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Relato erótico: “¡Un cura me obliga a casarme con dos primas 4!”(POR GOLFO)

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El Ferrari estaba aparcado frente a mi casa cuando llegamos. Con la ayuda de Dhara metí las bolsas con las compras. Al entrar en el chalé, el olor que salía de la cocina me informó que llevaban ya tiempo dentro y que a Samali le había dado tiempo de meterse a preparar la comida.

«Ana debe conducir a toda castaña», sentencié porque a pesar de ser consciente que debido a las caricias que había recibido mi ritmo había sido lento, tanta diferencia solo podía deberse si esa rubia manejaba como una loca.

La certeza que me habían sacado al menos diez minutos se afianzó al descubrir para mi sorpresa que tanto la mayor de mis esposas como esa chavala se habían cambiado de ropa e iban vestidas a la usanza hindú.

«Está guapa la jodía», observé para mí al comprobar que el sari realzaba el encanto de la española.

No queriendo que se me notara mucho la atracción que esa cría provocaba en mí, tuve que hacer un verdadero esfuerzo para retirar mis ojos del cojonudo culo con el que la naturaleza la había dotado. Intento que quedó en nada cuando ella misma me preguntó cómo le quedaba.

―El sari acentúa la belleza femenina― contesté evitando una respuesta directa.

―Eso pienso yo también― replicó la susodicha modelándolo: ― cuando Samali me comentó vuestro acuerdo y que en casa se había comprometido a vestir así, no pude dejar de pedirle que me prestara uno.

«¡La madre que la parió!», exclamé mentalmente mientras la devoraba con la mirada: «Sabe que la encuentro impresionante y disfruta con ello».

Si ya de por sí la situación era incómoda, Dhara incrementó mi embarazo al comentar:

―Amado nuestro, ¿verdad que es una pena que una mujer tan guapa siga soltera?

Llamándola al orden por indiscreta, le expliqué que en España no suele ser habitual casarse antes de los treinta y que de todas formas ese era un tema personal. La morenita no entendiendo que no estaba bien que opinara de ese asunto insistió:

―Es una suerte que nosotras le hayamos conocido antes porque Ana me ha reconocido que lo encuentra muy atractivo.

Al escucharla no sé quién se puso más rojo, si yo o la aludida. Lo que si reconozco es que me hubiera gustado cambiar de tema, pero para terminarla de fastidiar Samali creyó oportuno intervenir diciendo en plan de guasa:

―Estoy segura de que hubiese dado lo mismo. Tan enamorada estoy de nuestro marido que, aunque no hubiese estado soltero, me hubiese seguido casando con él.

Su prima pequeña no queriendo ser menos y sin medir sus palabras, soltó a su vez:

―Pues yo amo tanto a nuestro señor que si él me lo pidiera aceptaría compartirlo con una nueva esposa.

Juro que no sabía que decir ni que hacer porque desde la óptica occidental sus palabras resultaban cuando menos extrañas y tenía claro que en ese preciso instante Ana debía de pensar que esas dos estaban locas.

Quizás por eso, mi perplejidad fue total cuando muerta de risa esa rubia respondió:

―Si es una oferta por “ahora” digo que no― y dirigiéndose solamente a mí, preguntó: ―¿qué le has dado a este par?

Tratando de quitar hierro a esa conversación, contesté:

―Mucho amor.

Apenas oyó mi cursilada, soltó una carcajada y mirando a las dos crías, me espetó sin parar de reír:

―¡Dirás mucho sexo! Es imposible que consigas que no se peleen entre ellas si no están satisfechas en la cama.

―Se conforman con poco― repliqué un tanto cortado.

Mi contestación indignó a las primas que alzando la voz se defendieron describiendo sin rubor detalles íntimos que no debían contarse.  Juro que no supe dónde meterme cuando las escuché contar no solo las veces que le había hecho el amor a cada una durante la última semana sino también que ninguna de las dos tenía ya ningún agujero intacto.

Como no podía ser de otra forma, Ana se quedó alucinada por el desparpajo con el que sus nuevas amigas le estaban reconociendo cómo y donde habían perdido la virginidad de cada una de las partes de su cuerpo y mantuvo silencio con los ojos abiertos de par en par.

«Va a salir huyendo y para colmo debe de pensar que soy un maldito que ha abusado de la inocencia de unas niñas», temí al comprobar su mutismo cuando por fin mis queridas esposas se callaron.

Durante unos segundos se mantuvo pensando y cuando ya creía que iba a coger su bolso y salir huyendo, sonrió y descojonada comentó:

―¡Sois un par de putas! – y mirándome, me soltó: ―Te confieso que acepté la invitación a comer para hacerme una idea de cómo era posible que dos jóvenes tan guapas aceptaran casarse con el mismo hombre, pero ahora comprendo que la víctima eres tú y que entre éstas dos, ¡te van a dejar seco!

Sus palabras me pusieron la piel de gallina y no precisamente por su contenido sino por su tono, el cual siendo alegre escondía un significado que no supe interpretar. Es más, mi turbación se incrementó exponencialmente al decidir qué pasáramos al comedor y mientras me adelantaba, escuché las risas de mis esposas ante un comentario de la rubia.

―¿De qué os reís?― pregunté mosqueado.

 Colorada como un tomate, pero sonriendo, Ana respondió:

―Les he dicho que tienes un culo precioso.

Mordiéndome la lengua para no contestarla un improperio sobre sus dos melones, me senté en la mesa dando por sentado que esa comida sería un infierno, pero el tiempo demostró que estaba equivocado porque fue muy agradable. Deseosa de conocer en profundidad a sus nuevas amigas, esa chavala se dedicó a interrogarlas sobre su vida en la India. Al conocer los padecimientos que los de su etnia soportaban, se indignó y creo que fue entonces cuando realmente cambió su forma de verme porque en un momento dado afirmó:

―Menuda suerte tuvisteis al conocer a un hombre bueno que os sacara de todo eso.

Samali y Dhara estuvieron de acuerdo y cambiando de tema, le preguntaron con quién vivía. Ana con un deje de tristeza les explicó que “vegetaba” sola en un chalé de Somosaguas desde que murieron sus padres. 

―¿Vegetas? ¿Qué significa ese verbo? – quiso saber la pequeña de las dos al no entenderlo.

Al aclararle la rubia que esa expresión quería decir “malvives”, se despertó el lado tierno de mis esposas y ambas al unísono le ofrecieron posada en el cuarto de invitados. Ante esa invitación, Ana les agradeció el detalle para a continuación explicarles que lo que realmente había querido decir no era que vivía en la pobreza, sino que con su situación económica resuelta apenas tenía alicientes con los que afrontar el día a día.

«Una niña rica que se siente sola», pensé asumiendo que esa era la razón por la que tan desprendidamente había prestado su ayuda a dos desconocidas.

Sin quitarme la razón, siguió explicando que apenas tenía tiempo para ella y que cuando llegaba a casa, no tenía nadie con quien hablar o con quien desahogarse. Cogiendo su mano, Dhara le dio su apoyo diciendo:

―No te preocupes a partir de hoy cuando necesites compañía, nos tienes a nosotras.

Samali no se quedó atrás y reafirmando lo dicho por su prima, con voz dulce le dijo:

―Esta casa siempre estará abierta para ti – y siguiendo los dictados de su educación quiso darme su lugar afirmando que diciendo: ―Sé que nuestro marido estaría encantado de hacerte un hueco bajo su brazo.

Estuve a punto de atragantarme al oírla porque podía dar lugar a un equívoco y que Ana en vez de entender que le estaba ofreciendo mi ayuda, podía creer que lo que realmente le estaba proponiendo era compartirme con ella.

―Gracias― respondió sin dejar claro qué era lo que interpretado― ¡lo tendré en cuenta!

Esa respuesta no consiguió tranquilizarme y deseando aclarar que era lo que había querido decir la mayor de mis esposas, comenté:

―Soy yo quien te debe dar las gracias y quiero que sepas que estoy de acuerdo con ellas. Si necesitas consejo o apoyo, charlar o un hombro donde llorar, cuenta conmigo.

Las lágrimas que recorrían sus mejillas y el hecho que bajo el sari de la rubia se endurecieran sus pezones fueron síntomas que me había malinterpretado y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, esa muchacha me dio un beso mientras susurraba en mi oído:

―Te juro que pensaré en vuestra oferta.

Asustado y esperando la reacción violenta de las primas, las miré, pero contra lo que había previsto, lo que descubrí en sus ojos fue ternura.

«Ahora sí que no entiendo nada. Se supone que son celosas», pensé, «lo lógico es que hubiesen montado un espectáculo a ver que me besaba en los labios».

En cambio, ante mi perplejidad, las dos hindúes se ocuparon de consolarla y sin importarles que esa mujer hubiese traspasado los límites moralmente previsibles, se dedicaron a hacerle carantoñas y a decirle que se tomara el tiempo que necesitara.

Al ver que iban en serio y que no solo no les importaba, sino que incluso deseaban que esa mujer que acaban de conocer pasase a formar parte de lo nuestro, traté de comprender sus motivos. Pero por mucho que me rebané los sesos buscando un indicio en lo que conocía de la cultura de su país no lo hallé hasta que Ana llorando como una Magdalena les preguntó porque eran tan buenas con ella.

Dhara contestó:

―Desde que te conocimos, supimos que estabas perdida y sin rumbo. Aun así, te desviviste por ayudarnos y cuando conociste a Pedro, tu cuerpo nos reveló que nuestro marido era el complemento que llevabas tanto tiempo buscando.

Por algún motivo esa rubia estaba de acuerdo y reaccionando a la locura de lo que significa, salió corriendo sin siquiera despedirse.  Curiosamente, ninguna de las primas hizo intento alguno de detenerla y cuando hice un ademan de levantarme, la mayor de mis esposas me detuvo diciendo:

―Necesita tiempo para asimilarlo.

―¿Asimilar el qué?― respondí sin entender nada.

Tomando unos segundos para ordenar sus ideas, Samali dulcemente contestó:

―Esa mujer tiene que digerir sus sentimientos. Por primera vez se siente atraída más allá de lo razonable y no sabe cómo reaccionar.

―Lo que dices es una memez. Nadie en su sano juicio se enamora a primera vista.

―A ¿no?― replicó sonriendo y cogiendo a su prima de la cintura, preguntó: ―¿Qué sientes por mi prima y por mí?

―Daría mi vida por vosotras, ¡lo sabes!

Nada más contestar me di cuenta de que le estaba dando la razón. Me había casado con ellas sin conocerlas ni amarlas, pero ya no entendía mi existencia sin ese par de brujas. ¡Las amaba con toda el alma! Y la devoción de ellas por mí era todavía más brutal. Leyendo mis pensamientos, las primas me tomaron de la mano y sin tomar en cuenta mi opinión me llevaron hasta el salón. Una vez allí Samali me pidió que me sentara en el sofá y mientras Dhara me servía una copa, comentó:

―Amado, cuando mi hermanita le dijo que eras su complemento, en realidad le mintió. Todo ha sido muy raro y al principio tampoco nosotras supimos interpretar lo que nos ocurría.

―Ahora sí que no os entiendo.

Poniendo el whisky en mis manos, Dhara intervino:

―Puede que le moleste lo que le vamos a confesar, pero, con ella, hemos sentido algo que nunca soñamos que íbamos a sentir por una mujer.

―¿Me estás diciendo que Ana os atrae sexualmente?

Bajando su mirada, la pequeña contestó:

―No exactamente, pero al desnudarnos frente a esa mujer no nos hemos sentido incómodas e incluso nos ha gustado cuando alababa nuestra belleza.

Tomando el turno, Samali terció diciendo:

―Para mí lo más extraño fue que cuando Ana me estaba abrochando una falda, deseé que me la estuviera quitando y que mi marido estuviera presente para verlo.

Confundido, me hundí en el sofá porque, aunque no quisieran reconocerlo directamente ese par estaban encaprichadas desde un punto carnal con su nueva amiga. Viendo que me mantenía en silencio, la mayor prosiguió diciendo:

―Amado nuestro, sé lo que está pensando. Incluso yo me escandalicé al notar que esa muchacha nos observaba con fascinación, pero cuando al volver con nuestro marido y comprobar que se ponía nerviosa solo con mirarle, fue cuando comprendí que el destino nos había reservado a Ana para una misión.

―Ahora sí que me he perdido― reconocí al darme igual que esa mujer se sintiera todavía más atraída por mi persona.

Sin saber todavía cómo reaccionaría, me soltó:

― Shiva la había puesto en nuestro camino para que nos enseñara a vivir en esta sociedad tan extraña y para que entre nosotros tres le mostráramos la senda de la felicidad.

Si no me equivocaba, las primas estaban proponiendo que la convirtiéramos en nuestra amante y para evitar equívocos, se lo pregunté directamente. Mis esposas escucharon horrorizadas mi consulta y de inmediato lo negaron.

―No podríamos pedirle algo semejante. ¡Hemos jurado serle fieles!― exclamó Dhara.

            ―Entonces, ¿qué queréis?― casi gritando quise saber.

            Ceremonialmente, Samali comentó:

―Queremos que apruebe que Ana entre a formar parte de nuestra familia…― haciendo un descanso, me informó: ―Usted es la pieza que le falta a Ana para estar completa y ella el elemento que faltaba en nuestro engranaje.  Para ser felices,  ¡debemos casarnos con ella!

―Estáis equivocadas si creéis que ella va a dar ese paso― repliqué mientras me abstenía de informarles lo seductora que era para mí esa idea…

Capítulo 11 Nos duele su pérdida

Durante los siguientes días, los hechos parecieron darme la razón. Ana había desaparecido de nuestras vidas y quizás para siempre. Ningún mensaje, ninguna llamada, nada de nada. Como había predicho, una española no aceptaría unir su destino a tres desconocidos y menos con la clase de unión que las chavalas deseaban.

«Tendremos que olvidar a esa monada», sentencié defraudado por su ausencia y lo creáis o no, tuve que obligar a mis esposas a no mencionarla cada vez que hacíamos el amor porque convencidas que su Dios la había seleccionado para nosotros, no dejaban de quejarse de lo mucho que la echaban de menos.

«¡Si solo han estado con ella unas horas!», me decía al escuchar a Dhara comentarme lo mucho que deseaba verme tomando posesión de ella.

Su prima tampoco le iba a la zaga y mientras buscaba mi simiente con la boca, solía murmurar cómo le apetecía tener sus gruesos labios junto a los suyos cuando me hacía una felación.

«Joder, están deprimidas por una mujer que apenas conocen», mascullé mil veces sin confesar jamás que yo también la echaba de menos y en mi mente seguía impresa su alegre sonrisa.

Por eso y mientras en mi casa cada día el ambiente se tornaba más lúgubre, me dediqué a buscar trabajo porque, aunque tenía dinero suficiente para vivir holgadamente dos años, no quería malgastar mis ahorros. Pero a pesar de haber mandado mil curriculums, ningún hospital me llamó para concertar una entrevista y eso colaboró en mi mala leche.

«Necesito curro», me decía sabiendo que era responsable del bienestar material de mis esposas sin que jamás saliera de sus labios una queja…

Una mañana me desperté temprano y sin despertar a las primas, me calcé unas zapatillas y salí a correr. Necesitaba sudar y que el ejercicio me sirviera como vía de escape a la tensión que había acumulado durante esas dos semanas. Por ello dejando atrás mi chalé, tomé la antigua carretera a Majadahonda e imprimiendo a mi carrera un ritmo rápido, busqué olvidar mis problemas y concentrarme en la suerte que tenía siendo el “eterno compañero” de mis preciosas hindúes.

            «Nunca podré agradecer al padre Juan haberme obligado a casarme con ellas. Son lo mejor que me ha sucedido en la vida y no puedo echarlo a perder», rumié para mí durante cada kilómetro y por eso ya de vuelta decidí que, si esas dos necesitaban de la compañía de Ana para ser felices, era mi deber como su marido tratar de contactar con ella.

Resuelto a dar ese paso, caí en la cuenta de que me iba a resultar imposible localizarla porque no sabía su calle, ni su teléfono e incluso desconocía sus apellidos. Al recordar su Ferrari, se abrió un resquicio de esperanza al saber que por muy grande que fuera Somosaguas, no debía haber muchos coches de esa marca y con renovado optimismo, me prometí que en la tarde iría a esa urbanización para preguntar por ella.

El sino o, como dirían mis amadas, Shiva tuvieron piedad de nosotros y al enfilar mi calle, divisé una figura escondida tras un árbol.

«¿Quién será?», pensé y temiendo que fuera alguien con malas intenciones, quise verle la cara.

Para mi sorpresa quien se escondía resultó ser Ana, la cual al verme me pidió que me acercara y antes que dijera nada se lanzó a mis brazos buscando mis labios. Durante unos segundos me quedé paralizado y mi falta de respuesta desmoralizó a la muchacha que, sin parar de llorar, me confesó que no había podido borrar de su mente mi recuerdo.

―Tranquila princesa, ya somos cuatro― respondí pasando mi mano por su espesa y rubia cabellera― nosotros tampoco hemos podido olvidarte. Lo creas o no, en solo unas horas te convertiste en alguien muy importante para todos en casa.

Mi respuesta consiguió tranquilizarla a medias y más repuesta se sentó en el borde de la acera.

―No comprendo que me ocurre. No solo te he echado a ti de menos, tampoco he podido dejar de pensar en ellas― respondió sin nombrarlas y levantando su mirada, sollozó: ―¡Nunca me he enamorado de nadie y ahora no puedo ni comer recordando las pocas horas que compartí con vosotros!

Su dolor era evidente y no tuvo que decir nada para que comprendiera lo difícil que debía resultarle reconocer que al menos se había encaprichado con un polígamo y sus dos mujeres.

―Te entiendo― susurré en su oído― para mí también fue complicado asumir que Samali y Dhara se pasan todo el día llorando al no tener noticias tuyas.

Mis palabras alegraron a la muchacha, pero entonces cayó en que no había dicho nada de mí y lloriqueando me preguntó que sentía por ella.

―Te reconozco que no lo sé exactamente pero cuando te reconocí mi corazón se llenó de alegría.

Nuevamente me besó y en esa ocasión respondí con pasión a su cariño jugueteando con mi lengua en el interior de su boca. La dulzura de sus labios demolió todos mis reparos y cogiéndola entre mis brazos, quise llevarla a casa, pero ella zafándose de mí, se separó diciendo:

―No estoy preparada para aceptar vuestra oferta por mucho que lo desee.

Viendo que esa mujer iba a desaparecer por segunda vez de nuestras vidas, decidí evitarlo y corriendo tras ella, le rogué que no se fuera y que al menos nos diera una oportunidad de conocernos mejor. Viendo que dudaba, con mi alma encogida le prometí que ni las dos primas ni yo íbamos a presionarla pero que no quería perderla como amiga.

Todavía sin fiarse, se secó las lágrimas con la manga de su camisa y mirándome a los ojos, me dio la dirección de su casa diciendo:

―Os invito a cenar, si me juras que, aunque me ponga tonta no intentareis hacer nada.

Asumiendo que el verdadero significado de esa condición era que por mucho que ella misma se nos insinuara, no acabaría compartiendo cama con nosotros.

―Te lo juro― respondí.

Ana al escuchar mi promesa, sonrió y sin despedirse, dobló la esquina esfumándose de mi vista. Su huida dejó un sabor agridulce en mí porque al besarla me había dado cuenta de mis verdaderos sentimientos y aunque me apetecía retenerla, supe que debía cumplir con mi palabra.

 «Me ha sacado que no la presionemos, pero nada he dicho de no intentar seducirla», sentencié mientras alegremente entraba a dar las buenas nuevas a mis adoradas hindúes.

Tan entusiasmado estaba que al llegar al cuarto y comprobar que seguían dormidas, ni siquiera esperé a que se despertaran y poniéndome entre ellas, comencé a acariciarlas. La primera en amanecer fue la pequeña, la cual al sentir mi mano en su trasero en plan pícaro susurró que, aunque era el turno de su prima, iba a hacer el esfuerzo de complacer a su marido.

―Eres una zorrita preciosa y nada me gustaría más, pero tengo algo que deciros a las dos. Así que ayúdame a despertar a tu prima― repliqué mordiéndole los labios.

Deshaciéndose entre mis brazos, buscó con sus manos levantar el ánimo de mi entrepierna, pero para su sorpresa se encontró con mi pene totalmente inhiesto y mientras intentaba empalarse con él, me dijo en voz baja:

―Sería una pena hacer esperar a la virilidad de mi dueño.

Pero entonces, todavía medio dormida, Samali protestó diciendo:

―Me toca a mí― y echándola a un lado, buscó ser ella quien disfrutara primero de mi verga.

Sabía que sus continuas peleas por no ceder unas caricias que consideraban suyas eran parte de un juego, pero aun así decidí aprovecharlo y haciéndome el enfadado, les exigí que se levantaran y prepararan el jacuzzi porque me apetecía darme un baño. Frunciendo el ceño y bastante dolidas, se quejaron, pero al ver que seguía firme en mi decisión se levantaron a cumplir mis deseos y al cabo de tres minutos, las oí llamarme desde el baño.

Al entrar en él, me las encontré en la bañera mostrándome sus traseros y con cara de putas. Me hizo gracia su descaro, pero haciendo oídos sordos a sus ruegos, me metí en el agua sin tocarlas. La pequeña fue la primera en darse cuenta de que algo pasaba y recordando que tenía algo que contarles, melosamente comenzó a enjabonarme diciendo:

―Aunque te hagas el duro, sé que estás deseando complacer a tus dos mujercitas y decirnos qué te ocurre, pero parece que antes quieres hacernos sufrir.

Su prima comprendiendo las intenciones de Dhara, se echó gel sobre los pechos y rozando con ellos el mío, murmuró sensualmente:

―Hemos hecho mal en pelearnos cuando nuestro deber es cuidarte.

Dejando caer mis manos en sus entrepiernas, localicé sus botones y cerrando los ojos, los torturé dulcemente mientras les decía:

―No preparéis cena para hoy porque cenamos fuera.

Con la respiración entrecortada por las sensaciones que se iban acumulando en su sexo, Samali me preguntó dónde íbamos y sin revelarle nuestro destino, contesté:

―Lo importante no es donde sino para qué – y haciendo una pausa melodramática, las informé: ―Esta noche quiero que os esmeréis en estar guapas, ya que vuestra misión consiste en seducir a alguien.

Al unísono mostraron su desconformidad y gritando como energúmenas, me dijeron de todo menos bonito al pensar que les estaba ordenando que se acostaran con otra persona. Haciéndolas sufrir las dejé explayarse todo lo que quisieron y cuando se hubieron calmados, les solté:

―Nadie ha hablado de acostarse, pero como vuestro marido os exijo que hagáis todo lo que esté en vuestra mano para que la persona en cuestión se vuelva loca con vosotras.

Nuevamente las primas empezaron a chillar, acusándome de tratarlas como putas y por primera vez en su vida se negaron a complacerme para acto seguido salir echando pestes del baño.

«¡Qué guapas se ponen cuando se cabrean!», exclamé para mí mientras me terminaba de enjabonar.

Me lo tomé con calma y casi cuarto de hora después salí del baño. Como suponía las primas me estaban esperando con cara de pocos amigos y tomando la palabra Samali me rogó que no las obligara a hacerlo.

―Jurasteis obedecer a vuestro marido― fue mi respuesta y riendo mentalmente, comencé a vestirme.

Luchando contra la educación que habían mamado, las dos intentaron hacerme recapacitar, pero al ver que me mantenía firme y que no cedía, se empezaron a preocupar.

―Os necesito para que esa presa no se escape― insistí – y como siempre me decís, es vuestro deber complacer hasta el último de mis deseos.

Llorando a moco tendido, a cada cual más dolida,  Dhara imploró que les pidiera otra cosa mientras su prima suplicaba que antes de obligarlas, las vendiera a un burdel porque así al menos sabrían cuál era su lugar.

―Estáis locas, prometí a vuestros dioses cuidaros y eso es lo que estoy haciendo al pediros ese esfuerzo.

Indignada porque metiera a sus creencias en esa discusión, Samali se levantó del suelo y poniendo un tono ceremonial, preguntó:

―¿Puede al menos el dueño de esta casa informar a sus esposas con quién debemos perder la honra?

―Hemos quedado a cenar en casa de Ana… ¡Es a ella a quien debéis seducir!

Durante unos segundos, se quedaron calladas como si no llegaran a creerlo y al ver que iba en serio, rompiendo el silencio con sendas carcajadas, me tiraron sobre la cama y desgarraron mi ropa mientras me decían que era un maldito por haberlas hecho sufrir tanto. Dejando que me desnudaran, las repliqué:

―El que debía de estar enfadado soy yo porque las dos habéis dudado de mí.

Sin parar de reír, me dijeron que tenía razón y que, aunque se merecían que las azotara, me pidieron que lo dejara para luego porque en ese momento necesitaban hacerme el amor.

―Ya os estáis tardando. Daros prisa no vaya a ser que os acepte la sugerencia y os venda en un putero – comenté muerto de risa…


Relato erótico: “Por ayudar a un amigo” (POR XELLA)

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No era una situación corriente y eso la tenía intranquila. Su amigo Lorenzo la había llamado asustado y nervioso, pidiendo verla en un lugar y a una hora a la que nadie pudiese verlos. Le temblaba la voz, pero no quiso decirla nada más por teléfono, decía que podían estar escuchando…

Y allí estaba Ana Castor, aparcando su coche en un descampado en las afueras de la ciudad, esperando. Hacia bastante frío y le molestó haber llegado antes que Lorenzo, pero no tardó mucho más, en unos minutos su coche aparcó al lado del suyo.
– Buenas noches Lorenzo. – Saludó ella, afable.
El hombre estaba pálido, tembloroso e incluso había perdido peso. Eso chocaba con la imagen que tenia de él, Lorenzo Barahona siempre había sido un hombre fuerte y seguro de sí mismo.
Se habían conocido cuando Ana acabó la carrera de periodismo, fue una de las primeras personas a las que entrevistó y, a pesar de la diferencia de edad (el rondaba los 50 y ella no había llegado a 30 todavia) habían entablado una fuerte amistad. El estaba metido de lleno en política y había acabado trabajando de diplomático en representación al país, ella había sabido abrirse paso en el periodismo, su belleza, inteligencia y desparpajo la habían ayudado a alcanzar rápido el éxito, ahora mismo trabajaba como presentadora de un programa de investigación.
Lorenzo miraba intranquilo a todos los lados, agarró a Ana por el brazo y la atrajo hacia el coche.
– Sssshhh. Más bajo. No quiero que nos oiga nadie. – Dijo el hombre.
– ¿Oirnos? ¿Quien va a oirnos aquí? – Pero igualmente hizo caso a su amigo y bajó la voz. – ¿Qué ocurre? Casi no te reconozco… Me estás asustando.
– Las tienen… Ellos las tienen
– ¿Las tienen? ¿Qué tienen?
– ¡A todas! Sssshhh. – Se mandó callar a si mismo cuando levantó la voz. – Ellos las tienen. No puedo hacer nada.
– ¿Quienes son ellos? Si no hablas más claro no llegaremos a ningún sitio.
Lorenzo cogió aire, volvió a mirar a los lados e intentó calmarse.
– X-Xella Corp. – Dijo en un susurro. – Las tiene…
Ana había oído ese nombre antes, pero todo eran habladurías… Jamás se había demostrado que existiera.
– ¿Xella Corp? ¿Que tiene?
– A ellas… Mis niñas…
A la periodista se le hizo un nudo en la garganta, ¿Sus hijas? ¿Las habían secuestrado? Las conocía desde hacía tiempo, dos díscolas jóvenes con las que se llevaba muy bien e, incluso, alguna vez había salido de fiesta con ellas.
– ¿Tus hijas?
– Y-Y a Helen…
– ¿Cómo ha ocurrido? – Preguntó la chica, alarmada. – ¿Están bien?
Un coche pasó por la carretera colindante al descampado y Lorenzo casi se lanzó al suelo para ocultarse.
– N-No puedo decir más, no puedo avisar a la policía. Eres mi única esperanza.
– Pero… ¿Qué quieres que haga yo? – Lorenzo estaba subiéndose a su coche mientras la escuchaba.
– ¡Ayudame a encontrarlas! Un indicio, una pista… ¡Lo que sea!
Ana se quedó mirándole, ¿Le estaba pidiendo que investigase a una corporación de la que él mismo tenía miedo?
– Por favor… – Suplicó el hombre. – Me tienen maniatado… Solo tú puedes ayudarme…
Ana pensó en su mujer y en sus hijas, siempre había tenido buena relación con esa familia y la habían ayudado en lo que habían podido…
– Esta bien. – Murmuró. – Te ayudaré…
– Muchas gracias, de verdad, me alivia mucho que hagas esto por mí y, por favor, Ana… Ten mucho cuidado…
Diciendo esto se montó en el coche y arrancó, dejándola sola en aquel vacío lugar.
Una ráfaga de aire frío la hizo estremecer.
“¿En que demonios me he metido?”
——————

Los siguientes días los pasó buscando como comenzar su investigación. Primero realizó búsquedas simples por Internet que obviamente, fueron infructuosas, la información no podía estar al alcance de cualquiera. Después comenzó a tirar de sus contactos. Conocía gente que la había servido bastante información en sus otras investigaciones, policías, gente metida en política, periodistas, criminales… La mayoría no aportaban nada de valor pero, poco a poco, juntando las distintas informaciones recibidas pudo ir montando una pequeña base sólida sobre la que indagar. Parece que las leyendas acerca de aquella extraña corporación podían ser más reales de lo que parecía en un inicio.

La investigación comenzó a absorber todo su tiempo, de tal manera que incluso cogió una excedencia en su trabajo. Comenzó a preocuparse de verdad por el paradero de las hijas y la mujer de Lorenzo, si era verdad todo lo que había descubierto sobre Xella Corp no veía manera de liberarlas…
Encontró hilos de historias en los que la gente desaparecía, mayormente mujeres, y de repente se acababa la información, como si desapareciese del mapa y nunca hubiese existido. Mujeres vendidas como esclavas sexuales, como mujer trofeo, como sirvientas… ¡Cómo mascotas!
Realizaban sus trabajos de manera quirúrgica, nunca dejaban cabos sueltos pero, aun así, Ana no iba a parar. Su testarudez y perseverancia la llevaron a descubrir varios nombres y lugares relacionados con Xella Corp. Creyó encontrar la localización de varias de sus sedes, operaban en un gran número de países, varios en Sudamérica, en USA, multitud de países en Europa, África y Asia… No se lo podía creer… ¿Cómo era posible que una organización tan extendida estuviese tan oculta?
Incluso llegó a encontrar un documental sobre ellos… ¡Un documental! Todos los nombres y caras habían sido cambiados y ocultados pero, según la información que había encontrado todo cuadraba. En la primera parte del documental se veía como una joven periodista comenzaba a realizar un reportaje, visitaba las instalaciones, conocía los métodos que utilizaban para someter y esclavizar a sus presas. La segunda parte era todavía más dura, en ella, la propia periodista era capturada, sometida y vendida al mejor postor. Era estremecedor ver como doblegan su voluntad y convertían a aquella joven en una esclava…
Un escalofrío recorrió su cuerpo, ¿En que lío se estaba metiendo?
La investigación la obsesionaba, no hacia más que pensar en Xella Corp. Cuanto más avanzaba más irreal y peligroso le parecía todo, ¿Qué había hecho Lorenzo para cabrear a alguien tan poderoso? Tenia que acabar con esto, tenia que parar antes de que fuese demasiado tarde, antes de meterse en problemas pero, ¿Cómo hacerlo? No podía dejar de pensar en la familia de Lorenzo, tenia que hacer todo lo posible por ayudar y… No podía negar que la atraía lo que estaba descubriendo. Cada vez que tiraba un poco más de los hilos obtenía nueva información, nadie había llegado tan lejos como ella, ¿Cómo dejarlo pasar? Su profesión y su curiosidad la obligaban a seguir.
Esa noche había quedado con un informador. Ivan González, un miembro de la policía, le había dicho que podía indicarle varios burdeles que pertenecían a la corporación. Como era obvio quería que todo fuese discreto, así que la citó por la noche en un lugar poco concurrido. Ana se veía ridícula, había acudido ataviada como si estuviese en una película de cine negro, ¿Cómo se le había ocurrido ponerse así? Una gabardina marrón la cubría hasta por encima de las rodillas ocultando su esbelto cuerpo y unas enormes gafas cubrían su rostro, aun no habiendo sol. Llevaba su negro pelo recogido en una coleta. Cuando se encontró con Ivan éste parecía nervioso, no paraba de mirar a todos los lados, balbuceando. No tardó en darle la información que buscaba, nada menos que 7 burdeles en la ciudad. Se despidieron y Ana se fue satisfecha, había dado un pequeño paso más en su investigación.
La mujer se montó en su coche distraída, pensando en la manera de acercarse a aquellos antros sin llamar demasiado la atención cuando un ruido la sobresaltó. Fue demasiado tarde. Unas manos se cernieron sobre ella desde el asiento de atrás. No le dio tiempo a gritar antes de sentir un doloroso pinchazo en el cuello. Después vino la oscuridad…
————
Se sentía bien, extrañamente bien.
-… ¿Esta todo preparado? …
Su mente nadaba entre brumas, el sueño la invadía.
-… Tantas veces en la tele…
Pero no quería dormirse, disfrutaba de esa sensación placentera de la duermevela.
-… Es preciosa, pero le hacen falta unos retoques…
No recordaba cuanto tiempo hacia que no estaba tan relajada.
-… ¿Cree que será posible? Un poco más grandes, no demasiado…
Últimamente el trabajo la absorbía, no hacia otra cosa.
-… Perfecto, vaya informándome con los avances…
Pero había algo más, algo que no lograba recordar.
-… ¿Qué programación usaremos?…
Algo…Había algo más…
-… Un switch… Estupendo…
¡Lorenzo! Se acordó de repente, llevaba semanas investigando y… ¡El coche! ¿Qué había pasado? Recordaba haberse montado en el coche… Pero nada más…
Intentó abrir los ojos solo para darse cuenta de que le resultaba muy difícil. Sentía frío. Frio y hambre. Poco a poco los párpados comenzaron a separarse y de inmediato se volvieron a cerrar ante le penetrante luz que vio.
-… Mira… Se está despertando…
Entonces cayó en la cuenta de las voces, había alguien más allí, con ella. Intentó de nuevo abrir los ojos, soportando la luz que la cegaba y pudo ver a los dos hombres que charlaban a su lado. La estaban mirando fijamente.
– ¿Qué tal te encuentras, pequeña?
Ana intentó moverse pero algo se lo impedía. Movió la cabeza con dificultad y vio que estaba atada y desnuda sobre una especie de camilla. La cabeza le daba vueltas, todo movimiento suponía un enorme esfuerzo. La luz que la cegaba estaba directamente sobre ella, ¿Estaba en algún tipo de hospital?
– No hagas esfuerzos, relájate y todo será más fácil. – Le decían las voces.
– ¿Q-Qué ha pasado? ¿Donde estoy? – Le costaba demasiado hablar, dejó caer la cabeza sobre la almohada.
– Ssssshh… Todo a su tiempo pequeña. Relájate.
El hombre que hablaba se acercó y la acarició el pelo. Intentó apartar la cara pero estaba demasiado débil y confusa. El otro hombre se acercó al una pequeña pantalla que había al lado de la camilla.
– Voy a aumentar la dosis. – Dijo, mientras toqueteaba unos botones.
Unos segundos después, el sopor invadió a Ana.
– ¿L-La dosis? ¿De que…? – Pudo decir, antes de dormirse por completo.
———–
Cuando volvió a despertar se sentía algo más despejada, de modo que pudo pensar bien la situación en la que se encontraba. Estaba atada y desnuda en un lugar desconocido, ¿Cómo había llegado a esa situación? Al intentar pensar en ello la cabeza comenzó a dolerle de nuevo.
Miró alrededor, veía la luz sobre su camilla, una pantalla se ordenador a un lado, varias vías inyectadas en su brazo… ¿Qué la estaban haciendo? El pánico la invadió, ¿Había tenido un accidente con el coche? Pero eso no explicaría por que estaba atada y desnuda…
Siguió mirando alrededor y lo que vio la dejó helada, en la sala había varias personas, el hombre que había manipulado la pantalla anteriormente y que supuso seria un doctor, porque llevaba una bata, y lo que la hizo extrañarse más: había varias “enfermeras” por llamarlas de alguna manera, pero nadie las habría calificado así… Parecía sacadas de un desfile de Victoria Secret’s, estaban subidas en zapatos de tacón kilométrico y ataviadas únicamente con lencería fina. Mostraban sin pudor sus voluptuosos cuerpos mientras iban de un lado a otro manipulando el instrumental.
– ¿Q-Qué es esto? – Preguntó asustada.
El doctor giró hacia ella y se acercó.
– ¿Ya te has despertado?
– ¿Quienes sois? ¿Qué queréis de mi?
– Vaya… Estoy un poco decepcionado… Creí que serias capaz de atar cabos tu solita… Has estado metiendo las narices en asuntos demasiado grandes para ti, pequeña.
– ¿Q-Qué?…
Entonces lo recordó todo, había ido a hablar con Ivan, se montó en el coche y entonces alguien…
– ¿X-Xella Corp? – Preguntó asustada.
El hombre simplemente la sonrió y la guiñó un ojo, como si todo esto no fuese más que una situación divertida.
– ¿Por qué hacéis esto? ¡Dejadme ir! – Por su cabeza pasaban las horribles historias que había descubierto en su investigación, no podía estarle pasando esto. – ¡Me encontrarán! ¡Me buscarán y me encontrarán! ¡No podéis secuestrar así! ¡Lo pagareis!
– Permitame que lo dude, señorita Castor. – El hombre que acompañaba al doctor el otro día entró por la puerta. – Nosotros siempre conseguimos lo que nos proponemos…

Ana se quedó sin habla, no por la aparición de hombre, sino por su compañía… ¡Era Helen Olsen! ¡La mujer de Lorenzo!

– ¡Helen! – Exclamó Ana, pero la mujer no le hizo ningún caso, como si no estuviese allí.
La mujer de su amigo estaba ataviada de la misma manera que las enfermeras que rondaban por la sala, tacones altísimos y fina lencería de encaje, con la excepción de dos objetos, una bola de plástico que llevaba amarrada a la boca, y una especie de collar de perro, del que salia una cadena que sujetaba distraidamente el hombre.
– Vaya, parece que os conocéis. – Dijo éste.
– ¿Qué habéis hecho con ella? ¿Y sus hijas? ¡Helen! – Gritaba desesperada la periodista.
– Solo hemos hecho de ella una mujer más feliz. – El hombre se acercó a Ana. – Igual que haremos contigo.
Se situó entre las piernas de la joven y llevó la mano a su sexo. Inmediatamente un relámpago de placer invadió el cuerpo de la chica, aunque casi no la había tocado.
– Iñaki, ¿Cómo va la reprogramación?
– Al 60%. – Contestó el doctor.
– Estupendo… – Diciendo esto introdujo de golpe dos de sus dedos en el coño de Ana, y los extrajo empapados en sus flujos.
“¿Qué me está pasando?” Pensó la chica. “Nunca me había sentido así… Apenas me ha tocado…”
El hombre acercó los dedos a la boca de la chica, que pudo notar el olor de su sexo. Apartó la cara tanto como la permitían los amarres.
– ¿No quieres? No te preocupes… Dentro de poco te encantará…
Y diciendo eso, el hombre quitó la mordaza a Helen con una mano mientras le ofrecía los dedos húmedos con la otra, la mujer los devoró ávida, chupandolos y lamiendolos hasta dejarlos impecables. Ana empezó a temblar de terror, ¿Qué habían hecho con Helen? La recordaba como una mujer sobria y educada, y ahí estaba, lamiendo unos dedos que habían estado dentro de su coño… ¿Le harían lo mismo a ella?
– Es hora de empezar con la siguiente parte del proceso, Helen, ¿Por qué no haces los honores?
“¿La siguiente parte del proceso? ¿De que coño habla?”
Helen se arrodilló entre las piernas de la chica y, sin mediar palabra, comenzó a lamer su coño con ansia.
– Ooohhh. – Ana se retorció de la impresión y el placer. Intentó moverse para impedir que la mujer continuara pero estaba muy bien atada, así que no tuvo más remedio que intentar aguantar.
Estaba confusa y excitada, no era la primera vez que la hacían sexo oral, ni mucho menos, pero nunca había tenido unas sensaciones tan intensas, ¿La habrían drogado para aumentar su sensibilidad?
No tardó mucho en llegar el primer orgasmo, que vino acompañado de sonoros gemidos que Ana no pudo esconder.
– Eres una niña muy ruidosa. – Comentó el hombre. – Vamos a solucionar eso.
Y, acercándose a ella, le colocó una bola de plástico en la boca como la que llevaba Helen. No evitaba que siguiera gimiendo pero al menos ahogaba el ruido.
La joven intentó decirle a la mujer de su amigo que parase, que entrase en razón, pero de su boca solo salían ruidos ininteligibles. Comenzó a sudar, el esfuerzo por liberarse y el sofoco por el placer recibido comenzaban a hacer mella.
Había perdido la noción del tiempo y de los orgasmos que había experimentado cuando el hombre se acercó al Helen y le tocó el hombro.
– Para. – Le dijo, e inmediatamente la mujer apartó la boca del coño de Ana. – Es hora de que descanses.
Ana sintió alivio, por fin había acabado esa maratón de orgasmos, estaba agotada.
– Isabel, tu turno.
El hombre se dirigía a una de las enfermeras que, solicita, ocupó el lugar de Helen.
– Mmmppfff.
Ana intentó luchar, la desesperación se adueñó de ella, pero fue inútil y agotamiento hizo que se desmayara.
Ni siquiera durante su sueño pudo escapar de esas sensaciones que la habían llevado a la desesperación. Por su cabeza desfilaban escenas de sexo y depravación en las que ella era la protagonista. Soñaba que se corría una y otra vez, se abandonaba al placer pero, en este caso, era ella la que lo buscaba. Era participante de orgias salvajes en las que era follada sin cesar por hombres sin rostro y, cada vez que llegaba un orgasmo, sentía una sensación placentera de plenitud y felicidad.
Un fuerte orgasmo y un gemido ahogado por la mordaza la despertó. Estaba empapada en sudor y por los bordes de la mordaza escapaban sus babas. Levantó lentamente la cabeza sólo para ver como ahora era otra chica la que estaba dando buena cuenta de su coño, ¿Cuantas habrían pasado ya entre sus piernas? Prefería no saberlo, solo quería que todo acabase de una vez… Pero notó algo más, había algo extraño en lo que estaba viendo, ¿Qué podría ser? Entonces cayó en la cuenta, sus tetas casi no la dejaban ver a la chica que estaba ante ella, ¿Habían crecido? ¿Cómo era posible? Creía estar segura de que no la habían operado pero…
– Ya es suficiente, Mónica. – Dijo el doctor. – Marcelo, llevamos un 80%.
– Perfecto. – Dijo laconicamente el hombre.

Ana sintió un verdadero alivio cuando la chica se levantó y regresó a sus tareas, por fin la dejaban tranquila pero, inmediatamente, un fuerte desasosiego la embargó, ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué se sentía así?

– ¿Qué tal te encuentras? – Preguntó el tal Marcelo. – ¿Cansada?
Se acercó a ella y le quitó la mordaza. La mandíbula de la chica crujió al volverse a articular. El hombre comenzó a recorrer lentamente el cuerpo de Ana con los dedos, se tomó su tiempo en los pezones, que rápidamente se pusieron duros como piedras. Un escalofrío recorrió el cuerpo de la periodista, calmando el desasosiego que sentía.
– ¿Q-Qué me estáis haciendo? – Balbuceó mientras el dedo avanzaba inexorable hacia su coño. – P-Para… Dejadme en paz…
Pero la realidad era que ese contacto la calmada, la hacia sentir bien, cada centímetro que avanzaba el dedo era un punto más de bienestar y placer en la mente de Ana.
Marcelo rozó el clitoris de la periodista y apartó el dedo.
– Mmmmhhhhh. – Ana no lo quería admitir, pero estaba frustrada. La sensación de desasosiego volvía a su ser con más fuerza que antes.
– ¿Qué te pasa? ¿No querías que parase? – Decía el hombre, con sorna.
Ana le miraba con una mezcla de odio y deseo.
– ¿Qué me habéis hecho? ¿Por qué me siento así? – La chica intentaba juntar sus muslos para matar la calentura de su sexo, pero seguía fuertemente atada.
– ¿Cómo te sientes? – Marcelo introdujo el dedo en el coño de Ana, arrancando un gemido de su boca. – Yo te veo bien. – Sacó el dedo.
– Nooo. – La chica no podía contenerse más. – Por favor…
– ¿Por favor? ¿Por favor que?
– Acabad con esto… No pares… No me dejes así… Por favor…
– No entiendo lo que quieres decir. – Se situó a su lado y comenzó a acariciar los pezones erizados de la chica. – Hace unos minutos querías que parasemos.
– No por favor… No quiero… Ya no… – Su sexo ardía, el contacto en sus pezones la estaba volviendo loca.
– ¿Y que gano yo? ¿Qué harías con tal de que calmase tu ansia?
– Lo que sea… Haría lo que me pidieras…
Marcelo sonrió. En segundos había bajado sus pantalones y tenia su polla erecta ante la cara de la periodista. La chica quedó en estado de shock, la tenía a escasos centímetros de su boca, podía olerla, casi sentía como palpitaba ante ella. Un deseo visceral nacía desde lo más profundo de su ser y la impulsaba a algo que no quería hacer, ¿O si? Abrió la boca y se acercó con lentitud a su objetivo y, cuando sus labios tocaron el glande de aquel hombre, su cuerpo se relajó, la paz volvió a ella y la extraña sensación desagradable que había estado sintiendo dejo paso a un placer casi onírico.
– 90%. – Oyó decir al doctor.
¿Qué querría decir con eso? Daba igual, lo único que la importaba en ese momento era la polla que tenía entre sus labios. Comenzó a lamerla desde la dificultad de su posición, buscando llegar lo más lejos posible. Marcelo se acercó y situó su miembro sobre la longitud de su cara, y sus huevos sobre su boca. Ana no necesitó más indicaciones y empezó a lamer los también. Su lengua viajaba una y otra vez de los huevos al glande, recorriendo el duro tronco que tenia ante ella. El hombre la sujetó la cara entonces e introdujo el rabo de golpe en su boca. Ana comenzó a estremecerse. El placer que sentía era tan grande que pensaba que se iba a desmayar de nuevo, ¿Qué la estaba pasando?
– 95%.
– Suéltala. – Ordenó Marcelo a una de las chicas.
Rápidamente Ana se vio liberada de sus ataduras y levantada de la camilla. La chica que la había liberado la colocó de pie, con las piernas algo separadas y el torso apoyado en la camilla. La petiodista no podía soportar la excitacion que la invadía y comenzó a masturbarse frenéticamente.
– ¿No puedes aguantar ni un segundo sin tocarte? – Decía Marcelo desde detrás de ella. – Vas a ser una buena perra.
Y, diciendo esto, apartó la mano de la chica e introdujo la polla de golpe en su coño. Ana iba a explotar, nunca en la vida había sentido un placer semejante. Se dejó caer sobre la camilla derrotada, abandonada a los múltiples orgasmos que estaba recibiendo.
– 98%.
¿Cómo podía correrse tan seguido? ¿Cómo podía desear lo que la estaban haciendo? Cada embestida que recibía era una bendición, deseaba que no acabase nunca.
Pero Marcelo estaba a punto. Sacó el rabo y obligó a la chica a arrodillarse. Introdujo de nuevo la polla en la boca ansiosa de la periodista, que pudo notar el sabor de su sexo que anteriormente había intentado evitar.
– Tragatelo todo, perra. – Dijo el hombre sin más, y abundantes chorros de semen brotaron de su polla, haciendo que Ana se atragantase. Pero esto no impidió que la chica obedeciese, no dejó caer ni una gota.
Tragarse el semen de su hombre fue la gota que colmó el vaso, Ana estalló en oleadas de placer que la llevaron al desmayo, cayendo derrotada en el suelo y perdiendo la consciencia.
– 100%. – Consiguió escuchar, antes de que todo se volviese negro.
—————–

Ana despertó en su cuarto, estaba contenta por que hoy regresaba a su trabajo de nuevo después de lo que ella pensaba que habían sido unas vacaciones relajantes.

Salió de la cama desnuda, pues había descubierto que la resultaba mucho más cómodo dormir sin nada encima y tropezó con el vibrador que había estado usando antes de dormir. Lo había comprado hace poco y, desde entonces, se había convertido en su mejor entretenimiento, ¿Cómo había podido vivir sin uno? Ya estaba pensando como seria el siguiente que se iba a comprar.
Se situó frente al espejo a observarse, realmente tenia un cuerpo precioso. No reparó, sin embargo, en los brillantes aritos que adornaban sus pezones, ni en el aumento de tamaño de sus tetas, habría jurado que siempre habían estado allí. Si que sabía, en cambio, que había cambiado de estilo de peinado. Ahora llevaba el pelo corto, casi rapado a la altura de la nuca y más largo en la parte delantera, según su opinión ahora estaba bastante más sexy.
Abrió su armario y comenzó a elegir la ropa que se pondría. Comenzó a sacar prendas, indecisa ante la cantidad de ropa que tenía y que todavía no había estrenado pues, la semana anterior, decidió que había que dar un giro a su estilo y además de cortarse el pelo renovó todo su vestuario. Tiró toda su antigua ropa y arrasó con la mitad de las tiendas que encontró, buscando prendas más juveniles y sexys.
Finalmente se decidió por una minifalda ajustada y un top escotado. Se miró en el espejo y se sintió realmente bien, atractiva y contenta consigo misma.
Cuando llegó a su trabajo, no se le escapó que todos los hombres se daban la vuelta a su paso, se sentía preciosa y deseada y eso la gustaba. Se presentó en el despacho de su jefe para notificarle su vuelta.
– Buenos días, jefe. – Saludó alegre.
– Buenos días. – Contestó el hombre, sin siquiera levantar la vista de su escritorio. – ¿Ya acabaste esa investigación tan urgente que tenías entre manos?
– ¿Investigación? ¿Qué investigación? Me tomé un tiempo para relajarme y desestresarme, eso es todo.
– ¿No dijiste que…? – El hombre levantó la vista y vio el nuevo aspecto de su presentadora. – Ya… Ya veo yo para que necesitabas un tiempo… – Dijo, observando el aumento de tamaño de las tetas de la chica.
– ¿Eh?
– No te preocupes, no diré nada… Y ahora vuelve a tu puesto que hay que seguir con el programa.
La nueva imagen de la periodista Ana Castor fue la comidilla de los estudios durante los próximos días y, cuando se emitió su siguiente programa, de las redes sociales. A nadie se le escapó el nuevo y exuberante aspecto de la chica, las revistas hicieron reportajes especulando a que cirujano había ido, por qué razones se había operado y si había un hombre junto a la mujer de moda. La audiencia del programa se multiplicó, sobre todo entre el público joven. Ana estaba en la cresta de la ola, ni siquiera ella se explicaba el por qué del cambio que había dado, solo disfrutaba del momento.
Un día, llegaba a su casa con las bolsas de la compra en la mano y se encontró un hombre en su puerta. Le resultaba vagamente familiar, pero no sabia decir de donde.
– ¿Puedo ayudarle? – Preguntó con cautela.
– A mi no, pero tengo un amigo que quiere que le hagas un pequeño favor, te está esperando dentro.
– ¿Qué quiere decir? ¿En mi casa? Me está asustando, váyase de aquí o llamaré a la policía.
Ana sacó el móvil del bolso y se dispuso a marcar.
– Oh, vamos, déjate de tonterías. Si eres “Una perrita obediente”
Los ojos de Ana se volvieron vacíos y dejó caer las bolsas al suelo. De inmediato comenzó a despojarse de las ropas, quedando sólo los zapatos de tacón, las medias y una preciosa lencería de encaje.
– Ahora entra ahí y obedece a tu hombre en todo lo que te pida.
Los ojos de Ana recuperaron la vida y una expresión de lujuria apareció en su rostro. Atravesó el umbral de la puerta dejando allí a Marcelo, satisfecho de lo bien que había salido todo. La frase gatillo había funcionado perfectamente, lo que le permitía cambiar la personalidad normal de la chica, por su nueva y flamante personalidad de esclava. Cuando acabase el servicio no se acordaría de nada, no recordaría lo que había hecho, ni con quién, ni donde había estado. Lo único que quedaría en su mente era una profunda sensación de bienestar y de trabajo bien hecho.
El hombre observó las ropas tiradas en el suelo y pasó sobre ellas, esquivandolas mientras pensaba en lo mucho que le gustaba su trabajo.
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Relato erótico: “El Virus VR 7 Y 8” (POR JAVIET)

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Recomiendo la lectura de los episodios anteriores para una mejor comprensión de la historia.

Continúo con mi relato de la tercera semana de marzo.

Como recordareis ayer salí al pueblo y cogí algunas cosillas de la farmacia, estuve algo más de una hora fuera y descubrí una casa desde donde me hicieron señales con una linterna. Esta mañana después de dormir como un tronco me duche para quitarme las manchas de tizne de la cara y los restos olorosos de la farmacia donde estuve, luego he colocado en el almacén todo lo que he traído en la mochila es decir antibióticos tranquilizantes etc. Posteriormente he seguido con mi rutina habitual bajando el desayuno a Ceci, de camino he dejado una caja de toallitas húmedas en la entrada del torreón, junto a uno de los cetmes cargado que tengo allí junto al perchero por si acaso, cuando llego a la celda y mientras se quita la camisa para dármela me fijo en la mancha oscura que tiene en la mejilla y recuerdo el beso que la di al volver con la cara ennegrecida.

Tras desayunar la pongo sus guantes y bola de paseo sin darla una corriente como la tarde anterior, ella se muestra más que dócil pues ahora no siente dolor antes de dicho paseo, me fijo al quitarla la compresa que apenas ha manchado nada, su sangre es más clara, durante el mismo jugamos y ella hace sus necesidades estamos un buen rato fuera, volvemos y la pongo otra compresa por si acaso junto con unas bragas limpias, después la desato y una vez encerrada jugamos a hablar sigue esforzándose sin resultados.

Subo y lavo la ropa usada ayer noche, me planteo salir de nuevo esta vez para visitar a mis nuevos ”vecinos” sanos y ver quien son y en qué estado se encuentran, puedo demorar tranquilamente unos días mi salida a la gasolinera hasta agotar el segundo bidón de combustible, todavía quedaran dos más de reserva y el agua sigue fluyendo por la bomba así que tengo todos los bidones de agua sellados de fabrica intactos, la comida tampoco me preocupa pues comparto mis raciones con Ceci así que gasto poco, en resumen mi situación es bastante buena.

Después de comer tiendo la colada y nos damos otro paseo, pero después en lugar de dejarla en el calabozo subimos al comedor, la gusta cundo tras desatarla la vuelvo a atar pero con las manos por delante, hago que se siente en el sofá a mi lado y pongo una película de humor en el portátil, abre los ojos como platos mientras ve y escucha todo lo que ocurre en la pantalla, lo he hecho por dos motivos el primero es que me gusta tenerla cerca, el segundo es que me he dado cuenta del silencio habitual del torreón, normalmente yo no hablo solo y ella no recuerda cómo hacerlo, así que he pensado que oír a otras personas la haría bien, a fin de cuentas el ser humano es un animal social.

La aflojo un poco la mordaza pero sin quitarla la bola de la boca, mientras ella ve y disfruta de la película yo no puedo apartar mis ojos de su cuerpo, aunque intento apartar repetidamente mis ojos me deleito recorriendo las curvas de su cuerpo con la mirada, en especial ese por de tetas grandecitas y turgentes que me ponen a cien, finalmente me quito la camisa y se la echo por encima de los hombros, ella lo agradece con un gemido y me mira con sus ojazos verdes rozando su cara contra la tela de la camisa, me contengo para no besarla ni hacer nada mas fuerte… al menos hasta que se la acabe el mes.

Acaba la película y la pongo otra que ve con igual emoción y alegría, no la quiero poner cualquier cosa pues no creo que entienda las de intriga ni terror ni nada que lleve tiros, sinceramente mis opciones son bastante limitadas pues me gusta el cine de acción y mi numero de comedias es muy limitado, al acabar nos damos el ultimo paseo del día la quito la compresa y veo que está limpia al acabar el paseo la limpio la vagina con la esponja, esa noche no la pongo bragas y ella se muestra más contenta, preparo la cena que al ser de microondas nos evitara tener visitantes esa noche, la paso su cena con sus tranquilizantes mezclados y la dejo mi camisa y su manta de dormir, subo a cenar y bajo una hora después tras haber comprobado que está dormida, en mi mano enguantada de látex llevo la palangana y la esponja, pero hoy a diferencia de otros días, también llevo la espuma de afeitar y una maquinilla desechable.

La destapo y tumbada como está la giro hasta que acabo poniéndola en la posición adecuada, con las piernas bien abiertas y los pies apoyados en el suelo, humedezco bien la zona con la esponja lavándola a fondo, una vez que compruebo que está totalmente limpia la unto la espuma y me pongo a afeitarla, desearía besar cada centímetro de piel que aparece entre la espuma según paso la maquinilla, claro está que me contengo pero me esmero en el trabajo y lo disfruto, momentos después su precioso chochito está limpio y desearía comérmelo, pero no lo hago pues se el peligro de infección que conlleva, antes de irme la pongo su inyección de antibiótico, la tapo y la doy un beso.

El día siguiente no es muy soleado, hago mis ejercicios y me afeito después preparo el desayuno, mientras me lo como veo por el circuito cerrado que Ceci se ha despertado y se inspecciona el pubis asombrada por la falta de pelo, espero que recuerde que cuando era “normal” lo llevaba así habitualmente (ver capitulo 3)

Al rato bajo a darla el desayuno y mis buenos días, ella me espera tan deseosa de verme que apenas entrar en los calabozos y sin que me dé tiempo de decir nada, se quita la camisa y la pone entre los barrotes donde ya está colgada la manta, se exhibe delante de mi paseándose torpemente, no es una exhibición incitante y no lo hace por excitarme como una mujer adulta, es mas como una niña que se hubiera comprado ropa nueva y te la enseña con inocencia, solo que esta niña tiene veintipocos años y esta buenísima así que ya podéis imaginaros los resultados, en tres minutos estoy excitado a tope y palote perdido ante mi Ceci, por fin consigo hablar:

– Hola Ceci buenos días, que guapa estas hoy.

Se ve que intenta contestar pero nada, yo sigo:

– Qué bonita eres, que guapa estas sin pelitos allí.

Cuando hablo señalo si pubis con mi dedo, creo que ahí es donde se lió la cosa y ella interpreto lo que quiso, supongo que debió de recordar el pajote del baño y creyó que yo quería darla placer, el caso es que se pega a los barrotes agarrándose a ellos y veo su pubis desnudo entre dos de ellos, ella abre las piernas y mas que enseñándomelo me lo está ofreciendo pegándolo tanto a los barrotes que parece fundirse con ellos, me arrodillo dejando el plato en el suelo y sacando uno de los guantes de látex del bolsillo del pantalón, me lo pongo acerco mi cara a su pubis -pienso-¿a quién quiero engañar? ¡La deseo! Beso su pubis, adoro el contacto con su piel suave y caliente, recorro la zona exterior evitando su grieta, la escucho suspirar de deseo sobre mi cabeza, recuerdo que no lleva bola ni guantes y podría evitarme simplemente dando un paso atrás, si decidiera atacarme o morderme en ese instante y estaría jodido, kaput, muerto, por idiota.

Pero ella solo desea placer la tiemblan las piernas de deseo, me mojo uno de mis dedos con saliva y la acaricio los labios externos recorriéndolos totalmente antes de empujarla hacia dentro mi dedo, la sigo besando la piel del pubis y subo mi otra mano a tientas hasta encontrar su pecho y su pezón pellizcándolo suavemente, ella suspira de nuevo aferrada con sus manos a los barrotes de su celda, la penetro hasta el fondo con mi dedo descubriendo que su interior es un manantial de flujo, esta empapada así que añado dos dedos mas a la penetración y la sigo dando placer, el aroma de hembra caliente de su flujo llena mis narices y aumenta mi deseo por ella, aumento la velocidad de mis dedos dentro de su encharcado chochete, sin dejar de rozar mi cara por su vientre ni de acariciar su pecho, se desboca tiembla toda ella y sus caderas se estremecen agarrada a los barrotes une el movimiento de su cuerpo al de mis dedos, da pequeños saltos y está prácticamente cabalgando sobre mi mano, no paro de masturbarla metiéndola los dedos y moviéndolos en su interior , ella jadea sobre mi cuando noto una de sus manos entre ni pelo empujándome la cabeza contra su pubis y los barrotes que lo enmarcan, se corre finalmente como una campeona gritando de placer y agitándose de arriba abajo:

– Aaaaa, aaaaggggg to… aggggg naagg

La sujeto antes de que se caiga al suelo sacando mis dedos de su chochete, unos segundos después se separa lentamente de los barrotes y se sienta en su jergón mientras se recupera de su orgasmo, la miro embelesado y estoy alucinado con ella, me ha parecido escuchar cuando se corría que me llamaba o al menos decía to… la primera silaba de mi nombre, pero no estoy totalmente seguro de nada, lo que estoy es asombrado y encantado por los resultados del afeitado de anoche.

Entro en su celda con el plato y se lo dejo al lado, estoy excitadísimo pero me contengo un poco pues los días son largos, además no quiero que el recuerdo de la primera penetración de su nueva vida sea en una fría celda, la acaricio la cara con mi mano desnuda y vuelvo a salir cerrando la puerta, me siento en la silla plegable hablándola mientras ella desayuna, la explico que está enferma y debe tener paciencia pues esta curándose, aunque tardara un poco pero que después estará bien y nunca volverá a estar ni a dormir sola, no sé si será cierto o solo estoy expresando mis esperanzas para el futuro, lo que si se es que la hace bien el tratamiento o al menos eso creo, ¡joder! No soy médico solo sé que tiene buen color y su herida a cicatrizado, espero estar haciendo lo correcto.

Paseamos y jugamos por el patio, luego la pongo una película mientras bajo a limpiar y fregar los calabozos, cuando esta acaba la bajo a ella y la dejo allí, hago la comida y subo a cazar infectados, como de costumbre caen solo los que veo en condiciones de correr o tienen mejor aspecto, por alguna circunstancia evito disparar a niñas en edad fértil o mujeres jóvenes, supongo que es mi subconsciente indicándome que si la infección se cura harán falta muchas de estas en el futuro.

Por la tarde comienza a llover y baja la temperatura bastante, recojo la ropa que tendí a secar para colgarla dentro del edificio pues aun esta húmeda, decido no hacer la visita prevista a mis vecinos esa noche no por la ropa pues tengo más, pero la lluvia es una molestia añadida y no quiero resfriarme estando solo, subo a Ceci y cierro el calabozo dejando una pequeña estufa para que al volver para dormir esté caldeado el lugar.

Pasamos toda la tarde y hasta parte de la noche juntos, se ríe mucho con las pelis y además está más atenta cuando la hablo, aprovecha cualquier momento para jugar conmigo, cenamos sentados en la mesa y no sale de su asombro cuando la quito el guante de boxeo de su mano derecha para que coma con sus dedos, sigue imitándome cuando cojo el tenedor la doy uno de madera que hay en un cajón es de esos que se usan para remover y no me puede pinchar con el, poco a poco aprende a sujetarlo o tal vez debería decir que recuerda como se hacía, con respecto al habla la quito la bola y practicamos cada uno desde un lado de la mesa, finalmente sí que he conseguido algo bueno y me dice to… mientras me señala y asiente.

Por la noche aparte de llover truena y hay relámpagos la tormenta arrecia con bastante viento, me alegro de no salir de casa, Ceci con su camisa puesta por culpa del frio, se acurruca asustada a mi lado después de que cenemos con la bola de nuevo en su boca, estábamos viendo una peli y cuando me he dado cuenta estaba dormida y roncando suavemente sobre mis piernas, la acaricio la cara y la llevo en brazos a mi habitación la dejo en la cama y la tapo, recojo las cosas del cuarto y me meto en la cama como siempre desnudo, tardo en coger el sueño pues el cuerpo cálido de la rubia me turba bastante, finalmente tras descargarme en el baño me pongo un pantalón de pijama y dejo una de las cajas de condones sobre la mesilla, pues no se si mañana… la necesitare, son las tantas cuando me duermo.

Continuara…

Después de los tiros viene la calma u otro tipo de acción, parece que la chica tiene una franca mejoría, aunque poco a poco va recordando cosas ¿tendrá una recaída?

En el siguiente capítulo, Toni tendrá una ¿re-inauguración? y luego saldrá de visita, ya veremos cómo sale cada una de ellas.

Como habréis visto he puesto los capítulos con sexo en “confesiones” y el resto en “otros textos” me parece más coherente así para evitar sorpresas, pues alguien calentado por un relato previo “con la mano en aquello” no espera leer sobre zombis rabiosos, es posible que al final los una todos y los meta en “Grandes series” ó “grandes relatos” depende de su volumen, me gustaría conocer vuestra opinión.

¡Sed felices!

EL VIRUS VR 8

Recomiendo la lectura de los episodios anteriores para una mejor comprensión de la historia.

Al día siguiente me despierto siendo abrazado por mi rubia, sintiendo la suavidad de su piel y el calor de su cuerpo junto al mío, desde la pierna hasta el cuello toda ella se pega a mi costado, está despierta y rozando su cara contra la mía, se incorpora un poco y su pelo me hace cosquillas en los ojos, al incorporarse el contacto de sus pechos de duros pezones contra mi pecho desnudo me está provocando una erección considerable, que no es solamente fruto de la típica trémpera mañanera, la beso en la cara y en el cuello ella se retuerce jugando, la hago cosquillas y aun con la pelota en la boca, además de las manos enguantadas atadas delante suyo es un cascabel de alegría riéndose sin parar, hasta que se rinde quedándose muy quieta y mirándome con esos ojos de gata, levanta la cara y me golpea con la pelota de su boca en los labios.

No la pudo liberar la boca por mucho que lo desee, su saliva lleva el virus, además vete a saber desde cuando no se limpia los dientes, sin duda debe de llevar dentro todo tipo de bichos de esos cuyos nombres acaban en cocos dentro de ella, pero la quiero y la deseo me digo que aun debo esperar un poco, hasta que esté mejor y enseñarla cosas como por ejemplo a usar un cepillo de dientes ó hacer gárgaras antes me meter nada mío en ella.

Ceci no ha entendido mi pausa y me ha visto pensativo parado y serio, se siente rechazada o algo así, pues veo como sus ojos se enturbian, su cara se pone triste y de sus ojos resbala una lagrima, ella está sobre mi y la lagrima me va a caer encima de la boca, la abrazo y la hago girar hasta tenerla debajo, seguidamente la limpio con la sabana y tomo mi decisión besándola en la parte seca de la cara –pienso- al cuerno con todo, el mundo se acaba y yo tengo una mujer que me quiere y condones, ¿Qué mas quiero? Voy a quererla y que sea lo que dios quiera.

La suelto las manos pero sin quitarla los guantes (no me da tiempo) me abraza con ganas y la devuelvo el abrazo con igual cariño, la beso en la cara y en el cuello a la vez que la desabotono la camisa con dedos febriles, cojo sus pechos sin soltarla el ultimo botón ¡qué más da! Ella se estremece y se agita rozando su cara y cuello contra la mía, la mordisqueo la oreja y gime ahogadamente, su respiración se hace más rápida y mis dedos en sus pezones compiten con aquella al acariciarlos, su pubis se agita buscando el miembro que la roza los muslos, me separo de ella un poco mirándola esta febril parece desesperada, no quiero romper el abrazo pero consigo escabullirme fingiendo que me caigo de la cama, casi se cae conmigo al intentar retenerme pero necesito esta pausa para ponerme una goma, ella me mira atentamente mientras me levanto y rodeo la cama, con mirada interrogante me observa mientras abro la cajita y me pongo un condón en mi erecto mimbro y debe de pensar ¿Qué hace este chalado? Al menos eso parece decirme con sus bonitos ojos.

– Todos sabemos lo del sida verdad – la digo sin saber cómo salir de aquella, pues no creo que lo recuerde.

– Pues esto es muchísimo peor, así que o goma o nada.

Con el miembro debidamente enfundado vuelvo a abrazarla, reanudo las caricias y ella tras un instante de confusión hace lo mismo, lentamente como temiendo otra pausa se vuelve a poner en marcha, la mordisqueo las orejas y el cuello sigo bajando lentamente hasta sus pechos desabrochando el ultimo botón de la camisa, ella manotea tocándome por todas partes, al llevar los guantes de boxeo parece que me golpea pero la realidad es que no me puede agarrar bien, chupo sus pezones y se pone a gemir mas fuerte paso del uno al otro y muevo mis piernas a la vez hasta situarme entre las suyas, la rozo la vagina con mi prepucio sin dejar de chuparla, Ceci bambolea la cintura arriba y abajo buscando que entre el miembro erecto en su rajita, pero me quedo quieto y la tengo bien sujeta a mi merced, solo un par de centímetros del prepucio rozan su clítoris y los labios vaginales antes de entrar una pizca en su chochete.

Bota gime y se retuerce buscando que mi palo entre en ella, muerde con fuerza la pelota y se pone roja consumida de deseo, entonces aun algo reticente la complazco y me dejo caer suavemente, penetrándola a fondo no tan lentamente como hubiera deseado pues ella se precipita con sus movimientos de caderas contra mi verga, resuena un aaaag por la habitación ella sigue moviéndose y yo intento seguir su ritmo o al menos coordinar nuestras embestidas, la miro es lo más bonito que he visto en mi vida, es pura pasión sin egoísmos, engaños, celos o tonterías, los ojos entornados y la boca abierta gimiendo sin parar, cada vez que la clavo contra el colchón ella me eleva de vuelta con su cuerpo, sus pechos grandes y ansiosos pezones son el más agradable sitio en que nunca haya hecho rebotar mi pecho, el interior de su vagina me aprieta y suelta sin parar, la sensación es divina repitiéndose sin pausa una y otra vez en su chorreante canal, varios minutos después de frenéticos y gozosos movimientos nos corremos casi al mismo tiempo pues he conseguido retenerme lo justito para que ella acabase, ha montado una escandalera tremenda de gemidos y grititos, yo para ser sincero también lo he hecho y al acabar me he quedado dentro de Ceci, ninguno ha roto el abrazo durante unos minutos, solo nos mirábamos y yo me perdía en sus ojos de gata.

Al rato nos levantamos me mira cuando me quito el preservativo sin perder detalle como siempre, lo anudo y lo tiro a la papelera recordando que si salgo esta noche he de tirar el saco de basura, me abraza desde atrás y me giro dándola un beso en la cara después nos levantamos y desayunamos, después la llevo al baño.

Allí la enseño para que sirve y como se usa la ducha, estoy reticente pero la libero las manos, realmente nos duchamos entre grititos de alegría y sobos por ambas partes, mi manera de enseñarla a cepillarse los dientes es hacerlo yo y dejar que me mire, después de lavar a fondo el cepillo de alguien que estaba en un vaso (ya no lo va a usar mas) se lo doy y la enseño como ha de hacerlo, gracias a ese instinto que tiene por imitar lo que ve no tarda en conseguirlo, no sin antes tragarse un poco de pasta dental y de gruñir lo que no está escrito, además se traga parte del agua del aclarado en lugar de escupirla, monta tal numerito que paso de enseñarla a hacer gárgaras.

La bola que llevaba mientras estuvimos en la cama, muestra nítidamente la marca de sus dientes de cuando esperaba ansiosa a que se la metiera, dado que se lo que aguantan esas bolas me hago una idea de la potencia de su mordisco, se la cambio por la otra que ya tenía preparada pero antes la digo:

– Ceci nena, pon la boca así.

Estoy frente a ella y pongo morritos de beso, ella me imita sin dejar de mirarme, añado:

– Te voy a dar un beso, no abras la boca ¿vale?

No la abre y no la disgusta, mis labios sobre los suyos la gustan pues me abraza con fuerza y su cuerpo se relaja entre mis brazos sus dedos acarician mi espalda, me separo antes de tentar mas a la suerte y la coloco la bola en la boca atándosela, la coloco sus guantes y sujeto sus manos por delante después la pincho su dosis de antibiótico, gruñe a la jeringuilla pero aguanta el dolor pues la digo que eso la curara, después salimos a pasear el día está mejor y sin duda saldré esta noche, pues apenas hay charcos y el terreno ha absorbido bien el agua.

Acabado el paseo dejo a Ceci en su celda, pues pienso que no debo acostumbrarla demasiado a estar arriba conmigo, si lo hiciera no podría salir a la buscar cosas fuera sin que quisiera venirse conmigo, tampoco me atrevo a dejarla suelta por allí cuando salgo aunque la duerma, pues hay demasiadas cosas que podría romper en un ataque de rabia o cabreo si se despertase sola; subo y recojo la ropa seca preparándola sobre la cama para la salida de esta noche.

Llevare la misma ropa y equipo de la otra vez, en la mochila llevare un surtido de productos varios pues no se que necesitaran mis “vecinos” aislados ni cuántos son, analizando la situación solo recuerdo la luz de aquella linterna y su ubicación, estoy seguro de que no era el reflejo de una ventana ni nada parecido aunque había luna llena y podría estar equivocado, debo asegurarme y en caso de que si haya más gente mantener una comunicación con ellos. Meto en la mochila dos walkis de la Guardia civil y cuatro baterías ya cargadas así como dos cargadores para estas con enchufe, confío en que esas personas tengan generadores y por tanto corriente de luz, añado dos brik de leche y dos botellas de agua de litro y medio, unos 20 sobres de sopas liofilizadas que solo necesitan agua, algunas latas variadas y un botiquín de urgencias bien surtido, cierro la mochila y la dejo junto a mi cetme con silenciador que limpie ayer.

A mediodía me pongo cocinar un estofado, yo le añado un poquito de chocolate (de comer) que le da al final un regustillo estupendo en mi modesta opinión, subo a la azotea a esperar a mis invitados con uno de los rifles de caza que había en el almacén de decomisos, es de una marca extraña para mi y al requisarlo solo le quitaron dos docenas de balas de un calibre distinto y poco habitual, así que las he de ir gastando para reducir el número de calibres distintos que tengo.

Al rato y después de bajar dos veces a remover el estofado finalmente aparecen algunos, desde que le hundí la nariz de un tiro a “Doña Rogelia” me he acostumbrado a ponerles motes, reconozco a varios de los que vienen habitualmente “Echopolvo” sigue arrastrando su pierna, “la Mamma” una matrona gruesa, tiene mal aspecto con un bocado reciente en su generosísimo pecho a la altura de la cintura, a la izquierda esta “Olegario” el típico tío rustico de puro paleto de debía ser un buenazo en su otra vida, ahora lleva su camisa totalmente hecha una costra de sangre seca, pero es lento y le dejo en paz, “Zanahorio” un pelirrojo melenudo, tiene lo que parece una buena perdigonada de escopeta en una pierna que parece gangrenada y casi se arrastra, después aparece otro más rápido le apodo el “Tronao” tiene pinta de pastillero y aun no ha aprendido a no venir corriendo, le he dejado en paz varias veces pero el chico no aprende, le pego un tiro en la mandíbula y parte de su cabeza se declara independiente del resto de su cuerpo cayendo a casi tres metros detrás de él entre una nubecilla de sangre huesos y restos de su escaso cerebro, sigo allí un rato pero nada, hoy no hay nadie interesante a quien cargarse y eso que han venido como treinta.

Bajo y como mientras los controlo por la cámara, hasta que se retiran a comerse al “Tronao” entonces bajo su comida a mi rubia y damos un paseo, mas tarde con ella ya en su celda y sin ataduras seguimos con sus prácticas de hablar sin que mejore, se la ve más feliz que el día anterior busca frecuentemente mis caricias y cada vez me encuentro mas agusto a su lado.

Subo y entro en el despacho del sargento, después de encerrarla de nuevo en su celda, parándome ante el mapa del pueblo ubico el lugar desde donde me hicieron señales, parece una pequeña corrala es decir cuatro edificios con un patio interior grande, mi memoria recuerda su fachada pero muy de pasada, no consigo ubicar exactamente sus puertas y el plano no ayuda mucho, te todas maneras me hago una idea de cómo llegar y por donde, sin exponerme demasiado a los moradores de los numerosos portales abiertos y a oscuras, que casi me cogieron a la vuelta de mi anterior salida.

Me tumbo y duermo un par de horas, para estar despejado y bien atento cuando salga esta noche, paseo a Ceci entre juegos y risas como siempre, cuando acaba de hacer sus necesidades y la estoy limpiando capto en sus ojos la pregunta de que si va a haber juerga, estoy indeciso pues pasaría gustosamente del resto del mundo por estar con ella, pero he de salir a recibir noticias y recibir información de quien queda y donde están, mi cuerpo me pide que me meta en la cama con ella pero sé que si lo hago, no reuniré el valor para salir de allí esta noche.

La hago el gesto que uso habitualmente, sacado de un gran cómico de televisión a la vez que digo:

– Mañana.

Mi rubia lo entiende y sonríe, no sé si lo recuerda de antes y me da igual el caso es que si lo comprende, subimos y cenamos pero como es natural su cena lleva una dosis de tranquilizantes machacados con la que he sazonado su plato, al rato esta frita y la cojo en brazos bajándola a su celda donde tras ponerla la camisa la arropo con la manta, me demoro unos segundos contemplándola y tras darla un beso salgo cerrando la puerta.

Subo me pongo la ropa y me cuelgo la mochila con los “regalos” para los aborígenes del lugar, mientras me tizno la cara observo más detenidamente las cámaras por si hay “infectados” en los alrededores, parece despejado así que compruebo mis armas y salgo como la otra vez por una cuerda en la parte sur de las murallas, solo que esta vez no olvido llevarme el saco de la basura que ya comenzaba a oler bastante, tras cerrar bien con llave las puertas del torreón.

Medio rodeo mi casa pues voy en dirección Este, cruzo sigilosamente el prado y me detengo a 50 metros de la arboleda que rodea casi completamente mis dominios, suelto el saco de plástico negro y me agacho escrutando las sombras, pues aunque ya no hay luna llena como la otra noche aun se distingue bastante, me incorporo caminando despacio cruzando aquellos cien metros poblados de arboles sombras y hojas movidas por el escaso viento, no llego a salir de la arboleda me quedo detrás del último árbol protegiéndome con su tronco y saco la linterna, lanzo varios destellos contra la ventana desde donde me hicieron señales anteayer, tres cortos, tres largos, tres cortos tres largos, cualquier idiota reconocería la señal Morse de S O S.

Funciona pero me lleva casi tres minutos de señales, finalmente el idiota o quien fuera que estaba allí se ha dado cuenta de que voy de visita, hace con su luz encendida un giro hacia su izquierda, espero que sea la dirección para llegar a su portal así que guardo la linterna cojo de nuevo el saco y me pongo en marcha, si están mirando verán salir de los arboles mi oscura figura cetme en mano.

Por aquí hay una pronunciada cuesta que acaba en un riachuelo de dos palmos de agua, ahora entiendo porque los infectados no aparecen nunca por este lado, dejo aquí arriba el saco de basura con la esperanza de que algún infectado se descuerne al intentar cogerlo atraído por su olor, seguidamente inicio el descenso poniendo especial atención al llegar al final pues alguno puede estar herido y arrastrándose por el fondo, pero hay suerte y solo algunos huesos dispersos por la zona, espero que este riachuelo no sea del que saco el agua para beber y me recuerdo que al volver debo dar un vistazo al pozo, aunque la lógica me dice que al ser subterráneo la arena y piedras filtran el agua antes de que la bomba de agua la saque.

Aquí se forma una estrecha vaguada, subo por su ladera y estoy en las últimas casas del lugar, me agacho apuntando a las casas mientras mentalmente me oriento donde ir durante unos segundos, sigo mi camino a la derecha es decir hacia la izquierda del que hizo la señal, es una suerte que aquella ventana diera al terraplén, subo y me encuentro con una bocacalle algo más adelante, en la esquina doy un buen vistazo a mi alrededor y especialmente a la calle por la que debo entrar, tiene unos 10 metros de ancha por casi 100 de larga y no hay coches en ella, en la pared de mi lado hay ventanas enrejadas y un portal a media calle, en la acera contraria un restaurante y una tienda, ambos con las puertas abiertas oscuras y desafiantes, sus paredes tienen multitud de agujeros de bala, casi al final de ese lado de la calle me parece ver un callejón igualmente tenebroso, lo que más grima da son los 14 o15 esqueletos que hay a lo largo de la calzada aparentemente desierta.

Con un suspiro de resignación me incorporo un poco y camino precavido hasta el portal, me apoyo en la puerta esperando que se abra pero no es así, en su lugar una voz de muchacho suena a mi espalda en voz baja diciendo:

– Aquí, hee oiga.

Se libra por el canto de un duro de un tiro en los hocicos cuando me giro asustado hacia la voz, me habla desde un pequeño hueco entre los cristales rajados y medio rotos de la puerta enrejada en la que me estaba apoyando, no lo había visto antes.

– Sigua y gire en la esquina – dice el muchacho- nada más dar la vuelta le abren la puerta chica.

Asiento con la cabeza y sigo mi camino con infinitas precauciones, la boca calle parece dar a un callejón donde no se mueve nada sigo hasta la esquina donde me paro y repito la operación anterior de reconocimiento del entorno, el silencio es total y estremecería al más pintado, esta calle da a una placita con una fuente en medio, la recuerdo de mis paseos de hace años y de haberla visto en el plano, tampoco aquí hay coches aparcados y la distancia a las casas de enfrente es como mucho de 40 a 50 metros, mas paredes agujereadas y muchas puertas abiertas oscuras parecen mirarme, se ven varios esqueletos, montones de carne y harapos entre dichas puertas y este edificio, en esta pared distingo otro portal a media calle, pero a unos 10 metros veo una pequeña puerta metálica que supongo es donde me ha enviado el chaval.

Me incorporo un poco y avanzo con precaución hacia ella sabiéndome observado desde la acera contraria, mi silueta oscura se debe recortar nítidamente contra la fachada de color crema de este puñetero edificio, llego a la puerta dándola la espalda y apuntando frente a mí a los portales, de dos taconazos llamo contra el metal de esta, noto como me abren y me giro entrando velozmente en el edificio un tío se aparta dejándome entrar y cierra de nuevo la puerta asegurándola con una tranca de madera transversalmente.

– Ha tardado mucho en llegar. –dice.

Lo miro echándome la gorra hacia atrás y respondo:

– ¡Joder! No sabía que había una carrera.

El tío cambia su cara seria por una de desconcierto y finalmente suelta una carcajada que coreo con ganas, me doy cuenta de que hay más gente detrás de mí y todos ríen mas o menos pero con contagiosa alegría, le tiendo la mano diciendo:

– Buenas noches, me llamo Antonio Lope y soy policía del grupo GEO… pero por favor llámenme Toni.

– Encantado Toni, – me estrecha fuerte y amistosamente la mano- soy Julián Cardoso y estos de ahí son mi familia amigos y vecinos, oiga el apellido Lope.

– Sí señor, si ha leído el quijote ya conoce a alguien aunque muy, muy lejano, de mi familia.

– Por suerte creo que igualmente valiente, -afirma Julián.

El insiste en presentarme a todo el mundo, pero son demasiados me ofrece subir a su casa a tomar una copita mientras me informa de la situación, es un hombre de más de 50 años con frondoso bigote a lo pancho villa, regordete y alto, de fuerte carácter y calculo que debió ser un personaje de joven, sigue presentándome a todo aquel con que nos cruzamos, al entrar en su domicilio me presenta a su mujer Juana y nos sentamos ante una copa de coñac, me ofrece un puro que acepto encantado y charlamos, su mujer trastea en la cocina pero sé que nos escucha atentamente.

Cree que somos más y yo soy la avanzadilla, le digo la verdad a mi manera, es decir que me vi separado de mi unidad y que cuando todo se fue al cuerno me atrinchere como él ha hecho, y que aguantamos como pudimos hasta que varios meses después todo se fastidio y me vine, le informo que estoy en el torreón y los guardias civiles que allí había han muerto, las noticias no son buenas y le impresionan bastante, al rato pregunta:

– ¿Cómo se fastidio lo de su casa?

Se lo cuento, el ya sabía que los afectados escupían también perdió gente así, aquí tienen un sistema que funciona bastante bien, a las 21,00 horas “cada mochuelo a su olivo” y la puerta cerrada con llave, si la abres y sales por la mañana a las 07,00 bien, si tardas más de un día y no respondes a las llamadas te la tapian y santas pascuas.

Pienso que es el típico modo cerril y de pueblo de hacer las cosas, pero sin duda es efectivo pues son más y aguantan más tiempo y mejor que los de mi bloque en la ciudad, el resultado canta.

Cuando me pregunta que opino de las noticias solo puedo contestar:

– ¿Qué noticias, llevo meses sin saber nada ni de nadie? Hasta hoy.

– Pero en el cuartel tienen emisora de radio ¿no la pones?

– Si claro los domingos a las 24,00 pero nada se oye.

– Pues mira dentro de unas horas nos sentamos y la oirás, emiten de medianoche a la una, dan noticias del mundo y de lo que pasa, incluso dicen que han recuperado a algún enfermo recientemente mordido, pero que son más tontos que una lechuga.

– Un momento ¿Julián, hoy es domingo?

– Si claro, y son las diez y diez dice mirando su reloj.

Miro el mío este marca las nueve y cinco, se lo comento y se ríe a carcajadas, al pararse me dice:

– Si que estas despitao zagal, se t´alvidao cambiar la hora y de día me paice que tanbien vas despistaillo, cuando la pones ya han acabao.

Me rio con él y reconozco mi despiste mientras corrijo mi hora, el entiende que han pasado demasiadas cosas y todos hemos pasado lo nuestro.

– Mira aquí mismo –dice- somos 48 personas pero empezamos siendo casi cien, muchos han caído en estos meses pero aquí estamos y hay de todo, gente del pueblo, familiares que vinieron de la capital, teníamos un turista y todo, pero se murió de un infarto el mes pasado, hombres mujeres y hasta críos por ahí corriendo que no paran, tenemos hasta un par de bolleras y un panchito…

– Que respetan mucho y tratan como al resto a que sí. – le corto antes de diga una tontería.

– Esa gente…

– Esa gente tiene sus derechos Julián, se los reconoce una constitución que jure y aun no se ha cambiado, al menos que yo sepa, por lo que a mí respecta son como cualquier otro y me da igual todo lo demás.

Me había puesto en pie mientras lo decía, la silla se volcó y Julián se excusaba:

– A mi también Toni no me mal interprete, a mi el color ni fu ni fa, ¡por mí como los paren a topos verdes! y por lo de esas tías como si se pintan a cuadros o se tiran una mula, que me da igual hombre.

– Mientras no reciba quejas de ellos, todo irá bien y admito sus excusas Julián, no necesitamos más enemigos que los de ahí fuera y hay bastantes, aunque de un tiempo a esta parte habrán tenido algunas visitas menos.

– Si la verdad es que hemos oído los tiros y se nota, ¿Cuántos lleva cazados?

– 88 seguros y dos probables desde que llegue.

– ¿está de guasa? No pueden ser tantos.

– Si quiere puede venir conmigo y contar los esqueletos.

Julián guarda silencio, se siente amenazado pues nunca ha estado tan cerca de un asesino como yo, en mi caso es distinto ya hace tiempo cuando había una sociedad, había gente a la que no le podías decir tu trabajo especifico, decías que eras policía y punto, porque si decías que eras francotirador mas de uno y una te rehuían, sin darte tiempo a decir si te habías cargado a alguien o no.

Para calmar los ánimos abro la mochila que había dejado sobre la mesa, le muestro lo que he traído y todo les viene bien, tienen luz y generadores como ya había observado al entrar, pero empiezan a ir cortos de combustible y les vendría bien algún bidón lleno, le pregunto qué me ofrecen a cambio y me quedo asombrado cuando dice:

– Muchas cosas, huevos frescos, lechuga, tomates, zanahorias, kiwis, cerdo, salchichas, hasta algo de munición si quiere y además bebidas y si le apetece una chica… también la hay.

– ¿También comercia con mujeres?

– No hombre, yo no soy un chulo míreme no tengo ni la pinta de serlo, pero aquí cada uno ayuda y aporta lo que puede al grupo y dos de las putas del club se salvaron, cuando no “trabajan” ayudan en los invernaderos.

– ¿Tienen algún médico?

– No esos fueron de los primeros en caer, las enfermeras y ATS lo mismo, no llegaron a salir de la clínica.

– ¿los demás que eran granjeros, fontaneros, albañiles?

Julián asentía o negaba mientras yo decía profesiones, miró mi fusil y dijo:

– Esta el armero del pueblo que cargo su furgoneta con todo lo que pudo y no paró hasta meterla en el parking del bloque, también está el farmacéutico y su señora que hicieron lo mismo, son lo más parecido a un medico que tenemos.

– Pero yo ayer fui a la farmacia y no…

– Esa no, la del otro lado del pueblo, a los de esa los mordieron camino de casa el segundo día y ya no salieron de allí, pero ven que te enseño esto antes de las 23,00 hoy como has venido todo el mundo quiere verte.

