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Relato erótico: “Una jovencita y sus problemas trastocaron mi vida” (POR GOLFO)

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Cuando echo la vista hacia atrás en un intento de comprender la presencia de dos hembras dispuestas en mi cama, sé que todo tuvo un origen y un desencadenante. El origen vino motivado por una llamada. Una conversación telefónica de un amigo destinado en América Latina, pidiéndome ayuda para sacar de allí a una activista de los derechos humanos cuya vida corría peligro. Todavía recuerdo esa conversación en la que Jacinto me comentó que Lidia Esparza, una conocida suya, debía salir urgentemente de su patria por las amenazas que recibía de un poderoso cártel de drogas. Ya que para esos mafiosos esa mujer representaba un estorbo al no parar de denunciar el dominio que ejercía sobre la zona en las redes sociales y a pesar de las múltiples advertencias que le habían hecho todos los que la estimaban, seguía enfrascada en su particular cruzada, la lucha contra el tráfico que estupefacientes con el que esos líderes de pacotilla se enriquecían a costa de los indígenas.

-Alberto, básicamente necesita un sitio donde esconderse.

 Aunque personalmente me la traía al pairo la situación que sufrían los habitantes de esa área boscosa, no pude decirle que no al deberle muchos favores. El desencadenante cuando un día de junio, me vi en compañía de mi señora recibiendo en el aeropuerto a la hispana. Reconozco que me sorprendió descubrir que la tal Lidia no era una mujer entrada en años, sino una preciosa chavala de poco más de veinte años. Cuando la vi con su melena larga a la altura de la cintura y su diminuto pero proporcionado cuerpo, creí que despertaría los celos de mi mujer. Juro que no comprendí para que Raquel viera en ella la hija que nunca habíamos tenido y menos que al enterarse que le había buscado acomodo en un piso de la administración autonómica, construido exprofeso para acoger a los peticionarios de asilo que llegaban a Madrid, se negó de plano y le ofreció que se quedara en casa. Como nuestra relación no estaba en el mejor momento, preferí no decir nada y aceptar su imposición con la esperanza que fuera algo temporal.

En un principio, esa muchacha se negó diciendo que no quería ser un estorbo, por lo que Raquel me pidió que la convenciera. Sin ganas y molesto, cogí las pocas pertenencias que se había traído huyendo y comenté:

            – Me comprometí a ayudarte y eso voy a hacer. Te vienes a casa.

Ante esa imposición, Lidia bajó la mirada y cedió sin rechistar. Al verlo, mi esposa sonrió y tomándola del brazo, la llevó hasta el coche. De camino hacia nuestro hogar fue la primera vez que me percaté de que algo extraño le pasaba a esa criatura. Y es que por extraño que parezca con Raquel charlaba animadamente, pero en cuanto yo le dirigía la palabra, se ruborizaba y contestaba con monosílabos. Esa sensación se incrementó con el paso de los días debido a que, mientras se hacía uña y carne con mi señora, su relación conmigo seguía distante.

Un claro ejemplo de lo que le pasaba conmigo fue al día siguiente cuando al llegar a casa, me la encontré enseñando a Raquel a bailar salsa. La sensualidad de sus movimientos no me pasó desapercibida y durante casi un minuto, observé obnubilado su movimiento de caderas mientras intentaba inútilmente que mi señora la imitara.

«¡Menudo ritmo tiene la condenada!», comenté para mí mientras revelaba mi llegada.

Al verme en la puerta, sus mejillas se llenaron de rubor y excusándose, desapareció hacia su cuarto. Para colmo, recibí una bronca de Raquel cuando pregunté qué coño le pasaba a esa joven conmigo.

-Eres un insensible. Deberías esforzarte para que se sienta en casa- me espetó cabreada como si yo fuera el culpable del aberrante comportamiento de la tal Lidia.

No queriendo buscar un enfrentamiento, me quedé callado y me refugié en el despacho a resolver unas cuestiones que había dejado abiertas mientras ella se iba a intentar calmar a la muchacha. Esa sensación de ser un apestado se incrementó a la hora de la cena, cuando ante mi pasmo nuestra invitada no solo fue la que cocinó sino también la que nos sirvió, todo ello, sin que Raquel se quejara.

-Quiere demostrar que no será una carga- fue la respuesta que me dio al preguntar.

Preocupado por si mi amigo se enteraba, traté de hacerle ver que no era correcto, pero cerrándose en banda mi señora me soltó que yo podría mandar en la empresa pero que en casa mandaba ella. Como ya comenté, por entonces nuestro matrimonio era un desastre y de nuevo preferí callar mientras la morenita me servía un guiso de su tierra. No reconociendo el plato, lo probé y reconozco que lo hallé delicioso. Al comentarlo y preguntar su nombre, Lidia colorada me contestó que era guiso de conejo, una comida típica de su país natal.

-Está buenísimo, princesa- exterioricé sin darme cuenta del apelativo con el que me referí a ella.

Afortunadamente, tampoco mi señora se percató de ello y menos de la reacción de la morena, ya que a buen seguro le hubiese extrañado al menos la sonrisa de satisfacción que lució la joven al oírme. Sonrisa que rápidamente desapareció de su rostro para ser sustituida por vergüenza al reparar en mi mirada.

«¡Qué tía más rara!», pensé y sin dar mayor importancia al hecho, seguí cenando mientras Raquel comenzaba a alabar a nuestra visita comentando la labor que había desarrollado en la selva. Interesado en la razón por la cual había decidido ocuparse de los más desfavorecidos cuando, según mi amigo, esa chavala había sido la primera de su promoción en la universidad, directamente lo pregunté.

-Mis paisanos están sufriendo el acoso de los cárteles que han venido a sustituir para mal a los antiguos terratenientes- fue su respuesta.

Asumiendo que la activista debía de ser crítica con la conquista guardé silencio, pero entonces la joven se extendió diciendo:

-Hasta que los narcos los echaron, el dominio de los criollos era total pero benéfico. Creyéndose dueños de sus vidas al menos intentaban que tuvieran una existencia digna. Cuando esos desalmados llegaron, los indígenas vieron en ellos unos libertadores, pero no tardaron en echar de menos a los dueños de las haciendas cuando los narcos impusieron el terror como método de asegurarse el control de sus plantaciones.  Muerte y más pobreza es lo que ahora hay.

Tanto a Raquel como a mí nos extrañó su planteamiento, pero fue mi pareja quien se atrevió a preguntar qué solución veía para su gente. La joven abrumada por la pregunta, contestó algo políticamente incorrecto desde nuestro punto de vista:

-Mi patria necesita una dictadura. Un mando fuerte que eche a esa lacra y que garantice la supervivencia y el bienestar de la gente.

Como no podía ser de otra forma, mi señora protestó, no en vano, el régimen franquista había purgado a su padre haciéndole caer en la depresión y alzando la voz, le pidió que se retractara.

-Me gustaría que hubiese otra solución, pero siempre será preferible servir a un presidente fuerte que busque el bien de sus ciudadanos a vivir en este caos.

  Mi esposa dio por sentado que la joven hablaba de una revolución socialista al estilo cubano y no deseando entrar en una discusión sin fin, dejó el tema y empezó a hablar con ella de temas triviales. Mientras eso ocurría, me quedé pensando en lo jodidos que debían estar en esa zona para que una joven del siglo XXI soñara con un dictador.

Durante las siguientes semanas se incrementó mi soledad y es que, a raíz de la llegada de la hispana, Raquel empezó a hacer cosas que no había hecho en los treinta años que llevábamos casados. Impulsada por una nueva juventud, comenzó a acudir a clases de baile mientras dejaba la casa bajo el cuidado de Lidia.  Confieso que jamás dudé de ella y aunque cada día alargaba sus salidas, nunca pensé que hubiese encontrado en uno de los asiduos a esas clases a un hombre que la comprendiera.

Por ello, me sorprendió cuando una tarde al volver al trabajo me planteó el divorcio. Cayendo del guindo en el que estaba subido, comprendí que nuestro matrimonio había terminado hace mucho y que solo nos quedaba un profundo cariño, pero no amor. Asumiéndolo, no hice nada para evitar que se fuera a vivir con su amante y curiosamente, por lo único que discutimos fue por la morena. Aunque suene a insensatez, ésta se encontraba tan a gusto bajo nuestro techo que pidió quedarse ante mi incomprensión. No en vano, seguía mostrándose recelosa de entablar incluso una conversación conmigo.

-Te comprometiste a ayudarla y ahora debes apechugar con ella- fue la respuesta que me dio mi ex al mostrarle mis reparos a que se quedara: -Aunque no es capaz de demostrártelo, cosa que no comprendo, esa muchacha te adora.

Reconozco que creí que la verdadera motivación de Raquel era tener una espía en mi casa, pero como mi alimentación y la limpieza de la casa había mejorado desde que Lidia vivía con nosotros no puse ningún impedimento a que lo continuara haciendo.

 «Al menos no tendré que preocupar de tener la ropa planchada», me dije viendo el aspecto práctico de su permanencia y por ello, nada más desaparecer mi ex, lo primero que hice fue pactar un salario con ella.

-Si te vas a quedar, no quiero que pienses que te exploto- recuerdo que comenté tras una larga, pero pacifica discusión, ya que la joven mantenía que con darle cobijo y comida se daba por satisfecha.

Los primeros días de nuestra convivencia apenas varió nada, ya que la ausencia de Raquel apenas la noté al llevar años sin sexo. El único cambio visible fue que esa joven dejó de tutearme y me hablaba de usted. En un primer momento, intenté que me volviera a hablar de tú hasta que dándola por imposible permití que continuara con esa muestra de respeto tan genuinamente hispana. Lo que me costó reconocer mucho más tiempo fue la alegría que Lidia mostraba todas las tardes al recibirme en casa con todo listo, al seguir reticente de entablar conmigo la mínima charla.

Mi ex llevaba casi un mes fuera de casa, cuando al día siguiente de haberle pagado su nómina, esa morena me sorprendió con el uniforme de una criada de las de antaño. No es fácil de describir lo que sentí al verla con cofia, con ese vestido anudado al cuello y esos guantes almidonados. Al preguntar por qué se encontraba vestida así, su respuesta me dejó helado:

-Me lo he comprado para recordar cuál es mi puesto en esta casa y que el día que mi patrón decida traer compañía femenina, su acompañante no me vea como competencia.

Juro que sus palabras me parecieron una completa memez y así se lo hice saber a la chiquilla, pero a pesar de mis intentos no se dejó convencer y se negó a quitárselo. Viendo en ello parte de su educación, no creí conveniente forzarla y que volviese a vestirse como siempre había hecho:

«Ya tendrá tiempo de percatarse de que no es necesario», me dije extrañado, pero todavía tranquilo.

No fue hasta la hora de cenar, cuando realmente advertí que su mentalidad había abierto una brecha entre nosotros y es que rompiendo la rutina habitual en la que se sentaba a mi lado, Lidia se negó a hacerlo y se mantuvo de pie mientras daba buena cuenta de su estupenda cocina. Como siempre, tras probarlo, alabé la sazón de su guiso, pero esa noche su reacción me dejó perplejo y es que, luciendo una sonrisa de oreja a oreja, la morena suspiró diciendo:

-Ser buena cocinera es lo mínimo que debo hacer para que mi señor esté contento con su princesa.

No supe contestar porque en ese momento me pareció intuir en ella una extraña excitación y creyendo que veía moros con trinchetes, terminé de cenar en silencio. Durante la media hora en que tardé en hacerlo, Lidia se mantuvo atenta a todo lo que necesitaba y si veía mi vaso medio vacío, corría a rellenármelo con una diligencia rayana en la sumisión. Consciente de su mimo, le dije muerto de risa que dejara de comportarse así o terminaría acostumbrándome.

-Su bienestar es mi única prioridad- con tono dulce, contestó sin dar importancia a lo que decía mientras recogía los platos.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo al escucharla. No en vano, me pareció que estaba fuera de lugar la docilidad y satisfacción que demostraba al servirme. Pero temeroso de preguntar, no fuera a ser que no me gustara su respuesta, decidí obviarlo y me dirigí al salón a ver la tele. No llevaba ni dos minutos, sentado en el sofá cuando de pronto llegó con un whisky y poniéndolo en mis manos, se sentó a mi lado… ¡pero en el suelo!

Juro que estuve a punto de levantarla y si no lo hice fue porque Lidia con una sonrisa en sus labios, comentó lo dichosa que se sentía al tener un patrón del que cuidar y que la cuidara. Con todos los vellos erizados, miré a la chavala y para mi estupefacción, descubrí que lo decía en serio. Totalmente confundido, queriendo entablar una conversación con ella, hice una tontería y llevando mis dedos a su mejilla, la acaricié. La morena recibió ese inesperado gesto con un sollozo y posando su cabeza sobre uno de mis muslos, comenzó a llorar dándome las gracias por ser tan bueno con ella.

La angustia que leí en Lidia no me permitió reaccionar y levantarme, en vez de ello, mesé su larga cabellera con mis yemas:

-Desde que oí su voz en el aeropuerto, supe que mi búsqueda había terminado y que, junto a usted, sería feliz- oí que balbuceaba entre lloro y lloro.

Conmocionado hasta decir basta, dejé que se desahogara durante casi media hora porque bastante tenía con tratar de asimilar lo que acababa de ocurrir. Debo confesar que, aunque en ningún momento se me había insinuado, di por sentado que ante cualquier avance de mi parte esa criatura se entregaría a mí y por ello agradecí que, levantándose de la alfombra, me dijera hasta mañana y se marchara hacia su cuarto.

Lleno de vergüenza por si algo en mi actitud le hubiera dado pie a sentir que la deseaba sexualmente, me serví otro whisky y me fui a la cama con la esperanza que al día siguiente todo hubiese sido un sueño.

2

Como es lógico, esa noche apenas pegué ojo. En cuanto trataba de conciliar el sueño, Lidia aparecía en mi mente desnuda impidiéndolo. Por ello cuando a las siete de la mañana, me despertó el ruido de la bañera llenándose, tardé unos segundos en reaccionar y totalmente agotado, fui a ver qué ocurría. Casi me caigo de espaldas al verla arrodillada junto a la tina, cantando una canción de su tierra que no me costó catalogar como de amor.

            -Señor, espero que esté a su gusto- luciendo la mejor de sus sonrisas comentó para, sin darme tiempo a protestar, desaparecer rumbo a la cocina.

            Sabiendo que no debía postergar una conversación con ella, me desnudé y sumergí en el jacuzzi que con tanto esmero me había preparado mientras intentaba acomodar mis ideas y plantear lo que le iba a decir.

            «Debo hacerla comprender que esto no ni correcto ni necesario. ¡No estamos en el medievo donde el dueño de la casa tenía derecho de pernada!», me dije impresionado por la manera en que esa joven deseaba servirme, al ver las semejanzas con el “benéfico” dominio que, según ella, los criollos habían ejercido sobre su gente.

            Con ello en mi mente, me terminé de bañar y volví al cuarto donde me encontré con la novedad que la morena no solo había aprovechado para hacer la cama, sino que encima había elegido la ropa que ponerme. Viendo el traje, la camisa, el calzón e incluso la corbata que había cogido del armario, los metí de vuelta y cogí otros, para hacerle ver que entre sus atribuciones tampoco estaba el vestirme y ya listo para enfrentarme a ella, bajé a desayunar.

            El alma se me cayó a los pies cuando esa monada se echó a llorar al ver que no me había puesto lo que había seleccionado para mí y comportándome como un pánfilo, en vez de echarle la bronca, intenté calmarla diciendo que al día siguiente me pondría su elección. La felicidad de su rostro al escuchar mi promesa me impidió atajar el tema y creyendo que tendríamos tiempo de hablar, me tomé el café y las tostadas para acto seguido salir huyendo de ahí. Ya en el coche, lamenté mi blandura y buscando un motivo a su actuación, decidí comentar el problema a un buen amigo, psiquiatra de profesión, no fuera a ser una loca.

Debido a la hora, Pablo estaba pasando consulta y por ello, su enfermera no me lo pasó, prometiendo eso sí que, en cuanto pudiera su jefe, me devolvería la llamada. Sabiendo que no podía hacer nada hasta que me llamara, llegué a la oficina y me enfrasqué en el día a día olvidándome de ella. No fue hasta las doce cuando mi secretaria me lo pasó. Como era lógico, mi amigo intuyó que la llamada se debía a mi reciente divorcio y por ello, le sorprendió enterarse que no quería hablar de mi ex, sino de la joven que él había conocido durante una cena. Sin ahorrarme detalle alguno de lo sucedido, le expliqué la fijación que sentía Lidia por servirme, pidiéndole consejo sobre cómo actuar.

Dejando de lado nuestra amistad, el psiquiatra y no Pablo fue quien me escuchó atentamente permitiendo que me explayara en profundidad sobre la actitud de Lidia, preguntándome únicamente qué era lo que había sentido en cada momento. Como no puede ser de otra forma, me escandalizó que pensara que había hecho algo por provocar ese comportamiento y ante mi propia sorpresa, reconocí molesto que me había excitado sentir que tras tantos años alguien se desvivía por mí.

            -Querido amigo, ¡tienes un problema! – dijo al terminar mi narración: -Por lo que me has contado, los sufrimientos pasados han hecho mella en esa cría y sufre el clásico síndrome de estrés postraumático que en su caso ha salido a la luz creando en ella una dependencia emocional por ti.

            Comprendiendo la gravedad del tema y a pesar de ser ambos términos de uso frecuente, pedí que me explicara su alcance para saber a qué atenerme. Actuando de profesor, me contó que ese tipo de estrés era más frecuente de lo que la gente pensaba y que se podía resumir en que producto de un trauma, las personas que lo sufren ven sus defensas desbordadas y son incapaces de afrontar de manera normal su vida. Y que en el caso que estábamos hablando, eso había llevado a Lidia a sentir la necesidad que yo asumiera el mando de su vida.

            -Ha visto en ti un castillo en el que guarecerse y lo único que puedes esperar es que, temiendo quedarse sin tu amparo, esa cría intente agradarte siempre… aunque eso signifique anularse como persona.

            – ¿Qué debo hacer? – aterrorizado pregunté buscando su consejo.

            Tras meditar durante unos instantes, contestó:

            -Algo le ha ocurrido que quiere olvidar, por ello intenta comportarte tal cual eres y abstente tanto de tratarla como pareja como de preguntarle por su pasado para no darle un motivo que profundice su patología. Además, oblígala a venir a verme. Dado su problema, no creo que sea capaz de rehusar una orden directa tuya.

            Con la certeza de que con su ayuda esa chiquilla recuperaría el equilibrio mental, le pedí que le diera una cita. Mi amigo comprendiendo la urgencia me dio la primera hora que tenía, quedando con él en que la llevaría a los dos días a su consulta. Ya más tranquilo tras colgar me dediqué a mis asuntos, relegando a un rincón de mi cerebro la existencia de la muchacha. Como no podía ser de otra manera, al salir de la oficina retornó con fuerza mi problema y cuando llegué a la casa, dudé en entrar. Solo al recordar que no debía variar un ápice mi comportamiento, decidí abrir la puerta y con el ánimo encogido, pasé. Una vez en el chalet, Lidia me recibió y sin que se lo tuviese que pedir, puso en mis manos una copa de vino mientras me decía lo mucho que se había esmerado ese día para que todo estuviese a mi gusto. Siguiendo el consejo de mi conocido, sonreí y sin decirle nada, me fui a hacer ejercicio en el gimnasio que había instalado en una de las habitaciones tal y como hacía todas las tardes. Ya sobre la cinta de andar, supe de la fragilidad de la joven cuando sin ningún tipo de vergüenza y viéndolo como algo normal, preguntó si podía darse una ducha porque se sentía sudada. Que preguntara esa cosa tan nimia, me perturbó y dándole permiso, aceleré el ritmo de mi carrera.

Lo que confieso que nunca esperé fue que la morena se dejara la puerta abierta del baño de invitados mientras se desnudaba, a pesar de que debía saber que desde donde me ejercitaba nada impediría que la viera haciéndolo. Es más, creo que de reojo se percató de la mirada que le eché al ver caer su uniforme y mi sorpresa al comprobar que no llevaba ropa interior.

«¡Por Dios! ¡Qué buena está!», no pude dejar de exclamar para mí al contemplar la perfección de los glúteos con los que la naturaleza le había dotado y a pesar de los años transcurridos desde que había acariciado el último, vi a mi lengua recorriéndolos mientras la joven de mi imaginación reía.

Mi embarazo se acrecentó hasta límites insospechados cuando girándose me pilló observándola y lejos de escandalizarse, esa diminuta pero maravillosa criatura hizo como si nada pasara y entonando una melodía, comenzó a enjabonarse disfrutando de la calentura de mi mirada. No tardé en reconocer una canción de Alejandro Fernández:

Le doy gracias al destino por cruzarte en mi camino

No sé qué sería de mi vida, si conmigo tú no estuvieras hoy

No hay nada más hermoso que acompañarte en cada momento

Sabiendo que su título era “contigo siempre” decidí irme a mi habitación. Mientras recorría el pasillo, me asustó de sobremanera que, alzando el volumen de su voz, llegara a mis oídos el estribillo:

Y yo quiero estar contigo siempre

Y es que cada día que pasa, más crece

Este sentimiento por ti, mi amor

Lleno de estupor me encerré en el cuarto, pero ello no evitó que el recuerdo de esos pechos que había estado espiando siguiera torturándome. Tratando de evitar soñar con lamer los delicados y negros pezones que los decoraban, me di una ducha fría con la esperanza que eso me sirviera para apaciguar la calentura que amenazaba con achicharrar mis neuronas tristemente otoñales.

 «No se dará cuenta de que puedo ser su padre», medité mientras sentía que el traidor que tenía entre los muslos se despertaba: «¡Por Dios! ¡Le llevo treinta años!».

De poco sirvió la gélida agua y con una erección que ya no recordaba que fuera posible, salí de la ducha. Para mi mayor estupefacción, Lidia estaba esperándome fuera apenas cubierta por una toalla y sin decir nada, se la quitó y comenzó a secarme mientras me recriminaba que no le hubiera avisado de lo que iba a hacer:

-Solo porque escuché el ruido, supe que me necesitaba. Si no me lo dice, ¿cómo va a saber su princesa que debía acudir en su ayuda?

Juro que no sé qué me confundió más, si su desnudez, la profesionalidad que ejerció al ir retirando las gotas de agua sobre mi piel, o que se autonombrara nuevamente con ese apelativo. Lo cierto es que ya tenía mi tallo entre sus manos y lo estaba empezando a secar cuando reaccioné y molesto, le pedí me dejara solo y se fuera a preparar la cena. Sin mostrar ningún tipo de apuro, echó una última mirada a mi erección y sonriendo despareció del baño, dejándome totalmente confundido y por qué no decirlo, cachondo.

Ya solo en el cuarto, no pude evitar que el recuerdo de sus yemas recorriendo mi hombría me hiciera masturbarme y soñando que era su mano la que me ordeñaba, llené de semen las sábanas mientras intentaba decidir qué le diría para evitar que una situación tan incómoda como esa se repitiera. El indecoroso acto no sirvió para relajarme y lleno de furia, me vestí y fui a reprochar a la joven su actitud. Nada me hacía suponer que la encontraría cocinando tal y como había llegado al mundo. Por un segundo, mis ojos quedaron prendados en su entrepierna, al descubrir que llevaba exquisitamente depilado su coño, dejando un bosquecillo decorándolo.

– ¿Qué haces todavía desnuda? – exclamé chillando cuando girándose me pilló observando.

Con una dulzura que me dejó apabullado, contestó:

-Cumplir las órdenes de mi patrón. Por si no lo recuerda, al echarme de su cuarto, me ordenó que me fuera a preparar su cena y eso hago.

Derrumbándome en una silla, comprendí que su mal había crecido desmesuradamente y que la morenita era incapaz de discernir ya cómo afrontar sus decisiones y que implícitamente, me estaba dejando el completo mando de sus actos. Mi desesperación fue total cuando, de rodillas en los baldosines de la cocina, la joven me comenzó a dar de cenar en la boca creyendo quizás que esa era la intención que me había guiado al sentar.

«Tierra trágame», dije para mí absorto mirando el tamaño que habían adquirido sus areolas al verme abriendo los labios y aceptando así, su nuevo mimo.

 El colmo fue que, como si fuera algo habitual entre nosotros, la chavala siguiera alimentándome mientras me contaba lo que había hecho durante el día A pesar de que eso me importaba un pepino y sin querer reconocerlo, seguí absorto su explicación ya que estaba prendado con la belleza de su pubis e inconscientemente, en mi mente, me vi poseyéndola allí en la cocina. Sé que Lidia intuyó mis deseos al ver que cerraba las piernas en un intento de evitar que contemplara la humedad que se había apoderado de ella, pero fue tarde y ya sabiéndolo, no pude más que intentar llegar a un acuerdo con ella.

-Bonita, esto no puede seguir así. Debemos comportarnos. No soy tu novio, ni tu amante, solo tu amigo o como mucho tu jefe y no es lógico que andes en pelotas por la casa o que intentes seducirme cuando te doblo en edad.

Las lágrimas que afloraron en sus ojos me informaron de su dolor y por ello estaba preparado a contestar cuando, presa de la histeria, me rogó que no la echara de mi lado.

-No me he planteado hacerlo y te ayudaré siempre, pero ahora sé una niña buena y vete a vestir.

Secando con una servilleta los goterones que caían por sus mejillas, la joven salió corriendo a cumplir mis deseos. Mientras tanto, se me había quitado el hambre y llevando los platos a la pila, los dejé en agua y me fui al salón a ponerme un copazo. Ya estaba cómodamente instalado en el sofá, cuando la vi llegar enfundada en un coqueto picardías que dejaba poco a la imaginación al transparentársele todo.

Tan cortado estaba con su indumentaria, que no protesté cuando se acurrucó a mi lado diciendo:

-Sé que no soy su novia ni su amante, solo su princesa- tras lo cual, cerrando los párpados, apoyó su cara en mi muslo y se quedó dormida…

3

A pesar de la reprimenda de la noche anterior, Lidia siguió con la rutina de prepararme el baño. Al verlo a la mañana siguiente, pensé en volver a decirle que no hacía falta, pero en vez de hacerlo, no rechisté y únicamente le pedí que se fuera para poder desnudarme. Creí que había entendido que me daba corte que me viera desnudo y por eso respiré tranquilo cuando haciéndome caso desapareció. Ya solo, me quité el pijama y tras comprobar la temperatura del agua me metí en el jacuzzi. Estaba pensando en la gozada que era despertarse de esa manera cuando de improviso escuché un ruido a mi vera y abriendo los ojos, comprobé no solo que había vuelto, sino que se había traído un taburete.

– ¿Qué coño haces aquí? – pregunté al verla sentada mientras intentaba taparme.

La puñetera chavala, sonriendo de oreja a oreja, respondió al tiempo que cogía una esponja:

-Disfrutar bañando a mi señor.

Lo lógico hubiera sido el echarla de ahí, pero la ternura de su mirada y el cariño con el que se puso a enjabonar mis hombros me lo impidieron y curiosamente relajado, le comenté que no entendía qué placer podía sentir al mimar a un viejo.

-Mi señor no es viejo, sino maduro y su princesa es feliz cuidándolo.

Su insistencia en autonombrarse como mi princesa era algo que me mantenía inquieto, ya que con ese término se daba a entender que entre nosotros había una relación que no existía y de la que ya habíamos hablado la noche anterior. Recordando que en dicha conversación parecía que le había dejado claro que no era mi novia y menos mi amante, se me ocurrió preguntar qué sentía exactamente por mí. La morenita, sin dejar de pasar la esponja por mi pecho, respondió:

-Usted es el timón que fija mi rumbo, el ancla que me amarra a la vida y la boya que me mantiene a flote.

Cómo sus palabras coincidían con el diagnóstico que de ella había hecho Pablo, quise seguir indagando y le pedí que me dijera quien creía que ella era para mí. Nuevamente, no dudó en contestar:

-Su princesa, la cachorrita que ha rescatado y que sin exigirle nada a cambio, mima, cuida y quiere.

Que diera sentado que había desarrollado unos sentimientos hacía ella, despertó mis alertas y tratando de reconducir su actitud hacía mí, le hice saber que, dada nuestra diferencia de edad, si la quería era como a una hija.  Esa afirmación hizo aflorar sus lágrimas, pero por extraño que parezca esas gotas que amenazaban con recorrer sus mejillas eran de alegría y reanudando mi baño, replicó:

– Cuando me hablaron de usted y me dijeron que me acogería en su casa, no me lo podía creer. En mi vida anterior, aprendí que todo tenía un precio y por eso rogué a su amigo que me informara qué tendría que dar en pago. ¿Sabe lo que Jacinto me contestó?

Negué con la cabeza, totalmente intrigado.

– ¡Mis sonrisas! … Me dijo que el pago serían mis sonrisas y nada más.

Colorado, respondí que no podía ser de otra manera ya que mi ayuda había sido desinteresada.

-Por eso lo amo desde antes de conocerle y Raquel, su ex, lo supo nada más ver cómo lo miraba y por eso me animó a quedarme con usted cuando ella se fue.

Que mi ex hubiese dado su visto bueno a lo que seguía considerando una aberración me indignó y endureciendo el tono, exclamé que ella y yo nunca seríamos pareja.

-Lo sé- contestó sin inmutarse: – ¿Sabe usted cual es el recuerdo más feliz de mi vida? – al decirle que no, añadió: – El de anoche cuando me dejó acurrucarme a su lado y me quedé dormida sabiendo que estaba a salvo.

Temblando de ira, quise que me bajara del altar al que me había subido y por eso aproveché esa conversación para explicarle que no era un santo y que ese instante que para ella había sido tan feliz, para mí fue una tortura:

-Mientras dormías, utilicé tu descanso para disfrutar de la belleza de tus pechos, de tu cintura de avispa y de tu maravilloso culo y que, aunque finalmente no me atreví a acariciarte, varias veces lo pensé.

Habiendo soltado semejante obús, creí que iba a salir corriendo, pero sin dejar de enjabonarme esa morenita contestó:

-No se preocupe, anoche me di cuenta de la calidez de su mirada y eso hizo que mi amor por usted se acrecentara.

Tamaña cretinez, lejos de calmar mi furia, consiguió encabronarme y poniéndome de pie en la bañera, le mostré mis pellejos diciendo:

-Tengo cincuenta y cinco años. ¡Treinta más que tú! Y aunque intento mantenerme en forma, mi cuerpo ya no es el de un joven.

Ese desesperado acto tampoco consiguió su objetivo. Mi intención había sido que se sintiera repelida, pero su reacción fue otra. Regalándome una de sus sonrisas, musitó entre dientes lo mucho que le apetecía sentir mi piel. El deseo que intuí en ella fue la gota que derramó el vaso de mi paciencia. Tomándola en volandas, la saqué del baño y dejándola en mitad del pasillo, cerré la puerta. Supe que no había entendido el mensaje, cuando la escuché decir que me había elegido la ropa de ese día y la había dejado lista sobre la cama.

-Vete y prepárame un café- hundido en la miseria, rugí.


Relato erótico: “Memorias de un exhibicionista (Parte 10)” (POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 11):
 
CAPÍTULO 22: EL SHOW DEL SEX-SHOP:
Poco más de una hora más tarde, los tres estábamos sentados a la mesa en un restaurante de la zona, cenando tranquilamente y charlando como buenos amigos.
Bueno, en realidad la que hablaba era Ali, pues Tati, como siempre, se mostraba un poquito cohibida, mientras que yo no prestaba mucha atención a lo que se decía, rememorando una y otra vez los excitantes momentos que había compartido con Alicia un rato antes en el jacuzzi.
Aún podía sentir su delicada mano aferrando con garbo mi polla y masturbándola con maestría. Y las dos nenas que nos habían visto… madre mía, sus expresiones cuando me corrí y la leche salió disparada… lo único que lamenté fue no haber podido grabar la escena para poder deleitarme una y otra vez con sus caras de asombro y lujuria.
–          Ya se lo he explicado a Víctor y le ha parecido buena idea, ¿verdad? – decía Ali en ese instante.
–          ¿Cómo? – pregunté despistado – Sí, sí, no está mal.
Ni puta idea de lo que estaban hablando. Un poquito avergonzado, me obligué a mí mismo a centrar mi atención en mis acompañantes y en dejar de divagar de una maldita vez.
–          Bueno, si a Víctor le parece bien – dijo Tati con duda manifiesta en la voz.
–          Te aseguro que Víctor disfrutará mucho… – dijo Ali con cierto retintín – Además, piénsalo, de todas las cosas que hemos hecho, esta es la más segura…
–          Pero, ¿y si me reconociese alguien? – insistía Tatiana.
–          Que no, nena, te juro que es imposible. Mira, si no me crees, lo haré yo; ya lo he probado antes y fue super excitante. Por eso quería que lo hicieras tú y le brindaras un buen espectáculo a Víctor. Además, yo también quiero ver cómo te desenvuelves…
Más o menos tenía claro que Ali pretendía que Tatiana se exhibiera en un sexshop del que era clienta. Me inquietaba un poco montar el número en un local cerrado y, para más inri, en uno donde Alicia era conocida. Tenía que averiguar más antes de dar el visto bueno, pero disimulando el hecho de que no me había enterado de nada de lo que me había contado.
–          Mira, Tati – intervine entonces – Creo que lo mejor es que no decidas nada aún. Podemos pasarnos por allí, vemos cómo está la cosa y entonces decides. Y ya sabes nena, si no quieres hacerlo, no hay más que hablar.
–          Buena idea – asintió Ali.
La pega fue que Tati interpretó mis palabras como si me sintiera decepcionado por su actitud, por lo que inmediatamente reaccionó asegurando que por supuesto lo haría, que sólo quería asegurarse de que no íbamos a meternos en ningún lío.
Habiéndose salido con la suya, Ali se apresuró a cambiar de tema, dejando la cuestión aparcada. No le di mucha importancia, así que me apliqué a devorar con ganas mi cena, pues después de la intensa tarde que habíamos pasado, tenía un hambre de lobo.
Una hora más tarde, aparcábamos el coche en una zona céntrica y, guiados por Alicia, caminamos tranquilamente en dirección al famoso sexshop, mientras la chica nos contaba cómo había conocido al dueño, el tal Iván y cómo había acabado por convertirse en su clienta, cuestiones que a mí, y lo digo con toda el alma, me importaban un pimiento.
Nuevamente (y para no perder la costumbre) iba pensando en lo mío, pasando olímpicamente de la conversación. Al menos esta vez la excusa era buena, pues tenía la mirada perdida admirando cómo se contoneaban los esculturales traseros de mis dos acompañantes, que desde mi perspectiva (caminando un poco retrasado) eran dignos de cualquier monumento.
Las dos estaban preciosas. Tati vestida con la ropa del trabajo, camisa blanca y falda negra a medio muslo y Alicia simplemente espectacular, con un vestido negro de una sola pieza, llegándole la falda tan sólo unos centímetros por debajo de las nalgas, permitiendo así a su dueña exhibir sus extraordinarias piernas enfundadas en una elegantes medias del mismo color.
Como no hacía nada de frío, ambas llevaban sus abrigos colgados del brazo, con lo que pude deleitarme a placer admirando el hipnótico vaivén de sus culitos enfundados en sus faldas.
Como dije antes, mi excusa para no prestar atención era excelente esta vez.
Por fin llegamos al local. Recordé que ya lo había visitado en una ocasión, años atrás, con motivo de la organización de la despedida de soltero de un amigo antes de su boda (aunque sin duda lo pasamos mucho mejor en la juerga que nos corrimos un año más tarde, con motivo de su divorcio).
Entramos al local, mirando hacia todos lados con curiosidad y poniendo la cara que todos adoptamos al entrar en un sitio de estos, como indicando que hemos venido por casualidad y no tenemos el más mínimo interés en ninguno de los artículos que allí se venden. Esas cosas las usan otros, yo no… ya sabes a qué me refiero.
Enseguida tuvimos encima al tal Iván. Era un tipo alto, bien formado, con la cabeza completamente afeitada pero luciendo unos muy bien cuidados bigote y perilla. Vestía con elegancia, camisa burdeos y pantalón y chaleco negros.
Eso sí, tenía un aire de chulo putas que no me acabó de convencer, aunque se mostró en todo momento tan correcto, educado y libre de prejuicios, que acabó por caerme bien.
–          ¡Hola Alicia! ¡Así que finalmente habéis venido! – exclamó mientras se aproximaba.
Alicia, haciendo gala de cierto nivel de confianza con el tipo, le saludó efusivamente con sendos besos en las mejillas. Con educación, Ali se apresuró a presentárnoslo, estrechándome el tipo la mano con firmeza para a continuación, besar la mano que Tatiana le tendía, dejándola absolutamente estupefacta. Sin duda era la primera vez en su vida que un hombre la saludaba así y la verdad es que yo tampoco recordaba a nadie haciéndolo fuera de las películas.
–          Así que tú eres Tatiana – dijo mirando a mi novia de una forma que no me gustó demasiado – Ali me ha hablado mucho de ti. Bueno, de los dos en realidad – añadió mirándome con simpatía.
–          ¿Te ha hablado mucho? – dije mirando sorprendido a Ali.
–          Sí. Me ha contado todo lo vuestro. Vuestros juegos y aficiones.
–          ¿Cómo? – exclamé estupefacto.
–          Tranquilo – dijo Iván alzando la mano en son de paz – Yo soy como los médicos. Me une la más absoluta confidencialidad con mis clientes. Lógicamente, para saber qué es lo que les gusta, tienen que confiar en mí y decírmelo, sólo así puedo satisfacer sus demandas.
–          Perdona – dije un tanto confuso – Pero no veo…
–          Y, si así te vas a quedar más tranquilo – continuó Iván ignorando mis protestas – te diré que mis propios gustos tienen algo en común con los vuestros. Aunque yo soy de los que gustan de mirar, no de que los miren…
–          Me parece genial – dije un poco cortante – Pero creo que Alicia debería de habernos consultado antes de ir por ahí contando…
–          Alicia no me ha contado nada en especial. Sólo que junto a un par de amigos había estado dando rienda suelta a ciertos impulsos exhibicionistas. Al saberlo, yo le propuse el uso de nuestras instalaciones; ella las probó, se lo pasó estupendamente, nuestros clientes disfrutaron de lo lindo y entonces me comentó que os traería algún día para ver si os animabais a probar vosotros. Si no queréis, no pasa absolutamente nada.
–          ¿Nos? – pregunté sorprendido – Yo había entendido que era Tati…
–          A ver hijo – intervino Alicia – ¿Tú me escuchas cuando hablo? Te expliqué antes que la idea era que probara Tati, pero si os gusta el sitio, otro día puedes probar tú, o hacerlo los dos juntos o…
Ahora sí que no entendía nada. Pero no podía admitirlo, pues se descubriría que no le había hecho ni puñetero caso durante la cena (en toda la tarde en realidad), así que me limité a asentir, como si supiera de qué estaba hablando.
Iván me miraba con una sonrisa mal disimulada, lo que me hizo comprender que el muy cabrito sabía sin duda lo que estaba pasando por mi mente. Sin embargo, como buen vendedor, no dijo ni pío, echándome un capote con la entrenada mano izquierda de alguien bien curtido en esas lides.
–          Ali, creo que lo mejor será que lo vean ellos mismos. Cómo es la sala y para qué la usamos. Seguro que les va a encantar.
–          Sí. Creo que es lo mejor – dije apresurándome a agarrar el salvavidas que me ofrecían.
–          Si sois tan amables, venid conmigo. Señorita…
Muy educadamente, Iván ofreció su brazo a Alicia, que lo aferró haciendo una graciosa reverencia con una sonrisa satisfecha en los labios. Yo rodeé a Tati por la cintura, atrayéndola hacia mí y abrazándola suavemente. Temblaba como un cervatillo.
–          Tranquila nena. Si esto no te gusta o te sientes incómoda, dímelo y nos largamos en un segundo.
–          No, cari – me dijo dedicándome una cálida sonrisa – La verdad es que siento un poco de curiosidad. Si es como dice Alicia…
Sí. Eso. A ver qué coño había dicho Alicia.
Iván nos condujo por un largo y estrecho pasillo, con un montón de puertas dispuestas a los lados.  Aunque la iluminación era tenue, se veía todo bastante limpio, lo que restaba sordidez al ambiente. Yo sabía que esas puertas llevaban a pequeños cuartos para ver porno y que en todas ellas no faltaban una pantalla de tv, una silla, rollos de papel higiénico… y una ranura para echar monedas.
Me sorprendió lo largo que era el pasillo, debía haber al menos 20 puertas dispuestas a los lados y encima de casi todas brillaba una lucecita indicando que estaban ocupadas. Bueno, los que estaban dentro sí que estaban ocupados.
–          Jo – exclamé señalando las luces – ¿Tanta gente viene aquí a ver porno? Pensé que, con Internet, este tipo de negocios estaría de capa caída.
–          ¿Porno? – dijo Iván volviéndose a mirarme – Aquí no se viene a ver porno. Esto es peep show.
La comprensión se abatió sobre mí como una tonelada de ladrillos. Por fin entendía cuales eran las intenciones de Alicia.
Iván se detuvo junto a la puerta que había al fondo, sobre la cual había un cartel de “PRIVADO”. Sacando una llave del bolsillo, abrió y nos invitó a pasar, haciéndose a un lado.
–          Este es mi despacho. Poneos cómodos.
Penetramos en una estancia bastante grande, amueblada con un gusto realmente exquisito. Contrariamente a lo que me esperaba del gerente de un sexshop, no había por las paredes posters o cuadros de mujeres en pelotas, sino cuadros al óleo y alguna litografía, de paisajes sobre todo.
–          Aquí es donde me refugio cuando me saturo de tanto… sexo – dijo Iván simplemente.
Se veía que estaba orgulloso de aquella habitación y le agradó que nos gustara. Me senté en un cómodo sillón que había frente al escritorio y las chicas hicieron otro tanto. Educadamente, nos ofreció una copa, aunque nadie quiso tomar nada. No quería tener nada en la mano por si acababa saliendo disparado de allí.
–          Veréis – dijo Iván tomando asiento al otro lado del escritorio – Nuestro negocio de peep show es en la actualidad una de nuestras más importantes fuentes de ingresos. La gente está saturada de tanta pornografía; en Internet haces clic en una web que vende potitos para niño y te salta un enlace que te permite descargar porno.
–          Eso es verdad – intervino Tati con timidez, demostrando que estaba un poquito más relajada.
–          Así que eso ya no es negocio para nosotros. Seguimos vendiendo DVD, claro, pero normalmente cosas muy específicas. Ya sabéis, un cliente al que le gusta el porno alemán, otro que quiere zoofilia…
–          ¡Agh! – exclamó Ali.
–          Yo no juzgo a nadie – dijo Iván – Mientras sea legal y me paguen…
De la segunda parte estaba seguro. De la primera no tanto.
–          Hace unos años inauguramos las dos salas de peep show, tratando de ofrecer a nuestros clientes una experiencia más real, más cercana. Voyeurismo en estado puro. Y nos fue bastante bien.
–          ¿Dos salas? – dije – Por eso hay puertas a ambos lados del pasillo.
–          Sí. Así aprovechamos la infraestructura de las cabinas antiguas. Además, desde la tienda se accede a otros dos pasillos que literalmente rodean las salas peep (las llamamos así para abreviar). Adquirimos el local de al lado para poder hacer las obras. Fue una fuerte inversión, pero la amortizamos en poco tiempo.
–          Me alegro – dije por decir algo.
–          Gracias – respondió él adivinando mis pensamientos – Pero no fue hasta el día en que cambiamos el modelo de espectáculo, cuando conseguimos realmente triunfar en el negocio.
–          ¿Cambiar? – intervino Tati interesada.
–          Sí. Veréis, al principio, nos limitábamos a montar espectáculos… profesionales. Ya sabéis, stripers (cientos de stripers), shows lésbicos, algún espectáculo de sexo en vivo… incluso montamos un par de sesiones bdsm, contratando gente en un club que hay aquí cerca. Pero no tuvieron el éxito esperado, pues los fans del tema… simplemente acuden a dicho club.
–          Es lógico. Pero no has dicho en qué consistió el cambio – aunque ya sabía perfectamente a qué se refería.
–          Empezamos a contratar gente amateur. Actores no profesionales, que desprendieran ese “tufillo” a vergüenza, a morbo y el éxito se disparó. Es esa “realidad”, la autenticidad, lo que atrae al público. Y, si os soy sincero… a mí me ocurre lo mismo.
–          No me extraña – pensé.
–          Y gente como vosotros… Venís caídos del cielo. La primera vez que vi a Ali me pareció una mujer increíblemente atractiva. Pero cuando el otro día se animó por fin y se metió en la sala… Uf. Ali, querida, ya te he dicho que, en cuanto te decidas, dejes a ese novio tuyo y te convertiré en la reina de la ciudad. Y en mi reina… si te apetece – dijo Iván guiñándole un ojo Alicia con todo el descaro, haciendo que la chica se echara a reír.
–          Ya te dije que me lo pensaría – dijo ella con desparpajo – Pero no prometo nada…
Me tapé la boca con la mano ocultando mi sonrisa. ¡Ay, calvito del sexshop! ¡Ese tiesto ya lo he regado yo cien veces! ¡Y un jamón!
–          Bueno – dijo Iván enderezándose en su asiento – Vayamos al grano. Lo que os propongo (en este caso a ti Tatiana) es la posibilidad de dar rienda suelta a vuestro impulso exhibicionista, permitiéndote mostrarte desnuda frente a un buen montón de gente que te observará desde sus cubículos, separados de ti por un cristal. Como ves, es un medio completamente seguro, pues, aunque alguno pierda el control (lo que no sería de extrañar dada tu belleza), no podría llegar a ti, a no ser que saliera disparado por el pasillo, derribara esa puerta – dijo señalando la que habíamos usado para entrar – y tumbara al guarda que hay custodiando la entrada del peep.
–          No, no – dijo Tati – Si eso no es lo que me preocupa. Quiero decir… ¿Y si me reconoce alguien? No sé. Imagínate que algún conocido está aquí esta noche y…
–          Cht, cht, cht – negó Iván con la cabeza, interrumpiéndola – Eso no es problema alguno. Normalmente, nuestros “actores amateurs” tienen el mismo reparo que tú, así que, simplemente salen disfrazados. Ya sabes, una peluca, un antifaz… lo que quieras.
–          ¡Ah! Claro. No lo había pensado – dijo Tati.
–          Es natural. Es tu primera vez – respondió él con serenidad – Pregunta todo lo que quieras.
Tati le sonrió con simpatía. Su nerviosismo se había evaporado. Aquel tipo sabía lo que se hacía.
–          Claro que sí. Creí que te lo había dicho – dijo Ali – Yo salí con peluca y una máscara. Además, iba vestida de doncella francesa. Ni mi madre me habría reconocido.
Aquello me interesó.
–          ¿Doncella francesa? ¿tenéis disfraces?
Iván me miró, divertido.
–          A ver, esto no es una tienda de disfraces, si buscas uno de spiderman, no lo vas a encontrar.
–          Comprendo – asentí riendo.
–          Pero, aquellos que tienen cierta carga… fetichista. Seguro que sí.
–          Ya, ya, ya imagino que no tendréis uno de Harry Potter, pero…
–          Bueno, de Harry Potter no – me interrumpió Iván – Pero si quieres el de la chavala, la brujita… podremos complacerte.
Todos nos echamos a reír.
–          Bien. A lo que iba – dijo Iván retomando el hilo – Si te animas a participar, Tatiana, entrarás en un camerino donde podrás cambiarte, disfrazarte o desnudarte. Como te venga en gana. Luego, cuando salga de la sala quien esté utilizándola en este momento, se encenderá una luz verde y podrás entrar… a hacer lo que quieras.
–          Sí. Es super erótico Tatiana – dijo Alicia con entusiasmo – Sabes que en todo momento hay un montón de gente mirándote… te pones muy caliente. Es increíble. Pero no pueden tocarte. Además, te ves a ti misma reflejada en todos los espejos… y eso hace que tu imaginación se desboque…
La verdad, la idea no me parecía mala para nada. Era seguro, morboso… es cierto que se perdía la excitación de ver al que te mira, pero, acordándome de las antiguas ideas de Alicia, aquella no estaba nada mal.
–          No sé cari, ¿cómo lo ves tú? – me preguntó Tati.
–          Como tú quieras, cariño. Aunque, si te soy sincero, me seduce la idea de verte haciendo un buen striptease…
Dije aquello sabiendo que Tati sería incapaz de negarse.
Y, efectivamente, no lo hizo.
Tras un par de minutos de charla, nos pusimos en marcha. Tati estaba otra vez un poquito nerviosa, así que Alicia, que al parecer se conocía el sitio al detalle, se encargó de acompañarla al camerino para ayudarla a cambiarse. Yo me quedé con Iván, charlando amistosamente.
–          Bueno – dije de repente – ¿Y nosotros? ¿Vamos a uno de los cubículos?
–          ¿Vosotros? ¡No, no, amigo, en absoluto! – respondió él con vehemencia – ¡Vosotros sois VIPS!
–          ¿VIPS? – pregunté divertido.
–          ¡Por supuesto! Alicia es una buena clienta, una amiga y sobre todo – dijo él mirándome con picardía – no cobráis por el espectáculo.
Me eché a reír. Ya había caído en la cuenta de que Iván había hablado de “contratar” actores para el peep show, pero de pagarnos a nosotros no había dicho ni una palabra.
–          Alicia se ofreció a actuar gratis a cambio de disfrutar de ciertos… privilegios. Y hasta donde yo sé, no hemos cambiado los términos de nuestro acuerdo.
–          ¿Privilegios? – pregunté intrigado.
–          Acompáñame – me dijo Iván levantándose.
No salimos del lugar, pues nuestro destino era una habitación anexa a la que se accedía por otra puerta. No sé qué pensaba encontrar, sobre todo teniendo en cuenta que el despacho del que veníamos era un ejemplo perfecto del buen gusto, pero lo cierto es que la acogedora “sala de observación” a la que entramos me sorprendió bastante.
Era una habitación grande, más de lo que yo esperaba, del tamaño de un dormitorio estándar más o menos. Como la sala anexa, estaba decorado con sobriedad, las paredes pintadas de color oscuro y adornadas, esta vez sí, con fotografías de desnudos, pero todas muy artísticas, nada de pornografía ni ordinarieces.
En la pared del fondo, un enorme espejo reflejaba el contenido de la sala y, justo enfrente, un mullido y cómodo sofá de 4 plazas invitaba a sentarse y a disfrutar del espectáculo.
Junto al sofá, un carrito con ruedas repleto de todo tipo de bebidas alcohólicas de primeras marcas, lo que me hizo comprender que lo de tratamiento VIP iba bien en serio.
–          Normalmente uso esta sala para mi disfrute personal – me dijo Iván tras dejarme unos instantes para familiarizarme con el lugar – Pero, en algunas ocasiones, la cedo con gusto a clientes especiales.
–          Vaya. Entiendo que somos de esos clientes especiales – dije sin dejar de admirar las fotografías de bellas mujeres.
–          Al menos Alicia lo es y viniendo vosotros con ella… Además, Tatiana es muy hermosa y seguro que esta noche nuestros clientes lo pasarán muy bien admirándola; sin duda eso merece situaros en la lista de clientes preferentes.
Nos quedamos callados unos segundos, hasta que por fin le hice la pregunta obvia.
–          Supongo que ese espejo es la ventana que da a la sala peep.
–          En efecto. Mira, se usa así.
Iván cogió un pequeño mando a distancia que había en el carrito de las bebidas. Accionando un botón, el reflejo del espejo pareció difuminarse, convirtiéndose en una especie de cristal a través del cual pude ver una enorme sala circular, en cuyo centro había una especie de colchón redondo, cubierto por unas sábanas  de satén. Las paredes estaban literalmente cubiertas de espejos, tratándose en realidad de ventanas que daban a los cubículos de observación. Pude comprobar que, en efecto, la nuestra era la más grande de todas.
Justo en ese momento, en la sala estaba actuando una chica, con un cuerpo bastante impresionante, que estaba realizando un número de pole dance, usando la barra que había situada justo en medio del colchón.
La chica, completamente desnuda, colgaba en ese instante cabeza abajo de la barra, mientras se las apañaba para que su cuerpo fuera descendiendo progresivamente, girando alrededor del metal, para acabar tumbada sobre el colchón, completamente despatarrada.
Entonces, metiendo una mano entre sus muslos, se abrió por completo el chochito con dos dedos, exhibiéndolo para la clientela que la observaba desde sus habitáculos, haciendo quien sabe qué cosas en la intimidad de esos cuartos.
–          Esa chica es de las profesionales, ¿no? – pregunté mientras veía a la chavala levantando la pelvis del colchón y brindándome un excelente primer plano de su expuesta intimidad.
–          Sí. Bueno, en realidad se dedica al striptease sólo los fines de semana. Es estudiante de derecho.
–          ¡Coño! – exclamé sorprendido – Si no lleva la cara cubierta. Como venga alguno de sus compañeros…
–          ¿Como venga? – dijo Iván mirándome con una sonrisa burlona – Ella reparte panfletos en la facultad entre sus compañeros para que acudan. Por cada cliente que presenta aquí ese panfleto, ella se lleva un porcentaje de las ganancias. Te aseguro que, los fines de semana que actúa aquí, se lleva un buen pico. Y no vienen a verla sólo los alumnos, no sé si me entiendes…
Miré de nuevo a la chica, que estaba de nuevo en pié, bella y con la piel brillante por el sudor, girando de nuevo alrededor de la barra. Vaya si le entendía…
–          Joder. Debo parecerte un mojigato tremendo – dije – La verdad, siempre me he sentido bastante abierto en cuestiones de sexo, pero comparado contigo parezco un crío.
–          ¡Bah! No te creas – dijo Iván – Yo llevo años en esto y todavía me sorprendo con las actitudes de la gente.
No sé si lo dijo en serio, pero Iván logró caerme todavía mejor con aquel comentario. Me sentía cómodo con él, a pesar de que era potencialmente peligroso que un completo desconocido supiera en detalle cuales eran mis inclinaciones.
–          ¿Quieres una copa? – dijo entonces Iván.
–          Sí. Te la acepto ahora. Un gin-tonic, por favor.
–          Siéntate en el sofá, Víctor. Es comodísimo y se ve el espectáculo perfectamente.
Era verdad. Me senté y, al ser la ventana-espejo bastante baja, se podía observar la sala peep perfectamente.
–          Oye, desde dentro no puede vernos ¿verdad? – pregunté a Iván mientras él preparaba las copas junto al carrito.
–          No. Como has visto, desde su lado son simples espejos. Aunque hay algunas salas (como ésta) en las que es posible hacer transparente la ventana por ambos lados.
–          ¿Para qué? – pregunté un tanto desconcertado.
–          Bueno… es algo que no puede activarse desde los habitáculos por razones obvias. Imagínate lo que pasaría si permitiéramos que los clientes pudieran mostrarse a quien está dentro de la sala… Madre mía.
–          ¿Entonces?
–          Es algo que sólo hacemos a petición expresa de la persona que esté usando la sala peep. Ya sabes, gente con gustos parecidos a los vuestros a los que les pone que les miren… y también mirar ellos.
–          Y supongo que eso se pagará aparte.
–          Por supuesto – dijo Iván sonriéndome mientras me alargaba la copa.
Iván no se sentó, sino que se quedó en pie, situándose junto a la ventana, mirando el show de la universitaria mientras bebía de su copa.
–          La habrás visto muchas veces, ¿no? – pregunté.
–          ¿A Eli? – dijo él señalando hacia la sala peep – Muchas.
–          ¿Y te has acostado con ella?
Iván me miró, creo que un poco sorprendido. Pensé que quizás le había molestado.
–          Eres muy directo.
–          Te pido disculpas. No es asunto mío, sólo sentí curiosidad…
–          No, no, tranquilo – dijo él agitando una mano – Me gusta que seas directo. Me parece una señal de confianza. Sí, sí que me he acostado con ella.
Lo dijo con sencillez, como si fuera la cosa más natural del mundo. Aunque, bien pensado, sí que lo era.
–          ¿Sabes? – continuó – La verdad es que te envidio un poco.
–          ¿A mí? – exclamé sorprendido – ¿Por qué?
–          Porque tienes mucha suerte. Tener una novia tan hermosa como Tatiana ya es una suerte de por si, pero, que además comparta tu fetiche y le vaya lo mismo que a ti… No es fácil.
–          Sí – dije completamente de acuerdo – Es cierto.
–          Y además… también está Alicia…
Iván me miró fijamente a los ojos, insinuándome con la mirar lo que estaba pensando en ese momento…
–          Bueno, no saques conclusiones precipitadas. Entre Alicia y yo no hay nada.
–          ¿En serio? – preguntó él con genuina sorpresa.
Iba a explayarme un poco sobre el tema cuando la puerta de la sala se abrió y Alicia, con aspecto bastante satisfecho, penetró en la sala.
–          Estaba un poco nerviosa – dijo inmediatamente – Pero, en cuanto se ha puesto el disfraz y el antifaz… parecía otra. Creo que lo va a hacer muy bien.
–          ¿El disfraz? ¿De qué se ha vestido?
–          No, no – dijo Ali agitando un dedo – Es una sorpresa… Iván, querido, ¿me pones una copa?
El hombre, muy obediente, hizo una ligera inclinación y se apresuró a prepararle un combinado a Alicia, que se sentó en el sofá a mi lado dejándose caer literalmente sobre el asiento.
Muy sutilmente, usando todo el arte de que la naturaleza ha dotado a las mujeres, Alicia se adueñó inmediatamente de la situación en aquella sala, limitándose simplemente a cruzar elegantemente las piernas, regalándonos el espléndido espectáculo de unos muslos bien torneados enfundados en medias negras. Inmediatamente tuve que echarle un buen trago a mi copa y no pude evitar sonreír al ver cómo Iván hacía otro tanto.
Alicia, plenamente consciente de nuestras miradas de admiración, aceptó la copa que Iván le tendía y dijo con toda la tranquilidad del mundo.
–          Vaya, no veas cómo se mueve esa chica. Yo sería incapaz de colgarme de esa manera.
Efectivamente, Eli, la universitaria striper, estaba de nuevo cabeza abajo suspendida de la barra, brindando al con toda seguridad enfebrecido público un buen espectáculo, por el que estaban pagando… una y otra vez… Imaginé que las ranuras de las monedas estarían funcionando a pleno rendimiento aquella noche y sabía que, cuando Tati apareciera, iban a echar humo de verdad.
–          Bueno, os dejo ya – dijo Iván apurando su vaso y dejándolo en el carrito – Espero que disfrutéis la velada. Encantado de conocerte Víctor.
–          ¿Te vas? Creí que verías el show con nosotros – dije tontamente.
–          ¡Oh, no! Gracias, amigo. Esta noche cedo mi salita a los clientes VIPS, yo aquí… sobro. Además, ya he dejado desatendido el negocio bastante rato.
–          Sí – intervino Alicia – Pero tranquilo, que Iván no se perderá detalle. Tiene cámaras instaladas en la sala peep y además, siempre puede asomarse a algún cuarto vacío para ver a Tatiana en acción.
Iván miró a Alicia durante un segundo, estableciéndose entre ambos una comunicación silenciosa. Finalmente, volvió a saludarnos y, tras repetirnos que dispusiésemos de la salita tanto rato como quisiéramos, se despidió y salió, cerrando la puerta tras de si.
–           Estás loca – dije medio en broma en cuanto nos quedamos solos – En menudo berenjenal has ido a meternos.
–          ¿Berenjenal? – exclamó ella divertida – Esto no es nada. Reconoce que te pone la idea de ver cómo un montón de tíos se comen a tu novia con los ojos. Imagínate la de pajas que ella solita va a provocar esta noche. Y además, esto es completamente seguro, ni pueden tocarla ni reconocerla ¿no es eso lo que querías?
–          Sí, vale, reconozco que la idea no es mala. Pero no me hablaste de Iván, ni de que le habías contado nuestro secreto. No me siento cómodo sabiendo que un completo desconocido sabe que soy exhibicionista. Parece un buen tipo, pero…
–          Tú simplemente confía en mí – dijo ella un poco cortante.
No sé por qué, pero sus palabras me sonaron más bien como “tú haz lo que yo diga”. Por un momento el fantasma de la antigua Alicia planeó por la habitación.
–          Te aseguro que no va a pasar nada – dijo ella en tono más amistoso – Tú sígueme el rollo y verás que noche tan estupenda pasamos.
Mientras decía esto, la mano de Alicia se posó en mi rodilla. Fue sólo un segundo, pero bastó para que se me erizara el vello de la nuca. Nervioso, fui de pronto consciente de lo solos que estábamos en aquella sala, de lo erótico del espectáculo que íbamos a presenciar y de lo increíblemente sexy que estaba Ali con aquel vestido negro. Empecé a tener miedo de no ser capaz de controlarme.
–          Vaya, la verdad es que esa chica lo hace realmente bien – dijo Ali desviando la mirada hacia el espectáculo.
–          Sí, es verdad – coincidí mirando a cristal a mi vez mientras echaba un trago – Me ha dicho Iván que se dedica a esto los fines de semana.
–          Pues seguro que cobra una pasta; se le da de miedo.
Era verdad, la danza que estaba realizando Eli en sobre el colchón era tremendamente sensual y erótica. Se movía con una gracia y soltura realmente notables y además poseía una especie de aura felina que resultaba a la vez elegante y sexy.
Eso sí, de vez en cuando, la joven abandonaba el erotismo y se adentraba directamente en la pornografía, abriéndose el coño con los dedos o acercando sus pechos a la boca para lamerse los pezones con lascivia.
–          Espera, voy a poner la música – dijo Ali.
Accionando el mando, Ali activó el sonido de ambiente, con lo que pudimos escuchar la melodía a cuyo son se movía la muchacha. No la había escuchado nunca, pero me gustó. Era muy apropiada, pues la música se compenetraba perfectamente con la coreografía del show.
Eli se movía cada vez con más ganas, deleitándonos con el excitante espectáculo de su escultural cuerpo brillante por el sudor, danzando y contorsionándose al ritmo de la canción.
Me pregunté si realmente estaría tan excitada como aparentaba y si, de ser así, tendría esperándole a algún afortunado tipo que se deleitaría más tarde probando sus mieles. Quizás el propio Iván…
Poco a poco, el baile de la chica fue haciéndose más febril, más intenso. Era como si la joven pretendiera emular el acto sexual con su danza, abandonándose a un progresivo frenesí que culminó en un clímax de pasión. Aunque no podía escucharla, pude ver perfectamente cómo la joven culminaba su actuación con un grito desenfrenado mientras, arrodillada sobre el colchón, se derrumbaba sobre su espalda, las piernas dobladas bajo el cuerpo y los brazos en cruz. Permaneció así unos instantes, recuperando el aliento después del esfuerzo realizado.
Me di cuenta de que había estado medio hipnotizado admirando el sensual baile de Eli. Ni siquiera me había percatado de que me había excitado un poco, comenzando mi soldadito a despertar dentro de mi pantalón.
–          Es muy buena – refrendó Alicia, los ojos clavados en la jadeante muchacha.
–          Desde luego que sí – coincidí – Sin duda Tati no va a hacerlo tan bien.
–          Ni falta que hace – respondió Ali mirándome – Ya oíste antes a Iván; es mucho más excitante ver a una amateur que a una profesional.
–          Es cierto.
–          Bueno. La próxima es Tatiana – dijo Ali – Verás qué sexy está.
–          Me muero por verla – afirmé.
Ali me miró un instante sin decir nada. Yo hice como si no me diera cuenta. Me sentía nervioso.
–          ¿Otra copa? – dije levantándome sin esperar respuesta.
–          Vale.
Cogí ambos vasos y preparé las bebidas, mientras Ali me miraba en silencio, consiguiendo enervarme todavía más.
Cuando regresé a su lado, había vuelto a cruzar las piernas y estaría dispuesto a jurar que la falda estaba subida varios centímetros más que antes.
–          Ahí viene – dijo Ali para mi alivio.
Sin darme cuenta, caminé hasta quedar de pie frente al cristal, deseoso de no perderme detalle del debut de mi novia en el mundillo del striptease. Me volví un instante para sonreírle a Alicia al descubrir por fin de qué se había disfrazado mi chica.
–          ¿Idea tuya? – pregunté.
–          Digamos que de ambas – respondió la mujer echando un trago a su bebida.
Me volví de nuevo hacia el cristal, deleitándome con el cuerpazo de la sexy colegiala que había penetrado en la sala. Iba vestida con una falda a cuadros, camisa blanca (con lacito azul al cuello) y una rebeca de color rojo.
Llevaba además una peluca negra, con el cabello recogido a los lados en dos coletas y un antifaz del mismo color. Me costó reconocer a mi novia. De hecho, podría haber pasado por una auténtica colegiala de no ser por sus rotundas curvas, que delataban que se trataba de una chica de más edad.
–          Está buenísima – dije con admiración.
–          Sí. Está muy guapa. Tiene suerte, todo le queda bien.
Alicia se había levantado del sofá y se había acercado a la ventana, quedando casi hombro con hombro conmigo. Sin embargo, esta vez no me enervó su proximidad, el ver por fin a Tatiana en la sala había tenido la virtud de serenarme un poco.
–          Vamos nena – dije en voz alta – Deléitanos como tú sabes. Vuélvelos locos de deseo…
Tati, que parecía un poco avergonzada nada más entrar, pareció reaccionar a mis palabras. Alzó la cabeza, mirando hacia nosotros fijamente y, cuando empezó a sonar la música, empezó a moverse al compás sensualmente, provocando que la boca se me secara. Por lo visto, el anonimato que le brindaba el antifaz le permitía a mi novia soltarse por completo, con lo que pronto estuvo entregada al baile, consiguiendo que la faldita del uniforme aleteara sin parar, haciéndome estar completamente pendiente de lograr atisbar debajo. Parecía un quinceañero salido tratando de verle las braguitas a una compañera.
De repente, Tati se abrió la rebeca de un tirón, librándose de ella y arrojándola a un lado, con lo que pude comprobar que la camisa que usaba le iba un par de tallas pequeña, por lo que sus tetas parecían estar a punto de hacerla estallar en cualquier momento.
 Tati, a diferencia de la chica anterior, no permanecía quieta en el centro de la sala, sino que se desplazaba por toda ella, asegurándose de que desde todas las ventanas pudiera disfrutarse de un buen primer plano de su cuerpazo. Estaba entregadísima.
Por fin llegó a la nuestra. Para ese entonces ya se había librado del lazo del cuello y se había abierto unos cuantos botones de la camisa, con lo que sus senos, envueltos en lencería fina, asomaban desafiantes por el escote de una forma harto erótica.
Durante unos segundos, nos dedicó un baile super sexy frente a nuestra ventana, agachándose y levantándose al ritmo de la música, mientras su cuerpo no dejaba de contonearse eróticamente.
Pensé que Tati iba a desnudar sus pechos frente a nosotros como regalo, pero hizo en cambio otra cosa que me sorprendió. De repente, paró por completo de bailar y, poniendo una expresión avergonzada (fingida, pero super morbosa) se inclinó un poco, aferró el borde de su falda y se la subió hasta el pecho mostrándonos sus braguitas en un gesto a la vez inocente y sensual.
Para ese entonces yo ya la tenía como una roca.
–          Muy bien, Tati, impresionante – la aplaudía Alicia desde mi lado.
–          Desde luego. Hay que ver cómo se ha desinhibido. Es muy sexy.
Tati se alejó bailando con una sonrisa en los labios. Cada vez más metida en su papel, se entretuvo en apretar los pechos contra varios de los cristales, logrando sin duda que a los ocupantes de esas salas se les salieran los ojos.
–          Guau – dije admirado – Quien la ha visto y quien la ve.
–          ¿Lo ves tonto? Te dije que era buena idea venir aquí – dijo Ali triunfante.
En ese instante, Tati estaba justo en el lado opuesto de la sala, contoneándose frente a uno de los cristales. Se había abierto por fin la camisa totalmente, por lo que el ocupante de aquel habitáculo estaba disfrutando de un buen par de tetas enfundadas en lencería fina sacándole brillo a su cristal. Sonriendo, regresé al sofá y me senté.
–          Víctor, dime. ¿Cuántas pollas crees que estarán ahora mismo siendo masturbadas gracias a tu novia? – preguntó Ali con malicia.
–          Je, je – reí un poco achispado – No sé. Contando las ventanas… Unas 30 ¿no?
–          Bueno. 30 no. Sólo 29 – dijo Ali mirándome con intensidad.
Tardé unos segundos en comprender lo que me decía.
–          Pues tienes razón – dije entrando de lleno en el juego – Hay que redondear la cifra.
Con un poco de dificultad, pero extrañamente excitado, me las apañé para extraer mi polla por la bragueta, agarrándomela con la derecha y empezando a masturbarme muy lentamente. Alicia, vuelta hacia mí, me miraba con una tenue sonrisa, logrando que me olvidara por un momento de Tatiana y su show.
El nerviosismo había vuelto con intensidad. No sabía qué pretendía Alicia, pero estaba consiguiendo que me pusiera cachondo perdido y eso, unido a las copas que me había tomado, hacían que el riesgo de perder el control no fuera desdeñable.
Tratando de aparentar tranquilidad, como si fuera lo más normal del mundo estar allí encerrado con una bella mujer mientras me masturbaba, volví a clavar los ojos en el cristal, pajeándome mientras disfrutaba del show de mi novia.
Sin embargo, percibí que Tati ya no se movía como antes, supuse que por el cansancio del baile y ahora se contoneaba un poco más envarada, de pié sobre el colchón, aferrada a la barra metálica sin demasiada gracia.
–          Dime una cosa – dijo Alicia atrayendo de nuevo mi atención – ¿Por qué crees que te masturbé antes en el jacuzzi?
La respuesta obvia acudió a mis labios, pero juzgué que no era inteligente espetarle que lo había hecho para manipularme y que estuviera de acuerdo con el plan que tenía en mente.
–          No sé. ¿Te apetecía tocar mi pollón? – bromeé.
–          Sí que me apetecía – dijo ella enervándome – Pero no fue por eso. Adivina.
–          Para poner cachondas a las chicas. La oportunidad era que ni pintada.
–          Nah, nah – dijo ella meneando la cabeza – frío, frío…
–          ¿Te apiadaste de mí y quisiste hacerme un favorcito?
–          Helado…
No me había dado cuenta, pero Ali se había desplazado poco a poco, apartándose de la ventana hasta quedar de pié frente al sofá, muy cerca mío.
–          ¿No se te ocurre nada más? – dijo en un tono super erótico.
–          No… no. Déjame pensar.
Ali, sin recato alguno, levantó un pié del suelo y lo plantó encima del sofá, justo a mi lado. Al hacerlo, la falda se le subió unos centímetros, permitiéndome atisbar el borde de encaje de la media, dificultándome la respiración.
–          ¿Quieres saber por qué? – dijo en voz más baja, inclinándose hacia mí.
–          Cl… claro.
Me sentí un poco ridículo, sentado en el sofá con la polla fuera de los pantalones, olvidado por completo el motivo por el que estábamos allí, toda mi atención centrada en aquella mujer capaz de manejarme como quería.
–          Pues pensé que era mejor que descargaras un poquito… Para asegurarme de que luego fueras capaz de aguantar lo que hiciera falta.
Me quedé mirándola sin pestañear, completamente atónito. ¿Habría entendido bien lo que decía? ¿Se estaba insinuando?
No me di cuenta en ese momento, pero me había quedado con la boca abierta, mirándola. Para añadir más leña al fuego, Ali hizo un sencillo gesto con la mano, dando un suave tirón a su vestido para revelar una porción mayor de muslo.
La cabeza me daba vueltas, estaba volviéndome loco. ¿Era eso lo que quería? ¿Me estaba proponiendo follar en ese cuarto?
Ella no decía nada, se limitaba a permanecer de pie frente a mí, el pié sobre el sofá, exhibiendo su carnoso muslo con total tranquilidad, como invitándome a deslizar la mano bajo su falda. ¿Lo hacía? ¿Me llevaría una ostia?
Lentamente, casi temblando, moví una mano y la posé sobre la rodilla de Alicia, sintiendo el sedoso tacto de la media en mi piel, lo que me excitó todavía más si es que eso era posible. Ali no dijo nada, limitándose a mirarme fijamente a los ojos, invitándome con su silencio a que prosiguiera con mis maniobras.
Estaba a punto de estallar por la excitación. Muy despacio, fui deslizando la mano por el muslo, acariciándolo suavemente, sintiendo el tacto y tersura de su carne, deleitándome con su contacto. Cuando mi mano llegó al borde de su vestido, la llevé hacia abajo, colándola justo en medio de los muslos abiertos, introduciéndola en la misteriosa gruta que existía entre sus piernas, en busca del más preciado de los tesoros.
Sin embargo, aún me quedaba un ápice de autocontrol, así que, antes de enterrar por completo mi mano bajo su falda, intenté asegurarme una vez más.
–          ¿Estás segura de esto? Una vez que empecemos no habrá marcha atrás…
–          Llevo tiempo deseándolo – dijo ella con sencillez.
Mi mano se perdió por completo, temblorosa, con ansia, deseosa de llegar por fin a su destino. No pude evitar sonreír cuando mis dedos rozaron su trémula carne desnuda, arrancándole un tenue gemido de placer a la bella mujer y un delicado espasmo en sus caderas, que no pudieron contenerse bajo mi contacto.
No sé cómo no me había dado cuenta, me había pasado toda la tarde mirándole el culo a Alicia y no me había apercibido de que iba sin bragas. No puedo describir cómo me sentí al notar la humedad, el calor en mis dedos… Con delicadeza, recorrí con las yemas los hinchados labios de palpitante carne, mientras su dueña temblaba de placer por mi caricia, apretando levemente los muslos, atrapando mi mano entre ellos.
Más tranquilo al estar seguro del suelo que pisaba, fui un paso más allá hundiendo por fin con decisión un par de dedos en la gruta de la chica, haciéndola bufar de placer e inclinarse por la súbita intrusión, justo como yo quería.
Sin darle oportunidad a incorporarse, la atraje hacia mí y la obligué a sentarse en mi regazo, apoderándome de sus labios con los míos y hundiéndole la lengua hasta el fondo, mientras la suya me devolvía el beso con entusiasmo, llenándome de alegría.
Ali se retorció entre mis brazos, pero no trató de escapar, sino que se sentó a horcajadas sobre mi muslo, de forma que pude sentir perfectamente el calor y la humedad de su coñito al apretarse contra mi pierna.
Un poquito descontrolada, Alicia empezó a mover las caderas mientras no dejábamos de besarnos, de forma que empezó literalmente a frotarme el coño en el muslo, incrementando la excitación de ambos.
Loco de calentura, la aparté con cuidado pero con firmeza, obligándola a tumbarse sobre el sofá, de forma que quedara por completo a mi merced. Ella, lejos de resistirse, abrió las piernas, permitiéndome admirar su hinchada y húmeda vagina a la luz de la lámpara que había en el techo. Faltó poco para que me arrojara sobre ella y la violara a lo bestia.
–          Eres hermosa – siseé.
–          Ven – dijo ella por toda respuesta.
Pero no, había anhelado tanto ese momento que estaba decidido a que se convirtiera en una experiencia memorable. Iba a brindarle a Ali el sexo de su vida. Es noche iba a dedicarme por competo a su placer.
Arrodillándome en el suelo, separé sus muslos con las manos, exponiendo por completo su ardiente intimidad. Comprendiendo mis intenciones, Ali me facilitó la tarea levantando una pierna y apoyándola en el respaldo del sofá, ofreciéndose a mí con una expresión tal de lujuria que creí volverme loco.
Prácticamente me zambullí entre sus muslos, apoderándome con rapidez de su vagina con mis labios, chupándola y lamiéndola con frenesí. Mientras mi lengua chupaba y lamía, mis dedos acariciaban y sobaban, entreteniéndose especialmente en el enhiesto clítoris de la chica, provocándole estremecedores gemidos de placer.
–          Sí, así. Justo ahí – jadeaba ella, enervándome todavía más – Por Dios, qué bien lo haces. Menudo espectáculo, el sexo oral de mi vida mirando a Tatiana pajearse…
¿Pajearse? Extrañado y sin dejar de comerle el coño un segundo, me las apañé para asomarme ligeramente de entre sus muslos, atisbando por un instante a través del cristal.
Efectivamente, Tatiana había abandonado su número de danza y, desnuda de cintura para arriba y con la falda enrollada en las caderas, se masturbaba furiosamente con un consolador que no sé de donde habría sacado.
–          Muy bien nena – siseaba Alicia – Métetelo hasta el fondo. Así…
Joder. No sabía que a Ali le pusiera tanto ver a una chica tocándose.
–          Mejor para mí – pensé.
Seguimos con la tórrida sesión de sexo oral un ratito más, mientras yo degustaba aquel delicioso coñito como un buen gourmet, recorriendo y estimulando hasta el último centímetro de hirviente carne.
–          Sí. Así. Clávatelo. Muy bien – siseaba Ali – Y tú, ya no puedo más, métemela de una vez…
Mi plan era lograr que se corriera al menos una vez con el sexo oral, pero, de repente, su idea me parecía mucho mejor. Estaba ya que me moría por meterla en caliente.
Con gran ansiedad, salí de entre los muslos de Alicia e intenté echarme sobre ella, con mi palpitante miembro cabeceando entre mis piernas, pero ella me detuvo.
–          No, aquí no… Ven.
Al fin del mundo habría ido si hubiera hecho falta. Ya no aguantaba más.
Alicia se incorporó, jadeante, el vestido subido hasta la cintura, con el coñito brillante de saliva y jugos. Temblorosa, caminó hacia la ventana y, volviéndose hacia mí, apoyó la espalda en el cristal y me invitó a acercarme con un gesto.
–          Aquí. Fóllame aquí. Quiero que me folles mientras miras a tu novia.
No dije nada. En ese momento no pensaba en Tatiana para nada. Para mí sólo existía Alicia.
Me acerqué a ella, mis ojos clavados en los suyos, a punto de explotar por la excitación. Acaricié sus mejillas con ambas manos, deleitándome con su belleza, con la lujuria que brillaba en su mirada. La besé de nuevo, con profundidad, con ansia, apretando nuestros cuerpos, frotándonos, estrujando una erección que era casi dolorosa contra su ser.
–          Dámela ya – dijo ella con un suspiro – La necesito dentro de mí…
Joder. Era para morirse. Estuve a punto de eyacular sólo de escucharla suplicarme que la follara. Era demasiado.
La penetré enseguida, hundiéndome en su carne con un gruñido de placer. El calor, la humedad, cómo apretaba mi enardecido miembro… su coño era una maravilla… Toda la excitación, los riesgos, todo lo que habíamos pasado juntos, merecieron la pena en ese momento, cuando me hundí por fin en el interior de Alicia, alcanzando por fin el paraíso.
Noté cómo sus brazos y sus piernas me abrazaban, rodeándome, atrayéndome contra sí. Yo sostenía su peso por completo contra el cristal, pero en mi vida había soportado una carga más ligera ni más agradable.
Con un gruñido, embestí contra ella, hundiéndome en su gruta hasta la matriz, provocándole un gritito de placer.
–          Sí, así Víctor, hasta el fondo, quiero que me folles hasta el fondo..
Y obedecí, vaya si lo hice. Con toda el ansia y la excitación acumulada de las últimas semanas descargándose por fin. Le di con todo.
Alicia gemía y resoplaba como una loca, poseída por el frenesí del sexo. Medio ida, me mordió con saña una oreja, pero no me importó lo más mínimo, concentrado únicamente en complacerla en todo, en hacer que disfrutara de aquel momento como nunca antes en su vida.
–          Fóllame, fóllame – jadeaba ella mientras yo redoblaba mis esfuerzos en su interior – Mírala, mira a tu novia mientras me follas, mira cómo hace todo lo que queremos, cómo se desvive por complacerte…
Alcé la vista, mirando por encima del hombro de Alicia, sin dejar de penetrarla, comprobando que Tatiana seguía masturbándose con furia, con una ansiedad que nunca antes había visto en ella.
–          Sí, mira cómo se masturba. Mira lo caliente que se pone al saber que la están mirando un montón de tíos. ¿Lo ves? Te lo dije, tu novia disfruta con estas cosas. Le encanta que la miren mientras se mete un consolador en el coño. Es una puta, como yo… Fóllame – dijo mordiéndome de nuevo el lóbulo de la oreja.
Sus palabras obscenas, el calor de su cuerpo, la imagen de Tatiana masturbándose como loca, todo se juntó para seguir dándole placer a Alicia. Cuando por fin se corrió, creí que iba a estallar de orgullo y alegría, pero, en lugar de eso, redoblé mis esfuerzos entre sus muslos, haciéndola aullar literalmente de placer.
–          ¡No, para! ¡Por favor! – gemía mientras me la follaba contra el cristal – ¡Espera, espera, no puedo más!
Y una mierda iba a esperar. Desmadejada, con las caderas todavía bailando por la tremenda corrida que acababa de pegarse, Alicia casi se desmaya entre mis brazos, quedando como un peso muerto empalado en mi verga.
Sintiéndome pletórico por haber sido capaz de darle tanto placer a tan impresionante hembra, hice un  alarde de fuerza y, sujetándola con los brazos, la transporté de regreso al sofá todavía empitonada en mi hombría.
–          No, no, para – jadeaba ella, agotada.
–          Shissst – siseé – Tú déjame a mí. No te vas a olvidar de esta noche en tu vida.
Lentamente, pero incrementando el ritmo con rapidez, reanudé el metesaca entre los muslos de Alicia, cargando mi peso sobre ella, que yacía desmadejada sobre el sofá.
Poco a poco, la joven fue recuperándose y pronto me encontré con sus brazos rodeando mi cuello, atrayéndome hacia sí para besarme.
–          No sabes cuánto he esperado este momento – le dije desde el fondo del mi alma.
–          Y yo – respondió ella llenándome de dicha.
Más calmados, seguimos follando sobre el sofá, a un ritmo más pausado, lejos del demencial desenfreno de momentos antes.
Cuando se cansó de la postura, Alicia me obligó a sentarme en el sofá, colocándose a horcajadas sobre mi regazo, metiéndose ella sola mi polla hasta el fondo, empezando un delicioso baile de caderas sobre mí.
Mis manos se apoderaron con prontitud de su culo, amasando los tiernos mofletes, magreando la tierna carne con entusiasmo, jugueteando con los dedos en su apretadita entrada trasera.
–          Otro día te dejaré que me sodomices – me susurró Alicia al oído sin dejar de mover las caderas sobre mí.
Me sentí feliz, no por lo del sexo anal, sino porque había confirmado que íbamos a volver a hacerlo. Me sentí pletórico.
–          Madre mía Víctor – dijo Ali cabalgándome con las manos apoyadas en mis hombros – Menudo aguante tienes. Lo de la paja del jacuzzi ha sido una idea espléndida.
–          Nena, tenía tantas ganas de que esto pasase que tenía que quedar bien.
Pero no resistí mucho más. Era demasiado exigirme. Sentí que estaba a punto de correrme, así que avisé a Alicia, ya que no estábamos tomando precauciones.
–          No, da igual – dijo ella sin dejar de moverse sobre mí – Quiero tu leche, la quiero dentro de mí.
Y exploté. Me derramé en su interior como una manguera. Con un bufido, la estreché con fuerza entre mis brazos, mientras mi esencia se derramaba en su interior. Ella gimió profundamente, devolviéndome el abrazo y besándome con ansia.
Permanecimos un rato así, abrazados, sintiendo cómo poco a poco mi miembro iba menguando en su interior, cómo mi semilla se mezclaba con sus jugos.
–          El polvo de mi vida – dijo ella dándome un besito – Me has dejado impresionada.
–          Pues claro, nena – dije sonriendo – y el que te voy a echar ahora va a ser todavía mejor.
–          No, de eso nada – dijo ella levantándose, provocando que mi todavía morcillona polla saliera de su coñito – Mira, Tatiana ya ha terminado y vendrá en cualquier momento.
Era verdad. La sala peep estaba vacía. Al verla, un súbito sentimiento de culpabilidad me golpeó con fuerza. Lo cierto es que se me pasaron las ganas de echar otro polvo. Me sentí fatal. Pobre Tatiana, no se merecía aquello.
Adivinando mis sentimientos, Ali no dijo nada, limitándose a tomarme de la mano y a conducirme de vuelta al despacho. Allí, tras otra puerta camuflada en la decoración, pudimos asearnos un poco usando el cuarto de baño privado de Iván.
Una vez limpios, esperamos a Tati sentados en el despacho, pues temí que, si ella entraba en la salita, el inconfundible aroma a sexo que habíamos dejado descubriría el pastel.
Ali salió un segundo, regresando enseguida con unas copas, que bebimos en silencio. Por fin, no aguantando más, tuve que hablar.
–          ¿Y ahora? – pregunté.
–          ¿Ahora? – dijo ella simulando ignorar a qué me refería.
–          Lo que ha pasado. ¿Ha sido sólo una vez? ¿Ha sido un calentón repentino?
–          Ahora… Será lo que tú quieras – dijo ella con sencillez.
–          ¿Lo que yo quiera?
–          Bueno. No. Si me preguntas si voy a dejar a mi prometido… No sé qué contestarte. Aunque te confieso que ahora tengo dudas.
El corazón se me aceleró en el pecho.
–          Pero si te refieres a que seamos… amantes. La verdad es que estoy deseándolo.
–          ¿Amantes? ¿Y Tatiana?
–          Si yo fuera tú… No le diría nada. Creo que podemos seguir así un tiempo, pasándolo bien los tres juntos. Ya veremos a donde nos lleva la cosa. ¿Qué opinas?
El rostro de Tatiana, deshecho en lágrimas cuando intenté cortar con ella apareció en mi mente, llenándome de desasosiego. Así que tomé la salida fácil.
–          Tienes razón. Mejor que no se entere. Más adelante ya veremos.
–          De acuerdo entonces. Lo mantendremos en secreto. Así podremos seguir saliendo por ahí los tres juntos. Se me han ocurrido un par de ideas que…
Pero Ali no tuvo tiempo de exponerme cuáles eran sus planes, pues en ese momento la puerta se abrió y una Tatiana bastante seria y un poco pálida penetró en la sala, no atreviéndose a mirarme directamente siquiera, clavando sus ojos en Alicia.
–          ¡Cariño! – exclamé exagerando un pelo el entusiasmo que sentí – ¡Has estado increíble! ¡Madre mía, cómo te movías! Y luego, con el consolador… ¡Jamás habría imaginado que te atreverías a tanto! ¡No sabes cuánto me has excitado!
Levantándome, abracé con ganas a mi novia, deseando que se sintiera relajada tras los nervios que sin duda había pasado. Le di un ligero besito que ella devolvió sin mucho entusiasmo, todavía avergonzada por el show que acababa de protagonizar.
–          Sí. Has estado genial Tatiana – dijo Ali levantándose de su asiento – Ha sido increíblemente erótico y te aseguro que tanto Víctor como yo lo hemos pasado muy bien. Hemos disfrutado hasta el último instante.
El doble sentido era más bien evidente, pero no se lo tuve en cuenta, preocupado por lograr que Tati se relajara por fin.
Seguimos charlando un rato y Ali le sirvió una copa a mi novia, lo que devolvió un poco de color a sus mejillas. Ambos alabamos enormemente su actuación, pero no fue hasta que Iván regresó al despacho y la felicitó efusivamente, que Tati no empezó por fin a sosegarse.
Un rato después, nos despedimos de Iván y, tras prometer que volveríamos pronto, salimos del local a la fría noche. Estábamos cansados, así que decidimos dar por concluida la velada.
Llevamos a Alicia hasta su coche con el nuestro y después nos dirigimos a casa.
Tati seguía un poco callada, lo que me inquietaba un poco. Esperaba de corazón que la pobre no lo hubiera pasado muy mal en la sala peep. Desde luego, no parecía que le hubiera costado mucho marcarse el numerito. Yo habría jurado que estaba disfrutando mucho.
–          ¿Estás bien, nena? – le pregunté.
–          Sí, sólo un poco cansada. Ha sido un día largo y lo del sex-shop ha sido muy intenso.
–          Sí que lo ha sido. Has estado increíble. No sabes lo caliente que me he puesto…
–          ¿En serio? Me alegro mucho – dijo ella sin mucho entusiasmo – Ya sabes que esto lo hago por ti…
–          Ya lo sé, nena. Y sabes que te lo agradezco. No sabes la suerte que tengo de tener una chica como tú.
Tati me miró un instante, con una expresión indescifrable en el rostro.
–          ¿Quieres que te la chupe? – dijo de repente.
–          ¿Cómo? – exclamé atónito.
–          Si quieres te la chupo. Si te has puesto tan caliente estarás a punto de reventar. Sabes que adoro hacer cosas por ti. Si no puedes más, te hago una mamada ahora mismo. ¿Te apetece?
¿Qué podía decir? Ahora no, nena, que acabo de echar un polvo del copón y estoy bien satisfecho, gracias. No me quedaba otra.
–          Pues claro, nena. ¿A qué tío no le apetecería tener unos labios tan sensuales como los tuyos chupándole la polla?
Tati no contestó, limitándose a inclinarse desde su asiento hacia mi regazo. Nervioso, miré a los lados por si había alguien cerca, obviamente no porque me preocuparan que nos vieran, sino para ver si había suerte y alguna chica guapa disfrutaba del espectáculo.
En menos de diez segundos, Tatiana extrajo mi polla del pantalón y la engulló de golpe, jugueteando con la lengua en el glande, haciéndome unas cosquillas la mar de excitantes.
Habilidosa, no le costó nada lograr que me empalmara y enseguida la tuve practicándome una soberbia felación mientras conducía hacia casa. Esta vez no me chupó los huevos, ni deslizó la lengua por el tronco, sino que simplemente la absorbió entre sus labios y empezó a deslizarlos rápidamente por mi verga, sin parar de estimularme con la lengua.
–          Ya, nena, ya – jadeé cuando noté que estaba a punto de correrme.
Pero ella no se apartó, sino que se metió mi polla hasta el fondo, enterrando el rostro en mi entrepierna. Alucinado, me corrí como una bestia directamente en su garganta, notando cómo ella se esforzaba para tragarlo todo y dejarme los huevos bien vacíos.
–          Joder, cariño, ha sido increíble – jadeé mientras ella se limpiaba la boca con un pañuelo – Sí que te ha puesto cachonda el bailecito del sexshop.
–          Sí. Es verdad – dijo ella un poco seca.
Cuando volvimos a casa, echamos un buen polvo. Bastante sosegado, pero bueno. Fui yo el que tomó la iniciativa, pero, como siempre, Tatiana no se negó a nada de lo que le pedí.
CAPÍTULO 23: AMANTES:
A partir de ese momento, Alicia se convirtió en una obsesión.
No sé qué me pasaba, era como si al conseguir por fin que nuestra relación se hiciera física tras haberlo deseado tantísimo, el resto de aspectos de mi vida pasaran a un plano secundario. No sé cómo expresarlo, no es que ya no me importara Tatiana, mi trabajo o mi familia…. era sólo que, de repente, se volvieron menos importantes. Vivía exclusivamente concentrado en mi siguiente encuentro con ella.
Nos convertimos en amantes en toda regla. Prácticamente nos veíamos a diario, normalmente en su piso y allí follábamos como locos. Ni una sola vez dimos rienda suelta a nuestro fetiche exhibicionista; era sólo follar y follar.
Yo, acomodado a la situación, mantuve el secreto con Tatiana, sin insinuarle nada, procurando evitarle el dolor que sabía sufriría si se enteraba de lo mío con Ali. Tanto sacrificio, tratando de satisfacer mis deseos… para que al final yo acabara con otra.
Me sentía culpable cuando estaba con ella, así que me esforzaba en hacerla feliz. Le hice muchos regalos, la sacaba por ahí siempre que podía, estaba pendiente de sus necesidades… lo que fuera con tal de acallar mi conciencia.
Aún así, tenía la sensación de que Tati no se portaba como siempre, estaba un poco más fría que de costumbre.
Aunque claro, eso tenía una explicación perfectamente razonable y era que Alicia había retomado el liderazgo de nuestra pequeña banda. Ahora que me tenía comiendo de la palma de su mano, empezó muy sutilmente a proponer ideas cada vez más atrevidas y, en la mayor parte de las ocasiones, era Tati la protagonista de nuestras aventuras.
Y lo cierto era que yo no le negaba nada. Ya no me importaba que nos descubrieran, o que corriéramos riesgos innecesarios para cumplir con las fantasías de Ali. Bastaba que ella me lo sugiriera, para que yo me mostrara de acuerdo en todo… y luego yo hacía lo mismo con Tatiana.
Y no era sólo eso lo que había cambiado. Incluso mi vida laboral empezó a resentirse por mi aventura con Alicia. Muchas tardes me ausentaba de la oficina para verla, simplemente porque ella me llamaba, sin importarme si tenía trabajo pendiente o no. Los jefes incluso hablaron un par de veces conmigo, interesándose por el motivo de que mi rendimiento hubiera bajado, teniendo que inventarme excusas que justificasen mis continuas faltas al trabajo.
Pero nada de eso me importaba. Me bastaba con ver a Alicia, estrecharla entre mis brazos, hundirme entre sus piernas… estaba obsesionado.
Y ella lo sabía perfectamente.
Mira, te doy un ejemplo de hasta qué punto me tenía sorbido el sexo. Se trata de una de sus locas ideas y además, por una vez no fue Tatiana la víctima, sino que me tocó a mí arriesgarme.
Alicia llevaba varios días quejándose de su jefa, Claudia, que al parecer le estaba haciendo la vida imposible. Por lo visto, como la recepcionista de la agencia estaba de baja, había obligado a Alicia a ocupar su puesto, teniendo que recibir a los clientes en el mostrador de recepción y atender las llamadas, lo que, por lo visto, la ponía a parir.
Despotricaba un montón de la pobre mujer mientras yo, obviamente, le daba la razón en todo y me compadecía de lo injustamente que estaba siendo tratada Ali. Y esto no era un secreto de alcoba entre ambos, sino que también le contaba sus penas a Tati cuando quedábamos los tres, obteniendo idénticas muestras de conmiseración por parte de mi novia.
–          Pues cuando quieras te echamos un cable y le damos una lección a esa golfa – le dije un día sin meditar bien mis palabras.
Ali se quedó mirándome muy seria, sopesando en profundidad lo que le acababa de decir.
Y vaya si lo hizo, pues un par de días después, nos contaba el plan que su maquiavélica cabecita había maquinado para darle un susto a su jefa.
–          Vamos a montarle un espectáculo directamente en la agencia – nos espetó muy ufana.
Las dudas me atenazaron en ese momento. Aquello era pasarse de rosca. Podía acabar en la cárcel. Pero bastó una mirada subrepticia de Ali para que la protesta muriera en mis labios y me mostrara de acuerdo con todo lo que propuso.
El plan era arriesgado, por no decir una auténtica locura. Ali me suministró una especie de disfraz de repartidor, un mono de trabajo, una gorra, una peluca y una de nuestras gafas con cámara oculta: “Para no perderme la cara de acojone de esa zorra” dijo Ali simplemente.
La idea era que Tati me llevara por la tarde en coche (en su día de descanso) y permaneciera aparcada en el callejón que había detrás de la agencia, como si fuera la conductora en un atraco.
Desde allí, podría captar perfectamente la señal tanto de mi cámara como las de las otras dos que Ali iba a encargarse de colocar subrepticiamente en el despacho de su jefa.
Yo debía acceder al local, simulando ir a entregarle un paquete y, como sería Ali quien estuviera en recepción, no tendría problemas para acceder a su despacho, que por lo visto estaba tan sólo unos metros más adelante del mostrador (Ali incluso me dibujó un mapa).
Por lo visto, la tal Claudia estaba acostumbrada a recibir paquetes en la oficina, por lo que me franquearía el paso sin problemas.
La sorpresa se la llevaría al abrir el paquete, pues dentro iría mi polla bien erecta, con la que se toparía al abrir la caja.
Para ello, en uno de los laterales habríamos practicado un agujero por el que yo podría meter mi cosota, ocultando el asunto a la vista de los demás simplemente llevando la caja pegada al cuerpo.
 Lo dicho. Una locura. Pero lo cierto es que salió a pedir de boca.
La tarde de autos yo estaba nervioso perdido; no dejaba de preguntarme cómo había permitido que Ali me convenciera de aquello. El plan era un disparate, mil cosas podían salir mal. La tal Claudia podía llamar a la poli, a la que no le costaría nada localizarme gracias a las cámaras de vigilancia urbana, porque, para más inri, habíamos ido en mi coche particular.
Pero yo no podía negarle nada a Alicia y menos todavía con su voz dándome órdenes al oído, pues me había obligado a llevar colocado el auricular mientras ella ocultaba en su mano con disimulo el micrófono.
Siguiendo sus instrucciones, Tati y yo estábamos estacionados en el callejón de atrás, con mi novia en el asiento del conductor y el portátil en su regazo. Lo que estábamos haciendo era comprobar que la señal de las cámaras llegaba sin problemas, cosa que, en efecto, era así.
Una pena, pues de no haber llegado la señal, habríamos tenido que abortar aquella chifladura. Pero que va, la imagen era excelente. En mi cámara se veía a la propia Tatiana y las del despacho nos permitieron observar durante unos minutos a la “malvada” jefa de mi amante.
Era una mujer de unos cuarenta, rubia, alta y bastante exuberante en sus formas. Sin duda una MILF de las que tanto se habla actualmente y no pude menos que reconocer que, en otras circunstancias, habría estado encantado de exhibirme para ella.
Pero allí, de esa forma… estaba bastante acojonado.
Sin embargo Ali lo tenía todo previsto. Temiendo sin duda que los nervios por la actuación redundaran en una falta de “actitud” por mi parte, la joven me había suministrado una de las archiconocidas pastillitas azules.
Yo, que en mi puta vida había necesitado una de esas cosas, me hice el machote delante de ella alardeando de que, en ese tipo de situaciones, empalmarme no era un problema para mí precisamente. Sin embargo, lo cierto era que, allí sentado en el coche, con mi herramienta completamente mustia en los pantalones, agradecí mentalmente el haberme tomado la dichosa pastillita una media hora antes. Por lo que había leído, debería haberme hecho efecto ya, pero lo cierto era que aún no sentía nada.
–          Venga, Víctor, date prisa – me susurraba Alicia en ese momento por el micrófono – Antes me ha dicho que hoy se iba temprano. A ver si se va a largar.
Como yo no tenía micro para responderle, me veía obligado a usar el wassap para mantener la conversación.
–          Un momento Ali, que todavía no estoy listo – le escribí.
–          ¡Coño! ¡Pues dile a tu novia que te eche una mano! – me regañó directamente al oído.
Alcé la mirada hacia Tati, un poco avergonzado de tener que pedirle ayuda. Sin embargo, no hizo falta decirle nada, pues la chica comprendió la situación al momento. No sé, quizás era que Alicia le había dado instrucciones previas.
Dando un suspiro de resignación (se veía que a ella tampoco le apetecía mucho estar allí), mi novia me echó mano al paquete y, con habilidad abrió la cremallera lo suficiente para deslizar la mano dentro.
Obviamente, esa tarde yo no llevaba calzoncillos, para facilitar las maniobras que iba a tener que realizar, así que no tuvo dificultad alguna en agarrarme directamente el nabo, empezando a acariciármelo como ella sabía que me gustaba.
Aquello tuvo la virtud de relajarme. Siempre podía contar con Tati para que me “echara una mano”. Con cualquier cosa en realidad.
No le costó demasiado hacer que me empalmara, aunque quizás también influyó que la pastilla empezó a funcionar por fin. Lo cierto es que, un par de minutos después, la tenía por fin como el asta de la bandera, justo como Alicia quería.
Llevado por un impulso, coloqué la mano en el cuello de Tati y la atraje hacia mí, besándola con cariño. Ella se puso tensa bajo mi contacto, pero se relajó enseguida, dedicándome una de sus encantadoras sonrisas.
–          Víctor yo… – empezó a decir.
–          ¡Víctor! ¿Te queda mucho? – resonó la voz de Ali en mi oreja.
–          No. Ya voy – le escribí – Cariño. Ahora después me dices lo que sea. Si no acabo en la cárcel claro.
Tati estaba seria de nuevo, pero asintió en silencio.
Tras asegurarme de que no había nadie más en el callejón, me apresuré a bajar del coche, con la picha bien erecta asomando por la cremallera. Con rapidez, saqué el famoso paquete del asiento de atrás y lo coloqué en la posición adecuada, apretándolo contra mi cuerpo tras haber introducido la polla por el hueco que habíamos hecho antes en casa. No estaba mal. Mientras mantuviera pegada la caja a mí, nadie podría notar nada raro.
Resoplando, saludé a Tati con la cabeza y caminé fuera del callejón, con los nervios a flor de piel. Por fortuna, la química acudió en mi socorro, con lo que la erección no bajó un ápice. Era una sensación extraña caminar por la calle sintiendo cómo mi pene se movía a lo loco dentro de la caja. Como me crucé con un par de guapas señoritas, el morbillo de la situación empezó a hacer presa en mí, con lo que pronto sentí que la excitación característica de ese tipo de situaciones empezaba a recorrer mi cuerpo.
Por fin, llegué a la puerta de la agencia, empujando la puerta con una mano mientras me aseguraba de sujetar bien la caja con la otra.
Tal y como habíamos acordado, caminé hasta el mostrador de recepción, tras el que me esperaba sentada Ali, un poquito nerviosa y con los ojos brillantes, esforzándose por no sonreír.
–          Buenas tardes. Una paquete para la señora Claudia Amorós.
–          Sí. Es aquí.
–          ¿Es usted? Es una entrega directa y necesito su firma y DNI.
–          No, no. La puerta del fondo – dijo Ali señalándome la entrada del despacho.
Esta parte del plan había sido trazada conforme al comportamiento habitual en aquel sitio. Lo hicimos así para que nadie pudiera relacionar a Ali con lo que iba a pasar; de esa forma, si alguien escuchaba por casualidad nuestra conversación, no notaría nada raro.
Bastante acojonado, pero a esas alturas muy excitado por la perspectiva de lo que iba a pasar, caminé hasta el despacho con la caja bien sujeta. Al llegar, llamé educadamente a la puerta.
–          Un paquete para la señora Amorós. Necesito su firma – dije en voz alta.
–          Pase.
Respirando hondo, me armé de valor y abrí, penetrando en el despacho. Sabía la disposición exacta de los muebles, no sólo por la descripción de Alicia, sino también por las imágenes que había visto en las cámaras desde el coche.
Por fin pude ver en primera persona a la mujer que cabreaba tantísimo a Alicia. Un soberbio ejemplar de mujer, realmente atractiva, aunque con ciertas señales de haber invertido bastantes euros en costosos tratamientos de belleza, que, en su caso, habían sido sin duda un dinero bien gastado. Iba vestida con una blusa de seda, con los botones superiores estudiadamente abiertos y una falda negra (que había podido ver a través de las cámaras) por encima de la rodilla. Para acabar de darle el toque de madurita sexy, llevaba unas gafas color negro que le daban un toque muy sexy.
–          Buenas tardes – saludé entrando en el despacho.
–          Buenas tardes – contestó ella sin dignarse a levantar la vista hacia mí.
Un poco envarado, caminé hasta su escritorio y deposité la caja encima, asegurándome  de seguir bien pegado a ella, no se fuera a “descubrir el pastel”.
–          ¿Es usted Claudia Amorós? – dije recitando la lección aprendida.
–          Sí. Ya le he dicho que sí – respondió alzando por fin la mirada hacia mí.
Tenía unos ojazos azules de ensueño. De repente deseé con intensidad sentirlos admirando mi polla. La boca se me quedó seca.
–          Ne… necesito ver una identificación, Es un paquete personal y no puedo entregarlo más que a la señora Amorós directamente.
–          ¿Personal? – dijo ella extrañada – ¿Quién lo envía?
–          Eso no lo sé señora. Pero si quiere puedo dejarla mirar el contenido antes de aceptar el paquete…
Como excusa no era muy buena, pero por suerte la mujer sintió suficiente curiosidad como para hacerme caso. Levantándose de su asiento, rodeó la mesa hasta quedar a mi lado. Yo, de acuerdo con el plan, en cuanto la tuve a tiro abrí las solapas de la caja (que en realidad no estaban pegadas) revelando el contenido del paquete a la sorprendida mujer.
Sus ojos se abrieron como platos y su boca dibujó una “o” tan perfecta que era casi cómica. Pero yo no tenía ganas de reírme. Estaba cachondo perdido de ver cómo aquella mujer se quedaba atónita con sus lindos ojos clavados en mi polla.
Bien, ya estaba. Hasta entonces todo había salido bien. Ahora llegaba lo más difícil, salir cagando leches de allí mientras a la pobre mujer le daba un soponcio y montaba un follón de mil pares de pelotas. Estaba en tensión, listo para guardarme el rabo en la bragueta y salir como un misil de allí.
Pero ella no decía nada, no hacía nada, limitándose a seguir mirando alucinada el contenido de la caja, recorriendo con su mirada mi erección desde la base hasta la punta.
De pronto, una ligera sonrisilla se dibujó en sus labios y, alzando la mirada hacia mí, me habló con toda la tranquilidad del mundo.
–          Vaya, vaya, qué tenemos aquí… menudo regalito me han enviado.
Al decir esto, la mujer puso una voz de zorra tal que hasta me temblaron las rodillas. No podía creerme que hubiera reaccionado así. Aquello no estaba en los planes.
Con un sensual movimiento de caderas, la señora caminó hacia la puerta del despacho y, alargando la mano, la empujó cerrándola por completo. Yo estaba flipando.
–          Ay, ay, ay, este Saúl. Cómo sabe las cosas que me gustan…
Mientras decía esto, Claudia caminó de regreso a mi lado, volviendo a recrear la vista en el interior de la caja. Yo, terriblemente excitado, sentía cómo mi polla palpitaba y empezaba a segregar fluidos preseminales, supongo que debido a la combinación de morbo y química que llevaba en el cuerpo.
De repente, sin cortarse un pelo, la buena señora metió la mano dentro de la caja y aferró mi polla, estrujándola con ganas, sopesando su dureza.
–          Jo, chico, la tienes como un leño. Justo como me gustan a mí. Me ha encantado el regalo que me has traído, te has ganado la propina.
Y, ni corta ni perezosa, empezó a deslizar su cálida mano por mi duro tronco, masturbándome tranquilamente allí mismo, de pie junto a la mesa de su despacho. Yo, alucinando en colores, no atinaba a decir ni hacer nada, limitándome a dejar que la señora le sacara brillo a mi rabo.
La mujer, golosa, se deleitaba apretando con ganas sobre mi enhiesta carne, deslizando la piel al máximo sobre mi erección, revelando el glande por completo antes de volver a deslizarla en dirección opuesta, hasta dejar mi capullo completamente encerrado en su mano.
No pude menos que jadear de placer, la señora era una experta meneando rabos. No importaba que el ritmo fuera lento, estaba disfrutando de una de las mejores pajas que me habían hecho en mi vida. Presentía que no iba a tardar mucho en correrme.
–          La tienes durísima, amiguito. Tienes una polla magnífica, justo como a mí me gustan.
–          Gracias – acerté a responder.
–          ¿Para qué agencia trabajas? – me preguntó sin dejar de pajearme.
Le di el nombre de la agencia de transportes de la que Ali había conseguido el uniforme.
–          Sí, ya, muy bueno – dijo ella sonriendo – me refiero a donde trabajas de verdad. ¿Dónde te ha contratado Saúl?
Ni muerto hubiera reconocido yo en ese momento que no tenía ni puta idea de quién demonios era el tal Saúl, así que me limité a cerrar los ojos y a gruñir de placer.
Y justo en ese momento, se alinearon los planetas y las fuerzas del destino se abatieron sobre mí. El móvil de la señora, que estaba sobre la mesa, empezó a sonar: era el tal Saúl.
–          ¡Anda, hablando del rey de Roma! – exclamó la mujer alargando una mano para coger el teléfono mientras la otra seguía haciendo diabluras dentro de la caja.
–          ¡Joder! ¡Mierda! – pensé – estaba a puntito de correrme. ¡Qué tío más inoportuno!
–          Hola, Saúl, querido – dijo la mujer, contestando al teléfono – Como siempre, tu sincronización es perfecta.
–          Venga, puta, dale al manubrio – dije en silencio – ¡Que la botella está lista para descorcharse!
Y ella seguía dale que dale a la manivela mientras charlaba con toda la calma del mundo con el tal Saúl.
–          Sí, cariño. Dentro de un rato nos vemos. Ya te dije que saldría antes. Por cierto, me ha encantado tu regalo, en este mismo momento estoy admirándolo. Sabes cuánto me gustan este tipo de detalles. Luego te lo agradeceré como te mereces.
–          Ya la hemos liado – pensé.
–          Sí. Sí. Grande y bien duro. Ahora mismo lo tengo en la mano…
Y me corrí. Con un bufido, eyaculé como una bestia dentro de la caja. Fue de tal calibre el lechazo, que se escuchó perfectamente el ruido que hizo al impactar con el cartón. Apoyé ambas manos en la mesa, sujetándome para no caerme, derrotado por la monumental corrida que me estaba pegando, mientras berreaba como un búfalo.
Claudia, sin perder la compostura, seguía deslizando su habilidosa mano por mi rabo, ordeñándome con maestría para derramar hasta la última gota de semen en el interior del paquete. Qué bien lo hacía la puñetera.
De repente, su mano se detuvo sin dejar de aferrar mi erección.
–          ¿Cómo que qué regalo? – dijo la mujer alzando los ojos hacia mí, súbitamente asustada – el chico de la agencia. El que va disfrazado de mensajero…
La mano soltó su presa y Claudia la sacó de la caja, totalmente pringosa por mi leche. Yo le dirigí una sonrisa nerviosa, mientras en su rostro se dibujaba progresivamente la comprensión de lo que había pasado.
Su boca volvió a abrirse en una graciosa mueca de sorpresa, mientras la pobre mujer comprendía que acababa de cascársela a un completo desconocido que no tenía nada que ver con el tal Saúl ni nada parecido.
Atónita y aterrada, dio unos pasos hacia atrás, apartándose de mí, hasta que su espalda quedó apoyada contra la pared.
Intuyendo que había llegado el momento de poner pies en polvorosa, me apresuré a guardarme el pringoso miembro en la bragueta y, tras cerrarla, abrí la puerta del despacho y salí. Acordándome de ser educado, me volví y saludé a la alucinada mujer tocándome la visera de la gorra a modo de despedida.
La pobre seguía recostada contra la pared, mirándome con la boca abierta, con la mano embadurnada de semen alzada y apartada de su cuerpo, como si fuera un objeto extraño en vez de una parte de su anatomía.
Estiré la mano y cerré la puerta, caminando con rapidez hacia la salida. Al pasar junto al mostrador de recepción, saludé a Ali con un disimulado gesto y salí zumbando de allí, esforzándome por sofocar las ganas de echar a correr hasta el coche.
Ali, sin duda intrigadísima por saber qué demonios había pasado en el despacho durante tanto rato, me miró interrogadora, pero, obviamente, no pude decirle nada.
–          Venga, arranca, arranca – le decía instantes después a Tati tras prácticamente arrojarme de cabeza en el coche.
Ella, muerta de risa, obedeció y nos alejamos de allí con rapidez. Por primera vez en mucho tiempo, Tati se mostró un poquito más relajada y divertida, lo que me alegró bastante.
–          Vaya. Sin duda esto tendremos que contarlo como uno de tus grandes éxitos – me dijo cuando nos detuvimos en un semáforo.
Ambos nos echamos a reír.
………………..
Cuando llegamos a casa, yo iba cachondo perdido, pues entre lo que había pasado y la maldita pastillita, no acababa de bajárseme la cosa. Por fortuna Tati, tan complaciente como siempre, no tuvo reparos en echar un polvete mientras esperábamos a Alicia, quien yo estaba seguro no tardaría en aparecer.
Efectivamente, poco tiempo después pegaban al timbre y Alicia se presentó en casa. De hecho, de haber llegado un par de minutos antes nos habría pillado en pleno polvo.
–          ¿Se puede saber qué cojones ha pasado allí dentro? ¡has estado casi diez minutos! – exclamó arrojando el bolso sobre el sofá y adueñándose inmediatamente del portátil.
Nos reímos (y excitamos mucho) visionando las grabaciones de las cámaras y disfrutando de las habilidades pajeadoras de la jefa de Alicia. Ella, divertidísima, se rió con ganas de la situación, mientras yo , que me sentía extrañamente orgulloso, me recreaba comentando la acción que se veía en pantalla y les explicaba lo que la lujuriosa señora me había dicho en cada momento.
–          ¿Saúl? ¿Has dicho Saúl? – exclamó Ali atónita.
–          Sí. Saúl. Estoy seguro… – dije encogiéndome de hombros.
–          ¡La muy puta! ¡Su marido se llama Ángel! ¡Saúl es uno de nuestros clientes! ¡Será golfa! Y lo mejor es que no ha dicho ni pío de lo que ha pasado. Se ha encerrado en su despacho y a los 10 minutos a salido diciendo muy seria que se iba a casa . ¡Qué pedazo de zorra!
Ahora sé que, incluso en ese momento de diversión, la cabecita de Ali estaba urdiendo planes para sacar provecho a aquellas grabaciones que habíamos obtenido.
CONTINUARÁ
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ernestalibos@hotmail.com
 

