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Relato erótico: “Conan el barbaro o Conan el rompe coños xxx” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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Conan se despertó estaba encadenado y empezó a recordar todo lo que había pasado estaba celebrando un banquete con su esposa Zenobia y su hijo Conn cuando de pronto al tomar una copa empezó a marearse y apareció el mago Zardok y empezó a reírse y él se desmayó.

-veo que ya despiertas -dijo el mago Zardok- tu reino es mío y tu esposa es mi puta ahora y tu hijo es mi esclavo y tu morirás al amanecer, pero antes quiero que sufras ajajajajja -dijo el mago-   traer a su esposa.

 la trajeron ante él y el mago dijo:

– mira cómo me la follo delante de ti. Conan. ella es mi puta y lo será siempre.

 y se bajó las calzas y saco su polla y se la hizo chupar a la esposa de Conan.

– si no mamas -dijo el mago Zardok -te juro que le matare.

 así que Zenobia que lloró tuvo que mamarle la poya al mago Conan furioso:

– juro que te matare Zardok te lo juro por Crown.

–  ahora quiero verte desnuda puta -dijo el mago- quiero follarte para que tu esposo te vea y sufra.

 ella se desnudó y el mago la metió la poya hasta los cojones ella no quería disfrutar y lloraba, pero no podía evitar que el cabrón del mago Zardok la follara y gimiera de gusto.

– ves lo zorra que es tu mujer -le dijo el mago.

 Conan poco a poco concentro  su fuerza y al final rompió las cadenas  los músculos eran de acero forjados de pequeño en las batallas cogió su espada y se lanzó a por el mago  pero este dominaba la magia  negra y cogió a Zenobia y a su hijo y desapareció varios guerreros intentaron luchar contra el  pero Conan prácticamente ni se inmuto nadie conocía la espada como Conan nadie le había vencido jamás en la batalla cogió su espada que nadie apenas podía sujetarla con las dos manos mientras él la sujetaba como una pluma con una y la hizo viral encima de él y las cabezas de los guerreros de Zardok salieron por los aires los guerreros  de Zardok no vieron a un guerrero frente al vieron a un diablo manejando una espada imposible de vencer blandió otra vez la espalda y se cargó a varios guerreros varas cabezas rodaron con si fueran melones  cuando termino había un rastro de cadáveres que no se podían contar.

 casi recupero el trono y dejo a su mejor hombre en él tenía que buscar a su esposa y a su hijo y no pararía hasta que los encontrara así que cogió su fiel caballo y se dispuso a buscar al mago, pero el mago no era fácil de hallar él podía abrir nuevos mundos y estar en otras dimensiones y nunca encontrarlo así que fue a ver a las tres brujas ellas eran hermosísimas Conan les pidió ayuda:

– sabemos quién eres y lo que deseas, pero para eso tienes que pagar un precio tienes que pasar la noche con nosotras tres si nos satisfaces como mujeres mañana te diremos como ir al castillo del mago Zardok.

 así que Conan no tuvo más remedio que quitarse el calzón y follar con las tres brujas las brujas cuando vieron el cuerpo de Conan y la poya que era todo musculo se relamieron.

–  menuda noche vamos a pasar hermanas.

 Conan cogió a una de las tres brujas llamada Brunilda y la comió el chocho hasta que no pudo más la otra se moría de gusto mientras las otras dos brujas Lemia y Casilda le chupaban la poya hasta mas no poder Conan sabía que si no aguantaba las brujas se quedarían con él para toda la eternidad y jamás encontraría a su familia. tuvo que hacer un esfuerzo humano para no correrse con dos mujeres tan bellas y experimentadas.

 después Conan las cogió y se las metió una por una en el chocho y empezó a follarlas hasta que ellas se corrieron de gusto luego Conan las dio por el culo hasta que no pudieron más las brujas estaban agotadas de tanto follar.

– verdaderamente eres Conan el rompe coños. tu fama es bien merecida joder como follas no nos extraña que tú mujer este loco por ti. muchas darían por tener un hombre así.  bien Conan tu ganas te diremos como llegar al castillo del mago Zardok pero ten en cuenta que aunque llegues allí no creo que puedas vencerle con la fuerza es el mago más poderoso que excite  y nadie le gana en magia negra ve al bosque negro allí encontraras una catarata tírate dentro e intenta llegar al fondo del rio si lo logras aparecerás en el castillo de Zardok sino lo logras te ahogaras ya que hay 20 metros de profundidad por lo menos y ningún humano ha podio bajar y aguantar tanto  es la única manera buena suerte.

 Conan llego al bosque negro y vio la cascada y la gran masa de agua ningún  hombre normal se tiraría a nadar allí pero Conan no era un hombre como los demás  cogió su espada lo único y que llevaba encima y se lanzó desde el vacío a la cascada entrando en una masa de agua enorme y empezó a bucear y a bajar y bajar  parecía que los pulmones le iban a estallar si no conseguía llegar al fondo era imposible el regreso no tendría tanto aire para volver arriba  cuando parecía todo imposible casi ahogándose toco fondo  y desapareció  y apareció en el castillo del mago negro Zardok .

 el mago Zardok lo había visto todo en su bola mágica lo que había hecho Conan para llegar hasta   allí.

– Zardok donde te encuentras- dijo Conan -da la cara deja tus sucios trucos y enfréntate a mi como los hombres y deja tu magia.

 el mago se reía hizo brotar esqueletos de la tierra para que mataran a Conan.

  Conan lucho con ello pero cada vez que los vencía se levantaban así que cogió una antorcha y quemo sus huesos luego hizo salir a las hijas de la tierra que eran bellísimas  y las dijo  que le sedujeran ellas usando su magia le soplaron un polvo mágico y él fue automáticamente abducido por las mujeres  al cual le cogieron y le quitaron el calzón para que olvidase a Zenobia y le desnudaron y  se desnudaron ellas no creo que sea tanto como dicen decían las hijas de la tierra comprobémoslo  y salió su espléndida poya a relucir  lo cual se quedaron alucinadas o dioses no habíamos visto nada igual Conan empezó a follarlas y ellas a comerle la poya se volvían locas de tanto gozar.

  luego follaron entre ellas mientras Conan las daba por el culo a una de ellas y a otras las metía manos en sus chuminos luego las cogió en voz una por una y se las follo sin contemplaciones ellas no podían con él.

– con razón te llama Conan rompe coños -dijo las hijas de la tierra al ser ellas vencidas ya que estaban agotadas el hechizo se rompió y Conan llego hasta el mago.

–  dame a mi esposa -dijo Conan.

 el mago se reía;

– tu esposa es mía pertenece a la oscuridad ella es mi puta llévate a tu hijo, pero déjala ella para mí.

–  ella no se quedará aquí.

– intenta convencerla si ganas a la oscuridad podrás llevártela si pierdes perderás también a tu hijo y te quedaras solo aceptas.

– acepto.

– bien ahí tienes a tu esposa convéncela para que se vaya contigo.

– no déjame quiero ser la puta de Zardok mi señor me folla y me ama.

–   ven aquí mujer -dijo Conan.

–  jajá reía el mago lo ves a ver qué vas a hacer.

– lo que tenía que haber hecho antes.

 Conan se desnudó y saco su poya y dijo:

– te voy a recordar con quien estas esposada mujer – y la cogió del pelo y la hizo mamar la poya a Zenobia.

 ella se volvía loca de gusto.

– así así así mama zorra -dijo Conan- ábrete el chocho que te voy a follar.

 y se la clavo hasta los cojones y empezó a follarla como jamás había follado a ninguna ¡a mujer.

  Zenobia se volvía loca de gusto.

– más dame más.

 luego la cogió por el culo y la dio hasta que lo tuvo bien abierto.

–  así así rómpeme el culo cabrón que gusto como me follas.

  luego la comió el chocho hasta mas no poder hasta que ella dijo:

– Conan mi amor ahahahahha -y se corrió y despertó de la oscuridad.

–  ya nos veremos otra vez Conan. esta vez has ganado la batalla, pero no la guerra.

  Conan cogió a su mujer y a su hijo y volvieron a su reino.

  Conan estaría al tanto ya que el mago Zardok no le olvidaría y siempre estaría al acecho para acabar con Conan, pero jamás lo lograría FIN

 


“El culo de mi tía, la policía” LIBRO CENSURADO POR AMAZON PARA DESCARGAR

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LIBRO QUE CENSURÓ AMAZON POR CONSIDERARLO DEMASIADO PORNOGRÁFICO. Por ello, mi editor ha tenido que publicarlo en BUBOK.

Sinopsis:

Desde niño, la hermana pequeña de su madre fue su oscuro objeto de deseo. El origen de esa obsesión por Andrea no era solo por su belleza, también radicaba en que era agente de policía.

Nuestro protagonista, un joven problemático se enfrenta a sus padres y ellos buscando reformarlo, ven en esa inspectora la única solución. Por ello durante un incidente con la ley, piden a esa mujer ayuda, sin saber que al obligar a su hijo a vivir con su tía desencadenarían que entre los dos nazca una relación nada filial.
Escrito por Fernando Neira (Golfo), verdadero fenómeno de la red cuyos relatos han recibido mas de 12.000.000 de visitas.

Bajátelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

http://www.bubok.es/libros/240894/El-culo-de-mi-tia-la-policia

Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo 1

Desde niño, la hermana pequeña de mi madre fue mi oscuro objeto de deseo. Hasta hoy no me atreví a contar la historia que compartí con Andrea, mi tetona y culona tía. Diez años menor que mi progenitora, recuerdo la fijación con la que la veía. El origen de mi obsesión era variado por una parte estaba su monumental anatomía pero también radicaba en que esa monada era agente de policía.

Era observarla vestida con ese uniforme que le apretaba sus enormes melones y que pensara en ella con sentimientos nada filiales. Para mí, no había nada tan sensual como verla llegar a casa de mis abuelos y que se dejara caer agotada sobre el sofá con su indumentaria de trabajo.

¿Cuántas veces me imaginé siendo detenido por ella?…..Cientos, quizás miles.

¿Cuántas noches soñé con disfrutar de esa bella agente?…. Incontables.

¿Cuántas veces me acosté con ella?…. Ninguna y jamás creí que pudiera darse el caso.

El carácter de esa morena era tan agrio como lo bella que era. La mala leche proverbial con la que mi tía Andrea trataba a todos, hacía imposible cualquier acercamiento. Y cuando digo cualquier, ¡era cualquier! Siendo una divinidad de mujer, nunca se le había conocido novio o pareja. Según mi padre eso se debía a que a que era tortillera pero según mamá, la razón que no había encontrado un hombre era por mala suerte.

―  Ya encontrará un marido y tendrás que comerte tus palabras―  le decía siempre defendiendo a su hermanita.

Mi viejo reía y como no quería  más bronca, se callaba mientras yo en un rincón, sabía que ambos se equivocaban.  En mi mente infantil, mi tía era perfecta y sin nunca había salido con nadie, era porque a ella no le interesaba.

« Cuando lo deseé, los tendrá a patadas», pensaba sabiendo que esa noche tendría que masturbarme con la foto que me regaló en un cumpleaños.

Han  pasado muchos años, pero aún recuerdo esa instantánea. En ella mi tía Andrea estaba frente a un coche azul con la porra en la mano.  La sensualidad de esa imagen la magnificaba yo al imaginar que ese instrumento era mi polla y que ella la meneaba cuando en realidad eran mis manos las que me hacían la paja.

En mis horas nocturnas, mi imaginación volaba entre sus piernas mientras me decía a mí mismo que tampoco me llevaba tantos años. Lo cierto es que eso si era cierto, por aquel entonces yo tenía quince años y mi tía veinticinco pero a esa edad,  esa brecha la veía como insuperable y por eso me tenía que contentar con soñar solo con ella.

Profesional eficiente y sin nadie que le esperara en casa, Andrea subió como la espuma dentro de la policía y con veinticinco años ya era inspectora jefe de la comisaría de Moncloa en Madrid. Ese puesto que hizo menos frecuentes sus visitas, fue a la postre lo que me llevó a cumplir mi sueño desde niño……

Toda mi vida cambia por un maldito porro.

Acababa de empezar la carrera de derecho y como tantos muchachos de mi edad, estudiaba poco, bebía mucho y fumaba más. Y cuando digo fumar, no me refiero a los Marlboro que hoy en día enciendo sino a los canutos con los que me daba el puntito cada vez que salía a desbarrar.

Llevaba un tiempo causando problemas en casa, discutía con mis viejos en cuanto me dirigían la palabra, sacaba malas notas y lo peor a los ojos de ellos, mis nuevas amistades les parecían gentuza. Hoy desde la óptica que dan la experiencia, los comprendo: a mí tampoco me gustaría que los amigos de mi hijo tuvieran una estética de perroflautas pero lo cierto es que no eran malos. Eran…traviesos.

Hijos de papa como yo y con sus necesidades seguras, se dedicaban a festejar su juventud aunque de vez en cuando se pasaban.

Lo que os voy a contar ocurrió una madrugada en la que habiendo salido hasta el culo de porros de una discoteca, mis colegas no tuvieron mejor ocurrencia que vaciar los contenedores de basura en mitad de la calle Princesa. Para los que no conozcan Madrid, es una de las principales vías de acceso a la ciudad universitaria, por lo que aunque era muy tarde, había suficiente tráfico para que rápidamente se formara un monumental atasco.

La policía no tardó en llegar y viendo que éramos un grupo de diez los culpables del altercado, nos metieron a golpes a una patrulla. Envalentonado con el hachís y cabreado por la brutalidad que demostraron, fui tan gilipollas de encararme con ellos. Los agentes respondieron con violencia de modo que al cabo de los veinte minutos, todos estábamos siendo fichados pero en mi caso la foto que me hicieron era una muestra clara de abuso policial.

Con los ojos morados y el labio partido, me dediqué a llamarles hijos de puta y a amenazarles con ir al juzgado. Fue tanto el escándalo que monté que el inspector de guardia salió de su despacho a ver qué ocurría.

La casualidad hizo que mi tía Andrea fuera dicho superior. Al reconocerme, pidió a uno de sus subalternos que me encerrara en una celda a mí solo.   Conociendo la mala baba que se gastaba su jefa, el agente no hizo ningún comentario y a empujones me llevó hasta esa habitación.

Yo, todavía no sabía que mi tía estaba allí por eso cuando la vi aparecer por la puerta, me alegré pensando ingenuamente que mis problemas habían terminado y alegremente, la saludé diciendo:

― Tía, tienes unos matones como subordinados, ¡Mira como me han puesto!

Mi  tía sin dirigirme la palabra me soltó un tortazo que me hizo caer y ya en el suelo me dio un par de patadas que aunque me dolieron no fue lo que me derrotó anímicamente sino el oírla decir a esos mismos que había insultado:

― Todos habéis visto que he sido yo quien se ha sobrepasado con el detenido, si hay una investigación asumo la responsabilidad de lo que pase.

Los policías presentes se quedaron alucinados que asumiera la autoría y si ya tenía a su jefa en un pedestal a partir de esa noche, para ellos no había nadie más capacitado que ella en toda la comisaría. Solo yo sabía, el por qué lo había hecho.

« ¡Nunca me dejarían mis padres denunciar a mi tía!».

De esa forma tan ruda, la hermana de mi madre cumplió dos objetivos: en primer lugar me castigó y en segundo, libró al personal bajo su mando de un posible castigo. Humillado hasta decir basta, me acurruqué en el catre del que disponía el calabozo y usando las manos como almohada, dormí la borrachera. 

Debían ser sobre las doce, cuando escuché que la puerta de mi celda se abría. Al abrir los ojos, vi entrar a mis viejos con mi tía. Mi estado debía ser tan lamentable que mi madre se echó a llorar. Mi padre al contario, iracundo de ira, comenzó a soltarme un sermón.

― ¡Vete a la mierda!―  contesté intentando que se callara. Sus gritos se clavaban como espinas en mis sienes.

Al no esperárselo y ser además un buenazo, se quedó callado. Fue entonces cuando la zorra de mi tía me agarró de los pelos y obligándome a arrodillarme, me exigió que les pidiera perdón.

Asustado, adolorido y resacoso por igual, no tuve fuerzas para oponerme a su violencia y les rogué que me perdonaran.

Mi madre llorando como una magdalena, se repetía con lágrimas en los ojos que no sabía que podía hacer conmigo. Mientras ella lloraba, Andrea se mantuvo en un segundo plano.

― ¡No ves lo que nos estás haciendo!―  dirigiéndose a mí, dijo―  ¡Vas camino de ser un delincuente!―  os juro que no lo vi venir, cuando creía que estaba más desesperada, dejó de llorar y con tono serio, preguntó a su hermana: ― ¿Serías tú capaz de enderezarlo?

Mi tía poniendo un gesto de contrariedad, le contestó:

― Déjamelo un mes. ¡Te lo devolveré siendo otro!

Mi padre estuvo de acuerdo y por eso, esa tarde al salir de la comisaría, recogí mis cosas y me mudé con mi pariente.

Me mudo a casa de mi tía.

Recuerdo el cabreo con el que llegué a su apartamento. Mi padre me llevó en coche hasta allí y durante el trayecto tuve que soportar el típico discurso de progenitor en el que me pedía que me comportara. Refunfuñando, prometí hacerlo pero en mi fuero interno, decidí que a la primera oportunidad iba a pasarme por el arco del triunfo tanto sus consejos como las órdenes que la zorra de mi tía me diera.

« ¡Ya vera esa puta! ¿Quién se creé para tratarme así?», pensé mientras sacaba mis cosas del maletero.

Mi pobre viejo me despidió en el portal y cogiendo el ascensor, fui directo a enfrentarme con esa engreída.

« ¿Cambiarme a mí? ¡Lo lleva claro!», me dije convencido de que aunque lo intentara no iba a tener éxito.

Tal y como había quedado con su hermana, Andrea me esperaba en el piso y abriendo la puerta, me dejó pasar con un sonrisa en la boca.

Supe al instante que esa capulla me tenía preparada una sorpresa pero nunca anticipe lo rápido que descubriría de que se trataba, pues nada más dejar mi maleta en el cuarto de invitados, me llamó al salón.

― Abre la boca―  ordenó―  quiero hacerte una prueba de drogas.

Os juro que al verla con el bastoncito en la mano, me llené de ira y por eso le respondí:

― Vete a la mierda.

Mi tía lejos de enfadarse,  con un gesto de alegría en su boca, me pegó un empujón diciendo:

― ¡Te crees muy machito! ¿Verdad?―  y sin esperar mi respuesta, me soltó un bofetón.

Su innecesaria violencia, me terminó de enervar y gritando le contesté:

― Tía, ni se te ocurra volver a tocarme o….

― ¿O qué?―  me interrumpió―  ¿Me pegarías?

Sobre hormonado por mi edad, respondí:

― Nunca pegaría a una mujer pero si fueras un hombre te habría partido ya tu puta cara.

Descojonada escuchó mi respuesta y antes de que pudiera hacer algo por evitarlo, me volvió a soltar otro guantazo. Fue entonces cuando dominado por la ira, intenté devolverle el golpe pero esa mujer adiestrada en las artes marciales, me paró con una llave de judo tirándome al suelo.

― ¡Serás puta!―  exclamé y nuevamente busqué que se tragara sus palabras.

Con una facilidad que me dejó pasmado ese bombón de mujer fue repeliendo todos mis ataques hasta que agotado, me quedé quieto. Entonces luciendo la mejor de sus sonrisas, me soltó:

― Ya hemos jugado bastante, ¿Vas a abrir la boca o tendré que obligarte?

― ¡Qué te follen!―  respondí.

Ni siquiera vi su patada. Con toda la mala leche del mundo, esa zorra me golpeó en el estómago con rapidez y aprovechando que estaba doblado, me agarró la cabeza y abriendo mi boca, introdujo el maldito bastoncito.  Una vez había conseguido su objetivo, me dejó en paz y metiéndolo en un aparato, esperó a que saliera el resultado del análisis:

― Como pensaba, solo hachís―  dijo y volviendo a donde yo permanecía adolorido por la paliza, me dijo: ― Se ha acabado el fumar chocolate. Todos los días repetiré esta prueba y te aconsejo que no te pille. Si lo hago te arrepentirás.

No me tuvo que explicar en qué consistiría su castigo porque en esos instantes, mi cuerpo sufría todavía el resultado de la siniestra disciplina con la que pensaba domarme.   Si ya estaba lo suficiente humillado, creí  que me hervía la sangre cuando la escuché decir:

― Tu madre me ha dicho que en  mes y medio, tienes los primeros parciales y le he prometido que los aprobarías. Ósea que vete a estudiar o tendrás que asumir las consecuencias.

Completamente derrotado, bajé la cabeza e intenté estudiar pero era tanto el coraje que tenía acumulado que con el libro enfrente, planeé mi venganza.

« Esa zorra no sabe con quién se ha metido».

Estuve dos horas sentado a la mesa sin moverme. Aunque me cueste reconocerlo, me daba miedo que mi tía me viera sin estudiar y me diera otra paliza. Afortunadamente, llegó la hora  de cenar y por eso tuvo que levantarme el castigo y llamarme. Ofendido hasta la médula ocupé mi sitio y en silencio esperé que me sirviera. Cuando llegó con la cena, descubrí en ella a una siniestra institutriz que no solo me obligó a ponerme recto en la silla sino que cada vez que me pillaba masticando con la boca abierta, me soltó un collejón.

« Maldita puta», mascullé entre dientes pero no me atreví a formular queja alguna no fuera a ser que decidiera hacer uso de la violencia.

Al terminar, le pedí permiso para irme a la cama. La muy hija de perra ni se dignó a contestarme, por lo que tuve que esperar a que ella acabara.  Fue entonces cuando me dijo:

― Somos un equipo. Nos turnaremos en lavar los platos y en los quehaceres de la casa… Así que hoy te toca poner el lavavajillas mientras yo acomodo el salón.

Sintiéndome su puto criado, levanté la mesa y metí los platos en el electrodoméstico. Ya cubierta mi cuota, me fui a mi habitación y allí cerré la puerta. Ya con el pijama dejé que mi mente soñara en cómo castigaría la insolencia de mi pariente.

Lo primero que hice fue imaginármela dormida en su cama. Aprovechado que dormía, ve vi atándola con las esposas que llevaba al cinto cuando salía de casa. Al cerrar el segundo grillete, mi tía despertó y al abrir los ojos y verme sonriendo sobre ella, me gritó:

― ¡Qué coño haces!

De haber sido real, me hubiera cagado en los pantalones pero como era MI sueño, le respondí:

― Voy a follarte, ¡Puta!―  tras lo cual empecé a desabrocharle su camisón.

Mi tía intentó zafarse y al comprobar que le resultaba imposible, me dijo casi llorando:

― Déjame y olvidaré lo que has hecho.

Incrementando su desconcierto, le solté un guantazo mientras le terminaba de desabotonar. Con esa guarra retorciéndose bajo mis piernas contemplé  sus pechos al aire y sin poderme aguantar, me lancé sobre ellos y los mordí. Su chillido angustiado me informó de que estaba consiguiendo llevarla a la desesperación.

« ¡Menudas tetas!», me dije recordando sus pezones. Ese par de peras dignas eran de un banquete pero sabiendo que lo mejor de mi pariente era ese culazo, deslicé mentalmente su camisón por las piernas.

Hecha un flan, tuvo que soportar que prenda a prenda la fuera desnudando. Cuando ya estaba desnuda sobre la cama, pasé el filo de una navaja por sus pechos y jugueteando con sus pezones, le dije con voz perversa:

― ¿Te arrepientes del modo en que me has tratado?

Mi tía, cuando  vio que iba en serio, se meó literalmente.  Incapaz de retener su vejiga, se orinó sobre las sabanas. Temiendo que le hiciera algo más que no fuera el forzarla,  con voz temblorosa, me respondió:

― No me hagas daño, ¡Te juro que haré lo que me pidas!

Satisfecho al tenerla donde quería, bajándome la bragueta, saqué mi miembro de su encierro y  la obligué a abrir sus labios para recibir en el interior de su boca el pene erecto de su sobrino.

― ¡Mámamela!

Tremendamente asustada, se metió mi miembro hasta el fondo de la garganta. Al experimentar la humedad de su boca y tratando de reforzar mi dominio, en mi sueño, le ordené que se masturbara al hacerlo. Satisfecho, observé como esa estricta policía cedía y llevando una de sus manos a su entrepierna, se empezaba a tocar.

― Te gusta chupármela, ¿Verdad?―  le solté para seguir rebajando su autoestima y cogiendo su cabeza entre mis manos, forcé su garganta usándola como si su sexo se tratara.

Unas duras arcadas la asolaron al sentir mi glande rozando su campanilla pero temiendo llevarme la contraria,  en mi mente, se dejó forzar hasta que derramándome en su interior, me corrí dando alaridos.

Tras lo cual me quedé dormido…

 

 

Mi primer día en casa de mi tía.

― ¡Levántate vago!

Ese fue mi despertar. Todavía medio dormido miré mi reloj y descubrí que todavía era de madrugada. Quejándome, le dije que eran las seis de las mañana.

― Tienes cinco minutos para vestirte. Me vas a acompañar a correr―  contestó muerta de risa.

Cabreado, tuve que levantarme y ponerme un chándal mientras mi tía me preparaba un café. La actividad de esa zorra en la mañana me desesperó y más cuando urgiéndome a que me tomara el desayuno, me esperaba en la puerta.

« Hija de puta», la insulté mentalmente al ver que empezaba a correr y que girando la cabeza, me pedía que la siguiera.

Curiosamente al correr tras ella, comprendí que tenía su lado bueno al observar el culo de esa zorra al trotar. Mi tía se había puesto un licra de atletismo, por lo que pude admirar sin miedo a que se diera cuenta esa maravilla. Os juro que disfruté durante los primeros diez minutos, mirando las dos preciosa nalgas subiendo y bajando al ritmo de su zancada.

El problema vino cuando me empezó a faltar la respiración por el esfuerzo. Sudando a raudales, tuve que pedirle que descansáramos pero esa puta soltando una carcajada me contestó diciendo:

― Necesitas sudar toda la mierda que te metes―  tras lo cual me obligó a continuar la marcha.

Para no haceros la historia larga, a la hora de salir a correr, volví a su casa absolutamente derrotado mientras esa mujer parecía no notar ningún tipo de cansancio. Dejándome caer sobre un sofá, tuve que aguantar sus bromas y chascarrillos hasta que, olvidándose de mí, se  metió a duchar.

El sonido del agua de la ducha cayendo sobre su cuerpo me hizo imaginar lo que estaba pasando a escasos metros de mí y bastante excitado me tiré en la cama, pensando en ello. Mi mente me jugó una mala pasada por que  rápidamente llegaron hasta mí imágenes de ella enjabonándose. 

« Está buena esa maldita», me dije y reconociendo que le echaría un polvo si pudiera, me levanté a ordenar mi cuarto.

A los diez minutos, la vi entrar ya vestida pero con el pelo mojado. Al observar que tenía la habitación ordenada y la cama hecha, sonrió y me mandó a duchar. La visión de su melena empapada, me excitó y antes de que mi pene se alzara traicionándome, decidí obedecer.

Cuando salí del baño, mi tía ya se había ido a trabajar y viendo que todavía no habían dado ni las ocho, decidí hacer tiempo antes de irme a la universidad. Como estaba solo, aproveché para fisgonear un poco y sabiendo que quizás no tendría otra oportunidad, fui a su cuarto a ver cómo era.

Nada más entrar, me percaté de que al igual que su dueña, era pulcra y que estaba perfectamente ordenada. Abriendo los cajones, descubrí que su pasión por el orden era tal que agrupaba por colores sus bragas. Deseando conocer su gusto en ropa interior, me puse a mirarlas sin tocarlas no fuera a descubrir que no estaban tal y como ella, la había dejado.

Como en trance, pensé que quizás hiciera como su hermana y tuviera un bote de ropa sucia en el baño. Al descubrirlo en un rincón, lo abrí y descubrí un coqueto tanga de encaje rojo y más nervioso de lo que me gustaría reconocer,  lo saqué y me lo llevé a la nariz.

― ¡Dios! ¡Qué bien huele!―  dije en voz alta al aspirar su aroma.

Mi sexo reaccionando como resorte, se alzó bajo mi pantalón.  Dándome el gustazo, me senté en el suelo y usando esa prenda, me pajeé. Solo tuve cuidado al eyacular para no mancharla con mi semen. Una vez saciado, devolví el tanga a su lugar.

 Al ser ya la hora de irme, cogiendo mis bártulos, salí del apartamento imaginándome a mi tía usando esas bragas.

« Definitivamente…. Esa puta tiene un polvazo».

 Ya en la universidad la rutina diaria me hizo olvidar a mi tía y solo me acordé de ella cuando entre clase y clase, un amigo me ofreció un porro. Estuve a punto de cogerlo pero recordando su amenaza, me abstuve de darle una calada, pensando:

« Es solo un mes».

Aunque ese día no caí en ello, mi transformación empezó con ese sencillo gesto. Mitad acojonado por ser cazado en un renuncio pero también deseando complacer a esa mujer, tomé la decisión acertada porque al volver a su apartamento, lo primero que hizo  al verme fue obligarme a abrir la boca para comprobar que no había fumado.

Esa vez, obedecí a la primera.

Mi tía muy seria introdujo el puñetero bastoncito y al igual que el día anterior, se puso a analizar la saliva que había quedado impregnada en ese algodón. A los pocos segundos, la vi sonreír y acercándose a mí, me dio un beso en la mejilla como premio.

Si bien de seguro no lo hizo a propósito, al hacerlo sus enormes pechos presionaron el mío. El placer que sentí fue indescriptible, de modo que el desear que se repitiera esa  recompensa me sirvió de aliciente y desde ese momento, decidí que haría lo imposible por no defraudarla.

Tras lo cual, me encerré en mi cuarto y me puse a estudiar.  La satisfacción de mi tía fue evidente cuando pasando por el pasillo, me vio concentrado frente al libro  y viendo que me empezaba a enderezar, se metió a hacer la cena en la cocina.

Debían de ser casi las nueve, cuando cansado de empollar, me levanté al baño. Al pasar por el pasillo, vi a mi tía Andrea bailando en la cocina al ritmo de la música. Sintiéndome un voyeur,  la observé sin hacer ruido:

« ¡Está impresionante!», me dije sorprendido de que supiera bailar sin dejar de babear al admirar el movimiento de su trasero: « ¡Menudo culo!», pensé deseando hundir mi cara entre esos dos cachetes.

Fue entonces cuando ella me sorprendió mirándola y en vez de enfadarse, vino hacia mí y me sacó a bailar la samba que sonaba en la radio. Cortado por la semi erección que empezaba a hacerse notar bajo mi bragueta, intenté rechazar su contacto pero mi tía agarrándome de la cintura lo impidió y se pegó totalmente  a mi cuerpo.

Aunque mi empalme era evidente, no dijo nada y siguió  bailando. Producto de su danza, mi sexo se endureció hasta límites insoportables pero aunque deseaba huir, tuve que seguirle el paso durante toda la canción. Una vez acabada y con el sudor recorriendo mi frente, me excusé diciendo que me meaba y me fui al baño.

Como sabréis de antemano,  me urgía descargar pero no mi vejiga sino mis huevos y por eso, nada más cerrar la puerta, me pajeé con rapidez rememorando la deliciosa sensación de tener a esa morena entre mis brazos.

Tan llenos y excitados tenía mis testículos que el chorro que brotó de mi polla fue tal que llegó hasta el espejo.

« ¿Quién se la follara?», y por primera vez, no vi tan lejos ese deseo.

Aunque parecía imposible, esa recta e insoportable mujer cuando la llevabas la contraria, se convertía en un ser absolutamente dulce y divertido cuando se le obedecía.

 

 

Mi segundo día en casa de mi tía.

Deseando complacerla en todo y que me regalara otro beso u otro baile como la noche anterior, puse mi despertador a las seis menos cuarto, de forma que cuando apareció en mi habitación para despertarme la encontró vacía.

Sé que pensó que me había escapado porque me lo dijo y hecha una furia entró en la cocina para coger las llaves de su coche e ir a buscarme. Pero entonces me encontró con un café. Sin darle tiempo a asimilar su sorpresa, poniéndoselo en sus manos, le dije:

―  Tienes cinco minutos para vestirte.

La sonrisa de sus labios me informó claramente que le había gustado mi pequeña broma y  sin decir nada, se fue a cambiar para salir a correr. Al poco tiempo, la vi aparecer con unos leggins aún más pegados que el día anterior y un pequeño top que difícilmente podía sostener el peso de sus pechos.

« Viene preparada para la guerra», me dije disfrutando del profundo canalillo que se formaba entre sus tetas.

Repitiendo lo ocurrido el día anterior, mi tía iba delante dejándome disfrutar de su culo. El único cambio que me pareció notar es que esta vez el movimiento de sus nalgas era aún más acusado, como si se estuviera luciendo.

« ¡Ese culo tiene que ser mío!», exclamé mentalmente sin perder de vista a esa maravilla.

Esa mañana resistí un poco más pero aun así al cabo del rato estaba con el bofe fuera y por eso no me quedó más remedio que pedirle que aminorara el paso. Mi tía se compadeció de mí y señalando un banco, me dijo que me sentara mientras ella estiraba.

Agotado como estaba, accedí y me senté.

Fue entonces cuando sucedió algo que me dejó perplejo. Aunque el camino era muy ancho, se puso a hacer sus estiramientos a un metro escaso de donde yo estaba.  Os juro que aunque esa mujer me volvía loco, me cortó verla agacharse frente a mí dejándome disfrutar de la visión de su sexo a través de sus leggins.

« ¡Se le ve todo!», pensé totalmente interesado al comprobar que eran tan estrechos que los labios de su coño se marcaban claramente a través de la tela.

Durante un minuto y dándome la espalda, se dedicó a estirar unas veces con las piernas abiertas dándome una espléndida visión de su chocho y otras con las rodillas pegadas, regalando a mis ojos un panorama sin igual de su culo.

Si de por sí eso ya me tenía cachondo, no os cuento cuando sentándose en el suelo se puso a hacer abdominales frente a mí. Cada vez que se tocaba los pies, el escote de su top quedaba suelto dejándome disfrutar del estupendo  canalillo entre sus tetas.

Olvidando toda cordura, incluso llegué a inclinarme sobre ella para ver si alcanzaba a vislumbrar su pezón. Mi tía al verme tan interesado, miró el bulto que crecía entre mis piernas y levantándose, alegremente, salió corriendo sin decir nada.

Mi calentura se incrementó al percatarme que no le había molestado descubrir la atracción que sentía por ella y por eso, con renovadas fuerzas, fui tras ella.

Al igual que la mañana anterior, nada más llegar a casa, mi tía se metió a duchar mientras yo intentaba serenarme pero no pude porque por algún motivo que no alcanzaba a adivinar, mi tía dejó medio entornada la puerta mientras lo hacía.

Al descubrirlo, luché con todas mi fuerzas para no espiar pero venció mi lado perverso y acercándome miré a través de la rendija. Mi ángulo de visión no era el óptimo ya que solo alcanzaba a ver su ropa tirada en el suelo. Debí de haberme conformado con ello pero al saber que mi tía estaba desnuda tras la puerta me hizo empujarla un poco. Excitado descubrí que el centímetro que había abierto era suficiente para ver su silueta a través de la mampara transparente de la ducha.

« Menuda mujer», totalmente cachondo tuve que ratificar al ver el modo tan sensual con el que se enjabonaba.

Tal y como me había imaginado, sus piernas eran espectaculares pero fueron sus pechos los que me dejaron anonadado. Grandes, duros e hinchados eran mejores que los de muchas de las actrices porno que había visto y ya dominado por la lujuria, me desabroché la bragueta y sacando mi miembro me puse a masturbarme mirándola.

― ¡Qué pasada!―  exclamé en voz baja, cuando al darse la vuelta en la ducha, pude contemplar tanto los negros pezones que decoraban sus tetas como su coño. Desde mi puesto de observación, me sorprendió que mi tía llevara hechas las ingles brasileñas y que donde debía haber un poblado felpudo, solo descubriera un hilillo exquisitamente depilado: « ¡Joder con la tía! ¡Cómo se lo tenía escondido!», pensé.

Mi sorpresa fue mayor cuando la hermana de mi madre separó sus piernas para enjabonarse la ingle, permitiendo que su sobrino se recreara con la visión de su vulva. Si no llega a ser imposible, por el modo tan lento y sensual con el que se enjabonaba, hubiese supuesto que sabía que la estaba observando y que  se estaba exhibiendo.

Completamente concentrado, tardé en percibir en el modo en que se pasaba el jabón por su sexo que se estaba masturbando. La certeza de que mi tía se estaba pajeando me terminó de excitar y descargando mi simiente sobre la alfombra, me corrí en silencio. Asustado limpié mi estropicio mientras intentaba olvidar su espectacular anatomía bajo la ducha. Por mucho que lo intenté me resultó imposible, su piel mojada y la forma en que buscó el placer auto infringido se habían grabado en mi mente y ya jamás se desvanecería.

Ya en mi cuarto, mi imaginación se volvió a desbordar y no tardé en verme separando esos dos cachetes e introduciendo mi lengua en su interior. Solo el hecho de que mi tía saliendo del baño me descubriera, evitó que me volviera a masturbar pensando en ella.

Estaba tan caliente que decidí que tenía que irme de la casa y cogiendo mis libros, me despedí de ella desde el pasillo. Mi tía Andrea que ya había terminado, me contestó que esperara un momento. Al minuto la vi salir envuelta en la toalla y pegándose como una lapa, me dio un beso en la mejilla mientras, como si fuera casual, su mano se paseaba por mi trasero.

Os juro que todavía no comprendo cómo aguanté las ganas de quitarle esa franela y follármela ahí mismo. Hoy sé que quizás fuera lo que estaba deseando pero en aquel entonces, me dio miedo y  comportándome como un crio, salí huyendo.

Durante todo el día el recuerdo de su imagen en la ducha pero sobre todo la certeza de que esa última caricia no había sido fortuita me estuvieron torturando.  En mi mente no cabía que esa frígida de la que todo el mundo hablaba pestes, resultara al final una mujer necesitada de cariño  y que esa necesidad fuera tan imperiosa que aceptara incluso que fuera su sobrino quien la calmara.

Al ser viernes, no tuve clases por la tarde por lo que sin nada que hacer, decidí dar a mi tía una nueva sorpresa y entrando en la cocina, me puse a preparar la cena para que cuando ella llegara del trabajo, se la encontrara ya hecha.

Debió llegar sobre las nueve.

El coñazo de cocinar valió la pena al ver la alegría en su cara cuando descubrió lo que había hecho. Con cariño se acercó a mí y me lo agradeció abrazándome y depositando un  suave beso cerca de la comisura de mis labios. Fue como si me lo hubiese dado en los morros, la temperatura de mi cuerpo subió de golpe al sentir sus pechos presionando el mío, mientras me decía:

― Es agradable, sentirse cuidada.

De haber sido otra y no la hermana de mi madre, le hubiese demostrado un modo menos filial de mimarla. Sin pensármelo dos veces la hubiese cogido en brazos y la hubiera llevado hasta su cama pero, como era mi tía, sonreí y tapándome con un trapo, deseé que no  hubiese advertido la erección que sufría en ese instante mi miembro.

Sé que mis intentos fueron en vano porque entornando sus ojos, me devolvió una mirada cómplice, tras la cual, me dijo que iba a cambiarse porque no quería cenar con el uniforme puesto. Al cabo del rato volvió a aparecer pero esta vez el sorprendido fui yo. Casi se me cae la sartén al verla entrar con un vestido de encaje rojo completamente transparente.

Reconozco que me costó reconocer en ese pedazo de mujer a mi tía, la policía, porque no solo se había hecho algo en el pelo y parecía más rubia sino porque nunca pensé que pudiese ponerse algo tan corto y sugerente. El colmo fue al bajar mi mirada, descubrir las sandalias con tiras anudadas hasta mitad de la pantorrilla.

Para entonces, sabiendo que había captado mi atención, me preguntó:

― ¿Estoy guapa?

Con la boca abierta y babeando descaradamente, la observé modelarme ese dichoso vestido. Las sospechas de que estaba tonteando conmigo se confirmaron cuando poniendo música se empezó a contornear bajo mi atenta mirada.

Dotando de un morbo a sus movimientos que me dejó paralizado, siguió el ritmo de la canción olvidando mi presencia. El sumun de la sensualidad fue cuando con sus manos se empezó a acariciar por encima de la tela, mientras mordía sus labios mirándome.

Estaba a punto de acercarme a ella y estrecharla entre mis brazos, cuando apagó la música  y soltando una carcajada, me dijo:

― Ya has tenido tu premio, ahora vamos a cenar.

Mi monumental cabreo me obligó a decirle:

― Tía eres una calientapollas.

El insulto no hizo mella en ella y luciendo la mejor de sus sonrisas, contestó:

― Lo sé, sobrino, lo sé―  tras lo cual se sentó en la mesa como si no hubiese pasado nada.

Indignado con su comportamiento, la serví la cena y me quedé callado. Mi mutismo lo único que consiguió fue incrementar su buen humor y disfrutando como la zorra que era, se pasó todo el tiempo exhibiéndose como una fulana mientras, sin darse cuenta, bebía una copa de vino tras otra.

Si en un principio, sus provocaciones se suscribían a meras caricias bajo la mesa o a pasar sus manos por su pecho, con el trascurrir de los minutos, bien el alcohol ingerido o bien el morbo que sentía al excitar a su sobrino, hicieron que se fuese calentando cada vez más.

― ¿Te gustan mis pechos?―  me soltó con la voz entrecortada mientras daba un pellizco sobre ambos pezones.

La imagen no podía ser más sensual pero cabreado como estaba con ella, ni me digné a contestar. Mi tía al ver que no había resultado su estratagema y que me mantenía al margen, decidió dar un pequeño paso que cambió mi vida. Levantándose de su silla, se acercó a mí y sentándose sobre mis rodillas, me preguntó:

― ¿Mi sobrinito está enfadado?

― Sí, tía.

Poniendo un puchero en su boca, pegó su pecho contra mi cara mientras me decía:

― ¿Y puede tu perversa tía hacer algo para contentarte?

Su pregunta hizo que mi pene se despertara del letargo y tanteando,  acaricié una de sus tetas para ver como reaccionaba. Mi caricia no fue mal recibida y sonriendo nerviosa, me preguntó:

― Verdad que lo que ocurra entre nosotros, no tiene nadie porque enterarse.

― Por supuesto―  respondí mientras le bajaba los tirantes a su vestido.

Bajo la tela aparecieron los dos enormes pechos que había visto en la ducha. El hecho de que los conociera lejos de reducir mi morbo lo incrementó y cogiendo una de sus aureolas entre los dientes,  empecé a chupar mientras la hermana de mi madre no paraba de gemir.

― Me encanta como lo haces―  masculló entre dientes totalmente entregada.

La excitación que asolaba a mi tía me dio la confianza suficiente para bajando por su cuerpo  mi mano se acercara a su pubis. Al tocarlo, la mujer que apenas dos días antes me había dado una paliza, pegó un respingo pero no intentó evitar ese contacto.  Ansiando llevar a la locura a esa mujer, introduje un dedo hasta el fondo de su sexo mientras  la excitaba a base de pequeños mordiscos en sus pezones.

No tardó en mostrar los primeros indicios de que se iba a correr. Su respiración agitada y el sudor de su escote, me confirmaron que al fin iba a poder cumplir mi sueño y  disfrutar de ese cuerpo.  Tal como había previsto, mi tía llegó al orgasmo con rapidez y afianzando mi dominio, le metí otros dos dentro de su vulva.

― Necesito que me folles―  sollozó con gran amargura y echándose a llorar, gritó: ― ¡La puta de tu tía quiere que su sobrino la desvirgue!

La confesión que ese bombón de veintiocho años, jamás había estado con un hombre me hizo recordar mis pensamientos de esa mañana:

« Aunque exteriormente sea un ogro, en cuanto arañas un poco descubres que es una mujer necesitada de cariño».

El dolor con el que reconoció que era virgen, me hizo comprender que desde joven había alzado una muralla a su alrededor y que aunque fuera policía y diez años mayor que yo, en realidad era una niña en cuestión de sexo.

Todavía hoy no sé qué me inspiró pero cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta su cama y me tumbé junto a ella.   Tratándola dulcemente, no forcé su contacto y solo abrazándola, abrazándola, la consolé dejándola llorar:

― Tranquila preciosa―  le dije al oído con cariño.

Mi ternura la fue calmando y al cabo de unos minutos, con lágrimas en sus ojos, me preguntó:

― ¿Me harías ese favor?

Supe enseguida a qué se refería. Un suave beso fue mi respuesta. Mi tía Andrea respondió con pasión a mi beso pegando su cuerpo al mío. Indeciso, llevé mis manos hasta sus pechos. La que en teoría debía tener  más experiencia, me miró con una mezcla de deseo y de miedo y cerrando los ojos me pidió que los chupara.

Su permiso me dio la tranquilidad que necesitaba y por eso fui aproximándome con la lengua a uno de sus pezones, sin tocarlo. Estos se irguieron esperando el contacto, mientras su dueña suspiraba excitada. Cuando mi boca se apoderó del primero, mi pariente no se pudo reprimir y gimió, diciendo:

― Hazme tuya.

Sabiendo que ese pedazo de mujer nunca había probado las delicias del sexo, decidí  que tendría cuidado y reiniciando las caricias, fui recorriendo su cuerpo, aproximándome lentamente a mi meta. Mi tía, completamente entregada, separó sus rodillas para permitirme tomar posesión del hasta entonces inaccesible tesoro.

Pero en vez de ir directamente a él, pasé de largo y seguí acariciando sus piernas. La estricta policía se quejó odiada y dominada por el deseo, se pellizcó  sus pechos mientras me rogaba que la hiciera mujer. Si eso ya era de por sí, excitante aún lo fue más observar que su sexo brotaba un riachuelo muestra clara de su deseo.

Usando mi lengua, seguí acariciándola cada vez más cerca de su pubis. Mi tía, desesperada, gritó como una perturbada cuando, separando sus labios, me apoderé de su botón. No tuve que hacer más, retorciéndose sobre las sábanas, se corrió en mi boca.

Como era su primera vez, me entretuve durante largo tiempo, bebiendo de su coño y jugando con su deseo. Poseída por un frenesí hasta entonces desconocido, me rogó nuevamente que la desvirgara pero contrariando sus deseos,  seguí en mi labor de zapa hasta que pegando un aullido me confirmo que la última de sus defensas había caído.

Entonces y solo entonces, me desnudé.

Desde la cama ella me miraba. Al girarme y descubrir su deseo comprendí que en ese instante no era mi tía sino mi amante. Cuando me quité los calzoncillos y me di la vuelta, observó mi erección y sonriendo, me rogó que la tomara.

Comprendí que no solo estaba dispuesta sino que todo en ella  ansiaba ser tomada, por lo que,  separando sus rodillas, aproximé mi glande  a su sexo y jugueteé con su clítoris mientras ella no dejaba de pedirme excitada que la hiciera suya.

Comportándome como el mayor de los dos y deseando que su primera vez fuera especial, introduje mi pene con cuidado en su interior hasta  que chocó contra su himen.  Sabiendo que le iba a doler, esperé que ella se relajara. Pero entonces, echándose hacia atrás, forzó mi penetración y de un solo golpe, se enterró toda mi extensión en su vagina.

La hermana de mi madre pegó un grito al sentir que su virginidad desaparecía y aun doliéndole era mayor el lastre que se había quitado al sentir que mi pene la llenaba por completo, por eso susurrando en mi oído, me pidió:

― Dame placer.

Obedeciendo gustoso su orden, lentamente fui metiendo y sacando mi pene de su interior. Mi tía que hasta entonces se había mantenido expectante, me rogó que acelerara mientras con su mano, se acariciaba su botón con satisfacción.

Sus gemidos de placer no tardaron en llegar y cuando  llegaron, me hicieron incrementar mis embestidas. La facilidad con la que mi estoque entraba y salía de su interior, me confirmaron más allá de toda duda que mi tía estaba disfrutando como una salvaje  y ya sin preocuparme por hacerla daño, la penetré con fiereza. Mi hasta esa noche virginal pariente no tardó en correrse mientras me rogaba que siguiera haciéndole el amor.

― ¿Le gusta a mi tita que su sobrino se la folle?― , pregunté al sentir que por segunda vez, esa mujer llegaba al orgasmo.

― Sí― , gritó sin pudor―  ¡Me encanta!

Dominado por la lujuria, la agarré de los pechos y profundizando en mi penetración, forcé su cuerpo hasta que mi pene chocó con la pared de su vagina. La reacción de esa mujer me volvió a sorprender al pedirme que la usara sin contemplaciones. Su rendición fue la gota que necesitaba mi vaso para derramarse, y cogiéndola de los hombros, regué mi siguiente en su interior a la vez que le informaba que me iba a correr, tras lo cual caí rendido sobre el colchón.

Satisfecha, me abrazó y poniendo su cabeza sobre mi pecho,  se quedó pensando en que esa noche no solo la había desvirgado, sino que la había liberado de sus traumas y por fin, se sentía una mujer aunque fuera de un modo incestuoso.

Al cabo de cinco minutos, ya repuesto, levanté su cara y dándole un beso en los labios,  le dije:

― Tía, a partir de esta noche, esta es también mi cama. ¿Te parece bien?

― Si pero por favor, no me llames Tía, ¡Llámame Andrea!

― De acuerdo, respondí y sabiendo que en ese momento, no podría negarme nada, le dije: ― ¿Puedo yo pedirte también un favor?

― Por supuesto―  contesto sin dudar.

Acariciándole uno de sus pechos, le dije:

― Mañana le dirás a tu hermana que te está costando educarme y que piensas que es mejor que me quede al menos seis meses contigo.

Muerta de risa, me soltó:

― No se negara a ello. Te quedarás conmigo todo el tiempo que tanto tú como yo queramos…―  y poniendo cara de puta, me preguntó: ― ¿Me echas otro polvo?

Solté una carcajada al escucharla y anticipando el placer que me daría,  me apoderé de uno de sus pechos mientras le decía:

― ¿Me dejarás también desflorar tu otra entrada?

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Relato erótico: “Descubriendo a Lucía (6)” (POR ALFASCORPII)

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6

Comencé la semana completamente segura de mí misma, convencida de mi nueva identidad y condición, conocedora de mis defectos y virtudes, así como de mis armas para alcanzar mis objetivos.

En el terreno laboral descubrí que con palabras amables, y trato menos severo que el que la antigua Lucía solía dispensar, también se podían conseguir las cosas; explicando, cuando fuese necesario, cada decisión tomada con sólidos argumentos que podían ayudar a mis subordinados a entender cada una de mis decisiones para, finalmente, compartirlas e implicarse con ellas. En el caso de los hombres, esto era más fácil, un ligero coqueteo o una simple mirada mantenida un poco más de lo normal, y acababan dándome la razón en cualquier cosa totalmente convencidos de ello. En el caso de las mujeres, no tenía ninguna bajo mi mando directo, pero quise acercarme más a todos los entresijos del trabajo, por lo que empecé a relacionarme con gente de escalas inferiores, entre las que había mujeres algo mayores que yo, y alguna de mi edad bastante simpáticas, con las que empecé a quedar todos los días para el café de media mañana en la cafetería de la planta baja.

Desde la pequeña reunión del viernes anterior, los tres jefes de sección me trataban con más familiaridad, y se esforzaban por agradarme. Sabía que me desnudaban con la mirada, y la verdad es que eso me encantaba. Me excitaba la idea de ser la protagonista de sus fantasías, por lo que, de vez en cuando, les regalaba alguna vista de mi escote o meneo de culito. Era un “inocente” juego que me divertía, porque sabía que ni ellos ni yo haríamos nada más.

Con quien tenía que tener cierto cuidado era con Gerardo, el Director General. Debía perpetuar el perfecto equilibrio que Lucía siempre había logrado mantener. Cualquier gesto fuera de la relación profesional podía ser interpretado por él como un signo de aceptación de sus insinuaciones, y aunque reconozco que no me desagradaba en absoluto, es más, le encontraba cierto atractivo, no podía poner en riesgo mi trabajo, carrera y futuro, por lo que seguí manteniéndole a raya con amabilidad.

El martes, después de la jornada laboral, decidí volver al hospital. Tenía mucho que contar sobre lo vivido y los cambios en mi interior, y puesto que no podía sincerarme con nadie sin que quisiera ponerme una camisa de fuerza, el durmiente cuerpo de Antonio me serviría para desahogarme con la sensación de que había alguien escuchándome.

Cuando llegué a la habitación, mi plan de sinceridad quedó completamente desbaratado. Antonio tenía visita, un jovencito de 19 años al que conocía perfectamente.

– Hola – le saludé sintiendo un vuelco en el corazón.

– Hola – contestó el chico levantándose de su asiento ante mi entrada.

Se trataba de Pedro, un querido amigo de mi vida anterior al accidente. El chico era hijo de una amiga de mi madre, una amiga que tuvo a Pedro siendo muy joven y que se quedó sola con el niño cuando el padre se lavó las manos y desapareció del mapa. Alicia, así se llamaba ella, había pasado mucho tiempo en mi casa, y a pesar de que Pedro era siete años menor que yo, entablamos amistad desde el primer momento. No en vano, en la práctica, nos habíamos criado juntos y éramos casi como hermanos.

Sentí una pequeña punzada de dolor nostálgico al encontrarle allí, pero pude disimular el sentimiento esbozando una amplia sonrisa, y el dolor se suavizó ante el pensamiento de que mi amigo no me había abandonado.

– ¿Vienes a ver a Antonio? – me preguntó mirándome de arriba abajo con el descaro de la juventud -. Nunca te había visto por aquí.

– Sí, claro – contesté-. Soy Lucía… compañera del trabajo.

– Encantado, Lucía – me dijo dándome dos besos que le correspondí con cortesía -. Yo soy Pedro, un amigo.

Al acercarse a mí, mis sentidos de mujer se agudizaron. Percibí su fresca fragancia mezclada con su propio olor, y me resultó muy agradable. Mis ojos lo contemplaron como si fuera la primera vez, y ante mi nueva perspectiva, vi en él un atractivo que como hombre jamás habría percibido, pero que ahora me resultaba muy marcado. Se parecía mucho a su madre, y ante mis ojos de mujer se presentaba tan sexy como ante mis anteriores ojos de hombre se había presentado su madre. Y es que, en esa atracción, se basaba el mayor secreto de mi vida anterior: con 18 años me había desvirgado con la amiga de mi madre, Alicia, la madre de mi amigo.

El estreno de mi vida sexual no fue algo premeditado, surgió una tarde en la que fui a buscar a Pedro a su casa para llevarle al cine como habría hecho con un hermano menor. Pero no estaba, se había ido con sus abuelos a pasar la tarde en la finca de estos. En su lugar, estaba Alicia, su madre, una bella mujer de 32 años que estaba sola y aburrida. De aquello ya habían pasado ocho años, pero lo recordaba como si fuera ayer. Me invitó a un refresco para que le hiciese compañía durante un rato, y charlamos, pero yo tenía las hormonas revolucionadas, y Alicia era una guapa mujer de cabello castaño y ojos color miel, con un bonito cuerpo y unos sensuales labios que no podía dejar de mirar, así que mi erección se hizo tan evidente que la madre de Pedro reparó en ella. En mi memoria se grabó a fuego el cómo se relamió al ver mi abultado pantalón, y con un simple “Me apetece un caramelo”, se arrodilló ante mí, me bajó los pantalones y calzoncillos y me hizo la mejor mamada que me hicieron jamás. Degustó mi verga como si realmente fuese un caramelo, y cuando me corrí dentro de su boca animado por ella misma, bebió mi leche como si fuera el más delicioso elixir. Después, se desnudó ante mí, mostrándome la belleza de un cuerpo femenino “en directo” por primera vez. Mi juventud, su sensualidad y el morbo de desvirgarme con una amiga de mi madre, no permitieron que mi erección declinase por completo, por lo que me montó hasta que consiguió que mi polla volviese a estar completamente dura dentro de ella para alcanzar un orgasmo en el que la acompañé llenándola nuevamente con mi leche.

Y así me desvirgué, corriéndome en la boca de la amiga de mi madre y follándome a la madre de mi amigo, y aunque aquello jamás se repitió, el erótico recuerdo fue imborrable, y la sensación de traición a Pedro, también.

– ¿Habías venido ya a ver a Antonio? – me preguntó Pedro sacándome de mis recuerdos.

– Sí – contesté sonriéndole-. Antonio… también es mi amigo.

Y así comenzamos una distendida charla que consiguió hacerme olvidar el verdadero motivo por el que había ido al hospital. Pedro me contó historias vividas con su amigo, historias vividas conmigo, pero que contadas por él resultaban más graciosas y enternecedoras, mostrándome que realmente sentía a Antonio como si fuera su hermano mayor. Me sentí muy cómoda, y aunque ahora la diferencia de edad entre nosotros se había incrementado hasta los once años (ya que Lucía tenía 30), y teóricamente nos acabábamos de conocer, realmente conocía a aquel chico desde toda la vida, y él cogió confianza conmigo enseguida. Tal fue así, que le di mi número de teléfono para que me avisara si se enteraba de algún cambio en la situación de Antonio.

Salimos juntos del hospital, y me ofrecí para llevarle a casa en coche, a lo que él aceptó encantado por ir conmigo y por ahorrarse más de una hora de transporte público.

– Tienes un coche de tía buena – me dijo al ver el Mini Cooper de color crema.

– ¿Ah, sí? – le dije pillada de improvisto.

– Por supuesto. Tengo la teoría de que las dueñas o conductoras de este modelo de coche son todo tías buenas.

– Curiosa teoría – le contesté sintiendo un cosquilleo.

– Y tú la acabas de confirmar – me espetó con una encandiladora sonrisa y el descaro de su juventud.

Su desparpajo y el inesperado piropo me hicieron sonreír.

De camino a su casa se me ocurrió una idea, ahora tenía la oportunidad de dedicarles unas palabras a mis padres sin tener que pasar por el trago de enfrentarme a ellos. Le pedí un favor, que me acompañase un momento a mi casa para que les diese a los padres de Antonio una carta de mi parte. Pedro era buena persona, y accedió a hacerme el favor, además, su casa quedaba a tan sólo una parada de metro de la mía.

En casa le ofrecí un refresco y le pedí que me esperase en el salón mientras buscaba la carta, aunque en realidad tenía que escribirla. Encendí el aire acondicionado, dejé la chaqueta del traje sobre una silla, y allí le dejé esperando mientras me encerraba en el despacho.

Enfrentarme al papel en blanco fue horroroso, había tanto que quería decir, pero que no podía… Tras unos momentos de duda, finalmente me di cuenta de que sólo podía decirles que les quería sin revelarles que era su hijo quien realmente lo había escrito:

Estimados señores,

Mi nombre es Lucía, Subdirectora de Operaciones de la empresa en la que trabaja Antonio. Querría expresarles el más profundo mensaje de apoyo en estos difíciles momentos en nombre de la empresa, pero no me limitaré a eso.

Sé que mis palabras, de poco consuelo pueden servirles, y aunque podría transmitirles el valor que su hijo tiene para la empresa, siendo un gran profesional altamente cualificado, responsable y comprometido con su trabajo, he tenido la fortuna de conocerle personalmente y entablar amistad con él, por lo que creo que es mejor que les transmita los sentimientos que, en confianza, Antonio me ha revelado.

Se siente muy orgulloso de su origen y de sus padres. No hay palabras para describir el agradecimiento que siente por la educación recibida y los valores que sus padres le han aportado. Si fuera él quien escribiera estas líneas, tal y como le conozco, estoy segura de que les diría que les quiere y les echa de menos…

Al llegar a este punto, los ojos se me llenaron de lágrimas, y no pude continuar. Dejé pasar unos momentos para recomponerme, pero cuando ya estaba lista para continuar escribiendo, me di cuenta de que no tenía más que decir; sólo quería decirles cuánto les quería y echaba de menos, y sobre todo, decirles que estaba bien y que había empezado una nueva vida… aunque esto era inviable. Por mucho que fuese yo quien escribiera, mis padres sólo leerían la carta como las palabras de una extraña; incluso la letra que ahora salía de mi puño no se parecía a la de su hijo…

Decidí desechar la carta. Para mis padres no tendría ningún sentido, así que la tiré a la papelera, aunque sí que sirvió como cierto desahogo para mí.

De pronto recordé que tenía a Pedro esperándome en el salón, sería un poco embarazoso decirle que no tenía ninguna carta para que le entregase a los padres de Antonio, así que decidí que le diría que había estado buscando la carta por todo el despacho y que incluso la había buscado en mi ordenador personal, pero que estaba claro que me la había dejado en el trabajo. Sería extraño, pero Pedro era un buen chico y seguramente no se molestaría; además, le había ahorrado más de una hora de metro con varios transbordos.

Salí del despacho y encontré a Pedro sentado en el sofá frente a mí. Me acerqué a él percibiendo el claqueteo de mis tacones sobre la tarima del suelo marcándole un ritmo cadencioso a mis caderas, un vaivén del que el joven no perdió detalle:

– Perdona por haberte hecho esperar – le dije.

– No importa, algo me dice que va a merecer la pena – me dijo mirándome de arriba abajo con descaro.

– ¿Cómo? – le pregunté sorprendida.

– No traes ninguna carta en las manos…

Sentí cómo me ruborizaba, y entonces me percaté del imponente abultamiento en su entrepierna. ¿Qué locas fantasías se había imaginado?.

– Con una burda excusa – contestó el reducto de masculinidad que quedaba en mí-. te has llevado a casa a un chico once años más joven que tú y le has hecho esperar. ¿Crees que es una loca fantasía?, ¿qué habrías pensado tú en su lugar?.

La patente erección que adivinaba bajo su pantalón despertó mi libido. Las hormonas femeninas agudizaron mis sentidos, haciendo que a pesar de la distancia que nos separaba, la fresca fragancia que desprendía mi amigo se me hiciera irresistiblemente atrayente. Mis ojos percibieron con mayor claridad su atractivo físico, estudiando sus agraciadas facciones y escaneando las proporciones de su cuerpo. Sentí cómo se me endurecían los pezones bajo la blusa y el suave sujetador, el calor y la humedad se hicieron patentes en mi sexo, y los labios se me quedaron tan secos que tuve que humedecerlos con la punta de mi lengua. Le deseé, le deseé tanto que quería comérmelo enterito, como el dulce bollito que era ante mi perspectiva.

– No, no es una carta lo que voy a darte – le dije respondiendo más a mis deseos que a él mismo.

Entonces vinieron a mí los recuerdos de aquella tarde de ocho años atrás, cuando había vivido una situación parecida, sólo que en aquella ocasión yo era un chico, y la madre de aquel que yo ahora deseaba me había regalado un recuerdo imborrable para toda la vida. El destino había hecho una extraña jugada, y ahora se me presentaba la oportunidad de saldar la “deuda” que tenía con Pedro. En ese momento era yo la sexy mujer madura, y mi amigo, el inexperto jovencito, aunque no tanto como yo lo había sido en aquel entonces, puesto que él ya había tenido un par de breves encuentros.

Aquel paquete de su entrepierna era como un imán para mí. Me parecía increíble el gusto que había adquirido por esa parte de la anatomía masculina, teniendo en cuenta que yo misma había sido un hombre en una vida anterior, aunque en ese momento, esa vida se me antojaba tan lejana como la prehistoria. Me arrodillé ante él y, situándome entre sus piernas, acaricié esa protuberancia que despertaba la insaciable hembra que latía en mi interior; él suspiró.

Desabroché el pantalón corto que llevaba y, con su ayuda, tiré de él y del calzoncillo para dejarle desnudo de cintura para abajo. Su polla se presentó ante mí erecta, apuntando hacia el techo, con una cabeza gruesa y rosada y un tronco largo y grueso también, surcado de venas que lo adornaban. Era una polla joven, desafiante y vigorosa, una deliciosa tentación que estaba dispuesta a degustar. La sostuve con una mano y me acerqué a ella para que mi cálido aliento incidiese sobre la sensible piel de su glande.

– Uuuffff – suspiró Pedro.

Le miré a los ojos, y en ellos vi el reflejo de su excitación y expectación, incluso percibí incredulidad. A pesar de haberse imaginado esa situación mientras me esperaba, realmente no tenía esperanzas de que tuviese lugar. Acababa de conocer a una, en sus propias palabras, “tía buena” mayor que él, y ésta se le había llevado a su casa para que descubriese lo que era echar un polvo con una mujer de verdad, no como el par de chiquillas medio borrachas con las que hasta el momento se había acostado para terminar con sendas corridas rápidas.

Mis jugosos labios se posaron sobre su glande, y lo envolvieron como si fuera un delicioso caramelo. Volví a oírle suspirar, y tocando la punta con la lengua, percibí el salado gusto de una gota de lubricación. Succioné y bajé mi cabeza lentamente introduciéndome su polla en la boca, recorriendo todo su tronco hasta que tocó mi garganta. Aún me quedaba una porción por engullir, pero mi cavidad bucal no daba para más. Pedro suspiraba con fuerza, le gustaba cómo me había tragado su falo, así que hice un poco más de fuerza de succión, envolviendo el duro músculo con mis carrillos paladar y lengua, teniéndolo completamente aprisionado.

Tener una verga en la boca y oír gemir al macho, tenía en mí un efecto que jamás habría imaginado. Me sentía poderosa, dueña de aquel duro músculo y del hombre que lo portaba, pudiendo hacer o deshacer a mi voluntad, teniéndolo dominado por el placer que era capaz de proporcionarle. Era una sensación grandiosa y terriblemente excitante, se me hacía el coñito agua. Hasta el momento, sólo había disfrutado de la experiencia de hacer una mamada en una ocasión, descubriendo que la práctica me gustaba, y ahora no sólo había corroborado que me gustaba, ¡sino que me encantaba!. El hecho de que fuese la polla de mi antiguo amigo le daba un especial morbo, pero el ingrediente fundamental que aderezaba mi lujuria de mujer consistía en que se tratara de un apetecible jovencito recién salido de la adolescencia, al que le quedaría un recuerdo imborrable de Lucía, como a mí me había quedado el recuerdo de Alicia, su madre.

Paladeé el gusto de su sensible piel, y pude sentir cómo ese joven músculo latía dentro de mi boca. Lo deslicé entre mis labios chupándolo con la satisfacción de oír cómo Pedro gruñía mientras los latidos de su miembro se aceleraban al igual que su respiración. Me lo saqué dejando únicamente la redonda cabeza dentro de mi boca para darle unas chupaditas con las que sentir su forma y suavidad entre mis labios, ¡cómo me gustaba!. En aquel momento, mis carnosos labios me parecieron creados para esa función, para proporcionar placer con ellos. Los deslicé con suaves y cortas caricias por su glande, como si comiese un helado, haciendo que la gruesa cabeza entrase en mi boca mientras los labios rodeaban su cuello para volver a deslizarse entre ellos y llegar a besar la puntita. Después, volvía a empujarla hacia dentro y mi lengua la recibía acariciándole el frenillo para sentir su leve rugosidad. En agradecimiento, mi golosina me regaló un par de gotas más de elixir que impregnaron con su salado sabor mi lengua.

Apenas había empezado con mi trabajito oral, y ya tenía el tanga empapado de pura excitación, mi coño pedía follárselo, pero estaba disfrutando tanto del manjar que quise apurarlo un poco más.

Hice que el tronco de esa joven verga siguiese al glande invadiendo mi boca y estirando su piel con mis labios. Cuando todo cuanto me cabía estuvo dentro, succioné con fuerza levantando la cabeza para tirar de ella con la succión mientras salía lentamente. La glotonería se estaba apoderando de mí, y en cuanto me la sacase por completo, cedería a ella y me comería esa polla con voracidad aumentando el ritmo. Pero Pedro fue más rápido que yo. La verdadera mamada estaba comenzando, sólo le había dado lo que a mí me parecían unas leves chupaditas, pero, al parecer, la cosa se me daba muy bien, el chico era joven y le tenía hiperexcitado, de tal modo que cuando la verga estaba a mitad de recorrido saliendo de mi boca, la sentí palpitar con violencia. El chico gruñó, y no tuve tiempo más que para sentir cómo un chorro de líquido caliente me llenaba la boca al chocar a presión contra mi paladar. El sabor a semen me inundó, sintiendo incluso su aroma en lo más recóndito de mi olfato. Era un sabor salado, agridulce, con reminiscencias metálicas, que me agradó. Pero no pude contenerlo para recrearme en su sabor y textura, porque un segundo chorro de hirviente leche me saturó la cavidad bucal obligándome a tragar la primera oleada casi al instante. La lefa se deslizó por mi garganta, arrastrando consigo su sabor. Era densa, y tuve la sensación de estar tragando una ostra, salvo que cuando se traga una ostra, ésta pasa y ya está. Sin embargo, tragar ese esperma sirvió para que mi boca volviese a estar llena del sabor de la segunda eyaculación, y me supo deliciosa. La polla siguió latiendo con pequeños espasmos que me obligaron a seguir tragando la cálida leche hasta que, finalmente, cesaron y pude sacármela de la boca sin perder una sola gota del exquisito manjar que acababa de descubrir. Tragué los restos que quedaban en mi lengua degustando el dulce néctar obtenido como premio al placer que había dado a aquel chico que me miraba con satisfacción e incredulidad.

Entre los recuerdos de Lucía no encontré nada semejante, nunca había probado lo que yo acababa de probar. Por supuesto que había practicado el sexo oral, pero nunca había llegado hasta el límite de hacer una felación completa, y mucho menos se había dejado sorprender con una corrida repentina en su boca. A pesar de haber sido un hombre, yo había pecado de inexperiencia e ingenuidad. Pensé que un chico tan atractivo como Pedro ya habría tenido bastantes experiencias con chicas de su edad, pero no había sido así, y su juventud y mi efecto sobre él le habían provocado una eyaculación bastante precoz. Pero yo no me arrepentía en absoluto. Me había encantado e hiperexcitado el que se corriera dentro de mi boca, la sensación de cómo entraba en erupción dentro de ella… Y a la nueva Lucía le había gustado el sabor y textura del orgasmo masculino más de lo que podría confesar.

Con los dedos limpié los restos de semen diluidos con mi saliva que habían quedado en las comisuras de mis labios, y me incorporé mirando a Pedro, cuyo enrojecido y brillante miembro había mermado algo en volumen, pero manteniéndose aún erguido.

– Rápida corrida y rápida recuperación – pensé esbozando una sonrisa-, ¡qué loca juventud!.

Mi conejito quería ahora su zanahoria, y ésta ya estaba casi a punto para volver a ser devorada.

– Joder, siento haberme corrido sin avisar – me dijo atropelladamente-. Pero es que eres… Y nunca me habían… ¡Uf, ha sido increíble!.

– No ha pasado nada que no quisiera que ocurriese – le contesté-. Quítate la camiseta – terminé ordenándole.

Obedeció sin rechistar, y se quedó observando cómo yo me quitaba los zapatos y me desnudaba lentamente ante él, recreándome en su cara de fascinación al contemplar mi cuerpo desnudo. Su verga recuperó el vigor inmediatamente:

– Eres una diosa – me dijo.

Me encantó el piropo, pero ya no podía reprimir más mi deseo.

La historia se repetía, e igual que hizo su madre conmigo ocho años atrás, me coloqué a horcajadas sobre él sujetando su polla con una mano, y ésta se embadurnó con mi zumo de mujer. Pedro no se había visto nunca en una situación parecida, y se dejó hacer asumiendo mi mayor edad y experiencia.

Me fui sentando lentamente sobre sus muslos, dejando que su mástil se abriera paso entre los jugosos pliegues de mi coño, sintiendo el agradable cosquilleo de su piel deslizándose por la estrecha abertura, dilatándola para acoplarse a su grosor hasta que estuvo bien sujeta y pude soltarla con la mano. Probé mi sabor llevándome los dedos a la boca y contemplé cómo Pedro apretaba los dientes mientras mi cuerpo envainaba su estoque. Seguí dejándome caer, hasta que toda su polla estuvo dentro de mí y su punta presionó mis profundidades produciéndome un cálido placer que me hizo gemir:

– Uuuuummmmm…

Por fin me había ensartado. La mamada con delicioso final que le había hecho me había puesto tan cachonda, que a pesar de que su polla era bastante gruesa, se deslizó por mi vagina con facilidad haciéndome sentir llena de hombre.

Mi joven montura apenas se podía mover, pero respondió a sus instintos cogiéndome por el culo para apretármelo mientras su cara se hundía entre mis pechos para ahogar un “Ooooooohhhhh” de satisfacción aumentando mi placer.

Comencé con un suave movimiento de caderas atrás y adelante, disfrutando de la dureza del músculo que me llenaba, sintiendo cómo presionaba mi abdomen por dentro mientras mi clítoris se friccionaba con su vello púbico y mi culito se restregaba contra sus muslos con sus manos apretando mis nalgas.

– Mmmmm… -gemía de gusto.

Llevado por la placentera cabalgada que le estaba dando, Pedro subió por mis glúteos, caderas y cintura con sus manos, recorriendo mis curvas como si fuese un objeto sagrado que reverenciar, produciéndome descargas eléctricas de placer que me obligaban a arquear la espalda y apretar mis muslos atenazando sus caderas. Atrapó uno de mis pechos con la boca, llenándosela con su voluptuosidad para mamar vorazmente de él, comiéndoselo con el innato instinto que hizo arder mi pezón arrancándome un grito:

– ¡Aaaauuuuummmmm!.

El chico se sorprendió, y pensando que me había hecho daño soltó el pecho y me miró azorado.

– ¡Lo siento! –dijo casi sin aliento-, me he dejado llevar…

Clavé mis rodillas en el sofá y me levanté sacándome casi toda su polla del coño. Miré su rostro sonrojado por la excitación y la vergüenza, con su boca abierta por la sorpresa, y por un instante tuve un extraño sentimiento que aún no había experimentado: me pareció tan joven, tan inocente y tierno, tan completamente a mi merced, que me embargó un desconcertante sentimiento maternal.

Seguro que pensaba que había metido la pata y que su fantasía ya había concluido; que me levantaría y le dejaría con el calentón y la vergüenza. Pero nada más lejos de la realidad. Me había encantado cómo había mamado de mi teta, y el grito que su inexperiencia había interpretado de dolor, realmente lo era, pero de un doloroso y exquisito placer, así que la ardiente hembra que llevaba dentro le dio un codazo a ese fugaz sentimiento maternal. Cogí su atractivo rostro entre mis manos y me lancé hacia aquella boca abierta para acoplar en ella mis labios e invadirla con la lengua hasta casi tocar su campanilla.