Salimos al pasillo y me sigue presentando a todos, recuerdo algunos nombres la mayoría no, me indica que se reunieron los inquilinos de los cuatro bloques y decidieron cerrarlos a cal y canto encerrándose dentro, tapiaron zonas abiertas y todas las ventanas bajas, bloquearon todas las puertas menos una, la pequeña por la que he entrado y la del parking de una planta que recorre todo el cuadrado que estos forman, pero esa la bloquean con los coches además de que la han reforzado con placas de metal, la mitad del patio es una granja de cerdos y la otra mitad está repleta de invernaderos de dónde sacan las hortalizas y algunas frutas para la comida, el resto lo trajeron ellos en furgonetas directamente al parking, luego lo almacenaron en la segunda y tercera planta de uno de los edificios, todos son iguales y de tres pisos con terraza de pizarra negra, en algunos tienen placas solares que ayudan bastante en el tema de energía domestica, el agua lo sacan del arroyo con una bomba y la filtran antes de enviarla a unos depósitos que han construido, trajeron varios generadores pero ahora lo que empieza a faltar es carburante, ahí entro yo.

Volvemos a su casa cuando faltan diez minutos para que empiece la emisión de radio, hablamos de cómo se las han apañado hasta ahora, me cuenta que son 18 tíos útiles y otras 12 mujeres pegando tiros cada vez que vienen los infectados, el resto recargan armas o en el caso de los críos se esconden juntos en una casa, han gastado bastante munición pero se han cargado a bastantes de los otros también, echo cuentas rápidamente tocan a casi dos mujeres por hombre, se lo deben de pasar de vicio.

Antes de ir más lejos en mis elucubraciones el sonido de la radio me indica que son las doce y resuena la voz de un conocido locutor de radio:

– Buenas noches supervivientes.

Continuara…

—————————————————-

Bueno amigos, ya nos enteraremos de que dice la radio, también sabremos si le interesa a Toni cambiar combustible por huevos y lechugas, o si acepta otro tipo de pago.

Que hará, se quedara con Julián y compañía o volverá con Ceci sabiendo… lo que digan en la radio.

Ya veremos, entretanto ¡Sed felices!

Para contactar con el autor:
javiet201010@gmail.com

Relato erótico: “¡Un cura me obliga a casarme con dos primas 5!”(POR GOLFO)

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La certeza que en unas pocas horas iban a ver a esa mujer provocó en mis hindúes una desaforada actividad y al terminar de santificar nuestro matrimonio, ni siquiera me dejaron seguir tumbado en la cama porque según ellas tenían mucho que hacer.

            ―Pero si hemos quedado a las nueve de la noche― protesté mirando el reloj al verme obligado a levantarme.

―Nuestro amado marido nos ha pedido que estemos guapas y eso es lo que vamos a hacer― contestó la mayor de mis esposas mientras a rastras me llevaba a la cocina.

Por mucho que traté de hacerlas entrar en razón diciendo que todavía faltaban diez horas, no dieron su brazo a torcer y poniéndome por primera vez solo un café para desayunar, me dejaron solo.

«Están nerviosas y no quieren fallar»,  reflexioné divertido al analizar su actitud: «Ana las ha deslumbrado y saben que no soportarían perderla otra vez».

Confirmé ese extremo al volver al cuarto, al encontrármelas en el baño depilándose y muerto de risa señalé que se dejaran al menos un pequeño oasis de selva entre sus piernas, pero entonces Dhara separando sus rodillas contestó:

―Llegas tarde, sabemos que en Europa el pelo no está de moda y nos lo hemos quitado todo.

Aluciné al comprobar que no iba de farol y que los pliegues de su sexo se habían convertido en un solar vacío. Aunque me agradó observar la belleza de su juvenil coño sin nada que lo ocultara, aproveché para criticarla en broma y fue entonces cuando comprobé cómo habían cambiado al oírla contestar:

―Te aguantas, hoy no es tu día. Sabemos que Ana lo lleva totalmente rasurado y así lo vamos a llevar.

Mi pene dio un respingo al imaginarme a esa rubia desnuda y sin un pelo. No lo había pensado, pero tampoco me pareció raro. Lo que si me resultó novedoso fue que cualquiera de ellas dos me llevara la contraria y me pusiera en mi lugar. Esto lejos de molestarme, me alegró porque lo vi como un paso más en su evolución.

«Tendré que acostumbrarme a que cada día sean más occidentales», sentencié.

La propia Samali con sus palabras ratificó mis pensamientos al tutearme:

―Eduardo, ¿te importaría desaparecer hasta la hora de comer? Contigo chismeando por aquí nos haces perder el tiempo.

Esa frase tan normal en una española me pareció casi un sacrilegio en sus labios y por ello, contesté:

―Ya veo que sobro― y demostrando mi enfado, les solté mientras desaparecía por la puerta: ―No me esperéis a comer.

Ya en el coche, llamé a mi hermano y aprovechando que los viernes terminaba a las dos, le invité a comer.

―¿Solos tú y yo?― preguntó con la mosca detrás de la oreja.

―Sí, joder. Me apetece un chuletón y si llevo a las hermanitas terminaré comiendo verdura― respondí falseando parcialmente la verdad.

Y digo parcialmente porque llevaba casi un mes sin hincar mis dientes en un trozo de humeante carne y solo pensar en sentir sus jugos recorriendo mis papilas, me hizo añorarlo más. Javier se creyó mi excusa y asumiendo que mi larga estancia en el extranjero me hacía desconocedor de la buena cocina madrileña, eligió el restaurante:

―No vemos en el Asador Donostiarra.

Tras lo cual, intentó explicarme como llegar, pero cortando su perorata mosqueado, contesté:

―¡Joder! ¡Sé llegar! A menos que hayan cambiado de local y no lo creo porque llevan en Infanta Mercedes al menos cuarenta años.

Con tiempo de sobra para llegar a mi cita, decidí pasarme por las oficinas centrales de Sanitas, una compañía de seguros médicos, y dejar allí un curriculum, pero lo que en teoría no me iba a llevar tiempo, se prolongó mucho al tener que rellenar una solicitud de empleo. Por eso cuando llegué al restaurant, Javier ya me estaba esperando en la barra.

            Como un adicto con mono, nada más llegar a su lado, pedí al camarero un plato de jamón de jabugo y una ración de foie casero.

            ―Vienes con hambre― comentó mi hermano al verme engullir trozo tras trozo sin hablar.

            Con la boca llena de esas magníficas proteínas animales, respondí:

            ―No sabes lo que es sentirse un puto conejo.

            Descojonado por mi desgracia, trató de quitarle importancia hablando de lo buena que era esa dieta para el colesterol.

            ―¡Mis cojones! Estate un mes a pura hierba y luego hablamos― repliqué y sirviendo un buen pedazo de paté, me lo comí con lágrimas en los ojos de lo bueno que estaba.

Llorando de risa, insistió diciendo que no me quejara y que el noventa por cierto de los hombres aceptaría gustoso el privarse de la carne por tener como esposas a esas dos monadas.

―¿Qué cojones tiene que ver? Acaso les prohíbo su puñetera soja, ¿por qué tienen que vetar los sangrientos y jugosos bistecs en casa?

―¿Será porque las vacas son sus animales sagrados?― respondió erigiéndose en el abogado defensor de sus cuñadas.

Tanto mi hermano como yo sabíamos que esa discusión era una pantomima y por eso cuando nos sentamos a la mesa, se rio cuando llegó a nuestra nariz el olor de la parrilla. Apiadándose de mí, directamente pidió como plato fuerte el chuletón especial de la casa y solo me dio opción de elegir otro entrante:

―Perdiz escabechada― contesté saboreándome de antemano.

―No me jodas que tampoco te dejan comer pluma.

Sonriendo de oreja a oreja como un niño que acabara de hacer una travesura, respondí:

―Ni pluma, ni pelo ni nada. Son vegetarianas estrictas y en los supermercados ni siquiera pasan por la zona de la carne, porque les da asco.

―O sea que lo más cerca que has estado de un filete, es cuando por televisión ves una vaca― comentó muerto de risa. 

―Tu ríete, pero todo se contagia y no te extrañe que un día María te llegue diciendo que se ha vuelto animalista.

Sospechando que no era algo impensable, pidió una botella de rioja diciendo:

―No hay que preocuparse teniendo a mi hermanito para que me pervierta. Ahora bebamos y pongámonos ciegos no vaya a ser que vengan épocas de carestía.

Confieso que me sentía en la gloría y haciendo un paréntesis, disfruté como un enano chupando los huesos de ese pájaro mientras lo regaba con un buen caldo.

―Estoy en el paraíso― sentencié relamiéndome con solo pensar que nuestro pedido ya debía de estar sobre las brasas.

Javier creyó ver una queja y comportándose paternalmente me preguntó por mi vida de casado.

            ―Estupendamente― y viendo que estaba preocupado, le aclaré que estaba encantado con mis esposas, aunque también le reconocí que nos estábamos acomodando a nuestra nueva vida y como él me había dado entrada, le expliqué que para ellas todo era nuevo. Y como ejemplo, le conté lo ocurrido cuando me pidieron que las llevara de compras y yo les ofrecí sacarles tarjeta de crédito para que fueran más independientes. Por descontado queda que me abstuve de hablar de Ana y menos de la extraña obsesión que Samali y Dhara sentían por ella.

            Javier esperó a que terminara de hablar para decirme:

            ―Creo que hiciste bien, pero te aviso, ¡ten cuidado y no las fuerces! Piensa que muchas de nuestras costumbres chocan directamente con su moral y si te dedicas a demoler las bases con las que fueron educadas, puedes crear un problema de difícil solución.

            ―Explícate.

Tomando unos segundos, me soltó:

―Puede que suele políticamente incorrecto, pero ahora tus quejas consisten en que son demasiado orientales y que dependen demasiado de ti, pero no vaya a una mañana te despiertes y no reconozcas en ellas a las mujeres de las que te enamoraste.

Su punto de vista tenía mucho sentido, pero tras analizar los pros y los contras, supe que tenía que correr el riesgo. Deseaba unas compañeras con las que envejecer y no unas criadas que me sirvieran. Lo que todavía no sabía cómo y dónde encajar a la rubia. Por una parte, si ya de por sí era complicada mi vida con dos, con tres podría resultar un suplicio y suponiendo que Ana se sumara de buen grado, ¿cuál sería su papel? No en vano si en mis esposas se estaba produciendo una cierta occidentalización, supuse que, llegado el caso, en la española se podía dar el efecto contrario y recogiera algún aspecto de la cultura de Dhara y Samali.

La llegada del kilo y medio de chuletón evitó que me siguiera reconcomiendo con ese tema. En cuanto el camarero lo dejó sobre la mesa, cogí tenedor y cuchillo y me lancé sobre él como si no hubiese comido nada en una semana.

―Joder, ¡qué rico!― exclamé y mirando a mi hermano, solemnemente le pedí que al menos una vez a la semana quedáramos para disfrutar de esa orgía carnívora.

Descojonado me imitó y con la boca rebosante de ese manjar, contestó:

―Disfrutemos mientras mis análisis y tus mujeres nos dejen…

Dos horas más tarde y con el estómago lleno, volví a mi hogar con la sana disposición de seguir siendo un perverso come-animales por mucho que las hindúes se cabrearan con ello. Todavía faltaban tres horas para nuestra cita y deseando hacer algo tan español como echarme una siesta, subí hacia mi cuarto. Ya tenía la manija de la puerta en la mano cuando oí a Samali comentar a su prima desde el interior de la habitación que esa noche debían esmerarse y conseguir que Ana se metiera en mi cama.

―Ya lo sé, no seas pesada. Sé lo importante que es para nuestro marido tener alguien con quien compartir su modo de ver la vida. Yo tampoco quiero descubrir que se ha convertido en el típico esposo de nuestro país. Me gusta que nos trate como a personas y no como a cosas.

Samali le replicó que tampoco podían ser unas hipócritas porque a ambas les volvía locas cuando me comportaba como un hombre dominante y recalcando ese punto, le comentó que el momento más feliz de su vida había sido cuando la mordí el cuello marcándola como mi esposa.

La juvenil risa de Dhara resonó entre las paredes del chalé para acto seguido decir:

―Nuestro marido no debe enterarse que somos un par de putas, pero te tengo que reconocer que lo que a mí me pone a cien es que me dé azotes mientras me toma.

Contagiada de su alegría, la mayor tampoco se midió al decir:

―Y qué me dices de nuestra futura compañera, ¿no te apetece ayudar a nuestro hombre cuando esté sobre ella? Te juro que desde que la conocí no pienso en otra cosa que morder esas tetas blancas mientras él se la folla.

Desde la puerta escuché que Dhara respondía:

―A mí me ocurre algo parecido, se me hace la boca agua al pensar que voy a poder probar, en su coñito, la semilla de nuestro dueño y señor mezclado con flujo― y soltando una nueva carcajada, exclamó: ― ¡Prima! ¡Quién nos iba a decir cuando éramos niñas que íbamos a tener una mujer y un marido españoles! 

Sabiendo que nunca debían enterarse de que las había oído, di la vuelta sobre mis pasos y salí de la casa para asimilar esa información. Aunque ya sabía de sus gustos, oír de sus labios lo mucho que les gustaba el sexo duro me perturbó, pero lo que realmente me había sorprendido es que estuvieran preocupadas porque me orientalizara.

«¡Temen lo mismo que yo, pero al revés!», pensé, «Mientras a mí me aterra que se transformen en españolas, a ellas les da pavor que me trasmuté en indio».

Tampoco me dejó impasible confirmar que, aunque la razón principal de elegir a Ana era que no me orientalizara en exceso también que una vez habían descubierto la sexualidad esas dos se sentían atraídas por Ana y aunque exteriormente solo reconocían una posición auxiliar, me quedó clarísimo que terminarían disfrutando de esa rubia, aunque yo no estuviera presente.

Esperé diez minutos antes de volver a entrar y para que no sospecharan nada, desde el vestíbulo avisé de mi presencia. Las hindúes bajaron corriendo a saludarme y preguntarme que tal había comido.

―Muy bien pero no me preguntéis el qué, ¡no os gustaría mi respuesta!…

Capítulo 13 Somosaguas

Aunque parezca raro, esas dos me dejaron dormir. Estaban demasiado ocupadas preparándose mientras escuchaban música de su país. Lo cierto es que gracias a la comilona y al vino que había bebido para bajarla, me quedé como una piedra hasta que, pasadas las ocho de la tarde, Dhrara se acercó a despertarme.

            ―Amor mío, es tarde y tienes que arreglarte.

            Que me tuteara incluso cuando estábamos solos, me alegró y cogiéndola del brazo, la tiré a mi lado sobre la cama. Entre besos, aproveché la información que involuntariamente me había dado descargando un suave azote sobre una de sus nalgas. El gemido de placer con el que respondió a esa caricia ratificó lo que le había dicho a su prima y acercando mi boca en su oído, la susurré que se pusiera en posición de perrito para hacerle el amor.

            Debatiéndose entre el deseo y el deber, me contestó mientras se apartaba de mí:

            ―Ahora no podemos, pero te juro que esta noche seré yo quien te recuerde esa promesa. Levántate que tu futura esposa nos espera y no debemos llegar tarde.

            Con mi entrepierna protestando y a regañadientes me metí en la ducha. Sabía que era lo correcto, pero aun así no pasaría nada si llegábamos a las nueve y cuarto.  Haciéndoselo saber, la más joven de mis esposas contestó:

            ―Mi marido es un mentiroso. Él sabe mejor que nadie que si empezamos, no hay quien lo saque de la cama en una hora.

            Asumiendo que no había nada que hacer, terminé de ducharme y al salir ya tenía la ropa que me iba a poner preparada y a Samali, esperando. Comprobé que venía maquillada y que incluso se había retocado el lunar rojo de su frente como si quisiera dejar claro con el bindi que estaba casada.

Sin que tuviera que pedírselo, empezó a secarme mientras me decía:

            ―¿Recuerda lo bien que salió cuando antes de la visita de su cuñada le pedí que nos siguiera la corriente?

            ―Perfectamente, haciéndoos las niñas buenas, engañasteis a María y ella os aceptó.

            ―Pues quiero pedirle lo mismo, que nos deje actuar. Nosotras conocemos mejor a Ana y creemos saber cómo convencerla.

            ―De acuerdo― contesté― pero recuerda que le he dado mi palabra de que no nos acostaremos con ella.

            En plan enigmático y sin quererme revelar ningún otro detalle de su plan, respondió mientras me ayudaba a vestir:

            ―En eso confío― tras lo cual, me informó que se tenía que ir a terminar de preparar y saliendo del cuarto, se fue con su prima.

Mirando la hora, vi que todavía faltaba veinte minutos para tener que marchar y decidí que tenía tiempo de tomarme una cerveza mientras las esperaba.

«No comprendo cómo hay gente que no le gusta», murmuré saboreando el primer sorbo de esa maravilla que los alemanes se sacaron de la manga por la edad media.

Sentado en el sofá, me puse a tratar de averiguar que había planeado Samali y digo Samali porque me constaba que ella era la cabeza pensante de las dos, la maquinadora.

«Mientras Dhara es todo alegría y se la ve venir, con la mayor hay que tener cuidado. Siendo una buena mujer, no puede evitar el intentar manipular a su entorno», pensé mientras buscaba una pista del comportamiento que iban a tener durante la velada.

Y recordando que, al contrario de esa noche, desde que vivíamos en España había reducido notablemente el colorido de su maquillaje, di por sentado que el azul de sus párpados y su renovado bindi debían ser parte de su plan. Al rato en cuanto las vi bajar ataviadas con Sari, advertí que no me había equivocado y menos al comprobar que incluso llevaban un velo, cubriéndoles el rostro.

«Vestidas así enfatizan su origen. Por alguna causa, quieren recalcar a Ana que no son como ella y que su cultura es diferente», sentencié mientras admiraba lo bellas que eran y sabiendo que a las mujeres hay que amarlas sin intentar comprenderlas, las piropeé al modo de sus paisanos, comparándolas con la diosa de la felicidad:

―Parecéis la reencarnación de Sati.

Siguiendo con su papel, Dhara me lo agradeció diciendo:

―El soporte de nuestro hogar exagera.

Definitivamente supe que esa noche mis esposas iban a ser las que conocí en la India,  sin mostrar los cambios que en sus mentes se habían producido desde que vivían conmigo.

«Me parece perfecto, ¡ellas sabrán por qué lo hacen!», me dije para acto seguido actuar como haría uno de sus paisanos. Sin esperarlas ni abrirles la puerta, me subí al coche.

La urbanización de Somosaguas estaba relativamente cerca y por eso con la ayuda de un navegador, en menos de diez minutos llegamos a la entrada de Ana. No me extrañó viendo el coche que conducía que esa mujer viviera en semejante casón, pero lo que no me esperaba que cuando tocamos al timbre fuera un mayordomo quien nos abriera.

            ―Se nota que no pasa penurias para llegar a fin de mes― susurré al oído de Samali.

            Sonriendo, contempló el enorme salón y devolviéndome la confidencia preguntó en voz baja:

            ―¿Existe alguna traba en la cultura española para que el hombre vaya a vivir a casa de la mujer? Se lo digo porque es impresionante. Ya me imagino a nuestros hijos corriendo por aquí.

            ―Ninguna― contesté muerto de risa― pero no te anticipes, todavía hay que convencerla.

            Entornando sus ojos, replicó:

            ―¿Tiene mi señor alguna duda que sus amadas esposas van a conseguir que esa muchacha se va a ver obligada a rogar que la acepte como parte de nuestra familia?

            Estaba a punto de soltarle una fresca cuando de improviso vi entrar a nuestra anfitriona por la puerta. Mi respuesta se quedó atorada en mi garganta al contemplarla.

            «¡Viene vestida con un sari!», exclamé mentalmente sin entender nada.

            En cambio, mis esposas acogieron a la recién llegada al modo típico de su país, es decir con una suave reverencia mientras juntaban las manos. La rubia las imitó y acercándose a mí, me saludó sin tocarme, tras lo cual, mirando a las primas, preguntó:

            ―¿Lo he hecho bien?

            ―Perfectamente― respondió la mayor― ¡estás guapísima!

            ¡Sí que lo estaba! Es más, os juro que, en ese momento, no podía dejar de babear e incapaz de decir nada, me quedé callado mientras Ana les daba las gracias por haberle enviado esa ropa. Interviniendo, Dhara me pidió que diera mi opinión mientras obligaba a la muchacha a modelar ante mí.

            Gracias a que las musas tuvieron piedad de mí y me dictaron la respuesta, porque a mí solo sin su ayuda jamás se me hubiese ocurrido contestar:

            ―Ya puedo decir que mi vida está completa. Pocos hombres han tenido la fortuna de ser bendecido con algo tan bello como vosotras tres.

            Supe que esa elaborada lisonja había cumplido su objetivo al ver que se ponía colorada pero cuando realmente sus mejillas adquirieron un rojo intenso fue al escuchar a Samali decir:

―Amado nuestro, usted no es consciente que se queda corto, pero sus esposas ¡sí!― y haciendo una pausa, comentó señalando a la dueña de esa casa: ―Somos testigos que la Diosa otorgó a esta dulce criatura el cuerpo más impresionante que jamás ha existido sobre la faz de la tierra. Cualquier hombre o mujer que la contemplaran desnuda, sin duda caería rendido a sus pies.

Interviniendo, Dhara recalcó con una sonrisa:

―Su piel es suave como la seda, sus pechos son duros y su trasero en forma de pera es fruta madura digna de ser mordisqueada por un paladar experto como el de usted… ―no pudo terminar porque su ligera risita se convirtió en risotada.

Su prima tampoco pudo aguantar y a carcajada limpia,  ambas se acercaron a ella. A Ana le costó unos segundos comprender que había sido objeto de una broma y uniéndose a las hindúes, les soltó:

―¡Sois una perras! No sabéis el corte que me habéis hecho pasar― y olvidando la afrenta las abrazó muerta de risa.

Desde mi posición, pude observar el cariño con el que se saludaron esta vez al modo occidental, es decir con dos besos. Asumiendo que esa noche mi función era dejarme llevar, aproveché que no me miraban para recorrer las sensuales curvas de las tres y con mi corazón a mil por hora, dudé que fuera capaz de mantenerme al margen puesto que en ese preciso instante lo que realmente   me pedía el cuerpo era juntarme con ellas y abrazarlas.

Afortunadamente, la mayor de las primas me pidió que me acercara. Cómo comprenderéis, no puse objeción y las envolví entre mis brazos, sin saber que al hacerlo iba a sentir los pezones erizados de la española clavándose contra mi pecho. Mi pene al notarlo se alzó bajo mi bragueta. Mi erección era tan ostensible que no le pasó inadvertida pero la rubia en vez de retirarse frotó disimuladamente su entrepierna contra mi sexo mientras me comía con los ojos.

Su acción me abrió la puerta y dejando caer la mano por su cintura, juzgué por mí mismo esos cachetes que tanto habían piropeado. 

―¡Menudo culo!― murmuré en voz alta sin darme cuenta.

Samali que estaba a mi lado, lo escuchó y lejos de molestarse, me guiñó un ojo dando muestra de su aprobación. En cambio, la pequeña fue menos discreta y magreando también ella el trasero de Ana, me dio la razón diciendo:

―Ya le había dicho que tenía forma de corazón.

Nuestra anfitriona demostrando que tenía bien humor y que ese sobeteo no le había molestado, comentó mientras se daba la vuelta para que pudiésemos admirar la perfección de sus glúteos:

―No fue así, dijiste que mi culito era una pera digna de ser mordisqueada― y mirándome a los ojos, preguntó: ¿Corazón o pera? ¿Tú qué opinas?

Su descaro me permitió hacer algo que llevaba soñando. Cayendo en la tentación, puse mis manos en sus caderas y sin prisas durante un minuto manoseé sus nalgas para acto seguido decir:

―Definitivamente tiene forma de pera.

Ana apenas pudo celebrar su victoria porque el minucioso examen al que la había sometido la había sofocado y con la respiración entrecortada por la excitación, solo alcanzó a pedirnos que pasáramos al comedor. La pequeña tampoco se mostró dolida por la derrota y dando muestras de su permanente alegría, la acompañó a través del salón.

Samali aprovechó que nos habíamos quedado solos para recriminar mi comportamiento, aduciendo que había quedado en dejar que ellas llevaran la iniciativa. Al quejarme que no había podido evitarlo, me soltó:

―¿No te das cuenta de lo mucho que la has excitado? ¡Ha estado a punto de correrse! Es demasiado pronto. Nuestro plan consiste en irla calentando poco a poco hasta que la presión sea demasiado para ella y nos ruegue que la permitamos convertirse en tu esposa.

Escuchar que la había puesto como una moto, me alegró, pero admitiendo que me había pasado, le prometí que no volvería a ocurrir y que me comportaría.

―Eso espero― contestó y acercando sus labios a mi oído, susurró: ―No debía decírtelo, pero me ha mortificado verte manoseando a esa putita cuando todavía no es nuestra esposa― y recalcando sus palabras, pasó su mano por mi pernera deteniéndose en mi paquete.

―Perdona, pero no te entiendo.

―Amado mío, sé que hemos quedado en seducir a Ana, pero hasta que se una a nosotros, se me revuelven las tripas pensando que nos eres infiel…

Capítulo 14 La cena

Ya sentado en la mesa, no pude de dejar de pensar en las palabras de Samali y confieso que me costó entender que no eran celos, sino parte de su educación. Me constaba que deseaba e incluso me alentaba a dar ese paso, pero al mismo tiempo la estricta moral en la que había sido educada, le hacía sentir como una afrenta que tocara a la que todavía consideraba una extraña.

            «Está claro que tendré que pasar por el altar antes de ponerle la mano encima», resolví al observar que hasta nuestra posición en la mesa reafirmaba ese detalle, ya que las primas habían resuelto dejar a la anfitriona entre ellas y a mí enfrente.

            No poniendo ningún, pero, cogí la servilleta, pero entonces al verlo Dhara me la quitó de las manos y se encargó de extenderla entre mis piernas.  Ese acto sorprendente para una occidental era algo normal en mi hogar y Samali que se había percatado de la extrañeza con la que Ana miraba a su prima, le comentó:

―Una buena esposa atiende a su marido.

La muchacha educada de otra forma hizo saber su disconformidad diciendo que eso era machista pero entonces sonriendo, mi esposa le contestó:

―Te equivocas, es algo recíproco. Nosotras cuidamos a Eduardo y él nos mima a nosotras. No es una obligación, nos sale del corazón― y viendo que no la había convencido, insistió: ―¿Acaso te parece un acto reprensible que sea él quien cargue con la compra?

―Para nada, eso es educación― dijo menos segura de su primera actitud― los hombres son genéticamente más fuertes.

―Pues en nuestro país también es educación evitar que los torpes de nuestros maridos… ¡se manchen la ropa!― respondió en plan de guasa.

El regocijo con el que la rubia acogió esa pícara respuesta confirmó que ya no tenía reparos y más cuando con tono alegre, le pidió si podían comportarse conmigo como harían si no estuviese ella en frente.

―¿Por qué quieres eso?

―Me encantaría aprender cómo debería actuar si algún día me caso con…un hindú.

Ni a las primas ni a mí nos pasó inadvertido que Ana se había dado cuenta de lo que iba a decir y que tratando de no meter la pata cambió sobre la marcha diciendo “hindú”  donde iba a decir mi nombre.

Como la manipuladora innata que era, Samali replicó:

―Si te parece bien, esta noche Dhara se ocupará ella sola de atender a nuestro marido mientras yo te explico cada paso y su razón de ser.

 Habiendo sido testigo de esa conversación, no tuve que ser ningún genio para comprender que Dhara iba ser mucho más complaciente de lo que se le exige en su país a una buena esposa y por ello me preparé para que no se notara que incluso a mí me sorprendía.

La primera prueba a mi capacidad de autocontrol fue cuando una vez la sirvienta había puesto el primer plato en la mesa y antes de siquiera tocarlo, escucharla recitar una oración:

―Agradezco a los Dioses que hayan aceptado incrementar nuestra familia y a nuestro amado marido por haberlo hecho posible al fecundar mi vientre…

―¡Qué has dicho! – exclamé perdiendo la compostura y sin poder aguantar pregunté casi a gritos si estaba embarazada.

La chavala me devolvió la sonrisa más dulce de la que nunca había sido objeto y bajando su mirada, contestó:

―Sí, mi amor. No hemos querido decírtelo antes, pero esta mañana me he despertado vomitando y me he hecho la prueba. ¡Vas a ser papá!

Mi corazón dio un vuelco y a pesar de nunca haberme planteado el ser padre, me sentí feliz y abrazándola, la besé sin importarme que hubiese público mirando. Samali que se había mantenido en segundo plano, se levantó de su silla y llegando hasta nosotros, se arrodilló a nuestros pies diciendo:

―Esposos míos, hoy es el día más feliz de mi vida porque voy a ser madre a través de mi esposa y compañera. Juro desde este momento que el hijo nacido de Dhara será para mí como si hubiese salido de mis entrañas.

―Levántate esposa mía― respondió su prima y demostrando un cariño nada fraterno la besó en la boca para acto seguido decir: ―Esta noche, nuestro marido y yo te haremos el amor rogando que tu vientre nos dé un nuevo hijo que juegue con el que ya viene en camino.

Ana, que se había quedado paralizada ante esa noticia, no pudo reprimir su sorpresa al darse cuenta de que había malinterpretado la relación que unía a sus invitados y que donde ella había supuesto que era un hombre con dos esposas, se dio cuenta que era una especie de triángulo donde Samali y Dhara también eran esposas entre ellas. Tras unos segundos de estupor, se levantó también y nos felicitó a los tres por nuestra futura paternidad.

Tuvo que ser la futura madre la que reestableciera la tranquilidad al preguntar si no cenábamos, diciendo:

―Tengo hambre.

Al escucharlo, rápidamente le acerqué la silla para que se sentara y la mayor de las primas usó ese acto para sondear a Ana si eso le parecía también un acto de machismo. Al negarlo, usó su respuesta para atacar la postura inicial de la rubia diciendo:

―Lo ves, a Eduardo nadie le ha obligado a hacerlo, nació de él el mimar a nuestra esposa.

Advertí que había subrayado con la voz el “nuestra” para que afianzar en la mente de la dueña de la casa que éramos un trio y que, si algún día ella entraba a formar parte de nuestra familia, no seríamos tres mujeres bajo mi mandato sino un único ser con cuatro miembros.

Ana se quedó pensando y con mucha vergüenza, se atrevió a preguntar:

―¿En serio no hay distinción?

Samali alcanzó a ver el verdadero significado de su duda y riendo contestó:

―Sí, al igual que amo a mi marido, también amo a mi esposa. No es una cuestión de género. Para mí Dhara no es una mujer ni siquiera mi prima,  es mi eterna compañera. Deseo compartir con ella mi cuerpo y así lo hago.

Supe al ver que esa revelación la había excitado al observar que bajo su blusa habían hecho su aparición dos pequeños volcanes y queriendo incrementar la presión que en ese momento sentía esa mujer entre sus piernas, comenté:

―No te haces una idea de lo diferente que es sentir dos manos acariciándote a que sean cuatro. ¡El placer se multiplica!

No me cupo duda de que en su mente se había formado la imagen de ella desnuda recibiendo mis caricias y las de las dos primas a la vez, porque la vi morderse los labios mientras trataba de evitar cerrando las rodillas que notáramos su calentura.  Echando leña a la hoguera que ya era su cuerpo, Samali le acarició el cuello mientras le decía si le parecía tan difícil de entender.

Casi llorando al verse sumergida en el deseo, pegó un gemido antes de contestar:

―Me parece demasiado perfecto.

―¡Lo es!― intervino diciendo Dhara: ― Pero qué tal si cenamos, tengo que alimentar a mi pequeño.

Compadeciéndome de ella, cogí un palito de zanahoria y mojándolo en salsa se lo acerqué a la boca. Mostrando un sensual descaro, separó sus labios y dejó que le metiera un pedazo antes de cerrar sus dientes. Hasta a mí me pareció erótico pero lo que no me esperaba es que me imitara con la persona que tenía a su izquierda. Ana atrapada por la situación y totalmente colorada, abrió su roja boca mordiendo el vegetal.

―Yo también quiero― protestó Samali al ver que la rubia no hacía lo mismo con ella.

Nuestra anfitriona cayó en el juego y cogiendo de la fuente un trozo alargado de pepino, lo embadurnó en la salsera para dárselo sin esperarse que su agradecida amiga se lo metiera entero y aprovechara el momento para chupar también sus dedos.

―Eres una cabrona― musitó descompuesta al sentir la lengua de la hindú lamiendo los restos de la salsa que tenía entre sus yemas.

Riendo y sin hacer caso al insulto, la mayor de mis esposas reinició la rueda dándome a comer en la boca. Comprendí que Ana había tomado un camino sin vuelta atrás cuando, al llegar el turno donde Dhara era la encargada de alimentarla,  no se cortó y exagerando su actuación hizo como si en vez de una verdura lo que la hindú introducía en su boca fuera un pene y cerrando sus labios, comenzó a mamarlo antes de comérselo.

«¡Ojalá fuera el mío!», deseé al ver la escena y mi propia calentura hizo que al llegarme a mí la vez, cambiara las reglas del juego.

Tomé un sorbo de vino y acercándome a mi pequeña esposa, deposité en su boca parte del líquido.

―Esto no puede ser normal ni en la India― protestó la española al ver que Dhara cogía su copa.

Ésta, muerta de risa, la replicó:

―Sabes que estoy embarazada y que no puedo beber, dejarás que beba más o tomarás lo que a ti te corresponde― y sin darle tiempo de contestar, tomó un sorbo y la besó traspasando el vino a ella.

Al hacerlo, unas gotas cayeron por su barbilla y la perversa muchachita incrementó la turbación de su víctima, recogiéndolas directamente con la lengua.

―Si creéis que me voy a cortar otra vez es que no me conocéis― Ana exclamó.

Queriendo demostrar que ella también sabía jugar duro, tomó a Samali y cogiendo directamente la botella, se llenó la boca de vino para acto seguido, juntar sus labios e irla dando de beber mientras la acariciaba. Pero al contrario de lo que había hecho la prima con ella cuando ya no le quedaba nada que dar, usó su lengua para comprobar que se lo había bebido.

«Tiene carácter, pero eso va a ser su perdición», comprendí al advertir que el sudor había hecho su aparición entre sus pechos, señal clara que al besar y ser besada por dos mujeres se había visto afectada.

            Lo que no me esperaba fue comprobar que Samali no le iba a la zaga al observar un intenso brillo en sus ojos que supe reconocer como el que siempre tenía cuando me pedía que le hiciera el amor y temiendo que la calentura de mi esposa diese al traste con nuestro plan, comenté:

            ―Será mejor que dejemos de escandalizar al servicio. Mientras nosotros mañana no tendremos que soportar sus miradas, Ana sí.

            Colorada e insatisfecha, la dueña de la casa asintió con la cabeza sin exteriorizar que en ese instante estaba asustada al sentir que todas las células de su cuerpo le exigían no solo seguir con ese juego sino entregarse totalmente.

Dhara aprovechó el desconcierto de su prima y de nuestra anfitriona para decirme al oído:

―Ese par de zorritas ya se han calentado suficiente, ahora es el momento que pases a la acción.

―¿Qué quieres que haga?

Con tono travieso contestó:

―Voy a jugar con nuestra futura esposa bajo la mesa y quiero que ella piense que eres tú.

Descojonado, le pregunté por qué no lo hacía yo mismo, pero entonces escandalizada, me replicó:

―El padre de mi hijo no puede masturbar a una desconocida.

Dando por imposible a esas dos al saber que, según su exótico modo de ver la vida, ellas podían tontear e incluso jugar sexualmente con nuestra anfitriona, pero no yo, decidí concentrarme en cumplir con el papel que me habían asignado y comencé a charlar amigablemente con la rubia.

Dhara se sentó casi pegada a mi silla para así tener mejor ángulo:

«Está decidida», pensé.

Por eso esperé que algo me revelara que estaba siendo objeto de las caricias de la pequeña, pero nada en su rostro me lo señaló hasta que al bajar la mirada y fijarme en su pecho, comprendí que apenas podía respirar.

Intrigado por conocer hasta donde podía aguantar, ahondé en su herida preguntando si le pasaba algo.  Con los ojos me pidió que parara y que me compadeciera de ella, pero al ver mi sonrisa asumió que nada podía esperar y por ello tomando su copa, se la bebió de un trago.

Supuse con razón que, en ese momento, los dedos de los pies de Dhara debían estar jugueteando entre sus pliegues a través del sari y bastante más cachondo debería estar, le pregunté a Samali si no veía demasiado colorada a la española.

―Debe ser el vino― declaró mientras rellenaba la copa de nuestra víctima.

La tortura seguía su curso y una nueva muestra del nivel que estaba alcanzando Ana, fue ver sus hombros tiritando mientras dos gotas de sudor caían por su frente. Me resultó raro que Dhara siguiera estimulándola, teniendo en cuenta que estaba clara la cercanía del momento en que esa rubia explotara en un brutal orgasmo.

«Se supone que solo debía cachondearla, pero no que llegara. La presión debe ser insoportable para que acceda a dar el paso».

Sabía que estaba a punto, pero no tanto. Cerrando los ojos y echándose hacia atrás en la silla, Ana se corrió en silencio mientras las dos primas sonreían entre ellas.

«Esta cría es dulce hasta corriéndose», me dije al constatar lo que el placer estaba sacudiendo sus neuronas.

La traviesa hindú siguió violentando a su víctima hasta que observó con gozo que la rubia se había corrido por segunda vez y quitando los dedos de su pie de la entrepierna de la rubia, la preguntó dónde estaba el baño.

            ―La segunda puerta a la derecha― respondió todavía con la respiración entrecortada.

            Supe que lo habían hablado con anterioridad por que al levantarse Dhara, su prima la acompañó dejándome solo con la muchacha. Esta esperó a que las hindúes desaparecieran por la puerta para de muy mala leche, echarme en cara que la hubiese masturbado en frente de mis esposas.

            Se debía esperar una disculpa, pero en vez de eso, le pregunté si le había gustado.

            ―Maldito, sabes que sí. Pero ese no es el tema, me habías jurado que no ibas a ponerme la mano encima― y al ver que seguía mirándola sin ningún tipo de arrepentimiento, me amenazó con contárselo a ellas.

            Descojonado, repliqué:

            ―Cariño, no sé de qué hablas. Te juro que yo he cumplido mi palabra y no te he tocado.

            Mi respuesta la impactó y asumiendo que no la había mentido, comprendió que había sido Dhara quien la había masturbado. Supe que su mente se estaba debatiendo entre el placer que había sentido y una posible repulsión al haber llegado al orgasmo gracias a unas caricias femeninas. No hacía falta mencionar su nombre y acercándola a mí la besé diciendo:

            ―El placer no depende del sexo de tu pareja sino de la disposición de uno para recibirlo. Aunque te cueste reconocerlo, estabas predispuesta a que cualquiera de nosotros tres te tocara y solo tu educación te hizo suponer que eran mis dedos, pero ahora que sabes que fue una de ellas: ¿crees que hubiese sido diferente?… ¿Realmente te importa?… ¿Estarías más cómoda sabiendo que fui yo?

Asimilando mis palabras, apoyó su cara contra mi pecho y se mantuvo así unos segundos. Tras esa necesaria reflexión, levantó su mirada y con nuevos bríos, contestó:

―Creo que hubiese sido todavía más brutal si hubiese sabido que era una de ellas. Nunca una mujer me había hecho soñar con besarla y ahora me muero por experimentar sus mimos.

Recriminando su actitud, señalé:

―No pienses en ellas como mujeres. Son Samali y Dhara, dos personas que están deseando darte amor y compartir la vida contigo.

―No sigas, juraste no presionarme y eso estás haciendo. Me cuesta pensar que debo hacer si estas todo el tiempo recordándome que con una palabra mía podría disfrutar de los tres para mí sola.

Me alegro comprobar que había elegido una forma neutra para referirse a nosotros.

«Nos está empezando a ver como un todo y no de manera individual».

Las dos primas al volver nos encontraron todavía abrazados y conociendo lo poco que les gustaba verme manoseando a otra, le acerqué su silla para que se sentara. Ana no puso objeción, pero entonces Samali le pidió si podíamos pasar al salón porque querían enseñarnos algo que habían preparado…

Relato erótico: “Paula e Ivette: Los extremos de la personalidad I” (POR XELLA)

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Paula dejó de correr e intentó tomar aire. La oscuridad de la noche la envolvía, rota tan solo por algunas farolas bastante separadas unas de otras, que creaban oasis de luz en la solitaria calle en la que se encontraba.
Por lo menos no hacia frío. La escueta ropa que llevaba no habría podido resguardarla en ese caso, pero para su alivio era una cálida noche de verano. ¿Agosto? No estaba segura. Lo importante era que había conseguido escapar.
Miró hacia atrás nerviosa, creía haber escuchado un ruido, pero seria algún gato curioseando en la basura. Aún así, reanudó la marcha, esta vez andando, llevaba casi una hora corriendo y no le parecía haberse alejado lo suficiente, pero ya no tenía rondo para mantener ese ritmo. 
Unas aisladas gotas de lluvia comenzaron a golpear sobre su cabeza y, a lo pocos minutos, estás se convirtieron en un chaparrón veraniego. Lejos de disgustarse Paula comenzó a reír, la lluvia la despejaba y la recordaba que por fin, después de tanto tiempo era libre. 
———————
Años antes de esa noche, Paula era una joven retraída en su último año de instituto. Su inseguridad hacia que fuese especialmente susceptible a las bromas y a las burlas, así que sus compañeros se enseñaban con ella, acentuando todavía más su problema de autoestima. 
Su vida era una mierda hasta que llegó ella. 
El primer día que la vio aparecer en clase se quedó maravillada de su presencia, una joven menuda y de pelo oscuro, una cara preciosa y una mirada segura. La fuerza de su carácter hizo que pronto se hiciera la chica más popular de la clase. Paula la envidiaba, tenía toda la fuerza que a ella le faltaba… ¿La envidiaba? No… Realmente no era envidia, era admiración. Aquella nueva chica empezó a copar sus pensamientos. Comenzó a sentir adoración por Ivette. 
——————-
Parecía que aquello había sucedido hacia un millón de años, en una vida anterior incluso, aunque a lo mejor eso no era del todo incorrecto… Estaba claro que ahora mismo no tenía nada que ver con aquella jovencita soñadora. 
Pasó la mano por su cabello empapado, recordando cómo donde antes había una larguísima melena pelirroja, ahora solo quedaba un corte de pelo a lo garçon, observó sus ropas, minúsculas, indecentes, ni siquiera llevaba ropa interior, el más ligero movimiento dejaba ver sus vergüenzas a cualquiera que estuviera mirando, y realmente no le importaba, ¿Cómo había llegado a esa situación? 
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Los días pasaban y Paula seguía siendo la última mierda de la clase, todo lo contrario que Ivette, que tenía en la palma de su mano a compañeros y profesores. Aún con eso, Paula sacaba mejores notas que ella puesto que no tenía otra cosa que hacer más que estudiar. 
Un día, antes de volver a clase del descanso, Ivette abordó a Paula. 
– Hola. – Saludó de forma escueta. 
Paula, pensaba que eso seria el inicio de algún tipo de broma, que la buscaban para reírse de ella otra vez, pero al darse la vuelta y ver quien la había saludado se puso tan nerviosa que dejó caer los apuntes que tenia en las manos. 
– Eres Paula, ¿Verdad? 
La pelirroja agachó la mirada. 
– S-Si…  – Balbuceó mientras se agachaba a recoger los papeles. Se sorprendió al ver como Ivette se agachó a ayudarla. 
– Quería pedirte un favor… 
Paula no contestó, estaba tan avergonzada que las palabras no salían de su boca. 
– Las matemáticas no se me da demasiado bien, al contrario que a ti y, quería saber si te importaría darme clases de apoyo. 
Paula se paralizó, los papeles que había recogido volvieron a caerse y miró a Ivette fijamente, era la primera vez que lo hacía. 
– Por supuesto, te pagaré. – Concluyó la chica, mostrando una amplia sonrisa conciliadora. 
Paula quedó embobada mirándola. ¿Sería algún tipo de broma? Seguro que era algún plan para después dejarla en ridículo… Pero… 
– D-De acuerdo. – Contestó. – Pero…  No hace falta que me pagues, yo… 
– ¡Claro que te pagaré! Entonces tenemos un trato, ¿No? ¡Perfecto! Este tarde nos vemos. 
Y diciendo eso Ivette le dio un cariñoso beso en la mejilla antes de alejarse, mientras Paula quedaba perpleja en el mismo sitio, algo confusa. 
————-
Dobló una esquina y se agachó detrás de un contenedor de basura cuando vio pasar un coche, ¿La estarían buscando? Seguro que sí… No iban a dejar que se fuese tan fácilmente de allí… Le había costado toda su fuerza de voluntad hacerlo, meses mentalizandose, diciéndose a si misma que era lo que debía hacer, convenciendose… Le costó tanto abandonarla… 
—————-
Los días pasaban y cada vez anhelaba más que llegara el momento de las clases a Ivette. Durante las clases normales su comportamiento para con Paula era igual que siempre, se saludaban educadamente y ya está, pero durante las clases particulares Ivette era encantadora. Trataba a Paula cómo nunca nadie la había tratado, como una igual. Durante ese tiempo Paula se sentía viva, alegre, como una joven normal y corriente. 
La admiración que sentía por Ivette comenzó a despertar la confusión en su mente. Nunca había estado enamorada de nadie, y mucho menos de alguien de su mismo sexo, pero esa chica constituía una atracción tan fuerte que era casi dolorosa. Pasaba los días observándola, no la quitaba ojo y, en las clases particulares, cualquier roce, cualquier contacto hacía que se le erizara el vello y se estremeciera. 
Sus notas comenzaron a bajar a la vez que las de Ivette mejoraron,  tener a esa chica en la cabeza todo el día mermaba su concentración, estaba obsesionada. Tenía que hacer algo, así que se decidió a decirle algo en la siguiente clase particular pero, todo se le fue de las manos… 
– Ivette… – Dijo, titubeante una vez acabaron la clase. – Tengo que decirte algo… 
La chica se quedó mirándola fijamente, con aquellos preciosos ojos y aquella sonrisa que tenia atrapada a Paula. 
– Yo… Hay algo que llevo dentro, y si no lo saco no se que va a ser de mi, me estoy consumiendo… 
– Me estás preocupando, Paula. ¿Que ocurre? 
Todo sucedió a la velocidad del rayo, aunque a Paula se le hizo una eternidad. No sabría decir que le pasó por la mente, pero la idea de confesar dio paso a otra, más directa y arriesgada. 
Paula se lanzó a los labios de Ivette, que no supo reaccionar y recibió el beso de su compañera sin objetar nada. 
Cuando recobró el juicio, Paula se quedó sin habla. Su cara se volvió roja y se levantó, intentando excusarse. Balbuceando, comenzó a separarse de la chica hasta que alcanzó la puerta, momento en el que se dio la vuelta y echó a correr. 
Ivette se quedó en el sitio, contemplando los apuntes que se había dejado su amiga. 
—————-
La chica tímida y asocial que había sido en algún momento afloró desde lo más hondo de su ser, haciéndola sentir la misma vergüenza que pasó en aquel momento. ¿Cómo era posible que se sintiera así? Después de todo lo que había llegado a hacer… Todo por ella… 
Recordaba perfectamente como ese momento sería el disparador de una nueva vida, un cambio en sus prioridades y en su juicio. Aquel momento en el que… 
——————
… Abrió la puerta de su casa y allí estaba ella. Creía que seria su madre, que volvía de estar con sus amigas, pero no. Ahí estaba Ivette, tan preciosa y magnética como siempre. 
– Y-Yo… – Comenzó a decir Paula. 
Pero Ivette no la dejó continuar. Se abalanzó sobre ella, devorando su boca con ansiedad, con deseo. Paula quedó en shock, tanto por lo inesperado de la reacción cómo por lo que suponía ese momento, pero en segundos olvidaría todo lo demás y centraría toda su atención, todo su ser, en aquellos carnosos labios que bebían de su boca. No existía nada en el universo que pudiese apartarla de ellos. 
Las manos de Ivette recorrían su espalda, desde la base de su pelo hasta el comienzo de su culo. Las caricias hacían que Paula se estremeciera de placer. 
– Vamos a tu habitación. – Dijo Ivette, mirándola a los ojos. 
Paula no dudó ni un instante, no reparó en lo que estaba haciendo, en lo que estaba a punto de hacer. Lo único que le importaba en ese momento era Ivette, era no contrariarla, no hacer nada que la hiciese cambiar de opinión. 
Llegaron a su cuarto e Ivette lanzó a la pelirroja sobre la cama, lanzándose sobre ella como una fiera haría con su presa. Paula se dejó hacer, llevada por el deseo y la admiración hacia su compañera. Solo se centraba en disfrutar el momento, deseaba que no acabase nunca. Sentía como las manos de la chica buceaban bajo su camiseta, encontrando rápidamente sus pezones ya erectos. Paula comenzó a gemir, nunca había sentido una sensación semejante. Intentaba devolver las caricias a su compañera pero se notaba su experiencia en esas lides. 
Las habilidosas manos de Ivette desnudaron rápidamente a la chica y se dirigieron a su sexo, llevando a Paula al éxtasis en poco tiempo. 
Unos minutos después, las dos estaban tendidas sobre la cama. Paula no entendía como había llegado a esa situación, pero no le importaba. 
– ¿Me deseas? – Preguntó Ivette. 
“¡Vaya pregunta! ¡Pues claro!” Pensaba Paula. 
– Si… Más que a cualquier cosa. – Logró balbucear. 
La mano de Ivette comenzó a deslizarse hasta la entrepierna de la chica, encontrando de nuevo su coño empapado de jugos. 
– ¿Que estarías dispuesta a hacer por tenerme? 
La pelirroja la miró fijamente, ¿A que venía eso? Pero sabía la respuesta perfectamente, haría cualquier cosa por ella, lo que fuese, por mantenerse a su lado. Ivette vio la respuesta en sus ojos y no hizo falta que contestara. Se levantó, se despojó de su ropa y se colocó a horcajadas sobre la cara de su atónita profesora. 
Y tan atónita estaba que esta no supo como reaccionar. Se quedó completamente alucinada con la situación en la que se encontraba. Tenía el sexo de Ivette a escasos centímetros de su cara, de su boca, y sabía perfectamente lo que la chica quería que hiciera, pero… Nunca había estado en una situación similar, sentía algo de miedo. 
Notaba claramente como olía el sexo de su amiga, realmente no la desagradaba  el aroma… Olía a… Sexo. Se sintió tonta por lo obvio de su pensamiento pero no había otra manera de explicarlo. El aroma, la visión del húmedo coño de Ivette… La producía excitacion y, en pocos segundos, se vio a si misma acercando su boca, su lengua a la rosada raja de su amiga. 
El sabor era más agradable de lo que esperaba, y pudo notar como a Ivette le empezó a gustar por los movimientos acompasados de su cadera. Al poco tiempo comenzó a gemir y, unos instantes más tarde estaba cabalgando la cara de Paula cómo si se la estuviese follando. El orgasmo le llegó entre un concierto de gritos y jadeos, y cuando la chica se retiró, Paula tenia la cara empapada de flujo. 
Ivette dio un último y húmedo beso a su amiga, se levantó y se comenzó a vestir. Paula estaba contrariada, no quería que se fuera, no quería que acabara. 
– Esto tiene que ser un secreto, ¿De acuerdo, pequeña? – Dijo Ivette. – Nadie se debe enterar de nuestra relación. 
– D-De acuerdo. – Contestó la pelirroja, feliz, por que parecía indicar que su amiga quería continuar con todo. 
– En clase actuaremos como hasta ahora. – Mientras hablaba, se agachó para recoger algo que Paula no vio. – Me llevo esto, de recuerdo. 
¡Eran sus bragas! Sus favoritas, unas bragas de algodón, algo viejas, con una cara de Piolín en la parte delantera. La chica se puso tan roja cómo su cabello pero no dijo nada en contra. Solo acompañó a su amiga hasta la puerta y se quedó allí, añorando la próxima vez que pudiesen estar juntas. 
—————–
Paula se internó en un pequeño parque, necesitaba orinar y, tal vez, tomar un pequeño descanso. Se agachó tras unos arbustos y separó los pies. A lo largo de los años había adquirido bastante hábito en hacer sus necesidades en cualquier rincón, de cualquier manera. Un recuerdo nítido de todas las humillaciones que había recibido acudió a su mente y, aún así, tenía la certeza de que si volviese a nacer habría actuado exactamente de la misma forma, aun sabiendo las consecuencias… 
¿De que estaba hablando? ¿Estaba loca? 
Loca… A lo mejor si… 
Estaba loca por ella… 
————
Los días en el instituto eran si cabe peor que antes. Paula anhelaba estar con Ivette, pero esta la ignoraba hasta límites insospechados. Cada vez que un chico se acercaba a ella, la pelirroja sufría, se moría de celos y pensaba que ese era el momento en el que Ivette se daría cuenta de que ella no valía nada, que la dejaría tirada y se iría con cualquier otro. 
Pero en sus clases particulares… 
Ahí todo era distinto. Las matemáticas habían dejado paso día a día a los juegos sexuales, y de repente la alumna se había convertido en maestra y Paula seguía todos sus consejos y órdenes sin rechistar. No estaba dispuesta a decepcionarla. 
Ivette se encargó de renovar poco a poco el vestuario y la actitud de su chica, sustituyendo las braguitas de algodón por tangas, los jerseys amplios por otros más ajustados, que remarcaran sus formas y pantalones algo más ceñidos que los que solía llevar. Aún así, al instituto seguía yendo igual que antes por petición expresa de Ivette, sus cambios eran para los momentos en los que se encontraban a solas. En esos momentos Paula se convertía en la muñequita de Ivette. Las dos disfrutaban del sexo y tenían varios orgasmos cada una, pero Ivette siempre llevaba la voz cantante, le encantaba que Paula se mostrase obediente y sumisa, pocas veces Ivette le practicaba un cunnilingus a la pelirroja, casi siempre como premio por alguna acción, en cambio, Paula se estaba versando cómo una estupenda come-coños. A Ivette le encantaba sentarse sobre su cara, restregarse contra ella, “obligarla” a devorarla… La lengua de la chica se conocía todos los rincones del coño y el culo de Ivette. 
Se apuntaron las dos al gimnasio, puesto que Ivette quería que Paula se pusiese en forma, y los resultados se notaron rápidamente. Todo lo que decía Ivette era un dogma para Paula. Incluso, el momento en el que empezó a innovar en su relación. Poco a poco fue introduciendo juguetitos en sus sesiones de sexo. Al principio fue algún consolador de pequeño tamaño, algo de lencería, plumas, vendar los ojos… Después entraron en juego pequeños vibradores, pinzas para los pezones, esposas… 
Paula aceptaba de buen grado todas las ideas de su pareja, incluso el día que apareció con un pequeño plug anal. Al principio fue reticente, la asustaba el dolor y sus antiguos dogmas morales, que cada vez eran más escuetos pero, finalmente y tras la insistencia de Ivette, accedió a probarlo. Rápidamente le cogió el gusto, y lo veía como un sacrificio por su relación, un enlace entre las dos.  
A partir de ese día no pasaba uno solo en el que el ojete de Paula no fuera profanado. Cuando estaban juntas Ivette fue aumentando poco a poco el tamaño de los plug y, el día que no se podían ver, Paula tenia guardado uno pequeño en su casa que debía ponerse para dormir por petición de Ivette. 
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Despertó sobresaltada cuando un coche con una sirena pasó cerca de su posición, ¿Estaba tonta? ¿Cómo podía haberse dormido? Si la hubiesen descubierto… Pero estaba tan cansada… 
Había dejado de llover, salió del parque y caminó en dirección a unos edificios próximos, callejearía un rato, intentando despistar a cualquiera que la siguiese. Esas calles estaban vacías, pero no sabia si eso le producía alegría o desasosiego. En alguna esquina encontró a alguna prostituta, hasta las putas llevaban más ropa que ella… Aunque claro, ella no era una puta… Ella era mucho más que eso… 
—————–
 Paula había cambiado sus hábitos, poco a poco iba ganando más confianza en sí misma, en su cuerpo y en su físico. Todo gracias a la confianza y el amor que le profesaba Ivette, por eso se sorprendió y se alegró a partes iguales cuando la chica le propuso salir un día juntas, por la noche. Ivette quería ir a bailar. La animó y la ayudó a ponerse guapa y a maquillarse, se encargó de elegirle la ropa que debía llevar. Cuando Paula se la puso se echó atrás… ¿Como iba a ir así vestida? Llevaba una minifalda tableada, a cuadros, como una colegiala, pero no llegaba ni a medio muslo. Una blusa blanca y  el maquillaje que llevaba la hacían parecer una auténtica puta. Fue a protestar ante Ivette pero entonces la vio. Iba vestida de forma similar a ella. 
– ¿Tu me quieres? – Preguntó Ivette, de forma directa. 
Era la primera vez que trataban el tema, Paula estaba segura de sus sentimientos, sabia que la quería, la amaba con todas sus fuerzas, pero le daba miedo confesarlo y no ser correspondida. 
– S-Si… Te… Te quiero… – Acabó diciendo, abochornada. 
– Entonces tendrás que confiar en mí. – Dijo la chica mientras, en un gesto de complicidad, tocaba la nariz de Paula con el dedo índice. – Te aseguro que hoy nos lo vamos a pasar genial. – Concluyó, dándole un cariñoso beso en los labios. 
Salieron en el coche de Ivette y Paula tenia la cabeza embotada. Habia confesado sus sentimientos y, aunque Ivette no había dicho “Te quiero” no la había rechazado. No se atrevía a plantear esa duda a su compañera, así estaba bien, confiaba en ella. 
Llegaron a un local y al poco rato estaban bailando con una copa cada una. Paula nunca había bebido, y nunca había salido a bailar pero, como le dijo Ivette, solo tenia que dejarse llevar. Según iban vestidas no tardaron en convertirse en el centro de atención de la pista, los hombres se iban aproximando a mirar, los más valientes intentaban acercarse y bailar. Paula intentaba zafarse de ellos pero Ivette, en cambio, parecía que lo buscaba. Bailaba con cualquiera que se acercase y luego agarraba a la pelirroja para que participase. Un susurro, una caricia cómplice o un ligero beso hacían que Paula se olvidase de todos sus prejuicios y confiase en Ivette… Y también servían para calentar aun más al personal. Las copas iban y venían, pues empezaron a invitarlas todos los zánganos del lugar. 
Y entonces Ivette se apartó con dos. Agarró a Paula y los condujo a los servicios, echando a la gente que había allí. Paula estaba ebria y algo cachonda, no lo podía negar, pero nunca había estado con un chico y… Ella sólo quería estar con Ivette. Ésta, al ver la indecisión de su amiga comenzó a besarle mientras sus manos se deslizaban por debajo de su falda. Notaba perfectamente lo húmeda que se encontraba. Los chicos no podían aguantar más, se bajaron los pantalones y mostraron sus pollas durisimas por la excitacion. Ivette, deslizó el tanga de su amiga lentamente, haciendo que se lo quitara y se lo lanzó a los chicos a la cara. 
– Toda vuestra. – Dijo. 
– ¿¡Que! ? – Exclamó Paula, asustada. 
– No te preocupes, vas a pasarlo bien. Confía en mi. 
Paula seguía con dudas, aunque el alcohol nublada su mente. 
– Si haces esto me harías la persona más feliz del mundo… – Susurró Ivette en su oído. 
Ese fue el último empujón que necesitó la chica, se acercó a los hombres sin saber muy bien lo que hacer, aunque ya se ocuparon ellos de guiarla. Primero la hicieron arrodillarse, acercando sus miembros a la boca de la chica. No había que ser ingeniera para saber lo que querían que hiciera, pero no sería hasta que Ivette la animó acariciando su cabeza y empujandola suavemente desde atrás que Paula no se decidió. Primero recorrió los miembros con la lengua, notando la diferencia de sabor entre uno y otro, después, según iba calentándose y ganando confianza comenzó a introducirselos en la boca lentamente al principio, aumentando el ritmo después. 
Ya estaba totalmente centrada en su tarea cuando uno de los chicos la hizo levantarse y, situándose detrás de ella, comenzó a buscar su coño. Estaba a punto de perder la virginidad (con un hombre, al menos) y la calentura que tenia la hacia desearlo. Con la primera embestida Paula se derrumbó sobre el chico que tenia delante y, al recomponerse vio como Ivette se masturbaba mientras observaba la escena. Eso la calentó aun más, agarró la polla que tenia ante ella y se la tragó de golpe. 
Sus tetas se bamboleaban con el rítmico movimiento de los chicos. A Paula le dio la impresión de ser un pollo asandose lentamente en un horno, empalada cómo estaba por el coño y por la boca. Los chicos se cambiaron un par de veces, haciendo que la chica de gustase el sabor de su coño, pero no tardaron mucho en correrse. La situaron de nuevo de rodillas y, mientras Ivette sujetaba su cara, se derramaron sobre ella dejándola empapada en su leche. 
Y allí las dejaron. Ivette se acercó a Paula, todavía asombrada y asustada de lo que acababa de hacer y situándose al lado de su oído, dijo suavemente:
– Te quiero. 
El corazón de Paula casi estalla de la emoción, era oficial, ¡Ella también la quería! En ese momento se dio cuenta de que daría su vida por aquella chica.
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Relato erótico: “Un Plan para Seducir al Jefe” (POR LEONNELA)

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Es un dios!!
 Era lo que comentaban las chicas en la oficina acerca  del director de talento humano, con quien tengo relación directa pues soy  su asistente  y  según mis compañeras, la privilegiada de cada mañana mostrarle mi escote, mientras le sirvo un café.
Sé que más de una  no solo le hubiera ofrecido un café, sino “todo” lo que el jefe requiriera, pero para desgracia de muchas, el Lcdo. Suárez limitaba las relaciones al campo a profesional, lo que encumbraba su reputación de inalcanzable. Aunque debo aclarar que su ganado apelativo,  no era precisamente por lo inaccesible, sino más bien porque era un prototipo masculino digno de clonar.
  Hermoso como nadie en  el edificio, la  cuadra y probablemente el ayuntamiento. Alto, de contextura fuerte y bien proporcionado, de piel dorada en la que se avista  fuego y  unos  ojos marrón claro provistos de una inocencia  engañosa, además de unos labios carnosos, que remataban el perfil de un hombre  retorcidamente  fascinante. En fin, con 39 años a cuesta y  una carrera prometedora, era un sueño de hombre, capaz de humedecer hasta los pensamientos más inocentes.
Lo de entretenerlo con mi escote, no pasaba de ser una broma cruel, pues físicamente no soy  una mujer atractiva que desate pasiones, sino más bien simplecita o del montoncillo para abajo como dicen; trigueña, no muy alta, reforzada con un par de  kilitos extras, pero eso sí, con unos bonitos ojos oscuros  que iluminaban mis 28 primaveras.
El punto es que la atracción que sentía por  mi superior, probablemente no habría pasado de un suspiro en los pasillos o de un acaloramiento en mi escritorio, sino hubiera sido por el detalle de que en mi dependencia  continuamente se hacían bromas que insinuaban que el Lcdo. Suárez se derretía por “mis encantos”, nada más cruel y  lejano a la verdad.
Lo cierto es que  las bromas de oficina, sin bien al principio dolían, de alguna forma ocasionaron que me obsesionara con mi jefe  y aunque siempre le vi como inalcanzable, llegó un momento en que ya no me conformaba con fantasear, tampoco me bastaba su trato amable, ni ser su asistente de confianza, yo quería meterme en su cama, aunque solo fuera por una noche…
Desde luego mis probabilidades de lograrlo eran reducidas, ya que  no era  el tipo de chica con las que  el Lcdo. acostumbraba relacionarse. Así que para lograr mi objetivo además de una bendición divina, evidentemente necesitaba un plan de conquista y más temprano que tarde la idea  fue tomando forma en mi cabeza.
Aprovechando el hecho de que  mi jefe a más del intercomunicador  frecuentemente usaba el chat como medio de comunicación interna, se me ocurrió crear una cuenta anónima y enviarle una invitación, bajo riesgo de que  no acepte mi solicitud. Así lo hice y tuvieron que pasar dos largas semanas para al fin darme cuenta de que me había agregado a sus contactos. Eso me llenó de emoción, aunque estaba consciente que ese era tan solo el primer paso y que la parte realmente complicada era hallar la forma de iniciar la interacción y desde luego despertar su interés.
Espere unos días para ver si él se animaba a escribirme, lo cual hubiera facilitado las cosas, pero no lo hizo, así que me decidí a tomar la iniciativa enviándole un mensaje:
_Lcdo. Suárez,  tiene una idea aproximada  de cuantas mujeres trabajan en el edificio Maxioms?
Demoró unos de minutos antes de responder
_Discúlpeme, pero no logro identificarle, por lo tanto entenderá que no puedo proporcionarle ninguna información acerca de la empresa.
_Le entiendo perfectamente Lcdo. Suárez, no esperaba otra cosa de usted, menos aun cuando se perfectamente la respuesta, 42 mujeres según nómina; por cierto puede llamarme Nadia
_Menos la entiendo Srta. Nadia cual es el sentido de averiguar algo que usted conoce a la perfección?
_Siendo honesta, mi intención es que usted tenga presente la cifra exacta de mujeres que laboramos en Maxioms, por la simple razón de que ninguna quede excluida cuando intente identificarme
_Sigo sin entenderla Srta.  Nadia, sea más explicita
_Lcdo. Suárez a partir de este momento, por este medio , intentaré a toda costa seducirle, y quería que tenga presente que  soy una de las 42 mujeres que a diario se cruza con usted en la empresa, sé que podría haberme reservado mis intenciones,  pero me pareció que precisamente informarle mi plan podría hacer el juego más divertido para ambos.
_Y qué le hace pensar que yo estoy dispuesto a dejarme seducir? podría simplemente eliminarla y acabar con su juego antes de que pueda siquiera comenzarlo
_Estoy segura que no lo hará licenciado, intuyo que un hombre como usted, disfruta los desafíos o me equivoco?
_Tan solo los retos que me interesan Srta. Nadia, y una mujer que se esconde bajo un anónimo, no me llama la atención en lo absoluto.
_Entonces si no represento el mínimo peligro, no necesita eliminarme…le aseguro que lo demás “corre” por mi cuenta. Interprete el término “corre” en el sentido que le apetezca
_Srta. Nadia no la eliminaré  por un solo motivo, el significado que le acabo de dar al término “corre” me acaba de arrancar una sonrisa. Que tenga buena tarde.
_Presiento que una sonrisa, no será lo único que le arranque licenciado… Igual una buena tarde para usted.
 Casi temblaba cuando dejamos de chatear, estaba convencida de  haber vendido la imagen de una mujer segura y decidida, pero en realidad  tenía el corazón desbocado de tantos nervios, aun así me sentí satisfecha, el anonimato me permitía despojarme de mis inseguridades y actuar como una mujer que sabe lo que quiere.
Dejé que pasaran un par de días para volverle a escribir:
_Lcdo. Puede zafarme de una curiosidad que me está carcomiendo
_Usted de nuevo Srta. …dígame cuál es su nueva inquietud?
_Algo simple Lcdo. me gustaría que observe  detenidamente los dedos de sus manos …cuál de ellos  es más largo? el anular o el índice?
_Hummm, no sé a qué viene su pregunta, pero definitivamente mi anular supera con creces al índice
_Uffffffff lo imaginé…
_Que quiere decir con eso Srta. Nadia?
_Sr. le realizaba un test sexual y la respuesta me ha dejado gratamente satisfecha
_Ilústreme Srta. Nadia, me ha dejado intrigado
_Jajaja Lcdo. En esta vida nada es gratis, que me ofrece a cambio de la explicación?
_Oh veo que es buena negociando, más bien dígame usted que es lo que desea?
_Mmmm lo que deseo de usted, lo tendré  en su momento…por ahora me conformo con una foto de su….de su mano licenciado, quiero ver ese anular.
_Trato hecho Srta. Nadia, en un momento se la mando, ahora  cumpla con su parte
_Lcdo. cuando estamos en el vientre materno estamos expuestos a varias  hormonas entre ellas la testosterona, y según dicen hay una relación directa entre esta hormona masculina y el tamaño del anular, así que…
_Los hombres que tenemos grande el anular…
_Exacto!!! son excesivamente masculinos
_Hummm y en el caso de las mujeres?
_Las que lo tenemos más largo que el índice, poseemos una dosis extra de hormonas masculinas, lo que nos hace sumamente ardientes…
_Interesante Srta. Nadia, debo reconocer que ha  despertado mi curiosidad… me envía una foto de su anular?
_Esta vez que está dispuesto a dar a cambio Lcdo.?
_Jajaja Nadia no le parece que intenta pasarse de lista conmigo?
_De ninguna manera señor, solo intento tranzar,  sin embargo haré una excepción con usted,  le remitiré la foto  como un promocional de mis encantos, qué le parece?
_Perfecto!. Me place comprobar que usted  entiende los principios de una buena negociación. Luego reviso mi correo.
(Supongo que casi todos  los lectores que han llegado hasta aquí…se han mirado los dedos  je je)
Después de aquel segundo contacto virtual, me sentí más segura, había conseguido captar su interés durante unos minutos,  no era un gran logro, pero la cuestión era crear oportunidades de irme metiendo en su mundo.
En la tarde recibí un mensaje:
_Hermoso anular…hermosa mano…evidentemente un arma maravillosa…
 _Gracias Licenciado, pero  intuyo que su arma es la que es un verdadero  prodigio, digo por el tamaño y lo fuerte que se ve…
_Jajaja Nadia, usted hace volar mi imaginación se refiere a mi mano verdad?
_Jajaja obviamente licenciado, es lo único que  he tenido el placer de ver…. por el momento
_Nadia…Nadia…
Dos días después le mensajeé:
_Es una tarde fría licenciado, me preguntaba si se le antoja que le envíe un café
_Gracias Srta. Nadia, pero justamente estoy bebiendo uno, no me diga que usted también?
_En realidad no me gusta  mucho el café,  prefiero beber  un té o …leche, respondí haciendo una pausa para que perciba mi doble intención
_Así que le gusta tomar leche en la oficina? interesante Srta. Nadia respondió captando el doble sentido
_A muchas nos gusta licenciado…aunque terminemos conformándonos con un café
_No sé si entendí bien, usted bebe café para quitarse las ganas de leche??
_De ninguna manera licenciado, nada logra atenuar mis ganas de leche, además de rica es un alimento básico en la escala nutricional
_Jajaja Nadia,  siendo honesto  lo que me llama la atención  no es que le guste la “leche” sino que se le antoje en horas de oficina
_Pues ya lo sabe licenciado, si gusta  invitarme una bebida, que no sea precisamente un café…
_Perfecto!! recordaré que usted tiene predilección por él te, y desde luego por la “ leche”…..
_Besos licenciado, una buena tarde.
Ala mañana siguiente, cuando aún no se había conectado le dejé el siguiente mensaje.
_Lindo día Lic. Suárez, espero ver su sonrisa esta mañana, sepa que  usted provoca  entusiasmo y  ganas de………..
Ya en la tarde me llego su respuesta.
_No sabía que mi sonrisa estimulara al personal y menos que provocara ganas de….????? Lamento no entender su insinuación Srta. Nadia pero de todas formas procuraré sonreír más seguido
_No peque de humilde licenciado  sabe perfectamente lo que usted provoca… lo que provoca en mí…
_Sea más clara Srta. Nadia, su manía de cortar las frases da lugar a muchas interpretaciones
_Jajaja hay una sola interpretación a la vista señor. Le deseo!!!…le deseo una buena noche…
_Nadia ..Nadia…le recuerdo que quien juega con fuego se puede quemar..
_No tema por mi señor, soy una mujer de riesgos
_Bueno saberlo Srta. Nadia, no  diga luego que no se lo advertí-
Durante  unas  semanas le dejé mensajes de ese tipo, a los que mi jefe respondía con cierta picardía pero manteniendo las distancias. En ocasiones abordábamos otros tópicos, lo cual me daba la oportunidad de  mostrarle  que soy lo suficientemente lista como para generar interés en cualquier área, lamentablemente mi desventaja  era mi falta de belleza física, pero bien se dice que la suerte de la fea, la bonita la desea. 
En la oficina las cosas no habían cambiado entre los dos, yo seguía actuando con la discreción de siempre, y el continuaba con  su habitual formalidad,  salvo que a momentos  para mi total satisfacción, le veía sonreír frente al computador…
Al paso de los días empecé a notar que ya no era la única en tomar la iniciativa, sino que frecuentemente hallaba algún mensaje de mi jefe, lo que abría las puertas para que yo avanzara  a pasos agigantados. Así, con mayor confianza continué enviando mensaje tras mensaje…
_Lic. Suárez esta mañana le vi en la cafetería, traía una camisa celeste y unos pantalones oscuros, creo que tenía prisa porque miraba con frecuencia su reloj, quizá por eso no percibió que yo me deleitaba examinando  sus ojazos marrones, sus labios húmedos de café, el vello oscuro que se escapa por la abertura de su camisa y…y… por qué no decirlo? .aquello que se le marca en el pantalón….
Media hora más tarde se conectó y de inmediato me llegó su respuesta
_Mire nada más que niña tan  curiosa!! sabia q a eso se le puede llamar acoso?
_Acoso, provocación, coquetería, no importa el nombre, lo que importa es que surta efecto licenciado
 _Hummm hay algo de razón en lo que dice Nadia, y dígame  le gustó lo que vio?
_Señor  si le digo que  se me tensaron los pezones es suficiente respuesta?
_Solo los pezones Nadia.? Y que pasó con sus braguitas?
_Eso tendría que averiguarlo por sus propios medios licenciado
_Caramba si supiera en qué oficina está, ahora mismo iría y …
_Y ….? Por lo visto es ahora usted quien deja las frases a medio decir mi querido licenciado
_Jajaja dime en qué oficina estás, y personalmente reviso esas braguitas…
_Mmmm las estoy revisando por usted licenciado, no imagina cómo las tengo…
_Lo imagino Nadia, lo imagino…alguien está en tu oficina?
_Estoy sola en mi apartado…adivine dónde tengo los dedos?
_Espero que en tu delicioso coñito mmm como me encantaría ver esas braguitas húmedas
_Humm le basta una foto licenciado? o prefiere las braguitas  en su oficina
_Guapa obviamente la segunda opción
_Alguien acaba de entrar, regáleme un segundo
_OK
Excitada y con ganas de estimularle me quité las  braguitas y l as metí con cuidado en un sobre manila; me dirigí a al salón de recepciones   y lo oculté, adhiriéndolo con cinta adhesiva  a una de las sillas.
Regresé a mi oficina sonriente, me gustaba el juego, me gustaba sentirme provocadora y me gustaba la sensación  de  andar sin  braguitas.
_Sala de recepciones, primera fila, bajo el asiento de la octava silla; si le interesa  ahí puede encontrar mis braguitas
_Creí entender que las  tendría en mi escritorio
_Cambié de idea señor, no voy a arriesgarme a que me descubra
_ Dame un segundo voy por ellas
Ok.
_Ohh Nadia, Nadia, que aroma tienes mujer, eres deliciosa…y  tus braguitas divinas, empapaditas como me gustan
_Usted las mantiene húmedas todo el día licenciado, no necesito más que verle conectarse para sentir ganas de…
_Ganas de qué ? de que me ponga bajo tu escritorio  y te separe los muslos?
_Mmmm licenciado si sigue así terminare mojando la silla…
_Mójala mójala linda que yo voy  y la seco con mi legua o prefieres  que te  hunda  mi…caray!! que no sabes cómo me la pone el olor de tus braguitas!!
_Cómo se la pongo Lcdo. Suárez? atrozmente despierta? irremediablemente dura?
_Nadia sabes perfectamente que estoy por romper el pantalón,…ay mujer  dejémonos de formalidades me la pones dura,  dura y gruesa  como un brazo de albañil!!!
_Jajaja que guarrada es esa!!
_Jajaja  perdona pero es cierto!!!!Deberías verla!!
_Mmmm no me basta con verla, quiero tocarla…sentirla…probarla…y quiero más de esas guarradas
_Reinita te doy lo que quieras, pero ahora  no se va a poder,  en 10 min tengo reunión de directores
_Mmmm es una verdadera lástima, porque  justamente en  este instante pensaba regalarle una fotito…le gustan los pezones sonrosados?
_Mmm veo que te gusta jugar conmigo…. ponga atención a esto Srta. Nadia, en 20 min reviso mi correo , más le vale  que esos pezones sonrosados estén tiesos  como me gustan, ahhh y por demanda ejecutiva adicione una toma de su coño, a menos que quiera recibir una sanción, no  se le olvide que soy el jefe de personal
_Jajaja Lcdo. Suárez, lo ofrecido es deuda,  pero bajo ningún concepto  anexaré  su pedido, quiero ver que tan bueno es sancionando al personal
_Así me gustas Nadia, altanera y provocadora, me va a dar más gusto someterte. Besos
Me recliné en el sillón evidente excitada, mi corazón latía aceleradamente  y mis muslos se abrían y cerraban intentando estimular mi clítoris, sentía unas ganas intensas de tocarme, pero no lo hice,  ya que era frecuente que  mi jefe antes de salir de su oficina pasara por mi apartado dando alguna disposición y definitivamente no estaba dispuesta a arriesgarme a que me descubriera. No me equivoque, en escasos minutos, con portafolios en mano se me acercó.
_Sandra, tengo sesión de directorio, si se presenta algo, por favor agéndele para mañana y no se olvide del informe que le pedí
_De ninguna manera licenciado, a más tardar mañana se lo remito
_Ok, buena tarde Sandra, por cierto quería preguntarle algo… con discreción
_Claro señor, lo que guste
_Sandra, últimamente alguien le ha hecho preguntas sobre mí,?
_Licenciado, varias personas en la empresa requieren información acerca de…
_No Sandra, no me refiero a cuestiones laborales, más bien a… no, no me haga caso, en fin, manténgame informado de todo por favor.
_Desde luego señor, no se preocupe.
Respiré aliviada, el hecho de que mi jefe me hubiera realizado aquel cuestionamiento evidenciaba que no sospechaba de mí, por lo que tenía la posibilidad de  seguir con mi juego, pero  a la vez me entristecía  saber que me consideraba tan insignificante  que no contemplaba siquiera la idea de que de yo pudiera ser la mujer que lo seducía virtualmente. Sin embargo, a esas alturas del partido no pensaba dar marcha atrás y ya sea como Sandra o como Nadia intentaría conseguir mi objetivo.
Una vez que me quedé sola, me encerré en el sanitario y con la cámara de mi celular  realicé varias tomas de mis senos cuidando de no dejar ningún detalle que me delatara. Tenía los pechos algo grandes, con unas bonitas aureolas claritas y salpicados de pecas oscuras; no eran una maravilla, pero se mantenían en buen estado.
 No lo pensé dos veces y  envié la mejor fotografía  a su correo.
Aproximadamente una hora después me escribió:
_Naturales cierto?
_ Tanto se nota la imperfección?
_Hummm yo diría que son imperfectamente perfectos!!!
_Eso es un halago?
_Jajaja mujer son divinos!!!  No imaginas lo que acaban de provocar…
_Lo que…estoy pensando?
_Siii justamente eso!!! tengo una erección animal y en plena presentación de informes
_Jajaja me manda una foto ‘?
_Claro guapa cuando termine la sesión, al parecer no va a tardar demasiado. Te escribo apenas concluya
_Ok
_Pero, mientras tanto…
_Mientras tanto…
_Agarra esas preciosuras de tetas por mí y dile a la delicia de coñito que tienes que muero por darle lo que quiere
_Siempre y cuando no se lo ofrezca en vano, porque  ya lo tengo como le gusta: húmedo, caliente y cachondo muy cachondo…
_Mujer!!! cómo me pones!!, ahora mismo te arrinconaría y te daría una buena…
_Démela, démela que llevo días esperando que me llene toda, no sabe cómo sueño cada noche con que me  atragante de todo
_Carajo!!! no sabes que ganas tengo de salir de la puta reunión que no termina
_Ahhh…sabe lo que hago? He cerrado la puerta y estoy tocándome el coño por usted
_Así mami, asii húndete un par de dedos, vamos preciosa dale gusto a tu coñito y córrete para mi
_Eso es lo que quiero, correrme!! Ufff haga algo  por mí, al disimulo  pase la mano por su bragueta y apriétatela unos segundos
_Ufff mujer…que rico!! te juro que ya perdí el hilo de la exposición….mami quiero follarte…necesito hacerloooo!!
_Eso es precisamente lo que quiero!! dígame que nadie le calienta como yo, dígamelo, dígamelo que ya me corrooo!!
_Nadie, nadie me la pone como tú, oíste!!! nadie me pone  tan bruto y tan pendejo…vamos cosita orgasmea para mii, duro y fuerte para  tu cabrón
Mierda!!!  yaaaa…yaaaaaaaaaa….. !! que ricooo!!!!!! ahhhhhhn
Mis espasmos se multiplicaron y allí, en un lugar tan poco propicio como mi oficina,  se me estremecieron hasta las fibras más sensitivas. Sus letras latiguearon en mi cuerpo, y a través de esa pantalla  sentí sus palabras como si fueran caricias que quemaban en mi piel. Mi mente estaba al borde ,así que no necesite más que  introducir mis dedos entre mis piernas  y estimularme  el clítoris  unos instantes, para correrme brutalmente. Lo soñaba…lo necesitaba…lo merecía…
_Que pasó amor sigues ahí?
_Sí..ssi..es que  ufff tocaba el cielo…
_Mmmm o sea que la nena se corrió muy rico?
_No sabe cuánto…fue increíble…
_Me alegra, me gusta saber que disfrutas conmigo
_Pero usted..
_No te preocupes linda,  ya habrá otro momento para mí. Ahora debo calmarme que  al parecer no tarda en terminar la reunión y con el pantalón hecho  carpa no podré salir. Te .escribo cuando este en mi oficina si?
Sí, y gracias por todo
Nada de eso guapa besos.
El resto de la tarde no pude concentrarme, aun sentía entre mis muslos una inquietante tibieza que me tenía en un estado de delirio. Definitivamente  un orgasmo no era suficiente para aplacar  la excitación que ese hombre me generaba, así que decidí jugarme el todo por el todo con tal de disfrutar de sus caricias.
_Alguna novedad Sandra? Pregunto mi jefe que me observaba curioso desde el umbral de la puerta_ La noto  abstraída
_ No, nninguna, señor  solo fue una breve distracción, en realidad terminaba el informe pendiente, respondí  procurando serenarme
_Ok, estaré en mi despacho, que nadie me interrumpa por favor, llámeme solo si es algo es realmente urgente
_Sí señor, como diga.
Se dirigió a su oficina y supe que en breve se conectaría. Así lo hizo.
_Nadia, .mucho trabajo? cómo va su tarde?
_En realidad bastante tranquila…como le fue en la reunión
_Excelente, solo que “algo me  distrajo” y me perdí algunos datos de las exposiciones
_Así?? Y se puede saber que fue aquello que logro distraerle tanto?
_Mmmm fíjese que recibí un correo de  unos pechos preciosos y a partir de ahí la dueña de esas maravillas me dejó  totalmente perturbado
_Jajaja mire nada más que niña más inoportuna, debería castigarla  por provocadora
_Tiene usted toda la razón, ahora mismo debería darle su merecido, lástima que sea tan asustadiza y se esconda tras un anónimo, porque si no…
_Sino que.?
_Sino  ahora mismo le daría lo que tanto quiere…
_Mmmm y que es lo que supone que quiero Lcdo. Suárez?
_Lo que te hace falta entre las piernas Nadia, te lo daría todo, centímetro a centímetro, hasta hacerte chillar
_Mmmm veo que lee mis pensamientos, eso es justo lo que se me antoja… imagine que estoy con la faldita a la cintura, recostada en su escritorio  o me prefiere  de rodillas entre sus muslos?
_Te quiero de cualquier forma Nadia, pero te quiero aquí en mi oficina, ven por lo tuyo guapa ya deja de esconderte…
_Me gustaría… pero…
_Sin miedos Nadia  sin miedos, ambos lo deseamos…
_Es que no sé si cuando usted sepa quien soy, quiera continuar con esto…
_Jajaja Nadia  me has tenido tanto tiempo pegado al chat, y ahora temes no gustarme? Entiende esto mujer, me gusta tu compañía y me excitas, me excitas demasiado…ven mami, ven que  tengo todo listo para ti…
Follar con el Lic. Suarez, era el objetivo de mi plan de seducción virtual, pero no me sentía segura de su reacción al verme , así que  rápidamente vislumbre una posibilidad
_Licenciado si descubre quien soy, temo que  acabaremos con el encanto del juego y ya nada será igual, pero si le parece podría cubrirse los ojos  y en este mismo instante me presento en su oficina
_Perfecto Nadia,  perfecto, le diré a mi asistente que te deje pasar
_Ok, pero prometa que no va a hacer averiguaciones sobre mi identidad, aun quiero mantenerme en el anonimato
_Trato hecho mujer, seguiremos tus reglas, por el momento
Con mi corazón desbordándose de emoción me detuve frente a la puerta de su oficina, golpeé suavemente y su voz con algún síntoma de emoción me invito a pasar.
_Nadia? pasa, pasa por favor
No respondí, tan solo el sonido de mis tacones  y el ruido del seguro en la puerta le confirmaron mi presencia.
Estaba arrimado en el filo de su escritorio, con los ojos cubiertos por un pañuelo, se veía hermoso; quien creería que un hombre así de atractivo esperara por mí.
Temblaba de emoción, pero valientemente me acerqué hasta rozarlo con mis senos. Una inexplicable emoción me hizo sentir deseos de abrazarle y acomodé mi cabeza en su hombro. Quizá el haber soñado demasiado con sus caricias me tenía en un estado de incredulidad e indecisión.
 El cruzó sus brazos tras mi cintura y por unos instantes nos quedamos juntos ahogados en nuestros deseos
_Hueles delicioso susurró .mientras me ajustaba  más contra su cuerpo_ tan delicioso  como el aroma de las braguitas que me regalaste añadió deslizando su mano por mi trasero.
_Mmmm
_Sabes Nadia, tienes buenas pompas y no imaginas lo delicioso que es tocarte sin saber exactamente quien eres, aunque por lo que tanteo, tendré que buscarte entre las oficinistas de buen culo, murmuró mientras magreaba mi trasero.
Incapaz  de hablar por no ser identificada, me limité a esbozar un gemido que le animaba a ser más atrevido, tanto que deslizó sus manos por mis muslos, hasta acariciar mi trasero sin el impedimento de la tela.
_Que rico tocarte así mujer, piel a piel, eso de acariciarte solo a través del teclado ya me estaba obsesionando con tu cuerpo, además me encanta que no puedas o no quieras hablar, porque no podrás recriminarme nada de lo que voy a hacerte…
_Ahhh
_Por cierto, quiero preguntarte algo; puedo meter un par de dedos en el coño goloso que tienes?
_Ufffffff
_ Como no respondes, asumiré que el que calla otorga; vamos mami, separa los muslos murmuró chirleando mis glúteos
_Ahhh…Ahhhh
_Mira nada más que encharcada estás mamita!! por lo visto quieres mucho más que un par de dedos eh?
_Ohhhhh
_Y qué es eso de expulsar el pecho? también quieres que me dedique a tus tetas? Vaya golfita que me resultaste Nadia, gruño liberando mis senos del  brasier.
Sus labios se prendieron de mis pezones succionándolos vivamente, lamía arrancándome más gemidos de los que pudiera imaginar, mientras con sus dedos no daba abasto entrando y saliendo de mi sexo, hasta llevarme al borde de un orgasmo.
Me ayudó a sentarme encima del escritorio y él se ubicó en su sillón dejándome despatarrada, sus besos recorrieron mis muslos abriéndose paso entre mis ingles. La sensación era maravillosa, mi sexo era devorado con verdadera pasión, como lo había soñado, como lo disfrutaba cada noche en mis fantasías; no tardé mucho y me corrí en medio de electrizantes espasmos.
Volvió a besarme, volvió a estimular mis pechos y volvió a despertar esa necesidad  profunda de ser follada, y aunque el tiempo apremiaba, el morbo era más fuerte que cualquier luz de sensatez.
 Me tomó de la cintura y terminé sentada sobre sus muslos abrazando su espalda con mis piernas, moviendo mis caderas, restregándome contra su pelvis, mostrándole cuan ansiosa estaba por ser penetrada.
Se dio modos para bajar su pentalón y sin pérdida de tiempo, levanté mi cuerpo buscando el acoplamiento, su glande chocó en mi  entrada  abriéndose paso entre mis pliegues, pero manteniendo el control de mi cuerpo demoré la penetración.
 Con la parsimonia de quien sabe que la espera agranda el deseo, fui introduciéndomela poco a poco, subiendo y bajando centímetro a centímetro, apretando mis músculos para procurarle más placer, pero no pude resistir mucho y yo misma me la enterré con violencia.
Era delicioso oírle susurrar entre jadeos
_Así mami asii…muévete mas!! asiii
El choque era brutal, nuestros cuerpos rítmicamente se satisfacían y un segundo orgasmo, me hizo rendirme en sus brazos.
Ágilmente me incorporé y me acomodé  entre sus muslos. Su pene tenía concentrado el olor de mi sexo y el sabor de mi orgasmo haciendo para mi total agrado, aún más morbosa la felación.
Su  miembro era de buen tamaño, difícilmente podría caberme completo, pero relajando los músculos de mi boca logré que se desplazara  al interior, culminando en una garganta profunda. Luego con rápidos movimientos de subida y bajada le arranqué nuevos gemidos y ansioso por correrse, me tomó de la cabeza marcando un ritmo violento; no tardó mucho y entre estremecimientos y jadeos derramó sus líquidos en mi boca…
A partir de ahí, bastaba un simple mensaje titilando en nuestras pantallas: Nadia puedes venir?  o licenciado esta solo? para que aprovecháramos las menores oportunidades para darnos placer, era cuestión de breves minutos para propiciarnos un oral, o desatarnos teniendo sexo fuerte, si ocasión permitía. Afortunadamente no hacía preguntas sobre mi identidad; pero tarde o temprano  todo secreto sale a la luz, y el mío llegó a descubrirse
Recuerdo que aquella noche se memoraba el aniversario de  la empresa, después de los actos formales se ofreció una recepción en los salones sociales del edificio Maxioms, a la que asistimos casi la totalidad del personal. Mi jefe debido a su estatus permaneció la mayor parte de tiempo en el círculo de la dirección, mientras que la mayoría de los empleados, disfrutábamos de la celebración.
Debo reconocer que fue mi imprudencia la que desencadeno los sucesos, pues animada por un par de copas, me atreví a mandarle un mensaje de correo desde mi móvil.
_Que tal la noche Lcdo. Suarez…se divierte mucho?
_No como debería Nadia, incluso ya estaba considerando la posibilidad de retirarme, con franqueza, la que me detiene aquí eres tu
_Yo?? vaya no tenia idea de eso
_Jajaja Nadia lo sabes perfectamente…es más estaba por proponerte que nos escapemos  a mi oficina, allá podremos divertirnos más, no crees?
_Mmmm tiene toda la razón, adelántese licenciado, le alcanzo en unos minutos
_Perfecto!! Sabía que esta noche terminaría bien
En breve le vi cruzar el salón, y minutos después con discreción me dirigí a su oficina. Cuando llegué, las luces estaban totalmente apagadas, entre y puse seguro en la puerta.
_Me urgía tu presencia Nadia, te imaginé toda la noche sin braguitas…
Busqué sus labios con desesperación,  morreándolo contra la pared, y sin mas preámbulos, abrí su bragueta y me puse de rodillas
 Bajé sus prendas hasta los tobillos liberando su miembro endurecido ; presurosa hundí mi rostro en sus genitales manchando  mis mejillas con sus líquidos pre seminales, no era difícil enloquecerlo, bastaba soplar mi aliento sobre su glande para que sus dedos se encrisparan en mi cabello y su pelvis se balanceara hacia el frente buscando donde insertarse.
_Ohhh Nadia mi Nadia…eres maravillosa…
Estimulada por sus jadeos, sujeté su miembro con mis dos manos, y chorreé unos hilos de saliva que permitían que mis labios acoplados al grosor de su miembro engulleran con suavidad. A momentos mermaba el ritmo de los movimientos, para repentinamente volverlos rápidos, desafiando su resistencia…
_Ven…ven  acá mujer que ya no resisto las ganas de dártela
Me empujó contra el escritorio y ubicándose detrás empezó a restregarse contra mi cola, dejándome  disfrutar de la presión de su erección mientras tiraba de mis pezones.
Jugaba con su miembro en mis genitales, desplazándolo con suavidad por mis labios, subiendo y bajando sin prisas, explorando mi clítoris y provocando mis deseos de ser tomada sin compasión.
_Te gusta no? quieres que te la hunda verdad? susurraba mientras introducía escasos centímetros de su miembro en mi sexo
_Ahhhh ahhhhhhhhh
_Vamos mamita, quiero oírte pedir añadía retorciendo mi clítoris
_Ahhhh
_La quieres mami? la quieres? Vamos mi reina pide de una puta vez lo que quieres!
Quizá estimulada por sus palabras o por el par de copas de licor en mi sangre, me deje llevar por las sensaciones y sin detenerme a pensar que podría reconocer mi voz supliqué
La quiero…la quiero todaaa!!! húndela!!! húndela que quiero correrme!!!!!
La introdujo de un solo golpe, provocándome una deliciosa mezcla de dolor y placer, sus movimientos se aceleraron, se volvieron fuertes, continuos, desesperadamente placenteros y sin poder contenerme exploté en uno de los más intensos orgasmos que pudiera recordar.
Tras de mis gemidos como un eco siguieron los suyos, sus movimientos se intensificaron hasta que le faltaron fuerzas para seguir; se quedó quieto en la profundidad de mis carnes, soltando un gemido entrecortado y llenándome las entrañas con su calidez.
Nos quedamos varios minutos callados y fue él, quien rompió el silencio
_Nadia no es el mejor momento, pero necesitamos hablar
No respondí
_ Nadia estoy cansado de tu silencio, ya basta de tanto misterio, sé quien eres, tu voz es inconfundible. Di algo mujer
Continúe en silencio y evidentemente  eso le molestó; se  levantó del sillón y sin darme oportunidad de detenerlo, encendió una de las lámpara.
_Lo sabía,!  la sensual Nadia es en realidad mi asistente Sandra, qué sorpresas da la vida no?
_Señor yo…
_ De verdad pensabas que no llegaría a descubrirte? masculló arrugando el ceño
_Yo…yo..
_Yo qué Sandra?? eso es todo lo que dirás?? crees que con quedarte callada lo arreglas todo?
_Licenciado  lo… ssiento murmuré balbuceante
_Te parece que una disculpa es suficiente?, caray!! eres mi asistente y siento que abusaste de mi confianza!!
_NNo.. era mi intención respondí totalmente conmocionada
_Solo eso me faltaba, que creas que con un par de lágrimas solucionas este enredo
_No necesita ser cruel…
_Así que ahora la Srta. es la victima? Honestamente me decepcionas Sandra
_No sabe como me arrepiento de…
_Sigue, sigue…por una vez en tu vida actúa como Nadia, sé directa, valiente, vamos levanta la cara y dime lo que en verdad piensas, deja de actuar como la asistente reprimida que siempre has sido
_Déjeme en paz! !usted no es más que un presumido que se cree superior por su posición, que discrimina a la gente por sus condiciones, o acaso se habría involucrado conmigo si hubiera sabido que soy su insípida asistente?  No necesita responder, sé perfectamente la respuesta, pero le aseguro que usted no es mejor persona  que yo, así que no le permito que me ofenda!!
_Así Sandra, así es como quiero verte, altiva, segura, sin miedos. Deja de hacerte de menos, tú vales mujer, vales más de lo que crees,…por cierto, de verdad piensas que no sabía quien eras?
_No..nno le entiendo
_Mujer, reconozco que al principio no lo sabía, solo me dejé llevar por tu juego ya que de alguna forma me alegrabas el día con tus insinuaciones, pero comencé a sospechar de ti, por tu forma de mirarme, por tu nerviosismo, por tus  distracciones. Después noté que empezaste a arreglarte más; en fin, detalles, detalles  que tienen las mujeres cuando les gusta alguien.  Luego confirmé que eras tú, por algo tan simple como el olor de tu perfume, casi siempre usas el mismo, y coincidencialmente Nadia también…demasiadas pistas no?
_No le entiendo, si lo sabía porque no me lo recriminó antes?
_De verdad no lo imaginas?, pregunto apretándome contra su cuerpo
_Es usted tan extraño, me agrede y ahora intenta besarme?
_Solo pretendía que te avives mujer, que saques lo que eres en realidad, que asumas que dentro de ti hay una mujer fuerte, decidida  y hermosa muy hermosa
_Usted…usted es canalla!!
_Quieres seguir discutiendo? porque honestamente prefiero tus besos
Echó mano de mi trasero, y no pude resistirme a sus besos, en cuestión de segundos estaba recostada sobre su escritorio con los muslos abiertos, sintiendo como su lengua hurgaba en mis genitales; morbosamente introducía un par de dedos en mi sexo que me hacían berrear de placer, de placer y de emoción porque ya no necesitaba fingir ser otra mujer, al fin podía ser yo misma…
Con sus labios limpio mi venida y abrazándome susurró:
Esa era la mejor forma de pedirte disculpas…de verdad lamento el mal momento
Volvimos a abrazarnos y entre besos murmuró:
_Vamos Sandri, creo que es mejor ir a otro lugar…aceptas un café?
_Jajaja café a esta hora???
_Sip me encanta, deberías saberlo, trabajas mucho tiempo conmigo
_Pues le recuerdo licenciado Suárez, que Nadia le había comentado que no me gusta el café, prefiero un té o ….”leche “ murmuré de forma maliciosa
Me besó la frente  y acariciando mi barbilla respondió:
_Golosita vamos por mi café …que yo me encargo… de tu ración de “ leche”…
DEDICATORIA
Es cerca de las 23 h00, Leonnela acaba de publicar éste relato y entre suspiros se asoma al ventanal de su habitación. Contempla el cielo estrellado, un lucero brilla con más intensidad y el recuerdo de alguien le hace sonreír…sí, ese alguien que juega a susurrarle ideas, que estimula su imaginación y que se esconde siempre en sus relatos…
Una ráfaga de aire estremece su cuerpo trigueño, haciendo que sus pezones  marquen la batita de seda; el frio provocador recorre su espalda, y se pierde entre sus muslos carnosos, como si fuera una caricia, que se ensaña en estremecerla…
_Será el frío de la noche? se pregunta así misma… o quizá …quizá…alguien piensa en mi? Añade  con una enigmática sonrisa…
PARA TI, MI QUERIDO CONFIDENTE, QUE CONOCES  MI VIDA Y  MIS FANTASIAS, MIL GRACIAS POR TODO, SIEMPRE SERAS MI ANGEL VIRTUAL, AUNQUE NUNCA, TE LO HAYA DICHO…
 Leonnela.
PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
leonnela8@hotmail.com

 
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“PROSTITUTO POR ERROR” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Un caliente y divertido recorrido por las distintas formas de sexualidad a través de la vida de un joven que llegó a prostituto de manera casual. 
Alonso, nuestro protagonista llega a Nueva York y durante su primera noche en esa ciudad, se acuesta con una cuarentona. A la mañana siguiente descubre que le ha dejado dinero sobre la mesilla, pensando que es un hombre de alquiler. 
A partir de ahí junto con Johana, su madame, va conociendo a diferentes clientas y ellas le enseñaran que el sexo es variado e interesante. 
Narrado en capítulos independientes, el autor va desgranando los distintos modos de vivir la sexualidad con un sentido optimista que aun así hará al lector pensar mientras disfruta de su carga erótica. 