 

Relato erótico: “Gaby, mi hija 1” (POR SOLITARIO)

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–¡¡Mamáaa!!

–¡Mamá, ven, mira!

–¡¿Que pasa niña?!

–Mamá, mira esto. ¿Esta eres tú?….. ¡¡Eres tú!!

— ¿Si soy yo? ¿Quién?……………¡¡¡Ay, por dios!!! ¡¡Quita eso!!

Mi hija está, en su habitación, ante la pantalla de su ordenador, conectada a internet, viendo unas imágenes que me horrorizan.

Son mías, de hace veinte años, un video, teniendo relaciones lésbicas con otra chica de mi edad.

–¿Mamá, qué es esto? ¿Cómo pudiste hacerlo?

–¡Por favor, por favor, quita eso! ¡No me preguntes! ¡Por favor! ¡Te lo suplico!

–¡No mamá! Quiero que me expliques, por qué hay colgado en internet un video tuyo follando con una tía. ¡Pero mira! ¡Ahora hay otro tío! ¡Eres una puta!

No pude más y empecé a llorar. Dejé la habitación y me fui a mi cuarto. Mi hija vino detrás.

–¡Joder con mami! Estas hecha un zorrón. Estoy descargando el video, lo guardaré y lo veremos después de cenar, cuando esté papá.

–¡¡No por dios!! ¡Gabriela! ¡Te lo pido, por lo que más quieras! ¡A tu padre no! El no sabe nada de esto, destrozarías nuestro matrimonio. Acabaríamos separándonos y dios sabe que sería de nosotros. No lo hagas, si aún te queda algo de cariño por mí, no lo hagas.

–Vaalee, tía, pero lo tengo guardado. ¡No lo olvides! Además, sé dónde encontrarlo en internet. ¡Te tengo en mis manooos! Jajaja.

Se fue a su cuarto y me quede en un mar de confusión. Mi cabeza daba vueltas. Dios mío, que voy a hacer. Me llevo fatal con Gaby y ahora tiene un medio para hacer lo que le dé la gana, sin que yo pueda evitarlo. Con los problemas que he tenido con ella. Aquí viene otra vez.

–Y ahora mismo, me vas a contar como te metiste a grabar pelis porno.

–No lo hagas Gaby, por favor.

–O me lo cuentas o me chivo. Jajaja

Tengo que hacer de tripas corazón y contarle. Pero ¿Qué le voy a contar?

Se sienta a mi lado en la cama. Me pasa la mano por la espalda, parece que me acaricia, pero no me fio. Hace poco llegó a levantarme la mano, menos mal que estaba su padre delante, si no.

–Fue una locura de juventud. Yo….

–¿Estabas casada?

–¡No! Fue antes de conocer a tu padre. Vine del pueblo, a Sevilla, para estudiar en la Universidad. Me matriculé en psicología, solo tenía diecinueve años. Me alojaba en un piso de estudiantes, en la barriada de El Juncal, cerca de la facultad. Estábamos cuatro chicas, a dos las conoces, son Carmen y Nati. La otra es la que está en el video conmigo, se llama Lara.

–Ya sabes que tus abuelos son muy humildes, tuvieron que hacer un gran esfuerzo para que yo pudiera estudiar en la universidad. Yo no tenía suficiente dinero para pagar el piso, la comida y algún trapito que necesitaba. Además de los gastos de matrícula, libros, en fin. Necesitaba dinero. Y no podía pedírselo a mis padres, no podían sacrificarse más.

Todo empezó………..

Una mañana, me levante para ir a la facultad y me encontré, con una mancha de vino, en el único vestido que tenia para ponerme. La noche antes había estado con unas amigas de copas y me habían derramado vino encima.

Las otras ya se habían ido, estaba sola, entré en la habitación de Lara, que era la dueña del piso. Tenía mucha ropa en el armario y pensé cogerle, prestado, algo que ponerme. Me llamó la atención una cinta de video, VHS, sobre la mesita. Como soy muy curiosa, encendí el reproductor y la tele, puse la cinta y me llevé la sorpresa.

Lara era la protagonista de una película porno. Me asusté, dejé todo como estaba y me fui a clase. No podía concentrarme, la imagen de Lara, siendo penetrada por un enorme pene, mientras ella, le chupaba el chocho a otra muchacha, me excitaba. Juntaba los muslos, los apretaba y casi llegué al orgasmo. No podía más. Me levanté de la banca y me fui a los servicios. Entré en un WC, cerré la puerta y me masturbé, furiosamente, hasta correrme.

Por la tarde no tenia clase, cuando llegue al piso estaba Lara, le dije que le había cogido un vestido y que se lo devolvería, después de lavarlo. Me miraba de forma rara.

–¿Has visto la cinta no?

–Yo, no…Bueno. Sii, pero, pero no te preocupes, no diré nada, te lo juro.

–Bueno, guárdame el secreto, si no lo haces te lo haré pagar. ¿Está claro?

–Si, ssi. Muy claro. Puedes confiar en mí…. Pero… ¿por qué lo haces?

–¿Por qué va a ser? Por dinero. Bueno y por qué me gusta.

–¿Te gusta hacerlo con mujeres? Te vi, comiéndoselo a una chica.

–Pues claro, a veces es mejor que con los hombres, son más delicadas y saben donde darte para que te mueras de gusto. ¿Tú no has probado nunca hacértelo con otra?

–Noo. Bueno, alguna vez he intentado imaginármelo, pero no me pone.

–¿Te gustaría intentarlo conmigo? Lo vas a pasar bien, te lo aseguro. Además, tú me gustas.

–No sé. Me da vergüenza.

— Ven, acércate. ¿Te han besado alguna vez?

–Si, claro. En el pueblo, tengo novio desde hace seis meses.

–¿Y folláis?

–¡Nooo, que va! Si se enteran mis padres me matan. Nos besamos. Antes de venir a Sevilla, le dejé tocarme las tetas. Pero nada más.

Acarició mi mejilla, con el dorso de la mano, se acercó y rozo mis labios con los suyos. Sentí un escalofrío, me estaba besando una mujer. Y me gustaba. Cerré los ojos, me abandoné en sus manos. Me besó las mejillas, los ojos, la boca. Abrió los labios y con su lengua acarició los míos. Era delicioso, me estaba mojando, solo con besarme.

Me llevó a la cama, la suya era de matrimonio, la mía era de ochenta. Me empujó hacia el lecho. Yo me dejaba hacer, ella se dejó caer a mi lado, me acariciaba.

–¿Eres virgen, verdad?

–Si, por eso, tengo miedo.

–No te preocupes, no te robare tu virginidad, la conservaras intacta, eso solo te lo puede garantizar una mujer. De todos modos, es algo que deberías solucionar. Cualquier día, tropezaras con algún bruto, que te follará y tal vez te haga daño.

Me hablaba cerca de mi oído, seguía acariciándome, yo estaba cada vez más caliente. Me pasaba la mano por el muslo, hasta casi tocar mis braguitas, luego subía a mis tetas, sobre la ropa, las acariciaba, mis pezones se erizaban, me ponía la carne de gallina.

–¿Quieres que siga?

–Si, por favor, sigue, estoy ardiendo.

–Lo sé, putita, ya me he dado cuenta, que eres una calentorra. Tú servirías para el porno, te lo digo yo. Eres bonita, tienes un cuerpo precioso y me encantaría comerte tu bomboncito ¿Me dejas?

No contesté, me incorporé, me desnude del todo y me deje caer de espaldas, con las piernas entreabiertas.

Se reía, me acarició todo el cuerpo, lentamente, sin tocar mi rinconcito, me dio la vuelta, se puso en pie, se desnudó y se tendió sobre mi espalda. Su respiración en mi nuca me provocaba escalofríos, sentía mis muslos chorreando, se deslizó, rozando sus tetas por toda mi espalda y mi culo, con sus manos, abrió mis nalgas y metió la cara entre ellas. Lamia mi culo, lo chupaba, era extraño, pero la sensación muy agradable. Separó mis muslos y con una mano llegó a mi vulva, acariciaba los labios, desde el empeine hasta el ano, que seguía chupando. Cuando me toco el bultito, me dio como un calambre, me moría, que gusto, que placer mas grande. Grité. Me dio la vuelta, me lamía, me comía el chocho, me mordía los labios, el clítoris. No había sentido tanto gusto, nunca. De pronto fue, como una explosión dentro de mí vientre, que subía y bajaba y subía…Fue la primera persona que me tocó el coño. La primera vez que me corría con otra persona. Hasta entonces, solo yo, me había proporcionado placer, masturbándome.

La puerta del piso se abre.

–¡Eva! ¡Gaby! Estoy en casa. ¿Dónde estáis?

–Tu padre ha llegado. Ni mu ¡Eh!

–¡Estamos aquí, Carlos! ¡Ya vamos!

Carlos está en el salón sentado, leyendo el periódico.

–Vamos, que tengo poco tiempo ¿Qué hay para comer? ¡Ah! Traigo noticias.

–¿Buenas o malas?

–Depende de cómo se mire, tiene una parte buena, otra mala.

–La parte buena, es que me ascienden a director comercial.

–¡Vaya! Felicidades. ¿Y la mala?

–Pues, que tenemos que mudarnos a Barcelona.

–¿QUEEEEE? ¡Yo no voy! ¡Yo me quedo aquí!

–Gaby, tranquilízate. Vamos a estudiar el asunto con tranquilidad y ya veremos cómo lo hacemos. Ahora vamos a comer, la mesa está puesta.

–¡No mamá, que yo no voy a Barcelona!

Durante la comida no hablamos. Cada uno con sus pensamientos. Se avecinaba tormenta. Con lo tranquila que estaba….Lo de los videos, Gaby, ahora el traslado.

Carlos termina, se pone la chaqueta, coge el maletín, nos da un beso.

–Esta noche hablamos más tranquilamente. Pensad qué vais a hacer, esto va a ir muy rápido.

Se marcha.

–Mamá, puedes decir lo que quieras, yo a Barcelona no voy a vivir. Tengo mis amigos aquí, allí no conozco a nadie. ¿Y la facultad? Tendría que trasladar la matrícula. Profesores nuevos. ¡Y el problema de la lengua! ¡No sé hablar catalán! Un lio. Me quedo. Si te quieres ir con él, te vas. Yo, me quedo.

Miro a mi hija, nos parecemos mucho, somos rubias naturales, ojos claros, estatura media, un metro sesenta y cinco descalzas. A pesar de la diferencia de edad, tenemos la misma talla, lo que hace que nos peleemos por la ropa, los zapatos…. Es muy guapa. El problema es su carácter, por eso nos llevamos tan mal, es muy caprichosa, dominante. Si no se sale con la suya se pone hecha un basilisco.

–Gaby ¿Eres virgen?

–¡Mamá! ¿Qué pregunta es esa? ¡Pues claro que no! Eso ya no se lleva, hace dos años que lo hice por primera vez. Ahora podemos hablar de esas cosas ¿No? Después de conocer tu secretitooo.

–No te lo tomes a pitorreo, es serio. Cuando tu padre ha dicho de irnos a Barcelona, me ha dado un vuelco el corazón.

–¿Por qué?

–Porque allí fue donde se rodó la película, bueno, las películas. Fueron tres.

–Joder mamá, pues si me has salido puta. Y yo que creía que eras una mojigata, que no te habías tragado un rosco en tu vida. Vaya, vaya. Las sorpresas que se lleva una. Oye. ¿Te lo montaste con una tía? ¿Te gustó?

–Si, me lo monte, no con una, con varias. La primera vez fue con Lara, en el piso de estudiantes.

Aquella noche la pasamos juntas. Me comía el chichi como lo que era, una profesional. Y me enseño a comérselo a ella. Hicimos de todo. De un cajón sacó un arnés, con un dildo montado, me lo colocó a mí, se arrodillo en el suelo y se tendió en la cama, presentándome el culo. Me guió para metérsela en su coño. Y la follé.

Me gustaba aquello. Me encendía. El roce del arnés en mi pelvis, al penetrarla, me ponía a mil. Le costaba correrse, me obligo a darle más y más fuerte. A ella le costaba, pero a mí no. Yo me estaba corriendo como cuando me doy con el dedo. No es muy intenso, pero se mantiene el placer más tiempo.

Cuando ella llegó al clímax, a mí las piernas no me sostenían. Sudaba, mi coño era un reguero de flujo que corría por mis muslos. Se la saque, caí sobre la cama, rendida, por el esfuerzo y las corridas que, durante un buen rato iban y venían. Se tumbó a mi lado y me besó, tiernamente. Nos quedamos dormidas.

Aún no había amanecido cuando me desperté. Lara dormía a mi lado. Era muy bonita y tenía un cuerpo precioso, morena, más alta que yo, piernas largas y bien torneadas. Me fijé en los pies, los tenia pequeños, como de niña. La redondez del talón, los deditos en orden decreciente desde el gordo hasta el meñique, con las yemas redonditas y gorditas. No me había dado cuenta que se había despertado y me estaba mirando.

–¿Te gustan mis pies?

–¡Oh! Perdona. Si, son muy bonitos. Y muy cuidados.

–Puedes jurarlo. Son mis herramientas de trabajo.

–¿Cómo?

–Hay una forma de fetichismo, poco conocida, basada en el culto a los pies. En el mundillo de la pornografía se denomina Foot fetish. Y me he especializado en esto. O sea, follo con los pies. ¿Quieres probarlo?

–¡No! Por dios. Ya he probado bastantes cosas en las últimas horas. Gracias.

–Mira Eva, puedes pedirme lo que quieras, puedes usar mi ropa, mis zapatos y si necesitas dinero, pídemelo. Te ayudaré en lo que pueda. Por cierto. Este fin de semana, voy a Barcelona a un casting para una peli. ¿Te vienes conmigo?

–¡Que dices! Si no tengo dinero para pagarte el mes, ¿cómo voy a ir contigo a Barcelona?

–Pues muy fácil, tontina. Yo corro con todos los gastos, ahora eres mi confidente, conoces mi secreto y te debo tener contenta. Vente, verás cómo nos divertimos.

–Déjame pensarlo, aunque me da un poco de miedo. Lo más lejos que he viajado ha sido a Córdoba, a ver a mis tíos.

–Bueno, como quieras, tienes hasta mañana. Tengo que hacer las reservas para ir en avión.

–¿Cómo? ¿En avión? No me he subido nunca, que miedo.

–No seas tonta. Puede que sea la mejor experiencia de tu vida. ¡Decídete! No seas mojigata.

–Dios mío. Pero ¿De verdad me llevarías?

–Tú eres tonta. Te lo estoy diciendo. ¡Vamos!

–Sabes que te digo. ¡Que si! ¡Iré contigo!

–Estupendo. Te conozco mejor de lo que crees. Tienes espíritu aventurero. Y estas, muy buena. Déjame que te coma el chochito.

Y así fue. Me comió el chochito, se lo comí a ella, nos revolcamos como perras en celo. Me hizo sentir más gusto en una noche, que en toda mi vida anterior. Me masturbo desde que tengo uso de razón. Mi madre me pillo un día tocándome, sonrió, me abrazó y me enseño a darme gustito, me dijo que eso no podía saberlo nadie, era un secreto entre las dos. Nunca más me tocó, ni volvimos a hablar de ello. Yo tendría unos ocho años, desde entonces no he parado. Ahora, más de treinta años después de aquello, me sigo masturbando, sobre todo cuando tu padre me deja a medias.

Descansábamos cuando llaman a la puerta y se abre. Era Nati.

–Caramba, vaya lote de follar, se han dado las señoritas esta noche. Os oíamos tan entusiasmadas, que no os hemos querido molestar. Así que nos lo hemos montado Carmen y yo. Nos habéis puesto cachondas, no veas como gritabais. Veremos a ver si no hay quejas de los vecinos. Lara se reía.

–Déjalos que vengan, como estén buenos nos los follamos. Jajaja

–Lara, por favor, no digas esas cosas.

–¿Qué no diga qué? Cuéntale, Nati, lo que le hicimos el año pasado al vecino de aquí al lado. Jajaja

–¿Qué le hicisteis?

–Pues eso, nos lo follamos. Cuando se fue aún le temblaban las piernas. Jajaja

–Sois malas. Muy malas.

Los días que estuvimos en el piso, hasta que nos fuimos a Barcelona, los pasmos follando de todas las formas posibles. Estábamos como idas. Carmen y Nati se unían a nosotras y formábamos unas orgias inolvidables. Cada vez que me acuerdo mojo las bragas y han pasado casi veinte años.

Fui con Lara a Barcelona. Y así fue como entré en el mundo de la pornografía.

Pase muchísimo miedo en el avión, pero no pasó nada. En el aeropuerto estaban esperando a Lara. Un muchacho, alto, moreno, pelo corto, fuerte de gimnasio. Me llamaron poderosamente la atención sus brazos. Eran casi como mis muslos. Y guapo. Besó a Lara en la boca, se conocían. Me presentó y también a mi me besó, en la boca. Casi me mareé. El corazón me latía a mil. Balbuceé un, hola como estas, me sentía tan tonta. Subimos al coche y nos llevó por carreteras y calles a un piso en el centro histórico de la ciudad. Era grande, salas, salón, no sé cuantas habitaciones. Lara me llevó a una de ellas y se tumbó en la cama. Yo estaba muy cortada, no sabía qué hacer, como comportarme. Había más gente, cuatro chicas, guapísimas, tres chicos que hacían que mis bragas se mojaran, todos guapos. Me sentía rara. Desconocía aquel ambiente. Lara me miró, sonriendo.

–No te asustes, todo esto no es más que fachada. Los que ves aquí, son aspirantes a actores, que no han logrado serlo y se dedican a esto para sobrevivir. Como yo. Estudié arte dramático, pero no daba la talla. Me ofrecieron esto y acepté. Ahora me alegro. Quién sabe, quizá un día, consiga hacer realidad mis sueños. Ven aquí, a mi lado. No dejes que esto te intimide. Bésame.

Sus besos sabían dulce, sus caricias me enardecían.

–Ahora vámonos a comer. Te presentaré a todos. Ya verás lo simpáticos y alegres que son.

En el comedor, alrededor de una mesa grande se sentaron las cuatro chicas, los chicos y nosotras dos.

–¡Un momento de atención! ¡Esta belleza que aquí veis es, Eva!.

Se levantaron, casi al unísono repitieron, ¡Hola Eva! Y se sentaron a comer.

Durante la comida se gastaron bromas, uno de los chicos, el más bajo, se coló bajo la mesa. No me atrevía a mirar lo que hacía, pero si a la, o el que se lo hacía. Lara se reía mucho, me miró, se dio cuenta de lo escandalizada que estaba.

–No te asustes, solo son bromas, pero…coño, que me está…Jajaja…me ha apartado las bragas y me está metiendo los dedos en el coño. ¡Fuera! Jajaja.

–No ahora no te vayas mamoncete, sigue, que me has puesto cachonda. Jajaja Ya se me fue. Este muchacho es un calienta coños, le gusta provocar y dejarte a medias. Jajaja

–Observa, ahora se la está chupando a Javi, el rubio de ahí.

Efectivamente el chico se retorcía y tensaba los músculos de todo el cuerpo. Todos los presentes estaban pendientes de él. Respira hondo, apoya la cabeza en el respaldo de la silla, se arquea y se deja caer, sentado, con los ojos cerrados. Algo roza mis piernas, separan mis rodillas.

–¡Me está tocando a mí! ¿Qué hago Lara?

–Jajaja, ¡Déjalo! Si te gusta ¡Déjalo que toque!

Y me tocó, vaya si me tocó. Tiró de mis piernas, hacia delante, hasta casi sacar mi culo de la silla. Me agarre con ambas manos a la mesa. Metió la cabeza entre mis muslos, apartó las bragas y lengüeteó mi clítoris hasta hacerme llegar a un escandaloso orgasmo.

Se hizo el silencio, todos me miraban. Yo no sabía qué hacer. Qué vergüenza, pero, qué gusto me daba. Todos vieron como me corría, con aquel muchacho entre mis piernas.

Cuando salió de debajo, se vino hacia mí y me besó los labios, me los lamia, me dejó el sabor de mi coño en la boca.

Entonces, supe que estaba perdida. Aquello me gustaba.

Sonó un estruendoso aplauso de todos los presentes. Avergonzada, cubría mi cara con las manos. Lara me puso de pie y me abrazó. Apartó mis manos y me besó.

–Eva, puedes llegar a ser una estrella del cine X. Nunca he visto a nadie correrse como tú.

No sabía qué hacer, que decir. Me daba vergüenza mirar a los demás.

–Lara, por favor, déjame ir. ¡Qué vergüenza!

–Eva, si esto te hubiera pasado en otro lugar, con otra gente, tendrías razón para avergonzarte. Pero aquí estás entre amigos, que valoran esta facilidad tuya para correrte, como un don. Eres puro sexo, natural, salvaje, sin tapujos, sin falsedad.

Una chica, Bea, se acerca.

–Chica, como te envidio, no puedes imaginar lo mal que lo paso, para fingir orgasmos, es que no puedo llegar, cuando hay gente delante. Me corto y eso que llevo ya un año en esto. Pero no lo consigo. Además, siempre seca. ¿A qué, estás mojada?

–Pues, sí, lo estoy.

–A ver, ¿Puedo?

Sin esperar respuesta sube mi falda, las bragas siguen en un lado de la ingle, los labios expuestos, coge mi sexo, con la palma de la mano. La saca empapada.

–Joder Eva, estás chorreando. A mí, me tienen que estar regando, con lubricante a cada momento, cuando están grabando.

Se aleja muy mohína, refunfuñando.

–Al final me lo voy a tener que creer. Lara. ¿Se gana dinero con esto?

–Jajaja. No, si verás. ¿A que me quitas el papel?

Si, se puede ganar mucho dinero si usas la cabeza, pero tienes que valorar lo que pierdes. Es difícil para una actriz porno, casarse, formar una familia, tener hijos. Somos proscritas en esta sociedad hipócrita y falsa. Nos repudian por prostitutas, pero, en la soledad de sus casas, ven nuestros videos y se corren con nosotras. Tenemos que renunciar a una vida “normal”. Piénsalo, antes de decidirte.

–¿Y si pruebo? Si me gusta sigo, si no, lo dejo. ¿Puedo hacerlo?

–Teóricamente si, en la práctica es más complicado. ¿Qué quieres hacer? ¿Qué no quieres hacer?

–Bueno, quiero seguir virgen, por ahora. Me gusta lo que hemos hecho. ¿Puede ser que lo hagamos entre nosotras?

–A mi me encantaría. Pero te conozco, querrás seguir. Por tu virguito, no te preocupes. Lo respetarán. Pero ¿Y tu culito? Ahí no se nota lo que hagas. Y sé que te gustará.

–¿Por el culo? ¿Lo dices en serio?

Se dirige al muchacho a quien le chupaban la polla.

–Javi, ven un momento, por favor.

Se acerca. Se le ve amanerado.

–¿Que deseáis princesa? Estoy a vuestros pies. Por cierto Lara, quiero comértelos. ¿Cuándo me dejaras? Quiero chuparte esos deditos.

–Anda, déjate de pamplinas. Eva no se cree que pueda gozar con su culito. ¿Qué piensas tú?

–¿Qué, que pienso? Pues que es la mayor fuente de placer que existe. La naturaleza hizo ese agujero del tamaño y la forma adecuada para recibir una polla. Que a su vez fue diseñada para meterse en el culo. Si se hubiera hecho para el coño, tendría forma de lenguado, plana.

Mira chiquilla. Cuando pruebes el placer del anal, puede que se convierta en una fijación, y no quieras que te follen por el coño. Te lo digo yo, que me he tragado un montón de pollas por detrás.

–Pero eso tiene que doler.

–Si se hace bien, no. Como todo en esta vida, precisa de un aprendizaje, una adaptación, que aprendas a controlar tus esfínteres. A relajarlos. No hacerlo de golpe y a lo bruto. Siempre con mucho lubricante. Lo único que me gusta de la mujer es su ojete. Cuando quieras puedo enseñarte. Estoy seguro de que te gustará.

Me da un piquito en los labios y se va con los otros.

–¿Lo ves? Te queda mucho que aprender.

Y aprendí. Vaya si aprendí. Lara me llevó al casting. Nos trasladamos en coche hasta una casa en el campo, a unos cincuenta kilómetros de la ciudad. La verdad, yo estaba muy cohibida. En una habitación amplia, con una cama en medio, las paredes cubiertas con telas de distintos colores.

Y lo peor, un señor mayor, daba órdenes, un muchacho atendía a las luces, una chica llevaba una carpeta, anotando cosas y hablándole al oído al señor mayor. Lara me arrastro hacia él y nos presentó. A ella ya la conocía.

–Mario, esta es Eva, una buena amiga, ¿Puede participar en la prueba?

–Claro, es muy bonita, vamos a ver, si la quiere la cámara. Ahora quédate aquí y no te muevas ni hables.

Se preparan para rodar, hay tres cámaras.

La primera para la prueba fue Lara.

Al salir de la habitación donde la habían maquillado. ¡Dioss! Estaba preciosa. Su cara deslumbraba, dejo caer el albornoz celeste que la cubría, mi coño se agitó.

Una contracción involuntaria de los músculos vaginales. Cruce las piernas. Ella se acercó a la cama y subió con movimientos felinos. Mostró el culo a la cámara. Pude ver su sexo, brillante, húmedo. El orificio anal invitaba a lamerlo.

Una mano me cogió por la muñeca y tiró de mí. Me deje llevar, entramos a la habitación de donde había salido Lara.

Era una muchachita rubia bajita, el pelo muy corto, de facciones aniñadas, sonreía.

–Me llamo Berta, no te asustes, no nos comemos a nadie, bueno, a veces sí. Jajaja Voy a prepararte para escena. Desnúdate y coloca la ropa ahí.

–Yo me llamo Eva.

Me desnudé. Temblaba de miedo de emoción, no sé, por lo que era, pero temblaba.

–Ven cariño. Te voy a maquillar. A ver, como tenemos el chochito. ¡Uy! ¡Si estas mojada! Te voy a limpiar un poco. Pues no que me estoy poniendo caliente, cuando termines, si quieres nos lo montamos las dos.

–Bueno, yo… vengo con Lara.

–Que suerte tiene esa lagarta. ¿Te hago algo en el culo?

–No sé, no he hecho nunca nada de esto.

–¿Es tu primera vez? Que tierna. Bueno, no tengas miedo. Verás como todo sale bien. Ya estas, cúbrete con este albornoz y vamos al plató. No te harán nada en el culo hoy.

Tira de mi mano, al entrar en la sala se vuelven todos, me miran, estoy en el centro, al pie de la cama, donde Lara juega con un chico, al que no he visto antes, se están besando.

Berta tira del albornoz y me deja desnuda, delante de todos.

La primera intención fue, cubrir mis pechos con las manos y cerrar las piernas, juntando las rodillas. Pero cierro los ojos y dejo caer los brazos a lo largo del cuerpo, separo los pies. Sé que están viéndome desnuda, mis tetas, mi sexo. No me importa.

Lara se acerca por la espalda, sus manos sobre mis hombros, me besa en el cuello, la nuca. Me estremezco, de nuevo los latigazos en mi vientre. Me siento en la cama, a los pies, se acerca el otro muchacho.

Entre los dos me empujan hacia atrás y me tiendo, se dedican a acariciar todo mi cuerpo, mis piernas cuelgan a los pies de la cama, abiertas, mi sexo expuesto, a la vista de todos, me excitaba saber que me estaban mirando. Lara me besaba la boca, laceraba mis pezones, mientras el muchacho lamia mis labios vaginales, los mordía como me lo había hecho el otro chico bajo la mesa, el placer que me producían era insoportable, me picoteaba con la lengua el clítoris y no podía más.

Me habían llevado a la cima del placer, la sensación no se detenía, subía desde mi sexo a la garganta y bajaba de nuevo, para concentrarse en el coño. Vi, miles de estrellitas, en mi cerebro, destellos luminosos, con los ojos cerrados. Me contraje y me abrí de pronto, empuje a los dos y los aparté, para encogerme de nuevo, como una niña pequeña. Lloraba, de placer. Se acercaron Lara y el otro muchacho, para ver que me pasaba. Con la visión borrosa por las lágrimas, los miré a los dos, me reía, lloraba y me reía. Me abrace a los dos.

–Ha sido brutal. Maravilloso. Perdonadme por haberos empujado, pero no podía más. Sois estupendos.

Un nuevo aplauso general, a mi espalda, sentenció mi destino. En quince días empezaba el rodaje de la película. Firmé un contrato, para tres películas, en el que se especificaba que no habría penetración vaginal. Pero si anal. Y la hubo, vaya si la hubo

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Relato erótico: “Una jovencita y sus problemas trastocaron mi vida 2” (POR GOLFO)

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Sin que mis años me sirvieran para saber cómo salir del embrollo en el que inconscientemente Jacinto me había metido, me vestí con la ropa que la joven me había elegido y sin desayunar, salí de la casa. Ya estaba en el coche cuando corriendo Lidia se acercó y me dio el café que me había preparado con una sonrisa:

            -Hasta esta tarde, mi señor.

            Mi desolación se incrementó al notar la ternura de su voz y comportándome como un insensible, cogí la taza, me la bebí de un trago y sin dar las gracias, salí rechinando ruedas hacia la oficina. De camino al trabajo, decidí que debía indagar más en la vida de esa zumbada por si esa información me servía para comprender sus actos. Por ello al llegar, me encerré en el despacho y me puse a bucear en internet sobre ella. Tal y como esperaba, lo primero que leí fue su lucha contra los narcos y los premios que había recibido por su defensa de los derechos de los agricultores de su zona.

«Para los europeos es una figura de relieve, pero, para sus paisanos, ¡es una heroína!», me dije al leer las opiniones en su gran parte anónimas que circulaban en la red sobre su persona.

La contradicción existente entre la activista y la joven que vivía conmigo me hizo comprender que había algo en su vida que la había marcado y queriendo averiguar qué podía ser, seguí investigando. Tras analizar y comprobar que mi amigo no me había mentido sobre sus estudios y que esa morenita no solo era un primor sino un auténtico cerebro, busqué datos sobre su familia y ante mi estupor, leí que venía de una larga serie de potentados que habían marcado la vida política de su país desde hacía más de un siglo.

«No puede ser», me dije al leer que entre sus antepasados había tres ministros e incluso un presidente.

Ya intrigado, me enteré que su padre había sido uno de los hombres más ricos de su país y que había muerto en un atentado perpetrado por un mal llamado ejército de liberación cuando ella apenas era una niña. Que creciera sin padre podía ser la razón de su extraño comportamiento y por eso buceando en la web descubrí que tenía un hermano mayor que le llevaba veinte años, el cual era actualmente el gestor de la fortuna familiar.

«¡Qué curioso! Según esto, Lidia es una mujer rica y no tiene sentido que solicitara mi ayuda», medité aún más confundido mientras leía que Joaquín Esparza, su hermanastro, era además de un ricachón uno de los dirigentes del partido de inspiración marxista actualmente en el poder.

Que un potentado fuera miembro de esa organización indigenista hablaba bien de él y de su familia porque lejos de acomodarse en su dinero, le interesaba el bienestar de sus paisanos. Pero entonces, leí el enfrentamiento que había tenido con la chavala al negarse ella a avalar con su presencia la candidatura del actual presidente.

«Tiene un odio visceral a ese político», me dije releyendo que no había dejado de atacarlo tanto por sus medidas sociales, las cuales sostenía que era contraproducentes, como por su agitada vida amorosa, con hijos regados por todas partes: «No le perdona que haya tenido hijos con niñas menores de edad y al contrario de muchos de sus paisanos, para ella, no es un líder sino un pederasta, incapaz de sentir empatía por nadie».

Intrigado por su ideología, me puse a estudiar los artículos que había publicado en la prensa y fue entonces cuando pálido descubrí uno que parecía estar inspirado en la tesis con la que yo había obtenido el doctorado de derecho hacía más de treinta años, cuando era un joven radical subyugado por ideas neofascistas.

«No puede ser una coincidencia», me dije viendo plasmado en ese escrito los mismos puntos de vista que había mantenido en esa época y a los cuales había renunciado hace mucho.  

«¡Cree en un estado fuerte que ejerza el monopolio de la violencia para imponer la ley!», exclamé para mí cuadrándome además lo escrito con la opinión que nos había exteriorizado sobre que una dictadura era la única vía para resolver las penurias de sus paisanos.

Enlazando esas ideas con la actitud que mostraba en casa, comprendí que era una extensión íntima y privada de las mismas. Si para su país pedía mano de hierro, para ella, buscaba un hombre que la guiara.

«Ve en mí un amo del que se fía», desolado concluí mientras empezaba a dudar del diagnóstico del psiquiatra.

  De ser ciertas mis sospechas, la joven no sufría ningún estrés postraumático sino algo mucho peor, estaba maniatada por su ideología y a pesar de que esta me resultara trasnochada, era la suya.

«Al igual que un terrorista no está loco, sino adoctrinado y por tanto es responsable de sus actos, Lidia no tiene ningún problema de salud mental», concluí preocupado temiendo las consecuencias que eso tendría en mi vida. Seguía dándole vueltas al asunto, cuando mi secretaria me informó que tenía una llamada de la señorita Esparza.

Pensando que me llamaba para comentar algo doméstico, descolgué el teléfono:

-Alberto, me acaban de invitar a una recepción en la embajada que va a tener lugar esta noche y me gustaría que me acompañaras.

            Sin apetecerme en absoluto acudir, supe que debía de hacerlo cuando me percaté de que me había llamado por mi nombre. Que no se refiriera a mí como señor o algo parecido, me pareció una señal de cambio y por eso asentí dando mi beneplácito.

            -Además quería pedirte permiso para salir a comprarme un vestido con el que ir- me soltó cuando ya creía que iba a colgar.

            -No tienes que pedírmelo, haz lo que consideres oportuno- rugí cabreado por la realidad implícita que escondían sus palabras.

-Lo sé, pero a tu princesa le gusta saber que estás de acuerdo- replicó sin dar importancia a mi cabreo.

Completamente desolado, quedé con ella en pasar por ella a las ocho para acto seguido cortar la comunicación mientras me preguntaba qué me depararía el futuro al vivir con ella. Afortunadamente el día a día de la empresa no me dejó seguir torturándome y dejando en un rincón de mi cerebro ese problema, me lancé a resolver los cotidianos a los que sí sabía cómo afrontar. Aunque lo había arrinconado, no lo había resuelto y por eso a la hora de plegar velas y dirigirme de vuelta a mi hogar, volvió con fuerza.

Hecho un mar de dudas, metí la llave de casa y abrí la puerta. Increíblemente, Lidia estaba lista para marchar. No pude siquiera articular palabra al contemplar la transformación que había tenido lugar en ella mientras asimilaba que la joven sumisa brillaba por su ausencia, convertida en una exótica diosa tan bella como peligrosa.

-Estás guapísima- conseguí balbucear mientras mis ojos se perdían en el profundo escote de su vestido negro.

Lejos de turbarla ese involuntario piropo, me miró divertida y luciendo el modelito, se giró en el recibidor para que la pudiese observar las impresionantes formas que dejaba intuir esa ropa.

«¡Menudo culo!», pensé impresionado mientras Lidia se exhibía sin ningún recato ante mis ojos.

Si de por sí esa muchacha estaba para comérsela, lo que me terminó de excitar fue reparar en el tamaño que habían adquirido sus pezones al sentirse observaba por mí y por eso no me extrañó que, haciendo gala de la coquetería innata de sus paisanas, esa infernal criatura se colgara de mi brazo y me pidiera irnos mientras disimuladamente posaba su mano en mi trasero.

«Está tonteando, nada más», pensé al sentir sus caricias y preso de una erección de caballo, abrí la puerta del coche para que tomara asiento.

Al ver mi gesto caballeroso, la chavala entornó sus ojos y regalándome un aleteo de pestañas, se atrevió a decir que sería la envidia de los presentes en la recepción. Creyendo que hablaba de ella, me reí y respondí que no tuviese ninguna duda de que todo el mundo se la comería con los ojos dada su belleza. Entonces haciéndome ver mi error, rectificó diciendo:

-Es a mi señor, al que mis paisanas van a dar un repaso y no a mí. Cuando me vean entrar con usted, todas sin excepción van a pensar que soy una mujer afortunada al tenerle como galán.

Que me viera como su enamorado, no me hizo gracia y señalando mi edad, comenté que por el contrario al verme la gente se preguntaría qué coño hacía un anciano con ella.

-No solo ¡no es viejo! ¡Si no que está muy bueno! – protestó enfadada mientras se ponía a mirar por la ventana.

La furia que reveló su tono no me permitió seguir hurgando en el tema y solo le pedí que me dijera cómo pensaba presentarme. Sin voltear, contestó:

-Como mi mentor, el hombre cuyas ideas cambiaron mi vida.

No quise entrar en polémica y decirle que mi forma de pensar había cambiado y que lejos de ser el radical de mi juventud, era un centrista, un demócrata convencido de que todas las veleidades populistas había que pararlas en seco. En vez de ello y sabiendo que esa morena debía haber estudiado las obras que escribí antes de dedicarme a los negocios, me aterrorizó que esos pensamientos totalitarios fueran la razón por la que había pedido mi ayuda.

«Sigue viéndome como el insensato que fui con treinta años», lamenté mientras estacionaba dejando las llaves al aparcacoches.

Mis problemas se acrecentaron cuando una nube de fotógrafos nos rodeó al bajar del vehículo con ganas de inmortalizar el primer evento al que acudía esa renombrada defensora de los derechos de los indígenas en España. Pero el hecho que me hizo saber que mi anonimato había terminado fue cuando un periodista comenzó a entrevistarla pidiendo su opinión sobre las últimas revueltas acaecidas en su patria:

-Se necesita un cambio de régimen que asole las estructuras actuales e imponga el orden. Solo con dirigentes que primen el país sobre su bolsillo o su bragueta, mi país tendrá futuro.

-Entonces, ¿está de acuerdo en liderar a los alzados como le piden desde su patria? – insistió el reportero.

-Cuando esta democracia caduca en manos de narcos y de gentuza que no busca el bien común caiga… lo pensaré. Pero mientras la partidocracia vigente siga al mando, seguiré en el exilio- concluyó 

-Según entiendo, no acepta como legítimas las últimas elecciones- intentó añadir su entrevistador.

Girándose y con estudiada dulzura, Lidia resumió su posición al decir:

-La derecha y la izquierda de mi país son la misma cosa. Ambas se han financiado las campañas con dinero de las drogas. ¿Aceptaría usted el engaño que han sufrido mis paisanos si en vez de ser en un país a ocho mil kilómetros fuera en España?

Intimidado por la rotundidad de sus palabras, el periodista nos dejó marchar y mientras subíamos los escalones de la vivienda del embajador, escuché estremecido el resumen que hacía a sus oyentes:

-Ya han oído a Lidia Esparza, la esperanza de los insurrectos que se han alzado en armas contra el gobierno. Siempre polémica y siempre clara al defender un nuevo orden para su país. Mujer a la que los conservadores ven como una peligrosa izquierdista mientras la progresía opina que quiere imponer un estado dictatorial apoyándose en la ultraderecha.

Cagándome en Jacinto y con ella asida a mi brazo entré en la embajada. Saber que mi acompañante propugnaba por un proyecto de unidad basado en el corporativismo poniendo la nación por delante de los individuos y las clases sociales me tenía apesadumbrado y por eso no comprendí que el diplomático en persona saliera a recibirnos.

-Vergüenza debería darte no haberme hecho saber que habías decidido radicar en Madrid y que fuera tu hermano el que me previniera de los dolores de cabeza que ibas a darme- comentó abrazando a la chiquilla el vetusto funcionario.

-Padrino, tu gobierno no me dio elección. O me marchaba o me encarcelaban- respondió la joven mientras me presentaba.

El afecto que pude intuir entre ellos no me tranquilizó y menos cuando el embajador me rogó que la hiciera razonar aprovechando que vivía bajo mi techo:

-Un hombre de su experiencia debe saber que las utopías suelen provocar derramamiento de sangre.

Asustado por la radicalidad de Lidia, no pude dejar de advertir que era del conocimiento de las altas esferas que la joven vivía conmigo y que por tanto me hacían cómplice o cooperador necesario de su cruzada, por ello midiendo mis palabras respondí que era ajeno a su lucha política y que mi relación con ella, era otra.

-Algo he oído, pero hasta que usted me lo ha confirmado no lo creí- replicó y muerto de risa, añadió: -Al contrario que el resto de los mortales, no le envidio. Mi ahijada puede ser bella pero también un dolor de muelas.

Defendiéndose, la morena me terminó de hundir al contestar:

-Para Alberto, soy… su princesa de la boca de fresa.

El embajador no pudo más que soltar una carcajada con la alusión a Rubén Darío y mientras nos daba entrada al salón, recité en mi memoria ese poema:

La princesa está pálida en su silla de oro;

está mudo el teclado de su clave sonoro,

y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

Como si hubiese leído mis pensamientos, Lidia susurró en mi oído su última estrofa:

“Calla, calla, princesa” -dice el hada madrina-,

“en caballo con alas hacia aquí se encamina,

en el cinto la espada y en la mano el azor,

el feliz caballero que te adora sin verte,

y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,

a encenderte los labios con su beso de amor…

Sabiendo que me veía como ese adalid, caminé renuente entre la gente desconociendo que el destino me acarrearía otra sorpresa en la persona de una antigua compañera de estudios. Y es que olvidándose de la joven que llevaba de la cintura, una señora de muy buen ver me saludó de un beso mientras preguntaba hacía cuantos años que no nos veíamos.

-Más de veinte- murmuré al reconocer en esa castaña a un amor de juventud y totalmente cortado, le presenté a la morena: -Lidia, quiero que conozcas a María Castellano, una amiga que compartió pupitre conmigo en la universidad.

Mi conocida, que estaba a por uvas, no dudó al responder:

-Tu padre y yo cursamos la carrera juntos.

Confieso que pensé que la monada iba a saltarle al cuello, pero contra toda lógica respondió sonriendo que no era mi hija sino una refugiada que había acogido en mi hogar. La cincuentona no tardó en disculparse y sin dar importancia a su metedura de pata, directamente quiso saber si seguía casado.

-Alberto esta libre… por ahora- comentó la puñetera muchacha mientras disimuladamente me magreaba el trasero.

La alegría con la que María recibió la noticia me hizo comprender que no se había dado cuenta de esas caricias. Y, por tanto, no me chocó que en presencia de Lidia me diese su teléfono para que quedáramos y así ponernos al día.

-Que venga al chalet y así podréis charlar de vuestras cosas en un ambiente propicio.

 Sin tenerlas todas conmigo, acepté su sugerencia y quedé con la pelirroja el sábado a cenar mientras me preguntaba los motivos de Lidia para aconsejarme que lo hiciera. Por ello, aprovechando que María se alejaba a conversar con la gente de otro grupo, quise que me contara el porqué:

-Cuando la compares conmigo, sabrás el tesoro que tienes en tu hogar- musitó con voz pícara la morena.

Hasta el último vello de mi cuerpo se erizó al oírla porque de cierta manera esa criatura me acababa de confirmar que se sentía una candidata adelantada para acabar en mis sábanas y que todos sus actos estaban encaminados a que la aceptara como pareja. Reaccionando, bajé el volumen de mi voz al preguntarle al oído:

– ¿Y si al final me gusta lo que veo en María y la seduzco?

Juro que se lo dije para molestar y por ello no estaba preparado a que sonriendo de oreja a oreja esa arpía respondiera que le encantaría verme poseyendo a otra y que pondría todo de su parte para que la velada fuese un éxito.

– ¿Estás diciendo en serio que me ayudarías a acostarme con ella? – contesté.

Pegando su pubis a mi entrepierna, no dudó en restregarse al responder:

-Me excita pensar que mi señor va a agenciarse a otra concubina y que juntas conseguiremos hacerle feliz.

Mi pene se irguió como un resorte al comprobar que su idea era el formar un trio e intrigado y excitado por igual, la interrogué si no prefería que me buscara otra más joven.

-María es perfecta para nosotros. Aúna belleza con experiencia y antes de que se dé cuenta, estaremos mimando todas tus necesidades para que no tengas que mirar a otra.  

El sorprendido fui yo al oír tamaño disparate y pensando que quizás debía cambiar de táctica, pellizqué uno de sus pezones y sin darle tiempo a reaccionar, ordené que se quitara las bragas y me las diera. Contra todo pronóstico, Lidia se despojó de ellas y me las hizo entrega sin siquiera buscar un rincón donde guarecerse. Pero lo que realmente me dejó pasmado fue oírla decir lo mucho que la ponía “mi idea” de ir sin ellas entre tantos paisanos. Tomándolas entre mis manos, las olí a sabiendas que eso incrementaría la excitación de la morenita y tras olisquearlas durante unos segundos, me las coloqué a modo de pañuelo en la chaqueta mientras de reojo observaba que María volvía.

La recién llegada advirtió de inmediato mi nuevo aditamento. Por raro que resulte, en lugar de poner el grito en el cielo se ocupó de colocármelo adecuadamente, aunque con ello tuviera que sacarlo y doblarlo de nuevo. Tras lo cual, y mientras volvía a colocármelo, comentó lo bien que me quedaba el tanga de la refugiada en mi solapa.

  Sonrojado, no supe cómo actuar cuando, aprovechando mi mutismo, cogió del brazo a Lidia y le pidió que la acompañara a pedir algo de beber. Asumiendo que iban a charlar de lo sucedido, las vi marchar mientras un tipo con cara de pocos amigos me decía que su jefe quería hablar conmigo. Temiendo más lo que conversarían esas dos que el aspecto del sujeto, dejé que me llevara por los pasillos de la embajada hasta un despacho. Despacho, donde me topé de frente con Joaquín Esparza, el hermanastro de la morena.

-Me imagino que sabe quién soy- afirmó el potentado mientras su ayudante me acercaba una silla.

Al asentir, entró directamente al trapo y preguntó por mis intenciones respecto a Lidia. No pude actuar de otra forma y sin levantar el volumen de mi voz, respondí que eso era algo que no le incumbía y que me negaba a contestar. Mi respuesta lejos de contrariarle, le hizo reír y con el mismo tono que el mío, respondió:

-Siento contradecirle, pero si me incumbe. No en vano fui yo el que reveló a mi hermana que su adorado comandante Omega no solo seguía vivo, sino que era usted.

Mi mundo se desmoronó al oír que los fantasmas de mi pasado volvían a mi vida y que ese hombre sabía el sobrenombre que había usado cuando en la universidad fundé un grupúsculo que defendía la violencia como medio para hacer cimbrar las estructuras del estado.

-Mi hermana siempre soñó con ser su “alfa” y que juntos “alfa y omega” liberaran a mi pueblo. Por eso no pudo más que correr entusiasmada a su encuentro sin saber que había sido yo el que lo había hecho posible.

Hundido en la miseria, respondí que yo ya no era el mismo que treinta años atrás y que ya no creía en las armas como medio de arreglar las cosas.

-Lo sé. Debido, a ello permití y favorecí que se encontraran- respondió.

Creyendo que implícitamente me había dicho que confiaba en que la hiciera recapacitar puse en duda sus planes, haciéndole ver que el efecto podía ser al contrario y que podía radicalizarse si intentaba apaciguar sus ánimos y centrarla.

-No es eso lo que deseamos ni yo ni la gente a la que represento. Queremos que Lidia siga señalando los errores de nuestro país desde aquí y que su fama de heroína entre los más desfavorecidos crezca- señaló sorprendiéndome.

– ¿Con qué intención? ¿Qué buscan en ella?

Sin ocultar nada, contestó:

-Todo poder necesita su némesis, un enemigo que lo conozca desde dentro y señale sus defectos, sus debilidades y miserias. Mi hermanita puede ser una piedra en nuestro zapato, pero es la que nos hace reaccionar y mejorar.

Recordando que Esparza era miembro del partido en el poder, le pregunté para que la necesitaban teniendo al presidente entre sus filas. Me quedé pálido con su contestación:

-Ese fantoche nos sirvió hasta que fue lo suficiente poderoso para asaltar la presidencia y desde entonces lejos de sacudir las bases del estado para rehacerlas, lo único que ha hecho es colaborar en nuestra división étnica. Con Lidia no queremos cometer el mismo error y manteniéndola en el exilio, nos aseguramos que nunca consiga aglutinar en su entorno partidarios suficientes mientras la mantenemos a salvo de los narcos.

– ¿Qué desea de mí? – quise saber.

-Desde un punto de vista político, quiero que el comandante Omega la dote de sustento ideológico en el que base sus críticas, aunque poco a poco eso le lleve a posiciones más realistas, pero como su hermano, deseo que a su lado encuentre un hombre con el que compartir la vida- respondió mientras se levantaba de su asiento.

Sabiendo que habíamos terminado, le informé de que pensaba hacer partícipe a su hermana de que habíamos tenido esa entrevista. Sin mostrar empacho alguno, el potentado me amenazó:

-Yo que usted no lo haría sino quiere que el comandante Omega vuelva a las portadas de los periódicos y el negocio que tanto le ha costado hacer crecer se hunda al perder la confianza de sus inversores.

Asumiendo que, de salir publicado que en mi juventud había fundado un grupo con vínculos claramente fascistoides, mi empresa caería en picado al ser gran parte de mis clientes organismos públicos, contesté:

-Es usted un cerdo y comprendo que su hermana le odie.

Despelotado de risa, el capullo replicó mientras desaparecía por la puerta:

-Se equivoca, Lidia me adora ya que al crecer sin padre fui yo quien la educó, pero a todos los hijos les llega un momento en que se enfrentan contra sus viejos y en su caso, me tocó a mí sufrir su rebeldía…

5

De vuelta al ágape busqué a Lidia por todas partes, pero no la encontré y asumiendo que seguía charlando con María, fui a pedir un whisky a la barra.  Estaba aguardando a que me atendieran cuando alguien me tocó al hombro. Al girarme, me encontré con una impresionante pelirroja de ojos verdes que llevaba un escandaloso escote que llamaba a bucear en él. No me había repuesto cuando, regalándome una sonrisa, ese bombón me rogó que le pidiera una copa.

– ¿Qué te apetece? – pregunté totalmente cortado.

-Una ginebra con tónica- contestó con marcado acento americano.

Tratando de que no notara lo mucho que me atraía, llamé al camarero y le pedí las dos bebidas con ella a mi lado. Al servírnoslas, le di la suya pensando que en cuanto la tuviese en sus manos esa monada iba a desaparecer, pero no fue así y en vez de irse, esperó a que cogiera la mía para comentar si no me apetecía acompañarla a dar una vuelta al jardín de la embajada. Que una desconocida me pidiera tal cosa, despertó mis sospechas al no considerarme un don Juan. Tratando de escabullirme, comenté que estaba esperando a alguien.

-No se preocupe por la señorita Esparza. Está bien acompañada y por lo acaramelada que la vi, dudo que vuelva en un buen rato.

Su respuesta me hizo recelar y no solo por el hecho de que supiera quién era mi acompañante, sino porque si hacía caso a su información la morenita no había tardado en buscarse un sustituto. Sin comprender por qué estaba celoso, cogí el JB con coca que me habían servido y la seguí al exterior.

“¡Menudo polvo!” pensé hipnotizado al verla andar y a pesar de mis reparos, reconozco que babeé al contemplar el modo en que meneaba ese par de nalgas dignas de museo. Blanca de piel y llena de pecas, bamboleaba su trasero con un ritmo que, a mi edad, me impedía pensar en algo que no fuera ponerla a cuatro patas y follármela. Tan oxidado estaba en temas de mujeres, que traté de rechazar la imagen que se creó en mi cerebro en la que me la imaginé siendo empotrada por mí entre los setos.

«Macho, ¡estás loco si crees que te dejaría!», pensé reconociendo la realidad mientras bajaba por la escalinata que daba acceso a una rosaleda.

Consciente quizás del efecto de su belleza, ya en el exterior, la americana buscó un banco donde sentarse y tras aposentarse en él, pidió que tomara asiento a su lado sin percatarse de que la abertura de su vestido había dejado al descubierto uno de sus muslos. Por un momento, dudé si hacerle caso o salir huyendo, al sentir que entre mis piernas mi pene tanto tiempo dormido se había puesto morcillón.

-Por cierto, me llamo Elizabeth – comentó viendo mis dudas.

Abochornado porque, a mis más de cincuenta, me comportara como un adolescente ante su primera cita, me senté al borde del banco. Aunque creí prudente mantener esa distancia, rápidamente comprendí mi error cuando para hablarme se tuvo que girar dándome una espléndida visión de sus pechos. Aunque algo me decía que ella sabía de sobra mi nombre, tartamudeando, me presenté y fue entonces cuando esa angelical serpiente, me preguntó a boca jarro desde hacía cuanto tiempo llevaba en contacto con Lidia.

Por segunda vez en menos de diez minutos, contesté a dos personas diferentes que mi relación con esa joven era algo que no le incumbía. Sin inmutarse, ese engendro diseñado para pecar contestó:

-Su pupila es una persona de interés para mis jefes y me han pedido que averigüe la razón de su estancia en España.

Que se refiriera a la morena como “persona de interés” me hizo estremecer y ya seguro de que me hallaba ante una burócrata del gobierno americano, únicamente quise saber a qué agencia pertenecía. Sonriendo, la tal Elizabeth deslizó la mano por la raja de su falda y de una liga de sus muslos, sacó su placa:

-Soy la capitana Burns y pertenezco a la DIA.

Como mi empresa se había visto involucrada en varios proyectos con el ejército americano me quedé paralizado al enterarme que ese bellezón era una militar destinada a ese organismo.

– ¿Por qué la Agencia de Inteligencia de Defensa está interesada en Lidia? – pregunté sabiendo la respuesta, no en vano entre sus funciones estaba el elaborar diariamente un informe para el presidente sobre los focos rojos que pudieran surgir fuera de los Estados Unidos.

-La situación en su país es inestable y teniendo en cuenta que las últimas revueltas podrían hacer caer a su gobierno, es nuestro deber conocer de antemano sus planes por si en un futuro se decide encabezar a los insurgentes.

-Desde ahora le digo, que no tiene intención de volver a su patria- contesté.

Luciendo su dentadura, me hizo saber que no me creía:

-Sabemos que eso ha mantenido en sus últimas declaraciones, pero eso no explica que tras tantos años se haya puesto en contacto con usted.  En un principio, mis superiores respiraron aliviados cuando se auto exilió, pero su opinión cambió radicalmente cuando examinando su expediente se enteraron de su pasado. Ahora piensan que desde aquí desea organizar a sus seguidores, para tomar el poder.

Dando por sentado que esa arpía sabía de la radicalidad de las propuestas que albergaba en mi juventud, me defendí:

–Como has dicho eso forma parte de mi pasado, llevó décadas alejado de esos planteamientos y me dedicó únicamente a mi negocio.

-Hablando de su empresa…  ¿me imagino que sabe que mi país es uno de sus mejores clientes? Y que alguno de los programas informáticos que ha desarrollado han sido declarado material sensible por mi gobierno.

-Lo sé- contesté y asumiendo la velada amenaza que encerraban sus palabras, la urgí a que me aclarara lo que su gente deseaba de mí y que si para seguir con nuestra colaboración, me pedían echarla de casa, lo haría.

Sin cortarse un pelo, la pecosa respondió:

-Como entenderá, un sector de la DIA pedía cortar de plano cualquier trato con su empresa. Pero los asesores del presidente lo han convencido de que, lejos de ser un problema, es una oportunidad para tenerla bajo control y que Lidia Esparza es menos dañina con usted, que de vuelta a su patria.

-Entonces, ¿qué quieren? – insistí viéndome en sus manos.

En ese momento, escuchamos a la morena riéndose tras unos setos.

-Seguiremos en contacto, ahora no debe vernos juntos- respondió la pelirroja y cogiendo su copa, desapareció del jardín.

Y fue justo a tiempo, porque todavía no había llegado a lo alto de las escaleras, cuando acompañada de María, Lidia me preguntó qué hacía ahí:

-Hacía demasiado calor dentro y salí a tomar el fresco- mentí mientras observaba a mi antigua compañera de estudios acomodándose la ropa.

El rubor de sus mejillas me hizo pensar que ese par venía de darse un homenaje y eso en vez de molestarme, curiosamente, me excitó al recordar que la hispana había exteriorizado su deseo de que retomara nuestra amistad para que junto a ella la convirtiéramos en mi concubina.  Aun así, me cogió con el pie cambiado que la joven dijera si no me importaba que al salir del convite se viniera con nosotros a tomar una copa a casa.  Me sorprendió observar que mi amiga no era capaz de mantenerme la mirada. No tuve que esforzarme mucho para saber que, aunque deseaba acompañarnos, temía las consecuencias de hacerlo.  Intrigado tanto por su actitud como por la de Lidia, di un salto al vacío y sin contestar, tomé a ambas de la cintura mientras me dirigía hacia la salida.

La forma en que Maria se pegó a mí y que no pusiera ningún impedimento a que la abrazara fue motivo suficiente para que se acrecentara la sensación de que esas dos zorras tenían algo planeado para esa noche. Sabiendo que fuera lo que había decidido no tardaría en saberlo, llegué al coche y abriéndoles la puerta, aguardé a que entraran. Contrariamente a como habíamos venido, Lidia se pasó atrás dejando a María el asiento del copiloto y eso me permitió examinar de reojo a mi conocida.

«Sigue teniendo un par de viajes», murmuré para mí rememorando en mi mente las noches que habíamos compartido en la juventud.

Algo parecido debió de pensar ella, ya que al percatarse de mis miradas sus areolas se erizaron surgiendo a través de la tela de su blusa. Al no desear incomodarla, me abstuve de seguir espiándola y por ello tardé unos segundos en percatarme de que Lidia la estaba acariciando desde el asiento trasero.

«¡Qué callado se tenía que le gustaran las mujeres!», me dije al ver la mano de la chavala explorando a través del escote de la cincuentona.

Haciendo como si no me hubiese enterado, aceleré rumbo a casa mientras a mis oídos llegaban los primeros gemidos de la cincuentona. La velocidad con la que se estaba calentando con las maniobras de la hispana me confirmó que dormiría poco esa noche y ya excitado, reparé en que la joven había conseguido sacar uno de sus pechos.

 «Es increíble», murmuré para mí al contemplar que, sin recato alguno, Lidia pellizcaba el pezón que decoraba el seno que había dejado libre.

La negrura de ese botón y el modo en que lo torturaba elevó mi calentura, pero lo que me dejó sin habla fue ver al parar en un semáforo que lejos de conformarse con ello, había comenzado a masturbar a María.

«No puedo creerlo», me dije al observar que, a través del hueco de los asientos, Lidia tenía una de sus manos dentro de su falda y que ésta, totalmente abochornada, había cerrado los ojos en un intento de obviar lo que estaba pasando.

-Separa tus rodillas y déjame hacer- con su habitual dulzura, murmuró en su oído la morenita.

Ante esa orden, mi amiga obedeció y abriendo sus muslos de par en par, dio vía libre a las yemas que estaban hurgando en su intimidad en mi presencia.

– ¡Por Dios! ¡Dile algo! – sollozó al sentir que la hispana se apoderaba del montículo que escondía entre sus pliegues.   

Esa escena despertó al travieso universitario que creía muerto para siempre y riendo, posé la mano sobre su muslo:

-Calla y disfruta de las atenciones de una experta.

Al sentir mi palma en su pierna, María se dejó llevar y mojando la tapicería de mi automóvil, se corrió.

-Ya has oído a nuestro señor, zorrita- rugió desde atrás la morena al sentir su humedad desbordándose.

Ese insulto, lejos de atenuar su placer, lo intensificó y mientras dos lágrimas brotaban de sus ojos, comenzó a convulsionar presa de las sensaciones que estaba experimentando.  Verla tiritar de gozo a mi lado sin que yo tuviese intervención alguna azuzó mi carácter curioso y recordando la naturalidad con la que se había tomado que luciera las bragas de la morena en la chaqueta, la urgí a que me diera las suyas.

– ¡No soy tu puta! – protestó María al escuchar mi deseo.

Cuando ya creía que me había pasado dos pueblos y que mi amiga me iba a dejar de hablar, se lo pensó dos veces y levantando su falda, deslizó el provocativo tanga que llevaba puesto y me lo dio. Al tenerlo en mi poder, no pude evitar llevármelo a la nariz. Al verme oliéndolo, María sollozó y ante la sorpresa de los tres, volvió a berrear de placer.

-Zorrita, si tanto te pone que disfrute de tu olor, imagina cuando cate tu sabor- desternillada de risa, desde su asiento, Lidia comentó.

Entendiendo que implícitamente estaba pidiendo que lo probara, parando a un lado, extendí sobre el volante esa coqueta prenda y directamente, pregunté a mi copiloto si deseaba que probara su esencia. Al no contestar, saqué la lengua y recordé tras tantos años cómo sabía esa mujer. La verdad es que, aunque me gustó su sabor, lo que realmente me enloqueció fue contemplar su reacción y es que al verme lamiendo el flujo que habían absorbido sus bragas, no pudo evitar pellizcarse con saña los pechos mientras se volvía a correr.

Lidia no la dio tregua y pidiéndome que volviera a acelerar, musitó en la oreja de mi conocida:

-Esta noche recordarás las caricias de mi señor y serás suya. Pero mañana, ¡será mi turno! Y tendrás que hacerme disfrutar si quieres que te volvamos a invitar a casa.

Juro que jamás pensé escuchar de sus labios que aceptaba, pero menos que lo hiciera diciendo:

-Así lo haré, mi señora.

La claudicación que revelaban sus palabras me dejó pensativo y mientras nos acercábamos al chalet, no pude evitar preguntarme por la razón de tal entrega, pero también en cómo se comportaría en mi cama si finalmente se convertiría en mi amante. Reconozco que, anticipando el futuro, vi a María en mi cama gritando de placer mientras la penetraba y con mis dientes la castigaba apoderándome de los oscuros pezones que como pago al placer que estaba disfrutando, me ofrecía. Por eso y dado el tiempo que llevaba sin catar el dulce sabor de un sexo femenino, me hice la promesa de ir bajando por su cuerpo antes de hundir mi cara entre sus piernas y entonces, lentamente y separando con mi lengua los pliegues de su vulva, me adentraría en el paraíso al apoderarme de su clítoris. En mi imaginación cuando esa mujer experimentara mi húmeda caricia, juntaría sus rodillas para aprisionar mi cabeza entre sus muslos y así eternizar las sensaciones que estaba sintiendo…

Relato erótico: “Destino de hermanas IV FINAL” (POR XELLA)

