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Relato erótico: “La historia de un jefe acosado por su secretaria 7” (POR GOLFO)

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Patricia tardó aún dos horas en recuperarse y eso nos dio tiempo para asumir que, aunque yo no quisiera, la única solución a su problema pasaba por la vicaría. Por eso, previendo un empeoramiento de su estado, pregunté a la rubia cómo narices íbamos a plantearle la situación sin que se hundiera en la depresión o algo peor. Demostrando que además de ser una mujercita preciosa tenía la cabeza bien puesta, Natacha no solo me ayudó a diseñar el planteamiento, sino que aportó una serie de detalles que me habían pasado inadvertidos.

―Si tal y como sospechas, han conseguido manipularla de ese modo, antes de nada, debes hacerla ver que tu oferta de matrimonio sigue en pie y solo cuando ya esté convencida de ello, podrás explicarle el resto.

Asumiendo que era así, prometí que lo haría y recordando que María me había devuelto un anillo que perteneció a mi abuela al divorciarnos, fui por él. Ya con esa joya en el bolsillo, aguardé a que mi teórica novia se despertara. Cuando lo hizo, seguí las directrices de la muñeca y arrodillándome ante Patricia, le hice entrega de ese brillante mientras le pedía permiso para colocárselo en la mano.

― ¿Realmente quieres que me case contigo?

―Sí― dije introduciéndoselo en el dedo.

La alegría de la morena permitió que le pidiera que se sentara junto a mí y mintiendo acerca de mis motivos por los que deseaba que fuera mi mujer, comenté que tenía algo que decirle antes de que me dijera que sí. Tras lo cual, midiendo mis palabras, fui revelando a la pobre lo que había descubierto. En un principio, no me creyó y pensó que bromeaba hasta que, acudiendo en mi auxilio, Natacha le cruzó la cara con un tortazo:

―Despierta de una puta vez y escucha lo que te decimos.

Sorprendida por la violencia de la chiquilla, se nos quedó mirando:

―Como decía, te amo y quiero que seas mi mujer, pero no sé si eso es lo que deseas o solo se debe a que Isidro te manipuló.

Cayendo por fin del guindo, se echó a llorar:

― ¿Me estás diciendo que puede que no esté enamorada de ti y que solo sea una reacción defensiva que mi mente creó para evitar que me suicidara?

 ―Desgraciadamente así es. Harías de mí el hombre más feliz del mundo si aceptas ser mi esposa, ya sabiéndolo― volví a mentir.

 Mirándome con una tristeza infinita, respondió:

―Solo por esto, me hubiese enamorado de ti. Pero no soy imbécil y sé que lo haces por mi bien y no porque sientas lo mismo que yo… cuando ni yo misma sé qué es lo que siento― y mirándome con una tristeza infinita, añadió: ―Gracias, pero necesito tiempo.

Tras lo cual, cogió su bolso y se fue. No sabiendo si debía retenerla me levanté, pero entonces, muerta de risa, la chavalilla lo impidió:

―No te preocupes, volverá.

― ¿Tú crees?

―Claro, no ves que se ha llevado el anillo.

Esa noche reafirmamos nuestro amor entregándonos uno al otro, mientras en un par de asaltos fue dulce, en otras se convirtió en un combate cuerpo a cuerpo en el que no hubo vencidos y ambos salimos victoriosos. El único derrotado fue mi pene que llegó un momento que exhausto se negó a reaccionar a pesar de los reiterados intentos de la rusita que quería todavía más. El amanecer nos pilló abrazados y solo el sonido del despertador, nos hizo separarnos momentáneamente porque no tardamos en volver a estar juntos bajo la ducha.

―Lucas, ¿crees que debo llamarla para que se deje de tonterías y acepte que su amor por nosotros no es impuesto? ― preguntó mientras me enjabonaba.

―Personalmente, me gustaría creer que es así, pero lo dudo― respondí reconociendo a Natacha unos sentimientos por la morena de los que no estaba seguro.

Riendo al ver mis dudas, comentó:

―Mira que eres bobo. Piensa que mi antiguo amo lo único que creo en ella fue la necesidad de buscar un marido y nunca grabó en su mente que fueras tú.

La esperanza que vio en mí le hizo continuar:

―Además, sé que Patricia también me ama. Lo puedo sentir y eso es algo que tampoco previó y menos planificó.

Sus palabras me llenaron de dolor al hacerme recordar que, en su caso, los sentimientos que albergaba por mí eran producto del maltrato al que se había visto sometida. Leyendo en mis ojos lo que pensaba, me soltó:

―Por su lavado de cerebro, te amé como mi dueño… pero ahora no es así. Tu cariño al mimarme y lo pervertido que eres haciendo el amor son las únicas razones que me atan a ti.

Bromeando como método de combatir la angustia, comenté que era mentira y que me quería por el dinero. Riendo a carcajadas, la endiablada chiquilla ya reconvertida en una preciosa bruja contestó:

―Eso ayuda, siempre he soñado con un hombre con una buena casa, un buen coche y sobre todo que me compre ropa.

Una nalgada en su trasero fue mi respuesta antes de volverla a besar…

Mis esperanzas quedaron hechas trizas cuando esa mañana Patricia no llegó a trabajar y aunque la llamé repetidamente, nunca contestó dejando saltar la puñetera grabación en la que la voz metálica de una operadora decía que al oír la señal podía dejar un mensaje. Las primeras cinco veces colgué, pero a la sexta no me quedó otra que grabar que me llamara, que estaba preocupado por ella y que la quería. Era tal mi preocupación por su situación anímica que incluso pregunté a su hermano si sabía algo de ella.

―Llamó diciendo que estaba mala― sin dar ninguna importancia al tema, Joaquín respondió.

Sin poder compartir con él lo que había pasado, volví a mi despacho soñando que la rutina consiguiera hacerme olvidar su ausencia. Lo cierto es que no lo logré y por eso vi como una liberación la llegada de Pedro acompañado de un policía. Asumiendo que traían noticias de Isidro, me encerré con ellos y fue entonces cuando el detective y su acompañante pidieron mi ayuda.

―Señor Garrido, hemos descubierto que a las dos se va a producir una subasta de una joven y por la premura de tiempo, no hemos podido obtener de los jefes los fondos necesarios para efectuar la compra.

―No entiendo― reconocí.

―Para detener al vendedor y rescatar a la muchacha, debemos ganar la puja, pero no disponemos del dinero.

― ¿Cuánto necesitáis? ― únicamente pregunté sacando un talonario.

―No es así como funciona. Al ser en la web oscura, debemos hacer un ingreso por anticipado de tres mil euros del que deducirán el precio. Por tanto y sabiendo que esa organización tiene vínculos por todas partes, no podemos usar una cuenta oficial que puedan averiguar que es de la policía. Para evitar que nos descubran, nos gustaría que fuera una suya desde la que se aportara los fondos.

―No hay problema― contesté al inspector Gutiérrez: ―Y antes de que me lo diga, entiendo que tiene riesgos.

  ―Así es, he hablado con el comisario y le he hecho ver que, para su propia protección, tendremos que hacer el paripé de detenerle durante al menos veinticuatro horas. Luego, su abogado deberá sacarle arguyendo un defecto de forma.

Solo el odio que sentía por el tal Isidro, me hizo aceptar y llamando a Perico, el letrado que llevaba todos mis asuntos, le pedí que revisara los papeles en los que la policía se comprometía a no elevar cargos en mi contra. Como no podía ser de otra forma, mi asesor legal puso todo tipos de pegas y me aconsejó que no colaborar con ellos. Pero gracias a mi insistencia, cedió y tras estudiar la propuesta, llegó a la conclusión que era correcta.

―De todas formas, mi consejo es que no lo hagas.

Habiendo obtenido lo que quería oír, pedí el número dónde tenía que efectuar la transferencia.

―No tenemos la más remota idea, se debe hacer a través de la web― contestó el policía y poniéndose a teclear en mi ordenador, llegó a la página donde iba a tener lugar la subasta.   

Estudiando la pantalla, vi por vez primera la joven por la que iba a pujar. Si de por sí, me indignó comprobar que era una chinita que según los promotores era mayor de edad, lo que realmente me sacó de las casillas fue la descripción que hacían de ella:

“Esclava asiática en venta con dominio perfecto de español e inglés. Datos del espécimen: Edad 20 años, altura 1,73 de altura, peso 52 kg. Otras medidas: 98 cm de pecho, 58 cm de cintura y 89 cm de cadera. Completamente depilada. Está educada en todo tipo de artes amatorias. Su preparación le permitirá disfrutar de las exigencias de su nuevo amo con garantía de que una vez hecho el traspaso de propiedad esta hembra le servirá fielmente hasta la muerte. Un verdadero chollo para todo aquel que desee poseer una geisha receptiva. La mercancía en venta se entregará en un punto de Madrid a definir a las tres horas”.

 Quedándome claro lo que esos capullos entendían por “receptiva”, hice el traspaso del dinero bajo el Nick de “Strict Owner” (dueño estricto en español) sin atender a los reparos que me lanzaba la prudencia. Mirando en el reloj que todavía quedaba media hora para el inicio, abrí el servibar y les ofrecí una copa. El detective la aceptó, no así Gutiérrez que se amparó en que estaba de servicio. No insistiendo, serví las dos copas y únicamente pregunté si creían que Bañuelos sería la persona que hiciera entrega de la cría.

―Lo dudo. Si como intuimos es el cabeza de la organización, se lo encomendará a uno de sus alfiles.

Al ver mi desilusión, el policía continuó:

―Aun siendo un contratiempo, si conseguimos detener a alguien  en el acto de entrega, podremos presionarlo para que traicione a sus jefes.

Dudando que fuera efectivo, decidí continuar al ver en mi portátil los ojos tristes de la joven y volviendo a mi asiento, esperé. Curiosamente esos treinta minutos pasaron en un suspiro y de pronto comenzaron a caer pujas. Pedro me pidió hacer una, pero me negué:

―Tengo experiencia y en este tipo de licitaciones, lo mejor es dejar que los novatos y los poco interesados se vayan auto descartando.

5.100… 5.300… 5.700… 6.000… las apuestas iban subiendo sin parar hasta que al llegar a los 7.500 se quedaron estancadas. Fue entonces cuando tecleé la mía: “9.000”.

Durante un minuto, nadie me sobrepujó y cuando ya creía que la chavala era mía, en la página apareció otra por 11.000 euros.

―Este es el verdadero competidor― comenté y tanteando el terreno, marqué 11.557.

El tipo con el que luchaba replicó con 11.600 y eso me hizo ver que quizás había llegado cerca del límite que estaba dispuesto a pagar o que tampoco le interesaba quedarse con ella a un precio caro. Por eso, sonriendo, comenté a los dos que me acompañaban que la cría ya era nuestra mientras daba un puñetazo en la mesa del subastador y del otro comprador haciendo una nueva oferta de ¡14.000 euros!

Tal y como preví, la puja se cerró al cabo de unos minutos y en mi pantalla apareció un enlace donde tenía que abonar el resto del dinero. Haciéndolo de inmediato, nuevamente en mi ordenador apareció la dirección y hora en que podía recoger el paquete.

“Calle Paracuellos, 4. Polígono de Ajalvir, 15:35 horas”.

Sintiéndome un superhéroe por haber librado a esa joven de un futuro al menos incierto, apuré la copa y me serví otra mientras preguntaba al policía qué más necesitaban de mí. Haciéndome ver que estaba equivocado al suponer que mi labor terminaba ahí, me rogó que los acompañase porque el tiempo apremiaba y que todavía debían colocarme los micros para que todo quedara grabado cuando efectuaran la detención.

―No sabía que también me tocaba participar en eso― comenté alucinado al haber supuesto que de eso se ocuparía un agente.

―No podemos correr el riesgo que reconozcan a uno de mis hombres y por eso debe ser usted quien lo haga― señaló Gutiérrez.

Algo en su tono me reveló que la verdadera razón era que sospechaba de un topo en su unidad y cediendo a sus deseos, salí de la oficina francamente preocupado. Ya en la calle, caí en que si me detenían Natacha se quedaría sola y pensando en advertirla, la llamé.

―Muñeca― le dije al descolgar: ―Por unos asuntos que no había previsto, me tengo que ausentar al menos un día. Quiero que contactes con Patricia y te vayas con ella. Llámale desde tu móvil, a ti sí te contestará.

La rusita no vio nada extraño y mandándome un beso a través del teléfono, prometió que en cuanto terminara de hablar conmigo, la llamaría. Más tranquilo al dejarla en buenas manos, fui con mis acompañantes a las dependencias donde, mientras me cableaban el cuerpo llenándolo de cámaras y micrófonos, el inspector tuvo la delicadeza de invitarme un bocata de jamón, asumiendo que con toda probabilidad sería el único alimento que tomara hasta el día siguiente. Tras lo cual, ya al volante de mi coche me dirigí hacia el lugar de la cita. Confieso que estaba tan nervioso que, al llegar a la dirección y ver que era un descampado, pensé que podía dar el dinero por perdido y nos había estafado:

―Gutiérrez, aquí no hay nada― dije a través del botón de la camisa que disimulaba el micrófono.

―Usted, aparque y cuando lleguen, recuerde quitarse el pinganillo antes de bajarse.

―Dudo que vengan― lamenté haciéndole ver mis pocas esperanzas en esa operación.

―Llegarán. La Dark Web se basa en la confianza y si se corre la voz de que han fallado en un trato, el golpe a su reputación será enorme.

―Perfecto, como ya le comenté por lo que se dé estos tipos manipulan de tal modo a sus víctimas que se supone que tendrían que dar un manual al comprador para que sepa tratar a su esclava. Por favor, no intervengan hasta que lo consiga.

Cayendo en que no teníamos una seña preparada, me preguntó si se me ocurría alguna que pasara desapercibida a los ojos del captor.

―Cuando me vean soltar un tortazo a la chinita, caigan sobre nosotros y deténganos.

A Gutiérrez le pareció una idea estupenda ya que cuando el detenido hablara con su abogado y le contara lo ocurrido, no sospecharía de mí al pensar que un policía o un infiltrado sería capaz de maltratar a una inocente, por lo que verían mi detención como algo colateral. Acabábamos de acordar que la contraseña sería esa, cuando vi llegar una camioneta de reparto con los cristales tintados que aparcó frente a mí.

Quitándome el aparato de la oreja, me bajé y caminé hacia ellos. Del asiento del copiloto bajó un gordo de aspecto siniestro que preguntó mi nombre:

―Strict Owner.

Al concordar con los datos que le había dado su jefe, sonrió:

―Le traemos el pedido.

Mientras el conductor abría la puerta lateral y sacaba a la chiquilla, el mal encarado obeso me dio un pasaporte de la República Popular China, asegurando que con él no tendría problema para sacarla del país si ese era mi deseo.

―Quiero las instrucciones con las que sacar el mayor provecho a mi inversión― comenté sin mirar siquiera a la joven que habían colocado a mi lado.

―Por lo que veo ya ha comprado antes – se rio y pidiéndome perdón por no habérmelo dado antes, sacó un librillo del bolsillo y lo puso en mis manos.

Dando una breve ojeada al mismo, leí el título del panfleto:

“Felpudo: normas básicas de manejo”.

Tuve que disimular mi cabreo al leer como su torturador había bautizado a esa mujercita y sonriendo de oreja a oreja, giré a verla. La chavala parecía todavía más joven e indefensa que en las fotos, pero eso no me impidió decirla en voz alta:

―Felpudo, soy tu nuevo dueño. Desde ahora no existe nadie más importante que yo, ¿entiendes lo que te digo y así lo asumes?

Con voz apenas audible, contestó mientras me miraba con adoración:

―Soy suya y lo seré hasta que muera, amo.

Comprendiendo que era así dado el adoctrinamiento al que se había visto sometida, fue el momento de dar la señal y descargando un durísimo tortazo sobre su rostro, la recriminé haber hablado sin permiso. Los hombres que hasta entonces la habían mantenido cautiva seguían mofándose de verla en el suelo cuando comenzaron a escuchar sirenas acercándose por ambos lados de la calle. Simulando un miedo que no tenía, arrastré a la chiquilla hasta mi coche y arranqué empotrándolo contra la patrulla que venía de frente. Mientras los polis se bajaban a detenerme, me giré hacia la chinita diciendo:

―Tranquila, no tienes nada que temer. Nadie va a hacerte daño.

Los dos energúmenos ni siquiera trataron de huir y por eso los agentes encargados de la captura con ellos fueron menos violentos que conmigo al no conocer la clase de participación que tenía en el caso. Para ellos, era un delincuente sexual que intentaba escapar, por lo que sin tiento alguno me sacaron a golpes y ya inmovilizado en el suelo, me esposaron mientras leían mis derechos:

―Tiene derecho a guardar silencio no declarando si no quiere, a no contestar alguna o algunas de las preguntas que le formulen, o a manifestar que sólo declarará ante el juez. Tiene derecho a no declarar contra sí mismo y a no confesarse culpable. Tiene derecho a designar abogado, sin perjuicio de lo dispuesto en el apartado 1.a) del artículo…

Dejé de prestar atención al agente que los recitaba al ver que saliendo del coche y hecha una fiera, “felpudo” se lanzaba sobre unos de los agentes exigiendo que soltaran a su amo, que no había hecho nada malo y que su presencia conmigo era voluntaria. Sabiendo que esa reacción era parte del diseño que habían dejado grabado en su mente, al ver que comenzaba a arañar al uniformado, exclamé:

―Felpudo, quédate quieta. No pasa nada.

Tal y como la habían adiestrado, al recibir una orden directa mía, se relajó hasta que vio que me separaban de ella y me metían en la misma lechera que a los otros dos. Entonces, con gran violencia, derribó a los dos polis que la custodiaba y corrió hacia mí diciendo que me llevaran con ella.

El gordo que la había traído allí y que permanecía esposado junto a mí, se rio diciendo:

―Por ella no se preocupe, nunca lo traicionará… no puede. Mi jefe se ha cerciorado de que se suicidaría antes de pensar siquiera en hacerlo.

―Menos mal― respondí: ―Cómo declare en mi contra, estoy jodido.

―No lo hará― con una sonrisa en sus labios, sentenció para a continuación quedarse callado al ver que uno de los agentes se subía y arrancaba el vehículo.

Imitando su mutismo, no dirigí a nadie la palabra hasta llegar a la comisaría donde siguiendo lo planeado, me tomaron las huellas y me ficharon mientras ellos esperaban su turno. Una vez que se había asegurado de que esos sicarios habían presenciado mi ficha, llegó Gutiérrez y demostrando el desprecio que sentía por los tratantes de blancas, pidió a uno de sus subalternos que me llevara a la sala de interrogatorios.

―Quiero empezar por Lucas Garrido, el pederasta ricachón que ha comprado a la menor de edad.

Si ya de por sí los miembros de la comisaria me tenían ganas, al escuchar que la chavala era una niña su odio creció y cuando intenté resistirme, el agente que me llevaba no se cortó a la hora de ejercer violencia sobre mí y en presencia de los verdaderos delincuentes, comenzó a golpearme hasta que sus compañeros cayeron sobre él reteniéndolo.

―Tranquilo, en la cárcel alguien se ocupará de acabar con ese cerdo― le dijeron recordando el “cariño” con el que trataban a los pedófilos entre rejas.

― ¡Quiero un forense que dictamine mis heridas! ― grité para que todo el mundo me oyera.

Mis berridos hicieron salir al comisario jefe y éste al ver mi labio partido y demás golpes en mi cara, se puso a maldecir amenazando con despedir a mi agresor

― ¡Exijo que me revise un forense! ¡Estoy siendo objeto de torturas! ― insistí mientras los otros dos detenidos intentaban sin resultado que los policías que los custodiaban cometieran el mismo error que conmigo.

―Esposadlos y que nadie los toque, bastante tenemos con lo que ha pasado― rugió el jefe mientras me tomaba del brazo diciendo que me iba a llevar al médico.

Con las muñecas inmovilizadas y gritando por mis derechos, llegué a una habitación donde me esperaban tanto el detective como Gutiérrez.

―Joder, menudo energúmeno elegisteis para que me diera la paliza― me quejé mientras escupía sangre cuando cerraron la puerta y nadie de fuera podía oírme.

―Los golpes tenían que ser reales para que nadie dude de su veracidad cuando su abogado nos obligue a soltarlo.

―Lo sé, pero joder duelen.

Dando entrada a una médica que me curara las heridas, el comisario me presentó a Luis Bernal, el psiquiatra de la unidad y éste comentó impresionado que jamás había visto a nadie tan alienado como a Kyon.

― ¿Así se llama la joven? ― pregunté.

―Según pone aquí se llama Kyon Yang― leyendo su expediente, Bernal contestó para a continuación explicarme que, revisando el “manual” que había tenido la previsión de pedir, tanto ellos como yo teníamos un problema.

Imaginé cuál era, pero aun así quise que me lo dijeran.

―Es tal el grado de la reeducación conductual que muestra que ni el mejor de mis colegas tardaría menos de cinco años en conseguir que esta cría fuese autosuficiente.

―Sé de qué me habla, como el inspector Gutiérrez sabe, mi novia fue víctima de la misma organización y actualmente está siendo tratada por Julián Ballestero, jefe de psiquiatra del Hospital la Paz.

―Pues no sabe el peso que me quita de encima, ya que si conoce los síntomas también sabrá de la predisposición de Kyon al suicidio si la separamos del que considera su amo.

―Como ya le he dicho, conozco el tema. Seleccionen en qué hospital la van a tratar para que se la traspase al médico encargado de su tratamiento.

―No es tan fácil, me temo… según he podido deducir de estos papeles, todo apunta a que la han diseñado como un producto de un solo uso para que una vez su dueño se canse de ella pueda desecharla sin complicaciones.

―Me he perdido con tanta formalidad, hábleme claro. ¡Coño!

Ya sin florituras, el loquero contestó:

―Joder, ¡que no se la puede traspasar a nadie! ¡El hijo de su madre que la educó se aseguró de ello! Si trata de repudiarla, venderla o cederla, la chavala buscará la forma de matarse. Fue adoctrinada para que su vida estuviera irreversiblemente unida al hombre que la comprara y personalmente dudo que Ballestero, por mucha eminencia que sea, pueda ser capaz de cambiar su programación. Para mí, es un caso perdido y tiene que vivir con usted, o vivir permanentemente sedada como la tenemos actualmente.

― ¿Alguien tiene una copa? ― derrumbándome en una silla pregunté….

15

Mientras esperaba a mi abogado de vuelta al calabozo hice un repaso de mi vida desde el divorcio y cómo la había trastornado la llegada de Patricia. La certeza de que nada sería igual, aunque finalmente esa morena finalmente decidiera olvidar la atracción que sentía por mí y buscara otra solución a su situación, me hizo comprender que tenía que seguir adelante y que a partir de ese momento Natacha y la tal Kyon tendrían que seguir a mi lado. Tal y como había planeado, al ver mis heridas, Perico montó en cólera exigiendo el parte de lesiones. Con él bajo el brazo, ejerciendo de letrado preparó un procedimiento de habeas corpus con el que solicitó al juez que me dejara en libertad por las torturas sufridas durante la detención.

― Ha sido una suerte que estos inútiles hayan violado tus derechos― comentó más para los tipos de la celda de al lado que para mí.

Supimos que esos impresentables se habían tragado la pantomima cuando ambos se ofrecieron a testificar que habían visto como el policía me daba esa tunda de palos. Aun así, tal y como estaba previsto, pasé toda la noche en chirona y no fue hasta las a una diez del día siguiente cuando llegó la orden de excarcelación. Cuando ya estaba en libertad y había recuperado mi móvil, recibí la llamada del psiquiatra preguntando dónde y a qué hora podía mandar a la paciente para que quedara bajo mi cuidado. Sabiendo que lo lógico era que la dejaran en mi casa, únicamente rogué que me dieran tiempo de prepararme y que me la trajeran a partir de las tres. Una vez concertados esos detalles, me fui a casa de Patricia donde esperaba encontrarme no solo con ella sino también con Natacha. Y así fue, ambas me estaban esperando al haberles avisado de mi llegada.

Conociendo mi agenda, la morena preguntó dónde había estado. No teniendo otra salida, les expliqué que había contratado a un detective para que investigara los negocios de Isidro Bañuelos al estar convencido que ese malnacido era el torturador de la rusita. Contra todo pronóstico, Patricia puso el grito en el cielo al sentir que había invadido su privacidad.

― ¡No me jodas! ― exclamé cabreado al sentir absurdas sus quejas cuando había sido ella la que había metido a ese capullo en mi vida, aunque fuera indirectamente.

Ese enfado me hizo contar sin paños calientes la visita de Pedro y del inspector Gutiérrez a la oficina alertándome de la próxima subasta de otra víctima de su ex y que con mi ayuda había hecho posible tanto la detención de sus subordinados como la liberación de Kyon.

―Has actuado sin consultarme… ¿qué vienes a hacer aquí? ― indignada hasta la médula, mi secretaria y acosadora insistió.

Obviando su ira, expliqué a ambas que al analizar a la chinita el psiquiatra había llegado a la conclusión de que el lavado de cerebro del que había sido objeto era todavía más preocupante que el que habían realizado con Natacha, ya que en su caso y aunque compartía muchos de sus características, al menos no vinculaba su existencia a un único dueño.

―Según entiendo, si quisieras, ¿podrías cederme a otro? ― preguntó preocupada la chavala.

―Podría, pero eso nunca ocurrirá. Si algún día decidimos que ya no es necesario que vivas conmigo, te liberaré… jamás te vendería.

 Pensaba que la rusa iba a respirar al oírme, pero por extraño que parezca se echó a llorar. Asumiendo el dolor que experimentaba como propio, la agarré de la cintura y besándola, añadí que era parte de mí y que no me veía sin ella. Esa afirmación, tranquilizó a la joven, pero no así a Patricia que de muy malos modos me echó de su piso quejándose de que no la hubiese mencionado.

En la puerta y mientras me intentaba disculpar diciendo que era un olvido, la morena fuera de las casillas me espetó que dimitía como secretaría y que no quería volver a verme. Acudiendo en mi ayuda, Natacha respondió:

―Siempre tendrás un sitio en nuestra cama. Lucas te ama y yo te adoro. Eres nuestra mujer, aunque no haya un papel que lo demuestre.

Un breve brillo de esperanza creció en sus ojos mientras daba un portazo:

―Disfruta de la esclava que te has comprado.

El desprecio con el que se refirió a Kyon me irritó al no comprender que fuese tan dura con una joven cuya dependencia no era voluntaria sino impuesta y con ganas de molestar, gritando a la que sin duda permanecía del otro lado de la puerta, le pedí que fijara la fecha de nuestra boda.

―Has hecho bien― comentó la rubita mientras tomábamos el ascensor: ― Nuestra negra no tardará en llegar pidiendo que la perdonemos. Ella lo sabe, aunque todavía no lo acepte.

Dudando que así fuera, salimos del edificio y tomamos un taxi que nos llevara al hogar que ambos compartíamos y al cual, en pocas horas, llegaría un nuevo miembro. Ya en casa, llamé a Joaquín e inventando un constipado, le dije que debería sustituirme durante el resto de la semana mientras Natacha se ocupaba de preparar todo lo que necesitaríamos para recibir a Kyon. El sentido práctico de la joven quedó de manifiesto cuando haciendo un café me preguntó qué sabía del modo en que la habían sometido. Cogiendo el manual de “Felpudo”, comencé a leerlo en silencio.

La maldad que destilaban esos papeles me puso los pelos de punta. El maldito que diseñó su conducta, había dejado impreso en el cerebro de asiática que para mantener un mínimo de cordura su amo debía de tomar posesión de ella casi de inmediato. Avergonzado, no me quedó otro remedio que explicárselo a la rusa ya que era ella mi pareja actual.

―Lucas, no te preocupes. Piensa que nadie mejor que yo comprende lo que debe estar sufriendo. Haz lo que debas hacer― con ternura replicó.

Habiendo obtenido su comprensión, repasé con ella el resto del siniestro impreso donde quedaba tan bien reflejado que dentro de lo que su autor consideraba ventajas incluía que la chinita estaba preparada y necesitaba de mano dura.

― ¿Qué tipo de mente es capaz de diseñar algo así? ― me pregunté al leer que entre las cosas con las que se podría premiar el buen desempeño de “Felpudo” estaba el que su amo se meara encima de ella.

―Lucas, por favor no te enfades, pero a mí también me encantaría sentirlo―admitió la rubia con los pitones en punta.

Comprendiendo que ambas debían compartir muchos condicionantes al haber sido manipuladas por el mismo maniaco, seguí estudiando ese manual y así confirmé que muchos de las recompensas diseñadas para Kyon eran en realidad castigos. De todos ellos, uno de los más recalcitrantes hacía referencia al nombre con el que la habían bautizado:

“Para fortalecer el vínculo de su esclava y hacerle ver que su amo le estima, su dueño podrá estimularla haciendo que con la lengua limpie sus zapatos al llegar a casa”.

 Nuevamente, ese acto excitó a la joven que se mantenía a mi lado y moviéndose incomoda en el asiento, susurró que no le importaría ayudar a la chinita en esa humillante tarea. Disculpando sus palabras, proseguí con la lectura de esas instrucciones. Así fue cómo me enteré de que el peor castigo que podía ejercer sobre ella era el no hacerla caso.

“Cuando se requiera dar un escarmiento, se puede optar por la inacción. Su esmerada educación hará que la sierva sienta el desapego de su amo con un dolor que la hará humillarse pidiéndole perdón. Si se prologa este, su amo podrá disfrutar de la autodestrucción paulatina de su propiedad. Tras un periodo de depresión, “felpudo” tratará de conciliarse por medio de flagelación y de no ser efectiva, buscará mutilarse como forma de recuperar el afecto de su dueño. Llevando al extremo, el adquirente de esta maravilla disfrutará observando cómo se suicida usando para ello cualquier elemento que esté a su alcance. Para ello, recomendamos poner a su disposición elementos cortantes que se pueda introducir en el sexo como puede ser una batidora de mano o cuchillos de gran tamaño”.

Asqueado por lo que estaba leyendo, quise dejar de estudiar ese panfleto, pero Natacha me lo impidió haciéndome ver que debíamos conocer cómo actuar ya que, en menos de una hora, la chinita estaría bajo nuestro cuidado. Sabiendo que era así y haciendo un esfuerzo para no vomitar, pasé a ver el apartado que el malnacido que lo escribió definía como “practicas amatorias” en las que “Felpudo” estaba adiestrada. Sin hacer una exposición exhaustiva de las mismas, comprobé que la asiática estaba lista para dar placer con todos los agujeros de su anatomía y no solo a su dueño sino también a cualquier persona que este considerara necesario ya fuera individualmente como en grupo.

―Según aquí pone, Patricia y yo podremos usarla si tú se lo pides― comentó con un tono que me hizo saber que la perspectiva de compartir con ella algo más que arrumacos no le era desagradable.

Obviando sus palabras al ser algo que daba por descontado, seguí leyendo y horrorizado descubrí que había dejado grabado en su mente la predilección por ser usada atada a un potro de tortura o su equivalente:

“Para el correcto desenvolvimiento de la esclava, su dueño deberá tener una mazmorra donde ubicarla y azotarla con regularidad siendo importante el contar con algún elemento donde inmovilizarla. Para ello, recomendamos argollas a la pared, una cruz de San Andrés o cualquier jaula que hay en el mercado. Si se opta por esta última, cuanto menor sea el espacio, “Felpudo” se lo agradecerá con mejores y más prolongados orgasmos. Por el contrario, y para disfrute del dueño, se la ha dotado de agorafobia por lo que, de no mediar una orden, al contrario, sacarla de paseo al campo la sumirá en un estado de turbación que la hará más receptiva cuando vuelva a su lugar de origen”.

  ―Lucas, ¿te parece que prepare el armario para encerrarla ahí cuando no estés? ― preguntó Natacha con una naturalidad que me dejó impresionado.

Con las lógicas reservas y con el corazón encogido, acepté su sugerencia como mal menor mientras pasaba a la siguiente página donde entre otras aberraciones el autor del texto recomendaba el uso de mordazas, los electroshocks y la cera ardiente como métodos para exacerbar la lujuria de la chinita.

«Hay que estar mal de la olla para ver placer en ello», me dije pasando al apartado de los detonantes de actuación y ahí descubrí que decir en su oído “es mi enemigo” desencadenaría una reacción violenta de la asiática que la haría intentar matar a la persona que hubiese señalado.

Acojonado recordé la forma tan rápida con la que se había desecho de los agentes durante mi detención y asumiendo que esa joven había sido educada en algún tipo de arte marcial busqué la contraorden: “Ahora es mi amigo” respiré al encontrarla.

Seguía inmerso en la lectura de esos sombríos papeles cuando escuchamos el sonido del timbre. Con una angustia total, fui a recibir a los sanitarios que la traían en compañía de la rusita, la cual y ante mi espanto, parecía ansiosa de recoger el testigo.

―Es preciosa― susurró confirmando ese extremo mientras metían la camilla en la que la traían.

Tras advertirnos que en unos treinta minutos despertaría, me ayudaron a trasladarla a mi cama, para a continuación y casi sin despedirse, dejarnos solos con ella. Su tranquilo dormitar realzaba la exótica belleza de la joven y con el peso de una responsabilidad que imprudentemente eché sobre mis hombros, la observé realmente por primera vez y confirmé lo dicho por la rubia:

«Es guapísima», me dije mientras inconscientemente quitaba un mechón de pelo de su cara.

A pesar de nunca haberme sentido atraído por las mujeres de su raza, tuve que reconocer que Kyon me resultaba sumamente atractiva y que el camisón de hospital que llevaba puesto no podía esconder los voluminoso senos que el vendedor había reflejado en la ficha de la subasta como estímulo para subir su precio.

«98 centímetros de pecho», recordé mientras intentaba rechazar lo mucho que me apetecía el verla sin el batín.

Al no estar sujeta por los mismos escrúpulos que yo, Natacha recordó que según el manual debía hacer uso de mi esclava cuanto antes y trayendo uno de los camisones que le compré, se puso a desnudarla diciendo que la muchacha agradecería sentirse bella el día en que conociera íntimamente a su dueño. Sintiéndome fuera de lugar, decidí no seguir ahí mientras la acicalaba para mí.

―Avísame si se despierta― huyendo de la habitación en dirección al salón, comenté.

Hundido en el sofá, intenté pensar en que si me acostaba con ella era por su bien y que hasta el propio psiquiatra de la policía me había dejado claro que ese era mi deber, pero no por ello se diluyó la sensación que sentía de que al hacerlo estaría violándola. Por eso, para mí, fue dificilísimo sustituir velando a la chinita cuando Natacha terminó y me dijo que tenía que volver a la habitación porque ella todavía tenía que cocinar la comida de ese día.

Con paso cansino, recorrí el pasillo de vuelta y al entrar en el cuarto, mis peores temores se convirtieron en realidad cuando vi el esmero con el que la rusa me la había preparado. No solo le había colocado un picardías que dejaba poco a la imaginación, sino que incluso la había peinado y maquillado, haciendo de ella una diosa. Incapaz de contener la curiosidad, certifiqué que la descripción que habían hecho de Kyon era fidedigna, pero se habían quedado cortos al ser un monumento de mujer.

«Vale lo que pagué por ella», pensé sin advertir que me estaba refiriendo a una persona y no a un objeto.

 Impresionado por la rotundidad de sus curvas en una joven asiática a las que en Occidente asociábamos a tablas de planchar, me pregunté si esos pechos eran producto de una cirugía. Sintiéndome un cerdo, aproveché que seguía sedada para con mis manos comprobar si eran naturales. Por el tacto y la dureza de los mismos supe que no estaban operados y eso me hizo profundizar en la exploración tomando entre mis dedos uno de sus pezones. La facilidad con la que se puso duro me enervó y preso de una calentura tan grande como culpable, lo pellizqué provocando su gemido. Asustado, levanté la mirada y ante mi consternación, Kyon estaba con los ojos abiertos.

―Mi amo― susurró con una entrega cercana a la adoración.

Desolado al verme descubierto y que lejos de molestarle mi ruindad, la chinita había recibido esos mimos con alegría, pedí a la cría que siguiera descansando. Maniatada por el adoctrinamiento recibido se abrazó a mí y comenzó a restregar su cuerpo contra el mío mientras me rogaba que la usara, que se sabía mía y que su función era ser mi juguete. Todavía ahora recuerdo avergonzado la erección que creció bajo mi pantalón al ver la devoción con la que me miraba. Por eso, agradecí cuando Natacha entró en la habitación informando que la comida estaba lista, ya que de no haber sido así a buen seguro sin mayor miramiento la hubiese tomado para mí.

 ―Felpudo, levántate y ayúdame a dar de comer a nuestro dueño― comentó la rusa ejerciendo un papel que no le había pedido.

Molesto, pedí que fuera la última vez que la nombraba así.

―Su muñeca le pide perdón― arrodillándose a mis pies, respondió: ―Mi señor, ¿con qué nombre me debo referir a su nueva esclava?

Entendiendo que, aparte de su naturaleza juguetona, lo que le impulsaba a la rubia era cumplir fielmente con lo leído en el manual, comprendí que, si no quería usar el de “Felpudo”, debía bautizarla con otro apelativo de sumisa. Por ello, mirando la dulzura de la joven, respondí:

― ¡Golosina! ¡La llamaremos así!

―Solo espero no engordar cuando tenga que comerme a “golosina” ― muerta de risa, replicó la endiablada eslava mientras la levantaba de la cama.

La sonrisa con la que la asiática recibió un azote de Natacha exigiendo que se diera prisa me hizo asumir que al menos en un principio debía comportarme con ella de acuerdo a lo que marcaba su educación y por ello, mientras me servía vino en una copa, ya sin pudor acaricié su trasero absteniéndome de alabar su belleza. Supe que según la mentalidad que habían esculpido en su cerebro ese gesto le bastaba para sentirse reconocida al reparar en el tamaño que habían adquirido sus pezones.

«Tengo que darle tiempo de asumir que en esta casa nadie la maltratará antes de demostrar cualquier tipo de ternura», sentencié viendo de reojo la alegría con la que corría a la cocina en busca del primer plato.

Lo que nunca me esperé es que volviese en compañía de la eslava y menos que tras ponerme frente a mí la comida, Natacha me pidiera permiso para inspeccionarla. Entendiendo que esa inspección no solo era necesaria según las instrucciones que habíamos leído, sino que encima le apetecía ser ella quien la realizara, di mi autorización a que la llevara a cabo.

―Golosina, antes que nada. Nuestro amo debe saber qué clase de hembra ha comprado y si vales la suma que pagó por ti. ¡Desnúdate y demuéstrale si eres digna de ser la esclava que le dé placer o solo una vulgar sirvienta!

Herida en su amor propio, la chinita comenzó a cantar una canción de amor mientras deslizaba sus tirantes sin dejar caer el camisón. Su prodigiosa voz no era algo que hubiésemos previsto y por eso tanto la rusa como yo nos quedamos anonadados al escucharla.

―Lo he pensado mejor, te llamaremos “ruiseñor” ― dije todavía impresionado.

Su nuevo bautismo incrementó sus ganas de agradar y elevando el volumen adornó su canto con un sensual baile mientras se despojaba del picardías. Ya sin él, pude comprobar que a pesar de su altura los pechos de la asiática eran enormes y que encima sus areolas se le habían erizado al sentir la calidez de nuestras miradas.

«¡Por dios! ¡Es bellísima!», no pude más que afirmar interiormente sin exteriorizarlo al saber que todavía no estaba lista para ser piropeada.

Más consciente que yo de lo que esa muchacha necesitaba y sobre todo esperaba, Natacha se acercó a ella y pegándola otra sonora nalgada, le exigió que luciera el trasero al que era su dueño. Al girarse, pude comprobar que la rusa había dejado impresa la mano en uno de sus cachetes, pero eso no fue óbice para que me percatara también que el pandero de la asiática era de los que hacen época.

«Menudo culo tiene», sentencié mientras daba un sorbo de vino para no revelar lo mucho que me apetecía dar un mordisco en esa maravilla.

Como la rubia no tenía esos remilgos al tener mi aquiescencia y saber que no me opondría, usó las dos manos para que pudiese valorar el cerrado ojete de “ruiseñor”.

―Mi señor. Para ser un producto asiático, el culo de su nueva esclava no es de mala calidad, aunque parece ser que está un poco trillado.

―Ni poco ni mucho. Nadie lo ha usado― se defendió la pobre que estaba siendo inspeccionada.

Al haber hablado sin que nadie se lo permitiera, tuvo su castigo y mandándola al suelo de un tortazo, Natacha le hizo ver que no iba a ser permisiva con ella.

―Como la favorita de nuestro señor, no voy admitir de ti ninguna falta de cortesía y menos que te rebeles.

Frotando con una mano su adolorida mejilla, la chinita pidió perdón.

―Lo siento, maestra. No volverá a ocurrir.

Tirando de su melena, la levantó de la alfombra y sin mayor miramiento, la eslava mordió los labios de la joven diciendo:

―Eso espero, nuestro señor me ha pedido que te eduque y eso voy a hacer.

Asumiendo que debía seguir exhibiéndose ante mí, Kyon retomó la canción, pero esta vez en perfecta sintonía con la melodía y en español nos informó que nunca había estado con otro hombre narrando una escena:

 ―Una hembra de ruiseñor aleteando llegó volando a un jardín donde su dueño, al escuchar el trino de tan bella ave, decidió que debía ser suya y tomándola entre sus manos, preparó para ella una jaula de oro. La joven pajarita al ver su nuevo hogar gorjeando de felicidad explicó al que ya sentía que era su amo que nunca unas manos de varón habían acariciado su plumaje.

 ―Si eres virgen, demuéstralo― exigió Natacha.

Bailando, la chinita se subió a la mesa y separando las rodillas, puso a mi estudio su sexo mientras canturreaba:

―Cuando el viento del mediodía puso en duda las palabras de la dulce avecilla, está pidió a su señor que comprobara tocando sus plumas que todavía nadie había dejado sus huellas en ella.

Despelotado por el tierno y ocurrente modo de presentar sus credenciales, miré embelesado ese tesoro desprovisto totalmente de pelo y retirando con mis yemas los pliegues que le daban acceso, comprobé que no mentía.

―El ruiseñor al sentir las caricias del que tenía las llaves de su nuevo hogar, le pidió que pusiera un candado a la puerta para jamás tener la tentación de marcharse― musitó en tono más bajo temiendo quizás desafinar.

Si lo hizo, no lo sé ya que llevaba unos segundos concentrado en evitar hundir la cara entre esos muslos.

―Don Lucas, pruebe si la pájara que ha adquirido es tan dulce para ser llamada también golosina― a mi espalda, escuché que Natacha me decía.

Impulsado por un apetito que no fui capaz de contener, saqué la lengua y recogí con ella parte de la humedad que amenazaba con desbordarse de la chinita:

―Es todavía más dulce de lo que suponía― señalé mientras escuchaba el prolongado sollozo con el que Kyon manifestaba el placer que ese primer lametazo le había hecho experimentar.

― ¿Me permite comprobar que sea así? ― la rubia preguntó revelando su excitación.

―Por supuesto, muñeca. Dime si me equivoqué cuando asumí que esta zorrita era una golosina.

Al verla sumergir la boca entre sus piernas, decidí hacer uso de uno de los detonantes que compartían y mientras Natacha cataba el sabor de Kyon llevé mis manos a sus nucas provocando el orgasmo de ambas. Los gemidos de la rusa quedaron acallados por los melodiosos berridos de la chinita al sentir que quizás por vez primera su cuerpo ardía.

―Mi señor tenía razón al ponerle ese nombre― chilló descompuesta Natacha mientras trataba de saciar la sed en el manantial que brotaba del interior de la asiática.

Sin dejar de acariciar la parte posterior de sus cabezas, mostré un cabreo que no sentía al haberse corrido ambas sin mi permiso y colocando a la rubia en mis rodillas, descargué mi supuesta ira en una serie de dolorosos pero deseados azotes que, en vez de cortar su placer, lo incrementaron.

―Su ruiseñor también le ha fallado― envidiosa del trato, sutilmente protestó la oriental.

Atrayéndola hacia mí, mordí su boca y tras dejar la impronta de mis dientes en ella, exigí a “muñeca” que la llevara a mi habitación y que me la preparara mientras terminaba de comer. Natacha cogió a Kyon de la mano y sin preguntar nada más, se marchó al saber exactamente lo que le pedía. No en vano habíamos leído juntos el puñetero manual donde se revelaba el modo de exacerbar el placer que sentiría al ser desflorada por su amo. Sabiendo que no me fallaría, olvidándome de ellas, me concentré en la estupenda carne a la stroganoff que apenas había tocado…


Relato erótico: “El pueblo de los placeres 4” (POR CABALLEROCAPAGRIS)

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“Hola Luís, soy mamá. Esto que voy a contarte es algo que jamás te tendría que haber contado. Pero me veo en la obligación, pues llevo días muy preocupada por ti y mi hermanita.
Se trata del pueblo. Estoy convencida que a estas alturas ya te habrás dado cuenta que ocurre algo anormal. También estoy segura que estás acostándote con la tita Ana. Ella se pone muy enferma en ese pueblo. Tenéis que salir de allí cuanto antes.
Cuando me comentases que ibas a vivirte allí, tuve que controlar el impulso de explicarte por qué estabas en un error. Tal vez guardaba la esperanza de que el pueblo hubiese cambiado. Pero cuando fui al entierro de mi tía Leonor, supe que esto no era así. Sentí en mis venas el fuego, al solo bajarme del coche, y me tuve que ir para no quedar atrapada de nuevo en él.
Hace siglos que el pueblo está maldito. La herencia se ha ido transmitiendo de generación en generación. Todos allí son conscientes de lo que ocurre. Solo le afecta a las mujeres, y no a todas; pero sí a la mayoría. Viven en una excitación constante. Como si el Diablo hubiera elegido nuestra pequeña villa, como sucursal para que el ser humano cometa el pecado carnal, sin censura.
Es como si la tierra fuera parte del infierno y se manifestara a través del sexo de las mujeres que Lucifer ha seleccionado. Sé que suena a ciencia ficción, pero es tal y como te lo cuento. Lamentablemente es así.
La sed de sexo hace que muchas mujeres acaben quitándose la vida, al no ser capaces de saciarse jamás. Habrás comprobado que la gente es reservada y a penas sale de casa. Viven en una lujuria sin desenfreno. Constantemente hay relaciones sexuales entre madres e hijos, abuelas y nietos, entre vecinos. Hay hombres que tienen a sus mujeres amarradas a la cama para que no puedan ver a otros hombres.
En ocasiones las mujeres organizan orgías clandestinas, y las llevan a cabo en la iglesia. Te habrás fijado que la campana de la iglesia nunca llama a misa. No hay ningún sacerdote en el pueblo. Utilizan la casa del señor para llevar a cabo sus brutales orgías donde participan varias mujeres y decenas de hombres. Siempre ante el altar. Como una especie de rito preparado por el diablo, y que las gentes del pueblo llevan a cabo sin saber muy bien por qué.
Hay hombres que son felices con la situación, pero otros viven atormentados. Todos están amenazados de muerte para que jamás le cuenten a nadie lo que ocurre. Por eso odian a los forasteros, no quieren que se descubra su secreto para poder seguir actuando a sus anchas, para que el diablo pueda seguir manejando el pueblo a su antojo.
No hay un patrón claro. Hay mujeres a las que nunca les ocurre. Mujeres a las que les ocurre tardíamente. Y mujeres que caen en el instante. Lo único claro es que solo son infectadas aquellas mujeres nacidas en él, o con antepasados nacidos allí.
Cuando una mujer siente el magnetismo del pueblo, se le enrojecen los ojos y se le transforma la expresión. Mientras más folle más lo necesitará, hasta acabar matándose. Las más afortunadas se esfuerzan y logran huir del pueblo. Muchas somos las que conseguimos huir de aquella pesadilla; entre ellas estamos tu tía Ana y yo. Pero Ana ha vuelto y mucho me temo que ha recaído por completo.
Estoy segura de que mi tía Leonor se quitó la vida por temor al diablo cuando se refleja en Ana. Hubo un tiempo en el que Ana se dejó llevar demasiado, es débil ante la carne y ese pueblo magnifica su frecuente apetito sexual. Se comportaba de forma errática y violenta. Leonor la pilló con dos hombres en un callejón oscuro, una noche de verano. A partir de ahí Ana le hizo la vida imposible. Quiso seducirla varias veces pero la vieja no se dejó. El diablo, a través del cuerpo de Ana, juró que algún día la mataría; pues a Leonor nunca le sucedió. El miedo hizo tomar ese bote de pastillas a esa pobre mujer, no te quepa la menor duda.
Pero mi hermana es una mujer buena, te ruego que la salves, te ruego que la saques del pueblo. Ten en cuenta que no es ella la que se acuesta contigo, es el diablo a través de ella.
Para que entiendas lo duro que ha sido contarte esto, te revelaré un secreto con el que lleva viviendo nuestra familia toda la vida. Mi madre, tu abuela, no murió de infarto como siempre hemos contado.
A sus sesenta años, tras décadas de enfermedad, acabó yéndose con veinte hombres del pueblo hasta la vieja ermita. Se encerraron y ella empezó a follar con todos. Se llevaron dos días encerrados; hicieron con ella lo que quisieron. La tomaron como una mártil de la cruz que los hombres del pueblo siempre han vivido, dejándose convencer para ir todos ellos con ella sola. La follaron y todos se corrieron dentro. A medida que se iban recuperando iban volviendo a follársela. La muy desgraciada estaba feliz. Se llevo muchas horas seguidas chupando pollas, recibiendo por todos lados y tragando semen. Acabaron matándola. Murió de tanto follar. Su cuerpo desnudo lo clavaron en la entrada de la ermita como trofeo de guerra. El mensaje fue claro. “Si no podemos huir del diablo, le mandaremos a sus putas de vuelta”.
Duró poco la rebelión. Se escucharon casos de hombres asesinados. En un mes los veinte que participaron habían muerto en extrañas circunstancias. Eso calmó a los hombres para siempre, aceptando su destino. Prisioneros del pueblo.
Una noche mi hermana y yo decidimos huir. Saciamos nuestra sed con unos amigos de la infancia. Y luego corrimos antes de que los ojos volvieran a enrojecerse. Corrimos como nunca lo habíamos hecho. Pudimos salir del área de influencia, solo necesitamos atravesar el bosque. Jamás nos volvió a pasar. Ella se instaló en Aracena y yo me fui a Huelva, donde conocí a tu padre.
Ahora entenderás por qué los veranos los hemos pasado siempre en Aracena, y a penas hemos pisado el pueblo; a pesar de que éramos de allí y a ti te encantaba.
Sálvate. Salva a mi hermana. Os espero en Madrid. Y recuerda, solo tenéis que atravesar el bosque.
Borra este correo.”
Pulsó el botón de borrar. Siguió un rato pensativo. Escuchó ruido en la puerta de entrada. Salió y había otra nota. Corrió para ver si veía a alguien en los alrededores, pero no hubo suerte.
Regresó y abrió la nota. Que tenía la misma letra y estaba escrito en el mismo tipo de papel que las anteriores.
“Si sabes quien soy ven a mi casa. Esta madrugada, entre las dos y las dos y media, dejaré la puerta de entrada abierta. Solo tienes que empujar. Por favor, trata de que no te vea nadie.”
Luís pensó en Alba. Rompió y quemó el papel. Permaneció todo el día nervioso, su mente empezó a urdir un plan de fuga. Por la noche Ana regresó, pero no vino sola.
Luís escuchó el ruido de la puerta y fue al encuentro de Ana. Pero al llegar al recibidor se quedó de piedra. Ana estaba acompañada de Sara, la joven cocinera de las cabañas. Ambas le miraban sonrientes, pero sus ojos no eran humanos. Estaban encharcados de sangre y a penas movían sus pupilas negras y muy dilatadas.
Sara vestía una minifalda que enseñaba todo. No llevaba nada debajo. Y arriba solo tenía una camiseta muy escotada, sin sujetador. Marcando mucho los dos pezones. Sus pechos eran muy amplios.
Ana vestía con la elegante ropa con la que va al trabajo.

 

 

 

Hola Ana. Debías haberme avisado que teníamos visita y habría preparado algo.
No te preocupes sobrinito. Le he hablado a Sara de ti y quería conocerte. Le he dicho lo bueno que eres en la cama. Esta noche dormirá con nosotros.

 

 

 

Luís sintió miedo. Temió por su vida. No se veía capaz de satisfacer a las dos. Un sexto sentido le decía que Ana le había preparado una especie de prueba.
Ana se retiró y Sara se sentó en el sofá del salón. Luís le ofreció algo para beber y ella lo negó moviendo solos los ojos de lado a lado. Había algo de prohibido en ella. Ana regresó completamente desnuda.
Levantó a Luís y lo desnudó. Luego se sentó en el sofá al lado de Sara. La fue desnudando poco a poco. La chica se dejaba hacer. Engulló sus melones y la abrió de piernas sobre el sofá, para comerle el coño. La chica se retorcía como una serpiente ante la humedad de la lengua de la tía de Luís.

 

 

 

Vamos a la habitación.

 

 

 

Luís se sentía excitado. Avanzaron cada una a un lado suyo. Él las agarró de los culos. Duros y deliciosos, mientras avanzaban.
Luís empezó a sentirse extrañamente cómodo y con ganas de esa sesión que iban a tener. Durante un instante sintió miedo y se miró en un espejo del pasillo. Suspiró aliviado al ver sus ojos normales.
Una vez en la cama, Sara comenzó a cabalgar a Luís. Sus cuerpos se acoplaron perfectamente y se dejó llevar por la follada de aquella deliciosa chica. Su piel era blanca y aterciopelada. Su flaqueza recorría todo el cuerpo hasta desembocar en unos pechos grandes y dulces. Como un pequeño río que desemboca en una preciosa cascada.
Sintió que tocaba el cielo con las manos al dejarse llevar por los movimientos, mientras agarraba sus pechos como si fuera lo último que iba a hacer en su vida. A su lado, Ana le animaba con comentarios dulces y cariñosos a su oído.
Sara empezó a cabalgar ahora más erguida. Formando noventa grados con el cuerpo horizontal de Luís. Ana se levantó y se dejó caer, sin sentarse del todo, sobre su cara. Bajó un poco más hasta posar su coño en la boca de su sobrino. Luís lo comió con avidez, moviendo mucho la lengua, casi sin poder respirar. Ana se echó un poco hacia delante para dejarle respirar, quedando a la altura de Sara, la cual no paraba de botar. Le agarró los melones y los lamió despacio. Dejando su lengua recorrerlos lentamente, sintiendo cada poro.
Luís se sentía prisionero. Solo podía dejarse follar y mover la lengua. Se tragó todos los flujos que iba soltando el coño de su tía.
Se corrió un rato más tarde, mientras se follaba a su tía a cuatro patas, Sara estaba abierta ante ella, dejándole comer su exquisito y pequeño, aunque tragón, coño.
Se tomó un respiro. Fue al baño. Al regresar, Ana y Sara seguían con la faena. Ahora estaban acostadas de lado, con el coño en la boca de la otra. Se comían con muchas ganas y tuvieron varios orgasmos a la vez. Siguieron besándose y Ana estuvo amamantando un rato a Sara como si fuera un bebé.

 

 

 

Ea ea, mi niña tiene más tetas que mamá. Pero mamá le da la teta a mi niña.

 

 

 

 
Luís las observaba sentado en una butaca situada ante la cama. Empezó a calentarse de nuevo. Regresó a la cama masturbándose. Al verlo, las dos se tumbaron boca abajo en la cama, una al lado del otro. Levantando solo el culo. Lo movían pidiendo polla. Luís empezó por la que más le gustaba, Sara. Follaba el culo de cada una durante unos dos minutos y luego cambiaba. Así estuvo largo rato.
Ambas se dieron la vuelta y se abrieron de piernas. Ahora hizo lo mismo con sendos coños. Dos minutos con uno y otros dos minutos con otro. La que estaba sin polla, se pasaba los dos minutos refregándose salvajemente con la mano y gimiendo desproporcionadamente.
Tardó muchísimo en correrse. Se sentía orgulloso de su aguante. Cuando por fin le vino les ordenó que lo quería distribuir entre sus caras. Las dos se pusieron de rodillas en el suelo y juntaron sus mejillas con las bocas abiertas. Luís comprobó feliz que el rojo de sus ojos había desaparecido y ahora eran ellas. Ana y Sara esperaban su corrida, las de verdad. Ello le llenó de morbo y disminuyó la paja. Las mujeres se empezaron a besar viendo que la cosa se retrasaba, sacaban mucho la lengua para poderse besar bien. Luís les acarició las mejillas y metió la polla un poco en cada boca. Cuando por fin le vino, la tía Ana y la jovencita Sara se prepararon de nuevo juntando las mejillas y abriendo mucho las bocas con las caras hacia arriba.
La corrida les salpicó en los ojos, el pelo, la frente y la nariz. Lo poco que cayó en sus bocas lo intercambiaron con un beso largo. Se quedaron besándose en el frío suelo. Luís les orinó encima.

 

 

 

Para que estéis calentitas.

 

 

 

Siguieron un rato liándose, mezcladas con el semen y el pis de Luís.
A la mañana siguiente se despertó en la cama junto a las dos. Estaban todos desnudos. Se metió en la ducha, lo recordaba todo como un sueño. De repente se acordó.
“¡ No he ido a casa de Alba!.”
Los días pasaron en aparente tranquilidad. Luís seguía urdiendo el plan de fuga. Mientras tanto, intentaba portarse bien con Ana. Repitieron varias veces más con Sara hasta que Luís le propuso que se fuera a vivir con ellos.
“también salvaría a esa chica”.
Con Sara en casa, Ana se mostró muy interesada en ella. Se acostaban a menudo solas y tenían largas noches de sexo entre ellas. Luís podía escucharlas cada madrugada. Otras veces dormían los tres en la cama de Luís. Y a diario tenía sexo con las dos por separado. Vivían en un desenfreno de sexo oral, anal, follada tradicional y orgasmos. Luís disfrutaba entusiasmado; aunque sin olvidar que el tenerlas contentas formaba parte del plan. Aunque el peligro de que quisieran cada vez más y más, le hacía tener cierta prisa en acelerar la marcha. No iba a ser nada fácil.
Buscó comprador para su negocio, encontrándolo en un multimillonario holandés. Al cual le pareció una ganga el precio que Luís le había puesto a todo. Pero no dijo nada a nadie. No iba a estropear el plan. No hasta que no estuvieran lejos los tres.
Empezó a dar paseos por el pueblo de madrugada. En todos ellos empujaba la puerta de la casa de Alba por si estuviera abierta, nunca hubo suerte. Paseando en la soledad de la madrugada pudo oír respirar al pueblo, como si tuviera vida propia. Era un gemido constante que inundaba cada calle. En cada esquina un chillido. En cada callejón un lamento. Tras cada puerta un océano profundo de secretos, placer y sufrimiento.
Siempre aprovechaba cuando Sara y Ana dormían juntas para dar esos paseos. En los que no sabía muy bien qué esperaba encontrar.
Un día, mientras regresaba con la compra de Aracena, se topó con otra de las notas. Apresurado, dejó caer las bolsas y la abrió con ansia.
“Ven esta tarde. A las cuatro. No te dejes ver, tápate la cara. De madrugada es más peligroso. He oído que andas solo por las calles de madrugada. Planean matarte, nadie me lo ha dicho pero sé que lo planean; no serás el primero. Entra en mi casa a las cuatro en punto. Te espero.”
Sara estaba trabajando y Ana se quedó viendo un rato la televisión. Luís se disculpó, iría un rato a correr.
A las cuatro en punto Luís empujó la puerta de la casa de Alba, la cual cedió. A la misma hora Tomasa observaba a Ana ver una película, a través del ventanal del salón de la casa de Luís.
La casa estaba a oscuras. Todas las persianas estaban bajadas. Luís avanzó hacia la parte trasera de la casa. De repente escuchó como la puerta de la calle se cerraba con llave. Cuando quiso reaccionar, una chica le tapó la boca con la palma de la mano.
“tssssssssssssssssssssssssssss. Ven”.
Le guió hasta la habitación más interior de la casa. Encendió la luz. Luís miró a esa chica. Era más o menos de su edad y muy guapa. Pelo castaño rizado. vestía como si fuera una mujer de los años treinta, aunque llevaba un peinado moderno y tenía un piercing en la nariz.

 

 

 

¿eres Alba?

 

 

 

La chica se puso a la defensiva.

 

 

 

Joder, ¿cómo sabes mi nombre?.
Me lo dijo Tomasa.

 

 

 

Alba se relajó.

 

 

 

No debiste acostarte con ella, no debiste hablar con ella. No debiste venir al pueblo.

 

 

 

Mientras tanto, Tomasa llamó al timbre. Ana bajó el volumen de la tele y acudió a la puerta.
Luís se sentó en una silla. Su respiración era acelerada. Alba se sentó frente a él.

 

 

 

No tienes ni idea de lo que es este pueblo.
Algo sí sé. Mi madre es del pueblo…… me lo ha contado.
¿Y cómo es que sigues aquí?.
Planeo fugarme con mi tía. Ella está infectada. También me llevaré a una chica.

 

 

 

Luís se fijó en los ojos de Alba, eran azules y muy bellos. Ni rastro de color rojo.

 

 

 

¿Tú estás bien?
Sí, a mí nunca me ha pasado.
¿Y por qué sigues aquí?
Porque Tomasa ha jurado matarme si alguna vez me ve fuera de esta casa.

 

 

 

Ana abrió la puerta y se encontró a una mujer de unos cuarenta y cinco años. Alta y entrada en carnes, guapa. La miró de arriba abajo. Notó como el coño se le abría como una flor.

 

 

 

Hola. Soy Tomasa. Vivo en el pueblo. Vengo a ver si el señor Luís me da trabajo en su dehesa.
Pasa cariño. El señor Luís no está. Pero yo pudiera ofrecerte algo,….. aunque está muy difícil pues no tenemos nada libre.

 

 

 

Tomasa se sentó en el sofá mientras Ana preparaba algo de café. Antes de prepararlo se cambió y se puso un fino camisón blanco, que dejaba todas sus piernas al aire, y bajo las alas de la parte de arriba una camiseta blanca ajustada y escotada.

 

 

 

No te importará que me haya puesto cómoda ¿Verdad?.
Para nada, está en su casa. ¿Es usted la señora de Luís?.
Soy su tía. Encargada del negocio. He enseñado a Luís todo cuanto sabe en negocios…. Y en otros asuntos.

 

 

 

Tomasa seguía su plan a la perfección. Debía aparentar que no sabía nada de la infección, Ana no se acordaría de ella. Cuando se fue del pueblo solo era una niña.

 

 

 

Verá usted. Yo no tengo marido, pues mis gustos son diferentes al del resto de las mujeres. Vivo de lo poco que me quedó de la herencia de mis padres. Necesito trabajo como sea. Haré cualquier cosa para conseguirlo.

 

 

 

Vestía una falda larga y un chaleco algo escotado. Conocedora de sus encantos, se había agarrado bien los pechos para que pareciesen más grandes aún, y se abultaran bastante en el escote. La falda era de corte clásico pero al cruzarse de piernas dejó uno de sus muslos al aire.
Ana la miró con vicio y sus ojos se enrojecieron. Había picado en la trampa y Tomasa lo sabía.
Alba sirvió una jarra de vino dulce con dos vasos. Tomó aire y comenzó a hablar.

 

 

 

No sé que te habrá contado Tomasa de mí, pero seguro que es falso. Lo cierto es que ella sufre esa extraña infección, aunque es muy lista y sabe disimularlo. Sabe más que el diablo, que se supone que las controla.

 

 

 

Luís bebió el vino de un tirón y se echó más. Se mareó levemente, todo aquello era una mala pesadilla.

 

 

 

Cuando yo era niña, Tomasa empezó a follar con mi padre. Siempre supo elegir una víctima para sus calentones. Intenta disimularlo. Se echa una especie de colirio que ella misma fabrica, el cual le quita la rojez. Además, suele ir a calmarse con un caballo robado, que tiene amarrado en algún lugar del bosque.

 

 

 

Eso le sonó familiar a Luís. Rió irónicamente cuando yo tenía dieciséis años mi madre los descubrió. La pobre nunca se dio cuenta. Pensaba que Tomasa era una no infectada, como ella. Ambas hablaban a menudo de cómo poder combatir al pueblo sin tener que abandonar sus raíces. Se hicieron muy amigas. Pero no se enteraba que su marido follaba a Tomasa una vez al día durante años y años. Hasta que los pilló.
 
Sigue.
 
Mi madre se puso histérica y amenazó con matar a los dos. Tomasa no aceptó que aquella mujer se pusiera así. “no atiendes a tu marido como es debido y te enfadas con una mujer que le da lo que necesita”. Es lo que le dijo, recuerdo esas palabras porque presencié las escena escondida. Tomasa cayó presa de una furia inhumana. Estranguló a mi padre y acuchilló a mi madre con un cuchillo jamonero. Los enterró en su patio.
 
¿Tu dónde estabas?.
 
Mi madre me pidió que la acompañara a casa de Tomasa para pedirle un poco de pan. A esa hora la tienda estaba cerrada y se suponía que mi padre andaba de cacería. Cuando entramos, oímos gemidos que provenían de la caseta del patio. Estaban follando sobre una pila de jamones. Mi madre enloqueció y yo me escondí tras una amplia butaca situada en una esquina, al lado de la puerta de entrada.

 

 

¿lo presenciaste todo?
Sí. Cuando intenté huir ella me gritó. Me quedé paralizada en mitad del patio. Me dijo que si no decía nada perdonaría mi vida, y que si se me ocurría abandonar el pueblo no pararía hasta matarme. Cuando me lo dijo sus ojos no eran normales. Es como si me lo dijera una especie de diablo a través de ella. La creí. Durante todos estos años ha estado viniendo a acostarse conmigo cada vez que le ha apetecido. Se sacia conmigo y con el caballo. Y disimula con el colirio para el resto del pueblo. Solo yo sé que está infectada. Eres la primera persona a la que se lo cuento.
¿Y por qué lo has hecho?
Cuando vi que te estabas viendo con ella temí que su infección se disparara. Llevaba años sin acostarse con un hombre. En las últimas semanas ha venido a verme más a menudo. Cada vez me pide más, temo que acabe matándome. Tenemos que huir como sea. Los dos estamos en peligro.

 

 

 

Ana se sentó al lado de Tomasa con una respiración muy agitada.

 

 

 

No te voy a engañar. No hay trabajo. Pero si eres una buena mujer conmigo, yo te buscaré algo.

 

 

 

Le acarició los pechos sobre el chaleco, pasando su mano por el abultado escote.

 

 

 

Tienes unas tetas excesivamente grandes. ¿Son naturales?.
Sí. Todo es de la Tomasa.
Nunca he visto unas así en mi vida. Las mías son pequeñitas mira.

 

 

 

Ana se levantó y se despojó del camisón; quedándose solo con unas estrechas bragas blancas. Sus pechos pequeños quedaron al alcance de tomasa.

 

 

 

Me encantaría que fueran como las tuyas. ¿me dejas verlas?.
No se. ¿encontraría trabajo?
Sin duda. Estás en tu día de suerte.

 

 

 

Tomasa se levantó y dejo caer su falda. Se quedó en tanga. Luego se despojó del chaleco y sus pechos bailaron por todo el salón. Permaneció de pié junto a Ana, que flipaba sentada en el sofá.
El espectáculo era morbosamente grotesco, como Tomasa. Unos pechos descomunales y debajo, un coño peludo mal tapado por un pequeño tanga, el cual desaparecía dentro de la raja de su amplio culo flácido.
Sin decir nada se arrodilló sobre el sofá delante de Ana. Plantándole los pechos en la cara.

 

 

 

¿No te parecen demasiado grandes?.
Para nada. Son el cielo para mí.

 

 

 

Refregó su cara entre ellos. Los lamió, escupió, masajeó y mordió a placer. Luego la sentó y la abrió de piernas. Aguantó la respiración y se sumergió en el mar de pelos de su coño. Lo lamió con avidez y se dejó embriagar con el aroma que soltaban los flujos que de él manaban. Como si fuera la entrada al infierno. La entrada a una eternidad de sexo y lujuria.
Se la llevó a su cama. Ana estaba perdida en sus pechos y Tomasa empezó a gemir, y a gemir, y a gemir. Las voces eran atronadoras. Juntaron sus coños haciendo la tijera. Ambas se movieron con destreza, poseídas por el diablo.
Tras un largo rato se follaron con los consoladores que guardaba Ana. Tomasa le llenó el culo y el coño. Y ana pudo meter los dos más grandes que tenía, a la vez, en el chocho de la Tomasa.
Ana estaba entregada y feliz. El rojo de sus ojos iba desapareciendo poco a poco. Tomasa llevaba el ritmo de la sesión, realmente lo llevó desde el principio.

 

 

 

Túmbate boca arriba, abre la boca y no te muevas.

 

 

 

Ana obedeció. Tomasa se puso en cuclillas sobre su pecho y le orino en las tetas. El pis le resbaló por el abdomen mojando su sexo, y recorrió las piernas hasta las rodillas. Luego se movió hasta dejar su ano a la altura de la boca.

 

 

 

Abre bien la boca, puerca.

 

 

 

 
Hizo fuerzas. Tras varios pedos, salió un mojón alargado. El cual entró en la boca de Ana con la misma lentitud con la que salían del culo de la Tomasa.
Ana lo masticó y tragó. No sin vomitar varias veces seguidas. Tomasa se tumbó a su lado y la besó. Ana llenó de vómitos y mierda las inmensas tetas y luego las lamió.
Tomasa empezó a mirarla con asco. Ana la miraba feliz.

 

 

 

Gracias por darme tu mierda. Soy feliz. Tendrás el mejor trabajo.
Eres una asquerosa puerca de mierda.
Ummm sí. Seré tu puerca si lo deseas.
Eres una puerca quita novios, y voy a matarte.

 

 

 

La cara de terror de Ana desapareció bajo la almohada que Tomasa sostenía. La apretó con fuerza hasta que dejó de patalear. Luego, tras comprobar que estaba muerta, se dio una ducha, se vistió y se fue sin la más mínima señal de arrepentimiento.
Luís pidió más vino. Su cabeza bullía.

 

 

 

Escúchame Alba, tenemos que salir de aquí. Ahora voy a irme. Me inventaré una historia relacionada con el trabajo, para que Ana acceda a acompañarme. Antes la follaré fuerte para que no este muy infectada en el momento de irnos. Haré lo mismo con Sara. Les pediré un trío y luego las montaré en el coche. Eso será esta madrugada. Estate preparada sobre las cuatro. Pararé el coche junto a tu puerta con la puerta del copiloto abierta. Ana y Sara estarán detrás, amordazadas si fuese necesario. Móntate rápido y nos iremos a toda prisa.
Es peligroso, no nos dejarán ir tan fácilmente.
Correremos ese riesgo. Estate lista a las cuatro de la madrugada. No te cargues de equipaje. Yo te ayudaré económicamente en tu nueva vida. Estoy forrado.

 

 

 

Alba le pidió con las manos que se callase. Luís se quedó en silencio, no escuchaba nada.

 

 

 

¿Qué pasa?

 

 

 

Le susurró.

 

 

 

Es Tomasa, está entrando en su casa. Vamos, en cuanto entre tendrás que irte corriendo, si te ve estamos perdidos.

 

 

 

¿Cómo pudo oír el ruido de una llave en una cerradura?. Luís comprendió que aquella chica había desarrollado un sentido del oído sobrenatural. Atormentada por su diabólica vecina de enfrente.
Alba se asomó tímidamente a la ventana desde la que había observado a Luís aquella madrugada. Luís estaba en la puerta preparado para salir.

 

 

 

¡Ahora!

 

 

 

Luís se enfundó en su discreto chándal y salió andando calle arriba a paso ligero. Camino de su casa.
Al llegar a casa le extrañó el completo silencio. Llamó dos veces a su tía, sin obtener respuesta.
Subió por las escaleras. Imaginaba que se lo estaba montando con Sara sobre su cama. Pero al entrar en su habitación se le desencajó la cara y se le partió el alma.
“Por Dios tita, ¿quién te ha hecho esto?”.
Una inmensa pena cayó sobre él como la niebla sobre el bosque. Lavó el cadáver con mimo y le vistió. Lo maquilló y lo peinó. Lo enterró en mitad del bosque.
“En este pueblo no hay culpables ni asesinos”. “Los vivos han de abandonarlo”.
Lloró un rato la tierra removida en la que se había convertido su tía. No tenía ganas de investigar ni denunciar. Las pocas fuerzas que le quedaban las pensaba emplear en fugarse con Sara y Alba.
Cuando Sara llegó tras la agotadora jornada laboral, preguntó a Luís por Ana con los ojos enrojecidos.
“Pobre desgraciada”.

 

 

 

Ana fue a las cabañas. Un cliente quiso algo de ella. Vendrá mañana.
Ummm sí ¿eh?. Pues no me ha dicho nada, la muy perra.
¿Cómo dices?.
Nada, nada. Cosas nuestras. Seguro que hasta mañana no vuelve. Pues estamos solos tú y yo, Luís.

 

 

 

Luís no cenó. Solo bebió vino. Sara comió con mucha hambre. Tras la cena se desnudó y buscó a Luís.

 

 

 

Vamos cabronazo, dame caña, no aguanto más.

 

 

 

Luís la folló con vigor. Sin ganas pero con intensidad. Hasta que no le desapareció el rojo de los ojos, no se detuvo. Se obligó a eyacular tres veces sobre su blanquecino, flaco, joven y pechugón cuerpo. Toda una bella chica si no estuviera infectada.
Cuando acabaron de follar Luís miró el reloj. Eran las tres y media de la madrugada.

 

 

 

Sara. Vístete y coge algo de equipaje. Nos espera un avión en Sevilla a las siete de la mañana. Vamos a promocionar nuestro negocio en una feria de turismo de Florencia.

 

 

 

Sara puso cara de extrañeza.

 

 

 

Ana no me ha comentado nada, y nos hemos llevado toda la mañana follando.

 

 

 

Luís no tenía ganas de dar explicaciones. Buscó un objeto contundente y se lo estrelló contra la cabeza. Sara perdió el conocimiento.
La amarró hasta inmovilizarla y metió en una maleta algo de su ropa. A continuación la introdujo en el asiento trasero del coche.
A las cuatro menos cinco minutos de la madrugada arrancó el coche con cuidado. Avanzó con los faros apagados por las desiertas y siempre mojadas calles de piedra del pueblo. Tuvo cuidado de no acelerar más de la cuenta, tenía que pasar desapercibido. Cuando llegó a la calle de Alba, suspiró.
“joder, que todo salga bien”.
Se detuvo justo en la puerta. Alba no salía. Luís se puso nervioso. Miró en la parte de atrás, Sara seguía inconsciente, le tomó el pulso, estaba viva. Sobreviviría.
Miró la casa de Tomasa y le pareció ver moverse algo tras las cortinas.
“Vamos Alba, sal de una vez”.
De repente escucho el rugir de una puerta abriéndose despacio. Contento, miró hacia la casa de Alba, pero permanecía cerrada. Asustado, se giró hacia la puerta de la casa de Tomasa, estaba entreabierta.
Se bajó del coche y lo cerró con llave para que Sara no pudiese salir. A continuación entró muy despacio, y en silencio, en casa de Tomasa.
Un olor a velas perfumadas le embriagó. Muy despacio, avanzó hasta la alcoba donde estuvo la primera vez con Tomasa, siguiendo un tenue resplandor. Allí encontró a Tomasa totalmente desnuda. Embadurnada de aceite, y masajeando el cuerpo desnudo de Alba, la cual también estaba embadurnada de ese aceite perfumado.
Luís tuvo una erección incontrolable. Ambos cuerpos eran majestuosos. El cuerpo de Alba era verdaderamente bello. El brillo de las velas reflejado en los cuerpos llenos de aceite, y el olor embriagador, le provocaron una excitación mayúscula.
Alba también tenía un busto bastante grande. Más bello que el de Tomasa. Y su sexo estaba muy depilado. Ambas miraron a Luís con cara de deseo.

 

 

 

¿Buscabas a alguien?

 

 

 

Dijo Tomasa.

 

 

 

Pasaba por aquí y vi la puerta abierta.

 

 

 

Luís no acababa de entender la situación. Miró a Alba. Sonreía dulcemente pero movía levemente los labios. A Luís le parecido entender “sigue la corriente”.

 

 

 

Ven con nosotras.

 

 

 

Dijo Alba con voz aterciopelada y dulce. Tras decirlo se metió los pechos de Tomasa en la boca y los lamió como un sediento lame una sandía en mitad del desierto. A continuación mojó sus manos en una cuba de aceite, que tenían sobre una mesita al lado de la cama, y lo expandió sobre los brillantes y brillosos pechos de la cuarentona.
Luís se desnudó y se unió. Guiado por una fuerza sobrenatural que tiraba de su polla. Más enorme que nunca. Con el capullo muy rojo.
Tomasa y Alba lo acogieron con dulzura. Le besaron y le hicieron un sexo oral relajado y de altísima calidad, tras haberle llenado todo el pene de aceite. Se alternaron en cabalgarle y le llenaron de aceite todo el cuerpo. Para después lamérselo de arriba abajo, hasta los dedos de los pies. Las dos lenguas recorrieron traviesas todo su cuerpo y a Luís le pareció ver las estrellas en el techo mal pintado de esa vieja habitación.
Ahora Luís se centraba en trabajar el culo de Tomasa, la cual recibía las embestidas posada como si fuera una inmensa perra. Alba acarició sus cuerpos con las manos llenas de aquel aceite mágico y de rico aroma.
Alba abrió un pequeño bolso y sacó unos cigarrillos. Encendió uno y lo fumó un poco. Se lo dio a probar a Luís y a Tomasa. Fumaron y fumaron. Poco a poco Luís sintió que su mente volaba. Se hicieron sexo oral los unos a los otros. Luís intentó darle otra calada pero Alba se lo impidió agarrándole la muñeca y diciendo que no con un ligero movimiento de cabeza.
Tomasa estaba tumbada boca arriba, con los ojos cerrados y sonriente. Alba inició otra mamada a Luís, animó a Tomasa a que le acompañara. Ambas mujeres recorrieron la polla con sus lenguas y se besaron constantemente dejando la polla en medio. Ahora Alba se subió a cabalgar a Luís. Acarició y lamió sus hermosos pechos. Amplios y bien puestos. Tomasa miraba agachada como el coño de Alba engullía la polla de Luís en un movimiento lento pero continuo. Tenía el cigarrillo en las manos. Le daba una calada y le lamía los testículos, dejando emanar el humo en torno al paquete y el coño de Alba, la cual seguía follando con parsimonia.