PARA QUE PODAÍS HACEROS UNA IDEA OS INCLUYO LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

Capítulo 1     Ángela, la azafata buenorra.

La jodida vida da alegrías cuando menos te lo esperas. Acababa de terminar con mi novia de entonces, cuando me surgió un viaje a Nueva York. Ese día de otoño no me podía esperar que la casualidad me llevara a conocer una mujer que cambiaría mi existencia. Por el aquel entonces, tenía veintitrés años y aun siendo un puto crio, no veía límites a mi apetito por experimentar sensaciones nuevas. Con la irreflexiva alegría que da la juventud, me monté en ese avión sin ser consciente de cómo ese viaje iba a trastocar mi futuro.

Ya en mi asiento tuve que soportar los típicos avisos de seguridad que todas las aerolíneas están obligadas a realizar antes de cada vuelo. Ensimismado en mis problemas, no me percaté en ese momento de la preciosa azafata que, de pie en medio del pasillo, iba mecánicamente desgranando las aburridas instrucciones tantas veces repetidas. Deseaba llegar para desmadrarme, correrme una juerga de campeonato que  me hiciera olvidar a esa novia que sin ningún complejo ni sentimiento culpa me acababa de dejar. Quizás fue mi propia juventud lo que me impidió apreciar las cualidades de Ángela, la cuarentona que en mitad del pasillo gesticulaba mientras nadie del pasaje hacía caso a la mecánica voz que salía de los altavoces.

No comprendo cómo no valoré en ese instante la sensualidad que se escondía tras ese uniforme. Fue imperdonable que no atendiera sus explicaciones,  ningún chaval de mi edad hubiera dejado pasar la oportunidad de contemplar a esa dama y menos de disfrutar del culo que permanecía oculto bajo su minifalda.

Rubia de peluquería, maravillosamente conservada para su edad, esa criatura despedía sensualidad en cada zancada. Contra toda lógica debí de ser el único representante del género masculino que no ensuciara con sus babas la impersonal alfombra de business. Fue imperdonable que no estimara en su justa medida la rotundidad de sus nalgas y que tuviera que ser ella la, que al servirme las bebidas del bufet, se luciera moviendo ese pandero de película a escasos centímetros de mi cara.

« ¡Cojones con la vieja!», exclamé mentalmente cuando con verdadera admiración observé sus movimientos al servir los refrigerios a los presentes. Con una blusa una talla menor a la requerida, era la comidilla de todo el pasaje. Sin exceptuar a los pasajeros acompañados por sus esposas, todos los hombres de su sección se pusieron verracos al disfrutar del maravilloso escote que lucía  orgullosa esa hembra. Yo no pude ser menos. Aunque estaba en la inopia, cuando ese pedazo de mujer, poniendo una hipócrita sonrisa, me preguntó qué era lo que quería, estuve a un tris de contestarle que a ella.

No tenía puta madre lo buena que estaba. Era el sueño, la fantasía sexual de todos los que estábamos sentados en primera. Sus pechos no solo eran enormes sino que se les notaba que eran producto de largas horas de ejercicio y su cara, aún marcada por alguna arruga, era el morbo hecho mujer. Sus labios, quizás alterados por la mano de la cirugía estética, pedían a gritos ser mordidos.

Mi propio pene que se había mantenido aletargado hasta ese momento, no pudo evitar removerse inquieto bajo mi bragueta al contemplar como esa rubia, que me doblaba la edad, se contorneaba a cada paso por el avión.

« ¡Quién pudiera darle de comer a ese culo!», pensé sin poder retirar la mirada de su silueta mientras se alejaba de mí.

El vaivén que imprimía a sus nalgas en cada paso era hipnótico por lo que no fui capaz de retraer mi mirada de ese par de monumentos que decoraban sus piernas y ya completamente erecto, me tuve que tapar mi entrepierna cuando con una profesionalidad digna de admiración, me pidió que bajara la mesa extraíble del asiento frente a mí.

Cortado por la tremenda erección de mi sexo, obedecí sin rechistar, lo que no me esperaba fue que ella soltando una risita, me aconsejara que me calmase porque si seguía tan alborotado iba a tirar la  bandeja con la insípida comida.

― No te comprendo― respondí.

La cuarentona sonrió al ver mi cara y sin cortarse un pelo, al poner la comida rozó con su mano mi entrepierna mientras me decía al oído:

― Está claro que te pongo cachondo ― dejando patente que se había dado cuenta de la excitación que me dominaba.

― A mí y a todos― contesté con rubor, no en vano era un muchacho y ella todo una mujer.

Soltó una carcajada mientras pasaba la bandeja al tipo de mi izquierda. Descaradamente, esa diosa restregó sus pechos contra mi cara y sin darle importancia continuó repartiendo las raciones al resto del pasaje. Podréis comprender que no cabía en mí al haber sido objeto de las atenciones de semejante portento y por eso durante las siete horas del trayecto, intenté hacerme notar sin resultado. Esa mujer no me hizo ni puñetero caso. Ni siquiera tuve la oportunidad  de despedirme de ella al salir del avión porque era otra la azafata que esperaba en el finger de acceso a la terminal.

La realidad es que no me importó:

¡Estaba en Nueva York!.

Tampoco me afectó soportar durante casi tres cuartos de hora a los pesados de la aduana americana. Nada de lo que pasara cambiaba el hecho de estar, allí, en la ciudad de los rascacielos. Mi estancia era por una semana pero ya tenía decidido que si las cosas me iban bien, prolongaría el viaje hasta que se me terminara el dinero. Recién salido de la universidad, no me apetecía ponerme a trabajar y sabía que si permanecía en Madrid, mi viejo me iba a obligar al menos a buscar trabajo. Cargado de ilusión, cogí un taxi hacia Manhattan. Todo lo que veía a través del cristal me parecía conocido. Las calles y edificios que nos cruzábamos, tantas veces vistos en películas y series, eran parte de mi vida. Inmerso en una especie de “ deja vu” , la ciudad me resultaba familiar. Ese trayecto lejos de parecerme aburrido, fue una experiencia extraña donde se mezclaban mis propias experiencias con la de los personajes de cine. Me sentí Al Pacino en el Padrino, Jack Nicholson en Mejor Imposible e incluso me vi subiendo el Empire State como King Kong.

Los cincuenta y dos dólares que tuve que pagar al conductor me dolieron pero aun así, al entrar en el hotel que había reservado, estaba en la gloria. El Westin de Times Square me sorprendió y no solo por estar ubicado en mitad de esa plaza sino por su propia arquitectura. Parece en sí mismo una escultura cubista, formado por figuras geométricas de muchos colores, era el edificio más extraño que había visto en toda mi vida.

Ansioso por irme a dar una vuelta por la ciudad, me inscribí y nada más recibir las llaves de la habitación, dejé mi maleta y sin pararme a deshacerla, salí sin rumbo fijo. No os podéis imaginar lo que representó para mí esa caminata. A cada paso que daba, mis ojos no daban crédito a lo que veían. Brodway,  el Madison Square Garden, el edificio Chrysler… Esa urbe era la puñetera capital del mundo. Durante tres horas, fui deambulando por sus calles como hipnotizado. Me sentía un enano ante tamañas construcciones y sí, hice lo que todo turista, hace en Nueva York:

¡Me subí al Empire State!

Sera una horterada, un paletada pero me encantó contemplar todo Manhattan desde las alturas. A todo el que ha tenido la suerte de conocerlo le parece increíble que se hubiese construido en los años veinte del siglo pasado. Hasta su decoración art deco es maravillosa y por eso al salir, estaba con nuevos ánimos. Comí a base de Hotdogs en un puesto a la entrada del parque central y completamente agotado, llegué al hotel.

Tras una ducha relajante, salí de mi habitación. Aunque tenía ganas de marcha, el dolor de pies que me atenazaba me impidió salir a correrme una juerga. Contrariado, me senté en el bar del office a observar a la fauna allí reunida. No tengo ni idea de cuantas nacionalidades diferentes se congregaban en ese Hall. Blancos, negros, amarillos e incluso un par de tipos de aspecto extraterrestre alternaban sin importarles que ese españolito les observara desde la barra del local. Inmersos en sus propias vidas era entretenido el intentar averiguar de qué lugar del orbe habían llegado.  Ya iba por la segunda copa cuando vi entrar a la espectacular azafata de mi vuelo acompañada por el piloto. Sé que resulta un tópico pero al no perderlos de vista, comprendí que ese par compartían algo más que trabajo.

Lo que había empezado como una reunión de amantes, terminó a los gritos. La mujer le recriminaba que se hubiera enrollado con la miembro más joven de la tripulación a lo que él le contestó que, entre ellos, todo había terminado y sin más, levantándose de la mesa, tomó el ascensor.

«Menudo idiota», pensé al ver que había dejado tirada a ese mujerón.

La rubia estuvo llorando desconsoladamente hasta que el camarero le preguntó si quería algo de tomar. Disimulando, señaló un coctel de la extensa carta y mirando a su alrededor, me vio. Creí que me había reconocido porque tras pensarlo durante unos segundos, me hizo señas de que me acercara. Tardé en comprender que se refería a mí. Al ratificar que era yo el objeto de sus señas, me acerqué cortado y sentándome a su lado le pregunté qué quería.

― ¿Con quién vas a cenar?― me preguntó luciendo una espectacular sonrisa.

― Contigo― respondí sin creerme mi suerte.

Tras una breve presentación, me dijo al oído:

― Estoy seguro que has visto lo que acaba de ocurrir― asentí al escuchar sus palabras, tras lo cual la mujer prosiguió diciendo: ― Voy a usarte para darle celos a ese cabrón.

Quizás fueron las dos copas que llevaba ingeridas lo que me hizo contestar:

― Siendo tú, dejo que hasta me violes esta noche.

Ella soltó una carcajada al oír mi descarada respuesta y posando delicadamente sus labios en los míos, me contestó:

―No creo que lleguemos a tanto pero nunca se sabe― y cogiendo su bolso, me susurró: ― El sitio donde te voy a llevar es muy elegante, vamos a cambiarnos de ropa.

Completamente desolado le tuve que reconocer que no traía en mi maleta nada elegante. Ángela al ver mi turbación, sonrió y cogiéndome de la mano me llevó fuera del local, diciéndome:

― No te preocupes. Esta noche eres mi gigolo. Irás hecho un adonis.

Ni pude ni quise protestar, la mujer me llevó a una tienda sita en el hall del hotel y encantada de su papel, Ángela se puso a elegir la ropa que iba a llevar en nuestra cita. No escatimó en gastos, eligió no solo el traje sino la camisa, los zapatos, calcetines e incluso los calzoncillos de manera que en menos de cinco minutos, me volvió a coger del brazo y casi a empujones, me llevó al probador.

Sin saber cómo actuar cuando comprobé que entraba en el habitáculo conmigo, me quité la camiseta que llevaba. La azafata que para el aquel entonces se había sentado en una silla, no me quitaba ojo de encima y al ver que me ruborizaba, me comentó:

― Ya que voy a pagar, quiero ver la mercancía.

― Dime al menos si te gusta lo que ves― le respondí orgulloso de mis músculos, no en vano me machacaba diariamente en el gimnasio.

No me contestó pero al percatarme que bajo su blusa, sus pezones se marcaban, comprendí que al menos asco no era lo que le daba. Envalentonado por su reacción, me quité los zapatos, dando inicio a un lento striptease. Botón a botón fui desabrochándome el vaquero, sabiéndome objeto de un escrutinio nada profesional. La cuarentona seguía con sus ojos las maniobras de mis manos y no pudo evitar morderse los labios cuando me bajé el pantalón.

Dándole toda la parsimonia que me fue posible,  me lo saqué por los pies y acercándome a la mujer dejé que contemplara que bajo mis boxers, mi pene había salido de su letargo:

― ¿Quieres que siga?― le pregunté con recochineo al advertir  que mi interlocutora había cerrado sus piernas, tratando de evitar la calentura que la estaba poseyendo por momentos.

―Sí― respondió con mirada hambrienta.

Por su tono, supe que lo que había empezado como un juego para ella, se estaba volviendo peligrosamente excitante. No comprendo todavía como me atreví a decirle, mientras la acercaba a mi paquete:

―Desenvuelve tú, tu regalo.

La rubia que hasta ese momento se había mantenido expectante, me pidió que me diera la vuelta, tras lo cual, cogió con sus dos manos la tela de mis calzoncillos y lentamente empezó a bajármelos. Con satisfacción, la escuché decir al ver mis glúteos desnudos:

― ¡Qué maravilla!

Lo que no me esperaba era que llevando sus manos a mi trasero, lo empezara a acariciar y menos que venciendo cualquier reparo, lo empezara a besar. Si alguien me hubiera dicho que estaría con esa preciosidad de mujer en un probador nunca le hubiese creído pero, si además, me hubiese asegurado que iba ella a estar besando mis nalgas lo hubiera tildado de loco y por eso, tratando de no romper ese mágico instante, esperé sus órdenes. Ni que decir tiene que mi sexo había ya alcanzado una tremenda erección. Queriendo colaborar apoyé mis manos en la pared y abrí las piernas, dejando libre todo mi cuerpo a sus maniobras.  Por el ruido, supe que se había puesto en pie pero todavía no sabía lo que iba a ocurrir pero me lo imaginaba. La confirmación de sus deseos vino al advertir la humedad de su lengua recorriendo mi espalda, mientras se apoderaba de mi pene.

― No te muevas―  me pidió imprimiendo a la mano que tenía agarrado mi sexo de un suave movimiento.

Manteniéndome quieto, obedecí. La azafata, restregándose contra mi cuerpo, gimió en silencio. Poseída por un frenesí sin igual, me masturbaba mientras susurraba a mi oído lo cachonda que estaba. Cuando le informé que estaba a punto de correrme, me obligó a darme la vuelta y poniéndose de rodillas, se introdujo toda mi extensión hasta el fondo de su garganta. Fue alucinante, esa cuarentona no solo estaba buena sino que era toda una maestra haciendo mamadas y por eso, no pude evitar desparramarme dentro de su boca. Que no le avisara de mi eyaculación no le molestó, al contrario, demostrando una pasión incontrolada, se bebió todo mi semen sin escatimar ni una sola gota.

Si de por si eso ya era impresionante, más fue verla levantarse y que acomodándose su ropa, se volviera a sentar en la silla mientras decía:

― Ya no me acordaba lo que era una buena polla, llevo demasiado tiempo tirándome a cincuentones― y dirigiéndose a mí, exclamó: ― Vístete, quiero comprobar cómo le queda a ese cuerpo la ropa que he elegido.

A nadie le amarga un piropo de labios de una espectacular mujer y por eso no pude reprimir una sonrisa mientras me vestía. Ángela, ya sin ningún reparo, me ayudó a ponerme la ropa sin perder la oportunidad de volver a dar algún que otro magreo a mi pene, de manera que ya completamente vestido era evidente que me había vuelto a excitar. La azafata soltó una carcajada al comprobar mis problemas para acomodar mi miembro y poniendo cara de viciosa, me avisó que iba a cobrarme en carne los dólares que se había gastado conmigo.

― Soy esclavo de tu belleza― respondí cogiendo por primera vez uno de sus pechos entre mis manos y sin pedirle permiso, lo pellizqué con dulzura.

Ángela gimió al sentir la caricia sobre su pezón y separándose de mí, protestó diciendo que si seguía tendría que violarme nuevamente. Fue entonces cuando estrechándola entre mis brazos la besé. Su boca se abrió para permitir el paso de mi lengua en su interior mientras mis manos se apoderaban de ese trasero de ensueño. Dominado por la calentura, pose mi extensión en su vulva, dejándola saber que estaba dispuesto.

Tuvo que ser la cuarentona la que poniendo algo de cordura, se deshiciera de mi abrazo y abriendo la puerta, dijera:

―Tengo que cambiarme.

Al ir a pagar la cuenta, advirtió que la dependienta me miraba más allá de lo razonable y pasando su brazo por mi cintura, le dejó claro que el mozo que llevaba era su captura y que no estaba dispuesta a que nadie se la arrebatara. Creyendo que íbamos a continuar en su cuarto la acompañé hasta la puerta, pero cuando hice ademán de entrar, me contestó que le diera media hora y que la esperara en el hall. Comportándose como una clienta exigente, me ordenó que me volviera a duchar y que me afeitara porque no quería que mi barba de dos días le terminara rozando. Al ver mi cara de extrañeza, me aclaró:

―Esta noche tendrás que devolverme la mamada que te he hecho― y cerrando la puerta en mis narices, me dejó en mitad del pasillo, solo y alborotado.

Ya en mi cuarto, obedecí sus órdenes de forma que a la media hora, estaba esperándola en mitad del recibidor del hotel. Como la coqueta que era, tardó quince minutos más en aparecer pero cuando lo hizo no me quedé defraudado, venía embutida en un traje de raso rojo que  realzaba sus formas. Embobado con la visión de ese portento, disfruté de cada centímetro de su anatomía. Estaba preciosa por lo que nada más saludarme con un beso, la piropeé diciendo:

― Dios va a regañar a san Pedro por dejarse la puerta abierta, se le ha escapado un ángel.

Ruborizándose por completo, me contestó:

― Eso se lo dirás a todas tus clientas.

Fue entonces cuando la realidad de nuestra relación cayó sobre mí como una losa. Esa mujer creía que era un prostituto de hotel, dispuesto a hacer realidad las fantasías de las mujeres solas. No había reconocido en mí al pasajero sino que estaba convencida de que era un hombre de alquiler. Estuve a punto de sacarla de su error pero temiendo que si se lo decía no iba a pasar la noche con ella, decidí callarme y esperar a la mañana siguiente para aclarárselo. Y por eso, pasando mi brazo por su estrecha cintura le pregunté:

―¿Dónde quiere la señora ir a cenar?

―Al Sosa Borella.

Me quedé helado, había leído una crítica de ese restaurante italo―argentino y sabía que la cuenta no iba a bajar de los trescientos dólares. Cómo pagaba ella, no puse ningún reparo. Al preguntarle al botones por un taxi para ir,  me informó que estaba al lado del hotel por lo que no era necesario pedir uno ya que se podía ir andando. La perspectiva de ir luciendo esa estupenda pareja por las calles, me pareció buenísima y pegándola a mi cuerpo, le acaricié el trasero mientras andábamos.

Si me quedaba alguna duda de mi función en esa opereta, me la quitó al entrar en el local. Era un sitio pequeño de forma que no tardamos en ver que el piloto con el que había discutido estaba sentado en una mesa a escasos tres metros de la nuestra. Poniéndose nerviosa, me suplicó que si su ex amante se acercaba, le dijera que era un amigo de otros viajes a Nueva York.

― No te preocupes― le respondí. ―Somos amigos desde hace un par de años. Te parece que le diga que nos conocimos en el Metropolitan.

―Perfecto― suspiro aliviada y cambiando de tema, me preguntó que quería beber.

―Si te digo la verdad, lo que me apetece es beber champagne sobre tus pechos desnudos pero mientras tanto con un vino me conformo.

Mi ocurrencia le hizo gracia y pasando su mano por mis piernas, me aseguró que esa noche lo probaríamos. Sus caricias hicieron que mi pene se volviera a alborotar, cosa que no le pasó inadvertida y mostrando una genuina sonrisa de mujer en celo, llamó al camarero. El empleado tomó nota con profesionalidad, lo que me dio oportunidad de fijarme en la pareja del piloto. La muchacha aun siendo guapa no podía compararse con ella y así se lo comenté:

―Mentiroso― me contestó encantada.

―Es verdad― le aseguré. ―Si tuviera que elegir con quien irme a una isla desierta, no dudaría en ir contigo. Tienes un cuerpo precioso y unos pechos que son una locura.

―Tonto― me susurró dándome un beso en la mejilla.

Y recalcando su belleza, acaricié uno de sus pechos mientras le decía:

―Ese tipo es un cretino. Debe estar majara para no darse cuenta.

―Te lo agradezco― contestó y completamente nerviosa, me informó de la llegada del susodicho.

El inútil del cincuentón venía con una sonrisa de superioridad que me encabronó y por eso cuando sin pedir permiso se sentó en nuestra mesa, directamente le pregunté:

―Disculpe, ¿le conozco?

La fiereza de mi mirada le descolocó y ya bajado de su pedestal, me saludó con la mano mientras me decía:

― Soy Pascual, el compañero de Ángela.

Sabiendo que tenía que hundirle en su miseria, puse  un tono despectivo al contestarle:

― Ah, el chofer del avión― y dirigiéndome a mi pareja, le recriminé: ―No sabía cuándo me sacaste de la reunión del banco que íbamos a comer con más gente. Te dije que era importante y que solo dejaría mis asuntos si cenábamos solos.

Completamente indignado, el piloto se levantó de la mesa diciendo:

― Solo venía a saludar pero ya veo que no soy bien recibido.

―¡Coño! Has captado mi indirecta, tendré que cambiar mi opinión sobre tu gremio. Hasta hoy pensaba que estaba compuesto por ignorantes sin escrúpulos ni moral que no dudan en cambiar a sus parejas por carne más joven.

Mi intencionado insulto consiguió mi propósito y el tipejo al llegar a su asiento, agarró a la muchacha y tirándole del brazo, abandonó el local. Mientras eso ocurría, mi acompañante no levantó la cara del  plato. Creyendo que me había pasado, me disculpé con la mujer, la cual al percatarse de que se había ido, soltó una carcajada, diciendo:

―¡Que se joda! Menuda cara ha puesto el muy mamón. Se debe haber quedado acojonado que me haya repuesto tan pronto y que la misma noche de ser dejada, le haya sustituido por un modelo como tú.

―Siento haber sido tan despótico.

Su reacción fue besarme y pegando su pecho al mío, susurrarme:

―Esta noche, te dejo que lo seas. Me has puesto como una moto con ese papel de hombre dominante.

La cara de la azafata dejaba entrever que deseaba sexo duro y por eso, le ordené que se quitara la ropa interior. Sin comprender que era lo que quería exactamente, me miró indecisa por lo que tuve que aclarárselo diciendo:

―Sin levantarte, dame tus bragas. Quiero ponérmelas de pañuelo en la chaqueta.

No me cupo ninguna duda, del efecto de mis palabras. Los pezones de la mujer se pusieron duros al instante y mordiéndose el labio, disimulando se las quitó. La calentura que la embriagaba era patente y acomodándose en la silla, esperó a ver que hacía.

No dudé un instante, llevándome el tanga rojo a mi nariz, le dije:

―Estoy deseando comerte entera.

Con los ojos inyectados de lujuria, se removió inquieta mientras unas gotas de sudor hacían su aparición en su rotundo escote. Gotas que recogí con mis dedos y me llevé a la boca, diciendo:

―Abre tus piernas.

La mujer aterrada pero excitada, separó sus rodillas dándome libre acceso a su entrepierna. Al ver que mi mano empezaba a acariciar su sexo por encima del vestido, disimulando puso la servilleta, intentando que nadie se diera cuenta que la estaba masturbando. Imbuido en mi papel, no dejé de susurrarle lo bella que era y lo mucho que me apetecía disfrutar esa noche con ella. Ángela, dominada por mis toqueteos, se subió la falda dejando su sexo desnudo a mi alcance.  Pegó un quejido al sentir que me apoderaba de su clítoris y roja como un tomate, se entregó a mis maniobras. Era tal la calentura de esa azafata que no tardó en correrse silenciosamente entre mis dedos, tras lo cual, casi llorando, se levantó al baño.

Por segunda vez, creí que me había extralimitado y bastante nervioso, esperé que volviera temiendo no solo por la cuenta sino por perder la ocasión de disfrutar de ese pedazo de hembra. Afortunadamente, no tardó en regresar con una sonrisa en los labios y al sentarse en su silla, me recriminó mi comportamiento:

―Eres un bruto insensible. ¿No te da vergüenza haberme dado el mayor orgasmo de mi vida en la mesa de un restaurante? ¡Para eso están las habitaciones!.

Su respuesta hizo que mi maquiavélica mente se pusiera a funcionar y acariciándole la mejilla, le dijera:

―      ¿Has hecho el amor en el metro?

― No― respondió descompuesta, aunque en su fuero interno deseara ser tomada en un vagón.

― Pues esta noche, lo harás.

Mi determinación le impidió protestar y bajando su mirada, empezó a cenar. Yo por mi parte, supe que al salir nos montaríamos en uno. Tratando de relajarla, le pregunté por su vida. La mujer agradeciendo el cambio de tema, se explayó contándome que estaba divorciada con dos hijos.

― Y tu marido, ¿qué hace?

― Vive en Mónaco con su segunda mujer, una cría de veinticinco años―, contestó con un deje de amargura. Al ver mi cara de comprensión, sonrió, diciendo: ―No te preocupes, ese cabrón me pasa una buena mensualidad. Trabajo para salir de casa no porque lo necesite.

Durante el resto de la cena, no paró de hablar y solo cuando vino el camarero con la cuenta, se empezó a poner nerviosa.  Estaba horrorizada por mi amenaza pero a la vez, expectante de disfrutar si al final la cumplía. Al salir del local, no le di opción y cogiéndola por la cintura, nos metimos en el suburbano. La sensación de tenerla en mis manos era de por sí subyugante pero aún más al reparar en que mi pareja estaba completamente excitada con la idea. Mientras esperábamos en el andén la llegada del metro, pasé mi mano por su trasero. Ese sencillo gesto provocó que la rubia pegara su pubis a mi entrepierna y se empezara a restregar contra mi sexo. Se notaba a la legua que esa hembra estaba ansiosa de que rellenara su interior con mi extensión.

Afortunadamente para mis intenciones, el vagón estaba vacío por lo que sin esperar a que se arrepintiera la puse dándome la espalda sobre mis piernas y sin mediar más palabras empecé a acariciarle los pechos mientras le decía lo puta que era.  Al no haber público se relajó y llevando sus manos a mi bragueta, sacó mi pene de su encierro.  No tuve que decirle nada más, hecha una energúmena se levantó el vestido y de un solo golpe se incrustó todo mi aparato en su interior.

― ¿Te gusta?― pregunté mientras mis dedos pellizcaban  sus pezones.

― ¡Sí!― sollozó sin dejar de mover su cintura.

La calidez de su cueva me envolvió y forzando el movimiento de sus caderas con mis brazos, conseguí que mi estoque se clavara en su sexo a un ritmo infernal.

― ¡No puede ser!― aulló al sentir los primeros síntomas de su orgasmo.

Fue impresionante, berreando como cierva en celo, todo su cuerpo convulsionó sobre mis rodillas mientras no dejaba de gritar.

― ¡Qué gozada!― chilló liberándose por fin de la humillación del abandono y levantándose del asiento, se dio la vuelta y nuevamente encajó mi pene en su vagina mientras me suplicaba que le chupara los pechos.

No tuvo que pedírmelo dos veces, sacando uno de sus senos, llevé mi lengua a su pezón. Lo hallé más que duro y por eso cogiéndolo entre mis dientes, lo mordisqueé suavemente.

― Sigue, por favor― me pidió apabullada por el placer.

Ángela, desquiciada por entero, rogaba a voz en grito que continuara mamando mientras no dejaba de ejercer sobre mi sexo un meneo endemoniado. Con la cabeza hacia atrás, dejó que posara mi cara entre sus pechos y atrapándolos entre mis manos, los estrujé sus pechos sin piedad. Su segundo orgasmo coincidió con mi clímax. Su flujo y mi semen se juntaron mientras ella desfallecía agotada. La dejé descansar sobre mi pecho durante dos estaciones y entonces sacándola de su  ensueño, la levanté de mis piernas y acomodándome la ropa, le dije que teníamos que volver al hotel.

― ¿Te quedarás conmigo toda la noche? o ¿Tienes otro compromiso?― preguntó temiendo que diera por terminada la velada.

Me dio ternura su angustia y llevando sus labios a los míos, la besé dulcemente mientras le decía:

― Por nada del mundo me perdería una noche en tu compañía.

Casi llorando, la mujer me empezó a besar. Sus besos eran una demostración de su entrega y con ella entre los brazos, llegamos a nuestro hotel. Nada más entrar en su habitación se  arrodilló a mis pies con la intención de hacerme otra mamada pero levantándola del suelo, le llevé en brazos hasta la cama.

―Desnúdate― pedí.

Mi acompañante dejó caer su vestido sobre las sábanas. Casi me desmayo al ver por primera vez su cuerpo desnudo, era preciosa. Sus cuarenta y tres años no habían conseguido aminorar ni un ápice su belleza. Sin dejar de mirarla, me quité la chaqueta. Increíblemente la mujer suspiró de deseo al ver que empezaba a desabrochar los botones de mi camisa. Al advertir la avidez que sentía al disfrutar de mi striptease, lo ejecuté lentamente.

―Tócate para mí― ordené con dulzura al quitarme la camisa y quedarme con el torso al descubierto.

Ángela no se hizo de rogar y abriendo sus piernas de par en par, se empezó a masturbar sin dejar de observar cómo me deshacía del cinturón. La sensación de tener en mi poder a ese monumento, me excitó en demasía y bajándome la bragueta, busqué incrementar la lujuria de la mujer. Ella, indefensa, llevó una de sus manos a su pecho y lo pellizcó a la par que imprimía a su clítoris una tortura salvaje.

Al dejar deslizarse mi pantalón por mi piernas, la mujer no pudo más y chillando se corrió sin hacer falta que la tocase. Ver a su cuerpo cediendo al deseo de un modo  tan brutal, fue el aliciente que necesitaba para sentirme su dueño y terminando de desnudarme, me uní a ella en la cama. La cuarentona creyó que quería poseerla y cogiendo mi pene entre sus manos, intentó que la penetrara pero, separándola un instante, le dije:

―Te debo algo.

Incapaz de sobreponerse a la calentura que le envolvía, la mujer gritó al comprobar que le separaba las rodillas y me entretenía mirando su entrepierna. Su sexo brillaba encharcado de flujo, expandiendo el aroma a hembra en celo por la habitación. Pausadamente, cogí una de sus piernas y con la lengua fui recorriendo centímetro a centímetro la distancia que me separaba de su pubis. Fue una delicia advertir que Ángela se retorcía sobre las sábanas ante mi avance, de manera que todavía no había llegado a apoderarme de los labios de su sexo cuando ésta empezó a bramar como descosida por el placer que le estaba obsequiando.

― ¡Fóllame!― imploró con el sudor recorriendo su piel.

Haciendo caso omiso a sus ruegos, prolongué su hambruna  bordeando con la lengua los bordes de su clítoris. La necesidad de la mujer se hizo todavía más patente cuando tomé entre los dientes su ardiente botón y a base de ligeros mordiscos afiancé mi dominio. Moviendo sus caderas, buscó apaciguar el fuego que la consumía. Sin darle ni un segundo de tregua, introduje una de mis yemas en su cueva y dotándole de un suave giro, conseguí sacar de su cuerpo otro orgasmo pero esta vez, de su sexo empezó a manar una ingente cantidad de flujo que me confirmó lo que ya sabía, que no era otra cosa más que la dulce azafata era multi orgásmica.

La tremenda erección de mi pene me impelía a penetrarla y por eso dándole la vuelta, la puse a cuatro patas y de un solo empujón se lo clavé hasta el fondo. Entonces se desató la verdadera Ángela y comportándose como una perturbada me pidió que la tomara sin compasión. No tuvo que repetir su pedido y asiéndome de sus pechos, comencé a cabalgarla salvajemente. Sus gemidos se convirtieron en alaridos al poco de verse penetrada y cayendo sobre la almohada me pidió que la dejase descansar.

No la hice caso e incrementando el compás de mis incursiones, asolé todas sus defensas mientras a ella le costaba hasta respirar. Sometida a mis deseos, cogí su melena rubia y azuzándola con ella le obligué a seguir moviéndose. Para el aquel entonces, sus muslos estaban empapados del líquido que salía de su sexo y su cara empezaba a notar los efectos del cansancio. Afortunadamente para ella, no pude soportar más la excitación y dando un berrido, le informé de la cercanía de mi clímax. Mis palabras le sirvieron de acicate y convirtiendo sus caderas en una máquina de ordeñar, agitó su trasero en busca de mi liberación. La tensión acumulada por mi miembro explotó sonoramente, regando su vagina de mi simiente mientras la mujer no dejaba de gritar por el placer que había sentido.

Agotado, me desplomé a su lado y tras unos minutos, descansado abrazado a ella, le pregunté que le había parecido:

―Ha sido maravilloso― me contestó con una sonrisa en los labios, ―nadie nunca me había dado tanto placer.

Encantado por su respuesta, le di un beso en los labios y dándole un azote a ese trasero que me traía loco, solté una carcajada:

―Todavía me falta probar este culito― le solté.

Poniendo cara de pena, me rogó que la dejara descansar pero me prometió que a la mañana siguiente me lo daría y  acurrucándose en mi pecho se quedó dormida. Desgraciadamente, cuando amanecimos se nos hizo tarde y solo pudimos ducharnos juntos porque tenía prisa. Después de vestirnos me pidió que la acompañara a la recepción y mientras bajábamos por el ascensor me pidió mi teléfono, al decirle que todavía no tenía, le di mi email y ella encantada, puso un sobre en mis manos mientras se despedía.

― ¿Y esto?― pregunté.

― Tu pago por la noche más increíble de toda mi vida.

La llegada de sus compañeros de tripulación impidió que le aclarara que no era un prostituto y por eso, me despedí de ella pidiéndole que me escribiera.

―Lo haré― contestó con ilusión por poder volverme a ver.

Desde la puerta del hotel, observé su marcha y solo cuando el taxi donde se habían montado había desaparecido por la octava avenida, abrí el sobre para comprobar que esa mujer me había dejado dos mil dólares. Sin poderme creer la suerte de haber poseído a esa mujer y que encima me hubiese regalado tanta pasta, entré sonriendo en el hall.

Estaba todavía analizando lo ocurrido cuando desde la boutique de la noche anterior, la dependienta que nos había atendido me llamó con señas. Intrigado me acerqué a ver que quería. La muchacha llevándome a la trastienda, me dijo:

― He visto que te has quedado libre, anoche una de mis clientas se quedó prendada de ti. ¿Tienes algo que hacer hoy?

Asustado de la franqueza de la mujer, le contesté que estaba cansado pero ella insistiendo, me soltó:

―Te ofrece tres mil porque la acompañes a una cena.

« Joder», exclamé mentalmente y todavía indeciso, le pregunté a bocajarro:

― Y tú, ¿Qué ganas?

― Me llevo el veinte por ciento y quizás si hacemos más negocio, exigiré probar la mercancía.

Solté una carcajada y dándole la mano, cerré el trato.

Todo esto ocurrió hace dos años. Hoy en  día sigo viviendo en Nueva york pero ahora tengo un apartamento en la quinta avenida con vistas al Central Park. Gracias a Johana, he conseguido una clientela habitual formada por doce mujeres que mensualmente me hacen una visita. Conduzco un porche y como se ha corrido la voz, he tenido que subir mi tarifa, pero eso sí: Ángela sigue pagando lo mismo. Cada quince días voy a recogerla al avión y para sus compañeros soy su novio. Solo ella sabe que soy su chico de alquiler.

Capítulo 2      Helen, enculando a la gorda.

Los primero que hice después de irse mi primera clienta fue descansar, esa azafata cuarentona me había dejado agotado y confuso. Nunca me imaginé que me podría ganar la vida como prostituto y menos que me pagaran tanto por hacer algo que hubiera hecho gratis. Os tengo que reconocer que una parte de mí luchaba contra la idea de convertirme en un gigolo, pero el peso de los billetes en mi cartera fue razón suficiente para librarme de todos los prejuicios morales.

Me desperté sobre las doce y tras darme una ducha, decidí salir a visitar museos, no en vano la pintura era mi pasión favorita a la que no me pude dedicar por tener que estudiar una carrera que odiaba. Acababa de salir del MOMA cuando, caminando por la séptima avenida, me topé con una tienda de arte y sin pensármelo dos veces me compré un caballete, oleos y unos cuantos lienzos.

« Si me voy a dedicar a esto, voy a tener tiempo suficiente para practicar», me dije mientras pagaba doscientos cincuenta y tres putos dólares por mi capricho.

Era una pasta pero podía permitírmelo y por eso además, viendo que iba a necesitar un móvil, contraté uno en  una tienda de Sprint. Es misma noche, mi billetera iba a estar nuevamente repleta. Después de comer en un restaurante hindú, pasé por una farmacia y tras dar una “ propina” descomunal,  me agencié dos cajas de viagras. No es que lo necesitase, pero como no tenía ni idea de qué tipo de mujer tendría que tirarme esa noche, decidí que no era malo el poder confiar en una ayudita química por si la tía era horrorosa.

Al llegar a mi habitación, tenía una llamada de Johana, la dependienta de la tienda de ropa que me había conseguido la cita, por lo que nada más dejar mis compras sobre la cama, la llamé temiendo que la clienta se hubiese echado atrás. Afortunadamente mis temores resultaron infundados y lo que quería era decirme la habitación donde tenía que recoger a la mujer, así como avisarme que tenía que pasar por su local a probarme un traje de etiqueta. Queriendo saber a qué atenerme, le pregunté si sabía el porqué de esa vestimenta; la pelirroja muerta de risa me comentó que me tenía que hacer pasar por el novio buenorro de la clienta en una cena de antiguos alumnos de un instituto.

―Okay― le contesté ―ahora bajo a probarme el smoking.

Cinco minutos después estaba con ella en su tienda. Como no necesitaba tomarme medidas porque el día anterior Ángela me había comprado allí, pasé directamente al probador. Lo que no me esperaba fue que al igual que la azafata, mi nueva jefa se metiera conmigo a ver cómo me cambiaba.

« Me tendré que acostumbrar», pensé mirándola mientras me quitaba la camisa.

Johana era la típica pecosa americana. Con veintitantos años sin ser un monumento, tenía gracia. En otras palabras, no le diría que no a un buen polvo con ella, pero al contrario de lo que ocurrió el día anterior, esa tarde solo me observó sin tratar de hacer ningún acercamiento. Parcialmente desilusionado me terminé de vestir y digo parcialmente, porque aunque la muchacha no dejó translucir ningún tipo de excitación, cuando salimos del probador, me soltó:

― No me extraña que paguen tanto por una noche contigo: ¡Estás buenísimo!

Cortado por el piropo, le di las gracias y tratando de romper el silencio que se había instalado entre nosotros, le pregunté el nombre de mi cita.

― Helen. Verás que es diferente a la pantera de anoche. Es la clásica soltera a la que le da vergüenza que sus amigos de la infancia sepan que sigue sola.

― Y ¿cómo es?― pregunté interesado en su físico.

― Una mojigata, tendrás que esforzarte― contestó sin darme más detalles.

No sabiendo a qué atenerme y como me quedaba una hora para ir a recogerla, decidí ir a tomarme una coca cola al bar. Ya sentado en la barra, recapacité en las palabras de Johana y sacando una de las pastillitas azules de mi bolsillo, me la tomé temiéndome lo peor. Llevaba unos veinte minutos allí cuando se me acercaron dos cincuentonas con ganas de marcha.

«Joder, este sitio es una mina», sentencié al darme cuenta de las intenciones de ambas.

Dicho y hecho, esas mujeres tras una breve conversación, me insinuaron si me iba con ellas de farra. Poniendo cara de desconsolado, me disculpé aludiendo que tenía una cita pero previendo que podían ser futuras clientas, le dije que si querían nos veíamos al día siguiente.

― No puede ser― me contestó la más interesada, ―mañana  nos vamos.

Cómo no podía estar en dos sitios a la vez, les di mi recién estrenado teléfono para que la próxima vez que volvieran a Nueva York, me avisaran. Comprendí que al menos la más joven contactaría conmigo cuando al despedirme, la mujer rozó con disimulo mi entrepierna. Le debió de gustar lo que se encontró porque mordiéndose los labios, insistió en que me quedara con ellas:

―Lo siento, debo irme― susurré a su oído mientras le devolvía la caricia con un pellizco en su trasero. –Llámame y te haré pasar una noche de fantasía.

Con los ánimos repuestos, salí del bar y cogiendo el ascensor, me dirigí hacia la habitación 1511, donde me esperaba mi pareja por esa noche. Con los nervios de punta, llamé a la puerta. Al instante me abrió una mujer de unos treinta años, guapa pero con quince o veinte kilos de más. «Está jamona», dictaminé mientras la saludaba con un beso en la mejilla:

―Soy Alonso.

Sé que era un puto principiante, pero ni hoy en día que estoy curtido de todo, me hubiese dejado de sorprender que la mujer poniéndose a llorar se tumbara en la cama.

―¿Qué te ocurre?―, le dije sentándome a su lado.

Helen, completamente descompuesta, me dijo que había sido un error, que nadie se creería que yo era su novio.

―Y eso, ¿por qué?― respondí acariciándole la cabeza.

La muchacha, sin dejar de llorar, me contestó si no la había visto bien, que ella era una gorda asquerosa mientras yo era un modelo de revista. Comprendiendo que corrían peligro mis tres mil dólares, le di la vuelta y llevando su mano a mi pene, le contesté:

― Hagamos una cosa, si no se me levanta en medio minuto, me voy. Pero tengo que decirte que me pareces preciosa, siempre me han gustado las mujeres como tú y no las esqueléticas tan de moda últimamente.

Estoy convencido que no hubiera necesitado del viagra pero al habérmelo tomado, en segundos mi pene consiguió una dureza total. Helen al ver la reacción, se tranquilizó y dándome las gracias, insistió en que el vestido que había elegido le sentaba fatal.

―Levántate― ordené.

«Puta madre», exclamé mentalmente. Tenía razón, el vestido era horrible. Con él puesto, parecía un saco de patatas. Ese día comprendí que mi labor iba a ser cumplir las fantasías de las mujeres que me contrataran y por eso le pregunté:

―¿A qué hora es la cena?

―A partir de las ocho.

Mirando mi reloj, vi que nos quedaba dos horas. Analizando la situación decidí que esa muchacha necesitaba ayuda y aunque no fuese la función por la que me pagaba, le dije si confiaba en mí. Al ver que me contestaba afirmativamente, tomé el teléfono y llamé a Johana. Tras explicarle expliqué la situación, mi contacto me dio la dirección de una boutique al lado del hotel. Sin darle oportunidad de echarse atrás, cogí a Helen del brazo y la saqué de su habitación.

La gordita se quejó, diciendo que era imposible, pero acariciando su cara la convencí que se dejara hacer. Al llegar, todo estaba preparado. Mi jefa había hablado con la dependienta, de manera, que rápidamente me preguntó qué era lo que tenía en mente.

―Mi amiga necesita un vestido que realce su belleza. Debe ser escotado y elegante, que le marque bien los pechos.

Helen como convidada de piedra no se creía lo que estaba ocurriendo. La empleada resultó una experta y en menos de cinco minutos, nos trajo cinco vestidos a cada cual más sugerente. Mirando a los ojos a mi clienta, le pedí que se metiera en el probador con el primero. Al salir, no me gustó como le quedaba, por lo que le exigí que se pusiera el segundo. Este resultó ser un vestido rojo con un escoté brutal que le dotaba de un aspecto de femme fatal que me encantó y por eso, decidiendo por ella, dije que nos quedábamos con ese.

―Ahora necesitamos ropa interior acorde con el vestido y que sea sexy― insistí.

Nada más volver con las prendas supe que había acertado, en sus manos traía un coqueto body transparente que se complementaba con un minúsculo tanga negro.

― ¡Es perfecto!― sentencié nada más verlo.

La gordita protestó diciendo que parecería una fulana pero al ver que me mantenía firme, no tuvo más remedio que aceptar y llevándoselo al vestidor, se fue a cambiar. Mientras lo hacía le elegí unos zapatos de plataforma con un enorme tacón porque con ellos se disimularía esos kilos de más. Una vez seleccionados, la dependienta se los llevó y ya tranquilo esperé que saliera Helen ya transformada.

Cuando al cabo de cinco minutos se reunió conmigo, no pude evitar soltarle un piropo. La muchacha estaba impresionante. Elevada sobre esos taconazos y engalanada en ese vestido, era un pedazo de hembra que no dejaría a nadie indiferente. Sus enormes pechos que siempre llevaba escondidos,  se mostraban orgullosos, dándole el aspecto  de mujer sensual que quería conseguir y por eso, acariciándole su trasero, susurré a su oído:

― Estás para comerte.

Por la expresión que descubrí en su cara también mi clienta estaba encantada,  incluso la encargada de la boutique, estaba alucinada. La anodina muchacha se había convertido en una mujer de “ rompe y rasga” con la única ayuda de unos trapos. Mientras pagaba, le pregunté cómo íbamos a ir a la cena:

―Había pensado en coger un taxi― respondió avergonzada.

― De eso nada, quiero que dejes boquiabiertos a esos payasos. Vamos en limusina― le solté sabiendo que si se podía gasta tres mil  dólares en contratarme, ese pequeño gasto extra no le importaría.

Desde la propia tienda, llamaron a la empresa de ese tipo de vehículos y en menos de cuarto de hora, abriéndole la puerta a la gordita entramos en su interior. Nada más acomodarnos en el asiento, la besé. La muchacha me respondió con pasión y durante diez minutos, estuvimos magreándonos ante la mirada alucinada del chófer. Mi pene ayudado por la química se  alzó a lo bestia y sabiendo que si continuaba sobando a esa mujer, me iba a dar un dolor de huevos, separándome de ella, le comenté:

―Tenemos que planear nuestra actuación.

―No sé a qué te refieres― respondió.

Poniendo mi mano en sus rodillas, le expliqué que quería que esa noche triunfase y por eso, debíamos de pensar en cómo comportarnos frente a sus amigos.

― ¿Qué tienes pensado?― dijo avergonzada.

― Por lo que me has contado, en el instituto, tenías fama de empollona y ninguno de esos cretinos te pidió salir por lo que vas a comportarte conmigo como una autentica déspota. Quiero que todos ellos piensen  en lo que se han perdido.

― No sé si podré. Aunque en el trabajo soy así, con un hombre me veo incapaz.

― Podrás― le respondí y forzando su aceptación, le pedí que me comentara si tenía alguna fantasía.

Bajando su mirada y completamente colorada, me confesó que nadie le había hecho el sexo oral. Al oírla comprendí que esa mujer había disfrutado pocas veces de la compañía de un hombre. Cerrando la ventanilla que nos separaba del chófer, me puse de rodillas frente a ella y le solté:

―Pídemelo.

Creyendo que era parte de la actuación, Helen me dijo con voz sensual:

― ¡Cómeme!

― Sus deseos son órdenes― respondí mientras le separaba las rodillas y empezaba a recorrer con la lengua sus muslos.

Alucinada y completamente cortada, la mujer me miró y sin saber cómo reaccionar se quedó quieta en su asiento mientras yo subía por su piel. Tengo que reconocer que el morbo de hacerlo en mitad del tráfico de Manhattan, me afectó y con mi sexo pidiendo guerra, dejé un sendero húmedo por sus piernas mientras me acercaba a la meta que me había marcado.

Levantándola el vestido, metí mi cabeza bajo la tela y marcando mi territorio con pequeños mordiscos, me fui aproximando a su tanga. No tardé en escuchar los gemidos callados que salían de la garganta de la mujer, la cual deslizándose por el asiento, puso su pubis a mi disposición. Intentando no presionarla en demasía,  mordisqueé su sexo por encima del encaje antes de bajarle las bragas. Helen no cabía de gozo al ver que se las quitaba y volvía a acercarme con mi boca a su entrepierna. Supe que estaba excitada al sentir sus manos sobre mi cabeza y por eso, tanteé con mi lengua alrededor de su clítoris antes de decidirme a tomar posesión de mi feudo. El olor dulzón de su vulva me cautivó y ya sin ningún recato, di rienda libre a mi pasión apoderándome de su sexo.

La muchacha gritó al sentir que jugaba con su botón y separando aún más sus rodillas, facilitó mis  maniobras. Me encantó darme cuenta que se liberaba y continuando con mi labor, introduje mi lengua en el interior de su sexo mientras con mis dedos las masturbaba.

―No me lo puedo creer― aulló a sentir la invasión y agitándose sobre su asiento, se vio desbordada por las sensaciones.

Los gemidos de mi clienta me anticiparon su orgasmo y recreándome, con mis manos le pellizqué los pezones sin dejar de comerle su sexo. Helen pegando un chillido se corrió sonoramente, momento que aproveché para recoger con mi lengua en flujo que manaba de su cueva, no fuera a ser que se manchara el vestido y levantándome del suelo, la besé mientras le decía:

―Eres mi dueña. Haré todo lo que me digas.

Increíblemente mis palabras fueron el acicate que esa mujer necesitaba para terminárselo de creer. En ese preciso instante, el conductor nos informó que estábamos llegando. Helen, nerviosa,  se acomodó la ropa  y adoptando su papel, me ordenó:

―Cuando salgamos, ábreme la puerta.

Cumpliendo al pie de la letra sus órdenes, como el novio sumiso que habíamos acordado me bajé antes que ella, de manera, que todo los presentes en la entrada del polideportivo donde iba a tener lugar la cena se quedaron mirando tratando de adivinar quién era la pasajera de la limusina. Al salir Helen de su interior, escuché que comentaban entre ellos el cambio experimentado por mi clienta en los años que no la veían y sabiendo que debía de reforzar esa imagen le pedí que me tomara de la cintura.

La mujer hizo más, posó su mano en mi trasero y pegando un buen sobeteo a mis nalgas, me llevó a la sala donde estaban sirviendo el aperitivo. Nuestra espectacular entrada cumplió su función y tal como había planeado un nutrido grupo de ex alumnos vino a comprobar que, ese hembra, era la gordita callada de su curso. Tras un breve saludo, Helen me presentó a sus dos mejores amigas de la clase. Al observarla, comprendí que esas dos mujeres de seguro que la tenían de mascota, porque no solo estaban dotadas de un cuerpazo sino que se podía decir sin temor a equivocarse que eran las más guapas de la reunión.

Sabiendo que era su noche, le pregunté si quería algo de tomar.

―Tráeme un poco de ponche― me pidió con un sonoro azote.

Sus compañeras se quedaron alucinadas cuando en vez de indignarme por el modo con el que me trataba, con una sonrisa, le pedí perdón por anticipado ya que la barra estaba repleta.

―Vale, pero date prisa― respondió con voz altanera.

Como había previsto, tardé más de diez minutos en volver y cuando lo hice, Helen me regañó por haber tardado tanto. Actuando sumisamente, me excusé mientras sentía las miradas de sus dos amigas clavadas en mi cuerpo y mi clienta al percatarse,  me exigió que le diese un beso. Exagerando mi papel, la besé tímidamente. A lo que ella respondió restregando su sexo contra el mío y diciendo a sus conocidas:

― Si no fuera porque está bueno y es una fiera en la cama, lo mandaría a la mierda. Es demasiado vergonzoso―

― ¡Cómo te pasas!― soltó una de sus interlocutoras mientras daba un buen repaso a mi paquete, ―Yo lo tendría en palmitas.

― Si quieres cuando me canse de él, te lo paso― dijo muerta de risa mi clienta.

Su descaro provocó la risa de todos y mordiéndome un huevo, puse cara de pena.  En ese instante, pidieron que pasáramos a cenar. En la mesa que teníamos asignada, se sentaron sus amigas y dos de sus compañeros de clase con sus novias. Durante una hora tuve que soportar poniendo una sonrisa, las anécdotas de colegio de los presentes. Helen con su papel totalmente asumido, se comportó como una devora hombres, simpática y divertida mientras sus compañeros no daban crédito a su transformación.

Estábamos en el postre cuando me levanté al baño sin percatarme que tras de mí, Alice, una de las rubias macizorras me  seguía. Al no encontrar su ubicación, me giré topándome de frente con ella, le pedí me explicara cómo ir.  Entonces comprendí que al menos esa mujer se había creído a pies juntillas mi actuación, porque sin cortarse un pelo no solo me llevó hasta allí sino que abusando de mi teórico carácter sumiso, se metió conmigo en el baño, diciendo mientras me desabrochaba el pantalón:

―Vamos a ver si eres tan bueno como dice.

Esa loba no sabía dónde se metía, llevaba sobreexcitado más de dos horas y  por eso, agarrándola, le di la vuelta y pegándola contra la pared, le dije:

―Te equivocas conmigo. La razón por la que aguanto el carácter de Helen es porque estoy colado por ella pero una putita, como tú, está para servir no para ser servida. ¿Lo entiendes?.

Sin pedirle su opinión, le levanté la falda y tras bajarle sus bragas, la penetré salvajemente mientras me reía de ella. La mujer gritó al sentir su interior horadado por mi miembro y en contra de lo que había venido a buscar, se vio poseída con brutalidad mientras sus pechos eran estrujados por mis manos.

―Ves, así se trata a una zorra― le solté acelerando el ritmo de mis incursiones.

El modo tan brutal con el que la trataba, la excitó y berreando me gritó que la usara.   No hacía falta que me lo pidiera porque con el estímulo químico del viagra, necesitaba liberar mi tensión. Acuchillando repetidamente su interior con mi miembro, conseguí que esa puta se corriera. Abundando en su vergüenza, fui azotando su trasero siguiendo el compás de mis incursiones hasta que derramando mi simiente en su vagina, encontré el orgasmo que tanto necesitaba. Tras lo cual, me puse a mear y al terminar le exigí que me lo limpiara con su lengua.

Esa golfa nunca había sido maltratada de esa forma y comportándose como una sumisa se arrodilló y servilmente se introdujo mi miembro en su boca. Me encantó haberle bajado los ánimos a esa pretenciosa y por eso al terminar, volví a mi asiento contento tras decirle que era mejor que nadie supiera lo que había ocurrido. En la mesa, Helen estaba disfrutando de las atenciones de un par de tipos y sabiendo que no debía interponerme fui a por una copa. Desde la barra observé que esos dos hombres competían entre sí para ver quien conseguía los favores de mi clienta. Se la veía esplendida y por eso, unos minutos esperé antes de volver.

Cuando retorné, Alice me miró desde su silla con una mezcla de deseo y frustración que no le pasó inadvertida a la gordita que disimulando me preguntó qué había pasado:

―Tuve que bajarle los humos― susurré a su oído.

Comprendiendo lo ocurrido, soltó una carcajada y llevándome a la pista, me sacó a bailar. Durante dos horas, fuimos la pareja  a la que todos envidiaban y por eso al terminar la fiesta, Helen me comentó emocionada que había sido la mejor noche de su vida.

―Todavía no hemos terminado― contesté.

―Si quieres no hace falta que me acompañes a la habitación. Has hecho por mí suficiente―

Acariciando su trasero, le dije en voz baja:

―No puedes dejarme así― y señalando mi entrepierna,―solo y alborotado.

La muchacha soltó una carcajada al percibir que bajo mi pantalón, mi sexo estaba erecto y pasando su mano por la bragueta, me dijo mientras se apoderaba  de mi extensión:

―Tendré que hacer algo para consolarte.

Juro que estuve a punto de correrme con solo oír su tono meloso y por eso sacándola del lugar, la llevé hasta la limusina. No me había acomodado en el asiento cuando vi que ella se empezaba a desnudar. Ni siquiera había tenido la previsión de subir antes la ventanilla del conductor. Si a ella le daba morbo que nos vieran era su problema, yo estaba desesperado por acariciar esos enormes melones que sensualmente mi clienta me estaba poniendo en la boca. Con auténtica lujuria me así a sus pechos y mordisqueando sus pezones, empecé a mamar de ellos mientras Helen terminaba de liberar mi miembro de su encierro.

Fue la primera vez que la vi completamente desnuda. Siendo rolliza su cuerpo era enormemente atractivo y por eso no hizo falta mucha ayuda para ponerme verraco. Ella por su parte estaba como poseída y sin más dilación se puso a horcajadas sobre mí y se fue introduciendo mi sexo en su interior. La lentitud con la que se fue empalando, permitió que sintiera cada uno de los pliegues de su vulva recorriendo la piel de pene mientras se metía por el estrecho conducto que daba paso a su vagina.

― ¡Cómo me gusta!― la escuché decir al notar que mi glande rellenando su interior.

Lentamente, la mujer fue moviendo sus caderas dotando a su meneo de una sensualidad difícil de superar. No me podía creer que esa mojigata se hubiese deshecho de sus prejuicios y como por arte de magia se hubiera convertido en la desinhibida que en ese instante estaba poseyéndome.  Desde mi asiento me fijé que el chófer no perdía el tiempo y usando el retrovisor, disfrutaba de la escena que le estábamos brindando.

― Nos está viendo― susurré a mi clienta.

Sentirse observada, lejos de cortarla, incrementó su calentura y sin medir las consecuencias, empezó a gemir sonoramente mientras incrementaba la cadencia con la que se penetraba.

― Me excita que nos mire― confesó cogiendo uno de sus pechos.

Comprendí que era lo que quería y sin importarme ser observado, lo cogí entre mis dientes y ejerciendo una suave presión, lo mordisqueé. La mujer aulló al sentir los mordiscos y convirtiendo su trote en un desenfrenado galope, me rogó que no tuviera piedad. Cogiéndola de las caderas, forcé tanto la velocidad como la profundidad con la que se ensartaba, de manera que no tardé en escuchar los primeros síntomas de su orgasmo.

― ¡Córrete!― le ordené.

La gordita no se hizo de rogar y a voz en grito,  su cuerpo se licuó entre mis piernas. Agotada quiso zafarse pero reteniéndola entre mis piernas, le prohibí sacar mi pene de su interior hasta que me hubiese corrido. Mi orden le dio nuevos ímpetus y  buscando mi orgasmo, reanudó los movimientos de sus caderas. Su respuesta fue brutal, Helen convirtió su sexo en una ordeñadora y como si le fuera la vida con ello, se siguió empalando sin dejar de gemir.

Su entrega se maximizó cuando al irme a besar, inconscientemente, le mordí sus labios. El morbo de sentirse follada en público, la acción de mi miembro en su vagina y el dolor del mordisco, se aliaron provocando que mi cliente se volviera a sobre excitar y aullando me pidiera que regara su interior con mi simiente.

No pude seguir retrasando mi liberación. Como un tsunami, el placer asoló mis defensas y gritando, mi cuerpo convulsionó mientras explotaba llenando de semen su vagina. Ella al sentir mi orgasmo, se corrió desplomándose sobre mí.

― ¡Qué locura!― sentenció al comprobar que mi sexo seguía clavado en su vulva sin perder un ápice de dureza. – ¡No puedo más!

―Ves que no te mentía cuando te dije que estabas buenísima.

Satisfecha por mis palabras, mi clienta sonrió y bajando de mis piernas, mientras se empezaba a vestir, me contestó:

― Te juro que cuando por la mañana nos despidamos, no tendrás ganas de follar durante una semana.

Afortunadamente no tardamos en llegar al hotel y tras pagar al chófer, rápidamente subimos a su cuarto. Nada más entrar, la gordita me rogó que le dejara irse a cambiar al baño. Aprovechando su ausencia, me desvestí y poniéndome un albornoz, esperé que saliera. Estaba sirviendo unas copas del minibar, cuando escuché que se abría la puerta. Al darme la vuelta, me quedé sorprendido al verla vestida con un coqueto picardías de encaje negro.

― ¿Te gusta?

Sus curvas lejos de resultar desagradables me parecieron cautivadoras y por eso, babeando le contesté que estaba esplendida. Sonrió al escuchar mi piropo y poniendo cara de puta,  se dio la vuelta para que apreciara en justa medida el pedazo de mujer que iba  a volverme a follar. Al disfrutar de la visión de su trasero, como si de un resorte se tratara, mi pene se puso erecto, dejándose ver a través del albornoz.

« Menudo culo», exclamé mentalmente al observar sus dos nalgas.  Enormes pero sobre todo apetecibles, me parecieron un manjar que debía de catar y por eso, le pedí que se acercara. Lo que no me esperaba fue que esa mujer poniéndose de rodillas, viniera gateando mientras no dejaba de ronronear.

Al comprobar el cambio de actitud de esa mujer y que en menos de cuatro horas había pasado de ser una amargada a una hembra satisfecha, hizo que mi miembro se elevara aún más y le esperara totalmente tieso. Me pareció una eternidad los pocos segundos que tardó en llegar hasta mí. Helen se había transformado y nada quedaba de sus antiguos resquemores y por eso al verme a su alcance, no esperó que le diese nuevas instrucciones y cogiendo mi sexo entre sus manos, se lo llevó a su boca y sensualmente, lo empezó a besar mientras acariciaba mis testículos. De pie sobre la alfombra, sentí sus labios abrirse y cómo con una tranquilidad pasmosa, esa gordita lo iba introduciendo en su interior. Devorando dulcemente cada uno de los centímetros de mi piel, mi cliente fue absorbiendo mi extensión hasta que consiguió besar la base. Con él completamente embutido en su garganta, me miró como pidiendo permiso.

Al comprobar mi disposición, empezó a sacárselo lentamente para acto seguido volvérselo a meter con un secuencia in crescendo que me dejó maravillado. Esa mujer estaba utilizando su boca como si de su sexo se tratara y cada vez más rápido me estaba haciendo el amor sin usar ninguna otra parte de su cuerpo. No puedo describir su maestría. Su lengua presionando mi pene, conseguía que sintiera que era un estrecho coño, el orificio donde estaba metiéndolo y por eso, completamente absorto en su mamada, llevé mis manos a su cabeza y forzando el contacto, comencé un brutal mete―saca en su garganta. No me importó que mis maniobras, le provocaran arcadas. Estaba imbuido en mi placer y obsesionado por correrme, me olvidé que ella era la clienta y que debía satisfacerla.

Acojonada por el trato, clavó sus uñas en mi culo pero en vez de conseguir que parara, eso me dio alas y salvajemente seguí penetrando su garganta. Felizmente para ella,  mi orgasmo no tardó en llegar y al fin conseguí descargar en su boca la tensión acumulada, momento que aprovechó la gordita para recriminarme el modo en que la había usado.

        ―Perdona― le dije al comprender que me había pasado.

Helen soltó una carcajada al escuchar mis escusas y con un fulgor en sus ojos que no me pasó inadvertido, sonrió mientras me pedía que quería que cumpliera otra de sus fantasías:

― ¿Cuál?― pregunté.

― Quiero que me desvirgues el trasero― contestó poniéndose a cuatro patas sobre la cama.

Verla separándose los glúteos con sus manos mientras me exigía que tomara posesión de su ano, fue demasiado para mí y como un autómata, me acerqué y sacando la lengua empecé a recorrer los bordes de su ano mientras acariciaba su clítoris con mi mano. La muchacha no me había mentido, su entrada trasera estaba incólume, nadie la había hoyado y por eso se me mostró cerrada y rosada, dispuesta a que fuera yo quien la tomara por primera vez.

Sabiendo que podía desgarrarla y que eso no era bueno para el negocio, le pregunté si no tenía crema:

― Tengo algo mejor― contestó sacando del cajón de la mesilla un bote de lubricante anal.

Al ver la enorme sonrisa que iluminó su cara, comprendí que esa mujer había más que fantaseado y que al contratarme tenía previsto entregarme su culo. La disposición de Helen, me permitió no tener que convencerla de algo que deseaba desde que había visto su enorme pandero desnudo y por eso abriendo el bote, cogí una enorme cantidad entre mis dedos. Sin más preliminares,   le unté su ano con la mezcla y tranquilamente empecé a relajar su esfínter.

― ¡Me encanta!― chilló al sentir que uno de mis dedos se abría paso y reptando por la cama, apoyó su cabeza en la almohada mientras levantaba su trasero.

La nueva posición me permitió observar con tranquilidad que los muslos rollizos de la mujer temblaban cada vez que introducía mi falange en su interior y ya más seguro de mí mismo, decidí dar otro paso y dándole un azote a una de sus nalgas, metí las yemas de dos dedos dentro de su orificio.

― Ahhhh― gritó mordiéndose el labio.

Su gemido fue un aviso de que tenía que tener cuidado y por eso volví a lubricar su ano mientras esperaba a que se relajase. La gordita moviendo sus caderas me informó que estaba dispuesta. Esta vez, tuve cuidado y moviendo mis falanges alrededor de su cerrado músculo, fui dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar.

― ¡No puede ser!― aulló al sentir sus dos entradas siendo objeto de mi caricias.

La mujer se llevó las manos a sus pechos y pellizcando sus pezones, buscó agrandar su excitación. Increíblemente al terminar de meter los dos dedos, se corrió sonoramente mientras su cuerpo convulsionaba sobre las sábanas. Sin dejarla reposar, embadurné mi órgano con el lubricante y poniéndome detrás de ella, llevé mi glande ante su entrada:

― ¿Estás lista?― pregunté mientras jugueteaba con su esfínter.

Ni siquiera esperó a que terminara de hablar, llevando su cuerpo hacia atrás lentamente fue metiéndoselo, permitiéndome sentir cada rugosidad de su ano apartándose ante el avance de mi miembro. Sin gritar pero con un rictus de dolor en su cara, prosiguió con su labor hasta que sintió mi cuerpo chocando con su culo y entonces y solo entonces, se permitió quejarse del sufrimiento que había experimentado.

― ¡Cómo duele!― exclamó cayendo rendida sobre el colchón.

Venciendo las ganas que tenía de empezar a disfrutar de semejante culo, esperé que fuera ella quien decidiera el momento. Tratando que no se me enfriara, aceleré mis caricias sobre su clítoris, de manera que, en medio minuto, la muchacha se había relajado y levantando su cara de la almohada me rogó que comenzara a cabalgarla. Su expresión de deseo me terminó de convencer y con ritmo pausado, fui extrayendo mi sexo de su interior. Casi había terminado de sacarlo cuando Helen con un movimiento de sus caderas se lo volvió a introducir, dando inicio a un juego por el cual yo intentaba recuperarlo y ella lo impedía al volvérselo a embutir. Poco a poco, el compás con el que nos meneábamos se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope, donde ella no dejaba de gritar y yo tuve que afianzarme cogiéndome de sus pechos para no descabalgar.

― ¡Sigue!― me ordenó cuando, para tomar aire, disminuí el ritmo de mis acometidas.

― ¡Serás puta!― le contesté molesto por su tono le di un fuerte azote.

― ¡Qué gusto!― gritó al sentir mi mano y comportándose como una puta, me imploró que quería más.

No tuvo que volver a decírmelo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoros cachetadas cada vez que sacaba mi pene de su interior de forma que dimos inicio a un extraño concierto de gemidos, azotes y suspiros que dotaron a la habitación de una peculiar armonía. Helen ya tenía el culo completamente rojo cuando cayendo sobre la cama, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Fue impresionante ver a esa gordita, temblando de dicha mientras de su garganta no dejaban de salir improperios y demás lindezas.

― ¡No dejes de follarme!, ¡Cabrón!― aulló al sentir que el placer desgarraba su interior.

Su actitud dominante fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su enorme culo como frontón.  Al gritar de dolor, perdió el control y agitando sus caderas se corrió. De su sexo brotó un enorme caudal de flujo que empapó mis piernas.

Su actitud dominante fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su enorme culo como frontón.  Al gritar de dolor, perdió el control y agitando sus caderas se corrió. De su sexo brotó un enorme caudal de flujo que empapó mis piernas.

Fue entonces cuando ya dándome igual ella, me concentré en mí y forzando su esfínter al máximo, empecé a usar mi miembro como si de un cuchillo de se tratara y cuchillada tras cuchillada, fui violando su intestino mientras la gordita no dejaba de aullar desesperada.

Mi orgasmo fue total, todas las células de mi cuerpo compartieron mi gozo mientras me vertía en el interior de sus intestinos. Agotado y exhausto, me tumbé al lado de Helen, la cual me recibió con las brazos abiertos. Mientras me besaba, no dejó de agradecerme el haberla liberado y en esa posición, se quedó dormida.

Os parecerá extraño pero estaba contento por el trabajo bien hecho. Esa mujer me había contratado para realizar una fantasía y no solo había cubierto sus expectativas sino que le había ayudado a desprenderse de los complejos que le habían maniatado desde niña.,

« Helen ha dejado atrás a la gorda», pensé mientras me levantaba al baño a limpiar mi pene.

Al volver a la cama y verla dormida, me percaté que nunca más la volvería a ver. Ya no me necesitaba y por eso, queriendo guardar un recuerdo, cogí mi teléfono y subrepticiamente, le saqué una foto. Estaba preciosa, con la cara relajada era una mujer feliz

A la mañana siguiente, me pagó y despidiéndose de mí, como de un viejo amigo, la vi marcharse de la habitación sin mirar atrás. Yo por mi parte, me fui a mi cuarto y tras darme una ducha, decidí ir a pagar a Johana su porcentaje. Cuando entré a la boutique, mi jefa dejó lo que estaba haciendo y se acercó a mí.

― Toma― le dije depositando un sobre con el veinte por ciento.

― No hace falta. No sé qué le has dado, pero esa gordita me ha dado una propina que duplica lo acordado. A este paso, dejó la tienda y me pongo a trabajar en exclusiva contigo― contestó. Y soltando una carcajada, me informó que ya me había conseguido una cita para el sábado, ―Tienes dos días libres, búscate un apartamento.