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Las chicas durmieron esa noche juntas, abrazadas y acurrucadas en la misma cama. Así se daban fuerza y consuelo entre ellas para lo que las esperaba. Lo que no podían esperar era la manera tan horrible de la que se iban a despertar…         
Una fuerte descarga desde el collar recorrió sus cuerpo, haciendo que se despertasen gritando de dolor y recordando de la peor manera posible en qué lugar estaban.         
– ¿Qué cojones es esto? – Gritaba el Oso, entrando en la habitación y encendiendo la luz.         
Las chicas se miraban asustadas, ¿Qué habían hecho para cabrearle así? El hombre se acercó a Miranda y, agarrándola del brazo la dió un tirón para obligarla a bajar al suelo.         
– ¿Desde cuando los perros duermen en las camas? ¡Tu lugar es el suelo, zorra!         
Le dió un par de fuertes azotes en el culo y se dirigió a las dos sirvientas.          
– ¿Y vosotras? ¡Deberíais estar preparando el desayuno!          
– N-No sabíamos nada… L-Lo siento… – Balbuceó Lorena.          
– ¡No quiero excusas!          
Apretando un botón, dió una nueva descarga a las tres chicas.          
– ¡Rápido, a la cocina! No me hagáis esperar más.          
Erika y Lorena salieron corriendo de la habitación… Ni siquiera sabían donde estaba la cocina, pero no tenían valor a preguntarlo… Por suerte, era la única habitación en la que se veía luz… porque Roco y el Piernas estaban esperandolas allí…          
Miranda seguía arrodillada ante el Oso.          
– No te preocupes,  Missy. – Le decía el hombre. – Poco a poco irás adaptándote a tu nueva forma de vida… a partir de entonces será todo más fácil… Y ahora vamos, nos están esperando para desayunar.          
El negro empezó a andar y Miranda se levantó para ir tras él…          
Se oyeron gritos en la cocina y una taza que se rompía, a la vez que Miranda volvía a caer al suelo debido a la descarga.          
– ¿Qué te dije ayer? Las perras van a cuatro patas…          
Miranda, resignada, comenzó a gatear tras el hombre en dirección a la cocina. Cuando atravesaron la puerta encontraron a Lorena barriendo la taza rota y a Erika arrodillada bajo la mesa, tragándose entera la polla del Piernas.          
– Avisa antes de darles una descarga, cabrón. – Dijo enfadado el Piernas. – Porque había parado a coger aire, que si llega a tener mi polla en la boca en ese momento me la arranca…          
– Mucho no te ha debido molestar cuando has vuelto a hacer que te la chupe. – Replicó el jefe.          
– Joder, es que lo hace de miedo… Vaya joyita hemos encontrado.          
Erika miraba de reojo a su hermana, que iba detrás del Oso, con la cabeza gacha. Nunca la había visto tan derrotada…          
– Ves preparándome un café y unas tostadas, pelirroja. – Dijo el Oso. – Yo voy a echar comida a Missy.          
Diciendo eso se acercó a la nevera, sacó un tupper con sobras y lo echó en un comedero de perros que había en un rincón de la cocina. También relleno con agua un bebedero.          
– Ahí tienes tu comida, zorrita. Y que no te vea usar las manos…          
Miranda se quedó en el sitio. Ni siquiera se acercó a los platos.          
– Bueno… Ya tendrás hambre… – Comentó el Oso ante su actitud.          
– OOOOOoohhhhhhhh! – Gritaba el Piernas, sujetando la cabeza de Erika, forzándola para que tuviera su polla metida hasta la garganta. – ¡Tragatelo todo, zorra! ¡Joder!        
Poco a poco, dejó que la chica separara la cabeza y respirara. Un hilo de baba y semen unía la boca de la chica con la polla del hombre. Éste se sujeto el rabo y se lo restregó a Erika por toda la cara, llenándola de sus restos.        
– Hala, ya estás preparada para seguir trabajando…        
Erika salió de debajo de la mesa y se situó junto a Lorena para ayudarla. En unos minutos tenían el desayuno preparado y se lo sirvieron a los hombres. Se mantuvieron a un lado, intentando que no se fijasen en ellas, las dos modelos estaban de pie, y la detective arrodillada junto a su plato de comida.        
Nada más acabar, Roco se levantó, agarró a Lorena por la cabeza y la obligó a inclinarse sobre la encimera. Apartó el tanga a un lado, quitó de un tirón el plug anal, provocando un pequeño grito de dolor en ella.         
– No te quejes, lo que viene ahora va a ser algo más grande. – Le dijo el hombre. – Toma. – Estaba dando a Erika el plug. – Sujetalo mientras me la follo.         
La chica lo cogió, y se quedó observándo como ese hombre penetraba de un golpe el culo de su amiga. Lorena gritaba, y no era para menos… Roco tenía un pollón enorme… Debía estar partiendola en dos…         
– ¡Callate, zorra! – La gritaba. – Vas a tener que acostumbrarte a esto, todas las mañanas voy a follarte el culo hasta que dejes de quejarte.         
Los otros dos hombres seguían acabando su desayuno tranquilamente, sin prestar atención a la violenta sodomizacion que estaba ocurriendo a su lado. Miranda y Erika estaban inmóviles.         
– Aaaaahhh. – Gritaba Lorena. – ¡Me vas a partir en dos!         
Roco disfrutaba de los gritos de la chica, sabía que haría lo que el quisiera por mucho que se quejase. La agarró del pelo, obligandola a levantar la cabeza, mientras aumentaba el ritmo de la follada.         
Tardó pocos minutos en descargar dentro de su culo.         
– ¡Ven Missy! – Exclamó el hombre. – Aquí tengo un regalo para ti.        
Miranda sabía lo que quería que hiciera. Siempre, después de follarla, la obligaban a limpiarles las pollas… Al principio le daba reparo, sobre todo después de que la polla en cuestión hubiese estado dentro de su culo, pero a base de palizas, había aprendido a hacerlo sin rechistar…         
La chica se acercó gateando, sabía que no debía levantarse, y agarrando la polla del negro, se la metió en la boca hasta el fondo. No quiso pensar en el sabor que tenía después de haber estado en el culo de Lorena, sabía que no tenía opción.         
Un par de minutos después, había terminado de limpiar, así que paró y agachó la cabeza.         
– ¿ Qué pasa zorra? ¿ Crees que has terminado?         
Miranda miró al hombre y luego a su polla, viéndola impecable.         
– Aquí todavía tienes trabajo. – Añadió Roco, señalando el ojete de la pelirroja.         
Un reguero de semen se deslizaba desde el dilatado agujero trasero de la chica, deslizándose por su coño hasta los muslos… Eso sí que no… Miranda no estaba dispuesta a eso… Nunca había estado con una chica, y por supuesto no estaba dispuesta a hacerle eso a la que siempre había considerado como una hermana pequeña… Todos estaban expectantes.         
El negro agarró del pelo a la detective, obligandola a mirarle.         
– ¿No me has oído, perra? ¿No has aprendido que tu única opción es obedecer? ¡Déjame el control! – Pidió.         
El Oso se lo lanzó y Roco lo atrapó al vuelo.         
– Noooo – Gritaron a la vez Erika y Lorena.         
Demasiado tarde. Ya había apretado el botón.  Las chicas se retorcían entre gritos de dolor. Los espasmos en el culo de Lorena, hacían que los chorretones de lefa salieran de él. Cuando Roco paró, se quedó observando a Miranda, con el interruptor en la mano.        
– Por favor, Miranda… – Suplicó Erika.        
La detective miraba a su hermana con cara de pena… No podía dejar que sufriese aun más por su culpa… Se acercó lentamente a los muslos de Lorena, y comenzó a recoger el semen que caía por ellos con su lengua. Quería retrasar todo lo posible el momento de lamer el coño y el culo de la pelirroja, pero sabia que era inevitable…        
Cuando dió el primer lametón al coño de la chica, habría jurado que la había notado estremecerse… El sabor no era desagradable… Cerrando los ojos y sin pensar realmente lo que estaba haciendo, se sobre llevaba mejor…        
– ¡Venga, perra! No seas remilgada y mete bien la lengua. – Espetó Roco.       
El hombre separó las nalgas de Lorena con las manos, mostrando a Miranda el camino que tenia que seguir. La detective no luchó más… Metió su lengua en el rosado ojete que tenía delante, aplicándose en dejarlo limpio lo antes posible.        
Cuando terminó, Lorena continuó ayudando a Erika con las labores de la cocina… Miranda habría jurado que tenía la cara ligeramente colorada… No sabia si por la vergüenza o… ¿Habría disfrutado?        
Durante el resto del día, las dos asistentas estuvieron atendiendo a los hombres en todas sus necesidades. Mientras, Miranda esperaba acurrucada en un camastro en un rincón de la habitación, de vez en cuando le tiraban un hueso de plástico y la obligaban a traerlo, como una perrita de verdad. Al principio se negaba, pero después de varias descargas comenzó a hacerlo de forma bastante eficiente.      
Para combatir el aburrimiento, los hombres obligaron a Erika y a Lorena a entretenerles, montándose un pequeño número lésbico. Las chicas no querían más descargas, así que se aplicaron desde el principio… No fue demasiado difícil… Ya habían participado juntas en algunas orgías y, en cuanto lograron olvidarse de donde y con quién estaban, comenzaron a centrarse la una en la otra, a sentir sus caricias, sus besos, su aliento… En unos minutos estaban haciendo un 69 en medio del suelo del salón, ante la mirada de los noegros y de Miranda.      
Los hombres no aguantaron más aquella situación y se añadieron rápidamente al juego. Entre los tres, se follaron a las asistentas por todos sus agujeros, mientras las “obligaban” a seguir besándose… Erika se corrió un par de veces mientras aquellos bestias la follaban, estaba comenzando a disfrutarlo de verdad… En cambio, Lorena era más reticente… se notaba que estaba caliente… Aquellos hombres la follaban muy bien… Pero su subconsciente no la dejaba disfrutar de la misma manera que lo hacía Erika…      
Una vez acabaron, la perrita de la casa volvió a ser la encargada de limpiar tanto las pollas de los hombres como los agujeros de las chicas…      
Al final del día, cuando las tres chicas se quedaron solas en su cuarto, cayeron derrumbadas en la cama.        
– ¿Q-Qué haces? – Preguntó Erika a su hermana, temerosa.        
– ¿Cómo?        
– N-No puedes estar en la cama, ya les has oído…        
– ¿Qué? No estarás hablando en serio… No pensarás que voy a dormir en el suelo…        
– Yo… Yo no quiero más descargas… – Apuntó Lorena       
– Tiene razón… Tenemos que evitar enfadarles… – Erika miraba a su hermana a los ojos mientras hablaba. – Hoy hemos recibido muchas descargas… Y muchas por tu culpa…        
– ¿ Qué? – Miranda no creía lo que estaba escuchando. – ¡Quieren que sea su mascota! – Gritó. – ¿Crees que voy a dejar que hagan lo que quieran?        
Las nuevas asistentas de la casa miraban a Miranda impasibles, dando a entender que no iban a dar su brazo a torcer.        
– No tenemos salida Miranda. Lo único que podemos hacer es intentar evitar los castigos…        
La detective miraba incrédula a su hermana… Con todo lo que había pasado por ella… En silencio, bajó de la cama y se tumbó en el suelo, dando la espalda a las dos modelos. Pasó toda la noche llorando, acurrucada en un rincón.      
El resto de los días transcurrieron entre infinidad de humillaciones para las tres chicas, querían llevarlas al límite y allí, obligarlas a superarlo. Las descargas eran habituales al principio… Pero Erika y Lorena aprendieron rápido como debían comportarse para evitarlas… No así Miranda, que se rebelaba, intentando evitar lo inevitable. Ella era la más humillada de todas… Pasaban el día jugando con ella como una perrita de verdad, la obligaban a hacer sus necesidades en un rincón y a comer y beber de un plato en el suelo.      
Erika y Lorena, sin embargo, eran obligadas a actuar como las sirvientas que eran, pero además, eran folladas a cada ocasión. Sus esculturales cuerpos de modelos no eran desaprovechados por los hombres,  que habían comprado multitud de lencería y disfraces eroticos para que luciesen sus cuerpos ante ellos.       
Primero, elegían con qué atuendo les deleitarian esa vez, después, las chicas hacían un pequeño pase de modelos que acababa con streptease y numerito lesbico, para calentarles tanto a ellos como a ellas. Por último solían acabar en una orgia desenfrenada entre los cinco. Miranda rara vez participaba ya, salvo para la limpieza y aseo de los participantes, por supuesto, con su lengua. Alguna vez tenía que chupar una polla, o la sodomizaban, pero normalmente disfrutaban de las modelos que, además, se habían vuelto bastante receptivas y participativas… Disfrutaban casi tanto como los hombres de las sesiones de sexo.     
Pasaron varios meses. Erika y Lorena habían aceptado su rol en la casa mientras que Miranda seguía rebelándose. Una noche, Miranda decidió que no podía más. No podía someterse tan facilmente, sin siquiera hacer intención de escapar.     
– Erika… – Susurró la detective, desde el suelo. – Erika…     
– ¿Q-Qué pasa? ¿Qué hora es?…     
– Da igual la hora. Tenemos que irnos.     
– ¡¿Qué?! ¿Te has vuelto loca? ¡No podemos irnos!     
– ¡SSssshhhh! Nos van a oir…     
– ¿Qué pasa? – Dijo Lorena, desperezándose.     
– Miranda quiere que escapemos…     
– P-Pero…     
– ¡Tenemos que salir de aquí! – Susurraba Miranda, intentando no gritarlas. – No podemos aguantar esto más tiempo.      
Miranda se levantó. Erika y Lorena se miraban.     
– Pero… Miranda… Los collares… – Decía Lorena.     
– Me dan igual los collares…     
– ¡No quiero más descargas! – Dijo Erika.      
– No nos darán descargas. – Contestó su hermana.      
– Dijeron que al salir del edificio se activarían solos…     
– ¿Y nos lo vamos a creer? ¿Sin intentar comprobarlo? ¿Así de fácil se lo vamos a poner?     
Miranda avanzó hasta el conducto de ventilación por el que había entrado, hacía tanto tiempo. Mientras andaba, se extrajo el plug anal que estaba unido al rabo de perra que llevaba, tirándolo a un lado. Al quitárselo, notó una sensación extraña, mezcla de alivio y vacío.     
– Si los collares se activan no habrá nada que hacer… Pero no puedo dejar de intentar todo lo posible por huir…     
Erika y Lorena se levantaron y se situaron al lado de Miranda. Se miraban entre ellas, sin decir nada, mientras la detective apartaba la rejilla.     
– Miranda… Yo… – Comenzó Erika.      
– ¿Tú qué? – Increpó su hermana, sin dejar de trabajar con la rejilla     
– …     
– ¿Qué pasa? – La mujer dejó de hacer lo que estaba haciendo.     
– Yo no me quiero ir.     
El silencio que siguió a esa declaración  fue aplastante.     
– ¿Qué? ¿Cómo que no te quieres ir?     
– Yo…  Yo tampoco. – Apuntó Lorena, situándose al lado de su amiga.     
– ¿Os habéis vuelto locas? – Las gritó Miranda, perdiendo los papeles. No podía creer que le estuviesen diciendo eso.     
Las dos chicas se miraron entre ellas y, sonrojandose, agacharon la cabeza.     
– Aquí… – Comenzó Erika. – Aquí no se vive tan mal…     
– ¡Estamos secuestradas! – Gritó la detective, sin tener ya cuidado por el volumen de su voz. – ¡Somos sus putas! No, peor… ¡Somos sus esclavas!     
– No nos tratan mal… – Apostilló Lorena.     
– ¿Cómo que no? ¿Y esto que es? –  Miranda recogió del suelo el rabo que llevaba permanentemente en su culo y se lo lanzó a Lorena a la cara. La pelirroja lo apartó de un manotazo. – Vosotras no lleváis rabo, pero también lleváis uno de estos…     
Las dos asistentas miraron el culo de su compañera. Efectivamente allí asomaba el plug que las obligaban a llevar… Casi se habían olvidado de él… una vez se habían acostumbrado no era tan malo,  era incluso… placentero…     
– ¿Y esto qué? – Continuó Miranda, agarrándose el collar de descargas. – ¿Os gusta que nos electrocuten cuando quieran?     
– Ellos… Ellos solo lo hacen cuando nos portamos mal…  – Susurro Erika, acobardada ante la actitud de su hermana. Nunca había discutido así con ella…     
– ¿Te estás oyendo? “Cuando nos portamos mal”… ¿Y qué es portarse bien? ¡Limpiarles la casa! ¡Hacerles la comida! ¡Chuparles la polla! ¡Poner el culo! Erika, ¡Despierta!     
La chica aguantó la regañina de su hermana hasta ese punto. Entonces estalló.     
– ¡Despierta tu! ¡Los únicos castigos que nos hemos llevado desde hace meses son por tu culpa! ¡Eres la única que no lo acepta!     
Miranda no se esperaba esa reacción de su hermana.     
– ¡Si no fuese por tu puto orgullo la vida nos iría mucho mejor! – Lorena asentía, apoyando las palabras de Erika. – Cuando aceptes tu lugar en esta casa todo irá mejor…     
– ¿Mi lugar? ¡Soy una perra! Y aunque vayáis vestidas de otra forma… Vosotras también… Aunque no lo queráis ver…     
– ¿Qué está pasando aquí?    
Las tres mujeres se quedaron paralizadas mirando a la puerta. Habían perdido las formas y estaban gritandose, lo que había alertado al Oso. El hombre las miraba con un enfado notable en su cara. No les pasó desapercibido que llevaba el mando de los collares en la mano…    
– ¡Os he hecho una pregunta! – Gritó mientras asestaba una descarga a sus esclavas.    
Las chicas cayeron al suelo, agarrándose el cuello. El hombre reparó en el plug anal que se había quitado Miranda y, recogiendo avanzó hacia ella, amenazante.    
– ¡¿Quien te ha dado permiso para quitarte…?!    
El Oso no acabó la frase… Había visto la rejilla descolgada.    
Una nueva descarga azotó a las mujeres.    
– ¿Estabais planeando escapar? – Dijo de forma calmada. Erika y Lorena se encogieron de miedo, esperando una descarga. Miranda, por contra, miraba al hombre a los ojos.    
– Fue… Fue idea mía… Ellas intentaban impedirmelo… – Dijo la detective.    
El Oso la miró, y después observó a las dos asistentas. Éstas miraban con una mezcla de incredulidad y agradecimiento a Miranda,  por protegerlas aun en esos momentos.   
Por supuesto, el hombre sabía perfectamente lo que había pasado… Tenía cámaras y micrófonos en la habitación y en cuanto escuchó el ruido, observó la situación. Vió como aquellas dos zorras estaban tan encantadas de estar allí que no querían irse… Nunca pensó que llegarían a ese punto… Se veía que habían asimilado su situación, y que disfrutaban enormemente siendo folladas, pero tanto como para elegir quedarse… Había sido una grata sorpresa.   
En esos momentos entraron por la puerta Roco y el Piernas.   
– ¿Qué pasa aquí? – Preguntaron.   
– Esta zorra. – El Oso agarró del pelo a Miranda, obligandola a levantar la cabeza. – Quería escapar… Menos mal que nuestras pequeñas amigas estaban aquí para impedírselo…   
Erika y Lorena agacharon la cabeza… Se daban cuenta de que por su culpa Miranda lo pagaría caro…   
– Piernas, trae la bolsa. Vamos a jugar un poco con esta zorra.   
El hombre obedeció y salió de la sala.   
– Y tu… – El jefe de la banda propinó un fuerte bofetón a la detective. Seguidamente la lanzó boca abajo a la cama y comenzó a darle fuertes azotes en el culo.   
– Así… Aprenderás… A… No… Desobedecer… – El hombre acompañaba sus palabras con los golpes. – Eres… Una… Perra… Tu… Lugar… Es… A… Nuestros… Pies…   
El Piernas entró de nuevo en la habitación.   
– Aquí estoy, jefe.   
– Perfecto…   
El Oso dejo a Miranda tirada en la cama y se dirigió a la bolsa. De allí saco un amasijo de correas con un enorme consolador negro enganchado a él y, tirandoselo a Lorena, la instó a ponérselo.   
La chica cogió el aparato y se quedó paralizada, mirándolo. Tenía varias correas para engancharlo y, a parte del enorme consolador que había visto, había otro algo más pequeño por la parte de dentro…   
– ¿Qué pasa? ¿No sabes por donde te tienes que meter eso? Ja ja ja – Reía Roco. – ¡Vamos! Que no tenemos todo el día…   
El hombre hizo ademán de acercarse, con la mano levantada y Lorena se apresuró a ponerse el arnés. Estaba nerviosa, le costó introducirse el falo de plástico que le correspondía a ella, pero en un par de minutos, ante la atenta mirada de todos, estaba armada con una enorme polla negra.   
– Follatela. – Dijo secamente el Oso, señalando a Miranda.   
– ¿C-Cómo?   
– ¡Qué te la folles! – El hombre volvió a activar el collar, haciendo que las chicas gritaran. – ¡Y tu, perra, ábrete de piernas!  – Añadió, señalando a la mascota de la casa.   
Miranda no pudo hacer más que obedecer, sabía que no tenía opción… Con la cabeza agachada para ocultar su vergüenza, se tumbó boca arriba en la cama y separó sus piernas, dejando libre acceso a la pelirroja. Lorena, con lágrimas en los ojos mezcla de la descarga y de la situación se acercó a su amiga, se situó ante ella e, intentando hacerlo con la mayor suavidad posible introdujo lentamente la polla que blanda entre sus piernas. La detective dejo escapar un grito de dolor, pero intentó ocultar su sufrimiento… No quería darles el gusto de verla sufrir a aquellos cerdos.   
Lorena nunca había hecho nada parecido… El movimiento de “penetracion” era nuevo para ella, de tal manera que le costaba seguir el ritmo correctamente. Los primeros momentos de la follada fueron duros para las dos, pero en pocos minutos Lorena se empezó a mover correctamente y el consolador que llevaba introducido comenzó a hacer efecto. Ligeros gélidos comenzaron a salir de su boca, dando muestra a los demás de que estaba comenzando a disfrutar…  
Entonces, Roco la tiro de ella hacia atrás, agarrandola del pelo y separandola de Miranda.  Sin miramientos la tiró encima de la cama, boca arriba.  
– Ahora follate tu sola. – Le dijo a Miranda. – Queremos ver como cabalgas a tu amiguita…  
La mujer obedeció, sabiendo que no tenía otra opción. Se sentó a horcajadas sobre el falo negro y se lo introdujo lentamente.  
– Eso es… Ahora, comienza a moverte perra…  
Miranda comenzó a cabalgar aquel rabo de plástico, llevando ella el ritmo era más placentero que de la manera anterior, aunque no podía quitarse de la cabeza la situación. Los comentarios de los hombres que observaban no ayudaban a ello tampoco…  
– ¡Eso es! ¡Metetelo hasta dentro, perra!  
– Mira como le botan las tetas… ¿Por qué no jugáis un poquito con ellas?  
Lorena estaba desatada. Desatada y cachonda…  Sin pensarlo comenzó a lamer los pezones de Miranda, deteniéndose en los brillantes aritos que le habían colocado como castigo. ¿Le pondrían alguna vez piercing a ella?  
Entonces, Erika noto que se le acercaban por detrás. El Piernas estaba tras ella colocándole algo… ¡Eran otro arnés! No… No pensarían…  
Cuando el hombre se lo empezó a poner intentó resistirse, pero un par de bofetones la hicieron recapacitar.  
– ¡Tu, la zorrita pelirroja! Abrele el culo a la perra que vamos para allá.  
Lorena miro a Miranda a los ojos y esta asintió con la cabeza… Ya le habían sodomizado muchas veces… ¿Qué más daba una más? Pero entonces vió la cara de terror de la pelirroja y se giró. Lo que vió la dejo helada… ¡Querían que su hermana la diese por el culo!  
Intentó levantarse e irse pero el Oso estaba preparado a su reacción y las frió a descargas.  
– ¡Vamos putas! Sabéis que no tenéis elección, así que no os lo pongáis más difícil.  
Miranda cerró los ojos y se inclino hacia delante, pegándose a Lorena y permitiendo que esta le separase las nalgas con facilidad, para que todo fuese más sencillo, pero, cuando notó la punta del consolador penetrando su ojete, no pudo evitar dar un grito. Más que por el dolor, por tomar conciencia de hasta donde las habían hecho llegar.  
Al principio, como a su amiga, a Erika le costó acostumbrarse al movimiento, pero en breve estaban las dos acompasadas, moviéndose rítmicamente mientras se follaban a la “perra” de la casa…  
Los hombres estaban disfrutando del espectáculo, era impresionante ver a las tres allí fallando y gimiendo. Para desfogarse, se subieron a la cama, alrededor de las chicas, y comenzaron a masturbarse hasta correrse encima de ellas. Ni se inmutaron. Sabían que si paraban las castigarian y, además, con lo calientes que estaban ya no podían parar.
Al cabo de unos minutos, se corrieron entre sonoros gritos y cubiertas del semen de los hombres. Se quedaron quieras, abatidas, una encima de la otra, todavía con las pollas dentro de Miranda. Entonces, Roco agarró su polla, apunto a Miranda a la cabeza y comenzó a mearse sobre ella.  
El grito que dieron las mujeres fue escandaloso, a la altura de las risotadas de los otros dos hombres que, agarrando sus pollas imitaron a sus compañeros.  
Cuando acabaron de mearlas, volvieron a colocar la rejilla en la pared y las dejaron allí, tiradas en la cama, entre semen y orín.
A la mañana siguiente, cuando entraron en la cocina para preparar el desayuno a los hombres, el Oso estaba hablando por teléfono.
– Si…
– En cuanto pueda…
– Ya está todo preparado…
– Estupendo
– ¿Esta tarde? ¡Magnifico! Cuanto antes mejor…
– Si…
– De acuerdo…
– Muchas gracias, señorita Aizawa.
Y colgó.
– ¿Qué tal se han levantado mis niñas? – Preguntó, dirigiendole a las asistentas. – ¿Y Missy? ¿Qué tal ha dormido mi perrita? Seguro que bien… Recién follada… ja ja ja
Ese día no hicieron nada con ellas, a parte de algún manoseo o algún cachete.
Cuando llegó la tarde, el timbre de la puerta sonó. El Oso abrió la puerta y entró una bella mujer asiática, de pelo negro, largo y liso. No parecia mayor, pero tampoco parecía joven… Unos preciosos ojos verdes destacaban en el conjunto de su belleza, atrayendo las miradas hacia ellos.
– Buenas tardes, Tamiko. – Saludó amablemente el Oso. – Me alegra que hayas podido venir tan pronto.
– Buenas tardes, Adrián. – Saludó la mujer, por el nombre de pila del hombre. – Sabes que es un tema que me interesa, necesito una cobaya y me vienes de perlas… 
Miranda se quedó observandola… ¿Tamiko? ¿Tamiko Aizawa? ¿La misma Tamiko Aizawa que había sido investigada cientos de veces por trata de blancas y prostitución? Siempre había salido indemne… pero… ¿Que querrían hacer con ella?
– Bueno… – Continuó la mujer. – ¿Donde está?
– Aquí la tienes. – El Oso se acercó a Miranda y, agarrandola del pelo la obligó a acercarse a la asiática. – Está un poco sucia pero, como te dije, esta nomche hemos tenido que castigarla…
– No te preocupes… Ya me encargo yo del resto…
Tamiko Aizawa se acercó a Miranda, le quitó el collar de descargas y le colocó un collar de perro, al que enganchó una cadena. Al acercarse, Miranda notó un olor dulce e intenso… parecían… lilas… y algo más… Se quedó mirando a la mujer a los ojos fijamente… Ésta le devolvía la mirada. Estuvieron así un instante, pero a Miranda se le hizo eterno…
– Está bien, pues entonces me voy ya. – Finalizó la mujer. – ¿A estas os las quedáis?
– Si, estas de momento nos seguirán sirviendo.
– Es una pena… Son una preciosidad… Ya sabes… Si algún día te cansas…
– Lo tendré en cuenta, Tamiko. Muchas gracias por todo.
Se despidieron con dos besos y la asiatica salió, arrastrando a Miranda por la cadena. Lorena y Erika estaban pasmadas… ¿Qué acababa de pasar? ¿A donde la llevan? ¿Qué pasaría con ellas? ¿Porqué Miranda no se ha resistido?
– ¿Q-Qué…? – Comenzó a balbucear Erika. 
– No tienes que saber nada. – La cortó el Oso – Lo único que te diré, es que no vas a volver a ver a tu hermana. 
La cara de Erika era de confusión… No se hacía a la idea de lo que acababa de escuchar… 
– Lo único que debéis saber es que si seguís como hasta ahora y obedece en todo, no tendréis que seguir el mismo destino que ella, que, por otra parte, no os recomiendo… 
Desde aquél día, efectivamente, no volvieron a tener noticias de Miranda. Erika y Lorena continuaron como hasta ahora, de asistentas y esclavas sexuales de la casa, la única diferencia es que a sus números lesbicos, incorporaron los arneses, para su satisfacción y la de sus dueños. 
Lorena, después de un tiempo, pregunto si le podían anillar los pezones. A los hombres les pareció tan buena idea que se los anillaron a las dos, así como un arito más en el clitoris a cada una. 
Realmente esa vida no les parecía mal… No tenían que preocuparse por nada y tenían una vida sexual totalmente satisfactoria… Aquellos hombres sabían como hacer que se corrieran… Desde que se fue Miranda, no volvió a hacer falta que les diesen ni una descarga más… 
Y ellas eran felices siendo las esclavas de aquellos hombres. 
 
Miranda, por su parte… Se puede decir que se convirtió en una perrita sumisa y obediente en manos de su nueva ama… 
 
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“Mi loba aulla mientras una vampira bate sus alas” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis.

Segundo libro de la serie: LOS SOBREHUMANOS.

Uxío y la salvaxe con la que comparte la vida son llamados a ver a Xenoveva, el hada que vive en la laguna y de la que el licántropo es adalid.. Al presentarse ante ella, esa semidiosa les informa que una de sus hermanas, un hada que vive en la Toscana, necesita su ayuda y que les ha mandado a una bruja como mensajera.
Pensando la pareja que se encontrarían con una mujer gorda y entrada en años, acceden a entrevistarse con ella. Al conocerla, resultó ser una bellísima joven a traves de la cual Diana les informa que en la región de Italia donde vive se han producido unas desapariciones, cuyos responsables sospecha que son vampiros.
Aceptando la misión, los tres se dirigen a Florencia sin sospechar que la policía que lleva el caso es una morena con un pequeño problema. No es humana, pero tampoco una mujer loba Sandra Moretti puede ser una enemiga y ¡bebe sangre!…

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

Para que podías echarle un vistazo, os anexo los primeros capítulos:

1

Para un hombre o una mujer del siglo XXI, las leyendas y mitos de nuestros ancestros carecen de veracidad y son considerados supersticiones en las que únicamente creen los más ingenuos de nuestra sociedad. Hoy en día, nadie en su sano juicio se levanta en una reunión y reconoce creer en ellas, y si lo hace rápidamente cae sobre él todo tipo de condenas y menosprecios. La religión y lo sobrenatural están mal vistos. Que un científico se atreva a sugerir la existencia de vida extraterrestre inteligente provoca al menos escarnio, pero si se le ocurre afirmar que en la tierra viven seres mitológicos como el megalodón rápidamente es catalogado de friki. En contraposición, desde niños amamos las historias de duendes, en nuestros cines se proyectan multitud de películas de superhéroes que atraen a una legión de espectadores, la literatura está plagada de libros cuyos protagonistas tienen percepciones extrasensoriales sin que causen mofa y cuyos autores no son tildados de locos. Por ello, me atreví a contar mi vida plasmando en papel cómo siendo un típico hombre de la actualidad descubrí que en mi interior existía un “salvaxe”.

Sé que la gran mayoría leerá estas páginas pensando en que son producto de una fértil imaginación y solo unos pocos creerán mi historia. Me da lo mismo. La incredulidad de nuestros días es algo con lo que cuento y, aun así, no me coarta para narraros cómo un antiguo policía terminó siendo el alfa de una manada de hombres lobos.

 Hoy puedo afirmar sin pudor que soy miembro de una especie que ha permanecido coexistiendo con la humana desde los albores de los tiempos y que mi ADN comparte con el vuestro muchos genes, pero hay una gran diferencia, yo y mis iguales somos capaces de mutar y convertirnos en esa pesadilla que os ha torturado desde que existe memoria. Es más, los salvaxes no estamos solos, también caminan por la tierra otros seres tan extraños, poderosos y temidos como nosotros…

Tras mi coronación como jefe absoluto de la manada, no me deshice del antiguo monarca, sino que lo integré en la dirección de los míos para no perder su valiosa experiencia y su atinado juicio. Por otra parte, no me quedaba otra ya que el salvaxe que destroné era mi suegro, el padre de Lúa, la compañera que el destino y las hadas habían designado para mí y que se sentaba a mi lado en el trono. Para los que no lo sepan, mi relación con esa loba no fue fácil, ya que en un principio me creyó un engendro, un maldito renegado que había desatado una espiral de violencia y muerte en nuestra Galicia natal y cuyos efectos todavía sufrimos. Por ello, me combatió e intentó matarme, aunque en su interior sentía una atracción vital hacia mí. Afortunadamente, conseguí convencerla de mi inocencia y aliándose conmigo, conseguimos derrotar a la verdadera causante de tanto mal, una loba descarriada llamada Tereixa que asesinó a la mujer que amaba y a la cual, su viejo me impidió ajusticiar aludiendo al escaso número de “salvaxes” que existen hoy en día.

            ―Sus genes nos son necesarios y su condena debe ser engendrar nuevos lobatos― fue uno de los primeros consejos que me dio.

            Lúa lo apoyó y como ella fue la que finalmente la venció en duelo, no me quedó otra que aceptar que esa malnacida se convirtiera en nuestra sierva, en un juguete con el cual disfrutar sexualmente sin que pudiese hacer nada por oponerse.  Cuando se le dio la oportunidad de convertirse en nuestra esclava o morir, optó por la primera y desde entonces, fue un vientre en el que mi pareja y yo calmamos una lujuria carente de sentimientos. Ya no la odio por haber matado a Branca, pero el recuerdo de mi amada meiga sigue presente y me ha impedido perdonar. Por ello cuando un licántropo de la Provenza la pidió para engendrar con ella, no dudé en traspasársela como si de una cosa se tratara y es que, para mí, esa malnacida valía menos que el aire que consumía y vi en ello, una liberación.

―Seré un amo duro pero justo― comentó el tal Pierre cuando se la di, creyendo quizás que su destino me importaba.

―Como si la horneas y después te la comes― respondí dejando claro mi completo desinterés.

Lúa tampoco vio nada malo en ello, ya que tras los primeros días en los que disfrutaba torturándola esa mujer se volvió en un lastre más que en un aliciente. Curiosamente, la única que mostró su pesar fue ella al sentir que bajaba un escalón al dejar de ser la mascota del alfa de la manada. Ya sin su presencia, la relación con mi loba mejoró, pero jamás ha sido algo plácido ni sosegado porque lo nuestro tiene mucho de lucha y de conquista. No somos lo que se dice una pareja ideal, estamos siempre discutiendo y buscando demostrar quién manda. Y cuando digo siempre es siempre, tanto fuera de la cama como dentro de ella. Cuando no es esa endemoniada rubia la que me ataca en busca de caricias en la oficina, soy yo quien la sorprende e intenta poseerla en mitad del pasillo. Somos distintos, muchas veces nos odiamos, otras nos amamos, pero lo que nunca podemos evitar es sentir deseo. Por mucho que intentemos contenerlo, estar en una habitación a solas nos provoca la urgente necesidad de mordernos, de olisquear nuestros sexos y lanzarnos en picado uno contra otro en persecución de nuestros límites.

Son minutos y horas gloriosos donde el hombre y la mujer desaparecen y haciendo un paréntesis, nos dejamos llevar por el instinto y somos felices. Es difícil de describir que siento. Sumergido entre sus brazos, es como si el universo se empequeñeciera y se tiñera de ella. Me siento chapoteando en el azul de sus ojos, nadando en el mar de sus pupilas mientras ella hunde sus manos en mi negro pelaje. Da lo mismo si lo hacemos bajo la forma humana o la lobuna, siempre es algo salvajemente sublime y cuando terminamos, nos lamemos nuestras heridas pensando en cuanto tiempo tardaremos en volver a experimentar ese gozoso clímax mientras nos quejamos por ser unas marionetas cuyo destino está escrito aun antes de nacer.

Nuestras peleas se han vuelto legendarias entre los nuestros y por eso cuando notan las primeras señales de que se avecina una, los salvaxes a nuestro alrededor emprenden una rápida huida y solo vuelven cuando con el paso de las horas sienten que la calma ha vuelto y que hemos limado nuestras diferencias restregando nuestros lomos. Nadie excepto Bríxida, mi hermanastra, se ha atrevido jamás a intentar aplacarnos en mitad de la tormenta y si no resultó malherida fue porque Pello y Yago, los hermanos de Lúa, se interpusieron.

―Estáis locos, sois unos dementes― recuerdo que nos espetó al ver las heridas que habían sufrido los salvaxes que le había jurado amor eterno al defenderla: ―Se os nubla la mente cuando discutís y lo peor es que siempre termináis copulando como si nada hubiese ocurrido.

Y tenía razón en todo. Siempre que tenemos una pelea, vuelan platos, mesas, sillas. Nos mordemos, nos pateamos e intentamos hacernos daño para al final dejar salir nuestras hormonas y lanzarnos a satisfacer nuestra lujuria.

No todo es malo, juntos formamos un tándem insuperable. Los dos unidos hemos hecho olvidar a los antiguos reyes de la manada y todos nuestros súbditos se muestran unánimes al valorar positivamente nuestro reinado. No existe disidencia, a nadie se le pasa por la cabeza urdir un plan para destronarnos porque saben que hace siglos no existe una pareja de alfas que haya despertado tanta admiración entre los salvaxes. Nos aman y nos temen a partes iguales. Aunque confían en nuestro juicio, son renuentes a solicitar nuestra intervención por la dureza de nuestras decisiones. Nadie ha olvidado que tras recibir el pedido de que interviniéramos en la disputa de dos clanes, no nos había temblado el pulso al decidir echar a ambos de las tierras que habían controlado durante siglos.

―Los salvaxes nacemos para servir, no para gobernar― fue la única explicación que dimos.

Conscientes de que era así y que nuestra decisión fue justa y ajustada a la tradición, esa inaudita sentencia provocó que prefirieran resolver las diferencias entre ellos antes de pedir que intervengamos. Curiosamente, nuestra dureza trajo un periodo de tranquilidad entre las familias, ya que todas sin distinción intentaron comportarse de acuerdo a las normas que habían sido marcadas hace milenios para no arriesgarse a que como sus alfas les diésemos un revolcón.

Otro hito que marcó nuestro reinado, fue que usáramos nuestra influencia para que, saliendo de mi excedencia, Lúa y yo fuéramos asignados a un organismo autónomo de la Interpol encargado de investigar tanto los asesinatos en serie como también de otros delitos de gran repercusión, pero sin una explicación lógica. Gracias a ello, pudimos establecer nuestra base en el pazo, pazo del que solo salíamos cuando nos encargaban una misión. Esa independencia nos permitía atender las cuestiones de los salvaxes sin estar bajo la permanente supervisión de nuestros mandos.

Por eso, cuando una mañana la dama del bosque nos pidió que fuésemos a verla, no tuvimos problemas en acudir a la laguna. Para aquellos que no sepáis quién es ella, solo deciros que Xenoveva es el hada a la que estoy íntimamente unido. Aunque actualmente soy su valedor, el adalid que nació para defenderla, sé que en el futuro cuando mi presencia no sea requerida en este plano astral, mi destino será sumergirme en sus cristalinas aguas y convertirme en su esposo. Sabiéndolo, Lúa se mostró reticente a acudir conmigo a verla, ya que como mi pareja le resultaba doloroso contemplar la atracción que sentíamos uno por el otro.

―Me ha rogado que vayas tú también― tuve que insistir ante su negativa: ― Debe ser importante.

 Protestando, la rubia aceptó acudir y transformándonos en lobos aparecimos por el claro donde estaba el lago en que el hada vivía. Desde que dejamos el bosque mi corazón comenzó a palpitar nervioso al saber que la vería, incrementando el cabreo de mi acompañante.

―Al menos podrías tener la delicadez de no mostrarte tan ansioso― murmuró furiosa mientras cruzábamos el prado.

No tuve ninguna duda de que a la vuelta protagonizaríamos una de nuestras épicas discusiones, pero aun así la seguí hasta la orilla. Al llegar, permanecí en silencio sin llamarla, no fuera a ser que mi tono revelara la emoción que me embargaba, cabreando más a Lúa. La loba tampoco la llamó, pero eso no fue óbice para que a los pocos segundos la dama hiciera su aparición. Tal y como acostumbraba, Xenoveva emergió de su interior acompañada de las “mouras”, las dos traviesas ninfas que la ayudaban y cuya naturaleza les hacía tontear con todos los hombres con los que se topaban.

―Encima viene con sus zorras― masculló al verlo.

No pude recriminárselo al contemplar la forma en que esas ninfas se acariciaban entre ellas con el único propósito de molestarla al verme excitado. Lo que tampoco colaboró en tranquilizarla fue el suspiro que pegué al ver al hada acercándose a mí totalmente desnuda. Sé que fue algo involuntario, algo que no pude evitar, pero en mi descargo he de mencionar que a cualquier mortal le hubiese pasado lo mismo al admirar la belleza de esa pelirroja y la rotundidad de sus curvas.

―Mis queridos lobos, gracias por venir a verme― nos dijo fijando sus ojos en mí.

Su mirada fue la gota que derramó el vaso para que mis hormonas se pusiesen a funcionar y tratando de simular un sosiego que no tenía, agaché la cabeza en señal de respeto, pero también para dejar de seguir admirando los pechos que tanto me atraían. Sé que mi pareja se percató de mi estado y que a la vuelta no dudaría en recriminármelo, pero obviándolo momentáneamente también ella se postró ante el hada.

―Señora, ¿qué desea de nosotros? ― entrando al trapo, Lúa preguntó.

―Diana, una de mis hermanas que vive en la Toscana, tiene problemas y me ha pedido vuestra ayuda.

Al escuchar el nombre, comprendí que se refería al hada que adoraban los seguidores de la Stregheria, una religión politeísta que hundía sus raíces en la época etrusca y que había sido duramente combatida por el clero católico. Por ello, no me extrañó que nos avisara de la llegada al pazo de una Strega, cuya traducción sería bruja pero que difieren de nuestras “meigas” en el uso que hacen de la nigromancia. Que practicaran la magia negra, había hecho que jamás los “salvaxes” hubieran optado por aliarse con ellas y por ello, me extrañó la petición de Xenoveva. La loba fue mucho más explosiva y convirtiéndose en humana, se declaró en contra de ayudar a una de esas hechiceras.

―No permitiré que mancille nuestra casa con su presencia. Esas malditas son famosas entre nosotros por usar sus facultades para subyugarnos― protestó airadamente.

―Aunque comprendo vuestros reparos, deberéis acogerla y escuchar lo que viene a deciros― la pelirroja insistió.

La nueva negativa de Lúa le hizo actuar y mostrando por primera vez ante mí la virulencia de sus poderes observé que mi pareja empalidecía y que le costaba respirar mientras Xenoveva le avisaba:

―Como alfas de la manada sois los primeros que debéis arriesgar vuestra vida en aras de la creación. Si mi hermana necesita vuestra ayuda, se la daréis o deberéis renunciar al trono, para que vuestro sustituto lo haga.

Mirando de reojo a la rubia, comprendí que debía intervenir al ver el tono amoratado de su rostro y mutando yo también en hombre, juré en nombre de los dos que recibiríamos a esa enviada.

―No esperaba menos de mi amado esposo― sonriendo declaró el hada para acto seguido castigar la osadía de mi pareja alertándola que de seguir en sus trece buscaría otra hembra para mí.

El brillo airado de los ojos de Lúa fue muestra inequívoca de su indignación por lo que no me extrañó que, tomando aire, le contestara:

―No será necesario, cumpliré la palabra que le ha dado el salvaxe que nació para mí y con el que comparto vida y alcoba.

A Xenoveva no le pasó inadvertido el desplante de sus palabras al restregarle en la cara que ella era quien por las noches disfrutaba de mis caricias, caricias que el hada nunca tendría hasta mi muerte por mucho que las deseara. Me consta que estuvo a punto de replicar violentamente al mismo, pero afortunadamente la pelirroja se lo pensó mejor y regalándome un beso en los labios, desapareció en la laguna.

―Uxío, luego hablamos. Es hora que vayamos a cumplir el capricho de tu puta― rezongó cabreada la rubia al contemplar la cara de lelo que se me había quedado con el beso….

2

De vuelta al pazo, Lúa no me habló y respetando su mutismo, no quise incrementar su cabreo recriminándole los celos que sentía por la dama del bosque y menos hacerle ver que su enfado venía motivado por el amor por mí que albergaba en su corazón. Pensando en ello, comprendí que, a pesar de sus múltiples defectos y su carácter endemoniado, yo también la amaba y que interiormente me complacía que dejándose llevar por su naturaleza, esa rubia luchara por mi cariño ante un oponente tan formidable como Xenoveva. Por eso, al llegar a casa y convertirnos nuevamente en hombre y mujer, la cogí de la cintura y sin esperar a sus protestas, la besé.

            ―Eres un cabrón libertino― aulló tratando de zafarse de mí.

            ―Y tú, la loba que me trae loco― contesté y sin dejar que se alejara, tomé en mis manos uno de sus pechos y lo lamí sabiendo que la mala leche incrementaba su lujuria.

Tal y como había anticipado, Lúa gimió de deseo al sentir mi lengua recorriendo su areola y poniendo la otra en mi boca, rugió que en ese momento le apetecía ser tomada, pero que luego tendríamos que hablar. No me hice de rogar y volteándola de espaldas, hundí mi tallo en ella. La salvaxe chilló encantada al sentir que la empalaba y me exigió que siguiera follándomela.

            ―Todavía no te has dado cuenta de que no follamos, sino que nos amamos, mi adorada― musité en su oído usando sus pechos como agarre.

            Reaccionando tanto a mis palabras como a mis embestidas, me gritó que no fuera cursi y que continuara usándola como hembra.

            ―No solo eres mi hembra, sino también la mujer que deseo como madre de mis futuros hijos― respondí mientras castigaba su frialdad con un sonoro azote.

            Como siempre que la premiaba con una nalgada, lejos de molestarla, la excitó y con más intensidad me rogó que la tomara.

―Espero que uno de estos días te quedes preñada y con mis lobatos en tu vientre, comprendas que estamos hechos el uno para el otro― molesto repliqué mientras la volvía a azotar con dureza.

Esa nueva serie de “caricias” la terminaron de desarbolar y mientras se sumía en el placer, me expresó sus dudas de que fuera lo suficiente macho para embarazarla.

―Soy eso y mucho más― respondí hundiendo mis dientes en su yugular

El dolor de su cuello intensificó su gozo y ya convertida en una hembra en celo, me imploró que derramara mi simiente en ella mientras se corría. El ímpetu de su orgasmo la hizo trastabillar y si no llego a cogerla, hubiese caído al suelo.

― ¿Sabes por qué me apetece preñarte? ― pregunté y sin darle opción de contestar añadí: ―Para saber que se siente al tirarme a una gorda con grandes tetas y no a una ¡escuálida tabla de planchar!

Mi bufido no la humilló sino exacerbó su calentura e imprimiendo un mayor ritmo a sus caderas, sonrió mientras replicaba que llegado ese día no permitiría que me acercara a ella:

―Embarazada, ¡no te necesitaré! ¡Mi lobo!

―Entonces, ¡me buscaré a otra con la que aliviar mis carencias! ― grité respondiéndola.

― ¡Mataré a cualquier perra que ose abrirse de piernas ante mi macho! —contestó mientras su cuerpo colapsaba ante el embate de un nuevo clímax.

Esta vez, su placer llamó al mío y en brutales descargas, exploté sembrando su interior con mi esencia. Al notarlo, se giró y buscando mis labios, comentó lo maravilloso que era hacer el amor estando enfadada.

―A mí también me gusta, pero ahora me apetece el hacértelo con cariño y en la cama, a ver si siendo novedad al fin consigo que engendres a mis lobatos― respondí tomándola en volandas.

―Pervertido― riendo a carcajada limpia, se dejó llevar hasta nuestro lecho.

Por desgracia acababa de tumbarme a su lado, cuando de pronto escuchamos que alguien tocaba en nuestra puerta. Cabreado por la interrupción, pregunté qué pasaba y desde el pasillo, escuché a mi hermana Bríxida decir que alguien deseaba vernos. Por su tono comprendí que no le gustaba nuestra visita y sabiendo de antemano quién era, únicamente contesté que nos dieran unos minutos para prepararnos.

 ―Dile que media hora― rezongó desde las sábanas la rubia mientras se apoderaba de mi pene con sus manos: ―Si ha hecho el viaje desde Italia, no le importará esperar treinta minutos.

No pude contrariarla al sentir que el traidor se ponía erecto con sus mimos y reanudando lo que estábamos haciendo, amé con dulzura a la loba que el destino me había dado. Por ello, la “strega” tuvo que aguardar pacientemente no solo a ese segundo round, sino que al terminar rematáramos la faena con un tercero mientras nos duchábamos.

Ya saciada nuestra mutua lujuria, nos vestimos y fuimos a encontrarnos con la bruja que había llegado exprofeso desde la Toscana para vernos. Nuestras ideas preconcebidas sobre ella quedaron echas trizas al entrar al salón donde aguardaba. Y es que, entre polvo y polvo, habíamos comentado que nuestra visita debía ser la clásica foca con bigote que vestida de negro tan bien había reflejado Pasolini en sus películas. Pero, para nuestra sorpresa, lo que nos topamos fue a un ser angelical de ojos verdes. Una impresionante morena ataviada con una túnica blanca, que se le transparentaba totalmente dejándonos admirar la belleza de sus atributos.

―Esta zorra está buena― sorprendida murmuró Lúa tan prendada como yo de la belleza de la recién llegada.

Conociendo sus celos, me abstuve de confirmar que opinaba igual que ella y acercándome a nuestra visita, le di la bienvenida sin saber que la joven aprovecharía para pegarse y darme sendos besos en las mejillas. No me había repuesto de la sorpresa que me provocó la dureza de sus pechos cuando separándose de mí, repitió el gesto con mi pareja. Pero en su caso tras darle los besos, comentó que Lúa hacía honor a su fama.

― ¿Qué fama? ― quiso saber totalmente colorada al notar que la joven morena se la estaba comiendo con los ojos.

―En toda Europa se dice que la pareja del nuevo alfa es preciosa, pero nunca lo creí y ahora que la conozco, debo reconocer que se han quedado cortos. ¡Usted es una diosa! ― contestó la “strega” sin recato alguno.

No pude evitar el reírme al percatarme del tamaño que habían adquirido los pezones de mi pareja con ese halago y mientras mi “salvaxe” intentaba tranquilizarse, pregunté por el contenido de su encomienda. La joven hechicera un tanto molesta por haber acortado su presentación, nos pidió si podíamos llevarla a la habitación donde mi difunta “meiga” hacia sus sortilegios.

―Debo ponerme en contacto con Diana y que ella sea la que os lo diga, mi señor― contestó al preguntar la razón de esa petición.

Branca y su cariño me hicieron dudar al sentir que si permitía a esa nigromante efectuar su magia allí profanaría su recuerdo. La italiana que no era tonta comprendió mis reparos y antes de que se los hiciera presentes, insistió:

―No soy maléfica y jamás he usado esas artes. Debería usted saberlo ya que soy la enviada de un hada. ¡Mi dama necesita su ayuda!

Interviniendo a su favor, Lúa me recordó que Xenoveva nos había pedido escucharlas y qué eso era lo que debíamos hacer.

―Está bien. Acompáñenos por favor― cedí y dejándolas a ambas detrás, salí en dirección hacia la antigua capilla del pazo, a la cual no había vuelto a entrar desde que Tereixa, la asesinó.

Destrozado, recorrí los pasillos sintiendo que me seguían y ya en la puerta, tuve que hacer un esfuerzo al traspasarla mientras recordaba con dolor el amor que habíamos compartido, amor que creí eterno hasta que Tereixa me lo arrebató.

―Seré respetuosa con el recuerdo de mi antecesora, mi señor― fue el único comentario que realizó antes de ponerse a dibujar con sal la estrella de cinco puntas que tantas veces le había visto a mi amada realizar.

Tal era mi sufrimiento que no advertí el significado de lo que había dicho, hasta que susurrando en mi oído Lúa lo comentó:

―O me equivoco o acaba de decir que viene a sustituir a Branca.

Por su tono, asumí que no vería nada malo en que esa italiana pasara a formar parte de nuestra familia y que al igual que su padre y Ruth, su esposa, se habían unido a su madre formando un inseparable trio, le apetecía que la recién llegada fuera esa tercera pata que nos faltaba.

―No pienso volver a amar a una humana― respondí mientras contra mi voluntad recorría embelesado el trasero de la joven.

La hermosura de esas ancas tan apetitosamente formadas me hizo dudar hasta a mí de esa afirmación y por eso, me indigné aún más cuando la rubia murmurando muerta de risa añadió:

―Por la forma en que la miras, solo tengo que darle tiempo al tiempo, para que mi depravado lobo husmee entre sus piernas.

No pude ni contestar porque justo en ese instante la desconocida terminó el pentagrama y ante mi consternación, dejó caer su túnica mostrándose en plenitud. Su desnudez incrementó la atracción que ambos sentíamos por ella y preso de la excitación, busqué su sexo con la mirada. Al observar el exquisito y cuidado bosquecillo que lucía sobre su vulva no pude más que transpirar soñando con darle un lametazo. A Lúa le ocurrió igual y mordiéndose los labios, musitó llena de deseo:

―No me puedes negar que te gustaría hacerle un hueco en nuestra cama.

―Ni siquiera sabemos su nombre― protesté temiendo que ambos fuéramos objeto de un embrujo que nos hubiese lanzado esa hechicera.

Ajena o más bien obviando lo que sentíamos, la morena se puso a invocar a su dama mientras esparcía unas hierbas por el suelo. En su olor, reconocí albahaca y orégano ingredientes básicos de la cocina de su país, pero también romero, lavanda y savia tan presentes en la nuestra. Extrañado porque tuviesen un uso mágico, vi que se empezaba el cuarto a poblar de una espesa niebla, de la que salió una ninfa tan bella como la dama del bosque.

―Señora, os he llamado en cumplimiento de sus deseos. Aquí tiene al alfa y a la hembra que quería conocer― postrándose ante ella, declaró.

―Bien hecho, mi Aradia― haciendo una carantoña en la negra melena de la joven, la premió para acto seguido dirigirse a nosotros: ―Como Xenoveva os anticipó, necesito vuestra ayuda… en mis dominios, el mal se ha hecho fuerte y debemos combatirlo para que no siga extendiéndose por Europa.

Mientras me ponía a meditar que el nombre de la muchacha era el mismo del de una bruja idolatrada por los seguidores de la Stregheria, Lúa preguntó a la visión si no le bastaba con la ayuda de Stephano, el salvaxe que era su adalid.

―Desgraciadamente, ya es muy viejo y no tardará en acudir a mí como esposo. Nuestros enemigos son demasiado poderosos y él nunca podría afrontarlos solo, por eso necesito que el alfa y su hembra acudan en su auxilio y juntos acabéis con la amenaza que se cierne sobre todos.

― ¿Qué tipo de amenaza habla? ¿Quién o quienes pueden representar tal peligro? – ya interesado comenté.

El hada midiendo sus palabras, nos explicó que habían desaparecido sin dejar rastro media docena de paisanos de la zona y que dada la malignidad que sentía en su interior, temía que terminarían siendo asesinados por seres que hasta entonces habían estado confinados en los parajes más remotos de Rumanía. Hasta el último vello de mi cuerpo se erizó al conocer su origen, pero no queriendo dar pábulo a mis sospechas, pedí que me aclarara exactamente el tipo de entes con los que nos enfrentaríamos. Tomando la palabra, la tal Aradia, fue la que lo aclaró:

―Lo que mi señora Diana tampoco quiere reconocer es que se teme que una horda de vampiros haya escapado de su encierro y sea la que esté asolando nuestras tierras.

Casi me caigo de culo al escucharle decir que esos engendros realmente existían e histérico, miré al hada mientras le preguntaba si estaba segura de que ellos eran los responsables.

―Llevan siete siglos encerrados en esa sierra y por eso no puedo confirmar tal cosa, pero los signos que he visto y la maldad que he sentido me hablan de ello― respondió.

―El alfa y yo iremos a indagar y de ser así, le prometo que usaremos todos los recursos de nuestros clanes para devolverlos a su prisión y que no vuelvan a salir.

―Gracias, sé el esfuerzo que estoy pidiéndoles y como Xenoveva me comentó su triste situación, espero que reciban como pago mi presente― replicó disolviéndose entre la bruma.

― ¿Qué presente? ― pregunté sin obtener respuesta al haberse ido el hada.

Levantándose del suelo, la morena fue la que contestó:

―Yo soy el pago. Sabiendo mi dama el peligro que correrían, creyó oportuno entregarme a sus benefactores como compañera. Desde el momento que me acepten, juro servirles fielmente y dedicar mi vida a ustedes.

Impresionada de que hubiera hecho ese viaje sabiendo que no tendría retorno, Lúa se anticipó a mí y se negó de plano a aceptar la como parte de la familia hasta que no nos conociera y por eso ante los ojos de la joven se transformó en loba. Imitándola comencé también yo a mutar, haciéndolo lentamente para que fuera plenamente consciente del significado de su entrega. Aradia no se esperaba tal cosa y por eso miró aterrorizada cómo las orejas se iban trasladando por nuestro rostro, cómo las mandíbulas nos crecían y como nuestras pieles se poblaban de pelo. Ya lobos nos acercamos a ella gruñendo y ante nuestra sorpresa, la morena se echó a reír y abrazándonos con ternura, nos soltó que éramos bellísimos.

― ¿No nos tienes miedo? ― pregunté recuperando mi voz humana.

―Mi señor, si antes de conocer su lado lobuno, me parecían atractivos… ahora que los he visto me lo parecen aún más. Desde niña he soñado que un día cabalgaría sobre uno de su especie, pero nunca sospeché que sería sobre el lomo de un rey o de una reina.

Confieso que se me desencajó la mandíbula al oírla. Por eso no pude decir nada cuando Lúa le pidió que se subiera sobre ella. Al hacerlo, mi adorada salió corriendo por el prado camino al bosque de mi heredad. Sin saber realmente el por qué, fui tras de ellas alcanzándolas ya dentro de la espesura.  

― ¿Dónde vas? ― pregunté a mi hembra.

―Debemos presentarla a nuestros lobos, para que la protejan cuando no estemos― contestó enfilando la montaña donde vivía la manada.

La felicidad de la chiquilla agarrándose al cuello de Lúa me hizo recordar a Branca cabalgando sobre mí en ese mismo paraje y tratando de conciliar ese recuerdo con la evidente atracción que sentía por esa humana, aminoré mi paso. Ello motivó que llegara a la guarida cuando ya se la había presentado a la líder y por eso fui testigo de una imagen que nunca conseguiré olvidar. Desnuda y llena de barro, la joven estaba jugando con los cachorros mientras el resto de la manada la observaban.

«No puede ser. Está rodeada de fieras y le da igual. ¡Es como si toda su vida hubiera convivido con ellos!», exclamé en mi interior preocupado.

Seguía admirado esa escena cuando Lúa llegó a mí y restregando su lomo contra el mío, susurró:

― ¿Todavía crees que nunca podrás amar a esta monada?

Mostrando mis reservas, contesté:

― ¿No ves que hay algo raro en su comportamiento? Parece saber cuál es la jerarquía de la manada y cómo debe comportarse dentro de ella.

Haciéndonos ver que entre sus poderes estaba el conocer la lengua de los lobos, la joven levantó la mirada y me dijo:

―Mi señor, todavía no he tenido tiempo de contarles mi vida. Soy huérfana desde niña y el único amor que he sentido es el de una loba a la que acudía pidiendo protección cuando en el orfanato tenía problemas. Para mí, ella fue mi madre y por eso no pude decirle que no, cuando mi hada propuso que me uniera a los reyes de los salvaxes. Para mí, ser de ustedes, más que un sueño es una necesidad vital.

Con esas emotivas palabras disolvió mis reparos y aunque todavía dudo si fue real, creí escuchar en mi interior a mi amada Branca dando su aprobación para que la joven fuera su sustituta.

―Volvamos al pazo, hay mucho que organizar antes de marcharnos a Italia.

La joven con una sonrisa de oreja a oreja me rogó que le concediera un último favor.

― ¿Qué deseas? ― pregunté.

―Me gustaría volver sobre usted, mi señor.

Desternillado de risa, acepté. Temiendo quizás la joven que cambiase de opinión, la morena se aferró a mi cuello y me lancé de vuelta sin saber que ese camino se convertiría en una tortura al sentir la tersura de su piel sobre mi pelaje.

«¡Qué bien huele!», con su aroma recorriendo mis papilas aceleré no muy seguro de ser capaz de soportarlo y que presa del deseo, hiciera una parada para poseerla en mitad del prado.

― ¡Corre mi lobo! ¡Enséñame los dominios que deberé proteger con mi magia! ― chilló llena de alegría mientras recorríamos los prados que tanto amo.

El roce de su vulva contra mi columna intensificó más si cabe la lujuria que me corroía y por eso al llegar al pazo, preferí desaparecer antes de hacer una tontería. Lúa olió en mí las hormonas de macho en ebullición y muerta de risa, aconsejó que me diese una ducha mientras ella le enseñaba la casa y le presentaba al resto de sus habitantes. Ni decir tiene que le hice caso y yendo al baño, abrí el agua fría en un intento de calmar mi calentura.

Relato erótico: “Reencarnacion 6” (POR SAULILLO77)

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Reencarnación 6

Durante los siguientes dos meses mi vida es un desastre, pero un desastre que no conocía, y por lo cual, me siento todavía más insegura en él.

Javier ya es oficialmente el novio de Celia, y son la maldita pareja perfecta. Veo fotos, comentarios en redes sociales y de vez en cuando viene a comer a mi casa para no dejar de hablar de lo bien que les va todo. Me dan asco. Mi relación con él es pura fachada de mi parte, sonrío, le escucho y le felicito, pero estoy que echo chispas por dentro. No lo nota nadie y me parece que es que nadie le importa mi estado emocional. Lloro casi todas las noches, y sobre todo los días en que, de forma estúpida, sigo acudiendo cada vez que me llama para sacar a Thor, y darles un respiro para acostarse juntos.

La semana pasada hasta se la subió a mi casa tras un sábado de fiesta, y durmieron en el sofá, aquel en el que me abrazó medio borracho, y me tuvo días pensado en sus brazos rodeándome. Aquello fue demasiado y me inventé que me molestaba subir a tanta gente a mi casa, cuando en realidad es que es verles juntos y tengo ganas de sacarla los ojos. Hay algo en esa chica que no me gusta, lo obvio es decir que es por celos, pero es tan lanzada que me da mala espina.

Para colmo, ahora mi hijo, el chulo guaperas, se ha echado también novia, la chica con la que estaba tonteando, que se llama Isabel, y es una imbécil de cuidado. Se pasa la mayor parte de los días en mi casa, mejor dicho, en su habitación, con la música a todo volumen para no lograr a callar los polvos que echan sin parar. Es una jovencita de su edad, de piel morena y rasgos árabes, aunque es española, de pelo negro enmarañado, ojos marrones y cara bonita. Alta, casi de la estatura de Carlos, y diría que hasta pesa más, es algo robusta pero no le afea en absoluto, es más, le queda genial con unos pechos grandes y caderas opulentas. El problema es que desde el día uno se cree la dueña de la casa, y como el idiota de mi crío, ya que se comporta así, se lo permite, yo debo tragar sus desasieres, del tipo, “Lávame la ropa” o “Esto no me gusta de comer”. Al principio lo pedía por favor, pero ahora lo ordena, y bastante tengo con un vago marimandón, como para tener a dos.

En el trabajo siguen los recortes, y estoy saturada. David ha decido que en vez de echarme a mí, ha despedido a mi compañera, de turno completo, y a mí me ha subido de horas. Es más dinero, pero tampoco lo necesito, lo que si me viene bien es estar más horas lejos de casa. El contrapunto es que tengo menos tiempo para las cosas del hogar, y no tengo ayuda alguna.

Ha llegado el verano, y eso incluye el calor asfixiante de Madrid, y que todas mis amigas se han ido de vacaciones, con lo cual no tengo con quien salir a tomar algo para despejarme. He pensado en volver a salir de discotecas, como hice el día de Jimmy, pero me da apuro ir sola y el único que se ofreció fue Javier, al que casi no puedo ver a solas, con la otra pegada como una lapa a él.

Con lo cual, vivo entre sofocones, enfados y lloros. Carlos está harto, pero no más que yo, de verdad que no tengo ni idea de lo que hacer con mi vida.

Mi único bálsamo, es el viaje de la universidad. Se pagó hace tiempo, y mi hijo irá a Londres casi un mes, junto a muchos de sus amigos, incluidas Isabel, su nueva novia, y Celia, la imbécil que le absorbe la vida a la versión joven de mi marido. Todo me hace suponer que Javier también irá a ese viaje, aunque según creo, ya que no he hablado con él directamente, le avisaron tarde y no tiene el dinero para ir. Si no va, se pasará una semana de visita en casa de sus padres en Zamora, pero regresará a Madrid. Lo más triste de todo, es que para no viajar con el animal, me lo dejaría a mí para cuidarlo hasta que regrese, tanto si va a Inglaterra cuatro semanas, como si se va solo una a su pueblo.

Faltan unos pocos días, y podré estar en casa sola y tranquila. Thor es grande, pero está bien adiestrado, me hará compañía y me obligará a sacarlo a pasear, necesito una distracción, y a estas alturas un perro me vale. Tres paseos al día con visitas a parques, es más de lo que me ha sacado nadie en tres años.

Dicho todo esto, Javier se va a pasar esta tarde con el enorme dogo negro, para que se acostumbre a mi casa, y no sea de golpe. Creo que va a ser la primera vez desde que le enseñé a quitar sujetadores, que le voy a ver a solas. Estoy un poco nerviosa, en este tiempo he logrado refrenar mis sentimientos cuando le veo, es fácil cuando Celia literalmente no deja de abrazarlo y besarlo. Creo que hasta él se ha dado cuenta de mi incomodidad, y por eso ya no le veo tanto. Es por eso que ahora mismo no tengo ni idea de lo que voy a sentir cuando le vea.

Regreso del trabajo ya casi de tarde, y me da tiempo a subir y darme una ducha antes de que venga. Me tengo que morder el labio de frustración cuando me encuentro unos tangas y sujetadores de Isabel tirados en mi baño, y luego otra vez cuando veo que Carlos y su novia se han comido lo que había preparado de cena para mí. Iba de cabeza a echarles la bronca y tener otra discusión, pero me arrepiento a última hora, la experiencia me dice que no me va a servir de mucho. Me pongo unos pantaloncitos cortos a rayas blancas y negras, con un top azul oscuro de tirantes, porque el calor es demasiado hasta para los camisones, y limpio la cocina y el baño, mientras los otros dos no salen de su cuarto. Tengo la sensación de ser la sirvienta de la casa, no la dueña.

Por fin suena el timbre, tengo que lavarme un poco la cara para refrescarme y voy a abrir. Es Javier, y le espero en la puerta hasta que sube, me hace gracia escuchar las aceleradas pisadas del animal, es como si supiera que estoy allí, y deseara verme. Cuando llegan a mi rellano, Thor ladra, pero como he notado que me ladra a mí, una especie de saludo efusivo. Su dueño trata de sujetarlo pero hasta a él le cuesta, y con unas chanclas en los pies, junto a un pantalón corto vaquero y un polo amarillo, no ayudan a sujetarlo.

– YO: Hola Javier…hola Thor. – ya le saludo, y como hace siempre que me ve por primera vez ese día, salta y se pone sobre dos patas sobre mí. Es casi de mi altura, y técnicamente no hay diferencia con que me abrace una persona.

– JAVIER: Quieto, que la vas a hacer daño. – le chista y el animal me lame el brazo antes de acudir a sentarse a los pies de Javier.

– YO: No pasa nada.

-JAVIER: Vaya cariño te ha cogido, es decir tu nombre y se pone como loco.

– YO: Es que ya son muchos paseos ¿Verdad? – le acaricio la enorme cabeza al perro, que saca la lengua jadeando. – Anda, pasad.

Entran con celo, el animal olfatea todo, pero está bien sujeto. Le doy un buen recibimiento, un cuenco lleno de agua fresca que casi vacía, y unas salchichas que se come enteras. Le hablo a los dos, y le índico al cuadrúpedo que no se meta en mí cuarto ni se suba al sofá, como si me entendiera.

Tras la visita guiada, nos sentamos en la cocina, y dejamos algo suelto a Thor para que investigue por su cuenta. Me fío lo suficiente como para saber que no hará ninguna trastada, y ya me he ocupado de guardar todo lo susceptible de romperse o caerse.

– JAVIER: Muchas gracias por quedarte con él, Laura, eres la mejor.

– YO: No hay de qué, pero al final no sé si es un mes o una semana.

– JAVIER: Estoy probando mil maneras para poder ir a Londres, pero lo veo imposible.

– YO: Si es por dinero, yo podría… – me coge de la mano afectuosamente.

-JAVIER: Nada de eso, no lo permitiría, y es que no es sólo eso, ya no hay asientos, y reservar todo fuera del viaje conjunto, sale por mucho más.

-YO: Lo lamento, esperaba que pudieras ir.

-JAVIER: Y yo, tengo ganas, pero…creo que va a ser bueno no ir.

-YO: ¿Y eso?

– JAVIER: Nada, cosas con Celia, llevamos unas semanas raras…se habrá pasado el efecto inicial. – contengo el aliento.

-YO: ¿Raras, cómo?

– JAVIER: Pues no sé, cada vez que salimos se emborracha mucho y me deja algo de lado, no hablamos tanto, ni anda pendiente del móvil por si la escribo, y ya no siento que me toca o me besa de la misma forma….tal vez es que nos hemos pasado casi dos meses pegados, y el roce ya cansa, un descanso de un mes separados puede ser bueno, ¿No? – analizo las respuestas posibles. Es la primera vez que le escucho una mínima brecha en su relación, y debo decidir si hago caso a mis sentimientos, y hago el agujero más grande, o si debo ayudarle.

– YO: Pero eso es normal, es que tú forma de querer es muy constate, y si la otra persona no está preparada, puede agobiar.

– JAVIER: Pues por eso, que se lo pase bien, y así desconectamos un poco el uno del otro.

– YO: No quiero ser mala, pero en esos viajes pasan muchas cosas, aclaro todo antes de que se vaya.

– JAVIER: Ya, eso sí que me da un poco de respeto, pero confío en ella.

– YO: Tú la conoces mejor que yo. – le sonrío sin saber si he instando a unir o separar.

– JAVIER: Eso creía….En fin, que me iré entonces la semana que viene a casa de mis padres. Qué asco quedarme sin vacaciones.

-YO: Te vas al pueblo. Si al final no vas a Londres, podrías quedarte en Zamora todo el mes ¿No?

-JAVIER: Lo he pensado, pero mi familia trabaja muchas horas y pasaría mucho tiempo solo o estorbándoles. Aparte que alguien debe cuidar el piso de estudiantes, todos se van y no quiero que se quede la casa sola tanto tiempo. Prefiero no incordiar a mis padres, pasaré una semana con ellos, y luego volveré aquí…lo que no sé es qué hacer, literalmente se van todos los que conozco. ¿Y tú qué, no sales por ahí?

– YO: Que va, si ahora con mi turno es de locos, y no tengo vacaciones hasta dentro de dos meses.

-JAVIER: Todo el verano aquí sola, puf, no te envidio.

– YO: Ya, Javier, pero es lo que hay, ser adulto es un fastidio.

– JAVIER: Digo yo, ya que vamos a estar los dos solos, podemos quedar a pasear el perro y tomar algo. – me doy cuenta de que las cosas se tercian para que sea solo mío, al menos tres semanas.

-YO: ¡Claro, sería estupendo! Que últimamente me tienes algo abandonada. – lo digo con sorna para ocultar la ilusión que me ha hecho el detalle.

-JAVIER: Lo sé, y lo lamento, te tengo mucho cariño, pero entre la universidad y Celia, estaba hasta arriba.

-YO: Lo comprendo.

-JAVIER: Oye, hasta podríamos ir a la piscina, a mi novia no le gusta nada, y todavía no he pisado una este verano. – me quedo paralizada ante él.

– YO: Yo…bueno…si te apetece. – desde que murió mi marido, tampoco soy asidua, hay mucho baboso para ir sola.

– JAVIER: Me gustaría mucho, así algún fin de semana que libras, vamos y de noche te saco a bailar como te mereces, que te debo mucho. – me muerdo el labio anonadada, todavía se acuerda de aquello.

-YO: Vale, pero nada de pasarse con la bebida. – digo por frenar mi alegría. Me pongo en pie junto a él, lleva un rato mirando el reloj del móvil, y eso me indica que ha quedado con Celia.

– JAVIER: Claro que sí, nos lo vamos a pasar genial. – se pone en pie y, sin dudarlo, me abraza, es como si nada hubiera pasado, me siento de nuevo envuelta en su calidez, y le aprieto contra mí. No puedo evitarlo, me encanta sentir sus brazos sobre mí, mi cara en su pecho y las carantoñas de sus dedos a lo largo de mi espalda.

– YO: Pásalo bien, y dale recuerdos a tus padres.

-JAVIER: Lo haré, pero ahora me voy a pasar una semana pensando en ti. – se me suben los colores como llevo meses sin sentir.

-YO: Anda, bobo. – me besa tres veces en la mejilla, y me saca una carcajada sentir a Thor metiendo su hocico entre mis piernas, para luego saltar y juntarnos en un triple abrazo.

-JAVIER: Vaya con el perro…será mejor que me marche antes de que decida quedarse contigo ya, que he quedado. – No me fallaba el olfato y me confirma que se va a buscar a su novia.

Le pone la correa y me da otro abrazo antes de irse. No es hasta que cierro la puerta que empiezo a dar saltos de alegría, sonriendo y apretando el puño. No tenía ni idea de lo que iba a sentir, pero ahora lo sé, y me encanta. Javier tiene todo para lograr animarme, y lo que se planteaba como un verano soso y aburrido, puede convertirse en el más divertido en mucho tiempo.

Me voy derecha a mi armario y saco mis biquinis, están algo anticuados y rancios, así que me decido a comprar unos nuevos, y ya puestos, algo más de ropa juvenil.

A la hora de cenar sigo sonrojada, y para cuando vuelvo a la cama, saco el consolador, casi olvidado de mi cajón, y me doy un par de horas de placer. Es solo imaginar a los dos bailando en una discoteca o en la piscina, y me pongo mala. Acabo durmiéndome completamente desnuda y empapada en sudor, pero es la mejor noche desde que Celia llegó a nuestras vidas.

Pasan los días y llega la hora de despedirse. Hasta ayudo a hacer las maletas a la odiosa Isabel, no vaya a ser que pierda el vuelo, y a Carlos le despido con los consejos de madre preocupada más típicos. Temo por lo que le pueda pasar a mi hijo, pero ahora mismo, le necesito lejos de mí.

Llevo al aeropuerto de Barajas, a unos cuantos kilómetros al noreste de Madrid, a mi hijo y su novia, y a Celia y Javier, así me vuelvo con él. Esperamos con ellos hasta que se marchan, y aparto la mirada ante el efusivo beso con lengua de las parejas, sobretodo la del joven que se va a quedar conmigo. Al meternos en el coche de regreso, tengo la misma sensación que cuando dejas a los niños en el colegio el primer día, tienes pena, pero por dios ¡Qué alivio!

Nos vamos derechos a casa de Javier, donde nos espera su mascota. Hoy soy el taxi oficial, y aparte de recoger al perro, tengo que llevar a su dueño a la estación de autobuses de Plaza de Castilla, al norte de la ciudad. Él no tiene tanto dinero para ir en avión, y me ofrecí para llevarle a casa de sus padres, son muchos kilómetros juntos, pero declinó férreamente, y hasta me dijo que si lo hacía, me quedaría con él allí la semana entera. Lo hablé con mis jefes de pasada, pero era imposible cuadrar las fechas con tan poco tiempo de antelación.

Llegamos pronto, y nos da tiempo a hacer las cosas con calma. Thor el último, para que no se agobie por el calor en el coche, y vamos metiendo un par de maletas y una mochila en el maletero. Mientras lo hacemos, se da una ducha para refrescarse, y si tuviera ropa para cambiarme, iría detrás. El calor es terrible, una ola de aire caliente africano nos está asolando desde hace cuatro días y no bajamos de los cuarenta grados de día, y de los veinticinco de noche. Ahora mismo tengo la falda blanca vaporosa hasta las rodillas y el top a juego, empapados y la tela se pega a mi piel, noto el sudor cayendo entre mis senos y pese a la coleta, me tengo que abanicar la nuca para no desmayarme.

Javier sale del baño con una toalla anudada en la cintura. No es la primera vez que le veo el pecho, hinchado y robusto, sin músculos aparentes pero sí dando una imagen poderosa, con la piel brillante del agua y un poco de pelo bajando por el vientre y todavía más en las piernas, que le queda muy varonil. Tengo que empezar a abanicarme más rápido.

– JAVIER: Puf, con este calor me muero, menos mal que me voy al norte, allí dice mi padre que no pasan de los veinte grados.

-YO: Cállate, que me voy contigo.

-JAVIER: Invitada estás, ya lo sabes…

– YO: Porque no puedo, trabajo, que si no me iba de cabeza. – se me queda mirando y me sonríe.

– JAVBIER: Perdona que te lo diga, Laura, pero estás preciosa hoy. – abro la boca impresionada.

-YO: Vaya…muchas gracias…será que otros días no lo estoy…- uso la salida fácil.

-JAVIER: Siempre vas espectacular, pero no sé, con el sudor y la ropa pegada, estás para comerte….me preocupa volver y que tengas a alguien que te distraiga. – está de broma, lo sé, pero mi cara se ha encendido como una bola de Navidad.

-YO: Ya, es que este calor me puede…pero tú tranquilo, estaré esperándote, soy toda tuya. – mi cerebro me juega una mala pasada, y Javier sonríe mirando al suelo.

-JAVIER: Afortunado de mí. – le veo venir, y me abro de brazos. Si normalmente me encantan sus abrazos, hacerlo con su torso desnudo y después de lo que me ha dicho, me hace elevarme para besarle la mejilla. Me zarandea feliz, murmurando lo mucho que me va a echar de menos. – Por cierto, tengo que vestirme. – dice con unos calzoncillos en la mano, tardo medio segundo en reaccionar y salir de su cuarto.

No cierro del todo, y no puedo evitar quedarme mirando por la rendija, no se ve mucho, pero si intuyo que se quita la toalla, y cuando se agacha a ponerse la pernera de la muda, veo su culo en primer plano. Solo dios sabe cómo evito entrar y agarrárselo, es casi la perfección, pero me voy al baño y me echo agua fría en la cara. “Madre mía, es que se lo muerdo” me dice mi yo más travieso. Al regresar ya está vestido con una siempre camiseta blanca y un pantalón corto azul oscuro.

Bajamos a Thor, y tras una leve pelea logramos subirlo a la parte de atrás del coche. Vamos a la estación, y me da lástima no poder esperar con Javier todo el rato, pero no podemos dejar al perro en el coche con este calor, y tampoco nos dejan meterlo hasta las dársenas.

– JAVIER: Bueno, trasto, me voy, pórtate bien, y cuida de mi mujer favorita. – le dice al animal, que sin ser consciente del todo, intuye que no lo va a ver durante tiempo, y le lame como nunca le había visto hacerlo.

– YO: La que se supone que tiene que cuidarle, soy yo.

-JAVIER: Ya, pero él tiene su cometido, mantenerte sana y salva hasta que vuelva. – se alza y me abraza. Me dejo, adoro la sensación, ya lo he dicho mil veces, y este dura casi un minuto, con carantoñas, besos y palabras de cariño.

– YO: Tú cuídate, y vuelve entero, que eres mi única esperanza para divertirme un poco.

-JAVIER: Aquí estaré.

-YO: Te voy a extrañar mucho. – se me escapa, no es el decirlo, es el tono, tengo incluso peor cara que Celia cuando se han despedido.

-JAVIER: Y yo a ti, pero es una semana, y te voy a acribillar a mensajes por el perro, y porque así nos distraemos el uno al otro, que en Zamora no hay tanto que hacer.

-YO: ¿Y con Celia?

-JAVIER: Hemos charlado, y sí, hablaremos, pero vamos a dejarnos nuestro espacio.

-YO: Está bien, pues vete ya, anda, que no llegas.

-JAVIER: Vale, cuídate mucho. – coge las maletas y le dedica una última mirada al perro, antes de darme un beso y marcharse. Me cuesta un par de tirones y chistar que Thor no salga corriendo detrás de Javier, pero al final me mira, con ojos tristes, y comprende que se queda conmigo.

-YO: Yo también le voy a echar de menos. – le acaricio la cabeza, y ya más obediente, se va conmigo, dedicando un par de vistazos atrás.

Al llegar a casa suelto al animal, que en su desconocimiento, busca a su dueño allí. Pero tras una hora dando vueltas, se calma, y se sienta a mi lado, junto al sofá. Da algo de pena ver a un portento de su tamaño, lloriquear un poco, gime angustiado, y acaba apoyando la cabeza en mi regazo. Se la acaricio con mimo, y tras un rato se le ve más animado.

Me ducho por segunda vez ese día antes de comer, y la verdad es que la tranquilidad de la casa es relajante. Salvo algún gruñido o el sonido de la respiración de Thor, el resto está tan silencioso que me emociona. Me bebo medio litro de agua comiendo, y me llevo otro frío medio al sofá. El perro se ha comido todo lo que le he puesto, y he tenido que reponer el cuenco para que beba.

Trato de tumbarme a descansar, pero entre el calor y los gimoteos del animal no puedo. Ahora no está triste, es que quiere subirse conmigo a dormir. Le digo que no, muchas veces, y le chisto, pero amaga un par de veces, y al final, se mete a la fuerza. Quiero echarlo pero me da lástima, y acabo acomodándome a su tamaño. Me recuerda a Javier borracho allí mismo, y tenerle entre mis brazos.

Duermo del tirón, pero a media tarde su ladrido me dice que quiere salir. Me pongo un vestido vaporoso de flores y salgo con él a pasear. Una vez en el parque le dejo suelto, y es cuando me llegan los mensajes de Carlos, comentando que han llegado bien a Londres. Aviso a Javier y me dice que se alegra, pero que a él le quedan al menos dos horas de trayecto. Y como tal, empezamos a hablar, casi como el primer día que me dio su número.

Charlamos hasta que llega a Zamora, y me dice que en cuanto pueda, me manda un mensaje. Dejo de estar abstraída y busco a Thor entre una maraña de perros en persecución de una mariposa. Le llevo a casa y nos bebemos cada uno al menos un litro de agua. Hago algo ligero de cena, y le pongo su pienso, que Javier me trajo hace dos días, junto a una mezcla de salchichas y carne picada, que se zampa desesperado hasta no dejar nada. Me tumbo en el sofá, y tras un leve duelo de miradas, le dejo subirse conmigo. Se hace una bola detrás de mis piernas y apoya la cabeza en mi cadera, le acaricio la cabeza con suavidad durante un rato, hasta que el sueño casi nos vence a ambos.

Es cuando le saco por última vez, es apenas una vuelta a la manzana, pero así se desquita. Al volver, me escribo con Javier, ha llegado bien y le digo que el perro está genial. Luego me pego otra ducha, la tercera del día, y me quedo pensando si ponerme algo encima, pero al final me dejo un tanga, y con eso ya tengo calor. El perro se tumba en el suelo de mi habitación, pero gimotea, y harta de verle con su carita triste, palmeo el colchón, y de un salto mueve casi toda la cama al subirse. Busca posición, me lame la cara y se tumba a mi lado. Es raro, pero el calor de su cuerpo me tranquiliza, hace mucho que nadie dormía conmigo, y caigo profundamente dormida acariciado del lomo a esa bestia de carácter afable.

Por la mañana me toca trabajar, así que me levanto, me ducho y me visto cómoda, saco al animal a dar un buen paseo a primera hora. Luego me cambio a ropa de oficina y le dejo comida y bebida, para pasarme unas cuantas horas fuera de casa. Todo el día estoy pendiente entre el trabajo y el móvil, charlando con ese joven que me tiene embobada, aunque no quiera.

Me dice que llegó bien y que se ha instalado, que está muy fresco y que me manda besos y caricias, supongo que en lo segundo, se refería para Thor. Me manda unas fotos suyas, el maldito va con jersey y todo, cuando aquí me sobran hasta las pestañas. Le cojo el gusto y le mando yo una instantánea mía en el trabajo, sentada en la mesa de mi oficina, saludándole con una gran sonrisa, y me responde que no sabe lo que le pasa a los hombres, cuando tendría que tener a todos besando por donde piso de lo guapa que soy. Me suelta ese tipo de cosas, y me confunde, porque me gusta ser halagada, pero sé que lo hace para que me sienta bien, no porque quiera nada conmigo, y no lo quiere porque yo misma le dejé claro que no lo habría. Eso me duele en muchos aspectos.

Regreso a casa sin dejar de hablar con él de lo que ha comido, y de lo mucho que le ha gustando ver a su familia. Al llegar temo encontrarme un desastre épico de Thor por dejarlo solo, pero simplemente me salta encima cuando entro, casi me tira, pero nada más. Se ha portado bastante bien, y juego con él un rato mientras me cambio, casi me ducho pero prefiero sacar al perro y hacerlo luego.

Me pongo las zapatillas, unos shorts blancos y una camiseta a rayas azules y negras, encima de la misma ropa interior del trabajo, y me veo estupenda en el espejo, con el cabello suelto dorado. Damos una gran vuelta hasta acabar en el parque del oeste de nuevo, y allí le suelto mientras juego a lanzarle la pelota y hacer carreras. Me divierto un montón con él, es incansable, y no se queja ni pide volver a casa. Termino rodando por el suelo junto a él, y como le estoy cogiendo el gusto a eso del móvil, le mando a Javier unos videos cortos de Thor, y de mí, haciendo un poco el tonto. La respuesta que recibo es demoledora, “Ojalá estuviera allí contigo”, me hace suspirar su franqueza. “Ojalá estuvieras, Thor te echa mucho de menos…y no es el único.” es mi contestación, junto con una foto de mi cara pegada a la del perro.

Volvemos a casa, y ahora sí, me pego una ducha para sacarme la suciedad y el sudor. Luego meto al animal a la fuerza en la ducha, y con un champú especial que me dejó su amo, le doy un buen cepillado. Es casi una hora de luchar contra los elementos, su fuerza y testarudez son entretenidas, y al finalizar, tengo que volver a ducharme, mientras él sale al pequeño balcón del piso a secarse al sol del atardecer. Cuando salgo, me pongo un tanga y un camisón para salir a la ventana con él, y mirar a la gente pasar. No falta el grosero que me suelta alguna guarrada, desde un segundo piso si no tengo cuidado se me ve todo, pero no me molesta.

Al entrar nos sentamos en el sofá, y me gusta verle buscar la forma de apoyar la cabeza en mis piernas o el costado. Luego cenamos copiosamente, el paseo me ha dejado famélica, y tras ver un rato la televisión, le saco a dar una vuelta en plena noche, con el camisón y todo. Normalmente no me atrevería, es tan corto como un vestido de “putón”, pero con Thor al lado no tengo miedo a nada, hasta la gente normal se aparta de él, y todo aquel que pueda tener mala pinta, recibe una mirada inquisitiva del perro antes de que pueda decir o hacer nada. Al volver a casa me voy directa a la cama, estoy rendida pero me paso una hora hablando con Javier, me dice que se lo está pasando bien con viejos amigos del pueblo, pero que se aburre un poco.

Le mando una foto de Thor estirado en mi cama, y al rato me dice que “es listo el jodido bicho, se va a tu cama y no a otra”. Me sonroja pensar que le tiene envidia al perro, al menos esta noche. Me acuesto y abrazo al pobre animal, que se deja hacer sin comprender que, en realidad, es un sustituto de su amo.

La semana pasa larga y eterna, en unos términos similares. Levantarme, pasear a Thor, ir a trabajar, volver, comer, ir al parque con el perro, regresar, ocuparme de la casa, cenar, sacar al dogo un poco, ver la televisión un rato, y dormir con él animal. Es simple, sumándole dos o tres duchas diarias, dependiendo de si baño al monstruo, que le tiene miedo a la bañera si le dejo solo, o no.

También paso las horas muertas hablando con Javier, es un encanto, y siempre me responde, da igual si tarda más o menos. Nos mandamos fotos y notas de audio, hasta me atrevo a mandarle un vídeo de Thor retozando conmigo en la hierba, en que por jugar con él, el escote es de vértigo.

Los primeros días me decía que estaba bien, y que me echaba de menos, con el tono amable que le caracteriza, pero en los últimos su tono ha cambiado, pasa mucho tiempo en casa, y no sabe qué hace allí, su familia le quiere, pero tienen sus trabajos y sus vidas, así que pasa mucho tiempo solo. Ahora ya no parecen frases protocolarias cuando dice que me quiere dar un abrazo que me va a partir en dos cuando me vea, está necesitado de un cariño y un afecto que allí no tiene, que estoy segura que Celia no es capaz de dar, y todavía menos por teléfono, desde Londres.

He hablado con Carlos, pero salvo decir que está bien, y que todos lo están pasando de cine, no responde nada más. En el ordenador veo que sube cosas de su viaje en las redes sociales, y para mi sorpresa, Isabel ha quedado relegada, sale poco o nada, mientras que Celia aparece en casi todas, siempre pegada a mi hijo. Me da muy mala espina, pero si a mí me la da, a Javier, que lo verá igualmente, imagino que más, y decido no comentar nada.

El fin de semana es de lo mejor. Dejo de ir al gimnasio por la mañana, me llevo a Thor a la Casa de Campo, una porción de bosque al sur de Madrid, y echo a correr con él a mi lado. Es una buena zona de día, y me cruzo con muchos otros ciclistas y corredores, así como grupos de familias acudiendo al zoo o al parque de atracciones, muy cercanos uno del otro. Me he llevado algo de comida y tirada bajo la sombra de un árbol, me la como, con el animal al lado, zampándose su parte correspondiente. Luego busco una fuente y reponemos líquidos, me hace cosquillas la lengua grande y áspera en mis manos cuando la uso de cuenco para él. Luego le mojo entero, ya que el calor aprieta y regresamos al coche dando brincos y saltos, esquivado también a alguna prostituta y drogadictos que empiezan a salir en cuanto llega la tarde, así como ancianos homosexuales que se esconden tras los matorrales para tocarse entre ellos.

Así es mi cuidad, un contraste tras otro.

Al regresar a casa me meto en la ducha, Thor se siente más cómodo si entro con él, y ahora se mete conmigo. Me dio algo de apuro el sábado, pero el domingo me encantó verle allí sentado mirándome como si no estuviera desnuda enjabonándome entera. Así le baño a él también y ahorro agua, que al ritmo que voy, agotaré los embalses cercanos a la capital.

Tras vestirme con un tanga y un sujetador cómodo, me pongo un vestido suave y me voy a comprar ropa a un centro comercial cercano. Se acercan mis tres semanas con Javier, y no quiero que me vea como hasta ahora. A parte que necesito biquinis, me he probado los viejos y no me gusta nada cómo me quedan, hasta tengo bañadores de cuerpo entero, que estilizan pero no enseño nada. Me digo que es para ponerme morena de sol natural, pero la verdad es que quiero impresionar a cierto joven.

Acabo con varias bolsas de ropa de secciones juveniles, es un gustazo verme con esa ropa, no me siento muy cómoda, ya que realmente todo se ha acortado o empequeñecido a niveles “sonrojantes”, pero no voy a negar que estoy tremenda con una minifalda elástica negra o un top banco sin mangas palabra de honor, que apenas cubre mis senos. En mi época de joven he llevado cinturones más anchos que esas prendas. De los biquinis, me han gustado varios, uno blanco y otros de flores estampadas que se atan por los lados con lazos diminutos, así como la parte de arriba, con pequeños triángulos que tapan lo justo. Y para remate, me he comprado un bañador de esos de tanga, negro, de hilo tan fino que atrás no tiene tela, solo las gomas, y al caminar con ellos noto una presión en mi vulva de lo más placentera.

Regreso a casa y me pruebo todas las combinaciones para verme lo mejor posible, con Thor allí sentado, mirándome, le pido opinión y todo, pero sólo ladea la cabeza y jadea. Me dejo un vestido negro de tela ligera, que si levanto ambos brazos se me ve el tanga, y como lleva la espalda totalmente al aire, voy sin sujetador a sacar al perro. Ni loca haría esto sin él, y vaya por delante que cada una puede ir como quiera, pero entiendo que se piensen los que me vean así, que voy pidiendo guerra. Tal vez lo haga, pero esperaré a que Javier venga para que me la den. Me ilusiono al ver que, incluso con el poderoso perro delante, alguno no pude evitar acercarse, siempre en tono amable y cariñoso, hablando de los animales, pero tratando de jugar conmigo. Soy amable, sonrío, pero nada más, mi objetivo es otro, y ya he demostrado que estoy para comerme entera.

De vuelta apuro el paso, no es que nadie me siga, pero tengo algo de miedo, no he debido regresar tan tarde. No ocurre nada, y al llegar me pego un buen baño, con el perro sentado mirando cómo me relajo. Quiero estar reluciente, mañana viene Javier. Me paso una hora decidiendo si le mando las fotos de hoy, no se ve nada raro, pero si lo hago le quitaré la parte de la sorpresa. Simplemente me escribo con él, y noto, temblando de alegría, que está deseando verme, me ha dicho, literalmente “Dios, no sabes cuantas ganas tengo de abrazarte y no soltarte en tres semanas.”, es lo que más deseo ahora mismo. Temo mucho estar equivocándome, otra vez, pero tengo la sensación de que si no hago algo antes de que Celia regrese, me lo arrebatará para siempre, tengo que aprovechar esa leve brecha en su relación.

Salgo y me doy un buen tratamiento para la piel, me pongo unas braguitas y un camisón para acostarme, pero a mitad de noche el calor, y el tibio cuerpo de Thor, me pueden, y me quito el satén, abrazando al animal, que me lame el cuello, casi como si entendiera que estoy necesitada de caricias. Me quedo dormida y sueño con mil situaciones que puedan darse a partir de hoy, sobretodo, empezando por mañana.

Continuará…

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Relato erótico: “Una jovencita y sus problemas trastocaron mi vida 3” (POR GOLFO)

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Mis ensoñaciones se cortaron de cuajo cuando al aparcar el coche la descubrí llorando y mientras Lidia desaparecía hacia la casa, me quedé tratando de consolar a mi excompañera. Durante cerca de cinco minutos, no dejó de sollozar tapándose la cara con sus manos haciéndome temer por el resultado de esa noche. Sospechando que me iba a quedar a dos velas, le pedí que se tranquilizara al ver su angustia por si podía reconducir la velada y finalmente llevármela al huerto.

            -Yo no soy así- murmuró avergonzada al darse cuenta de su comportamiento y con tono angustiado, me rogó que la llevara de vuelta a la fiesta.

            Por su bien no podía llevarla en ese estado y por ello, le prometí acercarla cuando se hubiese sosegado. Al escuchar mi oferta, consiguió tranquilizarse y tomando su bolso, me preguntó si seguía en pie la copa. Saliendo del coche, abrí su puerta y con ella a mi lado pasé adentro donde la morena nos esperaba con el uniforme de criada puesto. A María se le desencajó la mandíbula al toparse con la joven vestida así y más cuando, directamente, nos comentó que había dejado en el salón una botella de cava para que los señores la abriésemos.

            -Muchas gracias, princesa- contesté usando el apelativo que tanto gustaba a esa extraña criatura y tomando de la cintura a mi amiga, la llevé hasta esa habitación.

            Lidia nos siguió y mientras me ocupaba de descorchar el espumoso, preparó el ambiente poniendo música, para a continuación postrarse de rodillas junto al sofá donde la mujer se había sentado. Esa actuación despertó las suspicacias de la cincuentona y escandalizada, preguntó a la hispana que tipo de relación tenía conmigo.

            -Soy la princesa de mi señor, una cachorrita que desinteresadamente mima y cuida- replicó sin mirarla.

            Con esa respuesta no se quedó satisfecha y girándose hacía mí, dio por sentado que la joven compartía mis sábanas:

            – ¿Desde cuándo te acuestas con ella?

            -Mi señor todavía no me ha concedido ese honor y por eso sigo siendo virgen- anticipándose, la aludida respondió por mí.

            Confieso que me quedé petrificado al oír que jamás había estado con nadie y preferí mantenerme callado mientras analizaba esa información. María en cambio no la creyó y se lo hizo saber a la muchacha.

            -No he mentido y puedo demostrárselo – contestó ésta y como si fuera su obligación hacerlo, tumbándose en el suelo, se abrió de piernas mientras con las manos separaba los pliegues de su vulva: -Fíjese, mantengo el virgo intacto.

            María no supo que decir al comprobar que no solo no llevaba bragas, sino que, haciendo gala de su inmaculado coño, le mostraba la tenue telilla de la que hablaba. Esa exhibición causó un terremoto en la cincuentona y con los pitones en punta, quiso conocer de primera mano los motivos por los que no me había acostado todavía con ella cuando era evidente la disposición de Lidia. Nuevamente no me dejó contestar y poniendo un puchero, la endiablada hispana replicó mientras se empezaba a despojar del uniforme:

            -Aunque usted no lo crea, su amigo considera que soy una niña y no me ve como mujer.

            Nada pude hacer para evitar que se desnudara y dejando caer su vestido, preguntó a mi conocida si ella pensaba también que era una cría. La belleza de su menudo cuerpo apabulló a María e instintivamente alargó la mano para tocar los diminutos pero inhiestos pechos de la criatura.

            -Eres preciosa- balbuceó impresionada mientras con las yemas los recorría.

Los pezones de la muchacha se erizaron ante esa caricia, pero no contenta con ello girándose puso a disposición de la cincuentona el trasero pidiendo su opinión sobre si le faltaba más chicha.

-Para nada, ojalá yo tuviese un culo tan perfecto- alcanzó a suspirar mientras lo devoraba con la mirada.

Por lógica ese piropo debía haber complacida a la hispana, pero echándose a llorar le pidió que no la mintiera porque su señor le había dicho en la fiesta que el mejor que había contemplado era el suyo.

-Niña, no es para tanto- protestó María mientras involuntariamente sus propias areolas se erizaban bajo su vestido.

– ¡Sí que lo es! – contesté mientras servía tres copas: -Siempre fuiste un sueño.

Mis palabras hicieron sonreír a la cincuentona y por eso Lidia la pilló con las defensas bajas cuando acercándose a ella, la rogó que se desnudara porque ella también quería ser testigo de su hermosura y antes de que pudiese hacerse la remolona, le bajó los tirantes dejando al aire sus voluminosos pechos.

-Alberto, tu princesa es muy traviesa- sorprendentemente, María rio en vez de enfadarse ya con el torso desnudo.

-Debe ser su naturaleza – respondí mientras le acercaba el cava y poniéndoselo en las manos, aproveché para dar un primer tiento a sus cantaros diciendo: -Sigues teniendo unas tetas cojonudas.

-Son maravillosas- añadió la jovencita mientras acercaba la boca a uno de sus botones.

Incapaz de rechazar esos labios, mi antiguo amor se quedó paralizada al sentir que la muchacha se ponía a mamar de ella como si fuera una bebé y totalmente colorada, acarició su melena mientras se quejaba de que nunca habían podido alimentar a un hijo:

-A mi señor no le importaría embarazarla, ya que él tampoco ha tenido descendencia- respondió la puñetera hispana mientras cambiaba de objetivo tomando el otro.

-Ya es tarde para ser madre- sollozó María al sentir los dientes de la cría torturando dulcemente su areola.

-No se preocupe. Si se queda a vivir en esta casa, cuando mi señor preñe a su princesa, el niño que engendre también será suyo- murmuró mientras la terminaba de despojar del vestido.

Ante tal oferta, no le importó su desnudez y mirándome a los ojos, me preguntó qué debía hacer para permanecer con nosotros. Por un momento, no supe que decir y tras comprobar que los años apenas habían hecho mella en ella y que su cuerpo seguía siendo el mismo que décadas atrás, conseguí mascullar que lo único que tenía que hacer era pedirlo.

María malinterpretó mis palabras y fijándose en el uniforme de Lidia, asumió que en el sexo me comportaba como un ser dominante, cayendo de rodillas ante mí:

-Señor, deseo que me admita como su sierva.

Aunque jamás había practicado ese rol, confieso que me excitó ver a mi antigua compañera desnuda y postrada sometiéndose a mis deseos. Mi propia calentura me hizo acercarme a ella y tomándola en brazos, la llevé hasta mi cuarto mientras Lidia recogía la botella y las copas y nos las llevaba. De haber pedido quedarse, sé que no me hubiera negado, pero sorprendiendo por enésima vez, tras rellenar las copas, la joven se despidió de nosotros deseándonos las buenas noches. Viéndola partir desde la cama, María extendió sus brazos pidiendo que me tumbara, pero entonces recordando el papel que me había adjudicado le exigí al contrario que fuese ella quién se levantara y me desnudara. Sus pezones reaccionaron a mi orden erizándose y temblando de deseo, se acercó y comenzó a desabrochar uno a uno los botones de mi camisa mientras me recreaba acariciando esas estupendas nalgas que el tiempo había respetado. 

-Perdone, si no sé cómo me debo comportar. Nunca he practicado la sumisión- susurró casi temblando al desnudar mi dorso.

No quise ni pude reconocer que mi caso era peor ya que además de ser también nuevo para mí, llevaba dos años sin estar con una mujer. Por eso, mantuve un mutismo al sentir sus prisas por despojarme del pantalón y solo cuando consiguió desembarazarse de él, la azucé a que se diera prisa en quitarme el calzón. Mi orden fue un obús bajo su línea de flotación y temblando como una quinceañera, delicadamente me lo bajó liberando mi pene de su encierro. No recuerdo una erección así y es que, al ver su cara de deseo, mi oxidado miembro recuperó las fuerzas de antaño adquiriendo un tamaño y una dureza inusitados.

-Es más grande de lo que recordaba- musitó impresionada al observarlo.

Su halago me puso la piel de gallina y no queriendo quedar mal en nuestro reencuentro, la tomé de la mano y la llevé de vuelta al colchón. Colchón donde rechacé sus labios y tumbándola sobre las sábanas, ordené que se quedara quieta al rememorar la fijación de esa mujer por llevar la voz cantante. Poco acostumbrada a recibir órdenes, María se sintió indefensa y su reacción fue intentar taparse, pero entonces endureciendo el tono de mi voz la insté a no moverse.

– ¿No sé si seré capaz si mi dueño no me ata? –  masculló mientras se abría de par en par para mí.

Asumiendo que su petición se debía a que deseaba explorar ese tipo de sexualidad, decidí complacerla y sacando del armario cuatro de mis corbatas, la inmovilicé anudándolas a sus muñecas y a sus tobillos. La curiosidad incrementó su deseo y sintiéndose ya cautiva en mis manos, se atrevió a reconocer lo bruta que le había puesto en el festejó ver las bragas de mi acompañante en el bolsillo de mi chaqueta.

Al recordarme a Lidia, decidí matar dos pájaros de un tiro y en vez de abalanzarme sobre ella, la dejé sola y fui al cuarto de la hispana. Allí, me encontré que le había dado tiempo de ponerse un camisón y sin decirle nada, la cogí de la melena y la llevé a rastras de vuelta al cuarto, haciendo oídos sordos de sus protestas. Ya en mi habitación exigí a ella, que era la causante de que María estuviera en la casa, que se sentara en una silla frente a la cama y observara lo que nunca tendría. Su sonrisa fue reveladora y dando por bueno el papel que le había asignado, me rogó que le enseñara lo zorra podía llegar a ser una española.

Desde la cama, la cincuentona incrementó la presión que para entonces sentía, respondiéndola que sería lo puta y dispuesta que su amo deseara. Cayendo en la responsabilidad que voluntariamente había puesto sobre mis hombros y que de mi desempeño en las siguientes horas dependía no solo satisfacer a la atractiva hembra que permanecía a mi merced, sino también mi prestigio ante una chiquilla que me veía como su mentor, decidí tomármelo con calma y sentándome en la cama, comencé a valorar en voz alta a mi cautiva:

-Para haber cumplido ya medio siglo, tengo que reconocer que apenas tienes arrugas y que te conservar bien- dejé caer acariciando sus mejillas.

Al sentir mis yemas recorriendo su cara, María suspiró y por instinto, separó más si cabe sus rodillas. Riendo en el interior de mi cerebro, deslicé los dedos por su cuello recreándome en sus hombros antes de atacar los suculentos atributos que había visto disfrutar a la latina. Ya cerca de sus pechos, observé que los pezones de la cincuentona esperaban ansiosos mis caricias y mientras me apoderaba de ellos con la boca, se me ocurrió amenazarla con que si quería formar parte de mi futuro debía de someterse a un tratamiento de fertilidad. Mi exigencia la hizo sollozar y mientras su cuerpo entraba en ebullición, la alerté de que lo mucho que deseaba probar leche que manara de sus pechos, mientras introducía el primero de ellos entre mis labios.

   – ¡Me encantaría tener un hijo que se criara junto al de su princesa! – todavía de usted, exclamó mientras se retorcía sobre la cama.

Lidia, que hasta entonces se había mantenido muda, contestó que a ella también le gustaría. Al ir a recriminárselo, me percaté de su calentura al observar a través de su camisón el desmesurado tamaño que habían adquirido sus pezones y preso del personaje que estaba representando, la exigí que se tocara para nosotros. Supe que eso era algo que deseaba cuando ese ángel del infierno no dudó en complacerme y separando los muslos, sonrió. Extrañamente satisfecho, esperé a que metiera los dedos dentro de su ropa interior, para tomando de la melena a mi cautiva hacerle ver que la joven no solo estaba siendo testigo de su entrega, sino que estaba disfrutando.

Con la cabeza levantada por mí, María gimió al ver que la hispana se pellizcaba los pechos mientras hundía un dedo en el interior de su vulva y entonces demostrando que interiormente deseaba satisfacer todos mis deseos, recriminó a la morena que fuera tan insensata ya que, si no tenía cuidado, podía involuntariamente desgarrar su preciada telilla.

-Debe ser nuestro amo quien te desvirgue- chilló descompuesta demostrando así, no solo que se sentía mía, sino que velaba por mis intereses al no querer que la hispana me despojara del derecho a que fuera mi pene el que mandara al olvido su virginidad. Avergonzada la joven sacó la yema de su interior, pero lejos de mantenerse inmóvil, comenzó a torturar con fiereza el botón que escondía entre las piernas mientras, sobre la cama, premiaba la dedicación de la cincuentona mordiendo sus labios.

El gemido que surgió de su garganta al experimentar ese rudo cariño por mi parte me hizo continuar y deslizándome por su cuerpo, me quedé a las puertas de su poblado tesoro.

-Me encanta que no hayas caído en la moda de rasurártelo, pero mañana deberás recortarlo y solo dejarte un pequeño mechón- comenté mientas separaba parte de los vellos que lo ocultaban ante mis ojos.

-Necesito que me folles, llevo años sin sentir esto- aulló al notar que con la lengua le daba un primer lametazo.

Escuchar que mi compañera compartía mi situación, me tranquilizó y ya sintiéndome su dueño, decidí presionar la lujuria que la embargaba pidiendo a Lidia que fuera al baño y me trajera crema de afeitar y una cuchilla. De inmediato, la chavala se levantó y fue por ellos. Al volver quiso dármelos, pero entonces exigí que fuera ella quien se lo afeitara, haciéndole hincapié en que salvara de la quema una pequeña porción de esa selva.

– ¿Le parece bien que lo recorte dejando en el coño de su zorrita una flecha que le señale el camino cuando decida hacer uso de ella? – con una pecaminosa sonrisa en el rostro, preguntó la chiquilla.

-Me parece perfecto- repliqué y cediéndole el lugar, tomé asiento en la silla que había dejado libre.

