Danilo al verme contraer, aceleró el movimiento de su mano, y una fuerte  descarga se derramó entre sus, palmas. Sus ojos se entrecerraron como si quisiera contener el placer y al volverlos a abrir sus pupilas se clavaron en las mías…
Nos acariciamos con la mirada unos segundos y nada pudo romper mejor aquella magia, que  nuestras risas  descontroladas floreciendo después del placer. Luego de la risa, otra vez el silencio; luego del silencio, otra vez el placer…
Nos besamos, al fin nuestros labios se tocaban, se buscaban y se abrían, permitiendo que nuestras lenguas juguetearan enamoradas; infinidad de besos se tatuaron en  nuestra piel desde los hombros hacia las caderas, desde los pies  hacia la cintura…
_Ahora si quieres seguir? o me volverás a dejar con ganas  susurró mientras tiraba de mis pezones…
Gemí,  no hacía falta más respuesta que mi mano apretando su bragueta
_Mmm o sea que la nena hoy si tiene ganas de probarla, mira nada mas como me la estruja mmmmm anda quiero oír que me la pidas…
_Dani quiero… quiero que lo hagamos…
_No, así no, quiero que la pidas como una putita, como una putita caliente…
_Mmmmm Dani dámela… ….quiero comérmela toda…quiero sentir tu ….verga!!
_ufffffff muy bien, así es como debes pedirla, pero si la quieres… tendrás que venir por ella!!
Dicho esto se recostó sobre la tumbona,  se bajó el bañador y elevo su cadera , no había duda era una invitación a un oral, a sentir en mi lengua  el calor de  su miembro, no dudé ni un segundo , separé  sus muslos con violencia  haciendo que los dejara por fuera de la tumbona, me acerqué despacio y refundí mi rostro entre sus ingles. Moví mi lengua entre sus testículos rozándolos apenas  y cuando escuché su primer gemido susurré:
_Te gusta mi lengua?
_Ohhh, me encanta como la mueves..sigue…sigue…
Recordando sus palabras anteriores respondí:
_Mmmmm  pues si la quieres…tendrás que venir por ella!!!
_ Jajaja con que esas tenemos!!! La niña quiere jugar a ser mala
Sacando la lengua de forma provocativa respondí:…te espero en agua
Ambos reímos y en cuestión de segundos me tenía arrinconada en las escalinatas de la piscina
_Jajaja Dani sabía que mi lengua era una verdadera tentación para ti
_Quien dice que vine por tu lengua?, yo vine por esto!!!
Antes de que pudiera decir nada, me agarró de los brazos y  me tumbó …
Luego gemidos, muchos gemidos… su lengua  en mis genitales daba incansables lamidas que recorrían  desde mi canal hasta mi pubis, rebuscando en mis pliegues los maravillosos puntos donde mi jadeos aumentaban hasta hacerme sentir desenfrenados espasmos. Era imposible dejar de contraerme, hace tanto  no sentía una boca comiéndose mi  coño de esa forma, ni unos dedos tan hábiles hurgoneando en  mi sexo.
La sensación era desbordante, el agua  de  la piscina  refrescaba mi espalda y mis glúteos, mientras despatarrada,  me permitía el lujo de gozar de un buen polvo. Sin duda era excitante saber que   pese a ser una mujer madura tenía en medio de mis piernas una carne fresca, un muchacho joven, arrancándome un orgasmo de primera. Luego de mis maravillosos espasmos continuó besando mis inglés, lamiendo mis líquidos, con sus ojos chispeando de deseo y su bañador levantado….
Cambiamos de posición, Dani se sentó en un peldaño de la piscina y yo un poco más abajo, con la mitad del cuerpo sumergido en el agua, acaricié sus muslos juguetona
_Dani ahora si se te antoja mi lengua?
_Desde luego linda desde luego, aunque……no sé si puedas  hacerlo bien…
Sabía que su intención era provocarme y me gustaba que lo hiciera porque eso me ponía aún más caliente
Sin darle oidos escupí sobre su miembro, extendí la saliva a lo largo del tallo usando mis dedos, luego coloqué mis labios en la punta, y acaricié con ella su glande, chupe  suave, sin prisas, mientras él se desesperaba por encajarla, a cada empujón de su cadera queriendo meterla en mi boca, me retiraba velozmente  de forma que lo único que me comía era su glande
_Vamos Paty….cómetela….cómetela… toda…
Ignorando sus palabras me dediqué a lamer sus testículos y a recorrer  con mi lengua la zona del perineo, entrecortados gemidos se escuchaban y queriendo disparar aún más su excitación, junté mis senos y los pasé  a lo largo de su pene las suficientes veces para que su miembro alcanzara su máximo tamaño
_Dany te puedo preguntar algo? tengo una curiosidad…
_Ahhhh pregunta linda…pregunta…
-Mmmmm como cuanto ….te mide?
_Jajaja temes no poder con ella?
Sin responder volví a escupir sobre su miembro, contuve la respiración, ajusté mis labios sobre su diámetro y me la introduje a profundidad arrancándole un fuerte gemido. Subí y bajé repetidas veces, suavizando con mi saliva y apretando con mis labios. Aceleré el movimiento, Danilo se revolvía gimiendo mientras yo no paraba de succionar, me costaba algo de esfuerzo tenerla casi toda en mi boca pero me excitaban sus jadeos, sus ojos vidriosos, su cuerpo tenso, y eso hacía que yo apurara más los movimientos, hasta que mis labios sintieron como la corrida atravesaba su troco para terminar vaciándose en mi boca. Luego limpié su sexo, lamí mis comisuras, y bebí el extraño sabor de sus fluidos como si se tratara dela más rica miel
Nos quedamos varios minutos abrazados, sin decirnos nada, solo sus manos se paseaban por mi espalda, acariciando mi cintura, a momentos las bajaba  y apretaba mis glúteos, perfilando sus dedos en mi vulva
_Jajaja que haces Dani
_Jajaja lo siento, es que me pone cachondo  pensar que ese coñito lleva años desamparado
_Mmmmm o sea que ya tengo quien se preocupe por él?
_Si mami desde hoy lo vamos a atender a diario, tú sabes, deberes de buen ahijado
_Jajaja eres un  sinvergüenza!!
_Mmmmm ven acá  y te enseño  todo lo que hace un sinvergüenza..
Tendió una tallón sobre el parquet, me recosté deleitándome con las caricias suaves con la que cubría los espacios más íntimos de mi cuerpo, sus besos se esparcían dejando el brillo de su saliva sobre mi piel, los míos buscaban sus gemidos. Allí a plena luz del día, sintiendo los últimos rayos de la tarde disfruté de mi propia liberación, necesitaba entregarme, necesitaba amar y necesitaba follar…
Abrí mis muslos, quería sentirlo dentro, el estímulo de los besos, de las caricias y del dedeo, me tenían ansiando la penetración, subí mis piernas permitiendo que su miembro se ubique en mi entrada, y Dani empujó las caderas con suavidad. Se sentía claramente cómo se abría paso entre mis carnes, produciéndome algo de ardor al ir deslizándose al fondo, me ocasionaba un dolorcillo que si bien provocaba algún quejido, me hacía desear ser punzada a plenitud.
Su peso sobre mi cuerpo y la fricción intensa generada por el movimiento de entrada y salida, hacía que poco pudiera resistir, empujé a tope mis caderas produciendo un hundida profunda y grité producto de un orgasmo enloquecedor.
Luego me tomó de la mano ayudándome a incorporar:
_Ven vamos a tu habitación
_A mi habitación?
_Si linda, a tu cama….mira como quedaron mis rodillas, ouuchh el parket no es precisamente cómodo
_Jajaja entiendo pero… quien dice que yo quiero en una cama?
Nuevos besos, nuevas caricias, nuevos deseos de unirnos, las ondas formándose en la piscina daban muestra de nuestra actividad en el agua; arrinconada contra la esquina me sujeté de su cuello y abracé  sus caderas con mis piernas, sus manos me sostenían del trasero, y ambos empujábamos rítmicamente de modo que su miembro se encontraba con mi sexo; que puedo decir sino que gloriosas arremetidas me hacían perder el aliento.
Gemía como una perra, y agitaba mis caderas buscando más de sus estocadas, y mientras su miembro era devorado por mi coño, su boca devoraba mis pezones; tanta calentura en nuestros cuerpos no era calmada ni siquiera con la frescura del agua en la que chapoteábamos mientras nos cogíamos.
_Ohhh que rico, asii.. muévete asi Paty..
_Quieres que me mueva mas?..te gusto asi sucia y cachonda?
_Ohhh sigue nena …me encantas asi.. cachonda y cochina…sigue…
Le señale, uno de los descansos de la alberca, y terminé sentada sobre él, con las piernas abiertas, al fin tenía el control absoluto de los movimientos cabalgándolo a mi antojo. Mi melena oscura se revolvía cayendo sobre mis hombros  mientras como una salvaje brincaba sobre su reata, sin más me contraje en explosivos movimientos que me dejaron exhausta en sus brazos.
Una vez repuesta Danilo me empujó contra la pared y sin misericordia arremetió contra mí, sus mano se engarfiaron en mis caderas y no me soltó hasta que su sexo agotado de amarme explotó en una estremecedora corrida. Su semen llenaba mis entrañas escurriéndose en mis muslos mientras el pegado a mi terminaba de convulsionar…
_Ufffffff Paty delicioso… ahora si quieres ir a nuestra habitación?
_Nuestra habitación?
_Jajaja nuestra desde hoy…si me dejas quedar contigo
_Mmmmm y que me ofreces a cambio?
Mordió mi oreja y susurró:
_Cumplir con todos mis deberes….. de buen ahijado
_ Dani….sii…ahhhh
 
PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
leonnela8@hotmail.com

 
 
 

Relato erótico. “Animando 2… mi prima embarazada me busca novia.(POR GOLFO)

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La Noticia

Esa mañana me desperté abrazado a María, con una mano agarrando su  pecho y con su culo desnudo pegado a mí. Empecé a acariciar sus pezones buscando despertarla, siguiendo la costumbre adquirida desde que, olvidándome de los prejuicios y que la sociedad consideraba nuestra unión contra natura, la hice mi mujer. Mi prima tardó en reaccionar y solo abrió los ojos cuando sintió la presión de mi pene contra su cuerpo.
-Hola mi amor-, me dijo mientras cogía entre sus manos mi sexo y se lo acomodaba entre sus piernas, -hoy te has levantado caliente-.
-Y cuando no-, le respondí penetrándola sin tener que forzar su entrada.
Eso era lo que más me gustaba de ella, siempre estaba dispuesta. Bastaba con que la tocara unos segundos para que sin poderlo evitar se calentara al instante. Daba igual donde fuera, mi perversa prima se derretía al sentir mis caricias e incapaz de aguantarse, me pedía que la tomase sin importarle el lugar. Habíamos hecho el amor durante esos seis meses en los lugares más inverosímiles, en un baño público, en un juzgado e incluso bajo la atenta mirada de unos ancianos del asilo del pueblo de al lado. Siempre que no hubiese nadie conocido cualquier sitio era lo bastante bueno para dar rienda suelta a nuestra pasión. Habíamos jugado muchos roles. A veces era ella la sumisa para acto seguido convertirse en una adusta institutriz. Nada nos estaba vedado. Todavía recuerdo la noche que poniéndole una máscara la llevé a un club de alterne y la obligué a bailar para el selecto público que atestaba ese antro. Desde entonces solo recordarle la sensación de ser observada por esos cincuenta paletos y sus miradas de lujuria hacía que se calentara y me pidiera que al igual que en ese lugar, la tomara por detrás mientras ella berreaba de placer.
Nuestra relación era perfecta pero en secreto. Nadie en Luarca suponía que el serio subdirector del banco y su prima, la amargada, compartieran algo más que las cuatro paredes en las que vivían. La realidad era diferente, al igual que esa mañana, no podíamos estar solos sin hacernos el amor. Nuestro repertorio de posturas haría palidecer al escritor del Kamasutra. Cada día buscábamos nuevas  formas de amarnos, de pie, tumbados, en un sillón, en la escalera. Su boca, su vagina o su culo eran únicamente instrumentos, lo importante es que nos teníamos uno al otro y con eso nos bastaba. No nos hacía falta nada más.
Desgraciadamente esa mañana, después de hacerle el amor y mientras me duchaba, oí a María vomitar. Ninguno dio importancia a ese hecho y tranquilamente nos sentamos a desayunar.
-No tengo hambre-, me dijo mi prima al tratar de terminarse la tostada, -Algo me debe de haber sentado mal-.
-Tienes mala cara-, respondí sin saber lo que se nos avecinaba y como siempre a esa misma hora, la besé despidiéndome de ella hasta la hora de comer.
Durante las siguientes horas el ajetreo de la sucursal no me dejó pensar en lo ocurrido y tengo que reconocer que cuando volví a casa se me había olvidado el mal rato que había pasado mi mujer esa mañana. Solo comprendí que algo iba mal, al entrar a la cocina y comprobar que, contra la norma que habíamos establecido, la comida no estaba preparada. Fue entonces cuando me acordé que se encontraba indispuesta y subiendo a nuestra alcoba, me la encontré llorando.
-¿Que te ocurre?-, pregunté sin dejar de acariciarle el pelo.
María, mi prima, mi mujer, mi amor, tardó en contestarme y cuando lo hizo, sin dejar de sollozar, me quedé petrificado:
-Estoy embarazada-, soltó hundiendo su cara en la almohada, -¿Qué vamos a hacer?-.
Ni siquiera se me pasó por la cabeza el abortar. Podíamos ser a los ojos de la sociedad unos amorales pero, cómo ella tenía unos solidos principios, tomar esa vía nos resultaba imposible. Comprendí que nuestro idílico mundo se nos venía abajo. Muchas veces habíamos hablado de que ocurriría si a nuestras madres les llegaban rumores de que sus hijos compartían lecho y ambos habíamos llegado a la conclusión que eso las mataría. Las pobres viejas eran buenas pero habían sido educadas en unos valores que harían que nuestro amor les resultara repugnante.
-Podemos irnos del pueblo-, le contesté pensando que así nadie se enteraría.
-Eres tonto. Y que iban a pensar los nuestros que dejáramos todo, nos fuéramos juntos y que a los nueves meses viniese con un crio. Sabrían que tú eres el padre-.
Tratando de tranquilizarla, le di un beso y acariciando su barriga, le dije que ya se nos ocurriría algo. Abrazados en la cama, rumiamos juntos nuestra desgracia y pasaron las horas sin que se nos ocurriera una solución. Como esa tarde no podía dejarla sola, llamé a un compañero y le dije que me sentía de pena y que no iba a ir a trabajar.
-No hay problema, cuídate-, me dijo sin sospechar nada.
Ya eran casi las seis cuando levantándose de la cama y comenzando llorar nuevamente me dijo:
-Tengo que agenciarme un novio y echarle la culpa a él-.
No pude reprimirme y soltándole un guantazo, me negué:
-Eres mi mujer y no pienso compartirte con nadie. Prefiero que se descubra todo a pensar que otro hombre te acaricie-.
Sé que no fue correcto pero pensar en que fuera otro el que compartiera con ella las noches, me había sacado de mis casillas. Al darme cuenta de lo que había hecho, la atraje hacia mí y pidiéndola perdón, la besé apasionadamente. Ella me respondió como solo ella sabe hacerlo. Sus manos me empezaron a desabrochar la camisa y dejándome desnudo, se quitó las bragas y poniéndose de rodillas en la cama, me pidió que le hiciera el amor.
Varias veces la había tomado vestida, pero en esa ocasión verla tan dispuesta sin haberla siquiera tocado, me enervó y pegándome a ella, le subí la falda y de un solo empellón, la penetré hasta el fondo. Convertido en un demente descargué sobre ella toda mi frustración y cabalgándola a un ritmo infernal, busqué limpiar mi pecado. María no tardó en demostrarme con sus gritos su excitación y animándome a continuar, me azuzó diciéndome que era suya y que nada ni nadie podrían evitarlo. Su orgasmo fue brutal, chillando me pidió que siguiera penetrándola mientras el placer corría por sus pantorrillas. Toda la tensión de lo ocurrido se concentró en mi sexo y descargué en su interior, ya germinado, simiente inocua pero repleta de cariño.
Exhaustos caímos en la cama, y llenándonos de besos, nos dijimos que lo importante éramos nosotros y el fruto de sus entrañas. Las caricias mutuas  volvieron a calentarnos y terminándonos de desnudar, volvimos a hacer el amor pero esta vez, suavemente. Yo no lo sabía pero mi prima había tomado una resolución y solo esperaba el momento oportuno para comentármela.
Fue tras la cena, cuando sirviéndome una copa me dijo que teníamos que hablar. Aunque no me apetecía comprendí que no podíamos postergar más el asunto y acomodándome junto a ella, le di entrada.
-Fernando, te pido que no me interrumpas y no te enfades con lo que te voy a decir-, me pidió casi llorando, -aunque me duela no puedo decirle a mi madre que tú eres el padre de mi hijo. Me voy a inventar una aventura de una noche y que a raíz de ella, me quedé embarazada…-.
Cabreado, saltándome mi palabra, la interrumpí:
-Y que quieres, ¿Qué mi hijo no tenga padre?, me niego, pienso educarlo-.
-No te he dicho que no le eduques, serás su padre aunque nominalmente sea un desconocido el que me preñó. Tú le llevarás a la escuela, le enseñaras a jugar al futbol y cuando sea mayor le diremos la verdad-.
Aunque esa solución  no me gustaba, comprendí que era la mejor pero aun así había un problema y tomando un poco de whiski, le dije:
-Está bien, pero eso no acabará con las habladurías. Cuanto tiempo crees que tardara el pueblo en chismorrear que María, la de Joaquín, se ha quedado embarazada del primo con el que vive-.
-Lo sé y por eso te voy a pedir algo que es dolorosísimo para mí-, me contestó llorando, -¡Quiero te busques una novia y que ella venga a vivir a nuestra casa!-.
-¡Tú estás loca!, no solo no quiero buscarme otra sino que al traerla a casa, se daría cuenta de nuestra relación y un chisme de pueblo se convertiría en certeza nada más enterarse-.
-Por eso tendremos que elegir con cuidado la persona, deberá de estar enamorada de ti y ser lo suficientemente manejable y sumisa para que al descubrirlo sea incapaz de traicionarnos-.
Indirectamente, me estaba proponiendo que formáramos un trio y aunque sabía que en la universidad había tenido un escarceo con una mujer, María no era bisexual. Tratando de rebatir su plan, le expliqué que era imposible hallar una candidata que reuniera esas características y menos en Luarca.
-Si existe y durante los últimos tres meses, no ha hecho otra cosa que tontear contigo-.
Me quedé de piedra al comprender a quien se refería.  La elegida en la que estaba pensando era Isabel, la hermana pequeña de mi amigo Rodrigo. Durante las últimas semanas, nos habíamos estado riendo de las maniobras de acoso y derribo que esa cría había intentado con el ánimo de seducirme. Aprovechando que trabajaba en la tienda de al lado del banco, venía a verme todos los días para que la invitara a desayunar.
-Estás de la olla, es una niña. No debe de tener más de veinte años-.
-Veintitrés para ser más exactos y tú mismo me has dicho que si no llegas a estar conmigo ya te la hubieses tirado. Lo que te propongo es que la seduzcamos entre los dos y que esa boquita de fresa cuando se dé cuenta no pueda echar marcha atrás-, me contestó mientras me bajaba la bragueta. -No podrá decir nada porque para entonces se habrá convertido en nuestra amante-.
Sin mediar palabra, sacó mi pene y meneándolo me preguntó:
-¿Te parece bien?-.

No pude negarme, María ya se lo había introducido en la boca y la idea de compartir ese culo juvenil con ella, no me parecía una idea tan desagradable.

Los preparativos


 

Al día siguiente, cuando llegué a comer María estaba contenta. Me sorprendió encontrármela bailando en la cocina mientras preparaba la comida y por eso le pregunté el motivo de su cambio de humor.
-Todo va sobre ruedas. Como te dije, me he encargado de todo, esta mañana he ido a ver a nuestra futura novieta y la muy tonta ha caído en la trampa-.
-¿Qué le has dicho?-, respondí alucinado por la rapidez que se había dado.
-Le he comentado que el banco te ha regalado tres viajes a Fuerteventura y que los íbamos a perder al no tener con quién ir-.
-No te entiendo-, solté al no comprender cuál era su plan.
-Estás a por uvas. Le puse en bandeja que debido a las habladurías no podía irme sola contigo porque ya era bastante el hecho que viviéramos juntos en la misma casa-.
-¿Y qué te dijo?-,
-La muy tonta vio la oportunidad de irse contigo, teniéndome a mí de sujetavelas y sin percatarse donde se metía, me insinuó que ella podía acompañarnos. Como podrás comprender, acepté al instante-.
-Cojonudo-, contesté sonriendo,-¿y cuando nos vamos?-.
-Pasado mañana, ya he comprado los billetes-, me informó mientras me acariciaba el trasero. -Por cierto, yo he sufragado el viaje pero tú me vas a pagar el bikini que he elegido-.
Soltando una carcajada, le pregunté cómo era y porque no me lo modelaba. Ella, muerta de risa, contestó:
-Es sorpresa, pero te anticipo que es muy, pero que muy, sexy-.
No me quedó duda alguna que si mi prima lo describió tan provocativo, era porque en realidad debía de ser indecente y anticipándolo mentalmente, la abracé mientras le intentaba desabrochar la falda. Pero María tenía otros planes y separándose de mí, dijo:
-Tienes que ahorrar fuerzas, hasta el sábado vas a estar a dieta-, y poniendo cara de picar, me  explicó: -Durante tres días seguidos vas a tener que contentar a dos mujeres-.
Esa misma tarde, al salir del banco, me encontré de frente con Isabel. La cría venía vestida con un provocativo vestido que revelaba la mayor parte  de su anatomía. Disimulando me fijé en ella, disfrutando por anticipado de sus contorneadas piernas y grandes pechos. Ella, nada más verme, se acercó y exhibiendo una sonrisa, dijo:
-¡Qué ganas tenía de verte!. Me imagino que ya sabes que me he acoplado al viaje-.
-Si, me lo comentó María-, contesté un tanto cortado, -me alegro que seas tú quien nos acompañe-.
-¿De verdad?-, respondió bajando la mirada, -temía que te enfadaras al enterarte-.
-¿Por qué me iba a enfadar?-, solté mientras le daba un repaso,- sería un idiota si me molestara que una preciosidad como tú nos acompañara-.
Se puso colorada al oír mi piropo pero rápidamente se repuso y mirándome a los ojos se despidió diciendo:
-Gracias, entonces nos vemos el viernes, ¿ok?-.
-No faltes, sino vienes, me aburriré al ir solo con mi prima-, dije, dando por entendido que con ella tendría algo de acción.
Isabel soltó una risotada tras lo cual  contestó a mi indirecta, diciendo:
-Aunque no fuera, nunca te aburrirías ya buscarías como entretenerte-.
Si no llega a ser imposible, de su respuesta se podría deducir que se barruntaba que entre María y yo había algo, por lo que, para evitar el tema me despedí y directamente me fui a casa.
El viaje.
Ese viernes hacía frio en Asturias. El termómetro marcaba seis grados, por lo que, al salir de Luarca los tres íbamos enfundados bajo gruesas capas de ropa. Al llegar al aeropuerto, nos quitamos los abrigos lo que me permitió descubrir que debajo de los mismos, María e Isabel iban vestidas igual. La indumentaria de ambas consistía en una escotada blusa de flores y una minifalda amarilla.
“No puede ser casualidad”, pensé al verlas.
Cuando ya iba a preguntar la razón de esa coincidencia, las dos mujeres preguntaron riéndose:
-¿Te gustan nuestros uniformes?, somos las Fernando´s girls-.
-No-, respondí, -en cambio me encantan los cuerpos que esconden-.
Mi prima y mi amiga buscando incomodarme me empezaron a modelar en mitad de la sala de espera. Una rubia y una morena pero ambas estupendos ejemplares de la raza autóctona de mi región. Asturianas de pura cepa que eran en sí un recordatorio de porqué, en España, la leche asturiana tiene tanta fama.  Si María con sus treinta y cinco años estaba buena, la juventud de Isabel la convertía en un bocado demasiado apetitoso para no ser catado y corriendo un riesgo innecesario, se los hice saber:
-Cómo sigáis tonteando, al llegar al hotel os violo-.
Obtuve como única respuesta más burlas y provocaciones, por lo que, haciéndome el enfadado me alejé de ellas y me senté en el otro extremo de la terminal. Alejarme, me dio la posibilidad de contemplarlas sin que ellas se percataran de mi examen. Mis acompañantes eran dos mujeres de bandera. El sector masculino de la sala las había catado bien y todos sin excepción estaban maravillados observando a  ambas haciendo el tonto mientras se reían de mí. Con unos culos perfectos y unos pechos que no les iban a la zaga, traían embobados a todo aquel con el que se cruzaban. Parecían dos colegialas haciendo travesuras, su desparpajo y sus risas provocaban sonrisas y babeos a su paso. Yo, por mi parte, me estaba empezando a excitar imaginándome mis próximos tres días en compañía de esas bellezas.
Recibí con gozo el aviso que teníamos que embarcar, no en vano tenía ganas de llegar a nuestro destino y que los planes que había  urdido María se llevaran a cabo. Lo que no me esperaba que corriendo hacia mí, mi prima e Isabel se pegaran como lapas y me abrazaran. Su actitud hizo que, tanteando el terreno, mis manos recorrieran sus traseros mientras entrabamos al avión. Ninguna de las dos se quejó, al contrario, compartiendo miradas cómplices las dos muchachas se rieron y charlando entre ellas, comentaron que si la calefacción del aeropuerto me había puesto tan caliente que sería cuando el sol de las Canarias tostase mi piel.
-Segundo aviso-, les dije,-si seguís cachondeándome, no respondo de las consecuencias-.
Mi prima forzando la situación, guiñó el ojo a la morena y acariciando mi pelo, me susurró al oído:
-Ya falta poco para que caiga-.

Ni que decir tiene que al sentarme, conseguí hacerlo entre esas dos bellezas. Con Isabel a mi derecha y María a mi izquierda era la envidia de todo el pasaje.  Nada reseñable hubiera ocurrido durante el despegue sino llega a ser que debido al aire acondicionado del avión, los pezones de mis acompañantes se erizaron y se me mostraron a través de la fina tela de sus blusas. Comprendiendo que era el momento de vengarme, acariciando las piernas de ambas, les dije:

-No soy el único que está caliente-, me miraron sin comprender a que me refería por lo que tuve que aclarárselo:-Tenéis los pitones pidiendo guerra-.
Al mirar hacia abajo y ver a través del escote los efectos del frio, María se puso roja pero Isabel, devolviéndome la caricia, soltó mientras su mano recorría sin disimulo mi entrepierna:
-Lo malo es que no conozco guerrero que pueda calmar mi calentura-.
-Te puedo decir de uno que, si le das una hora, hará que te rindas pidiendo tregua-, contesté siguiendo la broma.
 La morena, mientras pedía a la azafata una manta con la que taparse, me retó diciendo:
-Eso habrá que verlo-.
Sin darse cuenta, esa cría había abierto la veda y no pensaba dejar escapar la oportunidad que me había brindado, por eso cuando la empleada volvió trayendo consigo tres franelas con las que combatir el frio, decidí que era hora de comprobar si Isabel era tan mujer como vacilaba. Bajo el cobijo de la manta, mi mano fue acariciando su pierna, subiendo paulatinamente hacia su sexo. Ella, cortada, trató de impedirlo, retirando mi mano pero acercándome a su oreja, le dije:
-Me has dado una hora, así que te aguantas-.
Con un brillo en sus ojos, producto de la excitación que la embargaba, me dio permiso y tratando de disimular se puso a mirar por la ventanilla.  No sé cuánto tarde en llegar a su tanga, lo que sí me consta es que cuando mis dedos acariciaron la tela, esta se hallaba completamente empapada. Nada más sentir mis yemas centrándose en su pubis, la muchacha, totalmente entregada, separó sus rodillas permitiendo que mi exploración fuese completa. Al comprobar su disposición y siempre por fuera de sus bragas, mimé el clítoris de Isabel mientras ella se mordía los labios tratando de evitar un gemido que exteriorizara su placer.
Sin saber qué hacer o cómo reaccionar, en voz baja, me pidió que parara, a lo que me negué y cada vez más nerviosa, comprendió que no iba a cejar hasta que su cuerpo se liberara por lo que, cerrando los ojos, buscó lo inevitable. Dando la espalda a mi prima, que desde su asiento no perdía comba, usé mi otra mano para  rozar uno de sus pechos. Sus pezones, ya de por si erectos, me recibieron contrayéndose aún más y mientras sopesaba el volumen de sus senos, me dediqué a pellizcarlos suavemente. Sentir mis dedos, recorriendo su aureola, completó su derrota y presionando, con las suyas, la mano que acariciaba la indefensa vulva, se corrió en silencio. Buscando afianzar mi victoria, levanté su cara y dulcemente le di un beso en los labios mientras le decía:
-¿Quieres que siga?-.
-Aquí no-, respondió dándome por entendido que en otro lugar y con menos publico si quería.
Durante unos minutos se mantuvo callada, tras lo cual se levantó de su asiento porque quería ir al baño. Caballerosamente le cedí el paso, esos sí, aprovechando a tocarle el trasero mientras lo hacía. Ella, lejos de molestarse, posó su mano en mi sexo y apretando su presa, me susurró:
-¡Eres un cabrón!, pero me gustas-.
Mi prima esperó a que cerrara la puerta del aseo, para soltar una carcajada y pegándose a mi cuerpo, exclamó:
-Estoy celosa y cachonda. ¡No sabes cómo me ha puesto ver cómo la masturbabas!.- y cogiendo mis dedos impregnados en el flujo de su rival, se los llevó a la boca mientras me decía: -De esta noche no pasa que pruebe directamente el coñito de esa cría-.
Me sorprendió la lujuria de sus palabras, la caza y captura de Isabel había empezado siendo una solución a su embarazo pero se había convertido en un fin. Mi prima ansiaba tener a esa mujer entre sus piernas. Encantado por la transformación, pasé mis manos por sus pechos mientras le decía:
-No sé si será esta noche pero no debemos apresurarnos, tenemos un plan y habrá que cumplirlo-.
-Lo sé pero es que me ha puesto brutísima-.
La llegada de la morena nos impidió seguir hablando por lo que tuvimos que posponer la conversación. Durante el resto del viaje, los tres estuvimos charlando sobre lo que íbamos a hacer durante nuestra estancia en la isla, de manera que casi sin darme cuenta estábamos aterrizando.
Al salir y comprobar que en el exterior rondaban los veintiséis grados de temperatura, decidí que elegir Lanzarote había sido acertado porque no solo nos habíamos alejado del frio asturiano sino que podríamos darnos unos chapuzones en la playa.
“Tengo ganas de verlas en bikini”, pensé mientras cargaba el equipaje en el taxi que nos llevaría al hotel.
La llegada al Hotel.

El taxi tardó cerca de veinte minutos en hacer el trayecto entre el aeropuerto de Lanzarote y nuestro hotel. Durante ese tiempo, María e Isabel se encargaron de tomarme el pelo por medio de reiteradas insinuaciones e indirectas, todas ellas encaminadas a excitarme. Sin cortarse por la presencia del taxista y descojonadas de risa, me exigieron que me enterara donde estaba la playa nudista más cercana porque tenían ganas de comprobar si era cierto que calzaba una xl. Tratando de pasar el trago lo más rápidamente, les dije que si lo que querían era vérmela solo tenía que pedirlo.

La primera en contestar fue la cría, que poniendo cana de viciosa, comentó:
-No solo queremos verla, queremos disfrutarla-.
-¿Queremos?-, preguntó María, un tanto extrañada que la cría usara el plural.
-Quiero-, rectificó al darse cuenta del significado que escondían sus palabras.
Yo, por mi parte, me percaté que lejos de ser un error o una ligereza, Isabel había dejado claro que intuía que entre nosotros había algo más que el parentesco y que de ser así, no le molestaba.
“Quizás sea aún más sencillo desde lo que pensaba”, me dije mientras pagaba el taxi.
Aunque no nos lo había informado, María había reservado dos habitaciones contiguas con una puerta de comunicación entre ellas y por eso al entrar, me quedé agradablemente sorprendido:
-Nosotras dormiremos aquí-, me dijo mi prima señalando la habitación con dos camas, y el tuyo es el otro. Así que vete que tenemos que cambiarnos para ir a cenar y nos vemos en una hora-.
De mala gana, me fui a mi cuarto. No había terminado de deshacer la maleta cuando oí el ruido de la puerta. Al darme la vuelta, me encontré con María casi desnuda que corriendo hacia mí, me bajó la bragueta de mi pantalón mientras me decía:
-Tenemos cinco minutos para que me hagas el amor. No te imaginas como estoy. Esa niña me tiene loca. Nada más llegar se ha desnudado frente a mí y antes de meterse a duchar, exhibiéndose, ha empezado a contarme como te iba a violar esta noche -, me soltó mientras se bajaba las bragas, – la muy zorra me ha prometido que hoy mismo va a conseguir que le llenes todos sus agujeros-.
-¿Todos?-, respondí, metiendo mi pene en su sexo.
-Sí. Esa mosquita muerta quiere que la folles bien follada y que aunque nunca lo ha hecho, le apetece que le desvirgues el culo-.
Saber que ese hermoso trasero estaba a mi disposición hizo que me excitara más aún y dándome prisa, tomé a mi prima de sus hombros. Mi pene encontró su cueva completamente lubricada y de un solo empujón, lo incrusté hasta el fondo. María gimió al sentir mi glande chocando contra la pared de su vagina y como una posesa, me pidió que fuera brutal. Obedeciendo y con un ritmo infernal, mi extensión acuchilló su sexo mientras ella se masturbaba. María no tardó en correrse y sin pedirme opinión, se lo sacó para, a continuación, encastrárselo en su entrada trasera.
-Cuéntame como te la vas a follar-, me rogó fuera de sí.
Mordiendo la almohada para no hacer ruido, mi prima esperó que empezara a hablar:
-Pensando en ti, voy a dejar la puerta entornada para que puedas observar cómo me la tiro. Podrás verme desnudando a esa putita y disfrutar de cómo le voy a mordisquear sus pechos como si fueran los tuyos-.
Sus berridos quedaron amortiguados por la almohada pero estaba claro que mi relato la estaba llevando a unos extremos de excitación nunca antes alcanzados. Sabiendo que teníamos poco tiempo, aceleré mis penetraciones mientras le decía:
-Lo primero que voy a obligarla es que me haga una mamada y con su boca, limpie los restos de ti. Quiero que, entre tanto, te masturbes pensando en su boca, relamiendo tu clítoris y que cuando se trague mi semen, te imagines que es tu flujo el que está bebiendo-.
Al visualizar esa imagen, el cuerpo de mi prima se retorció derramando su placer por los muslos, momento que aproveché para darle un azote en el culo.
-Entonces, la voy a tumbar en la cama y abriéndole sus piernas, voy a tomarla como a ti te gusta. Sin prisas, mi pene va a llenar su cueva mientras mis dedos pellizcaran sus pezones y cuando la vea correrse, utilizaré su flujo para dilatar su ano y entonces sin consideración, la desvirgaré para ti-.
María desplomándose sobre el colchón,  se corrió coincidiendo con mi clímax y tras unos momentos de descanso, se levantó de la cama y mientras se volvía a poner las bragas, me susurró:
-Gracias, lo necesitaba. Me vuelvo a mi cuarto antes de que salga, no vaya a darse cuenta-.
Satisfecho, la vi marcharse tras lo cual terminé de acomodar mi ropa en los estantes y ya tranquilamente, me duché pensando que esa noche iba a ser vital para nuestros planes. Al salir envuelto en una toalla, descubrí que Isabel estaba sentada en un sofá de mi habitación. Me recibió con una mirada picarona y acercándose, me dijo:
-Aprovechando que Isabel se está cambiando he venido a comprobar si es verdad que calzas tan grande-, y antes que pudiera hacer algo, me despojó de la toalla, dejándome en pelotas.
Su cara se iluminó al verme desnudo y pegando su cuerpo al mío, besó mis labios mientras me decía:
-Llevo tres meses soñando este momento. No te imaginas las veces que me he masturbado pensando que hacías conmigo lo mismo que con tu prima-.
-No te entiendo-, respondí disimulando pero bastante excitado.
-No hace falta que lo niegues, acababas de llegar al pueblo cuando un día os descubrí haciendo el amor en una playa y desde entonces, os he seguido.  Cada vez que cogías el coche, con mi moto, os alcanzaba.  No sabes la cantidad de kilómetros que he hecho para veros-.
-No te creo-, contesté todavía inseguro.
La muchacha me miró y sacando unas fotos de su bolso, me las dio muerta de risa.
-Mira qué guapa estaba María mientras te la tirabas en ese asilo, o fíjate que buen plano de tu pene en su boca-.
-¿Qué quieres?-, pregunté totalmente acojonado por las pruebas que esa cría tenía de nosotros.
-Habéis despertado en mí sensaciones que no conocía y si no quieres que esto se haga público, tenéis que admitirme en vuestros juegos y que cada vez que te la cojas, también lo hagas conmigo-.
La muy hija de puta nos estaba haciendo chantaje sin saber que eso mismo era lo que habíamos pensado hacer con ella, por lo que, haciéndome el indignado, le solté:
-Si quieres eso, lo tendrás. Pero con dos condiciones: la primera es que esta noche entre tú y yo seduzcamos a María sin que ella se entere de nuestro trato y la segundas es que…me hagas una mamada-.
Sonrió al escuchar mi respuesta, y arrodillándose a mis pies, besó mi glande mientras con sus manos acariciaba mis testículos. Verla postrada y sumisa, hizo que mi pene se izara orgulloso y que antes que sus labios se abrieran, ya estuviera completamente erecto. Con sus ojos pidió mi aprobación y lentamente se lo fue introduciendo en su boca. La parsimonia con la que lo hizo, me permitió disfrutar de la suavidad de sus labios recorriendo cada centímetro de mi extensión y que su humedad lo envolviera.
Increíblemente, la cría no cejó hasta que desapareció en su interior, completamente introducida hasta su garganta y entonces usando su boca como si de su sexo se tratara empezó un movimiento de vaivén, sacándola y metiéndola sin pausa mientras sus dedos acariciaban mis nalgas desnudas. Con mis manos en su nuca, forcé tanto la rapidez como la profundidad de sus  mamadas y sin importarme la muchacha busqué, mi placer. Este no tardó en llegar y como si fuera un torrente, me derramé dentro de ella con una explosión de gozo que pocas veces había experimentado. Isabel, sabiendo que la primera vez era importante, se esmeró no dejando que ninguna gota de mi esperma se desperdiciara y con su lengua limpió todos los restos de mi pasión, tras lo cual, se levantó y acomodándose el vestido, me dijo:
-Ni esta noche ni ninguna otra, tendrás queja de mí. Seguiré todo lo que me ordenes, si lo que deseas es que ella no lo sepa, no lo sabrá. Usaré todos mis encantos para llevarnos a tu mujer a la cama-.
Alucinado por sus palabras, la vi saliendo del cuarto, pero antes que cruzara la puerta la agarré y forzando sus labios, la besé mientras mis manos acariciaban su trasero. Dejándose llevar, la muchacha respondió mi beso con pasión y gimiendo me rogó que la tomara.
-Ahora, ¡NO!. Quiero que sea mi prima la primera en hacerte el amor y cuando ya te hayas corrido en sus piernas, entonces entre los dos te tomaremos hasta que no puedas más-.
-¿Lo prometes?-, me preguntó con una sonrisa.
Por toda respuesta, recibió un azote en el culo, tras lo cual, me terminé de vestir, convencido que nuestros problemas se habían acabado y que Isabel nos iba a dar la cobertura que necesitábamos.
La cena.

“Son las nueve”, pensé al oir que las dos mujeres salían de su cuarto. Cogí mi chaqueta y salí al pasillo. Al cruzar el umbral de la puerta me encontré con una visión maravillosa, me esperaban ataviadas con unos escuetos vestidos de noche. Ambos lucían grandes escotes y solo se diferenciaban en la longitud de su falda, mientras María llevaba uno largo con una provocativa apertura en un lado, Isabel se había puesto uno cuya falda únicamente tapaba su culo, dejando al descubierto la mayor parte de sus piernas. Durante unos momentos, babeando su belleza, disfruté mirándolas. Ellas, lejos de sentirse incomodas por mi repaso, se sintieron halagadas y con desparpajo, me lucieron los modelitos.

-¿Te gustan?-, me preguntó mi prima.
-Estáis preciosas-, tuve que reconocer.
-Sobre todo María-, soltó la más pequeña de las dos,- está deslumbrante, si fuera hombre le comería esos preciosos pechos-.
-¡Coño con la niña!-, respondió la aludida.
-Tiene toda la razón, además ese vestido te hace un culo formidable. Sería mariquita si no me gustara verte con él-, intervine rozando con mi mano su trasero.
Mi prima, completamente cortada, nos dio las gracias y llamando al ascensor, dio por terminada la conversación. Lo que no se esperaba era que al entrar en el cubículo, Isabel, mirándola, dijera:
-Fernando, ¿te has fijado que se le han puesto duros?-
-¿El qué?-, contesté.
-Los pezones-, y antes que María pudiera decir algo, le pellizcó uno por encima de la tela.
-No me había dado cuenta-, respondí e imitando a la muchacha, cogí el otro entre mis dedos y lo apreté, diciendo: -La pena es que soy su primo que si no sería un placer metérmelos en mi boca-.
Nuestra víctima, alucinada, se quejó y separándose de nosotros, nos dijo que como broma ya tenía suficiente, pero entonces la cría le susurró al oído:
-Yo no soy tu prima y si lo necesitas, no me importaría hacerlo-.
Afortunadamente para María, en ese instante se abrió el ascensor y dos turistas entraron porque tuve claro que, anticipándose a lo hablado. esa cría le hubiera mamado ahí mismo sus pechos. Lo estrecho del habitáculo hizo que nos tuviéramos que pegar unos a otros, dejando a Isabel entre los dos. La muchacha, sin pensárselo dos veces, nos abrazó y pasando sus manos por nuestros traseros, empezó a acariciarlos. Al mirar a mi prima, me percaté que se estaba viendo afectada por los continuos magreos de nuestra amiga y que para evitar que se le notara la excitación, miraba al techo mordiéndose los labios.
Cuando llegamos a la planta baja, los tres salimos abrazados y de esa forma llegamos hasta el restaurante-discoteca del hotel.  Por lo que me había contado el conserje, hasta las once era un restaurante pero a partir de esa hora retiraban unas mesas y se volvía discoteca, por eso al entrar le di una propina al maître para que nos pusiera en alguna de las que no retiraran. Profesionalmente nos llevó a una de media luna, un poco alejada y oscura, tras lo cual, guiñándome un ojo me dijo:
-Aquí estarán tranquilos usted y sus acompañantes-.
Comprendí al instante a que se refería, desde esa mesa teníamos una perfecta visión de todo el restaurante y gracias al juego de luces, nuestros lugares estaban en penumbra, dificultando la percepción de lo que ocurriera allí. Satisfecho, puse a una mujer a cada lado, de manera que María e Isabel estaban enfrentadas. Esperé a que el camarero nos tomara la comanda para dar rienda suelta a lo planeado. Como si no fuera conmigo, le pregunté a mi cómplice que era lo que se comentaba de mi prima y de mí en el pueblo. La cría comprendió que era lo que quería que contestara y tomando un sorbo de vino, exclamó:
-¿Qué los dos estáis buenísimos?-.
Solté una carcajada al oírla, en cambio, María intrigada por su respuesta le pidió que se explicara:
-Creo que lo sabes, todas las mujeres del pueblo babean por Fernando y buscan cualquier excusa para ir al banco y te puedo asegurar que varias son las que aprovechando sus salidas a correr, le esperan para disfrutar viéndole con su cuerpo sudado-.
-Y ¿que se dice de mí?-, preguntó totalmente interesada.
-De ti, se habla del cambio que has dado. Hombres y muchachos están de acuerdo, todos se darían con un canto en los dientes por disfrutar de tu cuerpo aunque fuera solo un día. He llegado a oír de varias mujeres que contigo se harían lesbianas-.
En ese momento intervine diciendo:
-Yo mismo te he espiado en la ducha y puedo asegurar que tienes uno de los culos más impresionantes de todos los que he visto-.
Completamente colorada, mi prima se quedó callada, lo que le dio a nuestra amiga la oportunidad de decir:
-Nunca he estado con otra mujer, pero si tuviera que elegir a una para hacerlo, ten por seguro que te elegiría a ti-.
Nada más terminar de decirlo, noté que bajo la mesa Isabel se había descalzado y sin ningún recato, acariciaba con su pie la pierna de mi prima. Ésta, sin saber cómo reaccionar, me miró buscando ayuda pero en vez de auxiliarla, hice como si no me hubiese enterado. Mirando de reojo a ambas, descubrí en María una mezcla de confusión y excitación, y en su  agresora, la determinación de conseguir sus metas. Los pezones de la rubia no tardaron en demostrar la calentura que sentía y a través del escote, me percaté que se habían erizado por las caricias de la muchacha.  La ausencia de reacción de la mujer espoleó a Isabel y sin recato alguno, subió hasta su entrepierna y descaradamente empezó a acariciar su pubis mientras me decía:
-Ya que la has espiado en el baño, dime como tiene el coño, ¿lo tiene rasurado?-.
-Completamente, no tiene ningún pelo. Pero lo mejor son sus pechos. No te haces una idea; grandes, llenos, en su sitio y con unas negras aureolas que los convierten en irresistibles-.
-¿Tan bonitos como los míos?-, preguntó coquetamente mientras se ahuecaba el escote para que mi prima y yo disfrutáramos de su visión.
María, incapaz de contenerse, gimió de deseo y bajando su mano, acarició el pie que le estaba masturbando e inconscientemente, abrió más sus piernas y echando su cuerpo hacía adelante, facilitó las maniobras de la morena. Decidido a no darme por enterado, contesté:
-Diferentes, los pechos de mi prima son un vicio pero los tuyos piden ser tocados-, y sin pedir su opinión metí mi mano por su escote para acariciarlos.
Isabel al sentir las yemas de mis dedos pellizcando uno de sus pezones, aceleró las caricias de su pie mientras posaba su mano en mi entrepierna. Fue entonces cuando incremente la presión sobre su aureola y susurrándole, le pedí que se concentrara en María. Poniendo cara de pícara, obedeció retirando su mano y con toda la mala leche del mundo, preguntó a mi prima porque estaba tan callada. Para María le fue imposible contestar, en ese preciso instante se estaba corriendo, por lo que tuve que salir en su ayuda diciendo:
-Está avergonzada de nuestros piropos, pero verás que en unos minutos se repone-.
-Eso espero-, contestó la cría,-queda mucha noche y pienso aprovecharla-.
Completamente derrotada por la vergüenza y el deseo, mi prima, una vez se hubo repuesto del orgasmo, nos dijo que necesitaba irse al baño, momento que aproveché para decirla al oído que cuando saliera del mismo, quería que me diera sus bragas. Cabreada, no me respondió pero me dio lo mismo porque sabía que iba a obedecerme.
Nada más irse, Isabel se rio y pegándose a mí, me dio un beso mientras me decía:
-¿Te habrás dado cuenta que he cumplido?, ¿estás contento?-.
-Todavía no-, le respondí, -dame tu tanga y metete debajo de la mesa, quiero que cuando vuelva, te comas su coño-.
Intentó protestar arguyendo que era un local público y que jamás se lo había hecho a una mujer, pero fui inflexible y no tuvo más remedio que darme su ropa interior y disimuladamente, introducirse bajo el mantel. María volvió al cabo de los dos minutos y al ver que estaba solo me preguntó que donde estaba la muchacha.
-Se ha ido a hablar por teléfono-, le contesté.
Al oírme me dio sus bragas mientras me contaba que Isabel la había masturbado sin que yo me diese cuenta. Esperé a que terminara de hablar para preguntarle que había sentido. Sus mejillas se sonrojaron y bajando la mirada, me contestó:
-Me ha puesto brutisima. Pero eso no es lo acordado, tenías que ser tú quien la sedujera-.
-Por eso no te preocupes-, respondí satisfecho, -Aun te quedan muchas sorpresas. Quiero que te subas el vestido y abras tus piernas. Me apetece ver como lo tienes de excitado-.
Soltando una carcajada, me llamó pervertido pero haciendo caso a mi petición, se levantó la falda y abrió sus piernas para mostrarme la humedad de su sexo.
-Estoy chorreando-, me dijo abriendo con sus manos sus labios.
Isabel, creyó que ese era el momento y poniendo sus manos en las rodillas de mi prima, llevó su boca hasta la entrepierna de la mujer. Asustada por la sorpresa, María gritó pero al ver mi sonrisa, se relajó y dejándose hacer, me pidió explicaciones. Torturándola me entretuve bebiendo de mi copa, porque sabía que en ese momento la lengua de la morena estaba dando buena cuenta del inflamado clítoris de mi prima y era consciente que cuanto más alargara mi explicación más caliente estaría. Al comprender que de nada servía prolongar más su ignorancia, le expliqué que mientras se cambiaba, la cría había venido a mi cuarto y que después de hacerme una mamada, me había contado que sabía de lo nuestro y que quería convertirse en nuestra amante.
-Y ¿Qué le dijiste?-, preguntó mientras apretaba el mantel entre sus manos, presa del deseo.
-Que primero tenía que convencerte y que después de veros  disfrutando, entonces y solo entonces, la haría mía-.
Ya sin ningún pudor, gimió de placer y posando sus manos en la cabeza de nuestra nueva amante, disfrutó de las caricias de la jovencita y por segunda vez, se corrió sobre su silla. Disimuladamente, miré bajo el mantel y no me extrañó descubrir que Isabel se estaba masturbando mientras hacía lo propio con mi prima. Fue entonces cuando cambiándola de postura la giré de manera que su culo estaba  a mi disposición y metiendo mi mano en su entrepierna, busqué y encontré el botón que se escondía entre los pliegues de su sexo. Una vez localizado, comencé a acariciarlo con un dedo mientras con otro lo introducía en el estrecho conducto de su cueva. Sentir que mis dedos en su interior fue demasiado para Isabel y retorciéndose, el placer se derramó sus piernas. Satisfecho al comprobar que ambas habían obtenido su parte de gozo, dejé que saliera de su encierro y retornara a su silla.


Al salir de debajo del mantel, los ojos de la cría tenían un brillo especial y por eso le pregunté que le había parecido:

-Ha sido brutal. Nunca creí que fuera capaz de hacer algo tan pervertido y menos disfrutar como una perra haciéndolo-, me contestó,- No sabes el corte que tenía pero en cuanto probé tu coño-, dijo mirando a María,- me puse tan cachonda que no pude parar y cuando Fernando me tocó me corrí como una cerda-.
-Entonces, ¿te ha gustado?- le susurró mi prima cogiendo su mano.
-Sí- y guiñándole un ojo, prosiguió diciendo,-estoy deseando llegar a la habitación y perderme entre vuestros brazos-.
-Todo a su tiempo-, interrumpí,- primero tenemos que cenar y luego bailar para bajar la comida. No quiero que la vomitéis. Esta noche vuestros cuerpos van  a dar muchas vueltas en mi cama. -.
-¿Nos lo prometes?- dijeron ambas al unísono.
-Solo espero tener energía suficiente. Tengo dos coños y dos culos que rellenar y una sola polla-, respondí en son de guasa.
Muerta de risa, mi prima señalando a un grupo de muchachos de otra mesa, contestó:
-Eso es porque tú quieres, no creo que ni Isabel ni yo tengamos ningún problema en conseguir alguien que te ayude-.
-No voy a necesitar ayuda, si me canso, mis mujercitas pueden consolarse mutuamente-.

-No te preocupes que lo haremos. Esta noche cuando te hayamos dejado seco, te juro que tendré suficiente con María y si no es así, siempre podré utilizar uno de los juguetes que he traído en mi maleta-.