Relato erótico: “La fábrica (2)” (POR MARTINA LEMMI)

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Las semanas que mediaron entre mi entrevista y mi primer día de trabajo fueron una auténtica pesadilla.  No lograba convivir con lo que había ocurrido y, menos aún, con el hecho de que tendría que volver allí y presentarme a trabajar diariamente.  Yo estaba rara y Daniel lo notaba; busqué disimular todo cuanto pude pero era inevitable que, cada tanto, él me preguntara qué me pasaba.
“Nada… nada…- respondía yo esbozando la mejor sonrisa que podía -.  S… supongo que son l… los nervios por el nuevo empleo…”
Ésa u otras semejantes eran mis típicas respuestas ante los planteos por parte de Daniel quien, por cierto, ya había empezado a trazar nuevamente planes para el casamiento y hasta estaba buscando nueva fecha.  Traté de disuadirlo de no ir demasiado aprisa al respecto.
“No cuentes los porotos antes de cosecharlos, solía decir mi abuelo” – era, a menudo, mi respuesta.
En efecto, apunté sobre todo al hecho de que aún no se sabía qué tanta estabilidad tendría yo en el empleo: no había aún nada firmado ni ningún papel; sólo un compromiso de palabra.  ¿Y si lo deshacían?  Y aun considerando que finalmente quedase efectiva con todo en regla, cabía la posibilidad de que me despidieran antes de los noventa días sin siquiera derecho a una indemnización.  Tales argumentos, por supuesto, eran los mejores a los que podía recurrir para sosegarlo un poco a Daniel en relación con los planes matrimoniales, pero la realidad más allá de mis palabras era que yo temía que llegado el día no me atreviera a presentarme o bien renunciara al poco tiempo tras comprobar, tal vez, que lo ocurrido en la oficina de Di Leo estaba lejos de ser un episodio aislado en ese lugar.  Pero, claro, yo no le podía decir todo eso a Daniel; hacerlo sería ponerlo al tanto, explícita o implícitamente, de lo que había sucedido y, además, yo abrigaba la esperanza de conseguir algún otro empleo en los días que quedaban.
Busqué, denodadamente, de hecho: no paraba de hojear los clasificados del periódico y creo que llevé, en esos días, más carpetas de currículum que nunca, incluso más que las que había llevado en los meses posteriores a mi renuncia a mi empleo anterior.  Pero nada: estuve a punto de tomar un trabajo en una estación de servicio como despachante de combustible; estaba bastante peor pago, eran más horas y además había que utilizar unas calzas terriblemente ajustadas.  La única ventaja que encontré para argumentar ante Daniel era que estaba a pocas cuadras de casa, pero él descartó de inmediato la idea:
“Estás loca – me dijo -.  ¿Dejar de lado un empleo como el que conseguiste sólo por el hecho de estar más cerca?  Si es por eso, olvidate… Yo puedo llevarte todos los días en auto a la puerta e irte a buscar a la salida; mis horarios me lo permiten, así que no veo cuál podría ser el problema.  Además… ¿trabajar con esas calzas tan obscenas? – el rostro se le contraía en una mueca de desagrado -.  ¿Y sabiendo la fama que tiene el concesionario de esa estación de acosador?  ¿De cogerse a las chicas que trabajan para él?  ¡No, Sole!  ¡Ni se te ocurra!  Quedémonos con lo seguro y no te preocupes por la distancia… No es tanta, después de todo…”
Yo sólo tenía que tragar saliva y aceptar.  ¿Cómo explicarle?  ¿Cómo decirle que la fama que, según le habían dicho, tenía el titular de la estación de servicio, podía no ser nada comparada a la realidad que yo ya conocía acerca de quien en pocos días más sería mi nuevo jefe? 
Un fin de semana cayó Floriana en casa.  Del modo más sutil que pude le indagué acerca de Hugo Di Leo buscando que me dijera algo sobre su comportamiento habitual o su fama dentro de la fábrica.
“¡Ay, es un dulce”  ¡Súper copado! – me decía ella -.  Puede parecer un poco duro o exigente, pero es un divino, ya lo vas a conocer…”
Traté de escarbar con la vista dentro de los ojos de mi amiga para ver si no había también en ella algún deje de ironía o si no sería (menuda sorpresa en ese caso) cómplice de lo ocurrido.  Sin embargo, me dio la impresión de que sus ojos sólo rezumaban franqueza y espontaneidad, que no había nada calculado u oculto.  Pero entonces, ¿significaba eso que Floriana nunca había tenido, por ejemplo, que… mamarle la verga a su jefe tal como yo sí había tenido que hacerlo?  Después de todo, ella estaba lejos de ser una chica bonita o atractiva.  Cabía de ello sacar entonces tal vez la peor conclusión: que si Floriana tenía ese puesto era por eficiencia mientras que yo sólo lo había conseguido por una mamada de verga… Una vez más me sentí sucia e indigna…
Y llegó finalmente el día.  Tenía aún más nervios que el día de la entrevista, lo cual no era extraño considerando el antecedente que había marcado la misma.  Daniel, fiel a su estilo y a sus palabras, me llevó hasta la puerta y me despidió con un efusivo beso tras desearme suerte.
Fue Estela la encargada de recibirme una vez dentro de la fábrica.  Me tomó por las manos y me besó en la mejilla felicitándome por mi llegada a la empresa.  De modo casi maternal, me guió de la mano hasta el escritorio que yo iba a ocupar y, al hacerlo, tuve que pasar por entre los que ocupaban las demás.  Una vez más, volví a detectar recelosas miradas de hielo pero la diferencia fue que esta vez algunas de ellas me saludaron con una sonrisa.  Bien podía ser una vez más mi imaginación pero me pareció detectar un cierto sarcasmo en tal gesto; realidad o no, lo cierto era que estaban obligadas a aceptarme ya que a partir de ese día yo era su nueva compañera de trabajo.  Estela me las iba presentando una a una a medida que avanzábamos por entre los escritorios:
“…Ella es Alejandra, ella Rocío, ella Evelyn, ella Milagros…”
Hice un leve asentimiento de cabeza hacia cada una en la medida en que me las presentaba y, finalmente, llegué al que iba a ser mi escritorio.  Me produjo un cierto escozor el pensar que posiblemente hasta el día anterior estuviera allí sentada otra chica; por desgracia, tengo tendencia a la empatía en esos casos y me mortifica terriblemente ser la responsable de que otra persona se haya quedado sin trabajo.  Traté de consolarme a mí misma pensando que, después de todo, no era necesariamente así: la empleada anterior, como ya me había dicho Floriana, había quedado afuera por errores graves en su trabajo, aunque al mismo tiempo no podía dejar de pensar… ¿Y si su más grave error hubiera sido no ceder ante Di Leo?
Floriana me arrancó de mis cavilaciones al levantarse de su lugar para abrazarme.
“¡Bienvenida a la fábrica! – exclamó con alegría -.  ¡Vamos a ser vecinas, boluda!”
Claro, mi amiga se refería al hecho de que nuestros escritorios estaban contiguos uno con el otro.  Al posar la vista en el mío recalé que sobre él había un florero atiborrado de rosas.  Mala idea: no es mi flor favorita, pero bien, había que tomarlo como un gesto de buena voluntad.
“Eso es de parte de todas las chicas” – dijo Floriana trazando, con su dedo, un círculo en el aire de tal forma de envolver a todas las administrativas, inclusive a Estela, quien sonrió de oreja a oreja.  Noté que dos de las chicas, sin embargo, no fueron capaces ni siquiera de ensayar una sonrisa ante la mención: estaba más que obvio que si habían sido parte del presente de rosas, no habían contribuido de muy buena gana.  En parte era lógico, me dije: yo era nueva allí y, después de todo, mi llegada significaba la salida de alguien con quien, tal vez, hubieran hecho buenas migas.  Además, por supuesto, del ya mencionado asunto de la competencia casi natural entre mujeres dentro de un mismo establecimiento.
“M… muchas gracias, de verdad… – dije, apoyándome la mano en el pecho -.  Gracias de corazón…”
Noté que junto al florero había un sobre cerrado en el cual podía leerse claramente “Srta. Moreitz” y lo tomé casi maquinalmente.
“Eso es de parte de Hugo…” – me explicó Estela, siempre sonriente.
“Ah… dígale que muchas gracias…” – respondí, tratando de ocultar mi turbación.  Creo que tanto ella como Floriana esperaban que yo abriese el sobre pero no lo hice; temí por lo que pudiese haber dentro y, en todo caso, quería tener privacidad para abrirlo.  De modo casual y algo distraído, simplemente lo deposité sobre el escritorio.
La mañana de mi primer día de trabajo transcurrió sin demasiadas novedades.  Floriana se dedicó a explicarme, con paciencia de madre, los detalles del trabajo que yo tenía que hacer.  Si bien desde el punto de vista formal, trabajábamos para diferentes empresas, lo cierto era que allí dentro todo parecía funcionar como si fuera una sola firma, una sociedad encubierta.  Me explicó cómo llevar y manejar las cuentas de los clientes y, en efecto, pude comprobar que los había indistintamente de ambas empresas.   No parecía difícil pero había que hacerlo con concentración y cuidado… Por algo habrían dejado fuera a la empleada anterior o, al menos, quería yo creer que habría sido por eso y no por otra cosa.  A propósito: el sobre de Di Leo  seguía allí sin ser abierto.  Fue cuando llegó el mediodía y el turno para el almuerzo que me dirigí al toilette para abrirlo con más privacidad. 
“Bienvenida a nuestra empresa, señorita Moreitz – decía la nota que se hallaba en su interior escrita de puño y letra -.  Su jefe, Hugo, le desea el mejor de los inicios y da por descontado que entre nosotros va a haber una amplia y profunda colaboración…”
La nota estaba perfumada: qué chabacano.  Maldito cerdo.  Las palabras eran más que claras.  Hice un bollo el papel y lo arrojé al cesto.  Luego me arrepentí por pensar en la posibilidad de que alguien lo hallase así que hurgué en el cesto y me lo guardé.  Traté de calmarme: no había, después de todo, ningún lenguaje procaz u obsceno en la nota y, en todo caso, era más lo que sugería que lo que decía, amén del perfume…  Y, de todas formas, si debo ser sincera, había tenido peores expectativas con respecto al contenido del sobre: tal vez una foto de sus genitales, una nota humedecida con su semen o algo por el estilo…
Pasó la hora del almuerzo y hasta ese momento no había ni noticias de Di Leo.  A lo lejos veía su oficina cerrada y daba por sentado que estaría en ella.  Recién entonces presté atención a una oficina contigua que era, en teoría, la de su socio encubierto, es decir del jefe de Floriana.  Cada tanto veía a Estela entrar indistintamente en una o en otra como si fuera secretaria de ambos.  No tuve contacto con ninguno de los operarios de planta, si bien había visto a algunos a la entrada.  Una vez que retomé mi trabajo, un hombre de unos treinta y tantos, bastante atractivo, se presentó en el lugar y se ubicó frente a mi escritorio.  Clavó sobre mí dos penetrantes ojos azules.  Se me dio por pensar que pudiese ser un cliente pero me equivoqué:
“¿Ella es la empleada nueva?” – preguntó dirigiéndose, obviamente, a Floriana, pero sin dejar de mirarme.
“Sí, Luchi, ella es Soledad” – le dijo ella amablemente y dejando traslucir una gran confianza entre ambos -.  Sole, él es Luciano, el hijo de Hugo…”
Yo, descartada ya la posibilidad de que fuera un cliente y dado el aparente grado de confianza, había esperado que me dijera que era su jefe, pero no… Bajé la vista avergonzada… Siendo el hijo de Hugo, ¿le habría ya puesto al tanto su padre de lo ocurrido o simplemente él lo supondría?
“Hola, Luciano… es… un placer…” – dije, aclarándome la garganta.
“Muy linda tu amiga…” – dijo él y, al levantar la vista nuevamente, creí descubrir en sus ojos un brillo de perversión o malicia. 
Decididamente no se parecía a su padre, de lo cual había que inferir que portaría la genética de su madre.  Él era un hombre aceptablemente atractivo, cosa que Hugo no era en absoluto y, si bien había una diferencia de edad lógica, tampoco daba el padre trazas de haberlo sido en el pasado.
“G… gracias, Luciano… – dije, con la voz convertida en un hilillo -.  Muchas g…gracias…”
Ni siquiera sabía si debía tratarlo como jefe o como qué.  Nadie me había hablado de que hubiera un tercer cacique en el lugar pero considerando que era el hijo de Di Leo, era fácil suponer que debía gozar allí de una cierta y tácita autoridad  más allá de cuál fuera realmente el escalón jerárquico que ocupase.  Seguía con la vista clavada en mí y lo hacía hasta de un modo más penetrante que su padre.  En ese momento por detrás de él entró al lugar una mujer morocha que tendría unos treinta, acompañada de un inquieto chiquillo que correteaba entre los escritorios.
“Papá, vamos a la planta…” – dijo, tironeando de los pantalones de Luciano.
La nueva situación me significó un alivio.  El tipo tenía familia y habían llegado en el momento justo;  de hecho, desvió su atención de mí…
“Qué rompe que sos eh… – protestó echándole un vistazo a su hijo y mostrándole un puño amenazante; luego desvió la mirada alternadamente a mí y a Floriana y, por primera vez, se dibujó en sus labios una sonrisa -.  No tengan hijos, nunca eh… ¿Qué puede gustarle tanto de ver a los operarios trabajando?”
Floriana rió y yo, algo forzadamente, hice lo mismo.  La esposa de Luciano se acercó para saludarme y, por cierto, lo hizo muy amablemente.  A diferencia de él, no parecía ser una persona que escondiese demonios en su interior.
Respiré aliviada cuando los tres se alejaron aunque la actitud mostrada por el hijo del jefe no era de lo más tranquilizadora; difícil era pensar que no se repitiera y no siempre estaría la esposa cerca para salvarme.  Al momento de retirarse, Luciano se acercó a Estela y le cuchicheó algo al oído, a lo cual la secretaria, como era usual en ella, asintió sonriente.
“Es un lindo tipo, ¿viste? – apuntó Floriana hablándome por lo bajo -.  No parece hijo de Hugo, jaja…”
Casi ni tuve tiempo de procesar las palabras de mi amiga porque Estela se acercó y se plantó frente a mi escritorio.  Me miraba fijamente aunque sin perder su habitual amabilidad.
“A ver, Soledad – me dijo -, ¿te puedo pedir que me acompañes?”
El pedido me descolocó y en mi cabeza no pude menos que asociar con lo que fuera que Luciano le hubiese dicho al oído.  Confundida, giré la vista hacia Floriana pero no parecía preocupada en absoluto; por el contrario, lucía ya desentendida y ocupándose de su monitor.
“S… sí, Estela…- tartamudeé -.  Ya… ya m… mismo…”
Nerviosa y algo atemorizada, caminé tras ella hasta dejar atrás la zona de las empleadas administrativas y tuve la sensación de que nos dirigíamos hacia la oficina de Di Leo o, tal vez, a la de su “socio”.  Nada  de eso ocurrió, sin embargo, ya que Estela pasó ante las oficinas y siguió de largo; me sobresalté cuando tomó una tijera de encima de un escritorio que lucía desocupado.  Comenzamos pronto a transitar un pasillo que, luego supe, era el que llevaba hacia la planta, pero nos detuvimos a mitad del mismo.  Estela se encaró conmigo luego de girar sobre sus talones.  Me sentía tan perdida y atemorizada que, involuntariamente, di un paso hacia atrás y terminé con mis espaldas contra la pared.  Miré a un lado y a otro; no había nadie a la vista, lo cual no sabía si era mejor o peor.  ¿Qué plan tenía esa mujer con una tijera en la mano?  Por lo pronto, la alzó y blandió en el aire muy cerca de su rostro provocándome un nuevo estremecimiento.  Los labios comenzaron a temblarme involuntariamente…
“Me dice Luciano que tu falda es muy larga… – dictaminó, siempre sonriente, pero a la vez con expresión algo endurecida -.  Y eso ya lo habíamos hablado el día de la entrevista, ¿te acordás?”
Los hombros se me cayeron.  Dios, claro, qué tonta.  Era precisamente uno de los puntos que Di Leo le había señalado tanto a ella como a mí.  Pero con el correr de los días y con el trauma de la experiencia vivida, lo había olvidado.
“S… sí – musité, algo avergonzada -.  L… lo recuerdo, Estela.  Mañana traeré…”
No me dio tiempo a acabar la frase.  Poniendo una rodilla en tierra y con sorprendente rapidez hundió la tijera en la tela de la falda y giró todo alrededor de mis muslos cercenándole unos ocho centímetros a una prenda que ya de por sí era corta… pero que ahora lucía escandalosamente corta, además de deshilachada.
“Así está mejor – sentenció Estela incorporándose y guiñándome un ojo -.  Los clientes siempre quieren ver la mercadería, linda… TODA la mercadería…”
Yo no podía más de la vergüenza.  Tuve el reflejo de llevarme las manos a la entrepierna para cubrirme.  Me sentía ultrajada una vez más y lo más sorprendente de todo era que, al igual que había ocurrido con Di Leo, Estela no había dejado de ser amable en ningún momento.  Me acarició la mejilla y, para mi sorpresa, me dio un fugaz beso sobre los labios.  El gesto pareció más cariñoso que lascivo o lésbico pero en aquel contexto tan especial nada se sabía con certeza y bien podía tener doble lectura.
“Ahora de vuelta al trabajo, linda…” – me ordenó.
Creo que no necesito decir que fue un bochorno pasar con mi falda recortada por delante de las demás chicas; la cara se me caía de la vergüenza y no podía sino mirar al piso.  Aun así, entreví por el rabillo del ojo los divertidos rostros de alguna de ellas.  En particular, a la que me habían presentado como Evelyn le noté una sonrisa de oreja a oreja; ella era, de hecho, una de las que más renuentes se habían mostrado al momento de saludarme. 
Me ubiqué detrás de mi escritorio con la premura que me imponía mi urgente necesidad de cubrirme.  No podía lucir tan descarada como lucía y, de hecho, comprobé que ninguna de las empleadas llevaba una falda tan corta como la mía.  Floriana, por su parte, pareció no notar nada o, al menos, no lo demostró.  Siguió absorta en su trabajo.  Imitándola, traté, como pude, de concentrarme nuevamente en el mío.  En lo básico mis tareas de ese primer día se limitaron a ordenar las cuentas de los clientes en el sistema informático.  Mi escritorio tenía un aparato de teléfono y, de hecho, sonó en un par de oportunidades pero Floriana siempre se apresuró a atenderlo.  Supuse que no querían dejarme aún contestar los llamados debido a mi inexperiencia y que, a la vez, buscaban que yo aprendiera esa parte de mi trabajo viendo y oyendo a mi amiga.  Por cierto, ella siempre atendió el teléfono con suma cortesía, pero jamás noté que empleara los recursos o el tono libidinoso que Di Leo me había hecho utilizar en aquel desvergonzado simulacro durante la entrevista.
En un momento Luciano volvió a pasar por el lugar, acompañado de su esposa e hijo.  No sólo me clavó los ojos a la distancia sino que además pude notar que estiraba el cuello y aguzaba la vista como para observar por debajo de mi escritorio; quería saber, seguramente, si Estela habría cumplido con lo que él le había solicitado.  Yo me retorcí y enrosqué un poco en mi silla de tal modo de enseñarle lo menos posible pero aun así debió haber visto lo suficiente porque me dio la impresión de que sonrió y asintió muy levemente en señal de aprobación.
Lo terrible fue cuando llegó el final del turno.  Con el sonido de la chicharra se me paró el corazón porque recién ahí me di cuenta de dos cosas: una, que no podía salir de allí exhibiéndome de modo tan indecente ante los ojos de los operarios al momento de dejar éstos sus labores; segunda, que no podía ir al encuentro de Daniel y presentarme así en el auto.  ¿Qué iba a decirle?  ¿Cómo explicarle lo ocurrido con mi falda?  Giré la vista hacia Floriana, quien ya había comenzado a juntar sus cosas y se aprestaba a marcharse.
“Flori…”
“¿Sí, Sole…?”
“¿Podés, por f… favor d… decirle a D… Daniel que no me espere?  Que se vaya; yo voy a ir más tarde… Decile que me las arreglo, que no se p… preocupe…”
Floriana me miró extrañada, abriendo grandes los ojos detrás de sus lentes.
“¿Te quedás, Sole? – preguntó con gesto de no comprender -.  Pero…”
“Quiero terminar con esto hoy” – dije señalando hacia el monitor.
“Ay, Sole, pero podés terminarlo mañana, no hay problema – me dijo sonriente -.  ¿O querés empezar a acumular horas extra desde el primer día? Ja…”
“N…no, es que q… quiero irme acostumbrando… – dije, creo que sin sonar demasiado convincente -, ganar en experiencia.  Así, lo voy a ir haciendo cada vez mejor y más rápido…”
“Como quieras – dijo, encogiéndose de hombros -.  Ya le aviso a Daniel…”
“Decile que te lleve”
“Ja, ¡no!  No te molestes… Vine con la moto; nos vemos mañana o hablamos más tarde…”
Todas se fueron retirando; a lo lejos, al fondo del pasillo en el cual Estela había cortado mi falda, se escuchaban los apresurados pasos de los operarios de planta al retirarse.
Como no podía ser de otra manera, Daniel llamó a mi celular apenas un par de minutos después:
“¿Qué pasa, Sole…?” – preguntó, intrigado.
“N… nada, Dani… Sólo q… que quiero terminar esto y…”
“¡Te espero!”
“¡No! – mi negativa salió de mi boca casi en forma de aullido desesperado y me arrepentí al instante .  ¿Qué podía pensar Daniel?  Procuré que mi voz saliera más calma -.  N… no sé a qué hora voy a terminar con esto y… me alcanzan hasta casa, así que no te hagas problema…”
“¿Quién te alcanza?  Flori se fue recién…”
Trágame tierra.  Por querer ocultar mi falda recortada me estaba metiendo en un pantano cada vez peor.  Claro: Daniel podía desconfiar y pensar que si me quedaba era para estar en intimidad con alguien y que ese alguien sería después quien me llevaría.  Tenía que sonar segura y convincente.  Basta de hablar entrecortadamente, me propuse.  Pero no lo logré:
“N… no, no, n… no es Flori; es una de las chicas a las que conocí hoy y que se ofreció gentilmente a llevarme”
“Como quieras, Sole…” – el tono de Daniel se me antojaba como decepcionado pero no parecía estar sospechando; todo era, una vez más, mi imaginación.  ¿Cómo iba a sospechar él de mí cuando bien sabía que yo había renunciado a mi anterior trabajo por preservar mi dignidad?  Dios, de sólo pensar en tales cosas me estaba volviendo loca.  Cuánto habían cambiado las cosas en tan poco tiempo.
Me envió un beso por el celular y se lo retribuí.  Apenas cortó, levanté los ojos y me sentí terriblemente sola.  No era posible que no hubiera quedado allí nadie, desde luego, y menos aún considerando que yo estaba adentro.  Por lo que sabía, había allí un sereno o encargado y, además, no había visto para nada a Di Leo ni a nadie que pareciese ser su “socio”.  De pronto sentí un taconeo en el pasillo que llevaba a la planta y descubrí la silueta de Estela.  Recién entonces recalé en que no la había visto irse.
“¿Todavía acá, linda? – me preguntó -.  Ya podés irte, a menos que, claro, quieras quedarte para aprender mejor tu trabajo.  En ese sentido no te preocupes: simplemente marcá tu hora de salida y se te computan las horas extra…”
“No… puedo irme así” – le interrumpí, tal vez algo bruscamente.
Me miró con extrañeza; incluso se acomodó los lentes sobre la nariz.
“¿Así?  ¿Así cómo?”
Me puse de pie.
“No… puedo salir afuera con la falda así, Estela… – dije -.  Mi novio me espera… o me esperaba en el auto…”
Estela se sonrió.
“Ya entiendo… – dijo -.  Pero, ¿quién te dice?  Yo creo que va a gustarle… ¿A quién no le gustaría?”
La broma, desde ya, no me hizo gracia.
“No… puedo ir a casa así, Estela…Cuando menos tendría que pasar por algún local de ropa para conseguirme una falda nueva; ésta parece… un taparrabos…”
“Ja, ja… a mi entender te queda muy linda… Pero, está bien, entiendo que los hombres suelen ser bastante celosos con esas cosas.  Mirá, yo no puedo llevarte.  Me quedo todavía algún rato más, pero… ¿por qué no le preguntás a Luis?  Él se va a ir en un momento…”
“¿L… Luis?” – pregunté, confundida.
“Sí, el socio de Hugo.  El jefe de Floriana…” – me explicó.
Bien.  Entonces él estaba dentro de la empresa.  Me asaltó una duda mortal.
“Estela… ; n… no sé si sería conveniente.  Creo que mejor…”
“Ah, no seas tonta” – me cortó en seco, tomándome de la mano y prácticamente obligándome a marchar detrás de ella en dirección hacia las oficinas.  Pasamos frente a la de Hugo.  A él ya lo conocía, así que, por lo tanto, era un alivio que Estela no me estuviera entregando a sus garras.  Pero al otro no lo había visto ni tenía referencia alguna.  En ese momento me acordé del dicho “más vale malo conocido que bueno por conocer…”
Tal como le había visto hacerlo en la oficina de Hugo, Estela entró a la oficina contigua sin llamar.  El hombre que estaba al otro lado del escritorio levantó la vista del monitor y, para variar, la clavó en mí.  Se trataba de un tipo que tendría unos cincuenta y cinco y, una vez más, distaba de ser atractivo.  Al igual que en el caso de Hugo, su cabeza lucía casi completamente calva pero daba la impresión de que la calvicie lo hubiera afectado ya desde joven.  No era para nada rechoncho como su socio sino más bien lo contrario: de rostro algo enjuto y algo chupado, sus ojos saltones no pudieron despegarse de mí una vez que estuve yo allí dentro.  Claro, no era para menos considerando mi atuendo…
Otra vez una indecible vergüenza se apoderó de mí y tuve el impulso de cubrirme con las manos, al menos hasta donde podía hacerlo.
“¿Qué es este pimpollo tan apetecible que me trajiste, Estela?”
Se me revolvió el estómago.  No sé qué había esperado después de todo.  Si era el socio de Di Leo, no cabía esperar que fueran muy diferentes.  Más aún, considerando que me había piropeado descaradamente sin siquiera haber cruzado conmigo palabra hasta el momento, ya podía empezar a inferir que, en realidad, estaba ante un sujeto mucho más asqueroso que Di Leo.  Parecía increíble que hallase cada vez un escalón más bajo.  Viéndolo a la distancia, el jefe de mi trabajo anterior parecía ahora un caballero… ¿Es que nadie escapaba a la regla general en esa fábrica?
Yo no pude decir nada.  Avergonzada, dirigí la vista al piso y Estela, por suerte, se dedicó a explicar mi situación.
“Ja – carcajeó Luis -.  ¡Pero si le queda pefecta!  ¡Pintada diría!”
Humillada a más no poder, me dio por pensar que después de todo ese tipo no era mi jefe en términos legales.  No tenía por qué permanecer allí y someterme a sus procacidades. 
“Estela… – musité -; c… creo que me voy…”
“¿Así te vas ir? – preguntó la secretaria, abriendo bien grandes los ojos -.  ¿En qué?  ¿En micro?”
“Jaja… – volvió a carcajear Luis palmoteando el aire al mismo tiempo -.  Para cuando llegues a tu casa vas a tener por lo menos cuatro hijos en la pancita… Va a ser más fácil explicar la falda recortada que eso, jeje…”
Estela, mirándome, se llevó una mano al pecho; luego lo miró a él:
“Ay Luis, ¿sabés lo que pasa?  Me siento culpable porque fui yo quien le recortó la falda…”
“Hiciste lo que el degenerado de Hugo te ordenó – repuso Luis -.  No te sientas mal… Además, insisto, la chica se ve muy bonita así…”
Definitivamente yo no podía seguir un segundo más en esa oficina.  Hice un medio giro sobre mis tacos y amagué a echar a andar hacia la  puerta, que aún permanecía abierta.
“Siento… haberlo molestado, s… señor Luis… Me retiraré como pueda…”
No tuve tiempo de terminar la frase.  Ya Estela se había apresurado a cerrarme el paso echando espalda y caderas contra la puerta.  Como siempre, seguía sonriente.  La miré, confundida y cada vez más aterrada…
“Es… tela, por favor…” – balbuceé.
“Estela sólo cumple órdenes.  Yo le dije que no le permitiera salir” – terció Luis manteniendo siempre la voz tranquila, aunque con ese tono entre altanero y depravado que lo hacía terriblemente desagradable.  Por lo menos Hugo hacía gala de una impostada caballerosidad.  En el caso de Luis, ello estaba totalmente ausente.  Me giré hacia él.  Mis ojos rezumaban angustia…
“Dije que yo la llevo… – sentenció tomando un manojo de llaves de arriba del escritorio -.  Por favor no sea tan descortés de rechazar mi invitación…”
Había sido un súbito cambio en el trato, un lapsus de caballerosidad y, sin embargo, su actitud seguía mostrando un componente perverso, las más de las veces explícito; otras, más oculto.  Saliendo de detrás de su escritorio se me acercó y me tomó por la mano; prácticamente me llevó fuera de la oficina mientras Estela, con su eterna sonrisa, se apartaba para dejarnos paso.  Me llevaba tan rápido que, por momentos, me tropezaba con mis tacos y temí caer.  Salimos fuera de la fábrica; claro, había otro pequeño detalle: el estacionamiento de la empresa estaba enfrente, en un terreno que la firma destinaba precisamente a tal propósito.  Ello implicaba, desde luego, cruzar la calle.  Pero esta vez no fue lo mismo que al entrar o cuando Daniel me había traído a mi entrevista de trabajo: eran las cinco y media de la tarde y andaba gente deambulando; algunos nos miraron, lo cual no tenía por qué sorprender: debía llamar la atención una pareja tan despareja cruzando la calle a toda prisa y luciendo yo además una falda tan corta.  No sé por qué debía preocuparme tanto: nadie me conocía en aquel barrio aunque, seguramente, sí sabrían de las andanzas de Luis y, de ser así, yo sólo debía ser, a ojos de ellos, tan sólo otra de las putitas de la fábrica.  La vergüenza era tan grande para mí que trataba de ocultar mi rostro con mi mano libre.
Pronto estuvimos los dos dentro del auto y partíamos en busca del centro.
“La verdad es que fue una desprolijidad haberle recortado la falda de ese modo.  Eso seguramente fue idea de Luciano. ¿Tiene algún lugar predilecto en donde compre roba habitualmente?” – me espetó.
“N… no… Es decir, sí lo tengo, pero…”
“¿Pero…?”
“P… pero… no tengo un peso…”
Hasta en eso parecía destinada a ser humillada: confesar mi penosa situación económica.
“No se preocupe por eso… – me cortó tajantemente -.  Sólo dígame el lugar…”
Hablando tímidamente, le dije la ubicación del local del cual yo era clienta habitual o, al menos, lo había sido hasta quedarme sin trabajo.  Apenas lo dije, me arrepentí de haberlo hecho: en ese sitio me conocían bien y se encontrarían conmigo ataviada como una puta y acompañada por un asqueroso lascivo.  Decidí que lo mejor era indicarle otro lugar: alguno de esos locales que no visitaba tanto por ser demasiado caros: él ya había dejado en claro que correría con los gastos.  Pero apenas entreabrí los labios para darle otra dirección, me encontré con la desagradable sorpresa de sentir su mano entrando por debajo de mi cortísima falda y apoyándose sobre mi vagina, por encima de la tanga. 
El impacto fue tal que me removí en el lugar; aspiré tanto aire que casi me asfixié por la exageración.  Giré la cabeza hacia él: seguía al volante y con la vista fija en el camino mientras su mano derecha jugueteaba sobre mi sexo.  Su expresión, por lo demás, seguía luciendo igual de impertérrita aunque llegué a ver el débil dibujo de una maliciosa sonrisa en la comisura de sus labios.
Llevé mi mano hacia la de él en procura de quitarla de allí.   Tironeé de ella pero nada: la mantuvo firme.  Por el contrario, sus dedos iniciaron un movimiento de masaje que me puso inesperadamente a mil, tanto que aflojé la presión de mi mano sobre la de él así como la tensión de todo mi cuerpo, que pareció enterrarse en la butaca.
“S… señor… L… Luis – ni siquiera sabía yo su apellido -.  Le suplico, por favor que no siga con eso…”
“No se nota que suplique demasiado…” – objetó él en tono de burla.
No podía soportar tanta degradación.  Tenía que resistirme con todas mis fuerzas a la incontrolable excitación que se estaba apoderando de mi cuerpo.  Me aferré con fuerza a los costados de la butaca y opté por cerrar y cruzar las piernas.  Creo que fue peor: cierto era que había aprisionado su mano pero ello no le impedía seguir jugueteando con mi vagina y, por el contrario, me dio la impresión de que sus dedos se enterraron aun más en ella, introduciéndose en mi raja con tanga y todo.  Lancé un gritito ahogado y, contra mi voluntad, comencé a jadear.
“¿Lo ve?  – me decía él -.  Relájese, putita, relájese…Si quisiera realmente resistirse ya lo habría hecho y bastante mejor que esos pálidos y poco creíbles intentos que hace.  Definitivamente es la empleada más fácil que he tenido: alcanzó con que uno de sus jefes le pusiera la mano sobre la conchita para que se pusiera como una sartén al fuego, jeje…”
En el estado en que yo me hallaba, se producía una increíble paradoja: sus comentarios, hirientes y humillantes, contribuían de extraña manera a aumentar mi excitación.  Levanté una pierna varias veces pasándola por sobre la otra: era un movimiento no controlado, producto de estar yo totalmente fuera de mí.   
“Y con respecto a ese tema de su necesidad económica – decía él casi como desentendido, a la vez que seguía masajeándome cada vez con más fuerza e incrementando el ritmo hasta hacerlo insoportable -, ¿por qué no nos pidió un adelanto?  ¿Lo habló con Hugo?”
Yo no podía responder absolutamente nada.  ¿Qué iba a decir?  De mi garganta sólo brotaba un jadeo tras otro y agradecí al cielo que el auto tuviera cristales polarizados.
“Je, claro… – continuó -.  Dudo que hubiera podido hablar algo con Hugo porque seguramente usted tendría la boca ocupada con su verga, jaja…”
Me descrucé de piernas.  No daba más.  Clavé los tacos contra la parte delantera de la cabina y me vi presa de un frenético movimiento que tensaba cada músculo de mi cuerpo. 
“Está húmeda, putita… – me decía él -.  Mucho antes que la mayoría…”
Era verdad; sentía mis flujos correr y me vi venir que de un momento a otro llegaría el orgasmo.  Mis sentimientos estaban chocaban y se hacían añicos contra la incontrolable locura del momento.  Una parte de mí quería detener tanta humillación; la otra quería continuar y llegar hasta el súmmum.  Y ya estaba llegando; sabía que estaba llegando: ya venía…
De pronto retiró su mano.  Abrí los ojos y giré mi rostro hacia él.  Supongo que mi expresión sólo transmitía angustia y desesperación.  Lo miré interrogativamente; era como que deseaba preguntarle por qué se había detenido, pues yo necesitaba para esa altura tener mi orgasmo.  Y a la vez mi dignidad me impedía decir algo así; de todos modos, mi rostro debía ser lo suficientemente demostrativo y seguramente holgarían las palabras.  Él sonrió ligeramente y apuntó con un dedo índice por encima de mi hombro.
“Allí está el local que me indicó  – dijo -.  Momento de ir a comprar una nueva falda…”
Miré hacia dónde me señalaba.  Sí, ése era el local que había visitado tantas veces porque me gustaban la variedad y el trato que tenían.  Me quedé como estúpida:
“S… señor Luis…” – musité.
Estaba a punto de decirle que no podía bajar del auto en ese estado y que necesitaba acabar lo antes posible o iba a estallar.  No me dio tiempo de nada; antes de que pudiera cerrar la frase ya él se había bajado del auto y, cruzando hacia el lado de la acera, me abría la puerta para que yo le imitara.  Yo estaba totalmente sobrepasada por la situación.  La humedad entre mis piernas me impediría moverme con naturalidad y ni siquiera sabía bien cómo salir del auto para que no se notase mi estado.  Una vez más, él no me dio tiempo de nada.  Me tomó por la mano y prácticamente me arrastró a través de la acera haciéndome caminar con él los treinta metros que nos separaban del local.  Era, como dije, una zona céntrica y, como tal, el lugar estaba colmado de transeúntes que, por supuesto, clavaron sus miradas sobre mí, indiferentemente de que fueran hombres o mujeres.
Sentí unas ganas incontrolables de entrar al local y desaparecer de tantas miradas indiscretas pero al momento en que finalmente lo hicimos, creo que mi vergüenza fue aun mayor.  Claro, ¿cuántas veces había entrado yo en aquel lugar acompañada por Daniel y luciendo, por cierto, una ropa bastante más recatada?  La cajera me saludó a la distancia y una de las empleadas se acercó presurosa apenas me vio.
“¡Sole querida!  ¡Cuánto tiempo sin visitarnos!”
A pesar de su efusividad y alegría, alcancé a advertir que miraba de reojo a mi acompañante, esperando seguramente que se lo presentase.  Posiblemente estuviera pensando que yo había cambiado de pareja o bien que había ido con un amante.  Preferí callar y no decir nada; sólo le correspondí el saludo aunque visiblemente nerviosa.  Pero quien calla otorga y mi silencio acerca de mi ocasional acompañante sólo sirvió para que éste asumiera, en ese momento, la voz de mando.  Casi sin saludar, puso al tanto a la empleada de cuál era mi necesidad y, para mayor bochorno, señaló hacia mi raída falda. 
“¿Qué te pasó con eso, Sole? – rió la chica -.  ¿Se la pediste prestada a Jane?, jaja”
“En realidad – intervino Luis, que parecía no desaprovechar ninguna oportunidad para exhibir su poder sobre mí y, consecuentemente, humillarme -, se presentó a trabajar así en la fábrica hoy pero ni a mí ni a mi socio nos parece adecuada esa indumentaria; no lo digo por el largo, que está muy bien, sino por el aspecto…”
Me mordí el labio inferior y miré al piso.  Quería llorar.  No sólo había inventado un cuento que era doblemente degradante para mí sino que además había dejado bastante claro que él era mi superior jerárquico en el trabajo.  Qué podía verse más como una puta, a los ojos de los empleados del lugar, que una administrativa que se presentaba de la mano de su jefe.  Yo no podía mirar a los ojos a la chica, pero sí podía adivinar el azoramiento que debía invadir su rostro.
“Ah, entiendo… – sonrió la empleada -.  Sí, puede ser que tengamos algo…hmm, no sé si en ese color pero…”
“Tiene que ser el mismo color” – interrumpí yo con tal sequedad que mi tono sobresaltó un poco tanto a la muchacha como a Luis, quien me echó una mirada de reojo algo sorprendido.
“Bien…, haré lo posible” – dijo la joven girando sobre sus talones.
Luis seguía mirándome con intriga.
“¿Por qué tiene que ser del mismo color?” – preguntó.
“S… señor Luis… ¿Cómo supone que puedo presentarme a trabajar mañana con una prenda de color diferente?  ¿Qué va a decir mi novio?  Tengo que convencerlo de que la falda es la misma…
Luis asintió sonriente en señal de haber comprendido.
“De todos modos va a tener problemas para explicarle qué pasó con el largo…” – apuntó en tono mordaz pero teniendo toda la razón del mundo.
Estuvimos un rato esperando.  Cuando finalmente la empleada regresó junto a nosotros, lo hizo, para mi decepción, con las manos vacías.
“No… – dijo con pesar -.  En verde musgo y en ese largo no tengo nada… Pero…”
“¿Pero…?” – inquirió Luis levantando las cejas.
“Lo que puedo ofrecerle es… arreglar esa misma que lleva puesta: la compró aquí de todas formas, lo recuerdo bien… Una de las chicas puede encargarse de emparejarle el bies… Llevará unos quince minutos, no más…”
“¡Es una buena idea!” – exclamó Luis con satisfacción.
A mí, por el contrario, lejos estaba de parecerme una buena idea.  En primer lugar porque ello me obligaría a aguardar casi desnuda hasta que terminasen el trabajo; en segundo lugar porque si hacían eso con mi falda, implicaba que ésta quedaría uno o dos centímetros más corta aun.  Lo peor de todo fue que la empleada no aguardó mi respuesta o conformidad; ya parecía estar tácito que con la palabra de Luis alcanzaba para decidir sobre mí.
“¡Excelente! – exclamó sonriendo -.  Vamos Sole, vamos para el probador así me das la falda y esperás ahí”
“Sí, vaya con la chica, Sole” – convino él conminándome a caminar con una humillante palmada en la cola.  Pude, en ese momento, sentir todas las miradas taladrando mi cuerpo e incluso el rumor de algunos comentarios ante lo que él acababa de hacerme.
La muchacha me tomó por la mano y me llevó hasta el vestidor.  Me costaba horrores caminar porque yo aún seguía turbada por la excitación y tenía una urgente necesidad de acabar.  Hubiera preferido mil veces que me hicieran esperar en algún toilette y no en un vestidor.  Una vez dentro me quité la falda.  Di la espalda a la empleada para hacerlo y traté de enroscar mis piernas un poco para que no advirtiese la humedad que mojaba mi tanga.  Le di la prenda en mano y se marchó sonriente, anunciando su pronto regreso.  Cuando se fue me incliné un poco para mirar mi sexo… ¡Era un bochorno estar así!
“¿Sigue excitada, Soledad?”
La pregunta me hizo dar un brinco.  Al girarme rápidamente sobre mí misma, me encontré con el desagradable rostro de Luis asomado por un costado de la cortina.
“S… Señor Luis, p… por favor…” – balbuceé.
“No se preocupe – me dijo -.  Aquí ya todos entendieron que entre usted y yo hay una cierta intimidad, así que no van a encontrar extraño que yo me asome a su probador.  Ahora volviendo a la pregunta.  ¿Sigue excitada, Soledad?”
No pude contestar.  No me salió una sola palabra.  No obstante,  la expresión de mi rostro sería, de seguro, respuesta suficiente.  Luis asintió pensativo y volvió a desaparecer tras la cortina.  Quedé sola en el vestidor.  Me miraba al espejo y no podía determinar a qué mujer estaba viendo ahora.  Definitivamente ésa no era la Soledad Moreitz que se había presentado a una entrevista laboral algunas semanas atrás.  Casi como un impulso, me llevé una mano hacia mi sexo; sentía ganas de masajearlo o de masturbarme pero no podía; sólo atiné a cubrirme, como si tuviera vergüenza de mí misma y no quisiera ver esa tanga humedecida.  En eso, entró de sopetón la empleada.  La vergüenza fue aun mayor y di un violento respingo que me hizo estrellar mis espaldas contra la pared de aglomerado.  Así y todo abrigué la esperanza de que la chica ya hubiera vuelto trayendo mi falda lista pero, para mi decepción, venía una vez más con las manos vacías.
Cruzándose de brazos se plantó frente a mí a escasos centímetros ya que no había demasiado espacio en el vestidor.  Se produjo un momento de silencio que me puso nerviosa; ella bajó la vista por un instante, luego sonrió y se me quedó mirando:
“¿Ya no estás en pareja con Daniel?  Planeaban casarse por lo que recuerdo” – me preguntó a bocajarro.
“S… sí, sí lo estoy…” – tartamudeé avergonzándome de mi respuesta.
“Ajá… – dijo mientras asentía sonriendo, como quien hubiera pasado a entender toda la situación -.  ¿Y quién es ése entonces?”
“M… mi jefe… bueno, uno de ellos…, o algo así…” – me quería morir al tener que dar tales respuestas.
“Ajá… bueno, te explico… Tu jefe o… lo que sea, me explicó que bajaste un poco excitada del auto porque te estuvo toqueteando…”
Mis rodillas flaquearon.  Me sentí desfallecer; de pronto todo me dio vueltas alrededor.  ¿Era necesario que aquel desgraciado me sometiera a tanta humillación?  Yo no sabía qué decir.  Apoyé las palmas de mis manos contra la pared del vestidor en un gesto que casi era de defensa o, más bien, de indefensión… Me sentía exactamente así, acorralada en mi mancillada dignidad… La chica amplió su sonrisa y, de pronto, extrajo de un bolsillo trasero un suculento fajo de billetes.  La miré sin entender…
“Y tu jefe… o lo que sea…, me dio esto…” – amplió.
Una vez más incomprensión en mi rostro.  El labio inferior se me cayó.
“N… no entiendo…” – dije.
“Me dio esto para que te masturbe” – me espetó.
Un acceso de horror me arrebató.  Comencé a mirar a un lado y a otro.  Quería salir de allí; de hecho, en un intento desesperado, encaré hacia la cortina.
“¿Así vas a salir?” – me preguntó la empleada, con un deje divertido en la voz.
Su pregunta fue un súbito ataque de realidad.  Había casi olvidado que me hallaba de lo más indecente como para salir del probador.  La miré con ojos angustiados y desesperados.
“N… no, por favor, te lo pido, no…”
Ella me seguía mirando; enarcaba las cejas y agitaba en su mano el fajo de billetes.
“Sole… a ver si me entendés esto… Nunca, nunca, nunca, me dieron una propina así… por nada que haya hecho para nadie.  Esto que tengo en la mano es casi mi sueldo, así que no voy a desperdiciarlo.  Nunca le hice algo así a una mujer y, si te tengo que ser sincera, me produce algo de rechazo, pero lo pienso hacer, así que simplemente te diría que te pongas en posición y goces… Si no querés mirarme al rostro para no ver que es una mujer quien te masturba, te diría que te gires y que te inclines… Y pensá en el hombre más lindo que se te ocurra… Daniel o cualquier otro.  Pero yo te pienso hacer acabar y eso, querida, me temo que no tiene opción…”
Yo no podía más de la desesperación.  La excitación que sentía en mi sexo se mezclaba con las ganas de llorar.
“P… podemos decirle que sí lo hiciste – le dije en un último intento por zafar -.  O p… puedo… ¡hacerlo yo misma!  ¡Ahí está, eso es!  Yo me masturbo sola y vos al salir le decís que…”
“Sole… – me interrumpió siempre sonriente y revoleando los ojos -.  Demás está decir que él no va a poner este dinero en mis manos sin asegurarse de que voy a cumplir con el encargo por el cual me pagó.
Otra vez incomprensión en mi rostro.  La joven, súbitamente, estiró uno de sus brazos y, tomando la cortina, la corrió ligeramente, lo suficiente como para que pasara otra vez hacia adentro la asquerosa cabeza de Luis…
Yo ya no cabía en mí de la vergüenza y el espanto.  No podía creer que eso me estuviese ocurriendo: tenía que ser una terrible pesadilla; no era posible…
“Girate e inclínate – me dijo la empleada -.  Y abajo esa tanguita…”
Sudando y temblando a más no poder me giré.  Llevé mis manos a los laterales de mi tanga para bajarla pero no pude hacerlo: era como que no tenía energías.  Ese momento de vacilación fue suficiente para que la empleada, desde atrás, se encargara de bajarme la prenda por su cuenta.
“Abajo dije…” – me espetó.
Yo estaba, para esa altura, totalmente entregada a mi suerte.  No porque no quisiese resistir sino porque mi cuerpo estaba casi aterido, mis músculos trabados: no me respondían.  Y si bien la cuestión de no perder el trabajo ocupaba aún un lugar central en mis pensamientos debo decir que en ese momento pareció haber pasado a segundo plano.  Lo que me detenía, lo que me inmovilizaba, era algo difícil de definir: sólo puedo decir que todo se había dado de un modo tan veloz y descontrolado que había quedado anulada de mi parte toda capacidad de respuesta.  Era, a todas luces, una situación enteramente nueva ante la cual jamás en mi vida había pensado hallarme.  De pronto sentí que un pañuelo me cubría la boca y me era anudado sobre la nuca a modo de mordaza.
“En el lugar en que estamos – explicó la chica -, no podemos dejar que jadees o grites”
Una vez más descubrí en su tono un deje de burla o diversión.  ¿Era mi imaginación o realmente estaba gozando con lo que me hacía?  Quien seguramente lo estaba haciendo era Luis, pues alcancé a oír una asquerosa risita a mis espaldas.
“Ahora a inclinarse…” – me dijo la empleada.
Sin resistencia alguna, flexioné un poco las rodillas y me incliné.  De inmediato los dedos de la joven se abrieron paso desde atrás por entre mis piernas y se apoyaron sobre mi vagina.  Volé al cielo… o caí al infierno, no sé.  Lo que sí sé es que en ese momento agradecí estar amordazada ya que de mi garganta quiso salir un profundo jadeo que quedó ahogado en el silencio.  Luego ella entró con sus dedos en mi raja, primero uno, luego otro; ya no supe bien qué estaba haciendo porque mi excitación estaba en un nivel que anulaba todo sentido de la realidad pero me pareció que en un momento jugueteaba con tres dedos dentro de mi sexo.  Clavé mis uñas sobre el espejo y mi rostro también… mientras el orgasmo crecía y llegaba, crecía y llegaba, crecía y llegaba…
Y llegó.  Mis flujos corriendo piernas abajo en busca del piso fueron suficiente muestra de ello.  Una vez más oí la risita depravada de Luis.  La joven retiró sus dedos de mi vagina sabiendo que había hecho mérito para ganarse su dinero…
                                                                                                                                                     CONTINUARÁ

Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

 

Relato erótico: “¡Un cura me obliga a casarme con dos primas 6!”(POR GOLFO)

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«¿Qué se traerán entre manos?», me pregunté ya en el salón al ver que Samali sacaba un CD de su bolso y lo ponía en el equipo de música mientras su prima retiraba unos sillones abriendo hueco.

La mayor me sacó de dudas al informar a Ana que iban a representar una antigua leyenda de su pueblo mientras nos rogaba que nos sentáramos juntos frente al improvisado escenario. La dueña de la casa olvidando el enfado que tenía conmigo me cogió de la mano al escuchar los primeros acordes.

«Ahora sí que no sé qué se proponen», mascullé notando el nerviosismo de la rubia a través de sus dedos.

Echa un ovillo y con una tapa cubriéndola por entera, Dhara se empezó a desperezar en la mitad del salón. Por sus movimientos parecía ser un bebé y esa impresión se confirmó al verla gatear mientras miraba a su alrededor como si estuviese perdida.

El miedo reflejado en su rostro me impactó porque reconozco que desconocía la faceta de la menor de mis esposas como actriz, pero advertí que, si a mí me había hecho mella, todavía más en Ana que no hacía más que apretar mi mano mientras no perdía ojo de lo que ocurría.

El ritmo alocado de la canción incrementaba la impresión de peligro hasta que desde una esquina apareció Samali con una careta de un orangután y comenzó a jugar con la niña al mismo tiempo que la música se tornaba en alegre. No me hizo falta más para saber que estaban representando la leyenda de la niña que sobrevivió entre monos tan común en la india y que Kipling inmortalizó para el público occidental a través del Libro de la selva.

Junto a Ana fui testigo de cómo esa niña comenzaba a andar sin dejar de taparse con la capa. La alegría de la cría era contagiosa y de reojo observé que la rubia sonreía. Contemplamos como la niña se convertía en mujer y cómo descubre que no es igual a su madre al contemplarse en un río.

Dhara dejó caer el manto que la cubría y totalmente desnuda, comenzó a explorar su cuerpo se usando el agua como espejo.

―¡Qué bella es!― alcancé a escuchar que Ana murmuraba al ver a la protagonista de la leyenda mirarse los pechos mientras no dejaba de bailar en plan confuso.

De acuerdo con la española yo mismo no pude dejar de babear viendo ese cuerpo a pesar de conocerlo y haber disfrutado de sus caricias. Es más, comprendí y avalé que Ana se mostrara excitada viendo como Dhara iba descubriendo su sexualidad con sus manos porque bajo mi bragueta ocurría lo mismo.

Tumbada y bajo una sensual melodía, la protagonista comenzó a tocarse.

―¡Dios!― Ana gimió al contemplar el sexo desnudo de mi esposa a pocos centímetros del sofá donde ella y yo seguíamos la escena. La española no podía dejar de moverse inquieta al observar como la calentura de esa niña se iba incrementando a través de la acción de sus dedos.

 Justo cuando parecía que iba a culminar su placer, apareció Samali con la careta de un tigre.

―Kahn― escuché que Ana gritaba intentando avisar a la indefensa muchacha.

Pero ya era tarde, abalanzándose sobre su víctima, el felino la tomó y con lujuria comenzó a chupar los pechos de la muchacha mientras ésta trataba de zafarse de su agresor.

―La está violando― exclamó al ver que el tigre daba la vuelta a la muchacha y comenzaba a aparearse con todo lujo de violencia.

La dureza de la historia consiguió que de los ojos de la rubia brotaran dos gruesas lágrimas y por ello no me extrañó oírla sollozar cuando habiendo conseguido su objetivo, el tigre se marchó dejando a la pobre cría llorando tumbada en el suelo.

―Así no era esta historia― Ana protestó contagiada del dolor de la protagonista.

―Te equivocas – la corregí― esta es la verdadera leyenda. En la india, el mono es la naturaleza salvaje pero buena y el tigre representa a la parte malvada de la humanidad que no duda en matar o violar para satisfacer sus deseos.

Estaba todavía hablado cuando Samali ya sin máscara encuentra a la violada y agachándose a su lado, la intenta consolar. Al principio, Dhara la rechaza, pero la recién llegada no cede y sigue cuidándola mientras le hace saber que es una mujer. Todavía vulnerable, la protagonista no puede evitar que su benefactora le obligue a comprobar que cómo ella tiene pechos.

La sorpresa de comprobar que son iguales que los suyos son evidentes y más cuando al contrario que había hecho el tigre, la humana no la fuerza, sino que la ayuda a levantarse y juntas empiezan a bailar.

La felicidad del rostro de la huérfana al saber que ha encontrado una familia y la alegría de su baile provocó que, poniéndose en pie, Ana comenzara a aplaudir como una loca y se abalanzase a felicitarlas.

Lo que no se esperaba es que mis esposas aprovecharan su presencia junto a ellas para que las acompañara. A pesar de su reticencia nada pudo hacer y mientras Dhara se iba a vestir, Samali se dedicó a enseñar a la española los pasos principales de esa danza que ha popularizado Bolliwood.

Disfrutando de mi whisky desde el sofá, me quedé mirando extasiado como esas tres bellezas se lo pasaban en grande bailando. Dhara que se había incorporado tarde al irse a vestir, fue la más activa mostrando a Ana como seguir ese ritmo exótico. A la española le costó poco aprender cómo moverse y una vez ya se sentía más segura, no dejó de bailar mientras mis esposas le corregían los movimientos haciéndolos cada vez más sensuales.

En un momento dado las vi cuchichear entre ellas.

«¿Qué le estarán diciendo?», murmuré en mi mente al ver que Ana se ponía colorada.

Aceptando con la cabeza, la rubia esperó que pusieran otra canción para empezar a bailar y para mi sorpresa se comenzó a tocar sin dejar de mirarme. Asumí que las hindús le habían sugerido que bailara para mí al ver que se acercaba mientras meneaba su cuerpo con un gran erotismo.

«Le han pedido que me ponga cachondo», me temí al verla acariciándose los pechos sin dejar de bailar.

Las primas seguían los movimientos de su amiga con satisfacción sin importarles que era lo que yo opinara de ello ni lo que estuviera pasando en mi interior. Absorto en el balanceo de la cadera de esa belleza, no me percaté que se habían puesto a mi espalda hasta que sentí sus manos tocándome. La sensualidad del baile de Ana y ese estímulo extra provocaron que, bajo mi pantalón, mi apetito creciera violentamente.

―Sois unas cabronas― comenté al sentir que me quitaban la camisa.

Desnudo de cintura para arriba, soporté lo mejor que pude que ese par me manoseara mientras la rubia iba incrementando la sensualidad con la que bailaba sin dejar de mirarme a los ojos. Para entonces su meneo también había hecho mella en ella y bajo el sari que llevaba, pude comprobar que tenía los pezones duros como piedras.

Lejos de perturbarla que fuera consciente de su excitación, incrementó tanto mi temperatura como la suya, pellizcando con descaro sus areolas en presencia de las hindúes. Las primas reaccionaron extrañamente a esa demostración jaleando a la muchacha.

Sintiendo su apoyo, Ana se subió a horcajadas encima de mis piernas sin importarle que al hacerlo su pubis atrapara mi pene entre sus pliegues.

«¡Se va a armar!», supuse al notar que no contenta con ello, la rubia empezaba a frotar su sexo contra el mío, pero entonces escuché a Samali decirme al oído:

―Deja que se desahogue, la pobre lo necesita.

Más tranquilo al saber que era parte de su plan, relajándome, disfruté de como esa belleza se retorcía sobre mí restregando su coño cada vez con mayor rapidez.

Inmersa en un viaje sin retorno, la temperatura de su cuerpo le hizo quitarse la camisa y brindarme sus pechos como ofrenda. A pesar de las ganas que tenía de follármela, me quedé quieto hasta que, desde el lado contrario de su prima, Dhara me soltó:

―Amado nuestro, lámelos antes de que se corra ella sola.

Su permiso me hizo reaccionar y cogiendo los senos de la muchacha, saqué la lengua y di un largo lametazo a una de sus areolas. Ana al experimentar esa húmeda caricia elevó más si cabe el ritmo con el que su sexo zarandeaba mi verga hasta que sin poderlo aguantar y mientras yo mamaba de su otro pecho, se corrió dando un sonoro alarido.

Su rendición fue el momento que las primas eligieron para quitármela de encima y tumbándola, ser ellas las encargadas de prolongar su orgasmo, mordiendo una sus blancos pechos mientras la otra hundía la cara en su entrepierna.  Indefensa pero hambrienta de más caricias, Ana no se quejó, sino que colaboró al notar que Samali le bajaba el pantalón del sari y tras sacárselo por las piernas, separó las rodillas permitiendo que mi amada hindú volviera a hacerse fuerte entre sus muslos.

Desde mi posición comprobé que no me habían mentido esa mañana y que tal como me habían asegurado la española tenía su pubis completamente depilado al ver a la mayor de mis esposas separando sus pliegues antes de hundir su lengua en su interior.

Los gritos de placer de la española resonaron en el salón durante largos minutos hasta que completamente agotada, quedó medio inconsciente sobre el sofá.

Entonces y solo entonces me permitieron acercarme para que la cogiera en mis brazos y la llevara a su habitación. Me extrañó que me dejaran solo, pero subiendo por las escaleras cumplí mi misión depositándola suavemente en su cama.

―Por favor, no te vayas todavía― me pidió al comprobar que mi intención era volver con mis esposas.

―Descansa, princesa. Tienes muchas cosas que asimilar.

―Necesito que te quedes conmigo esta noche.

―Sabes que no puedo―repliqué usando sus propias palabras― te juré que, aunque te pusieras tonta no dormiría contigo.

Destrozada y con el dolor reflejado en su rostro, me contestó que eso lo había dicho antes de saber lo mucho que me necesitaba.

―¿A mí solo?― pregunté para obligarla a enfrentarse con el hecho que esa noche se había corrido brutalmente tanto conmigo como con mis dos esposas.

Sollozando y de rodillas sobre el colchón, me respondió:

―¡Maldito! Sabes que os deseo a los tres― y con su cara desencajada, prosiguió gritando: ― Me muero por sentir a ellas también mientras me haces el amor.

―Eso no es suficiente― la informé y sin apiadarme de sus lamentos, la dejé llorando y bajé a ver a mis esposas.

Confieso que me sentí un cerdo mientras bajaba al salón, pero su claudicación debía ser total y aceptar que las hindúes no eran algo accesorio en nuestra relación.

«Si quiere ser mía, antes debe comprender que será nuestra», decidí antes de enfrentarme a las primas.

Al comentárselo, Samali sonrió dulcemente y cogiéndome de la mano, me agradeció que les diera su lugar para acto seguido pedirme permiso para ir a ver a la dueña de esa casa.

―Haz lo que quieras, pero déjala claro que o todos o ninguno― insistí más cabreado que una mona sintiendo como mío el menosprecio de Ana hacia ellas.

            Acercándose a mí, la pequeña me soltó:

            ―No seas tan duro con nuestra futura esposa. Piensa que todavía tiene que digerir que nos ama por igual y que contra lo que mamó desde pequeña, la adoración que siente por nosotras no es algo malo ni pecaminoso sino una realidad contra la que no puede luchar.

―¿Estás segura de que esa zorrita realmente nos ama a los tres y que no es solo un encaprichamiento pasajero?

―No la llames así― protestó― es nuestra futura esposa y se merece un respeto… y respondiendo a tu pregunta, estoy completamente segura de que esa dulce muchacha nació para ser nuestra y nosotros de ella.

―¡Veremos!― respondí mientras me servía otra copa.

Diez minutos después, Samali hizo su aparición en el salón y viendo que tenía mi whisky en la mano, me pidió que le pusiera un zumo antes de informarnos que solo había conseguido tranquilizar a la española, prometiéndole que dormiríamos ahí, aunque fuera en la habitación de invitados.

―¿Y eso? – pregunté.

Con una sonrisa de oreja a oreja, la mayor de las primas contestó:

―Parece ser que necesita tenernos cerca y que solo saber que nos vamos, le da miedo no vaya a ser que desaparezcamos sin darle la oportunidad de pensar en lo que le he propuesto.

Con la mosca detrás de la oreja, le pedí que nos dijera que le había planteado. Muerta de risa, me soltó:

―Durante toda la noche debe plantearse si realmente quiere formar parte de nuestra familia y si mañana ha decidido que sí, primero y antes que la marques en el cuello como nuestra esposa, ¡debe hacernos el amor a Dhara y a mí!…

Capítulo 16 Claudicación y triunfo

Esa noche y gracias a que no podía dejar de pensar que al día siguiente incrementaría mi harén, hice el amor a las dos primas con desesperación. Perdón, rectifico. Los tres nos amamos con una pasión desbordante ya que haciendo honor a lo que realmente era nuestro peculiar matrimonio, las primas me tomaron,  se tomaron entre ellas y yo las tomé sin parar durante horas.

            Sus bocas, sus coños, mi verga, mi culo, todas las partes de nuestros cuerpos fueron herramientas con la que santificamos nuestra unión mientras a pocos metros de la habitación donde dormíamos, Ana estaba sufriendo mientras asumía que su puesto estaba entre nuestros brazos y no en su cama.

            Sé que incluso llegó a espiarnos porque en un momento de esa noche y mientras poseía a Dhara en plan perrito, Samali me informó que esa mujer estaba en la puerta mirándonos sin atreverse a entrar.  Ni siquiera se me pasó por la cabeza que la invitáramos a unirse, sino que, olvidando su presencia, exigí a mi pequeña con un azote que se moviera mientras su prima ponía su coño entre sus labios.

            ―Me encanta ser vuestra esposa― aulló Dhara feliz al sentir esa dura caricia y como una loba se lanzó sobre el húmedo sexo que había sido puesto a su disposición.

            Tal y como luego Samali me contó, Ana no pudo reprimir su deseo y metiendo los dedos entre sus piernas, se masturbó mientras sobre el colchón veía a un único ser amándose. Os juro que por mi parte no pensé en Ana cuando incrementando el acoso sobre mi montura, aceleré el ritmo de mis puñaladas hasta convertirlo en algo vertiginoso.

            ―Os necesito― informó esta desde la puerta al sentir que sus neuronas colapsaban y que su interior se derramaba por sus piernas.

Al verse descubierta, salió corriendo rumbo a su cuarto mientras entre las sábanas, mis esposas y yo intuíamos que al comprender por fin nuestra forma de amar se había inclinado la balanza y que a la mañana siguiente esa rubia vendría a nosotros a reclamar su puesto…

Al despertarme todavía abrazado a las primas, me quedé pensando en si me convenía levantarme o esperar a que Ana viniera a rendirse mientras seguíamos desnudos en la cama. La decisión no era fácil porque no en vano esa rubia tenía que romper con los convencionalismos sociales que habían marcado su vida. Por ello al final decidí que sería para ella más sencillo abrirse de par en par si nos encontraba ya vestidos.

Despertando a mis esposas, les expliqué el por qué pensaba que era mejor que bajáramos a desayunar, pero entonces riendo a carcajadas Samali me soltó:

―¡Qué poco sabéis los hombres de la mentalidad femenina! No debemos ponerle las cosas fáciles, al contrario, nuestra futura esposa debe sufrir un poco más para que realmente valore lo que significa ser nuestra.

Asumiendo que nunca había fallado le pregunté que era entonces lo que debíamos hacer:

―Tú seguir durmiendo. Deja que seamos nosotras las que nos ocupemos de todo― contestó e imprimiendo un tono pícaro a su voz, dijo: ― Si nuestra futura esposa viene a verte, acógela entre tus brazos

Aunque me quedé en la cama, me resultó imposible el volver a conciliar el sueño. Los minutos pasaban con una exasperante lentitud y quizás por eso al cabo de media hora, seguía dando vueltas entre las sábanas, totalmente despierto. La espera me estaba matando y justo cuando estaba a punto de levantarme para averiguar qué pasaba, vi entrar a Ana por la puerta.

La noté preocupada, hasta angustiada. Por ello y haciendo caso a Samali la llamé a mi lado. Indecisa, dudó unos instantes. Instantes que me sirvieron para admirar la belleza de la rubia, cuyo camisón casi transparente no lograba ocultar.

―Ven preciosa, no muerdo― insistí dando por sentado que la presencia de esa mujer se debía a que había llegado a un acuerdo con mis esposas para entregarse a mí.

Con paso inseguro recorrió los dos metros que nos separaban y casi temblando se sentó sobre la cama.

―Tenemos que hablar…― alcanzó a decir antes que con dos dedos cerrara su boca.

Tumbándola a mi lado, deslicé los tirantes de su negligé dejando a la vista sus primorosos pechos y los delicados pezoncillos que los decoraban. Su cuerpo se estremeció al sentir que mis labios comenzaban a recorrer su cuello con dirección a las maravillas que acababa de descubrir.

―No seas malo― protestó con un gemido al experimentar mi respiración muy cerca de una de sus areolas.

Esta vez cerré su boca con un beso. Mi lengua se abrió paso entre sus labios, al mismo tiempo que mis manos se deshacían de su camisón. Las pocas defensas que todavía le quedaban desaparecieron cuando totalmente desnuda la abracé y notó la presión de mi miembro contra su sexo.

―Quiero ser vuestra mujer― suspiró descompuesta casi llorando al verse dominada por el calor que mi cuerpo desprendía.

―Ya lo eres― Dhara contestó desde la puerta mientras dejaba caer su ropa y se acercaba hasta la cama.

Con lágrimas en sus ojos, Ana abrazó a la recién llegada y posando sus labios en los de la morena, susurró:

―No puedo acostarme con vosotros, ¡Samali se enfadará!

Para su sorpresa, la mayor de las primas le replicó mientras se introducía entre las sábanas:

―Comprendimos que Shiva te había puesto en nuestro camino para que tú nos enseñaras a vivir en esta sociedad tan extraña y nosotras te mostráramos la senda de la felicidad.

En ese momento, Dhara la levantó y trayéndola hasta mi silla, afirmó:

―Puede que todavía no lo sepas, pero ya eres nuestra esposa desde que lo has aceptado en voz alta .

Ana se lanzó a sus brazos buscando sus besos mientras miraba la escena con satisfacción. La total entrega que denotaban sus actos me terminó de convencer y estrechándola contra mí, le di entrada diciendo:

―Bienvenida a la familia.

 Confirmando mis palabras con hechos, Samali comenzó a acariciarla mientras nos decía:

―Demostremos nuestro amor.

Dhara fue la primera en reaccionar y bajando por su cuello, comenzó a mamar de esos pechos que llevaba semanas ansiando con una determinación que me dejó acojonado. Los suspiros de la rubia no se hicieron esperar y mientras era objeto de los mimos de las dos hindúes, me deslicé entre sus piernas y separando los pliegues de su sexo, le di un lametazo de principio a fin antes de concentrarme en el botón erecto que emergía en su mitad.

―¡Dios!― aulló al verse estimulada por todos lados y es que la mayor de las primas se había apoderado de su otro pecho.

La falta de vello púbico me permitió mordisquear su clítoris con delicadeza mientras observaba como su coño se iba anegando por momentos. Justo cuando iba a insertar mis dedos en esa oquedad, Samali me tomó la delantera y comenzó a follársela con sus yemas. La escena no tenía desperdicio con la pequeña mamando de sus pechos y con Samali y yo jugando en su coño.

―Me corro― aulló la chavala al verse sacudida por el placer.

Pero entonces sacando los dedos del coño, la mayor de las hindúes se lo prohibió diciendo:

―Tenemos que hacerlo juntas.

Tras lo cual me vi echado de la partida y formando una especie de serpiente que se mordía la cola, Dhara puso su sexo al alcance de la boca de la rubia mientras buscaba el placer de su prima entre sus pliegues. Samali completó el círculo jugando con la imberbe vulva de la recién incorporada a nuestra unión.

Recordando que ya desde la noche anterior sabía que antes de hacerla mía, Ana debía entregarse a ellas permanecí en silencio mientras entre esas cuatro paredes se empezaba a oír la melodía creciente de suspiros de placer provenientes de las gargantas de mis tres esposas.

―Cariño, ámame más para ser tu eterna compañera― rugió la pequeña de las primas al sentir que la española introducía una de sus yemas dentro de ella. Ana cogió al vuelo la insinuación y sumando otro dedo, comenzó un rápido mete-saca mientras experimentaba que estaba siendo objeto del mismo tratamiento por parte de Samali.

El deseo de Dhara se estaba incrementando a una velocidad y comprendiendo que tenía que hacer algo para que su prima las alcanzara mordisqueó con dureza el clítoris de ésta, consiguiendo que de inmediato su boca se llenara con el flujo que tanto amaba.

No deseando permanecer al margen, me dediqué como si fuera el director de la orquesta y ellas mis músicos a ordenar a la que veía más caliente que se calmara mientras la azuzaba a acelerar las caricias sobre la que estaba masturbando hasta que sintiendo que las tres estaban a punto, con voz autoritaria les ordené que se corrieran. 

Increíblemente su respuesta fue una y aullando de placer, observé a esas tres bellezas retorciéndose sobre las sábanas presas de un gigantesco orgasmo. Juro que a pesar de estar atento no puedo certificar quién fue la primera en alcanzar el clímax. Lo que sí puedo avalar es que no contentas con el placer que habían compartido, al unísono las tres intercambiando de pareja de juegos se lanzaron sobre el coño de la que antes la había acariciado.

Al ver la voracidad con la que se volvían a sumergir en la pasión, decidí que era mi turno y obligándolas a parar, ordené a las hindúes que me ayudaran mientras tomaba para mí lo que ya era de mi propiedad. Esa fue una de las primeras veces que escuché que Samali protestara diciendo que todavía ella no había sentido la lengua de nuestra nueva esposa. Descojonado observé que Ana asentía con la cabeza y muerto de risa, la cogí de su melena llevando su cara entre los muslos de la insatisfecha hindú.

―Gracias― respondió al experimentar que se reanudaban las caricias de la rubia.

 Lo que no se esperaban ninguna de las dos es que aprovechara que la tenía a cuatro patas y sin pedirles opinión, comenzar a jugar con mi pene en el coño de la que chupaba.

―Fóllatela― susurró Dhara viendo mis intenciones en mi oído.

No hizo falta que me lo pidiera dos veces, apreciando lo excitada que estaba supuse que estaba lista y lentamente fui introduciendo mi glande en su interior.  A pesar de la humedad de su conducto,  su coño era tan estrecho que me costó entrar. Si eso me resultó de por si extraño, lo realmente rompió todos mis esquemas fue encontrarme cuando ya tenía la mitad de mi pene incrustado dentro de su coño que existía un obstáculo que me impedía seguir avanzando.

«Es imposible que a su edad y en España siga siendo virgen», estaba diciendo en mi interior cuando la pequeña hindú me informó que tuviese cuidado porque era la primera vez de esa muchacha.

            Mi cara de extrañeza la hizo reír y en voz baja, me explicó mientras Ana seguía paralizada:

            ―Nuestra nueva esposa intimidaba tanto a sus parejas que nunca consiguió que nadie tuviese el valor para acostarse con ella.

            ―¿Eso es cierto?― pregunté.

Colorada y casi llorando, la aludida confirmó que nunca había estado con nadie y que, si alguna vez había insinuado lo contrario, se debía a que le daba vergüenza y miedo que yo lo supiera.

Soltando una carcajada, le solté:

―Niña, eso no es ningún pecado. Y si lo fuera, ¡tiene solución!― tras lo cual, y viendo en el rostro de la cría se iluminaba con una sonrisa, pregunté si podía hacerla mía.

―Ya soy tuya― respondió mientras sin pensar en las consecuencias se echaba para atrás empalándose ella misma: ―¡Duele! ― rugió descompuesta dejando atrás su virginidad.

Aterrado al haber notado como su himen se desgarraba a mi paso, me quedé quieto, pero ella no contenta con el dolor que estaba sintiendo se comenzó a mover sin esperar a acostumbrarse.  Afortunadamente, sus berridos no se hicieron esperar y mientras las dos primas se lanzaban a mamar de sus pechos, Ana incitó mi diciendo:

―¡Tómame! ¡Quiero ser eternamente tuya!

Las palabras de la española estaban teñidas de una inmensa excitación y mientras sentía un riachuelo cayendo por mis muslos, comprendí que no era sangre sino flujo. Por ello, obedeciendo sus deseos la cogí de la cadera incrementando la velocidad de mis incursiones.

  ―¡Muévete!― exigí.

Ana al sentir mi extensión chocando con la pared de su vagina, se volvió loca y aullando como posesa, me rogó que no parara.

―Te gusta, ¿verdad putita mía?― pregunté notando que el placer se iba adueñando de ella.

Para entonces la humedad de mi pareja era total y sobrepasando los límites de su coño se desbordó haciendo que con cada penetración su flujo salpicara las sábanas. Con mis piernas empapadas, fui testigo como las hindúes incrementaban la presión sobre nuestra amada mordisqueando sus pezones mientras entre mis piernas Ana se sumergía en un orgasmo gigantesco que le obligó a gritar:

―¡Necesito sentir qué eres mío!

Su grito azuzó mi calentura hasta el infinito al comprender lo que deseaba y cediendo a sus deseos, exploté derramando mi semilla en su interior mientras la muchacha se veía golpeada por el placer.

―¡Me corro!― chilló sin dejar de mover sus caderas.

 El orgasmo de Ana no parecía tener fin y mientras todas sus neuronas eran puestas del revés, no cejó en su intento de ordeñar mis huevos hasta que, con mis testículos ya vacíos, caí totalmente agotado sobre ella.

Las dos hindúes que habían mantenido en un discreto segundo plano se abrazaron a nosotros mientras pensaban en lo mucho que le debían al Padre Juan,  el capuchino al que engañaron para que me convenciera de casarme con ellas…

FIN

Relato erótico: “EL LEGADO (8): Juramento de sumisión.” (POR JANIS)