 

 

 

No fumes nada del cigarrillo que voy a sacar dentro de un rato.

 

 

 

Alba se lo susurró muy bajo a Luís. Estaba mareado y alucinaba un poco. Alba le folló más fuerte y le dio dos bofetadas para intentar espabilarle un poco. Se incorporó y dejó a Tomasa follar un rato.
Tomasa botaba y botaba, con sus cántaros recorriendo el cuello, el pecho y la cara de Luís. Alba llegó con un nuevo cigarrillo y se lo dio a Tomasa. La mujer lo cogió con ganas y le dio dos profundas caladas mientras seguía moviéndose sobre Luís.
Apretó fuerte y siguió fumando. Mientras más fumaba más fuerte le follaba. Cuando Luís empezó a correrse, ella puso los ojos en blanco. Luís la agarró fuerte por las nalgas y empujó hacia arriba clavándosela profundamente mientras se corría dentro.
Cuando terminó, Tomasa cayó desplomada sobre Luís. Alba la apartó. Estaba profundamente dormida.

 

 

 

Vámonos, corre. ¡Vístete!.
¿Qué le pasa?
Puse veneno en ese cigarrillo. Tardará en despertarse, si lo hace. Vámonos por favor, antes que amanezca.

 

 

 

Miró el reloj, estaba a punto de amanecer.
Se vistieron y salieron en silencio de la casa. El coche seguía en mitad de la calle y Sara seguía en el asiento de atrás, aturdida.
Arrancó el coche con sumo cuidado y lo dejó rodar en primera. El pueblo seguía en silencio y no había nadie en la calle. Parecía un pueblo fantasma.
Luís y Alba aguantaban la respiración a medida que el coche avanzaba despacio. Sara seguía despertándose muy lentamente.
Encararon la última calle del pueblo. Era cuesta abajo. Al fondo el bosque, con la vieja carretera comarcal adentrándose en él como una serpiente. Dejó el coche en punto, para no hacer ruido, y lo dejó rodar calle abajo.

 

 

 

¡Cuidado!.

 

 

 

Gritó susurrando Alba. Al final de la calle se dibujaron tres figuras blancas borrosas y difusas.
Luís puso en marcha el motor y encendió las luces para poder ver. Ante ellos aparecieron tres mujeres jóvenes. Vestidas únicamente con una bata blanca y larga, hasta los pies. Con la cuenca de los ojos vacías, de las que brotaba un pequeño hilo de sangre, que derramaba por sus mejillas.
Era como si estuvieran ante las guardianas del infierno.
Luís cerró con seguro todas las puertas del coche.

 

 

 

Ni se te ocurra bajarte.

 

 

 

Avanzó muy lentamente. Las tres misteriosas figuras femeninas levantaron sus manos pidiendo que se detuviesen.
Se detuvo justo antes de llegar a ellas.
Rodearon el coche, como analizándolo. Una de ellas empezó a dar gritos cuando vio a Sara. En seguida las otras dos empezaron a chillar también. Luís miró por el espejo retrovisor y pudo ver a una muchedumbre que avanzaba corriendo calle abajo. Con antorchas.

 

 

 

¡Arranca, por lo que más quieras!. ¡Vámonos de aquí!.

 

 

 

Luís aceleró con fuerza dejando a las tres mujeres atrás. Cuando se adentraron en el bosque, volvió a mirar por el espejo retrovisor. No había nadie.
El coche seguía avanzando rápido a través de la tortuosa carretera que atravesaba el bosque. De repente miró por el espejo retrovisor central, dándose un susto de muerte.
Sara se había incorporado y ahora era como una de esas tres mujeres. Sus ojos estaban huecos y chorros de sangre salían a borbotones de ellos. Gritaba amargamente. Intentando que Luís detuviese el coche. Alba cerró los ojos y se tapó los oídos. Luís ignoró en la medida de lo posible a la chica.
“El objetivo es atravesar el bosque”.
Sara, o el demonio a través de ella, aumentó los decibelios de sus chillidos y empezó a intentar librarse de las cuerdas que la amordazaban. La sangre no paraba de brotar de la cuenca de sus ojos vacíos, ahora lo hacía a chorros, pringando todo el coche.
Tras una pronunciada curva hacia la derecha, Luís pudo ver como la hilera de árboles terminaba al final de una larga recta.
“Ahí termina el bosque, y nuestra pesadilla.”
Cerró los ojos y pisó a fondo el acelerador. Sara empezó a librarse de las cuerdas, mientras sus chillidos empezaban a romper los cristales del vehículo.
El coche alcanzó su objetivo.
Pasaron unas horas cuando sara sintió como un radiante sol calentaba su cara. Abrió los ojos. Pudo ver un cielo azul, limpio. No recordaba la última vez que pudo ver un cielo así. El coche en el que se encontraba no tenía ventanas¿Dónde estaba?.
Se incorporó. El coche avanzaba lentamente por una carretera bien asfaltada. Luís lo conducía. En el asiento de copiloto dormía una mujer que no conocía.

 

 

 

No temas Sara. Estás en buenas manos. Todo pasó. Somos libres.

 

 

 

La voz amable de Luís le hizo sentir felicidad.

 

 

 

En unas horas llegaremos a Madrid. Duerme un poco más si lo deseas.
Gracias.

 

 

 

Y de nuevo se quedó dormida. Todo había sido una pesadilla.
Cuando llegaron a Madrid Luís llevó a su casa a las chicas.

 

 

 

A dormir, mañana iniciamos una nueva vida.

 

 

 

Telefoneó a su madre, la cual se mostró muy feliz de la noticia. Aunque se quedó preocupada por el “ya te contaré” que le soltó su hijo cuando le preguntó por su hermana.
Luís cenó algo y tomó una copa de ron. Pronto se fue a dormir, preso del más puro agotamiento.
En mitad de la madrugada sintió un movimiento en su cama. Se despertó de un brinco y encendió la luz de la mesita de noche. Alba estaba sentada a su lado.

 

 

 

Ah, eres tú.
No podía dormir, me preguntaba si tienes hueco para mí en tu cama.

 

 

 

Luís sonrió y le hizo hueco en la cama.
Pero su sonrisa se heló cuando Alba se acostó y lo miró de frente.
FIN.
 
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Sinopsis:

Una crisis creativa obliga a un pintor a refugiarse en un hotelito escondido en mitad de la selva de Costa Rica con la intención de encontrar la inspiración perdida pintar pero no encuentra la tranquilidad que deseaba por la presencia de la impresionante directora del establecimiento junto con la de una divorciada deseando tener dueño. Pero lo que realmente alteró su existencia fue descubrir la alegría de la hija de la dueña bañándose con una amiga en una cascada.

Poco a poco descubre lo que esconden en su interior esas tres mujeres y al tiempo que plasma en sus cuadros la naturaleza del lugar y la personalidad de sus modelos, Mateo se plantea su vida, el sexo pero sobre todo sus sentimientos .

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los CUATRO PRIMEROS CAPÍTULOS:

1

Sabía antes de entrar que la reunión de esa mañana sería dura y que versaría en gran medida sobre la falta de inspiración que me tenía paralizado. Lo que no me esperaba fue que evitando cualquier tipo de prolegómeno, mi representante harto de esperar las obras con las que celebrar la exposición que tenía comprometida me soltara:
―Mateo tienes que olvidar de una vez a esa zorra y ponerte a pintar.
―Lo sé pero no puedo. No he perdido sólo a mi novia sino también a mi musa― repliqué molesto.
Sabía que Alberto tenía razón porque llevaba seis meses sin tocar un pincel pero es que me veía incapaz. Solo el pensar en ponerme frente a un lienzo me ponía de mala leche al saber que de hacerlo, perdería el tiempo por carecer de inspiración.
«Andrea lo era todo y ahora ya no está», murmuré en mi interior sin exteriorizarlo.
―Tienes que continuar con tu vida― contestó― no eres el primero ni el último al que han dejado y por ello como tu amigo te ruego que intentes borrarla de tu memoria.
―¡Cómo si fuera tan fácil!― protesté destrozado― Todo me recuerda a ella. Madrid, el barrio, mi casa.
―Joder, ¡pues vete a otro sitio! A la playa, al campo…― estaba respondiendo cuando de pronto se acordó de un pequeño pueblo del que le habían hablado por su belleza y que están situado en las faldas de un volcán: ― …o a un lugar fuera de España.
Por su tono supe que me iba a proponer un destino y adelantándome, le pregunté en qué había pensado:
―Uno de mis clientes ha remodelado un hotelito rural muy cerca del Turrialba y sé que si le pido que te haga un precio especial, lo hará encantado.
―¿Dónde eso? Te juro que no sé de qué hablas.
Mi agente a carcajada limpia, me soltó:
―En Costa Rica. El Turrialba es un volcán y por lo que sé, la zona es impresionante.
―¡Estás de coña!― repliqué.
Pero entonces sin dar su brazo a torcer, Alberto me describió la finca y los alrededores como una especie de edén paradisiaco alejado de la civilización y en mitad de la selva. Su entusiasmo me convenció y antes de dejar que me echara atrás, llamó a su conocido y acordó que me quedara ahí durante tres meses a cambio de dos cuadros.
Con todo cerrado, me atreví a reconocerle que no me importaban las diez horas de viaje en avión ni las cuatro por carretera, lo que realmente me echaba para atrás es no estar cerca de Andrea por si se arrepentía y me podía volver.
―Estas idiota, esa puta ha cazado a ese ricachón y no va a soltarlo hasta que consiga su dinero― contestó encolerizado.
Asumiendo nuevamente que decía la verdad, llamé a una agencia de viajes y contraté el primer vuelo que saliera hacia San José.

Costa Rica era uno de los pocos países hispanoamericanos que no conocía y por eso al llegar me sorprendió no sólo su nivel de vida sino la alegría que parecía un rasgo común en todos sus habitantes
Aun así me pareció una ironía el lema con el que se publicitaban en el resto del mundo porque mientras se hartaban de decir “pura vida” en mi caso era “puta vida”.
Molesto con el universo y cagándome en los muertos de mi agente, recogí el todoterreno que había alquilado para mi estancia en esas tierras. Pero fue al meter la dirección de la hacienda a la que iba en el GPS cuando el ánimo se me cayó a los pies:
―Tres horas para recorrer setenta y cinco kilómetros― exclamé en el enorme Toyota de alquiler: ―Debe de estar mal― me dije tratando de auto convencer.
Desgraciadamente la realidad confirmó los negros augurios de ese siniestro aparato por qué a los diez kilómetros de la capital, la autopista terminó dando paso una pequeña y mal asfaltada carretera.
«Menuda mierda», protesté quince minutos después al comprobar en la pantalla que debía meterme en un camino de tierra y por ello haciéndome al arcén busqué otro trayecto.
Fue inútil, a mi destino solo se podía acceder por la ruta que me había marcado inicialmente.
«Solo quedan cincuenta kilómetros», pensé mientras arrancaba.
El hijo de perra de Murphy se rio de mí y lo que había empezado mal, empeoró al caer un diluvio universal que ralentizó más si cabe mi paupérrimo ritmo.
«¡No puede ser!», amargamente protesté cuando tuve que poner las reductoras tras una advertencia del vehículo al deslizarse peligrosamente en una curva, «¡Voy a menos de veinte kilómetros por hora!».
La situación no era preocupante.
«Tienes gasolina, agua y teléfono. Estas en un país conocido por su seguridad y lo máximo que te puede ocurrir es quedarte tirado», mascullé de mal humor justo cuando de improviso la lluvia terminó y un sol de justicia apareció entre los árboles.
Con nuevos bríos afronté el resto del camino, bríos que se fueron convirtiendo en hastío con el paso del tiempo hasta que cuatro horas y diez minutos después de salir del aeropuerto, llegué a mi destino.
―¡Qué maravilla!― exclamé al contemplar la hacienda en la que iba a pasar esos tres meses.
Y no era para menos porque nadie me había dicho que era un palacio tipo colonial solo comparable con el impresionante entorno en el que estaba situado.
Acababa de apagar el todoterreno cuando mi sorpresa se incrementó al observar que del interior de esa mansión salía una diosa.
«¿Quién será?», me pregunté babeando mientras esa belleza se acercaba meneando su trasero.
Pocas veces había contemplado algo tan sensual ni tan bello como esa desconocida bajando las escaleras. Su pelo incrementaba el atractivo de unos ojos tan negros como la noche. Pero fue al verla sonreír cuando mi corazón amenazó con detenerse.
«Debe de ser de mi edad», dije para mi mientras trataba de recuperar la respiración, calculando que debía rondar los treinta y tantos.
Ajena al exhaustivo escrutinio al que la estaba sometiendo, alargó su mano mientras me decía:
―Soy Soledad, la directora de “El Quemado”. Usted debe ser Mateo Cienfuegos, el famoso pintor.
Azorado por ese inesperado piropo, negué esa fama mientras estrechaba su mano y entonces cometí un error del que no tardé en arrepentirme, intenté saludarla a la manera española, es decir con un beso en la mejilla.
―¿Qué tipo de mujer cree que soy?― espetó al sentir que invadía su espacio vital.
A pesar de mis disculpas, la cordialidad había desaparecido de su rostro siendo sustituida por una frialdad que me hizo entumecer.
―Tiene su habitación lista, sígame― comentó con tono gélido sin esperar a que recogiera las maletas.
Convencido de haber mancillado de alguna forma el honor de esa mujer tomé mi equipaje y corriendo por los pasillos, la seguí sin intentar otra conversación que la habitual entre un gerente de hotel y un huésped. De forma que en silencio dejé que me mostrara el cuarto que me había preparado sin expresar la satisfacción que me produjo la intensidad de la luz que se colaba por las ventanas.
«Es un sitio ideal para pintar», sentencié mientras profesionalmente Soledad me enseñaba la enorme cama King Size con la que estaba dotada esa habitación.
Tampoco me llamaron la atención ni el lujoso jacuzzi del baño añejo ni el despacho reservado para mi uso porque estaba obnubilado observando los diferentes colores del paisaje selvático que se divisaba desde sus ventanas.
―Todo lo que ve es parte de la finca― con voz gélida me espetó la morena al ver el poco caso que hacía a su explicaciones.
―Es imposible―alcancé a decir mientras me hacía una idea de la complejidad que sería plasmar esas tonalidades en un lienzo.
Soledad malinterpretó mi respuesta y con una mezcla de orgullo y desdén replicó:
―El Quemado abarca mil quinientas hectáreas de bosque tropical. Pocas fincas en el país pueden comparársele por la riqueza de sus maderas y la diversidad de su fauna.
Como artista me la sudaba el aspecto económico o medio ambiental de ese paisaje, estaba fascinado con su belleza. Por eso no me digné a contestarla y sacando por primera vez en meses mi cuaderno de dibujo, me puse a dibujar un primer bosquejo de esa vista.
―La cena es a las ocho. Por favor sea puntual― dijo con aspereza al comprobar que me había olvidado de su presencia.
Hoy comprendo que esa monada hubiese dado por supuesto que era un cretino pero ese día estaba tan alucinado por mis ganas de pintar que no comprendí que me había portado como un maleducado.
Es más absorto en el dibujo, se me pasó el tiempo sin darme cuenta y ya habían dado las ocho y media cuando caí en que llegaba tarde.
«Joder, va a pensar que lo he hecho a propósito».
No me equivocaba por que al llegar al comedor, el cabreo de Soledad se masticaba en el ambiente. Y por segunda vez en esa tarde tuve que disculparme. Como en la ocasión anterior, no sirvió de nada porque esa morena no me quiso escuchar y si me hablo fue para preguntar lo que quería de cenar.
«Menudo cabreo tiene la condenada», murmuré para mí mientras le contestaba que algo ligero porque estaba agotado.
La costarricense me miró sin rastro de compasión y pasando mi comanda a una de las camareras, me dejó solo cenando sin despedirse.
―Hasta mañana― alcancé a escuchar antes de verla desaparecer por la puerta…

2

El cansancio del viaje me hizo caer rendido sobre la cama y aunque mi intención era quedarme trabajando hasta las diez para recuperarme del Jet-Lag, en cuanto puse mi cabeza sobre la almohada me dormí. Por primera vez en meses, mi sueño fue profundo y sin altibajos, de forma que el amanecer me encontró descansado y con ganas de pintar. Mirando el reloj, comprendí que tenía que hacer tiempo durante dos horas:
«Puedo dar una vuelta por la zona hasta que a las siete abran el comedor», pensé mientras ataba los cordones de mis zapatillas. Ya listo cogí una cámara de fotos y salí de esa mansión.
Los dieciocho grados de temperatura a esa hora me hicieron temer que una vez avanzase la mañana, el calor se haría insoportable. Por ello me alegró haber salido tan temprano y sacando mi móvil, comprobé que funcionaba el navegador. Tras lo cual sin miedo a perderme, me adentré en la selva a través de una senda que nacía a pocos metros del hotel.
El verde esmeralda de esa arboleda me engulló sin permitir que mi vista se extendiera a lo lejos pero eso en vez de molestarme, me cautivó al descubrir una variedad de flores y plantas de indudable belleza y que a los que los ojos de un europeo parecían de otro planeta.
«Son increíbles», murmuré para mí mientras fotografiaba todo lo que tenía a mi alcance.
Nada quedó sin ser inmortalizado, desde un enorme hormiguero a unas primorosas orquídeas fueron objeto de mi teleobjetivo. Cuando después de una hora mi entusiasmo amenazaba con decaer, de improviso vi que se abría un hueco en esa floresta y al cruzarlo, me encontré de bruces con el paisaje más cautivante que jamás había contemplado. Confieso que me quedé anonadado al observar esa cascada y la pequeña laguna que se formaba a sus pies.
―No puede ser cierto― murmuré frotándome los ojos incapaz de creer que algo tan extraordinario pudiese existir.
Parecía el resultado del trabajo del genio de un paisajista. Dos enormes jacarandas con sus flores rojas eran el marco de entrada a ese paraíso. Conteniendo la respiración no fuera a desaparecer, me acerqué a comprobar esas cristalinas aguas. Ya en la orilla comprendí que ese lago rebosaba de vida al ver los perfiles plateados de multitud de peces.
«Esto merece por si solo una exposición», resolví mientras guardaba en mi teléfono la localización exacta de ese emplazamiento para poder volver pertrechado con todo lo necesario para plasmarlo en lienzo.
Deseando coger mis pinceles, busqué el camino de vuelta al hotel y para mi sorpresa, descubrí que estaba a menos de un kilómetro.
«Debo de haber estado dando vueltas a su alrededor», asumí mientras me orientaba.
Diez minutos después, estaba entrando por la puerta cuando me topé con la directora. Estaba tan feliz por el provecho de mi paseo que, al ver que me miraba con cara avinagrada, me hizo gracia y queriendo vengar el modo en que me trataba, la saludé diciendo:
―Cuando ayer la conocí, creí que nada podía competir con su belleza pero me equivoqué: ¡El Quemado es todavía más bello!
Aunque mi ataque contenía implícito un piropo, no preví que esa bruja se pusiera colorada y menos que saliera huyendo por la escalera sin decir nada.
«¡Qué tía más rara!», zanjé sin darle mayor importancia.
Tras lo cual, me dirigí al comedor a desayunar opíparamente para así no tener que parar por hambre si tal y como esperaba me daban las horas pintando. Afortunadamente María, la camarera regordeta de la noche anterior, me informó que me habían preparado un desayuno típico costarricense con gallo pinto, huevos, plátano maduro, carne en salsa y tortillas.
―¿Nada más?― comenté muerto de risa porque al contrario que en ese país, mi costumbre era tomar únicamente un café y como mucho unas tostadas
La morena cazó al vuelo que iba de broma y sonriendo de oreja a oreja, replicó:
―Primero acábeselo y luego hablamos.
La naturalidad de esa muchacha me gustó y entablando conversación con ella, me enteré que las tres cuartas partes de los hombres del pueblo más cercano trabajaban en la hacienda bajo el mandato de Soledad que además de dirigir el hotel, controlaba la gestión de toda la plantación.
―Los compadezco― comenté en plan de guasa.
María no entendió a qué me refería y al explicar que teniendo de jefa a ese témpano de hielo el trabajo allí debía ser un infierno, muy ofendida me replicó:
―Se equivoca con la patrona. Doña Soledad es una bendición para este pueblo. Desde que se quedó viuda, no solo ha sacado adelante la plantación que le dejó su marido sino que se ha convertido en el sostén de las mujeres pobres de la zona. Nadie sabe lo que hubiese sido de nosotros si ella no estuviera aquí.
La adoración con la que hablaba de su jefa me impactó al no concordar con la imagen preconcebida que tenía de esa mujer. De ser cierto lo que decía, me había equivocado totalmente con ella.
«La tiene en un altar», asumí y tratando de sacar más información de esa regordeta porque no en vano me acababa de informar que ella era “mi cliente”, decidí aprovechar su naturaleza charlatana. Por eso le pedí que disculpara mi torpeza porque había hablado sin saber y que hasta ese momento, nadie me había contado que Soledad había perdido a su marido.
Mi interés por su jefa no le pasó inadvertido y con todo lujo de detalles, me explicó que enviudó a raíz de un accidente de avioneta y que una vez sola, había conseguido salir adelante sin ayuda de nadie.
―¿Hace cuantos años ocurrió?― pregunté.
Se tomó unos segundos en contestar:
―Su hija era una niña por lo que debe de hacer unos diez años.
Que ese monumento de hielo fuera capaz de enfrentar con entereza una desgracia entraba dentro de mis esquemas pero que fuese madre no me lo esperaba.
«Menuda sorpresa», dije para mí cada vez más interesado.
Desafortunadamente, me quedé con las ganas de seguir averiguando cosas de ella porque desde la cocina llamaron a la camarera cortando de plano la conversación.
«No importa», pensé mientras salía hacia mi cuarto: «ya tendré tiempo de enterarme quien es realmente esa belleza».
Acababa de recoger todos mis bártulos cuando nuevamente me encontré con la dueña y señora de la hacienda pero en esta ocasión al verme con el caballete, el lienzo y demás instrumentos, me preguntó si iba a volver a comer. Al contestarla que no creía porque pensaba pasarme el día pintando, llamó a la cocina y les ordenó que me prepararan un almuerzo.
―Muchas gracias― respondí extrañado de su actitud, ya que aunque mantuvo en todo momento el rostro serio, creí adivinar una cierta cordialidad en su trato.
Lo más raro fue que una vez me trajeron esa bolsa con comida y agua, Soledad se dio cuenta que tendría que hacer dos viajes y sin preguntar mi opinión pidió a un mozo que me acompañara.
«Definitivamente esta tía es bipolar», murmuré mientras salía rumbo a la laguna…

3

Mucha gente puede suponer que pintar un cuadro es una tarea fácil pero no es así. Quién se haya enfrentado ante un lienzo en blanco sabe de lo que hablo. Antes de siquiera pensar en coger el pincel, el verdadero artista invierte horas en buscar lo que realmente quiere expresar en su obra. Docenas sino cientos de bocetos se realizan en papel intentando dar con el encuadre, la luz y la orientación justa antes de intentar plasmar su idea en tela.
Eso fue lo que me ocurrió ese día. Estaba tan entusiasmado con ese paraje salvaje que me pasé gran parte de la mañana intentando decidir con que parte de ese paraíso debía empezar. Las ideas se arremolinaban en mi mente y tan pronto comenzaba a hacer un bosquejo de los rayos de sol filtrándose a través de la espesura como de pronto cambiaba de objetivo y me ponía a dibujar una flor en particular.
«Tengo que centrarme», pensé al verme, tras una época de sequía, pletórico y con cientos de ideas.
Desgraciadamente todo a mi alrededor me resultaba digno de ser interpretado por mi arte y dejarlo para la posteridad. Por ello ya eran cerca de las doce cuando me di por vencido y decidí volver a coger la cámara para en la soledad de mi habitación analizar las imágenes y tomar la decisión de por dónde empezar. Recuerdo que estaba tomando una panorámica del lugar cuando escuché unas voces adolescentes acercándose y sin saber que me indujo a hacerlo, me escondí mientras maldecía su interrupción.
Los culpables resultaron ser dos crías de la zona que venían a bañarse en la laguna. Juro que su presencia me parecía un sacrilegio, una mancha que echaba por tierra la naturaleza impoluta de ese edén. Por ello en un principio no me fijé en la indudable belleza de sus cuerpos juveniles cuando despojándose de la ropa se pusieron a nadar en bikini alterando irremediablemente el entorno.
Todo eso cambió cuando ajenas a estar siendo observadas por un forastero, las chavalas se dejaron llevar por la inocencia que daban sus pocos años y comenzaron a jugar a mojarse la una a la otra. La alegría que transmitían con sus risas me pareció adorable y aprovechando que tenía en mi mano la cámara, comencé a retratarlas discretamente.
Sintiéndome un voyeur utilicé mi teleobjetivo para buscar el enfoque y fue entonces cuando me percaté que eran dos bellezas de mujer y que había encontrado las musas que llevaba tantos meses añorando.
«Son la dulzura personificada», murmuré mientras iba acercándolas en la pantalla e inconscientemente me centraba en el contraste de la blancura casi nívea de la que parecía más joven y la piel morena de la mayor.
Obsesionado con ellas, no paré de fotografiar sus cuerpos compitiendo mientras se hacían aguadillas sin tener constancia en ese momento de la brutal sensualidad que trasmitían esos pechos al rozarse entre ellos.
Las intrusas estuvieron jugando más de media hora en esas cristalinas aguas hasta que ya cansadas decidieron tomar el sol sobre una piedra. La primera en salir de la laguna fue la rubia y al hacerlo me quedé casi sin respiración al observar la perfección de sus curvas.
«¡Es preciosa!», exclamé en silencio mientras grababa en mi memoria y en la de la cámara el caminar de esa leona de larga melena clara, «debe tener veinte años».
Con mi corazón bombeando a mil por hora, admiré desde mi escondite su impresionante trasero sin dejar de pulsar el botón que sin desearlo esa noche me permitiría revisar hasta la extenuación la gloriosa sensualidad de sus nalgas.
«No he visto nada igual», certifiqué aproximando la imagen como si la tuviese a escasos centímetros de mi cara.
No tardé en pasar de la dureza de sus glúteos a la exuberancia de sus senos y con auténtico frenesí, capturé el discurrir del profundo canal que discurría entre ellos mientras mi conciencia me pedía que parara porque era insano la atracción que estaba sintiendo por esa muchacha recién salida de la adolescencia.
Dejando al lado esos reproches, continué inmortalizando el busto de la desconocida dejando patente que tanto tiempo en el agua había endurecido sus pezones.
«¡Quien los tuviera en la boca!», sentencié ya totalmente excitado al soñar que algún día serían míos.
Estaba todavía salivando con esa imagen cuando la morena salió del agua. La diferencia de edad con su amiga no fue óbice para que mi propia calentura me azuzara a buscar captar la sensualidad que transmitía y sin pensármelo dos veces, con el zoom busqué el lado más erótico de la recién llegada.
Ignorando mi presencia, la muchacha me lo puso fácil porque mientras trataba de encontrar postura en la roca me deleitó con unas instantáneas en las que parecía ir a abalanzarse sobre su compañera. Sabiendo que estaba infringiendo todo tipo de moral, me concentré en sus gruesos labios y en el exotismo de sus ojos negros antes de pasar a fotografiar sus pechos.
Más pequeños que los de la rubia me parecieron igualmente atractivos debido a que por su edad y su tamaño la gravedad no había hecho estragos en ellos.
«Parecen los cuernos de un toro», mascullé para mí al comparar su delicada forma con los pitones de esa bestia.
Deslizando mi objetivo por su cuerpo comprobé la ausencia de grasa abdominal pero reconozco que me quedé obnubilado al contemplar el modo en que su cintura se ensanchaba para dar entrada a sus caderas. Temiendo no tener otra oportunidad, perpetué su trasero centrándome en la forma en que el estrecho bikini desaparecía entre sus nalgas mientras ese primoroso ejemplar de raza mestiza se daba la vuelta para que el sol terminara de secarle la espalda.
«Alberto se va a quedar alucinado cuando le mande los primeros bocetos», pensé mientras seguía tomando fotos de mis inesperadas modelos, «siempre me ha dicho que mis cuadros adolecen de falta de pasión».
Al cabo de un rato las dos crías se dieron cuenta de la hora y cogiendo su ropa, desaparecieron de mi vista. Ebrio de emoción esperé un tiempo prudencial antes de volver al hotel por temor a toparme con ellas y que sospecharan que había descubierto su guarida secreta.
Ya en mi habitación descargué la memoria en el ordenador y comencé a revisar los cientos de instantáneas que había hecho esa mañana. Reconozco que pasé por alto todas aquellas que plasmaban la belleza del lugar y estudié con detalle en las aparecían mis musas. Excitado, obsesionado y ciego de lujuria repasé una por una, deleitándome en el erotismo que manaba de sus juegos y eligiendo una me puse a plasmar mi idea sobre un papel.
Incomprensiblemente ese día todo me salía bien y al cabo de dos horas había rellenado dos cuadernos con dibujos subidos de tono de mis “princesas”. Particularmente estaba encantado con uno en el que había trasformado el inocente momento en el que la morena estaba acomodándose al lado de su amiga en una alegoría del amor lésbico entre dos mujeres, dotando al modo en que miraba a la rubia de un deseo tan brutal como prohibido.
«Por este tengo que empezar», me dije tras comprobar la fuerza onírica que tendría para los que una vez terminado lo contemplaran.
Sin más dilación, tracé el primer bosquejo sobre el lienzo.
Jamás he sido partidario de la pintura rápida y mis cuadros eran reflejo de ellos. Mi gusto por el detalle me hacían acercarme peligrosamente al hiperrealismo y solo el aspecto onírico que impregnaba a mis obras lo alejaban de ese tipo de arte. Aun así a la hora de cenar ese trozo de tela había dejado de ser blanco y cualquiera que conociera a esas chavalas las hubiera reconocido de inmediato. Por ello antes de dirigirme al comedor y temiendo que un indiscreto echara un ojo a mi creación preferí taparlo, no fuera a ser que me causara problemas con la gente del lugar.
Mi satisfacción era inmensa al sentirme nuevamente un artista y no un fracasado. Quizás por ello, al llegar al restaurante y ver a el gesto poco amigable de doña Soledad no me importó. Es más queriendo demostrarle lo poco que me afectaba su sequedad, me atreví a decirle con tono divertido:
―Señora, ¿algún día me va a permitir retratarla? Es una pena que el resto del mundo no conozca el tesoro que esconde esta hacienda.
Como siempre había ocurrido, observé que al oír mi piropo sus mejillas adquirían sin querer una tonalidad rojiza antes de darse la vuelta ignorándome.
«Aunque era broma, no me importaría pintarla», me dije al girarme y ratificar que la indudable belleza madura de su rostro iba acompañada por unas posaderas que lejos de afearla, realzaban su atractivo.
«Dios debió pensar en mí el día en que repartió tantos dones entre las mujeres de esta zona», murmuré mentalmente mientras elegía una mesa alejada de la entrada…

4

Estaba mirando la carta cuando María llegó y con su desparpajo habitual comentó que si tenía hambre tenía la obligación de probar el “casado” que había preparado la cocinera.
―Prefiero las casadas― respondí en plan de guasa sin prever que la camarera soltara una carcajada que retumbó en toda la sala.
Los otros huéspedes se nos quedaron mirando tratando de averiguar el motivo de las risas de esa morena. Aunque solo fueron unos segundos, me pareció una eternidad el tiempo que esa mujer tardó en recobrar la compostura y por eso cuando me explicó que el casado era un plato costarricense compuesto por un montón de ingredientes, estaba tan cortado que ni siquiera la escuché.
―Me parece bien― respondí deseando que desapareciera rumbo a la cocina y dejar de ser el centro de las miradas.
A pesar de ejercer una profesión en la que la intercomunicación con los clientes es básica, soy bastante tímido y por eso cuando me atreví a mirar a mi alrededor, me sorprendió observar que una cuarentona de buen ver me sonreía. Al comprobar que era a mí devolví la sonrisa sin mayor intención que ser educado pero esa castaña interpretó ese gesto como una invitación y cogiendo su bolso, se acercó hasta mi mesa.
―Soy Patricia― dijo extendiendo su mano hacia mí.
No queriendo cometer dos veces el mismo error evité saludarla con un beso en la mejilla, únicamente se la estreché y mientras veía que se sentaba sin haber sido invitada, me soltó:
–Mateo, desde que Soledad me contó que iba a quedarse con ella su pintor favorito, tenía ganas de conocerte.
―¿Y eso?― contesté intrigado por el supuesto fervor que la dueña de todo ese paraje sentía por mi pintura.
Aprovechando que le había dado entrada con mi pregunta, se relajó en su silla mientras me comentaba:
―Durante nuestro último viaje a España, acudí con Sole a una exposición grupal de pintura y mi amiga se quedó tan impresionada con sus cuadros que se compró uno.
Deseando saber cuál era, le pregunté si sabía su título:
―Ni idea― respondió pero entonces sacando su móvil me dijo: ―Creo que tengo un selfie en el que sale.
Tras revisar unos segundos en su teléfono, lo encontró y pasándomelo, dijo con voz pícara:
―Siempre me ha parecido un poco fuerte.
Reconozco que me quedé pasmado al enterarme que esa mujer había sido la valiente que se había atrevido a comprar la que consideraba mi obra más erótica hasta el momento y que no era otra que el retrato de mi ex novia desnuda llamándome desde la cama.
«¡Qué curioso!», musité mentalmente al no cuadrarme que encima tuviese el valor de colgarlo en el salón de su casa, teniendo en cuenta el lujo de detalles con el que había plasmado tanto el cuerpo de mi musa como mi trasero.
Estaba todavía pensando en ello cuando la indiscreta mujer me preguntó quién era la modelo.
―Alguien de mi pasado que amé― respondí escuetamente.
―Soledad siempre ha dicho que le entusiasma porque se nota el amor con el que el autor pintó a la muchacha y que más que una invitación de ella para llevarlo a la cama, era la expresión inconsciente del deseo del artista por ser amado.
―Yo no lo hubiese expresado mejor― repliqué confirmando de ese modo que esa interpretación era la correcta en vista a como habíamos terminado.
Fue entonces cuando Patricia dejó claras sus intenciones cuando me preguntó si aceptaba encargos. Antes de contestar observé que bajo su blusa habían emergido dos pequeños volcanes y recreando mi mirada en ellos quise saber qué tipo de cuadro deseaba que le pintara.
Sin ningún tipo de rubor, la mujer respondió:
―Quiero un retrato mío desnuda antes que la edad haga mella en mi cuerpo.
Azuzado por la expresión llena de lujuria de sus ojos, no pude negarme. Es más sabiéndome al mando, le hice saber que de aceptar y aunque estaba abierto a sugerencias, sería yo quien eligiera el modo de plasmarla en el lienzo.
Recibió mis palabras con alegría y tras cerrar conmigo el precio, me prometió total libertad diciendo:
―Te juro que no pondré objeción alguna a tus deseos. Por tener un cuadro pintado por ti, soy capaz de modelar atada a una cama.
―Tomo nota― contesté de broma suponiendo que había sido una exageración de su parte.
Pero entonces la cuarentona se descubrió ante mí al insistir en el tema:
―¿En serio me pintarías amordazada e indefensa?
Adivinando que más que un deseo era una necesidad, quise saber si tras esa fachada de dama se escondía una sumisa y por eso arriesgándome a que montara un escándalo, acercando mi boca a su oído susurré:
―Ese tipo de encargo, tiene un coste extra. Si quieres algo así, quítate las bragas y dámelas.
El gemido que salió de su garganta afianzó mi impresión de hallarme ante una mujer esclava de una sexualidad desaforada y no queriendo que se lo pudiese pensar, le exigí que me las diera inmediatamente.
―¿Aquí?― respondió con los ojos como platos llena de pavor.
Pero al ver que me mantenía firme en mi postura, maniobrando por debajo del mantel se las quitó y disimuladamente me las dio. Decidido a forzar su claudicación y que se revelara como una hembra necesitada de dueño, cogí esa coqueta prenda entre mis dedos y extendiéndola sobre la mesa, insistí:
―¿Te gustaría que las oliera?
Con la respiración entrecortada dudó unos instantes y tras mirar a su alrededor y comprobar que nadie nos miraba, dijo con su voz cargada de emoción al saber que con ello firmaba su rendición:
―Me encantaría.
Satisfecho que hubiese caído por voluntad propia en mis garras, decidí usar el poder que ella misma me había entregado al decir:
―Todo en la vida tiene un precio: quiero verte masturbándote mientras lo hago.
Confieso que me sorprendió la facilidad con la que aceptó mi orden pero aún más que en su rostro apareciera una sonrisa mientras me decía:
―Será un placer, amo― tras lo cual escondiendo su mano de la vista de todos, se acomodó en la silla y comenzó a tocarse.
La llegada de la camarera con nuestros platos la puso a prueba y nuevamente demostró que quería estar a la altura porque en ningún momento hizo ademán de sacarla sino que incluso me percaté que incrementaba la velocidad con la que torturaba su sexo.
―Muchas gracias, María― comenté a la camarera al advertir que miraba alucinada tanto a mi invitada como a la prenda de encaje que lucía al lado de mi tenedor.
Esperé un momento a que se fuera y con una sonrisa de oreja a oreja, comenté a mi inesperada adquisición:
―¿No tendrás ninguna duda que se ha dado cuenta de lo que hacías?
―Sé que me ha visto― contestó con un brillo en sus pupilas que me hizo saber que la había excitado el hecho de ser pillada en esa situación tan incómoda.
Dando por sentado que además de sumisa, esa mujer era exhibicionista, premié su desempeño llevando sus bragas a mi nariz. Ese gesto fue el detonante de su placer y mordiendo sus labios para no gritar, se corrió ante la presencia del que sabía que sería su dueño mientras durara mi estancia en esa región.
El silencioso orgasmo de la castaña azuzó mi lado dominante, por ello mientras dejaba de olisquear esa prenda y me la guardaba en el bolsillo, dejé caer que me gustaban las putas sin pelos en el coño. Ese insulto claramente dirigido a ella no la importó y temblando todavía de placer, contestó:
―Esta misma noche me lo afeitaré para que no tenga queja.
Habiendo conseguido todo lo que me proponía la dejé descansar y cambiando de tema, le pregunté de qué conocía a la dueña de esa hacienda.
―Amo, la conozco desde niñas. Fuimos juntas a la misma clase.
Que siguiera dirigiéndose a mí con ese apelativo cuando claramente había dejado de comportarme como tal, me intrigó y al preguntárselo, Patricia contestó:
―Usted es el primero en conocer mi secreto, ni siquiera mi ex marido lo sabe y para mí es una liberación poderle llamar así.
―¿Estás divorciada?
―Gracias a Dios así es, no sabe lo aburrido que era vivir con un hombre que no ejerciera como tal y que tuviese que ser yo quién llevara las riendas de todo.
Descojonado por esa respuesta, repliqué:
―Conmigo las únicas riendas que llevarás serán las de tus bridas cuando te monte.
Esa nada sutil promesa desbordó a la mujer y comportándose como una verdadera lunática, me pidió permiso para volver a masturbarse.
―Ahora vamos a comer, tengo hambre― respondí advirtiendo por primera vez la barbaridad que me habían puesto para cenar ya que en mi plato no solo había arroz con frijoles sino también plátano, col e incluso carne.
Poniendo un puchero, aceptó mi orden y se puso a cenar con apetito mientras me miraba con una devoción que jamás había visto en ninguna de mis parejas. Por mi parte, la amistad de esa mujer con doña Soledad me tenía confundido y empecé a valorar si la rudeza con la que me trataba no escondería una personalidad parecida a la de su amiga.
«No puede ser», medité mientras saboreaba el estupendo pero excesivo platillo, «no hubiese sido de sacar una hacienda como esta adelante».
A partir de ese momento, decidí que debía intentar acercarme a esa enigmática mujer para descubrir cómo era y sabiendo que de conocer que Patricia se había entregado a mí, nunca se produciría ese acercamiento, la ordené que no se lo dijera y que frente a los demás, se comportara normalmente.
―Así lo haré, amo― prometió.
Curiosamente, a partir de ese momento, la castaña me hizo caso y desmelenándose, me demostró que era una mujer lista y divertida con la que pasé una hora muy entretenida mientras terminábamos de cenar. Solo al llegar el postre y acercarse el momento de decir adiós, me pasó su dirección en un papel diciendo:
―Mañana su sucia putita esperará ilusionada que su dueño la pinte en su casa.
―¿Solo pintarte?― pregunté soltando una carcajada.
Bajando sus ojos en plan coqueto, contestó:
―Si tiene tiempo y ganas me encantaría que me obligara a entregarme a usted.
Tras despedirme de ella en el hall del hotelito, subí directamente a mi habitación. Al llegar y ver en el reloj que era temprano, el estado de ebullición de mis neuronas fue productivo porque en vez de abocarme a rememorar el día haciéndome una paja, decidí sacar el cuadro que tenía a medias y ponerme a pintar. Me consta que la dosis de testosterona que me había inyectado en vena tuvo bastante que ver con la sensualidad con la que exageré el tamaño de los pezones de la morena. Juro que no fue mi intención pero mientras perfilaba los músculos de mi involuntaria modelo, los dibujé en tensión dando la impresión visual que era una pantera lista para lanzarse sobre su presa.
En cambio a la rubia la dibujé durmiendo y relajada ajena a que en breves momentos iba a ser despertada violentamente por la lujuria de su amiga. En ella mi pincel resaltó la palidez de su piel y solo me permití añadir unas gotas sobre su pecho que ir en concordancia con su empapado pelo.
Eran casi la una de la madrugada cuando alejándome dos pasos del cuadro, lo miré complacido al saber sin ningún género de dudas que era de lo mejor que nunca había pintado y decidí dejarlo hasta el día siguiente antes de darle fin al firmarlo.
«Tiene fuerza, potencia, sensualidad», sentencié y cerrando los ojos me dormí…

Relato erótico: “EL LEGADO (11): Elke la noruega.” (POR JANIS)

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Elke, la noruega.
 
Aspiro con fruición el aire de Madrid, antes de meterme en el portal del inmueble. Regreso de correr diez kilómetros y el frío casi congela el sudor sobre mi rostro. Hace tanto que hasta yo lo noto. Pero estoy contento de estar de nuevo aquí.
Le mando un mensaje a Dena. “Estoy ahí en ½ hora. Quítatelo todo.”
Mis maletas están en medio del vestidor, donde las solté anoche, antes de meternos los tres en la cama. Tengo que acabar el vestidor y así poder dejar la poca ropa que he traído. Tengo que renovar vestuario, pero no quiero hacerlo demasiado pronto. ¿Qué pasa si aún pierdo diez kilos? He traído conmigo lo que he creído que echaría de menos. Esta semana ha sido como una despedida. Me da en la nariz que no volveré por la granja en una buena temporada.
Prometo solemnemente que hoy haré tres cosas esenciales. Romperle el culo a Dena, la primera. Acabar el vestidor, la segunda, y pasarme por el gimnasio Stetonic, para ver que puedo escoger como actividad desgastadora. Me meto en la ducha y, después, cuando me estoy quitando tres pelos de la barbilla, Pam aparece reflejada en el espejo.
Lleva una de las mantas echada sobre los hombros, pues está desnuda.
―           Vas a bajar a follártela, ¿no? – pregunta suavemente.
La miro un buen rato a través del espejo. Ella baja la mirada. Entonces contesto:
―           Si, Pam. Prometí que la encularía a mi regreso.
―           Quiero conocerla.
Lo dice tan bajito que no estoy seguro de haberlo escuchado realmente. Me giro y la abrazo. Yo también estoy desnudo.
―           No es como nuestro amor. Es amistad, simplemente, pero quiero dominarla.
Pam asiente. Lo sabe, pero aún así, le duele. No se le puede poner fronteras al amor… ¿o era puertas al campo? No importa.
―           Vuelve a la cama, amor mío. Pronto estaré de vuelta, para preparar el desayuno.
Me besa y se mete en el dormitorio. Me visto en un santiamén. Hoy no habrá desayuno en casa de Dena, solo sexo.
La puerta se abre al primer golpe de nudillo. No he querido llamar al timbre, seguramente Patricia está durmiendo. Dena aparece, totalmente desnuda y las mejillas encendidas. Mira a los lados por si algún vecino apareciera. Es raro, porque el matrimonio octogenario que comparte la planta con ella, no salen jamás de casa. Pero, aún así, lo comprueba.
Tiene los pezones tan erectos que creo que van a despegar de las aureolas. Su sexo está pulcramente rasurado. Ha debido hacerlo ayer mismo, por si me pasaba a mi llegada.
Pellizco sus pezones mientras la beso suavemente en los labios.
―           Muy bien, esclava. Me alegro de verte tan obediente.
―           Gracias, Amo Sergio. Te he echado mucho de menos…
Le doy una palmada en las nalgas y cierro la puerta detrás de mí.
―           ¿Patricia duerme?
―           Si, mi Dueño. En vacaciones se acuesta tarde y se levanta aún más tarde.
―           Está bien. A partir de mañana, vendré más tarde, para hacerle el desayuno a ella.
―           Como desees, Señor.
―           ¿Has usado el cinturón todos los días?
Sonríe, como si recordara algo gracioso.
―           Si, Amo, todas las noches. Me cabe el puño en el culo…
―           Veo que te ha gustado el cinturón.
―           Mucho, mi Señor, muchísimas gracias por hacerme descubrir todas estas maravillas – me dice, echándome los brazos al cuello y llenándome el rostro de besitos.
―           Compórtate, zorra – le doy otra palmada en los glúteos.
Estamos los dos de pie, en mitad del comedor cocina, ella desnuda, sin importarle lo más mínimo. Ella sonríe, más pícara aún, y agita sus nalgas, como incitándome a golpearla más fuerte. La ignoro, no estoy de humor para causar daño.
―           ¡A la cama! ¡De rodillas, cara sobre el colchón! – le digo, en un duro tono.
Ella sale corriendo, bamboleando sus senos y ese culazo. No estoy seguro pero creo que ha soltado una risita. ¡Ay, que cruz! Saco de mi bolsillo las dos esposas que he hecho con dos pedazos de cuerda del tenderete de la azotea. Otra cosa que tengo que arreglar…
Examino el esfínter de Dena al reunirme con ella en el dormitorio. Tiene razón, lo tiene muy blandito. Creo que ha jugado demasiadas horas con él. Mejor para ella. Se sorprende cuando paso los lazos por sus muñecas, apretándolos. Llevo sus manos hasta los tobillos, y paso el lazo del otro extremo por sus pies, apretándolos igualmente por encima del talón.
―           ¿Amo Sergio…?
―           Es para que no te muevas de ese sitio.
―           No me moveré, Señor.
Veo la crema lubricante sobre una de las mesitas de noche. Le pongo un poco en el culo, haciendo entrar fácilmente mi dedo y luego otro más. Me arrodillo sobre la pequeña alfombra que tiene al lado de la cama y meto mi lengua en el coño. Ella suspira y relaja su cuerpo. No tarda mucho en correrse; parece que me echaba de menos.
La dejo recuperar el aliento. Mientras, me quito la ropa. Dedico un buen rato a masajearle el ano, abriendo todo lo que puedo el agujero. Dena ya está babeando sobre la cama, y, de vez en cuando, tironea de las cuerdas, como si no se acordara de que están ahí.
Restriego mi glande contra su hinchado clítoris. Solo puede mover sus nalgas que, en ese momento, son totalmente mías, aplastadas por mis grandes manos.
―           Amo… — suplica.
Le meto una parte del manubrio en el coño, justo la suficiente para abrirla, pero no para dañarla. Gime, las nalgas temblorosas. Culeo rápido, dos, tres, cinco veces, y se la saco como si tuviera avispas en su interior. Inmediatamente, sin pausa, le meto todo el glande en el culo, de una sola vez. Ahoga el grito contra el colchón. Se la saco y el esfínter palpita, como reclamando más de ese cuerpo invasor.
Vuelvo a empezar. Se la meto en el coño, otros cinco embistes, quizás un poco más profundos, y se la saco. Esta vez gruñe, como regañándome por sacarla, pero, a continuación, le meto algo más que el glande en el culo.
―           ¡Diosss! – emite desde el colchón.
Realizo esta operación hasta seis veces, ahondando más en cada una de ellas, hasta que consigo meterla entera, tanto por la vagina como por el ano. Mi perra doblemente taladrada.
Dena jadea tras un fuerte orgasmo que la ha tomado por sorpresa, al llegar la polla a su cerviz. Siente calambres en las ingles por la posición. Lo sé porque intenta incorporarse para aliviar la tensión, pero no brota ni una sola queja de sus labios. ¡Que bien las conoce Rasputín! Echo de menos las palabras del viejo monje…
Ahora que la he desfondado, es hora de follarme su culazo. Le quito las esposas de cuerda y dejo que se estirase sobre la cama. Suspira cuando lo hace. Le meto un dedo en la boca, que succiona con cariño y gratitud.
―           ¿Estás preparada, zorra mía, para que te folle el culo?
―           Es tuyo, mi Dueño.
Trato ese culo como si no existieran más partes de su cuerpo, solo esas nalgas prietas, esa mojada entrepierna, el rojizo agujero de su ano, y el remonte de la espalda para apoyarme. Me apodero de las nalgas, apretándolas con saña, arañándolas, pellizcándolas, y golpeándolas, mientras mi polla la penetra y profundiza en sus tripas, cada vez más lejos de la luz.
Bombeo fuerte al meter más de la mitad de mi miembro. Con cada embate, hundo un poco más de carne, mientras sigo apretando sus nalgas. Dena empieza a gemir fuerte, los ojos cerrados, las aletas de la nariz vibrando. Llevo los dedos de mi mano izquierda a su clítoris, pasando por delante de su pubis. Lo pellizco con rabia y ella aúlla, corriéndose una vez más. Cae sobre la cama, incapaz de soportar ni mi peso, ni mi empuje.
No la dejo descansar. Me sitúo sobre ella, hundiendo más mi polla, mis dos manos como garras sobre sus nalgas, izándome sobre ella, imponiendo un ritmo infernal. No es más que un pedazo de carne abierto para mí, donde clavo mi polla como una espada de matador.
Estoy por acabar. Le levanto la cabeza, asiéndola por el pelo. Vuelve a apoyarse sobre sus manos, quedando a cuatro patas. Mantiene un gemido constante, algo entrecortado. Los dos nos movemos con urgencia, buscando ese orgasmo intenso que no deja de anunciarse. Ni ella, ni yo nos acordamos de Patricia, inmersos en nuestra lujuria.
Entonces, ella descubre, en un vistazo relampagueante, el rostro de su hija reflejado en el espejo del comodín, espiando nuestro acto.
―           Amo… ¡Amo! ¡Está… mirando… Sergiooo…! – intenta decir.
Pero yo no la escucho. No escucharía ni la casa cayéndose, atrapado por el placer que me recorre.
―           Mi hija… Patri… aaah… ¡Patricia! Aaaaahh… ¡Jodeeer! ¡PATRICIAAAAAA!
Dena se corre en cuando mi semen riega su culo ardiente, con el nombre de su hija en la boca, como el augurio de un oráculo. La jovencita ha debido correr a su cuarto porque, cuando miro, no hay rastro de ella.
Mientras desayunamos, les cuento a mis chicas lo que ha ocurrido con Dena. Pam, a pesar de su celoso malestar, se preocupa por Patricia. “¿Y si se ha traumatizado?”. La tranquilizo, solo es curiosidad. Les cuento que lo que Dena desea es compartir su hija conmigo, pero que aún no sé como tomarme eso. “Sin prisas”, es el consejo de Maby, siempre más práctica, y creo que está en lo cierto.
Mi morenita me comunica que tiene que hacer unas cuantas llamadas para buscarme un trabajo digno. A media mañana, se marcha, diciéndonos que no volverá para almorzar.
Me pongo con el vestidor. Pam me ayuda. Me alarga herramientas, sujeta las tablas que tengo que aserrar, y recoge el polvo que cae al hacer los agujeros. Entre faena, me da besitos y achuchones cariñosos. Es una buena manera de trabajar… ¡Que aprendan los patronos!
Termino el vestidor después de almorzar. Contemplo mi pequeña obra y Pam bate palmas. Ha quedado genial. He dividido la habitación en dos, mitad para cada chica, con el gran espejo de pared en el centro y otro más pequeño en la pared contraria, para que puedan verse por detrás y por delante. Hay colgadores para los trajes, repisas para camisetas y suéteres, y barras bajeras para zapatos, en ambas mitades del vestidor. Dos pequeños muebles con cajones – aún sin pintar – contienen ropa interior y calcetines. La tapa superior de estos muebles se alza, revelando pulseras, pendientes, anillos y collares de mis niñas. Guantes, gorros y bufandas, tienen un sitio propio en el altillo del vestidor. Bueno, al menos, así lo ha diseñado Pam. Ahora queda colocar todo, pero de eso, se ocupan ellas.
Mi ropa ocupa un ínfimo espacio a la derecha, según se entra, en territorio de mi hermana. No necesito más.
A las cinco, me pongo ropa deportiva y busco el gimnasio Stetonic. No es difícil de encontrar y está cerquita. Hay una chica de tetas masivas en recepción. Tiene unos ojos muy bonitos, pero seguro que nadie se los mira. Parece decepcionada cuando pregunto por Pepi. Tarda cinco minutos en aparecer, sudorosa y moviendo su saltarina trenza.
―           Hola – me saluda, una ceja enarcada. – ¿Me recuerdas?
Creo que reconoce mi voz, sobre todo.
―           El chico del aerobic del parque, ¿no?
―           Exacto. Sergio.
―           ¿Has adelgazado?
―           Si, un poco – me río.
―           ¿Un poco? ¿Estás de coña? Has entrado en quirófano, ¿no?
―           Si. – es una explicación como otra cualquiera.
―           Menudo cambio, tío. ¿Y ahora qué?
―           Busco fortalecer músculos, definir y endurecer. Corro cada día y hago flexiones, pero ya no consigo nada. Espero que no te haya interrumpido en algo.
―           Oh, no te preocupes, solo estaba calentando en una clase de spinning.
―           ¿Spi qué?
―           Jajaja… bicicletas estáticas, con música inspiradora.
―           Ah, yo es que soy de pueblo, ¿sabes?
Se vuelve a reír. Me coge del brazo y palpa el músculo.
―           Pues muy débil no está, que digamos. ¿Te enseño el gimnasio?
―           Vale, guapa.
―           Aiiins, eso de lo dirás a todas, seguro – dice, arrastrándome del brazo.
Son unas buenas instalaciones, grandes y bien acondicionadas. Buenas duchas, muchos espejos, buena climatización, aparatos modernos y, sobre todo, buenos monitores. Según Pepi, en los meses fuertes, o sea, antes y después del verano, suelen tener hasta trescientos socios, que luego se quedan en la mitad.
Me complace, sobre todo, los aparatos de musculación. Uno de los monitores, que debe de tener sobre los cincuenta años, un curtido veterano de los circuitos de fitness, me dice que tengo mucho potencial por mi estatura y mi peso. Habrá que hacerle caso. Le pregunto a Pepi sobre los horarios. Por lo visto, el gimnasio abre a las ocho y cierra a las diez. Los cursos tienen un horario reducido, buscando el compendio general, pero van rotando para que no acaparen una franja horaria permanente.
En un tablón de anuncios leo que comienza un nuevo curso de karate rinoshukan, un arte marcial típicamente japonesa. Pienso que eso si debe ser todo lo dinámico que busco. Pregunto por ello a Pepi.
―           Bien. Puedo apuntarte a esa clase. Se da tres veces en semana, en clases de dos horas. Empezará el día dos de enero. El dojo está en la parte de atrás del gimnasio, al pasar las duchas. Hay entrada también por el otro lado. Necesitaras un karategi blanco, de algodón. Si no tienes, puedes comprar uno de tu talla en nuestra tienda.
―           Je, tenéis de todo, ¿no?
―           Por supuesto, hasta vitaminas, esteroides legales, y cositas para desayunar – se ríe ella.
―           Está bien. Apúntame. También me pasaré otros días para hacer bancos de pesas
He ojeado el periódico. Las ofertas de trabajo que vienen en su interior son pésimas. La mayoría busca comerciales a comisión, o bien putas en todos los formatos. Por el momento, paso de buscar puerta a puerta. Tengo esperanza en las amistades de Maby que, aunque no sean muy legales, manejan dinero contante y sonante.
Según ella, ha dejado todo su terreno sembrado y abonado, ahora hay que esperar. Se ha puesto tan contenta con el vestidor que me ha echado un polvo sobre la moqueta con la que he revestido el suelo del mismo. Pam nos ha estado mirando mientras vigilaba la cena.
Son las diez de la mañana cuando llamo a la puerta de Dena. Viste una larga bata de seda, roja, con dos grandes rosas negras en la espalda. Como siempre, tiene bien alta la calefacción del apartamento para poder estar desnuda. Inclinándose, me besa las manos, me da los buenos días, y, a continuación, me besa en la boca.
Le pregunto sobre Patricia.
―           Estuvo todo el día encerrada en su habitación. No quise presionarla. Le deje la comida fuera, en una bandeja. Estoy muy preocupada, Amo… — puedo notar la congoja en su voz.
―           Creo que podría hablar con ella – la tranquilizo. — ¿Cuál es su desayuno favorito?
―           Crèpes con mermelada.
―           Pues nada… enséñame a hacer crèpes, putona mía.
Dena se ríe bajito, colgándose de mi brazo.
Cuando entro en el dormitorio de Patricia, bandeja en mano, sé que se está haciendo la dormida. No tengo prisa. Dejo la bandeja sobre el escritorio y me siento en el filo de la cama, mirándola. Está de costado, con las manos metidas bajo la almohada. Se le ve un hombro, recubierto de los pequeños unicornios, de diferentes colores, que plagan su infantil pijama. Su pelo forma una aureola sobre la almohada. Está surgiendo con fuerza de sus formas de niña y apunta a convertirse en una bella señorita.
―           Patricia… sé que no duermes – susurro, sin apartar mi vista de ella.
Al minuto, abre los ojos, buscando mi rostro sin girar el suyo.
―           Te he hecho el desayuno que más te gusta. ¿Quieres comer en la cama?
Se encoge de hombros, pero incorpora su torso. Meto la mano debajo de ella, subiendo y ahuecando la almohada. Después, pongo la bandeja sobre la cama. Ella le hace sitio, recogiendo sus cubiertas piernas.
―           Crèpes – musita, relamiéndose.
―           Si, y un buen cacao. Come.
La observo como unta mermelada en una de las finas tortillas, la lía como un cigarro, y la devora en un abrir y cerrar de ojos. Hace lo mismo con otra, antes de dar un sorbo a la tibia taza.
―           Tenemos que hablar, Patricia – le digo, muy suave. Ella me mira y le suben los colores.
―           No quiero hablar – me dice, sin mirarme.
―           Yo tampoco, pero tenemos que hacerlo. Eso que sientes, ahí dentro – señalo su pecho –, no puedes guardártelo. Te hará daño más tarde.
―           Os vi… a mamá y a ti – murmura, mirándome.
―           Lo sé. Yo también te vi, y en otra ocasión también, ¿verdad?
Baja la vista y asiente.
―           Sientes curiosidad, lo comprendo.
Un nuevo asentimiento.
―           Y puede que aún no comprendas nuestros juegos. ¿Te sientes molesta por eso? – aventuro.
Niega esta vez. Suspira y se come un tercer crépe. La dejo terminar de beberse el cacao y retiro la bandeja.
―           He leído sobre sexo, con mis amigas. Sé lo que estabais haciendo – no me mira, avergonzada. – Estabais follando…
―           Si, eso es. Tu madre y yo somos amigos y nos divertimos. ¿Sabes que mamá tiene derecho a divertirse también, no?
―           Si. Hacía tiempo que no la veía reírse así.
―           Entonces, ¿por qué este berrinche?
Se encoge de hombros y baja de nuevo la vista. Buff, va a ser difícil. Le alzo la barbilla con un dedo. Tiene una mancha de mermelada en el mentón. Se la quito con el dedo. De repente, Patrica aprisiona mi mano y, sin mirarme siempre, se lleva el dedo con el que la he limpiado a la boca, succionando la mermelada. Su lengua es cálida y muy suave. Acaba tan rápidamente como ha empezado. Tiene el rostro encendido.
Comprendo lo que siente. Son celos, aunque no puede, ni se atreve a explicarlo.
Patricia se tumba de nuevo en la cama. Me da la espalda y se tapa con las mantas. Es una forma de despedirme, con la excusa de dormirse de nuevo. Me pongo en pie y sonrío.
―           Está bien, pequeñaja. Finge dormir y despídeme. Excusas de crías. Mañana volveré y te volveré a hacer un buen desayuno, solo para ti, pero, si no estás levantada y vestida, esperándome, me marcharé y no volveré. De ti depende, Patricia.
No da muestras de haberme escuchado, pero sé que lo ha hecho. Salgo de su habitación y aferro a su madre por el cabello. Me está esperando, con mirada ansiosa. La apoyo sobre el pequeño mostrador de la cocina y le meto caña en el culo, mientras le cuento lo que he hablado con su hija.
Sonríe y me pide permiso para llevarse una mano al coño.
Sin embargo, los planes cambian, de la noche a la mañana. Dena me envía un mensaje. Se marcha a Sevilla, con Patricia, al día siguiente. Su padre ha sufrido una angina de pecho y piensa pasar el Año Nuevo con su familia. No volverá hasta Reyes. Puede que sea lo mejor para hacerse entender por Patricia. Ya lo veremos cuando vuelvan.
Empiezo a entrenar en el gimnasio. Simón, el monitor cincuentón, cree que le engaño y que ya he levantado pesas anteriormente. Después de negarlo varias veces, le dejo creer lo que quiera. Me gusta esa actividad, noto como mis músculos se desperezan bajo la piel, como si despertaran tras un largo sueño. Me doy cuenta que Pepi pasa demasiadas veces por delante de mí…
Las chicas me obligan a acompañarlas de compras. Hay que vestirse para la fiesta de Año Nuevo. Ni siquiera sé lo que vamos a hacer, pero, sin duda, ellas si.
Finalmente, me entero que Begoña ha conseguido que su amante le deje usar su casa de campo en las sierras de Madrid, para celebrar una fiesta de fin de año.
―           Básicamente amigos – me dice Pam.
―           Si… una treintena de modelos, sus novios o amantes, y algunos compromisos – se ríe Maby al ver mi cara.
―           Joder… habrá que engalanarse – digo.
―           ¿Por qué te crees que estamos de compras?
Como mucha otra gente de Madrid, en veladas comola Noche Vieja, debemos reunirnos con amigos más o menos íntimos, ya que nuestras familias están lejos. Este es el primer Año Nuevo que voy a pasar sin mis padres… Al menos, tengo a Pam y ella me tiene a mí. Maby está acostumbrada a estar sola, bueno, todo lo sola que ella puede estar, claro.
Así que Begoña nos ha invitado a cenar con ella en el chalé, junto con Elke. Al parecer, Sara ha decidido visitar a su gran familia gitana, a Barcelona, y Zaíma vendrá más tarde, con un nuevo novio que se ha agenciado. La casa de campo es grandiosa y enorme, con magníficos jardines formando pequeñas terrazas. Claro que nadie va a salir a esos jardines con la temperatura que hace, pero lucen elegantes desde los ventanales del gran salón.
Cuando hablo de un gran salón, es un salón enorme, como para meter cien invitados, junto con los muebles. Ya está todo decorado y preparado. Bego ha trabajo en ello toda la semana, con la ayuda de Elke. La bella noruega nos comenta que, por el momento, no se lleva demasiado bien con su padre, sobre todo después de su nueva y última boda. Así que prefiere pasar estos días en España, con sus amigas, y, con estas palabras, abraza impulsivamente a Pam.
Verlas a las dos juntas, es una delicia. Una, pelirroja, y la otra, con ese rubio tan intenso, que solo los escandinavos pueden tener. Elke es algo más alta que mi hermana, pero más esbelta. El mini vestido de lamé que viste deja patente sus perfectas y larguísimas piernas. Lleva el pelo recogido en un alto moño, del que brotan rizadas guedejas rubias, que se reparten graciosamente en su expuesta nuca y en sus sienes. Sus ojos se parecen bastante a los míos, algo menos grises, y más azules, pero igualmente claros. Elke es una de esas personas que tienen una mirada franca y sincera, incapaz de ocultar malos sentimientos. Eso, unido a la simetría perfecta de sus facciones, la convierte en una de las modelos más contratadas de la agencia. Es como una bella estatua que hubiera cobrado vida.
Cenamos los cinco entre buenos deseos, continuados brindis y suaves besos. Tomamos las uvas en el momento indicado y reparto piquitos en los labios de todas. La verdad es que las chicas me han vestido que me salgo esta noche. Camisa de seda, roja y negra, un pantalón de fina mezclilla, gris perla, con una caída perfecta que el sastre de Massimo Dutti arregló personalmente. Cinturón y zapatos a juego, imitación a charol. Vamos, pa comerme…
Bego se cuelga del brazo que Maby deja libre, y nos lleva al salón. Hay que celebrarlo con más champán. Pam llama a la granja para desear un feliz año a toda la familia, y me pasa el móvil para que haga lo mismo. Maby consigue contactar con su madre en Maui y charla con ella unos minutos. Bego, que no tiene familia a quien llamar, manifiesta con alegría, que su jefe se va a escapar pronto de su esposa e hijos, y vendrá al chalé.
―           Hay que empezar el año follando, ¿no? – dice, con una carcajada.
―           Claro que sí. Pienso hacer lo mismo, al final de la noche – itero alzando mi copa de champán.
―           Cuidado con el alcohol, peque. No estás acostumbrado – me sopla Pam, sobre mi hombro.
Es cierto. No he bebido nunca, pero me siento especialmente sediento esta noche. Empiezan a llegar los primeros invitados. Elke no se separa de Pam. Supone que, siendo las dos chicas que están solas, es lo más propio. Maby, embutida en su vestido tubular y blanco inmaculado, se cuelga de mi brazo, repitiendo el numerito del baile de Navidad. Me siento orgulloso de mi chica. Pam me sonríe, también aferrada a uno de los marfileños brazos de Elke, y me anima a seguir la velada. Mi hermana viste un flotante y nebuloso traje negro, que destaca poderosamente su pálida piel y el color de su cabello.
Zaíma llega con su novio, un tipo de más de treinta años, cuyo pelo rubio está en franca retirada. Está algo bebido y se cree el más gracioso del mundo mundial. ¡Pobrecito! Zaíma nos besa a todos, deseándonos un buen año, aunque ella, particularmente, no tenga esa creencia. Es musulmana.
En un impulso, que aún no he conseguido descifrar, atrapo una botella de vodka “Absolut”, sin empezar. Maby me mira, con el ceño fruncido.
―           ¡Hoy me siento ruso! – le digo, guiándole un ojo. Me mira con asombro, cuando me bebo el transparente licor sin mezclar y sin hielo.
En menos de una hora, me ventilo la botella, yo solo. Me hace adoptar una sonrisa floja y algo cínica, y, al contemplarme en uno de los espejos, tomo nota que mis ojos brillan con algo a caballo entre la lujuria y la travesura. Sin embargo, no me siento borracho, solo relajado.
Me paso buena parte de la velada en pie, apoyado en el respaldo de un alto sillón orejero, en el que se sienta Maby. Apoyo mis codos en lo más alto, y dejo caer una de mis manos hacia delante, jugando con la oscura cabellera de mi “novia”, la cual no deja de llevarse uno de mis dedos a la boca. Desde esa percha, me dedico a observar a cuanto pasa ante mí.
Muchas de sus amigas y conocidas, todas compañeras de profesión, se detienen ante nosotros. La saludan, se interesan por mí, acaban besándome las mejillas y sugiriendo los más dispares temas de conversación, mientras noto sus ojos analizarme y catalogarme. Algunas van más allá, y, en cuanto se quedan a solas, deslizan su número de móvil en mi bolsillo, o se insinúan descaradamente, olvidando su mano sobre mi brazo. Me hubiera gustado llevarme a alguna de ellas a los dormitorios del piso superior y haberlas follado a gusto, pero no es el momento.
―           ¡Putitas descaradas! – masculla Maby, aferrando mi mano.
―           No las muerdas aún – me río.
Contemplo a mi hermana. Está sentada en otro sillón, hermano del que nos sostiene, pero ella sujeta a Elke sobre sus rodillas. Parecen muy animadas, charlando con los rostros muy pegados. La noruega muestra su ropa interior, sin pudor alguno, la cortísima falda arremangada casi del todo.
―           Voy a buscar algo más de beber – le digo a Maby, besándole la parte superior de la cabeza. — ¿Te traigo algo?
―           No deberías beber más, amorcito.
―           No me siento raro, aún.
―           Está bien, mi dueño, ¿Me podrías traer unos pocos bombones de esos tan ricos?
Me sirvo otro “Absolut” bien generoso, en la mesa de las bebidas, y entro en la cocina, buscando los bombones. Bego está dentro, de espaldas a la puerta, las manos apoyadas en la encimera, ante la ventana. Se seca los ojos cuando me escucha.
―           ¿Estás llorando? – le pregunto.
No quiere girarse y sigue intentando contener sus lágrimas. Dejo el vaso a su lado, y la abrazo, desde atrás. Ella reclina su cabeza hacia atrás, apoyándola en mi pecho, y cruza sus brazos sobre mis manos. La escucho suspirar.
―           Deja que adivine… Tu jefe no ha podido darle esquinazo a su familia…
Begoña asiente y se ríe flojito.
―           ¿Tenías un número de telepatía en la granja?
―           Si, así pasamos las veladas cuando se pone el sol – sigo con la broma.
―           Tenía ilusión por empezar el año sintiéndome algo más que la “otra” – se seca las lágrimas, con dos dedos.
―           Bueno, la “otra” recibe las ingratitudes del secretismo, pero, en compensación, recibe los mejores trabajitos de su amante, ¿o no?
―           ¡Jajaja! ¡Tienes razón, Sergio! ¡Su esposa no se puede imaginar las sesiones de Viagra que su Antoñito me regala! – Bego se gira en mis brazos y me echa los suyos al cuello.
―           Para animarte, no puedo ofrecerte más que la posibilidad de reunirte dentro de un rato con nosotros, en una de las habitaciones – le ofrezco, con toda sinceridad.
―           ¿Contigo y con Maby? – se asombra ella.
―           Si.
―           Te lo agradezco, de veras…
―           Pero… — la animo a continuar la frase.
―           Pero lo preferiría sin Maby.
Asiento y la beso en la frente.
―           Eso es algo que no debo ofrecerte – le digo.
―           Lo sé y te admiro por ello, Sergio. No creí que quedaran hombres como tú y menos con tu edad – me devuelve el beso, pero en una mejilla. – Anda, vuelve con Maby.
―           Si… oye, ¿quedan bombones?
Queda poco para que amanezca cuando Maby y yo subimos las escaleras, entre risitas.
―           ¿Qué dijo Pam, primera a la derecha? – le pregunto.
―           No, amorcito, a la izquierda – me responde, señalando una de las puertas.
―           Sssshhh… sin ruidos – tengo la voz un tanto estropajosa por el vodka, pero mi mente está clara. O el “Absolut” es muy flojo, o yo he bebido, anteriormente, más vodka del que recuerdo. — ¿Estarán liadas?
―           Seguramente. No han subido aquí a jugar al parchis – susurra Maby, empujando la puerta.
Tanto el dormitorio como la cama son grandes, y las paredes, empapeladas con curiosos motivos egipcios, están decoradas con arte africano, en su mayoría. Puedo ver todo eso a la luz de las lamparitas de las mesitas de noche. Elke está tumbada boca arriba, desnuda y con las manos aferrando la almohada. Tiembla bajo la lengua de Pamela, quien le está comiendo todo el coño, con voracidad.
Maby sofoca una risita y tira de mi mano, hacia la cama. La noruega no se ha dado cuenta de nuestra presencia, inmersa en lo que siente más debajo de su ombligo. Ondula su cintura como una bailarina exótica, al compás de la lengua de Pam. Maby, tan traviesa como siempre, se inclina lentamente sobre la rubia y lame sus labios.
Elke abre los ojos, con lógica sorpresa, y contempla, sin comprender, a su joven compañera. De repente, me ve y baja sus manos para tocar, con urgencia, la cabeza de Pam.
―           Hola, hermanito – me sonríe, al levantar la cabeza.
―           Vaya, os lo teníais muy calladito – comenta Maby, irónicamente.
―           Ha surgido esta noche – se encoge de hombros Pam.
―           ¿Podemos unirnos? – pregunto, desabrochando el pantalón.
―           Yo… no sé… hay más habitaciones – murmura Elke, muy cortada.
―           Es que estamos acostumbradas a compartir, querida – le dice Maby, tumbándose a su lado y besándola de nuevo.
Con los ojos muy abiertos, Elke observa, a pesar de que Maby la esté besando, como me bajo los boxers y enseño mi gran miembro.
―           ¡Waaoo! – exclama, realmente impresionada, despegándose de la morena. Pero vuelve a callarse cuando ve como Pam atrapa mi polla con una mano, para llevársela a la boca.
Pam se atarea con alegría sobre su preciado tesoro, buscando que alcance una dureza ideal.
―           ¡Son… son hermanos! – musita Elke.
―           Así es. Se aman muchísimo, tanto que no pueden dejar de follar juntos – le susurra Maby, metiéndole la lengua en la oreja. – Nos amamos los tres y compartimos piso…
―           Entonces, ¿no es novio tuyo?
―           Es el novio de las dos, pero, ante la gente que les conoce, que saben que son hermanos, deben disimular. Entonces, yo soy su novia… una tapadera, jijiji… ¿Te molesta?
―           ¡Brutal! ¡No, es un amor lindo!
―           ¿Te gusta Pamela? – le pregunto, en pie, mientras mi hermana sigue atareada.
―           Es buena amiga y hoy me ha hecho feliz. No me ha dejado sola – dice, tras asentir con la cabeza. se la nota confusa, abrumada por cuanto está sucediendo tan deprisa.
―           ¿Y yo? ¿No te gusto? – le dice Maby, aferrándole un pecho, un poco mayor que los suyos propios, pero no mucho más.
―           Siempre, Maby, siempre gustarme. Eres muy, muy guapa. Pero eras pequeña y no me atrevo a decirte nada – contesta Elke, mirándola a los ojos.
―           ¿Eres lesbiana? – le pregunto, gateando sobre la cama mientras que Pam me sigue con la boca, como puede.
Elke se encoge de hombros, como si no supiera la respuesta.
―           Me gustan amigas modelos… — y se abandona a la presión de la lengua de Maby, que no deja de buscar sus labios.
Pam pasa mi polla de su boca a su coño, casi sin interrupción. Quiere follar ya. La tumbo al lado de Elke y ésta no deja de mirar de reojo la potencia y tamaño del manubrio hundiéndose en el coñito de mi hermana. Creo que eso es lo que la pone muy caliente, el morbo de pensar que somos hermanos. El incesto es un poderoso incentivo. Empuja la cabecita de Maby hacia su rubio coño, muy recortado, y se estremece cuando se lo empieza a chupar.
―           ¿Te gusta… el pollón… de mi hermano? – jadea Pam, girando el rostro y mirándola.
―           Muy grande…
―           Enorme, Elke… me abre toda… ahora después, la probaras tú…
―           No sé… da miedo… ooooooh… ¡Maby… Maby! – casi grita, apartando la cabeza de la morena de su coño.
―           ¿Si, qué? – pregunta Maby, creyendo que ha hecho algo mal.
―           Casi correrme…
―           De eso se trata, tonta, de que te corras una y otra vez…
―           No sé… nunca hecho más de una vez… — sus ojos me miran, casi con vergüenza.
Paro de embestir a Pam, que se queja bajito. Maby y yo nos miramos.
―           ¿Estás diciendo que solo te corres una sola vez y ya está? – le pregunto y ella asiente.
―           No serás virgen, ¿verdad? – le insta Maby.
―           No.
―           ¿Entonces?
Se encoge de nuevo de hombros. Veo miedo y pena en sus ojos. ¿Qué secreto oculta la noruega? Se muerde un labio y decide contestar.
―           Una mujer mayor me enseñó. Antigua jefa. Ella solo hacía correrme una vez. Después a dormir.
―           Así que tenías que refrenarte para no acabar enseguida, ¿no? – comprende Maby.
―           Si.
―           ¿Y no has estado con nadie más desde entonces? – indago.
―           No. Hoy primera vez en España – dice, apartando la mirada.
―           Uff, que triste – dice mi hermana, haciendo que me salga de ella. Se impulsa hasta su amiga para besarla en la mejilla.
Al otro lado, Maby le pellizca suavemente un pezón, y yo me inclino para besarla, muy suavemente en los labios. Algo me dice que Elke no se lleva demasiado bien con los hombres. Sin embargo, sus labios responden a mi caricia, con suaves besitos; sus dedos acarician mi pecho, mi vientre, y acaban descendiendo hasta mi verga, con cierta curiosidad. Palpan y recorren toda su longitud, pero no es suficiente. Quiere verla.
Las tres chicas se rehacen en la cama para permitirme tumbarme en el centro de la cama. Entonces, colocando mis manos tras la nuca, me dejo explorar. Las chicas animan constantemente a Elke, diciendo donde debe tocar, cómo debe hacerlo, y cuando debe parar. La noruega no parece haber visto muchas pollas, ni de este, ni de otro tamaño. Juega con el glande mucho tiempo, pasa sus dedos por el escroto, y frota fuertemente mi pene. Su tez casi albina se ha puesto roja, por la emoción. Sonríe como una tonta, cada vez que mis chicas la animan.
―           ¿Quieres que mi hermano te la meta, cariño? No te hará daño, ya lo verás…
Elke se niega cada vez que se lo preguntan. Acepta palparla, menearla, y hasta succionarla, pero no quiere ir más allá. Cuando empiezo a culear a Maby, se tumba a nuestro lado, mirando muy atentamente como se la meto por detrás, en el coño. Abre sus piernas y deja que Pam la masturbe largamente, corriéndose en silencio. Le digo a Pam que no la deje, que la haga excitarse de nuevo. Esta vez, mi hermana lame tanto su culito como su sexo. Maby me hace girarme para poder besar la boca de la noruega.
Se corren casi a la vez. Las dejo abrazadas y me ocupo de mi hermana, que tiene un calentón de órdago. Más tarde, al sodomizar a mis chicas, Elke vuelve a interesarse por la técnica. Bueno, más que interesarse, a asombrarse. Estoy seguro que no lo ha visto nunca de cerca. Pregunta muchas veces si les duele. Mis chicas se ufanan de su entrenamiento y de su capacidad. Pam le hace probar con un dedito. No tenemos crema y solo podemos utilizar saliva, por lo que Pam la ensaliva muchísimo, pero, finalmente, le introduce todo su dedo índice.
Observo como toda la columna vertebral de Elke se ondula por la sensación que recibe, cuando el dedo hurga en su interior.
Finalmente, los cuatro nos quedamos dormidos, con el día ya bien avanzado, después de múltiples orgasmos. Elke no se ha atrevido a que la penetrara, pero ha descubierto que el sexo llega mucho más allá de lo que pensaba. ¡Que belleza desperdiciada! ¡Es un crimen limitar a una mujer de esa forma!
Año Nuevo ha pasado sin que nos demos cuenta. Nos hemos levantado muy tarde y vuelto a la ciudad, tras un somero almuerzo. Las chicas están destrozadas y se acuestan pronto.
Al día siguiente, empiezo mis clases de karate. El estilo rinoshukan parece hecho para mí, artes marciales basadas en la fortaleza y en la resistencia. Nada de pataditas voladoras y poses sin pies ni cabeza. El sensei es un brasileño de unos sesenta años, pequeño y compacto. Nunca alza la voz hablando, solo cuando da órdenes. Nos cuenta que este estilo, en particular, fue desarrollado para entrenar a samuráis durante las largas campañas. Entrenaban su cuerpo para soportar la carga de un enemigo y poder devolver un solo golpe, contundente y letal, en el caso de que se quedaran sin armas.
Al principio, no es más que un largo calentamiento, que permite al sensei observarnos y comprobar en qué condiciones se encuentra nuestros cuerpos. Pero tengo la sensación que he llamado su atención, ya veremos.
Dena regresa el día cuatro de enero. Su padre se ha recuperado bien, me cuenta, arrodillada desnuda ante mí. Parece que ha hecho las paces con Patricia, aunque la cosa sigue aún algo tensa y suele cambiar de rumbo a la mínima ocasión. Su hija le ha preguntado por nuestros planes, si vamos a vivir juntos, si pensamos consolidar nuestra relación, o si vamos a seguir más tiempo con el juego de dominación. Dena no sabe qué responderle, pues ella misma no acaba de decidirse.
Me cuenta que fantasea son Patricia, que se excita con ella, que sueña con ella, pero no se atreve a dar el paso definitivo. Por mi parte, no pienso influir en ninguna de ellas. Pongo mucho cuidado en no manipularlas. No es que sea moralista en esto, pero no quiero que haya remordimientos, ni acusaciones, una vez que sus cabezas se enfríen.
Dena tiene razón. Patricia ha encontrado una forma de volverla loca: las preguntas. Al principio, Dena creía que era mera curiosidad, el impulso de comprender lo que sucedía en su entorno, pero esa niña es mucho más astuta de lo que parece y, ahora, me integra a mí también en el juego. Nos hace preguntas de todo tipo, unas veces a solas, otras veces cuando estamos juntos. Preguntas sobre nosotros, sobre lo que hacemos, sobre lo que pretendemos… Preguntas que rodean, una y otra vez, lo que en verdad anhela, lo que le importa, y eso es algo que sigo esperando a que suelte.
Al día siguiente, es Patricia quien me abre la puerta, como recordándome lo último que le dije, antes de marcharse. Me recibe peinada y vestida, y con una bella sonrisa, me hace pasar. Su madre me espera detrás de ella, las manos unidas sobre su vientre, los ojos bajos, y su desnudez cubierta solo por una bata, que no deja de entreabrirse.
Patricia no parece darle importancia a que su madre vista así. Cuando escucha, de los labios de su madre, el título de Amo, enarca las cejas y pregunta, tratando de entender.
―           Es un juego de obediencia entre tu madre y yo – le respondo sencillamente.
―           ¿Puedo jugar también? – pregunta, tras pensarlo un rato.
―           No, lo siento, Patricia. Para participar, hay que aceptar todas las condiciones, y tú, por ahora, no puedes cumplir ese requisito. Quizás, dentro de poco, lo consigas.
Se encoge de hombros, como si comprendiera la escueta respuesta. Queda poco para acabar con esta situación. En un par de días empezará el colegio y tendré que cambiar los desayunos quizás por meriendas.
En la mañana de Reyes, mis chicas me dan una sorpresa. Se levantan antes que yo para hacerme el desayuno y entregarme mi regalo. Es un precioso reloj de esfera blindada en titanio, muy deportivo y elegante. Bajo la esfera, una inscripción: “De tus zorras, con sumisión”.
Todo un detalle. Las beso profusamente.
Les entrego los suyos. Dos cajitas iguales, pequeñas y forradas en paño de terciopelo rojo. Las abren con expectación, y se quedan algo confusas.
―           ¿Un solo pendiente para cada una? – pregunta Pam, al comprobar que dentro de las cajitas descansa un pequeño objeto de oro, con una forma que recuerda a un zarcillo.
―           No son pendientes. Son piercings de oro, para vuestro pezón derecho.
―           ¡Ooooh! – exclama, a la vez.
―           Tenéis cita mañana, en la tienda de tatuajes, el Gato Negro, en el paseo Suárez. ¿Os gusta?
Maby se cuelga de mi cuello enseguida, y me mete la lengua hasta la campanilla.
―           Gracias, Sergi. Siempre quise uno, pero no me decidía – me abraza Pam por el costado.
Al día siguiente, nada más entrar en casa, se quitan los suéteres y las blusas para enseñarme, con orgullo, los piercings quirúrgicos que les taladran el pezón derecho. Tardaran unos días en colocarse los que le he regalado, pero ya lucen geniales.
Una llamada de la agencia, al día siguiente, incorpora a mis chicas a sus trabajos. Se acabaron las vacaciones. Pamela debe salir de viaje, en un par de días. Empieza una gira de presentación de la colección de pieles auténticas de una famosa peletera. La idea es realizar los pases en las mejores estaciones de esquí de Europa. Elke es la otra chica escogida de la agencia. Estarán un mes fuera, al menos. La noche antes de la partida, la despedimos como se merece, Maby con lágrimas y yo con dos imponentes corridas.
Maby, por su parte, es llamada para otro asunto que no es exactamente trabajo. Los socios propietarios han decidido dinamizar a sus chicas y aquellas que, por el momento, están desocupadas, deben ponerse en manos de un preparador físico, que las entrenaran a diario. Dos horas por la mañana y dos por la tarde.
Esto hace que Maby regrese a casa bastante exaltada, cada día, y ha tomado la costumbre de enloquecerme. Está todo el día buscando nuevas formas de excitarme, de insinuarse, de calentarme, para que acabe follándomela en cualquier rincón del piso. Por las noches, se duerme, abrazada a mí con fuerza.
Sin embargo, todo eso no me parece una reacción lógica por quedarse a solas conmigo, sino, más bien, una forma de compensar que Pam no está con nosotros. No se muestra sumisa, sino más bien desafiante, provocativa, como pretendiendo irritarme para que la castigue. Es lo que creo, pues ha conseguido que la azote en dos ocasiones.
La primera vez por desobedecerme. Se empeñó en conocer a Dena, y, aprovechando una de mis ausencias, bajó a su piso para pedirle una bandeja para hornear. Cuando Dena me dijo que había estado allí, me cabreé y subí. Mientras la pregonaba, Maby mantenía los ojos bajos, pero sonreía. Me irritó tanto que le dí una buena azotaína sobre mis rodillas, con mi mano.
La dejé sobre la cama, de bruces, tras aplicarle crema. No le permití masturbarse, pero yo tuve que bajar a toda prisa y desahogarme con Dena.
La segunda vez, una semana después, fue ella la que trajo una fusta. La compró en el sexshop y, tras entregarmela, me confesó que había sentido la tentación de follarse a su entrenador, así que debía castigarla.
Yo no quería. Le expliqué que las tentaciones son algo humano, que ella también debía sentirlas. Que tenía suficiente con que me lo hubiera confesado. Que había sabido reprimirse.
No me hizo caso. Maby argumentó que me pertenecía, que no debía sentir nada por otra persona que no fuera yo, o quien le designara. Era deber mío, como Amo, castigarla, demostrarle cuanto la quería procurándole dolor.
Una parte de mí, le daba la razón. Sabía que tenía hacerlo… pero al inocente y enamorado Sergio aún le cuesta trabajo hacer sufrir a quien más ama. Finalmente, la instalé de bruces sobre la mesa del comedor, desnuda, y le puse el móvil en la mano. Pam nos llama todas las noches y nos cuenta todo sobre su trabajo, sus compañeras, y los sitios que visita. Ordené a Maby que llamara a Pam y le confesara su pecado mientras la azotaba con la fusta.
Acabó llorando y masturbándose como una loca, compartiendo su orgasmo con Pam, casi a tres mil kilómetros.
No sé como analizar la mente de Maby. Debería ser una adolescente alocada y vanidosa, dada su educación, su despego familiar, y su trabajo. Una chiquilla que solo debería pensar en si misma, en divertirse, en los chicos que la pueden adorar, y en fiestas fastuosas. Sin embargo, se ha olvidado de todo eso, y solo está entregada a mi persona. Me ronda, me acecha, me vigila; está atenta a cualquiera de mis necesidades, para satisfacerlas de alguna forma. Yo no la llamaría una esclava, más bien una joven y hermosísima vestal, entregada a mi culto y adoración.
Eso es. Exactamente eso.
He tomado la costumbre, cada tarde, de bajar y preparar la merienda que Patricia elige. Un día crèpes, otro, tostadas americanas, o bien tortilla al gusto, o un simple bol de cereales. Me siento a su lado, viéndola comer, hablando del colegio, de sus amigas, o de lo que ella prefiera. Su madre lo hace frente a ella. Según su humor, permite que su madre comparta su merienda.
A veces, se ha negado, en esos días malos en que la odia. Me pide que ordene que su madre se arrodille a su lado, y le tira galletas al suelo, o pedazos de su propio plato, para que su madre se los coma, sin usar las manos. Es terriblemente excitante.
En esos momentos, le pregunto por qué actúa así, por qué castiga a su madre, que solo hace quererla. Patricia me mira, con esa mirada huidiza, preñada de fantasiosos deseos. Solo susurra, “por ti” y sigue atormentando a su madre.
En el fondo, sé que me desea, que le gustaría entregarse como su madre, pero se niega a que yo la venza en ese juego. Creo que para su edad, para esos catorce años que ya ha dejado atrás, es demasiado madura, o puede que demasiado orgullosa.
Después de merendar y charlar, suelo llevarme a Dena al dormitorio, y no cerramos la puerta. ¿Para qué? Patricia ya nos ha espiado en todas las posturas. Así mismo, cuando la jovencita se encierra en su habitación, tomo a su madre en la sala, sin ocultarme. Dena ya no sofoca sus gemidos, ni sus gritos. Noto su tremenda excitación, después de que su hija la haya humillado, y, habitualmente, me pide que la haga sufrir, sea con azotes, sea penetrándola.
A mediados de mes, Pamela nos visita por sorpresa, todo un fin de semana. Tiene el rostro aún más moteado de pecas, debido al sol que se refleja en las cumbres nevadas.
―           Bronceado de rica – le dice Maby, sobándole el trasero, tras abrazarla.
Tomando un café en la cocina, nos explica que el lunes parten para Austria; que la campaña va muy bien y que se está hablando de hacer una parecida en Estados Unidos y Canadá. Aún está por ver si utilizaran modelos europeas o americanas.
Me alegro mucho por ella, pero Pam no quiere felicitaciones. La noto titubeante, desde que ha abierto la puerta. Se muerde insistentemente el labio, y sus ojos evitan cruzarse con los míos. Finalmente, se decide.
―           Hermanito… mi dueño y señor… tengo algo que confesar. A ti también, cariño – le dice a Maby.
―           Uy, suena a algo serio – sonríe Maby.
―           ¡Alto! Confesar es un acto serio y responsable. Se merece un pequeño ritual propio – propongo, divertido en el fondo.
―           Amo, ¿usamos la mesa? – Maby se refiere a la posición que le hice asumir en su último castigo.
―           Está bien. Prepárala tú.
Maby pone mano a la obra con energía. Desnuda completamente a Pam, que está temblando, totalmente entregada. Parece demasiado pensativa y, entonces, me preocupo verdaderamente por lo que puede ser eso que quiere confesarnos. No ha traído maleta, salvo una liviana bolsa de mano.
Su recia parka multicolor queda en el suelo, junto con un grueso suéter de lana marrón y azul. Al quitarle la camiseta térmica, vemos que no lleva sujetador. Finalmente, Maby le quita las botas de montaña y la ajusta malla de esquí, rosa y celeste, que cubre sus preciosas piernas.
Pamela queda de bruces sobre la gran mesa, vistiendo, tan solo, unas estrechas braguitas de talle alto, color salmón. Mantenemos la temperatura del piso alta para poder hacer eso mismo. Maby le indica que se agarre a los bordes de la mesa con las manos, y que separe las piernas.
―           A ver, mi zorra hermana, ¿qué tienes que confesarnos?
―           Me acuso de haber… quebrantado la confianza de mi Amo y Señor, durante mi ausencia…
―           ¿De qué forma, guarra? – le pregunta Maby.
―           Elke y yo… nos hemos… enamorado – musita, temblando. – Hemos estado durmiendo juntas, durante todo el viaje.
Nos quedamos todos callados. Eso es serio. Puede significar el fin de todo.
―           ¿Puedo? – me pregunta Maby, alzando su mano.
Asiento y su mano abierta baja velozmente para golpear fuertemente una de las nalgas de Pam. Contiene el grito, apretando los labios, pero el glúteo enrojece rápidamente.
―           ¡Traidora! – la reprende y Pam solo asiente, sin palabras.
―           ¿Qué pretendes hacer ahora? – le pregunto.
―           No lo sé… ¡lo juro! No pretendía que esto ocurriera. Estaba muy a gusto con nuestra vida. Empezó como un juego, ya sabéis, en Noche Vieja, pero Elke es tan… tan…
―           Oh, claro. También decías eso de mí. ¡Clac! – resuena el nuevo cachetazo. Esta vez, Pam se queja.
―           Deja que se explique, Maby – le digo.
―           ¿Para qué? ¡Ya ha confesado que nos ha puesto los cuernos!
―           Sé que te duele, Maby – contesto, mientras inclino mi cabeza para atrapar la mirada de mi hermana. – A mí también me jode, pero es importante que nos diga por qué.
―           ¡Es diferente a lo que siento por ti, Sergi! O incluso por ti, Maby… Con vosotros es como un pacto, un misterio vital, algo que perdura en el alma… ¡como una comunión! Pero con Elke siento otras cosas, quizás más mundanas, pero igual de vitales.
―           Sentimientos que no tienen porque ser escondidos, ¿verdad? – digo, comprendiendo su propia tentación.
―           Si. No tengo que ocultarme…
―           ¡Conmigo tampoco tenías que esconderte! – exclama Maby.
―           No, pero si con Sergio, y eso me mata – sollozó Pam – pero ya no importa. Os he fallado…
Maby la golpea nuevamente, un par de veces.
―           ¡Basta! – la reprendo. – Pam no merece más azotes. Ha confesado por remordimiento. Ha sido débil, lejos de nosotros, pero también es valiente y ha demostrado que nos ama aún.
―           Pero…
―           ¡Ni pero, ni ostias! ¿Qué clase de amo sería si no supiera mantener a mis sumisas? No es más doloroso el castigo, sino la falta de él. Pamela ha venido en busca de perdón, lo necesita y lo tendrá. Ya habrá tiempo para recriminarle su falta.
―           Eres más sabio que yo, mi amor – agacha la cabeza Maby, dando un paso atrás.
Ayudo a mi hermana a sentarse en la mesa. Se abraza a mí e inunda mi pecho de besitos, humedeciendo la camisa con sus lágrimas. Acaricio sus adorados rizos rojizos.
―           Sergi, te juro que, cada día, al levantarme, pensaba llamarte y decírtelo… pero iba perdiendo voluntad al pasar las horas. Al anochecer, solo quería que Elke me abrazara, y volvía a caer. Maby, te juro que pensaba en todo eso cuando me confesaste lo de tu preparador, solo que tú resististe.
―           Yo amo realmente a tu hermano, Pamela. No son solo palabras. Jamás amaré a otra persona.
―           Bueno, ahora solo importa lo que piensas hacer – corto la escenita.
―           Lo he estado hablando con ella. Al final, solo le vemos una salida sensata. Elke conoce parte de nuestra relación. Comprende nuestro incesto, y nuestra unión a tres bandas. Le he ofrecido vivir con nosotros… pero no se atreve…
―           ¿Por qué? – Maby no comprende.
―           Elke es técnicamente lesbiana, algo le sucedió en su adolescencia, que le hace tener miedo de los hombres. Se dejó llevar en Noche Vieja, porque confiaba en nosotras, había bebido y estaba muy impresionada por lo que estaba descubriendo. Reconoce que Sergio fue muy atento y amable con ella, y que tocó y palpó su pene a conciencia, pero, ahora, en frío, no se atreve a vivir en una especie de comuna gallinero. Le he prometido que nadie la presionará. Que hará lo que le plazca, que separaríamos las camas…
―           Me parece perfecto – digo. — ¿Qué ha contestado?
―           Me ha pedido un tiempo para pensarlo. Su compañera de piso deja el país en tres meses. Mientras saldremos como pareja, como novias, y veremos qué pasa…
―           ¿Qué pasará con nosotros? – pregunta sutilmente Maby.
―           No lo sé. No quiero dejaros tampoco. Sergio es mi dueño y tú eres mi cariñito – Pam abre sus brazos para que su joven amante la abrace. – Lo siento muchísimo, Maby… mucho… mucho…
―           Lo sé. Ya te hemos perdonado, tranquila – Maby intenta besar cada linda peca de su rostro.
Las abarco a las dos con mis brazos. Pam me mira, esperando una respuesta.
―           Pam, aunque te declaraste mi sumisa, no soy nadie para interponerme en tu corazón. Mejor que cualquiera, sé que es perfectamente posible que el corazón se divida entre diversos amores, aunque nunca son iguales. Te quiero a ti como hermana y como amante, a Maby como mi primera novia, y posiblemente, querré a otras más adelante, por otros motivos, que pueden ser más o menos tan válidos como los primeros.
―           ¿Entonces? – me pregunta, esperanzada.
―           No tengo las respuestas, pero creo que lo más sensato sería, como bien has dicho, pasar un tiempo de prueba. Yo tampoco quiero perderte, aunque deberemos frenar un poco para dejarte espacio para esa nueva relación. Sal con tu novia, Pam, experimenta y disfruta. No la mientas sobre lo que sucede aquí, cuéntaselo todo, desde el principio; que entienda nuestro amor. Ella decidirá por sí sola, y lo que decida será bienvenido.
Maby asiente.
―           Pero quiero que seas mía y de Maby, al menos una vez a la semana. Le dirás a Elke que puede poner las reglas que ella desee, si se quiere quedar con nosotros, sea por una noche, o para siempre. La respetaré por lo que es, tu pareja, pero también puedes decirle que le ofrezco el mismo amor que comparto contigo y con Maby, y creo que hablo también por ti, ¿no? – miro a mi morenita, quien tiene las lágrimas saltadas, escuchándome.
―           Si, Amo, por supuesto. ¡Joder, que labia tienes…!
Mi hermana salta sobre mí, abrazándome muy fuerte. Es una noche para la emoción. Tengo que esforzarme al máximo para contentarlas a las dos. Pamela lleva unas semanas sin ser sodomizada y no puedo permitir que ese culazo se cierre lo más mínimo. Maby, por otra parte, se enardece con nuestra pasión y relata las guarrerías que hemos estado haciendo a solas, mientras Pam y yo follamos como conejos. El morbo está asegurado.
―           He bajado a conocer a Dena – le cuenta Maby, tumbada sobre ella, en la cama. Por mi parte, alterno mis embistes entre sus vaginas cada tres o cuatro minutos.
―           ¿Si? Cuenta… — Pam le echa los brazos al cuello y mordisquea su barbilla.
―           Me gané unos buenos azotes, pero debo decir que así, de cerca, está muy buena. No es tan vieja como creía – dice Maby, con una sonrisa.
―           ¿Te dio unos azotes? – se asombra Pam.
―           No, tonta, Sergi me atizó en el culo por desobedecerle.
―           Como los que tú me has dado… — saca de nuevo la lengua.
―           Creo que te gustaron demasiado… así no es castigo… — Maby intenta atrapar la esquiva lengua.
Asisto a esa excitante conversación, mientras sigo follando uno y otro coñito. Espero que la solución que hemos buscado a este nuevo problema, dé sus frutos cuanto antes. ¿Se convertirá el trío en una doble pareja? Lo espero y lo deseo. Elke me cae bien, aunque no siento por ella nada definido por ahora. Sin embargo, si mi hermana es feliz, yo lo seré también. No quiero perder a Pam y no soy tan hijo de puta para obligarla a terminar con alguien a quien ama, aunque pueda hacerlo.
¿Qué hubiera hecho Rasputín?
                                       CONTINUARÁ
Comentarios extensos a: janis.estigma@hotmail.es
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!/