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
 
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Relato erótico: “Repasada por el pintor de mi padre” (POR ROCIO)

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Todo comenzó cuando estaba estudiando para los exámenes finales de mi segundo año en la facultad. Mi papá contrató a don Jorge, un señor entrado en los cincuenta, conocido entre los vecinos por ser pintor  
hacer trabajos en todo el barrio, amén de tener una actitud tosca. Y no es precisamente que sea un adonis ni nada similar… tampoco es que me importara ya que solo se trata del pintor.
Lo contrató para que repintara las paredes de nuestro jardín porque el invierno y la humedad habían hecho de las suyas, enmoheciéndolo todo;  tocaba pintar unas nuevas capas, y de paso renovar también la casa. Así que el señor se presentaba todas las tardes en mi hogar donde trabajaba durante horas y horas mientras yo en la sala me dedicaba a estudiar.
A veces me tomaba descansos para ir a charlar con él. Total, como a esas horas éramos los únicos en la casa y tampoco era plan de ser antisocial. Aunque como dije, el señor no era muy conversador ni simpático. Yo solía indagar para ver si teníamos algo en común sobre lo cual hablar: noticias del día, su trabajo como pintor, su familia, la mía, ¡incluso hablábamos del clima! Pero nada funcionaba, todos mis intentos de diálogos se acaban a los cuatro o cinco intercambios. 
Una tarde en particular, cuando él estaba alto en la escalera, pasando pintura por la pared, entré al jardín cansada de fórmulas, números y teorías.
—Don Jorge, ¿le gusta el tenis?
—No, no lo sigo. ¿A ti te gusta?
—¡Sí! De hecho, lo practico.
—¡Bien por ti!
Silencio luego. Incómodo y largo silencio. Hastiada, decidí cruzarme de brazos e intentar enfocar las cosas de otra manera.
—Ya. ¿Me podría decir qué es lo que no le gusta, don Jorge?
—¿Pero qué…? —dejó de pintar y me miró extrañado—. ¿Se puede saber a qué vienen esas preguntas que me haces todos los días?
—Solo quiero conversar, pero si se va a molestar pues ni caso.
—Eres una muchacha muy… Mira, ¿quieres saber qué no me gusta? ¡Este frío!
—¡Dios! —se me encendió el foco—. ¡Ya le traigo un café, no se mueva!
Al volver al jardín con una taza de café y rosquillas en las manos, terminé tropezándome con la manguera y caí de bruces contra la mencionada escalera. El pobre hombre tambaleó a lo alto y se cayó. No sobre mí, por suerte. Pero sí que aterrizó muy mal, por desgracia.
¿Resultado? Escayolas, escayolas y escayolas. Me sentí como un monstruo al visitarle en su casa, en compañía de mi papá, y verlo confinado en una pequeña y oscura habitación, acostado sobre la cama con brazo y pierna izquierdas enyesadas, postrado y triste, con la mirada perdida. Él no tenía ni ganas de saludarme. Su señora me había dicho, al verme muy afectada, que no me preocupara demasiado, que su marido hacía encargos de pinturería por gusto, no por necesidad, que como todo buen hombre trabajador no quería estar quieto sin hacer nada.
Pero yo no podía dejarlo así. Entonces le dije a su señora que si no era molestia, vendría todos los días después de mis clases de facultad para pasar el rato con él, cuidarlo y tratar de atenderlo para no delegarle todo el trabajo a ella durante el mes que estaría así. La culpable era a todos luces yo, y por más de que mi papá y su esposa quisieran quitarle hierro al asunto, yo simplemente no podía dejar pasar algo así. ¡Un hombre estaba encamado y enyesado por mi culpa!
Cuando tanto mi padre como la esposa del pintor se fueron, abrí la cortina que ocultaba la luz del sol y traté de sacarle temas de conversación de manera infructuosa, como siempre. Mejor iluminado como estaba, me fijé en el diminuto cuarto. Apenas un armario, un pequeño mueble para el televisor, un sillón al lado de la cama y finalmente una radio sobre una mesita, al otro lado de la cama. En ese momento simplemente pensé que era el cuarto que su mujer decidió usar como lugar para poder atenderlo mejor, ya que se encontraba cerca de la cocina, en el primer piso, y no en el segundo, donde más tarde sabría que se encuentra la habitación matrimonial.
—Oiga, don Jorge, su casa es muy hermosa y su señora muy amable.
Silencio. Solo mis pasos resonaban por el lugar. Me senté en el sillón al lado de su cama.
—Y… ¿No tiene hijos? Ahora que lo pienso, nunca los he visto. Y eso que suelo pasar todos los días después de la facultad por aquí, y también cuando iba al colegio.
Nada de nada.
—Mi mejor amiga dice que probablemente usted me quiere matar y me odia un montón, pero yo le dije que no tiene sentido concluir esas cosas si ella ni siquiera lo conoce a usted. ¿Verdad? ¿No me odia, no?
Cerró sus ojos y pareció ponerse a dormir.
—Yo no creo que me odie, es decir, no es que yo lo haya hecho a propósito. Además, míreme, podría estar paseando en el Shopping con mis mejores amigas, pero… ¡aquí estoy! Viendo… las fotos que me están enviando al whatsapp… parece que se están divirtiendo…
—Maldita sea, niña, cállate de una puta vez.
—¡Ah! Parece que alguien recuperó la lengua. Por cierto, observe esta foto que me acaban de enviar, ella es Andrea, mi mejor amiga… le estoy escribiendo que esa camiseta de Hello Kitty es preciosa, ¿no lo cree usted? Mire, mire…
No vio la foto sino que me observó fijamente. Parecía querer fulminarme con la mirada pero yo sostenía mi sonrisa como mejor podía. Iba a pedirle nuevamente mis sinceras disculpas por el accidente pero antes de que yo abriera la boca el señor soltó muy groseramente:
—Debí haberme caído sobre ti…
I. La “brocha” del pintor
Para el martes, mientras le leía al señor las noticias de un periódico online, su mujer entró con un plato de caldo de verduras. Al verla algo cansada decidí agarrar el mencionado plato y ser yo misma quien le diera de tomar. Esta vez, con su sonriente esposa de testigo, las cosas se hicieron más divertidas incluso. Para mí, no para él. 
—¿Caldo de nuevo? —se quejó el señor. 
—¿Qué? ¿Quieres las salchichas de pavo otra vez?
—Me gustan esas salchichas.
—¡Basta de salchichas! Ahora abre la boca, Jorge, la nena te va a dar de tomar.
—¿En serio, mujer? ¿Me va a dar de tomar ella?
—No seas maleducado. Agradece que alguien tenga ganas de ayudarte, que yo sinceramente estoy cansada. 
—Don Jorge —interrumpí probando el caldo—, esto está súper delicioso…
—Pequeña bribona, ¿estás tomándote mi caldo?
—Pues sí, ¡y será mejor que abra la boca si no quiere que yo lo termine acabando!
—¡Perfecto! ¡Tómatelo todo, maldita niña, no dejaré que me alimentes! ¡Puta humillación!
El miércoles, debido a que estaban acercándose los exámenes, simplemente me iba a su casa para repasar en voz alta mis apuntes mientras él veía la TV. No tenía idea de qué le gustaba: o el canal de noticias, o el de deportes o el de prensa rosa. Como nunca se quejaba ni tampoco decía nada…
—Don Jorge, creo que estoy teniendo el síndrome de Florence Nightingale…
—¿Qué mierda es eso?
—Que si sigo cuidándolo, me voy a volver loquita por mi paciente –bromeé.
—No soy tu paciente, no necesito de ti, ¡y odio la prensa rosa!
—¿Y si pongo el canal de deportes?
Cerró los ojos y se echó una siesta. Quería fustigarme, amilanarme, pero no lo iba a conseguir. Había una pared fea y enmohecida entre nosotros, pero yo no descansaría hasta embellecerla. Su actitud me hizo pensar que tal vez debería seguir intentando otras alternativas; todos tienen sus debilidades; en algún punto el corazón cede y ve la bondad. Y pronto él vería la mía.
Así que el jueves alquilé un par de películas para verlas juntos. Tuve que recurrir a los consejos de mi sabia mejor amiga para que me recomendara algo que pudiera resultarle divertido a un señor de su edad. Se mostró reacio a ver las películas conmigo, sobre todo porque no le agradaba que yo me sentara sobre su cama, a su lado, para verlas desde el notebook.
Pero cuando vio que le había preparado un par de salchichas de pavo (en secreto, porque su señora no quería), me aceptó como compañía. La primera película fue “Hachiko”, la del perro que esperó a su amo muerto hasta sus últimos días. Puse la portátil sobre mi regazo y metí el disco.
Terminé llorando a moco tendido, abrazando mi notebook, balbuceando que jamás en mi vida tendría un perro, me partiría el alma que algún chucho tuviera que atravesar por algo tan fuerte. Esperaba que don Jorge estuviera en una situación similar a la mía: abatido, destrozado, con el corazón haciéndose añicos; situación ideal para conocernos esa faceta sentimental. Pero cuando lo miré, vi al mismo viejo cascarrabias de siempre.
—La mierda, niña, ¿te pones a llorar por esa tontería?
—¡Dios! ¡Fue terrible cuando la señora reconoció al perro aunque ya estuviera todo envejecido!
—¡Es una puta película!
—¡Basada en hechos reales, don Jorge! ¿Es que no tiene corazón?
La segunda película tenía el rótulo “Hook”, que trata de un envejecido Peter Pan que intenta volver a ser el niño que una vez fue. Me pareció acertado a todas luces, a ver si el señor lograba identificarse y ser menos rabietas conmigo. Así que puse el DVD y se reprodujo automáticamente. Dos mujeres, una rubia y una pelirroja, entraban desnudas a una habitación, tomadas de la mano. Pronto empezaron a besarse.
—Rocío… No esperaba esto de ti. Primero las salchichas, ahora una porno. Ya no me caes tan mal. 
—Esto no es “Hook”. Se habrán confundido en el videoclub. Será mejor que vaya a devolverlo.
—¡No! Maldita sea, haz algo bien y déjame verla.
—¿En serio, señor? ¿Así que es eso lo que le interesa? ¿Una porno?
—Si te quedaras callada sería genial pero ser ve que es un caso imposible.
—¡Pesado! Debería decírselo a su señora…
—Hazlo, no creo que le interese mucho. Mira, vaya dos chicas más guapas, ¿no? Y ahí entra un negro en acción.
No le iba a dar el gusto, y mucho menos porque se oía cómo su señora se estaba acercando a la habitación, así que rápidamente cerré el notebook y me levanté de la cama. Don Jorge volvió a suspirar y de paso me regañó porque según él, cuando por fin encontré algo de su interés, terminé descartándolo. Pero no hubo tiempo para más ya que su esposa entró:
—Rocío, quiero salir de compras, ¿no te importa quedarte un rato más hasta que vuelva?
—Claro que no, Susana. Estaba pensando en limpiarle la habitación.
—¡Qué encanto eres! La escoba y el repasador están en el jardín. Pórtate bien, Jorge, no seas malo con la niña.
Luego de despedirme de la señora en el pórtico, me hice con las mencionadas escoba y repasador para volver la habitación de don Jorge. Conforme barría la pieza, el señor volvió al asalto.
—Rocío, sé buenita y ponme esa película que me trajiste.
—No le estoy oyendo, pervertido.
—¿Ahora te haces la enojadita? Solo ponla y vete a la sala hasta que termine de verla.
—¡No sé si se da cuenta, pero estoy limpiando su habitación!
Luego de pasar trapo, siempre aguantando los embates de don Jorge, me acerqué al armario para ordenar sus ropas. Fue cuando noté un pequeño cajón de cartón, como de zapatos, escondido en el fondo. Era bastante pesado. Don Jorge ladeó como pudo su cara y por el tono de voz lo noté alarmado.
—¿¡Qué estás haciendo, niña!?
—¡Le estoy ordenando el armario!
—¡Suelta eso!
Con lo cabreada que me estaba poniendo su actitud, lo abrí para castigarlo. Mis ojos se abrieron cuanto pudieron. Eran revistas porno, y no me refiero a revistas… ligeras… sino bastante fuertes. Mientras el señor vociferaba sobre aquella invasión de privacidad, noté un denominador común en todas las portadas y el contenido de las revistas. Por lo visto al señor le gustaban las chicas con mucho pecho…
Pero enseguida me dio un corte tremendo porque yo tengo los senos grandes, pero claro que por la manera que yo vestía (estábamos en invierno) apenas se notaba. Guardé las revistas en el cajón y la devolví en el armario. Y me sentí terrible, es decir, a mí no me gustaría que alguien supiera de mis fetiches y perversiones. Es algo que ni siquiera lo solía compartir con mi novio porque se requiere de un nivel de confianza muy grande.
—Oiga, don Jorge, discúlpeme. Ya lo guardo y no lo volveré a revisar.
Silencio de nuevo. Esta vez fue matador. Sentía que lo había herido muy fuerte. Seguí a lo mío, doblando y ordenando sus ropas. Entonces sospeché de otra cosa. El montón de ropas, el televisor, la radio allí sobre una cómoda. No era mi intención inmiscuirme más, al menos no más de lo que ya lo había hecho, pero estaba pensando seriamente que don Jorge y doña Susana no compartían la misma habitación.
—Don Jorge, ¿quiere que le ponga algo de música?
Nada. Nada de nada. El señor estaba herido, eso estaba claro. Y yo me sentía como un monstruo. Aparte de haberle causado un accidente horrible, lo había humillado. Así que al terminar con las ropas, me senté de nuevo sobre su cama, abriendo el notebook.
Se reprodujo la película. Allí, las dos chicas gozaban con el negro. 
—Bueno… —dije suspirando—. Seguro que el papá de esa rubia estará súper orgulloso…
—No me jodas, niña —respondió don Jorge, mirándome con una sonrisa, antes de ver de nuevo la película. Los gritos y gemidos llenaban toda la habitación.
Prefería no seguir viendo; no es que no esté acostumbrada o me hiciera de la decentita, es que simplemente se sentía mal verlo con un señor a quien debía estar cuidando. Le dejé el notebook y me levanté para trapear un poco más ese piso.
Mientras limpiaba debajo de su cama, noté algo llamativo en la entrepierna del señor: su erección se estaba marcando bajo su pantalón. Y esa espada, por el amor de todos los santos, era algo increíble. Me quedé allí, sosteniendo el trapeador, mirando fijamente cómo aquel mástil se endurecía más y más y más; ¿hasta dónde iba a crecer? ¡Ya estaba superando a la de mi novio!
—Rocío, ¿te sucede algo? —preguntó don Jorge, sonrisa pícara.
No podía proferir palabra alguna pero sí supe reaccionar a tiempo. Ladeé la mirada y me hice de la desentendida, trapeando el suelo nuevamente. Pero aquella lanza seguía reluciendo. Casi brillando, diría yo, llamándome, rogándome que lo ojeara disimuladamente cuando pudiera. Los gemidos de las chicas rebotaban por la habitación; se me escapó un hilo de saliva cuando la volví a observar.
—¿Te importaría salir un rato de mi habitación, Rocío?
—Ahhh —dije embobada—. Tengo que repasar, don Jorge. 
—¡Ya veo! Pues quédate, me importa un rábano.
Con su única mano retiró un poco el pantalón y ladeó su ropa interior, sacando a relucir ese imponente pedazo de carne. ¡Madre! ¡Brillaba, centelleaba, se erigía todo gordo, orgulloso e infinito! ¡Dios, y esas venas! Me flaquearon las piernitas, sentí un ligero mareo, aún no quiero sonar muy obscena pero es que hasta mi vaginita se estremeció imaginando cómo sería que algo así entrara en mí. Salí pitando de la habitación en el momento que comenzó a masajear su carne de manera grosera, bufando como un animal y mirando la película porno.
Roja como un tomate, cerré la puerta detrás de mí. Me recosté contra ella, cayendo lentamente hasta el suelo. ¡No lo podía creer! ¡Eso superaba la veintena de centímetros fácilmente! Pobre doña Susana, seguro ni le dejaba caminar bien… o mejor dicho… vaya con la afortunada doña Susana…
Tras la puerta, don Jorge se masturbaba muy ruidosamente. Y yo, curiosa como no podía ser de otra forma, me repuse para tratar de verlo a través del picaporte. Ladeando forzadamente la mirada, pude ver el enorme objeto que me tenía tontita. Aquellas enormes venas iban y venían por ese largo y grueso tronco, fuertemente machacado por la mano del señor.
No pude evitarlo, ¡me excitó un montón! Pero no era ocasión para masturbarme. Así que fui a la cocina para prepararle algo de comer y quitarme pensamientos impuros de la cabeza. De vez en cuando volvía silenciosamente hasta su puerta para curiosear si seguía estimulándose o si ya había terminado con su manualidad. 
Quince minutos después, cuando vi que se corrió en un pañuelo, trató de ponerse bien tanto su bóxer como su pantalón con su única mano disponible. 
Entré a su habitación con una ensalada en mano; tenía rodajas de su salchicha preferida. Pero me temblaba todo el cuerpo, estaba coloradísima, sudando también, mirando de reojo su entrepierna que ya no daba señales del destructor que se alojaba allí.
—Don Jorge, le voy a dejar una ensalada aquí… y saldré corriendo para mi casa ya. 
—Gracias, niña. ¿Podrías hacerme un último favor? Ciérrame la hebilla del cinturón…
—Ahhh… señor Jorge —me quedé para allí sin saber qué hacer, jugando con mis dedos. Quería correr pero también quería quedarme, no sé. Tragué saliva y me acerqué para cerrársela lentamente, ajustando un poco su bóxer, que estaba mal puesto, tratando de no mirar demasiado ese pedazo de carne morcillón que relucía bajo la tela—. Don Jorge, me alegra haber encontrado por fin algo que le guste.
—Pues la película estuvo estupenda. ¿Vas a traerme más de esas?
—Uf… es súper incómodo esto, pero puedo hacerlo. 
—Me estás empezando a agradar, Rocío. Y me gustan las chicas con tetas, así que trae algunas películas de ese estilo.
—Dios mío, si su señora nos pilla seguro que me da un escopetazo a la cara —era imposible cerrar la hebilla porque mis manitas temblaban, ¡Dios!
—Ya te lo dije, niña, ¡no le importará un pimiento!
De noche, en mi casa, no podía quitarme la imagen mental de aquel mástil de proporciones astronómicas. Seguro que su señora estaría, en ese momento, dándole una mamada o forzando posiciones para poder follarlo en esa cama, no sea que lastimara sus extremidades rotas. Normal, si él fuera mi marido yo también estaría como loca todo el rato. Pero claro, no era ese mi caso, así que me limité simplemente a pasar un rato agradable en mi baño, metiendo un dedito mientras que con el pulgar me acariciaba el clítoris; imaginaba que yo era su esposa que lo recibía luego de un pesado día de trabajo, vestida con un camisón coqueto y trasparente.
Le llenaría la cara a besos mientras degustaba mi cena, y luego lo arrastraría hasta nuestra habitación matrimonial donde me haría gozar toda la noche con esa larga, gruesa y titánica obra de la naturaleza. Lo haríamos así todos los días, todos los días, todos los días…
¡Madre, todos los días sin parar! Tal vez dejaría los domingos para pasear en la playa, que es mi actividad preferida. Pero luego me puse a lagrimear viendo mi dedo, tan pequeño y finito, mojadito de mí, no era lo mismo que la enorme herramienta de ese pintor…
Había una pared entre ambos, ¡sí! Fea y enmohecida. Pero ahora una enorme brocha había entrado en escena. Y parecía venir cargada con mucha pintura.
II. Una superficie demasiado estrechita para tanta brocha
El viernes volví a su casa. Llevé otro par de películas. Y desde luego ambas eran eróticas. Me costó armarme de valor para alquilar esas cosas, el jovencito pecoso de la tienda me sonrió como un pervertido cuando le pedí los DVDs.
—Buenas tardes, Rocío. ¿Me has traído mis películas?
—Uf, don Jorge, buenas tardes. Claro que las traje, las escondí en mi mochila. 
Puse una cualquiera y nada más darle al play, salí de la habitación y cerré la puerta para dejarlo en privacidad. Aunque él no supo ni tenía forma de saber que al otro lado yo estaba recostada contra la puerta, escuchando el intenso y seco sonido de su autosatisfacción. Me repuse para verlo a través del picaporte.
Me puse a babear. ¡Era impresionante aquello! Juraría que su lanza estaba más grande que el día anterior y todo. Me acordé de mi novio. Esa mañana en la facultad, durante las horas de clases, lo llevé a rastras hasta el baño de mujeres; estaba como un hervidero y necesitaba un hombre cuanto antes. Christian, mi chico, estaba súper nervioso porque no está acostumbrado a mis arrebatos, y de hecho se enojó conmigo cuando me reí al ver su miembro erecto. Es que no pude evitar comparar el pene de mi chico con el del señor Jorge, y la diferencia era tan abrumadora que simplemente me reí al ver el de mi novio.
Obviamente se cabreó tanto que dio por terminada nuestra aventura en el baño. Pero lo que mi chico no sabía es que, al haberme dejado a medias, me estaba enviando a la casa del pintor toda encharcada; estaba tan excitada que ya no me importó bajarme el vaquero allí en la casa de don Jorge, dispuesta a masturbarme contra su puerta mientras el señor se pajeaba.
Mi puño izquierdo quedó muy marcado por mis dientes mientras mi mano derecha se escondía bajo mis braguitas. No puedo describir el placer y la cantidad de intensos orgasmos que experimenté con mis pequeños dedos haciendo ganchitos dentro de mí mientras escuchaba las pajas de aquel señor. La cantidad de humedad en esta pared no era ni medio normal. 
Me quedé postrada allí contra la puerta, toda agotada, mirando mi dedito encharcado, apretujando mis muslos. “Tiene que ser mío”, pensé como una loba. La verdad es que ni yo me reconocía; ya estaba hartita de masturbarme, ¡quería carne de verdad!
Luego de varios minutos, tras entrar para cerrarle la hebilla del cinturón, y de limpiar una gota de semen que le cayó sobre la escayola del pie, agarré mi notebook y salí corriendo sin mirar para atrás ni escuchar sus perversas opiniones acerca de la película que le había alquilado. Pensé que tal vez encontraría la lucidez que necesitaba en una noche con mis libros y apuntes.
Pero es muy difícil estudiar en esas condiciones. A veces las letras y los números, y sobre todo los gráficos de mis libros, parecían transformarse en una enorme, gigantesca y llamativa… ¡verga!… ¡Todo mi cuerpito estaba enfocado en eso! Y mentalmente me pedí perdón a mí, a mi novio, y a su señora, y, y, y,… ¡Perdón a todos! Porque esa noche, al cerrar los ojos, decidí hacerle caso a esa maldita putita con cuernos y colita de diablo que campa dentro de mi cabeza, a esa chica que no para de gritarme: “¿Qué más da que te deje caminando como un pingüino por días? ¡Tienes que probar esa brocha! ¿O acaso vas a tranquilizarte con ese dedito que tienes? ¡Por favor, no es ni por asomo lo mismito!”.
Al día siguiente, sábado, como la señora estaba dialogando con el mismo vecino de siempre en el pórtico de su casa, don Jorge y yo tendríamos bastante privacidad. No obstante, decidí poner el seguro a la puerta, amén de encender la radio para poner música y así ver “nuestra” película porno en mudo.
—Rocío, voy a… bueno, creo que estarías más cómoda si te fueras de la habitación.
—¡No! O sea… hágase espacio, quiero verlo también… digo, quiero ver la película.
—¿Lo dices en serio? No creas que porque tú estás aquí vas a evitar que lo haga.
—¡Hágalo! Mastúrbese, pervertido. Tengo diecinueve, no es que vaya a ver algo súper novedoso.
—En serio eres una niña muy rara, ¿eh? ¡Perfecto, quédate! Dale al play.
Me senté sobre la cama y puse el notebook sobre mi regazo. La película no era nada especial. Una chica haciendo una cubana a varios chicos. El señor se volvió a empalmar. Y yo estaba sudando ya como una cerdita, abrazando una almohada, mirando boquiabierta aquella imponente verga de mis sueños despertándose de su letargo.
El señor simplemente no se aguantó y se volvió a tomar la polla, por encima de su ropa interior. Me miró y me sonrió conforme se la estrujaba con fuerza. Yo podría parar aquello, decirle que no era apropiado hacer eso, pero de alguna manera él notaba lo embobada que estaba por su miembro, lo caliente que me ponía viéndole masturbarse.
—¿No te molesta, Rocío, en serio?
—Ah… don Jorge —abracé con fuerza la almohada—, no está mirando la película. 
—Es que, preciosa, tú tienes también unas tetas dignas de mención, desde que las vi mientras trapeabas me he quedado obsesionado. Aunque con la almohada no puedo ver nada.  ¿Vas a mostrármelas o tengo que imaginarlas?
Tragué saliva. Mil pensamientos iban y venían. ¿Me estaba bromeando? ¿Me lo estaba pidiendo en serio? Su señora estaba afuera, en cualquier momento podría golpear la puerta. ¿Debería hacerlo? ¿Cómo era posible que aquella “brocha” me hipnotizara prácticamente? Seguro pensaba que yo era una chica tonta y fácil; ¿se estaba aprovechando de que me sentía culpable por lo que le había hecho?
Y lo peor de todo es que en un momento como ese la culpabilidad me empezó a invadir de nuevo. Que mi novio, que su señora, que mi decencia, que mi cuerpo no aguantaría ni un solo embate de su armatoste. Pero fue la lejana risita de su señora y su vecino los que me sacaron de mis adentros.
—¿Y bien, Rocío, qué esperas para mostrármelas? —no paraba de estrujársela.
—¡M-me voy a mi casa!
Salí a pasos rápidos y nerviosos, toda colorada, confundida y frustrada conmigo misma. Lo tenía decidido, quería hacer mío a ese hombre pero la conciencia me atacaba en los momentos menos propicios.
Lo peor de todo llegó a la noche, en mi habitación. Me tumbé sobre mi cama cuando me llamó el mismísimo don Jorge a mi móvil. Fue solo ver su nombre en la pantalla de mi teléfono y estremecerme todita. Mi cola incluso pareció boquear, como si rogara por su enorme y hermosa tranca. Tragué saliva y tuve la conversación más surreal de mi vida:
—¿Señor Jorge?
—Hola Rocío. Te llamo para decirte que te olvidaste de tu notebook. Lo tengo aquí.
—Ah, pues… mañana pasaré a buscarlo, gracias por avisarme.
—¿No te importa que lo use? Estoy aburrido…
—Claro que no, señor Jorge, úselo. Pero por favor no para ver porno —susurré. 
—Estoy viendo algo mucho mejor. Estoy viendo tu Facebook, niña.
—¡Ah!
—Vaya con las fotitos que tienes. Me encantan las que te tomaste estando en la playa con un chico… ¿quién es?
—¡Es mi novio! ¡Deje de ver mis fotos!
—Pero si te ves tan guapita. ¡Oh! Y en esta estás para mojar pan, Rocío, con tu bikini rosado, mostrando la colita tan rica que tienes, un poquito sucia de arena. ¡Cómo quisiera limpiártela! 
—¡Basta, pervertido! ¡Apáguela y duerma!
—¿Apagarla? ¿Eres tonta o algo así? Me estoy haciendo una paja mientras las veo.
En ese momento pude haberle gritado mil cosas peores, pero de nuevo mis carnecitas vibraron imaginando a su súper miembro. De mi cola y mi vagina directamente salieron unas corrientes eléctricas, si es que algo así es posible. Madre mía, es como si me exigieran que la enorme espada de ese señor me diera por todos lados pese a que era obvio que me iba a dejar magullada. Y para colmo juraría que podía escuchar ligeramente cómo se masturbaba. ¿O era simplemente yo misma quien imaginaba y oía cosas que no debía?
—¿S-se está masturbando de nuevo, don Jorge?
—¿Quién es ella? —suspiraba el señor.
—¿Quién?
—La rubia que te está abrazando en un Shopping. Es muy bonita. Alta, flaquita… ¡parece una modelo, no joda!
—Es mi amiga… ¡Es Andrea!
—Pues está muy buena.
—¿Está muy buena…? ¡P-perfecto! ¡Mastúrbese con ella, viejo pervertido! Como ensucie mi notebook se va a arrepentir.
—Aunque si te digo la verdad, las prefiero con más curvas, con más tetas y cola. Como tú.
—Ahhh, ¿en serio?…
—Uf, esta foto es genial. Tu amiga te está levantando una falda deportiva, seguro que es tu faldita de tenis. ¿Es una malla eso que llevas debajo? Te hace levantar la cola, la malla te la marca muy bien… Uf, me duelen los huevos, niña.
—Ah, no me hable así de feo, don Jorge… pero bueno —me acomodé en mi cama y abracé una almohada con mis piernas. El solo saber que ese señor estaba viendo mis fotos y tocándose me ponía súper… calentita… —. Don Jorge, la verdad es que me siento súper mal porque yo a su señora la respeto. ¡Además tengo novioooo!
—Madre mía, mientras más veo tu cola más me enamoro. Te digo que cuando la tenga a mi merced voy a violar todas las leyes habidas y por haber. O sea que no sé por cuánto tiempo me van a encerrar por lo que le voy a hacer a tu culito, ¿me estás escuchando, niña?
—¿¡Por qué me dice esas cosas!? ¡A mí nadie me toca la cola!
—Pues eso lo vamos a cambiar… ¡Uf! ¡Espera!… Estoy… a… ¡punto!
—¡Dios santo! ¡No ensucie mi notebook por favor!
Corté la llamada toda sudada. No lo podía creer, tuve mil y una oportunidades para ponerle frenos pero apenas tuve voluntad. Era obvio que el señor estaba jugando conmigo porque ya había visto que estaba loquita por él. Imposible a todas luces que el maldito pintor de mi casa me estuviera poniendo tan caliente, obsesionada, tan zorrita, ¡pero así era!
Recibí un mensaje suyo. “Envíame una foto de tus tetas”, decía. Tragué saliva. Pero no le respondí, yo soy una chica decente ante todo. Es normal que me sintiera mojada, es decir, ¡soy humana! ¡Pero también hago buen uso de mi raciocinio! Aunque a veces… sé que cuando estoy excitada no hago buen uso de la razón…
Mientras estaba metida en mis debates internos, me envió una foto de su verga en pleno apogeo. Se veía de fondo mi portátil, con una foto de mi Facebook donde yo llevaba un bikini, acostada boca abajo sobre una toalla en la playa. Se me erizó la piel cuando pillé su indirecta de hacerme la cola.
Esa noche no paré de masturbarme viendo la foto de su gigantesco pincel…
III. La superficie se humedece demasiado, ¡necesita una pasada YA!
Al día siguiente, domingo, fui a su casa luego de mis prácticas de tenis. Obviamente solo volví para recuperar mi notebook. Al entrar me senté al lado de la cama de don Jorge, quien estaba viendo televisión. Reposé mi raqueta sobre mi regazo y le hablé bajo.
—Buenas tardes, don Jorge.
—¿Vienes de tus prácticas?
—Sí.
—Si ese es el uniforme usual de las tenistas, me voy a volver fanático. Toda de blanco pareces una angelita. Camiseta ceñida, faldita corta. Estás realmente preciosa. Levántate y date una vuelta para mí. 
—¡Basta! Soy muy buena con los swings, le puedo dar un raquetazo a la cara como siga actuando así. 
—Venga, sé buenita. Estás toda sudada.
—Normalmente uso los vestidores del club para bañarme y cambiarme, pero entenderá que quise venir aquí cuanto antes.
—¿Porque estás emocionadita con lo que te dije de hacerte la cola?
—¡Don Jorge! Dios santo… solo vine para buscar mi notebook.
—Aquí tienes —me lo pasó, estaba en la cama, a su lado. Estaba limpio.
—No me gustó lo que ha hecho anoche, don Jorge. Usted está casado.
—Rocío, solo de verte en ese uniforme tan coqueto tengo una erección dolorosa. Lástima que se me quiera bajar en el momento que empiezas a parlotear. 
—Deje de hablarme así, por favor. Mi mejor amiga dice que estoy actuando rara últimamente, como si estuviera enamorada. Pero yo no estoy enamorada sino que estoy bastante confundida. Encima estoy de exámenes, no puedo desconcentrarme, deje de actuar así conmigo, ¡no podemos! ¡No debemos!
—¿Sabes? No tienes idea de las ganas que tengo de callarte de un pollazo. ¡Hablas demasiado! Cuando te ponga de cuatro, te voy a dar tan duro a esa tierna colita que de tu boca solo saldrán chillidos y baba, ¡como debe ser!
—¡Deje de hablarme así, yo soy una chica decente!
—¡Cierra la puerta, niña! ¿O quieres que me levante y te folle contra la pared?
En ese momento mi vaginita y la cola simplemente se estremecieron imaginando algo así. ¡Pobre de mí!
—¡Ah! ¡Entiendo, quédese allí, ahora cierro la puerta!
—Eso es. Ahora me la puedo sacar con comodidad…
—Ahhh —el destructor volvió a asomar todo poderoso, todo amenazante—. No se la saque, por favor…
—Ven, siéntate sobre la cama.
—E-estoy sudada, tal vez no debería…  
Se sacó el arma y empezó a meneársela de nuevo. Me hipnotizó toda. Perdóname, Christian, por ser tan putita. Tragué saliva y me acerqué lentamente, sentándome en la cama del señor, a su lado, dejando el notebook y la raqueta en el sillón, mirando siempre ese increíble pincel. Era fascinante, el señor la ladeaba y yo la seguía con la vista como si fuera una perrita que ve comida.
—¿Te gusta lo que ves, Rocío?
—Ah… No sé…
—Es enorme, ¿no es así?
Silencio.
—¿Es más grande que la de tu noviecito?
Silencio de nuevo. Pero me mordí los labios y afirmé tímidamente.
—Ya veo. Seguro que estuviste pensando en esto todos estos días, ¿no?
—No es verdad, no diga eso. 
—¿Y por qué te pones tan colorada? Venga, muéstrame tus tetas.
De nuevo mil dudas. Miré la puerta, comprobando compulsivamente que estuviera asegurada. Y pensé en lo morboso que era la situación, ¡esa enorme polla iba a tranquilizarse no viendo a una estrella porno sino a mí! Pero no tenía fuerzas para quitarme mi camiseta de tenis, una cosa era que el señor fuera un pervertido y grosero, pero otra cosa era que yo participara en su juego de esa manera; su esposa me caía muy bien, no quería traicionar esa confianza.
Así que como el señor me veía indecisa, dejó su verga y me agarró la cintura para acariciarme dulcemente, metiendo su mano bajo mi camiseta. Di un respingo; su piel estaba caliente. Dedos gruesos, rugosos. Me derretí.
—Ustedes las niñas se mojan fácil pero tienen mucho miedo. Por eso las prefiero mayores.
—¡N-no soy ninguna nena!
—¿Por qué no llamas a mi esposa? Ella sí me mostrará sus tetas, y encima las sabe usar…
—¡No! ¡Voy a mostrárselas!, ¿está bien? Pero escúcheme, como se burle o me diga alguna grosería le rompo la otra pierna con mi raqueta… 
Perdóneme, doña Susana, por ser tan zorrita. Deslicé una tira de mi camiseta, lentamente. El vientre se me sentía riquísimo del cosquilleo en el momento que mi seno se liberó de su sostén, además que el señor era muy hábil acariciándome con sus expertos dedos en mi cinturita, ahora metiéndolos por debajo de mi malla para tocar mi cola.
—Vaya dos ubres, pequeña vaquita lechera, son mejores que las de mis revistas.
—¡No me diga vaca, don Jorge! —me las tapé con las manos.
—Venga, no te enojes. Déjame verlas bien.
—¡Discúlpese primero!
Nos quedamos así por largo rato, él subiendo su mano por mi cuerpo para acariciarme, yo inclinando mi cuerpo ligeramente como una gatita que anhela más y más de su tacto. Cuando accedí a mostrárselas de nuevo, don Jorge bromeó de que era raro que yo tuviera “ubres” tan grandes pero aureolas pequeñas. Entonces, apretujando mis pezones, me ordenó algo. No preguntó, no consultó… simplemente ordenó con su voz de macho.
—Hazme una paja. 
Silencio.
—No sé, don Jorge… su señora… en cualquier momento…
—¿Por qué miras mi verga y no a mis ojos?
—¡Ah! Creo que debería irme a mi casa.
Como notó mi indecisión, agarró mi mano y la llevó directo hacia su coloso. Di un respingo del susto, era caliente, durísimo, se sentían las venas palpitando y de hecho era tan grueso que no podía cerrar mi mano en el tronco. Con el correr de los segundos me relajé y lo palpé con curiosidad. Empecé a acariciar el glande, luego a presionar las venas, antes de tomarlo con mis dos manitas para comenzar a pajearlo lentamente. No sé si el señor gozaba porque mis manos estaban literalmente temblando de miedo, ¿y si entrara en mí, cómo me dejaría? Magullada, destrozada, llorando de dolor.
—Rocío, hazme una paja rápida, fuerte.
—¿Fuerte?… ¿Cómo de fuerte?
—Puedes llamar a mi señora y te explica cómo lo hace.
—¡Ya cállese!
Seguí pajeando, con velocidad y apretando duro, como si fuera el mango de mi raqueta. Me pedía que le dijera cosas cómo cuán enorme era y si realmente había visto algo así en mi vida. Le dije todo, ¡le confesé la verdad! Pero tartamudeaba o me salían las palabras atravesadas; que la suya era imponente, hermosa, un titán, que me tenía loquita desde que lo vi, que también me daba mucho miedo. Quería decirle que dejara a su señora y que se casara conmigo, o que fuéramos de paseo por la playa un día, ¡ja! Pero ya no tuve valor para decírselo, solo me limité a mirar cómo de la uretra salía poco a poco un líquido traslúcido.
—Eso es, Rocío, lo estás haciendo bien. ¿Quieres probar algo especial que tengo para ti?
—N-no me gusta… tragar…
—¿Quieres que me ensucie y mi señora me pille? ¿Eso es lo que quieres?
—No… n-no quiero que me pillen a mí tampoco… me va a salpicar por mi uniforme…
—Pues va siendo hora de que utilices esa boquita para otra cosa que no sea parlotear. ¡Escupe y pajea rápido, vamos!
—¿Escupir?
Tras varios minutos de estar masturbándole su polla empezó a palpitar, la punta estaba rojísima ya. Junté algo de saliva y dejé caer un pequeño cuajo porque según él iba a ser más cómodo al estar lubricado. Mientras don Jorge bufaba como un animal, metió su mano entre mis nalgas, bajo mi malla, y empezó a jugar con el aro de mi ano:
—¡Ahhh, no toque ahí, puerco!
—Es impresionante lo prieto que lo tienes, Rocío. No te vas a poder sentar por un año a partir del día que te haga la colita. Te la voy a comer todos los días y te haré ver las estrellas. Venga, sigue pajeando que me falta poco.
—¡No siga metiendo ese dedo, por favor!
—¡Dale, cerdita! Anda, ve, ¡a tragar todo!
Cerré los ojos, abrí la boca y me la metí cuanto pude. Se corrió copiosamente mientras uno de sus dedos me hacía ganchitos en mi ano. Los lechazos iban y venían sin cesar, lo sentía acumulándose entre mis dientes y mi lengua. Cuando dejó de escupir semen, me aparté para respirar; mis ojos ardían, su leche era abundante y caliente, seguro mi carita estaba toda roja y desencajada. Hice fuerza para tragar; sentía cómo el semen del señor bajaba lentamente hasta mi estómago.
El destructor lentamente fue a descansar, perdiendo fuerza y tamaño. Mientras se iba, me dediqué a besar ese pedazo imponente con todo mi respeto y admiración, a sus huevos también, esperando que algún día pudiera entrar en mí.
Me desnudé luego para poder acostarme al lado de don Jorge, abriendo los botones de su camisa para besar su pecho mientras él me acicalaba y me decía que lo había hecho muy bien. Era la primera vez que me trataba tan dulcemente, ¡y me encantaba! Pero el reloj avanza, ¿saben? Y avanza rápido cuando haces cosas que te gustan. Podríamos estar toda la tarde acariciándonos y descubriéndonos puntitos tanto con los dedos como con la lengua, pero tienes que dejar que la pintura se tome un tiempo para que se seque. 
—Don Jorge, tengo que irme… —dije dándole un larguísimo beso, pegándome contra su cuerpo.
—Ve, Rocío. Pero déjame tu malla —me dio una fuerte nalgada y apretó mi cola.
—¡Ah! No sé, van a ser cuadras muy largas hasta mi casa si voy sin nada debajo de mi falda.
—¿Por qué no me quieres dar un alegrón, niña? Siempre tan indecisa —me atrajo contra sí y me chupó los pezones. Fue súper rico porque los tengo muy sensibles y desde luego que me convenció.
—Ahhh… B-bueno… Supongo que sí se lo voy a dejar…
Así que me levanté para hacerme con mis ropas. Eso sí, cuando terminé de vestirme le mostré la malla, acercándola lentamente a sus manos.
—Don Jorge —alejé mi malla y le sonreí—. Dígame, ¿va a masturbarse con ellas?
—Hasta el día que me muera, niña.
—Ya… Pues va a ser mejor que las esconda mejor que sus revistas porno. Me voy a mudar a otro país si su señora se entera, ¿entiende?
—Vamos a ver. ¿Por qué crees que tengo todas mis cosas en esta habitación? Mi esposa siempre ha dormido arriba, y yo aquí. Estamos separados, Rocío. Así que borra ya esa mueca preocupadita y dame tu malla.
—¿En serio? ¿Está usted separado? Pero si es amorosa ella…
—Amorosa lo es con el vecino, ese con quien habla todos los días.
—¡No me diga!
—Pues te lo digo. ¿Por qué crees que salgo siempre a hacer encargos de pinturería? ¡Porque no me agrada estar aquí! ¿Entonces entiendes por qué me enojé contigo por haberme confinado a este lugar?
—Uf, si fuera por mí lo llevaba a mi casa, don Jorge. Es más, a mi habitación, ¡ja!
—Gracias, Rocío. Pero no hace falta. ¿Vas a venir mañana?
—Obvio que sí, pero puedo quedarme un ratito más si usted quiere.
Me volví a sentar en la cama y acaricié su verga, pero ya no daba señales de vida. De todos modos el señor lamió sus dedos, e inmediatamente metió su mano bajo mi falda para darme una estimulación riquísima que me puso aún más caliente de lo que ya estaba.
—Mira, pequeña, a mí también me encantaría hacerlo. Por lo que estoy sintiendo, tienes labios muy abultados y jugosos, seguro que estás estrechita y todo, como sin estrenar. Eso es especial.
—Ahhh… sigaaa…
—Pero con una pierna y un brazo enyesados esto va a ser más comedia que otra cosa. Me gustaría hacerlo bien y en condiciones. Así que vas a esperar a que me recupere.
—Pero… ¡Usted estará como un mes así!
—Entonces hagamos que este mes no sea tan aburrido, Rocío. 
IV. Repasando capas de pintura
A veces, por ridículo que pueda sonar, simplemente iba para verlo masturbarse mientras yo hacía lo que él me ordenara. Ya sea darle de “lactar” con mis supuestas ubres (¡Uf!), o susurrarle las cositas que le hacía yo a él en mi mundo de fantasías, en ese mundo donde él era mi marido y yo simplemente una esposa que no vestía más que un coqueto camisón de lunes a sábado. Los domingos íbamos a una playa imaginaria para pasear de la mano. Incluso, cuando la confianza entre nosotros dos llegó a su punto álgido, me enseñó a estimularle la próstata, algo que le ha hecho derramar más leche que un jovencito, salpicando por todos lados, cosa me ha acarreado algún que otro momento incómodo al volver a mi casa.
Durante las noches le enviaba fotos constantemente. Aprendí a hacer varias poses para resaltar mis senos así como probarme las ropas más sugerentes que tengo. Pasando por bikinis, tangas, algún que otro camisón y hasta hilitos diminutos que solo los usaba para disfrute de mi novio. A veces jugando con el mango de mi raqueta, toda sugerente, pues al parecer el tenis le estaba empezando a gustar.  
En ocasiones yo me subía a su cama y le ayudaba en su manualidad, o simplemente nos autosatisfacíamos juntos, o cada uno por su lado, pero pegaditos en la cama. Según él, mientras más conociéramos nuestros cuerpos y puntos erógenos, mejor rendiríamos en la cama para el día que prometimos hacer el amor. Así que explorábamos todas las tardes de las maneras más bonitas y perversas posibles. Incluso aprendí a estimularme con sus salchichas de pavo para luego dárselas de comer, todas mojaditas de mí. Me lo hizo probar una vez pero no me gustó nada, aunque a él sí que le encantaba. 
Y repasábamos las capas de pintura de nuestra particular pared, esperando estrenarlo un día, una tarde, una noche, ¡en algún momento! Le confesé mis miedos de intimar con un hombre grande como él, pero me prometió, a su manera brusca, que haría lo posible para no lastimarme. No supe si creerle porque también confesó que le excitaba que las chicas gritaran mucho…
No sé si su señora sospecha. Pero es verdad lo que decía don Jorge, que a ella le daba igual todo: verme salir en horas de la noche de su habitación, pillar que iba sin malla bajo mi faldita de tenis los días domingos, o incluso verme entrar allí con ropa muy sugestiva. Nunca me preguntó, nunca puso mala cara, nunca insinuó conmigo nada al respecto ni mucho menos dejó de prestar ayuda a su marido, ya sea cocinando o ayudándolo para movilizarse un poco por la casa o jardín. Es más, bastante contenta se la veía y creo que su vecino habrá tenido algo que ver con todo eso. Contentos todos, ¿para qué hacer preguntas?
A veces recuerdo esa tarde en la que por mi torpeza terminé rompiéndole extremidades, y sonrío porque el destino es muy gracioso con sus jugarretas. ¿Porque quién iba a decirle a mi papá que todo terminaría así? Con su hija desnuda jugando embobada todos los días con el enorme “pincel” del pintor que contrató. 
Lo acompañé al médico el día que fue a quitarse las escayolas, más nerviosa por mí que por él, siempre pensando en su brava promesa de ponerme de cuatro y hacerme ver las estrellitas. Esa tarde me cumplió una fantasía que no esperaba: paseamos por la playa como si fuéramos marido y mujer, aunque la realidad es muy distinta porque probablemente yo parecía más bien una hija que amante.
Aún no hemos pactado cuándo lo haremos porque a veces me da vértigo pensar que algo así va a entrar en mí, ¡uf! Pero creo que es lo normal, es demasiada brocha para una superficie tan estrechita. De todos modos, la pintura, esta pintura, ha quedado muy linda en esa pared antes enmohecida que nos separaba, ¿no creen?
Muchísimas gracias por llegar hasta aquí

 

Relato erótico: “Cayendo en la red VI( FINAL) ” (POR XELLA)

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La sorpresa se reflejaba en la cara de Amanda, tanto por haberse encontrado a Susana en su casa como por la forma en la que iba vestida.
 
La pelirroja llevaba un conjunto de tiras de cuero que alcanzaba a tapar lo justo, unas botas de tacón por encima de las rodillas y un antifaz negro que ocultaba sus ojos. Completaba el atuendo una fusta que portaba en la mano derecha y el mando de los vibradores en la mano izquierda.
 
– Hola Amanda, ¿Me has echado de menos?
 
– ¿Qué haces aquí? Mmmmm aaaaaaaa… – Amanda se estaba retorciendo por la acción de los vibradores.
 
– He venido a darte una sorpresa… Ya que no hemos hecho nada durante esta semana, he pensado que nos vamos a resarcir… Vamos a pasar un fin de semana muy divertido… ¿Tienes alguna objección?
 
– Mnnnmnnn Nooooooo.
 
– Estupendo, pues empieza a desnudarte. – Dijo, mientras apagaba de golpe los vibradores.
 
Amanda obedeció al instante, comenzó a despojarse de sus ropas sin siquiera levantarse de suelo.
 
– Las bragas también. – La mujer obedeció. Hizo un montoncito a su lado con lo que se había quitado. – Muy bien… Ponte de rodillas… Eso es…
 
Susana se acercó a Amanda, la acarició cariñosamente el pelo y se agachó frente a ella. Después de darle un húmedo beso examinó los aritos que tenía en los pezones. Ya estaban muy bien, la crema que les habían dado era fantástica.
 
– ¿Te duele? – Preguntó.
 
– Practicamente nada, a veces molesta un poco, pero ya casi no me duele…
 
– Me alegro. – Susana bajó su mano hasta llegar a la entrepierna de su jefa, a la que se le escapó un gemido por el contacto. – ¿Que tal hoy en el trabajo?
 
La cara de Amanda reflejó inmediatamente su decepción, y ésta no pudo aguantar el contarle a su secretaria lo que había pasado. La pelirroja escuchaba interesada como las quejas de Amanda venían por el hecho de no haber dejado satisfecho a su hombre, y no por el hecho de haber intentado follarse a Gabriel, a quién no había sorportado nunca.
 
– ¿Y que problema hay con eso? No has sido una buena chica, ¿Verdad? – Preguntó Susana.
 
– No… ¡Y no se que he hecho mal!… Y-yo… No… Por favor, ¡Ayudame!
 
– ¿Que te ayude? ¿A qué?
 
– A… A ser una buena chica… ¡Quiero ser una buena chica!
 
– Muy bien… Una buena chica, ¿Eh? Pero si quieres que te ayude tendrás que obedecerme en todo, ¿De acuerdo?
 
(…Una buena chica… Sólo importa dar complacer… Tus deseos no importan…) El coño de Amanda comenzó a chorrear con la sola idea de obedecer a Susana en todo.
 
– ¡Claro que sí! ¡Haré todo lo que me digas! Pero… Ayudame…
 
Susana estaba satisfecha con la actitud de su jefa, sabía que no habría puesto ninguna objección en obedecerla aún sin pedirselo, por algo estaba desnuda frente a ella, pero era divertido recalcarlo, ver cómo la mujer se sometía a sus deseos y reconocía que lo hacía por su propia voluntad.
 
– Esta bien, pues para empezar… Vamos a ver… ¿Qué se hace con las niñas que no se portan bien?
 
– ¿S-Se las castiga? – Contestó Amanda con un hilo de voz.
 
– ¡Correcto! – Exclamó Susana, entusiasmada. – Vamos al comedor… Eso es, ahora inclínate sobre la mesa… Muy bien…
 
Susana acarició obscenamente el expuesto culo de su jefa, disfrutando del contacto, notando la mezcla de miedo y placer que desprendía. Buscó el portátil de Amanda y lo colocó frente a su cara, encendiéndolo. Mientras se iniciaba, Sujetó las muñecas de la sumisa mujer a su espalda con unas esposas y ató los tobillos a las patas de la mesa, manteniéndolos separados.
 
Una vez el ordenador estuvo encendido, buscó en el historial y encontró rápidamente lo que buscaba. La página de contactos cargó rápidamente, entrando en el pérfil de Amanda. En cuanto ésta escuchó la musiquilla de fondo de la página, su mente se relajó, comenzó a evadirse y a estar más receptiva.
 
– ¿Qué es esto?
 
– ¿Cómo?
 
¡ZAS!
 
Un fustazo cruzó el culo de Amanda, haciendo que se sobresaltara.
 
– ¿Qué es esta página? – Repitió Susana.
 
– Es… la página de contactos que me enseñaste.
 
– Correcto… ¿Y para que te la enseñé?
 
– Para… Que me desestresase… Que liberase tensiones a través del sexo…
 
– ¿Y crees que lo estás haciendo correctamente?
 
– ¿Eh? S-Si…
 
¡ZAS!
 
– ¿Estás segura? Yo te enseñé a dejar satisfecha a tu hombre… ¿Crees que lo haces correctamente? ¿Qué diría Gabriel de eso?
 
(…Eres una zorra…No has cumplido con tu deber…Sólo existes para obedecer…Sólo existes para dar placer…)
 
Amanda acusó el golpe bajo.
 
¡ZAS!
 
– ¡Ah! Esta bien, ¡He fallado! ¡He fallado!
 
– Eso está mejor… Te voy a enseñar a no volver a fallar…
 
¡ZAS!
 
¡ZAS!
 
¡ZAS!
 
¡ZAS!
 
Los fustazos caían uno detrás de otro. Con cada uno, Amanda se repetía que no volvería a fallar, que a partir de ahora sería una buena chica… Sería una buena perra…
 
La mujer había perdido la cuenta de cuantos golpes había recibido cuando Susana paró. La mano de la pelirroja acarició sus nalgas, haciendo que Amanda se estremeciera de dolor y placer. La pelirroja desató a su jefa.
 
– Vamos, date la vuelta y ponte de rodillas. – Amanda obedeció. – Y ahora dame las gracias por el castigo. – Dijo, mientras apartaba su tanga.
 
– ¡Gracias! ¡Gracias! – Gritaba Amanda entre lametón y lametón.
 
Susana estaba disfrutando de lo lindo, tenía a Amanda solo para ella durante dos días, y la pobre estaba dispuesta a hacer todo lo que le ordenase… Aunque tampoco es que tuviese otra opción…
 
¡ZAS!
 
– ¡Esfuérzate más! ¿Quieres ser una buena perra o no?
 
Amanda aumentó el ritmo, recorriendo de arriba a abajo el coño de su secretaria. Ésta se apartó, se dió la vuelta y se inclinó.
 
– Vamos, a ver si lo haces mejor con mi culo.
 
Inmediatamente Amanda comenzó a lamer el ojete de la pelirroja.
 
Después de un tiempo, la lengua de la mujer comenzó a cansarse… Casi le daban calambres… Pero no quería parar… No PODÍA parar… (…Tu opinión no importa…Solo debes obedecer…)
 
Cuando Susana creyó que ya tenía suficiente y después de haber recibido un par de orgasmos, la ordenó que parara.
 
– Durante este fin de semana vas a hacer que yo esté en la gloria. Me servirás en todo, me obedecerás en todo. El domingo te diré si lo has hecho bien y actuaré en consecuencia. ¿Lo has entendido?
 
– ¡Si! – Contestó Amanda con convencimiento.
 
Durante el resto del día, Amanda atendió a Susana en todo y, esa noche, durmieron juntas después de hacer que la pelirroja se corriera un par de veces más.
 
El sábado no fué mucho más distinto, con la salvedad de que Amanda tuvo que hacer un streaptease para Susana, que fué totalmente fotografiado por la pelirroja. Al acabar el día Amanda tuvo que subir todas las fotos a la web de contactos, por lo menos todas las que no eran excesivamente obscenas para mostrarse.
 
– Muy bien cariño. – Dijo Susana el domingo por la tarde. – Has mejorado mucho. ¿Crees que has aprendido la lección?
 
– Si. Soy… ¿Soy una buena chica? (¿…Soy una buena perra…?)
 
– Si, has sido una buena chica. Y aquí está tu premio.
 
Susana agarró a Amanda del pelo, y tendiéndola con el pecho sobre la mesa, comenzó a sodomizarla violentamente.
 
Susana agarraba a Amanda de las tetas, tentando las reacciones de la mujer al contacto con los pezones, comprobando que la crema del tatuador había funcionado correctamente, cicatrizando los piercing en una semana.
 
Mientras su secretaria la empalaba con fuerza, Amanda recibía sumisa, inmóvil y satisfecha… No volvería a fallar… Era… (…Eres un objeto…Solo un culo, un coño, una boca…) una buena chica…
 
———————
 
El lunes comenzó con una Amanda renovada, feliz consigo misma. Se había vestido con lo más sexy que había encontrado, un cortísimo vestido con la parte superior de leopardo y la parte inferior negra. No se puso las bragas con vibradores pues, de boca de Susana, “Ya habían cumplido su cometido”, así que los había sustituído por un diminuto tanga.
 
Pasó la mañana danzando por la oficina, coqueteando con todo hombre que se cruzaba, casi ofreciéndose. Hubo un par en la sala de las fotocopias que estuvo a punto de llevarse al servicio para llegar a más, pero se fueron antes de que tuviera ocasión.
 
El tiempo que pasó dentro de su despacho lo utilizó en navegar por la página de contactos, observando la cantidad de fotos que Susana le había hecho durante el fin de semana. Menos mal que sólo habían seleccionado las que eran “inofensivas”… aunque… ¿De verdad le importaba?
 
Después de comer, su teléfono sonó. Cuando vió que era Susana lo cogió animada.
 
– Hola preciosa. – Saludó animada.
 
– Hola. Acaba de llamar Gabriel para concertar una reunión.
 
Amanda se estremeció entera.
 
– ¿Cuando?
 
– Ahora mismo, parecía urgente.
 
– De acuerdo, dile que en 10 minutos estaré en su despacho.
 
– Ahora mismo se lo digo.
 
– Hasta ahora. – Amanda colgó algo confusa. ¿Qué quería Gabriel?
 
10 minutos después estaba saliendo de su despacho. Cuando salió vió que Susana no estaba, habría ido al baño. El solo pensamiento de su secretaria con las bragas por las rodillas en el baño la puso cachonda…
 
Toc Toc.
 
– Adelante. – Contestó la voz de Gabriel.
 
Amanda entro un par de pasos y se sorprendió al ver a Susana de pie, al lado de la mesa de Gabriel.
 
– ¿Que ocurre? – Preguntó.
 
– ¿Esa es manera de saludar?. – Preguntó Gabriel. – Bueno, como quieras. El viernes teníamos una conversación importante, pero, debido a tu… interrupción no pudimos hablar sobre nada…
 
Amanda se sonrojó y agachó ligeramente la cabeza.
 
– Y, ¿Que hace Susana aquí?
 
– Me ha estado convenciendo de que no de parte de tu comportamiento, ¿Verdad?
 
– He hecho lo que he podido. – Contestó la pelirroja.
 
– ¿Y crees que esta preparada?.
 
– Completamente.
 
Amanda se había perdido, no sabía muy bien de qué estaban hablando. Gabriel se levantó y se acercó a Amanda. Ésta comenzó a humedecerse por la proximidad del hombre.
 
– Creo que deberías reconsiderar tu decisión sobre el caso del político.
 
– ¿Qué? No… No puedo…
 
– Sí puedes… Es tu decisión… Nadie te puede obligar, pero…
 
– Nadie me puede obligar… Yo… Mi exclusiva…
 
– Nadie quiere que saques eso a la luz…
 
– Nadie … quiere…
 
– ¿Vas a ser una buena chica?
 
– Una buena… Si… Una buena chica…
 
– Ponte de rodillas. – Susurró Gabriel.
 
Sin siquiera haber procesado lo que había dicho, Amanda ya estaba de rodillas ante él.
 
– Es impresionante… – Comentó el hombre. – ¿Cómo lo has conseguido?
 
Amanda se quedó mirando a Susana, aturdida, ¿Cómo había conseguido qué?. Pero no fue Susana la que contestó. La puerta tras Amanda se cerró lentamente y un hombre se situó tras ella.
 
– Tengo mis medios. Soy socio de una coorporación que cuenta con muchos medios. Parte del mérito ha sido tuyo. Me avisaste a tiempo de los planes de esta preciosidad y me proporcionaste la información necesaria para facilitar mi tarea.
 
– No fue nada. – Contestó Gabriel.
 
– ¿Qué tal estás, Mariposa35? – Preguntó el hombre, situandose frente a Amanda.
 
La mujer abrió los ojos como platos. No tanto porque la hubiese llamado de aquella manera como por quién era. ¡Era el político corrupto!
 
– ¿No dices nada? Parecías muy interesada en unos temas que me concernían…
 
Amanda no era capaz de decir nada. Estaba inmóvil, de rodillas ante esos dos hombres, y Susana…
 
Miró a su secretaria. Estaba observándola, pero su rostro no mostraba ninguna emoción, la miraba cómo si ella no estuviera allí.
 
– ¿Que pasa? – Dijo Gabriel. – ¿Creés que Susana te va a ayudar?
 
Gabriel avanzó hacia la secretaria y, poniendo ligeramente la mano sobre su hombro hizo que se arrodillara. Mirando a Amanda a los ojos comenzó a desabrocharse la bragueta, liberando su polla frente la cara de la pelirroja. Entonces la cara de Susana cambió. La lujuria invadió su rostro y se avalanzó sobre el falo que tenía delante sin mediar palabra. Amanda miraba con una mezcla de envidia y sorpresa… ¿Qué estaba pasando?
 
Oyó un ruido tras ella y, al girarse, se encontro con la polla del político colgando delante de sus ojos. No supo porqué lo hizo (…Eres una perra…Sólo sirves para dar placer…) pero antes de que se diese cuenta le estaba practicando una profunda mamada a aquel hombre. Todo lo demás había pasado a segundo plano… Sólo importaba esa polla, esos huevos… Debía complacer a su hombre y no iba a fallar.
 
Los hombres estaban uno frente al otro, disfrutando de las dos perras que les estaban chupando las pollas.
 
– Estoy sin palabras. – Dijo Gabriel. – Amanda siempre ha sido una mujer fuerte y decidida… Y siempre ha estado contra mí… No se cómo lo hiciste pero eres un genio…
 
– Está bien… Si tanto interés tienes te lo contaré. Como te he dicho antes, pertenezco a una coorporación muy poderosa que tiene métodos bastante efectivos para someter la voluntad de cualquiera. Como socio, puedo usar sus servicios en cualquier momento.
 
Mientras hablaba, agarró a Amanda del pelo, levantándola y dirigiendola hacia la mesa.
 
– Súbete a la mesa, perra. – Amanda obedeció al momento. – A cuatro patas… Eso es… – El hombre comenzó a follarse el culo de Amanda en esa postura mientras continuó su historia.
 
– En cuanto me dijiste que esta zorra había descubierto cierto documentos comprometedores, comencé a mover los hilos para hacerme con su control…
 
– Si, recuerdo que viniste a pedirme toda la información que tuviese sobre ella. – Comentó Gabriel.
 
– Correcto, mientras más supiese, más fácilmente podría trazar un plan. Cuando me dijiste que estaba muy unida a su secretaria, pensé que sería más fácil acceder a ella. Mediante una empleada de la coorporación, convencí a Susana de que se registrase en una página de contactos creada por nosotros.
 
– ¿Una página de contactos?
 
– Sí. Esta página tiene varias funciones… La principal es su función como muestra y venta de nuestras putas. Los hombres apuntados pagan una módica cantidad y disponen de una enorme base de datos de mujeres totalmente dóciles y dispuestas. La otra función es la de captación. La página cuenta con sofisticados métodos de control mental… La música, el tipo de letra, mensajes subliminales… Todo está dirigido a penetrar en la mente de nuestra presa.
 
Gabriel estaba impresionado a la vez que asustado… Nunca había pensado que algo así se pudiese hacer.
 
– Todas nuestras perras se instruyen en la sumisión y obediencia, pero aparte, hay programas personalizados que se insertan en el subconsciente de las víctimas, modificando aún más su personalidad. Se puede hacer que esté más predispuesta al sexo lésbico, anal, que se especialice en chupar pollas… El programa que insertamos en Susana fué el “programa cazadora”
 
– ¿Programa cazadora?
 
– Predispone a la perra en cuestión a captar nuevas víctimas para la coorporación. Una vez hecho esto no fué más que cuestión de tiempo que Susana convenciese a Amanda para registrarse también en la página. Tras su primer acceso ya estaba perdida…
 
Gabriel ordeno a Susana que se tendiese bocaarriba en el otro lado de la mesa, quedando su cara debajo de la de Amanda. Éste comenzó a follarse a la pelirroja mientras las dos perras se comían la boca la una a la otra.
 