He de confesar que nunca esperé que María se corriera al sentir que la hispana extendía la crema por su sexo y menos que la susodicha la castigara con sendos pellizcos en sus areolas mientras le gritaba que no se moviera, no fuera a cortarla.  Ese castigo aceleró su entrega y bramando como la hembra en celo que se había convertido, sus caderas siguieron moviéndose al ritmo que le marcaba el placer.

-Mi señor, su concubina no para de moverse- protestó Lidia temerosa de dañar mi preciada posesión.

Riendo aconsejé que, antes de seguir, la liberara de la presión que sentía. Entendiendo mis deseos, Lidia usó la crema para masturbarla pensando que con ello mi cautiva se calmaría. Lo que nunca previmos ni ella ni yo fue que producto de esos renovados mimos el coño de María se convirtiera en un géiser y que con una fuerza que nunca había observado en una mujer, brotara un chorro de flujo que impactó contra la morena. Muerta de risa, al sentir esa calidez cayendo por su cara, Lidia preguntó qué hacer:

-Déjale que disfrute de tus dedos antes de continuar- contesté obnubilado viendo el manantial en que se había convertido la vulva de mi ex compañera.

Obedeciendo mi orden, durante cinco minutos, torturó la femineidad de nuestra cautiva hasta que después de innumerables orgasmos, la cincuentona cayó en una especie de trance quedando como ausente. Trance que la hispana aprovechó para rasurarla. Tras lo cual, mirándome a los ojos, me preguntó si estaba contento con su desempeño.

-Mucho, princesa- repliqué y mostrándole el camino hacia su cuarto, le deseé las buenas noches con la intención de hacerle ver que entre ella y yo nunca habría nada.

Curiosamente, la joven no mostró enfado alguno al ser echada de la habitación tan bruscamente y mostrando una extraña alegría, me informó que a la hora acostumbrada volvería a prepararme el baño. Viendo el reloj y la mujer que descansaba sobre mi cama, la informé que al día siguiente me tomaría la mañana libre y que por tanto no me bañaría hasta las diez. Que por primera vez no rechazara de antemano esa rutina la hizo feliz y despidiéndose desde la puerta, me dejó solo con María. Para entonces, mi compañera se había recuperado del placer que Lidia le había infringido y con una mirada expectante, me preguntó si por fin iba a poseerla y cómo. La expresión de sus ojos y la timidez que mostraba cuando minutos antes había permitido que fuera testigo de su desliz lésbico me perturbó y no sabiendo qué decir ni lo que hacer, lo primero fue liberarla de sus ataduras.

-Debes de pensar que soy una zorra, pero te juro que nunca pensé que esta noche terminaría así- murmuró con las mejillas coloradas al sentir que desataba sus muñecas.

El tono asustado de su voz me alertó y en vez de lanzarme sobre ella, preferí tumbarme a su lado y abrazarla mientras le pedía que me explicara que había sido de su vida en los años que no nos habíamos visto.

-Nunca me casé- musitó desconsolada al sentir mis manos acariciándola.

Que contestara eso en vez de comentar a qué se dedicaba, me hizo extremar mis precauciones y sin dejar que se apartara de mí, recorrí su trasero mientras le susurraba al oído que no comprendía que siendo tan bella nunca hubiese conocido un hombre con el que formar un hogar.

-Nunca fue esa mi prioridad. Preferí dedicar mis energías a cumplir otros sueños- contestó mientras inconscientemente restregaba su vulva contra uno de mis muslos.

La tristeza de su tono me alertó de que esa mujer necesitaba desahogarse antes que un polvo. Tomando las copas que Lidia había dejado en la mesilla, le di la suya mientras pedía que me contara a qué sueños se refería. Jamás supuse que, tomando entre las manos, mi ex compañera me informara que durante veinticinco años había estado trabajando en una ONG y menos que llorando, me dijera que sentía qué había perdido la vida por una causa perdida.

-Nunca he considerado que trabajar para los demás sea una pérdida de tiempo- comenté recorriendo su mejilla con mis dedos: -Es más, eso es algo de lo que deberías estar orgullosa.

-Eso me dicen, pero ya no me llena. A mi edad, deseo una familia que nunca podré tener, un hogar en el que vivir que no dispongo y una pareja que me quiera que no conozco- incrementando su llanto contestó.

El dolor que la corroía me azuzó a consolarla y cerrando su boca con la mía, le susurré que descansara y que al día siguiente podría explicarme lo que le había sucedido mientras desayunábamos.

– ¿No me vas a hacer el amor? – preguntó preocupada al sentir un rechazo que no existía.

-Eso es exactamente lo que te estoy haciendo- respondí riendo mientras con mis brazos la atraía hacia mí: -Necesitas un pecho donde dormir y no un combate cuerpo a cuerpo.

Levantando su mirada, asintió y mientras me deseaba buenas noches, observé en su cara una rara pero elocuente alegría…

7

La sensación de tener una mujer desnuda junto a mí era algo al que no estaba habituado y por ello, tardé en conciliar el sueño mientras recapacitaba sobre los acontecimientos que la habían llevado hasta ahí. Aunque por una parte me sentía eufórico al notar su piel contra mi pecho, no podía dejar de pensar en lo raro que era que tras décadas sin verla María terminara en mi cama tras haber protagonizado un duelo de caricias con la joven que había acogido y que tanto me preocupaba. El recuerdo de sus gemidos al disfrutar las caricias de Lidia hizo más difícil todavía que descansara y varias veces pensé en despertarla para recuperar el tiempo perdido. Solo la placidez de su rostro durmiendo me impidió hacerlo y poco a poco me quedé dormido.

            La calentura que me embargaba provocó que en mi sueño la viera tomando mi pene entre sus manos y que, sin pedirme opinión, lentamente soñara que esa mujer se ponía a pajearme mientras me susurraba lo mucho que me deseaba. En mi mente, sus yemas se acomodaron a mi extensión y una vez la tenía bien asida, comenzó a subir y bajar su mano mientras ponía sus pechos en mi boca. Juro que estaba tan dormido que tardé en reconocer que los pezones que mordía eran reales y que los gemidos que poblaban mi cerebro eran suyos y no producto de mi imaginación. Ya parcialmente despierto, la visión de esos senos grandes y bien formados, en los que la gravedad no había desgraciado, me terminó de excitar y preocupado pregunté si estaba segura de lo que estaba haciendo mientras recreaba la mirada en la dureza y tamaño de sus pechos.  

Sonriendo, se dejó caer apuñalando su intimidad con mi erección. La lentitud con la que se la embutió me permitió disfrutar del modo en que sus pliegues se ensanchaban para darla cobijo. Tras haber conseguido que mi miembro desapareciera en su interior, contestó:

-Quiero y deseo ser tuya.

La seguridad de su voz despejó mis dudas y llevando mis manos a su trasero, la icé brevemente para acto seguido dejarla caer. Su propia excitación hizo el resto y comprendí lo necesitaba que estaba esa dama, cuando mi pene resbaló con facilidad clavándose contra la pared de su vagina.

– ¡Por dios! – suspiró emocionada al sentir su interior invadido y sin que se lo tuviera que pedir, comenzó a cabalgarme mientras chillaba de placer.

No me importó que fuera ella quien llevara el ritmo ya que, tras tanta sequía, mi cuerpo estaba disfrutando de ese loco galope y quizás también por ello, me sorprendió que de improviso María se corriera cuando apenas habíamos empezado.

-Más rápido- gritó embebida de pasión al experimentar el placer tanto tiempo olvidado.

Impulsado por su entrega, vi necesario tratar de calmarla y con un duro azote en su trasero, quise hacerla ver que ella no era la que mandaba. Como no me hizo caso, a esa nalgada le siguió otra, pero lejos de apaciguar su deseo lo fustigó y aullando como una loba, me rogó que no parara. Al darme cuenta que la excitaba ser usada de esa forma, me volví loco y levantándola en volandas, la coloqué a cuatro patas sobre la cama, para a continuación volver a hundir mi estoque en ella.

-Mi señor- chilló alborozada al notar mis embates y con lágrimas de felicidad en sus ojos, nuevamente me pidió que la hiciera mía.

Con la respiración entrecortada, le respondí que ya era mía y tomándola de la cintura, seguí empalándola con un ritmo frenético que la hizo bramar de gozo. Mi prudencia despareció para no volver en cuanto sentí como se deshacía entre mis piernas y colocando mis manos en sus hombros, forzando sus caderas, empecé a apuñalarla con mi pene. Al percatarse quizá que, por primera vez en su vida, no mandaba entre las sábanas y que ella era la víctima, intentó protestar, pero no le di opción al marcarle un compás casi infernal.  Y tras quejarse de la virulencia de mis embestidas, gimió desesperada al percibir que bajo mi mando su cuerpo se retorcía de placer, pidiéndome más.

Tomando sus pechos entre mis manos, se los estrujé acelerando más si cabe la velocidad de mis ataques hasta que, totalmente subyugada por mí, me imploró que me derramara en ella. Que intentara retomar el mando, me cabreó y mientras pellizcaba sus pezones, susurré en su oído que al terminar volvería a atarla para que por la mañana Lidia la violara. Mi amenaza no cumplió su objetivo al darme cuenta que cuanto más bestial me comportaba, María más incrementaba su calentura.

Entregado a mi papel, recordé lo que había leído sobre la anoxia y que en esa práctica la ausencia de oxigeno acentuaba el placer. Como mi ex nunca me había permitido probar su efecto no le dije lo que iba a hacer cuando cerré las manos alrededor de su cuello. Como no podía ser de otra forma, María intentó zafarse de mi acoso. Sabiendo que una vez había empezado debía de terminar, no le permití huir y manteniendo el ritmo de mis caderas, comprobé que su tez se estaba amoratando por la ausencia de aire.

Ya totalmente aterrada, buscó liberarse y cuando ya preveía que iba a morir estrangulada, notó como su cuerpo reaccionaba y que el placer reptaba por su piel, consumiéndola. Su espalda, totalmente encorvada, se retorcía buscando profundizar en el abismo que la dominaba mientras de su cueva emergía como un riachuelo el resultado de su deseo. Al desplomarse sobre la cama, la solté dejándola respirar y fue entonces cuando el aire al entrar en sus pulmones, lejos de calmarla, maximizó su orgasmo y girándose se abrazó a mí con sus piernas mientras lloraba pidiéndome perdón.

– ¿Por qué te tengo que perdonar? – respondí mientras regaba con mi simiente su interior.

Sus ojos repletos de lágrimas me hicieron saber que sabía que a partir de entonces iba a ser adicta a mis caricias y premiándola con un beso, susurré en su oído que al día siguiente debía mudarse a mi casa.

– ¿Me lo dices en serio? ¿No me engañas? – musitó llena de esperanza.

Soltando una larga carcajada, respondí:

-Según recuerdo, hace unas horas me dijiste que deseabas un hogar en el que vivir y una pareja a la que cuidar.

Para mi sorpresa, la castaña malinterpretó mis palabras y acurrucándose a mi lado, me prometió que cuidaría tanto de mí como de Lidia. Al darme cuenta que había tomado al pie de la letra lo de “pareja”, sonreí y volviendo a posar la cabeza en la almohada, repliqué:

-No era a lo que me refería, pero si deseas atender también de ella no pondré ningún impedimento.

  Sonrojada al percatarse de su error, me reconoció que la hispana la atraía y que, si a mí no me importaba, ella se ocuparía de satisfacer las necesidades de mi princesa mientras yo no lo hiciera. Muerto de risa, cerré los ojos y seguí durmiendo con el convencimiento de que teniéndola a ella tanto las penurias de la joven como las mías eran ya parte del pasado.

 -Nunca debí dejar que Raquel te separara de mí- escuché que me decía al abrazarme.

Eran cerca de las diez cuando desperté y descubrí que estaba solo. Reconozco que asumí que su ausencia se debía a que había decidido empezar el día entre los brazos de la hispana, me levanté de la cama un tanto molesto para beber un vaso de agua. Antes de entrar a la cocina, las escuché hablar y en vez de hacer notar mi presencia, me quedé escuchando su conversación. Así me enteré que María le estaba contando con detalle el placer que había sentido y mi propuesta de que se viniera a vivir a la casa. Lo que confieso que me sorprendió fue que la cincuentona le estuviera pidiendo permiso y que reconociera que, si la muchacha no la aceptaba ahí, rehusaría a trasladar sus cosas a pesar de lo mucho que le apetecía.

            -Sé que tú eres su princesa y que sin tu ayuda nunca hubiera podido despertar entre sus sábanas. Sé cuál es mi lugar y que debías ser tú quién hubiera disfrutado de sus caricias y no yo – comentó al ver que la cría no respondía, temiendo quizás que ella la rechazara.  

            Con la ternura de las mujeres de su país, contestó:

– Llegará un día en que dormiré en su cama y cuando lo haga quiero que tú también estés en ella. Por ahora, el único placer que Alberto me da es permitir que le bañe y no debo hacerle esperar.

Al oírla, retrocedí y volví a la habitación para que ninguna de las dos supiera que les había escuchado. Por eso cuando a los cinco minutos, oí el jacuzzi llenándose hice como si todavía estuviera dormido y tuvo que llegar a teóricamente despertarme. Abriendo los ojos, observé que María estaba a su lado. Me sorprendió el amor que desprendían sus miradas y con el corazón encogido, reparé que en mi interior yo albergaba unos sentimientos por ambas. No sabiendo exactamente en qué consistían, si era cariño o solo encoñamiento, dejé que entre las dos me llevaran al baño y que me metieran en la bañera. La devoción con la que compartieron ese momento y la ausencia de celos entre ellas, incrementó mi rubor cuando Lidia comenzó a enjabonarme ante la cincuentona.

-Mi señor, la zorra de su concubina debió sacar sus garras anoche. Tiene la espalda llena de arañazos- musitó feliz la chavala mientras mi ex compañera de estudios se ponía colorada.

Desternillado de risa, miré a María y haciendo participe a Lidia del compromiso que ésta había adquirido conmigo, respondí:

-Princesa, no es mi concubina sino la nuestra. Esa que llamas mi zorra me ha prometido velar de que no te falte nada sexualmente mientras encuentras un hombre que te mime.

En vez de congratularse con esa promesa, la hispana rugió molesta:

-Yo ya tengo un hombre que me cuida y es usted.

-Entonces, ¿la rechazas? – pregunté sonriendo.

-No, mi señor. Aceptaré sus caricias mientras usted no se decide a hacerme suya- replicó pasando delicadamente la esponja por mi entrepierna.

Como no podía ser de otro modo, mi corazón se puso a bombear sangre hacia mi verga al sentir sus mimos mientras la diablesa sonreía. Decidido a darle un motivo de quejarse, llamé a María y metiéndola vestida en la tina, pedí a la joven que también la bañara.

-Putita, ¿te puedes desnudar o deseas que tu dueña sea quien lo haga? – llevando las manos a los tirantes del vestido de la cincuentona preguntó la cría.

Su descaro al ejercer de dominante cuando conmigo era sumisa me hizo reír y colaborando con ella, empeloté a la castaña. María no sabía dónde meterse al notar el tamaño que habían adquirido sus pezones al decir que también era suya y por eso tímidamente intentó tapárselos con las manos. Esa maniobra resultó funesta ya que, al tener ambas palmas ocupadas, la castaña nada pudo hacer cuando Lidia comenzó a restregar la esponja entre sus pliegues diciendo:

-Zorra, se nota que mi señor dio buen uso de tu coño. Lo tienes rojo de tanto roce.

El gemido que salió de la garganta de la cincuentona me impulsó a ser más osado y dejándola caer sobre mi trabuco, la empalé.

-No te he dicho que pares de enjabonarla- exigí a la hispana.

Bajo su uniforme de criado sus pitones crecieron exponencialmente al oír mi orden y más excitada de lo que le hubiese gustado reconocer pellizcó los pechos de su competidora mientras maldecía entre dientes su suerte.

-Desde ahí te resultara imposible, desnúdate y metete en la bañera.

La alegría que demostró al escuchar mi deseo no le impidió obedecer y con la esperanza tiñendo su rostro, comenzó a desabotonar su uniforme mientras, comprendiendo su calentura, tanto la castaña como yo disfrutábamos de su inesperado striptease. La belleza de sus juveniles atributos exacerbó nuestros sentidos y mientras por mi parte volvía a ensartarla con rapidez, María babeó deseando apropiarse de ellos.

– ¿Qué esperas para mamar de mis pechos? – protestó enérgicamente la puñetera cría al ver que la cincuentona no se lanzaba sobre ellos.

-Lo siento, señora. ¡No sé en qué estaba pensando! – se disculpó la mujer mientras acercaba su boca.

Que nuevamente ejerciera de dominante, me excitó y por ello no objeté nada cuando restregándose contra ella, Lidia se subió sobre mis muslos diciendo:

-Mi señor, fóllese a su concubina mientras disfruto de ella.

Me quedó claro que la verdadera intención de la hispana era sentir que la amaba, aunque fuera a través de la cincuentona y como en teoría con ello no rompía la promesa de no poseerla, accedí a que María comenzara a cabalgar sobre mí con la cría montada en su espalda. El morbo que experimenté al hacer uso de ella mientras eran los gemidos de la morena los que llegaban a mis oídos me resultó, además de novedoso, sublime y por ello no dije nada cuando vi que juntaban sus labios y se besaban con pasión.

«Menudo par de putas», exclamé para mí al notar la entrega con la que se comían los morros y descojonado seguí poseyendo a mi compañera mientras seguía firme en mi decisión de hacer ver a la joven que nunca tomaría posesión de ella.

Lo que jamás preví fue que la primera en correrse fuera la susodicha y menos que con una felicidad desbordante comenzara a pronunciar mi nombre mientras lo hacía. Comprendiendo que había cometido un fallo del que no tardaría en arrepentirme seguí amándola a través de María al ser incapaz de parar. Por eso fui partícipe y testigo de la brutalidad de su orgasmo sin haberla siquiera tocado y aterrorizado asumí lo mucho que me apetecía hundirme en ella.

Afortunadamente, esas sensaciones nunca sentidas la desarbolaron por completo y haciendo uso de las pocas fuerzas que le quedaban, Lidia se separó de nosotros dándome las gracias.

– ¿Gracias? ¿Por qué? Yo no he hecho nada- protesté.

-No, mi señor. Por su puesto que lo ha hecho. Me ha regalado un anticipo del cariño que disfrutaré a su lado- contestó y saliendo de la bañera, me lanzó un beso desde la puerta.

La cincuentona esperó a que desapareciera del baño para intervenir y todavía con mi verga en su interior, me rogó que no fuera tan duro con ella cuando el único pecado que había cometido la chiquilla era enamorarse de mí.

-Yo no tengo la culpa de que esté loca- me quejé y sin ganas de seguir con ese escarceo, salí del jacuzzi enfurruñado.

Insatisfecha pero contenta, María me siguió a la habitación y tumbándose en la cama, observó cómo me vestía. Al ver mis dificultades con la corbata, se levantó y acercándose a mí lado, me la anudó ella mientras preguntaba si seguía vigente la oferta de irse a vivir con nosotros.

-Por supuesto- respondí dejándola sola en el cuarto, añadí: -Eres el único parapeto que tengo para que esa perturbada no se meta en mi cama…


Relato erótico: “Crónicas de las zapatillas rojas: www 3” (POR SIGMA)

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CRÓNICAS DE LAS ZAPATILLAS ROJAS: WORLD WIDE WEB 3.

Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, Alias: La invasión de las zapatillas rojas, Crónicas de las zapatillas rojas: la camarera Ivanka Trump: El imperio de las zapatillas rojas, antes de leer esta historia.
Una disculpa a los que siguen y disfrutan mis relatos, entiendo que tardé demasiado en continuar pero así es el trabajo, dedico este cuento a aquellos que han sido pacientes.
Por Sigma
Las compañeras de apartamento de Cynthia la miraban boquiabiertas, ellas aún estaban vestidas con su ropa de dormir pero la estudiosa del grupo ya estaba arreglada y lista para salir, lo que era normal un sábado, pero la manera en que estaba arreglada las había dejado sin aliento.
– ¡Hola Cintis! -la saludó efusiva la rubia, Ana, con la que mejor se llevaba.
– ¡Te ves muy bien! -la halagó la pelirroja de piel apiñonada, Mitzy, la más coqueta.
– ¿A que se debe la sorpresa? -dijo con mal disimulado desdén la chica de piel blanca y cabello negro, Ariadna. Evidentemente con la que peor relación tenía.
La linda morena no pudo evitar sonrojarse al llamar la atención de esa manera, pero ni siquiera estaba segura de porque se había vestido así, se sentía avergonzada, pero también empezó a percibir un suave cosquilleo entre sus piernas y en su vientre.
– Oh… no es nada, solamente me dieron ganas de arreglarme un poco para ir de compras…
– ¿En serio? Pues estás hablando con las personas correctas -le dijo sonriente Mitzy- danos quince minutos y te acompañamos, sabemos dónde encontrar las mejores ofertas…
– Gracias pero yo… -balbuceó Cynthia intentando explicar que solamente quería comprar víveres.
– Vamos, vamos, no tienes que agradecerlo, te encantará, es la ropa más sexy y de moda que puedas encontrar.
– Seeeexy… -la palabra hizo eco en la mente de la joven, haciendo que le faltara el aire por un momento.
– Oh… yo… bueno, de acuerdo -finalmente respondió- si me ayudan a escoger…
– Claro Cinthis, encantadas, me alegra ver que decidiste soltarte el pelo y atreverte… -le dijo la rubia entre risas.
– Bueno, veremos si tienes salvación… -dijo fríamente la trigueña que siempre había visto a la estudiosa morena como a una inferior.
Los quince minutos se convirtieron en una hora de arreglarse, pero finalmente salieron las cuatro y se dirigieron a una enorme plaza comercial en el auto de Ariadna.
Las chicas sabían cómo lucirse: usaban minifaldas, pantalones cortos, escotes pronunciados y tacones altos, sin embargo Cynthia no lucía fuera de lugar en absoluto, de hecho se destacaba por su belleza, su elegancia y su encantadora timidez.
Pronto estaban probándose todo tipo de prendas y luciendo preciosas con todas, Mitzy y Ana escogieron para la morena minifaldas, pantaloncillos minúsculos, así como blusas y camisetas escotadas.
Algunas prendas en elegante color negro, otras en colores casi chillantes. Se reían y gritaban emocionadas mientras Ariadna las observaba desde un sillón con aire aburrido.
– Que bien me la estoy pasando -tuvo que admitir la joven morena para sí misma, pues no acostumbraba salir con sus compañeras, excepto claro por Ana. Sin embargo tenía una inquietud, al pasear por la plaza pronto se dio cuenta de que los hombres con que se cruzaba la miraban atentamente, sobre todo sus piernas, algunos impresionados, otros con franca lujuria, incluso un par de chicas la habían observado de una forma que mostraba más que admiración, sin embargo lo que la confundía era que por un lado tantas miradas y atenciones la avergonzaban, haciendo que se sonrojara pero a la vez se sentía acalorada y el cosquilleo en su entrepierna aumentaba de forma muy placentera.
– ¿Qué me pasa? -pensaba excitada mientras se pasaba lentamente dos dedos por los labios, después de descubrir a un par de adolescentes que la seguían por la plaza como perritos falderos. No podía saber que aunque le avergonzaba la atención que recibía de los demás X la había condicionado para excitarse precisamente por ello. Finalmente, después de comer en la plaza, volvieron al apartamento a descansar.
– Vaya día… -dijo Ana a la vez que entraba con varias bolsas de tiendas a su cuarto-necesito recostarme, te veo al rato Cinthis…
– Creo que haré lo mismo Ana… -dijo la joven a modo de despedida, a la vez que en la sala se escuchaba a Ariadna y a Mitzy todavía platicando. Entró en su cuarto, dejó las bolsas junto a la cama y se recostó sonriente.
– Que bien me siento, aunque muy cansada… -pensó la chica al mirar al techo y por primera vez desde que llegó a la ciudad sintió que las chicas eran más que compañeras de apartamento- creo que ya pronto empezaré a salir a divertirme con amigas. Se sentó y miró sus bolsas llenas de ropa, pensó sacarla y acomodarla, pero solamente un momento antes de hacer un gesto de molestia y volverse a recostar.
– Nnnhhh… estoy cansada, mañana lo haré… -susurró para sí mientras rápidamente se quitaba la blusa y los pantaloncillos, tras lo cual dormitó un rato vestida únicamente con su ropa interior… y sus zapatillas de Scorpius.
Un rato después Cynthia regresaba a su cuarto tras terminar de cenar con las chicas y recordar entre risas las anécdotas del día. Excepto claro por Ariadna que había intentado varias veces molestarla con frases hirientes.
– Es ropa preciosa pero no creo que alguien como tú tenga lo necesario para usarla -le había dicho con una mueca burlona a la primera oportunidad, pero de nuevo no recibió apoyo de las otras chicas así que poco más pudo hacer contra la morena.
Incluso se planteó la posibilidad de salir todas juntas a bailar para estrenar sus compras, pero las chicas estaban aún cansadas de haber salido la noche del viernes y además haber ido de compras hasta la tarde del sábado, pero quedaron en salir a divertirse el siguiente fin de semana.
Ya con su holgada camiseta por pijama y habiéndose quitado al fin sus zapatillas la joven se recostó lista para dormir viendo algo de televisión. Horas después dormía profundamente boca arriba, su rostro de lado, sus brazos relajados a los lados, sus piernas ligeramente separadas.
A las 3 de la madrugada la computadora de la chica se encendió con un suave murmullo, al instante una música inaudible revivió a las zapatillas bajo la cama, en minutos ya estaban subiendo por las cobijas, y luego, latiendo suavemente, se apoderaron de los pies de la indefensa mujer, las correas como dedos controlando sus tobillos y causándole de nuevo un pequeño orgasmo al ajustarle las zapatillas en los talones.
– Ooohhh -gimió de nuevo, pero sin poder despertar debido al sopor sobrenatural del calzado. Las piernas se tensaron y flexionaron, luego se cruzaron y descruzaron elegantemente, las puntas de sus pequeños pies se deslizaron sobre las sábanas de forma acariciante, y entonces siguieron moviéndose obedeciendo a una voluntad ajena a la suya.
Esta vez el sueño era diferente, vestía una serie de capas de tela ligera, se miró en una fuente y descubrió que lo único que veía de sí misma entre tanta tela eran sus expresivos ojos maquillados de forma exótica y sensual, sus manos tatuadas con extraños motivos geométricos y sus pies desnudos adornados con pulseras y cascabeles.
En la realidad y a ritmo con la música se movía por la habitación, su cabeza inclinada levemente, como sonámbula se recogió el cabello en un peinado alto y empezó sacar ropa de las bolsas que dejó junto a la cama. Entonces empezó a vestirse, lenta y sensualmente, como en una especie de striptease inverso.
En el sueño escuchó un carraspeo tras ella y al darse vuelta se encontró con alguien que identificó como un rey, vestido con ropas elegantes y exóticas, reclinado en un extraño diván o sofá, mientras la observaba expectante.
Minutos antes en Hong Kong, el discreto personal de una pequeña y nueva empresa de Internet puso a funcionar su página por primera vez, mientras en otra ciudad más cercana a donde vivía Cynthia un joven de cabello corto había encontrado una nueva página web que prometía grandes placeres eróticos por medio del Internet.
El sitio se llamaba www.bailarinas-esclavas.com, y parecía que estaba a punto de estrenarse, la gran cantidad de testosterona en su cuerpo adolescente rápidamente lo impulsó a entrar al sitio.
– No hará daño si doy un vistazo… -pensó brevemente mientras se abría la página.
En segundos pudo ver un fondo negro con el nombre del sitio en exóticos caracteres plateados. Un instante después entre luces brillantes aparecía la leyenda:
¡Estás estrenando nuestro sitio! Recibes de regalo una sesión de cortesía con una de nuestras primeras bailarinas-esclavas. ¡Disfrútalo!
Con una sonrisa complacida el adolescente dio clic, rápidamente un programa de autodiagnóstico se activó y revisó si la computadora cumplía los requisitos mínimos: tarjeta de vídeo, bocinas, micrófono, etc. En segundos apareció otro anuncio:
Todo funciona. Puedes empezar. ¡Bienvenido!
Unas cortinas rojas creadas por computadora aparecieron y se descorrieron mostrando a una mujer en una habitación a media luz, aparecía de cuerpo completo, de pies a cabeza era esbelta y de piel morena e iba vestida de forma sexy aunque no escandalosa.
Llevaba una bella y ajustada blusa blanca de manga corta y botones abierta hasta la mitad, dejando ver un apetitoso escote del que se asomaban parte de las curvas de sus senos, parecía no llevar bra.
En sus caderas colgaba una linda minifalda elástica color azul cielo que exhibía cada curva de la chica y que apenas llegaba a medio muslo, dejando expuestas unas bellas y esbeltas piernas morenas. En sus pies llevaba unas zapatillas de altísimo tacón de aguja del color de la falda, eran puntiagudas, estilizadas y llevaban un delicado juego de delgadas pulseras sujetando sus tobillos.
– ¡Guaaauu! Que belleza -pensó el boquiabierto muchacho. Se dio cuenta de que el rostro de la chica estaba cubierto por una especie de capucha o pasamontañas negro que cubría por completo su cabeza, lo que le pareció algo extraño, incluso siniestro- vaya… de veras quieren mantener su anonimato.
Pero en un instante se olvidó de todo cuando vio como la mujer empezaba a mover sus hombros y caderas en un suave vaivén mientras flexionaba una de sus preciosas piernas siguiendo el ritmo con una melodía de jazz que había empezado a sonar en las bocinas del adolescente.
La música era sensual, cadenciosa, pero la chica no se movía de su lugar, solamente marcaba el ritmo, sin embargo el admirador ya parecía atrapado ante esa visión.
– Dios… como se mueve… -murmuró el chico embelesado sin perderla de vista.
En ese momento la música cambió de ritmo, aceleró y se volvió aún más poderosa. Al instante la bailarina-esclava levantó los brazos y extendió su pierna derecha hasta ponerla horizontal antes de lanzarse al frente y empezar a bailar.
En su sueño Cynthia vio como el rey hizo una seña con la mano y una exótica música empezó a sonar, al momento sintió un gran placer que la hizo arquear su espalda y sin poder evitarlo empezó a bailar.
– Nnnhh… que bien… se siente… -gimió de placer y en voz alta casi sin darse cuenta. El rey ante ella sonrió satisfecho y lujurioso mientras la confundida joven bailaba por el salón, agitando sus hombros y caderas con la música.
En su computadora el adolescente miraba embobado a la mujer mientras movía su cuerpo al ritmo de la canción, nunca había visto a una chica bailar así, la sensualidad brotaba con cada paso, de cada poro de su lozana piel, eran movimientos entre árabes, africanos y latinos tan candentes que casi sin darse cuenta el chico se bajó el cierre del pantalón, sacó su miembro duro y excitado y empezó a masturbarse.
– Mmm… -gruñó al ver como la mujer se ponía de espaldas a él y sacudía lujuriosamente sus nalgas mientras sus manos se mantenían en su propia cintura- sigue…
Los rápidos movimientos habían causado que su blusa se desabotonara más, sus firmes senos insinuándose con cada paso de una forma tan sexy que parecía una deliciosa tortura. Sus vigorosos pasos provocaron que la minifalda azul se subiera hasta sus caderas, mostrando no solamente parte de sus estilizadas pantaletas blancas adornadas de delicado encaje sino también sus preciosas piernas en toda su magnificencia, que con los altísimos tacones parecían trozos de deseo de color canela.
En ese momento la mujer recostada en la cama extendía las piernas hacia el techo, paralelas como columnas sexuales perfectas, entonces las abrió lentamente en V, dejando ver la cálida humedad que empezaba a manchar sus pantaletas.
– ¡Dios… ten piedad! -gimió enloquecido el joven, casi al borde del orgasmo mientras su mano se movía salvaje arriba y abajo. De pronto la mujer se levantó, se detuvo justo frente a la cámara, juntó sus palmas a la altura del pecho e inclinó la cabeza, como esperando, mientras la música se volvía más relajada.
– Nnnnhhhh… ¿Qué?… ¿Por qué paras? -gruñó molesto y confundido al ver detenida su inspiración.
– Soy Cynthia, tú bailarina-esclava, ordéname y te complaceré… -sonó en las bocinas del muchacho una voz encantadora, femenina… acariciante. No sabía si las palabras las había dicho realmente la mujer en la pantalla pues la capucha cubría su boca, pero su significado hizo que la cabeza le diera vueltas ante las posibilidades.
– Muéstrame tus ricas tetas… -le dijo al micrófono de su computadora con voz ronca mientras empezaba de nuevo a masturbarse… lentamente.
En su sueño de placer la chica morena bailaba casi sobre las puntas de sus delicados pies en el suelo alfombrado, disfrutando cada vez más de cada paso, de pronto el rey dio una palmada, la música aceleró su ritmo y Cynthia tuvo el irreprimible deseo de irse quitando las telas que cubrían su cuerpo a la vez que bailaba.
En un elegante movimiento circular se quitó uno de los velos que la cubrían, sintiendo una gran satisfacción al empezar a exponer su cuerpo, sus pezones ahora insinuándose bajo la vaporosa tela translúcida.
– ¡Aaaahh! -gimió de puro gozo en la realidad al agarrar los bordes desabotonados de su blusa que apenas cubrían ya sus senos y de un erótico movimiento los descubrió y arqueó la espalda, dejando que la prenda resbalara por sus hombros y brazos, su torso totalmente expuesto y la blusa adornando su cintura. Luego siguió bailando, giraba y saltaba abriendo las piernas en compás y sus brazos extendidos uno al frente y otro atrás de ella, mientras sus maravillosos senos se sacudían desafiando a la gravedad de forma hipnótica.
– Mmm… que… bien… -susurró sin aliento el chico. – Ordéname y te complaceré… -repitió la sensual y femenina voz.
– Quiero ver… tus… pantaletas… -dijo el joven ya sin pensarlo.
La mujer detuvo sus saltos y empezó a ondular su cuerpo y sus piernas sin moverse de su lugar, mientras sus manos sujetaba el borde de su falda y lo subían poco a poco, hasta mostrar sus exquisitas pantaletas rematadas de encaje y finalmente unir la falda con la blusa en un encantador aunque confuso cinturón.
De vuelta en su sueño Cynthia se había quitado otro velo, descubriendo parte de su entrepierna, dejando ver bajo el material semitransparente un pequeño trozo de tela blanca cubriendo su femineidad y la deliciosa separación de sus nalgas.
En su habitación la joven estaba a cuatro patas sobre la cama, luciendo justo esa parte de su cuerpo, haciéndola sacudirse con la música mientras alternativamente arqueaba su espalda y ondulada sus caderas.
– ¡Aaahhh! -gimió el adolescente aún más excitado, a punto de venirse- dime tu… nombre…
– Soy Cynthia… tu bailarina-esclava… es mi único nombre… -resonó en las bocinas la acariciante voz.
– ¡Nnngghhh! -gruñó el muchacho al llegar al orgasmo, enloquecido de ver como esa maravillosa hembra lo había obedecido más allá de sus fantasías- Mmm…
La mujer se había recostado boca arriba, de perfil para la cámara, su mano izquierda acariciando sus senos, la derecha metida suavemente en sus pantaletas y entre sus piernas, sus caderas subiendo y bajando con la música, sus tacones clavados en la colcha.
En el sueño, la morena bailarina se había desprendido de todos los velos, excepto del que rodeaba su cintura. El placer que sentía amenazaba con volverse intolerable, mientras giraba y giraba sin poder controlarse ante ese desconocido.
En la realidad el adolescente, al verla acariciándose de esa manera, empezó de nuevo a masturbarse ante su monitor, mientras la chica aceleraba el ritmo y en las bocinas se escuchaba la femenina voz.
– Soy tu bailarina-esclava… soy tu bailarina-esclava… -repetía una y otra vez como un cántico.
– ¡Aaaahh… Dios…! -exclamó el joven al escuchar las palabras, y de inmediato aceleró el ritmo de su mano. Pero justo entonces el sonido se cortó, las cortinas animadas por computadora se cerraron y el programa lo llevó de vuelta a la página principal.
– ¿Qué? No, no, por favor -casi gritó el muchacho mientras desesperado intentaba volver a la pantalla. Pero lo único que consiguió fue un anuncio que indicaba:
Fin de la sesión de cortesía. Para continuar favor de suscribirse. Aceptamos tarjetas…
– ¡Uuuhhh… maldición…! -gimió decepcionado mientras dejaba de leer y se recargaba en su asiento. A partir de ese momento no pudo pensar en nada más que en conseguir dinero para continuar, para volver a ver a su bailarina-esclava…
En el sueño Cynthia finalmente estallaba de placer luego de arrodillarse ante el rey que la controlaba, ese desconocido esbelto y carismático con su cabello recogido en una cola de caballo. Un orgasmo maravilloso que había alcanzado al bailar, simplemente al bailar para él. Hizo un arco con su espalda, apoyó sus manos tras ella y miró al techo mientras daba un grito de gozo.
– ¡Aaaaahhhh… aaahhh…! Cynthia despertó al escuchar que tocaban suavemente a la puerta de su cuarto. Se enderezó en la cama y medio dormida vio como Ana se asomaba tras abrir la puerta.
– ¿Estás bien Cinthis? No pretendía meterme si tu permiso pero me pareció oírte llorar y me preocupé…
– Oh… que linda… estoy bien, estaba dormida y… -sacudió la cabeza tratando de liberarse del pesado sueño que aún la dominaba- quizás tuve una pesadilla… gracias Ana.
– No hay problema, descansa…
La rubia cerró la puerta y sus pasos se alejaron, dejando a la morena aún somnolienta y confundida, se dio la vuelta en la cama… y entonces sintió algo extraño, llevaba puesta su vieja y cómoda camiseta para dormir y su ropa interior de algodón, pero en sus pies…
De un movimiento se sentó y apartó las cobijas para encontrarse con que llevaba puestas sus zapatillas de Scorpius.
– ¿Eh? ¿Me dormí con ellas? ¿Pero en qué momento me las puse otra vez? -pensó confundida mientras encendía la luz junto a su cama- ¿Qué demonios?
Sacudió la cabeza ante la extraña alucinación ante ella… pero… no, ya todo se veía normal… por un instante le había parecido que sus zapatillas eran de un suave color azul, con varias esbeltas correas al tobillo y una afilada punta, y que sus altísimos tacones se clavaban profundamente en las sábanas y el suave colchón.
– Mmm… quizás aún estoy soñando -pensó mientras que por reflejo se quitaba las zapatillas blancas de tacón mediano y las colocaba a lado de la cama. Finalmente la chica pudo dormir, y sobre todo descansar en paz.
A las 4 de la madrugada la puerta del departamento se abrió lentamente y Ariadna entró casi de puntillas para no despertar a sus compañeras, había estado casi toda la noche en casa de su más reciente galán, un hombre atractivo y arrogante, tal y como le gustaban, pero por eso mismo acababan de tener una tremenda discusión y prefirió regresar al apartamento con sus compañeras.
Se había dejado seducir por él ya tarde la noche anterior y aceptó su invitación a cenar en su casa, luego cogieron placenteramente y después pelearon por una estupidez.
– Vaya pérdida de tiempo… -pensó molesta mientras silenciosamente caminaba por el pasillo. En ese momento recordó como había tenido que tolerar a la cerebrito en la salida de compras, y no pudo reprimir un suspiro.
– Otra pérdida de tiempo… -susurró para luego hacer una mueca de desagrado.
Entonces pasó frente al cuarto de Cynthia y notó que la puerta estaba ligeramente entreabierta, pensó cerrarla pero lo meditó brevemente y luego sonrió con malicia.
– Veamos como duerme la estudiosa… ¿Será pijama de abuela? -bromeó consigo misma antes de empujar lentamente la puerta hasta que pudo ver el interior del cuarto.
La morena dormía de costado y de espaldas a la puerta, respiraba de forma lenta y relajada, su hombro desnudo asomaba del cuello de su camiseta y su cabello cubría la almohada.
Ariadna no pudo evitar sentir una punzada al verla.
– Uff… que envidia -pensó mientras torcía la boca- yo no puedo estar más de diez minutos expuesta al sol sin quemarme como un vampiro y ella puede pasar horas bronceándose. Aaarrgg… la odio.
Entonces las vio, las zapatillas blancas de diseñador que Cynthia había ganado al entrar a la página de Scorpius, tuvo que admitir que eran exquisitas.
– Además de todo tiene muy buen gusto -caviló molesta mientras entornaba los ojos- esas zapatillas son… son…
Por un instante la trigueña se quedó paralizada mirando el calzado, incapaz hasta de pensar mientras todo le daba vueltas.
De pronto volvió en si…
– ¿Qué estoy haciendo? Si ella se despierta pensará que soy una pervertida… -pensó sacudiendo la cabeza mientras se daba la vuelta y salía silenciosamente del cuarto. Pero sin saber por qué volvió a dejar la puerta entreabierta.
Rápidamente entró a su habitación, se quitó su minivestido negro y sus zapatillas de altísimo tacón a juego, luego se quitó su sexy lencería negra, se puso su pijama, un conjunto de playera y pantaloncillos muy cortos y cómodos, de color gris de una tela similar a la seda.
Apagó la luz pero se quedó un momento en donde estaba, como pensando, luego dejó su puerta entreabierta y al fin se acostó a dormir.
– Mmm… necesito algo de música -pensó ya casi vencida por el sueño, encendió su radio junto a la cama en una estación de música clásica y cerró los ojos.
Apenas minutos después las zapatillas de Scorpius entraban silenciosas al cuarto de la trigueña. Ella ya dormía boca arriba, su cuerpo más alto y esbelto que el de la morena era terso y pálido como la porcelana, sus senos bajo la tela se insinuaban medianos pero firmes, de forma similar sus nalgas eran pequeñas pero musculosas, una de sus piernas se asomó de las cobijas, no eran tan torneadas como las de Cynthia pero eran más largas y esbeltas, las uñas de sus manos y pies estaban pintados de negro.
Su rostro suavemente ovalado mostraba unos brillantes ojos verdes enmarcados en larguísimas y rizadas pestañas, su nariz respingada y afilada combinaba perfectamente con sus rasgos, su boca tenía labios rojos y delgados que la hacían parecer dominante y agresiva.
Las correas como garras de las zapatillas se abrieron y cerraron ansiosas ante la vulnerable y deliciosa hembra en la cama.
Rápidamente subieron por un costado y sincronizadas se acercaron a su objetivo, una se introdujo entre las sábanas y la otra se acercó al pie expuesto, se sujetaron a las puntas de sus pies y poco a poco fueron subiendo hasta que, a la vez, se apoderaron de los tobillos de Ariadna, haciéndola arquear su espalda y sentirse totalmente indefensa, como si estuviera maniatada.
Por un instante las zapatillas se quedaron inmóviles, pues los pies de esa mujer eran claramente más grandes que los de Cynthia, pero en un segundo el calzado se alargó y expandió visiblemente hasta igualar el tamaño requerido por la trigueña, y luego en un rápido movimiento la forzaron a calzarse la prenda haciéndola gemir suavemente.
– Aaahhh… -exhaló mientras giraba su cabeza de izquierda a derecha al sentir un pequeño orgasmo apoderarse de su cuerpo.
Ariadna cayó en una extraña pesadilla, se encontraba completamente atada, sus brazos y torso atrapados en una compleja red de cuerdas que dejaban sus antebrazos cruzados tras ella y sus manos casi tocando sus omoplatos, las cuerdas se cruzaban una y otra vez, alrededor de sus senos, de su cuello, su cintura, incluso una que salía tras su cuello se encajaba en su boca y pasaba entre sus dientes, amordazándola por completo. Solamente sus piernas estaban libres de esa red y aun así sus tobillos estaban atados con una cuerda corta, permitiéndole caminar a pasos cortos pero no correr.
Ariadna estaba completamente desnuda y expuesta, atada y vulnerable, una presa sometida, una ofrenda digna de un antiguo dios pagano.
En su cuarto las piernas de la trigueña se cruzaban y descruzaban, se extendían, se abrían, de pronto la hicieron saltar de la cama y empezar a bailar por el cuarto de forma primitiva y lujuriosa, con sus manos inmovilizadas a su espalda a ritmo con una melodía de Strauss. En sus pies brillaban con la escasa luz de la ventana sus zapatillas demoniacas, color rojo intenso, tacones altísimos, puntas afiladas, dominantes y sensuales.
De vuelta en su mal sueño, unos extraños sacerdotes llevaban a la mujer por un obscuro pasillo sujetándola de los brazos, eran ancianos, vestían túnicas largas y llevaban báculos, iban rezando en una lengua que Ariadna nunca había escuchado, pero de algún modo esas palabras la aterrorizaron…
– ¡Nnnngg… nnnhh…! –gruñía desesperada en la mordaza, trataba de resistir pero atada como estaba no podía defenderse.
– ¡No… por favor… ¿A dónde me llevan?… Suéltenme! -pensaba mientras forcejeaba.
Finalmente llegaron a un cuarto de piedra adornado con algunas estatuas y relieves, pebeteros y antorchas iluminaban la estancia mientras con calma los sacerdotes ataban una cuerda fijada a una gran piedra a la cintura de la mujer y desataban sus piernas, acto seguido se marcharon.
– ¡Auxilio… alguien ayúdeme…! -trataba de gritar pero solamente podía gemir a la vez que forcejeaba inútilmente con la cuerda, entonces notó que en sus tobillos llevaba unas bellas pulseras adornadas con cascabeles.
De pronto un rugido bajo y largo se escuchó en el cuarto, aterrorizada Ariadna volteó en todas direcciones sin encontrar de dónde venía el sonido, luego lo volvió a escuchar pero ahora muy cerca de ella. Entonces pudo verlo.
Caminando de cabeza en el techo avanzaba una extraña bestia negra de tipo felino, con una melena como la de un león y ojos rojos, de un fluido movimiento bajó al piso y se quedó mirando a la mujer como si fuera un manjar.
– ¡Mmmm… nnnhhgg… mmm…! –aullaba mientras intentaba mantener distancia a pesar de la cuerda que la limitaba, retrocedió y saltó asustada haciendo sonar los cascabeles en sus tobillos.
Al instante la bestia la miró fijamente, sus ojos brillando con intensidad mientras cambiaba de forma hasta convertirse en una sombra con forma de hombre.
En la realidad la mujer bailaba de forma fluida y sensual por la habitación, como una deliciosa ninfa de placer, se recostaba en el piso, abría y cerraba sus piernas como tijeras, de un salto se levantaba de nuevo y luego bailaba abriendo y cerrando los muslos.
En la pesadilla Ariadna se quedó paralizada… en parte por ver el increíble cambio del ser, en parte porque los ojos rojos de Baal la fascinaban de una forma incomprensible para ella. La entidad la miró de arriba abajo, como analizándola.
Al fin la chica se sacudió la parálisis e intentó retroceder de nuevo asustada, el tintineo de sus cascabeles volvió a sonar, la sombra inclinó la cabeza, extendió una poderosa mano con garras, sujetó la cuerda y dio un poderoso tirón que arrastró a la trigueña por los aires, haciéndola caer en sus brazos negros como la obscuridad del templo.
– Mmm… -gruñó al quedarse sin aire al chocar con el cuerpo a la vez duro y suave de Baal, su aroma parecía una mezcla de fuerza, dulce y deseo. Entonces el ente la sujetó del cuello y la hizo recostarse de espaldas en la roca.
– ¡Nnnnn… nnnnggh… ooorrr… aaaoorr…! –trató de resistir la mujer mientras negaba con la cabeza y apretaba sus muslos.
Pero el ser solamente hizo un gesto levantando una mano y las blancas piernas de ella se levantaron como por encanto, perfectamente derechas, tiesas y verticales, la mano de Baal abrió los dedos y como un reflejo erótico las piernas de Ariadna se separaron en una amplia y sexy V.
– ¡Ayuda… Dios… ayúdenme…! –rogaba inútilmente en su mordaza al sentir esas manos tibias deslizarse por el interior de sus muslos, por sus redondos senos y ya duros pezones rosados, a la vez que sus traicioneras piernas cooperaban con su atacante.
En el cuarto ella se había recostado de espaldas en la cama, su boca abierta gemía suavemente mientras sus piernas bailaban y dibujaban figuras en el aire guiadas por sus rojas zapatillas demoniacas.
Dentro de la pesadilla Baal disfrutaba mucho la situación, le encantaba el sonido que las hembras humanas hacían al gemir, eran como la música de los cascabeles de la época anterior a Babilonia, pero su verdadero placer venía de someter, pervertir y poseer a las mujeres bajo su influjo.
Con la hembra morena gozaba al corromper su alma inocente para convertirla en un animal puramente sexual, aunque no le gustaba estar bajo el dominio del humano al menos le permitía disfrutar a las mujeres… ya encontraría la manera de librarse del control de ese mortal.
Pero con esta mujer la sombra se encontró con que su espíritu ya estaba muy receptivo a los placeres carnales, no había necesidad de corromperla, con una sola vez que la poseyera la convertiría en su esclava para siempre.
Precisamente por ser tan susceptible, a Baal le había sido fácil imponerle un par de sugestiones simples, incluso sin que ella tuviera que ponerse las zapatillas: que dejara las puertas abiertas y pusiera música había sido sólo el primer paso.
La sombra quería poseer a Ariadna pero así sería muy fácil, para que pudiera disfrutarlo de forma completa tenía que poder corromperla, doblegarla, quebrantarla, pero ella ya era una muñeca sexual, al menos en parte, le faltaba un último empujón que el ser fácilmente podía darle.
Con sus ojos como brasas Baal escudriñó lujurioso el alma de la mujer, como un Casanova lo hace con el cuerpo de su amante, buscando cada duda e imperfección… un momento después sonreía malicioso mostrando sus colmillos. Había encontrado como corromperla, un motivo para doblegarla, aumentando así su propio placer a niveles que ningún humano podía entender.
– ¡Nnnnhhhh… nngghhh…! -trataba de gritar Ariadna aterrorizada por la mirada ardiente y la sonrisa siniestra de la sombra, pero seguía indefensa, sus firmes senos apretados y dominados, los brazos inmovilizado tras su torso, su boca sometida a la mordaza y sus traicioneras piernas bien arriba y abiertas, sus esbeltos tobillos adornados con cascabeles posados involuntariamente en los negros hombros de Baal, sus pies completamente de punta.
Entonces la trigueña vio como la forma del ente fluctuaba ante ella, se volvía más pequeña, más esbelta, menos angulosa, mientras la negrura que la formaba se desvanecía dejando en su lugar un cuerpo humano…
Un instante después los ojos de Ariadna se abrían como platos por la confusión y la sorpresa, la sombra ya no estaba, en su lugar, entre sus piernas separadas y receptivas la miraba Cynthia mientras seguía acariciando el interior de sus muslos
Su mirada cargada de lascivia le quitaba el aliento…
CONTINUARÁ
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Relato erótico: “el legado (4) El trío perfecto” (POR JANIS)

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El trío perfecto.
Me adelanto al amanecer. Siento mi cuerpo rebullir, lleno de energía. Me calzo mis botas y ropa
deportiva. Tras revisar las vacas, empiezo a correr, esta vez, campo a través.
Estoy licuando tus reservas de grasa, aunque llevara cierto tiempo, pero te ayudará a perder peso.
“Gracias.” Sigo arrastrando mi corpachón a través de los bosquecillos, cuidando de no pisar los esquejes recién plantados. Tomo aliento al subir la loma. Me tiro al suelo y empiezo a realizar flexiones y abdominales. Enseguida me canso.
Tómatelo con calma. Roma no se construyó en un solo día.
“Lo sé, pero me molesta moverme tan torpemente. Dime, ¿te acostabas con la zarina?”
No, no soy tan idiota, aunque es verdad que se me insinuó en varias ocasiones. La zarina Alejandra era una gran mujer, con mucha más voluntad que su esposo, Nicolás II. Se podría decir que ella era la cabeza pensante del imperio, siempre en la sombra, claro, pues ella era extranjera, concretamente de ascendencia aria, nieta de la reina Victoria de Inglaterra.
“No lo sabía.”
Ella estaba fascinada por mis palabras, por mi seguridad, por mis ideas. En verdad, nunca quise ir en contra de los intereses de Rusia, pero toda aquella nobleza decadente no constituía más que un ancla para el país, y no dudaba en despotricarles, en criticar sus caprichos a la más mínima ocasión…
“¿Aún te asombra que te mataran?”, bromeo.
Si no hubieran sido Yusupov y aquel tonto de Demetrio, hubieran sido los bolcheviques. Mi destino ya estaba decidido. Lo que más me entristece es que tuvieran que asesinar a toda la familia imperial. Los Romanov no lo merecían, ni los niños tampoco.
“Se ha hablado mucho que la gran duquesa Anastasia había sido salvada por un soldado bolchevique.”
No. Los asesinaron a todos. Los fusilaron y, después, los pasaron a bayoneta. Los desfiguraron y rociaron los cuerpos con ácido. No querían que sus cuerpos fueran encontrados. La zarina y sus descendientes procedían de la más alta aristocracia europea, emparentados con varias casas reales. Fue una pena, María y Anastasia eran realmente bellísimas y alegres.
Desciendo la loma a buen ritmo y tomó un carril que conduce directamente a la comuna hippie. “¿Qué hay de todas esas mujeres que te rodeaban?”
Mi capacidad para observar y reflexionar me llevó a conseguir una inmerecida fama de vidente, de oráculo. No veía el futuro, solo que me daba cuenta de detalles que los demás no veían, y así podía vaticinar posibles eventos en un futuro inmediato. Los círculos de pensadores, en las grandes ciudades, solían invitarme a charlar. Las mujeres empezaban a buscar su emancipación; muchas confundían esa emancipación con un solapado erotismo. Eso y la magnética atracción de mi mirada, me brindó tantos cuerpos como quise.
Saludo con la mano a un vecino que ara sus campos con el tractor. Una niebla bajera cubre campos y caminos, lo que augura un día despejado y con sol. “¿Piensas que yo seré igual que tú?”
Por supuesto, somos muy parecidos. Yo te conduciré.
“Ya veremos.”
Me ducho y me quito los cuatro pelos de la barba – apenas me salen –, antes de desayunar. Las chicas no aparecen, seguramente dormidas. Hoy, fruta troceada y café con leche desnatada. En fin, es lo que hay. Arreglo varias cosas que había ido dejando a lo largo de meses, y, cuando estoy a punto de recoger alcachofas, Maby y Pamela se acercan, mordisqueando aún sus tostadas.
―           Mamá nos ha enviado a ayudarte – anuncia Pamela.
―           ¿Qué hacemos? – dice a su vez, Maby.
―           Coged una espuerta cada una. Hay que cortar las alcachofas de las matas, con cuidado, y dejarles un rabo de un par de centímetros, sino se pudren. En la caja de herramientas hay podaderas y aquí – señalo un cajón – guantes gruesos. Una de vosotras debería quedarse a colocar el contenido de las espuertas en aquellas cajas de madera, para que madre las revise y las selle.
―           ¡Si, jefe! – exclama Maby, saludando militarmente.
Mi hermana decide recoger la hortaliza y me acompaña, instalándose en la hilera de mi derecha. Estamos atareados, inclinados sobre las matas, cuando dice:
―           Anoche, le conté a Maby lo nuestro.
―           ¿Qué? – disimulo. No puedo decirle que las vi y las escuché.
―           Estuvimos hablando de muchas cosas, nos sinceramos… Le gustas, Sergi, y está dispuesta a probar…
―           No esperaba que fuera tan rápido…
―           Ni yo – me guiña un ojo, estirazándose. – También está dispuesta a probar conmigo, o sea, con los dos a la vez.
―           ¿Un trío? – pongo cara de tonto.
―           ¡Si! ¿No es maravilloso?
―           No lo sé, no he probado eso nunca. Supongo que si – digo, sin levantar la cabeza de mi hilera.
―           Por eso, le conté lo que habíamos hecho.
―           ¿Y ahora, qué hago yo?
―           Bueno, Maby está deseando probar si lo que le he dicho sobre tu tamaño es cierto. Solo tienes que ser dulce y agradable, y dejarte hacer.
―           Un hombre objeto, ¿no?
―           Pues si – Pamela me mira, algo extrañada por la reticencia que nota en mi actitud. — ¿No te place?
―           Creo que si. Es lo que cualquier hombre desea – respondo, encogiéndome de hombros.
―           ¡Bien! – exclama y echa a correr hacia su amiga.
La sigo, recogiendo su espuerta también. Le falta tiempo para contarle las nuevas a Maby, quien me sonríe como una loba al acercarme. Que peligro tienen estas dos.
―           ¡Tenemos que celebrarlo! ¿Verdad, Sergi? – me pregunta la morenita, adoptando una pose de inocencia, con las manos atrás.
―           ¡Si! ¡Esta noche, Sergi nos va a llevar de marcha! – dispone mi hermana. Muy maja ella.
―           Dejaros de saltitos y vamos a seguir con esto. Hay que terminar antes del almuerzo – las freno cuando empiezan a saltar a mi alrededor, como indias excitadas.
Llevo una hora esperándolas. Me he tomado ya dos tazas de té en la cocina. Mi madre me mira.
―           Eres un buen hermano, Sergio. Llevar a tu hermana y a Maby a la ciudad, para que se diviertan, es un gesto de agradecer. Te vendrá también bien a ti.
―           Alguien tiene que echarles un ojo, ¿no?
―           ¿A esas? – responde con una sonrisa. – Ya se destetaron hace tiempo. Pero, tú… bueno, puede que encuentres algo nuevo, fuera de aquí.
―           Estoy bien aquí, madre.
Ella asiente y sigue arreglando alcachofas para la cena. ¡Por fin! Ya llegan las dos… ¡Modelos! Otra palabra no puede salir de mi boca. Me dejan de piedra. Con una aparición así, pueden tardar otra hora, si quieren.
―           ¡Estáis preciosas, niñas! – las adula madre.
La verdad es que si. Son bellísimas, saben maquillarse profesionalmente, y disponen de ropas y diseños que no están al alcance de las demás chicas de su edad.
Esta noche, te vas a convertir en el más envidiado de los hombres.
Eso seguro. Pamela enfunda su pletórico cuerpo en un ajustado vestido dorado, que deja toda la espalda al aire y acaba un poco por encima de medio muslo, con unos flecos de pedrería. Su melena rojiza está peinada en una larga trenza que desciende por su espalda. Sus ojos destacan poderosamente bajo las largas pestañas postizas. Unas medias transparentes y de medio brillo protegen sus piernas, y, para acabar, unos botines espectaculares, dorados con una tira roja. En su mano derecha, un pequeño bolso a juego con los botines, y en su cuello, una cadenita con su nombre, complementan perfectamente el conjunto.
A su lado, sin desmerecer lo más mínimo, Maby posa, con una mano en la cadera. Porta un conjunto que ninguna otra se atrevería a llevar por la calle sin tener su apostura. Una gorra de plato, de cuero negro, cubre su cabello, peinado y engominado como un hombre. Sus ojos azules brillan, atrapados por los oscuros contornos que se derivan hacia sus sienes, otorgándole una apariencia felina. Sus labios carmesí, brillan con luz propia. Una torerita, también de cuero negro, cubre su torso y brazos, dejando entrever debajo, a veces, un corpiño, rosa pálido. En la espalda, la cazadora porta, en un elaborado bordado, una calavera con alas y la leyenda “Hell’s Anges”. Un diminuto pantalón vaquero, con los bordes deshilachados, cubre sus caderas, dejando parte de las nalgas al descubierto. Solo unos pantys de rejilla impiden la desnudez de sus nalgas. Me pregunto si llevara un tanga debajo. Unas altas botas, también negras y de estilo nazi, rematan sus pies. Al cuello, porta un estrecho collar perruno, con clavos y una cruz gamada.
Casi puedo preveer problemas esta noche.
Bueno, para estaremos con ellas.
Seguro.
―           ¡Sergi! ¿Así vas a salir? – me señala Pam.
―           ¿Por qué? – me miro. Pantalones vaqueros, amplios y limpios. Una sudadera verde oscura. Una camiseta debajo. Suficiente, ¿no?
―           Anda, tira parriba – me dice Maby, atrapándome de un brazo.
Me llevan al desván y abren mi armario. Reconozco que hay poco para escoger.
―           ¿Cómo eres de friolero? – pregunta la morenita.
―           Este, poco, casi siempre está en mangas cortas – responde mi hermana.
―           Soporto bien el frío.
―           Bien. Pam, trae unas tijeras, que vamos a operar – se ríe la cabrona.
Poco después, los pantalones vaqueros nuevos y limpios que llevo, quedan agujerados por las rodillas y muslos, con largos hilos cerrando en parte las roturas.
―           Te han quedado preciosos, Maby – dice Pamela.
―           Tengo experiencia. Vamos, fuera esa sudadera.
Me la quito. Examina la camiseta. También fuera. Por un momento, ambas contemplan mi torso desnudo. Tengo más tetas que Maby y un gran flotador de grasa en la cintura. Colgando de los tríceps de mis brazos, se descuelga carne fofa y grasienta. No hay apenas cuello, mis hombros se unen a mi mandíbula. Enrojezco, al adivinar lo que ellas piensan.
―           Aquí hay carne para las dos, ¿verdad? – sonríe Maby, mirándome a los ojos.
―           ¡Y que lo digas! Va estar buenísimo cuando acabe con ese régimen. Aunque hay que quitarle esos pocos pelos del cuerpo – comenta Pam, mientras repasa todas las camisetas que tengo. – Esta mola.
Es una vieja camiseta, incluso sé que está algo rota por la espalda. Es negra, tiene un trébol de cuatro hojas en el pecho y pone “Lucky Boy”.
―           No sé si me cabrá – digo, al ponérmela.
―           Da igual, solo me interesa lo que pone – contesta mi hermana.
―           Si, puede que la acabemos de romper nosotras – le dice Maby, con un codazo.
―           Esta noche, va a ser el tío con más suerte de la ciudad – sentencia mi hermana.
La camiseta entra, aunque estrecha. Maby me pasa una camisa que aún sigue empaquetada, sin estrenar. Es de franela, tipo leñador, con cuadritos azules y rojos. Nunca me han llamado la atención ese tipo de ropa.
―           Así, sin abotonarla, las mangas enrolladas… que peazo de leñador – me piropea Maby.
―           Le falta algo. Tiene que parecer aún más agresivo – sopesa Pam, con un dedo sobre la boca. – Ya sé. Ahora vuelvo.
Maby mira mis Converse con duda, una vez a solas.
―           No te van con ese look. ¿Tienes unas botas militares?
―           No, pero tengo unas de puntera de acero. Es casi lo mismo.
―           Perfectas. Sácalas, las limpiaremos.
No están muy mal. Una pasada de grasa y listas. Mientras, llega mi hermana, con algo que recuerdo que estaba entre las cosas del abuelo.
―           ¿Qué es eso? – pregunta Maby.
―           Mi abuelo tenía caballos. Esto es una muñequera para “desbravar”. La he limpiado y aceitado – explica mientras me la coloca.
Me cubre casi todo el antebrazo derecho, de un rígido y grueso cuero pardo. Lleva varias hebillas y correas, así como la marca de la caballeriza a fuego, justo en el centro. Los domadores de caballos se colocaban estas largas muñequeras para evitar lesiones y cortes con los mordiscos de los caballos.
―           ¡Qué chulo! – alaba Maby.
―           Un perfecto look salvaje. ¿Te gusta? – me pregunta Pam.
―           Si – es la verdad. La muñequera me queda perfecta. Me da un aire fiero, a lo Conan. Lástima que no tenga músculos para lucir.
Cuestión de tiempo.
―           ¡Pues hala, a Salamanca! – exclama Maby, empujándonos.
Antes de tomar la carretera a la capital, Pamela suelta, de sopetón:
―           Creo que este es el sitio y el momento ideal para darnos el primer beso a tres labios, ¿no os parece?
Maby palmotea, a mi lado – Pamela se apoya en la puerta de la camioneta – y yo me encojo de hombros, sin saber qué decir. Contemplo como mi hermana se inclina sobre su amiga y mordisquea sus labios, rabiosamente pintados. Maby flexiona el codo y atrapa la solapa de mi camisa para atraerme, sin ni siquiera mirar. Busco sus labios, pero mi cabeza es más grande y las obliga a separarse, así que optan por besarme las dos a mí. Es más fácil. Saboreo el regusto a menta y canela de sus chicles. El lápiz labial debe de ser de los buenos, porque no tiene sabor, ni se borra.
―           Habrá que ensayar más – se ríe Pam.
―           Las veces que necesites, putón – la pincha su amiga.
 Meto primera y aprieto el acelerador. El potente motor de la camioneta ruge. En dieciocho minutos, nos encontramos en Salamanca. Primero a cenar, son las nueve de la noche. Las llevo directamente al Musicarte, un restaurante para gente dinámica. Suele convertirse en un club a medianoche. Gente de mediana edad, matrimonios jóvenes, y, sobre todo, muchos grupos de trabajo. He escuchado hablar de él, pero no lo he probado.
  Bueno, qué decir de la llegada. Aparco la camioneta dos calles más allá. Las chicas se bajan, desplegando sus larguísimas piernas y estirazando sus ropas para quedar bien monas. Seguro que ellas ya se han puesto de acuerdo en cómo actuar, porque, sin una sola palabra, se cuelgan, cada una, de un brazo, apretándose bien contra mi cuerpo. Pamela lleva un largo abrigo de pelo negro por encima de los hombros, y Maby un largo impermeable enguatado, con colores de camuflaje militar. En Salamanca hace frío como para ir en plan matador. Bueno, al menos eso dicen.
  La gente nos mira al entrar en el local. Aún no hay mucha gente cenando, pero en la barra y algunas mesas, hay clientes tapeando y tomando aperitivos. Las tapas del Musicarte son famosas y de diseño. Pam se encarga de hablar con el joven que actúa de maître. Ha estado en sitios como este a lo largo del país, así que tiene más experiencia. Y así es, porque no tarda en conseguir una mesa. Ni siquiera me ha dado a pedir algo en la barra para esperar.
  Nos sentamos. Se arma todo un espectáculo cuando las chicas se quitan los abrigos que la adecentan. Siento las miradas clavadas en nosotros y casi puedo adivinar las preguntas que surgen en sus mentes.
¿Quiénes serán? Ellas parecen artistas. ¿Alguna famosa? Ese tipo no me suena. ¿Será el guardaespaldas? Tiene cara de eso, de bulldog. ¡Que cutre es vistiendo! Ese estilo ya no se lleva. ¡Lo que daría por tener a dos bombones como esos sentados a mi lado! Esas dos son putas, seguro. De lujo, pero putas. No hay nada más ver como van vestidas… ¡Mi madre! ¿Eso que lleva la pelirroja es un Christine Morant? Debe de ser rica para costearse un modelito así… ¡Dios! ¡Esas dos son la fantasía de mi vida! ¡Que suerte tiene ese cabrón! ¡Con lo feo que es!
Sentía a Rasputín reírse en mi interior, con esas frases que yo imaginaba y colocaba en boca de aquellos que nos miraban, casi sin disimulo. Me inflaba como un globo, disfrutando de mi momento, en silencio, claro.
―           Creo que estamos llamando la atención – susurra Pam, detrás de la carta del restaurante, escondiendo su risa.
―           Buenoooo… acabamos de empezar. Aún queda noche – sentencia Maby.
―           Joder. Vosotras estáis acostumbradas a que os miren así, pero yo me siento como en un zoo – rezongo, mirando de reojo a un tipo que se le había olvidado bajar la cuchara hasta el plato, mirando las piernas de Maby.
―           Tranquilo, peque. A ti apenas te miran, por ahora – me coge la mano Pam.
―           ¡Por ahora! ¡Jajajjaja! – la cristalina carcajada de Maby atrajo aún más miradas.
―           Bueno, concentrémonos en la carta – llamo su atención. – Estoy muerto de hambre. ¿Puedo pedir algo de carne, Pam?
―           Por supuesto, cariño – me derrito al escuchar ese apelativo. – Pide algo de buey o ternera, en su punto, pero nada de patatas, ni fritas, ni de ninguna manera. Guarnición de verduras. Nada de pan.
―           Joder con el sargento de hierro – protesto.
―           Haz caso a tu hermanita, que ella sabe de esas cosas – me aprieta un muslo Maby, por debajo del elegante mantel de tela.
―           ¿Podríamos pedir un buen vino? – sugiere Pam.
―           Yo no voy a beber nada de alcohol. Tengo que conducir y seguro que habrá controles de alcoholemia a la salida. Para mí, agua.
―           ¿Un Ribera, Maby?
―           Uuy. Ya sabes que el vino me pone muy cachonda…
―           Mejor – se ríe Pam, alzando una mano y llamando al camarero.
 Este no las tiene todas consigo. La sensualidad de las chicas le distrae fácilmente. Vamos, que si hubiera tenido que desactivar una bomba, lo hubiéramos tenido muy crudo. Aún así, toma nota. Un buen pedazo de buey sobre un fondo vegetal para mí; dorada a la espalda con setas y jamón para Pam; un mil hojas de foie con canónigos y salsa de grosellas para Maby, y, finalmente, una tabla de quesos, con nueces y dulce de membrillo, para abrir la boca. Todo eso me suena a chino. A mí me sacan del guiso casero, del filete con patatas, y la merluza, y me pierdo. Sin embargo, aquellos nombres maravillosos me hicieron salivar. ¡Mierda, con el régimen!
Pam cata el Ribera del Duero que trae el camarero y da su visto bueno. Ni siquiera sabía que entendiera de vinos. ¡Que poco conocía de mi hermana desde que se fue de la granja! Me hice el propósito de saber más cosas de aquellas dos diosas. Llena la copa de Maby y propone un brindis.
―           ¡Por el éxito de esta aventura! – exclama al alzar su copa.
―           ¡Por nosotros! – brindo a mi vez.
―           ¡Por los hermanos Tamión! – entrechoca su copa Maby.
―           ¿Por qué por nosotros? – pregunto, tras beber.
Maby alarga su mano y toma la de mi hermana, sobre la mesa. Su otra mano se pierde dentro de la mía. Nos mira a los ojos, alternativamente.
―           He llegado a un punto en que he tenido que detenerme y cuestionarme cuanto he hecho en mi corta vida. A mis dieciséis años, ya he conocido la ruindad del alma humana, donde la avaricia y el egoísmo acampan en libertad. Soy consciente de que lo que más me atrae, lo que me motiva, acabará por convertirse en mi ruina o me llevará a un agujero en algún cementerio de este país. Cada día desciendo un peldaño más hacia esas catacumbas de pecados y vicios que me llaman con voz de sirena…
―           Maby…
―           No, no me interrumpas ahora, Pamela. Me está quedando precioso – dice con una sonrisa. – Necesito que sepáis con quien os vais a unir. María Isabel Ulloa Mendoza, Maby para los amigos, es una enferma sexual, una zorra.
Deja en suspenso esas palabras, bajando la vista. Sabe cómo ponerse dramática la chica.
―           He participado en… bueno, digamos que he hecho cosas que ni siquiera salen en las producciones porno, por puro placer o aburrimiento, no lo sé. Me codeo con gente de baja estofa, de dudosa catadura moral. Traficantes, estafadores, asesinos… solo es cuestión de tiempo que me salpique algunas de sus lacras y me arrastren a un pozo del que no podré salir. No tengo a nadie que me salve. Mi madre anda por ahí, en algún sitio, tirándose a cuanto pilla, y no creo que se acuerde de su hija. Solo te tengo a ti, Pamela.
―           Oh, Maby – Pam inclina la cabeza y besa la mano de su amiga.
―           Es por eso, mi enorme osito Sergi, que no he dudado en interesarme por ti, en cuanto he notado que había algo en ti que me atraía. No es por decepcionarte, pero jamás creí que un chico como tú llamaría de tal manera mi atención. Al principio, no sabía bien qué era lo que me atraía. Eres el hermano de mi mejor amiga y debía tener cuidado. Pero, a cada día que pasaba, acumulabas más y más detalles, más pequeñas cualidades que, seguramente pasarían desapercibidas para los demás pero que, para mí, resultaban deliciosas. No sé explicarme de otra manera, por el momento. Solo te digo que encontrar a un chico que me llene de esta forma, sin ser un crápula, sin recurrir a los artificiales símbolos de la depravación, como las drogas, es acreedor de mi amistad y mi pasión.
Inspira con fuerza. Sus ojos amenazan con soltar un riachuelo de lágrimas. Sorbe y suelta nuestras manos cuando el camarero trae la fuente con quesos y sus complementos.
―           Maby, no sabía que fuera tan preocupante – la consuela mi hermana.
―           No es algo para comentar en la sobremesa – sonríe, a desgana.
―           Maby – las interrumpo. Tengo los puños cerrados y apoyados sobre la mesa. – No sé hablar como tú, pero debo responder a cuanto has dicho. Solo puedo decirte que me has emocionado realmente y que, aunque aún no te conozco bien, procuraré no fallarte jamás y ser siempre un amigo, un amante, o lo que tú quieras, para darte apoyo y cariño. Cuando necesites de mí, para lo que sea, por muy duro que sea, acude sin vacilar.
―           Oh, grandullón – Maby se cuelga de mi cuello y me besa repetidamente, en la mejilla, en la oreja, en la boca. – Significa tanto para mí… Estoy al límite, atrapada por mi propia ignorancia y mi debilidad. Aún no sé lo que siento por ti, bonito mío. No sé si es atracción, lujuria, o una fuerte amistad… Sé que no es amor, pues no creo en eso, pero, te juro que te respetaré cuanto pueda, y cuando llegue el momento en que ya no pueda seguir haciéndolo más, te lo diré, para que me tires a la puta calle.
―           Eso ha sido muy sincero, Maby. A cambio, yo te prometo que te ayudaré, te cuidaré, y te protegeré cada vez que lo necesites. Que te consolaré, te calmaré, y te amaré cuando estés de bajón, sin pedir nada a cambio – replico, abrazándola y alzándola de su silla.
En ese momento, soy consciente de que, de nuevo, las miradas se vuelcan sobre nosotros.
―           ¡Mala leche tenéis! ¡Me habéis hecho llorar! – dice Pam, golpeando mi hombro. ¡Pues yo no me quedo sin hacer mi discurso! Vamos a ver… Al contrario que mi querida amiga Maby, lo que siento por ti, hermano, si es amor. Tampoco sé si es un amor fraternal, carnal, romántico, o espiritual. Lo que sé es que llevo adorándote a distancia desde hace tiempo y, hoy, ha llegado la oportunidad de tenerte en mis brazos y compartirte con mi mejor amiga, mi compañera de piso y de trabajo, mi primer amor.
Maby se lleva las manos a la boca, emocionada. Por mi parte, estoy confuso con esa confesión. ¡Le llevo gustando desde hace tiempo a la diosa de mi hermana! ¿Cómo puedo atraer a chicas como ellas?
―           Si puedo estar con las dos personas que amo, plenamente, con ambas a la vez, compartiéndolas, seré la mujer más feliz del mundo, y no me importará lo que puedan pensar o decir de mí, ni padres, ni vecinos, ni jefes. Te quiero, Sergi, y te quiero, Maby.
Las chicas se cogen de las manos, las lágrimas ya en la calle.
―           ¡Me lo has quitado de la boca, cabrona! – dice Maby, sorbiendo con elegancia.
Ahora, para colmo, tengo las dos mirándome, esperando a que pronuncie esa especie de votos improvisados. Buff. Peor que una boda.
―           ¿Qué puedo decir que no hayáis dicho ya? Sois las dos bollicaos más buenas que jamás he tenido delante. Me habéis rescatado de mi solitario rincón y ofrecido el paraíso, el máximo sueño de cualquier hombre. Sois amigas y amantes y me admitís en vuestra cama. No puedo más que besar vuestros pies y juraros, al menos, amistad eterna, porque mi amor y pasión ya los tenéis.
Esta vez, son las dos las que me llenan de besitos, una por cada lado. Estoy en el cielo.
Cierra la boca que babeas.
El viejo Rasputín está al tanto, menos mal.
Decidimos terminar con los quesos. Pam me permite comer el queso fresco que hay en la fuente, con algunas nueces, pero nada de miel o dulce de membrillo. ¡Que malas! Los platos vienen enseguida. La euforia nos embarga, prestándonos alas. Devoro mi pedazo de buey y acabo antes que ellas. Maby me ofrece un pedazo de su hojaldre de foie, llevándolo a mi boca con su tenedor.
―           Solo probarlo. Eso tiene un montón de calorías – advierte Pam. — ¿Quieres pescadito, peque?
La miro de través. Se está pasando. Las dos se ríen, felices. Me acabo la botella de agua. Es toda una experiencia tener una cita con ellas. Maby suelta su tenedor y noto sus piernas estirazarse bajo la mesa.
―           Buff. Ya no puedo más – dice, hinchando el vientre.
―           Quejita – digo.
―           Polla loca – responde ella, deslizando su mano por la pernera, acariciando mi, hasta ahora, tranquilo pene.
―           ¡Eh! ¡Que yo aún no he acabado! – exclama mi hermana, con la boca llena.
―           ¡Te jodes! – se carcajea su amiga.
―           Chicas… estoy dándole vueltas a una idea – me miran. Mi tono se ha hecho más serio. – Esta decisión que hemos tomado ha sido muy rápida y, quizás, demasiado fácil. No podemos olvidar que conlleva ciertos riesgos, por lo que sería una auténtica gilipollez tomársela como un capricho y terminar la relación en unas cuantas semanas.
―           Tienes razón – asiente Pamela. Maby la imita.
―           Deberíamos poner un plazo mínimo – propone mi hermana.
―           ¿Un año? – esta vez es el turno de Maby.
―           Un año está bien. Si para antes de las Navidades del año que viene, alguno de los tres desea retirarse de este trío, lo podrá hacer sin dar explicaciones, como buenos amigos – expongo.
―           ¿Por qué sin dar explicaciones? – pregunta Maby. – Siempre hay un motivo y, a lo mejor, a los demás nos gustaría saberlo.
―           Porque entonces, peligraría nuestra amistad. Si conocemos a alguien fuera de nuestro círculo, surgirán los celos. Si nos tomamos ojeriza uno a otro, significaría poner al tercero en una comprometida situación. Pienso que es peor tener que explicar por qué quieres abandonar la relación. Ya será demasiado duro como para encima dar razones.
―           Tienes razón, peque. Pero hasta el año, nada de separarnos, aunque nos caigamos fatal – resume Pam.
―           ¡Hecho! – respondemos.
―           ¿Algún postre? Tenemos unos “bienmesabe” caseros muy ricos… — nos interrumpe el camarero.
―           No, está bien así. Tráiganos la cuenta, por favor – le corta Pam. – Si el peque no puede comer cositas dulces, nosotras tampoco.
―           Por lo menos, delante de tanta gente – se ríe Maby.
―           Deberíamos exponer nuestros puntos de vista. Puede que queramos incluir más normas a esta relación – dejo caer, mientras me estirazo, dejando ver bien la leyenda de mi camiseta. Hay sonrisas en algunos comensales masculinos.
―           ¡Normas, normas! Lo que me gusta es saltármelas… — dice Maby, con un pellizco.
―           ¿Ah si? Entonces, ¿puedo meterte treinta centímetros de un tirón, sin prepararte? – le susurro.
―           ¿Tre… treinta centímetros? – tartamudea.
―           Treinta y uno para ser exactos.
Maby mira a Pam, como para asegurarse. Mi hermana asiente y abre mucho los ojos.
―           Habrá que poner más normas, si – jadea la morena.
El camarero trae la cuenta y Pam saca su tarjeta. Yo protesto.
―           Esta noche, pagamos nosotras – agita un dedo Maby. – Ganamos más pasta que tú y nunca te hemos invitado. Cuando vayas a Madrid, nos sacas de juerga otra vez.
―           Vale.
Como todo un caballero, ayudo a las chicas a ponerse sus largos abrigos, sintiendo las miradas de envidia de la mayoría de los tíos. Cada vez me gusta más esto.
Pamela sugiere ir al Van Dyck, un lugar chic, lleno de pijos, y donde sirven los mejores cócteles de Salamanca. Es un sitio caro y exclusivo, pero las chicas se merecen eso y más. El local no está demasiado lejos y prefiero no mover la camioneta de donde está. Si nuestra llegada al Musicarte llamó la atención, no es nada comparado con la exhibición que las chicas dan en cuanto se quitan los abrigos, ya en el interior del club. No me encuentro muy a gusto allí, pero se nota que ellas están en su salsa. No se ve otra camisa de leñador más que la mía, ni otra muñequera de cuero. Allí no hay más que finos jerseys de Lacoste, pantalones de pinzas Daevo, o jeans Lewis, y mejor no hablaros de los zapatitos. ¡Náuticos en Salamanca en diciembre! Eso es sufrir para ir a la moda.
En fin, que destaco allí de cojones, vamos.
Pero ellas no le dan importancia alguna, porque para eso están ellas allí, para atraer las miradas de todos y de todas, y que nadie se fije en mí, más que para cagarse en mi suerte.
Como os cuento, nada más quitarse los largos abrigos, la gente más cercana empieza a revolucionarse. El local está cargado y tengo que empujar para llegar a un rincón, donde hay una mesa de tres patas, alta y pegada al muro. Un foco oscilante reparte chorros de luz en forma de círculos, tanto en las paredes como sobre nuestros cuerpos.
Al abrirme paso, la clientela me mira y pone mal gesto. No soy de los suyos, pero mi estatura los mantiene a raya. Escucho más de un gruñido. Sin embargo, en cuanto las chicas muestran su encanto, esa misma clientela parece olvidarse de mí, envalentonarse y acercarse a ellas.
Un rubito guapo, que aún porta las gafas de sol sobre la cabeza, casi enterradas en sus perfectos rizos, se coloca al lado de Maby y, le dice algo, casi metiéndole la lengua en la oreja. Yo me encuentro pidiendo en la barra, pero lo calo de un golpe de ojo. Creo que voy a tener que intervenir. Le paso un billete de veinte euros al camarero para pagar las copas. Me mira con sorpresa. No sé si valen más o no, pero no me paro a escucharle.
―           Barceló cola para ti – le paso la copa a Pam.
―           Síguele el juego – me susurra.
―           Vodka con zumo de naranja y unas gotas de Frangelico – me giro hacia Maby. – Y para mí, un trancazo de tónica.
―           Sergi, cariño, este es Rafa. Es un chico majo, ¿puedo ir a jugar con él? – me comenta Maby, aferrándose a mi cintura.
Le examinó con mirada crítica, de arriba abajo. Casi le saco veinte centímetros y al menos ochenta kilos de más. Se estremece visiblemente.
―           Hola – murmura.
―           Parece poca cosa, ¿no? – digo, señalándole.
―           Pero es muy guapo – tironea de mí la morenita. Sé que disfruta con el juego. – Porfi, porfi, solo un ratito.
Pídele dinero, mucho dinero, y veremos como reacciona.
El viejo Rasputín es de ideas rápidas.
―           Puedes ir, siempre que meta mil euros en mi bolsillo. Ya sabes que por menos, ni hablar – no aparto los ojos del tipo, que me mira con ojos desorbitados.
―           Rafa, Rafita, solo son mil euros de nada, y podremos irnos a jugar donde quieras. Te garantizo que no te arrepentirás – le enerva Maby, apretándose los senos bajo el blanco corsé que ha dejado al descubierto.
El color desaparece del rostro del chico. Pam, abrazada a mi espalda, se ríe. Maby le mira, con carita compungida, esperando la decisión del chico.
―           Lo siento. Creo que me he equivocado. Lo siento… tengo que irme… — balbucea Rafa, dando media vuelta y perdiéndose entre el gentío.
―           Joder, Sergi, me has hecho pasar por una puta – se contorsiona Maby de la risa. – No esperaba que salieras por ahí.
―           ¿Qué esperabas entonces? – pregunto mientras afano un par de altos taburetes para ellas.
―           No sé, que le asustaras con tu físico, o algo así.
―           Seguro que se lo ha comentado ya a todos sus colegas. No creo que nadie nos moleste más en un buen rato – dice Pam mientras la ayudo a subirse al taburete.
―           Esa es una buena pregunta – dejo caer al mismo tiempo que elevo por la cintura a Maby para depositarla en su taburete.
Las chicas lucen espectaculares en los altos asientos, con sus piernas bellamente cruzadas, atrayendo todas las miradas.
―           ¿Qué pregunta?
―           ¿Qué pasa si alguien llega del exterior y seduce a uno de nosotros? No sé, a lo mejor el simple capricho de una noche, o bien una necesidad…
―           ¿Quieres decir que si podemos estar con otras personas? – aclara Pam.
―           Si – me cuesta admitirlo. Que conste que lo estoy diciendo por ellas, que son las que tienen vida social.
―           No lo sé – reflexiona Maby. – Pienso que si nos hemos comprometido por un año entre nosotros, lo normal sería que no estar con nadie más. Una especie de compromiso.
―           O sea, nada de cuernos – Pam es rotunda.
Yo no estoy convencido y parece que se me nota en la cara, porque las dos me instan a decir lo que pienso.
―           Por mí lo tengo claro. No había estado con ninguna mujer hasta la otra noche, así que… pero vosotras sois diferentes. Trabajáis con modelos, de ambos sexos. Es un mundo bello y fascinante, ¿podréis resistirlo? ¿Podéis asegurarme que una noche, en una ciudad extraña, no buscareis el consuelo en vuestra hermosa compañera de habitación, aunque solo sea por un par de horas?
―           Visto así – las dos se miraron. Era muy posible.
―           Creo que lo mejor sería comprometerse a no tener ninguna otra relación, más que la nuestra, pero debemos ser abiertos a cuestiones de necesidad – trato de explicar.
―           O fuerza mayor – sonríe Maby, de forma pícara.
―           Está bien – acepta Pam. – Pero solo algo espontáneo.
―           Hecho – brindamos para aceptar la norma.
Alguien choca conmigo por la espalda. Me giro. Una chica se disculpa. Tiene los ojos más oscuros que he visto nunca. Parece semita, quizás pakistaní. No es muy guapa pero tiene algo que atrae. Vuelve a disculparse mientras se apoya en mi brazo. El tacón de su zapato se ha roto. Maby salta de su taburete para que la chica se siente. Me agacho y le quito el zapato, examinándolo. La cola se ha despegado.
―           Vaya, que fastidio. Tendré que irme a casa – se queja la chica, con un gracioso acento silbante.
―           Espera – le digo. – Maby, déjame tu collar.
―           ¿Qué vas a…? – pero me lo pasa tras desabrocharlo.
Con un par de meneos, arranco uno de las puntas aceradas que erizan su contorno. Uso el culo del vaso, ya vacío, para clavar aquella punta metálica a través del tacón. Se mantiene firme. Lo vuelvo a colocar en el pie de la chica semita.
―           Listo. Creo que te aguantará a no ser que saltes o bailes.
―           ¡Tío! ¡Muchas gracias! ¡Eres un mago!
―           No, que va, es que trabajo en una granja. Siempre hay que arreglar cosas con lo primero que pillas a mano.
―           Me llamo Sadhiva – se presenta. – Estoy en la universidad, acabando ingeniería.
―           Encantado, Sadhiva. Yo soy Sergio, ella es mi hermana Pamela, y esta su… compañera de piso, Maby.
Las chicas se saludan, como tanteándose, con esa manera que tienen las féminas de parecer civilizadas mientras se calibran.
―           De aquí no eres, ¿verdad? – pregunta Maby.
―           No. De Omán, pero llevo cuatro años en Salamanca. Es una buena universidad.
―           Hablas muy bien el español – la alaba Pam.
―           Gracias. Estudié la lengua en mi país, y aquí he perfeccionado. ¿A qué os dedicáis vosotros?
―           Como ya te he dicho, mi familia posee una granja que se dedica a varias áreas. Producimos madera, leche, hortalizas, y algunas cosechas por encargo.
―           Ah, interesante, una granja multitarea – se ríe de su idea.
―           Algo así.
―           Nosotras estamos en una agencia de modelos. Moda y publicidad, sobre todo – explicó Maby.
―           Era de suponer, sois muy guapas y muy elegantes – la lisonja tiene un punto de envidia. – Ha sido un verdadero placer, pero me tengo que ir. Quizás nos veamos en otro momento.
―           Por supuesto – replica Pam.
―           Adiós – me dice, colocando su mano en mi antebrazo.
―           Hasta la vista, Sadhiva.
―           Se me acaba de ocurrir otra pregunta – nos dice Maby, mirando como la chica omaní se aleja. — ¿Qué pasaría si uno de nosotros decidiera incluir a alguien más en el trío?
No supe que contestar, pero estaba claro que podía ocurrir. Al parecer, Sadhiva nos había caído a todos bien. ¿Quién sabe lo que podría ocurrir de seguir tratando con ella?
―           Supongo que deberíamos someterlo a votación. Si los demás estuvieran de acuerdo, no veo inconveniente. Pero sería algo muy puntual, ¿no? – Pam expone lo que es más lógico. Asiento, de acuerdo con la idea.
―           Si. Deberá gustarnos a los tres para incluir a otra persona, sea hombre o mujer – concede Maby,
Debo ir a por otra ronda para resolverlo con un nuevo brindis. Las chicas trasiegan alcohol como campeonas, yo sigo con la tónica. Nadie nos ha pedido carnet para comprobar la edad. La verdad es que ninguno aparenta la edad que tiene.
En un momento dado, las chicas se marchan al baño, dejándome solo. Paseo la mirada por el local. No podría definirlo pero me parece que las féminas se fijan en mí.
Claro que se fijan en ti. Las atraes.
“Venga, Gregori, soy un cacho de carne.”
Si, con ojos, con MIS OJOS. Aún es pronto, pero responden a tu llamada. No saben qué les impulsa a mirarte, pero lo hacen. Pronto empezaran a imaginarte en sus fantasías, y, entonces, no podrán resistirse a tus deseos. Cuanto más atractivo seas, más profunda será su subyugación. Así que ya puedes ponerte a ello.
“¿Y tú, qué ganas con todo esto?”
¿Por qué tendría que ganar algo?
“Jeje, vamos, Gregori, que no soy ningún tonto… sé que buscas algo de mí o algo que yo puedo conseguirte. Creo que para eso has estado guiándome, preparándome, ¿me equivoco?”
Aún es pronto para hablarte sobre ello. No te preocupes por el momento, lo que tenga que suceder, sucederá.
Tan críptico como siempre. Perfecto. Siento una mirada clavada en mí, desde hace un rato. Con disimulo, la busco. Tardo en encontrarla. Una mujer en la barra. No es ninguna jovencita. Tendrá unos treinta y tantos años. Charla con un hombre que está de espaldas a mí. Ella se sitúa de forma que pueda mirarme, pero parece que está mirando a su interlocutor. Lleva un peinado a lo Betty Boop, pero en rubio, y posee un cuerpo opulento por lo que puedo ver.
¿Notas como te desnuda con la mirada?
“La verdad es que noto su intensidad. No sé si me está desnudando o imaginando haciendo otra cosa, pero si noto perfectamente la fuerza de su mirada.”
Bien, progresamos a buen ritmo.
Maby regresa del lavabo, sola. Pregunto por mi hermana.
―           Se ha encontrado a Sadhiva al salir del baño. Nos ha presentado a sus amigos y Pam se ha quedado charlando. Esa tía no me cae mal, pero sus amigos son unos plastas. Prefiero aferrarme a ti – me dice, abrazándome y colocando su cabecita sobre mi pecho.
La mujer acodada en la barra se envara al distinguir a Maby. Interesante.
―           Tengo ganas de jugar contigo – me susurra Maby.
―           Y yo, niña.
―           ¿Niña? ¿Te parezco una niña?
―           Si, por eso me gustas. Una niña traviesa.
―           Entonces vale – y me besa con pasión.
Me retiro. No he respondido a su beso, aunque tampoco lo he rechazado.
―           ¿Qué pasa?
―           No creo que sea lo más idóneo. Deberíamos esperar a Pam.
―           Bueno, no hace falta. Ahí viene – señala Maby.
Pam sonríe, toma su vaso y le da un buen trago.
―           Creo que deberíamos hablar de otra regla – empiezo.
―           La de si debemos estar los tres para tener relaciones o bien dos pueden empezar hasta que se una el tercero. ¿Es esa? – suelta mi hermana.
―           Si, la has definido bien. ¿Estás molesta?
―           Puede.
―           ¿Por un beso? – se asombra Maby.
―           Hoy puede ser un beso, mañana otra cosa.
―           Que sepas que Sergi me ha retirado su boca y ha planteado la duda – aclara Maby.
―           Pero tú has empezado a besarle…
―           Basta – las corto rápidamente. – Nada de celos. Se supone que somos un trío. Debemos compartir, esa es la idea de un trío.
―           Tienes razón – se disculpa mi hermana. – Me he dejado llevar.
―           Creo que deberíamos estar siempre los tres – expone Maby.
―           Si, es lo suyo, excepto que tengamos que actuar de otra forma.
―           ¿Ejemplo? – pido yo.
―           Pues, digamos, en la granja. Si las dos subimos al desván, pueden escucharnos – explica Pam.
―           Podría subir una y después la otra. De esa forma, una de nosotras controlaría las escaleras – aporta Maby.
―           Si, es una buena idea. Entonces, podríamos resumirlo así: nuestras relaciones constituyen un trío permanente, salvo en el caso que, por motivos de seguridad y con el consentimiento de los demás, el trío deba convertirse en un dúo temporal o por turnos – Pam está inspirada, parece toda una abogada.
Brindamos por la cuarta norma y decidimos marcharnos de allí. Cuatro normas en nuestro primer día son suficientes, y eso que solo nos hemos besado. Siento que mis chicas están ardiendo y quieren bailar.
Hablar de La Pirámide es hablar de la noche, por excelencia, en Salamanca. En una pequeña ciudad, dedicada a las artes y la enseñanza, como esta, el público nocturno es bastante joven y, para más INRI, intelectual y exigente. La mayoría de los estudiantes universitarios de Salamanca manejan dinero, sea de sus familias, sea su cuenta becaria, o porque trabaja y estudia, a la misma vez. Salamanca es un destino muy elegido para estudiantes de todas partes de Europa, por lo que, a veces, esto se convierte en una pequeña Babel.
Toda esa masa de gente, de potenciales clientes, pasa, al menos una vez al mes, por las salas de La Pirámide, para bailar, ligar, asistir a un show, o, simplemente, deambular bajo su piramidión y admirar toda su decoración egipcia.
La Pirámide se nutre de mano de obra universitaria. Chicos y chicas trabajando en sus barras. Chicos y chicas actuando en sus plataformas. Todos vestidos con ropajes seudo egipcios y fantasiosos.
Allí es donde llevo a las chicas.
¿Cómo sé que ese sitio existe? Fácil. La disco mantiene un programa en la radio local. Pasa su música y anuncia sus espectáculos y sus noches temáticas. A veces escucho el programa cuando trabajo con el tractor.
Esta debe de ser una de esas noches temáticas porque la cola da la vuelta a la vieja fábrica sobre la que se erige La Pirámide. Dios, no vamos a entrar nunca.
―           ¿Cómo en Barcelona? – propone mi hermana a Maby.
―           Si, podría resultar. Sergi, tú te quedas a dos pasos detrás de nosotras, muy atento.
―           Ponte esto en la oreja – Pam saca del bolso el auricular de su móvil. – Así, por detrás de la oreja. Creo que dará el pego.
―           Pues vamos, hagamos de divas – se ríe Maby, quitándose su impermeable y colgándolo a su espalda de un dedo, como si estuviera en la pasarela. Su corpiño destaca poderosamente bajo la ropa oscura.
Pam la imita, pero no se quita el abrigo, sino que lo baja de los hombros, dejando estos desnudos. Comienzan a caminar, repiqueteando poderosamente los tacones, para que la gente de la larga fila las mire. Me sumerjo cómodamente en la comedia. Son diabólicas. Ellas son las divas, yo el hermético guardaespaldas que las acompaña de fiesta. Adelantamos todos los puestos de la fila y ellas se detienen ante los dos robustos porteros, con una pose de caderas y una sonrisa ladina, charlando entre ellas insustancialmente. Su postura indica que están esperando algo que dan por hecho, de lo que no tienen que preocuparse en absoluto. Me quedo estático, justo detrás de ellas, separándolas de la gente que protesta por su osadía. Los porteros me miran. Soy más alto que ellos. Entonces, Pam se gira hacia los dos hombres y con una sensual caída de su mano, dice:
―           Don Miguel nos está esperando – recompensa al hombre con una preciosa sonrisa.
Veo la mirada que se lanzan los matones y su leve asentimiento. Se apartan y pasamos. A nuestras espaldas, la gente silba, descontenta.
―           ¿Quién es don Miguel? – pregunto a Pam.
―           No sé, pero siempre hay un Miguel o un José. Cuestión de suerte. Lo que importa es la actitud.
Maby suelta una carcajada y cruzamos las puertas.
¡Que peligro tienen estas dos sueltas!
Las chicas dejan sus abrigos en el guardarropa. El local está a reventar. Ya se palpa en el ambiente que todo el mundo espera las fiestas. La música me atraviesa como algo físico. Maby alza los brazos y contonea sus caderas con sensualidad, acoplándose al ritmo de la música.
―           ¿Bailamos? – pregunta casi en un grito.
―           Antes tengo que ir al baño – contesta Pam.
Cierto, yo también. Con mi estatura, diviso donde están los baños y nos dirigimos allí. En el baño de caballeros, hay varios tipos haraganeando en el interior, entrando y saliendo de una de las cabinas individuales. Me miran susceptiblemente. Les ignoro, tengo más prisa en desaguar. Así que me concentro en lo mío. Ellos hacen lo mismo. Seguramente, estarán liados, esnifando coca. Allá ellos. Acabo y salgo. Las chicas aún no han salido del baño de damas. Cuando lo hacen, compruebo que también han retocado su maquillaje. Pam me quita el auricular del oído y hace que me lo guarde en el bolsillo.
―           Asume lo que en realidad eres – me dice.
Se cuelga de mi brazo. Maby la abraza por la espalda para escuchar lo que me dice.
―           ¿Qué soy?
―           Nuestro amante. El único que nos va a follar esta noche – y da un mordisco al aire.
―           ¡A la pista de baile! – exclama su amiga, arrastrándola.
Yo no bailo. Jamás he bailado, pero las sigo, pues quiero verlas. El gran espacio circular del centro de La Pirámide está colapsado por una masa de gente que baila. En otros rincones despejados, también se baila, algo más alejado de los potentes altavoces. Hay pequeños palcos a unos cinco metros de altura, pegados a las inclinadas paredes falsas que simulan los gruesos muros de una pirámide. Largas escaleras metálicas acceden a ellos, en donde se reúnen diversos grupos, charlando o besándose ávidamente. Una plataforma rectangular, en la cabecera de la pista, sostiene a un grupo de gogos, apenas vestidas. Las chicas no se han adentrado en la pista, seguramente para que pueda verlas. Se mueven bien, pero aún no se han desinhibido. Para eso, necesitan unas copas.
Así que me acerco a la barra más cercana. Una bonita muñeca oriental me atiende enseguida. Tengo que inclinar la cabeza para que pueda oírme y ella parece aspirarme, por un segundo. Sé lo que beben mis chicas, yo me conformo con una Coca Light. La camarera pasa un lápiz óptico por la tarjeta que nos han dado al entrar. Aquí no se va nadie sin pagar, desde luego.
Intento no derramar nada al llevar las bebidas. La gente me deja paso, más que nada para no recibir un pisotón de un 47 con una bota con refuerzos metálicos. Maby y Pam me dan un piquito al verme con sus bebidas, y me hacen un sitio para que baile con ellas. Yo agito la mano, negándome. Los tíos cercanos me miran con suspicacia y se retraen algo, pero no mucho. Las chicas están adquiriendo rápidamente admiradores.
La verdad es que ver esos adorables culitos contonearse es todo un placer. Más de uno está literalmente babeando. Maby tira de la mano de mi hermana y se me acercan.
―           Esto se ha vaciado – agita su vaso ante mí. – ¡Vamos a por unos chupitos!
―           ¡¡Si!! – grita Pam, cogiéndome del otro brazo.
Nos hacemos un hueco en una de las barras. Otra distinta a la de la chinita. Maby pesca un camarero.
―           Dos chupitos de Bourbon y uno sin alcohol, guapo.
El chico no tarda nada en ponerlos. Le paso la tarjeta y le indico que anote otras dos rondas más. Brindamos y bebemos al golpe. El camarero vuelve a llenar.
Cuando las chicas regresan a la pista, con nuevas copas en las manos, ya están desatadas. Junto con la mayoría de machos, las contemplo moverse lánguidamente, levantando la libido de cuantos las rodean, incluso de muchas chicas. Pam gusta de bailar con movimientos lentos, contoneando sus caderas, flexionando las piernas. Sus manos delinean su figura, una y otra vez. Creo que sería una estupenda stripper. Maby, en cambio, es más dinámica. Realiza complicadas musarañas en el aire con sus brazos y manos; contonea todo su cuerpo e incluso lo hace vibrar. Tiene menos caderas que mi hermana, pero agita su cuerpo como un terremoto.
Sonrío cuando sus cuerpos se pegan, frotándose con pasión. Cada vez más gente las mira, atraídos por el mensaje de sus cuerpos. Una cadera que roza una pelvis, dos nalgas que chocan, un pubis que se frota largamente contra unos glúteos apretados, mientras unos brazos abarcan y aprietan una cintura, o bien dos senos que se rozan con intención, deseando estar desnudos al hacerlo. Es cuanto todos queremos ver y lo que ellas desean transmitir.
Numerosos voluntarios surgen a su alrededor, dispuestos a bailar de esa forma con ellas. Virtuosos bailarines las retan con sus elaborados contoneos, pero ellas no ceden. Cuanto más las interrumpen, más se miran a los ojos, hasta que, al final, ya no separan las miradas. Maby acaba pasando sus brazos por el cuello de mi hermana y su baile se convierte en algo suave, lánguido y turgente, que no tiene nada que ver con la música que suena. Inconscientemente, los hombres han dejado de bailar a su alrededor. Están pendientes de lo que significa ese abrazo entre hembras. Noto la tensión sexual flotar en el aire.
Han excitados a todos los hombres que las miran. Están empalmados.
“Lo sé.” Aún me mantenía tranquilo porque, en el fondo, sabía que esto iba a suceder. No puedes abrir la caja de Pandora sin que acabe salpicándote, ¿no?
Pamela y Maby empiezan a comerse la boca, ante todo el mundo, abrazadas. Lo hacen con mucha delicadeza, sin prisas, mostrando perfectamente sus lenguas. Unas lenguas que entran y salen, que son succionadas, aspiradas, y mordidas; que brillan bajo los estroboscópicos focos, que prometen suavidad y dulzura. Esos besos serán recordados por mucho tiempo,
Pero también veo muchos rostros desencantados, labios que modulan palabras que no necesito escuchar para entender.
Tortilleras, bolleras, lesbianas…
Es hora de mojarme. Dejo mi vaso vacío sobre uno de los altavoces y me adentro en la pista, con valentía, conciente que, en segundos, todo el mundo va a estar pendiente de mí. Ellas me ven llegar y abren su abrazo para incluirme en él. Mis brazos abarcan sus hombros con facilidad. Posan sus lindas mejillas sobre mi pecho, el cual podría abarcar aún otra como ellas. Beso ambas cabelleras. Seguro que ahora hay tíos que me maldicen y se mordisquean los puños. ¡Esto es genial!
Les doy la puntilla. Levanto, con un dedo, el rostro de mi hermana. En sus ojos, leo la total aceptación de nuestra condición. Beso dulcemente sus labios, sabiendo que Maby nos está mirando, sin levantar la cabeza de mi pecho. Tras casi un minuto, abandono sus labios para apresar la boca de Maby, que ya me busca con urgencia. Saboreo el alcohol en ambas bocas y decido que ya es suficiente exhibición. Aún abrazadas a mí, las sacó de la pista. Pido unas copas nuevas y le pregunto al camarero sobre los palcos. Normalmente, hay que reservarlos al principio de la noche, pero, a estas horas, el que se queda vacío puede ser ocupado, con una mínima consumición de treinta o cuarenta euros
Le paso la tarjeta y conduzco a mis chicas hasta uno de los palcos, donde un camarero está recogiendo vasos y botellas.
―           Esta es una de las mejores noches de mi vida – dice Pam, mientras nos sentamos en un cómodo sofá de oscuro cuero. Yo en medio, ellas a cada lado.
―           Siento algo muy fuerte en el pecho – jadea Maby.
―           ¿Te está dando un ataque? – bromeo.
―           No, tonto – se ríe. – Lo siento cuando os miro… nunca he tenido una familia, un vínculo con alguien que me importara… sois mi primer vínculo, mi familia, mis amantes…
―           Oooh… que bonito, Maby – la toma de los hombros mi hermana. Las dos quedan casi tumbadas sobre mi regazo.
―           Te comería toda entera, aquí mismo – proclama Maby.
―           Pues como no le pongan cortinas a esto – digo yo y las dos se ríen.
―           Te hemos tenido abandonado, Sergi – se acaramela Pam, echándome los brazos al cuello.
―           No creáis. Me he divertido mucho con el espectáculo.
―           ¿Espectáculo? – frunce el ceño Maby.
―           Si, el show lésbico en la pista. Muy bueno. Por poco os violan los tíos que estaban a vuestro lado.
―           ¡Dios! ¡Ni nos hemos dado cuenta! – se lleva Pam una mano a la boca.
―           ¿Por qué creéis que os he sacado de la pista?
―           ¿Por qué estabas empalmado, cariñín? – bromea Maby, llevando su manita en busca de mi pene.
―           Va a ser que no, porque ya me esperaba algo de eso. Pero os tenía que sacar de allí antes de que se organizara algún lío.
―           Tendremos que refrenarnos un poco en público – reconoce Pam, viendo que hablo en serio.
Una chica menuda, con una peluca a lo Cleopatra, trae nuestras bebidas nuevas. Nos mira con picardía y asombro. Yo no le parezco lo suficientemente rico para disponer de dos chicas de lujo, ni suficientemente guapo como para atraerlas. Seguro que se pregunta qué es lo que pasa allí, pero se aleja con prudencia.
―           Sergi… — Maby me mira, haciendo un puchero.
―           ¿Si, hermosa?
―           Quiero ver esa polla… siento curiosidad.
―           ¿Aquí? – me asombro.
―           Nadie nos ve desde abajo y en el palco vecino, se están marchando.
Tenía razón. El otro palco, situado a una decena de metros, se estaba quedando vacío.
―           Vamos, hay que contentar a la chiquilla. No seas malo – me pincha mi hermana, bajándome la bragueta.
Me encojo de hombros, mi gesto más característico, y la dejo hacer. Tiene dificultad para sacar mi gruesa polla morcillona por la estrecha apertura de la bragueta. Maby está expectante, con sus manos en mi muslo y sus ojos clavados en mi regazo.
―           Diosss… — susurra, impresionada, al verla salir.
―           Aún crecerá más cuando se endurezca. Trae tu mano, tócala – le dice mi hermana. – Claro está que se toma su tiempo. Para llenar todo esto de sangre…
―           ¿No te volverá tonto si te quita la sangre de la cabeza? – se ríe Maby, al empuñar mi pene.
―           A veces parezco un zombie. Solo follo y babeo – sigo con la broma.
Es alucinante sentir las manos de mis dos chicas sobre mi polla. Maby se encarga de mi glande, Pam, de mis testículos, tras desabrochar completamente el pantalón.
―           Joder, Pam, cariño, ¿de verdad te metió todo esto? – pregunta Maby, algo incrédula.
―           Solo la mitad y creí morirme. No hay que ser demasiado golosa, al principio.
―           ¿Me vas a follar bien esta noche, Sergi? ¿Vas a meter todo este rabo en mi tierno coñito? – me susurra Maby casi al oído.
―           Si… si…
―           ¿Y no lo sacaras hasta que te corras, aunque te suplique que me lo saques?
―           Lo que quieras, Maby – me estaban haciendo una paja deliciosa entre las dos, alternando los movimientos de sus manos.
―           Te ayudaré a metértela lo más adentro posible – Pam le introdujo dos dedos en la boca, llenos de líquido preseminal, que Maby trago con fruición.
―           Entonces, yo te comeré el coñito mientras me la clava, cariño… ¡Joder! ¡Qué cachonda estoy, coño!
―           Pues entonces, es el momento de chupar – le baja la cabeza Pam, de un tirón de pelos.
Mi polla tapa su boca, pero no consigue abarcarla.
―           Espera, espera… déjame acostumbrarme, que esto es muy grande…
Se nota que es mucho más experimentada que mi hermana. Maby ha debido chupar unas cuantas pollas. Saca la lengua todo lo que puede, para dejar que mi glande se deslice por ella con suavidad. Traga hasta que puedo tocar su garganta. Su boca no da más de sí y siento sus dientes arañar el final del prepucio. No importa, su aspiración casi me levanta del sofá. ¡Ostias con la niña! Intenta meter un pedazo más en la boca, pero las arcadas la superan, incluso cuando Pam empuja su nuca.
―           No puede tragar más – le digo. – No tiene más sitio, a no ser que descienda hasta su estómago.
―           Aaaahhh… — Maby toma aire, al sacársela de la boca. – Demasiado grande para llegar más lejos. ¡Es inmensa!
―           Tómatelo con calma, pequeña – la aconseja Pam, antes de besarla largamente.
―           ¿A medias? – propone Maby, al separarse de los labios de Pam.
―           A medias.
Ambas se recuestan en el mullido sillón, encogiendo sus piernas y apoyándose en sus flancos. Se disputan mi polla como un juego. Sus lenguas descienden, una y otra vez, por el tallo de mi pene, intentando hacerme chupones por ambos lados, pero está demasiado rígido como para acumular sangre.
Mientras están atareadas, distingo a nuestra camarera en la barra. Le hago un gesto para traer más bebida. Vacío nuestros vasos llenos, de uno en uno, en una gran maceta que tengo a la espalda. La chica, tras unos minutos, sube las escaleras con tres copas en la bandeja. Sus ojos se posan en lo que surge de mis pantalones, justo en el momento en que mis dos chicas babean sobre el descubierto glande.
La camarera se queda sin saber qué hacer. No sabe si disponer las bebidas sobre la mesa, o bien retirarse para regresar después. Maby abre los ojos y la ve. Ni siquiera piensa en abandonar la mamada. Agita una mano, como diciéndole que siga con lo suyo, y vuelve a meterse mi rabo en la boca, ansiosa.
Sonrío a la chica, mientas acaricio los cabellos de mis dos chicas. Me encojo de hombros, como excusándome. La camarera se queda mirando un rato la increíble mamada y se marcha, las mejillas encendidas.
Estás aprendiendo muy rápido.
Su tono demuestra satisfacción.
Hazlas felices. Tócales los coños.
Desciendo mis manos, silueteando su cintura, la pronunciada cadera, los suaves muslos enfundados, hasta acceder, bajo sus nalgas, a sus ocultos tesoros. Maby levanta rápidamente una pierna, para dejar que introduzca mis dedos bajo sus jeans cortados. Maby, en cambio, suspira y empuja con sus nalgas. ¡Las guarras! ¡No llevan bragas!
Mis fuertes dedos agujerean los pantys con facilidad, pudiendo llegar con mis movedizos índices a donde pretendo. Sus bocas empiezan a demostrar demasiada urgencia sobre mi polla. Sus sexos están tan mojados que mis dedos patinan para profundizar.
Maby agita tanto sus caderas que creo que se va a caer del sofá. La mano libre de Pam empuja mi mano más adentro. Se corren casi simultáneamente, exhalando roncos gemidos sobre mi mojada polla.
Ya no aguanto más y se los hago saber. De alguna parte de su torerita, Maby saca un paquete de pañuelos y prepara varios de ellos, abiertos a su lado. Aplica sus labios sobre el prepucio y jala la polla con movimientos rápidos y fuertes. Pam me aprieta el escroto y los cojones. Con un rugido, descargo en la boca de Maby. El fuerte chorro la toma por sorpresa y expulsa algo de semen por la nariz. Tiene que retirarse para no toser, tragando a la desesperada. Pam la releva en un segundo, lamiendo el que se derrama por el tallo de mi polla. Pam lo deja todo limpio enseguida mientras la morenita se limpia con un pañuelo.
 