Pedro recibió el inesperado beso respondiendo con una suave lengua que se enredó con la mía en un excitante primer beso. A pesar de haberle realizado una felación con la que me había “obligado” a tragarme su leche, y de haber empezado a echar un polvo, era la primera vez que nos besábamos, y la pasión nos envolvió a ambos.

Me dejé caer sobre su inhiesta verga con todo mi peso, y ésta me penetró con tal contundencia que ambos gemimos al unísono en la boca del otro. Ya no me bastaba con sentir su dureza dentro de mí estimulando mis entrañas, necesitaba follármelo con violencia, empalarme en él, clavarme su verga hasta hacerme perder la consciencia…

Sentía mis paredes internas palpitando y estrujando casi con crueldad su miembro, pidiéndome que volviera a medir su longitud obligándole a recorrer cada milímetro de mi gruta, desde la entrada hasta el cálido y profundo interior. Volví a levantar las caderas haciendo que se deslizase estimulando los músculos de mi vagina con su grosor, y cuando estaba a punto de salirse, me ensarté a fondo hasta que me clítoris vibró golpeando su pubis, y su glande se incrustó contra mis profundidades, haciéndome ver las estrellas con un grito que me obligó a despegar mi boca de la suya y arquear la espalda.

Mis pechos quedaron nuevamente al alcance de su boca y, tratando de abarcarlos con las manos, Pedro los estrujó para hundir su cara en ellos y comérselos como dos melones maduros. Succionó mis puntiagudos pezones transmitiendo descargas eléctricas que se propagaron por todo mi cuerpo hasta alcanzar mi clítoris con un maravilloso cosquilleo. Volví a levantarme, liberando mis senos de su boca para volver a ofrecérselos con una profunda penetración que me volvió loca. Y mamó, mamó con glotonería, como si quisiera obtener de mí la maternal leche que yo no podía ofrecerle, arrancándome nuevos gritos de dolor y placer que licuaban mi coño convirtiéndolo en una cueva inundada. Y subí, y bajé, y gemí, y grité.

Me follé a aquel muchacho sabiendo que yo era su dueña y que siempre me recordaría como su primer polvo con una mujer de verdad, porque en eso me había convertido, en una ardiente y lujuriosa mujer que disfrutaba del sexo en toda su extensión. Se me había brindado la oportunidad de tener un envidiable físico capaz de incendiar los deseos de cuantos me rodearan, y lo estaba aprovechando para mi deleite y el de mis parejas.

Seguí clavándome esa joven polla, disfrutando de cada penetración con las placenteras sensaciones que me causaba entrando y saliendo de mí con rítmicos empellones, enloqueciendo con la forma en que mi examigo se comía mis tetazas cada vez que su glande me taladraba presionándome las entrañas, hasta que noté que él ya no podía soportar más mi cabalgada y le permití darse el gusto de marcarme el ritmo.

Me agarró del culo con fuerza, y me apretó contra sus caderas empujando con ellas. Era algo torpe por su inexperiencia, puesto que la única postura que hasta ese momento había practicado había sido estando él encima de la chica, pero yo ya estaba tan a punto, y el morbo de follármelo era tal, que el placer siguió aumentando en mí con los cortos empujones que fusionaban nuestras pelvis. Hasta que con un último apretón con el que su glande me presionó tanto que casi me saca el estómago por la boca, sentí cómo se derramaba dentro de mí ese cálido y denso fluido que antes había atravesado mi garganta. La sensación de su corrida abrasándome por dentro fue muy placentera, pero no consiguió desembocar en mi orgasmo, por lo que volví a tomar la iniciativa y yo misma intensifiqué la sensación saltando rápidamente sobre su polla hasta conseguir que me corriera justo después de que su verga diera el último estertor antes de empezar a languidecer.

Finalmente, aunque inicialmente no me lo había propuesto, conseguí alcanzar todos mis objetivos: por un lado me había follado a un atractivo jovencito que se me había antojado como un caramelo; por otro lado, había disfrutado de la novedosa experiencia de tener una polla llenándome la boca con su leche; por otro, también había satisfecho el morbo de echar un polvo con alguien que ya había conocido siendo Antonio y, por último, di por saldada la deuda que sentía hacia Pedro por haber tenido sexo con su madre; sin olvidar que había disfrutado como una hembra en celo de todo el proceso para llegar a un ansiado orgasmo. Estaba muy satisfecha conmigo misma. En aquel momento, me habría tirado sobre el sofá para fumarme un relajante cigarrillo, pero ni tenía el cigarrillo por no ser fumadora salvo en ocasiones puntuales, ni la compañía de mi eventual pareja debía prolongarse por más tiempo, por lo que me vestí pidiéndole a Pedro que hiciera lo mismo, y amablemente le pedí que me dejara a solas recordándole que me llamara si sabía de algún cambio en la situación de Antonio.

Cuando mi última conquista se marchó, a falta del cigarrillo que me apetecía, cogí un trozo de chocolate de la cocina y me tumbé sobre el sofá para degustarlo recordando con una sonrisa la inesperada y excitante sorpresa que mi paladar había descubierto. En sólo una semana como mujer, distintos hombres y de distintas edades se habían derretido en todos y cada uno de mis agujeros como aquel trozo de chocolate se derretía en mi boca… Era tan satisfactorio, que llegué a la conclusión de que me encantaba ser mujer.

CONTINUARÁ…

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Relato erótico: “La noche que conocí a Sonia” (POR GOLFO)

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Estaba sentado, tomándome una copa, cuando me la presentaron. No comprendí, en un primer momento, la razón por la que me afectó tanto su presencia. Sonia era una mujer atractiva pero soy un perro viejo que no se alborota fácilmente con un escote sugerente, por eso me resultó tan extraño que, al darle un cortés beso en la mejilla, todo mi ser reaccionara de esa forma. Era como si el reloj de mi vida, hubiera dado marcha atrás y volviera a ser un adolescente. Creo que incluso permanecí con la boca abierta mientras ella seguía saludando a mis amigos.

 
Confuso traté de analizar que es lo que me atraía de ella. Sin importarme que me pillara observándola, recorrí su cuerpo, fijándome en su piel, en su vestido, en la coquetería de sus movimientos, hasta que llegando a su cara, descubrí en sus ojos una mirada mezcla de picardía y curiosidad.
 
-¿Te gusta lo que ves?-, me preguntó echándose hacia delante para darme una mejor visión de sus pechos.
 
-Si-, le respondí descaradamente,- pero no es eso. Hay algo en ti que me provoca-.
 
Le debió hacer gracia mi comentario, por que levantándose de la silla, se dio la vuelta, y llamando mi atención, me dijo riéndose:
 
-¿Será esto?-, mientras sus manos recorrían su trasero, pegando la tela del vestido para que me fijara en la rotundidad de sus formas.
 
Tenía un culo perfecto. Duro y respingón, que en otra época hubiera sido suficiente para alterarme la hormonas, pero no para perturbar la tranquilidad de un cuarentón de esa manera. Debía haber algo más.
 
-Lo tienes precioso-, le dije galantemente. Realmente lo tenía, pero no podía ser esa la razón por la que tenía erizado todos mis vellos. Esa mujer me agradaba físicamente, incluso me resultaba atractiva la idea de poseerla, de levantarme de mi asiento y llevármela lejos para disfrutar de sus caricias, pero tenía miedo.
 
Miedo de saber que por primera vez en años, una mujer desconocida había hecho que mi sangre se alterara. Que sin casi haber cruzado con ella dos palabras, toda mi mente se replanteara mi vida de solterón, soñando con tenerla entre mis brazos. No me reconocía en el idiota que incapaz de soportar la tensión, tomó la decisión de marcharse.
 
Sin despedirme, salí del local. Ni siquiera aguardé como otras tantas veces que me trajeran el coche, sino que pidiéndole las llaves al aparca, lo saqué yo mismo del garaje. Todo me daba vueltas.
 
-¿Qué estoy haciendo?-, me preguntaba al detenerme en el semáforo. -¿Por qué huyo?-, trataba de comprender mientras esperaba que se pusiera en verde.
 
Esa mujer había derrumbado mis defensas. Con su sola presencia, mis muros alzados durante tantos años, habían caído hechos añicos, dejándome sólo la certeza de mi debilidad. La máscara de imbatibilidad que tanto me había costado forjar, se había deshecho en jirones, nada más verla.
 
Acelerando al llegar a la Castellana, una pregunta retumbaba en mis oídos, ¿por qué?, ¿por qué?…..
 
Mi propio apartamento, que siempre había sido para mí un refugio, me resultó deprimente. Los cuadros de las paredes, que hasta esa noche me recordaban mi éxito y que eran la envidia de mis conocidos, me parecían láminas sin ningún valor. Incluso el Antonio López, que era mi orgullo y que tanto me había costado adquirir, en ese momento me recordaba a una postal barata.
 
Cabreado, me serví un whisky. Con el vaso entre mis manos, traté de analizar mi comportamiento pero me resultó imposible. Nada me daba la clave que me hiciera comprender lo que me ocurría. Estaba a punto de caer en la desesperación, cuando escuché el telefonillo.
 
-¿Quién será?-, me pregunté al descolgar.
 
-Ábreme-.
 
Como un autómata obedecí. Era ella.
 
Nervioso, esperé, en la puerta del ascensor, su llegada. No sabía como me había localizado, ni siquiera que es lo que le había llevado allí pero supe mientras oía el ruido de la maquinaria subiendo que estaba hundido.
 
Convencido que tras esa noche, mi vida iba a tomar otro rumbo y que no podía hacer nada por librarme, abrí la puerta. Su sonrisa, al salir, no hizo más que confirmar mis temores. Sonia segura de si misma, entró en mi casa como si fuera suya y sentándose en el salón, me dijo riéndose que le había dejado a medias y que como estaba intrigada por saber que era lo que me atraía de ella, no se iba a ir sin descubrirlo.
 
-No lo sé-, tuve que reconocer y tratando de cambiar el tema, le ofrecí una copa.
 
No esperé su respuesta, huyendo por segunda vez de ella, fui a servírsela, pensando en que eso me daría tiempo de pensar. Pero de nada me sirvió porque al darme la vuelta, la encontré desnuda en el centro del salón y muerta de risa, me dijo:
 
-Volvamos a empezar, ¿Te gusta lo que ves?-.
 
Hipnotizado, me acerqué observándola. Estaba disfrutando de mi nerviosismo. Sin pensar en las consecuencias, acaricié sus pechos con mis manos, mientras ella sonreía. Sus pezones eran oscuros como mi futuro pero aún así acercando mis labios, no pude evitar el besarlos.
 
-¿Es esto lo que te atrae de mí?-, me dijo, mientras se los pellizcaba.
 
Absorto, vi como se erizaban sus aureolas. Convertidas en dos pequeños botones, me llamaban a su lado y, ya babeando, intenté volver a besarlas pero su dueña jugando se separó de mí, bromeando:
 
-¿O será mi espalda?-.
 
Levantó sus brazos y, ridiculizándome, me mostró su parte trasera. Con la respiración entrecortada, observé la perfección de sus curvas, su columna, su cintura y sus nalgas, sin atreverme a nada más.
 
-Tócame-, me ordenó.
 
Para aquel entonces, mi voluntad había desaparecido, la urgencia de mi deseo era mayor que mi reticencia a ser usado y por eso arrodillándome a su lado, mis labios y mi lengua recorrieron su trasero mientras ella no paraba de reírse. Mis dedos me ardían al tocar su piel, era como si una fogata se hubiera instalado dentro de mi cuerpo, quemándome.
 
Torturándome, me dejó hincado sobre la alfombra. Sentándose sobre la mesa, me llamó diciendo:
 
-¡Mira!-.
 
Había abierto sus piernas y, separando sus labios, me mostraba su rosado botón del placer. La lujuria con la que me ordenaba que me acercara, me transformó en su esclavo y gateando por el suelo, fui a su encuentro.
 
Su sexo perfectamente depilado y sus dedos ensortijados se unieron en una sensual danza de la que yo sólo era convidado de piedra. Teniéndolos a menos de un palmo de mis ojos, observé como sus yemas se hacían con su clítoris mientras yo era un espectador de sus maniobras. Quieto a su lado, vi como se licuaba, como temblaban sus piernas al ritmo de su orgasmo y como requiriendo mi presencia, me agarraba la cabeza acercando su vulva a su presa.
 
Saboreé sus pliegues. La penetré con mi lengua. Acaricié sus muslos. Bebí de su placer, hasta que cortando mi inspiración y dejándome sediento, me llevó a mi cama.
 
-Desnúdate-, me exigió, mientras se ponía a cuatro patas sobre mi colchón.
 
Mi ropa cayó al suelo. No hacía falta que insistiera. La visión de su desnudez era demasiado atractiva para oponerme y con mi pene totalmente excitado, me acerqué a ella.
 
-¿Qué esperas?-, me dijo moviendo sus caderas.-¿Necesitas ayuda?-, me preguntó mientras separaba sus nalgas, enseñándome el camino.
 
Recogiendo un poco de su flujo, le embadurné su hoyuelo tratando de no hacerle daño, pero ella agarrando mi extensión la puso en su entrada, gritándome que estaba lista. Sin voluntad, sentí como se clavaba mi miembro en su interior. Centímetro a centímetro lo vi desaparecer mientras sus músculos presionaban la piel de mi erección. Me pareció que estaba en el cielo y que sus chillidos eran alabanzas celestiales a mi virilidad.
 
La locura se desencadenó en cuanto sentí como se deshacía entre mis piernas y colocando mis manos en sus hombros, me di cuenta que la tenía en mi poder. Se había roto el hechizo, por fin sabía que era lo que me atraía de ella. Era su olor. 

La mezcla de su esencia natural de hembra necesitada con Dune, un perfume carísimo de Christian Dior, era lo qué me excitaba.
 
Ya sabiendo la razón de tan insana atracción, forzando sus caderas, empecé a apuñalarla con mi pene. Ahora era yo quien mandaba y ella la víctima. Sonia se dio cuenta del cambio al sentir mis manos azotando su trasero. Intentó protestar pero no le di opción al marcarle el ritmo infernal. Primero se quejó de la virulencia de mis embestidas, luego gimió desesperada por los golpes, para deshacerse entre mis piernas al percibir que bajo mi mando su cuerpo se retorcía de placer, pidiéndome más.
 
-¡Date la vuelta-, le ordené.
 
Indefensa, vio su sexo violado mientras me apoderaba de sus pechos. Sin compasión, me vengué pellizcándole los pezones. Sus gritos ahora hablaban de sumisión, la bella mujer que me había poseído, se retorcía pidiéndome perdón mientras su sexo se anegaba al compás que yo le marcaba.
 
-¿Te gusta?, Putita-, le susurré al oído.
 
Cuanto más bestial me comportaba, más se excitaba. Su mirada reflejaba la tensión de la entrega cuando mis manos se cerraron sobre su cuello.
 
-¿Sabes lo que es la anoxia?-, le pregunté mientras empezaba a apretar.
 
-No-, alcanzó a gritar antes de que su garganta se cerrara.
 
-Es la falta de oxígeno-, su tez se estaba amoratando por la ausencia de aire, – y resulta que incrementa el placer de quien lo sufre-.
 
Aterrada, intentó zafarse de mi abrazo pero cuando ya creía que iba a morir estrangulada, notó como su cuerpo reaccionaba y que el placer reptaba por su piel, consumiéndola. Su espalda, totalmente encorvada, se retorcía buscando profundizar en el abismo que la dominaba mientras de su cueva emergía como un riachuelo el resultado de su deseo. Al desplomarse sobre la cama, la solté dejándola respirar pero el oxigeno al entrar en sus pulmones, lejos de calmarla, maximizó su orgasmo y gritando se abrazó a mí con sus piernas mientras lloraba pidiéndome perdón.
 
-¿Por qué te tengo que perdonar?-, le respondí mientras regaba con mi simiente su interior, -Has venido a mí sin que yo te lo pidiera, intentando someterme, pero ahora la esclava es otra y así te voy a mantener-.
 
Sus ojos repletos de lágrimas me hicieron saber que la había descubierto y que desde esa noche en la que ella había salido de caza, iba a ser adicta a mis caricias. Había querido entretejer una tela de araña alrededor de su cuerpo, y ahora sabía que se había enredado en su propia trampa, que ya era incapaz de escapar.

“Un pequeño gran hombre y sus compañeras de clase” POR GOLFO

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Esta serie va sobre el descubrimiento de la sexualidad de Pedro, un enano, gracias a la ayuda de unas compañeras. Pero antes un aviso a los HATERS, solo encontraran superación y no menosprecio hacia el héroe de la historia. En este capítulo, el pequeñín descubre los secretos sexuales de sus musas.

Nacer con acondroplasia es una putada. No seré yo quien lo dude, ya que nací con esa mierda de trastorno genético que provoca al que lo sufre enanismo. Sí, ¡soy un enano! Uno de esos que la gente políticamente correcta llama gente pequeña. Desde siempre me ha tocado los cojones esa denominación porque es un paternalismo de la peor especie. La aceptación pasa por llamar a las cosas por su nombre y me niego a usar la forma “educada”, prefiero la mía… nací enano, crecí enano y moriré enano.

        Que asuma el hecho de lo que soy, no me permite olvidar las dificultades que he tenido para reconocer mi situación. Es más, confieso que mi infancia y mi adolescencia se vieron marcadas por ese trastorno.

No creo tener que explicar lo que sentía cuando veía que mis amigos me doblaban en altura o la rabia que me corroía cuando no podía correr como los demás debido a la cortedad de mis piernas. Pero lo peor fue durante la adolescencia cuando mis hormonas se empezaron a desarrollar y tuve que tragar la evidencia de que resultaba físicamente repulsivo para la gran mayoría del sexo opuesto.

424

Fue una época dura horrible, que me llenó de inseguridades y de rencor. Odiaba mis minúsculas piernas, mis irrisorios brazos, mi cuerpo rechoncho y mi cabezota. Fueron unos años en los que no podía mirarme al espejo. A algunos les sonará raro, a otros lógico, pero no me reconocía en él.

Mi madre siempre me intentaba consolar diciendo que, aunque la naturaleza me había hecho esa cerdada, me había dado una gran inteligencia. Mi padre al contrario nunca me consoló. El muy cabrón, y ahora se lo agradezco, me obligó a superar mis limitaciones. Me inscribió en una academia de karate, me mandó a un gimnasio y me exigió acompañarle en sus salidas en bicicleta. Para un hombre deportista y de uno ochenta, el hecho que su hijo no superara el metro veinte era durísimo y decidió que, dado que era un enano, al menos fuera un enano sano, fuerte y en cierta medida atlético, sin tomar en cuenta las burlas que mi físico despertaba entre mis compañeros cuando me enfrentaba a ellos sobre el tatami o el cabreo que provocaba mi ritmo entre sus colegas cuando no podía seguirles en la carretera. Sé que hizo bien en no tratarme como un inútil, pero su puñetero carácter no me ayudó en ese momento a superar mis miedos.

Tengo pocos amigos de ese periodo y gran parte por culpa mía, ya que como reacción a mi minusvalía me convertí en un ser irascible y violento, que era incapaz de controlar su mal genio. Incluso con Manuel, el más cercano y que jamás me ha dado la espalda, me pegué en innumerables ocasiones. Daba igual el motivo, cuando se me cruzaban los cables, me convertía en un huracán con ganas de sangre. Las chicas eran algo en lo que no pensaba, para no sufrir y de mi paso por el colegio, no puedo asegurar que hablé con una más de cinco minutos seguidos. Las tenía miedo y las miraba con tirria al enfocar en ellas todo mi resentimiento.

Afortunadamente al final de la adolescencia, mis padres aceptaron matricularme en magisterio. Ahí conocí a Ana y a Cayetana, dos de las chavalas más guapas de la clase, las cuales, y como no podía ser de otra forma, en un principio me ignoraron. Y solo cuando un profesor les insinuó que me pidieran ayuda para aprobar matemáticas, fue cuando por primera vez intimé con ellas.

 Todavía recuerdo que fue durante un descanso cuando se acercaron a mí y haciéndome un favor, me exigieron que les diese clase porque si no iban a repetir. Para mí fue un shock porque nunca una fémina me había pedido ayuda y menos dos bellezas como aquellas. Aun así, tragándome mi mala leche acepté y eso fue lo mejor que he hecho en mi vida, porque su amistad me permitió en gran medida ahuyentar mis temores y reconciliarme con el sexo opuesto.

Confieso que no fue fácil el darles clase porque mientras les explicaba los diferentes teoremas o hacíamos un problema, no podía dejar de mirarles las tetas o sus espléndidos culos.  Sé de sobra que tanto Ana como Cayetana se daban cuenta, pero lejos de ofenderse se lo tomaron como a cachondeo y me adoptaron como su mascota. Para aclararos por qué digo que me trataban como mascota solo tengo que narraros la primera tarde en las que repasé con ellas esa materia.

Como quería evitar el inevitable chascarrillo de mis viejos si dos crías tan guapas aparecían por casa, decidí que quedáramos en casa de Cayetana. Al llegar al enorme piso de Serrano donde esa niña pija vivía, las dos cabronas todavía no habían llegado.

«No me extraña que suspendan, si a dos días del examen se van de compras», me dije cabreado al tener que aguardar en un salón en el que bien cabría el piso de mis padres.

Media hora tarde, aparecieron por la puerta sin disculparse y en vez de ponernos a estudiar, se dedicaron a lucirme los modelitos que habían comprado. Sé que debería haberme negado y obligarlas a empezar, pero me resultó imposible al ver su alegría por lo que me senté en una silla con la intención de pasar ese trago cuanto antes.

Si bien en un principio estaba a disgusto, ese sentimiento se transformó en excitación al ver a Ana salir del cuarto de baño con una minifalda, que bien podía definirse como un cinturón ancho.

«¡Está para comérsela!», recuerdo que exclamé al admirar sus muslos desnudos mientras se lucía ante mí.

Cualquiera en mi situación hubiese sentido lo mismo al ver a ese pedazo de hembra meneando su trasero mientras sus tetas rebotaban arriba y abajo.

«No puede ser», murmuré absortó mirando su culo pequeño y respingón sin advertir que, a mi lado, Cayetana miraba muerta de risa mi reacción.

―Ponte el top rojo― comentó ésta observándome de reojo.

 Su amiga, ajena al alboroto de mis hormonas, volvió al baño a cambiarse la blusa. Cuando la vi volver con sus pechos comprimidos bajo esa prenda no pude más que adorarla como a una diosa:

―¡Quien fuera tu novio!― grité olvidando cualquier recato.

Curiosamente, mi exabrupto no la incomodó y en plan de guasa, se acercó a mí luciendo esas dos moles mientras se quitaba la coleta.

―¿Por qué lo dices?― preguntó meneando su larga melena en plan sensual.

        Dominado por un deseo que jamás había sentido, contesté:

        ―Porque estás buenísima.

        Aunque nunca esperó que le respondiera de esa forma, al oírme sonrió. Interviniendo y en plan coqueta, Cayetana me hizo saber que ella existía al murmurar en mi oído si no la encontraba a ella tan bien guapa. Tratando de esconder la erección de caballo que crecía bajo mi pantalón, repliqué:

―Las dos sois bellísimas.

Y no mentí porque aun siendo diferentes, en ese momento no supe discernir cuál de las dos me gustaba más, si Ana con su metro setenta o la rubia con su metro sesenta. Para mí, ¡ambas eran inalcanzables!

Mi piropo no satisfizo a Cayetana. La muy cabrona quería verme babeando con ella al igual que con su amiga y yéndose a cambiar apareció con unas licras que dejaban poco a la imaginación.

«¡Su puta madre!», entre dientes mascullé con la vista fija entre sus piernas al comprobar que iba tan pegada que se le marcaban los labios de su coño.

No contenta con la expresión que leyó en mi rostro, se puso a bailar frente a mí. La diferencia de altura y el hecho de que estuviera sentado hicieron que su pandero quedara a la altura de mis ojos.

―Verdad que soy tan bonita como Ana― en plan meloso comentó mientras movía sus cachetes a escasos centímetros de mi cara.

He de decir que, en ese momento, en lo único que pensaba era en darles un mordisco. Por eso me descuidé y la morena descubrió el bulto de mi pene empinado bajo mi ropa.

―Parece que tu amiguito se alegra de vernos― a carcajada limpia, comentó mientras señalaba mi pecado.

Colorado hasta decir basta, les pedí que dejaran de hacer tonterías y que nos pusiéramos a estudiar. Por un momento creí que me iban a hacer caso, pero rápidamente descubrí que no iban a dejar de cachondearse de mí. Mientras hacía un verdadero esfuerzo en concentrarme y explicarles el tema uno, las dos aprovecharon cualquier momento para mostrarme el canalillo o complacerme con la visión de su trasero.

Ni que decir tiene que ambas suspendieron, pero a partir de esa tarde me pegué a ellas como una lapa y cuando aparecían ellas solas, todo el mundo sabía que tarde o temprano llegaría yo a acompañarlas. Mis padres vieron en ese par una bendición y por ello cuando quería pedirles un permiso solo tenía que decir que había quedado con ellas. En cambio, mis amigotes tuvieron celos de ellas y se cabrearon al percatarse que cada vez que me llamaban perdía el culo por ir con ellas.

Como le gustaba Ana, Manuel no solo lo aceptó, sino que insistió en que se las presentara. Durante un par de meses me negué porque las sentía mías y no quería que nadie se interpusiese entre nuestra amistad, pero fue tanta su insistencia que al final accedí.

Se la presenté un viernes en Cats, un disco bar de la Moncloa que frecuentan los niños bien, que era y es uno de los sitios favoritos de Cayetana porque Borja, su novio de siempre, era relaciones públicas de ahí. Cuando llegué con Manuel, ya nos estaba esperando en la puerta y desde el primer momento surgió el flechazo entre los dos. Me consta que no se liaron en ese momento, porque por el aquel entonces Ana estaba tonteando con un imbécil. Aun así, se pasaron toda la noche bailando y riéndose las gracias.

Recuerdo que al salir del local Manuel estaba pletórico e ilusionado y desde ese día, no hubo modo de sacármelo de encima. En cuanto llegaba el viernes, me llamaba para ver por dónde iba a ir con “mis amigas” e irremisiblemente, se hacía el encontradizo. Fue un flechazo por coñazo. Tal fue su insistencia que no tardó en sustituir al cretino y comenzó a salir con ella.

No puedo dejar de reconocer que no me gustó, sobre todo porque creía que iba a perderla, pero curiosamente nada cambió. Para todos yo era un pagafantas que se podía dar con un canto en los diente por ser parte del grupo, pero para mí Cayetana, Ana y yo éramos los tres magníficos a los que se pegaban sus novios.

Interiormente sabía, pero no lo quería reconocer que para ellas yo era como el amigo gay al cual podían contar sus andanzas. Puede parecer raro, pero estaba cómodo con ese papel, ya que siendo su confidente conocía de primera mano sus movidas de todo tipo, incluidas las sexuales. Tanto Ana como Cayetana disfrutaban contándome éstas últimas, ya que les divertía comprobar que me excitaban. Para poner un ejemplo de estas confidencias, me tengo que retrotraer a los meses en que Ana salía con el fulano:  

Una tarde que estábamos tomando una cerveza en Santa Barbara, llegó cabreada y al preguntarle el motivo, dijo que tenía un novio que era un parado.

―No te entiendo― recuerdo que respondí.

        Indignada y tomando aire, replicó:

        ―¿Te puedes creer que, después de haberse corrido antes de tiempo, no ha querido repetir?

        Juro que pensé que conmigo no le hubiese pasado, pero en vez de decirle que lo dejara y que me autonombraba candidato a sucederle, contesté:

        ―No me lo creo. Algo le debe haber pasado.

        ―Sí, que es un mamón. Cómo mis padres estaban en el pueblo, quedamos en casa y le estaba esperando vestida únicamente con una camiseta ancha y unas braguitas.

La imagen que se formó en mi mente era demasiado tentadora para no preguntar si no llevaba sujetador. Al oírme y poniendo cara de mala, me dijo que no y que encima estaba tan cachonda que se le marcaban los pezones.

―Yo te hubiera saltado al cuello― le solté visualizando la escena.

―Pues, él no. Al llegar y verme así, en vez de empotrarme contra la mesa, me pidió una Coca Cola.

―Menudo idiota― comenté.   

―Estoy de acuerdo, pero espera que te cuente. Indignada y con mi chocho chorreando, voy a la cocina y se la traigo. Al dársela, va y me dice que si quería podíamos echar uno rápido porque se tiene que ir a estudiar.

«Ese tío es gilipollas», recuerdo que pensé mientras daba un sorbo a mi cerveza.

Mi silencio le permitió continuar diciendo:

―Debí mandarle en ese instante a la mierda, pero estaba tan necesitada que preferí uno que nada y cogiéndolo de la mano, me lo llevé al cuarto.

Pensando en que Dios da pan a quien no tiene dientes,  la azucé a continuar:

―Una vez allí tomé la iniciativa y mientras él se tumbaba en la cama, me puse a bailar mientras le hacía un striptease.

Nuevamente la escena me puso como una moto, pero no dije nada para que Ana siguiera explayándose.

―Te prometo que, si llego a saber lo que me haría, nunca me hubiera quitado la camiseta en plan sensual y menos le hubiese provocado de esa forma.

―¿De qué forma?― dejé caer sabiendo lo mucho que le gustaba recrearse en sus encuentros sexuales.

―Ya sin ella y mostrándole mis pechitos, me los pellizqué con ganas de calentarlo.

―Se debió poner a mil― musité sin aclarar que en ese momento el que estaba hirviendo era yo.

―Mas o menos. La tenía morcillona pero como lo necesitaba erecto, tuve que azuzarlo quitándome las bragas y poniendo mi coño en su cara.

―¿Te lo habrá comido? Yo al menos sería lo que hubiese hecho― pregunté dejando claro mi interés.

―¡Qué mono eres! – y sin ofenderse por mi burrada, me dio un beso en la mejilla, antes de proseguir: ―Eso era lo que pretendía, pero olvidándose de mí el muy cabrón se quitó los pantalones y se puso a pajear pensando que eso era lo que tocaba.

―¿Teniéndote en pelotas y dispuesta, se masturbó? – exclamé indignado.

―Pues sí― confesó.

―Ese tío es bobo.

―Lo sé, pero no se queda ahí. Viendo que se le había puesto tiesa, decidí que al menos erecta me podía empalar con ella y subiéndome a horcajadas sobre él, le pedí que me diese caña mientras me lo clavaba hasta el fondo.

Para entonces, el que estaba como berraco era yo y Ana lo sabía, pero en vez de cortarse se recreó en los detalles diciendo:

―Estaba tan mojada que me empalé sin que el tuviese que hacer nada y ya con eso dentro, me puse a cabalgarlo como a mí me gusta.

Conociendo la predilección de mi amiga por ejercer de cowgirl en el sexo mientras sus parejas se quedan quietos sobre las sábanas, no dije nada mientras soñaba que un día fuera yo a quien montara. Mis ojos debieron traicionarme porque me tomó la mano diciendo:

―Para colmo, tras un par de segundos, el muy imbécil se corrió y cuando quise repetir, me dijo que tenía prisa. Imagínate mi cara cuando veo que se viste y que se va, dejándome cachonda e insatisfecha.

Venciendo mis temores y tan caliente como ella, se me ocurrió decirle que yo le podía ayudar.

―Y lo haces. Sabes escuchar, por eso eres mi mejor amigo. Contigo tengo la confianza de contarte mis cosas sin correr el riesgo que vayas con el cuento a otros o que pienses de mí que soy una puta― dijo mientras se tomaba de un trago su cerveza.

«Como soy un enano, no piensa en mí como hombre», pensé mientras la imitaba vaciando la mía.

Cayetana en cambio era más modosita y tardó más en abrirse, pero cuando lo hizo descubrí que tras esa cara de ángel se escondía una mujer ardiente que también tenía una sexualidad desbordada.

Recuerdo que la primera vez que contó una escena de cama, estábamos los tres en su casa y Ana al ver que estaba extrañamente alegre, preguntó qué le pasaba. Un tanto cortada me miró y sabiendo que nunca me había ido de la lengua, contestó:

―Hoy he hecho mi primera mamada.

―No jodas, cuéntanos― replicó Ana mientras yo me quedaba paralizado porque siempre había soñado con disfrutar de sus gruesos labios mientras me hacía una felación.

Cayetana estaba tan emocionada con la experiencia que no dudó en contestar:

―Borja llevaba tiempo pidiéndome que se la hiciera y hoy se han dado todos los elementos que necesitaba para dar el paso.

Desternillada de risa, la morena le espetó:

―Déjate de monsergas y al grano.

Con una picardía que hasta entonces no había mostrado, replicó:

―Estábamos en la piscina de sus padres y aprovechando que no estaban, nos empezamos a besar. De una cosa pasamos a otra y de pronto me encontré haciéndole una paja.

«Joder con la mojigata», murmuré para mí porque hasta ese momento creí que el sexo era algo vedado en su mentalidad.

―Detalles, quiero detalles― la azuzó Ana.

Colorada hasta decir basta, Cayetana continuó:

―No sé lo que me pasó, pero al verla totalmente dura me apeteció darle un besito.

―Y del beso, pasaste a comértela― riendo la morena le soltó mientras en mi cerebro era mi polla la que recibía esas caricias.

―No fue así. Al posar mis labios en ella, la encontré tan sedosa que no vi nada de malo en sacar la lengua y lamerla.

―Serás cursi. Tan sedosa… di la verdad, era tentador mamársela.

―Yo no soy tan puta― protestó con una sonrisa: ―Era tan suave que usando la puntita recorrí su glande mientras Borja se quedaba callado.

«Qué suerte tienen algunos», exclamé en mi interior.

La rubia ya lanzada prosiguió diciendo:

―Poco a poco, seguí lamiéndosela hasta que de pronto me vi abriendo los labios y metiéndola en mi boca.

―Mentirosa, lo estabas deseando― nuevamente Ana comentó.

―No lo sé, pero os tengo que confesar que, al tenerla ahí, quise experimentar que se sentía al mamársela.

―¿Y qué sentiste?― me atreví a preguntar.

Con las mejillas coloradas, contestó:

―Me gustó y por eso la metí un poco más.

―¿Tu novio qué hizo?

―Nada, Borja es un caballero y se quedó quieto, dejando que yo fuera a mi ritmo. Al no sentirme presionada, comencé a metérmela y a sacármela cada vez más rápido mientras sentía una humedad brutal en mi coñito.

Para entonces, he de decir que, si hubiese habido más confianza, hubiese sacado mi polla y me hubiera puesto a pajear del calentón que llevaba, pero en vez de eso me quedé en silencio.

―Sigue cabrona. Que esta noche, cómo me encuentre con mi novio, me lo follo― señaló también excitada nuestra amiga.

 Alucinando con el estado de Ana, pensé en decirle que, si no se lo topaba con él que me tenía a mí para desfogarse, pero no queriendo que dejara de narrar su experiencia tampoco dije nada.

 A Cayetana esa burrada le dio el empujoncito que necesitaba para confesar que, ya entrada en faena, continuó lamiendo el trabuco de su novio hasta que este le avisó que se iba a correr.

―¿Y?― preguntó Ana sin advertir que bajo su camiseta lucía los pitones en punta.

Con tono dulce pero picante, la rubia prosiguió con su relato:

―Tantas veces has alabado su sabor que me dieron ganas de tragármelo, pero al final no me atreví y me lo saqué de la boca… y eso fue peor.

―No te entiendo – interviniendo replicó su amigota.

Muerta de risa, Cayetana explicó que al correrse su novio fue tanta la potencia con la que explotó que le llenó la cara de esperma.

Por unos segundos, la imagen de los blancos borbotones recorriendo sus mejillas me impactaron y sin poderme contener, a carcajada limpia me uní a ellas …

Relato erótico: “Mis ex me cambiaron la vida 3” (POR AMORBOSO)

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-¿Aceptas, el qué?

-Que me castigues después de follarme.

-¿Por qué lo aceptas?

-Porque en estos días me he dado cuenta de que te preocupas por mí, me cuidas, me enseñas… Aunque seas duro conmigo. He recibido más atención de ti en una semana que en toda mi vida de la gente que me ha rodeado.

-Me haces dudar, pero de momento tienes pendiente la otra parte del castigo. Ahora cenaremos e irás a dormir al pajar. Mañana hablaremos.

Después de cenar, la llevé al pajar para que durmiese.

El sábado por la mañana, le quité la cadena, la hice vestirse con la ropa con la que había venido y nos fuimos con la motocicleta al pueblo, a visitar “la tienda de Juan”, un vendedor ambulante que recorre los pueblos con una furgoneta cargada de las cosas más diversas y en cuyos costados aparece ese nombre. Allí le compre ropa para trabajar en el campo, más ajustada a su cuerpo, consistente en unas batas y un conjunto de camisa y pantalón de faena, eligiendo ella entre los pocos modelos que disponía y pidiendo mí opinión cuando se los probaba. También compré algunas cosas que necesitaba y volvimos a casa.

Al volver estaba contenta. Cuando le pregunté el porqué, me dijo que era porque nunca había ido con alguien a comprarse algo, que de pequeña, la ropa se la compraba su madre y que de mayor le daba el dinero para que se la comprase ella. El ir de compras hoy, le había hecho mucha ilusión.

Se arrodilló ante mí y puso la mano en mi cinturón.

-¿Quieres que te haga una mamada?

Casi reviento el pantalón de lo dura que se me puso. Asentí con la cabeza. Soltó mi cinturón con calma, sacándolo de las trabillas.

-Para luego. –Me dijo, mientras lo dejaba a un lado.

Soltó el botón de la cintura y bajó la cremallera, todo ello con una calma que me exacerbaba. Me bajó el pantalón hasta los tobillos, ayudándome a quitarlo totalmente. Me bajó el calzoncillo, haciendo la misma operación. Se levantó desabrochando mi camisa y me la quitó.

Cuando estuve totalmente desnudo, volvió a arrodillarse, cogió mi polla con una mano y empezó a lamer mis huevos, mientras me pajeaba despacio. Luego, fue subiendo y bajando recorriendo mi polla con la lengua para dejarla bien empapada de saliva.

Siguió dando lametazos al borde del glande y recogiendo las gotas de líquido que salían por la punta. Cuando más desesperado estaba, metió el glande en su boca, presionándolo contra el paladar con su lengua, y haciendo un pequeño movimiento de entrada y salida para frotarlo bien. Ya iba a correrme, cuando se detuvo.

-¡Sigue, que me tienes a punto!

Sin decir nada, me llevó hasta un sofá que hay a un lado y me hizo recostar. Se subió encima, me hizo abrir las piernas y se colocó en medio, volviendo a empezar el tratamiento.

No tardó tanto tiempo en llegar a meterse la polla entera en la boca. Le entraba toda entera, mientras que yo la sentía presionada como en un estrecho coño.

La sacaba casi por completo y la metía entera en la boca de nuevo, haciendo un movimiento de succión que me volvía loco, quería correrme, pero el ritmo era demasiado lento. Sin embargo, una de las veces, cuando la tenía entera dentro de su boca, me acarició los huevos y presionó el perineo, a la vez que hacía algún movimiento con la lengua, que me hizo correrme como una fuente.

Ella se tragó todo, y me la estuvo chupando un rato más para dejarla bien limpia.

-Me gusta el sabor de tu esperma. El de mi novio y sus amigos era asqueroso.

-Gracias.

Volvió a chuparla mientras cogía mis huevos con su mano, hasta que me la puso dura otra vez. Me senté en el sofá, la hice incorporarse, la fui desnudando hasta que no quedó una sola prenda encima, la acosté sobre el sofá para clavársela en el coño. Mi intención era que se sintiese usada, como cuando estaba con su novio. Pensaba que me iba a costar penetrarla, pero la verdad es que estaba totalmente encharcada.

Mi polla entró con suavidad. La sensación que me produjo fue como si la hubiese metido en una funda de seda. Entraba hasta que mi pelvis chocaba con la suya, la sacaba totalmente y recorría toda su raja, volvía a meterla de nuevo hasta dentro en una serie de movimientos constantes y lentos.

-MMMMMMMMMMMMMMMM –Gemía constantemente.

Estuve largo rato con estos movimientos. Cuando me sentí muy excitado y preparado, aceleré, procurando no excitarla mucho más a ella, hasta que volví a sentir mi orgasmo, con el tiempo justo de tener una abundante corrida sobre su vientre.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAH. ¡Qué gusto me has dado! Ahora pasa a la mesa para recibir tu parte.

Me miró con cara de disgusto. Se le notaba que la había dejado a las puertas, pero me hizo caso, tomó el cinturón y me lo pasó, luego se colocó sobre la mesa para recibir el castigo. Yo cambié el cinturón por la paleta y empecé:

-ZASSSSS

-PFFFFSSSS. Uno

Me acerqué. Mi dedo recorrió su raja desde el clítoris al ano, con vuelta para frotar un momento su clítoris antes de separarme.

-MMMMMMMMMMMMMMMM –Gemía.

-ZASSSSS

-PFFFFSSSS. Dos.

Nuevamente volví a realizar el recorrido, solo que esta vez, mi dedo medio, entró en su coño, frotando la zona de su punto G, para retirarlo a la vez que lo hacía yo.

-MMMMMMMMMMMMMMMM –Gemía más.

-ZASSSSS

-PFFFFSSSS. Tres

Alternaba los golpes a ambos lados del culo. Ensalivé bien mi dedo índice y se lo fui metiendo por el ano, mientras el dedo medio volvía a su coño.

-MMMMMMMMMMMMMMMM –Su gemido era más agudo.

-ZASSSSS

-PFFFFSSSS. Cuaaaaagggtro

Repasé otra vez su raja, volviendo a su clítoris.

-OOOOOOOOOOOOOOHHHH –Empezó a gritar.

-ZASSSSS

-PFFFFSSSS. Ciiiinco

Puse mi índice sobre su clítoris, mu pulgar dentro de su coño y el dedo medio de la otra mano, previamente mojado en saliva, en su ano, empezando un rápido frotamiento de todas las partes. No sé si llegó al minuto antes de que empezase a gritar.

-OOOOOOOOOOOOOOOOOOHHHHH

-ME CORROOOOOOO. NO PAREEEESSS

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHH

Su orgasmo fue largo y extenuante, hasta el punto que se le soltaron las manos del otro lado de la mesa y tuve que sujetarla para que no cayese al suelo.

Tal y como estaba, la llevé al pajar, le puse la cadena y le eché por encima el saco que había sido su vestido hasta entonces. Luego le acerqué los libros, le di pomada y volví a mí trabajo, le llevé un plato de comida a medio día y otro por la noche.

Al día siguiente, a pesar de ser domingo, fue día normal para nosotros, labores de casa, del campo, de los animales, desayuno, estudios, comida, explicaciones, estudios, preguntas y cena.

La hice recoger la mesa a ella y limpiarlo todo. Cuando terminó, vino hacia mí vestida con una de las nuevas batas, a por nuevas órdenes y le dije:

-Desnúdate y ponte sobre la mesa en posición de castigo.

En silencio, hizo lo ordenado, mientras yo tomaba una botella de aceite y me desnudaba también. Cuando ambos estuvimos preparados, embadurné mi dedo medio en aceite y se lo fui metiendo por el culo. Entraba con suavidad. Le eché abundante aceite, así como en mi polla, que estaba dura solamente de pensar lo que le iba a hacer.

La coloqué a la entrada de su ano y presioné. Pareció que me la absorbía. Me entró toda. Estuve enculándola largo rato. Cuando el aceite se absorbía, echaba más, pero seguía dándole sin parar. Ella resoplaba, haciendo presión con el anillo del culo y creo que hasta se corrió alguna vez Cuando ya no pude más, se la clavé hasta el fondo y descargué mis cojones dentro.

Luego tomé la paleta e hice lo mismo que el día anterior, le di los cinco golpes intercalando masturbaciones, hasta que con el quinto, se corrió. La llevé al pajar con su bata y cadena, donde la dejé.

El resto de la semana ya no durmió en cama. Todas las noches la usaba por un agujero u otro, todas las noches recibía su castigo y su orgasmo, para terminar durmiendo en el pajar. Le compré anticonceptivos para evitar embarazos y no fue necesario pegarle por los estudios, pues me demostró que dominaba todas las materias perfectamente. Le obligué, aunque no tuve que hacer mucho esfuerzo, a aprender a pedir las cosas “por favor” y a dar las gracias por todo. En ese tiempo también le creció el pelo lo suficiente como para empezar a peinarse.

Mi amigo Paco insistió mucho en follarla, tanto a mí como a ella, yo negaba, diciendo que, mientras ella no lo aceptase, no se lo consentiría. Al final, fue Vero la que me propuso una solución intermedia. El día que venía Paco, yo la follaría en la mesa y él podría hacerse una paja mirando. Y así lo hicimos. Paco empezó a ir al mercado dos veces por semana. Venía un poco antes, entrábamos en casa, mandaba desnudar a Vero y ponerse en posición de castigo y la enculaba la mayor parte de las veces, otras la follaba por el coño y las menos me hacía una mamada, todo esto hasta que nos corríamos los dos.

Después, Paco podía contemplar alucinado el castigo y orgasmo de Vero, mientras se hacía una segunda paja. Al terminar y lavarnos todos, él marchaba contento al mercado mientras nosotros seguíamos con nuestras labores

En el mes de septiembre se hicieron pruebas de recuperación para los suspendidos, y la llevé hasta el colegio para que se presentase. Fuimos un día antes y nos alojamos en un hotel. Pasamos por un gran almacén para comprarle un vestido y unos zapatos, donde disfrutó mucho haciéndome un pase de modelos, hasta elegir el que más nos gustó. La llevé un centro de peluquería y estética para que la dejasen bien guapa. Cuando salió me dejó sin habla por lo preciosa que estaba. Le habían dejado un corte muy bien adaptado a su pelo corto, con los ojos perfilados, labios pintados en rojo, al igual que las uñas. Se había puesto su nuevo vestido y los zapatos y quedaba espectacular.

Al día siguiente fue el examen y unos días después, cuando volvimos a por los resultados, me dio la alegría de que aprobó todas las asignaturas

Como premio, le quité la cadena para siempre. Creo que su madre también se alegró cuando la llamé el día que fuimos a recoger las notas para decírselo.

Vino a visitarnos el fin de semana siguiente. Vero se acercó al coche y dijo:

-Por favor, mamá, ¿me dejas que meta tu maleta? –Al tiempo se la cogía para meterse en la casa y dejándola con cara de tonta.

Yo la miraba divertido porque ella no sabía qué hacer ni decir. Al final dijo:

-La verdad es que no me esperaba esto. En tres meses has conseguido lo que nadie ha podido en años.

-Ella lo tenía dentro. Solo había que sacárselo.

Como era ya medio día, comimos los tres tranquilamente. Luego, en la sobremesa, Silvia estuvo comentando sobre los cotilleos de la ciudad, hasta que decidimos ir al río para darnos uno de los últimos baños del final del verano.

Silvia y yo nos metimos desnudos, pero Vero quedó de pie en la orilla, esperando a que le dijese qué hacer.

-Desnúdate y ven con nosotros. –Le dije

Y ella lo hizo. Su madre volvió a quedarse muda. Estuvimos largo rato jugando en el agua, para salirnos después y secarnos al sol de última hora sobre las piedras.

Cuando llegó la noche y terminamos la cena, pedí a Silvia que se sentase en el sofá, le acerqué una copa de vino, mandé a Vero limpiar y recoger, ante la estupefacción de su madre, que no se creía lo que estaba viendo.

Cuanto terminó, le indiqué que preparase el aceite (que ya era especial para estos usos) y se colocase en posición de castigo. Obediente, dejó el aceite sobre la mesa y se quitó la camisa y pantalón de trabajo que llevaba ese día, quedando totalmente desnuda y colocándose en posición.

Me acerqué, tomé el aceite y procedí a lubricar bien su ano. Silvia miraba extrañada, imagino que no se creía que iba a hacer lo que mis actos indicaban. Me saqué la polla, la embadurné con la mano y se le metí directamente. Le entraba sin problemas desde hacía tiempo.

-¡PPPPero! ¿Qué estás haciendo? ¡Deja a mi hija inmediatamente! ¡Serás hijo de puta! –Dijo Silvia levantándose y agarrando mi brazo.

-Lo mismo que todos los días y con lo que he conseguido los resultados que has visto. Si te parece mal, puedes llevártela ahora mismo a tu casa. –Le respondí, poniendo mi cara más seria y la voz y mirada más duras que pude.

Puso cara de susto y se apartó… Me la estuve follando como lo hacía habitualmente, despacio. Ella gemía de gusto, sobre todo cuando metía mi mano bajo su cuerpo y frotaba su clítoris.

-MMMMMMMMMMMMMMMMMM.

-SIIIII.

Mientras entraba y salía de su culo, pude ver que Silvia, que se había ido colocando a un lado, movía las piernas en un claro gesto de frotar su propio clítoris.

Como siempre, Vero se corrió un par de veces, antes de forzarle un último orgasmo al tiempo que me corría en su culo.

Cuando me bajó la erección, tomé la paleta y empecé la sesión de castigo.

-ZASSSSS

-PFFFFSSSS. Uno

-¡Pero! ¿Qué haces, mal nacido? –Dijo al tiempo que sujetaba mi mano que portaba la paleta.

Giré rápidamente sobre mí y le solté una bofetada con la otra mano mientras seguía el impulso que la lanzó sobre el sofá, donde se quedó llorando.

Volví a Vero y como siempre, mi dedo recorrió su raja desde el clítoris al ano, en una caricia profunda, que resultó excitante tanto para la hija y que llamó la atención de la madre.

-MMMMMMMMMMMMMMMM –Se le oía a la hija.

-ZASSSSS

-PFFFFSSSS. Dos.

La alternancia de golpes y caricias, con la consiguiente excitación de la hija, hicieron que Silvia prestase atención y que su mirada, fija en el culo y mis gestos, denotase una gran excitación.

Cuando acabé con el quinto azote y la última caricia, que le hizo alcanzar un nuevo y más fuerte orgasmo que nunca había disfrutado, y que la dejó agotada, procedí a darle la pomada en la zona lastimada, mientras emitía suaves gemidos. Yo estaba nuevamente empalmado, pues el tener a Silvia mirando, nos había excitado en sobremanera a ambos. La prueba era que, cuando acabé con la crema, pasé mi dedo por su coño, encontrándolo muy mojado, que era normal, pero me confirmó que también se había excitado mucho el hecho de tener el clítoris duro y sobresaliendo entre los labios.

-Vete a dormir y no te toques. –Le dije. Y marchó a dormir al pajar.

-¿A dónde va? –Preguntó la madre.

-Ella duerme en el pajar. Es su lugar de castigo por dejarse follar. Ahora te toca a ti. ¿Qué vas a hacer? Mi cama, el coche o la habitación de arriba.

-La verdad es que no sé qué me pasa. Aunque me haya salido la vena de madre, la verdad es que me ha excitado mucho todo esto. He llegado a correrme sin necesidad de tocarme, y ahora estoy chorreado. Creo que es lo que he buscado toda la vida sin encontrarlo. ¿Estarías dispuesto a hacer lo mismo conmigo?

-¿Estás dispuesta a obedecerme en todo y aceptar todo lo que quiera hacer contigo?

-Me pongo en tus manos para que hagas lo que quieras.

-Lo primero que quiero es tu culo.

-Tuyo es, si quieres.

-Desnúdate y colócate sobre la mesa en posición de castigo.

Tuve que explicarle cual era esa posición. Se desnudó y se colocó en la posición. Separé un poco sus piernas para pasar un dedo por su coño. Comprobé que soltaba flujo como si estuviese orgasmando.

Tomé la paleta y le solté cuatro fuertes golpes, deteniéndome al observar que las propias contracciones pélvicas la iban a llevar al orgasmo.

Cuando vio que no seguía me dijo.

-¿Por qué te paras? Sigue, por favor.

-No. Mañana hablaremos de esto. No quiero que me preguntes ni me digas lo que tengo que hacer. Por el momento, tengo pensada otra cosa para ti. Esta noche dormirás en el pajar, como tu hija, y mañana tendrás un buen entrenamiento.

La acompañé al pajar y, ante la extrañeza de la hija, le puse la cadena al cuello y sujeté sus muñecas con una cuerda al collar por la parte de la nuca. Como vi que se frotaba los muslos, busqué un palo y le até las piernas a él, a la altura de las rodillas para que las mantuviese separadas.

-Esta noche, duermes aquí y tú Vero, échale algo por encima y ven conmigo a la casa. –Les dije.

Esa noche, íbamos a dormir Vero y yo juntos, más que nada para que no tuviesen la tentación de hacer llegar al orgasmo a Silvia.

Nos fuimos a la casa Vero y yo, pasamos por la ducha y nos acostamos en mi cama.

-Hazme una buena mamada. –Le dije.- pero esta vez será, sin castigo, por tanto puedes negarte si quieres.

No dijo nada. Se agarró a mi polla como si fuese un clavo donde sujetarse y empezó a pajearme con suavidad. Para poder hacerlo mejor, se puso de rodillas a mi lado, con la cabeza en mi polla y el culo en pompa a mi alcance. Al tiempo que pasaba su lengua recorriendo mi polla, yo paseaba mi dedo recorriendo su coño.

-MMMMMMMMMMM.

Un corto gemido me indicó que le estaba gustando. Me dediqué al juego de que: cuando ella chupaba mi polla, yo le metía primero uno y luego dos dedos en el coño, y cuando la lamía yo pasaba el dedo por toda su raja. Si se dedicaba a mi glande, yo me dedicaba a su clítoris.

-MMMMMMMMMMMM. PPPFFFFFFFFFFFSSSSSSSSSSSS.

-AAAAAAAAAAAA

Nuestras expresiones eran de todo tipo. Cuando estaba lo bastante excitado y ella a punto de correrse, la hice acostarse boca arriba, me coloqué entre sus piernas y la froté bien por su raja, hasta que la punta quedó enganchada en su coño y la fui metiendo poco a poco.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA. SSSIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII.

Poco a poco, los gemidos de ambos fueron subiendo de tono y frecuencia, hasta que por fin, a ella le sobre vino un fuerte orgasmo, momento en el que me dejé llevar para conseguir el mío.

-SIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII. Me corrrroooooo. No pareeees. Siiiiiii.

-Y yo también. Prepárate a recibir toda mi carga. OOOOOOOOOOOOOOOOOOOHHHHH. Me corro yo tambiéeeeen.

Tras unos minutos de relax, fuimos a lavarnos y nos acostamos a dormir. Vero se situó en borde del colchón y allí durmió toda la noche.

Cuando me levanté por la mañana Vero no se enteró, fui a realizar mis labores habituales, encontrándome que Silvia también dormía, pero que se despertó con los ruidos y movimientos de los animales. Cuando terminé con ellos, me acerqué a ella.

-¿Qué tal has pasado la noche?

-Bien, pero me estoy orinando. ¿Puedes soltarme un momento?

No sé si ya se le había escapado algo de orina o era que se había excitado nuevamente, pero el coño le brillaba en ese momento.

-No, pero puedes mear en la regata.

Inicialmente, todo el local era establo, pero al no tener tantos animales, utilicé una parte para almacenar la paja y hierba para los animales. Por aquí, los establos tienen un canalillo que los recorre de un extremo a otro, al que llamamos regata, para recoger los líquidos de los animales y sacarlos fuera.

La ayudé a levantarse tirando de la cadena y la medio arrastré hasta colocarla sobre ella y le dije:

-Mea ahora o tendrás que hacértelo encima después.

Se puso roja y le costó un rato. La estuve amenazando con arrojarla con las vacas para no manchar la paja y regalándole insultos varios hasta que empezó a soltar un tímido chorrito, que poco a poco fue creciendo hasta convertirse en una buena meada.

Cuando terminó la dejé en equilibrio precario y fui a por un cubo de agua, que lancé contra su coño para lavarlo. No se cayó porque estuve rápido en sujetar la cadena.

Luego la dejé en el sitio donde había dormido y me fui a la casa.

Vero se había levantado y estaba preparando el desayuno.

-MMM ¡Qué grata sorpresa, y huele muy bien! Pensaba que no sabías cocinar.

-Es la primera vez. Espero que me haya salido bueno. He hecho lo mismo que haces tú.

Cuando lo probé, no dejé de alabar lo bien que le había salido, sin comentar que estaba algo soso.

Cuando llegué al pueblo, además del lavamanos antiguo, también encontré una jarra y cánulas para lavativas. Que limpié y restauré, pues la goma estaba totalmente estropeada.

Llené la jarra de agua y pedí a Vero que me acompañase a ver a su madre.

Cuando llegamos, entregué todo a Vero y tomé a Silvia por un pié, arrastrándola de nuevo a la regata. Acerqué las dos banquetas utilizadas para ordeñar a mano (normalmente es con máquina) y le coloqué un pie encada una de ellas.

Quedó acostada como en la camilla de un ginecólogo. En esa posición, metí la cánula por su ano, pedí a Vero que la levantase bien alta y abrí la espita. Silvia estaba totalmente roja, pero su coño decía que siguiese adelante.

Pasé un dedo por su raja y le di dos vueltas sobre el clítoris, soltando un grito de placer.

-OOOOOOOOOOOOOOOhhhh

-¡Pero qué puta eres, Silvia! –Le dije

-SSIIIII. Pero tú has conseguido que me guste.

Cuando hubo entrado toda el agua, le dije que la aguantase, si no quería tener que bebérsela después. Hizo lo que pudo y pidió que la dejase soltarla.

Cuando me pareció, la cogí y la hice girar para ponerla en cuclillas sobre la regata.

-Ahora puedes soltar todo.

Fue de lo más bochornoso para ella, soltó gases, agua y mezcla de heces, junto con un olor inaguantable. La vi llorar de vergüenza, pero también correrse al final. Después de lavarla, la dejamos allí nuevamente.

Durante el día, no le hice mucho caso. Solamente pasaba de vez en cuando para frotar su raja sin entrar en el interior, para mantenerla cachonda, mientras ella pedía a gritos que la follase.

-Cabrón, ¿Cuándo me vas a follar? ¿Para qué me tienes aquí? …

No le hacía ni caso. Por la tarde vino Paco, sin esperarlo, mientras repasábamos lecciones. Se acercó ya con la polla fuera y empalmado.

-¡Pero Paco! ¿Dónde vas así? ¿No ves que vas a sonrojar a la niña?

-Déjate de tonterías, que vengo más salido que la punta de un pico. Venga, vamos a la mesa y empezad ya.

-¿Qué te ha pasado para venir así, en ese estado? –Le dije riéndome, pues no era la primera vez.

-Que este fin de semana hubo baile en el pueblo y estuve bailando con una prima de mi mujer que me puso como una moto.

-Pues lo siento, Paco, pero hoy no te vas a hacer una paja viéndonos follar.

-¿Por qué? No me jodas, Jóse, que no es el momento de bromas.

-Anda, vamos al pajar, que si quieres correrte tendrás que hacerlo allí. –Dije mientras nos poníamos en marcha.

-Joder, Jóse, No seas cabrón. Mira cómo la llevo.

Protestó durante todo el camino hasta el pajar, pero cuando entramos, primero se quedó parado, mirando a Silvia, que encadenada, desnuda y con las piernas abiertas, también lo miraba a él, con la polla fuera (de buen tamaño y gorda como un brazo) y empalmado.

-Joder, Jóse, ¿Qué has hecho? ¿La has secuestrado? ¿En qué lío te has metido?

-En ninguno, es un regalo para ti. –Le dije mientras me acercaba a Silvia y soltaba su cadena y todas las sujeciones.

-Tu turno, puta, haz una buena mamada a mi amigo.

Paco, que se había acercado y bajado la erección, se quedó alucinado cuando Silvia cogió su polla y se metió el glande en la boca y lo pajeó ligeramente. Rápidamente alcanzó su máxima erección y se la tuvo que sacar de la boca para no desgarrársela por su grosor. Estuvo lamiéndola en lo que pudo.

-Bájale los pantalones y quítaselos, y tú, dije a Vero, tráeme la paleta. –Cada una se puso a lo suyo.

Cuando llegó Vero con la paleta, pedí a Paco que se acostase sobre la paja y a Silvia que se metiese la polla en el coño y lo cabalgase, cosa que ambos hicieron rápidamente.

Cuando Silvia intentó meterse la gorda polla de Paco, se dio cuenta de que iba a resultar difícil

Empezó apoyando solo la punta y presionando para que entrase.

-Es demasiado gruesa y larga. No me va a caber.

-Insiste. –Le dije- Haz fuerza hasta que la tengas toda dentro.

-No puedo, es muy gruesa… ¡AAAAAAAAAAYYYYYYYY!

Mientras hablaba, apoyé las manos en sus hombros e hice presión hacia abajo, obligándola a que le entrase completamente.

-AAAAAAHHHH Déjame. Me duele mucho. Me va a reventar.

-Calla y aguanta, puta, verás cómo te va a gustar. –Le dije mientras mantenía la presión para que se acostumbrase –El juego es el siguiente: Te vas a follar a mi amigo Paco, pero lo harás acostada sobre él, pecho contra pecho, y moviendo las caderas atrás y adelante. Si levantas el cuerpo o te detienes, recibirás un correazo en la espalda o donde caiga, que te dará tu propia hija. –Esto lo dije soltando con una mano mi cinturón y pasándoselo a Vero- Mientras, yo me encargaré de azotar tu culo.

La empujé hacia adelante hasta que quedó sobre el pecho de Paco. Como no se movía, hice una señal a Vero para que se preparase.

-¡Empieza a moverte! –Dije haciendo señal a Vero para que le diese un golpe en la espada.

-PLASSS.

-¡AAAAAAAAAYYYYYYYY!

Echo el culo hacia atrás despacio, hasta casi sacar totalmente la polla de su interior, para luego metérsela al mismo ritmo hasta llegar a entrar toda. En esa posición tenía que estar recibiendo una tremenda presión, además de un fuerte roce sobre su clítoris. Y no digamos Paco, que bufaba como una locomotora y solamente era el primer movimiento. Cuando la tenía toda dentro, previa señal a Vero para que estuviese preparada, le di un fuerte golpe con la paleta en uno de los cachetes del culo. Como esperaba, gritó y se enderezó.

-ZASSSSS.

-¡AAAAAAAAAAAAAYYYYYYYYYYY!

-PLASSSSS.

-¡UAAAAAAAAAYYYYYYYYYYYYYYYYYY!

El correazo de Vero se adelantó por un instante a las manos de Paco, que la atrajo fuertemente hacia él, para evitarle nuevos golpes, pero no reanudó el movimiento, sino que llevó la mano a su culo.

-PLASSS.

-¡AAAAAAAAYYYYYYYYY!

Nuevo correazo a mi señal. Nuevo grito y por fin se dio por enterada, moviendo su culo con más agilidad.

Cada vez que se metía la polla hasta adentro, yo le daba con la paleta en el culo, alternando las posiciones. La escena se convirtió en un concierto de golpes y gemidos.

-Bufffffffffffffff. –Soltaba Paco.

-MMMMMMMMMM. –Silvia

-ZASSSS. – Mi paleta en su culo.

Y, cuando algún golpe era muy fuerte y se paraba o cuando alcanzaba alguno de los muchos orgasmos que tuvo y se detenía mucho tiempo, se oía el

-PLASSSSS – de Vero.

Los golpes hacían que Silvia contrajese los músculos de la pelvis, lo que repercutía en la presión sobre la polla de Paco. Se corrió a los escasamente quince segundos, pero era tal la excitación que traía y la que le había subido con el morbo de la situación, que ni siquiera se le bajó lo más mínimo.

Por su parte, Silvia estaba sometida a mis deseos, los golpes la excitaban, el roce del clítoris con la polla de Paco la ponían a 100 y la excitación sin calmar adecuadamente de los dos últimos días, hicieron el que casi seguido a Paco, tuviese otro orgasmo.

Silvia movía su culo con rapidez, lo que hacía que no siempre acertase a dar el golpe con toda la polla dentro, por eso, aproximadamente a los cinco minutos y varios orgasmos más de Silvia, Paco volvió a correrse, saliéndose del coño al bajarle algo la erección.

Le dije a Silvia que levantase el culo y a Vero que le chupase la polla hasta ponérsela dura otra vez, mientras, yo le iría dando golpes en el culo con la pala mientras ella los contaba.

Coloqué a todos como quería y Vero se puso a chuparle la polla Paco, mientras gotas se semen y flujo de su madre caían del coño a su cara y sobre la polla. Yo me preparé y…

-ZASSSSS.

-UFFFF. Uno.

No eran muy fuertes, por la cantidad de golpes que llevaba, pero sí que pasé el dedo por su raja para darle pequeños toques en el clítoris y hacer que cayesen gotas más gruesas sobre la polla de Paco y que Vero se las tragase.

-ZASSSSS.

-UFFFF. Dos.

Vero ya tenía la polla de Paco en condiciones. Su calentura debía de ser muy alta.

-ZASSSSS.

-UFFFF. Tres.

Yo le decía por señas a Vero que siguiese, mientras seguía calentando a Silvia. Paco solo bufaba y se dejaba hacer

-ZASSSSS.

-UFFFF. Cuatro.

-ZASSSSS.

-UFFFF. Cinco.

-Ahora vuelve a meterte la polla y sigue follándolo hasta que se vuelva a correr.

Siguió moviéndose sobre él durante unos veinte minutos más y tres orgasmos, mientras yo seguía dándole con la paleta. Al cabo de ese tiempo, Paco se corrió por fin, y los dejé separarse.

-Uffff. Tengo el coño en carne viva, pero volvería a empezar de nuevo.

-Ahí tienes a Paco. Pónsela dura otra vez y sigue. –Le dije.- Y tu Vero, chúpamela hasta que me corra.

Vero, que pensaba que la estaba dejando en segundo plano, según me confesó después, bajó mis pantalones y calzoncillos y empezó a lamer. Primero mis huevos, mientras me pajeaba suavemente, luego, un recorrido con la lengua a lo largo de mi polla, en su máximo esplendor desde hacía rato, llenándola bien de saliva, para luego meterse la punta y succionar sobre el glande, mientras lo recorría alrededor con su lengua.

No tardé mucho en correrme. Los huevos me dolían de tanto rato empalmado. A los pocos minutos de disfrutar de la excitante sensación y vista, de meterse la polla hasta la garganta sacarla llena de babas, le avisé

-OOOOOOOOH Me voy a correeeeeeer. ME CORROOOOOO.

Ella, no solo no se apartó, sino que todavía se metió más adentro mi polla para que descargase directamente a su estómago.

Por su parte, Paco había conseguido una nueva erección y se estaba follando a Silvia machacando su coño sin piedad. Mientras ella gemía medio ida después de tantos orgasmos.

-MMMMMMMM. OOOOOOOO.

Vero y yo nos quedamos mirando.

-PLAS, PLAS, PLAS… -Se oían los rápidos choques de pelvis, entre los gemidos de uno y otra.

-OOOOOOOOOOOO Qué gusto me das, puta.

-SIIIII Dame más. Siii. Me estas reventando de placer. Cómo me llena tu polla.

-Estoy apunto otra vez.

-Espera. Yo también lo estoy. Quiero que te corras en mi bocAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH. MMMMMMM. SIIIIIIIIIIIII.

Paco saco la polla y se movió para llevarla a la boca de Silvia, la cual, lo hizo girar para tumbarlo y metérsela directamente hasta la garganta. Lo agarró de los huevos y, mientras se los masajeaba, le chupaba la polla con lentas entradas y salidas haciendo el recorrido del glande de su garganta a sus labios.

– Me voy a correeeee. Me corroooooo.

Ella se metió toda la polla en la boca hasta el fondo, recogiendo toda su corrida, y lamiéndosela hasta dejarla totalmente limpia.

Paco se fue satisfecho y nosotros cenamos y nos fuimos a descansar. Esa noche dormimos los tres en mi cama

-El lunes, cuando llegó la hora de marchar, Silvia me dijo:

-¿Te pudo pedir un favor?

-Sí, claro, ¿qué quieres?

-Quiero quedarme contigo toda la semana.

-Por mí, no hay inconveniente. Pero… No se preocupará alguien si no apareces.

-Necesito hacer unas llamadas de teléfono y ya podré quedarme.

Se duchó, vistió y la llevé hasta la torre de los guardabosques que era uno de los lugares con cobertura de teléfono. Nada más subir, sacó su teléfono se apoyó en la ventana echando el culo hacia atrás, con el cuerpo en ángulo recto, en clara provocación hacia mí, mientras buscaba el número en su agenda. La primer llamada a su hermana…

Yo me acerqué por detrás, levanté su falda y empecé a acariciar su coño.

-… Si, chica, ha sido un fin de semana alucinante. Jóse me ha hecho disfrutar como nadie, por eso he deci… ¡Por favor, Jóse, por el coño no, que lo tengo muy irritado, mejor por el culo! … como te decía, he decidido quedarme esta semana… Que no, que no me obliga, no te puedes imaginar lo que ha sido. Cuando vuelva te cuento…

Yo me desentendí de la conversación y me puse a mojar mis dedos en saliva para ir metiéndolos por el culo para dilatarlo. Inicié con el dedo medio. Mojado en mi boca, lo coloqué apoyado en su ano, presionando levemente y soltando, añadí un buen churretón de saliva que cayó un poco más arriba del punto de unión y que la fui metiendo con el mismo dedo.

-…. AAAAAAGGGGG. … nada, que me está dilatando el culo…

Cuando entraba con suavidad, añadí el dedo índice, seguido de otro churretón, y así fui dilatando hasta que calculé que podía metérsela, entonces, coloqué la punta, nuevo churretón y se la metí, dejándola un momento para que terminase de dilatar.

-Ufffffffffff, … que me la acaba de meter…

Cuando empecé a moverme despacio, metiendo hasta el fondo para sacar poco a poco para que se acostumbrase, mientras con mi mano acariciaba su clítoris por encima de los labios. La oí decir…

-MMMMMMM Si, Vero estAAAAAAAAHHH. Muy bieeeeen. Siii. Estudiaaaaaa mmmmmmmmuchoooooo oooyeee, queee nnnnnnnnnnnnoooo te llamaré aaaaaaaaaaaahhhhhh sta que vuelvaaaaaaaa. …. Siiiii, queeee teee cuelgooo, queeee nooooo meeee cooonnceeeentroo000 AAAAAAAAAHHHHHh ¡Que gusto!

Y colgó.

-MMMMMMMM ¡Qué culo tan estrecho tienes! –Le decía mientras me movía lentamente

-Dame más. Quiero más. – me decía ella.

Y le hice caso. Empecé a follarle el culo con fuerza.

-MMMMMMMMMMMMMMMMMMMMM AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH. –Gritaba ella.

-Me voy a correeeer. Frótame más el clítoris. Siiiii. Siiii. Me corroo.

Cuando ella alcanzó su orgasmo, no me pude contener y solté lo que me quedaba en los huevos, dentro de su culo.

De nuevo nos relajamos en el suelo, hasta que ella se recuperó y siguió con las llamadas. Peso a eso ya no presté atención.

Al bajar, llegaban los guardias forestales, que nos habían vuelto a ver desde lejos, pero simplemente nos saludamos y ellos me lanzaron un guiño.

-¿Por qué no os pasáis por casa cuando acabe vuestro trabajo para relajaros un poco?

-Sí, gracias, mañana nos pasaremos, en cuanto terminemos.

Y así volvimos a la casa para lavarnos, comer algo y descansar. Ella se acostó y estuvo durmiendo hasta el día siguiente. Vero y yo comenzamos con los estudios del nuevo curso, cambiando ligeramente el plan, ya que ahora tocaba aclarar primero los conceptos y que luego los estudiase. A tal efecto, establecí que, por la mañana leeríamos las lecciones, le explicaría los conceptos que no entendiese, por la tarde los estudiaría y al anochecer le preguntaría sobre lo estudiado.

El martes fue una jornada caótica. A las 8 de la mañana, ya estaba Paco en casa, mostrándome dos cajas de viagra y deseoso de empezar una nueva orgía. También en ese momento se despertó Silvia y aprovechamos, junto con Vero, que llevaba ya un rato conmigo, para desayunar todos juntos.

Les expliqué el plan con Vero y que todo estaba supeditado a él. Pedí a Paco que me fuese adelantando las tareas con los animales y el huerto para yo poder dedicarme a Vero y poder empezar antes. Durante dos o tres horas estuvimos con las lecciones de Vero, que resultaron relativamente fáciles. Sobre las once o poco más, varias voces en la calle llamaron mi atención, eran la pareja de guardabosques, Paco y Silvia, hablando, por lo que la dejé estudiando y salí con ellos.

-… De verdad que es increíble, no os lo podéis imaginar… ¡Ah! Hola Jóse, les estaba contando el gusto que da follarse a Silvia.

-Algo me imaginaba, al ver el bulto que llevan ya en los pantalones. Vamos al pajar, que esta puta no merece ser follada en otro sitio.

Cuando llegamos, la hice desnudarse, arrodillarse en el suelo y puse a los tres delante de ella.

-Quítales los pantalones y hazles una buena mamada.

No lo dudó. Fue desabrochando, bajando y quitando los pantalones uno a uno, dejando al aire sus ya enhiestas y duras pollas, para volver al primero, pajearlo mientras le lamía los huevos. Cuando los tuvo bien ensalivados, pasó al segundo, y después al tercero. Nuevamente volvió al primero, que era Paco, para lamer su polla y meter el glande en la boca. Por los gemidos, imagino que les seguía dando con la lengua.

-MMMMMMMMMMM –Soltaba Paco.

Al momento, pasó al segundo, Manuel, aplicando el mismo tratamiento.

-Jodeeeer. Qué boquita tiene.

Luego al tercero, Jorge.

-UUUFFFFFFFFFFFF. Si sigues mucho así, no sé si podré aguantar.

Tanto Manuel como Jorge eran dos agentes jóvenes, recién ingresados en el cuerpo el año anterior, de unos 25 ó 26 años.

Silvia volvió al primero y se metió la polla entera, iniciando una mamada profunda, ayudada por los empujones que daba Paco a su cabeza para que le entrase bien. Yo indiqué a Manuel y Jorge que se colocasen uno a cada lado y que Silvia los fuese pajeando. Las toses, arcadas y babas que soltaba Silvia, estaban excitando más si cabe a los dos guardabosques, poco o nada acostumbrados a la escena.

Cuando decidió cambiar de polla, pasó a Manuel, ocupando Paco su lugar.