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Juramento de sumisión.
La desaparición de Eric trae un espectacular cambio en el carácter de Pamela. Saber que ese hijo de puta no puede ya chantajearla, ni hacerle daño, la convierte en una chica mucho más animada, más alegre y vital, con enormes ganas de divertirse.
Cuando subo al apartamento, Pam ya está en pie, con el desayuno recién hecho, y con un plan de acción para todo el día. Sin querer revelar demasiado, despierta a Maby y cuchichean un buen rato en el dormitorio, antes de unirse a mí en la mesa.
Como no, todo eso implica mostrarme todos los monumentos importantes de Madrid, así como buena parte de sus museos y ofertas culturales. Pam quiere que conozca la ciudad, el asentamiento urbano que ha escogido para vivir su vida.
Salimos tras desayunar y nos pateamos la ciudad, desde la Casa de los Lujanes, en la plaza de la Villa, hasta la Puerta de Alcalá, en la plaza de la Independencia; desde el monasterio de las Descalzas Reales a la Puerta del Sol. Visitamos, así mismo, el observatorio astronómico, el Jardín Botánico, y el museo del Prado. Metemos los pies, en la fuente de La Cibeles, la de Apolo y la de Neptuno. Nos perdemos en el Palacio Real y tomamos un refrigerio en a Plaza Mayor.Jamás he tenido un dolor de pies como este.
Estamos tan cansados cuando llegamos a casa, que picoteamos algo de fiambre, un yogurt, y directamente a la cama. Solo pierdo el tiempo en ponerles a las chicas los cinturones vibradores, a velocidad lenta. No tardamos en dormirnos, abrazados.
Un nuevo despertar. Es viernes y amanece nublado y lloviznando. No tengo ganas de salir a correr. No con el tiempo tan desapacible y la paliza que nos hemos dado el día anterior. Apago los vibradores. Han tenido que correrse en sueños varias veces, pues los colchones están manchados.
Están listas ya.
Yo también lo creo.
Me tiro al suelo y comienzo a levantar mi cuerpo con mis brazos. Series de diez flexiones con diferentes posiciones de muñecas y dedos. Sigo un ritmo respiratorio pausado. Cada vez se me hace más fácil. La verdad es que no he pensado demasiado en esa facilidad, en la asombrosa capacidad de mi cuerpo.
Creo que siempre he contado con ella, desde niño. Los arañazos y los rasponazos de mis rodillas curaban muy rápidamente, en el mismo día. Podía levantar el doble o el triple de peso que los demás niños del colegio, o aguantar la respiración más de cuatro minutos, cuando los demás jugaban a los buzos en el patio. Me quedaba aparte y contenía el aliento cuando ellos, dando varias vueltas al gran patio escolar, sin que mis pulmones pidieran más oxígeno.
¿Eso me convierte en un bicho raro? ¿En algo que es más que humano? No tengo respuestas. No sé si soy algún tipo de mutación o que, simplemente, soy más fuerte que la gente normal y corriente. Sigo sosteniendo que provengo de algún rincón de este universo y que he sido depositado entre humanos por algún motivo desconocido. Jajaja.
En algún momento, Maby abre un ojo y me lanza uno de los cojines. “¡Fuera!”, exclama con ronca voz de bella durmiente. Me desplazo al salón, donde comienzo con abdominales de varias inclinaciones. Tras una hora de ejercicios, me ducho y me visto. Preparo café para las chicas y hago dos buenos platos de tortitas. Tomo uno de ellos y bajo a casa de Dena.
Hoy no ha ido al gimnasio. Le tocaba llevar las niñas al colegio y me explica el anárquico sistema rotatorio que usan varias madres para llevar a sus hijos al exclusivo colegio de pago de La Colegiata.Quizás por eso lleva vaqueros y un suéter de lana. Quito el papel de aluminio que cubre el plato.
―           ¡Tortitas! – exclama. — ¡Hace años que no como!
―           Tú pones el café y yo las tortitas – le digo con una sonrisa. – Después te haré otra propuesta.
Ella sonríe de forma pícara mientras saca unas tazas de un estante. Unos minutos más tarde, tras engullir algunas tortitas, me pregunta, realizando círculos con su dedo sobre la piel de mi brazo:
―           ¿Cuál es la proposición?
―           Que tú pongas el coño y yo el ariete – la digo, mirándola muy fijamente.
Se levanta de la silla y se atusa el pelo, como una diva.
―           Vamos a la cama, cariño.
―           No. Aquí.
―           ¿Aquí? – se asombra.
―           Sobre la mesa – la informo mientras quito lo que estorba y lo dejo sobre la encimera. — ¿No has fantaseado nunca con un inolvidable polvo en la cocina?
Se ríe y echa sus manos a mi cuello, besándome. Devoro su boca hasta hacerla gemir. Se derrite en mis brazos cuando mi mano se introduce bajo el suéter de lana. Alzo también la blanca camiseta de algodón hasta tocar piel. No lleva sujetador. Sus hermosos y grandiosos senos se mueven libremente bajo la lana camufladora.
Me encanta torturar sus pezones con pellizcos y tironcitos, hasta volverles tan sensibles que no soportan ni la ropa. Ella misma saca la camiseta y el suéter por encima de la cabeza.
Palmea sus tetas. Empieza suave pero aumenta los golpes al minuto.
“¿Otro truco?”.
No, ella es una sufridora. Está deseando que la controles, que la ordenes.
“¿Una masoquista?”.
Algo así, pero realmente, lo que quiere es obedecer y no tomar decisiones por su cuenta. Empieza con los pechos y veamos como reacciona.
Fustigo sus pezones con los dedos. Dena gime sordamente y eleva los senos, desafiantes. Entonces, dejo caer suaves palmadas desde arriba, haciendo bambolear sus grávidos pechos con fuerza. Me mira a los ojos y se muerde el labio. ¡Que mirada de puta!
Noto como aprieta sus rodillas, buscando presionar su sexo con las piernas. Cambio de ritmo mis palmetazos. Ahora, son bofetadas que inciden sobre los costados de los pechos, que bailotean de izquierda a derecha. Se están poniendo rojos. Dena entreabre la boca.
―           Más fuerte – gime, sin dejar de mirarme.
―           Está bien – dejo de azotar sus senos. – Trae las pinzas de tender, zorra.
Se le abren los ojos al comprender mi idea. Al minuto regresa con una pequeña cesta de plástico, llena de pinzas de todos los colores. La deja sobre la mesa e intenta besarme.
―           No, ahora no. Quítate el pantalón – ella sigue perfectamente el juego. – Siéntate sobre la mesa.
Acoge mi cuerpo entre sus piernas, las manos hacia atrás, apoyadas en la mesa, mostrando orgullosas sus tetas. Pinzo uno de sus pezones. Dena sonríe y agita el pecho, haciendo bailotear la pinza. Hago lo mismo con el otro. Después, en un artístico impulso, coloco pinza tras pinza sobre sus pechos, formando una cerrada espiral. Dena ya no sonríe, se queja y respira suavemente, para no hinchar demasiado el pecho, el cual está tomando un tono carmesí. De vez en cuando, se estremece toda. Deslizo un par de dedos sobre sus bragas. Totalmente encharcadas.
―           ¿Cómo te sientes? – le pregunto.
―           Avergonzada… pero a punto de correrme – confiesa muy bajito.
―           ¿Quieres que te las quite?
―           No… no… eso no.
―           Te sientes muy puta, ¿verdad?
―           Siii… toda una puerca… – me mira esta vez a los ojos. – Tu zorra.
―           Si, eso pretendo. ¿Vas a ser mi puta, mi perra?
―           Si, cariño.
―           ¿Para todo lo que desee? ¿Aunque pueda hacerte llorar y patalear?
Tarda un poco en contestar. Aprieto la pinza del pezón izquierdo.
―           ¡Auch! Si… si, aunque suplique.
―           ¿Comprendes que tendré el derecho y el placer de entregarte a quien me plazca? – la tomo del pelo, obligándola a mirarme.
―           Si…
Lo ha pronunciado en un jadeo. Está totalmente entregada. Por mi mente pasa cuanto he leído sobre dominación y esclavitud. No creí que algo así jamás me sucediera, por lo que siempre lo he mantenido reprimido, encerrado en lo más profundo de mi ser. No voy a psicoanalizarme ahora. No sé si es fruto de mi propia represión juvenil, o un terrible odio hacia mis congéneres, que he desarrollado en la soledad del desván, pero la revelación me golpea con una inesperada fuerza, como una divina epifanía. Tengo la seguridad de haber encontrado mi camino, mi destino.
La tremenda sensación de poseer la voluntad de otro ser, de tirar de los invisibles hilos de titiritero, de dominar todos y cada uno de los aspectos de su vida, me invade totalmente. En ese preciso instante, comprendo donde me ha llevado cada incierto paso que he dado en estos últimos meses; cómo el viejo me ha guiado por un tortuoso camino que solo tenía una meta; la serenidad que otorga la certeza de saber que es cuanto mi alma anhela y desea. La cada vez más evidente autoridad sobre mis chicas, la tremenda excitación que me embargó al manejar a Eric como un pelele, las enseñanzas controladoras de Rasputín… todo ello no es más que una forma de encaminarme a aceptar lo que en realidad deseo inconscientemente: conquistar y dominar a mi alrededor. Manipular profundamente mi entorno.
Es lo que deseo y, ¡por mis santos cojones, en eso me voy a convertir!
Voy a ser un Amo. El Puto Amo.
Bienvenido, hijo mío. Ahora estás completo. En pocos días, asumirás todos mis conocimientos, mis ideales, mis metas, y los proyectos que no he podido terminar. No habrá más dualidad, ni más consejos. Nos fundiremos para forjar una nueva entidad, una nueva alma mucho más poderosa y determinante de lo que pude ser por mí mismo. ¡No habrá más límites para nuestros anhelos!
“Si, viejo. Estoy dispuesto.”
Llámame Padre por una vez, pues aunque no seas carne de mi sangre, si eres heredero de mi mente.
“Es un honor serlo, Padre. Siempre lo ha sido.” Es evidente que Rasputín también me ha manipulado desde el principio. Siempre ha conocido mi pasión, pero ha sabido manejarme para que yo solo la aceptara y la fortaleciera, convirtiéndola en una ventaja y no en una debilidad.
No sé cuanto de esto ha asomado a mi rostro, pero Dena gime y tiembla, intentando bajarme el pantalón. Sonrío y le tiro del cabello, echando su cabeza hacia atrás.
―           ¿Quieres polla, eh, zorra mía?
―           Si… si… por favor.
Le escupo en su entreabierta boca. Dena respinga pero traga enseguida mi saliva.
―           ¿Si, qué? Busca una forma digna de dirigirte a mí.
―           Si… mi Dueño…
―           Dueño… suena bien. En público, me trataras de Señor, en la intimidad puedes usar Dueño o Amo Sergio. ¿Comprendes, puerca mía? – le comunico, agitando su cabeza para que asienta.
―           Si, mi Dueño – responde, apretándose ella misma uno de las pinzas de sus pezones.
La echo hacia atrás, sobre la mesa, y le arranco las bragas. Sus fluidos se escapan entre sus muslos. Creo que no se ha sentido jamás tan caliente. Su depilado coño casi aspira mi polla cuando la coloco sobre su palpitante entrada. Ni siquiera me he desnudado. No hace falta para follarse a una perra como ella.
Emite grititos contenidos cuando se la meto, en pequeños empujones. No osa mover su cuerpo, impresionada por el tamaño de mi polla. Solo traga y traga por su coño, mirándome con adoración. Se corre suavemente cuando ya no puede abarca más, y espera a que yo me mueva, respirando agitadamente.
―           Te he permitido que te corras esta vez, Dena – la digo –, sobre todo para aliviar tensión. Pero ahora no te correrás hasta que te de permiso. ¿Lo has comprendido?
―           No me correré…
Un buen sopapo en la mejilla la estremece.
―           Si, no me correré hasta que me lo digas, Amo Sergio.
Le sonrío y le meto un dedo en la boca que ella chupa inmediatamente. Saco mi polla un tercio y la deslizo de nuevo en su interior. Un quejido. La saco casi entera y me hundo otra vez. Otro quejido, más largo. Un pollazo, un quejido. Me gusta.
―           ¿Qué piensas de mi polla, putona?
―           Que es obra de Dios… me está matando de gusto, mi Dueño…
―           ¿Crees que te cabrá en ese culazo?
―           No… no lo creo… solo lo he hecho una vez por detrás, hace mucho tiempo, Amo Sergio…
―           Pues habrá que ensancharlo, zorra.
―           Lo que desees, mi Dueño – responde, cerrando los ojos y aferrándose a los bordes de la mesa. Traga saliva, intentando controlar los espasmos placenteros que amenazan con vencerla.
―           Mañana te traeré un cinturón especial para que lo uses durante toda la semana… ya verás como dilatamos ese agujerito…
―           Si… Amo Sergioooo… ¿Cuándo podré correrme?
―           Pronto, cariño, pronto. Ahora, aguanta… no se te ocurra correrte – aumento la velocidad con la que la penetro.
Para haber parido una hija, tiene el coño estrecho, o bien, hace mucho que no folla con nadie. Con una mano, la levanto de la mesa y la pego contra mi pecho. Ella se abraza a mí como a una tabla de salvación. Ahora, la follo con frenesí, notando como mi orgasmo se acerca. Ella solo emite un larguísimo quejido, entrecortado por mis embistes.
―           Ammoooo… ¿yaaaa?
―           Casi, puta, casi. ¿Tomas algo para el embarazo?
―           Noooo… miii… Dueñoooo…. Peroo… córreeeteee dentroooo si… quieres…
―           Otro día, quizás – digo, sacándola y tumbándola de costado sobre la mesa. Le meto la polla en la boca, asfixiándola casi. Ella aprieta mis pelotas y descargo en su boca, empujando.
―           Puta, córrete – la ordeno y, casi inmediatamente, ella agita las caderas como una bailarina exótica.
 Un chorro de fluido se desliza por el muslo que tiene debajo.
―           ¡Aggg…! Vaya corrida que hemos tenido, ¿eh, putona mía?
Dena asiente, tragando aún esperma, pero sus ojos chispean de alegría. Me inclino sobre ella y la beso tiernamente, saboreándome.
―           ¿Eres mía? – le pregunto.
―           Siempre, mi Dueño – responde, abrazándome.
 Las chicas me comentan, durante el almuerzo, que han pensado que salgamos esta noche. Me dicen que no conozco nada de la noche madrileña, ni me han presentado a sus amigas, ni nada.
―           ¡Es que eres muy soso! – Maby me golpea un hombro con su tenedor.
―           ¡Joder! Que solo llevo cinco días aquí y todos ellos follando con vosotras dos, zorras – contesto. – ¡A ver de donde saco tiempo!
―           Pobrecito. ¡Que trabajo más desagradecido! – pincha Pam.
―           Cuando quieras te das de baja, que ya verás la cola de voluntarios que apañamos en minutos – bromea mi morenita.
Dejo caer el tenedor sobre mi plato, con mala ostia. Las chicas levantan la vista, intrigadas.
―           ¿Qué pasa, Sergi? – pregunta Pam.
―           No tiene puta gracia.
―           ¿El qué?
―           Eso de que cuando quiera lo deje. No soy un puto consolador sin sentimientos.
―           Perdona, Sergi, solo era una broma – se disculpa Maby.
―           Si, hermanito. ¿O no te hemos dado suficientes pruebas de que te queremos?
―           Si, es cierto. Lo siento. Se me va algo la olla, no sé que me pasa… — pero sigo enfurruñado, dando vueltas a mi plato. Apenas he comido.
Me levanto y me pongo a recoger. Con ellas, no siento tanto ese impulso de dominarlas, pero estoy muy susceptible. Supongo que debe de ser a causa de la integración del alma de Rasputín. Debo controlarme un poco más. Las dejo acabar de almorzar y me siento en el sofá, a ver la tele. Minutos más tarde, Maby se acerca, mordiendo una manzana. A pesar de ir en pijama, es la misma imagen de Eva en el paraíso.
―           Sergi, ¿me perdonas, amor?
―           No hay nada que perdonar, pequeña. A veces soy desmedido con lo que siento.
―           Y yo, a veces, soy una bocazas – me dice con una sonrisa, sentándose a mi lado.
―           No, eres impulsiva, eso es todo. Como yo, te dejas arrastrar por tus pasiones y no piensas lo suficiente lo que vas a decir.
―           Pero aún sigues enfadado. ¿Qué puedo hacer para que se te quite?
―           No sé lo que me pasa hoy, Maby. Me siento disgustado con todo el mundo. Si estuviera en la granja, hoy sería un día de esos para encerrarme en el desván. Debe ser por la lluvia.
Pam se une a nosotros y se sienta a mi otro costado.
―           Sergi, hemos pensado que si hoy salimos, la sesión con los cinturones no podrá ser esta noche – me dice, apoyando su barbilla en mi hombro.
―           Hoy es el último entrenamiento. Mañana os follaré esos culitos – sonrío con una mueca. Noto como Maby se estremece, pegada a mi brazo.
―           Hemos pensado que podíamos hacer la sesión ahora – me sopla mi hermana en la oreja.
―           No me siento de humor. De verdad, es mejor que no os toque hasta que se me disipe este humor.
―           ¿Y para un espectáculo? ¿Estás de humor? – pregunta Maby.
―           ¿Un espectáculo? Bueno, no sé…
―           ¡Vale! ¡Quédate aquí, Sergi! Vamos, Pam…
Maby se pone en pie y le da la mano a mi hermana, desapareciendo las dos rápidamente en el dormitorio. Cuando regresan, vienen desnudas. Maby trae en sus manos los cinturones, la crema y el gran consolador doble que compramos en el sexshop. Pam arrastra una de las grandes mantas que cubren la cama doble.
Extienden la manta en el suelo, entre el sofá y la tele, y se instalan sobre ella. Maby se coloca a cuatro patas, meneando su culito con descaro, y Pam hunde sus dedos en la crema. Se dedica a aplicarle crema al trasero de su amiga, comenzando a dilatarlo. Parece que ya no hay mucha necesidad de preparativos. Pam no tarda ni cinco minutos en ajustarle el cinturón a Maby.
Tras esto, viene el turno de la morenita. Pam es aún más rápida que ella en aceptar el calibre del vibrador. Me confían, como siempre, los mandos de control. Decido empezar directamente con la velocidad media. Ambas respingan y me miran. Están de rodillas, frente a frente. Sonríen, acatando mi decisión, y comienzan a besarse.
Observo como ya han empezado a mover suavemente sus caderas. Sus lenguas se enredan groseramente, y sus dedos siguen caminos inequívocos. Pronto están jadeando, pero quieren alargar el espectáculo. Es de agradecer.
Se dejan caer de espaldas sobre la manta, sus cabezas en sentido opuesto, sus piernas casi entrelazadas. El pie de Maby busca la boca de Pam, quien atrapa rápidamente sus deditos con la lengua, succionándolos uno a uno. Su lengua se introduce entre ellos, lamiendo cada rincón, recreándose con su particular sabor. A su vez, uno de los pies de mi hermana remonta el cuerpo de su amiga, hasta detenerse sobre sus pequeños y suaves montículos con pezón. Los oprime con fuerza, los masajea y acaricia como puede, mientras los ojos de ambas se lanzan invisibles mensajes de pasión y lujuria.
Puedo ver lo guarras que son, entre ellas, fruto de la complicidad que comparten desde hace tiempo. Pam, tras humedecer bien el pie de su compañera, lo conduce hasta su coño, rozándolo a placer, hasta introducirse el dedo gordo. Maby hace lo mismo con el pie de Pam. Las dos acaban contoneándose, penetradas por una gruesa falange.
Están de nuevo tumbadas, boca arriba, atareadas en agitar delicadamente sus pies. Ya no se miran. Tienen los ojos cerrados y sus dedos ocupados sobre sus pechos.
Era cierto. Todo un espectáculo, pienso.
Pam, de repente, abre los ojos, gira el cuello, y me mira. Alarga la mano hasta atrapar el doble consolador. No es totalmente rígido. Es suave y flexible en sus manos, de un resplandeciente color rosa. Aparta el pie de Maby de su coño, y manipula el gran consolador hasta introducirse el artificial glande. Al contrario que un falo real, este consolador tiene los glandes más pequeños que los tallos, para que dos chicas puedan empujar simultáneamente desde direcciones opuestas, y así penetrarse mutuamente.
―           Ahora tú, cariño – le susurra mi hermana, teniendo el pene rosa bien sujeto.
Maby arrastra sus nalgas hasta quedar más cerca e intenta lo mismo. Se nota que es la primera vez que usan un juguete de esa clase y tamaño, pero ponen mucho interés, os lo garantizo. Finalmente, quedan conectadas por el aparato, cada una con un glande en su interior. Ahora es el momento de coordinar y empujar. No es fácil. Tienen que coordinar movimientos y músculos. Cuando Pam empuja, debe apretar los músculos de la vagina y la pelvis, para que el consolador no se hunda demasiado en su coño y resista la penetración de Maby. Ésta, al contrario, debe relajarse y solo levantar un poco sus caderas para recibir el impulso de su compañera. Sin embargo, en el momento de tomar ella misma el impulso para que sus caderas realicen el mismo movimiento, debe atrapar el consolador con los músculos de su coño, para que no se le salga.
Pero son chicas listas y ágiles. Le toman el punto enseguida y asisto a una magnífica follada lésbica. Sus caderas se agitan cada vez más, sus senos botan sin control, sus boquitas abiertas, llenas de húmedos gemidos, y sus miradas casi incendian donde se posan. Ya se han corrido un par de veces, con todo el proceso.
Por mi parte, mi mal humor se está alejando, a medida que mi polla ha crecido. Me la tengo que sacar, ya no cabe en el pantalón. Me la acaricio, cada vez con más pasión. Conecto la tercera velocidad y las chicas saltan y aúllan, sin freno ya. Conseguimos alcanzar uno de esos orgasmos comunes tan raros de conseguir, que nos deja muy relajados.
Desconecto los controles y les indico que se quiten los cinturones. No necesitan más entrenamiento. Recuerdo que debo bajarle uno de esos cinturones a Dena.
Mi primera esclava sumisa…
Las contemplo mientras brindamos. Me siento un sultán. Jamás he tenido la posibilidad de sentir algo así. Seis fabulosas mujeres rodeándome y tratándome como un compañero de diversión. Esta es una noche para recordar, seguro.
Las miro y repaso sus nombres.
La rubísima Elke, modelo noruega de veintidós años. Lleva seis meses en la agencia española, fruto de un intercambio laboral. Aún no habla muy bien el castellano, pero se desenvuelve bien.
Zaíma, la esbelta argelina, de ojos profundos y oscuros. Tiene veinte años y pretende comerse el mundo.
Sara, de pura raza gitana y largos cabellos ensortijados, tan negros como su vocabulario. Tiene veinticuatro años y lleva dos de ellos trabajando exclusivamente para una gran firma de trajes de flamenca.
Y, finalmente, Bego, la mayor de todas. Tiene treinta años. Lleva el pelo pintado de rubio ceniza, en un corte retro de los años 20, con las puntas pegadas al rostro. Fue modelo en sus días, pero ahora es la secretaria de uno de los socios fundadores de la agencia.
Estas son las chicas que forman la célula de amigas de mis chicas. Suelen salir siempre juntas.
Maby y Pam me han arrastrado hasta uno de los sitios más emblemáticos de la noche madrileña, la discoteca Kapital, en la calle Atocha. Es inmensa y llena de gente. En cuanto pasamos de la zona de cajeros y tiendas de souvenirs, la música me traspasa, vibra en cada rincón de mi cuerpo, y parece levantar mi espíritu por encima de todos aquellos bailarines. Giro en redondo, mirando hacia arriba, impresionado. Un espacio abierto, enorme. Una cubierta a decenas de metros. Plataformas metálicas crean una curiosa tela de araña llena de focos, efectos lumínicos desbordantes, y grandes cristales encierran a más gente, en distintos pisos. Las chicas me dicen que hay siete pisos, llenos de diversión.
¡Joder!
Mientras avanzamos entre la gente, me fijo en los cuerpos de las gogos, que se agitan sobre sus estratégicas plataformas. ¡Chicas de primera! Rozarme con tanto cuerpo cálido y vibrante me embota los sentidos. Debo serenarme. Rostros y más rostros desfilan ante mis ojos, maquillados, tensos, portando muecas que intentan enmascarar sus pérfidas intenciones. Nada es lo que parece allí dentro.
Las chicas se reúnen con sus amigas y, en cuanto me las presentan, las dispares emociones que parecía absorber del gentío, se disipan, se calman. Esas cuatro chicas, de alguna manera, las amortiguan. Aspiro sus personales aromas al besarlas en las mejillas. Noto sus miradas sobre mí, intentando averiguar mis puntos débiles, calibrándome cada una a su manera. El hecho es que parece que no les soy indiferente.
Espero el comentario de Rasputín, pero ya no es una conciencia independiente. Se ha fusionado. No obstante, mi imaginación me responde con uno de sus puyazos y sonrío.
Mis chicas salieron de compras, justo después de la última sesión de entrenamiento, para comprarme algo decente que ponerme, para salir de marcha. La verdad es que no tardaron demasiado.
Me hicieron probar mi primer pantalón estrecho. De un tono yema tostada, fino y elegante, con unas pinzas estratégicas al comienzo de las perneras para camuflar el miembro, aunque he empezado a pasarlo por mi entrepierna, para dejar la punta descansando entre culo, casi como un tanga de carne.
Es divertido, jajaja.
Me quedé sorprendido, ante el espejo, al comprobar lo bien que me sienta un pantalón así. Una camisa negra, de brillante satén, complementó perfectamente el pantalón. Pam me indicó que la llevara por fuera. Su caída disimula perfectamente mis abultados senos y los pliegues de grasa que aún quedan en mi cintura. Pero, al obligarme a mirarme al espejo, empezaba a estar muy satisfecho con mi nuevo aspecto.
Maby me pasó un grueso jersey de hilo, beige, con la marca bordada en color marfil sobre el lado izquierdo y en hombro derecho. Muy elegante. Pam me entregó los últimos complementos. Unos brillantes zapatos negros, de finos cordones, y un bonito reloj de caja y correa metálica.
―           El peque está perfecto para arrasar esta noche – me giró mi hermana, mientras Maby palmoteaba.
Sé que lo decía en serio. Para ellas, yo soy su macho alfa.
Ahora, por lo visto, las bellas amigas de mis chicas, piensan algo parecido. A lo mejor, no es tan primario, pero notan mi potencial. ¿Emito feromonas? Quizás, pero, sea como sea, ninguna de ellas me desprecia.
Tras bebernos la primera copa casi al coleto, las chicas deciden bailar en la grandiosa pista del primer piso, repleta de gente moviéndose de cualquier momento. La música que nos bombardea es muy rítmica, desconocida para mí, pero no exenta de atractivo. Hace que mis pies quieran moverse. Las chicas me dicen que se llama Megatrón, sea lo que sea lo que eso signifique. Entre todas, me empujan hacia la pista, riéndose. Observo como dos de ellas comentan algo al oído de mi hermana, que sonríe, divertida.
No sé cómo explicarlo. Nunca he sido un chico que tratara de llamar la atención. Al contrario, lo mío era pasar desapercibido siempre. Pero, estar rodeada de seis maravillosas chicas, bellas como diosas, que atraen la mirada de cuantos machos se cruzan con ellas – y no menos féminas –, me hace sentir muy bien. Eso sin contar el subidón que me da esa explosiva música. Me muevo con más o menos gracia, meneando mi cuerpo por primera vez ante los ojos de desconocidos, sin que me importe. No sé si es debido al nuevo carácter que estoy desarrollando o es que dispongo de una nueva y mejorada confianza en mí mismo.
Bromeo con Pam y Maby, creando pasos de baile divertidos y risibles, que ellas imitan. Mis chicas me dejan espacio, para que sus amigas participen de las bromas, y se rían también. Sara es la más loca de ellas, ideando muchas más locuras.
Dos latinos acaban pegándose a nosotros, acaparando a Bego y a Zaíma. Se nota que son asiduos a estos sitios porque bailan como profesionales, pero me irrita la ciega confianza en sus artes. Están totalmente seguros de que cualquiera de esas chicas caerá en sus redes. Cediendo a un impulso, imito los movimientos de uno de ellos, al parecer cubano, exagerando bastante. Incluso articulo las mismas muecas que él hace. Lo que en él es sensual, en mí es ridículo.
Las chicas no tardan en reír a carcajadas, hasta que los dos latinos se dan cuenta de la ofensa. Los tipos se quedan quietos, mirándome, mientras que yo sigo con la charrada. Pam me pellizca para que lo deje. Las sonrisas de todas se borran.
¿Qué queréis que os diga? Sé que las burlas nunca sientan bien, pero es mi oportunidad de probar, de reírme de otros. Así que la aprovecho. Me llevo una mano a la boca, simulando morderme las uñas de miedo, bajo sus furiosas miradas. Las chicas dejan de bailar, nerviosas. Uno de ellos hace amago de andar hacia mí, pero su amigo le frena. Con el mentón, señala a nuestra derecha. Dos tipos, de brazos inmensos, nos miran. Llevan una camiseta negra con la leyenda “seguridad” impresa. Los latinos se dicen que no vale la pena y se marchan.
―           Anda, vamos a beber algo – me empuja Pam.
Pero no nos dirigimos a ninguna de las barras del primer piso, sino que tomamos uno de los ascensores y subimos al tercer piso, a una pequeña sala de retro, acristalada como todas las demás, y desde la cual se puede ver la gran pista central, abajo. Sin embargo, está totalmente insonorizada, dejando el retumbante sonido fuera. Lo único que se escucha es la divertida y simplona música disco de los años 80. Se agradece darle un descanso a los oídos y poder hablar sin tener que gritar a la oreja del vecino.
―           Buff… creí la noche se acababa, ahí abajo – comenta Bego.
―           Si. Tenían cara de mala leche – agita los dedos Sara, divertida.
―           Bueno, chicas, ¿qué pido? – les pregunto, cortando los comentarios.
Tomo nota mental de los pedidos y me dirijo a una pequeña barra que se levanta en el rincón más alejado de la entrada. Las veo charlar entre ellas y, sobre todo, escuchar algo que mi hermana les dice. Después de eso, todas giran la cabeza hacia mí, con una extraña expresión en sus rostros. ¿Asombro? ¿Temor? Me gustaría saber que es lo que Pam les ha dicho.
Pago la ronda. ¡Joder! ¡A nueve euros la copa! ¡Ya les vale!
Doy un par de viajes hasta las chicas para llevar todas las bebidas. Bego me hace sitio para que me siente a su lado. Maby está al otro costado y me coloca bien el jersey que llevo echado sobre los hombros y atado al cuello.
―           Pam nos ha comentado que trabajas en tu granja ecológica – me dice Bego.
―           Ajá.
―           ¿Y no te aburres a solas, en una granja, en Salamanca? – acaba de exponer.
―           Que va. He llegado a convertir la contemplación del ombligo en todo un arte.
Todas se ríen, incluso Elke, con la ayuda del comentario que Zaíma le hace en inglés.
―           A veces, tengo que parar el tractor y echar un rato de conversación con el espantapájaros, para comentar los goles del Madrid y eso… pero, en general, es tranquilo, relajante.
Nuevas carcajadas.
―           ¿Sabéis? No sabía lo que era el bullicio y la aglomeración hasta que no he llegado aquí. Hay veces que me vuelve loco, pero, en general, me gusta – explico. Todas me prestan atención, volcadas hacia delante para no perderse mis palabras. – Por eso, he decidido dejar el gulag y quedarme aquí, en la capital del reino. Si estas dos bellas samaritanas están de acuerdo, claro.
―           Por supuesto – contesta mi hermana. – Todo el tiempo que desees.
―           Mientras sigas haciendo el desayuno todas las mañanas – me besa la mejilla Maby.
Sus amigas sonríen.
―           Hay que ver… Pamela nunca nos había hablado de ti – comenta Sara.
―           Es que no me fiaba de vosotras, ¡que sois unas lobas! – responde Pam.
―           No será para tanto – ríe Bego.
―           No, tú la peor, que te tiras a tu jefe día si, día no – suelta la puya Maby.
―           ¡Mentiraaaa! – exclama Bego, exagerando. Todas se tronchan.
―           Yo busco marido – informa Zaíma.
―           Eres muy joven aún – opino yo.
―           No para la media de mi país. Por eso lo busco aquí, para no tener que acatar lo que mi familia haya podido escoger en mi ausencia. Si puedo regresar casada con quien escoja, me libraré de un matrimonio impuesto – explica, con un gracioso acento silbante.
―           ¡Que triste que el amor no influya en nada en vuestra cultura!
―           A veces, si influye, Sergio, pero no es una constante. Tuve la suerte de poder estudiar y salir de mi país, alejarme de mi familia. No me gustaría volver sin un triunfo, aunque eso signifique renunciar al amor. Solo quiero un buen partido.
―           Te auguro un perfecto futuro, Zaíma. Con tu hermosura y tu mente, conseguirás al perfecto títere – la lisonjeo.
Noto el suspiro de Sara. Me mira con mucha intención.
―           Yo siempre creído que las modelos tenemos un problema general – comenta, por primera vez, Elke, en un casi entendible castellano marcado por un acento duro y nórdico. – Acostumbramos a ver belleza y vemos lo que esconde esa belleza. Celos, envidias, traición, venganza…
Todas asienten, pues todas han vivido esas historias de bambalinas.
―           Asociamos belleza con maldad. No fiamos de belleza, aunque, a veces, sucumbimos a ella – noto que se muerde el labio. – Las modelos buscamos otra belleza, pero difícil encontrar. El alma.
―           Eso te ha quedado precioso, Elke – le coge la mano mi hermana.
―           Gracias, Pamela. Pero belleza de alma puede estar en cualquier parte. En hombre o mujer, en joven o viejo, en blanco o negro. Nunca se sabe donde esta belleza de alma. Por eso siempre buscamos, en todas partes. Pero muy difícil resistir la tentación del robaalmas…
―           ¿El robaalmas? – pregunto, intrigado. Elke tiene una bella filosofía.
―           Si. Es dinero y poder. El lujo y las fiestas, los caros regalos, los hombres poderosos… todo eso te roba el alma y la oportunidad de encontrar alma gemela.
―           Vaya. Es una interesante manera de ver la vida – la alabo.
―           Son palabras de mi abuela materna. Fue gran mujer.
―           ¿Cómo ves tú la vida, Sergio? – me pregunta Sara.
―           Bueno, aún no tengo perspectiva. Soy joven e inexperto, pero ya he descubierto ciertas verdades inamovibles.
―           ¿Cómo cuales?
―           Que el odio es más fuerte que el amor, por ejemplo. Que los sentimientos impuros y retorcidos predominan en la humanidad y que suelen determinar el carácter de todo hombre y mujer…
―           Triste pero cierto – me da la razón Bego.
―           Pero, hasta ahora, lo más importante que he descubierto… es lo que mueve este mundo, lo que impulsa a la sociedad humana.
―           ¿Si? ¿Y se puede saber, según tú, qué es? – vuelve a preguntar Sara.
―           Es como un motor, ¿sabéis? Un motor potente, con un tremendo turbo inyector… ese motor es el Poder. Es lo que mueve todo. Desde las decisiones de una familia común hasta las grandes metas de un país. Poder para mejorar, para escalar, para negociar, para abarcar, para conquistar… para dañar. Pero es un motor tan potente que quema mucho combustible. Se alimenta, sobre todo, de emociones y de sueños. Cuanto más fuerte es la emoción, más ruge. Cuando más anhelado es el sueño, más velocidad adquiere. Pero, en muchas ocasiones, el motor necesita un empujón para vencer el duro recorrido. Entonces, hay que activar el turbo, el más importante refuerzo para el motor, y este se acciona solo con una cosa: el sexo – paseo mis fríos ojos por todas ellas. – Ese sexo sucio y degradado, sobre el cual todos soñamos, todos ansiamos. Esa parte del sexo que nos negamos a confesar, que crece en nuestro interior como un oscuro hermano siamés, que nos va devorando cada noche, en nuestros más íntimos sueños. Ese sexo fuerte y sin emoción que nos impulsa como un resorte hacia nuevas oportunidades o al interior de un profundo pozo. Es un impulso que no podemos controlar; ese turbo no tiene freno, ni volante, solo podemos ponernos de cara en la dirección que queremos ir y rezar al accionarlo.
Nadie habla cuando acabo con mi parrafada. Todas se quedan pensativas, analizando cada una de mis palabras. La primera en hablar es Bego. Coloca su mano en mi brazo.
―           Tío, jamás había escuchado una definición como esa. Tienes razón. Cuanto más lo pienso, más evidente resulta – sus ojos no dejan de buscar los míos.
―           Bego tiene razón – Sara echa hacia atrás uno de sus rebeldes rizos. – La próxima vez que me tire un tío bueno, lo llamaré “darle al turbo”.
Su comentario arranca nuestras carcajadas.
―           Que pena que no dispongas de dinero, Sergio. Serías un marido perfecto para mí – sonríe Zaíma.
―           A mi no importa dinero. Si quieres ser novio de mí, te llevo para Noruega – Elke le da un codazo a Zaíma.
―           ¡Eh, guarras! ¡Que es mi novio! – exclama Maby, aferrando mi brazo.
―           No pelearse, chicas. ¿Por qué no nos lo repartimos? Una semana cada una, estaría bien – bromea Sara.
Los cometarios jocosos surgen, a diestro y siniestro.
―           ¿Y yo qué? ¡Qué me lo parta un rayo, ¿no?! – bromea esta vez Pamela.
―           Bueno, puedo cambiártelo por mi jefe, si quieres – le ofrece Bego.
―           ¡Ni de coña! Te lo llevas nuevecito y a mí me dejas el usado.
Nuevas risotadas. Bego invita a la siguiente ronda y nos vamos de nuevo a bailar.
Dos horas después, Maby y yo nos encontramos en la planta sexta, en lo que ella llama el cine. Es una especie de anfiteatro lleno de cómodos y amplios sillones, frente a una gran pantalla. La película que exhiben es malísima pero no parece que nadie la esté mirando. La zona de los asientos está a oscuras e incita a las caricias y a los besos. Según Maby, la llama la sala del amor. Al parecer, las parejas vienen a relajarse.
Pam y sus amigas han bajado de nuevo al primer piso a bailar. Maby le ha pedido permiso para subir conmigo aquí. Ahora, está besándome y deslizando su lengua mi cuello. Tiene sus piernas recogidas bajo ella y me ha sacado la polla fuera, acariciándola lentamente. Se aparta y me mira a los ojos. Los contrastes de la pantalla permiten que nos veamos.
―           ¿Te has divertido esta noche? – me pregunta.
―           Si, claro que si. Tus amigas son divertidas.
―           Si, y guapas.
―           También – le respondo. La dejo plantear lo que le está royendo.
―           ¿Te gusta alguna?
―           En especial, no.
―           Pero ¿te las follarías?
―           Si, a todas.
―           ¿Sabes que lo que comentaron antes, en la sala retro, era de verdad? Lo de ser novias y eso…
―           Si, al menos eso pensé.
―           No te han tirado más los tejos porque saben que eres mi novio. Pero no estoy segura de que aguanten si salen con nosotros otra vez.
―           ¿Te da miedo que me ligue alguna?
―           No, Sergio. Nos da miedo que nos olvides, que te alejes de nosotras…
―           ¿Nos? ¿Has hablado de esto también con Pamela?
―           Si. Esta noche nos hemos dado cuenta que has madurado. Creces muy deprisa y pronto no podremos retenerte… eso es lo que nos da miedo – esta vez tiene lágrimas en los ojos.
Ha dejado de meneármela. La tomo de las mejillas con mis manos. Sorbo sus lágrimas.
―           Nunca os dejaré, ¿me entiendes? Jamás. Pero, tienes razón. Estoy cambiando.
―           Sergio… Vemos como las mujeres se fijan cada vez más en ti. Pam y yo hemos perdido todo control. Acatamos cualquier cosa que propones. Nos dominas totalmente, aún sin ser conciente de ello.
―           Pero… ¡yo no quiero dominaros! – protesto.
―           Si, si quieres, aunque no lo reconozcas. Has empezado a tratarnos de zorras y putas, y lo consentimos. Cada día más, caes en una actitud dominante que, sea dicho, nos pone frenéticas. No podemos negarte nada. Pronto seremos tus esclavas y lo asumiremos…
―           No… no.
―           Te digo todo esto porque creemos que el pacto que hicimos se romperá cualquier día.
―           ¿Qué hacemos, entonces?
―           Tenemos que hablarlo los tres, más tranquilamente. Bueno, ahora que se te ha aflojado la polla con todo esto, guárdatela y vamos con las chicas. Acabemos esta velada entre risas – me dice, dándome besitos en la cara.
Una hora más tarde, nos marchamos todos de Kapital. Nos despedimos en la acera, antes de tomar distintos taxis. Esta vez, las amigas de mis chicas se despiden de mí con un suave piquito en los labios. Pam y Maby me miran, sentadas en el asiento trasero del taxi.
Dos horas más tarde, estamos tumbados, desnudos y jadeantes, en la cama doble. El alcohol ha hecho que tardáramos en corrernos. Las chicas están cansadas, pero no quieren dormirse sin hablar. Mantenemos encendidas las lamparitas. No nos gusta follar a oscuras.
―           ¿Qué piensas de lo que Maby te ha comentado esta noche? – me pregunta Pam. Tiene su cabeza sobre mi pecho y alza el cuello, buscando mis ojos.
―           Creo que tiene razón. Estoy cambiando muy rápido.
―           Le comenté que lo que las chicas insinuaron no era ninguna broma – dice Maby, incorporándose sobre un codo.
―           Es verdad. Podrías haber salido con cualquiera de ellas esta noche, incluso iniciar una relación más seria con alguna. Estaban dispuestas a entregarse. Lo sé, las conozco – comenta Pam – y nunca las había visto así.
―           Os juro que no lo hice a propósito – las beso suavemente.
―           Lo sé y Maby también, pero es evidente que lo hiciste.
―           Tenemos que anular el pacto – dice Maby.
―           ¿Por qué? Yo creo que está bien así – refunfuño.
―           No, no lo está. Aún nos tratas con deferencia y planeas las cosas junto con nosotras, pero, estamos convencidas que, muy pronto, no tendremos voto – dijo Pam, muy calmada. – Tenemos que liberarte de él, para que puedas crecer totalmente.
―           Esto ya lo hemos hablado entre nosotras. Somos conscientes de que ya nos sentimos demasiado sometidas a ti. Solo pensamos en tu bienestar, en cómo te sentirás, en cómo podemos complacerte mejor…
―           Por mi parte, si me pidieras que hiciera algo vergonzoso o perverso, incluso ilegal, por ejemplo, lo haría, sin pensar en las consecuencias. Así me siento – confiesa Pam.
―           El pacto debe romperse. No podemos atarte a nosotras, porque entonces, te perderíamos irremediablemente – puntualiza Maby. — ¿Estás de acuerdo, Pam?
―           Si. Así no habrá remordimientos, ni protestas después – añade Pam.
―           Está bien. Pero, ¿por qué no repasemos las cuatro normas para ver si podemos modificarlas a gusto de todos? – las acabo convenciendo.
―           Está bien. La del periodo de un año puede mantenerse. No afecta para nada. Nosotras sabemos que es inútil. No creo que deje de quererte en mi vida, pero es inconsecuente – se encoge de hombros Maby. – Puede que sirva para calibrar a otras chicas que surjan… porque llegaran otras, ya verás.
―           Si, yo también lo creo – expone Pam.
Niego con la cabeza. ¿Desde cuándo se han convertido en sibilas?
―           Estáis hablando de tonterías – les digo, con mucha seriedad.
―           ¿Lo de no mantener relaciones serias fuera del círculo? Tampoco sirve. Ya no existe círculo, solo existe tu voluntad. No podemos forzarte a nada.
―           Explícate, Maby – le pido.
Pero no es Maby quien me responde, sino mi hermana.
―           Si te enamoraras de una chica, o te casaras por algún motivo, te estaríamos esperando, siempre. Maby y yo lo hemos estado hablando. Hemos renunciado a tener vida personal. Solo estás tú, solo cuentas tú. Siempre te amaremos.
―           Siempre te serviremos – acaba Maby.
Las dos están a punto de llorar por la emoción que contienen esas palabras. Debo reconocerlo, es un juramente que me están haciendo, de por vida, un juramente de servidumbre total.
―           Preciosas mías… os quiero más que a nada – las abrazo contra mí. – Nunca seréis siervas, ni esclavas. Sois mis primeros amores, jamás os abandonaré…
―           Gracias, cariño, nos consuela oír eso, pero es cierto. Ya somos tus siervas – me dice mi hermana.
―           Al igual que esta última norma, la de ingresar otras personas en el círculo, tampoco vale. Como te hemos dicho, ya no existe el círculo – razona Maby, dejando que sus lágrimas mojen mi pecho. – Aceptaremos otras personas que tú dispongas. Otras amantes, otras serviles, nuevos amigos o posibles familiares políticos. Como personas dignas de tu confianza, las aceptaremos con agrado. Esta noche, se nos han abierto los ojos, al verte rodeada de nuestras amigas. Nos sentíamos celosas, pero también orgullosas de pertenecerte.
―           Yo creo que ese será el futuro que nos espere. Compartirte con otras mujeres. Lo aceptaré si no me apartas – murmura Maby, apretándose contra mí.
―           Pero… — intenté decir, pero Pam me pone un dedo en los labios.
―           Hemos estado buscando sobre este tipo de acuerdos en Internet, y hemos descubierto que existen y se realizan. Se llaman contratos de sumisión. Maby y yo hemos llegado a esa conclusión. Somos sumisas a ti, a tu polla, a tu voluntad, y a tu autoridad – me confiesa.
―           No podemos resistirnos, no lo deseamos. Si quieres, firmaremos cualquier documento que desees – itera Maby, sorbiendo por la nariz.
―           No es necesario, Maby – me doy cuenta de que están totalmente decididas. Han debido hablarlo entre ellas largo y tendido, estudiando todas las implicaciones.
―           Como ves, ninguna de las normas tienen significado ya. Ni siquiera la norma que especifica que no podemos empezar el acto sexual si no estamos todos presentes, o, en su caso, disponer de permiso del miembro ausente – expone Pam, secándose las lágrimas. – Somos tus siervas, tus esclavas, dependemos de tus caprichos, de tu estado de ánimo, o de cualquier otra circunstancia. Así que puedes usarnos en el momento en que lo desees, estemos las dos o no.
―           No sé qué decir, chicas. Me habéis tomado por sorpresa – la verdad es que me han emocionado, aunque ya esperaba una reacción así, pero más tardía.
―           No digas nada, nene – susurra Maby, desando mi mejilla. – Solo recuerda que nos hemos ofrecido nosotras, por voluntad propia. Procura no humillarnos vanamente, porque te queremos de verdad…
―           Si, hermanito. Sabemos todo lo que se expone y se ofrece en uno de esos contratos. Si nos lo pides, lo cumpliremos, pero no nos gustaría llegar a esos extremos por imposición.
―           Jamás os humillaría de forma conciente, cariños míos.
―           Ssshhh – mi hermana me besa en la boca, callándome. – No sabes lo que nos depara el futuro. Puede que algún día, te beneficie entregarnos a otra persona…
―           O tengamos que prostituirnos para ti…
―           Incluso intercambiarnos para un trato… — Pam y Maby se alternan en los ejemplos.
―           Todas esas cosas pueden pasar y estamos dispuestas a aceptarlo, pero… déjanos…
Recuerdo las palabras de Rasputín. “Deja siempre una salida”.
―           … que nos hagamos a la idea, cuando llegue el momento; que nos de la sensación que podemos opinar, o aconsejar – acaba la frase Pam.
―           ¿Quieres que te llamemos de alguna forma en especial? – pregunta maliciosamente Maby. — ¿Amo? ¿Señor?
―           No, tontas, solo tenéis que llamarme como os apetezca en ese momento. ya sabéis que a veces os he insultado con palabras como “putas” o “zorras”, pero…
―           Es verdad, cariño – ronronea Pam. – Somos tus zorras.
―           Me refiero a que ha sido en el calor del momento, de la excitación.
―           Puedes llamarme puta todas las veces que quieras siempre que me sigas metiendo ese cacho de polla – susurra Maby, metiéndome la lengua en la oreja.
―           De verdad, chicas, puede que todo lo que habéis nombrado pase en un futuro, pero, os juro que vosotras nunca tendréis que hacer nada de eso. Al contrario, si algún día dispongo de más siervos o esclavos, seréis tan dueñas de ellos como yo – y lo dije muy en serio, tanto que ellas supieron que era cierto.
Lo cierto es que aquellas cuatro normas que ideamos con todo cariño y lujuria entre nosotros tres, duraron relativamente poco tiempo. Pero no hay mal que por bien no venga; había dado un paso más en el camino del Amo.
                             CONTINUARÁ.
Gracias a todos por vuestros comentarios, críticas y opiniones. Si queréis exponer algo más extenso, o más privado, podéis escribirme a: 
janis.estigma@gmail.es
 
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 
 
 
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!/

Relato erótico: “Gaby, mi hija 3″ (POR SOLITARIO)

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–Mamá. ¡Eres una bruja! Jajaja

Llegamos a casa con el tiempo justo para la comida. Cuando Carlos se marcho nos quedamos tomando café en la cocina.

–Mamá, cuéntame cómo fue tu experiencia como actriz. Me gustaría saber cómo llegaste a hacerlo por el culo.

–La verdad. Se pasa mal al principio, durante los preparativos. Hay que soportar cosas muy desagradables.

–¿Cómo qué?

–Pues para preparar el intestino. Se limpia mediante enemas, uno tras otro hasta quedar limpio. Una de las chicas, estaba tan habituada, que se corría con las lavativas. En cuanto empezaban a ponérselas, le entraban escalofríos y contracciones de los esfínteres, se excitaba el clítoris y acababa con un orgasmo. Decía qué, de esa forma, la limpieza resultaba muy agradable.

–Mamá, yo aún no lo he hecho nunca por atrás. Y me gustaría probar. Me lo tienes que hacer.

–Bueno, ya veremos. Como te decía.

Fue Javi, el chico de la comida del primer día y Joel, que fue el que se metió debajo, los que me prepararon, eran gay los dos, pero participaban en todo. En mi primera vez, fueron muy cariñosos conmigo. Después de la limpieza, me pusieron a cuatro patas y fueron metiendo, primero un dedo, después dos, muy despacio, tardaron mucho tiempo, lubricaban continuamente y lo principal, me frotaban el clítoris. Tanto tiempo, que me corrí varias veces, pero ellos continuaban. Ya estaba desfallecida. Metieron un plug anal y me dijeron que lo dejara puesto para adaptar el esfínter.

Cuando llegué al plató aun lo llevaba. Lara se reía al verme andando. “Como si la llevara metida dentro”. Fue ella la que me lo saco del culo, se acercó, pasó la lengua por el agujero y me gustó. Como la primera vez que lo hizo.

Luego empezaron las órdenes, como colocarnos, posturas, toques de maquillaje para los brillos, cambios en las luces, ¡Cámara! ¡Acción!

Yo estaba desnuda sentada en una silla junto a una mesa, en una piscina se bañaba Lara, salía del agua, se acercaba a mí y me besaba, le devolvía el beso, acariciaba mis pechos y, con una sonrisa entraba en la casa. Yo me levantaba y la seguía. En la cocina preparaba un zumo, yo la acariciaba por la espalda, pellizcaba sus pezones, se giraba y nos besábamos.

Con el zumo en dos copas salíamos de nuevo a la terraza de la piscina, me tendía en una toalla en el borde. Un chico aparecía, desnudo, se lanzaba al agua, venia hasta mí nadando, se apoyaba en la orilla, me besaba, cogía mis piernas y las encaraba al agua, las separaba, se incorporaba y me chupaba el sexo, yo derramaba un poco de zumo en mi vientre, resbalaba hasta la ingle y el chico me daba una comida que me hacia estremecer.

Levanté una mano para advertir que me corría y detuvieron el rodaje. Debía haberme corrido sin avisar. El director me dijo que no me preocupara de nada, cuando llegara a correrme lo hiciera, sin aspavientos, con naturalidad. Repetimos la escena. El chico me hizo lo mismo pero yo ya no llegué, él salió del agua, me puso en cuatro, lamia mi culo, yo sabía lo que venía a continuación.

Me sorprendió ver aparecer a Lara en escena, se acercó, me besó y se colocó debajo de mi, en un sesenta y nueve, lamia mi coñito mientras el chico lamia mi culito, a mi vez chupaba el coño de Lara.

Estaba a punto del orgasmo cuando noté la polla del chico en mi culo, apretó un poquito y entro la cabeza, poco a poco consiguió meterla entera y se paró. Lara seguía excitándome, dedeaba mis pezones al tiempo que lengüeteaba mi clítoris, el chico empezó a moverse, entraba y salía una, otra, otra vez.

Ya no se detuvo, me llegaba hasta lo más hondo, Lara con mi coño. El orgasmo fue tan fuerte que estiré las piernas y abrace las de Lara. Mis gritos, mis convulsiones. Fue inenarrable. Genial. Aplasté a Lara al dejarme caer sobre ella. Mi coño la asfixiaba al cerrar mis muslos. Lancé al chico al agua, al intentar levantarme para liberar a Lara. ¡Corten! Y todos aplaudieron. La toma era buena.

No recuerdo el nombre del muchacho que me follo el culo por primera vez, tal vez no lo supe nunca. En el tiempo que estuve trabajando como actriz me lo follaron muchas veces. Javi y Joel montaban números bisex conmigo, decían que mi culo era mejor que el de muchos osos. Aún no sé, porque dirían eso. Con ellos lo pasé muy bien. Eran muy atentos y cariñosos.

La puerta de la calle se abre. ¿Carlos? ¿Tan pronto?

–¡Hola chicas! Ayudadme. Tengo que hacer la maleta, me voy mañana. A las siete sale el avión, tengo que estar a las seis, para el embarque, en el aeropuerto. He salido antes para estar un rato con vosotras. Estaremos un tiempo sin vernos.

Son las cinco de la mañana, Carlos se ha levantado. Voy a prepararle un café, para que no se vaya con el estómago vacío. Entra a darle un beso a Gaby, se despierta.

–¿Ya te vas papá?

–Si, cariño. Y voy justo de tiempo. Un beso.

Me besa.

–¿Quieres que te lleve al aeropuerto?

–No, no. Que va. He llamado a un taxi. Iré más rápido. Adiós.

Maleta, maletín y se marcha. Gaby se ha levantado. Querrá acostarse conmigo.

–Mamá. ¿Vamos a la cama?

–Vamos a hacer algo mejor. Nos vestimos, cogemos el coche y vamos al aeropuerto. Así le damos a tu padre una sorpresa.

–Buufff. Tengo sueño.

–Venga. Anímate. Vámonos. A la vuelta nos metemos en la cama.

–De acuerdo. Pero que sepas que lo hago por ti.

Nos vestimos de prisa, bajamos al garaje y con el coche vamos al aeropuerto. Lo dejamos en la zona de aparcamiento. Vamos a la terminal de salidas, tenemos tiempo.

Al entrar en la terminal veo a Carlos en la cafetería. Cojo la mano de Gaby y tiro de ella.

Carlos no está solo. Una muchacha joven le acompaña, están tomando algo, ¿Cogidos de la mano? Detengo la marcha, Gaby me mira y le señalo a su padre. Va a gritarle algo y la detengo.

–No digas nada. Que no se dé cuenta que estamos aquí. A ver que hacen.

–Mamá, que mal pensada eres. No hacen…

Acaban de darse un beso en la boca. Y no es un beso de despedida. Por la megafonía indican la puerta de embarque para Barcelona. Bajan de los taburetes, se cogen por la cintura y se van, como una pareja de novios. Freno a Gaby. No quiero que sepa, que sabemos, que tiene algo con otra. No me afecta y me beneficia. Así, no me crea problemas de conciencia. Lo nuestro terminó. Estamos en paz. Empujo a Gaby hacia la salida y nos volvemos a casa. Gaby estaba furiosa. Yo muy tranquila.

–¡Mamá, como puedes tolerarlo! ¡Yo le hubiera abofeteado!

–No, Gaby. Podemos hacer algo mejor.

–¿Qué?

–Follar. Ya no tendré remordimientos. Hice algo en mi juventud, que me creaba problemas de conciencia. Desde que nos casamos, le he sido fiel. Hasta ayer. Tu padre, sin embargo, parece ser, que lleva algún tiempo liado. Y no solo, no me importa, sino que me alegro. Ahora sí, podemos ir a la cama. Y esta tarde, si todo sale bien, tendrás tu primera orgia lésbica. Te lo aseguro. Y dejemos ya este tema. Vamos a desayunar y arreglar un poco la casa, para esta tarde.

No sé muy bien por qué, cuando estaba metida en el mundo del porno, estaba caliente casi permanentemente. Después, tras los primeros meses de casados, me enfrié. He pasado muchos años casi sin sexo, una vez a la semana, algunas vacaciones más movidas. Pero la calentura de aquella época, no la he vuelto a tener.

Hasta ahora, con la putilla de mi hija que me pone a mil, cada vez que se le antoja. Pienso en ella, en su coñito y me mojo toda. Los juegos en la cama, las dos desnudas, son tan excitantes. Ya no es por los orgasmos, que los hay. Estoy en permanente excitación, me toca y se me pone la carne de gallina. ¡Hacia tantos años que no me sentía así! ¡Tan viva!

Ding…Dong. Suena el timbre de la puerta. Ya están aquí. Abro, es Nati, radiante, como siempre. Bueno, algo más llenita.

–¡¡Nati!! ¡¡Princesa!! ¡Qué bien estás! No pasa el tiempo por ti. ¡¡Estas igual!!

Abrazos, besos.

–¡¡Eva!! ¡¡Cuánto tiempo sin verte!! ¡Tú sí que estas bien! ¿Y esta es Gaby? ¿La pequeñaja llorona? ¡¡Qué guapa estás hija!! Si te veo por la calle no te conozco. ¿Cuánto hace que no te veo? ¡Uy! ¡Desde que hiciste la comunión! ¿Hace cuanto?

–La hice con diez, hace ocho años.

–Anda, que no llorabas ese día. ¿Qué te pasó? Déjalo, sería una tontería. Bueno, y ¿a qué se debe esta invitación?

–Pues veras, a mi marido lo trasladan a Barcelona y nos vamos con él. Como no sabemos para cuánto tiempo va a ser, pensé en decíroslo, Carmen también viene.

–¡Que alegría chica! Otra vez juntas las….

–Las tres, Nati … Las tres. Bueno, las cuatro con Gaby. De Lara no he vuelto a saber desde que tuvimos….

–La pelea. Lo sé. Yo si estuve en contacto con ella mucho tiempo. Me llamaba, preguntaba por ti, como estabas, si eras feliz…Hasta hace un par de años. Me llamó para decirme que se marchaba a Estados Unidos. Desde entonces, ya no he sabido nada más. Pero con Carmen si me he visto, de cuando en cuando, salimos juntas, de compras, de copitas. Bueno, ahora con el embarazo menos, pero nos hemos…Tu sabes.

–Si, ya te entiendo. Y puedes hablar claro, Gaby sabe todo sobre mí….

De nuevo suena el timbre. Será Carmen. Abro. Abrazos, besos. Acaricio su barriga.

–¡¡Carmen, por dios!! ¡¡Estas preciosa!! El embarazo te ha sentado bien ¿No?

–Ya ves. ¡Nati! ¿Tú también aquí? ¡¡Que alegría!! Y esta señorita tan guapa. ¿Quién es? ¿No será Gaby?

–Pues sí, soy Gaby.

–Hay que ver lo guapísima que eres. Te pareces a tu madre una barbaridad. Si la hubieras conocido cuando….

–Le estaba diciendo a Nati, que Gaby lo sabe todo sobre mí, sobre Lara y lo que hicimos en Barcelona. Pero no es solo eso. Desde ayer follamos.

–¿Cómo? ¿Las dos? ¿Madre e hija? ¡¡Que fuerteee!! ¿Y qué tal lo pasáis? Bien supongo.

–Mejor que bien. Me encuentro, como en mis mejores tiempos con Lara. Creo que nos hemos enamorado. Las dos. La próxima semana es su cumpleaños. Dieciocho. Le prometí un regalo especial. Una orgia a cuatro. ¿Podemos contar con vosotras?

–Eva, por favor. Cuando me llamaste y me invitaste a venir, el chochete se me hizo agua. Sobre todo teniendo en cuenta, que mi marido hace cuatro meses que no me toca. Dice que le da miedo lastimar a la niña, pero yo sé, que no le excito. Además tiene un lio con otra. Pero total para lo que me hace, mejor que no se me acerque. Lo nuestro es distinto. Nati y yo hemos jugado algunas veces. ¿Verdad Nati? Me lo come muy bien. Jajaja

–Vaya y yo que pensaba que era la que menos follaba. ¿Y tú Eva? Como te lo montas con tu marido.

–Pues mal, como vosotras. Hasta ayer. Gaby me hizo sentir mariposas en el estómago como cuando estábamos juntas. Y para colmo, hoy nos hemos enterado, mi hija y yo, que mi marido, su padre, está liado con otra. En el aeropuerto lo hemos visto morrease con una de poco más edad que su hija. Pero vamos a tomar el café y las pastas que hemos preparado.

Carmen y Nati se sientan en el salón, Gaby me ayuda a sacar la merienda.

–Claro que esto de tener al marido en Barcelona, tiene sus ventajas. Si queréis, esta noche la podemos pasar las cuatro juntas, así tendremos más tiempo para hablar.

–¡Sí! ¡Sí! Ya sé la clase de conversación que vamos a tener. Pero me apetece. Volver a pasar una noche loca, como cuando estábamos en el piso de estudiantes. Y me tenéis que dar prioridad, soy una mujer embarazada, tengo que correrme por dos. Y recuperar, los orgasmos perdidos. Jajaja.

–No Menchu, la prioridad es de Gaby, por su cumpleaños y por ser su primera vez. Pero no te preocupes, tú serás la siguiente. Tengo muchas ganas de comerme un bollito preñao.

–Mamá, no digas eso, pareces un caníbal.

–¿Caníbal? Ya te lo diré yo, cuando veas ese cuerpo. El morbo que da. ¡Y que haya maridos jilipollas que no les guste!

–Eva, yo me voy a tumbar, que estoy pesada.

–Como quieras Carmen, estás en tu casa. Gaby, acompáñala y dale un camisón para que esté más cómoda.

–Si, mamá. Ven conmigo Carmen.

Nos quedamos Nati y yo recogiendo y limpiando la cocina. Estoy en el fregadero, Nati me abraza por la espalda. Besa mi cuello, los lóbulos. Sus manos acarician mis pechos sobre la bata de casa.

Sabe lo que me gusta, lo ha hecho muchas veces en el pasado. Siempre he sospechado que lo hacía para no fregar. Pero me encanta que lo haga. Me hace sentir un sinfín de sensaciones placenteras, acariciando con sus manos mis caderas, el vientre. No puedo más. Me giro y apreso sus labios con los míos. Se suceden un sinfín de suaves caricias. La detengo.

Cogidas de la mano nos vamos al dormitorio. Sonreímos al ver a Carmen echada en la cama y Gaby acariciando, su ya, gran tripa. El camisón enrollado, por encima de sus tetas, con grandes aureolas y pezones rojos. Las bragas apenas le tapan nada, las tiene por debajo de la barriga, por donde asoma, una mata de pelo. Es pelirroja, del color del cobre y la piel es blanca, con muchas pecas, que embellecen su cuerpo.

Se están besando, dulcemente. Esta hija mía no pierde el tiempo. Lleva puesto un pequeño pantaloncito y una blusita con dibujos infantiles.

Nati se sienta con ellas en la cama, yo voy al baño por un bote de aceite corporal. Voy a darle unas friegas a Carmen en su tripita. Le dejo a Nati una camiseta, para que esté cómoda. Ver como se desnuda, es un espectáculo de gran sensualidad. Al aparecer sus pechos desnudos, siento una contracción en los músculos de mi vagina. Me excita.

Sentada junto a Carmen, dejo caer un chorrito de aceite sobre su vientre. Parece una señal, las tres masajeamos su cuerpo. Gaby sigue besándola. Nati se suma, las tres intercambian saliva. No dejamos de acariciarnos. Gaby se coloca entre las piernas de Carmen, le quita las bragas.

–Mamá, quiero verlo, besarlo. Tenías razón. Carmen es una mujer deliciosa. Me dan ganas de comérmela.

Y tiene razón, los labios mayores encierran unos menores, como los pétalos de una rosa, de color rosado, coronados por un pequeño capuchón, que cubre un pequeño bultito. Sobre este, una preciosa mata de vello rojizo.

Gaby se inclina, hasta llegar a lamer aquel delicioso rincón. Nati sigue masajeando la barriga y besando su boca. Carmen mantiene las piernas ligeramente flexionadas, las rodillas totalmente separadas, abierta, entregada a las caricias de Gaby, que se afana en dar placer a tan bella mujer. Y el primer orgasmo llega. Carmen se abraza a Nati y se funde con ella en un largo beso, cierra las piernas, aprisionando a Gaby que se libera. Me mira, su cara brilla por los flujos del coño que se acaba de comer.

–Me gusta mamá. Me gusta mucho.

–Lo sé hija. Ahora es tu turno.

Mis dos amigas me miran, miran a Gaby. Nati empuja a mi hija para que se tienda, al lado de Carmen y se coloca al otro lado. Entre las dos acarician a Gaby, que por su mirada está en la gloria. Carmen toca su botoncito. Cierra los ojos.

Le señalo a Nati que se ponga entre sus piernas, me tiendo a su lado y acaricio sus pechos, el vientre, beso las axilas. Me gusta el sabor de mi hija. Chupo su pequeño pezón.

Veo a Nati entretenida lamiendo, mordisqueándole, los pies. La curva del talón, la planta, el empeine y los deditos.

Cierro los ojos, Lara viene a mi mente. Yo chupaba, lamia, mordía sus pies, sus deliciosos, sus bellos pies. Añoro tanto sus besos.

Carmen tiene algo de bruja. Parece haberse dado cuenta de mis pensamientos. Extiende la mano, acaricia mi mejilla, beso sus dedos, los chupo. Baja la mano e introduce los dedos mojados con mi saliva en el coño de mi hija y la masturba, lenta, suavemente, sin prisas.

Pasamos la tarde entera, entre caricias, besos y orgasmos.

Paramos para preparar algo y cenar. Después tomo lo que cada noche antes de acostarme, un gintonic.

Se ríen de mi costumbre, pero a mí me sienta fenomenal. Ellas toman chupitos de licor de vodka caramelo. Están alegres eufóricas, se renuevan las caricias. Follamos todas con todas. Así hasta caer rendidas de sueño.

–¿Mamá? ¿Dónde estáis?

–Aquí, cariño, en la cocina, Carmen y Nati ya se han ido. Te han visto dormir tan agusto que no han querido despertarte.

Entra con cara risueña. Se despereza, me besa.

–Tengo hambre. Te comería.

–Ahora el antropófago eres tú. Jajaja Anda, arréglate que vamos a salir a dar una vuelta y ver escaparates.

Nos arreglamos y vamos a ver tiendas de ropa en las galerías comerciales. Cerca del mediodía, entramos en una cervecería a tomar un aperitivo. Nos sentamos en una mesita, lejos de la barra. Hay poca clientela. En una mesa cercana, dos hombres maduros nos miran. Uno alto, canoso y el otro más bajo, castaño. Les habremos gustado. No hay camareros, es autoservicio. Me quedo sentada y Gaby se acerca a la barra a pedir.

–¿Qué te pido?

–Un rioja tinto. ¿Y tú?

–Vino blanco del condado de Huelva.

Se acerca con una copa en cada mano. Al pasar cerca de los dos hombres de la otra mesa, tropieza y derrama mi vino sobre el hombro del más bajo.

–¡¡¡Lo siento, perdone!!! ¡¡Que torpeza la mía!!

–Tranquilícese, no pasa nada. Si esto es salud. Jajaja. Lo que siento es que es la única chaqueta que traigo y estamos de paso. Pero. Repito. No ha pasado nada.

Me acerco, sobre el hombro de la chaqueta gris, destaca una mancha oscura. Gaby a punto de llorar.

–Tiene razón el señor, Gaby. Tranquilízate que esto tiene solución. Ahora mismo vienen los señores a nuestra casa y le limpio la chaqueta. En un rato está lista. Por favor, vengan con nosotras.

–No es necesario que se molesten. No tiene importancia, la llevaremos a una lavandería y la limpiaran sobre la marcha.

–Ni hablar. Insisto. Gaby se sentirá culpable y tendré que aguantarla. Me llamo Eva.

–Bueno, si insisten, yo soy Pablo, Pablo Andrade y este mi compañero Imanol.

Nos damos un beso, ellos insisten en pagar las copas y vamos andando a casa, estamos cerca.

–No son de aquí ¿Verdad?

–No, Imanol es de Cuenca y yo valenciano.

–Y… ¿Qué les trae por nuestra tierra?

–Los libros, hemos venido invitados por una editorial que posiblemente edite un libro que he escrito. Gaby se muestra interesada.

–Me suena su nombre. ¿Escribe en todorelatos?

–Si, ¿Por qué? ¿Ha leído algo mío?

–Creo que sí. “16 días cambiaron mi vida”. ¿Puede ser? ¿El autor es “solitario” no?

–Pues sí, no podía imaginar, que tan joven leyera relatos eróticos.

–Me gustan, además el suyo engancha.

–Gracias. Para mí es un verdadero placer, saber que me lee, una joven tan guapa.

Miro a ese hombre a los ojos. No puede ser. ¿Se repite la historia? Una mancha de vino fue el inicio de mi relación con Lara. ¿Qué puede pasar ahora?

Entramos en casa, nos sentamos en el salón y le pido a Pablo su chaqueta para limpiarla. Tengo un espray, quitamanchas instantáneo, lo aplico y desaparece por completo.

–La mancha tardará un rato en desaparecer. Pero quedará bien. Como es tarde ¿Qué les parece si preparo unos espaguetis con gambas y comemos aquí, mientras se limpia la chaqueta?

–Por favor, no queremos molestar. Estamos abusando de vuestra hospitalidad.

–Nada, nada. Os quedáis a comer. ¿Podemos tutearnos?

–Por supuesto, no faltaría más. Y ya que insistes. ¿Podemos ayudar? Imanol tiene buena mano para la cocina.

–No es necesario. Me las apaño sola. Pero si quieres, puedes ir pelando las gambas. Y los ajos. Jajaja.

–Ahora mismo, a tus órdenes.

Me acompaña Pablo a la cocina, preparamos la comida, Gaby ayuda a servirla y nos sentamos. La comida se riega con un vino joven del condado de Huelva, que guardaba mi marido. Caen tres botellas.

Son buenos conversadores, cuentan anécdotas de su vida, sus experiencias. Nos reímos mucho, el vino ayuda y caen las inhibiciones.

Al terminar, Imanol y Gaby se quedan en el salón, mientras Pablo me ayuda a recoger. Estoy ante el fregadero, siento un cálido roce en mi brazo, es Pablo. Está a mi espalda, su respiración en mi cuello. Envaro mi cuerpo. Un calor sube desde mi bajo vientre hasta la garganta. Me flojean las piernas.

–Perdona. Lo siento. Ha sido un impulso. Lo siento.

Hablarme tan cerca de mi oído, provoca una descarga de adrenalina en todo mi cuerpo, me pone de punta los pelos de la nuca.

–No lo sientas y sigue, por favor. Sigue. Mira como me has puesto. No puedes dejarme así.

Sus manos están en mi cintura, con mi mano izquierda subo la falda, con la derecha cojo su mano y la pongo sobre mi muslo, erizado. La sensación en la nuca es electrizante. Mi coño se moja.

Pablo sube su mano por el muslo, llega a mi vientre, pasa sus dedos entre mi tanga y la piel y llega a mi raja. Creo que introduce dos dedos. ¡Por favor, sigue! No te detengas. Pero no. Los saca y los lleva a su nariz, huele, aspira hondo, los pasa por mis labios, al tiempo que me da la vuelta. Con los dedos empapados de mis flujos, en mi boca, me besa, relame y me hace probar mis jugos.

La sensación es indescriptible, es algo más bajo que yo, pero me inclino para saborear su boca. Las lenguas entran en juego, me siento como en mis mejores tiempos de juventud. Ardiendo. No se para. Se inclina para quitarme el tanga. Sube la falda, con sus manos en mi cintura, me eleva, hasta dejarme sentada, en la encimera de la cocina.

Se arrodilla en el suelo y hunde su cara entre mis muslos. Cubro su cabeza con la falda, no lo veo, lo siento, siento su lengua sorbiendo, chupando, lamiendo todo mi sexo. Se detiene en mi bultito, unos golpes de lengua, baja a la entrada de mi cueva, entra dentro, se mueve con distintos ritmos, a veces rápido, otras lento.

Muerde la cara interna de los muslos, vuelve a mi coño. Pero las manos no están ociosas, ha logrado sacar mis tetas de su refugio, con mi ayuda, y pellizca deliciosamente los pezones.

No puedo más, siento como llega, en oleadas, hasta que no puedo soportarlo y con las dos manos empujo su cabeza dentro de mí. Me falta el aire. Una exhalación sale del fondo de mi pecho y lo aparto.

Con mis manos en su cara lo acerco hasta mi boca, para lamer sus mejillas, los labios, toda su cara cubierta de mis líquidos.

–Vaya con Pablo. Podías dejar algo para los demás.

Gaby e Imanol nos miran, sonriendo, desde la puerta.

–Es qué, ha sido sin querer.

–Pues, si llega a ser queriendo, no sé qué habría pasado. Pablo me ha hecho tocar las nubes. Aún me tiemblan las piernas. Gaby, tienes que probarlo. Ha sido genial.

–Ya veremos. Aún sigo pensando que una mujer es mejor con la lengua. Pero, lo cierto, es que me habéis puesto cachonda. Tenias que haberte visto la cara al correrte.

–Vamos al dormitorio Pablo. Quiero devolverte el favor.

–Por mi encantado.

Gaby mueve la cabeza, no las tiene todas consigo.

Pretendo que Gaby, pruebe otras formas de sexo, no solo el de los jovencitos, que, seguramente, la han decepcionado, demasiado fogosos y rápidos, sin caricias.

El sexo chica con chica, que también ha experimentado, no me gustaría que se convirtiese en exclusivo.

Tal vez estos maduritos, con menos fuerza física, pero con experiencia y más resistencia a la hora de correrse, supongan su retorno a la bisexualidad. Son más atentos, delicados y cariñosos, no tienen prisa y tendrá más posibilidades de gozar. De todos modos, no conozco los motivos por los que Gaby rechaza el contacto con hombres. Lo averiguaré.

Gaby e Imanol se quedan en el salón. Hago que Pablo se quite la ropa y se eche en la cama. Me desnudo, cojo su pene, flácido y lo llevo a mi boca, poco a poco responde, saboreo las gotas de líquido preseminal, transparente. Es agradable. Me sitúo sobre él, me lo meto en la vagina e inicio un suave movimiento adelante atrás. Pablo respira hondo y exhala el aire.

–Eva, eres una maestra. Que gusto me está dando tu coño.

–Sigue hablando, insúltame.

–Eres muy caliente y puta, ahora me gustaría tener dos pollas para meterte la otra por el culo. ¡Diooooss! Que guarra eres. Qué buena estás. Sigue follando, puta. Tu culo, te quiero follar el culo. ¡¡Metete la polla en el culo!!

Levantando un poco las caderas, saco la polla de mi coño y la voy metiendo despacio en mi trasero. Espero un poco para que se adapte y me muevo, arriba y abajo. Me canso, Pablo mantiene la polla dura, pero no se corre. Sus insultos me ponen a cien.

Me di cuenta que me gustaba cuando hice las películas. Pero nunca logré que mi marido me dijera esas cosas en la cama. Es la primera vez después de veinte años. ¡Qué gusto!

Me voltea, me pone en cuatro y la mete en mi culo. Entra con facilidad, lo ha engrasado, con los fluidos que manan de mi chichi y los que él segrega.

Ha captado enseguida lo que me gusta. Golpea, con sonoras palmadas, en las nalgas. Pellizca los pezones y aprieta, hasta el límite que le marco, sin hablar. Tiene tendencias sádicas. Él disfruta con eso, pero a mí, me mata de gusto.

Los gritos, las palmadas, los insultos a traen a Imanol y a Gaby, que no puede creer que se pueda gozar así. La presencia de los mirones, me excita más, si cabe y llega el orgasmo. Como hace mucho tiempo que no sentía. Avasallador, brutal.

Imanol y Gaby se marchan. Pablo cambia de agujero y sigue bombeando hasta llegar al clímax. Tendidos, seguimos acariciándonos. Es muy dulce, solo saca su veta sádica cuando se lo pedía durante el coito.

Escuchamos gemidos. Nos levantamos, desnudos y cogidos de la mano, nos acercamos al salón.

Imanol está sentado en una silla, Gaby, abierta de piernas sobre él, sube y baja, enterrándose el pene en su coñito. Desnudos, las pequeñas tetas de mi hija, también suben y bajan. El cuerpo de Imanol, sobresale por todos lados. Mi niña parece un juguete en sus manos, jadea, emite pequeños lamentos. De espaldas a nosotros se abraza al corpachón de Imanol, dejando al descubierto su pequeño y redondo ano. Lo señalo.

–Pablo, creo que Gaby es virgen por ahí. Hay que solucionarlo.

–A tus órdenes, Eva. Necesito lubricante. ¿Tienes?

–Si, ahora te lo traigo.

Le hago señas a Imanol, para que retrase el orgasmo. Reduce la velocidad, la abraza y besa. Voy al baño por el lubricante, se lo doy a Pablo, que se pone a la tarea de engrasar el culito.

–¡¡Mamá!! ¿Qué me hacéis?

–¿Ha dicho, mamá? ¿Es tu hija?

–Si, Pablo, es mi hija y tú vas a desvirgar su culo. Pero con cuidado.

–Antes me corto una mano que hacerle daño.

Pablo unta con el lubricante el agujero, introduce el dedo meñique y lo saca. Repite la operación hasta que comprueba que admite otro mayor, el índice, luego el medio, mete, saca, gira a la derecha, a la izquierda, otra vez. Dos dedos, parece que le gusta, la respiración se acelera, sigue, con paciencia, tres dedos, dentro, fuera, dentro, derecha, izquierda.

Toma posiciones detrás de mi chica, apunta con su polla y empuja, despacio, un poco más. Un quejido de Gaby, se para.

No puedo quedarme quieta, me acerco a Imanol para darle a mamar mis tetas. Su mano llega hasta mi coño y lo penetra con dos, tres dedos, juega con el clítoris. Le facilito el acceso a mi culo y mete un dedo por detrás y otro por delante, deslizándolos, suavemente por la pared que separa ambas cavidades. Gaby se aferra a mi otra teta y mama de ella. Pablo me pasa una mano por la nuca y me acerca para besarme la boca y lamer mi cara.

Ella gira la cabeza y besa a quien agrede su ano, las lenguas se entrelazan. Se vuelve abraza y besa a Imanol, que pacientemente la sujeta. Pablo empuja un poco más, hasta la mitad, se para, pasa sus manos bajo las axilas de Gaby, que levanta los brazos y le magrea las tetas.

Pellizca los pezones, empuja y entierra toda la polla en el culo de mi hija, se para. Le indica a Imanol que se mueva. Besa su nuca, mordisquea los lóbulos, el cuello. Yo sé lo que se siente con esas caricias.

Pablo se mueve, despacio, incrementa la velocidad, la están follando los dos, ella se mueve desacompasadamente, pero ellos la dominan, sincronizan los movimientos. El espectáculo es de un erotismo extremo.

La locura se ha apoderado de los tres, gritan, empujan, agarran las tetas, pellizcan, se besan y tras un grito feroz, Gaby cae desmadejada en medio de los dos, la acarician y besan con dulzura, con cariño. Yo diría que con amor. Porque hay que amar para portarse así, con una desconocida.

Con ternura, levantan a mi niña y la dejan sobre el sofá. Me arrodillo a su lado, acaricio y beso sus mejillas, cubiertas de saliva, sudor y lágrimas.

–¡¡Gracias mamá!! ¡Ha sido fantástico! ¡Acercaos! ¡Abrazadme! Apenas os conozco de hace unas horas y siento que os quiero. Sois maravillosos, los tres.

Nuestros dos nuevos amigos, me piden permiso para ducharse y asearse. Nos intercambiamos números de teléfono, nos abrazamos fraternalmente al despedirnos y se marchan. Al parecer ya llegan tarde a la cita que tenían concertada.

Gaby sigue desnuda en el sofá. Me siento a su lado, se tiende y apoya la cabeza sobre mis piernas. Acaricio sus cabellos, su cara.

–Mamá, te huelen las manos a polla. Jajaja

–Y a ti el culo, graciosa. ¿Cómo te lo has pasado?

–La verdad es que no me lo esperaba. He de confesarte que cuando te vi liada con Pablo, quise matarlo. Apartarlo de ti. Tenía un nudo en la boca del estómago. Celos. Tenía celos, al verte disfrutar con él. Por eso me fui con Imanol y casi lo violé. Me lié a besarlo con rabia, sé que le hacía daño, le mordía los labios, pero él, creo que comprendía lo que pasaba. Con paciencia me fue calmando y cuando me quise dar cuenta, estábamos follando.

Y como follaba el madurito, me hizo llegar dos veces antes de que llegarais. Pero lo genial fue cuando me emparedaron entre los dos. Se mezclaban sensaciones de dolor y de gusto. Estaba hecha un lio, pero que manera de correrme. Por el culo también da mucho placer. Y yo sin saberlo.

–Cariño, esto que ha ocurrido hoy, es lo que yo intentaba que comprendieras. Que puedes disfrutar tanto con las mujeres, como con los hombres. A ti te veía muy reacia a tener contactos con hombres y no sé por qué. ¿Te ha pasado algo?

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

noespabilo57@gmail.com

Relato erótico: “Preñé a la hermana gemela de mi mujer con su permiso”(POR GOLFO)

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Si esperáis leer la clásica y edulcorada historia de una esposa compasiva que, viendo que alguien de su sangre  tenía problemas para concebir, presta al marido, buscad otro relato y otro autor porque este trata de venganza. Os voy a contar el artero desquite planeado a conciencia con el que mi mujer castigó a su hermana sin que esta pueda ni quejarse y menos contárselo a alguien.
El odio que Elena sentía por su gemela venía de antiguo. Desde niña se había sentido ninguneada por Esther de muchas formas. Para sus padres, su hermana era la inteligente, la responsable, la sensata mientras catalogaban a mi pareja como la boba, la irreflexiva y la atolondrada. Las diferencias eran notables, rayando el maltrato. La ropa nueva, los viajes a aprender idiomas eran para Esther, en cambio, los vestidos heredados y las labores del hogar eran para mi querida esposa. Habiendo mamado eso desde su más tierna infancia, no es de extrañar que con treinta años y ya fuera del amparo de sus viejos, la odiase con toda el alma.
Para terminar de afianzar ese rechazo, mi cuñadita le había robado su primer novio y aunque actualmente estaba felizmente casada conmigo, era algo que le seguía torturando. Deseaba vengarse como solo una persona acostumbrada a ser torturada, sueña con devolver la tortura a su siniestro carcelero.  Para Elena, su hermana representaba ese ser que había nacido con el único objeto de hacerle la vida imposible y por eso un día vio en mí, su marido, el arma o instrumento con el que haría pagar cada uno de los menosprecios y la injusticia sufrida por parte de Esther.
Llevábamos cinco años casados cuando en una de las horrendas barbacoas que organizaba su familia, la boba le confesó que su marido se había hecho la vasectomía porque ella no quería tener hijos. En ese instante, quizás por no ser menos o quizás porque preveía que de alguna forma se valdría de esa mentira, le contestó que a mí también me había obligado a hacérmela.
“¡Eso es falso!” contesté sin comprender cuan retorcida era su mente, al contarme muerta de risa que se lo había creído.
Ahí se hubiera quedado todo en una absurda mentirijilla si no llega a ser porque, seis meses más tarde, Elena se quedó embarazada. Todavía recuerdo la expresión de horror que se materializó en cara de mi cuñada cuando aprovechando una de esas comidas, mi mujer informó a su familia de que estaba esperando un hijo.  Habiendo asumido que yo era incapaz de procrear, la curiosidad le pudo y en un momento en que se quedaron solas, directamente le preguntó qué había ocurrido, si mi vasectomía había fallado o por el contrario me la habían hecho reversible.
Después me reconoció que tardó en entender a qué se refería pero cuando se percató de la razón de la incomodidad de su hermana, como si tal cosa, le respondió:
-El hijo es de mi amante. Andrés es estéril y como al final si quiero tener hijos, me he dejado embarazar por otro-
-¡Eres una zorra! ¡No haberle pedido que se la hiciera! ¿Has pensado en cómo se debe sentir tu marido?- le espetó indignada por el comportamiento amoral que había mostrado.
Mi esposa, descojonada, le preguntó que si quería, ella le presentaba al semental que podría dejarla embarazada y no como el eunuco de su esposo. Mi cuñada al escuchar el insulto de su hermana, salió de la casa hecha una furia. Al preguntarle el motivo, Elena me explicó la conversación.
-¿Te has dado cuenta que me has dejado a la altura del betún?- protesté con el estómago revuelto del cabreo que sentía.
-Amor, ¡Sabré compensarte!- dijo, incapaz de dar su brazo a torcer mientras me acariciaba sensualmente la entrepierna.
A partir de ese día, Esther y Elena apenas se hablaban y mi cuñada queriendo joder a su hermana, intentó hacer un acercamiento motivado quizás también porque me veía como una víctima de la arpía hija de sus padres. Entre ella y yo nunca había habido una relación, manteniendo las distancias nos saludábamos y poco más. Por eso me sorprendió una mañana recibir su llamada invitándome a comer. Aunque en un principio me negué, su insistencia me obligó a aceptar pero conociendo la mala leche de mi esposa, nada más colgar, la llamé:
-Debes ir- dijo interesada en enterarse la razón de su llamada – esa puta seguro que quiere algo de ti-
Inmerso entre dos frentes, deseé que después de la comida mi integridad siguiera intacta sin que las balas enviadas por ambos bandos me hirieran. Sabiendo el odio mutuo que se profesaban, fui al restaurante persuadido de que debía ir con pies de plomo y no dejarme embaucar por la gemela de mi señora. Las dos mujeres además de su notable parecido físico eran unas zorras manipuladoras que usaban al prójimo a su antojo con el único objeto de cumplir sus metas. Sé que suena duro que hable así de mi esposa pero aun estando enamorado de ella, no puedo negar lo evidente: Elena es una bruja sin valores ni moral.
Os reconozco que estaba interesado en descubrir que quería esa mujer de mí y por eso cuando entré en el local, busque inmediatamente a mi cuñada. Como todavía no había llegado, me senté en la barra a esperarla. Con una cerveza en la mano, me puse a leer un periódico para hacer tiempo, por eso, no me di cuenta que entraba por la puerta. De pronto sentí que unas manos me tapaban los ojos, mientras unos pechos se clavaban en mi espalda. Aun sabiendo que era ella, me extrañó esa familiaridad porque siempre me había tratado con gran frialdad.
Al darme la vuelta, me encontré que venía vestida como una autentica fulana. Un top super pegado y una minifalda de esas que son cinturones anchos era su única vestimenta. Sé que se percató de que me quedé mirando el profundo canal entre sus dos tetas pero si le molestó, no lo dijo. En cambio al levantarme para ir a la mesa con ella, poniendo cara de guarra de tres al cuarto, me soltó:
-Andrés vas hecho un viejo. Eres demasiado joven para ir siempre de uniforme de ejecutivo agresivo. Deberías al menos quitarte la corbata cuando quedes con una mujer que no es tu esposa-
Estuve a punto de contestarle que acababa de salir de la oficina y por eso iba vestido de traje pero cuando ya iba a contestarle una fresca, advertí que se había referido a ella no diciendo “Tu cuñada” sino “Una Mujer” y creyendo que eso era deliberado, me callé. Mientras le acercaba la silla, divisé que la muy guarra iba enseñando que llevaba un tanga de talle alto debajo de su falda.
“Viene en son de guerra” pensé al sentarme en mi lugar.
Mi primera impresión se confirmó porque mientras el camarero apuntaba la comanda, mi cuñada me estuvo comiendo con los ojos. Queriendo ratificar su interés, me quité la corbata y me desabroché un par de botones para que pudiese disfrutar de los pectorales que había forjado durante años a base de ejercicio. Os juro que cayó en la trampa y sin darse cuenta, observé que no podía retirar la mirada de ellos mientras sus pezones la traicionaban bajo el top.
“Esta tía está cachonda” corroboré mentalmente al ver el estado de necesidad que manaba de sus poros y aprovechando el momento, le pregunté sobre el motivo de esa invitación.
Mi franqueza la desarmó y con voz entrecortada, me contestó que necesitaba mi consejo.
-¿En qué te puedo ayudar?- insistí porque no me había revelado nada aún que me dejara intuir que hacía comiendo conmigo.
-Manuel, mi marido, me ha puesto los cuernos y no sé qué hacer-
Esa confesión explicaba parte de su actitud pero no toda y por eso, hundiendo mi dedo en su herida, cogí su mano entre las mías y con voz dulce, le solté:
-Pobre, sé cómo te tienes que sentir-
Lo cojonudo fue su respuesta, os prometo que estuve a punto de soltar una carcajada cuando, buscando mi complicidad, me contestó:
-Tú mejor que nadie sabe lo que uno sufre cuando su pareja le traiciona. Cuando me enteré que la zorra de mi hermana se había embarazado de otro, no comprendí porque seguías con ella-
Sin saber que todo era una burla y que mi semen estaba en perfecto orden, mi cuñada venía en busca de apoyo y quizás de venganza. Por eso e imitando el ejemplo de Elena, mi mujer, decidí seguir dando pábulo a esa mentira, diciendo:
-La verdad y perdóname si te suena muy duro, me quedé porque folla bien y cocina aún mejor-
Esther no se debía esperar una respuesta así y durante unos minutos estuvo dándole vueltas antes de realizar su siguiente pregunta.
-¿Y no has hecho nada? ¿No te has vengado?-
Esa era la cuestión que le había hecho llamarme, de alguna forma quería vengar la infidelidad de su marido y no sabía cómo hacerlo.  Tomando un sorbo de cerveza, aclaré mis ideas e imprimiendo a mi voz un tono duro, contesté:
-¡Por supuesto! ¡Pero no como te crees! No vale la pena echarle en cara ni a él ni a ella su infidelidad-
Completamente intrigada, dejó su bolso en el suelo y casi temblando, preguntó:
-Entonces, ¿Qué hiciste?-
Habiéndola llevado hasta ahí, decidí confesar una medio verdad:
-¿Conoces a María?-
-Sí, claro, la mejor amiga de mi hermana-
-¡Me acosté con ella!-
-¡No jodas! ¡Qué cabrón! Me imagino la cara de Elena cuando se enteró, debió poner el grito en el cielo-
-Lo hizo-, contesté, sin revelarle que aunque era cierto que me la había tirado, me callé que fue durante unas vacaciones en las que su hermana y yo compartimos el cuerpazo de esa mulata bisexual.
Pensando en el modo que yo me había vengado, se quedó callada durante el resto de la comida y ya en el postre, me preguntó si podía quedar conmigo otra vez:
-Cuantas veces lo necesites- dije con un tono cómplice que no le pasó inadvertido.
Al despedirnos, mi cuñada no protestó cuando al besarla en la mejilla, mi mano acarició su trasero. Al contrario, luciendo una sonrisa en el rostro, prometió llamarme. Contento por cómo habían ido las cosas, salí del restaurante, convencido que esa putita iba a llamarme muy pronto.
Nada más entrar por la puerta de casa, mi mujer me asaltó con preguntas. En ellas quería saber qué había pasado y qué quería su hermana. Comportándome como un cabrón aprovechado, me negué de plano a responderle diciendo:
-Solo te puedo decir que vengo cachondo-
Sonrió al darse cuenta que si quería respuestas, tendría que pagar peaje y por eso, arrodillándose a mis pies, me bajó la bragueta mientras me preguntaba:
-¿Has comido bien?-
-No tanto como vas a hacerlo tú, ¿Verdad cariño?-
Mientras Elena se iba introduciendo el pene hasta el fondo de su garganta, empecé a relatarle mi reunión con Esther. Sé que disfrutó al escuchar que el imbécil de su cuñado le había puesto los cuernos a su odiada hermana porque incrementó el masaje que sus manos estaban ejerciendo en mis testículos. Pero lo que realmente la motivó, fue oír de mi boca que su hermana llegó vestida para la batalla y que durante la comida no había hecho otra cosa que coquetear conmigo. Decidida a contentarme y que así fuera incapaz de rechazar sus planes, incrementó la velocidad de su felación, usando su boca como si de su sexo se tratara. Metiendo y sacando mi miembro de su garganta buscó mi complicidad con ansia y cuando no pude más y  derramé mi simiente en su boca, se la bebió como si fuera vital para ella el no desperdiciar ninguna gota.
Entonces y solo entonces, me dijo con tono duro:
-Esa puta quiere follarte-

-Lo sé- respondí acariciando el estupendo trasero de la mujer con la que me casé, creyendo que iba a montarle un espectáculo en cuanto la tuviese a mano.
Pero en ese instante me di cuenta de lo poco que la conocía porque mientras me llevaba directamente a la cama, me ordenó:
-Fóllatela pero con una condición- y poniendo cara de satisfacción, prosiguió diciendo: -¡Quiero que te lo hagas sin condón!-
Comprendí al instante su plan, aprovechando que mi cuñada pensaba que era estéril, no tomaría las debidas protecciones y con suerte, se quedaría embarazada. Os juro que no pude negarme porque, además que siempre había tenido la fantasía de tirarme a su gemela, en ese momento, mi adorada esposa, con el bombo de seis meses y todo, se había colocado a cuatro patas sobre la cama, posición que solo adoptaba cuando quería que usara su entrada trasera.
-Eres una puta, ¡Usas tu culo para convencerme!- respondí al ver que usando sus manos separaba sus nalgas, dejando ese obscuro objeto de deseo al descubierto.
-Y a ti, ¡Te encanta!- gritó como posesa porque justo en ese momento, había metido mi polla hasta dentro de sus intestinos.
 
Esther cae en la trampa.
 
La llamada de mi cuñada no se hizo esperar. Al día siguiente, me llamó para contarme que su marido tampoco había vuelto esa noche a casa. Con la tranquilidad que me daba el haber obtenido el permiso de mi mujer, estuve media hora escuchando los reproches que lanzaba sobre ese gilipollas y solo al terminar, lancé un órdago a la grande sin saber a ciencia cierta si lo aceptaría.
-Esther, lo siento pero hoy tengo prisa. Cómo tengo que ir a casa de tus padres en el pueblo, si quieres acompañarme, durante el viaje y mientras arreglo un par de asuntos, podré ofrecerte toda la atención que te mereces-
-¿En serio puedo acompañarte?- dijo con alegría sin darse cuenta que estaba cayendo en una trampa –Yo también tengo que ir y así mataría dos pájaros de un tiro: podría dejar solucionado el alquiler de un local que tengo y por otra parte, podría contarte la venganza que tengo planeada contra ese cerdo-
Subiendo la apuesta, le informé que lo pensara bien porque tenía que hacer noche allí y que no volvería hasta el sábado, añadiendo que quizás en la situación en que se hallaban, el que no durmiera en casa podría enfadar a su marido. La mención de ese baboso la hizo saltar como un resorte y sin meditar las consecuencias, me soltó:
-No creo que se mosquee de que vaya contigo y si lo hace, ¡Qué se joda!-
Tras ese vehemente exabrupto, quedé con ella en que pasaría por su casa a la ocho y me despedí de ella, sabiendo que o mucho me equivocaba o en menos de veinticuatro horas mi esposa acariciaría su venganza. Cuando llamé a Elena y le conté lo ocurrido, se hecho a reír diciendo:
-Siempre ha sido una puta envidiosa. Desde niñas, aunque ella era la mimada, ha deseado las migajas con las que mis padres me obsequiaban. Estoy deseando que la dejes preñada porque sé que sus creencias la impedirán abortar, entonces, como la buena cuñada que soy y en frente de toda la familia, felicitaré al eunuco de su marido-
-¿Te han dicho alguna vez que eres una hija de puta?- respondí muerto de risa.
-¡No las suficientes!-
Al colgar, me asaltaron las dudas porque de llevar a cabo los planes de mi mujer, no solo destrozaría lo poco que quedaba de ese matrimonio sino que ¡Me encontraría con un hijo bastardo creciendo en el vientre de mi cuñada!. Desgraciada o afortunadamente, al imaginarme a esa pelirroja gritando mientras me solazaba en su interior fue suficiente para disipar mis recelos y más excitado de lo que me gustaría reconocer deseé que pasaran las horas con mayor rapidez.
Esa noche, mi mujer se abstuvo de tener relaciones conmigo, aduciendo que debía guardar fuerzas para preñar a su hermanita cuanto antes y por eso cuando a las ocho recogí a Esther, andaba con una calentura sin parangón. Mi cuñada tampoco ayudó a calmarla porque apareció vestida con un camisón de lino blanca y sin un sujetador que sujetara los enormes pechos con lo que la naturaleza le había dotado.
“¡Dios! ¡Qué buena está!”, pensé advirtiendo además las sutiles diferencias que le diferenciaban de su gemela. Con el pelo rizado y  unos cuantos kilos de más, estaba para para un tren.
Esther sonrió al comprobar que no podía dejar de mirar su escote y haciendo como si no se hubiese dado cuenta, me saludó con un beso casto en la mejilla pero apoyando su cuerpo sobre el mío un poco más de lo que las normas de educación entre cuñados permitía. Mi sobre calentado pene me traicionó bajo el pantalón y por eso, mientras metía su equipaje en el maletero, esa mujer disfrutó de la visión de un enorme bulto entre mis piernas.
“¡Joder!” maldije mentalmente el erotismo que despedía esa zorra y poniéndome al volante, deseé que la carretera bajara mi excitación.
Intento fallido desde el principio porque al sentarse su vestido se le había subido, dejando al aire unas piernas de infarto. Sabiéndome incapaz de retenerme si seguía mirando, me concentré en el camino mientras ella no paraba de meterse con el que seguía siendo su marido. La hora y media que tardamos en llegar al pueblo de Burgos donde habían nacido sus viejos, se la pasó haciendo un recuento exhaustivo de los menosprecios sufridos a manos del hombre con el que se había casado. Si no llega a ser porque conocía su temperamento y sabía de primera mano que no era el dulce angelito indefenso que decía, me hubiese apiadado de ella. Mi cuñada, al igual que mi mujer, era una hembra manipuladora y con carácter, muy lejos de esa maltratada, incapaz de revelarse, de la que hablaba.

Agotado de tanta cháchara, aparqué en casa de sus padres y mientras ella iba a ver al tipo que quería alquilarle el local, yo me fui a ocuparme de mis asuntos en el ayuntamiento. Al cabo de tres horas, dos cubatas y un par de pinchos tomados con el burócrata de turno, volví al chalet para encontrarme a Esther bailando mientras cocinaba. Su pandero me pareció aún más atractivo al verlo siguiendo el ritmo de la música.
“¡La madre!” exclamé en mi cerebro al disfrutar del modo en que movía su pandero. “¡Qué culo!”
Al acercarme a saludarla, decidí dar otro paso y pegar mi cuerpo a ese manjar. Esther, que en un principio se sorprendió al no haberme oído llegar, no hizo ningún intento de separarse y sin cambiar de posición, respondió a mi beso en la mejilla con otro, breve, pero en los labios. Estuve a punto de lanzarme en barrena sobre ella pero al no saber si me lo había dado a propósito en la boca o por el contrario forzada por la postura, decidí dejar que el tiempo me revelara hasta donde llegaría esa pelirroja en su  venganza.
-¿Quieres una cerveza?- pregunté al coger una del frigorífico.
-No, cariño, he abierto una botella de vino para celebrar- contestó sin dejar lo que estaba haciendo.
-¿Celebrar el qué?- pregunté sin hacerle saber que había advertido el modo en el que me había llamado.
-Que he alquilado el local y que ya sé cómo vengarme-
Al preguntarle que había pensado, se rio y poniendo cara de puta, me dijo que me lo contaría en la comida pero que no me preocupara porque iba a gustarme. Su promesa hizo que mi pene se despertara del letargo y buscando que me anticipara algo, le serví una copa y se la  acerqué. Al hacerlo, vi que debajo de su vestido, mi querida cuñada tenía los pezones como escarpias, lo que motivó que conscientemente acariciara uno de sus pechos para ver si tenía razón y era yo con el que pensaba vengarse.
Mi caricia no por ser deseada, fue menos sorpresiva y por eso mientras se reía, me dijo:
-¡Cuidado que las manos va al pan!-
La alegría demostrada me dejó claro dos cosas: que esa mujer estaba cachonda y que yo era el elegido para calmar su calentura. Satisfecho por ambas, me senté en una silla a esperar que estuviera lista. Con mi mente a mil por hora, me pregunté qué tipo de amante sería y cuánto tiempo tardaría en darse cuenta que había sido burlada. Lo primero, no tardé en saberlo porque al terminar de cocinar, vino hacia mí y sentándose en mis rodillas, me informó de que iba a vengarse de su marido conmigo, diciendo:
-Cuñadito ¿Qué dirá mi hermana cuando se entere que hemos follado? O ¿NO PIENSAS DECIRSELO?-
-Yo, no- respondí mientras desabrochaba su vestido.
Bajo la tela aparecieron dos enormes pechos que ya conocía. Esther tenía los mismos pezones y las mismas ubres que Elena. La confirmación del parecido lejos de reducir mi morbo lo incrementó y cogiendo una de sus aureolas entre los dientes,  empecé a mamar como un lactante mientras la dueña de esas dos maravillas, no paraba de gemir. Producto de la excitación que asolaba el cuerpo de mi cuñada, esta bañó mis pantalones con su flujo incluso antes que bajando por su cuerpo  mi mano se acercara a su pubis.
Al tocarlo y sentir la mata de pelo que cubría su monte, encontré la primera diferencia entre las gemelas y ansioso por descubrir más, introduje un dedo hasta el fondo de su sexo. No recordaba los años que llevaba sin acariciar un sexo peludo porque mi mujer y todas las últimas amantes que había tenido, seguían esa funesta moda de depilarse por completo. Encantado con la idea de tener algo que retirar cuando mi lengua recorriera los labios de su vulva, fui excitándola a base de pellizcos en su clítoris para después sin darle tiempo a reaccionar, meter una o dos falanges dentro de ella.
Ni siquiera le había quitado las bragas cuando esa bruja ya mostraba indicios de que se iba a correr pero no me importó porque, gracias al permiso de Elena y la ignorancia del corneador cornudo, iba a poder disfrutar de ese cuerpo durante el resto del día y  toda la noche. Tal como había previsto, mi cuñada llegó al orgasmo al oír que la decía estaba más buena que su hermana. Los celos mutuos que ese par de zorras sentían desde niñas, le obligó a sumergirse en un estado de excitación tal que olvidando que era hora de comer, me rogó que la llevara a la cama de sus padres.
La perspectiva de mancillar el lecho sagrado donde daban rienda suelta mis suegros a su pasión, me convenció de inmediato y dejándome llevar de la mano, seguí a Esther escaleras arriba. Aunque suene a degenerado, me motivó aún más el follarme a mi cuñada en la misma cama donde ese par de ancianos lo hacían.
-¡Menudo cabreo se cogería tu vieja! si se entera que te has tirado al marido de tu hermana en su colchón- dije descojonado de risa al entrar en la habitación.
-¡Por eso lo hago!- contestó sonriendo mientras se sentaba en mitad de la cama y poniendo cara de deseo, me gritó: ¡A qué esperas a follarte a tu cuñadita!-

La visión de ese zorrón medio descamisado pidiendo guerra fue un estímulo al que no pude decir que no y mientras ella se pellizcaba los pezones intentando forzar la rapidez con la que me desnudaba, decidí que ya era hora de oir sus gritos mientras mi pene la destrozaba. Por eso, en cuanto estuve a su lado, la puse a cuatro patas y sin más prolegómeno se la metí. Esther aulló al ser violada de esa forma e intentando deshacerse de esa dura penetración, trató de separarse pero no se lo permití. Cogiéndola de los pechos seguí machacando su sexo a pesar de sus protestas, protestas que se intensificaron cuando dándole un azote, le exigí que se moviera.
-¡No me trates como a una puta!- gritó encolerizada.
-Es lo que eres cuñadita. ¿A qué has venido sino a follar?- respondí dándole otra nalgada.
-¡Cabrón!- chilló.
Pero entonces algo dentro de ella se transformó y como si fuera un hábito aprendido durante años que lo único que hubiera hecho era recordar, empezó a gemir de placer cada vez que con mi mano azuzaba su trasero. Totalmente descompuesta, disfrutó de cada una de esas caricias con una intensidad tal, que al cabo de unos minutos y pegando enormes berridos, era ella quien me pedía más. Con la cara desencajada y costándole respirar, Esther recibía cada vez más excitada mi embistes.
-¡Sigue! ¡Por favor!- imploró con su voluntad dominada por la nueva experiencia que estaba asolando tanto su coño como su culo.
Incrementando la velocidad de mis ataques, cogí su melena y usándola como riendas para controlar a esa yegua desbocada, continué cabalgando a mi montura mientras ella no paraba de disfrutar. Tirando de su pelo hacia tras, retenía su andadura para luego soltarlo y permitir que esa mujer volviera a acelerar el movimiento de su cuerpo. Esther no tardó en notar como el placer se iba concentrando en su interior y entonces mientras las gotas de sudor caían por sus pechos, pegó un último gemido antes de correrse con el pene de su cuñado entre sus piernas.
Ese segundo orgasmo fue tan intenso y produjo tanto flujo que creyó que se había meado al sentir la humedad que en esos momentos caía por sus piernas. Por mi parte al advertir que estaba nuevamente gozando, me uní a ella derramando mi fértil simiente en el interior de su vagina. La pelirroja, que luego me reconoció que jamás había sentido algo así,  disfrutó como una perra al sentir mi eyaculación rellenando su conducto y cayendo sobre el colchón agotada, se echó a llorar de alegría mientras su cuerpo se retorcía con los últimos estertores de placer.
Satisfecho, la dejé descansar. Al cabo de unos minutos y viendo que se había recuperado, decidí que tenía que reforzar mi dominio sobre ella y por eso, piqué su orgullo diciendo:
-Para ser novata, follas muy bien-
Cabreada, se levantó de la cama y acordándose de mi madre, me reclamó el modo en que la había tomado. En silencio, dejé que se explayara. Envalentonada por mi mutismo, me insultó llamándome degenerado y demás lindezas.
-¿Ya has terminado?- pregunté.
-Sí- contestó.
-Pues entonces, baja a la cocina y tráeme algo de comer. Tengo hambre y con el estómago vacío, no funciono. Así que ya sabes, si quieres que de otro meneo a la zorra de mi cuñada, necesito recargar baterías-
Se quedó paralizada al percatarse que su bronca no solo no había servido para nada sino que encima tenía la desfachatez de tratarla como a una criada. Indignada, tuvo que soportar que cogiendo mi pene entre mis manos, empezara a menearlo ante sus narices y le dijera:
-Cuando vuelvas y mientras como, me harás una mamada-
Solté una carcajada al verla marchar furiosa. Con mi risa retumbando en sus oídos, mi cuñada bajó al salón mientras su mente se debatía entre sus ganas de mandarme a la mierda y la necesidad de volver a sentirse mujer entre mis brazos. Diez minutos después, cargando su humillación en forma de bandeja repleta de comida, volvió a la habitación de sus padres. Se notaba a la legua que seguía cabreada y por eso, no seguí hurgando en su desdicha sino que la recibí con un beso apasionado.
Esther se deshizo de mi abrazo y colocando lo que había traído en una mesa, me soltó:
-Señor, su comida está servida y mientras disfruta de los manjares que su sirvienta le ha preparado, ¿Puedo demostrarle que de novata?, ¡Nada!-
Contra lo que pudiera parecer, sus palabras no fueron una demostración de sumisión sino una declaración de guerra. Tenía su orgullo herido y sin dejarme opinar, me obligó a sentarme en una silla y separando mis piernas, se arrodilló entre ellas. Sonreí al verla agacharse y colmar de besos mi miembro, para una vez erecto, metérselo en la boca. Esther demostrando una maestría adquirida a base de muchas pollas, abrió sus labios y lentamente fue introduciendo mi falo hasta el fondo de su garganta mientras sus manos daban un suave masaje a mis testículos. Sin prisas buscó mi aprobación a su pericia, metiendo y sacando mi pene de su boca, a la par que su lengua agasajaba mi extensión con dulces caricias. No pude negarme a admitir que mi cuñada sabía cómo complacer a un hombre y ya totalmente excitado, presioné su cabeza hasta que sus labios besaron la base del tronco que estaba mamando. Otras mujeres hubieren sentido arcadas pero ella no y convencida de su habilidad, incrementó la velocidad de sus maniobras.
Reconozco que no pude seguir durante mucho tiempo, mostrando una actitud fría y seducido por su mamada, le pedí que intensificara aún más el ritmo y la profundidad con la que se introducía mi falo. Para entonces, ella tampoco había podido  mantener la serenidad y bajando una mano a su entrepierna, estaba masturbándose. Al derramar mi semen  en el interior de su garganta y comprobar que como una autentica puta se bebió toda mi eyaculación, comprendí que me daba igual lo que pensara mi mujer, iba a seguir tirándome a su hermanita aunque hubiese cumplido mi objetivo de preñarla.
Reafirmé esa decisión cuando Esther, mirándome a los ojos, me soltó:
-Ahora, ¡Come!. Esta novata va a exigir otra dosis cuanto antes-
Eso fue el inicio de una noche de pasión que se prolongó en el tiempo de forma que cinco meses después y cuando mi esposa ya había dado luz a unas gemelas, un buen día me llamó a la oficina diciéndome que teníamos algo que celebrar. Al llegar a casa, la zorra de Elena estaba cachonda.
Durante todo el día había estado soñando con la promesa que le había hecho la noche anterior de que hoy íbamos a hacer algo nuevo y que metería mi mano por completo en su sexo pero la gota que había colmado el vaso fue una llamada de su madre.
Os tengo que explicar que el coño de mi señora es una maravilla. Cuando me la follo, Elena voluntariamente cierra los músculos de su chocho de forma que no conozco conducto más estrecho, donde introducir mi polla. Os juro que me encanta ponerla a cuatro patas y en posición de perrito, ir introduciendo mi pene allí con la certeza de que en un principio lo angosto de la vulva, con la que me encontraré, hará que  parezca imposible que mi aparato terminé de entrar pero también con la seguridad de que se irá dilatando a medida que la penetro.
Es brutal esa mujer. Capaz de meterse tres dedos mientras se masturba, el día anterior me había comentado que tenía una fantasía. Al preguntarle cual, con una sonrisa, me dijo que le enloquecería sentirse como una actriz porno y que grabara en video una escena que tenía en mente.
-¿Cuál?- le pregunté sabiendo de antemano que sería una burrada.
-Quiero que me folles con tu mano-
Supe a qué se refería. Una noche mientras veíamos una película X, se puso como una cerda en celo al ver que el protagonista iba introduciendo uno a uno sus dedos en el sexo de su partenaire, hasta que ya dilatado, consiguió meter la mano por entera.
Por eso al llegar ese día al llegar a mi hogar, me esperaba desnuda en su cama. A su lado, la cámara de video y una botella de lubricante y con una sonrisa de zorra insaciable, me miró sin decir nada. Ni siquiera me desnudé, solo fui al baño y me lavé mis manos ya que serían el instrumento con las cuales esa tarde forzaría su cuerpo hasta extremos impensables.
Ya de vuelta a su lado y mientras encendía la grabadora, mi guarra desobediente se estaba masturbando sin esperar a que su dueño le diera permiso por lo que la castigué dándole un pellizco en los pezones. El gemido que salió de su garganta no fue de dolor sino de deseo y completamente bruta, usó sus dedos para abrirse los labios de par en par.
“Eres una perra obsesionada por el sexo” le dije mientras recogía el flujo de su sexo con mis dedos y se lo introducía en la boca.
Elena chupó con desesperación toda mi mano, falange a falange, de forma que al terminar, estaba completamente lubricada pero aun así cogí un poco de aceite y embadurné mis manos. Mientras lo hacía, la mujer no pudo resistirse y me bajó la bragueta sacando mi pene todavía morcillón.
-¿No te habrás follado a la puta de mi hermana hoy?- protestó al comprobar que todavía no estaba totalmente erecto.
Ni siquiera la contesté y metiendo dos dedos en su coño, empecé un brutal mete saca mientras con mi otra mano, le torturaba el clítoris. Sus quejas y celos desaparecieron como por arte de magia y olvidando el reproche se metió mi polla en su garganta. Juro que aunque sea alta y con unos kilitos de más para el gusto actual, a mí sus curvas me encantan y deseo tirármela siempre que la veo, pero volviendo al momento que os estoy relatando: Elena es lo suficientemente flexible para mamar una buena polla en posturas extremas sin quejarse. Eso fue lo que ocurrió hoy, con mi miembro en su boca y completamente doblada porque yo estaba a un lado de su sexo, disfrutó como nunca cuando le metí el tercer y cuarto dedo.
-¿Te gusta?- solté sabiendo la respuesta mientras seguía penetrándola con las cinco falanges en su interior.
Su vulva aun forzada, recibió sin inmutarse esa agresión y completamente empapada se preparó a acoger en su seno toda mi mano.
-¡Hazlo ya!- imploró a punto de correrse.
Viendo su entrega, violenté su sexo introduciéndola por completo y ya dentro de su vagina cerré mi puño y empecé a follarla. Os juro que había hecho uso de ella muchas veces y en casi todas las posiciones pero jamás berreó tanto ni tan alto como cuando sintió mi puño estrellarse contra las paredes de su vagina. Como poseída por un demonio, se agitó y convulsionó sobre las sábanas sin dejar de gritar lo mucho que le estaba gustando.
El placer que asolaba su interior me inspiró el siguiente paso y sacando mi mano, la puse a cuatro patas. Nunca en mi vida lo había probado e incluso dudaba que fuera posible pero contagiado por su pasión, me bajé los pantalones y tras volver a introducir mi puño en su sexo, intenté darla por culo. No os podéis imaginar sus berridos cuando notó que mi glande forzaba su esfínter, solo contaros que una vecina estuvo a punto de llamar a la policía al creer que la estaba matando. Insertada por sus dos entradas, sollozaba de placer cada vez que mi pene recorría sus intestinos o que mi mano se movía en el interior de su sexo.