 

 

―           ¡Coño, avisa! Puedes regar el jardín con lo que echas – me amonesta Maby.
―           Lo siento, aún no controlo. Es mi segunda mamada – me disculpo.
―           Lo tuyo es de circo. ¡Total!
Pam se ríe. Toma su bebida y le da un buen trago para enjuagarse la boca. Maby levanta la suya.
―           ¡Por la inmensa polla de mi novio! – brinda con una carcajada.
Miro el reloj. Son las cinco de la mañana. Hay que pensar en volver a casa. Las chicas acaban sus copas y quieren la espuela. Con un suspiro, llamo de nuevo a la camarera. La chica se detiene un momento, al subir las escaleras, para comprobar que las chicas tienen las cabezas en alto y están hablando y riendo.
Deposita las bebidas en la mesa y carga los vasos vacíos. Me mira por un instante, como queriendo retener mis rasgos.
―           No te preocupes, monina. Si eres buena, para Reyes, tendrás una como esta – le dice dulcemente Maby, aferrando el bulto de mi polla, ya enfundada en los pantalones.
Enrojece de nuevo y baja, quizás demasiado aprisa, las escaleras. Puede que haya encontrado un nuevo motivo para que dos hembras devoradoras como mis chicas, estén con un tipo como yo.
Regresar a Fuente del Tejo resulta ser toda una epopeya. Primero, al salir de La Pirámide, seguidos por algunos requiebros alcohólicos, no hay un puto taxi. Las chicas no están muy en forma para andar hasta la camioneta. Tenemos que esperar casi diez minutos hasta que llega uno.
Al arrancar la camioneta, obligo a las chicas a ponerse el cinturón. Están realmente borrachas. El subidón de alcohol les ha pegado fuerte al final.
No hay suerte. A la salida de Salamanca, control de alcoholemia. Dos Patrol de la Guardia Civil. Lo clásico.
Buenas noches. ¿Le importa someterse a un control de alcoholemia? No, señor. Sople, señor. Las que están borrachas son ellas, ¿no las ve? He venido a recogerlas.
Nada, es como hablarle a un oso de peluche. El compañero no deja de darle vueltas a la camioneta, como buscando algo que les permita empapelarme.
Las chicas, de repente, abren la puerta y saltan fuera, sin abrigos. Necesitan orinar y quizás vomitar. Uno de los guardias les indica unos arbustos, fuera de los focos de los dos coches, pero puedo ver como todos los agentes admiran esas largas piernas. Yo sonrío, con las manos en el volante. Me dan paso para irme cuando las chicas regresan, ateridas.
 Al llegar a la granja, no me queda mas remedio que conducirlas a la habitación de mi hermana, intentando que guarden silencio, desnudarlas y acostarlas. El polvo que pensaba echarles, queda para otra oportunidad. Subo al desván y me acuesto. El pacto que los tres hemos firmado esta noche no para de rondarme la cabeza. Creo que es un gran paso responsable en nuestras vidas, aunque me da un poco de miedo.
Rasputín, como siempre, me tranquiliza, y, entonces me duermo.
                                  CONTINUARÁ
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 
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¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!/

Relato erótico: “Una jovencita y sus problemas trastocaron mi vida 4” (POR GOLFO)

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Ni siquiera desayuné en el chalet y tras coger las llaves, desaparecí rumbo a la oficina. Desde que cerré la verja, sentí que un todoterreno me seguía y creyendo que eran imaginaciones mías, enfilé hacia la autopista. No fue hasta llegar a la Castellana cuando reparé en que ese vehículo continuaba tras de mí y supe que no podía ser casualidad y que alguien observaba mis pasos. Recordando mi encuentro con la militar americana, comprendí que si no era su gente debía ser alguno de los secuaces del hermano de Lidia e indignado, aparqué el coche con la firme intención de que la próxima vez no les sería tan fácil el seguirme. Mi cabreo creció a pasos agigantados cuando Perico, mi socio, me informó que nos había caído un inspector de Hacienda pidiendo ver una serie de operaciones que habíamos hecho con el gobierno húngaro. Que entre todos nuestros contratos se centraran en los que habíamos ejecutado bajo ese gobierno populista de derecha tampoco podía ser fruto del azar y por eso asumí que los mismos que me estaban siguiendo eran los que habían propiciado esa auditoría.

Aún sin conocer mi pasado, el nerviosismo de mi socio estaba justificado ya que por nuestra actividad estábamos obligados a tener una hoja de servicios impoluta y cualquier sospecha de congeniar con posiciones radicales o de compras de voluntades podía provocar nuestra quiebra. Por eso, tomé el toro por los cuernos y me dirigí a la sala de juntas en la que ese inspector aguardaba que le diéramos la información. En cuanto abrí la puerta mis temores se hicieron realidad al ver a la pelirroja de la noche anterior sentada junto al funcionario. Que tuviese el descaro de presentarse ahí, demostrando hasta donde llegaba el poder de su agencia, me terminó de indignar y he de confesar que tuve que hacer acopio de la poca tranquilidad que me quedaba para no saltarla al cuello.

            -Soy Alberto Morales, el consejero de la empresa. Ustedes dirán en qué les puedo servir- alcancé a decir cordialmente mientras en mi interior crecía el instinto asesino.

            Sé que no le pasó inadvertido que hubiera omitido que la conocía y por eso mientras José Toribio, el hombre de hacienda, se presentaba, la tal Elizabeth se mantuvo callada con una hipócrita sonrisa en la cara. Tras esa rutinaria presentación, entró en materia y nuevamente me pidió la información sobre todo lo referente a nuestra actividad en Hungría. Como por norma interna teníamos todo al día, no me preocupó y dejando caer que dichos contratos no habían sido firmados por el gobierno actual sino por el anterior de signo contrario, le ofrecí compartir todos esos documentos con ellos subiéndolos a la nube.

Nuestra disposición a colaborar alegró al funcionario y rápidamente quedamos en abrir un Dropbox para ello mientras la mujer intentaba que no se le notara su decepción al enterarse del error que habían cometido al fijar su atención en esas licitaciones cuando las habíamos ganado bajo el gobierno de un partido socialdemócrata. Supe que no iba a ceder tan fácilmente cuando excusándose se levantó y saliendo de la sala, hizo una llamada. Aunque no pude escuchar lo que decía al haber una puerta de cristal entre nosotros por el tono y sus gestos al hablar se notaba que estaba cabreada. Solo se tranquilizó cuando tomando un bolígrafo comenzó a anotar unos datos en un folio, folio que al volver a la sala entregó a Toribio.

            El español un tanto cortado me informó que sus jefes habían decidido ampliar la petición de información y dándome el papel con una serie de contratos en él, me rogó que también subiera los documentos que los soportaban a la nube. Nada más echar una ojeada, comprendí que me estaban pidiendo algo que me era imposible dar, al ser material que había sido declarado clasificado por el estado español. Con la mejor de mis sonrisas, cogí mi móvil y llamé a Manuel Espina, mi contacto en el CNI, el centro nacional de inteligencia. Al contestar y tras avisar que ponía el altavoz, le comenté que tenía frente a mí a José Toribio de la Agencia Tributaria y que me estaba pidiendo datos sobre unos expedientes que obraban en su poder.

-Que coja el teléfono, quiero hablar con él en privado.

El inspector desconocía con quien se iba a enfrentar cuando tomó el móvil entre sus manos. Por ello, tanto Elizabeth como yo, fuimos testigos de su cambio de actitud y como su prepotencia inicial se fue transformando en turbación a lo largo de la conversación hasta que totalmente pálido colgó y me informó que con la información inicial le bastaba. Esa súbita bajada de pantalones despertó la ira de la pelirroja y sin siquiera despedirse, se fue de la oficina dando un portazo. Su falta de educación y mal perder me hicieron gracia y festejando esa pequeña victoria, tomé mis bártulos y me fui a mi despacho. Apenas había aposentado el trasero cuando la secretaria llegó con un folder en sus manos preguntando si era mío. Al levantar la mirada, lo reconocí de inmediato y sabiendo que era de la americana, pedí que me lo dejara diciendo que yo se lo haría llegar a su dueño.

Nada más tenerlo en mi poder, lo abrí por lo extraño que me resultaba que se lo hubiese olvidado. No tardé en comprobar que no había sido un lapsus, sino que se lo había dejado a propósito al ver que consistía en un informe completo sobre María. Que la DIA hubiera elaborado un dossier sobre ella me intrigó y a pesar de saber que era ilegal no pude dejar de leerlo. El alma se me cayó a los pies al darme cuenta que nuestro encuentro tras tan tantos años no tenía nada de casual y que había sido algo planeado cuando en el resumen biográfico de mi compañera descubrí que, según esa agencia de inteligencia, Lidia y la cincuentona eran pareja.

«Serán putas», exclamé para mí y sintiéndome usado, dediqué casi media hora a estudiar lo que los americanos sabían de ella.

Así conocí que al menos no me había engañado al decirme que había dedicado dos décadas a trabajar para Save The Children, una de las organizaciones humanitarias más importantes con presencia en más de cien países y cuya labor era unánimemente aplaudida por todos. Pero también que había obviado decirme que durante su estancia en Iberoamérica había entrado en contacto con Lidia y que ya como su compañera había dejado esa organización para convertirse en su mano derecha en la cruzada que la morena había emprendido contra las mafias políticas de su país. Pensando en ello comprendí que había sido María la que le había hecho llegar mis postulados juveniles y que por tanto era falso que su hermanastro fuese el que la había informado de mi existencia.

«Por poco que indagara entre nuestras amistades, esa zorra se hubiese enterado de dónde vivía y de cómo llegar a mí», sentencié mientras observaba una serie de fotos en las que ambas aparecían juntas, pero fue al ver una que les habían tomado en la cama cuando la certeza de que ese par compartían desde antaño caricias y sábanas, al tiempo que la misma lucha política, quedó patente.

Como no pudo dejar de ser, mi primer impulso fue volver a casa y ponerlas en la calle, pero entonces recordé que había otros actores en escena y que si lo hacía tendría que atenerme a las consecuencias. Sabiendo que si las echaba podría afectar los intereses tanto de los yanquis como de la facción comandada por el hermanastro de la morena, comprendí que no era prudente y que mientras descubría como zafarme de ellas, debía hacer como si no supiera nada y mantener una cierta normalidad. Es más, tras analizar detenidamente la situación, no me quedó duda alguna que el supuesto olvido de esos papeles era una muestra fehaciente de que los estadounidenses deseaban que conociera esa relación por algún motivo. Sabiendo que esos cabrones no daban un paso a lo loco, comprendí que me estaban mandando un mensaje:

«Comprendido», me dije sabiéndome en sus manos y que, de enfrentarme a ellos, sería mi ruina personal y económica.

Aun así, me resultó extremadamente difícil disimular mi enfado e involuntariamente descargué mi frustración en mis colaboradores, los cuales achacaron mi mal humor al expediente fiscal que nos habían abierto y no al problema que había caído sobre mis hombros al aceptar que esa arpía se quedara en mi hogar.

-Alberto, Patricia no tiene la culpa de que estés cabreado- me recriminó mi socio cuando me vio echando una descomunal bronca a una administrativa de la empresa cuando tardó unos minutos más de lo que consideré necesario en traerme unos papeles.  

Admitiendo que tenía razón y dada la hora que era, decidí salir de la oficina e irme a comer. Mi intención fue intentarme tranquilizar, pero lejos de conseguirlo mi enfado creció a ritmo agigantado al observar desde el hall del edificio aparcado el coche que me había seguido hasta ahí.  Estuve tentado de acercarme y presentarme, pero cuando ya me dirigía hacia ese vehículo de cristales polarizados cambié de opinión y aprovechando que en frente había una entrada de metro, me metí en ella. No pude evitar sonreír cuando de reojo observé que dos de sus ocupantes salían de su interior y corrían por la acera, intentando no perderme de vista.

«Hoy les va tocar hacer ejercicio», pensé mientras en el cajero de suburbano compraba el billete y los sujetos intentaban disimular.

Tras pasar los tornos de entrada, en vez de coger las escaleras automáticas, aproveché que se abría el ascensor para discapacitados. Entrando, me los quedé mirando muerto de risa al comprobar que tras unos segundos de indecisión salían a toda prisa por los pasillos intentando no perderme.

«Por mucho que corran tardarán al menos un minuto en llegar al andén», me dije al abrir la puerta y reparar que el convoy acababa de hacer la entrada en la estación.

Con tiempo de pensar, comprendí que era imposible que supieran en qué vagón me iba a meter por los que no les quedaría más remedio que subirse en el primero que estuviera a mano. Por eso en vez de salir, permanecí dentro sin asomarme. Tal y como preví, al llegar mis perseguidores entraron con la esperanza de volver a contactar conmigo cuando me bajara.

«Adiós, mes amours», mentalmente les despedí cuando el maquinista cerró las puertas y salió.

Tras lo cual, cambié de dirección y cogí el siguiente. Con la tranquilidad de saberme solo, me di cuenta de lo infantil de mi actuación ya que eso solo me daría un momentáneo alivio y que en cuanto volviera a la oficina, esos hombres estarían ahí. Aun así, me alegró el haber vencido esa primera escaramuza y disfrutando de mi victoria, decidí ir a un restaurante mexicano que conocía en el centro.

Acababa de pedir la comanda cuando escuché mi móvil y en la pantalla, vi que era Pablo quien me llamaba. Fue entonces cuando recordé que le había concertado una cita con Lidia para que valorara su estado mental.  A pesar de saber que todo era una pantomima y que esa arpía estaba cuerda, me interesó conocer si era tan buena actriz como suponía y si había sido capaz de engañar a un reputado psiquiatra como mi amigo. Por eso, contestando a su llamada, esperé a que me comentara su opinión sobre ella.

            -Chaval, a no ser que me equivoque, tienes un problema- me soltó a bocajarro tras los típicos saludos.

Como no pudo ser de otra forma, esa entrada me descolocó y directamente le pedí que me aclarara a qué se refería:

-Sinceramente no tengo un diagnóstico que darte. Mira que en mi profesión he visto de todo, pero no sé catalogar a la cría que me mandaste. Recuerdas que te hablé de un stress postraumático, pues olvídate. Esa monada no muestra ningún tipo de síntoma de ello. La seguridad que ha demostrado en mi consulta no es propia de alguien afectado por un trauma.

– ¿Entonces qué crees que le ocurre?

-Nada, absolutamente nada. Esa chavala tiene una de las mentes más ordenadas que me he encontrado en mis años de experiencia y por eso te advierto que tengas cuidado. No sé si debería contártelo ya que en teoría es mi paciente, pero si me atengo a sus palabras, Lidia está colada por ti.

-Eso dice, pero no la creo- molesto respondí.

-Yo tampoco. Es demasiado inteligente para demostrar ese súbito enamoramiento y pienso que sus actos están motivados por el interés. Quiere algo y no va a parar hasta conseguirlo. ¿Qué desea? ¡No lo sé! Pero lo que tengo claro es que te tiene enfilado y va a usar todas las artes de las que disponga para que bebas de su mano. Lo más prudente es que al volver a casa, hables con ella y le busques otro sitio donde vivir- traspasando los límites de su profesión afirmó preocupado.

Que mi amigo hubiese obviado la privacidad de la joven por nuestra amistad, me preocupó y al mismo tiempo me alegró, al darme cuenta que a pesar de su capacidad no había podido engañar a Pablo y despidiéndome de él, me puse a comer la estupenda sopa azteca que el camarero me había puesto enfrente.

«Al menos, esa zorrita de pelo largo nunca optara a un Óscar», sentencié satisfecho mientras meditaba sobre cómo librarme de ella, pero ante todo averiguar los motivos que le habían llevado hasta mi puerta.  Pensando en ello, me puse a repasar lo que sabía de ella buscando una explicación a su interés por mí. Desgraciadamente, por mucho que lo intenté no hallé nada que me dijera que utilidad podía tener yo para ella.

«No puede ser mi dinero, es rica de nacimiento. Tampoco puede ser sexo, ya que es lesbiana», me dije mientras pedía otra cerveza.

Tras elaborar una larga serie de hipótesis, a la única conclusión que llegué fue que tenía que seguir disimulando y aguardar a que algún error de su parte me revelara sus planes para ya conociéndolos actuar en consecuencia. Acababa de decidirlo cuando vi que uno de los tipos que me seguían entraba en el local y que, tras cerciorarse de mi presencia, volvía a salir a la calle.

«Vuelvo a tener compañía», rugí enfadado al percatarme de que la única forma que habían tenido para hallarme era que hubiesen triangulado la llamada y sabiendo que eso solo estaba al alcance de algún organismo oficial, supe que había un nuevo actor en plaza y que este podía ser mi propio gobierno.

Temblando de ira, llamé al camarero y pagué la cuenta, para acto seguido coger un taxi y volver a la oficina. Ni siquiera intenté comprobar si me seguían al darlo por hecho y por eso al llegar, tomé mi coche y retorné a casa mientras intentaba recuperar el sosiego. De poco me sirvió porque nada más entrar me encontré a esas dos putas departiendo animadamente con la pelirroja al borde de la piscina.

«Esto sí que no me lo esperaba», me dije cuándo, colgándose de mi cintura, María me presentó a Elizabeth diciendo que era la vecina que se acababa de mudar al chalet de al lado.

-Encantado- murmuré sin revelar que la conocía y aprovechando el calor que hacía, pregunté si no les apetecía darse un chapuzón.

-Yo, ya me iba- contestó la pelirroja recogiendo el bolso que había traído consigo.

-Por favor, quédate- comentó Lidia: -He preparado un guiso de mi patria y tenemos de sobra.

Rechazando la invitación, la norteamericana respondió que no podía porque tenía todavía cosas que desembalar. La morena aceptando la excusa no insistió y extendió la misma para el día siguiente, a lo que Elizabeth no se atrevió a rehusar y quedó en acompañarnos. Mientras la hispana la acompañaba a la puerta, María se acercó a mí y restregando su cuerpo contra el mío, me preguntó cómo me había ido el día.

-Nada importante que reseñar- respondí preocupado al sentir que mis hormonas reaccionaban a su arrumaco y que, bajo mi pantalón, crecía mi apetito.  

Mi erección no le pasó inadvertida y recreándose con sus dedos en mi entrepierna, la muy zorra musitó que ella también me había echado de menos y antes de darme tiempo de rechazar su ataque, se arrodilló ante mí liberando a la traidora.

– ¡Dios! ¡Cómo me pones! – exclamó al ver mi verga totalmente inhiesta y tomándola entre sus manos, la premió con un largo lametazo.

No quise ni pude dejar de caer en la tentación de sus labios y cuando abriendo los labios, se la metió en la boca decidí que no había nada malo en disfrutar de ese homenaje y sentándome en una silla, le pedí que se desnudara. La castaña no necesitó que se lo repitiera y dejando caer los tirantes de su vestido, lució su madura belleza ante mí. Juro que me sorprendió descubrir que tenía los pezones erizados, ya que eso era algo que no se podía controlar. Tras admitir que su excitación no era fingida y que por tanto era bisexual, separé las rodillas. Juro que pensé que al darle entrada iba a reiniciar la mamada, pero revelando la lujuria que la consumía, aprovechó para subirse a horcajadas sobre mí y empalarse.

-Llevo todo el día pensando en este momento- sollozó mientras notaba los pliegues de su vulva abriéndose para recoger en su interior la totalidad de mi tallo.

La humedad de su coño y la facilidad con la que le entró volvió a ratificar su calentura y clamando a los cuatro vientos lo mucho que deseaba ser usada, me rogó que le diese caña. Y vaya que se la di, levantándola en volandas, la coloqué sobre la mesa y actuando como un energúmeno, comencé a martillear su interior mientras exprimía sus voluminosos pechos. La madura no solo no se quejó del trato, sino que me azuzó a continuar mis embestidas comentando que tenía que castigarla porque había sido mala y que, aprovechando mi ausencia, se había acostado con mi princesa.

-No sabía que te gustaban tanto las mujeres- sin pizca de celos, respondí acelerando mis embestidas.  

Sin dejar de berrear y moviendo su pandero al ritmo en que la tomaba, replicó fuera de sí que nunca había estado con otra que no fuera ella. Algo en su tono, me hizo saber que no mentía y no queriendo descubrir que sabía la relación que mantenían, añadí que mientras me recibiera de esa forma al llegar a casa no me importaba compartirla con la hispana. Mi respuesta la volvió loca y sin pensar en otra cosa que disfrutar del momento, me imploró estar presente esa noche cuando la desvirgara.

-Lo único que voy a desvirgar será tu culo-murmuré molesto al escuchar que daba por sentado que haría mía a su amante.

Mi amenaza terminó de derrumbar sus defensas y pegando un alarido se corrió sobre la mesa. La profundidad y rapidez de su orgasmo me pilló desprevenido e impresionado seguí machacando su interior con mi estoque sin advertir que teníamos compañía.

-Si usted quiere, puedo preparar el ojete de su concubina para que no se lo desgarre- escuché a Lidia decir con voz excitada.

Al girarme hacia ella, descubrí que lejos de molestarle ver a su amante siendo tomada, estaba cachonda y que presa de su insana lujuria se estaba masturbando. Por un breve instante pensé en revelar lo que sabía, pero tras meditarlo decidí que no debía hacerlo porque con ello no ganaba nada y era más productivo mantener las apariencias.

-Lo pensaré, pero ahora vete a preparar la cena- rechazando su nada velada insinuación de querer participar, ordené.

El reproche que leí en su mirada me hizo reír y olvidándome de ella, busqué mi propio placer incrementando la velocidad y la profundidad de mis ataques consiguiendo con ello que María se viera inmersa de una serie de gozosos clímax que llegaron a su cima cuando mi verga explotó en su vagina.

-Te amo- la oí exclamar:  -y siempre lo haré.

Su hipocresía me indignó al saber que mentía y que realmente era la hispana de quien estaba enamorada. Pensando que la única forma de hacer que cometiera un desliz era confrontarla con la verdadera dueña de su corazón, decidí que a la primera oportunidad que tuviese iba a provocar que hicieran el amor conmigo de testigo y simulando unos sentimientos que no albergaba al sentirme traicionado por ella, susurré en su oído que yo también la amaba. Al oírme decirlo, algo se nubló en su mente y de improviso se echó a llorar.

– ¿Qué te ocurre? – alcancé a preguntar al ver que salía corriendo hacia la casa.

Sin saber dónde ir, María buscó a Lidia y junto a ella, salieron al jardín. Confieso que me quedé helado al escuchar sus sollozos y es que sin reparar en que podía oírlas a través de la ventana, le preguntó si estaban haciendo bien.

-Sí, mi amor. Ya falta menos- oí que Lidia le respondía.

Tuve que hacer un esfuerzo para no ir y exigir que me explicaran qué coño esperaban y sobre todo qué tenía que ver yo en sus planes, pero asumiendo que para saber la verdad tenía que aprovechar la debilidad que mostraba por mí la cincuentona, preferí echarme a la piscina con la esperanza que el agua fría me calmara. Desafortunadamente, de poco sirvió y tras media hora dando largos, lo único que conseguí fue cansarme y totalmente agotado, me fui a cambiar para la cena…

9

Ya vestido, al bajar al comedor, me topé con la novedad de verlas llevando sendos camisones, cuyo parecido no podía ser casualidad y recreando mi mirada en las curvas que dejaban entrever, pedí que me dieran de cenar. Actuando en sincronía, trajeron la comida y se sentaron una a mi izquierda y la otra a mi derecha, dejando de manifiesto que para ambas ellas eran iguales y que querían que las compartiera. Si de por sí eso era algo evidente, la hispana no tardó en ratificar mis sospechas cuando llenando mi copa de vino comentó que habían pensado que, a partir de esa noche, debíamos dormir los tres en la misma cama. Sin mostrar ninguna suspicacia, pregunté qué les había llevado a esa conclusión.

-Cariño- respondió María tomando la iniciativa: -Tu princesa se siente desplazada al no descansar con nosotros y aunque ya sé que no quieres hacerla tuya, he creído que no te importaría que, para que seamos felices, ella comparta con nosotros también esos momentos.

Sé que esperaban una negativa y por ello, respondí que me parecía bien, pero que en ese instante tenía hambre y solo podía pensar en comer.

-En serio… ¿me vas a dejar hacerlo? – descolocada preguntó la joven sin llegárselo a creer.

Acariciando su rostro con una de mis yemas, repliqué:

-Princesa, ya te expliqué que jamás te dejaría en la estacada y si para que estés contenta quieres dormir con dos viejos, no pondré ningún impedimento siempre que te comportes y no intentes sobrepasarte conmigo.

Sin asimilar la felicidad que intuí en sus ojos, lo que realmente me dejó anonadado fue observar que se le habían erizado las areolas bajo el tul del picardías y por ello, no me quedó otra que vaciar la copa de un solo trago al saber lo difícil que me sería vencer las ganas de desvirgarla esa noche.

-Prometo que solo lo abrazaré- replicó alternando la mirada con su amante mientras rellenaba mi vino.

No me extrañó que la que más contenta fuera la madura ya que, pegando a las dos aceras, para ella era un sueño tener a ambos a su disposición esa noche, pero he de reconocer que jamás preví que lanzándose a mis brazos buscara mis besos dándome las gracias por ser tan comprensivo con ellas.

-Tengo hambre- rehuí su contacto mientras recapacitaba si había hecho lo correcto al ceder tan fácilmente.

 Temiendo haber metido la pata, me dediqué a mojar bien el estupendo guiso que la hispana había preparado. De forma que al terminar de cenar había dado buena cuenta de al menos dos botellas y más borracho de lo que me hubiese gustado estar, comenté que las esperaría en el cuarto viendo una película. Ninguna de ellas puso objeción alguna y mientras se ocupaban de recoger la cena, subí a la habitación. Tal como les había anticipado, tras intentar infructuosamente ponerme el pijama, desistí y desnudo, busqué en la televisión algo que ver. La cantidad de vino que había ingerido en la velada provocó que me quedara dormido antes de que llegaran y entre sueños sentí que se acomodaban a mi lado. Supe que no llevaban ropa al sentir los pechos de ambas contra mi piel, pero estaba tan borracho y cansado que seguí durmiendo mientras notaba que comenzaban a acariciarme.

-Qué razón tenías cuando me hablabas de lo hombre que era- en voz baja murmuró la morena mientras recorría mi pecho con sus yemas.

-Ya te lo dije. A pesar de los años que pasaron, nunca conseguí olvidar sus besos- contestó con una ternura no exenta de sensualidad la que era su amante.

Inerme por el alcohol que había llevaba encima, no pude más que suspirar al notar que entre mis piernas mi sexo se levantaba e indefenso sentí que contrariando la palabra que me había dado, Lidia lo tomaba entre sus manos diciendo:

-Qué ganas tengo de sentir que se hunde en mí esta belleza y que tú estés a mi lado viéndolo.

-Pues imagínate yo, que antes de conocerte mi mayor deseo era que volver a ser suya- sonrojada reconoció María mientras colaboraba en mi violación acercando su boca a mi tallo.

La suavidad de sus labios elevó mi erección y muerta de risa, le comentó si no deseaba probar qué se sentía. La hispana no se lo pensó y sustituyendo a su amante, tímidamente comenzó a tantear con hacerme una mamada.

-Usa tu lengua y embadúrnala bien antes de metértela- ejerciendo de tutora, le aconsejó.

-Se dará cuenta de qué no eres tú- temerosa le arguyó mientras me daba un breve lametazo.

-Está demasiado borracho para percatarse del cambio y si por desgracia se percata, lo único que habrás hecho será anticipar lo que queremos.

Con los ojos cerrado, pero consciente de lo que ocurría entre mis piernas, estaba tan caliente que no me quejé cuando Lidia usó su lengua para recorrer mi glande siguiendo las indicaciones de su amante.

-No me puedo creer que lo estemos haciendo y menos que esté tan arrecha- sin alzar la voz musitó al tiempo que incrementaba su acoso introduciéndose unos centímetros la virilidad que mi sedienta garganta había puesto a su disposición antes de tiempo.

Cediendo a la invitación que llevaban inherentes sus palabras, María se levantó de la cama y mientras la morena iba tomando mayor confianza metiendo mi verga en su boca, le separó las rodillas y cayendo postrada entre sus piernas, comenzó a recorrer los pliegues de su amada.

-Vas a hacer que me corra- protestó esta al sentir los dientes de la madura apropiándose del botón de su sexo.

-Es lo que quiero, zorrita mía- sin dejar de mordisquearla musitó.

Impulsada por su propia calentura, sus dudas desaparecieron y abriendo los labios de par en par hundió mi estoque hasta el fondo de la garganta para acto seguido comenzar a follarme con su boca. Si no hubiese escuchado que era la primera vez que hacía una mamada, hubiese jurado que tenía experiencia cuando sin preocuparla ya que me despertara, se dedicó a masajear mis huevos mientras su amante incrementaba su lujuria mimando sus pliegues.

– ¡Por dios! ¡Me encanta! – suspiró al sentir que el placer se acumulaba entre sus piernas: – ¡Necesito sentirla dentro de mí y que me haga disfrutar como a ti!

– ¡Todavía no puedes! – exclamó María al ver que intentaba empalarse y tirándola de la cama con un empujón, fue ella la que en plan obseso se clavó mi verga.

La violencia de su asalto no me permitió seguir durmiendo y no queriendo descubrir que había sido consciente de todo lo sucedido, sonreí, Tras lo cual, aproveché que la hispana estaba todavía levantándose del suelo para decir si no le daba vergüenza ser tan puta teniendo de testigo a mi princesa.

– ¡Qué se joda! ¡Me tienes bruta y quiero que me folles! – replicó lanzándose al galope mientras Lidia la miraba llena de envidia.

Girándome hacia la joven, le recordé que tenía prohibido sobrepasarse conmigo y mordiendo los pezones de la cincuentona, le urgí a que me diera placer. Sintiendo a salvo su secreto, Maria no tuvo reparo alguno en soltar una carcajada y llena de alegría, usando mi polla como ariete, se dedicó a recochinearse de su amante diciendo que era ella la responsable de satisfacerme sexualmente y no mi princesa.

Con un cabreo de narices, por unos segundos, Lidia se quedó sin saber qué hacer. Pero entonces, recordando lo sucedido en la piscina, llegó hasta mí y acercando su boca a mi oído, me pidió permiso para preparar el culo de mi concubina.

-Todo tuyo – respondí ante la incredulidad y pasmo de mi ex compañera.

Con una sonrisa, la muchacha se agachó tras María y descargando un sonoro mandoble sobre las ancas de la mujer, le separó las nalgas y sin mayor dilación metió una de sus falanges en ese inmaculado hoyuelo. El berrido que pegó la madura al verse atacada por ambas entradas la hizo reír y contagiada de sus gritos comenzó a restregarse a su espalda mientras introducía otro segundo dedo en su interior. 

            – ¡Alberto! Dile algo, me va a romper- protestó María al sentir esa nueva invasión.

            Desternillado de risa, contesté:

            -Tienes razón- y dirigiéndome a la hispana, ordené que sumara otra yema.

-Mi señor, será un placer complacer sus deseos- rugió encantada la puñetera muchacha y sin hacer caso a los chillidos de su adorada, obedeció.

María se derrumbó sobre mí de dolor, pero eso no me amilanó y mientras Lidia seguía forzando el ano de la madura, aumenté aún más si cabe la velocidad de mis caderas haciendo que nuestra víctima se corriera sin remedio. Carcajeándose de ella, la cruel muchacha le recriminó su poca entereza e informándome que ya tenía el culo listo, me rogó que se lo rompiera diciendo:

-Ya que no quiere usted desvirgarme, que sea el trasero de su otra concubina.

No tengo empacho en decir que le hice caso y poniendo a María a cuatro patas sobre las sábanas, tomé posesión de su trasero con un doloroso arreón.

– ¡Cabrones! ¡Sois un par de cabrones! –aulló esta al sentir mi verga solazándose en sus intestinos, llena de sufrimiento, pero sin apartarse.

Su entrega me permitió comenzar a acuchillarla con rapidez y subyugado por la presión que este ejercía en mi miembro cada vez que la penetraba, no dije nada cuando abrazándome por detrás, Lidia me rogó que las amara. Sus duros y juveniles pechos clavándose en mi espalda me azuzaron a continuar y tomando la melena castaña de la madura, la usé como riendas a las que aferrarme mientras la montaba.

-Maldito, me estás matando, pero ¡me gusta! – exclamó la yegua que se había convertido a su jinete moviendo sus caderas al compás que este la marcaba.

Su exabrupto me dio alas y estrujando sus pechos, le reclamé si había hecho algo sobre la condición que le había puesto para venirse a vivir a casa.

-No sé qué me dices- aulló descompuesta al notar que todo su ser iba a colapsar y que no tardaría en correrse.

-Te recuerdo que quedaste en ir a un médico para quedarte embarazada- grité mientras descargaba otro azote sobre uno de sus cachetes.

 Todavía hoy en día no sé cuál fue la gota que derramó su placer, si esa ruda caricia o que insistiera en mi deseo de preñarla, pero lo cierto es que, colapsando entre mis piernas, María se vio imbuida en un orgasmo sin paragón y cayendo sobre el colchón, comenzó a retorcerse mientras me juraba que al día pediría cita en una clínica. Al hacerlo, mi pene se desprendió de ella y de pronto me vi insatisfecho. Sin otro coño a mi disposición que no fuera el de Lidia y como este me estaba vedado, me giré hacia ella con el arma en ristre comencé a masturbarme frente a su cara.

-Mi señor, ¿qué quiere que haga? – preguntó la joven al verme pajeando a escasos centímetros de su boca.

Soltando una carcajada, respondí:

-Abre tus labios y bébete la semilla que andas buscando que germine en ti, pero que nunca obtendrás.

 Confieso que mi intención había sido humillarla y que jamás pensé que aceptara, pero entonces con un extraño brillo en sus ojos se agachó y acercando su rostro a mi polla, esperó la explosión que se avecinaba con la boca totalmente abierta. El deseo que intuí en ella fue el acicate que me faltaba para dejarme llevar y no tardé más que unos momentos en llenar su garganta con mi semen. Ante mi sorpresa, la joven no empezó a tragar hasta que descargué toda mi producción láctea en ella y solo cuando intuyó que no iba a lanzar otra nueva andanada en ella, cerró sus labios y sus ojos para a continuación comenzar a deglutir lentamente mi esencia con una expresión casi beatifica en su rostro.

«¿A esta qué le ocurre?», me pregunté al ver que con los pitones erizados disfrutaba lo que en teoría había hecho para castigarla.

            Por eso me cogió con el pie cambiado cuando tras terminar de saborear mi regalo, Lidia me preguntó si eso significaba que a partir de ese momento pensaba premiarla de esa forma cuando cumpliera mis órdenes.

            -Eso depende de cómo esté de ánimo- repliqué al sentir que había fallado y que, en cierta manera, esa chavala se había salido con la suya.

Esa sensación se incrementó cuando sonriendo me soltó que por ahora eso le bastaba y que no dudara en usarla así, cada vez que quisiera.

-Esta noche cuando en mis sueños recuerde que mi dueño dio de beber a su princesa… ¡seré feliz!

Sabiendo que no tenía remedio, me tumbé en la cama y por primera vez dormí en compañía de esas dos lamentando a cada instante haberme dejado llevar por la lujuria.

Relato erótico: “Donde nacen las esclavas III” (POR XELLA)

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Sofía sentía frío. Empezó a abrir los ojos, poco a poco, entre fuertes dolores de cabeza, ¿Qué había pasado?
No sabía bien donde estaba, parecía… ¿Barrotes?
Aún no veía con claridad y, donde se encontraba no había ninguna luz.
Intentó mirar alrededor pero no le sirvió de mucho, intentó moverse, pero había algo que la bloqueada esos… barrotes estaban por todos lados, no tenía mucho sitio para moverse. Algo la molestaba en el cuello, se acarició de las manos y se encontró con una especie de collar que llevaba puesto. del collar salía una especie de cadena… Sofía comenzó a asustarse.
Su miedo aumentó cuando se dió cuenta de que estaba desnuda, ¡Desnuda! Los recuerdos comenzaron a volver a su cabeza, ¡Estaba en Xella Corp! El pánico comenzó a abordarla, su último recuerdo era estar yendo al despacho de Marcelo… La cabeza le dolía. De repente todas las luces se encendieron, cegándola. Entonces, mientras recuperaba la visión, reconoció donde estaba. Una sala enorme, llena de jaulas… ¡Y ella estaba dentro de una! “¡NO NO NO! ¡Esto no puede estar pasando!” Pensó.
Un guardia que acababa de entrar era el que había encendido las luces.
– ¡Oiga! – Le llamó Sofía. – ¡OIGA!. – El hombre se giró hacia ella.
Las mujeres que estaban en las jaulas contiguas se apartaron todo lo que pudieron de ella, y se acurrucaron en un rincón, mientras la miraban como si estuviera loca.
– Tiene que sacarme de aquí. – Continuó la reportera. – ¡Yo no tengo que estar aquí! ¡Estaba haciendo un reportaje! Pregúntale a Marcelo, ¡Él te lo dirá!.
El guardia se iba acercando lentamente a la jaula. Con desgana, rebuscó en una carpetilla con papeles.
– Sofía, ¿Verdad?
– ¡Sí! – Contestó la mujer, con optimismo.
– Aquí no pone nada de que tu captura sea un error… Es más… Tu entrenamiento comienza hoy… – Sofía se puso pálida, ¿Entrenamiento? – Y parece que va a ser muy divertido… – Una sonrisa macabra se dibujó en la cara del guardia.
– ¿Qué? ¡NO! ¡No me podéis hacer esto! ¡No tenéis derecho!
¡PAM!
El guardia dió un fuerte golpe en los barrotes de la jaula con una porra, haciendo callar a Sofía.
– ¡Cállate perra! ¡La que no tienes derechos eres tú! ¡Ahora no eres más que una esclava! Así que no hagas ninguna tontería o tendrás tu merecido.
– ¡No soy una esclava!
El guardia se había cansado, volviendo a acercarse a la jaula introdujo por los barrotes el extremo de una barra metálica. Sofía no sabía lo que era pero, en cuanto la tocó, una gran descarga eléctrica la recorrió entera, haciendola gritar y dejándola tendida en el suelo de la jaula.
– Ya me he cansado de hablar contigo, perra. Todavía no tenemos permiso para tocarte, pero en cuanto empieces tu entrenamiento…
Sofía miró al hombre desde el suelo, con cara de asustada. ¿Cómo coño se había metido en ese lío?
– Y no vuelvas a molestarme si no quieres que te vuelva a tocar con mi amiguita… – Continuó el hombre, alzando la barra con la que le había dado la descarga. – No tendré reparos en asarte como un pavo como me toques los cojones…
Se dió la vuelta y se fué, dejando a Sofía electrocutada y sola, arrinconada en un rinconcito de la jaula…
El tiempo pasaba y allí no había ningún cambio, de vez en cuando algún guardia se acercaba a alguna jaula para increpar a la chica que la ocupaba, o traían y se llevaban a alguna de las chicas. Empezaba a dolerle el cuerpo de estar en un espacio tan pequeño, y empezaba a tener sed… Miraba el falo de plástico que colgaba en un lado de la jaula, conectado a un depósito de agua y recordaba la función que le habían explicado que tenía… Se negaba en redondo… Antes moriría de sed.
Había intentado hablar un par de veces con alguna de las chicas de las celdas contiguas, pero estas la habían evitado. Lo más que consiguió fue que una de ellas le dijera que la dejara en paz, que no quería recibir un castigo.
El tiempo pasaba muy despacio… No sabía cuanto llevaba de día pero le parecía una eternidad. De repente, la puerta se abrió y, en vez de entrar un guardia, entró una mujer.
– ¡Angélica! – Exclamó Sofía. – Por favor, ¡Tienes que sacarme de aquí!
Mistress Angélica la miró, desde el otro lado de la sala, le dijo algo a un guardia al oído, y éste se dirigió a la jaula de Sofía, abriéndola y dejándola salir.
¡Por fin! ¡Ese calvario iba a acabar! Sofía se estiró nada más salir de la jaula y el guardia le dió un tirón de la cadena, apresurándola para que caminase hacia Angélica.
– ¡Vale vale! No seas tan brusco… Ya voy… – A Sofía no le desaparecía la sonrisa de la cara, estaba deseando que le devolvieran su ropa ya y salir de aquél lugar. – Muchas gracias, Angélica. – Dijo, sin contener su alivio. – He pasado un rato horrible, ¿Por qué han hecho est…
¡ZAS!
Un rápido fustazo en sus nalgas hizo que Sofía dejara la frase a medias para sustituirla por un grito.
– ¿¡Qué creés que estás haciendo!? – Gritó sorprendida la reportera.
¡ZAS!
Otro fustazo, en el otro lado del cuerpo. Sofía estaba confundida, el guardia seguía a su lado, sin moverse, sonriendo.
– Ponte de rodillas. – Susurró la dominatrix.
– ¿Q-Qué?
¡ZAS!
– ¡Obedece!
¡ZAS!
¡ZAS!
Sofía se arrodilló, intentando cubrirse con las manos de los fustazos que le proporcionaba la mujer.
– ¿P-Por qué…? – Susurró Sofía.
– Por desobediente, una esclava debe saber como comportarse ante su ama.
– Y-Yo… Yo no soy una esclava… Soy periodista…
¡ZAS!
– No hables si no eres preguntada. – Replicó Angélica. – Y te dirigirás a mí con respeto, no has olvidado cómo, ¿Verdad?.
Sofía calló y agachó la cabeza, las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, pero se negaba a llorar delante de aquella mujer.
¡ZAS!
– ¡Te he hecho una pregunta!
Sofía estalló de rabia, saltó desde el suelo para llevarse por delante a esa odiosa mujer. Un tirón de la cadena que la aferraba por el cuello la hizo detenerse en medio del ataque, y un par de puñetazos en el estomago propinados por Angélica consiguieron que volviese a caer al suelo.
– Vaya vaya… esta perra tiene genio… esta bien, así será más divertido. – Comentó divertida Angélica.
¡ZAS!
¡ZAS!
¡ZAS!
Rápidos fustazos cruzaban el cuerpo de Sofía.
– No te preocupes zorra (¡ZAS!), no tardarás (¡ZAS!) en aprender (¡ZAS!) cual es (¡ZAS!) tu lugar (¡ZAS!) – Angélica acompasaba el ritmo de sus palabras al de los fustazos.
– ¡Para! ¡Por favor! – Gritaba Sofía. – ¡Ya vale! – Angélica no paraba, Sofía sabía lo que quería oir. – P-Por favor, mistress, ¡Por favor! ¡No volveré a hacerlo!
El oir como Sofía se rendía produjo una gran satisfacción en la dómina, aunque sabía que en este momento sólo lo decía por el dolor, no tardaría en sucumbir ante ella de manera total.
Con un movimiento de la mano pidió la cadena al guardia, que se la tendió rápidamente.
– Vamos perra, vas a acompañarme a un sitio muy divertido.
Sofía se levantó y se dispuso a seguirla.
– ¿Alguien te ha dado permiso para levantarte?. – Dijo mistress Angélica, acariciando la fusta. – Las perras caminan a cuatro patas…
Sofía volvió a echarse al suelo derramando lágrimas de impotencia ante la situación ante la que se encontraba.
Angélica comenzó a andar y Sofía la siguió. Caminaban bastante despacio, a la chica le costaba andar en esa postura. Después de un rato en el que a Sofía le comenzaron a sangrar las rodillas se detuvieron ante una puerta.
– Creo que no viste estas salas durante tu visita, ¿verdad?. – Preguntó Angélica mientras abria la puerta.
Una gran sala se abría ante Sofía. Una gran sala vacía. Bueno, realmente no estaba vacía. Las paredes estaban llenas de instrumentos que hicieron que Sofía volviera a echarse a llorar: látigos, cadenas, fustas, picanas eléctricas, consoladores, esposas…
Avanzaron hacia el centro de la habitación y Angélica enganchó la cadena de Sofía a otra que colgaba del techo. Después fué a un rincón y recogió algo que la reportera no fué capaz de reconocer.
La dómina se acercó.
– ¿Reconoces esto? – ¡Era su cámara! – Ya hemos visto todo el material que grabaste… Y por supuesto lo hemos editado para que ni nombres ni caras ni lugares sean reconocibles. Pero creo que podemos completar un poco más el reportaje…
Sofía la miraba con rabia, esa era la razón por la que había llegado a ese horrible lugar.
– Creo que la mejor manera de acabar el reportaje es mostrando un proceso completo de esclavización y, me alegra comunicarte que has sido la afortunada elegida.
Angélica conectó la cámara y la colocó en un trípode desde donde se pudiese ver completamente lo que iba a suceder. Se colocó delante de la Sofía y comenzó.
– Entrenamiento de la captura nº 722. Sofía Di Salvo. A cargo de Mistress Angelica. ¿Qué edad tienes, perra?
Sofía no contestó. Mistress Angélica no usó la fusta, si no que la propinó un fuerte bofetón que la derribó.
– ¡Te he hecho una pregunta! ¿Qué edad tienes? ¡No me hagas repetirtelo otra vez!
– ¡V-Veintinueve!
¡ZAS!
– ¿¡Veintinueve, qué!?
– V-Veintinueve, mistress… – Contestó Sofía, agachando la cara, asustada por si recibía otro golpe.
– Pronto aprenderás que lo mejor que puedes hacer es obedecer y portarte como debes… En cuanto lo hagas, todo irá bien para tí.
Angélica continuó con las preguntas.
– ¿Por qué estás aquí?
– Y-Yo estaba haciendo un re-reportaje, mistress. – Sofía balbuceaba mientras hablaba, entre las lágrimas y los golpes recibidos no era capaz de hablar bien.
– No… – Sofía se encogió, esperando otro golpe, pero éste no llegó. – Eso es para lo que ESTABAS aquí. Ahora estás aquí para convertirte en una perfecta esclava. Vamos, dilo.
– Estoy aquí para ser una… una… – Mistress Angélica alzó la fusta. – ¡una perfecta esclava!, mistress…
– Estás aquí para aprender a obedecer.
– Estoy… Estoy aquí para aprender a obedecer, mistress
– Vas a aprender a complacer a tus amos en todos sus deseos.
– Voy a prender a complacer a mis… a mis… – Las lágrimas se escapaban de los ojos de Sofía.
¡ZAS!
– ¡AH! ¡A mis amos! Mistress…
– Muy bien, quiero que eso quede grabado en tu cabeza de la misma manera que quedará grabado en esa cámara. A partir de este momento tu opiniión no tiene ningún valor, sólo existes por y para tus amos.
Angélica se acercó a un lado de la habitación y cogió una especie de taparrabos de metal.
– ¿Sabes qué es esto?
– No, mistress
– Es un cinturón de castidad. De momento has perdido el derecho a tener orgasmos hasta nueva orden.
Angélica comenzó a colocárselo. Cuando acabó, cerró un pequeño candado y se guardó la llave. Sofía estaba en shock, más por el control sobre ella que tenía esa acción que por el hecho de no poder tener orgasmos. Aunque había disfrutado bastante del sexo durante su vida, también había pasado grandes temporadas sin él y nunca había pasado nada.
– Ahora vamos a empezar a practicar algunas de las posiciones que debe adoptar una buena esclava. He visto que durante tu reportaje viste a alguna de las esclavas practicándolas… ¿Recuerdas alguna?
– S-Si, mistress. – Recordaba haber visto dos… y no quería tener que repetirlas…
– Colócate en la posición de espera.
Sofía se colocó de rodillas, mirando a Angélica.
¡ZAS!
– ¡Mal! No digas que las recuerdas si no es verdad, esclava. ¡Espalda recta! ¡Rodillas a la misma distancia que los hombros! ¡Agacha la cabeza! ¡Las manos sobre los muslos!
Sofía iba realizando los movimientos que le indicaba su mistress.
– Eso está mejor… ¿Recuerdas alguna postura más esclava?
– S-Si… mistress… – Afirmó la esclava, sabiendo que si decía que no sería castigada.
– ¿Cuál?
– La posición de ofrecimiento… mistress…
Mistress Angélica se quedó mirando. Esperando a que la realizara.
Sofía, lentamente y llorando de nuevo, agachó su cabeza hasta el suelo, alzó el culo y separó sus nalgas con las manos.
Angélica daba vueltas a su alrededor, observándola mientras la esclava sollozaba.
– Ésta está mejor… ¿Tantas ganas tienes de ofrecerte? No te hagas ilusiones puta, no te voy a quitar el cinturon de castidad todavía…
Sofía mantuvo la posición, casi le costaba menos estar con la cara pegada al suelo, así por lo menos ocultaba su llanto y vergüenza.
– De momento está bien por hoy. – Angélica comenzó a desenganchar la cadena del techo. – Volvamos a tu jaula. Pero antes debes agradecerme todo lo que estoy haciendo por tí.
Sofía se quedó mirandola, ¿agradecerle? Angélica puso su bota delante de la cara de Sofía. Ésta se puso blanca como la leche. Recordaba como la esclava que acompañaba a la dómina la última vez lo había hecho servilmente.
Angélica acarició con la fusta la cara de Sofía, amenazante y ésta, haciendo de tripas corazón, sacó la lengua, cerró los ojos y empezó a pegar lentos lametones en el empeine de la joven. Estuvo durante varios minutos limpiando con su lengua ambas botas. El tácto del cuero con su lengua era extraño, pero tampoco era desagradable…
Cuando Angélica consideró que tenía suficiente, dió un tirón de la cadena para indicarla que debía comenzar a gatear.
Un interminable paseo después, llegaron ante la jaula que ahora era su hogar. Angélica examinó el dispensador de agua.
– ¿No has bebido nada en todo el día? Eres una perrita mala… ¿Quieres deshidratarte?… – Preguntó Angélica, con sorna, sabiendo que Sofía conocía el uso que daban a ese artefacto y que por eso no bebía.
La dómina llamó a un guardia y éste le trajo una pequeña pastilla.
– Abre la boca.
Sofía asustada, apretó las mandíbulas tanto como pudo.
¡ZAS!
– ¡Abre la boca!
¡ZAS!
¡ZAS!
Angélica cogió a Sofía de los mofletes, apretando, obligándola a hacer lo que le pedía. Al ver que no lo hacía, la retorció con fuerza de un pezón, haciendo que la esclava gritara. La dómina aprovechó el resquicio para introducir la pastilla, tapó la boca de Sofía, después la nariz y esperó a que se tragara la dichosa pastillita.
Sofía quedó jadeando en el suelo… La mujer estaba derrotada… No peleó más cuando intentaron introducirla en la jaula.
– Espero que te haya gustado tu primer día de entrenamiento. Para tu información, la pastillita que te he dado tiene dos funciones: por un lado, te dará la suficiente sed como para que no puedas resistirte a usar nuestro aparatito… y por otro… es un potente afrodisiaco… que hará que disfrutes al máximo ese pequeño cinturón del que sólo yo tengo la llave…
Angélica se dió la vuelta y salió de la sala, riendose a carcajadas, dejando a Sofía encogida en un rincón de su jaula.
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Sinopsis:

Cuando por motivo de trabajo te desplazan a un lugar exótico es importante antes de hacer nada conocer la cultura del país. En caso contrario, ¡es muy fácil meter la pata! Eso le ocurrió a mi mujer al poco tiempo de irnos a vivir a Birmania. Queriendo contratar dos muchachas de servicio, al desconocer la idiosincrasia de esa gente, lo que realmente hizo fue comprárselas. Los problemas surgen cuando esas crías actúan según ellas creen que deben hacerlo y deciden complacer a su dueña.

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PARA QUE PODÁIS HACEROS UNA IDEA OS INCLUYO LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

 
INTRODUCCIÓN

Cuando por motivo de trabajo te desplazan a un lugar exótico es importante antes de hacer nada conocer la cultura del país. En caso contrario, ¡es muy fácil meter la pata! Eso le ocurrió a mi mujer al poco tiempo de irnos a vivir a Birmania.
Dejando nuestro Madrid natal, nos habíamos desplazado hasta ese lejano país porque mi empresa me había nombrado delegado. Entre las prestaciones del puesto se incluía un magnifico chalet de casi quinientos metros para nuestro uso y disfrute.
Recuerdo que desde que María visitó las reformas de la casa donde íbamos vivir los siguientes cinco años, me avisó que no pensaba ocuparse ella de la limpieza.
―Si quieres que vivamos aquí, voy a necesitar ayuda.
Cómo me pagaban en euros y los salarios en esas tierras eran ridículos, no vi ningún inconveniente y le di vía libre para resolver ese problema como considerara conveniente, no en vano ella era la que iba a tener que lidiar con el servicio.
No siendo un tema inmediato por los retrasos en las obras, María aprovechó que durante los dos primeros meses vivíamos en un hotel para conocer un poco la ciudad. Fue durante uno de sus paseos por Yangon cuando conoció a una anciana que siendo natal de ese país, hablaba un poco de inglés. María vio en ella a su salvación y la medio contrató como asesora para todo. De esa forma en compañía de MAung compró los muebles que le faltaban, conoció las mejores tiendas de la ciudad e incluso le presentó a un par de occidentales con las que ir a tomar café. Convencida que había hallado una mina al llegar el momento de la mudanza, también le planteó su problema con el servicio.
―Yo conseguir. Mujeres de mi pueblo, dulces, guapas, jóvenes y obedientes. ¿Le parece bien?
Mi mujer que es de la cofradía del puño agarrado, preguntó:
―¿Y cuánto me va a costar al mes?
―No mes, usted pagar 800 dólares americanos por cada una y luego solo comida y casa.
Creyendo que ese dinero era la comisión de la anciana por conseguirle unas criadas y que estas eran de un origen tan humilde que con la manutención se daban por satisfechas, hizo cálculos y comprendió que con que duraran cuatro meses habría cubierto de sobra el desembolso. Por eso y por la confianza que tenía en la mujer, aceptó sin medir claramente las consecuencias.
―Me mudo en dos semanas, ¿cree que podré tenerlas para entonces?
―Por supuesto, MAung mujer seria. Dos semanas, mujeres en su casa….

CAPÍTULO 1. AUNG Y MAYI LLEGAN A CASA.

Tal y como habían quedado a las dos semanas exactas la anciana llegó al chalet con las dos criadas. Debido a mi trabajo, ese día estaba de viaje en China y por eso tuvo que ser María quien las recibiera. Mi señora al verlas tan jovencitas lo primero que hizo fue preguntarle su edad.
La vieja creyendo que la queja de mi esposa era porque las consideraba mayores, contestó:
―Veintiuno y dieciocho. Pero ser vírgenes, ¿usted querer comprobar?
Tamaño desatino incomodó a María y creyendo que en esa cultura una chica de servicio virgen era un signo de estatus, le contestó que no hacía falta. Tras lo cual, directamente las puso a limpiar los restos de la obra. Al cabo de tres horas de trabajo en las pobres crías no se tomaron ni un respiro, mi señora miró su reloj y vio que ya era hora de comer. Como no había preparado nada por medio de señas, se llevó a las orientales a comer a un restaurante cercano.
Las chavalas que no comprendían nada se dejaron llevar sumisamente pero al ver que entraban a un restaurante se empezaron a mirar entre ellas completamente alucinadas. Mi mujer creyó que su confusión se debía a que aunque era un sitio popular, al ser de un pueblo en mitad de la sierra nunca habían en estado en un sitio de tanto lujo pero cuando intentó que se sentaran a su lado, sus caras de terror fueron tales que tuvo que llamar a la jefa que hablaba inglés para que le sirviera de traductora. Tras explicarle la situación, la birmana comenzó a charlar con sus compatriotas. Como las dos crías eran de una zona tan remota, su dialecto fue entendido a duras penas por la mujer y luego de traducirlo, dijo:
―Señora, estas dos niñas se niegan a sentarse a comer con usted. Según ellas estarían menospreciando a la esposa de su dueño. Prefieren permanecer de pie y comer cuando usted acabe.
Desconociendo la cultura, no dio importancia a la forma en que se habían referido a ella y temiendo ofender alguna de sus costumbres, comenzó a comer. Las dos orientales se tranquilizaron pero asumiendo que ellas eran las sirvientas se negaron a que los empleados del local se ocuparan de su señora y por eso cada vez que le faltaba agua en su vaso, ellas se lo rellenaban y cuando trajeron los siguientes platos, se los quitaron de las manos y ellas fueron quien se lo colocaron en la mesa.
María, que al principio estaba incómoda, al notar el mimo con el que ambas niñas la trataban, aceptó de buen grado ese esplendido trato y se auto convenció que había acertado contratándolas. Habiendo terminado, pidió que prepararan para unas bandejas con comida para ellas y pagando salió del local mientras Aung y Mayi la seguían cargando con las bolsas.
Ya en la casa y deseando tomarse un respiro, las dejó en la cocina comiendo mientras ella se iba a tomar un café con las dos británicas que había conocido. Como otras tardes se citó con esas amigas en un café cercano a la embajada americana famoso por sus gin―tonics.
El calor que ese día hacía en Yagon junto con la amena conversación hizo que sin darse cuenta, mi esposa bebiera demasiado y ya casi a la hora de cenar, tuviera que pedir un taxi para irse al chalet. Al bajar del vehículo, se encontró que Aung la mayor de las dos muchachas había salido a recibirla y viendo el estado en que se encontraba, la ayudó a llegar hasta la cama.
Borracha hasta decir basta, le hizo gracia que las dos crías compitieran por ver quién era quien la desnudaba pero aún más sus miradas cómplices al comprobar el tamaño de sus pechos. Como las asiáticas son más bien planas, se quedaron admiradas por el volumen exagerado de sus tetas y por eso les resultó imposible retirar sus ojos de mi esposa mientras involuntariamente los comparaban con los suyos.
―¡No son tan grandes!― protestó muerta de risa e iniciando un juego inocente cuyas consecuencias nunca previo, los cogió entre sus manos y les dijo: ―Tocad, ¡son naturales!
Cómo no entendieron sus palabras, fueron sus gestos los que malinterpretaron y creyendo que mi mujer les ordenaba que se los chuparan, un tanto cortadas la miraron tratando de confirmar que eso era lo que su jefa quería.
―Tocadlos, ¡no muerden!― insistió al ver la indecisión de las dos chicas.
Mayi, la menor y más morena de las dos, dando un paso hacia delante obedeció y cogiendo uno de los dos pechos que le ofrecían entre sus manos, lo llevó hasta su boca y empezó a mamar. Totalmente paralizada por la sorpresa, mi mujer se la quedó mirando mientras su compañera asiendo el otro, la imitó.
María tardó unos segundos en reaccionar porque en su fuero interno, sentir esas dos lenguas recorriendo sus pezones no le resultó desagradable pero al pensar que sus teóricas criadas lo único que estaban haciendo era obedecer, se sintió sucia y separándolas de sus pechos, las mandó a dormir.
Las birmanas tardaron en comprender que mi mujer las estaba echando del cuarto y creyendo que la habían fallado, con lágrimas en los ojos desaparecieron por la puerta mientras en la cama María trataba de asimilar lo ocurrido. El dolor que reflejaban sus caras era tal que supo que de algún modo las había defraudado.
«En Birmania, la figura del patrón debe de ser parecida un señor feudal», masculló entre dientes recordando que estos tenían derecho de pernada: «Han creído que les ordenaba satisfacer mis necesidades sexuales y en vez de indignarse lo han visto como algo natural».
La certeza que eran diferencias culturales no disminuyó la calentura que sintió al saber que podría hacer con ellas lo que le viniera en gana. Aunque nunca se había considerado bisexual y su único contacto con una mujer habían sido unos inocentes magreos con una compañera de colegio, María se excitó pensando en el poder que tendría sobre esas dos niñas y bajando su mano hasta su entrepierna, se empezó a masturbar soñando que cuando volviera del viaje, me sorprendería con una noche llena de placer…

A la mañana siguiente, mi mujer se despertó al oír que alguien estaba llenando el jacuzzi de su baño. Al abrir sus ojos, la claridad le hizo recordar las muchas copas que se había tomado y por eso le costó enfocar unos segundos. Cuando lo consiguió se encontró a las dos birmanas, arrodilladas junto a su cama sonriendo.
―Buenos días― alcanzó a decir antes de que Mayi la obligara a levantarse de la cama, diciéndole algo que no pudo comprender.
La alegría de la chavala disolvió sus reticencias y sin quejarse la acompañó hasta el baño. Una vez allí, la mayor Aung desabrochándole el camisón, se lo quitó dejándola completamente desnuda sobre las baldosas y llamando a la otra oriental entre las dos, la ayudaron a meterse en la bañera.
«¡Qué gozada!», pensó al sentir la espuma templada sobre su piel y cerrando los ojos, creyó que estaba en el paraíso.
Estaba todavía asumiendo que a partir de ese día, sus criadas le tendrían el baño preparado para cuando se despertara cuando notó que una de las mujercitas había cogido una esponja y la empezaba a enjabonar.
«¡Me encanta que me mimen!», exclamó mentalmente satisfecha al experimentar las manitas de Maya recorriendo con la pastilla de jabón sus pechos.
Aunque las dos crías no parecían tener otra intención que no fuera bañarla, María no pudo reprimir un gemido cuando sintió las caricias de cuatro manos sobre su anatomía.
«Me estoy poniendo cachonda», meditó y ya con su coño encharcado, involuntariamente separó sus rodillas cuando notó que Aung acercaba la esponja a su entrepierna.
La birmana interpretó que su jefa le estaba dando entrada y sin pensárselo dos veces, usó sus pequeños dedos para acariciar el depilado coño de la occidental. Con una dulzura que impidió que mi mujer se quejase, separó los pliegues de su sexo y se concentró en el erecto botón que escondían.
―¡Dios! ¡Cómo me gusta!― berreó cuando la otra cría se hizo notar llevando su boca hasta uno de los enormes pechos de su jefa.
El doble estímulo al que estaba siendo sometida venció toda resistencia y pegando un grito les exigió que siguieran con las caricias lésbicas. Aung quizás más avezada que la menor, incrementó la velocidad con la que torturaba el clítoris de mi esposa mientras Mayi alternaba de un pecho a otro sin parar de mamar.
«¡Me voy a correr!», meditó ya descompuesta y deseando que su cuerpo liberara la tensión acumulada, hizo algo que nunca pensó que se atrevería a hacer: olvidando cualquier resto de cordura introdujo su mano bajo el vestido de la mayor en busca de su sexo.
«¡No lleva ropa interior y está cachonda!», entusiasmada descubrió al sentir que estaba empapada cuando sus dedos hurgaron directamente la cueva de la diminuta mujer. Aung lejos de intentar zafarse de esa caricia, buscó moviendo las caderas su contacto mientras introducía un par de yemas en el interior del chocho de mi señora.
Saberse al mando de una no le resultó suficiente y repitiendo la misma maniobra bajo la falda de la menor, confirmó que también la morenita tenía su coñito encharcado y con una sensación desconocida hasta entonces, se corrió pegando un gemido no se quejó al sentir la caricias. Aun habiendo conseguido el orgasmo, eso no fue óbice para que mi señora siguiera hirviendo y mientras masturbaba con cada mano a una de las orientales, quiso comprobar hasta donde llegaba su entrega y por medio de señas, les ordenó que se desnudaran.
La primera en comprender que era lo que María estaba diciendo fue la mayor de las dos que con un brillo especial en sus ojos se levantó y sin dejar de mirar a su jefa, se quitó la camiseta que llevaba.
Mi esposa, con posterioridad me reconoció, al admirar los diminutos pechos de la birmana no pudo aguantar más y sin esperar a que se quitara la falda, le exigió que se acercara a ella y al tenerla a su lado, por vez primera, abriendo su boca saboreó el sabor de un pezón de mujer.
La pequeña areola de la muchacha reaccionó al instante a esa húmeda caricia contrayéndose. María al comprobarlo buscó el otro y con un deseo insano, se puso a mamar de él mientras Aung se terminaba de desnudar. En cuanto la vio en pelotas, la hizo entrar con ella en la bañera y colocándola entre sus piernas, se recreó la vista contemplando el striptease de la segunda.
―¡Qué buena estás!― exclamó aun sabiendo que la cría era capaz de entenderla al admirar la sintonía de sus menudas y preciosas formas.
Dotada con unos pechos un poco más grandes que los de la otra oriental era maravillosa pero si a eso le sumaba la cinturita de avispa y su culo grande y prieto, Mayi le resultó sencillamente irresistible. Azuzada por la sensación de poderío que el saber que esas dos no le negarían ningún capricho, la llamó a su lado diciendo:
―¡Estás para comerte!
La cría debió comprender el piropo porque al meterse en el jacuzzi en vez de tumbarse junto a María, se quedó de pie y acercando su sexo a la cara de mi mujer, se lo ofreció como homenaje. Durante unos instantes mi esposa dudó porque nunca se había comido un coño pero al observar esos labios tan apetitosos se le hizo la boca agua y sacando su lengua se puso a degustar el manjar que esa niña tenía entre sus piernas.
―Joder, ¡está riquísimo!― exclamó confundida al percatarse de la razón que tenía su marido al insistir en comerle el chumino cada dos por tres.
Aung que hasta entonces había permanecido entre las piernas de su dueña sin moverse, vio la oportunidad para comenzar a besar a mi mujer con una pasión desconocida.
María estaba tan concentrada en el sexo de Mayi que apenas se percató de los besos de esa otra mujer. Os preguntareis el porqué. La razón fue que al separar los pliegues de la chavala, se encontró de improviso con que tenía el himen intacto.
«¡No puede ser!» pensó y recordando las palabras de la anciana, por eso, dejando a la niña insatisfecha, exigió a la mayor que le mostrara su vulva. Levantándose y separando los labios, le enseñó el interior de su coño.
Tal y como le había asegurado, ¡Aung también era virgen!.
Fue entonces cuando como si una losa hubiese caído sobre ella, ese descubrimiento le confirmó que de alguna manera que no alcanzaba a comprender esas dos niñas creían que era su obligación el satisfacer aunque no lo desearan todos y cada uno de sus deseos. Su conciencia apagó de un soplo el fuego de su interior y en silencio salió de la bañera casi llorando.
«Soy una cerda. ¡Pobres crías!», machacó su cerebro mientras se ponía una bata.
A María no le cupo duda que una joven que siguiera teniendo su himen intacto, no se comportaría así sin una razón de peso. Por eso y aunque las birmanas seguían sus movimientos desde dentro de la bañera, salió del baño rumbo a su habitación.
La certeza que algo extraño motivaba dicho comportamiento se confirmó cuando al cabo de menos de un minuto esas dos princesitas llegaron y cayendo de rodillas, le empezaron a besar sus pies mientras le decían algo parecido a “perdón”.
Admitiendo que no había ningún motivo por el que Anung y Mayi sintieran que le habían fallado, no pudo mas que comprobar que eso las aterrorizaba y eso afianzó sus temores por lo que decidió que iría a hablar con la anciana que se las había conseguido―
«Tengo que hacerles ver que no estoy enfadada con ellas», se dijo y dotando a su voz de un tono suave y a sus gestos de toda la ternura que pudo, las levantó del suelo y les secó sus lágrimas.
La reacción de las muchachas abrazándola mientras en su idioma le agradecían el haberlas perdonado ratificó su decisión de averiguar que pasaba y por eso, nada más vestirse, fue a entrevistarse con MAung.

Relato erótico: “Preparador personal 1” (POR JULIAKI)

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CAPITULO 1

Siempre me he considerado una mujer afortunada a todos los niveles, pero a veces las cosas no son como una cree o como deberían ser y cuando parece que lo tienes todo y no te hace falta nada más, descubres que no es así exactamente, pero bueno, para no liar la cosa relataré la historia desde el principio y voy poniendo en antecedentes para que se comprenda mejor:

Mi nombre es Adriana, aunque todos me conocen por Adri. Soy argentina, de nacimiento pero vivo en España desde hace más de quince años. Actualmente tengo 45 y estoy felizmente casada, bueno, puntualizo: estoy casada y soy feliz. Estoy muy orgullosa de mi familia, con dos hijos preciosos: El mayor, Darío, de 20 años, está cursando segundo de historia del arte en la universidad. Mi hija pequeña, Martita, de diez, es mi chiquitina y reconozco que me desvivo por ella, a pesar de que… como se suele decir, llegó por accidente. Mi marido, Raúl, es un importante ejecutivo de una gran multinacional y eso nos ha permitido poder tener una vida más que placentera, llena de lujos y comodidades, por eso lo de ser afortunada y reconozco que me he convertido en una pija en muchos aspectos, pero en el fondo he de confesar que me gusta.

Raúl y yo nos conocimos en Buenos Aires cuando él visitaba a una de las empresas de mi país. Yo por entonces era azafata de vuelo y las coincidencias o las casualidades hicieron que nos re-encontráramos en varias ocasiones, unas en pleno vuelo y otras en un hotel, aunque a decir verdad alguna era premeditada por mí.

Recuerdo aquella época con bastante nostalgia, en la que ambos éramos además de jóvenes muy fogosos, haciendo de nuestra vida íntima un regalo esperado cada día por ambos. Nuestros encuentros se hacía más que necesarios a medida que nos íbamos conociendo más. Además de enamorados, éramos dos buenos amantes y subrayo lo de “éramos”.

Apenas un año después, contrajimos matrimonio. Yo me retiré de mi profesión para dedicarme a mi marido y posteriormente a mis hijos, aunque no precisamente para ser una de las de la pata quebrada, ni mucho menos. Debido a nuestra aventajada posición he podido siempre disfrutar de mi familia y al tiempo dedicarme todo el tiempo del mundo a mí misma. Siempre fui muy coqueta, incluso ahora, por eso que me gusta cuidarme especialmente en la terreno físico, ya que en el mental, siempre que puedo me enriquezco aprendiendo cosas, especialmente los idiomas que se me dan muy bien, pero es que además disfruto aprendiéndolos.

Reconozco ser una mujer agraciada físicamente, aunque para ser honesta, siempre ayudada por unas buenas sesiones de belleza y cuidados personales, con gimnasia, deporte y todo eso. Procuro acudir a la esteticene, al menos una vez por semana, tomar mis rayos UVA para tener todo mi cuerpo moreno, mis sesiones de depilación láser me permiten tener el cuerpo sin nada de vello. Soy una fanática de cuidar mi cabello que es moreno y largo y mi peluquera sabe que soy exigente, pero me conoce a la perfección. De siempre me gustó mucho el deporte y practico natación a diario en mi piscina, pádel dos veces por semana en el club y ejercicios en mi gimnasio de casa para no perder el fondo físico y al tiempo mantener erguido mi busto, tener mi cintura plana y mi culito respingón, que es sin duda uno de mis fuertes que siempre procuro ensalzar, junto a mis piernas.

Mi marido en cambio dejó de ser el guapo y elegante hombre que me sedujo tiempo atrás y no sólo porque se haya quedado calvo con el tiempo, algo que es casi inevitable para muchos hombres, lo mismo que su prominente barriga, pero es que tampoco ha hecho nada por evitar un deterioro notable y con el paso de los años, si no pones remedio, estos no perdonan. Él solo se ha preocupado de que su vida se centre en sus negocios y como mucho en estar tumbado a la bartola, como se suele decir. Siempre ha odiado lo de cuidarse y hacer deporte. Vamos, todo lo contrario a mí.

Mi vida social está siempre ocupada en uno de mis vicios que son las compras y gracias a mi poder adquisitivo no me he privado de ningún capricho, comprando continuamente trapitos, joyas y cosas que a veces, sinceramente, no me sirven para nada. Tengo un grupo de amigas del club de pádel y allí solemos reunirnos cada cierto tiempo, para charlar, criticar a los hombres y “quemar” nuestras tarjetas de crédito, como solemos decir.

De mi vida íntima poco tengo que contar, dejó de ser hace tiempo aquella vivida tiempo atrás, pero supongo que la rutina y la desidia han ido contribuido para que fuera decayendo paulatinamente y ahora lo de tener sexo con mi marido se ha convertido en casi anecdótico. Reconozco que a veces me siento caliente, pero o bien él se encuentra muy cansado o no encontramos el momento oportuno, pero el caso es que tengo que recurrir a mi autosatisfacción para apagar esos momentos ardientes. Vamos que en ese sentido mi vida es de lo más aburrida y hasta hace poco creía que era lo normal.

Un buen día todo cambió de repente sin haberlo premeditado ni preparado. Ese giro en mi vida se produjo el día que yo me encontraba en el club de pádel y estaba duchándome después de un partido con una de mis amigas y oía a unas chicas que reían en el vestuario sobre las gracias de un nuevo monitor que había llegado al club. No dejaban de nombrarlo, de decir que Martín era guapísimo, que estaba muy bueno, que todas querían que él les diera las clases y que soñaban con que les diera “algo más”. En ese momento no le di más importancia, ya que comprendía que eran chavalas jóvenes en plena efervescencia sexual, en la que un profesor de pádel nuevo y guapete les había causado sensación. Era lógico y en cierto modo añoraba mis épocas juveniles cuando yo también andaba revoloteando con los chicos y la verdad es que sentía algo de envidia, primero por su juventud alocada y segundo por sentir ese chispazo en el cuerpo que te mantiene caliente casi de continuo, pensando en chicos, soñando con estar con uno y con otro. Las risas de aquellas chicas se oían por todo el vestuario y nombraban a ese tal Martín como un chico muy especial.

Esa misma tarde, mi hijo me esperaba en la cafetería del club como otras muchas veces, pero en esa ocasión estaba en la barra acompañado de un joven muy atractivo. Enseguida comprendí que era uno de sus amigos, al que por cierto, no había visto antes y que me pareció espectacular, sin que apenas pudiera ver claramente su cara, pero observándole vestido con su indumentaria deportiva, le hacían parecer más atrayente si cabe. Su camiseta se ajustaba a un cuerpo robusto y muy bien formado y su pantaloncito de tenis corto permitía ver unos prominentes muslos.

Ya sé que en esos momentos una debe pensar que podría ser su madre, pues ese joven debía tener la edad de mi hijo Darío, sin embargo, me ajusté el sostén tirando de mi blusa hacia abajo para mostrar más canalillo y subí instintivamente mi falda de tubo para enseñar algo más por encima de la rodilla; ya dije que soy muy coqueta, siempre me ha gustado provocar de esa manera, no lo puedo remediar. A continuación me acerqué a la barra.

– Hola – saludé sonriente mirando a mi hijo y de reojo a su amigo.

Ambos se dieron la vuelta, pero tras el saludo de Darío, solo me pude fijar en su amigo. De cerca era aún más impresionante. Sus ojos de un verde intenso, unos pómulos marcados, sus cejas muy bien definidas, su nariz perfecta, su barbilla con un pequeño hoyuelo, sus labios gruesos, su sonrisa deslumbrante y el cuerpo que ya había podido catar a distancia me dejaron realmente impactada. Hacía tiempo que no sentía algo así.

– Hola mamá, este es Martín – comentó mi hijo presentándome a su amigo.

En ese momento entendía las risas nerviosas de aquellas chiquillas en el vestuario, hablando del tal Martín, que sin duda era el que tenía yo enfrente en ese momento, pues casi lo habían retratado ellas, pero incluso se habían quedado cortas en sus definiciones. El chaval era realmente increíble.

– Hola. Me llamo Adri – tardé en responder cuando estiré mi mano para saludarle y sin dejar de hipnotizarme con su blanca sonrisa.

– Caramba, ¿en serio es tu madre? – contestó ese portento sin dejar de sonreír y admirando mi cuerpo que en ese momento no paraba de temblar.

Hacía tiempo que no vivía nada parecido y si bien es verdad que muchas veces me he sentido atraída por un hombre, unas veces por su cuerpo, algunas otras por su mirada o por su sonrisa, en ese momento yo estaba temblando de tener a un chico perfecto delante de mí.

Martín tomó mi mano y llevando el dorso hasta su boca la beso suavemente con una caballerosidad impropia de un joven, pero que me encandiló aún más.

– Nunca hubiera jurado que fuera tu madre, Darío. – añadió el chico.

Yo no era capaz de articular palabra, simplemente sonreír ante su cumplido y ante la incomodidad de sentirme muy extrañamente atraída por ese chico… demasiado joven para mí, pero demasiado bueno para ser verdad.

– Bueno, Darío, quedamos en eso, nos vemos mañana en el gimnasio. ¿Vale? – comentó el deslumbrante Martín a mi hijo.

– Vale, nos vemos. – contestó este a su saludo.

– Espero volver a verla Adri.

– Por favor, tutéame – le dije al tiempo que él volvía a besar mi mano, aunque mis imaginaciones me hacían ver que esos labios se podían posar sobre los míos.

– Claro, perdona Adri, espero volver a verte. – añadió con su deslumbrante sonrisa.

Cuando me quise dar cuenta, mi vista se fue detrás de su culo y me quedé observando sus andares hasta verle desaparecer del local. Creo que mi hijo se dio cuenta pero no dijo nada.

– Esto… nunca me hablaste de Martín. – comenté a mi hijo al quedarnos solos.

– ¿Ah no? – preguntó mi hijo tomando un trago de su bebida isotónica.

– No, no le he visto nunca, la verdad. ¿Es compañero de universidad?

– No mamá, le conozco del gimnasio.

– Ah, entiendo. Coincidís allí. Pero tampoco le relaciono, no recuerdo que sea amigo tuyo ni el hijo de ninguna de las familias con las que solemos tratar.

– Mamá qué intrigada estas… – respondió Darío con una sonrisa.

– Bueno, no. Simplemente que me gusta saber con quién andas.

– Ya. En realidad Darío no es de una alta posición como nosotros, ni tampoco es cliente del gimnasio.

– ¿No?, ¿Entonces?

– Bueno, es monitor del gym y también aquí es monitor de pádel para los niños en el club.

– Ya.

– ¿Te sorprende?

– Bueno, no. Pero como le presentaste como amigo… – respondí todavía con más curiosidad.

– Mamá, siempre me andas controlando. Es un amigo y punto.