– Todo lo demás llegó sólo… Aunque ella no lo sepa, ya se ha prostituído.
 
– ¿CÓMO? – Exclamó Gabriel, anonadado.
 
– Ella cree que tenía una cita con un hombre de la página, pero realmente era un cliente… Normalmente, preparamos a nuestras perras para que sean lo más naturales posibles, así que hacemos que su mente “olvide” automáticamente ciertos recuerdos, como si nunca hubieran pasado, toda referencia a su condición de ramera quedará oculta para ellas, así como el momento del pago y lo que hacen con el dinero, que será automáticamente ingresado en una de nuestras cuentas por ellas mismas. El hombre con el que tuvo su primer trabajo no quedó satisfecho, así que le ofrecimos por medio de Susana un 2×1. Se acostaba con Susana gratis y, una vez preparada se volvía a acostar con Amanda. La segunda vez la opinión del cliente fué completamente distinta… Estabas trabajando con una puta de primera y ¡Ni siquiera lo sabías! Ja ja ja
 
Gabriel se rió con él, pero su mente estaba recibiendo tanta información que ni siquiera había encontrado la gracia.
 
– Y aquí la tienes. ¿Has visto esto?. – Dijo, levantando a Amanda de un tirón y bajándole el vestido.
 
Los relucientes aritos plateados de Amanda brillaban en sus pezones, dejando a Gabriel con la boca abierta.
 
– ¿La habéis hecho piercings?
 
– No, ELLA se ha hecho piercings… Y lo pagó con su cuerpo.
 
– Y… ¿Q-qué…Qué programa habéis… – Comenzó a balbucear Gabriel.
 
– Incorporado a Amanda? Le hemos incorporado el “programa mascota”. Estás ante una estupenda perrita.
 
Ese dato fué la gota que colmó el vaso. Gabriel sacó su polla del coño de Susana y se corrió sobre su vientre, llenándolo con su lefa. Inmediatamente Susana se incorporó y, poniedose a cuatro patas comenzó a limpiar con su boca el miembro de Gabriel.
 
– Chupa, perra. – Dijo el político a Amanda.
 
Ésta se inclinó sobre el culo de la pelirroja, que había quedado ante ella, proporcionándole un húmedo beso negro.
 
– ¿Y podría… ver esa página? – Preguntó Gabriel.
 
– Por supuesto, esa página está diseñada para atrapar mujeres. Los hombres en este caso son los clientes… – Se inclinó hacia un lado sin sacar su polla del culo de Amanda para alcanzar su tablet. – Esta en favoritos. Entrarás con mi usuario.
 
Gabriel cogió la tablet que le tendía y, haciendo lo que le dijo accedió a la página.
 
Inmediatamente buscó el perfil de Amanda, viendo sus datos y la cantidad de fotos que había subido. No se creía que la formal mujer que había sido su rival hubiese accedido a subir aquellas fotos a internet… ¡Estaba prácticamente desnuda en todas! Aunque… viendo cómo se dejaba sodomizar encima de la mesa…
 
– ¿Qué es esto? – Dijo, señalándo un botón que ponía “Área privada”
 
– Ahhh, eso te va a encantar.
 
Gabriel accedió al enlace… Y lo que vió casi hizo que se le cayera la tablet de las manos… Era Amanda de nuevo, ¡Pero esta vez eran imágenes sin ningún tipo de pudor!
 
Había una galería en la que salía masturbándose con un vibrador, en otra se estaba sodomizando sobre la cama con un consolador… En otra galería !Se estaba montando un trío con un negro y una mujer tatuada en una camilla!
 
– ¿Q-qué es esto? – Preguntó.
 
– Es la galeria promocional para los clientes. Al igual que los detalles de su vida como puta, tampoco se dan cuenta de que hacen esto. Se sacan fotos exhibiendose, o se dejan sacar fotos por otras personas, y luego ellas mismas las suben a su perfil…
 
Gabriel estaba maravillado y asustado, era mucho mejor tener a ese hombre como aliado que como enemigo…
 
Mientras reflexionaba sobre ello, el político sacó la polla del culo de Amanda y ordenó a las dos mujeres que se arrodillaran ante él. Gabriel se imaginó lo que iba a hacer y, efectivamente, comenzó a masturbarse ante la cara de las dos mujeres, que esperaban con la boca abierta la descarga de “su hombre”. Cuando se corrió, se pelearon a ver cuál recibía más cantidad y cual era la primera en limpiar la polla con su lengua. Una vez hubieron acabado con ella, comenzaron a limpiarse entre ellas con obscenos lametones.
 
El hombre recompuso su vestimenta y se acercó a Gabriel.
 
– Como pago por el aviso, para que veas que soy un hombre agradecido, puedes quedarte con Susana. Ahora es tu esclava, te obedecerá en lo que quieras. Puedes hacer que se comporte normalmente ante el resto de la gente o que sea un auténtico zorrón, tu decides. Si quieres puedes dejar que se siga prostituyendo a través de la página, por supuesto los beneficios serían para tí. Pero a Amanda me la quedo yo… – Dijo, mientras la miraba con suficiencia. – Seguirá haciendo su trabajo aquí en el periódico, como si estas semanas no hubiesen ocurrido… Siempre viene bien tener “contactos” en todos los sitios Ja ja ja
 
Esta vez Gabriel no se rió. Estaba asimilando lo que había oído… ¡Susana le pertenecía! Pero… ¿Cómo sería tener una esclava? No tardaría en averiguarlo…
 
El hombre ordenó a Amanda que se vistiera y le dió un pequeño collar ajustado al cuello. Por la parte interior del collar rezaba:
 
Amanda
NALA
Propiedad de XC
 
Salió del despacho con Amanda caminando detrás de él.
 
Gabriel se quedó unos minutos sin moverse, mirando a su nueva propiedad, ahí, desnuda, de rodillas… ¿Que iba a hacer con ella?
 
Lo primero era hacer que se vistiese y, de momento, se la llevaría a vivir a su casa… Así podría sacarle más partido.
 
Durante el camino a casa, Gabriel iba dándole vueltas a la inmensa suerte que había tenido… De una sentada había ganado un poderoso aliado, una esclava y se había quitado de enmedio una rival…
 
No podía pedir más.
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“EL AULLIDO DE LA LOBA” Libro para descargar (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Respondiendo a un llamado de su interior, Uxío Mosteiro abandona su ajetreada vida en Lyon y se traslada a la aldea donde desde tiempos inmemoriales su familia es dueña de un pazo. Su llegada a esa su tierra, el único lugar donde se considera en casa, despierta el temor ancestral que sus paisanos siente por los salvaxes. Aunque en un principio no le da importancia, considerándolo poco más que chismes la fijación que muestran asimilando a todos los de su alcurnia con esos seres mitológicos, los cambios que se producen en él le hacen ver que los hombres lobo existen y que él es uno de ellos. Sin saberlo, contrata a la nieta de una antigua cocinera de la casa y Branca resulta ser una poderosa Meiga. La hechicera se convierte en su amante y desde ese momento, tratara de convencer a su amado para que acepte que además de salvaxes, también habitan esos lugares las hadas, una de las cuales llamada Xenoveva lo reclama como su esposo.
Todo se complica cuando Tereixa, una hembra de su especie, aparece por el pueblo y empiezan las muertes…

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

Para que podías echarle un vistazo, os anexo LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

1

Furtivo y gris en la penumbra última,
va dejando sus rastros en la margen
de este río sin nombre que ha saciado
la sed de su garganta y cuyas aguas
no repiten estrellas. Esta noche,
el lobo es una sombra que está sola
y que busca a la hembra y siente frío.

Jorge Luis Borges

Tras diez años trabajando en el extranjero para la Interpol, estaba harto. Asqueado de tanta violencia y maldad que sobrevolaba la sociedad de hoy en día, necesitaba volver a mis orígenes. No me bastaba con retornar a mi país o a mi región, ni siquiera a mi pueblo; ¡tenía que volver a casa! Y cuando hablo de casa, no me refiero al piso de Madrid donde viví con el viejo, sino la casa solariega de la Galicia profunda que forma parte de mis genes y a la que siempre he estado íntimamente unido. Nadie lo comprende, pero desde niño ¡solo ahí fui feliz! Para mí, nada se puede comparar con recorrer sus caminos, disfrutar de sus prados, perderse entre sus bosques o descansar en una de sus riberas sombrías. Su húmeda belleza, sus paisanos, sus cumbres, el sonido de los urogallos reclamando el favor de las hembras, me llamaban de vuelta. Tras la muerte de mi padre y haber heredado una buena suma, pedí una excedencia de dos años y una mañana de mayo, llegué ante sus muros. El musgo de la entrada y los tejos invadiendo el camino me hicieron enfadar al saber que gran parte de esa decadencia era culpa mía. No en vano yo era el único heredero de esas tierras y por tanto su dueño. Aunque me sacó de ahí siendo un crio, huyendo de lo que él llamaba la aldea, para mí esa casona, era “noso lar”, el hogar que nuestros antepasados erigieron en la ladera de un monte.

            «Tengo que devolverle su esplendor», me dije mirando los descuidados campos de mi heredad con el pecho encogido. Abrir el viejo portón de madera de su entrada no hizo más que incrementar mi dolor. El polvo de los muebles, las telarañas de sus techos, el olor a cerrado.  Todo en su interior daba muestra de su abandono.

 «¡Qué distinto era cuando vivía el “Vello”! ¡El abuelo no hubiese permitido este deterioro!» sentencié mientras subía por las escaleras al primer piso para dejar el equipaje.

Sabiéndome el único a quien le importaba el viejo pazo, ocupé la habitación que históricamente correspondía al dueño y que desde que había muerto el “Viejo”, mi padre se había negado a usar.

«Yo si la ocuparé “avó”», dije sintiendo como si siguiera viva la figura de mi abuelo.

Al llegar, instintivamente toqué a la puerta como hacía cuando el anciano vivía antes de entrar. Tras darme cuenta de lo absurdo que eso era, abrí y pasé al cuarto. La cama donde durante años había estado recluido era tan enorme como recordaba.

«La de veces que me tumbé ahí para que me leyera un cuento», me dije observando el grueso colchón de lana.

El frio me hizo recordar que todavía no había encendido la “lareira”, la enorme chimenea que ocupaba la mitad de la cocina de la planta baja y que era tan típica en las aldeas de mi tierra. Dejando las dos maletas en el suelo, me dirigí a hacerlo. La antigüedad de la leña allí acumulada me permitió con rapidez hacer una pequeña hoguera que secara y calentara el ambiente. La belleza hipnótica de sus llamas me hizo volver a mi niñez y a sus noches cuando, a la luz de esa lumbre, Maruxa, la cocinera me narraba historias de meigas, de duendes y de hadas.

«Galicia é unha terra máxica e cada un dos seus fillos ten unha fada madriña», siempre recalcaba cuando me oía negar la existencia de la magia y de esos seres alados.

― ¿Tengo yo también un hada madrina? ― recuerdo que tenía la costumbre de preguntar.

Aunque cientos de veces cuestioné lo mismo, Maruxa nunca se cansó de contestar:

― Non te rías. A túa fada chámase Xenoveva e un día presentarase a ti.

Según ella, el día que nací vio al lado de mi cuna a esa hada bajo el aspecto de una mujer joven. Al indagar ella en qué hacía ahí, la aparición le contestó:

― Coido do meu destino.

«Cuido de mi destino», sonreí al recordar su insistencia en que un día Xenoveva, mi hada madrina, aparecería ante mí para salvarme si algo me amenazaba.

―Maruxa, no asustes al chaval― mi padre la recriminó una noche al comprobar que me creía esas leyendas: ―Aquí no hay peligro.

― Patrón, sempre hai perigos escondidos detrás da maleza.

―Habladurías de viejas. Hijo, ¡no hagas caso! No existen ni las brujas, ni los duendes y menos las hadas.

A pesar de los años que han pasado, no consigo olvidar mi enfado con él porque negara la existencia de Xenoveva. En mi mente de niño, la señora de los bosques era real y me cuidaba.

―Papá, ella me salvó cuando casi me ahogo en la laguna y luego desapareció.

―Uxío, las hadas no existen. La joven que te sacó del agua, debió ser una peregrina haciendo el camino de Santiago que, viendo que estabas bien, decidió dejarte para irse a reunir con sus compañeros de viaje― contestó muy molesto.

Recuerdo que mi abuelo, sonriendo, murmuró en mi oído:

―Tu padre es un viejo cascarrabias que ha borrado de su mente a su madrina. Tú no la olvides y Xenoveva volverá.

El crepitar de un leño me devolvió a la realidad y dejando esos recuerdos en un rincón de mi cerebro, me puse a airear la casa. El penoso estado de sus ventanas y contraventanas me hizo ver que iba a necesitar ayuda y por eso decidí que cuando fuera a ver al cura, como verdadero poder fáctico de la aldea, no solo debía pedirle que me encontrara alguien de servicio sino también un manitas que me apoyara arreglando todo aquello que yo no pudiera.

«Hay demasiados desperfectos para hacerlo solo», sentencié preocupado.

Aterido de frio y sabiendo que poca cosa podía hacer ahí hasta que cogiera temperatura, cerrando la casa, me fui a buscar al sacerdote. Tras aparcar frente a la iglesia, me encontré que don Ángel estaba confesando y que según ponía en el horario todavía tardaría una hora en salir del confesonario.

«Me tomaría un café mientras tanto», pensé y viendo que estaba abierto el bar de doña Madalena, me dirigí hacia ahí.

No había recorrido ni veinte metros desde la Iglesia, cuando escuché que alguien me llamaba. Al girarme me encontré con la antigua cocinera.

― ¡Maruxa! ― exclamé al reconocerla tras tantos años.

La ahora anciana se echó a llorar mientras me abrazaba:

―O meu pequeno Uxío.

El cariño de la paisana me dejó sin palabras y por ello tardé en reaccionar al darme cuenta de que no venía sola y que una joven alta y morena la acompañaba.

―Es Branca, a miña neta― cuándo pregunté, confirmó que era su nieta.

Como quería hablar con Maruxa para que me pusiera al día de lo que había pasado en el pueblo, me pareció lógico invitar a las dos a tomar algo.  La timidez de la muchacha quedó de manifiesto cuando quiso protestar y su abuela la calló diciendo que debía conocer a su “Uxío”. El comentario de la antigua empleada me hizo reparar en su larga cabellera, negra como la noche, y en su rostro, blanco y dulce que realzaba el color de sus labios rojos. Reconozco que me dio pena la muchacha al ver que, frunciendo el ceño, nos seguía en silencio. Ya en el bar, me permití comentar a la antigua empleada el mal estado en que se encontraba la casona y que si me hallaba en el pueblo era para hablar con el párroco para que me aconsejara a quien necesitar contratar de servicio.

― Non é preciso preguntarlle ao cura. Branca estará encantada de ir vivir ao pazo para traballar― dijo señalando a su nieta.

Que en esa zona imperaba el matriarcado, me quedó claro cuando tratando de saber si la joven realmente deseaba ese trabajo le pedí que me lo aclarara y ella aceptó diciendo:

―Mi abuela cree que será bueno.

La voz de la chavala me agradó y obviando que realmente no me había confirmado que deseara el puesto, se lo di asumiendo que siendo familia de Maruxa era alguien de confianza.

―Me gustaría que vinieras esta misma tarde, Hay mucho que limpiar― contesté al decirme que cuando empezaba.

 ―Aí estará, non te preocupes― sentenció su abuela mientras se despedía de mí.

Cómo todavía tenía que hablar con don Ángel por el manitas, me quedé haciendo tiempo y pedí otro café. Al traérmelo, la dueña del local me soltó que no debería contratar a la tal Branca.

― ¿Por qué? ― pregunté.

― As mulleres desa familia son bruxas ― respondió la cincuentona.

Sé que debería haber sido más discreto, pero al oír que según la paisana todas las hembras de la familia de Maruxa eran brujas, no pude contener la carcajada.

― Non te rías. Todo o mundo sabe que teñen fama de meigas que falan cos mortos.

Al decir en que tenían fama de hablar con los muertos, comprendí que en la Galicia profunda seguían enquistadas esas creencias en las que se mezclaban supersticiones celtas con el cristianismo más rancio. No queriendo que viera un menosprecio en mi escepticismo, me quedé callado y salí del bar.

            «Es acojonante, en pleno siglo XXI, siguen creyendo esas patrañas», sentencié sin caer en que, al contrario que en mi niñez, con treinta y cinco años mi progenitor y yo teníamos la misma opinión sobre esos temas.

            Ya de vuelta a la iglesia, el párroco había terminado de confesar y pudo darme unos minutos. A raíz de enterarse que había contratado a la muchacha, don Ángel me felicitó por no haberme dejado llevar por los chismes del pueblo:

            ―Todas las jóvenes de esa familia son carne de emigración debido a la superstición. Ninguno de sus paisanos les da trabajo al temer caer bajo un hechizo.

―Padre, ¿y qué tal es Branca? ― indagué.

El sacerdote respondió muerto de risa:

―La más peligrosa de todas ellas. Con un movimiento de pestañas, es capaz de hechizar a cualquier hombre.

Que don Ángel se atreviera a bromear con ello y encima alabando la belleza de la cría, me tranquilizó al creerme ya vacunado contra ese tipo de armas y cambiando de tema, le pedí que me aconsejara a que albañil contratar.

―En esta época, no te puedo aconsejar a ninguno. Los buenos están ocupados con las faenas del campo. Pero no te preocupes, todas las mujeres del pueblo pueden hacer pequeñas reparaciones y Branca no será menos. Si la dejas, se ocupará de corregir los desperfectos con los que se encuentre― contestó.

Que esa cría fuera capaz no solo de mantener al día la limpieza del pazo sino también supiera hacer chapuzas, me alegró y recordando que todavía debía llenar la despensa, me fui la tienda del pueblo. Al llegar al pequeño súper, me llevé la sorpresa de que Maruxa y su nieta se me habían adelantado y habían dejado a la dependienta una lista con lo que ellas consideraban indispensable.

―Está correcto, ¿cuánto le debo? ― sentencié tras repasar el pedido y comprobar que lo que habían encargado era, además de razonable, necesario: «No me había acordado de comprar el cubo con su fregona y menos los dos tipos de jabón que se necesitará para limpiar los suelos», me dije mientras sacaba la cartera y pagaba.

Contento con esa inesperada ayuda, metí las bolsas en el maletero de mi todo terreno y volví a la casona. Tras aparcar, vi que Branca acompañada de otra joven estaba limpiando el exterior de la casa. Al acercarme y tras presentarme a su hermana, me dio la bienvenida diciendo que había dejado sus cosas en la habitación que había sido de su abuela.

―Esa parte de la casa está inhabitable. Hasta que no la arreglemos será mejor que duermas en el área noble― comenté recordando el calamitoso estado de la zona de servicio.

―Lo que usted diga― respondió sin poder evitar mostrar su satisfacción al no tener que dormir pensando que el techo se le podría venir encima.

La sonrisa que iluminó su cara me dejó apabullado al darme por fin cuenta de lo que se refería el puñetero cura: “Branca era una belleza”. La palidez de la criatura realzaba más si cabe el vivo color de sus labios mientras la profundidad de sus ojos negros animaba a zambullirse en ellos. La joven no se debió de percatar de la forma en que la miraba porque no se quejó de ello y tomando posesión de su puesto, únicamente me exigió que desapareciera de la casa mientras ellas terminaban de limpiar.

 Disculpando su tono duro y en cierto grado impropio de alguien a mi servicio, comprendí que mi persona ahí estorbaba y tragándome el orgullo, me fui a dar una vuelta por la propiedad. Ese paseo obligado no tardó en afectarme y olvidando mi cabreo, empecé a disfrutar de cada uno de sus pasos. La belleza de los prados con la yerba a punto de segar me fue acercando poco a poco al bosque casi salvaje que mi abuelo se había encargado de proteger y que, por respeto, mi padre nunca había tocado.

«¿Cuantos años puede tener este carballo?», me pregunté al observar el tronco de un roble que al menos sería centenario mientras sin darme cuenta me internaba en la densa foresta.

Absorto contemplando la herencia vegetal de mis mayores seguí penetrando en el bosque hasta que de improviso me vi en mitad de un claro. Reconocí de inmediato ese lugar y por eso, busqué la laguna donde siendo un niño me bañaba. Tras encontrarla, curiosamente hacía calor y sintiendo el sol cayendo a plomo sobre mi cabeza, estaba ya quitándome la camisa con la esperanza de darme un chapuzón cuando unas risas femeninas me hicieron parar en seco.

Extrañado, me agaché tras un denso laurel y busqué su origen. Desde mi escondite, comprobé que las culpables eran dos crías que aprovechando la soledad de ese paraje se bañaban en sus cristalinas aguas sin que nadie las molestase. Su presencia en mi heredad me parecía una afrenta, una mancha que sobre la naturaleza impoluta de ese edén. Por ello en un principio no me fijé en la indudable belleza de sus cuerpos, hasta que se pusieron a nadar hacia la orilla desde la que las observaba.

«¡Están desnudas!» exclamé en silencio mientras esas dos ninfas, ajenas a estar siendo espiadas por mí, se ponía a jugar entre ellas.

La alegría que transmitían al mojarse una a la otra me pareció adorable y sintiéndome un voyeur, me quedé mirando sus juegos. La perfección de sus curvas, la rotundidad de sus pechos y sobre todo la hermosura de sus nalgas me tenían sin respiración.

«Son perfectas», estaba diciendo en mi interior cuando observé que en la otra orilla había hecho su aparición otra mujer.

Si las primeras me parecían guapísimas, la pelirroja recién llegada resultó ser una diosa, un ser tan bello que su atractivo era hasta doloroso.

«¿Quién será?», medité mientras recreaba la mirada en el trasero con forma de corazón del que era dueña. 

El contraste de la blancura casi nívea de esa mujer con la piel morena de las dos más jóvenes me terminó subyugar y por eso cuando olvidando a la que parecía la jefa, las morenas se pusieron a hacerse aguadillas entre ellas, no pude más que suspirar. Sin tener constancia la brutal sensualidad que trasmitía al hacerlo, la pelirroja se puso a enjuagar sus pechos con el agua de la laguna mientras a un metro escaso de ella, sus compañeras reían de felicidad.

«No puede ser tan bella», murmuré para mí valorando con detalle el rosado botón que decoraba cada uno de esos cantaros.

Ajenas a que estaban siendo observadas, las morenas se abalanzaron sobre la desconocida acariciándola mientras reían. La envidia me corroyó al ver cómo las manos de esas jóvenes se dedicaban a recorrer las curvas de la diosa. Con creciente calentura, desde mi escondite admiré la tranquilidad con la que esa mujer recibía esas caricias mientras las regañaba:

―No seáis traviesas. Dejadme en paz.

Esa dulce reprimenda, lejos de conseguir su objetivo, azuzó a esas niñas y queriendo profundizar en la travesura, llevaron sus manos entre los muslos de la pelirroja. Observando la serenidad con la que asimilaba ese nuevo ataque, certifiqué la dureza de sus glúteos al darse la vuelta.

«¡Es preciosa!», exclamé en silencio mientras grababa en mi mente el caminar aristocrático de esa leona de larga melena mientras salía del agua.

Ante mis ojos, la desconocida se mostró en plenitud. Su desnudez me permitió pasar de la dureza de sus glúteos a sus senos. La exuberancia de ese par de montañas no fue óbice para que pudiera disfrutar, con auténtico frenesí, del profundo canal que discurría entre ellas.

«¡Quien pudiera hundir la cara entre esas dos hermosuras!», pensé mientras el enano de mi conciencia me exigía que parara de espiarlas.

No pude más que mandar a la mierda a ese jodido renacuajo cuando me percaté de que, tras pasar tanto tiempo dentro del agua, se le habían endurecido los pezones.

«¡Qué belleza!», sentencié ya totalmente excitado soñando que algún día serían míos.

Seguía babeando con sus pechos cuando la mujer se tumbó a tomar el sol frente al lugar donde me escondía. La calentura que me dominaba ya me impulsó a buscar con la mirada entre las piernas de la pelirroja.

«Joder», gruñí al contemplar el coño imberbe de la desconocida.

Ignorando mi existencia, me lo puso fácil porque tratando de encontrar postura sobre la arena, esa mujer me deleitó con la visión de los gruesos labios que permanecían a cada lado de su sexo.  Con ganas de abalanzarme sobre ella, comprobé la ausencia de grasa abdominal en su cintura mientras observaba como se ensanchaba para dar entrada a unas caderas de ensueño.

«¡Menudo culo!», alabé centrándome en el trasero de ese primoroso ejemplar de raza celta mientras se daba la vuelta para que el sol terminara de secar su espalda.

Al cabo de un rato, esa diosa debió darse cuenta de la hora porque levantándose se internó en el bosque. Mientras la veía marchar comprendí que, a pesar de ser la mayor de las tres, esa pelirroja no debía tener los veinticinco. Estaba pensando en que la llevaba diez años cuando, de improviso, descubrí que estaba solo y que las dos morenas también habían desaparecido de mi vista.

«¡Qué curioso! ¡No me he dado cuenta de su marcha!», murmuré y retornando sobre mis pasos, volví al pazo.

Al volver al bosque, el frio de esa mañana, retornó y achacándolo a la umbría, aceleré mis pasos de vuelta a la casona. Ya en ella, la ausencia de polvo en los muebles y el brillo de sus suelos me hicieron recordar cuando era un hogar y queriendo agradecer a las responsables ese cambio, busqué a las nietas de Maruxa. Encontré a Branca, trajinando entre fogones y el olor que brotaba de ellos, me hizo saber que no solo había heredado de la abuela su sazón sino también sus recetas al reconocer uno de los platos de mi infancia. Cogiendo una cuchara, probé el guiso mientras preguntaba por su hermana:

―Bríxida se ha ido a casa de los padres― escuetamente contestó.

Al verla mirándome, comprendí que estaba esperando mi opinión.

―Buenísimo― respondí: ―igual al que Maruxa me cocinaba. 

Aunque supuse que iba a gustarle mi respuesta, nunca preví que sonrojándose esa monada de criatura me soltara:

―Desde niña, he sabido que mi lugar sería aquí y que debería cuidar del “Salvaxe”.

Se dio cuenta de su desliz nada más decirlo, ya que debía saber que mi padre odiaba que nombraran a los miembros de la familia con ese nombre.

―Lo siento, no quería…― empezó a decir.

―No te preocupes, no me molesta que me llamen así ― la interrumpí. Y conociendo esa vieja leyenda en la que se suponía que existía un lobo negro que de vez en cuando surgía para acabar con los que osaran atentar contra la dama del bosque, mito que la gente de la zona asimilaba a nosotros, quise quitar hierro al asunto diciendo: ―No soy salvaje ¡ni en la cama!

¡Juro que lo dije de broma!

Por ello me dejó paralizado que la muchacha se pusiera a temblar con los pezones totalmente erizados y me pidiera que, si tenía que dejar salir al “Lobo”, no la matara.  Al escucharla, comprendí que Branca se creía esa historia por la cual ese siniestro chucho solo se apiadaba de las mujeres que se le ofrecían sexualmente. Sin ganas de discutir con la morena la ridícula fijación de la gente del pueblo en achacar a mi familia la capacidad de transformarse en ese animal y menos de hablar sobre si era consciente de que al pedir que la dejara vivir implícitamente me daba entrada entre sus piernas, preferí cambiar de tema y pedí que me dijera quién era la pelirroja que había visto esa mañana.

― En la zona no hay nadie con ese color de pelo ― contestó.

Algo en su mirada me intrigó y creyendo que me había contestado eso al no caerle bien la joven, repliqué:

―Branca, no estoy loco.

Tras lo cual le expliqué que existía ya que la había visto bañándose en la laguna del bosque en compañía de dos amigas. La nieta de Maruxa se empezó a santiguar al escucharme.

― ¿Qué te pasa? ― pregunté al ver su reacción.

Completamente aterrorizada, quiso saber si las dos acompañantes también eran pelirrojas o por el contrario eran de pelo negro. Al confirmarle que eran morenas, pareció reconocerlas y por eso me atreví a curiosear sobre quiénes eran esas tres muchachas.

―Son la dama y dos de sus “mouras”.

Al escucharla, tal y como me había ocurrido cuando en la mañana la habían llamado a ella bruja, no pude contener mis risas.

― ¿Mouras? Te refieres a esas hadas que siempre andan en busca de marido y que tientan a los hombres ofreciéndoles un tesoro― contesté desternillado.

 Un tanto ofendida por ese acto reflejo, la joven se abstuvo de responder y se puso a poner la mesa. Admitiendo que me había pasado al reírme de sus creencias, miré el reloj y viendo que eran la hora de comer, abrí una botella de albariño. Estaba quitando el corcho cuando caí en que Branca había puesto dos platos, dando por sentado que comería conmigo. Reconozco que estuve a punto de corregirla, pero pensando en que era su primer día de trabajo preferí no hacerlo y compartir mantel con ella.

El primer sorbo al Terras Gaudas me transportó a la época de mi abuelo y recreando en mi paladar su sabor afrutado, rememoré con morriña a mi amado “avo”.  

«Todo el mundo te quería», comenté hablando con el difunto en el interior de mi mente, «y respetaba».

Su amoroso recuerdo y la forma en que dirigía con mano firme el pazo me hicieron sonreír al recordar que para la gente del pueblo él era el “señor” y que como representante de la “casa”, la gente del pueblo acudía a él cuando había alguna disputa de lindes.

«Eras el puto amo», seguí comentando sabiendo que me hubiese lavado la boca con jabón si me hubiese escuchado dirigirme a él así: «Ni siquiera el alcalde o el cura se atrevían a llevarte la contraria cuando tomabas una decisión».

Estaba pensando en ello cuando Branca llegó con la olla y sin preguntar, rellenó el plato hasta casi desbordarlo. La barbaridad que sirvió me recordó que Maruxa hacía lo mismo. Si alguien se atrevía a quejarse, solo tenía que mirar a su patrón y don Pedro lo llamaba al orden diciendo:

―Nunca os fieis de quien no come. Quien no come, no puede trabajar y yo no quiero gandules en esta finca.

Hasta mi viejo bajaba la cabeza y obedecía cuando su padre se ponía serio. Y con ese recuerdo en mi mente, esperé que se sentara para empezar a comer. La joven nada más aposentarse en la silla empezó a rezar en gallego:

Forzas do ar, terra, mar e lume! a vós fago esta chamada:

se é verdade que tendes máis poder ca humana xente,

limpade de maldades a nosa terra e facede que aquí e agora

os espiritos dos amigos ausentes compartan con nós esta comida.

No me costó reconocer ese rezo porque se seguía recitando cada vez que se hacía una queimada y por ello, fui traduciendo mentalmente:

¡Fuerzas del aire, tierra, mar y fuego! a vosotros hago esta llamada:

si es verdad que tenéis más poder que los humanos,

limpiad de maldades nuestra tierra y haced que aquí y ahora

los espíritus de los amigos ausentes compartan con nosotros esta comida.

La belleza del conjuro no fue óbice para que me diese cuenta que eran parte de las creencias que los celtas habían dejado arraigadas en el ADN de los gallegos y que mi nueva empleada las seguía con fervor.

«Si la oyeran en el pueblo, se escandalizarían por rezar a los antiguos dioses», me dije sabiendo que, si se había permitido hacerlo en mi presencia, era porque creía que yo compartía su mismo credo.

Por eso al terminar, alcé mi copa e imitando a los viejos del lugar, brindé por la dama del bosque y los habitantes de “noso lar”. Al oír mi brindis, Branca se ruborizó y chocando su copa con la mía, bebió. Tratando de analizar que le había llevado a ruborizarse, caí en que al hablar de “noso lar” (Nuestro hogar) la había incluido y que, dado que tradicionalmente solo los miembros de la familia podían brindar por el bienestar del “lar”, implícitamente le había adjudicado un lugar en mi cama. Confieso que estuve a punto de hacerle ver mi error y decir que no había sido mi intención faltarle al respeto, pero cuando ya tenía la disculpa en la punta de la lengua la chavala cambiando de tema, me dijo si después de comer podía darse una ducha.

―No tienes qué preguntar. Cuando desees hacerlo, solo fíjate que esté libre. No vaya a ser que me encuentres en pelotas― comenté riendo sin dar mayor importancia al hecho de que fuéramos a compartir el único baño de la planta noble.

―Así lo haré, patrón― contestó sin levantar la mirada del plato.

La timidez de su tono me alertó y fijándome en ella, descubrí que bajó su delantal esa monada tenía los pitones totalmente erizados. No me quedó otro remedio que volver a admitir que me había equivocado al hablar coloquialmente con ella, ya que desde la edad media el dueño del pazo era una especie de señor feudal en esa zona.

«Tengo que andarme con cuidado para no escandalizarla», pensé grabando en mi cerebro que según la mentalidad imperante en la aldea como heredero de los Mosteiro mi palabra era ley y más para alguien a mi servicio. Por todo ello, el resto de la comida medí mis palabras al no querer espantarla y que fuera con la queja a Maruxa. Al terminar el postre, unas estupendas filloas con nata, la morena se levantó y moviendo su trasero enfundado en un vestido blanco, recogió los platos mientras me decía que me llevaría el café a la biblioteca.

Asumiendo que su abuela le debía haber informado que esa era la costumbre de la casa, me dirigí a esa habitación. Una vez allí, me puse a revisar sus estantes y en uno bastante apartado, encontré un libro sobre las meigas. Recordando que para sus paisanos Branca era miembro de una larga estirpe de esas brujas, lo cogí y con él en la mano, me senté en el sofá. Estaba ojeándolo cuando la morena entró con una bandeja y pidiendo mi permiso, puso sobre la mesa un café y un licor con hielo. Identifiqué esa bebida como la que artesanalmente elaboraban en el pazo mezclando orujo con hierbas y sintiendo que era parte de la casa, se lo agradecí mientras lo probaba.

Su sabor dulzón me encantó y olvidándome de ella, me concentré en la descripción que el autor hacía sobre las meigas en las páginas del libro en las que les confería unos poderes extraordinarios como podía ser la videncia.

“Cuando una meiga quiere algo de un hombre, se hace la encontradiza”, leí que decía en un apartado previniendo al lector que tuviera cuidado y que nunca las metiera en su hogar, porque de hacerlo jamás podría echarlas.

Recordando que esa mañana me había topado con Maruxa cuando iba en busca de alguien que me ayudara, sonreí:

«Estoy jodido. Ya he metido una en el pazo».

 Sin darle mayor importancia al hecho, seguí leyendo que según ese libro no había que confundirlas con las brujas ya que estas últimas hacen las cosas con maldad, en cambio las meigas usan sus poderes para ayudar a las personas que se acercan a ellas.

«Menos mal. No tengo nada que temer, aunque me hechice», desternillado pensé mientras seguía leyendo que según la tradición galaica se las podía clasificar de acuerdo con sus poderes. Entre todas ellas, me interesó el retrato que hacía de un tipo en particular: “las damas do castro”. Según el supuesto erudito que había escrito el libro, esas meigas viven en castros milenarios desde donde atienden a solicitudes de la gente mientras gozan de la protección del dueño del lugar, sin pedir ningún regalo o contraprestación a cambio.

«Eran una especie de ONG medieval», me dije muerto de risa al leer que solían aparecerse vestidas de blanco a personas afligidas o que se encuentran en una situación difícil para otorgarles sus favores.

Mi tranquilidad menguó cuando en el siguiente el autor se contradijo escribiendo sobre la facilidad que tenían esas mujeres para pasarse al lado oscuro y usar la magia para retener o esclavizar a los hombres, usando el pacto con el más allá.

«Vaya, tendré que estar atento», riendo comenté en mi interior mientras sin darme cuenta, tiraba el vaso con el licor de hierbas.

Por suerte o por desgracia, Branca había permanecido todo ese tiempo a mi lado y cogiéndolo al vuelo, me lo dio diciendo:

―Es de mala suerte, derramar un conjuro.

Sorprendido, tomé el vaso mientras la veía marchar y por primera vez, me dio un escalofrió al observar que la blancura de su vestido.

«Estoy delirando», medité al caer que por un momento había catalogado a la muchacha como una “dama do castro” al verla así vestida y saber que para los de la aldea el hecho que viviera en el pazo iba a ratificar la idea de que tenía poderes.

 «Esta casona es lo más parecido a un castro de la zona», sentencié mientras pensaba que de acuerdo con esa superchería en mi calidad de heredero yo era su valedor.

            Con mi calma hecha trizas, me bebí el resto del licor y molesto conmigo mismo, decidí echarme una siesta. Ya mi cuarto, estaba abriendo la puerta que daba al baño cuando escuché el ruido del agua de la ducha. Cortado al saber que Branca me había avisado de que quería darse un baño, no la llegué a abrir y me tumbé en la cama mientras me ponía a imaginar a esa monada desnudándose. Acababa de posar la cabeza sobre la almohada cuando de pronto la puerta se entreabrió dejándome ver sobre el lavabo su ropa interior. Saber que esa monada estaba desnuda a escasos metros de mí fue suficiente para que mi pene saliera de su letargo y sintiéndome culpable, me levanté a cerrarla. Estaba acercándome cuando excitado comprobé que podía ver su silueta a través de la mampara transparente de la ducha.

«¿Qué coño haces?, me dije al ser incapaz de dejar de observar cómo se enjabonaba.

Al admirar su cuerpo desnudo, recordé que hasta el cura del pueblo me había sutilmente avisado de su belleza. Pero espiándola, certifiqué que se había quedado corto cuando llegó a mi retina la imagen vaporosa de sus pechos.

«No puede ser», me dije mientras contemplaba boquiabierto la perfección de sus senos y los irresistibles pezones que los decoraban.

Con ganas de bajar mi bragueta y empezarme a masturbar, me quedé petrificado cuando girándose en la bañera, involuntariamente Branca me regaló con la visión de su sexo. Todavía hoy me avergüenza reconocer que en vez de salir huyendo me quedé disfrutando de la belleza que escondía entre las piernas.

«Lo lleva depilado», balbuceé mientras en plan voyeur gozaba pecaminosamente de la tentación de esos labios sin rastro de vello que el destino había puesto ante mis ojos.

Si ya de por sí estaba embobado, todo se desmoronó a mi alrededor cuando la muchacha separó sus piernas para enjabonarse la ingle, permitiendo que mi vista se recreara nuevamente en su vulva. La ausencia de un bosque que cubriera su femineidad aceleró mi respiración al encontrarlo algo sublime y aunque siempre me había quejado de esa moda de depilarse, he de reconocer    en ese momento lamí mis labios soñando que algún día esa maravilla estuviera a mi alcance. Mi turbación alcanzó límites insospechados cuando ajena a estar siendo espiada, Branca usando dos yemas se pellizcó suavemente sus pezones mientras comenzaba a cantar. Si no llega a ser la nieta de Maruxa, por el modo tan lento y sensual con el que disfrutaba bajo la ducha, hubiese supuesto que se estaba exhibiendo y que lo que realmente quería esa mujer era ponerme cachondo. Para entonces, todo mi ser deseaba que mis manos fueran las que la estuvieran enjabonando y recorrer de esa forma su cuerpo.

«Yo no soy así», me dije mientras me imaginaba palpando sus pechos, acariciando su espalda y lamiendo su sexo.

La gota que derramó el vaso de mi excitación y que provocó que mi pene alcanzara su plenitud, fue verla inclinarse a recoger el jabón que había resbalado de sus dedos. La belleza de su trasero se maximizó al descubrir entre sus nalgas que la joven era dueña de un rosado y virginal hoyuelo trasero. Soñando con ser yo quien desvirgara esa entrada trasera, decidí que debía dejar de espiarla y saliendo de la habitación, volví a la biblioteca donde tratando de borrar de mi cerebro la imagen de su piel desnuda, me serví un whisky.

«Debo de arreglar la zona de servicio», murmuré entre dientes al saber que mientras no lo hiciera, mis noches serían una pesadilla al saber que, en el cuarto de al lado, esa bruja de ojos negros estaría tentándome mientras dormía…

Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 16. Un nuevo Hogar.” (POR ALEX BLAME)

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CUARTA PARTE: REDENCIÓN

Capítulo 16: Un nuevo hogar.

Mientras era transportado en el ambulancia Hércules estaba totalmente confundido. Ya se había hecho a la idea de que iba pasarse el resto de su vida intentado mantener su culo a salvo y ahora estaba en el interior de una ambulancia camino de no sabía dónde, en manos de no sabía quién.

Por un momento intentó razonar con el juez, aduciendo que estaba perfectamente cuerdo, pero el juez se había mostrado inflexible y había decidido que el mejor lugar para él era el psiquiátrico. Así que igual que habría aceptado la decisión de mandarle el resto de su vida a la trena, tendría que aceptar la decisión de recluirle en un psiquiátrico aunque sabía perfectamente que a su cerebro no le pasaba nada.

Y por otra parte estaba esa psicóloga que había intervenido en el último momento para salvarle de la cárcel. Todo muy sospechoso. Por un momento pensó que podrían haber sido sus madres, pero tras pensarlo más detenidamente llegó a la conclusión de que el único capaz de hacer una cosa así era su abuelo…

La furgoneta se detuvo bruscamente sacándole de sus pensamientos. Unos segundos después arrancó de nuevo y circuló un par de minutos por una pista de gravilla hasta detenerse definitivamente.

Las puertas traseras se abrieron y los dos hombres le sacaron aun atado a la camilla. Fuera, le esperaba Afrodita con una sonrisa provocadora y los ojos ligeramente achicados como si estuviese guardándose un as en la manga.

—Bienvenido a La Alameda. —dijo Afrodita haciendo señas a los hombres para que soltasen las correas que le ataban a la cama—Y vosotros quitaros esos estúpidos disfraces.

—¿Pero qué demonios? —preguntó Hércules— ¿Qué clase de institución es está?

Durante un segundo ignoró a la mujer y miró a su alrededor. Se encontraba en una especie de glorieta que daba acceso a un majestuoso edificio de piedra de finales del siglo dieciocho. Afrodita se adelantó y sin decir nada le guio hasta la entrada. La puerta dio paso a un gigantesco recibidor de mármol con una enorme escalinata en el fondo. Hércules siguió el vaivén de las caderas de la mujer y las hermosas piernas que asomaban por el escueto vestido, buscando por todos lados los pacientes y los empleados que se suponía debían pulular por todos los rincones del edificio.

Una vez en el primer piso, avanzaron por un pasillo cuyas paredes estaban cubiertas de tapices que representaban antiguas batallas hasta que finalmente abrió una puerta y le hizo pasar.

De repente se encontró en una acogedora sala cubierta de madera de caoba y espesas alfombras, con un alegre fuego chisporroteando en una chimenea.

Afrodita se acercó a un sillón orejero y se sentó frente a las llamas. El resplandor del fuego le daba un atractivo color dorado a la tez de la mujer.

Hércules se sentó en otro sofá frente a ella sin esperar a ser invitado y observó como afrodita cruzaba las piernas lentamente antes de empezar a hablar:

—Se que estás confundido y que no esperabas que los acontecimientos se desarrollasen de esta manera, pero tanto yo, como la organización a la que pertenezco, opinamos que pasar el resto de la vida en la cárcel no sería lo mejor para ti y tampoco redundaría en ningún beneficio para la sociedad.

—Debo pagar por lo que hice. —dijo Hércules.

—Lo sé perfectamente, pero nuestra organización te ha estado observando y opina que serías mucho más útil al país poniéndote a nuestro servicio.

—¿No temes que vuelva a “perder el control”, dejarme llevar por mi síndrome disociativo y os mate a todos? —preguntó Hércules con ironía.

—Sé perfectamente porque hiciste todo aquello y la mejor forma de purgar todos los delitos que has cometido es salvar todas las vidas de que seas capaz para compensar las que has destruido. —dijo la mujer— Nuestra organización se encarga de proteger a personas importantes para este país de una forma discreta, desde la sombra.

—No sé, quizás tengas razón o quizás deba volver ante el juez y suplicar que me encierre en la cárcel. Además ¿Qué es exactamente la Organización? ¿Una especie de ONG?

—Veamos, —respondió Afrodita juntando los dedos de las manos, unos dedos largos y finos rematados por unas uñas largas pintadas de negro— ¿Cómo puedo explicártelo para que lo entiendas? Nuestra organización, La Organización, es una empresa privada que hace ciertos trabajos para el gobierno, trabajos importantes, pero en los que el gobierno no se quiere ver implicado por ciertas razones.

—¿Porque son ilegales?

—Ilegales no, más bien alegales.

—Perdona pero no te entiendo —dijo Hércules insatisfecho por la respuesta.

—Imagina que alguien importante para el gobierno está amenazado, pero no hay ninguna prueba o hay pruebas vagas de ello o se necesita que cierto mensaje u objeto en poder de un ciudadano extranjero sea interceptado de forma que el gobierno pueda negar toda implicación.

—Parece un trabajo un poco abstracto…

—Y peligroso. —dijo ella— Por eso necesitamos a hombres como tú con talentos especiales.

—¿Qué tengo yo de especial? —preguntó Hércules tratando de hacerse el tonto.

—Vamos no me hagas ponerte el video de las duchas. Eres más rápido y fuerte que cualquier otro ser mortal que habita la faz de la tierra. Eres el hombre perfecto para este tipo de trabajos y te necesitamos. —respondió Afrodita con la típica mirada de “tú a mí no me la pegas”.

—Bien creo que es suficiente por hoy. Mañana empezarás tu entrenamiento. —dijo la mujer levantándose y precediéndole fuera de la estancia— Lucius te llevará a tus aposentos.

Le asignaron una enorme habitación de techos altos con una cama con dosel, un pesado escritorio de caoba y un armario empotrado donde descubrió una docena de trajes negros de Armani totalmente idénticos.

Tras curiosear un rato, alguien llamó suavemente a la puerta, era Lucius de nuevo informándole de que la cena estaba servida. Como no tenía otra cosa para vestirse se puso uno de los trajes y lo siguió a un enorme comedor dónde una docena de personas, con un anciano de larga barba blanca ocupaba la cabecera de la mesa.

—¿Quién es Dumbledore? —preguntó Hércules sentándose al lado de una Afrodita que había cambiado el espectacular conjunto con el que le había raptado del juzgado por una blusa blanca y una sencilla minifalda de seda negra.

—Es el director de La Organización. Hieronimus.

—Vaya, ¿Todos los miembros de la organización tienen nombres que riman?

—No seas idiota…

La velada transcurrió lenta y silenciosa. Según le dijo Afrodita, el director apenas hablaba y se limitaba a repartir las misiones. Ella misma se encargaría de su entrenamiento y le transmitiría las órdenes de Hieronimus.

Tras la cena todos los presentes se retiraron y Hércules quedó a solas con el anciano. Este fue escueto, solo le dijo que cumpliese con cabeza las misiones que le adjudicase y que recordase que representaba a La Organización en todo momento y por tanto debía de comportarse siempre honorablemente y nunca volver a tomarse la justicia por su mano.

Tras indicarle que debía tomarse el entrenamiento en serio le dio permiso para retirarse.

Subió la escalera en dirección a la habitación cuando la y luz el sonido de una voz tarareando una extraña melodía que se filtraban por una puerta entreabierta llamaron su atención.

La curiosidad pudo con él y se asomó por la estrecha rendija. Desde allí podía ver una enorme habitación decorada de una manera bastante extraña como si fuese una antigua casa griega o romana. Sentada en el borde del lecho y frente a un espejo de plata estaba Afrodita. Ignorante de que estaba siendo espiada se quitó las horquillas que mantenían el apretado moño en su sitio y dejó caer una cascada de pelo rubio y brillante que bajaba en suaves ondas hasta el final de su espalda.

Con un suspiro echó mano a su blusa y se soltó los tres botones superiores. Con un gesto descuidado metió una mano por la abertura y se acaricio distraídamente el hueco entre los pechos.

Hércules observó hipnotizado como la mujer apartaba las manos de su busto y se levantaba para ponerse frente al enorme espejo. Con lentitud siguió abriendo la blusa poco a poco hasta que estuvo totalmente desabotonada.

Sus pechos eran grandes y pesados y estaban aprisionados por un sujetador blanco semitransparente con algunos toques de pedrería. Afrodita se quitó la blusa y se cogió los pechos juntándolos, elevándolos y pellizcándose ligeramente los pezones a través del fino tejido del sostén. Hércules trago saliva mientras observaba como los pezones crecían hasta formar dos pequeñas protuberancias en la suave seda que los cubría.

Desplazó su vista hacia abajo y observó la minifalda con la que se había presentado en la cena, que perfilaba un culo no muy grande, pero redondo y firme como una roca. Del extremo de la falda asomaban unos muslos y unas piernas que solo eran superados en elegancia y esbeltez por los de Akanke.

El recuerdo de su amante le hizo sentirse a Hércules un mirón y un gilipollas, pero la belleza y la sensualidad de aquella mujer hacían que no pudiese despegar los ojos de ella.

Afrodita agarró la falda y se inclinó para bajársela poco a poco y mostrarle involuntariamente a Hércules que el sujetador iba en conjunto con una braguita del mismo color y un liguero salpicado de bisutería que estaba unido unas medias blancas con una costura negra que recorría la parte posterior de las piernas.

La psicóloga acompaño el descenso de la falda hasta que esta cayó al suelo. Su piel, tersa y brillante, resplandecía a la luz de la luna como nada que hubiese visto en su vida. Hércules se dio cuenta de que había dejado de respirar y se obligó a controlarse aunque no fue capaz de apartar la mirada de aquella extraordinaria visión.

Afrodita se giró para mirarse la espalda y el apetitoso culo proporcionándole una perfecta panorámica de su cuerpo.

Tuvo que agarrar con fuerza el marco de la puerta para no lanzarse sobre ella cuando, tarareando el “More Than Words” de Extreme se quitó el sujetador. Los enormes pechos de la mujer se quedaron altos y tiesos, desafiando a la gravedad a pesar de su tamaño, con los pezones erectos y apetecibles como la fruta prohibida del paraíso.

Hércules se deleitó en aquellos dos jugosos y pálidos melones, recorrió las finas venas azules que destacaban en la pálida piel de la mujer y deseó ser las manos que los acariciaban. Sin dejar de canturrear la joven apoyó una de las piernas en un taburete y delicadamente fue soltando las presillas del liguero para a continuación arrastrar las medias hacia abajo y quitárselas, acariciándose las piernas con suavidad.

El zapato de tacón voló por la habitación y la joven terminó de quitarse la media. ¿Es que aquella mujer no tenía defectos? Hasta los pies eran pequeños, delicados y exquisitamente proporcionados.

Cuando terminó con la otra pierna y se hubo quitado el liguero, se incorporó de nuevo y volvió a observarse al espejo. La sonrisa de satisfacción y orgullo al observar su cuerpo en el espejo era inequívoca. Con un último tirón se saco el minúsculo tanga y lo dejó caer a sus pies, quedando totalmente desnuda.

Su pubis estaba totalmente rasurado, sin una sola mácula. Hércules observó la delicada raja que asomaba entre sus piernas. Tras inspeccionarse el cuerpo a conciencia, Afrodita se inclinó sobre un pequeño aparador, se sacó una crema hidratante y comenzó a aplicarse una generosa dosis por todo su cuerpo. Con una sonrisa de placer la mujer se aplicó detenidamente la crema, acariciando y amasando pechos, vientre, culo y pantorrillas, dejando el pubis para el final.

Con toda la piel brillando a la suave luz de la luna se sentó de nuevo sobre la cama con las piernas abiertas y comenzó a aplicarse la crema sobre sus partes íntimas soltando leves suspiros de placer.

Hércules se levantó empalmado como un duque, incapaz de tomar una decisión. Afortunadamente o no, un ruido de pasos se aproximó en ese momento por el pasillo y le obligó a huir precipitadamente.

Afrodita también escuchó el rumor de pasos y con un mohín oyó como Hércules dudaba un instante más y finalmente abandonaba la puerta desde la que le había estado espiando. Con un resoplido metió de nuevo sus dedos entre las piernas, no eran lo mismo que la polla de un hombre fuerte y atractivo, pero por ahora tendría que conformarse con masturbarse e imaginar que aquellos dedos eran los de su hermano haciéndole el amor.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: TEXTOS EDUCATIVOS

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :
alexblame@gmx.es

Relato erótico: “Reencarnacion 2” (POR SAULILLO77)

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Reencarnación 2

Por la mañana, ya estoy más serena, aunque al ducharme juego con la alcachofa de la ducha entre mis muslos. Me alegra saber que es viernes, y por fin acaba esta extraña semana. Ha sido raro conocer a Javier, su forma de ser y sus semejanzas con mi marido, me han dejado descolocada. Asumo que es una mezcla de soledad y desesperación, y como tal, acepto que es cosa de mi mente, y que debo aprovechar esta situación para tratar de salir de la rutina aburrida y odiosa que es mi vida.

Al salir a mi habitación, veo mi móvil, y recuerdo el último pensamiento antes de quedarme traspuesta. Tengo que buscar a alguien, necesito un cuerpo tibio que abrazar, caricias sobre mi piel, sentirme deseada y porqué no, sexo, el problema es que no tengo ni idea de dónde buscarlo. Pienso en mis amigas, que siempre me quieren buscar con quien emparejarme. Cojo y llamo a Carmen, la misma que trata de liarme con un “primo suyo”.

– YO: Hola, perdona que te moleste tan temprano.

– CARMEN: Tranquila mujer, ¿Ocurre algo?

– YO: Nada especial, ¿Qué tal todo por casa?

– CARMEN: Un poco revuelto, la verdad.

– YO: ¿Y eso? Pensaba que desde las vacaciones en la playa del año pasado, estabais bien.

– CARMEN: Bueno…las cosas cambian, mi hija Marta está sopesando opciones, y mi hijo Samuel lleva unos meses viajando, así que en casa estamos Roberto y yo solos.

Una forma muy discreta de decir que su hija se ha vuelto lesbiana, marchándose a vivir con una tía suya un poco rara, y que su hijo se ha vuelto loco, embarcándose en la búsqueda de una chica que conoció y le dio plantón. Son la comidilla de ciertos círculos de la alta sociedad, y en voz baja se dice que, cuando su marido sale de casa, un joven del edificio en el que viven, sube a “desatascarle las cañerías” a mi amiga.

– YO: No sabes cuánto lo lamento.

– CARMEN: Ya te llegará el día en que tu hijo vuele del nido. – asiento sabiendo que es algo necesario y doloroso.

– YO: En fin, no quería andar de cháchara… ¿Al final, esta noche salís a tomar algo? – casi puedo notar su sonrisa a través del teléfono.

– CARMEN: ¡Pues claro que sí!, ¿Creía que no te interesaba salir con nosotros?

– YO: No es eso mujer, pero me apetece salir y despejarme un rato.

– CARMEN: Pues no se diga más, vente, y así te presento a Emilio, un primo de mi marido que está por la ciudad, le llevamos a cenar al sitio ese italiano de hace unas semanas, y luego a bailar y tomar alguna copa, ¿Te acercas sobre las nueve? – no creo que trate de disimular que nos quiere emparejar.

-YO: Allí estaré… ¿Llevo algo especial? – el tono es imposible de confundir.

-CARMEN: Ve como siempre, le vas a encantar, y ya verás que guapo es…- los besos de despedida suenan algo falsos, antes de colgar.

Me quedo sentada en la cama, pensado en lo que voy a hacer. No sé si es que estoy superando al fin la muerte de Luis, si es la aparición rocambolesca de Javier, o que simplemente necesito afecto, pero si ese tal Emilio no es un gilipollas, y es mono, tengo toda la intención de traérmelo a casa. Necesito contacto humano, sentir la piel de otra persona tocando la mía y el tibio cuerpo de un amante a mi lado.

Un fugaz sentimiento de culpa queda olvidado al vestirme con un traje de oficina negro con pantalones. Desayuno esperando que Carlos aparezca, y le llevo a la universidad. Por el trayecto lanzo ciertas indirectas para saber si mi hijo estará en casa esta noche, o saldrá hasta las tantas de fiesta como suele hacer, pero me da vagas respuestas. Voy al trabajo notando un ligero nerviosismo creciente en mi estómago. Pasa el día terriblemente despacio, y la idea de lo que pueda pasar esta noche, me hace desear que pase todavía más lento.

Inevitablemente llega la hora de volver a casa, llamo a Carlos para saber si debo ir a recogerle, y me dice que sí, pero el leve instante de ilusión de ver a Javier se desvanece cuando me paso a buscarle, y le veo acercarse al coche él solo. No me atrevo a preguntar para no parecer una loca desesperada, pero en el fondo es un alivio no verle, tengo demasiadas cosas en la cabeza hoy.

Una vez en casa, me cambio y me pongo mi camisón, como junto a mi hijo con un silencio constante, y luego me siento en el sofá a esperar. Los viernes por la tarde Carlos suele quedar, y hoy no es diferente. Al par de horas le escucho ducharse y salir arreglado de su cuarto, con un pantalón vaquero con cinturón de cuero, zapatos de vestir y un polo rojo que le quedan bastante bien, despreocupadamente peinado y con un potente perfume juvenil que me inunda las fosas nasales. La verdad es que no me extrañaría encontrarme a una chica en casa mañana por la mañana, escabulléndose avergonzada, como ya ha ocurrido alguna vez.

– CARLOS: Me voy, mamá, no sé cuando regresaré, pero será tarde.

– YO: Vale hijo, ten cuidado. Yo también saldré, voy a cenar con Carmen, si pasa cualquier cosa llámame.

– CARLOS: Vale, hasta luego.