Manuel era más comedido y dejaba que Silvia se la metiera hasta donde quisiera, pero para eso estaba Paco al lado, que tomó la mano de él, la puso en la cabeza de ella y le ayudó en los primeros movimientos. Luego fue él quien la ayudaba. Sus pollas, sin ser muy grandes, tenían un grosor y longitud algo mayor de lo normal, lo que Silvia agradecía después de meterse el pollón de Paco.

Cuando pasó a Jorge, no necesitó ninguna indicación. Directamente comenzó a follarle la boca a toda velocidad. Me fijé que los muslos de ella estaban brillantes, señal de que el trato que recibía la estaba calentando.

-Joderrr. Estoy a punto. Me voy a correr. AAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHH.

Pese a tener toda la polla dentro de la boca, algo escurrió por la comisura de sus labios. Cuando terminó de soltar leche, se la sacó, la recogió con el dedo y se la llevó a la boca de nuevo, para volver a meterse la polla y dejarla limpia.

De nuevo a Paco y luego a Manuel, mientras Jorge se pajeaba para ponérsela dura otra vez. Manuel tampoco aguantó mucho, terminando también con una abundante corrida, de la que no se le escapó ni una gota.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHH. Toma lecha, puta. –Decía mientras se corría.

Paco, todo un experto ya, la hizo acostarse bocarriba sobre la paja con intención de follarla por el coño. Antes le hice ponerse aceite lubricante en la polla para que no se le irritase. Se la clavó de golpe.

-AAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGG. Animal. Métela más despacio, que es demasiado gorda. –Dijo al principio, pero cuando empezó a moverse despacio.

-SIIIIII. Sigue. Sigueee. Maaasss.

Jorge, con la polla casi lista, se colocó sobre su pecho y se la metió en la boca para que terminase de ponérsela dura, mientras Manuel se masturbaba para conseguir el mismo efecto.

Paco machacaba el coño de Silvia sin piedad, ella gritaba de placer…

-SIIIII. SIGUEEEEE. NO PAREEEES. MEVIENE. MEVIENE. MEVIENE. AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHH.

Eso no frenó a Paco, que pasaba del placer de ella. Tuve que intervenir, pues Jorge y Manuel estaban ya en forma (maravillosa juventud) y le hice parar para que ella se repusiese de su orgasmo para ponerse a cuatro patas, con Manuel bajo ella, Jorge a su boca y Paco por el culo, con una nueva rociada de lubricante al culo, polla de Paco y de Manuel.

-AAAAAYYYYYYYY. Por favor, Paco, más despacio y espera a que dilate, que eres un animal. –Dijo Silvia cuando Paco empezó a empujar su ano.

Poco a poco, la polla de Paco pasó por el ano hasta entrar completamente.

-Joder, Paco, vaya pollón que tienes. Me vas a echar la polla fuera del coño. –Dijo Manuel.

Después de las anteriores corridas, los jóvenes aguantaron bien. Paco, que imagino que se habría metido ya una viagra o más, también aguantaba. Durante más de veinte minutos, no se oía más que los bufidos de los hombres y los gemidos de Silvia, acallados por la polla de Jorge.

-FFFF FFFF FFFFF

-MMMMMM MMMMM MMMM

Primero se corrió Jorge en la boca de Silvia, clavándosela bien adentro y sujetando la cabeza, hasta vaciarse. Mientras le limpiaba la polla, Manuel se corrió en su coño, que al terminar, se entretuvo acariciándole el clítoris, y Silvia alcanzó su placer cuando sintió que sus intestinos se llenaban con la corrida de Paco.

A partir de aquí, fueron repitiendo todos, hasta tres veces Paco y una más los guardias forestales. Utilizaron todos sus agujeros y se corrió tantas veces que, con la última corrida de Paco, pidió que la dejasen descansar.

Como ya era la hora de comer, fuimos a la casa y mientras, se iban duchando preparé una comida ligera, de la que dimos cuenta los cinco. Al terminar, Vero recogió la mesa y mandé a Silvia quitarse la bata que se había puesto después de la ducha y que se colocase en posición de castigo.

Le apliqué los correspondientes cinco golpes con la paleta, volviendo a quedar sus muslos brillantes y las pollas tiesas de nuevo. Denegué la petición de follarla otra vez por parte de los hombres y los despedí hasta que quisieran.

Paco dijo: ”Hasta mañana”

Los guardias: “¿Podemos venir mañana con los compañeros del otro turno?”

Agradezco vuestras valoraciones y comentarios.

Relato erótico: “De profesion canguro 09” (POR JANIS)

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                                                       Noche de ópera.

 
 
—    Así que te vas a Londres, hermanita – le dijo su hermano, apurando el café de su desayuno.
—    Sólo por tres días – sonrió Tamara, agitando una mano.
—    Van a ver museos – bufó Fanny, de mal talante.
—    Bueno, ya sabes, es un viaje de estudios. No vamos a ver exactamente museos, sino que nos llevan a distintos sitios donde atienden a niños, como el centro materno Kemland Duster, o el hospital universitario. También visitaremos Magic Mushroom, la mayor guardería de Inglaterra, y otros lugares por el estilo – explicó Tamara por enésima vez.
—    ¿Y dónde os alojaréis? – quiso saber su hermano.
—    En un albergue cercano a Chessington Park.
—    Buen lugar para salir de juerga – remachó Gerard.
—    ¿Y? – el tono de Tamara subió un octavo. – Ya tengo 18 años. ¿sabes? Conduzco mi propio coche, me gano mi propio dinero, y estudio además…
—    Vale, vale – se avino su hermano, levantando las manos como si se rindiese. – Sólo hacía el tonto. Compréndeme, nunca has salido por ahí sola. Se me hace un poquito cuesta arriba.
—    Pues ya es hora. Además, Gerard, iremos acompañados por un par de profesores. Se trata de unas visitas laborales, no de juerga de fin de curso.
—    Ya – refunfuñó Fanny.
Su bella cuñada no estaba muy de acuerdo con ese plan. En una palabra, se sentía celosa, aunque sabía que Tamara no tenía ninguna relación con la gente de su curso. Pero, últimamente, se había vuelto posesiva. Necesitaba a Tamara cerca de ella, a mano para meterla en su cama a la menor ocasión.
Ocultando su sonrisa de satisfacción, Tamara acabó de desayunar, y, tras coger sus libros, se subió a su Skoda Citigo para ir al centro Akson, donde asistía al curso avanzado de Puericultora. Había tenido que dejar a todos sus clientes entre semana y tan sólo quedarse con algunos niños los fines de semana, pero aún así se mantenía ocupada.
La verdad es que no existía ningún viaje de estudios a Londres, y, como decía su hermano, pensaba irse de juerga a la capital. Es sí, era una juerga de las refinadas, cultural y social. La habían invitado a un estreno en la ópera. ¡Nada menos que en la Royal Opera, en Coven Garden!
¿Cómo decir que no a una cosa así? Acudir con traje de noche, junto con la alta sociedad londinense y parte de la aristocracia inglesa, a un estreno de ópera era algo que no podría repetir en su vida.
Se enfrascó en sus clases durante toda la mañana, mirando de reojo a sus compañeros. Bufff, menuda farsa. ¿Ir de viaje de estudios con aquellos chicos y chicas? Ni pensarlo. A pesar del escaso nivel social de su hermano y familia, Tamara ganaba bastante dinero que no declaraba, pues no le era posible. Tenía muchas “donaciones” que debía guardar en casa para que el fisco no metiera las narices. Así que, lentamente, Tamara estaba convirtiéndose en toda una esnob. Sus compañeros de clase, chicas en su mayoría, la verdad, pues sólo había tres hombres en su curso, eran mayores que ella. Universitarias sin trabajo, amas de casa que buscaban un trabajo complementario, o jóvenes esposas aburridas en busca de algún aliciente.
No había trabado amistad con ninguna de ellas, desde el comienzo del curso. Ninguna la atraía, ni como posible amante, ni como amiga. Así que se limitaba a acudir a clase, hacer sus tareas, y procurar retomar su trabajo a la menor oportunidad.
Fue durante una tarde en casa de los Kiggson, ocupándose del pequeño Stan, cuando conoció a Marion. Eleonor, la señora Kiggson, había invitado a la nueva esposa de lord Arthur J. Bekseld a tomar el té. Lady Marion Bekseld resultó ser una mujer dinámica y muy versada en artes, de una treintena de años. Reemplazaba a la segunda esposa del lord, que se había separado de él por incompatibilidad de caracteres. El esposo, un rico mujeriego empedernido, le doblaba casi la edad a su nueva esposa, pero se mantenía aún en plena forma.
Lady Bekseld no dejó de lanzarle miradas sesgadas desde el mismo momento en que Eleonor las presentó. Tamara jugaba con Stan en el extremo del salón, intentando que se comiera una papilla de frutas. Las incesantes miradas de Lady Bekseld la ponían nerviosa. La mujer llevaba el cabello caoba recogido en un elaborado moño y vestía un traje de chaqueta y falda tubular muy elegante. Tomaba la taza del té con todo el protocolo necesario, dedo meñique levantado, y no cruzó las piernas ni una sola vez. Se notaba que había sido instruida en un colegio para señoritas.
Se decía que pertenecía a la nobleza menor, y que había vivido todo el tiempo con su anciano padre, impartiendo clases a señoritas. Pero Tamara podía ver el hambre en sus oscuras pupilas, cada vez que la miraba. Poseía un perfil clásico, digno de aparecer acuñado en una moneda de una libra. Nariz agresiva y algo afilada, barbilla adelantada, gruesos labios en una boca grande y simpática, y unos ojos negros, grandes y algo rasgados.
Llegó un momento en que, con una excusa, se llevó al pequeño del salón, sólo para recuperar la tranquilidad.
Al día siguiente, recibió una llamada de un número que no conocía. Se trataba de ella, de Lady Bekseld, asombrosamente.
—    Espero que no te importe que la señora Kiggson me haya dado tu número.
—    No, está bien – respondió Tamara, deleitándose en aquella voz perfectamente modulada y con una dicción académica. — ¿Qué desea, Lady Bekseld?
—    Oh, por favor, querida, Lady Marion es mucho mejor. No me envejezcas prematuramente – el tono fue jocoso, pero contenido. – Me gustaría invitarte a tomar el té, digamos, ¿mañana?
Tamara repasó mentalmente sus compromisos. Podía modificarlos fácilmente.
—    Sí, por supuesto será un placer – acabó respondiendo. – Pero…
—    Oh, el motivo es puramente social, querida. No tengo hijos con los que puedas ayudarme. Pero Eleonor me ha hablado espléndidamente de ti y me gustaría conocerte. ¿Quién sabe? Puede que decida quedarme en buen estado si nos entendemos.
Tamara no supo decir si hablaba en serio o no.
—    Está bien, Lady Marion. Allí estaré.
—    Me alegro muchísimo. Aún no conozco a nadie aquí y, en confianza, la familia de mi esposo es muy aburrida – el restringido resoplido de Lady Marion la hizo sonreír.
Cuando colgó, Tamara repasó, una a una, las implicaciones que aquella invitación traería. Estaba dispuesta a aceptarlas todas y eso la hizo sonreír, traviesa.
Al día siguiente, Tamara subió a la colina Rubbert, la zona más cara y elegante de Derby, donde se ubicaba la casa familiar de los Bekseld. Una madura doncella, con acento latino, la hizo pasar hasta una coqueta salita del ala del segundo piso. Lady Bekseld la esperaba allí, vestida con una blusa marfil, un jersey rosa echado sobre los hombros, y un pantalón blanco que delineaba sus piernas, esta vez cruzadas.
Con una sonrisa, se levantó, besó a Tamara en las mejillas, como si fuesen amigas de toda la vida, y la hizo sentarse a su izquierda, compartiendo el mismo diván. Sirvió té para las dos y le ofreció un dulce de suave nata.
—    ¿Sabes? Pensaba vivir en Londres cuando me casé con Arthur – le confesóLady Marion, de repente. – Tiene un buen apartamento en Maple Street. Pero estaba más interesado en sus caballerizas que en la vida social, así que nos venimos a Derby.
—    Las caballerizas Bekseld son famosas, Lady Marion – indicó Tamara.
—    Sí, lo sé, por eso no protesté. Pero aquí, querida, languidezco, en esta casa solariega, con estos familiares tan… — no completó la palabra que tenía en mente, pero aún así, Tamara la entendió. – Así que, cuando te vi, me recordaste a mis alumnas, y sentí un franco interés por tu persona.
—    Muchas gracias, señora, pero… no soy nada especial. Sólo soy una chica que hace de nanny para pagarse los estudios.
—    Pero me han dicho que era muy buena como niñera – alzó un dedo Lady Marion.
—    Bueno, los niños se me dan bien – se encogió de hombros Tamara.
—    ¿Qué estudias?
—    Puericultura.
—    Era de esperar – se rió la señora y Tamara se dio cuenta del sutil maquillaje que llevaba, apenas unas pinceladas para resaltar sus rasgos. — ¿Qué hay de tu familia?
Y sin saber por qué, Tamara se lo contó todo, desde el accidente de sus padres, a vivir con su hermano en Derby. Le contó cómo se sentía, qué echaba de menos, qué había descubierto viviendo en el interior del país, y, por último, su especial amistad con su cuñada. No contó nada de la relación que mantenían, pero no hizo falta. Lady Marion la atrapó al vuelo.
A partir de aquel momento, las dos mujeres compartieron sus pensamientos, su forma de ver la vida, sus particulares filosofías, y, como no, sus gustos más secretos y recónditos. Claro que no sucedió en la misma tarde, pero al cabo de dos o tres sesiones de té, se lo habían contado ya todo.
A poco que Lady Marion le tiró de la lengua, Tamara admitió mantener relaciones no sólo con su cuñada Fanny, sino con algunas señoras maduras de lo más respetable. Lady Marion pareció entenderlo perfectamente, y, a su vez, le contó su aprendizaje lésbico en el internado para señoritas. Era algo de lo más normal entre aquellos muros, algo que venía haciéndose desde al menos doscientos años. Las chicas allí recluidas se solazaban entre ellas, lejos de la tentación de los hombres y de la posibilidad de un embarazo. Se mantenían puras para sus futuros compromisos sociales, y, al mismo tiempo, aprendían sobre el amor, la morbosidad, y la lujuria, sin peligro alguno.
Claro estaba que eso condicionaba ciertamente a muchas de ellas. En su caso, la mantuvo célibe cuando se ocupó de su viejo padre en vez de buscar un marido. Ahora, a la muerte del viejo, tuvo la suerte de conocer a lord Beksield, lo que la ayudó a consolidar fortuna y posición, pero sólo era una cuestión de interés. Su vida amorosa y sexual había tomado, desde hace tiempo, otro camino, en compañía de chicas jóvenes y curiosas que acogía como alumnas.
Sólo con aquellas horas de conversación, de picantes confesiones, y risueños intercambios de chismes locales, Tamara regresaba a casa muy excitada, y prendida de deseo por aquella mujer. Debía tumbarse en su lecho y masturbarse largamente para calmar su lujuria e imaginación.
Lady Marion aún no la había tocado, a pesar de la entrega y deseo de Tamara. Sólo hablaba y hablaba, haciendo que su mente se liberara y viajara a mundos imposibles, a situaciones que la señora le exponía con todo detalle. Entonces, un día, sin previo aviso, le dijo que tenía invitaciones para el Royal Opera y que su marido no quería ni escuchar hablar del asunto. ¿Qué le parecía si la acompañaba al estreno, las dos solas?
Bueno, era como si Santa Claus descendiera y te preguntara si habías sido bueno… ¿contestarías que no lo habías sido?
De ahí había surgido la idea de un viaje de estudios a Londres. Su hermano no preguntaría nada más, ni debía pedir permiso para ausentarse de casa, ni para viajar. Ya era mayor de edad. Sólo quería acompañar a lady Marion a la ópera, por encima de cualquier otra cosa.
Tamara se compró un traje de noche, rojo cereza, con una larga apertura en un costado, y unos zapatos a juego, gastándose algo más de novecientas libras, pero no le importó. Tenía que estar lo más guapa posible para lady Marion.
Se dieron cita en la estación de Derby, el viernes tras el almuerzo. Subieron a un tren de cercanías y se sentaron en un departamento vacío. El tren llevaba poca gente, más bien vendría lleno de regreso, trayendo a todo aquel que estuviera trabajando o estudiando en la capital. Charlaron y tomaron té que la señora traía en un elegante termo. Tamara se enteró que dormirían en el Mandarín Oriental de Hyde Park, uno de los hoteles más lujosos de Londres, con vistas al parque real y a Knightsdridge. ¡Compartirían una habitación para las dos! Desde luego, estaba entusiasmada con la aventura.
Un taxi las llevó desde la estación al hotel y Tamara se quedó muda con la habitación, y eso que era una de las más normalitas del hotel. Por la ventana, entre cortinajes ocres y amarillos, se veía la espesura y algunos caminos de Hyde Park. Una gran cama, donde cabían, al menos, tres personas, surgía de un cabezal con dosel, a juego con las cortinas. Una mesita auxiliar, de estilo victoriano, se adosaba a la pared, con una silla de alto respaldar al lado. Dos cómodos sillones, en tono vino tinto, completaban el mobiliario. Más allá, un baño espacioso, con ducha de mampara redonda, y armarios de mimbre blanco.
—    ¡Joder! ¡Aquí podría vivir perfectamente! – exclamó Tamara, saltando sobre la cama.
—    Esa boca, niña – la reprendió lady Marion.
—    Disculpe.
—    Si quieres refrescarte, hazlo. Vamos a salir de compras.
—    ¿De compras?
—    Claro, Piccadilly está ahí, a continuación – sonrió la señora, señalando a su espalda.
Lady Marion la arrastró hasta Piccadilly Circus en un frenético recorrido, de tienda en tienda. Entraron en Lillywhites, bucearon entre los percheros y estantes de HMV, rastrearon ofertas en Virgin Megastore, y, finalmente cenaron en la terraza de un pub, junto al London Pavilion.
Cuando regresaron al hotel, ambas estaban cansadísimas, rotas por la caminata y el trajín. Se ducharon por turnos y se metieron en la gran cama. Lady Marion la acunó en sus brazos y, tras un beso de buenas noches, se durmieron inmediatamente.
* * * * * * * * *
Al día siguiente, tras desayunar en el hotel, salieron a recorrer los caminos de Hyde Park y los vecinos jardines de Kensington, hasta la hora del almuerzo que tomaron en una encantadora taberna bajo el puente de Chelsea.
Tras esto, regresaron al hotel, donde Lady Marion la dejó echando una siestecita sobre la cama, mientras que la señora acudía a Southwark a atender ciertos asuntos de familia. Regresó dos horas antes del estreno. Tamara ya la esperaba duchada y envuelta en una gran y mullida toalla. La señora la recompensó con un fugaz beso y se excusó por haber tardado tanto. Desapareció en el interior del cuarto de baño. Mientras tanto, Tamara se arreglaba el pelo ante la pequeña cómoda con espejo.
Una hora más tarde, Lady Marion llamaba a recepción para que le pidieran un taxi, mientras devoraba con los ojos la figura de la joven. Tamara estaba de pie ante ella, posando frente el espejo, enfundada en el vertiginoso vestido rojo que había traído. Una pierna pálida y perfecta, puesta de relieve por el zapato de alto tacón, se mostraba en todo su esplendor a través de la larga raja del vestido. La tela se pegaba obscenamente a su esbelto cuerpo. La mujer se preguntó si llevaría ropa interior bajo aquel vestido, porque no se señalaba absolutamente nada. Inconscientemente, Lady Marion se relamió.
Se echaron por encima unos abrigos rutilantes, propiedad de lady Marion, y descendieron al vestíbulo, para salir a la calle, donde un taxi las esperaba, pacientemente. Tenían el tiempo justo para llegar al coctel de bienvenida del teatro real, donde los que eran algo en la sociedad, podían lucirse a placer.
Una vez allí, entre toda aquella gente vestida de gala, de esmóquines y pajaritas, de barbillas levantadas, y otras poses hedonistas, Tamara se sintió algo atribulada, al menos, hasta que la dama empezó a presentarla como su última pupila.
Sonaba tan convincente en boca de Lady Marion… ¡Una pupila! ¡Su alumna!
Y Tamara sonrió y estrechó manos; sonrió e hizo dignas reverencias cuando fue necesario. Lady Marion la felicitó por ello, y las copas de champán aparecían en su mano como por arte de magia. Tamara se dejó llevar por aquel momento mágico y único en su vida, sintiendo que la felicidad anidaba en su pecho.
Un carillón la sacó de su sueño. Sonaba dulcemente pero, a la vez, insistente.
—    Debemos entrar, querida, la función va a comenzar – musitó Lady Marion en su oído, tomándola del brazo.
Un hombre vestido de valet victoriano se les acercó, y tras una inclinación de cabeza, les dijo:
—    Señoras, permítanme que las lleve a su palco.
—    ¿Palco? ¿Tiene un palco? – abrió desmesuradamente los ojos Tamara.
—    Por supuesto. Pertenece a mi familia desde hace más de cien años – sonrió la dama.
—    Vaya…
El susodicho palco no era muy grande y era uno de los más alejados del escenario, pero seguía siendo un palco privado, con sus cortinajes y sus mullidos asientos de terciopelo rojo. La puerta de acceso se encontraba detrás de un exquisito biombo de madera de cerezo, recubierto de la misma tapicería que había en las paredes, lo que le hacía prácticamente invisible. Un cómodo diván se encontraba pegado a la pared, así como una mesita baja con silenciosas ruedas.
—    Tráiganos una botella de champán Ruissier, por favor – le pidió la dama al valet, deslizando un billete de diez libras en su mano. – Ah, y un par de refrescos también, por favor.
—    Sí, Madame.
—    Es precioso – musitó Tamara, mirando el anfiteatro, de pie y una mano apoyada en el murete de la balconada del palco.
—    Sí que lo es. A pesar de haber reconstruido el teatro varias veces, se ha intentado mantener el escenario y el anfiteatro lo más parecido al original – explicó Lady Marion, colocándose a su lado.
Abajo, el público iba llenando las dos vertientes de asientos, entre carraspeos, arrastre de zapatos, cuchicheos, y saludos. Las damas llevaban las manos ocupadas con libretos, diminutos bolsos, o bien anteojos de los más dispares estilos.
—    No te preocupes, hay anteojos debajo de los asientos – le dijo Lady Marion, adivinando su preocupación. – Vamos, siéntate.
Las dos tomaron asiento en las sillas dispuestas contra el muro norte, o sea la esquina más abierta del palco, desde la cual se podía ver el escenario casi al completo, salvo una pequeña porción del extremo este. Las sillas, más bien pequeños sillones, estaban alineados oblicuamente para que un espectador no molestara al otro. Lady Marion ocupó el que quedaba contra la pared y Tamara el siguiente, quedando delante de su posible “mentora”.
Otros dos sillones se encontraban a su lado, completando el número máximo de espectadores del palco. El valet llamó a la puerta y entró, portando una gran bandeja de acero sobre la cual temblaba un cubo de hielo con una botella en su interior, y un par de latas de refresco más comerciales. Lo dispuso todo sobre la mesita rodante que llevó al lado de la dama, apartando uno de los sillones. Cabeceo respetuosamente y se retiró en silencio.
Lady Marion abrió la botella y sirvió un par de copas, al mismo tiempo que las luces del teatro se apagaban. Un minuto después, cuando se aquietaron las toses y murmullos del público, se pudo escuchar el golpeteó de la baqueta del director sobre su atril, y la orquesta inició la obra suavemente. El telón se alzó y los primeros cantantes y actores salieron a escena.
Tamara aplaudió, emocionada por asistir a su primera ópera, aunque fuera una obra difícil como Los pescadores de perlas, de Georges Bizet. Sin embargo, y a pesar de consultar el libreto, poco después empezó a perderse entre los dúos de tenores y barítonos y las intervenciones de un potente coro.
—    ¿Qué te está pareciendo, Tamara? – le preguntó Lady Marion, inclinándose sobre ella.
—    Un tanto lioso, milady.
—    No te preocupes, a veces suele aburrirme también – le confesó la señora, acariciándole el pelo en la penumbra.
—    Pero, de todas maneras, es fantástico. No sólo la ópera en sí es el espectáculo, ¿no?
—    Así es, jovencita. Este mundo es un sutil caleidoscopio, lleno de brillos y espejos rutilantes – le dijo la dama, justo al oído, antes de lamer suavemente su lóbulo.
Tamara se estremeció, pues llevaba casi dos días esperando el momento que la dama eligiera para tocarla. Bueno, realmente eran más de dos días, más bien tres semanas repletas de una tremenda tensión sexual que acababa llevándose a casa. Pero parecía que la espera había terminado.
Dejó que su espalda se recostara más sobre el respaldar y entrecerró los ojos, más atenta a las suaves caricias que procedían de atrás, que al escenario de delante. Por otro lado, la sinfonía mecía todas sus fibras interiores en un continuo crescendo, como si armonizara totalmente con aquellos finos dedos que acariciaban su nuca y cuello.
La cálida punta de lengua seguía haciendo diabluras en su oreja, descendiendo en ocasiones por la línea de su maxilar. En un momento dado, la dama se lanzó a su cuello, cual vampiresa ansiosa, para sorber la suave piel y marcar su territorio dulcemente. Tamara gimió con la caricia, alzando una mano y acariciando la mejilla de Lady Marion.
—    Te noto muy receptiva, Tamara – susurró la señora.
—    Lo que estoy es muy cachonda – contestó Tamara. – Tanto que creo que me he puesto a gotear.
—    Es el único momento en que me gustan las palabras soeces, mi querida flor. Cuanto más vulgar seas, más me excitaras…
—    Puedo ser… muy… muy guarra, milady – dijo entre un suspiro la rubita, notando como aquellos dedos bajaban lentamente hasta el escote de su vestido.
—    Eso espero, putilla, porque me he contenido hasta este momento, esperando la ocasión de realizar una de mis fantasías: poseer una de mis alumnas en la ópera. Y por Dios que estoy dispuesta a hacerlo ahora mismo…
Los dedos de Lady Marion se deslizaron bajo el sutil tejido, comprobando que no había sujetador alguno que contuviera los medianos senos de Tamara. El tierno pezón se endureció al mínimo contacto, irguiéndose como un mágico hito. Los dedos de la señora se atarearon inmediatamente en él, pellizcándolo, manoseándolo, hundiéndolo en la carne, y haciendo que el estremecimiento se repitiera en el cuerpo de Tamara.
—    Oh, mi señora – balbuceó la rubita, acariciando el dorso de la mano que exploraba sus senos, y luchando con la otra para no llevarla entre sus apretados muslos. Sabía que no debía tocarse, pero lo necesitaba urgentemente.
—    Tranquila… no te muevas demasiado… aquí nuestras siluetas son visibles. Déjame que te explore, sin prisas…
Las dos manos de Lady Marion se apoderaron de sus tetas, ésta vez por encima del vestido. Las comprimió y aplastó, como si estuviera moldeando la joven carne. Tamara encogía el torso cuanto podía cada vez que aquellas manos apretaban con fuerza. Estaba ardiendo como si tuviera fiebre y sentía la boca muy seca. Con un gemido, se lo dijo a la señora, quien, con una perversa sonrisa, llenó las copas y le dio de beber.
El champán estaba fresquísimo y lo trasegaba como si fuese agua, aunque era totalmente consciente de que estaba cada vez más achispada. Se rió con esa idea… ¿Qué más daba? Estaba enloquecida por el deseo de que la señora abusara totalmente de ella, que la arrastrara por el más abyecto fango del vicio, que la humillara…
—    Ven al diván – le susurró la dama, tomándola de la mano y poniéndola en pie. – Allí no nos verá nadie.
Nada más sentarse en el mullido asiento, las caderas de ambas bien juntas, la mano de la dama se deslizó por la pierna de Tamara que quedaba al aire. La recorrió lentamente, acariciando la sedosa media y ascendiendo hacia su objetivo final. Tamara introdujo su nariz en el hueco del cuello de la señora, conmovida por aquella caricia. Gimió contra la fragante piel al sentir los dedos sobre su entrepierna.
Lady Marion enredó sus dedos en la minúscula prenda íntima que se había puesto la chica, un tanga de talle alto, tan estrecho que apenas cubría el pubis. Pasó las uñas suavemente por éste, totalmente depilado, y sonrió. La enloquecían aquellos coñitos lampiños y delicados, expositores de la mayor inocencia para ella.
Su dedo corazón bajó más, notando la humedad que se desbordaba de la joven vulva. Tamara no la había mentido, estaba realmente muy excitada. Eso la animó a buscar su boca en la oscuridad. Tamara la recibió con intensa alegría, entregándole su lengua. Ambas se entregaron a un dulce juego bucal, lento y suave, sin prisas. Desde luego, la joven sabía besar, utilizando su lengua muy hábilmente.
Tamara, a medida que atrapaba la lengua de su mentora y la succionaba con pasión, se había abierto de piernas completamente, para que aquella mano que la estaba trastornando no tuviera problemas de acceso. Sus caderas comenzaron a moverse, a girar y contraerse, a bailotear de forma obscena, a medida que el placer se adueñaba de ella.
—    M-me voy… a correr… señora – musitó contra los labios femeninos.
—    Lo sé, putilla… tu coño me está apretando el dedo como si fuese una boca… córrete, Tamara, córrete para mí…
Las palabras de su mentora acabaron por detonar su lujuria y, con un largo gemido, se dejó caer en los brazos de la más sublime sensación que un ser humano pudiera experimentar. Posó una mano sobre la de su mentora, para apretar su coñito en el lugar idóneo para ella, para alargar un segundo más el orgasmo, mientras que la boca de la señora aspiraba sus quejidos amorosos.
—    Oh, milady – suspiró Tamara, fundida en los brazos de la señora, tras recuperarse.
—    ¿Estás bien?
—    En el cielo, señora.
—    Pues es hora de que bajes al suelo, cariño. ¡Hala, de rodillas!
Lady Marion la empujó hasta quedar arrodillada en el suelo, entre las piernas abiertas de la señora. La rubita la miró a los ojos, apenas visibles en las sombras, y dejó que los dedos peinaran su cabello.
—    Vas a comerte mi coño, ¿verdad? Todo, todito – le susurró.
—    Oh, sí, señora… tengo mucha hambre – sonrió Tamara.
Las manos de la chica remangaron el largo vestido de Lady Marion, dejando asomar las medias oscuras que volvían casi invisibles sus piernas, y finalmente, la franja de carne pálida, surcada por la lengüeta del liguero. Se inclinó sobre la entrepierna de la señora, aspirando el aroma que impregnaba la prenda íntima, tan negra como las medias.
—    Quítamelas – musitó Lady Marion.
Tamara no se lo hizo repetir. En cuanto la señora cerró sus muslos, deslizó la prenda interior piernas abajo hasta sacarla por completo, dejándola olvidada en un extremo del diván. Tamara separó aquellos macizos muslos con las manos y se le pasó por la cabeza, como un relámpago, encender la luz de su móvil para admirar aquel coño. Deseaba contemplarlo en toda su magnificencia, regodearse en la visión de la voluptuosidad que tocaba. Era un coño rollizo, de labios mayores abultados, y los menores debían ser largos, pues al tacto parecían ocultar la entrada a la vagina. Los abrió con los dedos de una mano mientras que la otra jugueteaba con el corto vello que coronaba aquella maravillosa gruta.
Hundió su lengua con ansias, repasando los labios en diversas pasadas que culminaban sobre el inflamado clítoris. Lady Marion crispó todo su cuerpo y exhaló un dulce quejido de gozo. Sus dedos se hundieron en el dorado cabello de su pupila, tironeando de su cabeza a placer. Tamara, con los ojos bien cerrados, intentaba profundizar todo lo posible con su lengua. De vez en cuando, aspiraba el clítoris con fuerza, haciendo que su señora casi se levantase del diván, con los ojos girados al techo.
Cuando le metió el pulgar en el coño, Lady Marion se corrió entre pequeños saltitos que sus nalgas dieron sobre la aterciopelada superficie.
—    Aaah, querida, qué bien lo has hecho – musitó tras una pausa. Tamara aún seguía arrodillada, pero ahora descansaba la mejilla sobre uno de los muslos de la señora.
—    ¿Le ha gustado, señora?
—    Mucho, criatura… en verdad tienes un don para devorar entrepiernas – sonrió en la oscuridad.
—    Gracias, milady. ¿Quiere que siga?
—    Ahora prefiero una copa de champán.
Tamara se puso en pie y sirvió dos copas. Una vez sentada a su lado, la señora brindó silenciosamente con la chica. Comenzó el aria del barítono y se dejaron mecer por sus trinos y notas altas, y por la vorágine de los violines al terminar.
—    Tenemos que adecentarnos. Se acerca el descanso del entreacto – le dijo al oído la señora. – Después tendremos otra hora para gozar como locas…
Tamara se rió.
* * * * * * * * *
Permanecieron silenciosas en el taxi que las llevaba de vuelta al hotel. Sus mejillas estaban encendidas y sus ojos brillaban, pero no se sentían en absoluto satisfechas. Todo aquel manoseo y goce en la oscuridad las había enardecido aún más. Lo que deseaban era contemplarse, la una a la otra, desnudarse a la luz de una lamparita, de unas velas… visionar el cuerpo deseado, y acariciar hasta el último rincón. Deseaban yacer sobre una cama, envueltas por sus propias caricias incontroladas, y poder mirarse a los ojos cuando llegara el clímax.
Nada más llegar a la habitación, se despojaron de los altos tacones y se subieron a la gran cama, entre risas. De rodillas, se abrazaron, se miraron a los ojos, y comenzaron a besarse sin pausa. La saliva llenaba sus bocas, se derramaba por sus comisuras a medida que la pasión las consumía.
Tamara se decidió la primera y quitó el vestido de la señora por encima de su cabeza, dejándola tan sólo con una preciosa combinación negra, de seda. En respuesta, Lady Marion desanudó los rojos tirantes, dejando que el escote del vestido de Tamara se abatiera, revelando los desnudos senos.
A continuación, la señora tiró del cuerpo de la joven, dejándola tumbada de espaldas sobre la cama, la cabeza apoyada contra sus piernas dobladas. De esa forma, las manos de Lady Marion se apoderaron de los enhiestos pezones de la chiquilla. La señora era una experta en atormentar pechos, hasta el punto de hacer gozar a más de una de sus amantes tan sólo dedicándose a esa zona, y Tamara tuvo la dicha de comprobarlo.
El cuello de la joven se movía, llevando la cabeza de un lado a otro, mientras la señora amasaba sus senos con fuerza para luego tironear del pezón con fuerza, como si así el pecho volviera a su sitio tras la presión. Jamás había tenido los pezones tan duros y erguidos. Los senos estaban enrojecidos, con marcas de dedos que se pondrían cárdenas al día siguiente, pero, en aquel momento, a las dos les daba igual. Eran auténticas fieras sexuales.
Tamara tenía el vuelo del vestido en la cintura, dejando sus abiertas piernas al aire. Las bandas elásticas de sus medias se habían aflojado, haciendo que el tejido resbalara de sus muslos. Instintivamente, llevó una mano a la entrepierna, acariciando su vulva sobre la tela de su prenda íntima. Lady Marion observó este movimiento y abandonó los torturados senos. Posó una mano sobre la rodilla izquierda de la rubia, para abrir aún más sus piernas, y deslizó el dedo índice de su otra mano sobre el tanga.
Tamara, con un quejido, apartó la prenda para que la señora pudiera tocar su sexo sin trabas. Automáticamente, el dedo de Lady Marion se posó sobre el sensible clítoris de la chica, haciéndola botar. Aprovechó la inclinación de la señora para destaparle un seno de la tenue combinación y llevárselo a la boca, totalmente embravecida.
Los pechos de Lady Marion eran pesados, en forma de pera, y con un grueso pezón oscuro, del que se apoderó ávidamente. Lo mordisqueó suavemente, convirtiendo el pecho en una ubre que colgaba sobre ella. Hubiera deseado que la señora estuviera embarazada y poder lactar de ella. Por su parte, la señora gemía y bamboleaba sus pechos, sin dejar de friccionar el coñito sin vello. Del clítoris a la vagina, y viceversa.
 Sin poder resistirlo más, Tamara elevó los brazos, atrapando la nuca de la señora y tirando de ella. Bajó su cabeza hasta encajarla entre sus piernas, indicándole, sin palabras, que adoptara una posición ideal, un sesenta y nueve.
Lady Marion no se hizo rogar, su lengua se encargó del chorreante coño que tenía delante, al mismo tiempo que se ponía de rodillas y colocaba sus caderas sobre el rostro de su pupila. Tamara cambió el pecho de la señora por su coño, admirando, por primera vez, el perfecto rombo que había formado con el vello del pubis. Sonrió, abrió con sus dedos la vagina, y recogió, con la lengua, dos perlas de humor que amenazaban con caer sobre su barbilla.
Poco tardaron en ondular, las dos, las caderas, electrizadas por las lenguas insaciables. Lady Marion suspiraba fuertemente, como si resoplara a cada movimiento de su pelvis. Tamara, en cambio, había entrado en una espiral de suaves quejidos ininterrumpidos, a metida que sus caderas se agitaban en espasmos cada vez más bruscos.
Ambas se corrían como golfas rematadas, pero ninguna quería abandonar el coño de la otra, empalmando pequeños orgasmos que se sucedían cada medio minuto.
Lady Marion fue la primera en rodar a un lado, jadeando, necesitada de un descanso. Tamara se quedó en el mismo sitio, relamiendo los jugos que le corrían por toda la cara. Sonrió cuando la señora alargó la mano para apresar la suya.
—    ¡Me vas a matar, putilla! Nadie me había comido tanto tiempo el coño…
—    Nunca me había corrido tres veces seguidas, sin parar – se encogió de hombros Tamara.
—    Dios, somos perras – se rió la señora.
—    Yo siempre me siento como una perra.
—    Entonces, me has contagiado – bromeó Lady Marion.
—    ¿Quiere que la contagie un poco más? – preguntó Tamara, alzándose sobre un codo y mirándola.
—    ¿Qué pretendes?
—    Verla desnuda, señora, del todo – dijo, avanzando a cuatro patas hasta ella y tironeando de su negro y corto camisón.
También la despojó de las medias y del liguero, y luego se desnudó ella misma. Colocó a su señora arrodillada y la cabeza sobre las sábanas, el culo respingón y provocativamente alzado. Entonces, hundió el rostro en la gran raja del culo, apoderándose del esfínter y aspirando su acre olor cuando consiguió abrirlo.
Lady Marion agitaba su trasero en el aire, mientras sus dedos se aferraban como garfios a la prenda de la cama. Tenía los ojos cerrados y la boca abierta, babeando y gimiendo sin cesar.
Cuando los dedos de la rubita la penetraron, tanto por su ano como por la vagina, y antes de caer en el más puro paroxismo, la señora se hizo la firme promesa de encontrar una forma para mantener a aquella ninfa en su vida, aunque le costase el divorcio.
 
 
 
                                                                       Continuará…
 
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 

“Un pequeño gran hombre y sus compañeras de clase 2” POR GOLFO

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Aunque Ana empieza a salir con un amigo sigue teniendo a Pedro como confidente sin advertir al hombre que se esconde detrás del enano. Pero cuando este recibe una paliza por defenderla, tanto ella como Cayetana lo empiezan a ver distinto.

El noviazgo de Manuel y Ana no varió en absoluto la amistad con ellas. Al igual que Borja no era un impedimento para ser amigo de Cayetana, que mi colega de la infancia saliera con la morena solo provocó que, en vez de cuatro, saliéramos cinco de copas teniéndome a mí de enano sujeta velas.

        Es más, la confianza que me unía a él desde niño determinó que mi conocimiento de las andanzas sexuales de mi amiga se incrementase, al contar con la versión de ambos. Un claro ejemplo de ello fue la primera vez que tuvieron relaciones. Manuel me había anticipado que una tarde iba a intentar tirársela aprovechando que sus viejos no estaban en casa, por ello al día siguiente le pedí que me contara cómo le había ido.

―De puta madre― contestó: ―Fue increíble.

Andando con pies de plomo para que no advirtiera mi desaforado interés en saber cómo era Ana en la cama, le llamé exagerado.

―¿Exagerado? Todo lo que cuente es poco porque ha resultado una fiera insaciable que solo me dejó en paz cuando comprobó que había descargado completamente los huevos.

        ―Menos lobos― insistí en desdeñar sus logros.

        Cabreado al ver que no le creía, se envalentonó y me contó que se había preparado a conciencia para que cuando su novia llegara todo estuviera listo.

        ―Ya me conoces, música, unos cubatas y sobre todo una caja de condones.

―Eso sí te lo creo― riendo comenté azuzando la locuacidad de mi colega.

―Serás cabrón― respondió herido en su amor propio: ―Tu amiguita debía saber a qué venía porque nada más abrirle la puerta, saltó sobre mí buscando mis besos.

―No será para tanto, a lo mejor fueron solo unos piquitos― le repliqué encantado por lo fácil que me estaba siendo sonsacarle.

―¡Piquitos! ¡Mis huevos! Tú que la consideras tan casta, debes saber que me empujó contra la pared y antes de que me diese cuenta, me estaba bajando la bragueta.

Desternillado de risa, quité hierro al asunto, diciéndole que seguro de que, al ver el tamaño de su polla, Ana debió de perder todo el interés.

―No solo no se quejó, pedazo capullo, sino que al ver que la tenía tiesa me regaló una mamada de campeonato.

Volviendo a minusvalorar su éxito, le dije que seguro que esa mamada de la que se vanagloriaba realmente había consistido en un par de lametazos mal dados.

―Te he de decir que hasta mí me sorprendió su maestría y es que lo suyo fue de manual de una película porno. Tras sacármela, acercó su cara y comenzó a darle besitos mientras le decía las ganas que tenía de conocerla.

―¿Me estás diciendo que se puso a hablar con tu verga?― pregunté impresionado porque eso sí era algo que no me esperaba.

―Sí, pero no se quedó en eso y mientras la tomaba entre sus dedos, tu santa amiguita susurró a mi glande que si se portaba bien se verían casi todos los días.

―¡Qué animal eres! Te lo estás inventando― dije desternillado, aunque en mi fuero interno sabía que no mentía.

Mis dudas acentuaron su necesidad de darme detalles y obviando mis palabras, prosiguió diciendo:

―Crees que también me inventé que contenta del tamaño de mi erección, Ana mirándome se lamió los labios y me dijo que iba a dejarme seco.

En esa ocasión, me quedé callado porque bastante tenía con evitar que Manuel se diese cuenta del calentón que esa imagen había provocado en mí. Mi mutismo azuzó su descaro y recreándose en lo sucedido, me explicó que acto seguido la morena se la había metido hasta la garganta.

«Joder», pensé en silencio y lleno de envidia.

Envalentonado al ver mi cara, siguió narrando la experiencia dando una vital importancia a la expresión de puta de Ana mientras se la comía.

―Parecía dominada por la lujuria. No te imaginas el brillo de sus ojos al mamármela. Estaba obsesionada en conseguir ordeñarme.

Aunque me cuadraba con la desmedida sexualidad que ella me había confirmado en “petite comité”, no dije nada y dejé que mi amigote continuara describiendo la escena.

―Como te puedes imaginar, yo encantado y más cuando sentí que usaba la lengua para presionar mi polla mientras se la comía.

«¡Cómo me gustaría haber sido yo!», exclamé para mí mientras Manuel seguía erre que erre tratándome de convencer de lo sucedido.

―Pedrito, aunque no te lo creas, la muy zorra ni siquiera se cortó cuando le informé que me iba a correr, sino todo lo contrario y como si le fuera la vida en ello, siguió mamándomela todavía más rápido.

―Ahora me dirás que eyaculaste en su boca.

―Sí, puñetero cretino. Te parecerá imposible pero tu inseparable amiga al sentir que me venía, se la sacó solo un momento para decirme que me corriera dentro porque quería saborear mi semen.

«Hijo de puta suertudo», murmuré para mí dando total veracidad a su relato, sin sentir curiosamente ningún rastro de celos.

Ya interesado le pedí que me contara si al final se lo había tragado, a lo que no pudo ni quiso negarse y con todo lujo de pormenores, me describió la cara de satisfacción de mi morena mientras devoraba ansiosamente toda la leche que él expulsaba.

Desmoralizado al saber que Ana nunca se fijaría en mí al ser un enano, perdí el hilo de lo que me narraba hasta que, pegándome un puñetazo en el hombro, Manuel me hizo reaccionar para decirme que después de la mamada y sin más prolegómeno, su novia le había llevado casi a trompicones hasta la cama y que una vez allí le había hecho un striptease.

―Fue alucinante. Imagínate la situación: conmigo desnudo sobre la cama, tu amiga encendió el equipo y siguiendo el ritmo de la música, se puso a bailar mientras se iba desabrochando uno a uno los botones de la camisa.

―Supongo que te volviste a poner como una moto.

Despelotado y nunca mejor dicho, confirmó mis palabras diciendo:

―Como burro en primavera. Creo que jamás la había tenido tan dura.

Tras lo cual, me explicó que, aunque ya le había tocado las tetas, al verlas rebotando al compás de la canción le parecieron maravillosas. Nuevamente la envidia corroyó mi diminuto cuerpo al visualizar la escena y es que los pechos de esa morena eran mi escondida obsesión.

Ajeno a lo que yo, su colega, estaba sintiendo, Manuel me explicó su sorpresa cuando Ana se quitó las bragas y descubrió que llevaba el coño totalmente depilado.

«Ya lo sabía», dije entre dientes mientras él detallaba con lujo la belleza de esos labios húmedos confesando que jamás en su vida había estado con una niña sin un pelo en el chocho.

«Yo en cambio, nunca he estado con una», amargamente me quejé en silencio.

Entusiasmado con la narración, se puso a fanfarronear que Ana había llegado hasta él y que sin que tuviera que hacer nada, se había empalado y usando su pene como silla de montar, se había puesto a cabalgar desbocada.

«Eso también debió ser cierto», medité excitado al coincidir con lo que confidencialmente ella me había contado:  «Le encanta ser ella la que lleva la iniciativa en el sexo»

―Macho, ¡qué fiera es esa chavala! Incluso me pellizcó los pezones mientras meneaba su pandero.

―¿Al menos habrás cumplido?― pregunté inmerso en una espiral autodestructiva pensando que yo al menos no hubiese desaprovechado ese momento.

―Claro que me corrí, cabrón,…¡ no soy un eunuco!

Con ganas de abofetear a mi amigo, rehíce la pregunta diciendo:

―Me refería a si la llevaste al orgasmo.

Mis palabras causaron una conmoción en Manuel y totalmente colorado, me reconoció que no se había fijado.

Como esa misma tarde tenía que darles clase y sabía que a buen seguro me enteraría,  preferí no ahondar en la herida y zanjé el asunto cambiando de tema:

―¿Te apetece una cerveza?

―Una no, ¡media docena!― exclamó agradeciendo que no hiciera leña de él y cogiendo su chamarra, nos fuimos al bar de la esquina.

Sobre las seis de la tarde y con cuatro birras en el cuerpo, llegué a casa de Cayetana donde hallé a mis dos amigas charlando animadamente.

―¿De qué habláis?― dije a modo de saludo.

―Esta zorra que me está contando el polvo que ha echado con Manuel― dijo muerta de risa la rubia haciendo el clásico gesto de follar.

Disimulando como si no supiera nada, mirando a Ana le pregunté cómo se lo había pasado, a lo que, sin ganas de extenderse en el tema, me contestó que podía haber ido mejor.

―¡Que te diga! Tu amigo ha resultado ser otro flácido que no les llega a los zapatos.

―No seas mala, Manuel es un buen chico. Ha puesto mucho interés y a buen seguro las próximas veces lo hará mejor.

―No mientas, dile la verdad. Reconoce que te ha dejado con ganas de más y que tras una tarde follando, solo te corriste una vez― insistió Cayetana ante la brevedad de la morena.

―Quizás la culpa fue mía, porque llegaba tan cachonda que solo se me ocurrió a mí mamársela en vez de follármelo directamente.

―Claro y lo dejaste sin fuerzas― riéndose de ella, comentó su mejor amiga.

―Eso no es cierto, le hice un pequeño striptease y rápidamente se puso a tono― protestó Ana defendiendo a su novio mientras yo confirmaba punto por punto lo que me había dicho mi colega.

―Ya pero luego al montarte a horcajadas sobre él, no tardó en correrse, apenas te dio tiempo a cabalgarlo un par de veces.

―Tenemos que acostumbrarnos el uno al otro― reconoció molesta y nuevamente a la defensiva, me contó que luego su recién estrenado novio le había hecho una buena comida de coño.

«Eso se lo ha callado el muy cabrón», medité mientras ponía cara de póker para que no supiera que habíamos hablado.

Riéndose de ella y de su mala suerte con los hombres, Cayetana le insinuó que, si quería conocer un buen macho, un día le podía prestar a Borja.

―¿A ese pijo? Antes me tiro a Pedro.― replicó indignada, pero al ver mi cara de enfado, rápidamente me pidió perdón y tratando que olvidara sus palabras, sacó sus libros y nos rogó que tenía prisa y que había mucho que estudiar.

«Ni siquiera como segundo plato, me toma en cuenta», desangrándome por dentro pensé.

Y sin volver a mencionar el tema, comencé a darles clase…

.

3

Es desliz, ese involuntario menosprecio por parte de Ana no fue algo efímero y al menos durante un par de semanas, tratando de compensarlo, mi preciosa morena me trató con exquisito cuidado para no volverme a ofender. Aunque comprendía sus motivos y sabía que lo hacía para congraciarse conmigo, no me gustó.

Necesitaba de vuelta a la descerebrada amigota y no la reconocía en su nueva forma de tratarme. Un viernes que habíamos quedado no me pude aguantar y tomándola del brazo, me la llevé a un rincón lejos de miradas y oídos extraños.

―Ana, quiero que te dejes de gilipolleces y vuelvas a ser tú― le espeté a boca jarro.

―¿A qué te refieres?― dijo disimulando porque en mu mirada comprendí que sabía perfectamente qué era de lo que hablaba.

 Me hubiese gustado que me hubiera contestado con su socarronería habitual y no con esa diplomática respuesta. Por ello y mientras ella no dejaba de moverse con nerviosismo, repliqué:

―Quiero de vuelta a la deslenguada, la Ana de las dos últimas semanas no me interesa. Metiste la pata, pero es algo a lo que estoy acostumbrado. Soy un puto enano, mido poco más de un metro y muy tonto tendría que ser para no aceptarlo.

Con las mejillas coloradas, volvió a intentar pedir perdón diciendo que no había querido hacerme daño.

―Que una mujer no me vea como hombre, es algo habitual y puedo vivir con ello. Lo que realmente me jode es que hayas perdido la confianza de hablarme como a un amigo y me hables como a un tullido. Aunque no levantó más de dos palmos del suelo y tengo que usar banco para coger las cosas de una mesa, no me considero un minusválido. Tampoco estoy castrado y sé que algún día llegará un mujer sin prejuicios que sea capaz de ver al hombre que hay detrás de mi rechoncho cuerpo.

Comprendió mi resquemor y luciendo la sonrisa de la que estaba enamorado, Ana contestó:

―Para mí eres mi mejor amigo y nunca te he visto como un pequeñajo sino como un puto enano.

Soltando una carcajada di por terminada la discusión, comentando:

―Invítame una copa y todo olvidado.

Las risas de la morena acercándose a la barra, me sonaron a música celestial y me quedé observando el movimiento de su culo ya sin rencor:

«Sé que algún día daré un mordisco a ese maravilloso pandero»,  murmuré entre dientes sin ninguna confianza, pero encantado por haber recuperado a mi colega.

La casualidad quiso que esa tarde ratificara sin desearlo a los ojos de Ana que su amiguito era un hombre porque mientras se hacía un hueco en la barra para pedir una copa, un impresentable intentó ligar con ella, metiéndose conmigo:

―Una preciosidad como tú se merece alguien de su tamaño.

Sin pensar en las consecuencias, mi amiga contestó al borracho que era un babas y que la dejara en paz. El tipo no aceptó el rechazo y cogiéndola de la cintura, le intentó dar un beso. La morena reaccionó soltándole un bofetón.

―¡Puta!― exclamó su acosador al recibirlo mientras levantaba su mano para devolvérselo.

Instintivamente, me lancé contra él y antes de que pudiera reaccionar le propiné un cabezazo en los huevos. El impulso que llevaba provocó que, al golpear mi frente contra su entrepierna, el dolor lo dejara indefenso y cayó al suelo. Al verlo tirado, no me lo pensé y saltando encima del capullo, comencé a descargar mi frustración contra él.

Uno de sus acompañantes no tardó en defenderle y obviando mi estatura lanzó una patada que impactó contra mi cara mandándome a dormir anticipadamente. Totalmente noqueado no supe hasta después que Manuel y el resto de mis amigos se liaron a golpes contra esos desconocidos buscando venganza y que por ello los seguratas sacaron a los dos grupos a la calle donde afortunadamente intervino una patrulla de la policía parando la reyerta.

Unos minutos después desperté en la acera con los ojos morados y un dolor de cabeza insoportable, pero valió la pena al ver la cara de preocupación de Ana mientras intentaba reanimarme.

―¿Cómo se te ha ocurrido meterte? ¡No ves que podían haberte matado!― preguntó casi llorando al ver que abría los ojos.

 Todavía medio atontado, repliqué:

―No podía permitir que te pegara, eres la persona más importante que tengo en la vida.

―Eres tonto del culo. No podría perdonarme si te hubiese pasado algo― contestó justo antes de darme beso.

Ana nunca previó que ese tierno gesto carente de segundas intenciones hiciera reaccionar a mi diminuto cuerpo y que por debajo de mi pantalón mi pene se alzara como un resorte. Mi involuntaria erección no le pasó inadvertida.

―Te he puesto cachondo― comentó preocupada.

Pero tras unos segundos de confusión mi amiga se la tomó a guasa mi problema y ocultando a la vista de los demás sus actos, acercó su mano a mi polla mientras susurraba en mi oído:

―Mi caballero andante se ha merecido un regalo de su dama.

Al sentir sus yemas recorriendo mi extensión, me creí en la gloria y cerrando los ojos, disfruté de sus caricias deseando que no terminaran mientras sentía que, tras un inicio dubitativo, la rubia iba incrementando la presión que sus dedos ejercían sobre mi pene.

Desgraciadamente, Manuel se acercó a ver como seguía cortando de cuajo la travesura de su novia:

―Está todavía mareado― Ana comentó mientras mirándome fijamente me rogaba que no la descubriera.

Disimulando mi excitación con mi chaqueta, me puse en pie y sin traicionar a mi amiga, pedí que me ayudaran a conseguir un taxi.

―Yo te llevo― desde la puerta del local y con las llaves en la mano Cayetana comentó.

En un principio me negué, pero dado mi estado tuve que aceptar su oferta y por ello al cabo de un minuto, me subí a su coche.

―Siento joderte la noche― dije apesadumbrado mientras escalaba al asiento.

La rubia sonrió al oírme y en plan pícara, me preguntó si ya se me había bajado el empalme.

―No sé de qué hablas― respondí totalmente colorado al verme descubierto.

Desternillada de risa al comprobar mi turbación, se explicó:

―No te hagas el inocente. He visto a Sarita metiéndote mano y por tu cara, lo estabas pasando de puta madre.

Acojonado de que llegara a oídos de mi colega, le rogué que no dijera nada.

―Soy una tumba, pero antes quiero comprobar una cosa― contestó mientras posaba su mano en mi entrepierna.

―¿Qué cosa?― balbuceé paralizado al notar sus dedos se apoderaban de mi polla.

Sin soltar su presa y luciendo su mejor sonrisa, mi amiga contestó:

―Ana y yo compartimos todo desde niñas y nuestro mejor amigo no puede ser menos. Además, llevo meses escuchando a todos los chicos hablando del tamaño de tu trabuco y veo que no mentían al decir que era enorme.

Para entonces, mi tallo ya había recuperado todo su esplendor, pero eso no le importó y como si el pajearme hubiese sido un sueño oculto, Cayetana aceleró la velocidad con la que me ordeñaba mientras me decía lo cachonda que le había puesto ver a su amiga disfrutando de mi miembro.

―¡Qué callado te lo tenías!― insistió aferrando mi verga entre sus yemas.

―Como no pares, me voy a correr― avergonzado susurré.

Lejos de hacerme caso, siguió meneándola con decisión mientras aparcaba frente a mi casa.

―Quiero vértela― dijo con tono excitado al apagar el coche.

Aunque desde que la conocía había soñado con ese momento, me acobardé. Como el perfecto gilipollas que soy, abrí la puerta y salí corriendo en busca de la seguridad de mi portal mientras escuchaba a mi espalda que la rubia me decía que eso no iba a quedar así:

―No pararé hasta que me la enseñes.

Pensé que iba borracha y por ello,  sin aminorar mi paso, hui de ella.

Ya en el piso, después de explicar a mis padres la razón de mi cara amoratada y en la tranquilidad de mi cuarto, no pude ni quise dejar de masturbarme pensando en que esa noche había sido perfecta porque, a pesar de los golpes, mis dos princesas me habían tratado como hombre y no como un enano…


Relato erótico: “Ivanka Trump: El imperio de las zapatillas rojas 3”.(POR SIGMA)

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IVANKA TRUMP: EL IMPERIO DE LAS ZAPATILLAS ROJAS 3.
Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer  Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, Alias: La invasión de las zapatillas rojas y Crónicas de las zapatillas rojas: la camarera antes de leer esta historia.
Gracias a Julio Cesar por la idea.
Por Sigma
Un elegante automóvil blanco se detuvo frente a Muñequita en la entrada del lujoso hotel donde ella y el equipo de Scorpius se hospedaban, la joven llevaba unos ajustadísimos pantalones negros y unos botines a juego con altos tacones, así como una blusa de tirantes sin mangas color azul cielo. Se abrió la ventana eléctrica y la pelirroja saludo alegre a Jill Castro.
– Hola Jill.
– Hola Paty, sube por favor.
– Claro. Gracias por pasar por mi -agradeció mientras se sentaba en el asiento del pasajero y cerraba la puerta.
– Oh, no es problema, pensé que al estar de visita en la ciudad esto te ayudaría.
– Que amable, gracias. ¡Oye, te pusiste las zapatillas! -exclamó entusiasmada la pelirroja.
– Si… aun me parecen muy altas pero admito que son cómodas ¿Como me veo?
Muñequita la miró de arriba a abajo, pensando en lo diferente que lucía la asistente al no llevar esos serios y aburridos trajes sastre.
–  ¡Te ves espectacular! -dijo Patricia sin exagerar y sonriendo, pero en sus ojos relampagueaba la lujuria para la que X la había condicionado por tanto tiempo.
El negro cabello de la asistente que siempre estaba recogido en una severa cola de caballo ahora estaba suelto, llegaba a sus hombros y se curvaba hacía afuera de forma juvenil. La piel de Jill era muy blanca aunque no tanto como la de Paty, se había maquillado de forma sutil y natural, pues a pesar de tener casi cuarenta años aun se veía fresca y atractiva.
Llevaba una blusa color violeta de manga larga que hacía juego con las zapatillas y tenía un discreto escote.
– Mmm… se ve que tiene buenas tetas… -pensó la pelirroja mientras Jill estaba concentrada manejando. Llevaba una falda negra de buen corte que resaltaba sus muslos y caderas a pesar de llegar abajo de la rodilla. El toque final de las zapatillas de Scorpius le ponía una deliciosa aura de sensualidad al de otro modo formal atuendo. Un bello triángulo de metal reposaba sobre el empeine de la asistente y de este partían varias delgadas tiras de piel que como una telaraña encerraban sus cuidados pies hasta subir entrecruzadas y atarse finalmente en los tobillos de la trigueña.
– Sabe vestirse, pero aun es muy formal… cambiaremos eso…
Tras recoger a una ya madura y agradable rubia llegaron a un pequeño restaurante italiano, donde comieron diversos platillos típicos, luego empezaron a platicar mientras tomaban unas copas de vino tinto hasta ponerse algo mareadas, después usando su simpatía Muñequita averiguó que Jill era divorciada y tenía dos hijos adolescentes. Toda información le serviría para sus objetivos.
Tras platicar de su vida como camarera y luego asistente de Scorpius, omitiendo claro ciertos detalles, la rubia, llamada Sophie, empezó a ponerse al día con su amiga. Hablaba sin parar apenas dejando espacio para hacer algún comentario.
– Dios… parece un perico… -pensó Paty mientras tomaba de su bolso un pequeño control remoto, para discretamente poner su otra mano sobre el cubierto muslo de Jill aprovechando la protección de la mesa y su mantel a cuadros.
De inmediato la trigueña de ojos miel se volvió para mirarla con asombro y enojo, pero en ese instante que Muñequita deslizó su palma por el muslo de la asistente de forma sugestiva, con su otra mano oprimió un botón en el control y una melodía lenta y seductora empezó a sonar a un volumen ultrasónico.
– ¿Pero que está haciendooooohh… -el pensamiento de Jill se convirtió en un gemido bajo y placentero al sentir como sus nervios se encendían con la caricia de una forma que jamás había experimentado.
– ¿Estás bien Jill? -le dijo Sophie al verla entrecerrar los ojos.
– ¿Eh?… si… solamente tuve un… escalofrío -respondió la trigueña mirando de reojo a la sonriente pelirroja que miraba atenta a la rubia, pero no apartaba la mano de su esbelto muslo.
– Bueno, como te decía…
La rubia siguió hablando pero la asistente de Ivanka ya no le ponía atención, lo único que notaba era la tibia y constante caricia en su muslo.
Varias veces pensó en apartar esa mano, pero el placer que le causaba su tacto hacía que olvidara esa idea.
– Aaahhh… ¿Por que le… permito esto? -pensaba mientras fingía escuchar a su amiga y nadie en el local parecía darse cuenta- Ooohh… que bien… se siente…
Jill trataba de concentrarse en lo que decía su amiga, como si fuera un cable de salvación, pero la constante caricia de la pelirroja la aturdía, y cada vez que la miraba, la joven le sonreía con calidez y descaro.
– …no estás de acuerdo Paty? -decía la rubia sobre la importancia de la moda.
– Oh si… definitivamente creo que nuestra forma de vestir puede cambiar la percepción que tienen los demás -opinó Muñequita mientras bajo la mesa su mano empezaba a jalar la falda de la trigueña, dejando expuestas sus rodillas y cada vez más de sus tersos y cremosos muslos.
Discretamente Jill introdujo su mano y logró detener la de la atrevida pelirroja, tratando de lanzarle una mirada amenazadora.
– La prenda correcta nos puede hacer sentir tan sensuales… ¿Verdad Jill? -continuó Patricia mientras activaba un botón de su control y en un rápido movimiento lograba introducir su mano para acariciar el interior de los muslos de la madurita trigueña.
– Nnnnnhhh… –    apenas logró gruñir cuando los nervios de sus muslos le mandaron un latigazo de electricidad a la vagina, sus ojos se cerraron, su cuerpo se tensó y sus pies se pusieron deliciosamente de punta dentro de sus sandalias de tacón.
– Jill… ¿Te sientes bien? -le dijo preocupada Sophie.
– Si… si Sophie… sólo fue un mareo… -dijo la asistente, confundida por las contradictorias sensaciones que la asaltaban.
– Deberías tomar otra copa… eso te ayudará -le dijo la pelirroja mientras servía más vino.
– Yo no… -trató de negarse Jill pero la linda sonrisa que le ofreció la joven le causó otro rico espasmo de placer que nubló su mente.
– Mmm… de acuerdo… una más… -dijo al tomar la llena y estilizada copa, disfrutando las nuevas sensaciones.
La rubia siguió parloteando mientras Jill fingía escucharla y aceptaba una tras otra las copas que le servía Paty, disfrutando en secreto de las caricias de la joven en sus muslos.
Para entonces, entre caricia y caricia, Muñequita le había subido la falda hasta dejar expuesta una parte de sus pantaletas. Eran negras y muy modestas.
– Eres muy bella y joven para usar ropa de ancianas, deberías usar prendas más provocativas -le susurró Paty a la trigueña- puedo ayudarte con eso.
En ese momento Patricia introdujo su mano en las pantaletas de la mareada mujer y empezó a acariciar lentamente en círculos su clítoris con dos dedos. La música aumentó de ritmo y volumen.
Jill se agarró a los lados de su silla y se mordió los labios al sentir como sus propios muslos se separaban ante el tacto de la jovencita, dándole más espacio para complacerla.
– ¿Otro mareo Jill? Ya son varios…
– Tienes razón, será mejor irnos a descansar… -susurró mientras entrecerraba los ojos de placer y Muñequita le sonreía de forma coqueta.
Después de pagar la cuenta se dirigieron al auto. El vino, el aire fresco de la noche, la excitación y una sensual melodía en la distancia se combinaron para poner a Jill extrañamente eufórica.
– Oh… que bien me siento… que extraño… -pensaba mientras caminaban muy juntas, riendo y bromeando- sin duda Paty es aun más persuasiva de lo que pensé.
Entonces Muñequita, que caminaba abrazando a la trigueña de su esbelta cintura introdujo su mano de largas uñas pintadas de negro en la parte trasera de la falda para apoderarse de su firme nalguita.  Luego empezó a acariciar ambas lentamente, la mano se sentía como fuego contra su fría piel, pero pronto empezó a ponerse tibia.
– Mmm… detente Paty… te lo ruego… Sophie se va a dar cuenta -susurró Jill al oído de la pelirroja, mientras la distraída rubia seguía hablando de intrascendencias- y… me estás enloqueciendo…
– Bueno… ya que me lo pides tan sumisamente…  -respondió Patricia antes de liberar la tersa carne bajo su dominio, pero entonces se apoderó de las discretas pantaletas desde atrás, usando sus dedos unió lo huecos para las piernas, convirtiéndolas en una improvisada tanga que forzó a introducirse entre las nalgas de la trigueña, para luego empezar a moverlas atrás y adelante, lentamente, una y otra vez, masturbándola lánguidamente con la prenda, haciéndola arquear ligeramente la espalda.
– Es mucho mejor así ¿No? Más libre… -le dijo muy quedo y con voz ronca.
– Aaahh… ¿Pero donde… dejé ese… auto? -pensaba Jill a punto de perder el control.
Finalmente llegaron al automóvil blanco y la trigueña se vio libre, sintiéndose a la vez aliviada decepcionada y frustrada.
Subieron rápidamente y se pusieron en marcha, en todo el camino Jill evitó mirar a la pelirroja y esta a su vez sonrió durante todo el viaje, luego de dejar a Sophie en su casa y ya en dirección al hotel Paty puso descaradamente su mano en el muslo de la asistente de Ivanka mientras manejaba, de repente acariciando, de repente apretando, siempre sin dejar de platicar de lo bien que se había pasado la velada a su lado.
– Debemos repetirlo… – le dijo cuando llegaron al hotel de la joven.
– Oh… no se si debamos… -empezó a decir la asistente de Ivanka.
– Bueno… no decidas aun… piénsalo -le susurró la joven antes de darle un profundo beso en los labios que tuvo una calurosa aunque inesperada bienvenida en la boca de la trigueña que cerró los ojos confundida.
– Mmm…´
– Te propongo algo –dijo la pelirroja mientras se apartaba de la trigueña que se quedó con los ojos cerrados.
– ¿Nnnmmm?
– Si lo disfrutaste, la próxima semana ponte de nuevo las zapatillas que te di, con eso sabré tu respuesta -dijo finalmente Patricia para salir a corriendo del auto, dejando a Jill mareada, confundida y excitada como no lo había estado en mucho tiempo.
Extrañeza y curiosidad transmitían los periódicos días después cuando docenas de fotos mostraban a la normalmente formal heredera Ivanka luciendo todo tipo de minifaldas que mostraban sus largas piernas. Siempre de buen gusto, pero siempre a la mitad del muslo, incluso en fiestas formales.
– No se que me pasa… -pensaba algo extrañada- Me gusta vestir así de vez en cuando pero esto es demasiado.
Hasta su padre la había reprendido pues en la última reunión los clientes le habían puesto más atención a sus esbeltos muslos que a los números del negocio.
Y el calzado que usaba no ayudaba a ser discreta. Casi todas las zapatillas eran de la colección de Ivanka y algunas de Scorpius: de pulsera al tobillo, botines, sandalias, cerradas, de punta redondeada o puntiagudas, botas o de tipo gladiador, pero todas tenían tacón alto.
Había intentado varias veces ponerse algo más cómodo, pero era como una obsesión compulsiva, debía ponerse las zapatillas de la lista de Scorpius sin falta, por algo le había pedido su opinión, de hecho la necesitaba, se sentía perdida sin su consejo.
– Tengo que hacer algo -susurró al pensar en lo peor: llevaba días masturbándose cada noche, siempre calzada con sus tacones y siempre el placer era abrumador.
– Quizás me estoy volviendo… adicta al sexo… -pensó aterrada ante la idea- Dios… ojala que me equivoque.
En ese momento Ivanka miró sus piernas, llevaba un femenino minivestido negro con mangas cortas, que apenas llegaba a la mitad de sus muslos, pero aun se veía bastante formal para trabajar… apenas.
Ese día se había puesto unas zapatillas de charol puntiagudas de tacón de aguja con varias pulseras sujetando sus tobillos.
– ¿Por qué ya no soporto faldas largas? ¿O pantalones? ¿Tengo un problema psicológico? -pensaba casi angustiada mientras trataba de avanzar con su trabajo- ¿Y que me pasa con los tacones? Esto es absurdo… mejor me pongo a trabajar.
A la hora de la salida Ivanka se acercó a su asistente Jill pero también parecía algo pensativa así que se despidió con amabilidad y se fue de la oficina.
Esa tarde la rubia llego a su elegante residencia para encontrarse con que su esposo no estaba en casa, le dejó una nota avisando que tenía una cena de negocios y llegaría tarde.
– Bah… justo necesitaba un poco de desahogo y este tonto no está… -pensó molesta, pero casi al instante se arrepintió- ¿Qué me pasa? Nunca había pensado así de Jared ¿Tan urgida estoy?
Sacudiendo la cabeza se dirigió a la alcoba y empezó a cambiarse, pero no terminó, como en otras ocasiones se quedó únicamente vestida con su elegante lencería negra y sus zapatillas de charol, estudiándose en el espejo.
– Mmm… mis piernas se ven… hermosas… ¿Para que quiero cubrir estas maravillas? -pensó mientras deslizaba las manos por sus muslos y caderas.
Miraba intensamente sus piernas en el espejo, mientras pensaba que debía lucirlas, que eran muy bellas y largas para ocultarlas.
– Mmm… que suerte haberlas heredado de mamá… -dijo para si misma mientras posaba en el espejo.
Entonces empezó a escuchar una melodía en la distancia, algo sensual y atrevido que la invitaba a bailar.
– Si… me gusta… -pensó al empezar a bailar lentamente ante el espejo, poniendo la punta de un pie entaconado frente al otro y moviendo las caderas, sus manos alborotando su cabello tras la cabeza.
Siguiendo el ritmo subió un pie a la cama y entrecerró los ojos mientras su mano se introducía en sus pantaletas y se masturbaba lenta y deliciosamente.
– Aaahhh… aaahhh… -pronto empezó a gemir. En el fondo de su mente gritaba que eso no estaba bien, que no era ella misma, que ya eran varias las ocasiones en que bailaba así, como provocando a un invisible auditorio. Pero la ardiente lujuria que sentía borraba cualquier otra idea y nublaba su razón. Ondulando su cuerpo rítmicamente se fue moviendo por la habitación mientras seguía masturbándose sin poder controlarse.
– ¡Aaahhh… siii… que bien…! -decía ya en voz alta mientras se acariciaba más y más rápido la entrepierna a la vez que arqueaba su espalda y se sostenía del tocador con la otra mano. Su rostro contraído por el placer mirando al techo, completamente perdida en las exquisitas sensaciones que la tenían atrapada.
– ¡Oooohhhh…! -gritó finalmente al alcanzar el éxtasis y perder el sentido, cayendo lentamente sobre la mullida alfombra. A lo lejos la música se detuvo y una camioneta arrancó en la obscuridad.
Vincent estaba preocupado, llevaba días analizando el caso de la profesora Fox, el primer caso de desaparición relacionado con el ballet, y lo que descubrió era perturbador.
Tras meses de estar desaparecida, una llamada anónima había guiado al FBI a una vieja casona en el campo, donde encontraron a la mujer encadenada y a su captor muerto al parecer por propia mano, quizás al verse acorralado, un caso claro y simple.
– Es demasiado simple… -pensaba el ex MI6- ese hombre era un perfecto chivo expiatorio, antecedentes de violencia y problemas mentales.
El hombre revisó una foto, en ella aparecía una cama con grilletes y un muro que mostraba siniestra ropa fetichista colgada, sobre el tocador estaban unas zapatillas rojas de ballet.
– No tiene ningún sentido, ese calzado no encaja con las perversiones del sospechoso -dijo para si mismo- simplemente lo tomaron como otra locura de una mente enferma.
Vincent se frotó los ojos con cansancio, sabía que se estaba acercando a algo.
– ¿Pero a qué? -pensó mientras apagaba la luz de su estudio para irse a dormir.
 