– Hijo, no te molestes, es que no le conozco.

– Martín es un amigo, porque es un gran tipo y aunque sea un muchacho que ha tenido que currar mucho para salir adelante y no se relacione con pijos como nosotros, no deja de ser alguien al que aprecio y es una buena persona.

Las palabras de mi hijo me dejaron ciertamente contrariada, porque mi intención no era ofenderle, ni tan siquiera poner condiciones para sus amistades, pero cuando le iba a explicar, él fue el que cortó la conversación sin dejarme terminar.

– Bueno, ya. ¿Nos vamos?

– Vale. – respondí algo avergonzada por haber hecho tanto interrogatorio a Darío.

El viaje en el coche fue en silencio y yo no me quitaba de la cabeza la imagen de Martín, sus impresionantes ojos, sus perfectos labios, aquel cuerpo tan bien formado… Llegamos a casa y Raúl andaba con sus papeleos en su despacho, ni tan siquiera nos saludó al llegar, como tantas otras veces.

Me metí en mi habitación dispuesta a cambiarme y cuando me quedé en ropa interior me observé frente al espejo, preguntándome a mí misma si realmente había podido impactar a Martín, tanto como él lo había hecho conmigo. Luego pensé que era una tonta al pensar así, pues un muchacho de su edad se fijaría más en las chicas jóvenes, como es lógico. Me desnudé para ponerme una bata y al sacarme las braguitas noté que estaban húmedas en señal de que mi sexo había respondido a esos momentos de atracción lubricando esa parte fuera de lo normal. No me extraña que aquellas jovencitas estuvieran tan contentas describiendo a Martín, apenas le tuve delante de mí un minuto y me causó la misma sensación, incluso más.

Estuve ciertamente toda la tarde bastante excitada y tuve que acostarme con el calentón, porque una vez más Raúl se quedó en su despacho con sus papeles, dejándome caliente y en esta ocasión más todavía.

Comencé a acariciarme suavemente mis pechos bajo el camisón y el hecho de no haberme puesto ropa interior me puso fácil la tarea de acariciar mi rajita suavemente sin impedimento de ningún tipo y curiosamente no necesité de un calentamiento previo, pues en apenas dos o tres minutos estaba tan ardiente que un orgasmo se apoderó de mí, haciendo que todo mi cuerpo se convulsionara sobre la cama y cerrando los ojos me dejé llevar con la imagen de Martín, viendo su boca, sus ojos, sus manos y en eso mi propia mano estaba atrapada entre mis muslos al tiempo que mi aliento jadeante se dejó llevar a una corrida como pocas veces había tenido.

No sé cuando me quedé dormida, supongo que no mucho después pero a la mañana siguiente quise quitar importancia a todo ese lío con el amigo de mi hijo, que tanta expectación me había causado sin ver tampoco un motivo aparente, pero creo que es de esas veces en la que una no es dueña de sus actos ni de lo que sucede a su alrededor.

Me metí en la bañera e intenté por todos los medios borrar de mi mente esa actitud que me parecía infantil y poco sensata, pues ese chico, en cuestión de edad, podría ser perfectamente mi hijo, esos pensamientos chocaban en mi mente, sabiendo que estaba mal y por otro lado mi cuerpo seguía en sus trece y volvía a imaginarle, a tener sus labios cerca de los míos y su voz susurrante en mi oído, era algo que me poseía. Mis manos volvieron a acariciar mi sexo de forma suave al principio y frenética después, como si aquello fuera algo que necesitase con urgencia. Sentía un placer que me invadía por dentro y mi cuerpo se convulsionaba con cada caricia imaginando las manos de Martín sobre mi piel.

– Mamá, tengo que irme a la Uni, ¿necesitas algo? – era la voz de Darío al otro lado de la puerta del baño que me despertó de todos mis pensamientos dándome un susto de muerte.

– No, cariño. – contesté apurada retirando la mano de mi entrepierna como si mi hijo hubiese adivinado lo que hacía su madre al otro lado de la puerta.

– Ok mamá.

– ¡Darío! – dije de pronto incorporándome de la bañera, agarrada a sus bordes.

– Dime mamá. – se oía su voz de nuevo tras la puerta.

– ¿Tienes un segundo antes de irte? Quiero hablar contigo. – le dije.

– Vale, pero rapidito.

Me levanté de la bañera y me puse el albornoz sin casi tiempo a secarme. Al salir fuera del baño estaba mi hijo mandando algún mensaje con su móvil.

– Darío, cariño, ¿Me dijiste que Martín era profesor de pádel para los niños?

Tardó un rato en contestar, algo que me hizo volver a estar incómoda, y aunque supuse que lo estaba pensando, me pareció también que pudiera estar leyéndome el pensamiento. Al fin me miró y contestó.

– Sí, mamá, es monitor para los críos.

– ¿Y las crías? – pregunté.

– Sí, claro. ¿Por?

– Pues nada, había pensado en meter a Martita a dar clases de pádel.

– ¿A Martita? – preguntó levantando su mirada hacia la mía muy sorprendido.

– Sí.

– A ella no le gusta el pádel en absoluto, mamá, ya lo sabes.

– Bueno, tiene que hacer algún deporte y no tirada todo el día con la consola.

– ¿Otra vez con la cantinela? – respondió Darío molesto.

– Sí, ya sé que soy una pesada con eso hijo, pero sabes que me atormenta veros todo el día jugando con esas maquinitas encerrados en vuestros cuartos desaprovechando el tiempo.

– No lo desaprovechamos.

– Bueno, creo que voy a intentar convencer a la niña para que haga deporte. ¿Te parece? – esta vez lo dije más seria intentando imponerme ante Darío que estaba en una edad bastante complicada, por cierto.

– Vale, lo que tu digas. – respondió de mala gana.

– Bueno, pues dame el teléfono de tu amigo y miro a ver si tiene algún horario libre.

Nada más decir eso, noté como mis carrillos ardían. Sin duda yo sabía que estaba comportándome de una forma tonta y lo de apuntar a Martita a las clases no era más que una absurda excusa para volver a encontrarme con ese chico. Tenía miedo de que mi hijo lo notara y al final me miró de arriba abajo y respondió:

– Vale, te lo paso por un mensaje luego que ahora se me hace tarde.

– ¿Ni un beso a tu madre? – le dije cuando se daba la vuelta sin despedirse.

A regañadientes me besó en la mejilla y salió corriendo.

Toda la mañana estuve nerviosa esperando el momento en el que mi hijo me mandase el dichoso mensaje y no se hubiera olvidado del dato del teléfono de su amigo. Cuando por fin me llegó y vi el texto en el que aparecía el número de Martín mi corazón empezó a bombear más rápido de lo normal. Pero ¿Por qué me estaba comportando así? ¿No era eso más propio de una chiquilla de la edad de él y no de la mía? ¿Qué me había hecho ese chico sin apenas tener contacto con él? ¿Cómo había podido tenerme tan loca ese crío?

Dudé unos instantes, con mi dedo en el móvil y al fin marqué su número. Me tuve que apoyar sobre la encimera de la cocina pues mis piernas temblaban.

– Hola. ¿Quién eres? – respondió la atrapante voz de Martín al otro lado.

– Hola, soy… yo… Adri. – mis palabras salían entrecortadas.

– ¿Adri?

– Sí, soy la mamá de Darío…

– ¡Ah, sí, claro!, ¡Qué bien!, ¿Cómo estás Adri?

– Bien, verás, le pedí tu número a mi hijo porque me dijeron que eres profesor de pádel.

– Sí.

– Vale, pues quería saber cuándo podrías tener horas libres.

– ¿Para ti? No creo que te hagan falta, juegas muy bien.

– ¿Cómo? Yo… – contesté algo aturdida por su comentario.

– Sí, Adri, no creo que necesites clases, te he visto jugar y eres muy buena..

– ¿Me has visto? – mi corazón bombeaba tan fuerte que casi lo notaba sobre mis sienes.

– Claro que te he visto y me tendrías que dar clases tú a mí, jeje..

– No, jajaja, las clases no son para mí, serían para mi hija Marta. – respondí intentando parecer natural.

– Ah, vale, claro. Pásate por el club esta tarde y concertamos una hora.

– De acuerdo, Martín. Muchas gracias. A las cinco te veo.

– Muy bien, te espero. Un beso, Adri.

Cuando dijo lo del beso volví a notar como mi sexo emanaba la humedad que yo creía estaba traspasando mis braguitas.

Pensando como una persona sensata tendría que haber dejado todo en ese momento, pero no estaba muy convencida de hacerlo. Reconociendo que el tonteo estuvo bien en un principio, incluso con la lejana idea de que yo pudiera atraer a ese joven, no me parecía medianamente normal estar jugueteando con él o al menos intentándolo. Desde luego, me tocó luchar con Martita, pues ella tampoco puso de su parte cuando le sugerí que tenía reservadas unas horas con un nuevo monitor de pádel.

Tras la discusión con mi pequeña llegamos ella y yo al club a las cinco en punto y no podía evitar estar terriblemente nerviosa. Miré mi atuendo en el espejo de recepción y me di cuenta que me había vestido para la ocasión algo más atrevida que de costumbre. Mi falda negra de cuero era más corta de las que suelo usar y mi blusa, seguramente aquella que se me quedó una talla más pequeña. Mis zapatos de tacón ensalzaban mis piernas. Por un momento el reflejo del espejo me devolvió la imagen de mi cara cargada de lujuria dibujada.

– ¡Hola Adri! – saludó Martín al verme desde lejos pudiendo notar cómo me escaneaba de arriba a abajo. Sin duda había conseguido que se fijara en mí y aquello me gustaba.

– Hola Martín. – respondí juntando mis muslos pues ese juego me seguía poniendo nerviosa y excitada.

Iba a darle la mano, pero de pronto él me tomó por la cintura con ambas manos y me plantó dos besos, consiguiendo que mis carrillos ardieran y mis piernas temblaran aún más.

Tras guiñarme un ojo de un modo pícaro, sonrió a mi hija que estaba a mi lado.

– ¿Así que tú eres la famosa Marta? – le preguntó pellizcando suavemente su nariz.

– Sí – contestó mi hija algo cortada. Siempre ha sido algo tímida, supongo que como yo.

– Vaya, no imaginaba que fueras tan guapa. – añadió el chico.

– Gracias. – respondió la niña con vergüenza.

– Eres igual que tu madre. – dijo esto y al mismo tiempo me miró de forma descarada y volvió a guiñarme un ojo.

– Eso dice todo el mundo… – añadí yo intentando no despertar ninguna sospecha en Marta.

– ¿Así que quieres apuntarte a pádel? – comentó Martín a la pequeña.

– Bueno, yo… – contestó ella y miró mi cara que intentaba recomponer todo y disimular, pero por la sonrisa de Martín, enseguida me di cuenta que él lo imaginaba, que casi podía leerme el pensamiento y que el motivo de traer a mi hija no era otro que el hecho de volverle a ver.

– No has jugado nunca, creo, pero ¿Te parece que probemos a echar un partidillo, Marta? – preguntó Martín a mi hija haciéndola sentir más cómoda y en cierto modo a mí también.

Por un momento pensé que ella se iba a negar, sin embargo aceptó con una gran sonrisa. Sin duda la simpatía de Martín, había conseguido convencerla para dar esas clases a las que tanto se oponía en un principio en casa.

– ¿Puedes volver a las seis, Adri? – me comentó Martín sin dejar de mirar a mi escote.

– Sí, claro, pero no hemos hablado de tarifas y horarios… – dije.

– Tranquila, primero hagamos unas clases de prueba con Marta y después vemos.

La hora de espera se me hizo interminable, pues estaba como loca por volver a ver a Martín. Ese chico había conseguido cosas que hacía tiempo tenía olvidadas. De siempre me ha gustado lucirme y ponerme sexy, haciendo que muchos hombres me miren, me sonrían o incluso me piropeen, pero con Martín, la cosa había superado todo y la atracción era como un chispazo. Yo parecía gustarle, al menos a mí me daba esa impresión, pero desde luego, él a mí, me estaba volviendo loca, haciendo que me comportara como una boba. Soy una mujer madura, pero en ese momento yo me veía a mí misma como una jovencita.

Naturalmente las clases con Martita funcionaron y así me lo hizo ver Martín y mi propia hija que se sentía muy a gusto con su nuevo monitor, algo que me encantó pues me daba la oportunidad de volver a verle cada poco tiempo aunque solo fuera para traer a mi hija al club y recogerla una hora después. Así fue durante unos cuantos días y en cada ocasión yo procuraba lucir mi cuerpo delante de ese chico, algo que a él parecía gustarle por cómo me miraba en cada encuentro.

Una tarde que pasé a recoger a Martita en el club, Martín salió solo a mi encuentro. Yo había escogido para mi atuendo de ese día un vestido ceñido de cuadros bastante corto. La forma de mirarme el chico hacia mi busto y a mis piernas me volvió a fascinar.

– ¿Y Martita? – pregunté sorprendida.

– Está jugando un partido muy importante con una compañera y tardará algo más de lo normal. ¿Te va bien esperar un rato más?

– Claro, esperaré. No tengo prisa.

– Es que las chicas se han picado y están en pleno partido y me he tenido que ir para que ellas solas lo dieran todo en el campo sin que yo les incomode, ya sabes lo que es la competitividad… – añadió Martín al tiempo que pasaba su mano por mi cintura, pudiendo percibir su calor atravesando la tela de mi vestido.

– Ah, entiendo – respondí azorada.

– Pues déjame invitarte a algo en el bar. – dijo de pronto Martín.

Sin soltar mi cintura me llevó hacia la cafetería del club. En otro momento me hubiera molestado que un chico se tomara tanto atrevimiento conmigo, sobre todo porque en el club había gente conocida y eso siempre podía entenderse mal y una, evidentemente, tiene que guardar las apariencias, sin embargo, el hecho de que fuera Martín, me encantaba y la excusa de que fuera el gran amigo de mi hijo, me permitía la confianza que habíamos ido tomando en ese tiempo. Nadie parecía sorprenderse y en ese momento tampoco me importaba demasiado con tal de ir agarrada por ese portento de hombre. Casi parecía disfrutar con ello como queriendo dar envidia a todas las mujeres del gym.

Pedimos dos refrescos y yo me senté en uno de los taburetes, haciendo un lento cruce de piernas, algo que no pasó desapercibido para Martín. Quise parecer inocente en mis movimientos, pero yo estaba interpretando mi lado más exhibicionista, con gestos, miradas y acciones premeditadamente sensuales. Disimulando, me puse a hablar de los avances de Martita queriendo romper el hielo y sacando de mis pensamientos las fantasías más acaloradas, aunque me resultaba difícil teniendo a ese hombre tan cerca sin dejar de mirarle y sin que él dejara de mirarme.

– Es una chiquilla muy espabilada. Ha avanzado mucho y en muy poco tiempo será una jugadora sobresaliente. – comentó él.

– Sí, es muy lista. – respondí como madre orgullosa.

– Es muy buena jugadora. Me gustaría que acudiera a mis clases al menos tres veces por semana, si te parece.

– Claro. – respondí pensando en la suerte que tendría de ver a menudo a ese portento de belleza masculina.

– Ya digo que tiene arte como jugadora.

– Qué bien. – respondí.

– Y además, muy guapa, a alguien tenía que salir, en ambas cosas.

Mis carrillos ardían y seguramente se habrían tornado rojos, algo que Martín tenía que notar, me sentía apurada por su comentario, pero al tiempo muy excitada, era algo extraño que hacía mucho tiempo que no me pasaba.

– Por cierto Adri, ¿te puedo preguntar algo? – dijo de pronto Martín mirándome fijamente a los ojos.

– Claro – respondí dando un trago a través de la pajita de mi refresco.

– ¿Qué haces para tener ese cuerpazo?

Si antes estaba roja, en ese momento debía cambiar a multicolor, pues no me esperaba ese comentario por parte del chico y menos con tanto descaro.

– Espero que no te moleste, que te lo comente. – añadió Martín con total naturalidad.

– No, es que…

– Tranquila mujer, hay confianza, digo que tienes una figura increíble.

– Bueno, tampoco creo que sea para tanto… – intentaba yo restar puntos a su halago.

– En serio, me pareces una mujer muy atractiva, no solo porque eres muy guapa, eso ya está dicho con solo mirarte, sino por tu cuerpo. No es por nada, pero porque sé que eres la madre de Darío, pero jamás lo hubiera jurado.

Me asombraba el descaro, la desfachatez y la soltura con que me hablaba aquel chiquillo, que perfectamente podría ser mi hijo por la edad que nos separaba, pero le veía tan envalentonado, como pocas veces un hombre se había dirigido a mí y me parecía además muy maduro en muchos aspectos, incluido el físico, que le hacía parecer más mayor de lo que realmente era. Me gustaba su piropo y esa cierta chulería al hacerlo.

– ¿Te molesta que te lo diga? – insistía el chico mientras yo no dejaba de sorber con la pajita aquel refresco sin saber qué decir totalmente avergonzada.

– No, no…

– Bien, me alegro, porque tenía que decirlo. Supongo que mantienes esa figura con gimnasia a diario, ¿no? Me tienes intrigado.

– Bueno, sí, tengo aparatos en casa y también nado en la piscina y como sabes, juego al pádel aquí en el club…

– Claro, por algo tienes ese cuerpo.

– Gracias, pero no creo que esté tan en forma como parece.

– ¿Ah no? Pues la apariencia que ven mis ojos, no parece mentir.

– Bueno, ya sabes, la ropa hace lo suyo. – dije con disimulo y un nuevo cruce de piernas.

– ¿No me digas que ganas más vestida que desnuda?

Mis ojos parecían querer salirse de las órbitas tras su comentario que luego rectificó al darse cuenta de mi asombro.

– Perdona, Adri, era una broma que suelo gastar. – añadió Martín con una gran sonrisa y mirando hacia mis piernas que estaban mostrando una buena porción de mis muslos después de mi último movimiento.

– No, no pasa nada.

– Pues sigo opinando que ese cuerpo no se consigue así como así. ¿Qué tipos de ejercicios haces? ¿Spinning?, ¿pesas?

– Sí, bueno, pesas no. Tengo algún aparato en casa con pesas, pero no sé manejarlo del todo bien y no quiero hacerme daño. Me da miedo.

– Ah, vale, perfecto, pues entonces te vienes al gym y te voy orientando.

– ¿Cómo? – pregunté sorprendida aunque le había entendido perfectamente.

– Pues que si quieres te voy orientando con algunos aparatos y con las pesas. Será difícil mejorar ese cuerpo que ya tienes pero siempre se puede tonificar y retocar en algunos aspectos. Lo principal es sentirte bien y en forma, ya sabes.

– ¿En serio me darías clase, Martín?

– Claro. Sería un enorme placer para mí… y además lo haría gratis.

– No, eso tampoco. Sería un abuso.

– Adri, eres la madre de mi mejor amigo y de mi mejor alumna de pádel, jeje.

– No, no, preferiría pagarte. – dije seria.

En ese momento apareció Martita y su nueva amiga en la cafetería y nos dejó a medias en la conversación que estaba siendo tan interesante con el guapísimo de Martín. Me salí a la calle bastante aturdida, acompañada de mi hija y sin que pudiera escuchar apenas lo que ella me estaba contando tan entusiasmada acerca de su partido que acababa de jugar y lo feliz que se sentía de acudir al club y conocer nuevas amigas.

.

Al cabo de un rato, todavía con mi mente torturada dando vueltas, me llegó un mensaje al móvil.

– “Adri no hemos quedado. A las ocho de la tarde de mañana, ¿te va bien?”

El mensaje, evidentemente, era de Martín, lo que volvió a alegrarme enormemente, tanto que mis braguitas se humedecieron de nuevo. Estaba loca y estaba teniendo unas sensaciones que casi había olvidado. Tenía que decir que no, que mejor para otro momento, siendo diplomática y educada, pero rechazando cualquier avance que yo veía muy peligroso.

Contrariamente a mis pensamientos más cuerdos, contesté a su mensaje afirmativamente y dirigí mi coche hasta un centro comercial dispuesta a comprarme material para mi nueva clase en el gimnasio y muy especialmente para él, mi preparador personal. Mi hija, mientras, aprovechó para jugar en la zona de video-juegos y yo me metí en la sección de deportes en busca de nueva indumentaria, incluyendo zapatillas y todos los complementos necesarios. Me decidí por unas mallas largas negras que se pegaban a mis muslos y me hacían un culito redondo que con mi tanga se veía en el espejo sin costuras y me parecía que podía ser muy atrayente para mi nuevo preparador personal. Para la parte de arriba encontré un top de neopreno de color rojo que resaltaba mi pecho mostrando un canalillo más que sugerente. Ambas prendas las elegí en una talla menor a la que uso normalmente.

Volví a casa y por dentro mi cuerpo daba vueltas a todo lo sucedido, intentando ser consecuente, pero estaba tan nerviosa, que incluso di un golpe en el garaje con el coche al aparcar. Todo aquello me estaba convirtiendo en otra persona.

El día siguiente se me hizo largo y no quise llegar demasiado pronto, pero me quedé esperando metida en el coche durante casi una hora a las puertas del gimnasio. Llegué a recepción y allí estaba mi hijo, precisamente hablando con Martín.

– Hola mamá. – saludó mi hijo mirándome muy contrariado al verme allí en el gym y ataviada con aquellas ajustadas prendas.

– Hola cariño.

– ¿Qué haces aquí? – preguntó observando sorprendido mi cuerpo embutido en aquellas mallas tan ajustadas que no dejaban mucho a la imaginación.

– ¿No le dijiste que teníamos clase? – intervino Martín mirándome fijamente a los ojos al principio y al resto de mi cuerpo después, derrumbándome una vez más.

Negué con la cabeza y sentía como ardían mis carrillos, sin duda volvía a estar nerviosa, más todavía cuando el bueno de Martín me miraba de arriba a abajo y a me parecía que con mucha lujuria.

– ¿Le vas a dar clase? – miró mi hijo hacia su amigo.

– Claro, tío. No te importa, ¿verdad?

Darío tardó en contestar, supongo que entre mi indumentaria, verme allí de repente y haberle ocultado aquello, no debió gustarle demasiado, yo sé que mi hijo es muy particular con sus cosas y no le gusta que yo me entrometa en su vida y todo eso… imagino que el hecho de estar tanto tiempo con Martín le incomodaba.

– No claro, ¿por qué me iba a importar? – añadió aunque yo le vi en sus ojos que no le hacía gracia precisamente.

– Pues vamos para adentro y te doy el primer repaso, Adri.

Aquella frase, sacada de contexto, hubiera sido escandalosa, pero refiriéndose a la clase, no debía significar otra cosa. En cambio yo también me lo llevé al otro significado y por un momento le vi abalanzándose sobre mí en alguna colchoneta del gimnasio. ¡Dios qué cachonda estaba!

Llegamos a la zona de spinning y allí me ubicó sobre una bicicleta para que fuera calentando. Unos minutos después volvió él. Llevaba un pantalón corto, tipo ciclista y que le marcaba un paquete más que considerable. Tuve que mirar al techo porque aquello me hizo volver a ponerme roja.

– Bien, Adri, veamos cómo se menea ese cuerpito sobre la bici. Yo te acompaño. – dijo Martín pasando su mano por mi espalda hasta casi llegar a mi culo.

Se situó en la bicicleta contigua a la mía y nos pusimos a pedalear. Hablábamos de cómo debía poner la espalda y levantar las rodillas. Una de las veces puso su mano en mi vientre muy muy abajo, casi por encima de mi pubis y aquello era muy fuerte, pero me gustaba demasiado como para detenerlo.

Durante nuestra sesión de spinning estuvimos hablando de muchas cosas, al principio salió a relucir el tema de las clases de Martita y su progreso con el pádel, también hablamos de Darío y de lo bien que se llevaban ellos dos, que eran grandes amigos. A continuación la conversación fue tomando otro color:

– Adri, no te dije lo guapa que has venido hoy – me dijo echando una mirada de arriba a abajo de mi anatomía con aquellas prendas tan ceñidas.

– Gracias – respondí algo azorada pero orgullosa por haberle causado tan buena sensación.

– Es cierto, no lo digo como halago, bueno sí, también, pero es que es cierto.

– Gracias Martín, pero supongo que estarás harto de ver mujeres bonitas y mucho más jóvenes que yo en el gym.

– Pues no digo que no y aunque uno no se harte, la verdad es que pocas se ven que tengan tantos componentes atractivos como tú. Eres una mujer elegante y atractiva, con un cuerpo de escándalo y terriblemente seductora.

– ¿Cómo? ¿Seductora?- pregunté sorprendida.

– Sí, mucho. No sé si lo pretendes pero irradias sensualidad.

– Vaya, me vas a sonrojar, Martín.

– Con eso irradias más sensualidad, todavía.

– ¿No soy algo mayor para ti? – pregunté lo evidente.

– Para nada. La edad nunca debe ser un problema y tú estás en la mejor… y por cierto, me gustan las mujeres maduras, con el atractivo en su máximo esplendor y su total experiencia.

– ¡Caramba! ¿Has tenido muchas experiencias con mujeres maduras?

– Sí, bueno, no… ninguna como tú.

– Mejor sigamos pedaleando – dije queriendo quitar hierro al asunto, pero en el fondo mi cuerpo estaba ardiendo no solo por el ejercicio y mi sexo emanaba fluidos cada vez con más intensidad.

– ¿Y a ti Adri?

– ¿A mi qué? – pregunté confusa sin dejar de pedalear.

– ¿Te gustan los chicos jóvenes?

– No.

– ¿No?

– Bueno, sí, entiéndeme, soy una mujer casada.

– Comprendo, pero eso no quita para que te guste una cosa. ¿Te gusto yo?

Era increíble que lo preguntara tan directamente y que yo no fuera capaz de responderle, pero estaba tan aturdida por ese comentario y por su forma de decirlo, que no sabía si era parte de su propia seducción o si realmente estaba causando esa sensación a un chico al que doblaba la edad. Pero curiosamente no me sentía mal por ello, sino todo lo contrario, me gustaba provocar eso, tanto que sentía un cosquilleo por todo mi cuerpo que me magnetizaba.

Acabamos la sesión de bicicletas y me llevó a un “potro de tortura” como él definió. Era una especie de asiento con numerosas pesas a la espalda y una polea con un manillar que había que bajar bien por la espalda o bien sobre el pecho, para fortalecer el tronco superior o algo así, según me dijo.

Mi pose debía ser bastante expuesta, con mis piernas completamente abiertas, mi espalda erguida, mis manos sobre mi cabeza subiendo y bajando la polea haciendo que mi pecho oscilara a cada movimiento y Martin delante de mí, apuntando las correcciones pertinentes, pero sin dejar de decir “bravo, genial, maravillosa, campeona, bien guapa…”, vamos, que acabé mojada de sudor por fuera y creo que también por dentro de mi pequeño tanga que a esas alturas debía estar empapado. Pocas veces me he puesto tan mojada sin tocarme.

No sabía muy bien a donde miraba Martín cuando yo me daba la vuelta en algún otro aparato, pero notaba que era mi culo su principal centro de atención.

– Bien, Adri, por hoy lo dejamos, no quiero agotarte, te veo empapada.

Si el supiera que aparte del sudor de los ejercicios estaba mojada también en mi sexo, lo notaba a cada paso y temía que pudiera traspasar la tela de mis mallas.

– Si te parece, en un par de días, tenemos otra sesión, ¿vale? – dijo Martín

– No sé…

– Vamos, Adri, verás qué bien te sientes.

Lo cierto es que estaba encantada, no por las clases, sino más bien por el profesor.

Me dirigí a la ducha y allí intenté relajarme dentro de lo posible, pues a pesar de que me había metido una buena sesión de ejercicios durante toda la hora, seguía estando excitada por cada recuerdo que había tenido con aquel chico. No pude evitar rozar con mis dedos los labios dilatados de mi vagina y jugar con ellos soñando que eran las manos de ese hombretón las que lo hacían.

De pronto se oyeron voces en el vestuario y dejé mi tarea de autosatisfacerme para otro momento aunque no logré apagar mi calentura lo más mínimo.

Me fui secando algo avergonzada de que alguien me hubiera podido oir algún gemido justo en el momento en que tuve la oportunidad de escuchar una conversación de dos chicas que estaban al otro lado de las taquillas donde yo me encontraba vistiéndome en silencio

– Pero ¿Cómo te lo hizo? – decía una.

– Pues me bajó las bragas y me hizo una comida de coño bestial.

Me quedé sorprendida por la conversación y la frase tan contundente que había soltado una de ellas, pero lejos de irme y alejarme de una conversación íntima y privada, puse más atención al diálogo entre ambas y permanecí callada para no que no me descubrieran.

– Pero dame detalles, tía… – volvía a insistir la primera.

– Joder, qué cotilla eres, pues que además de estar buenísimo es que no veas que manera de chupar, de lamer, de morder, es que moría de gusto con su cabeza entre mis piernas.

– ¡Que suertuda!

– Yo es que alucinaba con el tío, su lengua se metía por los pliegues de mi raja y luego mordía los labios de alrededor, cuando me apretó el clítoris con sus labios, casi me muero.

Instintivamente me llevé una mano a mi sexo y lo acaricié por encima de las braguitas, oyendo aquella excitante y cachonda conversación de las dos jóvenes.

– ¿Tan buena lengua tiene? – insistía la amiga.

– No te haces idea, nunca me lo han comido así, pero lo mejor es cuando me tocó a mí, pues no quería correrme sin que me follara. Estaba cachonda perdida.

– No me extraña, es que el tío está buenísimo y si encima lo hace bien… – animaba la otra.

– Pues cuando le bajé el pantalón, me quedé de piedra. Salió algo espectacular, una cosa enorme. – añadió la protagonista de ese escarceo sexual que lo contaba viviéndolo con total fogosidad.

– ¿Cómo que grande? ¿No me digas que tiene un pollón?

– No, más que eso, es la cosa más grande que nunca hayas imaginado. Es gigante.

– ¿En serio es tan grande? – decía la otra intrigada tanto como yo.

– Es enorme, te lo juro. No he visto una cosa igual. pero grande y gorda, es una polla alucinante – contestaba otra.

– Te lo habrá parecido a ti.

– Te lo juro, porque estaba sentada, porque si no me caigo de espaldas. – añadió la relatadora de la historia. – pero era tan grande que con mis dos manos no la cubría

Era mi mano la que no se conformaba con acariciar mi rajita por encima de las bragas, sino que se adentró por la costura de la pequeña prenda para empezar a acariciarme directamente sobre mi empapada conchita y a medida que aquella chiquilla iba contando todos los detalles la cosa se iba poniendo más y más caliente. Por un lado yo estaba ya muy excitada con mi primera clase con Martín y para colmo aquella conversación me estaba poniendo aún más.

– Qué más, qué más. – insistía su amiga y yo estaba al acecho.

– Pues se la agarré y comencé a mamársela. Qué cosa tan deliciosa, no hay nada como chupar una buena polla, pero si es grande mejor. Ya sé que el tamaño no importa, pero viendo una de esas te mojas más, tía.

– ¿Y te cabía en la boca?

– Ni de lejos. Metía la punta y hasta menos de la mitad. Es que ya te digo que era una polla enorme.

– Joder, estoy viéndole y ahora le imagino con esa tranca…

– Jajaja, ya te digo, a mí me tiembla el chichi cada vez que le veo.

– ¿Y no pudisteis follar? – preguntó de nuevo.

– Al principio me asusté. Dije, eso no me entra.

– Jajaja, que exagerada. eres.

– Que no tía. Es que te lo juro, es enorme.

– Joder, además de estar buenísimo la tiene gigante.

– La acercó a mi coño y me fue pasando la punta de arriba a abajo. Yo me quedaba mirando embobada aquella cosa y pensando que me iba a doler al meterla, pero estaba tan cachonda que no podía esperar. Le pedí que me follara.

Mi dedo iba jugando con los pliegues de mi sexo y acariciaba mi vagina desesperadamente escuchando aquella conversación tan interesante y tan cachonda. No podía detener mis manos jugando con mi sexo.

– De pronto entró la punta y notaba como mi chocho se iba abriendo, poco a poco de pronto le agarré de ese culo y le empujé para que me taladrase del todo, pero él quería hacerlo despacio, no sé si para no partirme en dos o porque le gustaba ver mi cara de puta deseándolo más y más.

La conversación además de ardiente era relatada con tanta pasión que me hacía estar casi viviéndola, pero además su lenguaje sucio la hacían todavía más excitante. Ya no sabía si era todo una exageración, una mentira o lo que fuera, pero desde luego era algo muy muy acalorado.

– Que pasada tía. Me lo estoy imaginando y es que flipo. – volvía a intervenir la otra.

– Y es que de vez en cuando me besaba y su polla avanzaba un centímetro más y otro y otro. Se iba colando y es que no me lo creía.

Mis dedos seguían jugando con mi sexo y la otra mano ya se había colado por el sostén para pellizcar uno de mis pezones.

– De pronto me miró de aquella forma a los ojos y me sonrió antes de decirme si estaba preparada.

– Joder, con lo bueno que está. Lo estoy viendo y me mojo entera, cabrona. Y ¿qué pasó?

– Pues que le hice un gesto y de pronto me la metió hasta el fondo, que alucine, me puso los ojos en blanco y empezó a follarme que no te puedes hacer idea. Casi pierdo el conocimiento.

– Me parece que me estas vacilando.

– Que no, te lo juro, es un pasote de tío. Y no es que la tenga grande es que me llenó con ella y me folló como nadie. Y yo viéndole esa carita delante de mí…

– Ya tía, que guapo y que bueno está. Acabo de verle en la piscina y ahora mismo me lo comía.

En ese momento me di cuenta que hablaban de uno de los chicos del gimnasio y la primera imagen que me vino a la cabeza fue la de Martín, aunque claro podían estar hablando de cualquier otro. Sin embargo, una de esas chicas me dejó petrificada cuando lo confirmó con su comentario.

– Pues ten cuidado que hoy ha estado dando clase a la nueva y estará agotado, jajaja.

– ¿A qué nueva? – preguntó la chica.

– Adriana… creo que se llama.

Me quedé petrificada al oír que hablaban de mí. Permanecí callada intentando no hacer ruido y ser descubierta. Ya no había duda de que las aventuras vividas, con un portentoso tío, que además estaba provisto de un gran miembro era nada más y nada menos que el bueno de Martín y que follaba como nadie en palabras literales de aquella joven.

– ¿No me digas?, ¿Adri?, ¿La que estaba antes con las pesas? – preguntaba intrigada la primera.

– Sí, ¿qué pasa?

– Joder, es la madre de Darío.

– ¿Ah sí? ¡Ostras!

– Pues enseguida le pone los ojos en blanco, jajaja – comentó la otra riendo y haciendo que ambas carcajeasen imaginando la escena.

– Ya tenemos cotilleo para rato. – fue su última frase. En ese momento entre risas desaparecieron del vestuario y no pude seguir escuchando nada más pero en cambio mi mano seguía acariciando mi sexo por dentro de mis braguitas y la otra pellizcando mi pezón con fruición.

No fui ni precavida, ni tuve ningún tipo de miedo en ese momento, pero es que no podía quedarme así, y tuve que seguir masturbándome recordando las hazañas de esa chica, que había vivido con tanta intensidad y nada menos que con mi espectacular Martín. Los jadeos fueron en aumento hasta que tuve que soltar un gemido prolongado teniendo un orgasmo brutal, como pocas veces había tenido dándome placer a mí misma.

Intenté recomponerme y escuchar si alguien hubiera podido darse cuenta, pero a pesar de la inconsciencia, creo que saber que era Martín el protagonista de tan buenas maneras amatorias y de estar así de armado me habían obnubilado del todo, sino lo estaba ya. Mi comportamiento estaba siendo de lo más impropio, pero mi cuerpo pedía realmente otra cosa.

Yo salí de los vestuarios pasados unos minutos sin dejar de pensar en todo lo sucedido, no paraba de llegarme a la mente el miembro de Martín, que según decía una de ellas era enorme. Estas chicas jóvenes seguramente se sorprendían con cualquier cosa y yo no es que haya visto muchas vergas, pero sí las suficientes para valorar que tampoco debía ser para tanto. Lo que me preocupaba más era lo del cotilleo y que la gente empezase a rumorear sobre Martín y de mí, que eso llegase a oídos de mis amigas o peor, a oídos de mi hijo o mi marido y eso me incomodaba, casi hasta asustarme.

De camino a casa no paraba de darle vueltas y de sentirme intranquila pensando que estaba siendo una inconsciente, que había ido demasiado lejos y que tenía que cortar con esa estúpida intención de jugar con ese chico, que era de la edad de mi hijo, que además era su íntimo amigo y que aparte de comprometerme con problemas en mi matrimonio, no me parecía que todo aquello fuera decente y aunque eso fuera lo de menos, lo que más me preocupaba era mi propio comportamiento, que no parecía el de una mujer madura y sensata.

Al llegar a casa fui a saludar a mi marido en su despacho y una vez más, me respondió con uno de sus gestos, sin tan siquiera darme un beso o preguntarme por cómo me había ido el día, algo que en el fondo agradecí, pues seguramente hubiera enrojecido con esa pregunta. Después saludé a Martita que estaba viendo la tele y a continuación fui al cuarto de mi hijo mayor.

– Hola Darío, puedo pasar – dije tocando con los nudillos en la puerta de su habitación.

– Sí, pasa, mamá.

Allí estaba sentado en la cama y con su mando entre las piernas intentando conducir un 4×4 en el juego que se desarrollaba en el monitor a través de su consola de juegos.

– ¿Ya estás otra vez con tus jueguitos?

– No empieces – contestó sin dejar de permanecer con la vista fija en el monitor.

– Cariño, ¿podemos hablar? – le dije sentándome a su lado sobre la cama.

– ¿Qué quieres? – preguntó algo disgustado dándole a la pausa en el juego y deteniéndose también el sonido atronador de la música que envolvía su habitación.

– Nada, hijo, solo hablar contigo. – le comenté.

– Vale. – dijo mirando mi indumentaria que era en ese momento una blusa y un vaquero.

– ¿Qué pasa? – le pregunté al darme cuenta de su mirada.

– No, nada, que veo que ya no llevas la ropa ceñida de gimnasia.

– Sí, me cambié. ¿No te gustó? – pregunté, pero Darío tardaba en contestar.

– No sé, mamá, era algo distinto a lo que sueles llevar. No estoy acostumbrado a verte así.

– No te gusta, entonces…

– No es eso, pero…

– A ver, Darío, hijo, ¿te parece que tu madre es una buscona por ir así vestida dentro de un gimnasio, como van todas? – hice la pregunta directa y concisa con algo de enfado.

– No, mamá, no es eso, sí me parece bien…

– ¿Entonces? ¿No quieres que vaya a tu gimnasio?

– No, no me importa.

– ¿Y…? ¿Qué te preocupa?

– Martín. – contestó mirando hacia el suelo.

– ¿Martín? – pregunté haciendo que nuestras miradas se cruzasen unos segundos.

– Sí, no quiero que…

– Que le cuente nada tuyo o que me lo cuente él de ti… – terminé su frase.

– No, no es eso, mamá… Ya sé que no lo va a hacer. Es un buen amigo.

– ¿Entonces qué te preocupa?

– Que te líe…

– No te comprendo, hijo… – decía yo aunque sospechando por dónde iban los tiros.

– Que te intente camelar, ya sabes… con su simpatía, sus vaciles y tal, te lleva a donde quiera.

– Jajajaja, pero hijo, que soy tu madre y ya tengo unos años…. – dije riendo, aunque en el fondo pensaba que era una realidad, el chico me había camelado y mucho más de lo que pudiera imaginar tanto mi hijo como yo misma.

– Te lo digo, porque es un ligón, mamá.

– Bueno, cariño, pero no creo que lo intente.

– Lo hace con todas.

– Entiendo… – me quedé pensativa intentando recapacitar sobre lo que me contaba mi hijo.

– Es un ligón profesional. Ataca a todo lo que se mueve. – afirmaba Darío.

– Ya, pero yo… podría ser su madre. No creo que…

– Le gustan maduritas. – añadió mirándome de reojo.

– Vaya. De todos modos pierde cuidado, puedo controlarme y él no me gusta a mí.

Esa mentira me hizo enrojecer aún más, primero porque ni yo misma era capaz de creerla, pero mucho menos Darío, que tampoco es tonto. Aun así intenté ser todo lo convincente posible, poniéndome seria y haciéndole entender que aquello que pensaba era imposible. El hecho de saber que le pudieran gustar maduritas al bueno de Martín, le ponía más picante todavía a todo aquello.

– Ten cuidado, por si acaso. – sentenció él.

– HIjo, gracias por preocuparte por mí, pero ya soy mayorcita, tú tranquilo, además soy una mujer casada. ¿Recuerdas? Quiero a tu padre y no voy a irme con el primer chiquillo que vea – esto último lo dije para que le quedara claro a él, aunque en el fondo me lo decía a mí misma, queriendo poner una frontera en el lugar adecuado, pero lo cierto es que mi cuerpo iba por otro lado..

– No sé, no te molestes, lo decia por…

– No pasa nada, mi amor, me alegro que te preocupes por mí, pero tú estate tranquilo porque estoy pensando en no volver al “gym”.

– Pero, ¿por qué?

– No sé, no me convence del todo, ya sabes.

– A mí me gusta.

– Sí, pero hay mucha niña tonta y alguna muy chismosa.

– Bien, mamá, como veas, pero no lo hagas por mí.- respondió con una cierta sonrisa en su rostro supongo que de verme tan segura y de sentirse aliviado por mis explicaciones sensatas en apariencia.

– Bueno, cariño, me lo pensaré, te dejo con el juego, pero no te estés mucho. – le dije dándole un beso en la frente.

– ¡Vale!

Me dirigí a la puerta para salir de su cuarto y con el pomo en mi mano, dudé unos instantes, pero estaba llena de intrigas y tenía que preguntarle algo sino me moría.

– ¡Darío, cariño!

– Dime, mamá – respondió él, con la vista fija en las imágenes del juego.

– ¿La tiene muy grande?

– ¿Qué? – preguntó confuso haciendo que el vehículo que conducía en el juego se estrellase contra unas rocas y perdiese la partida dirigiendo su mirada hacia mí.

– Martín, digo. – apunté.

– No te entiendo, mamá. – decía, pero por sus ojos abiertos como platos mirándome fijamente sabiendo perfectamente a lo que me refería.

– Verás, es que escuché en el vestuario hoy a unas chicas que decían que Martín, tenía… esto… un pene muy grande. – dije por fin notando el calor subir por mis mejillas y también por mi entrepierna.

– Esto, sí… eso dicen.

– ¿Dicen o se lo has visto?

– ¡Mamá!

– ¿Hijo, hay confianza con tu madre o no? No es tan raro, hacéis deporte juntos, os veréis desnudos… le habrás visto su…

– Pero, mamá, esa pregunta… No voy contando por ahí las cosas de mis amigos…

– ¿Sí o no? – pregunté impaciente con aire autoritario de madre.

– Sí.

– ¿Sí, qué? ¿Que se la has visto o que la tiene grande?

– Las dos cosas. – contestó Darío con cierta timidez pensando que podría regañarle por eso..

– Entonces las chicas que oí hoy en los vestuarios, ¿no exageraban?

– No.

– Pero… Darío, entonces tú… ¿Lo has visto…?

– Sí.

– Supongo que en reposo la cosa debe ser grande ya. No quiero imaginarla empalmada. – dije eso sin pensar, salió atropelladamente de mi boca.

– ¡Mamá! – la mirada de mi hijo denotaba su apuro, pues nunca hablábamos de esas cosas y menos que yo empleara términos tan directos.

– Hijo, soy tu madre, no me voy a asustar.

– En reposo y empalmada – añadió bajando la vista.

– ¿Empalmada? ¿Se la has visto así?- pregunté más que sorprendida pues eso sí que no me lo esperaba.

– Sí, bueno… le pregunté un día de algo que había oído yo también y las comparamos.

– ¿Las comparasteis?

– Sí, quería saber si era verdad eso que decían de que la suya era enorme. – comentaba Darío muerto de vergüenza.

– Pero ¿cómo hicisteis esa comparación?

– Midiéndolas, mamá, ¿qué otro modo? – añadió enrojeciendo más.

– ¿Y..? – pregunté impaciente.

– Mamá es que…

– ¡Vamos Darío! – grité autoritaria e impaciente.

– Pues… la mía es normal, de unos 16 ó 17 cm.

– ¿Y la suya? – aunque lo intentaba disimular mi agitación era ya puro nervio. – ¿la mediste, hijo? – le pedía con premura.

– Sí, 23 centímetros. – respondió Darío bajando su cabeza.

Cerré la puerta de la habitación de mi hijo sin asimilar lo que acababa de decirme. ¡23 centímetros!

Juliaki

CONTINUARÁ…

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Relato erótico: “Una jovencita y sus problemas trastocaron mi vida 5” (POR GOLFO)

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Cuando amanecí, estaba solo en la cama y debo confesar que fue una liberación, ya que lo último que me apetecía es que cualquiera de las dos me llegara en buscas de caricias. Me sentía hundido, jodido y arrepentido al ser consciente de lo mucho que había disfrutado al pajearme sobre la cara de Lidia. Y es que por mucho que lo negara, verla devorando mi lefa fue algo que me resultó la mar de morboso y en mi interior supe que no tardaría en repetirlo, aunque eso supusiera una victoria más de ese putón de tez morena. Haciendo examen de lo sucedido, comprendí que a buen seguro se habían tomado lo ocurrido como un paso más que les acercaría a sus metas. A pesar de seguir firme en mi decisión de no poseerla, máxime cuando la estancia de ese par de zorras no era casual y que buscaban algo de mí, pensé en si me convenía seguir simulando. Por ello, cuando escuché el jacuzzi llenar, dudé si levantarme. Cómo finalmente tenía que ir a trabajar, decidí hacerlo y sin ponerme nada, acudí a esa cita matinal rogando que no se me notara la turbación que sentía.

            Ya en el baño y como se estaba convirtiendo en una costumbre, la hispana me esperaba arrodillada lista para bañarme. Tras, saludarla y como siempre hacía, me dirigí al wáter y me puse a mear. Al estar todavía medio dormido, cometí el típico error de enchufar mal y salpicar unas gotas fuera. Esa fue la excusa que ese engendro del demonio usó para extender la mano y cogiendo mi pene entre sus dedos, soltarme con su típica desfachatez que, si no sabía siquiera mear en un tiesto, mi princesa debía ayudarme. Sin esperar mi aprobación y ante mi pasmo, con él en la mano, me rogó que siguiera meando mientras ella se ocupaba de apuntar.

            -Mi señor, piense que seré yo quien deba limpiar el escusado- dijo con malicia al ver mi enfado. Enfado que realmente no era con ella, sino conmigo al notar cómo mi trabuco se despertaba al sentir sus yemas rodeándolo.

            Molesto, no dije nada y me metí a bañar mientras soportaba la humillación de verla sonreír amorosamente mientras comenzaba a enjabonarme. La satisfacción que reflejaba en su rostro fue una muestra más de que se sabía victoriosa y por unos instantes pensé en castigarla, pero al recordar lo mal que me había salido la última vez que intenté darle una reprimenda decidí no hacerlo. Mi desamparo al saber que mi vida había cambiado sin remedio se intensificó cuando llegó María con el periódico y sentándose en un taburete, comenzó a leerme los titulares extendiéndose solamente en las noticias que consideraba importantes, leyendo su contenido. Ese idílico momento para la mayoría de los mortales, a mí, me resultó un suplicio al saber que todo era una pantomima y que su supuesto interés por mi bienestar escondía un fin que desconocía.

            Fue así cuando me enteré que los yanquis habían abandonado Afganistán, dejando ese país en manos de los radicales islámicos y, pero también conocí otra faceta de la ideología de esas dos, ya que mientras la cincuentona echó la culpa a los americanos, la hispana se la adjudicó a los europeos y en particular a España por haber sido la que menos tropas había mandado a la zona.

            -No teníamos nadar que ver en esa guerra- defendiendo la actuación del gobierno, protestó mi compatriota.

            -Esa actitud es de una hipocresía típicamente europea. Os quejáis de la indefensión en que han quedado las mujeres en ese país, pero no habéis hecho nada para remediarlo. Es muy cómodo que otros pongan la sangre y el dinero mientras os dais golpe de pecho hablando de los derechos humanos.

            De haber pedido mi opinión, hubiese estado de acuerdo con la muchacha ya que a mi parecer la comunidad europea en su completo debería haber aportado su granito de arena en ese tema. Pero como no me la pidieron, me quedé callado mientras ellas seguían tratando de imponer sus posiciones.

            -La opinión pública española no estaba de acuerdo con arriesgar las vidas de nuestros militares – insistió María sin demasiados argumentos.

Su amante y momentánea contendiente, se echó a reír y volviendo a hacer hincapié en que para ella era una desfachatez que María exigiera a los gringos el arriesgarlas y encima ahora se lamentara cuando los españoles no habían hecho nada por remediarlo. Es más, apoyó la actuación de los diferentes presidentes americanos que habían mantenido la guerra, diciendo:

-Cuando se quiere resolver un problema, no bastan las palabras. ¡Hay que arremangarse y actuar!  Como decís aquí: ¡quien quiera peces que se moje el culo! Es como lo que ocurre en mi patria, donde los europeos se quejan de la corrupción existente y las diferencias sociales, pero siguen apoyando a su régimen porque económicamente les resulta rentable.

– ¿Y qué quieres que hagan? ¿Qué manden una fuerza expedicionaria y lo invadan? – tuve que intervenir.

 -Si con eso consiguieran poner orden, sí. Pero no creo que sirviera de nada. Lo importante es que dejen de financiar a esos corruptos y apoyen un nuevo orden. No es algo que pienso yo, sino gran parte de mis paisanos. Sé que hay una gran parte del ejército que está esperando que aparezca un líder con arrestos para sumarse a sus filas.

Reconozco que se me erizó hasta el último pelo de la cabeza al comprender que esa diminuta cría se veía a sí misma como la solución a los males ancestrales de su país y que si pudiera no dudaría en dar un golpe de estado. Aterrorizado porque siquiera se lo planteara, ya que al vivir conmigo un pronunciamiento por su parte me llevaría entre las patas, quise saber si no conocía alguien capaz de llevarlo a cabo que no fuera ella.

-Al único que creo lo suficiente honesto es al capullo de mi hermano mayor. Pero ese cabrón vive muy bien y no quiere perder su estatus. Por eso no me hablo con él. Le he pedido en multitud de ocasiones que encabece la oposición, pero siempre he recibido la misma respuesta: ¡Está demasiado ocupado dirigiendo los negocios de la familia!

Respiré al escuchar sus palabras, ya que al exteriorizar la razón de su enfrentamiento también me hizo saber que podía colaborar con él sin que eso supusiera un peligro momentáneo para mis intereses. Por eso y mientras salía del jacuzzi, decidí que intentaría ponerme en contacto con el tal Joaquín para ofrecerle mi ayuda, tomándolo como mal menor.

El destino lo hizo innecesario ya que al llegar a la oficina y abrir mi ordenador, me encontré con un mensaje de email cuyo emisor no me quedó duda que era él nada más leerlo al hacerse llamar “némesis” y en el que me pedía que hiciera llegar a Lidia el expediente que me mandaba. Leyendo el contenido, supe que era una bomba ya que demostraba los nexos del actual ministro de defensa de su patria con los narcos. Pensando en ello, comprendí que ese potentado quería usar el exilio de su hermanastra para que ella, a través de las redes sociales, le fuera apartando de su camino a posibles competidores. Aunque personalmente no me apetecía involucrarme en política, imprimiendo los documentos, llamé a un mensajero y se los mandé a casa, tras lo cual me olvidé del tema.

Una hora más tarde, recibí la llamada de la chavala en la que, tras mostrar su alegría de que la ayudara en su lucha, me pidió saber cómo habían llegado a mi poder y si mi fuente era fiable.

-Lo es, pero no puedo decirte quién me lo ha dado. Si alguien te pregunta, te llegó anónimamente.

Por raro que parezca, la joven aceptó mi respuesta y sin cortarse un pelo, preguntó cómo quería que mi princesa se lo agradeciera. Pude decirle que, yéndose de casa, pero contesté que me daba por pagado con que no se metiera en problemas.

-Lo siento, mi señor. Eso es algo que no le puedo prometer, pero si lo desea esta noche pondré mi trasero a su disposición para que me dé una tunda.

Aunque su descaro provocó que soltara una carcajada, la realidad es que me dejó preocupado y por enésima vez desde que la conocía, asumí que mis dificultades no habían hecho más que empezar. La prueba incontestable de que iba a ser así, me llegó en compañía de Perico. Estábamos en el restaurant de siempre cuando mirando la tele entre plato y plato, descubrí que esa arpía había usado mi hogar para dar una rueda de prensa en la que informaba al mundo que, según los documentos que obraban en su poder, la mano derecha de su presidente estaba en la nómina de un cártel.

– ¡No puede ser tan insensata! – exclamé.

Mi socio que no había prestado atención a la noticia levantó la mirada y rápidamente se percató de la razón de mi cabreo al reconocer mi salón:

– ¿Quién coño es esa cría y qué hace en tu casa?  

Como hasta entonces había mantenido en secreto que desde antes de divorciarme vivía conmigo, no supe cómo contestar y menos aun cuando en la pantalla apareció la cincuentona a su lado.

– ¿Esa no es María Castellano? – insistió: ¡Nuestra antigua compañera de estudios!

Sin otra salida que confesar parcialmente, reconocí que llevaba liado con ella un tiempo y que la chavala era una amiga suya que se alojaba con nosotros. Curiosamente, el chisme pudo más que la noticia de carácter global y muerto de risa quiso que le contara cuando había retomado el contacto con ella, si antes o después del divorcio. Falseando la realidad, le respondí que después y que, tras toparme con ella, en una fiesta nos habíamos convertido en pareja.

– ¡Serás cabrón! ¿Y cuándo pensabas comentármelo? – replicó y antes de que le contestara, mirando la televisión comentó que la castaña seguía teniendo unas buenas tetas.

Asumiendo que lo que quería era chicha con la que reírse, contesté:

-Pues ni te imaginas su culo. Nadie diría que es el de una cincuentona.

Como sabía que Raquel me había dejado, me felicitó por haber rehecho la vida tan rápidamente para acto seguido auto invitarse esa noche a casa porque quería saludarla.

-No temas, no es mi tipo. A mí me gustan más jóvenes- añadió desternillado al ver mi embarazo.

Fue entonces cuando caí que habíamos quedado con Elizabeth. Como se suponía que no la había visto en la oficina y ya que le había dado la palabra de que cenaría con nosotros, decidí que me echara una mano y por ello le mandé un órdago que ese mujeriego sería incapaz de rechazar:

-Me vienes de puta madre. Porque casualmente viene a cenar una pelirroja de enormes pechos que se acaba de mudar al chalet de al lado.  

– ¿Soltera?

-Creo que sí. Y por la forma en que mueve el pandero, debe estar necesitada de macho. Me vendría bien tu ayuda para que María no se ponga celosa.

Tal y como había previsto, la bragueta de Perico le hizo prometer que intentaría quitármela de encima y que, si al final le echaba un polvo, lo festejaríamos con una buena juerga. No fui capaz de decirle que en cuestión de sexo estaba colmado y pagando la cuenta, volvimos a la oficina. Desde que llegué al despacho, intenté contactar con ese par de locas para recriminarles el poco sentido común que habían mostrado al hacer la conferencia de prensa desde la casa, pero me fue imposible al no contestar.

«¿A cuál de las dos se le habrá ocurrido tan genial idea? Ahora, todo dios que quiera sabrá dónde viven. Ni siquiera le hará falta contratar un detective. Le bastará con marcar a cualquier periódico y preguntarlo».

Mi preocupación se fue incrementando a lo largo de la tarde al ir leyendo las diferentes reacciones que se iban provocando la bomba que esa zumbada había lanzado y es que mientras la oposición de su país pedía la cabeza del ministro, sus partidarios hablaban de una conspiración mientras propagaban que Lidia estaba a sueldo del imperio. No pasé por alto que, en vez de defenderse negando que fuera cierto, atacaban al mensajero.

«Están dando credibilidad a la noticia sin darse cuenta», pensé esperando a cada momento que me involucraran en los medios.

Al leer que ese político iba a dar su versión y que para ello había citado a los medios a las once de la mañana, las seis de la tarde en España, supe que estaba contra las cuerdas y que moriría, matando. Mi nerviosismo se maximizó cuando en internet se abrió un encarnecido debate sobre el exilio de Lidia y sus opositores comenzaron a lanzar una serie de bulos e infundios sobre su vida privada en los que le achacaban estar viviendo a expensas de los gringos con un futbolista que jugaba en uno de los equipos de la capital. Que sus detractores se inventaran ese supuesto affaire me hizo gracia y hasta me alegró, al desviar el foco mediático de mi persona. Por eso me encabronó tanto cuando en un tweet aparecí abrazado a esa joven con la siguiente leyenda:

“El verdadero novio de Lidia Esparza es este”.

Gran parte de sus seguidores pusieron en duda esa afirmación aludiendo que parecía su padre, que era demasiado viejo para ella o que esa lideresa nunca elegiría para sí un descendiente de los que habían esclavizado su patria. Esa última afirmación creó gran polémica, ya que sus detractores la usaron para señalar sus genes mayoritariamente europeos mientras los suyos hacían hincapié en que Lidia nunca lo había negado y que, además, para su heroína las razas no existían ya que sin distinción de color o credo que todos ellos eran compatriotas.

Afortunadamente, la discusión volvió a su origen centrándose en el ministro y en sus nexos con el narcotráfico. Gracias a ello, respiré un poco más tranquilo mientras esperaba la conferencia de prensa en la que el supuesto corrupto iba a dar explicaciones de sus actos. Como apenas faltaba un cuarto de hora para las seis, preferí esperar a que diera inicio en vez de comenzar a estudiar un asunto y dejarlo a la mitad. Por ello estaba atento cuando con cinco minutos de anticipación apareció ese hombre ante los periodistas ahí acreditados. A pesar de sus sonrisas, la expresión de su rostro era la de alguien derrotado y por eso no me extrañó su tono afectado al empezar a hablar:

-Compatriotas: En las últimas horas se han vertido muchas calumnias y muchas medias verdades que han provocado que la opinión pública tenga una idea equivocada de mí. ¡No soy un corrupto! Sino un fiel servidor del presidente ¡Jamás me he lucrado con dinero poco claro! No niego que haya pasado a mis manos, pero no se ha quedado en mis bolsillos. Mi único error ha sido el haber aceptado recaudar los fondos con los que nuestro partido financió su llegada al poder. 

– ¿Quién o quiénes le pidieron hacerlo? – deseando carnaza para sus lectores, preguntó uno de los reporteros.

El ministro estaba a punto de responder cuando el tronido de un tiro resonó en la sala y sus sesos se esparcieron por la sala. Los gritos de la gente intensificaron la dureza de la escena y reconozco que contemplé alucinado esa muerte en directo y más al contemplar el caos, el terror y el miedo, las carreras que ese disparo provocó en los presentes.

-Señoras y señores, todos ustedes han sido testigos de lo sucedido- parcialmente repuesto el responsable de la transmisión comentó sin aparecer en la pantalla: -Todo apunta que Juan De la Llave ha sido silenciado cuando iba a revelar los nombres de aquellos que, según él, le obligaron a reunir dinero del narcotráfico.

Apesadumbrado comprendí que era parcialmente responsable de ese asesinato y pensando en ello, temí por Lidia. Y no solo por su equilibrio mental, del que dudaba, sino también por si sus enemigos buscaban terminar con su vida. Por eso, dejé todo y decidí volver a casa. En el parking me encontré de bruces con los hombres que me habían seguido esa mañana al lado de mi coche, por lo que rehaciendo mis pasos intenté tomar nuevamente el ascensor para huir de ellos.

-Señor Morales, debemos hablar con usted- escuché en mi espalda.

Temblando de la cabeza a los pies, me di la vuelta temiendo que me despacharan un tiro. Por fortuna, no fue así y sacando una placa, el mismo tipo al que burlé en el metro me informó que era del CNI y que su jefe les habían mandado a protegerme.

-No entiendo- alcancé a mascullar un tanto más tranquilo al saber que pertenecían a ese organismo.

-Sus últimos pasos lo han convertido en objetivo de un cártel y al ser colaborador nuestro, don Manuel ha visto prudente ponerles protección tanto a usted como a la señorita Esparza- tras lo cual, me pidió las llaves de mi automóvil.

Antes de dárselas, llamé a mi conocido. Espina me confirmó que eran su gente y me pidió que colaborara con ellos, echándome la bronca:

-Alberto, la amenaza es real.  Según las informaciones de las que dispongo, han mandado un equipo a silenciaros. No entiendo como alguien de tu experiencia se ha metido en este embolado. ¿En qué coño pensabas cuando acogiste a esa mujer?

Eso mismo me preguntaba yo y por eso, aguanté el chaparrón en silencio:

-Tenéis a medio mundo, siguiendo vuestros pasos y no solo hablo de los narcos. A nuestro gobierno le preocupa que las revelaciones de esa joven y su lucha política provoquen un altercado internacional que le salpique. Hasta los putos yanquis están involucrados y han preguntado por tus actividades.

-Lo sé- reconocí y sin nada que perder, le hice saber que esa noche cenaba con uno de sus emisarios.

-Me apunto, ¿a qué hora y dónde habéis quedado? – señaló cabreado, sintiendo quizás que los americanos estaban invadiendo sus competencias.

Tras exponerle que la cena en cuestión tendría lugar a las nueve en mi casa, me pidió que le dijera quien eran los invitados.

-Contigo seremos seis. Además de tú y yo y de la capitana Elizabeth Burns de la DIA, estarán también Lidia Esparza, María Castellano, mi novia, y Perico Martínez, mi socio.  Pero de antemano debes saber que solo yo conozco la profesión de esa militar, para el resto, es una vecina que se acaba de mudar al lado.

-Conozco a ese bombón de oídas y por su fama deduzco que sus jefes están preocupados.

– ¿De qué fama hablas? – pregunté tratando de mantener la cordura.

-Solo mandan a esa mujer a los casos difíciles y siento decirte, que se ha hecho un nombre por lo drástica que es. Si ve un problema para los intereses de su país, no duda en usar la violencia.

 Como no podía ser de otra forma, esas noticias lejos de tranquilizar me aterrorizaron y por ello, le imploré que me ayudara a seguir vivo. Meditando durante unos segundos, me aconsejó que, a pesar de tener pareja, siguiera la corriente a la pelirroja.

-Me he perdido- confesé.

-Elizabeth Burns va de femme fatale y suele usar su belleza para conseguir sus fines.

– ¿Estás insinuando que piensa seducirme? – tartamudeando, pregunté.

-Si lo ve necesario, no se cortará en acostarse contigo y con todos los que te rodean. Le da igual la edad, la raza o el sexo. De considerarlo oportuno, es capaz de buscar respuestas entre las piernas de tu novia. ¡No sería la primera vez, ni la última! – replicó con un deje de admiración en su tono.

La posibilidad de retozar con esa diosa junto con María me pareció absurda además de imposible y despidiéndome de Manuel, dejé que sus subalternos me escoltaran hasta casa. Al llegar al chalet, me recibió mi antigua compañera y preguntando por Lidia, la castaña me comentó que estaba preparando la cena, pero que me necesitaba. Intrigado, directamente, me dirigí a la cocina para avisar que íbamos a ser seis y no cuatro. Nunca esperé, hallarla llorando.

– ¿Qué te pasa? – pregunté viendo su estado.

La joven, corriendo hacia mí, se echó en mis brazos berreando:

-Aunque no fue mi intención, he matado a ese hombre.

-No has sido tú- susurré en su oído mientras intentaba calmarla: -Fueron sus actos los que provocaron su muerte.

-No es cierto. Si no hubiese publicado sus manejos, ¡seguiría vivo!

Como su sentimiento era compartido por mí, seguí abrazándola:

-Si hay alguien responsable soy yo. Podía haberme quedado con esa información y no habértela dado o haberla dado a conocer yo mismo. En tu caso, solo has sido la herramienta que usó el comandante Omega para revelar un latrocinio- respondí usando para ello mi antiguo nombre de guerra.

Que me adjudicara la autoría descargando sus culpas, consiguió que dejara de llorar y levantando su mirada, susurró si eso significaba que me había unido a su lucha.

-Por ahora, lo único que me interesa es qué todo esté listo para esta noche- cortando de cuajo el rumbo de la conversación, repliqué y separándome de ella, comenté que finalmente cenaríamos seis para a continuación decirle que me iba a duchar.

-Dele cinco minutos y su princesa irá a ayudarle- musitó preocupada.

Aprovechando la presencia de María le hice saber que no necesitaría su ayuda y pegando un sonoro azote a la cincuentona, le pedí que fuera ella quien lo hiciera. Curiosamente, ésta sonrió al recibir la nalgada y despidiéndonos de la chavala, me acompañó al cuarto. Una vez allí, no esperó y mientras el jacuzzi se llenaba, me empezó a desnudar. La excitación que leí en su rostro no podía ser fingida y eso hizo que mi hombría se alzara bajo el pantalón.

– ¡Qué ganas tenía de volver a verla! – exclamó al despojarme del calzón y comprobar que sus manejos habían inducido mi erección.

No tuve que comentar que me apetecía una de sus mamadas, ya que al verla se arrodilló y aproximando la cara, me regaló un largo lametazo.

– ¡Menuda zorra estás hecha! – exclamé al comprobar que María repetía e incrementaba sus mimos.

Mi exabrupto la hizo reír y levantándose del suelo, me rogó que la tomara. No tuvo que repetírmelo, levantándole la falda, desgarré sus bragas y sin mayor prolegómeno, la empotré contra la mesa. La humedad de su almeja permitió que se la clavara hasta el mango y sin preocuparme el hacerle daño, comencé a cabalgarla con decisión. Sus gritos resonaron en el chalet mientras afianzaba el asalto tomando sus pechos entre mis manos.

– ¡Dios! ¡Cómo me gusta ser vuestra puta! – chilló revelando inconscientemente que se sentía tanto mía como de Lidia.

Eso me hizo recordar su traición y acelerando la velocidad de mis caderas, seguí machacando su interior lleno de ira. La violencia de mis actos azuzó su lujuria y aullando de placer, me rogó que nunca me separara de ella porque me amaba. Sus palabras me indignaron aún más y decidido a castigarla, saqué mi pene de ella y apuntando el culo que ya había desvirgado, se lo incrusté hasta el fondo.

– ¡Mi señor! – sollozó con lágrimas en los ojos sin hacer nada por rechazarme.

La suave presión de su ojete me informó de que de alguna forma había previsto que la enculara y mientras retomaba el ataque, pregunté cómo era posible.

-Lidia creyó oportuno que me pasara todo el día con un dilatador puesto por si su dueño quería usar mi trasero- reconoció entre gritos.

Aunque debería estar contento, me jodió esa precaución al haber hecho inviable el castigo y cambiando por segunda vez de objetivo, le di la vuelta y tirando de su melena, usé los labios de la mujer como si fueran su coño. Lo normal hubiese sido que protestara, pero al sentir que le follaba la boca cayó en brazos del orgasmo licuándose ante mis ojos. Que se estuviese corriendo cuando apenas podía respirar, me hizo saber la inutilidad de mis actos y fuera de mí, saqué mi verga de su garganta y le ordené que me esperara metida en la bañera. María iba a repelar cuando desde la puerta escuchó a la latina que se fuera, mientras ella la sustituía. Nada pude hacer cuando sin pedir mi permiso ese engendro del demonio comenzó a pajearme pidiendo que usara su cara para dejarme llevar. El deseo que destilaban sus negros ojos fueron el empujón que necesitaba y explotando sobre sus mejillas, las teñí de blanco mientras la morena se afanaba en que no se desperdiciara ni una gota.

-Mi amado comandante sabe cómo premiar a su princesa- suspiró con mi semen recorriendo sus mofletes.

 No tuve que esforzarme en comprender que esa morena veía en mi leche el pago por haber publicado las andanzas del fallecido y mientras la veía beberse el producto de mi lujuria, me quedé pensando sobre lo que me había dicho mi amigo del CNI sobre la tal Elizabeth. Soñando que se hiciera realidad y que la espía intentara seducirme, di un salto al vacío, diciendo:

-Durante la cena, tu función será ocuparte de la vecina y que se sienta a gusto.

– ¿Acaso quiere que se la meta en la cama? – preguntó entre risas.

-No, princesa. Quiero ver si acepta la famosa hospitalidad de tus compatriotas y duerme contigo.

-Mi comandante, eso es lo mismo. Mi lugar está entre sus sábanas y si pasa la noche en mi compañía, también la pasará en la de usted- respondió recordándome que le había dado permiso a dormir conmigo.

Soltando una carcajada la dejé en el suelo y pasando al interior del baño, acudí donde mi antigua compañera de estudios esperaba para bañarme. Al entrar en la bañera y mientras comenzaba a enjabonarme, María me hizo saber que nos había escuchado:

-Si ella no puede sola, yo le ayudaré a cumplir el deseo de mi señor.

11

La certeza de que esa noche la militar americana iba a ser atacada por dos flancos me puso de buen humor, al saber que fueran los que fuesen sus planes para la velada, nunca podría llevarlos a cabo. Todo lo que hubiese planeado iría a la basura, al no esperarse que un seductor como Perico intentara llevársela al huerto mientras mis niñas buscaban lo mismo usando las artes que solo las mujeres poseían.  

«A ver cómo se libra de ésta», medité imaginando la cara que pondría al verse acosada por todos lados en presencia de su colega español. «No tardará en salir corriendo con el rabo entre las piernas rumbo a su casa», sentencié desternillado mientras me anudaba la corbata.

Estaba sirviéndome un copazo cuando la indumentaria que eligieron Lidia y María confirmó que se tomaban en serio mi petición. Y es que ambas se esmeraron en lucir fabulosas.

«Hasta a mí me apetece echarlas un polvo», comenté para mí al verlas salir ataviadas con sendos vestidos de fiesta que dejaban poco a la imaginación.

La morenita leyó mis pensamientos en la mirada que les eché a sus escotes y acercándose a mí, susurró encantada en mi oído que fuera preparando la recompensa que le daría cuando consiguiera embaucar a nuestra vecina.

– ¿Qué quieres en pago? – ingenuamente pregunté mientras acariciaba uno de sus pezones.

Con una sonrisa de oreja a oreja, contestó tomando de la mano a la cincuentona:

-Que mi señor me preñe. Nada me haría más ilusión que llevar su hijo en mis entrañas.

Afortunadamente, estaba preparado y soltando una carcajada, repliqué:

-Ya prometí embarazar a María, pero inseminarte a ti, es otra cosa. Pídeme algo que esté a mi alcance.

Haciendo un puchero, esa bella arpía me soltó:

-Si entre las dos conseguimos que se folle a esa putilla, al menos deberá dejar que su princesa le haga una mamada.

Como ya me había corrido dos veces en su cara y encima no creía que lo lograran, no vi nada malo en aceptar esa pretensión:

-De acuerdo, si Elizabeth pasa la noche con nosotros, mañana permitiré que sacies tu hambre de esa manera.

 El tamaño que adquirieron sus pezones me hizo ver que realmente creía que iba a tener éxito y por eso seguía lamentando haber cedido, cuando sonó el timbre de la puerta. Pensando que podía ser ella, María corrió a abrir sin saber que era mi socio el que tocaba. Al reconocerlo, lo abrazó:

-Perico, ¡cuánto tiempo sin verte!

Desde el salón observé el repaso que ese capullo dio a mi teórica novia mientras la saludaba con dos besos. Conociendo el éxito de mi amigo con las damas, afloraron mis celos cuando comenzó a piropearla y la castaña en plan coqueta, se puso a lucirle el modelito que llevaba puesto.

-Alberto ya me había avisado que estabas preciosa, pero se quedó corto: ¡Estás divina! – babeó el muy cretino mirándola de arriba abajo.

– ¿No me vas a presentar a tu amigo? – acercándose comentó la morenita.

En su tono descubrí que no le hacía gracia el coqueteo de la cincuentona y recordando que eran pareja, comprendí que lo veía como un rival de temer. Ajeno a ello, mi socio miró a la joven que se aproximaba y nuevamente se quedó embelesado con lo que veían sus ojos. Tras darle otros dos besos y dirigiéndose a mí, comentó:

-Eres un cabrón avaricioso, ¡qué callado te tenías que además de María vivías con otro monumento!

La latina vio necesario hacerle ver que las dos estaban fuera de su alcance:

-Así es. Alberto tiene mucha suerte al disfrutar de los mimos de su novia y de su princesa.

Como eso era algo que no se esperaba, Perico me interrogó con la mirada y fue nuestra amiga de antaño la que le confirmó el dato diciendo:

-Las afortunadas somos nosotras al tener un hombre guapo y amoroso del que cuidar.

Sin creérselo todavía, se echó a reír:

-Como broma, está bien. Pero lo conozco y sé que está chapado a la antigua.

 Que dudara de sus palabras, provocó la ira de la hispana y deseando dejar claro que no mentía, llevó mis manos a sus pechos mientras le decía:

-No debes conocerlo tan bien. Desde que Alberto nos dio su amor, ambas prometimos ser suyas por siempre.

La tersura de esos juveniles senos me dejó paralizado y lleno de vergüenza, tampoco pude evitar que uniéndose a nosotros María confirmara lo que ya era evidente.

-Te podrá escandalizar el enterarte así, pero Lidia y yo lo amamos y compartimos su cariño- dijo besando mis labios mientras introducía la mano por el escote de la morena.

Ese imprevisto arrumaco a tres bandas lejos de molestarle, lo excitó y con voz cargada de envidia, nos felicitó riendo:

-Parad, o tendré que irme al baño a desaguar… ¡necesito una copa!

Lidia comprendió que había captado el mensaje y dando un beso en los morros a María, se fue a servir un ron a nuestro invitado. Como nuestra antigua compañera la ayudó, Perico aprovechó para decirme cómo, a nuestra edad, podía satisfacer a las dos a la vez:

-Cuando estoy cansado, se consuelan entre ellas.

– ¡Qué hijo de puta! – exclamó y cogiendo el vaso que le ofrecían se lo bebió de un trago.

En ese preciso instante, sonó el timbre y mientras la hispana iba a abrir, pedí a mi socio que no dijera nada de lo que acababa de contemplar.

-Aunque estoy orgullosa, es mejor que esto quede entre nosotros, ya que Lidia es alguien importante en su país- añadió, cogida a mi cintura, María.

-Ya me conoces… ¡soy una tumba! – contestó viendo que Manuel era el segundo invitado.

Como se conocían al ser nuestro contacto. Perico comenzó a charlar animadamente con él intentando que no se percatara de lo que me unía a esas mujeres. Aunque por su profesión, debía saber lo nuestro, se las presenté como mi novia y una amiga. El funcionario no puso en duda mi afirmación y tras saludarlas, se sentó junto a mi socio.

La última en llegar fue la americana y cuando lo hizo su entrada fue triunfal:

– ¡Pedazo piba! – oí exclamar a mi amigo cuando la pelirroja pasó adentro embutida en un traje que realzaba el tamaño y la belleza de sus ubres.

Nadie puso objeción alguna e hipnotizados contemplamos el andar felino de esa rojiza pantera. Hasta la hispana se quedó sin habla cuando la recién llegada le plantó un beso acercándose más de lo que la etiqueta requería. Mientras me acercaba a saludarla, caí en el anómalo crecimiento de los pezones de la activista y recordando que en realidad sus inclinaciones sexuales eran las lésbicas, supe que no tardaría en intentar seducir a esa diosa. Pero nada me preparó a lo que experimenté cuando los labios de Elizabeth se posaron cerca de mi boca mientras disimuladamente me magreaba el trasero:

-Vecino, estás guapísimo.

Su halago me puso en alerta y recordando que, según Espina, esa mujer solía usar su atractivo para seducir a sus objetivos, devolviendo esa misma caricia en sus nalgas, respondí en voz baja:

-Si no llegas a ser una espía, te empotraba aquí mismo.

La americana no se esperaba semejante burrada y totalmente colorada, buscó si alguien aparte de ella la había escuchado. Al percatarse que no, se repuso de inmediato y susurró en mi oído:

-Para ser casi un anciano, apuntas alto. Pero, si insistes, ya sabes donde vivo.

Que no negara esa posibilidad, a pesar del menosprecio a mi edad, me divirtió y pasando mi mano por sus caderas, se la presenté al resto del grupo. Realmente lo que me interesaba era saber si conocía al del CNI, pero por su reacción sospeché que no.

-Encantado de conocerla- extendiendo la mano su colega de profesión la saludó.

En cambio, mi socio fue mucho más expeditivo y tras darle un buen achuchón, comenzó a hablar con ella como si fuera un amigo de toda la vida. Desde mi posición, comprobé que no solo era inmune a las atenciones de Perico, sino que sus ojos se centraban en las posaderas de María. Fue tan descarada su actuación que Manuel no dudó en recordarme las artimañas que esa hembra solía usar.

-Como te dije, esta tía es una víbora y ha visto en tu novia, el medio para llegar a ti.

No pude ni quise reconocer a ese hombre que el coqueteo de la cincuentona venía propiciado por mí y por eso cada vez más preocupado, me señaló el peligro que corríamos.

-No sé qué busca ni lo que le podéis ofrecer, pero ándate con cuidado.

-Tranquilo, tengo todo controlado- no muy seguro respondí mientras observaba a la hispana entablando con ella una conversación.

Y es que tal y como se había comprometido, esa demoníaca criatura comenzó su acoso alabando a nuestra invitada mientras se la comía con los ojos. Como testigo sin voz ni voto, reparé en que achacando a una arruga que no existía en el vestido de la pelirroja, Lidia posó la mano en su trasero y tanteando el terreno, aprovechó para acariciárselo sin importarle que María la viese hacerlo.

Ese meneo no le pasó inadvertido a mi buen Perico que, acudiendo a mí, me rogó que hablara con la morena para que le dejara a él disfrutar de esa monada.

-Date prisa y haz algo o esta noche tendré que lidiar con tres- respondí y haciéndole ver que estaba de su parte, prometí que lo sentaría junto a ella en la mesa.

Tras ese breve refrigerio, pasamos a cenar y aunque conseguí que sentarla a la derecha de mi socio, nada pude hacer para evitar que María repartiera el resto de las sillas, colocándome también a su lado. Juro que no comprendí ese reparto ya que en teoría eso dificultaría la labor que les había encomendado que no era otra que seducirla. Molesto quise cambiarme de sitio, pero lanzándome una mirada asesina, mi supuesta novia me ordenó que me sentara y mientras Lidia se ocupaba de servir la cena, preguntó a la pelirroja cuanto tiempo pensaba quedarse en España y en qué trabajaba.

-Mis jefes me han pedido que dirija la sucursal de Madrid y no creo que me muevan en un par de años.

Desde su asiento, Manuel insistió en que trabajaba y fue entonces cuando enseñando su blanca dentadura, ésta sonrió:

-Me imagino que sabes la respuesta, no en vano por lo que veo en tu tarjeta, tu empresa y la mía son competencia. Soy la encargada de Pfizier para Europa.

El agente comprendió que de nada valía seguir simulando y soltando una carcajada, replicó:

-Tienes razón y por eso mi presencia aquí esta noche, no quiero ni puedo dejar que me robes a uno de mis mejores proveedores.

Perico que conocía de sobra que el trabajo en la farmacéutica de Espina era solo una fachada y que su verdadera ocupación era en el CNI, creyó necesario intervenir pensando que si se ponían a hablar de la industria la pelirroja no tardaría en descubrir que realmente no trabajaba ahí. Por eso, en plan de guasa, pidió a la mujer que me hiciera llegar una buena dotación de viagra para no defraudar a María.

-Alberto, no necesita de ayuda química- protestó Lidia sin pensar. Al ver la cara de la americana, se percató de la metedura de pata y rápidamente añadió: -O al menos eso dice su amada.

Tomando la palabra, María siguió la broma diciendo:

-No le hagas caso, toda ayuda es bienvenida y más de alguien tan bella como tú.

De improviso, vi que Elizabeth enrojecía y qué, sin contestar, simulaba colocarse la servilleta en las piernas.  Al estar pegado a ella, no tardé en hallar la causa del color de sus mejillas al ver de reojo un pie alojado entre sus piernas. Por el color de las uñas, supe que era el de la castaña y entonces caí en la razón por la que había elegido sentarse frente a ella. Echándole un cable para evitar que se zafara del acoso, cogí la mano de la americana mientras le preguntaba si podía darnos una cita para presentarle nuestra compañía. Mi socio, ajeno a que mi intención era otra, vio en mi pregunta un medio de entrada y desconociendo que Elizabeth estaba siendo masturbada por mi novia, se ofreció a visitarla cuando ella quisiera. La espía apenas podía hablar al sentir el dedo gordo de María hurgando entre sus pliegues y todavía conservando algo de cordura, murmuró mirándolo que estaría encantada de recibirle. Perico malinterpretó el brillo de sus ojos y más cuando bajó la mirada y descubrió que tenía erizados los pezones. Asumiendo que eran por sus encantos, disimuladamente bajó la mano y por debajo del mantel, comenzó a acariciarla. El gemido que intuyó en su honor lo azuzó a continuar coqueteando con ella y mientras sus yemas recorrían los muslos de la pelirroja, el pulgar de María comenzó a follársela.

Hasta pena me dio la mujer cuando al verse sobrepasada por los acontecimientos se levantó y preguntando por el baño, corrió a tranquilizarse.

-Macho, la tengo en el bote- susurró encantado Perico asumiendo para sí la excitación de la que había huido: -Poco ha faltado para que se corriera.

 Mirando a mi supuesta novia, sonreí y seguí comiendo el espléndido guiso que con tanto celo la hispana nos había preparado. La pelirroja llevaba unos minutos sin volver cuando María comentó que iba a ver qué le pasaba.

-Deja, voy yo- guiñándome un ojo, respondió Lidia: -Tú ocúpate de los señores.

No tuve duda alguna de lo que iba a buscar y desviando la atención del resto, informé a Espina que María había estudiado la universidad con nosotros y que solo hacía unos meses que habíamos reanudado nuestra amistad. Como buen profesional de inteligencia, Manuel la sometió a un riguroso interrogatorio tan cordial como invasivo y por eso al cabo de un cuarto de hora, sabía tanto de su vida como yo mismo.

-Es raro que os hayáis encontrado tras tantos años justo cuando Alberto se divorciaba- dejó caer el funcionario del CNI.

El rubor de mi pareja fue evidente y si sus sospechas no fueron a más no se debió a falta de interés sino a la llegada de las dos ausentes. A todos nos quedó claro que algo había ocurrido, pero yo fui el único que reparó en que la hispana llevaba una pulsera de tela que al irse no llevaba. Fijándome, descubrí que se la había hecho con el tanga negro que hasta media hora antes resguardaba el coño de la pelirroja.

A Elizabeth se la notaba meditabunda y por ello, a nadie le extrañó, adujera su tristeza al recuerdo de un antiguo pretendiente y tras la cena, optara por retirarse a casa. Perico, viendo que se le escurría entre las manos la posibilidad de tirársela, nos informó que estaba cansado y que iba a aprovechar para acompañarla hasta su puerta. No queriendo ser el último en retirarse, Manuel aprovechó la excusa para irse. De forma que me quedé solo bebiendo el whisky que me quedaba mientras las mujeres de mi hogar despedían a los invitados.

Al volver y en total sintonía, esas dos arpías me llevaron casi a rastras a la piscina, donde entre risas Lidia me comenzó a relatar que la americana se había olvidado de poner el pestillo y que por eso la había sorprendido pajeándose en el baño.

– ¿En serio? – pregunté.

-Sí, la zorra de tu concubina la había puesto a tope y por eso, aunque intentó negarse, finalmente accedió a que mi boca fuese quien la hiciera disfrutar.

Imaginármela entre los muslos de la pecosa, me excitó. Atrayéndola hacia mí, la puse sobre mis rodillas y mientras pedía a María que me rellenara la copa, le rogué que se extendiera en su explicación. La pecaminosa muchacha comenzó describiendo el rojizo coño de la espía para a continuación intentar explicarme su sabor.

-Esa guarra tiene un chumino dulce y penetrante que, en cuanto le pegué un par de lametazos, entró en ebullición.

-Sigue contando- la urgí con el pene ya duro.

Al notar la presión de mi trabuco entre sus piernas, no lo dudó y sacándolo de su encierro, comenzó a restregarse con él mientras seguía narrando que la tal Elizabeth, además de puta, era multiorgásmica y que en el corto espacio que la había tenido a su merced, se había corrido al menos tres veces. Fue tan brillante su exposición que mi calentura llegó al máximo y de no haber llevado bragas, a buen seguro me la hubiese tirado sin levantarme de la silla. Sabiendo mi estado, la cría se ofreció a hacerme una mamada aduciendo que se había ganado ese derecho.

-Te equivocas princesa, el pacto era permitírtelo si conseguías meterla en nuestra cama y no lo has hecho.

-Todavía no ha terminado la noche, mi señor- frotando su vulva encharcada comentó. Juro que pensé que estaba mintiendo cuando lo dijo, pero no por ello me negué a que siguiera lijando sus húmedos pliegues contra mi verga.

Su insistencia en usarme como montura me llevó al límite y al notar que estaba a punto de explotar, la chavala se bajó y de rodillas esperó su premio. Al igual que las dos veces anteriores, eyaculé en su cara mientras esa pérfida criatura se reía, pero en esta ocasión tras degustar el semen de sus mejillas, acercando la lengua comenzó a limpiar con auténtica necesidad los blanquecinos restos que habían quedado en mi glande. Su esmero provocó algo inaudito en mi edad y es que por extraño que parezca mi verga recuperó su dureza al sentir que se la introducía en la boca.

-Alberto, van a tener razón tus señoras cuando dicen que no te hace falta viagra para satisfacerlas- escuché a mi espalda.

Al girarme, observé a Elizabeth hablándome desde su jardín.

– ¿No te apetece un baño? – comentó Lidia al verla tras el seto.

Con una agilidad impresionante, de un salto, libró esa muralla vegetal cayendo con gracia en mi césped. No me había repuesto de la habilidad con la que había aterrizado cuando, dejando caer su vestido, se tiró desnuda al agua.

-Mi señor debe confiar más en su princesa y si esta le dice que esta noche se follara a la vecina, es porqué así será- con una sonrisa en los labios, se levantó e imitando a la recién llegada, se zambulló en la piscina.

La pelirroja esperó a que llegara a su lado para besarla y hundiéndole la cabeza, salió nadando muerta de risa. Lidia en cuanto se recuperó quiso vengarse y braceando fue por ella. María que traía en sus manos una botella de champagne, sonrió al ver la escena y sirviendo dos copas, se sentó junto a mi diciendo:

-Dejemos que esas niñas se cansen, tu y yo no estamos en edad de seguirles el juego.

Viendo que, en una esquina, la diminuta morena intentaba hacer una aguadilla a su rival, no pude estar más de acuerdo al ver la facilidad con la que la militar la alzaba y la volvía a hundir.

-Con tal que no termine necesitando reanimación, a nuestra zorrita le viene cojonudo un rapapolvo- respondí dando por sentada su inferioridad física.

-Todavía esto no ha terminado, yo apuesto por ella- comentó la cincuentona.

Los hechos le dieron la razón porque al salir a tomar aire, la hispana cambió de objetivo y buscando uno de los pecosos pechos de la capitana, tomó el pezón y se lo mordió mientras le introducía un par de yemas en trasero. Elizabeth aulló al sentir la invasión y cogiéndola en brazos, la sacó del agua.

-Vas a aprender que, si juegas con fuego, puedes quemarte- la dijo cayendo sobre ella inmovilizándola.

A pesar de casi no poder moverse, la chavalita no estaba indefensa y reptando bajo ella, llegó a su sexo y comenzó a mordisqueárselo.

-No pares o tendré que castigarte- chilló descompuesta por el placer que le estaba dando su supuesta víctima.

– ¡Elizabeth! Alberto es el único con poder de castigar aquí- defendiendo a su amante, pero sin moverse, recalcó María: -Recuérdalo si quieres quedarte a pasar la noche.

Girándose hacia la cincuentona, la pelirroja asintió y usando la fuerza bruta consiguió dar la vuelta a la situación, poniendo el imberbe coño de su oponente a la altura de sus labios.

Nuevamente, la cincuentona intervino:

-Esa putilla sigue siendo virgen. Alberto debe quien la desflore y ¡no tú!

 -No se preocupe, no dañaré lo que es propiedad de otro- gritó mientras hundía la cara entre los muslos de Lidia.

Sonriendo, mi amiga de tantos años comentó que debíamos dejarlas solas para que se desfogaran y que mientras tanto, podíamos ir calentando las sábanas. Impresionado por la rapidez con la que habían conseguido que se aviniera a participar en una orgía, comprendí que lo único que habíamos hecho era facilitar su labor y molesto conmigo mismo, tomé mi vaso, la botella y junto a María, marché hacia mi cuarto…


Relato erótico: “Detective Conan – Detrás de las cámaras” (POR TALIBOS)

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DETECTIVE CONAN: DETRÁS DE LAS CÁMARAS.

Me llamo Conan Edogawa. Supongo que, si estás leyendo esta historia, sabes quien soy y lo que me ha pasado, pero claro, habrá lectores que no tengan ni idea de lo que me sucedió, así que les haré un pequeño resumen.
Mi verdadero nombre es Shinichi Kudo, y soy detective. A pesar de ser todavía un adolescente, he resuelto cientos de casos. Robos, asesinatos, secuestros, ningún crimen se me resistía… Hasta que me topé con los hombres de negro.
Estos tipos conforman una peligrosa organización criminal, de la que tuve noticias por primera vez mientras resolvía un asesinato en un parque de atracciones. Estos criminales, para librarse de mis pesquisas, me obligaron a beber un veneno que habían desarrollado ellos mismos. Por suerte, el brebaje falló, así que no acabé muerto, pero tuve que sufrir un inesperado efecto secundario: rejuvenecí varios años, volviendo a convertirme en un crío de primaria.
Ayudado por el profesor Agase, un científico amigo mío, conseguí mantener en secreto mi situación, y acabé viviendo bajo el mismo techo que la chica de la que estaba enamorado, Ran Mouri, una morenaza deportista con un cuerpo de impresión y un carácter de perros, la cual pensaba que Sinichi estaba de viaje por un caso y yo era un primo lejano de visita.
Imagínense el infierno en que se convirtió mi vida a partir de entonces, convivir con la chica que amas, atrapado en un cuerpo infantil, mientras tu mente adolescente se llena de pensamientos muy poco infantiles.
Esto no aparece en los comics, ¿verdad? Apuesto a que ninguno de ustedes se ha parado a pensar en la tormenta desatada en mi interior. Vivir con Ran, verla día a día, era algo a la vez maravilloso y enervante.
Y claro, lo peor era que ella no sabía nada y me tomaba por un simple crío, por lo que no se cortaba en pasearse vestida “cómoda” delante mío, vestiditos veraniegos, pantaloncitos cortos y lo peor de todo, toalla de baño rodeando su juvenil cuerpo tras darse una ducha…
Y yo, más caliente que un mono, en celo permanente, trataba de huir de ella, sabedor de que, si me quedaba a su lado cuando me asaltaban esos impulsos, podía abalanzarme sobre Ran, lo que, en el mejor de los casos, acabaría con mi tapadera y en el peor, Ran, que era campeona de karate, podía cortarme las pelotas.
Mis pelotas… tema interesante, que me lleva a otra cuestión nunca abordada en los comics… Mis atributos masculinos no habían rejuvenecido con el resto del cuerpo. Sí, sí, lo que oyen, mi polla continuaba siendo la de un adolescente de 16 años, lo que suponía un problema adicional.
Y es que no se imaginan lo que me costaba ocultar en casa mis erecciones matutinas, o lo difícil que me resultaba esconder mi empalmada cuando Ran me obligaba a tomar un baño con ella (costumbre muy japonesa). La chica se reía de mí, pensando que yo era increíblemente tímido para mi edad, sin imaginar siquiera que, si me mostraba ante ella en todo mi esplendor, podía saltarle un ojo de un pollazo. Qué dura es mi vida.
Pues así trascurría todo, ocultándole continuamente a mi amor mi auténtica identidad y resistiendo los impulsos de asaltarla. Infernal.
Y la cosa siguió así durante bastante tiempo, hasta el bendito día en que Sonoko nos invitó a pasar un fin de semana en la casa de montaña de su familia. Les cuento.
Sonoko Suzuki es compañera mía y de Ran del instituto. Sin duda, es la mejor amiga de mi amorcito, se lo cuentan todo. Físicamente no está nada mal, rubia, buen cuerpo y con mucho dinero, aunque tiene un defectillo que yo siempre encontré enervante. Es bastante pendón.
Ante la ausencia de mi yo adulto, Sonoko trataba siempre de convencer a Ran para salir por ahí a ligar. La chica tenía novio, pero el pobre no sabía el tamaño de la cornamenta que portaba, pues Sonoko no dejaba pasar ni una oportunidad. Y trataba de que Ran hiciera lo mismo conmigo. Afortunadamente, mi chica es buena persona y no le hacía caso, pero conforme pasaba el tiempo y yo no regresaba, veía como la firmeza con que Ran rechazaba las invitaciones de Sonoko de salir de marcha comenzaba a flaquear. Supongo que después de haber probado el sexo conmigo, la entrepierna debía picarle a ella tanto como a mí, y si yo no volvía…
Pues sí, señores, les revelo otro secreto que no aparece en los comics. Algún tiempo antes de mi desaparición, Ran y yo habíamos llevado nuestra relación a un nivel superior y habíamos comenzado a acostarnos. ¡Toma ya detective adolescente!
Pues eso, Sonoko, la niña rica, nos había invitado a pasar un par de días en una de las mansiones de su familia. Por suerte, la invitación me incluía a mí, pues tío Kogoro (el padre de Ran) estaba de viaje y yo no podía quedarme solo en casa. Eso me tranquilizó bastante, pues no me seducía la idea de dejar sola a Ran con el pendón desorejado, que aunque fueran a una casa pija, seguro que cerca había algún pueblo o sitio para ir de marcha.
Así que me apunté a la excursión.
El viernes por la tarde Sonoko pasó a recogernos, sentada en la parte trasera de un enorme coche. En la parte delantera iban un par de empleados del padre de Sonoko, a los que yo conocía de vista de habernos llevado en otras excursiones. El conductor se llamaba Yoshi y el otro, que actuaba más bien de guardia, creo recordar que se llamaba Taro. Era lógico que Sonoko llevara guardaespaldas, al fin y al cabo era heredera de una importante fortuna.
Las dos chicas iban vestidas de forma parecida, muy primaverales ellas, con tejidos ligeros y fresquitos. Especialmente sexy iba Ran, con una minifalda playera blanca que dejaba al aire sus torneadas piernas, esculpidas a conciencia con sus duros entrenamientos. Y yo, bajito como era, zascandileando entre las piernas de las dos chicas, procurando echar disimulados vistazos por debajo de sus falditas, para ver hasta donde lograba atisbar.
Por fin, nuestros dos guardianes acabaron de cargar las maletas en el coche y nos dispusimos a partir. Nos montamos los tres en el amplísimo asiento trasero, conmigo sentado entre las dos chicas, tratando de aparentar estar emocionado por la perspectiva del viaje, tal y como correspondía a un crío de mi edad. Pero mi mente iba ocupada en otras cosas. Ir montado en el coche entre dos pares de muslos juveniles estaba comenzando a alterar mi tranquilidad.
Y lo peor era que las dos chicas, pensando que viajaban acompañadas de un crío, no se preocupaban mucho de su ropa, así que las minifaldas se les subían continuamente, dejando al aire sus magníficos muslámenes, lo que me ponía burro total. Tratando de ocultar el bulto que comenzaba a formarse en mi pantalón, me senté al borde del asiento, asomándome entre los respaldos delanteros, fingiendo en estar muy interesado en el viaje y lo que íbamos a tardar en llegar a nuestro destino. El conductor, muy simpático, comenzó a charlar conmigo, diciéndome que aún nos quedaban un par de horas de viaje. Continué hablando con él un buen rato, haciéndole preguntas lo más infantiles posibles, y como el tío era buena gente y me respondía a todo, pasé un rato bastante agradable, en el que logré olvidarme un poco de las chicas y tranquilicé un poco mi erección.
Mientras, ellas proseguían su cháchara a mis espaldas. Como no les prestaba mucha atención, no sé muy bien de qué hablaron, aunque capté retazos en los que hablaban de darse un baño en las fuentes termales que había en la mansión. No me pilló de sorpresa, pues ya sabía que la casa de Sonoko poseía sus propios baños calientes.
Así pasó un buen rato, hasta que, un poco cansado de ir inclinado hacia delante, me eché hacia atrás, apoyándome en el respaldo. Las chicas seguían habla que te habla, sin prestarme la menor atención, como si yo no estuviera allí.
Aburrido, me dediqué a mirar el paisaje por la ventana. Ya habíamos dejado atrás la ciudad y transitábamos por una carretera que atravesaba un área rural, aproximándonos a una zona boscosa que debíamos atravesar. Después de hacerlo, subiríamos por una carretera secundaria de montaña hasta llegar a Hayashima, un pueblecito rústico que estaba a un par de kilómetros de la casa de Sonoko.
Como seguía aburrido, comencé a prestarle un poco más de atención a mis compañeras de viaje, en concreto a sus deliciosos muslos, porque la verdad es que no me interesaba nada de lo que estaban hablando (si la conversación hubiera versado sobre chicos, yo hubiese sido todo oídos), así que comencé a echarles miraditas disimuladas, aprovechando que no me hacían el menor caso.
Descuidadamente, empecé a mirar de reojo las piernas de las dos muchachas, que estaban bastante al aire al ir sentadas con minifalda. La temperatura de mi cuerpo comenzó a subir, pues mi mirada no se apartaba de aquellos cuerpos juveniles.
Especial atención mostraba hacia Ran claro, aunque alguna que otra miradita sí que se llevó Sonoko. Embobado espiando los muslazos de Ran, mi mente empezó a divagar, viajando unos meses atrás, cuando los dos, completamente desnudos, explorábamos nuestros cuerpos en mi dormitorio.
Recordé cada sensación, cada olor, cada sabor de aquella tarde mágica en los que los dos nos hicimos adultos. Después hubo otras tardes, sí, pero ninguna tan cargada de electricidad como la primera vez. Recordé cómo se estremecía el cuerpo de Ran entre mis brazos mientras le besaba el lóbulo de la oreja, cómo gemía quedamente mientras mis labios se apoderaban de sus dulces pezones, cómo su mano se abría paso entre mis piernas, para acariciar torpemente mi inhiesto falo, haciendo que fuera yo el que se estremeciera…
De pronto, un brusco bote del automóvil me sacó de mi ensimismamiento. El coche había pillado un bache de los gordos, lo que nos había sobresaltado a todos.