Ni se acerca a darme un beso, pero me deja sonriendo, cuando me dice que “será tarde”, quiere decir que no estará en casa antes de las seis de la mañana, tiempo de sobra para mis planes. Espero un tiempo prudencial después de escucharle irse, y me preparo mentalmente para lo que sea que vaya a suceder.

Me voy al aseo y me doy un baño relajante con velas perfumadas, y una copa de vino tinto que me relaje los nervios. Al verme desnuda me doy cuenta de que mi rubio vello púbico está muy descuidado, y me lo arreglo un poco, solo lo recorto dejando un triángulo coqueto, ya que no me gustó mucho la única vez que me lo rasuré del todo. Es cuando me voy al armario de mi cuarto y busco algo que ponerme.

Es complicado, ya que tienes que pensar en todas las eventualidades posibles. Elijo unas braguitas negras, elegantes y sobrias, con un sujetador sin tirantes del mismo tipo, que me hace una figura de pecado. Lo siguiente es la ropa, pruebo varios modelos, pero si quiero impresionar debo lucirme, y escojo uno de los vestidos vaporosos de estampados de flores que tanto me gustan en verano. Es negro salpicado de pétalos dorados, de un solo hombro en el lado izquierdo, y dejando mucha de mi espalda al aire. Ceñido hasta la cintura, sin escote pero dejando ver gran parte del inicio de mi seno derecho, y con un vuelo alegre hasta las rodillas. Me pongo unos zapatos oscuros con arreglos amarillos, y me siento a maquillarme.

Me peino hasta dejarme una cascada de oro liquida, con la raya al medio y el pelo suelto dejándolo caer sobre mis brazos. La sombra de ojos exhibe mis profundos ojos azules y le doy un toque de color a mis mejillas, para que el rojo pasión de mis labios no sobresalga tanto. Cambio mis cosas a un bolso negro diminuto, con una correa dorada, me pongo unas pulseras algo sueltas y un reloj pequeño en la otra muñeca, a juego con unos pendientes algo largos, todo en tonos cobre u oro.

Al mirarme al espejo me veo espléndida, no es que otras veces al salir con mis amigas no me viera guapa, pero hoy tengo un brillo especial, y creo que es por la perspectiva de una pequeña victoria. Temo pasarme de fresca, y en el último segundo cojo una mantilla oscura para echarme por encima de los brazos, “Por si la noche refresca”, me miento a mí misma, no quiero parecer una mujer fácil. Miro la hora y son casi las ocho, se me ha ido el tiempo en arreglarme, y salgo de casa a toda prisa.

Intento no arrugar el vestido al sentarme en el coche, y conduzco fingiendo estar tranquilla. Llego cerca del restaurante donde he quedado con Carmen, aparco y me acerco andando unos metros. Es un sitio bonito, y donde aparte de ser caros, te dan buena comida italiana. Aparento serenidad pero aprieto las manos con firmeza en la puerta, y un momento antes de pasar, me guardo los anillos de casados en el bolso. Suspiro, y entro en escena.

Al pasar al comedor, Carmen se levanta enseguida, va con un vestido largo blanco precioso que luce con su delgado y fino cuerpo, y su melena oscura la favorece aún más. Antes incluso la veía marchita, no sé qué pasó en aquellas vacaciones, pero desde que regresaron, parece más… ¿Feliz? Me saluda con una sonrisa enorme, y me acerco tratando de parecer despreocupada. Tras mi amiga, se levanta su marido, Roberto, un hombretón con barriga prominente y traje azul marino de abogado de los buenos, lo que es. Esperaba encontrarme más gente, pero tras saludar a su esposo, que parece no gustarle estar allí, solo veo a un hombre, que se pone en pie, tan nervioso como debe vérseme a mí.

– CARMEN: Este es Emilio, un sobrino de Roberto. – dice con voz calmada, girándose a él – Ella es Laura, una amiga. – el hombre me dedica una mirada cómplice. Él sabe igual que yo que es una trampa para emparejarnos, pero le debe pasar lo mismo que a mí, ya que al verme, parece que le gusta lo que ve, y a mí, también.

Es un chico joven, de unos treinta y pocos años, con un traje elegante negro, pero sin cobraba en una camisa blanca por fuera. Tiene el pelo muy corto negro, en forma de flecha, tratando de esconder unas entradas prominentes, con una cara agradable, bonita sonrisa perfecta y ojos pardos. Delgado, de mi altura, aunque con los tacones puestos, y modales exquisitos demostrados al dejar la servilleta en la mesa al levantarse a saludarme con la mano, o agarrarse del vientre para evitar mancharse la chaqueta.

– EMILIO: Un autentico placer, Laura. – sin esperar a nada, se mueve para colocarse tras una silla a su lado, y me la ofrece, le dedico un gesto amable por ello al sentarme, mientras me ayuda.

-YO: Muchas gracias, Emilio. – se sienta a mi lado, y agradezco su maniobra, me ha alejado de Carmen y su marido para poder charlas solos.

La cena es de lo mejor que me ha pasado en años. Pese a un inicio algo típico, con silencios incómodos y pedir la cena, con alguna que otra conversación de protocolo con mi amiga y su marido, mi pretendiente sabe meterse en el momento justo para empezar a hablar conmigo. Carmen distrae a su esposo para que no interrumpa, aunque tampoco hace falta, tiene pinta de querer irse en cuanto pueda.

El dialogo con Emilio se hace fluido, y empezando con las cosas más normales, ¿Trabajas?, ¿Qué haces en tu tiempo libre? O ¿Cómo te va la vida? Me siento cómoda con él, o mejor dicho, me quiero ver cómoda con él. No es que disimule, pero tampoco le cuesta comerme con los ojos, y juego un poco girándome hacia él, regalándole un par de cruces de piernas sensuales. Por su parte, acaba pasando su mano por detrás de mí, apoyándose en el respaldo de mi silla, y me dejo rozar la espalda por sus dedos.

Le hablo de mi vida, la que conocéis, omitiendo detalles, pero el principal es que llevo tres años viuda. Me parece que le estoy gritando que necesito cariño, y me capta enseguida. Me habla de su vida, mientras avanza con las caricias en mi costado, o gestos tiernos en mi brazo, hasta en una carcajada que me saca, se atreve a sujetarme de la rodilla un fugaz instante. Me dice que es médico, que está de visita por un congreso, y que apenas tiene tiempo de conocer mujeres tan especiales como yo, de las que merecen la pena. Me sonrojo al verme adulada, no es el primero que me halaga, pero sí el que tiene posibilidades de tenerme a su merced. Otros más guapos, o más interesantes, han tratado de seducirme antes que él, pero le ha tocado la lotería esta noche, y se ha dado cuenta.

Al acabar la cena, nos tomamos una copa, y salimos del restaurante algo tarde. Carmen quiere ir a bailar a un local cubano cercano, pero Roberto se niega, y se la lleva a casa. Emilio, al intuir mis intenciones, juega sus cartas para llevarme a mí sola a menear las caderas.

Mi mentira se hace realidad, y la noche empieza a helarse, me pongo la mantilla por encima, pero tal como deseaba, él se quita su chaqueta y me la pone por los hombros. Huele a hombre, con un perfume mucho más potente y serio que el de mi hijo. Aprovecha al ponérmela para dejar su mano en mi espalda, y termina cayendo a mi cadera, pegándome a su cuerpo.

Me gusta todo lo que está pasando, o quiero que me guste, y al llegar al local de baile, pido un par de copas más, y me lanzo a la pista con él detrás. No somos ningunos expertos en danza, pero me apoyo en su pecho y Emilio en mi cintura para movernos al son de la música, reírnos, y dejo que me susurre cosas hermosas al oído, rozando nuestras caras, acercándonos a cada cambio de canción.

– EMILIO: Eres preciosa, y soy muy afortunado esta noche.

-YO: No seas adulador, no te hace falta, me lo estoy pasando muy bien.

– EMILIO: Solo era sincero, me gustas mucho, y me encantaría conocerte mejor. – buena frase.

-YO: A mí también, eres un encanto y muy amable. – le dejo en bandeja la oportunidad.

-EMILIO: ¿Puedo…besarte? – la sonrisa le delataba hacía unos minutos, lo está deseando, pero ahora se queda muy cerca de mi cara tras susurrarme aquellas palabras, y noto su nariz en la mía. Poco a poco nos acercamos, siguiendo el ritmo de la canción, y pienso un instante en Luis, antes de besarnos.

Es algo tenue, y su perfecto afeitado no me atrae, pero siento sus labios húmedos y cálidos, sus manos me sujetan con una intención diferente y acabo abriendo la boca para recibir su lengua. Ha sido muy rápido, pero es a lo que venía esta noche.

No pasan ni diez minutos cuando estamos saliendo del local cogidos de la mano. Me ha pedido ir a un sitio más tranquilo, y como él está durmiendo en casa de su tío Roberto, le he dicho que mi casa estaba sola, sin pensármelo mucho. Voy algo borracha, me he tomado un par de chupitos de más, y le dejo conducir a él, que sin disimulo, acaricia mis piernas cuando puede, posa la mano en mis muslos y mueve los dedos con calma, no es algo erótico ni provocativo, pero me gusta.

Al llegar a casa, se atreve un poco más, y con ánimo de sujetarme ante mi tambaleo de tacones altos y bebida, su mano pasa de mi cintura a mi culo, donde acaba agarrándome a través de la tela del vestido y mis braguitas, con una ternura ya olvidada por mi cuerpo. No aguanta más la tensión sexual, y en el ascensor se me tira encima, le rodeo con una pierna mientras pasa sus manos por todo mi cuerpo, y su boca baja de la mía a mi cuello. Le abrazo queriendo que me haga suya allí mismo, la experiencia con mi marido me dice que si era incapaz de reprimirse hasta llegar a casa, me aseguraba una noche de sexo bestial. Pero llegamos a mi piso, me arreglo un poco avergonzada la ropa, y le meto en mi casa rezando, “Que mi hijo no esté”.

Son las tres de la mañana, me encanta entrar y no ver a nadie en su cuarto. Emilio va detrás, sabe que no debe hacer nada, ya soy suya, y le meto en mi cama a empujones y besuqueos. Es dulce, y antes de arrebatarme la ropa salvajemente, pasamos unos minutos besándonos, descubriendo que sus manos tienen predilección por mis senos, que acaban fuera del vestido, al abrir el broche del hombro, y del sujetador, que me quita con un hábil gesto con una mano. No recordaba tener unos pezones tan grandes y duros hasta que los lame, me vuelve loca, y lo usa contra mí.

Su experiencia médica debe darle algún conocimiento, ya que allí donde me toca, siento placer, y acabo tumbándome y poniéndome encima a horcajadas, notando en mis piernas su abultada entrepierna. Me saco el vestido mientras él se descamisa, y veo un pecho algo delgado y con mucho vello, me doblo para besarlo, y subir hasta su cuello. Gime de gusto al cogerme del culo, y es consciente del frote de mi prenda íntima contra su falo encerrado bajo el pantalón.

Me gira sobre la cama, me besa las piernas estiradas hacia arriba, mientras eleva mi cintura para sacarme las braguitas de un sólo gesto constante. Me tiene abierta de piernas totalmente desnuda, soy suya, y espero paciente a que se quite el resto de la ropa, con un calzoncillo a rayas muy soso, que deja ver un miembro duro de un tamaño estándar, que no me desagrada, las monstruosidades me asustan.

– EMILIO: No tengo condones, preciosa mía.

-YO: Da igual, no puedo quedarme embarazada. – murmuro triste la historia de mi primer embarazo y sus complicaciones.

Al decirlo, me siento aliviada por primera vez en mi vida, y pese a que existe cierta dosis de peligro de una ETS, es médico, y me quiero fiar, necesito sentir carne humana, no deseo más plástico.

Emilio se lanza a comerme los pechos, mientras le sujeto la cabeza para que no deje de hacerlo. Tirito cuando juega con su lengua en mis pezones, y le rodeo con ambas piernas para presionar su sexo contra mi vulva, que está encharcada. Le cuesta muy poco dirigir su miembro a mi entrada, y cogiéndome de la cadera con una mano, empieza a penetrarme. La sensación es horriblemente dulce, duele algo, pero es positivo. Va con calma y cuidado, pero en pocos instantes ya me ha perforado con toda su hombría, y mi espalda se encorva de placer. Araño las sábanas de pura congoja, y grito poseída, sacándole una sonrisa.

-YO: ¡Dios sí, joder, que bien se siente! – lo digo en serio, había olvidado esta sensación, y ahora al retomarla, me encanta.

– EMILIO: ¡Como me pones, eres espectacular, y qué cerrado lo tenías!

Me pongo algo colorada, pero le abrazo y me besa dejando que nuestras leguas se mezclen con alegría, controlando su pelvis, moviéndose elegantemente, y generando una fricción deliciosa. Acompaso sus gestos con mis piernas cruzadas tras su espalda, y empieza a aumentar el ritmo, por momentos me coge de ambos senos, y me percute ferozmente, pero es cuando me agarra de la cintura cuando lo da todo, y me eleva. Su expresión al verme bajo él, totalmente expuesta y dejándome llevar, con mis senos moviéndose libres y mi cadera haciendo fuerza para recibirle mejor, es excitante.

Me niego a ser la que era con Luis, el cuerpo me pide voltearnos, y montarlo como me gustaba hacerle a mi fallecido marido, pero no lo hago, le dejo dominarme, no busco en él nada más que un amante para esta noche, y es lo que me da, llegando a abrirme bien ante su mirada.

El sudor refleja nuestra piel, y cada golpe de pelvis me alza sobre los cielos, la humedad hace todo más fácil y me encuentro doblegada ante sus acometidas. Sabe tocarme, y acaba con un dedo frotando mi clítoris, lo que multiplica el placer y termino sintiendo un leve orgasmo que él aprovecha para dar una última velocidad en unos minutos gloriosos, en que no bajo de ese estado de placer, pero sin llegar a eclosionar del todo.

Emilio no para, y tras un espasmo tenue, se corre dentro de mí, abriéndome bien de piernas, es algo que también echaba de menos, ese calor interior y las convulsiones cortas en mi útero. Aprieto algo mis músculos vaginales para sacarle todo, y se vence sobre mí, besándome por el cuello mientras jadeamos. Le rodeo con mis brazos y acabamos acostados el uno al lado del otro.

No me siento especialmente orgullosa, ni llena de dicha, pero tengo a un hombre en mi cama al que poder abrazar, y es lo que necesitaba. Me quedo dormida sobre su pecho, pero al par de horas el ruido inconfundible de mi hijo entrando en casa me sobresalta. Veo mi cama sola, y me siento confusa, “¿Y Emilio?”. Me pongo nada más que mi camisón encima, y asomo la cabeza al pasillo.

Carlos pasa de largo, de su mano va una joven que va en peor estado de embriaguez que él, muy mona, con el pelo largo castaño en cola de caballo, camiseta oscura semi transparente enseñando un sujetador amarillo brillante debajo, y un pantalón negro de cintura baja. La joven me dedica una mirada fugaz, abochornada tal vez, pero se va tras él a su cuarto, no me hace falta que me digan a lo que van.

El susto parece que pasa, no van a salir de su cuarto y puedo sacar a mi amante discretamente…si es que le encuentro. Me giro y no veo su ropa en el suelo, donde la dejamos, solo la mía, y voy a buscarle al baño. Cuando voy a abrir la puerta, Emilio sale y casi nos chocamos de bruces. Me tranquilizo un poco y le dedico una sonrisa cómplice, le sujeto de la nuca y le beso, pero en cuanto lo hago, noto que algo no va bien, ya está vestido.

– YO: ¿Dónde estabas? – murmuro.

– EMILIO: Me he dado una ducha, espero que no te importe. – su tono ha cambiando, es dulce, pero triste.

– YO: Mi hijo ha llegado, perdona si te parece mal, tal vez….deberías irte.- no quiero parecer grosera, pero no quiero ni pensar en las explicaciones que tendría que dar si le ve Carlos.

– EMILIO: Sin problemas, de hecho, ya me marchaba…Laura, ha sido una velada increíble, y me ha gustado conocerte.

– YO: Y a mí también…no sé, si te quedas unos días más…podríamos…- me corta antes de acabar, está nervioso, poniéndose la chaqueta y buscando con la mirada la puerta de la salida.

– EMILIO: Claro…estará bien…pero estoy algo liado…y no sé cuando nos podremos ver…yo te llamo, ¿Vale? – me da un beso horrible, casi ni se molesta en saborearlo.

-YO: Bueno, vale…pero no tienes mi número – le digo mientras ya está camino del pasillo.

– EMILIO: Ah, si…no te preocupes, ya se lo pido a Roberto.

Le acompaño hasta el recibidor, en silencio y en la penumbra, es un milagro que no tiremos ninguna figurita de la mesilla donde ponemos las llaves, y le tengo que agarrar del brazo al abrirle para que se gire hacia mí. Me da un beso, algo más trabajado, y me repite que me va a llamar, pero en cuanto le veo meterse en el ascensor, sé que es la última vez que le voy a ver.

“¡Tonta, ¿Qué te pensabas?! No eres más que una cuarentona salida. ” Me digo al darme cuenta de que me han usado, o se han aprovechado de mí, pero al menos he dado un paso más en mi recuperación, en ese duro camino que es volver a vivir. No me importa demasiado que Emilio desaparezca, no era mi tipo, delgaducho, con mucho vello en el pecho y medio calvo, con aspecto algo cadavérico diría, y al final ha demostrado ser un capullo. Ha cumplido su función, quitarme tonterías de la cabeza dándome una noche de placer y calor humano, punto.

Recupero mis anillos del bolso y me los pongo en su sitio, el dedo anular de la mano. Me voy a la cocina a beber algo de agua, y al regresar paso por el salón y me quedo blanca al ver a alguien medio tumbado en el sofá. A Carlos se le empieza a escuchar con la chica en su cuarto, “¿Quién está ahí?” Me acerco sigilosa, cuando el miedo me dice que corra a encerrarme a mi cuarto, pero avanzo. En cuanto me acerco veo a Javier allí tumbado, con los ojos abiertos mirándome por encima del respaldo.

– YO: ¡Maldita sea, Javier, qué susto me has dado! – le digo en un grito en voz baja.

-JAVIER: Discúlpeme…es…es que hemos llegado ahora…y no me encuentro muy bien. – sigue siendo muy educado, tal como va, con el aliento que me dice que se han pasado con el ron, y sin apenas poder fijar la vista en mí, trata de no aparentar la “cogorza” que trae.

– YO: ¿Necesitas alguna pastilla? – le ofrezco una que me he tomado yo hace unos minutos, el alcohol ha bajado en mi sangre, pero hacía mucho que no me ponía tonta, y la cabeza me duele.

– JAVIER: Sí…si es tan amable.

Se la traigo con un poco de agua, el pobre se la toma haciendo esfuerzos enormes por mantenerse quieto sentado en el sofá, y pasado un minuto, se pone en pie. Casi se cae antes de dar un paso, y al tercero se me echa encima por sujetarse a algo. El chico debe de pesar unos 90 kilos y apenas puedo con él, me las veo negras para sentarle de nuevo, y cuando lo logro, se cae redondo sobre un cojín.

– JAVIER: Perdóneme, es que…he bebido de más, pero enseguida me voy. – me da una pena terrible verle así, y que pueda pasarle algo por la calle.

-YO: No te vas a ningún lado, tú quédate aquí y descansa, mañana ya lidiaremos con la resaca.

No hace el menor intento por responderme, acierta a quitarse los zapatos, y una chaqueta fina, antes de quedarse dormido como un tronco. Le traigo un manta y le arropo, me siento tentada de desabrocharle los pantalones y el cinturón, dormir así es malo, pero las malinterpretaciones que pueda ocasionar, son peores.

Me dirijo a mi habitación, y me doy una ducha para quitarme la sensación de sudor y fluidos de encima. Busco a tientas una prenda cómoda, pero no me quedan, así que me pongo un tanga negro de los que uso poco, y el camisón para dormir. Me cuesta hasta que pasan unos minutos, y mi hijo deja de hacer gritar a la muchacha, pienso un instante en lo que le debe de hacer, con esa sexualidad juvenil tan experta de hoy en día, o si es que Carlos la tiene bien grande. Es para distraerme, ya que en realidad, lo que estoy pensando es que Javier está en mi sofá, y me maldigo. Lo de Emilio no ha servido de mucho, o al menos, no me ha borrado a ese clon joven de mi esposo de la cabeza.

Lo primero que siento es esa mirada clavada en mí, no sé cómo, pero sabes que te están observando, y me despierto tumbada boca abajo en mi cama. Me giro y veo a Javier en mi puerta, mirándome algo cansado, parece que acaba de llegar a mi puerta a pedir algo, tal vez algún sonido me haya desvelado.

– JAVIER: Perdóneme…pero…ya es de día, y me encuentro algo mejor, sólo quería despedirme antes de irme. – agacha la cabeza enseguida.

– YO: Claro, no pasa nada…- es cuando al girarme me doy cuenta, el camisón se me ha subido al vientre, y el chico ha tenido un buen primer plano de mi trasero en tanga, todo el tiempo que estuviera allí. Disimulo al levantarme, colocándomelo con cuidado, y saliendo con él al pasillo.

– JAVIER: Le pido mil perdones por esta noche, no pretendía que esto ocurriera, es que bebí mucho, y no me supe contener. –al decirlo, me acaricia el brazo con gentileza, y su tono de voz, aunque con algo de lastima, es firme.

– YO: Todos hemos sido jóvenes, y la resaca te va a enseñar a controlarte…anda, si quieres puedes quedarte un rato en el sofá, todavía es pronto.

– JAVIER: Muchas gracias, pero no, ya he abusado de su hospitalidad, además tengo que ir a sacar a mi perro, que lleva toda la noche sin ver la calle el pobre, pero de verdad, no sé como agradecerle todo, Laura, es usted fantástica. – y de sopetón me da un abrazo que me envuelve entera, y aunque me pilla algo adormecida, me alzo para recibirlo, y sentir su cuerpo. Hasta al separarse, tiene la osadía de darme un beso en la mejilla que me encandila.

– YO: Eres un encanto.

-JAVIER: No lo soy, me he excedido….y espero no haber ahuyentado a nadie…- ahora sí, me quedo hecha una piedra, “¿Se refiere a Emilio?, ¿Le llegó a ver?”

– YO: Me parece que Carlos y su amiga no han pensado mucho en ti…- improviso al paso.

-JAVIER: De acuerdo. – una sonrisa tibia me dice que no ha colado.

Se marcha y le sigo hasta la puerta, la verdad que con algo de luz y esa ropa, una camisa a cuadros y un vaquero rojo, está para comérselo, pero sacudo la cabeza negándome esa idea, y le digo adiós con la mano.

Me vuelvo a la cama, y me levanto el camisón para ver en el espejo la imagen que se ha llevado el muchacho de mí, “Sí señor, una buena forma de empezar el día”, no recordaba que me quedaran tan bien los tangas, tengo el trasero precioso y ayuda mi tono de piel algo morena debido a los rayos uva del gimnasio. Me avergüenzo un poco, y sigo durmiendo.

Mi despertador suena un par de horas más tarde. Son las diez de la mañana y mi sábado comienza. Me doy una buena ducha, y al vestirme, por primera vez en mucho tiempo, escojo un tanga fino y me pongo las mallas grises ajustadas del gimnasio, con un top azul ceñido y una camiseta blanca por encima. Al mirarme el trasero en el armario, me reafirmo, con esta cinturita y este trasero, voy espectacular.

Voy a la cocina con mi bolsa de deporte preparada, y empiezo a desayunar. Media hora más tarde sale la joven del cuarto de mi hijo, trata de pasar desapercibida pero la llamo, y tengo una conversación de chicas, mezclada con madre preocupada. Me alegra saber que han usado protección, “Ya ha hecho más que yo” me juzgo, y que la chica es algo más avispada de las habituales, pero ha caído en las garras de Carlos, como muchas antes. Me ofrezco a llevarla a algún lado mientras mi primogénito sigue durmiendo a pierna suelta. Ambas nos vamos hasta una parada de metro cercana, y nos despedimos.

Voy al gimnasio con ánimos renovados, quien diría que una noche como la pasada, carga las pilas. Me paso una hora corriendo en la cinta, y luego otra en clases de aeróbic musical. Debo estar radiante, hasta el morenazo que da la clase me dedica unas miradas cuando pongo el culo en pompa, y me siento renacer a cada comentario de mis compañeras, diciendo que se me ve llena de luz, y que estoy resplandeciente. Paso media hora en la sauna, y luego otra en el pequeño spa, la mezcla de aguas y masajes me hace abrirme como una flor, y cuando me ducho, me pongo un culotte negro bajo una falda blanca y un polo azul claro.

Regreso a casa justo a la hora de comer. Carlos se acaba de levantar, y apenas lleva un calzoncillo y una camiseta de tirantes. Comemos algo que he traído de camino, trato de hablar con él de la chica o de la borrachera, pero no me hace caso, y pasamos la tarde paseando por un parque cercano. Me cuesta mucho hacerle que me acompañe, puesto que quería descansar, ya que hoy vuelve a salir. Tomamos un helado, y consigo que me hable un poco, pero se acercan las ocho de la tarde y su móvil empieza a sonar.

Casi corremos a casa, y se mete en su cuarto, pone la música a todo trapo, y empieza su ritual de ducha y vestirse, hablando por teléfono, riéndose y diciendo burradas. Me espera otra noche de sábado tirada en casa, viendo la televisión, cuando suena el telefonillo. Voy a abrir, y escucho la voz de Javier.

-JAVIER: Sí, vengo a buscar a Carlos, ¿Baja ya? – miro de reojo, la música sigue a todo trapo.

– YO: Va a tardar un rato…si quieres, sube, y le esperas conmigo. – otra oportunidad de jugar con él se me presenta, ya que lo de esta mañana ha sido muy fugaz.

– JAVIER: Sería un placer.

Le abro y espero en la puerta emocionada por su llegada. Me gusta verle subir por las escaleras, es un segundo y tampoco es tanto esfuerzo, pero al llegar le da un aire alegre que me llama mucho la atención. Según me ve, me da un abrazo tierno, y me besa la mejilla otra vez, me vuelve loca que haga eso, y le aprieto contra mí un poco para que dure más. No es el hecho en sí, es que es la tercera o cuarta vez que nos vemos, y ya me trata como a su mejor amiga.

– JAVIER: Buenas tardes Laura, la veo genial.

– YO: Gracias, Javier, y tú estás bastante mejor que esta mañana…- un primer comentario para que se acuerde de mi trasero en tanga.

– JAVIER: Ah, discúlpeme de nuevo, de verdad que no quería…- me río en su cara, y le sujeto del brazo un segundo.

-YO: Estaba bromeando, no te preocupes por nada. – le hago pasar y me siento en el sofá.

Él me sigue, pero me da tiempo a verle al completo. Va peinado perfectamente, el pelo con sus dos dedos de largo bien engominados a un lado, barba de tres días cuidada, nariz algo torcida, camisa amarilla que le queda muy justa en el pecho y los brazos, con unos vaqueros azules muy ceñidos y el cinturón de cuero marrón de ayer, junto a zapatos de vestir. Nada más sentarse a mi lado, me llega el impacto de su abundante colonia, es mucho más fuerte y potente que la de mi hijo, y hasta que la de Emilio, parece que se haya echado medio bote de perfume encima.

-YO: Bueno, ¿Y qué tal ayer? – rompo el hielo, tomando un postura algo más informal.

-JAVIER: Puf, mejor no pregunte, Carlos al final se llevó a una chica, estaba muy pesado con ella, y me tuvo entretenido a sus amigas a base de copas, y al final…

– YO: Ya he visto a la chica esta mañana, parece un cielo de niña.

-JAVIER: Y lo es, a Carlos se le antojó, y bueno…ya le conocemos. – me hace sonreír al hablar de él así.

-YO: Lo dices como con pena.

-JAVIER: Bueno, no es que quiera faltarle a su hijo, pero esa chica vale bastante más que para un polvo de una noche.

– YO: Ojalá la llame más adelante.

-JAVIER: No creo, ya he hablado con Carlos, me ha dicho que hoy vienen unas amigas de la universidad, y que una de ellas está loca por él.

– YO: Vaya con el galán…

– JAVIER: ¿Sabe usted, como mujer preciosa que es, podría contestarme a una pregunta? – abro la boca algo ofendida, pero en realidad me ha gustado que lo diga de pasada.

– YO: Claro, aunque ya no soy tan preciosa…- se la dejo botando.

– JAVIER: Claro que lo es, pero el tema es que no entiendo que las mujeres se vayan con tipos como Carlos, cuando hay tipos más atentos y buenos, que las tratan bien…

– YO: ¿Cómo tú…? – abre la boca, pero se calla, viéndose pillado. Sonrío– La verdad es que somos algo raras, tenemos que apreciar algo es esa persona que nos guste, y luego que nos haga sentir cosas.

– JAVIER: Pues su hijo tiene un don, yo no logro encandilarlas así.

– YO: Bueno, es que las chicas que se acuestan con uno en la primara cita, no son muy de tu estilo.

– JAVIER: ¿Mi estilo? No sé cuál es.

– YO: Pues eso, un buen chico, educado, respetuoso y un caballero, a ti te van más chicas que piensan antes que actuar, algo más traviesas y juguetonas que una que se vende al primero que pasa.

– JAVIER: Tal vez tenga razón, y deba fijarme en otro tipo de mujer, no sé, más adulta e interesante. – me dedica una mirada muy perspicaz, le sonrío de forma dulce, y le acaricio el muslo con ternura.

-YO: Claro que sí, tú hazme caso.

El juego me atrae, pero Carlos sale de su cuarto, gritando que donde están sus pantalones favoritos. Javier se pone en pie, y me acompaña hasta la colada, donde los tengo planchados, me los coge de las manos y se lo lleva a su cuarto. Pasan una media hora allí, antes de salir los dos, hechos unos pinceles, “Hoy me encuentro a otra saliendo de mi casa.”, me digo a mí misma.

– CALROS: Mamá, nos vamos.

– YO: Pasarlo bien, pero no bebáis demasiado, que si no…- Javier me asiente con guasa.

-JAVIER: No prometo nada…Un placer verla de nuevo. – ahora soy yo la que se acerca y le da el abrazo, me besa en la mejilla, y con algo de sorna, le palmeo la espalda para darle ánimos.

-YO: A por ellas, tigre.

– CARLOS: Vamos, tío, que van a llegar pronto.

– JAVIER: Quizá debiera acompañarnos de fiesta, así me da consejos…- le miró pensando que bromea, pero no hay atisbo de risas.

-YO: ¿A dónde?, ¿A bailar a una discoteca hasta las tantas? No, Javier, que apuro, con lo vieja que soy para esas cosas…además no voy nada arreglada y tenéis prisa. – me ha dejado tan estupefacta la invitación, que me veo fuera de sitio.

– JAVIER: Va guapa así tal cual, Laura, no se libra, vengase, me vendrá muy bien para dar celos a más de una con tenerla a mi lado, ¿Se viene conmigo a pasarlo bien?

-YO: No seas bobo, ¿Cómo voy a ir yo hoy?

– JAVIER: Pues si no viene, yo no vengo a comer aquí. – se cruza de brazos, cabezota. Casi ni me acordaba que le había invitado a comer, y ante su sonrisa, no puedo negarme.

-YO: Vale, pero hoy no, otro día. – concedo ante su insistencia.

– JAVIER: Genial – me rodea con los brazos por toda la cintura, cosa bastante fácil con sus grandes brazos y mi talla, y me alza medio metro sin dificultad.- Es la mejor, Laura – me baja unos segundos más tarde, casi me ahogo de la risa, pero me vuelve a besar la mejilla, y se va dando saltos alegres.

Este chico tiene algo que me encanta, hace media hora que se han ido y todavía estoy riéndome, pensando en su fuerza elevándome como si nada, en mis senos rozando su cara, en sus manos cerca de mi trasero. Ahora encima un día de estos me sacará de mi apatía, llevándome a discotecas llenas de jóvenes, seguro que solo para exhibirme, y es una idea que no me desgarrada para nada. Ceno pensando en lo estúpido que puede ser verme salir por ahí con mi hijo y sus amigos.

Carmen me llama, y le cuento por encima algo de lo ocurrido con Emilio, me dice que se ha marchado esta tarde, que tenía que operar a alguien, confirmándome que he sido su distracción. Charlamos un rato más, pero de vanidades, y cuando la cuelgo, me quedo traspuesta en el salón.

Me despierto sobre las tres de la mañana, apago la tele tienda y me voy a mi cuarto. Al ver mi cama me da asco, no que no esté Luis, sino que no hay nadie, y me desnudo al son de una música triste y melancólica. Me dejo el culotte y me pongo el camisón. Me quedo dormida enseguida, pero tras unas cuantas horas, escucho la puerta de la casa. Me levanto de un salto y me asomo al pasillo. Me asusto como solo puede una madre cuando veo a mi hijo ido, anadeando a duras penas colgado del brazo de su amigo.

– YO: ¿Pero qué ha pasado? – digo alarmada al salir despedida y coger de la cara a Carlos, que apesta a acetona.

– CARLOS: Nada…mamá, déjame…voy bien….es el puto imbécil del bar, que me ha puesto garrafón…- miro a Javier, casi acusándole.

-JAVIER: No digas tonterías… te has tomado cuatro copas seguidas por impresionar a una chica… y te ha dado el bajón.- le alza con algo de molestia por el peso, y me mira.- No se preocupe, ya ha vomitado la mayor parte de lo que ha bebido, ahora solo queda acostarlo, y que se le pase la castaña. – pese a ir palpablemente más sereno, también está borracho.

– YO: Por dios, que sustos me das Carlos…- mi tono es ese agudo que hiere, que se mete en el tímpano.

– CARLOS: Joder, mamá, que ya no soy un crío.

-YO: Pues deja de comportarte como tal – le fulmino con una mirada seca, pero Carlos no está, sus ojos miran a su cuarto. – Anda, mételo y ayúdame a desnudarlo antes de que se duerma.

Javier no dice nada en lo que tardamos en desvestirlo, obedece cual cómplice de la tragedia, tratando de que no se le note a él su propia ebriedad. Carlos se hace una bola al instante, y le doy un beso tierno de madre, ya tendré tiempo de gritarle mañana.

Le dejamos acostado y salimos del cuarto, donde Javier se muestra mucho más entero, supongo que su corpachón le ha valido para no caer redondo como mi hijo, pero está muy afectado, se le huele el alcohol del aliento, y se tambalea, mirándome de reojo cual colegial.

– YO: ¿Y tú estás bien, o también tengo que arroparte? – le digo, aún furiosa.

-JAVIER: No…aunque no me molestaría en absoluto. – aprieta los labios como queriendo haberse callado eso.

-YO: De verdad, esta juventud… -me hago la ofendida – puedes quedarte en el sofá como ayer, hasta que estés mejor.

-JAVIER: Gracias… de nuevo… Carlos….Carlos no sabe la suerte que tiene de tenerla a usted de madre.

-YO: Eso es verdad.

-JAVIER: Es muy maja…me trata muy bien, y yo aquí borracho como un idiota, preguntándola por chicas, con lo guapa que eres. – se ríe entre dientes, arrastra las erres y no vocaliza del todo. Decido no tomárselo en serio.

-YO: Vas tú bueno también…Anda, ve al salón, ya te llevo una sábana.

Voy a por la manta, y al volver me encuentro la camisa de Javier en el reposabrazos, perfectamente doblada, y al propio muchacho boca arriba, con el pecho al aire, fornido y con algo de vello, pero muy poco. También observo unos calzoncillos negros, tipo slip, marcando un paquete sobresaliendo por los vaqueros abiertos con la cremallera bajada. Me quedo paralizada, cuando Javier se alza y coge de mis manos las sábanas, me da unas gracias algo eructadas, y se medio tapa.

– YO: Descansa.

-JAVIER: ¿Y mi besito de buenas noches? A Carlos se lo has dado. – me río asombrada, su tono es lastimero a más no poder.

-YO: ¿En serio me pides un beso de bebé?

– JAVIER: Era broma, no se atrevería….- me pica en el orgullo, sé lo que intenta, pero caigo igualmente.

-YO: Anda que no, ven aquí, niño de mamá… – se gira para poner la mejilla, y como perra vieja que soy, le sujeto la cara para darle un cálido beso, evitando giros de cara sorpresivos. – Buenas noches.

– JAVIER: Ahora seguro que lo son… – me saca una carcajada.-…pero podrían ser mejores. – se lanza y me sujeta de la cintura, haciéndome caer lentamente sobre él. Parece algo erótico, pero es cómico, torpe y muy hosco.

-YO: ¡Por dios, Javier, suéltame! – le digo entre risas, la sensación de sus brazos enroscándose por mi cadera, pegándome a él, me encandila, y me dejo sobar un poco, aunque tampoco es que me meta mano, pero el camisón es muy corto. Noto la fricción de mis piernas desnudas en sus vaqueros, el coulotte enganchándose con la hebilla de su cinturón, y mis senos aprisionados bajo el satén, cerca de su cara.

– JAVIER: Quédese a dormir conmigo, se lo ruego. – mis pocos kilos no le cuestan nada para acomodarme en el sofá, usándome de oso de peluche.

-YO: Para, déjame, soy la madre de Carlos, tú estás borracho, y no me apetece. – me sorprendo no dándole un bofetón y sacándolo a patadas de mi casa, pero es que me encanta sentir esa fuerza cariñosa.

Me tiene tumbada entre él y el respaldo del sofá, cara con cara, con su rostro encajado en mi pecho, se las ha apañado para usar uno de mis brazos de almohada, y rodeo su cabeza con mis bracitos diminutos en comparativa con él, con mis piernas estiradas entrelazadas con las suyas, notando algo de presión en mi cintura, aplastando uno de sus antebrazos.

Podría hacerme lo que quisiera, sus manos recorren mi espalda con un rítmico sube y baja, y con tanto arrebujarse, creo que noto su paquete en mis muslos, pero en cambio no se aprovecha de mi aparente docilidad, y parece que se va a quedar dormido.

– JAVIER: Hueles a rosas…- masculla una última vez, inhalando de mi cuello.

No me lo creo, ha caído rendido. Estoy como un peluche, no me puedo casi mover sin pasar por encima de él, y la verdad, es que no me importaría pasar así la noche, mi cama está vacía y muy fría. Hago un esfuerzo titánico por no echarnos la manta por encima y dejarme llevar en sus brazos, que es lo que deseo. Me quedo un buen rato mirándole dormir, acariciado su pelo, hasta que siento menos presión en sus manos, y me puedo zafar de su cálido encierro. Le tapo con ternura, y me llevo las manos a la cara, algo abochornada, ¡¿Pero qué demonios?! , me ha hecho sentir genial esa bobada. Me voy a mi cama con algo de pena, aunque sueño con Javier, y sus abrazos.

Al sonar el despertador me levanto a mirar el panorama. Pese a un primer intento de ir al salón, mi instinto maternal me lleva con Carlos, que está tal cual le dejamos. Al entrar algo de luz al abrir, se queja como un vampiro, y al preguntar como está, se echa la sábana por encima, gruñendo.

Ahora sí, voy al salón, y me borra la sonrisa no ver a Javier, ni su ropa, ni la manta. “¿Se habrá ido a casa?” Voy a la cocina, y me lo encuentro allí sentado, desayunando, con la ropa puesta y la manta doblada en una silla. En la mesa se ve una bolsa de bollos de la panadería de abajo, y un zumo abierto.

– JAVIER: Buenos días, Laura…he traído el desayuno, espero no haberme propasado al coger sus llaves de la entrada.

– YO: Ah…no, tranquilo, no debías haberte molestado.

– JAVIER: Algo me dice que sí, ayer… ¿Como está Carlos?

– YO: Se queja de la luz, así que está vivo… ¿Y tú?

– JAVIER: Yo…debe pensar que soy un idiota, dos noches seguidas llegando a su casa borracho…y anoche no me acuerdo de mucho. – eso casi me da pena.

– YO: Bueno, no hiciste nada malo que yo sepa.

-JAVIER: Menos mal, cuando me pongo así, entro en un estado meloso que…me pongo pesado.

-YO: En realidad…al acostarte en el sofá, me pediste un beso de buenas noches.- al decirlo, se le abren los ojos como platos.

-JAVIER: ¡No me diga eso! Pufff, qué vergüenza…- se está poniendo rojo, y eso me dice que no es mentira, no se acuerda de eso, ni del momento “oso de peluche” conmigo.

-YO: Para ser algo que hace un borracho, no es tan malo.

– JAVIER: Mil perdones, no sé cómo decirlo ya… quizá, quizá no debería volver a subir a su casa. – la cara de alarma que pongo se me debe notar rápido.

-YO: No digas estupideces, prefiero que vengas de vez en cuando, así controlas al loco de mi hijo.

– JAVIER: ¿De verdad no le molesta?

– YO: Ni mucho menos…dame unos de esos bollos, que estoy famélica.

Me paso un rato desayunando sentada frente a él, contándome lo que recordaba de esa noche. Conoció a una chica, quiso hablar con ella, pero Carlos se la pidió, luego él bebió mucho, y luego nada, hasta levantarse en el sofá. Yo le cuento, “sin detalles”, lo que ocurrió en casa, y luego mira la hora asustado.

-JAVIER: Es tarde, tengo que ir a casa, mi pobre perro…

-YO: Si me das unos minutos, me ducho y te llevo a casa, antes de ir al gimnasio.

-JAVIER: No, Laura, eso sería demasiado…

-YO: Que no es molestia, Javier, recoge un poco el desayuno, si me haces el favor, y yo voy al baño.- asiente gentil.

Me pego una ducha fugaz, y tiento a la suerte con otro tanga, de hilo diminuto, unos leggins negros y un top blanco. Al salir, Javier aparta la mirada ruborizado, me gusta que pueda generarle esa sensación. Bajamos al coche y me indica su casa, algo lejos. Al llegar se baja, y como he aparcado bien, me bajo con él, la verdad es que quiero el abrazo y el beso en la mejilla, a los que me está acostumbrando.

-JAVIER: Es usted mi ángel particular.

-YO: Bobo, anda, sube a casa, y ya nos veremos.

-JAVIER: Por descontado, me debe una noche de bailes…

-YO: Y tú una comida en mi casa. – el juego con este chico no parece acabar.

Paso los brazos ansiosa por encima de sus hombros, cogiendo de su nuca, y Javier me rodea con los suyos por la cintura, esta vez el abrazo es más largo, y me alza un poco, lo justo para ponerme de puntillas. Su beso es tan lento como el resto de la despedida, y hasta nuestras narices se rozan al separarse. Al verle alejarse, me permito mirarle el culo, esos vaqueros le hacen una maravilla de trasero.

Algo sofocada, voy al gimnasio, y descargo adrenalina un buen rato. Permito a algún joven en la zona de la maquinas que me coma con los ojos, sobre todo cuando me agacho y expongo mi trasero, me siento generosa. Al volver a casa como sola, y Carlos tarda un par de horas en volver en sí. Come mientras le recrimino su actitud, a estas alturas me hace poco caso, y si tengo suerte, solo asiente fingiendo comprenderme, si no la tengo, termina gritándome.

Se va a su cuarto y se encierra, yo me doy una buena ducha refrescante y me quedo con unas braguitas limpias rojas y el camisón azul de satén. Paso gran parte de la tarde limpiando o haciendo cosas de casa, me aseguro de pasar la aspiradora bien fuerte cerca del cuarto de Carlos, y le escucho quejarse, el dolor de cabeza le debe estar matando. Sonrío por ello.

Cenamos juntos, y tras una película que me gusta, me voy a la cama. Es casi la primera noche que según me acuesto, caigo rendida, y no es cansancio físico, es emocional. He vivido mucho en poco tiempo, al menos, mucho más de lo que estoy acostumbrada.

Continuará…
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Relato erótico: “Cinco días con la perturbada viuda de mi amigo” (POR GOLFO)

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Lunes

Cuando recibí la llamada de su abogado, Pedro solo llevaba solo dos días muerto. Esa misma mañana, su esposa y un reducido grupo de amigos lo habíamos despedido en una sencilla ceremonia. Ni siquiera había tenido tiempo de asimilar que mi amigo, el gran triunfador, nos hubiera abandonado. Un accidente de avión había segado una vida de novela. Hijo de un científico y una contable, había heredado lo mejor de sus padres. Desde joven había sobresalido, sobre todos nosotros, gracias a su mente analítica y práctica. Con veinticinco años había creado una punto com y no había cumplido los treinta, cuando se la vendió a Microsoft, convirtiéndose en millonario. Guapo, atractivo y forrado, se había dedicado a vivir peligrosamente. Aunque se casó con una mujer de bandera, la velocidad y la adrenalina eran sus verdaderas pasiones. No hubo ningún deporte de riesgo que no tocara. En su despacho, estaba tapizado de fotos de él, practicando motociclismo, haciendo puenting, bajando en canoa un río, pero ni una de su mujer. No es que no la quisiera, creo que simplemente la consideraba  un trofeo que se exhibía por sí mismo.
Como amigo, era divertido y generoso, pero también  ególatra y pendenciero. Lo mismo podía invitar a cinco colegas a un crucero con todos los gastos pagados, que no volver a hablar a su primo por habérsele olvidado su cumpleaños. Yo, aunque tengo que reconocer que tenía envidia de su éxito, le quería como un hermano. Desde los veinte años, había vivido a su sombra y no me había ido del todo mal. No solo era mi amigo, también era mi jefe. Era su secretario  y con su desaparición, me enfrentaba a un futuro incierto. Por eso cuando  Manuel González me pidió que necesitaba verme esa misma tarde, no me extrañó porque creí que era parte de mis obligaciones laborales.
Al llegar a sus oficinas, estaba deprimido pensando que quizás fuese esa una de las últimas tareas que hiciera para Pedro. Había asistido a cientos de reuniones en ese lugar y por eso, con la familiaridad que da la costumbre, entré al despacho del abogado sin llamar.
-Manuel, ya estoy aquí. ¿Qué pasa?-, dije al verlo, no en vano había compartido con él multitud de veladas donde gracias a la cartera del difunto, el whisky y las mujeres habían corrido a raudales.
Desde detrás de su escritorio, se levantó y me rogó que me sentara. Tanta ceremonia me trastocó los esquemas, no era propio de su carácter y temiendo que tuviese órdenes de despedirme, me senté acojonado y hundido en el sillón, esperé a que hablara.
-Gracias por venir. Como sabes mañana se abren las últimas voluntades del Sr. León y como su abogado y depositario de las mismas, me fue encomendado entregarte este sobre con anterioridad-.
Temblando, lo recogí de sus manos y sabiendo que de nada servía prolongar esa situación, lo abrí para descubrir una carta manuscrita de Pedro. El abogado viendo mi indecisión, me preguntó si prefería que él me la leyera.
-Por favor-, le rogué-
Antes de empezar, González se puso las gafas y tomando aire, leyó su contenido:
José:
Si estás leyendo esta carta, es que estoy muerto. No tengo ni puta idea de cómo habrá sido pero estoy seguro que yo no la he cagado. Como seguro que  te imaginarás, lo que ocurra con la pandilla de parásitos que tengo por familia, me la suda. Solo me preocupa cual va a ser el destino de Lilith, mi mujer. Desgraciadamente, detrás de esa cara bonita, se encuentra una persona con fobia social que le cuesta relacionarse con personas que no son de su entorno. Si la dejo sola, caerán sobre ella cientos de aves de rapiña y en poco tiempo, habrá dilapidado mi fortuna…-.
 Aprovechando la pausa del abogado para tomar agua, pensé nada de lo que hasta entonces había leído me extrañaba. Era típico de él, el usar las palabrotas para desdramatizar los asuntos y más aún menospreciar a la gente de su entorno. Lo que no me cuadraba era que tenía que ver con ello.

-…Previendo ello,  he dejado toda mi herencia en un fideicomiso que se ocupe que no le falte nada a ella hasta el final de sus días. Tomar esa decisión fue fácil, lo difícil fue elegir alguien que gestionara dicho instrumento. Aun sin ser una lumbrera, de todos mis amigos, eres el único honesto y por eso quiero proponerte un trato que sé de antemano, no podrás desechar. Te he nombrado administrador único, con un sueldo de diez mil euros mensuales. Tu única función será que nadie la robe. Podrás disponer libremente de todos los bienes, pero te exijo a cambio que cubras todas sus necesidades y caprichos. Como es tan rara, esta buena y conmigo muerto, será millonaria, he dispuesto que durante los dos primeros años posteriores a mi fallecimiento,  si quiere seguir recibiendo mi dinero, no podrá casarse. Y para asegurarme que no haya moscones a su alrededor, deberás vivir en mi casa-.

 
 

Me quedé sin habla. Pedro, aún después de muerto, seguía siendo un puñetero ególatra. Le jodía pensar que su mujer rehiciera su vida y buscaba mi cooperación para seguirla teniendo atada. El cabrón sabía que no podría negarme a aceptar porque, además de ser una pasta, si no lo hacía, me encontraría en la calle. Pero no pensaba limitar a Lilith en nada. Si quería salir, que saliera. Si quería follarse al jardinero, que lo hiciera.

Manuel, me volvió a la realidad, dándome a firmar un montón de papeles.
-Es la aceptación del puesto y tus poderes-.
Aunque conocía casi todos los negocios de Pedro, el verlos relacionados me hizo darme cuenta de la magnitud de la herencia que debía administrar a partir de ese día. Por otra parte, me sorprendió descubrir que aunque mi amigo llevaba diez años casado con esa mujer, yo apenas había cruzado un par de frases con ella. Siempre pensé su retraimiento se debía a que no soportaba a los amigotes de su marido, pero este lo negaba y achacaba ese comportamiento a una cortedad patológica.
-Además de tonta, es tímida-, solía decir.
“Tendría que explicarle de antemano, las disposiciones de su marido”, pensé nada más salir del despacho. Esa casi desconocida iba a depender de mi gestión el resto de su vida y no quería que se enterara por el abogado.  Si ya sería duro saber que no podría disponer de su herencia directamente, sino a través mío, más lo sería enterarse que además tendría que compartir casa conmigo.
Nada más salir del despacho, llamé a la viuda y le pedí que me recibiera. A la mujer le extrañó mis prisas pero, aun así, me dijo que no había problema y que me esperaba. Era un Lunes en la tarde y la mujer vivía en Majadahonda, por lo que tuve, gracias al tráfico, casi una hora para preparar lo que le tenía que decir.
Al entrar en la casa que sería mi morada los próximos dos años, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Era como si el fantasma de Pedro, me diera la bienvenida. La criada me informó que la señora estaba esperándome en el salón y que por favor la acompañara.  En la casa se oía un piano. No tardé en descubrir que era Lilith, la que tocaba tan magistralmente.
“Toca bien”, me dije mientras me dirigía hacia ella. La mujer se levantó al verme. Vestida de riguroso luto, me pidió que le explicara qué era eso tan urgente que tenía que contarle. Viendo que de nada servía esperar, le expuse las directrices que su marido había diseñado. Tras lo cual,  le di mi opinión al respecto y le dije que, en lo que a mí se refería, en su vida ella podía hacer lo que quisiera.
En silencio, escuchó mi explicación. En su rictus nada mostraba que se sintiera indignada con mis palabras, al contrario, pareció tomárselas con satisfacción. Esperó a que terminara, y dijo como toda contestación:
-Si mi marido pensaba que es lo mejor para mí, así será. No encontrará en mí, queja alguna. Pedro creyó en su criterio, yo haré lo mismo. Desde ahora le aseguro que cumpliré con todas y cada una de las pautas que me marque-.
Oírla tan serena me tranquilizó, sobre todo porque no le había todavía explicado lo más difícil:
-Doña Lilith, su marido ha especificado que debo vivir aquí-.
Al ver mi incomodidad, sonrió:
-No se preocupe no me molestará su presencia. Será bueno que un hombre esté en la casa-.
Sin comprender, por qué esa mujer se tomaba tan tranquilamente todo, me despedí de ella prometiéndole que, al día siguiente, le acompañaría al abogado.
Martes.
La lectura de las últimas voluntades fue meramente burocrática, tanto la viuda como yo conocíamos el contenido de las mismas. Aun así al terminar, el abogado se había guardado una sorpresa, separándome de Lilith, me dijo que Pedro le había dejado otro sobre, pero que no me lo podía dar hasta el viernes. Al preguntarle por su contenido, me confesó que no tenía ni idea de que se trataba. Como no podía hacer nada más que esperar, decidí que me preocuparía por ese asunto cuando fuera su momento y saliendo al portal busqué a la mujer de Pedro.
Lilith me estaba esperando en la entrada. Al verme, preguntó si iba a acompañarle a la casa. Tardé en comprender sus palabras, ya que, ni siquiera me había mudado. Iba a hacerlo esa mañana. Comprendí que esperaba una contestación, por lo que le dije que iría más tarde, que no se preocupara. Bajando la cabeza, asintió y despidiéndose, se alejó por la acera. El chofer la esperaba en la esquina.
“¡Que tía más rara!”, pensé al quedarme solo. Hasta ese momento, creí que Pedro exageraba al hablar de su timidez, pero empezaba a dudar que no fuera verdad.
Pasé el resto de la mañana embalando mis pertenencias y cuando terminé, me dirigí directamente a la mansión de la viuda. Al llegar, la viuda recibiéndome en la entrada, me informó que la comida estaba preparada y que cuando quisiera podíamos pasar al comedor. Mirando mi reloj, descubrí que eran más de las tres y media y extrañado,  le pregunté:
-¿No ha comido?-.
-Nunca se me ocurriría empezar sin el hombre de la casa. ¿Por quién me ha tomado?-, me contestó, escandalizada.
Sin comprender su actitud, decidí no buscar problemas nada más llegar y pidiéndole perdón, la acompañé al comedor. Nada más sentarnos, entró el servicio con la sopa. Rutinariamente, la criada sirvió a la dueña de la casa y después a mí. Tratando de evitar cualquier enfrentamiento, esperé a que ella empezara, pero tras un minuto en el que ninguno de los dos había probado nada, Lilith me preguntó:
-¿No le gusta la sopa?-.
-Para nada, me encanta, lo único que estaba aguardando que usted empezara-.
Al escuchar mis palabras, sus ojos se abrieron alucinados:
-¡Esta es una casa decente!-. Dijo y antes que me diera cuenta de sus ojos brotaron dos gruesos lagrimones,- Me insulta si piensa que no sé cuál es mi papel. Mi padre y mi marido me enseñaron bien. Si lo que le ocurre es que no quiere comer conmigo, dígamelo-.
Completamente atónito y sin ser consciente de que norma moral había quebrado, decidí que lo mejor que podía hacer era tomarme la sopa y esperar que con eso se terminaran sus reparos. 
“Esta mujer debe de haber sido educada en algún tipo de secta”,  me dije al ver que al comenzar a comer, la mujer se había relajado y que había dejado de llorar. “El machismo que rezuman sus actos, es medieval. Nadie, hoy en día, piensa de esa manera tan arcaica”. Tratando de aprender a comportarme en su presencia, le pregunté que había hecho después de salir del abogado.
En el rostro de la viuda, se dibujó una sonrisa antes de contestarme:
-Fui al cementerio, a agradecerle a Pedro que no me hubiera dejado abandonada y que le hubiese elegido a usted como mi tutor. Después he venido a la casa y me he ocupado que en su habitación todo estuviese en orden, tras lo cual, he esperado que usted llegara-.
Analizando sus palabras, parecía como  si esa mujer creyera que de ahí en adelante, su vida consistiría en servirme. Tratando de reafirmar mis sospechas, traté de indagar sobre ese asunto y haciéndome el ignorante, le pregunté qué iba  hacer esa tarde:
-Eso depende de usted y de lo que necesite-.

No necesitaba más confirmación. Esa mujer estaba completamente alienada por sus creencias. “Seguro que ha sufrido abusos desde niña”, pensé al ver la naturalidad con la que tomaba su función. “esto tiene que cambiar”. Si Pedro me había encomendado cuidar de ella, eso era lo que iba a hacer. En ese momento alcancé a vislumbrar el significado de sus actos. Esa mujer que tenía enfrente era una presa fácil para cualquier desalmado y por eso su marido había buscado una solución alternativa. Confiaba en mí y que yo no iba a abusar de ella.

 
Observándola comer, me fijé por primera vez en su vestido. Aun siendo una mujer joven, no debía de tener los treinta, iba vestida como una vieja. Con la blusa abotonada hasta arriba y una falda muy por debajo de la rodilla, parecía una monja recién salida de la sacristía. Era tan grotesco su atuendo que, considerándome un buen observador, fui incapaz de determinar si su difunto marido tenía razón cuando se gloriaba de las virtudes de su cuerpo. Según él, esa muchacha era poseedora de las mejores curvas que había tenido la oportunidad de catar.