Una semana había pasado desde la última reunión de Ivanka con Scorpius y la rubia ya estaba ansiosa por volverlo a ver. Esperaba sentada en su escritorio sin poder concentrarse, pensando por un lado en la reunión creativa y por el otro en el extraño placer que le daba usar tacones altos mientras se acariciaba.
– Será un proyecto genial -pensaba mientras deslizaba las manos por sus muslos expuestos- ¿Por que no llega Scorpius?
Llevaba una falda blanca que llegaba a diez centímetros arriba de la rodilla, pero que al sentarse ella jalaba de los lados, subiéndola y dejando expuestas sus largas piernas, cubriendo apenas sus pantaletas de encaje blancas, así se sentía más cómoda y relajada. También llevaba una elegante blusa blanca de manga larga semitransparente con un sostén blanco a juego y en sus pies, de la lista de Scorpius, usaba unas zapatillas blancas puntiagudas de tacón de aguja y un delgada correa en el empeine.
– Señora Trump… el señor Scorpius ya llegó -sonó en el intercomunicador.
– Que pase de inmediato Jill, gracias…
Scorpius entró calmadamente y tras saludar a la empresaria se sentó.
– Me alegra que haya llegado, debemos empezar -dijo sonriente la rubia.
– Estoy de acuerdo, hay que aprovechar el tiempo -respondió con una sonrisa sardónica el hombre al sacar un control remoto de su bolsillo y oprimir un botón- y recuerde, sólo puede susurrar.
Una melodía rápida y vivaz resonó en la cabeza de Ivanka y al instante se levantó como un resorte de su sillón, moviéndose ondulando sus caderas se giró y tras apoyar las palmas en la pared siguió moviendo su cintura, piernas y caderas sin poder controlarse.
– ¿Qué estoy haciendo?… socorro… -trató de gritar inútilmente, mientras lograba girar su cabeza para ver a Scorpius sonriendo al observarla.
– Veo que va muy bien, ya es muy sensible a las zapatillas…
– ¿Que? -chilló la heredera sin entender.
– Recuerda Ivanka -le ordenó calmadamente Scorpius.
De nuevo la rubia se sintió abrumada por los horribles recuerdos que habían estado bloqueados y ahora la hacían sentir vértigo y terror.
– No… no… es una pesadilla… -susurró mientras se sentaba en un sofá del despacho y apoyando la manos levantaba sus piernas muy alto, luciéndolas involuntariamente para su captor, uno a la vez sus tacones apuntaban al techo a la vez que su rostro.
– En absoluto Ivanka, es tu destino, ya casi eres mía -le dijo el hombre mientras la levantaba siguiendo el ritmo, luego la hizo darse la vuelta y atrapó sus manos con los grilletes en la espalda.
– No… auxilio… ayuda… -susurró patéticamente.
– Bien es hora de ponernos serios, tenemos mucho trabajo. Debemos eliminar un obstáculo.
– Aaahhh… -gimió la mujer ante el indeseado placer que estaba sintiendo al inclinar su torso y  rozar con sus nalgas la erección de Scorpius.
El hombre aprovecho ese instante para introducir una mordaza negra de goma de forma fálica entre los rosados y sensuales labios de la empresaria, para de inmediato fijarla atándola en su nuca, sometiendo así su boca a su voluntad.
– Nnnn… nnnn… mmm… -gruñó lo más que pudo sin levantar la voz.
– Se que esto no es necesario, pero para mi es un símbolo de mi poder sobre ti.
– Mmmmm… mmm… -la rubia solamente podía seguir bailando sensualmente ante él a pesar de la humillación.
– Bien, sigamos esclava… hoy daremos un gran paso… creo que es hora de que te alejes de tu esposo…
– Nnnn… nnnn…  -gruñó mientras sacudía la cabeza negándose vigorosamente.
– ¿No? Ya veremos… ¡Baila! -le ordenó mientras oprimía un botón en su control y una nueva melodía, rápida y martilleante asaltaba sus sentidos.
– Mmmmm… mmmm… -gimió complacida Ivanka con los ojos entrecerrados.
– Tu esposo es un obstáculo… te impide desarrollarte… necesitas tu libertad…
– Nnnn… nnn… nnnn… -negó de nuevo ella, pero con menos fuerza.
 – Tu esposo es un obstáculo… te impide desarrollarte… necesitas tu libertad…
– Nnn… nnnn…
– Tu esposo es un obstáculo… te impide desarrollarte… necesitas tu libertad…
– Nnnnnnn… nnnnnn… –la mujer sentía que su resistencia se debilitaba.
– Je je je, me encanta que te resistas, eso solamente hará más exquisito mi dominio sobre ti… veamos… – Scorpius oprimió un botón del control y un tono agudo hizo que todo se pusiera borroso para la rubia.
Cuando recuperó el sentido vio en el reloj de la pared que apenas habían pasado cinco minutos pero ella seguía bailando sobre sus altos tacones ante el misterioso diseñador.
Se movía alrededor de su captor sentado en el sillón ejecutivo de ella, ondulando su cuerpo, frotando sus respingadas nalgas o sus firmes senos contra su rostro o sus manos.
– Nnnn… nnnn… -seguía negando con la cabeza la rubia, hasta que Scorpius la sujetó de la cintura y la hizo sentarse de espaldas en su regazo, a lo que ella respondió involuntariamente moviendo sus caderas en círculos contra el erecto miembro debajo de ella.
– Nnnngggg… -trató de dar un gritito ante lo indefenso de su situación.
– Bien… volvamos a intentarlo -dijo el diseñador mientras guiaba el esbelto cuerpo para darse más placer-  Tu esposo es un obstáculo… te impide desarrollarte… necesitas tu libertad…
– Nnnnn…
– Acéptalo.
– Nnnnn…
– Obedecerás… -dijo ya impaciente mientras oprimía un botón del control.
– Rrrrrrrggggg… -gruñó al cerrar los ojos por el explosivo placer que sintió en su vagina, algo había cobrado vida enloquecedoramente dentro de ella.
– ¡Nooooo… Scorpius puso algo en mi sexo…! -pensaba desesperada al sentir como un consolador se movía y vibraba vigorosamente dentro de ella.
– Nnnnnn… nnnn… -siguió sacudiendo la cabeza, pero más por el placer que la invadía que por un esfuerzo de resistir.
Su cuerpo por otro lado seguía moviéndose ahora más rápido, masturbando a su agresor con sus nalgas aun sin desearlo.
– Mmm… muy bien Ivanka… sigue así…
– Nnnnnn… nnnn… nn… mmm… mmm… -sus gruñidos se fueron convirtiendo en guturales gemidos de placer.
– Mmmm… mmmmm… mmmm…
– Vamos, acéptalo lindura…  tu esposo es un obstáculo… te impide desarrollarte… necesitas tu libertad…
– Nnnnn… -logró negar una vez más reuniendo los jirones de su voluntad.
– Disfruta y acéptalo… -dijo Scorpius sonriendo antes ese desesperado desafío. Simplemente metió la mano bajo la falda y las pantaletas de la rubia y empezó a masturbarla lujuriosamente mientras ella aun bailaba sentada en su regazo, sus dedos parecían bailar sobre su hinchado clítoris a ritmo con la música.
– Nn… nn…
– Acéptalo -le ordenó mientras empezaba a masturbarla a ritmo frenético, su otra mano se metía bajo el discreto escote y su brassier para empezar a pellizcar sus pezones duros e hinchados.
– Nn…
– Serás mía Ivanka… no te resistas… -le dijo Scorpius con voz gutural mientras usaba su control para aumentar el volumen de la música a un nivel ensordecedor para la rubia.
Finalmente el cuerpo entero de Ivanka se tensó, se arqueó su espalda, sus piernas se abrieron en V lo más que pudo, sus pies completamente forzados a estar de punta y su cabeza se apoyó en el hombro de la persona tras él, lo miró desesperada y a la vez complacida al llegar al indeseado pero exquisito orgasmo, sus pupilas completamente dilatadas por el deseo.
Sus ojos se entornaron y expuso su garganta de forma totalmente vulnerable y entregada.
– Mmmmmmnnnnn… –sollozó deliciosamente la empresaria a la vez que su captor la sujetó de la barbilla y la obligó a mirarlo a los ojos, compartiendo su éxtasis y permitiéndole apropiarse de parte de su debilitado espíritu gracias al poder de las zapatillas.
– Aaahhggg… -gimió a su vez el hombre al alcanzar también el orgasmo.
Tras recuperarse, Scorpius acomodó a la todavía jadeante rubia de lado en su regazo como una niña consentida sentada en las piernas de papá.
Luego de mirarla detenidamente unos segundos sonrió satisfecho: su cabeza reclinada de lado, su mirada como en trance, su piel brillante de sudor, sus maravillosos muslos pegados a él disfrutando su calor sin darse cuenta.
– De nuevo preciosidad: tu esposo es un obstáculo… te impide desarrollarte… necesitas tu libertad… –empezó a susurrarle al oído a la indefensa rubia.
– Mmhhjjj…-respondió apenas en un jadeo la mujer.
– ¿Lo aceptas? –preguntó sonriente Scorpius al verla ceder al fin.
– Mmmmhhhjjj… -volvió a aceptar ella, esta vez volteando a verlo a los ojos y asintiendo levemente al hacerlo.
Emocionado el hombre desabrochó la mordaza en la nuca de la mujer y liberó sus sensuales labios de su control.
– Dilo… -le ordenó mientras la sujetaba del cuello con una mano y con la otra le daba una sonora nalgada que la hizo estremecerse al responder.
– Mi… mi esposo es un obstáculo… me impide… desarrollarme… necesito mi li… libertad… –dijo con voz ronca tras humedecerse los labios.
– Dilo de nuevo.
– Mi esposo es un obstáculo… me impide desarrollarme… necesito mi libertad…
– Otra vez…
– Mi esposo es un obstáculo… me impide desarrollarme… necesito mi libertad…
El hombre de la cola de caballo besó a Ivanka en los labios de forma profunda, húmeda y ella respondió con entusiasmo sin saber por que, pero disfrutándolo intensamente.
– Muy bien, que buena chica… y aun tenemos tiempo para algunos pequeños condicionamientos más.
– No… no más… por favor… -rogó la adormilada mujer mientras el diseñador se levantaba y la colocaba cuidadosamente en el sillón ejecutivo.
– Oh, no te preocupes encanto… lo vas a disfrutar… y mucho –le dijo Scorpius mientras le quitaba las pantaletas a la rubia, causándole otro pequeño orgasmo a su hipersensibilizado cuerpo al deslizarlas por sus piernas.
– Ooooohhhhhh…
Tras desabrocharse los pantalones el hombre usó la prenda para limpiar su aun duro miembro del semen y secar algo de la humedad en su ropa para luego volver a ponérselas a la vulnerable mujer, causándole un escalofrío de placer al hacerlo.
– Mmm…
– Excelente, avanzamos mucho hoy, con que añada algunos condicionamientos más estarás lista para una pequeña salida educativa. Hay mucho que debes aprender… esclava.
Un rato después Scorpius ya se había marchado e Ivanka empezaba a analizar las nuevas propuestas que había traído el diseñador, sin recordar muy bien de que habían platicado en su visita.
– Vaya, esto puede tener mucho éxito, tal vez… -pensaba mientras deslizaba la mano por su expuesto muslo- ¿Eeehh? ¿Qué es esto? Dios… estoy tan húmeda… las pantaletas están empapadas ¿Qué me pasa? Quizás fue por la presencia de Scorpius…
La linda rubia siguió deslizando su mano por sus muslos mientras pensaba en lo que eso podía significar, y la respuesta le pareció completamente excitante, en minutos sus manos se movían frenéticas sobre su propio cuerpo, dejándose llevar por la lujuria magnificada que había sido condicionada a sentir…
– Aaaaahhhhh… -se escuchó fuera de la oficina haciendo que Jill volteara con curiosidad hacia la puerta, no muy segura de lo que había escuchado, en sus pies, que se habían puesto ligeramente de punta sin que se diera cuenta, llevaba de nuevo los altos tacones violeta que Paty le regaló.
Habían quedado de verse de nuevo esa noche…
CONTINUARÁ
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Relato erótico: “Enséñame Tía” (POR LEONNELA)

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_Hijo, reacciona!  o pensaré que  la vida en el extranjero te ha cambiado, qué es eso de quedarse impávido en lugar de abrazar a tu tía!! señaló mi madre, haciendo más notorio mi desconcierto.
_Madre, como dices eso! mi tía  sabe cuánto la adoro!! solo que la noto tan linda que.. . bueno más bien las noto preciosas  a las dos, dije corrigiendo la metida de pata que estuve a punto de cometer, cautivado  por la exquisita madurez de mi tía Amanda.
Los años no la habían cambiado, a sus casi cuarenta se la veía más mujer, pero no menos hermosa, más llena en carnes pero con la misma gracia en su silueta, incluso diría que más radiante, sí, a esa edad las mujeres se endiosan, se elevan y elevan todo lo que encuentran a su paso…
_Tanto tiempo desde tu viaje Leo,  parece mentira que de nuevo estas aquí, ven acá  muchacho _ murmuró mi tía  mientras tomaba la iniciativa en abrazarme.
Esta vez pude reaccionar a la altura,  besé sus mejillas sonrosadas y la ceñí fuertemente, hasta casi hacerle faltar el aire, nos quedamos varios segundos apretados  ante la mirada emocionada de mi madre, que jamás percibió la inquietud  que desde chico me provocaba la cercanía de su hermana…
Varios años especializándome fuera del país cobraron el precio de no verla,  de vivir  sin perderme en sus traviesos ojos claros, joder!!  sin rozarla, sin sentir el volumen de sus senos en mi tórax  y la maravillosa sensación de su vientre en mi entrepierna, es gracioso pero siendo ya un hombre de 24 años, mi sangre volvió a hervir como si el tiempo no hubiera pasado, como si aún fuera el muchachito que sucumbía a su mirada, aquel que se deleitaba recordando, la noche en que en un arranque de hombría le supliqué: enséñame tía!!!
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Me permito hacer un alto, para contar esta historia desde sus inicios.
Todo empezó años atrás, justo después  de la separación  de mis padres, desatada en plena época juvenil y aunque debo reconocer que  pese a que no  di muestra de que me afectaran significativamente los cambios, aquella crisis familiar me golpeó profundamente, sentía un vacío  que de ninguna forma era llenado por las visitas esporádicas de mi padre, ni por las actitudes neuróticas de mi madre. Todo ello sumado  a mi encierro  emocional y a las presiones propias de la edad, incidieron en que me  convirtiera  en un muchacho vulnerable, tímido, que enfrentaba sus temores como bien podía.
En aquella época vivir con mi madre era una verdadera travesía, la pobre siempre tuvo un carácter de a perro que empeoró con los años, lo atribuyo al hecho de que  me tuvo siendo muy joven y supongo que el asumir responsabilidades a temprana edad, le cambio la vida para mal. Mi inesperada  venida al mundo le robó  la oportunidad  de  aplicar para una beca  en el extranjero, sumiéndose a cambio  en una vida conyugal  mediocre que acabó con sus sueños. Sé que no es mi culpa que se jodiera la vida, pero sin duda sus frustraciones  estaban jodiendo la mía.
 Afortunadamente Amanda, la hermana menor de mi madre vivía prácticamente con nosotros; ella ocupaba un departamento contiguo al nuestro, puesto que mi abuelo al ser sus únicas hijas, les había heredado en vida la edificación, con el fin de mantenerlas unidas,  brindándoles  comodidad e  independencia. La idea del viejo dio resultado, tanto que era frecuente que se la pasaran juntas, y no solo eso, sino que a falta de la presencia de mi padre, mi tía llego a convertirse  en un apoyo incondicional para nosotros.
Contrario a mi madre, mi tía era una mujer descomplicada,  en aquel tiempo tenia de 33 años; con una hija de 10  a cuestas y un trabajo de maesta parvularia, parecía no necesitar nada más para ser feliz, nada excepto algún  escarceo amoroso, que supongo lo tenía de manera discreta pues que recuerde, no acostumbraba llevar novios a casa.
 Quizá por su naturaleza dulce  y su   manera  simple de ver la vida, se me hacía relativamente fácil abrirme con ella, ya que en lugar de  censurarme como mi madre,  me animaba a ser más osado ante cualquier reto, y entre las muchas cosas que debo agradecerle es haberme estimulado a vencer mi timidez.
La adoraba, era mi defensora nata, infinidad de veces me salvo de los regaños maternos y no solo eso, sino que siendo relativamente joven me comprendía más que cualquier otro miembro de mi familia, convirtiéndose en alguien muy especial para mí, más aun cuando sin proponérselo, fue precisamente ella quien despertó mis curiosidades sexuales.
Mi tía Amanda era  hermosa, bueno, de hecho aún lo es,  no  una belleza despampanante, pero tiene un particular encanto que me hacía pasar  horas contemplándola. Cielos!! Cuánto me gustaban sus dulces ojos claros y su sonrisa traviesa,  pero si algo verdaderamente la hacía atractiva, eran las formas generosas que se adivinaban bajo las faldas a medio muslo, y el par de blancos senos que alegraban  su escote.
Por si eso fuera poco, era encantadoramente imprudente, solía bromear con el  tema de los agarrones a las novias, intuyo que lo hacía intencionalmente pues le divertían  mis evasivas y  no cabe duda que disfrutaba sofocándome con su clásico: Leonardo ya?…o sigues en la lista de espera? afortunadamente nadie entendía que con esa pregunta ella intentaba averiguar si ya había dejado de ser virgen, evento que para mí parecía alargarse dolorosamente.
Sé que no lo hacía con la intención de provocarme, es más creo que para ella pasaban desapercibidas mis miradas  inquietas  y el placer que me generaba con el más sutil roce de su cuerpo,  mucho menos podría intuir, que se había convertido en  la mujer de mis sueños, de mis húmedos sueños…
Una tarde  mientras mi madre y  mi tía Amanda  platicaban en el porche,  a pocos metros yo me aburría jugando a la pelota a con Pamela, mi primita,  esa mocosa era una latosa, pero que más daba sino hacer monerías hasta agotarla para que se cansara de ser mi sombra, en esas estaba corriendo de un lado al otro, cuando alcancé a escuchar parte de la conversación de las mujeres.
_Luisa que exageración!! Que leo sea tímido y no haya tenido novia no significa que sea gay!!
_Baja la voz!!! No quiero que nos escuche, ayer hablé con su maestra, me comentó que Leonardo tiene dificultades de integración, al parecer ha sufrido vejaciones en varias oportunidades e incluso sus compañeros se mofan de él acusándolo de ser gay
_Joder!! criaturas malparidas!!
_Según su orientadora pudiera desencadenar en una crisis depresiva, por lo que recomendó  profundizar el dialogo  e incluso consider la posibilidad de buscar ayuda psicológica
_Pobre mi Leo, las que debe estar pasando…
_Amanda, tú crees que de verdad Leonardo…sea homosexual?
_Estee…supongo que no Luisa,… Leo es un chico introvertido, y ya sabes cómo los muchachos con su perfil son víctimas de acoso
_El cielo te oiga, creo no soportaría…
_Qué es lo que no soportarías? que tenga una orientación sexual diferente? vamos hermana, que criterios más absurdos, lo que debería preocuparte es su estado emocional y  por ultimo!!!  si Leo es gay pues al menos deberíamos hacerle sentir nuestro apoyo, no crees?
No pude seguir escuchando, me sentía herido en mi amor propio, menoscabado en mi integridad, no tenía ni tengo ningún tipo de discriminación , es más pienso que todos somos libres de emparejarnos con quien se nos de la real gana,  pero a esa edad fue doloroso asimilar que alguien pudiera tan solo dudar de mi hombría.
Aparté bruscamente a Pamelita y en mi intento de huir  maltraté su indefenso cuerpecito; el lloriqueo de la chiquilla alertó a Amanda, pero no me detuve, era mayor mi necesidad de estar solo.
Me encerré en mi habitación, eran  demasiados  líos,  demasiados miedos, demasiados fantasmas que me atormentaban como para contener las lágrimas que  amenazaban con desbordarse por mis lacrimales.
Los hombres no lloran!!…los hombres no lloran!!! Me repetía a mí mismo, mientras encrespaba los puños  contra la pared, tratando de agredirme físicamente para reprimir mi  rabia; pero era tan grande la impotencia  y la necesidad desahogarme que no pude resistir más y me tumbé sobre la cama sollozando.
Hubiera querido que nadie me viera así, pero para mí pesar o  más bien para mi fortuna,  Amanda  se había percatado de mi estado y había ido tras de mí.
_Que sucede Leo …que tienes?
_Nada, no pasa nada respondí, limpiándome la nariz en el antebrazo
_Nada?? Me abres la puerta a regañadientes, te tiras en la cama, estás  llorando y no pasa nada??
_Nada en lo que puedas ayudarme…
No hizo más preguntas, pero  se sentó a mi lado deslizando cariñosamente sus dedos en mi cabello. Desde que era un niño solía hacer eso para consolarme, pero  Amanda no asimilaba que yo ya era un hombrecito y que a esas alturas había otro tipo de inquietudes que ella despertaba.
_Ven cielo, recuéstate aquí…murmuró señalando su regazo
Le miré a los ojos  y luego bajé la vista a su piernas, al estar sentada la falda se le había subido mostrando los muslos más bonitos que había visto, demoré unos segundos en apartar la vista de aquel maravilloso espacio de su cuerpo que normalmente me era vedado y extrañamente  algo dentro de mí se agitó.
Me instó a recostarme sobre sus piernas, muchas veces cuando era más chico, me había dormido en su regazo, sin sentir ese cosquilleo que ahora se esparcía en mis genitales, y sin ser consciente de mi estado de fascinación ella continúo acariciando dulcemente mi cabello.
_Tranquilo chiquito…todo estará bien…
Quise gritarle que ya no era un niño, que me había convertido en un hombre, en un hombre con los huevos en su sitio, que me excitaba con el solo rasquetear de sus uñas en mi cabeza, pero no podía darme el lujo de arruinar mi mejor momento con ella y  callé…callé una vez más…
Cuánto poder tenía esa mujer sobre mí, en cuestión de segundo me hizo olvidar toda mi rabia, y me elevó a  otra dimensión, elevó mi alma, mis deseos, joder!!  elevó por completo mi miembro…
Era maravilloso  lo que estaba viviendo, tenía mi rostro a unos centímetros de su pubis y hasta mi nariz llegaba un aroma hasta ese momento desconocido, olía a mujer, olía a coño. Respiré intensamente, esto no era comparable a pajearme pesando en ella, la tenía para mí, aunque tristemente lo único que podía hacer, era exhalar profundamente intentado calentar su sexo con mi aliento; estaba en la gloria, pero más rápido que tarde, su voz distrajo mis ensoñaciones
_Leo, nos escuchaste verdad?
Asentí con la cabeza
_Porque nunca me dijiste… sabes que yo te apoyaría en todo
_No soy gay!…si es lo que quieres saber
_Me tiene sin cuidado que lo seas o no, más bien me refería a…
_No lo soy!!.. Me asustan las chicas…me..me ponen nervioso…pero no soy gay!!!
_ok cielo ok,  pero explícame cómo te sientes? déjame ayudarte
_No lo sé tía, es que a veces no sé qué decir, me trabo y todos se burlan
_Ohh amor…sé que no me vas a creer lo que voy a decir,  pero es un etapa normal, poco a poco  vas a ir superando tus miedos…por cierto  conmigo estas muy a gusto y también soy una chica  no?
_Sí tía, una chica …muy hermosa dije casi asombrándome de mi osadía
_Jajaja mira nada más que bien galanteas…así que te parezco hermosa Leo?
_Si, tía…eres la más linda de todas, respondí algo más seguro
_Jajaja por eso eres mi consentido!! respondió estampándome un beso en la mejilla y por cierto… que es lo que más te gusta de mí, pequeño?
La contemple unos segundos, probablemente no se hubiera oído bien que respondiera tus tetas, tus piernas o tu culo, así que con una media sonrisa respondí:
_Tus ojos tía los tienes dulces y hermosos
_Vaya! pensé que dirías otra cosa, pero  es bueno saber que mi sobrinito es un encanto
_Otras cosas … también..ttambien las tienes lindas …dije a medio trabar
_Mmmm ya me di  cuenta …no has dejado de mirármelas, tendré que coser un botón más en mi blusa respondió sonriente
_Lo siento pero, es que… nadie las tiene como tu…
_Mi bien no exageres, tus compañeras deben tenerlos hermosos
_Sip, pero los tuyos son grandes, y siempre están despiertos
_Despiertos? como es eso?
_O sea que siempre están con las puntas de pie
_Ahh los pezones…
_Si,  los pezones, y se notan a través de la ropa… porqué siempre los traes levantados?
_Jajaja querido  hay cosas que es mejor no responder…Leo, nunca has visto unos? digo.. desnudos?
_Estee..no..bueno sí.. pero en la compu
La mirada de mi tía se volvió extraña, yo era un muchacho inseguro, pero no tonto y pude notar cierto brillo especial en sus ojos, no sé si le cautivó mi inocencia, o si quería ponerme una prueba de fuego para que demostrara mi hombría, lo cierto es que me hizo un ademán para que me levantara de su regazo. 
Me situé  frente a ella y para mi total asombro,  zafó tres botones  de su blusa mostrando  sus senos sujetos por un brasier blanco.
Clavé mi mirada en ellos, eran grandes y turgentes, varias pequitas oscuras salpicaban su piel blanca, y la media copa permitía  avizorar  una aureola sonrosada; llevó sus dedos hacia ellos y con el índice los alzó ligeramente por encima del sujetador de forma que pude ver sus pezones endurecidos. Aquel espectáculo fue suficiente para sentir como mi pene dentro del pantalón se revolvía furioso, increíblemente tenía para mí los pechos de mi tía Amanda al desnudo, que más podría pedir.
Una lava ardiente recorría por mi cuerpo y comencé a transpirar copiosamente,   mucho más cuando saliéndose de toda lógica, mi tía murmuró:
_Quieres tocarlos?
Creí haber entendido mal, ni en mi mejor paja imaginé aquello,  pero Amanda sin esperar una respuesta, tomó mis manos y las colocó sobre sus senos dejándome sentir su calor. Aquello era el paraíso, palpaba sus tetas algodonadas  que respondían a mi tacto hinchando sus pezones oscuros, mientras en el centro de mi cuerpo se  levantaba airosa mi hombría.
Un ligero suspiro de mi tía me hizo buscar sus ojos, y justo en el momento en que nuestras pupilas habrían de encontrarse, ella volvió a gemir entrecerrando sus párpados. Aquello me supo a gloria, tan solo con mis caricias había hecho gemir a una mujer, a una mujer hermosa.
 Continué apretando sus pezones haciéndola estremecer, al punto de que sus mejillas se sonrojaron, pero recuperando un poco la cordura, se apartó de mí susurrando:
_Ahora ya sabes, cómo son los pechos de una mujer…
Le sonreí agradecido, la experiencia duró escasos segundos, pero era lo más sexual que había tenido en mi vida, ni que decir que ni bien salió de mi habitación llevé mis manos a mi bragueta.
 A partir de aquel  día nuestra relación tomó otros tintes, la deseaba más que nunca y ella aunque fingía  no notarlo, sé que disfrutaba perturbándome; sin embargo pasaron un par de semanas para que  volviéramos a extralimitarnos.
Teníamos  la costumbre de hacer cenas compartidas, al menos los fines de semana. En esa ocasión mamá y ella se turnaban el quehacer, mientras yo entretenía a Pamela, lo cual me permitía admirarla con tranquilidad. Se había duchado y su cabello  húmedo caía sobre su torso  transparentando la blusita blanca  que develaba sus pezones oscuros. Giró para tomar algo de la alacena y  pude notar que su pantalón de estrellas azules  se le metía deliciosamente en la cola, joder que era preciosa, aun enfundada en su pijama. Devoré sus posaderas buscando las marcas de sus braguitas, pero evidentemente no las usaba puesto que a más de no notarse ningún elástico, se  dibujaba perfectamente su coñito, demás está decir que hasta el hambre se me quitó.
Pese a ello, la cena transcurrió con la normalidad del caso; al terminar mi madre llevó a su habitación a mi prima a ver películas, mientras mi tía terminaba de arreglar la cocina.
_Anda Leo, ayúdame, que  con los codos en la mesa no resultas de provecho;  yo enjabono y tú enjuagas  la vajilla
_Claro tía… lo que digas
No sé qué pasó por mi cabeza, ni de donde agarré valor, seguro fue efecto de haber fantaseado toda la cena con  su pijama de estrellas, lo cierto es que  al pasar junto a ella,  me pegué más de la cuenta y rocé su trasero con mi miembro, ella no dijo nada, solo se hizo ligeramente hacia adelante y volteó a verme desconcertada
_Lo..lo siento.. es que… la cocina es demasiado chica dije nerviosamente
Debí sonar estúpido porque ella soltó una carcajada alegando:
_Chica? Por favor Leo, aquí hay espacio para un batallón!!
_Es que casi tropiezo _mentí _ pero igual…. lo lamento
_Mmmm de verdad lo lamentas muchacho?
_…Estee… si… si claro…
_Amor, en la vida no hay que arrepentirse de lo que se hace, todo puede dar lugar a algo bueno dijo acercándose lentamente hasta casi rozarme con sus tetas
Verla tan resuelta, tan deliciosamente provocativa, ocasionó que mi respiración empezara a agitarse y los colores se me subieran al rostro
_Te gusta Leo? te gusta que este tan cerca?
_Ohh tía…me gusta..me gusta demasiado…
_Asi?  o más cerca, chiquito? dijo aplastándolas contra mi pecho
_Más tía…maas….todo lo cerca que quieras…respondí en medio de un suspiro
_Estás temblando mi bien…te asusta  tocarme?
Ya no respondí, ella había abierto un camino que yo no estaba dispuesto a desaprovechar, y dejando mis miedos en el lavadero, torpemente introduje mis manos dentro de su blusa
Ascendí por su cintura lentamente, hasta llegar a sus senos, no podía creérmelo, nuevamente acariciaba las tetas de mi tía, otra vez esos pezones oscuros estaban entre mis dedos, pero ésta vez no me iba conformar con estrujárselas, esta vez quería probarlas, atraparlas con mis labios…
Casi con desesperación, le levanté la blusa  y antes de que pudiera detenerme, acerqué mi boca a sus pezones, mientras ella susurraba:
_Espera Leo espera…ahhh…tu madre..puede entrar tu madre..ahhh
_No tía.. no me dejes así otra vez…no, por favor…supliqué
_Mi bien ve…ve a tu habitación…ve que ya te alcanzo
_Lo prometes tía? de verdad vas a ir…dije lamiendo sus pezones
_Ahhh….sí..sí.. le diré a tu madre que …que te voy a ayudar en las tareas…ahhh
Me desprendí de sus preciosos senos, y corrí a mi habitación a esperarla, cada dos minutos sacaba la cabeza por la puerta ansiando verla llegar,  hasta que al fin las luces del pasillo se apagaron lo que me hizo suponer que se acercaba.
Bastó oír sus pasos para que mi pene se enderezara, no tenía claro lo que iba a pasar, pero sabía que sería una noche inolvidable para mí
Me arrimé contra el espaldar procurando que no notara que temblaba como una hoja, ella se acomodó a los pies de la cama
_Siempre la tienes así? pregunto señalando la erección que se dibujaba en mi pantaloneta
Algo avergonzado respondí:
_Siempre..siempre que pienso en ti
_Y eso   es muy seguido Leo?
_Sí…todos los días, se levanta por ti …
_Mmmm y que haces para que se te baje pilluelo?
_La toco… la toco mucho
_.Amor dime algo…  aun eres virgen verdad?
_Sí, ssi  tía, pero me gustaría dejar de serlo…
_No comas ansias amor, ya tendrás una novia
_Y si tú…
_ Ay cielo, esto más complejo de lo que parece, coño!!! sé que nos hemos toqueteado un par de veces pero no dejo de ser tu tía
_Eso significa que estás… confundida?
Sí, Leonardo tanto como tú
_Yo no estoy confundido Amanda, sé lo que quiero, sé lo que me gustaría contigo…
_Oh mi chiquito..a que te estoy induciendo
A nada tía a nada que yo no quiera
_Es que…
_Por favor, no pienses en nada, solo enséñame tía..enséñame a ser hombre…
Me miró con esos ojazos claros y hermosos llenos de  infinita ternura,  me besó la frente y nos quedamos unos segundos abrazados
Con mi rostro en medio de sus tetas sentía el palpitar de su corazón, el mío también bombeaba fuerte al igual que mi miembro encerrado en mi pijama. Tras unos segundos ella fue quien rompió el silencio:
Leo que parte de mi cuerpo te gusta más?
_Tus senos tía, tus senos, más cuando andas por la casa sin sujetador
_Lo supuse, siempre me los miras…has soñado con tocarlos?
_Si tía, todas las noches…
_Con besarlos?
Siempre …siempre
_Y has imaginado poner entre ellos tu…
_Ohhhh tía….tía…gemí apretando mis puños
Sus insinuaciones ocasionaron una corriente en  mis testículos y queriendo retener la sensación de goce pase mi mano por mi entrepierna cerrando los ojos con fuerza
Al abrirlos, una imagen de ensueños  hirió mis pupilas, la tenía frente a mí, se había despojado de su blusa y su cabellera castaña caí sobre sus pechos desnudos, su escueta cintura adornada por un pequeño ombligo atraía la mirada  una cuarta más abajo en donde brillaba el  tatuaje de una mariposa con las ala abiertas… así era ella una mariposa de alas abiertas, una mariposa de fuego que jugaba con mis ganas…                                                                            
Decidida me despojó de  la pijama, sus yemas  acariciaron  la rugosidad de mis testículos, haciéndome erizar; mi pene en total erección segregaba los primeros líquidos que junto a su saliva formaron el bálsamo que permitía que su tetas  se mecieran desde la base hasta el prepucio en una magnifica paja. Creí que eso era demasiado para mí, pero el mundo se me vino encima cuando su lengua inicio la estimulación de mi glande, para continuar engullendo mi miembro, hasta casi chocar contra mis huevos, joder!! , hubiera querido hundírsela por horas pero bastó que mi pene desapareciera en su boca un par de veces, para darme cuenta que no necesitaba nada más para correrme.
Fuertes contracciones en la base de mi miembro me anunciaron que era inminente mi llegada, mi explosión atravesó en segundos la extensión de mi pene, estremeciendo todo mi cuerpo, y un chorro blanquecino se desparramó por sus comisuras…me había corrido…me había corrido en su boca!!
_Ahhh..lo siento…todo fue tan..tan.. rápido
_No te preocupes amor ya irás tomando práctica, murmuró terminando de limpiarme con una servilleta de papel
_Gracias ..fue increíble…. solo me siento mal de que no pudiera aguantar para responderte
_En verdad crees que no puedes responderme? ….Ven acá muchacho
Sentí sus labios por primera vez en un beso apasionado y mientras nuestras lenguas se agasajaban condujo mis manos a sus tetas, los suaves masajes  y la estimulación de los pezones la excitaba
_Asii. Amor…sigue…vas bien
Yo no respondía solo disfrutaba oyéndola gemir
_Ahhh… ahora bésalos amor, succiónalos fuerte …duroo …
Perdí la noción del tiempo entre sus tetas, y solo  dejé de chupar sus pezones  cuando ella separando sus muslos me invito a descubrí sus genitales.
Casi temblando metí mi mano por la fina tela de su pantalón, eso fue como entrar al paraíso;  una ligera vellosidad en su pubis me  incitó a descender hacia sus labios, hallándolos  maravillosamente húmedos
Al menor movimiento de mis dedos, Amanda se estremecía, lo que me hizo deducir que si quería complacerla no debía sacar mi mano de allí.
_Amor….toca ahí!!!!. justo ahí!!!!
_Es tu clítoris?
_Sí cielo, siiii, muévelo…
_Así está bien?  Más rápido?
_Sí amor, sí… de izquierda a derecha…sigue…siguee
De un tirón retiré su pantalón pijama, y halándome   de los cabellos me atrajo a su sexo.
No cabe duda que el instinto lo lleva uno en la piel, bueno en éste caso en la lengua, pues con ella le di todo el placer que quería darle con mi sexo, y mientras me comía cada pliegue de su vagina, acariciaba su trasero divino
Su respiración empezó acelerarse, y sus movimientos de pelvis se hicieron  más bruscos llegando incluso a golpearme el rostro; un gemido profundo acompañado de  continuos estremecimientos me dejaron la satisfacción de saber que ella también se corrió…
Se recostó en mi pecho y nos volvimos a llenar de besos,  pero la vocecita inoportuna de Pamela al otro lado de la puerta nos hizo espabilar
_Mamaaa..mamá..abre!
_Ya linda, ya, dame un segundo, respondió mientras buscaba su pijama
Inmediatamente nos vestimos armé un regadero de libros en la cama y Amanda se levantó a abrir la puerta
_Mamaaá
_Qué pasa chiquita porque tanto escándalo?
Es que mi tía Luisa ya se durmió y quiero estar  con ustedes… que hacían?
_Ah…enseñaba a Leo a hacer sus tareas amor, respondió dedicándome un guiño de ojos
_Y por qué mejor no vemos una peli?
_Porque ya es hora de irnos a la cama nena, ya es tarde
 _Mañana no hay clases y Leo puede venir con nosotras
Siempre he dicho que mi primita era una latosa pero aquella noche me provocó caerle a besos por tan esplendida idea
_Cierto tía aún es temprano, podríamos…
_Mmmm nada de  eso ya es hora de  dormir muchachos, Pame ve  a recoger tus juguetes
La chiquilla salió corriendo en dirección a la habitación de mi madre, lo cual dio oportunidad para que mi tía y yo nos despidiéramos
_De verdad no puedo ir con ustedes? insistí
_Y como para qué? respondió algo coqueta
_Estee.. pues digamos que me pareció buena la idea de Pame
_Mmmm pues en vista de que mañana es domingo, podría dejar que la acompañes un rato
_Y tu estarás?
_No Leo, prefiero descansar
_Ahhh ya veo,  entonces… creo que mejor me quedo              
_Jajaja tan rápido se te quitaron las ganas de ver películas? O en realidad tenías otras intenciones pilluelo?
Sintiéndome descubierto le regalé una sonrisa
_En realidad lo que me importa es estar contigo…
_Mmmmm pues da la casualidad de que aún no tengo sueño
_Genial!!!Dame dos segundos y voy contigo, solo me pongo las zapatillas
_No cielo, debo recostar a Pamela…si aún estás despierto cuando apague las luces, podríamos charlar un rato…
_ Claro tía,  estaré pendiente, por nada del mundo me dormiría esta noche
Ella sonrió,  pese a que supongo que no le faltaban pretendientes, intuyo que le gustaba provocar mis estados de euforia, y no solo eso, sino que además se complacía en ser la causante de que poco a poco mi timidez empezara a quedar en el limbo.
Ya había transcurrido casi una hora, desde que se fueron a su departamento, desde el ventanal de la sala pude notar cuando las lámparas  se apagaron quedando una tenue luz que provenía de la habitación de mi tía, mi corazón latió  emocionado  y antes de escapar por la puerta trasera, di una vuelta  por la habitación de mi madre que afortunadamente dormía con placidez.
Como acordamos, mi tía había dejado la puerta principal abierta, y llegar a su recámara fue cuestión de andar a con algo cuidado debido a la escasa iluminación; pero pese a mis precauciones no pude evitar dar un tropezón contra una mesilla que traqueteó como si se desbaratara
_Auchh!!! mierdaa!!!!! Proferí, agarrándome la canilla y dando un par de brincos
_Que pasó amor?’ que bullicio es ese?
_Nada importante tía, choqué contra esa mesa
_Ay cielo! es mi culpa, debí dejar al menos una luz encendida
_Tranquila, ya está pasando
_Ven amor, en mi velador tengo un ungüento, ya verás que en breve te pasa el dolor
Entramos a su habitación me recosté en la cama y  pese a que ya casi no sentía ninguna molestia, dejé que me mimara con sus cuidados
_Aun Duele mucho?
_No tía, nada más un poquito
_Sigo?
_Sii…un poco más…
Sus manos inquietas empezaron a desplazarse desde la rodilla hacia el muslo, provocándome más de un estremecimiento, mucho más cuando sus finos dedos avanzaron hasta llegar a hurgar  la zona cercana a mis ingles
_Te gusta?
_Ohhh tía…sii…
 _Dime cuánto te gusta, dímelo
_Me gusta…me gusta demasiado…me excitas tanto
_Lo suficiente como para ponértela…dura?
_Dura…muy dura… nadie me la pone así, nadie me la pone como tu…
Sonrió complacida, y esta vez agarró de lleno mi miembro que ya estaba en total acción, aquello era fabuloso,  sentía que tenía la fuerza de un toro concentrada en mis genitales, y Amanda no paraba de tocármela.
Sabía lo que vendría en breve si ella no dejaba de acariciarme, pero esta vez no estaba dispuesto a pasar la vergüenza de correrme en segundos, así que la tumbé en la cama, y fui yo quien se dio el lujo de besarla.
Retiré la blusita de tirantes, y divagué por su cuello, las dulces caricias abrían  los espacios de su cuerpo, y allí entre sus sábana, saboreé cada pliegue, cada curva  y cada planicie de su cuerpo; pero mi sexo apretujado dentro de la bermuda clamaba por la oportunidad de penetrarla.
Terminamos de desnudarnos, y fue ella quien separó sus muslos  ofreciéndome  su sexo totalmente abierto e increíblemente húmedo; sin poder resistir más roce  con mi miembro sus labios, que parecían acoplarse a la suavidad de mis movimientos.
Fue difícil contenerme, sentía una imperiosa necesidad de hundirme en su sexo, y sujetando mi pene de la base, lo acomodé en la entrada desplazándome en su interior.
Que deliciosa sensación, nada es comparable a la humedad de una mujer, a  sentir como tu carne va abriendo paso, en ese túnel maravilloso que cede a la presión que ejerce tu verga, nada se compara a verla contorsionarse de placer mientras pronuncia tu nombre Joder!! con solo hundírsela un par de veces sentí que quería correrme.
_Amor ahhh aguanta mi vida…usa tus dedos …usa tus dedos!!!
Verla tan deseosa, despertó mi imperiosa necesidad de complacerla, y haciendo caso de sus clamores, usé mis dedos para estimular su clítoris mientras la atacaba con fuerza…
_Asiiii Leooo, asiii, duro amor… duroooo!!!
Gruesas gotas de sudor se formaban en mi frente, mientras estoicamente resistia las ganas de dejarme ir, ella suspicazmente giró su cuerpo, y sentándose sobre mí, dio rienda suelta a sus ganas de follar.
Su cabellera castaña, se agitaba sobre sus hombros, siguiendo el ritmo de sus senos que bricoteaban en cada metida, hasta que los espasmos de su vulva y sus líquidos regándose en mi pubis, liberaron también mi urgencia de correrme.
Se dejó caer sobre mi cuerpo; la sensación de haber compartido un orgasmo nos dejó plenamente felices, sin ganas de decirnos nada, pero totalmente felices.
Aquella fue mi primera experiencia sexual, después vinieron  otras, quizá mejores, quizá más intensas, pero ninguna con tanto candor, ninguna que me excitara tanto recordar y ninguna que  se marcara tanto en mi memoria….
Amanda fue un ángel en mi vida, que no solo me abrió las puertas de su cuerpo para el goce, sino que me enseñó a enfrentar la vida como todo un varón. Lamentablemente muestro tiempo juntos no duró más que unos pocos meses, pues al término de mi bachillerato, el sueño de mi madre de estudiar en el extranjero se le hizo realidad a través de mí, y pese a que yo tuve ciertas dudas en decidirme por esa opción, ambas  me impulsaron a aprovechar esa oportunidad.
No quiero recordar la despedida, tan solo decir que en la última noche juntos, me marcó con sus besos, y en la mañana después un  triste adiós, agarré un avión que me alejó de ella durante años.
Los primeros meses extrañaba mi país, mi familia, los amigos, hasta la comida ecuatoriana y la extrañaba a ella sobre todo a ella, pero el tiempo cura todo y en esos años de preparación académicamente, nuevos vientos llegaron a mi vida y nuevos amores me devolvieron la sonrisa. Aunque nunca perdimos contacto, Amanda pasó a ser parte de mis más hermosos recuerdos, y como es lógico, tanto para ella como para mí, la vida continuó…
El tiempo pasó, mi sueño de graduarme llegó a feliz término y trabajé un par de años antes de decirme a volver a mi país; es innegable que pese a estar en una buena situación,  llega un momento en que las llamadas, los mensajes, los videos no son suficientes, y yo necesitaba ver a mi familia, abrazarla, sentirla, así que decidí que ya era tiempo de regresar.
El reencuentro fue emotivo, el abrazo cálido de mi madre me hizo sentir que todo recuerdo triste estaba olvidado. Después volteé hacia mi tía, estaba radiante, tan hermosa como la recordaba, quizá algo más redondeada en carnes pero igual de bella, me quedé unos segundos contemplándola, quizá comparándola con la imagen que en mi mente guardaba de ella, pero la voz de mi madre me sacó de mis ensoñaciones
_Hijo, reacciona!  o pensaré que  la vida en el extranjero te ha cambiado, que es eso de quedarse impávido en lugar de abrazar a tu tía!!
_Madre como dices eso! mi tía  sabe cuánto la adoro!! solo que la noto tan linda que… bueno más bien las noto lindas a las dos dije intentando corregir mi metida de pata
_Tanto tiempo desde tu viaje Leo,  parece mentira que de nuevo estas aquí, ven acá  muchacho señalo mi tía tomando la iniciativa en abrazarme
Besé sus mejillas y la ceñí con fuerza hasta hacerle  faltar el aire, la apreté aún  más  contra mi cuerpo y nos quedamos varios segundos juntos, los suficientes como para que el recuerdo de su piel  inesperadamente volviera a inquietarme. Luego tratando de recuperar el control la sujeté por la cintura dando vueltas con ella
_Jajaja muchacho loco  aquiétate!!! que terminaremos rodando por el piso
Ante sus súplicas me detuve  y mirándole a los ojos susurré:
_Te juro que nada me gustaría más que eso…
_Qué dices?
_.Que nada me gustaría más que  terminemos rodando por el piso…
Amanda percibió mi doble intención, y se quedó estupefacta, joder!! que  yo ya no era el jovenzuelo timorato que se hizo hombre en sus brazos; había vivido, había recorrido mundo y era bueno que ella tenga claras las cosas.
Un toqueteo en mi espalda me hizo girar para ver de quien se trataba
_Y a mí no me vas a saludar primo?
_Pamelita!!!! Mira que grande estas, ven acá princesa!!
Abracé a mi prima con ternura, atrás habían  quedado los tiempos en que la pequeña de trenzas rubias y vocecita chillona jugaba a ser mi sombra, ahora era una jovencita hermosa como tía Amanda; no cabía duda que las mujeres de mi familia había sido bendecidas con un encanto particular.
Se me colgó del cuello emocionada
­Te extrañe tanto primo!!!
_Muuuy comprensible, de seguro no tenías a quien robarle monedas, le dije en son de broma mientras la abrazaba fuertemente
_Jajaja verdad!!, además no tenía a quien perseguir todo el día, quien me compre golosinas, y quien me lleve a pasear, ahhh y quien juegue a la pelota conmigo!!
_Jajaja pequeña, tan lindos recuerdos. Te extrañe linda, las extrañe demasiado.
Volver a adaptarme  a mi familia fue relativamente fácil, mi madre con los años se había vuelto más afectiva, mi prima  se había convertido en una jovencita encantadora, solo mi tía parecía no haber cambiado seguía siendo para mis ojos increíblemente sexy.
Como decía, nada parecía haber cambiado, continuaban viviendo en la misma edificación,  compartiendo las cenas de fin de semana, mi tía seguía cocinando delicioso y usando las delgadas pijamas sin sujetador  y para no variar sus tetas seguían volviéndome loco.
Honestamente yo creí que ese capítulo de nuestras vidas se había cerrado, pero el hecho de mudarme con mi madre una temporada, hasta encontrar mi propio espacio hizo que forzosamente volviera a tenerla cerca, y todas las emociones que  antes de volver a verla, creí dormidas, empezaron a despertar, solo que esta vez yo estaba dispuesto a torcer el destino a mi favor.
Los primeros días fue imposible estar a solas con ella, pues a más de tomarme unas merecidas vacaciones, me la pasé de visita en casa de otros familiares, sin embargo no perdía oportunidad de mandarle al menos algún mensaje, que le mostrara que pensaba en ella.
Cuando todo empezó a normalizarse, empezamos a compartir las cenas, Pamela solía pedir que les relate  episodios de mi vida, así que varias noches nos quedamos los cuatro charlando amenamente después de cenar. Una de esas ocasiones, mi madre debido al cansancio se despidió  temprano y Pamela siendo que era fin de semana salió a distraerse con sus amigas, quedándome al fin a solas con tía Amanda.
_Amanda…Amanda…sigues tan hermosa como antes, señalé acariciando los nudillos de su pequeña mano
_Gracias querido, veo que sigues siendo gentil respondió retirándola con suavidad
_Necesitaba hablar contigo a solas, todos estos días ha sido casi imposible tener un minuto de paz
­_Es cierto Leo, pero entiéndelas están emocionadas de tenerte de nuevo en casa
_Y a ti Amanda, también te emociona verme?, porque la verdad te siento algo distante
_Que dices Leonardo, por supuesto que estoy feliz!!, eres mi sobrino y sabes bien que te extrañamos
_Preferiría que hablaras en singular, el te extrañé me gusta más que el te extrañamos
_Jajaja que dices muchacho acaso no significa lo mismo?
_No tía, de ninguna manera y sabes bien a lo que me refiero
_No, no sé a qué te refieres exactamente, pero en fin, ya hablaremos en otro momento creo que es mejor ir a descansar
_Huyendo no solucionas nada Amanda, tenemos una charla pendiente
_Será en otro momento ahora yo…tengo algo de cansancio
_Cansancio, miedo o nerviosismo tía? porque casi te veo temblar murmuré volviendo a sujetar su mano entre la mía
_Leo si te refieres a…
_Si tía, justamente a eso, a lo que un día tu y yo sentimos, a lo que vivimos, a nuestra historia
 _Ya no tiene caso Leo, las circunstancias han cambiado
_Lo único que sé, es que estás casi temblando y eso me hace pensar que aun sientes algo por mí; no creo equivocarme Amanda, tus pezones se han levantado… creo que ellos si me han extrañado
_Leo… yo…
_No digas nada mujer
_Por favor escúchame…
_Ya no la dejé hablar, mis labios se unieron a los suyos y ella poco a poco respondió a mis besos abriendo la boca, permitiendo que nuestras lenguas se vuelvan a encontrar. Nos besamos intensamente, y luego tomándola de la mano la arrastré a mi habitación
Me quité la camisa y le arranqué el brasier; sus tetas aunque menos altivas, seguían  siendo hermosas,  al punto que se me antojaba agarrarle de las caderas y penetrarla hasta cansarme, pero preferí llenarla de besos  y estremecerla con caricias. Al son de comernos a besos, la atraje hacia mí y paso a paso la orillé hasta rodar por la cama, ella abrió sus piernas entrelazándolas a mi espalda, lo cual me permitió hacerle sentir a través de la ropa toda la potencia de mi miembro.
 Mientras nuestros cuerpos tibios se restregaban buscando más acoplamiento, abrí la boca sobre sus senos, chupandolos con ansias. Sus tetas en mi rostro me excitaban tanto que no paraba de comérselas, de morder y lamer sus  pezones, volteaba  de una a otra haciendo que gima de placer; la verdad es que me gustaba tanto  incitarle que hubiera podido pasar horas allí, pero el resto de su cuerpo también pedía ser atendido.
Entre beso y beso nos liberamos del resto de la ropa, ávidamente tomé el camino de su  abdomen hacia la pelvis, aspirando el suave  olor de su pubis que se hallaba cubierto por una finísima alfombra de vellos, descendí mi lengua unos centímetros hasta los pliegues de sus labios, y sediento de ella bebí los líquidos que empapaban su coño. Amanda respondía a mis requerimientos abriéndose toda, y buscando  desesperadamente la inserción de mi miembro.
Mientras lengüeteaba sobre su clítoris, la penetré con mis dedos, su sexo mojado facilitaba el movimiento circular con el que estimulaba su vagina en constantes meneos de entrada y salida. Ella deliraba en mi brazos y eso me generaba aún más placer.
_Te gusta amor te gusta lo que te hago?
_Ohh Leo..Leo.. me gusta ahhh
_Cuánto linda….cuánto te gusta?
_Mucho.. demasiado… dámela… dámela de una vez
_Claro que te la doy  mi vida  si me encanta follarte, solo quiero que me la pidas como se debe
_Joder!!! que me la metas!!! fóllame!! folla a tu putilla
_Así mamita así…date vuelta que  te voy a dar  lo que te hace falta
Nuestras frases se volvían fuertes pero ambos parecíamos disfrutar liberándonos, era  nuestro reencuentro y no se nos antojaba el sexo dulce de antes, queríamos sexo crudo. Coger…tirar… follar…
Ella misma se puso en cuatro ofreciéndome sus entrañas, y yo enloquecido la agarré de las pechos mientras me juntaba a su trasero. No resistí más las ganas de tenerla y  ubicando mi pene en su entrada  me desplacé lentamente por su abertura.
Amanda gimió mientras la prolongación de mi pene llegaba a lo más profundo, luego placer mucho placer. Los movimientos de nuestros cuerpos amándose desenfrenados, nos llevaban a otra dimensión en la que yo procuraba resistir a muerte para satisfacerla. 
Empujé mi cadera sin detenerme, con furia, arremetiendo contra aquel sexo cálido que ahorcaba mi pene produciéndome infinitas sensaciones de placer, hasta que en total agotamiento Amanda  dejó caer su pecho en  la cama, mientras convulsionaba y gemia enloquecida. Nada podía satisfacerme más que su linda carita orgásmica.
 Tumbándome junto a ella volví a comerle la boca y  descendiendo  por su espalda  eché mano a su trasero; luego de unos cuantos morreos, mi tía se ubicó entre mis muslos, y se dio a la insuperable tarea de comérmela, sus labios carnosos se ajustaban al grosor de mi miembro succionando mi glande y tragando buena parte de mi instrumento. Era un encanto verla tan engolosinada, subía y bajaba acelerando y luego disminuía la intensidad para volver a atacar. No pude más,  el impacto de sus ojos fijos en los mios mientras me la chupaba, fue el detonante que hizo que  llegara no solo a eyacular sino a expulsar parte hasta de mi alma…
Después de unos minutos de descansar abrazados, nuestros cuerpos buscaron más caricias. Nuevamente  me deleité en sus genitales solo que esta vez,  agité mi lengua desde las comisuras de sus labios  hasta bordear su orificio mas intimo
Sus gemidos se incrementaban a medida que mi lengua estimulaba sus pliegues. El suave masaje en su clítoris le hacia abrirse permitendo que uno de mis dedos iniciera el juego de inserción en su esfínter, pero pese a estar muy excitada tensaba sus glúteos impidiendo mayores avances.
_Ohhh Leo.…duele…ahhhh…duele…
_Amor tranquila ..solo relájate…
_ Leo…no lo sabes pero..es que nadie ha estado ahí…
_Tranqula amor ..confia en mi, iremos despacio
_Ahhh…no..no estoy…muy segura..i
_Tía,  hace unos años tu me enseñaste a amar, ahora deja que sea yo   quien te enseñe…
Mis ultimas palabras terminaron de convencerla,  la conduje suave sin presionarla; acaricié su cabello, su espalda, su  trasero, volviendo una y otra vez a su boca que respondia con desenfrenados besos profundos; pero fue la  estimulación de sus senos, el punto máximo de calentura que la hizo ceder a  mis deseos de ponerse en cuatro.
Me ubiqué tras de sus caderas, hundiendo mi rostro en su cola; lubriqué su esfínter, masajeándolo con mis dedos, que a medida que ella se cedía se iban introduciendo en su interior. Continué estimulándola hasta que ella misma botando su cuerpo hacia atrás logró que mi miembro tomara posición.
Sin dejar de acariciar su clítoris, empujé la pelvis penetrándola con suavidad, abriéndome paso en sus estrechas paredes, ella gemía y a medida que me deslizaba en su interior, sus estremecimientos se hacían mas briosos y mis ataques más salvajes,  al punto de que fundidos en un vaiven de sensaciones explotamos en un orgasmo incomparable.
Agotada recostó su cabeza en mi pecho y yo respondi acariciándole la mejilla. Despues de unos minutos de quedarnos en silencio Amanda musitó:
_Leo esto es una locura
_Sí, una locura hermosa
_Hermosa pero igual  debemos dejarla
_No digas nada  mujer, porqué te gusta complicar las cosas? nos gustamos, nos deseamos, ponle el nombre que quieras, amor, pasión deseo, ganas, lo que sea; pero me gusta estar contigo
_Leo no sigas, sabes que tengo razon, ademas  hay algo que tú no sabes
_Por favor  Amanda no arruines el momento
_Es que …yo..yo…salgo con alguien entiendes? Sé que debi decirlo antes
No esperaba aquella confidencia, pero no perdí el aplomo y traté de minimizar lo que había escuchado
_Es lógico Amanda, si eres encantadora; de hecho también yo salí con otras mujeres, pero aún podemos intentarlo…
_Hombre, como dices eso!! Se te olvida que soy tu tía, tu tía!!! ….además,  llevo más de un año con él, es un hombre que me ha dado paz, quizá no la pasión que tú me ofreces, pero a mi edad busco tranquilidad, busco algo más que sexo, un hogar y eso es algo que jamás tendré contigo…
_Tía yo por ti…
_No amor, no digas nada, no es tu  culpa, son las circunstancias. Sé que mis acciones de hoy contradicen lo que digo y te pido disculpas  por ello pero…
_Tía, escúchame!!
_Leo no más… solo déjame, dejame ser ser feliz…a mi modo…
Su última frase  me partió el alma y la abracé. Un día me fui de su lado y  había llegado el momento en que la deje irse del mío.
  Terminó de vestirse, me miró dulcemente con esos ojazos claros y hermosos, y vi en ellos la sombra de su amor maternal
_Te quiero sobrinito
Le besé la frente y la volví a abrazar; en ese momento comprendí que nuestro afecto filial trascendía al deseo, aun así,  con la voz casi entrecortada susurré:
_Volveré a tenerte?
Dudó unos segundos que para mí fueron la luz  de la esperanza y en voz casi inaudible respondió:
_Sin preguntas Leo…sin preguntas…
Que significaba aquello? No lo sé…solo el tiempo da las respuestas…
Después de que salió de mi habitación subí a la terraza, el aire frio de la noche dispersaba mis pensamientos; llevaba cerca de una hora allí, cuando el portón principal se abrió, dando paso a la delgada silueta de Pamela. 
_Que horas son estas de llegar niña!!
_Ay primo!!!! ni siquiera es la media noche…daba una vuelta con unas amigas. Y tú, qué haces ahí?
_Contando estrellas dije burlonamente
_Jajaja vas a necesitar ayuda…ya te alcanzo
Subió a prisa los  graderíos y me estampó un beso en la mejilla
_Y a más de contar estrellas en que pensabas?
_Meditaba nena, meditaba  en mi vida, en  los asuntos que tengo pendientes; ya sabes cosas de adultos
_Mmmm pero se te nota algo triste
_No linda, no es tristeza, quizá solo es algo de nostalgia; la verdad es que soy un tipo realmente afortunado
_Ah sí? Y se puede saber porque?
_Porque la vida me ha permitido vivir cosas, que otros hombres  no tienen  oportunidad de disfrutarlas ni en sueños
_Mmmm eso tiene relación con una mujer cierto?
_Jajaja eres muy lista y demasiado curiosa
_Debió ser hermosa
_Bueno, pues sí, siempre he tenido la suerte de que se me crucen mujeres hermosas
_Jajaja Leo que humilde eres!!! Oye….y yo ….yo te parezco hermosa?
Aquella pregunta me desconcertó  porque  fue lanzada con una mirada  profunda e intensa
_Sí Pame, eres preciosa, siempre he dicho que las mujeres de mi familia son bellísimas, respondí evitando un comentario inadecuado.
_O sea que te parezco bonita, insistió de forma traviesa
_Mucho, mucho, pero… ya es hora de ir a dormir pequeña, respondí acariciando su mejilla
_Sí, tienes razón, buenas noches Leo
Se acercó lentamente, y al despedirse, en lugar de besar mi mejilla, depositó un suave beso en  mis labios
La sostuve de los hombros, buscando en sus ojos una explicación a la inapropiada caricia, pero sus labios se abrieron tan solo para confundirme más 
_Leo, no solo tú eres afortunado, las mujeres de ésta familia, también lo somos….
Me estremecí sin saber qué interpretar,  y en ese bendito momento en que nuestras pupilas se encontraron, me percaté que al igual que tía Amanda, Pamela tenía los ojos dulces y la sonrisa traviesa…
FIN
 
 PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
leonnela8@hotmail.com

“Un pequeño gran hombre y sus compañeras de clase 4” POR GOLFO

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Siguiendo con el plan Ana y Cayetana le presentan a Altagracia, una preciosa mulata, sin saber que esta chavala se quedaría prendada del enano y que se acostaría con él de motu proprio sin pensar en el dinero que le habían prometido.

Ajeno a los planes que mis amigas habían urdido, ese viernes como tantas veces aparecí por Cats sin otra intención que tomar unas copas. Sin saber que mi estreno en el plano sexual estaba cerca, saludé a Ana.

        ―Pedro, ¿conoces a Altagracia?― señalando a una latina de grandes tetas y piel oscura, me preguntó.

        Aunque había visto a esa chavala deambulando por los pasillos, nunca había hablado con ella, por lo que extendí mi mano regordeta para saludarla un tanto cortado por su altura. No en vano, esa mulata era altísima. Ella riendo a carcajada limpia se agachó y me dio un beso en la mejilla sin caer en que al hacerlo y desde mi ángulo me regalaba una completa y calenturienta visión del canalillo de sus ubres.

         «¡Menuda delantera!», pensé mientras el perfume barato que se había puesto impregnaba mis papilas.

        La chavala se percató de mi mirada haciéndome enrojecer, pero lejos de tomárselo a mal acomodándose los pechos dentro del top que llevaba me hizo saber que no le importaba diciendo:

        ―¡Qué mono eres!

        Ese desparpajo junto con su acento caribeño me encantó y aunque pensé en quedarme con ella, mi timidez me lo impidió y en vez de ello,  fui a la barra a pedir un ron. Como otras veces, me preparé a escalar un taburete para llamar al camarero, pero en ese momento sentí que alguien me izaba en volandas y me ayudaba a sentar.

        Cabreado, iba a mentar la madre a mi inesperado bienhechor cuando al girarme me encontré que la muchacha que me acababan de presentar era quien se había tomado la libertad de tomarme al vuelo.

        ―Mucho mejor así― dijo la chavala mientras se sentaba a mi lado.

        ―¿A qué te refieres?― pregunté cortado viendo que, contra de lo que era usual, esa monada no se sentía repelida por mi presencia.

        Sonriendo de oreja a oreja, respondió:

        ―Me gusta mirar a los ojos a los amigos y sentados no parece que te llevo tantos centímetros.

        Que ya me considerara su amigo, me extrañó. Pero dada mi carencia de ellos y el atractivo que destilaba por sus poros decidí aceptarlo:

        ―Guapetona, ¿quieres tomar una copa?― pregunté mientras me forzaba a retirar mi vista de su tetas.

        ―No, mi amor. Tengo el vaso lleno― respondió.

Sentada era menos impresionante y por ello pude establecer una conversación más o menos tranquila con ella, conversación en la que al fin pude hasta resultar encantador sin que se me notara la atracción que me provocaba y aunque suene un farol, creo que ella disfrutó de mi compañía.

Todo se torció al cabo de una hora cuando, en un gesto que a otros pudiera resultar normal, tomó mi mano. Nuevamente nada me había preparado para ese contacto y menos para que mirándome a los ojos me preguntara si tenía novia.

        ―¿Te crees que existe alguna mujer que se pueda sentir atraída por mí?― respondí enfurruñado.

        ―No todo es el atractivo físico― sin dejar de sonreír contestó.

        De muy mala leche y retirando la mano, le solté que eso solo lo decía la gente guapa pero que como enano tenía que ser consciente de mis limitaciones.

        ―¿Me consideras guapa?― entornando los ojos dejó caer mientras recuperaba mi mano.

        ―Lo eres― repliqué totalmente avergonzado al notar que, aunque pareciera imposible, esa preciosa morenaza estaba tonteando conmigo.

        Sin dar su brazo a torcer en plan coqueta se levantó del taburete y luciendo su cuerpazo, me preguntó que parte de su anatomía era la que más me atraía.

        ―Tienes un culo impresionante― reconocí con tono inseguro.

        Para mi sorpresa, esa preciosidad se tomó a bien ese piropo y volviendo a su asiento, me soltó:

        ―Pues fíjate, aun así, yo tampoco tengo pareja.

        ―Será porque te tienen miedo― contesté.

        Por enésima vez en los cinco minutos que la conocía, la morenaza me descolocó al preguntar si a mí me pasaba eso.

        ―No creo que nadie se sienta intimidado con mi estatura.

        Muerta de risa, acercó su silla y con su cara a escasos centímetros de la mía, susurró:

        ―Quería saber si a ti también te doy miedo.

        Todavía hoy no sé cómo me atreví, pero sin retirar la mirada de sus negros ojos respondí:

―Para nada, eres preciosa.

Mi respuesta le hizo gracia y demostrando lo halagada que se sentía con mis palabras, me dio un pico en los labios mientras me decía:

―Eres tan encantador que te comería entero.

Ese sencillo gesto desarboló todas mis defensas y asumiendo que estaba siendo objeto de una broma, le pedí que no me tomara el pelo y me dejara en paz.

―¿Te crees realmente que eso hago?― molesta replicó mientras tomaba su vaso y me dejaba solo: ―Eres igual que todos. En cuanto me abro a un hombre, sale corriendo. 

Confieso que no me esperaba ese cabreo y por ello me quedé mirando como cruzaba la disco y se sentaba meditabunda en un rincón.

―¿Qué coño le has dicho?― me llegó Ana al ver la escena.

Todavía con la mosca detrás de la oreja, respondí que estaba cansado de que se rieran de mí y que no me creía que estuviera interesada por mí.

―Creo que te equivocas con ella.  Altagracia es una buena chica que lo ha pasado muy mal desde que su último novio distribuyó fotos suyas desnuda por medio Madrid.

―¿Y qué tengo que ver yo en ello?

―Nada y mucho. Le he hablado de ti, de lo buena persona que eras y lo mucho que me has ayudado. Te puse como ejemplo para que supiera que hay chavales decentes. Es más, aceptó mi invitación cuando le expliqué que tu ibas a estar aquí.

―No lo sabía― siéndome una piltrafa, musité.

―Vete a disculpar― señalando a la morena que parecía a punto de llorar, me ordenó.

Abochornado por mi falta de tacto, bajé del taburete y metiéndome entre la gente, fui en su busca. Altagracia no me vio llegar y por eso le sorprendió escucharme decir que lo sentía mientras acariciaba su melena rizada.

―¿A qué vienes? Puedo soportar que la gente piense que soy un putón, pero no que me rio de un pequeñajo.

―No soy un pequeñajo, soy un enano que además es un idiota… que no está acostumbrado a que nadie lo trate bien― contesté: ―¿Podemos volver a empezar? Me llamo Pedro y ¿tu?

―Altagracia, otra idiota que tampoco ha recibido mucho cariño últimamente.

―Si me dejas, tengo mucho cariño que dar― respondí y lanzándome directamente al precipicio le devolví el dulce beso que me había regalado ello unos minutos antes. Todavía no comprendo como tuve el valor de hacerlo. Era suicida. 

―¿Te importaría acompañarme a casa? Se me han quitado las ganas de estar aquí― con la sonrisa que me había deslumbrado, preguntó.

―Siempre y cuando me eches antes de las doce. Tocando las campanadas, mi disfraz desaparece y me convierto en un rubio príncipe que las trae locas.

Con una tierna pero triste sonrisa, me lo prometió quejándose de que había pensado en pasar la noche conmigo, ya que estaba sola porque sus padres habían salido de la ciudad.

―¿Ahora sí que me estás tomando el pelo? ¿Verdad?

Con una carcajada, me replicó si estaba seguro de que no era una oferta seria.

―Me encantaría que fuera así, pero lo dudo.

Demostrando un descaro desconocido para mí, me tomó de la mano y me llevó fuera del local, diciendo:

―Tienes hasta media noche para averiguarlo.

Mis ciento veinte centímetros resultaron una ventaja porque dada la diferencia de tamaño el culo de esa impresionante mulata fue lo único que vi hasta salir a la calle. Ya en la cera, me preguntó si tenía coche.

―Una mierda, pero al menos anda― respondí abriendo mi destartalado Ibiza.

Mientras me encaramaba a mi asiento, se sentó en el suyo diciendo que me quedara claro que si se convertía en mi novia quería que a partir de esa noche le abriera la puerta.

―¿Te han dicho que estás como una puta cabra?― despelotado por su ocurrencia respondí.

Riéndose descaradamente de mí, me replicó:

―Acaso esta negra no es lo suficiente mujer para soñar que mi adorado enano me pida salir.

―Estás jugando con fuego… este enano puede ser muy perverso― dije mientras encendía el motor.

Al ver que no me contestaba la miré y descubrí que observaba con interés la adaptación que me permitía conducir.

―Es un acelerador de moto. Como verás, no llego a los pedales.

Lejos de cortarse al verse descubierta, me respondió que le encantaba comprobar que sabía superar sus limitaciones y que le gustaría ser como yo.

―¿Un puto enano?

―No, tonto. Una persona que no se deja vencer por los problemas― respondió mientras me decía la dirección de su casa.

Por alguna razón después de darme las señas, esa monada se hundió en un mutismo tan raro como completo. Desconociendo la mentalidad femenina creí que se había arrepentido y por ello al llegar a su portal me despedí de ella.

―¿No subes?

El tono desolado de su pregunta me destanteó y apagando el coche, le pedí que se quedara sentada. Intrigada por mi petición, me obedeció y dándome prisa, bajé del coche y le abrí la puerta.

―¿Me estás pidiendo que salga contigo?― ilusionada murmuró al ver mi gesto caballeroso.

Imitándola, respondí:

―Tienes hasta media noche para averiguarlo.

Me encantó comprobar su alegría, pero no que alzándome del suelo Altagracia me besaba mientras mis pies quedaban a casi un metro de altura. Aun así, respondí con pasión y por primera vez en mi vida, mi lengua jugueteó con la de una mujer dentro de su boca.

―Bájame― le pedí cuando nuestro beso terminó: ―No querrás que me rompa la crisma.

No tuve que volvérselo a decir porque o bien comprendió mi embarazo o mis treinta y ocho kilos eran demasiados para tenerme en volandas.

―Ven, acompáñame― alegremente me pidió mientras subía las escaleras de dos en dos.

Al no poderle seguir el ritmo, me atrasé y tras perderla de vista, asumí que el apartamento donde vivía era el único que cuya puerta estaba entornada.

―¿Altagracia?― pregunté tocando antes de entrar.

―Pasa… perdona, pero estaba sedienta… estoy preparando unos mojitos.

Tras subir a trompicones los dos pisos estaba con flato, pero lo que me dejó sin resuello fue encontrarme con que en los pocos segundos que había tardado en llegar se había cambiado.

¡Descalza y con solo una camiseta cubriendo su casi metro ochenta estaba moliendo hielos en mitad de la cocina!

Al ver mi cara de sorpresa, me pidió que me sentara en el sofá mientras terminaba las bebidas. Aceptando su sugerencia, me puse cómodo mientras observaba el modo en que meneaba su pandero bailando al son de la música mientras mezclaba el ron con el zumo de lima y la hierbabuena.

«Dios, ¡qué buena está!», me dije ensimismado admirando la perfección de esos negros muslos con los que la naturaleza la había dotado.

 Ajena al minucioso examen al que la estaba sometiendo, Altagracia no paró de hablar mientras elaboraba la que según ella era su especialidad.

―¿Sabes que eres el primer hombre que traigo a casa?― dijo de vuelta al salón y tras ponerme un mojito en mis manos, se sentó en el suelo.

―Será porque no me tienes miedo― respondí al tiempo que cataba esa especialidad cubana.

―¿Te gusta lo que te prepara tu negra? – preguntó con su desparpajo habitual y antes de que pudiera hacer algo por evitarlo, llevó sus manos a mis zapatos y me los quitó.

―¿Qué haces?― respondí impresionado por la naturalidad de la mulata al hacerlo.

―Cuidar a mi hombre― susurró mientras acariciaba mis pies con sus dedos.

Que se refiriera a mí así, me sonó a música de Beethoven y por ello no caí en las dos lágrimas que en ese preciso instante recorrían sus mejillas.

―¿Qué te ocurre? – pregunté al darme cuenta.

Secándoselas con la camiseta, contestó:

―Estoy feliz de haberte pedido que vinieras. Eres un cielo. Cualquier otro al que hubiese invitado, ya estaría tratando de aprovecharse de mí.

Su tono ilusionado me hizo saber que su vida tampoco le había sido fácil y tomándola de la barbilla, le susurré al oído:

―¿Quién te ha dicho que no pienso hacerlo?

La suavidad de mi voz desmoronó a la mulata y con una sonrisa, me rogó que no me convirtiera en el rubio príncipe porque le gustaba tal y como era. Enternecido, se lo prometí siempre y cuando ella no se convirtiera en la bruja mala del cuento.

―Puedo ser muy buena― respondió y para demostrar con hechos sus palabras, se agachó.

Ni en mis sueños más guajiros me hubiese imaginado que esa noche, separando sus labios, esa monada comenzaba a recorrer con su lengua los dedos regordetes de mis pies mientras me imploraba que fuera buena con ella. No me acompleja reconocer que me excitó sentir como se los metía en la boca y se recreaba lamiendo algo que a otra mujer le hubiese al menos repelido.

        ―Llevo más de una hora soñando con esto― levantando su mirada señaló con una alegría tan intensa que parecía producto de alguna extraña paranoia.

        Mi inexperiencia me impidió reaccionar y mientras Altagracia embadurnaba con su saliva mis pies, en silencio advertí que esa chavala se iba calentando exponencialmente sin que yo tuviese que hacer nada.

        ―Dime que quieres que sea tu novia― sollozó restregando las piernas entre sí en un intento de demorar su clímax.

«No me lo puedo creer», me dije al descubrir en ella los primeros síntomas del orgasmo.

A los pocos segundos comprobé que no me equivocaba porque pegando un prolongado gemido Altagracia comenzó a convulsionar de placer.

―Lo siento mi amor… ¡me corro!― chilló retorciéndose en el suelo.

Sus palabras despertaron mis sospechas, sospechas que quedaron totalmente confirmadas cuando, al terminar de correrse y mientras seguía despatarrada frente a mí, me rogó que no me enfadara con ella.

―¿Por qué debería enfadarme?― pregunté.

―Amor, me he corrido sin tu permiso― todavía con la respiración entrecortada respondió.

Para mi sorpresa comprendí que, tras una vida marcada por los abusos, la mulata había desarrollado una dependencia por sus parejas y que, acostumbrada a la violencia, veía en mi comportamiento tranquilo y tierno una nueva forma de dominio contra la que no sabía actuar.

«Sabe cómo reaccionar a la coacción, pero ante el cariño está indefensa», sentencié al observar que Altagracia me miraba fijamente como si esperara unas órdenes que no llegaban.

―Nunca podía enfadarme con una princesa― susurré haciendo tiempo para asimilar lo que estaba sucediendo.

Por el brillo de su mirada confirmé que mis conjeturas tenían bases sólidas y que quizás pudiera hacer que bebiera de mis manos, usando un poco de inteligencia.