Relato erótico: “La historia de un jefe acosado por su secretaria 8” (POR GOLFO)

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Una vez había terminado de cenar, me acerqué a ver a las muchachas lleno de curiosidad. Aunque no sabía el modo exacto en el que Natacha me habría preparado a la asiática, daba por supuesto que no me defraudaría. Aun así, jamás esperé encontrarme a Kyon completamente atada con cuerdas y menos ver que la rusita le hubiera colocado una mordaza mientras ella sonreía con una fusta en la mano.

― ¡Qué rápido has aprendido el arte del Shibari! ― observé impresionado al comprobar que, además de haberla inmovilizado, se había tomado la molestia de que formar con la soga una red en la que el trasero de la cría quedaba sensualmente expuesto.

―No es mérito mío, sino de “ruiseñor”, nuestra “golosina” ― respondió: ―Solo he seguido sus instrucciones.

   No me pasó inadvertido que hubiese usado los dos apodos para nombrar a la nueva incorporación como tampoco que se hubiese supuesto al decir “nuestra” que era también de su propiedad. Pensando en que por razones de horario estaría con ella más que yo, me pareció bien y por ello me puse a presté atención a la evidente excitación de la chinita.

«Sentirse indefensa la pone cachonda», razoné al ver que tenía erizados los pezones.

Dando tiempo a que su calentura se acrecentara, me senté en la cama sin tocarla. Tal como había previsto, al no recibir caricia alguna de su amo, lejos de tranquilizarla, puso nerviosa a la chavala e involuntariamente, gimió pidiendo que la hiciera caso. Como era novato en esas lides, preferí empezar con un piropo a la que se había ocupado de atarla mientras observaba la reacción de la cautiva:

―Reconozco que eres una artista, has conseguido que se me antoje dar un mordisco a nuestra golosina.

Al oírme, Kyon volvió a suspirar haciéndome participe de lo mucho que la atraía sentir que la marcaba con mis dientes. Sin prisa alguna, pasé una de mis manos por su trasero con delicadeza, para acto seguido y con la mano abierta, comprobar su predisposición regalándola una sonora nalgada. Al ser algo que deseaba, sollozó de placer.

―De no llevar la mordaza, nuestro “ruiseñor” le agradecería esa caricia ― Natacha comentó haciendo de portavoz de la joven.

Asumiendo que sería así al comprobar la humedad que había hecho aparición entre sus pliegues, aproveché que en esa postura podía verme y con `premeditada lentitud, comencé a desnudarme. Mi striptease exacerbó la necesidad de entregarse a su amo y nuevamente se ofreció a mí poniendo el culo en pompa. Lo que no anticipé fue que la rusa se lo recriminase descargando sobre ella otro azote:

―No puedes ni debes acelerar tu entrega. Eso es potestad de nuestro amo.

Esa recriminación de labios de su maestra provocó las lágrimas de la muchacha. Enternecida Natacha acercó su boca y las lamió:

―No llores, golosina mía. Solo era un consejo.

Al sentir que un cariño que no se esperaba y menos a través de la lengua de la rubia, Kyon enmudeció y de improviso todo su cuerpo comenzó a temblar presa de la desesperación.

― ¡Quítale la mordaza y bésala! ― exigí interesado en esa reacción.

Obedeciendo mi orden, la despojó del bozal y sorprendiéndome, mordió con dureza los labios de la sumisa.  Supe que Natacha había actuado correctamente al sustituir el beso que le pedí por esa ruda caricia cuando de improviso la chinita se corrió entonando una canción de amor.

― ¡Qué apropiado es el nombre de ruiseñor para nuestra zorrita! ― encantada comentó la rusa al escuchar la forma en que exteriorizaba el placer.

La prodigiosa voz de Kyon fue un reclamo del que no pude abstraerme e increíblemente, mi pene reaccionó irguiéndose entre mis piernas.

―Me parece que a nuestro amo le gusta que cantes― susurró muerta de risa Natacha.

Al comprobar que era así, elevando la intensidad de su canto, contestó alterando la letra que entonaba:

―Presa en su jaula de oro, el bello ruiseñor anhela las manos de su dueño y por eso canta.

No me costó entender que estaba pidiendo mis caricias y accediendo a su suplica, acaricié sus pechos con dos de mis yemas incrementando con ello el gozo que estaba experimentando.

―La pajarita no echó de menos la libertad al saber que estando enjaulada podía trinar para complacer al dueño del jardín al que había llegado volando― canturreó.

 Para entonces deseaba formalizar su entrega, pero sabiendo que cuanto más la postergara mayor sería su placer preferí incrementar su gozo con un pellizco en una de sus areolas. El efecto de esa ruda caricia desbordó mis previsiones y de improviso fui testigo del brutal orgasmo que recorrió de arriba abajo el cuerpo de la cantante.

―Supo la avecita presa que los barrotes de su prisión eran en realidad la puerta de su hogar al sentir el cariño con el que la trataba su señor― lloró al verse inmersa en el placer, pero incompleta.

―Amo, no la haga sufrir más― susurró en mi oído Natacha.

Admitiendo que era así, usé la soga que la tenía inmovilizada para acercarla a mí y tomando mi hombría, comencé a jugar entre sus pliegues mientras la alertaba de que en unos instantes iba a hacerla mía.

―Libéreme haciéndome su esclava― imploró sin mover un músculo de su cuerpo.

Con paso firme, pero delicadamente, hundí mi tallo en ella hasta toparme con su himen que todavía permanecía en pie y al contrario que con la rubia, no pedí permiso y con un pequeño empujón, desgarré la telecilla.

―Soy una mujer libre en los brazos del único amo que voy a tener― rugió con alegría sin importar el dolor que le había provocado al desflorarla.

La facilidad con la que mi pene se sumergió en su interior confirmó sus palabras y asumiendo que era mi responsabilidad el hacerla disfrutar, imprimí un lento trote tomándola de los hombros. Sus gemidos de placer me permitieron ir incrementando poco a poco la velocidad con la que la cabalgaba hasta convertir ese pausado cabalgar en un desenfrenado galope.

―Azuza a tu montura para que sepa quién es su dueño― con tono excitado, Natacha me aconsejó.

Comprendiendo que, según el manual era lo apropiado, marqué el ritmo a mi montura con nuevos azotes mientras con el pene martilleaba su interior. La violencia de mi asalto no menguó al notar que se corría y dominado ya por la lujuria, busqué mi placer haciendo chocar mi glande contra la pared de la vagina de la oriental. Esa insistencia estimuló más si cabe la entrega de Kyon y ya gritando me rogó que grabara mi amor en su cuello.

Como había leído que en su lavado de cerebro habían dejado impreso que no se sentiría plena hasta que los dientes de su amo se cerraran sobre su piel, esperé a sentir que me corría para morderla. El dolor del mordisco unido al placer de notar que mi hombría explotaba en su interior renovó, alargó y magnificó el clímax de la chinita.

― ¡Libre y esclava de mi señor! ― gritó y con una felicidad sin igual en su tono, añadió: ― ¡Esclava y libre con mi señor!

Exhausto contemplé la plenitud de la joven e incapaz de hacerlo por mí mismo, pedí a la rusita que la desatara mientras me tumbaba en la cama. Ésta no dudó un instante en obedecer y tras liberarla de sus ataduras, la besó felicitándola por haber derrotado a su dueño.

―Golosina, te dejó descansar si me prometes que luego me ayudaras a levantar el ánimo de nuestro hombre― muerta de risa, dejó caer.

Lo que nunca se esperó Natacha fue que Kyon se arrodillara ante ella y besando sus pies, la rectificara:

―Señora, sé que usted es la favorita del amo y por tanto no puedo prometer algo que estoy obligada a dar en cuanto usted deje su marca en mí.

La descarada criatura al sentir la adoración que esa exótica belleza sentía por ella, replicó:

―Solo me dignaré a morder mi golosina, cuando me haya hecho sentir su amor.

Como no podía ser de otra forma, “ruiseñor” entendió lo que pedía y comenzando a cantar, hundió la cara entre las piernas de su maestra…

El sol del amanecer a través de la ventana me despertó con ellas abrazadas a mí. Al seguir dormidas, eso me permitió pensar en lo sucedido y fue entonces cuando caí en un detalle que había permanecido oculto a mis ojos: Patricia, Natacha y Kyon tenían algo en común, las tres eran sobresalientes además de bellas. Meditando sobre ello no me pareció normal que mi secretaria fuera dueña de una inteligencia poco común, que la rusita tuviera un talento para la pintura descomunal, y para colmo que la sumisa estuviera dotada de una voz capaz de dar la talla en cualquier compañía de ópera.

«O bien ese cabrón de Isidro Bañuelos siente predilección por mujeres que destaquen en alguna faceta, o en realidad ha descubierto el método de incrementar las aptitudes de sus víctimas convirtiéndolas en verdaderas genios».

De ser eso último, ese pervertido o alguien de su organización había sido capaz de dar un salto cuántico en lo que respecta a la educación tal y como la conocíamos.

«No puede ser que, habiendo hecho un descubrimiento que podría cambiar la humanidad, lo usen únicamente para satisfacer sus oscuras apetencias», pensé impresionado y preocupado por igual.

Ya con la duda en el cuerpo y tratando de meditar como podría descartar o verificar mis sospechas, esperé a que dieran las siete y media para despertar a las dos crías. Al llegar la hora, acaricié las mejillas de la chinita llamándola por su apodo.

― Golosina, hay que levantarse.

En cuanto oyó mi voz, la joven abrió sus rasgados ojos y luciendo una sonrisa intentó renovar sus votos, pero rechazando sus mimos le pedí que se fuera a preparar el jacuzzi:

― ¿Va a permitir que lo bañe? ― esperanzada preguntó.

―Nos bañaremos los tres juntos en cuanto despiertes a esta vaga― respondí señalando a la rubia que no se había enterado de nada.

Supe que a partir de entonces debía de tener cuidado y detallar más cualquier orden que le diese, cuando arrastrándola de los pies la echó de la cama.

―El amo nos quiere en pie― se defendió la oriental cuando Natacha gritando empezó a protestar por el modo en que la había levantado.

Tras lo cual, obviando el cabreo de la chavala, se fue a llenar la bañera.

― ¿Qué coño le pasa a esta loca? ¿Has visto cómo me ha tirado al suelo? ― todavía indignada, me preguntó.

Despelotado de risa, la ayudé a levantarse y la besé.

―Date prisa que os quiero preguntar algo― dije mientras me dirigía al baño.

Al ver que ya había agua suficiente, me metí en el jacuzzi y las azucé a entrar conmigo. La oriental que era la que llevaba más tiempo con los ojos abiertos fue la primera en pasar mientras la rusa rumiaba su cabreo preguntando qué era eso de lo que quería hablar. Atrayendo a ambas, las coloqué entre mis piernas y comencé a enjabonarlas mientras pedía que Natacha me contara si antes de ser comprada a sus padres ya pintaba tan bien.

―Lucas, mis viejos eran tan pobres que nunca tuve siquiera un lápiz por lo que no lo sé.

―Vale, cariño. Y una vez en poder de ese hombre, ¿cómo empezaste a dibujar?

Haciendo memoria, contestó:

―Ahora que lo dices. No me fije en las pinturas que había en la casa donde permanecí tantos años hasta un día en el que un médico me inyectó unas vitaminas.

Intrigado insistí en que siguiera haciendo el esfuerzo de pensar en ese día.

―Como comentaba al irse, todo me daba vueltas y sentía una extraña angustia que solo despareció cuando cogí un pincel y comencé a pintar en un papel la cabaña de mis padres.

― ¿Era lo único que tenías a tu alcance? ¿Había… no sé, instrumentos de música, libros…?

―Sí, pero no me digas la razón nada de eso me atrajo. En cambio, ese pincel me llamaba y en el momento en que lo toqué, me tranquilicé y la angustia desapareció.

Deseando y temiendo a la vez que Kyon ratificara mis sospechas, le hice las mismas preguntas, pero en su caso respecto al canto.

 ―Me ocurrió igual. No canté jamás hasta el día en que un enfermero me puso una inyección e histérica cogí una guitarra, la cual al tocarla hizo desaparecer mi nerviosismo.

―Ruiseñor, a parte de la guitarra, ¿qué instrumentos sabes tocar? ― la rubia preguntó.

―No sé… todos. En cuanto oigo como suena uno, no tardo en poder usarlo para cantar.

― ¿Has tocado alguna vez un piano? ― la rubia que no era tonta preguntó.

Avergonzada que la oriental reconoció que, aunque había oído su sonido en un equipo de música, nunca había visto uno. Anticipando mis pensamientos, Natacha sacó a Kyon de la bañera y la llevó al salón sin importarle que, mojadas como estaban, empaparan todo a su paso. Envolviéndome en una toalla, las seguí y horrorizado, observé cómo comenzaba a tocar las teclas y tras un minuto oyendo las notas que producían sus dedos al pulsar sobre ellas, la chinita se lanzaba ejecutar al piano una composición de Beethoven.

«¡Su puta madre! ¡Esto no es natural!», exclamé para mí mientras la rusa aplaudía entusiasmada.

Derrumbándome en el sofá, comprendí que además de haberlas lavado el cerebro habían sido conejillas de indias de un experimento del cual, y a pesar de reconocer que había sido un rotundo éxito, desconocía si podía tener efectos secundarios.

Recordando que según creía Patricia también había sido víctima del mismo, la llamé:

―Me da igual que no te apetezca verme. Necesito enseñarte algo, así que pon en movimiento tu estupendo culo o tendré que irte a buscar y te traeré a rastras― grité a través del teléfono a mi secretaria cuando ésta se negó de primeras a acudir a mi llamada…

17

                                                                                                                                           ―

Menos de veinte minutos después, escuché el timbre de la puerta y cuando ya me disponía a abrir a Patricia, Natacha ordenó a Kyon que fuera ella.

            ―Ruiseñor, la mujer que ha llegado será próximamente la esposa de nuestro amo y por tanto tu legitima dueña. Debes mostrarle tus respetos desde que cruce el umbral de esta casa.

            ―Así lo haré, maestra.

            Como sabía que la rusa no daba puntada sin hilo, quise que me explicara cual era la segunda intención de esa orden, ya que no me creía que la moviera el enseñar a la oriental.

            ―Ese detalle es el menos importante― pícaramente respondió: ―Si como me imagino su futura viene cabreada, la vendrá bien un buen meneo a sus pies y que ya relajada, olvide que no fue ella quien trajo a “golosina” aquí.

            Juro que no creí en que diera resultado y por ello, espiando a través del pasillo, me puse a observar como la joven recibía a mi secretaria. Tal y como preví, la negra venía fuera de sí y el ver que la que consideraba una intrusa era quien le daba acceso al que consideraba por derecho su hogar, quiso pasar de largo sin siquiera saludarla, pero Kyon se interpuso y arrodillándose ante ella, le pidió permiso para descalzarla:

            ―Me han ordenado que le haga ver que también soy suya y no querrá que mi dueño me castigue.

            Patricia, considerando como un mal menor la pretensión de la chinita, dejó que le quitara la primera de sus botas sin esperarse que, una vez descalza y antes de despojarle de la segunda, se pusiera a masajear la planta del pie hundiendo sus dedos en ella.

― ¿Quién te ha enseñado esto? ― suspiró derrotada al sentir que como por arte de magia toda su pierna se relajaba.

Kyon no contestó y antes de dar por terminado el masaje en ese pie, acercando la boca al mismo lo besó. Aun a distancia, el rubor de sus mejillas me informó que la sumisión de la chinita no le había resultado indiferente. Ratifiqué que era así al verla reaccionar exigiendo de malos modos que terminara pronto de sobarle el pie todavía calzado porque había quedado con don Lucas, su novio.

―Sé quién es usted y que en un futuro estará a su lado, pero ni siquiera entonces la obedeceré si su orden va en contra de lo que me ha pedido mi amo. Ahora sea buena y permita que esta esclava la mime.

Patricia bufó al sentirse ninguneada por la joven, pero recordando que le había contado que, durante mi detención, esa muchacha se había deshecho con facilidad de dos policías, prefirió no tentar la suerte y dejar que la descalzara siguiendo el ritmo por ella marcado. Kyon, sabiéndose vencedora de ese primer asalto, quiso dejar claro de nuevo que a pesar de sumisa era un rival digno de respetar cuando prolongó el masaje durante más tiempo antes de rematar la faena lamiendo uno a uno los dedos de ese segundo pie.

Su maestría y la dedicación que demostró, no aminoró el enfado de mi secretaría que observando que, bajo el vestido de criada, la asiática estaba excitada, decidió contratacar y metiendo la mano de su escote, tras apoderarse de uno de sus pezones, lo torturó diciendo:

―Zorra, te anticipo que pienso azotar tu penoso y grasiento culo en cuanto tenga oportunidad.

―Eso espero, señora. Exceptuando las caricias de mi señor, nada me dará más placer que ser el saco de boxeo donde su futura compañera de cama descargue todas sus notorias carencias y sus evidentes complejos.

―No seré su compañera de cama, seré su esposa. ¡Cretina! ― soltándole un guantazo contestó.

La chinita debía prever esa reacción por la rapidez con la que atajó el golpe reteniéndole ambos brazos para que no intentase de nuevo golpearla.

―Señora, cuando mi amo la autorice a castigarme, yo misma traeré la fusta con la que me corrija, pero hasta entonces le pido que se abstenga de volverlo a intentar porque me obligaría a defender lo que es propiedad de mi señor y le aseguro que saldría mal parada.

Interviniendo para que no llegara a mayores, separé a esas dos arpías y señalando el salón pedí a mi secretaria que se sentara y entrando como un miura en el tema, brevemente expuse que creía haber hallado otro nexo entre las tres, aparte de haber estado relacionadas con Isidro. Al preguntar cuál, repliqué:

―Quiero que pienses, ¿alguna vez te han inyectado algo mientras salías con ese hombre?

Aunque en un principio lo negó, ante mi insistencia hizo memoria y contestó:

―Acababa de cumplir la mayoría de edad y cuando llevábamos poco de novios, por un viaje a Marruecos tuvimos que vacunarnos. Esa fue la única, estoy segura.

Sin dejarla pensar para que no se pusiera a la defensiva, le pregunté por su desempeño escolar.

―Era vaga como yo sola. Aunque nunca suspendí, difícilmente pasaba de un siete― riendo comentó: ―Otra cosa fue al empezar la carrera donde jamás bajé del diez y fueron casi todo, matrículas.

―En tu curriculum leí que hablas a nivel nativo otros tres idiomas, ¿cuándo los aprendiste?

―Durante los veranos de la universidad. Como jamás tuve que presentarme a los exámenes de junio al haber liberado las materias, me fui a sus países de origen.

― ¿Conoces o has oído hablar de alguien que los haya aprendido sin acento a esa edad? ― dejé caer únicamente caer y sin esperar a que contestara, pedí a Natacha que trajera su versión de la venus de Velázquez.

Al ver que la rubia era la modela del cuadro cuya cara se reflejaba en el espejo sonrió, pero lo que realmente le hizo gracia fue que hubiera sustituido al ángel por mí.

―Muñeca, el cuadro es precioso.

― ¿Conoces o has oído hablar de alguien que sin recibir clases formales de arte sea capaz de tener esta técnica?

― ¿Quieres decirme por donde vas? ― chilló enfurecida temiendo quizás la respuesta.

Sin contestarla directamente, la informé que hasta apenas dos horas antes Kyon nunca había visto un piano y menos lo había tocado.

― ¿Y a mí qué coño me importa lo que le haya pasado o dejado de pasar a tu zorrita?

―No sé si sabes que los “poemas para piano” de Ravel están entre las partituras más difíciles que se han escrito nunca para ese instrumento.

 ―No lo sabía― reconoció.

―Por favor, Kyon enseña a mi futura compañera de cama lo que has aprendido mientras la esperaba― contesté metiendo una pulla.

Sentándose frente al piano, la chinita comenzó a tocar y no llevaba interpretando más que dos minutos esa complicada melodía, cuando exasperada volvió a interpelarme sobre dónde quería llegar.

―Creo que lo sabes, no en vano eres la más inteligente de esta sala. Yo mismo, considerándome un hombre listo, no te llego a las suelas de los zapatos― contesté y al ver que no se atrevía a reconocer lo evidente, proseguí: ―Cuando reparé en que a vuestra manera erais unas superdotadas, me pregunté cómo era posible que ese malnacido hubiese podido reunir a su alrededor mujeres tan bellas y brillantes cuando estadísticamente era algo imposible…

―¿No estarás insinuando que no nos encontró sino que nos creó?

―No lo estoy insinuando sino afirmando, los dones de las tres comenzaron a revelarse a raíz de la inyección de algún compuesto. Y si te he pedido venir no es para que torturarte, sino para que me ayudes a averiguar que os han hecho y podamos anticipar cualquier efecto secundario que os pueda provocar.

― ¿Te importa acaso lo que me pase? ― llorando preguntó.

Interviniendo a mi favor, Natacha fue quien contestó afirmando cosas que nunca me había escuchado:

―Por supuesto que le importas. Lucas te quiere y desea tener hijos contigo.

―Para eso te tiene a ti y a esa puta de ojos rasgados.

Al escucharla y ver en los ojos de la insultada que deseaba estrangularla, decidí terminar de una puta vez con esas rencillas. Tomando a ambas de la cintura y me dirigí en primer lugar a la china:

―Tienes prohibido agredir a Patricia porque va a ser mi mujer.

La sonrisa de mi secretaria despareció cuando, mirándola a los ojos, le avisé que de seguir empeñada en humillar a Kyon iba a darle carta de libertad para que se defendiera.

―Intentaré no meterme con ella… aunque se lo merezca― bajando la mirada, replicó.

Sabiendo que había logrado al menos una tregua entre las dos, retorné al tema importante y le pregunté si podría contar con su ayuda. Haciéndome ver que ese armisticio siempre pendería de un hilo, respondió luciendo ante la chinita el anillo de mi familia que llevaba en su dedo anular:

― ¿No entiendo que lo pongas en duda siendo mi prometido?

Tras lo cual, olvidándose de Kyon, preguntó dónde tenía el portátil:

            ―Si como supones nos ha inoculado, Isidro haber dejado rastro de esos experimentos en alguna de sus computadoras― contestó cuando quise saber para qué lo necesitaba.

            Dando por hecho que entre las aptitudes de ese genio de grandes tetas estaba la capacidad de franquear cualquier sistema de seguridad que se le pusiera por delante, le informé que estaba en mi despacho.

―Voy a tardar al menos toda la mañana y necesito un café, dile a tu amarilla que me lo traiga―murmuró sentándose frente al ordenador.

Viendo quizás que la misión que le había encomendado a Patricia era vital, la sumisa no esperó mi orden y preguntando a Natacha donde teníamos la cafetera, fue a preparárselo. Al quedarme solo con la rusita, aproveché para pedirle que estuviera atenta al comportamiento de esas dos para que no se cayeran a golpes.

―¿Qué poco conoces a tus mujeres? Aunque te parezca imposible, entre ellas hay química.

Juro que no la creí e intrigado por la seguridad que mostraba, le pedí que me dijera en que se basaba para afirmar que se atraían después de lo que habíamos visto. Muerta de risa, replicó:

―Son dos panteras abriéndose hueco a codazos, pero en cuanto cada una asuma su lugar en esta casa, lo difícil será separarlas y que nos hagan caso.

Observando el cambio que había tenido esa pícara criatura desde la llegada a casa, comprendí que había dejado atrás a la servicial rubia del inicio y que estaba dejando salir una manipuladora divertida y juguetona. Usando un tono irónicamente duro, le exigí que me dijera entonces cual pensaba ella que sería las funciones de cada una:

―Como la esposa legal, Patricia va a ejercer la jefatura de tu harén y hará de Kyon su juguete.

―Imaginemos que sea así, entonces dentro de ese esquema, ¿cuál será el papel que prevés para ti?

Desternillada, respondió:

―Soy y seré tu muñeca, la mujercita que velará para que ese par no se desmande y a la que amarás siempre. ¿O no es cierto que mi amado dueño y señor duda ya destila amor y cariño por su bella Natacha?

No pude más que estar de acuerdo con ella…

18

Sin otra cosa que hacer mientras Patricia investigaba a su antiguo novio, accedí a hacer de modelo para la rusita cuando me contó que deseaba recrear conmigo el cuadro que Rubens había pintado sobre una leyenda carcelaria en la que un hombre fue sentenciado a morir de hambre y al que salvó su hija recién parida dándole de mamar durante sus visitas.

            ―No quiero que me retrates como un viejo― fue la única objeción que puse al recordar el personaje de “la caridad romana” del pintor belga.

            ―Lucas, jamás se me ocurriría tal falta de respeto― respondió: ―Piensa que será mi pecho el que te alimente y nunca se lo daría a un hombre aún más anciano que tú.

            Que recalcara nuestra diferencia de edad no me molestó al ver su desvergonzada sonrisa y despojándome de la camisa, me coloqué en el sofá siguiendo sus instrucciones. Una vez en la postura que me decía y mientras mantenía las manos teóricamente atadas a la espalda, acercó uno de sus juveniles pechos a mi boca y sacó la foto que le serviría de guía al reproducir esa escena. Lo que se esperaba fue que, con el pezón entre los labios, el modelo que había elegido le regalara un mordisco mientras le acariciaba el trasero.

―No seas malo― sonrió sin separarse.

El deseo que intuí en ella, me hizo reír y liberando su seno, volví a recuperar la posición inicial mientras le decía:

―Desde ahora te digo que el día en que te embaraces pienso hacer realidad el cuadro y te obligaré a alimentarme con tu leche.

Sabiendo que iba a ser así, la chavala soltó una carcajada:

―Mi leche será para nuestro hijo y si sobra para el perverso de mi amo.

La felicidad que lució Natacha con la idea me hizo comprender que, teniendo tres mujeres, de no andarme con cuidado, terminaría engendrando un equipo de fútbol. Con ese pensamiento en mi cerebro, medité por primera vez si deseaba ser padre y contra todo pronóstico, llegué a la conclusión que sí.

«Por mi edad, no puedo esperar mucha o seré un abuelo», me dije mientras veía a la rubita dando pinceladas en el lienzo.

Durante el par de horas que permanecí medio postrado hice un examen de conciencia acerca de lo que sentía por las diferentes mujeres que habían llegado a mi vida a raíz del divorcio, centrándome sobre todo en el futuro y cómo conseguir llevar una existencia normal siendo ellas tres.

«Nunca he creído en el poli amor y menos deseé tener un harén», pensé preocupado al saber que jamás podría rehuir mi responsabilidad con ellas.

Ese dilema seguía en mi mente cuando de improviso Kyon llegó y nos informó que Patricia estaba llorando. Al asumir que la negrita se había topado con algo referente a ella, me levanté y fui a ver qué le pasaba. Tal y como nos había dicho la oriental, sollozaba sentada frente al ordenador.

―¿Qué has encontrado?― abrazándola pregunté.

Hundiendo la cara en mi pecho, se desmoronó mientras explicaba que había descubierto la verdadera razón por la que su ex se había desecho de Inés y de las otras dos.  Sabiendo que el motivo de su ruptura con Bañuelos había sido su compañera de colegio y que se echaba la culpa de su muerte, preferí consolarla sin preguntar.

―Ordenó que las mataran al darse cuenta de que el experimento fallaba con ellas y que, en vez incrementarse sus facultades, se estaban volviendo locas― continuó.

Siendo una desgracia, me alegró saber que ella no había tenido nada que ver porque así le sería más fácil el perdonarse por no haber podido salvarla. Pero entonces levantando la mirada me informó que al menos otra docena de mujeres habían corrido el mismo destino al no ser compatibles con el compuesto que habían desarrollado.

 ―De todas sus conejillas de indias, hasta ahora solo ha tenido éxito con cuatro.

 Saber que había otra mujer en su misma situación me preocupó y no solo porque daba por descontado que no tardarían en pedir que la rescatáramos, sino porque, siento tan pocas, no tenía sentido que al menos en el caso de Natacha y de Kyon las hubiese puesto en venta. Al mostrarle mis dudas, contestó:

―Ya no le hacían falta… ¡ha descubierto comparte con nosotras el gen que permite soportar el cambio y está haciendo las últimas pruebas para inoculárselo el mismo!

Que ese hombre hubiese organizado ese experimento con el objeto de convertirse en un superdotado me reveló que además de ser un malvado, estaba loco ya que según la información de la que yo disponía ese hijo de perra no podía prever cuál de sus facultades sería magnificada. Por ello, ya sin reparo alguno, ordené a la morena que guardara todos los datos en una USB y siguiera investigando porque nadie en su sano juicio dejaría al azar lo más crucial. Aceptando mi sugerencia grabó la documentación pirateada, pero cuando quiso volver a meterse en internet para continuar hackeando el servidor donde su ex guardaba todo lo referente al experimento, se echó a llorar:

―No puedo seguir, es demasiado duro.

Sorprendiendo a propios y extraños, la chinita que se había mostrado tan reticente a aceptar la presencia de la negrita se acercó a ella y tomándola de la mano, la levantó de la silla mientras decía:

―Deje mi señora que esta amarilla le dé un masaje relajante

Patricia estaba tan necesitada de apoyo que se dejó llevar por Kyon hacia mi cuarto mientras Natacha sonreía satisfecha por haber acertado en la química que compartían las dos que se marchaban.

―Permite que se sientan cómodas antes de ir a espiarlas― comentó asumiendo que iba a comportarme como un sucio mirón.    

Lo cierto es que estaba en lo cierto, lo quisiera reconocer o no, deseaba contemplar qué tipo de estrategia iba a usar la oriental con mi secretaria. Para que no se me notara tanto, me abrí una cerveza.

―Te mueres por verlo, ¿verdad? ― insistió con naturalidad mientras me empujaba por el pasillo.

            Al llegar, la morena estaba tumbada boca abajo con el torso desnudo y con una toalla tapando su trasero mientras de pie al lado de la cama Kyon se untaba las manos con aceite. Viéndonos entrar, se abstuvo de advertir a Patricia de nuestra llegada y guiñándonos un ojo comenzó a extenderlo suavemente por su espalda. Reconozco que me interesaba descubrir cómo reaccionaría esa mujer al agasajo de la sumisa y si finalmente disolvería la enemistad entre ellas a través de sus manos.

«No tiene prisa», me dije viendo como recorría con las yemas el cuello de mi prometida en busca de aliviar su tensión.

Durante unos minutos, se quedó masajeando allí sin avanzar hasta que comprobó por su respiración que la morena admitía tranquila sus mimos. Ya convencida de ello, extendió el aceite por la espalda de esa belleza para acto seguido profesionalmente cogerle un brazo y ponerse a trabajarlo empezando en el hombro hasta llegar a su mano.

«No sabía que tenía una masajista experta en casa. ¡Menuda joya!», pensé envidioso deseando ser yo el paciente.

De reojo, comprobé que no era el único al ver a Natacha con la boca abierta concentrada en lo que sucedía sobre las sábanas. Kyon rompió el silencio alertando a Patricia de que para continuar debía subírsele encima:

―Haz lo que consideres, zorra.

Sonriendo, la chinita dejó caer su vestido antes de ponerse a horcajadas sobre la morena. Desde mi posición reparé que lejos de molestarle ese insulto de alguna forma la había estimulado al ver que tenía los pezones erizados. Sin destapar sus cartas, Kyon comenzó a recorrer nuevamente el cuello de su enemiga, pero en esta ocasión al deslizarse por su espalda brevemente hizo que sus dedos se perdieran por debajo de la toalla.

―Si te molesta, puedes quitármela― todavía con tono exigente, comentó la masajeada.

―Señora, todavía no me hace falta― susurró la oriental mientras volvía al cuello frotando el lomo de mi secretaria evitando sus pechos.

La tranquilidad con la que fue repitiendo esa maniobra abarcando con cada repetición mayor extensión de la oscura piel de la mujer no evitó que me fijara que en las ultimas pasadas no solo la estaba magreando descaradamente el culo, sino que también estaban siendo objeto del masaje los pechos de Patricia.

―Para ser una sucia amarilla, tienes buenas manos― comentó con su dulzura habitual la morena.

Sin alterarse por ese menosprecio, pasó a trabajar sus piernas, pero antes de hacerlo desdobló la toalla que hasta entonces solo le cubría el culo para taparle la espalda, supongo que para que no se le enfriase. Como esa franela no era suficientemente grande, dejó al descubierto el inicio de las negras nalgas de su paciente haciéndome comprender que Patricia estaba completamente desnuda bajo la toalla.

En mi ingenuidad había supuesto que conservaba las braguitas, pero evidentemente no era así. El maravilloso culo africano de mi secretaria estaba completamente a merced de la chinita sin que Patricia no parecía preocupada. Es más, ni siquiera se ocupó de cerrar las piernas para proteger su sexo de la mirada de la sumisa sino quizás todo lo contrario. Consciente de ello, Kyon añadió aceite a sus manos antes de ponerse a relajar los gemelos de la morena.

―No me voy a espantar si masajeas mis glúteos.

Supe que algo estaba cambiando en la negrita cuando no la insultó y suavizó el tono. Que alzara el culete y casi imperceptiblemente separara las piernas al sentir las manos de la oriental subiendo por sus muslos, lo único que hizo fue ratificarlo. Kyon no tardó en darse cuenta y sonriéndome, no vio nada malo en apoderarse de sus nalgas y masajearlas mientras le decía:

―Mi señora tiene un cuerpo estupendo, no me extraña que su prometido esté loco por usted.

―¿Tú crees?― gimió oyéndola.

―Por supuesto, doña Patricia. Le he oído decir lo mucho que le apetece ser su marido.

Desde mi asiento, observé que la mentira de la oriental no era algo inocente sino premeditado cuando provocó un sollozo en la que quería casarse conmigo.

―Quiero que se dé la vuelta, pero antes voy a taparle la cara― la sumisa comentó mientras le ponía la toalla en la cabeza.

Sin negarse, la morena preguntó el motivo:

―Quiero que mi señora sueñe que son las manos de su Lucas las que la tocan.

Ese intencionado consejo nuevamente hizo que la que me había estado acosando se excitara. Prueba de ello fue que al sentir que la joven se ponía a derramar aceite empezando por su vientre hasta llegar a los pechos los cuales los dejó totalmente impregnados, sollozó:

―Lucas, tu negrita necesita tus mimos.

Para entonces, yo mismo estaba excitado y pensé en colocarme más cerca para ver mejor pero cuando ya estaba a punto de levantarme, Natacha me bajó la bragueta liberando mi pene. No pude más que agradecer que tomara mi erección entre sus dedos y se pusiera a pajearme mientras sobre la cama la chinita alababa los voluminosos senos de Patricia, acariciándolos:

―Cállate, zorrita. Estoy intentando creer que es tu amo el que me mima.

Kyon sintió como una victoria la ternura de su voz al reclamarle silencio y tomando ambos senos con sus manos, se puso a amasarlos rozando sus pezones de pasada. Prestando atención al tamaño y a la dureza, supe que había llegado el momento de que la oriental variara la naturaleza del masaje y desde mi asiento con mímica, le sugerí que se los metiera en la boca. No fue solo ella quien hizo caso al gesto y mientras la veía tomar entre sus labios las areolas de la morena, Natacha aprovechó para hundir mi hombría en su boca. Los gemidos que brotaban de mi novia acallaron los míos y por eso, quizás, no reparó en nuestra presencia.

―Lucas, amor mío, muérdeme las tetas― suspiró dominada por la lujuria.

Obedeciendo, la sumisa comenzó a darle suaves mordiscos mientras restregaba ya sin reparo su cuerpo contra el de la morena. Patricia al sentir la piel de Kyon frotándose contra ella como si la estuviese follando separó de par en par sus rodillas permitiendo con ello que la joven, con la mano llena de aceite, separara los pliegues que daban acceso a su clítoris.

―Sigue, cabrón mío. Hazme saber que soy tuya.

Concentrando la acción de sus yemas en ese negro botón, vi cómo se deslizaba por su cuerpo mientras la rusita aceleraba la mamada. Si ya de por sí era evidente su calentura, cuando notó que la boca de la oriental se acercaba a su sexo, ya desbordada, gritó:

―¡Cómete a tu negra!

Al ser esa orden de naturaleza imperativa, la joven sumisa no se pudo negar y sacando la lengua, se puso a recorrer con ella los bordes del botón que anteriormente había mimado con los dedos.

―¡Lucas no seas malo! ¡Necesito que me lo comas! ― siguiendo con la ficción que era yo quien estaba sobre ella, exclamó al sentir la cautela que mostraba.

 Con el permiso de su señora, Kyon tomó el clítoris entre sus dientes mientras introducía una de sus yemas en el interior de la morena. Al sentir ese doble estímulo, Patricia suspiró de placer y mientras se pellizcaba los pechos, le ordenó que usara la boca y no los dedos para follármela.  Cambiando los objetivos, la asiática sumergió la lengua en el coño de mi novia mientras torturaba su erecto botón con certeros pero indoloros pellizcos. Natacha tampoco se quedó corta y mientras eso ocurría sobre las sábanas, profundizó su mamada incrustándose mi pene hasta el fondo de su garganta.

-Qué ganas tengo de qué te cases conmigo y lo celebres rompiéndome el culo- la morena chilló al irse asomando el placer.

La verdad es que en ese instante ambos nos habíamos convertido en sendas ollas a presión listas para explotar y solo la casualidad hizo que yo fuera el primero en caer derramando mi simiente en la boca de la rusita, la cual se lanzó como posesa a devorar ese blanco manjar sin permitir que se desperdiciar gota alguna. Como si hubiese sido un pacto entre nosotros, Natacha acababa de beberse mi regalo cuando escuchamos los gritos de Patricia mientras sucumbía en un brutal orgasmo. Kyon aprovechó el momento para reivindicar la autoría del mismo:

-Siga disfrutando mientras su zorrita de ojos rasgados calma su sed entre los muslos de su señora.

Afortunadamente, ya íbamos por el pasillo, cuando quitándose la venda de los ojos, Patricia contestó:

-Bebe de mí o tendré que azotarte como la perra que eres.

-El trasero de esta sumisa anhela su castigo, mi dueña- sorbiendo el flujo que manaba del manantial de la morena, contestó…

Relato erótico: “Placer en el cuarto piso” (POR ESTHELA)

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Placer en el cuarto piso.

Han pasado dos semanas desde que Martin entro a mi departamento en la noche y me cogió a la fuerza. Desde entonces trato de no topármelo en las escaleras, sin embargo, a veces la suerte no es buena conmigo y cuando lo veo no cruzo ninguna palabra con él, pero puedo ver una sonrisa de triunfo en su rostro. 
Dos semanas han pasado ya. Gracias a la escuela que me mantiene ocupada he podido seguir como si nada hubiera pasado, sin embargo a veces mientras me baño y veo mi cuerpo desnudo se me vienen a la mente pequeños momentos de esa ocasión, momentos en donde sentía un poco de placer, momentos donde sin ninguna razón mi cuerpo gozaba de todas las porquerías que me hacia, momentos donde perdía la mente por completo y me dejaba llevar por unos instantes.
Era un sábado por la mañana, me desperté temprano para lavar mi ropa antes que otro vecino del edificio se me adelantara. Cuando baje al cuarto piso pude escuchar unos gritos de uno de los tres departamentos. Esto no me extrañaba ya que a veces cuando bajaba para ir a la escuela me tocaba escuchar alguna que otra discusión. Seguí mi camino sin prestar mucha atención hasta que llegue al cuarto de lavado. Metí mi ropa a una de las lavadoras y la puse andar, como tardaría un rato en lavar me regrese a mi departamento. Cuando estaba apunto de llegar al cuarto piso pude ver como la pareja estaba discutiendo en el pasillo y cuando la mujer, que al parecer era la esposa, me vio, tomo una maleta y bajo las escaleras sin decir ninguna otra palabra. Por otra parte su esposo, un hombre algo mayor, con un poco de sobrepeso, canusco y un físico poco atractivo se quedo mirándome detenidamente. Como si nada hubiera pasado seguí mi camino hasta llegar a mi departamento.
Después de desayunar y haber limpiado un poco baje al cuarto de lavado por mi ropa, al llegar pude ver al vecino de la discusión de esta mañana sentado leyendo el diario y al lado de el un cesto con ropa. Cuando me vio entrar dejo de leer y me miro por unos momentos antes de decir:
–Disculpa por lo de esta mañana muchacha, que pena que nos vieras discutiendo en el pasillo. –Descuide no hay problema –le conteste
–Mi nombre es Alberto, tengo un placer.
–Yo si Esthela –le conteste.
–Oh ya veo, eres la chica que vive en el departamento del 69 verdad –me dijo
–Si soy yo –le conteste mientras sacaba rápido mi ropa de una de las lavadorasDe pronto Alberto se puso de pie y comenzó a acercarse hacia mí, de pronto se agacho cerca de mi y cuando creí que estaba apunto de hacerme algo me dijo:
-Toma se te cayó esto Esthela. Cuando mire lo que me estaba dando, vi que era una de mis tangas negras con encajes, le respondí con un gracia Y rápidamente me puse de pie y regrese a mi depa lo mas rápido posible.
La mañana transcurrió muy bien, limpie todo el desorden que tenia y tendí mi ropa en la azotea del edificio. Ya por eso de las doce del medio día, subí a quitar mi ropa y ahí se encontraba Alberto haciendo lo mismo. Cuando me vio me saludo de nuevo y comenzó a platicar conmigo. Me conto que trabajaba como camarógrafo, que tenia 48 años, que le gustaba el futbol, en fin, varias cosas, yo solo me limitaba a escucharlo. Hasta que de pronto me dijo:–Esthela, sé que no nos conocemos muy bien, pero, sino es mucha molestia, podrías preparar un poco de comida para mi. Yo no soy bueno en la cocina, de eso se encarga mi esposa, pero… ya viste lo de esta mañana…
-La verdad no se si pueda… tengo cosas que hacer ahorita –le conteste, pero aun así no dejaba de insistir.
–Por favor Esthelita, no seas malita, ayuda a este pobre viejo… -Ok, esta bien, nomas dejo mi ropa y voy a su departamento.
Baje a mi depa y deje mi ropa en la cama, cerré con llave y baje a su departamento, al llegar toque la puerta y me invito a pasar. Lo primero que note fue todo el desorden; latas de soda y cerveza tiradas en el suelo, bolsas de frituras y otras golosinas en la mesa o regadas en el piso, ahora entendí porque discutían tanto.
–Disculpa el desorden Esthelita, mi esposa no limpio antes de irse. Pero pasa a la cocina y ve que puedes hacer.
Sentí un poco de lastima por su esposa pero al menos ya había tomado una buena decisión al irse. Mire lo que había en el refrigerador y a pesar de que la mitad del refrigerador estaba lleno de cervezas pude encontrar lo necesario para hacer una comida decente.
Mientras preparaba la comida, Alberto se puso a limpiar. Después de una hora terminamos al mismo tiempo y nos sentamos a comer. Estuvimos platicando otro buen rato y ahora me toco hablar a mí: Le conteste puras preguntas que el me hacia: que estudiaba, que era de otra ciudad, que no tenia novio, etc.
De pronto sonó mi celular, era una de mis amigas, hablaba para invitarme a salir. Platicamos un poco y nos pusimos de acuerdo para la hora, colgamos y le dije a Alberto que me tenía que retirar, me dio las gracias por la comida y me acompaño a la puerta.
Cuando salí, pude notar que me metió algo en la bolsa de atrás de mi pantalón. Cuando me voltie me dijo con una sonrisa, esto es para que te diviertas esta noche y sin decir mas cerro la puerta. Cuando llegue a mi depa saque rápido lo que me había metido, era un condón envuelto en un billete. Me dio risa el detalle del preservativo pero el dinero lo acepte bien.
En el tiempo que faltaba para la hora acordada me puse a alistar mi ropa, había decidido usar una blusa azul con rayas, acompañada de una mini falda negra y unas zapatillas negras. De la ropa que había dejado en mi cama saque un brasier azul y mi tanguita negra de la mañana. Me metí a bañar y cuando salí del baño comencé a cambiarme. A las 8:30 pasaron por mí y fuimos a pasear, bailar y cenar.
Después de pasarla muy bien fui la primera a la que dejaron, eran alrededor de las dos de la madrugada cuando llegue al edificio donde vivía, desgraciadamente alguien había cerrado con llave la puerta del edificio y para rematar no tenia llave. Sin embargo, a los 10 minutos de no saber que hacer llego un carro, del cual se bajo Alberto. Cuando llego hasta donde estaba me miro y me pregunto: -Preciosa, que haces aquí sola a estas horas

–Hola, me quede afuera, la puerta esta cerrada y no tengo llave.
–Pues que mal, pero estas de suerte por que yo si tengo la llave –me dijo y sin más la abrió y pudimos pasar.
Mientras subíamos las escaleras me pregunto como me había ido, que si utilice el regalo que me había dado, a lo cual le conteste que solo el dinero. Cuando llegamos al piso donde él vivía me invito a pasar y acompañarlo con unos tragos, sin embargo no me gustaba mucho la idea
–Vamos Esthela, unos tragos y ya, te gusta el tequila, la cerveza…
–Ok, esta bien –De mala gana acepte, pero solo porque se me antojo un poco de tequila.
Me senté el la barra y sirvió dos shoot de tequila, le di un trago pequeño mientras Alberto se lo tomo de un trago.
–Vamos Esthela, tómatelo de golpe
–no me los tomo de golpe.
–Anda preciosa, yo creí que sabias tomar –me dijo. Y como no queriendo, me tome de golpe lo que me quedaba.
La sensación fue un poco amarga y Alberto se burlo por la mueca que hice. –Vez no pasa nada mamita… Anda tomate otro junto conmigo. –Me dijo mientras me serbia otro shoot. –a la cuenta de 3. 1… 2… 3. –y sin mas me pase otro shot completo.
Cuando sentí lo caliente del tequila en mi garganta comencé a marearme, pero trate de disimular un poco, sin embargo, Alberto se dio cuenta cuando me puse de pie ya que por poco me caigo.
–Apoco ya te mareaste Esthelita, que poco aguantaste –me dijo. Me tomo del brazo y me sentó en el sillón.
–lo siento, es que ya había tomado un poco de cerveza con mis amigas. –le conteste.
Cerré mis ojos por que la luz de la sala me molestaba. Alberto se sentó enfrente de mí y escuchaba hablaba pero no entendía muy bien lo que decía. Me quede un buen rato sentada con los ojos cerrados y de pronto sentí que Alberto se sentó a un lado de mi. No decía nada, solo se sentó a un lado de mí.
De pronto sentí que puso su mano en mis muslos y comenzó a acariciarlos lentamente, pegue un leve grito cuando lo sentí y quise abrir los ojos pero la luz me lo impedía. –Pero que esta haciendo –le grite –Shhh preciosa, solo déjate llevar –me decía mientras deslizaba su mano por debajo de mi minifalda.
Inmediatamente volvieron a mi mente los momentos que tuve con Martin hace dos semanas, ocasionando que sudara frio. Alberto acerco su boca a mi cara y comenzó a decir
–Vamos Esthelita, eres la chica del 69, acaso ¿no sabes cual es tu misión?
-¿Qué misión? ¿De que estas hablando? Le pregunte asustada.
–Parece que Martin nada mas se dedico a cogerte y no te explico nada.
-¿Martin? ¿Cómo sabes que…? –Estaba a punto de terminar mi pregunta cuando de pronto sentí los dedos de Alberto en mi conchita. Por instinto o por susto abrí mis piernas, situación que fue aprovechada por Alberto para continuar tocándome.
Sentada en el sillón y con sus dedos tocando mi conchita por encima de mi tanguita, hice un esfuerzo para ponerme de pie, pero Alberto me lo impedía. Con su otra mano puesta en mi pierna impedía que me levantara del sillón.
–parece que este es mi día de suerte, mi esposa se fue, conocí a la que será la nueva putita del edificio y por si fuera poco seré el segundo de todos en cogérsela. Me la pusiste muy fácil Esthela, cuando cruzaste la puerta de mi departamento hace unos momentos supe que no saldrías de aquí sin antes haberte pegado una buena cogida.
–Eres un desgraciado, como te a través a… -y de pronto sentí sus labios en los míos y pude sentir el asqueroso aliento alcohólico de Alberto. Trataba de quitármelo de encima pero me sujeto con su mano el rostro para impedírmelo. Fue el beso mas asqueroso que había tenido y me pareció eterno. De pronto Alberto me tomo con sus manos la cabeza y comenzó a movérmela. Cuando dejo de movérmela, me soltó y me dijo;
–Te quieres ir, intenta salir. –Sin pensarla dos veces me puse de pie pero sentía que todo me daba vueltas, cuando quise caminar tropecé con la mesa de la sala y caí al suelo. Escuche las carcajadas de Alberto y de pronto sentí que me levantaba y me llevaba a algún lado.
De pronto me soltó y caí en lo que parecía una cama, al parecer estaba oscuro así que abrí los ojos, pero no podía ver nada. Trate de incorporarme pero no podía por que aun me sentía muy mareada y sentía que todo me daba vueltas. Comencé a sentir que Alberto me quitaba los tacones. Después de haber logrado quitármelos comencé a sentir como sus manos masajeaban mis piernas y estas se perdían por dentro de mi vestido. Comencé a gritar pero recordé que la última vez que me paso algo similar no había funcionado.

-¿Que es lo que quiere? ¿Por favor déjeme en paz? –le decía entre sollozos.
–Vamos Esthelita, no te pongas así, deberías de disfrutar el momento, de que sirve que te pongas triste, igual te voy a coger. Mejor déjate querer y disfruta de la cogida que te voy a dar.
Y dicho eso me saco la tanguita rápidamente, mi minifalda le costó un poco sacármela pero igual lo logro y mi blusa y me brasier no fueron muy difíciles tampoco. Sus palabras resonaron en mi mente y al no tener otra alternativa deje de pelear. No le tomo ni dos minutos en dejarme completamente desnuda. Sin perder tiempo se fue directo a mi conchita y comenzó a chupármela salvajemente.
Me quede completamente quieta, sintiendo como su lengua húmeda recorría cada parte de mi rajita. Me tomo de mis pompis y comenzó a apretármelas con sus manos hasta el punto de encajarme sus uñas. -NNH… AHH… -exclame. Mientras Alberto seguía muy ocupado con mi conchita. Sin embargo después de probarla suficiente se incorporo y prendió la luz del cuarto. Pude notar que estaba desvistiéndose porque podía ver un poco, pero aun asi la luz me molestaba así que mejor decidí no abrirlos y quedarme quieta hasta que la apagara de nuevo.
–mmmm!! Que rica te vez desnudita Esthelita… Tu piel clara brilla con la luz… mmmm… que deliciosa te vez!! Que ricas tetas tienes, redonditas y sabrosas, tus piernitas, delgaditas y bien formadas, mmmm… me encanta tocarlas –Me decía mientras me las sobaba con sus manos…
-Me encantas amor, desde que te vi esta mañana en el lavado, con ese pelo enchinado me mataste preciosa, deseaba cogerte ahí mismo, encima del lavado… Pero ahora te tengo en mi cama y te voy a pegar la mejor cogida de tu vida.
Sin decir más se puso encima de mí y comenzó a chuparme los pechos. Lo hacia lentamente, de tal forma que pudiera sentir lo suficientemente bien su lengua en mis pezones.
–AHH… NNH… -gemía mientras lo hacia. Al escucharme comenzó a apretarme con su mano mi otro pechito y de vez en cuando me pellizcaba el pezón. Comencé a excitarme de inmediato, pero no quería que se diera cuenta. Quería por lo menos hacer que batallase, pero fue inútil, al poco tiempo llevo sus dedos a mi conchita y pudo notar lo húmeda que estaba.
–Así que ya estas caliente mi amor, ufff… que putita eres y mira que apenas te probé la rajita y saboree tus tetas. –Pero lo que no sabía es que empezó por lo que considero mis puntos débiles. Al igual que con Martin, me puse húmeda cuando me hizo lo mismo que Alberto.
Volvió a sumergir su cara en mi entrepierna y con su lengua empezó a extraer los líquidos que había producido y a calentarme más.
–ahhh!!! Están deliciosos amor… tus juguitos estas muy sabrosos… más sabrosos que los de mi esposa… mmm… –Y siguió chupando mi conchita.
-HAH!… AHN… basta… por favor… bast…a… me… estas… ma…tand…o. –le decía mientras ponía mis manos en su cabeza. Pero Alberto no me hacia caso, al contrario siguió chupando mas rápido y fuerte hasta que por fin comencé a correrme.
–AHHHH…NH HN!!  -sentía como la lengua de Alberto se movía mas rápido dentro de mi y extraía todo el flujo que había producido.
Cuando por fin me paso el orgasmo me quede muy quieta respirando, de pronto Alberto dejo de chupar mi sexo y me dijo.
–Eres una chica súper fácil de complacer. Pero que tan buenas eres complaciendo. –me pregunto. Y acto seguido se acostó a un lado de mí y me dijo.
–Te toca chupármela. –No captaba lo que me decía “chupársela a él” pero como… –Anda preciosa, solo mira como esta, necesita un poco de diversión… mire hacia donde me decía y pude ver su verga. Flácida pero larga. –Anda corazón, hazme feliz, hazme sentir lo que yo te hice sentir hacer unos momentos.
No sabia que hacer, tenia miedo de hacer lo que me pedía, no quería hacerlo, me sentiría como una puta si lo hacia.