Os reconozco que me costó coger el ritmo pero cuando lo conseguí, llevé a mi amante a un extremo de frenesí tal que incapaz de soportar tantas sensaciones unidas, se desmayó tras sufrir lo que ella llamó “la madre de todas las corridas”. También confieso que fui un cerdo, porque con ella desmayada, saqué mi mano y no paré de darle por culo hasta que con brutales sacudidas vacié mi esperma en el interior de su ano.
A recuperarse, puso una sonrisa y me dijo con voz satisfecha:
-¿No me has preguntado que celebramos? Ya no necesitas seguir tirándote a Esther.
-¿Y eso por qué?- pregunté mientras la cambiaba de posición y le separaba las rodillas.
-La zorra de mi hermana está embarazada. Me ha llamado mi madre llorando porque su marido la ha abandonado ya que el hijo no es suyo-
-Ya lo sabía, hace más de un mes que me lo dijo– contesté metiendo mi miembro en su coño sin darle tiempo a reaccionar.
Elena tardó en asimilar que conocía de antemano el estado de Esther antes que me lo contara y cuando se dio cuenta sabiéndolo, había seguido tirándome a su gemela, se indignó y trató de zafarse de mi ataque. No se lo permití sino que seguí machacando su sexo, obviando sus quejas e insultos. Al explotar en su interior y derramar mi simiente en su vagina, me exigió que dejara a su hermana.
-¿Y eso por qué?- pregunté fingiendo demencia.
-¡Porque va a ser!- gritó hecha una fiera –porque eres mi marido y el padre de mis hijas-
-Disculpa, también voy a ser el padre de los niños que engendre Esther- contesté tranquilamente sin alzar mi voz- y fuiste tú quien me pidió que lo hiciera. ¡Ahora te aguantas!-
 Para no haceros larga la historia, todo esto ocurrió hace un año y aunque ese día, Elena me echó de casa, al cabo de dos semanas, recapacitó y habló con su hermana de lo sucedido. Ahora mismo, tengo dos casas, una que comparto con la que sigue siendo legalmente mi esposa y otra con la que vivo con Esther. Tengo dos pares de gemelos y viendo la fertilidad de mis dos mujeres: ¡Me he hecho la vasectomía!
Lo curioso es que una vez se han acostumbrado a la idea, se llevan mejor porque han comprendido que juntas pueden traerme más corto, no vaya a ser que busque incrementar mi harén. Lo cierto es que ni se me ocurriría pues mi situación actual es ideal, tengo unas mujeres que me quieren y unos hijos que adoro.
Eso sí no he permitido que Esther se depile ni que Elena se deje crecer el vello púbico. Son tan iguales que por la noche y con la luz apagada, solo sé con cual estoy durmiendo al bajar mi mano y comprobar si tiene pelo.

 

Relato erótico: “Regalos 4” (POR SIGMA)

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REGALOS
Continuación basada en el relato original de Alphax: Regalos. Por supuesto es conveniente leerlo antes de leer esta historia. 
Por Sigma
Parte 4: Ingrid
Atardecía cuando Lilian salió de su lujoso automóvil y caminó con seguridad hasta la puerta de la bonita casa de suburbios, sabía que lucía espectacular… no por su traje sastre negro a la medida, ni por su magnífica figura, su piel bronceada o su estatura y ojos color verde, lo sabía por la forma en que los vecinos la miraban, los hombres con deseo, las mujeres con envidia.
Tocó el timbre una vez y en segundos una versión más joven, rubia y menos formal de Lilian abrió la puerta, llevaba un primaveral vestido azul hasta las rodillas y sonrió al darle un abrazo.
– ¡Lilian! -exclamó entusiasmada la mujer con una sonrisa de pura alegría.
– ¡Linda hermanita! -le correspondió la castaña alegremente.
Entre risas entraron en la casa y empezaron a platicar mientras tomaban una copa de vino.
– Pues ya no he sabido nada de él -dijo suspirando la hermana menor de Lilian luego de un rato.
– Oh… lo siento mucho Beth…
-Está bien… estamos mejor sin Alan…
– ¿Y dónde está mi sobrino?
– No debe de tardar, fue a hacer bicicleta… debería llegar muy pronto.
– Muy bien… ¿Nos disculpas Beth? Cuando llegue quisiera hablar con él un momento… a solas…
– Oh, no seas así, yo también quiero estar presente en la platica…
– Vamos no seas necia…
– Pero… -empezó a decir a la vez que arrugaba el entrecejo como dudando o recuperando un recuerdo perdido.
– Mi querida Beth -dijo cariñosamente la castaña mientras sacaba un teléfono inteligente de su bolso- vas a subir a tu cuarto, te vas a encerrar y te pasarás un rato delicioso con tu nuevo… novio.
Entonces oprimió un botón del programa de su teléfono y Beth se tensó mientras se agarraba a los reposabrazos y sus ojos se abrían por la sorpresa… y el placer.
-¡Oooohhh…! -gimió para luego retorcerse y con manos temblorosas levantó el borde de su vestido para ver su asaltada entrepierna- ¿Pero que… es… aaahhh… eso?
                                                                                                               Unas extrañas pantaletas negras brillantes cubrían su sexo… intentó quitárselas pero parecían parte de su piel… y la estaban enloqueciendo. Mientras gemía desabrochó los primeros botones de su vestido y debajo del femenino cuello de la prenda se asomó una delgada gargantilla negra intrincadamente grabada.
Finalmente, siguiendo un irresistible mandato, se levantó… gruñendo, gimiendo, con una mano acariciando sus senos y la otra revolviendo su cabello, se fue caminando torpemente hasta las escaleras y las subió lentamente hasta desaparecer en el piso superior.
Lilian saboreó otra copa de vino mientras activaba nuevas instrucciones para Beth en su celular, sonriendo con malicia de vez en cuando.
– Jeje… vas a disfrutar mucho esta combinación hermanita… -susurró mientras daba inicio al ciclo de placer- y gracias al collar de la obediencia en dos horas no recordarás la sesión… como siempre.
En ese momento se escuchó la puerta del garaje abriéndose.
– Oh, creo que ya llegó mi sobrino favorito… -pensó Lilian mientras se acomodaba en el sofá e instantes después entraba el joven por la puerta- Hola sobrinito.
– ¡Tía Lili! -exclamó el joven feliz y sorprendido antes de darle un fuerte abrazo a la mujer que le correspondió encantada.
– ¿Cómo estás Daniel?
– Genial… mejor que nunca.
– ¿En serio? Cuéntame…
– Bueno… no sé si debería… ¿Y mamá? -dijo el joven mientras buscaba con la mirada por la sala.
– Oh… se subió a tomar un merecido descanso… yo le dije que te cuidaría… así que puedes contarme lo que quieras, ya sabes que soy una tumba…
– Uf… tía Lili no se si atreverme… -le dijo mientras se sentaba junto a ella.
– Tú siempre me has podido contar todo ¿No? Tus sueños, tus ilusiones, tu primer beso…
– Si, lo sé, pero esto es demasiado… no sé por dónde empezar…
– Puedes empezar por decirme que pasó… y debe ser algo grande para que
estés tan nervioso…
– Pues sí, algo así…
– No me imagino que puede ponerte así, excepto… no, no me digas que… -Lilian miró a su sobrino y este asintió tímidamente- ¡Lo hiciste… tuviste relaciones…!
– ¡Siii! -exclamó levantando los brazos.
– Pero ¿Cómo, dónde, con quién? No me dirás que fue con tu vecina… la doctora esa que tanto te gusta…
Daniel se sonrojó claramente.
– ¿En verdad? -dijo la mujer fingiendo sorpresa, estaba segura que su sobrino debió disfrutar maravillosamente de la doctora, lo sabía por experiencia…- Vaya, tendrás que contármelo todo…
El joven sonrió y empezó a hablar entusiasmado.
Un piso más arriba Beth yacía en su cama, gimiendo de placer, subiendo y bajando sus caderas al ritmo de las condenadas Pantaletas del Placer que ahora la dominaban… con manos temblorosa se sujetaba a los bordes de la cabecera mientras se retorcía, se tensaba y se escogía de absoluto gozo enloquecido.
– ¡Aaahhh… nnngghh…! -gemía suavemente, deseaba gritar pero el collar lo impedía.  El descontrol, el placer y la vista de las pantaletas negras le habían permitido recuperar sus recuerdos, como se había deprimido profundamente cuando su ex la abandonó, como su hermana la convenció de ponerse el juguete sexual al que ahora estaba sometida, como el invento le había devuelto el entusiasmo por vivir, lo había adorado… hasta que quiso quitárselo y no pudo, Lilian le dijo que se encargaría de que jamás volviera a sufrir y le puso el terrible Collar de la Obediencia con el cual podía controlar su mente e incluso hacerla olvidar las pantaletas que ya eran parte de ella… forzada desde entonces a estar siempre feliz y excitada pero sobre todo a ser obediente a su hermana mayor.
– ¡Mmm… ooohhh…! -gruñía la joven mujer a punto de explotar.
– Muy bien Daniel, se ve que tuviste una magnífica experiencia… -le decía Lilian a su sobrino con una sonrisa tras escuchar su relato sobre su primera vez con la doctora Giselle.
– Ay tía… ¡Me gustó tanto! Creo que estoy enamorado… pero no se qué hacer… ¿Debo buscarla o… alejarme? Quiero estar con ella otra vez… ¿Será que no lo hice bien?
– Tranquilo Casanova… calma… ella es una mujer adulta, dale un poco de espacio y estoy segura de que ella te buscará…
– ¿En serio lo crees tía?
– Te lo puedo apostar.
Orgasmo tras orgasmo Beth iba olvidando la realidad de ser esclava de su hermana gracias al Collar de la Obediencia, mientras susurraba dulzonas palabras de lujuria a un hombre inexistente que la amaba de forma salvaje.
– ¡Oooohhh… cariñoooo…! -gimió en una explosión final de placer que la hizo perder el sentido… y sus recuerdos.
– Bueno me la pasé muy bien sobrino pero tengo trabajo en el instituto para mañana y tú debes tener tarea de la escuela -empezó a decir Lilian a la vez que se levantaba del sofá- despídeme de tu mamá.
– Si claro, muchas gracias por escucharme tía Lili y de veras tengo mucho trabajo, mi maestra de historia es súper exigente y formal, pero le soporto todo por ser tan guapa…
– ¿Ah sí? -respondió la castaña mientras se daba vuelta para mirar a Daniel de frente- ¿Como se llama?
– ¿Su nombre completo? Es Ingrid… Cortés… si Ingrid Cortés.
– Descríbemela… por favor…
La profesora de historia universal Ingrid Cortés entró a su apartamento. A pesar del cansancio de su largo día de trabajo aún lucía inmaculada, un traje color gris profesional y discreto con falda justo abajo de la rodilla, unas zapatillas cerradas negras de tacón bajo, su cabello rojizo que le llegaba al hombro estaba recogido en un severo moño en la nuca y sus anteojos de armazón grueso le daban un aire autoritario.
Estaba apenas a la mitad de sus treinta pero su forma de arreglarse la hacía parecer mucho mayor. En su rostro destacaban unos grandes ojos verdes y expresivos, una pequeña nariz, unos labios carnosos y rojos como cerezas que contrastaban con su piel blanca.
Alguna vez escuchó a sus alumnos susurrar que se parecía a cierta estrella de cine llamada Scarlett… pero ella era una profesora, no una superficial actriz. Además una actriz no estaría algo pasada de peso como ella en la zona media.
Colgó sus llaves a lado de la puerta, luego cerró, entró a la sala y dejó el extraño paquete que encontró en su entrada sobre la mesita de centro, extrañada se sentó y revisó el paquete cuidadosamente.
– Que extraño… ¿Quién lo habrá enviado? -pensó algo confundida. Era negro, del tamaño de una caja de zapatos y apenas pesaba, tenía un ancho listón que la rodeaba y un bonito moño en la tapa color blanco. Sabía que no era de su ex esposo pues jamás había tenido un detalle así con ella, y no imaginaba que fuera del trabajo, siempre había dejado bien en claro con sus compañeros que no quería ningún tipo de relación por el momento.
– ¿Y entonces… de dónde vienes? -susurró a la vez que giraba una etiqueta que colgaba de la caja, en el revés en letra manuscrita se leía: Para mi Ingrid. Finalmente la curiosidad la venció y tras desatar rápidamente el moño levantó la tapa y miró el interior, sintiéndose aún más confundida.
-¿Pero qué es esto? –pensó mientras fruncía el entrecejo al levantar con dos dedos una extraña tela negra brillante, lo único que había en la caja- Que extraño.
Colocó el curioso material en la mesita y trató de encontrarle forma mientras lo iba extendiendo con cuidado sobre la superficie.
– ¡Dios… que repugnante! -exclamó asqueada al descubrir que eran unas raras pantaletas y peor aún, incluían en su interior un par de consoladores del mismo material: uno al frente y otro atrás.
– Si averiguo quien fue el pervertido que me las mandó, se lo haré pagar muy caro -pensó disgustada mientras devolvía la prenda a la caja y la ponía en el bote de la basura.
Para sacudirse el enojo decidió darse una larga ducha caliente, por lo que empezó a quitarse la ropa mientras entraba al baño. Afuera de su edificio un automóvil gris común se estacionó y apagó el motor, pero el conductor se quedó dentro, como esperando…
Un rato después Ingrid salió del baño vestida únicamente con su bata y una toalla alrededor de la cabeza, se acercó a su cama para sentarse a leer un poco. Entonces de la esquina del cuarto surgió una figura que rápidamente la alcanzó y desde atrás le puso una mordaza que le abrochó en la nuca.
Al instante de oír un clic Ingrid se apartó y se dio la vuelta, pero la habían tomado desprevenida y la mordaza estaba colocada. Por un instante observó al invasor y se sorprendió al descubrir que era una mujer rubia y esbelta, vestía una gabardina negra hasta las rodillas y la miró con frialdad mientras levantaba unas esposas metálicas negras en una mano y un arma taser en la otra.
Al instante la pelirroja corrió de vuelta al baño, cerró y empezó a gritar, entonces notó dos cosas: primero que su cuarto de baño no era una fortaleza por lo que el endeble seguro no aguantaría nada. Lo segundo que notó fue que por más que forzaba sus pulmones no podía emitir ningún ruido además de un suave quejido.
– Primero lo primero… -pensó al acercarse al espejo para quitarse la mordaza, pero se quedó paralizada y confundida sin entender lo que veía- ¿Pero… qué es esto?
La mordaza era una delgada tira de material flexible como una correa, pero no había nada cubriendo su boca, sin embargo sus labios se veían raros, parecían pintados de un inquietante y reluciente color negro y no podía moverlos en absoluto, las correas parecían conectarse directamente a las comisuras de sus labios.
– ¡Dios mío… tengo que pedir ayuda! -pensó asustada mientras trataba de frotar la substancia negra para quitarla de sus labios- Tal vez la correa…
Para su alivio descubrió que el broche en su nuca era muy simple, lo liberó y luego le dio a las correas un potente tirón al frente, consiguiendo arrancarlas de las comisuras de su boca pero sus labios seguían cubiertos y paralizados por la extraña capa de pintura negra.
– ¡Mmnng! –trató inútilmente de gritar al quedarse con las tiras de piel en las manos. Entonces escuchó un crujido y vio como la puerta del baño amenazaba con abrirse ante un primer empujón de la mujer.
– ¡Nnngghh! -de nuevo intentó gritar asustada para de inmediato tratar de usar las puntas de dos dedos para sujetar la substancia negra y arrancarla de su boca… pero era inútil, no encontraba un borde que sujetar.
– ¡Rggghh! -gruñó mientras desesperada daba un pisotón como una niña encaprichada, justo entonces se abrió la débil puerta con un leve crujido. Entonces Ingrid retrocedió hacia la bañera con sus ojos desorbitados por el temor mientras la rubia entraba al baño lentamente y levantaba su arma eléctrica.
– ¡Mmmhh… mmmhh…! -trató de gritar con todas sus fuerzas la profesora mientras tomaba una escoba y la esgrimía como una improvisada arma. La intrusa la miró con cuidado y entonces habló calmadamente al parecer a alguien tras ella en la
habitación en penumbras.
– Está lista… empecemos…
La pelirroja se preparó para un ataque pero lo que ocurrió fue totalmente diferente e inesperado. Una oleada de placer invadió su boca y sus labios con tanta fuerza que la hizo cerrar los ojos y volver el rostro al techo.
– ¡Nnnnhhhh…! -gimió sensualmente mientras de forma involuntaria disfrutaba del mayor placer que jamás había sentido, sus labios estallaban con caricias invisibles, tan eróticas y placenteras como las que le hacía su ex esposo cuando aún la amaba, pero esta sensación era varias veces más poderosa.
– ¡Mmmmmhh…! -gimió mientras se recargaba en el muro a lado de la bañera.
En algunas ocasiones le había hecho el sexo oral a Robert pero solamente ante sus súplicas y siempre le había desagradado, sin embargo ahora sentía como si la penetraran por la boca y sus labios fueran un nuevo clítoris que era acariciado y tocado con maestría.
– ¡Nnnmmmhhh…! -gimió de nuevo a la vez que giraba su rostro hacia un lado y con su mano libre se agarraba del lavabo para sostenerse. La rubia dio un paso hacia Ingrid al verla sacudida por el gozo, pero la profesora aún pudo reaccionar y levantó su improvisada arma.
– ¡Maldita sea… domínala ya! Tenemos que empezar… -dijo impaciente la rubia a la persona tras ella.
Finalmente las caricias de placer en su boca se convirtieron en poderosas embestidas cuyo éxtasis hizo que le fallaran las piernas y soltara la escoba para sostenerse de la bañera con una mano y del lavabo con la otra mientras arqueaba la espalda.
– ¡Mmmmmmm…! – Perfecto… ya la tenemos -susurró la mujer a la vez que como un rayo se lanzaba al frente, sostenía a la profesora pelirroja de la cintura y le daba un ardiente beso en sus labios negros y brillantes, lo que le causó a la mujer el equivalente a un explosivo orgasmo en la boca cuyo poder impactó en su mente dejándola sin sentido…
Cuando recobró la conciencia Ingrid se encontró en una preocupante posición: estaba acostada boca arriba en su cama y desnuda, sus muñecas inmovilizadas y extendidas a los lados con unos grilletes cuya larga cadena al parecer los conectaba pasando bajo la cama. La mujer que la atacó estaba en su tocador abriendo cajas de regalos de espaldas a ella.
– ¿Mmm… mmm? -trató de hablar la pelirroja, pero sus labios seguían paralizados, entonces vio a otra mujer sentada muy quieta en una silla, vestía ropa deportiva holgada y tenía el largo cabello casi negro recogido en una cola de caballo y ojos del mismo color, su cuerpo lucía curvas voluptuosas a pesar del tipo de prendas que usaba, tenía una computadora de mano en la que parecía trabajar pero su rostro denotaba vergüenza y duda.
– ¡Oh… estás despierta…! -dijo la mujer de cabello negro al escucharla, para luego agregar en voz más baja- ¡Lo siento… lo siento de verdad… yo no quiero hacer
esto… tienes que creerme!
La pelirroja empezó a asustarse de verdad al escuchar la sincera desesperación de la mujer.
– ¡Ah… despertó antes de tiempo! Bueno ahora esto será más entretenido… -dijo la rubia a la vez que se quitaba su gabardina negra y quedaba vestida únicamente con un atrevido uniforme de doncella francesa que apenas cubría su entrepierna, presentaba un provocativo escote e incluía un delantal blanco con encaje, sensuales medias negras al muslo y unos botines negros al tobillo de tacón muy alto. Lucía muy sexy, tanto así que la mujer atada no pudo evitar perderse un momento en las curvas de esa deliciosa hembra.
– No Dianne… por favor… -le suplicó a la rubia la mujer de ropa deportiva.
– Vamos Gigi… sabes que no tenemos elección… debemos empezar la siguiente etapa.
– Pero… ¡Aaaaahhh! -gimió la mujer a la vez que miraba al techo y se levantaba de la silla como un resorte. De inmediato se enderezó y se puso muy firme como un soldado mientras de la computadora de mano surgía una voz.
– Basta de quejas Giselle, ayuda a Dianne… ¡De inmediato! -ordenó una profunda y dominante voz de mujer.
– Si Ama… -respondió sumisa mientras se acercaba a la cama. Entonces Dianne se acercó también, llevaba en la mano un extraño objeto plástico que Ingrid reconoció de inmediato.
– ¡Las repugnantes pantaletas negras! -pensó la cautiva aterrorizada al imaginar lo que trataban de hacer con ella las dos mujeres, por lo que intentó gritar presa de la desesperación, pero una vez más sólo emitió un suave quejido- ¡Mmmnnnhh… mmmggghh!
La otra mujer dejó la computadora de mano en la mesita de noche, luego levantó una femenina gargantilla negra y se inclinó para colocarla en el cuello de la profesora…
– Alto, el collar no… todavía. -ordenó la voz de la computadora de mano- primero quiero verla sometida al placer. Encárgate tú Giselle, prepárala
para mí.
– Por favor Ama -respondió la trigueña temerosa- no quiero hacerle esto… no quiero esclavizarla…
– ¿Como dices perra? Je, je, je… que atrevida… me diviertes, por eso te permití conservar tu voluntad… -explicó la voz en un tono que asustó a la pelirroja- pero aprenderás que todo acto tiene consecuencias, ahora no solamente la esclavizarás para mí, sino que disfrutarás hacerlo…
– No… por favor… – ¿Quién sabe? Tal vez sea tu vocación, tal vez con el tiempo te haré asociar el placer con esclavizar a otras…
– Ama… te lo suplico… ooohhh…
Asustada, Ingrid vio como la mujer se encogía con un sollozo de placer.
Dianne extendió el brazo y le entregó las pantaletas negras a Giselle que cabizbaja las recibió, dejó el collar de la obediencia en la silla y luego se colocó a los pies de la cama y ahí se quedó inmóvil un instante antes de inclinarse sobre la mujer.
– ¡Mmmmmhhh! ¡Nnnmmhh! -gruñó aterrada Ingrid a la vez que luchaba contra sus ataduras. En ese momento la mujer de cabello negro cruzó los brazos sobre el pecho y dio un gemido lujurioso.
– ¡Aaaahh… Amaaa!
– Quítate la ropa Giselle…
– Pero Ama, yo no… ooohhh…
– Ahora esclava… quiero ver cómo te hago disfrutar el esclavizar a esa mujerzuela para mí…
– Ooohhh… si Ama… mmm… -obedeció la voluptuosa hembra mientras comenzaba a desnudarse lentamente, quitándose primero su chamarra deportiva, luego los cómodos pantalones y las zapatos de ejercicio.
Al verla, la atada pelirroja sintió que estaba perdida, la mujer que se veía tan normal llevaba bajo la ropa una lencería tan sexy y atrevida que haría sonrojar a una prostituta. Sus senos grandes y firmes estaban cubiertos por un brassier negro de media copa que los hacía parecer aún más grandes, levantados y atractivos, creando un maravilloso escote que también captó la mirada de la cautiva que la observaba aterrorizada desde la cama, su encaje y transparencias lo convertían más en una prenda para lucir sus tetas que para protegerlas, sus piernas torneadas y tersas estaban cubiertas por unas medias translucidas de un encantador color azul claro que se sostenían en su lugar por un elástico a medio muslo. ¡Pero sus pantaletas! Eran como las que había recibido horas antes: de color negro, brillaban como plástico y tenía un leve corte francés que parecían alargar sus piernas y levantar sus nalgas, pero estaban tan pegadas al cuerpo de la mujer que parecían pintadas, mostrando cada detalle de sus caderas, nalgas y entrepierna…
– ¡Mmmhh… mmmhhh…! -trató de gritar de miedo la profesora cuando se dio cuenta de que podía ver los labios vaginales de la mujer también como si estuvieran pintados de negro, incluso le pareció ver su clítoris, brillando por el obscuro material, el mismo que ya cubría su boca y le impedía controlarla, al comprender lo que significaba para ella había entrado en pánico, retorciendo su cuerpo y sacudiendo frenética su cabeza-¡Mmmnnggghh!
– Lo siento… -murmuró Giselle mientras sujetaba uno de los tobillos de la pelirroja y trataba de ponerle las horribles pantaletas.
– ¡No… nunca… no lo permitiré! -decidió con fiereza Ingrid a pesar de su desesperada situación. Empezó a retorcerse, a patear y a empujar con todas sus fuerzas, esperando contra toda esperanza que sus atacantes se dieran por vencidas y la dejaran en paz.
– ¡Nnnngghh… mmmnnnhh! –trató de chillar en vano.
Pero era inútil, por medio de una cámara web portátil Lilian observaba divertida la situación en la alcoba, Dianne también sonreía maliciosa al ver como la trigueña forcejeaba con la prenda y las piernas de la profesora, mientras pasaban los minutos Giselle se empezaba a sonrojar, su respiración se aceleraba, sus pezones se marcaban más y más bajo la delgada lencería… se excitaba.
Lilian había notado la forma en que la pelirroja había mirado a Dianne y a la doctora, sabía reconocer la lujuria, incluso la inconsciente, sería doblemente divertido torturar a la nueva aspirante, a la vez que convertía el proceso de esclavizar a otra mujer en un irresistible placer para Gigi.
– ¡Ooohhh… por favor… quieta…! -gruñía con voz ronca la trigueña a la vez que trataba de sujetar las fuertes pantorrillas de Ingrid para ponerle las pantaletas-¡Mmm… mis Pantaletas… no me dejan… concentraaaaahhr… qué bien… se siente…!
– ¡Je, je, je! Te dije que te gustaría. Dianne… ayúdala -ordenó la voz.
– Mmm… si Ama… -obedeció la complacida rubia al acercarse a Ingrid aún esposada, tomó la computadora de mano y oprimió un botón, al instante la prisionera sintió de nuevo las maravillosas caricias excitando sus delicados labios.
– ¡Mmmnnggghh…! -gimió de puro gozo, pero esta vez estaba prevenida y fortalecida por la desesperación y logró todavía juntar sus esbeltos muslos y empujar a la
doctora, mientras pensaba- No… no lo… harán… resistiré…
– Vaya… esta si tiene espíritu, encárgate Dianne… – Si Ama… -entonces la rubia activó ciertos comandos de la computadora en su mano y al instante, obedeciendo una voluntad ajena, los carnosos labios negros de la profesora se abrieron en un pequeño y perfecto círculo, permitiéndole al fin respirar por la boca y humedecerse los labios con la lengua, sintiéndolos tan tersos como seda.
Ingrid se dio cuenta de que aún no podía hablar, pero si gritar, lo que era su última esperanza. Tomó aire para hacerlo… pero la rubia se le adelantó y le introdujo dos dedos enguantados en la boca, causándole un placer aún mayor del que ya sentía en los labios.
– ¡Ooooohhh…! -gimió casi en un chillido que se repitió cuando los esbeltos dedos salieron casi hasta la punta para volver a penetrar la tibia cavidad- ¡Oooohhh… Dioooos!
El ataque de la rubia hizo que su cuerpo se tensara sin poder evitarlo, su cabeza inclinada hacia atrás, su espalda en arco, pero sobre todo, sus piernas bien derechas e inmóviles, lo que aprovechó Giselle para al fin empezar a colocarle a Ingrid las Pantaletas del Placer…
– ¡Mmm… mmm…! Rápidamente Dianne adoptó un ritmo delicioso, poseyendo fácilmente los labios negros de la pelirroja gracias a la hipersensibilidad que generaba la sustancia negra, de hecho se la estaba cogiendo por la boca y ella nunca había sentido un placer semejante, la rubia sonrió al pensar que eso no era más que un pálido reflejo del gozo que le darían las pantaletas de su Ama.
Mientras estaba vulnerable, la doctora iba subiéndole las pantaletas por sus blancas piernas, y con cada avance las suyas la premiaban con una oleada de placer en su sexo que la impulsaba a seguir esclavizando a la indefensa pelirroja. Primero por los tobillos, las curva de sus pantorrillas, las rodillas, mientras lo único que se
escuchaba eran los gemidos de la mujer encadenada, y de vez en cuando los sollozos de lujuria de Giselle que disfrutaba sin poder evitarlo ese abuso de otra mujer.
Conforme las iba subiendo, la trigueña aprovechaba para acariciar a la víctima o su propio cuerpo ya dominado por la tecnología de Lilian: los muslos, la cintura, los firmes senos.
– ¡Aaaahh… Dios… ayúdame…! -gimió la doctora a la vez de placer y desesperación al llegar a los muslos de la prisionera, sabiendo que había alcanzado el punto sin retorno.
– ¡Mmnnhh… nnngghh…! -trató de negarse la pelirroja al sentir como Giselle intentaba introducirle los extraños consoladores de las pantaletas en sus cerradas vagina y ano.
 Al darse cuenta de lo que pasaría Ingrid tensó su cuerpo aún más en un último intento por defenderse, pero Dianne oprimió un botón y los labios de la cautiva se abrieron aún más en una gran O, lo que la rubia aprovechó para en un movimiento
fluido sacarse un seno del corset e introducir el pezón en la cautiva boca de la profesora, mientras con una mano sujetaba su nuca para forzarla con la otra manipulaba su teta para introducirla y sacarla de la indefensa cavidad.
– ¡Nooommhh… mmm… mmmnnn…! -trató de gritar mientras que sin poder evitarlo sus labios negros se cerraban sobre la apetitosa carne y el duro pezón, empezando a succionar como un bebé, lo que le generó una sensación de placer incontrolable, pero no violenta, sino suave y calmante, sin poder evitarlo relajó su cuerpo aunque mentalmente trataba de resistir- Ooohhh… ¿Qué me están… aaahhh… haciendo? Mmm… se siente…taaan bien… ooohhh…
Sus muslos se abrieron lentamente y su vagina se humedeció aún más, su esfínter se relajó. En ese momento crítico Giselle dudó por un instante.
– Dios… no puedoooohhh… hacerle estooohh… -susurró a la vez que sus manos sujetaban la base de los dos consoladores, indecisa… sus caderas subían y bajaban mientras el gozo que le daban sus pantaletas le prometía delicias aún mayores si terminaba de esclavizar a la indefensa hembra- Aaahh… no quiero… por favoooohh…
Pero su voluntad ya no contaba, le pertenecía a su Ama.
– ¡Hazlo! -ordenó la dominante voz al tiempo que un poderoso pulso vibraba recorriendo su recto, convirtiéndola de nuevo en la muñeca sexual de su Ama y forzándola a violar la feminidad de la pelirroja.
– ¡Siiii… Amaaaaa… soy tuuuya…! -gimió indefensa la doctora al ser obligada a tener un monstruoso orgasmo, mientras que a un tiempo penetraba profundamente a Ingrid con los dos consoladores negros- ¡Aaaaaaaaggghhh!
– ¡Ooooooohhh…! -gimió la mujer al sentir esa doble invasión a la intimidad de su cuerpo, a la vez que Dianne se apartaba sonriente y acomodaba su seno de vuelta en el corset. Oprimió un botón de la computadora de mano y los labios de la prisionera se
cerraron hasta volver a formar una pequeña o.
– ¡Aaahhh… -empezó a gruñir la profesora al sentir el poderoso ritmo que las pantaletas le empezaban a marcar en su cuerpo- aaahhh… ooohhh…!
Pronto era tan placentero que la hizo olvidar todo lo demás. Solamente le importaba su gozo, su universo se había reducido al maravilloso órgano entre sus lindas piernas y al conducto entre sus respingadas nalgas.
– ¡Aaaahh… si… si… más… por favoooor! -gruñía encantada, a la vez que tiraba de las cadenas por la pasión y sacudía su cabeza de lado a lado, sus caderas subiendo y bajando al amoroso ritmo de las pantaletas.
Desde su laboratorio Lilian sonrió, el proceso ya había comenzado, pronto la mujer le pertenecería, pero quería hacerlo aún más divertido.
– Dianne, Giselle, ayuden a su nueva compañera a disfrutar su esclavizamiento… sus pantaletas las guiarán, cuando acaben libérenla y déjenle sus regalos… -ordenó por medio de la computadora.
Al instante las dos mujeres sintieron como sus pantaletas las arrastraban por medio del placer hacia Ingrid, tambaleante por la lujuria Giselle gateó entre las piernas de la profesora hasta arrodillarse entre sus muslos, Dianne gimió y con éxtasis brillando en el rostro oprimió un botón de la computadora de mano, entonces la sustancia negra empezó retirarse de la boca de la pelirroja reuniéndose poco a poco en una comisura, hasta convertirse en una pequeña esfera negra que cayó inofensiva en la colcha, dejando los labios color cereza libres.
Ya sin control la voluptuosa trigueña se dejó guiar por sus pantaletas, que la hicieron empezar a frotar su húmedo sexo contra el de la profesora, normalmente no deberían sentir nada pero Lilian de hecho había activado la hipersensibilidad del material negro, multiplicando el placer que de por si las dominaba.
– ¡Nooo…! ¿Qué haaace?… ¡Baaasta… ya nooo… noooo…
oooohhh… oooohhhh… si… siiigue… siiiiiiii…! -intentó resistir débilmente la pelirroja antes de quedar atrapada por las deliciosas sensaciones.
Aprovechando el momento y ya gimiendo al ser recompensada por las pantaletas, la rubia se acercó, se arrodilló junto a la cama y empezó a jugar con los senos medianos pero firmes de la cautiva, acariciando en círculos y aprisionando de vez en cuando un duro pezón, sumando placer al que ya estaba enloqueciendo a la mujer.
– ¡Oooohhh… ooohhh! Por… favor… no lo… hagaaaaahh… -gruñó débilmente pero su cuerpo respondía complacido y desinhibido- Mmm…
Finalmente, mientras Giselle frotaba sus caderas contra las de Ingrid, casi al borde del éxtasis, Dianne le dio un ardiente beso en los labios a la vez que las pantaletas le daban el toque final a su debilitado cuerpo, convirtiéndolo en un arco desde la cabeza a los pies.
– ¡Aaaaaaaaggghhh… aaaahh…! -gruñó de forma ahogada al llegar al orgasmo, para luego desplomarse sobre la cama, débil y adormilada.
Las dos mujeres se vistieron, arreglaron cuidadosamente su maquillaje, limpiaron la habitación y guardaron las pertenencias que habían llevado consigo.
– ¿Se… terminó…? -preguntó Ingrid aún terriblemente somnolienta al ver como la rubia se ponía su gabardina y la trigueña se colgaba un bolso deportivo al hombro.
– Oh… no encanto… de hecho es solamente el principio. -le respondió Dianne con una sonrisa y un guiño sexy- Nos veremos de nuevo… y muy pronto… despídete de tu primera esclavizada Gigi…
– Lo lamento… de verdad… -susurró la doctora mientras salía rápidamente del cuarto.
– Hasta luego… compañerita… -se despidió Dianne para luego darse la vuelta y marcharse, pero ya desde afuera del cuarto exclamó risueña- ¡Espero lo disfrutes!
– ¿Qué…? ¿De qué hablas? -preguntó la pelirroja mientras trataba de levantar la cabeza del colchón, solamente para dejarse caer de nuevo al sentir el placer creciendo de nuevo en su entrepierna y ano de forma irresistible- ¡Oooohhh… noooo… ooohhh…!
En instantes su mente estaba de nuevo obnubilada por el gozo, dejándola indefensa ante el proceso de esclavizamiento.
– ¡Aaaaaahhh… mmm… aaahhh…! -sollozaba extasiada, a la vez que sus manos acariciaban sus senos, sus piernas, sus labios; sus caderas subían y bajaban cada vez más de prisa, tan atrapada por la lujuria que no se daba cuenta de que sus manos ya habían sido liberadas de las cadenas, ahora solamente deseaba gozar…
Sobre el tocador aguardaban ya desempacados sus nuevos regalos: el Collar de la Obediencia, un sensual corset color blanco, unos botines negros de altísimo tacón de aguja, medias blancas al muslo y guantes cortos de encaje a juego.
Como pieza central se destacaba un provocativo uniforme de colegiala con una elegante blusa blanca de manga larga translucida a la que le faltaban los tres primeros botones, un ajustado chaleco azul marino y falda plisada color gris que apenas le llegaría a la mitad del muslo.
Los regalos esperaban pacientemente a la nueva Mujerzuela/Esclava mientras Ingrid solamente podía retorcerse, sollozar y disfrutar las horas que aún faltaban mientras sus nuevas Pantaletas del Placer se disolvían, penetrando su piel y tejidos, uniéndose permanentemente a su sistema nervioso, su recto… y su sexo.
En un laboratorio de alta tecnología no muy lejano, Lilian esperaba ansiosa la oportunidad de visitar a su nuevo juguete…
CONTINUARÁ
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sigma0@mixmail.com

 

“El destino y mi viejo completan mi harén” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis.

Tercer y ultimo libro de la trilogía SIERVAS DE LA LUJURIA.

La mala salud del pastor obliga a nuestro protagonista a ir asumiendo sus funciones mientras intenta lidiar con la desaforada sexualidad de sus tres mujeres. Sabiendo que entre esas obligaciones estaría el consolar y satisfacer a las dos esposas del anciano cuando fallezca, Jaime va intimando con ellas pensando que era algo lejano en el tiempo. El agravamiento de la enfermedad de anciano mientras se empapa del día a día de la secta le hace ver que no tardará en tener que sumar otras dos mujeres a su harén.

Bajatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo 1

Las siguientes semanas fue un periodo de calma durante el cual me fui acostumbrando a convivir, pero sobre todo a satisfacer a tres mujeres totalmente diferentes. Y gran parte de esa tranquilidad fue gracias a Consuelo porque siguiendo el papel que le había asignado, con mano firme organizó los roles de cada una haciéndome la vida más fácil.          Sara, por su parte, estaba encantada con el cambio porque conmigo podía comportarse como siempre había deseado sin que me escandalizara su carácter sumiso ni tampoco el furor uterino que la dominaba. Es más, para mí este último aspecto de su personalidad fue una bendición porque si un día estaba cansado o no me apetecía “santificar mi matrimonio” con alguna de mis mujeres, le pedía que la consolara y ella aceptaba encantada.

Sin lugar a duda, la más difícil de controlar fue Laura y no solo por su naturaleza manipuladora sino porque todavía le resultaba aceptar que Consuelo no actuara con ella como madre sino como su igual.

No fue fácil, pero al cabo de un mes, el engranaje de nuestra peculiar familia comenzaba a rodar sin estridencias.  Reconozco que hubo problemas, broncas e incluso fuertes desavenencias, pero cuando llegaban a ser insoportables echaba mano de sus férreas creencias religiosas y todo volvía a su cauce.

Un ejemplo de lo que os hablo ocurrió una tarde al volver de mi diaria visita al Pastor. Supe que había pasado algo al encontrarme a Consuelo de muy mala leche.

«¿Qué habrá hecho Laura esta vez?», me pregunté dando por sentado que la culpable era esa rubia. Sabiendo que su madre me diría lo que había pasado, no pregunté y las saludé como tantas otras veces.

Tal y como había previsto, la cuarentona se quejó del comportamiento de su hija diciendo:

―Jaime, tienes que llamar al orden a la anormal que tienes por esposa.

Me hizo gracia que se refiera a Laura de ese modo porque si algo tenían las tres en común era que, tomando en cuenta la moralidad dominante, todas ellas se salían de la norma.

―¿Qué ha pasado?― dije sin darle importancia.

Como si hubiese cometido un delito castigado por la pena capital, contestó:

―Ha obligado a Sara a realizar sus deberes mientras ella se ha pasado todo el día leyendo una novela sin hacer nada.

―¿Nada más?― contesté sin poder evitar una sonrisa.

―¿Te parece poco?

Asumiendo que tenía razón y que debía llamarla al orden, le mencioné un pasaje de la biblia donde San Pablo mediando en una disputa que había habido entre los fieles de Tesalónica había determinado:

―Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma.

La mayor de mis esposas sonrió y aprovechando que estábamos a punto de comer, retiró de la mesa el plato de la joven. Al llegar Laura al comedor y ver que su madre había olvidado ponerle un sitió, directamente fue al armario donde se guardaba la vajilla. Pero entonces Consuelo la informó:

―Nuestro esposo ha decidido que ayunes.

La rubia buscó mi ayuda, pero en vez de apoyarla enuncié otro versículo del apóstol:

―Si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo.

Que dudara de su fe la perturbó y con lágrimas en los ojos, me rogó que la perdonara.

―No soy yo quien te debe perdonar, sino tus hermanas― concluí señalando tanto a Consuelo como a Sara que permanecían de pie.

Aceptando mi justicia, les pidió que se sentaran ya que ella se iba a ocupar de servir la mesa. La más joven de mis esposas se quejó diciendo que esa era su función, pero Laura sonriendo a la pelirroja le pidió que por esta vez dejara que fuera ella la que lo hiciera. Su amiga de la infancia aceptó a regañadientes al comprobar que yo no me oponía. En cambio, su antigua madre no cabía de gozo al ver el castigo que su retoño se había auto impuesto para expiar su falta de diligencia. Yo personalmente dudé de la sinceridad de esa zorrita y por eso cuando tras servirnos la sopa Laura se dirigió a la cocina a preparar el segundo plato, la seguí.

Tal y como sospechaba, la pillé comiéndose un bocata. La rubia se quedó petrificada al ser sorprendida. Sé que esperaba una reprimenda, pero destanteándola sonreí y le pedí dulcemente que dejara todo y se fuera a limpiar el coche. Sabiendo su pecado, abrió el armario para sacar un abrigo, ya que ese día hacía un frio del carajo.

―No te hace falta― le dije mientras lo cerraba.

―Solo llevo una camiseta― protestó tratando que me apiadara de ella.

―Tienes razón, princesa…¡quítatela!― repliqué mientras volvía a mi asiento.

Mis otras dos esposas supieron que algo había pasado cuando la vieron salir en ropa interior hacia el jardín, pero ninguna dijo nada y siguieron comiendo al asumir que, mientras yo no dijera nada, lo que hubiese sucedido no era de su incumbencia.

―Está nevando― Sara señaló preocupada.

 Mirando a través de la ventana, vi los gruesos copos cayendo y olvidando a Laura, me concentré en degustar el manjar que tan diligentemente había elaborado Consuelo. La maestría en la cocina de la mayor de mis esposas podía competir con la de cualquier chef y haciéndoselo saber, le pedí que me pusiera un poco más.

―Vas a engordar― musitó.

―Debo comer para poder cumplir con vosotras― respondí.

―Entonces, no digo nada― riendo replicó ya con la sopera en sus manos.

Mientras me servía, dejé que mis manos juguetearan con su trasero mientras alababa su comida. Desconozco que, si le alegraron más mis piropos o por el contrario mis dedos recorriendo sus duros cachetes, pero lo cierto es que demostrando una alegría genuina prometió que se esmeraría aún más en complacerme.

―¿Cómo piensas hacerlo?― pregunté hurgando bajo su tanga.

―No seas malo y termina de comer. Tu padre te está esperando.

Sin ceder un ápice en mis pretensiones, busqué entre sus pliegues que contestara. La morena al sentir mis yemas torturando su botón, me rogó que no siguiera tentándola. Desde el otro lado de la mesa, la pelirroja estaba disfrutando al ver el acoso y muerta de risa, intervino diciendo:

―Cumplir con los deseos de nuestro marido no es tentación, ¡es tu obligación! Toda buena esposa debe de saber que si no satisface a su hombre lo pone en peligro. ¡Satanás puede tentarlo!

A pesar de saber que Sara se lo decía en guasa, Consuelo enmudeció y bajándose las bragas, me pidió que la tomara. Despelotado, le di un dulce azote antes de pedirle que siguiera comiendo. Al no complacerla, hizo un puchero en ella y demostrando su insatisfacción, me dijo:

―Quien siembra, ¡recoge!

Atrayéndola hacia mí, besé a mi bella madura mientras le susurraba que al volver de ver a mi viejo santificaría mi matrimonio con ella. Pero entonces demostrando la buena sintonía que tenía con la pelirroja, me preguntó si podía Sara consolarla mientras esperaba mi vuelta. La sonrisa que lucía la aludida me informó que ella estaba dispuesta y por ello, accedí.

Acababa de terminar el postre cuando escuché que Laura entraba. Al mirarla, comprobé que venía tiritando. El color amoratado de sus labios me informó del frio que había pasado y sabiendo que se lo pensaría dos veces antes de volver a contrariarme, le pedí que se diera una ducha caliente. Para mi sorpresa se negó diciendo que antes debía limpiar los platos que habíamos usado. No queriendo alargar su sufrimiento, pedí a Consuelo que al terminar se ocupara personalmente de que se daba un baño y despidiéndome de los tres, me fui a las instalaciones de la secta a seguir recibiendo clases de su fundador, mi viejo.

Al llegar a la Iglesia, un chaval me asaltó pidiendo mi ayuda:

―Pastor, mis padres no aceptan a mi novia. ¿Qué debo hacer?

Todavía no estaba acostumbrado a que la gente viera en mí a su sacerdote y por ello, me pregunté qué hubiera hecho mi padre si le hubiesen llegado con esa pregunta. Tras pensarlo detenidamente, pedí que me explicara los motivos que aducían para rechazarla. Según el muchacho, el problema es que pretendía casarse con una madre soltera. Desde mi punto de vista, esos reparos me parecían una completa memez, pero no queriendo dar mi opinión sin oír a la otra parte le pedí que trajera a sus viejos sobre las ocho para escuchar la otra versión. El veinteañero besando mi mano me agradeció que le hubiese escuchado y prometió que esa misma tarde volvería con ellos.

«No soy quién para aconsejar», me dije mientras le veía marchar feliz de que el que él consideraba su guía espiritual fuera a interceder por su pareja.

 Pensando en qué diría a esa familia si se confirmaba que el único mal era el haber tenido un hijo antes, entré a buscar a mi padre. Lo encontré en su despacho hablando con su médico. No queriendo perturbar la reunión, me quedé en la puerta y por ello no pude evitar escuchar que el galeno le aconsejaba reducir al máximo cualquier exceso. Comprendí que se refería a sus deberes conyugales cuando D. Pedro respondió que comprendiera que tenía tres esposas, de las cuales dos eran muy jóvenes.

«Será capullo», pensé al saber que, aunque no lo hubiese hecho público, ya me había adjudicado a la menor.

El doctor sin dar su brazo a torcer le informó de que, si seguía con ese ritmo, no tardaría en dejarlas solas. Su insistencia lo único que consiguió fue cabrear a su paciente, el cual bastante molesto se despidió de él diciendo que lo pensaría.

―Pasa, hijo― dijo al verme en el pasillo: ―¿Te puedes creer lo que ese cretino me ha pedido? ¡Quiere convertirme en un eunuco!

Asumiendo que mi progenitor estaba más que acostumbrado a esa desaforada actividad sexual, le pedí que al menos la aminorara por el bien de las dos mujeres que iba a dejar viudas.

―Eso es imposible. Me debo a ellas― replicó para acto seguido preguntar cómo me iban las cosas en casa.

―Cansado― respondí echándole a él la culpa muerto de risa: ― ¡Me has casado con tres ninfómanas!

―No te quejes. A tu edad yo era capaz de lidiar con eso y con mucho más― contestó mientras sacaba un grueso expediente de un cajón.

Al ver el volumen del tema que iba a tratar, me senté frente a él.

―Necesito que me firmes estos papeles para que cuando me vaya al otro barrio no caiga Hacienda y se lleve la mitad de lo que tanto me ha costado conseguir.

―¿Crees necesario hacerlo ahora?― musité al comprobar que con esos documentos me hacía entrega de la mayoría de los bienes de la secta.

―Desgraciadamente es así. Mi salud se está deteriorando y desconozco cuanto tiempo me queda― contestó el hombre que había empezado a querer a pesar de sus múltiples defectos.

 No tuve más opción que empezar a rubricar el trasvase anticipado de mi herencia mientras observaba de reojo su cansancio. La certeza de que estaba bien jodido me indujo a preguntar en qué más le podía ayudar. Mi viejo no era tonto y supo entrever mi preocupación.

―Esta tarde tenía que visitar unas familias que necesitan nuestra ayuda. ¿Podrías hacerlo por mí?

Sin saber exactamente que se requería, acepté y tomando el teléfono llamó a Judith. La cubana no tardó en aparecer y tras escuchar que iba a ser yo quien la acompañara, únicamente me dijo que ya tenía todo listo y que podíamos irnos cuando yo quisiera. Recordando que había quedado con el novio, pedí permiso al anciano para irme.

―Ve a cumplir la misión de Dios― con voz cansada me pidió mientras se levantaba.

Sus dificultades al caminar me enternecieron, pero fue el dolor que leí en la cubana lo que realmente me dejó alelado al advertir el amor que sentía por el que era su marido.

«Realmente, lo quiere», concluí mientas la seguía hacia la salida.

La camioneta atiborrada de víveres me informó que esa tarde me tocaría repartir las despensas entre los más pobres de la congregación y eso curiosamente me llenó de orgullo al saber que la secta era un engañabobos, pero cumplía una labor social. Ya a bordo del vehículo, ratifiqué que la mulata se había unido a mi padre por amor al ver las lágrimas que corrían por sus mejillas. Queriendo consolarla, tomé su mano y le dije que no se preocupara porque mi viejo todavía le iba a durar muchos años.

―Ojalá tengas razón. No sabría vivir sin él― destrozada sollozó mientras arrancaba.

No sabiendo que decir, me quedé callado mientras la afligida mujer tomaba la carretera de Valencia. Supe que íbamos a la Cañada Real al tomar la salida y pegando la cara al cristal, me quedé espantado con la pobreza que veía. Aunque había oído hablar de esa zona, la mayoría de las veces lo único que se decía de ella era en referencia el supermercado de drogas que se había instalado entre esas chabolas, pero eran contadas las noticias que hablaban de la calamitosa situación en que malvivían sus habitantes. Por un momento estuve a punto de pedir que diéramos la vuelta, temiendo por nuestra integridad física al sumergirnos en el barrio más conflictivo de la ciudad. La mulata debió de intuir mis miedos y con una triste sonrisa, me tranquilizó diciendo que nadie se atrevería a hacerme nada sabiendo que era el hijo de su marido. No supe del fervor que la figura de mi padre despertaba entre esa gente hasta que aparcó en una intersección donde aguardaban pacientemente varias decenas de gitanas.

―Os presento al nuevo Pastor― dijo Judith a la multitud ahí congregada.

Esas mujeres se formaron en fila para recibir mi bendición mientras daban gracias al Señor por que don Pedro tuviese un heredero que continuara su obra. Si esas muestras de cariño me dejaron abochornados, que decir cuando habiéndose corrido la voz de mi presencia, los viejos del lugar llegaron a mostrarme sus respetos. Mi acompañante los conocía a todos y por eso al ver llegar a un anciano con sombrero y una tacita de plata, me dijo que era don Guillermo, el patriarca. Reconozco que me puso nervioso no saber cómo actuar cuando el sujeto se arrodilló frente a mí:

―Te está pidiendo que le bendigas― susurró en mi oído la cubana.

Sintiéndome casi un hereje, hice la señal de la cruz en su frente para a continuación ayudar a que se levantara. El líder de ese clan gitano se dio la vuelta y dirigiéndose a todos los de su etnia, estuviesen o no presentes, declaró que mi persona era sagrada y que cualquier que osara siquiera mirarme mal desearía no haber nacido.

Confieso que me dio un escalofrío comprobar la veneración con los que todos esos marginados me miraban y tuvo que ser Judith quien me sacara de mi turbación pidiéndome que le ayudara a repartir las despensas. Despertando, la acompañé y poniéndome manos a la obra, comencé a distribuir la comida. Lo que en teoría no debía habernos llevado más de una hora, se prolongó hasta bien entrada la tarde porque esas madres requerían también de ayuda espiritual y de consejo. La mayoría de ellas me presentó sus problemas buscando en mí un guía. Al no estar preparado, usé el sentido común para contestarles y debí de haberlo bien porque al terminar don Guillermo, alzando la voz, declaró:

―El pastor ha hablado, ¡queda dicho!― aceptando como ley mi palabra. Solo entonces, la gente se disgregó y cogiendo las viandas que les habíamos llevado se dirigieron a sus moradas.

Todavía alucinado, me subí en la camioneta. Al tomar asiento, la esposa de mi padre estaba llorando nuevamente. Al preguntarle el porqué, besando mi mano dio gracias al Señor por no dejarla desamparada. Comprendí de qué hablaba y todavía no sé qué me indujo a decir que no se preocupara que si algún día su marido faltaba yo la tomaría bajo mi amparo.

―Lo sé― sollozó para a continuación pedir mi bendición.

Estaba ya habituado a que los feligreses de la congregación me la pidieran, pero nunca nadie tan cercano y por ello tartamudeé al recitarla. Tras recibirla, la guapa cubana me miró diciendo:

―Desde ahora le juro que cuando llegue ese momento, hallará en mí una amorosa esposa y a su más fiel compañera.

La devoción de esa morena me impactó al no descubrir nada pecaminoso en su promesa sino una genuina admiración que no supe interpretar. Meditando sobre ello, le pedí que volviéramos a la iglesia porque había quedado con una familia para intermediar entre ellos. Secándose las lágrimas con la manga, me pidió que le explicara de que se trababa por si ella podía darme algún consejo. No teniendo nada que perder, le conté lo que el muchacho me había dicho. Esperó a que terminara de hablar y tras comprobar que el que me pedía ayuda era un tal Ezequiel, indignada me soltó:

―El problema no es esa chica sino el padre. Matilde es un ángel que lleva soportando que ese ricachón trate de volver a abusar de ella como ya hizo en el pasado.

―¿Me estás diciendo que dio a luz un hijo de ese cabrón?

―Sí. Y no quiere que Ezequiel se case con ella para así tener otra oportunidad de violarla.

―¿Estás segura? – insistí.

―Sí, don Jaime. Sé de ese caso desde que la embarazó.

―¿Por qué no lo denunció?― pregunté.

Llena de ira, me contó que se había negado a hacerlo porque su padre trabajaba para él y que si lo hacía se quedaría en la calle.

―¿Y mi padre lo aceptó?

Bajando su mirada, respondió:

―Nunca lo ha sabido. Matilde me rogó que no lo hiciera y todavía me arrepiento.

Extendiéndose en su explicación, me comentó que de haberlo sabido mi progenitor lo hubiese encauzado ya que lo único bueno de ese hombre era su fe en nuestra iglesia. Con esa información de primera mano bajo el brazo, pedí a la mulata que acelerara para no llegar tarde.

―No la desenmascares, Ezequiel nunca podría mirarla a la cara sabiendo que es el hijo del hombre que la violó.

Comprendí que tenía razón y agradeciendo su consejo, le juré que su secreto quedaría a salvo pero que no me podía quedar con los brazos cruzados sabiéndolo. Sonriendo con dulzura, buscó llegar cinco minutos antes de la cita.

Cuando aparcamos frente a la iglesia, la familia en pleno estaba esperándonos en la puerta. Desde el primer momento, ese gordo barbudo me repelió. Todo su ser rebosaba de lujuria, pero fue el maltrato que pude intuir por el modo que se dirigía a su esposa lo que me dio el empujoncito que necesitaba para darle una lección que no olvidaría. No queriendo que nadie contemplara lo que iba a suceder, pedí que fuera solo él quien pasara a mi despacho dejando a su mujer y a su hijo esperando fuera.

El potentado nunca previó lo que se le venía encima cuando cordialmente le pedí que me explicara sus reticencias con la novia de su hijo. Haciendo gala de unas virtudes que no tenía, me hizo ver que toda su vida había sido un modelo de buen marido y de buen padre. Aun así, lo que realmente me sacó de mis casillas fue oírle decir que, si sostenía que Matilde no era adecuada, era por su comportamiento libertino.

―No sabe mantener las piernas cerradas― concluyó creyendo que me había convencido.

―Te importa rezar conmigo para que Dios me oriente― respondí mientras me hincaba en el suelo.

El creyente hombretón no puso reparo a mi petición y oró a su Dios pensando que le iba a dar la razón. Durante diez minutos, preparé mi actuación haciendo memoria de una obra de teatro que protagonicé en la escuela en la que mi personaje era poseído por el diablo y que había despertado la admiración de todos mis profesores. Una vez llegado el momento, con los ojos en blanco, caí convulsionando sobre la alfombra mientras babeaba a raudales. El feligrés creyó que me estaba dando un ataque y se levantó a pedir ayuda.

Viendo que iba a salir de mi oficina, lo paré en seco con voz de ultratumba:

―¿Dónde vas pecador? Póstrate ante tu pastor.

Al girarse me vio señalándole con el dedo:

―Cómo osas pedir la ayuda de mi servidor cuando es la lujuria la que guía tus actos. Desde ahora te digo que, si cruzas el umbral de esa puerta, no llegarás a ver el día de mañana.

Asustado cayó nuevamente de rodillas mientras me escuchaba relatar sus pecados. La certeza de que nadie sabía hasta ese momento de su delito le convenció que estaba oyendo a su Dios.

―Mi señor, perdóneme― imploró viéndose en el infierno.

Asumiendo que no podía seguir con ese papel sin que se percatara del engaño, le ordené que no solo no pusiera más trabas al enlace, sino que regalara a los novios una casa donde vivieran.

―Se lo juro, mi Dios― descompuesto, prometió.

No contento con ello, le exigí que dejara de maltratar a su esposa bajo pena de excomunión antes de volver a la posición previa al ataque. La angustia de su rostro cuando abrí los ojos y dulcemente le pregunté si tras la oración seguía pensando lo mismo me convenció de lo buen actor que era, pero también de que no podía abusar de ello.

―No, pastor. He recapacitado y acepto que se casen.

Sonriendo, llamé a Ezequiel y a su mujer para que el mismo diera las buenas noticias. El muchacho no cupo de gozo al oír que su padre había cambiado de opinión, pero fue su vieja la que besando mi mano me dio las gracias por haber devuelto la paz a su hogar.

―No he sido yo, sino Dios― respondí mientras los despedía en la puerta.

Judith que había permanecido apoyando a la familia, aguardó a que se fueran para, acercándose a mí, darme un beso en los labios.

―¿Y esto?― pregunté un tanto azorado.

La preciosa cuarentona respondió:

―No sé qué artes has utilizado, pero eres digno hijo de tu padre y estaré orgullosa de servirte cuando él falte.

Palidecí al comprobar el tamaño que habían adquirido los pitones de la mulata y no queriendo que notara la atracción que me provocaba, repliqué que no dudaría en buscar sus consejos.

―¿Puedo rezar contigo?

Su tono angustiado me impidió salir corriendo y cerrando la puerta, aguardé que se abalanzara sobre mí. Para mi sorpresa, la hispana me tomó de la mano y levantando su mirada hacia el cielo, oró:

―Mi señor, como tu sierva me comprometo desde este momento a servir a tu elegido y te pido humildemente que una vez sea su esposa, me regales la dicha de tener un hijo suyo.

Que esa cuarentona me informara de sus deseos de que la embarazara era algo que no esperaba y menos que después de hacer esa petición, la mulata me pidiera permiso para ir a “comulgar” con mi viejo porque su cuerpo lo necesitaba y don Pedro seguía siendo su marido.

 ―Vete con Dios y no lo mates― respondí divertido al advertir la excitación que destilaba por todos los poros mi madrasta.

―Intentaré no hacerlo, mi amor― respondió con las mejillas totalmente coloradas declarando unos sentimientos por mí incapaces de ocultar mientras desaparecía de mi despacho.

De camino a casa, no pude más que meditar sobre las dos esposas de mi padre y las diferencias que veía en su comportamiento. Sabía que Raquel era la experta contable y en gran medida la responsable del éxito económico de la secta y gracias a la tarde que había pasado con ella, comprendí que Judith era la cara amable, la conciencia social de la congregación que había fundado mi viejo. Ambas eran parte importante de la iglesia y por lo que me había enterado ambas tenían la sexualidad a flor de piel. Pero ahí acababan sus semejanzas porque mientras la mulata se mantenía fiel a pesar de los dictados de sus hormonas, la rubia recauchutada había maniobrado para que le regalara mi semen y así satisfacer su lujuria. A pesar de ello, no podía criticarla en exceso porque lo quisiera aceptar o no, la cincuentona me había manipulado pensando en su marido y su delicado estado de salud.

 «Hasta el médico la disculparía por el bien de su paciente», me dije mientras aparcaba frente al chalet donde vivía.

Al entrar a la casa me extrañó que nadie saliera a recibirme y por ello tras dejar el maletín sobre una silla, fui a ver dónde estaban mis mujeres. Tras revisar la planta baja y no encontrarlas, fui a ver si estaban arriba al percatarme que ni siquiera habían preparado la cena.

«¿Qué habrá pasado?», me pregunté al ser eso algo atípico. No en vano si de algo no me podía quejar era del modo en que se afanaban para que todo estuviese listo cuando llegara.

Mi extrañeza se incrementó al hallarlas todas juntas metidas en la cama y comprobar que la preocupación que lucían tanto Consuelo como Sara mientras abrazaban a la rubia. Buscando una respuesta, pregunté a la dueña qué ocurría y ésta en voz baja me comentó que la niña no había dejado de temblar desde que había vuelto de limpiar el coche. Fijándome en ella, observé que seguía totalmente amoratada y sintiéndome un mierda, no me quedó duda de que sufría hipotermia derivada de mi castigo. Sabiendo que debía de ser grave al no haberse recuperado tras tanto tiempo, quise saber si habían llamado a Urgencias. Al contestarme que no, tomé el teléfono y llamé. El encargado me informó que tardarían veinte minutos en llegar. Francamente preocupado, pensé en llevarla yo directamente al hospital, pero la temperatura del exterior era demasiado baja. Por eso, tras desechar esa opción, les pedí que se desnudaran las tres. Consuelo se escandalizo con que pensara en el sexo teniendo a su hija enferma.

―Al estar sin ropa, recibirá vuestro calor directamente. Al menos eso hacen en las películas― comenté sin aceptar su reprimenda.

Sara de inmediato despojó a Laura de su pijama mientras la morena me pedía perdón por haber pensado mal de mí. Asumiendo que su reproche era algo lógico, le contesté con dulzura que en vez de disculparse lo que tenía que hacer era desnudarse.  Consuelo no dijo nada mientras se despojaba del vestido y solo cuando se tumbó desnuda junto a su retoño, de muy malos modos exigió a la pelirroja que la imitara diciendo:

―¿Qué haces que no obedeces? Desnúdate.

La joven no tardó en unirse a ella bajo las mantas sirviendo de calefactor bajo las mantas. Ratifiqué que Laura estaba mal al ver que no reaccionaba y por ello, fui a prepararle un té caliente mientras esperaba la ambulancia. Debí tardar no más de un par de minutos en volver, pero el cambio era notable ya que al menos había abierto los ojos. Tras entregar a la pelirroja la taza que había preparado, me senté en una esquina del colchón totalmente descompuesto.

―Nunca pensé que esto ocurriría― intenté disculparme frente a ellas.

―Querido, no fue tu culpa sino la de esta insensata. Al marcharte se negó a entrar en calor y salió a barrer las hojas para espiar sus culpas― dijo su madre mientras daba a sorbos el té.

Que directamente no fuera mi culpa no me consoló porque debía haber previsto que dada su mentalidad se fustigara ella sola, no en vano según sus creencias era responsabilidad del que pecaba el elegir su castigo. Ese convencimiento ratificó en mí que debía de profundizar en el conocimiento de los dogmas y costumbres de la secta para no volver a caer en ese error.

«Si no conozco en profundidad sus creencias, difícilmente seré un buen pastor de mis ovejas», sentencié sin darme cuenta de que paulatinamente iba aceptando la misión que mi padre me había encomendado.

El sonido de una sirena me avisó de la llegada de los paramédicos y saliendo al jardín, abrí la puerta para dejarlos pasar. Tras preguntar la ubicación de la enferma, subí con ellas hasta mi cuarto. Al llegar mis otras dos mujeres se habían puesto una bata, pero lo que me sorprendió fue que hubiesen vestido también a Laura. Al preguntar, Sara me explicó que lo habían hecho para ocultar el cuerpo de mi mujer de la mirada de unos extraños. Al hacerla ver que esa actitud tan apocada no cuadraba con la desbordada liberalidad que demostraban conmigo, la pelirroja únicamente señaló que yo era su marido mientras los empleados de urgencias revisaban a la paciente.

―Tenemos que llevárnosla, sufre hipotermia severa― comentó el jefe.

Estaba poniéndome una chaqueta cuando Consuelo me rogó que dejara que fuera ella la que la acompañara. Aunque en un principio me negué, me convenció al decir que se sentía responsable al no haber conseguido que se diese una ducha caliente a pesar de habérselo yo ordenado. La angustia de su rostro me recordó que era su madre y cediendo, permití que ocupara mi lugar en la ambulancia mientras la pelirroja y yo iríamos en coche.

―No hace falta que vengas― musitó sabiendo que no le iba a ser caso.

Como era lógico, no lo tomé en cuenta y tras subir con Laura al vehículo, las seguimos. Ya en el hospital, el médico de guardia nos tranquilizó diciendo que no era tan grave pero que debía quedarse ingresada hasta que le reestablecieran la temperatura. Fue entonces cuando la mayor de mis esposas insistió en que transigiera y dejara que ella velara por Laura.  No queriendo un encontronazo con la morena, nuevamente cedí y tras comprar cena para todos, dando un beso a la enferma, retorné a casa en compañía de la pelirroja.

 ―No es cierto que fuera una insensata― murmuró Sara nada más aposentarse en el asiento del copiloto: ―Nuestra esposa sabía que nos había fallado y por eso decidió que tenía que hacer algo para expiar su culpa.

Reconozco que debí de haberme mordido la lengua antes de hablar, pero estaba tan molesto con que esa cría disculpara la actuación de Laura que con un cabreo de narices le eché a ella la culpa de que me hubiera desobedecido, olvidando su carácter sumiso. Al oír mi reprimenda se puso a llorar pidiendo que no la repudiara ya que sin mí su vida no valía nada. La ansiedad de la criatura creyendo que podría llegar a expulsarla me impactó al darme cuenta de la dependencia que sentía por mí y no queriendo volver a cometer el error de subestimar su aflicción, pedí su perdón llegando incluso a proponer en voz alta un castigo para mí para que así ella no buscara una expiación.

―Mi señor, usted no ha hecho nada― sollozó: ―Ha sido culpa mía.

 Asumiendo que por mucho que intentara convencerla de lo contrario, corría el riesgo de que hiciese una tontería propuse para esa noche un ayuno sexual con el que purgar nuestros pecados. 

―¿Entonces no voy a poder amarte?― preguntó llena de tristeza.

―No, pequeña. Nuestro castigo será tenernos cerca sabiendo que no podemos disfrutar de nuestro amor― contesté dando por sentado que esa abstinencia solo por unas horas y por tanto soportable.

Pensé al ver sus lágrimas que para esa preciosidad esa penitencia era lo suficientemente dura para que no se le ocurriera buscar otro castigo, pero me equivoqué porque demostrando lo poco que la conocía, Sara decidió que no era bastante y me pidió permiso dormir desnuda para que al vencer la tentación lavara su pecado.

 «Estas tías están como una cabra», razoné dándolas por imposibles tanto a ella como al resto de las mujeres de la secta.

Relato erótico: “Caí entre las piernas de mi “ingenua” secretaria” (POR GOLFO)

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Los hombres al mirar a una mujer tienden a fijarse en una parte de su cuerpo, La gran mayoría se fija en su culo o en sus tetas pero yo tengo predilección por las piernas. Es más, por mi experiencia cuando una hembra tiene buenas patas, el resto de su cuerpo va en sintonía. Unos muslos espectaculares suele llevar asociado un cuerpo no menos llamativo.

Hoy, os voy a contar como mi fijación por esos atributos femeninos, cambiaron mi vida y me llevaron a vivir una experiencia inolvidable. Todo empezó el día que la que había sido mi secretaria durante diez años, se casó y se fue de la empresa. Os tengo que reconocer que en un primer momento me cabreó su decisión porque me dejaba un hueco que me iba a resultar difícil de rellenar porque, no en vano, ella se había convertido en una pieza esencial en mi compañía.  Por eso cuando me lo comunicó, le pregunté si conocía a alguien de confianza que pudiera cubrir su baja. Tras pensarlo durante un minuto, María contestó que tenía una prima que acababa de terminar la carrera y que todavía no había encontrado trabajo pero que tenía un problema.
Mosqueado, le pregunté cuál era:
-Es muy joven. Usted siempre ha dicho que prefiere que sus empleados sean mayores de treinta años y Clara solo tiene veintitrés.
-¿Está preparada?
-Para lo que necesita sí. Es licenciada en Administración de empresas, domina Office y habla inglés.
Siempre había tenido reparos en contratar a veinteañeros porque siento que no están maduros para asumir responsabilidades pero al venir recomendada por ella, decidí hacer una excepción.
-¿Puedes quedarte hasta que aprenda?
-Por supuesto. Estoy segura que en menos de quince días mi prima es capaz de asimilar mi puesto. ¡Verá que no le defrauda!
Como no tenía nada que perder, le pedí que hablara con ella y que le concertara una cita para que yo la entrevistara al día siguiente. Después de agradecerme haber dado una oportunidad a su parienta, me dejó solo en el despacho. En ese instante no lo sabía pero esa decisión trastocaría mi vida por completo.
Soy un hombre hecho a mí mismo. Nacido en una familia de clase media, fui el único que no siguió la tradición familiar de ser militar. Nieto e hijo de militares, mi viejo nos educó pensando siempre que, al terminar el colegio, íbamos mis tres hermanos y yo a entrar en la Academia Militar de Zaragoza. Por eso cuando le comuniqué que prefería ser ingeniero, para él, fue como si le dijera que era Gay y aunque con esa decisión me hundí en el ostracismo familiar, mi desarrollo profesional me dio la razón: Con cuarenta años, era el director de una empresa de consulting tecnológico con sucursales en varios países. Dedicado en cuerpo y alma a mi carrera, no había tenido tiempo (o eso pensaba yo) de formalizar una relación seria y por eso seguía soltero y sin compromiso.
Volviendo a la historia que os estoy contando. Al día siguiente, mi secretaria me trajo a su prima y después de que hubiese pasado las pruebas del departamento de recursos humano, me la presentó para ver si la aceptaba como mi asistente. Os tengo que reconocer que cuando la conocí no me impresionó; me resultó una chavala muy guapa pero carente de cualquier tipo de atractivo. Hoy sé que advertida por Maria de mis gustos tradicionales a la hora de vestir, se disfrazó de beata para que yo no me percatara del bombón que estaba contratando. Vestida con un traje de chaqueta, cuya falda le llegaba por debajo de las rodillas, nada me sugirió la verdadera naturaleza de sus piernas.
Ese engaño propició que la colocara porque de haber sabido que esa cría estaba dotada de las piernas más alucinantes con las que me he topado hasta el día de hoy, nunca la hubiese contratado para evitar meter la tentación en la oficina. Durante las dos semanas que duró su aprendizaje Clara se comportó como una chavala avispada y tal como había prometido su prima, cuando se fue no solo no la eché de menos sino que la suplió incluso con mayor efectividad.
El problema vino cuando sin la supervisión familiar, poco a poco, fue olvidándose de los consejos y empezó a vestir de una forma correcta pero más en sintonía con su edad. La primera vez que caí en la cuenta de la belleza de sus piernas, fue un viernes en la tarde que previendo que no tendría tiempo para volver a su casa a cambiarse, Clara apareció en el trabajo con  una minifalda de impacto. Todavía recuerdo que estaba sentado en mi mesa cuando al pedirle un informe, la muchacha sin saber la conmoción que iba a provocar, llegó confiada a mi lado.  Os juro que al levantar la mirada de los papeles y ver ese espectáculo frente a mí esperando instrucciones, me quedé sin habla al observar la perfección de sus muslos y de sus pantorrillas.
Incapaz de retirar mis ojos de ella, recorrí con mi vista sus maravillosas extremidades para continuar con su culo y con su pecho. “Dios mío, ¡Qué mujer!”, exclamé mentalmente mientras por debajo de mi pantalón, mi sexo cobraba vida. Sé que mi atrevida mirada no le pasó inadvertida porque al llegar a su cara, observé que el rubor cubría sus mejillas.
-¿Desea algo más?- preguntó avergonzada y al contestarle que no, salió huyendo de mi despacho.
No sé qué fue más erótico si la visión de sus piernas estáticas o verlas siguiendo el movimiento acompasado de su culo. Lo cierto es que cuando desapareció por la puerta, el recuerdo de sus tobillos, pantorrillas y muslos quedó fijado en mi memoria durante todo el fin de semana. Aunque junto con dos amigos me fui a pasar esos días a un velero, cada vez que me quedaba solo o no tenía nada que hacer, volvían a mi mente la frescura y lozanía de esa cría al caminar. Reconozco que hasta me masturbé soñando con que mis manos recorrían esa piel y que su dueña se excitaba al hacerlo.
Por eso, el lunes al llegar a trabajar lo primero que hice fue mirar como venía vestida y me tranquilicé al comprobar que había vuelto a colocarse el uniforme monjil de secretaria. Aun así, con una fijación enfermiza, le echaba una ojeada cada dos por tres, imaginando la continuación de esos finos tobillos que veía a través del cristal. Mi secretaria no hizo ningún comentario a lo sucedido el viernes anterior por lo que al cabo de las horas, me olvidé del asunto encerrándolo en el baúl de las cosas inútiles.
Desgraciadamente el martes, Clara volvió a aparecer por la oficina con una minifalda y aunque intenté evitar mirarla, fui incapaz. Estaba como obsesionado, no solo no perdía ocasión de mirarla subrepticiamente sino que, cansado de observarla a distancia, le pedí que entrara en mi despacho porque quería dictarle una carta. La muchacha, ajena a la verdadera razón por la que la había llamado, se sentó en frente de mí para tomar notas. Al darme cuenta que mi propia mesa me ocultaba aquello que quería admirar, le insinué si no iba a estar más cómoda apoyando su libreta en la mesa de juntas que tenía en una esquina.
Ingenuamente, me dio las gracias y se pasó a una silla colocada en ese lugar. Creí haber muerto y que estaba en el cielo al contemplar la perfección del cuerpo de esa cría así como la tersura de su piel. Desde mi sillón, me quedé embelesado en la contemplación de sus piernas mientras ella esperaba confundida que empezara a dictarle. Confieso que no me di cuenta de ello hasta que con voz indecisa me preguntó si volvía en otro momento:
-¡No!- contesté horrorizado por perder la sensual estampa de Clara escribiendo.
Tomando aire, busqué algo que decirle y como no se me ocurría nada, me puse a dictarle un escrito de queja por falta de pago. Como no era tonta, me preguntó si no prefería que me mandase el formato oficial que usábamos en la compañía. Reparando en el ridículo que estaba haciendo, le pedí perdón y le acepté su sugerencia. Extrañada por mi comportamiento, Clara se levantó y volvió a su lugar pero, al hacerlo, separó sus rodillas y durante un segundo contemplé el tanga que llevaba puesto. Fue tiempo suficiente para que mi miembro reaccionara y se pusiera erecto de inmediato. Debí de poner una cara de asombro tan genuina que la chavala se me quedó mirando como si me pasara algo y sin saber a ciencia cierta que ocurría, salió casi corriendo hasta su mesa.
Cabreado por mi actuación pero sobre todo por haber perdido la oportunidad de recrearme en semejante belleza, intenté tranquilizarme pero por mucho que lo intenté, sus puñeteras piernas seguían fijas en mi retina. Sin saber qué hacer, me levanté y abriendo la puerta del baño que tenía en mi despacho, me metí en él y encerrándome en ese estrecho cubículo, di rienda a mi fantasía masturbándome. Al terminar era tanta mi vergüenza que sentía por mis actos que cogiendo la calle, salí de la oficina sin reparar que Clara entraba en mi baño al irme. Posteriormente, me ha reconocido que entró preocupada, pensando que había vomitado o algo así y que al descubrir restos de mi semen esparcido por el suelo, fue consciente de la atracción que provocaba en mí y que excitada, decidió utilizarla.
Desde ese día, echó a la basura el horrendo traje con el que la conocí y empezó a llevar ropa cada vez más ajustada y minifaldas más exiguas. De forma que se convirtió en una rutina que la llamara a mi despacho y le dictara cualquier tontería con el único objeto de recorrer con mi mirada su cuerpo. Aunque yo no era consciente al estar ofuscado con ella, mi secretaria descubrió el placer de ser observada y paulatinamente, su juego se fue convirtiendo en una necesidad porque al sentir la caricia de mis ojos, su cuerpo entraba en ebullición y dominada por mi misma obsesión, al salir de mi despacho tenía que liberar su calentura pajeándose en el cuarto de baño de empleados.
Los días y las semanas pasaron y lejos de reducirse nuestra mutua dependencia con el paso del tiempo se incrementó. Ya no me bastaba con dictarle una carta sino que con cualquier excusa, la llamaba a mi lado y me recreaba en mi particular vicio.  A ella le ocurría otro tanto, su calentura era tal que ya no se conformaba con mostrarme las piernas sino que con mayor asiduidad al llegar a mi despacho, se recreaba en su exhibicionismo desabrochándose un par de botones de su blusa para sentir mis ojos deleitándose en su pecho. Sin darnos cuenta, nos habíamos convertido en adictos uno del otro y nuestras continuas juntas a solas, empezaron a crear suspicacias en la oficina.

Una tarde, preocupado por las habladurías, mi socio, Alberto me cogió por banda y abusando de la confianza que existía entre nosotros, me preguntó si estaba liado con mi secretaria.

-¡Para nada!- protesté al escucharlo – ¡La llevo más de quince años!
-Pues haz algo, porque ¡Lo parece! Te pasas todo el jodido día encerrado con ella y para colmo, esa cría viene vestida como una puta.
Sus palabras me ofendieron y no tanto por mí sino por ella. En ese momento, no pensé en cómo me afectaba ese chisme sino en la reputación de Clara, por lo que al cabo de unos minutos y cuando ya me había tranquilizado, le prometí que hablaría con ella. Os tengo que reconocer que al irse, me quedé pensando en el asunto y comprendí que de haber observado ese comportamiento en él, también yo hubiese supuesto lo mismo. Ya decidido a terminar con ese juego, esperé a que dieran las siete y aprovechando que los demás empleados de la firma habían salido, la llamé a mi despacho.
Fue entonces cuando al verla sentarse frente a mí y como con un hábito aprendido desde niña, separar sus rodillas para que pudiese contemplar la coqueta braguita de encaje que llevaba puesta, fue cuando me percaté que mi juego era correspondido. Con los pezones duros como piedras y su boca entreabierta, esperó mis instrucciones. Alucinado, me la quedé mirando como si nunca le hubiese puesto los ojos encima y cayéndome del guindo, descubrí en su sexo una mancha oscura que me reveló su excitación.
Sacando fuerzas de mi interior, le dije toscamente que teníamos que hablar. Clara, que no sabía el motivo de mi llamada, se inclinó hacia mí mostrando su escote sin cortarse, haciéndomelo todavía más difícil. Supe que ni no se lo decía de corrido, no iba a ser capaz de terminar por lo que pidiéndola que no me interrumpiera, le expliqué las habladurías de sus compañeros. Os prometo que me sentí cucaracha al hacerlo y más cuando de sus ojos empezaron dos gruesos lagrimones, pero convencido de que era lo mejor, le ordené que a partir de ese día viniera más discreta a la oficina.
Había previsto muchas reacciones por parte de ella. Desde que se enfadara, a que me renunciara en el acto. Lo que no preví fue que echándose a llorar, me preguntara:
-Entonces, ¿Nunca más me va a mirar?
Su respuesta me dejó anonadado y acercándome a donde estaba sentada, le acaricié el pelo mientras le decía con dulzura.
-¿Te gusta que te mire?
Aun llorando, me reconoció que sí y no contenta con ello, me explicó que disfrutaba y se excitaba cada vez que yo la llamaba para verla. Su confesión se prolongó durante unos minutos, minutos durante los cuales me reconoció avergonzada que todos los días se masturbaba un par de veces en la oficina y que al llegar a casa, soñaba con ser mía. Tratando de asimilar sus palabras, me quedé pensando durante un rato y tras acomodar mis pensamientos, le susurré:
-A mí también me enloquece mirarte pero tendrás que reconocer que no podemos seguir así- y buscando otro motivo que afianzara mi determinación, le dije:- Además, para ti, soy un viejo.
El dolor que vi reflejado en su rostro, me desarmó y más cuando escuché su contestación:
-Mariano, no te considero un viejo sino un hombre muy atractivo que me ha hecho sentir mujer. Prefiero ser tu amante a los ojos de los demás a no volver a experimentar la caricia de tus ojos.

Os juro que todavía me asombra lo que hice a continuación. Dominado por una lujuria inenarrable, cerré la puerta del despacho con pestillo y sentándome en mi sillón, le pedí que se desnudara. Increíblemente, la muchacha al oír mis palabras, sonrió y poniéndose de pie en mitad de la habitación, comenzó un sensual striptease echando por tierra toda nuestra conversación. Desde mi sitio vi a esa morena desabrochar su falda y con una lentitud que me volvió loco, ir deslizándola centímetro a centímetro.


Tuve que tragar saliva al contemplar el inicio de su braga y más cuando dándose la vuelta, me mostró cómo iba apareciendo sus nalgas. Ese culo con el que tanto había soñado, me pareció todavía más increíble al percatarme que aun teniendo la piel tostada no mostraba la señal de un bikini.
“¡Toma el sol desnuda!” pensé para mí.
Duro y bien formado era una tentación difícil de soportar y aun así, haciendo un esfuerzo sobrehumano, me quedé sentado mientras mi pene me pedía acción. Clara supo al instante que me estaba excitando al ver el bulto de mi entrepierna y contagiada por mi excitación, se mordió los labios para a continuación dejar caer su falda al suelo.
¡Qué belleza!- exclamé en voz alta al observar sus piernas sin nada que estorbara mi visión.
Satisfecha al oír mi piropo se dio la vuelta y botón a botón se fue desabrochando la camisa mientras me decía con una sensualidad sin límite:
-He soñado tanto con esto que no me lo creo.
Los breves segundos que tardó en terminar lo que estaba haciendo, me parecieron una eternidad y por eso cuando ya tenía la camisa totalmente desabrochada, incapaz de contenerme, le solté:
-¡Hazlo  ya! ¡Joder! Necesito verte!
Muerta de risa, dominando la situación y sin hacerme caso, se sentó en una silla y separando las piernas, me preguntó si me gustaba lo que estaba viendo. La puta cría estaba gozando con mi entrega pero, al quedarme mirando a su sexo, descubrí que ella también estaba sobre excitada porque una mancha oscura de flujo en su braga la traicionaba.
-¡Enséñame tus pechos!- pedí con auténtica necesidad.
Clara concediendo parcialmente mi deseo, se abrió la camisa y sin quitarse el sujetador, sopesó sus senos con sus manos mientras me decía:
-¿No crees que los tengo demasiado grandes?
Sin poderme contener, me levanté de mi silla y le amenacé que si no me mostraba de una puta vez las tetas, iba a tener que ser yo quien  lo hiciera. Soltando una carcajada, se deshizo de su blusa y poniendo cara de puta, se dio la vuelta y me pidió que le desabrochara el sostén. Ni que decir tiene que me acerqué a donde estaba y con verdadera urgencia, la levanté y llevé mis manos a su espalda. Al tocar su piel, un escalofrío recorrió mi cuerpo y excediéndome en mi función, posé mi mano sobre sus pechos.
“¡Que delicia!”, alabé mentalmente mientras metía una mano por dentro de la tela y cogía entre mis yemas un pezón.

Mi  suave pellizco la hizo gemir de placer pero separándose de mí, protestó diciendo que no me había dado permiso de tocarla. Excitado como estaba, me vi obligado a sentarme en la mesa y babeando de deseo, me quedé observando como la muchacha se volvía a acomodar en su silla. Supe que debía de seguirle el juego cuando despojándose del sujetador, cogió en sus manos sus dos melones y me dijo:

-Si te portas bien, dejaré que me folles.
Su promesa me dejó anclado en mi sitio y costándome respirar, tuve que admirar sin acercarme como Clara cogía entre sus dedos las rosadas aureolas de sus pechos y acariciándolas con suavidad, me soltaba:
-¿No te gustaría que te diera de mamar?
Desesperado, contesté que sí.
-Estoy deseando sentir tu lengua recorriendo mis tetas pero antes quiero ver tu polla.
Dominado por un apetito brutal, me saqué el pene del pantalón. Clara al ver que le había obedecido se quitó el tanga y separando las rodillas, me demostró la humedad que la embargaba y metiendo un dedo en su vulva, se lo sacó y llevándoselo a la boca, comentó emocionada:
-Estoy brutísima. ¡Mira como me tienes!-
No hacía falta que me ordenara eso, con mis ojos clavados en su entrepierna, no podía dejar de admirar la belleza de ese coño. Casi depilado por completo, la estrecha franja de pelo que lo decoraba, maximizaba la sensualidad de sus rosados labios. 
-¿Te gustaría ver cómo me masturbo?- preguntó con un tono pícaro y antes que le pudiese contestar, llevó una mano hasta allí y separando sus pliegues, se empezó a pajear.

Nunca había visto nada tan erótico pero la calentura de la escena se vio todavía más incrementada cuando a los pocos segundos llegaron a mis oídos los gemidos que surgían de su garganta.  Comportándose como una fulana, mi secretaria se dedicó a acariciar su clítoris mientras con la otra mano, se pellizcaba con dureza un pezón. Reconozco que para entonces mi propia mano ya había agarrado mi extensión y solo el miedo a romper el encanto en el que estaba sumergido, evitó que buscara liberar mi hambre con mis dedos.

Afortunadamente, Clara pegando un grito me soltó:

-¡Qué esperas! ¡Mastúrbate para mí!
No tuvo que volvérmelo a repetir, dando un ritmo frenético a mi muñeca, cumplí sus órdenes mientras ella mantenía su mirada fija en mi entrepierna. Puede que os resulte extraño que dos personas, que ni siquiera se habían dado jamás un beso, estuvieran sentados uno frente al otro masturbándose sin tocarse. Sé que es raro, pero lo cierto es que en ese momento nuestras hormonas nos controlaban y tanto ella como yo, continuamos haciéndolo hasta que pegando un alarido, vi cómo se corría.
-¡Me encanta!- chilló convulsionando en la silla pero sin parar de meter y sacarse los dedos de su sexo.
Fue entonces cuando incapaz de mantenerme sentado más tiempo, me acerqué a ella y poniendo mi pene a escasos centímetros  de su cara, le pedí que me hiciera una mamada. No me costó ver en sus ojos que deseaba metérselo en su boca pero tras unos segundos de indecisión, se levantó de la silla y mientras cogía su ropa, me soltó:
-Hoy, ¡No!
Cabreado hasta la medula, me sentí manipulado y os confieso que estuve a punto de violarla pero entonces acercándose a mí, me besó en los labios y mientras me ayudaba a subirme el pantalón, me dijo:
-Estoy  deseando ser tuya pero son las ocho y a esta hora, llegan las señoras de la limpieza. ¿No querrás que nos pillen follando?- y muerta de risa, recalcó su disposición diciendo: – ¡Te aviso que soy muy gritona!

Intentando que no se me escapara viva, le pedí que me acompañara a casa pero con una sonrisa en sus labios, se negó en rotundo y dijo:

-Lo siento, amor mío. ¡He quedado con tus futuros suegros!
Su descaro me hizo reír y dándole un azote en su trasero, la agarré de la cintura y volví a besarla. Esta vez me correspondió y pegando su cuerpo a mí, colocó mi polla en su entrepierna y con una maestría brutal, empezó a rozarse contra ella.  Estábamos dejándonos llevar por nuestra pasión cuando escuchamos a las limpiadoras entrar y separándose de mí, sonrió diciendo:
-¡Mañana nos vemos!- tras lo cual me dejó solo con mi pene pidiendo guerra.
Ni que decir tiene que me quedé caliente como un burro y por eso nada más llegar a mi apartamento, tuve que saciar mis ansias con dos pajas mientras soñaba con que llegara el día siguiente.