―Dios, esto está buenísimo― dije terminándome el mojito: ―No sé qué me apetece más, si beberme otro o comerte la boca.

―¡Puedes tener ambos!― contestó y lanzándose sobre mí, me besó haciéndome gozar de sus carnosos y exuberantes labios mientras en el interior de su mente trataba de digerir la atracción que sentía por un enano.

A pesar de mi novatez en esos asuntos, no perdí la oportunidad de amasar sus pechos y más cuando escuché el berrido que pegó al notar que cogía uno de sus pezones entre mis yemas.

―Relájate y disfruta. Te lo has ganado― murmuré en su oído mientras con una de mis manos le subía la camiseta.

Altagracia tomó mi sugerencia como una orden y se mantuvo quieta, pero expectante mientras se la terminaba de quitar.

―Sé bueno conmigo― insistió con la respiración entrecortada al comprobar que acercaba mi boca a sus tetas.

―Eres tú la que me debe tener paciencia, ¡es mi primera vez!― respondí metiéndome una de sus erizadas areolas en la boca.

Al confirmar mi virginidad, algo en su cerebro hizo crack y con una ternura apabullante me pidió que me pensaba el entregarle ese regalo.

―No tengo que pensármelo― dije retirando mis labios de su pezón

―Soy un putón que ha estado con muchos― respondió.

Sonriendo tiernamente, contesté:

―Puede ser, pero ahora eres mi novia.

Durante unos segundos, se quedó paralizada:

 ―Amor mío, ¿te importaría que nos fuéramos a mi cuarto?― susurró con una timidez que nada tenía que ver con su desfachatez inicial.

Mi sonrisa la hizo reaccionar y por segunda vez en la noche, Altagracia me tomó en sus brazos y me llevó hasta su cama donde me depositó suavemente sobre las sábanas.

―¿Te importaría hacerme el amor?― musitó excitada.

No tuve que ser un genio para saber qué era lo que esa preciosidad necesitaba y quitándome la camisa, con tono firme pero dulce, le pedí que se desnudara ante mí.

Durante unos segundos la mulata se quedó mirando mi torso desnudo. En su rostro descubrí que no había rechazo sino atracción y eso me dio el valor para quitarme los pantalones mientras ese pedazo de hembra contemplaba con fascinación el bulto que crecía bajo mi calzón.

―Eres un muñeco― dijo con voz temblorosa.

―Te he pedido que te desnudes― repetí mientras me sentaba en el borde del colchón.

En esta ocasión, no tardó en obedecer y ante mis ojos se despojó de la camiseta.

―Tienes unos pechos maravillosos― mascullé totalmente excitado.

La entonación de mi voz le informó de lo mucho que me gustaba esos dos negros cántaros y en plan coqueto los lució ante mí haciéndolos rebotar dando unos pequeños saltos. Hipnotizado por esas bellezas no me percaté de la mancha de humedad que crecía en sus bragas hasta que mi nueva amiga se acercó juntó a mí diciendo que eran míos. Y es que al ponerse tan cerca,  su coño quedó a la altura de mi cara.

―Quítate las bragas― pedí desde la cama.

Altagracia contestó con un gemido de deseo a mi orden y mirándome fijamente a los ojos las fue deslizando mientras me rogaba otra vez que la tratara bien. Su fijación me hizo asumir el maltrato al que la habían sometido sus parejas y por ello al comprobar que se la había quitado, le rogué que se aproximara.

El aroma a hembra necesitada llegó a mis papilas cuando puso su denso bosque a escasos centímetros de mí demostrando nuevamente su urgencia. Me preocupó no estar a su nivel y resultar un fracaso como amante.

―Nunca me he comido un chumino― murmuré y sacando la lengua, le regalé un primer lametazo.

Ni siquiera escuché su sollozo, al estar concentrado en las sensaciones que el sabor agridulce provocaba en mí . Tras analizar lo que sentía durante unos instantes, sentencié que me encantaba y ya lanzado me puse a paladear a conciencia ese manjar.

―Mi amor, ¡no hace falta que complazcas a tu negra!― exclamó descompuesta haciéndome ver que además de maltratarla sus amantes no habían buscado nunca su placer.

 ―Túmbate en la cama― dando una palmada sobre el colchón, le pedí.

Extrañada con que no intentara aliviar mis necesidades antes que la suyas, obedeció y colocándose en mitad de la cama, esperó pacientemente a que yo me terminara de desnudar para ver que le tenía reservado. Lo que sé que nunca se previó fue que recordando la fijación que había demostrado, me dedicara a besar los dedos de sus pies mientras alababa su belleza.

Ante mi sorpresa, Altagracia se corrió en cuando metí el primero en mi boca y convencido de que eso era lo que esa monada era lo que necesitaba, con una determinación que me dejó acojonado fui lamiendo uno tras otro mientras su dueña se retorcía de placer.

―Mi amor, mi dueño, mi señor― sollozó la mulata presa de la lujuria al experimentar que practicaba con ella su fetiche.

La entrega que estaba demostrando me dio el valor de continuar por sus tobillos y mientras mi indefensa victima unía un orgasmo con el siguiente, fui subiendo por sus muslos.

―Por favor, hazme tuya― me imploró al sentir que mi lengua se acercaba a su sexo.

La evidente calentura de la muchacha me dio una rara tranquilidad al saberme al mando y en vez de cumplir su deseo, entre los hinchados pliegues de su coño, busqué mi objetivo.  A pesar de mi inexperiencia, no tardé en encontrarlo y al comprobar que lo tenía totalmente hinchado e inhiesto, me dediqué a mordisquearlo suavemente.

Altagracia se corrió nuevamente al sentir la acción de mis dientes sobre su clítoris, pero en esta ocasión su orgasmo fue explosivo y ante el pasmo de ambos, bañó mi rostro con el geiser que brotó del interior de su cueva.

Por un momento creí que se había meado, pero al comprobar su sabor supe que ese manantial intermitente era su flujo y con mayor determinación me puse a devorarlo.

―Me estas matando― aulló mi presa mientras se pellizcaba los pechos con una fiereza que me preocupó. Pero lejos de paralizar mis maniobras el ver el modo en que se torturaba sus pezones me hizo extender todavía más mi ataque, metiendo una de mis yemas en su chocho.

Su chillido de gozo resonó entre las cuatro paredes de la habitación y ante mis ojos, su cuerpo colapsó de placer mientras sus manos buscaban mi miembro. Al tomar posesión de mi erección, se volvió loca. Cambiando de posición, me tumbó sobre las sábanas sin pedir mi opinión y usando mi verga como ariete demolió de un golpe la última de sus defensas empalándose con ella.

 Juro que me hubiese gustado que hubiese sido más lenta la primera vez que penetraba a una hembra, pero nada pude hacer cuando Altagracia empezó a cabalgar desbocada sobre mí mientras me rogaba que me uniera a ella.

―Muévete, putita mía― me atreví a comentar al ver que disminuía el galope.

Ese involuntario bufido exacerbó la lujuria de la morena y mientras se clavaba una y otra vez mi pene, me rogó que lo repitiera.

―¿Qué quieres que repita?― pregunté desconcertado.

Con lágrimas en los ojos, replicó:

―Que soy tu puta, tu negra, tu hembra.

Asustado por la lujuria que destilaba su voz, no pude más que complacerla y llevando mis regordetas manos a sus nalgas, elevando mi tono, repetí lo que me había pedido:

―Eres mi puta, mi negra y mi hembra.

El placer la dominó al escuchar mis palabras y sin que nada me hubiese podido avisar de lo que se avecinaba, Altagracia se desmayó sobre mí con mi polla incrustada en su interior.

«Joder, ¿ahora que hago?», pensé mientras intentaba respirar, ya que su cuerpo pesaba demasiado.

Haciendo un último esfuerzo, pude echarla a un lado y entonces fue cuando realmente me preocupó al ver espuma en su boca y que no reaccionaba. Aterrorizado, empecé a zarandearla.

―Despierta― le pedí mientras decidía si llamar a un médico.

Afortunadamente, la mulata abrió los ojos y emocionado al haberla recuperado, la besé recriminándola el susto que me había dado, pero entonces luciendo una dulce sonrisa susurró:

―Mi pequeño gran hombre ha brindado una lección a su zorrita.

―No soy pequeño, soy un enano― respondí ya más tranquilo y riendo a carcajada limpia, le informé que todavía no me había corrido.

Con una felicidad desbordante, cogió mi verga entre sus dedos y me dijo que eso había que solucionarlo.

―¿Cómo piensas hacerlo?― pregunté despelotado.

Acercando su boca a mi erección, buscó complacerme…

“Un pequeño gran hombre y sus compañeras de clase 3” POR GOLFO

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4

Después de haber tenido la polla del enano entre sus manos, Ana y Cayetana deciden ayudarle para que deje de ser virgen, pero en vez de acostarse con él directamente hablan con una mulata para que sea ella quien lo estrene.

Al día siguiente, mis padres me estaban esperando para desayunar conmigo. Asumí al instante que iba a tener bronca, pero para mi sorpresa tanto mi vieja como mi viejo se abstuvieron de recriminarme nada. Únicamente insistieron que no saliera de casa y me quedara reponiéndome de la paliza.

        Aterrorizado con la idea de enfrentarme con Ana y con Cayetana, accedí de buena gana y por ello, no me enteré hasta mucho después de lo que esa mañana decidieron a mis espaldas y es que sin informar una a la otra que ambas me habían metido mano, decidieron entre ellas buscar alguien que me aliviara las ganas.

―Somos unas desconsideradas con Pedrito― comentó Ana mientras desayunaba con Cayetana: ― Las dos tenemos novio y en cambio, él sigue siendo virgen.

―¿No pensarás en tirártelo?― alucinada replicó la rubia mientras recordaba la sensación de tener ese pollón entre sus dedos.

―No, pero he pensado que podemos conseguir que Altagracia se acueste con él― replicó su íntima amiga.

Asombrada con la idea, Cayetana le pidió que se explayara.

―Ya sabes lo jodida de pasta que siempre anda. Es una guarra que se ha tirado a media clase y creo que por cien euros es posible que ella nos haga ese favor.

―Estás como una cabra si piensas que le voy a llegar y decir que la considero tan puta de pagarla para que se tire a Pedro― respondió asumiendo que le iba a tocar a ella hacerle la oferta.

―Invítala a tu casa esta tarde y yo me ocupo― contestó su compinche sin dar más detalles.

Intrigada por cómo iba a conseguir que ese zorrón accediera a acostarse con un enano como yo, aceptó su parte y al terminar las clases, la buscó entre la gente.

―Altagracia, Ana y yo vamos a merendar en casa. ¿Te apetece acompañarnos?

La chavala recibió la invitación con suspicacia porque no en vano era tanta su fama que apenas tenía amigas, pero no queriendo perder la oportunidad de intimar con las chavalas más populares del curso, asintió y quedaron en verse a las siete.

―Ya he hecho mi parte― le dijo la rubia al volver con Ana: ―Ahora te toca a ti cumplir la tuya.

Sin revelar sus planes, quedaron en verse antes y por eso cuando Altagracia apareció en casa de la pija, la dos socias de encerrona estaban esperándola con la mesa y las bebidas preparadas.

―Tienes una casa preciosa― comentó la latina al entrar.

Su anfitriona comprendió que no estaba acostumbrada a esos lujos y no queriendo hacer leña de la difícil situación económica de su invitada, en vez de contestar, le ofreció una cerveza.

La mulata aceptó de buena gana el botellín que le daba y de un solo trago se lo bebió diciendo que venía sedienta. Deseando que se relajara y que no se percatara de la razón por la que la habían invitado, la imitó para acto seguido sacar otras dos de la nevera.

―Yo también estaba seca― le dijo mientras sustituía el botellín vacío por otro lleno.

Observando los dos globos con los que la naturaleza había dotado a la recién llegada, Ana supo que yo no iba a desaprovechar la oportunidad de chuparlos si se me ponían a tiro y por ello, luciendo la mejor de sus sonrisas, se inventó un supuesto interés que tenía por un estudiante de segundo de derecho.

―El tío está bueno, pero dudo que me haga caso― se quejó simulando una angustia que no sentía: ―Tiene novia.

―Todavía no ha nacido un hombre que le haga ascos a un polvo. Por mucho que tenga pareja, si una mujer se lo propone, se lo tira― replicó Altagracia muy segura.

Tras llevar la conversación a donde ella quería, Ana se bebió su cerveza antes de decir:

―Eso es algo que siempre se ha dicho, pero no estoy segura de que sea cierto. Me considero una mujer guapa y aun así ha habido veces que no he podido seducir al chico que me gustaba.

Altagracia entornó los ojos sin creerla y tras unos segundos, durante los cuales se pensó en si le convenía hacer esa confidencia, respondió:

―No debes haber insistido lo suficiente. Siempre que me ha apetecido una polla, me la he comido… y también alguna que no me apetecía y que al final ha resultado ser mucho mejor que las que teóricamente iban a funcionar.

Soltando una carcajada, Cayetana intervino diciendo:

―En eso estoy de acuerdo. Damos por sentado que un tipo atlético de uno ochenta va a ser bueno en la cama y luego resulta que es un inútil que se corre antes de tiempo.

―Ya te digo― comentó Altagracia: ―El peor amante con el que he compartido caricias fue el capitán de un equipo de futbol. Alto, fuerte y con un cuerpo que me hacía mojarme con solo verlo, al llevármelo al huerto me dejó totalmente insatisfecha. Y lo peor de todo, es que el muy capullo se seguía creyendo una puta máquina.

Esa confesión despertó la curiosidad de mis amigas y poniendo en sus manos otra Mahou, le pidieron que les contara cual había sido el mejor.

Despelotada de risa, la latina contestó:

―Don Alberto, el profesor de Pedagogía.

―¡No me jodas!― exclamó Ana al oírlo porque no en vano era un vejestorio de sesenta años: ―¡Cuéntanos!

Sabiéndose el centro de atención, Altagracia comenzó su relato hablando de las dificultades que tenía con esa asignatura y que como necesitaba aprobarla para pasar de curso, decidió seducir a su maestro por lo que le pidió una tutoría.

―Aunque me había dado cuenta de las miradas que ese cabrón me echaba durante las clases, reconozco que no las tenía todas conmigo. Por eso me puse la minifalda más corta de mi armario y con ella, me fui a verle.

 ―¿Qué pasó?― preguntó Cayetana: ―¿Conseguiste follártelo?

―Sí y no solo una vez, sino que todavía hoy cada vez que me pica el chichi, voy a verlo y salgo con mi coño lleno de su leche.

Que ese anciano resultara ser un semental impresionó a mis dos amigas y con un interés insano, pidieron a la chavala que les aleccionara del modo en cómo lo había seducido por si algún día lo necesitaban.

―Fue fácil. Al llegar a su despacho, le miré a los ojos diciendo que necesitaba pasar de curso y que haría todo lo que fuera necesario para conseguir el aprobado mientras me desabrochaba un botón de mi camisa.

―¿Así directamente? Te podían haber expulsado.

―El éxito pertenece a los audaces― respondió luciendo su mejor sonrisa.

―Y don Alberto, ¿qué hizo? Se te lanzó encima.

―No, el muy cabrón tiene el colmillo retorcido y dejando los papeles sobre su mesa, me pidió pruebas de mi compromiso.

―¿No entiendo? ¿A qué se refería?

A carcajada limpia, su compañera continuó:

―Sin decirlo de viva voz, supe que quería verme desnuda por lo que cerrando la puerta con llave le hice un striptease total.

―Fue entonces cuando te folló…― afirmó Cayetana sorprendida con la imagen.

―No, cuando ya estaba en pelotas, me ordenó que me masturbara para él y como necesitaba salir de ahí con más de un cinco, obedecí sentándome en su mesa.

―¿Conseguiste excitarte? ¡Don Alberto es un viejo! No me imagino poniéndome cachonda frente a él.

Riendo, Altagracia respondió:

―Yo tampoco y por eso al principio me resultó difícil. El profe se dio cuenta y cabreado, me dio la vuelta y me dio un azote que debió oírse hasta la portería del claustro.

―¿En serio te golpeó? ¿Habrás salido corriendo?

―No quise. Os parecerá una locura, pero el sentir la violencia de sus manos sobre mis nalgas me sorprendió y reconozco que me puso como una moto. Volviendo a mi sitio comencé a pajearme como una loca mientras don Alberto me miraba.

Tanto Ana como Cayetana se quedaron pasmadas al comprobar que su nueva amiga se volvía a calentar solo con recordarlo y mantuvieron silencio, mientras la latina les contaba que no tardó en correrse al sentir los ojos del tipo fijos en su sexo.

―¡Fue una pasada sentir que me observaba! Al contrario que con los chavales de clase, el profe no intentó nada hasta que comprendió que mi chocho era un volcán en erupción. Entonces y solo entonces, metió su cara entre mis muslos y me regaló la mejor comida que jamás me habían dado.

―Y después de eso, ¡te follo!― insistió Ana alucinada.

―No. Como os comenté don Alberto es un viejo zorro y tras regalarme un orgasmo de época solo usando la lengua, me obligó a vestirme y mientras me decía que ya tenía asegurado el aprobado, me soltó que si quería más nota debía de ir a verlo a su casa.

Interesada en saber si había accedido, Cayetana la preguntó que había sacado en esa asignatura, a lo que la tetona de piel oscura respondió:

―¡Sobresaliente!

―¡Serás puta!― desternillada de risa, replicó mi amiga: ―Me maté a estudiar y solo saqué un seis.

Siguiendo la guasa, Altagracia contestó:

―Yo y mis tres agujeros nos lo ganamos. No te imaginas la mente tan perversa y las ganas de sexo que tiene el profe.

―¿Nos estás diciendo que te dio por culo?

Sin cortarse un pelo, la latina respondió:

―Hasta entonces podía ser muy guarra, pero era muy tradicional y don Alberto abrió mi mente a todo tipo de sexo.

―¿Qué más te hizo hacer?― intrigada suplicó la rubia.

En vez de responder, se terminó el botellín y mientras hacía una seña a Cayetana para que se lo repusiera, contestó:

―Mejor os cuento… esa tarde llegué a su casa totalmente cachonda, pero sin saber a ciencia cierta que resultaría de todo ello. Seguía pensando que un hombre de su edad no podía ser un buen amante. Por eso, me sorprendió que una mujer vestida como las doncellas de antes fuese la que abriera la puerta y más que llevándome hasta el salón le dijera al profe: ―Amo, su visita ha llegado.

―¡No te creo! ¿Don Alberto tiene una sumisa?

―Así es, tengo entendido que además es la dueña del piso donde vive― replicó la mulata.

No sabiendo hasta qué grado era verdad lo que les estaba contando, mis amigas rogaron a su nueva amiga que les terminara de contar lo sucedido.

―Nada más llegar, me pidió que me sentara junto a él y deseando que me metiera mano, obedecí de inmediato… pero para mi sorpresa el vejestorio me preguntó hasta donde estaba dispuesta a llegar y con una calentura brutal al ver que la criada se arrodillaba ante él, contesté que por un notable a todo.

―¿Y él qué dijo? – Ana preguntó.

―Que si venia solo por la asignatura, ya podía irme. Pero que si me quedaba aprendería en una sesión más sexo que en toda mi vida.

―Alucinante, nunca lo hubiese sospechado― murmuró Cayetana.

―¿Qué contestaste?― llena de curiosidad, le apremió mi amigota.

―Dije que no tenía nada mejor que hacer y que me quedaba.

―¿Entonces que pasó?― azuzada por la curiosidad y bastante acalorada, Ana preguntó.

―Sonriendo, me soltó que esa tarde solo iba a observar y llamando a la muchacha que permanecía arrodillada en el suelo, le dijo que ya sabía qué era lo que esperaba de ella. Os juro que jamás me hubiese imaginado ser testigo de cómo una hembra como aquella se acercaba gateando al profesor y menos que llevando la boca a su bragueta, se la abriera usando solo los dientes.

―¿Seguro que no te lo estás inventado?― en plan suspicaz, comentó la rubia.

―Para nada. Es todo verdad. Tan cierto como que el profe tiene un rabo enorme y que sabe cómo usarlo.

―Sigue contando, yo te creo― con tono bastante alterado, dejó caer Cayetana.

Satisfecha por el interés de su compañera de clase, Altagracia continuó diciendo:

―Imaginaros mi alucine cuando ese putón empieza a restregar su cara en la entrepierna de don Alberto mientras maullando le dice que su gatita tiene sed.     

―¿Y qué le contestó?― ya lanzada la morena interrogó a la latina.

―Nada, ¡Absolutamente nada! Se quedó callado mientras la mujer se afanaba en sacarle la polla del encierro y solo cuando tuvo éxito, mirándome a los ojos, me soltó que observara como se hacía una mamada en condiciones.

―¿Qué hiciste?

―Mirar y aprender― Altagracia respondió: ―No os podéis hacer una idea lo cachonda que me había puesto el ver que sin hacer uso de las manos su sumisa había conseguido liberar el trabuco del profe y más cuando me percaté que a pesar de ser un viejo tenía un aparato enorme.

―¿Lo tiene grande?― preguntó bastante menos tranquila de lo que hubiese deseado Ana con lo que estaba oyendo.

―Grande y gordo, lleno de venas. Era algo tan increíble que os confieso que, si me lo llega a exigir, me hubiese cambiado por ella… desgraciadamente, no me lo pidió y por eso me tuve que conformar con mirar mientras mi coño se humedecía como pocas veces al observar que, abriendo los labios, esa zorra se engullía esa hermosura.

―Joder, debió de ser alucinante― susurró la rubia ya excitada.

―¡Así fue! Su sumisa consiguió embutirse ese aparato en la garganta mientras don Alberto no me perdía ojo viendo mis reacciones. Al observar el color de mis mejillas, el viejo riendo me dio permiso para masturbarme. Como ya lo había hecho ante él, no me dio vergüenza el hacerme un dedo cuando de reojo vi que la doncella se metía en la boca los huevos del profe.

―¿Te pajeaste mientras se la mamaba?

―Sí – reconoció la latina: ―Hubiese deseado comérsela yo, pero no pude y por eso usé mis manos para aliviar mi calentura mientras a mi lado esa zorra ordeñaba al que ya sabía que iba a ser mi primer maduro.

―Putísima madre, no sé si yo hubiese podido contenerme― respondió Cayetana mientras juntaba sus rodillas para contener su creciente excitación.

―Yo tampoco― reconoció mi otra amiga con sus pitones completamente erizados.

Advirtiendo el efecto que sus palabras estaban provocando en sus compañeras, Altagracia continuó:

―Imaginaros entonces, la lujuria que sentí al ver que explotando don Alberto llenaba de semen la cara de su sumisa y que ésta en vez de mostrar desagrado le daba las gracias por el regalo.

La imagen de la doncella con el rostro lleno de lefa exacerbó el interés de mis amigas y ya entregadas a la narración, le rogaron que siguiera con la historia. Altagracia que no era tonta y que sabía que esa invitación escondía un propósito aprovechó la situación para decir que antes de continuar quería saber para qué la habían agasajado con esa merienda.

Cogida en un renuncio, Ana respondió con las mejillas coloradas:

―Habíamos pensado en pedirte que te tiraras a Pedro, nuestro amigo.

―¿Al enano? – escandalizada exclamó la latina.

―Sí, el pobre todavía es virgen y queríamos solucionarlo.

Altagracia se quedó callada, pero tras meditarlo durante unos instantes contestó qué ganaría ella. Totalmente abochornada, Cayetana intervino diciendo:

―Además de hacer una buena obra, estamos dispuestas a darte cien euros.

El silencio que siguió a la oferta hizo a mis amigas dudar que aceptara, pero justo cuando ya se iban a disculpar la tetona contestó:

―Con tres condiciones. Primera, me uniré a vuestra pandilla. Segunda, durante dos semanas, me pagareis además todas las copas que me tome y tercera… como no me fio quiero sacaros una foto mientras os dais un beso con lengua para que no os podáis echar atrás.

 Esa contra propuesta, las pilló con el pie cambiado y ambas se negaron a esto último, pero al ver que Altagracia no cedía fue Ana la que dio su brazo a torcer diciendo:

―Estaríamos en tus manos con esa foto… podríamos aceptar si nos permites sacarte una en pelotas haciéndote un dedo.

―Así me gustan las negociaciones – rugió descojonada la mulata y antes de que pudieran retirar la proposición, se empezó a desnudar frente a ellas.

―¡Lo va a hacer!― mirando a su amiga, exclamó Cayetana.

―Ya veo― contestó Ana impresionada con el striptease de su compañera y sabiendo que habían cruzado una frontera que nunca hubiesen imaginado traspasar, se quedaron observando el cuerpazo de la latina.

«Está buena la cabrona», pensó Ana mientras grababa con su móvil las andanzas de su nueva socia.

Dando por sentado que cumplirían, Altagracia se quitó el sujetador liberando unas tetas grandes y duras que sin lugar a duda disfrutaría el enano en pocos días, y más excitada de lo que debería al contemplar que sus compañeras inmortalizaban la escena con sus teléfonos, se despojó de las bragas.

―¿Creéis que Pedrito será capaz de satisfacerme o será otro acomplejado de pito pequeño?

Descubriendo ante el resto que sabía de primera mano el tamaño que luzco bajo los calzones , Cayetana respondió:

―Por eso no te preocupes, lo tiene enorme.

Ana al escucharlo, se la quedó mirando y sin reconocer que ella también había tenido mi polla entre sus dedos, no dijo nada mientras fotografiaba cómo Altagracia totalmente en pelotas se acostaba en el sofá.

―Al final, puede que resulte divertido― riendo murmuró mientras separaba sus piernas de par en par.

Ambas se dieron cuenta de que no lo llevaba rasurado y viendo la espesura de su chocho, por primera vez temieron que fuese demasiada mujer para su amigo. Ese temor se incrementó exponencialmente cuando con una yema torturando su clítoris, les exigió que se dieran el beso.

Asustadas y temerosas de lo que iban a hacer, se acercaron una a la otra y cediendo a la curiosidad, juntaron sus labios.

―Habéis quedado que iba a ser con lengua― desde el sofá reclamó la latina.

Reconociendo que era así, Cayetana fue la primera en forzar los labios de su amiga de la infancia y para su sorpresa, Ana no solo no la rechazó si no que urgida por saber que sentía respondió con pasión a ese beso mientras a sus oídos llegaba los gemidos de placer de la testigo de su entrega.

―Suponía que erais tan putas como yo, nunca que erais lesbianas― escucharon que les decía muerta de risa: ―Pero os reconozco que me pone bruta veros.

Ajenas a su burla, la dos confidentes desde crías disfrutaron de unas caricias nunca deseadas y para su sorpresa, ambas sintieron que era la consecuencia lógica de su amistad y que, ya que habían compartido desde el kínder todo, era hora de que compartieran algo más. Por ello, siguieron besándose y acariciándose durante unos minutos hasta que los gritos de placer de Altagracia las despertó y totalmente coloradas se retiraron una de la otra, sabiendo que algún día tendrían que profundizar en esas nuevas sensaciones.

Intentando disimular el frenesí que se había instalado en ella, Ana pidió a la mulata que continuara con la historia. Esta soltando una carcajada, comentó:

―No me puedo creer que seáis tan ilusas de tragaros que he estado con ese anciano.

Y levantándose, fue en pelotas a la cocina y trajo tres cervezas mientras en el salón Cayetana y Ana reían desternilladas por el engaño…

“También las brujas se enamoran” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

La vida de un cincuentón se ve alterada cuando su hija le pide que acoja a su mejor amiga en casa. Divorciado y con una vida sexual satisfactoria, recordaba a esa colombiana de ojos verdes como una cría y sin prever las consecuencias que provocaría el convivir con ella, acepta pensando en que hacía hasta una obra de caridad. Desgraciadamente, no tarda en comprender su error cuando la presencia de esa criatura empieza a trastocar su cuadriculada existencia y a poner en tela de juicio las reglas morales que había hechos suyas desde niño. Consciente de que Estefany intenta seducirlo, se debate entre la brutal atracción que siente por ella y el dictado de su razón. No en vano ve la diferencia de edad entre ellos como una barrera imposible de obviar.
Todo se complica cuando Antía, una gallega de pelo rojo que lleva años trabajando en su casa, le alerta de que la cría no es quien aparenta. Al preguntarle qué ve raro en ella, su empleada contesta que esa morenita es una bruja con poderes mágicos. El cariño que tenía por su criada fue lo único que evitó que soltara una carcajada al oír tal memez. Por ello, no le hace caso y manda el aviso al rincón de los recuerdos, sin saber que la pelirroja no solo está enamorada de él sino que encima ella proviene de una larga estirpe de “meigas”.
Desde ese momento se entabla una callada lucha entre ellas, llena de pócimas y hechizos. Las dos ven a ese ejecutivo como algo suyo y no están dispuestas a cedérselo a la otra…

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

Para que podías echarle un vistazo, os anexo los primeros tres capítulos:

1

Con casi cincuenta años y tras un tormentoso divorcio, la vida sonreía a Gonzalo Sierra. Dueño de un pequeño emporio inmobiliario y una vida sexual más que decente, se consideraba un hombre medianamente feliz. Solo tenía un problema, los tres hijos que había tenido con Marta, su ex mujer. Por motivos genéticos, por el ejemplo que les había dado, o sepa qué azar del destino, sus descendientes habían sido incapaces de mantener una pareja estable. Alberto, el mayor, saltaba de una novia a otra a cada cual más rara. La que no era mucho mayor que él, venía de una familia conflictiva, era alcohólica o directamente una psicópata. Patricia, la mediana, ni siquiera eso. Siendo una mujer guapísima, apenas había tenido novios y si se le preguntaba por los motivos de su soltería, siempre contestaba que los hombres le tenían miedo. Y la pequeña, Isabel, una médica recién graduada que dudaba todavía con veinticuatro años sobre cuál era su sexualidad, pasando de tener como pareja un hombre y a la semana siguiente pasear colgada de una mujer. Según ella, era pansexual.

Siendo Gonzalo de la vieja escuela, la primera vez que su hija le había hablado de esa orientación sexual tuvo que buscarla en internet y así se enteró que la pansexualidad consistía en la atracción hacia otras personas independientemente de su sexo o identidad de género.

            «Joder, en mis tiempos a eso le llamábamos bisexualidad», recuerda que pensó al leerlo y por mucho que tanto la responsable de sus dudas como el resto de sus retoños le intentaron explicar la diferencia, lo cierto es que para él era lo mismo: «A mi hija le gusta la carne y el pescado».

            Aunque ya no vivía con ellos, no era raro que alguno lo llamara para comer y por eso no le extrañó cuando una mañana, Patricia le mandó un WhatsApp pidiendo verlo. Hasta para eso era anticuado y en vez de contestar tecleando su teléfono, la llamó y quedó con ella en verse en un restaurant para cenar. Nada más colgar recordó que había quedado con anterioridad con una conocida con derecho a besos.

            «A Alicia no le importará», se dijo mientras pensaba en qué excusa darle. Pero decidió decirle la verdad, porque también para ella los hijos eran lo primero y varias veces le había cancelado sus citas para ocuparse de ellos.

            Tal y como previó, la abogada comprendió la razón, pero no por ello le obligó a compensarla con un fin de semana romántico en Londres. Aceptando el chantaje como mal menor, le prometió que el siguiente la llevaría a recorrer la capital inglesa.

            «Dudo que nos dé tiempo», sonrió recordando la fogosidad de esa rubia de pechos operados, «es más, no creo que salgamos de la cama».

            Nada le alertó cuando esa noche salía de la empresa que la conversación que mantendría con su nena cambiaría su vida. Mientras encendía su flamante BMW, lo único que se le pasó por la cabeza fue el sablazo que seguramente sufriría su cuenta corriente y es que a pesar de estar empleada en un despacho top de Ingenieros y ganar un buen salario, Patricia tenía un agujero en el bolsillo y cada equis tiempo le pedía dinero. Por eso, casi no habían empezado a charlar cuando decidió ir directo y preguntar cuánto pasta tendría que darle esta vez.

            ―No es eso. Lo que necesito es un favor― hasta indignada contestó.

            Sorprendido de que sus problemas no fueran monetarios, interesado preguntó en que podía ayudar entonces.

            ― ¿Recuerdas a Estefany, mi amiga colombiana?

            Era imposible no acordarse de ese terremoto que Patricia había conocido haciendo Erasmus en Paris. Además de medir uno ochenta, esa morena de ojos verdes era una descarada tan divertida como guapa, que desde el primer día que la conoció le pareció una cría encantadora.

―Sí, que pasa con ella.

―Lleva un par de años pasándolo mal y parece ser que se ha peleado con su viejo.

―No me extraña, ese Ricardo es un perfecto cretino― contestó al recordar cuando durante una visita lo conoció en Madrid y le pareció el clásico potentado iberoamericano que se creía un iluminado por la mano de Dios: ―Pero, ¿qué tiene eso que ver?

―Como trabajaba en la compañía de su padre, se ha despedido y por miedo a buscarse la enemistad de ese hombre, nadie de su ciudad quiere contratarla. Sin otra salida que marchar, me ha pedido ayuda para instalarse en Madrid.

Siendo su hija un tanto descerebrada, ante todo era una buena persona y por eso pensó que lo que le quería pedir es que la contratara.

―Puedo darle trabajo, si es eso lo que te preocupa.

De repente sus mejillas se tornaron coloradas:

―Eso le vendría muy bien, pero anda deprimida y no creo que sea lo mejor. Quizás más adelante.

― ¿Entonces?

―Me ha pedido vivir conmigo mientras se aclara―  como no le pareció raro siendo tan amigas, Gonzalo aguardó a que continuara: ―Pero es imposible, aunque no te lo haya contado, estoy viviendo con un chico.

― ¿Tienes novio? ― preguntó alucinado.

―Sí. Acabamos de empezar y por eso quería pedirte que se quedara en tu casa.

―Pero, ¡Patricia!

―Serán solo un par de meses, mientras se adapta… ¡por favor! ¡Papito! Tu chalet es enorme.

Mientras en la empresa y en la vida era un tipo duro, con sus bebés era un blando y aunque no le apetecía en lo más mínimo que esa cría viniera a trastocar su vida de solterón, no pudo negarse y únicamente preguntó cuándo tenía pensado aparecer por España. Demostrando cómo de calado tenía a su progenitor, la chavala contestó:

―Papa, te conozco y sé que, si te hubiese dado tiempo, hubieras pensado en alguna forma de escaquearte…

― ¿Cuándo llega? ― con un visible y creciente cabreo, la interrumpió.

―Tenemos tiempo de cenar tranquilamente, su vuelo no aterriza hasta las doce― respondió mientras llamaba al camarero para pedir la comanda.

De buen gusto, la hubiese castigado con un par de azotes como hacía cuando era una cría, pero con sus veinticinco años y en un local público eso era algo impensable y por eso decidió reprenderla del modo más cruel que se le vino a la cabeza y con una sonrisa de oreja a oreja, puso sobre la mesa sus condiciones:

―Este sábado me presentarás a ese noviete que me has tenido escondido o ya puedes buscar sitio a tu amiga en un sofá de tu casa.

― ¡No me puedo creer que seas rencoroso! ― exclamó molesta por la imposición.

―Rencoroso es mi primer apellido y Vengativo el segundo. ¿Realmente creías que me iba a quedar callado? Cuando me tengo que enterar que tienes pareja, ¡el mismo día que metes con calzador a una amiga en mi casa!

―Vale, perfecto. Pero esta cena y la comida del sábado las pagas tú… ¡estoy sin un euro!

Sonriendo por esa simbólica, pero inservible victoria, rellenó su copa y se puso a leer la carta mientras trataba de pensar si acomodar a Estefany en el bungaló de la piscina o en una de las habitaciones de la casa. Como lo último que deseaba era tener a esa hispana deambulando por la misma planta donde él dormía, decidió llamar a Antía, la criada, para que prepara esa habitación. Al decírselo, la treintañera que llevaba con él desde el divorcio, le hizo ver que era invierno y que es esa casita no había calefacción.

―Papá, lo mejor es que se quede en mi habitación. ¡Recuerda que es mi invitada!

A punto de soltarle que llevaba tres años sin dormir ahí, prefirió quedarse callado y no decirle que sus reparos en acogerla ahí provenían de que, al ser el cuarto que estaba frente al suyo, la colombiana estaría al tanto de sus movimientos y eso haría imposible que se llevara a alguien a dormir con él.

«Tendré que llevármelas a un hotel», se dijo refunfuñando.

Su enfado se fue diluyendo gracias a los mimos de la manipuladora criatura que había engendrado y es que, sabiendo el enorme sacrificio que hacía, se dedicó a compensárselo a base de cariño.

―Te quiero mucho, papito― le dijo mientras arrancaba el coche para ir al aeropuerto.

―Yo más, mi pequeña― con el corazón henchido de orgullo respondió al sentir sus palabras como una medalla.

No en vano al romper con su madre y aunque ella lo abandonó por otro, siempre le había quedado la duda de si la razón de la ruptura era el poco tiempo que había dedicado tanto a ella como a sus retoños.

Mientras se dirigían a recoger a la muchacha, Gonzalo se intentó auto convencer de que la presencia de esa morena no trastocaría su día a día.

«Puede ser hasta agradable», se dijo recordando el carácter travieso y juguetón que siempre había demostrado las temporadas que había pasado veraneando con Patricia en su casa de Santander.

A su mente llegó un par de trastadas que conjuntamente hicieron y que le sacaron de las casillas como podía ser el robarle el coche para irse de juerga a Pedreña o la fiesta de espuma que montaron el jardín.

«Estefany es encantadora y no dará problemas», concluyó más tranquilo mientras aparcaba en el parquing de la T4 y en el reloj del coche marcaban casi las doce.

Asumiendo tenían tiempo por el tamaño de la terminal y el hecho que viniendo de Hispanoamérica tuviera la obligación de pasar el control de pasaportes, no tuvo prisa alguna en llegar a la sala de espera. Por eso no supo que decir cuando se la encontraron llorando aterrorizada con la idea de que su amiga se hubiese olvidado de su llegada.  Es más, le costó reconocer en ella a la joven que recordaba. Siempre la había visto como una cría que se comería el mundo a bocados y por eso le resultó tan duro verla sollozando en brazos de Patricia.

«Menuda depresión», pensó impresionado al comprobar que las profundas ojeras de su rostro.

Impactado, se quedó observando que lejos de venir vestida de acuerdo a su edad, su indumentaria parecía la de una monja. Con un jersey de cuello alto y una falda hasta los tobillos esa niña anteriormente tan coqueta hubiese pasado desapercibida en una congregación religiosa.

«Algo le ha ocurrido, Este cambio no puede ser motivado por una discusión con su padre», concluyó mientras recogía su equipaje.

Al ser algo que no le incumbía, no preguntó y prefirió adelantarse para que Patricia y la cría pudieran hablar en confianza. Cuando llegaron a donde había aparcado, la tristeza de la chavala parecía haberse incrementado. Su sospecha de que hasta verse su hija no le había anticipado el cambio de planes y que en vez de quedarse en su piso viviría con él, quedó de manifiesto cuando lanzándose a sus brazos se echó a llorar por ser tan bueno de acogerla. Enternecido por el dolor que encerraban sus palabras, dejó que se desahogara en su pecho mientras le decía que podía quedarse todo el tiempo que quisiera.

Su desinteresado apoyo la hizo berrear aún más y mientras intentaba calmarse, le juro que intentaría no ser un incordio.

―Jamás lo serás. Eres de la familia.

―Estefany, Papá está encantado de recibirte y verás como con su ayuda no vas a tardar en recuperarte.

Las palabras de Patricia consolando a la colombiana ratificaron sus sospechas de que su estado tenía otro origen al que su hija había dicho.

«Debió ser terrible para que tuviera que dejar su país con tantas prisas», abriendo la puerta para que pasara al coche, meditó.

Como tenía la seguridad de que tarde o temprano se enteraría, no dijo nada y condujo hasta el chalet. Una vez allí, únicamente se ocupó de subir las maletas y cediendo la responsabilidad de ejercer de anfitrión a su chavala, se encerró en su habitación mientras a través de la puerta le llegaron hasta pasadas las dos el sonido de sus voces charlando o mejor dicho de Estefany llorando y Patricia consolándola….

A la mañana siguiente, su hija le estaba esperando para desayunar. Que se hubiese quedado a dormir en casa, no anticipaba nada bueno. Gonzalo, bien hubiese podido echarle en cara el marrón que le había colocado sobre sus hombros, pero prudentemente se abstuvo de hacerlo y solo preguntó cómo había pasado la noche su invitada.

―Está peor de lo que pensaba.

Que su niña estuviera tan triste era algo que consideró lógico.

―Ya verás qué pronto se le pasa. Un par de días que te la lleves de juerga y volverá a ser la misma.

―Ojalá fuera tan fácil. Tiene mucho que pensar y lo último que quiero es presionarla.

Nuevamente el cincuentón estuvo a un tris de pedir que le confiara lo que le pasaba a su amiga, pero la llegada de ésta al comedor lo impidió. Observando las profundas ojeras que lucía, comprendió que la morena apenas había podido descansar y torpemente al querer entablar conversación con ella, le preguntó si había avisado en Colombia que había llegado bien.

Supo que había metido la pata al oír su contestación:

―No tengo a nadie que me importe en ese país.

La angustia de su tono lo dejó petrificado y sin saber cómo actuar, optó por lo fácil. Dio un beso a su niña y otro a su amiga y se marchó a trabajar. Ya de camino a la empresa, se quedó pensando en que podía haberle sucedido. Por un momento, se le pasó por la cabeza que su depresión fuera debida a un abuso paterno, pero rápidamente lo desechó por lo inconcebible que le parecía una actuación así.

«Debe ser otra cosa», prefirió pensar.

Ya en la oficina, el día a día del trabajo le impidieron seguir reconcomiéndose con la difícil situación de su invitada, hasta que sobre las seis de la tarde recibió la llamada de Antía avisándole que la joven se había encerrado en su cuarto y que ni siquiera había bajado a comer. Preocupado, dejó todo y corrió hacia la casa. Al llegar se dirigió hacia la habitación donde dormía y comenzó a tocar la puerta. Cuando no contestó sus llamadas, empezó a aporrearla y temiéndose lo peor, tomó impulso y consiguió derribarla.

 La escena que se encontró le hizo ver que sus temores estaban fundados al ver a la colombiana tirada en la cama y sobre la cómoda, un vaso y un bote de somníferos vacíos. Asumiendo que la cría había intentado suicidarse, gritó pidiendo ayuda. La pelirroja, al oír sus gritos, subió corriendo y mientras llamaba a emergencias, metió los dedos en la garganta de Estefany haciéndola vomitar parte del veneno que había ingerido.

Siguiendo las instrucciones que les marcaba el sanitario al otro lado del teléfono, entre los dos la desnudaron y la metieron a duchar mientras llegaba la ambulancia. Aun así, fue una suerte que el contacto con el agua helada la hiciera reaccionar y que terminara de echar los barbitúricos que todavía tenía en el estómago. Como su interlocutor les había dicho que tenían que evitar que se durmiera, Gonzalo Sierra no reparó en que estaba desnuda y durante media hora, la tuvo caminando por la habitación hasta que el sonido de la ambulancia llegando le hizo percatarse de su desnudez.

―Váyase a cambiar― dijo la criada cuando llegaron los enfermeros: ―Yo me quedo.

Su jefe agradeció la sugerencia y yendo a su habitación, se quitó la ropa y se secó antes de ponerse otra. Mientras se vestía, no pudo dejar de lamentar el no haberse percatado del verdadero alcance de la angustia de esa criatura y por ello cuando le informaron que el peligro había pasado y que solo había que dejarla descansar, el duro hombre de negocios se desmoronó y dudó si llamar a su hija o no.

Fue la propia colombiana la que avergonzada le pidió que no lo hiciera:

―Su hija insistiría en quedarse conmigo y no quiero que su novio se alebreste.

Aunque le pareció una memez lo que decía, no quiso contrariarla y optó que al menos esa noche no diría nada. La gallega que hasta entonces se había mantenido un poco al margen, viendo que seguía sin ropa, le pidió salir del dormitorio mientras ella se ocupaba de ponerle un camisón.

―Tiene que comer algo. Voy a la cocina y vuelvo― comentó a su jefe que esperaba tras de la puerta.

No queriendo dejarla sola, Gonzalo se acercó a la cama y al verla más tranquila, se sentó junto a ella. Lo malo fue que al tenerlo a su lado se volvió a desmoronar y reclamando sus brazos, se puso a llorar contra su pecho diciendo que no quería seguir viviendo. Nunca había soportado a los que se dejaban derrotar y quizás por ello, de haberse hallado en otra situación o con otra persona, la respuesta del maduro ejecutivo hubiera sido cruzarle la cara con un tortazo, pero al verla tan indefensa se vio impulsado a abrazarla e intentar consolarla.

Desgraciadamente, cuánto más se esforzaba en tranquilizarla, más lloraba y desolado tuvo que soportar que sus gemidos y llantos se prolongaran hasta que Antía apareció con la bandeja de la comida. Avergonzada por su comportamiento, dejó que la dieran de cenar y con el estómago lleno, se consiguió relajar y poco a poco se fue quedando dormida mientras el padre de su amiga y la criada no la perdían de vista.

―Esta muchacha está sufriendo.

Su jefe no respondió mientras se hundía desesperado en el sillón.

2

Esa noche, el cincuentón se quedó despierto velando a la chiquilla. Aunque no fuera su hija, se sentía responsable de ella y por eso solo se separó de ella cuando sobre las ocho llegó la pelirroja a sustituirle. Agotado tras la noche en blanco, se metió a duchar para despejarse. Bajo el agua pensó que de no haber tenido una cita ineludible a las diez se hubiese quedado durmiendo. Tras vestirse y mientras se anudaba la corbata, se asomó a la habitación de la colombiana y viéndola en buenas manos, se fue a trabajar asumiendo que sus problemas no habían hecho más que empezar.

            La confirmación de que así sería le llegó a modo de conferencia y es que nada más llegar a su oficina recibió la llamada de Ricardo Redondo desde Bogotá.

            «¿Qué coño querrá este capullo?», se preguntó mientras Amalia, su secretaria, se lo ponía al teléfono.

            Al pasárselo, el tipo directamente le preguntó si Estefany estaba en Madrid. Pensando que esa pregunta venía motivada por la preocupación paterna, no vio nada malo en contestar que sí y que no se preocupara porque se estaba quedando con él, absteniéndose de comentar nada de lo sucedido la noche anterior. Para su sorpresa, el muy hijo de perra comenzó a despotricar y de malos modos le urgió a echarla porque según él su hija era un peligro para todos aquellos que la tuviesen cerca y que solo él era capaz de cuidarla. Durante poco menos de un minuto soportó sus impertinencias, pero cuando el colombiano se atrevió a amenazarle directamente lo mandó a la mierda y colgó.

            «Menudo imbécil», exclamó para sí mientras a su mente volvía la sospecha de que ese malnacido hubiese abusado de la chavala, ya que su actitud era lo último que alguien podría esperar de un buen padre, y parecía la de alguien sumamente celoso.

            «Esta niña no se va a ninguna parte, ¡de eso me ocupo yo!», se dijo convencido de que su deber era ayudarla.

            El resto de la mañana no pudo dejar de pensar en ella y en las razones de su sufrimiento mientras trataba infructuosamente centrarse en la oferta que tenía que mandar a una empresa americana.

            «Si consigo que me hagan su socio en España, al día siguiente mi compañía valdría el triple», meditó prohibiendo que Amalia le pasara otra llamada.

            No fue hasta el mediodía cuando viéndose incapaz de terminar la oferta decidió llamar a casa y preguntar por la chiquilla. Antía le contestó que había conseguido que Estefany se tomara el desayuno, pero que no había podido conseguir que saliera del cuarto.

            ―No deja de llorar― añadió cuando la interrogó sobre lo qué hacía.

            ―Tenla vigilada, no vaya a ser que haga una tontería― le ordenó, aunque sabía por la bondad de la mujer que no hacía falta.

Tras colgar, decidió llamar a Patricia para hacerle partícipe de que el padre de su amiga lo había llamado exigiendo que la pusiera en la calle, por si así conseguía que le contara cual era la verdadera razón que había llevado a la morenita a cruzar el charco. Tras tres timbrazos, lamentó que tuviese el teléfono apagado y por eso únicamente le pudo dejar en el contestador que necesitaba hablar con ella.

Reconociendo que era incapaz de concentrarse, decidió volver a casa y comprobar en primera persona, el estado de la chavala. Durante el trayecto, intentó pensar en qué decir para sacarla de la depresión, pero como el trato con la gente no era uno de sus fuertes no se le ocurrió nada. Tras aparcar en el chalet y oyendo que la gallega a su servicio estaba ocupada en la cocina, subió por las escaleras en dirección al cuarto que había puesto a disposición de la latina.

Al llegar y no verla, entró en el dormitorio temiendo que la joven estuviese llorando en el baño o algo peor. Por ello, no pensó en que se estuviera duchando cuando abrió la puerta. La silueta de Estefany completamente desnuda bajo el agua lo impactó y durante unos segundos se quedó admirando su indudable belleza. Aunque ya sabía que esa cría era un monumento, no pudo dejar de asombrarse del tamaño y forma de sus pechos.

«¡Por Dios! ¡Es preciosa!», se dijo mientras intentaba retirar la mirada.

Ajena a estar siendo observada, su invitada se estaba enjabonando el trasero y eso le permitió valorar los impresionantes cachetes de los que era dueña. Instintivamente, comenzó a babear deseando que fueran sus manos las que estuviesen recorriendo esas maravillas.

«¡Qué coño hago!», se dijo al darse cuenta de la atracción animal que sentía y muerto de vergüenza, huyó de la habitación.

Ya en el salón, se sentó y se puso a lamentar que, comportándose como un cerdo, se hubiese quedado espiando absorto los atributos de la colombiana.

«No me puedo creer que Patricia haya metido esa tentación en mi casa», descargando la culpa en su hija, masculló mientras intentaba dejar de pensar en las contorneadas piernas que a través del vapor había disfrutado.

Con esa sensual imagen grabada en su cerebro, se sirvió un whisky que le hiciera más pasable el pavor que sentía por haber obrado como un viejo verde.

«Le llevo veintitantos años, ¡puedo ser su padre!», hundido en la miseria, estaba murmurando cuando un ruido le hizo girar y vio que la culpable de su azoramiento se acercaba con cara triste.

―Don Gonzalo, le pido perdón por lo de anoche― con dos lágrimas cayendo por sus mejillas, susurró.

El dolor que destilaba su tono le hizo abrazarla y tratar de consolarla. Como ya había ocurrido con anterioridad, Estefany se desmoronó al sentirse quizás a salvo. Lo que no sabía la morena y Gonzalo nunca lo confesaría es que al mimarla el recuerdo del agua cayendo por su piel volvió con fuerza a su cerebro y espantado por el peligro de sentirse descubierto, el maduro intentó no pensar en ello. Por eso cuando ya su pene comenzaba a crecer bajo el pantalón, recibió con agrado que la chavalilla se separara de él y preguntara a qué se debía su presencia en el chalet, ya que lo usual era que llegara de trabajar entrada la noche.

―Estaba preocupado por ti― reconoció sin ambages.

Por raro que parezca, esa confesión molestó a la joven y separándose de él, le pidió no volver a cambiar ningún aspecto de su rutina por su causa.

―Júremelo o me voy― le gritó bordeando la histeria.

Su reacción despertó las alertas de Gonzalo y pensando nuevamente en el viejo de su invitada creyó ver en su nerviosismo que temía que el estricto control parental se volviese a repetir, pero teniéndole a él como protagonista.

Asumiendo que era así, bajando el tono de su respuesta, replicó:

―Si lo que te da miedo es que intente controlarte, ya puedes irlo olvidando. No soy tu padre y menos tu pareja, por mí puedes comportarte como quieras… siempre que lo de anoche no se vuelva a repetir.

Prometiendo que nunca volvería a intentar quitarse de en medio, sonrió y esa sonrisa que iluminó su cara la convirtió en una diosa y a él en su firme admirador. Conteniendo las ganas de quedarse adorándola, preguntó a Antía si tenía lista la comida porque tenía hambre. Para su sorpresa, la eficiente criada llegó muerta de vergüenza y le recoció que no había tenido tiempo de terminar de cocinar y que al menos tendría que aguardar una hora.

«No tengo tanto tiempo», pensó y mirando a Estefany, preguntó si le apetecía ir a comer con él al restaurante de la esquina.

De primeras se negó, aduciendo que no se sentía con ganas de cambiarse de ropa. Observando que llevaba un jersey ancho y una falda larga, indumentaria muy parecida a la que llevaba cuando la recogió en el aeropuerto, Gonzalo no aceptó sus excusas y únicamente le mostró la puerta.

―Te vienes conmigo. No se hable más.

Bajando la mirada mientras esbozaba una sonrisa, pícaramente, contestó:

―Sí, amo.

Por un momento, el cincuentón se quedó helado. Pero al mirarla y ver que estaba de broma, reconoció por primera vez en ella a la dulce y traviesa criatura que había conocido años antes. Viéndolo como un síntoma de su recuperación, riendo la avisó que se diese prisa o se la llevaría a rastras.

―No hace falta, soy una niña muy obediente― cogiendo su bolso, comentó y con paso alegre salió de la casa.

La comida resultó un agradable interrogatorio por su parte en el que nada quedó a salvo de sus preguntas. Desde los motivos de su divorcio, si tenía novia o la marcha de su empresa. La forma tan divertida en que planteó esas cuestiones evitó que se sintiera molesto e incluso le reconoció las dificultades que había tenido esa mañana para centrarse en el nuevo contrato.

Aun así, le sorprendió al dejarla en casa que esa niña le diera un beso en la mejilla mientras le avisaba que no le quería de vuelta hasta que hubiese dejado finalizada la oferta.

―Sí, bwuana― respondió muerto de risa a lo imperativo de esa orden.

―Cuando acabes y si no te importa, me gustaría que viéramos juntos un capítulo de Blacklist, una serie a la que soy adicta.

Despelotado, el maduro hombretón confesó que él también estaba totalmente picado con la historia de ese gánster y que estaba a punto de terminar de ver la séptima temporada.

―Te llevo dos capítulos de ventaja, pero no me importaría volverlos a ver.

Con ello acordado, Gonzalo se fue a la oficina y sin darse cuenta se enfrascó completamente en el asunto con los americanos, descubriendo aspectos en los que podrían sumar fuerzas que hasta entonces no había caído. Eran ya las once de la noche cuando al terminar se percató de lo avanzado de la hora y mandando por email la oferta, se fue a casa.

Al llegar, se dirigió a la cocina a ver qué le había dejado la pelirroja y ante su sorpresa, se encontró a Estefany esperándolo con una sonrisa.

― ¿Qué tal te fue? ¿Conseguiste darle forma?

Algo en su tono hizo que más que una pregunta hubiese sido una afirmación y desternillado, bromeó con ella diciendo que era un hombre de palabra y que si había llegado tan tarde era porque le daba miedo entrar en la casa sin haberlo terminado.

―No soy tan mala― protestó.

La ternura de su voz lo dejó sin habla y tratando que no notara su nerviosismo, preguntó si había cenado.

―No, te estaba esperando. Ahora sé niño bueno y vete a descansar en el sillón mientras la caliento.

Que lo tratara como un crio lo hizo reír y cogiendo una cerveza de la nevera, no vio nada malo en dejarse mimar por la chavala. Ya en el salón, se dejó caer en el sofá de tres piezas, sin saber que al llegar Estefany se sentaría a su lado en vez de hacerlo en el otro. Tampoco le pareció tan extraño al ver que así la televisión le quedaba de frente y charlando con ella, cenaron.

Cuando acabaron, Gonzalo buscó en la pantalla Netflix para seleccionar la serie, pero entonces la casualidad quiso que hubiesen repuesto una película de Halle Berry que le habían dicho que era un peliculón. Sin saber realmente nada sobre su contenido, preguntó a la morena si le apetecía verla.

―Ponla, veo que a ti sí y prometiste que no ibas a cambiar nada para agradarme.

Como en parte tenía razón, no dudó en seleccionar Monster´s Ball en la televisión y se pusieron a verla.  Desde el principio al cincuentón le pareció una obra de arte en la que se mezclaba racismo con una descarnada historia de amor entre la mujer de un hombre que acababa de ser ejecutado y su verdugo. En cambio, a la chiquilla le debió aburrir porque cerrando los ojos posó la cabeza en el hombro de su benefactor y se quedó dormida. Como eso era algo que muchas veces habían hecho sus hijas, Gonzalo lo aceptó con naturalidad y siguió viendo la película.

En un momento dado, cuando el protagonista se ofreció a llevar a la viuda a casa, recordó que si le habían hablado de esa cinta era por la escena en que Halle Berry se entrega al carcelero. Sabiendo que era brutalmente erótica, se removió incómodo al tener a Estefany durmiendo en su hombro. Mirando de reojo, oyó su respiración y decidió continuar. La pantalla mostraba para entonces a la pareja llegando a donde vivía la viuda e invitándolo a pasar, abrió una botella de Jack Daniels que era la preferida de su difunto esposo.

El dolor que llevaban acumulado en sus precarias vidas se desbordó y ya borrachos, comenzaron a ver unos dibujos que había realizado el marido y el hijo de la camarera mientras a su lado la cría comenzaba a roncar con la suavidad de una gatita. Viendo su tranquilo dormitar, paró la cinta y se sirvió una copa. Al volver la cría, se movió y dejándose caer, apoyó la cabeza sobre el muslo del cincuentón. Por un momento, sintiéndose incómodo, estuvo a punto de despertarla. Pero no lo hizo y volvió a poner la película.

En ella, Halle Berry llevaba una blusa de tirantes de color morada y una minifalda negra que parecían sacadas de un rastrillo. La humildad de su ropa no menguaba la belleza de la actriz.

«Aun así está buenísima», se dijo mientras en la pantalla se echaba a llorar recordando a su hijo.

Cuando el tipo la intenta consolar, se vio siendo el protagonista masculino de la historia mientras la femenina por arte de magia se había convertido en la colombiana.

―Quiero que me haga sentir mejor― Estefany le rogó en la pantalla mientras se bajaba los tirantes y ponía los pechos a su disposición.

Horrorizado, giró la cabeza hacia abajo y al ver que seguía dormida, no tuvo fuerzas de apagar la cinta al ver que, subiéndose sobre él, le pedía que le hiciera sentir bien.

«Estoy soñando», se dijo mientras observaba a su otro yo despojándola de la blusa.

― ¿Puedes hacerme sentir bien? ― insistía la amiga de Patricia al sentir los labios de Gonzalo en sus senos mientras llevaba las manos hasta su falda.

La necesidad de la mujer se incrementó al verse solamente en bragas y girándose sobre el sofá, se puso a cuatro patas para que el cincuentón y no el actor la hiciera suya.

Sin entender cómo era posible vio que el trasero al que se estaba follando en la cinta era el mismo que había visto duchándose.

«No es posible», se dijo mientras su alter daba unos bruscos azotes en el pandero de esa morenaza.

La rapidez con la que en la televisión iban cambiando de postura y del perrito pasaban al misionero lo tenía totalmente alelado.

«Somos nosotros», exclamó advirtiendo que hasta el protagonista tenía su misma marca de nacimiento en el trasero.

Ya totalmente excitado, vio en la pantalla a Estefany empalándose sobre él y a los pechos que tanto le habían impresionado rebotando al ritmo en que lo montaba hasta que cayendo sobre él se corría mientras su yo la tenía sujeta con las manos en el trasero. La sensualidad con la que la morenita movía las nalgas para disfrutar de los últimos coletazos de placer lo aterrorizó y más cuando oyó la voz de la chiquilla agradeciéndole en el oído que lo necesitaba, que no sabía cuánto necesitaba sentirse amada.

Sin entender qué pasaba, apagó la televisión y durante más de un minuto, se quedó callado temiendo incluso bajar la mirada por si la joven se hubiera percatado de su erección. Cuando al fin pudo reunir el coraje suficiente para mirarla se la encontró todavía durmiendo, pero con la misma sonrisa que muchas veces había visto en sus amantes después de haber follado.

«Estoy imaginándomelo todo», pensó y negando lo que había sentido y visto, adujo esa alucinación al cansancio.

Comprendiendo que no podía dejar a la cría durmiendo en el salón, la tomó en brazos y como tantas veces había hecho en el pasado con Patricia o con su hermana, la llevó hasta la cama. Una vez allí, con la ternura de un padre, la tapó y estaba apagando la luz cuando entre sueños escuchó a Estefany susurrar:

―Gracias, por hacerme sentir bien…

3

El sonido del despertador lo sorprendió en mitad de un sueño el que Estefany llegaba a su cama en silencio y sin preguntar se acostaba a su lado totalmente desnuda. Lejos de cabrearle la interrupción, al abrir los ojos y percatarse de que nada era real, sonrió y decidió que esa tarde quedaría con Alicia a echarle un polvo.

«Tengo las hormonas a flor de piel, parezco un adolescente», de mejor humor al haberlo decidido, se metió al baño.

Tras la ducha, se vistió y bajó a desayunar donde para su extrañeza, su joven invitada estaba tomándose un café mientras leía el ABC.

― ¿Qué tal has dormido? ― preguntó al verla recuperada.

―Estupendamente, hacía tiempo que… no me sentía tan bien.

Que nuevamente usara la misma frase que la actriz durante su entrega en la película, le hizo sospechar que la joven se estaba burlando de él, pero al ver su mirada franca comprendió que había sido casualidad y mientras la criada le ponía enfrente un plato de frutas, la vio tan interesada leyendo que quiso saber qué era lo que la tenía ensimismada.

Levantando la mirada del periódico contestó señalando un anuncio de una subasta:

―Gonzalo, ¿cómo es posible que subasten este edificio a este precio? ¿No es demasiado barato?

Al ser algo de su actividad, el cincuentón lo cogió y comenzó a leer mientras contestaba:

―El precio de salida no suele ser el de cierre, sino otro mucho más elevado.

Acababa de decirlo, cuando de manera imprevista reparó en que la propiedad que estaban licitando era la misma que él llevaba años intentando comprar, pero que nunca había podido llegar a un acuerdo con su dueño.

«No me jodas, ¡ese cretino debe haber quebrado!», se dijo y recortando la página, ya se iba a toda prisa, cuando recordó que no se había despedido y retrocediendo sobre sus pasos, tras dar a la chavala un beso en la mejilla, le dijo adiós.

―Que te vaya bonito― escuchó a la colombiana decir ya en el pasillo.

Sin exteriorizarlo, pensó:

«Gracias a ti, seguro».

Nada más llegar a su despacho, llamó a Tomás Guijarro, su director financiero y le pidió saber cuánto dinero le podía conseguir antes de las doce.

― ¿Lo quiere en efectivo?

―No joder. Quiero pujar por esta propiedad― enseñándole el recorte del periódico, contestó: ―pero antes de comprometer unos fondos que luego pudiésemos necesitar, quiero que llames a todos los bancos y me digas cuál es la suma que se comprometen a prestarnos si llegamos a ganar la subasta. 

El pequeño margen de maniobra que le había dado hizo que a las once y media volviese con las orejas gachas y le reconociera solo haber sacado el compromiso del Banco de Santander por seis millones de euros.

―Con eso no tenemos nada qué hacer― malhumorado al ver esfumarse la oportunidad contestó, pero aun así abrió la web donde se subastaba y viendo que las pujas iban en tres millones y medio, la incrementó en un millón.

«No tardarán en sobrepasarme», seguro de perder, se dijo mientras iban pasando los minutos.

Sobre las doce menos cinco, sus temores se hicieron realidad cuando otro pujador ofertó cinco millones. Como solo tenía uno de margen, no lo dudó y tecleó en el tejado cinco cien.

«Ese edificio vale al menos diez», se dijo temiendo que su rival respondiera con una cantidad inasumible para él.

Pero para su sorpresa, la subasta cerró y nadie había superado su puja. Sin llegárselo a creer, llamó a la empresa que lo subastaba y confirmó que se convertiría en su dueño, si depositaba antes de una semana la suma marcada.

«Al final, esta chiquilla me traerá suerte», concluyó y alegre por tamaño éxito decidió llamar a Alicia para celebrarlo entre sus brazos.

El destino hizo que la abogada estuviera inmersa en un asunto legal de enorme importancia y lamentándolo mucho, le dijo que no. Por lo que al salir del trabajo sobre las siete, no le quedó otra que volver a su casa. Allí se topó con Estefany esperándolo en la puerta, vestida igual que Halle Berry en la película. No creyendo en las coincidencias, la saludó temeroso mientras intentaba evitar hundir sus ojos en el profundo escote de la blusa de tirantes que llevaba puesta. Aun así, no pudo evitar caer en la tentación y mientras la niña le preguntaba por su día, buceó con la mirada entre sus pechos.

«¡Como está la condenada!», exclamó mentalmente mientras veía crecer dos gruesos botones bajo esa tela morada.

Completamente desconcertado por la reacción involuntaria de la chavala, preguntó por Antía.

―Está en la cocina preparando uno de sus platos preferidos― con sus mejillas todavía coloradas al sentirse descubierta, respondió.

Intrigado por esa respuesta, Gonzalo se acercó donde la treintañera se debatía entre fogones y alucinado descubrió que la colombiana no había mentido al tomar de una fuente una croqueta y descubrir que estaba hecha con queso de cabrales.  Ese sabor lo retrotrajo a su infancia y a su aldea perdida en los picos de Europa.

«No puede ser», pensó mientras una lágrima corría por sus mejillas: «Es la receta de Mamá».

Sintiéndose niño después de tantos años, no pudo dejar de coger una segunda y mientras saboreaba ese manjar, se preguntó cómo era posible. Sin pensarlo dos veces, preguntó a la pelirroja de donde había sacado la idea, pero sobre todo quién le había dado la receta.

―Fue la chiquilla. Por lo visto, recordó que un verano en Santander la llevó a un chiringuito donde usted se hartó de comer este tipo de croquetas.

Aunque no lo recordaba, lo dio por bueno e impulsado por el hambre tomó la tercera antes de volver donde la cría a darle las gracias. La hispana al escucharlo, sonrió y como si fuera una práctica habitual a la que no pensaba renunciar, le pidió si después de cenar podía quedarse dormida como la noche anterior.

―Fue la primera vez en semanas que pude descansar― comentó al ver su cara de espanto.

La desolación de su rostro pensando que se iba a negar lo enterneció y siendo consciente de lo poco apropiado que era permitir que esa cría descansara usando su muslo como almohada, iba a ceder cuando en el último momento le informó que no le apetecía ver la televisión, sino leer.

―Entonces, perfecto. Te prometo no incordiar mientras disfrutas del libro.

 Que le hubiera malinterpretado y viera en su respuesta una aceptación, lo dejó sin argumentos y se quedó callado. La cría parecía satisfecha y sin despedirse, se dirigió hacia su cuarto. Gonzalo, que para entonces no entendía nada, se percató que de espaldas el parecido con la actriz era todavía más patente y que incluso la forma con la que caminaba embutida en esa minifalda, se la recordaba.

«Quizás sea todavía más guapa», se dijo buscando unas diferencias que no veía y siniestramente excitado al recordar la escena, prefirió ponerse una copa.

Sin darse cuenta, escogió entre todas las botellas de su bar una de Jack Daniels. Al dar el primer sorbo, fue cuando cayó en la cuenta de esa elección y asustado como pocas veces al saber que era la misma bebida con la que los protagonistas se habían emborrachado, decidió no tentar la suerte y tirándola en el baño, rellenó su copa con vodka.

«Esto es ridículo. Ha sido casualidad», meditó menos convencido que horrorizado.

Se acababa de sentar para disfrutar de la copa cuando por la puerta apareció su criada y tomando asiento frente a él, le preguntó de dónde había sacado a esa extraña joven. Su pregunta lo cogió con el pie cambiado cuando sabía a ciencia cierta que la treintañera conocía perfectamente que era la amiga de su hija Patricia.

―Señor, no se lo digo porque no sea encantadora, que lo es, sino porque parece conocer cada uno de sus gustos como si hubiese vivido siempre en esta casa. Por ejemplo, hoy cuando acomodaba su ropa en el armario me equivoqué y puse una de sus camisas de sport junto a las de trabajo, con dulzura me reprendió diciendo que usted tiene tan aprendido dónde van que ni siquiera se fija en la que toma.

―Coño, Antía. Cualquiera se hubiese dado cuenta de que estaba fuera de sitio― respondió sin darle importancia.

―Quizás, pero hay otros detalles que no me cuadran― y sacando del bolsillo, un papel se lo puso en las manos: ―Fíjese en la lista de la compra que hoy elaboró y dígame si alguien que no le conozca a conciencia es capaz de hacerla.

Leyendo con detalle la misma, no vio nada extraño y así se lo hizo saber.

― ¡Por dios! ¿No se ha dado cuenta? Sabe la marca de desodorante que usa, las frutas o las verduras que prefiere, los cortes de carne que le entusiasman e incluso algo tan privado como el tipo de antiácido que toma cuando se le pasan las copas.

Siendo extraño, no le pareció descabellado que con ganas de agradar hubiese hablado con Patricia y comentándoselo a la mujer, volvió a quitarle hierro. La pelirroja, nacida en la Galicia más profunda, reveló su creencia en lo sobrenatural diciendo:

―Puede ser, pero a mí me parece que esa niña es capaz de leer los pensamientos como una meiga.

Al escuchar esa memez, se echó a reír provocando el cabreo de la gallega. La cual indignada se marchó farfullando de vuelta a la cocina que la cena estaba lista. Pensando en las croquetas, fue a avisar a la muchacha. Cuando iba a pasar a su habitación, recordó cómo la había pillado duchándose y prefirió tocar antes de entrar.

―Ya salgo― la oyó decir mientras la puerta se entreabría y a través de la rendija, veía que se estaba subiendo la falda.

Casi se desmaya al comprobar no tanto la perfección de su trasero, sino que llevaba el mismo tipo de tanga de la escena erótica que se había visto protagonizando con ella en su alucinación. Sin esperar a que saliera, bajó totalmente confundido las escaleras. Mientras esperaba su llegada, comprendió que, por alguna razón al darse cuenta de lo mucho que le impresionó ver a Halle Berry haciendo el amor, Estefany había decidido imitarla. Por eso cuando la cría llegó, la recibió con uñas y sentándose en la mesa, apenas habló durante la cena.

Si la hispana se dio cuenta de su cabreo, no lo demostró. Es más, demostrando que además de guapa tenía una cabeza perfectamente amueblada, comentó las noticias de la jornada haciendo especial hincapié en una en la que el locutor había hablado de una compañía que iba a salir a bolsa al día siguiente:

―O mucho me equivoco o ese valor va a subir como la espuma.

Aunque parte de su dinero estaba invertido en ese tipo de valores, no le prestó atención y siguió cenando. Al terminar, pidió a Antía que le preparara un café y se fue al salón. Una vez allí, de la estantería donde tenía los que todavía no había leído, cogió uno al azar y sentándose en el sofá, se puso a ojearlo. Al ver que trataba sobre el inconfesable amor entre un maduro y una joven, pensó en tomar otro. Pero entonces, trayendo ella el café, apareció Estefany y tras dejarlo sobre la mesa, se tumbó en la posición de la que había hablado.

Sintiéndose contra la pared y observando de reojo que tenía ya los ojos cerrados, comenzó a leer. Muy a su pesar, no tardó en verse subyugado por la historia y a la tercera página ya se había olvidado de la chavala. Sus temores volvieron con fuerza, al comprobar francamente acojonado que en ese libro el autor con pelos y señales reseñaba lo que había sentido él al descubrirla enjabonándose en la ducha.

«¡Es imposible!», exclamó para sí y releyendo el mismo pasaje una y otra vez no halló nada que difiriera de lo que había vivido.

Intrigado, aceleró la lectura para quedarse horrorizado cuando vio en blanco y negro que el ejecutivo se hacía rico siguiendo los consejos de su musa sin que esta le pidiese a priori nada sexual a cambio. Recordando la subasta de la mañana se vio reflejado y siguió leyendo.  Ya en el segundo capítulo, la joven cambió de actitud y un buen día al llegar de la oficina, el maduro se la encontró semidesnuda esperándolo en la puerta. Tan impactado se quedó el protagonista al verla en negliggé que nada pudo hacer para evitar que agachándose lo descalzara mientras le informaba de lo mucho que su cachorrita lo había echado de menos.

Dejando el libro sobre la mesilla, Gonzalo cerró los ojos y se imaginó a Estefany actuando como la musa. Contra su voluntad, se vio levantándola del suelo y metiendo las manos bajo el sugerente camisón. Por raro que parezca, le pareció sentir la calidez de la piel de la hispana bajo sus yemas y su pene reaccionó adquiriendo un grosor que no recordaba. Fue entonces, cuando sin previo aviso tuvo que volver a la realidad al escuchar un gemido a su lado.

―Por favor, sigue imaginando― con la cabeza todavía sobre su muslo oyó a Estefany suspirar.

Dominado por una extraña lujuria al notar que seguía dormida, cerró de nuevo los párpados y en su mente, la empotró contra la pared mientras le desgarraba el tanga.

―Hazme tuya― percibió el sollozo de la joven mientras en su cerebro jugaba con los pliegues de su feminidad.

Excitado y sintiéndose culpable, se imaginó su pene tomando posesión de la joven lentamente y a ella retorciéndose al sentir su vagina avasallada de esa forma. Sin llegarlo a comprender notó como terminaba de incrustárselo como si fuera real y preso de lo que estaba experimentando, comenzó a cabalgarla con decisión.

― ¡Me encanta! ― sobre su muslo, chilló la morena entusiasmada cuando en su imaginación la acuchillaba sin pausa.

Ya sin ningún pudor, la sujetó de los pechos mientras aceleraba sus embestidas. La Estefany de su sueño no solo no se quejaba, sino que colaborando con él comenzaba a mover desenfrenadamente el trasero al ritmo que su tallo le marcaba. Sin llegar a ser consciente de que lo que hacía en su mente era sentido por la chavala, siguió poseyéndola una y otra vez alternando cada embestida con un pellizco en sus pezones.

― ¡No pares de cogerme! ― llegó a sus oídos el alarido de la joven mientras en su cerebro le soltaba el primero de una serie de azotes.

Azuzado por sus gritos siguió castigando sus nalgas al tiempo que como si fuera un martillo neumático su hombría iba demoliendo una a una las defensas de la mujercita en su imaginación.

―Me corro― escuchó que balbuceaba la real mientras la otra sucumbía al placer salpicando con flujo sus piernas.