–anda Esthela, te estoy esperando. –me grito. Y sin pensarla dos veces me baje de la cama y me puse de pie. Lo mire a los ojos y después mire a la puerta. Camine hacia ella y cuando estaba apunto de llegar Alberto me dijo.
–si te quieres ir será inútil, la puerta solo yo la se abrir. –Pero yo no iba hacia la puerta, toque el interruptor y las luces se apagaron. Volví lentamente hacia la cama y cuando por fin me subí a ella comencé a buscar con mis manos el pedazo de Alberto. Cuando por fin lo toque me hinque cerca, me puse un mechón de pelo que me estorbaba por detrás de la oreja y lentamente fui bajando mi cabeza hasta que mis labios tocaron la punta de su verga.
El corazón me latía muy rápido, cerré mis ojos y lentamente fui metiendo su pene en mi boca. Un gemido por parte de Alberto me indico que le gusto la sensación de tener su verga dentro de mi boquita, lentamente y como no queriendo la cosa comencé a meterlo y a sacarlo lentamente. De vez en cuando recorría con mi lengua toda la punta, ocasionando que Alberto temblara levemente.
Por algún motivo que no conocía, una parte de mi le gustaban esos temblores que le ocasionaba a Alberto. Y con cada temblor, seguía chupándosela mas rápido. De pronto escuche un ruido y abrí los ojos. No podía mirar la cara de Alberto pero podía ver un punto rojo que se movía enfrente de mí. Sin dejar de chupar seguía mirando fijamente ese punto rojo que no sabia que era hasta que decidí seguir con lo mio.
Poco a poco la verga de Alberto fue perdiendo flacidez y comenzó a ponerse muy dura. Comencé a chupársela mas rápido, parecía como si estuviera poseída y de pronto Alberto me tomo de la cara y me saco su pedazo de la boca. Escuchaba como su respiración muy agitada y de pronto me recostó en la cama, me tomo de las piernas y me dijo.
–Hiciste un buen trabajo con tu boquita, déjame recompensarte. –Y sin decir más me metió su verga por mi conchita. Por lo mojada que estaba su verga entro de inmediato. Estando recostada boca arriba Alberto comenzó a penetrarme en una posición que me dijo se llamaba el misionero.
El ritmo que llevaba Alberto no era conciso, cambiaba de lento a rápido y viceversa, lo cual ocasionaba que no me acostumbrara a la situación, sin embargo, a los minutos eso ya no importaba, puesto que comencé a excitarme demasiado. Escuchaba como Alberto bufaba. –Ahh… sii… eso… que rica tu concha… ummmm… es perfecta… me decía mientras me cogía. Estaba súper excitada, me dolían los pezones de lo excitada que estaba y pronto comencé a gemir. –AHH… NH AH AH Alberto se dio cuenta de mi situación y comenzó a darme mas duro. Cuando estaba apunto de alcanzar un segundo orgasmo, Alberto dejo de cogerme y se recostó a un lado de mí tratando de tomar aire. –vaya… me canse… eres difícil de complacer… ufff… ahhh…

Después de un tiempo Alberto seguía sin pronunciar ninguna otra palabra. Cuando por fin creí que ya todo había acabado y ya podía irme a mi casa Alberto se puso de pie y prendió la luz. Cuando lo hizo la luz me lastimo los ojos y los cerré de inmediato. Cuando por fin pude ver mire a Alberto desnudo acomodando unos objetos. Cuando se dio la vuelta pude ver el tamaño de lo que hace unos momentos tenia dentro de mi boca. Quede sorprendía y asustada por el tamaño de su sexo. Pronto volvió a la cama y me ordeno ponerme en cuatro. Pero no quería obedecer, ya quería terminar todo esto e irme a mi departamento, pero al ver que no le hacia caso me tomo del pelo haciendo que por instinto me pusiera en la posición que el deseaba. –Que es lo que quieres ahora –le pregunte temerosa. –Ahora Esthela, vamos a probar tu culito. Me contesto mientras me acariciaba los pompis. –Según Martin, tu culito aun esta sin estrenar, así que vamos a estrenarlo.
De pronto sentí que metía sus dedos en mi rajita y los movía en círculos, instantáneamente sentí que mis piernas perdían fuerza y por un instante pude ver como sus dedos estaban empapados de mis juguitos. Después de eso, los llevo hasta la entrada de mi culito y uno por uno me los metió. Sentí un espasmo intenso acompañado de un dolor agudo.
–Vaya, si que lo tienes apretadito Esthelita, pero con la ayuda de tus juguitos me pedazo entrara fácilmente.
–Espere por favor, no siga, me duele… por favor… y sin hacerme caso puso su mano en mis pompis y lentamente me fue penetrando. Mientras lo hacia ahogue un grito en el colchón de la cama. Alberto me tomo de las caderas y lentamente fue penetrándome. Después de lo que parecía una eternidad de dolor por fin me acostumbre a tener su verga en mi culito, pero para entonces estaba exhausta.
De pronto sentí que sacaba su verga y con sus manos me abría los pompis, sentí su peso en mis piernas, como si se sentara encima de mí y enseguida pude sentir como me la metía por mi conchita. Puso sus dos en mis pompis y lentamente empezó con el mete y saca. Me sentía agradecida de que no siguiera por mi culito pero ahora no me quedaba de otra más que dejarme llevar.
Dejo de sobarme los pompis y puso sus manos a un lado de mí para apoyarse en la cama y poderse acomodar. Yo mientras, me encontraba recostada boca abajo, casi en la orilla de la cama y concentrando todo mi peso en mis brazos con la cabeza ligeramente arriba. Alberto volvió a sentarse encima de mis muslos y puso su mano en la parte baja de mi nuca. Comenzó a cogerme lentamente. Después sentí como con su boca me mordía el cuello y de pronto me tiraba el cabello hacia enfrente.
–AHH…MMM… gemía. Y de pronto comenzó a tirar de mi cabello.
–AHHHH…NH HN!! … MMMM -decía mientras aumentaba la velocidad.
Sin aviso alguno comenzó a embestirme muy fuerte y rápido, ocasionando que me empezara a excitar.
– AHH AHH… AHH… MMMM…-gemía con cada embestida que me daba.
De pronto el peso de Alberto ocasiono que quedara completamente recostada en la cama y mi cabeza quedara colgando de la cama. Trataba de levantarme pero Alberto pesaba demasiado y con sus embestidas menos podía.
–NHH NHH NHH AHH.. Hasta que Alberto paro de inmediato.
Veo que te esta gustando, putita… tus gemidos son la provocación que necesito para seguir dándote mas fuerte. Pero al ver que no le respondía comenzó de nuevo. FAP, FAP, FAP… se escuchaba, al momento que Alberto me cogía.
–MMMM… AH… NH… -eso es preciosa, gime, muéstrame que te gusta la forma en que te cojo. Sentía el golpe de sus embestidas en mis pompis y como estas temblaban cada ve que su pelvis chocaba con ellas. –NHH AHH… NNHH UMMMM… Una vez mas Alberto dejo de embestirme y de pronto sentí como su lengua se introducía en mi conchita. Sentí unos espasmos deliciosos y como estos recorrían mi espalda.
Me quede quieta sintiendo todo ese placer y deje que mi cabeza colgara de la cama. Un momento después Alberto continuo de la misma forma que le principio.
–Estas bien rica putita… que rico te estoy cogiendo… tenia años sin coger tan rico… ni con mi esposa había cogido así de rico… ummmm… eres la mejor nena que se a hospedado en el 69 hasta ahora. –y sin decir mas comenzó el mete y saca.
La excitación comenzó a apoderarse de mi cuando Alberto comenzó a darme muy rápido. –UMMM… AH… AH UJUM… UMMM… AH AH-mientras gemía, Alberto me tomo del cabello y jalo de él, se recostó encima de mi espalda y siguió con lo suyo. Sentía como si me estuviera montando y mi cabello fueran las riendas con las que me controlaba.
De pronto escuche un gran gemido por parte de Alberto y sentí como algo caliente me llenaba por dentro. Alberto se estaba corriendo dentro de mí, sentía como su verga disparaba chorros de semen y estos chocaban con las paredes de mi conchita. De pronto Alberto se salió dentro de mi y me giro de tal forma que quedara boca arriba. En un instante chorros de semen comenzaron a caer en mi cara y mis pechos.
–si eso preciosa, siente la lechita caliente que te estoy dando… ummmm sii que rico, ver tu carita llena de mocos… ummmm. –al cabo de unos segundos Alberto se tranquilizo y se recostó a un lado de mi. Yo por otro lado tenía mi carita y mis pechos llenos de semen.
Al cabo de un rato Alberto se quedo dormido y fue cuando aproveche para salir de su departamento. Al ver que no se escuchaba ningún ruido en el edificio, tome mi ropa y subí al quinto piso desnuda, debido a que el cuarto y el quinto piso no tienen luz en los pasillos. Abrí la puerta de mi departamento y me metí enseguida cerrando con seguro de inmediato. Tire la ropa en la sala y me fui directo a la bañera a quitarme todo el semen que Alberto descargo en mi.

 
 

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Relato erótico: “Mi madre y el negro II: Asimilación” (POR XELLA)

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Daba vueltas de un lado a otro. No podía dormir.
Aun era de día y la luz se filtraba por las rendijas de las persianas, pero no era eso lo que la impedía dormir.
“Ven aquí, puta. Ya tienes la merienda preparada. Una buena ración de leche.”
Oía la voz de Frank en su cabeza, y veía la imagen de su madre, arrodillada ante su enorme polla, esperando su “merienda”.
¿Como había podido pasar eso? Ni en sus peores pesadillas se habría podido imaginar algo así. ¿Su madre estaba loca? Y encima con ese… ese…
La imagen de la enorme polla del chico, justo antes de penetrar a su madre la asaltó y un escalofrío la recorrió de arriba a abajo. El contraste de aquel enorme falo negro y la pálida piel de su madre se le había quedado grabado a fuego en las retinas. Recordó como antes de ver quien era en realidad la “zorrita” la escena la había calentado, incluso se había comenzado a tocar… Incluso ahora, notaba como movía inconscientemente sus muslos, intentando aplacar las sensaciones que la invadían.
Se sentía horrible. ¿Como podía calentarla eso? Así era imposible dormir. Se levantó y fue directa a su móvil.
– Hola. Se que es algo repentino pero… Tengo que hablar contigo.
—————–
Todavía faltaban 10 minutos para que llegase pero no había podido esperar, las paredes de su habitación la aprisionaban y no podía quitarse lo que había visto de la cabeza. Ni eso ni la calentura que la abordaba.
Muchas veces había pensado en hacer lo que estaba haciendo en ese momento pero siempre se echaba atrás. Cuando alguien toma una decisión, debe atenerse a las consecuencias. A todas.
Vio como el coche se acercaba y sentimientos enfrentados abordaron su mente.
– Hola Alicia.
– Hola, Gonzalo.
Fue extraño darle dos besos a su ex. No se veían desde que Alicia le había dejado.
– ¿Que tal estás? – Preguntó el chico. – Parecías preocupada cuando me llamaste.
– No es nada. – Alicia apartó la mirada, todavía no estaba convencida de estar haciendo lo correcto. – Sólo… Tenía ganas de verte… ¿Quieres que cenemos algo?
– Esta bien, yo invito.
Se dirigieron a un restaurante cercano. No había mucha mas gente en el sitio.
– ¿Que tal te va todo? No se nada de ti desde… – Alicia no acabó la frase. “Desde que te dejé tirado” era lo único que venia a su cabeza.
– No te voy a mentir, al principio lo pasé muy mal… – La chica notaba el resentimiento en las palabras de Gonzalo. La hizo sentir muy culpable. – Pero después lo superé. Ahora estoy con otra persona. Se llama Rebeca. Me ayudó mucho.
Alicia no se esperaba eso, fue un duro golpe, creía que iba a seguir sólo, al igual que ella. Que tonta había sido, era un chico magnifico, ¿Como iba a seguir sólo?
 
– Me alegro. – Se obligó a decir. – Quería verte para ver si podíamos ser amigos al menos. Has sido una parte importante de mi vida y no querría perderte. – Alargó la mano y acarició suavemente la del chico. Éste, después de un momento de duda, la retiró.
– Alicia…
– Lo siento… No quería incomodarte…
La cena transcurrió entre comentarios anodinos  e intrascendentes. Alicia había pensado en volver a intentar algo con Gonzalo, pero ya no estaba libre, así que se tragó su orgullo y puso su mejor cara ante él. Debería buscar otra manera de aplacar su libido.
– Me alegra que podamos ser amigos al menos. – Dijo el chico. – Realmente lo he pasado muy mal pero, te echaba de menos. – Una sonrisa afloró en la cara de Alicia. A lo mejor… – Me gustaría que conocieras a Rebeca, seguro que os caeis bien.
Un jarro de agua fría cayó sobre la chica, le había malinterpretado. La idea de conocer a su novia era lo mas lejano a pasar un rato agradable que se le pudiese pasar por la mente.
– Voy al servicio y te llevo a casa, ¿De acuerdo?
La chica asintió mientras veía como se alejaba, maldiciendose por lo estupida que había sido.
 “Ya tienes la merienda”
Se estremeció. Las imágenes volvían a su mente después de la decepción de la cena. Tenia que hacerlo, era ahora o nunca.
– Pero, ¿Que…? – Exclamó Gonzalo. No le había dado tiempo ni a subirse la bragueta.
Alicia irrumpió en el baño de hombres y, asegurándose de que estaba vacío se abalanzó sobre su ex, comiéndole la boca.
– ¡Alicia! ¿Que estás haciendo? No podemos…
– ¡Calla! No me digas que tú no lo deseas. – Su mano se dirigió rauda al rabo del chico, agarrándolo con firmeza y notando como se ponía duro enseguida.
– Pero yo… ¡No puedo! Rebeca…
– Olvídate de ella, aunque sea por un instante. No tiene por que enterarse de nada, no hay nadie más por aquí. – Alicia, que recordaba cuanto le gustaba eso, comenzó a recorrer con su lengua la oreja de Gonzalo mientras le susurraba. – Hazme tuya una vez más, por los viejos tiempos.
El chico estaba confuso. Confuso y cachondo. Realmente había soñado durante mucho tiempo con la posibilidad de estar de nuevo con Alicia, pero nunca se lo había imaginado de esa forma…
La chica bajó de golpe los pantalones y los calzoncillos y se arrodilló ante el miembro del chico. Cuando lo tuvo entre las manos, soltó un pequeño gemido de placer, estaba realmente caliente y por fin tenia una polla que la saciara, aunque…
La imagen de la enorme polla de Frank antes de penetrar a su madre volvió a ella. A su lado, la de Gonzalo parecía un juguete…
Desechó esos pensamientos y comenzó a lamer el rabo que tenía delante, lentamente, disfrutando del olor y el sabor que casi tenia olvidado.
Se entretuvo jugando con el glande, arrancando suspiros de la boca de Gonzalo.
– Oh, Dios… Estás loca… – Decía éste. – ¿Como hemos llegado a est… ¡Ah!
Un pequeño mordisco le hizo dar un gritito, él entendió la advertencia: No continúes por ahí.
Engulló la polla de golpe, manteniéndola en el fondo de su garganta unos segundos, paró para coger aire y vuelta a empezar. Las manos de Gonzalo se situaron en la nuca de su ex, acompañando con ellas sus movimientos.
– Alicia… Si sigues así… Bufff…
La chica se levantó, agarró a Gonzalo de la pechera y le sentó sobre un retrete. Se quitó el top que llevaba, arrojándolo a un lado, levantó su falda y se quitó el tanga, que quedó enganchado en uno de los tobillos solamente.
Se sentó a horcajadas, introduciéndose la polla de golpe. Estaba tan empapada que no le costó nada hacerlo.
Sus tetas estaban a la altura de la boca de Gonzalo, que no dudo en bajar el sujetador y empezar a lamer los erectos pezones de la chica.
Un incauto cliente del restaurante entró en el servicio. Se quedó anonadado cuando vio a la chica cabalgando como si no hubiera un mañana.
– P-Perdon… – Se excusó, saliendo de nuevo.
Esto no interrumpió a los fogosos amantes que siguieron con su faena.
– Oh dios… Alicia..
– Aquí me tienes… Fóllame… Haz que me corra…
El chico estaba a 100, aunque el sexo con Rebeca era genial, Alicia…
– ¡Me voy! ¡Alicia!
La chica rápidamente desmontó y se arrodilló entre las piernas de su ex.
– ¿Que haces? – Preguntó este. Alicia nunca había hecho nada parecido, se la había chupado, pero nunca después de follar, y mucho menos con esa cara de vicio. – ¿No iras a…?
La chica le masturbaba con vehemencia, con el glande metido en su boca y mirándole con ojos de deseo. Ante esa imagen, Gonzalo no pudo mas que correrse de inmediato.
 
Alicia recibió el semen de su ex por primera vez.  ¿Que coño estaba haciendo? ¿Por que se había comportado así? No parecía ella, pero estaba tan caliente… 
“Tu también has tomado tu merienda…”
La imagen de su madre arrodillada acudió a su mente. Rápidamente escupió la corrida de Gonzalo a un lado y se levantó.
– Yo… Yo… Esto está mal… – Balbuceó.
– No… Realmente había estado esperándolo mucho tiempo… Yo… – Gonzalo la miraba a los ojos. – Te quiero, Alicia. Volvamos a intentarlo.
Alicia entró en un estado de pánico. ¿Por que había llamado a Gonzalo? Se vistió apresuradamente y salio murmurando una disculpa.
Tuvo que volver en metro. Notaba las miradas de la gente sobre ella aunque, suponía, sólo eran imaginaciones suyas.
Lo único que estaba claro es que era una imbécil. Había actuado de manera impetuosa y había hecho una estupidez. Eso y que todavía seguía caliente…
No sabía por qué, el sexo con Gonzalo siempre había sido muy satisfactorio… Pero… Esta vez se había quedado a medias…
Llegó a su casa y volvió a subir a su habitación sin dirigirle la palabra a nadie. Se arrebuñó entre las sabanas y se echó a llorar.
“¿Por que me está pasando esto?” Alicia no lo entendía. Solo tenia clara una cosa: Todo había sido por culpa de Frank. El haberse encontrado a ese hijo de puta con su madre había dinamitado su mente. ¿Como se atrevía? ¡Era su madre!
Todavía veía a aquel cabrón ante ella. “Toma tu merienda, zorrita.”
¿Por que su madre había caído tan bajo?
No se dio cuenta de lo que estaba pasando hasta que los gemidos se escapaban sonoramente de su boca. Entonces reaccionó y vio que estaba masturbándose. Necesitaba correrse, necesitaba desahogarse. Abrió el cajón de la mesilla. Ahí estaba.
Manolo.
Cogió el vibrador rosa que le había dado su hermana. Rápidamente lo dirigió hacia su coño y, de un solo empujón lo introdujo hasta el fondo. Se encogió al sentirse penetrada de aquella extraña manera por primera vez pero, en pocos segundos, se tumbó boca arriba y se abrió completamente de piernas. Nunca había pensado que un simple trozo de plástico le podría dar tanto placer. Su hermana era mas lista de lo que pensaba…
Entonces se acordó de algo. Buscó un poco con sus dedos hasta encontrarlo y pulso el botón que conectaba la vibración.
– Mmmmmpppfpfff.
Intentó ahogar el gemido que salió de su boca, pero tuvo que ponerse boca abajo y morder la almohada para no despertar a toda la casa. Aquél aparato era maravilloso. La vibración la recorría entera desde lo mas hondo de sus entrañas.
Una pequeña idea apareció en su mente de manera inesperada, sin que ella lo buscase, al menos de forma consciente. Comenzó a pensar que Manolo no era de color rosa, si no que era negro. Negro y enorme. Llevó una mano a sus pezones y comenzó a pellizcar los mientras pensaba como una enorme tranca negra la follaba desde atrás. Podía notar los huevos golpeando contra su coño, las manos de su amante agarrando sus caderas, usándolas para meter su rabo mas adentro en cada embestida.
“Aquí tienes tu merienda, zorrita” Oyó en su cabeza la voz de Frank mientras su cuerpo estallaba en un tremendo orgasmo. Alicia se retorcía en estertores de placer mientras intentaba o impedir que loa gemidos escapasen de su boca y despertasen a todo el vecindario.
Se mantuvo unos minutos en la misma posición, con el vibrador todavía encendido entre sus manos temblorosas hasta que algo la sobresaltó: le dio la impresión de que l puerta se había movido. Un ligero e imperceptible crujido y, con el rabillo del ojo, le pareció haber visto una sombra alejarse. 
¿La habían visto?
El rubor acudió a su cara mientras apagaba y guardaba a Manolo. ¿Su madre? ¿Su hermana? … ¿Frank? 
No… No podía ser él… No se habría quedado a dormir… Aunque a lo mejor… Se había quedado con su madre…
Incluso con esos pensamientos en la cabeza se durmió rápidamente.
Había sido un día agotador.
 
 
 
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Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 18. Primera Misión.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 18: Primera misión.

El dossier no decía mucho de la mujer. Se llamaba Francesca Lobato y cantaba en un sórdido club de las afueras. No tenía antecedentes de arrestos, pero el club en el que trabajaba era famoso por ser un lugar de encuentro de las mafias chinas.

Los servicios secretos habían puesto el club bajo vigilancia, y sospechaban que usaban a las mujeres como correo para pasar secretos industriales y militares, el problema es que eran extremadamente cautos y no sabían exactamente como lo hacían, ni cual era la mujer que lo hacía.

Tras unos meses de vigilancia habían restringido las sospechosas a cuatro mujeres. Una de ellas era especialmente prometedora. A principios de mes, nunca el mismo día, la mujer llegaba al trabajo con un bolso especialmente grande y salía a la hora del cierre con el bolso más abultado de lo normal.

Su misión era seducir a la mujer y hurgar en el contenido del bolso hasta encontrar el material, fotografiarlo y dejarlo todo en su sitio para detenerla posteriormente en caso de que resultase ser lo que esperaban.

Revisó el resto de las hojas del informe. Estaba claro que habían hecho un extenso trabajo de documentación, aunque curiosamente, la mayoría de la información era bastante reciente, no había apenas nada que tuviese más de cinco años de antigüedad.

Observó de nuevo la foto y se preguntó que ocultaban esos ojos grandes enmarcados por unas pestañas largas y rizadas. ¿Por qué no había datos anteriores? ¿Cómo haría para acercarse a ella?

Se acostó en la cama mirando al techo pensativo. Era su primera misión y no quería cagarla. Aunque dudaba mucho que aquello mejorase su estado de ánimo, estaba dispuesto a cumplir las misiones que le encomendasen. Al menos no tenía que matar a nadie, no quería empezar su nueva vida como había terminado al anterior.

Se acercó al teléfono y estuvo tentado de llamar a sus madres, pero no se sentía con fuerzas para enfrentarse de nuevo a ellas. Volvió a colgar el aparato y se quedó mirando al techo, con la mente en blanco, hasta que se quedo dormido.

Aquel garito era bastante más acogedor por dentro de lo que parecía por fuera. La iluminación era suave y la música disco de los ochenta y noventa no estaba demasiado alta, solo lo suficiente para que las bailarinas semidesnudas que se agarraban a las barras, contorsionando sus cuerpos, pudiesen seguir el ritmo.

Entre el público había bastantes individuos de aspecto oriental que veían evolucionar a las mujeres con lujuria y esperaban ganarse su favor a base de introducir billetes entre las tiras de sus tangas.

Hércules se dirigió a la barra, pidió un Glennfidich con hielo y acodado en ella esperó a que Francesca saliese al escenario que ocupaba el fondo del establecimiento.

Antes de su actuación tuvo que fingir interés en una torpe imitación del baile de Flashdance por parte de una rubia cuya enorme pechuga estaba más dotada para usar los pechos como los flotadores de un hidroavión que para realizar los relativamente complicados pasos de un baile moderno. Todo quedó compensado cuando el agua cayó sobre la mujer haciendo que la camiseta revelase el tamaño real de los pechos y erizase unos pezones de tamaño titánico.

Cuando se hubieron apagado los silbidos y los aplausos, la mujer se retiró dejando que un operario recogiese el agua del suelo con una fregona.

Pidió otra copa mientras observaba como el hombre dejaba la fregona y cogiendo un micrófono presentaba a Francesca. Después de describirla como la heredera de Sade y ensalzar su belleza se retiró para dejar paso a la mujer que aparecía en ese momento en el escenario.

Llevaba un vestido rojo de lentejuelas cruzado en la cintura con un escote en v estrecho y profundo. La falda era larga y tenía una raja en el lado derecho que le llegaba casi hasta la cintura y se cerraba justo en la cadera con un bordado plateado.

Hércules observó el pelo largo, negro y ligeramente ondulado que reposaba sobre su hombro izquierdo, tapando aquella parte de su pecho. La mujer se inclinó para saludar y sus pechos se movieron pesados y jugosos evidenciando que no llevaba sujetador.

El público aplaudió hasta que la cantante, con un ligero mohín de sus labios gruesos y rojos como la sangre, les invitó a callar y comenzó a cantar. Su voz era suave y acariciadora, pero Francesca le añadía un toque grave y ligeramente ronco que hacía que la canción de Sade tuviese un punto más sensual.

Apenas se movía, pero sus ojos recorrían la sala con intensidad haciendo que cada hombre presente se sumergiese en la melodía y creyese ser el protagonista. Durante unos instantes calló y dejó que el saxofonista que la acompañaba se marcase un solo. La melancolía del instrumento llenó la sala haciendo que todo el mundo se sintiese embargado por una profunda emoción.

Francesca fijó el micrófono al pie y acariciándolo con unas manos de dedos largos y suaves comenzó a cantar de nuevo, esta vez meciéndose suavemente, sin dejar de envolver con sus manos el aparato y acercando sus labios sensualmente hasta casi tocar la superficie cromada, dejando que la raja de su vestido se abriese dando a los presentes una visión de unas piernas largas y morenas encaramadas a unas sandalias de tacón alto.

Hércules bebió el resto del whisky de un trago mirando a la mujer fijamente a los ojos a pesar de que sabía perfectamente de que ella no le podía ver, cegada como estaba por los focos.

Cuando la canción terminó se impuso un silencio que se prolongó un instante antes de que la parroquia prorrumpiese en una sonora aclamación.

Hércules dejó el dinero sobre la barra y se escabulló antes de que las luces volvieran a encenderse.

A la mañana siguiente se dirigió al domicilio de Francesca, que figuraba en el informe y aparcó dos puertas más abajo su coche alquilado. Como esperaba, Francesca no se levantó hasta tarde y hacia el mediodía la vio salir del portal vestida con uno vaqueros, una sencilla blusa y calzando unas bailarinas. Abandonó la terraza del bar de la esquina en el que había pasado buena parte de la mañana y la siguió calle abajo. Tras unos doscientos metros dobló una esquina y entró en un supermercado.

Hércules entró a su vez y cogió un carrito. Paseó por los pasillos y eligió varios productos al azar mientras la buscaba. Finalmente la encontró en la sección de congelados. Se colocó a su lado y hurgó con interés entre las terrinas de helados mientras la observaba de reojo.

Era la primera vez que la observaba de cerca, aun en bailarinas era casi tan alta como él. Llevaba el pelo atado en una apretada cola de caballo dejando a la vista una tez morena y tersa, sin apenas arrugas o imperfecciones. Dos grandes aros de oro colgaban de sus orejas y una pequeña piedra en la aleta de su nariz junto con sus ojos grandes y ligeramente rasgados le daban un aire exótico y un inconfundible atractivo.

—Una mujer tan bella merece algo más que una comida congelada. —dijo Hércules mientras fingía inspeccionar una terrina de stracciatella.

—¿De veras? —preguntó ella con una sonrisa escéptica mientras metía una pizza y un par de cajas de canelones.

Su voz ronca y sensual, y la forma pausada de hablar hizo que Hércules sintiese como crecía su excitación.

—Pues claro, hay un montón de comida prefabricada sin tener que comerla ardiendo por fuera y hecha un témpano de hielo por dentro.

Sabía que no era una respuesta muy inteligente, pero había conseguido que ella le mirase por fin y rápidamente detectó en sus ojos una chispa de interés. Continuó charlando con ella y haciendo chistes malos sobre la comida preparada mientras elegían productos de los estantes.

Francesca hablaba poco y escuchaba lo que Hércules decía con una sonrisa irónica, pero se dejaba guiar por el supermercado en un tortuoso circuito por los distintos pasillos del establecimiento. Finalmente Hércules se presentó y le invitó a tomar algo en una terraza.

La mujer miró el reloj frunciendo el ceño pero finalmente aceptó y le sugirió el local dónde había pasado la mañana. Hércules fingió un poco de embarazo y le dijo que en aquel bar había hecho un simpa hacía poco para forzarla a elegir otro.

Finalmente acabaron en la terraza de una cafetería a un par de manzanas de allí. El calor del mediodía empezaba a ser intenso así que Hércules pidió una caña mientras ella pedía una cola sin hielo.

Fingiendo inocencia le dijo que se le iba a calentar muy rápido el refresco. Ella respondió que tenía que proteger su garganta ya que era cantante. Hércules aprovechó para interrogarla y mostrar su admiración. Inmediatamente le preguntó dónde podía ir a oírla cantar. Ella, al principio quiso negarse a contárselo, lo que le dio indicios de que quizás se avergonzaba un poco del lugar donde cantaba, pero al final terminó confesándolo.

Tras apurar las bebidas, Hércues pagó la cuenta y se despidieron con dos besos. El cálido contacto con su piel provocó otro pequeño chispazo como si la atracción creciente entre ellos se descargase con el contacto.

—¿No me vas a pedir el número de mi móvil? —preguntó ella al ver que él se daba la vuelta dispuesto a alejarse de ella.

—¿Para qué si ya sé dónde encontrarte? —respondió Hércules girándose y despidiéndose de ella para a continuación seguir su camino.

Aquella misma noche se presentó en el local de nuevo. Había cambiado de indumentaria. Se había puesto uno de los trajes de Armani del armario y se había llevado un Porsche Cayenne del garaje de La Alameda.

Esta vez había elegido un lugar cerca del escenario para poder ver a la mujer más de cerca y que ella pudiese verle a él. Francesca no tardó en salir de nuevo. Esta vez llevaba un vestido de seda de corte oriental color marfil con una raja en el lateral tan vertiginosa como la del día anterior.

Antes de que comenzasen los primeros acordes y la luz volviese a cegarla, la mujer exploró el lugar con la mirada y no tardó en localizarle. Con un sonrisa se acercó al micrófono y comenzó a cantar Sweetest Taboo. Al contrario que en otras ocasiones, la mirada de Francesca casi no se apartó del lugar donde estaba Hércules mientras acariciaba el micrófono posesivamente.

La canción terminó y el público rugió unos segundos antes de volver su interés de nuevo a las bailarinas. Francesca bajó del escenario y repartió algunos besos y confidencias con empleados y clientes hasta que por fin llegó a él.

—¿Te ha gustado? —pregunto ella sin poder disimular su interés por la respuesta.

—Has estado fantástica, derrochas tanta sensualidad que me han entrado ganas de lanzarme al escenario y hacerte el amor allí mismo, delante de todo el mundo.

La cantante sonrió satisfecha durante un instante pero su gesto se volvió rápidamente entre ansioso e inseguro.

Notaba que estaba a punto de echarse atrás así que Hércules se adelantó y mientras acariciaba su pelo negro y sedoso le preguntó a qué hora terminaba.

Francesca dudó, estaba claro que había algo que parecía sumirla en la indecisión. La mano de Hércules se desplazó por su cara y rozó los labios de la mujer recorriendo la abertura de su boca acabando por convencerla.

—Tengo otra actuación dentro de una hora y habré terminado. —respondió ella con un ronco suspiro.

Charlaron un rato más y él la invitó a una copa de Champán antes de que se retirara a prepararse para la siguiente actuación. Cuando salió de nuevo al escenario, Hércules había abandonado el local. Francesca lo buscó entre el público sin éxito así que terminó sumida en un mar de dudas.

Al salir se encontró con el joven apoyado en el todoterreno con una sonrisa traviesa consciente de que ella, por un momento, había dudado que se hubiese quedado a esperarla.

Con un “estúpido” se introdujo en el Cayenne dejando que el hombre cerrase la puerta. El acogedor interior y el olor a cuero se mezclaron con el aroma del perfume del hombre aumentando su excitación. Mientras se dejaba llevar, no le importaba dónde, Francesca pensaba en el siempre crítico momento de descubrir su secreto.

Odiaba ser así, odiaba tener que pasar por aquel trago cada vez que conocía a un hombre que le interesaba. Nunca sabía lo que pasaría. En ocasiones había terminado muy mal y viendo los músculos que amenazaban con romper el traje de Armani de Hércules un escalofrío recorrió su espalda.

Hércules la llevó a un pub del centro. Pidieron un par de copas y charlaron, la música estaba tan alta que les obliga a acercar la boca a la oreja del otro para poder entenderse y él lo aprovechó rozándola con sus labios y sus dientes mientras le hablaba.

Tras unos minutos Hércules no se contuvo más y abrazando a la mujer por la cintura le besó el cuello y la mandíbula. Francesca suspiró excitada, pero a pesar de todo Hércules notó cierta resistencia. Ignorando las indecisiones de la mujer la abrazó y la besó en la boca, explorándola con suavidad y saboreándola sin apresurarse, mientras sus manos acariciaban su espalda.

Sin dejar de besarla deslizó las manos por la resbaladiza seda del vestido hasta agarrar su culo apretándolo y acercando sus caderas contra él, deseoso de que ella pusiese sentir la erección que ocultaban sus pantalones.

—No, aquí no. —dijo Francesca apartándose sofocada como si las caderas de Hércules le quemaran.

Hércules estaba tan excitado que hubiese ido al mismo infierno con aquella mujer. Asiéndola por la cintura la llevó fuera del ruidoso pub y la guio hasta el todoterreno. Antes de arrancar se inclinó sobre ella y la besó mientras acariciaba el muslo que asomaba por la raja del vestido. Ella suspiró y le apartó diciéndole que le llevase a un sitio más íntimo.

Aun tenía las llaves de su viejo apartamento así que la llevó allí. Cuando abrió la puerta la imagen de Akanke recibiéndolo con una sonrisa le asaltó haciéndole vacilar. Francesca lo notó y para evitar unas preguntas que no quería responder se lanzó sobre ella y acorralándola contra la pared la besó con violencia. La mujer sorprendida respondió al beso con la misma ansia dejando que las manos de Hércules estrujaran con violencia sus pechos a través de la seda del vestido.

Abrazándose y tropezando avanzaron hacia el dormitorio. Por el camino Francesca fue quitándole hábilmente la ropa hasta que cuando llegaron a la cama Hércules se vio totalmente desnudo.

Aquel hombre tenía el cuerpo de un héroe griego. Sus músculos se marcaban bajo su piel incitándole a arañarlos y mordisquearlos. Lo tumbó sobre la cama y tras ponerse encima de él le besó durante unos instantes antes de comenzar a recorrer su cuerpo con su boca, sabia a sal y a perfume. Mordisqueó sus tetillas haciéndole suspirar y fue bajando por su vientre, acariciando con sus uñas cada uno de los abultados músculos antes de llegar a su pubis.

Levantó la vista y con una sonrisa traviesa cogió el tallo de su polla con una mano. Sin dejar de mirarle levantó el miembro y lamió su base para continuar con sus huevos. Hércules suspiró de nuevo dejándole hacer y acariciándole suavemente el cuello.

Poco a poco, con desesperante lentitud fue avanzando por el tronco de su polla hasta que al fin llego a su glande. Lo recorrió juguetona con la punta de su lengua, rozándola con sus dientes, sintiendo como crecía por momentos.

Sin aguantarse más lo rozó ligeramente con sus labios antes de abrir la boca y meterse la polla dentro. Dejándose llevar comenzó a chuparla primero suavemente, luego con más fuerza subiendo y bajando por aquel mástil palpitante y sintiendo como todo el cuerpo de Hércules se estremecía y sus músculos se contraían debido al intenso placer.

Había llegado la hora de la verdad. El momento que más odiaba, pero si lo retrasaba más sabría que no sería capaz. Ese chico le gustaba de verdad y lo deseaba con todo su ser. Esperando que los estremecimientos de miedo los interpretara como excitación se puso en pie y se desabrochó los botones que tenía el vestido en el hombro izquierdo.

Intentando librarse de la desagradable sensación de vulnerabilidad que sentía al descubrir su secreto, se bajó la cremallera del vestido quedando desnuda salvo por un culotte delicadamente bordado y las sandalias de tacón.

Sintió los ojos de él clavados en sus pechos redondos, del tamaño de pomelos con los pezones pequeños y erectos por su intensa excitación. Le miró un instantes a los ojos antes de inclinarse para bajarse el culotte. Se incorporó con las piernas muy juntas dejando que observara el pelo oscuro y rizado que cubría sus piernas.

Respiro hondo y cerrando los ojos separó las piernas.

Mudo de sorpresa, Hércules observó como de su entrepierna caía un pene semierecto. Francesca se quedó quieta esperando, con los ojos cerrados y temblando de la cabeza a los pies. Por un momento no supo qué hacer, se quedó petrificado, pero luego se centró en la misión y hasta agradeció que fuese tan diferente a Akanke. Eso le ayudaría a apartar las constantes comparaciones entre las dos mujeres de su mente.

Se levantó y se acercó a Francesca que seguía esperando con la cabeza baja y los ojos cerrados. La mujer, al sentir su presencia, se puso rígida y tembló expectante. Hércules adelantó la mano y acarició su mejilla con suavidad. Francesca reaccionó defensivamente ante el contacto hasta que se dio cuenta de que era una caricia, se relajó y abrió los ojos.

Las manos de Hércules rozaron sus labios antes de introducirlos en su boca. Sintió como los chupaba con fuerza envolviéndolos con su densa y cálida saliva. Al fin relajada, Francesca se dio la vuelta y apoyando las manos sobre un viejo tocador separó las piernas.

Hércules acarició los muslos de Francesca y separó sus cachetes introduciendole con suavidad los dedos embadurnados en su propia saliva en el ano. La mujer soltó un ronco gemido mientras dejaba que Hércules explorara y dilatara su esfínter.

Los gemidos y los estremecimientos de Francesca hicieron que su deseo creciese. Con suavidad acercó la punta de su polla al oscuro y estrecho agujero y con delicadeza la penetró. El calor y la estrechez del culo de Francesca eran deliciosos. Poco a poco comenzó a meter y sacar el miembro de las entrañas de la mujer, cada vez más rápido, cada vez con más fuerza, viendo la cara de intenso placer de ella en el espejo.

Asiendo su melena empujó con todas sus fuerzas mientras Francesca se agarraba con desesperación al tocador para no perder el equilibrio.

Dándose un descanso Hércules tiró de su melena y obligó a la artista a volver la cabeza para besarle de nuevo el cuello la mandíbula y la boca. Cuando se separaron, ella soltó un gemido de insatisfacción al sentir como escapaba el miembro de su culo.

Dándose la vuelta lo besó desviando la atención de Hércules de su miembro semierecto y lo tumbó en la cama. Dándole la espalda se ensartó su polla de nuevo con un largo gemido. Deshaciéndose de las sandalias coloco piernas y brazos a ambos lados del cuerpo de Hércules y comenzó a subir y bajar cada vez más rápido mientras su polla erecta se balanceaba golpeando su vientre.

El placer volvía a ser intenso y apenas se dio cuenta cuando las manos de Hércules agarraron su miembro y comenzaron a sacudirlo con fuerza mientras se corría en su culo. El calor de la semilla del joven unido a sus caricias hicieron que no pudiese contenerse más y se corriese derramando su semilla sobre su propio vientre.

Durante esos instantes sintió una intensa felicidad que pronto se vio disminuida por la sensación de no sentirse una mujer completa.

Hércules apartó a Francesca con suavidad y se tumbó de lado, abrazando su cuerpo para quedarse casi inmediatamente dormido.

Los días siguientes fueron una vorágine de sexo. Hércules la atosigaba y buscaba su contacto constantemente, haciendo el amor una y otra vez hasta que ella rendida y dolorida le pedía una tregua.

Él insistía en ir a todas sus actuaciones fingiendo no poder separarse de ella ni un minuto hasta que por fin un día la llevó al trabajo y observó que llevaba el bolso que aparecía en las fotos del dossier. Era tan grande que bromeó preguntándole qué diablos llevaba allí dentro. Francesca consiguió ocultar bastante bien la tensión cuando escuchó la broma, pero a Hércules no le pasó desapercibida.

No volvió a hablar del tema durante toda la noche y cuando llegaron al piso le hizo el amor consiguiendo que se corriera dos veces y acabara durmiéndose totalmente exhausta.

En total silencio, cogió el bolso y se lo llevó a la cocina. Una vez allí, en la oscuridad, lo abrió descubriendo varios fajos de documentos. Los inspeccionó y los fotografío con el móvil antes de volver a colocarlos en su interior, junto con un diminuto dispositivo de localización por GPS.

Dos días después unos hombres se encargaron de llevársela. Nunca la volvió a ver.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: SEXO CON MADUROS

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :
alexblame@gmx.es


Relato erótico: “La historia de un jefe acosado por su secretaria FIN” (POR GOLFO)

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19

Tras comprobar que ni Patricia ni Kyon salían de la habitación, me puse frente al ordenador. Una vez ahí, abrí la memoria USB que había grabado y empecé a revisar los diferentes documentos hackeados. Como los datos clínicos me resultaban indescifrables, centré mi atención en lo que hacía referencia a las tres mujeres con las que de alguna forma terminaría conviviendo y fue así cuando descubrí que cada una de ellas contaba con un dossier. Teniendo a Natacha a mi lado, le pedí permiso para revisar el suyo haciéndole ver la importancia de saber su contenido.

            ―Hazlo, pero no me cuentes lo que descubras. No quiero saberlo.

            Entendiendo sus reticencias, no insistí que se quedara y dando un click sobre el icono de esa carpeta, comprobé que contenía otros subdirectorios. Al leer que uno de ellos tenía por título “Captación y adaptación a su nueva vida”, decidí empezar por ese. Al desplegarlo, me encontré que no había sido comprada sino arrebatada a sus padres y que al encontrarse con su fiera oposición habían sido “silenciados” por los sicarios que la organización de Isidro había mandado a su Rusia natal.

            «Según esto tenía solo once años», comprendí al ver la fecha de su captura y lamentando su infancia truncada, estuve a un tris de llamarla para contarle el heroico comportamiento de sus progenitores.

            «Mejor se lo cuento después», me dije al leer que durante dos meses la habían retenido en un cuarto oscuro sin ver a nadie con el objeto de llevarla al borde de la desesperación.

            Desolado al ratificar el sufrimiento al que había sido sometida, disculpé la supuesta alegría de la niña con la que acogió a su captor después del prolongado aislamiento.

            «Es lógico que lo creyera a pies juntillas», me dije al ver plasmado en papel que no había puesto en duda la versión de su compra.

            A partir de ahí, la serie de padecimientos de los que había sido objeto me asqueó y pasando rápidamente las torturas, llegué al día en que fue inoculada con la solución.

            «Debieron considerar prudente que pasara la pubertad y su cambio hormonal se estabilizara», confirmé al leer que al igual que con Patricia habían aguardado a su dieciocho cumpleaños para hacerlo.

Leyendo ese dossier me llevé la sorpresa de que nadie de la organización había previsto que en vez de desarrollar su inteligencia como había sido el caso de mi secretaria fueran sus aptitudes artísticas las que se incrementaran. Considerándolo un error, no de la magnitud de Isabel y sus dos compañeras de martirio, pero error al fin, el tal Bañuelos había ordenado acelerar el adiestramiento y puesta a disposición de los médicos del resto de las cautivas que permanecían en su poder. Al ver en ese documento interno, el nombre de Kyon dejé momentáneamente el de la rusita y pasé al de la oriental.

En el caso de ésta sí fue comprada, pero al responsable de un orfanato bajo la apariencia de una adopción con la edad de trece años. No resultando esencial los datos de sus torturas, pasé al día en que metieron en su organismo el compuesto confirmando que con ella habían anticipado la inyección.

―Tenía solo dieciséis.

Que desarrollara el don de la música fue visto por su maltratador como un nuevo quebranto a sus planes, pero el hecho que estadísticamente no hubiera diferencia entre las edades de sus conejillas de indias al volverse locas un porcentaje parecido de ellas, le hizo adelantar más si cabe los años de sus presas para ver si siendo más jóvenes el impacto era mayor. Horrorizado leí en la lista de las niñas a las que había ordenado inocular que sin más candidatas disponibles había incluido en ella a su propia hija de solo ¡cuatro años!

«¿Qué clase de hombre está dispuesto a experimentar con alguien que él mismo ha engendrado?», me pregunté.

Y mientras crecía el odio de mi interior, abrí el expediente de Maria Bañuelos esperando que al menos su final hubiese sido menos cruel. Para desgracia de la niña, descubrí que ella era la cuarta superviviente del ensayo de ese malnacido. Pero lo que me dejó anonadado, fue que su propia madre no solo era la más estrecha ayudante del sujeto y la bioquímica que descubrió la composición y el uso de ese químico, sino la que alentó a su marido para que lo probaran con su retoño.

«¡Pobre criatura!», pensé con lágrimas en los ojos al leer los padres que le habían tocado en suerte mientras comprobaba que había sido inyectada solo hacía dos años y que como todavía no mostraba ningún efecto visible al tratamiento, habían decidido esperar a su pubertad para repetir con ella lo realizado con el único espécimen de éxito que lo quisiera reconocer o no era Patricia.

 Suponiendo que los mostraría en el futuro, pasé al dossier de mi secretaria para confirmar que tipo de estrategia habían usado con ella. Así descubrí otra faceta con la que la esposa de Bañuelos había colaborado con él.

«Fue ella quien eligió a la morena por su atractivo físico cuando todavía estaba en el colegio. De tenerla enfrente, la mataría», haciéndola objeto de mis iras, sentencié al leer también cómo había maniobrado para facilitar que su marido la conquistara.

Indignado, repasé concienzudamente el dominio que la pareja había ejercido sobre Patricia sumergiéndola en una vorágine de placer y sexo al comprobar que al contrario del resto de las jóvenes con las que habían experimentado no perdía la razón.

En su caso, el dossier incluía grabaciones de las sesiones a las que había sido sometida por el matrimonio y espantado visualicé un par donde, enmascarando su identidad, la mujer de Bañuelos la había sometido a toda clase de vejaciones.

«Lo raro es que no haya terminado en un psiquiátrico», me dije al verlos.

Acababa de cerrar uno de los videos cuando su protagonista apareció por mi despacho vestida con un conjunto de lencería totalmente blanco secundada por las otras dos.

― ¿Qué ocurre aquí? ― pregunté al ver que su vestimenta incluía un velo del mismo color y un ramo de flores.

―Me han convencido de que no necesito pasar por la iglesia y que basta con que nuestras niñas oficien nuestra boda.

No sé si fue lo que acababa de leer y ver o si al contrario fue su belleza lo que me hizo sonreír aceptando pasar por la vicaría, aunque en vez de frente al altar fuera en el salón de mi casa. Lo cierto es que sin poner objeción alguna solo pedí que me dejaran ir a ponerme una corbata.

―Date prisa. Llevo demasiado tiempo esperando ser tu esposa― respondió la otra contrayente con gran alegría.

De camino al cuarto realicé un examen de conciencia de camino, analizando como había cambiado mi vida y lo que sentía por mi acosadora. Hasta yo me sorprendí cuando llegué a la conclusión de que estaba colado por ella.

«Siendo una arpía, es mi arpía», sentencié y ya convencido, no solo me puse corbata sino me cambié de ropa, poniéndome el mejor de mis trajes.

El cambio de vestimenta agradó a mi prometida y colgándose de mi brazo, esperó que Natacha comenzara su discurso inicial antes de entrar propiamente en la ceremonia.

―Nadie mejor que Kyon y yo, como el ruiseñor y la muñeca del novio, sabemos que han nacido el uno por el amor que se tienen y cuya mejor prueba es la dedicación con la que nos cuidan…― viendo que la oriental asentía, continuó: ―…Tras recogernos de la calle, nos han mimado y amado sin importarles postergar esta boda hasta que comprobaron que íbamos a ser felices a su lado. Siendo ellos los verdaderos protagonistas, mi hermana de adopción y yo nos sentimos también participes de esta unión, ya que a partir de que Lucas acepte a nuestra amada Patricia como su señora, nos convertiremos en las niñas de los dos.

Las lágrimas de la morena no se hicieron de rogar al escuchar de labios de la rusita que ambas la querían:

―Sé lo que significáis para mi novio y por eso, ya os considero mi familia y deseo que compartáis todos los aspectos de nuestra vida.

Las dos crías sollozaron al oírla, pero fue la chinita la más explosiva y cayendo postrada ante ella, dudó que se mereciera ser feliz.

 ―Mi zorrita, por supuesto, que lo mereces. Y desde ahora te digo que en tu caso seré la exigente ama que te eduque, te corrija y te ame.

No pude más que sonreír al notar la alegría de Kyon con esa dulce reprimenda, que por otra parte encontré que era exactamente lo que por su naturaleza necesitaba.

― ¿Y para mí qué será? ― preguntó la rubia haciéndose valer.

―Para ti, seré la modelo que pintes y la puta a la que tengas que satisfacer en la cama. ¿Te parece poco?

Sonriendo, contestó:

―Tener una puta tan bella dispuesta a que la retrate y la ame, supera con creces mis sueños.

En la respuesta, certifiqué nuevamente el cambio que había experimentado Natacha desde su llegada a casa y que poco quedaba en ella de la aterrorizada criatura que imploraba mis caricias.

«Habiéndolas obtenido, está aflorando su verdadera personalidad y me encanta».

Mi rutilante novia también sonrió y haciendo un gesto, pidió que continuara con el ritual que habían pactado entre ellas.

―Don Lucas Garrido, en su nombre y en el de sus actuales concubinas, ¿acepta usted como su legítima esposa, como dueña de Kyon Yang y como maestra de Natacha Ivanova, a doña Patricia Meléndez durante los años que le queden de vida.

―Acepto.

El suspiro de alegría de mi secretaria me impactó y temiendo que cayera en algún tipo de trance, seguí observándola mientras la rusita proseguía.

―Doña Patricia Meléndez, ¿acepta usted en este mismo acto como su legítimo esposo a don Lucas Garrido, como fiel sierva a Kyon Yang y como amorosa amante y pupila durante todos los años que le queden de vida?

― ¡No! ― contestó provocando el silencio de todos los que estábamos en el salón: ―Acepto a Lucas Garrido como legítimo esposo, a Kyon Yang como fiel sierva, pero a Natacha Ivanova no te quiero como amante y pupila… sino como mi legítima esposa.

Eso no debía esperárselo la pequeña diablesa y abriendo los ojos de par en par, quiso saber si iba en serio.

―No te quiero de otra forma. O te casas con nosotros dos, o no me caso con nadie― respondió mientras sacaba otro velo y otro ramo de flores de un cajón.

La asiática si debía ser conocedora de las intenciones de su señora porque mientras Patricia se los daba y sustituyendo a la oficiante, preguntó:

―Doña Natacha Ivanova, ¿acepta usted a don Lucas y a doña Patricia como esposos y a esta servidora como su juguete?

―Acepto― replicó mientras se lanzaba en busca de nuestros besos.

Confirmando la validez de nuestra unión, Kyon declaró:

―Lo que el amor y el placer ha unido que no lo separe el hombre.

Si de por sí mis nuevas esposas se estaban comiendo los morros con voracidad cuando oyeron esa confirmación se volvieron locas y entre las dos comenzaron a desnudarme mientras me pedían que las tomara y hacer así hacer efectivos nuestros votos.

― ¿No sería mejor que continuáramos en la cama? ― pregunté cuando solo me quedaba el pantalón.

Ambas aceptaron la sugerencia y tomándome de la mano, pidieron a la chinita que las acompañara.

― ¿No esperarás que tus dueñas se desvistan solas teniendo una amarilla dispuesta a hacerlo?

La felicidad del rostro de la chavala y el tamaño de sus pezones ratificaron su disposición y por eso la nueva familia al completo nos fuimos a la habitación. Una vez allí, reparé en que, tras hablar con ella, Kyon empezaba a desnudar a la rusita y por eso cuando ésta acudió a mi lado sobre las sábanas, quise que me contará el porqué.

―Mi amor, llevo siendo tu mujer desde que me acogiste en tu casa y por eso creí oportuno que juntos recibiéramos a la tercera pata de nuestro hogar―susurrando en mi oído, respondió.

Oyéndola comprendí que la manipuladora criatura realmente pensaba que era así y que para ella era lógico considerar a Patricia, la nueva.

―Eres una zorra― comenté mientras observaba cómo la oriental iba deslizando los tirantes de su señora.

―Lo sé y por eso estás enamorado de mí― sin reparo alguno añadió.

 Tomándola de la cintura, la besé.

―Recibamos a nuestra esposa como se merece.

Retornando mi mirada a la morena, sonreí al percatarme de su nerviosismo y extendiendo mis brazos, le rogué que se acercara. La timidez que mostró al acostarse entre nosotros fue prueba evidente de que se sentía primeriza y por ello antes de tocarla siquiera, lo primero fue una declaración de amor:

 ―Desde que te vi sentada en la mesa de la oficina, supe que esa diosa debía ser mía.

El sollozo con el que recibió mis palabras hizo que Natacha me imitara:

―Desde que me liberaste en nombre de nuestro Lucas, comprendí que deseaba vivir este momento. Te amo y siempre te amaré.

Para sorpresa de todos, Patricia se echó a llorar mientras replicaba:

―Debo reconocer algo antes de estar entre vuestros brazos. Cuando supe de Lucas me atrajo, pero sabiendo que seguía casado, nunca creí que llegara a ser mío y por eso durante dos años, lo espié siguiéndole allí donde iba. Al conocerte – añadió ya mirándome: ― me terminé de enamorar y aproveché tu divorcio, para que mi hermano me enchufara como secretaria…

―Cuéntame algo que no supiera― metiendo la mano entre sus rizos―comenté.

―Por favor, deja que termine. Durante ese tiempo, también descubrí que tu matrimonio falló cuando perdisteis la pasión y por eso comprendí que, si algún día llegaba a ser algo tuyo, debía buscarte un aliciente para que nunca me abandonaras. Por eso pedí a los psiquiatras de mi ONG que te estudiaran para ver que necesitarías para serme fiel y su dictamen fue claro, lo que nos faltaba para ser la pareja perfecta sería otra mujer que pudiese darte lo que yo nunca podría. Alegría y descaro.

―Me imagino que ahí entro yo― señaló Natacha lamiendo su mejilla.

―Sí, por eso les pedí que analizara a todas las chicas que liberáramos para ver si alguna reunía esas características. Cuando te extrajimos de donde Isidro te tenía, vieron que eras la candidata perfecta y me hablaron de ti. Lo que nunca me esperé fue que al ver los videos en los que aparecías, me excitara y a pesar de mis escarceos lésbicos, comprendiera que no era hetero sino bisexual y que te deseaba.

―No tengo nada que perdonarte― susurró la rubia cerrando los labios de la morena con sus dedos: ―Mi deseo por ti es tan grande como el que siento por Lucas.

En mi caso me tomó más tiempo asimilar su espionaje, pero tras llegar a la conclusión que, si exceptuaba el examen de mi personalidad, lo único que no sabía había sido el tiempo que me había estado espiando, respondí:

―Tus loqueros se equivocaron o al menos eso es lo que pienso― y mirando a Kyon le pedí que se acercara: ―Tengo un lado dominante que no supieron entrever y el cual me satisface esta niña.

―No solo el tuyo, sino el de tus dos perversas esposas― respondió Natacha, ejerciendo de portavoz de ambas: ―Nos pone cachondas tener una hembra que educar, ¿verdad querida?

Limpiándose las lágrimas, Patricia suspiró:

―Hasta hoy tampoco lo supe, pero así es.

Soltando una carcajada,

―Ruiseñor, canta para tus amos.

Alzando su prodigiosa voz, nuestra sumisa se encaramó en la cama y sin que nadie se lo tuviese que pedir comenzó a repartir sus caricias entre los tres dando el banderazo de salida. Por mi parte, tras besar el cuello de mi antigua acosadora me fui deslizando por ella hasta llegar a sus pechos donde me encontré con la rusa.

―Paguemos a nuestra esposa el regalo que nos hizo al juntarnos― riendo, ordené.

Natacha no pudo ni quiso contestar ya que su boca estaba ocupada ya mordisqueando uno de los pezones de Patricia. Tomando entre mis dientes el que había dejado libre, pasé una mano por el trasero de la rubia haciéndole ver que éramos un cuarteto mientras nos llegaba el primer gemido de la morena.

― ¡Por dios!

Levantando la mirada, reí al comprobar que Kyon, viendo su sexo huérfano, se había compadecido de él y sin dejar de cantar se había puesto a lamerlo.

―Hoy no la podemos dejar descansar y siendo tres lo único que tenemos es que organizarnos― aconsejé.

Captando la idea, la rusita se levantó y abriendo el armario, sacó un arnés con un pene adosado. Y poniéndoselo a la cintura, declaró suyo el trasero de nuestra esposa.

―Yo me quedo con su coño― respondí y cambiando de postura, me tumbé sobre la cama mientras azuzaba a la morena a que se subiera encima.

Sonriendo, obedeció y poniéndose a horcajadas sobre mí, tomó mi pene entre los dedos para acto seguido empalarse con él lentamente. Eso me permitió sentir como su vulva se ensanchaba para recibir la invasión mientras su dueña lloraba de felicidad.

―Tengo un marido que vela por mí.

A su espalda y mientras se ponía a trotar, notó la lengua de Kyon abriéndose camino en su entrada trasera.

―Amarilla, prepara bien mi culo, para que la zorra de mi esposa no me lo destroce cuando me haga suya― usando las manos para separar sus cachetes, exigió.

La lujuria que descubrí en los ojos de Natacha me hizo saber que no esperaría mucho antes de rompérselo y por eso, llevando mis dedos a los negros cántaros que botaban frente a mí, tomé sus areolas y con sendos pellizcos azucé a la morena a acelerar.

― ¡Qué ganas tenía de sentir tu trabuco! ― chilló al notar mi glande golpeando las paredes de su vagina.

            El flujo que manaba de su coño facilitó sus movimientos y ya presa de la pasión, se lanzó desbocada en busca del placer mientras sentía como su ojete se iba relajando con la húmeda caricia de nuestra sumisa.

            ―Estoy lista para recibirte― informó a la rubita al saber lo cerca que estaba de correrse.

― ¿Qué esperas? ¡Fóllatela! ¿No ves que lo está deseando? ― rugí desde la cama viendo su indecisión.

Aproximando la cabeza del pene de su cintura al trasero de la negra con la que se acababa de casar, tanteó unos instantes antes de decirla:

―Voy a tomarte y a partir de ese momento, ¡te mataré si nos eres infiel!

No comprendí la dureza de la chavala y menos la reacción de Patricia. Ya que por extraño que parezca, acogió esa amenaza con gran alegría e impulsándose hacia atrás, se clavó el falo artificial hasta el fondo de sus intestinos mientras se corría:

―Por fin tengo un marido y una esposa que me comprenden y que me aman a pesar de lo que soy― chilló sintiendo su ojete atravesado.

― ¿Qué eres? ¡Cuéntanoslo! ― mordiendo su cuello, exigió la eslava.

―Lo sabes, sé que leíste mi expediente.

―Yo sí, pero nuestro esposo no. ¡Dínoslo!

― ¡Una libertina llena de inseguridades y celos que necesita sentirse deseada! ― reconoció descompuesta mientras su cuerpo explotaba de placer.

― ¡Eso se ha acabado! Ahora que eres nuestra, solo te sentirás atraída por nosotros y no necesitaras a nadie más. Con tu Lucas, tu Natacha y tu Kyon deberá bastarte.

La deriva de esa conversación me hizo saber que estaba siguiendo el guion que había diseñado Bañuelos por si algún día quería desprenderse de Patricia y vendérsela a otro.  Por eso, no dije nada cuando pidió a la chinita que se levantara y le pusiera su coño en la boca. Como no podía ser de otra forma, ella obedeció. Natacha espero a que la negra se pusiera a lamer la entrepierna de Kyon para gritar:

―Con nosotros tres, estás completa. ¡Ahora córrete!

Coincidiendo, o mejor dicho a raíz de esa orden el cuerpo de la negra explosionó en la misma forma líquida que observé la primera vez que me topé con uno de los detonantes de Natacha y por eso, no vi raro que, dirigiéndose a mí, la rubia me pidiera que siguiera amando a nuestra esposa.

―Lo necesita para sentirse afianzada.

Aguijoneado por sus palabras, tomándola de la cintura, incrementé el ritmo con el que cabalgaba sobre mí mientras era sodomizada consiguiendo que Patricia profundizara y alargara su orgasmo más de lo razonable.

― ¡Todavía no pares y sigue!

Para entonces todo mi ser necesitaba liberar la tensión que había venido acumulando, pero consciente de que la rubita sabía lo que estaba haciendo con las manos aceleré más si cabe el compás de la morena mientras Natacha se sincronizaba con ella.

― ¡Necesita más estímulo! ― chilló.

Viendo que no era suficiente el ser follada por ambas entradas, acerqué mi boca a las ubres de nuestra esposa y las mordí. Como si lo hubiésemos practicado, al sentir la acción de mis dientes en sus pezones, Patricia me imitó cerrando los suyos sobre el clítoris de Kyon. Al escuchar el berrido de dolor y placer de la chinita, la eslava supo que había llegado el momento para pedir que me corriera:

―Preña a la mujer de nuestros sueños, esposo mío.

Esas palabras debían ser otro de esos famosos “switch” porque nada más pronunciarlas un alarido surgió de la morena y desplomándose sobre mí, comenzó a convulsionar como nunca antes.

―Disfruta de nuestro amor hasta que no puedas más, para que basta que Lucas o yo te lo pidamos tu cuerpo recuerde estás sensaciones y te vuelvas a correr.

Lejos de minorar el placer de Patricia se incrementó y babeando sobre mi pecho, comenzó a sollozar al notar que hasta la última de sus células estaba siendo pasto de las llamas del gozo.

― ¿Dime ahora quién eres? ¿Sigues siendo la libertina que necesita sentirse admirada?

― ¡Ahora sé quién soy! ¡Soy vuestra esposa y nada más! – declaró un instante antes de desmayarse.

Con una sonrisa de oreja a oreja, Natacha desplazó a la morena y quitándose el arnés, la sustituyó sobre mí mientras decía:

―Ya que hemos estrenado a tu última adquisición, es hora de que ames a tu favorita.

―Y yo, ¿qué hago? ― preguntó la chinita.

Agachándose a besarme, la pícara eslava contestó:

―Aguanta un poco y cuando notes que me voy a correr, ¡cómeme las tetas!…

20

Esa primera noche los cuatro juntos en nuestro hogar fue una sucesión de combates cuerpo a cuerpo donde a veces cada uno iba por libre, mientras en otras formamos dos bandos para lanzarnos unos contra los otros.  Todas ellas disfrutaron de mis caricias. Cuando no fue un clítoris el que lamí, fue un coño el que cabalgué o un culo el que forcé. Aun así, en ese baturrillo de piernas brazos y pechos, no pude dejar de reparar en que siempre Natacha era la que distribuía sutilmente las funciones de cada uno, erigiéndose en cierta manera en la matriarca máxima de la familia. Es más, creo que Patricia fue la primera en aceptar ese implícito nombramiento al pedir su opinión cada vez que cambiaba de pareja. En cambio, Kyon me tomó a mí como guía y cuando dejaba a una de sus compañeras exhausta sobre la cama, se lanzaba sobre ella para no dejarla descansar. De esa forma, era bien entrada la madrugada cuando paulatinamente la lujuria de nuestros cuerpos fue apaciguándonos y pudimos descansar sin saber que al despertar se desencadenaría el caos.

            Eran poco más de las siete cuando una cruel risa resonando en el cuarto me despertó.

            ― ¿Qué ocurre aquí? ― exclamé al ver a Bañuelos cómodamente sentado en una silla frente a la cama.

            Haciendo gala de la pistola que llevaba en las manos, el malnacido contestó:

            ― ¿Realmente creías que me iba a tragar las supuestas torturas que te permitieron salir libre? ¿Me crees tan tonto para pensar que no sospecharía que el comprador de “felpudo” era un infiltrado? Lo único que te reconozco es que mientras abría la puerta para hacértelo pagar, jamás pensé que me encontraría con mis tres experimentos reunidos junto a ti.

            Aterrorizado más por ellas que por mí, quedé mudo mientras buscaba una salida. La situación empeoró al ver llegar a su mujer. Al observar a Natacha y a Patricia desnudas en la cama cuando solo se esperaba a Kyon, la pelirroja sonrió confirmando la última afirmación de su marido:

            ―Cariño, ¡menuda suerte tenemos! Tenemos a nuestras putitas juntas, no vamos a tener que buscarlas.

            La rusita, levantándose de la cama, quiso enfrentarse a la recién llegada:

―No soy vuestra puta.

―Por supuesto que lo eres y pienso demostrarte que eso también va por las otras dos ― soltando una carcajada, la tal Eugenia, contestó y pegando una palmada, añadió: ―Arrodillaos ante vuestros verdaderos dueños.

Los semblantes de las tres mujeres con las que había compartido una noche de caricias palidecieron al notar que les era imposible reusar esa orden y con lágrimas en los ojos, una a una fueron hincando sus rodillas ante el matrimonio. Al ver la sumisión de la rusita que había osado revolverse contra ella, quiso darle otra lección y martirizarla con el recuerdo de su captura:

―Ni siquiera tus padres te querían y por ello te vendieron.

El dolor de la rubia me hizo reaccionar:

― ¡Eso no es cierto! ¡No te compraron! Te secuestraron después de matarlos.

Que conociera con detalle el modo en que se habían hecho con ella, despertó la ira de Bañuelos:

― ¿Quién te lo ha dicho? – rugió.

Me abstuve de contestar al estar centrado en observar la triste alegría de Natacha al enterarse saber que sus progenitores habían muerto por defenderla. Al no conseguir respuesta a su pregunta, insistió dirigiendo la misma a Patricia.

―Fui yo y no lo siento. Cuando mi esposo me pidió que indagara en tus discos duros por si había algo en ellos que te llevara a la cárcel, lo hice.

Descargando un doloroso tortazo sobre ella, la mandó al suelo mientras le exigía que lo acompañara a deshacerse de las pruebas, sin reparar en que venciendo su adoctrinamiento Kyon se había levantado a defenderla. Al verla, haciéndole una seña, le pedí que volviera a sentarse. La rapidez con la que me obedeció me alertó de que sus propios maltratadores no comprendían la magnitud de su adiestramiento y que, en su caso, al haber sido completo, la oriental seguía considerándome su verdadero amo.

Con ello en mente, aproveché la ausencia de su marido para interrogar a Eugenia, a través del halago:

―Ya que sabes que leí sus expedientes, me da igual reconocer que me impactó el descubrimiento de la fórmula que las hizo convertirse en superdotadas. ¿Qué piensas hacer? ¿Te has planteado hacerlo público? ¡Te llevarías el premio nobel!

Mis palabras satisficieron el ego de la bioquímica y tras declarar que lo de menos era ese reconocimiento, confirmó lo que había leído sobre ella al decir:

―Darlo a conocer, sería de imbéciles. Queremos seguir investigando y convertirnos en dioses…― la perturbada científica no cayó en que no debía revelarme sus planes o quizás lo consideró irrelevante ya que me iban a matar: ―…en cuanto consiga mejorar el compuesto, lo usaremos mi marido y yo en nosotros para hacernos dueños del mundo. Nada ni nadie podrá pararnos porque para nosotros el resto de la humanidad serán monos y haremos de ellos, nuestros esclavos.

Deseando que continuara, contesté:

―A ti dudo que te haga falta. Tengo claro que tu cerebro es prodigioso.

Henchida por lo que acababa de oír, no dudó en seguir confesando:

―Me alegro que reconozcas mi genio y eso que no sabes que, en mi bolsillo, llevo la última mejora que he desarrollado.

― ¿Tan potente es? ― pregunté.

―Por las pruebas que he hecho en cobayas, es la definitiva. Los roedores que han sido inoculados han desarrollado por cien su inteligencia.

― ¿Lo habéis probado en humanos? ― insistí recordando cuál era el fin último de sus investigaciones.

―Sí y el éxito ha sido total, aunque nos hemos tenido que desprender de nuestras conejillas de indias al demostrar que eran capaces de leer nuestros pensamientos― declaró reconociendo nuevos asesinatos.

Mi indignación creció a límites insoportables y eso me hizo echarle en cara el que una de ellas hubiese sido su propia hija. Su ausencia de escrúpulos nuevamente quedó patente cuando vanagloriándose de su actuación contestó:

―Cuando crezca, María no se podrá quejar cuando compruebe que está un escalón por encima del resto de los hombres. Ya que la fórmula que la inyectamos no es ésta, su lugar será darnos un heredero que continúe nuestra obra― señaló sacando, con la mano que no llevaba la pistola, una jeringuilla lista para ser usada.

La certeza de que no tardarían en usarla con ellos, me hizo preguntar por qué teniéndola se habían arriesgado viniendo a mi casa.

―Teníamos que borrar cualquier rastro que nos señalara. Cuando nuestros contactos en la policía nos informaron que felpudo estaba en tu casa, decidimos acercarnos, ya que así mataríamos dos pájaros de un tiro. Nos vengaríamos de ti mientras acabábamos con ella.

De reojo, observé a Kyon a punto de saltar y asumiendo que el matrimonio debía estar al completo antes de intentar rebelarnos, le hice una seña para que se quedara quieta. Nuestra espera fue corta. A los pocos minutos y acompañado de Patricia, que no paraba de llorar, apareció Isidro con mi computadora bajo el brazo.

―Ya tengo las pruebas que consiguieron reunir― afirmó.

Me alegro oírlo y esperanzado pensé que de salir todo mal, todos los datos de sus crímenes serían hallados por la policía cuando abrieran la caja fuerte donde había dejado el USB a buen resguardo. La científica que no era tonta, tomando de la melena a la morena, le preguntó:

― ¿Tienes otra copia?

Al haber efectuado la pregunta de esa forma, mi nueva esposa pudo falsear la verdad:

―Señora, puedo jurarle que no dispongo de otra.

Mi corazón dio un salto de alegría al comprobar que a pesar del lavado de cerebro la morena mantenía cierta independencia y había sido capaz de ocultar que me había dado esa memoria.

«Bien hecho, preciosa», pensé para mí busqué el momento ideal para saltar sobre ellos.

El matrimonio no puso en duda esa afirmación al venir de alguien que consideraban sometido y viendo en mí al único del que desconfiar, decidieron que fuera yo el primero al que matar:

―Acabemos ya― poniendo la pistola en mi sien comentó, Bañuelos.

Antes de que disparara, pregunté si podía despedirme de mis esposas. El cretino se descojonó e involuntariamente dejó de apuntarme mientras me daba permiso:

―Quiero que sepáis que os amo― dije dirigiéndome a Patricia y a Natacha, para acto seguido, girarme hacia la oriental: ―Kyon, mi dulce ruiseñor, quiero que sepas también te quiero y que… Isidro y Eugenia son mis enemigos.

Su maltratador comprendió mis intenciones, pero confiando en su sumisión no la vio llegar cuando de pronto usando las dos manos le rompió el cuello.  Con su marido agonizando o muerto, la mujer intentó tomarme como rehén poniendo su arma en mi cabeza, pero revolviéndome la tiré al suelo. Una vez ahí, la sumisa no tuvo piedad de ella y la mató mientras mis dos esposas miraban horrorizadas hacia mí.

― ¿Qué os pasa? ― pregunté al ver sus caras.

Natacha fue la que contestó:

―Tu cuello.

Al tocármelo descubrí que tenía clavada la jeringuilla.

―Me ha inoculado― grité mientras la habitación se nublaba…

Durante una semana, me debatí enfermo. Mis altas temperaturas y el sufrimiento que padecí les hizo temer mi muerte y en el hospital se turnaron entre ellas para que, de llegar mi fallecimiento, no muriera solo como un perro. En mi agonía, la imagen de mi adorada rubia, la de mi amada negra y de mi fiel oriental se mezclaron con la de una chiquilla que usando una esponja me lavaba la frente pidiendo a “diosito” que su nuevo papá no muriera. En mi mente, escuchaba sus lloros a la lejanía sin que pudiera reconocer quien sollozaba y así fue hasta que un lunes, conseguí abrir los ojos.

― ¿No me vas a preparar nada de desayunar? Tengo hambre― comenté a mi ruiseñor que permanecía dormido en el sofá del cuarto.

Al escuchar mi voz, Kyon creyó que era un sueño.

―Soy difícil de matar― sonreí viendo Tal era mi enfermedad que creí 

Sin poder contener su alegría, me besó y empezó a llamar a gritos al resto de la familia. Al estar en el pasillo, Patricia y Natacha tardaron apenas unos segundos en llegar en compañía de la criatura que había visto en sueños. Sus besos y abrazos no impidieron que me diera cuenta de que no me la habían presentado, pero sabiendo quién era al haberla reconocido como la hija de Bañuelos no hizo falta.

«La pobre es María», me dije compadeciéndome al saber no solo que sus padres habían muerto, sino que quien los había ejecutado había sido yo.

―No te preocupes. Antes era huérfana, ahora no. ¡Tú vas a ser mi padre! ― escuché que sin mover los labios me decía.

El cariño de tal afirmación y que me llegara directa a mente, me hizo girar y mirándola a los ojos, me pregunté si lo había imaginado.

―No, papá. He sido yo― con una sonrisa de oreja a oreja, respondió.

― ¿Eres telépata? – insistí sin usar la voz.

―Ambos lo somos.

Inconscientemente, me pregunté cómo era posible que Isidro y su mujer nunca se hubiesen dado cuenta del rotundo éxito que habían tenido con su retoño.

 ―Eran malos y nunca se lo dije― no dando importancia, contestó.

― ¿Entonces por qué me lo dices a mí?

Sonriendo mientras se acercaba y tomaba mi mano, respondió sin emitir sonido alguno:

―Mientras te cuidaba, vi que eras bueno y decidí adoptarte

Mientras ajenas a que estábamos conversando, Patricia se abrazaba a las otras dos, pedí a mi niña que se subiera sobre mí.

―Háblame. Quiero oír tu voz, mi pequeña.

 ―Te quiero, papá― contestó mientras mandaba a mi cerebro que se había ocupado de saltarse todos los trámites y que solo faltaba mi firma para ser legalmente mi hija.

Riendo, la abracé convencido que bajo el cuidado de alguien que la quisiera la indudable inteligencia de esa niña podía hacer mucho bien.

―Juntos haremos un lugar mejor de este mundo. Pero ni siquiera podemos decírselo a mis tres madres, no entenderían en lo que nos hemos convertido―me soltó por el cauce al que todavía no me había acostumbrado.

― ¿Qué somos?

―La que me engendró ya te lo dijo… comparándonos con el resto de la humanidad… ¡somos dioses!