Perdón señorita – dijo el conductor sin apartar los ojos de la carretera.
Tranquilo Yoshi – respondió Sonoko – pero ten más cuidado que casi me rompo la cabeza con el techo.
Descuide.

Fue justo entonces cuando noté el estado en que me encontraba. Me había empalmado a lo bestia. Aquello era muy problemático, pues al ser tan pequeño mi cuerpo, costaba mucho esconder una polla adolescente de tamaño normal dentro de mi pantalón. Disimuladamente, volví a echarme hacia delante, rezando para que las chicas no se hubieran dado cuenta del bulto.

Conan – dijo Ran de repente – ¿estás bien?
Sí, sí – balbuceé – sólo quiero ver la carretera.
¿Seguro? –insistió ella.
Que sí, que sí.

Para tranquilizarla me volví un poco hacia ella, esbozando una sonrisilla afable. Sin embargo, lo que vi me paralizó el corazón.
El bache había hecho que la faldita de Ran se subiera por completo, quedando prácticamente enrollada en su cintura. Su dueña, que no se había dado cuenta de nada, me miraba con gesto de preocupación, mientras que yo, con la cabeza un poco ida, clavaba mis ojos en las blancas braguitas que Ran me enseñaba inadvertidamente.
Pasaron un par de segundos hasta que Ran, siguiendo la dirección de mi mirada, se dio cuenta de lo que había pasado, y se apresuró a colocarse la falda correctamente, mientras su rostro se encendía de un vivo color rojo.
Y qué decir de mí. Pillado in fraganti, me puse colorado como un tomate, así que me apresuré a inclinarme de nuevo hacia delante, con las orejas como dos farolillos de feria. Ran, supongo que avergonzada, decidió ignorar el incidente y continuó su charla con su amiga, mientras yo le hacía nuevas preguntas tontas a Yoshi.
Seguimos así un rato, bastante la verdad, pues ya me dolía el cuello y todo por la postura. Más calmado (sobre todo de cintura para abajo), volví a sentarme entre las chicas, sin que me pasara inadvertida la mirada un poquito avergonzada que Ran me dirigió.
Decidido a ser bueno, me recosté en el respaldo, tratando de prestar atención a la conversación de las chicas, que versaba principalmente sobre trapos, música y películas, temas en los que no teníamos los mismos gustos en absoluto, por lo que volví a aburrirme. Pero eso sí, esta vez logré controlar mis instintos y no espié a las chicas, así que pronto pasó lo lógico en un crío de mi edad: me entró sueño.
Sin saber muy bien cómo, pronto me encontré dando cabezadas y como no me parecía mal echar una siestecita, me abandoné. No sé cuanto rato después me desperté y medido amodorrado, me di cuenta de que me había recostado sobre Ran. Ella, con naturalidad, había dejado que el pobre crío reposara en su regazo, de forma que mi cara estaba apoyada en sus piernas. Incluso me había echado una rebeca por encima para que no cogiera frío. Dulce Ran.
Pero claro, mi calenturienta mente juvenil volvía a actuar, pues mi mejilla estaba apoyada directamente contra la piel desnuda del firme muslo de Ran. Qué delicia. El tacto de su piel envió nuevas oleadas de cálidos recuerdos a mi mente, de forma que mi imaginación volvió a dispararse.
Pronto estuve cachondo de nuevo, pero ahora me sentía más seguro, pues la rebeca tapaba mi cuerpo (ocultando la nueva erección que experimentaba) y además las chicas creían que estaba dormido. Con disimulo, deslicé una mano bajo la rebeca, muy despacito para no llamar la atención, y la dejé reposando junto a mi cara, palpando suavemente el muslo de mi amiga.
Qué maravilla, volver a sentir su calor, el roce de su piel… se me había puesto como un leño. Muy lentamente, y siempre bajo la cobertura que me ofrecía la prenda que me tapaba, llevé mi otra mano hasta mi entrepierna, y deslizándola por la cinturilla del pantalón, me agarré con fuerza la polla, dándome delicados estrujones mientras sentía la cálida piel de Ran con la otra mano.
Aunque mi cuerpo me lo pedía a gritos, no me atreví a pajearme de forma más decidida, pues la posibilidad de que las chicas me pillaran me aterrorizaba. Además, si me corría en los pantalones me iba a poner perdido y sería algo imposible de ocultar.
Así que me dediqué a acariciarme subrepticiamente, sin atreverme a nada más, pero disfrutando cada segundo del viaje. Llegué a sopesar la posibilidad de darme la vuelta en sueños, de forma que mi rostro quedara apretado contra la entrepierna de Ran, a ver si conseguía echarle un nuevo vistazo por debajo de la minifalda, pero después de que me hubiera pillado antes no me atreví.
De pronto, un nuevo bache sacudió el coche, la rebeca se desplazó, descubriéndome parcialmente, aunque, por fortuna, quedé arropado del pecho para abajo, por lo que no quedaron al descubierto mis manejos dentro de mi pantalón.

Yoshiiii – resonó la voz de Sonoko.
Lo siento señorita, ya estamos en la carretera de Hayashima, y ya sabe usted que está fatal.

Sonoko pareció aceptar las explicaciones del chofer, pero entonces se fijó en mí.

Joder con el niño – dijo Sonoko haciendo gala de su exquisita educación – no se despierta ni con un cañonazo.
Déjale que duerma – dijo Ran – el viaje ha sido muy largo para él. Todavía es un crío.

Un ramalazo de enfado recorrió mi cuerpo por las palabras de Ran. Sentí ganas de incorporarme, bajarme los pantalones y demostrarle lo crío que era en realidad. Sin embargo, opté por lo más prudente y, con cuidado, saqué la mano de los calzoncillos, liberando mi torturado pene, deseoso de obtener alivio, cosa que me propuse suministrarle en cuanto llegáramos a la mansión.

Oye tía – continuó Sonoko – ¿no te parece que te está sobando la pierna?

Me quedé paralizado. Al quitarme la rebeca de encima se podía ver mi manita apoyada en el muslo de Ran. Afortunadamente, mantuve la presencia de ánimo y no me moví ni un ápice, pues, de haberlo hecho, se habría descubierto que fingía estar dormido.

Anda, no digas tonterías – respondió Ran tras pensárselo un segundo – Todavía es muy pequeño para pensar en esas cosas.
¿Seguro? – dijo Sonoko, burlona.
Claro que sí. Simplemente está recostado como si yo fuera una almohada.
¿Y a las almohadas también las soba así?

Cómo la odié en aquel momento.

Pues yo no estoy tan segura – continuó Sonoko – Antes, cuando fui a recogeros, me di cuenta de que nos echaba miraditas por debajo de la falda.

Ran no contestó, aunque yo sabía perfectamente en qué estaba pensando. Yo, por mi parte, sólo pensaba: ¡Mierda! ¡Mierda!¡Mierda!¡Mierda!¡Mierda!

En serio nena. Me parece que al pequeño Conan están empezando a interesarle las chicas, Ja, ja, ja.
Zorra – pensé.

La situación era jodida, pues no podía mover un músculo, pues entonces se descubriría el pastel, y se darían cuenta de que no dormía. Resignado, me dispuse a aguantar el tirón como fuera.

¿Has notado si ya le han salido pelillos en los cataplines? – dijo riendo Sonoko.
¡Sonoko! – exclamó Ran en el tono de enfado que yo también conocía.
Venga, dímelo, ya sé que os bañáis juntos. Te habrás fijado…
No.
Dímeloooo – bromeaba Sonoko – ¿O prefieres que le baje los pantalones y lo compruebe yo misma?

Sí, tú hazlo. Ahora mismo. Veremos quién se sorprende más.

Te digo que no lo sé. Es muy celoso de su intimidad. Cuando vamos al baño, no me deja que le lave ni nada. Le da vergüenza.
Yo creo que lo que le pasa es que se le pone dura y no quiere que te des cuenta…

¿Qué coño pasaba con aquella tía? ¿Era pitonisa? ¡Con lo tonta que era para todo lo demás y resulta que era ponerse a hablar de pollas y era toda una experta!
Entonces se escuchó un suave carraspeo. Provenía de uno de los asientos delanteros. Claro, Sonoko se había olvidado de que no viajaban solas y desde delante le recordaban que no dijera ninguna barbaridad. No saben lo agradecido que le estuve a quien quiera que fuese el que carraspeó.
Gracias al cielo, Sonoko, supongo que un poco avergonzada, cambió súbitamente de tema, poniéndose a despotricar de Miss Aoyama, nuestra profesora de lengua, con lo que la conversación de las chicas pasó a versar de temas más seguros para mí. Yo seguí fingiendo estar dormido, pues habría sido sospechoso que me despertara de repente, sobre todo cuando los baches no habían logrado espabilarme antes. Eso sí, me cuidé muy mucho de hacer nada raro, portándome ejemplarmente bien. Me aburrí tanto que llegué a adormilarme de nuevo.
Un rato después llegamos a nuestro destino. Ran me agitó del hombro, pues realmente me había quedado traspuesto, así que, cansinamente, me bajé del coche.
Craso error, en mi somnolencia, no me di cuenta de que, como me sucedía habitualmente en esa época, me había despertado con el miembro bien morcillón. Mientras me desperezaba fuera del coche, me encontré con la mirada entre divertida y admirada de Sonoko, que contemplaba la tienda de campaña de mi pantalón. Por fortuna, no dijo ni mú, alejándose hacia la casa con una maliciosa sonrisilla en los labios.

A tomar por el culo todo – musité.

A pesar de la presencia de los dos criados (un matrimonio muy amable) que acudieron a recibirnos, Ran y yo ayudamos con las maletas. Aún no me explico para qué coño quería Sonoko tantos bultos si íbamos a pasar allí sólo un par de días.
Tras dejar nuestros zapatos en la entrada y calzarnos unas zapatillas de cortesía, el matrimonio de guardas nos condujo a nuestras habitaciones en la planta de arriba, donde dejamos nuestras cosas. Mi cuarto era vecino del de Ran, existiendo incluso una puerta que comunicaba ambas habitaciones. Eran dormitorios a la europea, con camas, aunque el mayordomo que nos acompañaba nos indicó que si lo preferíamos, podían instalar futones japoneses, pero los dos dijimos que estaba bien así.
Mientras nos instalábamos, dejamos la puerta de comunicación abierta, pues los dos dormitorios compartían un solo cuarto de baño. Mientras colocaba mis cosas, no dejaba de echarle disimuladas miradas a Ran, que se afanaba en disponer el cuarto a su gusto. Su libro sobre la mesita de noche, su cepillo en el tocador, su ropa en el armario… ¡Qué bonita era!
Yo, más desastrado, dejé caer la maleta sobre una silla y me tumbé en la cama. Pronto Ran me anunció que iba a darse una ducha y yo, como quería alejar cuanto antes las sospechas que Sonoko había despertado sobre mí, dije que iba a salir a explorar la casa, para que Ran no pensara que iba a intentar espiarla en la ducha. Soy buen chico ¿verdad?
Como aún faltaban horas para la cena, decidí echar un vistazo por ahí, aprendiendo pronto la configuración de la mansión. Dos plantas, la baja ocupada por el salón, comedor, terraza (con piscina), la cocina… La segunda planta estaba llena de dormitorios, uno de los cuales era ocupado por el matrimonio que se encargaba de cuidar la casa, mientras que nosotros ocupábamos tres más, unos junto a otros, aunque bastante alejados de los del servicio.
Pero lo más interesante estaba abajo, en la parte trasera. Había un corredor con el suelo de madera, que conducía hasta una sauna. Al fondo, unas puertas correderas dobles daban a la gran atracción de la casa: los baños termales.
Era chocante encontrarse con algo tan japonés en una casa completamente occidental. Era un baño de los clásicos, decorado con plantas autóctonas, isletas de piedra, palmeritas y demás. Junto a la entrada, el suelo estaba alicatado con azulejos, habiendo bancos para sentarse y grifos de agua caliente y fría. Dando unos cuantos pasos, te adentrabas en los baños, formados por una fuente termal natural, que surgía de las grietas de la montaña.
El agua parecía estar bastante caliente, a juzgar por el vapor que inundaba todo el lugar, provocando una especie de neblina que lo envolvía todo, dándole un aire misterioso al sitio.
Pronto me encontré imaginándome lo agradable que sería usar esas termas para darme un relajante baño de agua caliente. Además, era la única oportunidad que tendría de tenerlos para mí solo, pues yo sabía que el plan de las chicas era aprovechar la estancia en la casa para aplicarse “baños de belleza”.
Miré mi reloj (sí, el del cómic, el que contiene dardos anastesiantes, que además da la hora) y vi que faltaba mucho para la cena. Ran estaba en la ducha y Sonoko había dicho que nos sintiéramos como en casa, así que…
Pero lo que verdaderamente me convenció para darme un baño fue la posibilidad de cascarme una agradable paja sumergido en las calientes aguas y aliviar por fin toda la tensión sexual acumulada durante el viaje en coche. Seguro que era la leche.
Decidido por fin, me dirigí hacia unos armarios que había a un lado y dentro encontré una gran cantidad de toallas. Cogí una de las pequeñas (mi cuerpo era bastante enano) y tras quitarme la ropa, me la enrollé en la cintura. Dejé mi ropa y todas mis cosas en el armario y, como un rayo, corrí hacia el agua.
Deseoso de probar las fuentes, me zambullí de un salto, cosa que jamás se debe hacer en unos baños, pero como estaba solo… el agua estaba caliente, pero en pocos segundos me acostumbré, deslizándome lánguidamente por el agua. La toalla se desprendió enseguida, quedando flotando por ahí, pero a mí me importó un bledo, pues allí no había nadie más.
Los baños no estaban pensados para dedicarse a nadar, pues eso es una falta de educación, pero al estar solo allí dentro, decidí explorarlos en toda su extensión, nadando lentamente. Pronto descubrí que había zonas en las que el agua estaba más fría, lo que suponía un agradable contraste con las partes calientes.
Por todas partes había islitas de roca, que habían sido erosionadas de forma que tenían su superficie muy pulida, por lo que eran tremendamente apropiadas para sentarse o apoyar la espalda mientras se disfrutaba del baño.
La profundidad media del agua no era mucha, un metro aproximadamente, pero sobraba para permitirme nadar a mis anchas, aunque pronto me cansé de hacerlo. Como no sabía cuánto tardarían en venir a buscarme y tenía una actividad ligeramente diferente en mente, me deslicé hacia una de las islitas que quedaban más alejadas de la entrada. Me coloqué en el lado opuesto, de forma que no se me viera desde la puerta, pues pensaba dedicarme a hacer ciertas “cositas” y no quería que nadie me pillara entrando de improviso en los baños.
Por fin, me senté en la roca pulida, con el agua caliente cubriéndome casi hasta el cuello, relajando mis músculos con su deliciosa temperatura.
Pero había un músculo que no se relajaba en absoluto. Supongo que sería por la voluptuosidad de andar por allí desnudo, o por el recuerdo del viajecito en coche, o porque a mi edad (la real digo, no la aparente) basta con cualquier cosa para excitarse, o quizás fuese la perspectiva de la paja que me iba a hacer… no sé, pero lo cierto es que estaba empalmado de nuevo.
Lentamente, comencé a sobarme el falo bajo el agua, masturbándome sin prisa, disfrutando del momento. El agua caliente en que estaba sumergido dilataba mis poros, haciéndome más sensible, con lo que disfrutaba más de lo habitual.
Relajado, cerré los ojos, rememorando el viaje hasta la casa, pensando en cada centímetro de la piel de Ran que había podido atisbar, recordando su arrebolado rostro cuando se dio cuenta de que le estaba viendo las bragas…
El ritmo de la paja fue aumentando y mi mente voló de nuevo a la tarde en que perdimos juntos la virginidad. Lo preciosa que estaba con su traje del instituto mientras nos dirigíamos a mi casa a hacer los deberes. El deseo que vi reflejado en su mirada mientras la besaba amorosamente y comenzaba a desabrochar los botones de su uniforme… la tersura de su piel cuando mis dedos la acariciaron tiernamente… me estaba poniendo como una moto.
Justo entonces me interrumpieron.
La puerta se abrió de repente, aunque yo, entretenido en mis cosas como estaba, no me apercibí inmediatamente. No fue hasta que escuché la risa de las chicas, que me di cuenta de que ya no estaba solo en los baños.
Acojonado, abandoné lo que estaba haciendo y me asomé disimuladamente desde detrás de la islita, encontrándome con que las dos chicas habían entrado en la sala y cerrado la puerta tras de sí.

¿Y seguro que no nos molestará nadie aquí dentro? – preguntaba Ran en ese instante.
Claro, tía. He puesto el cartel de ocupado en la puerta. Además, ¿quién iba a molestarnos? – contestó Sonoko.

¡Mierda! ¡Había un cartel de ocupado! Me había lucido.
Qué quieren que les diga, hasta ese preciso momento la posibilidad de haber salido airosamente de la situación existía. Por un segundo pensé en darles una voz, alertándoles de mi presencia, con lo que hubiera quedado como un caballero. Incluso era posible que las chicas me hubieran permitido bañarme con ellas, poniéndome antes un bañador claro (y procurando que se me bajase pronto la erección, cosa tampoco muy difícil con el susto que tenía en el cuerpo).
Pero justo entonces Sonoko, sin cortarse un pelo, se sacó su fino vestidito veraniego por la cabeza, pudiendo entonces comprobar que la linda chica no usaba sujetador. Me quedé paralizado, viendo las respingonas domingas de Sonoko bamboleándose en libertad, mientras su dueña se apoyaba en uno de los armarios para quitarse el sexy tanguita blanco que cubría su entrepierna.
No les mentiré diciendo que dudé sobre si quedarme escondido o no, ya saben, con el angelito de mi conciencia diciéndome que avisara a las chicas desde un hombro mientras el diablito de mi líbido me ordenaba que me callara desde el otro. Qué va. Yo tenía dos diablos bien hermosotes gritándome que me escondiera bien, que allí iba a haber material para cascarme la paja sin necesidad de usar la imaginación.
Con rapidez, me escondí bien tras las rocas, asomándome con cuidado entre unas plantas, de forma que era casi imposible que me descubrieran. Con cuidado, reanudé mi masturbación, mientras contemplaba el espectáculo de las chicas desnudándose.
Sonoko ya andaba por allí en bolas, mientras rebuscaba una toalla de las grandes. Ran, más comedida, se desvestía poco a poco. Cuando se hubo despojado del vestido y se quedó en ropa interior, el corazón me dio un vuelco. ¡Qué buena estaba!
Y Sonoko no desmerecía en absoluto, la chica, delgadita como era, tenía un tipazo impresionante (supongo que debido a la danza y al gimnasio). Desde donde estaba, podía distinguir el rubio vello de su pubis, bien recortadito, mientras su dueña se dirigía a los grifos. Tras sentarse en una pequeña banqueta y coger uno de los cubos que había, comenzó a echarse litros de agua helada por la cabeza, para desentumecer los músculos.
Mis ojos se dirigieron de nuevo hacia Ran, que acababa de quitarse el sostén. Ante mí aparecieron de nuevo sus deseados senos, lo que me hizo recordar el maravilloso sabor de sus pezones. La boca se me hacía agua.
Ran se quitó las bragas de espaldas a mí, por lo que no pude ver si seguía llevando el mismo “peinado” que cuando estaba conmigo, pero sí pude confirmar que sus nalgas seguían tan firmes y espectaculares como siempre. Más tímida que su amiga, se enrolló una toalla en la cintura y se sentó en otra banqueta junto a Sonoko, para darse un buen remojón de agua fría.
Yo seguía dale que te dale al manubrio, aunque procurando regular el ritmo, pues en cuanto se metieran dentro del agua, estarían mucho más cerca de mí, con lo que tendría mejores vistas para excitarme.
Pronto, las dos chicas terminaron de mojarse, no sin antes gastarse alguna bromita de mojarse la una a la otra con el agua fría. Riendo, se pusieron de pié y caminaron hacia el agua, las dos juntitas, con lo que pude comprobar lo impresionantemente buenas que estaban las dos, aunque por desgracia, seguía sin poder ver las partes bajas de Ran, que se ocultaban bajo la toalla.

Te han crecido las tetas – dijo entonces Sonoko, colocándose a la espalda de Ran y agarrándole los senos con las manos.
¡Sonoko! – chilló la chica, mientras trataba de escapar de la presa de su amiga.

Las dos chavalas forcejearon un instante entre risas, Ran tratando de soltar sus tetas de las inquietas manos de Sonoko mientras ésta apretaba bien las suyas contra la espalda de mi amorcito. Casi me corro con la escenita.
Aún riendo, Sonoko soltó a Ran y corrió hacia el agua, perseguida por su amiga. De un salto se zambulló, arrojando la toalla que llevaba en la mano a un lado. Ran, más tranquila, se deslizó lentamente en el líquido elemento, emitiendo un suspirito de satisfacción que me erizó el vello de la nuca.
Sonoko, ya remojada, se acercó a su amiga, sentándose ambas junto al borde. Por desgracia, se sumergieron bastante en el agua, de forma que ésta las cubría justo por encima del pecho. ¡Mierda!
No queriendo acabar sin tener un buen paisaje a la vista, detuve la masturbación, manteniéndome en mi escondite a la espera de que mejorara el espectáculo.

¡Ummmm! – susurró Ran, mientras estiraba los brazos – ¡Qué bien se está aquí!
Te lo dije – respondió Sonoko – Esto es mucho mejor que la ducha.
Digo. Te agradezco que me avisaras, yo ya iba a meterme en el cuarto de baño.
De nada hija. Tía, no hace falta que te andes con tantos cumplidos. Relájate y disfruta.
Vaaale. Oye, ¿no sabrás dónde se ha metido Conan? – preguntó Ran

Me puse tenso

Ni idea. ¿Por qué lo preguntas? ¿Es que crees que va a venir a espiarnos?
Anda, Sonoko, déjate de tonterías, no empieces otra vez con lo mismo.

Sí, sí… Tonterías.

Pues tampoco sería tan raro. Estoy completamente segura de que antes nos ha mirado bajo la falda. En serio, al pequeñín está empezando a picarle ahí abajo… las chicas comienzan a ponerle…
No seas ridícula – insistía Ran – Todavía es muy pequeño para esas cosas.
¿Y qué tiene que ver la edad? Cuando se despierta la líbido, ya no se puede pensar en otra cosa. Y si el crío es un poco precoz, tampoco tiene nada de raro.
Te estás montando la película.
¿Seguro? Mira, niña, te juro que cuando llegamos tenía un bulto en el pantalón de mil demonios. Seguro que de pasarse todo el viaje sobándote las piernas.
Será zorra – pensé.
¡Anda ya! – contestó mi amor – No te inventes historias.
Bueno, pues no me creas… Pero te juro que tenía un bulto bastante grande.
¡Sonoko, déjalo ya! – dijo Ran enfadada – ¡Conan es sólo un niño!
Vale, vale, no te cabrees. Dejaré de hablar de la picha de Conan…

 

Te lo agradezco – dijo Ran muy seria.
¿Te parece que hablemos entonces de la de Shinichi?
Eres inaguantable – dijo Ran sonriendo a su pesar.

Aquello me interesó mucho más.

Venga tía, me dijiste que ibas a darme detalles de lo tuyo con Kudo. Yo bien que te cuento todas mis aventurillas.
¡Ay, hija! Me tienes harta. A ver, ¿qué quieres saber? – dijo Ran con resignación.

La madre que las parió. Iban a ponerse a hablar de mí. Pánico me daba.

¿Cómo la tiene de grande?

Ahí va, directa a la yugular.

No sé – dudó Ran un instante – Así más o menos – indicó separando un palmo las manos.
Pero ¿cuánto? ¿La tiene grande? ¿Cuántos centímetros?
Pues no sé… 17 o 18 calculo…
No está mal. Aunque las he visto mejores…

No lo dudo, pedazo de guarra.

Pues qué quieres que te diga – dijo Ran un poco picada – A mí me pareció enorme. Yo no tengo tanta experiencia como tú y sólo se la he visto a él.
¿En serio? Si quieres luego te enseño unas fotos que tengo en el móvil de algunos de los tíos con los que he estado.
No gracias – dijo Ran ruborizándose – ¿En serio les haces fotos de su cosa?… No, no me respondas. No quiero saberlo.
Si quieres te paso la de Mamoru. La tenía así de grande – dijo Sonoko separando las manos por lo menos 30 centímetros – No pudo ni metérmela entera. Sentía que me iba a partir.
Déjalo ya, Sonoko – dijo Ran, roja como un tomate.
Ay, hija, no seas estrecha. ¡Espera! Se me ocurre una idea.

Sonoko salió de repente del agua y corrió hacia los armarios. Abrió el primero de ellos y de dentro sacó un telefonillo, donde dio algunas instrucciones que no alcancé a escuchar. Mientras lo hacía, reanudé mi paja muy lentamente, pues la chica seguía en pelotas, pero pronto tuve que detenerla pues cogió una toalla seca y se lió el cuerpo con ella.
Fue justo a tiempo, pues la puerta del baño se abrió, entrando la mujer que cuidaba de la casa. Le entregó a Sonoko una especie de cubo y se retiró en silencio. En cuanto cerró, Sonoko volvió a despojarse de la toalla y corrió a reunirse con su amiga, que la miraba intrigada.
Al acercarse, vi que llevaba una cubitera de la que asomaban varias botellitas de sake frío.

¿Estás loca? – dijo Ran cuando comprendió las intenciones de la rubia – ¡Somos muy jóvenes para beber!
¡Pero qué mojigata eres! ¿Quién se va a enterar? Además, no vamos a emborracharnos, sólo a tomar unas copitas de sake frío. Va divinamente con el baño.
No sé…
Calla ya. Y bébete esto – dijo Sonoko sirviéndole a Ran un vasito de sake.

La chica dudó un instante, mientras su amiga retomaba su posición dentro del agua junto a ella y se servía a su vez una copita.

¡Campai! – gritó Sonoko entrechocando su copa con la de Ran.
Campai… supongo – dijo Ran aún dubitativa.

Las dos chicas se echaron el sake al coleto, Sonoko con una sonrisa de satisfacción y Ran tosiendo medio ahogada.

¡Venga chica! ¡A partir de la tercera esto entra como el agua! – la animó.

Debía de ser verdad, pues tras un par de copas medio obligadas más, Ran pareció ir cogiéndole el gusto a la priva y comenzó a ser ella la que rellenaba los vasos.

Pues tenías razón, esto da un calorcillo….
¿Lo ves? ¡Te lo dije! ¡Chica, hay que disfrutar mientras podamos!
¡Brindo por eso! – exclamó Ran dándose otro lingotazo.
¡Así me gusta! – respondió Sonoko haciendo lo propio.

Las dos estallaron en carcajadas, comenzando a mostrar síntomas de estar bien curdas.

Bueno – dijo Sonoko – Sigamos por donde íbamos. ¿Cuántas veces te lo montaste con Shinichi? ¿Cinco me dijiste?
¡S…seis! – respondió Ran agitando la cabeza vigorosamente – La última dos días antes de que se fuera…
¿Y no te has comido una rosca desde entonces?

Toda mi atención estaba puesta en las dos chicas.

N…no. Yo soy una chica fiel.
¿Y tú te crees que él te estará siendo fiel a ti?
E… eso espero porque si no…
¿Qué?
¡LE CORTO LAS PELOTAS! – gritó Ran, estampando su puño contra el agua.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo.

Venga, no te enfades – dijo Sonoko pacificadora – Kudo es un gilipollas por dejarte aquí sola, pero estoy segura de que no se le ocurriría ponerte los cuernos.

Vale, Sonoko, acabas de recuperar algunos puntos.

¡Sí que es un gilipollas!
Venga, tranquila… Verás como vuelve pronto…
¡Eso espero! ¡Porque como no vuelva me voy a ir contigo y me voy a acostar con el primer tío que pille! – gritó Ran echando otro trago.
¡Eso es! – corroboró Sonoko entusiasmada – ¡Nos vamos a ir a Shinjuku una noche de estas sin bragas y nos vamos a pasar la noche chupando nabos!
Yo no hago eso – dijo Ran poniéndose de repente muy seria.
¿El qué? ¿Chuparla?

Ran asintió con la cabeza, mientras yo hacía lo mismo desde mi escondite. A mí me lo iban a contar.

¿En serio? – continuó Sonoko – ¿Os acostasteis seis veces y no se la chupaste nunca?
No.
Hija, qué estrecha eres.
Es que… eso es de guarras – dijo Ran en voz baja.

Sonoko estalló en sonoras carcajadas.

¿De guarras? ¡Ja, ja, ja! ¿Pero tú que eres, monja? ¡Hija, se trata simplemente de sexo! Además, si tú se lo haces a él, después él te lo hace a ti. Es una regla no escrita. ¡Y no sabes lo alucinante que es que te lo coman bien comido!
Sí que lo sé. Shinichi me lo hacía.
¿Que Kudo te practicaba sexo oral y no te exigía a ti que hicieras lo mismo? – exclamó Sonoko, incrédula.
Bueno, sí que me lo pedía, pero como yo me negaba, él se conformaba.
¡Ese tío es un tesoro nacional! ¡En cuanto vuelva voy a ser yo el que se lo tire! – gritó Sonoko entusiasmada.
¡Y una mierda! – aulló Ran poniéndose de pié de golpe.

El agua chorreaba por su cuerpo, como una diosa surgida entre las aguas. Pude comprobar que seguía llevando el pubis arregladito, no se había abandonado por mi simple ausencia. Mi mano se apoderó de nuevo de mi instrumento y reanudé la paja, gozando de la visión del escultural cuerpo de mi novia.

¡Ja, ja, ja! – se desternillaba Sonoko – ¡Venga tía, que es broma!
Ni se te pase por la imaginación Sonoko…
Ran, tía, que estaba de cachondeo…
Sobre todo porque cuando regrese… ¡lo voy a meter en un cuarto y no lo voy a dejar salir en una semana! ¡Me lo follaré hasta dejarlo seco! – exclamó Ran entre carcajadas.
¡Así me gusta! ¡Brindo por eso!
¡Campai! – gritaron a unísono.

Mientras las veía beber sake, me admiró el poder de la bebida sobre las personas. Ni en mil años hubiera creído posible que Ran dijera semejantes barbaridades. La verdad es que el simple hecho de oírlas hablar me tenía cachondo perdido, así que decidí que era un buen momento para terminar mi paja, por lo que aceleré el ritmo, acercándome al clímax.

Bueno – siguió Sonoko rellenando de nuevo las copas – ¿Y cómo te las apañas para calmar tus “necesidades”?
¡Me masturbo! – exclamó Ran alzando su copa – ¡Tengo escondido un consolador en la mesita de noche de mi cuarto!

Me quedé de piedra.

¡En cuanto me quedo sola en casa, saco una foto de Shinichi, agarro el consolador y me lo meto en el coño!

Ran estaba ya como una cuba.

¿En serio? – dijo Sonoko, divertida – ¿Y sólo lo haces con la foto de Shinichi?
¡Y la de Bradd Pitt!

Cerdo americano.

¡Ja, ja, ja! ¿Brad Pitt? – rió Sonoko.
¡Sí! ¡Eshtá buenízimo….!

A Ran comenzaba a costarle hablar con claridad. Estaba bastante borracha. Se veía que le costaba mantenerse de pié, pues se tambaleaba un poco. Sonoko se puso de pié a su lado y la ayudó a sentarse de nuevo en el agua.

Ya has bebido bastante – dijo la rubia quitándole el vaso a Ran – Tampoco conviene pasarse, que no estás acostumbrada.
Vale – respondió Ran – estoy un poco mareada.
Tranquila. Relájate.

Estuvieron calladas un par de minutos, mirando al techo. Yo disminuí el ritmo, pues, sin saber por qué, intuía que iba a pasar algo.

Oye Sonoko – dijo de pronto Ran – ¿Alguna vez has estado con una chica?
Claro, ahora mismo estoy con una.
No seas tonta. Me refiero a… ya sabes…
¿Si me he acostado con una mujer? Alguna vez.
¿En serio? – dijo Ran incorporándose – ¿Y cómo fue?
No estuvo mal. Distinto. Las chicas conocemos mejor nuestro cuerpo, por lo que sabemos donde tocar y acariciar, pero, donde esté una buena polla…
¡Ay, hija! ¡Qué fina eres!
¿Qué pasa? Soy sincera.

En ese momento, la conversación me interesaba más que nunca.

¿Por qué lo preguntas? – dijo Sonoko con voz juguetona- ¿Es que quieres que hagamos “cositas”?

Mientras decía esto, se deslizó lentamente por el agua, aproximándose a su amiga. Ran, para mi sorpresa, no dijo nada, dejando que la rubia se acercara hasta quedar casi pegada a ella.

Sonoko… – susurró Ran.
Shissss. Tranquila. Te haré olvidar a Shinichi durante un rato…

Inclinándose sobre Ran, Sonoko la besó tiernamente en los labios. Mi chica, excitada, no dudó en responder a los labios de su amiga, fundiéndose ambas en un tórrido morreo. Sonoko, delicadamente, reclinó el cuerpo de Ran sin dejar de besarla, mientras una de sus manos se hundía en el agua, buceando en busca de la entrepierna de Ran.
Al estar desarrollándose la acción bajo el agua, no pude ver cuando la mano llegó a su destino, aunque no me cupo duda del momento exacto, pues el cuerpo de Ran se tensó visiblemente, mientras estremecedores gemidos escapaban de sus labios.
Mientras, yo me había quedado petrificado. No podía creer lo que estaba pasando. Desesperado, traté de estirar el cuello entre las plantas que me ocultaban, pues desde donde estaba, el cuerpo de Sonoko me tapaba lo interesante de la acción.
No sabía qué hacer, pero cuando Sonoko, abandonando los dulces labios de Ran, viajó al sur comenzando a chuparle las tetas, me decidí a buscar un observatorio mejor.
Moviéndome por el agua muy despacio, sin hacer ruido y sumergido casi por completo, fui desplazándome de islita en islita, acercándome poco a poco al excitante show lésbico.
Por fin, me oculté detrás de unas piedras que quedaban a unos tres o cuatro metros de las chicas, peligrosamente cerca, pero yo estaba tan excitado que ni pensé en ello.
Desde mi nuevo puesto de vigilancia, tenía una perspectiva mucho mejor de la acción, pudiendo ver cómo Sonoko chupaba los pezones de mi Ran mientras la masturbaba hábilmente con la mano. Ran, dejándose hacer, tensaba el cuerpo presa de la excitación, sacándolo del agua, permitiéndome así ver todo lo bueno.
Mientras, yo me la machacaba con furia, alucinando con el impresionante espectáculo que se me ofrecía. Menuda idea había tenido Sonoko con la excursioncita de las narices. Había que darle un premio.
Y justo entonces se jorobó todo.

¿Qué coño es esto? – exclamó Sonoko – sacando algo del agua que no acerté a ver.
¿Ummm? – siseó Ran sin comprender.
¿Una toalla? ¿Qué demonios hace aquí?

¡Mierda! ¡Mi toalla! La había dejado flotando por ahí, de forma que había terminado enganchándose en la espalda de Sonoko.

Tía, es sólo una toalla – dijo Ran – ¿No es la tuya?
No, la mía está ahí – respondió la rubia, señalando hacia un lado.
Pues estaría aquí de antes. Se le habrá pasado a los criados cuando limpiaron el baño por última vez.
¿A Rumiko? ¡Imposible! No sabes lo atenta que es. Tiene contadas las toallas al milímetro.

Mientras decía esto, Sonoko, sospechando algo, echaba rápidas miradas a su alrededor. Si yo no hubiese sido tan imbécil y me hubiera quedado lejos de las chicas, no me habría visto y hubiera bastado con bucear un poco para ocultarme.
Pero no, el señorito había tenido que acercarse hasta poder sentir el olor a hembra cachonda… Y claro, me pillaron.

¡Ahí, mira! – exclamó Sonoko – ¡Es Conan!
¿Conan? – aulló Ran, incorporándose de un salto y liándose en su toalla a la velocidad de la luz.

Me quería morir. Me iban a matar. Y lo peor es que estaba a punto de correrme, los huevos me latían a puntito de disparar su carga.

¡CONAN! – gritó Ran – ¿se puede saber qué haces?

Compungido, no tuve más remedio que salir de mi escondite, teniendo buen cuidado de que mi cuerpo quedara sumergido de cintura para abajo. Ran me miraba con los ojos fuera de las órbitas, mientras Sonoko, con los brazos en jarras, se partía de la risa.

¿Lo ves? ¡Te lo dije! ¡Al nene ya le gustan las mujeres! ¡Y menudo espectáculo que le hemos dado!
¡SONOKO! – gritó Ran – ¿QUIERES TAPARTE?

La rubia se echó un vistazo, dándose cuenta de que estaba completamente desnuda frente a mí. Encogiéndose de hombros se dirigió a donde flotaba su toalla, enrollándosela al cuerpo.
Mis ojos, traviesamente, no se habían apartado de ella ni un segundo mientras se tapaba, lo que no pasó inadvertido para Ran.

¿Y TÚ QUÉ DEMONIOS ESTÁS MIRANDO? – aulló.

Avergonzado, bajé la vista, fijándola en la superficie del agua, esperando que el castigo me fulminara en breves instantes. Pero lo que llegó fue la risa divertida de Sonoko.

Venga, Ran, no te pongas así, que no es para tanto.
¿QUE NO ES PARA TANTO?
Pues no, hija. Ya te dije que me parecía que a Conan le atraían ya las chicas y el numerito que hemos montado no era como para perdérselo…
¡TÚ TE CALLAS! ¡Y TÚ – gritó dirigiéndose a mí – ¿CÓMO SE TE OCURRE COLARTE EN EL BAÑO PARA ESPIARNOS?
Yo no me he colado – susurré.
¿QUÉ?
Que no me he colado. Yo estaba antes que vosotras, pero no sabía que había que colgar un cartel de ocupado. Luego llegasteis vosotras…
¡PUES PODÍAS HABERNOS AVISADO DE TU PRESENCIA!
Es que… me había quedado dormido. Me despertasteis vosotras con vuestros gritos. Entonces no supe qué hacer y cuando empezasteis a besaros…

Decidí que lo mejor era ocultar parte de la verdad, asumiendo un poco de culpa. Además, Sonoko se mostraba como un buen aliado en la situación.

¿Lo ves? – dijo la chica – ¡No es para tanto! Es normal que un chico que se encuentre con dos tías buenas montándoselo eche una miradita.
¿NORMAL?


Juro que Ran echaba humo por las orejas. Su piel estaba completamente roja, no sé si por vergüenza, calor o ira. Supongo que por las tres cosas.

¡Ay! – dijo Ran llevándose una mano a la frente mientras se tambaleaba – Creo que me voy a desmayar.
Tranquila nena, eso es el sake – rió Sonoko.

Ran se sentó en el borde, sin querer mirarme siquiera. Yo no sabía dónde meterme. Y entonces, la cosa se lió todavía más.

Vamos, Ran, no te enfades con Conan. Es un tío y ya sabes cómo son los tíos…

Mientras decía esto, Sonoko se había colocado detrás de mí, abrazándome suavemente, supuse que para darme consuelo. Aunque pronto comprendí que en realidad tenía otras intenciones en mente.
Sus manos, con disimulo, se deslizaron por mi pecho hasta hundirse en el agua. Yo, que sabía a dónde iban, traté de zafarme, pero me tenía bien sujeto. De pronto, sus manos chocaron con su objetivo: mi monumental empalmada.

¡OH! – exclamó Sonoko con admiración, mientras sus manos se apoderaban de mi instrumento.
¿Qué dices? – dijo Ran levantando un poco la mirada.

Las inquietas manitas de Sonoko no soltaron en ningún momento su premio. Supongo que admirada por el tamaño inesperado en un chico tan joven, la recorría en toda su longitud, enviando descargas de placer a mis aturdidos sentidos, precipitando sin saberlo el acontecimiento que estaba a punto de ocurrir.

Así que Conan es todavía un crío y es muy joven para pensar en mujeres ¿eh? Pues aquí tengo algo que demostrará quien tiene razón.

Mientras me sobaba la polla, Sonoko había ido empujándome poco a poco hasta quedar frente a frente con Ran. Súbitamente, tiró de mi cuerpo hacia arriba, sacando mi entrepierna fuera del agua y exhibiéndola ante los asombrados ojos de mi querida Ran. Nunca olvidaré la mirada de asombro de la chica cuando se encontró de bruces con la polla adolescente que había entre mis muslos infantiles.
Aunque la verdad, mucho más impresionante fue su gesto de incredulidad cuando mi pene, no aguantando más, alcanzó el clímax disparándole gruesos churretes de semen directamente en la cara y pecho.
No todo fue culpa mía. Os juro que fue Sonoko la que, empuñando mi polla cual manguera, dirigió mis lechazos contra el cuerpo de Ran, manchándole la cara, el cuello y el pecho, hasta que Ran interpuso sus manos tapándose, de forma que los últimos disparos impactaron en sus palmas.

Joder, tía – dijo Sonoko rompiendo el silencio sepulcral – Ha sido como si fuese yo la que se te corría encima.

…………………………………
Horas después Sonoko y yo cenábamos a solas en el salón. La muy zorra no paró de burlarse de mí en toda la cena.
Ran, enfadadísima, no había querido permanecer con nosotros y se había refugiado en su cuarto para darse una ducha y no tener que vernos.
Yo estaba acojonadísimo, pero Sonoko no le daba mayor importancia al asunto, diciéndome que ya se le pasaría, aunque sería mejor que procurara “no correrme encima de ella la próxima vez”.
Así transcurrió la cena, entre comentarios sobre el tamaño de mi miembro, invitaciones jocosas a que me pasara luego por su cuarto, y sobre cual era mi dieta habitual “salchichas supongo”.
Compungido, apenas si probé bocado de la cena, pensando solamente en cómo hacer las paces con Ran. No tenía ni idea.
En cuanto pude, dejé sola a Sonoko y me fui a mi cuarto. Cansado, pero sabiendo que no iba a poder pegar ojo, me tumbé sobre la cama. Como hacía bastante calor, me despojé de la ropa, pero no me puse el pijama, quedándome solo con los calzoncillos. Tras encender el aire acondicionado, me tumbé de nuevo a pensar.
Ran, Ran, Ran… No me odies. ¿Pero cómo había podido ocurrírseme hacer semejante cosa?
Pasaron horas y la madrugada llegó, encontrándome desvelado en mi cama, mirando al techo. Yo, que me tenía por una de las mentes más inteligentes de Japón, el detective al que ningún caso se le resistía, era incapaz de imaginar un plan mágico que solucionara aquel tremendo problema. ¿Qué podía hacer?
Por más vueltas que le daba, lo único que se me ocurría era hablar con Ran y suplicarle que me perdonase. No me convencía ninguna mentira que pudiera suavizar la cosa. Podía decirle que no sabía lo que me había pasado, que era la primera vez que ese líquido me salía, que había sido Sonoko la que lo había provocado tocándome… No, no me iba a creer. Mejor la verdad. Y aceptar el castigo.
Justo entonces me di cuenta de que tenía ganas de orinar.
Me levanté y me dirigí a la puerta de comunicación con la habitación de Ran, pues el baño quedaba en su cuarto. Por un segundo, pensé que Ran habría cerrado la puerta de comunicación, pero, girando el picaporte, comprobé que no era así.
Procuré entrar sin hacer el menor ruido, llegando incluso a entrar en el baño sin encender la luz, para no molestar a Ran. Oriné sentado en la taza, para minimizar los ruidos y cuando tiré de la cisterna, comprobé complacido que no emitía ruido alguno… lo que no haga el dinero… hasta waters silenciosos se pueden comprar.
Con cuidado, salí del baño, decidido a regresar a mi habitación, pero un quedo gemido proveniente de la cama de Ran me hizo detenerme en el acto.
Me volví hacia su cama y, alumbrado por la tenue luz que entraba por la ventana, pude vislumbrar que Ran yacía desarropada, con el camisón mal colocado. Por un segundo, el diablillo de mi interior me tentó a hacer otra barrabasada, pero mi sentido común (o mi culpabilidad) me hicieron desechar la idea.

Ummmm – siseó Ran desde su cama, mientras su cuerpo se retorcía levemente.
¿Ran? – pregunté en la oscuridad – ¿Estás bien?

Tonto de mí.
Ran pegó un respingo en su cama. Como un rayo, se incorporó sentándose. Algo voló en la oscuridad, chocando contra mi pié. Extrañado, me agaché y recogí el misterioso objeto.

¿Qué haces aquí? – exclamó Ran mientras encendía la luz.
Yo… he venido a orinar, y como te he escuchado quejándote me he acercado a ver si estabas bien.

No hizo falta que Ran encendiera la luz, pues mis manos identificaron enseguida el objeto. Cuando la luz se encendió, me encontré con un hermoso consolador de látex entre los dedos, todo húmedo y pegajoso, lo que indicaba bien a las claras dónde había estado metido segundos antes.
Ran, con el rostro coloradísimo, no acertó a decir palabra, mientras que yo, por fin tranquilo tras horas de angustia, depositaba cuidadosamente el cacharro en el colchón, a su lado, con una sonrisilla de suficiencia en los labios.

¿Lo ves? – no pude menos que decir – Todos sentimos esos impulsos.

Y me largué.
Una vez en mi cuarto, resoplé relajado. Vale, yo era un guarro y me habían pillado pero bien, pero Ran también hacía sus “cositas”. Así que seguro que le daba vergüenza regañarme. Conociéndola como la conocía, lo más probable es que decidiera ignorar todo lo que había pasado y fingir que nada había sucedido. Borrón y cuenta nueva. Pelillos a la mar.
Recuperada la tranquilidad y mucho más sosegado, me di cuenta de que me había entrado hambre. Lógico, casi no había probado la cena. Así que, mucho más seguro de mí mismo, salí sigilosamente del cuarto, dirigiéndome a la cocina, en la planta baja.
No queriendo despertar a nadie y dado que la noche era clara, no me molesté siquiera en encender las luces, pues el trayecto no tenía pérdida.
Pronto llegué a la cocina y, rodeando la gran mesa central, me acerqué a la nevera, que abrí de par en par.
El frío me golpeó agradablemente en el rostro y me paré unos instantes sintiéndolo. Refrescado, rebusqué en el interior, buscando restos de la cena que antes había rechazado.

Vaya, vaya, así que tú tampoco puedes dormir.

Casi me da un infarto. Las luces de la cocina parpadearon encendiéndose. Alcé la vista, sobresaltado, encontrándome con Sonoko en el umbral de la puerta.

¿Qué haces? – me dijo.
Só… sólo buscaba algo de comer – tartamudeé.
Pues no te cortes. Y acércame una botella de agua.

¿Que por qué tartamudeé? La respuesta es bien sencilla. Sonoko estaba de impresión.
Iba prácticamente desnuda. Llevaba puesto para dormir un pantaloncito corto hiper super mega pegado, que le marcaba perfectamente los labios de su chochito, el “camel toe” como dicen los americanos, mientras por detrás, se le incrustaba bien incrustado entre los cachetes del culo.
Y arriba llevaba una camisetita por llamarla de alguna forma, pues era tan corta que dejaba toda su barriguita al aire, asomando incluso, por debajo, la parte inferior de sus pechos, obviamente completamente libres de sujetador. En la camiseta podía leerse “SEX BOMB”. Era cierto.
Ella sonrió complacida al ver mi rostro con la boca abierta y se dirigió con andares felinos hacia una silla donde tomó asiento, cruzando las piernas y apoyando los codos en la mesa.

Conan – susurró – El agua…

Sus palabras me sacaron de mi embeleso, con lo que logré por fin ponerme en marcha. Como un rayo, cogí una botellita de agua mineral y se la acerqué a Sonoko, volviendo rápidamente a la nevera para rebuscar algo de cena y ocultar mi coloradísimo rostro a la chica.

Gracias – escuché que me decía.
De nada – siseé.

Recolecté un par de platos con sobras de la cena y un refresco de cola, dejándolos torpemente sobre la mesa, enfrente de Sonoko, que me miraba con expresión divertida.

El pan está en ese armario de ahí – me dijo tras dar un trago a su botella.
Gracias – repetí.

Cerré la nevera y me dirigí a la alacena que ella me indicó, de donde saqué un paquete de pan de molde, que dejé en la mesa junto a lo demás. Tras coger un cuchillo, me senté enfrente de Sonoko, comenzando a prepararme un sándwich. No me atreví a alzar la mirada hacia la chica, tratando de concentrarme en la comida, pero podía sentir perfectamente sus ojos clavados en mí.

¿Te pongo nervioso? – dijo de pronto.
Un poco – admití.
¿Por qué?
………………………………..
¿Porque soy una chica?

Asentí.

Y por como vas vestida – dije en voz baja.
¿En serio? ¿Te molesta que vaya cómoda? – dijo ella jugando conmigo.
No, no es eso…
¿O es que te pone cachondo?

No respondí, aunque el cada vez más intenso rubor en mis mejillas era respuesta suficiente.
Justo entonces noté como el pié de Sonoko se estiraba bajo la mesa y comenzaba a frotarme la pantorrilla.

No hagas eso – le dije.
¿Te molesta que te toque? – me dijo fingiendo sorpresa.
No – dije un poco más tranquilo, convencido de que lo que quería la chica era burlarse de mí – Lo que me molesta es que lo que pretendes es reírte de mí otro rato, como durante la cena.

El pié de Sonoko se apartó de mí.

¿Eso piensas? – dijo.
Claro – respondí – Estás intentando ponerme nervioso, sabiendo que no estoy acostumbrado a estar con mujeres medio desnudas para poder reírte un rato a mi costa.

Sonoko sonrió ladinamente mientras yo le daba un mordisco a mi sándwich.

A lo mejor estoy intentando otra cosa… – me dijo – A lo mejor es que quedé impresionada esta tarde… A lo mejor quiero probar un poco de esto…

Casi me atraganto cuando sentí el pié de Sonoko apretando esta vez directamente contra mi entrepierna; frotó la zona un momento antes de abandonarla, riendo maliciosamente.

No. Tienes razón. Estaba cachondeándome de ti – dijo, estallando en carcajadas.
Eres bastante zorra – le dije sin pensar.
Sí, me lo dicen mucho – contestó ella riéndose todavía más.

Sacudiendo la cabeza, decidí ignorarla, dedicándome a mi cena, aunque mirándola por el rabillo del ojo, pues, aunque estuviera divirtiéndose a mi costa, la chica estaba super sexy, así que la observaba con disimulo. Cuando por fin dejó de reír, se sentó un poco más recta en el asiento y retomó la conversación.

¿Has hablado con Ran? – dijo cambiando bruscamente de tema.
No – mentí – Se ha encerrado en su cuarto. A saber cómo se levantará mañana.
¡Bah!, no te preocupes. Seguro que cuando se le pase el enfado te perdona y lo ve como una chiquillada.
Eso espero – asentí.
Si quieres puedo hablar yo con ella. Le diré que es normal que un chico que comienza a interesarse por las chicas no pueda resistirse a espiar en unos baños si se le presenta la ocasión.
No sé yo si te va a hacer caso. Además, lo peor no fue que me pillarais espiando…
¡No! ¡Eso es verdad! – exclamó Sonoko riendo de nuevo – ¡Lo peor fue que te le corrieras en toda la cara! ¡A quién se le ocurre!
¡Pero si fuiste tú la que me obligó a hacerlo! ¡Me tenías agarrado!

Sonoko me miró divertida unos instantes antes de continuar.

Vale, vale, admito mi parte de culpa…
¿Parte de culpa? – dije indignado – ¡Si me agarraste la polla y apuntaste hacia ella!
Cierto – asintió la chica – La verdad es que me sorprendí muchísimo cuando empezaste a correrte. No me esperaba que llegaras tan sólo por tocártela. Pero a mí no me engañas…
¿Cómo? – dije extrañado.
No pretenderás que me crea que te corriste como una bestia, disparando leche a diestro y siniestro simplemente porque te la agarré un poco ¿verdad? Tú ya llevabas un buen rato pelándotela a nuestra costa y te pillamos cuando estabas a puntito. Y claro, fue rozártela y ¡PUM!

Ya lo dije antes. Era ponerse a hablar de pollas y Sonoko demostraba tener unos conocimientos y una intuición fuera de lo común.
Derrotado, no supe qué decir. Así que imploré clemencia.

Por favor, no se lo digas a Ran. Ya es bastante malo que crea que me pasó por la excitación del momento para que además se entere de que estaba masturbándome mientras la espiaba.
¿Mientras la espiabas? ¿Así que la mirabas sólo a ella? – dijo Sonoko con un brillo divertido en los ojos.
No, claro – respondí sabiendo lo que ella quería escuchar – Os miraba a las dos. ¡Sois tan bonitas!
¿En serio te parezco bonita?
Claro, eres preciosa.

Una esplendorosa sonrisa iluminó el rostro de Sonoko.

¡Caray, Conan! Gracias.

Mientras decía esto, Sonoko se incorporó y echándose para adelante me besó dulcemente en la mejilla. Al acercarse, pude notar perfectamente el delicioso aroma que desprendía su cuerpo, lo que provocó que se me erizase el vello de la nuca. De pronto fui consciente de la situación; estaba a solas, de madrugada, con una bella y descarada chica semidesnuda, hablando de cómo me había corrido en la cara de su amiga por la tarde. Comencé a excitarme.

Verte comer me ha abierto el apetito – dijo ella rompiendo el encanto – Creo que voy a picar algo también.

Se puso de pié y rodeó la mesa, dirigiéndose a la nevera que estaba a mi espalda. Yo no me perdí ni un segundo del espectáculo de su delicioso cuerpecito caminando por la cocina. Ella, plenamente consciente de mi admirativa mirada, sacó pecho y se contoneó sensualmente, hasta quedar detrás de mí. Entonces, me abrazó desde atrás, pegando su cuerpo contra el mío.

Te gusta lo que ves, ¿eh, guarrete?

No respondí, me limité a dejarla hacer, a ver cual era su siguiente paso.

No me dirás que no, al menos a tu amiguito sí que le gusta mucho, ¿verdad?

Diciendo esto, deslizó sus manos por mi pecho hasta llegar a mi entrepierna, donde volvió a encontrarse con mi erección, como había sucedido por la tarde en el baño. Una de sus manos se metió en mis calzoncillos, masajeándome la polla, que estaba como el asta de la bandera.

¡Uf! – siseó – Todavía no me puedo creer lo que tienes aquí abajo. Si fueras un poco mayor…

Dándome un último estrujón, se separó de mí, dejándome ansioso de más. Estoy seguro de que lo que pretendía era burlarse aún más de mí, poniéndome cachondo, pero lo que ella no sabía es que estaba jugueteando con un chico de su edad, más caliente que el palo de un churrero y no con el crío salido que ella pensaba.
Tras separarse de mí, fue hasta la nevera y la abrió, inclinándose para buscar en los estantes algo de comer. Al hacerlo, hizo lo mismo que yo había hecho antes, regodearse unos segundos en el exquisito frescor que irradiaba el frigorífico.
Para mí fue una bendición, pues, al estar inclinada hacia delante, me ofrecía una vista realmente impresionante. Su culito, con el sexy pantaloncito incrustado entre sus cachetes, quedaba a un metro más o menos de mi cara. Además, la camisetita, se había abolsado, separándose de su torso, por lo que podía ver perfectamente sus tetas al natural, colgando como fruta madura, meciéndose rítmicamente mientras su dueña rebuscaba en el refrigerador.
Pero lo mejor era que, no sé si por el frío de la nevera o por el morbo del momento, los pezones de la pequeña Sonoko se habían puesto duros como escarpias, provocando que mi erección fuera casi dolorosa.
La chica, seguro que perfectamente consciente del espectáculo que me estaba brindando, se demoró bastante en la búsqueda de su cena, hasta el punto que yo…yo… no aguanté más.
Con la cabeza completamente ida, moviéndome medio hipnotizado, como si fuera un sueño, me levanté de la silla y me quedé de pié, tras Sonoko. Debido a la diferencia de estatura, su rotundo trasero quedaba justo a la altura de mis ojos, que no se perdían ni el más mínimo detalle de las excitantes curvas del culo de mi amiga.
Aún hipnotizado, mis manos, guiadas por los dos diablillos de mi conciencia, se izaron y fueron a plantarse directamente en el culo de Sonoko, un cachete para cada mano, apretando con firmeza.

¡Ay! – exclamó ella sorprendida – ¡Pero qué coño haces! ¡Déjame!

Sonoko trató de debatirse, sin mucha convicción, pero por si acaso yo no le di ninguna oportunidad de escape, empujándola suavemente hacia delante y obligándola a agarrarse a la nevera con las manos para no caerse dentro.

¡Conan! – exclamó un poco más enfadada – ¡Ya está bien de juegos! ¡Una broma es una broma, pero te estás pasando!

¿Juego? ¿Broma? Pero, ¿qué coño se creía aquella tía? A aquellas alturas a mí ya me daba igual, Ran, Sherlock Holmes y el papa de Roma. Lo único que sabía es que no se me escapaba viva.
Hábilmente y sin dejar de empujarla, le bajé el pantaloncito hasta medio muslo, dejando su culito al aire. Con mis manos separé ampliamente sus cachetes, echándole un vistazo a su apretadito ano, aunque no me detuve allí, pues mi destino estaba un poco más adelante.
Abriéndole un poco las piernas, los tiernos labios de su chochito aparecieron frente a mí y la manera que Sonoko tuvo de “resistirse” (separando los muslos) me confirmó que ella no deseaba escapar de mí precisamente.
Sin perder un segundo más, hundí mi cara entre sus muslos, desde atrás, postura que no es la más cómoda para comerse un coño, no, pero que dada la situación tenía un morbo que para cagarse.
Mi lengua se hundió en la rajita de Sonoko, mientras mis dedos buceaban en la humedad que inundaba su intimidad. Sonoko gemía medio poseída, agarrándose como podía a la nevera para no empotrarse dentro mientras yo abusaba de ella.

¡AH! ¡¡Ostias, qué bueno! ¡Pe…. Pero…¿cómo coño eres tan bueno? – siseaba la chica.

Yo seguía a lo mío, acariciándola por todas partes y comiéndole el coño a lo bestia. Mi polla era una dura barra en mis calzoncillos, pero ni se me pasó por la cabeza tratar de aliviarme, pues estaba seguro de que en pocos minutos podría meterla en un sitio bien acogedor.
El chichi de Sonoko sabía a gloria, y yo seguía chupa que te chupa mientras los jugos de la chica comenzaban a resbalar por mi barbilla y mi cuello hasta mojarme el pecho. Uno de mis dedos comenzó a juguetear con su clítoris, mientras otro comenzaba a horadar el interior de la chica.

¡OH, DIOS! ¡SIGUE! ¡ES TAN BUENO! ¡ES TAAAAAN BUENO!

La voz excitada de Sonoko tenía un efecto como de eco, debido a que su cabeza estaba completamente dentro de la nevera. Mi oído captó como algunas de las viandas eran derribadas por nuestro forcejeo y caían al piso de la cocina, pero mi cerebro ni siquiera registró el suceso, completamente concentrado en darle placer a Sonoko.
Decidí probar entonces algo nuevo, que jamás me había atrevido a probar con Ran en nuestros encuentros. Con delicadeza, llevé uno de mis deditos al ano de Sonoko, comenzando a juguetear con el agujerito. Instantes después, le metí el dedo hasta el fondo, consiguiendo que la chica aullara de placer.

¡NOOOOO! ¡CONAN! ¿QUÉ HACES? ¡NO JUEGUES CON ESO! ¡DEJA MI CULO EN PAAAAAAAZ!

Mientras me gritaba, los inconfundibles espasmos de un devastador orgasmo azotaron el cuerpo de Sonoko. La chica, casi sin fuerzas, se derrumbó por completo, y habría caído dentro del frigorífico destrozándolo todo si yo no hubiera tirado con todas mis fuerzas de ella, dejándola tumbada en el suelo.
Sonoko, completamente desmadejada, jadeaba agotada, tumbada entre los restos de la comida que habíamos tirado antes, sin importarle en absoluto el mancharse. Su pantalón seguía bajado hasta medio muslo, permitiéndome ver perfectamente su depilado chochito, con los labios bien brillantes de mi saliva y de sus propios jugos. Para acabar de rematar el cuadro, le subí la camisetita hasta el cuello, dejando al aire sus domingas, con los pezones erectos apuntándome desafiantes. Estaba matadora.
Podría haberme quedando contemplándola durante horas, admirando el excitante cuadro de una mujer arrasada por el placer, pero mi propia necesidad era intensísima.
Arrodillándome junto a su rostro, procuré que mi entrepierna quedara bien a su alcance. En mi mente retumbaban las palabras de Sonoko por la tarde, cuando alardeaba frente a Ran de las muchas pollas que se había comido. Y eso precisamente era lo que quería que me hiciera: comérmela.
Para despertarla un poco (y por mi propio placer, claro) masajeé un poco sus tetas, jugueteando con los pezones, lo que le provocó un par de sensuales gemiditos de placer.
Sonoko pareció espabilar un poco y se volvió hacia mí, encontrándose frente a frente con mi entrepierna. La chica, buena entendedora, comprendió enseguida mis deseos y esbozando una sonrisilla traviesa dijo:

Vaya, vaya, Conan. Menuda sorpresa me has dado. Todavía no me creo que se te dé tan bien…
Ahora te toca a ti – dije adelantando la pelvis hacia ella, sin ganas de conversar.
Tranquilo, tranquilo. Soy una chica agradecida y verás lo bien que te devuelvo el favor que me has hecho.
¡Viva la madre que te parió! – pensé ilusionado.
Pero antes, dime ¿dónde has aprendido a practicar el sexo oral tan bien?

Para qué decir la verdad, no me iba a creer…

En una película.
¿En una película? ¿Y es la primera vez que lo haces?
Sí – asentí.
Pues vas a tener que decirme qué película es – continuó Sonoko mientras se incorporaba y se ponía en pié – Conozco a un par de tipos a los que les vendría de perlas aprender lo que sale en ella.

Sonoko se quedó mirándome un segundo, con su sonrisilla pícara imborrable en el rostro. Por fin, pareció decidirse y, agarrándome por los sobacos, me levantó en el aire, sentándome encima de la mesa.

¡Eh! ¿Qué haces? – exclamé más sorprendido que otra cosa.
¿Cómo que qué hago? – respondió ella acercando una silla y sentándose frente a mí – Devolverte el favor…

Aquello acalló todas las protestas de golpe. Me quedé, tieso como un palo, aguardando a que la chica comenzase a actuar. No cabía en el cuerpo de la emoción. Mi primera mamada. Recuerdos imborrables. Uno de los momentos más importantes de la vida de cualquier hombre (—lagrimita—).
Sonoko, buena conocedora de la psiquis masculina, se despojó por completo de ropa, mientras yo la observaba admirado. Volvió a sentarse en la silla, con las tetas al aire y posó sus manos en mis muslos, comenzando a acariciarlos. Sorprendido, di un gran respingo en la mesa, pues la chica tenía las manos heladas.

Están frías, ¿eh? – dijo divertida – es por haberlas tenido dentro de la nevera. Verás qué bien cuando te toque la polla.

Dicho y hecho. Con gran habilidad, Sonoko me hizo levantar el trasero de la mesa y me libró de los calzoncillos en un santiamén, Sus gélidas manitas se apoderaron de mi instrumento, que en contraste estaba a 100º. La frialdad de su contacto hizo que un ramalazo de placer recorriera mi cuerpo.

Te gusta, ¿verdad? – dijo ella mientras yo asentía vigorosamente – Espera, se me ocurre algo.

Pese a mi desencanto, Sonoko se levantó de la silla, abandonando su presa, abriendo la nevera a continuación. Tras buscar un segundo, sacó algo que me hizo estremecer: un spray de nata montada. Después, abrió el congelador y sacó una cubitera de hielo. Tras golpearla en la encimera para soltar los cubitos, dejó ambas cosas en la mesa, a mi lado y volvió a sentarse.
Yo sabía bastante bien lo que ella pretendía hacer y estaba verdaderamente impaciente de que empezara a hacerlo.

Esto te va a gustar – canturreó Sonoko cogiendo un par de cubitos.
Estoy seguro – respondí, haciéndola sonreír de nuevo.

La chica cogió uno de los cubitos y lo chupó con placer, presagio de lo que iba a pasar. Tras un segundo, agarró mi polla con una mano y comenzó a recorrerla lentamente con la otra, acariciando todo lo largo del tronco con el hielo. Cuando llegó casi al final, justo donde termina el prepucio y aparece el glande, el frío envió tales descargas de placer a mi cerebro que casi me desmayé.

¡JODER, JODER, SONOKO! ¡OSTRAS, QUÉ BUENO! – exclamé.
¿Te gusta? Pues verás ahora.

Sonoko, ni corta ni perezosa, se metió el cubito en la boca y, sin demorarse más, comenzó a hacer lo que yo estaba deseando: empezó a mamármela.
Cuando mi polla comenzó a deslizarse entre sus carnosos labios, creí que iba a enloquecer de placer, pero cuando mi miembro se encontró de golpe con la frialdad del hielo unida a la humedad y el calor de la boca de la chica, pensé de verdad que me moría el gusto.
Cómo había podido ser tan gilipollas de consentirle a Ran que yo le practicara sexo oral sin hacérmelo ella a mí también. Menuda pérdida de tiempo, cuanto sexo desaprovechado. Aquello era lo mejor del mundo. Ahora comprendía que ella quisiera siempre que se lo comiera. Si yo era capaz de darle con mi boca la mitad del placer que Sonoko me estaba dando a mí, lo normal era que Ran se pasara la vida contando los segundos hasta la siguiente comida de coño.
Sonoko se mostraba como una maestra en aquellos menesteres. Cierto era que yo no tenía otras experiencias con las que comparar, pero dudaba de que fuera posible procurar más placer que el que ella me estaba dando con una mamada, porque entonces sería ilegal y calificado como droga peligrosamente adictiva. Bien pensado, ya lo era.
La chica seguía chupa que te chupa, con mi polla atrapada en su boca; de vez en cuando la sacaba, atrapando el cubito entre los labios y lo deslizaba por todo lo largo del tronco, haciendo que me estremeciera de placer, para a continuación volver a metérsela en la boca, jugueteando con su lengua, labios y garganta con mi afortunado pene y el cada vez más derretido hielo.
Estaba claro que, yo, inexperto en esas lides, y con el descomunal calentón que llevaba encima, no iba a aguantar mucho más. Cuando noté que estaba a punto de correrme, pensé en avisar a Sonoko, como me habían dicho algunos colegas del instituto que hay que hacer para no cabrear a la chica, pero una vez más los diablillos acudieron en mi ayuda y me obligaron a darme el gustazo de correrme en la boca de una chavala. Demasié.

¡AAAAAAH! ¡SONOKO! ¡OSTIAS! ¡ME VOY!

Sí, sí, mucho gritar de placer, pero la corrida había ido casi toda a la boquita de la rubia. Para mi sorpresa, ésta ni se inmutó, limitándose a tragarse mi semen como si fuera agua. Por si fuera poco, y para postre, cogió el spray de nata y se echó un buen chorreón en la boca, no sé si para eliminar el sabor a polla o para qué.

Conan – dijo muy tranquila – Debes avisar antes de correrte. A muchas chicas no les gusta que se le corran en la boca.
¿Y a ti no te pasa?
Bueno – dijo ella encogiéndose de hombros – No es que me entusiasme, pero tampoco es para tanto.
Oye, ¿la nata era para eso? – le pregunté.
No, en principio tenía otra cosa en mente, pero viendo lo bien que te lo pasabas con el hielito, pensé que lo mejor era no interrumpir el juego.
Sabia decisión – dije filosóficamente, arrancándole nuevas risitas a la chica.

Allí estábamos los dos, desnudos, a las cuatro de la mañana en la cocina, después de haber alcanzado ambos sendos espectaculares orgasmos, mirándonos sonrientes el uno al otro. Pero yo quería más. Y ella también.

Vaya – dijo Sonoko apuntando hacia mi pene – Parece que tu amiguito no se calma.

Tenía razón. Seguía empalmado.

Es que… quiero probar más cosas de las que vi en la película – respondí con descaro.
Vaya, vaya… ¿cómo qué por ejemplo? – dijo ella continuando con el juego.
No sé, podríamos… follar un poco.
¿De verdad que tú nunca habías hecho esto antes? Me parece que voy a tener que decirle a Ran que te controle más de cerca de partir de ahora. Yo creo que tú andas por ahí con tus amiguitas… ¿Cómo se llamaban? ¿Aibara y…?
Anda, no digas tonterías. Si son sólo dos crías.
¿Y tú que eres majete? – rió Sonoko.
Bueno, lo mismo. Pero tú antes dijiste que yo era muy precoz.
¿Y cuando fue eso?
Antes, en el baño.
Así que la historia esa de que te habías quedado dormido en el baño era mentira ¿eh? Tú no te perdiste detalle desde que entramos…

Mierda. Me había pillado.

Bueno – dije dubitativo – Es que…
No, si a mí no tienes que explicarme nada. Yo también fui muy precoz para el sexo. Con tu edad ya andaba por ahí cachonda perdida.
¿Tú perdiste tu virginidad con mis años?
No, no. En eso me ganas. Pero con tu edad ya andaba yo por ahí frotándome el coñito con todo lo que pillaba, espiando a mi hermana con sus novios…
Oye – la interrumpí – Has dicho que yo te gano en lo de perder la virginidad.
Sí que lo he dicho – dijo ella sonriendo al adivinar por dónde iba yo.
Pero yo aún soy virgen… – mentí sonriendo pícaramente.
¡Ah, pues verdad! – dijo ella haciéndose la tonta.
Pero… podría dejar de serlo ahora mismo…
¿En serio?
¿Era así cómo te frotabas cuando tenías mi edad?

Mientras hablábamos, había ido acercándome hacia ella, pegando mi tremenda erección contra su pierna, frotándome de arriba abajo, haciéndole sentir mi dureza. Ella sólo podía dejarse hacer, pues yo era tan bajito que a duras penas le llegaba a las tetas. Tras unos segundos de sobeteo, llevé mi mano a su entrepierna, deslizando mis dedos entre sus labios vaginales, comprobando que la chica seguía tan caliente y mojada como antes.
Un estremecimiento de placer azotó el cuerpo de Sonoko cuando volví a hundir la cara entre sus piernas. Ella, sin dudarlo, se abrió de piernas mientras yo chupeteaba por ahí abajo.
Poco a poco, Sonoko fue sentándose en el suelo, hasta quedar de nuevo tumbada. Yo me fui dejando caer a la vez que ella, sin dejar de saborear su deliciosa intimidad. Queriendo darle un poco más de sabor a aquello, me incorporé y cogí la nata, acercándome de nuevo a la chica.
Con rapidez, deposité pequeños montoncitos de nata sobre el cuerpo de Sonoko, mientras ella se dejaba hacer a la expectativa. Cuando terminé, procedí a limpiar con la lengua toda la nata del juvenil cuerpecito, recreándome especialmente en la que tapaba sus pezones, que eran como duros fresones entre mis labios.
Sonoko tanteó hasta hacerse con el bote de nata y lo llevó de nuevo a su boca, donde disparó un buen chorro. Yo pensé que iba a tragársela, pero no era ese su plan, sino que me ofreció sus jugosos labios repletos de nata para que la besara. No tardé ni un segundo en fundir nuestras bocas en una sola, mientras nuestras lenguas jugueteaban juntas, compartiendo el dulce sabor de la nata.
Mientras nos besábamos, noté como la manita de Sonoko se aferraba a mi instrumento, acariciándolo y pajeándolo levemente, para que los jugos preseminales lo lubricaran bien para lo que estaba a punto de venir.
Con reluctancia, Sonoko abandonó mis labios y volvió a reclinarse, quedando tumbada boca arriba con las piernas abiertas. Yo, como loco por meterla ya en caliente, corrí hasta situarme entre sus juveniles muslos, arrodillándome justo en medio. Echándome hacia delante, acerqué mi polla hasta la meta, deseoso de atravesarla en cualquier momento.

Ummm – Susurró Sonoko removiéndose un poco – El suelo está duro. Esto es un poco incómodo para ser tu primera vez ¿verdad?
Por mí está bien – respondí con la mirada clavada en el abierto chochito de la chica.
¿No prefieres que subamos a mi cuarto o al tuyo?
No. Sonoko, por favor – supliqué.
Vale, vale. Ven aquí.

Gracias fueran dadas al cielo. Yo ya no podía más. Como pude, coloqué mi polla en la entrada de su gruta, pero ella, pensando que no tenía experiencia, fue la que se encargó de colocarla bien en posición.

Ahora empuja lentamente – me susurró.

Sí, para explicaciones complejas estaba yo. Echándome bruscamente hacia delante, se la enfundé de un tirón.

¡AAAAAHHH! ¡CONAN! ¡DESPACIO! ¡AY, QUE ME LO VAS A DESTROZAR!
Ya, seguro que no lo tienes acostumbrado a estas cosas – pensé.

Sin hacer ni caso a las falsas quejas de Sonoko, procedí a bombearla con ganas. Como yo era muy bajito, mi cara quedaba justo entre las tetas de la chica, lo que no me pareció mal en absoluto, pues así podía lamerlas y chuparlas a placer mientras me follaba aquel tierno chochito.
Redoblé mis empujones, comiéndole las tetas, sin preocuparme por dejar caer todo mi peso sobre ella, pues mi cuerpo era bastante pequeño. Me la follé con rapidez y con fuerza, redoblando mis culetazos con ganas, horadándola sin piedad mientras ella gemía y chillaba.

¡ASÍ, CONAN, ASÍ! ¡DAME MÁS DURO! ¡ASÍ, NIÑO, MÁS, MÁS….!

Joder, qué escandalosa era la tía, Ran era mucho más discreta. Se iba a enterar todo el mundo en la casa, aunque la verdad es que, a esas alturas, me importaba un comino. Si nos pillaban, iba a ser ella la que se metiera en un lío, por corruptora de menores.
Como pude, agarré las tetas de Sonoko con las manos, estrujándolas con fuerza, pues notaba que eso le gustaba más, mientras mis labios seguían chupeteando sus pezones como si me fuese la vida en ello. Mis caderas bombeaban enfebrecidas entre los muslos de la chica, hundiendo mi caliente bálano en el ardiente interior de mi compañera.
Ella, por su parte, aplicaba toda su experiencia en darme placer, sus manos acariciaban mi cabello, sus muslos ceñían mis caderas e incluso notaba cómo tensaba y relajaba sus músculos vaginales, demostrando que, en las batallas del sexo, era toda una maestra.

¡OSTIAS, OSTIAS, ME CORRO, DAME MÁS FUERTE QUE ME CORROOOOO….! – aullaba, posesa.

Yo, rezando mentalmente en que no se la escuchara en el piso de arriba, redoblé mis empellones para intensificar su orgasmo. Noté cómo su vagina se inundaba de líquidos, que empaparon mi entrepierna, mientras nuestros vientres seguían aplaudiendo el uno contra el otro con mis certeros culetazos.
Cuando se calmó un poco, relajándose tras la corrida, quise hacer algo que había visto hacer en alguna peli porno: cambiar de postura y seguir follando sin parar.
Se la desclavé a Sonoko brevemente, ignorando su gemido de protesta. Agarrando uno de sus tobillos, tiré de ella haciendo que se diera la vuelta. Ella entendió mis intenciones y no se resistió, pero no colaboraba mucho, disfrutando aún de los últimos estertores de su corrida. Queriendo acelerar la cosa, le di un cachete en el culo, lo que le provocó una risita la mar de sexy.

Ji, ji. Aprendes rápido – me dijo – Ya te estás poniendo en plan machito conmigo. Todos los hombres sois iguales.
Lo siento, Sonoko – dije con urgencia de meterla en caliente otra vez – Es que quiero probar otra cosa que vi en la peli. Otra postura.
Oye – me dijo mirándome muy seria – Ni se te ocurra intentar ninguna tontería ¿eh? Que mi culo es sagrado.
¿Cómo? – dije extrañado, sin comprender – ¡Ah, no, tranquila! Sólo quiero probar a cuatro patas.
Bueno, si es eso…

Un poco escamada, Sonoko adoptó la postura que yo le pedía. Yo me situé justo detrás y afiancé mi polla justo a la entrada de su coño, que se me ofrecía magníficamente abierto, por estar su dueña un poco inclinada. Me disponía a penetrarla, cuando súbitamente se me ocurrió una maligna idea.

Espera un segundo – dije.
¿Qué? – dijo Sonoko girando la cabeza y mirándome – ¿Qué coño haces?
Tranquila, esto te va a encantar.

Como un rayo, fui a la mesa y cogí un par de cubitos de hielo. Regresando junto a Sonoko, comencé a acariciar sus hinchados labios vaginales con el hielo, lo que hizo que un impresionante estremecimiento de placer recorriera el cuerpo de la chica.

¡COÑO! – exclamó – ¿SE PUEDE SABER QUÉ HACES?
Lo mismo que tú antes. ¿No te gusta? – respondí sin dejar de deslizar el hielo por el chochito de mi amiga.
No, no… si no es ESOOOO…. – aulló mientras frotaba el hielo sobre su clítoris.
¿Te gusta?
¡MMMMPPHHHH! – asintió Sonoko mientras se mordía los labios para no gritar.

Pero ese no era todo mi plan. Cuando la tuve bien cachonda y abriéndose el chocho a más no poder, hice lo que me pareció más lógico. Le metí los cubitos en el coño, primero uno y después el otro.

¡UAHHHHHH! ¿QUÉ HACES? ¿QUÉ HACES? ¡SÁCALO! ¡SÁCALO!
¿De verdad? ¿Quieres que lo saque? – dije riendo.

Lo que hice en realidad fue hundírselos mucho más adentro usando el dedo más largo que tengo. Se la clavé hasta los huevos, empujando los cubitos hasta lo más profundo de sus entrañas.

¡ME MATAS! ¡ME MATAS! ¡ME MATAS DE GUSTOOOO!

Joder. Menudo resultado. La tía se había vuelto medio loca de placer. Y yo no disfrutaba menos, sentir en la polla el ardor volcánico de su coño unido al frío del hielo era enloquecedoramente placentero. Como estaba seguro de que, a semejantes temperaturas, el hielo no duraría mucho, redoblé mis esfuerzos en su coño, usando sus caderas como asidero, mientras la penetraba una y otra vez sin compasión.
Creo que Sonoko se corrió un par de veces por lo menos antes de que yo alcanzara el clímax. No sé cómo aguanté tanto, teniendo en cuenta lo excitadísimo que estaba, aunque creo que fue gracias al hielo, que me insensibilizó un poco el miembro, permitiéndome retrasar el orgasmo.
Cuando noté que llegaba, no me anduve con tonterías, no quería correr riesgos innecesarios, así que se la saqué del coño, apoyándola entre sus nalgas y disparando toda mi leche sobre su espalda, poniéndola perdida de esperma. A ella no le importó.
Sonoko, rendida, se derrumbó en el suelo jadeando, tratando de respirar como podía. Yo, sintiéndome un dios, orgulloso de haber dejado derrengada a semejante ninfómana, contemplé la escena, como el cazador que contempla a su presa tras cazarla.
Sonoko, pringosa de semen y sudor, se removía agotada en el suelo, manchándose todavía más por la comida que había tirada. Alcé la vista, buscando un paño para limpiarla un poco y entonces fue cuando la sangre se me heló en las venas: Ran estaba en la puerta, agarrada al dintel, medio derrumbada contra él.
Cuando nuestros ojos se encontraron, reaccionó, y, tras mirarme un segundo, se largó corriendo mientras yo no acertaba a decir ni hacer nada. Fue Sonoko la que habló.

La has visto ¿eh?
¿Cómo? – dije sin comprender.
A Ran. En la puerta. La has visto ¿verdad?
¿Quieres decir que tú la habías visto antes? – exclamé atónito.
Claro. Lleva ahí por lo menos desde que saqué el hielo de la nevera. Puede que desde antes.
¿CÓMO?
Hijo, pues sí que estabas concentrado. Lleva ahí un buen rato.
No me lo creo.
¿De verdad? Y no solo eso, ha estado haciendo lo mismo que tú esta mañana. Haciéndose una paja con el espectáculo.
¿QUÉ? – grité sin importarme que me oyeran todos en la casa.

Me sentí súbitamente mareado, entendiendo por fin cómo se había sentido Ran por la mañana. Me dejé caer sentado en el suelo, junto a Sonoko, que me miraba divertida.

Venga, Conan, que no es para tanto. Creía que te había demostrado que todos sentimos estos impulsos. Es de lo más normal. No tiene nada de malo lo que ha hecho.
No – dije – Si no estoy pensando en eso.
¿Entonces?
Pienso en lo que me hará mañana por la mañana, cuando se le enfríe la cabeza y se dé cuenta de lo que ha pasado. Me va a dar una buena…
Venga, ya será menos, al fin y al cabo ella también estaba haciendo sus “cositas”.
Sí, pero no la hemos pillado in fraganti. Se limitará a negarlo todo y nos cascará. Sobre todo a mí.

Sonoko se quedó pensativa unos instantes, comprendiendo que yo tenía razón. De pronto, esbozó una sonrisilla maquiavélica y volvió a hablar.

Mira, Conan, conozco a Ran desde hace mucho más tiempo que tú y creo que sé la mejor manera de solucionar esto.

Eso no era del todo correcto, pero ella no lo sabía.

¿Y cual es?
Será mejor que vayas a su cuarto a hablar con ella.
¿Ahora? Si me coge, me arranca la cabeza.
Que va. Yo la conozco. Ahora mismo está alucinada. Lo que tienes que hacer es hablar con ella. Invéntate algo. Explícale que ya eres mayor, que sientes impulsos… como ella. Si quieres, échame la culpa a mí… dile que estuve bromeando contigo en la cena con que quería verte la polla, que te he asaltado en la cocina… lo que sea, pero asume tú parte de la culpa. Le parecerás más sincero.
Coño, eso no es inventarse nada. Has sido tú la que se ha metido conmigo en la cena y después me has asaltado aquí en la cocina.
Oye, rico – dijo Sonoko haciendo un mohín – Que has sido tú el que me ha dejado el culo al aire y ha comenzado a comerme el coño.
Y has sido tú la que me metió mano en los calzoncillos y se puso con el culo en pompa – respondí burlón.

Los dos nos echamos a reír.

En serio, Conan, hazme caso. Lo mejor es coger el toro por los cuernos y hablar con ella ahora. Mañana se habrá pasado toda la noche rumiando su enfado y no habrá quien trate con ella.
De acuerdo. ¿Y todo este lío? – dije señalando el estropicio en la cocina.
Yo me encargo. Y después me daré un buen baño.
Si quieres, voy a bañarme luego contigo – dije ilusionado.
No creo que puedas – respondió ella guiñándome un ojo misteriosamente.

Minutos después, vestido de nuevo con calzoncillos limpios y una camiseta, estaba en mi habitación, delante de la puerta de comunicación entre los cuartos, tratando de armarme de valor para enfrentar a Ran.
Yo no le veía la lógica al plan de Sonoko por ningún sitio, aunque, como me repetía a mí mismo, jamás había logrado entender a las mujeres, por lo que a lo mejor funcionaba. Además, no dejaba de pensar en Sonoko, desnudita y solita en los baños, pensando sin duda en el extraordinario polvo que acababa de echar, tocándose lánguidamente sumergida en el agua caliente… me voy con ella.
Pero, no. Tenía que arreglar las cosas con Ran. Sonoko debía saber lo que se hacía. Tenía que seguir su consejo. Ahora o nunca. Alea jacta est.
Decidido, abrí la puerta de comunicación y penetré en la oscuridad del cuarto de Ran, deslizándome sigilosamente hasta su cama, donde podía distinguir la silueta de mi novia. Noté cómo se estremecía al acercarme yo, asustada sin duda y pensé que lo mejor era tener una conversación lo más serena posible.
A tientas, busqué la luz y la encendí. Miré a Ran y vi que su cuerpo se había tensado enormemente, sin duda con tan pocas ganas como yo de tener la charla que debíamos tener. Pero era necesario, guardárnoslo para nosotros podía terminar por envenenar nuestra relación. Las cosas es mejor hablarlas.

Ran – susurré.

El cuerpo de la chica se puso todavía más tenso, pero no me contestó, tratando de fingir que dormía. Estaba de espaldas a mí, tratando de no moverse ni un ápice, lo que me recordó el viajecito en coche hasta la casa, cuando era yo el que simulaba dormir.
Fue entonces cuando me dí cuenta de un detalle muy extraño. A pesar del sofocante calor que hacía esa noche, Ran estaba arropada hasta el cuello con la sábana. Eso hizo despertar mi instinto de detective, intuyendo que allí pasaba algo raro.
Con una súbita iluminación en la mente, me acerqué despacio a la cama, llamándola de nuevo, ahora con voz más firme.

Ran. No te hagas la dormida. Sé bien que estás despierta. Te he visto en la cocina.

Ran se agitó casi imperceptiblemente, pero yo noté su movimiento, pues tenía los ojos clavados en ella. Cuando llegué junto a la cama, abrí con cuidado el cajón de la mesita de noche y eché un vistazo dentro. Al ver su contenido (o más bien la falta de contenido) sonreí ladinamente, pues todas las piezas del puzzle encajaron por fin en mi cerebro.
¿Qué creen ustedes que eché en falta en el cajón? Seguro que lo habrán adivinado ya: el consolador con el que la sorprendí antes…
Sí, es cierto, existía la posibilidad de que lo hubiera guardado en otro sitio, en una maleta o algo así. Pero conociendo como conocía a Ran, estaba seguro de que habría ordenado todas sus pertenencias como si estuviera en casa, ¿y antes había dicho que guardaba el consolador en su mesita de noche, verdad?
Al hacerse la luz en mi mente, todo comenzó a tener sentido. Ahora entendía en qué consistía el plan de Sonoko al enviarme de madrugada al cuarto de Ran. Ya entendía qué esperaba ella que pasara para impedir que Ran nos echara la bronca al día siguiente. Ya sabía lo que tenía que hacer… pero antes debía asegurarme.

Ran – llamé por tercera vez, sin obtener respuesta – Como quieras.

Suavemente, agarré el borde de la sábana que tapaba el tentador cuerpecito de la chica y la destapé. Ran se cubría con un ligero camisón que yo conocía muy bien de habérselo visto puesto por casa y que le quedaba divinamente. Pero lo que me paró el corazón fue el comprobar que Ran tenía las bragas bajadas hasta medio muslo, indicio inequívoco de lo que había estado haciendo hasta mi llegada.
Aquello me puso medio loco de excitación. Ran, después de espiarme y masturbarse mientras follaba con Sonoko, había regresado a su habitación para completar la faena. Pero esta vez iba a ser yo el que la completara.

¿Qué has estado haciendo aquí solita? – susurré.

Con delicadeza, levanté el borde del camisoncito de Ran, dejando sus excelsas posaderas al aire y la liberé por completo de las bragas, que arrojé al suelo. La chica continuó esforzándose en no mover ni un músculo, tratando de fingir que nada estaba pasando. Pero yo estaba decidido a que pasaran cosas… y de las gordas.
Su culito era firme y delicioso, tal y como lo recordaba, pero esta vez estaba además empapado en sudor, lo que le daba un aspecto erótico y sensual. Tenía uno de los muslos echado un poco hacia delante, lo que me permitió echarle un vistazo a su coñito desde atrás, pegando la cara al colchón.
Y ¡voilá!, allí estaba. Al asomarme entre los muslos de mi chica desde atrás, pude atisbar el extremo del desaparecido consolador, que estaba bien enterrado en la entrepierna de la muchacha.
Con una sonrisa de oreja a oreja, me incorporé y me apresuré en desnudarme. Me disponía a meterme en la cama junto a la nena cuando pensé que lo mejor sería tensar la cuerda un poco más. Inclinándome junto al oído de Ran, le susurré unas palabras.

Ran. Te he visto antes mientras me espiabas con Sonoko. Sé que, aunque lo niegues, estás deseando que haga lo mismo contigo. Ahora voy a meterme en la cama a tu lado y te voy a follar hasta el fondo. Si no quieres que lo haga, dímelo y me iré a mi cuarto, pero si sigues callada, no dudaré más.

El silencio fue toda la respuesta que obtuve.

Como quieras – dije mientras me deslizaba en la cama quedando detrás de la chica.

Me sentía exultante, pletórico. Había logrado poner tan cachonda a Ran que ni siquiera se planteaba la posibilidad de no hacérselo conmigo. Estaba tan necesitada de verga, que había terminado de un plumazo con todas sus convenciones sociales y sus principios. Iba a follármela… otra vez… aunque ella pensara que era la primera.
Con cuidado, pegué por completo mi cuerpo al de Ran, apretando con fuerza mi tremenda erección contra las posaderas de la chica. Como ésta no decía ni mú, deslicé suavemente una mano por su cuerpo, acariciando su muslo, su cadera, su vientre, hasta llegar hasta sus durísimos senos, de pezones enhiestos, donde me entretuve un rato masajeando y jugando.
Poco después, llevé esa mano hacia abajo, hacia la entrepierna de Ran, donde tironeé suavemente del escaso vello púbico de la chica, logrando que su cuerpo se estremeciera contra el mío, clavándole con más fuerza la polla contra las nalgas. Mi inquieta manita comenzó a acariciar con dulzura su chochito, hasta que me topé con el intruso de látex que Ran se había metido. Agarrándolo con los dedos, procedía a masturbar a mi preciosa morena con el consolador, que hacía un ruidito de chapoteo de lo más erótico cuando penetraba en la intimidad de mi chica.
Ella, sin poder aguantarlo más, comenzó a gemir y a contonearse contra mí, disfrutando como loca de la paja que le estaba haciendo.
Como pude, logré deslizar mi otra mano entre su cuerpo y el colchón, volviendo a apoderarme de los senos de Ran, dedicándome ahora a dar delicados pellizquitos en los sobreexcitados pezones de la chica.
Ela, retorciéndose como una culebra, empujó hacia atrás girándose un poco, de forma que su cuerpo quedó boca arriba acostado sobre el mío. Yo quedé atrapado debajo del cuerpo de ella, soportando todo su peso, pero sin liberar en ningún momento las presas que había hecho en sus tetas y en su coño.
Seguí masturbándola unos instantes, pero ella pesaba mucho más que yo, por lo que su peso comenzó a sofocarme.