En ese instante, para Gonzalo, la escena era tan vivida que incluso le pareció oler el aroma a sexo que desprendía cada vez que la empalaba y contagiándose de su placer, su pene explotó derramando su imaginaria semilla en el interior de Estefany. Al eyacular en ella, la chavala se retorció en un nuevo orgasmo y cayendo lentamente al suelo, comenzó a reír diciendo:

―Hoy sí que voy a dormir como una bebé.

Entonces y solo entonces, el cincuentón abrió los ojos para descubrir que, sobre su muslo, la chavala sonreía. Cortado como pocas veces, trató de disimular y lo primero que se le ocurrió fue preguntar qué era lo que había dicho.

Desternillada de risa, la joven se levantó y acomodándose la minifalda, contestó:

―Lo sabes bien, mi amado maduro.

Pálido hasta decir basta, la vio caminando hacia la puerta con las piernas abiertas como si estuviera escocida tras haber follado salvajemente y antes de marcharse por el pasillo, se giró y lanzándole un beso, añadió:

―Esta noche, intenta no soñar conmigo, ¡me has dejado agotada!…

Relato erótico: “Fin de semana de acampada” (POR DOCTORBP)

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Aunque ir de acampada no era el plan que más podía apetecerle, María tenía ganas de que llegara el fin de semana. Tenía muchas ganas de conocer a Ramón, el mejor amigo de su novio. Iñaki le había hablado mucho de él y, aunque se habían escrito algún que otro email, era la primera vez que se iban a ver en persona.

Iñaki y María llevaban varios meses saliendo. Durante ese tiempo habían fraguado una relación sólida, a pesar de todas las dudas y problemas iniciales. Aunque en ese tiempo María había coincidido alguna vez con algunas de las personas habituales en el entorno de Iñaki, nunca había sido más que un simple saludo y despedida sin nada entre medio que la hicieran sentirse parte de ese mundo. Y por eso ese fin de semana de acampada era tan importante para ambos.

Iñaki empezó aquella relación con muchas dudas. Él salía de una tormentosa relación cuando, por casualidad, conoció a María. Ella también se estaba recuperando de una difícil separación y no estaba en su mejor momento. De ahí que las dudas de él fueran tan inevitables. Y, en ese aspecto, Ramón, su mejor amigo, fue un buen apoyo gracias al cual Iñaki superó sus dudas y temores hasta llegar al momento en el que hacer irrumpir a María en su mundo, presentarla a sus amigos, le pareció buena idea.

Por su parte, ella estaba deseosa de que llegara ese día, de presentarse en sociedad. Maldecía que el evento finalmente fuera una acampada pero, dejando de lado sus gustos personales, lo importante era encajar en aquel mundo, ser una más y estaba convencida de que así sería.

Por su parte, Ramón sentía un cierto nerviosismo. Al igual que ella, tenía ganas de conocer a la novia de su amigo. La había visto en fotos y se habían escrito algún correo electrónico, pero ya tenía ganas de conocerla en persona y, ojalá, descubrir que Iñaki había encontrado una mujer que realmente valía la pena. Por otro lado, no podía evitar una cierta presión por intentar caer bien a María, por darle una buena impresión. Lo último que quería era que su mejor amigo se juntara con una mujer con la que no hubiera buen rollo. ¡Eso sería un desastre!

El lugar donde iban a acampar era un sitio bastante idílico: al aire libre, no en un camping típico, una amplia explanada rodeada de altos árboles con un riachuelo cercano. El lugar lo había descubierto Jorge, uno de los amigos de Iñaki, ya que aproximadamente a un kilómetro de distancia había una piscina donde había veraneado durante el mes de agosto que acababa de pasar.

Cuando Iñaki y María llegaron el viernes por la tarde ya había un grupo numeroso de los amigos de él.

-Mirad, os presento – indicó Iñaki una vez había finalizado de saludarse con todos.

Así, María fue conociendo en persona a los amigos de su novio, de cada uno de los cuales ya le había hablado Iñaki con anterioridad.

Sergio e Inés eran pareja y habían estudiado con Iñaki. La época universitaria hacía años que formaba parte del pasado así que la relación de amistad también había menguado. No obstante, cada cierto tiempo mantenían el contacto y aquella era una más que buena ocasión.

Pepe y Mariano no eran amigos directos de Iñaki. Los conoció a través de Sergio y era habitual que aparecieran cuando los antiguos compañeros de universidad quedaban para hacer cosas juntos. La acampada de ese fin de semana no era más que otro ejemplo.

Por último, Jorge y Jessica también eran pareja. Él formaba parte del círculo más habitual de amigos de Iñaki y hacía poco que había comenzado a salir con Jessica.

Mientras los 8 departían los unos con los otros llegó la última pareja, Cristian y Laia. Ambos, junto con Jorge, Ramón e Iñaki formaban el grupo de amistad más habitual. Los 5 eran amigos desde hacía años.

-Hola. Ya nos conocemos – advirtió María que recordaba una vez que coincidieron e Iñaki se los presentó.

-Sí, como para no recordarlo… – afirmó Laia demostrando las ganas que tenían todos (y ella en particular) de conocer a la nueva novia de su amigo.

-Espero que hoy Iñaki nos deje hablar contigo – bromeó Cristian recordando la otra vez que se vieron donde, tras las presentaciones, Iñaki y María desaparecieron en seguida.

-A eso he venido, a conoceros a todos – y María desplegó una bonita y sincera sonrisa que deslumbró a Cristian.

-Estupendo – le devolvió la sonrisa, fascinado.

Ataviada dialogando con unos y con otros dejó de impacientarse por la llegada del último integrante de la acampada.

Ramón conducía, a punto de alcanzar el destino, pensando en el importante momento de conocerla. Ya sabía que todos habían llegado y él era el último en llegar. Se puso nervioso imaginando el momento en que se la presentarían mientras todos los demás le mirarían habiéndola ya conocido. Era una tontería, pensó. Y se dispuso a concluir el poco trayecto que le quedaba para llegar a la zona de acampada.

-¡Ya era hora! – bromearon todos cuando salía del coche.

Ramón se sonrojó notando todas las miradas fijándose en él. Alzó la vista y divisó a todos sus colegas y a ella. La ignoró y se saludó con el resto.

-Te presento – indicó Iñaki tras saludarlo efusivamente – María, Ramón. Ramón, María.

Ambos se saludaron con los 2 besos habituales. Ramón se fijó en la amplísima sonrisa de la novia de su amigo contagiándole buen rollo. La sensación inicial no pudo ser más placentera.

-Bueno, por fin nos conocemos – rompió ella el hielo.

-Pues sí, ya era hora – y miró con complicidad a Iñaki como echándole la culpa por ello.

María notó la timidez de Ramón y sintió cierta simpatía, ternura por el mejor amigo de su novio. La primera impresión era buena, muy buena.

-Oye, tendríais que ir pensando en preparar las tiendas, que luego se hace tarde y no habrá luz suficiente – propuso Jorge que ya tenía su tienda colocada.

-Tienes razón – le apoyó Cristian – ¿Nos ponemos a ello? – le consultó a Ramón, con quien compartiría tienda de campaña junto con Laia.

-Vamos – le confirmó su amigo y se pusieron manos a la obra.

-Nosotros también tendríamos que montarla – le dijo Iñaki a María. – Vosotros aún no la habéis montado, ¿no? – le preguntó a Inés.

-No. Si queréis montamos primero la vuestra y luego nos ayudáis a montar la nuestra – le propuso.

-Perfecto – indicó María pensando que ella sería más un estorbo que otra cosa montando la tienda y le vendría bien un poco de ayuda.

Así, mientras Cristian, Laia y Ramón montaban una tienda, Iñaki, María, Sergio e Inés montaban primero una y luego otra.

-¿Vosotros no tenéis tienda? – le preguntó Jorge a Mariano.

-Sí, pero no tenemos problemas. Son de esas que las abres y se despliegan solas. Se montan en un momento.

-Pues entonces podríais ayudarnos recogiendo algo de leña para el fuego de esta noche – les propuso Jessica.

-¿Fuego para qué? – se extrañó Pepe – ¿No quedamos en que hoy cenaríamos bocadillos?

-Sí, pero estaría bien hacer un fueguecito para comernos los bocatas alrededor del fuego mientras charlamos un rato – intervino Jorge – Piensa que por la noche refresca.

-¡Bah! yo paso – concluyó Pepe.

-¿Mariano? – le preguntó Jorge.

-Ya me quedo a hacerle compañía. No se va a quedar solo… – utilizó a su amigo como excusa para no moverse.

-Sois unos mamones – concluyó Jorge con indignación, oculta en forma de broma.

Así, ambos se quedaron sentados mientras Jorge y Jessica se marchaban en busca de un poco de leña.

-¡Ay! – se quejó María al hacerse daño mientras intentaba fijar uno de los extremos de la tienda.

-¿Estás bien? – se preocupó Cristian.

-Sí, no es nada. Es que…

-Es que es muy delicadita – la cortó Iñaki bromeando.

-¿No te has traído algo de ropa más cómoda? – le preguntó Laia.

María llevaba unos tejanos ajustados que dibujaban el perfecto contorno de sus piernas. Muy bonitos, pero algo inapropiados para una acampada. Llevaba unos botines con los que no era demasiado cómodo caminar por la zona y una camiseta holgada, cómoda pero demasiado cara como para mancharse de resina.

-Es que no suelo ir mucho de acampada y… – se excusó.

-Tranquila, luego podemos mirar a ver si alguna te podemos dejar algo.

María se avergonzó. A pesar de las evidentes buenas intenciones de Laia, se sintió algo torpe y fuera de lugar. Sin duda la ropa que llevaba no estaba acorde a la situación, pero sólo el hecho de pensar en ponerse algo parecido a un chándal le hacía estremecerse. Se esforzó por adaptarse y continuó ayudando a montar la tienda lo mejor que pudo.

Mientras todos trabajaban montando tiendas o buscando leña, Pepe fue en busca de su material. Cuando María lo vio llegar con la cachimba se quiso morir. El artilugio era bastante grande y, aunque ella había visto alguna, no estaba acostumbrada a que alguien de su entorno se colocara con aquello. No le gustó.

Mientras Pepe y Mariano fumaban con la cachimba, conversaban sobre el tema favorito de Pepe, quien dio una cátedra de conocimientos sobre drogas de todo tipo. Le encantaba hablar sobre su hobby preferido, demostrar sus conocimientos y hacerlos llegar a todo el mundo para hacerles descubrir el maravilloso mundo que él conocía.

-Pepe, ¿podrías ayudarme? – le cortó María que se estaba indignando con la actitud de los 2 hombres.

-Puedes llamarlo Pepillo – intervino Mariano – es como todo el mundo lo llama.

-Está bien. Pepillo, ¿podrías ayudarme? – insistió pidiendo ayuda para clavar un clavo de la tienda de Sergio e Inés.

-Deja, ya te ayudo yo – intervino Sergio, que se dio cuenta de la situación. Pepillo no movió un dedo.

Mientras Iñaki, María, Sergio e Inés terminaban de montar la tienda de los 2 últimos, Cristian, Laia y Ramón se pusieron con el fuego utilizando la leña que Jorge y Jessica habían traído. En ese momento, Pepillo y Mariano, que no paraban de reír y hacer tonterías, se dispusieron a montar sus tiendas individuales. Efectivamente, no tuvieron muchos problemas en montarlas con lo que en seguida estaban todos listos para cenar los bocatas que se habían traído preparados de casa alrededor de la agradable fogata que crepitaba ante ellos.

Durante la cena se fueron intercalando amenas conversaciones entre los diferentes integrantes del grupo. María y Ramón se sentaron uno al lado del otro y tuvieron ocasión de, por primera vez, mantener una conversación. Hablaron sobre ellos, sobre su punto en común, Iñaki, y sobre lo que iban a hacer el fin de semana. Fue una agradable conversación que no hizo más que confirmar los buenos augurios que ambos habían esperanzado desde que supieron que iban a conocerse.

Al día siguiente, sábado, se levantarían pronto para aprovechar el sol e ir a la piscina donde Jorge había veraneado y había conocido a Jessica así que algunos decidieron acostarse pronto. Los que optaron por quedarse un poco más fueron Sergio, Inés, Pepillo, Mariano y Jorge.

-Bueno, ¿qué te han parecido? – quiso saber Iñaki una vez en la intimidad de su tienda de campaña.

-Son todos muy majos – se sinceró María con su preciosa sonrisa – Ramón es un encanto – sonrió aún más – Los que son un poco…

-Sí, Mariano y Pepillo – sonrió con desgana – Son un poco… “especiales”. Hay que conocerlos.

-Ya, pero es que no han movido un dedo en toda la tarde y encima…

-Lo sé, lo sé.

Justo en ese momento empezaron a oírse una especie de golpes acompasados, con ritmo. Iñaki sonrió a su novia.

-Debe ser Pepillo… es que es un poco garrulillo…

-Lo que le faltaba – le cortó demostrando su cada vez mayor falta de interés por ese personaje.

-Eso suena a que ha sacado el cajón flamenco. Se lo lleva siempre a todos los sitios donde va. Eso y la maría… – sonrió con malicia a su novia.

-¡No quiero ni una broma con eso! – se indignó.

-Está bien… – prosiguió divertido – la marihuana, el costo, el chocolate, la cachimba y todo lo que tenga que ver con el mundo de la drogadicción. ¿Mejor?

-No me hace gracia. No me gusta. Con lo majos que parecen los otros…

-Ya, pero son amigos de Sergio y lo veo de higos a peras… Anda, ven aquí – y besó a su chica para tranquilizarla y darle las buenas noches.

Pero el beso no aplacó las malas sensaciones de María.

-Encima no voy a poder dormir con el follón que tienen ahí fuera… – concluyó por lo bajini.

Con el cajón el grupo se animó y la algarabía fue en aumento. Mientras Pepillo tocaba, el resto se iba pasando el porro que Mariano había liado. El intérprete usaba otra cachimba que se había preparado expresamente para fumar mientras tocaba.

Al día siguiente, como habían augurado, hizo un sol maravilloso con lo que el plan previsto siguió en pie. Irían a la piscina. Según Jorge podían ir en coche, pero no había ningún problema en ir andando. El encargado del recinto conocía a Jessica y estaba informado de que tal vez aparecería junto con unos amigos con lo que les dejó pasar de forma gratuita para alegría del grupo, de edades comprendidas entre los 25 y 30 años.

La piscina era grande y el recinto bastante amplio, con hamacas y grandes zonas con césped. No había mucha gente con lo que la jornada matutina en la piscina fue bastante agradable.

A lo largo de la mañana los 11 amigos se repartieron en diferentes grupos jugando a cartas, tomando el sol y charlando, haciendo el burro en el agua, jugando a sopapo… A última hora de la mañana las chicas estaban tumbadas en las hamacas tomando el sol cuando todos los chicos se encontraban en el agua.

María alzó la vista oculta tras sus caras gafas de sol y se fijó en los hombres. Habían salido del agua y se habían puesto uno al lado del otro al borde de la piscina. Antes de lanzarse al agua uno por uno haciendo alguna acrobacia aérea se fijó en cada uno de ellos.

Cristian era muy moreno, de estatura media y corpulento. Tenía algo de barriga y no era muy guapo. Tenía el pelo muy corto, casi rapado.

A su lado estaba Pepillo. Más bajito y gordo que Cristian. Era una pequeña bolita. Tenía media melena y bastante grasa en el estómago. Sumado a su afición por las drogas y su condición de garrulo, a María le provocó un repelús.

El siguiente era Jorge, algo más alto que Pepillo, pero bajo igualmente. También era moreno y mucho más corpulento que Cristian. Estaba fuerte aunque no fibrado. Tenía algo de barba que le daba un aspecto de dejadez que no le gustaba nada a María.

Su novio Iñaki era sin duda el que más destacaba del grupo. Alto y delgado, pero corpulento y fuerte. Era muy guapo y lo amaba con locura. Los rayos de sol incidían en su cuerpo salpicado de gotas de agua que resbalaban por su piel tostada. Le gustó mucho esa visión.

A su lado, su mejor amigo, Ramón. Blanco de piel, cosa que no le favorecía demasiado, era bastante del montón. Ni guapo, ni feo y de la misma altura que Jorge. No destacaba para bien ni para mal. Pero se notaba algo especial en él y eso le gustaba.

Mariano era rubio e, igual que Jorge, estaba fuerte aunque no fibrado, si bien no era tan corpulento. Era de estatura media y no demasiado guapo.

Por último, Sergio, castaño, era el único que estaba a la altura de Iñaki. Alto y completamente fibrado. En su cuerpo se podía apreciar cada uno de los músculos del hombre. María consideraba que estaba bueno, aunque, sin ser feo, no era todo lo guapo que a ella le gustaría.

Tras el repaso, cuando todos los chicos ya se encontraban en el agua, bajó la vista nuevamente y se concentró en la conversación que las chicas estaban manteniendo a su lado.

Estando dentro de la piscina, Mariano se alejó por unos instantes del grupo que chapoteaba en el agua y, disimuladamente, se fijó en las mujeres que hablaban tumbadas en las hamacas.

Primero se fijó en Jessica, recientemente novia de Jorge. No la conocía. No era especialmente guapa. Media melena, teñida de color caoba, y de rostro no muy agraciada. De cuerpo era bastante normal.

Junto a ella estaba Laia, la novia de Cristian. Aunque no la consideraba una amiga sí la conocía desde hacía tiempo de alguna otra vez que habían coincidido. Era bastante alta, rubia y fea. La altura disimulaba unas piernas mal hechas, pero lo compensaba con unos pechos bastante grandes.

Inés estaba muy buena. Delgadita, alta, aunque no tanto como Laia, con poco pecho, pero un rostro angelical. Era morena, aunque algo blanca de piel. El conjunto hacía muy buena pinta. La conocía desde hacía años y, aunque era su amiga al mismo tiempo que novia de su amigo Sergio, se la follaría sin dudarlo.

Por último quedaba la nueva, María, novia de Iñaki. Muy delgada, de estura media y una gran melena negra azabache. No era tan guapa como Inés, pero su sonrisa hacía el resto. Tenía unos pechos considerables para el pequeño cuerpo de la mujer y el bikini negro le sentaba de miedo. Mariano no pudo evitar una erección observando a la pija que acababa de girarse enseñándole, sin querer, el hermoso culo que tan poco tapaba la cara tela del bikini.

Aprovechando la hospitalidad del responsable de la piscina, el grupo se quedó a comer allí mismo. Así, a primera hora de la tarde, con la comida reposada, decidieron volver al lugar de la acampada. De camino, María y Ramón tuvieron una nueva ocasión para seguir intimando.

-¿Te lo estás pasando bien? – se preocupó él.

-Sí, mucho. Sois un grupo de amigos magnífico – le piropeó.

-Me alegro. Para mí es importante que la novia de mi mejor amigo sea una más. Bueno, más que una más. Ya me entiendes – y la miró intentando hacerla entender sin palabras que, por Iñaki, por ella y por él, era importante que entre los 2 hubiera buen rollo.

-Sí, te entiendo. Eres un cielo.

María sabía cómo era Ramón por lo que Iñaki le había contado, pero no pensó que al descubrirlo por ella misma fuera tan placentero. No era habitual encontrar a gente tan plana, todo bondad. Le pareció ser capaz de considerar a Ramón uno de sus mejores amigos tan sólo unas horas después de conocerlo. Sonrió.

Ramón estaba fascinado con María. No hacía falta que sonriera para pensar que Iñaki había encontrado una chica maravillosa, pero es que además sonreía y eso le hacía sentirse plenamente satisfecho.

-¿Y para esta tarde qué tenéis planificado? – preguntó María con ironía. Ramón se rió.

-Oye, que no tenemos todo planeado, eh – sin duda, se entendían bien – cada uno puede hacer lo que quiera, son sólo sugerencias – ella se rió – Además, precisamente ahora toca tarde libre – y sonrió provocando las risas de su nueva amiga.

-¿En serio?

-En serio – confirmó sin poder dejar de sonreír.

Efectivamente, para esa tarde tenían planificado hacer lo que cada uno le apeteciera. Mientras unos decidieron ir a dar una vuelta para ver los alrededores, otros pensaron en dirigirse al riachuelo. Mariano y Pepillo se quedarían en el campamento, fumando.

Mientras Laia, Iñaki, Sergio e Inés se preparaban para hacer de expedicionarios por el bosque que rodeaba la explanada en la que estaban acampados, Ramón, María, Cristian, Jorge y Jessica se preparaban para ir al riachuelo cercano.

-¿Quieres que miremos si te podemos dejar algo de ropa más cómoda? – insistió Laia, preocupada por María.

-No, de verdad, muchas gracias – a María le sabía fatal que tuvieran que prestarle algo. Además, seguía sin estar convencida de ponerse cualquier trapo que pudieran dejarle, por no decir el rechazo que sentía a compartir un trozo de tela que perteneciera a otra persona – Si vamos al río, tampoco hace falta mucha cosa.

-Puedes ponerte las chanclas de la piscina mejor – le aconsejó amablemente.

-Sí, no creo que el camino sea muy complicado. Está aquí al lado.

Mientras, Iñaki y Ramón, que ya estaban preparados, conversaban fuera de las tiendas.

-Bueno, ¿qué te parece? – se interesó Iñaki.

-Iñaki, me parece una tía de puta madre. De verdad – fue sincero.

-Ya sabes todas las dudas que tuve desde el principio, pero la verdad es que ahora no me arrepiento.

-¡Y como te arrepientas te doy 2 ostias!

-Gracias – sonrió.

-Lo único… que es un poco demasiado pija para mi gusto – indicó Ramón jocosamente.

-Sí, en eso tienes razón – y ambos rieron divertidos.

Dejando de reír, Iñaki pensó en su pareja. Era una mujer llena de virtudes y físicamente espectacular. Se sintió afortunado de haberla conocido y de que estuviera a su lado.

–¿Sabes? he encontrado a la mujer de mi vida – prosiguió la conversación.

-Me alegro, me alegro sinceramente – no mintió Ramón, lleno de regocijo.

Cuando todos terminaron de cambiarse, se marcharon cada grupo hacia su destino.

Jorge abría el paso al grupo del riachuelo ya que él ya lo conocía y se lo quería enseñar a Jessica. No obstante, no era muy complicado llegar puesto que estaba cerca y el sonido del agua llegaba claramente hasta el campamento.

-¡Uy! ¡ay! – María no paraba de quejarse cada vez que alguna hierba le pinchaba los pies ataviados con las chanclas.

-¿Estás bien? – se preocupó Ramón que sin la presencia de Iñaki se sentía responsable del bienestar de la mujer.

-Sí, es que me hago daño en los pies… – le confesó poniendo cara de pena.

Ramón no podía verla sufrir y se ofreció a llevarla en brazos, pero ella se negó rotundamente. Él insistió.

-Pues como te vuelva a oír quejándote tendrás que dejar que te lleve – le propuso.

Ella no dijo nada, sólo sonrió y prosiguió su camino pisando, sin querer, sobre una piedra y resbalándose. Del sobresalto volvió a emitir un sonido de queja y Ramón, sin decir nada, la alzó llevándola sobre sus brazos pasándolos bajo sus rodillas y hombros.

-¿Estás loco? – gritó divertida al verse sobre los brazos de su nuevo amigo.

-Estás sufriendo y eso no puede ser… – exageró pues el camino no era nada complicado.

Pero ahora el que sufría por aguantar el peso que estaba soportando era él. Ella se percató.

-Y ahora el que sufre eres tú. Anda, déjame que te vas a hacer daño.

-No… só… sólo si me prom… metes que… que te llevaré a coscole… tas – del esfuerzo le costaba hablar.

-Vale – aceptó sólo para que no hiciera el burro intentando llevarla en brazos.

Él la soltó y ella cumplió subiéndose a su espalda. Y en ese momento, Ramón sintió algo inesperado. Al notar los turgentes pechos de María entrar en contacto con su espalda se dio cuenta de la pedazo de hembra a la que estaba llevando encima suyo. Por primera vez pensó en ella como mujer y no como amiga o novia de un amigo y se puso nervioso. María estaba muy buena.

El riachuelo era precioso. Unos metros más arriba se podía ver una pequeña cascada por la que el agua se deslizaba entre las rocas llenas de musgo. Avanzaba con vehemencia por un sendero de piedras con poca profundidad hasta alcanzar la zona a la que había llegado el grupo donde el río era un poco más profundo.

-¿Nos metemos? – propuso Jorge.

-A eso hemos venido – afirmó con gracia Cristian mientras se deshacía de la ropa para quedarse únicamente con el bañador.

-Yo no he traído el bikini – protestó Jessica.

-Es igual, el agua no es muy profunda – observó Ramón – Te llegará por las rodillas.

Jessica pareció convencerse y, remangándose los pantalones, se introdujo poco a poco en el agua donde ya estaban los chicos. María parecía indecisa.

-¿No te metes? – se interesó Ramón.

-Es que no sé si me atrevo…

La verdad es que no le hacía mucha gracia meterse en aquella agua de aquel mundo salvaje que para ella era el bosque. Pero Ramón insistió ofreciéndole la mano para ayudarla. Dubitativa, finalmente accedió. Mientras Ramón la esperaba con el brazo extendido, María, que no quería mojarse la camiseta, se deshizo de la ropa para quedarse en bikini. En cuanto el hombre vio sus pechos volvió a recordar el estimulante contacto cuando la llevaba a caballito. Se ruborizó y no pudo evitar la evidente erección que no podía ocultar bajo el bañador en aquella postura.

Cuando María se adelantó para agarrar la mano que su amigo le ofrecía se sorprendió al ver el rostro desencajado y completamente rojo de Ramón. En un acto reflejó observó el abultadísimo paquete que contenía la más que evidente erección y se cortó.

-Me lo he pensado mejor. Creo que no me apetece meterme.

-Claro, claro… como quieras – la entendió perfectamente y se giró avergonzado, agachándose para sentarse en el río y disimular la empalmada.

María estaba descolocada. ¿Aquello lo había provocado ella? Deseaba de todo corazón que no, que todo fuera una casualidad, un momento de esos en los que los chicos dicen que es inevitable. Aunque no le gustó nada lo que acababa de suceder, no pudo evitar alegrarse porque gracias a ello había evitado meterse en el agua. No le apetecía nada pisar allí dentro, sin saber lo que se podía encontrar. Pensó en la posibilidad de que su pie entrara en contacto con un poco de musgo y tuvo un escalofrío. Sin duda el campo no era para ella.

Ramón, sentado aún en el agua, maldijo lo que acababa de suceder. Y temió las consecuencias que aquello podía acarrear. Todo había ido tan bien… y ahora una inesperada erección podía joderlo todo. Lo peor es que aquella empalmada la había provocado la novia de su mejor amigo. Cada vez que lo pensaba más se martirizaba pues no dejaba de pensar en su belleza y la polla cada vez se le ponía más tiesa. El glande golpeaba su barriga y empezaba a dolerle.

A la vuelta María y Ramón estuvieron en silencio, sin decir nada. Él no se ofreció a llevarla y ella se aguantó las ganas de protestar cada vez que algo golpeaba sus delicados pies de niña de ciudad. Por suerte, Cristian, Jorge y Jessica iban comentando la experiencia de meterse en el agua y lo bonito que era el riachuelo. Suficiente para que el silencio de los otros 2 pasara inadvertido.

-¿Quieres una caladita? – le ofreció Pepillo cuando llegaron al campamento.

-No estoy de humor – le cortó secamente María.

-¿Qué te pasa? – inquirió Mariano sorprendido por la actitud de la, hasta ahora, dulce novia de Iñaki.

-Nada, es que me he destrozado los pies – mintió.

En cuanto el grupo que faltaba regresó, María se dirigió a su novio.

-Iñaki, tengo un problema.

-¿Qué te pasa? – se preocupó.

Ramón se fijó cómo María se había dirigido directamente a Iñaki en cuanto éste había llegado del interior del bosque para charlar con él a solas. Se le puso un nudo en la garganta y a punto estuvo de soltar alguna lágrima. ¿Era posible que le estuviera contando lo ocurrido? ¿Cómo se lo iba a tomar su amigo?

-Me estoy meando – le soltó María a su novio.

-¿Y?

-Pues que no sé dónde mear – él sonrió.

-Mujer, pues te introduces un poco en el bosque, te bajas los pantalones y las bragas y… el resto ya sabes cómo va, ¿no? – bromeó.

-¡No seas idiota! Eso ya lo sé, pero me da cosa mear en el bosque.

-Tú tranquila, que yo vigilo que no se acerque nadie.

-No… – le puso cara de pena.

-¿Quieres que te acompañe? – se resignó.

-Bueno… – aceptó aún sin muchas ganas de tener que mear al aire libre.

Ramón se fijó cómo se alejaban hacia el bosque y se temió lo peor mientras Laia, Sergio e Inés explicaban al resto lo que habían visto. ¿Tal vez únicamente estaba llevándola a ver lo que ahora estaban explicando? Intentó convencerse de que era eso.

Iñaki y María tardaron un rato en volver. Aunque se moría de ganas y estuvieron un rato esperando, la delicada mujer fue incapaz de realizar la micción en el bosque.

Cuando estuvieron todos de vuelta en el campamento, las mujeres se dedicaron a preparar la carne mientras los hombres se repartían las tareas para preparar el fuego con el que después cocinarían la carne para cenar.

Pepillo, sin ninguna tarea como siempre, tuvo un detalle. Mientras sus amigos asaban la carne, se acercó al grupo de las chicas que ya habían terminado su tarea y mantenían una distendida conversación.

-¿Queréis algo para beber?

-Yo sí – dijo Laia – tráeme un quinto, por fa.

-¿Tú no quieres nada, María? – insistió Pepillo.

-No.

-¿Seguro? ¿No quieres un zumo? – persistió llamando la atención de Inés que alzó la vista y se quedó mirando a su amigo.

-Está bien. Tráeme un zumo. Gracias.

La actitud seca de María hacia Pepillo era evidente, pero ninguna le dio la mayor importancia.

Durante la cena alrededor del fuego, al igual que la noche anterior, se prodigaron las conversaciones entre unos y otros. Esta vez Ramón, más tranquilo al ver que aparentemente no había pasado nada grave, no se sentó junto a María. El que sí lo hizo fue Pepillo con quien mantuvo una agradable conversación.

Era la primera vez que María hablaba más de 2 frases seguidas con la pequeña bolita para descubrir que, sorprendentemente, no era un tío tan despreciable como aparentaba. Incluso se lo estaba pasando bien.

Al día siguiente tenían previsto desmontar las tiendas de campaña por la mañana para marchar sin prisas al mediodía. Aunque no se levantarían tan temprano como el sábado, algunos decidieron acostarse pronto. Esta vez se quedaron Inés, Pepillo, Mariano y María.

-¿Te quedas? – le preguntó un sorprendido Iñaki.

-Sí, un rato, no tengo sueño – le aclaró María.

-Está bien – y se despidió de ella con un beso – Cuídamela – se dirigió a Inés pensando que su novia no se quedaba muy a gusto con los otros 2.

-Descuida – sonrió Inés.

Mientras se dirigía a la tienda, Ramón no podía dejar de darle vueltas a la cabeza. Algo no iba bien. No era normal que María se quedara. A penas la conocía y no debía preocuparse si Iñaki no lo hacía, pero algo le decía que las cosas no iban bien. No sabía cómo, pero tal vez tenía que ver con lo sucedido en el río y por eso Iñaki no estaba preocupado, porque María no le había dicho nada. Aunque la teoría no tenía mucha lógica le sirvió para tranquilizarse y dejar de darle tantas vueltas al coco.

-¿Quieres un poco de agua? – le ofreció Pepillo a María.

-Sí, por favor – se lo agradeció, reseca.

Los cuatro estaban bastante distendidos, haciendo bromas y pasándolo bien. María estaba muy a gusto, excepcionalmente contenta. Se fijó en lo atento que era Pepillo que no dejaba de ofrecerle agua y comida y se preocupaba para que no tuviera frío o para averiguar si se lo estaba pasando bien. Se lo estaba pasando extraordinariamente bien y Pepillo era extraordinariamente gracioso. De repente, sintió una cierta afinidad por él, la pequeña bolita parecía más adorable que nunca y le gustó la sensación.

Cuando Mariano trajo la cachimba para dársela a Pepillo, María pensó que aquello rompería el buen rollo, pero extrañamente no le dio importancia. Incluso pensó que había sido una chiquillada rechazar a alguien tan amigable como Pepillo por esa tontería. Del mismo modo no le importó que empezara a tocar el cajón, un instrumento completamente alejado de sus gustos musicales e, incluso, sociales. Lo tocaba maravillosamente bien o, al menos, tuvo la sensación de que la música era fenomenalmente melódica.

-¿Quieres probar? – le sugirió Pepillo.

-Noooo… – contestó aturdida. Pero el chico no tuvo que insistir mucho para convencerla.

María se sentó sobre el cajón y tocó tan mal como supo, pues era la primera vez que lo hacía.

-Será mejor que te enseñe – convino el experto mientras los otros 2 se reían de lo mal que lo había hecho. María no pudo evitar sumarse a las carcajadas.

Pepillo se sentó en el cajón, justo detrás de ella abriendo las piernas para rodearla. Se acomodó juntándose a la mujer hasta notar cómo el paquete entraba en contacto con las prietas nalgas de la chica.

María lo único que notó fue la grasa de la flácida barriga apretándose contra su espalda, pero no le importó. Simplemente le pareció gracioso y dejó que su maestro la enseñara. El hombre extendió las manos hasta contactar con las suyas agarrándolas para acompasarlas al ritmo correcto. María pensó que era demasiado fácil, pero cuando lo intentó sola volvió a provocar las carcajadas de Inés y Mariano.

-Déjame que te ayude – insistió Pepillo que intentó arrimarse más a la chica acariciando sus brazos antes de alcanzar las manos.

-Venga, ahora mantén el ritmo con esta mano – le propuso cuando la había acompasado adecuadamente.

María se concentró en mantener el sencillo ritmo con la mano que Pepillo le había liberado. Mientras lo hacía notó la mano libre del chico acariciando su costado. Estaba lo suficientemente lúcida como para pensar en ello sin perder el ritmo que le había marcado. No le pareció bien esa caricia, pero por otro lado, no le importó pues consideró que era una bonita muestra de amor. La mano de Pepillo acarició todo el costado hasta introducirla por debajo de la camiseta palpándole la espalda. Era agradable que la sobaran mientras le enseñaban a tocar aquel curioso instrumento. Cuando Pepillo rodeó a la mujer con el brazo para manosearle la barriga, María dejó de golpear el cajón y se giró retirando la mano del avispado hombre. Aunque no le molestaba, no le parecía bien y menos delante de Inés y Mariano.

Continuaron así, tonteando unos y riendo otros, hasta que Cristian salió de su tienda para quejarse por el follón que estaban montando. Aunque lo dijo de buenas maneras, no había podido dormir en todo el rato y ya no aguantaba más. Los 4 no tuvieron más remedio que cerrar el chiringuito e irse a las tiendas.

-Toma – le ofreció Pepillo la botella de agua con la que la estaba hidratando todo el rato para que se la llevara a la tienda de campaña.

-Muchas gracias. Eres un cielo – y lo besó en la mejilla en un arrebato de ternura inusitado.

María comprobó como Iñaki estaba profundamente dormido e intentó hacer lo propio, pero en seguida se dio cuenta de que era imposible. Se levantó y salió de la tienda.

-¡Inés! – intentó llamar a la mujer acercándose lo más que pudo a su tienda para no despertar a nadie – ¡Inés! – insistió alzando la voz lo mínimo que pudo para no pasarse, pero suficiente para que ella la oyera.

-¿Qué quieres? – la sorprendió Pepe saliendo de su tienda individual.

-Es que… me estoy meando – se sinceró en voz baja sin pudor ante el hasta hace poco desconocido.

-Claro, si no paras de beber – espetó con gracia, manteniendo el mismo tono de voz que ella para no molestar a los que dormían.

-Pero si has sido tú que no has parado de darme agua – le replicó casi susurrando.

-Porque te estoy cuidando – sonrió provocando las risas de la mujer.

-¿Me acompañas a hacer pipi? Que no quiero ir sola…

Pepillo se hizo el interesante, pero finalmente accedió.

El hombre estaba de espaldas a María cuando ésta se bajó los pantalones y las bragas para agacharse y echar una larga meada, sin problemas. Llevaba horas meándose. Pepillo escuchaba atento el sonido del líquido fluyendo y golpeando con fiereza contra el suelo cuando María le habló.

-No tenemos papel.

-Pues tendrás que limpiarte con una hoja – bromeó.

María pensó que era buena idea, no le importaba, pero la lucidez que la encumbraba le hizo ver que no era una entendida y podía no ser muy higiénico, incluso peligroso. Pensó en posibles urticarias o infecciones y le pidió a Pepillo que fuera a buscar papel. Accedió de buena gana.

Cuando el hombre volvió raudo se encontró a María agachada en la misma postura como la había dejado. La chica no pareció sorprenderse ni hizo ademán de taparse, simplemente extendió la mano para que Pepillo le pasara el papel.

-Deja, deja, ya te limpio yo – probó fortuna.

-¡Sí, hombre! – se quejó ella.

-Que sí, ya te he dicho que te estaba cuidando. Déjame que te cuide – y se agachó sin esperar respuesta pasando el papel por la entrepierna de la mujer.

Ella no rechistó y él pudo notar el esponjoso contacto de los labios vaginales con sus dedos. El acto fue rápido para evitar posibles evasiones de la mujer que no parecía molesta. Pepillo se quedó mirando el papel manchado de orina y lleno de un viscoso líquido blanquecino.

-Aún no estoy limpia – le sugirió María despertando a Pepillo de su ensoñación observando el lubricado papel con el que la había limpiado.

Volvió a la carga con una nueva servilleta. Esta vez se recreó pasándola por el coño de la desinhibida María. En la tercera pasada, a través del papel, el dedo corazón de Pepillo recorrió cada rincón de la caliente raja. Ella consideró que ya estaba limpia y se levantó subiéndose primero las bragas y luego el ajustado pantalón para dirigirse de nuevo a las tiendas.

-Yo no tengo sueño – se quejó María.

-Yo tampoco. ¿Quieres que nos quedemos? – le propuso un seguro de sí mismo Pepillo.

-Vale – se alegró – pero mejor vámonos para no molestar a nadie – sugirió.

Mientras Pepillo recogía algunas cosas para llevarse, María se puso algo más cómoda. Se volvió a poner las chanclas y unos pantalones viejos de su novio. No le quedaban bien, pero lo prefería antes que la incomodidad de su ropa cara.

-Vamos, Pepillo, que te voy a enseñar un sitio – se refería al riachuelo donde habían estado por la tarde.

De camino, Pepillo no paraba de bromear haciendo reír continuamente a María que no se percató ni una sola vez de las hierbas, palos o piedras que entraban en contacto con sus desprotegidos pies.

Cuando llegaron a su destino María observó la extraordinaria belleza del lugar. No sabía si por la tarde no había sido capaz de captar aquella hermosura o era la iluminada noche por la luna la que confeccionaba semejante paisaje dándole el último matiz para hacer de aquel, un lugar de total riqueza.

-Ahora voy a mear yo – rompió el momento Pepillo, pero María se rió igualmente.

El hombre terminó de mear en el rio mientras ella lo ignoraba.

-¿Podrías sacudírmela? – le ofreció devolverle el favor.

María no sabía si se refería a limpiarle como él había hecho antes con ella o masturbarle. En cualquier caso se hizo la tonta, ignorándolo, pero sin sentirse molesta en ningún caso.

-Si lo hago por ti – María se interesó por aquella argumentación – Como antes te he limpiado yo, creo que lo normal es que te deje que me devuelvas el favor. Yo no desaprovecharía la oportunidad.

-Está bien – accedió divertida por aquella disección.

María se acercó a la espalda del bajito y grueso hombre y miró por encima de su hombro mientras le rodeaba con una mano buscando su pene. La barriga tapaba la visión de prácticamente todo el pito. Únicamente vio el descapullado glande y se guió por la mano de Pepillo que aún se la estaba agarrando. Le sustituyó en las labores y empezó a sacudirle el rabo, primero moviendo la mano arriba y abajo y luego adelante y atrás, cubriendo y descubriendo el, a la luz de la luna, iluminado glande.

Cuando María empezó a moverle la piel, Pepillo no pudo evitar la progresiva empalmada. Entre los dedos de la asilvestrada pija la polla empezó a crecer y endurecerse. María se agachó y rodeó al excitado garrulo para ver lo que tenía entre manos. Le gustó la verga de 10 centímetros del rollizo muchacho. Con la polla limpia y completamente tiesa, María se la sacudió un par de veces más hasta soltársela subiéndole los calzoncillos.

-Ya está. Ya la tienes limpia – aseveró.

-Bueno, pues ya tenemos una nueva tienda de campaña – bromeó observando el palo que se marcaba bajo su ropa interior.

Entre risas, María siguió la broma:

-Pues yo quiero dormir ahí – y le bajó nuevamente los bóxers provocando nuevas carcajadas de la pareja.

Pepillo aprovechó la ocasión para quedarse en bolas (a María no le importó en absoluto) e introducirse en el agua.

-Yo también quiero – afirmó la feliz mujer.

-¿Te vas a meter en el agua donde yo he meado?

-No me importa – concluyó mientras se descalzaba y se quitaba los anchos pantalones quedándose en bragas e introduciendo los pies en la fría agua.

Para calentarla, nunca mejor dicho, Pepillo frotó las estilizadas piernas de la congelada chica. Notó la piel de gallina de María y aprovechó para palparle los muslos a conciencia. Cuando introducía la mano por la parte interna y la alzaba acercándose a la entrepierna notaba el excesivo calor que la zona desprendía.

Tras unos minutos decidieron salir del agua con la percepción de que no había sido muy buena idea. Por suerte, Pepillo había traído una toalla que compartieron para secarse y entrar en calor. Cuando lo hicieron, ninguno de los 2 se vistió quedándose él desnudo y con el pene en reposo y ella en bragas y con la camiseta.

-¿Seguimos con las lecciones? – le propuso él indicándole el cajón que también había traído para que se sentara.

A ella le pareció una buena idea y se sentó dejando espacio para que él hiciera lo propio a su espalda. Nuevamente Pepillo se sentó abriendo las piernas para rodearla, arrimándose lo más que pudo. Ella volvió a sentir la grasa aplastándose contra ella, pero intentó intuir si el pito entraba en contacto con su culo. No lo apreció.

El hombre volvió a agarrar las manos de su alumna para instruirla marcándole el ritmo de la música. Cuando lo consiguió volvió a soltar la mano que mantenía un ritmo más sencillo para que ella lo mantuviera sin ayuda. Con la mano libre, Pepillo volvió a acariciar el costado de la pija hasta introducirla bajo la camiseta manoseándole la espalda. Al cabo de unos segundos la rodeó con el brazo y magreó el vientre plano de María. Se dedicó unos segundos a bajar lentamente hasta entrar en contacto con la tela de las braguitas y sin más dilación introdujo la mano en el bosque púbico hasta alcanzar el coño que manoseó a su antojo esta vez sin papel de por medio.

Bienestar era lo que María sentía golpeando el cajón sin sentido alguno del ritmo mientras el grueso dedo de Pepillo hurgaba en sus partes más íntimas. Él avispado hombre le había soltado las manos dejándola a su libre albedrío, despreocupándose por la lección de música y, con la otra mano, le magreaba, bajo la camiseta, uno de los senos que había liberado de su talla 95. En ese momento de puro éxtasis notó por fin la dura polla golpeando su espalda.

María dejó de aporrear aquella caja de madera y, echando una mano hacia atrás, acarició la erección de Pepillo.

-No sé lo que me pasa. Yo nunca he actuado así – dijo mientras le masajeaba la polla suavemente.

-Tú tranquila, lo que te pasa es normal, hazme caso – intentó tranquilizarla – ¿Tú te sientes bien? ¿estás a gusto?

-Mucho – terminó de convencerse mientras él la miraba, sonriendo, con prepotencia, como dando las instrucciones para lo que pasó a continuación.

Completamente desinhiba, convencida de lo que estaba haciendo y en un estado de dicha completo, María se giró para chuparle la polla a Pepillo, que sonreía satisfecho. La mujer tuvo que agacharse bastante para evitar la considerable barriga y alcanzar la sabrosa verga. Con el miembro en la boca, sacaba la lengua para llegar lo más lejos posible saboreando al máximo la gustosa picha. Las papilas gustativas de María parecían más sensibles que de costumbre y la mezcla de sabores la estaban deleitando.

Tenía la boca reseca y los esfuerzos por chupar lo máximo que podía aquel rico manjar provocaban que hilos de saliva reseca se aglutinaran entre su boca y la polla. Alejándose del pene para respirar, tuvo que usar una mano para retirar las blanquecinas tiras de saliva que quedaron haciendo de puente.

Pepillo le ofreció un poco más de agua, pero en vez de darle la botella la inclinó dejando caer la bebida sobre la sedienta boca abierta de la mujer. El agua se desbordó cayendo hasta mojar parte de la delicada camiseta de María. Guiándola, movió la fuente del apetecible líquido hacia su miembro viril para que ella continuara mamándosela. Al hacerlo, María cayó de rodillas, desollándoselas ligeramente. No le importó.

Tras unos minutos, la mujer se incorporó levantando sus magulladas rodillas para deshacerse de la onerosa camiseta tirándola al suelo, despreocupada. Ante la excitada visión del hombre apareció el sostén que tapaba únicamente la rotunda teta que no había sido liberada previamente de su copa. El pecho desnudo estaba firme. Pepillo se llevó una mano a la polla y se la meneó mientras se acercaba a la preciosa mujer para liberar el seno que seguía cubierto por el sostén.

Mientras la magreaba, sus labios se encontraron por primera vez. Una de las manos de Pepillo fue bajando lentamente por el desnudo cuerpo de María hasta alcanzar la única prenda que le quedaba. Retirando hacia un costado la tela, alcanzó el mojado coño de la pija, que se abrió de piernas facilitando la incursión del rechoncho hombrecillo.

Tras unos segundos de besos, caricias y masturbaciones, Pepillo volteó a la mujer, empujándola para que se pusiera a cuatro patas. Estiró la tela de las bragas aún más para separarlas de la abertura y acercó su durísima verga introduciéndosela hasta sentir la barriga chocando contra las nalgas de la perra que se estaba follando.

María se deshacía ante las acometidas de aquel garrulo. El coño lo tenía chorreando y sentía como cada vez que la grasa del hombre la empujaba más lubricaba. Los fluidos vaginales se deslizaban por sus abiertas piernas. Jamás había sentido nada parecido, un inmenso placer, una sensación de gloria total. Tuvo la impresión de que si cerraba los ojos se transportaría a otra dimensión en la que el amor era el único motor. Lo hizo, bajó los párpados mientras con una mano se apretaba uno de los pechos y la otra entraba en contacto con el clítoris, más sensible que nunca. Y el éxtasis se apoderó de ella llevándola a un orgasmo desconocido, de otro mundo, irreal.

Pepillo notó el temblor de piernas de María que perdió las fuerzas precipitándose contra el suelo. El hombre se despreocupó dejando que la pija se diera de bruces. Viéndola tirada sintió una oleada de placer al descubrir hasta dónde había caído una mujer que horas antes no era capaz de montar una tienda de campaña sin quejarse o vestirse con ropa que no estuviera de moda. Se agarró la polla y se masturbó contemplándola.

María se incorporó apoyando los delicados codos contra el suelo de tierra. Se estaba tocando los pezones mientras miraba con una sonrisa lasciva a la bolita que se pajeaba ante ella. Se levantó más, sin despegar el pompis de la sucia arena y alargó una mano para sustituir al chico en sus quehaceres. Lo masturbó hasta que Pepillo empezó a escupir leche. María sintió agradecimiento por aquella corrida, fruto del acto de gran amor que significaba.

Los 2 nuevos amigos recuperaron sus atuendos y se vistieron para volver a la acampada dejando atrás la mancha de semen en mitad del bosque.

Aunque María sabía que lo que había ocurrido no estaba bien, no sentía remordimientos, no había cabida para los malos rollos. Todo a su alrededor era magnífico, tenía un novio al que amaba con locura, había encajado perfectamente en su círculo de amistades y había disfrutado del polvo más placentero de su vida. La única conclusión factible era que lo anormal hubiera sido que no hubiera ocurrido nada de aquello, que no hubiera experimentado la profunda empatía que sentía por aquel extraño personaje con el que había compartido la noche. Incluso recordó el desagradable incidente con Ramón y se dio cuenta de que no tenía mayor importancia.

-Venga, María, levántate – le increpó dulcemente Iñaki al día siguiente. Pero estaba demasiado cansada -¿A qué hora os acostasteis? – preguntó pensando que las pocas horas dormidas eran la causa de aquella extraña pereza en su pareja.

Pero no recibió contestación. María se giró, ignorándolo. Se sentía tremendamente cansada, aunque el bienestar general que aún le duraba le permitía dormir sin mayores problemas a pesar de la algarabía que había fuera de la tienda.

El resto ya se había levantado y estaban preparando el regreso a casa. Algunos desmontando las tiendas, otros recogiendo cosas, otros equipando el coche, etc. Iñaki se resignó y salió fuera a ayudar al resto.

Al ver salir a Iñaki de la tienda sin María, Ramón se impacientó. Necesitaba quitarse aquel peso de encima y, sin pensar demasiado, entró en la tienda de su mejor amigo.

-¿María?

La chica, al escuchar la voz de Ramón, se giró, sonriendo y reconfortando al hombre que volvió a disfrutar de aquella sonrisa que no podía quitarse de la cabeza.

-¿Sí? ¿qué quieres? – le preguntó con la voz débil.

Ramón intentó excusarse por lo ocurrido la tarde anterior. Quería como fuera que las cosas volvieran a ser como antes del incidente y se jugó todas las cartas.

-La verdad es que, en aquel momento, no me sentó muy bien – le explicó la adormilada mujer – No sé, supongo que no me lo esperaba y me descolocó. Pero lo cierto es que anoche me di cuenta de que lo que pasó es una tontería. De hecho, me di cuenta de muchas cosas a las que normalmente le doy importancia y me amargan la existencia a las que, a partir de ahora, voy a intentar poner remedio.

Para alegría de Ramón, aquellas palabras demostraban que lo sucedido no iba a enturbiar ninguna relación de amistad. Es más, demostraban que aquella mujer era mucho más de lo que él había deseado. Se regocijó al comprobar que su mejor amigo había encontrado una gran mujer y se entristeció al comprobar que se había enamorado de ella.

Mientras Pepillo recogía sus cosas, Inés se acercó, prudente, a su lado.

-Lo has vuelto a hacer, ¿verdad? – le inquirió.

-¿Perdona? – se hizo el despistado.

-¿Anoche la drogaste? – él se rió.

-Sí, lo hice – confesó provocando un semblante cariacontecido en Inés a la vez que de cierta satisfacción por saber que estaba en lo cierto.

-Fue cuando le trajiste el zumo, ¿no? – él afirmó con la cabeza, sonriente – ¿Qué le metiste?

-Le vacié una cápsula de éxtasis. 120mg. sin apenas adulterar.

-¿Y fue todo bien? – se preocupó.

-¿Por quién me tomas? Estás hablando con un experto – sonrió orgulloso.

-¿Te la tiraste? – Pepillo le contestó con una siniestra sonrisa.

-Sabes lo mucho que disfruté aquella noche, guardo un muy buen recuerdo – se confesó – Espero que ella no tenga que esperar tanto como yo para que vuelvas a darle una dosis de MDMA y de… tú ya me entiendes.

Y se marchó dejando completamente satisfecho con aquellas palabras al hombre que la drogó para follársela hacía ya años, la primera noche que salieron de marcha con Sergio, el novio de ella y amigo de él.

A lo largo de la mañana, por fin, María se levantó provocando las bromas del grupo de amigos que, entre todos, desmontaron la última tienda que quedaba. Como habían planificado, al mediodía marcharon llegando a casa a una hora prudente. El fin de semana de acampada había concluido.

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Relato erótico: “Donde nacen las esclavas I” (POR XELLA)

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¡RING! ¡RING!
 
– ¿Dígame? – Respondió Sofía.
 
– ¡Lo hemos conseguido! – Se oyó al otro lado del teléfono.
 
– ¿En serio? ¿Donde estás?
 
– Yendo a la oficina, llegaré en media hora.
 
– Yo estoy a 10 minutos, te espero allí. – Sofía colgó el teléfono. Una sonrisa enorme adornaba su rostro, llevaba mucho tiempo detrás de esa noticia.
 
Sofía Di Salvo era una joven reportera de una canal de televisión. No llevaba mucho tiempo trabajando y no la tenían muy en cuenta, pero confiaba que gracias a este reportaje, sería capaz de hacerse un nombre. La chica era una belleza mediterránea, no era muy alta pero tenía unas curvas muy bien definidas. Morena de piel y de cabello, sus ojos verdes le daban una mirada felina que encandilaba a cualquiera, nunca se había aprovechado de sus encantos físicos para hacerse un lugar en su trabajo, pero estaba claro que eso siempre ayudaba, sin ir más lejos, Tomás, su jefe, la tenía en palmito, dándole un trato algo mejor que al resto de sus compañeros, lo que provocaba a veces las envidias del resto.
 
Tomás Sandoval llegó al despacho con la cara congestionada y sudando, estaba claro que se había dado toda la prisa que podía. Era un hombre casi llegando a los sesenta, con el pelo y la barba blanca y un sobrepeso que hacía notar la buena vida que había llevado desde hacía bastante tiempo. Había sido director general de todo el canal de televisión, pero un pequeño accidente durante la cobertura de la boda real le había hecho perder el status y la confianza de los que gozaba, dejándole relegado a la dirección de los reportajes de investigación. Tomás necesitaba que el reportaje triunfase tanto como Sofía.
 
– ¿Cómo lo conseguiste? ¡Llevábamos meses detrás de ellos! – Preguntó Sofía nada más verle, lanzándose a darle un abrazo.
 
– Me llamaron ellos, me dijeron que éramos demasiado insistentes y que con tal de que les dejásemos en paz, nos dejarían hacer el reportaje.
 
– ¡Es genial! – Sofía estaba exaltada, dando brincos por toda la oficina. – ¡Pero el reportaje es mío! No irás a enviar a ningún otro, ¿Verdad?
 
– Sofía… Sabes que es peligroso…
 
– ¿Peligroso? ¡Claro que es peligroso! ¡Por eso mismo! Sabes perfectamente que sin riesgo no hay gloria… Si esto sale bien…
 
– Pero… Sofía…
 
– No hay más que hablar. – Dijo Sofía, zanjando la conversación. – Sabes perfectamente que esto es tuyo y mío, los dos hemos dado todo durante meses para conseguirlo, no vamos a permitir que ahora venga otro a llevarse la fama.
 
– Está bien, pero ten cuidado.
 
– ¿Cuándo puedo empezar?
 
– Mañana a las 8:00. Te recogerá un coche en la esquina de la calle Silva. Han impuesto varias condiciones, y una de ellas es que irás todo el trayecto con los ojos vendados… No son tontos Sofía, no van a permitir que se muestre más de lo que quieren que veamos… Y además han pedido que sólo vaya una persona, así que tendrás que hacerte cargo de la cámara… ¿Estás segura de que quieres hacerlo tú?
 
– ¿Quieres dejar ese tema? Por supuesto que quiero hacerlo yo. No me pasará nada. Mañana a las 8:00 estaré allí con la cámara y el microfono. Hemos conseguido que Xella Corp nos abra sus puertas y no vamos a desaprovecharlo…
 
——
 
Sofía estaba impaciente. Había llegado con media hora de antelación, no quería que nada saliese mal. La noche había sido horrible, casi no había dormido debido a los nervios… Y no era para menos, iba a pasar un día completo dentro de una coorporación de la que se sospechaba que tenía negocios algo turbios… Se la relacionaba con la trata de blancas y la esclavitud… Había estado repasando mentalmente todo lo que tenía que llevar, las preguntas que debería hacer, los riesgos que podría correr… Y allí estaba, de pie, sola, en medio de la calle, sin saber lo que le iba a esperar.
 
Se había puesto una falda de tubo a medio muslo, que marcaba perfectamente sus caderas, acompañada de una blusa blanca con algo de escote y unos zapatos con algo de tacón, pero nada exagerado. Habría preferido ir algo más cómoda, pero iba a salir en cámara en algunos planos y debía estar presentable.
 
Había cogido una pequeña cámara de mano para realizar la entrevista, que no pesase mucho pero que le diese la suficiente versatilidad y calidad de video, ya que tenía que hacer ella misma todas las grabaciones. Llevaba un pequeño trípode para poder ponerla fija cuando tuviese que aparecer ella también en el plano.
 
De repente un coche se paró frente a ella. Era un coche grande, negro, con las lunas tintadas… Se quedó paralizada, miró el reloj y vió que eran las 8 en punto. La puerta trasera se abrió automáticamente, se asomó y vió un hombre vestido con un traje negro y gafas de sol.
 
– ¿H-Hola? – Preguntó Sofía.
 
– ¿Sofía Di Salvo? – Preguntó el hombre.
 
– Si.
 
– Adelante.
 
Sofía entró en el coche, sentandose algo incómoda al lado del hombre trajeado.
 
– Como comprenderá, tendremos que tomar ciertas medidas de seguridad. – Dijo el hombre, mostrándole a Sofía una venda para los ojos.
 
– De acuerdo. – Asintió Sofía.
 
– Si me permite…
 
El hombre le ajustó la venda a los ojos. En cuanto comprobó que no podía ver nada, el chófer arrancó. No volvieron a hablar en el resto del camino.
 
El viaje duró casi una hora, aunque la mujer tenía la impresión de que habían estado un tiempo dando vueltas para que no pudiese orientarse por el tiempo recorrido.
 
Cuando le destaparon los ojos, el coche estaba aparcado dentro de un garaje. Salieron de él y se dirigieron a un ascesor.
 
– A partir de aquí continúa usted sola. Suba al piso 15 y habrá alguien esperándola.
 
– Gracias.
 
El ascensor subió los 15 pisos a bastante velocidad. Cuando abrió las puertas apareció ante ella un amplio vestíbulo blanco, vacío salvo por alguna planta y algún extintor. En el medio del vestíbulo, otro hombre también trajeado estaba de espaldas hablando por teléfono.
 
– No se preocupe, no habrá problema… Si… Será avisado a su debido tiempo… De acuerdo… Tengo que dejarle señor S… – Dijo al ver a Sofía – Tengo una reunión importante y no quiero posponerla… Si… Tendrá noticias nuestras. – Colgó.
 
– Buenos días, señorita Sofía. -Saludó amable el hombre.
 
– Buenos días.
 
– Soy Marcelo Delgado y voy a ser su guía durante el resto del día.
 
– Buenos días Marcelo. No… No me había imaginado que esto sería así… – Dijo Sofía, admirando el vestíbulo.
 
– ¿Qué esperaba? ¿Mazmorras y celdas? ja ja ja
 
– Ja ja ja. – Sofía rió por la ocurrencia del hombre, la verdad es que se le había pasado por la cabeza, pero ahora se daba cuenta de que era algo absurdo.
 
– No se preocupe, de esas también tenemos, más tarde podrá verlas para su reportaje. – La cortó Marcelo, sonriendo.
 
La risa de Sofía se cortó. Lo había dicho con tanta sinceridad que no podía ser otra cosa que una broma…
 
– ¿Que prefiere? ¿Hacer la entrevista en un despacho o mientras damos una vuelta por el edificio?
 
– Creo… Creo que prefiero dar una vuelta por el edificio.
 
– De acuerdo, veamos las instalaciones entonces.
 
Sofía asintió, preparando la cámara.
 
– Si le parece, comenzamos con la entrevista, ¿De acuerdo?
 
– De acuerdo, dispare.
 
– ¿Que actividades se realizan en su corporación?
 
– Nuestra corporación tiene muchos frentes abiertos en muchos campos. Tenemos una filial farmacéutica, acciones en periódicos, bancos, secciones de informática, I + D…
 
– ¿Y que me dice de las acusaciones que hay sobre la esclavización de mujeres?
 
– Bueno, sobre eso le puedo decir que está equivocada. – “Claro, que me vas a decir” pensó Sofía. – Aquí no sólo esclavizamos mujeres.
 
La manera tan directa de reconocerlo dejó a Sofía helada. No pensaba una confesión tan directa.
 
– Bueno, hemos llegado a la primera parada. – Dijo Marcelo, parándose ante una puerta y abriendola. – Tiene ante sí la sala de investigación.
 
Una sala enorme se mostraba ante Sofía. Estaba llena de ordenadores y en ella se encontraban varias personas pululándo de uno a otro.
 
– ¿Q-Qué es esto? – Preguntó con cautela.
 
– En esta sala controlamos la vida de todos nuestros objetivos. Vemos la viabilidad de la captura y los métodos más indicados para llevarla a cabo. El cliente puede exigir ciertas condiciones, que la víctima sea humillada, que sea entrenada en el lesbianismo, sumisión, que sea domada por la fuerza, por hipnosis, lavado de cerebro, cirugía… Infinidad de variables que hacen cada captura un mundo. Aquí es donde todo empieza a gestarse.
 
Sofía tenía la boca abierta, no llegaba creerse lo que aquél hombre le estaba contando. Se paseó por la sala, observando los ordenadores, viendo alguna de las fichas que había en las pantallas.
 
 
Rosana Talavante.
Edad: 21 años
Color de pelo: Negro
Color de ojos: Verdes
Color de piel: Morena
Raza: Caucásica
 
Cliente: Eduardo López, su profesor de matemáticas.
Especificaciones del trabajo: Rosana debe ser instruída en la sumisión y la servidumbre. Está destinada a ser sirvienta. El cliente pide que su culo esté bien entrenado para ser usado.
 
Lorena Fernández.
Edad: 17 años
Color de pelo: Negro
Color de ojos: Marrones
Color de piel: Negra
Raza: Negra
 
Cliente: Juan Carlos Escudero, empresario.
Especificaciones del trabajo: El cliente ve todos los días al objetivo antes de que entre al instituto. La quiere como regalo a su esposa. Debe ser instruída como mascota, así como proveerla de experiencia en complacer a su nueva ama.
 
Francisco Gandiano.
Edad: 25 años
Color de pelo: Castaño
Color de ojos: Marrones
Color de piel: Blanca
Raza: Caucásica
 
Cliente: Domingo Benavente, su jefe.
Especificaciones del trabajo: El cliente está harto de la actitud. Pide que se transforme a la captura en una mujer completa y se modifique su comportamiento para convertirla en una Bimbo.
 
Sofía dejó de leer, había tenido bastante ¿Cómo era posible algo así?
 
– Veo que está interesada en algunos de nuestros casos… – Comentó Marcelo, situándose tras ella. – Casualmente podrá ver alguna de éstas capturas, que ya están en nuestras instalaciones.
 
– ¿Cómo se realizan los encargos? – Preguntó Sofía.
 
– Bueno, siempre hay oídos dispuestos a escuchar a alguien dispuesto a pedir. No espere ver nuestro teléfono en las guías amarillas señorita.
 
– Ya supongo… ¿Y ya está? Hacen la petición, estudian a la víctima, la capturan y la esclavizan…
 
– Es algo más complicado que eso… Si quiere acompañarme se lo mostraré.
 
Sofía salió de la sala tras él, mientras escuchaba sus explicaciones.
 
– Tenemos dos tipos de trabajo, de campo e interno. El trabajo de campo consiste en doblegar la voluntad de la víctima en su propio terreno, usando los medios necesarios. El trabajo interno se realiza aquí directamente. Una misma captura puede comenzarse fuera y acabarse aquí, hacerse el proceso completo fuera o realizar un secuestro y realizar el proceso completo aquí.
 
Se paró frente a una puerta, abriéndola.
 
Una hilera de jaulas a cada lado de la sala se mostraba antre Sofía. En cada una de las jaulas había una mujer desnuda, arrodillada, puesto que las jaulas no eran más altas que su cadera.
 
– ¿Pero qué? – Balbuceo Sofía.
 
– Estas son las habitaciones de nuestras capturas. En estas jaulas descansan y se alimentan. También tenemos celdas, pero se encuentran en otra planta.
 
La cámara de Sofía no perdía detalle. Recorrió cada rincón de la habitación, grabando a las mujeres que se encontraban en cada una de las jaulas.
 
Sofía se acercó a una de las jaulas. Una joven algo rellenita, morena estaba acurrucada en un rincón, durmiendo. Estaba encadenada por el cuello a través de un collar de perro. “Miranda, 22 años. Caracteristicas: Sumisión, disciplina, oral, anal extremo, lavabo.”
 
– ¿Lavabo? – Preguntó la mujer.
 
– Se trata de un entrenamiento en el que se acostumbra a la captura a ser un lavabo personal. Se encargará de asear con su lengua a su amo, o a ejercer físicamente de lavabo con su boca.
 
Un acceso de nauseas atacó a Sofía.
 
– ¿Que es esto? – Preguntó señalando un armatoste que había al lado de la jaula. El aparato acababa en una polla de plástico que colgaba del interior.
 
– Es el sistema por el que se suministra agua a las capturas. Para extraer el agua deben realizar una mamada correctamente al “grifo”, si quieren beber deben mamar… Además, es un método perfecto si tenemos que añadir algún fármaco para predisponer la mente del sujeto, o hacer que se sienta bien cada vez que tenga una polla en la boca. Matamos dos pájaros de un tiro.
 
Mientras se lo explicaba, una chica un par de jaulas más a la derecha se puso de rodillas frente a esa “polla-grifo” y, haciendo una perfecta mamada comenzó a beber agua. Sofía grabó todo el proceso con la cámara. “Esto es una salvajada” pensó, “Pero con este reportaje mi carrera va a subir como la espuma”.
 
– Si no se colocan en la posición correcta no sale el agua. – Comentó Marcelo, sacándola de sus ensoñaciones. – Además, dependiendo de las exigencias para cada captura podemos modificar las condiciones. Podemos poner una polla y que la tenga que tener introducida en el culo o en el coño, o en los dos. Así se acostumbrará perfectamente a su nueva labor y terminará deseando hacerlo.
 
Sofía estaba en estado de shock, ¿Cómo se podía hacer eso a una persona? Y además, con la sangre fría que demostraba ese hombre, contándolo de manera tan abierta…
 
– Si quieres podemos pasar a la siguiente sala. – Sugirió el hombre.
 
– De acuerdo. – Dijo Sofía, que ya había visto suficiente de aquella sala.
 
Andaron un par de minutos a lo largo del pasillo hasta llegar a su nuevo destino.
 
– Esta es una sala de disciplina. Aquí están Rosana y Lorena, las chicas que has visto en las fichas.
 
Abrió la puerta y se encontró con otra sala enorme. Había varias personas, pero se distinguía perfectamente cuáles eran los amos y cuales los esclavos. Tres hombres y tres mujeres estaban instruyendo a otras tantas chicas y, efectivamente, entre ellas estaban Lorena y Rosana.
 
Rosana se encontraba de rodillas, con la cara pegada en el suelo y las manos abriéndose las nalgas, mientras uno de los amos, un negro imponente, la penetraba el culo con violencia. Sofía recordó como en su ficha, aclaraba que debía entrenar esa parte de su cuerpo…
 
Enfocó la cámara en primer lugar a la cara de la chica. Tenía los ojos cerrados y la boca entre abierta, con la respiración agitada. Después enfocóa la polla del hombre, viendo como entraba y salía del culo de la chica. Al verlo, el hombre sacó completamente la polla, para que pudiese filmar el enorme agujero en que se había convertido el ojete de la esclava, agitó su herramienta azotando con ella las nalgas que tenía enfrente, y volvió a introducir de un empellón su polla, haciendo que a la esclava se le escapase un gemido.
 
– Esa es la posición de ofrecimiento. – Aclaró Marcelo. – La hembra ofrece sus agujeros para el uso libre de su amo. En esta sala se entrena la disciplina de las esclavas.
 
Tres esclavas estaban de rodillas, con la espalda recta y la cabeza agachada. Las manos en las rodillas.
 
– Esa es la posición de espera. Hasta que reciban otra orden deben permanecer así, sumisas.
 
La otra esclava, estaba lamiendo las botas de una de las amas. Lo hacía a conciencia, sin olvidarse de ningún rincón, incluídas la suela y el tacón. Cuando el ama pensaba que había cometido algún erroe, o que no lo estaba haciendo correctamente, lanzaba un rápido fustazo a las nalgas de la chica, con lo qie conseguía que se aplicase todavía más.
 
Y por último estaba Lorena. La joven rubia estaba atareada dándo placer a una de las amas. Ésta estaba abierta de piernas en una silla, manejando con sus manos la cabeza de la esclava, dirigiendola hacia su culo o hacia su coño, según lo que desease en el momento.
 
El negro que estaba sodomizando a Rosana sacó la polla de su culo e, inmediatamente, esta se arrodilló ante él para recibir y tragarse su corrida. Después se encargó de dejar reluciente el enorme falo negro que tenía delante y volvió a ocupar su posición. En unos segundos, el siguiente de los hombres estaba ocupando el lugar del negro, sodomizando a la joven morena.
 
– ¿Has visto lo bien entrenada que está? Las esclavas saben que deben dejar limpios a sus amos después de que las usen, si no quieren recibir un fuerte castigo…
 
Sofía no sabía como podía aguantarlo… Los tres hombres tenían una herramienta considerable y no estaban teniendo ningún tipo de consideración con la chica… Ella intentó probar el sexo anal una vez… Él novio que tenía le estaba insistiendo mucho, pero cuando llegó el momento el dolor que la recorrió entera nada más tener el glande dentro la hizo parar. Nunca lo volvió a intentar, así que podía suponer por lo que estaba pasando aquella pobre chica.
 
– ¿Quieres que continuemos nuestro “tour”? – La dijo Marcelo.
 
– S-si… – Contestó Sofía, sin apartar los ojos de aquella chica. Grabó una última toma de la sala, y acompañó a Marcelo por el pasillo.
 
La siguiente sala que visitaron fué la sala de perforación.
 
– He procurado venir a esta sala en un momento en el que estuviese ocupada. Espero que le guste el espectáculo. – Marcelo tenía una sonrisa en la boca mientras pronunciaba esas palabras.
 
En la sala, un sillón parecido al de un ginecólogo pero con correas era ocupado por una mujer madura. Rondaría los cuarenta, cabello rubio a mechas, buen cuerpo y unas grandes tetas. Por supuesto, estaba desnuda. En la boca tenía un ball-gag que le impedía hablar. La mujer les dedicó una mirada asustada. Al lado del sillón, un hombre estaba de pie al lado de una mesita con instrumental.
 
– Esta preciosidad es Maria Dolores. Fué su hijastro el que nos encargó que la esclavizaramos. Parece ser que su padre, después de morir su madre, volvió a casarse con esta perra. Hace poco murió tambien el padre, y esta mujer quería quedarse con toda la herencia… Lo que no podía sospechar es que su hijastro contactaría con nosotros… Y parece ser que quiere que le coloquemos algunos adornos.
 
Sofía dió varias vueltas alrededor de la mujer, grabando sin perder detalle. Maria Dolores estaba completamente abierta de patas, con los pies en alto y su coño completamente expuesto.
 
– ¿Que le váis a hacer, Marcos?. – Preguntó Marcelo, dirigiendose al hombre que había en la sala.
 
– De todo. – Dijo el tal Marcos. – El cliente quiere los pezones y los labios del coño anillados y además, un tatuaje en la nalga izquierda que indique que es de su propiedad.
 
– ¡Estupendo! ¿Ha visto Sofía? Va a poder ver anillados y tatuajes. Irá genial en su reportaje.
 
– Eh… Sí… – Sofía estaba algo abrumada por el entusiasmo de Marcelo.
 
Marcos comenzó con su tarea. El proceso era bastante duro. Tras desinfectar los pezones de la esclava y calentar una varilla larga de acero, estiró el primer pezon con unas pequeñas tenazas y, de un golpe, lo atravesó. La mujer intentaba revolverse, pero era inutil. Un pequeño arito de oro fué colocado inmediatamente.
 
El mismo proceso fue utilizado para el siguente pezón y para las perforaciones del coño. En éste, pusieron tres aritos en cada uno de los labios.
 
– Esto se suele hacer para cerrar el coño con pequeños candados, enganchados en cada par de aritos. Es una manera de demostrar que es una esclava y es tu propiedad. Nada entrará en ese coño si su amo no quiere. – Explicaba Marcelo.
 
La mujer había dejado de luchar hacía rato ya. Se había dado cuenta de que era inutil, y ahora, debido al dolor, estaba exhausta. No le costó trabajo a Marcos manipularla para darle la vuelta y volverla a amarrar. Preparando los instrumentos necesarios, se dispuso a comenzar con el tatuaje. Tres eslavones de cadena fueron tatuados, acompañados de las palabras “Property of Daniel”. Así se dejaba clara la condición de la mujer.
 
Sofía había grabado todo. Estaba convencida de la calidad de su reporataje, pero lo que estaba viendo en ese lugar… Era terrible… No entendía como alguien podía ser capaz de hacer esas salvajadas…
 
– ¿Preparada para la siguiente sala?
 
– P-Por supuesto. – Sofía hizo de tripas corazón… Todo sea por su reportaje…
 
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“Un pequeño gran hombre y sus compañeras de clase 4” POR GOLFO

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5

Siguiendo con el plan Ana y Cayetana le presentan a Altagracia, una preciosa mulata, sin saber que esta chavala se quedaría prendada del enano y que se acostaría con él de motu proprio sin pensar en el dinero que le habían prometido.

Ajeno a los planes que mis amigas habían urdido, ese viernes como tantas veces aparecí por Cats sin otra intención que tomar unas copas. Sin saber que mi estreno en el plano sexual estaba cerca, saludé a Ana.

        ―Pedro, ¿conoces a Altagracia?― señalando a una latina de grandes tetas y piel oscura, me preguntó.

        Aunque había visto a esa chavala deambulando por los pasillos, nunca había hablado con ella, por lo que extendí mi mano regordeta para saludarla un tanto cortado por su altura. No en vano, esa mulata era altísima. Ella riendo a carcajada limpia se agachó y me dio un beso en la mejilla sin caer en que al hacerlo y desde mi ángulo me regalaba una completa y calenturienta visión del canalillo de sus ubres.

         «¡Menuda delantera!», pensé mientras el perfume barato que se había puesto impregnaba mis papilas.

        La chavala se percató de mi mirada haciéndome enrojecer, pero lejos de tomárselo a mal acomodándose los pechos dentro del top que llevaba me hizo saber que no le importaba diciendo:

        ―¡Qué mono eres!