************* FIN *************

Relato erótico: “El tatuaje” (POR ALEX BLAME)

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Me gusta pasear por la cafetería de la universidad, los cafés  son baratos y siempre encuentro alguien que me inspire un nuevo trabajo. La gente que acude allí viene atraída por las discusiones, los menús baratos, las mujeres jóvenes y hermosas o las timbas de mus y tute.
Me acodé en la barra y pedí un capuchino. A esas horas no había mucha gente y la enormidad del recinto junto con los muebles baratos y de color claro lo hacían parecer aún más vacío. Me giré y eché un vistazo a la parroquia. A la derecha, al fondo, había un grupito de jóvenes que murmuraban en tono conspirativo con unas cervezas en la mano. En el centro, cuatro aspirantes a veterinarios, los mismos de siempre, jugaban una partida de mus y se insultaban con furia a intervalos regulares.  A la izquierda, y lo más alejadas posible de los ruidosos tahúres tres pijas con tacones quilométricos y trajes chaqueta repasaban apuntes mientras tomaban café y soltaban miradas asesinas a los veterinarios.
Sin  embargo sólo ella llamó mi atención. Sentada en una mesa, delante de unos apuntes a  los que no hacía ningún caso, miraba al vacío a través de mí como si fuese transparente. Y eso no suele ser frecuente, con mi metro ochenta y cinco, mi pelo largo y desteñido por la práctica de deporte al aire libre y mis ojos color acero, podía crear atracción o rechazo pero pocas veces indiferencia.
Me moví inquieto y eso le sacó de sus ensoñaciones. Me miró con atención y aproveché para dedicarle una espléndida sonrisa. Durante un instante creí que habíamos conectado. Ella sonrió, pero enseguida recordó algo y su rostro adquirió tal tinte de melancolía que me conmovió y atrajo toda mi atención
Era una joven bellísima, o eso me lo pareció, la cara perfectamente ovalada enmarcaba unos ojos grandes y oscuros, una nariz recta y pequeña y unos labios gruesos y rojos a pesar de la ausencia de maquillaje. Sus pestañas eran largas negras y suavemente rizadas, lo mismo que su pelo, lo mismo que el ala del cuervo. Al saberse objeto de mi escrutinio, bajó la vista azorada y pasando el pelo por detrás de sus preciosas orejas, se concentró por fin en sus apuntes.
Unos segundos después aquella expresión  que mezclaba sonrisa y desconsuelo, me había convencido de que tenía mi musa. Me levante del taburete y me acerque a su mesa con un nuevo café en la mano.
-Hola  ¿Esta libre? Está todo tan lleno…  –dije con una sonrisa mirando la sala medio vacía.
Ella levantó la vista un poco descolocada. Era evidente que no era frecuente que nadie se atreviera a penetrar esa muralla invisible que había levantado a su alrededor.
 -Gracias, eres un sol. –continué, ignorando su mirada desesperada.
Bebí un sorbo de café y me quedé mirándola fijamente, ella miraba fijamente sus apuntes.  Un mechón de su pelo se escapó y calló sobre su cara. Yo sin pensarlo demasiado, se lo aparté con naturalidad con mis manos sucias de óleo y trementina.
Ella apartó bruscamente la cabeza  mirándome a los ojos por fin.
-Pensaba pegar la hebra un rato antes de proponerte nada pero como veo que eres mujer de pocas palabras iré al grano, necesito algo de ti. –dije  con una sonrisa intentando desarmarla.
-Por el aspecto de mis manos y mi ropa ya habrás llegado a la conclusión de que soy pintor, y resulta que tu rostro me resulta inspirador y me pregunto si te gustaría posar para mí.
El rostro de sorpresa que puso me pareció realmente encantador. Antes de que ella pudiese negarse o siquiera replicar continué:
-Sé que no es una petición muy común, así que,  ¿Qué te parece si vienes conmigo a mi estudio, te enseño mi obra y luego decides. No está muy lejos y puedes preguntar a cualquiera si no te fías de lo que te digo, todas las camareras me conocen.
-No lo dudo.
-Menos mal, creí que eras sordomuda, –replique con otra sonrisa –odio desperdiciar saliva.
-Venga, ¿Qué me dices? No te voy a obligar a nada, y aunque al final no poses, por lo menos pasaras un buen rato admirando las mejores obras que se han pintado desde la Gioconda.
-Al menos autoestima no te falta. –replicó ella ligeramente divertida.
-Tanta que nunca recuerdo que aún no soy mundialmente famoso. –dije riéndome –mi nombre es Jaime aunque todo el mundo me llama Jam.
-Yo soy Carolina y nadie me llama Carol.
-Encantado Carol, ahora que ya nos conocemos vamos de museos. –dije recogiendo sus apuntes y ayudándola a levantarse.
Salimos de la cafetería. Yo iba ligeramente por delante. Tenía a Carolina agarrada de la muñeca y tiraba de ella con suavidad. Ella se dejaba hacer medio hipnotizada por la seguridad que tenía en mí mismo. Yo no paraba de hablar y de hacerle preguntas, que ella, sólo en ocasiones respondía con  monosílabos. Afortunadamente el estudio estaba lo suficientemente cerca como para no hacerme pesado.
Mi taller era en realidad la buhardilla de un edificio de cinco pisos  de los años setenta roído por la aluminosis. Era bajo, caluroso en verano y frío en invierno y tenía manchas de humedad en todas las paredes, pero era barato, muy luminoso y lo bastante amplio como para que cupiesen todos mis trastos.
Abrí la puerta metálica y le franqueé el paso. Carolina entró y le echó un vistazo a la estancia.
-No parece el taller de Picasso precisamente –dijo con sorna acercándose al montón de lienzos que había apilados en la única pared que no rezumaba humedad.
Los repaso uno por uno, lentamente, parándose a inspeccionar los que le gustaban, haciendo preguntas y comentarios. Yo respondía lo mejor que sabía cada vez más atraído por su misteriosa actitud.
-Bueno ¿Qué opinas, soy digno de inmortalizarte para la posteridad?
-La verdad es que me has sorprendido, algunos son geniales, siempre teniendo en cuenta que no entiendo casi nada de arte.
-Estupendo,  ponte aquí –dije sentándola inmediatamente en un taburete antes de que pudiese negarse.
Al principio estaba tranquila y sonreía ligeramente, yo me limite a simular que esbozaba un boceto mientras esperaba. La sombra de melancolía que había nublado su mirada volvió y pude al fin captarla en el block. Durante los siguientes minutos me dedique a rellenar hojas del block con el carboncillo sin decir nada para no alterar aquel frágil estado de ánimo.
Finalmente no pude aguantar más deje el block en el suelo y la besé. Por un instante sus labios se quedaron quietos y fríos pero en seguida de cerraron sobre los míos y me devolvieron el beso. La timidez dejo paso a la avidez. Nuestras bocas sólo se separaban para respirar jadeantes.
Con un movimiento casual acerque mis manos a su pecho y acaricie su seno derecho a través de la blusa.
El efecto fue inmediato  y se separó dando un respingo:
-Lo siento pero no puedo –dijo mientras las lágrimas comenzaban a correr por su rostro.
-¿He hecho algo mal? –pregunté confuso.
-No, de veras, no es por ti –dijo cruzando los brazos sobre su pecho en actitud protectora.
Sin dejar que terminara de explicarse me acerqué de nuevo a ella y la abracé con fuerza. Carolina no se resistió, pero tampoco dejo de llorar. Le besé de nuevo, esta vez en  las mejillas, saboreando la sal de sus lágrimas mientras ella gemía quedamente y se intentaba resistir sin fuerza ninguna.
Puse una mano bajo su barbilla y  levantándole la cara, obligándole a mirarme a los ojos le besé de nuevo en la boca. El sabor de su boca inundo la mía  mezclándose con las sal de sus lágrimas. Esta vez dirigí mis manos hacía su melena. Ella notó que era un gesto forzado y se apartó una vez más de mí. Pero en vez de huir, como me esperaba, respiro hondo y empezó a desabotonarse la blusa.
Jamás olvidare los minutos siguientes.
Temblando como una hoja se desabrochó la blusa y se la quitó mostrándome un sencillo sujetador de color blanco. Con un movimiento de rabia tiro del cierre y el sujetador calló a sus pies. En el lado izquierdo, dónde debería estar su pecho, había una  prótesis de silicona con un par de feas cicatrices en vez de pezón.
Me acerqué lentamente y dudé. Finalmente decidí agarrar el toro por los cuernos y acaricié las dos  cicatrices.
-Ha debido ser duro.
-Ni te lo puedes imaginar –dijo Carol un poco más relajada al ver que reaccionaba con normalidad –fueron ocho meses horribles, pero ahora ya estoy perfectamente.
-¿Sabes por qué son hermosas? –pregunte sin dejar de acariciarlas –Porque son el símbolo de tu victoria sobre la enfermedad. No lo olvides cada vez que te despelotes delante de mí.
Del resto de su ropa me encargué yo con un masculino toque de precipitación y torpeza. Cuando la tumbé sobre la cama aún estaba un poco nerviosa, así que opté por recostarme a su lado admirando y acariciando todo su cuerpo  esbelto y juvenil como si fuese una obra de arte. Cada vez más segura de sí misma  se giró hacia mí mientras  me desabrochaba los pantalones y buscaba mi pene erecto en su interior.
Sus manos suaves y cálidas me hicieron hervir de excitación. Con dos patadas me quite los pantalones y los calzoncillos. Carolina me acarició la polla un poco más y se la metió en la boca. Sus labios gruesos y cálidos envolviendo mi verga y me arrancaron un gemido de placer. Su lengua caliente y húmeda me acariciaba el glande haciéndome temblar. Aparté su cabeza con delicadeza para evitar correrme inmediatamente y la tumbé debajo de mí.  Besando de nuevo su boca introduje mi mano entre su piernas acariciando su pubis. Su sexo se excitó y ella gimió con lujuria. Poco a poco mi boca fue bajando por su cuerpo mordisqueando y lamiendo mientras mis dedos jugueteaban con su sexo haciéndola retorcerse.
 Incapaz de contenerme un segundo más separé sus piernas y la penetré. Carol se apretó contra mí  y me arañó gimiendo con fuerza. Su coño estaba caliente y húmedo y mi polla se abría paso  con delicadeza en su interior.
Por fin su mirada era limpia, no había dolor, no había remordimiento, solo había deseo.
Me pidió ponerse encima y obedientemente la levanté y puse su cuerpo ligero sobre mi regazo. Sin dejar de mirarme a los ojos me cogió la polla y se la introdujo milímetro a milímetro en su interior. Con una sonrisa maliciosa comenzó a subir y bajar por mi polla con una lentitud desesperante. Si yo intentaba aumentar el ritmo ella hacia el gesto de separarse y volvía a tomar el control. A pesar de ello sólo verla disfrutar, estirando su cuerpo sudoroso y dejando que  lo acariciase sin vacilaciones era para mí suficiente.
Cuando creyó que me había hecho sufrir suficiente un rápido empujón dio paso a una frenética cabalgada,  sudorosa y jadeante subía y bajaba, se retorcía, gemía, gritaba y me insultaba.
Aún estaba encima de mi cuando me corrí. Mi pene se retorció y expulso su contenido en su interior excitándola aún más. Yo, con un movimiento rápido, me giré y me tumbe sobre ella penetrándola con todas mis fuerzas. A los pocos segundos noté como mi pene vibraba debido a los espasmos incontrolados de su vagina. Sólo un orgasmo brutal le obligo a apartar sus ojos de los míos.
Instantes después estábamos uno al lado del otro mirando al techo borrachos de sexo.
-Quiero hacerte un regalo –dije reflexionando en voz alta.
-¿Me vas a regalar un cuadro?
-No exactamente –respondí mientras le vendaba los ojos con un trapo casi limpio. – Y nada de trampas.
Después de asegurarme de que no veía nada fui a uno de los rincones de la habitación y cogí el carrito. Con un algodón extendí la solución antiséptica por su torso y lo que quedaba de su pecho izquierdo.
-Ahora no te muevas –dije mientras encendía la máquina de tatuar.
-Qué romántico? ¿Me vas a empastar una muela? –replicó Carolina entre risas. –¿Con esto te ganas la vida?
-No, con la pintura me gano la vida y con esto pago todo lo demás. –respondí  -Avísame si te duele.
-Muy bueno –dijo Carol cuando empecé mi tarea –¿Esto es de lo que se quejan tanto los que se hacen tatuajes? Tendrían que probar con sesiones de seis semanas de quimioterapia y una de descanso, y otras seis de quimioterapia y así varios meses.
-Debió de ser muy duro. –dije yo mientras avanzaba por su ombligo en dirección a sus pechos.
-Lo gracioso es que para mí era mucho peor la semana de descanso. El dolor no te deja pensar en lo que realmente estas pasando. Sin embargo cuando estas un poco mejor te planteas si todo este sufrimiento merecerá la pena o peor aún en la posibilidad real de que puedes morir cuando apenas has empezado a vivir.
La sesión de tatuaje, no fue tan dolorosa pero sí fue tan larga como una de quimioterapia, así que cuando terminé yo estaba rendido y ella acalambrada de estar obligada a no moverse.
Finalmente moví ligeramente su cuerpo para admirar como la piel de su torso agitaba las hojas y las flores que había tatuado igual que lo hubiese hecho el viento. Antes de quitarle la venda de los ojos embadurné el tatuaje con abundante crema antibiótica y lo tape con varios apósitos.
-Bueno, lista. –dije quitándole la venda de los ojos.
-Cabrón. ¿No me lo vas a dejar ver?
-Hasta dentro de tres días no puedes dejarlo al aire, si no podría infectarse y  se estropearían los colores. –replique maliciosamente.
-Dios mío. Es tardísimo. –Dijo Carol mientras se ponía la ropa a toda prisa y me daba un beso de despedida.
-¿Volveremos a vernos? Aún no he terminado contigo. –pregunté mientras me levantaba y la acompañaba a la puerta en pelota picada.
-Terminar, ¿En qué sentido? –replicó con una sonrisa maligna.
-En todos. Toma mi tarjeta, llámame cuando quieras o ven a verme. Lo he pasado muy bien Carol.
-Yo también –dijo Carolina con un mohín –y no me llames Carol.
Los días siguientes los pase bastante ocupado preparando una exposición pero eso no me impidió hablar con Carol por teléfono.  A duras penas conseguí mantenerla engañada para que no se quitase los vendajes.
El martes a las siete de la mañana finalmente se quitó los apósitos y me despertó al quinto intento. Estaba encantada con el tatuaje. Dijo que era lo más bonito que había visto jamás y casi entre lágrimas me dijo que nunca lo olvidaría. Me dijo que se pasaría por mi casa a la tarde y me colgó antes de que pudiese responder nada diciendo que tenía que hacer algo en ese momento.
El resto de la mañana lo pase superexcitado esperando a Carol, así que cuando recibí una segunda llamada de un número desconocido,  no estaba ni mucho menos preparado para lo que iba a oír.
-Diga –contesté intentando imaginar quién podía tener tanta prisa para hablar conmigo antes de la una de la tarde.
-Hola, -dijo una voz suave, aparentemente de una mujer de mediana edad, desde el otro lado de la línea – no me conoces pero yo acabo de conocerte a ti. Soy Julia, la madre de Carolina y quiero que sepas lo que has hecho.
Toda la excitación que había acumulado durante la mañana hasta ese momento, se me paso al instante. Me encogí instintivamente y estuve a punto de colgar pero no estaba dispuesto a renunciar a Carol tan fácilmente así que intente replicar:
-Señora, quiero que sepa…
-Lo siento, pero prefiero que no me interrumpas mientras te hable, porque si no,  no sé si podré terminar. –continuó  Julia dejándome con la palabra en la boca.
-Antes de tener la enfermedad Carolina era una chica preciosa y una hija perfecta. Siempre alegre y dispuesta a ayudar. Y entonces, hace tres años le diagnosticaron el cáncer. –comenzó Julia tomándose un segundo para coger aire – Durante la enfermedad luchó como una leona, se sometió a los ciclos de quimioterapia sin quejas. Incluso animándonos a nosotros en  nuestros momentos bajos. Incluso cuando le dijeron que iban a tener que operarle y vaciarle el pecho izquierdo, no pareció afectarse y siguió adelante con una fortaleza que nos sorprendió. Pero todo cambió tras la  operación. Cuando vio esas dos…. terribles cicatrices se echó a llorar y aunque totalmente curada del cáncer se sumió en una profunda depresión
A partir de ese momento en el relato, la voz de la mujer comenzó a temblar ligeramente:
-Pagamos la cirugía de la prótesis por nuestra cuenta para acortar al máximo el tiempo de espera, pero con las cicatrices los médicos no pudieron hacer nada. Durante el siguiente año y pico se encerró en sí misma y prácticamente cortó todo contacto con lo que antes le interesaba, amigas, lectura, estudios todo quedo aparcado, aparentemente para siempre. La llevamos a  dos psiquiatras sin resultado, hasta que hace seis meses conocimos al Dr. Blanco. Con una paciencia infinita logró sacarla de su mutismo y aunque no volvió a ser la misma por lo menos comenzó a interesarse por lo que le rodeaba. Y entonces apareciste tú.
-El viernes ya estábamos a punto de volvernos locos cuando llego. Mi marido, policía jubilado, ya estaba a punto de llamar a sus excompañeros. Íbamos a echarle una bronca de campeonato por no habernos avisado, pero la sonrisa que llevaba puesta en su rostro nos congeló los nuestros. La primera sonrisa franca en dos años y medio. Los días siguientes, al contrario de lo que esperábamos la sonrisa se mantuvo junto con algo más que sólo podíamos definir como expectación.
-Para nosotros cualquier cosa era mejor que el infierno que habíamos pasado, así que cuando esta mañana nos reunió vestida únicamente con un albornoz estábamos preparados para casi todo.  
-Cuando se abrió el albornoz no pudimos creerlo. –dijo la mujer con un profundo sollozo –Toda la parte izquierda del torso de Carolina estaba ocupada por una masa de vegetación y flores que se enredaban y se movían con cada respiración y cada movimiento de su torso. En vez de cicatrices ahora había flores e insectos de colores extraños, en vez de una mujer con un pecho mutilado había una mujer hermosa con una belleza única. Una mujer que por primera vez estaba orgullosa de ser como era.
El irrefrenable llanto  de la mujer interrumpió la narración y me dejo azorado sin saber qué hacer con el móvil. El momento se estaba alargando y estaba a punto de dar una excusa y colgar cuando una voz masculina se puso al aparato.
-Hola hijo, quiero que sepas que me has hecho pasar el momento más bochornoso de mi vida. No veía el cuerpo desnudo de mi hija desde que tenía seis años. En cualquier otra situación esto hubiera bastado para pegarte un tiro, pero lo que has le has hecho a mi hija  es el regalo más bonito que nadie le ha hecho ni nadie le hará en su vida. Y puedes hacer lo que quieras, dejarla tirada sin explicaciones incluso, que no bastara para que olvide que nos la has devuelto.
-A propósito ¿cómo ha dado conmigo?
-Oh, eso no importa. Aún conozco mucha gente en la policía. A propósito nos gustaría que… esto quedase entre nosotros, ya sabes, que no se enterase de que hemos hablado. Sólo queríamos agradecerte lo que has hecho, no sólo por ella sino también por toda la familia.
Cuando llamó a la puerta aún estaba un poco superado por los acontecimientos.  Era gracioso, ahora era yo el que parecía confuso y ella la que rezumaba alegría y vitalidad por todos sus poros.
-Hola Jam, ¿Me has echado de menos? ¿Quieres que pose para ti?
-Si te digo la verdad Carol, -dije cogiéndola entre mis brazos  –voy a hacerte el amor toda la noche, y luego quizás llore entre polvo y polvo. No hay mayor condena para un artista que no poder exponer su obra maestra.
-Míralo de otra manera, también  es la única oportunidad  de que un artista no se aleje nunca demasiado  de ella –replicó Carolina comenzando a desnudarse…
 

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“El dilema de elegir entre mi novia y una jefa muy puta” LIBRO PARA DESCARGAR POR GOLFO

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La casualidad quiso que Manuel Quijano descubriera llorando a su jefa y a pesar que Patricia era una arpía, buscara consolarla aunque eso pusiera en peligro su trabajo..Al hacerlo desencadenará una serie de hechos fortuitos que acabarán o no con su soltería al ponerle en el dilema de elegir entre esa fiera y una dulce compañera de trabajo que estaba secretamente enamorada de él.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo 1.

A pesar que mucha gente cree que llegada una edad es imposible que su vida pueda cambiar diametralmente, por mi experiencia os he de decir que están equivocados. Es más, en mi caso mi vida se trastocó para bien por algo en lo que ni siquiera participé pero que fui su afortunado beneficiario.
Por eso no perdáis la esperanza, ¡nunca es tarde!
Tomad mi ejemplo.
Hasta hace dos meses, mi existencia era pura rutina. Vivía en una casa de alquiler con la única compañía de los gritos del bar de abajo. Administrativo de cuarta en una mierda de trabajo, dedicaba mi tiempo de ocio a buscar infructuosamente una pareja que hiciera más llevadero mi futuro. Durante dos décadas perseguí a esa mujer en bares, discotecas, fiestas y aunque a veces creí haber encontrado a la candidata ideal, tengo que deciros que fracasé y que a mis cuarenta años me encontraba más solo que la una. Es más creo que llegue a un estado conformista donde ya me veía envejeciendo solo sin nadie que cuidar o que me cuidara.
Afortunadamente todo cambió una mañana que queriendo adelantar tarea aterricé en la oficina media hora antes. Pensaba que no había nadie y por eso cuando escuché un llanto que venía de la habitación que usábamos como comedor improvisado, decidí ir a ver quién lloraba. Todavía hoy no sé qué fue lo que me indujo a acercarme cuando descubrí que la que lloraba era mi jefa. Lo cierto es que si alguien me hubiese dicho que iba a tener los huevos de abrazar a esa zorra y que intentaría consolarla, me hubiese hecho hasta gracia, ya que la sola presencia de la tal Patricia me producía un terror inenarrable al saber que mi puesto de trabajo dependía de su voluble carácter.
Joder, ¡no era el único! Todos y cada uno de mis compañeros de trabajo temíamos trabajar junto a ella porque meter la pata en su presencia significaba engrosar inmediatamente la fila del paro. Para que os hagáis una idea de lo hijo de puta que era esa mujer y lo mucho que la odiábamos, su mote en la empresa era la Orco Tetuda, esto último en referencia a las dos ubres con las que la naturaleza la había dotado. Aunque hoy en día sé que su despotismo era un mecanismo de defensa, lo cierto es que se lo tenía ganado a pulso. Como jefa, Patricia se comportaba como una sádica sin ningún tipo de moral que disfrutaba haciendo sufrir a sus subalternos.
Por eso todavía hoy me sorprende que haya tenido los arrestos suficientes para vencer mi miedo y que olvidando toda prudencia, la hubiese abrazado.
Cómo no podía ser de otra forma, al sentir mi jefa ese abrazo intentó separarse avergonzada pero aprovechando mi fuerza se lo impedí y en un acto de locura que dudo vuelva a tener, susurré en su oído:
―Llore tranquila, estamos solos.
Increíblemente al escucharme, esa zorra se desmoronó y apoyando su cabeza en mi pecho, reinició sus lamentos con mayor vehemencia. Pasados los treinta primeros segundos en los que el instinto protector seguía vigente, creí que mis días en esa empresa habían terminado al presuponer que una vez hubiese asimilado ese mal trago, la gélida mujer no iba a poder soportar que alguien conociera su debilidad y que aprovechando cualquier minucia iba a ponerme de patitas a la calle.
«¡Qué coño he hecho!», os reconozco que pensé ya arrepentido mientras miraba nervioso el reloj, temiendo que al estar a punto de dar las ocho y cuarto alguno de mis compañeros llegara temprano y nos descubriera en esa incómoda postura.
Afortunadamente durante los cinco minutos que mi jefa tardó en tranquilizarse nadie apareció y aprovechando que lo peor había pasado, me atreví a decirle que debía irse a lavarse la cara porque se le había corrido el rímel. Mis palabras fueron el acicate que esa zorra necesitaba para recuperar la compostura y separándose de mí, me dejó solo entrando al baño.
«Date por jodido», pensé mientras la veía marchar, « si ya de por sí no eras el ojito derecho de la Orco Tetuda, ahora que sabes que tiene problemas la tomará contra ti».
Hundido al ver peligrar mi puesto, me fui a mi silla pensando en lo difícil que iba a tener encontrar trabajo a mi edad cuando esa maldita me despidiera.
«La culpa es mía por creerme un caballero errante y salir en su defensa», mascullé entre dientes sabiendo que no me lo iba a agradecer por su carácter.
Tal y como había supuesto, Patricia al salir del baño ni siquiera miró hacía donde yo estaba sino que directamente se metió en su oficina, dejando claro que estaba abochornada porque alguien supiera que a pesar de su fama era una mujer capaz de tener sentimientos.
Durante todo el día, mi jefa apenas salió de ahí y eso hizo acrecentar la seguridad que tenía de mi despido. En mi desesperación quise arreglar las cosas y por eso viendo que seguía encerrada cuando ya todos se habían marchado a casa, me atreví a tocar a su puerta.
―Pase― escuché que decía desde dentro y por ello tomando fuerzas entré a decirle que no tenía que preocuparse y que nadie sabría por mi boca lo que había ocurrido.
No tuve tiempo de explicárselo porque al más verme entrar su actitud serena se trasmutó en ira y me miró con un desprecio tal que, lejos de atemorizarme, me indignó. Pero lo que realmente me sacó de las casillas fue escucharla decir que si venía a restregarle en la cara los cuernos que le había puesto su marido.
―Para nada― respondí hecho una furia― lo que ocurra entre usted y el imbécil de su marido no es de mi incumbencia, solo venía a preguntar cómo seguía pero veo que me he equivocado.
Soltando una amarga carcajada, la ejecutiva me respondió:
―Me vas a decir que no sabías que Juan me ha abandonado. Seguro que es la comidilla de todos que a la Orco la han dejado por otra más joven.
No sabiendo que decir, solo se me ocurrió responder que no sabía de qué hablaba. Mi reacción a la defensiva la azuzó a seguir atacándome y acercándose a mí, me soltó:
―Lo mucho que os habréis reído de la cornuda de vuestra jefa.
Su tono agresivo me puso en guardia y por eso cuando esa perturbada intentó darme una bofetada, pude detener su mano antes que alcanzara su objetivo.
Al ver que la tenía inmovilizada, Patricia se volvió loca y usando sus piernas comenzó a tratar de darme patadas mientras me gritaba que la soltase. Mi propio nerviosismo al escuchar sus gritos me hizo hacer algo que todavía me cuesta comprender y es que tratando que dejara de gritar esa energúmena, ¡la besé!
No creo que jamás se le hubiese pasado por la cabeza que su subordinado la besara y menos que usando la lengua forzara sus labios. La sorpresa de mi jefa fue tal que dejó de debatirse de inmediato al sentir que la obligaba a callarse de ese modo.
Me arrepentí de inmediato pero la sensación de tener a ese mujeron entre mis brazos y el dulce sabor de la venganza, me hizo recrearme en su boca mientras la tenía bien pegada contra mi cuerpo. Confieso que interiormente estaba luchando entre el morbo que sentía al abusar de esa maldita y el miedo a las consecuencias de ese acto pero aun así pudo más el morbo y actuando irresponsablemente me permití el lujo de manosear su trasero antes de separarme de ella para decirle:
―Es hora que pase página. No es la primera mujer a la que han puesto cuernos ni será la última. Si realmente quiere vengarse, ¡búsquese a otro!― tras lo cual cogí la puerta y me fui sin mirar atrás.
Ya en la calle al recordar el modo en que la había tratado me tuve que sentar porque era incapaz de mantenerme en pie. Francamente estaba aterrorizado por la más que posible denuncia de esa arpía ante la policía.
«Me puede acusar de haber intentado abusar de ella y sería su palabra contra la mía», medité cada vez más nervioso, « ¿cómo he podido ser tan idiota?».
Reconozco que estuve a un tris de volver a disculparme pero sabiendo que no solo sería inútil sino contraproducente, preferí marcharme a casa andando.
La caminata me sirvió para acomodar mis ideas y si bien en un principio había pensado en presentar mi renuncia al día siguiente, después de pensarlo detenidamente zanjé no hacerlo y que fuera ella quien me despidiera.
«No tiene pruebas. Es más nadie que nos conozca se creería algo así», al recordar que a mi edad tendría difícil que una empresa me contratara por lo que necesitaba tanto la indemnización como el paro.
Lo que me terminó de calmar fue que al calcular cuánto me correspondería por despido improcedente comprobé que era una suma suficiente para vivir una larga temporada sin agobios. Quizás por eso al entrar en mi piso, ya estaba tranquilo y lejos de seguirme martirizando, me puse a recordar las gratas sensaciones que había experimentado al sentir su pecho aplastado contra el mío.
«Joder, solo por eso ¡ha valido la pena!», sentencié muerto de risa al comprobar que bajo mi pantalón mi sexo se había despertado como años que no lo hacía.
Estaba de tan buen humor que mi cutre apartamento me pareció un palacio y rompiendo mi austero régimen de alcohol, abrí una botella de whisky para celebrar que aunque seguramente al día siguiente estaría en la fila del INEM había vengado tantas humillaciones.
«Esa puta se había ganado a pulso que alguien le pusiera en su lugar y me alegro de haber sido yo quien lo hiciera», pensé mientras me servía un buen copazo.
Mi satisfacción iba in crescendo cada vez que bebía y por eso cuando rellené por tercera vez mi vaso, me vi llegando hasta la puerta de su oficina y a ella abriéndome. En mi imaginación, Patricia me recibía con un picardías de encaje y sin darme tiempo a reaccionar, se lanzaba a mis brazos. Lo incongruente de esa vestimenta no fue óbice para que en mi mente mi jefa ni siquiera esperara a cerrar para comenzar a desabrocharme el pantalón.
Disfrutando de esa ilusión erótica, dándole la vuelta, le bajé las bragas y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente.
―Eres un cabrón― protestó la zorra de viva voz sin hacer ningún intento de zafarse del castigo.
Patricia me confirmó a pesar de sus protestas que ese duro trato le gustaba cuando moviendo sus caderas, comenzó a gemir de placer. Contra todo pronóstico, de pie y apoyando sus brazos en la pared, se dejó follar sin quejarse.
―Dame más― chilló descompuesta al sentir que su conducto que en un inicio estaba semi cerrado y seco, gracias a la serie de vergazos que le di se anegaba permitiendo a mi pene campear libremente mientras ella se derretía.
En mi mente, mi sádica jefa gritando en voz alta se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y no queriendo perder la oportunidad de disfrutar de esa zorra aumenté el ritmo de mis penetraciones.
―Me corro― aulló mientras me imploraba que no parara.
Como no podía ser de otra forma, no me detuve y cogiendo sus enormes pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.
―¡Úsame!― bramó al sentir que cogiéndola en brazos, la llevaba hasta el sofá de su oficina.
La zorra de mi sueño ya totalmente entregada, se puso de rodillas en él. Al caer sobre ella, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina y lejos de revolverse, recibió con gozo mi trato diciendo:
―¡Fóllame!
Para entonces me estaba masturbando y cumpliendo sus deseos comencé un violento mete saca que la hizo temblar de pasión. Fue entonces cuando mi onírica jefa sintiéndose incómoda se quitó el picardías, permitiéndome disfrutar de su cuerpo al desnudo y moviendo su trasero, buscó que volviera a penetrarla.
Desgraciadamente, ese sueño me había excitado en demasía y aunque seguía deseando continuar con esa visión, mi entrepierna me traicionó y mis huevos derramaron sus provisiones sobre la alfombra de mi salón. Agotado pero satisfecho, solté una carcajada diciendo:
―Ojalá, ¡algún día se haga realidad!

Al día siguiente estaba agotado. Durante la noche había permanecido en vela, debatiéndome entre la excitación que me producía esa maldita y la certeza que Patricia iba a vengarse de mi actuación. Mi única duda era cómo iba a castigar mi insolencia. Personalmente creía que me iba a despedir pero conociendo su carácter me podía esperar cualquier cosa. Por eso cuando al llegar a la oficina me encontré mi mesa ocupada por un becario, supuse que estaba fuera de la empresa.
Cabreado porque ni siquiera me hubiesen dado la oportunidad de recoger mis efectos personales, de muy malos modos pregunté al chaval que había hecho con mis cosas.
―Doña Patricia me ha pedido que las pusiera en el despacho que hay junto al suyo.
«Esa puta quiere observar cómo regojo mis pertenencias para reírse de mí», pensé al caer en la cuenta que solo un cristal separaba ambos cubículos, « ni siquiera tenía que levantarse de su asiento para contemplar cómo lo hago».
Para entonces estaba cabreado como una mona y no queriendo darle ese placer, decidí ir a enfrentarme directamente con ella.
La casualidad quiso que estuviese al teléfono cuando sin llamar entré a su oficina. Contra todo pronóstico, mi sorpresiva entrada en nada alteró su comportamiento y sintiéndome un verdadero idiota, tuve que esperar durante cinco minutos a que terminase la llamada para cantarle las cuarenta.
―Me alegro que hayas llegado― soltó nada más colgar y pasándome un dossier, me ordenó― necesito que se lo hagas llegar a todos los jefes de departamento.
Como comprenderéis, no entendía cómo esa zorra se atrevía a pedirme un favor después de haberme despedido. Estaba a punto de responderle cuando sonriendo me preguntó si ya había hablado con el jefe de recursos humanos.
Indignado, respondí:
―No, he preferido que sea usted quien me lo diga.
Debió ser entonces cuando se percató que había dado por sentado mi despido y muerta de risa, me contestó:
―Tienes razón y ya que vamos a colaborar estrechamente, te informo que te he nombrado mi asistente.
―¿Su asistente? – repliqué.
―Sí, es hora de tener alguien que me ayude y he decidido que seas tú.
Entonces y solo entonces comprendí que tal y como me había temido, el castigo que mi “querida” jefa tenía planeado no era despedirme sino atarme corto. Quizás con quince años menos me hubiese negado pero admitiendo que no tenía nada que perder, decidí aceptar su nombramiento y por ello, humillado respondí:
―Espero no defraudar sus expectativas― tras lo cual recogiendo los papeles que me había dado fui a cumplir su deseo.
Lo que no me esperaba tampoco fue que cuando casi estaba en la puerta, escuchara decirme con tono divertido:
―Estoy convencida que ambos vamos a salir beneficiados.
«¡Me está mirando el culo!», sentencié alucinado al girarme y darme cuenta que lejos de cortarse, doña Patricia mantenía sus ojos fijos en esa parte de mi anatomía.
No supe que decir y huyendo me fui a hacer fotocopias del expediente que debía repartir.
«¿Esta tía de qué va?», me pregunté mientras esperaba que de la impresora brotaran las copias.
Mi estupor se incrementó cuando entregué a la directora de ventas, su juego y ésta, haciendo gala de la amistad que existía entre nosotros, descojonada comentó:
―Ya me he enterado que la Orco Tetuda te ha nombrado su adjunto. ¡Te doy mi más sincero pésame!
―¡Vete a la mierda!― respondí y sin mirar atrás, me fui a seguir repartiendo los expedientes.
Ese comentario fue el primero pero no el único, todos y cada uno de los jefes de departamento me hicieron saber de una u otra forma la comprensión y la lástima que sentían por mí.
«Dan por sentado que duraré poco», mascullé asumiendo que no iban desencaminados porque yo también opinaba lo mismo.
De vuelta a mi nuevo y flamante cubículo aproveché que esa morena estaba enfrascada en el ordenador para comenzar a acomodar mis cosas sobre la mesa mientras trataba de aventurar las posibles consecuencias que tendría en mi futuro el ser su asistente.
A pesar de tener claro que mi anteriormente apacible existencia había llegado a su fin, fue al mirar hacía el despacho de esa mujer cuando realmente comprendí que mis penurias no habían hecho más que empezar al observar que obviando mi presencia, se estaba quitando de falda. Comprenderéis mi sorpresa al contemplar esa escena y aunque no me creáis os he de decir que intenté no espiarla.
Desgraciadamente mis intentos resultaron inútiles cuando a través del cristal que separaba nuestros despachos admiré por primera vez la perfección de las nalgas con las que la naturaleza había dotado a esa bruja:
«¡Menudo culo!», exclamé en mi cerebro impresionado.
No era para menos ya que aunque mi jefa ya había cumplido los treinta y cinco su trasero sería la envidia de cualquier veinteañera. Temiendo que se diera la vuelta y me pillara admirándola, involuntariamente me relamí los labios deseando que se prolongara en el tiempo ese inesperado striptease. Por ello, reconozco que lamenté la rapidez con la que cambió su falda por un pantalón.
«Joder, ¡está buenísima!», resolví en silencio mientras intentaba encontrar un sentido a su actitud.
Para mi desgracia nada más abrocharse el cinturón, Patricia cogió el teléfono y me pidió que pasara a su oficina porque necesitaba encargarme otro asunto y digo que para mi desgracia porque estaba tan absorto en la puñetera escenita que me había regalado que no me percaté que al levantarme mi erección se haría evidente. Erección que no le pasó desapercibida a mi jefa, la cual lejos de molestarse comentó:
―Siempre andas así o es producto de algo que has visto.
Enrojecí al comprender qué se refería a lo que ocurría entre mis piernas y abrumado por la vergüenza, no supe reaccionar cuando soltando una carcajada esa arpía prosiguió con su guasa diciendo:
―Si de casualidad ese bultito se debe a mí, será mejor que te olvides porque para ti soy materia prohibida.
«Esta hija de puta es una calientapollas», me dije mientras intentaba tapar con un folder el montículo de mi pantalón.
Mi embarazo la hizo reír y señalando un archivero, me pidió que le sacara una escritura. La certeza que estaba siendo objeto de su venganza se afianzó al escucharla decir mientras me agachaba a cumplir sus órdenes:
―Llevas años trabajando aquí y nunca me había dado cuenta que tenías un buen culito.
Su comentario no consiguió sacarme de las casillas. Al contrario, sirvió para avivar mi orgullo y reaccionando por fin a sus desplantes, la repliqué:
―Me alegro que le guste pero como dice el refrán “verá pero no catará”.
Mi respuesta la hizo gracia y dispuesta a enfrentarse dialécticamente conmigo, respondió:
―Más quisieras que me fijara en ti. Aunque mi marido me ha abandonado, me considero una amante sin par.
Su descaro fue la gota que necesitaba para replicar mientras fijaba mi mirada sobre su pecho:
―No me interesa saber cómo es en la cama pero lo que en lo que se equivoca es que si algo tiene usted es un buen par.
Mi burrada le sacó los colores y no dispuesta a que la conversación siguiera por ese camino, la zanjó ordenándome que le entregara los papeles que me había pedido. Satisfecho por haber ganado esa escaramuza, se los di y sin despedirme, me dirigí a mi mesa.
Ya sentado en ella, supe que a partir de ese día mi trabajo se convertiría en un tira y afloja con esa mujer. También comprendí que si no quería verme permanentemente humillado por ella debía de responder a cada una de sus andanadas con otra parecida.
«¡A bruto nadie me gana!», concluí mirando de reojo a mi enemiga…
Esa misma tarde Patricia dio una vuelta de tuerca a su acoso cuando al volver de comer me encontré con ella en el ascensor y aprovechando que había más gente se dedicó a manosearme el culo sabiendo que sería incapaz de montar un escándalo porque entre otras cosas nadie me creería.
«¿Quién se coño se cree?», me dije indignado y deseando darle una respuesta acorde, esperé a que saliera para seguirla por el pasillo hasta su oficina.
Una vez allí cerré la puerta y sin darle tiempo a reaccionar, la cogí de la cintura por detrás. Mi jefa mostró su indignación al sentir mi pene rozando su trasero mientras mis manos se hacían fuertes en su pecho pero no gritó. Su falta de reacción me dio el valor necesario para seguir magreando esas dos bellezas durante unos segundos, tras lo cual como si no hubiese ocurrido nada la dejé libre mientras educadamente le decía:
―Buenas tardes doña Patricia, ¿necesita algo de mí?
La muy perra se acomodó la blusa antes de contestar:
―Nada, gracias. De necesitarlo serías el último al que se lo pediría.
La excitación de sus pezones marcándose bajo su ropa no me pasó inadvertida. Sé que podía haberme jactado de ello pero sabiendo que era una lucha a largo, me abstuve de comentar nada y cruzando la puerta que unía nuestros dos despachos, la dejé sola.
«Vaya par de tetas se gasta la condenada», pensé mientras intentaba grabar en mi mente la deliciosa sensación de tener a esa guarra y a sus dos pitones a mi merced.
Durante el resto de la jornada no ocurrió nada de mención, excepto que casi cuando iba a dar la hora de salir, de repente recibí una llamada suya pidiéndome que esperara porque su marido le acababa de decir que iba a venir a verla y no le apetecía quedarse sola con él.
―No se preocupe, aquí estaré― respondí increíblemente satisfecho que me tomara en cuenta.
El susodicho hizo su aparición como a los diez minutos y sin mediar ningún tipo de prolegómenos la empezó a echar en cara el haber cambiado las llaves del piso.
―Te recuerdo que fuiste tú quien se fue y que no es tú casa sino la mía. Yo fui quien la pagó y quien se ha hecho cargo de sus gastos durante nuestro matrimonio― contestó en voz alta. No tuve que ser un premio nobel para comprender que había elevado su tono para que desde mi mesa pudiera seguir la conversación.
Su ex, un mequetrefe de tres al cuarto con ínfulas de gran señor, contratacó recordándole que no estaban separados y que por lo tanto tenía derecho a vivir ahí.
―¡Denúnciame! Me da exactamente lo mismo. Desde ahora te aviso que jamás volverás a poner tus pies allí.
Cabreado, este le pidió que al menos le permitiera recoger sus cosas. Patricia se lo pensó unos segundos y tomando el teléfono llamó a mi extensión:
―Manolo, ¿puedes venir un momento?
Lógicamente fui. Al entrar me presentó a su marido tras lo cual a bocajarro, me lanzó las llaves de su casa diciendo:
―Necesito que le acompañes a recoger la ropa que se ha dejado.
No tuvo que explicarme nada más y mirando al que había sido su pareja, le señalé la puerta. El tal Juan haciéndose el ofendido, cogió su abrigo y ya en la puerta se giró a su mujer diciendo:
―Te arrepentirás de esto. Ambos sabemos tus necesidades y desde ahora te pido que cuando necesites un buen achuchón, no me llames.
Aunque no iba dirigido a mí, reconozco que mi pene dio un salto al escuchar que ese impresentable insinuaba que mi jefa tenía unas apetencias sexuales desbordadas.
«Ahora comprendo lo que le ocurre», medité descojonado: «mi jefa sufre de furor uterino».
La confirmación de ello vino de los propios labios de Patricia cuando echa una energúmena y olvidando mi presencia junto a su marido, le respondió:
―Por eso no te preocupes… me saldrá más barato contratar un prostituto que seguir financiando tus vicios.
Temiendo que al final llegaran a las manos, cogí al despechado y casi a rastras lo llevé hasta el ascensor. El tipejo ni siquiera se había traído coche por lo que tuvimos que ir en el mío. Para colmo, estaba tan furioso que durante todo el trayecto hasta la salida no paró de explayarse sobre el infierno que había vivido junto a mi jefa sin ahorrarse ningún detalle. Así me enteré que el carácter despótico del que Patricia hacía gala en la oficina tenía su extensión en la cama y que sin importarle si a él le apetecía, durante los diez años que habían vivido juntos había sido rara la noche en la que no tuvo que cumplir como marido.
―Joder, ese el sueño de cualquier hombre― comenté tratando de quitar hierro al asunto, ― una mujer a la que le guste follar.
Su ex rebatió mi argumento diciendo:
―Te equivocas. Al final te termina cansando que siempre lleve ella la iniciativa. No sabes lo mal que uno lo pasa al saber que al terminar de cenar, esa obsesa te va a saltar encima y que no te va a dejar en paz hasta que se corra un par de veces. Para que te hagas una idea, a esa perturbada le gustaba recrear las posturas que veía en las películas porno que me obligaba a ver.
―Entiendo lo que has tenido que soportar― musité dándole la razón mientras intentaba que no se percatara del interés que había despertado en mí esas confidencias.
Mi supuesta comprensión le dio alas para seguirme contando los continuos reproches que había tenido que soportar por parte de Patricia respecto a su falta de hombría:
―No te imaginas lo que se siente cuando tu mujer te echa en cara que nunca la has sorprendido follándotela contra la pared… joder será mi forma de ser pero soy incapaz de hacer algo así, ¡sentiría que la estoy violando!
―Yo tampoco podría― siguiéndole la corriente respondí.
Juan, creyendo que nos unía una especie de fraternidad masculina, me comentó que la lujuria de mi jefa no se quedaba ahí y que incluso había intentado que practicaran actos contra natura.
―¿A qué te refieres?― pregunté dotando a mi voz de un tono escandalizado.
Sin cortarse en absoluto, ese impresentable contestó:
―Lo creas o no, hace como un año esa loca me pidió que la sodomizara.
Realmente me sorprendió que fuera tan anticuado después de haberla puesto los cuernos con otra pero necesitado de más información me atreví a preguntar qué le había respondido.
―Por supuesto me negué― respondió― nunca he sido un pervertido.
Para entonces mi cerebro estaba en ebullición al imaginarme tomando para mí ese culito virgen y aprovechando que habíamos llegado a su casa, le metí prisa para que recogiera sus pertenencias lo más rápido posible diciendo:
―Don Juan disculpe pero mi esposa me está esperando.
El sujeto comprendió mi impaciencia y cogiendo una maleta en menos de cinco minutos había hecho su equipaje. Tras lo cual y casi sin despedirse, tomó rumbo a su nuevo hogar donde le esperaba una jovencita tan apocada como él. Su marcha me permitió revisar el piso de mi jefa a conciencia para descubrir si era cierto todo lo que me había dicho ese hombre. No tardé en contrastar sus palabras al descubrir en la mesilla de mi jefa no solo la colección completa de 50 sombras de Greig sino un amplio surtido de cintas porno.
«Vaya al final será verdad que mi jefa es una ninfómana de cuidado», certifiqué divertido mientras ya puesto me ponía a revisar qué tipo de ropa interior le gustaba.
Me alegró comprobar que Patricia tenía una colección de tangas a cada cual más escueto y olvidando que había quedado en llamarla cuando su ex abandonara la casa, abrí una botella y me serví un whisky mientras meditaba sobre cómo aprovechar la información de la que disponía…
…media hora más tarde y después de dos copazos, recibí su llamada:
―¿Dónde coño andas?― de muy malos modos preguntó nada más contestar.
―En su casa. Su marido se acaba de ir.
―¿Por qué no me has llamado? Te ordené que lo hicieras cuando Juan se marchara― me recriminó cabreada – no ves que no tengo llaves.
―No se preocupe la espero, no tendrá que buscarse un hotel― contesté adoptando el papel de sumiso empleado.
Mi jefa tardó veinte minutos en llegar y cuando lo hizo lo primero que hizo fue echarme la bronca por estar bebiendo. No sé si fue el alcohol o lo que sabía de ella, lo que me dio el coraje de replicar:
―Estoy fuera de mi horario y en mi tiempo libre hago lo que me sale de los cojones.
Durante un segundo se quedó muda pero reponiéndose con rapidez me soltó un tortazo pero al contrario que la vez anterior, en esta ocasión dio en su objetivo.
―¡Serás puta!― irritado exclamé.
Su agresión despertó al animal que llevaba años reprimiendo y atrayéndola hacía mí, usé mis manos para desgarrar su vestido. El estupor de verse casi desnuda frente a mí la paralizó y por ello no pudo reaccionar cuando la lancé hacia la pared.
―¡Déjame!― chilló al sentir que le bajaba las bragas mientras la mantenía inmovilizada contra el muro.
Ni me digné en contestar y preso de la lujuria, me recreé manoseando sus enormes tetas mientras mi jefa no paraba de intentar zafarse.
―Te aconsejo que te relajes porque de aquí no me voy sin follarte― musité en su oído.
Mis palabras la atenazaron de miedo y mientras casi llorando me suplicaba que no lo hiciera, me despojé de mi pantalón y colocando mi pene entre sus cachetes la amenacé diciendo:
―Hoy solo me interesa tu coño pero si me cabreas será el culo lo que te rompa.
Mi amenaza no se quedó ahí y llevando una de mis manos entre sus piernas, me encontré con que su chocho estaba encharcado. Habiendo confirmado que a mi jefa le gustaba el sexo duro y que por mucho que se quejara estaba más que excitada, me reí de ella diciendo:
―Me pediste que acompañara al imbécil de tu marido porque interiormente soñabas con esto― y mordiéndole en la oreja, insistí: ―Reconoce que querías que te follara como la puta que eres.
Avergonzada no pudo negarlo y sin darle tiempo a pensárselo mejor, usé mi ariete para forzar los pliegues de su sexo mientras con mis manos me afianzaba en sus tetas. Un profundo gemido salió de su garganta al sentir mi verga tomando al asalto su interior. Contento por su entrega, la compensé con una serie de largos y profundos pollazos hasta que la cantidad de flujo que manaba de su entrepierna me hizo comprender que estaba a punto llegar al orgasmo.
―Ni se te ocurra correrte hasta que yo te lo diga― murmuré en su oreja mientras pellizcaba con dureza sus dos erectos pezones.
―Me encanta― gritó al sentir la ruda caricia al tiempo que comenzaba a mover sus caderas con un ansía que me dejó desconcertado.
La humedad de su cueva facilitó mi asalto y olvidando toda prudencia seguí martilleando con violencia su sexo sin importarme la fuerza con la que mi glande chocaba contra la pared de su vagina.
―¡Cabrón! ¡Me estás matando!―aulló retorciéndose de placer.
―¡Recuerda que tienes prohibido llegar al orgasmo!― le solté al notar que era tal la cantidad de líquido que manaba de su cueva que con cada uno de mis embistes, su flujo salía disparado mojándome las piernas.
Su excitación era tanta que dominada por el deseo, me rogó que la dejara correrse, Al escuchar mi negativa, Patricia se sintió por primera vez una marioneta en manos de un hombre y a pesar de tener la cara presionada contra la pared y lo incómodo de la postura, se vio desbordada:
―¡No aguanto más!― chilló con todo su cuerpo asolado por el placer.
Contagiado de su actitud, incrementé mi ritmo y mientras mis huevos rebotaban contra su coño, busqué incrementar su entrega mordiendo su cuello con fuerza.
―¡Me corro!
Su orgasmo me dio alas y reclamando mi triunfo mientras castigaba su desobediencia, azoté sus nalgas con dureza mientras le gritaba que era un putón desorejado. Mi maltrato prolongó su éxtasis y dejándose caer, resbaló por el suelo mientras convulsionaba de gozo al darse cuenta que seguía dentro de ella.
Su nueva postura me permitió tomarla con mayor facilidad y asiéndome de su negra melena, desbocado y convertido en su jinete, la cabalgué en busca de mi propio placer. Usando a mi jefa como montura, machaqué su sexo con fuerza mientras ella no paraba de berrear cada vez que sentía mi pene golpeando su interior hasta que ya exhausto exploté dentro de ella, regándola con mi semen.
Patricia disfrutó de cada una de mis descargas como si fuera su primera vez y cuando ya creía que todo había acabado, contra todo pronóstico se puso a temblar haciéndome saber que había alcanzado por enésima vez un salvaje orgasmo. Alucinado la contemplé reptando por la alfombra gozando de los últimos estertores de mi pene hasta que cerrando los ojos y con una sonrisa en su cara comentó:
―Gracias, no sabes cómo necesitaba sentirme mujer― tras lo cual señalando la puerta, me hizo ver que sobraba al decirme: ―Nos vemos mañana en la oficina.
Contrariado por que me apetecía un segundo round, me vestí y salí de su casa sin saber realmente si alguna vez más tendría la oportunidad de tirarme a esa belleza pero con la satisfacción de haberlo hecho.

Relato erótico: “El florista” (POR WALUM)

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Florista
Hola soy Laura y esto sucedió hace como unos meses atrás, le cuento que soy profesora, tengo 31 años vivo en una linda casa que esta en el centro de la ciudad casi, es muy acogedor y para ser una mujer que vive sola nunca había tenido problemas con ningún vecino, mas que alguno que por ahí intentara invitarme a salir, porque creo que soy una mujer bastante llamativa a los ojos de los hombres, aunque me estatura es mas bien baja 1,60 con tacos altos que siempre ando, hacen que tenga la estatura perfecta, mientras que mis años de gimnasio, en total 5 años de gimnasio han hecho de mi cuerpo que siempre fue bastante desarrollado, algo mas marcado y bien proporcionado con unos pechos normales o grandes, una cintura muy estrecha que me encanta y mi parte posterior que es lo mejor que he tenido siempre, mi cola bien salida para afuera y bien redonda y parada que es una de las causa de las cosas que escucho en la calle y las miradas, me encanta, es mi orgullo en total mis medidas son 90-56-97. Siempre supe que llamaba mucho la atención masculina, pero no siempre me favoreció. Mi vida estaba muy bien, conozco a mucha gente y cosas así.
No había nada que afectara mal mi vida, el único problema y algo que me desagradaba mucho era que siempre para ir a trabajar paso por unos locales comerciales, donde había uno que odiaba sobre todo, un local de flores donde siempre estaban un grupo de señores como de unos 45 – 55 años y siempre se la pasaban bebiendo alcohol, y el dueño de la florería era un gordo pesado, bien panzón medio pelado y baboso a mas no poder y cuando yo salía siempre se me quedaban viendo como queriéndome desvestir.
Pero no había tanto de que quejarme. Los ignoraba, pero un día que yo salí para ir a casa de mis papás de visita como de costumbre, y realmente me gusta vestir bien, me puse un pantalón rosadito súper ajustado y un top blanco, al salir de mi casa estaban otra vez la bola de viejos borrachos riendo y también como era costumbre bebiendo, al pasar por ahí el gordo asqueroso, se paró y me miró fijamente, yo me asuste pero no seguí caminando rápido, cuando pase me dijo -¡¡Mamacita que buen culo, me gustaría tocártelo!! Yo hice como que no oí nada y seguí caminando mas aprisa y solo oí que los viejos reían por que había dicho ese tipo, de regreso a mi casa temí encontrarlos de nuevo pero mi alivio fue que el local estaba cerrado imagine que habían acabado borrachos y se habían ido a dormir.
Después de unos días yo me tranquilice porque no los veía muy seguidos, un día como cualquier otro, fui al local que esta al lado de la florería que es de un amigo de mi padre, don Javier que es un viejito muy bueno que lo conozco de toda la vida, hablamos un rato largo, me contó que estaba mal económicamente que no sabia cuanto mas iba a poder mantener el local y cosas por el estilo, yo me sentí muy mal, de pronto escuche un grito de dolor fuertísimo y un golpe, parecía que venia de al lado, de la florería, yo hice una cara pero no pregunte hasta que se volvió a producir un golpe mas fuerte, entonces don Javier me dijo en tono bajito, que seguramente era el florista que le estaba pegando a su mujer, que era un loco agresivo y la golpeaba seguido.
Yo me sentí con mucho odio, me daba mas asco aun el maldito gordo asqueroso, pero no podía hacer nada, luego la charla duro un rato mas y me fui. Me había quedado media mal, pensaba en esa pobre mujer y ese asqueroso y maldito sujeto. Paso una semana y llego un lunes, pensé en ir a ver a don Javier a la cerrajería, sabia que no estaban los borrachos así que fui a buscarlo. Entre al local y no había nadie, me resulto extraño, dije hola, pero nadie contestó, pensé que tal vez había salido a comprar algo, así que decidí esperar un poco.

De pronto escuche ruidos en la parte de atrás del local, como pude me asomé por una pequeña ventanita que había atrás, se podía ver el patio de una casa, de repente vi a el gordo asqueroso los pantalones bajados y una señora medio gorda como de unos 45 años, debía ser su señora, arrodillada y desnuda haciéndole una mamada, metía y sacaba un miembro de un enorme tamaño, debía ser como de 25 cm y gordísimo, me quede sorprendida de como cabía en esa boca aquel enorme miembro se veía una enorme cabeza roja y brillante por la saliva de la señora, el vil sujeto solo cerraba los ojos y su rostro era de puro placer mientras aquella señora devoraba ansiosamente su miembro el viejo solo exclamaba -¡¡Si puta cometela toda, o no vas a comer nada!! ¡¡AHHh mamamela así puta¡¡¡ ahhh!! Yo escuche eso y me pareció mas que humillante, era su esposa y la humillaba sintiéndose todo poderoso, yo no se como pude estar observando todo eso pero algo no me dejaba irme estaba boquiabierta sorprendida, habrían pasado como unos 10 minutos en los que yo estaba ahí viendo como esa señora se humillaba frente a ese maldito sujeto que era su esposo, el de pronto dijo -¡¡Abrí bien la boquita¡¡ Luego, sacó su enorme miembro de la boca de la señora y la empezó a masturbar, la señora estaba quieta, solo con la boca abierta esperando la descarga, no tardo mucho mas y empezaron a salir los disparos de semen del miembro del gordo y se los hecho en la boca y en toda la cara, ya después de haber descargado todo el viejo agarro su miembro y empezó a pasárselo por la cara de la señora y a darle golpes en las mejillas y en los labios con su verga la señora solo permanecía quieta, todo eso que estaba yo viendo en ese momento me pareció asqueroso y obsceno, yo estaba mirando cuando de repente, el tipo miro hacia la pequeña ventana y yo rápidamente como un impulso reaccione para quitarme de ahí no se si el me reconocería, pero me asuste mucho y me fui a mi casa con miedo. Me parecía demasiado asqueroso lo que acababa de presenciar en esos instantes y en mi mente solo recodaba aquella imagen de la señora totalmente sometida mamando ese enorme instrumento y también estaba sugestionada por si el gordo asqueroso quizás me habría visto espiándolo y tal vez me habría reconocido, llegue a casa con un estado de nerviosismo. Me fui a duchar y otra vez en la soledad imagine esa escena y otra vez volvió el miedo en mi.
Lo peor es que tenia que ir a ver a don Javier para darle unas cosas de mi papá, pensé en positivo y pensé que tal vez no había visto y mucho menos reconocido del todo y no supiera que era yo la que había estado observando, otra vez fui para lo de don Javier con una velocidad impresionante, pensé en dejar los papeles y correr a casa de nuevo, cuando estaba llegando a la cerrajería de el, estaba afuera el gordo florista sentado en la puerta de su local, el corazón latía por que tendría que pasar cerca de ahí y imagine tal vez me diría algo por haberlo espiado a el y a su mujer, pero no podía voltear, así que al verlo solo camine y al pasar me miró, se sonrió con una sonrisa bastante burlona y con eso y su mirada me di cuenta que el ya sabia que yo había sido la que había estado observándolo, voltee la mirada y seguí caminando, me metí en lo de don Javier le deje los papeles sin explicarle mucho y salí rápidamente hacia otro lado, cuando llegue a mi casa estaba asustada pensaba miles de cosas, como de que pensaría de mi el gordo que yo estaba ahí viéndolo y un sin fin de cosas. Como pude intente evitar ese pensamiento y seguí preparando todo para el otro día de clases. Al otro día luego de dar largas jornadas de clases me olvide un poco del asunto, así pasaron los días yo trataba no salir tanto, tenia miedo de toparme con el florista y otra vez sentir su mirada, los días fueron pasando seguía todo bien y de manera simple fui olvidando un poco lo que me había pasado unos días antes.
Una semana después era un lunes salí tarde de mi casa porque no llegaba a clases y en el momento de salir, con la violencia de sacar la llave se me cortó por la mitad, maldije mi suerte pero debía llegar al trabajo, ese día me había puesto una diminuta tanga porque me puse un pantalón ajustado blanco y no tenia que notarse tanto y una camisita ajustada rosadita con mis altos tacos, me veía muy bien, luego que trascurrió todo el día era obvio que tenia q arreglar la cerradura y la llave, así que tenia que ir a lo de don Javier a decirle tenia un pequeño temor de encontrarme con el florista, pero con fortuna mía estaba cerrada la florería, entre a lo de don Javier mucho mas tranquila, le explique lo que me había pasado y el fue hasta mi casa y en unos minutos arreglo todo, cambio la cerradura y me dio nuevas llaves, mientras que hablábamos y me contaba que el negocio seguía muy mal y hasta debía varios meses de alquiler, realmente estaba duro el trabajo. Luego lo acompañe hasta el local sabiendo que la florería estaba cerrada y el seguía contándome sus altibajos, me hacia sentir mal el pobre, pero nada podía hacer, luego de unos minutos mas de charla decidí volver a casa a comer algo, me fui saliendo tranquilamente, pero cuando salí el corazón volvió a latir fuertemente al ver al florista, justo sacando los carteles de su local a la calle, yo pasé caminando rápido y el me miró sonriendo, yo giré la cara y vi a través del vidrio del local como me devoraba con la vista mi trasero, con muy poca discreción, una mirada de morbo total, camine mas aprisa, no me desagrada que miren, pero con discreción, no como ese asqueroso sujeto.
Esa noche, no tenia mucho sueño, así que me quedé en el comedor leyendo una revista y escuchando música, ya me había olvidado de lo que había visto estaba mucho mas relajada, a eso de las 10 me agarró sueño, apagué la luz del comedor, fui al baño y me acosté. Estaba con la luz del velador prendida leyendo hasta que vi que me dormía, justo que la iba a apagar, miré a la ventana y había la sombra de alguien parado justo en la ventana. Lo veía entre las hendijas de la persiana, juntando fuerzas dije “Quien está ahí?, nadie me respondió y la sombra siguió ahí. Cuando me dispuse a tomar el teléfono, la sombra desapareció sin hacer ruido. Me quede muerta de miedo, sin saber que hacer. Esa noche fue terrible, me moría de miedo sin saber que hacer. Pero paso, el otro día fue mas normal, no me tope con el maldito florista, que me daba cuenta que últimamente estaba cerrada la florería, seguramente debía impuestos o cosas por el estilo ese maldito. No le preste mucha atención igual.
Cuando iba llegando la noche todo estaba tranquilo, iba a salir a tomar algo seguramente, así que luego de ver varias veces si todas las puertas estaban cerradas, decidí darme una ducha, preparé el baño y llevé ropa nueva que me había comprado para cambiarme adentro luego de salir de la ducha. Terminé de ducharme, me puse una tanga rosadita bien chica, un pantalón blanco finito y unos tacos altos, arriba me puse una remerita negra media escotada. Fui saliendo acomodándome el pelo y cuando termine de salir del baño sentí un ruido en el comedor, fui rápido y allí lo vi. Quedé dura del terror al ver a un tipo gordo con una pasamontañas que le cubría la cabeza, quise correr a la puerta pero me agarró del brazo y me dio una trompada en el estómago que me hizo perder la respiración, me tiró sobre un sillón, luego se puso delante mío y me dijo -¡¡Mira te portas bien, o te mato a golpes, esta todo cerrado y nadie me ha visto, así que es muy fácil!! Yo llorando lo escuchaba y mire para todos lados dándome cuenta de que estaban todas las cortinas y persianas cerradas, algo que yo no acostumbro a hacer, porque no se ve nada de afuera.
Temblaba de miedo, el sujeto seguía con su pasamontañas en la cabeza dando vueltas. Era bien grande, yo empecé a recuperar el oxigeno y antes de que pudiera gritar me dio un cachetazo diciéndome -¡¡Ni lo intentes zorra!! Yo temblaba de miedo entre lágrimas sin saber que hacer, mi corazón estaba a mil de miedo. Luego de mirarme fijamente mientras yo temblaba de miedo dijo -¡¡Si haces todo lo que te diga, nada malo te va a pasar!! Estaba con el pasamontañas, me levanto del sillón, intenté hacer un movimiento con la mano y me dio un cachetazo tan fuerte que me dobló la cara.
Yo lloraba sin saber a que me sometería ese sujeto. Entonces el sujeto mientras me tenia del brazo dijo -¡¡Sabes Laura, tienes unas piernas preciosas!! Me quede helada, sabía mi nombre. -¡¡Y esa cintura!! ¡¡Y esa cola, es fantástica!! Sentí como dio un paso hacia mí y luego paso sus manos en mi cintura. Yo rogaba un milagro mientras seguía quieta, presa del pánico. De pronto apoyo su bulto en mi trasero, pude sentir sobre mis nalgas su excitación, una fuerte excitación. El maldito me estaba apoyando descaradamente. Mientras me decía al oído -¡¡Tenes un cuerpazo, y siempre lo estas mostrando descaradamente….deberías cuidarte, podría pasarte algo!! El sujeto se reía descaradamente, ante mi miedo total. Luego de estar así, sin saber que intentaría conmigo me dijo al oído -¡¡Tenés un culo divino, paralo y movelo contra mi bulto!! Yo le dije -¡¡No, por favor basta!! El sujeto me apretó fuertemente el cuello y me contesto -¡¡Hacelo o te mato a trompadas!! Yo con muchísimo miedo y sintiéndome totalmente humillada comencé a menear mi cola como me había obligado, su bulto era grande, se podía percibir, yo temblaba mientras seguía haciendo lo que el maldito sujeto me pedía, me decía al oído
-¡¡Que precioso culo tenes Laura redondo, grande y paradito te tengo que decir que es excitante vértelo mover por la calle!! Yo supe entonces que el maldito sujeto me tenia estudiado los movimientos, tal vez era un psicópata, el miedo se apodero aun mas de mi, que no sabia que hacer. Mientras seguía admirando mi hermosa cola, tomo mis nalgas y las separó, para apoyar mejor, su grueso bulto que se le notaba en los pantalones. Mi cola se enterraba bajo su barriga horrible, mientras me apoyaba su miembro con mas fuerza, y decía -¡¡Uyyy….mueve tu culo Laura…menéalo como a los hombres nos gusta!! Yo seguía con su humillante petición y pare lo mas que pude mi cola, la empecé a mover suavemente de lado a lado mientras rozaba su pantalón. De pronto aparto su bulto de mi cola, se paro junto a mí, apoyo su mano sobre mi cola y empezó a estrujar cada una de mis pompas. Deje de mover mi cola, pero el sujeto dijo -¡¿Qué pasa?! ¡¡No he dicho que pares!! ¡Sigue meneando el culo PUTA! Yo seguí moviéndolo, mientras el disfrutaba apretándolo, estrujándolo y sobándolo a mas no poder. Luego volvió a ponerse detrás mío y sus manos me rodearon hasta atrapar mis pechos, yo no hice nada, permanecí inmóvil, mientras que el sujeto decía a viva voz -¡¡Que buenas tetas tenes Laura!! Me apretaba los pechos con énfasis, los amasaba fuertemente murmurándome al oído -¡¡Que tetas!..¡Son enormes y están bien duras! El sujeto me estaba humillando completamente, sabiendo que me doblaba en tamaño, todas las puertas y ventanas estaban cerradas de modo de que nadie escuchara ni viera nada, en otras palabras en esos momentos el sabia que me tenia absolutamente impotente entre sus manos, era suya, a no ser que me salvara un milagro, era suya para gozarme a su voluntad.
Eso me hacia llorar completamente sintiéndome casi muerta. De pronto el maldito sujeto me tomó del pelo fuertemente, tirandoló y me dijo al oído -¡¿Laura que te pareció como mi mujer me la estaba chupando!? ¿¡¡Te gusto!!? ¡¡ Y por eso observabas con la boca abierta!! Yo ahí recordé eso, entonces el sujeto era el maldito florista de la otra cuadra, me empecé a sacudir para todos lados y a gritar, entonces el tiró mi pelo y me dio un cachetazo fuertísimo que me hizo callar, se sacó el pasamontañas y volvió a amenazarme, pero esta vez con una navaja que tenia, mis posibilidades eran nulas, el sujeto tenia mucha fuerza, y me sacaba mucho en tamaño, estaba totalmente indefensa, justo cuando iba a gritar nuevamente el me dijo con vos violenta -¡¡Si gritas te mato a golpes!! Yo me quede helada con su amenaza, no sabia que hacer.
El se puso delante mío, y entonces me rodeo con sus brazos e hizo bajar sus gordas manos mis nalgas agarro cada una con una mano y las apretó fuertemente, en ese instante grité -¡¡Auxiliooo!! ¡¡Soltame loco!! El soltó mi cola y me agarró fuertemente del cuello y volvió a amenazarme apretando fuertemente casi dejándome sin aire, luego me miró fijamente y me dijo -¡¡No me importa nada ricurita, estas bien buena y te voy a gozar, yo te voy hacer gozar y vas a pedir mas verga como mi mujer lo pide a gritos!! Y rió vilmente, yo comencé a llorar sin sentido diciéndole que me soltara, pero el sujeto estaba como poseído completamente. Después el gordo mugriento de decir eso metió su cabeza sobre mis pechos y en un movimiento fugas mordió levemente uno de ellos a través de la tela, como un perro hambriento mordía levemente y succionaba mis pechos por encima de la camisa mientras que sus manos masajeaban rítmicamente mi cola, yo estaba quieta sin reaccionar ante aquella tremenda manoseada que me estaba dando aquel gordo feo y asqueroso sujeto, no podía creer como me podía estar pasando esto a mi, de pronto sentí como el sujeto aparto su boca de mis pechos y en un movimiento rápido jaló mi camisita, dejándome con mi sostén blanco y nuevamente volvió hacia mis pechos lamiendo y mordiéndolos ahora con un poco mas fuerza.
El sujeto lentamente empezó a conducirme a una pequeña mesita donde preparo a mis alumnos, de pronto sentí como sus manos se apartaron de mis nalgas y las llevo donde estaba el botón de mi pantalón, yo furiosa aunque aturdida por la situación saque sus manos violentamente, pero el mordió súbitamente mi pecho y me hizo intentar cubrirme arriba sacando mis manos de abajo a lo cual, el pudo desprender mi pantalón, luego sus manos subieron hacia mis pechos y rompió mi sostén, quedando mis pechos al aire libre. El me miró y dijo -¡¡Estás muy buena de verdad.
Tenés unas tetas divinas y un culo espectacular. Te voy a perforar toda muñeca!! ¡¡Tus tetas las voy a saborear como nunca te lo han hecho!! Agarro con sus gordas manos mis pechos, los chupaba y lengüeteaba yo sentía mucha repulsión, lo observaba como el locamente no paraba de chupar mis pechos, yo estaba casi sobre la mesa, de pronto el gordo asqueroso se aparto de mis pechos y vi como jaló violentamente mi pantalón, dejándome solo en tanga y tacos, el sujeto al ver mi pequeña tanga dijo
-¡¡Heee Laura si que sos una calienta pijas mira la tanguita que usas!! Yo seguía llorando ante sus viles comentarios, totalmente desmoralizada sintiéndome una cualquiera, estaba en sus manos completamente seguramente el asqueroso gordo que siempre odie me iba a poseer y hacer lo que el quisiera conmigo, como lo hacia con su gorda esposa, pero ahora tenia a una mujer mucho mas joven de 33 años y con un buen cuerpo, quizás el siempre estuvo con mujeres viejas y gordas como su mujer, pero ahora era todo lo contrario, ahora iba a gozar un cuerpo joven que en su vida hubiera soñado con tenerlo.
Luego el sujeto dijo en tono de burla y superioridad -¡¡Ahora si mami, prepárate a gozar como nunca!! ¡¡Te voy a clavar como nunca vas a pedir más!! Yo solo lo mire con cara de odio y resentimiento pero no dije nada, enseguida se aparto de mi y bajo su pantalón negro sucio y quedo en slip, yo miré hacia abajo y vi un gran bulto, como que algo intentaba salir pronto, luego se colocó entre mis piernas y pude sentir su enorme bulto en pequeños vaivenes me lo restregaba a la altura de mi vagina por encima de la tanga, estuvo un rato así hasta que se aparto de mi y se bajo el slip, ante mi apareció un enorme miembro de unos 25 cm. gorda, muy gorda y venosa, con la cabeza brillante debido al liquido preseminal que había arrojado, el sujeto me dijo con vos fuerte -¡¡Ahora mámala puta, sabia que te gusto mi verga por eso me estabas espiando el otro día!! ¡¡Ahora es toda para ti cometela!! Me dio asco hacer eso, le grite con violencia y seguridad -¡¡Estas loco degenerado!! El rápidamente con violencia agarró mi mano y la puso en su miembro, estaba caliente me empezó a dirigir mi mano de arriba abajo, el sujeto tomo mis hombros y los hizo hacia abajo y por mas que puse mucha resistencia, me terminó dejando arrodillada como el quería, mi mano subía y bajaba de su enorme miembro, yo estaba justo enfrente de aquel miembro, me daba asco el olor a mugre que tenia, la situación era muy morbosa y bastante asquerosa, nunca habría yo podido imaginar estar en una situación así, el me tomó la mandíbula me obligo a abrir mi boca, como pude ante su violencia en mi, empecé a chupársela, el sabor me desagrado completamente, quería vomitar, era muy desagradable y humillante, ese pedazo de carne no cabía en mi boca así que no me lo metía todo. Miré hacia arriba mirando al maldito sujeto y al verlo llore con mas fuerza al verlo con una sonrisa grande y cara de total locura y placer, mientras que comenzó a decir
-¡¡Así mamita ahhh ahgg mas rápido putita!! Eso me torturaba aun mas, eran escalofriantes sus viles comentarios, el acariciaba mi cabeza dirigía mis movimientos cada vez más rápidos, mientras que gemía fuertemente y yo seguía chupando lamiendo y succionando su asqueroso miembro, no podía pensar en nada que en lo asqueroso de la situación, yo chupándole el miembro a aquel gordo morboso, dándole mucho placer con mi boca algo que nunca había hecho porque me parecía humillante, sin saber porque, el sujeto paró y me levanto, me agarro de mi cintura y me volteo hacia la mesa de espaldas a el, sentía mucho miedo y asco, el dijo fuertemente -¡¡Tenes un culo perfecto, quiero que lo pares para mí!! Luego agarro su miembro duro y empezó a dar pequeños golpes en mis nalgas, luego dijo -¡¡Mové tu colita!! Yo con miedo empecé a menear mi cola en círculos levemente, el rápidamente empezó a golpear mas fuerte mi cola con su miembro. Era lo más bajo que pensé que me sometería, no podía creer que ese gordo se aprovechara completamente de todo mi cuerpo. Yo antes de que el sujeto siguiera torturándome dije -¡¡No por favor ya basta váyase, déjeme se lo suplico!! Pero el hizo oídos sordos a mis suplicas y se burlo contestando -¡¡No te preocupes Laura te va a gustar, vos solo para bien el culo y disfrútala!! Luego con sus manos jalo de los tirantes de mi tanga dejándola a medio muslo, el sujeto se quedo quieto y casi gritó -¡¡Ahhh bueno, que cola impresionante tenes Laura!! ¡¡Esta bien rico paralo más putita!! El sujeto estaba apunto de violarme, estalle en mas lagrimas y luego sentí que la punta de su miembro estaba en la entrada de mi vagina, yo me quede estática esperando que el hiciera la violación y se marchara, poco a poco fue metiendo su miembro dentro de mi vagina el dolor se hizo insoportable y grite un poco
-¡¡Aahhhyyy!! Entonces volví a suplicar gritándole entre dolor y bronca -¡¡Nooooo soltame por favor, basta!! El siguió metiendo su miembro gordo dentro de mi ser mientras que decía burlándose -¡¡AAhhh que apretadita estas Laura, que rico me la aprieta AHHH!! ¡¡Solo falta un poco mas para que te la clave toda putita!! El sujeto llego a meterla toda, haciéndome sentir un dolor terrible y la dejo ahí un rato esperando que mi vagina se acoplara un poco a aquella enorme verga en ese momento miré hacia atrás y vi como el maldito sujeto me tenia totalmente expuesta para el, después me tomo por las caderas y empezó a moverse rápidamente casi violento, yo rebotaba de atrás adelante sintiéndome una cualquiera, totalmente entregada por la violencia y el sometimiento, ahí estaba aquel gordo repugnante haciéndome, disfrutándome y gozándome a su antojo. Luego el sujeto soltó mis caderas y me tomó por los brazos y los jalo hacia atrás y ahí impuso un ritmo violentísimo haciéndome morir de dolor, yo gritaba adolorida y con mucho odio pero el seguía mas fuerte y gritaba -¡¡AAhhh que bonita te vez asiiiii disfrutándoola como una putita!! El me seguía violando con mucha fuerza metía y sacaba su miembro de mi vagina de una manera salvaje increíble yo solo gritaba, luego de un rato de ese enfermizo movimiento se detuvo, sacó su miembro, me volteó y me puso de nuevo de rodillas diciéndome -¡¡Ahora te toca tomarte esta leche que esta guardada para vos puta!!
Su miembro seguía parada igual, parecía no cansarse, la tome con una mano y la empecé a chupar con odio y humillada, quería morir, el al ver mi falta de cooperación grito -¡¡Más rápido putita mas rápido!! Yo seguí igual, entonces el maldito tomó mi pelo desde atrás, lo anudo a su mano e impuso el ritmo que el quería mientras gemía -¡¡AAhh Aohhh así perra asiii ahhhhh mas rápido!! Mis mejillas me dolían de estar chupando ese miembro tan grande y rápidamente hasta que sentí que el cuerpo del vil sujeto comenzó a convulsionarse y grito -¡¡Me vengo putita abre tu boquita yaaaaa ahhhh!!
Saco su miembro, tomó mi cara obligándome a abrir mi boca y comenzaron a caer sus disparos de semen, yo cerré los ojos y sentí los chorros, sentí un liquido caliente y viscoso en mis ojos, nariz y boca. El sujeto me trataba peor que a una puta haciendo cosas que no haría ni por dinero. El luego de terminar de humillarme dijo -¡¡Yaaa, ahhh ahora si Laura has quedado bien cogida y bañada de semen como vos querías!! Yo como pude lo mire con odio de muerte, el sonrío y siguió burlándose diciendo -¡¡Te vez linda con tu cara llena de leche!! Luego fuimos al baño donde me limpio la cara y los restos de semen de mi pelo. Luego me llevo a mi pieza, y seleccionó un pantalón rosado bien ceñido al cuerpo con una mini tanga roja y una remerita ajustada de varios colores, luego me dijo -¡¡Que rica estas!! ¡¡Laura me gusta mucho tu culo y tus tetas bien paraditas, parece mentira que te acabo de culiar!! Yo pensaba lo mismo parecía mentira como yo una mujer soltera de 33 años, linda con un cuerpo envidiable había caído en sus manos, en las manos de un gordo baboso y sucio, que debería haber sido un sueño algún día tocarme y poseerme y que ahora lo había logrado.
El sujeto se aproximo a mi me tomó por la cintura y me aferro a su gordo cuerpo mientras decía -¡¡Ay Laura sabes que, tengo mucha leche para darte y disfrutarte!! Sus palabras vulgares en el tono de burla como me las decía producían mas odio en mí, quería matarlo a ese sujeto asqueroso, pero no podía hacer nada y me quedaba quieta esperando que se marchara, pero el maldito tomó mi mano y la puso sobre su pene, diciendo -¡¡Sentí como me pongo de verte!! Yo lloraba solamente, mientras que el sujeto comenzó a acariciarme un pecho y luego empezó a morder mis senos por encima de mi remerita y los estrujaba desaforadamente, de pronto me arrancó mi remerita de un tirón salvaje, dejando mis pechos libres totalmente el miro mis pechos diciendo -¡¡Que preciosa estas putita eres una muñequita!! Y luego empezó a chupar mis pechos y morderlos como un desesperado total. Eso me asustaba mucho y me daba mucho asco lo vil del sujeto. Luego dijo en todo fuerte -¡¡Quiero que mi pene disfrute estos limones!! Y me tomo de los hombros, me hizo agacharme, ponerme de rodillas enfrente de el, luego el agarro su pene y empezó a golpear mis pechos, era una humillación de sometimiento, pero no podía hacer nada, de pronto dijo -¡¡Ahora quiero que me hagas una paja con tus lindas tetas, quiero ver lo puta que sos!! Puso su miembro hinchado entre mis pechos y tomándome de los hombros comenzó a moverme de arriba abajo rítmicamente. El sujeto me miraba y decía -¡¡Aaahhh que rico Laura sos toda una putita, te encanta la verga se nota mucho que necesitabas algo de esto, pero no te preocupes que yo te voy a dar una culiada que nunca olvidaras!!
Eso era más humillante todavía sus humillaciones verbales, su ironía y que el sujeto se sentía mi dueño, lloraba y no podía creer que esto me pasara a mí. En medio de la humillación que me daba dijo -¡¡Ahora voy a disfrutarte mas todavía, vas a tener toda esta verga adentro de nuevo, pero primero quiero disfrutar mas todo tu cuerpo!! Me levanto de donde estaba agarro mis piernas y sus manos fueron su subiendo hasta agarrar mi cola con sus gordas manos, la estrujo fuertemente y luego me giró violentamente y me agarró por detrás apoyando todo su asqueroso miembro sobre mi pantalón, podía sentir completamente la rigidez de su miembro entre mis glúteos, el sujeto estaba excitadísimo y sus manos recorrían mis pechos y todo mi cuerpo mientras seguía apoyando su asqueroso miembro en mi cola diciéndome al oído -¡¡Tenes un culo perfecto putita quiero que lo pares de nuevo!! Y me sujeto fuertemente del pelo tirando de el, yo lo hice sin dudar por el dolor y el siguió con su tarea de seguir disfrutando de tener a mi cola paradita completamente sobre su asqueroso miembro, el sujeto me refregaba su miembro y decía vilmente algo que me dejo helada y muerta de miedo -¡¡Laura siempre te veía pasar, con este hermoso culito, cuando usas estos pantalones de putita y pasas calentando a todos, no hago mas que pensar en él, pensando en mi pene todo adentro de este divino culito, y ahora por fin lo tengo!! Yo estalle en mas lagrimas, no lo podía creer el sujeto me iba a violar analmente también y le suplique que no, que por favor no, pero el estaba poseído por el deseo y me gritaba que me callara o me mataba a golpes, luego con respiración agitada comenzó a bajar el cierre del pantalón y bajándolo dio un violento tirón dejando mis pantalones en los tobillos, dejándome solo con la diminuta tanga roja que me había hecho poner el maldito, el sujeto se babeo mirándome, luego dijo -¡¡Te ves bien putita con esa tanguita!!
Siguiendo con su miembro apoyado en mi cola, se sentía el calor que despedía ese aparato, yo miraba el espejo de mi pieza viendo a ese gordo teniéndome completamente entre sus asquerosas manos, era indignante. De repente tomándome por la cintura me tiró violentamente sobre la cama, cayendo boca abajo rápidamente intente levantarme pero el sujeto ya estaba arrodillado casi encima mío con una de sus manos sobre la espalda yo mire al gordo baboso que estaba excitadísimo, no podía creer que su miembro estaba totalmente erecto con su cabezota completamente roja, el sujeto comenzó a acariciar mis glúteos agresivamente apretándolos y sobandolos a mas no poder mientras decía -¡¡Que buen culito tenes Laura, grande, duro y bien paradito!! Luego me dio par de palmadas en mis glúteos, para después seguir acariciandolos, el sujeto se puso de rodillas y empezó con su miembro duro a golpearla, el sujeto se divertía conmigo entonces dijo -¡¡Tenés un culito rico, volvelo a sacar para afuera, paralo!! Yo lo hice con mucho miedo, entonces el con sus manos abría mis nalgas y metía su miembro entre medio de ellas, yo sentía su enorme miembro y me invadía un escalofrió terrible y muchísimo pánico, mientras que moría de resentimiento al ver a ese maldito sujeto a través del espejo, veía a ese gordo inmundo teniendo mi cola bien paradita para el.
Luego siguió con sus caricias a mi cola mientras que seguía balbuceando cosas como -¡¡Que bonito culo!! ¡¡Quiero cogerte por acá, te lo voy abrir todo mamita!! De repente en un movimiento violento tomo mi tanga y la jaló dejándola en tobillos, luego empezó a acariciarse su miembro duro y empezó a ponerlo con su dedo dentro de mi cola, yo me movía para todos lados intentado huir, el sujeto se enojó y grito -¡¡Quédate quieta zorra!! ¡¡No te preocupes que te lo voy hacer delicioso, vas aullar de placer cuando lo tengas bien adentro!! Yo veía fijamente al espejo para ver todo lo que pasaba atrás de mí, con sus manos separo mis glúteos y fue poniendo la cabeza de su enorme miembro en la puerta de mi esfínter, luego presiono contra mi haciendo entrar su glande en mi cuerpo, yo con lagrimas solté un grito fuerte de dolor -¡¡AAAhhhyyyyyy aahhh aahhh!! El sujeto seguía lentamente introduciendo su enorme miembro dentro mío desgarrándome mientras decía -¡¡Quédate tranquila putita ahora vas a gozar cuando te lo meta todo, cuando entre toda voy a ser quien mas desearas que te culee estoy seguro!! Yo lloraba mas aun por sus comentarios y por el desgarre de mi hermosa cola que no aguantaba mas el dolor mientras que el gritaba de placer al sentir mi estreches -¡¡AAaaahhh putita, que rico me lo estas apretando, hooooo haaaa!!
Poco a poco siguió metiendo su enorme miembro dentro de mi pequeño esfínter, yo sentía un dolor increíble, mire hacia atrás y ya estaba casi toda dentro de mí, grite suplicando al maldito que me dejara -¡¡AAAhyyyyy ah soltame por favor!! ¡¡¡Soltame!!! Pero su miembro ya estaba dentro de mi, y se perdía entre mis glúteos, después de eso dejo su enorme miembro dentro de mi por un rato sin moverse, mientras que yo miraba por el espejo como me veía, era lo mas terrible que había visto, no lo podía creer, veía mi hermosa cola clavada por la enorme verga de ese gordo asqueroso y sucio que sonreía con aire de victoria, luego comenzó a moverse contra mi despacio, subía sacando casi todo su miembro y lo volvía a meter completamente en mi ser haciéndome dar gritos de dolor fuertísimos -¡¡AAAyy!! ¡¡AAAyy!! ¡¡AAAyy!! ¡¡AAAyy!! Luego el sujeto comenzó a moverse mucho mas fuerte contra mi mientras gritaba de gozo y decía -¡¡AAAhhh tómala putitaaa aaahh que rico se ve tu culito ensartado aaaaaahhhh siempre había soñado este momento asiiiiiiii ahhhh!! Yo lloraba y gritaba de dolor y humillación mientras el sujeto gozaba a más no poder teniendo mi cuerpo a su disposición y aprovechándolo completamente. El sujeto luego comenzó un movimiento desenfrenado, puso sus manos gordas sobre mi espalda y se monto sobre mí aplastándome, su pelvis se movía violentamente contra mí, mientras que gritaba fuertemente
-¡¡Que culo infernal tenes Laura, por Dios!! Y se escuchaba ese asqueroso ¡plop! ¡plop! ¡plop! Por las estocadas salvajes que recibía, los cachetes de mi cola vibraban con cada penetración. El sujeto estaba todo traspirado y medio cansado pero seguía gozando y gritando cosas, me dijo -¡¡Te vez mas linda así, con un macho clavándote así… Ooooohhh, que rico me lo aprietas, este culito es mío!! El gordo asqueroso aullaba de placer, y así estuvo por lo menos 20 minutos aplastándome y penetrándome violentamente, cuando de repente dijo -¡¡Prepárate putita que te voy a bañar de leche!! Y grito -¡¡AAahhhhhhhhhhh!! Yo sentí como un chorro de semen caliente invadía mi interior, después saco su miembro dirigiendo las siguientes descargas hacia mis nalgas, las baño de semen, luego empezó a esparcírmela y a golpearlas con su verga en todo el contorno de mis nalgas. Luego cayó rendido agitado al costado mío, y me explico como había planeado todo, como había conseguido la llave, mientras que yo no podía hacer nada estaba muerta de dolor, el sujeto luego se vistió y me amenazo de muerte diciéndome que sabía todos mis movimientos y tenia varios amigos que podían hacer el trabajo sucio. Yo me quede llorando a más no poder muerta de dolor y miedo.
Hechos ficticios.
 