“Ya se verá”, murmuré mientras me tomaba el postre. Lo único que era evidente, es que esa mujer poseía una mirada extraña, parecía estar oteando contantemente su alrededor en busca de una presa. Prestando atención, era innegable su belleza pero, en contra de la lógica, nada en ella me atraía.
Al terminar de comer. Lilith me acompañó a mi habitación y sin que yo se lo pidiera, se puso a ordenar mi ropa colocándola en el armario. Tratando de familiarizarme con mi cuarto, entré en el baño. Me quedé impactado al encontrarme con una enorme estancia que tenía de todo, ducha, bañera, jacuzzi e incluso  una sauna. También noté que había una puerta en una esquina. Intrigado, la abrí y descubrí que el baño tenía comunicación con una coqueta habitación contigua. No tuve que preguntar a quién pertenecía, sobre un sillón, estaba el abrigo que esa mañana la viuda de mi amigo había llevado.
 “Están comunicadas”, cavilé mientras cerraba la conexión, “este cuarto debía de ser el de Pedro”.
No creí que fuera el momento de preguntar a su viuda, la razón por la que había optado a que, entre todas las habitaciones de la mansión, fuera esa su elegida.
“Ya tendré tiempo de hacerlo”, pensé. Algo en mí, me indicaba que no tardaría en averiguarlo. Entrando nuevamente a mi cuarto, Lilith me esperaba sentada en un sillón. Al verme entrar, me explicó:
-Ya he terminado y ahora, no sé qué espera que haga-.
-¿A esta hora que hacía con Pedro?-, contesté, pensando que así no metería la pata.
-Le servía un whisky en la biblioteca y mientras él leía, le acompañaba -, respondió con un brillo en los ojos que no supe identificar.
Deliberadamente intenté no cambiar el día a día de esa mujer y por eso acepté acompañarla hasta la sala de lectura y que me sirviera un whisky.  Aprovechando que estaba en la barra ocupada sirviéndome una copa, busqué entre los cientos de libros allí almacenados uno que me sirviera. No me fue difícil elegir, sobre la mesa, estaba la última obra de David Brown que no había leído. Cogiéndola  me senté en un sillón, a esperar que la viuda me trajera mi copa.
No llevaba leídas ni tres líneas cuando Lilith llegó con mi whisky. Agradeciendo sus atenciones, me concentré en el libro, pero entonces ocurrió algo que dio al traste todas mis intenciones. La esposa de mi amigo posando sus manos en mis hombros y sin avisar, empezó a darme un masaje. Estuve a un tris de levantarme pero, comprendiendo que mi lucha por cambiar la actitud de esa mujer era a largo plazo, dejé que continuara. Resultó ser una experta y al cabo de cinco minutos, me hallaba totalmente entregado a sus maniobras. No sé cómo lo hizo pero, cuando habiendo decidido que era suficiente, terminó, descubrí alucinado que no solo me había dejado llevar, sino que mi camisa se encontraba perfectamente doblada sobre la mesa y que estaba desnudo de cintura para arriba.
Aunque nada en sus actos había tenido ningún aspecto sexual, no pude dejar de pensar que si esa mujer era tan buena dando masajes, debía de ser una bomba en la cama y por primera vez, viéndola alejarse por la puerta, me fijé en su forma de andar. La mojigata había desaparecido y la mujer que en ese momento subía por la escalera, era una pantera que se contorneaba orgullosa de haber obtenido su primera presa.
Durante las siguientes horas, nada digno de mención ocurrió. Me pasé toda la tarde, leyendo y enfrascado en la lectura, no me di cuenta que había anochecido. Acababa de terminar un capítulo cuando tocando la puerta, la sirvienta me avisó que la cena estaba lista y que la señora me esperaba en el comedor.

Como no quería volver a meter la pata, cerrando el libró sin más dilación, me dirigí a su encuentro. Al entrar en la habitación, me quedé de piedra. Lilith me esperaba de  pie junto a mi asiento, enfundada en un vestido de encaje casi trasparente y adornada con joyas que harían palidecer a una reina. Sin saber que decir ni que hacer y sin comentar el cambio de aspecto tan brutal que había sufrido, me senté sin ser capaz de dejar de mirarla. Parecía una diosa. El delicado tejido completamente pegado a su piel sin enmascarar un ápice de su anatomía, realzaba su atractivo dotándolo de un aspecto seductor que hasta entonces me había pasado inadvertido. En su cuello, lucía una gargantilla de rubíes haciendo juego con unos impresionantes pendientes de la misma piedra.

 
La mujer consciente de mi mirada y de que mis ojos no podían  dejar de auscultar cada centímetro de su cuerpo, lejos de intentar taparse y así evitar la lujuria con la que la observaba, dijo:
-Disculpe, mi aspecto. Pero esta tarde me pidió que me comportara igual que cuando Pedro estaba vivo, y  él, no me permitía sentarme a cenar si no venía perfectamente arreglada-.
-Está usted, guapísima-,  tuve que reconocer lo evidente.
-Gracias-, me contestó bajando sus ojos. -Espero no resultar demasiado casquivana ante sus ojos, odiaría que me malinterpretara-.
Aunque sus palabras hablaban de recato, la mujer descaradamente estaba exhibiéndose ante mí. No era solo que llevase un escote exagerado, era ella misma y como se comportaba. Por ejemplo al servirme agua, se levantó de la mesa y acercándose a mi lado, se agachó de manera que pude disfrutar de un magnifico ángulo, desde el que pude contemplar su pecho en todo su esplendor. Era como si disfrutara, sintiéndose admirada. En su actitud creí incluso descubrir que ella misma se estaba excitando al reparar que bajo mi pantalón crecía sin control mi apetito. Tratando de evitar que el termostato de mi cuerpo saltara hecho pedazos, le pregunté por su dolor:
-Aunque Pedro nunca fue especialmente cariñoso, le hecho mucho de menos. Llevábamos casados nueve años y siempre que sus múltiples ocupaciones le permitían acompañarme, disfrutábamos de nuestra compañía-, contestó.
Involuntariamente, la viuda al rememorar las noches con su marido, llevó su mano a un pecho y sin darse cuenta, se pellizcó el pezón. Anonadado por lo excitante de esa imagen, no pude evitar que mi boca se abriera para decir:
-Teniéndola a usted, aquí, no comprendo a su marido. Yo no me separaría de su lado-.
Agradecida por mi piropo, se acercó y dándome un beso en la mejilla, me susurró que era tarde y que debía irse a la cama. No sé cómo pude evitar cogerla en ese momento y allí mismo hacerla el amor. Esa mujer anodina puertas a fuera de esa casa, me había subyugado en menos de doce horas. Aterrorizado, comprendí que si debía pasarme dos años compartiendo con ella la vida, irremediablemente caería rendido entre sus piernas, en cuanto ella me diese entrada.
“Por mucho que Pedro se jactaba de lo bella que era su mujer, siempre me había parecido una exageración hasta hoy”, pensé, mientras me terminaba el café.  Todo en ella rezumaba sexo. Sus piernas, sus caderas y sus piernas se habían convertido en mi obsesión. No podía dejar de soñar en cómo sería recorrer su piel con mis manos.  Intentando mantener un mínimo de sensatez,  reprimí mis oscuros pensamientos, recriminándome por mi falta de profesionalidad.
“ Es la dueña de todo, la viuda de Pedro”, repetía una y otra vez.
Pero seguía sintiéndome fatal.  Ver a su mujer como un objeto de deseo, sin siquiera esperar a que sus huesos se  enfriasen, no era propio de mí. Aunque no era un asceta,  nunca había perdido la cabeza por nadie. Por eso no conseguía asimilar  porqué la viuda de mi amigo me tenía trastornado.  Hecho polvo, subí a mi cuarto con la intención de descansar. Al entrar, escuché que Lilith estaba duchándose. La idea de tener a esa mujer desnuda a escasos metros era insoportable, tratando de evitar pensar en ella, me tumbé en el colchón. Al mirar a mi alrededor, asombrado me percaté que el cristal que había frente a la cama no era un espejo y que se veía con total nitidez la habitación de la mujer.
Aprovechando que seguía en el baño, salí al pasillo y entrando en su habitación, me percaté que desde el otro lado, si era un  espejo y que no se veía mi cuarto.
“¡Que raro!”, pensé, “debe de ser consciente que desde mi cuarto, veré todo lo que haga. ¡Es su casa!”.
Por mucho que traté de disculpar a mi amigo, no existía otra explicación a que Pedro fuese una especie de voyeur o que en su particular forma de ser quisiera tener controlada a su esposa hasta unos límites insospechados. Sabiendo que en ese instante no podía hacer nada para deshacerme de ese artilugio,  decidí dejarlo por esa noche y al día siguiente, arreglarlo. Esperando que la mujer saliera del baño para pasar yo, decidí cambiarme. No me había terminado de abrochar el pijama, cuando observé que salía del baño envuelta en una toalla. Aunque debía conocer que podía verla, Lilith, sin dar importancia al asunto, se sentó frente al espejo y empezó a peinarse su melena.
Avergonzado de mi comportamiento, me quedé mirándola ensimismado. Su belleza, al natural, era todavía mayor. Me sentía espectador de un peculiar reality que en contra de lo que ocurre en los de la televisión, si cruzaba la puerta que nos separaba, me toparía de bruces con la protagonista. No sé cuánto tiempo tardó en terminar de arreglarse el pelo, pero cuando terminó la situación se tornó todavía más incómoda. La viuda, dejando caer la toalla y quedando completamente desnuda,   cogió un bote de crema y comenzó a extendérsela por todo el cuerpo.  Ningún aspecto de su cuerpo quedó oculto a mi escrutinio. Sus manos, al recorrer sus pechos, los alzaron como sopesando el peso, antes de masajear descaradamente sus pezones.
Mi pene, cobrando vida propia, se alzó por fuera de la abertura del pantalón y yo, completamente subyugado por la visión que se me ofrecía, no pude más que acercarme para reducir la distancia que me separaba de ese portento de la naturaleza. Con mi nariz casi pegada al cristal, fui testigo de cómo esa mujer recorría con sus palmas su trasero. La mejor de las modelos de revista estaría envidiosa de la perfección del cuerpo de Lilith. Solo haciendo un gran esfuerzo, evité que mi mano diera rienda suelta a mi deseo, masturbándome. Pero el colmo fue cuando, dándose la vuelta, pude deleitarme con su sexo. Sexo perfectamente depilado, cuya desnudez llamaba a acariciar.
Tratando de evadirme de mis sentimientos, busqué en una ducha fría la tranquilidad que me faltaba. Pero no fue el agua helada, lo que calmó mi calentura. Lo que realmente cortó de plano mi lujuria, fue al salir del baño encontrarme a la viuda sentada tranquilamente en el sillón de mi cama. Sin comprender que hacía allí, esperé a que hablara. La mujer, aunque venía vestida únicamente con un picardías, parecía abochornada. Sus palabras me dejaron helado:

-Me imagino que mi marido le ha explicado mi problema-.

 
Mi cara debió reflejar tanta perplejidad que la mujer, mirando al suelo, prosiguió:
-Para que pueda dormir, debe de usted de atarme- dijo, mientras señalaba a través del cristal unas muñequeras adosadas a su cama.
Tardé en reaccionar y cuando lo hice, me negué en rotundo y sacándola de mi habitación, me despedí de ella.
-¡Usted no comprende!-, la escuché decir llorando, mientras le cerraba en las narices la puerta de su cuarto.
Indignado, volví al mío.
No era posible que mi amigo fuera un ser tan detestable que encadenara noche tras noche a esa pobre muchacha. “¡Que ser más despreciable!”, sentencié sobre Pedro. Hecho una furia, deshice la cama y cogiendo una sábana, tapé el falso espejo. Sabiendo que eso se tenía que terminar, traté de conciliar el sueño. Transcurrió largo rato hasta que la irritación se fue diluyendo y pude dormir.
No tengo conciencia de cuánto tiempo había dormido, cuando en mitad de un sueño, sentí que alguien acariciaba mi sexo. Todavía adormilado, abrí los ojos para descubrir a Lilith desnuda a mi lado. Comprendiendo lo delicado de la situación, intenté escapar de su abrazo pero la mujer, haciendo uso de una fuerza inhumana, me inmovilizó. Por mucho que quise liberarme, retorciéndome en la cama, no me fue posible y agotado, le grité que me dejara en paz.

No me hizo caso y con gran violencia, me desgarró el pijama, dejándome desnudo.  Asustado por su comportamiento, dejé de debatirme sobre las sabanas, momento que aprovechó la mujer para apoderarse de mi miembro. Tener mi sexo en las manos de una loca, me obligó a permanecer paralizado, temía que si la rechazaba me hiciera aún más daño. Al tenerme dominado, la perturbada de hacía unos instantes se convirtió en una máquina del placer y en poco más de un minuto, mi sexo había alcanzado su máxima longitud.

“No me puedo creer que esto me esté pasando a mí”, me dije mientras sentía que su boca engullía mi pene.
El miedo y la frustración fueron dando paso a la pasión y sin darme cuenta, empecé a colaborar con mi captora. Mis manos se posaron en su cabeza y marcándole el paso, dejé que la viuda devorara mi extensión.  Como si fuera la última vez que tuviera ocasión de tener la virilidad de un hombre en su garganta, Lilith consiguió introducírselo totalmente en su interior y alucinado experimenté como esa mojigata lo había engullido por completo y a sus labios recorriendo la base de mi pene. El placer no aplazó su llegada y cuando lo hizo, absorto, vi cómo se tragaba todo mi semen y en pocos segundos, como acababa con cualquier rastro de mi eyaculación con la lengua.
Si pensaba que ahí se había acabado todo, me equivocaba, porque sin darme tiempo a descansar, girando sobre sí misma, puso su sexo en mi boca. Todavía renuente a la forma que me trataba, tardé en responderla. La mujer, sin hablar y apretándome suavemente mis testículos, dejó claro que era lo que esperaba de mí y forzado por las circunstancias, comencé a acariciar su clítoris. Su aroma me embriagó y ya sin reparo, separé sus labios y usando mi lengua como si de mi pene se tratara, empecé a penetrarla mientras que con mis dedos torturaba su botón.
“Es maravillosa”, acepté en mi fuero interno.
No recuerdo cuantas veces llegó esa mujer al orgasmo solo con la acción de mi boca, pero tras media hora dándole placer, sentí que bajando por mi cuerpo, cogía mi sexo y sin pedirme opinión, se ensartaba de un solo golpe.
-¡Mierda!-, grité al sentir como la viuda de mi amigo lo forzaba hasta extremos impensables.
Me resulta imposible expresar con palabras, la manera en la que, usándome a mí, esa loca se apuñaló repetidamente la vagina con un ritmo infernal. Era como si su vida dependiera de ello y necesitara de mi simiente para sobrevivir. No paró hasta que por segunda vez, descargué en su interior.   
Fue entonces cuando dejándome descansar, me dijo mientras desaparecía por la puerta:
-Llevaba una semana sin sentirme mujer-.
Derrengado y nuevamente solo, lloré por la humillación de haber sido violado. Había sido un puto objeto en la lujuria de la viuda de Pedro. Y sin ser plenamente consciente de mi sentencia, deseé que los dos años de penitencia pasaran rápidamente.
También comprendí porqué, mi amigo, la ataba todas las noches.
“Esta mujer está loca”, sentencié y abrazando la almohada, intenté conciliar el sueño.
 

Miércoles.

Las horas de descanso me sirvieron para ver lo ocurrido bajo otra óptica. Al despertar y comprobar que seguía entero y que nada de lo ocurrido, me iba a dejar secuelas, empecé a ver el asalto sufrido como una anécdota más a contar.
La ducha me sirvió para limpiar los restos de infamia que podía albergar y más entero, me vestí y salí a enfrentarme con mi nueva vida. Los diez mil euros de salario de por vida, bien valían la noche de angustia que pasé en manos de esa mujer. Bajo los rayos de la mañana, lo absurdo de haber sido tomado contra mi voluntad por la mujer más impresionante que  hubiera soñado, me pareció en contra de la lógica y sobre todo porque pensándolo bien había sido mi culpa.
“Ella intentó evitarlo”, me dije al recordar que la noche anterior, fui yo quien se negó a atarla.
Pensando en ello, bajé por las escaleras de la mansión a desayunar. Ese día iba a ser mi toma de contacto con la herencia de  Pedro. Al entrar en el comedor, me encontré de frente con Lilith. La mujer al ver que entraba bajó la mirada y avergonzada ni siquiera me saludó.  Conociendo el grado de paranoia de la viuda, preferí hacer caso omiso  a su desplante y llamando a la criada, le pedí que me sirviera un café.
Al esperar que la criada me trajera mi desayuno, observé a la mujer.

Lilith, volvía a ser la apocada mujer que yo recordaba. Ataviada con una especie de túnica, parecía un ser asexual y no la hembra hambrienta que me había asaltado hace unas horas. Nadie me podía negar que esa muchacha que en ese momento, no podía levantar sus ojos de su taza, era una depravada sin valores que, ignorando el recuerdo de su marido muerto, se había dejado llevar por su instinto animal y sin ningún tipo de censura, se había lanzado en pos del placer sin importarle los sentimientos de su víctima.
Mirándola bien, no comprendí como era posible que usando la violencia esa mujer hubiera podido someterme. No podía pesar más de cincuenta kilos y yo, sin ser un adonis, con mi metro noventa, no era creíble que me hubiese comportado como un pobre cervatillo en manos de esa pantera.
Interrumpiendo mi reflexión, la oronda criada me sirvió el café.
-¿Desea algo más?-, preguntó rutinariamente.
-No, gracias-, le respondí de igual modo.
Quizás suponiendo por mi talante relajado que había olvidado la afrenta sufrida, la viuda de mi amigo me comentó:
-José, revisando los periódicos, creo que hoy debes invertir en Sun Microsistem. Me parece que si compras medio millón de acciones de esa compañía, debemos recuperar en un día al menos el veinte por ciento-.
La insensatez de su consejo, me hizo levantar la mirada y enfrenté a ella:
-Pero, si esas acciones llevan tres meses de caída-.
-Por eso, hoy van a anunciar un nuevo producto. Si te adelantas, medio millón de acciones a cuatro setenta significa invertir dos millones trescientos cincuenta mil euros-.
-Es una locura-, respondí sin comprenderla.
-Hazlo y con los beneficios que obtengamos, quiero que me compres este collar de perlas cultivadas de Duran-, me contestó mientras me mostraba un folleto de esa joyería.
Como es lógico, tamaño disparate me agrió el café y sin responderle, salí rumbo a mi oficina.
Durante el camino, tratando de hallar un sentido a sus palabras, recordé las instrucciones de Pedro, donde específicamente me decía que debía cumplir todos sus caprichos.
“Puta loca, si quiere perder dinero es su problema. Yo, solo, soy un mandado”, recapacité recordando mi verdadero puesto, administrador de sus bienes.
Al llegar a la oficina, lo primero que hice fue cumplir a rajatabla semejante estupidez.
Durante toda esa mañana, no pude despegarme de la pantalla del ordenador y durante las primeras cuatro horas de funcionamiento de la bolsa londinense, la acción no hizo más que caer.
“Esto me ocurre por hacerle caso”, pensé al comprobar el desarrollo de la sesión.
Varias veces estuve a punto de deshacer las posiciones pero, al dar las doce, como si fuese un cohete, el valor de Sun comenzó a revalorizarse para acabar a las dos por encima de los seis euros. Sin comprender en absoluto, como esa mujer había adivinado el comportamiento de la bolsa, decidí en ese punto deshacer las posiciones, obteniendo un beneficio neto superior a los seiscientos mil euros.

“No me lo puedo creer”, dije al comprobar que en una sola jornada, había ganado más dinero que la suma de mis salarios de los últimos diez años. “Esta mujer es increíble”.

 
 

Entusiasmado, sin despedirme de mi gente, corrí a darle la noticia a Lilith.

Conduciendo hacia el chalet, cada vez que lo pensaba, la duda de que el éxito de Pedro se debía a su esposa fue haciéndose más patente. No podía ser casualidad que esa arpía hubiese dejado caer, como cualquier cosa, el mayor de los triunfos de mi carrera. Al llegar, la encontré tranquilamente sentada en uno de los salones de la mansión y sin poderme reprimir le comuniqué las buenas nuevas.
Ella, sin inmutarse, alzó su mirada y me preguntó:
-¿Dónde está mi regalo?-.
Desconcertado por su respuesta, le contesté que no sabía a qué se refería.
-Mi collar de perlas cultivadas-, completamente fuera de sí, me respondió-.
Cayendo en ese instante que me había pedido a cambio de su información esa joya, le pedí perdón. Lo que ocurrió a posterior es difícil de describir, levantándose de su asiento, la mujer se enfrascó en una locura destructiva, acabando en pocos segundos con el contenido de una vitrina de la habitación. Por mucho que intenté parar ese desastre no lo conseguí, hasta que reconociendo mi error, le prometí que iba enmendarlo comprándolo esa misma tarde.
-Le espero-, me dijo sentándose nuevamente en el sillón como si nada hubiese pasado.
Al no tener otra opción, llamé a la joyería y después de discutir con la empleada, conseguí que me abrieran la tienda a las tres.
Ya en el coche, no pude dejar de meditar sobre lo ridículo de la situación. Esa chiflada, quien sabe cómo, me había dado un soplo que nos había hecho ganar una fortuna y solo quería una décima parte del valor en un puto abalorio. Era un capricho caro pero, a fin de cuentas, era su jodido dinero y yo, su puñetero empleado.
En Durán, no pusieron ningún reparo a mi tarjeta de empresa y tras una breve transacción, me vi en la calle con un paquete valorado en sesenta mil euros. Al salir, no pude dejar de pensar en las palabras de la dependienta:
-Su mujer tiene un gusto magnifico. Lo que se lleva es una pieza única-.
Gracias a que durante los últimos años había servido de recadero de las excentricidades de Pedro, no me resultó fuera de lugar gastarme semejante cantidad de dinero en un capricho de su mujer, aun así, respiré aliviado al llegar y darle ese presente.
 Lilith, comportándose como una cría a la que le hubiesen concedido su mayor deseo, dando saltos de alegría, me dio un beso en la mejilla y como si nada hubiese ocurrido, me dejó patidifuso en el salón. Sin comprender lo ocurrido, me acerqué a la barra y poniéndome una copa no pude más que repetirme que cobraba una pasta inmensa por aguantar a esa loca.
Durante las siguientes horas, no supe nada de ella y aprovechando su ausencia, vacié el contenido de una botella. Con un porcentaje etílico superior a lo recomendable cuando me avisaron que la cena estaba servida, me acerqué al comedor para descubrir que la mujer de mi amigo me esperaba de pie en la entrada.  No pude evitar que la copa que llevaba en la mano se cayera, nadie está habituado a que le reciba un monumento casi desnudo con el único adorno de un collar tapando sus pechos.
-¿Le gusta su regalo?-, me preguntó, obviando que solo un delgado y transparente body recubría su anatomía.
Juro que fue un acto reflejo. Absorto en su hermosura, mis manos recorrieron el borde de su pecho antes de recalar en las cuentas del collar. Lilith no se retiró al sentir mi caricia, al contrario, sonriendo aceptó gustosa mi lisonja y pegando su cuerpo al mío, respondió pasando su mano por encima de mi pantalón.
Todavía hoy, no recuerdo que cenamos ni de qué hablamos. Lo único que me consta es que no pude retirar mis ojos de ella y que al terminar de cenar, esa mujer que solo unas horas antes se había comportado como una trastornada, se restregó sensualmente antes de despedirse. Dándole tiempo al tiempo, pedí que me sirvieran otro copa y con ella en la mano, subí a mi habitación.
Hirviendo de deseo, después de comprobar que estaba en la ducha, me tumbé en la cama soñando que repitiera puntualmente la misma rutina del día anterior. Ni siquiera me digné en cambiarme, desnudándome por completo, esperé a que esa joven saliera del baño y a través del cristal, poder contemplarla.

Lilith no se hizo esperar. Cumpliendo exquisitamente su ritual, salió enfundada en la toalla y sin perturbarse, comenzó a peinarse. Si la noche anterior, me había sentido apocado por mi examen, esta vez, cogiendo mi erección, me masturbé mirándola. Ajena a mis maniobras, esa muchacha terminó de desenredar su pelo y acto seguido, tranquilamente despojándose de vestimenta, se dedicó a pintarse las uñas de los pies mientras en el cuarto de al lado, dejaba que mi lujuria se desatara, observando obsesivamente el brillo de la humedad de su sexo.

 
Sabiendo que actuaba mal, eyaculé sobre el falso espejo sin importarme lo más mínimo. Esa mujer me tenía ofuscado y nada de lo que hiciera podía evitarlo. Conociendo los pasos que iba a dar, volví a la cama a esperarla. Ella, nada más acabar con su labor, sensualmente y mirando hacia mi habitación, se puso un coqueto conjunto de noche.
No tardé en escuchar que tocaba mi puerta, pero en esta ocasión sin salir de entre las sabanas, aguardé a que entrara.
-José, estoy lista-, me dijo recordándome que debía maniatarla.

-Hoy, no toca-, contesté esperando su reacción.
-¿Estás seguro?-, me respondió pasando la mano por su cadera.
Sin tomar en cuenta su consejo, la mandé a dormir, suspirando que no lo hiciera y sin apagar la luz, aguardé a que volviera. Observando a través del cristal, la vi tumbarse en su lecho e intentar ponerse las muñequeras que le servían de sujeción. Satisfecho comprobé que después de ajustarse una de las ataduras, le fue imposible cerrar la segunda y viendo frustrado su intento, se echó a llorar desconsoladamente.
Me mantuve impertérrito ante su sufrimiento y  completamente excitado, esperé su retorno. Los minutos se volvieron horas y mientras me debatía entre dormir o ir a su encuentro, la vi debatiéndose contra su deseo. Sus manos, separando sus piernas, se apoderaron de su sexo y retorciéndose, trató de evitar acudir a mi lado. Varias veces la vi desplomarse sobre el colchón a consecuencia de su orgasmo, las mismas que levantándose de la cama hizo un conato  de buscar el consuelo que mis caricias le podían ofrecer.
El reloj de mi muñeca ya marcaba las tres de la madrugada, cuando observé que, desesperada, se levantaba y salía de su cuarto. Abriendo mi puerta, sigilosamente, como un ladrón entra en una casa ajena, entró en mi habitación. Lilith se sorprendió al descubrir que seguía despierto. Indecisa, se mantuvo unos instantes en la entrada pero, al ver, que abriendo cama le daba cobijo entre mis sábanas, gateando por el suelo y maullando su deseo, acudió a mi lado.
La violadora de la noche anterior se transmutó en una dulce paloma al sentir que cogiéndola entre mis brazos, me apoderaba de sus labios. En esta ocasión iba yo a llevar la voz cantante, pensé mientras desabrochaba su sujetador de seda. Maravillado, no esperé que me diera permiso y tomando su pezón entre mis dientes, lo mordí cariñosamente. Su dueña, dominada por su naturaleza, gimió al sentir el mimo con el que trataba su aureola y cogiendo mi pene, empezó a masturbarlo.
Sacando fuerzas de mi flaqueza, la retiré a un lado y susurrándole al oído, le pedí que se estuviera quieta. La mujer refunfuñó al sentir que separaba sus manos pero al comprobar que deslizándome por su cuerpo, iba besando cada centímetro de su piel, se dejó hacer. Totalmente entregada, experimentó por primera vez mis caricias, mientras me acercaba a su sexo. El olor a hembra en celo inundó mis papilas al besar su ombligo. Disfrutando de mi dominio pasé de largo y descendiendo por sus piernas, con gran lentitud me concentré en sus rodillas y tobillos hasta llegar a sus pies.
Sus suspiros me hicieron comprender que estaba en mis manos y absorbiendo en mi boca los dedos que se acababa de pintar, alcé la mirada para comprobar que Lilith, incapaz de reprimirse, había hecho presa de su clítoris y poseída por la pasión, lo acariciaba buscando su liberación. Esa visión hubiera sido suficiente para que en otra ocasión y con otra mujer, hubiese dejado lo que estaba haciendo y escalando por su cuerpo, la hubiese penetrado, pero decidí no hacerlo y en contra de lo que me pedía mi entrepierna, hice caso a mi razón y prolongando su angustia, seguí incrementando su calentura.
La recatada viuda no pudo contenerse y al notar que mi lengua dejaba sus pies y remontaba por sus piernas, se corrió sonoramente. Yo, por mi parte, como si su placer me fuera ajeno, seguí lentamente mi aproximación. Deseaba con todo mi interior, poseerla pero comprendí que esa era una lucha a largo plazo y que de esa noche, iba a depender el resto de mi vida. Al llegar a las proximidades de su sexo, la excitación de Lilith era máxima. Su vulva goteaba, sin parar, manchando las sábanas mientras ella no dejaba de pellizcar sus pezones, pidiéndome que la tomara. Sin hacer caso a sus ruegos, separé sus labios, descubriendo su clítoris completamente erizado. Nada más posar mi lengua en ese botón, la muchacha volvió a experimentar el placer que había venido buscando.

-Por favor-, la escuché decir.

 
Sabiéndome al mando, obvié sus suplicas y concentrado en dominarla, la horadé con mi lengua. Saborear su néctar fue el detonante de mi perdición y tras conseguir sonsacarle un nuevo orgasmo, me alcé y cogiendo mi pene, lo introduje lentamente en su interior. Al contrario de la noche anterior, pude sentir como mi extensión recorría cada uno de sus pliegues y profundizando en mi penetración, choqué contra la pared de su vagina. Ella al sentirse llena, arañó mi espalda y me imploró  que me moviera. Nuevamente pasé de sus ruegos,  lentamente fui retirándome y cuando mi glande ya se vislumbraba desde fuera, volví a meterlo, como con pereza, hasta el fondo de su cueva. Lilith, sintiéndose indefensa, no dejaba de buscar que acelerara mi paso, retorciéndose. Pero no fue hasta que volví a sentir, como de su sexo, un manantial de deseo fluía entre mis piernas cuando decidí  incrementar mi ritmo.
Desplomándose sobre las sabanas, la mujer asumió su derrota y capitulando, mordió con fuerza la almohada. Como su entrega debía de ser total y sin apiadarme de ella, la obligué a levantarse y a colocarse arrodillada, dándome la espalda. Separando sus nalgas, unté su esfínter con su propio fluido. Tras relajarlo, traspasé su última barrera y asiéndome de sus pechos, la cabalgué como a una potrilla.
Gritó al ser horadada su entrada trasera pero permitió que siguiera violentando su cuerpo, sin dejar de gemir y sollozar por el placer que le estaba administrando. No tardé en llegar al orgasmo y eyaculando, rellené con mi semen su interior. Ella, al notarlo,  se dejó caer exhausta sobre el colchón. Haciéndome a un lado, la abracé y en esa posición, nos quedamos dormidos.
Jueves.
Me desperté sin ella a mi lado. Su ausencia sobre mis sabanas me resultó dolorosa. Esa noche no solo había disfrutado sino que había descubierto a una mujer tierna y cariñosa, a la vez que fogosa. Eran las ocho de la mañana y todavía me parecía oír sus gritos de pasión. Recordaba cada poro de su piel, cada caricia, cada beso y sobre todo su olor. Aroma dulzón de fémina regado de deseo. Había sido la noche soñada con la mujer más bella del planeta. Aunque había partido, al abrazar la almohada quedaba su rastro.
Con el ánimo recuperado, me metí a duchar. El agua, al caer cálida por mi cuerpo, me obligó a rememorar la humedad de su sexo y deseando verla, me sequé y afeité con rapidez. Al vestirme en mi cuarto, descubrí en el suelo uno de sus pendientes de perlas.    
“Lilith no debió darse cuenta que se le cayó”, pensé y recogiéndolo, me lo guardé para entregárselo, “con lo que es con las joyas, debe de estar sufriendo”.
Como los otros días, la encontré desayunando. Envuelta en una bata y sin peinar, seguía siendo preciosa. Acercándome a ella por detrás, le di un beso en la mejilla y enseñándole el tesoro que me había encontrado, dije sonriendo:
-Mira lo que perdiste anoche-.
Arrancando el pendiente de mi mano, me fulminó con su mirada. No comprendiendo su actitud, pregunté qué pasaba:
-No solo abusó de mi estado, sino que ahora, faltándome al respeto, me besa y para colmo se vanagloria de su acción, mostrando mi olvido como si fuera un trofeo de caza. ¿De cuantas mujeres decentes se ha aprovechado, usted?.
Como no me esperaba esa reacción, mi cerebro tardó en asimilar el sentido de sus palabras pero, tras unos instantes de indecisión, hecho una furia le contesté:
-¡Que yo abusé de ti!. Fuiste tú quien, como perra en celo, me violó la otra noche y la que ayer, maullando y de rodillas, se metió en mi cama-.
Incapaz de rebatir mi argumento, se levantó y dándome un tortazo, me soltó:
-¡Le odio! y ¡no le permito que me tutee!-.
-Disculpe la gran señora-, respondí haciendo una reverencia, tras la cual, salí de la habitación sin despedirme.

Ya en el garaje, liberé mi cabreo, pateando las ruedas del automóvil, mientras me recriminaba por haber creído que esa mujer sentía algo por mí. Cuanto más lo pensaba, la indignación lejos de disminuir se acrecentaba, al darme cuenta que era yo quien realmente albergaba sentimientos por esa mujer.

 
“No es posible que esté colado por esa chiflada”, torturándome, repetía una y otra vez, -¡Será guapa pero está como una puta cabra!-.
Al coger el coche, decidí parar en un bar a desayunar y a calmarme. No era bueno que, en la oficina, me vieran llegar hecho un energúmeno. Buscando el consuelo del anonimato, elegí un bar nuevo, y pidiendo un café, mojé mi frustración con un churro. No lo había terminado cuando escuché el sonido de mi móvil. Al cogerlo, leí en la pantalla el nombre de Lilith:
“¿Ahora que querrá esta petarda?”, pensé mientras lo descolgaba.
Sin pedir disculpas, la mujer me informó de los movimientos que quería que hiciera y tras hacer unos breves cálculos, me ordenó que debía de vender lo comprado cuando las ganancias superasen el cuarenta por ciento.
-¿Está segura?-, pregunté por la barbaridad que creía que representaba hacerlo.
-Lo sabría, sin que yo se lo dijera, si no dedicara toda su energía a pecar-.
-¡Váyase, USTED, a la mierda!-, contesté colgando la jodida llamada.
No me cupo ninguna duda que mi ofensa, aunque educado al no tutearla, debió hacer mella en ella y me arrepentí en el acto. Que la viuda estuviera trastornada, no me daba derecho a insultarla, no en vano era mi jefa o al menos la dueña de todo. Quizás ese sentimiento de culpa, fue lo que me llevó a hacer caso de su sugerencia e invertir un dineral en esa idea tan absurda nada más llegar a la oficina.
El día a día de la administración, no me permitieron seguir el desarrollo de la bolsa hasta la una. Al fijarme en el valor, alucinado, ordené a mi agente que hiciera liquida la inversión y que traspasara los fondos a la cuenta de la empresa.
-José-, me dijo al comprobar las ganancias, -como sigas así, vas a tener una inspección. Aunque lo niegues, estás usando información privilegiada.
-Si te dijera mi fuente, no me creerías-, le dije tomándome a guasa su comentario.
-No estoy bromeando-, me cortó en seco, -es un delito grave-.
-Lo sé-, contesté y despidiéndome de él, me quedé recapacitando sobre su consejo.
Tenía razón. El porcentaje de aciertos y el volumen de lo invertido podían llamar la atención del regulador. Aunque no me apeteciera, debía de comentar con Lilith ese asunto y si quería que siguiera haciendo caso a sus indicaciones, me tenía que confesar como obtenía unos soplos tan certeros.
Fue entonces cuando caí en que no me había dicho que quería a cambio, como seguía avergonzado y tampoco me apetecía que repitiera la rabieta, decidí ir directamente a la joyería y comprarle algo. Al llegar la dependienta me reconoció en seguida, y acercándose a mí, preguntó qué era lo que quería:
-Algo bonito y caro-, respondí.
Con la visa en la mano, al ir a pagar, no pude menos que sonreír:
“A este paso, antes que la inspección, me nombran socio honorifico de esta tienda”.
Gracias a que casi no había casi tráfico, tardé poco más de cuarto de hora en llegar. Encontré a Lilith en el jardín, tomando el sol. Tuve que hacer un esfuerzo para no recrear mi mirada en su figura. Ella, al verme me saludó como si no hubiésemos tenido una  bronca hace apenas unas pocas horas. Tratando de mantener la profesionalidad, le expliqué mi charla con el agente de bolsa y directamente, le pregunté quien le pasaba la información.
Al oírme, soltó una carcajada y cogiéndome de la mano me llevó a la habitación que usaba de despacho. Nunca había entrado a allí y pasmado, contemplé al menos una docena de monitores retrasmitiendo en vivo los diferentes parqués del planeta.
-Por lo que me ha preguntado, Pedro no le comentó que hacía antes de conocerlo-.
-Pues no-, tuve que reconocer.
-Era la más joven analista de la City. Estoy doctorada en Economía, Matemáticas, Políticas e Informática, además de haber desarrollado los modelos matemáticos que hoy usan en la Bolsa de Madrid-. 
-¿Entonces no existe tal fuente?-.
-¡Claro que no!. ¿Acaso ahora se da cuenta que, en casa, tiene una mujer inteligente?-, contestó pero al darse cuenta que podía malinterpretar su frase,  se sonrojó avergonzada.
Cortado por haberla minusvalorado, saqué el regalo y pidiéndole perdón, se lo extendí diciendo:
-Una joya para otra joya-.
Su cara mostró su felicidad y dándome un beso, lo abrió para descubrir una tiara de diamantes:
-¡Se ha acordado!. Me daba vergüenza pedirle nada después de la discusión de esta mañana-.

Volvía a ser la niña caprichosa que tanto me gustaba. Aunque fuera rara e insufrible la gran mayoría de las veces, era preciosa. O parafraseando a San Agustín: El placer de vivir con ella, bien vale la pena de soportarla.

 

Como debía volver a la oficina, pero quería alargar ese momento, le expliqué que debía de irme y no me podía quedar a comer, en compensación le invitaba a cenar en un restaurante. Lilith se me quedó mirando antes de contestarme. Algo en ella me dijo que no le apetecía la idea pero, cuando ya creía que iba a reusar, me preguntó a qué hora tenía que estar lista:

-¿A las nueve le viene bien?-.
-Perfecto-, me respondió, -así tendré seis horas para prepararme-.
Camino de la oficina y aunque me costó conseguirla, usando mis contactos,  reservé en Gaztelupe una mesa para  dos.
“Espero que le guste”, pensé.
Al querer jugar sobre seguro, elegí ese restaurante para ir a cenar porque está considerado uno de los mejores de Madrid. Tiene dos problemas, lo caro que es y lo difícil que es conseguir una reserva. Si no tienes amistad, te obligan a hacerla con dos meses de antelación.
La tarde fue eterna, no dejaba de pensar en esa mujer, múltiples preguntas se amontonaban en mi mente: ¿cómo ira vestida?, ¿qué pedirá?… pero sobre todo, ¿Cuál de las Lilith irá?. Mi principal duda era si me iba esa noche a encontrar a la mojigata, a la encantadora o la fiera. Dependiendo de la que acudiera, la noche podía ser fantástica o el mayor de los desastres. Por eso cuando abrí la puerta del chalet, ya de vuelta, estaba expectante. Sabiendo que no tardaría en salir de dudas, saludé en voz alta nada más entrar. Desde el piso de arriba, la escuché decir que ahora bajaba y por eso, la esperé en el recibidor.
Al verla aparecer, me quedé sin respiración. Llevaba puesto un espectacular vestido de noche de color negro y en su pelo lucía la tiara que le había regalado. Por mucho que ya debía de estar acostumbrado a sus cambios de humor y apariencia, la mujer que descendía por la escalera era el ser más seductor que había visto en mi vida. Agarrada a la barandilla, Lilith contoneaba todo su cuerpo cada vez que bajaba un escalón.
Cuando casi llegaba a mí, se trastabilló y si no llega a ser por que la sujeté en su caída, se hubiese pegado un buen costalazo. Al levantarla, comprendí el motivo de su tropiezo:
-¡Está borracha!-.
Con los ojos vidriosos por el alcohol, la muchacha lo negó diciendo:
-Solo he tomado un par de copas para tener fuerzas para acompañarle-.
-No le comprendo-, contesté.
Antes de responder, se sentó en un sofá y medio llorando, se trató de justificar:
-¡Coño!, ¡Me da miedo la gente!. ¿Se ha quedado contentó ya?-.
Mi enfado se diluyó al oírla y sentándome a su lado, acaricié su rostro diciendo:
-No tenía que haberlo hecho. Si me lo hubiera dicho no me hubiese importado-.
-Pero es que yo quería agradarle. Vi que le hacía mucha ilusión y por eso le dije que sí-.
Estuve a punto de besarla pero sabiendo que me iba a arrepentir, en vez de ello, la cogí en mis brazos y la llevé al sofá del cuarto de televisión:
-Nos quedamos-, y pensando en que entretenernos, le pregunté, -¿Le apetece jugar al póker?-.
-¿Quiere perder?, soy muy buena-.
Fue tanta nuestra concentración que la criada nos tuvo que traerla unos sándwiches, porque no nos apetecía levantar la partida. Tres horas después y con tres cientos euros de menos  en su bolsillo,  Lilith, medio picada, me dijo:
-Podía haberme advertido que era tan bueno-.
-¿Ahora se da cuenta que, en casa, tiene un hombre con muchas cualidades?-, contesté usando sus mismas palabras.
Al tanto de la burla, la muchacha, muerta de risa, susurró a mi oído mientras me acariciaba la pierna:
-¿Cuáles son sus otras cualidades?-.
-No empiece-, le respondí, -es usted una mujer maravillosa, pero no quiero que mañana vuelva a acusarme de abusivo-.
-Tiene razón, mejor vayamos a dormir. Pero le tengo que pedir un favor, ¿confía en mí?-.
-Si-.

-No me ate…-.

 
 

-No pensaba hacerlo- le interrumpí.

-Por favor, déjeme terminar-, protestó y mirando al suelo, prosiguió diciendo: -Quiero dormir en su cama. Prometo portarme bien-.
Estuve a un tris de negarme. Temía tanto a la noche con ella como a su reacción posterior por la mañana, pero mis defensas quedaron en nada al advertir que dos gruesos lagrimones corrían por sus mejillas.
-De acuerdo, con una condición, ambos lo haremos vestidos-.
Saltando de alegría y mientras  salía de la habitación, me pidió que le diera un cuarto de hora.
Sin saber si había hecho bien, me serví una copa. Fueron los quince minutos más eternos de cuantos he vivido. Siendo sincero, el problema era mutuo, no estaba seguro que teniéndola a mi lado, no fuera yo quien buscara algo más y por eso, iba francamente acojonado cuando subí por las escaleras.
Lilith me esperaba de pie en mi habitación. Sin pedirme permiso, había cogido de mi cajón un pijama y se lo había puesto:
-Perdona pero es que todos mis camisones son muy sugerentes-.
-No hay problema-, le respondí sin aclararle que, vestida así, parecía una niña traviesa y eso era si cabe todavía más excitante.
Entrando al baño, me cambié rápidamente y para cuando salí, Lilith se había metido en la cama. Tanteando el terreno, pregunté:
-¿Está segura?-.
-Nunca he estado más segura-.
Cruzando mi Rubicón particular, apagando la luz, me tumbé a su lado. Ninguno fue capaz de hablar durante cinco minutos. Ya estaba adormilado cuando escuché que me decía:
-Abrázame, por favor-.
Con mucho miedo, obedecí, tomándola entre mis brazos. Con su espalda contra mi pecho, evité que mi mano rozara sus pechos.
-Gracias-, dijo y posando su cabeza en la almohada, no tardó en quedarse dormida.
Viernes.
Cuando me dormí la noche anterior, supuse que al rayar el alba ella habría desaparecido pero no fue así. Esa mañana, amanecí con ella todavía entre mis brazos. Disfrutando del momento, acaricié su pelo y sin moverme, deseé que ojalá no se acabara nunca.
“Me podría acostumbrar a esto”, triste rumié al pensar que en cuanto se levantara, me iba a montar otro escándalo.
Lilith tardó todavía media hora en despertar y cuando lo hizo, se dio la vuelta mirándome sin hablar:
-Buenos días, bella durmiente-, susurré rompiendo el incómodo silencio.
-Buenos días, príncipe encantador-, contestó y acercándose a mí,  me besó.
Lo que en un principio fue un beso tierno, fue cogiendo intensidad y  antes que nos diéramos cuenta estábamos desnudos. A plena luz del día, era todavía más bella. Su cara irradió felicidad al sentir que bajando por el cuello, mi boca se apoderaba de su pezón.
-Lo necesitaba-, dijo dándome entrada.
Sin poderme retener, acaricié su trasero mientras mordía su otra aureola. La mujer respondió pegando el pubis a mi sexo sin parar de suspirar. “Es increíble, no acabamos de empezar y ya está empapada”, pensé al sentir la humedad que fluía de su entrepierna. Azuzado por su excitación, le separé las piernas y cuando me empezaba a deslizar para tomar posesión de su sexo con mi boca, me paró:
-Déjame a mí-.
 Lilith me obligó a tumbarme boca arriba y poniéndose encima, empezó a besar mi pecho. Cogiendo un pezón entre sus dedos, su otra mano me acarició mis testículos. Multiplicándose su boca mordisqueó mi torso en dirección a mi sexo. Éste esperaba erguido su llegada. Usando su larga melena a modo de escoba, fue barriendo mis dudas y miedos, de modo que, cuando sus labios entraron en contacto con mi glande, la seguridad de mis sentimientos era superior a mi pasión. Ella ajena a mi reflexión, estaba con su particular lucha e introduciendo a su adversario hasta el fondo de su garganta, no le dio tregua. Queriendo vencer sin dejar prisioneros, aceleró sus movimientos hasta que, desarmado, me derramé en su interior.  No permitió que ni una sola gota se desperdiciara, como si mi semen fuese azúcar y ella una golosa empedernida, se bebió mi néctar e incluso limpió cualquier rastro que todavía pudiese tener mi extensión.
 Sus labores de limpieza provocaron que me volviera a excitar. Ella, mirando mi sexo erguido, se pasó la lengua por los labios y sentándose a horcajadas sobre él, se fue empalando lentamente sin separar sus ojos de los míos.

-Si te mueves, te mato-, gritó mientras contorneando las caderas parecía succionarme el pene. Forzando y relajando después los músculos, daba la sensación que en vez de vagina esa mujer tuviera un aspirador.

 
Me había prohibido moverme pero no dijo nada de mis manos y por eso, cogiendo un pecho con cada una de ellas, los apreté antes de concentrarme en sus pezones. Al oír que los gemidos de mi compañera, recordé que le gustaban los pellizcos y apretando entre mis dedos sus aureolas, busqué incrementar su goce. Paulatinamente, su paso tranquilo fue convirtiéndose en trote y su trote en galope. Con un ritmo desenfrenado  y cabalgando sobre mi cuerpo, sintió que el placer le dominaba y  acercando su boca a la mía mientras me besaba, se corrió sonoramente sin dejar de moverse. Su clímax llamó al mío y forzando mi penetración atrayéndola con mis manos, eyaculé bañando su vagina.
Abrazados, descansamos unos minutos. Ya recuperada, me dio un beso y dándome las gracias, se levantó de la cama, dejándome solo. Sin comprender sus prisas, decidí ducharme. Había sido una noche maravillosa, una mañana perfecta y de pronto esa mujer me abandona a mi suerte.
Sabiendo que no había forma de cambiarla, abrí el agua caliente y me metí debajo. Estaba todavía enjabonándome cuando escuché que Lilith entraba y se sentaba en la taza.
-José, tenemos que hablar esto no puede continuar así-.
-No sé a qué te refieres, explícate- le dije, encabronado.
-Mira, desde bien joven he tenido una sexualidad extralimitada, pero siempre he conseguido controlarla gracias a una estricta moralidad. Con mi marido, durante el día la tenía apaciguada y solo por la noche, me dejaba llevar por ella. Pero contigo todo se me ha ido de las manos. Las primeras noches, te busqué aunque sabía que al día siguiente me iba a sentir mal, pero desde entonces me da igual  que sea mañana, tarde o noche, solo saber que estás cerca me hace mojarme sin control y si a eso le sumamos que eres el hombre más adorable que he conocido, no lo puedo soportar. ¡Esto se tiene que acabar!-
 -Y ¿Qué quieres hacer?-, respondí temiendo que me echara de su casa.
-Casarme contigo. Es la única forma de poder estar contigo sin martirizarme por ceder al deseo-.
-¿Lo dices en serio?, ¿me estás pidiendo que sea tu marido?-, respondí.
-Si-.
Sin pensármelo apenas, contesté:
-Acepto con dos condiciones: la primera es que me lo pidas de rodillas y la segunda es que me enjabones la espalda-.
-Eres bobo-, contestó metiéndose vestida bajo la ducha, -bésame-.
 Epilogo:
Esa tarde había quedado con el abogado para que me diera la segunda carta de Pedro. Al contrario que la vez anterior, no estaba nervioso. Nada de lo que dijera, me podía resultar extraño después de esos cinco días con su viuda. De todas formas, al abrir el sobre, tenía curiosidad:
José:
Como llevas viviendo con Lilith cinco días, no tengo que explicarte nada de sus rarezas, pero  aun así creo mi deber aconsejarte. Mi querida viuda es bipolar sexual, por las mañanas está dominada por su educación y por la noche por el sexo. Cuando la conocí, no era tan acentuado pero se le ha ido incrementando con los años. Ahora es incapaz de estar más de tres días sin follar, por lo que me imagino que tu primera noche en mi casa debió ser de antología. No te guardo rencor por ello, me haces un favor. Aunque la quiero, o mejor dicho la quería, no la soporto y por eso para descansar, la he convencido de dormir atada. La única forma de que lleve una vida medio normal es que un papel bendiga su lujuria y por eso a la semana de conocerla, le pedí que se casara conmigo.  Creo que tú debes hacer lo mismo, pero como soy un cabrón te he puesto en un brete. Si le pides que se case contigo, la arruinas ya que se quedaría sin un duro y si no lo haces, tendrás que soportar a una mujer completamente desequilibrada durante dos años.
Te preguntarás porque te elegí a ti. No fui yo, fue ella que hace menos de seis meses empezó a darme la barrila con que llevaba una vida de mucho riesgo y que ella necesitaba un hombre si yo faltaba. Al preguntarle si tenía un candidato, te eligió a ti. Según ella, porque eras honesto pero creo que su elección tiene mucho que ver con que un día, me escuchó reírme del enorme tamaño de tu miembro.
Ya que estaré muerto cuando leas esto, espero haberte hecho la puñeta.
¡Que te jodas!
Tirando la carta a la papelera, sonreí. Pedro podía ser rico pero sus actos me demostraban que la verdaderamente inteligente era ella. Lejos de conseguir su propósito que era hundirme, esa carta me hizo feliz, al darme cuenta que mi amigo fue un idiota que no consiguió entender jamás a su mujer. Ella lo único que necesitaba además de sexo era cariño y él no se lo había dado. Por lo que en vez de minorar su problema, no hizo más que incrementarlo.
Yo no iba a cometer ese error.
Saliendo del despacho del abogado, mi futura esposa me preguntó:
-Que decía-.
-Nada en particular, me aconsejaba que te pidiera en matrimonio aunque eso te dejara sin un duro-.
-Será cabrón-, contestó al oírme.
-Más bien, ignorante. No cayó en que te educaste como evangélica y que si nos casábamos por  tu iglesia, ese matrimonio no tendría validez legal en España-, respondí y soltando una carcajada, pensé:
“Pedrito, me quedo con la pasta y la mujer”.
 

Relato erótico: “16 dias, la vida sigue 3” (POR SOLITARIO)

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Solo detuve el vehículo para repostar y tomar café. Llegue a las seis de la mañana a casa.

Imperaba el silencio, apenas mancillado por el tenue rumor de las olas, al batir la playa. Entré en la casa y fui directamente a la habitación.

¡Oh! ¡Sorpresa! La cama estaba ocupada por tres cuerpos, desnudos. A la difusa luz de la luna que entraba por los ventanales pude reconocer a Claudia, su hija y Ana. Mis tres mujeres, durmiendo, los cuerpos de una tersura y delicadeza sin igual.

¡Quede extasiado admirando tanta belleza! No podía apartar mis ojos de aquellos cuerpos. Pero respiré hondo y me fui a una de las habitaciones, en la cama de alguna de ellas me quité los zapatos, me deje caer y me dormí enseguida. Estaba agotado.

Al despertar, con los chillidos de las gaviotas, no encontré a nadie en la planta alta, baje y en la cocina, estaban mis tres gracias. Me acerque a Clau por la espalda, abrace su cintura y bese el cuello, el lóbulo de la oreja. Acaricie sus pezones, que se endurecieron al contacto y apuntaban, traviesos, al frente entre mis dedos. Las dos muchachas riéndose me abrazaron.

–Papá, que alegría, ya estás aquí. Cuéntanos, ¿Qué ha pasado? ¿Cómo está Pepito?

Clau se giró. Cuando me miraba así me derretía. Me besó, la besé, pasé mi mano por su entrepierna, sobre el amplio vestido y comprobé que no llevaba bragas, note la humedad de su sexo a través de la tela. Lleve mis dedos a la nariz para oler su aroma natural. Las chicas protestaron.

–¡Eh! Ya está bien. Que nos ponéis los dientes largos y vamos a tener que hacernos unos deditos. Venga José, cuéntanos ya qué ha ocurrido.

Claudia, sentada en una silla, se acariciaba impúdicamente su ingle sobre la falda.

–Pues resumiendo. No tenemos más remedio que quedarnos a vivir aquí.

Clau, alarmada.

–¿Cómo? ¿Y eso porque?

–Ya no tenemos casa en Madrid, lo he vendido todo. Nada nos ata al mundo que hemos dejado atrás. Buscaremos nuevos colegios para todas. Será como estar siempre de vacaciones.

–Pepito esta con su madre. El padre lo verá cuando quiera, pero no vive con él. Vive con Mila y Marga, que me imagino se mudarán a nuestro antiguo piso. Porque es Mila quien me ha comprado el negocio y las viviendas.

–No puedo deciros nada más. Bueno, que esta madrugada, cuando llegue, me encontré mi cama llena de gente. Me llevé un buen susto. Pensé, por un momento, que volvían los fantasmas del pasado.

Ana me abraza.

–Tu sí que estás hecho un fantasma. Lo que tenías que haber hecho es, desnudarte y meterte en la cama con nosotras, te estábamos esperando y nos dormimos.

Se lanzaron en tromba sobre mí y me derribaron sobre el sofá. Me dieron una paliza, deliciosa paliza. Nos magreamos de lo lindo los cuatro, haciéndonos cosquillas.

–¿Dónde están Elena y Mili?

–No te apures. En la parcela de al lado, vive una pareja con dos niños casi de la misma edad. Ayer se dieron a conocer y llevan jugando, juntos, toda la mañana. No aparecerán hasta la hora de comer.

Y así fue. Entraron, me dieron un beso, comieron y se fueron en busca de sus nuevas amistades. Estaban encantadas las dos. Tenían nuevas amistades.

Después de recoger la cocina, Ana se me acerca.

–Papá, ¿de verdad Pepito estará bien? Es un paliza, pero lo echo de menos.

–Si, mi vida. Está bien. Tu madre me dijo que había dejado las citas. Se dedicaría a regentar el negocio sin trabajar como antes. Eso le permitirá dedicar más tiempo a tu hermano. Voy a conectar el ordenador para que puedas hablar por videoconferencia con tu hermano y tu madre. Te hará bien.

–Si, vamos. Quiero verla. ¿No te importa?

–¿Cómo me va a importar, es tu madre? Anda, anda.

Habilitamos la salita de la planta baja, de unos doce metros cuadrados, como estudio y acceso a internet. Estábamos esperando una conexión de banda ancha para tener todos nuestros ordenadores conectados.

Ahora solo entrabamos en la red mediante modem por la red de móviles. Ana y Mila hablaron unos minutos. Luego con su hermano. Mi niña estaba más animada.

La tarde se hacía pesada. Yo no había descansado lo suficiente y me obligaron a acostarme. Claro, las tres conmigo. Me manosearon de lo lindo, hasta que Clau puso orden y las mando a sus cuartos para que me dejaran en paz. Si seguían así acabarían consiguiendo lo que buscaban las dos lolitas. Que fuerza de voluntad se necesita, para no caer, en según qué, tentaciones.

¡Joder!. Otra vez la maldita tradición. Ya me ha hecho bastante daño. Clau me abrazaba por la espalda, acariciaba mi cabeza, como a un niño.

–No pienses tanto. Descansa. Esta noche tenemos fiesta.

No sé cuanto habría dormido, pero era de noche. Miré el reloj, las diez. Voy a darme una ducha y Clau está dentro.

–Hola, ¿ha dormido bien el señor?

–Estupendamente. ¿Y la señora, ha dormido bien? ¿Ha soñado la señora?

–Pues sí, he soñado.

–Y ¿puedo saber cuál ha sido el objeto de su sueño?

–Un caballero. Me ha salvado de las fauces de un dragón, me ha raptado y me ha llevado a vivir con él. Ahora tengo un problema. Me estoy enamorando, me siento como una quinceañera. Siento mariposas en el estómago cuando me mira, y si, como ahora, está desnudo frente a mí, puedo decir que lo que cae por mis muslos, no es solo agua.

–¡Vida mía! Ayer pude comprobar, que lo que siento por ti, no es un simple afecto. Ya no siento nada por Mila. Hable con ella, como si estuviera ante una extraña. No sentía ninguna emoción.

–Nada comparado con lo que estoy sintiendo ahora mismo, ante ti. Yo también te quiero Clau. Te quiero y te deseo.

–Cuando terminé con los asuntos que me llevaron a Madrid, solo tenía una idea en mi mente, volver a verte, volver a abrazarte, cubrirte de besos, amarte hasta la extenuación. Pero sobre todo hacerte feliz. Ese es el principal objeto de mi deseo. Volver a sentir como vibra tu cuerpo, como se deshace, se licúa inundado por el placer, por mi amor.

No podemos más. Avanza hacia mí, se arrodilla y coge, con su delicada mano, mi verga que esta hinchada. Con mis dos manos la sujeto, por los hombros, y tiro de ella hacia arriba.

La acción que iniciaba me hizo recordar, donde estuvo mi instrumento la tarde anterior.

Y no pude permitirlo. Empuje su cuerpo hasta meterla de nuevo bajo la ducha. Le pedí que lavara mi cuerpo y mi polla, mientras yo acariciaba el suyo con la suavidad multiplicada por el gel de baño.