        Ese desparpajo junto con su acento caribeño me encantó y aunque pensé en quedarme con ella, mi timidez me lo impidió y en vez de ello,  fui a la barra a pedir un ron. Como otras veces, me preparé a escalar un taburete para llamar al camarero, pero en ese momento sentí que alguien me izaba en volandas y me ayudaba a sentar.

        Cabreado, iba a mentar la madre a mi inesperado bienhechor cuando al girarme me encontré que la muchacha que me acababan de presentar era quien se había tomado la libertad de tomarme al vuelo.

        ―Mucho mejor así― dijo la chavala mientras se sentaba a mi lado.

        ―¿A qué te refieres?― pregunté cortado viendo que, contra de lo que era usual, esa monada no se sentía repelida por mi presencia.

        Sonriendo de oreja a oreja, respondió:

        ―Me gusta mirar a los ojos a los amigos y sentados no parece que te llevo tantos centímetros.

        Que ya me considerara su amigo, me extrañó. Pero dada mi carencia de ellos y el atractivo que destilaba por sus poros decidí aceptarlo:

        ―Guapetona, ¿quieres tomar una copa?― pregunté mientras me forzaba a retirar mi vista de su tetas.

        ―No, mi amor. Tengo el vaso lleno― respondió.

Sentada era menos impresionante y por ello pude establecer una conversación más o menos tranquila con ella, conversación en la que al fin pude hasta resultar encantador sin que se me notara la atracción que me provocaba y aunque suene un farol, creo que ella disfrutó de mi compañía.

Todo se torció al cabo de una hora cuando, en un gesto que a otros pudiera resultar normal, tomó mi mano. Nuevamente nada me había preparado para ese contacto y menos para que mirándome a los ojos me preguntara si tenía novia.

        ―¿Te crees que existe alguna mujer que se pueda sentir atraída por mí?― respondí enfurruñado.

        ―No todo es el atractivo físico― sin dejar de sonreír contestó.

        De muy mala leche y retirando la mano, le solté que eso solo lo decía la gente guapa pero que como enano tenía que ser consciente de mis limitaciones.

        ―¿Me consideras guapa?― entornando los ojos dejó caer mientras recuperaba mi mano.

        ―Lo eres― repliqué totalmente avergonzado al notar que, aunque pareciera imposible, esa preciosa morenaza estaba tonteando conmigo.

        Sin dar su brazo a torcer en plan coqueta se levantó del taburete y luciendo su cuerpazo, me preguntó que parte de su anatomía era la que más me atraía.

        ―Tienes un culo impresionante― reconocí con tono inseguro.

        Para mi sorpresa, esa preciosidad se tomó a bien ese piropo y volviendo a su asiento, me soltó:

        ―Pues fíjate, aun así, yo tampoco tengo pareja.

        ―Será porque te tienen miedo― contesté.

        Por enésima vez en los cinco minutos que la conocía, la morenaza me descolocó al preguntar si a mí me pasaba eso.

        ―No creo que nadie se sienta intimidado con mi estatura.

        Muerta de risa, acercó su silla y con su cara a escasos centímetros de la mía, susurró:

        ―Quería saber si a ti también te doy miedo.

        Todavía hoy no sé cómo me atreví, pero sin retirar la mirada de sus negros ojos respondí:

―Para nada, eres preciosa.

Mi respuesta le hizo gracia y demostrando lo halagada que se sentía con mis palabras, me dio un pico en los labios mientras me decía:

―Eres tan encantador que te comería entero.

Ese sencillo gesto desarboló todas mis defensas y asumiendo que estaba siendo objeto de una broma, le pedí que no me tomara el pelo y me dejara en paz.

―¿Te crees realmente que eso hago?― molesta replicó mientras tomaba su vaso y me dejaba solo: ―Eres igual que todos. En cuanto me abro a un hombre, sale corriendo. 

Confieso que no me esperaba ese cabreo y por ello me quedé mirando como cruzaba la disco y se sentaba meditabunda en un rincón.

―¿Qué coño le has dicho?― me llegó Ana al ver la escena.

Todavía con la mosca detrás de la oreja, respondí que estaba cansado de que se rieran de mí y que no me creía que estuviera interesada por mí.

―Creo que te equivocas con ella.  Altagracia es una buena chica que lo ha pasado muy mal desde que su último novio distribuyó fotos suyas desnuda por medio Madrid.

―¿Y qué tengo que ver yo en ello?

―Nada y mucho. Le he hablado de ti, de lo buena persona que eras y lo mucho que me has ayudado. Te puse como ejemplo para que supiera que hay chavales decentes. Es más, aceptó mi invitación cuando le expliqué que tu ibas a estar aquí.

―No lo sabía― siéndome una piltrafa, musité.

―Vete a disculpar― señalando a la morena que parecía a punto de llorar, me ordenó.

Abochornado por mi falta de tacto, bajé del taburete y metiéndome entre la gente, fui en su busca. Altagracia no me vio llegar y por eso le sorprendió escucharme decir que lo sentía mientras acariciaba su melena rizada.

―¿A qué vienes? Puedo soportar que la gente piense que soy un putón, pero no que me rio de un pequeñajo.

―No soy un pequeñajo, soy un enano que además es un idiota… que no está acostumbrado a que nadie lo trate bien― contesté: ―¿Podemos volver a empezar? Me llamo Pedro y ¿tu?

―Altagracia, otra idiota que tampoco ha recibido mucho cariño últimamente.

―Si me dejas, tengo mucho cariño que dar― respondí y lanzándome directamente al precipicio le devolví el dulce beso que me había regalado ello unos minutos antes. Todavía no comprendo como tuve el valor de hacerlo. Era suicida. 

―¿Te importaría acompañarme a casa? Se me han quitado las ganas de estar aquí― con la sonrisa que me había deslumbrado, preguntó.

―Siempre y cuando me eches antes de las doce. Tocando las campanadas, mi disfraz desaparece y me convierto en un rubio príncipe que las trae locas.

Con una tierna pero triste sonrisa, me lo prometió quejándose de que había pensado en pasar la noche conmigo, ya que estaba sola porque sus padres habían salido de la ciudad.

―¿Ahora sí que me estás tomando el pelo? ¿Verdad?

Con una carcajada, me replicó si estaba seguro de que no era una oferta seria.

―Me encantaría que fuera así, pero lo dudo.

Demostrando un descaro desconocido para mí, me tomó de la mano y me llevó fuera del local, diciendo:

―Tienes hasta media noche para averiguarlo.

Mis ciento veinte centímetros resultaron una ventaja porque dada la diferencia de tamaño el culo de esa impresionante mulata fue lo único que vi hasta salir a la calle. Ya en la cera, me preguntó si tenía coche.

―Una mierda, pero al menos anda― respondí abriendo mi destartalado Ibiza.

Mientras me encaramaba a mi asiento, se sentó en el suyo diciendo que me quedara claro que si se convertía en mi novia quería que a partir de esa noche le abriera la puerta.

―¿Te han dicho que estás como una puta cabra?― despelotado por su ocurrencia respondí.

Riéndose descaradamente de mí, me replicó:

―Acaso esta negra no es lo suficiente mujer para soñar que mi adorado enano me pida salir.

―Estás jugando con fuego… este enano puede ser muy perverso― dije mientras encendía el motor.

Al ver que no me contestaba la miré y descubrí que observaba con interés la adaptación que me permitía conducir.

―Es un acelerador de moto. Como verás, no llego a los pedales.

Lejos de cortarse al verse descubierta, me respondió que le encantaba comprobar que sabía superar sus limitaciones y que le gustaría ser como yo.

―¿Un puto enano?

―No, tonto. Una persona que no se deja vencer por los problemas― respondió mientras me decía la dirección de su casa.

Por alguna razón después de darme las señas, esa monada se hundió en un mutismo tan raro como completo. Desconociendo la mentalidad femenina creí que se había arrepentido y por ello al llegar a su portal me despedí de ella.

―¿No subes?

El tono desolado de su pregunta me destanteó y apagando el coche, le pedí que se quedara sentada. Intrigada por mi petición, me obedeció y dándome prisa, bajé del coche y le abrí la puerta.

―¿Me estás pidiendo que salga contigo?― ilusionada murmuró al ver mi gesto caballeroso.

Imitándola, respondí:

―Tienes hasta media noche para averiguarlo.

Me encantó comprobar su alegría, pero no que alzándome del suelo Altagracia me besaba mientras mis pies quedaban a casi un metro de altura. Aun así, respondí con pasión y por primera vez en mi vida, mi lengua jugueteó con la de una mujer dentro de su boca.

―Bájame― le pedí cuando nuestro beso terminó: ―No querrás que me rompa la crisma.

No tuve que volvérselo a decir porque o bien comprendió mi embarazo o mis treinta y ocho kilos eran demasiados para tenerme en volandas.

―Ven, acompáñame― alegremente me pidió mientras subía las escaleras de dos en dos.

Al no poderle seguir el ritmo, me atrasé y tras perderla de vista, asumí que el apartamento donde vivía era el único que cuya puerta estaba entornada.

―¿Altagracia?― pregunté tocando antes de entrar.

―Pasa… perdona, pero estaba sedienta… estoy preparando unos mojitos.

Tras subir a trompicones los dos pisos estaba con flato, pero lo que me dejó sin resuello fue encontrarme con que en los pocos segundos que había tardado en llegar se había cambiado.

¡Descalza y con solo una camiseta cubriendo su casi metro ochenta estaba moliendo hielos en mitad de la cocina!

Al ver mi cara de sorpresa, me pidió que me sentara en el sofá mientras terminaba las bebidas. Aceptando su sugerencia, me puse cómodo mientras observaba el modo en que meneaba su pandero bailando al son de la música mientras mezclaba el ron con el zumo de lima y la hierbabuena.

«Dios, ¡qué buena está!», me dije ensimismado admirando la perfección de esos negros muslos con los que la naturaleza la había dotado.

 Ajena al minucioso examen al que la estaba sometiendo, Altagracia no paró de hablar mientras elaboraba la que según ella era su especialidad.

―¿Sabes que eres el primer hombre que traigo a casa?― dijo de vuelta al salón y tras ponerme un mojito en mis manos, se sentó en el suelo.

―Será porque no me tienes miedo― respondí al tiempo que cataba esa especialidad cubana.

―¿Te gusta lo que te prepara tu negra? – preguntó con su desparpajo habitual y antes de que pudiera hacer algo por evitarlo, llevó sus manos a mis zapatos y me los quitó.

―¿Qué haces?― respondí impresionado por la naturalidad de la mulata al hacerlo.

―Cuidar a mi hombre― susurró mientras acariciaba mis pies con sus dedos.

Que se refiriera a mí así, me sonó a música de Beethoven y por ello no caí en las dos lágrimas que en ese preciso instante recorrían sus mejillas.

―¿Qué te ocurre? – pregunté al darme cuenta.

Secándoselas con la camiseta, contestó:

―Estoy feliz de haberte pedido que vinieras. Eres un cielo. Cualquier otro al que hubiese invitado, ya estaría tratando de aprovecharse de mí.

Su tono ilusionado me hizo saber que su vida tampoco le había sido fácil y tomándola de la barbilla, le susurré al oído:

―¿Quién te ha dicho que no pienso hacerlo?

La suavidad de mi voz desmoronó a la mulata y con una sonrisa, me rogó que no me convirtiera en el rubio príncipe porque le gustaba tal y como era. Enternecido, se lo prometí siempre y cuando ella no se convirtiera en la bruja mala del cuento.

―Puedo ser muy buena― respondió y para demostrar con hechos sus palabras, se agachó.

Ni en mis sueños más guajiros me hubiese imaginado que esa noche, separando sus labios, esa monada comenzaba a recorrer con su lengua los dedos regordetes de mis pies mientras me imploraba que fuera buena con ella. No me acompleja reconocer que me excitó sentir como se los metía en la boca y se recreaba lamiendo algo que a otra mujer le hubiese al menos repelido.

        ―Llevo más de una hora soñando con esto― levantando su mirada señaló con una alegría tan intensa que parecía producto de alguna extraña paranoia.

        Mi inexperiencia me impidió reaccionar y mientras Altagracia embadurnaba con su saliva mis pies, en silencio advertí que esa chavala se iba calentando exponencialmente sin que yo tuviese que hacer nada.

        ―Dime que quieres que sea tu novia― sollozó restregando las piernas entre sí en un intento de demorar su clímax.

«No me lo puedo creer», me dije al descubrir en ella los primeros síntomas del orgasmo.

A los pocos segundos comprobé que no me equivocaba porque pegando un prolongado gemido Altagracia comenzó a convulsionar de placer.

―Lo siento mi amor… ¡me corro!― chilló retorciéndose en el suelo.

Sus palabras despertaron mis sospechas, sospechas que quedaron totalmente confirmadas cuando, al terminar de correrse y mientras seguía despatarrada frente a mí, me rogó que no me enfadara con ella.

―¿Por qué debería enfadarme?― pregunté.

―Amor, me he corrido sin tu permiso― todavía con la respiración entrecortada respondió.

Para mi sorpresa comprendí que, tras una vida marcada por los abusos, la mulata había desarrollado una dependencia por sus parejas y que, acostumbrada a la violencia, veía en mi comportamiento tranquilo y tierno una nueva forma de dominio contra la que no sabía actuar.

«Sabe cómo reaccionar a la coacción, pero ante el cariño está indefensa», sentencié al observar que Altagracia me miraba fijamente como si esperara unas órdenes que no llegaban.

―Nunca podía enfadarme con una princesa― susurré haciendo tiempo para asimilar lo que estaba sucediendo.

Por el brillo de su mirada confirmé que mis conjeturas tenían bases sólidas y que quizás pudiera hacer que bebiera de mis manos, usando un poco de inteligencia.

―Dios, esto está buenísimo― dije terminándome el mojito: ―No sé qué me apetece más, si beberme otro o comerte la boca.

―¡Puedes tener ambos!― contestó y lanzándose sobre mí, me besó haciéndome gozar de sus carnosos y exuberantes labios mientras en el interior de su mente trataba de digerir la atracción que sentía por un enano.

A pesar de mi novatez en esos asuntos, no perdí la oportunidad de amasar sus pechos y más cuando escuché el berrido que pegó al notar que cogía uno de sus pezones entre mis yemas.

―Relájate y disfruta. Te lo has ganado― murmuré en su oído mientras con una de mis manos le subía la camiseta.

Altagracia tomó mi sugerencia como una orden y se mantuvo quieta, pero expectante mientras se la terminaba de quitar.

―Sé bueno conmigo― insistió con la respiración entrecortada al comprobar que acercaba mi boca a sus tetas.

―Eres tú la que me debe tener paciencia, ¡es mi primera vez!― respondí metiéndome una de sus erizadas areolas en la boca.

Al confirmar mi virginidad, algo en su cerebro hizo crack y con una ternura apabullante me pidió que me pensaba el entregarle ese regalo.

―No tengo que pensármelo― dije retirando mis labios de su pezón

―Soy un putón que ha estado con muchos― respondió.

Sonriendo tiernamente, contesté:

―Puede ser, pero ahora eres mi novia.

Durante unos segundos, se quedó paralizada:

 ―Amor mío, ¿te importaría que nos fuéramos a mi cuarto?― susurró con una timidez que nada tenía que ver con su desfachatez inicial.

Mi sonrisa la hizo reaccionar y por segunda vez en la noche, Altagracia me tomó en sus brazos y me llevó hasta su cama donde me depositó suavemente sobre las sábanas.

―¿Te importaría hacerme el amor?― musitó excitada.

No tuve que ser un genio para saber qué era lo que esa preciosidad necesitaba y quitándome la camisa, con tono firme pero dulce, le pedí que se desnudara ante mí.

Durante unos segundos la mulata se quedó mirando mi torso desnudo. En su rostro descubrí que no había rechazo sino atracción y eso me dio el valor para quitarme los pantalones mientras ese pedazo de hembra contemplaba con fascinación el bulto que crecía bajo mi calzón.

―Eres un muñeco― dijo con voz temblorosa.

―Te he pedido que te desnudes― repetí mientras me sentaba en el borde del colchón.

En esta ocasión, no tardó en obedecer y ante mis ojos se despojó de la camiseta.

―Tienes unos pechos maravillosos― mascullé totalmente excitado.

La entonación de mi voz le informó de lo mucho que me gustaba esos dos negros cántaros y en plan coqueto los lució ante mí haciéndolos rebotar dando unos pequeños saltos. Hipnotizado por esas bellezas no me percaté de la mancha de humedad que crecía en sus bragas hasta que mi nueva amiga se acercó juntó a mí diciendo que eran míos. Y es que al ponerse tan cerca,  su coño quedó a la altura de mi cara.

―Quítate las bragas― pedí desde la cama.

Altagracia contestó con un gemido de deseo a mi orden y mirándome fijamente a los ojos las fue deslizando mientras me rogaba otra vez que la tratara bien. Su fijación me hizo asumir el maltrato al que la habían sometido sus parejas y por ello al comprobar que se la había quitado, le rogué que se aproximara.

El aroma a hembra necesitada llegó a mis papilas cuando puso su denso bosque a escasos centímetros de mí demostrando nuevamente su urgencia. Me preocupó no estar a su nivel y resultar un fracaso como amante.

―Nunca me he comido un chumino― murmuré y sacando la lengua, le regalé un primer lametazo.

Ni siquiera escuché su sollozo, al estar concentrado en las sensaciones que el sabor agridulce provocaba en mí . Tras analizar lo que sentía durante unos instantes, sentencié que me encantaba y ya lanzado me puse a paladear a conciencia ese manjar.

―Mi amor, ¡no hace falta que complazcas a tu negra!― exclamó descompuesta haciéndome ver que además de maltratarla sus amantes no habían buscado nunca su placer.

 ―Túmbate en la cama― dando una palmada sobre el colchón, le pedí.

Extrañada con que no intentara aliviar mis necesidades antes que la suyas, obedeció y colocándose en mitad de la cama, esperó pacientemente a que yo me terminara de desnudar para ver que le tenía reservado. Lo que sé que nunca se previó fue que recordando la fijación que había demostrado, me dedicara a besar los dedos de sus pies mientras alababa su belleza.

Ante mi sorpresa, Altagracia se corrió en cuando metí el primero en mi boca y convencido de que eso era lo que esa monada era lo que necesitaba, con una determinación que me dejó acojonado fui lamiendo uno tras otro mientras su dueña se retorcía de placer.

―Mi amor, mi dueño, mi señor― sollozó la mulata presa de la lujuria al experimentar que practicaba con ella su fetiche.

La entrega que estaba demostrando me dio el valor de continuar por sus tobillos y mientras mi indefensa victima unía un orgasmo con el siguiente, fui subiendo por sus muslos.

―Por favor, hazme tuya― me imploró al sentir que mi lengua se acercaba a su sexo.

La evidente calentura de la muchacha me dio una rara tranquilidad al saberme al mando y en vez de cumplir su deseo, entre los hinchados pliegues de su coño, busqué mi objetivo.  A pesar de mi inexperiencia, no tardé en encontrarlo y al comprobar que lo tenía totalmente hinchado e inhiesto, me dediqué a mordisquearlo suavemente.

Altagracia se corrió nuevamente al sentir la acción de mis dientes sobre su clítoris, pero en esta ocasión su orgasmo fue explosivo y ante el pasmo de ambos, bañó mi rostro con el geiser que brotó del interior de su cueva.

Por un momento creí que se había meado, pero al comprobar su sabor supe que ese manantial intermitente era su flujo y con mayor determinación me puse a devorarlo.

―Me estas matando― aulló mi presa mientras se pellizcaba los pechos con una fiereza que me preocupó. Pero lejos de paralizar mis maniobras el ver el modo en que se torturaba sus pezones me hizo extender todavía más mi ataque, metiendo una de mis yemas en su chocho.

Su chillido de gozo resonó entre las cuatro paredes de la habitación y ante mis ojos, su cuerpo colapsó de placer mientras sus manos buscaban mi miembro. Al tomar posesión de mi erección, se volvió loca. Cambiando de posición, me tumbó sobre las sábanas sin pedir mi opinión y usando mi verga como ariete demolió de un golpe la última de sus defensas empalándose con ella.

 Juro que me hubiese gustado que hubiese sido más lenta la primera vez que penetraba a una hembra, pero nada pude hacer cuando Altagracia empezó a cabalgar desbocada sobre mí mientras me rogaba que me uniera a ella.

―Muévete, putita mía― me atreví a comentar al ver que disminuía el galope.

Ese involuntario bufido exacerbó la lujuria de la morena y mientras se clavaba una y otra vez mi pene, me rogó que lo repitiera.

―¿Qué quieres que repita?― pregunté desconcertado.

Con lágrimas en los ojos, replicó:

―Que soy tu puta, tu negra, tu hembra.

Asustado por la lujuria que destilaba su voz, no pude más que complacerla y llevando mis regordetas manos a sus nalgas, elevando mi tono, repetí lo que me había pedido:

―Eres mi puta, mi negra y mi hembra.

El placer la dominó al escuchar mis palabras y sin que nada me hubiese podido avisar de lo que se avecinaba, Altagracia se desmayó sobre mí con mi polla incrustada en su interior.

«Joder, ¿ahora que hago?», pensé mientras intentaba respirar, ya que su cuerpo pesaba demasiado.

Haciendo un último esfuerzo, pude echarla a un lado y entonces fue cuando realmente me preocupó al ver espuma en su boca y que no reaccionaba. Aterrorizado, empecé a zarandearla.

―Despierta― le pedí mientras decidía si llamar a un médico.

Afortunadamente, la mulata abrió los ojos y emocionado al haberla recuperado, la besé recriminándola el susto que me había dado, pero entonces luciendo una dulce sonrisa susurró:

―Mi pequeño gran hombre ha brindado una lección a su zorrita.

―No soy pequeño, soy un enano― respondí ya más tranquilo y riendo a carcajada limpia, le informé que todavía no me había corrido.

Con una felicidad desbordante, cogió mi verga entre sus dedos y me dijo que eso había que solucionarlo.

―¿Cómo piensas hacerlo?― pregunté despelotado.

Acercando su boca a mi erección, buscó complacerme…

Relato erótico: “Maquinas de placer 13” (POR MARTINA LEMMI)

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Esa noche marcó un antes y un después en la vida sexual de la pareja.  Laureen estaba, definitivamente, cambiada… y él también.  Las experiencias vividas más las morbosas escenas de sexo entre Luke Nolan y la émula de Laureen se conjugaron de tal modo que reactivaron la sexualidad del matrimonio; y la decisión de haber apartado a los Erobots de en medio contribuyó  a ello.  Mantuvieron, casi como un ritual, la costumbre de espiar desde la buhardilla al vecino y su androide mientras  Laureen masturbaba a Jack, pero a la vez fue también resurgiendo entre ellos el sexo compartido.  La cama matrimonial volvió a ser destinada a una actividad que no fuera dormir…, o discutir… Jack se sentía feliz, insólitamente feliz… y no cesaba de preguntarse cómo era posible que hubiese tenido todo el tiempo la clave de su felicidad tan encima de sus narices.
Existió, no obstante, un momento que casi provocó que Jack desistiera de continuar con cualquier plan erótico: fue cuando a Laureen se le ocurrió la descabellada idea de invitar a Luke Nolan y a la réplica de sí misma para que hicieran el amor sobre la cama del matrimonio.  La idea era terriblemente perversa y no sólo sorprendió a Jack que saliera de labios de su mujer sino que además le producía náuseas, por lo revulsiva, la posibilidad de ver a su odiado vecino moviéndose casi como amo y señor en su propia habitación.  De momento. Laureen y Jack no habían pasado de espiarles desde lejos, pero la alocada propuesta de su esposa excedía ahora cualquier límite… Como suele ocurrir en la mayoría de los matrimonios, la esposa terminaría ganando la pulseada y al esposo, aunque a regañadientes, no le quedaría otra que ceder ante la insistencia de ella.   Tuvo, por lo tanto, que pasar por la desagradable experiencia de ver a Luke entrar a su casa con una sonrisa de oreja a oreja y siendo acompañado por la réplica de su propia esposa, tan perfecta que no había forma de diferenciarlas al estar una junto a la otra.  Ambas, incluso, se sonrieron mutuamente y la cabeza de Jack, cada vez más pervertida, imaginó por un momento una escena erótica entre las dos… Pero no era para eso que se habían juntado…
La réplica de Laureen, con felina sensualidad sensualidad, se trepó al somier ubicándose a cuatro patas sobre el mismo; Luke la siguió y, de rodillas tras ella, le bajó calza y bragas.  A Jack el corazón le comenzó a latir a mayor intensidad, llegando incluso a temer por el mismo; era todo muy extraño: la escena resultaba insoportable a sus ojos y, sin embargo, deseaba que no se detuviesen.  Laureen, la real, le sonrió y le besó en la mejilla mientras le llevaba una mano a la entrepierna y le bajaba el cierre del pantalón; hurgó allí dentro y no paró hasta sacarle afuera su miembro.  Luke, entretanto, le acariciaba las nalgas a la otra Laureen de un modo tan lascivo que hasta provocó en Jack un acceso de furia que, con gran esfuerzo, logró contener: era como si por momentos olvidara que su esposa era la que le estaba acariciando su pene en tanto que la otra era sólo una máquina de placer.
En cuanto Luke arrancó el bombeo, la Laureen verdadera comenzó a masturbar a Jack a casi idéntico ritmo.  Era excitante y a la vez chocante ver a su vecino montando a su “esposa”, no sólo porque el robot fuera tan sobrecogedoramente idéntica a ella sino además porque Luke le ponía al acto una especie de rusticidad propia de quien se ha masturbado durante mucho tiempo para, finalmente, ver hacerse realidad sus sueños aun cuando fuera por medio de un androide.  Hasta los gemidos de Luke, que iban en aumento casi a la par de los de Jack, sonaban desencajados y carentes de clase; y sin embargo, ello excitaba tanto a Jack como a la verdadera Laureen…    Jack hirvió de odio cuando su vecino, luego de eyacular dentro de la Laureen replicada, le miró con esa mueca socarrona que tanto detestaba y que, ya para esa altura, se había reiterada en Luke.  Sentía deseos de ir hacia él y golpearlo, lo cual era a todas luces absurdo siendo que ellos mismos le habían invitado.   Laureen le besó el lóbulo de la oreja y ello, al menos de momento, aplacó su furia.
“Hmmm… ¿te gustó cómo me cogió?”- le susurró ella al oído.
La visita de Luke y su Ferobot fue, para Jack, un momento duro pero excitante y, al igual que venía ocurriendo con ese tipo de aditivos eróticos que en el último tiempo habían entrado en sus vidas, ayudó también a reavivar la llama del matrimonio y no sólo en el plano erótico.  De hecho, esa misma noche, el propio Jack quien invitó a su esposa a salir, cosa que hacía años que no hacía.  El rostro de ella se encendió ante la propuesta e, inmediatamente, entraron a debatir cuál sería el mejor destino posible para salir esa noche: por razones más que obvias, el parque Joy Town no estuvo entre las opciones, pero sí lo estuvieron el cine virtual, la montaña nevada artificial o el teatro, divertimento que, no por arcaico y anacrónico, dejaba de tener su encanto.
“Hmm, no sé… – decía ella, pensativa y sentada sobre la cama, mientras tamborileaba con los dedos contra su mejilla mientras mantenía una mano apoyada en su mentón -.  ¿Sabes qué? -; de pronto sus ojos se iluminaron como con luz propia -.  ¡Quiero ir al circo!”
Jack la miró; ella lucía una pícara sonrisa que exhibía toda su dentadura.
“¿Al circo?” – preguntó él, confundido.
“Sí…, ese circo del tal Goran…”
Jack sonrió y revoleó los ojos incrédulo.
“¿El Sade Circus?  ¿Estás hablando en serio…?”
“¡Sí! – dijo ella -.  ¿Y porrr qué no? Jaja… ése es el latiguillo clásico del tipo, ¿verdad?  Se lo he escuchado en alguna nota que le han hecho…”
Propuesta de esposa significa plan final, así que esa noche el matrimonio se sentó a las gradas del Sade Circus, pudiendo así comprobar Jack que las mismas se hallaban casi atestadas, lo cual le terminaba de confirmar que los rumores que le habían llegado acerca del franco renacer del circo de Goran eran ciertos.  Jack se alegró por ello, aunque no dejaba de sentirse algo inquieto una cierta inquietud al pensar en qué podría pasar si, llegado el caso, alguna de las asistentes de Goran elegía a Laureen para participar de alguno de los números.  Su esposa, de hecho, desconocía la intensidad y el carácter extremo del show: no había, por lo tanto, modo de prever su reacción… Apenas comenzado el espectáculo, Goran notó la presencia de Jack y, de hecho, le saludó con un asentimiento deferente al reconocerle.  Se comportó, de todos modos, como un caballero y, al parecer, se encargó de instruir a sus asistentes para que no recurrieran en ningún momento a la hermosa dama que acompañaba a Jack Reed.  Todo un gesto, desde luego…
Los números fueron pasando uno tras otro y Jack miraba todo el tiempo de reojo a Laureen ante el temor de que se sintiera demasiado impresionada o turbada ante lo que estaba presenciando; en ningún momento, sin embargo, su esposa dejó de mirar hacia la arena del circo ni dio muestras de incomodidad, sino que, por el contrario, lució todo el tiempo entusiasmada y excitada, aplaudiendo a rabiar cada acto.
Algunos de los números eran bastante semejantes o prácticamente iguales a los que Jack le había visto durante su visita anterior, pero en otros se advertía que Goran buscaba renovar cada tanto su show para seguir atrayendo visitantes de modo que éstos no se aburrieran y tuvieran interés en volver.  De todas formas, se notaba claramente que lo que más seducía a los asistentes era la adrenalina de no saber en qué momento les tocaría a ellos ser parte del show; de lo contrario no podía entenderse por qué tanta desesperación por ocupar las butacas de adelante, en las cuales había muchas más posibilidades de resultar elegidos por las asistentes de Goran…
Justamente fue una de ellas quien asumió un rol bastante diferente al que Jack le hubiera visto en su visita anterior, ya que Goran le adjudicó esta vez  un papel más protagónico.  En efecto, la pulposa y blonda jovencita enfundada en botas y corsé de latex eligió, en un momento, a un muchacho al azar de entre el público y lo convirtió prácticamente en su perro mientras Goran se entretenía en domesticar a una madura pero atractiva señora.  La asistente, súbitamente devenida en dominatriz, colocó al joven un collar y lo paseó a cuatro patas por toda la arena, llegando incluso a insertarle una canina cola artificial en el ano no sólo para beneplácito sino también para la generalizada carcajada de la concurrencia que disfrutaba a morir el ver cómo el joven era ridiculizado.  Jack, por su parte, espió de soslayo a Laureen y comprobó no sin sorpresa que su mujer era uno más entre todos los asistentes y, como tal, no paraba de reír y aplaudir… En un momento, sin embargo, la dominatriz tomó un látigo y, por primera vez, Jack notó que el rostro de su esposa cambiaba de color; la tomó de la mano a los efectos de calmarla.
“Tranquila… – le dijo -.  Es sólo un… entretenimiento”
El látigo cayó y restalló sobre el piso varias veces siempre muy cerca del muchacho pero nunca sobre él; Jack notó que la mano de su esposa se destensaba y que su rostro volvía a recuperar la calma.
“Como verrran, mi querrrido público… – voceó Goran en tono de arenga -; mi prrreciosa asistente Lidia ya tiene su perrro.  ¿No es justo que tenga también una perrra???”
“¿Y por qué noooo???” – atronó al unísono la concurrencia.
“Pues esta vez serrré yo mismo quien elija la perrra parrra Lidia…” – anunció Goran, siempre a viva voz y cargando a sus gestos y movimientos de histrionismo.
Rebuscó con la vista entre las filas de butacas, deteniéndose cada tanto en alguna dama que, al sentirse observada por él, se removía inquieta en su asiento ante la incertidumbre y la adrenalina del momento.  Todo era, desde ya, parte del juego de Goran, ya que luego de escudriñar de arriba abajo a alguna durante unos instantes, seguía caminando y posaba la vista en otra: le gustaba generar suspenso y nerviosismo.  En ningún momento, por supuesto, dedicó atención a Laureen, lo cual hablaba a las claras de que, por respeto a Jack, no tenía pensando incluirla en sus planes.  Parecía, de hecho, que Goran había asumido por propia cuenta el papel de elegir a la participante del número siguiente en lugar de delegarlo en sus asistentes, lo cual bien podía ser indicativo de que no confiaba del todo en que éstas hubieran entendido el mensaje.  Sin embargo, lo que ocurrió a continuación fue una absoluta sorpresa tanto para Goran como para Jack, quien, más que dar un respingo, prácticamente saltó en su butaca.
“¿Puedo participar?”
Jack giró la cabeza incrédulo, como si le acabaran de echar hielo encima: la pregunta había sido formulada por Laureen quien, luciendo una amplia sonrisa, levantaba su mano derecha con los cinco dedos extendidos del mismo modo que si fuera una estudiante ofreciéndose a responder una pregunta de un docente.  El propio Goran quedó petrificado y, aun detrás de la máscara que le cubría medio rostro, fue ostensible su expresión de azoramiento.  Confundido, lo primero que atinó a hacer fue mirar a Jack, seguramente en busca de aval.    Éste, turbado y sin asimilar aún la situación, echó un vistazo en derredor y comprobó que, como era lógico, no sólo era Goran quién les miraba sino que prácticamente todos los asistentes del circo, expectantes, tenían sus rostros girados hacia la pareja.  La presión era demasiado grande: su esposa se ofrecía voluntariamente para participar del número; ¿qué podía hacer él?  Manifestar una negativa en ese contexto era lo más parecido posible a hacer el ridículo… Con un leve asentimiento de cabeza, le dio el okey a Goran…
Recién entonces, cuando el artista del sado hubo contado con el silencioso asentimiento del marido, pareció envalentonarse y volver a ser Goran Korevic.
“¿Y porrr qué noooo???” – rugió, para delirio de la platea, que repitió a coro.
Lidia, la asistente que oficiaba como dómina, se dirigió sonriente y a paso resuelto hacia la fila de butacas en la que se hallaba ubicado el matrimonio llevando en sus manos un collar de cuero.  Ágilmente y aun a pesar de los finísimos tacos aguja de sus largas botas, subió a la carrera y casi a los saltitos los pocos escalones que mediaban entre la arena y la fila de butacas en la cual el matrimonio se hallaba ubicado.  Pasando frente a Jack casi como si éste no existiera, calzó el collar sobre el delicado y precioso cuello de Laureen en una imagen que resultó harto turbadora para su esposo, quien nunca había imaginado llegar a verla de esa forma.  Luego de ajustar el collar, la asistente calzó un mosquetón a la argolla del mismo y, jalando de una correa, llevó a Laureen hacia la arena del circo mientras la multitud deliraba y aullaba.
Una vez que la hubo conducido hasta el centro de la arena, otra asistente le alcanzó un látigo y, una vez más, Jack fue víctima de un estremecimiento: en un acto reflejo, se puso de pie.  La dómina, sin embargo, no dejó caer el látigo sobre su esposa sino que lo hizo chasquear un par de veces en el aire y luego en el piso a escasos centímetros de los pies de Laureen pero sin tocarla en absoluto.
“De rodillas, puta” – ordenó secamente, siendo la enérgica orden festejada por la muchedumbre al ser la misma potenciada por el sistema de sonido y por la envolvente acústica del domo.
 Sin ensayar objeción alguna, Laureen se arrodilló en el piso frente a su dominatriz sin que Jack pudiera aún dar crédito a lo que sus ojos veían.  Alguien le insultó desde atrás, conminándole a sentarse nuevamente, así que volvió a ocupar su lugar en la butaca, pero sin poder salir de su absorta perplejidad.  Goran, en tanto, había asumido un papel insólitamente secundario, mirando la escena desde un costado de la arena y dejando entrever una cierta sombra de preocupación en su semblante, por lo menos en la mitad del rostro que permanecía visible; cada tanto, echaba un vistazo en dirección a Jack.
Lidia, pérfidamente sonriente, levantó una pierna y llevó la suela de su bota hasta apoyarla sobre los labios de Laureen, quien lucía nerviosa pero a la vez extrañamente excitada…
“Pásale la lengua…” – le ordenó con la misma aspereza y tono imperativo que había exhibido antes.
Jack comenzó a sudar.  Temía que de un momento a otro Laureen, simplemente, se fuera a poner de pie y marcharse de allí.  Sin embargo, nada estuvo más lejos de eso; por el contrario, sin chistar ni objetar, ella sencillamente sacó su roja lengua por entre los labios y recorrió completa la suela de la bota, haciéndolo incluso varias veces aun cuando la orden no hubiera sido específica al respecto.  Una vez que lo hubo hecho, permaneció de rodillas mirando a la dama del circo.
“Muy bien, putita – le dijo ésta, volviendo a sonreír son satisfacción -.  Ahora, abre tu boquita…”
Una vez más, Laureen cumplió con lo que se le ordenaba.   El grado de obediencia que mostraba no dejaba de asombrar a Jack; no sólo no se advertía en ella signo alguno de rebeldía o resistencia sino que ni siquiera parecía mediar ningún lapso de duda o vacilación entre cada orden y su respectivo cumplimiento.  Al abrir Laureen la boca bien grande, la dómina introdujo el taco aguja de su bota hasta hacerlo prácticamente desaparecer por completo dentro de la misma.
“Chúpalo…” – le ordenó.
Al igual que ocurriera con las órdenes anteriores, Laureen obedeció sin amago de objeción alguna y comenzó a succionar el taco como si fuese un chupete o, mejor aún, un pene…  La escena era tan bizarra en sí misma que hasta daba vergüenza ajena a Jack el ver a su esposa asumir tan dócilmente una actitud tan degradante; hasta tenía, por momentos, necesidad de bajar la vista para no ver pero, a la larga, sin embargo, terminaba levantando nuevamente los ojos hacia la arena: era como tanto el mirar como el no mirar se hubieran convertido para él en necesidades.   La platea irrumpió una vez más en vítores, chiflidos y aplausos… Recién entonces Goran pasó a asumir algo más de protagonismo.
“Buenobuenobueno…- rugía, súbitamente enfervorizado y adoptando un estilo más acorde al que se le conocía habitualmente -… Parrrece que finalmente tenemos una auténtica perrra aquí, ¿verdad?  ¿Quierrren ustedes verrrla marrrcharrr como la perrra que es?”
“¿Y por qué noooo?” – respondió a coro la multitud, como no podía ser de otra manera.
Lidia jaló de la correa de tal modo que Laureen, tironeada por el cuello, se vio obligada a apoyar rápidamente las manos sobre el piso a los efectos de no caer de bruces; de ese modo, Lidia conseguía lo que quería: tenerla a cuatro patas.  De inmediato, otra asistente se dirigió, presta y alegremente, hacia el centro de la pista y, yendo por la retaguardia de Laureen, se encargó de dejarla muy rápidamente sin falda ni bragas.  Como si no fuera ya degradación suficiente, le insertó además, dentro del orificio anal, una imitación de cola de perro idéntica a la que un rato antes había llevado el muchacho al cual Lidia había sometido y degradado públicamente.  Jack se mordía el labio inferior y hundía las uñas contra sus rodillas; no podía creer lo que estaba viendo.  Una vez que Laureen tuvo su cola, la dómina jaló de la correa y la conminó a marcharle a la zaga, siempre, a cuatro patas.  Llevando así a su “perra”, Lidia caminó en semicírculo, recorriendo de manera perimetral el límite entre la arena y las butacas; al hacerlo, forzaba a Laureen a pasar bien cerca no sólo de los libidinosos y perversos ojos que la devoraban sino también de las irrespetuosas manos que, extendiéndose hacia ella, le tocaban la cola de perro o, incluso, le acariciaban a la pasada sus desnudas nalgas. Jovencitos, jovencitas, hombres y mujeres de edad madura: en general ninguno se privó de posarle al menos una mano encima mientras a Jack le latía el corazón con cada vez más fuerza y sus puños se crispaban hirviendo de furia…  Tenía, obviamente, ganas de levantarse de su butaca, tomarlos a todos a golpes y llevarse a su esposa de allí; pero se mantenía, por otra parte, a la espera de que fuera ella misma quien en algún momento acusase recibo ante tanta degradación y dijera “basta”.
Tal cosa, sin embargo, no ocurrió; la dómina terminó su recorrido por el perímetro de la arena con Laureen marchando siempre sumisamente por detrás de ella a cuatro patas.  Cuando la perversa dupla volvió al centro de la pista, Jack recaló en que durante el tiempo que había durado el paseo, dos de las asistentes de Goran habían montado allí una especie de cepo de madera, el cual parecía más preparado para contener una cintura de mujer que un cuello.  En efecto, la presunción de Jack quedó confirmada apenas un instante después, cuando ambas asistentes levantaron la parte superior de la estructura y Lidia, siempre llevando por la correa a Laureen, la obligó a ponerse en pie y luego a inclinarse de tal modo de pasar su vientre por encima del segmento inferior hasta calzar su cintura en la ranura.  Una vez que estuvo ubicada de esa forma, el segmento superior fue bajado hasta que Laureen quedó atrapada  casi como si estuviera cortada al medio.  Un cierto silencio de espera parecía haberse apoderado de los presentes ante el desconocimiento y expectativa por lo que se venía…
Goran se acercó al cepo e hizo nuevamente chasquear su látigo en el piso, provocándole un nuevo respingo a Laureen.  Una de las asistentes le alcanzó a la dómina un objeto que, a la distancia, Jack no logró reconocer.  Un instante después veía que Lidia se lo estaba calzando a la cintura y comprobó, estupefacto, que se trataba de un arnés equipado con un pene artificial…
“¿Querrréis verrr cómo Lidia coge a su perrra?” – preguntó Goran, cerrando un puño y ya recuperado definitivamente su espíritu eufórico.
“¿Y por qué nooo?” – rugió una vez más la muchedumbre, cada vez más excitada.
Atónito, Jack  tuvo que ver cómo Lidia, ubicándose por detrás de Laureen, se dedicaba a penetrarla con el dildo, haciéndolo al principio muy lenta y cadenciosamente de tal modo de ir haciéndole subir la temperatura no sólo a la joven esposa sino también al público asistente.  Luego fue acelerando el ritmo, con lo cual fue inevitable que los jadeos, entremezclándose con gemidos, comenzaran a salir de la garganta de Laureen de un modo cada vez más audible, lo cual Goran se encargó de hacer aun más notorio al acercarle un micrófono a la boca: de ese modo, los gemidos súper amplificados de Laureen invadieron el recinto sin que fuera posible sustraerse a la excitación que provocaban.   Jack intentó taparse los oídos para no oírla pero era inútil: los gemidos de su esposa al ser cogida le taladraban el cerebro.  Y mientras Lidia continuaba, de manera resuelta, con la penetración, el domo se convertía en una gigantesca caja de resonancia para los sonidos de placer que Laureen emitía… Jack, por supuesto, quería morir…
La cogida terminó con Laureen alcanzando un largo y sostenido orgasmo que dio lugar a un único grito que pareció interminable, mientras la enardecida multitud no paraba de aplaudir y de gritar  como modo de exteriorizar su calentura.  Jack estaba inmóvil y sin reacción en su butaca, ya para ese entonces absolutamente resignado a lo que viniera aun cuando quería pensar que el número había terminado… Se equivocó: faltaba algo más.  Liberando a Laureen del cepo que la aprisionaba por su cintura, Lidia la obligó a echarse de espaldas contra el piso.  Un “oooh” extendido bajó de las gradas cuando la dómina se quitó las pocas prendas que llevaba a única excepción de las botas.  Caminó hacia Laureen y se hincó en dirección a su rostro hasta prácticamente sentarse sobre el mismo.
“Abre tu boca, perra” – le ordenó…
Laureen, por supuesto, obedeció sin chistar y, una vez que lo hubo hecho, Lidia adoptó una expresión de relajación y, echando la cabeza hacia atrás, descargó su orina dentro de la boca de Laureen, quien simplemente sorbió y bebió…
El espectáculo no podía haber sido más degradante; las prácticas de ese tipo nunca habían pertenecido al mundo de Jack y mucho menos al de Laureen.  Y, sin embargo, había algo casi cruelmente excitante en todo aquello.  Era, por supuesto, el cierre para el número de Lidia, tras lo cual Laureen regresó a su butaca, ocupando su lugar junto a Jack.  La función del circo siguió y nuevos números fueron pasando, pero Jack prácticamente no los veía ni oía.  Su cabeza sólo estaba ocupada por lo que acababa de ocurrir y por su esposa, a quien no se atrevía a mirar al rostro aun cuando la tenía al lado.
“¿Cómo estás?” – preguntó, luego de un rato y siempre sin mirarla.
“¿Yo? – Laureen sonó extrañada – .  Muy bien…; estuvo muy bueno, muy excitante…”
Cuando el show concluyó y mientras la concurrencia se retiraba, Goran se acercó a Jack y a Laureen para saludarles personalmente.  Se advertía en tal gesto que tenía, tal vez, algo de culpa por lo ocurrido o que, al menos, se sentía confundido ya que era la propia Laureen quien se había prestado voluntariamente para el número de dominación.  Jack, de todas formas, buscó, dentro de lo que pudo, lucir tranquilo y como si nada hubiese pasado; de hecho, no hubo durante la charla referencias específicas al número de Laureen en sí, sino que más bien se habló sobre temas generales relacionados con el circo o con el show en sí.  Goran explicó, con algo de pesar en el tono de su voz, que había retirado las escenas de azotes o de dolor físico y, aunque no dio explicaciones puntuales al respecto, no era difícil entender el porqué.  El trauma provocado por aquel hilillo de sangre en la espalda de Carla Karlsten, sumado a toda la situación que, consecuentemente, se había desencadenado, debía operar seguramente para Goran como un fuerte límite.  No sería posible para él volver a hacer caer un látigo sobre la espalda de alguien sin que acudieran a su mente los recuerdos de aquella jornada fatídica que, de seguro, quería olvidar.  Sería por eso mismo que las escenas de dolor estrictamente físico habían cedido protagonismo, más bien, a las humillaciones psicológicas o sexuales, cuyo papel se había acentuado con respecto a shows anteriores.
Se despidieron cortésmente, mientras algunas adolescentes se acercaban para tomarse fotografías junto a Goran e incluso había quienes le pedían autógrafos: decididamente, su fama se había incrementado enormemente luego de que, durante días, la prensa se hiciera eco del “incidente Vanderbilt”.
Ya de regreso en casa, ambos esposos se sentaron a la cama; Jack estaba envuelto en un cierto mutismo y se advertía que no tenía demasiadas ganas de hablar sobre los sucesos del circo.  Laureen, contrariamente, parecía haber quedado muy impresionada y no cesaba de hacer comentarios o preguntas al respecto.
“Goran mencionó algo acerca del látigo…” – comenzó a decir.
“Ajá…”
“¿Antes… azotaban a los participantes?”
Jack se encogió de hombros.
“No he visto que lo hiciera en el circo, aunque sí infligir dolor de otras formas…”
“¿Y eso funciona?” – Laureen parecía a la vez curiosa y sorprendida.
“Hmm, no entiendo…”
“Me refiero a si hay quienes sienten placer ante el dolor…”
“Sí, de hecho los hay…”
“Tu jefa es una de esas personas, ¿no?”
Jack giró la vista hacia su esposa; no sabía si interpretar en la pregunta recriminación o, simplemente, curiosidad.
“Goran la azotó, ¿verdad? – insistió Laureen puntualizando algo más su interés -.  Y estuviste presente…”
“Sí… – respondió Jack luego de un momento de silencio -.  Eso sí lo vi; aunque me retiré…”
Tanto parquedad en la respuesta como el semblante adusto de él evidenciaban poco interés en hablar del tema o en recordar lo ocurrido aquel día; no podía mencionar, desde luego, que él mismo, y en ese mismo lugar, había azotado con un látigo a su jefa pocos días antes de que ocurriera todo aquello.
“¿Y ella… lo disfrutó?”
“Interpreto… que sí, que lo hizo…”
Laureen apoyó los codos sobre sus muslos y enterró el mentón entre sus manos.
“Eso sí que no puedo entenderlo…” – comentó mirando hacia algún punto indefinido de la habitación.
“¿Qué cosa?”
“Que… alguien esté sufriendo pero sienta placer con ello”
“No toda la gente goza del mismo modo ni con las mismas cosas – replicó Jack, súbitamente pedagógico -.  A propósito, ¿ gozaste mientras te orinaban en la boca?”
Se arrepintió un instante después de haberlo dicho.  Poco antes había tenido la duda acerca de si había recriminación en las preguntas que le hacía Laureen en relación a lo ocurrido con Carla, pero ahora sí sabía que en la pregunta que él acababa de hacer, la había sin lugar a dudas… Miró de reojo a Laureen pero, sin embargo, el rostro de ella no dio señales de alteración o de sentirse ofendida.
“No creo que sea lo mismo… – negó con la cabeza, pero de modo más reflexivo que tajante -.  Es decir, beber pis no es algo que te produzca dolor…”
“El dolor no tiene por qué ser sólo físico – objetó Jack -.  La humillación psicológica puede ser tanto o más dolorosa que la puramente física”
Lo señalado por Jack parecía estar cargado de lógica; sin embargo, Laureen continuaba pensativa y acariciándose la barbilla como si su cabeza diera vueltas sobre el asunto sin terminar de convencerse.  Súbitamente, Jack se puso de pie y se quitó la camisa; luego hizo lo propio con el cinto de cuero que sostenía su pantalón; girando la cabeza por sobre el hombro para mirar a su esposa, se lo extendió.
“Tómalo… – le conminó -.  Golpéame…”
El rostro de Laureen se ensombreció y se llenó de interrogantes.
“¿Qué…?”
“Que me golpees – insistió Jack sin dejar de extenderle el cinto que su esposa parecía renuente a aceptar -.  Azótame, vamos…”
Ella, caída su mandíbula por la incredulidad, tomó, a pesar de todo, el cinto que su marido le extendía.  Él volvió a girara la vista hacia adelante y, de espaldas a su esposa, se colocó las manos a la cintura; la actitud parecía ser de espera… Sin embargo, el inminente primer azote nunca caía.
“Jack… – musitó Laureen -.  No puedo golpearte…”
“Sí que puedes – insistió él -.  Sólo hazlo…   Quiero que entiendas que hay ocasiones en las cuales el dolor y el placer pueden ir de la mano…”
Jack hablaba con tanta seguridad que ni él mismo terminaba de creerse sus palabras, pues tenía sus propios pruritos hacia el mundo sadomasoquista y, de hecho, jamás en su vida se había dejado azotar.  Estaba, sin embargo, dispuesto a hacer el sacrificio y, de ser necesario, a fingir o exagerar con tal de que su esposa entendiera el concepto.  El cinto sobre su espalda, sin embargo, seguía haciéndose esperar.
“Jack, no puedo” – insistió Laureen, en un tono de voz cada vez más firme.
“Ya te dije que sí puedes…”
Se produjo un momento de silencio que finalmente fue roto por Laureen.
“Primera Ley de Asimov – dijo, repentinamente -: un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño…”
Un súbito estremecimiento le recorrió en toda su longitud la columna vertebral a Jack.  Con un veloz movimiento, se giró para mirar directamente a Laureen, cuya expresión lucía ahora algo más distante y…. fría.  Los ojos de Jack se abrieron hasta casi salírsele de las órbitas mientras su rostro enrojecía.
“Eres… – comenzó a musitar y luego gritó -.  ¡Eres un maldito robot!”
                                                                                                                                                                           CONTINUARÁ

Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

 

Relato erótico: “jugando con una presentadora de TV atrevida 4 (POR COCHINITO FELIZ)

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El lunes avanzó con lentitud para Beatriz. Dejó el chat encendido todo el día y toda la noche, pero su Amo Alex no se ponía en contacto con ella.  Por los menos los pezones ya no le dolían y la piel de sus pechos se había recuperado después de que Silvia le
pusiera las pinzas japonesas. Se moría de ganas de que su admirador secreto se conectara, que le siguiera dándole órdenes, que la siguiera usando y humillando en público. Aquello era una fuente de vergüenza, placer y dolor como nunca pudo imaginar.

Estaba escribiendo en el ordenador el martes a medio día, cuando por fin su Amo se puso en contacto con ella.
“Buenos dias, zorrita”
Beatriz notó como se le aceleraba el pulso al momento.
“Buenos días, Amo”
“El fin de semana pasado lo hiciste muy bien presentando las noticias. Fuiste muy sumisa y obediente, me gustó. Espero lo mismo, y más, el próximo fin de semana”
“Haré todo lo que quieras, Amo”
Mientras escribía, Beatriz sentía que era sincera con lo que tecleaba, era capaz de cualquier cosa, y aquello la excitaba más de lo que había vivido nunca.
“Bien, porque tengo planes para ti. Ya sabes que me encantan esos bodys negros que tienes. Ya te has puesto dos…pero queda el tercero…solo te lo he visto puesto una vez…seguro que sabes de cual te estoy hablando”
Beatriz cerró los ojos, de gusto y de pánico. Aquel tercer body era lo más indecente que  se había puesto nunca, comprado en un momento de calentura, fantaseando con la idea de ponérselo más que en ponérselo realmente. La única vez que se lo puso había sido todo un show. Toda la tela del body era simplemente un finísimo velo oscuro que se pega a su cuerpo, con algunos pequeños encajes negros en forma de arabescos que no ocultaban nada; apenas eran una excusa para disimular un poco los pezones. Aquello, e ir desnuda, era casi lo mismo. Todavía recordaba la única vez que se lo puso. Las miradas de su ayudante de cámara, del personal del estudio. Y lo mejor fueron luego los comentarios guarros e indecentes en los foros de mujeres guapas de televisión. Había cientos de capturas de fotos, y varios videos. Aquello hizo que su coño se inundara en sus propios jugos, sabiendo que su imagen casi pornográfica era vista y admirada por miles de hombre.
“Sí, Amo, se cual es”
“Perfecto. Pero quiero que vayas a tono con ese body. Así que esta tarde a la siguiente dirección, y preguntarás por Marcos. Él tiene instrucciones para ti. Las seguirás al pie de la letra. Ya hablaremos esta noche”.
Beatriz, con el corazón acelerado, anotó la dirección y se despidió de su Amo.
La cabeza le daba vueltas, entre excitada y nerviosa, ante la incertidumbre de lo  desconocido. ¿Debería seguir jugando a este juego tan peligroso? Pero ya casi no podía dar marcha atrás, menos después de los numeritos montados dando las noticias, después de dejar que su compañera Silvia la usara y la humillara, después de dejar que su jefe se la follara como a una perra en el camerino…no podía dar marcha atrás…no quería dar marcha atrás, porque en el fondo, todo aquello, su humillación, su entrega, el dolor….todo la excitaba y la daba un placer inmenso.
Así que no lo pensó mucho más. Se puso un tanga rojo a juego con el sujetador rojo que dejaba a la vista sus pezones y se puso una falda no muy larga. Se sentía excitada con  la situación desconocida que iba a vivir, y decidió ponerse una blusa suave y fina, lo suficiente para transparentar un poco sus pechos. Le gustaba como la tela rozaba ligeramente sus pezones. Cada vez le gustaba más exhibirlos.
Salió de su casa para cumplir con las instrucciones de su Amo.  Se montó en el coche y dejó que el GPS la fuera guiando. El coche avanzó por un barrio de las afueras de ciudad al que no solía ir nunca. Tenía que estar muy cerca, y llegó hasta la calle que buscaba. Aparcó en cuanto pudo y se puso las gafas de sol. No quería que la reconocieran, y se puso a caminar buscando el número. Menos mal que no se había vestido excesivamente provocativa porque habría desentonado allí.
Buscó el número 37, que era donde tenía que ir.
Primero pasó por un supermercado, luego por una tienda de animales, una agencia de viajes, un  negocio un poco estrafalario…No veía los números. Cuando llegó a un portal de una vivienda, vio que era el 39.
Se volvió. Pues entonces tenía que ser en el negocio raro…Miró la tienda, llena de dibujos en la cristalera, con un rótulo: Tattoo & Piercing.
Se mordió los labios, desesperada. Sí, su Amo la quería marcar de alguna manera. Se puso más nerviosa, pero su vagina seguía encharcada, y la sensación de nerviosismo la mataba de placer.
Abrió la puerta y entró.
No había ningún cliente, solo el dependiente. Un chico joven, de veintitantos años, con pinta de hippy, pelo largo y barba de dos días. Bastante atractivo, a pesar de todo, pensó Beatriz. El chico la miró con cara divertida, y le sonrió de manera insolente.
– ¿Sí, quieres algo?
– Verás, ¿es este el número 37?
– Si, pero la agencia de viajes es más atrás, por si te has equivocado.
– No, no me he equivocado, si este es el 37. Este es el sitio que me ha dicho mi…que me han dicho que venga…¿eres Marcos?
– Ah, una amiga de Alex….Te estaba esperando. Tú eras la de la tele el otro día, ¿verdad…zorrita?
Beatriz tragó saliva, enrojeciendo al momento, notando como otro desconocido también la humillaba…y la vergüenza que estaba pasando le encantaba.
– Si, Marcos.
– Bien, Alex me dijo que vendrías. Me dijo que tenía un encargo para ti. Ven conmigo…
– Pero, yo no se…
El chico la miró con cara de fingido disgusto.
– ¿No querrás disgustar a tu amo? Así que se obediente y sígueme.
Beatriz respiró profundamente. Su vida se le iba escapando de las manos poco a poco. Pero perder el control era tan excitante, que no quería parar.
– Si, Marcos.
El  chico abrió una puerta y entró una habitación pequeña, seguida de Beatriz. Parecía una extraña consulta médica.
El chico la miró con una sonrisa irónica y le habló con naturalidad.
– Quítate la blusa.
– Pero, es que….
Sin previo aviso, Marcos le dio un guantazo en la cara, y Beatriz se quedó sin habla, sorprendida, sin poder reaccionar.
– Mira, zorrita, las cosas las digo una vez, no me hagas repetirlas. Como no colabores, ahora mismo te vas, y luego le cuentas a tu amo lo que quieras, ¿me entiendes, esclava? Porque si estás aquí de parte de Alex es que eres su esclava, y que yo sepa, lo único que hace una buena esclava es obedecer a su amo.
Beatriz se mordió los labios desesperada. Sólo queda humillarse y entregarse a aquel muchacho que casi podía ser su hijo…pero empezaba a disfrutar de la sumisión, notando la adrenalina circulando alegre por su cuerpo. Bajó los ojos y contestó en voz baja.
– Lo siento, Marcos.
Mientras hablaba se fue quitando los botones de la blusa, notando como su vagina se iba humedeciendo. Un momento después, estaba en sujetador delante del chico, muriéndose de una vergüenza deliciosa al mostrar un sujetador tan sexy que no tapaba los pezones, y casi nada de los pechos; solo los sostenía, y poco más.
Marcos sonreía, disfrutando con lo que veía.
– Uhmm, que apropiado para venir aquí, Quítatelo.
Beatriz respiró aceleradamente. ¿Cómo podía estar haciendo esto? Era imposible, pero al mismo tiempo tan maravilloso. Con las manos buscó el broche de la espalda, y nerviosa lo soltó. Un segundo después sus pechos estaban completamente al aire, desafiantes, con los pezones oscuros y erectos. La vagina ya se le estaba poniendo a punto de caramelo.
Marcos, con manos expertas, se puso acariciar los pechos, notando su textura, su flexibilidad, jugó con los pezones y los acarició suavemente.
– Vaya, zorrita, parece que te gusta. Estás hecha una calienta pollas con los numeritos que montas en la tele.
Beatriz no decía nada, disfrutando de las manos del joven sobre su cuerpo, excitándose con las guarradas que le decía.
– En fin, los negocios son los negocios.
Marcos dejó de acariciarla.
– Tu Amo quiere marcarte, y para hacerlo más divertido lo va  a dejar al azar y en tus manos. Vamos a tirar una moneda, y si sale cara, te haré un tatuaje en el pecho con su nombre, y si sale cruz, te haré un piercing en los pezones. ¿Está claro, esclava?
Beatriz lo miró nerviosa. Aquello no podía estar pasando. Un tatuaje grabado en su piel era para siempre, y un piercing era algo que nunca se le había pasado por la cabeza. Pero ella ya cada vez controlaba menos su vida. Contestó antes de que la abofeteara otra vez.
– Si, Marcos.
El muchacho sacó una moneda del bolsillo y la puso en la mano insegura de Beatriz.
– Lánzala.
Beatriz suspiró, angustiada.  Le doy varias vueltas a la moneda en la mano, y por fin la lanzó al aire. La moneda cayó y rebotó un par de veces en el suelo.
Marcos miró la moneda.
– Cruz. Te han tocado dos preciosos anillos en tus pezones. Yo prefería hacértelo en el clítoris, pero tu amo piensa que se ve poco en la tele…al menos de momento.
Beatriz lo miró con los ojos abiertos. ¿Llevar dos anillos en los pezones? Pensó en cómo iba dar las noticias así, exhibiéndose con ellos, porque eso es lo que quería su amo. Aquello le desbordó el pánico y la vergüenza….pero sin poder evitar dejar de disfrutar del camino de destrucción de su personalidad, de entrega de su voluntad. ¿Y cuando fuera a la playa, a ella, que tanto le gustaba hacer topless? Aquello tendría muchas implicaciones en su vida. Todavía podía salir corriendo de allí, no obedecer, dejarlo todo, no seguir adelante…pero una parte dentro de ella decía que sí, que lo hiciera, y esa parte era cada vez más fuerte que el sentido común.
– Sí, Marcos, ¿qué hago?
– Túmbate boca arriba  en esta camilla.
Beatriz lo hizo, pensando en el dolor, en el mal trago que iba a pasar, mientras Marcos se ponía guantes quirúrgicos y cogía pinzas y agujas.
– Ahora relájate.
Marcos empezó a manosear uno de los pezones. Lo limpió y lo agarró con unas pinzas, haciendo que la punta del pezón erecto quedara bien accesible. Después clavó la aguja, en un movimiento rápido y decidido; Beatriz apretó los dientes y soltó un grito débil, sintiendo el pinchazo agudo, y luego el frío de algo metálico atravesando el pezón de parte a parte. Respiró hondo, mientras su cuerpo liberaba endorfinas para amortiguar el dolor.  Casi sin tiempo para darle tiempo a pensar, Marco cogió el otro pezón con los pinzas y lo atravesó con la aguja. Beatriz apretó los dientes con fuerza, pero no pudo evitar dar un grito largo y fuerte. Esta vez dolió más que la primera vez, porque Beatriz ya sabía lo que venía. De nuevo sintió el metal cruzando su pezón. Se mareó un poco.
– Ya está, me ha quedado perfecto. No te muevas.
Marco cogió unos alicates y apretó un poco los anillos de acero.
– Uhmmm, realmente estás preciosa. Espera un par de minutos a que se te pase el mal cuerpo.
Beatriz cerró los ojos. Al final, no había tan terriblemente doloroso como ella se temía.  El dolor  sordo estaría allí bastante tiempo, y sus pezones tardarían algunas semanas en curarse del todo, tendría que tomar antibióticos para prevenir infecciones… Pero su cabeza no dejaba de dar vueltas. ¿Pero que estaba haciendo? Aquello ya no era ponerse ropa más o menos sexy para un admirador, era modificar su cuerpo para su Amo. Notaba que había emprendido un camino sin retorno, sin saber todavía el final, pero tan excitante, que no quería dejar de recorrerlo.
– Siéntate en la camilla.
Beatriz lo hizo. Justo en frente, sin necesidad de moverse, tenía un espejo que cogía casi toda la pared.
Se quedó boquiabierta al mirarse. Sus pechos desnudos estaban tan espectaculares y hermosos como siempre; grandes y firmes,  inspirando el deseo de que se los cogieran y se los acariciaran. Pero ahora cada pezón oscuro estaba atravesado por un anillo de acero inoxidable brillante, grueso, y relativamente grande, de un centímetro de diámetro. Los extremos de cada anillo terminaban en dos bolitas de acero, juntas gracias a haberlas apretado con los alicates, situadas en la parte inferior de cada anillo. Sus pechos anillados tenían un nuevo aire de atrevimiento, de lujuria, de deseos perversos e inconfesables….los mismos que ella sentía. Eran como una declaración sin palabras de su nueva naturaleza de esclava, de sumisa obediente dispuesta a satisfacer las órdenes de su Amo.
Casi no había restos de sangre, solo irritación de la piel. Pero el dolor no se iba tan fácilmente. Marcos acarició los anillos ligeramente, comprobando que estaban en su sitio.
– Has quedado muy bien. Seguro que tu Amo se queda contento con el trabajo.
– Gracias, Marcos.
– No te pongas el sujetador. Es mejor que durante varios días la ropa los roce lo menos posible. Ven conmigo a la entrada.
Beatriz guardó el sujetador en su bolso y cogió la blusa. Se la fue a poner, pero decidió no hacerlo. Marco no le había dado permiso para ponérselo, y además le excitaba estar en la entrada con sus pechos desnudos…¿y si había alguien allí esperando a que saliera Marcos? De repente, tenía una necesidad imperiosa de exhibirse. Así que siguió al chico hasta la entrada.
Entre aliviada y decepcionada, vio que no había nadie. Marcos la miraba con cara divertida, viendo que Beatriz no se ponía la blusa.
– Bueno, zorrita, te tomas muy en serio esto de que nada toque tus anillos. Pero me tienes que pagar…son cien euros.
Beatriz, buscó en su bolso. Tenía solo 40 euros en billetes.
– No tengo mucho en efectivo, no sabía que iba a hacer esto. Pero tengo varias tarjetas…
Mientras hablaba sacó toda una colección de tarjetas de crédito. Pero Marcos negó con las manos.
– No, no, yo solo cobro en efectivo. Te tendré que cobrar parte en efectivo y parte en negro. Dame los cuarenta euros.
Beatriz se los dio, expectante. ¿Cómo que en negro? El joven se acercó y la agarró de la barbilla y la miró a los ojos, con una sonrisa de lujuria.
– Y ahora el resto me lo pagas en negro…
Beatriz tuvo solo un momento de duda, lo suficiente para que Marcos la abofeteara con fuerza. Marcos habló con dureza.
– Vamos, una esclava como tú sabe perfectamente lo que tienes que hacer. Me pagas con tu cuerpo. Desnúdate entera.
Beatriz sintió el pánico desbordándola, y el corazón empezó otra vez a latir desbocado…ahh, pero la excitación era tan intensa. Miró un momento a la puerta de cristal de la tienda, y al escaparate también de cristal, cubiertos por varios dibujos de tatuajes y letras de anuncio. La gente pasaba continuamente por delante. Cualquiera que se parase a mirar el escaparate fuera vería perfectamente lo que pasaba dentro. Aquello la excitó más, pero pensó en el morbo del riesgo, en el que entrara alguien, en que se parase alguien fuera, como si aquello fuera un escaparate del barrio rojo de Ámsterdam…y a pesar de todo, todavía se excitó más y más con lo que se imaginaba que podría ocurrir. Cada vez disfrutaba más humillándose, exhibiéndose y entregándose.
– Lo siento, Marcos. Ahora mismo te pago.
Sin decir nada más, se quitó la falda. Después se quitó el tanga, muerta de vergüenza y de agobio, mientras Marcos se la comía con la mirada, dejando su coño depilado a la vista.
El muchacho, siempre tan profesional, aprovechó para pasar una mano por su vagina, buscando su clítoris, y lo masajeó un poco.
– Uhmmm, grande y hacia fuera, te quedaría perfecto otro piercing. Ya lo hablaré con Alex más adelante.
Beatriz cerraba los ojos, estremeciéndose de placer con el tacto de los dedos acariciando su sexo, y disfrutando con lo que decía Marcos, llena de pánico por si entraba alguien…
Marcos la dejó de acariciar.
La miró, chasqueó los dedos y señaló el suelo. Sin que le dijera nada, Beatriz se arrodilló delante del muchacho, y fue desabrochando el cinturón y los botones del pantalón vaquero. Se los bajó hasta las rodillas. No llevaba calzoncillos, y la verga salió disparada en cuanto quedó libre. Cada vez le gustaba más su papel en su nueva vida, ser un objeto sexual para el disfrute de los demás. Con ansia se metió la polla en la boca, disfrutando su olor fuerte, la dureza extrema, el buen tamaño y grosor de aquella polla joven. El chico la agarraba del pelo, para poder metérsela en la boca bien hondo. La tuvo así varios minutos.
– Joder, zorrita, pero que bien lo haces. Además de una calienta pollas también eres una gran chupa pollas. Ponte a cuatro patas….
Beatriz se sacó la polla con cierto disgusto, todavía sin acabar de creerse lo que estaba haciendo allí a plena luz del día. Pero se puso a cuatro patas al  momento.
– Ponte mirando hacia el escaparate, zorrita….
Beatriz escuchó aterrada lo que decía, pero obedeció al momento. Con la luz de fuera, el cristal hacía a la vez un poco de espejo. Veía su imagen reflejada, su pelo corto rubio, su cara, su cuerpo desnudo… y sus pechos colgando, con los pezones perforados con los anillos plateados. Tenía que reconocer que estaba imponente. Y cualquiera que estuviera fuera también la vería así. Aquello la llenó de pánico…y de lujuria. Cualquiera vería lo zorra y puerca que era. La gente pasaba por delante; chicas solas, madres con niños, hombres, chicos jóvenes solos o pequeños grupos…Cerró los ojos un momento…No, no podía estar haciendo todo esto.
Pero reflejado en el cristal del escaparate vió que Marcos ya estaba colocado tras de él. Y un momento después sintió la polla apretando contra la entrada de su vagina  hambrienta de deseo, caliente y jugosa. Luego vio las dos manos del chico agarrando su cintura… Se abandonó a la sensación de aquella polla deliciosa penetrándola con decisión.
Marco la penetraba con brío, moviendo las caderas con movimientos bruscos, haciendo que su polla se fuera clavando con fuerza, cada vez más profundo en su coño. Con cada  envestida, los pechos de Beatriz rebotaban ligeramente, y el placer de su vagina llena era seguido al momento por el suave dolor de sus pezones perforados. Aquello era dolorosamente delicioso. Beatriz chorreaba de gusto, viéndose reflejada en el cristal, como si fuera ella la actriz de su propio número porno.  Deseaba que la usaran, deseaba que se la follaran sin piedad, deseaba que la exhibieran…
Cuando estaba ya al borde del orgasmo bestial que iba a tener, sucedió lo que temía y deseaba al mismo tiempo.  Un grupo de chicos, tres o cuatro, pasó por delante del escaparte. Uno de ellos miró hacia dentro y se quedó parado de golpe. La mirada sorprendida del chico atravesó el cristal y miró directamente a los ojos de la mujer que veía dentro desnuda a cuatro patas. Beatriz sintió morirse de pánico, de vergüenza…y de placer. El orgasmo empezó a crecer dentro de ella, listo para explotar en cualquier momento, sin que Marcos para de bombearla en ningún momento.
El  chico de fuera, parado, llamó a sus amigos. Al momento  aparecieron sus otros tres amigos que se habían pasado de largo. Todos se pegaron al cristal, con caras de asombro, de risas lujuriosas, de agradable sorpresa. Todos mirando a Beatriz a través del cristal; Beatriz, periodista, presentadora de televisión, a sus cuarenta años, desnuda, con sus pezones perforados, y siendo follada sin compasión.
Marcos seguía a lo suyo. Si se había dado cuenta que los miraban, o no lo sabía, o lo de daba igual.
Pero Beatriz se sentía realmente como una puta, degradada ante la mirada de los chicos, sin poder evitar aquello, y al mismos tiempo tan excitada que no quería que aquello acabara.  ¿Qué más podía ocurrir para excitarse más?
Como si le leyeran en el pensamiento, los chicos abrieron la puerta  y entraron todos dentro, entre risas y silbidos. Beatriz ya no podía ni pensar, entre lágrimas de frustración, pensando en lo poco que valía como persona, y una pequeña sonrisa de satisfacción por lo bien que se estaba comportando como una esclava sumisa.
Los chicos cerraron la puerta, dispuestos a disfrutar del show en directo.
– Joder, Marcos…vaya numerito que te estás montando con esta madurita.
– Eres un egoísta, tío, follando a lo grande sin avisar…
– Pero que perra tan buena te has buscado esta vez…seguro que es una de esas putas sumisas de tu amigo Alex.
–  Parece que hemos llegado en el momento oportuno, porque la puerca esta parece que se va a correr en cualquier momento.
Marco se rió en voz alta, negando con la cabeza, sin dejar de follarse a Beatriz ni un momento.
– Anda, dejadme que me corra a gusto…
Los chicos siguieron haciendo comentarios obscenos y silbando, jaleándolos. Beatriz se daba cuenta que para todos ellos, ella no era nada, ni una persona con una vida privada, con su trabajo, sus problemas, sus preocupaciones…no, no era nada, solo un  cuerpo, solo un coño que follar para que ellos se corrieran y disfrutaran…y le encantaba ser solo eso, aquello disparaba todavía más su deseo.
El primero de los chicos, el que se había dado cuenta de todo, tenía ganas de jugar.
– Déjame por lo menos que me folle su boquita.
Marco no estaba para muchas conversaciones, notando el placer que le mataba de gusto.
– Joder, haz lo que quieras, pero déjame en paaaaz….
El chico miró otra vez a Beatriz,  con los ojos vidriosos de deseo, y ella sostuvo un momento la mirada, pero luego la agachó, sabiendo que no tenía elección. El muchacho se desabrochó al momento el pantalón, se bajó los boxer, y se arrodilló delante de la cara de Beatriz.
– Seguro que a una zorra como tú, le encanta esto….
Beatriz abrió la boca, dispuesta a que otro agujero de su cuerpo estuviera lleno de polla. Eso era ella, así se sentía, solo como agujeros para dar placer. Seguro que no era la primera mujer que se  follaban en la tienda, ella era una más del montón. El chico le metió la polla ya tiesa en la boca, y Beatriz lamió, chupó, tragó…
Los otros amigos no paraban de jalearlos.
– Pero si están haciendo el trenecito….que bien engancha por delante y por detrás.
– Esta es de las más puercas que has tenido nunca, Marcos…joder con la cuarentona, que caliente está, no se cansa de tanta polla.
Cuanto más degradada se sentía Beatriz por lo que hacía, por los comentarios que escuchaba, más excitada se sentía. La polla de Marcos ya no podía más, y el muchacho apretó los dientes, y la penetró con violencia, bombeándola a toda velocidad, gruñendo de gusto en cuanto sintió que se estaba corriendo. Beatriz sentía el calor de su leche regándola por dentro. Le faltaba tan poquito para tener un orgasmo brutal…pero Marcos se la sacó, y ella se quedó desesperada chupando la polla que le llenaba la boca. No, no podían dejarla así…
– Pobrecita, parece que se ha quedado con las ganas.
– Pero eso se soluciona al momento.
Antes de que se diera cuenta, otro chico había ocupado la posición de Marcos, y una nueva polla dura e impaciente apretaba contra la entrada de su vagina, y al momento, entró entera, llenándola. Beatriz soltó un suspiro de alivio y de gusto.
– Pero que zorra…..solo quiere polla y más polla.
El chico de su boca estaba ya a punto. Beatriz sentía su polla rígida a punto de explotar, su glande hinchado entrando y saliendo de su boca con gula, y al momento, mientras el muchacho dejaba escapar un largo gemido, su boca se llenó de su leche pastosa y caliente. Beatriz fue tragando y chupando, mientras el joven seguía follándole la boca despacio, recreándose en el placer.  La polla nueva en su coño la taladraba sin piedad dándole un placer enorme, el dolor de los pezones anillados no se iba, pero se mezclaba con el placer, y la combinación era sencillamente maravillosa.
Los otros dos chicos que estaban mirando, también querían su porción de placer, así que se sacaron las pollas y empezaron a meneársela encima de la espalda de Beatriz, dispuestos a correrse por lo menos sobre ella.
Beatriz cerró los ojos, notando como el orgasmo llegaba en oleadas, una tras otras,  cada vez más grandes, y ella gemía con la boca llena, disfrutando de un placer tan intenso como no había tenido en su vida, todo su cuerpo estremeciéndose de gusto. Poco a poco el placer se fue apagando, y se quedó quieta, satisfecha, mientras el otro muchacho la embestía ahora con fuerza, y se corría también en su coño. Cuando pensaba que todo había terminado, de improviso, sintió también la leche caliente de los otros dos chicos que estaban de pié cayendo a chorros sobre su espalda, regándola de arriba abajo.
Unos momentos después, su boca y su coño se quedaron vacíos. Durante unos segundos nadie dijo nada. Beatriz no sabía que hacer, así que se quedó allí a cuatro patas, como si fuera un mueble más de la habitación, sin atreverse a hablar, ni a mirar ni a nada.
Los muchachos acabaron de vestirse. Es como si ella no estuviera allí, al menos como persona. Si, pensó Beatriz, realmente  no soy nada para ellos.
– Joder, Marcos, gracias por este rato tan bueno.
– Si viene otra vez por aquí esta zorra, avisa, que da gusto follársela.
– Si que da gusto encontrar una perra que le guste todo.
Beatriz seguía inmóvil. Nadie le habló a ella, nadie se preocupó por ella. Sí, se daba cuenta que para aquellos jóvenes, ella solo era una puta más a la que follarse. Nunca se había sentido tan degradada…y nunca se había sentido tan extrañamente feliz.
La puerta se abrió, y los chicos se fueron.
 El silencio seguía dentro de la tienda.
– Levántate, zorra.
Beatriz lo hizo, notando en dolor en las rodillas y los codos, con las embestidas de los chicos. La sensación de sumisión era tan grande que no se atrevía a mirar a Marcos. El muchacho le tiro la blusa.
– Mejor no te pongas el sujetador, solo la blusa.
Beatriz los hizo, notando como los pezones anillados  y doloridos se notaban a través de la tela. Al ponérsela notó como la tela de la espalda se manchaba con el semen que la cubría. La sensación era tremendamente desagradable.
Luego Marcos le lanzó la falda.
– No te pongas el tanga rojo…me lo quedo de recuerdo.
Beatriz no dijo nada, notando como el semen líquido le goteaba también de la vagina, formando un caminito que iba bajando lentamente por sus muslos. Se sentía sucia. Hasta un puta se limpiaría después de que se la follaran…pero ella era una esclava, menos que una puta. Así que se puso la falda y luego los zapatos y el bolso.
Pero no se fue. Se quedó allí quieta. Porque una esclava no tiene iniciativa, siempre espera órdenes.
Marcos la miraba satisfecho.
– Tienes buenas aptitudes para ser una buena esclava. Se ve que Alex está haciendo un buen trabajo contigo.
Beatriz sonrió agradecida.
– Gracias Marcos, por anillarme y por follarme tan bien con tus amigos.
No podía creerse lo que estaba diciendo.
– Espero que nos veamos algún otro día…me encantaría ponerte otro piercing en tu clítoris.
Beatriz sonrió otra vez. Se sentía atrevida y con ganas de seguir con aquel juego. Desde la puerta se volvió antes de salir.
– Y yo de pagarte…todo en negro.
Beatriz caminó hasta el coche, sintiendo sus muslos pringosos y húmedos mientras caminaba por la calle, siendo consciente de sus pezones perforados, mandando al caminar una pequeña señal de dolor a cada rebote de sus pechos. Sentía que todo el mundo la miraba, que todo el mundo notaba que iba llena de semen por su piel, por su vagina, por sus piernas, notaba que todo el mundo con el que se cruzaba notaba los anillos de sus pezones contra la blusa. Era una pesadilla caminar así hasta el coche, y a pesar de todo, la vergüenza era de lo más dulce que podía sentir. Notaba que ahora no era la misma persona que había entrado en la atienda. Ahora era capaz de aceptar cualquier orden sexual de alguien que la dominara.
Se montó en el coche y se fue hasta casa, con la mente como flotando en una nube, asimilando todo lo que había vivido. Cuando llegó, vio que el chat estaba encendido. Se seguía sintiendo sucia, con ganas de darse un buen baño. El semen se había secado, tenía los muslos pringosos hasta las rodillas. La blusa estaba para lavarla. La sensación era repugnante, pero le complacía estar así por orden de su Amo, que le había permitido tener una tarde única. No se limpió todavía y chateó con él.
“Hola zorrita”
“Hola Amo”
“¿Encontraste a Marcos?”
“Si, Amo. Se portó muy bien conmigo”
“Al final, ¿qué te hizo?”
“ Piercing en los pezones. Gracias por ponérmelos, Amo, son preciosos”
“¿Te cobró mucho?”
“Le pagué todo lo que me pidió…fue un buen precio, que yo pagué con gusto”
“Descansa estos días, zorrita. Espero que el dolor se baje un poco de aquí al sábado, cuando te toca dar la noticias otra vez”
“Amo…¿me podría duchar? Estoy llena de semen por toda partes…”
“Jajaja…este Marcos y sus amigos, son insaciables. Me gusta que me hayas pedido permiso. Es una buena cualidad en una esclava. Como premio, te dejaré que te duches….”
“Gracias, Amo”
“…que te duches mañana. Esta noche dormirás desnuda así”
Beatriz suspiró.
“Así lo haré. Gracias Amo”
El chat se desconectó.
Beatriz se desnudó, luchando contra el impulso de ducharse. Se tumbó en la cama, boca arriba, asqueada de si misma, pero poniendo a prueba su obediencia a su Amo. Lo último que recordó antes de quedarse dormida fue el dolor de sus pezones anillados.
(Continuará…)

 

“Un pequeño gran hombre y sus compañeras de clase 5” POR GOLFO

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6

Tras desvirgarlo, Altagracia le confiesa el acuerdo por el cual le iban a pagar 100€ si se acostaba con él mientras le pide que no la eche de su lado porque junto a él ha descubierto un placer desconocido. Pedro, el enano, se enfada, pero la perdona apabullado por la belleza y la sexualidad de la mulata.