Relato erótico “La estudiante universitaria” (POR ROGER DAVID)

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Esa mañana Anais, una tierna nena de 18 años, se dedicó en forma considerable a maquillar su cutis con un cuidado que la sorprendió. Aunque sus padres eran de clase trabajadora Anais tenía todo para considerarse una niña fresa, o una niña bien, para que se entienda mejor. En aquellos momentos sus exóticos ojos celestes ponían especial atención en que su rostro quedara apenas sombreado y lo más natural posible. Su sedoso pelo largo y rubio lo había secado, este lucía ondulado y brillante hacia un lado de su cara, aun se mantenía envuelta en la toalla después de una reparadora ducha matutina.
Una vez que se sintió satisfecha de la imagen de su rostro frente al espejo, se puso de pie y camino descalza y en forma naturalmente cadenciosa hacia su armario, la ropa para este día ya la había dejado seleccionada desde la noche anterior según era su costumbre.
Dejo caer la toalla a un lado de la cama quedándose por unos minutos completamente desnuda frente al espejo que se encontraba a un lado del armario, la imagen que sus ojos veían en esos momentos era la de una verdadera hembra y ella a pesar de su candorosa y tímida personalidad lo tenía muy claro.
Tampoco diremos que Anais era una inocentona, o que no sabía nada de la vida, ella era una chica normal, le gustaba vestir bien y salir con amigas, a veces fumaba uno que otro cigarrillo, y cuando bebía para celebrar algo su cuota eran dos cervezas individuales, le gustaba ir al cine y salir con chicos como toda nena de su edad, estudiaba derecho, pero al ser una chica venida desde provincia y al no ser de condición económica acomodada como casi la gran mayoría de sus compañeros de estudios, esto la hacían ser un poco tímida y algo cohibida.
De 1.70 mt de estatura, caderas amplias y cintura perfecta, una piel suave y de tonos dorados, con un par de tetas hermosas y de buen tamaño: firmes, duras, y escasamente manoseadas, con todo esto la nena sencillamente estaba hecha para comérsela y muchas cosas más.
Todo su cuerpo al desnudo expelía una sensualidad infinita aquella mañana, su apetitosa carne, sus marcadas curvas, el pequeño y femenino piercing de cadena adornando su ombliguito, y un poco más abajo un endemoniado triangulo de escasos pelitos rubios y encrespados, que denotaban la recién terminada pubertad de la tierna jovencita, su trasero, ni para que decirlo, estaba hecho por un escultor profesional, del tamaño perfecto para su cuerpo, duro, bien formado y paradito, en fin y como ya se dijo anteriormente Anais con solo 18 añitos de edad expelía por todos sus poros una sensualidad enloquecedora, haciéndola ser una hembra sexualmente llamativa.
Era el cuerpo de una joven doncella contemporánea con un mínimo de uso en lo que a los placeres de la carne se refiere, ya que a pesar de su extraordinaria belleza no gustaba de tener novio, solo salía con un chico pero no le daba pie para que lo de ellos llegase a más allá, a veces se permitía con él unos apasionados besos con uno que otro toqueteo, pero nada más que eso.
Daniel, el pretendiente de esta encantadora muchachita, era un joven dedicado a sus estudios, su sueño era recibirse de arquitecto lo antes posible para poder por fin hacerse novio y algún día casarse con la joven. La llevaba cortejando por casi un año entero, año en el cual la joven había aprendido a conocerlo, por lo que viendo las serias intenciones de su pretendiente, termino por convencerse y ya estaba por aceptar ser la novia de Dan, como le llamaba ella (Daniel era uno de los muchos que la pretendían, entre estudiantes y profesores, ya que en la facultad en donde la nena estudiaba eran muchos los machos que soñaban con tener a tan encantadora y jovial hembra desnuda y con las piernas abiertas).
Anais era una joven que cautivaba a cualquiera, de gestos delicados y femeninos, pertenecía a una familia de clase media baja, pero decentes y muy trabajadores, sus abnegados padres se partían el lomo trabajando para pagarle sus estudios y para que ella no pasara necesidades en la ciudad, la nena se había esforzado mucho para lograr entrar a la facultad de derecho en una  prestigiosa y conservadora Universidad capitalina, situación que había llenado de orgullo a sus progenitores.
Todo el esfuerzo que ponía la nena en los estudios no se veía muy reflejado en sus calificaciones, la carrera era complicada, mucha información que leer, arduos trabajos en los cuales Anais se amanecía para poder cumplir, y a pesar de todo el empeño que le ponía, solo sacaba la nota suficiente para mantenerse vigente, pero ella no estaba dispuesta a dimitir ni nada parecido, el día que volviera a la casa de sus padres lo haría convertida ya en toda una profesional, así se los había prometido y ella cumpliría.
Pero había una situación que la abatía desde hace ya casi una semana entera, y que era el motivo del porque tanta precaución a la hora de maquillarse, intentando no pensar en ello se calzo unos preciosos y pequeños calzoncitos blancos, albos como la nieve y con llamativos encajes, brassier del mismo color y estilo, luego se puso las medias, estas parecían aumentar aún más el volumen de sus torneadas y apetecibles piernas, y ya casi terminando se vistió con una de sus mini faldas más ajustadas, esta le llegaba hasta la mitad de sus adorables muslos, para luego calzarse unos zapatos de medio taco que eran los que más le gustaban y que, según Daniel, engrandecían su hermosura y belleza esplendorosa a sus escasos 18 años.  
Se puso una camiseta blanca no muy transparente, y una chaquetilla de mezclilla que hacia perfecto juego con la endiablada mini falda que dibujaban pecaminosamente las líneas de su cuerpo que en esos momentos entallaba.
Cuando nuevamente se vio reflejada en el espejo, puso atención en su atuendo, se veía estupenda, se dijo para sí misma. Frunciendo los labios como niña mimada se dio media vuelta, solo para poder ordenar aún más su ropa y comprobar que a pesar de lo ajustada de esta no dejara ver más de la cuenta a aquellos horrendos vagabundos que la desnudaban en la calle diciéndole vulgaridades cuando ella se dirigía a tomar sus clases, y ni qué decir de los piropos salidos que le otorgaban aquellos calientes y viejos maestros con los cuales debía compartir las aulas estudiantiles, pero hoy debía verse seductora para los ojos del Jefe de Carrera con quien tendría una reunión.
Antes hare un breve recorrido de situaciones acaecidas en la vida universitaria de la nena para que se entienda la citación de Anais a la oficina del académico.
Los días transcurrían relativamente normal en la facultad, eran muchas las situaciones que estando la joven en la sala de clases todos sus compañeros de estudios se le acercaban para solicitarle esta materia o aquella otra, esto solo eran viles patrañas para solo estar cerca de tan sugerente anatomía, cada hombre que se cruzaban con ella por los pasillos de la institución estudiantil sentían como la calentura los invadía al ver a tan suculenta estudiante, y no era para menos, verla por los patios sentada en algún banco con un lápiz en la boca concentrada en algún complicado libro de Derecho Romano, o detrás de su escritorio con esas minifaldas con las cuales mostraba las suavidades de sus relucientes muslos, o con vestidos que se ceñían a su figura remarcando cada una de sus curvas, o cuando iba con apretados pantalones de mezclilla, o cuando miraba fijamente a sus profesores poniendo atención en las explicaciones de ellos, en donde estos pensaban que Anais los miraba con otras intenciones, en resumen lo que se pusiera la joven estudiante la hacían verse  endemoniadamente apetecible y encamable para los ojos de cualquiera.
Ella al ser una chica de pueblo, y el haber sido muy bien educada, respondía en forma atenta a las consultas de sus compañeros, y también de sus maestros, sumado a que ella le encantaba sumirse en el mundo de los estudios, era una nena muy simpática y sociable.
Pero no todo sería tan perfecto, a pesar de todas las virtudes de nuestra bella estudiante de segundo año de la carrera de Leyes, había algo negativo en su personalidad, y esto era que muy en su interior no aceptaba sus orígenes humildes.
A Daniel su pretendiente aparte de ser muy buen mozo,  lo estaba escogiendo también por la carrera que él estudiaba, pero aun así se sentía algo enamorada de él, sabía que una vez recibido el joven tendría un futuro brillante, claro que ella no lo daba a demostrar, y se lamentaba de sentir esas tremendas ganas de querer ser más que sus semejantes, o de desear tener aquel reloj, o aquellas caras ropas que los padres de tal compañera se los habían comprado por ser gentes adineradas, y no como ella que era una chica pueblerina, y que sus padres a punta de trabajo y esfuerzo le enviaban en forma mensual el dinero para pagar la universidad y otro tanto para darle a sus tíos con los cuales vivía desde que comenzó sus estudios.
A comienzos del segundo año académico, fue cuando cometió un inocente error que en forma lamentable cambiaría el curso de su existencia. Había notado que desde que había llegado a la capital el dinero enviado por sus padres le alcanzaba solo para lo justo y lo necesario, tenía compañeras que cada dos meses lucían ropas nuevas, y se vanagloriaban mostrando modernos Smartphone, Tablet, I Phones, etc., que sus papis les compraban, Anais solo tenía un antiguo teléfono con tarjeta de prepago que le servía únicamente para mantener una escueta comunicación con sus padres.
Por esos días, ya no aguantando más las ganas de ella también lucir ropas nuevas, o un moderno teléfono retiro el dinero enviado por sus progenitores y fue a dejar a la casa de sus tíos el dinero que les correspondía, y cuando llego el momento de ir a pagar la mensualidad universitaria, sencillamente se fue a un céntrico mall, y gasto una buena parte de la mensualidad en comprarse ropa.
Pasados unos días el remordimiento de conciencia la desconcentraba en los estudios, ya que no tenía forma de reponer el dinero sustraído de la mensualidad. Luego toco la casualidad de ir a almorzar con un grupo de compañeras que por lo general eran ellas la que siempre pagaban la cuenta, y ya habían comentarios de pasillo que Anais debía venir de una familia pobre, y sobre esto y lo aquello, en esa oportunidad la joven provinciana se ofreció para ser ella quien cancelara la cuenta, ya que también le habían llegado los cuchicheos sobre sus orígenes y de su familia, con esto daría a demostrar que ella también estaba a la altura de sus pares, y la sensación vivida de poder y tener el dinero suficiente para darse ese tipo de lujos con sus amigas casi la hechizaron, no dudo en volver al Mall y gastarse todo el resto del dinero en cosas que le hacían falta.
Al siguiente mes y al tercero la misma situación, solo le daba el dinero a sus tíos, y la parte para pagar la Universidad se lo había gastado en ropas juveniles, con sus nuevas amigas y con algunas invitadas al cine a su pretendiente, hasta los sentimientos de culpa se le habían olvidado por lo tan bien que la hacía sentir al verse ella bien catalogada y en tan buen status económico.
Así pasaron 7 meses, hasta que el coordinador académico de asuntos estudiantiles, le fue a dejar la citación para reunirse con el jefe de la carrera, Anais supo al instante para que la estaban llamando, era para cobrarle el dinero de la Universidad.
Es aquí donde comienza la historia, este era el día de ir a dar las explicaciones del excesivo retraso en los pagos de las mensualidades, por lo que ya no queriendo pensar más en el asunto por último, y como no era su costumbre habitual para cuando ella iba a estudiar, puso unas gotas del perfume más caro de los que se había comprado últimamente, se lo aplico a la altura de su cuello, detrás de las orejas, y en las muñecas.
Su sonriente mirada ante el espejo era casi triunfal, pero sin embargo la intranquilidad en su mente iba en aumento y ya casi la consumían, agravada por las consideraciones que hizo en intentar verse lo más apeteciblemente posible sobre todo para este día.
El día antes de la citación le había confiado sus problemas a Sabina una de sus amigas, una chamaca pelirroja hermosa, y de cuerpo exuberante, algo más baja que Anais, pero que a lo lejos se le notaba que no era ninguna santurrona, tenía una sonrisa de viciosilla que no se la sacaban ni a palos, demostrando así que ella ya se manejaba con honores en las artes carnales, ambas jóvenes eran polos opuestos en aquel sentido, la colorina amiga de Anais también vivía sola, con la diferencia que está siempre andaba con dinero en los bolsillos, y vestía ropas caras y hermosas, Sabina también de 18 añitos era menor solo por unos meses que Anais, pero no tenía el candor y sensualidad de nuestra antojable estudiante de derecho.
–Y que vas a hacer amiga…!? Ese es mucho dinero… pero como te lo fuiste a gastar todo?
–No lo sé snifss, sollozaba Anais, solo necesitaba comprarme algunas cosas que me hacían falta… y luego compre más… y no me di cuenta cuando ya me había gastado toda la mensualidad… luego vinieron los demás meses, y al darme cuenta que nadie en la U me decía nada… cometí el error de pensar que tal vez no se darían cuenta, pero ya vez que no, mañana debo ir a hablar con el profesor jefe de carrera, y todos sabemos que cuando el cita a los estudiantes es por no pago, sniffs… sniffsss!!
–Y si le pidieras dinero a tu novio… a lo mejor él te podría hacer un préstamo, le sugirió Sabina…
–Ay Sabi, Daniel aun no es mi novio… además… te imaginas lo que el pensaría de mi…!?, no…! eso no puedo hacerlo…, y menos ahora que la próxima semana piensa llevarme a conocer a sus abuelitos que con tanto esfuerzo lo criaron y le han pagado sus estudios…
–Mira Anais… yo te lo proponía porque pareciera que ya lo fueran, la colorina se quedó pensando mientras veía como su amiga se limpiaba algunas lágrimas que caían por sus mejillas, para luego decirle, –Anais… escúchame bien lo que te voy a decir… yo te conozco un poquito y sé que tú no eres como algunas de las chicas que nos hemos criado en la ciudad, pero viendo tu situación no me queda más remedio que sugerírtelo…
–Que cosa… vamos dime…, la carita de Anais se ilumino al ver que tal vez su amiga tendría una solución para su problema.
La pelirroja luego de pensárselo por otros segundos se lo dijo,
–Mañana es tu reunión con el maestro Gilberto verdad?
–Si es mañana…y de verdad que no sé qué explicación darle…
–Veras ese es un viejo verde empedernido, jijiji, a lo mejor si sabes manejar la situación le logres sacar un poco más de plazo…
–No te entiendo Sabi… no sé a qué te refieres…, Anais se la quedó mirando con preocupación…
–Que lo seduzcas pues mujer… es la única forma de que te dé tiempo para reunir el dinero…
–Pero amiga que cosas me estás diciendo…!, yo no puedo hacer eso… él es un profesor respetable y de edad avanzada… además que yo tengo a Daniel, pensaba en aceptar ser la novia de él para el día que iríamos a cenar con sus abuelos, y no puedo hacerle una cosa de ese tipo, la cara de la chamaca era de preocupación absoluta por las salidas propuestas de su amiga,
–Anais… no te estoy diciendo que te vayas a acostar con él, pero se coqueta cuando estés en la reunión… si sabes calentarlo bien estoy segura que le sacaras un buen plazo para cancelar las mensualidades… escúchame… ese viejo no tiene nada de respetable, yo sé de varias chicas que se han tenido que acostar en forma obligada con él para pasar los ramos y que ahora son exitosas abogadas, pero tú no tienes que llegar a tal extremo, solo es un plazo el que le vas a pedir, además que Daniel no tiene que por que enterarse, si no es nada malo lo que vas a hacer…
–Ay no lo sé amiga, eso es muy atrevido… no sé si pueda hacer algo parecido, fue lo último que le dijo Anais a su amiga, antes de despedirse y de quedar de pensar en el asunto…
Antes de salir de su habitación la consciencia de la estudiante estaba más que alterada, aunque sus ojos le evidenciaban su belleza y el magnífico arreglo que su hermosura recibió por parte y a voluntad de ella misma, su extraño desconcierto casi la hacen declinar en sus intenciones y de los consejos recibidos por Sabina, pero pensó en sus padres, que decepcionados se sentirían ellos al enterarse que su hija favorita, la misma que hace un par de años había comenzado estudios profesionales, los había engañado y se había gastado el dinero que ellos con tanto esfuerzo le enviaban para financiar sus estudios, por lo que se dijo que ella tenía que cumplir, a pesar de lo espeluznante que sentía al solo imaginarse a ella intentando de seducir a un honorable viejito de 65 años, ella no creía lo que le había dicho Sabina sobre el profesor Gilberto Troncoso y las otras chicas.
Sin tener claridad suficiente del porqué de tantas cosas que pasaban por su mente, prefirió no pensar más en aquello, sacudiendo la cabeza en forma negativa tomo sus libros y carpetas para salir de la casa de sus tíos y ponerse en camino al centro de la ciudad.
En el momento en que ella ya estaba por salir de la casa, sintió el fuerte vozarrón de su tío,
–Que tal sobrinita… jejeje como van los estudios?, el viejo tío de Anais la miraba en forma calientemente fascinerosa recorriéndola de pies a cabeza, la joven lo fue a saludar en forma normal, ella no sabía mucho de estas cosas,
–Todo bien tío Cornelio, le dijo acercándosele y dándole un femenino beso en la cara.
Don Cornelio, el tío de Anais era un gigantesco vejete de 57 años que trabajaba en la construcción, y desde que la encomiable hembrita llego a vivir con ellos, hacia todo lo posible por espiar a la tierna chamaca, incluso en una de sus incursiones, la había visto completamente desnuda secándose su cabello al frente del espejo de su habitación , en esa oportunidad Anais no había tomado la precaución de cerrar la puerta de su dormitorio después de haberse duchado, y el viejo quien es esos momentos se aprontaba para irse a trabajar y al sentir que su curvilínea sobrina hija de su hermano, que se aprestaba para irse a estudiar fue a echar una miradita encontrándose con semejante espectáculo, fueron 3 minutos en que estuvo admirándola en forma lujuriosa, recorriéndola centímetro a centímetro, imaginándose de todo lo que a él le gustaría hacerle, poniendo especial atención en aquel precioso triángulo dorado que lucía unos escasos pelitos áureos y encrespados.
Desde aquel día soñaba con tener una sola oportunidad para poder cogérsela, pero eso era casi imposible, su mujer vivía con ellos y casi no habían oportunidades, y lo segundo era que Anais era la hija de su propio hermano, pero él no la veía como sobrina, el solo veía en ella un tremendo cuerpo de curvilínea y femenina carne hecho para recibir verga por todos sus orificios.
–Hoy te veo preocupada sobrinita, jejeje no andarás metida en problemas verdad?, le decía a la vez que se rascaba su panza peluda por debajo de su sebienta y hedionda camisa impregnada de traspiración seca. Don Cornelio era muy fijón, y sobre todo con su sobrina que lo tenía obsesionado con las bondades de su cuerpo,
–Ehhh… no tío… no hay problema, solo me tienen preocupada algunos exámenes de termino del semestre… eso es todo…
–Pues manda los exámenes a la misma mierda y vayámonos a mi cuarto a culear, aprovechando que tu tía no esta casa…, pensaba el viejo Cornelio acomodándose la verga por debajo de sus ropas, esta había reaccionado casi por instinto cuando su dueño sintió el juvenil aroma a hembra en el momento en que su sobrina le saludo con un inocente beso en la mejilla, y lo que más le calentaba al depravado familiar de la nena era ver ese tremendo cuerpo de Diosa, pero con cara de pendeja, ni el mismo se la creía que la chamaquita ya había cumplido los 18 años.
–Tío que le ocurre!?, porque me mira de esa forma?, Anais nunca se habría imaginado de los oscuros deseos carnales de su tío, ya que era el hermano de su padre, por lo que la lujuriosa mirada del viejo no la asociaba con la del deseo…
–Nada sobrina… no es nada… es solo que te veo y me recuerdas a tu madre cuando era más joven, jejejeje, (como me hubiese gustado reventarle el culo a esa otra puta la vez que me dio a probar de su zorra, tal cual como ahora te lo quiero probar y reventar a ti ricura, el viejo no podía dejar de recordar la oportunidad en que se había acostado con la madre de la joven, como también en muchas otras morbosidades de igual connotación al tener frente a él a su impresionante sobrina),
–Bueno tío… ya me voy que estoy un poco retrasada… nos vemos en la noche…
–A qué hora llegas preciosa?, el vejete sacaba fuerzas de flaqueza para no abalanzarse sobre ella y violársela en el mismo comedor de su casa…
–Después de clases saldré con Daniel…así que llegare un poquito tarde…
–Ahhh claro… Daniel… el chamaco ese con el que sales…, desde que Anais se había puesto a salir con Daniel, don Cornelio había caído en un profundo estado celo patico, ya que él veía a su sobrina como de su propiedad, y aunque sabía que lo de el con ella eran solo sueños, le gustaba fantasear que de una buena vez despachaba del hogar a su mujer para el quedarse viviendo solo con su sobrina como marido y mujer y llenarla de chamacos.
Con la calentura saliéndole por los ojos y las fosas nasales el caliente tío de Anais la vio alejarse sonriente y feliz, no le quedo más opción que ir a correrse una paja a su nombre en la soledad de su habitación, aprovechando que su mujer se había ido a tempranas horas a ver a una amiga enferma.
Mientras la joven y escultural estudiante caminaba armoniosamente sin dejar de pensar en el asunto que la afligía, se percató rápidamente que casi todas las miradas masculinas iban dirigidas como siempre a su perfecto trasero y a sus piernas.
Otros días no prestaba ni la más mínima atención a esto, solo caminaba altivamente y de vez en cuando miraba a esos viejos babosos en forma avergonzada, pero hoy era distinto, esas calientes miradas de deseo se mezclaron con las asquerosas imágenes que le produjeron lo dicho por Sabina, no concebía que ese viejo gordo y feo que era el profesor jefe de la carrera se acostara con hermosas jovencitas a cambio de pequeños favores que ellas le pedían a él, y el hecho de que ella en estos momentos fuese en dirección a su oficina para también pedirle un favor, le enervaban los sentidos, de lo que si estaba clara era que ella por nada del mundo le entregaría su virginidad a un vejete asqueroso a cambio de que le dieran más plazo para pagar la U.
Caminaba lentamente y en forma cadenciosa, lo hacía de forma inconscientemente sensual, simplemente no supo por qué pero no quería llegar a esa entrevista con el profesor Gilberto Troncoso, y mientras más lentamente caminaba, más provocativamente se veía, situación que hizo a que varios tipejos comenzaran a gritarle ordinarieces.
Cuando estaba por llegar a una esquina para cruzar la calle, desde un camión  que iba cargado con materiales de construcción que pasaba lentamente con la ventanilla baja le gritaron un par de peladeces desde el interior de este,
–¡¡Que rica y putona te ves pendeja… como nos gustaría destrozarte la ropita y  romperte ese tremendo culo que te gastas, jajajaja!!, reían y le gritaban los cuatro albañiles que iban en la cabina del camión, quienes no se cansaban de admirarla en forma calentona, hasta que desaparecieron obligados por el tráfico.
Anais solo los miro de reojo y muy ruborizada, solamente llevo una de sus manos para arreglarse el cabello por detrás de una de sus perfumadas orejas, los viejos creyeron morir de amor, ante el sensual y femenino gesto que aquella endiablada jovencita les había regalado para ellos, ese pequeño gesto de femineidad les había alterado en forma morbosa el sistema hormonal.
La rica estudiante no se explicaba el porqué de su creciente nerviosismo, solo debía entrevistarse con su profesor jefe y explicarle que ella de alguna forma reuniría el dinero para pagar los aranceles, y asunto solucionado, pero las palabrotas y las miradas de lascivia con que la miraban sobre todo los viejos de más avanzada edad, le volvían hacer pensar en las palabras dichas por Sabina, ella no lograba entender y dar credibilidad sobre el enfermizo temperamento de ese señor que podría ser hasta su abuelito, pero aun así ella se había arreglado para él, para ver si así lograba que el anciano académico le diera un poco más de plazo para pagar la deuda estudiantil.  
Mientras seguía en su recorrido en dirección a su entrevista y pensando en todo aquello, la joven universitaria vio a otros cuatro viejos que eran de lo más asquerosos, todos ellos vestidos con llamativos overoles naranjos, y que estaban destapando un alcantarillado a un costado de la calle, en el acto intento no caminar en forma  provocadora, quería pasar desapercibida, los hombres todos fofos y obesos, de entre 50 y 60 años se percataron de su presencia y de su provocativa forma de menear sus caderas con sus libros tomados con ambas manos, estos comenzaron a babear de calentura inusitada, cuando la encomiable hembra ya iba casi al frente de donde estaban ellos trabajando, el que parecía ser el jefe de la cuadrilla no se aguantó las ganas de gritarle las cochinadas que pasaron en forma refleja por su cerebro, mientras sus compinches no dejaban de empelotarla con sus lascivas miradas, y murmurando por lo bajo de lo tan buenota que estaba aquella pendeja que iba pasando por al frente de sus ojos,
–¡¡Pero que putilla más rica es la que tenemos aquí muchachos… como me gustaría  chuparle y partirle la zorra a vergazos a ese pedazo de putaaaa!!
La joven estudiante camino más rápidamente, se asustó un poco al verle la cara de degenerado al viejo que le había gritado las ultimas groserías, pero por nada del mundo dejo de moverse en forma cadenciosa, hasta que doblo por la esquina que daba a la Universidad y pudo al fin estar más segura de tanta ordinarieces y vulgaridades de la que era víctima diariamente en el trayecto de la casa de sus tíos hasta su facultad, era día sábado y tenía solo dos clases, lo primero que haría sería solucionar el problema de las mensualidades.
La encantadora nena camino por los solitarios pasillos de aquel enorme y antiguo edificio señorial, solo el eco de sus zapatos retumbaban por el cielo y las paredes de la colonial arquitectura, hasta que por fin entro en aquella sobria oficina que era espaciosa, esta tenía una vista espectacular hacia los patios de la Universidad, sus estanterías estaban llenas de libros, a otro costado había un gran sofá, y justo al medio de esta se encontraba el escritorio del Profesor jefe de la carrera de Derecho,
–Tome asiento señorita Castillo, dijo el profesor Gilberto, quien estaba sentado en un tremendo sillón detrás de su escritorio.
–Gracias señor, contesto Anais, a la vez que tomaba asiento, y cruzaba sus torneadas piernas, con sus libros tomados en ambas manos, el viejo estaba atento a todo tipo de movimientos que hacia la chica.
Luego de haber mirado a su antojo esos formidables muslos bien delineados que se doblaron y se sentaron solo a un metro de sus fauces, el vejete se relamió sus resecos labios, para recomponerse y comenzar con aquella sórdida entrevista,
–Usted ya bien me conoce, soy su jefe de carrera, Gilberto Troncoso para servirle, pero me puede llamar don Jilo, así estaremos más en confianza, le decía el salido maestro a una de sus más llamativas alumnas, intentando que la joven entrara más en confianza.
–Para mí es un gusto conocerlo personalmente… don Jilo, la nena pensaba que todo pintaba para bien, el maestro se estaba mostrando muy simpático, ahora estaba más segura que Sabina estaba totalmente equivocada con sus apreciaciones.
Gilberto Troncoso era un vejete de alrededor de los 65 años, de estatura normal un poquito más bajo que Anais. Hacían 4 meses que a don Jilo le habían  informado de la deuda de Anais Castillo, pero el viejo zorro había estudiado muy bien la situación, ya que había llamado por teléfono a los padres de la chamaca para ver qué pasaba con el asunto de los pagos, ellos le dijeron que seguramente era un error ya que ellos mensualmente le enviaban el dinero a su hija, el astuto maestro casi adivinando cual era la situación les había dicho que seguramente era un error del sistema, y que volvería a revisar los documentos y que no tomaran en cuenta su llamada, como el viejo no volvió a llamar a los padres de la joven, ellos dieron por hecho que solo había sido eso, un error.
En aquella ocasión Don Jilo antes que nada mando a buscar la ficha académica de Anais, cuando por fin esta estuvo en sus manos y con solo ver la foto de cuerpo entero de la joven al viejo casi se le reventó la verga a lecherazos, sentenciando que debido a la información que el ya manejaba, esa tremenda zorra con cuerpo de Diosa y que se mal gastaba el dinero que le enviaban sus padres para pagar la Universidad la tendría que convertir en su puta los años que le quedaran de estudios, ya lo había intentado con otras chicas, pero estas le salían adineradas y fácilmente se le habían escapado de sus manos, no sin antes haberlas manoseado y obligarlas a que les chuparan la verga, pero Anais Castillo era una chica normal, no era de familia pudiente, y sus padres vivían lejos, con esto estimaba que le sería muy fácil embaucarla e iniciarla en un mundo lleno de vejámenes en el cual  su retorcida mente ya deseaba tener sumida a tan candorosa jovencita.
El viejo luego de estarla mirando y comiéndosela de pies a cabeza, decidió que ya era hora de entrar de lleno a lo que él había planeado para este día,
–Vera señorita Castillo, yo creo que Usted ya sabe el motivo del porque está en esta oficina, verdad?
–Me imagino que debe ser por el asunto de los pagos, le contesto la chamaca intentando no demostrar su nerviosismo…
–Y que me dice?, ya lleva 7 meses en los que nuestra casa de estudios le ha estado formando profesionalmente,  y usted o su familia no han pagado nada… creo que debe existir una muy buena explicación para esto no cree?, el viejo la miraba fijamente a sus hermosos ojos celestes que ya se notaban asustados, y esto a él le encantaba.
Anais por su parte intento buscar una explicación que pareciera lógica, para que su jefe de carrera le diera más plazo en los pagos,
–Vera don Jilo, mis padres han estado pasando por una seria crisis económica… yo me comprometo a telefonearles lo antes posible para que ellos me digan cuando me depositaran el dinero para poder cancelar lo adeudado.
El viejo quien no paraba de desnudarla con sus ojos de viejo verde, se volvía a relamer los labios imaginándose el sabor que tendrían aquellos suaves y relucientes muslos al momento de lengüeteárselos, a la vez que le contesto.
–Esa es una muy buena idea mi niña, le dijo el viejo profesor a la misma vez que se paraba de su asiento y caminaba en dirección hacia la joven, –Lo único malo de toda esta situación es que yo ya me comunique con tus padres, y ellos me han asegurado que te han enviado el dinero… el vejete puso especial atención a las reacciones de la joven a medida que él le hablaba, así que continuo, –Seguro que todo esto es un mal entendido, ahora mismo los llamaremos para que todos quedemos claros y tranquilos… te parece pequeña?
La asustada joven con solo imaginarse a sus padres dando explicaciones de que ellos le habían enviado el dinero a ella, y asegurando que todo era un mal entendido, todo su cuerpo comenzó a temblar, el vejete por su lado tomo el teléfono y la carpeta con los datos personales de Anais, e hiso como si de verdad estuviera llamando a los padres de ella, obviamente no los iba a llamar, lo del dinero le daba lo mismo, existían miles de formas de arreglar el asunto de los pagos, pero quería medir la situación para ver que provecho personal podría sacar el de toda esta situación.
–Por favor señor… no los llame…!, al viejo le pareció que la voz de la estudiante se quebraba, o que le faltaba el aire, por lo que no cejo en su plan,
–Pero que es lo que me dices muchacha!?, me acabas de decir que tú misma les telefonearías para arreglar la situación, y ahora me sales que no quieres que los llame?, o hay algo que no me has dicho?, la cara del viejo cada vez más se iba transformando en la de un sátiro, ya hasta sudaba de emoción calenturienta.
–Don Jilo… la verdad es que ellos me enviaron el dinero y fui yo quien no ha pagado las mensualidades… me lo he gastado en otras cosas… sniffsss, por favor no se los diga, ya no aguantando más Anais se puso a llorar de arrepentimiento apoyándose en el escritorio del viejo y caliente académico.
El lujurioso profesor aprovecho en el acto la situación que se le estaba dando, en forma que pareciera paternal le hiso que se levantara y comenzó a consolarla,
–Ya…ya… no llores chiquita, juntos encontraremos una solución para esto, le decía a la vez que la muchacha se echaba a llorar en sus brazos al notar las confortantes palabras de su maestro que al parecer estaba dispuesto a ayudarla, el vejete la abrazaba sintiendo en sus resquebrajadas manos de viejo las firmes carnes de la joven, a modo de consuelo la sobaba tiernamente a la altura de sus caderas, le encantaba sentir aquella marcada curvatura que había entre su esbelta cintura y el nacimiento de la parte en que se termina la espalda, su verga ya se le había parado.
–Gracias don Jilo… de verdad gracias por ser tan comprensivo… y le juro que nunca más me atrasare en los pagos…, le decía a la vez que ya la joven se comenzaba a separar de ese no tan paternal abrazo que le había pegado su profesor,
–Eso está muy bien lindura… pero tu situación es muy delicada le decía el caliente profesor, volviendo al ataque ya que estaba decidido a llevarse a la joven a su casa para estar culeandola por todo ese fin de semana, no sin antes presentársela a sus amigos y sacarla a dar una vueltita por la ciudad para que aprendiera cuales serían sus nuevas obligaciones para con él a partir de este trágico día.
–Pero Ud. Me acaba de decir que me daría más plazo… eso es lo que yo le entendí, le dijo Anais a la vez que con un pañuelo desechable limpiaba las lágrimas de sus ojos,
–O sea yo estoy dispuesto a ayudarte… pero tú también me debes dar algo a cambio, lo justo es justo ricura…
–No le entiendo… y que puedo darle yo a Usted…!? a la mente de Anais lentamente volvían las palabras de su amiga, como a su vez también notaba el cambio de vocabulario en que don Jilo le comenzaba a dirigir al hablarle,
–O sea… podríamos comenzar con unos besitos, yo seré bueno contigo, pero tú te deberás portar muy bien conmigo, mira podríamos comenzar aquí sentaditos en el sillón, veras que te vas a sentir muy cómoda.
El viejo se había sentado en el enorme sofá en el momento en que en forma descarada invitaba a Anais a que se fuera a besar con él. La joven poco a poco fue cayendo en razón a cuales eran las asquerosas pretensiones de aquel aprovechador vejestorio que estaba sentado en el enorme sofá mirándola con cara de calentura, lo que la hizo reaccionar en el acto,
–Pero que es lo que me está diciendo… yo no hare eso ni por todo el plazo o el dinero del mundo…!, para esto fue por lo que me cito a su oficina!?, fue un error haber venido a esta cita, así que con su permiso señor pero yo me retiro, cuando la exaltada y llorosa joven ya estaba por abrir la puerta de la oficina para largarse de ahí y volver a sus clases, escucho la voz del vejete que le gritaba desde el sillón,
–Bien…! si esa es tu última palabra te puedes largar de aquí chamaca sin vergüenza…!!, y no olvides de pasar por tu casillero y retirar todas tus porquerías porque a esta Universidad no vuelves a poner un solo pie… estas expulsada…!! Te queda claro pendeja estúpida!!, Ahorita mismo llamare a los de seguridad para que te saquen a patadas de este edificio maldita zorraaaa!!!.
Anais no entendía el brusco cambio de personalidad del maestro Gilberto Troncoso, si bien el viejo no la estaba forzando físicamente, lo último dicho sobre que no volvería a poner un solo pie en la facultad de derecho la hicieron recular por algunos segundos, no sabía si iba a estar segura de ir y sentarse en aquel sillón para besarse con el vejete, pero sabía que si ponía un solo pie afuera de su oficina todo el esfuerzo de sus padres por haberla enviado a estudiar serian echados a la basura, y con qué cara volvería derrotada a su pueblo, arrastrando una deuda de la cual solo ella era la culpable.
–Don Jilo… por favor no me haga esto…, la joven volteo y quedo de cara al viejo aprovechador, –Debe haber otro tipo de solución… de verdad que yo le pagare hasta el último centavo… pero no me expulse de la Universidad, yo y mis padres nos hemos esforzado mucho para yo poder estudiar…
El viejo solo la miraba con desprecio, había vuelto hacia su enorme sillón detrás de su escritorio,
–Pus ya te di una oportunidad… y la has desaprovechado, no es llegar y cancelar la deuda que tú misma te has acarreado… y yo solo te pedí unos besos en la boca… no era nada más que eso y te iba a dar todo el plazo que quisieras… pero claro una joven tan agraciada como tú no es capaz de besarse con un viejo tan feo como yo verdad?, Pues ahora te me largas… y hoy mismo le aviso a tus padres que estas despachada de esta universidad por sin vergüenza, ahora largo de aquí!!, el viejo echaba espumarajos de lo exaltado que estaba, pero por debajo de la mesa cruzaba sus dedos por que la chamaca no se le fuese a escapar de sus garras.
–Don Jilo… por favor no me eche…, la chamaca estaba punto de arrodillarse si es que era necesario y si es que el viejo así lo pedía, las lágrimas nuevamente ya asomaban por sus ojos,
–Tú sabes cuales son mis condiciones desde ahora…, así que tú decides…
Ahora la tierna estudiante lo veía tal como él era, un viejo verde asqueroso y narigón, que se estaba aprovechando de ella por el error cometido, mirándolo fijamente lo estudio, don Jilo era realmente feo, de labios gruesos y moreno, con una nariz alargada y ganchuda, calvo en la parte central de la cabeza, pero con unos hirsutos mechones canosos en ambas partes de las orejas y que le bajaban a modo de patilla formándole una especie de barba plomiza, ni siquiera le ayudaba el traje de chaqueta y corbata, y tan respetable que lo encontraba antes de este día, pensaba la contrariada jovencita.
–Está bien… me besare con Usted…, le dijo finalmente con sus ojos cerrados, no quería verle la cara de degenerado con que el vejete la miraba desde que había ingresado a su oficina, y que a estas alturas ya la tenía casi desfigurada de calentura…
–Jajajaja así me gusta preciosura… serás una excelente abogada el día que te recibas si sigues así de disciplinada, pero quiero que vengas hasta aquí y me lo pidas como corresponde, depende de la forma en que lo hagas yo tomare mi decisión, aún queda la opción de que te puedas largar por si te doy asco muñeca, jajaja…, se burlaba don Jilo desde atrás de su asiento…
Anais armándose de valor pensó en que solo se debía besar con el vejete hasta que el estuviera satisfecho y este le daría más plazo para ella reunir el dinero, lentamente comenzó a caminar hacia el escritorio donde don Jilo la esperaba,
–Un momento lindura… que tal si le pones tú misma el seguro a la puerta, no querrás que alguien entrometido llegue y entre a la oficina y vea como una puta estudiante se está besando con su profesor a cambio de algo verdad?
Anais se sentía humillada hasta mas no poder por lo como la estaban tratando, y de lo que estaba a punto de hacer por propia voluntad, pero ella necesitaba que le dieran más plazo para reunir el dinero, y lo principal que por nada del mundo a este viejo maldito se le ocurriera llamar a sus padres para acusarla que se había gastado el dinero de casi un año del cual ella debió haber cancelado las mensualidades.
Nuevamente se giró hacia la puerta de la oficina y con su blanca manita puso el seguro de esta para que nadie osara a ingresar mientras ella se estaría besando en la boca con el vejete, luego casi como una sonámbula se encamino hacia el escritorio en donde la esperaba un excitado don Jilo.
El viejo no se la quería creer estaba a punto de dar rienda suelta a sus más bajos instintos y con una chamaca que tenía un cuerpazo de concurso, como un verdadero hipnotizado vio venir a ese excepcional par de muslos relucientes para ponerse a su disposición.
Cuando Anais estuvo de pie justo al lado de su escritorio, el viejo solo la miraba sonriente, la nena no se atrevía a tomar la iniciativa como el vejete se lo había ordenado.
–Vamos… que esperas putita invítame al sillón para ir a besarnos en la boca, jejeje…
Anais viendo que ya no le quedaba más opción, solo repitió lo que el vejete quería escuchar…
–Don Jilo…lo invito a su sillón a que vayamos a besarnos en la boca…, le dijo con sus ojos cerrados y no creyendo aun de lo que ella misma estaba diciendo…
–Mmmm no está mal putilla, pero quiero que me lo digas con tus ojos abiertos y mirándome directamente a la cara, jejeje…
La chica tomo aire, esto ya era colmo, pero no tenía más alternativa, abrió sus ojos celestes, su semi ondulado cabello rubio caía frondoso a un lado de su cara, se lo quedo mirando fijamente  a su detestable y arrugada faz, para luego repetirle…
–Don Jilo… lo invito a su sillón para que vayamos a besarnos en la boca…
–Así está un poco mejor pendeja… pero te falto la palabra mágica…
–Por favor don Jilo, sniffs… lo invito…snifss…snifsss a que nos vayamos a besar en la boca…Sniffssss…, a estas alturas la nena ya estaba totalmente entre asqueada y chaqueada con ella misma por lo que estaba a segundos de hacer,
–Jajajaj claro que si lindura… avanza tú primero que yo te sigo, jejeje…
Anais lloraba por el profundo asco que sentía por lo que estaba a punto de realizar, a estas alturas recién se acordó que existía Daniel y que fueron meses en que el joven tuvo que cortejarla para ella darle el primer beso, pero ahora estaba a solo segundos de hacerlo con un asqueroso y repulsivo vejete de 65 años de edad, que por primera vez en su vida entablaba una conversación con él, pensaba que ella ni su familia se merecían tanta bajeza, pero si quería tener una alternativa de ella seguir en los estudios superiores tendría que atracar su boca con la de un viejo hipócrita y aprovechador.
La jovencita quien ahora se limpiaba las lágrimas con sus manitas se sentó en un extremo del sillón, y su profesor en el otro extremo, hasta que ella nuevamente escucho la pastosa voz del viejo académico,
–Qué esperas cosita rica, jejeje ven acercándote que ya quiero probar tu lengüita, para ver si bien vale la pena cumplir con el favor que tú me estas solicitando, el viejo le miraba las piernas, con fascinación recorría las líneas de aquella corta falda de mezclilla que dibujaban el portentoso culo que se gastaba la pendeja…
A la estudiante ya no le quedaba más opción, poco a poco se fue acercando al viejo quien ya estaba casi desesperado por manosear ese fabuloso cuerpo que ya se encontraba solo a centímetros, ya no aguantándose más y en forma desesperada la tomo de uno de sus brazos jalándola hacia él,
–Eres una perra exquisita Anais, jejeje vas a ver que lo vamos a pasar muy rico, le decía el viejo mientras se entretenía en olerla como un poseído por las fragancias de su cuello, a la misma vez que la manoseaba por distintas partes de cuerpo. Anais no sabía qué hacer, no podía pensar claro por la extraña situación en la que se encontraba. –Mira como me tienes la verga putita, le dijo corriéndose la chaqueta hacia un lado, en donde ella con espanto pudo notar fácilmente un gran bulto que sobresalía desde su pantalón. –Eres una zorrita bien rica, jejejeje, con solo verte de como venias vestida haces que tenga ganas de hacerte miles de cosas, que rico se siente tocar tus piernotas enfundadas en medias mamacita, y tus tetas ni que se diga, de todas las alumnas que estudian en esta facultad tu eres la que mejores chichotas tienes, desde hace 4 meses que te estaba observando lindura, y con solo deletrear tu nombre ya se me paraba la verga… qué opinas bonita?, no es una maravilla que al fin podamos estar juntos.
La joven quien se vio sorprendida por todas las peladeces que el viejo profesor le estaba diciendo rápidamente cambio de opinión no importándole las consecuencias, se dio cuenta que el vejete tenía un extraño brillo en sus ojos, determinando que tenía que abandonar lo más pronto posible aquella oficina,
–Es Usted un viejo pelado y cochino… un pervertidooo, como se atreve a…
En ese mismo instante don Jilo viendo que la chica hiso intentos de pararse del sofá, se recostó sobre ella casi asfixiado el cuerpo de Anais, para comenzar a sobarla por todas las partes de su cuerpo,
–Suélteme don Jiloooo!, que haceee!?… auxilioooo!!, auxiliooo!!!, ayúdenme…!!!!, gritaba la joven intentando que alguien la escuchara y viniese a socorrerla del sátiro que pretendía violársela,
–Jajaja grita todo lo que quieras zorra… nadie vendrá a ayudarte, hoy es sábado y todo el personal administrativo esta libre, solo estamos tu y yo y encerrados en mi oficina, jajajaja, aparte que me calienta aún más escucharte como pides ayuda para que no te metan la verga, jajajaja!!!.
–Nooooo…!! Usted me dijo que solo serían besos… lo otro nooo…!!
Anais forcejeaba por intentar liberarse de las garras del caliente y sulfurado vejete, este por su parte ya había comenzado a lamerle la cara, le pasaba su asquerosa lengua de viejo por todas sus mejillas dejándola ensalivada y baboseada, a la vez que le seguía diciendo en forma desvergonzada todo lo que él pensaba de aquella caliente situación,
–Pues mentí pendeja sinvergüenza, esto es lo que les pasa a las zorras como tú, que se gastan el dinero que no es suyo, jajajaja, el viejo seguía lengüeteándola, oprimiéndola contra el sofá de la elegante oficina, no le permitía que se moviera, la nena estaba muy asustada y nerviosa, el asqueroso viejo ahora la miraba directamente a los ojos y le sonrió burlonamente, mientras con mucho cuidado empezó a acariciarle las tetas  por encima de la polera, con sus dos manos haciendo círculos con ellas.
–Que me está haciendo don Jilo…por favor déjeme ir, por favor…, la actitud de la nena era suplicante, ya sabía que estaba casi perdida, el viejo no se iba a conformar con solo unos besos tal como él le había dicho, entendía claramente que se la iban a culear en la misma facultad en donde ella había entrado a estudiar tan llena de sueños e ilusiones.
–Nuestra pequeña fiesta apenas comienza pendeja, le dijo en tono burlón, la chica ya sentía en sus mismas fosas nasales el aliento a viejo que el maestro dejaba salir de su pestilente boca, –Mmmmm guachitaaa!! que ricas tetas tienes, como me moría de ganas por sobártelas, le dijo mientras se las apretaba cada vez con más fuerzas, y justo en el momento en que Anais abrió su fresca boquita para volver a pedir auxilio, el excitado y lujurioso profesor aprovecho esto para meterle la lengua en toda su estrecha boca, se la introdujo hasta casi provocarle arcadas, su aliento a tabaco y dientes podridos inundó su paladar, el viejo ahora la sujetaba de su rubio cabello,  con sus gruesos labios de lobo feroz bien pegados a los rosados y sensuales labios de la nena, haciendo rítmicos y chapoteantes círculos con su lengua alrededor de la de ella que lo esquivaba en forma desesperada, la nena sentía la puntiaguda nariz del vejete como se le clavaba en su cara, se la sentía helada y húmeda, como si este estuviera resfriado o con romadizo cuando se rosaba con la respingona nariz de ella, luego para coronar el erótico ritual lingüístico el degenerado profesor se separó de su boca y le mando un repulsivo escupo el cual impacto en pleno rostro de la asqueada Anais.
Don Jilo después haberla escupido y besuqueado a su total antojo y de haberle estado sobando las tetas todo lo el que quiso, comenzó a subirle la camiseta lentamente, Anais con su carita escupida y con sus manitas temblorosas en forma desesperada trataba de impedírselo pero el viejo profesor no encontró nada mejor que  levantar una de sus manos y darle una fuerte bofetada en el rostro que prácticamente la hicieron ver rayos y centellas, la chica ya no quiso seguir con sus estupideces, ahí  fue que supo que el viejo aparte de caliente también era agresivo.
Por su parte don Jilo al notar que la joven hembra ya había entendido cuál era su posición siguió subiendo sus ropas, primero le quito la chaqueta de mezclilla para luego continuar con la blanca polera, y sin dejar de mirarla directamente a sus ojos metió sus manos por debajo del sujetador blanco y comenzó a sobajearle las tetas con ansias animalescas.
–Mmm… que suavecitas se sienten tus tetotas mamasota…!, que rico par de melones tienes mi pendejita rica…!! –No se ven tan grandes cuando están cubiertos por toda tu ropa, pero te las encuentro perfectas… están duritas y suavecitas… como a mí me gustan jejeje.
Anais miraba aterrada todo lo que le estaban haciendo, y de vez en cuando ponía atención en la insana expresión de su rostro. Ese vejete desgraciado era horrible, y ahora tenía una mirada aún más lujuriosa que al principio, le daba la impresión de que este estaba imaginando miles de cochinadas que haría con ella a partir de estos momentos.
De pronto la asustada jovencita noto como el viejo con una de sus manos le destrabo el sujetador liberando por fin esa frescas montañas de carne tersa y juvenil, a la misma vez que sacaba un cigarrillo desde su apolillada chaqueta, para luego más trabajosamente aun proceder a encenderlo y tirarle todo el humo en su cara, a la vez que le mostraba la roja braza de la punta del cigarrillo, para decirle,
–Si continuas portándote mal y haciendo mamadas que a mí no me parezcan, de ahora en adelante tendré que utilizar esto, el desequilibrado vejestorio acercaba su cigarrillo encendido a las relucientes carnes de sus tetas, Anais estaba que se meaba de pavor al imaginarse el dolor que sentiría si a ese endemoniado viejo se le ocurría quemarle las tetas, en ese momento la atractiva estudiante de leyes ya no aguanto más se puso a llorar desconsoladamente, estaba temiendo lo peor.
El viejo vio como sus lágrimas comenzaban a resbalar por sus mejillas, entendió que con eso ya era suficiente por lo que apago el cigarrillo en el suelo para luego ir acercando su boca a la cara de la nena en donde lamio todas las lágrimas que de sus ojos brotaban como así mismo el rastro acuoso que estas dejaban, siguió incursión abajo para llegar a lo que él ya quería degustar,
–Te gastas las tremendas chichotas pendeja, te las voy a chupar hasta lograr sacarte leche, jajajaja, y uniendo la acción con las palabras fue abriendo su bocota para pegarse la mejor chupada de tetas que en su vida se había mandado.
El viejo llevaba unos buenos minutos  chupándole las tetas a Anais, quien estaba en un lamentable estado de shock por lo traumático de la situación, el viejo la tenía casi inmovilizada recostada en el sillón y el sobre su cuerpo, la nena sentía como esa rasposa lengua se paseaba a su antojo por las suavidades de sus tetas, era la primera vez en su vida que se las chupaban, poco a poco empezó a tener una sensación que invadía todo su cuerpo, pudo sentir como su cara se ruborizaba por alguna razón, y esa razón era una sola, ella nunca había estado en tales circunstancias con ningún hombre, y ahora si lo estaba con un espantoso vejete casi 50 años mayor que ella, el resbaloso lengüeteo en las tetas que este le estaba pegando le hacían sentir algo rico, y esto la hacían sentir de lo peor.
Su mente le decía que no se permitiera sentir eso, que no se dejara avasallar por tan despreciable vejestorio, un verdadero lobo con piel de oveja, pero su cuerpo ya comenzaba a decirle lo contrario, a la nena por primera vez en su vida le estaba comenzando a gustar esa agradable sensación de placer.
Horrorizada por estar sintiendo tales sensaciones, gruesas  lágrimas comenzaron a brotar de sus bellos ojos celestes, en forma desesperada nuevamente comenzó a moverse e intentar escapar de las garras de ese viejo degenerado antes que se le ocurriera sacar su cosa y metérsela, el viejo casi no sentía los esfuerzos de la nena, solo se daba a chupar, lamer, succionar, mordisquear y luego volver a chupar y seguir chupando.
Anais quien llevaba unos buenos minutos contorsionándose y pataleando para salirse de aquel sofá, ya casi estaba entregada ahora solo sentía como le succionaban las tetas, con sus ojos cerrados se dejaba hacer sin saber qué hacer ni cómo reaccionar, el viejo la estuvo chupando por un buen rato, la jovencita no se dio ni cuenta cuando el depravado ya le tenía la falda subida hasta la altura de su cintura, lo que si sintió fue cuando de pronto percibió que algo se metía por entre sus muslos, como pudo levanto su cabeza para ver como el viejo asqueroso había puesto su mano encima de su vagina y comenzaba a masturbarla por arriba de sus medias y su blanca prenda íntima, hasta que el vejete se separó de sus mojadas tetas para decirle,
–Mira nada mas como estas de mojada putita… jajaja, tus jugos hasta atravesaron la tela de tus calzones y medias pendeja caliente, jajaja, le dijo mientras le mostraba sus arrugados dedos en donde se notaba una reluciente humedad, –Esto significa que tu zorra ya está pidiendo verga a gritos…, jajaja!! No llevo manoseándote ni 15 minutos, y vaya que te calientas muy rápido.
–Eso… eso… no es verdad, le contesto Anais con su voz muy bajita, le extraño que el vejete ya casi no la estaba sujetando y ella ahora no hacía nada por huir de aquel lugar, el viejo notando la pasividad de la tierna chamaca, aprovecho para bajar el cierre de la falda, y luego comenzar a retirársela hacia abajo junto con las medias y la ropa interior, Anais reacciono al instante,
–Nooo!! Eso sí que noooo…!! Por favor don Jilooo no lo hagaaaa…!!!, le decía mientras con sus manos luchaba con las del vejete para que este no terminara por desnudarla por completo,
–Siii, si lo hare preciosura y ya no te hagas la decente conmigo, jejeje se nota que estas desesperada por que te metan la verga, jajajaja, le decía mientras ya había logrado bajarle las vestimentas una buena cantidad de centímetros.
Se vinieron más manoteos y unos buenos jadeos por parte de ambos y la nena ya sintió el aire en su vagina, hiso el último esfuerzo por subirse los calzones, y fue el viejo quien salió victorioso, ya que al notar la férrea resistencia que opuso su joven oponente simplemente se los destrozo junto con las medias, la falda y los zapatos salieron volando y cayeron cerca del escritorio, la había terminado de empelotar.
Anais al saberse desnuda por primera vez en su vida ante la presencia de un hombre solo atino a taparse la cara con sus dos manitas y juntar lo que más pudo sus muslos para proteger lo que sabía que ya estaban a punto de usurpar.
El viejo se lanzó sillón abajo y quedo arrodillado contemplando el soberbio cuerpazo al desnudo de Anais, hace mucho tiempo que el destino no le había provisto un tan suculento bocado de carne fresca y juvenil que él solito ya estaba a minutos de degustar para él solo. Sin dejar de recorrerla en forma lasciva tragaba abundantes cantidades de saliva que se le formaba en la boca, veía esos atrayentes pelitos dorados que escasamente adornaban la pelvis de aquella exquisita criatura, sintió unas tremendas ganas de comérsela, de meterle la verga a la fuerza, culearla hasta la locura, pero sabía que era día sábado, y que ni siquiera era medio día, o sea… tenía todo el tiempo del mundo.
Don Jilo llevo su temblorosa mano al palpitante vientre de la muchacha, al posarla pudo sentir una suavidad jamás sentida en sus resquebrajadas manos, con sus dedos índice y pulgar se dio a jugar con el piercing, era la primera vez que tocaba uno, solo los había visto cuando por Tv miraba a las nenas bailar Axe hace algunos años, y Reggaetón, o cuando veía alguna película porno, su verga pulsaba por la ansiedad de meterse por entre medio de aquellas jóvenes carnes,
–Mmmmm que suavecita que eres pendejaaa… y te ves más rica todavía con esta mamada puesta en tu ombliguito, le decía jugando aun con el piercing entre sus dedos, –Y tu coñito se ve más rico todavía mi amor, se ve limpiecito, bien depiladito como a mí me gustan jejeje, (el viejo no sabía que por naturaleza propia a la joven le salían pocos pelos en la zorra), –No sabía que eras tan maraca para tus cosas jejeje, le continuaba diciendo mientras ya palpaba suavemente con la yema de sus dedos los rubios pelitos encrespados de la vagina de Anais. –Ahora prepárate porque vas a comenzar a disfrutar como una mal nacida, jajajaja!!!.
Dicho esto último don Jilo comenzó a sobarla con sus dos manos, los ojos de Anais lo miraban tratando de adivinar que le haría ahora, en eso vio como la mano del vejete bajaba hacia al medio de sus cerrados muslos para comenzar a tocarla en su rayita muy suavemente, ella desde hace rato que estaba mojada más por la turbación del momento que por realmente sentirse deseosa de que ese vejete asqueroso le hiciera algo, por nada del mundo pensaba en abrirle sus piernas, el viejo por su parte sintió una tibia acuosidad entre los apretados labios vaginales de la chica, así que le dijo,
–Pero mira que caliente me saliste pendeja… tu conchita está más mojada que antes, si hasta parece que te estuvieras miando, jajajaja!!! A la nena entre asustada y asqueada le daba rabia de como ese viejo asqueroso se burlaba de ella, ahora lo veía como se chupaba los dedos luego de volver a meterlos de su rajadita intima, noto que cada vez don Jilo incursionaba más en su panochita y ni se dio cuenta ella misma cuando el caliente maestro sencillamente comenzó a masturbarla, para conocer el mismo y con sus propias manos cada rincón de su inexplorada zorrita.
–Te la siento muy apretada pendeja, dime… alguna vez has probado la verga?, el viejo le consultaba con el vicioso brillo de la maldad saliéndole por los ojos. Anais no le respondió, solo tenía su celeste mirada puesta en cualquier parte del techo de la oficina, –Contesta maldita zorra!!! Le grito el viejo muy enojado, pero aun así ella se negó en darle una respuesta, el viejo como pudo rápidamente se montó sobre su cuerpo a la altura de las tetas y,
–Plaffff!!! Retumbo el certero tortazo en pleno rostro de la chamaca, la chica en el acto comenzó a llorar de susto y dolor, pero esto al viejo no le importo, Plaffff!!! Plaffff!!! Plaffff!!! Plaffff!!!, fueron indeterminadas las feroces bofetadas que Anais siguió recibiendo en el rostro,
–Ahora contéstame perra asquerosa, o te seguiré pegando hasta desfigurarte la cara, al viejo se le habían enrojecido los ojos, y su rostro lo tenía descongestionado, parecía como si en estos momentos fuera un verdadero demonio más que un respetable y serio decano de alguna Universidad, –En mi juventud estuve internado en el hospital psiquiátrico, y tengo carnet de loco…jajaja!!, para que vayas sabiendo tengo doble personalidad, de lunes a viernes soy un serio profesor, pero los fines de semana me vienen mis crisis de calentura y de agresividad si es que no me tomo mis pastillas, y te aviso que hoy no me las tome porque sabía que vendrías, jajajaja!!!, así que si me denuncias estaré solo unas semanas internado en una lujosa clínica, por lo que ahorita me contestas cuando yo te pregunte algo porque si no lo haces soy capaz de matarte, has entendido zorra inmunda, y para que no se te olvide… tomaaaa!!!!….Plaffffffff!!!!!!, resonó la más fieras de las cachetadas que Anais recibió en su angelical carita de niña buena.
–Has probado la vergaaa..!?, te han culeado alguna vezzzz!!???, el viejo estaba salido como un verdadero energúmeno,
–Sniffsss…! Por favor don Jilo ya no me pegue más…Sniffssss, Anais ya tenía su rostro enrojecido por los fieros guantazos recibidos,
–Entonces contéstame putaaaa…!!! te han metido alguna vez la vergaaa!!??
–Noooo… nuncaaaa don Jiloooo, nunca he hecho el amor con nadieeee, sniffssss!!!
–No te estoy preguntando eso putaaa!!, te he preguntado si alguna vez te has puesto a culear con algún chamaco de tu edad… o con el que sea… los ha hecho!!??
–No don Jilooo!! Yo nunca me he puesto a culear con nadie…snifffsss, la joven poco a poco entendía que tenía que contestarle como al viejo le gustaba…
–Jajajaja!! Así está mejor putita… pues hoy día mismo te voy a convertir en mi mujer, jajajaja, te voy a meter la verga mamitaaa…!! Te voy a poner a culear con quien a mí se me ocurra… jajajja!!! todos los fines de semana o cuando a mí se me ocurra… hasta que termines tus estudios en esta prestigiosa Universidad, así que ándate preparando dulzura, porque desde hoy pasas a ser mi puta, terminaras tus estudios puteando en las calles,  y culiando con mis amigos…jajajaja!!! Ahora sí que te voy a emputecer zorra asquerosa, jajajaja!!!!
El viejo una vez que termino de poner en conocimiento a la joven de cual ahora serían sus deberes para con él, como pudo se bajó del desnudo cuerpo de Anais, como si la muchacha fuese una muñeca de goma le abrió con fuerzas los muslos, la primera reacción de la joven fue cerrarlas en señal de protección de su vagina, pero con la feroz mirada que le pego don Jilo, recordó que aquello eran parte de sus nuevas obligaciones, así que no le quedó más remedio que dejarle sus bellas piernas abiertas y mostrándole su tajito rosáceo en toda majestuosidad.
El viejo con solo mirar aquella pequeña grieta rosada apenas jaspeada por pelitos rubios comenzó a babear como un mal nacido, abriendo lo que más pudo su pestilente y carnívora bocota se fue acercando hacia ella hasta que se zampo de un puro bocado la hermosa vagina de la muchacha hundiendo su cabeza en aquella rosada fisura de carne y sumergiéndose en las profundidades de aquellos preciosos muslos que estaban abiertos solo para él.
Don Jilo chupaba zorra con ahínco, metía y sacaba su lengua lo que podía en forma rápida, sorbiéndose todos los jugos que la nena ya desde hace rato estaba produciendo por su panochita en forma inconsciente, el viejo chupaba y lamia sin darle tregua, mas parecía un perro lamiendo la comida de un plato, que un hombre practicándole sexo oral a una mujer.
Anais solo se dejaba chupar su cosita con la cara contraída por el asco y la repulsión que le ocasionaba aquel horrendo vejete, se maldecía por el precio que estaba pagando por el error cometido, nunca había dejado que un chico la tocara más de lo necesario, de sus novios anteriores la mayoría le había pedido la prueba de amor, en la cual ella se negó rotundamente, para guardar ese preciado tesoro que ella sabía que poseía para el hombre que se casara con ella, pero todo esto ahora se había ido al traste, la tenían desnuda y abierta de patas con un exaltado viejo con características de psicópata chupándole lo que ella tanto había cuidado y protegido.
En la espaciosa oficina solo se oían los insistentes chapoteos de lengua de don Jilo, acompañados de los continuos reclamos y gimoteos de Anais para que el viejo la dejara tranquila de una buena vez por todas, pero el feliz profesor no estaba dispuesto a parar de chuparla por nada del mundo, esa vagina era un verdadero manjar solo hecho para príncipes se decía para el mismo, y mientras la nena más se quejaba para que la soltaran, el viejo más empeño le ponía en los lengüeteos.
Anais puso atención en la rasposa lengua que la asaltaba en la parte más femenina y bella de su cuerpo, se preguntaba porque  a ese viejo le gustaba tanto estarla lamiendo en esa zona, no estaba muy segura si todos los hombres serian iguales, pero se notaba que a este sucio y vil vejete le encantaba, una rara sensación muy parecida a la de  los nervios que a veces ella había experimentado en su estómago, se le empezó a instalar en su cuerpo, pero con la diferencia que esta vez no era en su estómago, la sensación se le había ido instalando en su panocha, situación que le alarmaron los sentidos, aquella gratificante sensación por cada segundo que pasaba se iba agudizando, hasta que al mismo ritmo de las lamidas sintió una exquisita secuencia de punzadas que se le instalaron adentro de su coñito, acompañado de unas tremendas ganas de dejar salir algo por su ranurita, nuevamente caía en cuenta que era una sensación muy parecida a como si tuviera verdaderas ganas de mearse.
Ajeno a esto el vejete ya tenía la lengua casi dormida de tanto lengüetear la belleza intima de la chamaca, las mandíbulas ya las tenía totalmente adoloridas de tanto abrirlas y cerrarlas mientras devoraba aquel aromático y místico tajito de carne, se sumía en aquella apretada panocha, al hacerlo movía su cabeza hacia los lados, como también hacia círculos sobre esta siempre intentando adentrar su lengua lo más posible, se notaba a la legua que el viejo la estaba pasando genial mientras se comía el coño de la joven, pero su felicidad fue sublime cuando sus oídos parecieron escuchar un femenino y casi apagado gemido de éxtasis por parte de su compañera sexual.
Y no era para menos, en un principio Anais veía que el viejo tenía su reluciente y arrugada cabeza sumida entre medio de sus muslos que estaban abiertos de par en par, sentía la gorda y resbalosa lengua de este como le acariciaba rápidamente la vagina como si esta fuese una batidora, como a su vez también sentía la helada nariz del vejete rasparse una u otra vez contra su pelvis, sus primeras sensaciones fueron de asco y rechazo, pero ya en estos momentos su sistema neuronal estaba a punto de colapsar antes los continuos cosquilleos y punzadas que desde hace un rato le estaban haciendo sentir en distintas partes de su grácil anatomía, ella no quería, pero su joven cuerpo casi se lo estaba imponiendo, hasta que su mente ya no pudo resistirse más y sencillamente se entregó a las delicias de la carne, sintiendo esa exquisita lengua como le revolvía los caldos que se habían instalado en su vagina y que parecían provenir desde lo más profundo de sus entrañas.
La nena lentamente comenzó a menear su pelvis, en un principio lo hacía muy despacito, no quería que el vejete se diera cuenta que ella ya casi aceptaba que el la estuviera lamiendo, pero todo era tan rico y tan nuevo para ella, que inconscientemente llego al estado de encontrarse moviendo e intentando hacerlo al mismo ritmo en que aquella lengua entraba  y salía de su tajito masturbándola y haciéndola gemir ahora más audiblemente, no importándole que el viejo la escuchara, su respiración ya era muy pesada y a la misma vez acelerada, sus fosas nasales se cerraban y sentía que le costaba respirar, a la vez que soltaba unos quejidos ya un poco fuertes y que hicieron que ella se comenzara a moverse en forma más acelerada, siendo participe de todo lo que le estaban haciendo, ahora  parecía que como si la nena estuviese poseída por algún ser maligno, y al viejo le gustaba mirarla de como ella gozaba, de cómo retorcía su cintura buscando con su pelvis la punta de su lengua, Anais ya estaba más que caliente, y el vejete ya lo tenía claro.
La chamaca ya  no daba más de calentura, pero sentía pena de ella misma por estar sintiendo algo tan rico con un asqueroso hombre que apenas conocía, y que para rematarle tenia desordenes psiquiátricos, en vano intentaba acallar sus gemidos de calentura con una de sus manitas puesta en la boca, estos ya resonaban por toda la oficina del decano, su otra mano que la tenía puesta en la cabeza del vejete en un principio con la finalidad de empujarlo para que ya le dejara de lamer, ahora en forma inconsciente había comenzado a deslizar sus dedos por entre medio de los enmarañados pelos blancos que este tenía por los lados, como si le estuviera haciendo cariño, sus piernas temblaban, se sentía extasiada, por su mente cruzaban miles de imágenes, sus propios gemidos los escuchaba como si estos estuvieran en otra dimensión, mientras se seguía retorciendo de placer en aquel imponente sillón de cuero donde la tenían acostada desnuda, se imaginaba la pestilente boca del viejo pegada a sus rosadas carnes intimas, con sus amarillentos dientes de fumador impregnados por la nicotina arrancando sus carnes vaginales y comiéndosela en total sentido de la palabra, estos últimos pensamientos la llevaron a que fuese ella misma quien agarrara los escasos mechones blancos que el viejo poseía detrás de sus orejas y se lo enterrara con fuerzas en lo más profundo de su zorra, punteándoselo y más bien dicho vulgarmente culeandole la boca con su afiebrado tajito de carne, el maestro estaba encantado con su alumna.
El vejete notando que la chamaca se le había unido a la fiesta, como pudo subió una de sus manos para agarrarle las tetas, se las apretaba, las sobaba, y volvía a apretar con más fuerzas, hasta que Anais sintiendo en sus poros algo que nunca antes había sentido pego una punteada magistral sobre la chapoteante boca de su maestro, uniendo esta acción con un gutural y ronco bramido de hembra siendo satisfacida sexualmente,
–Ahhhhhhhhhhhhyyyyyyyyyyyyyyy!!!!!!!, los jugos explotaron hacia afuera de la vagina de la joven y fueron a dar en forma directa hasta la misma garganta del feliz profesor quien se los bebía como un mendigo perdido en el desierto, el grito se debió haber escuchado en varias de las salas en donde aquel día sábado se estaban realizando clases, Anais luego de haberle mandados otras tres firmes punteadas de zorra en las mismas fauces del viejo aprovechador, poco a poco fue dejando de moverse, hasta que sus tensados muslos se fueron aflojando lentamente, para quedar prácticamente casi desmallada y a patas abiertas en el sillón, por primera vez en su vida había sentido un orgasmo, y este había sido tremendo.
El vejete luego de beberse los abundantes chorros de caldos ácidos y calientes que Anais le regalo desde sus entrañas, solo se quedó observándola tirado aun lado del sillón con su boca rebosantes de fluidos vaginales, estaba claro que el por su parte aun no terminaba con la encantadora y virgen universitaria, solo encendió un cigarrillo y se dedicó a masajearse la verga por sobre el pantalón, mientras admiraba aquel tremendo monumento de mujer que tenía para regodearse en el a su total antojo, y que había conseguido embaucar aprovechándose del candor e inocencia pueblerina de su dueña.
Luego de unos 10 minutos existía un silencio casi sepulcral al interior de la oficina, Anais continuaba con sus muslos abiertos, y de sus ojos caían lágrimas de rabia por haberse permitido sentir algo tan rico con un viejo de tan malos sentimientos, su respiración ya había vuelto a la normalidad, los espasmos habían desaparecido, y la sensación de placer en todo su curvilíneo cuerpo también se había extinguido, pero no del todo. Hasta que sintió la avejentada y desagradable voz del jefe de carrera hablarle.
–Me doy cuenta que disfrutaste la chupada de zorra que te pegue verdad putita?, jejeje, te quejas y gimes muy rico lindura, me hiciste sentir que a pesar de mi edad aun me la puedo con una zorra lujuriosa como tú, Mmmmm aun recuero el sabor de los meados que me soltaste por la concha, de verdad que fue un honor habérmelos bebido, jejeje, recién salidos y manufacturados desde tu zorrita, no recuerdo haberme bebido unos mejores y más calientitos que los tuyos, así que para la próxima que me los sueltes avísame para poner dos vasos y así podríamos hacer un brindis los dos juntos, ya que los sueltas a chorros, te parece preciosa?, jajajaja!!!.
El vejete viendo que la nena ni siquiera se dignaba a mirarlo cuando él hablaba, puso en práctica lo que él deseaba hacerle desde hace rato, ­­­­–Mmmmm veo que ya has descansado lo suficiente, así que ahora terminaremos lo que hemos empezado. Anais en forma espantada vio como el vejete diciendo esto último se puso de pie y ya comenzaba a sacarse la ropa, lo supo al instante… se la iban a culear.
La estupefacción y el cansancio no le dieron tiempo a reaccionar a la rubia muchachita. Luego de ver en forma despavorida como ese obeso y fofo cuerpo desnudo lleno de pelos canosos terminaba de empelotarse al frente de sus ojos, algo la hiso bajar su vista hacia esa parte en que ella sabía que estaba la asquerosidad que le iban a meter, pero lo que vio fue algo más repugnante y repulsivo todavía, el viejo tenía una gran mata de gruesos pelos plomos tirando para blancos, y entre medio de esta abundante y grotesca maraña de pendejos largos y semi encrespados una verga totalmente parada, el vejete no la tenía grande ni corta, entre 10 o 15 centímetros más que eso no era, pero para la nena era suficiente para casi desmallarse al imaginarse que esa asquerosidad que pulsaba rápidamente de desesperación estaba solo a minutos de hacer ingreso al interior de su cuerpo.
Don Jilo viendo que la hembra casi no se había movido pensó que tal vez ella también lo deseaba, en la forma más normal del mundo se subió al sillón y se acomodó entre medio de esos muslos abiertos que parecían estar esperándolo.
Anais nuevamente comenzaba a llorar por lo que le iba a suceder, sintiendo el peso del cuerpo del hombre que la iba a convertir en mujer echarse sobre el suyo, casi sin aire le quiso solicitar,
–Por favor don Jilooo… sniffssss, no me lo haga… mi sueño era llegar virgen al matrimonio, sniffssss…
–Jajajajaja, no me salgas con esas mamadas, esas son solo pendejadas de zorrasss románticas chamaca… y tú no estás para eso, además que ya estás en edad de recibir la verga… y eso es lo que harás desde hoy día… recibirás verga por todos tus orificios…jajaja, así que relájate y disfruta porque en este mismo momento te la voy a meter, jajajaja te estoy estrenando cosita rica, y todo gracias a que te gastaste la plata de la U, jajajaja!!!! Diciendo esto último el viejo poso su erecto falo en la íntima y nunca antes vulnerada entrada intima de Anais.
–Nooooo…!! Por favor no lo hagaaa!!, ahhhhgggg!!!, gimió de dolor Anais cuando sintió la primera compresión de carne sobre la entrada de su vagina…
–Siii pendeja… tu tranquilita que ya vas a ver de lo muy rico que vas a sentir, jejeje, ganaremos mucha lana cuando andes prestando la zorra por dinero y parada en las esquinas…, deberías estarme agradecida de todo lo que te estoy enseñando gratis, jajajaja, quizás hasta abandones los estudios para dedicarte a andar culeando por los callejones jajajaja… Uffff que apretadas la tienes putaaaaa!!!, el viejo ya le había propinado tres empujones sin lograr ni siquiera meterle un solo centímetro de verga al interior de su panochita.
–Profesorrrr…!! Ya noooo…!! me duele muchooooo…!! Sniffssss… salgase… dejemeee… sniffsssss!!!
–Jajajaja… relájate y distiéndeme los músculos de la zorra pendeja… desde hoy tú me perteneces, y este es solo el comienzo putita, no sabes cuantas veces me eh corrido la paja viendo tu foto de la ficha académica, jajaja, tendremos que sacar una nueva por que la actual ya la tengo toda moqueada de las veces que me corrí en ella cuando te imaginaba follandote aquí mismito de donde te tengo ahora, ahí te voy pendeja…aguantaaaa…!!
Anais no daba crédito de todo lo que le estaba sucediendo, las morbosas palabrotas del viejo que estaba dando su vida por follarsela le causaban un profundo asco, pero lo que más repulsión le causaba era imaginarse al viejo masturbándose mirando su fotografía de la ficha académica, de pronto cuando sintió otra feroz pero fallida arremetida contra su vagina, vio al vejete como se echaba sobre ella con todo el peso de su cuerpo, en donde la comenzó a besar en el cuello y en la cara, sentía los gruesos pelos del pecho pegársele en las suavidades de sus tetas, la nena desde hace rato que traspiraba, por los continuos jadeos que hacia cuando intentaba escabullírsele al desalmado vejestorio, pero sus esfuerzos no hacían mella con las fuerzas del profesor Jilo, ya viendo que casi no tenía escapatoria simplemente se puso a llorar más audiblemente que antes, pensó que ya todo estaba perdido,
– Déjemeee don Jiloooo…!! Snifffs… Ahhh… Me está lastimandooo… Sniffsss!!!…… auxilio por favor… me están violandoooooo!!!, grito como última medida de salvación…
– Jajajaja!! Eso putita… gritaaaa!!!, gritaaaaa todo lo que quieras…!!! Ya te dije que eso me enerva y me calienta aun masssss…, Jajajajaja!!!! Eres una criatura riquísima… una verdadera hembra en todas sus letras…, le decía el vejete totalmente poseído por la calentura.
El viejo le mando el más firme de todos los empujones que ya le había propinado, y cuando sintió una leve sensación de como si los apretados labios vaginales de la chamaca se fuesen por fin a abrir para él, su verga ya no aguanto más, haciendo que su dueño sintiera algo tan exquisito al imaginarse las tibiezas que lo esperaban al interior de aquel infartante cuerpazo que él ya quería poseer, que acompañado de un ahogado y sufrido grito de placer le mando tres sendos lecherazos que impactaron en el vientre de Anais, ensuciándola y regándola con tres gruesos cordones de blanco semen, el primero le llego casi hasta la altura de las tetas, el segundo y el tercero a su ombligo, el piercing se perdió ante las blancas condensaciones que impactaron en él, otras 4 chorreadas de menor potencia pero si muy espesas, escurrieron desde la verga del vejete para caer y bañar los rubios pelitos crespos de la vagina de la joven, el apesumbrado vejestorio aún estaba con los ojos en blanco por la emoción.
Estos 4 últimos goterones de semen tal como ya se dijo cayeron en forma acompasada sobre los dorados pelitos íntimos de la escandalizada nena al estar viendo ella misma y con sus propios ojos como aquel esperpento humano se corría asquerosamente sobre su cuerpo. Su pelvis y su escaso bello íntimo quedaron bañados de la inmundicia varonil del casi anciano y caliente profesor.
El viejo luego de haberse recuperado de aquel fatídico orgasmo, se hecho de mal humor a un lado del cuerpo de la joven, había quedado insatisfecho, se corrió antes de abrirla y metérselo, luego de unos minutos refunfuñando se paró del sillón y comenzó a vestirse.
La nena por su parte con sus ojos llorosos no sabía que hacer su vientre estaba bañado en semen del vejete, lo sentía pegajoso, y expelía un extraño y fuerte olor que ella nunca antes en su vida había sentido.
–Límpiate con eso y vístete, le ordeno don Jilo a una psicológicamente destruida Anais, a la vez que le lanzaba sus destrozados calzones blancos.
La joven como pudo limpio su cuerpo con su destrozada ropa íntima de aquel asqueroso liquido blanco con el cual la habían impregnado, en silencio se puso el resto de su ropa, las medias también habían quedado inutilizables.
Cuando la estudiante intento recoger sus libros para retirarse, supo que aún faltaba mucho para que su profesor la dejara tranquila.
–Deja tus libros aquí en mi oficina el lunes los puedes venir a retirar, ahorita mismo nos largamos a pasar el fin de semana juntos, jajajaja!!!
–Profesor… me quiero ir a mi casa… me duele todo el cuerpo…
–Me importa una verga como te sientas…!!, además que aun ni siquiera te he metido la verga, no sé de qué te quejas tanto,
–Señor…mis tíos se pueden preocupar si no llego a la casa…
–Pues diles que te quedaras a estudiar en la casa de alguna compañera… no son esas las zorrerías que ustedes las putas inventan cuando se quieren ir de parranda con los estúpidos chamacos que conocen… además que me da lo mismo si avisas o no, la cosa es que ahora iremos a mi casa para que te bañes, luego iremos a comprarte unos trapitos que yo quiero que uses, ya que en la tarde iremos a una fiesta con unos amigos, jajajaja!!!!
–Don Jilo… por favor déjeme ir… ya fue suficiente… además que he decidido irme a mi pueblo, ya no quiero seguir estudiando en esta universidad, así que no se moleste en darme más plazo,
–No pendeja…! te equivocas…!! si no quieres seguir estudiando es problema tuyo, la cosa es que desde ahora tu eres mi putita…, Anais se fijaba como los hoyos de la tremenda nariz del viejo se abrían y se cerraban a medida que este le hablaba, esta parecía que fuera la de un pelicano, esa sensación le daba a ella, el viejo continuaba hablando, –Y lo que no pude hacerte esta mañana si lo hare esta misma noche y en mi casa, y cuando yo me sienta totalmente saciado de tu cuerpo y de todos tus agujeros te llevare a putear por las calles hasta que reúnas el dinero que me debes, yo pagare tu deuda, así que a quien le debes desde este momento es a mí, te queda claro dulzura?, el viejo la miraba con una cara llena de maldad…
–Don Jilo de verdad que se lo agradezco pero no necesito que Ud. pague mi deuda, solo me iré y no le diré a nadie de lo que me hiso, se lo juro…
–Acaso piensas que soy un pendejooo!!!, ves esa cámara que está en esa esquina, el viejo camino rápidamente hacia donde estaba puesta la cámara que aún seguía grabando, –Que crees que pensaran tus papis cuando vean el video que acabamos de grabar los dos juntos pendeja, verán como casi te measte de calentura en mi boca cuando te fuiste cortada jajajaja!!!…
Anais como una verdadera zombi se volvió a sentar en el sillón donde casi se la violan, se llevó sus dos manitas hacia su cara, luego las perdió en el follaje de sus aromáticos y semi ondulados cabellos rubios pensando en todo lo que le había aclarado el chantajeador de su profesor, pensaba en la reacción de sus padres al ver ese escandaloso video, que dirían al saber que a su hija la habían expulsado de la Universidad por haberse gastado el dinero de las mensualidades y por andar acostándose con profesores?.
Un fuerte nudo se le formo en la garganta, en eso sintió cuando el viejo la tomo poderosamente del brazo casi arrastrándola para llevársela a donde a él le diera la gana, y ella simplemente se dejó llevar, su suerte ya estaba echada.
Una vez que salieron del campus universitario, el viejo hiso parar un taxi en donde se subió en compañía de una casi muda Anais, el joven taxista dio por hecho que la pareja que acababa de subir era una nena con su abuelito, y que este seguro que la había ido a matricular ya que los tomo a la salida de una casa de estudios, determino que la joven era dueña de una belleza inigualable, pero en su semblante denotaba que iba triste muy triste, a lo mejor no les había ido bien en el proceso de selección, cosa común en universidades tan remilgadas como lo era aquella en donde los había tomado.
Una vez que se bajaron del taxi, don Jilo la llevo a su departamento, este era pequeño y se encontraba en un buen sector residencial, estaba bien para un viejo solterón como el, a pesar de su fea apariencia el viejo vivía en forma decente, así por lo menos lo vio Anais, mientras se bañaba la joven temía que en cualquier momento el viejo se le metiera en la ducha y se la follara ahí mismo al interior del baño, o que este cambiara de opinión y la obligara a acostarse con él ya que estaban en su propia casa, pero esto no sucedió.
Cuando Anais salió del baño don Jilo la estaba esperando, listo para volver a salir, la nena se dio cuenta que el viejo se había cambiado de ropas. Cruzaron casi todo el centro con Anais tomada de la mano del viejo, ya desde hace rato que había pasado el mediodía, y la nena iba preocupada ya que ni se imaginaba para que parte la llevaba ese siniestro vejete, que prácticamente en solo un par de horas se había adueñado de su vida.
Ingresaron a un céntrico edificio, ella solo lo seguía en silencio, bajaron por unas escaleras mecánicas, el edificio estaba muy concurrido de gentes que realizaban compras o se encontraban haciendo algún tipo de trámite.
Anais conocía aquel edificio, ya que en muchas oportunidades había concurrido a este a comprar ropa en los pisos superiores, una vez que bajaron la joven se dio cuenta que en aquel subterráneo también habían variados locales comerciales, pero a medida que más avanzaban por los pasillos, los locales iban cambiando de giro, hasta que al doblar al fondo de la galería subterránea, se dio cuenta que en este sector estaba plagado de night clubs, que aún no abrían sus puertas a la clientela, no entendía muy bien por qué el viejo la llevaba por aquellos lugares, ¿acaso este viejo desgraciado pensaba convertirla en prostituta en este mismo día?, se preguntaba en el momento en que nuevamente estaba a punto de largarse a llorar.
Hasta que llegaron a destino, el viejo la metió al interior de un Sex Shop, la joven quedo ensimismada viendo todas aquellas luces rojas y verdes que iluminaban las vitrinas del lugar, Anais daba gracias a Dios que el local estuviese vacío a esas horas de la tarde, hasta que nuevamente escucho la vos de su caliente profesor,
–Espérame aquí pendeja, y no se te ocurra largarte, o si  no nuestro video terminara a la venta en este mismo local, jejejeje, no sin antes mandar una buena cantidad de copias gratis a la sucursal de tu pueblo, jejeje, así tu papis sabrían que su hija llego al estrellato en la capital, jajajaja!!!!
Anais vio como el viejo hablaba con mucha confianza con un tipo que parecía ser el dueño de aquel antro, los vio que cuando conversaban la miraban y se reían, obviamente se estaban burlando de ella y ya imaginaba lo que le podía estar diciendo don Jilo a ese otro tipejo, le dieron unas tremendas ganas de ir ella misma donde ese viejo asqueroso y apretarle su nariz de pajarraco, pero solo se volteo dándoles la espaldas, lo que le llamo mucho la atención y la descolocaban era ver la enorme cantidad de películas xxx que ahí se exhibían para la venta, y unos sachets que contenían en su interior unas vergas plásticas de distintos tipos de tamaño y colores, había oído hablar a sus amigas y compañeras de U de los famosos consoladores, y este día los veía en vivo y en directo, a fin de cuentas aquel exótico lugar le daba miedo por las perversidades que ahí se vendían.
De pronto la asustada Anais vio que su profesor le indicaba a que se acercara a donde estaban ellos, el hombre que lo acompañaba tenía pinta de chulo, sobre todo por un delgado bigotillo que se dejaba.
–Qué medidas tienes pendeja!?, jejeje…
Anais se sorprendió por el tipo de pregunta que le estaba haciendo don Jilo, no sabía que contestarle, ella nunca había puesto atención a sus “medidas”…
–Esteee ehhh… no lo sé don Jilooo…, le contesto muerta por la vergüenza ya que el otro tipo  extraño no paraba de mirarles las tetas debajo de su camiseta blanca…
–Tómale tú mismo las medidas Brandon jejeje,
Anais ahí se enteró del nombre de aquel sujeto, se llamaba Brandon.
Brandon saco de abajo del mesón una huincha amarilla de esa que usan las costureras y procedió sin ni siquiera decirle permiso a tomar sus medidas anatómicas…
–Mmmm… a ver a ver… 86 en las tetas…, dijo Brandon con cara de ser un experto en la materia, para luego continuar, –De cintura tenemos 61… y 89 de culo… –Es bien caderona la puta… pero sí, creo que tengo algo para ella. Luego de decir esto último desapareció por detrás de una cortina…
–Don Jilo… de que se trata todo esto…?, Anais estaba muy preocupada al no tener ni la más mínima idea de los planes que el vejete tenia para ella…
–Tu cállate putaaa!… solo te voy a comprar ropa… hoy iremos a una fiesta en el club de unos amigos y quiero que te veas bien putona… mañana volverás a tu casa y te puedes dedicar a tus asuntos hasta el viernes…tus fines de semana son  míos… te queda claro zorraaaa!!!
Anais a la misma vez que tragaba saliva solamente asintió muy avergonzada, sabía que no sacaba nada con intentar de suplicarle compasión a ese viejo desgraciado que estaba haciendo lo que él quería con ella.
Brandon aprecio con dos cajas por la misma puerta por la cual había desaparecido, don Jilo las tomo y se llevó a la joven a una especie de probador, le pasó una de las cajas a la joven y le dijo,
–Pruébate esto… cuando estés lista nos avisas para ver cómo te queda…
Ya estando sola al interior del pequeño probador, la joven abrió la caja y lo que vio la puso aún más nerviosa, era un pequeño conjunto de portaligas, con unos calzoncitos y bracier, todo de color negro…