Me coloque tras ella, cogí sus manos con las mías y se las apoye en la pared de mármol, separé sus piernas y desde atrás, deslice mi enhiesta verga, por el divino canal. No fue necesario presionar. Entro absorbida por una depresión interna de la cavidad. Algo tiraba de mí desde dentro de ella.

Pasé mis manos bajo los brazos hasta alcanzar sus pechos, apresarlos con mis manos, cubrirlos y masajearlos suavemente con mis dedos. Sentir como se endurecían las aureolas y los pezones aumentando su sensibilidad, provocando estremecimientos en sus miembros.

No necesitaba llegar a eyacular para sentir un placer inmenso. Pero cuando ella comenzó a temblar, sacudiendo el cuerpo de forma espasmódica, las piernas cedieron y tuve que cogerla, sujetarla para que no cayera al plato de la ducha. Pasé un brazo bajo su espalda y otro bajo las rodillas y la llevé a la cama. Había sufrido un desvanecimiento instantáneo. Estaba desconcertada. No entendía nada. No le había ocurrido nunca.

–José ¿Qué me has hecho? Me he sentido morir. ¿Qué me ha pasado?

–¡Mamá! ¡José! ¿Qué ha pasado?

–No es nada cariño. Llama a Ana. Ella os lo explicará.

–¿Qué ocurre? No podemos dejar solos a los carrocillas.

–Ana, explícale a Clau lo de los desvanecimientos que te dan algunas veces.

–Jajaja. ¿Tú también te desmayas? Pues lo tienes claro. La primera vez que me paso, fue el día que me desvirgaron. Me follaron, entre dos capullos y me desmaye del gusto. A mi madre también le pasa.

El único peligro que tiene es que estés de pie, te caigas y te des un porrazo. Por lo demás, a disfrutarlo. A mí, como ahora no follo, hace tiempo que no me da. Pero es el no va más.

Me dijeron una vez que eso era la pequeña muerte y la verdad, te mueres de gusto. Anda, vamos para abajo que está todo preparado. Y hay que ir vestidos, ¿Qué hacéis desnudos guarrillos? ¡Vamos!

El salón en penumbra, una mesa con mantel y servilletas rojo pasión. Dos cubiertos. Dos velas, también rojas. La cubertería y la cristalería, no sé de donde la habrán sacado, pero es bellísima, reflejan la luz de las velas. Nos invitan a sentarnos.

–¿Nosotros solos?

–Si, esta es vuestra noche. Lo merecéis. Os queremos y esta es una forma de agradeceros vuestro amor. Solo queremos vuestra felicidad.

Se van a la cocina. Me han emocionado. Poso mi mano sobre la de Clau. Sus ojos brillan con destellos dorados, brillando, con la luz de las velas. Es muy bella. Se mantiene erguida con una leve inclinación hacia mí. Su respiración, entrecortada, mueve sus pechos y la boca entreabierta delata una ligera ansiedad.

Me inclino hacia ella, beso su esbelto cuello y aspiro profundamente, me impregna el aroma de su perfume favorito, vainilla.

–Corres peligro, Clau.

–¿Por qué, amor?

— Hueles tan bien. ¿Sabes que me encanta la vainilla? Puedo comerte.

Acerco su mano izquierda a mis labios y deposito un suave beso en la palma. Me embriaga su fragancia.

Entra Ana con una botella de vino blanco en las manos. Llena nuestras copas en silencio. Deja el vino sobre la mesa. Besa la mejilla de Clau y luego la mía. Con su angelical sonrisa vuelve a la cocina. Reaparece junto a Claudia portando dos platos. Hacen las dos una reverencia y nos sirven unos entremeses de salmón ahumado con queso fresco sobre rebanaditas de pan tostado.

–Esto está delicioso. Claudia, Ana, ¿De quién ha sido la idea?

–De internet, papá. La preparación a medias entre las dos.

–Y ahora ¡¡Tachan!!

Se van corriendo y traen una fuente con dos truchas con una loncha de jamón en su interior y rodeadas de ensalada.

–Tienen una pinta estupenda. ¿Qué vais a cenar vosotras?

–No os preocupéis. Esta noche solo estamos a vuestra disposición. Comimos antes, en la cocina.

Ronda de besos, las dos a Clau y a mí.

–¿No estaréis planeando alguna travesura?

–Jajjajaj

Se retiran entre risas. Es mosqueante.

Terminamos con el segundo plato y con el vino, aparecen con dos copas grandes con fruta variada. Se marchan. Nosotros sonreímos. Se mueven con exagerada ceremonia.

Hemos terminado y vienen para acompañarnos, empujarnos más bien, a la terraza de nuestra habitación. Una mesita con una cubitera con hielo, enfriando una botella de cava, que Ana descorcha y vierte en cuatro copas.

–Vaya ¿a esto si nos acompañáis?

–Es que no queremos dejaros solos. Sois muy traviesos. Esta tarde casi matas a mi madre de un polvo. Cualquiera sabe, qué puede pasar, si os dejamos solos.

Brindamos por todos nosotros y apuramos las copas. Se llenan de nuevo.

Clau desaparece, se oye una música de fondo, parece hindú, muy sensual y vuelve a mi lado. La botella está vacía, traen otra, la abro y relleno las copas.

Nos sentamos los cuatro dejándonos acariciar por la brisa marina, la luna aparece en el horizonte, frente a nosotros. Grande, surge del mar, como un enorme globo. El reflejo en las aguas le confiere una belleza inmensa. Mi mano sobre la de Clau. Su tacto me produce escalofríos. La noche es perfecta. Me siento relajado, en paz. Hasta que miro hacia las chicas.

Ana y Claudia se besan en la semi oscuridad. Casi adivino sus manos, acariciándose mutuamente. Se levantan, bailan, los movimientos son voluptuosos, sensuales, siguen acariciándose mientras bailan.

Se abrazan, sin perder el ritmo, cada una suelta la cinta que sujeta el vestido de la otra y los dejan caer.

Aparecen totalmente desnudas ante nosotros. La naciente luna ilumina con su pálida luz los bellos cuerpos.

Me incorporo para decir algo y siento la mano de Clau que me retiene y con un dedo sobre los labios me invita a callar. Sigo admirando los lúbricos movimientos. Se acarician abiertamente los pechos. Con las manos sobre las caderas de la otra, se atraen y cruzan los muslos rozando sus ingles.

Es el espectáculo más erótico que he presenciado jamás. Vienen a mi mente las huríes del paraíso, la danza de los siete velos de Salomé. Es un espectáculo impúdico, lúbrico, lascivo.

El ritmo de la música se acelera, los cuerpos de las dos chicas se mueven impúdicamente. Claudia se arrodilla en el suelo y Ana se abre de piernas sobre ella que lame su sexo, sin dejar de moverse al ritmo de la música. Se sientan en el suelo frente a frente, entrecruzan los muslos y conectan sus vulvas, los movimientos son espasmódicos, lujuriosos, los pechos suben y bajan al ritmo de la endiablada melodía.

Cada una sujeta un pie de la otra, chupan y mordisquean los deditos, mientras sus coños chocan entre sí. Mi excitación es brutal. No puedo soportar aquel tormento. Siento arder mi cara. Mi mano involuntariamente, agarra la polla sobre el pantalón, para enderezarla, me duele. Clau la separa. Me sujeta y me impide tocarme.

–Espera, José, espera un poco.

Me besa, desabrocha la camisa metiendo la mano, acariciándome el pecho. No puedo apartar la vista, del espectáculo que me ofrecen, a la pálida luz de la luna.

Ya no pueden más, parecen poseídas por un diabólico poder, gritan, gimen y lloran.

El placer que deben sentir es inmenso, se incorporan, sentadas en el suelo se abrazan y se besan tiernamente. Cansadas, sudorosas, brillan los torsos desnudos, las melenas revueltas, los ojos entrecerrados, las bocas semi abiertas, pasándose la lengua para humedecer los labios.

Clau me lleva de la mano al dormitorio. Estoy en shock, soy un pelele en sus manos, la cabeza me da vueltas, estoy mareado. Me desnuda y, suavemente, me empuja sobre la cama.

Veo la sombra de las dos bailarinas entrar en la habitación. Cierro los ojos. No sé qué va a ocurrir.

Que hagan conmigo lo que quieran. Una mano asiendo mi verga, unos labios y una lengua besándola.

Olor a hembra en mi cara, sexo en mi boca, chupo, delicia, bebo jugos indefinibles.

Algo sobre mi mano, acaricio, otro sexo, cálido, mojado, mis dedos entran y follan la suave cavidad que se me ofrece.

Unas rodillas aprisionan mis caderas y se sienta sobre mi pene, se deja caer, despacio suavidad, humedad, calidez. No quiero saber. Solo sentir. Colocan una tela sobre mis ojos. No quieren que vea nada.

Desaparece la que se empalaba, liberan mi mano, unos instantes de manoseo y otra vez la calidez, la humedad, la estrechez de alguien que se me traga.

Movimiento, mi lengua queda libre, otro sabor otra forma, otros labios.

Se aparta. Otra boca besa mi boca. Su olor, ¡es mi hija!

Se va, cambio, otra empalada. ¡Algo me dice que es ella! ¡Mi hija! solo pensarlo y exploto, grito, la levanto en vilo. Aparto el paño que cubre mi rostro, abro los ojos un instante, ¡SI! ¡Es ella!

He descargado mi semen en su vientre. Se deja caer sobre mí, siento sus senos pequeños sobre mi pecho, sus brazos me abrazan. Sus manos me acarician. Sus ojos, embargados por la emoción, lloran en silencio, derraman sus lágrimas sobre mí y saboreo su sal, lamiendo sus mejillas. Estoy perdido.

–Te quiero papá. Te quiero con locura. Cada vez que alguien me poseía, pensaba en ti, solo en ti. Así se me hacía soportable. Cuando alguien penetraba mi culo y me dolía, pensaba en ti y me daba placer. En mi mente he estado follando contigo siempre. Te he llevado conmigo siempre.

Se mueve, se incorpora, adelante y atrás, aun estoy en su interior, mi sexo se revive con sus palabras, con su voluptuoso vaivén.

Sus movimientos se aceleran, una mano acaricia sus pechos. Percibo algo tras ella. Un sexo sobre mi rodilla, humedad. Acarician mis testículos. Madre e hija se han acercado para excitar más, si cabe, a Ana que se mueve a grandes golpes de cadera sobre mí. Apoyando sus manos en mi pecho.

El temblor de sus rodillas, me indica que su orgasmo es inminente y no se hace esperar.

Estalla, una contracción de todo su ser, sus uñas se clavan en mis clavículas.

Se yergue sobre mi pene. Se tira de los cabellos con ambas manos, se dobla hacia atrás, su cabeza mira al techo. Un grito, gutural, brutal, animal, una convulsión. Su cuerpo es lanzado sobre mi pecho, como si un enorme mazo, le hubiera golpeado la espalda.

Y queda inconsciente, tendida sobre mí, desmadejada.

La saliva salía de su boca, caía sobre la mía, y yo la bebía, como zumo de fruta celestial. Besé sus labios, abrace su cuerpo, y lo estreche, como si se me fuera a escapar la vida con él. No puedo describir lo que sentía en aquel momento. Solo que era una sensación sublime. Trataba de no pensar.

Poco a poco se fue recuperando. Me estrecho entre sus brazos.

–Gracias papá. Creo que sé, lo que esto significa para ti. El esfuerzo y la lucha interna que te creara. Pero yo lo necesitaba.

Quería que me conocieras como realmente soy, lo comenté con mamá Clau y hermana Claudia, ellas son las únicas que podían comprenderme y preparamos todo para obligarte a participar. Perdóname. Perdónanos a las tres.

Claudia y su hija, sentadas a ambos lados de nosotros nos acarician con autentica ternura, con amor. ¡Joder! Lo que me he estado perdiendo.

¡Dioss! ¿Cómo puede ser esto un crimen? Ésta, es la más pura manifestación de amor, que se pueda dar entre humanos.

Pero en el fondo de mi entendimiento, algo me dice que no está bien.

¿Cómo será nuestra relación a partir de ahora? ¿En que nos hemos convertido? ¿Soy su padre? ¿Su amante? ¿Un lio de una noche, bajo la influencia del alcohol? ¿Qué pasará mañana cuando tenga que mirarla a la cara?

No me siento bien. Voy a vomitar, me levanto y entro en el baño. Falsa alarma. Refresco la cara y me despejo un poco. Entra Clau.

–¿Qué te ocurre, te encuentras mal?

–Si, bueno, no. Estoy bien. Ha sido una rara sensación en el estómago.

–La conozco. Me ocurrió lo mismo con mi hija. Pasará. Piensas demasiado José. Me has dicho que viva el presente, aplícate la medicina doctor.

Mañana lo veras todo más claro. Vamos a la cama. Las chicas están dormidas.

–Espera, sentémonos en la terraza. Hay algo que debes saber.

–Me asustas. ¿Qué es?

–Ayer, en Madrid.

–¿Con Mila?

–¡No! Con Mila no sentí nada, solo cruzamos algunas palabras, nada más.

–Entonces, si no quieres, no me cuentes nada.

–Pero yo quiero contártelo. Por la tarde estuve en casa de Edu y Amalia……

Y le conté todo lo ocurrido……

–Jajajaj. ¡Qué bueno! ¡Vaya casualidad!

–José, ¿Qué pasó en el club de Gerardo para que cambiaras tan radicalmente tu actitud?

–Me resulta difícil hablar de esto, Clau. Lo bueno es que ya no me afecta como antes.

Llegamos al club sobre las once y media, había pocas parejas, en la barra de la entrada charlaban cuatro tipos de unos treinta años. Mila, al entrar, se fue hacia ellos y les saludo, al parecer la conocían. Después me enteré de que habían participado en un gangbang tiempo atrás. Se fue con ellos a una de las dependencias del local. Me quede solo y sinceramente, con ganas de marcharme de allí. Debía haberlo hecho.

Alma, la muchacha relaciones publicas del local, se dio cuenta de que algo ocurría y se acercó.

–Hola Felipe, una alegría verte, ¿Qué vienes con Mila?

–Si, es mi mujer y me llamo José.

–Perdón, no quería molestarte.

–Soy yo quien debe pedirte perdón, lo siento. Estoy algo descolocado.

–Vaya, Gerardo me comentó algo sobre que tu no sabias nada de la vida de Mila, y de pronto lo descubriste todo.

–Así es. He vivido quince años con una desconocida.

–Y ¿Qué quieres hacer ahora?

–La verdad no lo sé. Supongo que tendré que enfrentarme a la realidad, ver y saber que hace Mila, como ha sido su vida.

–¿Aun la quieres?

–Si, desgraciadamente la sigo queriendo. Es algo que se escapa a mi voluntad.

–¿Quieres verla?

–Si, tengo que hacerlo.

–Ven conmigo.

Me llevó a una habitación donde Mila estaba siendo penetrada por todos sus orificios a la vez, gritando, como una marrana cuando le sacaban la polla de la boca, la cara descompuesta, el rostro lleno de salpicaduras de semen. Boca arriba, sobre un tipo que se la metía por el culo, al tiempo que otro encima de ella le follaba el coño y otro se la metía en la boca. Sentí nauseas.

Alma se dio cuenta y me saco de allí, entramos, en lo que al parecer era su habitación. Tenía ropa, enseres, una pequeña cocinita y un baño reducido. Me sirvió una copa de brandi, que acepté con ansia. Sentada en la cama a mi lado, me hablo de Gerardo y Mila, que se conocían desde hacía más de veinte años. Que fue él quien empujó a Mila hacia la prostitución, al igual que a ella. Que ese era un camino sin retorno. Que lo que debía hacer era dejar a Mila y olvidarla. Me sentía apático, extrañamente tranquilo. Mi mujer estaba siendo follada por cuatro bestias y no me afectaba.

En aquel momento tomé la decisión. Me divorciaría y la apartaría de mi vida.

Alma me abrazó. Su calor, su olor me excitaban. Me besó, la bese y acabamos follando como animales. Al terminar seguimos charlando hasta que oímos un tumulto, salimos a ver qué ocurría. En una de las dependencias se agolpaba la gente.

Habían entrado varias parejas que miraban en dirección a un agujero en la pared, donde los que querían introducían sus pollas y follaban lo que hubiera detrás.

Y detrás estaba Mila. Parecía estar loca, colocaba el culo o el coño en el agujero para que se lo follaran, mientras se la mamaba a quien se pusiera delante. O bien se daba la vuelta y mamaba la polla que salía del agujero, mientras le follaban el culo o el coño. Se corrían sobre ella, sobre su cuerpo desnudo, su cara, su cabeza.

Los muslos chorreaban una mezcla de sudor, flujo, semen, orines. Apestaba. Era repugnante.

Mila se saco la polla que tenía en la boca, se giró, me miró y se rió.

¿De qué? ¿Por qué?

¡De mí! ¡¡Se reía de mí!!

No pude mas, me marché, la dejé sola, no me necesitaba.

Lo que me había dicho, horas antes, las promesas de fidelidad, las lágrimas, todo mentira. Su locura no le permitiría dejar esa vida y yo no estaba dispuesto a soportarlo.

–Pero eso ya es pasado, ya no es, no existe. Ahora te tengo a ti, conmigo. A mi lado. Y me he dado cuenta de que te quiero.

Estando con Amalia mi mente estaba contigo. En cuanto pude me lance a la carretera en tu busca. Mi amor ahora está aquí. ¡Tú eres mi amor!.

–¡Muy bonito! ¿Y nosotras qué?

Las dos zorritas nos habían oído desde el dormitorio.

–Vosotras, también sois mis amores. Pero, no volváis a liarme como antes. Vais a acabar conmigo. Venga, vamos a la cama. ¡Pero a dormir!

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

noespabilo57@gmail.com


Relato erótico: “Torrediente. (El caso del torero corneado)” (POR JAVIET)

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El caso del torero corneado.

   Hola amigos, me llamo Juan Lucas Torrediente y soy detective privado, trabajo desde hace años en esta gran ciudad nuestra, suelo ocuparme de investigar casos de infidelidades, espionaje industrial y temas de estafas a seguros, como verán es una ocupación un tanto repetitiva y algo tediosa, pues suele conllevar muchas horas de seguimientos y esperas, la mayor parte del tiempo dentro de mi coche siguiendo a espos@s infieles ó estafadores del seguro de accidentes y presuntamente semi-invalidos.
Me describiré brevemente, soy parecido a un célebre detective de películas españolas, con algo más de pelo y algo menos de tripa, la medio casualidad de apellidos es fortuita pero según algunos sospechosa.
   Recuerdo el día en que ocurrió la presente historia como si lo hubiese parido, estaba yo en mi oficina casualmente sin un caso en que trabajar y practicando uno de mis pasatiempos favoritos, un cacheo de narices (hurgándomelas en busca de mocos) pues acababa de pasar un fuerte resfriado, cuando se entreabrió la puerta acristalada donde unas letras pintadas decían J.L. Torrediente. Detective privado. Por allí asomo la testuz de mi casera/secretaria Lola diciendo:
–         Don hose luí, don hose luí, tiene un cliente.
Lola es andaluza, una morena rellenita de boca grande y ojos castaños algo fea de cara, tiene grandes tetas y es ancha de caderas pero no rechoncha, es cuarentona y algo tonta pues no consigo hacerla entender llevando un año de inquilino, que las iníciales de la puerta son de Juan Lucas, en lugar de José Luis como ella insiste en llamarme porque según dice me queda mejor, la tengo que tener de secretaria por narices, ya que al ser mi casera se adjudicó el puesto de secretaria, para poder cobrar la mensualidad a partir de los adelantos que me dan los clientes, a veces cuando es un mes malo se me cobra el alquiler en carne, cosa que sinceramente hace muy bien.
 Describiré brevemente su carácter y personalidad: EX. Ex casada, ex porrera, ex dependienta, ex madre, ex prostituta y un largo etcétera de ex, parece estar siempre dejando algo, espero ansioso el momento en que le dé por dejar de cobrarme el alquiler del despacho/apartamento en que vivo y trabajo.
Me levante de mi silla de oficina gris marengo con lamparones de sustancias diversas, para esperar de pie a mi cliente y así ocultarlos con mi cuerpo mientras decía:
–         Bien Lola, hágale pasar por favor.
Mientras ella se giraba y hablaba con alguien,  yo buscaba ansiosa e infructuosamente un kleenex para limpiarme los dedos, así que mientras me estiraba la camisa decidí dejar allí las muestras digitales de mis pesquisas nasales.
Unos 20 segundos después entro en mi despacho una figura conocida, era “El niño del estoque” el famoso torero, no puedo decir aquí su nombre sin exponerme a una demanda judicial, pero lo describiré 1,80 de alto, peso 70 kilos, de unos 35 años, cuerpo musculoso y sin nada de grasas superfluas, cara atractiva nariz larga y recta, pelo negro abundante y engominado p´atras, tenía sobre sus ojos una sola ceja tipo visera, que llegaba del uno al otro lado de su frente y que me recordó por su forma a la gaviota del pp solo que en negro.
Se situó frente a mí al otro lado del escritorio, tendiéndome su mano y estrechando firmemente la mía mientras decía:
–         Búeno día, don hose luí.
Para mejor comprensión del texto a partir de ahora, traduciré las frases con ayuda del diccionario andalú/castellano, editado por la junta de Andalucía bajo el sabio mandato del ex presidente Chaves y pagado con nuestros impuestos, sin ánimo de lucro o estafa por parte de dicha institución.
–         Buenos días ante todo sea usted bienvenido, mi nombre es Juan Lucas no José Luis pero dígame, en que puedo servirle.
Nos dimos un apretón de manos y le ofrecí asiento, tras observar el estado de mi mobiliario tomo asiento en el borde de una silla al otro lado de mi escritorio y retomamos la conversación.
–         Vera esto es para mí un poco difícil, deseo que investigue a mi actual 5ª esposa, pues sospecho que me engaña.
–         ¡No jo… robe! Excúseme, ¿Por qué cree usted que le engaña?
–         Pues verá, ya apenas jodemos, siempre tiene el móvil ocupado, sale mucho y vuelve tarde, generalmente con las ropas revueltas, a veces con la pintura de la cara corrida y manchas claras alrededor de la boca, suele llevar tanga al salir pero no al volver a casa, muestra irritaciones por prolongado roce de sabanas en la espalda, nalgas, codos, talones y rodillas, habla y gime en sueños, y llama mucho entre jadeos a un tal Oscar que como usted sabe no es mi nombre.
–         ¡Pero bueno, un hombre de mundo como usted sospechando! Eso no son pruebas, son vagas sospechas meramente circunstanciales, ¿dígame maestro, usted le ha dado motivos para serle infiel?
–         Pues no ¡claro que no! No hago nada fuera de lo corriente, sobo algún culete y me insinúo a toda tía que pasa a menos de 15 metros de mi, ¡a sí, lo olvidaba tengo una asistenta que me la chupa los lunes miércoles y viernes a media tarde después de la siesta!
–         Pero maestro, eso es normal en un hombre de su posición, pecadillos, bagatelas indignos hasta de ser mencionados.
–         Ya lo ve usted detective, nada raro pero además que en los círculos de amistades que tengo, la carencia de tales “pecadillos” seria mal interpretada.
–         ¿Cómo que mal interpretada? Ser fiel a tu pareja suele ser lo normal en cualquier matrimonio.
–         Mire señor Torrediente, estamos en un país donde ya se considera casi todo normal, pero si yo no tuviera esos “pecadillos” me tacharían de maricon y tendría que dejar el mundo de los toros, que como usted sabe es muy de machotes, casi igual que el del futbol, y mire que allí sí que… pero bueno, es la ley del mundo de hoy dominado por la propaganda.
–         Le entiendo, pero el “Lobby gay” es poderoso, ocultan a unos y airean a otros a conveniencia, sobre todo en la tele, realmente y pensándolo en serio me parece bien que se permita usted esos “pecadillos de faldas” para proteger su reputación y su carrera.
–         Muchas gracias, estimo y agradezco sus palabras, pero pasemos al motivo de mi visita.
–         Lleva usted razón, tiremos la paja y pasemos al grano, cuénteme el motivo de su visita.
Entonces “El niño del estoque” se incorporo un poco sacando del bolsillo de su chaqueta unas cuartillas de papel y una foto que me tendió por encima del escritorio, sentándose de nuevo mientras decía:
–         Esa es mi actual 5ª esposa, se llama Purificacion aunque en familia siempre la han llamado la Puri y en la empresa donde curraba de secretaria de dirección la decían la Puti, según ella porque sus compañeras eran muy mala gente, con el tiempo he empezado a sospechar que podían llevar algo de razón.
Mientras el hablaba yo miraba la foto, era de medio cuerpo de una morena con el pelo por los hombros y rizado, de cara atractiva y pómulos angulosos, llamaban la atención sus ojazos verdes y la amplia y carnosa boca que parecía pedir ser besada las 25 horas del día (si, la de canarias también)
–         En el folio le he puesto las horas y sitios donde va, en fin sus rutinas habituales para que me entienda.
–         Ya veo ya, entiendo que quiere que la siga y la tenga vigilada de cerca.
–         Si y averigüe todo lo que pueda de ella, quiero un informe detallado y a fondo especialmente si me los pone, quiero días, sitios, lugares y nombre del amante de mi Puri.
–         Entiendo que es para un divorcio o algo asi.
–         ¿Qué divorcio ni que niño muerto? La Puri dice que si intento divorciarme, irá a la tele al programa ese de cotillas el “Jódete deluxe” ya sabe.
–         Hostias, eso es más peligroso que un racista xenófobo armado y con licencia para matar a quien le salga de los coj…
–         Por eso mismo necesito pruebas concluyentes don José Luis, le pagare bien por el trabajo.
–         Será algo caro, por lo que leo en estos folios ella no toma café en el bar de la esquina ni va de compras al Lidl, por no mencionar el tenis ó las carreras de caballos.
–         Le pagare el triple de su tarifa habitual, y además ahora le daré 2000 euros extra como previsión de fondos para gastos, además de otros 3000 al acabar, en compensación por su silencio y discreción si acepta el caso.
Permanecí callado mientras lo pensaba y repensaba metódicamente, sopesando los pros y los contras del asunto que se me venía encima y lo que haría con el dinero, (ir de putas, renovar el abono del Atleti, comprar slips limpios) finalmente tras 10 segundos dije que aceptaba el caso.
–         Gracias muchas gracias, – dijo el torero levantándose y dándome una tarjeta con su teléfono añadiendo:
–         Me encontrara en este número.
Me levante y recogí la tarjeta mientras el sacaba del bolsillo y me tendía un fajo con 2000 euros en billetes de 50, recogí el dinero y nos estrechamos las manos cerrando el trato, tras de lo cual se giro sin pedirme recibo y salió diciendo:
–         Esperare ansioso su llamada cuando tenga listo el informe, no olvide sacar fotos o videos.
–         Descuide le llamare lo antes posible.
“El niño del estoque” salió de mi despacho cerrando la puerta, le escuche despedirse de Lola y salir de la oficina, unos diez segundos después mi casera/secretaria abría la puerta diciendo:
–         Vaya vaya, José Luís así que tienes dinerito fresco para pagar tus deudas, pues me debes dos meses de alquiler y varios “extras”
–         Mira Lola este dinero es para los gastos de la investigación ¡no se toca! Y con respecto al alquiler y los “extras” te recuerdo que precisamente es con esos “extras” con lo que te pago el alquiler, es decir en carne de barra.
–         Yo me refiero a comidas y lavado de ropa, necesito al menos 200 euros para ir al híper y comprar algo, ¿tú comes verdad?
Sabia de sobras como era Lola de insistente y sardónica cuando se ponía a ello, dado que tenía razón en lo del dinero y que hacía tiempo desde que se cobro el último alquiler en carne, decidí zanjar la cuestión a satisfacción de ambos, separe 200 euros del dinero recibido y se los tendí diciendo:
–         Está bien, llevas razón toma y compra lo que necesites de comida… y hablando de comida ¿no te apetece un anticipo de la siguiente mensualidad?
–         ¡Pues claro que si, sigue sentado machote!
Entonces Lola se agacho entre la mesa y mi sillón, con mano de experta desabrochó mi bragueta y saco mi polla, sobándola como hacia siempre es decir suavemente y con toda su experiencia de sus años de prostituta, en pocos segundos mi miembro alcanzó sus 19 cm y sus calientes manitas lo aferraban ansiosas iniciando una lenta paja mirándome a los ojos y sonriendo traviesa.
Al ver sus dientes irregulares (y alguno desaparecido) reaccione rápidamente y la empuje suavemente por la nuca para que comenzara a mamármela, era simplemente divina cuando lo hacía con toda su experiencia, para mí en ese momento era una diosa pues solo sentía placer viendo su melena negra moverse mientras ponía su feílla cara contra mi vientre y sentía su prominente barbilla contra mis pelotas.
En pocos segundos me tenia palote perdido y como la tengo de cabeza gorda, me hacia dar saltitos mezcla de placer y miedo cada vez que me arañaba con los dientes, según mamaba arriba y abajo con vicio, arte y salero sureño, decidí cambiar de postura antes de que me hiciera un surco en el miembro por culpa de sus irregulares piños, así que la separe un poco de mi haciéndola levantarse del suelo y dándola un ligero giro, la hice agacharse en ángulo sobre la mesa de despacho, ella se dejaba hacer moviendo su culo intentando parecer una niña traviesa.
Levanté el vestido y aparté su tanga rojo, veía su chochete medio peludo y su ano no muy prieto después de tantos años de putear por las calles, dirigí mi gordo nabo a su agujero marrón y empuje con ganas sin delicadezas pues sabía que a ella le gustaba así.
–         Ayyy cabroncete, hoy no me apetecía por ahí.
–         Bueno pues a mi si y como soy el que suelta el dinero… te callas pendón.
Un par de azotes en su culo reforzaron mi autoridad y la hicieron gemir, a la vez que se movía con más alegría.
–         Joder tía que suave se nota por dentro, ¿Quién decía que este bujero no se lubricaba solo?
–         No es lubricación don Hose luí, es que voy suelta, por eso hoy no me apetecía por ahí.
–         Pero mira que eres guarrilla Lola, ¡en fin ya que hemos empezado acabemos por el mismo lado!
Empuje a fondo sintiéndome hundir en sustancias diversas, en un momento dado entre dos vaivenes ella soltó un pedete húmedo y me salpico ligeramente la camisa, yo arremetí con más ganas follándola el culo con fuerza mientras ella gritaba entre jadeos:
–         Aaahhh mee mataaas hose luuui, que bieeeen me fooollaas rey morooo.
–         Jodoo tia deja de escandalizar o me paro.
–         Teee la cortooo a bocaadoos si te paraas ahora, maricooon mierdosooo.
–         Asi que maricon eh, pues toma cabrita, te voy a rellenar todita de leche. – yo embestía cada vez con más ganas y me sentía estallar de placer.
–         Aaaggg siii dameloooo todooo.
–         Toma y toma golfa mía. –Seguia dentro y rápido dándola rabo por el culo.
–         Me voooyy a correr hose luuuuui, no aguantoooo maaas.
–         Esperame puton que voy contigoo, damee un minuutooo.
–         Me voy me voyyy me voyyyy a chorrooos.
–         Y yo cerdita miiiia, mee corrooo en tu culoooo ahoraaa.
Mis chorros de blanco esperma llenaron su esfínter, pero como el hueco ya estaba ocupado parte de ellos salieron rebosando, manchándome las pelotas y el slip de una sustancia mas… distinta.
Pasamos al pequeño cuarto de baño y nos aseamos un poco usando el bidet de mano (cubo con agua) una vez seco con mi toalla de dos colores (blanca en los bordes, gris y algo todo lo demás) me cambie de camisa y saque un slip medio limpio de mi archivador (están en la letra S) me puse otros pantalones y tras recoger mi documentación, los datos de la maruja del matador, mi cámara digital y el dinero, después me fui a la calle.
Como lo primero es lo primero, pase por el bar a liquidar los casi 300 euskos de cubatas que debía al Manu, ya de paso me tome un par de cañas y unas tapitas por recuperar fuerzas, luego me fui a la tienda de ropa de los “Primos Heredia” donde me agencie un estupendo traje oscuro y una camisa a rayas por 50 eurazos, seguidamente me pase por un chino y compre una de esas corbatas guais de un euro, ya de paso y curioseando me eche un poco de colonia de un expositor de muestras.
Salí de allí hecho un señor, trajeado, encorbatado y bien follado, oliendo a… ¿lavanda? Decidido a tirar la casa por la ventana, pare un taxi y le di la dirección del club de campo donde paraba a esas horas la churry de torero, apenas ponernos en marcha el taxista dijo:
–         Yo tenía un coche antes, que olía por dentro igualito que usted por fuera.
–         Que gracioso eres, ¿sabes? conocí una vez a un taxista al que le partieron los hocicos por bocazas, apea la charla que no soy guiri y tira donde vamos sin dar vueltas.
En 15 minutos estábamos en la puerta del club de campo, pague al taxista y le pregunté:
–         Oye ¿admites propinas?
–         ¡Si claro!
–         Pues toma, para que fumes. –Dije poniéndole en la mano mi mechero viejo y gastado.
–         ¡Gilorio, capullo!
Según salía del taxi le mostré mi corbata diciendo:
–         ¿Ves esta?
–         ¡Si qué pasa?

–         Es regalo de tu mujer.
Cerré de un portazo que hizo bambolearse el coche, mientras el taxista juraba hasta en arameo de puro cabreo, entre en el club y me dirigí al bareto de lujo que tenían allí montado, apenas había gente en el local a esa hora pues la mayoría estaban jugando al tenis o al golf, no tardo en acercárseme una tía vestida de pingüino con pajarita y todo diciendo:
–         Buenos días señor, ¿qué le pongo?
–         Jodoo si la verdad es que si. –Respondí mirando el bulto que la formaban sus dos enormes tetas por debajo de la camisa.
–         Quiero decir de beber. -Dijo ella sonrojándose al notar donde se dirigía mi mirada.
–         En eso estaba pensando precisamente pero entretanto… ponme un cubata con mucho ron y poco hielo.
Mientras volvía mi chica-pingüino con mi bebida, me entretuve viendo la fauna local, vi entrar a una vieja cacatúa bien vestida acompañada por su animal domestico de compañía, el típico chulito cachas con gafas enormes y pelo en crestita, mas allá un sesentón haciendo la rosca a su nueva secretaria de no más de 25 añitos, tan bien puestos como sus operadas tetas y mas allá dos cuarentonas feíllas, muy enrolladas y riéndose tontamente de algo de una revista.
 Continuara…
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Perdón si he molestado a alguien con el rollo escatológico, pero va con el personaje.
Además ya sabéis la frase: “El sexo solo es bueno si es sucio”
Se admiten comentarios.…¡SED FELICES!
 

Relato erotico: “Asediado por mi ahijada, la hija de mi mejor amigo” (POR GOLFO)

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Capítulo 1. LA CASA

Echando la vista atrás, tengo que reconocer que, en un primer momento, no llegué a comprender la magnitud de como me iba a cambiar la vida la llamada de Raúl. Todavía recuerdo que mi viejo amigo me llamó un domingo para pedirme un favor. Avergonzado, me explicó que su hija había conseguido una beca para estudiar un posgrado en la universidad de Politécnica y como andaba bastante corto de dinero, me preguntó que aprovechando que yo vivía en Madrid, si  podía ayudarla a buscar un alojamiento barato.
-Tú eres tonto-, le repliqué, recordando que su empresa le había echado hacia más de un año y que aunque no fuera capaz de reconocerlo, le costaba llegar a fin de mes, -Mi ahijada se queda conmigo y no se hable más. Además la casa es grande y como sabes desde que murió mi mujer, vivo solo-.
Cortado pero aliviado, agradeció mi ofrecimiento, porque eso supondría que no tendría que desembolsar mensualmente el coste del alquiler pero antes de confirmarme nada, me dijo que tendría que hablar con su hija, no fuera a ser que no quisiera. Colgando el teléfono, me di cuenta que hacía mas de tres años que no veía a la cría.
“Menuda mierda de padrino soy”, pensé por no haberla siquiera llamado por su cumpleaños. ”Ni a ella, ni a nadie”, mascullé.
Desde que murió María, me había convertido en un ermitaño, encerrado en mi concha y casi sin contacto con el exterior. Aparentemente mi vida seguía igual que antes de su fallecimiento, pero no era así. Para no caer en una depresión me concentré en el trabajo, cortando los lazos que me unían con los demás.
“Me he convertido en un amargado y a este paso voy a ser el mas rico del cementerio”.
Con cuarenta y cinco años, ejecutivo de una multinacional y sin ningún tipo de ataduras, me quedaba mucha vida por delante pero me sentía viejo.   Por eso cuando esa misma tarde recibí la llamada de Carmen aceptando mi oferta, su tono alegre consiguió sacarme del sopor que me embargaba e ingenuamente llegué a considerar el hecho de ocuparme de ella como una segunda oportunidad de tener en casa lo mas cercano a un hijo. La mala salud de mi mujer no nos había permitido tener descendencia, sin hermanos ni sobrinos, solo me quedaba una tía lejana de la que, mensualmente, me ocupaba de pagar su residencia.
Aunque quedaba una semana, para que la muchacha dejara Santander y se mudara a vivir a Madrid, ordené que adecentaran el cuarto de invitados. Como durante el mes de septiembre, la actividad de la empresa baja considerablemente, decidí tomarme tres días libres coincidiendo con su llegada, de forma que ese lunes, fui a recogerla personalmente a Barajas.
No me costó reconocerla a pesar del tiempo transcurrido sin verla. Carmen, aunque se había convertido en una mujer preciosa, seguía teniendo la cara de pilla de niña. Al verme,  soltando su equipaje, salió corriendo y se fundió conmigo en un abrazo.
-Padrino, no sabes la ilusión que me hace vivir en Madrid-, me dijo soltándose, -te juro que no te vas a arrepentir de haberme acogido-.
-Es lo menos que podía hacer-, contesté algo avergonzado por su efusividad.
La muchacha haciendo caso omiso a mi creciente incomodidad, me cogió del brazo y me llevó a rastras hasta donde estaban sus maletas.
-Deja que te ayudo-, le pedí cargándolas.
Me sorprendió que, por todo equipaje, solo trajera dos pequeñas bolsas de deporte. Si esa chiquilla se iba a quedar un año entero, traía poca ropa. Sobre todo al recordar que mi esposa, aunque fuera solo para un fin de semana, se llevaba medio armario. Estuve a punto de hacerle un comentario pero decidí que era mejor respetar su privacidad.
Nada mas entrar al coche, le expliqué que sabiendo que era su primera vez en Madrid, había preparado un pequeño tour por la ciudad pero si prefería antes podíamos ir a la casa a descansar.
-Padrino-, me contestó, -lo que tú prefieras-.
Como no me dio su opinión, recordé que cuando al igual que ella, llegué a la capital me impresionó ver el Palacio de Oriente, por lo que sin preguntarle y enfilando la autopista me dirigí directamente hacia ese lugar.  No hizo falta llegar hasta allí, para que alucinada me fuera señalando los distintos edificios emblemáticos que nos íbamos cruzando. Pegada a la ventana del vehículo, disfrutaba como la niña que era de las novedades que se le abrían al vivir en Madrid.
-¿No te pierdes?-.
-No seas paleta-, respondí soltando una carcajada.
Haciendo un puchero y en broma, me soltó:
-Eres malo con tu ahijada-.
-Y peor que puedo ser, si me desobedeces-.
Sosteniendo su mirada, seria, me contestó:
-Eso, nunca va a ocurrir-.
 

Comprendí inmediatamente que su padre la había aleccionado al respecto. Estaba seguro que, mi buen Raúl, le había ordenado que me obedeciera porque el ahorro que suponía el no tener que pagar alquiler era esencial para su economía. Para no incomodarla, cambié de tema y le pregunté por su viejo.

-Está muy jodido. No te ha dicho nada, pero el mes que viene se le acaba el paro y no  sabe que va a hacer-.
-Lo siento-, contesté apesadumbrado. No solo no era un buen padrino sino tampoco un buen amigo. Me traté de disculpar interiormente diciéndome que no sabía de la seriedad de la situación hasta que  esa niña me había abierto los ojos y sin caer en que estaba ella presente, llamé a la oficina de la empresa en Santander y pedí hablar con el Delegado.
-Manuel-, ordené a mi interlocutor,- te va a llamar Raúl Morata. Quiero que le des trabajo, busca donde te puede servir pero contrátalo-.
Tras colgar llamé a mi amigo y tras decirle que su hija había llegado perfectamente, le expliqué que le había concertado una entrevista de trabajo. Raúl, completamente anonadado por la noticia, casi se echa a llorar y prometiendo que llamaría en ese instante, se despidió pidiéndome que cuidara de Carmen.
-No te preocupes, lo haré-.
Al colgar, la muchacha me miraba con fascinación. En una llamada, había resuelto la mayor de sus preocupaciones y sin que ella tuviese que pedírmelo. Con lágrimas en los ojos,  cogió mi mano y llenándomela de besos, me agradeció lo que estaba haciendo por su familia.
-No te olvides que tú y tu padre sois lo más parecido que tengo a una-,  respondí y buscando romper ese ambiente, le pregunté si tenía hambre.
-Mucha-, me respondió.
Aprovechando que estábamos cerca del barrio de El Viso donde vivía, le dije que dejábamos el paseo por Madrid para otro día y que mejor íbamos a casa. Sin poner ningún reparo al cambio de planes, la cría se mantuvo en silencio todo el viaje pero al llegar al chalet, donde iba a pasar un año de su vida, me preguntó:
-¿Aquí vives?-.
-Si-, contesté viendo que estaba sobrecogida por su tamaño. Aunque suene vanidoso, en mi fuero interno me gustó que le hubiese causado tanta impresión y buscando que se sintiera cómoda, riendo le solté: – Como ves me haces un favor, viviendo conmigo. Son demasiados metros para que viva, solo, un viejo como yo-.
-Tu no eres viejo-, me respondió sonriendo, -y a partir de hoy, ya no vives solo-.
-Eso es verdad, ahora tengo una preciosa damisela conmigo-, repliqué devolviéndole el piropo.
Encantada por mi respuesta, me dio un beso en la mejilla y se bajó del coche. Si la casa la había maravillado, cuando vio su cuarto no cupo de gozo.
-Es enorme y la cama parece un campo de futbol-.
-Ya te acostumbraras, ahora vamos a comer-.
 
 

Capítulo dos. LA ROPA.

Durante las siguientes semanas, Carmen fue convirtiéndose en una parte primordial de mi vida. Al estar tanto tiempo solo, me había olvidado lo que era compartir mi tiempo con otra persona y aún mas cuando esta resultó ser alguien adorable. Sin que yo se lo pidiera, se levantaba antes que yo, para que al salir de la ducha, ya tuviese preparado el desayuno y por la noche, esperaba mi llegada para contarme su día en la universidad y cenar conmigo. Poco a poco, me fui acostumbrando a su compañía y dejó de resultarme raras, cosas tan nimias como que se emocionara viendo una película en la tele o que llegará cabreada porque un profesor había faltado sin avisar. Tras tres años de tristeza, en mi casa se volvieron a escuchar risas y todo gracias a ella.

Ese estado idílico cambió una noche en la que le dije que no iba a ir a cenar, porque tenía una fiesta:
-¿Y eso?-.
-Un coñazo. Me han invitado a un evento benéfico. Ya sabes, una reunión en la que a medio centenar de gerifaltes los engañan para que financien obras de caridad a base de lingotazos de ginebra-, y sin saber que era lo que me iba a acarrear, le pregunté: -¿quieres acompañarme?-.
-Sí-, me contestó, -pero no tengo nada que ponerme-.
No comprendo porque le dije que mirara en la habitación que le había servido como vestidor de mi mujer, por si había algo que le quedara.
-¿Seguro que no te molesta que use su ropa?-.
-María estaría encantada de que tu la usaras, no en vano eras también su ahijada-.
Satisfecha por mi respuesta, corrió al cuarto y durante toda la tarde se pasó probando los cientos de modelitos que ella había acumulado durante los años de nuestro matrimonio. No supe más de ella, hasta que ya vestido, toqué a su puerta, pidiéndole que se diera prisa porque íbamos a llegar tarde.
 Al salir de su habitación, me quedé sin habla. Carmen estaba impresionante. Enfundada en un coqueto traje de raso rojo, sus formas se mostraban con toda nitidez y por vez primera, me percaté que mi ahijada era una mujer de bandera.
-¿Te gusto?-, me preguntó.
Por mi expresión bobalicona supo que había acertado en la elección. La muchacha no solo tenía un cuerpo esplendido sino que además al ser mas estrecha que mi esposa, el vestido le quedaba muy entallado, dotando a sus pechos de una sensualidad que me había pasado completamente desapercibida.
-Estas maravillosa-, le contesté, completamente ruborizado al pensar que se había fijado en la forma tan poco paternal con la que yo, su padrino, la había estado contemplando.
Ella, lejos de molestarse, sonrió diciendo:
-Pensé que era demasiado sexy para ti pero,  ya que te gusta, te prometo que a partir de hoy, me vestiré más provocativa-.
No supe responderle. Debería haberle dicho que no era apropiado pero fui incapaz y cogiendo mi abrigo abrí la puerta, cediéndole el paso.
-Por cierto, tú también estas muy guapo-.
El trayecto hasta la fiesta fue una pesadilla. No pude dejar de mirar sus piernas de reojo, mientras mentalmente me recriminaba mi comportamiento. Ella, sabiéndose observada, disfrutó de lo lindo provocándome. Con gran descaro, sacó de su pequeño bolso un pintalabios y un espejo y sensualmente, se retocó echándose hacia delante, dejándome disfrutar del marcado escote. Mas excitado de lo que me hubiese gustado reconocer, llegué a la fiesta.
Mis colegas, al verme, se quedaron extrañados de que el viudo eterno llegase acompañado de un bombón semejante. Muchos de los presentes, llevaban tiempo animándome a dar un paso adelante y dejar mi auto impuesta reclusión atrás, pero fue una vieja amiga, la que acercándose, me dijo:
-Podías haberme avisado que volvías a estar en el mercado. ¿Me presentas a tu amiguita?-
El término tan despectivo con el que se refirió a Carmen, me hizo encabronar pero fue mi acompañante, la que dándose por aludida le respondió:
-Pedro no está en venta y menos para una antigualla como tú-.
Alicia se dio la vuelta, indignada, no en vano a sus treinta y cinco años era una mujer de muy buen ver. Al irse, no pude resistir la risa y soltando una carcajada, recriminé a mi ahijada su falta de tacto:
-Te has pasado. Ella no fue ni la mitad de borde que tu-.
-Esa puta no sabe quien soy yo-, soltó mientras una sonrisa iluminaba su cara,- nadie toca a mi hombre y menos en mi presencia-.
-Carmen, cuida esa lengua. No soy tu hombre sino tu padrino-.
-Si, pero ella no lo sabe, así que se joda-.
Su desfachatez me puso de buen humor y sin explicar a nadie nuestra relación, fui presentando a la muchacha a mis amigos.  El resto de la noche, mi querida ahijada se comportó como una dama sin sacar a relucir su mala leche, haciendo las delicias de los hombres y provocando celos en sus parejas. Acabada la cena, Carmen, que estaba animada, me pidió que en vez de volver a casa, la sacara a tomar algo.
No me pude negar por lo que la llevé a un pub cercano. Allí, quizás producto de las copas, le pregunté porque casi no salía con amigos, si era acaso porque había dejado un novio en Santander.
Ella, al escucharme, cogiéndome de la mano, me contestó que no me preocupara que no tenía novio y que si no salía con sus compañeros, era porque le parecían unos críos. En ese momento no me di cuenta pero me encantó saber que no tenía nadie esperándola. Eran cerca de las cuatro de la mañana cuando llegamos a casa. Al despedirme de ella en la puerta de su cuarto, dándome un beso en la mejilla, me susurró al oído:
-Te quiero mucho, padrino-.
Me quedé de piedra, esa tierna despedida escondía un erotismo que no me pasó desapercibido y confuso, le respondí que yo también.
-Hasta mañana-, me dijo cerrando la puerta, dejándome solo en mitad del pasillo con mis remordimientos.
 
 
 

Capítulo tres. EL COCHE Y EL PELO.

 

Esa noche me costó conciliar el sueño, no dejé de darle vueltas a la fascinación recién descubierta que sentía por mi ahijada. El hecho que durmiera a escasos metros no ayudó a sacar de mi mente la visión de su cuerpo. Como si fuera una pesadilla, me imaginé besando sus pechos mientras mi mano recorría su cuerpo. Era como si un adolescente se hubiera adueñado de mi cuerpo, escena tras escena me vi haciéndole el amor mientras ella gemía de placer diciendo mi nombre. Por mucho que intenté apartar la imagen de sus piernas abrazando mi cuerpo mientras mi sexo campeaba libremente en su interior, no conseguí evitar que mi mano recogiendo mi lujuria, buscara la liberación corriéndome sobre las sabanas.

Al despertar, estaba agotado y avergonzado.  Aunque físicamente no me hubiese acostado con mi ahijada, cada poro de mi cuerpo había gozado amándola, cada uno de mis nervios había sentido el placer de penetrarla mientras que cada una de mis neuronas, me recriminaba el haberlo hecho. No solo era la diferencia de edad, los veintidós años que nos separaban no eran una barrera tan grande como el hecho que, hasta hacía escasas horas, siempre había visto a esa niña mujer como una sobrina. Me sentía sucio. Ni siquiera la ducha matinal pudo limpiar la degradación que sentía al haber gozado pensando en ella. Traté de convencerme que, esa mañana, dicha atracción habría desaparecido y que el supuesto interés en mí y que había apreciado en Carmen, era solo producto de mi imaginación.
Con esos pensamientos, bajé a desayunar. Nada mas entrar a la cocina, mis temores se hicieron realidad, al ver a mi ahijada preparándome el café. La muchacha llevaba puesto uno de los camisones de mi mujer. La tela, casi transparente, dejaba traslucir la desnudez de su cuerpo. Sin anunciar mi llegada, parado en la puerta, me quedé observando obsesivamente su trasero, perfectamente contorneado. Ni un gramo de grasa cubría ninguna parte de su anatomía. Era maravillosa.
Carmen, al darse la vuelta y verme en la entrada, me saludó.
Pero todavía hoy no se si le contesté, mis ojos se habían quedado prendado en sus pechos. El delgado tul que los envolvía, no conseguía cubrirlos, dejándome ver la perfección de sus pezones. La caricia de mi mirada no le pasó inadvertida pero, en vez de ruborizarse por mi examen, se acercó y pegándose a mí y me dio un casto beso. Beso casto, beso infantil que al sentir su aroma, hizo que mi hombría se irguiera sin pudor. Tratando de que no notara mi apetito, me senté en la mesa mientras ella me traía el café.
“No puede ser”, me dije, tratando de calmarme, “es una niña”.
Intento que resultó infructuoso porque, la muchacha obviando que estaba casi desnuda, se sentó enfrente y empezó a darme conversación.  Su voz juvenil tenía un tono desconocido para mí. Mi ahijada estaba coqueteando conmigo. Incapaz de prestar atención a sus palabras, me concentré involuntariamente en las rosadas aureolas de sus pechos, su dueña al notarlo lejos de taparse, parecía disfrutar de mi atención y con sus pezones ya erizados, me miraba retadora. No me podía creer lo que estaba pasando, esa cría se estaba excitando y sin ningún  pudor, se exhibía ante mis ojos. En un momento dado y cuando ya no sabía en que postura ponerme, para que ella no notara los efectos que estaba produciendo bajo mi pantalón, me preguntó si podía llevarla a la peluquería.
-Tenía pensado salir a correr, ¿Por qué no coges el coche?-, le contesté buscando una escapatoria. Necesitaba alejarme de ella, aunque solo fuera un par de horas.
-De acuerdo-, me contestó. –No te lo he dicho pero quiero cambiarme de look. Estoy segura que te gustará lo que tengo planeado-.
No me vi con fuerzas de decirle que difícilmente nada podía mejorar su melena morena y en vez de ello, salí huyendo de su presencia. Rápidamente, subí a mi cuarto y poniéndome ropa de deporte, salí de la casa sin despedirme.
Cogiendo Serrano en dirección al Retiro, empecé a trotar, buscando que el ejercicio consiguiera reducir mi desasosiego. Las calles se sucedían sin pausa y el sudor me cubría por entero pero en nada había conseguido aminorar mi estado.
“Tengo que hablar con Carmen. No es apropiado que vaya medio desnuda por la casa”, medité, evitando reconocer que esa cría me tenía subyugado.
Sin darme cuenta, habían transcurrido dos horas cuando volviendo del paseo, enfilé la calle de mi casa. En la puerta, estaba aparcado mi mercedes.
-Ya debe de haber vuelto-, pensé al verlo pero en cuanto abrí la verja, caí en mi error, Carmen se había llevado el coche de mi mujer. En ese momento, no le di importancia, no en vano, llevaba sin moverse al menos seis meses y le venía bien que alguien lo condujera.
Agotado por el esfuerzo, cogí una cerveza de la nevera y tumbándome en el salón, me puse a ver la televisión. No se cuanto tiempo tardé en que el sopor me venciera y me quedase dormido. Me desperté cerca de las tres con hambre, al acercarme a la cocina escuché ruido y comprendí que mi ahijada había regresado y que estaba cocinando.  Hasta mí llegó el olor de un guiso y acelerando entré, para llevarme el mayor susto de mi vida. Como si un fantasma de mi pasado hubiese vuelto para torturarme, vi a María enfrascada entre cazuelas.
“Me estoy volviendo loco”, pensé paralizado.
Cuando ya estaba a punto de desmayarme, se dio la vuelta y entendí que era Carmen con su nuevo look. Era una copia en joven de mi difunta esposa. No solo era que llevara uno de sus conjuntos favoritos sino que se había cortado y pintado el pelo a semejanza de ella.
-Buenos tardes, bello durmiente. ¿Qué te parece?, ¿estoy guapa?-, me soltó con una sonrisa en sus labios. Parecía entusiasmada por el cambio.
 

Debía de haberle montado una bronca pero, mi cobardía por una parte y lo entusiasmada que parecía por el cambio, me hicieron callar y comerme mi cabreo. Comportándose como una modelo de pasarela, se paseó por la cocina para que admirara su corte.

-Estás preciosa pero… te hace mayor-, contesté sin mentir pero perdiendo nuevamente una oportunidad de preguntarle a que se debía esa transformación y porque había elegido a mi mujer como espejo.
-Gracias, eso es lo que quería-, y con la inconsciencia que da la juventud, prosiguió diciendo: -Ayer, me sentó fatal oír a una maruja que le dijera a su marido que parecía tu hija-.
-No comprendo porque te enfadas, soy dos años menor que tu padre. Es lógico que la gente piense que eres mi hija-.
-Pero, ¡No lo soy!-, contestó y pidiéndome que me sentara a comer, dio por terminada la conversación.
Masticando mis ganas de decirle que su comportamiento me parecía absurdo, me puse a comer. La comida estaba buenísima y eso hizo que paulatinamente me fuera tranquilizando, lo que me permitió que la pudiese observar con un ojo crítico. Realmente, tenía que reconocer que su pelo teñido de rubio dulcificaba sus facciones y eso le hacía todavía más irresistible. Era una copia en joven y en sexi de Maria, pero ésta nunca había sido tan atractiva. Ahora que la veía con nuevos ojos, era incontestable que la nueva Carmen provocaría a su paso la admiración de todo aquel que se cruzase con ella.
-Por cierto, Padrino-, me dijo, tapándose la nariz, al ver que había terminado de comer,-deberías ducharte, estás sudado-.
Ese gesto infantil, me hizo recordar a mi anterior ahijada y, con un acto que juro que fue reflejo, le di un pequeño azote en su trasero. No acababa de darle la nalgada cuando interiormente ya me había arrepentido. Mi supuesta victima me miró extrañada pero, al segundo, riendo me soltó:
-Si cada vez que me meto contigo, me das un azote. Voy a hacerlo más a menudo-.
Mas tranquilo al escuchar de sus labios que no se había sentido ofendida, me fui a bañar. Ya bajo el agua, recapacité sobre lo ocurrido y comprendí que de todas formas debía de tener cuidado porque lo quisiera reconocer o no, esa nena estaba flirteando  conmigo y eso no era ni moral ni lógico.  Todavía desnudo, mirándome al espejo, me dije que la culpa era mía por llevar tanto tiempo de abstinencia, que debía salir mas y conocer a una mujer de mi edad. Seguía afeitándome cuando de improviso se abrió la puerta y apareció por ella, la muchacha.
-Perdón-, se disculpó por haber entrado sin llamar y pillarme en pelotas.
Alucinado por esa incursión en mi privacidad, rápidamente cogí una toalla y rojo como un tomate, porque la chica ni siquiera se había movido, le pregunté que quería:
-Acaba de llamar tu jefe, Mr. Stevens, me ha dicho que está en Madrid y que nos invita a cenar-.
Tardé en asimilar sus palabras. Que mi jefe estuviera en Madrid no era habitual pero entraba dentro de lo normal, lo que no era lógico es que NOS invitara a cenar. Al cuestionarle sobre ese punto y con su desparpajo habitual, me contestó:
-Le dije que como era tu novia, si la invitación me incluía-.
-Y ¿Qué te contestó?-, sin todavía magnificar el charco en el que me estaba metiendo.
-Se rio diciendo que por supuesto y que ya era hora que pasaras página. Quiero que sepas que no puedo estar mas de acuerdo con él-.
Si antes me había callado, esa fue la gota que colmó el vaso y encabronado, la abronqué por haberse presentado como mi pareja ante mi jefe y que aunque él fuera un viejo verde, me había puesto en un compromiso. Era la primera bronca que le echaba,  los ojos de Carmen se poblaron de lágrimas y se puso a llorar diciéndome que solo había actuado de la misma forma que la noche anterior y que si yo se lo decía, se quedaba en casa.
Nunca he sido un hombre duro con las mujeres y menos con una cría tan encantadora. Sus sollozos derrumbaron todas mis defensas y abrazándola, le dije que podía venir tratando de calmarla. Carmen al sentir mis brazos alrededor de su cuerpo, se tranquilizó inmediatamente y pegándose a mí, bajo su mano por la toalla que me cubría y tocándome el trasero, me largó:
-Vale, voy …. Y por cierto, Padrino, Tú también tienes un buen culo-.
El hecho de que sus lloros habían sido una pantomima era claro, pero aún mas cuando la cría poniéndose en posición, me insinuó que merecía otro azote. Cayendo en su juego y suponiendo que era una chiquillada, me senté en la taza y poniéndola en las rodillas, jugando le di al menos media docena.  Al levantarla, Carmen me sacó la lengua y muerta de risa, me dejó solo en el baño.
Al vestirme, en contra de lo que debía haber sido mi estado de ánimo, estaba preocupado por como se iban desarrollando los acontecimientos pero alegre por tener alguien con quien disfrutar de las pequeñas cosas que da la vida, y sin ser plenamente consciente del fregado en que esa niña me estaba metiendo. Ya vestido, bajé al salón para ver un rato la tele, pero ni siquiera me dio tiempo de encenderla porque, desde su habitación, escuché que Carmen me llamaba.
Contrariamente a lo que ella hizo, llamé a la puerta y desde dentro, me dijo que pasara. Frente al espejo, se hallaba mi ahijada vestida con un traje demasiado serio para su edad.
-Si lo que quieres es mi opinión, no te queda. Pareces una anciana-, le solté.
Ella, al oírme me dijo que ella opinaba lo mismo pero que como era una cena con mi jefe, creía que debía ir formal.
-Formal sí pero no hecha una monja-.
-Vale-, me contestó recapacitando,-no te vayas, ayúdame a desabrocharme la cremallera-.
Tonto de mí, no caí en sus intenciones y nada mas bajarla, la cría dejó caer el vestido, quedándose  en bragas y con sus pechos a menos de un palmo de mi cara.
-¡Tápate!-, le grité, espantado, no solo por la escena sino también porque su súbita desnudez me había excitado.
-No sabía que eras tan pudoroso-, dijo sin dar importancia al hecho, recogiéndolo del suelo, -si me has visto muchas veces desnuda, incluso me has bañado-.
Todavía con mi corazón desbocado, dándome la vuelta, le expliqué que entonces ella era una bebé y ahora era una mujer preciosa.
-¿Te parezco preciosa?-.
-Si, pero eres mi ahijada y no es correcto que te exhibas desnuda ante mí-.
 