Para alguien aquejado de enanismo, el estar en la cama con una diosa de uno ochenta era algo que no estaba a su alcance. Por ello mientras Altagracia se afanaba en buscar mi placer usando su boca como si de su sexo se tratase, me quedé pensando en lo raro que era eso.

        Al darse cuenta de que mi verga perdía fuelle y que a pesar de sus intentos no conseguía levantarla, la mulata me preguntó que me ocurría.

        ―No entiendo que has visto en mí― respondí con la mosca detrás de la oreja.

        Sus ojos se llenaron de lágrimas antes de contestar que no me enfadara con ella, pero que tenía que comentarme algo.

        ―¿Qué cosa?― repliqué molesto al saber que lo que me iba a decir no iba a ser de mi agrado.

        Con voz temblorosa, me contó la oferta que Ana y Cayetana le habían hecho y cómo había aceptado.

        ―¿Te has acostado conmigo por cien euros?― indignado pregunté al enterarme.

        Llorando como una magdalena, me prometió que no cogería ese dinero mientras me rogaba que no la echara de mi lado porque jamás en su vida se había sentido tan completa como estando conmigo. La angustia que manaba de su tono me hizo saber que no mentía, pero era tanto el dolor que sentía al saberme engañado que me quedé callado sin contestar.

        ―Te ruego que no me mandes a la mierda. No podría soportar perderte cuando te acabo de encontrar― insistió con expresión desolada: ―Haré lo que me digas.

        No pude mantenerme indiferente a su tristeza y atrayéndola hacia mí, le acaricié el pelo mientras intentaba asumir que a pesar del engaño esa morena sentía algo por mí.

        ― Seré tu puta, tu zorra, trabajaré para ti, follaré con otros por dinero, pero no me dejes― sollozó sin moverse de mi lado.

        ―Nunca te pediría tal cosa― todavía rumiando lo sucedido respondí.

        ―Pero yo lo haría, si tú me lo exigieras― hundida en la miseria, replicó tapándose la cara llena de vergüenza.

        El cabreo que me atenazaba el pecho no era contra ella sino contra el par de zorras a las que consideraba mis amigas e incorporándome sobre la cama, tomé la copa que había dejado abandonada en la mesilla.

        ―Sé que me he portado mal y que me merezco un escarmiento― escuché que me decía.

        ―Así es― repliqué todavía digiriendo mi enfado sin saber el efecto que provocarían mis palabras.

        Confieso que por ello me quedé pálido al ver que la mulata cogía un cinturón de su armario y volviendo a mi lado, me lo daba.

―¿Qué quieres que haga con esto?― pregunté.

A cuatro patas sobre el colchón y poniendo su culo en pompa, me pidió que la castigara. Por un momento estuve tentado en satisfacerla, pero recordando el maltrato que había sufrido con sus anteriores parejas me dije que yo no iba a ser uno más y en vez de ello, usando mis yemas recorrí con cariño las duras nalgas que me ofrecía.

Altagracia creyó que esas caricias eran un mero preludio con el que quería destantearla y por eso temblando como un flan, esperó su escarmiento. Para su sorpresa nunca llegó y en vez de dolor, recibió unos inesperados besos en los cachetes.

―Necesito que me hagas saber que me perdonas y para ello debo sufrir tu castigo― me imploró mientras me daba nuevamente el cinturón para que la azotara.

Soltando una carcajada, separé sus nalgas y lamí su chocho mientras le decía:

―No has hecho nada que se merezcan unos azotes, putita mía.

Sin cambiar de posición, me miró ilusionada.

―¿Sigo siendo tu putita?

―¿Me crees tan idiota para echarte de mi lado cuando eres capaz de hacer estos mojitos?― pregunté sonriendo.

Demostrando una voracidad sexual fuera de lugar, apoyó su cara en la almohada mientras me decía:

―Ya que mi dueño no quiere castigarme, al menos el enano debería echar otro polvo a su negra.

Su descaro me encantó y por arte de magia mi verga renació de sus cenizas. Cogiéndola entre mis manos, tuve que ponerme de pie sobre el colchón para alcanzar su coño y sin mayor prolegómeno, se la ensarté hasta el fondo mientras le pedía que se moviera.

―Dios, ¡qué grande la tienes!― rugió al sentir que la llenaba por completo.

Agarrándome a su cintura, comencé a moverme mientras ella no paraba de reír histéricamente comentando lo que se perdían Cayetana y su amiga al no haberse acostado conmigo.

―Eres un putón desorejado― muerto de risa, repliqué mientras le daba un cariñoso azote en sus ancas.

―Soy tu puta, ¡de nadie más!― exclamó aceptando ese gesto con alegría.

La humedad que de improviso anegó su coño me informó que para ella eso no era maltrato y cediendo parcialmente a sus deseos, marqué el ritmo de mis penetraciones con sonoras pero indoloras nalgadas.

―Muévete, mi zorrita de ébano.

Y dando un pequeño giro a nuestra relación, le espeté que era una orden. Nuevamente, Altagracia se sintió dichosa al escucharme y convirtiendo su coño en una batidora, zarandeó mi polla mientras reconocía su carácter sumiso al decir:

―Mi señor es mi dueño y nada me complacería más que sentir que se derrama en el chumino de su amada negrita.

Su entrega despertó al gran dominante que se escondía dentro de mi pequeño cuerpo y tomando el mando de mis actos, seguí follándomela mientras le decía que se fuera preparando porque esa noche haría uso de todos sus agujeros.

―Mi vida y mi culo son tuyos ― replicó y mostrando nuevamente su facilidad para el orgasmo, se corrió berreando como cierva en celo.

7

Tras una noche llena de pasión, me desperté abrazado a ella y la diferencia de tamaño quedó de manifiesto al percatarme que, habiendo usado sus pechos como almohada, mis pies llegaban a la altura de sus muslos.

―Eres enorme― murmuré al levantar mi mirada y ver que estaba despierta.

―Y tú, un jodido enano― contestó luciendo su mejor sonrisa.

        Esa respuesta en otro caso me hubiese cabreado, pero al ver el cariño que destilaban sus ojos, me reí y pegando un pequeño mordisco en una de sus ubres, le pedí más respeto con su dueño.

        ―Mi señor debe perdonar a su deslenguada negra― respondió mientras ponía su otro pecho para que repitiera en él el mismo tratamiento.

        Satisfecho, mordisqueé durante un par de minutos sus negras tetas mientras recapacitaba que a pesar de la forma en que se había entregado a mí, que no iba a dejarla suelta, no fuera a buscarse otro. Mi insistencia sobre sus pechos provocó que se excitara e impulsada por su extraña forma de amar, me pidió permiso para ser ella.

        ―No te entiendo― respondí.

Con las mejillas coloradas y sin mirarme a los ojos, dijo con tono insegura que, aunque me pareciera extraño, necesitaba demostrar a su dueño quién era en realidad.

―¿De qué hablas?

La morena se tomó unos momentos para contestar:

―Desde niña he soportado que los hombres me observen con deseo y eso me daba asco. En cambio, si tú me miras, me pones cachonda y por eso me gustaría cumplir un sueño.

―¿Qué sueño?

Avergonzada hasta la médula, tartamudeó:

―Mas.. masturbarme frente a ti.

Reconozco que estuve a punto de reírme de ella, pero justo cuando una carcajada pugnaba por surgir de mi garganta, comprendí que tras una vida soportando que la gente se sintiera excitada sin que ella hiciera nada por provocarlo, quería experimentar que se sentía al buscar intencionalmente mi lujuria.

―¿Cómo quieres hacerlo?―  pregunté.

Al oír que no ponía el grito en el cielo y que aceptaba ser su conejillo de indias, abrió el cajón de su mesilla y sacó un instrumento que no reconocí.

―Es un satisfyer― me informó,  pero viendo que me había quedado igual, se tomó unos segundos para explicar que era un succionador de clítoris.

―No tengo ni puta idea de cómo funciona― confesé.

―¿Te importa que te lo explique probándolo?― musitó con voz temblorosa.

―Me encantaría― respondí mientras acomodaba la almohada para no perderme nada de la demostración.

Incorporado y con mi espalda apoyada en el cabecero de la cama, observé que Altagracia dudaba. Decidido a no perderme el espectáculo de verla pajeándose, se lo exigí mirándola a los ojos:

―¿Te importa que piense en ti mientras lo hago?― dijo.

Al escucharla, se me ocurrió añadir otra dosis de morbo a la escena y sabiendo que no se iba a negar, se lo permití siempre y cuando me fuera narrando las imágenes que llegaban a su mente.

Acomodando brevemente sus ideas, la bella mulata me sorprendió diciendo:

―Estoy saliendo de la universidad y escucho que Cayetana me llama desde su coche. Al girarme veo que Ana le acompaña, pero hasta que me acerco no descubro que tú está sentado en el asiento de atrás.

Asumiendo que lo que desea es que intervenga dirigiendo la historia, le digo:

―¿Nos acompañas?

Su sonrisa me reveló que no me había equivocado.

―¿Dónde vamos?, pregunté y sin esperar a que mi dueño me contestara, me subí junto a él. Mi señor me recibió con un beso, un beso casto… muy lejos de esos húmedos y profundos que me regala cuando estamos solos. Molesta, murmuré en su oído si ya no le gustaba su negra.

―Claro que me gustas― repliqué: ― pero tenemos compañía.

Justo en ese preciso instante, Altagracia encendió el satisfyer y mientras a mis oídos llegaba su sonido, continuó:

―Al escucharte decir que te seguía gustando, decidí que no me importaba la presencia de esas dos y tomando tu mano, la puse sobre mi muslo.

Instintivamente, sobre la cama, la mulata abrió sus rodillas.

―Me encantó saber que a ti tampoco te importaban que estuvieran y que lentamente me empezabas a acariciar la pierna con tus yemas.

Con la mirada fija en su coño, vi cómo con dos dedos separaba los pliegues y acercando el cabezal del vibrador lo posaba sobre su clítoris. Al hacerlo, pegó un gemido:

―Estaba todavía esperando que tus caricias se hicieran más atrevidas cuando Ana se dio la vuelta y te pilló subiendo mi falda. Y lejos de enfadarse, te guiñó un ojo dando por sentado que no le molestaba que me tocaras.

―Es mía y solo mía, respondí a la copiloto para acto seguido demostrarle que era así acariciándote por encima del tanga― proseguí yo mientras sobre las sábanas Altagracia incrementaba la velocidad con la que el aparato succionaba su negro botón.

Mi mulata al oírme sollozó y elevando su tono, imitó el acento de mi amiga diciendo:

―No es justo, a mí no me has tocado así nunca.

Muerto de risa y mientras mi pene empezaba a sufrir las consecuencias de lo que estaba viendo, respondí:

―Porque no tienes unas tetas tan grandes y duras como las de mi negra.

La aludida sonrió al continuar:

―Tras lo cual, llevaste tus manitas a una de mis ubres y me regalaste un pellizco. Ana al verlo, se giró hacia Cayetana y tras contarle lo que había visto, se quejó. La rubia sin soltar el volante llevó su mano derecha hasta el pecho de su amiga y la consoló jugando con su pezón con dos yemas.

Confieso que no esperaba que incluyera a mis inseparables compañeras en la historia, pero nunca que las hiciera participar en plan lésbico. Intrigado por cómo iba a terminar, comenté:

― Al ver lo que hacía Cayetana,  te ordené que te desabrocharas la camisa porque quería demostrar a ese par de putas, la belleza de tus senos.

―Sabiendo que me lo pedías porque querías fanfarronear de la novia que involuntariamente ese par de cabronas te habían conseguido, desnudé mi torso dejándome todavía puesto el sujetador negro que me regalaste el segundo día que nos vimos.

«Será zorra, ¡me está diciendo que le regale ropa interior!», pensé mientras observaba como el sudor había hecho aparición en su frente y más excitado de lo que hubiese imaginado, expliqué que aproveché para liberar uno de sus pechos del encierro.

―Al ver que sacabas una de mis tetas, comprendí que tus deseos era que la pusiese a tu disposición y por ello sin impórtame que la zorra de Ana nos estuviera espiando puse mi negro pezón en los labios de mi señor.

―Recibí tu regalo con ilusión, pero confieso que más ilusión me hizo escuchar que desde el asiento del copiloto Ana alababa tanto la forma como el tamaño de tus senos y muerto de risa, la pregunté si quería probar.

Pegando un prolongado gemido, la mulata intervino diciendo:

―La muy zorra me deseaba desde hacía tiempo y por eso al escuchar que le dabas permiso para mamar de mis tetas, no se lo pensó y saltando al asiento de atrás, llevó mi pecho a su boca y comenzó a lamerlo con desesperación.

Riendo por su ocurrencia, tanteé el terreno diciendo:

―Aprovechando que estaba ocupada, metí las manos entre las piernas de Ana y le bajé las bragas.

―Yo también quiero que me las bajes― aulló con el satisfyer haciendo su labor entre sus pliegues.

―Al escuchar a mi negra celosa, me bajé del asiento y me acerqué a ella y con mis dientes desgarré su tanga para que supiera quién mandaba.

―Al sentir la boca de mi pequeño gran hombre destrozándome mis bragas, llevé las manos a la camiseta de tirantes de su amiga y se la rompí en venganza. La muy puta creyó que lo que quería era tener sus téticas a mi alcance y poniendo su cara de fulana se atrevió a poner su minúsculo pechito en mi boca mientras mi dueño introducía un dedo en el interior de su coño. Cabreada porque disfrutara de algo que debía tener reservado únicamente para mí, hinqué mis dientes en el ridículo grano que ella llamaba teta.

Por segunda vez, Altagracia demostró sus celos y queriendo castigarla, le lancé un órdago diciendo:

―Ana berreó de dolor al sentir ese cruel mordisco y te rogó que la soltaras, prometiendo que te resarciría con lo que le dijeras. Viendo que no dabas tu brazo a torcer y que seguía aferrada a su pezón, te ordené que la soltaras. Ana suspiró aliviada al sentir que obedecías, pero entonces y mientras le metía un segundo dedo, la exigí que cumpliera su palabra.

Poniendo al máximo la potencia del satisfyer, la mulata bramó que la historia era suya. Muerto de risa al observar los primeros indicios de placer en Altagracia, le pedí que continuara:

―La puta de tu amiga malinterpretó tus palabras y creyendo que lo que le pedías era el complacerme, hundió su cara entre mis muslos― dijo gritando mientras se imaginaba que el cabezal de plástico que estaba torturando su clítoris era la lengua de Ana.

La calentura de mi negrita me terminó de excitar y mientras cogía mi pene entre mis dedos, continué con la historia diciendo:

―Cayetana que hasta entonces se había mantenido mirando a través del retrovisor, esperando a que le diera entrada, decidió que ella quería participar. Envidiando el hecho de que mi amada mulata recibiera los lametazos de Ana y ella nada, aparcó el coche.

Temblando sobre el colchón, Altagracia continuó:

―La rubia demostró lo guarra que es saltando hacia donde estaba mi dueño y no contenta con separarme de tu lado,  se introdujo tu amada polla en la boca. Pero mi señor sabe que su pene es solo mío y queriendo dar una lección a esa odiosa, la giró sobre el asiento y la ensartó por el culo.

Desde el cabecero vi que mi mulata se había dado la vuelta sobre la cama y me invitaba levantando su trasero. Olvidando mi quietud, me acerqué a ella y separando sus negros cachetes, deposité en su ojete un poco de saliva mientras decía:

―Los gritos de Cayetana exacerbaron tu lujuria y presionando con las manos sobre la cabeza de Ana, la forzaste a profundizar con la lengua en tu chocho.

Dominada por el placer, la morena no se quejó al sentir que jugueteaba con su entrada trasera y ello me dio pie para decir:

―Y demostrando que además de negra era celosa, Altagracia retiró a la rubia de encima de su señor y le pidió que fuera a ella a quien le rompiera el trasero.

Mientras relajaba su esfínter, mi mulata dijo entusiasmada:

―Mi amado dueño decidió que al ser mi primera vez por ese agujero que iba a tener cuidado y acercando su erección hasta mi culo, me desvirgó lentamente.

Siguiendo sus palabras, posé mi glande en el ojete de Altagracia, para acto seguido con un suave empujón insértaselo apenas unos centímetros.

 ―¡Dios!, grité al sentir que mi señor entraba en mí y temerosa de que me desgarrara por dentro le pedí que lo hiciera con prudencia.

Curiosamente, su negro culazo iba absorbiendo mi miembro con apenas dificultad. Por ello con un breve movimiento de caderas profundicé en sus intestinos mientras con los ojos cerrados, la mulata comentaba que su amado enano comprendió que estaba lista y que, cediendo a su lujuria, aceleró buscando su placer.

―Muévete, zorrita mía. Marca tú el ritmo― susurré olvidando la historia.

Pero ella al escucharme, gritó:

―Al ver mi señor que no obedecía, levantó su mano y cruelmente golpeó mi negra nalga, diciendo que era una desobediente.

Supe que me estaba retando y pensando que quizás no creía que le hiciera caso, decidí darle un escarmiento y con todas las fuerzas que pude descargué un doloroso azote sobre una de sus nalgas.

―La negra se sintió morir de placer al experimentar el dolor que su amado le había proporcionado y sabiendo que era un buen hombre y que nunca le haría daño a propósito, le gritó que si eso era la nalgada más dura que un enano podía regalar a su sumisa.

Desconozco que pudo más, si la humillación como hombre al dudar de mi fuerza o si la constatación de su condición de sumisa había conseguido despertar mi lado siniestro, lo cierto es que alzando nuevamente mis manos alternativamente golpeé con fiereza sus negros cachetes mientras aceleraba las incursiones de mi miembro dentro de su culo.

Altagracia, gritando que por fin su dueño trataba a su zorra como se merecía, se corrió sobre las sábanas. Supe que me estaba pasando y que quizás jamás me lo perdonaría, pero olvidando esos reparos no paré de castigarla hasta que mi pene explotó llenando de blanca lefa los intestinos de mi mulata.

Ya saciado, salí del trance y me encontré a Altagracia con el culo en carne viva. Aterrorizado por lo que había pasado, le pedí perdón, pero entonces esa preciosa pero extraña mujer llorando de alegría, me dio las gracias por complacerla.

―Te he maltratado― sollocé desmoralizado.

Pero entonces, tomando mi mano, la besó diciendo:

―Lo único que has hecho es aceptarme como soy. No es tu culpa que además de negra, yo sea puta y de vez en cuando, ¡sumisa!

Pensando en ello y sin contestar, cerré los ojos avergonzado con lo sucedido pero excitado al saber que al abrirlos Altagracia iba a estar desnuda y dispuesta a satisfacer hasta el último de mis deseos.

Relato erótico: “Seducida por los primos de mi novio” (POR CARLOS LÓPEZ)

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Me llamo Marta, tengo 25 años y me he casado hace unos meses. Estoy completamente enamorada de mi marido, Santi, al cual adoro. A pesar de ello, durante nuestro noviazgo le he sido infiel en alguna ocasión. Cuatro veces para ser exactos. Todas ellas han sido situaciones inesperadas y no buscadas. Estoy arrepentida de ellas y no pienso repetirlas. Me conformo con mis lecturas de relatos para dejar volar mi fantasía. De todas formas dejo aquí mi pequeña aportación:

La pasada primavera estábamos preparando nuestra boda, que fue el septiembre pasado. Contratando el restaurante, música, vestido, fotos, etc. Una de las tareas era repartir las invitaciones a toda la familia y amigos, y nos habiamos propuesto darlas todas en mano. El inconveniente es que nosotros vivimos en Barcelona, pero nuestra familia está un poco repartida. Santi tiene unos tíos en Alicante, y ese era el desplazamiento más complicado. Cuando lo íbamos a preparar, Santi me dijo que ya no teníamos que ir, que había hablado con sus primos y que iban a venir dentro de 2 semanas al concierto de Estopa. Así que nosotros también sacamos la entrada para ir con ellos.
Yo a los primos de Santi sólo los había visto una vez. Fue precisamente en otra boda y tampoco es que hablásemos mucho ese día. Para Santi, la llegada de sus primos era un acontecimiento. Tienen unos 30-32 años y, como son más mayores, siempre han sido un poco la referencia para mi novio. Habla de ellos con admiración y les tiene mucho cariño. Yo, con los rollos de la boda, tenía muchos asuntos pendientes y lo que quería era darles las invitaciones y no enredarnos mucho.
En fin, el día del concierto Santi se empeño en que quedásemos 2 horas antes para ir a tomar unas cañas y picar algo. Yo quise escaparme de ello, pero Santi me pidió que fuese. Además sabía que él quería que fuese muy guapa. Está muy orgulloso de mí y quería “lucirme” ante sus primos. Me puse una minifalda oscura, un top sexy color beige con el cuello asimétrico que dejaba ver un hombro (a Santi le encanta), y cazadora de cuero. Hacía un poco de frío y no era plan ir sin medias, así que me puse unas medias de color marrón oscuro. Soy una chica alta, morena y siempre digo en broma que mis medidas son perfectas 92-60-90. Tetas bien puestas. Piel blanca y suave. Sin puntos negros ni nada feo. Culito bien redondo y algo en pompa. Como les gusta a los chicos.
El caso es que cuando llegué, ya estaban ellos liados con copas y no con cañas. Por el cachondeo que se traían no debían ser las primeras. Tom, que así se llamaba el primo más mayor, se empeñó en que yo me tomase también copa, y me pedí un ron con limón. Notaba como sus ojos se centraban en mí, y me sentía halagada. Tom es muy alto. Medirá quizá 1,90 m. Carlos, el otro de los primos, es más o menos como Santi de alto, y además se parece mucho más a él en todos los aspectos. Es más tranquilo, más dócil. Sin empargo, la personalidad de Tom era avasalladora y lo arrastraba todo. Contaba chistes en voz alta, o historias que le habían pasado con sus amigos o con las diferentes chicas con las que había salido. A pesar de estar yo allí, eran bastante picantes y sus descripciones detalladas y morbosas. Yo notaba que cuando contaba cosas guarras me miraba directamente a mí, pero no le di importancia. Era muy divertido. Santi estaba feliz de estar con ellos y orgulloso de tenerme a mí allí y me pasaba el brazo por la cintura según estaba sentado en su taburete.
Habían pedido unas pizzas en ese pub y, mientras esperábamos a que viniesen, Tom se encargó de pedir una ronda más. A mí, que aún no me había tomado ni la mitad de la primera copa, me conminaron a que me la bebiera entera del tirón y lo hice. Con la segunda copa fui más comedida e hice que me durase toda la “cena”, pero antes de irnos pidieron otra ronda. Ellos llevaban ya cuatro, más alguna caña anterior, y yo 3 casi sin cenar así que me notaba casi flotando. Menos mal que convencimos a Tom para no beber más, pues aún había que ir en coche al pabellón donde se hacía el concierto.
–         Es que ya no estoy acostumbrada a beber –dije yo-
–         Pues tendrás que ir acostumbrandote que ya verás en tu despedida de soltera –dijo Tom-
–         Jo, no me lo recuerdes… que me da pánico jajaja
–         Conociendo a sus amigas, no sé si la dejaré salir de casa –dijo Santi-
–         Jajajaja serás capaz de dejarme sin despedida
–         Por si acaso te deja sin ella, si quieres podemos hacer esta noche tu despedida de soltera… jaja qué morbo -bromeó Carlos-
–         Síii, jajajaja, nosotros haríamos de boys –añadió Tom-
–         No gracias, sois muy amables pero prefiero a mis amigas jajajajaja
–         Jajajajaja, lo que son es unos cabrones–dijo Santi-
–         Joer Santi, encima que evitamos que pruebe esos boys tan cachas y depilados… mira que si le gusta y te hace depilar a ti… -bromeaba Tom-
–         Piénsatelo que la oferta sigue en pie… toda la noche –dijo Carlos guiñando el ojo-
Llegamos al coche de Carlos. No sabría decir el modelo, pero era un todoterreno moderno y bonito que aún olía a nuevo. Santi, que es un apasionado de los coches, se sentó delante con Carlos, y Tom y yo nos quedamos en la parte de atrás. Tom detrás de Carlos y yo detrás de Santi. Todos íbamos con el puntillo divertido. Especialmente yo, que no estoy muy acostumbrada a beber y casi no había comido pizza por la dieta que seguía para entrar en el vestido. Sin darme cuenta, se me había subido la minifalda un poco más de lo normal. Tom miraba frecuentemente a mis piernas y entonces me di cuenta. No se me veía nada, sólo la parte superior de los muslos con las medias marrones, pero cuando fui a colocarme la falda ocurrió algo extraño: justo antes de hacer el gesto de colocarmela, él me dijo “qué pendientes más bonitos” y acercó su mano a ellos observándolos entre sus dedos. Mis pendientes eran largos, como con pequeñas plumas y piedrecitas marrones a juego con la ropa. Una monada. Al ir a bajar mi mano la sujetó suavemente y me dijo “déjame verlos por favor”.
Normalmente soy muy cuidadosa con los contactos físicos aunque sean inocentes, pero en este caso no me pareció nada grave que sujetase mi muñeca. Es el primo favorito de Santi y, por tanto, casi familia mía. Para él es como su hermano mayor. Un segundo después había soltado su mano, y me despojé del pendiente dejándoselo ver, y acomodándome mejor en el asiento. Salvada la incomodidad que tenía de que mi falda estuviese algo subida, estaba tranquila, relajada, riéndome de las bobadas que decían, y contenta de haber acertado con mi ropa y complementos.
–         Qué bonitos son –dijo él- tan suaves…
–         Me los ha regalado Santi
–         Ummm Santi sabe lo que hace para conquistar a una chica… ¿sabes que yo le he enseñado todo lo que sabe? –dijo divertido-
–         Jajaja todo todo no, contestó Santi. Algo he aprendido yo solito… vamos y con la ayuda de Marta…
Tom se puso a hacer cosquillas con las plumas del pendiente en la oreja de Santi, que estaba sentado en el asiento del copiloto.
–         Jajajajaja paraaaa que sabes que no soporto las cosquillas…

–         Entonces se lo hago a Carlos –dijo Tom- bueno no, que va conduciendo… pues a Marta… No te muevas

Con cuidado y delicadeza, acercó el pendiente a mi mejilla. Allí estaba yo, obediente, recibiendo las cosquillas de las plumas de mi pendiente sobre mi mejilla y notando estoica como bajaba a mi cuello y mi hombro descubierto. No pude evitarlo. Se me puso la carne de gallina y me dio un escalofrío. Por un momento noté que mis pezones se habían excitado bajo la tela del sujetador y que Tom, con cierta caballerosidad, sólo miró de reojo.
–         Anda, trae, dame el pendiente, que me hacen cosquillas
–         ¿Entonces por qué te los pones?
–         Porque son preciosos… -dije en un gesto coqueto-
–         Jajaja ¿tú también eres de las de “para estar guapa hay que sufrir”?
–         No séeee, quiero estar guapa pero sin sufrir nada
–         ¿Sin sufrir? Ummmm entonces irás sin depilar….  qué curioso, con lo fina que pareces
–         Jajaja te aseguro que sin depilar no va… no saldría de casa  –saltó Santi divertido y en plan “soy el dueño y sé de lo que hablo”-
–         Jaja Santi… veo que has aprendido a elegir a la mejor chica… -comentario que me halagó- has aprendido bien a tus maestros… jajaja puede que los hayas superado.
–         Es verdad, aunque vosotros no os podéis quejar… -dijo Santi-
Tom dejó de hacerme caso, pero siguió diciendo chorradas a Santi sobre lo que tenía que hacer en la noche de bodas. Que luego, cuando no esté yo, se lo explicaría como cuando era pequeño.
–         ¿No te ha contado cuando me pidió observar lo que le hacía a una chica un día en la casa del pueblo? –me dijo- jajajaja tuve que dejar la puerta entreabierta y una luz encendida…
–         No me ha contado nada, jajajaja, ¿qué pasó? Santí –Pregunté yo divertida y mirando inquisidora a Santi-
–         ¿Sabes que parte de la chica era la que quería ver en concreto? Jaja entonces no se llevaban depilados…
–         ¡Calla Tom! Jajaja -espetó Santi que le subían los colores- ¡no es para estar orgulloso! ¿qué tendría? ¿10…. 12 años?
–         Vale, vale, me callo… Por ahora, que un día contaré a Marta para que sepa con quien se casa… un día quedamos a tomar café y te lo cuento jajajaja –dijo en broma guiñándome el ojo, para añadir haciendo una carantoña a Santi- que nooooo, que Santi es el mejor de la familia…. y el más guapo!
A veces nos cruzábamos la mirada Tom y yo. Me producía una sensación extraña el coqueteo con Tom en el coche. No sé si por estar presente Santi, por la intensidad de las miradas a los ojos, por el papel de líder que Tom tomaba por naturaleza, o por el puntillo que todos llevábamos… en fin, el viaje fue muy divertido, pero casi respiré cuando conseguimos aparcar. Estábamos en una explanada alejada del pabellón. No sé por qué, pero al bajar le di un súper abrazo a Santi con un beso largo e intenso.
–         Ummmmm qué rico beso! ¿Esto a qué viene?
–         ¿no puedo besar a mi futuro maridito?
–         Jajaja claro que sí, pero tengo que unirme a mis primos

Carlos y Tom se habían alejado un par de metros y estaban haciendo pis entre los coches. Al llegar Santi, los tíos que son unos cerdos hacen comentarios de sus miembros. Presumían de cual es más grande y Tom dijo “que lo decida Marta”. “Jajajaja lo que me faltaba por oir… dije yo… sois unos cerdos ¡vamonos!”. En realidad yo también tenía ganas de ir al baño, pero no me atrevía a hacerlo allí, y esperé a llegar al pabellón. Había mucha gente. Nada más entrar me fui a los baños de chicas, y ellos me tuvieron que esperar casi un cuarto de hora.
–         Menos mal que has vuelto –dijo Tom- Santi ya estaba mirando por si tenía que buscarte sustituta –Santi se puso rojo, delantándo sus miradas-
–         ¡jajajaja no seas malo! –dije yo algo molesta por ver a Santi mirando a otras-
–         No lo soy, mira a Carlos, ya ha empezado en casting… vamos Carlos, que hay que coger sitio.
Carlos, que casi no había abierto la boca en el viaje, se quedó un poco hablando con unas chicas de al lado. Santi dejó de hacerlas caso viendo mi cara de disgusto. No sé cómo lo hizo, pero noté que Carlos apuntaba en su teléfono el número que le daba una de las chicas… Dios mío, estos primos son peligrosos. Nos fuimos a la zona de pie porque a ellos les hacía ilusión. Menos mal que los tacones de hoy eran cómodos. Nos tuvimos que poner en la parte de atrás, casi al final del todo. Nos colocamos juntos Santi y yo, Carlos a continuación de Santi, y Tom, como es muy alto, dijo que se quedaba detrás de nosotros para no molestar. Punto para él.
Lo cierto es que Tom llevaba un tiempo en su mundo. Se había quedado un poco apartado. Seguro que está ligando con alguna chica pensé. Y miraba para atrás. Jo, qué curiosidad me había dado por saber qué hacía.
Santi, haciendo el papel de anfitrión, estaba empeñado en ir a por bebida y que todos beban. Yo, antes que quedarme sola entre sus primos y otro grupo de chicos un poco macarras que había, le dije “¡Voy contigo!”. La decisión fue un poco inconsciente porque para llegar a la barra del bar era complicado. Aunque Santi iba delante, tuvimos que rozarnos con la multitud. Ya se sabe lo que pasa en esos sitios tan llenos. Roces inocentes y no tan inocentes. Y la ropa que llevaba no era la ropa más adecuada. Odio esta situación, pero es lo que hay. En fin.
Pedimos un mini (vaso de un litro) de Ron Brugal con cocacola, que me encanta. El vaso estaba muy lleno. Para evitar que se cayese le dimos un par de largos tragos. Santi, que estaba un poco torpe por la bebida, apretó demasiado el vaso de plástico, y se rajó. Entonces tuvimos que beberlo rápido para no echarlo a perder. Yo ya me notaba un poco borracha y no quería beber mucho más, pero para evitar que Santi lo hiciera, me lo bebí casi todo. No debí hacerlo, casi un litro de ron con cocacola era demasiado para mí. Santi pidió otro mini. No iba a volver con las manos vacías a sus primos. Así que otro trago largo para evitar que rebose y esta vez lo llevé yo.
Otra vez pasar entre la gente, con el inconveniente de que ya estaba tocando Estopa y todo el mundo saltaba y se movía a nuestro alrededor. Roces y algún pisotón. Y yo con las manos ocupadas cuidando el vaso para que no se cayese, y caminando entre la gente detrás de Santi. Casi llegando a nuestro sitio, noté unas manos dentro de mi falda, subiendo por mis muslos hasta mi culo. ¡Joder! Me estaban metiendo mano descaradamente. Eran unos macarras que estaban situados cerca. Dudé unos segundos si decir algo o no, para evitar peleas. Ese momento fue aprovechado por ellos para tocarme a fondo. Uno me apretaba el culo, y otro había metido su mano entre mis muslos y empezó a frotar mi sexo sobre las medias. Confieso que sentí una punzada de placer y de morbo pero ¡qué hijos de puta… no lo podía consentir!. Un tercero dijo rozando mi oido con sus labios:
–         ¡Qué buena estás! quédate con nosotros
–         Dejadme en paz … ¡¡¡¡Hijos de puta!!!!
–         ¿Qué pasa? –dijo Santi dándose la vuelta borracho y enfadado, intuyendo lo que pasaba-
–         Tu zorrita que nos ha llamado hijos de puta –dijo uno de los niñatos-
Santi soltó el brazo en un rápido puñetazo, rozando levemente a uno de ellos. No le hizo nada, pero se armó un tumulto. En menos de 5 segundos estábamos rodeados de 5 ó 6 niñatos insultándonos y amenazando con pegar a Santi. Entonces aparecieron su primos y, apartandonos a Santi y a mí, se enfrentaron a los chavales que se acojonaron al verlos. La verdad es que Tom era un gigante y estaba bastante fuerte. Unas pocas amenazas resolvieron la situación, y nos retiramos a nuestro sitio. Menos mal. Fue un mal rato. Quizá no debí haberme alejado y no decir nada cuando me tocaron. En ese momento el corazón me latía a mil por hora. Santi estaba cabreadísimo.
Carlos y Tom quitaron hierro al asunto:
–         Es lo que pasa con una novia tan guapa, que a todo el mundo le gusta -dijo galante Carlos-.
–         Anda, vamos a ver el concierto –dijo Tom-
–         Son unos hijos de puta… dejadme ir para allá -insistía el inconsciente de mi novio algo borracho-
–         Santi, no seas gilipollas, no dejes que esos cabrones nos jodan el concierto y la noche –Carlos ponía la nota sensata-
–         ¿Qué te han hecho, princesa? –Preguntó Tom-
–         Me han tocado el culo al pasar…
–         Bueno, nada que no tenga remedio… ¡ESTOPAAAAAA! –dijo Carlos-
Me encantó su actitud. La de ambos. Normalmente odio que me llamen “princesa”, pero en ese momento reconozco que me gustó. Estaba nerviosa y me sentía bien, protegida por ellos, y envuelta en sus palabras cariñosas. Milagrosamente, el mini de Ron con Cocacola no se había derramado, y todos bebimos. Especialmente Santi y yo, para calmarnos un poco. Al rato ya estábamos bromeando sobre el episodio y disfrutando del concierto. Estos episodios luego se convierten en anécdotas que siempre se recuerdan. Lo cierto es que lo estábamos pasando bien. Saltando y riéndonos. A veces, cuando menos esperas pasártelo bien es cuando mejor te lo pasas. Y ahora estábamos todos un poco desmelenados. Hablando entre nosotros y cantando las canciones a gritos. Los primos de Santi eran súper majos.
Esa fue la mejor parte del concerto, porque después de varias canciones, Santi que iba muy borracho necesitaba urgentemente ir al baño. Yo también estaba muy afectada y también tenía que ir al baño, pero con lo que había pasado antes con los macarras, no me atrevía a acompañarle. Así que Carlos dijo que él le acompañaba al WC. Nos quedamos solos Tom y yo, y seguíamos cantando y saltando entre la gente. Ya estaba un poco afónica. Ahora no me importaban los roces, al contrario, en mi estado me gustaba sutilmente (eso pensaba yo) rozarme con Tom. Iba muy borracha y además había tanta gente que no se podía estar de otra manera. Tom bromeaba casi todo el rato. Me tomaba de la mano y decía:
–         jajaja así todo el mundo creerá que eres mi novia
–         No sé yo, eres un poco mayor para mí… -decía yo para picarle-
–         Mejor, así todos piensan que “algo sabré hacer” para haberme ligado a una chica tan guapa y tan joven –decía mientras me guiñaba el ojo-
–         ¿Ah sí? ¿Y qué es lo que sabes hacer? Jajajaja
–         Luego te lo explico jaja
Y seguíamos bailando y cantando. Casi todo el tiempo él estaba detrás de mí. Me tomaba de la cintura para bailar un poco y en un gesto como si me protegiese. Después de lo ocurrido con aquellos chicos, yo me sentía bien así, resguardada. El hablaba a mi oído rozándome con sus labios y yo, aunque lo hubiera entendido a la primera, le decía “¿qué?”, para que lo volviese a hacer. Me encantaba la sensación. Me sentía desinhibida por la bebida y aunque sabía que no podía pasar nada entre nosotros, me sentía bien con sus contactos. Mis pezones estaban marcados casi permanentemente en mi top. Creo que él lo notó porque me dijo otra cosa que en ese momento me hizo gracia
–         Te voy a subir a mis hombros para que veas bien el concierto.
–         Jajajaja no seas loco, que llevo falda
–         Mejor
–         ¿Mejor?
–         Sí, así entro en contacto casi directo con algunas partes de tu cuerpo… jaja
–         Jajajajaja eres un guarro –dije yo divertida… me hacían gracia sus ocurrencias-
Entonces empezaron a tocar las baladas. Hay una especialmente bonita de Estopa que se llama ya no me acuerdo“ya no me acuerdo… si tus ojos eran marrones o negros… que botón de tu camisa desabrochaba primero….“. Apagaron las luces y toda la gente sacó su mechero y se puso a cantarla moviéndo los brazos. Precioso el espectáculo. Tom, que seguía detrás de mí con la mano en mi cintura, cantaba en mi oído. Sus labios me rozaban la oreja, cosa que es mi punto débil y siempre me ha puesto muy muy tierna. En ese momento estaba super caliente. Tanto que dejé que la gran mano de Tom se introdujese por la cintura en mi top y acariciase directamente la piel de mi tripa o mis costillas. Me electrizaba. Estaba derretida y pegaba mi espalda a él bailando al mismo ritmo suave.
Qué momento. Él se sentía autorizado y con su mano me acariciaba cada vez un poco más alla. Bajaba a la cintura de mis medias y se colaba un poquitín en ellas rozando el elástico de mi tanguita, para luego deslizarse justo encima de mi ombligo y atraerme hacia él. La melodía de la canción lo envolvía todo. Yo me dejaba llevar, aunque sabía que como su mano bajase un poco más, o subiese hasta llegar a mi pecho, tendría que deternerle. Pero él jugaba exactamente con los tiempos. Sabía como mantener mi deseo sin forzar más la situación.
Mi mente era una mezcla de sensaciones. Por un lado me moría por que su mano siguiese y me envolviese el pecho. Por otro, pensaba en Santi y me entraban remordimientos. En cualquier momento aparecería y no podía hacerle una putada. Sin embargo, pese a que hacía un gran esfuerzo por disimularlo, mi cuerpo me había traicionado hacía rato y estaba completamente entregado a Tom. Estaba muy excitada. De repente me di cuenta de que tenía el culo y la espalda apoyados en él, bailando suavemente. Él mantenía la mano izquierda dentro de mi ropa acariciando mi piel, y la derecha sobre mi cadera haciendo que mi culito rozase sutilmente su bulto. Madre mía, estaba fatal. Él, sin acceder a ninguna parte sexual de mi cuerpo había conseguido que notase mi tanga empapado bajo las medias. Traté de separarme un poco por decoro, pero él no me lo permitió y me mantuvo pegadita.
Una parte de mí no quería que terminase nunca la canción, pero menos mal que lo hizo. Nos abrazamos cara a cara casi un minuto. Ufffff, que sensación pegar mi pecho al suyo. Todos los asistentes estaban emocionados. Yo, además, entregada. Otra vez rock y marcha por parte de Estopa, y al fin llegaron Carlos y Santi. Menos mal, aunque Santi iba muy mal. Había vomitado y se le notaba casi ido. Como el concierto ya estaba acabando, decidimos irnos.
Carlos se hacía cargo de Santi, que andaba como uno autómata. Tom abría camino entre la gente, y yo iba detrás intentando sostenerme yo misma de pié. Quise detenerlos a la altura de los baños porque tenía muchas ganas de hacer pis, pero se habían adelantado ya. Me notaba muy mareada. Les seguía como podía. Se me había subido la bebida y tenía miedo de quedarme atrás y perderlos. Además, mi mente daba vueltas a la situación. Me había excitado enormemente por la acción “inocente” de un casi-desconocido que además era el primo mayor de mi novio. Por fin salimos del pabellón y nos encaminamos hacia el coche por los parkings, pero nuestro coche estaba aún lejos y yo no aguantaba más:
–         Oye… chicos… esperadme un momento por favor –dije-
–         ¿Qué quieres Marta? –Dijo Tom sin detenerse-
–         Tengo que hacer pis
–         Es que si nos paramos, Santi se va a quedar inconsciente y lo vamos a tener que llevar en brazos
–         Es que no me aguanto
–         Carlos sigue tú anda que me quedo yo con la niña
No sabía si protestar por lo de niña, pero tenía tantas ganas de hacer pis que lo dejé pasar. Me puse entre unos coches y le dije “¿me esperas ahí?”, “vale “ contestó. Me agaché, subiendo mi faldita y bajando mi ropa. Ufff mi tanga estaba pegado al cuerpo, qué sensación separarlo. Estuve mucho rato porque tenía muchas ganas y cuando ya terminaba miré hacia atrás. Tom estaba junto donde le había dicho que me esperase pero como es tan alto me estaba viendo de pleno. Jo, qué corte me dio. “Date la vueltaaa” dije con voz de niña. “Vamos pesada que no es el primer culito de niña que veo”. Delante de su mirada me limpié con un kleenex y me subí la ropa.
–         Vamos Marta.
–         Jo, me has visto…
–         Lo siento
–         No está bien mirar desnuda a la novia de tu primo
–         Me detuve justo donde me dijiste. Además, no se ve nada, ¿no ves que está oscuro? –se defendió él-
Eso me tranquilizó. Tampoco tenía muchas ganas de guerra. Lo que quería es que pasase el tiempo a ver si se me pasaba la borrachera que llevaba. Y claro, que Santi también se recuperase. Aunque yo creo que él hasta que no durmiese no se recuperaría. Nos encaminamos hacia el coche. Unos segundos más tarde me preguntó Tom casi en un susurro:
–         Por cierto ¿ahora todas las chicas lleváis el coño depilado?
–         Jajajaja ¡¡que malo eres!!! –me sonrojé, pero me hizo gracia cómo jugaba conmigo-
–         Jajajaja vaaaale, no niego que lo soy…. es broma, es verdad que casi no se ve nada
Al llegar al coche, Carlos sujetaba a Santi para que siguiese devolviendo. Saqué mis pañuelos del bolso y me dispuse a mimarle y a cuidarle. No es que yo estuviese en mucho mejor estado, pero al menos estaba consociente. La verdad es que él había vomitado todo y ya se había quedado a gusto. Ahora casi se me quedaba dormido. Decidimos irnos y llevarle a casa. Tom le colocó en el asiento del copiloto porque “así iba más sujeto”. Así que Tom y yo otra vez atrás. Carlos conduciendo y poniendo música y Santi dormido roncando. De repente, me dio por recordar que esta mañana yo pensaba que iba a ser un día tranquilo, así que me puse a reir yo sola. En fin, todo puede enredarse más.
–         ¿De qué te ríes tú? – dijo Tom-
–         jiji no, de nada…
–         ¿Cómo que de nada? –contestó divertido mientras sus dedos me hacían cosquillas en la tripa.
–         Jajajaja
–         Ummmm, no quieres hablar. Habrá que hacerte hablar por la fuerza…. ¡Por la fuerza de las cosquillas! Jajajaa
–         Jajajaja nooo, por favor… seré buena, pero cosquillas noooo –contesté divertida-
–         Anda ven aquí, que el que voy a ser bueno voy a ser yo -dijo Tom mientras pasaba su brazo por mis hombros y yo apoyaba mi cabeza en su pecho-
En ese momento la situación era relajada. Típico momento de cariño y camaradería que ocurre en una buena borrachera.
–         Voy, pero porque vas a ser bueno… –dije-
–         Aún no me has contestado a la pregunta de antes –susurró en mi oido-
–         ¿a qué pregunta?… –pregunté inocente- ahhhhhhh ya lo sé –yo sola caí en que era la relativa a mi sexo depilado-
Ahora la conversación era entre Tom y yo. Eran prácticamente susurros. Carlos conducía a su aire y yo no tenía nociones de por dónde íbamos.
–         Bueno, no contestes… me hago una idea –dijo él-
–         Jijijiji qué malo
–         ¿Soy malo? Pues no sabes lo que se me está ocurriendo…
–         Miedo me das, jiji… anda dime –dije yo cavando mi propia tumba por mi curiosidad-
–         Es una maldad. Un capricho. Súbete la faldita un poco… como en el viaje de ida –esta vez me hablaba directamente al oído-
–         Nooo ¡estás locoooo! –contestaba yo también susurrando-
–         Dame ese gusto anda
–         No, jijiji
–         Venga nena, sabes que me tienes loquito por tus huesos –insistía esta vez besándome levemente la oreja por detrás- Hazlo
–         Vale, pero no voy a hacer nada más –contesté mientras él seguía pasando sus labios suavemente detrás de mi oreja-
Con más vergüenza que otra cosa, subí mi falda dejando a Tom una magnífica visión de mis muslos casi enteros. La verdad es que estaba super caliente. Estar abrazada a Tom, y tenerle besando y susurrandome en el oído no ayudaba nada.
–         Qué guapa eres Marta… guapa… sexy… -me susurraba al oido-
–         Anda no seas malo… dijiste que te ibas a portar bien…
–         Sí, pero sólo después de que me des un beso
–         Muak –Se lo di en la mejilla-
–         No, ese no, uno de verdad.
–         ¡No puedo! –susurré-
–         Venga, que no se va a enterar nadie…
–         Que noooo, que soy la novia de tu primo… no puedo
–         Pero sí quieres
–         Jijijiji eso no te lo voy a decir
–         Sí quieres…. Venga, sólo uno. No seas tímida. Si no se va a enterar nadie. Mírame.
Entonces volví su cara hacia él, y en ese momento me besó en los labios. Le dejé hacer unos segundos y luego me quise desprender, pero él me sujetó suavemente la cabeza. Suave pero con firmeza. Pasó sus labios a mi frente, a mis mejillas, a mis párpados… en suaves besitos. Jo, no me esperaba un gesto tan dulce, y cuando volvió a posar sus labios en los míos sólo pude responderle. Nos besamos suave y dulcemente para ir poco a poco incrementando la intensidad del beso hasta hacerlo salvaje y duro. Nunca está bien valorado un beso, pero para mí, un hombre que besa bien es enormemente atractivo. Sólo con el beso, Tom consiguió que me evadiera de la situación y que me sintiera deseada y especial.
Entre beso y beso me decía mil palabras de amor. No sólo era lo que decía, sino cómo lo decía “eres preciosa”, “eres una súper chica”, “me tienes loco desde que te vi”…. “tu boquita… preciosa”.
Mientras tanto, sus manos se habían metido dentro de mi top y acariciaban mi piel. Hacía años que no me sentía tan caliente ni tan deseada. Tan bien acariciada. No tenía prisa. Sabía que tenía que pararle cuando llegase a mi pecho, pero él se recreaba bordeando mi sujetador, pasando a mi espalda, o pasando sus manos a mi culito por encima de las medias.
Aún tuve un arranque de cordura y le dije “por favooooor, para” pero mi voz ya era débil “que me caso en septiembre”. Pero él no escuchaba. Hacía su labor con suavidad, y precisión. Me tapaba la boca con sus labios y me daba un beso que no podía resistirme a continuarlo e introducir mi propia lengua en su boca. Estaba en éxtasis. Si no, no habría seguido su juego, pero ya no tenía voluntad. No sé en qué momento soltó mi precioso sujetador rosa sin tirantes, pero cuando me quise dar cuenta sus manos manejaban mis pechos con la misma precisión de todos sus movimientos anteriores.
En ese momento sabía que estaba perdida. Mis pezones son muy sensibles. Grandes y rosados, pero sobre todo no puedo resistirme ante alguien que sepa tocarlos y tratarlos. Él lo hacía como nunca nadie me lo había hecho. Suavemente, tiraba de ellos para dejarlos deslizar entre sus dedos. O los aplastaba un poco. O dejaba rozar las yemas de sus dedos casi imperceptiblemente, pero haciendo que se me pongan duros y salidos como nunca. O los presionaba fuerte, bordeando el límite del dolor. Luego pasaba su mano gigante sobre mi pecho de nuevo dejando que el pezón le arañe la palma. Mientras tanto, su boca sobre la mía. Y yo entregada recorriendo con mi lengua todos sus rincones.
Yo había perdido la noción del tiempo, aunque sospechaba que Carlos daba vueltas sin saber a donde. Mi mano se puso sobre sus vaqueros. A la altura de su culo. Pero él hizo una cosa que me descolocó. Me quitó la mano y me la puso directamente sobre mi coñito. Sobre las medias. “¿Cómo está? Marta”. Mi mano se movía sola. Suavemente, saciando la sed de caricias que tenía todo mi cuerpo. “He preguntado que como está, Marta”. Tuve que bajar la cabeza, y con un hilo de voz contesté “mojado”.
Entonces, con sus manos tomó el tejido de mis medias a la altura de mi coñito y rasgó la tela. La rasgó lo justo y necesario y volvió a poner mi mano, esta vez sobre mi húmedo tanga y la piel desnuda de mis ingles. “tócate para mí”…. “nooo”… “vamos Marta, hazlo, cielo”. No necesitaba que me insistiera mucho. Mantenía mi mano en el camino que ya conocía sobradamente. El camino de mi lindo y delicado coñito. Entonces hice algo que jamás en mi vida se me habría pasado por la cabeza: comencé a masturbarme obedientemente, mientras él me observaba y continuaba jugando con mis pechos. No sé en qué momento había subido mi top que estaba arrugado sobre mis tetas que estaban a la vista.
–         Quiero que te corras para mí, Marta
–         Ufffff, no debería hacer esto
–         No es nada malo, Martita… y quieres hacerlo, mira cómo estás –decía mientras pasaba suavemente sus dedos sobre mi pezón erecto- ¿quieres o no?
–         Sí quiero… -acerté a decir pues había pasado el momento en el que estaba tan cerca del orgasmo que mi mente ya no regía-
No sé por qué, en ese momento, el hecho de no intentar penetrarme me hacía fantasear con que todo lo que estaba pasando no suponía una infidelidad hacia Santi. Lo cierto es que mis dedos trabajaban mi chochito que estaba tan húmedo como no acertaba a recordar. El coche se había detenido, pero yo no me había dado cuenta.
–         Me voy a correr ¿puedo? –no sé por qué le pedí permiso, pero lo hice-
–         Espera que quiero verlo bien, enséñamelo Martita –dijo encendiendo la luz interior del coche-
Me orienté hacia él y aparté mi tanga de delante de mi sexo. Estaba ida y hacía lo que él me pedía. Se lo mostré. Era como una flor abierta. Excitádísimo y brillante por la humedad.
–         Espera –dijo él y rompió mucho más mis medias, haciendo el agujero más grande.
–         Ufffff –Me excitó su actitud, el sonido de la tela rasgándose-
–         Ahora echate para atrás que quiero saborearte Martita.
Obedecía como una autómata. Recosté mi espalda en la puerta y eché el culo hacia delante ayudado por él. Tom tapó de nuevo mi sexo con el tanga, y puso su boca abierta sobre ello. Estaba caliente y húmedo porque notaba como él, entre mordisquito y mordisquito aportaba saliva a mi centro. Joder qué sensación. Siempre habia tenido la fantasía que alguien ponía su boca sobre mi sexo con la ropa puesta, pero mira por donde el único que lo había hecho era Tom.
–         Quiero que juegues con tus tetas Marta
–         Síiii
–         Pero sé más dura con ellas… vamos tira de tus pezones que estás muy guapa….
Apartó entonces mi tanga y su lengua me penetró bastante profundo. Joder, no sé lo que me hacía pero creo que introdujo dos dedos en mi ser, a la vez que su lengua me recorría longitudinalmente toda la raja… ya no podía más:
–         OOOOOOOOOHHHHHHHHHHHHHHHHHHH
–         ¿Qué me haces? Cabrón
–         OOOOOOOOOHHHHHHHHHHHHHHHHHHH Me corro, me corroooooooo
–         Vamos sonríe que estás muy guapa
Él seguía trabajando mi coño sin descanso. Nunca me lo habían hecho tan bien. No entendía por que me hablaba.
–         Sonríe Marta ¿te gusta? Vamos dílo ¿te gusta?
–         Me encantaaaaaaa JODEEEEER OOOOOOOOOHHHHHHHHHHHHHHHHHHH….
No sé cuanto duró, pero sí que fue largo largo. Intenso como nunca. Ya me estaba relajando, cuando Tom dijo “ahora te toca a ti, ven”, y se sentó en el coche de nuevo soltándose lentamente los vaqueros. Mis ojos estaban deseando que descubriese su miembro, mientras me arrodillaba en el asiento trasero del coche disponiéndome para chupársela. Por la forma que hacía sobre los calzoncillos parecía grande. Cuando la sacó me pareció inmensa, y me abalancé hacia ella introduciéndola en mi boca. Creo que llevaba toda la noche deseándolo.
–         Espera un poco ansiosa… anda sonríe a la cámara
–         ¿qué?
Levanté la cabeza y vi que Carlos estaba grabándome con el teléfono móvil. Joder. ¿qué hacía yo con la polla de un tío en los labios, en un coche aparcado quien sabe donde, con mi novio dormido en el asiento de delante de mí y otro tío grabándome? Ufffff. Y encima en ese momento sólo quería meterme ese trozo de carne en la boca. En mi descargo sólo podía decir que precisamente Santi era el que me había metido en la boca del lobo. Me ha hecho arreglarme y beber… me había puesto en bandeja de sus primos. Ahora estaba cachondísima y borracha, y sólo quería que me hiciesen de todo. ¿Quién sabe el tiempo que llevarían grabándome? Por eso me decían que sonriese y que estaba guapa. Por eso habían encendido la luz del coche. Ya todo me daba igual. Y sí, sabía que luego me arrepentiría, pero en ese momento abri mis labios mirando a la cámara y me metí esa gran polla hasta donde pude. Como habían dicho antes “era mi despedida de soltera”….
–         Muy bien Martita enséñanos lo que sabes hacer –dijo Carlos-
–         Gggggffffffffffff
–         Así, mira a la cámara –Tom me tomaba del pelo suavemente y me orientaba la cara al teléfono móvil, que grababa a pocos centímetros de mi rostro-
Cerré los ojos y me concentré en lo que hacía. Oía como hablaban entre ellos. Decían que Santi se había quedado corto,  que yo era aún más viciosa de lo que les había contado. Y Tom añadía, “sí dijo que era una auténtica zorrita, pero en lo de chuparla se ha quedado corto… ¡cómo lo hace! muy bien Martita”. Carlos añadió: “pues dice que se lo traga todo todito, vamos a verlo jajaja”. Aún en mi estado de embriaguez y calentura, esos comentarios me tocaron la fibra. Me daba rabia lo de Santi… será cabrón, mira que contarle a sus primos como soy yo en la cama. No sé, me sentí como traicionada y me desinhibí aún más. Ahora pensaba que la verdad es que Santi se lo merecía. Por imbécil.
Carlos salió del coche y abrió la puerta que tenía yo a la espalda. Dijo divertido a Tom “Joder, no sabes la imagen que te estás perdiendo”, y añadió “¡qué culo tienes Marta!”. No es por presumir, pero mi culo redondito siempre ha llamado la atención de los hombres. Carlos comenzó a amasarlo y a darme algunos azotes. Eso me pone mucho, y más en la postura que estaba: De rodillas, a cuatro patas sobre el asíento, esmerándome en hacer una mamada antológica a Tom y con el culito totalmente expuesto. Entonces me subió la minifalda y me bajó las medias y las braguitas, dejando al descubierto toda mi intimidad. Yo pensaba…. “Ójalá me folle ahora”. Sólo pensaba eso. Pero él se tomaba su tiempo. Debía estar haciéndome fotos y grabándome porque notaba como me abría los labios, y como masajeaba mi sexo produciendome escalofríos.
–         ¿Estás contenta con tu despedida de soltera, Martita? –dijo Carlos recordando nuestra conversación de hacía unas horas-
–         Síiii –dije en un gemido-
Según contestaba a todo lo que me preguntaban, me di cuenta de que me sentía una auténtica puta. Era una locura, pero lo había tomado como mi despedida de soltera. Es verdad que siempre he fantaseado con la idea de hacer un trío con dos hombres y que dispongan de mí a su manera. Supongo que esto les pasa a más mujeres, y nunca se tiene la ocasión. En ese momento yo ya me dejaba hacer de todo. No podía oponerme, el sexo dominaba mi cuerpo. Llegada a este punto de entrega, ya me daba todo igual. De perdidos al río. Carlos me dio una palmada bastante fuerte sobre mi culito desnudo. Me sorprendió y se me escapó un gemido. Entonces siguió y me dio varias… 5 o 6
–         ¿te gusta Marta?
–         Gggggffffffmmmm –dije sin poder sacar la cabeza del regazo de Tom-
–         No puede hablar ahora jajajaja –Dijo Tom-
Pero Carlos seguía masajeándome hábilmente el coño. OOOhhhh pero cómo lo hacían tan bien. Estaba a punto de correrme otra vez. Necesitaba que me penetrara. Lo necesitaba:
–         ¡Fóllame por favor!
–         Venga, termina lo que estás haciendo… -dijo Tom obligándome a chupar su polla otra vez-
–         Espera que la quiero oir bien…
–         ¡Fóooollame!
Carlos dio la vuelta al coche y, abriendo la puerta trasera de nuestro lado, se puso a grabarme justo enfrente de mí, mientras con su otra mano se abría su cinturón y su pantalón y sacaba un grueso miembro….
–         Jaja tendrías que verte los ojos como te brillan al mirarme… A ver Martita, dime exactamente qué haces y qué quieres que te haga.
–         Jajajaja qué cabrón eres Carlos –dijo Tom impidiéndome que sacase su polla de mi boca para hablar- ahora te lo cuenta, pero primero tiene que pasar por maquillaje jaja
Sospechaba que lo que me iba a hacer era correrse en mi cara y, en lugar de sentirme menospreciada, lo deseaba. Deseaba con todas mis fuerzas darle placer.  Me sentía sometida. Usada. Borracha. En sus manos. Y cabreada con Santi, que roncaba al lado sin saber nada. Nunca había experimentado esa sensación pero ahora no podía oponerme. Lo deseaba. Ahora me estaba ayudando de mi mano para pajear la base del miembro de Tom, mientras con la lengua se la pasaba por todo su glande y su frenillo, deslizandola y saboreando todo el líquido preseminal que de allí salía. Él había echado la cabeza hacia atrás y notaba que estaba a punto de correrse.
–         Bueno, pues voy a enfocar primero al primo Santi que va a hacer unas declaraciones…. Santi, la familia está encantada con tu prometida ¿tienes algo que decir?
–         …. –Santi sólo roncaba-
–         No puede hacer declaraciones. La emoción le embarga.
Carlos bromeaba continuamente, estaba desatado. Así, un poco borracho se notaba que también podía ser el alma de la fiesta. Volvió otra vez a ponerse detrás de mí. Sujetando mis caderas y tirando de ellas hacia atrás me hizo sacar mis pies del coche. Yo estaba un poco insegura hasta que mis zapatos tocaron el suelo. Imaginad como estaba, con medio cuerpo dentro del coche, y medio cuerpo fuera. Con las medias bajadas hasta las rodillas, y la falda subida. Tom se movió hacia mí en el asiento del coche y me lancé de nuevo a su polla para meterla en mi boca.
Carlos también se lanzó, y noté como su polla se apoyaba sobre mi anhelante coñito. “Por favor que me la meta” pensaba. Menos mal que en ese sentido los tíos son bastante previsibles. Empezó a abrirse camino dentro de mí y, a pesar de lo lubricada que iba, me entro cierto miedo pensando en lo grueso de su miembro. No me dio mucho tiempo tampoco porque en varias entradas y salidas me la clavó hasta el fondo. Ufffffffffff, qué sensación. Creo que pegué un alarido. Tuve que levantar la cabeza de la polla de Tom para respirar, pero éste no estaba de acuerdo con ello y, una vez más, empujó mi cabeza de nuevo hacia abajo.
Carlos se había transformado. Ahora era un hombre casi violento y me hacía un mete-saca lleno de energía. Decía “Vamos pequeña, esto era lo que querías…. soñabas con ello… pues ya lo tienes” y según decía esas palabras me embestía salvajemente sacando su polla para volverla a incrustar en mí hasta el fondo de mi ser.  Las sacudidas de Carlos y sus palabras nos activaron aún más (si eso era posible) y Tom, entre gemidos, empezó a descargar dentro de mi boca:
–         Ahhhhhhhhhhhh Uuuuffffffffffffffffffffff
–         Ahhhhhhhhhhhh Uuuuffffffffffffffffffffff
Yo tragaba ansiosa todo lo que salía de allí. Cómo podía salir tanto, y Carlos me daba azotes en el culo… “cómo te gusta esto Marta…. Vaya despedida”. Yo no podía hablar, sólo empujaba hacia atrás para que la polla de Carlos no saliera de mí. Carlos comenzó a jugar con mi agujerito trasero y eso me asustó. Nunca me lo habían hecho por ahí y se lo reservaba a Santi…
–         No el culo no, por favor… follame el coño…. Haré lo que queráis….
–         Calla Martita… -dijo con firmeza- y si te relajas es mejor –no paraba de acariciarme el ano-
–         Por favor –suplicaba- haré lo que sea, cuando sea….
–         Tranquila, que sólo voy a acariciártelo ¿quieres?
–         Eso sí, pero sólo eso –dije con voz de niña pequeña-
–         Jajaja -rió Tom-
Lo cierto es que no sé lo que me hacía, pero a la vez que me follaba intensamente, uno de sus dedos empapado en saliva se había introducido ligeramente en mi culito y activaba unos puntos súper sensibles que ni siquiera sabía que existían. Me puse muy excitada. Yo sola me clavaba en la polla, que me partía en dos y movia mi culito lo que podía. Tom, que juguetaba con mis pezones y tiraba de ellos, dijo:
–         Vamos Martita, se una buena niña y córrete para nosotros… vamos cielo, mira a Santi qué contento está de lo bien que te lo pasas… “Santi, menuda novia más cachonda tienes, la hemos tenido que dar la bienvenida en la familia…”
No sé lo que me pasó en ese momento, pero la sola mención a que Santi estaba presente en ese momento desató algo en mí y empezaron a brotar corrientes eléctricas desde mi coño que ardía recorriéndome todo mi cuerpo:
–         AAAAAAAHHHHHHHHGGGGGGGGGGGGGG
–         AAAAAAAHHHHHHHHGGGGGGGGGGGG Cabrones qué me hacéis….
–         AAAAAAHHHHHHHHHHGGGGGGGGGGG
–         Tú te lo has buscado Martita, decía Carlos mientras me embestía con más fuerza aún… ¿No era lo que querías….?
–         Síiiiiiiii cabrones… soy vuestra….
–         Pues toma, princesa… te vas a quedar bien llenita -dijo Carlos dándome un azote y empezando a producir espasmos de su grueso pene llanando mi vagina-
–         Uuuuuuuuuufffffffff
–         Aaaaaaaahhhhhhhmmmmmmm
Jadeaba y gemía ostentosamente. Nunca me había sentido así. No sospechaba que el sexo entre personas corrientes pudiera ser tan salvaje. Estábamos gritando todos. Carlos vaciándose en mí, haciéndome sentir en mi interior su líquido caliente, y provocándome un nuevo e intenso orgasmo que enlazaba con el anterior sin siquiera haberlo terminado. Carlos me tenía sujeta por las caderas y su polla llenándome completamente mi ser, y Tom me acariciaba el pelo cariñosamente. Poco a poco nos íbamos todos relajando, cuando los tres nos vimos sorprendidos, pues sentimos a Santi moviéndose.
–         ¿Qué hacéis?… –dijo con una voz completamente de trapo-
“¿Qué hacemos?” Pensamos los tres unas décimas de segundo antes de que Carlos sacase de golpe su miembro de mi coñito, Tom se echase hacia delante para abrazar a Santi impidiendo que pudiese girar su cabeza hacia atrás, y yo subiese apresurada mis medias, bajase mi top y tratase de recomponerme.
–         Primo, te quiero mucho –dijo Tom que sabía exactamente lo que había que hacer y le abrazaba-
–         Me da vueltas todo… quiero ir a casa. Llevame Tom –Santi seguía muy borracho, en un estado completamente desvalido-
–         Ya estamos cerca, hemos tenido que parar a que Carlos mee que no se aguantaba –le tranquilizó Tom-
–         ¡¡Meón!! Jajajajaja –dijo Santi con su voz de borracho-
–         No seas malo Santi -dije yo acariciando cariñosamente su nuca con la misma mano que segundos antes estaba en la polla de su querido primo, aquél que ahora le abrazaba-
Carlos se puso al volante y, casi sin hablar, dirigió el coche a nuestro barrio. La noche estaba acabando de una forma extraña. Inesperada hacía unos pocos minutos. Yo empezaba a darme cuenta de lo que había hecho y tenía una mezcla de sensación de culpa y de alivio por notar que Santi no se había percatado de nada de lo ocurrido. Uf, menos mal, menos mal, menos mal…. Por otro lado aún notaba corrientes en mi coñito y juntaba mis piernas para hacerlas durar. Inconscientemente presionaba un poco mi regazo.
Nos acompañaron a casa. Por suerte, porque Santi no podía andar sin caerse, y yo estaba muerta de miedo de que él notase el olor a sexo que mi cuerpo desprendía. Mi ropa impregnada de semen de ambos primos, mi boca con el regusto de Tom… ¿Quién lo hubiera dicho? Se despidieron cariñosamente de ambos y nos dejaron allí a Santi y a mí. Ambos perjudicados, pero por distintos motivos. En cuanto acosté a Santi, me dí una ducha larga y caliente pensando en lo que había sucedido.
Por suerte o por desgracia mi “extraña relación” con los primos de Santi no iba a terminar ahí. Pero eso lo contaré en la siguiente entrega.
Muchas gracias por leer hasta aquí, y por vuestros votos y comentarios.
¡Esta vez voy a necesitar ideas para continuar…!
Carlos
diablocasional@hotmail.com
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