–Estas listaaa!!, lo pastosa voz del profesor la estaba apurando. La avergonzada chamaca supo que eso era lo que tenía que ponerse, al menos no iba a andar sin calzones como lo estaba haciendo hasta este momento, eso le dio un poco de seguridad.
–Nooo!, aun no!!, espere… ya casi…
–Cuando estés en condiciones ve al mesón ahí te esperaremos, y apúrate!!
Rápidamente se deshizo de la falda y la polera y procedió a ponerse el erótico conjunto, las finas piezas de encaje negro, le quedaban a la perfección, al parecer Brandon sabía hacer muy bien su trabajo, se lamentaba la situación en que debería lucir estas prendas, ya que siempre había tenido la intención de alguna vez usarlas para el hombre del cual verdaderamente hubiese estado enamorada. Una vez que  ya estuvo en condiciones, tomo aire y se propuso a salir del probador,
Don Jilo y Brandon vieron cuando se abrió la puerta del cubículo, y lo que vieron fue como si estuviesen presenciando un verdadero encuentro cercano del 3° tipo, aquella tremenda Diosa rubia, de cara angelical y ojos celestes que se les acercaba con aquel precioso conjunto de portaligas negros no pertenecía a este mundo, la veían tal cual como era ella, un verdadero prodigio de mujer, ambos balbuceaban palabras lujuriosas apenas perceptibles para el oído humano, hasta que la hermosa nena que los cautivaba estuvo a medio metro de donde estaban ellos. Don Jilo fue el primero que saco el habla,
–Te lo dije Brandon… no esta buena la putita!?, jejejeje…
Brandon solo gesticulaba con sus mandíbulas abriéndolas y cerrándolas, el bigotito se le movía como una culebra, al pobre no le salía el habla ya que su vista no la podía sacar del pequeño triangulo de tela negra que apenas cubría lo justo para que a la nena no se le asomaran el nacimiento de los primeros pelitos dorados que ella poseía en su parte intima.
–Esta buenisimaaaa, fue lo primero que dijo el Brandon una vez recuperado, sin dejar de comérsela con cara de violador, –Y de dónde sacaste a esta puta…!!!
–Es una alumna… estaba un poco falta de dinero, y yo la estoy ayudando, jajaja!!!
Anais viendo y escuchando como esos dos pervertidos hablaban de ella, solamente llevo su dedo índice a su labio inferior mirando hacia el piso, demostrando lo muy nerviosa que se encontraba por estarse exhibiendo en esas condiciones ante un viejo casi anciano, y otro que por primera vez en su vida lo veía…
–Cuanto cobras por la hora zorraaaa!?, le consulto Brandon a la rubia chamaca, para ver si se podía pegar un raund con ella antes que el viejo se la llevara…
–Esteeee… ehhhh yo no seeee…
–Por ahora no está a la venta pendejo!, interrumpió el viejo profesor a Anais que no sabía que contestar ante tan salida pregunta, para luego continuar, –Así que no te hagas ilusiones, confórmate con haber visto la mercadería en su envase original, jajajaja!!!
–Y para cuándo estará entonces!?, consultaba Brandon quien ahora la rodeaba lentamente sin quietarle los ojos de su triangulito, y del suave culo que mostraba la nena, su reluciente piel dorada se veía apetitosa entremedio de los ligueros negros que parecían que se cortarían en cualquier momento de lo tensados en que se veían, o al más mínimo movimiento que hiciera Anais…
–Aun no lo sé… por ahora esta putilla es mía… cuando esté lista para ser emputecida profesionalmente te la puedo traer, si quieres ahí te la dejo por un fin de semana completo, el precio lo podemos conversar, pero será muy barato, así que no te preocupes, jajajaja…
La segunda caja contenía lo que parecía ser un pequeño trozo de tela roja, Anais ya estando nuevamente en el probador, descubrió que esa pequeña prenda era un mini vestido, el cual se le encajo en su cuerpo como si este hubiese sido hecho a su misma medida.
Nuevamente la imagen de aquella joven Diosa era de infarto, el ajustado vestido rojo parecía aumentar las voluptuosidades que se gastaba la tierna estudiante, sus marcadas curvas en la parte de las caderas y cintura parecían llamar a las manos de cualquier macho para que la manosearan bien manoseada, don Jilo a estas alturas ya se sentía capaz de nuevamente darle guerra a esa tremenda chamaca que aún se mantenía virgen, esta noche sí que no se le escaparía, solo iría a pavonearse con aquella rubita delante de sus amigos, y luego de beberse unos buenos tragos se la llevaría hasta su casa en donde pretendía estarla follando por lo menos hasta la tarde del día Domingo, el viejo ya se sobaba las manos al saber que tenía bajo sus garras a toda esa carne de primer corte que le había caído del cielo.
Antes de retirarse del Sex Shop Brandon le consulto al vejete,
–Y que hago con su ropa!?
–Me da lo mismo… si quieres bótala!, jajajaja!!, una vez dicho esto último don Gilo tomo a la joven del  brazo y la saco de ese lugar.
Una vez que el viejo profesor con Anais llegaron al “Club”, la joven se dio cuenta que este era solamente un vulgar antro muy parecido a una taberna, situación que la rubia chamaca ya había intuido, ya que el trayecto que hicieron nuevamente en otro taxi, la nena se fijó que el sector en que estaban era de lo más marginal y ordinario de lo que ella podía imaginar, al bajarse del vehículo los ojos de la joven dieron un rápido recorrido al sector, el antro estaba ubicado al interior de una callejuela muy angosta, en las veredas ya se podía ver que en las puertas de unos locales habían grupos de mujeres todas vestidas de como si estuviesen listas y dispuesta para irse de parranda, se fijó en los letreros que ya estaban encendidos parpadeaban con la palabra “HOTEL”, la pobre ni siquiera sabía en qué parte de la ciudad estaba parada.
–Ni se te vaya a ocurrir intentar escaparte pendeja, este barrio es muy peligroso, y los más seguro que te ocurriría si sales sola de aquí, es que te culien en un callejón o te lleven presa por puta, jejeje… pero tranquila y pasemos, lo vamos a pasar re bien ya veras, jejejeje…
Anais pensaba que como era posible que aquel señor que hasta solo el día de ayer ella lo veía como un serio profesor Universitario fuera tan desquiciado, se suponía que tenía conocimientos de leyes, por algo era el jefe de la carrera, además que ella muchas veces lo vio conversando con alumnos, y su vocabulario era el de un verdadero académico, nunca se imaginó que este asqueroso y pervertido viejo tenía una doble vida, cada vez se convencía más que eso de su extraña enfermedad era cierto, muy raro, pero cierto.
Al ingresar al antro a la Universitaria casi se le nublaron los ojos por el intenso humo y olor a tabaco, todo olía a alcohol rancio, la música que predominaba en esos momentos eran rancheras de Antonio Aguilar, aquel lugar estaba lleno de hombres borrachos, y de otros que jugaban al domino sentados en las mesas, atendidos por unas mujeres vestidas no tan sugerentes como las que había visto en la calle, pero si mostrando una buena parte de sus fláccidas carnes, notándose en sus rostro muestras de cansancio y de como si estuviesen heridas del alma.
Mientras caminaba tomada de la mano por don Jilo, todos los viejos se la quedaron mirando con cara de perros con rabia, no estaban acostumbrados a ver hembras de ese calibre por aquellos lugares, Anais solo miraba al suelo, esos hombres la intimidaban con sus lujuriosas miradas.
Mientras don Jilo consultaba por alguien en la barra, la nena vio como un extraño personaje no dejaba de mirarla de pies a cabeza, era un hombre más o menos joven, también era moreno, pero parecía estar más ennegrecido por la mugre que por la tez oscura tez de sus pellejos, era de abundante pelo crespo y enmarañado, en su rostro demacrado por los excesos le resaltaban unas llamativas ojeras, daba el aspecto que llevaba por lo menos una semana sin dormir ni bañarse, vestía en forma ordinaria, jeans azules  y desgastados que le quedaban un poco grandes, con una camisa que pretendía ser blanca pero que estaba percudida por la tierra y la traspiración, y con una chulesca chaqueta de cuero negra abierta, que hacia distinguirse de los demás, de unos 30 años según lo calculaba Anais, sus zapatillas Nike estaban todas rotosas, pero para su dueño así estaban bien.
Este asqueroso y mugriento tipejo estaba parado justo al lado de ella mientras el vejete conversaba algo con el hombre que atendía la barra, la estudiante quedo asombrada y asustada por lo que sus ojitos celestes estaban viendo.
Por su parte cuando el vulgar hombre que tenía toda pinta de ser un maleante vio que la joven hembra que venía acompañada por don Jilo lo estaba mirando, este siempre sonriéndole con una sonrisa de maldad que reflejaban sus oscuros ojos, y mostrándole un reluciente diente de oro que engalanaba su amarillenta dentadura llevo el billete que tenía enrollado en sus manos que eran más mugrientas todavía, hasta la altura de su nariz para luego inhalar un polvo de color blanco que había en el sucio mesón.
Luego de haber consumido la droga, el vicioso delincuente después de mover la cabeza en forma extraña según lo vio Anais, se atrevió a hablarle a la hembrota de vestido rojo que en esos momentos acompañaba a don Jilo,
–Hola muñeca… me llamo Gregorio…, pero por aquí me conocen como el flaco Gregorio, desde cuando que trabajas por aquí putilla…?, le decía mientras no paraba de comérsela con su caliente y exaltada mirada de adicto a las drogas…
–Ehhh… buenas tardes don Gregorio yo no trabajo… soy estudiante…
–Jejejeje… se nota que no eres de por aquí cosita rica… cuanto me cobras por botar a ese vejestorio que anda contigo e ir a acostarte conmigo… tengo mucha droga…  nos podríamos drogar juntos, y después lo pasaríamos muy rico… o si quieres te puedo pagar la follada con mercancía… que me dices putaaa, tienes un culo espectacular, y yo ya te lo quiero probar,
–Yo no consumo drogas señor, Anais estaba muy asustada el tipo ya se le había acercado bastante y sentía en sus narices el apestoso olor boca y a cuerpo sin asear…
Don Jilo al percatarse de que el flaco Gregorio, un conocido micro traficante de poca monta de aquel lugar, estaba acosando a su hembra, quiso ponerlo en su lugar en el acto,
–Que te pasa pendejo… esta mujer no está a la venta… A propósito andas con mercancía…?
–De la mejor anciano…cuanto va a querer,
–Dame 10 bolsas hoy la fiesta será en grande y hasta bien tarde, jajajaja, le decía don Jilo al traficante, refiriéndose a lo de bien tarde debido al tipo de hembra que lo acompañaba, el delincuente no le quitaba los ojos de encima a esa angelical nena de cabellos dorados, que se gastaba un tremendo cuerpo lleno de curvas lujuriosas, el flaco Gregorio nunca en su vida había probado el cuerpo de una jovencita tan encomiable como la que se estaba devorando con sus exaltados ojos de vicioso en esos momentos, ese tipo de putas no se veían por aquellos sectores, así que decidió que a esta la iba probar sí o sí, ya vería la forma de hacerse de ella.
Una vez que hicieron el intercambio de dinero y de droga, el flaco Gregorio vio como el viejo Gilo se llevaba a esa mamasota hacia el privado, en donde lo esperaban sus amigos, el maleante preso por los deseos carnales que la joven había despertado en su caliente y desequilibrado temperamento, se lamentaba de no tener tal status como para el también haber estado junto con ellos disfrutando de ese joven cuerpo femenino tan lleno de vida.
Una vez que estuvieron en el privado y cuando el vejete cerró la puerta de este, Anais vio que en este el olor a cigarrillo era más pesado aun, al ser un espacio cerrado y de menor tamaño, los 6 vejetes que ahí estaban encerrados jugando al póker, se pararon a saludar a los recién llegados.
La chamaca vio una gran cantidad de dinero en la mesa, fichas de múltiples colores, botellas de wiski, de cervezas y de distintos tipos de tragos, a un lado y solo a un metro de donde estaba la mesa había una especie de pequeño escenario alfombrado y de color morado oscuro, con espejos en el muro y con un caño, sus apreciaciones fueron alteradas por la pastosa voz del viejo,
–Como les baila a la tropa de viejos califas, jajajaja, miren el regalito que les traigo, dijo al mismo tiempo que exhibía a Anais enfundada en el vestido rojo y en todo el esplendor de su juventud,
Anais los vio uno por uno, muy sorprendida se dio cuenta que tres de ellos eran profesores de la Universidad, a los otros tres no los había visto nunca,
–Yo conozco a esta niña…!, dijo uno de los reunidos, –Pero si es alumna de mi clase…!, que mierda estás haciendo aquí pendeja, si a estas horas deberías estar haciendo un trabajo que te di para el lunes, jajajajaja!!!!, todos los vejetes se miraron y reían en coro, mientras la pobre Anais se ponía roja como un tomate y no hallaba donde meterse, para que esos calientes viejos no la siguieran mirando de la forma en que lo estaban haciendo…
–Salúdalos a todos, pendeja…, le ordeno don Jilo a su estudiante…
La joven saludo con un beso en la cara a cada uno de aquellos salidos hombres, todos casados y con hijos incluso mayores que Anais, estos ahora y después de la primera impresión recibida ante semejante beldad, la saludaban adoptando reacciones de como si ellos tuvieran la misma edad que la joven, no falto el que le quiso tocar el culo cuando la nena los saludaba, Anais rápidamente le saco la mano de su trasero y se puso a la defensiva,
–No me toque viejo cochino!!, le exclamo la asustada joven mirándolo con cara de angustia y de asco, como también miraba a don Jilo para ver si el intercedía por ella,
–Que te pasa putilla no es eso a lo que viniste acaso!?, creo que tendré que mandar a llamar a tu apoderado, jajajaja!!! Reían nuevamente todos los viejos incluyendo a don Jilo, que no hacía nada por defender a la joven, hasta que una vez que terminaron de reírse de Anais, fue el jefe de carrera quien puso orden en el asunto,
–A ver camaradas, se aceptan todo tipo de manoseos siempre y cuando sean por encima de la ropa, en las piernas solo una cuarta más arriba de la rodilla, pero nada de cachondeos, besuqueos ni cosas raras, esta putilla aun esta en rodaje, y la traje para que nos sirva los tragos, y si se portan bien hare que nos regale un baile, ahora a jugar póker se ha dicho, jajajaja!!!!, –Y tu zorra con cara de pendeja… ahí está el bar tienes que mantenernos los vasos llenos de trago, y limpiarnos los ceniceros, también tienes que preocuparte de la música, en esa pared están los controles, puedes beber lo que te apetezca, cuando te encuentres desocupada debes esperar en el escenario, y trátame bien a don Braulio que es el dueño de este lugar y muy amigo mío, ahora menea ese culo, que para eso te traje, jajajaja!!!!
Don Braulio que era un tremendo hombre con cara de Nerd, sufría de obesidad mórbida y se peinaba hacia un lado, este le levanto la mano a Anais para que supiera que era el quien tenía un poquito más de privilegios que los demás.
Todos los vejetes le agradecían a don Jilo por semejante chamaca que les había traído, y lo felicitaban por tener tan buen gusto, mientras jugaban la primera partida de póker el vejete les comentaba los pormenores de todo lo que hiso para poder adueñarse de la chica, los viejos lo escuchaban atentos como si estuviesen en el más importante seminario académico.
Anais mientras les servía trago, limpiaba ceniceros y encendía cigarrillos para los viejos, pensaba en todo lo que le había sucedido en este día, casi se la habían violado, había sufrido un orgasmo, el primero de su vida mientras un asqueroso viejo le lamia en forma forzada su vagina, la habían vestido de puta en un sex shop, y ahora esto último que casi la estaba haciendo de zorra para un grupo de viejos desconocidos para ella, ya los 6 viejos le habían tocado su trasero y las piernas, y ella solamente se tenía que dejar, para que a don Jilo no se le fuese a ocurrir llamar sus padres y darle conocimiento de los problemas en que ella andaba metida, conocía bien a sus progenitores y sabía que la condenarían por haberse gastado el dinero de la U, y del resto obviamente no le creerían a ella le darían la razón al jefe de carrera, todo esto pensaba mientras servía y limpiaba los ceniceros de los jugadores mientras sentía en sus piernas grasientas manos que la sobaban con desesperación antes de que ella se separara de la mesa.
–Oye Gilberto aún queda mucha noche por delante, son recién las 9 de la noche y esa puta aun no nos muestra nada, que tal si haces que nos baile un poco, así aprovechamos para descansar la mente un rato.
Anais al escuchar la caliente solicitud que le hacía don Braulio a su amigo, se quedó mirando con turbación a don Jilo, con solo ver el extraño brillo en sus ojos ese mismo que ella ya había visto esa misma mañana supo cuál sería la respuesta del vejete,
–Ya escuchaste a don Braulio zorra, al escenario y a mover ese tremendo culo que te gastas,
–Don Jilooo… por favor… noooo… yo no estoy acostumbrada a esto… ya es suficienteeee… es tarde y me quiero irrrr. La joven notando la pasividad del viejo que le estaba destruyendo la vida, miro a los demás para continuar con sus suplicas, –Por favor ayudenmeeee, este hombre me está obligando a hacer todo esto, les decía la acongojada jovencita a los demás vejetes para ver si alguno se compadecería de ella y la salvaban de tales humillaciones…
Don Jilo ya no aguantando más tanta mamada de suplicas, se levantó de su lugar y fue acercándose a Anais que con solo verle la animalesca expresión de su rostro se le quitaron en forma instantánea las ganas de seguir pidiendo ayuda, la joven comenzó a retroceder, a la vez que le suplicaba presa por el pánico,
–Nooo… no por favor don Jilo  no me vaya a pe… ¡¡¡Plaffffff!!!, resonó el firme y fuerte bofetazo en el rostro, Anais armándose de valor  y para demostrarle que ella ya había entendido se quiso comprometer en la causa, –Don Jilo ya no me pegue…ya le enetend… ¡¡¡Plaffffff!!!, fue el segundo, la chica fue a dar al piso que estaba todo sucio con restos de tragos, mugres y un sin fin de colillas de cigarrillos, tirada en el piso, y aun no recuperada, sintió cuando fue tomada de sus rubios cabellos y sin tener tiempo a nada el exaltado vejete, la arrastro hacia el pequeño escenario en donde la hiso que se parara para luego de ponerla contra el muro, asestarle otro tortazo aún más fuerte, ¡¡¡Plaffffff!!!, Anais quedo agachada y temblando de estupor tapándose la cara a la espera a que la siguieran zurrando, para su suerte escucho la voz del vejete, a la vez que nuevamente la hacía ponerse de pie agarrada de sus cabellos, el viejo le vociferaba a solo un centímetro de su cara,
–Escucha bien perra asquerosa, tu aquí estas para hacer todas las zorrerías que nosotros te pidamos… así que ahora tienes 5 minutos para ir a servirnos los vasos, nos enciendes un cigarrillo a cada uno, pones música y nos bailas hasta que te quedes encuerada, entendisteee!!!!
–Si, si don Jiloooo… claro que si… yo puedo hacer eso que Usted me pideee…
–Bien!, ahora has tu trabajo putaaaa!!!!
Anais se acomodó el vestido rojo que el vejete le había comprado, para luego de ordenar sus cabellos, y limpiarse las lágrimas de la cara, acercarse donde los otros 6 vejetes se refregaban las vergas ante la excitación que sintieron cuando don Jilo puso en su lugar a la rebelde chamaca, esta vez ninguno se atrevió a tocarles las piernas o el culo, daban por hecho que esa magnífica hembra era de propiedad de don Gilberto, y ellos eso lo respetaban como amigos que eran, además sabían que luego que el vejete se aburriera de ella, ellos tendrían su oportunidad para también gozarla.
La joven Universitaria les encendió ella misma un cigarrillo a cada uno, tal como se lo había pedido el viejo profesor causante de sus desdichas, para luego ir y poner una música lenta y volver a subirse al pequeño escenario que estaba solo a medio metro de donde estaban las 7 calientes miradas a la espera del espectáculo que ella les iba a brindar, y cuando al son de una conocida canción en inglés, la rubia estudiante de leyes comenzó a mover su cuerpo tal cual como lo hacia ella en las discotecas cuando quería seducir a un guapo chico, para que la invitara a salir, y a si no aburrirse tanto en la casa de sus tíos.
Los 7 viejos babeaban al ver semejante escultura moviendo su cuerpo en forma sugerente y cadenciosa, Anais a pesar de no ser de familia adinerada siempre paso por ser una niña fresa, nunca le había faltado nada, gracias a sus trabajadores padres siempre tubo todo lo que quiso tener, y era típico en ella que cuando iba a la Disco y no le gustaba ningún joven, solo se ponía a bailar sola en donde sabía que eran muchas las miradas que recaían en ella, y en eso se concentraba ahora, se imaginaba estar bailando sola en una discoteca y que todas las miradas de admiración eran de atractivos chicos que harían todo por conseguir su teléfono, y no esos 7 horrendos vejestorios que prácticamente ya se estaban masturbando viendo como ella les bailaba, pero el temor más grande de la nena en esos momentos era lo que se venía ahora, sabía que ya había llegado el momento de sacarse la ropa.
Con expectación los viejos vieron cuando la atractiva chamaca comenzó a subir su vestido lentamente, la nena lo hacía así por la tremenda disyuntiva que tenía en su mente, no quería sacárselo, no sabía que con esto lo único que estaba logrando era volver loco de calentura a sus 7 asquerosos espectadores, hasta que armándose de valor lo retiro completamente, sacándoselo por la altura de sus hombros y luego por la cabeza.
Los viejos quedaron fascinados al tener ese cuerpo casi al desnudo, esas relucientes piernotas enfundadas en las eróticas portaligas los cautivaban, sus amplias caderas, sus chichotas que ya estaban a punto de ser liberadas, la calentura estaba a mil al interior de aquel ordinario privado, la música que había escogido la joven se entremezclaba con las rancheras que se oían desde afuera, pero este solo era un detalle , lo importante era lo que se venía a continuación ya que Anais había llevado sus dos manos hacia la espalda y sin más que esperar se retiró el sostén mostrándole sus bien formadas tetas a las 7 enloquecidas miradas, todo sin dejarse de moverse eróticamente.
Los viejos ya se habían parado de sus lugares y se había acercado a la barra que delimitaba el pequeño escenario, cuando la joven se acercaba a ellos no faltaba la mano que tímidamente acariciaba cualquier parte de las suavidades de su cuerpo, la temperatura del ambiente cada vez subía más y más, hasta que Anais sabiendo que ya no había nada más que hacer lentamente se fue apoyando en el muro posterior para ir gradualmente bajando el calzoncito negro, lo bajo hasta sus tobillos, en donde primero subió una pierna y luego lo retiro de la otra, se alzó rápidamente en donde sus rubios cabellos producto de la inercia se le movieron haciéndola ver como una felina, no sabía que más hacer, solamente siguió moviendo su cuerpo al ritmo de la música, en eso se dio cuenta que los 7 hombres estiraban su manos en la misma forma que lo hacen los mendigos cuando piden comida, le estaban pidiendo sus calzones, los miro a uno por uno, hasta que sin saberlo porque escogió a don Braulio, caminando cadenciosamente hacia él se los entrego, el viejo no cabía más de felicidad, como un verdadero insano se los llevo a la narices para aspirarlos, se los pasaba por la cara con desesperación, a Anais medio asqueada y sintiéndose humillada igual le dieron ganas de reírse, al ver el semblante de urgido en el obeso vejete cuando se pasaba por la cara sus calzones, hasta que simplemente la música se terminó y ella quedo desnuda y apoyada en el muro posterior.
El estruendo de aplausos y vítores en agradecimiento por tremendo baile erótico no se hicieron esperar, Anais toda sudada por el tremendo calor que hacía en el encerrado lugar recogió el sostén y el vestido rojo, y cuando ya estaba dispuesta a vestirse, fue la voz de don Jilo quien se lo impidió,
–No te vistas pendeja… quédate así un momento…, el viejo se dirigió hacia donde estaba ella y le dijo ahora te vas a tomar un trago con nosotros así tal como estas… encueradita, jejeje…
–Pero don Jilo… yo no quiero beber…
El vejete estaba de buen humor por tan tremendo espectáculo que la joven les había regalado, por lo que no quiso aplicar la fuerza para convencerla,
–Solo será un trago… mira si quedaste toda acalorada, y no temas, estando yo presente nadie te hará nada, jejeje…
La joven solo se dejó llevar, uno de los viejos corrió la mesa de las fichas para que la escultural hembra se sentara en el viejo sillón y así estuviera más cómoda, y para también ellos poder mirarla a sus anchas.
Una vez sentada Anais toda avergonzada por estar desnuda con 7 viejos calientes, que más de uno ya tenían notorias manchas viscosas en los pantalones a la altura de sus paquetes, vio que don Jilo le servía hasta la mitad un tremendo vaso con distintos tipos de licores, entre ellos Wiski, Ron, Gin, Vodka, y otros no tan conocidos, para luego llenar una mínima parte del vaso con un poco de Coca-Cola, Anais no entendía muy bien qué clase de trago era ese, pero lo obvio de la situación era una sola el vejete la quería emborrachar.
–Tomate un refrigerio chamaca… de verdad que te lo mereces…, le dijo el vejete pasándole el trago a la joven.
–Que trago es este?… yo solo bebo cervezas…
–Es solo un traguito para que recuperes fuerzas lindura, aún es temprano y dentro de un rato vamos a querer otro show, jejeje… solo bébetelo y una vez que lo hayas hecho te puedes vestir…
Anais se vio rodeada de los 7 viejos, ninguno le hablaba salvo don Jilo, el resto se sentían intimidados ante la imponente belleza desnuda de la rubia Universitaria, solo se daban a devorársela en sus mentes.
La joven al saber que una vez que se tomara el brebaje se podría vestir, se llevó el vaso a los labios y se lo mando hasta la mitad, noto el ardiente recorrer del alcohol por su garganta y hasta el estómago, y sintió como su cuerpo rechazaba esa tremenda bomba etílica que le habían preparado, estiro una de sus manos para coger un cigarrillo, para ver si con el tabaco podía palear las sensaciones de arcadas que sentía su estómago, al llevar el cigarrillo a sus labios, al instante vio 6 peludas manos al frente de su rostro, cada una con un encendedor encendido, don Jilo solo la miraba sonriéndole.
La joven una vez que se fumó el cigarrillo en silencio y escuchando todo tipo de palabrotas y peladeces por parte de los vejetes, en donde le decían de la tan buenota que estaba y que apenas don Jilo lo decidiera cual sería el primero en cogérsela, se bebió el resto del vaso, esta vez lo soporto un poco más, y por fin pudo ir por su vestido, don Braulio se negó rotundamente a devolverle los calzones.
La noche pasaba y Anais veía como los viejos jugaban a las cartas, don Jilo ya le había preparado el tercer trago de las mismas características del anterior y por lo que hablaban los vejetes se daba cuenta que ya se acercaba la hora para un nuevo baile, la nena como que ya se sentía en más confianza, simplemente esperaba apoyada en la barra mareada y sonriente ante las bromas que hacían los calientes vejetes.
El alcohol estaba haciendo su trabajo en la mente de la Universitaria, hasta que la pastosa voz de don Jilo le anunciaba que nuevamente le llegaba la hora de empelotarse delante de ellos,
–Estamos pendeja, le dijo el vejete acercándosele y dándole un beso en la frente, –Qué tal si de nuevo nos bailas y nos muestras tus cositas… luego te vistes y nos vamos a acostar a mi departamento, le dijo el viejo profesor pero esta vez en sus oídos.
Anais que no estaba para oponerse a nada, solo le dijo…
–Ok don Jilo, pero tengo ganas de ir al baño antes que nada…, la nena producto de su estado medio etílico ni se acordó de lo que ella tendría que hacer con don Jilo una vez que ya estuvieron acostados.
–El baño está afuera pendeja, pero yo te acompañare para que no se te ocurra hacer algún tipo de mamada y te nos arranques. La joven no había pensado en esa posibilidad, así que mientras don Jilo con su hembra iban al baño el resto de los vejetes ya tomaban ubicación cerca de la barra para ver todo el espectáculo bien de cerca.
Ya estando afuera del privado en caliente y perverso profesor guio a la nena hacia el sector de los baños, Anais vio que ya quedaban muy pocas personas en el local, debía ser bastante tarde pensaba la turbada muchacha, no estaba del todo ebria pero sí bastante chisporroteada.
Al llegar a los baños de mujeres don Jilo reviso en su interior, quería asegurarse que este no le diera ninguna opción a la joven para que se pudiera escapar, así que la hiso entrar y el espero afuera.
Al cerrase la puerta el viejo lo único que sintió fue un fuerte dolor en la nuca, se le nublo la vista y simplemente se desplomo quedando tirado en el suelo.
Horas antes
El flaco Gregorio veía como esa hermosa putita se le escapaba de su verga, de la mano de un viejo que era conocido por aquellos lugares, pero solo era eso un conocido, no tenía que porque tenerle miedo, se quedó merodeando por el sector para ver si a los viejos se les ocurría soltar a la zorrita del vestido rojo, pero al pasar las horas se dio cuenta que estos la debían haber contratado por toda la noche y era tal el estado de calentura en que lo había dejado tan soberbia chamaca que había decidido de que de alguna forma él se la llevaría esa misma noche para cogérsela, por las buenas o por las malas, incluso estaba dispuesto a pagarle todas sus ganancias de la semana con tal de estar metiéndole la verga por toda una noche.
Sentado en una de las mesas llevaba varias horas esperando a que la putilla saliera del privado para seguirla y ver cuánto era lo que cobraba por la hora, temía que cerraran el local y lo botaran, ahí sería más difícil la situación, hasta que por fin vio que la puerta se abría y salía ella muy sonriente y de la mano del mismo viejo con el cual había llegado, en esto se percató que la pareja aún no se retiraba ya que estos había doblado hacia el sector de los baños, recordó la puerta trasera del local que el bien conocía, y las ardientes ganas que ya le había acumulado a la joven eran tantas, que simplemente lo decidió, tomo la botella de cerveza que tenía en la mesa y como un verdadero delincuente como lo era se propuso a poner fuera de combate al vejete quien se creía el dueño de tan linda chamaca.
Agazapado detrás de unas javas de bebidas, vio cuando la nena entraba al excusado y como el viejo la esperaba dándole la espalda, no lo pensó dos veces, con paso seguro camino intentando no hacer ruido, y le planto el feroz botellazo en plena cabeza de don Jilo, dejándolo totalmente fuera de competencia.
Anais una vez que hiso sus necesidades, se refresco la cara, el agua le ayudo un poco a aclarar las ideas, pensó en que la noche ya estaba muy avanzada y ni siquiera había avisado para su casa que hoy llegaría tarde. Media ebria y media sobria pensó en ir a darles el baile de sus vidas a esos calientes viejos que se estaban aprovechando de ella, así tal vez don Jilo una vez que llegaran a su Departamento, la dejaría dormir y ya no la molestaría.
Cuando la nena salió del baño con estupor vio a don Jilo tirado en el suelo, y que detrás de su cabeza había un pequeña poza de sangre, al instante pensó en escapar, pero realmente le preocupaba ver a ese viejito tirado en el piso, quizás hasta lo hayan matado pensó en forma alarmada, declinando sus intenciones de huir predomino en su persona la virtud de la solidaridad, y cuando ya se proponía a ir a pedir ayuda, sintió como una delgada mano la tomaba firmemente por la cintura, y otra que sintió salada ya que justo iba a gritar cuando le taparon la boca,
–Quietecita putita… tranquilita que no te va a pasar nada malo siempre y cuando te portes bien… Anais con sus alarmados ojos celestes pudo ver los gruesos y crespos cabellos del flaco Gregorio a un lado de su cara, este la tenía tomada por detrás de su espalda, –Ahora vamos a caminar hasta la puerta trasera y vamos a negociar cuánto vale tu noche.
Una vez que salieron por la puerta trasera del local el delincuente se la llevo a punta de cuchilla pasadas tres cuadras de donde estaba ubicado el local de don Braulio, Anais caminaba aterrada, veía que la calle estaba casi solitaria, solo se veían algunos borrachos durmiendo en la vereda y contra los muros, Gregorio la guio hasta un solitario callejón en donde solo predominaban contenedores de basuras y todo alrededor de ellos eran desperdicios, hasta que una vez bien adentrados en este el ajado criminal por fin la libero,
–Don Gregorio… que hace…?, le pregunto la joven Universitaria presa por el pánico al no tener la más mínima idea de lo que pretendía ese mugriento hombre que fugazmente había conocido hace unas cuantas horas…
–Nada putita… solamente te rescate de esos viejos, porque yo también quiero coger contigo… dime cuanto cobras por la noche completa…?
–Don Gregorio… esto es un mal entendido… yo no soy prostituta como Usted lo piensa… ese señor que Usted mato me estaba obligando a hacer cosas que yo no quería…, le decía la nena muy turbada por las extrañas situaciones que estaba viviendo,
–Jajajajaja!, no te preocupes por el anciano pendeja, solamente lo puse a dormir por una horas, solo se despertara con un fuerte dolor de cabeza… y déjate de pendejadas, que acaso piensas que soy un tarado!!, yo vi por un oyó de la pared cuando te estabas sacando la ropa delante de todos esos viejos hasta quedar encuerada, luego cuando te fuiste a sentar con ellos ya no pude ver nada más porque me taparon, lo único malo fue no poder ver todo el Show, llegue cuando le estabas mostrando las tetas, y no te vi para nada asustada, jajajaja, déjate de estupideces y dime cuanto me vas a cobrar por la noche putaaa!!!, el flaco Gregorio saco una buena cantidad de billetes para que la nena viera que el estaba dispuesto a pagarle por sus servicios.
–Don Gregorio se lo juro… yo soy estudiante de leyes… esto es un error… yo no puedo cobrarle nada a Usted porque no soy una p…
–Bien pedazo de zorra si quieres hacerte la difícil, mejor para mí, eso me recalienta aún más de lo que ya me tienes… si tu no me quieres cobrar, yo veré cuanto te pago dependiendo de cómo me muevas la zorra cuando ya estemos culeando, jajajaja, ven dame unos besitos, jejeje…
–No don Gregorio se lo jur…srpsss…oooo sropssss…, cuando la nena intentaba decirle al drogadicto que ella no era una puta, este sencillamente guardo su dinero en su chaqueta de cuero, y la tomo por la cintura para comenzar a intentar besarla en la boca…
–Vamos cosita dame esa lengüita que tienes, le decía mientras que con su boca buscaba la de Anais, ella por su parte intentaba por todos los medios esquivarlo.
El flaco Gregorio al posar sus manos negras por la mugre en la marcada cintura de la nena, sintió la extrema suavidad de su piel, se preguntó cómo sería está por debajo del vestido si con el puesto aun así ya percibía sus suavidades a través del tacto, lentamente las fue bajando hasta agarrarle el culo, Anais luchaba y se retorcía entre los brazos del desmadejado drogadicto, este ya prácticamente la estaba punteando, y mientras la nena más se le resistía este más se calentaba, pero el flaco Gregorio quería que ella también gozara, si por algo le iba a pagar por sus servicios, se decía para el mismo.
Desgraciadamente para Anais su actitud de no querer cooperar para las sucias intenciones del desalmado y asqueroso hombre, este metió la mano a su pantalón y saco una filosa navaja la cual abrió en forma automática frente a los despavoridos ojos de Anais, para luego decirle lo que él pensaba,
–Mira zorra estúpida… he intentado ser bueno contigo, el flaco Gregorio la tenía bien tomada de la cintura con una mano, y con la otra paseaba el filo de la cuchilla por la suave cara de Anais quien en este momento había quedado paralizada por el solo hecho de pensar que este chulo asqueroso se le pudiese ocurrir marcarle la cara, –Pero tú te empeñas en hacerte la difícil, así que desde ahora te vas a empezar a comportar como lo que eres, como una verdadera putaaa!!!
El drogadicto acerco su cara a la de Anais, mientras ella estaba ida, se acercó más y más, con la hoja de la cuchilla le levanto la cabeza para meterle el beso que el tanto deseaba, la nena muerta de miedo solo lo dejo entrar en sus labios, sintió como Gregorio iba metiendo su lengua en su boca, en ese instante reacciono e intento resistirse, pero el frio de la navaja en su barbilla la hicieron recapacitar, Anais sentía como la lengua de ese vulgar sujeto buscaba la de ella y que esta comenzaba a jugar dentro de su cavidad oral, el sabor de la lengua y de su boca eran repugnantes, la nena  sentía tanto asco que estaba que casi vomitaba de lo asqueroso que sabían sus besos, la pobrecita nuevamente comenzaba a llorar lágrimas de asco.
Una vez que el flaco Gregorio noto la pasividad de la chica este simplemente determino llevársela para su casa, la conmino a que lo acompañara, poniéndole la navaja en su cintura, Anais supo que nuevamente estaba perdida, ahora era otro sujeto aún más asqueroso que el anterior que también quería meterle su cosa al interior de su persona,
–Ahora nos vamos a mi casa putonaaa…, y nada de lloriqueos y mamadas parecidas, nos vamos a drogar y después vamos a culear bien rico así que andando!!
Caminaron otras tres cuadras alejándose aún más del antro en que Anais había estado bailando desnuda para 7 pelafustanes, hasta que por fin llegaron a la casa del flaco Gregorio, Anais quedo aún más sorprendida que antes, el lugar donde vivía el delincuente era peor de lo que esperaba, el portón de entrada y que estaba que se caía daba paso a un patio grande de piso de tierra y barro, lleno de cosas como sacadas de un basurero, habían neumáticos usados, maderas podridas, desperdicios de muebles baratos, hasta un colchón ya sin el forro solo con los alambres asomados, y al fondo de aquel infierno marginal estaba su casa hecha de paredes de un material muy parecido al cartón, parecía que el drogadicto vivía solo, y lo que más le llamo la atención a la nena fue ver la puerta de entrada, esta solo era una cortina de tela.
En el momento en que el delincuente cerro el portón Anais supo que ya no habría vuelta atrás, el flaco Gregorio la empujo hacia el interior de su miserable morada tras de la cortina, para luego encender la luz de una débil ampolleta que colgaba de unos alambres pelados, Anais vio que el interior de su malévola casa no era muy diferente al exterior, o al sucio callejón en donde solo hace unos minutos la había obligado a que lo besara, al interior de lo quizás se podría llamar vivienda habían muchos muebles amontonados, el olor imperante era nauseabundo muy similar a la comida avinagrada, que se entremezclaba con un pasoso olor a humedad y moho, no existían las ventanas y había ropa amontonada por todo el piso, las paredes solo estaban decoradas con posters e imágenes de mujeres desnudas o de revistas pornográficas. Para Anais esta era la primera vez que veía tantas obscenidades.
Aquel sucio delincuente no perdió detalle de cómo reacciono la nena al ver su casa, y haciendo una mueca de como si no le importara le dijo,
–Disculpa el desastre y el olor putita, no he tenido tiempo de limpiar, pero ponte cómoda, siéntete como en tu casa y has lo que se te dé la gana, yo me pondré listo en un momento, diciéndole esto último la tomo del brazo y la empujo a su cama que era solamente un colchón tirado en el piso y todo rotoso, a este también se le veían algunos alambres salidos en distintas partes, luego de esto se masajeo la verga por arriba del pantalón mirando las bellas piernas de Anais que estaba semi recostada de como si lo estuviese esperando para que comenzaran, luego se encamino hasta donde había una pequeña mesa de centro, la joven estudiante vio como aquel ordinario tipejo tomaba la mesa y la ubicaba a un lado del colchón, poso en esta la navaja abierta y una pequeña pistola calibre 22 toda oxidada, para luego sacar de sus ropas unas bolsas con droga, en donde después de abrirlas dibujo tres líneas blancas para luego decirle con su cara llena de excitación,
–Quieres un poco, es de la buena… así lo haremos con más ganas, le dijo con una mirada de desequilibrado.
Anais estaba muy asustada y nerviosa, su celeste mirada no la podía quitar de donde estaba la cuchilla la pistola y la droga, lo único que ella sabía de drogas fue que en una ocasión con sus compañeros de Universidad, había fumado un cigarro de marihuana, pero aparte de eso sus conocimientos eran nulos en esta materia, por lo que solamente le negó con la cabeza, el flaco Gregorio sin esperar nada más se jalo dos líneas y saco más droga dejando en total 5 líneas para más tarde.
Anais con asco y repulsión vio que una vez que el flaco Gregorio termino de drogarse, este sencillamente se comenzó a sacar la ropa siempre mirándola a ella. Su drogada mirada y su semblante eran de un malévolo desenfreno.
La vista de la nena fue impresionantemente repulsiva, el drogadicto ya estaba desnudo y parado junto al colchón, este era de lo más asqueroso, la estudiante vio que era extremadamente delgado, sus pellejos eran caídos, su negra piel era lampiña y llenas de tatuajes azules oscuros que no se lograba saber qué era lo que habían intentado dibujar cuando lo tatuaron, y lo más repulsivo para la nena fue descubrir una verga muy distinta a la que ella había visto aquella misma mañana, esta era por lo menos de unos 20 centímetros, flaca y alargada, Gregorio la tenía tan parada que esta se golpeaba contra el propio abdomen de su dueño debido a las rápidas pulsaciones que hacía, Anais estaba desesperada preguntándose qué iba a ocurrir ahora, solo atino a suplicar,
–No, no por favor…don Gregorio déjeme ir, estoy muy cansada por favor, se lo supl… La nena no termino de decir la frase de súplica cuando el flaco Gregorio se acercó a ella y sin darle tiempo a nada sencillamente le metió la verga en la boca… –Mmmmmmnnnnn… Ahhhggg… Noooggg… Mnmnmnmn…!!
–No te lo saques de la boca putaaa!!, ahora empieza a mamar la verga…!!!
Era el inicio de una brutal batalla de cuerpos en donde habría un solo triunfador, Anais intentaba por todos los medios hacer que esa calamidad de hombre le sacara la verga de la boca, el villano delincuente como si supiera las intenciones de la joven la tomo de la nuca y empujo muy fuerte tocando el fondo de su boca haciéndola sentir que estaba perdida y sometida, el flaco Gregorio le metía la verga hasta más allá de la garganta y se la sacaba por completo dándole apenas tiempo de tomar aire para luego volver a introducírsela por completo hasta comenzar a ahogarla, luego de un rato la saco por completo y le abofeteo el rostro con su verga varias veces haciendo que ella lo mirara hacia arriba y el mirándola con una sonrisa malévola, sin darle tiempo a nada la volvió a tomar firme de su cabeza con sus 2 manos metiéndole la verga nuevamente en su boca y la comenzó a empujar hacia adelante y atrás concentrándose solo en la angelical carita de pendeja que se gastaba la puta a la cual según el tenia contratada, luego de follarle la boca por unos minutos le dijo,
–Vamos putaaaa… juega con mi verga, mueve tu lengua y chupa bien mi pedazo de carne…
Anais totalmente perturbada tanto por los golpes recibidos aquel día, el baile erótico, las lamidas no consentidas en su sexo, un orgasmo no deseado pero si muy rico, el sex shop, la navaja, el alcohol ingerido, la droga y la pistola puestas en la mesa, todo para ella fue una conjunción letal y mortífera, supo que ya no tenía más opción e hizo lo que le pedían, simplemente empezó a chupar la asquerosidad que en forma forzada le habían metido en su fresca boquita, inconscientemente con su lengua limpiaba los prolíficos sedimentos que Gregorio tenía impregnados un su falo producto del desaseo, el sabor era salado y repulsivo para la chica, pero no le quedaba más remedio que ir tragándose toda esa mezcla de nauseabundos sedimentos de sabor fuerte que ella retiraba con su lengua de la verga de Gregorio y que se mezclaban con su saliva, a la vez que ya podía escucharlo gemir de placer,
–Eres toda una puta guachita ricaaaa!!!, mira que buena eres mamándola, Ummmm… tu lengua es realmente deliciosa…
Mientras Anais se esforzaba por hacer sentir bien al drogadicto, el solo atinaba a sonreír con lujuria, y mirar hacia el techo, aun la mantenía bien agarrada de la cabeza, realmente esa puta sí que era buena mamando la verga, el delincuente ni se imaginaba que la nena realmente era una joven estudiante de derecho, y que era la primera vez en su vida que tenía una vergota puesta en la boca.
Anais seguía succionado verga, al parecer ya se había adecuado a una técnica, la primera de su vida, succionaba unas 4 o 5 veces, para luego mover su cabeza de atrás y hacia adelante por tres veces seguidas y en la tercera dejaba sus labios rosando los negros pelos encrespados de Gregorio para regalarle una exquisitas circunferencias lingüísticas, sintiendo esa delgada vara de carne traspasarle la campanilla, luego repetía la operación, en eso estaba cuando de repente sintió que algo tibio le mojaba la frente y a un costado de su nariz escurriendo hacia su boca, era el delincuente asqueroso que mientras recibía sus atenciones bucales, de lo muy rico que estaba sintiendo, este se había comenzado a babear y dejaba caer un hilo de asquerosa saliva desde su boca hasta la cara de la nena a la vez que la miraba con lujuria y deseos malsanos, de un solo movimiento retiro su verga de la ya hambrienta boquita de Anais.
–Y como que no eras puta!??, si hasta da la impresión que tuvieras hambre de verga, jajaja!!! Ya entendí ese es el truco que usas para hacer sentir bien a tus clientes, jajajaja…!!!, le dijo Gregorio cuando desnudo tal como estaba se hincaba en el colchón para comenzar a besarla,
–Noooo, no es eso señorrr…usted no me entiendeeeee…, Anais no hallaba que explicación darle al delincuente…
–Jajajaja sigue actuando putita eso que vas inventando de que eres una estudiante me calienta aún más, vamos dale unos besitos a tu macho, y te prometo que te daré más verga…
Así hincados como estaban en el desvencijado colchón, el drogadicto la atrajo hacia su desgastados y desnudos pellejos para comenzar a besarla en la boca, Anais en su fuero interno aun quería explicarle que ella no era ninguna puta, pero cada vez que lo intentaba el negro Gregorio lo tomaba como si esto fuese un juego por parte de ella, sintió nuevamente como esa puntiaguda y mal oliente lengua le invadía la boca, mientras que en su vientre y por sobre el vestido rojo sentía como se le clavaba la verga dura y parada de aquel sucio hombre, la nena pensaba mil cosas, recordó el asco que le había producido haberle chupado la verga, pero nuevamente hacia el repaso de sus desdichas y sin darse cuenta nuevamente y quizás también por encontrase media borracha, simplemente correspondió el beso que el ajado drogadicto le estaba mandando.
El flaco Gregorio estaba en el cielo, la putita estaba exquisita y sabia besar bien rico, sentía como esa fresca lengua se enredaba con la de él, fue el mismo quien subió los brazos de la chamaca para que lo abrazara, mientras él se daba a seguir besuqueándola con más ahínco, y recorriéndola desde el culo y por toda su espalda, la imagen parecía como si de verdad ellos dos estuviesen enamorados por la forma en que atracaban sus bocas una contra la otra.
Una vez que el delincuente se separó del erótico beso con lengua la dio media vuelta y la agarro por las tetas, de la boca de Anais colgaban gruesas cantidades de saliva producto de lo acuoso que estaban siendo los besos cuando Gregorio se separó de ella, la chamaca sintió como la estaca de carne se alojaba entre las junturas de sus nalgas, está la hicieron entrar un poco en razón,
–Ya basta don Gregorio déjeme ir, le decía mientras ella misma veía las mugrientas manos con uñas negras por la tierra como le masajeaban las tetas, de la misma forma en que lo hacen los japoneses en sus películas porno.
–Tienes las medias tetas putaaa… de seguro que todos tus clientes te deben decir lo mismo, jajajaja!!!
–Ya se lo dije… yo no soy putaaaa… Anais sentía la dureza que tenía puestas en las nalgas y que le embutía la tela del vestido hacia dentro, haciéndole sentir cosquillas en esa parte…
–Jajajaja… si no eres puta entonces dime que eres!?…
–Soy estudianteeee de derechooooo… Anais respondía casi en susurros, sentía como el mugriento sujeto hacia círculos en su trasero con la puntiaguda verga, mientras con sus manos continuaba magreandole sus chichotas…
El delincuente sentía que su verga se acomodaba a la perfección en ese culo esponjoso, este se movía como si verdaderamente ya la estuviese culeando, la joven por su parte sentía en su trasero algo muy rico, pero la hediondez a cuerpo que expelía de los pellejos del sujeto la tenían asqueada, ahora sentía que Gregorio la tomaba de sus caderas y se daba a apuntalarla con fuerzas, mientras el caliente drogadicto le metía su asquerosa legua en una de sus oídos dejándoselo bien ensalivado, una serie de escalofríos recorrían su cuerpo por el ardiente accionar del drogadicto que ya casi la tenía en sus manos, la nena sin saber porque simplemente comenzó a parar más el culo hacia atrás, estaba sintiendo muy rico, pero la apenaba que don Gregorio se fuese a dar cuenta.
El desmadejado criminal con pinta de chulo no se la quería creer, la putita ya había comenzado a moverle el culo, señal inequívoca que ella ya estaba pidiendo verga a gritos, por lo que ya queriendo sentir más tomo el vestido de la nena, y se lo comenzó a subir, Anais nuevamente volvía a la realidad,
–Noooo don Gregorioooo…, no lo hagaaaaa…, le decía Anais sin dejar de mover el culo haciendo círculos, no entendía por qué no podía dejar de hacer eso si ella no lo quería, pero su cuerpo no le respondía,
–Lo siento zorraaa, a mí me gusta culearme a las putas en pelotas, y sobre todo a las que están tan rebuenotas como tú, pero mira nada más que rica eres para menearme el culazo que te gastas ajjajajaja!!!!!
–Don Gregorio de verdad… yo no estoy acostumbrada a todo estooooo… por favor dejemeeee…, le repetía sintiendo la inmensa necesidad de pararle su trasero lo que más podía,
–Como me calientas con tus salidas putita… ahora entiendo por qué aquellos viejos no te querían soltar, jajajaja!!!! Pero sigue, me gustan tus historias… de verdad que me calientan más rico todavía, hasta estoy pensando en convertirme en tu chulo… jajajaja en tu cafiche… ganaríamos mucho dinero pedazo de putaaaa!!!… te gustaría!!??
–Ya se lo dije…yo no soy putaaaa!!!
Cuando el drogadicto por fin logro subirle el vestido hasta la cintura y se pudo percatar que la nena andaba sin nada abajo del vestido y con un sexi portaligas casi le viene un paro cardiaco sumado a lo drogado en que se encontraba, Anais al sentir el contacto de la flaca y caliente verga de Gregorio hacer contacto con la suavidad de sus nalgas, automáticamente se quedó paralizada pero muy pegada a la verga del delincuente se la sentía larga y caliente, si como lo que estuviera alojado en sus junturas de las nalgas fuese un palo caliente y no una verga…
–Ohhhhhhhhh!!!!! Tu sí que eres bien zorra para tus cosas mamitaaa…!!! Qué manera de tratar a la clientela… debes ser muy solicitada… eres toda una puta profesional!!!!, le dijo cuándo aleonado de ver tan esplendida figura termino por sacarle el vestido por sobre la cabeza.
La visión fue impactante para el afortunado drogadicto, se había hecho de una hembra de las que nunca iban por esos sectores, y él la tenía en su pulguiento colchón desnuda y con portaligas, lista para disfrutarla el solo y hasta la hora que él lo quisiera, sus relucientes carnes, las caderas, esa cintura exquisita y bien formada, ese ombliguito coqueto con el piercing de cadenita adornándolo hicieron que la calentura del drogo se le elevara hasta la estratosfera, ya no aguantando más se propuso a hacerle lo que tanto había deseado desde aquella tarde,
–Yaaaa putaaaa…!! Es hora de ponernos a culear así que prepárate. El flaco Gregorio se inclinó hacia la mesita que estaba a un lado del roñoso y mugriento colchón para agarrar el tubo de un lápiz y mandarse otra porción de droga, para tener las fuerzas necesarias para gozar de ese tremendo cuerpo que lo esperaba.
Cuando estuvo a punto de pegarse la inhalada se quedó mirando a la rubia joven con la cual iba a tener sexo, la vio desnuda e hincada en su colchón, la estudio y recorrió su cuerpo,  vio esos bellos y torneados muslos juntos uno al lado del otro, y los tímidos pelitos dorados que se iban escondiendo hacia el interior de estos, recordó la suavidad del culazo que se gastaba que no era grotesco a pesar de ser grande y bien formado, estaba hecho a la medida de su cuerpo, y atrayente para los ojos de cualquiera, hasta que se dijo para el mismo… es ahora o nunca.
Anais vio que el asqueroso sujeto que pretendía convertirla en mujer, tomo una buena parte de la droga y se le venía acercando con cara de pervertido, verlo flaco, ajado, con la mugre pegada en su cuello y en distintas partes de su cuerpo casi la hicieron vomitar, se preguntaba como ella había sido capaz de haberse estado besando con él, y hasta moviendo su cuerpo sintiendo algo extraño pero muy rico en su trasero, si hasta la hediondez de su boca y de su cuerpo aun la tenía pegada en sus fosas nasales, la rubia chamaca ni se imaginaba que ese fétido olor a cuerpo y a sobacos marcarían su vida para siempre.
–Ponte en 4 patas zorraaaa! y parame bien el culo…, le dijo el Flaco Gregorio cuando ya estuvo junto a ella nuevamente,
–Noooo! qué es lo que me va a serrrr…, consultaba Anais presa del pánico ya que el alcohol estaba desapareciendo de su mente…
–Nada putita, jajajaja es solo que pienso darme un gusto contigo el cual será para mí solo, es algo que vi en una película de Leonardo D C, jajajaja!!!! Solo has lo que te dije, parame bien el culo, jajajaja!!!
La rubia viendo el filo de la cuchilla puesta en la mesa y a un lado del cuerpo del delincuente, lentamente se fue poniendo en la posición que le estaban ordenando…
–Parame más el culo y baja las tetas hasta que se aplasten en el colchón, la mirada del flaco era brillosa, la lujuria, las drogas, el pecado, mezclados con la exuberante belleza de la joven, prometían una desenfrenada sesión de sexo sin límites…
La verga de Gregorio estaba que se reventaba como desde hace mucho tiempo que no lo hacía, antes de hacer lo que en su mente se había instalado se dio a manosear por todos lados aquel escultural cuerpo de Diosa que se encontraba en posición de sumisión absoluta, mientras ella con sus ojos cerrados aguantaba las humillantes tocaciones sin oponer resistencia.
Hasta que ordinario delincuente de poca monta determino que ya pondría en práctica la fantasía que tanto deseaba, y que había visto en una película solo hace algunos días atrás, se acomodó detrás del suave y brilloso trasero de Anais, con una de sus asquerosas manos abrió las nalgas de las nena hasta descubrir aquel precioso puntito rosado que parecía estar saludándolo, inmensas cantidades de saliva se le formaron en la boca invitándolo a que paladeara el exquisito sabor que podría haber en esa mística parte del cuerpo de la joven, pero eso lo dejaría para luego, ya sin esperar más y con el mismo cuidado que ponían los alquimistas para preparar sus soluciones, deposito una buena cantidad de droga en aquel precioso punto rosado que se encontraba justo al medio de las nalgas de la chica, el polvo blanco lo cubrió todo hasta perderse, para luego temblando de emoción el mismo se tapó con un dedo una de sus fosas nasales posando la otra en el ojete posterior de la joven y de una fuerte aspirada nasal limpio toda la droga que él había puesto en el rosado ano de Anais. El ajado drogadicto se sintió un Dios por lo que acababa de hacer.
Anais puesta como estaba sentía que aquel asqueroso sujeto algo le hacía, en su trasero, y cuando supuso lo peor, sintió algo que nuevamente le producía cosquillas, se preguntaba qué cosa le estaría haciendo, en resumidas cuentas lo único que sintió fue el agradable cosquilleo justo al medio de sus nalgas.
Cuando el flaco Gregorio inhalo el narcótico desde el mismo esfínter de la nena se propuso a aprovechar la excelente posición en que se encontraba la putilla esa, y le puso en conocimiento de lo que le haría,
–Bueno putita llego el momento que tanto he esperado. Te la voy a meter muy rico preciosa, empezaremos por el culo, jajaja!!
Anais levanto su vista hacia atrás con desesperación por lo que acababa de escuchar, para luego comenzar a oponer una débil resistencia entre ruegos y lloriqueos, lo que quería el drogadicto era descabellado, en su corta juventud nunca se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que alguien se atreviera a hacérselo por esa zona, entre sollozos suplicaba,
–Nooooo, por favor don Gregorio no me lo haga por ahí, que me va a dolerrr!!, Anais lo miraba desde su posición hacia atrás, con las lágrimas corriéndole por la cara,
–Jajajaja, que buena eres para actuar pedazo de zorra… mejor así preciosa, me calientas tanto que te lo voy a romper con ganas, jajajaja!!!
Y sin decirle más acomodo la cabeza de su delgada verga en el muy apretado y cerrado puntito rosado de Anais, mientras le decía,
–Sientes eso atrás de ti, jajajaja… esa es mi verga, y ya estoy ansioso por encajártela en el culo, no están gruesa como otras más gordas que tú ya debes haber probado, pero sé que te encantara, jajaja!!.
El drogadicto la agarró firmemente por la cintura y con fuerzas producidas por la droga empujo bruscamente,
–Noooo!…… déjeme!!… Me dueleeeee!!!… Por favor ya  noooooo!!!, a la Universitaria se le llegaron a poner los ojos blancos por el inmenso dolor que sintió con la primera apuntalada. La tiesa verga de Gregorio dio en el blanco pero el culo de la rubia Anais estaba tan apretado, que esta hasta se arqueo para saltar hacia arriba como un resorte.
El flaco Gregorio la volvió a tomar con su mano y la poso nuevamente en la entrada posterior de la nena,
–Toma putaaaaa de mierda… recibe mi verga que para eso estas hechaaaa!!!, volvió a empujar y la punta se introdujo a la fuerza violando la entrada anal de la adolorida chamaca.
Anais al sentir la irrupción, cerro fuertemente sus ojos y abrió su boquita en forma desencajada aguantando la perforación que le acababan de hacer en su trasero, lo sentía horrible, como si le estuvieran desgarrando las paredes de su recto, el drogadicto ahora empujaba con más fuerzas, se lo quería enterrar por completo, cada embestida que le daba era más fuerte que la anterior.
Las lágrimas empezaron a correr por la cara de la Universitaria sentía que le metían y sacaban un palo caliente por el culo. El delincuente echándose para atrás tomo fuerzas y le mando la clavada triunfal en donde termino por metérselo por completo.
Con un ahogado quejido de pavor Anais termino por recibirlo por completo, Gregorio creyó escuchar los sonidos de carne que se rompían, se le quedo enterrado por algunos segundos, hasta que lo empezó a sacar con cuidado, se dio cuenta que algo extraño ocurría con la putilla esa que estaba enculando, y en el momento en que ya se lo tenía afuera dejando solo la punta adentro, vio su verga bañada en sangre, que escurrió por el lacerado esfínter de la chamaca, su impresión mezclada con alegría elevaron su nivel de calentura,
–Mira nada más… jajajaja!! Estas sangrando putita!!!, Viendo que Anais estaba totalmente quieta y con sus alborotados cabellos rubios tapando su cara decidió que iba por terminar de destrozarle el hoyo.
–Tomaaaaa!… toma zorraaaaaa!!, tomaaaaa!!!, no tenía idea que eras virgen del culo, jajajaja!!! Entiendo que esto me saldrá más caro, pero tú no te preocupes, yo soy derecho para mis cosas y te pagare lo que vale tu culazoooo, Tomaaaaa!!!!
–Aaaaaaahh!… Aaaaaaahh!!!… Ahhhh!!!…Sniffffss!!!! Por favor don Gregorioooo deténgase…!!! Sniffsssss!!!!! Me dueleeee… mu… chooooooo!!!
Al drogadicto no le importaba nada él seguía dándole por el culo más y cada vez más fuerte, Anais intentaba arrancársele pero el con sus manos negras que contrastaban con las tonalidades doradas de las caderas de la chica, la empujaba con más fuerzas hacia su verga, enterrándosela cada vez más profundo.
Los gritos de Anais adentro de aquella miserable vivienda en la cual le estaban partiendo el culo por primera vez en su vida, eran guturales, la imagen del contraste de ambos cuerpos dándose era de lo más morbosa, eran la de un mugriento drogadicto de pellejos ajados, contra el tonificado y curvilíneo cuerpo de una chamaca rubia y de ojos celestes.
El flaco llevaba culeandola como 15 minutos por lo menos, y debido a los intensos lloriqueos y gritos de dolor por cada clavada que le pegaba, se le ocurrió una idea aún más malévola que en su desorientada mente de vicioso le hacían que se calentara aún más, ya desde hace rato se había dado cuenta o creía saber que aquella nena era una quizás una puta primeriza y no le importaban los motivos con los que aquellos viejos la hubiesen engatusado para que les bailara desnuda, pero a él también  le encantaba tratarla como tal, además que con sus gritos lo desconcentraba y no lo dejaba follarsela tranquilo, aún quedaba mucha noche por delante, así que fue aminorando sus aserruchadas.
La respiración de la chamaca era agitada, aun sentía la verga del delincuente alojada en sus intestinos, hasta que escucho su voz,
–Toma esto zorraaa… te hará sentir bien y ya no sentirás tanto dolor… Gregorio había tomado una buena cantidad de droga y la había puesto en la hoja de la cuchilla y se la estaba ofreciendo a Anais para que la inhalara, todo esto sin sacarle un centímetro de verga desde el culo de la chamaca, la nena como pudo miro hacia atrás y lo vio con su cara negra toda sudada y con una malévola sonrisa de vicio encajada en su rostro de delincuente,
–Don Gregoriooo… por favor ya dejemeee… yo no soy una putaaaa… y nunca me he drogadooo… no quiero hacerlooooo…sniffssss
–Aspírala putaaaa ya verás que te va a encantarrrr, le decía a la vez que le ofrecía el tubo de un lápiz…
En su desesperación Anais pensó que tal vez consumiendo aquella sustancia su dolor se vería menguado, pero recapacitó en el acto…
–Nooooo de verdad que se lo agradezco pero prefiero que noooo!!!…
–Escúchame zorraaaa si no la aspiras ahora mismo te juro que te marco la cara con la cuchillada que está al frente de tu rostro, le dijo con un tono siniestramente amenazante.
Anais viendo el filo de la navaja solo a centímetros de su cara se imaginó rasgándole su rostro, tomo el tubo del lápiz con sus delicadas manitas temblorosas y apunto donde estaba esa cochinada blanca, y así enculada como estaba se pegó la primera inhalada de su vida, cuando aspiro esa asquerosidad sintió como se le dormía algo muy adentro de sus fosas nasales, para luego sentir como algo amargo bajaba por su garganta. Para ser primeriza en esas lides la hoja de la navaja quedo completamente limpia.
El flaco Gregorio no daba más de  gozo, no se explicaba como aquella estupenda chamaca había ido a dar a esos lugares con aquellos viejos, la cosa era que en estos momentos la tenía como él se la había imaginado desde que la vio en el antro de don Braulio, desnuda enculada y drogándose con él.
–Jajajaja así me gustas putaaaa…ya verás que en un momento te vas a poner culiar con más ganas, jajajaja!!!!
El flaco se puso a follarla con más ganas todavía sabía que era solo cuestión de minutos para que la hembra sintiera en su cuerpo los primeros efectos del narcótico, y se pondría a culiar como desesperada…
Anais sentía como le flagelaban las carnes de su trasero, al poco rato su cuerpo lo sentía como adormecido, el dolor comenzaba a disminuir y en unos instantes concentrándose en todo lo que le estaban haciendo por detrás, una extraña excitación se apodero de toda su  perfecta anatomía, esto la animaron a que ella también se comenzara a mover junto con Gregorio, que al parecer ya hasta le caía bien, por la exquisita forma en que le estaba partiendo el culo.
La sustancia ya había hecho su trabajo, la joven de 18 años ya sentía como la verga que le ensartaban se inflaba dentro de ella, esto le ocasionaban que tuviera una dosis de excitación extra, la calentura se estaba apoderando completamente de ella, por lo que comenzó a gemir cada vez más fuerte, eran los momentos de enardecimiento sexual que hacían que se olvidara de oponer todo tipo de resistencia y hacían que se entregara al placer y a todo tipo de desenfreno que se le ocurriera al tipo que la había drogado.
Sus gemidos ya eran de auténtica calentura mientras ella con fuerzas se echaba para atrás con todo su culo para hacerle la tarea más rica y más fácil al negro de mierda que la había llevado a tal estado.
–Siiiii zorraaaaaaa… Siiii… ahhh… Toma…toma… putaaaaa…!!! La animaba el drogadicto para que ella se pusiera a culiar más rico de lo que ya lo estaba haciendo.
Anais solo recibía las estocadas con una sonrisa nunca antes vista en su bello rostro, era una sonrisa de vicio, con sus ojos cerrados y puesta en 4 patas, con sus chichotas bamboleándose hacia atrás y hacia adelante, se vio en la necesidad de comenzar a pedir más, estaba sintiéndose como nunca, esto era lo mejor que le podía haber pasado, pensaba su distorsionada mente…
–Ohhhh que ricoooo don Gregoriooooo… no pareeeeeee…!!
–Te gusta zorraaaaaa…!!!!
–Siiiii papiiiiiiiii… no pares nuncaaaaaa!!!!
–Jajajajaja!!!! Te voy a dejar desculada ya vas a ver!!!!… el flaco aserruchaba, empellaba, la agasajaba con su verga llegando hasta lo más profundo del recto de la muchacha…
–Guauuuuu…!!! Esto es muy buenooooo don gregoriooooo!!!!
–Jajajajaja… solo llámame flaco Gregorioooo… o negro de mierdaaaaa… o como tú quieras mamasotaaaa!!!, así me llaman mis amigosssss… y tú ya eres mi amigaaa jajajajaja!!!!
–Así… asiiiii…métemelo mas fuerte negro de mierdaaaaaa!!!! Párteme el culo tal como lo hiciste al principiooooo!!! Auchhhhhh que me dueleeee… pero es muy ricoooooo!!!! Pa…pi…toooooo!!!!
El drogadicto poco a poco fue aminorando las embestidas, Anais se preguntaba porque Gregorio se estaba deteniendo si lo estaban pasando tan bien…
–Que pasa!!??…yo quiero seguirrrr…
–Tranquila putaaaa… ahora quiero probarte la zorra… me la pasaras…!!??
Anais por un momento se quedó pensativa, estaba drogada y media ebria, pero aun así sabía que eso era algo que ella debía proteger, pero se lo estaba pasando tan re bien con su amigo Gregorio que le puso una sola condición para ofrecerle lo más sagrado que hasta ese momento le quedaba en esa acalorado noche de lujuria, sexo, alcohol y drogas…
–Solo con una condición…, le dijo una vez puesta de rodillas en el colchón y toda sudada…
–Que cosa quieres lindura…!!??
El negro que también estaba puesto de rodillas con la verga palpitándole a mil, pensó que le iba pedir que se lo hiciera con cuidado, o que usara condón, o por último que eyaculara fuera de su cuerpo, pero quedo aún más fascinado con la respuesta de la chica…
–Deme un poco más de droga!!!!
El flaco Gregorio quedo encantado, con esa respuesta supo que habría sexo para rato,
–Toda la que tú quieras mi amorrrr!!!!…
Como desesperado se lanzó hasta la mesa, se pegó otra jalada de cochinada y con mucho cuidado tomo una doble porción de droga para ofrecérselo a la rubita caliente que el destino había puesto en su miserable destino,
La rubia se extrañó de lo que estaba haciendo aquel asqueroso hombre, el alucinógeno no le permitía pensar claramente sobre la tremenda equivocación que estaba a punto de cometer, pero a estas altura ya todo le daba lo mismo, su suerte ya estaba echada, al menos por esta noche, lo vio como el negro se ponía la droga con mucho cuidado en el largo de su verga, Anais muy sonriente supo desde donde tendría que inhalarla,
–Ya está puta… inhálala desde mi verga, te la mereces por ser tan buena puta…, jajajaja…!!!
La universitaria estudiante de derecho tomo el tubo del lápiz, con su otra mano tapo el hoyito de su nariz que quedaba libre,  y sin pensarlo dos veces aspiro una buena cantidad polvo blanco desde la tiesa verga, cerrando sus ojos y sintiendo nuevamente como el alucinógeno invadía el interior de su cuerpo, pero aún quedaba más en la verga, se mandó la segunda dejando la verga totalmente limpia, solo unas vistosas manchas blancas fueron los vestigios de lo retirado por la rubia, y ella viendo esto sin pensarlo se llevó la verga a la boca para retirar con sus labios y su lengua todo lo que quedara y para que así no se perdiera nada.
Su cuerpo y su mente volaban en dimensiones desconocidas para ella producto del estupefaciente ingerido, que acrecentaban su nivel de extraña calentura que sentía su cuerpo por sentir lo que ya sabía de lo que a continuación tenía que hacer con el flaco Gregorio. Se la estuvo chupando por algunos minutos, y ya totalmente convencida que había llegado el momento de ella cumplir con lo que se había comprometido por un poco de droga, sencillamente se fue poniendo de espaldas.
Anais totalmente convencida de ella querer saber que era lo que se sentía tener metida una verga dentro de su vagina, femeninamente se recostó de espaldas en el mugriento colchón, sin pensarlo y sin ninguna preocupación se abrió de muslos recogiéndolos para quedar lo más expuesta dentro de lo que le permitiera su cuerpo y para que también su amigo el flaco quedara lo más cómodo posible en el momento en que se la metiera con total aceptación por parte de ella.
El drogadicto ya no dando más de felicidad y calentura por lo que estaba a punto de probar con su verga, se quedó mirando a la sonriente muchacha que lo esperaba con mirada de deseo y deliciosa vulgaridad para que el hiciera lo que quisiera con ella y con su cuerpo.
–Quítate el liguero y las medias putilla, te quiero tal como llegaste a este mundo, jajaja!!!
La sonriente Anais lo hiso sin juntar las piernas, abierta como estaba retiro con sus manos las ligas para luego continuar con las medias lanzándolas hacia un lado de la colchoneta en la cual se la iban a culiar, el flaco la miraba con deseos de maldad, quería hacerle miles de cosas, pero iría por partes, solo no quitaba su vista de aquel atrayente tajo de carne que al menos por esta noche tenía un solo dueño, o sea él.
Sin más preámbulos el delgado y ajado drogadicto se hecho sobre los ofrecidos muslos de la jovencita que se los tenia abiertos de par en par, preso por la acalorada ansiedad de colarse hacia el interior de aquel esbelto cuerpo, Gregorio tomo su puntiagudo instrumento y lo ubico en la entrada intima de Anais, y simplemente empujo hacia adentro.
El resultado fue el mismo que con el del profesor en la mañana de aquel fatídico día, la verga a pesar de ser más delgada que la del viejo salió expulsada, los labios de la nena se negaban a abrirse, otro intento y el mismo resultado, Anais esperaba el momento de la irrupción con una nerviosa calentura, extrañamente ella quería que Gregorio fuese su primer hombre, quería y sentía la imperiosa necesidad de ponerse a culiar con él por una eternidad sí  es que fuese posible, por lo que sabiendo que ella necesitaba esa vega adentro de ella porque así tenía que ser, se propuso a ayudarlo.
Fue Anais quien metió su mano por entre ambos cuerpo y tras agarrarle la verga a su amigo delincuente, pasear su blanca manita por toda aquella extensión de carne delgada pero si muy dura y caliente la apunto en la zona de su vagina en donde ella como mujer sabía que tenía que entrar más fácilmente, y le dijo,
–Ahora flaco, métemela con fuerza…
El flaco mirándola a su Angelical cara de niña fresa pero que en esos momentos sus ojos celestes estaban con el brillo de la exaltación, simplemente empujo con seguridad.
Anais sintió el dolor de carnes abiertas cuando la verga del drogadicto colisiono con su himen, pero una extraña fuerza la animaba que su amigo tenía que terminar por convertirla en mujer, por lo que no le soltó la verga, para que no se le fuera a salir, Gregorio con menos de un cuarto de verga enterrada, ya sabía que eso ya era algo, se limpió la traspiración de su frente con una mano y se dispuso a darle la estocada mortal,
–Estas lista zorraaa!??, porque ahora sí que te entra todaaaa, jajajaja!!!
–Siiiii, Gregorioooo… dámela conviérteme en tu mujerrrrr… tú te lo merecessss…!!
El drogadicto ya no daba más de lujuria, concentrándose le mando el segundo espolonazo, con el cual hiso triunfal ingreso en aquel soberbio cuerpazo de una joven rubia y de 18 años, la delgada y brillosa verga fue rompiendo el himen de la chamaca poco a poco, entrando centímetro a centímetro perdiéndose por completo en el rubio coñito de la joven que le acababa de regalar su virginidad a cambio de un poco de droga, la acababa de descartuchar, Anais ya era su mujer en todas sus letras, y no importaban los artilugios que este haya utilizado para lograrlo…
–Aaaaaaaaghhhhhhhhhh… flaco sácala que me dueleeeeee!!!!, grito la chamaca al sentir el dolor de cómo le rasgaban sus carnes vaginales…
A la ensartada universitaria se lo habían mandado a guardar limpiamente y en su totalidad, la verga flaca pero bien parada había roto el himen de la esplendorosa joven, quien adolorida al máximo aguantaba y experimentaba aquella extraña irrupción de carne hacia el interior de su cuerpo, el asqueroso delincuente por su parte estaba echado sobre sus muslos abiertos, paso sus negras manos por debajo de sus hombros blancos y femeninos de ella para poder contraerla más hacia su asquerosa herramienta, con la punta de sus pies se daba fuerzas para mantenerse bien ensartado en ella hasta que su cuerpo se acostumbrara a su larga y flaca herramienta viril.
Anais como pudo llevo una de sus temblorosas manitas hasta su boca abierta por la extraña sensación de nerviosidad que sentía al sentirse ensartada, su cuerpo sentía dolor pero algo le impedía quejarse y gritar, sentía los testículos del drogadicto comprimirse con su ano, y ella en vez de impedir que la siguiera mancillando, se esforzaba por mantenerse lo más abierta posible para él y solo para él, en su mente no existían sus padres ni su familia, tampoco Daniel, solo existía ella, el asqueroso delincuente y aquella mesa llena de drogas, esto la hacían calentarse más y dejar a un lado el inmenso dolor que estaba sintiendo.
El flaco Gregorio estando consiente de la pasividad de la hermosa joven que casi se le había regalado, comenzó a apuntalarla en forma gradual, a la vez que le preguntaba,
–A todo esto cuales tu nombre putitaaa!!??, jajajaja aún no me lo has dicho y ya me has pasado la zorra, jajajaja!!!!
La nena quien al fondo de su mente, pero muy al fondo sentía algo de humillación, le contesto…
–A…nais…me llamo Anaisssss!!!
–Anaissss…!!! Hasta tu nombre está hecho para andar parando vergas, jajajaja!!!! –Toma entonces Anaissss, esto es lo que te has ganado por estar tan buenotaaa!!! Tan ricaaaa!!! Tan sexy guachitaaaaa…!!!! Si desde que te vi en aquel antro con tu vestido rojo que me dieron ganas de meterte la vergaaaaa!!!!. –Que rico se siente quitarle la virginidad a una niña fresa como tuuuuuuu, le dijo esto mandándole una estocada recia atravesándola hasta lo más profundo de su estómago…
Anais solo se quejaba eróticamente, a pesar del dolor cerraba los ojos suplicando que todo esto no se terminara nunca, el flaco Gregorio se daba cuenta que su verga ya entraba y salía sin complicaciones del cuerpo de la nena…
–Listo preciosa ya estas lubricada, desde ahora te voy hacer gozar como una cerda en el barro, jajajaja…, le decía el mal nacido mientras comenzaba a sacar su espumeante verga hasta más de la mitad para volver a metérsela en forma profunda, Anais solo lo escuchaba con sus ojos bien cerrados y sus delineados labios semi abiertos, –Que apretadita tienes la zorra mi amor, de seguro nunca te metiste un consolador por aquí verdad!! –Te gusta perra!?… ehhhh!? Sí que te gusta mucho esto que te estoy metiendo verdad zorraaaa!!??
Fueron tantas las peladeces de grueso calibre que el drogadicto le estaba diciendo a la nena, que su nublada mente colapso en favor de su violador, de pronto ya no sintió más dolor, este se convirtió en excitación, calentura en todas sus letras, lo que la llevo a comenzar a gemir como nunca antes lo había hecho, ni siquiera como lo había hecho hace un rato cuando este mismo tipejo le había dado por el culo, esta vez ya no podía reprimir sus auténticos gemidos de placer. La calentura nuevamente se comenzaba a posesionar de su cuerpo.
–Uuuhhhhmmmm…! Uuuhhmmmmm!!… ahhhh!!!…. Huuummm….!!!! Siii…… ahhhhhh!!!! Ri… cooooooohhhhh, Uuuhhmmmmm!! Volvía a gemir por cada clavada que sentía al interior de su vientre
–Eso es putaaaaa!!!, eres toda una zorra!!!!!, vamos… sigue gimiendo, que me calienta aún más escuchar tus gemidos de perraaaaa!!!!!.
Anais con sus bellos muslos abiertos y con el drogadicto encima de ella culiaban ensimismados, ambos con los ojos cerrados  solo concentrados en el inmenso placer en el cual cada uno por su lado estaban sumidos y que se regalaban uno al otro, gotas de sudor se acumulaban por los lados de la nariz de la hermosa nena, se besaban asquerosamente, gozando, gimiendo, uno metiendo verga y la otra recibiendo la misma, sus cuerpos sudaban a mares, por el blanco cuerpo de la rubia  chorreaban vistosas cantidades de sudoración mescladas con mugre y la traspiración que su cuerpo recibía de parte de los negros pellejos del que en esos momentos la montaba y que era su pareja de apareamiento.
–Te gusta culiarrrr zorraaaaaa…, le consultaba de pronto el flaco Gregorio, pero Anais estaba tan caliente que su cuerpo y mente solo eran gemidos y eróticos movimientos que demostraban lo muy bien que se lo estaba pasando mientras la follaban al interior de esa pocilga, sus ojos celestes semi abiertos miraban solo a centímetros el reluciente diente de oro que el flaco le mostraba cuando le hablaba sus ordinarieces, esto la calentaban aún más,
–Uuuuummmmm…!! Sssshhhhtttttt!!! Shhhhttttttt!!!! Ummmmmhhhhh!!!!!, Anais no podía parar de gemir.
El drogadicto viendo en el lujurioso estado en que se encontraba su eventual compañera de juergas determino que ya era hora de cambiar de posición.
–Bien pedazo de zorraaaa, ahora me vas a cabalgar le dijo cuándo rápidamente saco su mojada verga de la ensangrentada panocha de la joven.
El colchón ahora tenía una gran mancha de sangre al medio de donde estaba la pareja, sangre que se entremezclaba con otros tipos de líquidos, que desde hace rato salían expulsados desde la vagina de la universitaria, pero a Anais esto pareció no importarle, simplemente al ver que su casi esquelético amigo estaba de espaladas con la verga apuntando hacia el cielo, solo ordeno sus cabellos por detrás de sus oídos y se montó sobre el deteriorado cuerpo del hombre que la estaba convirtiendo en hembra.
El mugriento drogadicto tomándola de la cintura se la acomodo encima de él para meterle la verga, Anais por supuesto que no oponía resistencia haciéndosela muy fácil para el meterle la verga, se la metió despacio dentro de su zorrita que nuevamente se la comió por completo, con ella sintiendo la irrupción nuevamente con risa de viciosa, y con la mirada perdida hacia el techo, Gregorio le dijo lo que ahora tenía que hacer,
–Escúchame perraaa… ahora quiero que me des tus mejores refregadas de conchaaaaa, jajaja!!!
Anais que estaba sintiendo muy rico y que también le agradaba la forma en que el asqueroso sujeto se refería a ella, comenzó a moverse lentamente encima de él, haciendo un exquisito vaivén pélvico de adelante hacia atrás, el flaco hipnotizado por cómo se movía el piercing de cadenita a la altura de su curvilínea cintura, comenzó a acariciarla en el vientre, la recorría con sus mugrientas manos, luego las subió hasta sus tetas, por más que quería cerrar sus ojos para gozar no podía, ya que para el en esos momentos era pecado cerrar los ojos y perderse esa imponente Diosa drogada, que prácticamente estaba culiando por inercia, esto lo calentaban y lo exasperaban aún más, sabía que ya faltaba poco para llegar a la gloria acompañado de aquel monumento de hembra, que en estos momentos lo cabalgaba en forma exquisita, como nunca antes lo había hecho otra mujer.
–Que ricas tetas tienes zorrita, son perfectas, grandecitas, bien formadas y duritas, me gusta ver como se te mueven en estos momentos, prométeme que cuando te vayas me dejaras tu teléfono y dirección, para ir a verte cuando me den ganas de probarte de nuevo, jejejeje…
Anais con solo imaginarse al flaco acostado y culiando con ella y en su propia casa, con sus tíos viendo Tv, o haciendo cualquier cosa nuevamente la excitación empezó a invadir su cuerpo, comenzando a menear sus caderas de arriba y hacia abajo, dejándose caer con brutalidad sobre la pelvis del delincuente, el drogadicto por su parte notaba lo que se avecinaba quito sus manos de sus tetas, para afianzarla de las caderas y empezó a rematarla con bestialidad, prácticamente Anais estaba saltando  arriba de su flaca verga, sus chichotas rebotaban de un lado a otro de tan fuerte que a su dueña le estaba dando al flaco Gregorio, la rubia nenota comenzó a gemir y a pedir descontroladamente que le dieran más verga,
–Ahora Gregorioooo dame más vergaaaa, te la siento todaaaaa… me vieneeee… me vieneeeee… ohhhhh que es esto por Diosssss!!!! Yaaaa!!! Yaaaa!!!! Yaaaa!!!!… yaaaaaaaa!!!!, gritaba por cada sentada que se pegaba sobre la cintura del drogadicto, el flaco se enderezo como pudo para besarla mientras ella gemía de calentura, Anais lo abrazo con una pasión verdaderamente descontrolada para empezar prácticamente a comérselo en húmedos besos con lengua, y sucedió lo más intensamente placentero para ella, sentía una serie de ricos orgasmos uno seguido del otro,
–Ohhhhh que rico negro de mierdaaaaa!!!! Me estas mandando cortadaaaaa!!!! Ahhhhhh…!!! Ahhhhhhhh!!!!, comenzaba a gemir y a gritar con sus ojos en blanco perdida en el placer que estaba sintiendo en sus carnes, el drogadicto viendo que su hembra se estaba yendo cortada acerco su cabeza hasta sus tetas y comenzó a chupárselas como un insano mental, mientras a la universitaria se le nublaba la mente y veía como toda la habitación se iba oscureciendo hasta que cayo desmayada sobre el ajado cuerpo del flaco Gregorio quien no daba más de tanto placer que le estaba dando la fogosa hembra.
Como pudo se abalanzo y se puso sobre el cuerpo de la muchacha para quedar montado sobre ella, y sin ya nada más que esperar se lo enterró lo más profundo que pudo y descargo torrentes de semen espeso y caliente que llenaron el útero de la muchacha,
–Toma zorraaaaaaa ahí te van mis mocos putaaaaa!!!! Ohhhhhhggggrgrgrgg!!!!, la rubia quien aún estaba sintiendo sus últimos orgasmos contrajo sus muslos lo que más pudo y dio su vida por contraerle la verga lo que más pudo con los músculos de su vagina con la sola necesidad de arrebatarle hasta la última gota de semen que este tuviera en su verga.
Anais quedo tirada aun lado del delincuente con sus bellos muslo abiertos, en esos momentos no le sentía vergüenza al estar en esas condiciones al lado de aquel hombre, y era lógico, los efectos de la droga aun no abandonaban su mente ni su cuerpo, de su vagina salían  espesas gotas de semen, poco a poco su cuerpo comenzó a recuperar la compostura, miro al drogadicto con todos sus cabellos rubios alborotados, sentía su corazón latiendo a mil por hora, y no entendía lo que le pasaba, había sentido un intenso orgasmo por segunda vez en su vida, pero este era 20 veces mejor que lo que el viejo le había hecho sentir esa mañana, y no se explicaba esa extraña necesidad que sentía su cuerpo por seguir apareándose con aquel mugriento sujeto que la miraba masajeándose la ya fláccida verga, tenía una inmensas ganas a que se la siguieran culiando.
El mugriento negro sabía muy bien por lo que estaba pasando la nena,
–Jajajaja…tienes ganas de seguir follando verdad?
–Siii don Gregoriooo tengo tantas ganas de que Usted me culie bien culiadaaa…! no sé qué es lo que me pasaaaa…!!
–Tranquila putilla, me voy a pegar otra dosis para poder calmar la calentura que estas sintiendo en la zorraaaa, jajajaja… Anais de rodillas y masturbándose veía al flaco Gregorio como se venía acercando al colchón con más droga, a la vez que le decía, –Límpiate la zorra, la rubia miro en todas direcciones por si encontraba algo para limpiarse solo vio el vestido rojo, sin pensarlos dos veces lo tomo y se comenzó a quitar los restos de semen desde su vagina, para luego escuchar al drogadicto,
–Quieres seguir drogándote preciosa, jejeje…
Anais relamiéndose los labios pensaba que todo eso que estaba haciendo estaba mal, muy mal, pero no supo el porqué de su respuesta,
–Si, la quierooo, dame más drogaaaa!!…
–Jajajaja…que viciosilla me saliste, te daré la última, eres nueva en esto y no quiero que te vaya a dar un patatús aquí en mi casa y te me mueras, tendría que ir a botarte a algún canal, ajajajaja!!!!
El malvado drogo se hecho el estupefaciente en su asquerosa mano e hiso que Anais la inhalara desde ella, una vez que la perdida universitaria la hubo inhalado, el salido mequetrefe le ordeno,
–Lengüetéame la mano, retira con tu lengüita toda la droga que haya podido quedar… y cuando termines te me acuestas de espaldas y te abres de patas.
Anais no lo dudo, ella misma tomo la mano del delincuente y se la comenzó a lamer, pasándole la lengua hasta dejársela bien limpia, el sabor de la mugrienta mano era entre amarga y salada, luego de eso se puso de espaladas y abrió sus muslos, tal como se lo había solicitado el flaco Gregorio.
Desde su posición la rubia estudiante vio cómo su amigo el flaco depositaba en su pelvis y entre medio de los pelitos dorados de su zorra, otra cantidad de droga de la cual se la jalo directamente desde su montecito jaspeado con bellitos rubios, extrañas situaciones que a ella le elevaban su libido, ese mugroso drogadicto hacia cosas que extrañamente la calentaban hasta mas no poder.
–Flaco culiameee!…tengo tantas ganas de culiarrrrr…!!, le dijo de una, y era verdad, ella realmente quería que se lo volvieran a hacer,
–Jajajaja!!, es tu primer día y mira como estas de caliente, jajajaja…
–No sé qué es lo que me pasa de verdad… pero necesito estar moviendomeeee…!!
–Que edad tienes zorraaa!!??
–18…, este otro mes cumplo los 19…
–Ve a ese cajón y anótame tu número y tu direccionnn…
Anais no lo pensó dos veces, rápidamente se paró desnuda como estaba su brilloso cuerpo aun relucia por la sudoracion, y al estar de pie sintio unas copiosas cantidades del semen que el drogo le habia depositado muy al interior de su intimidad, sintio como el varonil liquido ya helado escurria desde el interior de su vagina y resbalaban por el interior de sus muslos, no importandole nada fue en esas vulgares condiciones hasta el mueble que le indicaba su amigo el flaco y le anoto su dirección y número de teléfono, su mente estaba tan perdida que hasta le apunto los horarios en que salía de clases y las horas en que perfectamente la podía ir a buscar.
–Jajajaja, gracias zorrita rica a ver si cuando se te pase el efecto vas a tener ganas de verme, jajajaja!!!!
La rubia no entendió muy bien a que se refería el flaco, si se suponía que ellos eran amigos, pensaba, de lo que si estaba segura era de las tremendas ganas y de lo desesperada que estaba por ponerse a culiar nuevamente con el flaco Gregorio.
La mente del flaco ya tenía lista la nueva sesión de sexo y vejámenes que se daría con tan magnifica hembra, por lo que se recostó en el colchón y le pidió,
–Ven a chuparme la verga zorraaaa!!!… y no olvides de lamerme las bolas…
Anais que aún estaba parada en el mueble en donde había anotado su dirección, camino como desesperada para casi arrojarse en el mugriento colchón y quedar a 4 patas mamándole la verga al asqueroso drogadicto, esa era la otra nueva droga aún más poderosa que había descubierto aquella noche.
(Continuará)
 