Ran – siseé sin dejar de pajearla – me aplastas…

Como un zombi, Ran volvió a girarse en la cama, quedando de nuevo acostada de lado como al principio. Yo prendido de ella cual garrapata, no dejé de masturbarla ni un segundo, hasta que decidí que ya era suficiente para ponerla a tono y que ya era hora de pasar a ejercicios más interesantes.
Como pude, liberé el brazo con el que le sobaba las tetas, que había quedado atrapado bajo su cuerpo al girarse. Poniéndome de rodillas en la cama, la hice volverse del todo, de forma que quedó tumbada boca arriba. Qué buena estaba, sudorosa, con la respiración agitada, los pezones duros como rocas y los labios de su chochito, húmedos e hinchados y con el extremo del consolador asomando entre ellos. Y además, con los ojos cerrados haciéndose la dormida… el que calla otorga.
Como un rayo, salté sobre el colchón hasta situarme entre las piernas de Ran. Con cuidado (y con una ligera expresión de descontento en el rostro de la chica) tiré del extremo del consolador, sacándoselo por completo del coño. Sin pararme un segundo arrojé el empapado juguetito a un lado, agarrando con fuerza los muslos de mi compañera.
Ella, lejos de resistirse, aprovechó para separar levemente las piernas, ofreciéndome tentadoramente su abierto conejito. Sonriendo como llevaba un buen rato haciendo, me agarré la polla para colocarla bien en situación y lentamente, fui clavando mi ardiente pene en las húmedas y calientes entrañas de mi novia. Impresionante.

¡AAAAHHHHHH! – gimió Ran sin poder evitarlo mientras la penetraba.
UMMMMMM – respondí yo mientras sentía como cada centímetro de mi verga era absorbida por la acogedora cueva de mi amiga.

El coño de Ran era tan cálido y maravilloso como lo recordaba. Parecía que ella y yo estábamos hechos el uno a la medida del otro, así de bien encajábamos. Sin perder el tiempo, comencé a bombear firmemente en el coño de la chica
.
Para mi sorpresa, Después de solamente cinco o seis culetazos, Ran se corrió intensamente. Pensándolo bien no era tan raro, pues al fin y al cabo yo la había interrumpido en su jueguecito con el dildo dejándola
a medias, y quizás justo al borde del orgasmo: como yo por la tarde en el baño.
Imperturbable, sentí con placer como la avenida de líquidos vaginales que anunciaron el orgasmo de mi compañera empapó mi entrepierna, produciendo un sexy chapoteo cada vez que le clavaba el nabo. Enfebrecido, redoblé mis esfuerzos en martillearle el coño a Ran, provocando que la intensidad de su orgasmo se multiplicara.

¡AHAHAHAHAAAAAAHHHHHHHH! ¡QUÉ BUENO! ¡QUÉ BUENO! ¡SIGUE CONAN, NO PARES!

 

¡Vaya! – exclamé, sin dejar de zumbármenla – ¡Ya me hablas!
¡SÍ! ¡SÍ! ¡LO QUE TÚ QUIERAS! ¡PERO NO TE PARES!

No pensaba hacerlo.
Envalentonado por el gran éxito de mi estrategia, cambié de postura sin sacársela (cada vez era más experto). Quedé de rodillas sobre el colchón, con los muslos de Ran apoyados contra mi pecho, mientras le aferraba los tobillos con las manos. Esta postura era muy erótica, pues nos permitía mirarnos a los ojos mientras follábamos.

¡AH! ¡AH! – gemía Ran ¡SHINICHI, MÁS, DÁME MÁS!

Un escalofrío me recorrió la columna. Por in instante pensé que Ran había descubierto todo el pastel, pero me di cuenta de que no era así, sino que elevada a los altares del placer, llamaba a gritos al hombre que ocupaba su corazón. Afortunadamente era yo mismo, así que no pude cabrearme porque ella me llamara de otra forma.
Seguí dale que te pego, logrando llevarla hasta un nuevo orgasmo, mientras yo notaba cómo se aproximaba el mío. Por desgracia, no fui capaz de lograr que nos corriéramos a la vez, pero aún así, mi corrida fue bastante intensa.
En cuanto noté que los huevos me entraban en erupción, desclavé a Ran de golpe y me pajeé la polla rápidamente, dirigiendo los lechazos contra el cuerpo de la chica, empapándole los muslos y el vientre. Me hubiera encantado pegarle un par de disparos en la cara, pero tenía las bolas un tanto vacías después de la aventurilla con Sonoko.
Nos tumbamos los dos, jadeantes y agotados, ella mirando hacia la pared y yo abrazándola pegado a su espalda. De momento, me sentía plenamente satisfecho, así que intenté descansar unos minutos, para recuperarme.

No puedo creer lo que hemos hecho – dijo de pronto Ran.
Vamos, Ran. No le des más vueltas. Sonoko tenía razón. Las mujeres me interesan ya, así que imagínate la oportunidad que he tenido este fin de semana. Y tú no has hecho nada malo, simplemente has seguido el impulso del momento. Eres joven y preciosa, y tu novio está muy lejos. Es normal que te desahogues de alguna forma. Shinichi lo vería de esa forma.
Eso no te lo crees ni tú – respondió sarcásticamente.
Bueno, y qué más da – sentencié – Él no está aquí y no se va a enterar ¿verdad?
No, supongo que no – dijo ella.
Pues eso – continué – No se va a enterar nunca de lo que ha pasado… y de lo que va a pasar dentro de un rato tampoco…
¡Dios mío, he creado un monstruo! – dijo ella resignada.

Ambos tratamos de dormir un rato, pero un par de horas después me desperté con una dolorosa erección apretada contra las nalgas de Ran. Aprovechando que seguíamos los dos desnudos y sin dejar de abrazarla, acerté con cierta dificultad a penetrarla desde atrás, y procedí a follármela lentamente, estando los dos tumbados de costado. Ran despertó enseguida, al sentir su intimidad invadida por mi tieso pene, pero no se quejó en absoluto, limitándose a disfrutar lánguidamente del sexo que yo le proporcionaba.
Esta vez no sé si logré que se corriera, aunque si lo hice debió ser un orgasmo dulce y profundo y no salvaje e intenso como los anteriores. Yo, por mi parte me corrí tras un buen rato de lento mete y saca, empapando todavía más la retaguardia de mi amiga con mi semen.
Por la mañana desperté en la cama de Ran, solo y tras echar un vistazo por el cuarto comprobé que la chica se había duchado y vestido, dejándome a solas.
Yo hice lo mismo rápidamente, cambiándome de ropa, bajando como un rayo a desayunar, pues tenía un hambre de lobo.
En el salón me encontré únicamente con Sonoko, que no me dio ni la oportunidad de preguntar.

Si buscas a Ran, se ha ido a dar un paseo en bici. No ha querido que fuera con ella.

La inquietud volvió a apoderarse de mí.

¿Está muy cabreada? – inquirí.
¡Oh, no! Estaba muy tranquila, es sólo que le apetecía estar un rato sola.
Menos mal.
No sé lo que le “dijiste” en vuestra “charla” de anoche – dijo Sonoko riendo – Pero parece mucho más calmada y feliz que hace bastante tiempo.
¿En serio? – dije resignado a aguantar las pullas de Sonoko durante un rato.
De verdad. Parece que por fin ha encajado la cosa. Mira, al menos le quedas tú como consuelo, ya que Shinichi no está.
Bueno… – dije sin saber muy bien qué responder.
A propósito – dijo entonces Sonoko – Aún nos queda pendiente el baño que dijimos anoche.
Es verdad – respondí esbozando una sonrisilla pícara muy parecida a la que esgrimía la chica.
Pues si quieres, desayuna bien para reponer fuerzas, que yo te espero en la sauna…
Me parece perfecto.
Y tranquilo, que Ran iba a bajar hasta el pueblo, así que tardará un par de horas en volver. Si quieres, podrás “charlar” con ella luego, después de comer.
Estaría bien.
Por cierto – concluyó Sonoko – No hace falta que traigas el bañador a al baño. Yo no lo uso…
……………….

Y le hice caso.
FIN
TALIBOS
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Relato erótico: “Una jovencita y sus problemas trastocaron mi vida 6” (POR GOLFO)

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La sensación de derrota no me dejaba ni respirar mientras las esperábamos. No me quedaba duda que esa hija de puta se había salido con la suya al propiciar de una manera tan ilusa que el enemigo se metiera en nuestra cama. Era tanto mi cabreo que María se dio cuenta y mientras me desnudaba, me preguntó qué me ocurría. Como no podía ni debía confesar que la pelirroja era una espía del gobierno americano, le respondí que lo raro que me resultaba que una hembra semejante un día apareciera en nuestras vidas y al siguiente, nos la fuésemos a tirar.

-No soy un prototipo de seductor y mis encantos no llegan a tanto- añadí intranquilo.

-Quizás sea el morbo de ser tres- respondió sin hacer caso a mis sospechas.

Supe que, a pesar de su desdén inicial, mis palabras habían hecho mella en ella cuando se quedó pensando e insistió en que le contara mis sospechas. Sin mencionar exactamente su profesión, dejé caer que debíamos andarnos con cuidado dada la lucha política de Lidia y la multitud de callos que había pisado a pesar de su corta edad.

-Piensa solo en lo que provocó la conferencia de prensa de esta mañana.

Al recordarle la muerte del corrupto, la cincuentona palideció y ya asustada comentó que tenía razón y que la exuberante americana bien podía ser una periodista buscando información. Cómo me venía bien el rumbo que había tomado, le pedí que advirtiera a Lidia que se anduviera con cuidado y que no se fuera de la lengua con esa mujer.

-Aunque su princesa no es tonta, no está de más decírselo- sentenció meditativa.

Aprovechándome de ello, le rogué que mientras alertaba a la latina me dejara a solas con Elizabeth por si podía sonsacarle algo. Mi antigua amiga y actual amante no solo aceptó sino incluso me lo agradeció. En ese momento justo el ruido de unos pasos nos informó que estaban subiendo por las escaleras. Los pocos segundos que tardaron en entrar me sirvieron para hacerme una idea de cómo actuar, pero no me permitieron prepararme para la impresionante belleza de esa pecosa desnuda. Por eso no pude evitar que mi corazón se pusiera a mil por hora al verla acercándose a mi cama con una sonrisa. La certeza de que esa mujer se sentía al mando se intensificó al contemplar el bamboleo de sus pechos y reparar en el inmaculado afeitado que lucía entre sus piernas.

«¡Joder!», exclamé para mí mientras la veía aproximarse como si ella fuera una pantera y el traidor de mi pene, su cena.

-Parece ser que al final, vas a poder empotrarme- susurró en mi oído viendo que María había desaparecido con la hispana.

El olor a cloro que destilaba no fue óbice para que mis ganas de poseerla crecieran exponencialmente. Mi erección se acrecentó aún más cuando tumbándose a mi lado noté el frío de su piel tras haber nadado y mientras su seguridad crecía, la mía menguaba al saberme en sus manos.

-Debes saber que no me atraes. Pero, si para cumplir mis órdenes tengo que acostarme contigo, eso haré- me dejó claro la zorra restregando su cuerpo contra el mío.

Su sinceridad teñida de menosprecio fue un error. Reponiéndome a su atractivo, le comenté que para que fuera creíble su actuación, antes de nada, debía saber que en cuestiones sexuales éramos un tanto peculiares y que tanto a mis niñas como a mí nos gustaba jugar duro.

-No me vas a enseñar algo que no sepa o no haya practicado- respondió demasiado segura de sí misma.   

Decidido a darle una lección, esperé a que María y Lidia volvieran. Nada más llegar, con tono duro, pedí a la cincuentona que dijera a nuestra invitada quién era yo. La inteligente castaña captó el mensaje que encerraba esa frase y cayendo postrada a mis pies, respondió:

-El dueño de nuestras vidas y nuestros cuerpos.

 Imitando a su amante y quizás aleccionada por ella, la joven añadió:

-El amo que nos brinda placer y la razón de nuestra existencia.

De reojo, comprobé que la confianza de la pecosa había quedado hecha añicos y que no sabía cómo actuar. Creyendo que buscando una excusa se echaría atrás, quise darle una salida y girándome hacia ella, pregunté si seguía queriendo acompañarnos. Me hizo gracia la indecisión de la espía al verse en el dilema de huir o continuar sabiendo que de ser así se tendría que enfrentar a una sesión donde a buen seguro sería torturada. Al final pudo más la lealtad a su bandera y con voz temblorosa, me informó que quería quedarse.

-Princesa, preséntame a tu amiga y convénceme de que es digna de que tu señor pierda su tiempo con ella.

Me quedó meridianamente claro que María había hablado con ella cuando, tomándola de su rojiza melena, la levantó de la cama y obligándola a ponerse firme, respondió:

-Amo, la nueva no tiene nombre, pero en el mundo exterior la llaman Elizabeth.

Queriendo humillarla, la bauticé con un apodo:

-Para nosotros será “pecosa”.

Riendo, la morenita tomó uno de los voluminosos pechos de la americana y regalando un pellizco en el pezón, comentó si no sería más apropiado llamarla “tetitas”.

Dando su lugar a María, pedí su opinión:

-Aunque “tetitas” me gusta, la llamaremos “pecosa”.

La aludida tembló al oír las risas de la cincuentona mientras Lidia exponía sus ubres para mi examen. Acercándome a donde estaba, sopesé la dureza y el tamaño de sus atributos con absoluta frialdad, tras lo cual pedí a mi improvisada ayudante que probara la resistencia de esas rosadas areolas con un mordisco. Lidia no dudó en obedecer la orden y aproximando su boca, se permitió el lujo de darles un par de lametazos antes de cerrar sus dientes en ellas.

-Puta, ¡me has hecho daño! – protestó la pelirroja.

-Nadie te ha permitido hablar- con un sonoro y doloroso golpe en sus nalgas, María le recriminó.

A punto estuvo de saltar al recibir ese inesperado azote, pero en vez de hacerlo se mordió los labios intentando calmarse. Sabiendo que lo que realmente apetecía a esa militar era responderla con un tortazo, decidí intervenir. Para prevenir un posible comportamiento agresivo, cuyas consecuencias serían funestas para mis intereses, pedí que la ciñeran unas esposas a las muñecas. “Pecosa” estuvo a punto de claudicar al ver llegar a la castaña con ellas, pero haciendo gala de una profesionalidad encomiable echó las manos hacia atrás y permitió que la inmovilizara.

Indefensa quizás por primera vez en su vida, los pezones de la espía se endurecieron cuando aproximándome a ella, la tomé del pelo y premié su entrega con un mordisco en sus labios. Me dio igual si era miedo o excitación lo que había provocado que se le erizaran y siguiendo con el papel de amo estricto, ordené a la que se suponía mi novia que catara el coño de esa mujer.

-Pecosa, separa las rodillas- arrodillándose entre sus muslos, le exigió mientras, a su espalda, Lidia le comenzaba a examinar el trasero.

Asumiendo su indefensión, obedeció para no ser castigada y con los ojos cerrados, sintió las yemas de María separando los pliegues que decoraban su vulva. Con ánimo de humillarla, la castaña me informó que seguía seca y que, así, no había forma de probar su sabor.

– ¿Qué propones? – divertido, pregunté sabiendo de ante manos su propuesta.

-Un consolador es lo que “pecosa” necesita- abriendo el cajón donde los guardábamos, respondió.

-Me parece bien- sentencié al ver que había sacado uno de los más grandes.

Con mi permiso y a pesar de los gritos de nuestra víctima, María no tardó en embutírselo para, a continuación, y sin darle tiempo a que se acostumbrara a semejante invasión, ponerlo en funcionamiento a la máxima potencia. Desde la cama observé la angustia de la americana con una insana satisfacción y deseando incrementar la misma, pedí a la latina que me informara que opinaba del culo que estaba examinando.

-Mi señor, siento decirle que está usado. Se nota por la facilidad con la que entran mis dedos- respondió violando el ojete de “pecosa” con dos yemas.

El grito que pegó me alertó que no debía ser así y no queriendo para ella un daño irreparable, pedí a Lidia que trajera lubricante. Curiosamente, en los ojos de la americana leí agradecimiento en vez de ira y por ello decidí ser yo quien le extendiese ese mejunje.  Al volver la morenita con el bote, pedí que la pusieran a con el culo en pompa sobre la cama. Viéndola así, reparé en que la joven aguardaba, ese trance, nerviosa pero expectante. Extrañado, usé las manos para separar sus cachetes y ante mí, apareció un tesoro tan rosado como atractivo. Relamiéndome de antemano, deposité una buena cantidad de ese líquido en él antes de comenzar y tras untar mis dedos, con estudiada lentitud metí el primero en su agujero. Al hacerlo corroboré que, si alguien había sido capaz de horadarlo, había sido hace mucho y por ello, ralenticé aún más el movimiento de mi yema.

Tras notar que su tirantez desaparecía, incrusté el segundo y en esa ocasión, “pecosa” dio un sollozo que nada tenía que ver con dolor.

-Tranquila y disfruta- murmuré en su oreja satisfecho y deseando que mis niñas colaboraran, las azucé a disfrutar de sus ubres.

La pelirroja suspiró aliviada cuando en vez de morderla ese par se puso a mamar de ella y aprovechándolo, comencé a meter y a sacar el consolador de su coño, manteniendo los dos intrusos en su ojete. Ese cuádruple estímulo fue demoliendo sus defensas y con lágrimas en los ojos, comenzó a mover sus caderas siguiendo el ritmo con el que la penetraba con la polla de plástico.

Asumiendo que la vergüenza era lo único que la mantenía en pie, acerqué mi boca y dije en su oído que no había nada malo en gozar mientras se trabajaba. Mis palabras fueron un misil que impactó en sus cimientos y pegando un largo aullido se corrió en mi presencia. Habiendo ganado esa escaramuza, decidí ir por la victoria total y por ello sin dejarla descansar seguí maniobrando el juguete con decisión, mientras con dulzura le rogaba que se dejara llevar. El contraste del recio movimiento de mis muñecas penetrándola con el tono tierno de mi voz fue una tortura para la que no le habían preparado en el ejército y uniendo una serie de orgasmos, a cuál más potente, cayó de bruces sobre el colchón.

Aproveché su agotamiento para pedir que la liberaran y tumbándome a su lado, la informé que había pasado la prueba y que ya podía dormir. Ni “pecosa” ni su alter ego, Elizabeth, entendieron que no las usara. Se sabían vencidas y en su fuero interno sentían que lo lógico era que el vencedor tomara posesión de lo que había conquistado. Por eso, con una tristeza llena de melancolía, me rogó que no la dejara así y la hiciera mía.

-Tu turno ha pasado. Quizás mañana, cumpla mi promesa y te empotre. Ahora le toca a mi princesa, recibir su premio- respondí regalándole una última caricia.

No pudo evitar llorar al ver la alegría con la que Lidia acudía por su regalo y mientras la morenita disfrutaba dando un lametazo a mi erección, su mundo se desmoronó al saber que un viejo de cincuenta y pico años la había derrotado. Compadeciéndose de ella, María la abrazó y señalándonos, murmuró en su oído que disfrutara viendo cómo su amo premiaba a la chavala.

– ¿Mi amo o Alberto? – preguntó colorada.

-Son el mismo, o ¿todavía no te has dado cuenta? Dulce “pecosa”.

Desesperada al percatarse de cuánto había cambiado en tan poco tiempo, Elizabeth buscó consuelo entre los pechos de la cincuentona y sin pensar en lo que hacía, la besó mientras en las mismas sábanas la razón de su presencia ahí tímidamente separaba los labios para recibir en el interior de su boca la virilidad que tanto tiempo llevaba ansiando. Satisfecho, dejé de observarlas y me centré en Lidia:

-Princesa. No tengas prisa, ¡tienes toda la noche! – dije a la morenita al sentir la forma en la que zarandeaba mi erección en busca de su premio.

-Lo siento- suspiró con mi reclamación y conteniendo las ganas que tenía de ordeñarme, reinició sus maniobras más lentamente.

Sonreí al ver que me hacía caso y para agradecérselo, por primera vez desde que había aparecido en mi puerta, deslicé mi mano entre sus piernas y comencé a acariciarla. La cría al sentir mis yemas separando los labios que escondían su clítoris se quedó paralizada sin saber cómo actuar.

-Sigue, zorrita mía. Bébete la leche de tu comandante mientras él te toca.

Mis dedos jugando entre sus pliegues abrieron la llave de su placer y mientras se corría como pocas veces, un manantial de flujo inundó el colchón donde íbamos a dormir. Desternillado de risa, llevé mis yemas mojadas a la boca y descubrí asombrado lo mucho que me gustaba su sabor. Como sabía que sería incapaz de contenerme y que me la terminaría tirando si osaba a probar ese manjar directamente de su fuente, volví a hundir mis dedos en ella buscando recolectar un poco más.

-Tenga cuidado para no depreciar su propiedad al desvirgarme – con su típica picardía comentó sacando brevemente mi verga de sus labios.

Admitiendo mi error, cometí otro peor: ¡Pedí a esa chavala que me mostrara esa telilla de la que tanto hablaba! Lidia no dudó en levantarse y poniéndose a horcajadas sobre mí, lentamente fue aproximando su coño a mi cara.

Cuando apenas había unos centímetros entre sus labios y mis ojos, usando dos de sus dedos, los separó para demostrar que seguía con el virgo intacto. Pero no fue ese pedazo de carnosidad lo que vi, sino el imprevisto chorro que brotó de su interior mojando mi rostro. Por un momento, creí que se estaba meando, pero al llegar su teórico orín a mi boca comprendí que era producto de su placer.

Sin importarme ya mis promesas ni mis miedos, la tumbé sobre el colchón. No mediando ni una palabra, hundí la cara entre sus piernas y me puse a saborear a conciencia el sabroso fruto de sus entrañas mientras la joven asustada y complacida por igual, se reía

-Mí señor, ¡era yo quién debía hacérselo!

-Calla puta, ¡tú también has perdido el turno! – respondí indignado por su interrupción.

 Ese insulto y la acción de mi lengua profundizaron su gozo y dominada por un nuevo orgasmo, regó con más flujo mi sed. Absorto en la cata de su esencia, no advertí la cantidad de veces que la morena se corrió hasta que María me avisó que la joven ya no aguantaba tanto placer y que debía parar. Levantando la mirada comprobé que había caído en una especie de éxtasis religioso y que, con los ojos abiertos, era incapaz de siquiera hablar.

Viendo que mi verga permanecía inhiesta y necesitaba desahogar, Elizabeth se ofreció para hacerlo, pero anticipándose la cincuentona se encaramó sobre mí, y dejándose caer sobre mi erección, proclamó:

-Es el momento de la anciana de mi señor.

– ¿Anciana? ¿Ese es el apodo con el que quieres que te llame? – pregunté.

-Dime como quieras, pero no me dejes de follar.

– De acuerdo- respondí y asiéndome a sus pechos, descojonado añadí: -Mueve las caderas para que tu amo disfrute de su “anciana”.

Todavía no sé si su berrido fue por placer o por el sobrenombre con el que desde entonces la conoceríamos, pero lo cierto es que como cierva en celo “anciana” se lanzó a galopar sobre mí mientras “pecosa” se partía de risa a su lado…

13

Cuando amanecí al día siguiente, Elizabeth se había ido sin despedirse. Según Lidia, la americana se despertó temprano y por el modo en que se fue, iba preocupada. Teniendo en cuenta como se desarrolló la noche no me extrañó, ya que habíamos disfrutado de ella sin que esa pelirroja consiguiera sacarnos ningún tipo de información útil.

«No creo que se atreva a incluir en su informe el tipo de sexo que compartimos», me dije asumiendo que sería contraproducente para su carrera: «Dudo que se exponga de esa forma, admitiendo por escrito que fue por unas horas nuestra sumisa».

Por extraño que parezca después de una noche de desenfreno, no estaba contento al sentir que la hispana estaba más cerca de cumplir sus metas.  La alegría de la joven esa mañana ratificó mi sospecha y es que todo en ella radiaba satisfacción. Un ejemplo de ello, fue la alegría con la que esa mañana me bañó, pero también que no se quejara en demasía cuando me rehusé a pagar la apuesta con una ración de leche recién salida de mis huevos.

-Aunque me gané limpiamente esa mamada, puedo esperar- únicamente dejó caer al responder a su pretensión con la excusa de estar cansado.

Admitiendo que esa arpía de ojos negros no iba a cejar hasta que lo consiguiera, salí de casa. La presencia de los miembros de CNI en la puerta, listos para escoltarme, me hizo recordar el embrollo en que estaba metido y bastante molesto, les di la llave del coche para que uno de ellos fuese quien condujera. Ya de camino, me percaté que el conductor había tomado una ruta que no era la que yo acostumbraba. Preguntando, me respondió:

-No es prudente ir siempre por el mismo lado. Sería ponerlo en bandeja, si realmente alguien le vigila. A partir de hoy, variaremos tanto el itinerario cómo las horas de salir y de llegar.

Tras lo cual, pasándome un papel, me pidió que lo memorizara. Al leerlo, descubrí el horario que habían establecido para mí. Que no siquiera hubiesen tenido el detalle de preguntar, me terminó de encabronar y por primera vez desde que me había separado, eché de menos la tranquila vida que disfrutaba con Raquel:

«No tendríamos sexo, pero al menos nadie deseaba acabar conmigo», guardándome el folio, refunfuñé.

Al llegar la empresa, Perico me estaba esperando y tras el típico saludo frente a nuestros empleados, pasé con él a su despacho. Nada más entrar, me echó en cara que no le hubiese puesto al día de mi cambio de estatus, haciendo especial énfasis en que su decente amigo se había convertido en un cerdo.

-Macho, cuéntame cómo cojones lo has hecho. Tú no eras así.

Por su tono comprendí que, a pesar de ir de broma, le corroía la envidia y que de haber podido se hubiese cambiado por mí. Como no me apetecía revelarle mis asuntos de alcoba, cambiando de tema, pregunté qué tal le había ido con la americana.

-De puto culo, esa zorra lesbiana solo tenía ojos para tus señoras y al llegar a su casa, me dio con la puerta en las narices.

Sin apiadarme de él, seguí hurgando en la herida:

-Pues es una pena, porque vi que sus tetas te habían puesto como una moto.

-Me lo vas a decir a mí, que me tuve que pajear tres veces para que se me fuera el calentón y, aun así, tuve que llamar a una puta para bajármela.

 Siendo una evidente exageración que se hubiese corrido al menos cuatro veces en una noche, teniendo en cuenta la edad que compartíamos, me abstuve de mencionárselo y enfoqué la conversación al día a día de la compañía mientras en mi mente recordaba la entrega de esa mujer sobre las sábanas. Rememorando que tras un duro inicio en el que se sintió humillada, Elizabeth se había comportado como una ardiente amante me puse de mejor humor y a pesar de los problemas que podría acarrearme, deseé que esa noche de desenfreno con ella no fuera la última…

A partir de esa mañana, mi vida pareció estabilizarse convirtiéndose en algo rutinario. Durante el resto de la semana y hasta el viernes de la siguiente, me iba a trabajar después de que Lidia me ordeñara, pasaba mis diez horas trabajando, para al volver tener que cumplir con la castaña sin recibir noticias del hermanastro de la latina ni de la americana. Lo único digno de mencionar es que María cumplió su palabra de acudir a una clínica de fecundación y volvió entusiasmada con la noticia de que, según el médico que había consultado, tras un costoso tratamiento podía quedarse embarazada. He de confesar que me cogió desprevenido, ya que realmente no creía posible que con más de cincuenta años pudiese engrandar un retoño y eso me hizo recapacitar sobre si me apetecía ser padre. Siendo una locura, la idea de tener un heredero me obsesionó y cada vez llevaba peor las mamadas de la hispana al pensar que estaba desperdiciando un semen que por mis años no me sobraba y que iba a necesitar. Como en teoría, las hormonas que estaba tomando no tendrían su efecto hasta pasado catorce días, no puse las cartas sobre la mesa y seguí siendo mamado por Lidia a diario.

            Como ya anticipé, al segundo viernes todo cambió cuando al abrir mi correo vi que tenía dos mensajes que se salían de lo habitual, uno de “némesis” y otro firmado por “freckled”. Al traducir esa palabra inglesa, supe que me lo enviaba “pecosa” y con el corazón en el puño, preferí abrir primero el del hermanastro de la morena. Su contenido era un nuevo dossier sobre las malas prácticas de otro ministro, en este caso el encargado de Obras Públicas donde quedaba de manifiesto el enjuague que había realizado en la construcción de un aeropuerto. Sabiendo que el verdadero destinatario era la latina, lo imprimí y pasé al que realmente me importaba.

Para mi sorpresa, la información era la misma que el anterior y fue entonces cuando comprendí que los yanquis secretamente estaban empujando a Joaquín Esparza hacia la presidencia. Meditando sobre ello no me resultó extraño, ya que según sabía ese potentado era de lo poco salvable de los políticos de ese país y para más inri, la empresa que había sobornado no era americana, sino china.  Sabiendo que el papel que esperaban de mí era de mero emisario, actué del mismo modo que la última vez y tras meter todo en una carpeta, se la mandé a su hermana para que ésta la hiciera circular por internet.

Para terminarlo de complicar, al mediodía y en mitad de la comida, mi secretaria me telefoneó para decirme que el señor Espina llevaba cinco minutos esperándome en la oficina. Dejando el segundo plato a la mitad, pagué la cuenta y volví al despacho, pensando que si ese funcionario se había dignado a ir a verme debía ser importante y que a buen seguro venía a echarme la bronca por lo que a buen seguro Lidia acababa de difundir.

Al saludarme con el ceño fruncido, me preparé para el regaño. Pero no fue así, Manuel venía a explicarme las nuevas órdenes que había recibido y que por lo visto quizás no me iban a gustar.

-Comienza- sentándome frente a él, respondí.

Tomándose unos segundos, comenzó a decir que tal y como ya sabía el cártel había mandado unos sicarios a Madrid y aunque los habían identificado, no les había sido posible localizarlos hasta el miércoles.

– ¿Eso significa que los habéis detenido? – aliviado, le interrumpí.

-No, cuando llegamos a donde un soplo nos mandó, los encontramos muertos y por la violencia que usaron fue una carnicería- contestó poniendo a mi disposición unas fotos con los cadáveres.

Supe que mostrármelas no era baladí cuando horrorizado comprobé que además de matarlos, el asesino les había cortado los genitales y metido en la boca.

-Según el forense, seguían vivos cuando los mutilaron- añadió al ver mi cara.

Sin poner en duda su afirmación, quise saber si tenían algún sospechoso de esa barbarie, pensando quizás en una guerra entre narcos.

-Por eso te vengo a ver- bajando la voz, replicó: -Un testigo afirma que vio a una pelirroja salir de la nave pocas horas antes de que los encontráramos.

Agradezco que estaba sentado, porque al oírlo casi me da un pasmo. Interpretando la expresión de mi rostro continuó:

-Eso mismo pensé y sabiendo que la culpable podía ser Elizabeth, hablé con el director para seguir investigando. El director al enterarse que la sospechosa era una agente americana habló con el ministro y este con el embajador.

-Me imagino que la han mandado a casa- murmuré todavía impresionado.

-Increíblemente, no fue así. Han creado un grupo mixto con mi gente y con un equipo de ellos y para colmo, ¡le han dado a ella el mando! ¿Te puedes creer? ¡Esa perturbada es ahora mi jefa!

-No entiendo- balbuceé: – ¿Han dejado mi vida en sus manos?

-Querido amigo, lamentablemente así es y no puedo hacer nada para cambiarlo.

Derrumbándome en el asiento, temí que esa pelirroja no hiciera nada por evitar mi muerte, ya que con ella se aseguraría de que nadie supiera la forma en que se había dejado abusar por mí. Secretamente, mi interlocutor debía pensar igual porque, sin dejarme asimilar lo que hasta entonces me había informado, añadió:

-Quieren hacerlo parecer un asunto de narcotráfico y de ahí el aviso que esa loca escribió con un pintalabios para los que los habían contratado.

– ¿Qué aviso? ¡Coño! ¡Está mi futuro por medio! – exasperado, pregunté.

Al escuchar mi queja, sacó de su maletín otra fotografía y poniéndola sobre la mesa, comentó:

-Son tan ineptos que nadie con dos dedos de frente lo va a creer. Joder, todo el mundo sabe que el señor de los cielos ha muerto o eso se supone.

Que mencionara a Amado Carrillo, el famoso delincuente mexicano, me descolocó y tomando la imagen entre mis manos, leí el mensaje del que hablaba:

“Este es el destino que recibirán todos aquellos que intenten atentar contra el señor que lleva a los cielos”.

Afortunadamente, el cabreo que tenía no le permitió observar la breve sonrisa que apareció en mi rostro al comprender que no era ese el mensaje y que realmente con él, aparte de alertar a los del cartel sobre las consecuencias de sus actos, “pecosa” me quería informar que velaría por mí y por los míos. Reponiéndome al instante, le devolví la foto sin advertirle de su error.

-Te dejo- cogiendo sus cosas, se despidió mientras mi corazón palpitaba de alegría al saber que, tras esa noche de pasión, no me había buscado una enemiga, sino una aliada y que quizás llegase el día en que esa belleza volviera a mí por más besos…

Relato erótico: “Una jovencita y sus problemas trastocaron mi vida 7” (POR GOLFO)

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Esa tarde al salir de la empresa, estaba con ganas de ponerme el mundo de chistera y aceleré para llegar con mis mujeres. Cuando digo mujeres en plural no se debe a un lapsus, en ese momento sentía mías a la dos y estaba dispuesto a olvidar que solo era un medio con el que podían conseguir sus metas. Por eso, cuando María salió a recibirme no lo pensé y levantando su falda, directamente la empotré contra la pared sin darle opción a quejarse.

– ¡Como vienes! – exclamó divertida al sentir sus bragas hechas trizas.

Mi respuesta fue apoderarme con una mano de sus pechos mientras intentaba bajarme la bragueta. Tras conseguirlo, llevé dos dedos a su vagina con la intención de calentarla, pero la humedad que encontré y sus gemidos me informaron que no era necesario ese prolegómeno y cogiendo mi erección, la sumergí en su vagina.

– ¡Dios! ¡Me encanta que vengas así! – chilló descompuesta al ver su interior violentado.

La rapidez con la que se puso a tono me permitió acelerar mis incursiones y mordiendo su cuello, con desesperación, comencé a empalarla cada vez más raudo. Sus gemidos de placer no tardaron en llegar y sin importarle que mis prisas la tuviesen aprisionada contra el muro, sollozó que no parara y que siguiera amándola. Todavía hoy no sé de donde saqué fuerzas para hacerlo en esa postura sin perder el equilibrio. Lo cierto es que, en vez de un otoñal maduro, mi desempeño fue el de un actor porno y mi sorprendida pareja llegó al clímax cuando apenas me faltaba el resuello. Es más, no me importó que producto del placer sus brazos flaquearan. Posándola en el suelo, tomé su melena a modo de riendas y seguí machacando su femineidad a cuatro patas.

– ¿Has tomado viagra? – chilló entusiasmada al percatarse de que mi lujuria lejos de menguar aumentaba.

Un azote y mi glande chocando contra su vagina fueron mi respuesta.

-No me hace falta para llevarte a los cielos- añadí mientras la galopaba recordando el elogio de la americana.

El compás de mis caderas poseyéndola fue tal que, de haber habido alguien en el jardín, hubiese oído sus gritos al llegar mi montura nuevamente al orgasmo. La potencia de los mismos me sirvió de aguijón y con mayores bríos, busqué mi placer con una serie de nalgadas sobre sus ancas. Nalgadas que elevaron la lujuria que sentía y ya sin pudor me imploró que la preñara haciéndome saber que según las pruebas que se había hecho en la mañana estaba en la cima de la ovulación. Sus palabras y la posibilidad de ser padre me enervaron todavía más y sintiéndome un garañón cabalgué sobre mi hembra totalmente desbocado.

– ¡No aguanto más! – confesó con el coño babeando.

Hice oídos sordos a su petición. Me sentía tan joven y poderoso que de haber estado Lidia con nosotros hubiese roto mi promesa tomándola a ella, pero al no estar disponible profundicé y alargué su gozo con fieras cuchilladas de mi miembro. No paré hasta que su placer llamó al mío y mi pene explotó regando con mi blanca semilla su útero dispuesto. Fue entonces cuando mi edad se hizo notar y sin fuerzas caí sobre la alfombra totalmente agotado mientras, a mi vera, María intentaba agradecer mi cariño, besándome.

-Ojalá me hayas dejado embarazada, pero hay que seguir intentándolo- susurró en mi oído mientras me ayudaba a incorporar.

– ¿Dónde me llevas? – pregunté al notar que sin soltarme la mano tiraba de mí.

-A la cama- sonrió: -Hasta la cena, eres solo mío. ¡Tengo que aprovechar que no está tu princesa!

Que la hispana hubiese salido, me extrañó y de camino a la habitación, pregunté dónde había ido.

-Realmente no lo sé. Antes de irse, me dijo que le había llamado “pecosa” y que había quedado con ella.

Que esa pelirroja se hubiese puesto en contacto tras más de diez días desaparecida, me alegró y aunque reconozco que sentí celos, no me quejé al asumir que lo que le dijera, Lidia nos lo compartiría al llegar. Por eso, agarrando la cintura de la cincuentona, susurré en su oído cómo quería mi “anciana” que pasáramos esas horas.

-Con el capullo de mi viejito jugando en mi interior- muerta de risa, contestó…

Tal y como me había amenazado, no me dejó descansar. Sabiendo que su reloj corporal seguía corriendo y que cuanto más aguardásemos, más difícil sería que engendráramos el bebé que tanto ansiaba, me sometió a un duro combate cuerpo a cuerpo que no terminó hasta que, a pesar de su insistencia, mi pene dijo basta y se negó a reaccionar.

-Hoy no te lo levanta ni tu princesa- rio observando el calamitoso estado en que lo había dejado tras la batalla.

No pude estar más de acuerdo al sentir que desde la base hasta su punta mi verga estaba en carne viva de tanto roce.

-Dudo que ni ella ni tú lo consigáis en varios días- respondí lamentando el paso del tiempo.

Desternillada con esa confesión, quiso llamar a la chavala para que preguntara a Elizabeth si tenía una caja del famoso producto de su empresa.

-Tan viejo no estoy- me defendí y mintiendo le aseguré que al día siguiente todo habría vuelto a la normalidad.

-Eso espero, según el ginecólogo, mi ciclo aconseja que durante este fin de semana no paremos de hacer el amor. Así que, si mañana sigue inservible, no me quedará otra que pasar a la farmacia.

Como por su tono comprendí que no dudaría en hacerlo, preferí no seguir hablando y puse la tele del cuarto.

– ¡Esta tía está loca! – exclamé al ver en la cadena que había puesto que Lidia estaba siendo entrevistada.

Alertada, María levantó la mirada y vio porqué había gritado. Pero en vez de compartir mi miedo, solo se le ocurrió decir lo guapa que estaba. Fue entonces cuando, indignado, le conté la muerte de los sicarios, guardándome todo lo relativo a la pelirroja, ya que de nada servía preocuparla aún más sabiendo que la mujer que acompañaba a su amada además de una agente, era una sanguinaria asesina. Cayendo del limbo, comprendió al fin que el activismo podía tener consecuencias y llena de angustia me pidió que hablara con ella para que se cuidara:

-Sé que no te va a hacer caso, pero al menos debes intentarlo.

-Eso haré… – respondí pensativo, ya que en mi fuero interno creía que, dada la relación existente entre ellas (relación que me seguían ocultando), un consejo por su parte sería más efectivo que el mío.

Estaba a punto de pedir que dejara de simular y reconociera la misma cuando en la pantalla, el periodista preguntó a la latina que opinaba de la segunda dimisión de un ministro de su país en tan pocos días y más cuando ella había sido en cierta medida la responsable:

-No es él quien debe dimitir, sino el presidente y convocar nuevas elecciones.

-De ser así, ¿se presentaría usted a las mismas?

Intrigado, permanecí atento a su respuesta:

-Creo haber dejado siempre claro que considero que la clase política de mi patria está corrupta y que actualmente no se dan las condiciones para que me plantee tal cosa. 

– ¿Qué sería necesario?

– Para empezar, por ley, los candidatos tendrían que dar cuenta del origen y la cantidad de sus bienes. Además, la campaña y las votaciones deberían ser controladas por observadores extranjeros y las cuentas de los partidos tendrían que ser auditadas por un organismo internacional para evitar que se financien con dinero del narcotráfico.

-Imagine que se dan esas premisas, ¿aspiraría a la presidencia de su país?

Lidia se tomó unos segundos en contestar:

-Desde la universidad, he comprendido que el futuro de mi patria es lo primero y por eso llevo años preparándome… pero no tengo prisa. Dada mi edad y si entre mis compatriotas, alguna persona decente con mis mismos valores y la experiencia necesaria se postula, no dudaré en unirme a su candidatura.

– ¿Tiene alguien en mente? – insistió el presentador.

Consciente del efecto que causaría su sonrisa en los espectadores, sonrió:

-Alguien hay… pero permítame que me guarde su nombre porque, de hacerlo público antes de tiempo, su integridad física peligraría al seguir viviendo allí.

-Por lo que dice, hasta su vida, debe correr peligro.

-Así es, hoy mismo, se me ha informado que se ha frustrado un atentado que estaban preparando en mi contra.

-Y ¿qué piensa su familia de todo esto?

-Afortunadamente, tengo una pareja y aunque no está involucrada en mi lucha, me apoya.

Mirando de reojo a la cincuentona, percibí su satisfacción al ser mencionada.

-Debe ser difícil de vivir con alguien como usted, siempre en el foco mediático- murmuró el periodista.

-Lo es, pero Alberto me conoce bien y me acepta como soy.

Juro que nunca esperé que esa insensata dijera mi nombre, pero lo que más me jodió fue que la que era realmente su novia, viendo mi reacción, dijera:

-Cariño, ves lo que te digo: eres el único al que escuchará tu princesa.

La ira que sentía no me dejó hablar y con ganas de mandar todo a la mierda, me levanté de la cama y me encerré en mi despacho para ver cómo se habían tomado las redes la entrevista. Y es que, asumiendo que lo importante de su mensaje era que tenía un candidato que consideraba idóneo, lo que realmente me importaba era si, con ella, esa loca había dado un tiro de gracia a mi tranquila existencia.  Mi ánimo cayó en picado cuando los internautas se dividieron en dos bandos y mientras unos, especulaba sobre quién sería el político del que hablaba, el resto lo hacía sobre la persona que había conseguido enamorar a la activista.

– ¡La madre que le parió! – grité en voz alta al ver que alguien había recuperado la foto de la embajada y que encima me nombraba con los dos apellidos.

Fuera de mí, cerré el ordenador y me serví una copa, mientras resolvía cómo actuar. Consciente de que no había marcha atrás, decidí poner las cartas sobre la mesa en cuanto esa arpía llegara a casa. Por ello, cuando María me informó que Lidia le había llamado diciendo que ya venía, la esperé en la puerta. La castaña, conociendo de antemano que iba a echarle la bronca, no se separó de mi lado hasta que llegó. Por eso, en cuanto metió la llave, estaba listo para encararme con ella. Lo que nunca preví fue que, al verme, lo primero que hiciera fuera cruzarme la cara con un tortazo.

Sorprendido, me sobé la mejilla mientras la cincuentona le pedía explicaciones por ese arrebato:

-Este culero nos ocultó que Elizabeth era una enviada del gobierno americano para espiarnos y que, gracias a su intervención, me llegaron los documentos que publiqué.

La dura mirada que me lanzó María fue la gota que derramó el vaso de mi paciencia y yendo por mi maletín, saqué el dossier donde quedaba de manifiesto su engaño.

– ¿Me podéis explicar estas fotos? – grité poniéndolas a su disposición: – ¿Cuándo pensabais contarme que ya os conocíais y que erais amantes?

Al ver la escena de cama donde ambas aparecían desnudas, enmudecieron sin poder contratacar:

-Por la hora, no os exijo que os vayáis en este momento… pero cuando mañana vuelva a la que es ¡mi casa!, espero no encontraros- dando portazo salí y sin esperar a que mis escoltas llegaran, me marché en un taxi que pasaba.

No habiendo decidido donde ir, ordené al conductor que me diera una vuelta por Madrid mientras intentaba pensar qué sería de mi vida a partir de ese instante. Durante media hora deambulamos por las calles del centro sin rumbo fijo hasta que al llegar a Colón pedí al taxista que me dejara. Caminando por ese parque, me reí al recordar su verdadero nombre: “Jardines del Descubrimiento”. No podía ser más ad hoc, más apropiado para esa noche en la que había descubierto mis cartas y en la que no sabía qué hacer.

 Necesitado de compañía, llamé a Perico por si cenaba conmigo. El destino hizo que mi amigo estuviera entrando a un restaurant a dos manzanas y enfilando hacia allá, pensé en qué le iba a decir. Entrando en el local, concluí que disimularía y haría como si me había enfadado con esas arpías sin darle mayor transcendencia. Las hadas o, mejor dicho, la espléndida rubia que estaba a su lado hizo que no hiciera falta el mentirle, ya que tras presentármela no me preguntó nada.

«Puede ser su hija», medité molesto viendo las carantoñas de esa desconocida, pero cayendo en que su diferencia de edad era menor a la que llevaba a “mi princesa”, preferí quedarme en silencio.

Ni siquiera nos habían servido el primer plato cuando por la sala vi a Elizabeth dirigiéndose hacia nosotros.

«¿Qué coño hace ésta aquí?», me pregunté al ver que sin ser invitada la pelirroja se sentaba a la mesa.

 -Alberto, cuando me llamaste, no me dijiste que íbamos a tener compañía- luciendo una sonrisa, comentó mientras tomaba un sorbo de mi copa.

Tanto mi socio como su rubia dieron por sentado que era así y considerando que era algo normal que un viejo como yo quedara con un bellezón así, esperaron a que el camarero le pusiera un servicio para comenzar a cenar. La inteligencia de esa mujer no tardó en conquistar a la tal Ana, y asumiendo que era mi pareja, charló animadamente con ella riéndole las gracias. Mientras eso ocurría, Perico me interrogó con la mirada. Al no recibir respuesta y ver que la yanqui me tomaba de la mano, se echó a reír y saltando todas las normas de cortesía, le espetó que lo que pensaba:

-Creía que eras lesbiana, pero ya veo que no.

Lo lógico hubiese sido que le respondiera indignada, pero sorprendiendo a propios y extraños, replicó mirándome:

-Cuando un hombre te lleva al cielo, ya se te puede poner a tiro un bombón como Ana que no lo miras.

La aludida enrojeció con el piropo, aunque el que realmente se quedó petrificado fui yo al sentir su mano sobre mi pierna. En cambio, el capullo de mi colega pidió una botella de champagne.

– ¿Qué celebramos? – pregunté hundido en el asiento.

A carcajada limpia, el trasnochado seductor reconoció que quería festejar que, por primera vez en la vida, le había ganado en la pelea por una dama. Quise protestar, pero cuando ya había abierto la boca para decirle que dejara de reírse porque no tenía ni puta gracia, Elizabeth me la cerró poniendo un dedo sobre mis labios.

– ¿Dónde nos vais a llevar a bailar? – añadió cambiando de tema.

Aunque la idea de Perico era irse directamente a retozar con su conquista, no pudo objetar nada cuando la rubia aplaudió la idea.

-Todavía no he ido a Snobissimo tras la reapertura, ¿os apetece ir ahí? – respondió aceptando.

   La alegría de las dos mujeres hizo todavía más patente mi desamparo y deseando vengar las afrentas que esa noche había recibido por parte del sexo femenino, posé mis manos sobre el muslo de la yanqui y comencé a acariciarla.

-A “pecosa” le encantan tus mimos, pero tenemos toda la noche- en absoluto molesta, susurró en mi oído al sentir mis yemas por su piel.

Que usara el nombre de guerra con el que la había bautizado, me tranquilizó y excitó por igual. Y cediendo al morbo que me daba el abusar de ella en presencia de mi socio, mis maniobras se hicieron más atrevidas llegando al borde donde en teoría debían iniciar sus bragas. Al no encontrarlas y saber que su vulva estaba a mi merced, mi pene recuperó sus fuerzas y ya lanzado jugué con los labios que le daban entrada mientras la pelirroja me rogaba con sus ojos que parara.

 -Por favor, prometo que me entregaré a ti, pero aquí no- sollozó al sentir que había localizado el botón que escondía entre sus pliegues.

Su queja me envalentonó y mientras Perico besaba a su nueva pareja, comencé a torturarlo con una sonrisa:

-Nadie ha pedido tu opinión- mordiendo su oreja, señalé.

Sintiéndose todavía más indefensa que la noche en que la até, Elizabeth intentó cerrar sus rodillas al notar la humedad de su coño. No solo se lo impedí, sino que incrementé mi acoso hundiendo el dedo. El tamaño de sus areolas bajo el vestido, al igual que el flujo que manaba de ella, me informaron de su creciente calentura, por lo que sin ceder a sus quejas seguí masturbándola en mitad del restaurant.

– ¿Te pasa algo? – hipócritamente pregunté al advertir las dificultades que tenía en respirar al tiempo que sumaba otra yema a la primera.

 Producto de esas caricias, la pelirroja se vio presa de un orgasmo tan brutal como silencioso y sin que nadie a nuestro alrededor se percatara, derramó su lujuria sobre mi mano. Lejos de compadecerme de su estado y mientras me llevaba los dedos a la boca para catar su humillación, retomé el papel de amo y le ordené que fuera al baño a secarse. No sé si fue el que saboreaba su esencia o la dureza de mi tono, pero lo cierto es que tardó unos segundos en obedecer al verse sumida de nuevo y más profundamente en el placer.

-Eres un cabrón- dijo en voz baja y recogiendo su bolso, la vi marchar.

Su insulto no impidió que sonriera al reparar en el flujo que corría por sus muslos y muerto de risa, vacié mi copa y la rellené…

15

Durante el resto de la cena, Elizabeth me estuvo taladrando con su mirada haciéndome saber que intentaría vengar la afrenta. Sin que me intimidara en lo más mínimo y con ánimo de seguirla humillando, usé su apodo para referirme a ella cuando en el postre le pedí pasar la noche en su casa. Los pezones de la pelirroja florecieron al oír mi petición y marcándose bajo de su vestido, la cabrona no tuvo empacho en contestar que me daría cobijo con una condición. 

– ¿Qué condición? – avergonzado musité al reparar en que Perico tenía la oreja puesta.

-Si te quedas conmigo, quiero que me folles. No soportaría que me volvieras a dejar insatisfecha.

Como era lógico, tuve que soportar las risas de mi socio y de su novia, pero reponiéndome al instante contrataqué preguntando a la arpía si disponía de esposas con las que maniatarla. Colorada hasta decir basta, contestó que sí mientras nuestros acompañantes enmudecían.

– ¿Y una fusta con la que dejarte el culo rojo?

-También – incómoda respondió.

Ana, en su ingenuidad, creyó que bromeaba y sonriendo, quiso que le contara qué se sentía al ser una sumisa. Ante la perplejidad de mi colega, la americana replicó:

-Durante toda mi vida, he seguido órdenes dadas por unos jefes que sentía inferiores a mí, pero eso cambió al conocer a Alberto. Queriendo seducirlo, me metí en sus sábanas y entre sus brazos, conocí el placer… sin necesidad que me poseyera, me supe suya.

Esas palabras cargadas de emoción demandaban un premio, premió que concedí mordiendo sus labios. La coraza de Elizabeth se desmoronó al sentir mis besos y con lágrimas en los ojos, me hizo prometerle que me acostaría con ella:

– ¿Estás segura de querer ser mi pecosa? – pregunté conmovido.

Sin dejar de sollozar, contestó que ya lo era y que solo esperaba que la dejara demostrármelo.

-No hace falta que lo hagas, Freckled ya lo hizo en tu nombre- acariciando su rojiza melena, comenté.

Que mencionara la forma que se había deshecho de los sicarios, le hizo empalidecer y aceptando su autoría, replicó:

-Volvería a matar por ti.

Ni Perico ni la joven a su lado comprendieron de lo que hablábamos y muestra de ello, fueron los aplausos de Ana diciendo que esa conversación era lo más tierno que había oído jamás.  No quise sacarla de su error haciéndola ver que la dulce pelirroja que lloraba era una despiadada asesina que no había dudado en dar muerte a cinco hispanos para protegerme y pidiendo a mi socio que pagara la cuenta, me despedí de ellos tomando del brazo a la pecosa.

– ¿Dónde me llevas? – preguntó.

Absteniéndome de responder, salimos del restaurante y cogiendo las llaves que le ofrecía el aparcar, conduje hacía su casa.

De camino ninguno de los dos rompió el silencio que se había instalado entre nosotros, pero eso no fue un obstáculo para que me percatara de su creciente nerviosismo.  Consciente de que mi desempeño durante las siguientes horas iba a marcar un antes y un después, las dudas de cómo debía comportarme me tenían preocupado, ya que me sentía en deuda con ella y no quería defraudarla. Que al llegar temblara de tal modo que ni siquiera podía abrir la puerta de su chalet, incrementó mi zozobra y tan alterado como ella, al entrar pedí a la mujer si podía servirme una copa en un intento de darme tiempo a pensar.

            Elizabeth no me dio opción a hacerlo, ya que deslizando los tirantes de su vestido se desnudó ante mí y con ansia buscó mis besos. La urgencia que mostraba por ser mía, me hizo actuar y tomándola en brazos, la llevé hasta su cama donde la deposité sobre las sábanas. El deseo de su mirada al irme desnudándome ante ella me hizo comprender que, por mucho que esa mujer contara con una vasta experiencia, era la primera vez que quería entregar su alma y por ello, todavía más nervioso, me tumbé a su lado.

-No me tortures más. ¡Necesito ser tu pecosa! – se echó a llorar al malinterpretar mis miedos.

Despertándome del sueño que suponía el ir a compartir con ella esas horas de caricias, las musas se apiadaron de mí y supe lo que debía hacer:

– ¿Dónde tienes las esposas? – pregunté.

Con una sonrisa, abrió el cajón de su mesilla y me las dio. Al tenerlas en mis manos, hice algo que no esperaba y es que, en vez de atarla, pedí a la mujer que me inmovilizara con ellas. Por unos instantes, la pelirroja se quedó paralizada por lo que, alzando la voz, tuve que reiterarle mis deseos. Totalmente muda, obedeció cerrando los grilletes en mis muñecas y solo cuando me tenía ya indefenso, sus nuevos lloros retumbaron en el cuarto:

– ¿Por qué me castigas así? ¿No comprendes que quiero ser tuya?

-Tú misma dijiste que estabas cansada de obedecer a jefes que no se merecían su puesto. ¿Qué clase de amante sería si no te diera la posibilidad de que muestres tu verdadero ser?

-No entiendo que te pongas en mis manos sabiendo de lo que soy capaz- protestó aludiendo a la barbarie que había visto en las fotos de su último crimen.

-Por eso exactamente lo hago. Toda tu vida has representado un papel y es hora que te reconcilies contigo misma- y aprovechando que todavía estaba tratando de asimilar el cambio de estatus que le proponía, le rogué que bautizara con un nombre a su sumiso.

-Eres un cerdo insensible, no es eso lo que esta noche necesitaba- me insultó lamentándose.

Aprovechando su queja, respondí:

-Este cerdo insensible está listo para que ser sacrificado por su ama.

La solemnidad con la que declaré mi entrega la hizo reír y levantándose de la cama, salió corriendo hacia la planta de abajo. Los minutos que tardó en volver, me hicieron preguntarme si había hecho bien en ponerme en su poder. El extraño brillo de su mirada al entrar en la habitación incrementaron mis dudas, máxime cuando me puso una venda en los ojos.

-Tú lo has querido… ¡te mostraré mi verdadero ser!

Aceptando mi destino, sentí que derramaba algo frio por mi cuerpo y aunque en un primer momento, no lo reconocí la sensación me resultó grata.

-Siempre he sido golosa- susurró usando los dedos para abrir mi boca para acto seguido llenarla con el mismo mejunje que había extendido sobre mi piel.

Apenas tuve tiempo de advertir que era nata, ya que hundiendo su lengua en mí se puso a degustar su sabor mientras restregaba sus pechos contra el mío. Que entre todas las cosas que hubiera podido elegir, se inclinara por retozar libremente dejándose llevar por su adicción al dulce me excitó y a pesar de haber sido ordeñado por María, mi pene se alzó entre mis piernas. Elizabeth suspiró al sentir la presión que ejercía contra su pubis y con pegándome un mordisco en una oreja, amenazó con prohibirme hacer uso de ella.

-Ama, por esta noche, soy su esclavo y deberé plegarme a sus deseos- respondí nada preocupado.

La alegría de sus risas me alertó de que algo tenía planeado, pero estando cegado no pude saber que era hasta que encaramándose sobre mi cara puso su sexo entre mis labios:

-Cerdo insensible, ¡come! – me ordenó.

Al obedecer y recorrer con la lengua sus pliegues, supe que me iba a pegar un atracón al descubrir que la pelirroja los había rociado con nata.

-Mi ama me quiere cebar- protesté saboreando por primera vez su esencia mezclada con el dulzor de ese potingue.

El chillido de placer que pegó al sentir que no ponía reparo alguno en colaborar con su fetiche, me azuzó a seguir devorando su coño con auténtico apetito. Al acabar con la nata, no me detuve y haciendo uso de mis dientes, continué mordisqueando su clítoris mientras a mis oídos llegaba su gozo.

– ¡Maldito! – sollozó al notar su cuerpo derramándose sobre mi boca y cortando de cuajo mis maniobras, llenó de crema sus pechos: -Ahora sigue.

Que me pusiera a disposición sus cántaros embadurnados, me satisfizo y recreándome con la lengua sobre sus pezones, comencé a mamar como si fuera su hijo. Los gemidos que brotaron de su garganta al exprimírselos me avisaron de la cercanía de su orgasmo y por eso, aumenté más si cabe la fuerza con la que mis labios succionaban de ella. El nuevo énfasis de mi boca la emocionó y excitó por igual y cediendo a los impulsos que llevaba tanto tiempo soterrando, se empaló con mi miembro mientras exteriorizaba otro de sus fetiches:

– ¡No sabes la envidia que sentí de tu zorra cuando supe que querías embarazarla!¡Quiero dar pecho a un niño mientras me follas!

La certeza de que esa mujer me estaba diciendo que para sentirse completa debía sentir su vientre germinado me hizo dar un salto al vacío y sin soltar sus ubres, le grité que no era su hijo, pero sería el padre de su retoño si me lo pedía. Esa frase fue la señal que estaba esperando para derrumbarse y quitándome la venda, me preguntó si lo decía en serio. En sus ojos descubrí que la había vencido y sonriendo, pedí que me quitara las esposas.

-No quiero que te vayas- lloró mientras lo hacía.

Tomándola de la melena, forcé su boca diciendo:

-No me voy a ningún lado sin el permiso de mi dueña.

Llena de felicidad, comprendió que a pesar de ya no estar indefenso seguía a sus órdenes y que unas invisibles ataduras me tenían tan cautivo como segundos antes. Por eso, llenando de ternura su voz, me ordenó que la hiciera el amor porque necesitaba sentirse deseada y no temida.  No tuve que pensar mucho para comprender que, tras una vida llena de violencia en la todo hombre que supiera a qué se dedicaba había huido de ella, lo que esa mujer realmente deseaba era una relación basada en el cariño. Por eso, acurrucándome a su lado, pregunté:

– ¿Mi dulce pecosa está lista para que su cerdo insensible la ame?

-Sí, por favor- suspiró tomando mi pene entre sus manos.

Sabiendo que de cierta manera estaba desvirgándose, dejé que sumergiera mi hombría en ella y solo cuando mi glande chocó contra la pared de su vagina, comenté en su oído que la que debía tener cuidado conmigo era ella:

– ¿Por qué lo dices? – sonrió, moviendo sus caderas.

-Porque tengo ganas… de matarte a polvos- respondí un segundo antes de comenzar a cabalgarla.

El berrido que pegó debió de ser escuchado en manzanas a la redonda y con la esperanza de que Lidia y María lo oyeran, me lancé desbocado a disfrutar de esa mujer necesitada de caricias…

Relato erótico: “De profesión, canguro (010)” (POR JANIS)

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La primera tijera.
Tamara rebuscaba en la ruleta perchero de la tienda, repleta de largas camisetas estampadas con rostros de cantantes de moda. Buscaba uno en particular, el de Bruno Mars. Sería ideal poder llevarse su ídolo a la cama, de forma platónica, claro.
Al moverse, chocó con alguien a su espalda. Se giró para excusarse y se encontró con unos ojos oscuros que emergían del pasado.
—    ¿Tamara? ¿Eres tú? – le preguntó la mujer, con una mirada inquisitiva.
—    Elaine… ¡Dios mío! ¿Cuánto tiempo hace? – sonrió la joven.
—    Para tres años ya – la mujer se acercó hasta hacer coincidir sus mejillas. — ¿Qué tal te va?
—    Bueno, he acabado el bachiller y estoy estudiando puericultura – explicó la rubia.
—    Siempre supe que te dedicarías a eso. Eres buena con los niños. ¿Nos tomamos un té? – propuso Elaine, señalando hacia una de las cafeterías del centro comercial.
—    Claro. Así nos pondremos al día.
Elaine había engordado en el tiempo en que no se habían visto. Ahora tenía caderas amplísimas y muslos jamoneros. El apretado pantalón que llevaba no le sentaba nada bien, aunque siguiera siendo tan elegante como siempre. Su rostro no había cambiado apenas, salvo un poco de papada y unas diminutas arrugas en la comisura de los ojos. Quizás llevaba el alborotado pelo un poco más corto, pero tan rebelde y oscuro como siempre.
—    ¿Dónde os marchasteis? – preguntó Tamara, cuando se sentaron a una mesa. – No supe nada más después de… ya sabe.
—    Nos mudamos a Spondon. No he vuelto a Derby desde entonces.
Tamara asintió. Se habían encontrado en unos grandes almacenes situados en un área comercial entre Derby y Alvaston, otro núcleo importante de la zona.
—    ¿Y Cloe? ¿Cómo se encuentra? – preguntó Tamara, con un titubeo.
—    Bien, bien. Ahora está estudiando Moda y Confección en Nottingham. Va y viene todas las semanas, ya sabes.
—    Sí. Me alegro.
—    Estuvo una larga temporada sin hablarme pero después lo superó – la mujer levantó los ojos para pedir un té Twinings, con leche y canela, al joven chico con delantal que se colocó ante la mesa. Tamara asintió, aceptando lo mismo. – Se tragó todo el asunto con estoicismo y no ha querido hablarlo nunca conmigo. Pobrecita.
—    Lo siento.
—    No. Tú no tienes que sentir nada. No tuviste culpa alguna. Yo fui la que cometí la falta, yo era la adulta – agitó la mano Elaine, acallando a Tamara.
La rubia la miró fijamente. Aún era una mujer hermosa, aunque parecía algo descuidada. Tenía cuarenta y cinco años en ese momento y aún despertaba hormigueo en los dedos de Tamara. Elaine había sido su primer amante, tras Fanny y, además, era la madre de su mejor amiga.
Tras el té, se despidieron. Ponerse al día empezó a resultar doloroso, así que lo dejaron. Se besaron en la mejilla y cada una tomó una dirección. Tamara ya no se sentía a gusto en los almacenes, así que volvió a casa en su coche. Musitó una excusa a Fanny y se encerró en su dormitorio.
Elaine la había puesto a pensar y quería rememorar cuanto pasó. Así que sacó el viejo diario digital de su escondite y lo conectó a su portátil…
* * * * * * * * * *
Cloe y Tamara eran las mejores amigas del mundo, al menos desde que Tamara llegó a Derby. Habían hecho migas desde el primer día en que Tamara acudió a clase y tuvo que compartir pupitre con ella. Eran niñas muy parecidas emocionalmente, algo introvertidas, con cicatrices sentimentales en el interior, y bastante dependientes de sus familias. Ninguna de las dos había cumplido los dieciséis y ambas querían estudiar en el colegio de Enfermería en un futuro.
Tan solo había dos detalles que las diferenciaban. Uno, Cloe era morena de ojos pardos y tiernos, Tamara era rubia nórdica de ojos celestes. Dos, Cloe era toda una inexperta sexual y sentimental, en cambio, Tamara ya estaba acostándose con su cuñada Fanny. Claro que esa relación era puro secreto. Tamara no hablaría jamás de ello con alguien, por muy amiga suya que fuese. Era algo pecaminoso que se limitaba a las paredes de casa y, concretamente, al dormitorio cuando su hermano se ausentaba.
Sin embargo, esto suponía una experiencia vital para Tamara, con respecto a cuanto conocía su amiga. Tamara sabía perfectamente lo que era sentir un orgasmo y regalarlo, experimentar las intensas sensaciones de compañerismo, los inconscientes gestos de ternura, los murmullos cómplices, las risitas acalladas, y, sobre todo, el peculiar morbo de estar haciendo algo prohibido. Y todo ello no podía explicárselo a su mejor amiga.
Como la vivienda de Cloe se encontraba a medio camino, entre la escuela y la casa de Tamara, ésta empezó a pasar mucho tiempo en el bonito apartamento de su amiga. Hacían los deberes juntas, al volver del colegio, y Tamara se levantaba media hora antes para desayunar en casa de Cloe y así no molestar a Fanny y dejarla dormir con el bebé. Se convirtió en toda una costumbre llegar a casa de Cloe, tirar las mochilas y llamar a Fanny por teléfono para comunicarle dónde estaba. Después merendaban y se ponían con los deberes hasta medio terminarlos, al menos. Después, un poco de tele los días en que Fanny podía recogerla, sino de vuelta a casa antes de que anocheciera.
Así que, por ello, Tamara tomó mucha confianza con Elaine, la madre de Cloe, una madura mujer en la cuarentena que se había quedado viuda dos años antes. Cloe aún añoraba mucho a su padre y ya había llorado un par de veces sobre el hombro de Tamara. Elaine trabajaba de mañana en una gran agencia de viajes e inmobiliaria del centro, un trabajo que llevaba haciendo desde antes de casarse. Como gerente, procuraba mantenerse en forma y con muy buena presencia. Iba al gimnasio tres tardes a la semana, nadaba otras dos, y cuidaba su alimentación y la de su hija. Su lozanía y su vivaracha actitud fueron las que atrajeron a Tamara.
Elaine era una mujer de fuerte carácter, acostumbrada a tomar decisiones y a dirigir empleados, y eso se notaba a la hora de influir en la vida de su hija. Para redondear, se había ocupado de todo cuanto su marido había dejado inacabado a su muerte, tanto en tareas – su esposo poseía un celebrado taller de marroquinería – como en deudas. Elaine quería muchísimo a su hija y se lo demostraba, pero también se enfadaba mucho con los incesantes titubeos de la insegura Cloe y la recriminaba duramente, usando su tono de directiva.
Lo que hacía que Cloe hundiera la cabeza entre los hombros y le temblara la barbilla, a Tamara le mojaba ciertamente las bragas. No podía evitarlo. Cada vez que escuchaba el tono áspero y vibrante de Elaine recriminando algo a su hija, Tamara tenía que unir sus muslos y tragar saliva, todo el vello de su cuerpo erizado. Todo esto marcó su amistad con Cloe porque empezó a darse cuenta que le interesaba más la atención de la madre que su relación con la hija. Tamara no era consciente de lo que hacía, cada vez más obsesionada con la autoridad que fantaseaba experimentar, y se acercaba emocionalmente cada día más a Elaine, actuando como si fuera otra hija.
Elaine pronto se dio cuenta de que algo sucedía con Tamara. Cuando reprendía a su hija ante ella, ambas bajaban los ojos, ambas enrojecían al mismo tiempo, e incluso derramaban lágrimas al unísono. Sin embargo, conociendo la lamentable pérdida de la rubita no se extrañó que la chica reaccionase así a una severa actitud maternal. Así que, inconscientemente, también pasó a convertirse en la madre de la amiga de su hija.
Como siempre estaban juntas, las regañinas y las recompensas eran compartidas y Tamara pasó a ser parte de la familia de Elaine y la amante de su cuñada cuando regresaba a su casa. Pero llegó un día en que el destino empujó un poco más la posición de Tamara, haciéndola caer directamente a la cama de Elaine.
Cloe padeció una infección estomacal que derivó en una peritonitis y tuvieron que extraerle el apéndice. Por ello, se pasó todo el fin de semana en el hospital y Tamara, sabiendo que su hermano Gerard estaría en casa todo ese tiempo, se ofreció para acompañar a la madre de su amiga. Elaine le dio las gracias y le dijo que no era necesario, pero Tamara insistió tanto en ello que acabó aceptando. Era su oportunidad para disfrutar de esa seudo madre en solitario.
La misma noche del viernes, día que operaron a Cloe por la mañana, Tamara simuló ciertas pesadillas y Elaine le ofreció dormir con ella en la gran cama de matrimonio. Tamara se regodeó a placer, acurrucada contra el cálido cuerpo de la mujer. Cuando notó que su respiración era profunda y lenta, indicando que estaba dormida, se quitó el pijama y se quedó desnuda. Se abrazó al rotundo cuerpo de Elaine y fantaseó durante casi una hora en la oscuridad en cómo sería su vida ellas dos solas.
Mientras imaginaba y recordaba situaciones en que Elaine destacaba, el culito de Tamara no dejaba de moverse, frotando lentamente su pubis contra una nalga de la dormida. Lo hacía con mucha delicadeza y lentitud, pero eso no evitó que, tras largos minutos, tuviera la entrepierna empapada. Nunca había estado tanto tiempo frotándose de esa manera. Fanny se revolvía al instante y la besaba o la acariciaba largamente. Frotarse, para su cuñada, era sinónimo de que había que pasar a la acción. Sin embargo, tenía que admitir que también era muy ameno y debía serlo más si ambas participasen. Se prometió comentarlo con Fanny a la menor ocasión.
Sin embargo, el problema persistía. Estaba metida en la cama de su “madre”, desnuda y cachonda, y no sabía cómo resolver la ecuación, así que se abandonó a su instinto. Inspirando profundamente, alargó una mano y acarició la cadera cubierta de Elaine, la cual estaba durmiendo de costado, dándole la espalda a Tamara.
La sensación de palpar aquella rotunda cadera cálida erizó el vello de Tamara y llevó una mano a su pecho desnudo para pellizcar uno de sus propios pezones. La calidez de su cuerpo contra el de Elaine llevó a la mujer, con un pequeño cambio en su respiración, a rebullir y encoger más sus piernas, alzando de esa forma un poco más sus nalgas. Ahora se rozaban contra el vientre de la chiquilla, que dejó su mano inmóvil sobre la cadera de Elaine.
Cuando Tamara se aseguró que la respiración de la mujer volvía a ser regular, movió de nuevo su mano, bajando a acariciar las poderosas nalgas que se le ofrecían tan cercanas. Tamara intentó controlar el temblor que afectaba a su labio inferior, debido al ansia que se estaba apoderando de su cuerpo. Su mano bajo la manta se introdujo bajo las bragas de Elaine, sobando delicadamente la turgente grasa del glúteo, llenando su febril mente con la agradable sensación del acto en sí, como si quisiera tener suficiente material para poder recordarlo toda su vida.
Elaine dormía con un fino camisón, esa vez de color rosa, ya que solía mantener la calefacción encendida toda la noche. Una simple manta cubría a las dos. Tamara suspiró y pegó aún más su esbelto y desnudo cuerpo al de la mujer, notando el calor que irradiaba. Pasó un brazo sobre la cintura de Elaine y se abrazó a ella, apoyando la mejilla sobre el suave hombro. En ese momento, fue absolutamente feliz y retomó el movimiento de fricción, frotando su pelvis contra las nalgas, pero con la diferencia que ahora estaba abrazada, que las nalgas estaban mejor colocadas, y que se trataba de un frotamiento en toda regla.
Aún dormida, Elaine llevó instintivamente su mano hacia atrás, intentando tocar el cuerpo que la envolvía tan voluptuosamente, y acabó despertándose a medida que la idea de tocar piel desnuda se abría paso en su adormilada mente. Se giró de repente, sobresaltando a Tamara, la cual dejó de abrazarla y se retiró lo que pudo de ella.
―           ¿Por qué te has desnudado? – inquirió la mujer en un susurro. Tamara pudo percibir el difuso brillo de sus ojos en la penumbra.
Tamara murmuró algo que pretendía ser una excusa pero que surgió ininteligible de sus labios. Elaine era consciente por cuanto estaba pasando la amiga de su hija, por la pérdida de sus padres, por tener que dejar su ciudad natal y mudarse a una nueva ubicación, en casa de su hermano. Incluso había pensado si la chiquilla estaría bien atendida por su cuñada ahora que había tenido un bebé. Pero aquella reacción no tenía mucho que ver con un problema de afecto o un sentimiento de falta de atención; no, más bien tenía todas las trazas de una reacción ninfomaníaca, a pesar de la corta edad de la chiquilla. El resplandor de la iluminación de la calle caía sobre los rasgos de Tamara, que mantenía la vista baja, avergonzada de haber sido sorprendida. Elaine no pudo distinguir si enrojecía, pero el compungido gesto le otorgó una belleza que no había sido capaz de vislumbrar antes en ella.
En un impulso que no se detuvo a analizar, la mujer se incorporó sobre un codo y accionó el interruptor de la lamparita del lado en el que se encontraba Tamara, haciéndolas parpadear a ambas. La chiquilla se tapaba hasta la barbilla tirando de la manta y mantenía la mirada baja. Sus mejillas estaban tan arreboladas como si hubiera corrido un largo trecho. Elaine alargó una mano y atrapó la manta, tironeando suavemente de ella hasta conseguir que Tamara la soltara, descubriendo el desnudo cuerpo ante sus ojos. Sin decir una palabra, la mujer se regodeó largamente admirando las esbeltas y juveniles formas.
Elaine no había tenido ninguna aventura lésbica en su vida pero con la muerte de su marido experimentó ciertas formas demasiado sugerentes en el consuelo que le mostraba su cuñada. La joven Lorraine se pasaba casi todas las semanas a visitarlas durante los primeros meses de duelo. Trabajaba como pasante en un bufete de la ciudad que quedaba cerca de casa. Lorraine no mantenía relación alguna con hombres por lo que se comentaba, entre los miembros de la familia, que era lesbiana, aunque jamás declaración alguna había surgido de sus labios. Sin embargo, Elaine pudo comprobar personalmente que los abrazos y caricias de consuelo de su cuñada iban un poco más allá de eso. Al principio, se envaraba cuando los dedos de Lorraine cobraban vida en lugares poco apropiados, pero acabó reconociendo que las caricias la tranquilizaban y eran muy agradables, sobre todo porque las utilizaba cuando estaban solas.
Lorraine nunca se propasó más allá pero Elaine se quedó con la curiosidad insatisfecha, algo que jamás admitiría ante otras personas. Ahora, al contemplar el cuerpo desnudo de Tamara, se preguntó si esta vez la ocasión era perfecta.
―           Tamara… ¿acaso te gusto? – le preguntó a la chiquilla muy suavemente, alargando su mano hacia ella.
―           Sí… Elaine – musitó Tamara sin mirarla, con indecisión. – Creo que es usted… perfecta.
Elaine fue consciente del tratamiento respetuoso. Hasta el momento, cuando Tamara estaba con Cloe, la tuteaba y la trataba con toda confianza. Entonces, ¿por qué ahora la trataba de usted?
―           ¿Perfecta? ¿Perfecta para qué? – los dedos de Elaine rozaron el esbelto hombro de la chiquilla, notando el escalofrío que desencadenó en ella.
―           Como mujer… es usted una… señora – la miró por primera vez, con aquellas ojazos celestiales.
―           Gracias, pequeña. Una señora, ¿eh? En tus labios suena a halago – los dedos aletearon sobre el menudo pecho, sin rozar siquiera el pezón.
―           Lo es, no lo dude, señora – la respiración de Tamara se convertía en un dulce jadeo.
―           Sí, seguro que sí. ¿Puedo besarte, dulzura? – la mano de Elaine se posó sobre el suave vientre, formando allí un reducto de calor en su palma.
―           Por favor… – musitó la chiquilla, ofreciendo sus labios con pasión.
Fue un beso lento, dulce y muy pastoso, sobre todo cuando a punto de desunir sus labios, Tamara introdujo la punta de su lengua en la boca de Elaine. Eso influyó en el deseo de la mujer, que en vez de separarse se lanzó a besar en profundidad, dejando que su mano acariciara largamente la cadera de la joven. Cuando se separaron, ambas jadeaban y sus bocas estaban húmedas por las salivas intercambiadas.
―           Dios, chiquilla… ¿dónde has aprendido a besar así? – preguntó Elaine, tomando aire.
Tamara sonrió, contenta de haber sorprendido a la mujer. Estuvo a punto de echarle los brazos al cuello y seguir besándola, cuando Elaine se puso de rodillas y se sacó el camisón por encima de la cabeza. No utilizaba sujetador para dormir y los maduros pechos quedaron colgando ante sus ojos, pesados y redondos como frutas en su punto.
―           Nunca he estado con una chica pero algo me da en la nariz que tú sí lo has hecho, ¿verdad, niña? – le preguntó la mujer, echando mano a bajarse la braga de algodón beige tras tirar el camisón a los pies de la cama.
―           Sí, señora – los ojos de Tamara devoraron el abultado pubis que la señora le dejó entrever. Poseía un encrespado y abundante penacho, oscuro e impregnado de almizcle.
―           ¿Otra compañera de colegio? ¿Una amiga? Dios mío… ¿Cloe? – Elaine abrió mucho los ojos cuando la idea pasó por su mente.
―           No, señora, una mujer… casada, una vecina…
―           Oh, ya veo – susurró Elaine, abrazando a la chiquilla y besuqueándola en el cuello. – Te van las maduritas, ¿no es eso?
―           Creo que sí… señora.
―           ¿Y os veis en su casa? – preguntó la mujer, atareada con el suave lóbulo.
―           Sí, cuando su marido se marcha a trabajar – apuntó Tamara, pensando en los días que su hermano pasaba lejos de casa.
―           Madre mía, qué morbo pensar en esa situación – masculló Elaine, contemplando cómo su mano descendía hasta apoderarse de uno de esos tiernos pechitos que se deshacía bajo su tacto. — ¿Y qué hacéis cuando estáis a solas las dos?
Tamara no contestó pero incrementó su tono de rubor.
―           ¡No me digas que te da vergüenza ahora! – bromeó la mujer. – Venga, suéltalo. ¿Os besáis?
―           Sí – reafirmó con la cabeza la chiquilla y continuó en un murmullo. – Nos besamos mucho tiempo y nos acariciamos hasta que empieza a quitarme la ropa entre caricias. Cuando me quedo desnuda, me lleva a su cama.
―           Sigue – susurró roncamente Elaine, atareada en retorcer dulcemente los sensibles pezones.
―           Se… instala entre… mis muslos… aaaaah – Tamara dejó escapar un profundo quejido mientras echaba hacia delante sus pequeños pechos.
―           ¿Y?
La mano de Tamara se apoderó de la que le torturaba el pecho y la llevó hasta su entrepierna. Elaine notó el acelerado pulso de la chiquilla latir en la húmeda sedosidad del tejido interno de la vagina, así como el incitante calor que despedía.
―           Me lo… come todo… durante mucho… mucho tiempo – Tamara gimió estas palabra a un par de centímetros de la boca de la mujer, consiguiendo que se aflojase su bajo vientre con una sacudida.
―           Dioooss… Tamara…
―           ¿Me lo vas a hacer tú? – la pregunta de Tamara estaba hecha con voz aniñada, pero en absoluto le pareció una niña a Elaine. La estaba tentando como nunca nadie lo había hecho en su vida, ni siquiera su marido cuando eran novios.
Elaine no tenía mucha idea de comer coños, salvo por las ocasiones en que su difunto compañero le brindó, pero conocía sus propias debilidades y rincones. De un manotazo, lanzó la manta a los pies de la cama, quedando ambas desarropadas, y deslizó su cuerpo hasta quedar bien situada entre las esbeltas y blancas piernas de Tamara, bien abiertas y dobladas. La chiquilla tenía una sonrisa triunfal que irradiaba luz propia a su hermoso rostro.
Elaine abrió delicadamente los pétalos de la flor que componía la pequeña vagina, husmeando con pasión el efluvio que surgió. “Esta niña está cerca del paroxismo”, se dijo al comprobar la humedad que impregnaba las paredes. Una mano de Tamara aleteó momentáneamente sobre su propio clítoris, consiguiendo que su pelvis se agitara, y se posó sobre la cabeza de Elaine, empujando firmemente hacia su entrepierna.
Sin detenerse a pensarlo, Elaine pasó su lengua largamente por toda la vulva expuesta, saboreando por primera vez el rico y salado regusto de una vagina en su jugo. Tuvo que admitir, interiormente, que era un sabor noble y de apretado solera que era obligado a degustar más de una vez para distinguir todos sus matices y, con una sonrisa mental, tomó la decisión de tener más oportunidades para este tipo de cata.
Tamara, al sentir aquel lametón precursor, se aferró con ambas manos a la cabeza de la madre de su amiga, apretándola aún con más fuerza. Se estremeció entera al mismo tiempo que se quejaba en voz alta:
―           Oooh… por todos… los santos… señoraaa…
La gruesa lengua de Elaine se colaba en el interior de su vagina como una juguetona alimaña, dispuesta a extraer todo cuanto fuese apetitoso de dentro. De vez en cuando, se apretaba obscenamente contra su hinchado clítoris, presionando con una lasciva firmeza que nunca antes la chiquilla había disfrutado. Elaine era muy diferente a Fanny, en todo; era distinta en formas y en hechos y eso le encantaba. Sin ser capaz de apartarse, Tamara notó el crescendo que marcó el inminente orgasmo en todo su cuerpo, arqueando los dedos de los pies, tensando los riñones y la pelvis, estremeciendo toda su columna hasta estallar en alguna parte de su bulbo raquídeo, según había aprendido. Los dedos de sus manos se aferraron a la revuelta mata de pelo de la señora, al mismo tiempo que su garganta se contraía, cortando el largo gemido en varios trozos.
―           Dios santo… ¡qué manera de correrse! ¡Qué envidia! – dijo la señora con una risita, incorporándose sobre las rodillas.
Tamara no pudo contestar, recuperando el aliento, pero se la quedó mirando intensamente, llevando una de sus manos a las rubias guedejas que se esparcían sobre su rostro y apartándolas. Su lengua humedeció los resecos labios y el gesto enardeció enormemente a la señora.
―           ¿Y ahora qué? – preguntó suavemente Elaine, con un tono juguetón.
Por toda respuesta, Tamara deslizó uno de sus pies entre los muslos de la señora, la cual se sentaba sobre sus talones. La mujer entreabrió las piernas cuanto pudo cuando el empeine le rozó la acalorada entrepierna, pero, a medida que la caricia se incrementaba, necesitó más espacio, por lo que se levantó sobre las rodillas y lanzó el pubis hacia delante, presionando más el pie de la chiquilla. Ambas se miraban a los ojos, los rostros encendidos por la pasión. Elaine empezó a gemir y a contorsionarse cuando el dedo gordo acabó entrando en su vagina. Con la boca entreabierta por la sensación, pensó que nadie le había hecho aquello nunca y una mocosa de la edad de su hija la estaba introduciendo en un mundo que prometía maravillas.
El pie de Tamara dio paso a su suave tobillo, que friccionó con delicadeza la vulva, presionando a la perfección. Elaine aferró aquella pierna que no necesitaba depilarse aún y se frotó con verdaderas ansias contra ella. Se sentía desatada, como una sacerdotisa pagana llena de lascivia divina, urgida por bendecir con ella a cada uno de sus fieles. Se preguntó qué aspecto tendría, erguida sobre sus rodillas en la cama y frotándose contra la pierna de una niña tan desnuda como ella. Con una sonrisa, se dijo que tendría que colocar un espejo en su dormitorio.
Abrió los ojos cuando las manos de Tamara se posaron sobre las suyas, tirando de ella hacia delante. La muda indicación de la chiquilla la terminaron colocando a horcajadas sobre uno de los muslos de Tamara. La presión contra su vagina era menor que con la pantorrilla pero la cadencia que le mostró la chiquilla, al agitar la pierna y la cadera, era más sensual aún, sobre todo si Elaine seguía el ritmo agitando sus nalgas.
Aquel muslito era tan suave y delicado que parecía… otra cosa. Como un gran pene sobre el que se sentada a horcajadas, demasiado enorme para insertarlo pero ideal para frotarse sobre él.
Observo el rostro de Tamara. Tenía los ojos cerrados, concentrada en las sensaciones que compartían. De repente, elevó la pierna que mantenía libre, sujetando la pantorrilla con una mano. La pierna quedó doblada casi a la altura de su pecho, mostrando generosamente la entreabierta e inflamada vulva. La mano que mantenía sobre la cadera de la mujer presionó con fuerza, casi un pellizco, indicando que Elaine subiera a lo largo del muslo, atrayéndola hasta el coñito expuesto.
―           Coño contra coño… ¿eso quieres? – balbuceó Elaine.
Tamara asintió con la cabeza, sin abrir los ojos, pero su sonrisa se acrecentó. La muda petición pareció lógica en la enfebrecida mente de la señora, así que movió rodillas y pelvis hasta situar sus labios mayores sobre los de la jovencita. En su mente, Elaine imaginó los fluidos mezclándose, de sexo a sexo, y se estremeció de lujuria. ¿Seguro que aquella chiquilla era Tamara, la amiga de su Cloe? Porque tenía la impresión de que podría tratarse de un espíritu diabólico, un súcubo que se estuviera alimentando de su alma, llevándola a pecar cada vez más… aunque, en aquel momento, eso no le importaba en absoluto.
―           Oooh… putilla… qué coñito más… suave – murmuró la señora, presionando su coño de través al de Tamara, y sujetando con una mano la pierna en alto de esta, justo por el calcetín amarillo que aún llevaba puesto.
 
 ―           Más… más rápido – escuchó murmurar a Tamara y, con alegría, se puso a ello.
Las caderas de ambas se agitaban, buscando instintivamente el ángulo más adecuado para coincidir plenamente, para que los clítoris se rozasen plenamente, consiguiendo continuos estremecimientos que agitaban aún más sus ardientes cuerpos. Cabalgando con fiereza hacia un terminante orgasmo – Elaine ya había tenido dos pequeños y cortos, como era su costumbre –, fue consciente de que lo que estaban haciendo era lo que había escuchado comentar en ciertos chistes lésbicos: estaba haciendo una tijera. ¡Una tijera!
Estuvo a punto de soltar una carcajada casi histérica, pero, afortunadamente, el orgasmo cortó esa reacción, atrapándola en un tiránico abrazo que la crispó completamente contra el pubis de la chiquilla, echándole el cuello y cabeza hacia atrás. Tamara, más entera que ella, llevó su pulgar al clítoris de la señora, dispuesta a que se corriera a gusto antes de reclamar ella su propio orgasmo. Era tan feliz por tener aquel adorado coño contra el suyo, notando el áspero y largo vello púbico rozarse contra su piel, contra su clítoris; los gruesos labios mayores derramando flujo sobre su pubis, aprestándola hacia un estallido que la haría farfullar palabrotas con el placer…
La señora se dejó caer sobre su cuerpo, jadeando por el intenso placer que había experimentado por primera vez. Tamara abrió sus brazos para abarcar la espalda de la dama en ellos y le susurró al oído:
―           Soy suya, señora, para siempre…
 CONTINUARÁ…
 
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 
 
 
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!/
 
 

Relato erótico: “Ritual de masturbación” (POR LEONNELA)

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Tengo el brasier a medio caer, rebosan mis pechos grandes y se desabrigan mis pezones, la  bombacha despernancada realza mi  cuerpo que sin tener medidas perfectas mantiene esa forma de venus que da la cintura estrecha y las caderas salientes, con un vientre casi plano, como una sábana extendida que termina en un pubis desértico de vellos. Dibuja también la silueta de mis lomas traseras, sostenidas por un par de muslos fuertes que protegen la estrechez de un sexo que no ha parido hijos pese a sus 33. Me miro detenidamente, una cabellera rizada, larga y oscura da marco a un rostro que sin tener rasgos especiales forma un cuadro armonioso, ojos cafés,  piel dorada, como suele ser una mestiza  amazona.
La sangre ardiente de mujer selvática despierta mi erotismo, tengo ganas de tocarme a mi antojo, seducirme, como si yo fuera el amante insaciable a quien quisiera calentar…
 No he quitado la vista de mi espejo, me acerco, y un poco fetichista, extiendo mi lengua hacia él, dejo que mi humedad lo empañe, la muevo sinuosa disfrutando de una felación imaginaria, lengüeteando,  lamiendo, dejando la huella de mis deseos sobre su piel de cristal,  mis manos dibujan las formas de mi silueta, agarro la imagen de mis pechos perdida en él, buscando placer y a pesar de solo sentir el frio de su cuerpo cristalino, tiemblo de ganas, acerco mis pechos desnudos y mis pezones impactan contra aquel vidrio que me acaricia. Como quisiera meterme en él, fundirme con la imagen sensual que el espejo me devuelve…definitivamente soy algo fetichista y me excita mirarme semidesnuda.
 Me regalo una caricia  desde la nuca hacia mis hombros, bordeo la ruta de mis pechos, los miro enamorada, y eso basta para que desvergonzadamente se disparen, maliciosa lamo mi índice y aplico él bálsamo de mi saliva para calmarlos, pero solo consigo que despierten más. Dejándolos sufrir un poco giro mi cuerpo, devoro el perfil de mi trasero premiándole con un dulce mimo que se deforma en una caricia morbosa.
 Flexiono mis rodillas expulsando el cuerpo hacia atrás como una felina que se acomoda para  ser cogida, mientras mi rostro se desfigura en gestos que simulan una profunda  penetración. Trepo una pierna hacia una silla ubicada estratégicamente, y vuelvo la vista hacia el espejo, mi cabello cubre mi espalda y a la vez deja entrever la forma redondeada de mis caderas, y la rebosante carne de mis glúteos, no miento, se me enerva la piel de ganas y me estremezco con algo parecido a la sensación de tener a un hombre, besando bajo mi cintura, succionando aquel punto prohibido que me hace gemir como una putita desvergonzada que suplica por mas.
 Acalorada dejo caer la bombacha, me siento de lado, haciendo que mi cadera exagere su forma curveada, con ansias de ver más, extendiendo mi pierna  hacia arriba regalándome la visión lasciva de una tanguita perdida en la línea de mi sexo, ahhh que placer me produce cuando con saña  tiro de ella ahorcándomela, imagino una lengua apagando mi fuego, buscando cobijo en mis grutas e inevitablemente la telita suave del encaje toma el tono inconfundible de la humedad.
 Cambio de posición, extiendo mi torso hacia atrás, y con suaves caricias alegro mis pechos, mi abdomen, mi vientre,  flexiono mis piernas prodigándome más gozo. Desde los tobillos subo por la parte interna de mis muslos, hasta separar mis ingles, abriéndome entera, mis ojos se clavan en aquellos labios sonrosados que escapando de la tanga  imploran  por un par de dedos morbosos caminando entre ellos, pero no, aún no es tiempo de rozar mi flor, no es tiempo, pero al menos dejo que mi dedo corazón valorice mi humedad, que ya está a punto.
 Despierta mi codicia de mirar mi sexo desde otro enfoque,  me pongo en cuatro, mis muslos asemejan ser torres que en medio de su ser tiene una gema incrustada, mas bien dos gemas que ansían ser profanadas por mis propios ojos, por mis propios dedos, por mis propios labios, pero no, odiosamente mis labios no podrían regalarme ese milagro…hago a un lado mi interior, el liquido de mi sexo resbala, y como  no podría dejar de beber el agua de mi fuente, con dos dedos en forma de cuchara calmo mi sed.
 Ya estoy caliente sin duda, mis caderas se agitan, mi sexo pide batalla, la sangre se marca en mis mejillas, y en la transpiración que empiezo a sentir en  medio de mis pechos, los junto, paso mi lengua por mis labios, la extiendo para alcanzar aunque sea un milímetro de la piel de mi pecho, no alcanzo, así  que sentándome como una diosa, levanto mi sagrada mama y logro que mi lengua roce mis botones y mis labios los atrapen. Qué placer!! felices las que logramos hacerlo!!
 Ya nada me frena, recibo de mi misma una ofrenda de caricias que va desde suaves masajes hasta pellizcos apretados, qué más da, si estoy como un animal alebrestado. Separo mis piernas, agacho mi rostro, el perfume que sale de entre mis muslo me excita es un aroma suave a hembra calenturienta, me derrito por tocarme pero no me doy gusto,  tengo que esperar hasta matarme de ganas. Retiro la tanguita y con desesperación la percibo, aspiro profundamente llenándome hasta el alma de mi olor carnal, socarrona, me la paso por el cuello, por los pechos por los muslos, … huelo más que nunca a zorra,… una zorra  solitaria, que gime y se araña de ganas.
 El ritual de calentamiento se ha cumplido, y ahora mi cuerpo clama por el desenlace.
 Con locura estrello mi ropa contra el espejo, y me toco, me toco con desesperación, llevo mis manos a mis senos que ansiosos han esperado por las caricias de quien sabe amarlos, los aprieto dejando las huellas de mis dedos sobre ellos, relajo… masajeo… aplasto… mojo…. atornillo… estiro…. les gusta, claro que les gusta, si se erectan exigiendo más,  les propicio de nuevas caricias y del placer de ser bañados por mi tibia humedad. Bajo hacia mi vientre deslizando mis manos hasta llegar a mi pubis, subo y me desvío hacia los confines de mis caderas que ansiosas no paran de oscilar,  el momento sublime ha llegado, basta de caricias, al fin la flor va a ser profanada…
 Mi cuerpo entero conspira en la búsqueda de placer, viajan mis dedos deleitándose en la humedad de mis labios inquietos que desean ser catados como si fueran un buen vino; los extiendo, los separo, deslizo un dedo  hacia el interior, otro dedo mas, los muevo pretendiendo nadar en mis profundidades. Qué delicia estoy siendo ensartada por mis propias armas sin la menor piedad, un par de minutos dando batalla, y la guerrera amazona sucumbe ante la mortal herida provocada en medio de sus muslos, gimoteo, gruño, me contraigo presa de un orgasmo intenso que me hace arquear la espalda y gemir de gusto.
 Aún disfrutando de las palpitaciones en mi sexo, exploro mi clítoris para alargar el placer, lo acaricio, lo muevo de un lado hacia el otro, masajeo circularmente, horizontalmente que es como más me gusta, he esperado tanto por tocarme  que mi cuerpo no necesita mucho para correrse otra vez, quizá no es un segundo orgasmo tal vez es solo uno largo e intenso, que fluye desde mi clítoris hasta perderse en el horizonte de mi culito, mientras mi  pobre vagina, se contrae al ser corchada por mis implacables dedos. Gimo a rabiar.
 El goce de mi masturbación,  solo es comparable, al placer que me produce el mirarme frente al espejo con el rostro de satisfacción, los ojos perdidos, los maxilares apretados, el cabello cayendo en mi cara, el sudor bajando por mis senos, mis muslos abiertos, mi flor gozosa, mis ingles bañadas, y mi silla, mi silla totalmente mojada…
 Algo recuperada, me arrodillo frente a mi silla, la acaricio con ternura, con el mismo amor que suelo tener por mi espejo, me inclino sobre ella, lamo su humedad y  la seco con mis labios, ya está, ya está lista para un nuevo encuentro…
 PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
leonnela8@hotmail.com
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