-No estaba desnuda, tengo las bragas puestas-, me contestó a carcajada limpia, -Si quieres, me las quito-.

Ni me digné a responderle, cogiendo la puerta, salí huyendo y encerrándome en mi cuarto, me tumbé en la cama y busqué, en la lectura, la tranquilidad que me faltaba. Por mucho que intenté sacarla de mi mente, sus pechos juveniles volvían a torturarme. “Soy un viejo para ella”, repetía machaconamente buscando espantar mis sentimientos, “está jugando, en realidad, solo quiere flirtear para provocarme y nada más”. No debía llevar una hora leyendo cuando, Carmen entró en mi habitación y se acurrucó a mi lado mientras me pedía perdón por su broma.
-No hay problema, te perdono pero no lo vuelvas a hacer-, le dije sin separar la vista del libro que estaba leyendo.
La muchacha, sin moverse, permaneció pegada a mí. No percibí que se había dormido hasta que un breve ronquido me lo hizo saber. Dejando por un momento la novela, me fijé que dormida todavía se parecía mas a mi mujer. Su expresión serena remarcaba su belleza.
“Es guapísima”, pensé mientras la observaba con detenimiento. Mis ojos fueron recorriendo con lentitud, sus ojos cerrados, su boca recién pintada, su cuello. Sin darme cuenta, mi exploración fue más allá y pasando por sus hombros, sin miedo a ser descubierto, me entretuve deleitándome a través del escote con el inicio de sus pechos. Estuve a un tris, de acomodar su blusa para así disfrutar de sus pezones, pero gracias a que todavía tenía algo de decencia, me abstuve de hacerlo y en vez de ello, proseguí con  mi minucioso examen, estudiando como su estrechísima cintura era coronada por unas caderas de ensueño. Dejando correr mi imaginación, me vi acariciando sus glúteos mientras separaba sus piernas y mi pene se introducía en su sexo. Al sentir que estaba siendo dominado por la excitación, intenté separarme de ella pero me resultó imposible porque, protestando en sueños,  Carmen se abrazó a mi pecho, de manera que tuve que permanecer a su lado.
Sé que si hubiese querido, me podría haber levantado pero no tuve fuerzas de hacerlo y cerrando los ojos, me puse a pensar que era mi difunta esposa la que me abrazaba. Fue un error, excitado como estaba, no pude evitar que mi mente discurriera por unos derroteros que no me convenían y simplemente, me imaginé a María bajando por mi pecho y tras abrir mi bragueta, besar mi extensión. Dominado por la lujuria, la vi envolviendo con sus labios mi glande e introduciéndoselo en la boca. Debí de gemir al correrme porque, al volver a la realidad, vi que mi ahijada se había despertado y miraba sin ningún disimulo la mancha de mi pantalón.
Supe que se había percatado que había llegado al orgasmo teniéndola entre mis brazos, sin que ella hiciera nada por provocarlo. Completamente abochornado por la situación, me tapé con una manta.  Carmen, no queriendo entrar al trapo y mirando su reloj, dijo haciéndose la sorprendida que era muy tarde y que tenía que darse prisa o llegaríamos tarde. Sin hacer mención alguna a lo que acababa de ocurrir, se levantó de la cama y salió de la habitación
Durante cinco minutos estuve paralizado por la vergüenza, tras los cuales, comprendí que debía darle una explicación y haciendo un esfuerzo, me levanté a disculparme. Recorrí los escasos metros que me separaban de su cuarto como un buey va al matadero, cabizbajo, arrastrando los pies al andar y con la vergüenza reflejada en mi cara. La puerta estaba abierta y por eso pasé sin llamar.
En el quicio, me quedé helado. Sobre la cama, yacía mi ahijada completamente desnuda, masturbándose con los ojos cerrados. Hipnotizado por la escena, durante un minuto y como un espectador inoportuno, violenté su intimidad observando, alelado, como masajeaba su clítoris mientras con su otra mano pellizcaba sus pezones.
Por mucho que la cordura me aconsejara a salir corriendo, el morbo de contemplarla, mientras daba rienda suelta a su pasión, me retuvo de pie al borde de su cama. Sin saber que sus caricias estaban siendo observadas por mí, mi ahijada se contorneaba como una posesa. Coincidiendo con su clímax, gimió mi nombre mientras su cuerpo se retorcía de placer.
Aterrorizado al escuchar de sus labios que era, yo, el objeto de su deseo, me fui de su habitación. Esa atracción, además de inmoral, se estaba tornando opresiva. Tenía que sincerarme con ella y exigirle que dejara de tontear conmigo. Si antes era necesario, después de descubrirla era obligatorio, se tenía que dar cuenta que además de la diferencia de edad, era la hija de mi amigo.  
Temblando todavía, salí al jardín. Mi cerebro completamente acelerado, no podía dejar de rememorar el sonido de sus jadeos y desplomándome sobre una hamaca, mi desolación fue total  al entender que nada podía evitar, ya, que deseara hacerla mía.
Capítulo tres. EL NOMBRE.
 
 

El frio de la noche, me hizo volver a la casa. Quedaba media hora escasa para que tuviésemos que salir hacia la cena por eso y aunque no me apetecía nada enfrentarme a ella, comprendí que en ese momento, en el que se estaba desmoronando mi vida, no me podía permitir el lujo de ofender a mi jefe. No me quedaba mas remedio que ir a esa puta cena y ella tenía que acompañarme. Sabiendo que jugaba con fuego y que corría el peligro de quemarme, decidí que al día siguiente aclararía todo con Carmen. Tenía que dejar de jugar conmigo, no podría soportar mucho más sus coqueteos. No dejaba de rememorar como se separaba sus labios, como introducía un dedo en su interior, sin dejar de nombrarme. Era tan atrayente la idea de perderme en sus brazos que, por momentos, me parecía menos inmoral que un maduro se dejara seducir por una joven casi de su familia.

Mentalmente hecho polvo, me vestí y esperé que saliera de su habitación para marcharnos. Al verla bajar por la escalera, me pareció una diosa. Con un traje negro en exceso escotado, la seda del vestido realzaba, no escondía, sus esculturales pechos. Era como una segunda piel. Sus pezones se mostraban con desvergüenza, revelando a cualquier espectador que la dueña de ese cuerpo se había olvidado en el cajón el sujetador. La abertura de su falda, tampoco se quedaba atrás. Si llevaba ropa interior debía de ser un estrecho tanga de talle alto.
-¿Qué te parece?-, me preguntó.
-No sé que decirte, creo que a Mr. Stevens le va a dar un sofoco al verte-.
-A mí, él me da igual. A ti, ¿te gusta?-.
-Si-, asentí con un gruñido. Realmente, estaba maravillosa pero no me hacía ninguna gracia pensar que todos vieran esa belleza. La quería para mí.
Cuando salíamos por la puerta cogí las llaves de mi coche pero, quitándomelas de la mano, Carmen me dio las del golf, diciendo:
-Como seguramente vas a beber, es mejor que vayamos en mi coche. No me atrevo a conducir el mercedes-.
No me pasó inadvertido que esa muchacha se había apropiado del coche de mi mujer, pero como no tenía ganas de discutir y sobretodo como ya había decidido hablar con ella al día siguiente, preferí callar. Carmen era como un virus que habiéndose inoculado en mi vida, se extendía invadiéndolo todo. “La casa, el pelo, la ropa, el coche… esta cría quiere todo lo que perteneció a mi mujer”, recapacité sabiendo que entre las posesiones de María me encontraba yo.
Ajena a mis tribulaciones, mi ahijada me preguntó por mi jefe, a lo que contesté:
-Es un buen hombre, divertido, animado y sobretodo mujeriego, pero no te preocupes, no te va a atacar. Se acaba de casar con una mujer mucho mas joven que él y seguro que en este viaje, viene acompañado-.
-¿Cuánto mas joven?-.
“Mierda”, exclamé interiormente antes de contestar, -Mr. Steven debe rondar los setenta y la mujer debe de ser un poco mas joven que yo-.
Tardó un segundo en hacer los cálculos y al darse cuenta que se llevaban unos treinta años, sonrió, diciendo:
-Me va a caer bien, ese viejo-.
-No me cabe duda-, mascullé entre dientes y sin más dilación, encendí el coche.
Afortunadamente,  la cena era en el Hotel Villamagna, porque no se si hubiese aguantado la claustrofobia de estar encerrado, con mi oscura tentación, en un habitáculo tan estrecho mucho tiempo. Al llegar, salí primero y acercándome a la puerta del copiloto, la abrí:
-Un beso para mi caballero-, me susurró y cogiéndome desprevenido, posó sus labios en los míos.
No supe reaccionar, solo se me ocurrió no dar importancia al beso. “Fue un pico…solo un pico”, cavilé mientras entrabamos del brazo al restaurant. A Carmen se la veía radiante, no me cabía la duda que estaba disfrutando de su pequeña victoria.  “Maquiavelo se queda corto al lado de esta niña”. Saber que no se detendría ante nada, me convenció que debía adelantar la charla y que nada mas dejar al jefe, iba a aclarar cuatro cosas con esa lianta.
Mr. Stevens y su señora ya estaban sentados a la mesa. John, al acércanos, dio un repaso a mi acompañante. Por su cara, se le notaba a la legua que quedó impresionado por su belleza y como el viejo verde que era, no dejó un centímetro sin explorar con la mirada. Levantándose de su silla, llegó hasta nosotros y dándole un beso a la chiquilla, se presentó:
 

-Soy John-.

-Encantada de conócele, John. Mi nombre es Maria…-, le contestó pero al ver mi cara de espanto, remendó su error, diciendo: -…Maria del Carmen-.
De nada sirvió su rectificación, el daño ya estaba hecho. Mi jefe, como buen anglosajón, odia los nombres compuestos y para él, mi supuesta novia se llamaba María. Así se la presentó a Briggitte, su mujer y de ese modo tan doloroso para mí, la nombró durante la cena. Con el ánimo por los suelos, me acomodé en mi asiento. Meditabundo y en silencio, horrorizado tuve que soportar que mi ahijada, usando su simpatía y desparpajo, se metiera en menos de cinco minutos a ese matrimonio en el bolsillo. Tan poco conocía en realidad a Carmen, que no tenía ni puñetera idea que la muchacha era un hacha en los idiomas. Aunque Briggitte era francesa, eso no le supuso ningún problema, alternó el español, el inglés y el francés como si fuera algo habitual en su día a día.
Tanto John como su mujer, estaban embelesados con ella. Hasta tal grado que sin poderse aguantar, mi jefe me preguntó que donde y cuando había sacado esa joya. Antes que pudiese contestar, Carmen se anticipó diciendo:
-Nos conocemos hace años, pero entonces seguía casado. Hace menos de un mes, nos rencontramos y ese mismo día, me pidió que me fuera a vivir con él. Y como verás, acepté-.
La arpía no había mentido, pero había tergiversado la historia, haciéndome aparecer como un Don Juan y a ella como una pobre damisela que había sucumbido a sus encantos. El viejo al oírla, me miró y dijo:
-Menudo pájaro estás hecho y yo que te creía un poco parado. No me cabe duda que me has engañado y que tras ese aspecto estirado se esconde mi alma gemela-.
-La verdad, John. Es que hasta que llegué nuevamente a su vida. Pedro estaba un poco oxidado, pero gracias a un poco de ternura y de amor, voy lubricando su dañada maquinaria-, contestó Carmen anticipándose nuevamente.
Cabreado por los derroteros de la conversación decidí intervenir, diciendo:
-John, con este aceite-, señalando a mi ahijada, -¡Hasta el mas tonto, lubrica!-.
Mi burrada provocó que Mr. Stevens y su esposa soltaran una carcajada. Carmen me lanzó una cuchillada con la mirada pero, reponiéndose al instante, me susurró al oído:
-Eso habrá que verlo-.
No comprendí sus palabras hasta que sentí como, con su mano bajo el mantel, me empezó a acariciar la pierna. No haciendo caso a sus mimos, pregunté a Briggitte si era su primera vez en Madrid. Nunca llegué a escuchar su respuesta. Mi querida ahijada viendo que no me afectaba su descaro, cambió de objetivo y se concentró en mi miembro. Éste no tardó en reaccionar y completamente alborotado, recibió con gozo sus caricias. Miré de reojo a mi acompañante, nada en ella revelaba que en ese preciso instante me estuviera masturbando en público.  Disimulando, retiré su mano de mi entrepierna y la deposité suavemente encima del mantel.
-Tienes razón eres un tonto-, me soltó. Creí que se había terminado pero, entonces, cogiendo mi mano, la llevó a su sexo, y en voz baja me dijo: -Como veras, yo también soy una tonta-.
No lo podía creer, ¡la muchacha estaba completamente empapada!. Al tratar de retirarla, cerró sus piernas, dejando mi mano aprisionada entre sus muslos. No satisfecha, me robó otro beso, mientras me decía:
-Mastúrbame o le digo a tu querido jefe, que te estás acostando con tu ahijada y que llevas haciéndolo desde que era una niña-.
La muy zorra me tenía entre la espada y la pared. Si no hacía lo que ella decía, me podía olvidar no solo de mi trabajo sino de mi futuro, nadie me volvería a contratar con antecedentes de pederastia. Pero si lo hacía, habría sucumbido ante ella.  Sabiendo que no me quedaba otra salida, comencé a acariciar su sexo por encima del tanga. Carmen al notar que había cedido, haciendo que se acomodaba en la silla, se bajó las bragas hasta media pierna y con una sonrisa, me indicó que ya estaba dispuesta.
Humillado hasta lo indecible, pero tengo que reconocer que excitado, me fui aproximando a mi meta para descubrir que esa zorra, con aspecto angelical, lo llevaba completamente afeitado. Ni un solo pelo, entorpeció mis maniobras cuando separando sus labios, me concentré en el botón de su clítoris. Afortunadamente, la cría no tardó en llenar la silla con el producto de su orgasmo, momento que aproveché para levantarme e ir al baño.
-¡Hija de puta!-grité, mirándome al espejo. –¡Esta niña no sabe quién soy yo!-.
Mas tranquilo al haber tomado la decisión de vengarme, volví a la mesa y me metí en la conversación como si no hubiese pasado nada. Pero algo había cambiado en mí, ya que la niña se quería apropiar de todo, lo tendría pero a mi forma:
-María-, le dije, usando el nombre de mi esposa muerta y aprovechando que habíamos terminado de cenar, – vete despidiendo, que estoy cansado-.
Por mi tono autoritario, comprendió que estaba cabreado y que le esperaba una buena bronca. La muchacha obedeció al instante y en dos minutos estábamos recogiendo el vehículo.
Capitulo cuatro. LA CAMA
 
 

Nada mas salir del restaurant, aprovechando que tuve que parar por un semáforo en rojo, me volví y le solté un tortazo. A voz en grito, exigí que me explicara su comportamiento. La muchacha, llorando, me pidió perdón.

-Eso no me vale-, dije gritando, -crees que no me he dado cuenta de lo que pretendes-.
Totalmente desconsolada, me explicó que desde que se hizo mujer, me amaba y que sabiendo que me había quedado viudo, le pidió a su Padre venirse a vivir a Madrid para estar mas cerca de mí. Lo que no se esperaba es que yo la invitara a vivir conmigo pero viendo la oportunidad no la dejó pasar y convencida que iba a terminar enamorándome de ella, como ella de mí, esperó tranquilamente que sucediera. Pero todo se aceleró en el evento benéfico porque al sentir que otra podría ocupar el lugar que ella quería para sí, le obligó a precipitar los acontecimientos.
Viendo que no respondía y que su confesión no había servido para nada, me gritó:
-¡Soy Virgen!, he esperado que fueras tú quien me hiciera mujer-.
“Eso no me lo esperaba”, pensé y sin dar mi brazo a torcer, me mantuve callado durante todo el trayecto. Al llegar a casa, Carmen completamente desmoralizada, enfiló hacia su cuarto. Pero justo cuando iba a entrar, la llamé.
-¿Dónde vas?, esta noche me has obligado a masturbarte en público, ahora quiero que lo hagas tú, teniéndome de espectador-, le dije desgarrando su vestido y dejándola casi desnuda frente a mí.
Totalmente aterrada, no pudo reaccionar, quedándose parada. Sin ahorrar nada de violencia, la senté en el sillón frente a mi cama y le ordené que empezara mientras yo me desnudaba. Incapaz de negarse, empezó a acariciarse mientras unos gruesos lagrimones caían de sus ojos.
-No veo bien con el tanga, acerca el sillón y termina de desnudarte-, ordené cómodamente tumbado en la cama.
Desde mi privilegiado punto de observación, no quité  ojo a sus maniobras y vi como se quitaba el tanga y acercaba el sillón a escasos centímetros de mi cara.
-Empieza y compórtate como la puta que eres-.
Lloriqueando, abrió sus piernas y separando sus labios, comenzó a  acariciar su clítoris. Olvidándome de sus  lamentos, me concentré en observar si era verdad que el himen  se podía ver si la virgen en cuestión tenía el coño bien abierto.  Al confirmar que si se podía ver, verifiqué de paso que, por primera vez, esa zorrita no me había mentido. Nadie había hoyado su tesoro. Saber que iba a ser yo quien la desvirgara, me empezó a calentar.
Carmen al comprobar con sus ojos que mi pene reaccionaba, dejó de llorar y llevando una mano a su pecho, lo pellizcó mientras aceleraba su masturbación. Poco a poco la excitación fue venciendo la humillación que sentía y dejándose llevar, comenzó a gemir de placer. Sabiendo que tenía toda esa noche, y muchas más, para disfrutarla, esperé que estuviera a punto de correrse y entonces ordené que parase. Saliendo de la cama, la cogí y obligándola a ponerse en posición de perro, exigí que continuara.
Quería alargar su humillación y de paso bajar de golpe su calentura, de manera que tuviese que volver a reiniciar otra vez todo el proceso. La muchacha obedeciendo, volvió a masturbarse. Actuando como si estuviera evaluando la calidad de una res,  en voz alta, con la mano fui examinando las distintas partes de su cuerpo:
-Para ser una urraca tan dispuesta, tengo que reconocer que tienes un cuello de cisne-, le dije mientras acariciaba sus hombros. Aunque lo hacía para humillarla, la cría al sentir el contacto de mi palma en su piel, suspiró excitada. Viendo que eso avivaba su deseo, asiendo sus pechos, continué: -Buenas ubres, quizás un poco pequeñas, pero eso se soluciona preñándote-.
No me pude resistir a darle un lametón a una de sus aureolas. Ella, ya desbocada, incrementó la tortura de su sexo. Al percatarme de ello, decidí impedirlo y con la mano abierta, golpeé una de sus nalgas, mientras se lo prohibía. La dureza del azote, le gustó pero temiendo que me enfadara, ralentizó sus caricias e insegura, esperó mi siguiente paso.
Este no se hizo esperar, separando sus glúteos, descubrí su rosado y todavía sin usar orificio trasero. Como no quería dañar la mercancía, cogí un bote de crema, y echando una poco entre sus nalgas, fui recorriendo las rugosidades de su ano, hasta que sin previo aviso, introduje un dedo en su interior. Mi victima gritó por la incursión pero no hizo ningún intento de separarse. Al contrario, completamente descompuesta, me rogó que la dejara correrse. Comprendiendo que de nada serviría prohibírselo porque estaba a punto de explotar, la autoricé a hacerlo.
Mi ahijada se corrió sonoramente, manchando la sábana con su placer.
Haciéndole ver que había dejado todo empapado, la obligué a levantarse, ir al armario y cambiar la cama. Con el paso inseguro por el esfuerzo, rápidamente hizo lo que le había ordenado y en silencio, esperó mis mandatos.
-Por esta noche está bien, vete a dormir que mañana hablamos-.
Desde mi cuarto, oí como lloró desconsolada hasta que el cansancio provocó que se durmiera. Yo, en cambio, tardé en conciliar el sueño. Estaba sobre excitado, no podía dejar de pensar en ese cuerpo que el destino, había puesto en mi camino. No quedaba ningún rastro de remordimiento en mí. Había dejado de ser mi ahijada para convertirse en mi puta y satisfecho, cogí mi miembro y planificando mis siguientes pasos, descargué sobre las sabanas recién puestas.
Capitulo cinco. MARÍA.
 
Dormí profundamente aquella noche. Al despertar y oí que la muchacha se había levantado y como de nada servía esperar decidí continuar con mi venganza:
-María, ¡ven!-.
La muchacha  comprendió que me refería a ella, sin rechistar, vino a mi cuarto. Desde la puerta, me preguntó que deseaba.
-Tenemos que hablar, siéntate a mi lado-.
Asustada, se acomodó en el final del colchón y bajando la cabeza, esperó que hablara. Antes de empezar, me fijé en ella. El camisón de mi mujer que portaba, la traicionó. Habiendo recibido un humillante castigo, la muchacha seguía en sus trece y continuaba queriendo ocupar el sitio dejado por mi esposa.
-Después de lo de anoche, todo ha cambiado. Tienes dos opciones, o coges tus cosas y te vas de mi casa, hoy mismo,  o te quedas y te conviertes en mi juguete. Si te vas, volverás a ser mi ahijada Carmen y nadie sabrá lo que ha ocurrido, si te quedas, te llamaré María y me obedecerás en todo. Tomate el tiempo que necesites para decidirlo-.
-No necesito tiempo-, contestó firmemente,- soy María-.
-Entonces, María, prepárame el baño-.
Satisfecho, escuché como abría el agua de la tina. Al cabo de cinco minutos, me avisó que ya estaba listo y arrodillada, esperó a que entrara en la bañera. Una vez adentro. Le ordené que me enjabonara la espalda. La muchacha no se hizo de rogar y cogiendo una esponja con gel,  empezó a recorrer mi cuerpo. Tranquilamente me dejé hacer. En diez minutos me había lavado la cabeza, las piernas, y el tronco, solo faltaba mi sexo. Indecisa, me pidió si podía levantarme. Al hacerlo y ver, ella, que se erguía excitado, sonrió y pasando su mano por mi extensión, me empezó a masturbar.
-Ahora, no-, le dije.
Sin inmutarse por la demora, cogiendo el mango de la ducha, me enjuagó con agua limpia.  Viendo que estaba aclarado, fue por la toalla y esperó que saliera de la tina para empezarme a secar. Con cuidado, fue pasando la toalla por mi dorso y al llegar a mi pene, me miró pidiendo permiso.
-Ahora—
María, mi juguete, con su  boca fue absorbiendo el agua que todavía quedaba sobre mi piel, mientras con sus dedos acariciaba mis testículos, buscando que me excitara. No le hizo falta mucho tiempo para que mi sexo alcanzara su máximo tamaño, tras lo cual, recorriendo con la lengua mi glande, exploró su mayor anhelo. Como posesa, lamió su talle  como buscando retirar cualquier rastro de suciedad que con la ducha hubiera quedado. Ya convencida de su pericia, abrió los labios y usando su boca como si de una vagina se tratara, se lo introdujo hasta la garganta.
“Esta niña tiene práctica”, pensé al sentir sus labios en la base de mi órgano.
Acto seguido, empezó a sacarlo y a meterlo en su interior hasta que sintió que mi orgasmo se acercaba. Entonces y sin alterar su ritmo pero buscando coordinar nuestros clímax, se llevó una mano a su sexo y con un frenesí alocado, frotó su clítoris. Era tanta su calentura que llegó a su meta antes que yo, pero eso no fue óbice para que llegado el momento se atiborrara con mi semen, sin permitir que ni una sola gota se desperdiciara.
Satisfecho por su labor, la levanté en mis brazos y sin pedirle opinión, la tumbé sobre la cama.  La cría me miró con una mezcla de deseo y de temor, al ver que separando sus piernas acercaba mi cara a su pubis.  Dando rienda a mi curiosidad, saqué mi lengua y cuidadosamente empecé a jugar con su himen. Sería la única posibilidad que tendría de hacerlo porque, después de ese día, esa tela blanquecina habría desaparecido para no retornar nunca más. Su tacto suave pero sobre todo el sabor a hembra madura y dispuesta que saborearon mis papilas, obligaron a mi pene a salir de su sopor.
María del Carmen, Carmen o María, da igual como quisiera ser llamada, facilitó mi incursión abriendo sus labios con los dedos. Los primeros gemidos de la muchacha no tardaron en llegar a mis oídos. Retorciéndose como una anguila,  mi ahijada me rogó que la hiciera mujer mientras de su cueva, como si se hubiese soltado un tapón, brotaba su placer. Sorprendido de la cantidad de flujo que manaba de ese sexo todavía virginal, busqué sorberlo en su totalidad. Al hacerlo solo extendí su agonía, juntando su orgasmo inicial con el siguiente. Exhausta me pidió que la tomara, que ya no podía más.
Entonces, levantando sus piernas hasta mis hombros, acerqué la cabeza de mi pene a su sexo, y jugando con mi glande en su clítoris antes de penetrarla, conseguí que se volviera a correr entre sollozos. Sabía que estaba dispuesta  y por eso lentamente, rompí la única unión que le quedaba con la niñez, haciéndola mujer. El dolor que sintió al ser desgarrada fue intenso pero paulatinamente se fue diluyendo y al notar que estaba ya repuesta, inicié un suave vaivén en su interior.
Increíblemente, mi pene se vio embutido por la estrechez de su conducto, de modo que resultaba difícil  el penetrarla. Gradualmente dicha resistencia fue desapareciendo al irse relajando  sus  músculos y entonces fue cuando aceleré la cadencia de mis incursiones hasta ser un ritmo desbocado. María, por su parte, no se podía creer como el placer la estaba poseyendo y cerrando sus manos, comenzó a berrear su pasión al comprobar que aunque lo deseara todo su cuerpo se revelaba a un nuevo orgasmo y que le faltaba la respiración.
-Por favor, termina ya-.
Difícilmente podía hacerle caso, tras tres años sin poseer a una mujer, estaba poseído y sus palabras solo sirvieron para que poniéndola de  rodillas sobre la cama, la volviese a penetrar usando sus pechos como agarre. La nueva postura elevó todavía mas su calentura y gritando se corrió al sentir que regaba con mi simiente su sexo.  El esfuerzo fue demasiado y se desplomó sobre las sabanas mientras mi pene terminaba de eyacular en su interior. Agotado también, me tumbé a su lado.
Durante unos minutos ninguno de los dos habló. Ella había conseguido su objetivo y yo seguía debatiéndome entre el deseo que esa cría me producía y la inmoralidad que representaba.  Ese silencio fue roto por ella que, saliendo de su ensueño, soltó una carcajada. Al preguntarle el origen de su risa, dándome un beso, me dijo:
-No me había percatado que estoy en mis días fértiles. Y al pensar en que me puedes haber dejado embarazada, me imaginé la cara que pondría mi padre al saber que su mejor amigo ha preñado a su hijita-.
Debí haberla abofeteado en ese instante pero al visualizar,  yo también, esa imagen  no pude dejar de acompañarle en su risa.

Relato erótico: “Maquinas de placer 12” (POR MARTINA LEMMI)

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Suspendida en antigravedad, la cuadrilla de cópteros, ahora reducida en uno, seguía formando un semicírculo en torno al Merobot, que se hallaba de pie y exultante sobre la torre de la terraza del edificio Vanderbilt, desprovisto el mismo ahora de mástil y estandarte.  No hacía falta escudriñar por detrás de los cristales de los habitáculos para darse cuenta de cuán anonadados y perplejos se hallaban los pilotos tras lo ocurrido; estaba descontado, y el androide también lo sabía, que de un momento a otro recrudecería el ataque, máxime considerando que era uno de sus compañeros quien acababa de perder la vida… La solidaridad vengativa suele ser característica de quienes integran fuerzas del orden…
La inminencia del ataque quedó confirmada cuando uno de los cópteros abrió repentinamente el fuego siendo, obviamente, seguido por los demás.  Ahora disparaban sin miramientos contra el robot mismo y no se trataba ya de fuego de amedrentamiento.  La lluvia de proyectiles arreció sobre el mismo quien, buscando preservar la integridad de su cerebro positrónico, tendió a poner el antebrazo por delante de su cabeza a los efectos de cubrirla, pues ése sería, obviamente, el principal blanco de ataque buscado por los pilotos de los cópteros.   Sus circuitos, una vez más, chisporrotearon e incluso varias “heridas” fueron salpicando su piel en varios puntos; aun así y contra todas las adversidades, el robot seguía funcionando aunque desde hacía rato inestable y desequilibrado.  Los cañones centrales de los cópteros comenzaron a moverse y el androide supo de inmediato que el siguiente paso sería arrojarle proyectiles calóricos contra los cuales verdaderamente nada podría hacer por más que se cubriese su cabeza con el antebrazo: que uno solo de ellos lograra penetrar en cualquier zona de su cuerpo sería suficiente como para socarrarle por dentro y dejar definitivamente frito su cerebro positrónico.
Un zumbido se hizo oír por encima de su cabeza y el Merobot, al levantar la vista, notó que el mismo provenía del parque de diversiones volante, el cual, al parecer, estaba poniendo en marcha sus motores de desplazamiento a los efectos de alejarse del lugar: o habían sido puestos en advertencia por el personal policial o bien, simplemente por su cuenta, los pilotos del parque habían juzgado que lo mejor era alejarse de allí ante la intensidad y crudeza que estaba tomando el combate.  Por lo pronto, Dick interpretó de inmediato que, si tenía una chance de escapar a su irrremisible final, la misma se hallaba en el parque y, de hecho, se esfumaría si se limitaba ver cómo se alejaba.  Siempre de pie sobre el lugar que antes ocupara el mástil, flexionó sus poderosas y atléticas piernas a los efectos de darse impulso a sí mismo y, así, ante la mirada azorada de los pilotos de la policía que le acechaban, saltó hacia lo alto casi como si alguien le hubiese disparado cual un proyectil.  Era un salto de unos doce metros pero todo estaba matemática y físicamente calculado; de hecho, el robot, aunque con lo justo, alcanzó a asirse a una de las tuberías inferiores de la estructura del parque…
La lluvia de metralla arreció nuevamente sobre él pero cesó casi al instante.  Estaba bastante obvio que los pilotos habían recibido orden de suspenderla de inmediato puesto que, en caso de dañar los generadores o los suspensores del parque volante, éste se precipitaría a tierra generando un desastre de tales dimensiones que causaba espanto el sólo pensarlo… El robot supo que ése era su momento, así que, por momentos reptando y por momentos usando una locomoción braquiática que parecía propia de un chimpancé, fue entreverándose entre las tuberías y cables hasta lograr desaparecer del campo de disparo y, de ese modo, se logró desplazar por debajo de la base circular del parque hasta llegar al extremo diametralmente opuesto para luego trepar hacia la parte superior por el borde contrario a la posición de los cópteros.
Su jugada, sin embargo, fue intuida por la policía aérea, pues mientras pendía de un solo brazo hacia la nada y en el momento en que se disponía a trepar hacia el parque propiamente dicho, un cóptero que venía girando en torno a la estructura apareció ante él y, por lo que se veía, su piloto tenía la más que clara intención de abrir fuego.  Columpiándose hacia arriba, el androide saltó y cayó en el propio predio del parque, justo sobre el borde del mismo; buscando con prontitud alguna vía de escape alzó la vista y se encontró con el desfilar de las sillas voladoras que trazaban alocados círculos en torno al perímetro del parque volante mientras los jóvenes que las ocupaban no paraban de proferir histéricos aullidos al ver y sentir cómo sus cuerpos parecían verse impulsados hacia el abismo.  Dick flexionó sus piernas nuevamente, dispuesto a saltar: ya lo había hecho una vez y bien podía hacerlo otra vez dado que incluso la altura a cubrir con el salto era esta vez menor.  El asunto, claro, era calcular con precisión matemática el momento de intercepción con alguna de las sillas colgantes que giraban a altísima velocidad, ya que de no lograr asirse a ninguna, su salto sólo seguiría destino hacia una caída de mil ochocientos metros…  Permaneció por un instante mirando pasar a las sillas mientras en su cerebro positrónico iban discurriendo los cálculos matemáticos y físicos a toda velocidad.  Una vez que se encontró con un resultado certero, se impulsó nuevamente y su cuerpo, lanzado hacia lo alto, alcanzó una de las sillas voladoras en el exacto momento en que pasaba y se aferró al respaldo de la misma con una sola mano  para terror de la pareja de jovencitos que viajaba sobre la silla, ya que ésta se ladeó un poco y  se desestabilizó ante el peso y el impacto del robot.  Como si no fuera poco para los jóvenes el alocado vértigo del propio divertimento, sus rostros adoptaron un rictus de espanto cuando, al girar sus cabezas, descubrieron como tercer pasajero a un hombre desnudo que colgaba del respaldo de su silla.
“No teman…” – les dijo el Merobot en un tono que pretendía ser tranquilizador dentro de un contexto demente.  Su cerebro positrónico seguía cruzado por conflictos y, al parecer, dejaba salir, aunque más no fuera intermitentemente, algún vestigio del mandato de no dañar a los seres humanos que le habían instalado al fabricarlo.
Los cópteros, formando un círculo más grande, se arracimaron en torno al parque volante de modo análogo a cómo antes lo hicieran con la cima del edificio Vanderbilt.  El blanco, claro, se había vuelto mucho más difícil por lo huidizo ya que el androide, junto con la silla a la que se hallaba aferrado, giraba alocadamente alrededor de la estructura del parque, lo cual hacía imposible tenerlo en la mira.  Sin embargo, el movimiento, al ser uniforme, no lo dejaba a salvo por completo; los cópteros estaban equipados con dispositivos para calcular intercepción cuando el objetivo a ser atacado se movía en una trayectoria regular y previsible.  Cierto era que disparar contra la silla volante implicaría, también, poner en riesgo a los jovencitos que viajaban en ella, pero Dick no estaba dispuesto a comprobar cuál era el límite ético de la policía aérea.  A la primera oportunidad que tuvo para hacerlo, se columpió desde la silla y, soltándose de ella, se dejó caer hacia el piso del predio de Joy Town mientras una nueva y violenta sacudida hacía otra vez gritar de terror a la parejita que viajaba a bordo de la misma.  Sus piernas, una vez más, actuaron como excelentes amortiguadores al posarle suavemente sobre el mismo.  A su alrededor prácticamente todos echaron a correr: era sospechar que ya se hallasen al tanto de lo que estaba ocurriendo y, por lo tanto, no tenía por qué sorprender el que huyeran aterrados al saberse en presencia del “robot asesino”.  Sin embargo, hubo algunas jovencitas e incluso algunas señoras maduras que, en lugar de echar a correr, se quedaron contemplando fascinadas la espectacular anatomía del androide.
Jack debió abrirse paso a empellones por entre los guardias a lo largo de las escaleras y, una vez que llegó hasta el último piso, accionó él mismo la apertura de la puerta que comunicaba con el estacionamiento.  Corrió por entre los autos como si lo llevara el mismo diablo e, incluso, saltó y caminó por encima del capot de más de uno.  Una vez que hubo llegado hasta la última puerta, la cual comunicaba con el pasillo y con la azotea, sus ojos descubrieron a Carla, arrebujada contra uno de los cristales y con la vista perdida, casi ausente, mientras temblaba por el frío como si tuviera convulsiones.
Jack accionó la apertura de la puerta y fue hacia ella, quitándose el saco para cubrirla con el mismo.
“Vamos, Carla… – le dijo con premura -.  Tenemos que salir de aquí…”
“De… ninguna forma… – respondió ella, con la voz entrecortada y quebrada -.  Dick está allí afuera… Saltó hacia el parque; yo lo vi…”
“Carla… es peligroso… – insistió él tironeándole de un brazo e instándola a levantarse del piso para seguirle -.  Por favor, vámonos de aquí o…”
Con un violento tirón, ella se liberó de su mano y, poniéndose en pie de un salto, echó a correr hacia afuera del pasillo y a través de la azotea.  Jack la siguió.  Aquí y allá el piso aparecía cubierto por fragmentos de revestimiento o de cristales, a pesar de lo cual Carla corría por entre ellos como si nada le importase e incluso, dejando caer, en la corrida, el saco con que Jack la había cubierto.
Ella llegó hasta el muro del borde de la terraza y miró hacia lo alto, hacia el parque Joy Town, que ya ahora se hallaba bastante más alejado, tal vez a unos ochenta metros por encima de su cabeza.  Con aprensión, sus ojos se clavaron en los cópteros que rodeaban al mismo y un fuerte estremecimiento la sacudió de la cabeza a los pies al pensar que los vehículos policiales se hallaban allí con el único y firme objetivo de dar caza a Dick: una caza que implicaba su destrucción…, la destrucción del único “hombre” que había logrado hacerla sentir algo distinto en su vida.  Llegando junto a ella, Jack le echó el saco por sobre los hombros; no volvió a insistirle con marcharse de allí porque estaba más que claro que no lo lograría: Carla Karlsten quería permanecer en ese lugar… Y si tenía que presenciar el final de Dick, estaba dispuesta a hacerlo pues se sentía en la necesidad de estar allí para verlo por última vez…
Dick miró hacia todos lados a lo largo del predio descubierto y sabiendo que allí era un excelente blanco para los cópteros, echó a correr sin un rumbo fijo contorneando la estructura de la montaña rusa extrema, la cual, de hecho, se hallaba en funcionamiento.  El cálculo estratégico, claro, era valerse de la montaña rusa como protección, ya que era de suponer que no le dispararían a riesgo de poner en peligro las vidas de los jóvenes que disfrutaban del entretenimiento.  Cálculo equivocado: la lógica de un robot no siempre se condice con el pragmatismo humano; así, mientras corría, oyó repiquetear nuevamente la artillería de metralla a centímetros de sus pies e incluso contra los caños de la montaña rusa.  Mirando hacia el frente y sin detener su carrera, Dick vio un edificio al cual el cartel de la entrada promocionaba como sala de espejos; sin más y como si fuera un clavadista arrojándose de un acantilado, colocó los brazos hacia adelante y se lanzó en un salto casi olímpico que le hizo ingresar al mismo.  Un sinfín de espejos poblaba el lugar y ello motivó que se viera reflejado a sí mismo una y mil veces al punto de que sus sensores, ya para esa altura muy dañados, tuvieron que trabajar durante algún momento en sociedad con su cerebro positrónico para determinar si se trataba, en efecto, de imágenes reflejadas de sí mismo o si, por el contrario, se hallaba ante una jungla de androides idénticos a él.  Entre la marea interminable de imágenes, sin embargo, descubrió dos figuras humanas que no se parecían a él.  Se trataba de dos muchachitas muy jóvenes, de tal vez veinte años… Vestían tan informales como cualquier chica de su edad y lucían cortas faldas; en sus rostros se podía advertir una mezcla de terror y fascinación ante la presencia del androide.
En ese momento, en el cerebro positrónico del Merobot se empezaron a mezclar mandatos y órdenes… Dar placer, dar placer, dar placer…: ésa era la cuarta ley: una ley ajena a Asimov que, siguiendo el orden de jerarquías, sus fabricantes le habían instalado allí.  Yendo resueltamente hacia una de las muchachas la tomó por los cabellos con tal fuerza que la obligó a doblar su cuerpo; la otra intentó huir pero el formidable brazo del androide la alcanzó y la capturó del codo antes de que pudiera hacerlo.  Las chicas aullaban de dolor, una por el violento tironeo contra su cuero cabelludo y la otra por la fuerza de los poderosos dedos que le mantenían cautivo el codo mientras braceaba y pataleaba tratando de escapar; sin embargo y aun a pesar de los gritos de dolor, todo parecía indicar que el robot no lo estaba percibiendo: su cerebro positrónico se hallaba enloquecido y sus sensores alterados al momento de captar las sensaciones humanas.   Atrayendo a ambas hacia él, las hizo impactar a ambas al mismo tiempo con sus traseros contra su magnífica verga, la cual quedó encerrada entre ambas.  El miembro, erecto y más vivo que nunca, se movió serpenteando entre una y otra hurgando por debajo de sus faldas y deslizándose por entre sus piernas hasta alcanzarles sus vaginas, yendo alternadamente y a gran velocidad de una a la otra de tal manera de mantenerlas a ambas excitadas.  En efecto, la resistencia que las jóvenes habían mostrado en un principio pareció ir cediendo; ya no forcejeaban tanto por liberarse y, antes bien, ambas tenían sus bragas mojadas. 
Entendiendo que ya ninguna de las dos intentaría escapar, el robot le liberó a una los cabellos y a la otra el codo; con un hábil manotazo dejó a cada una sin bragas, lo cual fue literal ya que no se las bajó sino que, directamente, le arrancó a cada una su prenda íntima que, desgarrada y cortada al medio, se deslizó hacia el piso a lo largo de las piernas.  Aprovechando el momentáneo éxtasis que parecían vivir las chicas, apoyó cada una de sus manos sobre los rostros de las chicas y les jugueteó con los dedos sobre los labios hasta terminar introduciendo en cada boca los respectivos dedos mayores de sus manos, haciéndolos serpentear dentro de ellas de tal manera que, inevitablemente, remitió a las chicas a sentirse tal como si tuvieran un pene dentro de sus bocas. 
Cuando la excitación hubo alcanzado su grado extremo, el robot tomó a una de las jóvenes por la cintura y, literalmente, la sentó sobre su pene erecto, no penetrándola, sino pasándole desde atrás el portentoso miembro desde atrás por entre las piernas.  Casi de inmediato tomó también por el talle a la muchacha restante y la atrajo poniéndola de espaldas contra la primera; en cuanto la tuvo al alcance, la ensartó en su falo.  De ese modo y gracias a su desarrolladísimo miembro comenzó a penetrar a ritmo creciente a una de las jóvenes mientras la otra, en medio de ambos, se veía sometida al frenético roce de la fantástica verga que le franeleaba el montecito a toda velocidad.   Como trío era inusual, por cierto, y sólo concebible dentro de las posibilidades de un Merobot, tanto por el tamaño portentoso de su miembro como por la particular movilidad y elasticidad del mismo… 
La chica que era penetrada se inclinó hacia adelante y su rostro se vio desbordado por una intensa sensación de placer que, seguramente, jamás había sentido en su vida: no se trataba sólo de la fantástica cogida que estaba recibiendo sino además del excitante roce de la otra muchacha a sus espaldas, la cual, por su parte, tampoco podía contener la excitación que le subía y hormigueaba por todo el cuerpo al sentirse aplastada entre los del androide y su amiga…  La joven que era penetrada llegó al orgasmo, tras lo cual, abatida, se dejó prácticamente caer prácticamente hacia adelante; la muchacha restante, por su parte, no cabía en sí de la excitación y se sentía a punto de estallar: necesitaba sí o sí un orgasmo….  El robot, obedeciendo a su mandato de dar placer, atendió inmediatamente tal necesidad.  Al tocarle la vagina a la jovencita la encontró terriblemente húmeda pero a la vez terriblemente ardiente, al punto de que casi quemaba, a causa del intenso roce a que había sido sometida mientras él bombeaba y bombeaba dentro de su amiga.  El robot, no obstante, pareció captar algo más y, en virtud de ello, decidió no entrarle a la muchachita por allí sino por su entrada trasera; así, la poderosa verga se abrió paso por entre las nalgas e ingresó en el orificio anal sin pedir permiso y la joven no pudo reprimir un alarido de intenso dolor mezclado con placer, sensaciones de las cuales, al parecer, el Merobot captaba sólo una.  En virtud de ello, no mermó en lo más mínimo su arremetida sino que, por el contrario, la intensificó sin piedad  alguna.  Fue, justamente, ese salvajismo lo que elevó la excitación de la chica a niveles impensables y, por cierto, imposibles de comparar con los que pudiera producir un auténtico miembro viril de un hombre de carne y hueso…
Estaba claro que ella tenía clara preferencia por el sexo anal pero no lo estaba menos que el robot parecía haberse dado cuenta de ello antes de ensartarla en la cola.  Daba la impresión de que los sensores del robot se estuvieran comportando de un modo muy particular después de que Luke Nolan metiera en los mismos: era como que, al quedar inhibidos los sensores que detectaban la presencia del dolor, se habían aumentado como compensación las potencialidades perceptoras del resto y, particularmente, de los detectores de placer: de ese modo, parecía ser que el Merobot ya no sólo captaba el placer en las personas sino que además percibía de qué modo querían éstas ser satisfechas  Por lo pronto, los gritos de la joven seguían aumentando en volumen y rebotaban en jadeantes ecos contra los interminables espejos; era casi imposible pensar que no estuviesen siendo oídos desde fuera del edificio o, incluso, por todo el parque…  Vaya a saber si ésa fue la causa o cuál pero, de pronto, los encargados de la seguridad de Joy Town se hallaban allí…
El robot, ya para ese entonces dañado y limitado en su capacidad de percibir peligros circundantes, recibió un disparo en la espalda.  Como si se hubiese tratado de  una descarga eléctrica, se retorció y arqueó su espalda llevando con ello su verga aun más adentro del ano de la muchachita cuyo gemido de placer/dolor alcanzó un tono agudo casi imposible.  La herida de la espalda del robot chisporroteó y asimismo lo hicieron varios circuitos en su interior, lo cual, inevitablemente, llegó al ano de la joven empalada, quien sintió dentro suyo un hormigueo eléctrico imposible de comparar con ninguna sensación ligada al sexo convencional.   Sin retirarle la verga de adentro, el robot se giró junto con la muchacha y, al hacerlo, se encontró con los guardias que lo encañonaban, aunque los veía reflejados una y mil veces repitiéndose hasta el infinito en aquel sinfín de espejos.  En tanto, la otra muchacha, aterrada, permanecía en el suelo cubriéndose la cabeza…
El ostensible deterioro de los sensores del robot hacía que éstos no le permitieran a ciencia cierta determinar cuáles de las figuras que veía correspondían a los guardias en sí y cuáles eran imágenes reflejadas.  No quedaba, pues, otro camino más que abrirse paso por entre los espejos.  Echó hacia atrás el poderoso antebrazo y cerrando su puño, lo estrelló una y mil veces contra los mismos, que se fueron rompiendo y cayendo en añicos mientras el robot, llevando a la jovencita ensartada, avanzaba por entre ellos siendo seguido por una lluvia de proyectiles.  Cuando logró destruir el último de los espejos, se encontró nuevamente afuera, pero difícil era determinar si era peor el remedio o la enfermedad, ya que ello le hacía nuevamente visible para los cópteros.  La artillería de metralla repiqueteó nuevamente y nuevos proyectiles impactaron contra su cuerpo.   El androide se retorció nuevamente y, una vez más, introdujo aun más su verga dentro de la muchacha.   Decidió que era momento de liberarla; ella no había recibido un solo disparo ya que el propio cuerpo de él había actuado como escudo.  El Merobot echó a correr en dirección hacia los límites del parque de diversiones y, por cierto, cada vez le costaba más la marcha: sus sensores hacían ruido; las piernas, por momentos, le flaqueaban y ni siquiera parecía controlar su cabeza, que se bamboleaba para todos lados mientras sus ojos eran presa de un permanente bailotear e incluso quedaban blancos por momentos.   
Una vez que llegó al borde, se trepó al muro que marcaba el límite del parque y, desde allí, al mirar hacia abajo, distinguió la cima del edificio Vanderbilt, sobre cuya terraza logró divisar a su dueña: Carla Karlsten… La acompañaba un hombre que la cubría con un saco del frío, al cual logró reconocer como Jack Reed, el mismo al que había apartado de un golpe cuando, llevando a Carla al hombro, escapara de las oficinas de la Payback Company…
El parque ya se hallaba lo suficientemente lejos del edificio como para hacer imposible cualquier salto: desde esa altura, no había amortiguación que valiera… y, de cualquier modo, no quería volver allí: hacerlo implicaba poner en peligro a Carla… Aun a pesar de la distancia, permaneció mirándola fijamente durante un rato mientras ella, desde la azotea del edificio y con ojos dolidos y sufrientes, hacía lo mismo… Él agitó una mano en señal de saludo y ella le correspondió… Fue lo último que hizo antes de ser alcanzado en la espalda por un proyectil calórico: el robot pudo percibir cómo, literalmente, era abrasado por dentro; sus heridas despidieron humo y la piel comenzó a derretírsele… Todo se le volvió borroso; sus sensores y receptores se estaban quemando.  La vista se le nublaba, los recuerdos se le entremezclaban… y su cerebro estaba muriendo: sólo el rostro de Carla permanecía como una última imagen que se negaba a desaparecer…
Desde la azotea del edificio Vanderbilt, Miss Karlsten lanzó un grito de terror a la vez que rompió en llanto al ver cómo el androide caía desde el borde del parque de diversiones y, envuelto en llamas, se precipitaba hacia el abismo en busca de un fin inevitable…
Los días que siguieron no fueron, obviamente, fáciles para nadie.  Carla Karlsten quedó encerrada en un profundo ostracismo que hizo que no asistiera a las oficinas por varias semanas.  Jack la visitó en su casa pero se la veía ausente y sólo conseguía arrancarle unas pocas palabras.  Su actitud, desde luego, era entendible, como así también su ausencia al trabajo: era difícil para ella volver al lugar en el cual todo había ocurrido…
Sakugawa fue, posiblemente, quien llevó la peor parte…y también era lógico.  El episodio al que la prensa bautizó como “incidente Vanderbilt” colocó en el tapete a su compañía y a los Erobots, los cuales a los ojos de la sociedad dejaron de ser confiables y, antes bien, pasaron a ser vistos con inquietud y temor.  En esos días bastaba que la gente los viera en los escaparates de las tiendas de la World Robots para que, automáticamente, sintieran un escozor por dentro.  El desconocimiento sobre las verdaderas causas que habían ocasionado el malfuncionamiento del Merobot de Carla Karlsten sólo contribuía a echar dudas y sombras sobre el asunto pues eran pocos los consumidores dispuestos a introducir en su vida a robots cuyas reacciones futuras serían imprevisibles.  Sakugawa se paseó por todos los medios defendiendo a capa y espada su producto y buscando dejar a la compañía limpia de culpas o, al menos, lo más indemne que fuera posible, tanto ante la opinión pública como ante la justicia; ello constituía, desde ya, una tarea no sólo muy difícil sino además casi imposible.  El prestigioso empresario, devenido ahora en principal blanco de las acusaciones, sospechaba que el robot había sido alterado de alguna forma y que ello había traído aparejada la aparente locura del mismo; el propio recuerdo de aquel diálogo vía “caller” con Carla Karlsten parecía conducir en ese sentido, ya que ese día ella había evidenciado estar interesada en obtener de su androide formas de satisfacción para las cuales no había sido programado.  Había intentado hablar con ella un par de veces después de lo ocurrido con la esperanza de que la ejecutiva reconociera, al menos, haber echado mano en la estructura del androide, pero cada vez que la llamó la halló perdida, como ida y dándole respuestas breves que no arrojaban demasiada luz sobre el asunto.  Por otra parte, la realidad era que, habiendo sido el androide destruido por un proyectil calórico para luego caer desde más de mil ochocientos metros de altura, se hacía imposible dar con algún resto que pudiese esclarecer algo al respecto y, aun si fuera así, la World Robots seguía sin tener demasiado resguardo legal; la fiscalía argumentó desde un principio que los fabricantes del Merobot no podían deslindarse de responsabilidades arguyendo que los clientes pudiesen haber introducido cambios en sus robots: se consideraba que había negligencia por parte de la compañía al lanzar al mercado un producto tan poco confiable como para permitir que tales cambios fueran posibles.  Viéndolo desde ese punto de vista, ni siquiera una “confesión” por parte de Miss Karlsten serviría demasiado…
Por lo pronto, las acciones de la World Robots se derrumbaron estrepitosamente y, como no podía ser de otra forma, ello redundó en un aumento del rating de los canales eróticos así como de otros rubros relacionados que, de algún modo, servían como sustituto para cubrir la demanda.  A propósito, Goran Korevic, aun a pesar de salir golpeado del incidente, terminó siendo favorecido por el mismo: su nombre apareció por todos lados, ya que no podía escapársele a los medios un detalle tan jugoso como que hubiera un hombre con látigo, máscara y capa en las oficinas de la Payback Company al producirse los incidentes.  Fueron varias las publicaciones o los programas televisivos que incluyeron informes del tipo: “¿quién es Goran Korevic?”.  De manera insospechada, entonces, lo ocurrido le sirvió como publicidad gratuita al Sade Circus, cuyas gradas se comenzaron a ver mucho más pobladas al punto de que, por momentos, hasta se acercaba a sus viejas glorias del pasado.
En cuanto a lo ocurrido, no es que hubiera un pacto de silencio entre los participantes del hecho ni nada por el estilo.  Si, llegado el caso, llamaban a declarar a Jack, él simplemente contaría lo ocurrido; ignoraba qué haría Luke.  Pero la realidad fue que nadie los convocó: sólo se citó a Carla Karlsten (quien se excusó y pospuso su declaración debido a su situación emotiva) y a Goran Korevic.  La postura de la fiscalía y del tribunal era, al parecer, que poco importaba qué hubieran hecho o dejado de hacer con el robot sino que simplemente la World Robots había lanzado al mercado un producto extremadamente inseguro y peligroso, al punto de que había llegado a provocar algunas muertes.  En tal contexto legal, tanto el testimonio de Jack como el de Luke importaban bien poco…
Las muertes…: ésa era la parte del asunto que más atormentaba a Jack Reed y, de algún modo y aun a pesar de que la ley así no lo considerase, se sentía en parte responsable por lo sucedido: junto con Luke y con Goran, habían sido de alguna manera cómplices del loco plan de Miss Karlsten.  De hecho, él se consideraba más responsable aun por haber sido el que había tenido la idea de sumar a los otros dos.  Era absurdo culparse, desde ya; por mucho esfuerzo de imaginación que se hiciese, no había forma alguna de prever en aquel momento en qué iba a terminar todo el asunto del Merobot, pero la culpa nada sabe de lógica ni de absurdos…
En cuanto a Laureen, estuvo como ausente durante algunos días y, de hecho, había quedado muy conmocionada al ver por televisión las imágenes de lo ocurrido en el sitio en que trabajaba su marido.  Como era de esperar, sus resguardos hacia los Erobots aumentaron, pero la novedad era que ahora tampoco Jack quería saber demasiado con ellos e hizo todo lo posible por apartarlos de la vista: el verlos era no sólo volver a revivir una y otra vez lo ocurrido sino, además, vivir con una permanente incertidumbre acerca del mañana, aun cuando Jack supiera bien por qué había enloquecido el robot de Carla, situación que nunca podría darse en su hogar.  Guardó, por lo tanto, a los tres androides en un desván, ocupándose de cerrarlo prolija y herméticamente; ignoraba, por otra parte, cuál era el alcance de los sensores de los Erobots para detectar la acción de los neurotransmisores y activarse en consecuencia, pero ese desván era, de momento, lo más seguro que podía encontrar.  Le dolió en el alma dejar allí a sus dos Ferobots, con las cuales había compartido tan increíbles momentos y no pudo evitar preguntarse si volvería a revivir algo de eso…
El menos impactado por la marcha de las cosas pareció ser Luke.  No tuvo, de hecho, el más mínimo reparo en seguir usando y disponiendo de su Ferobot, ese mismo que, para disgusto de Jack, replicaba a su propia esposa.  De hecho, hacía todo lo posible para que Jack le viera cuando estaba con su robot, sabiendo seguramente que eso irritaría profundamente a su vecino.  Pero lo sorprendente del asunto fue que, con el correr de los días, al propio Jack le nació un morbo con ese asunto: es decir, jamás dejó de odiar a Luke ni de sentirse indignado por lo que había hecho y seguía haciendo, pero al mismo tiempo el verle con la réplica de Laureen en tales situaciones le producía sentimientos encontrados.  No podía, viéndolos, menos que añorar los tiempos en que él disfrutaba de ese mismo modo del sexo con su esposa y, de manera extraña y paradójica, el ver a su “esposa” siendo manoseada o montada por su odiado vecino, no dejaba de provocarle una rara e inexplicable excitación.  Tal fue así que llegó un momento en que ni siquiera hacía falta que Luke se apareara con la réplica de Laureen en lugares demasiado visibles ya que era el propio Jack quien se encargaba de buscar los sitios estratégicos como para espiarles, particularmente desde la ventana de la buhardilla o desde el tejado mismo: y pensar que, poco tiempo atrás, era Luke quien espiaba compulsiva y enfermizamente hacia su propiedad…
Fue en una de esas noches cuando ocurrió algo impensado o, por lo menos, no previsto por Jack.  Desde la ventana de la buhardilla estaba mirando hacia la ventana de la habitación de Luke e, inclusive, se había provisto con unos binoculares para hacerlo.  Jack mantenía las luces apagadas a los efectos de no ser visto, pero era obvio que Luke bien sabía que él estaba allí…
Vio a “Laureen” inclinarse y apoyarse contra el alféizar de la ventana para, inmediatamente, desde atrás, comenzar a ser recorrida lascivamente por las manos de Luke.  El Ferobot adoptó una expresión que, para quien no supiera que era un androide, sólo podía ser vista como de goce extremo.  Luke le levantó la remerita musculosa dejando así expuestos sus magníficos senos hacia el aire nocturno, justo de frente a la ventana desde la cual espiaba Jack.  Apoyando el mentón sobre el hombro de la réplica de Laureen, Luke le miró fijamente y con una mueca burlona, como si supiera perfectamente que su vecino le estaba oteando desde la oscuridad.  Jack se sintió sacudido de tal forma que bajó los binoculares y apartó la vista, pero tal actitud sólo le duró unos breves instantes al cabo de los cuales volvió a calzarlos sobre sus ojos;  al ver nuevamente, no sólo notó que Luke mantenía su expresión burlona y sonriente sino que “Laureen” también miraba hacia él y lo hacía con rostro gozoso y extasiado; aun a pesar de la distancia, llegaron a oídos de Jack los jadeos de ella flotando en la suave brisa nocturna.  No pudo evitar que un escalofrío le recorriera el cuerpo, pues al ver, a través de los binoculares, cómo el Ferobot le miraba…, se sintió exactamente como si Laureen le estuviera mirando…  No había diferencia: en gesto, en expresión, en nada… Una copia increíblemente perfecta que no paraba de dejarlo estúpidamente boquiabierto.  Jack escupió rabia y, junto con ésta, le invadió una creciente excitación que sólo llevó a que la rabia aumentara, puesto que no soportaba que le excitara el ver a su detestable vecino apoyando y manoseando a… su propia esposa… Bajando por un momento los binoculares nuevamente, echó un vistazo en derredor buscando en la oscuridad algún objeto contundente para arrojarles e, incluso, hasta contempló la posibilidad de bajar a buscar un arma: lo que fuera…  Finalmente, y como si alguna fuerza incontrolable le manejase, volvió a calzarse los binoculares para seguir viendo a la pareja…
En eso, sintió que una mano se deslizaba lentamente por su entrepierna y, casi de inmediato, una voz bien reconocible se dejó oír contra su oído a la vez que un mentón se apoyaba sobre su hombro.  Casi se le fueron los binoculares al piso.
“Te excita, ¿verdad?”
Era la voz de Laureen; no cabía duda alguna.
Con apenas girar la cabeza, Jack se chocó contra el rostro de ella; se la veía sonriente y llena de luz, algo que hacía mucho tiempo que no notaba en su esposa.
“N… no… – balbuceó -.  ¿A… a qué te refieres?”
“A ellos… – indicó Laureen indicando con el mentón hacia la casa vecina -.  A Luke y… a mí… – acercó aun más su boca al oído de Jack en el momento de decirlo -.  Te excita ver cómo él me coge, ¿verdad?”
Jack se hallaba absolutamente descolocado por la repentina y sorpresiva actitud de su mujer; negó muy ligeramente con la cabeza y estuvo a punto de hacerlo también verbalmente, pero en ese momento la mano de Laureen se cerró aun más sobre su bulto, aumentándole así la incipiente erección que ya estaba teniendo al ver a la pareja vecina.
“Tu verga quiere pararse… – le dijo ella, casi al nivel del susurro y dándole una lengüetada en la oreja -.  ¿Vas a decirme que no te excita? -; con su mano libre le volvió a calzar los binoculares, lo cual permitió que él viera cómo ahora Luke se dedicaba a penetrar a la réplica su esposa, aplastado el vientre de ésta contra el alféizar de la ventana; el Ferobot tenía medio cuerpo por fuera de la misma y lanzaba una seguidilla de jadeos entrecortados que, poco a poco, se fueron pareciendo cada vez más a aullidos animales: una loba en celo prácticamente -.  ¿Ves cómo me coge? – le insistía Laureen al oído -.  ¿Ves cómo lo estoy gozando?”
Todo era demasiado fuerte para Jack: la escena de la casa vecina y la que estaba ocurriendo en la suya propia.  Había ya prácticamente perdido toda capacidad de reacción y respuesta: era Laureen quien disponía y él sólo la dejaba hacer…  Mientras le besaba con delicadeza el cuello, ella le soltó el cinto y la hebilla del pantalón para luego bajarlo tan despaciosa y cadenciosamente que era imposible no pensar en sexo.  Una vez que se lo bajó, le jugueteó con los dedos por encima del bóxer, insistiendo muy especialmente en el bulto que se iba marcando cada vez más.  Seguidamente,  ella le palpó las nalgas para luego acuclillarse a espaldas de él; al hacerlo, tomó el bóxer entre sus dientes y tironeó hasta bajárselo por completo.  Jack no podía más y, para colmo de males, los binoculares seguían entregándole la morbosa escena de su vecino montándose a “su esposa”.  La excitación no paraba de crecer y él no podía evitar sentirse un pervertido: sin embargo, ése era el juego hacia el cual lo arrastraba la propia Laureen, quien ahora, desde atrás, le hurgaba con su lengua por entre sus piernas hasta encontrarle los testículos y comenzar a lamerlos de un modo terriblemente lujurioso y sensual.  Jack se preguntó en ese momento cómo era posible que hubiese tenido olvidadas en un cajón durante tanto tiempo las habilidades amatorias de su propia esposa…
Se entregó al momento; tuvo que dejar de mirar por los binoculares ya que su rostro se transfiguró por completo pasando a lucir una expresión de placer extremo en tanto que su boca se abría cuán grande era y sus ojos se entrecerraban, entregados al súmmum del momento… Sin dejar de lamerle los testículos, ella le tomó la cabeza del pene entre sus dedos y, llevando rítmicamente hacia atrás y hacia adelante la piel del prepucio, se dedicó a masturbarlo…
“Míralos… – le conminó ella -.  Abre los ojos y míralos… Mírame: mira cómo me coge Luke… Hmm, lo hace bien, ¿verdad?  ¿Escuchas cómo me hace gozar?  Hmm, cuánto lo odias, ¿no es así?  Y ahora, mi pobrecito Jack, tienes que ver y oír cómo él me coge mientras a ti sólo te queda masturbarte…”
Luke no podía entender qué le estaba pasando: las palabras de su esposa eran lacerantes, humillantes, y sin embargo lo ponían en estado de ebullición.  Tal como ella le había dicho que hiciera, volvió a mirar hacia la ventana del dormitorio de su vecino; no tenía ya fuerzas para sostener los binoculares pero aún así los veía a simple vista, sin tantos detalles.  Los jadeos del robot que replicaba a su esposa fueron aumentando en intensidad cada vez más hasta que, ya convertidos en salvajes alaridos de placer, inundaron el aire nocturno para ser oídos, tal vez, por todo el vecindario.  Con ello, el nivel de excitación en Jack subió como el mercurio de un termómetro disparado a toda velocidad al punto que también sus propios jadeos se fueron haciendo cada vez más audibles.  De ponto, un gemido largo y agudo marcó a las claras que la réplica de Laureen estaba teniendo su orgasmo y, en ese mismo momento, también él tuvo su eyaculación.  Así dadas las cosas, la sensación de ambos placeres combinados no pudo ser más placentera…  Como si no fuera ya suficiente, Laureen alzó la mano empapada en el propio semen de su marido para llevársela a él a la boca.
“Chúpala… – le dijo ella -.  Chúpala toda… Es la leche de Luke Nolan, quien acaba de coger a tu esposa haciéndola gozar como tú nunca pudiste ni podrías hacerlo…”
Más palabras lacerantes, pero a la vez más excitación.  Rabia y morbo se batían a duelo en el interior de Jack corroyéndole por dentro…   De un modo degradante y casi servil sacó su lengua por entre los labios y lamió, de mano de Laureen, su propio semen imaginando que era el de su odiado vecino…
                                                                                                                                                              CONTINUARÁ
 

Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

 

Relato erótico: “Ivanka Trump: El imperio de las zapatillas rojas 2”.(POR SIGMA

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IVANKA TRUMP: EL IMPERIO DE LAS ZAPATILLAS ROJAS 2.
Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, Alias: La invasión de las zapatillas rojas y Crónicas de las zapatillas rojas: la camarera antes de leer esta historia.
Gracias a Julio Cesar por la idea.
Por Sigma
Vincent entró a la recepción de la oficina de Ivanka de forma apresurada.
Asintió satisfecho al ver a los dos escoltas vigilando la puerta de la empresaria, pero casi de inmediato sacudió la cabeza levemente al darse cuenta de que los dos hombres miraban embobados las piernas y nalgas de una hermosa joven pelirroja que conversaba con la asistente personal de Ivanka.
– Buenas tardes Jill -dijo con rapidez al acercarse- necesito hablar con la señora Trump.
– Oh, hola Vincent -respondió sonriente la asistente- me temo que la señora Trump está en una reunión importante, tendrás que esperar.
– Lo siento pero esto es urgente… -dijo el escolta al dirigirse a la gran puerta de Ivanka.
Sin embargo en el último momento Vincent se vio interceptado por la pelirroja que le habló muy emocionada.
– ¡Tu eres Vincent! ¡Que honor! Jill me comentaba que tu y tus compañeros enfrentaron un grupo de secuestradores y salvaron a la señora Trump… oh, me aterró sólo imaginarlo, creí que se me detenía el corazón -dijo Muñequita mientras tomaba la mano del guardaespaldas y colocaba la palma sobre su amplio y expuesto escote- ¿Puedes sentirlo?
Vincent no pudo evitar mirar los grandes senos que casi asomaban del vestido, ni evitar sentir la tersa, blanca y tibia carne palpitando bajo su mano.
– …muy duro? -preguntó la joven del vestido rojo y de golpe Vincent se dio cuenta de que le había estado hablando.
– ¿Como…? yo… no entiendo…
– Me refiero a si enfrentarse a criminales armados es muy duro -le dijo la pelirroja con una sonrisa invitante de sus rojos labios.
– Es mi trabajo… yo… lo siento pero tengo prisa -dijo el escolta logrando sacudirse la atrayente imagen y dulce perfume de la joven frente a él.
Sin siquiera tocar entró por la puerta mientras los otros guardaespaldas le saludaban con un movimiento de cabeza.
Sentada ante su escritorio estaba Ivanka Trump vestida con un vestido negro y del otro lado un hombre de traje y cola de caballo que en sus manos sostenía una carpeta. Ambos voltearon a verlo con sorpresa.
– Vincent… ¿Qué ocurre?
– Lo lamento señora Trump pero debo hablar con usted de forma urgente.
– No hay problema -dijo el hombre de cola de caballo mientras se levantaba y tomaba su portafolios negro- de todos modos ya terminamos… por hoy.
– De acuerdo señor Scorpius, ya le llamaré… hasta pronto -se despidió la rubia mientras se levantaba y le estrechaba la mano al hombre.
– Hasta muy pronto señora Trump -dijo Scorpius para luego darse la vuelta y salir con calma del lujoso despacho, cerrando la puerta al partir.
– Bien Vincent… dime que ocurre, me asustas -dijo la rubia preocupada al sentarse tras el escritorio.
– Le explicaré, logramos encontrar la camioneta de los atacantes, por desgracia estaba limpia como un cristal… excepto por una libreta, que tenía la mayoría de las hojas arrancadas…
– Pues no parece que tengas mucho… ¿Por que la preocupación?
– Ah, muy sencillo: por que quien escribió en ella dejó marcadas palabras en las hojas en blanco al presionar demasiado, tengo un amigo en el FBI que usó un tratamiento químico y luz ultravioleta para poder leerlas y apareció un calendario.
– ¿Y que descubrieron?
– No solamente estaba marcada la fecha del intento de secuestro sino que había un comentario de uno de los secuestradores: “No se por que X nos engaño, pero era parte de su plan”. Suponemos que X es quién los contrató y por lo que entendemos usted sigue en peligro, eso cuadra con mi sospecha de que el ataque era una trampa. Por eso a partir de hoy duplicaré de nuevo la seguridad y cambiaremos las rutas. Era urgente que lo supiera y que esté prevenida.
– ¿Con eso bastará? -preguntó la empresaria algo más calmada.
– Tranquila Iv -dijo Vincent sonriendo levemente- Te aseguro que estarás a salvo, yo me encargaré de eso.
– ¡Oh Vincent… gracias! -dijo la rubia, muy emocionada mientras rodeaba el escritorio y abrazaba al escolta de una forma un tanto inapropiada, casi… íntima.
– Oh… es un… placer… debo irme… -dijo el hombre tratando de mantener la calma y tras liberarse delicadamente del abrazo se dio la vuelta y salió del despacho, dejando atrás a la empresaria sonriendo de forma enigmática.
– Eso fue raro -pensó el guardaespaldas- Iv siempre es amable pero mantiene distancia.
Siguió caminando, sintiendo que definitivamente algo andaba mal, pero no estaba seguro de que.
– Fue demasiado efusiva, casi… excitada -recordaba el ex MI6- su cabello siempre perfecto parecía algo despeinado y esas zapatillas…
Frunció el seño mientras pensaba que jamás la había visto usar semejante calzado.
– ¿Desde cuando se pone zapatillas de ballet para venir a la empresa? Y además de color rosa… -Vincent salió del edificio mientras trataba de recordar ciertos sucesos relacionados con ese tipo calzado que habían sido investigados por el FBI años atrás.
Esa noche, mientras su esposo dormía profundamente a su lado, Ivanka no podía conciliar el sueño, se sentía acalorada, tensa.
– Ooohh… ¿Qué me pasa? -pensaba molesta mientras se daba la vuelta en la cama. Ella y su marido habían tenido una buena sesión de sexo y normalmente después de eso descansaba muy bien. Pero no esta vez.
– No me siento relajada… estoy… -meditaba recostada boca abajo tratando de encontrar la palabra correcta- insatisfecha…
Finalmente apartó de un soplido un rubio mechón de cabello de su rostro y con cuidado se levantó de la cama. Llevaba una amplia camiseta y unas cómodas pantaletas de algodón.
– Quizás si veo un poco de televisión -pensó al dirigirse a la puerta de la alcoba, pero recordó algo, se desvió a al enorme tocador de caoba y de su bolso sacó sus zapatillas de ballet rosas.
– No debo andar descalza -susurró muy quedo, al salir al pasillo se las calzó y tras entrecruzar las cintas en sus tobillos se las ató con primorosos moños. Entró a un pequeño despacho donde a veces trabajaba su esposo en casa, se sentó en un cómodo sillón y encendió la televisión con el control remoto.
– A ver si hay algo bueno -pensó mientras comenzaba a cambiar de canal. Pero solamente encontró interesante un noticiero.
– Umm, no hay gran cosa -susurró mientras pensaba en el día que había pasado- aun no se por que llamé a Scorpius, es interesante pero debí invitar a un diseñador más reconocido. Sin embargo quiero su consejo… no, necesito su consejo. Por eso estoy usando estas zapatillas.
Levantó sus larguísimas piernas y las extendió para verlas perfectamente.
– Mmm… debo admitir que se me ven muy bien. Pero no se por que considera Scorpius que serán la nueva moda.
En ese momento, afuera de la casa, muy lejos, empezó a sonar la dulce música de una zampoña, lenta y relajante. Como la de un pastor descansando en el campo. Al instante la rubia entrecerró los ojos y recargó suavemente su cabeza en el respaldo del sillón.
– Ooohhh… que linda música… -pensó mientras se relajaba, la zampoña era como una canción de cuna que la aletargaba. Sentía que flotaba en un cálido vaivén, el sueño casi venciéndola.
La melodía cambió de ritmo. Dejó de ser tranquila, aceleró y se volvió cadenciosa. Como la de un sátiro tratando de seducir a una ninfa griega.
– Mmm… me gusta… -pensó Ivanka mientras inconscientemente se humedecía los labios y cerraba completamente los ojos. Las esbeltas piernas colgaban cómodamente del borde del sillón y sus lindos pies comenzaron a tensarse hasta ponerse de punta en las zapatillas de ballet, pero ella no se dio cuenta.
– Tengo… calor… -pensó la mujer mientras se quitaba la camiseta dejando su senos libres y expuestos, su piel se veía brillante por la transpiración y sus rosados pezones estaban erguidos.
– Quizás… necesito… -susurró suavemente mientras una de sus manos se deslizaba sobre sus pechos, su estómago, hasta llegar a su entrepierna, lánguidamente la introdujo en sus pantaletas y comenzó a darse placer, un placer lento y dulce… acariciante.
En un minuto ya estaba gimiendo y su otra mano comenzó a acariciar y pellizcar sus senos de forma lenta y deliberada.
– Esa melodía… tengo que saber… su nombre -pensó Ivanka mientras su cabeza descansaba en el respaldo- ooohhh… ¿Suena más… fuerte?… ¡Ojala!… aaahhh… ¡Que rico!
De pronto la zampoña aceleró su ritmo hasta volverse frenético y explosivo, como si el propio dios Pan tratara de someter a una mujer mortal.
La música del instrumento de viento todo lo invadía con su seductor poder, era ensordecedor… pero para la rubia simplemente se volvió irresistible.
– Aaaahhh… aaahhh… -gemía una y otra vez mientras se mordía los labios, tratando inútilmente de controlarse, de no gritar.
Cerró los ojos apretando fuertemente sus parpados, su boca abierta en un perfecto circulo rosa. Su mano acariciaba sus pechos vigorosamente, sus pezones estaban increíblemente duros y sensibles, su otra mano se movía a toda velocidad, agitando sin control sus pantaletas, frotando su clítoris.
– Ooohh… ooohhh… -gruñía Ivanka al sentir que la centelleante melodía lo convertía todo en placer y lujuria, el tibio sillón de cuero bajo su casi desnudo cuerpo, el aire que la rodeaba acariciando su piel, las suaves pantaletas de algodón provocando su entrepierna y sobre todo, sus increíbles zapatillas de ballet cuyo satín acariciaba los dedos de sus pies, sus plantas, su empeine, sus cintas sujetaban posesivamente sus femeninos tobillos como un amante al apoderarse de sus piernas para someterla y…
– ¿Qué… me… pasa?… yo no… soy así… –pensó confundida la heredera.
En ese instante entreabrió los ojos y vio sus piernas bien extendidas y duras, sus pies en punta calzados con las zapatillas agitándose en el aire como si caminara sobre una pared.
– ¡Oooooohhhh…! ¿Qué es… esto? -logró gemir tratando de recuperar la compostura, el control.
Pero entonces sintió un nuevo estremecimiento de placer entre sus abiertas piernas, impactada vio como su mano bajo las pantaletas ahora la penetraba con dos dedos una y otra vez, a un ritmo enloquecedor.
Ese movimiento acabó con su débil resistencia y aunque la rubia no lo deseaba su cuerpo se dejó llevar por el forzado placer que le causaban las zapatillas.
– ¡Ooohhh… noooo… ooohhh… basta… basta… -susurraba la mujer tratando de dominarse. Hasta que en medio de la música escuchó un voz que como un trueno le ordenó:
– ¡VENTE PARA MI!
– ¡Noooo… bastaaaaaaahhhhh! -gritó finalmente al estallar su mente y sus sentidos en el mejor orgasmo de su vida. Su cuerpo se tensó por varios segundos hasta que la misma voz de antes volvía a resonar, esta vez como un insidioso susurro:
– Olvida Ivanka -en ese momento la enloquecedora música de la zampoña al fin terminó.
Al instante la rubia se desvaneció como muñeca sin hilos, quedando inerte en el sillón, confundida y… satisfecha.
Un momento después entró su marido al despacho.
– ¡Cariño… cariño… -le llamó tenso al arrodillarse junto a ella, pero relajándose al verla entreabrir los ojos – ¿Estás bien? ¿Fue una pesadilla?
– Oh… si… creo que si… -mintió, avergonzada de lo que recordaba estar haciendo en el sillón y sorprendida del pesado silencio que había en la atmosfera- no podía dormir por el calor y vine a ver si la televisión me daba sueño.
– ¡Oh querida! Debió ser terrible… -le dijo su esposo al abrazarla tratando de reconfortarla, pero sin que el hombre se diera cuenta, la rubia miró sus delicados pies calzados con las zapatillas de ballet y sonrió…
A buena distancia de la casa una camioneta negra encendía sus luces y arrancaba el motor. En su interior, X sonreía complacido mientras con una mano masturbaba suavemente a Muñequita, vestía su uniforme de esclava: taparrabo frontal, garras de acero dominando sus senos y zapatillas de esclava forzando sus pies casi de puntas. La camioneta arrancó en la noche.
– Mmm… ooohhh… Amo… ooohh… -gemía de placer la jovencita reposando lánguidamente en el asiento reclinado casi horizontal del copiloto.
– Ahora sigue acariciándote -le susurró el hombre al apartar la mano y concentrarse en el camino.
– Aaahh… Siiii… -se deleitó la joven al introducir su mano bajo el delicado velo que cubría su entrepierna.
– Vamos muy bien esclava… ahora que puedo enviar la música directamente a las zapatillas usando su poder sobrenatural, ni siquiera necesitamos acercarnos y nadie más puede escuchar la melodía más que nuestro objetivo.
– Oooohhh… siii Amo…
– Por supuesto no es tan eficaz como el condicionamiento en persona, pero nos permitirá ir alterando poco a poco a la señora Ivanka. Y los días en que nos veamos en persona…
X sonrió de antemano relamiéndose al pensarlo.
– Pero ahora tengo una tarea para ti Muñequita…
– Siii… Amo…
– Necesitaremos que alguien más nos cubra la espalda con Ivanka… creo que su asistente ejecutiva sería una excelente adición a nuestra red -la sonrisa del encapuchado se desvaneció en una mueca- por pura suerte ese maldito guardaespaldas no nos descubrió.
– Si… ooohh… si… Amo…
– Estaré muy ocupado con Ivanka así que quiero que la sometas y la condiciones para mi…
– Aaahhh… pero… Amo… esa mujer no me apetece, es muy formal y… fría. Por favor…
– Jejeje… normalmente te castigaría por tu osadía lindura o gozaría condicionándote, pero no tengo tiempo… -tras esto X dijo las antiguas palabras de poder y, sin dejar de masturbarse, la pelirroja formó con sus rojos labios una sonrisa que prometía cumplir cualquier cosa que se les pidiera. Sus ojos estaban totalmente en blanco, sin pupila.
– Deseas a Jill Castro… es un reto… lo harás para complacerme… -empezó a entonar X.
– Deseo a Jill Castro… es un reto… lo haré para complacerte…. -repitió lentamente la hechizada pelirroja, masturbándose cada vez más rápido.
– Tráemela Muñequita… entrégame su cuerpo, sus piernas, su alma. ¡Hazla nuestra!
– ¡Siiii… Aaaaamo… siii… la deseoooohh…! -gruñó la joven al recuperar la conciencia y alcanzar un delicioso orgasmo, quedándose dormida a lado de X mientras este acariciaba sus expuestas y tersas piernas.
– Sabía que accederías primor…
Al día siguiente Ivanka se encontraba en su oficina tratando de concentrarse, pero constantemente recordaba lo ocurrido la noche pasada, cuanto había disfrutado tocarse y el placer que le había dado usar las zapatillas rosas de Scorpius.
– Mmm… fue tan delicioso…-pensó, pero casi al instante sacudió la cabeza incrédula- ¿pero que me está pasando?
Se inclinó sobre el escritorio y trató de concentrarse en el trabajo, pero el recuerdo del éxtasis del día anterior la distraía.
Casi sin darse cuenta empezó a frotar sus muslos entre si, disfrutando la suavidad de las pantimedias color piel que usaba.
– Mmm… oohh… no puedo seguir así… -pensó ya molesta, se enderezó y luego sonrió con picardía al activar el intercomunicador- Jill… no quiero llamadas ni visitas hasta que te avise.
– Si señora Trump.
Luego Ivanka se estiró sobre el escritorio y sacó de su bolso el par de zapatillas de ballet.
– Quizás si me desahogo un poco podré concentrarme -pensó mientras se sacaba sus zapatillas negras cerradas y formales, se colocaba las de ballet y se ataba las cintas en los tobillos, de inmediato sintió un delicioso estremecimiento de placer por la caricia del satín.
– Mmm… es un buen inicio -se recargó en el asiento y muy despacio empezó a subirse el vestido, dejando sus largas piernas cada vez más expuestas, las rodillas, los muslos, finalmente aparecieron sus pantaletas blancas de seda cubiertas y a la vez mostradas por sus translucidas medias.
– Uuff… aun no empiezo… y ya lo estoy disfrutando… -susurró sonrojada la rubia mientras.  acomodaba su vestido alrededor de la cintura. Lentamente introdujo su mano bajo las medias, luego bajo sus pantaletas y comenzó a acariciarse muy despacio.
– Aaaahhh… siiii…
Apenas en minutos su mano se movía con ritmo en su entrepierna, acariciando, penetrando, complaciendo.
– Ooohhh… eso… esooo…
De nuevo la rubia empezó a escuchar a lo lejos una melodía, esta vez una flauta. Su ritmo era casi hipnótico y la heredera empezó a seguirlo casi sin darse cuenta.
– Oooohh… más… más… -de pronto el intercomunicador se activó.
– Una disculpa señora, pero es su coordinador de seguridad, Vincent, al teléfono, dice que es urgente -dijo Jill casi apenada.
– No… ahora no… -pensó por un momento la rubia, antes de sonreír de forma traviesa- tal vez pueda seguir… mientras escucho a Vincent… me gusta su voz…
– ¿Le digo que está ocupada? -preguntó la asistente al no recibir respuesta, sin saber que la empresaria hacía un esfuerzo supremo por no gemir mientras se masturbaba cada vez más de prisa.
– No… hiciste bien… en avisaaarme… debe ser importante… comunícalo…
La mujer activó el alta voz y siguió dándose placer.
– Vincent… -logró decir con calma antes de morderse los labios para contenerse.
– Señora Trump…
– Puedes… llamarme Iv… ya lo saaabes…
– Oh, gracias, bueno… le llamaba para comentarle algunas pistas que tenemos.
– Siii… te escucho…
– Eh… resulta que hace casi dos años hubo varios secuestros de mujeres jóvenes.
– Siii… ooohh… me gusta… su voz -pensaba la mujer.
– Bien lo interesante al respecto es que en varios casos hubo pistas relacionadas con el ballet.
– Mmm… -apenas logró susurrar Ivanka ya al borde del orgasmo, sin que ella se diera cuenta sus pies se pusieron completamente de punta bajo el escritorio, formando sensuales y pequeños arcos- ¿Si…?
– Según se supo, en algunos casos la victima recibió un par de zapatillas de ballet días e incluso horas antes de desaparecer y al menos en un par de casos fueron raptadas una maestra de ballet y una joven chef que había sido bailarina profesional.
– …¿Y crees… que me… pasará… lo mismo? -la rubia apenas pudo ahogar un gritito al tener un pequeño orgasmo.
– Es una posibilidad… pero hare lo necesario para impedirlo. No se preocupe, la protegeré.
– ¡Ooohh… Vinceeeeent! -finalmente estalló la mujer ante las protectoras palabras del escolta, sus lindas piernas bien tiesas y horizontales bajo el escritorio, sus pies en punta… pero esta vez la heredera no se dio cuenta al tener los ojos cerrados, un instante después del orgasmo sus extremidades se relajaban bajo el escritorio.
– ¡Señora Trump! ¡Se encuentra bien?… ¡Iv!
– ¿Qué…? -respondió la mujer aun reponiéndose del orgasmo- oh… estoy bien Vincent…
– ¿Segura?
– Si… es sólo que… por un instante reviví… lo ocurrido… -dijo Ivanka con voz entrecortada
– El intento de secuestro…
– Si… eso…
– Suena afectada ¿Llamo a su esposo?
– No, estaré bien… sigue con tu investigación, vas muy bien.
– Muy bien señora, la mantendré informada. Hasta pronto.
– Hasta pronto.
Vincent meditó brevemente al colgar el teléfono.
– Que curioso… si Iv no me hubiera dicho que recordó el ataque hubiera creído que hacía algo muy diferente.
Sentado en su estudio, el ex MI6 abrió un folder y siguió revisando los casos, tratando de encontrar una conexión… algo.
– El primer caso relacionado fue el de una… antropóloga y arqueóloga… llamada Sydney… Fox -leyó el hombre- aun está desaparecida. Mmm…
Días después Ivanka platicaba de nuevo con Scorpius en otra reunión de trabajo.
– Me alegra que le gustaran mis comentarios y consejos. ¿Qué le parecieron las zapatillas? Espero las haya disfrutado… -dijo al sonreír el hombre.
– Pues debo confesar que al principio no me parecieron nada especiales, pero poco a poco he aprendido a apreciar sus virtudes -dijo a su vez la rubia con una sonrisa misteriosa.
– Perfecto… perfecto, ahora por favor entréguemelas.
– ¿Qué? Pero pensé que… -empezó a decir ella sintiendo una gran desilusión.
– ¿Que eran un regalo? Normalmente lo serían pero las que le presté son un prototipo. Las necesito.
– Oh… por supuesto… -dijo casi con tristeza mientras le entregaba las zapatillas rosas tras sacarlas de su bolso.
Pero al volver a ver a Scorpius se encontró con que sostenía unas zapatillas negras de punta afilada, grueso y alto tacón, ancha pulsera al tobillo. Lucían profesionales.
– Ahora quiero que pruebe este par y me diga que le parece -le dijo Scorpius sonriente mientras tomaba de su mano las de ballet.
– Oh… se ven muy bien… pero el tacón es demasiado alto para trabajar.
– Recuerde que quería mi consejo.
– Oohh… yo… -empezó a dudar la empresaria mientras sus parpados se entrecerraban.
– Vamos… sea buena chica y póngaselos…
– Si… está bien… -dijo finalmente la rubia en un susurro, casi como hipnotizada, mientras tomaba de la mano del diseñador las altas zapatillas.
Se quitó sus zapatillas cerradas azul marino y con mucho cuidado se colocó las negras, abrochando las pulseras lentamente.
Luego parpadeó un par de veces y sonrió.
– Pues se sienten muy cómodas – dijo para luego levantarse y caminar por el despacho- ¿Como me veo?
Scorpius estaba extasiado al ver las largas piernas de la rubia calzadas con las altas zapatillas, su cabello rubio suelto, sus senos marcándose bajo el ajustado vestido azul, sus nalgas resaltadas por los tacones.
– Muy bien, cuando la someta será una exquisita esclava, es simplemente perfecta, a la altura de las demás hembras de mi harem… -pensaba mientras sonreía a la mujer.
– Luce espectacular como siempre Ivanka, sin duda lleva la herencia de su madre –le halagó Scorpius sin disimular su admiración.
– Me refería a sus zapatillas –dijo sonriendo la rubia- y recuerde que soy casada.
– En realidad eso no me importa en lo absoluto –le respondió el hombre mientras sacaba de su bolsillo una especie de control remoto- no quiero que seas mi esposa, sino mi esclava, mi hembra… mi mascota… ah y no olvide que sólo puede susurrar, nada de gritos.
– ¿Pero de que habla?
Ivanka pudo percibir una música lenta y sensual que empezaba a dominar la habitación. Luego una cálida vibración fue subiendo desde sus pies, por sus piernas y hasta el centro de su femineidad.
– Ooohh… mmm… ¿Qué pasa? -pensó un instante antes de mirar hacia abajo, para encontrarse con que sus pies empezaban a moverse levemente con la música.
– Debemos seguir trabajando Ivanka… -le dijo suavemente al oído Scorpius a la vez que suave pero firmemente sujetaba sus muñecas y tras ponerlas tras la espalda de la rubia las atrapaba ahí con sus grilletes. Dejándola completamente indefensa.
– ¿Pero que hace? -trató de gritar la empresaria, pero las palabras salieron convertidas en un sensual susurro.
En ese momento la música aumentó de volumen y aceleró su ritmo, el hombre le dio un suave empujón a la rubia haciéndola dar un par de pasos al frente. Pero sus pies ya no se detuvieron, siguieron moviéndose fuera del control de la mujer, obligándola a bailar.
– ¡Aaahh! ¿Qué… me hizo?
– Tenemos mucho por hacer lindura, pero no puedo explicarle ahora, mejor recuerde…
Sin dejar de moverse como una consumada bailarina exótica, levantando sus piernas, arqueando su espalda y ondulando sus caderas, la mujer cerró los ojos al ser golpeada por los recuerdos que en tropel la abrumaban: en la limusina, en esa misma oficina, la humillación y sobre todo el desbordante placer…
– ¡Noooo…! ¡No de… nuevo! -trató de exclamar, pero sus palabras sonaban más eróticas que alarmantes.
– Bien… veo que ya recuerda.
– Basta… deténgase…
– Lo siento pero nuestro horario es muy apretado.
– No me… haga esto… -gimió suavemente la mujer mientras agitaba sus caderas y nalgas de espaldas a Scorpius… como ofreciéndosele.
– Creo que para avanzar debemos empezar a eliminar sus inhibiciones, eso nos servirá a futuro.
– No… no… por favor…
– Me lo agradecerá cuando empiece a disfrutar…
– Oooohhh… nooo… -susurró Ivanka cuando sintió el placer extenderse de nuevo desde las zapatillas malditas hasta su entrepierna, inflamando su sexo…
Scorpius empezó a bailar con ella, guiándola.
– Me encanta su cuerpo Ivanka, sus largas piernas, sus firmes tetitas, ese esbelto cuello, sus nalguitas respingadas… pero debería mostrarlo más…
– Nooo… yo nooohh… soy así… -trató de negarse la empresaria.
– Siempre tan formal, tan elegante, libérese, sea más audaz, enseñe sus atributos…
– Nooo…
– Si… debe mostrar sus piernas…
– Nooo… por favor…
Sin inmutarse Scorpius la levantó y la recostó en el escritorio, sus nalgas casi al borde del mueble, luego se acomodó entre las torneadas extremidades de la mujer, estas subían y bajaban, rodeaban su cintura y luego se abrían en V, rozando con sus altos tacones los costados de su captor. Una nueva canción empezó a sonar en los oídos de la indefensa empresaria, más rápida y casi hipnótica.
Siguiendo la melodía, ahora la rubia usaba sus atrapados brazos e incontrolables piernas para apoyarse y levantar sus caderas del escritorio en un erótico vaivén, lo que aprovechó el hombre para arremangar su falda gris a la rodilla hasta su pequeña cintura, dejando expuesto su apetitoso pubis cubierto por unas elegantes pantaletas negras.
– Muy bien Ivanka, tienes un gusto exquisito… –dijo complacido el diseñador mientras se bajaba lentamente los pantalones, disfrutando ver a la vulnerable rubia moviendo su entrepierna adelante y atrás, en un instante quedó expuesto su miembro bien duro y listo para cobrar su presa en la bella empresaria.
Al ver esto los ojos de ella mostraron su terror y empezó a sacudir su cabeza de lado a lado mientras gemía sin poder controlar su cuerpo.
-No… por favor… no haga esto… -sollozó, pero Scorpius respondió sujetando la cintura de las pantaletas y aprovechando un momento en que las piernas se extendieron derechas y verticales, como columnas de placer, las deslizó hasta dejar a la mujer completamente expuesta a su dominador, acariciando con la delicada prenda la tierna piel de sus muslos y pantorrillas.
– Aaaaahhhh… -gruñó complacida la empresaria ante la maniobra, sin saber bien el motivo, ignorando que el poder de las zapatillas poco a poco volvía su cuerpo más sensible y vulnerable a toda caricia… a todo contacto.
– Aunque debo decir que me hace falta sentir sus piernas cubiertas de medias… –le dijo el hombre de la cola de caballo complacido ante su reacción- pero ya arreglaremos eso después.
Al decir esto, el hombre entre sus piernas sujetó firmemente los tobillos de Ivanka y tras mirar un instante como sus pies y caderas seguían moviéndose en pequeños círculos, la penetró con fiereza y facilidad, gracias a la abundante humedad de su vagina.
– ¡Aaaaahhh…! -trató de gritar ella en un esfuerzo final, pero solamente se escuchó un delicioso gemido salir de sus pálidos labios.
Sujetándola firme pero amorosamente Scorpius empezó a marcarle el ritmo, que ella empezó a seguir de forma compulsiva gracias a las zapatillas.
– Ooohh… es como… lo… imaginé… -pensó por un instante la rubia al recordar aquella noche en el despacho- mi amante… dominándome… y… ¡No!… ¡Basta!
– Muuuy bien… esclava… eres muy… receptiva… -le susurró su atacante mientras entraba en ella una y otra vez, más y más rápido, sonriendo al ver como las piernas en su poder se tensaban y sus pies se ponían aun más de punta.
– Ooohhh… ooohh… nooo… ooohh… -apenas pudo gruñir la indefensa mujer.
– Eso es… me enloqueces… Ivanka… pero deberías… mostrar más… tu cuerpo… -empezó a decirle Scorpius- tienes… una figura… exquisita.
– Nooo… basta…
– Una figura… como esa… debe ser mostrada… ante el mundo… – empezó a condicionarla Scorpius mientras la poseía vigorosamente.
– No… no… se lo suplico… -le pidió la rubia entre gemidos, pero su cuerpo indicaba otra cosa y su voluntad se desmoronaba con cada enloquecedora embestida de placer, cada vez más intenso.
– Para empezar… sus piernas… son perfectas… largas y esbeltas… debería permitirle… a todos… disfrutar de la vista… de esas maravillas naturales… -le condicionaba Scorpius mientras seguía penetrándola y con una mano le acariciaba una de sus piernas bien extendidas.
– Aaahhh… aaahhh… aaahhhh…
– Debes lucirlas…
– No…
– Debes lucirlas…
– Nnnn….
– Debes lucirlas… para todos… y en especial para mi… -le dijo de forma irresistible el hombre al venirse profundamente dentro de la vulnerable mujer- Nnnngggg…
– Nnnnaaaahhh… siii… -se rindió al fin Ivanka al ser empujada al placentero abismo del orgasmo, se tensó  sobre el escritorio y sollozó mientras con una mano el hombre sujetaba su barbilla obligándola a mirarlo a los ojos- siiii… son para… lucirlas…
La melodía terminó de pronto.
– Tuvimos… un buen progreso… lindura… pero aun… podemos añadir algo más… -le susurró el diseñador al oído a la mujer mientras con la otra mano le apretaba posesivo una de sus firmes nalgas- empezando por una lista de las zapatillas que de ahora en adelante siempre usarás…
– Ooohhh… -gimió ella, agotada pero deliciosamente satisfecha, sus piernas colgando relajadas del escritorio, brillantes por el sudor…
Afuera, la pelirroja ayudante de Scorpius platicaba con la asistente de Ivanka.
Patricia llevaba un vestido negro ajustado que apenas le llegaba a medio muslo y dejaba expuesta su espalda casi hasta sus nalgas, dos largos trozos de tela cubrían sus grandes senos para atarse en un lindo moño atrás de su cuello. Unas sandalias negras de tacón alto dejaban ver sus delicados pies con la uñas pintadas de negro, y una serie de tiras muy delgadas se entrecruzaban sobre su empeine hasta atarse en sus tobillos. Estaba sentada en un sillón a lado de la trigueña, sus piernas cruzadas casi expuestas en toda su gloria.  Los escoltas en la sala no la perdían de vista…
– Vamos Jill, pruébalas… te van a gustar… -le decía mientras le mostraba unas sandalias de tacón alto color violeta dentro de una caja.
– No se… -dijo la formal mujer mientras sonreía, atrapada por la simpatía y labia de Muñequita- son demasiado altos…
– Inténtalo, si no te gustan me los devuelves mañana…
Al pensar en la marca y costo del calzado que la pelirroja le ofrecía como regalo de la empresa, Jill se decidió.
– Bueno… tu ganas, lo intentaré… vaya que eres persuasiva… -dijo al fin con una sonrisa.
– No te arrepentirás -dijo para añadir con una sonrisa misteriosa- una vez que las pruebes no podrás dejar de usarlas…
– Tal vez las use esta misma tarde, cenaré con una vieja amiga… ¿Te gustaría acompañarnos? -le dijo amablemente la asistente a la pelirroja.
– Oh… pues gracias… si, claro que acepto, tu avísame donde, ya tienes mi número.
En ese momento, las puertas del despacho se abrieron y salió Ivanka acompañada de Scorpius que llevaba su portafolios en mano, se detuvieron junto al escritorio.
– Muy bien entonces continuaremos la próxima vez… -le dijo a la rubia antes de volverse a su asistente- Paty, es hora de irnos. Buenas tardes señora Trump.
– Buenas tardes señor Scorpius, lo espero con ansias… Jill, asegúrate de agendarle otra cita la próxima semana a la misma hora.
– Si señora –dijo la asistente mientras empezaba a escribir en la computadora.
Scorpius se despidió con una inclinación de cabeza y se dirigió al ascensor con su ayudante.
Por su parte Ivanka entró de nuevo al despacho.
– Qué buenas ideas –pensó mientras se pasaba una mano por el cuello- ufff pero que acalorada estoy, me siento cubierta de sudor. Me daré un baño y… esta falda tan larga me estorba.
Se dirigió al gran baño del despacho mientras se subía su falda gris hasta medio muslo, sintiéndose más cómoda y libre, pero a medio camino se quedó paralizada por lo que sintió, o más bien, lo que no sintió bajo su falda.
– Pero… ¿Por qué no llevo pantaletas? No pude olvidar ponérmelas… ¿O si? –dudó mientras ponía las palmas de las manos en sus caderas- ¿O en que momento me las quité?
Entonces sintió un poco de humedad extendiéndose por el interior de sus carnosos muslos.
– Que vergüenza… ¿Por que me puse así ante Scorpius? Dios… ¿Qué me está pasando?
En el ascensor, X disfrutaba del sensual aroma de las pantaletas negras que se había llevado como recuerdo, pensando en los futuros placeres que obtendría de la rubia y en que la obligaría a disfrutarlos.
CONTINUARÁ
 
 
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Relato erótico: !El diablo hecho mujer. Ilse, una morena cachonda” (POR GOLFO)

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Aunque parezca imposible, con  cuarenta y siete años y una larga experiencia en mujeres, estaba nervioso. Había quedado con una fan de mis relatos y eso era nuevo para mí. En todo el tiempo que llevaba escribiendo, nunca había llegado más allá de unos intercambios de correos más o menos picantes con mis lectoras pero, en el caso de Ilse, todo fue diferente.

Todavía recuerdo que estaba en la oficina cuando leí el email que me mandó a mi cuenta de Hotmail. El título no tenía desperdicio, esa muchacha  sin cortarse lo más mínimo al escribir a un desconocido, tecleó como encabezado de su correo “Mira que rico”.
Extrañado por esa sugerente frase, lo abrí temiéndome que fuera publicidad de una página porno, pero en contra de lo que había imaginado, me encontré con dos fotos del trasero de una joven trigueña. Me hubiese encantado el haberos anexado las imágenes para que también vosotros pudieses disfrutar de la visión de semejante monumento pero mi querida amiga me ha pedido que no lo haga y que las mantenga para mi uso personal. Solo puedo deciros que esa cría tiene un par de preciosas y poderosas nalgotas. Se nota a simple vista que Ilse ha modelado esas dos bellezas a través de largas horas en el gimnasio y que, en las dos instantáneas que me mandó, un tanga amarillo realzaba la sensualidad de esa mujer.
 
“Quien fuera su dueño”, pensé al observar con detenimiento ese trasero.
 
Incapaz de controlarse, mi pene no necesito nada más para alzarse inquieto bajo mi pantalón.
 
“Que buena que está”, me dije mientras veía las fotos en pantalla completa para no perderme detalle de esas maravillas.
 
Queriendo agradecer a mi fiel lectora el obsequio la contesté y esa muchacha que solo me conocía por medio de mis relatos, me regaló en otro correo otras dos fotos de su culo ataviado con una escueta minifalda contra un fregadero.  Al recibir su segundo email, todos los reparos a iniciar un diálogo por internet con esa desconocida desaparecieron y completamente alborotado, decidí que ese culo tenía que ser mío. Ningún hombre con su sexualidad bien definida podía ser inmune a los encantos de esa mujer y por eso tras unas cuantas conversaciones e intercambio de imágenes mutuas, decidimos vernos en persona.
 
El problema residía que ella vivía en México D.F. y yo en Madrid, por lo que tuve que tomar un avión y cruzar el charco para disfrutar de esa preciosidad. Al llegar a al aeropuerto Benito Juárez, sabía que Ilse me iba a estar esperando en la sala de espera y por eso al recoger mi equipaje, me sentía como un caballo de carreras en espera que dieran la salida.
 
Los trámites de la aduana mexicana son al menos curiosos para una mentalidad europea, lo creáis o no, hay un semáforo aleatorio que decide si los policías deben revisar o no tus maletas. Si os preguntáis la razón de ese despropósito no es otra que evitar la corrupción consiga que un individuo tenga asegurado que no lo van a registrar y por otra parte, también sirve para limitar los abusos sobre turistas inocentes. Aun sabiéndolo, no pude evitar ponerme tenso al tocar el botón que iba a determinar si pasaba sin revisión. Afortunadamente, me salió verde y por eso cogiendo mis bártulos me dirigí hacia la salida.
 
Nada más traspasar los controles de seguridad, la vi esperando. Saludándome con el brazo estaba mi amiga cibernética y lo que vi, no me defraudó en absoluto.  Las fotos no le hacían justicia, en persona esa chaparrita era todavía más atractiva. Saltando para asegurarse que la viera tras el montón de gente que esperaba a los viajantes, se la veía super sensual. Sus pechos botando y rebotando sin descanso, eran motivo suficiente para no perderse a esa monada.
 
Al comprobar que la había visto se tranquilizó, pero no sé qué fue peor porque se puso a escuchar la música de sus cascos y sin darse cuenta, empezó a bailar contorneando su cintura siguiendo el ritmo. La sensualidad que esa criatura trasmitía, dejó embobados a todos los presentes. Yo no fui una excepción, completamente absorto, fui recorriendo los metros que me separaban de esa joven de piel morena con la que tanto había soñado.
 
Mientras me acercaba no pude evitar el recordar las noches que me había liberado sobre mis sábanas, pensando en ese momento. Aunque me había preparado mentalmente para no parecer un payaso cuando la tuviese enfrente, os tengo que confesar que me resulto difícil porque esa cría era un peligro.
 
Era la lujuria hecha mujer.
 
Si el diablo hubiera decidido crear un ser que llevara a la perdición a todos y cada uno de los habitantes de la tierra, la hubiese tomado como modelo.
 
En un momento dado, ese portento  luciendo una sonrisa, se agachó para recoger su bolso y se acercó a mí. Si tenía alguna duda de que era Ilse, desapareció al observar su trasero. Era ella, ese culo perfecto era único y por eso, impaciente esperé que llegase a mi lado.
 
-¿Fernando?- preguntó un tanto indecisa.
 
Sus ojos color miel dejaban entrever una mezcla de curiosidad y de miedo. No en vano, nunca nos habíamos visto y la única información que tenía de mi carácter era la que relato tras relato había dejado caer.  Interiormente, Ilse sabía que lo que le había atraído de mí era mi carácter dominante. En sus mensajes, me había confesado que estaba cansada de las medias tintas y que lo que realmente la excitaba era la idea de ser la compañera de un hombre que la sedujera y consiguiera controlar su carácter pero aun así temía dejarse llevar por su pasión y ser incapaz de estar a mi altura.
 
Siendo consciente de su estado, la sonreí mientras pasaba una mano por su cintura y la atraía hacía mí:
 
-Eres preciosa- le solté mientras le daba un suave beso en los labios.
 
Ilse  no pudo reprimir una carcajada y pegando su cuerpo contra el mío, me dijo:
 
-Tú en cambio eres enorme. Me siento una muñeca en tus brazos-.
 
Tenía razón. Aunque llevaba unos tacones de aguja de más de trece centímetros, con dificultad me llegaba a los hombros. Quizás nunca había estado con un tipo de uno noventa como yo y por eso, deseando descubrir nuevas sensaciones me abrazó mientras me decía lo mucho que había deseado que llegase ese momento.  Su proximidad hizo que mi sexo se irguiera protestando por el encierro por lo que no deseando que todo el mundo se diera cuenta que estaba empalmado, agarré del brazo a la muchacha y sin darle opción, la llevé por los pasillos de la terminal hasta el Snack Bar. Ya dentro del local, nos sentamos en una mesa un tanto apartada, ubicada  en un rincón.
 
Se la veía encantada con mi presencia y caballerosamente, le pregunté si quería algo de tomar.
 
-Una coca cola- respondió sin dejar de removerse inquieta de su silla.
 
Llamando al mesero, pedí que le trajera su consumición y para mí, ordené una cerveza. Con la tranquilidad que da la edad, aguardé a que volviera con nuestras bebidas y entonces cogiendo la mano de la mujer, le dije:
 
-Espero que te hayas puesto las pantaletas que te pedí-.
 
No debía esperarse que mis primeras palabras fueran acerca de su ropa interior y poniéndose colorada, me confesó que me había hecho caso y que esa mañana se había colocado  las braguitas de encaje blanco que tanto me habían gustado cuando me mandó una instantánea de ella en el cuarto de su casa.
 
-¿Y qué esperas para enseñármelas?- le solté mientras apuraba mi chela.
 
Avergonzada porque estábamos en un sitio público, se debatió durante unos instantes sobre la conveniencia de mostrármelas pero el saber que si no me complacía podía enfadarme e irme sin más, la obligó a, mientras disimulaba, levantarse la falda y demostrarme que había cumplido con mi pedido. Para lo que tampoco estaba preparada fue que, aprovechando que había separado sus rodillas, llevara mis manos a su entrepierna y sin cortarme en lo más mínimo por estar en un lugar tan concurrido, le empezara a acariciar el sexo. Como accionada por un resorte, Ilse intentó cerrar sus piernas pero se lo impedí diciendo:
 
-¿Qué haces? ¿No has jurado que era mío?-
 
Humillada pero excitada a la vez, la chilanga estuvo a punto de llorar pero en vez de hacerlo, puso su bolso en sus piernas para ocultar al público que atestaba el lugar que la estaba masturbando. Con las mejillas ruborizadas y el sudor recorriendo el collar que rebotaba en su escote, la muchacha se dejó hacer mientras miraba a su alrededor, temiendo en cada instante que alguien se percatara de lo que estaba sintiendo. Sé que me porté como un verdadero cabrón pero os tengo que reconocer que disfruté de cómo su angustia se iba transmutando en deseo y el deseo en placer. El primer síntoma de su calentura fue que a tenor de mis caricias a la muchacha le contaba respirar.
 
-¿Te gusta?- susurré a su oído mientras mis dedos separando sus labios, se habían apoderado de su clítoris.
 
No pudo contestarme, pegando un grito ahogado se retorció al sentir que jugaba con su botón y removiéndose indecisa en el sillón, cerró los ojos para evitar que me diera cuenta que estaba a punto de venirse. Desgraciadamente para ella, al cerrar los parpados, se magnificaron sus sensaciones y sin poderse reprimir, se corrió calladamente entre mis yemas.
Sabiendo que estaba en mis manos, sintió que las cadenas que su educación había instalado en su mente iban cayendo una a uno rotas por la acción de mis dedos, de forma que cuando el orgasmo le nubló su razón, unas nuevas ataduras estaban firmemente anudadas en su cerebro pero curiosamente se sentía libre. El saber que esa noche, ese gachupín cuarentón iba a tomar posesión de todos sus agujeros le alegró y por eso una vez recuperada, me miró sonriendo, mientras me decía:
 
-¿Qué quieres que haga?-
 
-Vete al baño y mastúrbate mientras me  esperas-
 
No sabiendo a ciencia cierta cómo actuar, Ilse se levantó y sin protestar se dirigió hacia el servicio ubicado al final del local. Apurando mi copa, la observé mientras se marchaba.  Sus pasos eran inseguros, su mente protestaba por mi trato pero al sentir que la humedad anegaba su cueva, la mujer comprendió que deseaba con locura entregarse a mi juego y por eso, al cerrar la puerta se puso a cumplir mis órdenes sin más. Buscando ahondar su excitación, la dejé unos minutos sola y cuando comprendí que había llegado el momento, me acerqué donde estaba y tocando en su puerta, le exigí que me abriera.
 
Al ver sus ojos inyectados con una lujuria sin límite comprendí que estaba dispuesta. Sin hablar me bajé los pantalones y sacando mi miembro de su encierro, di la vuelta a la muchacha y comencé a jugar con mi glande en su sexo. Ilse estuvo a punto de venirse al sentir mi verga recorriendo sus pliegues. Agachada sobre el lavabo, solo podía imaginarse lo que ocurría a su espalda.
 
Me alegró comprobar que estaba empapada y por eso cogiendo un poco de su flujo, embadurné su esfínter. Ella misma me había escrito en sus mail que solo en dos ocasiones había tenido sexo anal pero que aunque le dolió, era algo que le encantaba y por eso no me extrañó que sin tenérselo que pedir, esa cría separara sus nalgas con sus manos para facilitar mi labor. No había metido ni medio dedo en el interior de su ojete cuando escuché sus primeros gemidos. Incapaz de contenerse, Ilse moviendo su cintura buscó profundizar el contacto. Al sentir su entrega, llevé otro dedo a su interior y durante unos instantes, recorriendo sus bordes relajé sus músculos.
 
-Cógeme, por favor- gritó fuera de sí.
 
No tuvo que repetírmelo dos veces, acercando mi glande lo puse sobre su entrada trasera y forzando con una pequeña presión de mis caderas, lo fui introduciendo lentamente a través de ese rosado ano.  Poco a poco, mi extensión fue desapareciendo en su interior mientras Ilse apretando sus mandíbulas hacia verdaderos esfuerzos para no gritar.
 
-Ufff- exclamó a sentir que finalmente había terminado -¡Es enorme! Creí que no iba a caberme-
 
Contra toda lógica, el culo de esa morena había absorbido tanto el grosor como la longitud de mi miembro sin quejarse y felicitándola con un pequeño azote, le pregunté si podía empezar a moverme.
 
-Papito, dame fuerte-
 
Ni que decir tiene que la hice caso. Moviéndome lentamente en un principio, fui incrementando el ritmo mientras la muchacha no dejaba de susurrar en voz baja lo mucho que le gustaba. Os tengo que reconocer que no me había dado cuenta que mientras metía y sacaba mi pene de su estrecho conducto, Ilse se las había ingeniado para con una mano masturbarse sin perder el equilibrio.
 
-Más duro- me pidió dando un grito.
 
Fue entonces cuando comprendí que esa mujer necesitaba caña y por ello aceleré mis caderas, convirtiendo mi tranquilo trote en un alocado galope. Ilse al sentir mis huevos rebotando contra su sexo, se volvió loca y presa de un frenesí que daba miedo, buscó que mi pene la apuñalara sin compasión.
 
-Me vengo- chilló al sentir que la llenaba por completo y antes de poder hacer algo por evitarlo, se desplomó sobre el lavabo.
 
Al caer, me llevó con ella, de manera que sin quererlo, mi pene forzó más allá de lo concebible su trasero. Ilse aulló al notar que su esfínter había sobrepasado su límite pero en vez de apartarse, dejó que continuara cogiéndomela sin descanso.  Afortunadamente para ella, no tardé en sentir que se aproximaba mi propio orgasmo y por eso sabiendo que tenía una semana para disfrutar de ese cuerpo, me dejé llevar  derramándome  en el interior de su culo.
Tras unos minutos durante los cuales estuvimos besándonos como si fuéramos novios mientras descansábamos, nos acomodamos la ropa y disimulando, salimos del servicio. Se veía a la legua que Ilse estaba encantada porque al recorrer los pasillos en busca de su coche, me cogió de la cintura y pidiéndome que bajara la cabeza, me susurró al oído:
 
-Eres un cabronazo, me da miedo pensar cuando tenga que ir al baño-
 
Solté una carcajada al oírla y muerto de risa, la besé mientras le decía:
 
-No te preocupes, cuando me vaya, te costará incluso andar-

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

 
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