Todo se acelera.
Esa mañana, me desperté deseando y temiendo llegar a mi oficina. La tarde anterior no solo me había dejado llevar por mi bragueta sino lo más importante fue que descubrí que era correspondido. Clara, mi joven e ingenua secretaria había demostrado ser una hembra caliente y dispuesta a ser tomada por mí. Os reconozco que cuando iba en el coche rumbo a la empresa, estaba aterrorizado porque me había entrado la paranoia de que esa muchacha no iba a aparecer a trabajar.
Llevaba ya diez minutos en mi despacho, cuando la vi entrar y aunque venía vestida con una falda larga hasta los tobillos y un jersey de cuello vuelto, respiré aliviado. Sonrió al verme y se sentó como tantos otros días en su mesa como si nada pasara. Reconozco que me sentí hundido por su actitud pero al cabo de un rato, recibí un mail suyo en mi ordenador que decía:
-Por tu culpa, no he podido dormir. No he hecho otra cosa que dar vueltas en mi cama, pensando en lo que ocurrió ayer. Quiero ser tuya pero tienes razón, no debemos dar más que hablar. ¿Qué propones?
Mi pene reaccionó al leerlo y con la urgencia que me exigió mi deseo por ella, la contesté si esa noche al salir, me acompañaba a mi apartamento.
-No puedo esperar tanto. Tengo el chocho empapado de solo pensar que estás a unos pocos metros de mí. ¡Te necesito antes!- respondió por la misma vía pero esta vez adjuntó un archivo.

Al abrirlo, me encontré con una foto de un picardías negro de encaje con una nota donde me explicaba que se lo había comprado anoche al salir de trabajar y que quería estrenarlo conmigo. Solo imaginármela con él puesto, hizo que mi corazón empezara a palpitar a mil por hora y cometiendo una indiscreción, le pregunté si lo llevaba puesto. Observándola desde mi mesa, vi que lo leía tras lo cual se levantó, desapareciendo de su sitio. Intrigado estuve a punto de seguirla pero decidí no hacerlo. A los diez minutos, volvió y entrando con una sonrisa en sus labios, se acercó a mí y depositando  una bolsa en mis manos, me dijo antes de desaparecer:
-Lo llevaba puesto pero ahora ya no. Espero que te guste, aunque te confieso que debe estar empapado porque me he corrido en el baño.
Al abrirla, observé que es su interior estaba el picardías perfectamente doblado bolsa pero al hacerlo llegó hasta mi nariz un aroma de mujer que no me costó reconocer como suyo. Justo entonces apareció por la puerta mi socio y sentándose en una silla, descojonado, me comentó:

-Ya veo que has hablado con tu secretaria. Es lo mejor, te juro que con las pintas que llevaba hasta a mí me ponía bruto.

Sin ser consciente de que mi secretaria no llevaba ropa interior, Alberto se explayó alabando el traje tan apropiado que llevaba la cría ese día. Con mi mano acariciando la suave tela de su picardías, contesté:
-Te dije que no tenías por qué preocuparte.
Satisfecho por mi respuesta me dejó solo, momento que aproveché para abrir la bolsa y respirar el olor dulzón que desprendía. Ya totalmente excitado, tecleé en mi ordenador:
-¿Por qué no dices que te sientes mal y me esperas en la esquina?
 Ansioso esperé su respuesta. Cuando llegó al cabo, me encontré con algo que no me esperaba:
-De acuerdo, ¡Me voy! pero antes me das la llave de tu casa y te esperó allí a las dos. Nadie va a sospechar si lo hacemos así.
Sin saber cómo actuar, estaba todavía pensando en ello cuando vi que se levantaba. Desde la puerta me dijo que se encontraba enferma para que lo oyeran todos y llegando hasta mí, extendió su mano diciendo en voz baja:
-Tus llaves-
Confuso y mientras se las daba, pregunté si sabía dónde vivía. Ella me respondió riendo:
-Mariano, ¡Soy tu secretaria!
Su contestación a todas luces lógica me terminó de convencer, tras lo cual, poniendo nuevamente cara de dolor desapareció de la oficina. Al verla partir, miré mi reloj y pensé:
“Son la diez, ¿Qué va a hacer en estas cuatro horas?”.
 Sabiendo que pronto lo sabría, me intenté concentrar en el día a día pero me resultó imposible porque el paso de los minutos me acercaba al momento que la volvería a ver. La mañana resultó un suplicio al pasar con una lentitud exasperante. Deseando que transcurriera rápida, se me hizo eterna. Por eso no habían dado las dos menos cuarto cuando recogí mis cosas y advirtiendo que no iba a volver por la tarde, salí de la oficina. Mientras me acercaba a casa me iba poniendo cada vez más nervioso. Cuando llegué tuve que tocar el timbre para que me abriera.
Tardó en abrir la puerta y cuando lo hizo, me quedé paralizado al verla vestida con un coqueto uniforme de criada.
-Buenos días, señor. ¿Cómo le ha ido en la oficina?
Reconocí en seguida su juego y haciendo como si fuera algo cotidiano, dejé que me quitara la chaqueta. Cumpliendo a rajatabla su papel, Clara la colgó en un perchero y girándose hacía mí, me informó que la comida estaba lista y servilmente, me pidió que la acompañase. Al seguirla por el pasillo, me maravilló observar el movimiento de su culo mientras caminaba pero más aún la perfección de esas piernas izadas sobre unos gigantescos tacones de aguja.
“¡Qué buena está!” pensé al recalar en que de seguro había recortado la falda porque en ninguna casa normal permitirían que la sirvienta llevase esa minúscula minifalda.
Ya en el comedor, me obligó a sentarme en la mesa y desapareciendo por la puerta, entró en la cocina. Al volver con el primer plato, algo había cambiado: aprovechando su ida, se había desabrochado un par de botones de su camisa. Reconozco que lo que menos me apetecía era comer, lo que realmente deseaba era saltarla encima y tras despojarla de su indumentaria, follármela allí mismo. Mi chacha-secretaria llegó sonriendo y al servirme la sopa, posó su escote en mi cuello mientras decía:
-Señor, espero que le guste la sopa de almejas. Son mi especialidad.
Rozando sus pechos contra mí durante unos segundos consiguió que mi excitación creciera pero al darme la vuelta con la intención de comerle sus tetas, se separó de mí y se quedó parada mirando como tomaba la sopa. No pudiendo hacer otra cosa, la probé para descubrir que estaba deliciosa  y dirigiéndome a ella, alabé su plato diciendo:
-Señorita, es una de las sopas más ricas que he probado en la vida.

-¿En serio? ¡Me encanta que me lo diga!- contestó desabrochándose otro botón.
Al verla hacerlo, comprendí las normas de ese juego y continuando con las alabanzas, le solté:
-¡Está en su punto! Un sabor definido donde creo descubrir varias especias- al ver que su mano desprendía otro botón, seguí diciendo:- Azafrán, orégano, ajo…
Para el aquel entonces se había despojado de la blusa, dejándome admirar su torso desnudo donde únicamente el sujetador negro de encaje, evitaba que  tuviese una visión completa de sus pechos. Azuzada por mis piropos, llevó sus manos a sus pechos y acariciándolos por encima de la tela, pegó un gemido de placer. Entretanto, por debajo de mi bragueta, mi miembro ya había adquirido toda su dureza y deseando acelerar su extraño striptease, me terminé la sopa diciendo:
-Creo que voy a tener que agradecer de alguna manera al chef de semejante delicia.
Al escucharme, llevó sus manos a la espalda y con una sensualidad sin límites, se quitó el sostén. Sus pechos desnudos rebotaron arriba y abajo al acercarse a retirar el plato y  poniéndolos a escasos centímetros de mi boca, se quedó quieta esperando su recompensa. Asumiendo que era una insinuación, cogí por vez primera una de esas maravillas y sacando la lengua recorrí su rosada aureola mientras escuchaba a su dueña suspirar llena de deseo. Como era una carrera por etapas, estuve mamando unos segundos tras lo cual, mi criada volvió a dejarme solo.
Al retornar, se había deshecho de su falda y venía vestida únicamente con un tanga y unas medias a mitad de muslo que maximizaban el erotismo de la muchacha. El calor que se iba aglutinando en mi entrepierna me hizo desembarazarme de mi corbata y quitándomela, me abrí el cuello de la camisa.
-Si el señor tiene calor, puede irse poniendo cómodo- me espetó con voz sensual mientras se acercaba.
Comprendiendo que quería que yo también me fuera desnudando, contesté mientras me terminaba de desabrochar todos los botones:
-Si el segundo plato es un manjar como el primero, creo que tendré que contratar de por vida a la cocinera.
Clara pegó un grito de alegría al escuchar mi oferta y llegando hasta mí, dejó la vianda en la mesa quedándose pegada a mí. Con sus piernas rozando mi silla, me informó que debía dar yo el siguiente paso, por lo que, llevando mi mano hasta su trasero, le acaricié sus nalgas mientras le preguntaba qué era lo que me había preparado:
-Pechugas al champagne- contestó con la voz entrecortada.
Al venir el pollo desmenuzado, no tuve que cortar y aprovechando esa circunstancia, llevé un trozo a mi boca mientras mis dedos recorrían sin disimulo la raja de su culo.
-¡Delicioso!- exclamé sin mentir –dime como lo has preparado-
Satisfecha, Clara fue detallando la receta mientras mis yemas cada vez más confiadas le estaban acariciando el esfínter. Reconozco que fui un cabrón porque valiéndome de su entrega, metí una de mis yemas en su entrada trasera.  Ella al sentir mi intrusión, pegó un gemido pero no intentó separarse y continuó explicándome el proceso de cocción.  Satisfecho la dejé marchar cuando terminó y adoptando la misma postura, esperó mis alabanzas pero esta vez lo que hice fue al ir comiendo me iba quitando ropa.

Primero me quité los zapatos, luego la camisa y ya con el torso desnudo, le solté:
-Exquisitamente presentado, la rama de perejil encima de las cebollas cambray le dan un aire fresco.
Al escuchar mis palabras, se despojó del tanga y volviendo a la posición inicial, se me quedó mirando. Mientras me desabrochaba el pantalón, le dije:
-La nata de la salsa le ha dado un toque especial en consonancia con el resto del plato…- gimiendo descaradamente, separó sus rodillas y llevando una mano a su entrepierna, se empezó a masturbar mientras me oía – … ¡En resumen! ¡Un diez!
Mi valoración coincidió con su orgasmo y teniendo que cerrar sus piernas para evitar que el flujo corriera por sus piernas vino a recoger mi plato. Esta vez su recompensa consistió en llevar mi mano a su sexo y con dos dedos empezar a acariciarla. Estuve dos minutos recorriendo su vulva hasta que con el sudor cayendo por sus pechos y con el coño encharcado, mi sirvienta se quejó del calor que hacía. Comprendí lo que quería y quitándome el pantalón, me quedé solo en calzoncillos.
Satisfecha, se llevó la loza a la cocina y esta vez, volvió enseguida llevando un bote de crema montada entre sus manos. Muerto de risa, le pregunté que tenía de postre:
-Bizcocho de crema- respondió mientras se subía encima de la mesa.
Deseándolo probar, dejé que aposentara su trasero y se abriera de piernas, para acto seguido, decorar con crema su sexo. Con la espalda posada sobre el mantel y poniendo su bizcocho al alcance de mi paladar, suspiró al decirme:
-Señor, este es un plato para comérselo lentamente.
Tanteando el terreno cogí entre mis dedos un poco de nata y mientras me bajaba el calzón, alabé su textura. Clara dio un respingo al sentir que lo hacía y con piel de gallina, esperó en silencio mi siguiente paso. Agachándome entre sus muslos, acerqué mi boca a su sexo y sacando la lengua, fui recogiendo la crema de los bordes sin hablar. Mi sensual postre se estremeció al sentir mi cálido aliento tan cerca de su meta sin tocarla. Incrementando su deseo, acaricié sus nalgas mientras daba buena cuenta de la crema.
-¡Esplendido!- exclamé al probar el sabor dulzón de su sexo.

La mujer chilló dándome las gracias y separando aún más sus rodillas, facilitó mi incursión. Para entonces ya casi no quedaba crema y separando los pegajosos pliegues de su sexo, descubrí que su clítoris estaba totalmente hinchado. Sin perder el tiempo, recorrí con mi lengua su botón y al oír los gemidos de placer que emitía la muchacha, decidí mordisquearlo. Clara al experimentar la presión  de mis dientes, convulsionó sobre la mesa y pegando un alarido se corrió sonoramente. Sin darle tiempo a descansar, introduje un par de dedos en el interior de su sexo e iniciando un lento mete-saca, prolongué su orgasmo.

Para entonces, mi supuesta criada estaba desbordada por las sensaciones y sin parar de gritar, me preguntó si no prefería echar un poco de leche al postre. No me lo tuvo que aclarar, comprendí en seguida que me estaba pidiendo que la tomara. Complaciendo sus deseos, me levanté de la silla y cogiendo mi pene entre mis manos acerqué mi glande a su vulva.

-¡Señor! ¡Su bizcocho está a punto de quemarse!- gritó mientras se pellizcaba los pezones, ansiosa de que empezara.
Incrementando el morbo de la cría, jugueteé con su sexo durante unos antes de introducirme unos centímetros dentro de ella. Sus ojos me pedían que continuara, que la hiciera mujer de una vez, pero haciendo caso omiso a sus ruegos, proseguí tonteando en sus labios. Tal y como me esperaba, se corrió gritando, momento que aproveché para de una sólo golpe meterme por completo en su interior. Sin esperar a que se acostumbrara a tenerlo dentro, inicié un lento movimiento, sacando y metiendo mi falo en su cueva. Clara estaba como poseída, clavando sus uñas en mi espalda, me abrazaba con sus piernas, intentando que acelerara mis incursiones, pero reteniéndome seguí al mismo ritmo.
-¿Está listo mi postre?-, le pregunté siguiendo el juego,- o ¿Necesita que lo siga orneando?-.
Se la veía desesperada, quería recuperar el tiempo perdido y agarrándose a los bordes de la mesa, se retorcía llorando de placer. Mi propia excitación me dominó y poniendo sus piernas en mis hombros forcé su entrada con mi pene. Esa nueva posición hizo que mi glande chocara contra la pared de su vagina y entonces, al sentir mis huevos rebotando contra su cuerpo, se puso a gritar desesperada. Su pasión se desbordó y ya sin disimulo, me pedía que siguiera follándomela dejando su papel de criada y de sensual postre a un  lado.  Convencido que esa iba a ser la primera vez de muchas, incrementé la velocidad de mis arremetidas mientras recogía entre mis manos sus pechos.
-¡Tienes una tetas maravillosas!- exclamé pellizcando sus pezones.
-¡Son todas tuyas!- berreó como posesa.
Con sus caderas convertidas en un torbellino, buscó mi placer mientras su cuerpo  se estremecía sobre el mantel. Su enésimo orgasmo fue brutal y mientras se mordía los labios, me pidió que me derramara en su interior.  La niña tímida había desaparecido totalmente, y en su lugar apareció una hembra ansiosa de ser tomada que pegando alaridos, intentaba calmar su calentura.Entonces cuando me di cuenta que no iba a poder aguantar mucho más, y apoyando mis manos en sus hombros forcé mi penetración, mientras me licuaba en su interior. En intensas erupciones, mi pene se vació en su cueva, consiguiendo que la muchacha se corriera a la vez, de forma que juntos cabalgamos hacia el clímax.
Cansado y agotado, me desplome sobre ella y así permanecimos unidos durante un tiempo. Ya recuperado, la cogí entre mis brazos y la llevé hasta mi cama. Tras depositarla en el colchón, me tumbé a su lado  y por primera vez, la besé en sus labios.
-No te he dicho que me encantan las piernas de mi chacha.
Sonriendo, contestó:
-Señor, no se preocupe. La zorra de su secretaria ya me lo contó, solo espero que cuando se la folle en la oficina, siga teniendo fuerzas para repetir en casa.
Descojonado y a la vez ilusionado de que la muchacha quisiera prolongar en el tiempo ese duplo de funciones, le pregunté:
-Por cierto, ¿No tendrás otras Claras que presentarme?
Muerta de risa y mientras trataba de reanimar mi pene entre sus manos, me contestó:
-Somos muchas: Hay una estricta policía, una profesora masoquista e incluso una beata que está deseando ser convertida en puta.
Solté una carcajada al oírla y deseando conocer sus otras facetas, me callé para concentrarme en la mamada que en ese momento, mi Clara-sirvienta, me  estaba obsequiando.

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 


Relato erótico: “Paula e Ivette: Los extremos de la personalidad II” (POR XELLA)

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Necesitaba descansar, además, se estaba haciendo de día y prefería caminar al amparo de la noche. Dio un par de vueltas por las calles hasta que encontró una pequeña pensión de mala muerte, no llevaba un duro encima, pero no creía que eso fuese a ser un problema. 
– Buenas noches. – Saludó al recepcionista. 
Éste, un hombre viejo y gordo, medio calvo y que daba la impresión  de no haberse lavado en un mes, miró a Paula de arriba a abajo, devorando la con la mirada. Hace tiempo eso habría despertado el asco en la chica, pero ahora había pasado por cosas mucho peores que un asqueroso viejo verde. 
– Que desea la… Señorita… – Remarcó esa última palabra, dando a entender que no era la palabra que estaba pensando exactamente. 
– Necesito una habitación para hoy. ¿Tienen alguna disponible? 
– Por supuesto, ¿Para usted sola? 
– Si. 
El hombre cogió una libreta, paso un par de páginas y apuntó algo. 
– Serán 30€.
Paula se mordió el labio. 
– Verá… He tenido un pequeño problema. – Dijo, zalamera. 
El hombre la miró levantando una ceja. Volvió a evaluarla de arriba a abajo. 
– Me han robado todo, esta lloviendo y no tengo manera de volver a casa… Si usted pudiera hacerme un favor… Yo… Se lo agradecería… Mucho… – Mientras decía eso se descolgó un tirante de la camiseta, dejando casi a la vista sus pechos. 
El hombre la miraba con deseo, pero no sorprendido, seguramente no era la primera vez que las prostituta de la zona le ofrecían sus servicios por un alojamiento. 
– Por favor, me han dejado literalmente en pelotas… – Diciendo esto se levantó ligeramente la falda, mostrando su coño depilado al hombre. Un pequeño tatuaje con una X y una C adornaba su pubis. 
El recepcionista se quedó mirando unos segundos. 
– Hoy es su día de suerte… Señorita. – Volvió a apostillar. – Pase por aquí y veamos lo que podemos hacer con su problema. 
Unos segundos más tarde, Paula se encontraba bajo el mostrador tragándose la inmunda polla de aquel hombre. Efectivamente hacia bastante que no se lavaba, y el hedor era bastante fuerte, pero a ella no le importaba… peores cosas había tenido que hacer. Incluso llegó a excitarse mientras lo hacía, la humillación a la que se estaba sometiendo le resultaba morbosa, ¿En que se había convertido? 
—————–
Desde ese día, la situación se repitió cada vez con más frecuencia, Ivette y Paula salían por la noche, Ivette elegía a uno o dos chicos y estos se follaban a Paula hasta saciarse. La pelirroja había aprendido a disfrutarlo y, sobre todo, eso agradaba a Ivette. Le había dicho que la quería y eso era lo único en su mundo. 
Sus sesiones de sexo también habían evolucionado, cada vez tenían menos de sexo convencional y eran más sórdidas. Arneses, pinzas, máscaras, cuero… Eran un desfile de depravaciones en las que Ivette siempre quedaba por encima de Paula. 
Un día, Ivette apareció con una cámara que se convirtió en compañera habitual de sus juegos. En foto o en vídeo, sus sesiones siempre quedaban almacenadas para satisfacción de Ivette, que las visionar a una y otra vez para inventar nuevos juegos y humillaciones. 
En el instituto, cada vez era más obvio que el aspecto de Paula había cambiado. Seguía llevando la misma ropa vulgar pero el ejercicio pasaba factura y se la veía mucho más atractiva que antes. El amor que sentía por su compañera y su activa vida sexual también hacían que tuviese un característico brillo en su mirada. Poco a poco los chicos de su clase empezaban a fijarse en ella. 
– ¿No te has dado cuenta? – Preguntó un día Ivette, mientras acariciaba el rojizo pelo de Paula después de una de sus sesiones de sexo. 
– ¿De que? 
– De como te miran. 
– ¿Quién? 
– Los chicos de clase, nuestros compañeros. 
– ¿Me miran? No digas tonterías, me desprecian. 
– Te despreciaban, ahora quieren follarte. 
Esa frase dejó descolocada a Paula. “Que se pudran” Pensó. Pero después de esa conversación no pudo evitar fijarse en que era verdad, ahora la echaban miradas furtivas, seguían su caminar cuando salía de clase e, incluso, intentaban iniciar alguna conversación con ella sin que acabara en burla. 
Ivette daba bastante importancia a esos hechos, le daba morbo. Cada vez que follaban susurraba al oído de la pelirroja que se imaginaba que el enorme consolador era la polla de alguno de sus compañeros, que cuando salían de fiesta pensase que la lefa derramada en su cara era la de algún chico de clase, que las fotos y vídeos que grababan iban a ser enviados a todos ellos… Y esto no fue del todo falso. 
Un día que Paula llegó a clase había un gran revuelo montado. Los chicos amaban jaleo y las chicas daban grititos de indignación. Cuando la pelirroja vio la razón de todo aquello su mundo se detuvo, eran sus fotos. 
No se le veía la cara, ni siquiera el pelo, pero estaba claro que era ella. En poses sensuales algunas, obscenas otras, mostraba todos sus encantos a la cámara. Buscó  a Ivette con la mirada y ésta acudió a ella, la agarró de la mano y la llevó al baño. 
– ¿Qué…? – Comenzó Paula. 
– Calla y bésame. 
Ivette, visiblemente excitada devoró la boca de su compañera y, hábilmente, introdujo la mano en su entrepierna. 
– ¿Que es esto? – Exclamó algo sorprendida, al extraer sus dedos empapados en flujo. – ¿Estas cachonda? 
Ivette miró con deseo a la chica, que se derritió ante ella y apartó la mirada. 
– Te pone que te vean, ¿Eh? Estas hecha toda una guarrilla… – Finalizó volviendo a besarla. Sus manos volvieron a buscar el sexo de la pelirroja, comenzando a masturbarla con vehemencia. 
– ¿A-Aquí? – Susurró Paula, algo cohibida. 
– ¿Tienes algún inconveniente con ello? 
Paula se quedó callada, dando su conformidad a través del silencio, y aceptando la situación, el morbo de las fotos, estar en el baño del colegio… Asumió todo y disfrutó del orgasmo que le brindó su amiga. 
Las fotos fueron la comidilla de la clase durante bastante tiempo. Nadie la había reconocido, y Paula no estaba segura de que eso la importara… todo era un juego cómplice con Ivette. 
De vez en cuando aparecían algunas fotos nuevas en el aula, cada vez más atrevidas y explícitas, en alguna llegó a aparecer masturbandose con un vibradores e, incluso, con sus tetas llenas de semen. 
Tanto le gustó a Ivette la experiencia que se propuso crear un blog con todo el material. La cara de Paula siempre era ocultada, pero el morbo de saber que estaba en la red al alcance de cualquiera la excitaba. Cada vez que se cruzaba con alguien pensaba si seria uno de los visitantes de su web. Decenas en un inicio, centenares a las pocas semanas, miles en unos meses. Era toda una sensación en el instituto, pues se corrió la voz de que era una estudiante de allí. 
Sin embargo, Ivette, que cada vez llevaba a Paula un poco más lejos, se cuidó mucho de mantenerla en el anonimato. No le interesaba que el resto de compañeros descubriesen su secreto… Al menos no por ahora… 
————–
Entro en su habitación con la cara cubierta de semen, ni siquiera se molestó en echarle un ojo a su habitáculo, si no que se dirigió rauda a darse una ducha caliente. 
¿Cuanto tiempo había pasado desde la última vez que se duchó? Años… Seguro… En aquél horrible lugar no existían las duchas. Lo más parecido eran los manguerazos de agua helada que la propinaban una vez a la semana, o cuando tenía trabajo que hacer. 
Echó su ropa a un lado y se metió en la ducha, el agua caliente rápidamente la reconfortó, tanto que casi volvió a sentirse una persona normal. Comenzó a enjabonarse con las manos, quitándose de encima los nervios de la situación en la que se encontraba. Cuando bajó a su sexo lo encontró húmedo, realmente se había calentado chupandosela a aquel viejo… Se había convertido en un ser que se alimentaba de la perversión, de la humillación, y lo peor de todo era que eso le proporcionaba placer. 
Sus dedos comenzaron a explorar su coño, buscando calmar el ardor que la invadía mientras el agua se deslizaba por su cuerpo. No tardó mucho en correrse, hecho que la devolvió a la realidad y al lugar en el que de encontraba. Sintió vergüenza de si misma, una sensación que hacía años que había desaparecido de su cabeza. Salió de la ducha, bajó las persianas para bloquear la luz que comenzaba a aparecer en el cielo y se echó desnuda en la cama. No tardó ni dos segundos en caer en un profundo sueño. 
————–
El curso estaba a punto de acabar. Esa situación provocaba sensaciones encontradas en Paula. Por un lado, no sentía ninguna pena por abandonar a sus compañeros y perderle de vista, por otro… Realmente había sido un año muy feliz al lado de Ivette. ¿Que pasaría una vez acabara el curso? ¿Dejarían de verse tan a menudo? ¿Podrían mantener su relación? Paula tenia muy claro que si de ella dependiera, haría todo lo posible para que así fuera. 
Los alumnos estaban organizando una fiesta para despedir el año, tenían pensado hacer un botellón y después salir de fiesta y, para sorpresa de Paula, la invitaron a ir. ¿Que pintaba allí? Se disculpó y puso una mala excusa, rehusando la invitación. Una noticia agradable era que Ivette hizo lo mismo pues, según ella, tenía algo especial preparado para Paula. 
Llegó el día y Paula se dirigió ansiosa a casa de Ivette y, cuando entró a la habitación se sintió algo decepcionada. Sobre la cama había un pequeño vestido negro, lo que significaba que esa noche saldrían de fiesta. Paula había albergado la esperanza de que tuviesen una noche especial las dos solas. 
Ivette leyó su rostro perfectamente. 
– No te preocupes, lo pasaremos genial. Esta va a ser una noche que no olvidarás jamás. 
Paula la miraba con admiración, sabiendo que Ivette nunca la había decepcionado. 
– Solo tienes que dejarte llevar y hacer todo lo que yo te diga. – Sentenció Ivette. 
“No hay problema” Pensó Paula. “Tus deseos siempre son órdenes para mi” 
Después de maquillarse y vestirse salieron a la calle. 
– ¿A donde nos dirigimos hoy? – Preguntó la pelirroja. Ante el silencio de Ivette continuó. – ¿O es una sorpresa? 
– En parte si, pero no hay problema en que lo sepas, la sorpresa no es para ti. 
Paula la observaba intrigada. 
– Vamos a la fiesta de fin de curso. 
– ¡¿Cómo?! – Paula se detuvo, Ivette la miró. – ¡No puedo…! 
– Si puedes. – Cortó Ivette. 
– ¿Con ellos? No me pueden ver así, ¿No se han burlado lo suficiente? 
– Precisamente por eso mi amor. – Los pensamientos de Paula se diluyeron por un momento al oír esa palabra. – ¿No quieres mostrarles lo que eres ahora? ¿No quieres mostrarles lo que se han perdido? 
– ¿Qué se han perdido? 
– Mírate. No queda nada de la chica tímida y retraída que eras hace unos meses, y ellos no se han dado cuenta. Eres una preciosidad, una bomba sexual. Babearan por ti. 
Paula seguía pensativa, indecisa. 
– Pero esos cambios han sido gracias a ti, no a ellos. 
– ¡Por eso! Estoy orgullosa de ti, de como has evolucionado… – Paula se estaba ablandando con las palabras de Ivette aunque, en el fondo, sabia que la decisión estaba tomada. – Mi amor… 
Y la resistencia de Paula cayó. 
– De acuerdo… Lo haré. –  Sentenció. A Ivette se le iluminó la cara y mostró una enorme sonrisa. 
– Hay una cosa más. – Dijo, buscando en su bolso. – Tómate esto. Te ayudará a divertirte. 
En la mano de Ivette había una pequeña pastilla blanca. 
– ¿Drogas? ¿Para qué? No me hacen falta, nunca he tomado drogas. 
– ¿Y el alcohol que es? Me dijiste lo mismo cuando te lo ofrecí, y has visto que no te va nada mal. 
Paula miraba la mano de la chica, dubitativa. Cogió con calma la pastilla, la observó detenidamente y, mirando a los ojos a Ivette, se la tragó sin necesidad de tomar agua. Ivette le dio un suave beso en los labios, como dándole su aprobación. 
– Estoy orgullosa de ti. – Susurró. 
El corazón de Paula latía acelerado, esas palabras le calaron muy hondo. Una vez más sintió cómo su amor y admiración por Ivette la impedían decepcionarla. 
Cuando llegaron al parque donde se estaba celebrando el botellón Paula pudo observar con deleite las caras de sus compañeros al verla. El mini vestido negro que llevaba mostrando un pronunciado escote, el largo pelo rojo suelto, las larguísimas y torneadas piernas de la chica… Nunca se la habían imaginado así, a algunos les costó cerrar la boca para saludar a las dos nuevas integrantes del grupo. 
Rápidamente se vio un cambio en la actitud de la gente. Las compañeras de clase que aunque se metiesen con ella y la diesen de lado, lo hacía  de una manera más suave que los chicos, mostraron rápidamente una animadversión hacia esa “zorra” que había aparecido. 
– Envidia. – Comentó Ivette, quitándole hierro. 
Mientras, los compañeros se mostraban extremadamente serviciales. Todos se ofrecían a traerle bebida, un cigarro o a cederle el asiento. 
La pastilla que había tomado empezó a hacer efecto rápidamente y, junto con el alcohol, hicieron desaparecer las inhibiciones de Paula. Habia dejado de quejarse cuando una mano se detenía más tiempo del debido en su cintura, o cuando se producía un roce despreocupado en su culo. Los chicos se dieron cuenta de esto y poco a poco se iban atreviendo a más. 
Ivette se estaba manteniendo al margen. Simplemente hacia algún comentario que atrajese la atención sobre Paula, alababa su escote, dejaba caer que era una chica fácil… 
– Si nos disculpais. – Dijo de repente, llevándose a su amiga de la mano. 
La apartó detrás de unos árboles y la besó. 
– ¿Que tal te sientes? – Preguntó. 
Paula estaba ida, entre el alcohol, la droga, y esa extraña sensación que la invadía… ¿Que era? Nunca se había sentido así… Por primera vez era el centro de atención, todos iban detrás de ella y la buscaban. 
– Mejor que nunca. – Farfulló. – ¿Y tu? – Preguntó intentando aparentar normalidad. Las palabras comenzaban a trabarse en su boca. 
– Orgullosa. Muy orgullosa de ti. – Paula se sorprendió al oír esas palabras. – Orgullosa y cachonda. 
La mano de Ivette se introdujo bajo el vestido de la pelirroja, arrancando un gemido de la boca de la chica. 
– Y veo que tu también.
Comenzó a masturbar a su amiga, la cual se dejó hacer dócilmente, siguiendo los movimientos de la mano de Ivette con su cadera. 
– Quítate el tanga. – Susurró al oído de Paula, que obedeció inmediatamente, entregándoselo. – No… – La detuvo. – Métetelo en la boca. No querrás que nos oigan… Todavía. 
Paula no estaba dispuesta a rechistar, arrugó el tanga y se lo metió en la boca, notando el sabor de su sexo intensamente. Ivette seguía jugando en su coño, mientras los gemidos de la pelirroja quedaban ahogados por su improvisada mordaza. 
– ¡Chicas! ¿Os encontráis bien? – Llegó de lejos la voz de uno de los impacientes compañeros de clase. 
– Parece que nos reclaman. – Dijo Ivette quitando la mano del coño de Paula. 
– Mmmppff. – Protestó esta. Ivette le quitó la mordaza y se la paso en la mano. 
– Si te has quedado a medias, ¿Por que no haces algo para remediarlo? 
Y, guiñandole el ojo comenzó a andar de nuevo hacia el grupo. Paula sabía perfectamente lo que quería su amiga y, verdaderamente en ese momento no le parecía mala idea. El calentón que llevaba era insoportable, así que salió directa hacia el chico que las había llamado que estaba algo más alejado del grupo, le tiró el tanga a la cara y, antes de que el chico supiese lo que estaba pasando le agarró del paquete. 
– Demuestrame lo que vales. – Susurró en su oído. Se dio de nuevo la vuelta y se dirigió otra vez tras los árboles. 
 
El chico estaba atónito por lo que había pasado.  Observó lo que tenia entre las manos y, en cuanto tuvo consciencia de lo que era, su polla se puso dura como una piedra. Se dio la vuelta hacia el resto del grupo y enseñó su trofeo, lo que le granjeó vítores y aplausos de parte de sus compañeros. 
No perdió más tiempo y salió tras la pelirroja que tan cachondo le había puesto. La encontró apoyada en un árbol, masturbandose. 
Paula ya había perdido la razón, la excitacion la dominaba. Sacó los dedos de su coño y los llevó a la boca de su acompañante, que no se resistió mientras, con la otra mano, comenzaba a desabrochar el pantalón del chico. 
En cuanto liberó su polla, se arrodilló ante el y se la tragó de una sentada. El chico no duró ni dos minutos, para la insatisfacción de Paula. 
– ¿Ya? – Preguntó decepcionada cuando los chorros de esperma cayeron sobre su cara. – No me has dado tiempo ni a empezar. 
Con esas se levantó y volvió hacia el grupo de compañeros, que miraba con curiosidad el lugar por el que habia desaparecido con el chico. 
– ¿Quién me ayuda a terminar lo que vuestro amiguete no ha sido capaz de acabar? – Exclamó. 
La cara llena de semen no dejaba ninguna duda de a qué se refería. Tras unos segundos de sorpresa, varios chicos se animaron a echarla una mano, mientras que las chicas de clase, escandalizadas, se iban de allí. 
Rápidamente Paula se vio rodeaba de chicos liberando sus pollas. Ivette sacó el móvil y comenzó con el reportaje fotográfico. 
La pelirroja no recibía clemencia, fue despojada de su vestido rápidamente, mientras los compañeros se debatían sobre quién iría primero. Paula nunca había estado con tantos a la vez, pero estaba muy excitada y sabía que podría con todos. 
Su cara pronto se cubrió de una capa de lefa, que chorreaba sobre sus tetas, su coño era follado una y otra vez pero en cambio, su culo solo recibió la visita de un atrevido aventurero. La chica estaba pletórica, en un poco tiempo había pasado de ser una marginada asocial, a ser el centro de atención en la fiesta de fin de curso. Por su cabeza no pasaba la idea de la denigracion y humillación a la que se estaba sometiendo, solamente que aquellos hombres la deseaban y que estaba complaciendo a Ivette. 
Ivette… 
Miró hacia ella y la vio sentada sobre una mesa, móvil en mano, falda levantada y masturbandose ante la escena. Paula sintió cómo el placer brotaba de lo más hondo de su ser en un espasmódico orgasmo que la sacudió entera. 
—————-
Despertó envuelta en sudor sin saber donde estaba. Le costó unos minutos acordarse de los últimos acontecimientos, pero rápidamente decidió que no debía permanecer mucho tiempo en el mismo sitio. 
Subió la persiana para comprobar que la noche había caído de nuevo. Lo primero que tenia que hacer era buscar algo de comida, sentía como su estómago rugía de hambre. 
Avanzó rápidamente por el vestíbulo sin dirigirle una sola mirada al recepcionista, pero teniendo la certeza de que él no había perdido la oportunidad de mirarla a ella. Salió a la calle y dobló la primera esquina, buscando callejear erráticamente hasta encontrar algo de comer. La noche estaba despejada y no amenazaba lluvia, al contrario que la anterior. Una suave brisa la acariciaba levantando su falda a cada paso, cosa que tampoco la importaba en demasía. 
Consiguió un poco de pizza en una basura, todavía dentro de la caja. La gente desperdiciada demasiada comida pero ahora mismo eso la venía de perlas. Mientras devoraba las porciones, lamentándose de que fuese una pizza con anchoas, se quedó mirando fijamente algo que llamó su atención al otro lado de la calle. Una especie de trapo tirado en el suelo. 
No. No podía ser. 
———————-
Aquella orgia en el parque actuó a modo de liberador. Paula se quitó todos los complejos que tenía y abrazo su nuevo modo de vida. Ivette y ella disfrutaban de su sexualidad, vivían el momento y se querían, aunque, por parte de Paula, el sentimiento era todavía más fuerte. Adoración, reverencia, admiración, amor, sumisión. Todas esas palabras se quedaban cortas ante su sentimiento hacia Ivette. No dudaba en demostrárselo a cada momento, en cada ocasión, y por eso no tuvo problema cuando Ivette le comentó sus planes. 

 – Necesito tu ayuda para un asunto. – Dijo despreocupada. 
– ¿Para qué? Sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites. 
Ivette le lanzó una sonrisa, haciéndola entender que era cierto, que lo sabia muy bien. 
– Como bien sabes, nuestro pequeño blog recibe muchísimas visitas, cada vez más. – Paula se sintió henchida de orgullo. Sabía que el blog iba bien, a la gente le encantaba la sumisión que demostraba ante Ivette. – Y a través de él me han hecho una proposición. 
La chica guardó silencio, atenta a la reacción de la pelirroja, que miraba expectante. 
– Verás… Hay una especie de… Club, podemos llamarlo así, en el que se realizan los mismos juegos que hacemos nosotras y me han propuesto entrar en él. 
Paula mostró una mueca de desagrado, ¿eran celos? No quería que las separasen, y parecía que la conversación iba por ese rumbo. 
– El problema – Continuó. – Es que es un lugar bastante elitista, bastante exclusivo y no se puede entrar así como así. Hay que dar una “ofrenda”, para demostrar tu valía y tu implicación para con ellos. 
¿Implicación? ¿ofrenda? Paula no entendía muy bien a donde quería llegar. Ante su silencio, Ivette aclaró. 
– Quiero que entres conmigo. Tu seras mi ofrenda. 
Esa declaración produjo reacciones encontradas en la cabeza de Paula. Por un lado, quería que fuese con ella, no había separación entonces. Por otro… ¿ofrenda? 
– ¿Que significa ser una ofrenda? 
– Sin rodeos. Es una… asociación… formada por amos y sumisos, gente que le gusta dominar y gente que le gusta ser dominada. Tu serás mi aval para demostrar que soy buena en lo que hago, y serás mi ofrenda para ellos, permanecerás allí, a mi lado. 
Paula se quedó anonadada, nunca lo había visto de esa manera pero, de golpe y tras oír esas palabras se dio cuenta de lo que era. Era una sumisa e Ivette su ama. ¿Le gustaba ser dominada? A la vista estaba que si, era inmensamente feliz al lado de su… ama. 
– Tu… – Comenzó. – ¿Tu me quieres? O solamente soy… Una sumisa para tus juegos… 
– Te quiero con locura, Paula. 
– Entonces está todo dicho. Haré lo que mi ama me pida. – Contestó la pelirroja, sonriendo. 
Unos días después acudieron al lugar que le habían indicado a Ivette. Una nave abandonada de un polígono bastante apartado. Se habían preparado para la ocasión, Ivette lucía unas botas negras por encima de la rodilla, con mucho tacón, una falda de cuero y un corsé negro. Paula en cambio iba desnuda por completo, una ligera gabardina la había protegido de las miradas hasta llegar allí, pero se la quitó enseguida, luciendo como única prenda un collar de perra. Caminaba unos pasos atrás de Ivette, como habian practicado, y con la mirada al suelo. 
Llamaron a la puerta y les abrió una preciosa mujer, completamente desnuda. 
– ¿Preparada? – Preguntó Ivette. 
– Adelante. – Contestó Paula, admirando la poderosa imagen de su amada. 
Esa noche Paula fue follada por muchos y muchas, usada de todas las maneras imaginables, puesta a prueba en nombre de Ivette, y Dios sabe que no la decepcionó. Cada vejación era una prueba más de su amor por aquella chica que la había sacado del ostracismo. 
La “asociación” a la que habían accedido era algo más que eso. Se hacía llamar Xella Corp y, aunque Paula, en su condición de esclava no tenía derecho a saber nada, se enteró de muchos de los terribles asuntos en los que estaban inmersos. Le daba igual, sólo le importaba estar al lado de su ama, complacerla y disfrutar de su compañía, que se sintiera orgullosa de ella. 
Siempre tenía un momento para ella pero, poco a poco, esos momentos comenzaron a espaciarse en el tiempo. Ivette era muy buena en la que hacía, y rápidamente ascendió en la corporación, lo que se traducía en menos tiempo para su sumisa. Después de unos años, apenas se veían una vez cada varios meses. 
Paula se sentía orgullosa de Ivette, pero tomó la determinación de huir, tenía que acabar con aquél modo de vida. 
———————-
Se acercó lentamente al objeto, lo cogió entre sus manos. 
Eran unas braguitas, blancas, de algodón. Una deteriorada cara de piolin adornaba la parte delantera. Un pequeño trozo de papel se cayó al suelo, a Paula le faltaba el aire, se agachó a recogerlo. 
Querida Paula. 
Lamento que esto haya tenido que acabar así.
Te quiero.
Ivette.
Las lágrimas acudieron a los ojos de Paula,  ¿Que había hecho? Ivette era lo más importante en su vida y ya no la volvería a ver jamás. Tenía que haberse quedado, aguantaría cualquier suplicio tan solo por volverla a ver. 
– ¿Paula? – Escuchó tras ella. 
La cara se le iluminó, se dio la vuelta esperando ver a Ivette, pero en vez de ella había otra mujer, una mujer joven y guapa, con unos preciosos ojos verdes que destacaban sobre todo lo demás. 
– ¿Quién…? – Comenzó a preguntar la pelirroja. Pero entonces, sin saber por qué, se calló de repente, algo en su interior le decía que no debía seguir hablando, solo debía atender a aquella mujer. 
– Ivette me dijo que eras preciosa, y parece que no mentía. – La mujer escrutar a a la pelirroja con la mirada. – Es una lástima, estaba destrozada por tu huida, sabía perfectamente que no te podíamos dejar escapar… Has visto demasiadas cosas… 
Paula seguía de pie, absorta en la penetrante mirada de la mujer. 
– Y ya no sirve con llevarte de nuevo a las instalaciones en las que te encontrabas. Ya no se pueden fiar de ti. Así que me han encomendado que te dé un nuevo destino. 
Paula sentía como su conciencia desaparecía, sus recuerdos, su voluntad. Sólo un pensamiento prevalecía, debía obedecer a esa mujer. Su vida consistía en obedecer a esa mujer. Una pequeña lágrima escapó de sus ojos mientras su mente se apagaba, mientras su último rescoldo de identidad se daba cuenta de lo que estaba pasando, de que jamás volvería a ver a Ivette y, aunque así fuera, no sería capaz de recordarla. 
Después todo fue oscuridad. 
——————
A Diana le dio pena lo que acababa de hacerle a aquella chica. Pudo leer en su mente que todo lo que hizo lo hizo por amor, entendió perfectamente su forma de actuar, pero no podían dejarla suelta. Sería una nueva empleada del 7pk2.
– Ya sabes a donde tienes que ir. – Le dijo. 
Paula se dio media vuelta, como una autómata y se fue a un lugar en el que nunca había estado pero, de alguna manera, sabia donde se encontraba. 
Diana se quedó observando como se marchaba su nueva esclava cuando algo la sacó de sus pensamientos. Algo cayó cerca de ella. Miro en dirección al ruido y vio una pequeña esfera metálica que rodaba hacia ella, frenandose. 
– ¿Pero qué….? 
¡FLASH! 
Un estallido luminoso la sorprendió, el objeto había estallado. ¿Que estaba pasando? La luz la había cegado, no era capaz de ver nada a su alrededor. 
– ¡Rápido, rodeadla!
Podía escuchar como varias personas corrían hacia ella. La sujetaron de los brazos. 
– ¿Que hacéis? ¡Soltadme! 
Intentó controlar a aquellas personas pero era inútil, sin poder usar sus ojos no había manera. 
Alguien le cubrió la cabeza con una especie de saco mientras intentaba revolverse. 
– ¡Ya es nuestra! ¡Tenemos que irnos! 
Mientras la cogían en el aire como un saco de patatas, lamentó por primera vez en mucho tiempo el no tener su antiguo cuerpo. No era sansón, pero más fuerza que su cuerpo actual si que poseía. 
Consiguió propinar alguna patada a uno de sus captores, lo que hizo que cayera al suelo. 
– ¡Ya está bien! – Gritó alguien, propinandole un fuerte golpe en la cabeza. 
Y entonces todo se volvió negro. 
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Relato erótico: “EL LEGADO (9): Pura sodomía.” (POR JANIS)

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Gracias a todos por vuestros comentarios y por vuestros ánimos. 
Para Xan, Eric era un proxeneta que chantajeaba a sus compañeras de profesión. Su muerte fue solo una cuestión de lógica defensiva, o quizás una venganza de Sergio. ¿A quien le gusta que chantajeen de esa forma a su hermana? De todas formas, ya verás como no es lo mismo, a medida que continúe la historia. Sergio es dominante por naturaleza, pero justo y atemperado por su humanidad.
Para german_becquer, Sergio puede tener 17 años, pero Rasputín ha volcado todo cuanto era en su mente. Estamos hablando de un tipo que perteneció a una furiosa secta destructiva como los jlystýs (totalmente cierto), que recorrió Europa y Asia (también cierto), y que fue capaz de embaucar a los zares de Rusia (aún más cierto), ¿crees que unas mujeres, de más o menos edad, con una experiencia limitada, en una sociedad de parabienes como la nuestra, pueden escapar a sus sutiles manipulaciones,a toda su experiencia? Sergio no es ya conciente del magnetismo que posee, de sus nuevos conocimientos, ya no tiene la voz dándole consejos, sino que es algo que surge directamente de él, sea como un recuerdo o como puro instinto. Lo utiliza tal y como nosotros accionamos un interruptor eléctrico. Necesitamos luz e, inconscientemente, alargamos la mano.
¡Hiiiiii! ¡Me encanta esto de comentar y discutir! Muchas gracias, de nuevo por cuestionar tan elegantemente.
Chronos, el morbo, como tal, es un poderoso aliado para una escritora. Me place que te guste.
Jubilado, la sumisión es el paso más lógico para su relación. Al menos, yo lo pienso así.
Shadow, estoy encantada de que leas mis fantasías. Fuiste uno de los escritores que me convencieron para mostrar lo que escribía en privado. He leído todo lo que tienes aquí, en TR, y me encanto tu serie “Hasta el día de hoy” y la saga de Val. Ahora estoy disfrutando con tu chica quince.
Besitos a todos.
Janis.
P.D.: el mail que puse tuvo un problema. El nuevo (ya probado) es janis.estigma@hotmail.es
Pura sodomía.
Hoy es sábado, penúltimo día en Madrid. Me he levantado más tarde que otros días, pero aún así, las calles están casi vacías tan temprano. Repaso cuanto hemos hablamos las chicas y yo en la cama, mientras corro. ¿Tan evidente son los cambios por los que estoy pasando? Mis niñas se han dado cuenta de muchas cosas, pero han reaccionado muy bien. Se han convertido en sumisas sin que yo fuera consciente de ello.
¿Me parece mejor que sean sumisas o bien, prefiero que sean mis novias?
No lo sé, esa es la pura verdad. Todo esto me toma un poco de sorpresa. No es lo mismo tratar a Dena que a mis niñas. Me viene a la cabeza un pensamiento que no puede ser mío. “Todas las mujeres son unas putas, solo han nacido para servirme”. Es como un axioma, un versículo sagrado, grabado a fuego. Me río mentalmente. Es una de las cosas típicas de Rasputín y, ahora, Rasputín soy yo.
Me entretengo en el parque, haciendo ejercicios antes de pasar por la farmacia. Saludo a la señora, que me echa un buen vistazo, y me peso. ¡Ciento doce kilos! ¡He perdido veinte y dos kilos en apenas quince días!
¡La ostia bendita! ¿Será bueno perder tanto en tan poco tiempo? Ya no hay remedio. Rasputín me dijo que había tocado mis glándulas o no sé qué cosa, para hacerlo más rápido. Con razón me siento más ágil. Si esto sigue así, estaré en un peso adecuado a mi estatura en un par de meses como mucho. Regreso al piso con los pies muy ligeros. Casi se podría decir que bailando.
Paro en el tercero y llamo a la puerta de Dena. Me saluda con una bonita sonrisa. Le comunico que voy a ducharme y que bajo enseguida con el desayuno. Ella asiente y me besa. Antes de salir a correr, he dejado fermentando la masa de los buñuelos y los rosquillos. Hay que hacer algo especial en estos días previos ala Navidad.Mepongo a ellos, aún sin vestirme. Les dejo a las chicas, más dormidas que una marmota enferma, un buen surtido de buñuelos con miel y tiernos rosquillos bañados en azúcar. Bajo de nuevo al tercero, con una pequeña olla llena del surtido navideño.
No es Dena quien me abre. Unos ojazos impresionantes, de largas pestañas y color azul verdoso, se alzan para mirarme. Es una mirada dulce e inocente, muy tímida, casi asustada.
―           Hola, preciosa, tú tienes que ser Patricia, ¿verdad?
―           Si – titubea un segundo. — ¿Y usted?
―           Yo soy Sergio, pero no me digas de usted. Solo tengo tres años más que tú.
Veo el asombro en sus ojos. Me mira de nuevo, desde arriba abajo. Su pelo está tan cepillado que casi reluce, rubio pajizo. Lleva el cabello recogido en una larga trenza que, en esta ocasión, parte de la parte superior de su cabeza. Viste la chaqueta de un chándal celeste y blanco, que le está un poco corto, dejando entrever su ombligo. No parece llevar camiseta debajo. Cubriendo sus piernas, unas viejas mallas que ya no son negras, pero deben de ser muy cómodas, y unas Adidas rosas. Las viejas mallas ponen de manifiesto que su esbelto cuerpo está moldeando sus formas femeninas, aunque sin prisas. Se pasa la lengua por los labios al aspirar el aroma que surge de la olla, tapada con un paño. Es muy bonita. Demasiado, quizás, pienso.
―           Patricia, cariño, ¿no le dejas pasar? Mira que trae cosas muy buenas para el desayuno – bromea su madre, abriendo más la puerta.
―           Si, claro, pasa – murmura la chiquilla, apartándose.
Le indico a Dena que no me llame Amo delante de su hija, y me siento a la barrita de la cocina americana. Patricia se sube a otro de los taburetes, a mi lado. La noto como me contempla fijamente. Baja la mirada en cuanto me giro, las mejillas rosadas. Encantadora. Su madre llena su taza y la mía, y sirve un batido de chocolate a su hija. La veo un poco aniñada para tener catorce años. No sé, tampoco soy un experto.
Destapo la olla y coloco un surtido sobre un plato.
―           ¿Te gustan los buñuelos? – le pregunto a Patricia. — ¿Con miel?
―           Si. Los roscos también. Mi abuela los hacía.
―           Perfecto, pues, ale, a comer, tía…
Ella sonríe, al escuchar la jerga de sus propios amigos. Devora un buñuelo como una ratita, a pequeños mordiscos y mirándome, casi de reojo.
―           Este chico se llama Sergio y vive con las chicas del ático. Nos conocimos en una clase del gimnasio y solemos desayunar juntos.
―           ¿Vives con las modelos? – pregunta, abriendo los ojos.
―           Si, la pelirroja es mi hermana.
―           Son muy guapas – musita.
―           Si, por eso son modelos – me río. — ¿Qué quieres tú ser en la vida?
―           ¿Qué eres tú? – me contesta con otra pregunta.
―           Un brujo – le soplo, guiñando un ojo.
Parpadea, sorprendida por la respuesta. Su madre se ríe y ella acaba haciéndolo también. Apoya la cabeza en una mano, inclinándose sobre la barra. Me mira.
―           Aún no lo sé. Algún trabajo en el que no tuviera que tratar con la gente… — responde.
―           Es muy tímida – aclara su madre.
―           Ya lo he visto. Suele mirar de reojo, casi por sorpresa – alargo una mano y le tiro de la trenza. Patricia sonríe y se sonroja.
Le comunico a su madre que mañana nos iremos a Salamanca a pasar toda la semana de Navidad. Le digo que no sé exactamente cuando volveré. Todo depende de unas cuantas decisiones familiares. Dena hace un puchero, aprovechando que su hija mira atentamente mi perfil.
―           ¿Qué clase de brujería haces? – me pregunta de repente Patricia.
―           ¿Cuál crees tú? – le devuelvo la mirada.
―           Alguna que tenga que ver con tus ojos. ¿Hipnosis? – tiene buena intuición.
―           Algo así. Yo cambio a la gente. Las convierto en lo que más desean – miro de reojo a su madre, quien sonríe feliz.
―           ¿Cómo? No comprendo.
―           Aún eres demasiado joven para eso…
―           No soy una niña – dice, bajándose del taburete y cogiendo los servicios de café. Se ha molestado, al parecer.
Cuando se iza sobre sus pies para dejar todo en el fregadero, sus mallas ponen de manifiesto un bello trasero, redondo y erguido. Dena ha visto mi mirada y su sonrisa se ha esfumado. Me mira, intranquila. No es el momento de decir nada.
―           ¿Tienes un cacharro para dejarte todo esto? – le pregunto, señalando los buñuelos y los roscos. – Así me llevo la olla. Me hará falta…
―           Claro – contesta, levantándose del taburete.
―           ¿Cuánto mides? – pregunta Patricia, enjuagando las tazas.
―           Dos metros.
―           ¡Que alto!
―           Si, a veces era jodido. Se me veía demasiado. Yo también he sido tímido. Ser alto y llamar la atención no es muy divertido si todos se burlan.
―           ¿Se burlaban? ¿Por qué?
―           Porque estaba muy gordo, porque era diferente. ¡Que sé yo! – Dena me entrega un Tupper grande y paso los dulces.
―           Pero, ¿si eras más alto, también serias más fuerte? ¿Por qué le dejabas burlarse?
―           Por la misma razón que tú te escondes de los demás en el recreo.
He acertado. Se muerde la lengua y vuelve la cara. Su cuerpo se envara. Alza la cabeza, sacudiendo su trenza, y mira a Dena.
―           Madre, estaré en mi habitación si me necesitas. Adiós, Sergio.
―           Adiós, Patricia.
―           ¿Me ha llamado madre? – se asombra Dena, una vez que la chiquilla se ha marchado.
―           Tiene carácter a pesar de la timidez.
―           Si, es muy cabezota. No suele dar su brazo a torcer.
―           Bien. Es hora de que vayas al dormitorio, te desnudes, y me esperes con el culo en pompa – la tomo por sorpresa.
―           Si, Amo – responde ella, con un bello resplandor en sus ojos.
Dejo la puerta entornada y subo al piso, a buscar uno de los cinturones. Cuando entro de nuevo, Dena observa lo que traigo en la mano. Sus nalgas se estremecen de temor. Está bellísima, desnuda y asustada, con las nalgas en alto, en espera de ser azotadas o usadas. Paso un dedo por su coño. Ya está muy húmeda.
―           ¿Siempre te habías mojado así?
―           Nunca, Amo Sergio. No sé lo que me ocurre contigo. Parece que te hubiera esperado siempre.
―           Puede que eso sea lo que realmente ocurre. ¿Temes lo que voy a hacerte?
―           Si, Señor, pero también lo deseo mucho…
―           Te aseguro que vas a gozar. ¿Tienes crema lubricante?
―           No, Amo.
―           Compra un tarro mañana. El aceite hace el apaño, pero mancha – le digo.
―           Si, Amo.
Me dirijo a la cocina y me fijo en la puerta de Patricia. No está completamente cerrada. Sonrío. Busco la botella del aceite y regreso. Me despojo de mi pantalón y de los boxers, y embadurno el vibrador y el esfínter de Dena. Me dedico completamente a dilatarlo con mis dedos, sin prisas. Disfruto metiéndole un dedo, después dos, y al final, tres. Sus suspiros cambian de intensidad, primero en gemidos, y después en grititos cortos y suaves.
Dena tiene un buen culo, a pesar de no haberlo usado. Es esfínter es muy elástico y lo he dilatado tanto que le cabría un brazo por él. Sin embargo, lo que importa son sus paredes intestinales, y eso no da tanto de sí.
―           Amo, por favor… méteme… algo…
―           ¿Qué? – me pilla por sorpresa, atareado con su culo.
―           Por el… coño… por favor… algo para… calmarlo… Amo.
En verdad, está tan anegado que chorrea sobre la cama. Dena lleva agitando sus caderas un buen rato y no se ha corrido ya porque sabe que no le he dado permiso.
―           Sin prisas, zorra, no me había olvidado de tu coño. Ahora mismo, te lleno ese agujero.
―           Gracias, Amo.
Mi polla lleva un rato bien armada, preparada para todo. Sin tener que subirme a la cama, se la cuelo lentamente, abriéndole bien el coño. Dena casi rebuzna al sentir el pollazo. No quiere hacer ruidos, pues su hija está en la otra habitación, pero el problema es que el placer le hace olvidarse de eso. Tiene que desfogar, tiene que gemir y chillar; el tremendo gustazo la obliga.
―           Ooohh, Amo Sergio… no más… demasiado… dentro… — articula como puede. Creo que se la he metido demasiado.
La dejo que ella lleve el ritmo de su penetración y sigo metiéndole dedos en el culo. Ya no se estremece, sino que son verdaderos espasmos los que sacuden sus caderas.
―           Amo… ¿puedo?
―           Si, Dena, hazlo…
Con un hondo suspiro, se relaja, dejando que las trepidantes sensaciones que soporta la arrastren, gozando largamente. Muerde la sábana para no gritar, y los dedos de sus pies se crispan fuertemente. Su ano no deja de palpitar, e incluso se ha cerrado durante el orgasmo, colapsado por el placer. Sin embargo, ha vuelto a dar de sí, al relajarse Dena. Es el momento de ponerle el cinturón.
―           ¿Quieres que te meta el vibrador ya, zorra? – le pregunto, dándole un fuerte cachete en las nalgas.
―           ¡Aaay! Si, mi Amo.
―           Desde el momento en que te ponga este cinturón, estás libre de gozar cuando se te antoje, puta, todas las veces que quieras. Siempre que lleves puesto el cinturón, podrás correrte sin desobedecerme. Tienes que ponértelo seis horas al día. Te aconsejo que te lo pongas de noche, para dormir, es más efectivo.
―           ¿Cuánto tiempo, Señor?
―           Hasta que regrese a Madrid. Entonces, te la meteré por el culo, hasta el fondo.
―           Si, Amo.
Le doy un nuevo cachete, aún más fuerte, y le introduzco el vibrador. No da ningún problema para quedar alojado en el recto. Coloco las tiras con el velcro y el cinturón queda asegurado. Tomo el control y lo activo. Primera velocidad.
―           ¿Qué sientes, zorra?
―           Oh, Amo… es algo nuevo… diferente…
―           Buen, vamos a animar entonces la cosa – y me arrodillo en la cama, ante su rostro.
Mi erguida polla queda a escasos centímetros de su nariz, aún llena de sus jugos vaginales. Se la meto en la boca de un envite, haciéndola toser. Cuando la retiro, lo acompaño de otro duro azote en las nalgas. Vuelta a meterle mi miembro en el estuche bucal. Otro azote. Otra embestida.
Guardo los tiempos entre las acciones, alargando el proceso. Dena gime cada vez más fuerte. La baba escapa de sus labios, mezclada con las lágrimas que derrama. Sus nalgas están muy rojas y, seguramente, con un fuerte picor. Esta vez, entierro mi polla hasta su garganta, dejándola allí unos segundos, mientras aprieto sus firmes nalgas con mis dedos, dejándolos marcados.
Cuando se la saco, tose y escupe sobre la sábana.
―           Otra… vez… Amo… — jadea.
―           Guarra…
La introduzco de nuevo, aún más profundamente, si puede ser. Tiene una arcada cuando se la saco y parte de los buñuelos brota de su garganta. Alza los ojos y me mira. Sonríe.
―           Puta caliente – la digo y noto como se estremece.
Activo la segunda velocidad, lo que la toma por sorpresa. Agita sus nalgas con fuerza, acostumbrándose al movimiento del vibrador.
―           Aaahh, Amo… me quema…
―           Eso es bueno. Está frotando tus paredes intestinales, agrandándolas. Sigue mamando…
Justo en el momento en que entierro de nuevo mi polla en su boca, elevo mis ojos y descubro, en el espejo de la cómoda, situada en el rincón más alejado de la cama, los inocentes y curiosos ojos de Patricia. Está espiando, oculta por la entreabierta puerta del dormitorio, a través del espejo. Solo distingo su asombrado y hermoso rostro. Se encuentra de cuclillas, asomando solo su cabecita entre la puerta. Desde donde está, puede ver el enrojecido trasero de su madre y mi pecho desnudo, pero no lo que está haciendo la boca de su madre con mi polla.
No sé cuanto tiempo lleva allí, ni lo que ha visto, pero estoy dispuesto a darle un buen espectáculo. Me tumbo en la cama, haciendo que Dena se de la vuelta sobre las rodillas.
―           Cómemela, zorra mía.
Dena se tumba de bruces entre mis piernas, descansando de la anterior postura, y se atarea sobre todo mi tallo. De la forma que me he puesto, Patricia puede ver todo el esplendor de mi miembro y como su madre traga. Sin embargo, yo ya no puedo verla a ella. El espejo queda detrás de mi cabeza, pero puedo notar sus ojos clavados en mí.
Activo la tercera velocidad y Dena baila involuntariamente. Sus nalgas y caderas no pueden quedarse quietas, aún estando tumbada de bruces. Sus lametones se vuelven frenéticos y, en muchas ocasiones, tiene que dejar de chupar, para gemir y morderse el labio. Está muy cerca de un tremendo orgasmo que nunca ha experimentado.
Se pone de rodillas, incapaz de permanecer tumbada. Aprisiona sus nalgas sobre sus talones y gime, los ojos cerrados, el rostro levantado. Comienza a realizar un baile que contonea su cintura y su pelvis, apenas sin mover las caderas, casi como un ondulamiento de su cuerpo. Ha aferrado mi polla, frotándola contra su vientre sudoroso.
Es como una sacerdotisa pagana en trance, bailando sobre víctima a sacrificar. Su rostro muestra tal placer que no aguanto más, y me corro con fuerza sobre su vientre y sobre sus pechos, arqueando mi espalda. Restriega el semen que me ha arrancado sobre su piel ansiosa. Esta vez, ha abierto sus ojos y me mira, con todo el vicio del mundo en ellos.
Entreabre su boca y sonríe. Se está corriendo, lo sé, lo noto. Se corre y me mira. Quiere que sea testigo de lo puta que se siente.
―           Amo Sergio… te quiero… te quiero más… que a mi vida…
―           Sigue, puta mía, cuéntamelo todo…
―           No lo comprendo, pero… te quiero más que a… mi hija… ¡Quiero que me emputezcas!
Otro orgasmo la estaba alcanzando, casi sin descanso.
―           ¡Confiesa todo lo que sientes, lo que deseas, zorra descastada!
―           ¡No… no me atrevo… Amo! Me da vergüenza… confesarlo… Oooohhh, Dios… otra vez… me corroooo… ¡Para ese cacharro! Me vas a matar…
―           Pararé cuando me digas todo lo que deseo escuchar, esclava.
Jadea y se aquieta, retomando algo de control. Apoya sus manos en mi pecho y sus ojos quedan atrapados en los míos.
―           He visto como tratas a mi hija, Amo. Eres muy dulce con ella… Sé que te gusta… es muy bonita…
―           Si, zorra, lo es.
―           Quiero que la hechices… como a mí… Hazla tuya, atráela a nuestra cama… edúcala…
―           En verdad, tú eres la que la deseas, ¿verdad, putón?
―           Si… — cierra los ojos, avergonzada.
Reduzco una velocidad, permitiéndole recobrarse más. Le meto los dedos en la boca, obligándola a mirarme y a chuparlos.
―           ¿Desde cuando piensas en el incesto?
―           No lo sé… desde hace un par de años… desde su primera regla… he soñado con ello…
―           ¿La has tocado?
―           Solo roces. A veces, acaricio sus piernas mientras vemos la tele… pero no me atrevo a más… Amo… ¿Lo harás?
―           Dependerá de ella, Dena. No la intimidaré, ni la obligaré. Si decide entregarse, será por su propia voluntad.
―           Como quieras, Amo Sergio, según tus deseos…
Cuando me levanto, Patricia ya se ha marchado. Creo que será divertido jugar con esas cartas. Me marcho tras darle las últimas instrucciones a Dena.
Contemplo como mis chicas arrebañan el último trozo de fruta, regada con miel, del plato. He hecho una macedonia especial con las frutas que había en el frutero. Vamos a estar una semana fuera y se pudrirían todas.
―           ¿Estaba buena, cariñitos?
―           Mmm… peque, de vicio – responde mi hermana, relamiéndose.
―           Bien. Ahora, os vais a la cama, las dos. Os quitáis la poca ropa que lleváis y os aplicáis cremita en esos culitos – les comunico, divertido. Sus rostros se iluminan. – Yo mientras, fregaré los platos y haré café.
―           ¿Qué hacemos nosotras? – se extraña Maby.
―           Me esperáis, la mejilla sobre la sábana, los culitos alzados, los brazos estirazados. Si queréis, podéis dormir cinco minutos de siesta, pero sin bajar las nalgas. Tienen que estar dispuestas para mí – mi tono cambia de registro.
―           Si, Sergio – baja la cabeza Pam, dándole la mano a su compañera y marchándose las dos al dormitorio.
Sin prisas, recojo los platos de la mesa, limpio las migas, y pongo la cafetera sobrela Vitro.Mientrasfriego lo poco que hay en el fregadero, el café sube. Vierto una parte del contenido de la cafetera en una taza y dejo el restante para Pam. Maby no suele tomar.
Apoyado contra la encimera de piedra sintética, café en mano, pienso en lo mucho que me está gustando ordenar y controlar. Es una sensación poderosa y nueva; algo que se mete en la sangre, como una enfermedad que necesita supurar cada cierto tiempo. Por el momento, no estoy actuando de forma depravada, ni humillante. No creo que eso vaya conmigo, al menos con las personas a las que quiero, pero si me estoy volviendo muy controlador. Deseo que las cosas se hagan como yo digo, a mi manera, y no soporto críticas idiotas, ni excusas insulsas.
¿Irá a peor con el tiempo? Debo recordar que llevo a mi propia bestia en el interior. Rasputín no es ciertamente famoso por sus obras sociales. ¿Es esto resultado de su fusión? ¿A quien quiero engañar? Por supuesto que si. Llevo al Monje Loco en mi interior; en algo se debe notar.
Entro en el dormitorio, quitándome la ropa. Las dos están postradas en la gran cama, con los brazos estirados hacia el cabecero, los muslos separados y las nalgas bien alzadas, tanto que las rodillas tiemblan. Puedo ver la crema brillando sobre la piel de sus traseros. Sin despegar la mejilla del colchón, ellas me miran.
―           ¿Estamos bien así? – pregunta Maby.
―           Si. Ahora, silencio… es momento para gemir o gritar, no para hablar. Quiero que os miréis…
Solo deben cambiar de mejilla, pues están una al lado de la otra, para conectar sus miradas. Maby le lanza un beso a Pam, y esta le sonríe.
―           Acercaros más, la una a la otra, vuestras caderas tienen que tocarse.
Acercan sus posiciones, quedando muslo contra muslo, y sus labios muy cercanos, pero no al alcance de sus lenguas. Ya desnudo, me acerco a sus grupas y las azoto con un golpe a cada una.
―           Solo podréis mover una mano – las advierto. – Quiero que os lubriquéis los coños, la una a la otra, preparándolos para mi polla. Quiero que os miréis mientras lo hacéis.
Tragan saliva. Creo que es más debido al morbo que sienten, que a un posible temor. Sus manos se mueven en busca de sus objetivos. El brazo de Maby por debajo del cuerpo de Pam, y el de esta, bajando por la espalda de la morenita, y bajando por sus húmedas nalgas. Casi no parpadean, admirando sus mutuas expresiones. Las bocas entreabiertas, embargadas por los primeros jadeos; los ceños que se fruncen, expresando el ansia de sentir; las aletas de sus preciosas naricitas que aletean, sin saber si buscan más oxígeno o deliciosos aromas enloquecedores.
Acaricio sus glúteos, comprobando que la crema lubricante está bien esparcida sobre los esfínteres.
―           ¿Cómo están ya esos coñitos, queridas mías?
―           Muy mojados, Sergi.
―           Si, peque, a punto…
―           Seguid así – y las rodeo para poner mi polla ante sus bocas.
Aún no está lo suficientemente alzada para traspasarlas. Llenarla de sangre cuesta cierto tiempo y calentamiento, no os creáis. Pero para eso están mis chicas, que, levantando la cabeza, se encargan de levantarla. Sus lenguas la palpan, la recorren, la atrapan, sin usar aún los labios, pasándosela de la una a la otra con diversión y pericia.
―           Mojadla bien. Hoy no habrá preliminares, ni juegos. Os la voy a meter del tirón, entera. Tanto por un lado como por el otro. Así que, cuanto más humedad, tanto en vuestros coños como sobre mi polla, mejor entrará – las aviso, y veo perfectamente como se estremecen. Ni siquiera contestan. Siguen lamiendo.
Las dejo sorber, lamer y succionar cada centímetro de mi polla. Escupen sobre ella y babean, se dan la lengua entre ellas para aumentar su salivación. Cuando creo que es suficiente, les pregunto:
―           ¿Creéis que está bien o queréis seguir más tiempo?
―           Está bien, Sergio – jadea Maby. Sus brazos tiemblan.
―           ¿Alguna preferencia para empezar?
―           Hazlo con Maby, Sergi… está a punto de correrse – me avisa mi hermana.
En los ojos de la morenita, puedo ver que es cierto. No aguantará mucho más.
―           Está bien. Os advierto que no pienso utilizar mis manos, solo empujaré. Tenéis que dirigir vosotras el acoplamiento, os permito ayudaros mutuamente – digo, poniéndome de nuevo detrás de Maby.
Pam se gira rápidamente, cogiendo mi polla con la mano, para ayudar a su amiga amante. Con pericia, introduce parte del glande en el ansioso coño de Maby. Un goterón de lefa cae sobre mi miembro, desde su vagina. Está inundada completamente. Empiezo a empujar y mi polla se desliza fácilmente en el cálido túnel de carne, separando sus carnes. El chillido de Maby nos toma por sorpresa, tanto a Pam como a mí.
―           ¡Jodeeeeeeeerrr!
Sé que se está corriendo, aunque no esperaba esa intensidad. Agita tanto sus caderas que casi me parte la polla. Pam le acaricia el pelo.
―           Es cierto que te corres cada vez que te la mete – le susurra mi hermana.
―           Siiii… con solo… deslizarla… dentro – jadea, sonriendo. – Deja que me recupere, Sergio, y…
―           No.
Empiezo a follarla fuerte, empujando un poco más en casa embiste, martilleando con mi polla, cada vez más cerca de su útero. Grita algo que no entiendo. No le hago ni caso y aumento el ritmo. Soy una máquina en ese momento, sin piedad, sin descanso. Mi hermana no sabe qué hacer. Trata de consolarla, de amortiguar mis embates. No sirve de nada, así que solo le queda mirarnos, sentada sobre sus talones, sin ser consciente de que tiene una de sus manos en el coño.
―           ¡AAAAHHAHHAAA! ¡SERGIIIIII! – grita Maby. — ¡Para, para… por favoooorr! ¡Que me meoooo! ¡TE JURO QUE ME MEOOOOO…! ¡CAGO EN DIOOOSSS!!
Sonrío y empujo más. Enseguida, un líquido caliente se desliza por mi polla, por sus muslos, salta a la sábana, manchando el colchón. Tiene los ojos cerrados y se muerde el labio inferior, la frente apoyada sobre la sábana.
―           ¡Meona! ¡Guarra! ¡Cerda! – a cada insulto, le doy un fuerte cachete en las nalgas, usando ambas manos.
Maby se estremece y agita las caderas, intentando escapar al castigo. Tiene el rostro congestionado por la vergüenza y no abre los ojos, como si no quisiera ver lo que ha hecho. Un fuerte gemido desvía mi atención. Pam se está corriendo, contemplando mi azotaína. Sus caderas sufren un espasmo a cada vez que dejo caer un azote sobre las nalgas de nuestra amiga. Cuando descubre que me he dado cuenta, quiere parar, pero su cuerpo sigue corriéndose, así que no le queda más que seguir agitándose, también roja como un tomate.
Meto uno de mis dedos en el culo de Maby, abriéndolo. Es un brusco cambio tras el último azote. Alza su rostro, abriendo la boca, pero se resiste a abrir los ojos. Pam se inclina sobre ella, e intenta besarla, pero mis embistes no la dejan apenas.
Dos dedos. Su boquita hace un mohín de ansiedad. Se acerca a un nuevo orgasmo. Pam la sujeta por los hombros.
―           Avísame cuando llegue – le silbo a Pam y ella asiente.
Tres dedos y aumento el ritmo de follada. Mi polla entra al completo ya en su coño, sin impedimentos.
―           Ya está llegando, Sergi.
Se la saco de un golpe. Su coño hace un sonido huevo al quedar vacío. Llevo uno de mis dedos a su clítoris, pellizcándolo fuertemente.
―           ¡Ay, mi rey…! Mi niño… me muero otra vezzz… — gime.
Le cuelo todo el glande y un poco más, en el culo, por sorpresa. Le corto el orgasmo. Maby boquea, sin poder pronunciar palabra. Mi polla es un poco más ancha que el vibrador y acabo de meterle algo más de diez centímetros de golpe. Me quedo quieto, sintiendo como las paredes de su ano me oprimen la polla con fuerza. ¡Dios, que bueno!
―           ¿Duele, amor? – le pregunta Pam, limpiándole las lágrimas que resbalan por su cara.
No responde, pero silba, dejando que su culo se adecue a mi tamaño. Mis dedos empiezan a jugar de nuevo con su clítoris. Su coño sigue goteando y pulsando.
―           ¿Puedo seguir, putilla? – pregunto.
―           Siii… mi señor… — contesta, apretando los dientes.
―           Así me gusta, que seas valiente. Pam, aprende lo que es una buena zorra – me río.
―           ¿Qué puedo hacer para ayudarla, Sergi?
―           Ven aquí y escupe en su culo. Me he llevado casi toda la crema en los dedos.
Pam se apresura a escupir varias veces sobre mi polla y su esfínter. Saco de nuevo la polla y empujo la saliva al interior. Esta vez, con más lentitud, lo que Maby agradece. Tras repetir tres o cuatro veces esta misma operación, su esfínter aparece tan dilatado que solo es visible un buen agujero entre sus nalgas. Me parece encantador y terriblemente hermoso. Ese ano rojizo palpita, como si estuviera furioso. Ya no aprieta tanto como al principio.
―           ¿Estás preparada para que entre toda? – le pregunto.
―           Soy tuya. Haz lo que desees conmigo – me responde. Pam me mira con ojos implorantes. “Con cuidado”.
Lo hago muy lentamente, con dulzura. Su recto se abre a mi paso, casi con delicadeza. Con exasperante lentitud, introduzco tres cuartas partes de mi miembro, mientras Pam abre las nalgas de su compañera con las manos, intentando dejarme más espacio.
―           Creo que estoy empujando tu mierda hacia arriba – le susurro con malicia. – ¿Quedarás estreñida?
―           No creo, demonio… con lo que me has abierto… no podré parar de cagar…
―           ¡Jajajaja! – me río con fuerza, casi con maldad. Hasta yo me asombro de la insana pasión que me llena.
Sin embargo, no parece que las chicas me tengan demasiado miedo. Más bien, creo que le tienen más miedo a lo que están sintiendo. Temen entregarse al desconocido torbellino que las atrae. Se han corrido a pesar de la vergüenza y del asco, y saben que aún no han acabado.
―           Vamos a ponernos en la otra cama. Aquí hay demasiada humedad – digo con sorna y me levanto, alzando a Maby entre mis brazos, como una pluma, sin sacársela.
La deposito un metro más allá, en la misma posición.
―           Ahora, te voy a follar el culo, sin prisas. Hasta aquí, no has sangrado nada. El entrenamiento ha dado sus frutos. No te haré más daño, tesoro mío. Procura gozar… — le susurro, casi al oído.
―           Si… si, mi cielo…
―           Pam, únete a mí, dame tu boca, anímanos con tus caricias – la llamo.
Viene rápidamente, con una amplia sonrisa, y se abraza a mi cuello, ofreciéndome su lengua. Ella misma se encarga de acariciar el clítoris de Maby para hacer más soportable la enculada. El caso es que parece disfrutarla. Me muevo lento y tranquilo, sin prisas. Pam no para de lubricar su culito con saliva y acariciarle el coño. Maby sigue apoyando la cabeza sobre sus brazos cruzados. Apenas la distingo, hundida entre sus hombros.
―           Maby, princesa… ¿Estás bien? – le pregunto.
―           Ya… no duele… pero escuece – contesta, con voz nasal por la posición.
―           ¿Paro?
―           ¡No! Es… demasiado lento… no alcanzo el orgasmo… ¡Dale de una vez, Señor!
Pam, que está lamiendo mis pezones, levanta los ojos y me mira. Nos sonreímos. En sus ojos, puedo ver la envidia… desea pasar ya por las mismas condiciones.
―           Tranquila, Pam. Pronto te tocará a ti y chillaras igual – ella solo siente, los ojos bajos. – Prepárate para limpiarme la polla ahora, cuando nos corramos. Habrá mierda y leche por igual, pero lo harás, ¿verdad? Lo tragaras todo…
Alza los ojos y me sostiene la mirada durante dos segundos. Hay un conato de rebeldía en ese fondo avellana, pero pronto se disipa. Asiente y se lleva un dedo a su coño. Está alzada sobre sus rodillas, los muslos abiertos. Saca el dedo chorreando y se lo lleva a su boca. Vuelve a mirarme, sin sacar el dedo de la boca, y sonríe.
No hay nada más que hablar. Comienzo a culear y aumento la fricción. Los quejidos de Maby suben de tono, acompasados con mis golpes de caderas.
―           ¿Así te va mejor, puta?
―           Si, Amo – exclama Maby con fuerza. Creo que le está tomando gusto a llamarme con respeto. Es bueno que salga de ella, pues yo no se lo he pedido.
―           ¿Más fuerte mejor?
―           Como desees, Amo.
―           ¿Te quejarás?
―           ¡Jamás, Amo!
Pam gime largamente, aún en la misma postura que antes, pero con la cabeza apoyada en uno de mis hombros. Se bambolea con mis embistes, pero no deja de tocarse el coño. Agito mi hombro, levantándole el rostro. Me mira, con los ojos nublados. Está a punto de correrse.
―           ¿Te excita la sumisión de esa perra? – le pregunto.
―           Muuuucho… Sergi…
―           ¿Quieres dominarla también? – le muerdo la punta de lengua que asoma entre sus labios.
Niega con la cabeza, sin que yo suelte.
―           Quiero ser… como ella… — confiesa cuando la dejo libre.
―           ¿Tan puta con ella?
―           Mássss…
Maby se contorsiona ya sin pauta, abrumada por la mano de su amiga y por la larga sodomía. Solo emite un sonido quejumbroso que parece brotar de sus más profundas entrañas. Creo que se ha quedado en trance…
―           Entonces, ¿me tratarás con el mismo respeto?
―           Mi dulce… Señor… mi Amo…
―           Es tu voluntad, hermana, es lo que deseas, recuérdalo.
―           Siii… hermano mío, luz de mis ojos…
Maby, en ese momento, se derrumba de bruces, arrastrándome sobre ella para no salirme de su trasero. Agita sus nalgas como si tuviera un ataque de epilepsia, pero solo en esa parte. Su ano se contrae y se dilata en pequeños pulsos casi eléctricos, que atrapan mi polla en un delicioso tormento. Me corro en su interior mientras escucho sus balbuceos. Una pompa de saliva queda en la comisura de su boca y acaba estallando con su último jadeo.
Pam cae sobre nosotros, besándonos y acariciándonos hasta separarnos. Atrapa mi miembro al salir. Está enrojecido, tiene manchas de sangre, aunque poca cantidad, y grumos de materia fecal, todo ello impregnado con una buena ración de semen. Ni siquiera se lo piensa. Engulle cuanta polla puede, sin hacer ninguna mueca de asco, ni una arcada. No tarda en dejarlo todo limpio.
Sacudo a Maby por un hombro. Solo obtengo un gruñido. Me siento preocupado, nunca ha reaccionado así tras una sesión de sexo. Me incorporo y la tomo por el rostro. Abre un ojo y me mira.
―           ¿Estás bien?
―           En la gloria. Déjame dormir, por favor – dice en un suspiro.
―           Descansa, pequeña. Te lo has ganado – le contesto, acariciándole la mejilla.
Siento la mano de Pam en mi hombro. Repta hasta colocarse sobre mi espalda, y acaricia el pelo húmedo de su compañera.
―           Creo que ha sido demasiado para ella. Demasiadas emociones nuevas – dice.
―           ¿Te refieres a la sodomía?
―           No solo a eso. Creo que Maby, al igual que yo, ha aceptado sinceramente que es una sumisa. No solo de palabra, como lo hicimos ayer, sino como un hecho que se ha materializado con una fuerza virulenta, que somos incapaces de negar ya.
Comprendo lo que quiere decir. Maby necesita descansar para que su cerebro asimile lo que su cuerpo ya ha entendido.
―           Tiene que resetear, en una palabra – bromeo.
―           Algo así, cariño. A nosotros nos vendría también descansar algo. Esta sesión ha sido muy dura, y solo has desfondado a una de nosotras.
―           Tienes razón, hermanita.
Y la abrazo y la acuno mientras nos dormimos.
Despierto una hora después. Ellas siguen dormidas. No tienen mi resistencia. Me levanto y me meto en la ducha. Apenas cinco minutos. Desnudo y aún húmedo, me voy a la cocina. Abro un par de colas frías y pillo el plato con los buñuelos que sobraron del desayuno. Mis niñas necesitan hidratarse y un buen chute de azúcares. Las despierto con mimos y besitos.
¿Qué queréis? ¡Yo soy así! ¡Una de cal y otra de arena!
Maby me lo agradece, besándome todo el pecho. Está sedienta.
―           Gracias, amor mío – susurra Pam y se ríe cuando derramo unas gotas de cola sobre sus senos.
―           Vamos, niñas. Beberos la Coca y comeros un buñuelo. Después, ¡a la ducha, que apestáis!
―           Nuevo perfume – escupe Maby, junto con pedacitos de dulce.
―           ¿Te hice daño, preciosa? – le pregunto, alzándole la barbilla.
―           No importa, Sergi, al final me desmayé de gusto, ¿no?
―           Te juro que no quería llegar hasta ese extremo, pero no sé que me pasa… en cuanto me excito…
“Si lo sabes. No seas hipócrita. Compartes alma con el más grande libertino que dio la historia. Eso es poco para lo que puede llegar a hacer”.
―           Puede que no sepas lo que te ocurre – interviene Pam –, pero jamás estuve más cachonda. Era puro fuego lo que sentía.
―           Si. Dabas miedo, pero más me excitaba – admite Maby.
No sé que contestar, así que me enderezo y cruzo los brazos.
―           Así que sumisas, ¿eh? ¿Es algo espontáneo o habíais sentido algo antes?
Las dos apartan la mirada y niegan con la cabeza.
―           Eso no es algo que surja de la noche a la mañana. Es un comportamiento que se forja con abusos y maltratos, con una infancia bajo una férrea autoridad, y cosas así – mascullo.
“A no ser que el viejo loco se esté imponiendo, allanando, a su manera, el camino”.
―           Vale, ya veremos en que queda esto. ¡A la ducha! – y las chicas salen corriendo.
La cama apesta. Retiro toda la ropa y hago un lío con ella, llevándola a la lavadora. Me cuesta un poco llevar el colchón a la azotea, yo solo, más que nada por las dimensiones, pero, al final, lo dejo allí, aireándose hasta la noche.
Me acomodo, desnudo, en el sofá, viendo una de esas tontas películas que echan en la tele, la tarde de los sábados. Las chicas aparecen, tan desnudas como yo. Nunca me canso de admirarlas. No las dejo sentarse. Sitúo a Pam entre mis piernas, en pie, y le pido a Maby que la excite.
Obedece al instante, con una de esas sonrisas sibilinas que sabe componer. Se abraza al cuerpo de mi hermana, haciendo coincidir los enhiestos pezones, deseosos de entrar en contacto con algo. Las coloco de perfil a mí. No quiero perderme detalle del trabajo de sus bocas. Verlas besarse me pone a mil por hora.
Deslizo mis dedos por sus nalgas, comprobando que Pam ya tiene las suyas impregnadas en crema lubricante. Buena chica. Mis manos las unen aún más, empujando la una contra la otra. Entrecruzan sus muslos y comienzan a frotarse lánguidamente, con ese vaivén sensual y enloquecedor que toda hembra parece llevar en los genes, cuando se roza contra otra congénere.
A los diez minutos, ambas están locas por tumbarse y pasar a mayores entre ellas, pero esa no es mi intención, claro. Mis dedos no han dejado de dilatar el esfínter de Pam, haciéndola gemir y rotar las caderas, pero sin dejarla correrse. Ahora, es el momento de atraerla sobre mi regazo, sin dejar que las dos se besen. De espaldas, la conduzco hasta sentarla sobre mí. Enseguida, sus nalgas comienzan a frotarse contra mi enhiesto pene. Maby se inclina, sin dejar de mordisquear los labios de mi hermana. No la quiere dejar, pues ella sabe lo que le espera.
―           Ponte de cuclillas sobre mi regazo – le pido dulcemente al oído.
Pam coloca sus pies sobre el sofá, uno a cada lado de mi cuerpo, y alza su cuerpo, manteniendo sus nalgas pegadas a mi retozona polla. Echa sus brazos al cuello de su compañera, como un náufrago se agarraría a una boya. Sabe que ha llegado el momento, y, a pesar de cuanto ha entrenado su agujerito, tiembla.
La hago alzarse un poco más y apuntalo la polla contra su ano. Le meto un dedo en el coñito. Hay que aprovechar toda esa lefa. No me lo pienso y le meto media polla en la vagina, haciéndola gemir largamente en la boca de Maby. Muevo mi miembro lentamente, empapándole de jugos. Hora de cambiar de agujerito. Como siempre, introducir el glande cabezón es lo más duro, y, tras un par de intentos, lo consigo. Enseguida, el esfínter se contrae, atrapando mi polla con la fuerza de unas tenazas. Me hace gemir.
―           Relaja, Pam – escucho decir a Maby. – No te pongas tensa que es peor…
Su ano me libera. Buena chica. Maby se ocupa de chuparle los pezones, inclinándose aún más, y ha bajado también un dedo al clítoris de Pam. Es una buena ayuda. Noto como mi propia hermana se empala lentamente, presionando con su peso. La dejo continuar a su ritmo, que ella busque el camino más adecuado.
―           Lo estás haciendo muy bien, cariño – la animo.
―           ¡Es diez veces más gorda que el vibrador! – dice, con los dientes apretados.
―           No exageres, tonta – musita Maby, sin dejar de mordisquear sus pezones.
Pam gruñe y la empuja hasta ponerla de rodillas, ante su coño.
―           ¡Come! – le dice, con un nuevo gruñido, y Maby sabe que lo necesita.
Hunde su lengua en el mojado coño, haciendo que Pam agite sus caderas con ansias, y acaba descansando la espalda contra mi pecho. Aprovecha para poder usar una mano y apretar la cabeza de Maby contra su pelvis.
―           ¡Necesito correrme, Maby! ¡Necesito… correrme ya!
La pobre Maby pone todo de su parte, usando lengua, labios y dientes. Incluso le mete un par de dedos. Pam se estremece largamente, alcanzada por la fuerza del orgasmo. Al mismo tiempo, empuja su cuerpo para meterse varios centímetros más en el culo.
―           ¡Eso es, campeona! – aclamo, comprobando que ha conseguido meterse mucho más de la mitad de mi miembro. – Casi no te queda nada, hermanita.
―           Lo haré… te lo juro – jadea, los ojos cerrados. – Dame un… segundo…
La aferro por los olvidados senos. Aprieto con saña, haciéndola gemir de nuevo.
―           Muévete, nena. Ya todo depende de ti – le digo. – Impón tu ritmo.
―           Si… si.
Maby, de rodillas, las manos sobre sus muslos, nos contempla con pasión. Sé que está enfebrecida, cachonda a más no poder, pero es consciente de que no es su turno. Quien ahora cuenta es Pam, la dulce y tierna Pamela, horadada por un trepanador de grueso calibre. Jeje.
Mi hermana ha comenzado a moverse con un empuje que no me esperaba. Se inclina hacia delante, colocando sus manos sobre los hombros de su compañera. Esta le sonríe, orgullosa de ella. Pam sube y baja, como un pistón, con fuerza y ritmo, ni demasiado lento, ni demasiado fuerte. Sube hasta dejar casi toda mi polla al aire, y se clava con un pequeño gemido. Toma aire al alzarse y lo expulsa al caer. Es como un tantra, repetitivo y sensual.
Ya la tiene toda dentro, bien aceptada, pues su recto me oprime con unas contracciones que… ¡Os juro que me está ordeñando!
―           Aaah, Pamelita… ¡Te estás corriendo! – exclama suavemente Maby, inclinándose un poco y recogiendo la emisión de fluidos de Pam con su lengua.
―           ¿Lo hagooo bien, Sergiiii? – me pregunta con un quejido.
―           Eres la mejor, Pam. Nunca una hermana ha demostrado tanto amor y entrega a su hermano – la adulo.
Ella sonríe, cierra los ojos y reanuda su cabalgata. Maby se pone en pie. Se queda ante nuestra, pellizcándose un pezón y con la otra mano metida en su coño, las piernas abiertas.
―           No aguanto más, coño… — murmura.
Se sube al sofá, de pie ante Pam, quien alza los ojos para mirarla. Mi fogosa pelirroja sabe lo que quiere su amiga del alma y está dispuesta a dárselo.
―           Ponme el coño en la boca, zorrilla – susurra.
―           Gracias, Pam – musita la morenita a su vez, colocando su pubis al alcance de la boca de su compañera.
De esa forma, los tres estamos conectados, pendientes de nuestros movimientos. Maby no tarda en dejarse caer hacia delante, para no doblar sus rodillas y quitar el coño de la boca de Pam. Así puede llegar hasta mi boca y hundir su propia lengua en busca de la mía.
En unos minutos, el culo de Pam vuelve a exprimir mi polla, de tal forma que detona mi orgasmo, llenándole el culo de leche. Maby, muy cerca también de su propio orgasmo, contempla, desde muy cerca, la expresión de mi rostro abandonado al placer. La saliva gotea de su entreabierta boca sobre mi barbilla y cuello. Cierra los ojos y se estremece, mientras sus dedos, engarfiados a la cabeza de Pam, tironean de sus rojos cabellos.
―           Uuuuhhh… ¡Joder con la… perra…! ¡Que lenguaaaaa…! – chilla.
Pam sigue con su ritmo, aprovechando que mi polla apenas ha menguado en su dureza. Maby se ha dejado caer sobre el sofá, jadeando y contemplándonos. Pam dobla una muñeca hacia atrás y mete sus dedos en mi boca. Su mirada me recuerda la de los fumadores de opio, soñadora, febril, las pupilas dilatadas. Pero, ¿cuándo he visto yo algún fumador de opio?
―           Llévame al cielo… otra vez, mi dueño – me suplica Pam.
―           ¿Cuántas veces te has corrido, putón?
―           Tres… vida mía… una por el coño… y dos por el culoooo…
―           ¡Joder! ¡Te voy a hacer sangrar, zorra! – me excita su capacidad de gozar. La taladro sin miramientos, lo más fuerte y rápido que puedo.
―           Si…. Oh, si… así Sergiiiiiiii… aaaaahhh…
―           Hijos de puta… — murmura Maby, llevándose de nuevo los dedos al clítoris, sin dejar de mirarnos.
―           ¡La madre que os parió, malas putas! ¡Vais a daros conmigooooo! – grito enardecido.
Tumbo tanto a Pam hacia delante que la tiro del sofá. Debe colocar sus manos en el suelo, la cabeza colgando, las piernas abiertas sobre mi regazo. Sus rizos pelirrojos barren el parqué. Debo acompañar su caída para que no me parta la polla, pero consigo ponerme de rodillas y la cosa mejora. Creo que a esta postura la llaman la carretilla, solo que se la estoy metiendo por el culo.
―           Aaayy, Sergi… me matas de gustooo… ¡Quiero follar cada día!
―           Zorrón – mascullo.
―           ¡Quiero que me folles hasta que… me preñes… hermano!
―           Calla…
―           Que me preñes… una y otra vez…
―           ¡Calla, puta!
Pero Pam parece que ha entrado en un nirvana particular. Se corre y balbucea locas ideas, sin parar. Solo puede gritarle que se calle, pero lo cierto es que solo pensar en lo que dice, hace que me corra, sin control.
―           Darte muchos… hijos… para que follen con… nosotros… también…
―           ¡CALLAAAA!
―           ¡Diosssss! ¡Queeee morbooooo! – aúlla Maby, corriéndose, casi al mismo tiempo.
Pam queda en el suelo, jadeando, la boca pegada a la madera, dejando surgir un hilo de saliva. Yo caigo sobre Maby que, a pesar de quedar aplastada, me lame la mejilla y la nariz, abrazándome.
Hemos tenido tres orgasmos simultáneos; tres intensos orgasmos, desaforados y perversos, pero con un solo pensamiento. Creo que se podría decir que ha nacido una nueva religión.
¿No?
                                    CONTINUARÁ.
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 
 
 

Relato erótico: “LA FÁBRICA (3): Final” (POR MARTINA LEMMI)

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Ni siquiera quisieron cobrarle a Luis por el trabajito con mi falda; lo tomaron como simplemente un favor e insistieron en que yo era una clienta “histórica”  (si bien la realidad era que hacía mucho que no pisaba allí debido, como ya he explicado, a mi apremiante situación económica); aun así, Luis dejó una propina para la joven que se había encargado del trabajo y, aunque no tuve oportunidad de verla, supongo que la misma debió haber sido igual de generosa que la que le había dado a la empleada que me… masturbó (me cuesta y hasta me avergüenza decirlo de tan increíble que suena).  Alcancé a ver que la entrepierna de Luis abultaba; asqueroso repugnante: se había excitado con la escena y ni siquiera parecía importarle demasiado que los demás pudiesen notarlo.
Ya en el auto nuevamente, él me preguntó adónde era mi casa y se lo indiqué.   Pensé por un momento en darle otra dirección o pedirle que directamente me dejara en algún otro lado y de esa forma evitarme a mí misma el bochorno de que mis vecinos me vieran así de escandalosa y bajando de un auto que, por cierto, no era el de Daniel.  Pero para esa altura, yo ya no sabía realmente qué era mejor, si el remedio o la enfermedad, porque la alternativa de caminar varias cuadras hasta mi casa vestida de ese modo era quizás peor y si bien zafaba de que vieran el auto, yo quedaría mucho más expuesta y no me evitaría, por lo tanto, mi principal problema.
“Realmente disfruté mucho del espectáculo que me brindó con esa chica adentro del vestidor” – soltó, de golpe, a bocajarro y siempre mirando el camino.
No dije una palabra.  Era uno de esos comentarios ante los cuales parecería que, por cortesía, había que agradecer, pero por otra parte hacerlo terminaba de hacer aún más descabellado todo lo ocurrido.
“¿Alguna vez te había masturbado una mujer?” – preguntó.  Era la primera vez que me tuteaba.
“N… no, nunca…”
“¿Y cómo te sentiste al respecto?”
Claro; si algo faltaba a la humillación vivida era aquel indigno interrogatorio.  No supe qué decir; no tenía palabras.  Simplemente me encogí de hombros y sacudí la cabeza.
“Particularmente disfruto mucho de presenciar escenitas calientes entre chicas – continuó él, como si no importase si de mi parte había respuesta o no a sus preguntas -.  Así que, bueno, sólo quería decírtelo para que estés al tanto…”
¿Estar al tanto?  ¿Qué me estaba diciendo en realidad?  ¿Era un aviso de lo que me esperaba?
Llegamos a mi casa.  No había rastros de Daniel por suerte.  Temí que se le hubiera ocurrido ir a esperarme.  Había, de todos modos, algunos vecinos dando vueltas por el lugar, incluso unos niños jugando.
“Pero ahora, después de haber presenciado tan bonito espectáculo, soy yo el que necesita una ayuda…” – me dijo él de pronto y al girar mi vista hacia él descubrí que… tenía el cierre del pantalón bajo y estaba con la verga afuera: erecta y durísima, por cierto; mi sensación al salir del local quedaba confirmada.
Ahogué un gritito de espanto llevándome una mano a la boca.
“S… señor Luis, por favor, n…no…  Le pido que…”
“Ah, ya entiendo… – me cortó en seco -.  Su amiga del local recibió una propina y usted quiere otra, ¿verdad?  Está bien, me parece justo”
Y con la misma naturalidad y facilidad que si sacara confites de una bolsita de cumpleaños, extrajo de su bolsillo un nuevo fajo de billetes y me lo arrojó sobre el regazo.  Ese solo acto, el depositarlo de esa manera, era otra forma más de seguir destruyendo mi dignidad.  Comencé a sollozar.  ¡Dios!  Yo necesitaba aquel dinero desesperadamente y, después de todo, pensándolo fríamente, era… masturbarlo y punto.
Tragué saliva.  Cerrando los ojos para no mirar, me giré un poco hacia él y tomé su miembro con mi mano derecha para comenzar a masajearlo de arriba abajo.  No era tan generoso como el de Hugo, pero había que decir que estaba duro como una piedra.
“No, no, no… – me interrumpió -.  Con las manitos no…”
Lo miré fijamente.  ¿Me estaba diciendo lo que realmente yo estaba entendiendo?  Hizo gesto como de formar un aro con su boca y, ayudándose con la mano, imitó el acto de mamar.  Me dejé caer sobre mi butaca, incrédula e impotente ante los hechos.
“Con la boquita, vamos… Como lo debés haber hecho con Hugo…” – me impelió burlonamente.
Mi rostro se tiñó de una angustia que me devoraba.
“S… señor Luis… ¿Me está pidiendo que… le haga una m… mamada a cambio de dinero?  Eso m… me conviría en…”
“¿Una puta? – me interrumpió -.  Lo siento; no quise ofenderla.  Bien, entonces, si no es una puta, sólo deje el dinero y baje del auto.  Ningún resentimiento…”
El dinero: el maldito dinero… Yo lo necesitaba.  Pero… directamente él me estaba diciendo que si lo aceptaba y le mamaba la verga, yo era una p… puta.  De algún modo me estaba haciendo acordar al jueguito a que me sometió Hugo en su oficina; él también me había dado la opción de irme y, al igual que Luis, me dio la impresión de estar todo el tiempo convencido de cuál iba a ser mi respuesta.  Ignoraba yo hasta qué punto ambos eran compinches pero había muchas similitudes entre los dos aun cuando uno hiciera gala de un estilo más irónicamente caballeresco y el otro fuera bastante más guarro.  A la larga, sin embargo, el juego al que jugaban era el mismo.
Ya no había más lugar para la incredulidad.  Sólo sabía que tenía que bajarme rápido de ese auto y cuanto antes cumpliera con lo que me exigía, más rápido lo haría.  Así que sin pensar más y haciendo de tripas corazón, volví a cerrar los ojos y zambullí mi rostro sobre su verga engulléndola de un solo bocado.
“Mmmm… soltó él -.  Finalmente es una putita, Soledad… Lo sabía: una buena puta”
 Volvía a tratarme de “usted”, pero estaba obvio que sólo lo hacía con sentido de burla.  Parecía increíble que después de lo ocurrido en la entrevista de trabajo, sintiera yo que actuaba como una mujer experimentada en el tema.  Lo cierto que fue los jadeos de él se fueron haciendo cada vez más potentes y audibles y, por un momento, volví a pensar en los niños que jugaban en la acera.  ¡Al diablo todo!  Tenía que hacerlo acabar así que tragué y tragué… una y otra vez.  Y cuando mi boca fue (una vez más) invadida por el amargo líquido, ni siquiera hice amago por escupir pues ya sabía de antemano cuál sería la respuesta.  Sólo tragué… y tragué…
Una vez que tan indigno acto hubo terminado abrí la puerta de mi lado como para bajarme sin siquiera despedirme ni decirle nada.
“¿No me va a dar las gracias?”” – me preguntó, siempre con su deje irónico.  De hecho se seguía manteniendo en el “usted”, el cual estaba obvio que usaba para burlarse de mí.
Lo miré con el ceño fruncido.
“La traje a su casa, la llevé a arreglar su falda… – puntualizó -.  ¿No me va a agradecer?”
Era realmente sádico el juego que él jugaba.  Lo peor de todo era que,  aun con su insolencia y su falta absoluta de caballerosidad lo sabía jugar bien, porque yo sentía por dentro un asco indecible y sólo tenía ganas de estar en mi casa lavándome la boca… pero a la vez todo me producía un muy extraño morbo. 
“G… gracias, s… señor Luis, m… muchas gracias realmente”
Me apresuré a bajar antes de que él dijera algo más pues cada palabra que pronunciaba me rebajaba aún más hondo.  Aun así llegó a decirme algo más en el preciso momento en que yo descendía del vehículo.
“Soledad… – me dijo -.  Una cosa más… Es una buena puta: decidió por cuenta propia tragar el semen sin que nadie se lo pidiera”
Era el cerdo más sucio del mundo.  Yo estaba plenamente segura que, de haberme negado yo o haber intentado escupir, él no me lo hubiera permitido… Y sin embargo, sólo para destrozar aún más mi dignidad, él lo destacaba como si hubiera sido cosa mía.  Yo ya no soportaba más.
  Caminé hacia la casa y no hubo vecino que no tuviera los ojos clavados sobre mí, ni siquiera los niños que, de hecho, eran los que me miraban con menos disimulo.  Eché un rápido vistazo en derredor; en circunstancias normales hubiera saludado a la mayoría, pero en ese momento tan sólo me atreví a hacer un asentimiento muy ligero con la cabeza sin dirigirlo a nadie en particular.  Bajé la vista y, al hacerlo, recalé en el fajo de billetes que llevaba aprisionado en mano contra mi pecho.  ¡Dios, tonta de mí en no haber guardado el dinero antes!  Con la conmoción y la prisa por descender del vehículo, lo había olvidado por completo.  ¿Y qué pensarían de mí ahora al verme?  Ese dinero en mis manos sólo podía indicar a sus ojos que yo acababa de cobrar por… algún servicio.  Dicho en otra forma, que yo era la puta de quien quiera que fuese el que manejaba el auto.  Y por otra parte, ¿habrían escuchado los jadeos de Luis cuando yo le estaba mamando?  Difícil era creer que no lo hubieran hecho y si habían sospechado algo, el dinero contra mi pecho sólo podía servirles como confirmación… Sintiéndome el más bajo trasto del mundo, entré en mi casa…  Junto al vano de la puerta encontré un sobre: un reclamo por el alquiler atrasado.  Una involuntaria sonrisa se me dibujó en el rostro mientras cerraba mi puño aun con más fuerza en torno al dinero que llevaba en mano.
Esa noche Daniel vino a verme; por suerte tuve el suficiente tiempo como para lavarme bien dientes y boca, además de asear todo mi cuerpo porque me sentía terriblemente sucia y llena de olores.  Me invadía la fuerte paranoia de que él iba a darse cuenta con muy poco de las cosas que yo había hecho en mi primer día laboral (paradójicamente nada de lo ocurrido había sucedido en el trabajo propiamente dicho).  Escondí mi falda, obviamente, pero sólo era un detalle inútil que dilataba lo que, de todos modos, era inevitable: en algún momento iba a verla; al otro día, seguramente.  Fuera de ello intenté, lo más que pude, fingir que todo estaba bien pero, claro, distaba de ser fácil.  El propio Daniel me encontró rara pero, por suerte y sin que yo necesitara poner excusas, él mismo insistió en que, siendo mi primer día de trabajo, yo debía estar muy cansada…
En efecto y tal como había previsto, una pequeña tormenta estalló al otro día cuando Daniel me llevó al trabajo.  Raramente él me cuestionaba algo pero esa mañana el largo de mi falda dio lugar a una escena de celos.
“Pero… era bastante más larga por lo que recuerdo… – me decía mientras conducía en dirección a la fábrica -.  ¿Qué le pasó?”
“Se me encogió con el lavado” – respondí, tratando de sonar segura.
“¿Así?  De un día para el otro?  ¿Y no tenías otra?”
“Ay Dani… – me acerqué y le propiné un beso en la mejilla -.  No seas celoso.  Hoy en día es algo normal…”
“¡No estoy celoso! – mintió él -.  Y… ¿normal?  Yo no veo que el resto de las empleadas de esa fábrica vayan vestidas así al entrar…”
Tuve que callar y no decir nada más, en parte por no tener respuestas.  Lo peor de todo era que tenía razón en eso: yo no había visto a ninguna de las otras chicas lucir una falda tan corta como la mía.  Más aún, al llegar a la fábrica me llamó la atención otro detalle: justo la vi llegar a Floriana y… llevaba pantalones.  Al rato, otra de las chicas también se apareció en pantalones.  No sólo parecía que las faldas cortas no eran obligatorias en absoluto allí sino que incluso las faldas parecían no serlo; ¿por qué sí eran obligatorias para mí?  Lo cierto fue que el hecho le sirvió a Daniel para insistir en su postura:
“¿Ves? – gesticulaba desencajado -.  Mirá cómo viene a trabajar Flori…”

Opté por lo mejor en ese caso; le propiné un largo y profundo beso en la boca en señal de despedida.  Eso lo apaciguó un poco, pero empezaba a quedarme claro que se me iba a hacer muy difícil mantenerlo sosegado siempre…A pesar de que me bajé del auto con la mejor sonrisa que fui capaz de lograr, por dentro me estaba preguntando si no sería ya hora de tomar el toro por las astas y renunciar a aquel trabajo que, de seguro, me traería más problemas que soluciones.  Mientras cavilaba acerca de esto y caminaba hacia la puerta, los operarios de planta que estaban entrando por el portón me clavaban unos ojos terriblemente lascivos; supongo que Daniel lo notó desde el auto y, de ser así, su furia debió aumentar.
A pesar de todo me comencé a sentir cómoda con mi trabajo, por lo menos con la parte de él que se podía decir que era legal.  Afortunadamente me llevo bastante bien con temas informáticos y contables y ya para el segundo día podía decir que había alcanzado la eficacia que tal vez a otras chicas les costaría semanas alcanzar.  En un momento pasó Hugo frente a los escritorios y ése sí que fue un momento verdaderamente incómodo; me saludó amablemente, pero a la vez me dirigió una mirada insinuante y procaz que me obligó a hacerme la distraída y volver mi atención al monitor.  En cambio, no vi a Luis ni tampoco, por suerte, al hijo de Hugo.
Floriana me alentó a que comenzara a contestar el teléfono y así lo hice, ahora que ya estaba más ducha con los temas de escritorio.  Ella me insistió en que teníamos una comisión sobre las ventas, detalle que yo nunca supe o bien había olvidado, lo cual no era de extrañar con todo lo que me había tocado vivir desde el primer día en que puse mi pie en esa fábrica.
Puede decirse que los tres primeros clientes a los que atendí entraban dentro de lo normal y esperable; básicamente consultaron presupuestos aunque uno de ellos pareció muy interesado en concretar operación, razón por la cual le remarqué bien cuál era mi nombre y le insistí en que pidiera hablar conmigo en la próxima oportunidad en que llamase.  Ya empezaba yo a ver cómo era la cosa y cómo funcionaba la competencia interna entre las empleadas: había que vender, así que a eso me dedicaría y trataría de dejar en algún rincón las traumáticas experiencias vividas en las oficinas o fuera de la fábrica en sí.
Pero con el cuarto cliente la cosa fue distinta.  Era de Corrientes y, si bien mostró interés desde el principio en encargarnos las cortinas de su empresa y la mecanización completa de las mismas, también hay que decir que mostró un particular interés en mí.
“Su voz es hermosa, muy cautivante…” – me decía.
Me incomodé.  Rápidamente recordé el simulacro de conversación telefónica que Hugo me había hecho hacer en su oficina durante la entrevista de trabajo y caí en la cuenta de que, después de todo, en aquel punto no se me había mentido más allá de que Di Leo hubiera utilizado la situación en su provecho.  Me vino a la cabeza aquello que me dijo acerca de utilizar mis principales armas de seducción que, en ese momento, pasaban a ser la voz, las palabras y, por supuesto, el tono con que hablaba.
“Muchas gracias, señor Inchausti – respondí, haciendo lo posible por no tartamudear ni trabarme al hablar -.  Es usted muy galante…”
“¿Qué edad tiene, si se puede saber? ¿Y su nombre es…?”
Tragué saliva.  No debía perder la seguridad.  Tenía que conseguir la venta.
“Veintiséis, señor Inchausti…”
“Mmm, hermosa edad.  Yo tengo cuarenta y seis pero estoy en muy buen estado, je…”
“Lo imagino, señor Inchausti, su voz suena muy juvenil…” – revoleé los ojos al decir esto; parte del trabajo consistía en mentir y lo estaba haciendo.
“Ja, muchísimas gracias.  Verá, señorita Moreitz…”
“Soledad, por favor…”
“Ah, eeh, bien… Soledad entonces.  Estoy muy interesado en contratarlos a ustedes pero me gustaría tratar específicamente con usted…”
“No hay problema, señor Inchausti; cuando llame, sólo pregunte por Soledad…”
“Claro, claro, pero yo pensaba… ¿No podría dejarme un número de celular suyo para estar en contacto?”
Aquello sí que era una estocada.  No podía permitir tal invasión a mi privacidad.  ¿Qué ocurriría si me llamara estando Daniel presente?  ¿O si me dejaba algún mensaje y Daniel lo leía?
“No, señor Inchausti… c… créame que lo siento… – contra mi voluntad comencé a tartamudear -, p… pero no, no doy mi número particular para asuntos de la empresa…”
Súbitamente sentí un golpe en la rodilla, como un latigazo.  Era Floriana que acababa de golpearme con una lapicera.
“¡Dáselo, boluda! – me decía de manera casi imperativa pero a la vez tratando de mantener bajo el tono de su voz -.  ¡Es un pez gordo!  No dejes escapar esa venta…”
Me quedé un momento en silencio mirando a mi amiga.  Del otro lado de la línea el cliente sólo me insistía en la conveniencia de que estuviéramos comunicados con nuestros celulares privados.  Floriana asentía marcadamente con la cabeza a la vez que abría grandes los ojos, alentándome a que accediera al pedido.  Me armé de valor y decidí, por una vez, mostrar algo de dignidad:
“No, señor Inchausti, lo siento.  Le repito que no doy mi número de celular para esto.  Sepa disculpar”
A pesar de todo, el cliente no lo tomó mal.  Por el contrario, se despidió con toda cortesía prometiendo volver a comunicarse y de hecho me mandó… ¡un beso!; y, peor aún, me sorprendí a mí misma diciendo “otro”.  Cuando corté la comunicación, Floriana no me dijo nada pero me miraba con los ojos inyectados en rabia más allá de que, claro, era la rabia amistosa de quien pretendía ayudarme y consideraba que yo dificultaba las cosas.  De cualquier modo no volví a tener noticias de Inchausti, al menos por unos días.  Ya habrá tiempo de hablar de él…
Un par de veces durante la tarde tuve que ir a llevar unos papeles a la oficina de Hugo; por fortuna en ambas oportunidades se encontraba allí Estela aunque, en realidad y de acuerdo a los antecedentes, no era eso demasiada garantía de que él no fuera a avanzarme.  Más allá de eso, sin embargo, lo noté muy preocupado y hasta algo alterado por algo que no llegué a entender y, de hecho, casi podría decirse que me ignoró.  Mejor: quizás, me dije, sólo había sido aquella primera entrevista.  Aun abrigaba la ilusa esperanza de que las cosas fueran a ser distintas ahora que yo era empleada efectiva de la empresa, al menos por parte de él.  De ser así, tendría que evitar lo más posible a Luis quien, después de todo, no era mi jefe en términos legales: no tenía por qué ir tan seguido a su oficina como sí a la de Hugo.
Lo chocante ocurrió al regresar a mi escritorio luego de mi segunda visita a Di Leo.  Cuando pasé junto al escritorio de Evelyn (por cierto una de las que venía mostrando más hostilidad hacia mí desde el primer momento) escuché que ésta conversaba con Rocío, la chica del escritorio contiguo.  Y me dio la impresión de que lo hacían en tono de voz deliberadamente alto a los efectos de que yo oyera a la pasada.  Si eso buscaban, lo consiguieron.
“Y sí… – decía Evelyn -.  Ya viste cómo es eso siempre.  Putitas que se aparecen con la falda bien corta para calentar pijas y que no tienen problema en chuparle la verga al jefe aun sin que él se lo pida…”
Rocío, por su parte, no decía nada, pero sonreía y asentía.  Me detuve en el lugar.  Evelyn debió notar mi inmovilidad o que algo raro ocurría porque desvió la vista de su amiga y la giró hacia mí.  Su rostro, enmarcado en una larga cabellera rojiza y con ojos penetrantes de un azul casi de agua, se sonrió. 
“¿Perdón?” – dije, frunciendo el ceño.
Evelyn sacudió la cabeza como fingiendo no entender.
“¿Perdón qué…?”
“¿De quién hablaban?” – inquirí con total seriedad.
Evelyn soltó una risita que, por cierto, me cayó por demás desagradable.  Volvió la vista hacia su amiga y luego otra vez hacia mí.
“¿Es asunto tuyo?” – repreguntó, encogiéndose de hombros y con tono desafiante.
“Me dio la impresión de que hablaban de mí… Y entonces, sí, es asunto mío”
Otra vez la risita chocante.
“Ja, estás un poco paranoica, querida.  Pará la moto; no sos el centro del mundo.  Y en todo caso si te sentís tocada o te hacés cargo, no es mi problema…”
“No te hagas la estúpida” – repliqué, cada vez más enérgica.
Su rostro se transformó; la sonrisa le desapareció.  Poniéndose de pie se envaró frente a mí y colocó las manos a la cintura.  Una vez más la actitud era desafiante.  Puso su cara prácticamente contra la mía.
“Sería bueno para vos que te bajaras del caballo y moderaras el tonito, trepadora – me dijo, exultante -.  Después de todo sos nueva en la empresa y no tenés ningún derecho de hablarnos de ese modo a quienes llevamos mucho tiempo aquí adentro.  No te hagas la cocorita entonces y me encantaría saber si te hacés respetar del mismo modo tanto cuando estás dentro de la oficina de Hugo o la de Luis…”
Crispé el puño.  Estaba a punto de golpearla.  Iba a hacerlo, de hecho, cuando Floriana intervino y las otras empleadas se le sumaron.
“¡Chicas!  ¡Chicas! – decía Floriana buscando imponerse en medio de la reyerta -.  ¡Estamos compartiendo un mismo ámbito de trabajo!  ¡Llevémonos bien!”
Ni Evelyn ni yo quedamos, por cierto, muy convencidas, pero ambas, a regañadientes, volvimos a nuestras tareas.  En distintos momentos de la tarde ella retomó la conversación que mantenía con Rocío y, varias veces, me dio la impresión de que hablaban de mí y reían.  Opté por concentrarme en mi trabajo; después de todo para eso era que me pagaban y lo más posible era que Evelyn me estuviera buscando, así que no iba a darle el gusto.  En efecto, me enteré por Floriana de que eran muy amigas con la chica que antes ocupaba mi puesto.  Podía entender su enojo pero nada justificaba que me tratase de ese modo.
Cuando ya estaba terminando el turno Estela se acercó a mi escritorio para decirme que pasara por la oficina de Hugo antes de irme.  Noté cómo, apenas oyeron eso, Evelyn y Rocío intercambiaron una mirada cómplice y un recíproco gesto de asentimiento con la cabeza.  Decidí ignorarlas, no obstante; o, mejor aun: si querían guerra, la iban a tener.  Y si tanto me odiaban, pues que reventaran de odio.  Cuando, minutos antes de la chicharra de salida, me dirigí hacia la oficina de Hugo, caminé contoneándome de un modo que hasta era extraño en mí.  Viéndolo hoy a la distancia, no fue la mejor actitud de mi parte ya que eso podía significar granjearme incluso la antipatía de las otras chicas que me habían recibido de lo más bien y que me habían aceptado como una más entre ellas; pero, claro, en ese momento sólo quería hacer hervir de rabia a esas dos y no lo pensé.  De cualquier modo y más allá de mis intentos por parecer en ese momento una femme fatale, lo cierto fue que a medida que me iba acercando a la puerta de Hugo, me volvieron a asaltar los miedos y las incertidumbres; la felina seguridad de hacía un momento se había ido tan rápido de mí como había llegado.  ¿Qué querría Hugo de mí? 
Golpeé con los nudillos a la puerta y al instante apareció el sonriente rostro de Estela.
“Ah, Sole… – me dijo y luego miró hacia el interior de la oficina -.  ¡Soledad ya está aquí, Hugo! -; después se giró hacia mí nuevamente -.  Ya te atiende, mi vida – y, acto seguido, se marchó, dejando la puerta apenas entreabierta con sólo una rendija de luz que nada permitía ver.
Aguardé un par de minutos totalmente tensa, nerviosa, hasta que escuché la voz de Hugo proveniente de la oficina.
“Pase, Soledad, adelante”
Apoyando las puntas de mis dedos extendidos, empujé con temor la puerta y, una vez que la hube abierto por completo, el espectáculo con que me encontré casi me hizo caer de espaldas.  Me llevé una mano a la boca y ahogué un grito que conjugaba a la vez sorpresa, espanto y repulsión.
Hugo estaba apoyado con el vientre sobre su escritorio y tenía bajos tanto los pantalones como el calzoncillo, lo cual significaba que me mostraba lisa y llanamente su culo, gordo y deforme.  Me giré sobre los talones con intención de marcharme.
“P… perdón, señor Di Leo… – me disculpé, ruborizada -.  Creí entender que…”
“Entendió bien – señaló él girando levemente la cabeza por encima de su hombro para mirar hacia mi posición -. Le dije que pasara.  Eso sí: cierre la puerta, por favor”
Mi incredulidad estaba recibiendo una nueva bofetada y un nuevo signo de interrogación se abría para mí.  Despaciosamente y muerta de miedo, cerré la puerta… y quedé dentro de la oficina con él mostrándome su poco agradable culo.  Me giré.
“Tuve un día muy agotador, Soledad – me explicó Di Leo -.  Y estoy muy estresado.  Pero hay algo que me relaja, ¿sabe?”
Sacudí la cabeza sin entender.
“Hay quienes se relajan con un masaje – continuó -, pero en mi caso lo que me deja como nuevo es una buena lamida de culo”
Abrí grandes los ojos, el labio inferior se me cayó y hasta retrocedí un paso apoyando mis espaldas contra la puerta.
“¿P… perdón, señor Di Leo?”
“Como lo oye, Soledad.  Y, de hecho, ¿no es lo que siempre dicen que hacen las empleadas de oficina? ¿Lamer culos de jefes?  Jaja, al menos démosles fundamento a quienes lo dicen”
Me llevé una mano al rostro y me lo estrujé como si fuera un trapo; después de todo, era exactamente así como me sentía.  Mi ya muy golpeada incredulidad seguía encontrándose, a cada paso, con un reto nuevo.  En ese momento sonó la chicharra de salida; momentáneamente lo vi como un alivio e, incluso, como una posible vía de escape y, de hecho, amagué tomar el pomo de la puerta; lo siguiente era disculparme y marcharme.  Él, sin embargo, me detuvo:
“Sólo le tomará un momento, Soledad… Y su novio la va a esperar”
Nuevamente la urgencia que me invadía era la de salir de allí lo antes posible.  Y si lo hacía así nomás y sin acceder a su insólito y depravado pedido lo más posible era que ya no tuviera trabajo.  La forma, por lo tanto y por mucho que a mi estómago le pesase, era hacer lo que me pedía y terminar lo antes posible.  Basta de pensar.  Aunque se me revolvían las vísceras, avancé un par de pasos, clavé una rodilla en el piso y me dediqué a recorrer con mi lengua cada centímetro de sus pomposas nalgas.
“Mmmmm… – dijo él, como invadido por una sensación de placentero éxtasis –; lo hace muy bien, señorita Moreitz.  ¿De verdad nunca lo hizo?  ¿En su anterior trabajo¿  ¿O en otro?”
Contesté con una negación de cabeza que él no podía ver y con una interjección que sí debió escuchar mientras mi lengua seguía dedicada afanosamente a la tarea de recorrerle todo el culo y mi cabeza estaba puesta en terminar de una maldita vez con todo aquello.
“Mmm, eso sí que relaja – decía él -.  ¿Sabe lo que me gusta mucho, Soledad?”
¿Algo más?, pensé para mis adentros.  ¿No era suficiente ya de depravadas ocurrencias?  Parecía ser que no.  Apoyando sus manos en ambas nalgas las separó de tal forma de dejar bien expuestas tanto su zanja como su orificio.  Espectáculo de lo más repulsivo, por cierto.
“Recórrame la zanja – me dijo sin el más mínimo prurito -.  Hágalo: me relaja mucho”
¡Dios!  Yo sólo pensaba en terminar con todo aquello pero, por otra parte… lo que me pedía era de lo más repelente.  Conteniendo mis arcadas tuve que llevar mi lengua donde él me pedía y recorrer toda la zanja una y otra vez en ambos sentidos.
“Mmm, así, Soledad, así, de arriba abajo… Mmm… así: y ahora de abajo arriba.  Mmmm…”
Noté que él daba un respingo cada vez que mi lengua, en su recorrido ascendente o descendente, se topaba con su orificio.  Yo, como un gesto reflejo, tendía a meterla un poco entre los labios cada vez que pasaba por allí pero él, por el contrario, parecía disfrutarlo muchísimo.  Y rápidamente me lo hizo saber:
“Meta su lengüita ahí, Soledad – me ordenó -: bien adentro, sin miedo… Así, así…”
Asco.  Asco.  El más profundo asco.  Y sin embargo mi lengua avanzaba inexorablemente por entre sus plexos a la vez que yo hacía esfuerzos sobrehumanos por contener mis ganas de vomitar.  El movimiento lo enloqueció y lanzó una especie de jadeo largo y prolongado que, en determinado momento, se convirtió en alarido.
“Mueva, sí, mueva su lengüita ahí adentro, Soledad… ¡Aaay! ¡Hmm! ¡Así, así, siga así!”
Haciendo caso de sus degradantes órdenes yo jugueteaba con mi lengua dentro de su orificio llevándola a derecha e izquierda, arriba y abajo, trazando círculos, haciendo todos los movimientos que fueran posibles allí adentro.  Él estaba terriblemente excitado.  En un momento cruzó una de sus manos por detrás de su espalda y me tomó por los cabellos: empujó mi cabeza haciendo que mi lengua fuera aun más adentro; luego jaló hacia afuera para volver a empujar y así sucesivamente.  Literalmente, me estaba haciendo cogerlo con mi lengua.  Qué asquerosidad.  Yo temía vomitar de un momento a otro y ya estaba a punto de hacerlo cuando, por alguna razón, jaló de mis cabellos llevando mi cabeza hacia atrás nuevamente pero con mucha más fuerza que lo que lo venía haciendo hasta entonces, al punto que me arrancó un grito de dolor de la garganta.  Pero lo bueno, más allá de eso, era que mi lengua volvía a estar fuera de su culo.
“Ya… es suficiente, señorita Moreitz” – dijo él, con la voz algo entrecortada por su agitada y jadeante respiración.
Me alegré de oír aquello aunque, por otra parte, un escozor me recorrió de la cabeza a los pies al tratar de imaginar qué vendría a continuación.  Él estaba muy excitado, sí.  ¿Y bien?  ¿Cómo pensaba satisfacerse?  Comencé a temblar como una hoja; sus siguientes palabras, sin embargo, esfumaron mi temor:
“Ya puede irse, señorita Moreitz – me dijo -.  Su novio la debe estar esperando”
Realmente me sorprendió el giro.  Sin vacilar en lo más mínimo me incorporé y me apresté a irme.  En efecto y casi como corolario a sus palabras, noté que había en mi celular un mensaje de texto de Daniel al cual yo ni siquiera había oído entrar, tapado el sonido probablemente por los lobunos jadeos de Di Leo.  Pensé por un momento en contestarlo pero no, lo mejor era salir rápidamente de allí y, de todas formas, vería a Daniel en el auto en apenas instantes.
Al momento en que me retiraba noté que Hugo, sin siquiera amagar a subirse el pantalón, se giraba y se dejaba caer pesadamente sobre la silla giratoria haciéndola crujir.  Pero lo peor de todo fue que tomó su erecta verga y comenzó a masturbarse.  ¡Dios!  Ahora o nunca: tenía que salir urgentemente de allí.  Mis labios pronunciaron un apenas audible “Hasta mañana, señor Di Leo” y salí de la oficina cerrando la puerta al hacerlo, creo que por pudicia ajena: me costaba realmente creer que aquel gordo desagradable se estuviera masturbando en su propia oficina y ni siquiera tuviera el recaudo de pedirme que cerrara la puerta.  Me alejé de allí casi a la carrera.
Una vez en el auto besé a Daniel y, de inmediato, sentí vergüenza y asco de mí misma.  En mi prisa por abandonar la fábrica lo antes posible luego de tan terrible experiencia, no había, ni siquiera, pasado por el toilette para asearme la boca.  Y acababa de dar a Daniel un beso.  Sólo rogué que él no percibiera el asqueroso gusto del trasero de Hugo: yo, claro, lo percibía…
“¿Qué te pasó que te demoraste? – me preguntó sin notar, aparentemente, nada extraño en el sabor del beso -.  ¿Qué te quedaste haciendo?  ¿Lamiéndole el culo a tu jefe?”
Me puse de todos colores.  Mis ojos se abrieron grandes y quedé totalmente muda; imposible articular palabra alguna por más que quisiese hacerlo.  Lo miré fijamente y estoy segura que mi mirada rezumaba sólo terror.
“Chiste, boluda” – dijo él sonriendo y giró la llave para poner en marcha el auto.
                                                                                                                                                                 CONTINUARÁ

Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

Relato erótico: ¿Te follarías a mi madre?: preguntó mi esposa (POR GOLFO)

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Que tu mujer te haga esa pregunta es al menos extraño por no decir rarísimo y más aún cuando la relación con su progenitora es casi inexistente.  Desde que nos casamos solo había coincidido con esa bruja un par de ocasiones y siempre por alguna causa mayor: La primera fue en el funeral de su marido y la segunda en el bautizo de una sobrina.  
El resto del tiempo, mi suegra era un ser inexistente que hacía su vida al margen nuestro. Profundamente ególatra, creía que todos le debían rendir pleitesía y como sus dos hijas, asqueadas quizás por la forma en que las educó,  se negaban a reírle sus gracias, había decidido dejarlas a un lado y seguir con su vida.
En los tres años que llevaba viuda, había tenido media docena de “novios”: si es que se le puede llamar así a los parásitos que remolinaban a su alrededor. Decidida a no envejecer, a mi suegra le gustaba pasearse con hombres mucho menores que ella y cuando alguna de sus hijas le echaba en cara ese comportamiento, la jodida viuda siempre contestaba:
-Son buenos en la cama.
Siempre supuse que esa contestación era una forma de autodefensa pero la vida me demostró que estaba equivocado:
“¡Mi suegra andaba con jóvenes para que se la follaran!”
Os preguntareis como llegué a esa conclusión:
Muy fácil, ¡Yo fui uno de los que se la tiró!.
La discusión
Aunque nunca en mi vida me había sentido atraído por Teresa, tengo que reconocer que mi suegra es una cincuentona de buen ver. Dotada por la naturaleza de unas buenas tetas y un buen culo, esa zorra se había preocupado de hacer ejercicio para que la gravedad y los años no hicieran estragos en su anatomía. Todas las mañanas, invierte un par de horas en el gimnasio, para al terminar salir a correr por el retiro. Tanto deporte, ha conseguido que su cuerpo no parezca el de una mujer de cinco décadas sino el de una hembra de al menos veinte años menos.
Más de una vez, algún amigo me ha dicho mientras le daba un repaso con la vista:
-Está buena tu suegra. Yo le echaba un buen polvo.
Y siempre le había animado a intentarlo, diciendo:
-Me harías un favor si te la follaras.
Desgraciadamente, ninguno me hizo caso y creyendo que era una señora,  había pasado de echarle los tejos. La realidad es que la madre de mi mujer era, es y será siempre una zorra. Le gusta que le den caña una cosa fina y está siempre dispuesta a meterse en la cama con un desconocido con el pretexto de que es viuda y que no responde ante nadie.
Pero volviendo a cómo llegué yo a ser uno de sus amantes y que encima fuera mi mujer quien me lo pidiera es otra historia. Todo empezó el día en que María, su hija, le pidió ayuda. La crisis había provocado que nos hubiésemos quedado sin trabajo y al no ser capaces de llegar a fin de mes,  mi esposa pensó que su madre nos ayudaría.
¡Qué equivocada estaba! No solo se negó a ayudarnos sino que le echó en cara el haberse casado con un vago como yo. Al escucharla, mi mujer totalmente fuera de sí le contestó que podría ser un inútil pero que al menos la dejaba satisfecha en la cama y no como los eunucos con los que mi suegra solía rodearse.
El insulto hizo mella en la cincuentona y cabreada hasta la medula, le soltó:
-¡Eso habría que verlo!. Tu marido sería incapaz de satisfacer a una mujer como yo.
Ya metida en faena y sin prever hasta donde llegaría esa discusión, mi esposa la miró sonriendo y le respondió:
-No solo es capaz de complacerme a mí. Si yo se lo pidiera, te haría gozar como la puta que eres.
Fue entonces cuando su madre la contestó con otro órdago, diciendo:
-Ya que estás tan segura de que es tan macho. Si deseas mi ayuda, el imbécil de tu marido deberá hacerme disfrutar con anterioridad.
Alucinada, mi mujer se la quedó mirando sin saber que decir.  La zorra de mi suegra creyendo que había vencido, soltó una carcajada mientras disfrutaba de su victoria. El menosprecio fue tan brutal que sin recapacitar en sus palabras, hizo que le contestara:
-¡Está bien!. Si para ayudarnos, exiges Manuel te folle, solo dime cuando quieres que venga y te lo haga.
Como dos gallos de pelea enzarzados en la arena, ninguna de las dos mujeres dio su brazo a torcer y por eso tras pensarlo durante unos segundos, su madre le respondió:
-El viernes en mi casa, a la hora de cenar.
No quedándose callada, mi esposa le contestó:
-¡Allí estará!
María, una vez fuera de la casa de su madre y sin la adrenalina  de la discusión, llegó a casa destrozada y me contó lo ocurrido.  Al irme explicando lo que pasó, mi mujer se volvió a enfadar y por eso al terminar, me preguntó:
-¿Qué te parece?
Como era su madre, no le respondí lo que realmente pensaba de esa zorra y tratando de no entrometerme en una pelea familiar, le solté:
-Ni se lo tomes en cuanta. Tu vieja estaba picándote.
Mis palabras lejos de calmarla, la encabronaron aún más y con los ojos impregnados de odio, me preguntó:
-¿Te follarías a mi madre?
-Si tú me lo pides, ¡Sí!
Siguiente viernes en casa de mi suegra.
Una vez me había sacado la promesa de que me tiraría a mi suegra, mi mujer se comportó como un hembra en celo y durante toda la noche no hicimos otra cosa que follar. Os reconozco que esa mañana cuando me levanté, pensaba que con la luz del día María se olvidaría de esa locura y por eso no volví a hacer mención alguna sobre el tema.
Curiosamente, mi esposa no lo volvió a tocar hasta ese viernes. Acababa de llegar a casa cuando me dijo que me tenía que dar prisa.
-¿Para qué?- pregunté.
-Has quedado con mi madre- contestó y al ver mi cara de alucine, me besó en los labios y entornando sus ojos, me soltó: -Necesitamos ese dinero.
Sin llegarme a creer que me estaba pidiendo que me tirara a su vieja, me vestí y antes de salir, insistí:
-En serio, ¿Quieres que me tire a tu madre?
Recalcando sus intenciones, contestó:
-Hasta por las orejas. ¡Qué se entere lo que es un hombre!
No pudiendo negarme y no solo porque nos urgía la pasta sino porque lo reconociera o no, me daba morbo el follarme a su vieja, salí rumbo a donde vivía esa mujer. Al llegar a casa de mi suegra, esta me recibió vestida con un conjunto de raso negro que lejos de esconder sus curvas, no hacía otra cosa que magnificar la  rotundidad de sus formas. Nada más abrir la puerta y con su mala leche habitual, me soltó:
-¿A qué vienes?
 Su suficiencia me caló hondo y dotando a mi voz de todo el desprecio que pude, le contesté:
-A follarme a la puta de mi suegra.
Indignada por mi respuesta, me abofeteó con fuerza. El dolor provocado por su ruda caricia sumado a mi propia rabia hicieron que cogiéndola del brazo se lo retorciera y dándole la vuelta la empujara contra el sofá.
-¿Qué vas a hacer?- me preguntó ya no tan segura.
Viendo que no se esperaba una reacción como la mía, la cogí del pelo y bajando su cabeza a la altura de mi entrepierna, contesté:
-Yo nada, pero tú ¡Vas a comerte mi polla!
Y antes de que pudiera reaccionar, me bajé la bragueta y sacando mi pene de su encierro, lo puse a su disposición. Sorprendida, no pudo negarse a obedecer y tras obligarla a arrodillarse ante mí, abrió su boca  engullendo toda mi extensión.
-Así me gusta, zorra- grité mientras me terminaba  de quitar el pantalón.
Tener a la madre de mi mujer arrodillada ante mí mientras me hacía una mamada era algo sumamente excitante pero más aún que lo estuviera haciendo a regañadientes. Reconozco que me encantó verla descompuesta mientras sus manos me bajaban la bragueta y más aún cuando esos labios acostumbrados mandar, se tuvieron que rebajar y abrirse para recibir en el interior de su boca el pene erecto del vago de su yerno.
-Así me gusta, ¡Perra!. ¡Métela hasta dentro!-
Tremendamente asustada y con su piel erizada cual gallina, mi pobre suegra se metió mi miembro hasta el fondo de la garganta. Sin quejarse empezó a meter y sacar mi extensión mientras gruesos lagrimones recorrían sus mejillas. Tratando de reforzar mi dominio pero sobre todo su humillación, le ordené que se masturbara al hacerlo. Sumisamente, observé como esa zorra madura separaba sus rodillas y llevando una de sus manos a su entrepierna, se empezaba a tocar.
-Mi querido suegro siempre se vanagloriaba de la putita con la que se casó pero nunca le creí hasta ahora – le solté para seguir rebajando su autoestima y cogiendo su cabeza entre mis manos, la forcé.
Disfrutando de su miedo, usé su boca como si de su sexo se tratara y metiendo y sacando mi miembro de su interior, empecé a follármela. Mi suegra habituada a llevar la voz cantante, colaboró conmigo y abriendo su garganta de par en par, permitió que hundiera mi extensión en su interior sin importarle que al hacerlo, mi glande rozara su campanilla y temiendo contrariarme, se abstuvo de vomitar al sentir las arcadas. Su completa sumisión, me terminó de calentar y derramando mi simiente en su boca, me corrí gritándole:
-¡Trágate todo!
La madre de mi esposa, obedeciendo, no solo se bebió toda mi corrida sino que cuando mi pene ya no escupía más, se dedicó a limpiarlo con la lengua. Viendo su entrega, la obligué a ponerse a cuatro patas en la cama y entonces, mientras le quitaba las bragas,  le pregunté si alguno de sus amantes la había follado por el culo. Totalmente avergonzada, me contesto no. Su respuesta me satisfizo y separándole las dos nalgas, disfruté por primera vez del rosado ojete que escondían.
Pasando mis dedos por su sexo, recogí parte del flujo que anegaba su cueva y untando su esfínter, metí uno de ellos en su interior mientras le decía:
-Eres una guarra, ¡Tienes los pezones duros como piedras!- y recalcando mis palabras, pellizqué sus aureolas.
Mi suegra gimió al sentir mi caricia y acomodándose sobre el sofá, permitió que mi glande jugueteara con su entrada trasera, diciéndome:
-Fóllate a la puta de tu suegra.
Si de por sí estaba excitado por la facilidad con la que se estaba desarrollando los acontecimientos, oírla reconocerme que era una fulana, me terminó de calentar y casi gritando le dije que se empezara a masturbar. No tuve que repetir mi orden, Teresa apoyando su cabeza en uno de los brazos del sillón, llevó su mano a su sexo y recogiendo entre sus dedos su clítoris, lo empezó a toquetear mientras no paraba de gemir diciendo:
-Fóllame, ¡No aguanto más!
Su sumisión me dio alas y presionando con mi pene su esfínter, conseguí romper su resistencia mientras mi querida suegra pegaba un alarido de dolor. Obviando su sufrimiento, empecé a sacar y meter mi miembro en su interior. Los chillidos de la madre de mi mujer fueron in crescendo hasta que desplomada sobre el sofá, se quedó callada temblando al sentir que el dolor se iba transformado en placer. Alternando mis incursiones con insultos, la fui llevando a un estado de calentura tal que olvidándose que el hombre que le estaba rompiendo el culo era su yerno, esa cerda me chilló:
-No pares, ¡Cabrón!
Aunque no lo dijera, sabía que esa madura estaba al borde del orgasmo y previendo lo inevitable, forcé su ano hasta el límite con una profunda penetración. Teresa se corrió al sentir mis huevos rebotando contra su sexo mientras mi extensión desaparecía una y otra vez en sus intestinos.  Solté una carcajada al escuchar su clímax y dándole un fuerte azote en su culo, le pregunté:
-¿Dónde quieres que me corra? En tu culo o en tu boca.
Elevando su voz, gritó contestando:
-¡En mi culo!
Como era allí donde deseaba hacerlo, de un solo empujón le clavé mi extensión hasta el fondo mientras la informaba:
-Te haré caso pero luego me tendrás que limpiar el pene con tu lengua.
-Ahh- gritó al sentir su intestino completamente relleno.
Al hacerlo llevé mi mano hasta su coño para descubrir que esa zorra estaba empapada y por eso sin dejar que se acostumbrase, imprimí a mis incursiones de una velocidad endiablada.
-¡Dios!- gritó al pensar que la partía en dos.
Sin darle tiempo a reaccionar, cogí entre mis dedos sus pezones y presionándolos, ordené a mi suegra que se moviera. Para el aquel entonces, Teresa estaba totalmente dominada por la pasión y retorciéndose entre mis piernas me rogó que la siguiera haciendo mía. Recordando el modo en que esa zorra trataba a su hija, reinicié las nalgadas mientras no cejaba en forzar su trasero con mi verga.
-Sí- gritó con sus últimas fuerzas antes de caer agotada.
Su entrega era total y como todavía no me había corrido, la obligué a incorporarse y a colocarse nuevamente a cuatro patas. Mi suegra con lágrimas en los ojos, se dejó poner en esa posición aunque en su interior estaba ya saciada. Con el ojete tan dilatado como lo tenía, no me costó horadar por enésima vez esa hasta hace unos minutos virginal entrada. Curiosamente, mi nueva incursión no tardó en rendir sus frutos y comportándose como multiorgásmica, mi suegra berreó de placer al sentir que le clavaba mi extensión hasta la base.
-¡Que gusto!- aulló sin darse cuenta que estaba aceptando ser violada y como si fuera un hábito aprendido, empezó a moverse como una loca.
Olvidándose de que su cuerpo estaba soportando un castigo infernal, sus gemidos fueron aumentando su volumen mientras mi víctima sentía que su esfínter se había convertido en una extensión de su sexo. En un momento dado, Teresa aulló como si la estuviera matando al ser desbordada por el cúmulo de sensaciones que iba experimentando.
-¡Me corro!- chilló mientras convulsionaba.
Una vez había conseguido que esa zorra se corriese por tercera vez, me vi libre de buscar mi propio placer y cogiéndola de los pechos, esta vez fui yo quien aceleró sus sacudidas. Al acrecentar tanto el ritmo como la profundidad de mis incursiones, prolongué su clímax de forma tan brutal que con la cara desencajada, la madura me rogó que parara. 
-¡No aguanto más!-
Sus ruegos cayeron en el olvido y tirando de ella hacía mí, proseguí con mi mete-saca `particular sin importarme sus sentimientos. Con la moral por los suelos, la madre de mi esposa fue de un orgasmo a otro mientras su yerno seguía mancillando y destrozando su culo. Afortunadamente para ella, mi propia excitación hizo que explotara regando con mi semen sus adoloridos intestinos. Aun así seguí machacando su entrada trasera hasta que mi miembro dejó de rellenar su conducto y entonces y solo entonces, la liberé.
La pobre y agotada mujer cayó sobre el sofá como desmayada. Al verla postrada de ese modo, supe que había vengado a su hija y orgulloso de mi desempeño, me levanté al baño a limpiarme los restos de mi lujuria. Ya de vuelta a la habitación, mi suegra ni siquiera se había movido. Indefensa esperaba que en silencio. Nada más sentarme a su lado, le pregunté si su hija había exagerado cuando le dijo que era bueno follando.
Avergonzada, me reconoció que no y poniendo cara de puta, me preguntó:
-¿Cuánto dinero necesitáis al mes?
Sabiendo a que se refería, contesté:
-La letra de la hipoteca son mil euros.
Levantándose del sofá, me cogió de la mano y llevándome hasta su habitación, abrió un cajón, diciendo:
-Aquí tienes los dos primeros meses.
Al ver los billetes, solté una carcajada y mientras la tumbaba a mi lado, le pregunté:
-¿Cómo quieres que te lo paguemos?
Poniendo una sonrisa en sus labios, respondió mientras se agachaba a reanimar mi exhausto pene:
-¡Con más sexo!

 

 

Relato erótico: “Confesiones: Secreto de hermanos”(POR LEONNELA)

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Mi nombre es Liliana, suelo leer con cierta frecuencia relatos de amor filial, quizá porque he tratado de ahondar en la forma como nacen las experiencias de este tipo, en un intento de comprender mis propias vivencias y lo inaudito de  desear incontrolablemente…a mi hermano de sangre.               
Diego es mi hermano mayor, crecimos en una familia tradicional, en cuyo seno se podía respirar amor;  nuestros padres forjaron un hogar estable, brindándonos un ambiente idóneo para que nuestra infancia se desarrollara a plenitud.
Nada había de especial   en nuestra relación de hermanos,  nunca nos miramos de manera distinta  a lo normal, ni sucedió algo que pudiera marcar nuestra sexualidad, o nos indujera a tener un vínculo más profundo, al contrario, solíamos tener las típicas peleas que se dan en la mayoría de familias convencionales.
Durante la juventud casi nos ignorábamos, Diego llevaba su vida totalmente independiente de la mía, salía con cuanta chica podía y lo que menos le interesaba era mi compañía,  lo cual era totalmente correspondido de mi parte.
Por aquel tiempo yo apenas había descubierto el placer en mi propio cuerpo, iniciaba con mis primeras caricias y honestamente nunca se me cruzó por la mente mi hermano como objeto de deseo, mis fantasías eran con amores platónicos  y mis conocimientos del sexo lo que asimilaba en charlas con amigas o lo que leía en alguna revista de tinte erótico que lograba conseguir, en fin como dije antes, solo éramos dos hermanos comunes y corrientes.
Pese a ello, debo reconocer que notaba que mi hermano era apuesto, de piel blanca, cabello castaño claro, alto, con cuerpo atlético y un rostro armónico de rasgos muy masculinos,  y aunque no me   hubiera fijado en esos detalles, mis amigas me lo hacían  notar en cuanta oportunidad tenían, ventilando con lujo de pormenores todo lo que harían si tuvieran la oportunidad de llevárselo  a la cama, pero a Diego le atraían las chicas grandes y a mis contemporáneas las ignoraba olímpicamente, no se diga a mí, siendo su hermana.
Nuestra historia dio un gran salto a lo imprevisible , después de que Diego culminara los estudios de bachillerato, era un chico brillante, por lo que no causó sorpresa que  se graduara con excelentes calificaciones, las mismas que desbordaron el orgullo de nuestros padres, quienes decidieron premiarle cumpliendo el sueño de todo joven, tener su propia  motocicleta.
Era increíble que mi hermano tuviera una moto, un sueño hecho realidad, pero lógicamente las cosas no resultaron tan beneficiosas para mí, puesto que Diego evitaba al máximo llevarme, únicamente lo hacia cuando se sentía casi obligado por la petición de mis padres y procuraba siempre que fueran paseos cortos argumentando alguna ocupación.
Para mi sorpresa, una tarde de sábado, Diego me pidió que le acompañara a un pueblo pintoresco llamado San Marcos Sierras que dista a una hora de la casa paterna; casi no podía creerlo, mi hermano voluntariamente me invitaba a pasear. Sin pérdida de tiempo y sin caber de  alegría me vestí, recuerdo como si fuera ayer que  me puse unos shorcitos blancos y un top verde, al interior llevaba una bombachita blanca de algodón y no usaba sujetador gracias a que mis  pechos  eran una belleza aun en flor.
Me miré en el espejo, una carita inocente se reflejaba, brillaban unos dulces ojos marrones que contrastaban con la sensualidad que se podía adivinar en mis  labios gruesos.  Un rostro bonito  enmarcado por un cabello ligeramente ondulado de color castaño.
Piel blanca, de cuerpo menudo y proporcionado, pechos pequeños, cintura definida, con caderas amoldadas a la deliciosa forma femenina, glúteos levantados y muslos fuertes, atributos que aun ahora siguen siendo mi orgullo.
Temiendo que mi hermano se impacientara, sin mayores retoques corrí a su encuentro  y trepé en la motocicleta, agarrándome de su cintura.
Diego amaba la velocidad, la libertad y sentirse dueño del mundo, así que no me sorprendió que inmediatamente acelerara. A mi gustaba disfrutar de la brisa, de  esa sensación de tener alas y cabalgar entre nubes, pero me asustaba su prisa, así que le rogué que fuera más despacio, pero mis súplicas eran vanas, pues  mi hermano aceleraba aun más causándome mucho miedo.
 En un intento  de asegurarme para no caer, me apreté contra su cuerpo, abrazándole fuertemente; creo que nunca lo había tenido tan cerca, al menos no que lo recordara.
 No se  porqué, ni en que momento sucedió, pero de pronto  el temor había desaparecido completamente, y   extraña e inesperadamente, una hermosa sensación de placer se estaba apoderando de mi cuerpo.
Aún ahora no entiendo aquella repentina transición, no se si fue la adrenalina de la velocidad, la vibración de la motocicleta, la absoluta cercanía, un lapsus hormonal o una mezcla de todo, pero mis pezones estaban altivos, endurecidos como nunca habían estado, hasta el punto de causarme un dulce dolor al clavarse en la espalda de Diego; yo no podía contenerme, simplemente me dejaba arrasar por aquella sensación inigualable de goce que descubría en la proximidad con mi hermano.
No había culpa ni vergüenza, simplemente me apreté más dejando que mis senos se aplastaran contra su espalda, mientras  mis brazos se aferraban a su cuerpo. Mis piernas abiertas adheridas a su cadera incrementaban mi excitación y el roce de mi pubis contra su cuerpo,  me llenaba de un morbo incontrolable; estaba alterada, inquieta, y mi sexo se humedecía cada vez más… 
Me sentía tan feliz  al descubrir  aquella nueva forma de placer, que cuando llegamos a nuestro destino y bajé de la moto me pareció despertar del más hermoso de los sueños.
 Tomamos una gaseosa en una confitería del pueblo, casi sin intercambiar palabras entre nosotros e inmediatamente emprendimos el viaje de vuelta.
El regreso fue similar, el deseo volvió a despertar sin respetar parentescos ni sangre, no racionalizaba, simplemente el instinto me obligaba a apretarme mas contra él, buscando mayor contacto. Mis pechos  restregados contra la espalda de mi hermano despertaban el hambre en mi sexo, un hambre inquietante, propia de una muchacha aún inocente.
 Estaba tan eufórica por el efecto que su calor producía en mi vagina, que lubricaba abundantemente, sentía como mis líquidos humedecían mis bragas, y no solo eso, sino que por primera vez en mi vida, sin necesidad de tocarme yo misma,  y tan solo por  las nuevas sensaciones que me producía  su roce, tuve un orgasmo, un orgasmo tan intenso, que cuando bajé de la moto, sentía mis piernas debilitadas; sin embargo, con una rápida mirada, tuve tiempo para notar la turbación en el rostro  de  Diego y el bulto enorme que su pene hacia en el pantalón. Sin decirnos una sola palabra nos encerramos cada uno en su habitación.
Tendida en mi cama repetía cada sensación, no sabia si alegrarme por lo sucedido o recriminarme, cielos!!! era mi harmano!!, mi hermano al que nunca había mirado como hombre y que ahora sin que yo misma pudiera entender cómo, me había provocado un orgasmo.
Me preguntaba que estaría pensado Diego,  como se sentiría? el bulto en su entrepierna me hacia suponer que me sintió, que mis pequeños estremecimientos le excitaron. Cómo me corroía la curiosidad de saber si allí refugiado en su recámara  se acariciaba, si su pene se elevaba recordándome, y si su semen se regaba en sus manos  mientras pensaba en mí.
Después de ese día, como si tuviéramos un convenio tácito, Diego me invitaba a pasear en moto por las tardes, e inevitablemente se repetía lo mismo de la primera vez…
Nunca hubo un comentario entre nosotros acerca de lo que nos sucedía en esos viajes, pero ambos sabíamos, aun sin cruzar palabra, el inmenso placer sexual que nos proporcionábamos.
Un tiempo después, cuando Diego se preparaba para ir a vivir a Córdoba debido sus estudios universitarios, un amigo tuvo un accidente en motocicleta y pasó por momentos de mucha gravedad, que hicieron  incluso temer por su vida. Demás esta decir que mis padres movieron cielo y tierra hasta convencerle de vender la moto y a cambio le compraron un auto, de esa forma nosotros ganamos en seguridad y nuestros padres en tranquilidad, pero de esa forma se cerró una etapa de nuestras vidas que continuaría  años después.
Como dije antes, Diego se trasladó a otra ciudad, ello implicaba que nos viéramos menos, y ese deseo que nos había despertado mil inquietudes, pareció adormecerse temporalmente en nuestra piel.
Con el paso del tiempo, debido a mis estudios universitarios,  tuve que trasladarme a Córdoba y compartir el departamento con Diego. Desde los primeros días de convivencia,  me di cuenta que la indiferencia que mi hermano intentaba demostrar en casa de nuestros padres, perdía fuerza, la atracción inexplicable que sentíamos pese a ser hermanos, despertaba con nuevos bríos y al estar solos, las situaciones comunes, inevitablemente se volvían en trampas, que nos conducían a una solo camino…
 Varias veces,  en las noches mientras veíamos tv, le sorprendí mirando mis piernas en forma disimulada y en lugar de cubrirme,  fingiendo distraimiento dejaba que mi batita se deslizara hacia la parte superior de mis muslos; no sé que pretendía con eso, ni hasta donde quería llegar, pero amaba sus ojos acariciando mi cuerpo.
Me enternecía su voluntad por resistir, por  apartar la vista de mis pezones cuando éstos se erguían y se evidenciaban bajo la ropa, y pese a todo su esfuerzo,  más de una vez noté  su erección y los vanos intentos que hacía por disimularla.
 Era un juego peligroso, pero excesivamente apasionante y que invariablemente terminaba cuando  a solas en mi cama, me acariciaba y me proporcionaba placer imaginando su cuerpo sobre el mío, sus manos adueñándose de mi carne y su sexo invadiendo mi epicentro…
El viernes en que cumplí 19 años, nos quedamos en la ciudad, ya que al día siguiente ambos debíamos rendir exámenes parciales; así que después de haber ido juntos a cenar  y de saludar a nuestros padres telefónicamente,  nos fuimos como de costumbre a dormir. Intenté hacerlo por mas de media hora y no lo podía  lograr, había en mi cuerpo una inquietud mas fuerte que otras noches, las ansias reprimidas estaban tomando control no solo de mi cuerpo, sino también de mis emociones y mas aun de mi raciocinio; fue entonces cuando tomé la gran decisión.
 Me levanté, llamé a la puerta del dormitorio de Diego quien estudiaba recostado en su cama; le pedí que me dejara estar un rato con él, por que me sentía un poco triste. Creo que se sorprendió por mi pedido, pero aceptó de buen agrado, se deslizó hacia un costado y me hizo lugar.
 Me acosté a su lado dándole la espalda,  le pedí que  se diera vuelta hacia mí, quedando su pecho pegado a mi cuerpo; hice que pasara su brazo por sobre mí y tomé su mano entre las mías, de ésta manera  yo me sentía protegida y mimada. Cerré los ojos y comencé a soñar despierta.
Tenía una mezcla insoportable de temor e incertidumbre por lo que pudiera pasar y una excitación sexual tan intensa, que mi cuerpo vibraba sin que yo pudiera controlarlo. Al notar mi temblor, Diego me oprimió más contra él y me pidió que estuviera tranquila, que dejara de estar triste, pues al parecer interpretó que yo estaba nostálgica, por que era la primera vez en mi vida que pasaba un cumpleaños fuera de la casa paterna.                   
Estar recostada en sus brazos me dio calma y casi  sin darme cuenta me quedé dormida. Fueron tal vez, unos pocos minutos, pero desperté sintiendo el cuerpo de Diego contra el mío y la presión de su pene erguido contra mis nalgas.
Cuando advirtió que me había despertado intentó separarse de mí, pero en un gesto audaz que aún no logro explicarme como pude realizarlo, pasé mi brazo por detrás de sus glúteos y con mi mano lo oprimí contra mi cuerpo.
 No pudo evitar que su miembro se apretara entre mis nalgas y que comenzara a palpitar y a abrirse camino entre ellas, de tal manera que parecía tener vida propia. Sumando mas audacia a la audacia ya tenida, deslicé la mano suya que tenía aún atrapada entre las mías, la llevé hasta mi sexo y la oprimí contra él. Ya no había vuelta atrás…
Permanecimos en silencio unos minutos, durante los cuales solo se escuchaban nuestras respiraciones agitadas y el latir de nuestros corazones.
 Con mucha suavidad guié sus dedos entre los labios de mi vulva y cuando él comenzó a acariciarme aceptando mi invitación, me levanté la bata de manera que su pene, que había salido de su bóxer, entrara en contacto directo con la piel de mis glúteos. Sin decir una palabra y sin cambiar  la posición en la que estábamos, excepto algunos pequeños movimientos para que nuestros cuerpos se ajustaran más íntimamente el uno al otro, empezamos a tocarnos en forma suave.
Mi mano acariciaba su miembro y le fui guiando entre mis nalgas para que  su glande quedara apoyado sobre mi orificio anal. Sus dedos daban a los labios de mi vulva y a mi clítoris tanto placer, que no podía evitar que de mi garganta salieran gemidos descontrolados.
 Su otra mano acariciaba y oprimía mis pezones y su boca lamía y mordía mi nuca. Comenzamos a movernos en forma rítmica y acompasada. El frotamiento entre su miembro y la zona de mi entrada anal  era facilitado por la lubricación proporcionada por su licor pre seminal y mis propios jugos.
Nuestros movimientos se hicieron desenfrenados. El placer era tan intenso que ninguno de los dos pudo resistirse e intentar alargarlo. Casi al unísono ambos llegamos al clímax.
Mi orgasmo fue de una intensidad tal, que no pude evitar que se me escapara un grito, que incluso a mi me desconcertó. Pareció que este grito fuera el detonante para que Diego se volcara entre mis nalgas e inundara la entrada de mi ano  con su eyaculación.
 Jamás voy a poder describir la sensación de felicidad que me invadió en ese momento. Aun hoy, cuando lo recuerdo, no puedo evitar un estremecimiento.
Nos quedamos inmóviles largo rato. Mas tarde, cuando ya nuestros cuerpos se habían serenado, me levanté, me lavé y me fui a mi cama. Escuché como Diego hacía lo mismo y volvía a su lecho.
Mientras sucedía todo esto que  acabo de contar, como era nuestra costumbre no intercambiamos una sola palabra.
Ya en mi cama, tarde muchísimo en dormirme, pues a la felicidad que me proporcionaba lo que había sucedido con Diego, se contraponía el temor que sentía por lo que iba a pasar a la mañana siguiente, cuando tuviéramos que enfrentarnos cara a cara. 
 El despertar, si bien fue intempestivo, no fue traumático en absoluto. Ambos nos quedamos dormidos mas de la cuenta,  Diego, que fue el primero en despertarse, me gritó desde su dormitorio que me vistiera rápido pues llegábamos tarde a los exámenes.
En un par de minutos estábamos listos. Bajamos y corrimos tomados de la mano las siete cuadras que nos separaban de la facultad. Llegamos con lo justo para rendir las pruebas, que por cierto mas tarde nos enteramos que las aprobamos satisfactoriamente.
 Ese día entre los parciales y luego viajar al pueblo con nuestros padres que nos vinieron a buscar para festejar  mi cumpleaños,  no tuvimos un minuto a solas para comentar lo sucedido en la noche anterior, solo logramos intercambiar alguna que otra mirada.
 El domingo a la noche regresamos a Córdoba. Durante el viaje hablamos de cosas triviales, tal como suelen hacerlo  los hermanos y no hubo ninguna mención de lo sucedido entre los dos.
 Cuando llegamos al departamento comimos algo en forma rápida y luego tal como era nuestra costumbre desde  niños,  tomamos un baño  antes de ir a dormir. Primero se duchó Diego y se encaminó a su dormitorio vestido únicamente con un bóxer. Cuando paso frente a mi, dirigí una mirada  al bulto que se le formaba en su entrepierna; me sonrojé  cuando nuestras miradas se cruzaron, y el por su parte  me sonrió con sus ojos sin decir palabra.
 Entré en la ducha temblando de pies a cabeza. Mis pezones estaban tan endurecidos que sentía una extraña  mezcla de placer y dolor cuando los rozaba con mis dedos mientras me enjabonaba,  estaba tan excitada que  tuve que hacer un gran esfuerzo para no tocarme mientras la tibieza del agua me acariciaba.
 Vencí la tentación, me sequé  y salí de la ducha  cubierta tan solo con una batita de dormir. Me dispuse a apagar las luces y sin poder evitarlo, me detuve frente al dormitorio de Diego, que por el ruido me di cuenta que aun tenia encendido el televisor.
Coloqué la mano en la manija  y en un nuevo arranque de osadía, abrí su puerta. Al verme no se mostró sorprendido, solo me miró fijamente, como si quisiera transmitirme todos sus deseos. Le  pregunte si podía pasar. No respondió, pero se deslizó en la cama haciéndome  lugar e invitándome con sus ojos a que me acostara a su lado. En toda la noche no hubo más palabras, únicamente  caricias.
 Al reflejo de la luz del televisor repetimos lo que ya habíamos hecho anteriormente, pero esta vez con mucha más confianza y sin ningún tipo de temor a ser rechazados. En la misma posición que la vez anterior nuestros cuerpos, que ya se conocían, se entregaron al placer.
A las caricias, roces y pequeños mordiscos en el cuello y  hombros que me proporcionaba Diego, se sumaba la maravillosa sensación de sentir el glande de su pene intentando infructuosamente penetrar mi ano. Su líquido pre seminal hacía que la presión que ejercía su miembro sobre el mismo, se transformara en una sensación tan suave y maravillosa que me hacía desear con todas mis ansias que se produjera la penetración, que por otra parte consideraba casi imposible ya que el tamaño de su pene no era de manera alguna compatible con la pequeñez de mi orificio.
Mis manos guiaban las suyas sobre mis pechos y mi sexo, sus dedos trabajaban incansablemente procurándome las sensaciones más excitantes que había tenido hasta entonces. Así, consumidos ambos por el deseo, llegamos a la culminación del acto de forma similar a la primera ocasión.  Esta vez, de tal magnitud era la excitación, que nuestros cuerpos tardaron mucho en serenarse.
Mas tarde repetimos la ceremonia de la noche de mi cumpleaños y cada uno durmió en su cama hasta el día siguiente.
A la mañana, cuando desperté, Diego ya se había ido a la Facultad, yo tenía el día libre y aproveché para quedarme en la cama repasando todo lo sucedido entre nosotros.  Rememorar lo vivido con él, hacia que en mi cuerpo renaciera cada una de las sensaciones placenteras y deseara revivirlas en ese mismo instante.
 Luché contra mis deseos de satisfacerme solitariamente y me concentré en tratar de imaginar como continuaría la hermosa relación que estábamos viviendo.  Sabía que era y debería ser siempre un secreto celosamente guardado, pues la sociedad y sus convenciones nunca aceptarían una relación sexual entre dos hermanos, sin dejar de lado, el inmenso dolor que causaríamos a nuestros padres si llegaran a saberlo.
Agravaba a todo lo expuesto, el hecho de que no habíamos intercambiado una sola palabra  al respecto, pues en todo momento había sido el instinto puramente sexual lo que guiara nuestro accionar.  En fin; pensaba, y cuanto más lo hacía más me desesperaba nuestra situación, no solo por lo complicada que era, sino también por que muy dentro de mí intuía, que ya no me sería posible vivir sin las caricias de Diego.
Lloré de angustia hasta quedarme nuevamente dormida.  Cuando volví a despertar y mientras me vestía para encontrarme con Diego en el comedor de la Facultad, medité en que no podíamos seguir huyendo, ni ignorando lo acontecido, así que decidí afrontar la situación.
 Cuando lo vi, mi hermano tenía una amplia sonrisa en sus labios.  Antes  de que pudiera intentar hablar con él,  me dijo que iríamos a almorzar en otro lugar porque era muy necesario que tuviéramos una conversación lejos de la posibilidad de ser interrumpidos por algún compañero de estudios.  Me sobresalté un poco, pero su sonrisa y la dulzura de su mirada me tranquilizaron y tomados de las manos nos alejamos del lugar.
Almorzamos juntos, luego fuimos a tres lugares diferentes donde tomamos café, y culminamos con una cena.  No esperaba  que la charla pudiera ser tan extensa, tan amena y tan libre de prejuicios. Nos contamos todo lo que sentíamos y lo que habíamos vivido en esa etapa de tanta confusión emocional. Diego dio inicio a las confesiones
_Lili, Lili, te deseo desde hace tanto, en realidad son años los que llevo soñando contigo, he luchado por apartarte de mi mente, por mantenerme alejado de ti, porque pese  a la fuerte atracción,  no podía dejar de pensar que eras tan solo mi hermanita a la que de ninguna forma quería lastimar…
Yo lo miraba con dulzura mientras escuchaba en silencio y  el  con los ojos clavados en los míos continuaba:
_Me di cuenta que a ti te pasaba lo mismo, aquella tarde que viajamos  a San Marcos en motocicleta, allí noté tu excitación, desde ahí los paseos que dábamos fueron  un placer y un sufrimiento inmenso, puesto que sentir tus pechos erguidos contra mi espalda y tu cuerpo buscando mas cercanía, me enloquecía y por otro lado al ser tu hermano mayor, sentía que me estaba aprovechando de ti, pues no era capaz de controlar la situación.
No sabes como luché por alejarme de ti, y cuando  me fui a vivir a Córdoba por mis estudios en la universidad, creí que al fin lo había logrado. Luego cuando  tuviste que mudarte conmigo, todo se derrumbó, pasaba tantas noches sin conciliar el sueño, sabiendo que estabas a pocos metros de mi dormitorio; llegó a tal punto mi obsesión que cuando hacia el amor con alguna chica, pensaba en ti, en tu cuerpo, en tus caricias; otras tantas veces me bastaba con pensarte para terminar masturbándome como un enfermo….
Compartió conmigo todo lo sucedido en esos años, incluyendo sus experiencias sexuales, no queríamos ningún secreto entre los dos.
Por mi parte le detallé todas y cada una de las sensaciones y sentimientos que me provocaba su presencia, mi afición por autocomplacerme pensando en él,  mi descontrol por tenerlo cerca y queriendo ser totalmente honesta, le conté que tuve un escarceo lésbico, con una compañera de estudios, pero que pese a mi edad, era virgen.
Él se sorprendió de que aun no hubiera tenido una relación coital,  pero no hizo comentario alguno, solo pasó su brazo por mis hombros y me oprimió contra su pecho.
 Estábamos realmente felices, descubrirnos era maravilloso,  tanto que deseábamos que durara por siempre; coincidimos en que nuestra pasión de ninguna forma opacaba el amor fraternal que nos profesábamos, y nos prometimos que jamás dejaríamos de querernos como hermanos.
 Era muy entrada la noche cuando llegamos a nuestro departamento.  Nos acostamos de lado, pero esta vez cara a cara, por primera vez nos miramos a los ojos conscientes de lo que sentíamos,  por primera vez nos besamos en la boca y por primera vez contemplamos nuestros cuerpos desnudos y nos acariciamos mientras veíamos la expresión de nuestros rostros.
Nuevamente las caricias elevaron la temperatura de nuestros cuerpos y empezamos a amarnos, pero extrañamente ninguno intentó consumar el acto sexual de manera tradicional, sino que instintivamente volvimos a  la  posición que habíamos adoptado las veces anteriores para llegar al orgasmo.
Algo en nuestro subconsciente nos inclinó a hacerlo de esa manera, no nos preguntamos los motivos, ni nos interesaba hacerlo, dado que el placer que experimentábamos amándonos a nuestro modo nos dejaba plenamente satisfechos y de esa forma continuamos.
 Los más de cuarenta días siguientes, fueron dedicados por nosotros casi exclusivamente a amarnos, sin miedos, sin temores y sin remordimientos.
A mediados del mes de julio comenzaban las vacaciones de invierno y tendríamos que abandonar la ciudad para volver a nuestro pueblo. Habíamos decidido que cuando estuviéramos allí, en la casa de nuestros padres, no mantendríamos ningún tipo de contacto que no fuera el que habitualmente tienen los hermanos, ya que de ninguna manera nos íbamos a arriesgar a ser descubiertos,  por eso, aprovechábamos todas y cada una de las horas que nos quedaban hasta el momento de dejar temporalmente nuestro nido de amor.
Vivíamos continuamente excitados, solo acercarnos hacía que nuestros cuerpo se estremecieran, y buscaran las caricias que nos hacia vibrar de placer. Recorrimos toda la gama de posibilidades en lo que a besos, caricias y tocamientos se refiere.  
Nuestras bocas aprendieron los secretos del sexo oral, nuestras manos viajantes locas  se apoderaron de cada rincón y sus dedos, sus maravillosos dedos penetraron mi cuerpo haciéndome casi desfallecer de gozo.
Nos dábamos placer en la cama, en la cocina, en el living, sobre la mesa, bajo la ducha. Todos lo rincones del departamento nos eran perfectos para amarnos.
No puedo recordar exactamente que día fue, pero seguramente eran los primeros días de julio, cuando se produjo lo que yo pensaba que era imposible que sucediera, pero supongo que inconscientemente deseaba con toda mi alma. En una de las tanta sesiones de sexo que manteníamos por esos días y cuando todo hacía suponer que la misma finalizaría como sucedía habitualmente, el pene de Diego que jugaba entre mis nalgas para deleite de ambos, comenzó a penetrar la entrada de mi ano por primera vez.  Era tanta la excitación que tenía, que no sentí dolor alguno,  solo la maravillosa sensación de ser invadida.
La voluptuosidad provocada por el miembro de Diego que se abría paso en mi cuerpo, me procuraba un gozo tan inmenso, que no pude evitar estallar casi instantáneamente en un tremendo orgasmo. Mi cuerpo comenzó  estremecerse  sin que yo pudiera controlarlo; el placer que sentíamos era tanto, que continuamos adelante, se deslizaba suave, de forma que no me lastimaba,  y no nos detuvimos hasta culminar con una penetración completa, que nos proporcionó la más gloriosa de las satisfacciones sexuales logradas hasta ese momento.
Luego de que en la embestida final el cálido semen de Diego inundara mis entrañas y provocara un nuevo éxtasis en mi, nos quedamos mucho rato abrazados disfrutando de lo vivido y sabiendo que ya nunca podríamos prescindir de ese placer….
 Nuestra hermosa relación se mantuvo en forma continua y exclusiva hasta la finalización de las clases en la Facultad, en el mes de diciembre de aquel maravilloso año de 1992, (el mismo año en que las iniciamos). En esa fecha volvimos a casa de nuestros padres a  pasar nuestras vacaciones.
Esa temporada de descanso fue para nosotros  un verdadero tormento, dado que el estar continuamente juntos nos hacía arder de deseos, pero nos habíamos comprometido a no mantener ninguna intimidad mientras estuviéramos en la casa de nuestros padres, pues nos atemorizaba mucho ser descubiertos.
Al inicio de clases del año siguiente, volví sola al departamento de Córdoba, ya que Diego había culminado sus estudios y empezó a trabajar con mis padres en el estudio jurídico que ellos tenían en el pueblo, así que seguimos con nuestra secreta relación de forma mas esporádica, aprovechando alguna escapada que Diego hacia a la ciudad cada vez que podía, la cual disfrutábamos hasta quedar físicamente agotados.
Aunque éramos cuidadosos, estábamos conscientes de que existía un riesgo, así que nos pusimos de acuerdo y de vez en cuando comenzábamos alguna amistad con el sexo opuesto, exhibiéndonos ante nuestros amigos y nuestros padres, a fin de poder alejar cualquier sospecha que alguien pudiera tener sobre nuestra relación. Siempre fueron relaciones sin importancia, hasta que el destino puso en el camino de mi hermano a una mujer especial.
 En el fondo mi hermano y  yo sabíamos que nuestra relación era imposible, jamás podría salir a la luz, así que cuando Diego se  sintió enamorado de aquella muchacha, fue honesto y me lo confesó y aunque les  pueda parecer raro, a mi no me molestó, puesto que se trataba de una chica muy querible con la que desde un inicio hicimos buena amistad, y con quien me une un cariño muy grande hasta la actualidad.
Diego y yo hablamos durante horas sobre lo nuestro y muchas veces decidimos, de común acuerdo terminar, sabíamos que era un amor prohibido, con limitaciones y que tarde o temprano deberíamos alejarnos, pero siempre terminábamos buscándonos y sucumbiendo a la tentación.
 En el año 1995 inesperadamente y  sin que nada lo hiciera prever, murieron mis padres, primero falleció papa víctima de un infarto, y casi a los seis meses murió mi madre de una afección hepática. El dolor insoportable nos unió en un principio y después la pasión descontrolada reclamó nuevamente la entrega vehemente  de nuestros cuerpos.
Como pude me sobrepuse a la tragedia familiar y terminé mi carrera en Ciencias Económicas, mientras Diego se hacia cargo del Estudio que era de nuestros padres.  Cuando me recibí,  trasladamos el estudio a la ciudad y ya como socios nos pusimos a trabajar muy duramente hasta lograr un renombre en el medio.
En ese período, por decisión de ambos, nuestras relaciones eran mas espaciadas y solo cedíamos al deseo cuando definitivamente no lo podíamos evitar.
Diego se casó  en 1997 y de común acuerdo resolvimos interrumpir nuestra relación para siempre, pero tiempo después cuando su esposa estaba embarazada, mi hermano y yo asistíamos a un congreso en la ciudad de Santa Fe y rompimos nuevamente nuestra promesa. A partir de allí ya no intentamos desistir del sexo, y cada vez que se presentaba una oportunidad nos amábamos apasionadamente.
Nuestros encuentros continuaron a través de los años de forma discontinua, pero con la misma intensidad que al inicio, quizá  nunca hemos estado enamorados, pero si tengo en claro que nos amamos como hermanos y que nos deseamos físicamente en forma ardiente, tal como se desean los amantes.
Durante el último congreso al que asistimos juntos en Salta, tuvimos la maravillosa oportunidad de estar solos durante tres días. Nos olvidamos del mundo, no existía para nosotros más realidad que nuestros cuerpos amándose con desenfreno. La inocencia de las primeras veces, dio paso a una madurez sexual que nos ha prodigado de un placer insuperable.
Recostados sobre aquella cama de hotel, Diego me besó desde la nuca hasta los pies, se paseó por mi espalda, recorriendo mi cintura y mis caderas. Sus manos apretaron mis pechos, arrancándome gemidos acumulados, mientras su boca marchaba hacia el sur en busca de la miel escondida entre ms ingles.
Lamió mis labios, succionó cada pliegue y cada abertura de mi cuerpo;  bebió mis fluidos y su lengua se convirtió en el sabio instrumento que penetraba implacablemente mi cuerpo.
Sentada sobre su rostro, literalmente alcancé las estrella; los movimientos de su lengua en mi botón  y los de sus dedos penetrándome, me hicieron dar pequeños brincos que ocasionaron que mis líquidos mancharan sus mejillas  mientras me corría desaforadamente.
Envuelta entre sábanas, recobré el aliento, tan solo para que nuevas caricias en mis pechos alebrestaran mis ganas. Diego besaba con desesperación mis senos y tiraba de mis pezones, sin importarle que en medio de mi agitación yo  jaloneara con fuerza de sus cabellos.
Nada nos detenía, chupábamos nuestra piel como si el sabor salino de nuestras transpiraciones fuera  la gloria, o como si el olor a sexo fuera el mejor perfume; aroma a ganas,  a excitación, a lujuria.
Nuestros muslos se abrían y acomodaban en múltiples posiciones, compartiendo movimientos maliciosos que  buscaban nuestra fusión, pero no había prisas, sobraba tiempo para agradecernos  comiéndonos la boca, y amar con la lengua cada espacio de la piel.
A la menor oportunidad recorrí sus muslos internos, el sendero desde sus testículos hacia su hermoso miembro, e introduciéndolo repetidas veces en mi boca, logré que su pelvis se desenfrenara y golpeara profundo en mi garganta.
De rodillas frente a él, exploré sus testículos con mi boca, volví a su sexo una y otra vez, subiendo y bajando, lamiendo y chupando, hasta que el inexorable momento de su llegada, me dejó saborear su desfogue.
Saciados  de besos, sucios de caricias, nos fundimos en un abrazo   intentando que nuestros cuerpos se  serenen, pero el implacable  vicio de nuestra sangre  clamaba por más…
Nos restregamos, nada es comparable a ese placer ni al que nos proporciona el jugueteo de su miembro entre mis glúteos, nos hemos amado tantas veces así, que mi cuerpo parece entender como moverse, como abrirse, como acoplarse íntimamente para que la presión de su sexo al hundirse en mi esfínter, me proporcione los maravillosos espasmos que me hacen gemir.
Agitó las caderas en mi orificio, introduciendo con suavidad su glande, ejecutó lentos movimientos que acompañados de  caricias en mi vulva, me hacían abrir permitiendo mas profundidad.  Lejos de aquietarme hábilmente crucé mis muslos sobre sus hombros, levantando mis caderas de forma que el pudiera regular la  intensidad de sus embestidas.
Mis  ojos apretados y mis dedos engarfiados en sus brazos le indicaban que era cuestión de segundos mi llegada, empujó con más furia ocasionándome infinidad de estremecimientos deliciosos y  casi a la vez, Diego  alcanzó su orgasmo inundando mis entrañas con su amado semen… Fueron momentos inolvidables, como cada encuentro que tenemos.
Debo confesar que al principio de  esta historia, me preocupaba mucho el futuro, pero realmente las cosas han tomado su curso por si solas y tanto Diego como yo, dejamos que los hechos fluyan naturalmente y disfrutamos el día a día aun siendo conscientes de lo atípico de nuestra situación.
Sé que esta historia es algo inverosímil, también sé que hay personas que podrían juzgarnos, pero solo quien ha vivido y sentido en carne propia una experiencia similar, podría entender la lucha interna y los sentimientos encontrados, que se experimentan en una relación que por ser prohibida nos lastima, pero que sin embargo nos ha llenado de tanta felicidad.
Antes de terminar, quiero referir un detalle que sé que le quita realismo a este relato, sin embargo no puedo dejar de mencionar algo que por extraño que parezca, es absolutamente cierto: Diego, mi hermano, nunca me ha penetrado vaginalmente, nunca lo ha intentado, ni yo se lo he pedido, esa ha sido la única limitación en nuestra relación física.
 Supongo que de alguna forma tratamos de autoconvencernos de que lo que hacemos no es pecaminoso, quizá hay sentimientos de culpa, o tal vez pretendemos creer que no hemos roto todo limite; honestamente ninguna de esas respuestas me satisface del todo, pero no puedo dar una razón especifica a algo que ni yo misma logro descifrar.
De cualquier manera, nunca he sido penetrada vaginalmente por ningún hombre, ni he introducido juguetes sexuales en mi vagina, así que se puede decir que a mis 39 años actuales, “técnicamente” soy virgen, aunque haya disfrutado a plenitud de la sexualidad.
Han pasado mas de veinte años desde nuestra primera vez, y aún seguimos encadenados  uno al otro, presos por un amor fraternal y por un deseo sexual irrefrenable, que supongo no terminará mientras tengamos vida…
Sé que nuevamente volveré a disfrutar de sus labios buscando mi boca, de sus manos recorriendo mis paisajes femeninos, de su boca plasmando sensaciones en mis montañas, en mis valles, en mis ensenadas.
 Sé que mis pezones continuaran levantándose ante sus miradas, y su piel se erizará a mi contacto y una y otra vez sus manos se apoderaran de mis senos, y las mías de su sexo.
 Su boca descenderá infinitas veces a mi vulva, y mi lengua disfrutará nuevamente de su licor masculino y ambos buscaremos el momento mágico en que estallemos en orgasmos desenfrenados…
Es probable que nuevas párrafos se añadan a la historia de mi vida, nuevas ilusiones lleguen a colmar mi corazón, lo que no tengo claro, es si serán lo suficientemente impetuosas, como para hacerme olvidar las amadas caricias de Diego…no lo se..solo el tiempo lo dirá.
 De lo que si estoy totalmente segura, es que siempre nos amaremos fraternalmente, siempre seremos los mejores hermanos,  aunque tras la dulzura de nuestras miradas….escondamos un secreto…
                                                                                                             &&&&&&&&& 
Gracias querida Liliana, por contarme tu secreto, por compartir tu historia conmigo, por permitirme la linda experiencia de relatarla juntas, por acceder a que la publique en esta página, y sobre todo mil gracias pequeña Lili, por ser mi gran amiga virtual…
Leonnela
PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
leonnela8@hotmail.com

 
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