Relato erótico: “Dos rubias llamaron a mi puerta y les abrí” (POR GOLFO)

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Hasta las narices de una vida llena de estrés decidí dar carpetazo a todo lo anterior y tras vender mi empresa, mi casa y mi coche, llegué al aeropuerto donde cogí el primer vuelo hacia Costa Rica. Con euros suficientes en mi cuenta bancaria para rehacer mi vida, me compré una finca muy cerca del Parque Nacional de Corcovado en la provincia de Puntarenas. Elegí ese sitio para retirarme con cuarenta años gracias a la belleza de su naturaleza y la bondad de sus gentes.  Con una casa colonial y una playa semiprivada, la extensión de mi terreno no era mucha, pero si la suficiente para no tenerme que preocupar de los turistas y poder disfrutar así de mi auto impuesta soledad. Después de un matrimonio fallido, veía en ese paraíso el retiro merecido tras tantos años de esfuerzo. Con la única compañía de Tomasa, mi cocinera, una mulata más o menos de mi edad, mis días pasaban con pasmosa lentitud sin otra decisión que tomar que decidir que si me iba a la playa o al monte. Confieso a mis retractores que mi existencia era deliciosamente rutinaria. Desayunar, dar una vuelta a los alrededores o tumbarme al sol, comer, beberme cuatro cervezas bajo mi porche, cenar y la cama.

No echaba de menos Madrid, ni a los amigotes. Vivía para mí y nada más. Hasta que un día al volver de comprar comida y whisky en Puerto Jimenez, vi una humareda saliendo de mitad del bosque. Preocupado por si ese incendio pudiese llegar a los árboles de mi propiedad, fui a ver su origen. Al llegar a un pequeño promontorio, divisé una lengua de devastación en mitad de la nada.

«Qué raro», pensé al ver toda esa extensión de selva baja destrozada y temiendo que fuera producto de la mafia maderera, decidí no acercarme y comentárselo a Manuel, un conocido que era la máxima autoridad policial por esos rubros. Al llegar a casa lo llamé,  pero no estaba. Por lo visto le habían avisado de un conato de incendio.

Asumiendo que era la misma humareda que había visto, mandé el tema a un rincón de mi cerebro.

―¿Qué me has preparado mujer?― pregunté a la cuarentona a pesar de las muchas veces que me había dicho que no me refiera a ella de esa forma. Según Tomasa, si alguien me oía podía pensar que nos unía algo más que una relación laboral.

―Calamares en salsa, patrón― respondió secretamente alagada, aunque nunca lo quisiera reconocer.

Sentándome a la mesa, observé el movimiento de su trasero mientras me servía esa delicia y por un momento, pensé que ante cualquier avance por mi parte esa monada de hembra no dudaría en caer en mis brazos. Viuda y sin hijos, para ella le había caído del cielo mi oferta de trabajo, ya que no tendría que preocuparse por pagar casa ni sustento al ir implícito en el puesto. Desde mi silla, recordé que el cura del lugar me la había presentado al preguntarle por alguien que se ocupara de la casa.  Y lo fácil que había resultado mi convivencia con ella porque a pesar de estar solos, siempre había mantenido su lugar sin tomarse ninguna libertad o confianza fuera de la propia de alguien de servicio. Descendiente de esclavos, su ajetreada y dura vida no solo había forjado su carácter sino otras partes más evidentes de su anatomía. Sin un átomo de grasa, su cuerpo no parecía el de una mujer de cuarenta. Alta, delgada y con grandes tetas, me parecía imposible que no hubiese rehecho su vida tras tantos años sin marido. Las malas lenguas hablaban de que, escarmentada de un marido celoso y violento, había cerrado el capítulo de los hombres. Reconozco estar estaba encantado con ella, debido al carácter jovial y alegre que me demostraba día tras día esa mujer, carácter tan propio de las latinas y tan alejado del de mi ex. Hablando de Maria, a ella sí que no la echaba de menos. Sin desearla ningún mal, estaba feliz con que no fuese yo el que tuviese que soportar su mala leche y sus continuas depresiones.

«Ojalá le vaya bien con Pedro, aunque lo dudo», dije para mí dando un sorbo a mi cerveza al recordar que su traición, lejos de molestarme, me había aliviado dándome un motivo para romper una inercia que me tenía encadenado a un matrimonio sin futuro.

Volví a la realidad cuando la morena me puso el plato en frente. El olor era delicioso y su sabor más. Agradeciendo nuevamente el buen tino que había tenido al contratarla, di cuenta de esa ambrosia mientras escuchaba a Tomasa cantar en la cocina un bolero de los Panchos.

―Si tú me dices ven, lo dejo todo. Si tú me dices ven, será todo para ti. Mis momentos más ocultos, también te los daré, mis secretos que son pocos, serán tuyos también…

Dado el rumbo que habían tomado mis pensamientos, me pareció un premonición de lo que ocurriría si algún día le hacía una caricia y rehuyéndolos, preferí tomarme el café en el porche en vez de hacerlo en el comedor desde donde podía ver y oír a esa atractiva señora trajinando con las ollas para que a la hora de cenar todo estuviera listo.

Ya sentado en la mecedora que había instalado allí, me puse a observar la belleza de esa zona donde se mezclaba selva, playa y plataneros, y donde el verdor era la nota predominante en vez del dorado secarral que predominaba en mi Castilla natal. La fertilidad de esas tierras hacía más chocante la pobreza de sus gentes, pobreza alegre del que vivía el día a día sin mirar con desconfianza al futuro. Pensando en ello y recordando la fábula infantil, los europeos eran las hormigas del cuento mientras los costarricenses se los podía considerar las cigarras. Hasta el propio lema de país ratificaba mi opinión: “Pura vida”. Ese “pura vida” simboliza para los costarricenses la simplicidad con la que se tomaban su paso por este mundo, su amor por el buen vivir, la abundancia y exuberancia de sus tierras, la felicidad y el optimismo de sus gentes, pero sobre todo a su cultura que les permitía apreciar lo sencillo y natural.

«Hice cojonudamente viniendo a vivir aquí», sentencié mirando como en el horizonte se empezaba a formar unos nubarrones que no tardarían en aligerar su carga sobre mi finca.

Me seguía maravillando ese fenómeno meteorológico por el cual,  en época de lluvias, todas las tardes de tres a cuatro la naturaleza riega sus dones sobre ese área, refrescando el ambiente y dando vida a su vegetación. Nuevamente, “pura vida”, medité mientras veía a Tomasa colocando un café recién hecho y un whisky con hielos sobre la mesita del porche.

―Va a diluviar― comenté a la mujer.

―Sí, patrón. Este año la cosecha va a ser buena. Debería ir pensando en contratar las cuadrillas antes que se comprometan con los vecinos, no vaya a ser que llegado el corte no haya nadie que la recoja.

Su consejo no cayó en saco roto, ya que estaba lleno de sentido común y más viniendo de una nativa de la zona que conocía perfectamente el uso y las costumbres de la Costa Rica rural. Sabiendo que además de cocinar me podía servir de consejera, le pedí que se sentara y me explicara con quien tenía que tratar.

―El más fiable de los capataces es José, el matancero. Si llega a un acuerdo con él en las próximas dos semanas, podrá confiar que las pencas no se queden sin recolectar― me dijo mientras comenzaban a caer las primeras gotas.

Como conocía al sujeto, gracias a ser el dueño de la única carnicería del pueblo, no tuve que preguntar cómo contactar con él y anotándolo en mi cerebro, decidí que al día siguiente me pasaría por su local para tratar el tema. Para entonces, las gotas se habían convertido en un chubasco y sabiendo que la presencia de rayos no iba a tardar en llegar, le pedí que me trajera otro café para poder admirar desde ese privilegiado observatorio el espectáculo de luces y sonido que diariamente la naturaleza me regalaba. Tal y como me tenía acostumbrado, el chubasco no tardó en convertirse en tormenta tropical con murallas de agua cayendo mientras se oscurecía el día. Si Asterix o cualquiera de sus galos hubiera contemplado ese momento, a buen seguro hubiese temido que el cielo iba a caer sobre él al ver esa inmensa y brutal lluvia.

«Es impresionante», sentencié subyugado por ese prodigio tan raro y extraño para un castellano de pro: «En dos días, aquí llueve más que en un año en Segovia».

Estaba divisando a buen recaudo la escena cuando Tomasa volvió con el café, pero justo cuando iba a dármelo en la mano se quedó mirando a la plantación y me señaló la presencia de personas al borde de los plataneros. Tardé en unos segundos en localizar de quien hablaba y cuando lo hice me percaté que era dos mujeres completamente embarradas las que se dirigían hacia la casa.

―Deben ser turistas a las que la tormenta ha pillado dando un paseo― comenté sin salir del porche al no tener intención alguna de exponerme a los elementos y mojarme.

Mi cocinera, en cambio, previendo que iban a necesitar unas mantas con las que secarse corrió hacia el interior. Estaba observando las dificultades de una de ellas al caminar apoyada en la otra cuando de improviso tropezaron cayendo de bruces justo cuanto mi empleada volvía. Sin pensar en que nos íbamos a empapar, salimos a ayudarlas y envolviéndolas en las franelas, las llevamos hasta la casa.

Desde el primer momento, la joven que me tocó en suerte me sorprendió por liviana. Viendo los problemas tenía en mantenerse en pie, decidí tomarla en brazos y correr con ella hacia la seguridad que el techo de mi vivienda nos proporcionaba. El peso de la chavala me ayudó a hacerlo rápidamente. Estaba esperando que mi cocinera llegara con su compañera cuando caí en que, acurrucándose sobre mi pecho como un bebé, mi auxiliada gemía muerta de frio.

―Necesitan una ducha caliente― comenté a la mulata.

Tomasa me dio la razón y sin importarla llenar de barro el suelo que tan esmeradamente limpiaba a diario, entró a la casa. Todavía con la niña en brazos, la seguí por el pasillo mientras me envolvía una extraña satisfacción por haberla ayudado. Aduje esa sensación a mi vida solitaria y quizás por ello, no me percaté de la forma con la que se aferraba a mí. Ya en el baño, mi empleada había abierto la ducha mientras la cría que había ayudado se mantenía pegada a ella manteniendo el contacto con una mano sobre el hombro de la mulata. Tras verificar la temperatura, le pidió que pasara dentro, pero, tuvo que obligarla a ducharse. Por extraño que parezca, esa criatura temía alejarse de la mujer que la había salvado y a Tomasa no le quedó más remedio que meterse con ella.

―Patrón, le juro que luego limpio todo― dijo riendo al ver que el agua se desbordaba poniendo perdido la totalidad del baño.

No contesté al contemplar como el líquido iba despojando el barro que cubría el pelo de la recién llegada y que su melena era casi albina.

―Debe ser gringa― murmuró la negra al ver los ojos azules y la blancura de la joven que permanecía abrazada a ella sin moverse y sin colaborar en su propia limpieza.

Yo en cambio asumí que ambas eran nórdicas al vislumbrar de reojo que la joven que tenía en volandas tenía la misma clase de melena. El barro al desaparecer fue dejándonos observar sus ropas y mi turbación creció a pasos agigantados cuando ante mi mirada en vez de la típica vestimenta de los turistas, la joven llevaba una especie de mono casi trasparente.

«Menudo uniforme llevan», musité entre dientes al verificar que la otra iba vestida igual y que lejos de cubrirla, esa tela dejaba entrever unos juveniles pechos y un culito que haría las delicias de cualquier hetero.

Ya sin rastro de tierra en la primera, comprendí que era mi turno y sin soltar a la mía, entré en la ducha. El calor del agua cayendo por su cuerpo la hizo sollozar y dando la impresión de temer que la dejara sola se pegó todavía más a mí, mientras la mulata se llevaba a la compañera a su cuarto para prestarle algo de ropa.

―Tranquila, bonita― traté de tranquilizarla y asumiendo que no me entendía, intenté que mi tono fuera lo más suave posible.

La joven suspiró al sentir mis dedos entrelazándose en su pelo. Por un momento, me pareció el maullido de un gatito que hubiese perdido a su madre y quizás por ello, seguí susurrando en su oído mientras intentaba despojarla de los restos del barro que todavía llevaba incrustado en su melena. La angustia que mostró al intentar dejarla en pie me hizo saber que necesitaba el contacto y por ello manteniéndola entre mis brazos, usé una mano para levantarle la mejilla.

Sus ojos verdes abiertos de par en par daban a la expresión de su rostro una mezcla de miedo y agradecimiento vital, lo que curiosamente me alagó y acercando mis labios, le di un beso casto en la mejilla.  Ese beso sin segundas intenciones, un mimo que bien podía haber sido de un padre con su retoño, la hizo llorar y como si para ella fuera algo necesario, volvió a abrazarse a mí con desesperación. Fue entonces cuando caí en su altura y en que a pesar de mi casi uno noventa, esa niña era de mi tamaño.

―No me voy a ningún sitio― murmuré alucinado de la dependencia que mostraba la criatura hacia su salvador.

Mis palabras consiguieron sosegarla y mirándome a los ojos, me regaló una sonrisa tan tierna como bella. Mi corazón comenzó a palpitar sin freno al advertir en mi interior que crecía un sentimiento protector que jamás había experimentado con nadie y un tanto azorado por ello, le pasé la esponja para que ella terminara de limpiarse. Comprendí que seguía en shock cuando no la tomó entre sus manos. Sin otro remedio que ser yo quien la aseara, comencé a pasársela por el cuello esperando que al verlo ella siguiera. Para mi sorpresa, al sentir mis dedos recorriendo su piel, lejos de mostrarse escandalizada, su mirada reflejó satisfacción y comportándose como un cachorrito al que la vida hubiese dejado huérfano, volvió a maullar suavemente mientras con la mirada me pedía que continuara. Sabiendo que era preciosa, un tanto cortado fui retirando la tierra de su ropa no fuera a que al contemplar su cuerpo me excitara. Por extraño que parezca y a pesar de reconocer que la chavala tenía un cuerpo impresionante, al recorrer sus pechos con la esponja solo pude pensar en cómo era posible que una tormenta le hubiese dejado tan desvalida y quizás por eso, no reparé en la reacción de sus pezones al tocarlos hasta que de sus labios salió un gemido que interpreté como deseo.

Preocupado de que viera en mis actos un intento de aprovecharme de ella retiré mis manos, pero entonces tomando la que seguía con la esponja, fue ella la que la volvió a colocarla sobre sus senos.

―Nena soy muy viejo para ti― susurré inexplicablemente contento al contemplar que lejos de rehuirme esa joven me rogaba con los ojos que la acariciara.

Todavía hoy me avergüenza reconocer que disfruté de sobremanera recorriendo con mis yemas su delicado cuerpo y más aún confesar que al posar mis manos sobre su trasero no pude evitar palpar discretamente la dureza de esa nalgas que el destino me había dado la oportunidad de tener entre las manos. Por raro que parezca, la desconocida no vio en ese gesto nada malo y meneando su culito, me dio la impresión de que deseaba que siguiera manoseándola. Afortunadamente un enano de mi interior me impidió cometer esa felonía y llamando a Tomasa, le pedí ayuda para secar a la pobre desdichada.

Mi empleada tardó casi medio minuto en llegar y cuando lo hizo casi me caigo de espaldas al contemplar que, cogida de la mano, llegaba con una valquiria que bien hubiera sido el impúdico sueño de cualquier vikingo. La belleza sin par de la joven con su pelo blanco ya seco cayendo por los hombros me impactó y más cuando advertí que únicamente llevaba puesta una camiseta.

―¿Puedes ocuparte ahora de esta?― pregunté con los ojos fijos en los eternos muslos sin fin de la suya.

―Ojalá pudiera, pero es como una lapa― contestó quejándose que no la soltaba ni por un instante.

Sabiendo que la cría que tenía pegada actuaba igual, insistí diciendo que no era decente que un maduro como yo fuera el encargado de desnudarla. Dándome la razón, se acercó a nosotros con una toalla en las manos y comenzó a secarla. Viendo que estaba en buenas manos intenté irme a cambiar, pero entonces pegando un grito lleno de ansiedad, mi desconocida corrió a aferrarse a mí.

―Patrón, antes me pasó lo mismo. No pude retirarme ni un metro sin que se echara a llorar― comentó preocupada: ―Me da la impresión de que estás niñas se deben haber escapado de un maltratador y por ello ven en nosotros el sostén que necesitan para no volverse locas.

―¿Y qué hago? No me parece correcto desnudarla yo― casi gritando pregunté al saber que me estaba insinuado que al menos debía estar presente mientras le quitaba la ropa.

―Tenemos que hacerlo, patrón. Si quiere mire a otro lado, pero es necesario que no se vaya― dijo mientras le empezaba a desabrochar el mono.

Tal como me había pedido, giré la cabeza para no observar cómo la despojaba de esa indumentaria, temiendo una reacción normal de mis hormonas. Lo malo fue que, al quedarse desnuda, esa criatura albina buscó mi consuelo pegando su cara contra mi pecho. Al verlo, la mulata me informó que de nada servía haberla secado si me abrazaba con la ropa empapada y con una sonrisa un tanto picara, me pidió que me quitara la camisa. Como muchas veces me había visto en bañador, no me pareció inusual quedarme con el dorso desnudo en frente de ella y la obedecí despojándome de esa prenda sin esperar que, al ver mi pecho, la joven posara su cara en él,

―No quise decírselo antes, pero eso mismo hizo la mía. Ya verá cómo se tranquiliza al escuchar su respiración― comentó intrigada observando la escena.

Su predicción resultó acertada y tras unos momentos en los que no separó su rostro de mí, la chavala levantó su mirada y me sonrió antes de comenzar a acariciarme con sus dedos. Al fijarme en la cocinera, advertí que sabía por anticipado lo que iba a pasar y por ello, un tanto molesto pregunté qué más podía esperar de la desconocida.

Totalmente avergonzada, Tomasa me explicó que, al desnudarse para mudarse de ropa, su “niña” había reconocido su cuerpo con las manos antes de dejar que se pusiera algo.

―¿Me estás diciendo que tengo que dejar que “me reconozca”?― quise saber indignado y preocupado por igual.

―Le parecerá una locura, pero es como si en su desesperación estas nenas vean en el tacto una forma de comunicar su agradecimiento― contestó, pero al ver mi cara de espanto rápidamente aclaró que los mimos que la suya le había regalado no tenían una connotación sexual.

No teniendo claro como reaccionaria mi cuerpo ante unas caricias le pedí que dejara la camiseta que había traído para la muchacha y que me dejara solo, prometiendo que no me aprovecharía de la desgraciada.

―Patrón, no hace falta que me lo diga. Le conozco de sobra y sé que es un hombre bueno― dijo mientras desaparecía llevando su perrito faldero agarrada a su cintura.

Ya solo con la cría, intenté comunicarme con ella informando que me iba a desnudar, pero no conseguí sacarle palabra alguna y totalmente colorado, me quité el pantalón. La preciosa albina miró con curiosidad mis piernas y ante mi asombro comenzó a jugar con los pelos de mis muslos como si jamás hubiese sentido nada igual. Fue entonces cuando caí en que su coño estaba totalmente desprovisto de vello púbico y asumí que no solo habían estado en manos de un maltratador, sino también que eran miembros de una secta donde la norma era ir totalmente depilado.

Si ya de por sí eso era raro de cojones, al despojarme del calzón la cría observó mi virilidad y llevando sus yemas a ella, comenzó a palparla con un brillo lleno de curiosidad en su mirada. Se qué actué mal, no entendía su actitud interesada y a la vez fría, pero al sentir la forma en que examinaba mi prepucio y cómo retiraba el pellejo para descapucharlo, riendo pregunté si es que acaso nunca había visto la polla a un hombre. Demostrando con hechos que debía ser así, se agachó frente a mí y usando mi glande, recorrió la piel de sus mejillas con él sin ningún tipo de excitación.  Contra mi voluntad, al ser objeto de ese extraño estudio, mi pene comenzó a crecer ante sus ojos. En vez de asustarla o preocuparle, vio en ese anómalo crecimiento algo que debía explorar y pasando sus yemas por mi escroto, se puso a palpar mis huevos mientras admiraba mi progresiva erección.

―Nena, no soy de piedra― comenté al ver que parecía atraída por la dureza que había adquirido cerrando sus dedos en mi extensión.

Mi tono debió de alertarla de que algo me pasaba e incorporándose, se puso a escuchar mi corazón pegando su oreja sobre mi pecho sin soltar su presa. La insistencia de la paliducha se incrementó al oírlo y luciendo una curiosidad insana, siguió meneando mi trabuco al comprobar que con ello se disparaba la velocidad mi palpitar sin que ello supusiera que se excitara. Nada en ella reflejaba ningún tipo de lujuria. Todo lo contrario, parecía un médico palpando a un paciente.

―¿Qué coño haces? No ves que si sigues voy a terminar corriéndome― tan excitado como asustado, murmuré tratando de adivinar en ella si se veía afectada por las caricias que me estaba brindando.

Juro que intenté calmar mi calentura aduciendo el comportamiento de la joven al desconocimiento, pero no pude hacer nada contra mi naturaleza y totalmente entregado permití que siguiera con su examen mientras clamaba al cielo que tuviese piedad de mí. Producto de su tozudez en averiguar qué era lo que le ocurría a mi cuerpo, con mayor energía, siguió erre que erre estudiando el fenómeno hasta que el conjunto de estímulos que poblaban mi cerebro dio como resultado mi eyaculación.   

 Asombrada al sentir mi simiente sobre su manos, lejos de compadecerse de su conejillo de indias, la desconocida hizo algo que me terminó de perturbar y es que, acercando sus dedos manchados con semen a su boca, probó su sabor. La expresión de su cara cambió de golpe al catar mi esencia e impulsada por un ansia inexplicable comenzó a lamerlos con desesperación. No contenta con ello, al terminar de devorar lo que había depositado en sus manos, se agachó a hacer lo mismo con las descargas que había caído al suelo, tras lo cual insatisfecha buscó en mi miembro cualquier resto que hubiera quedado en él.  Lo más humillante de todo fue observar que una vez lo había dejado inmaculado, la joven se levantaba del suelo y abrazándome con ternura, me daba la sensación de que era el modo que tenía de agradecerme el regalo.

Aterrorizado por haberme dejado llevar y sintiendo que me había aprovechado de su inocencia, conseguí vestirme y olvidándome de que ella seguía desnuda, fui a buscar a Tomasa. Encontré a la mulata en una situación al menos embarazosa ya que al entrar en la cocina y mientras ella intentaba cocinar, su extraña desconocida estaba manoseándola sin disimulo.

―Patrón, desconozco que le ocurre a esta desgraciada, pero no deja de meterme mano― tan pálida como su partenaire comentó.

Sin revelar que había sido objeto de una paja de la recién llegada, me senté en una silla moralmente destrozado y más cuando al encontrarse con su compañera, mi desconocida regurgitó parte de mi semen en su boca.  La expresión de esta al compartirle mi esencia fue algo inenarrable, ya que cerrando los ojos degustó con placer la ofrenda.

―Se nota que las pobrecillas tienen hambre― compadeciéndose de ellas, mi empleada masculló y sin caer en la verdadera naturaleza del alimento que estaban compartiendo, llenó dos platos con comida.

Las jóvenes nos miraron sin saber cómo actuar hasta que tomando un tenedor acerqué un trozo de la carne guisada a la boca de la cría que había venido conmigo. Esta al observar mi maniobra, abrió sus labios y la masticó como probando tanto su textura como su sabor. Tras tragar, volvió a abrirla esperando que siguiera dándole de comer mientras la otra rubia la imitaba mirando a mi empleada.

―Don Miguel, ¿qué clase de malvado las ha tenido retenidas hasta ahora? ¡No saben ni comer solas!― casi llorando, murmuró la mulata mientras llevaba un pedazo a la joven que como un pajarito en su nido pedía su sustento a su madre.

La certeza de que era así y que ambas habían tenido una existencia brutal hasta la fecha azuzó un sentimiento paterno que desconocía tener y dirigiéndome a las chavalas, les hice saber con tono dulce que sus padecimientos habían terminado y que nos ocuparíamos de ellas como si fueran nuestras hijas.

―Ya habéis escuchado a papá. Comed todo lo que tenéis en el plato y si al terminar os quedáis con hambre, no os preocupéis ¡mamá os pondrá más!― respondió la mulata mientras las acariciaba.

No supe si iba en guasa o si realmente sentía que éramos una pareja que las había adoptado, lo cierto es que no me molestó y, es más, aunque en ese momento no me diese cuenta, di por hecho que era así. Por ello al terminar de saciar su apetito, me pareció natural pedirle a Tomasa que cenara conmigo antes de llevar a las desconocidas, que seguían pegadas a nuestra vera, a descansar.

Mientras cenábamos por primera vez juntos, la cuarentona con su sentido práctico me preguntó dónde iban a dormir las niñas, ya que en la casa había dos camas, la suya que era individual mientras la mía era una King Size.

―Mañana compraré un par de ellas en el pueblo― respondí para acto seguida ofrecerme a dormir en el sofá.

  La mulata enternecida con mi gesto tomó mi mano y la besó diciendo que no se había equivocado al suponer mi bondad. Acomplejado al recordar que me había corrido entre los dedos de una de las crías que había decidido cuidar, me quedé callado mientras se levantaba a recoger los platos. 

«¿Que narices voy a decir cuando se dé cuenta de la clase de hombre que es su patrón?», me pregunté en completo silencio…

Relato erótico: “Vacaciones Frustradas” (POR WALUM)

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Hola soy Vivian, tengo 34 años, realmente siempre me encanto la independencia, es por eso que me independice de mis padres aunque ya tarde tuve que hacerlo, aunque estaba viviendo con una amiga, decidimos cambiarnos por separado, yo conseguí un lindo departamento a muy bajo precio a unas cuadras de mis padres, era hermoso el departamento. Tengo que aclarar que soy muy atractiva, demasiado, o sea en realidad mi cuerpo tuvo mucho que ver mis años de gimnasio, ya que siempre quise mantener todo en su lugar. Junto con mi cabello rubio bien claro y suavemente enrulado. Mis ojos color miel y grandes, mis pechos bien erguidos, desafiantes, incitan, mi perfecta cola, bien parada, resaltada por la ropa que me coloco realmente es tan notorio que es inevitable las miradas continuas cuando ando por la calle, obvio seguidas de mis buenas piernas, no pasan desapercibidas, realmente mis medidas quedaron en 90-55-93.

Buscaba la aventura, rechazar pretendientes, nunca traer hombres a mi departamento, solo tener la cabeza puesta en mis metas, convertirme en una excelente profesora de matemáticas, ir a bailar, salir de compras, era lo que me gustaba.
Comencé a trabajar en un colegio importante de la ciudad, fue un buen salto. Luego de pasar un año excelente había juntado una determinada cantidad de dinero, suficiente como para emprender un lindo viaje a la costa, ya estábamos a fines de Diciembre, y esperábamos con una amiga las vacaciones ansiosamente, organizamos todo, conseguimos un excelente departamento estaba un poco apartada de las otras, pero era hermosa, teníamos la playa casi para nosotras solas.
Se nos hizo bastante corto el viaje y sin problemas por suerte, cuando llegamos me acosté en el dormitorio, mientras que mi amiga se quedo acomodando algunas cosas. Estábamos realmente muy felices. Al fin vacaciones. Al otro día estuvimos en la playa y con el ardor del primer día de sol, nos acostamos bastante temprano. Al otro día fuimos temprano a la playa. Las 2 íbamos vestidas con faldas muy cortitas y los comentarios de los jóvenes que pasaban no dejaban de escucharse, ya en la playa casi desierta estaba con una bikini negra chiquita que me quedaba bárbaro a pesar de ser bastante chica. Luego de ese excelente día de playa decidimos volver para comer algo temprano y salir a la noche, hacer algo. Cuando llegamos a la puerta de nuestro departamento, apareció de atrás de un árbol y de repente asustándonos mucho, un tipo que nos miro fijamente, yo sin saber le pregunte -¿Que desea?
El tipo alto flaco, pelo medio largo, bastante sucio enrulado, de tez media oscura, su ropa parecían harapos. Sus manos tenían las uñas largas y sucias. Con el pantalón como todo sucio y manchado. Luego de un rato en silencio y con mucha dificultad, como tartamudeando, dijo con una voz de ultratumba -¿Tienen algo de comer? Con un fuerte olor a alcohol, mientras nos miraba de arriba abajo sudando, mi amiga rápidamente contestó -Ah si, espere un poquito que le traemos algo de la casa. Las dos entramos rápidamente hacia el departamento. Mientras íbamos, me di vuelta y vi al tipo con sus ojos clavados en mi cola. Típico pero me dio risa verlo así con cara de tonto. Luego bajamos y le llevamos unos sándwich. Luego a la noche decidimos quedarnos a descansar porque el sol nos había cansado mucho, mi amiga se fue a dar un baño y yo me fui a ver el mar desde el balcón y escuchar las olas romper en la playa, como hacía calor, estaba solo con ropa interior, compuesta por una tanguita muy chiquita blanca y un corpiñito de levante blanco. Luego de terminar mi ceremonia me fui a acostar.
Al otro día volvimos a ir a la playa, salimos a comer de todo un poco, cuando volvimos al departamento casi al anochecer, apareció de nuevo el sujeto medio raro pidiendo comida nuevamente, las dos volvimos a ir a buscar algo, dándome cuenta como sus ojos se clavaban en mi cola de nuevo. Esa noche había buena tele así que vimos la tele y después a dormir, antes me fui al balcón como siempre lo hacia, siempre con ropa interior, contemplando la paz. Así pasaron dos o tres días, siempre muy parecido, el sujeto siempre iba a buscar comida, yo me reía de la cara de tonto al mirar mi cola, mientras que yo la movía mas aun para que pusiera esa cara. Un día íbamos con mi amiga con pantalones bien ajustados, ella verde claro y yo rosadito de gasa bien livianito hermoso, y nos encontramos con el mendigo en la puerta como siempre, fuimos a buscar algo, mientras que seguía mirando como se quedaba con cara de tonto, hasta que cuando volvimos, mire en su parte baja, un bulto sobre su bolsillo, pensé que seria algo que tenia guardado, igual no le di mucha importancia. Al otro día paso lo mismo, solo que ahí me di cuenta de que el sujeto se excitaba de sobre manera al vernos y era su bulto ese bulto, yo me reía con la idea y me movía mas vivamente. A la noche mi ceremonia en el balcón y así.
Llego el viernes y nos levantamos temprano, de repente a eso de las 10 de la mañana suena el celular de mi amiga. Veo que su cara empieza a cambiar para mal, corta y me cuenta que necesitaba volver para arreglar un tema en el trabajo si o si y volvía. Yo le dije que bueno nos fuéramos, pero ella me dijo que no tardaba, seguramente el domingo a la noche estaba acá. Yo con medio desgano acepte porque todavía nos quedaban días para disfrutar.
El día sin mi amiga fue distinto, la playa me aburrió así q fui a dar unas vueltas por ahí, después volví al departamento, para mi sorpresa no estaba el mendigo, me pareció muy raro. A la noche hice lo de siempre contemplando el mar y la soledad. Fue aburrido en realidad, al otro día hice lo mismo, volví a la hora de siempre, el mendigo tampoco estaba, me pareció mejor al estar sola. Cayó la noche rápidamente, salí al balcón con una tanguita rosadita bien calada, y un sostén de levante bien lindo rosadito también, era unos de mis conjuntos de ropa interior más lindas y chiquita de todas.
Estaba muy tranquila fumando un cigarrillo, cuando de repente escucho gritos de ayuda bien fuertes -¡¡Ayuda!! ¡¡Me muero!!Yo empecé a mirar para todos lados, hasta que pude asomarme sin que se viera mi cuerpo y vi que estaba el mendigo este de siempre, tirado casi en la puerta del departamento gritando y gritando -¡¡Me muero!! ¡¡Ayuda!! Yo me quede quita entonces el me vio justo, y gritó -¡¡Por favor señorita me muero de hambre!! ¡¡Ayudeme!! Y su voz se entre cortaba, yo me sentí muy presionada y con cargo de conciencia si no hacia nada, así que rápidamente me metí adentro, agarre la primer ropa que encontré, que era una remerita blanca media ajustada, un pantalón celeste ajustadito y unos tacos bien altos porque no encontré los otros, saque un sándwich de la heladera y baje rápidamente. Mientras seguía escuchando sus gritos de ayuda, baje, salí rápido a abrir la puerta del consorcio, cuando salí no había nadie, me pareció muy extraño así que salí unos metros mas, pero cuando iba menos de un metro una mano me tapó la boca violentamente desde atrás, entre en pánico extremo no sabia que pasaba, el miedo me invadió completamente intente gritar o morderlo pero quien me tenia, tenia mucha fuerza, me volteo y me metió al consorcio nuevamente yendo hacia el departamento, yo intentaba soltarme, pataleaba me sacudía, pero me tenia muy fuerte agarrada.
No sabia que hacer, llegamos al departamento y vi por el espejo que se trataba del mendigo, el que me sujetaba desde atrás fuertemente, entonces ya dentro del departamento me dijo al oído con su asquerosa y mal oliente voz -¡¡Tranquila gatita, me parece que no entendés. Estoy acá porque te vengo a coger toda la noche, me tenés loco yegua, te quiero romper el culo!! ¡¡Te cagabas de risa de mí y me mostrabas tu rico culito, pero ahora lo tengo en mis manos!! Y metió su asquerosa mano en mi hermosa cola. Yo estalle en llantos al escuchar sus aberrantes intenciones, el miedo me sobrepaso no sabia q hacer lloraba desesperada, el me dijo al oído nuevamente -¡Si gritas te mato a golpes! Y luego me empujo fuertemente, cuando estaba por gritar me dio un cachetazo fuertísimo, y otro así me dejo mas muerta de miedo sin saber que hacer, solo llorar. Luego me tomó fuertemente del brazo con su enorme y áspera mano, mientras me decía
-¡¡Todas las noches mirando el mar y con esas ricas tanguitas, me has estado calentado puta!! Yo lloraba, solamente las lagrimas se esparcían por mi rostro, mientras el se baboseaba, estaba aislada en un departamento sin nada para defenderme, el sujeto se debía sentir triunfador, al tenerme absolutamente impotente entre sus manos, era suya, suya para gozarme a voluntad, suya para satisfacer cualquier capricho de sus depravados instintos y desenfrenados deseos. No sabia que hacer el miedo era superior a cualquier cosa, el de pronto me giró y me tomó por detrás fuertemente apoyando todo su miembro en mi cola, se refregaba de lado a lado mientras me decía
-¡¡Estas infernal, putita, tenes un culo perfecto, quiero que lo pares para mí!! Yo escuchaba sus sucios comentarios y no hacia nada, entonces el me dio un golpe diciendo nuevamente -¡¡Vamos para tu culito zorra!! Yo ante el fuerte golpe lo hice sin dudar nuevamente y sentía su bulto que era bastante sobre la delgada tela del pantalón celeste, mientras el disfrutaba teniendo mi cola en popa totalmente. De pronto jaló mi remerita blanca arrancándola, yo sentí mucho miedo estaba solo con mi sostén blanco que rápidamente lo arrancó al no poder abrirlo, sus manos se apoderaron de mis pechos completamente y los comenzó a estrujar desesperadamente, mientras que seguía apoyando su enorme bulto en mi hermosa cola riéndose y diciéndome al oído -¡¡Estás muy buena de verdad. Tenés unas tetas divinas y un culo espectacular. Te voy a perforar toda muñeca!! Yo me moría de miedo sabia que iba a cumplir con lo que decía y le suplicaba contaste mente pero a el maldito solo le causaba risa. El silencio de afuera era espantoso, nadie en muchos kilómetros, el vil sujeto lo sabia, que por mas que gritara era poco probable que alguien me escuchara, el sujeto lo sabia y en esos momentos lo estaba haciendo saber, sabia que en ese momento era como mi dueño, que podía hacerme lo que quisiera, que podía apoderarse completamente de mí, y que sólo me iba a violar cuando y como él quisiera, y cuantas veces quisiera. Eso me daba un bajón emocional que casi me desmayo.
El sujeto de pronto me tomó del pelo y me dijo al oído fuertemente -¡¡Hace todo lo que te digo o te mato a golpes!! Luego jaló de mi pelo fuertemente hacia la pared, el dolor fue enorme, el sujeto me soltó y se apoyó contra la pared, yo estaba muerta de miedo frente a el no sabia que hacer, entonces el sujeto dijo -¡¡Vamos puta de rodillas!! Yo lo hice ante sus fuertes gritos y el miedo me invadió completamente al estar debajo de él, sometida completamente sin saber que se le ocurría hacer al maldito sujeto. Luego se bajó sus pantalones y su slip dejando su enorme miembro colgando, todo sucio y muy gordo, lo tomó con su mano teniéndolo fuerte riéndose, y me pegó con él en la cara, me lo pasó por la nariz, los ojos y luego se detuvo en mis labios, como demostrando su poder. El olor de su miembro era asqueroso y la humillación mas asquerosa todavía. Yo lloraba desconsoladamente sin remedio alguno. Luego me tomó por la mandíbula y a duras penas pudo colocar sólo parte de la gigante cabeza en mi boca, yo no hice nada, entonces el gritó
-¡¡Vamos chupa rápido o te mato!! Yo con mucho miedo obedecí rápidamente y chupaba rápidamente haciéndolo gemir desenfrenadamente. Luego de un largo rato, me sujetó la cabeza, gritó y acabó dentro de mi boca, manteniéndome sujeta a su pene para que ella trague todo. El líquido espantoso me lleno la boca, y como pude saque mi boca de allí, escupiendo mientras que chorreaba su asqueroso líquido blanquecino. Yo lloraba a más no poder, quería vomitar, era espantoso, el sujeto como si nada y rápidamente, él me tomó de la cintura, y me llevó a la cama, con su pene todavía duro, me dijo -¡¡Ponete en cuatro nena!! Yo completamente sometida lo hice, entonces el jaló mi pantalón dejando mi tanguita diminuta a su devoción. Rápidamente comenzó a acariciarme desenfrenadamente mientras que decía -¡¡Que rica estas, estas tanguitas de puta que usas demuestran que te gusta!! Yo lloraba desconsoladamente, pero poco a poco mi cuerpo empezaba a jugarme en contra, de prontos él se acomodó atrás y apuntó su pene a mi vagina. Yo con el último aliento grité -¡¡Noo, por favor!! Pero el maldito sujeto metió la cabezota de un golpe, y seguía metiendo el resto lo que me provocó un grito fuerte
-¡¡Noooooo, hijo de puta me reventaste, me duele sacala!! El tipo riéndose, metió mas hasta el fondo y comenzó a gran velocidad a meter y sacar. Mis gritos eran dolorosos -¡¡Ahhyyyy!! ¡¡Ahhyyyy!! ¡¡Ahhyyyy!! Mientras que intentaba acomodarme, porque cada empujón me tiraba para adelante. Después de seguir con la tortura del vaivén acelerado logré mantenerme, y despacio comencé a moverme para adelante y atrás acompañando su inmundo ritmo. Mis gemidos eran cada vez mas fuertes en cada empujón, mezcla de dolor y un calor extraño que empezaba a sentir todo mi cuerpo y no podía disimular, el sujeto se percató de eso rápidamente y gritaba al mismo ritmo que me embestía brutalmente
-¡¡Pero que puta sos, te gusta que te cojan como a una zorra!! Yo lloraba, pero mis gemidos seguían sin poder controlarlos para su asqueroso placer y seguía gritándome barbaridades -¡¡Ves como te gusta, puta!! ¡¡Querías que te cogiera!! ¡¡Desde el primer día que te vi, querías que te la meta toda!! ¡¡Puta!! ¡¡Tomá!! ¡¡Como te gusta!! Yo me sentí totalmente humillada frente a sus insultos y el vaivén asqueroso que mantenía sobre mi y grite como pude -¡¡Noooooo… no me digas asiiiii… aaaahhhhhh… por favooooor….. Ahhhhhh… ya bastaaaaaaahhhhhhh!! El sujeto siguió con sus violentos movimientos no sé cuanto tiempo, pero me pareció una eternidad, hasta que él volvió a gritar fuerte y acabó dentro mío. Esperó un rato atrás mío y sobre mí, bombeó otro poco, y la sacó, provocándome un dolor y una repulsión total. Luego se levantó para mi alivio, yo me quede tirada, rendida en la cama, el reviso un poco y tiró sobre mi pantalón rosado de gasa ajustadísimo, diciéndome -¡¡Vestite!! Yo rápidamente accedí sin preguntar suponiendo que por lo que me dijo pronto partiría, me levante, me puse el pantalón y el se acercó nuevamente, era enorme, me intimidaba su presencia, se puso bien adelante mío y llevó una de sus asquerosas manos a mis glúteos, apretándolos fuertemente, mientras me miraba libidinosamente y me decía babeando
-¡¡Me mostrás la concha y el culo y te reís de mí desde el primer día, te voy a destrozar puta!! Yo solo lagrimeaba sabiendo que la pesadilla no había terminado aun, de pronto tomó mi mano y la puso sobre su enorme miembro que ya estaba duro nuevamente, yo con bronca y muchas lagrimas en los ojos le dije -¡¿Que carajo querés ahora hijo de puta?! Las palabras me salieron del alma, el resentimiento era enorme, pero me quede muerta de miedo cuando el sucio sujeto contestó sádicamente -¡¡Quiero tu deliciosa colita!! Yo me morí de bronca y grite -¡¡Noooooo, hijo de puta, cualquier cosa menos eso!! Pero el sujeto me giró violentamente y apoyó su miembro sobre mi pantalón y comenzó a refregarlo vilmente, yo peleaba por impedirlo pero el sujeto me tenia fuertemente, mientras que comenzaba a decirme cosas al oído, el muy maldito disfrutaba completamente de la situación diciéndome –¡¡Desde que ví tu hermoso culito, cuando entrabas a buscarme comida, no hago mas que pensar en él, no dormí pensando en mi pene todo adentro de este divino agujerito, y ahora lo tengo aquí totalmente indefenso esperando que lo entierre hasta el fondo!! Yo estalle en mas lagrimas, no podía contenerme ante sus asqueroso comentarios, me superaban, estaba a punto de un ataque de nervios, cuando de repente jaló mi pantalón hasta abajo y me dio un empujón hacia la cama diciéndome –¡¡Volvete a ponerte en cuatro, pero apoyá el pecho en la cama para no irte para adelante!! Yo no lo hice, pero el me levantó de los pelos violentamente y enfurecido, luego me dejó como el quería, con mi cola apuntando hacia arriba, completamente indefenso, me sujetaba fuertemente del pelo sometiéndome a su antojo y me decía burlándose -¡¡Mirá como lo tengo a tu culo, parado, desafiándome para que lo rompa!! Se reía completamente, hasta que se puso detrás mío y dijo
-¡¡No te quisiera asustar mas, pero te digo que te lo voy a romper, porque estoy desesperado por penetrarlo, te voy a bombear peor que por la concha!! Yo cerré los ojos, y pedí un milagro, pero no iba a llegar, puso una de sus manos sobre mi espalda y me apretaba contra el colchón y con la otra empezó a dirigir su enorme y asqueroso miembro hacia mi cola. Empezó a empujar, sentía el calor de su miembro detrás mío, hasta que sentí que la cabeza de su miembro empezaba a romper mi orificio para entrar, solté un grito fuertemente con desesperación -¡¡Noooooo, pará hijo de puta que no entra!! ¡¡AAahhhhhyyyy!! Pero el seguía metiendo ese enorme miembro sin compasión y yo seguía gritando desaforadamente de dolor -¡¡Sacala turro degenerado, aaaayyyyyyyyy!! El maldito enfermo nuevamente como antes empujó violentamente, haciéndome ver las estrellas del terrible dolor, le daba trompadas al colchón mientras abría toda la boca buscando desesperadamente aire. Parecía que me iba a morir, cuando metió todo su miembro en mí, con su boca en mi nuca me dijo burlándose -¡¡Sentila bien yegua que te va a quedar el culo bien abierto!! Y comenzó a meter y sacar violentamente.
A un ritmo acelerado, haciéndome gritar de puro dolor, era impresionante, pensé que me iba a desmayar, gritaba de dolor permanentemente. No podía mas le grité suplicando casi -¡Aaaaaaaahhh!… Aaaaaaaaaaayyy….deja mi culo, por favor me duele!! ¡¡Ya no aguanto más!! El sujeto largo una carcajada espeluznante, asustándome más aun y dijo -¡¿A quién crees que engañas?! ¡¡Sé muy bien que té esta gustando, si me pides que te suelte es para calentarme y que té de más duro!! Y acelero su ritmo mas aun, haciéndome morir completamente de dolor, era insoportable y brutal. Estuvo casi dos horas así hasta que con un grito fuertísimo acabó en mi interior. Luego sacó su miembro, provocándome otro grito al salir la cabeza, y una vez afuera con los dedos le abrió los costados de agujero. Al ver que mi orificio estaba súper abierto, largó una carcajada y dijo -¡¡Que rica estaba tu colita zorra, ha sido deliciosa!! Luego se vistió rápidamente y salió sin dejar rastro, dejándome casi muerta física y psíquicamente, seguí llorando hasta el amanecer.

Relato erótico: “LA FÁBRICA (5)” (POR MARTINA LEMMI)

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Al salir de la oficina de Luis pasé frente a la de Hugo.  Con la conmoción reciente, había olvidado totalmente que Luciano me había dicho que pasara.  Quizás, pensé, ya se habría marchado y, de no ser así, bien podía hacerme la distraída e irme simplemente: ya no faltaba mucho para la chicharra de salida.  Pasé frente a la puerta sigilosamente o, al menos, lo más sigilosamente que mis tacos me permitían; no resultó…
“¡Sole! – exclamó en el momento mismo de asomarse por la puerta entreabierta; me llamó así: Sole, como si fuera su amiga de toda la vida -.  La estaba esperando; pase, por favor…”
Fue como si me hubieran arrojado un nuevo peso sobre mis ya castigadas espaldas.  Acababa de salir de una pesadilla en la oficina contigua y vaya a saber a qué nueva pesadilla me enfrentaría ahora.  Con abatimiento y resignación, bajé mi cabeza y entré en la oficina.
“¿Qué pasó ahí? – quiso saber Luciano apenas cerró la puerta -.  ¿Qué les hizo Luis?”
Yo no quería hablar; simplemente negué con la cabeza, como llamándome a silencio.
“No tengas miedo, Sole – me dijo, con un tono que pretendía ser tranquilizador -.  Tenés un amigo acá… Podés contar conmigo; a mí no me gustan algunos de los tratos que Luis tiene para con las empleadas.  Además, vos no sos empleada de él…”
Me mordí el labio inferior.  ¿Tenía que contarle?  ¿Sería posible que, después de todo y contrariamente a la primera impresión que me había dado, Luciano no fuera tan malo?  ¿Sería realmente sincero en su interés o simplemente un morboso deseoso de disfrutar con el relato de lo ocurrido? Quizás de verdad quería ayudarme y tal vez existiera entre los dueños de la fábrica alguna interna que yo desconocía.  De ser así, Luciano bien podía interceder ante su padre.  No era la mejor ayuda del mundo, desde ya, pero…
“Me… golpeó” – balbuceé.
Su rostro se contrajo en una mueca que parecía mezclar sorpresa e indignación.
“¿Qué?” – preguntó.
“Me golpeó… Me dio una zurra”
“¿En la cola?”
“En la cola…” – respondí, tragando saliva y con un apenas audible hilillo de voz.
“¡Es un enfermo! – vociferó -.  Ni a mi viejo ni a mí nos gusta su tendencia perversa a aplicar castigos corporales.  Además, ¡nos puede traer problemas legales!  En fin: ¿a ambas las castigó?”
“No… -, sólo a mí”
“¿A Eve no?”- preguntó extrañado y abriendo grandes los ojos.
“No”
“¿Por qué?”
“Ella se… fue simplemente.  No se quedó para recibir su castigo”
“¡Y lo bien que hizo! Deberías haber hecho lo mismo”
“Sí, tal vez, pero bueno…, temí por mi trabajo y pensé que…”
“Dejame ver ese culo”
Fue un balde de hielo.  Cuando empezaba a creer que Luciano era distinto a los demás e inclusive a la idea que de él mismo yo me había hecho a priori, cayó la frase más desubicada y guarra que podía esperar oír.  Arrugué el rostro y fruncí el entrecejo:
“¿Q… qué?”
“Dejame ver cómo está… ¿Duele?”
Lo insólito e insolente del pedido no cuadraba en absoluto con la caballerosidad y generosidad con que lo hacía.  Quizás fue esa contradicción lo que, de algún modo, me llevó a aflojar las defensas.
“Sí… – respondí -; duele”
“¿Me dejás ver?”
Con la cara de todos colores, me giré y, una vez más, llevé hacia arriba mi falda para, luego, bajar mi tanga y enseñarle mis nalgas.
“¡Hijo de puta! – rugió -.  ¡Te la dejó roja! Aguardame un instante…”
Salió a toda prisa de la oficina con destino impreciso.  Se me ocurrió pensar que, tal vez, hubiera ido en busca de Luis para molerlo a palos; sin embargo, en ningún momento llegó a mis oídos el sonido de la puerta contigua abriéndose.  Por otra parte, el quedarme allí sola con mi cola al aire estaba lejos de ser una situación cómoda: ni siquiera había dejado bien cerrada la puerta; comencé a intranquilizarme y rogué que Luciano volviera pronto.  Al cabo de un rato y para mi alivio apareció; llevaba en sus manos un pote blanco:
“Aquí lo encontré – me dijo -.  Es un ungüento muy útil para contusiones.  Lo usamos seguido aquí en la fábrica porque, cada tanto, algún operario termina con una mano o un pie aprisionado debajo de un motor o de un rollo de cortina.  Inclinate un poco hacia adelante así te lo puedo aplicar”
¡Dios!  Qué situación extraña.  Su tono y su actitud eran de caballerosa solidaridad, pero por otra parte…,¡estaba a punto de aplicarme una pomada en las nalgas!  ¿Era posible que hasta para ayudarme tuvieran que humillarme?
Me incliné tal como él pedía y al instante sentí el contacto de sus embadurnados dedos sobre mi piel.  Al principio estuvo bien claro que estaba desparramando el ungüento; luego comenzó a masajear y a trazar círculos con las yemas de sus dedos.  Me sentí muy extraña.  Lo hacía bien, con ternura y, a mi pesar, provocaba en mí una sensación placentera.  Cerré mis ojos y me entregué al acto; la suavidad de sus dedos era relajante y, de manera impensada, parecía exorcizar algunos de los temores y traumas que la fábrica venía instalando en mí.  De pronto sonó la chicharra: lo increíble del asunto fue que lo lamenté.  Luciano, casi de manera automática, retiró la mano de mi trasero como habilitándome a irme.
“No se detenga, Luciano… – dije, sin reconocerme -; siga, por favor”
No supe la reacción de él a mis espaldas ya que no podía verlo; se me dio por pensar que debió haber sonreído, pero quizás fue sólo una sensación o simplemente mi imaginación.  Por lo pronto, y para mí eso era lo importante, retomó el tan fino trabajo que estaba haciendo con mi cola.  Parecía que, de manera mágica, los dolores que me había dejado la paliza en la otra oficina estuvieran quedando atrás.  No quería que se detuviera y, de hecho, perdí noción del tiempo y hasta de que Daniel me esperaba en el auto.  Fue el sonido de mi celular lo que me trajo de vuelta a la realidad.  En efecto, al echar un vistazo a la pantalla, comprobé que era Daniel.
“Es mi novio” – dije y creo que, de manera involuntaria, se me escapó un deje de tristeza en el tono.
“Contestale – me instó Luciano -, o se va a preocupar”
Sí, él tenía razón; llevando el celular a mi oído escuché la voz de Daniel preguntándome si tenía para mucho.  Me dio culpa, mucha culpa, pero el delicado masaje de ungüento que Luciano estaba haciendo sobre mi cola lograba incluso erradicar eso.
“Un momento, amor – dije, al teléfono -.  Termino con un balance y ya estoy.  Bancame, ¿sí?”
Daniel, por supuesto, era un amor y me tenía infinita paciencia en todo; era capaz, si yo se lo pedía, de quedarse fuera esperando hasta que fuera ya noche cerrada.  Así que aceptó sin quejas.  Una vez que corté la comunicación, volví a entregarme al placer.  Luciano lo hacía mejor a cada momento y, verdaderamente, yo no tenía ganas de que terminara nunca.  Hasta me incliné aun un poco más hacia adelante para ofrecer mi cola al placentero masaje.  Fue él, finalmente, quien lo dio por terminado al cabo de algunos minutos porque, de ser por mí, quizás no se lo fuera a pedir jamás.
“Bien, Soledad – me dijo, hablando muy cerca de mi oído -.  Va a ser mejor que vaya porque su novio la espera”
Estoy segura de que en ese momento mi expresión debió haber sido la de una niñita a la que sus padres ordenan que entre a la casa luego de haber estado jugando todo el día en la calle: la misma decepción.  Pero, pensándolo con frialdad, Luciano tenía toda la razón y, por otra parte, la culpa volvió a invadirme al momento en que él interrumpió el masaje.  Me acomodé la ropa.
“Si sigue el dolor, mañana te sigo aplicando” – me dijo él en un tono que era pura dulzura.
Antes de irme me giré un poco hacia él y fue inevitable que nos sostuviéramos la mirada durante algún rato.  De pronto lo veía a él de un modo totalmente distinto a cómo lo veía hasta una media hora antes.  Me guiñó un ojo y, como para aumentar aún más mis culpas, el gesto me calentó.  Me despedí sin demasiadas palabras y me encaminé hacia el auto, en donde Daniel me aguardaba…
Como era dable esperar, el siguiente fue un día de bastante revuelo en la fábrica.  Aun en el supuesto caso de que lo ocurrido conmigo no hubiera trascendido demasiado, difícil era pensar que Evelyn se hubiera quedado en el molde sin decir palabra, no después de la actitud orgullosa con que había dado media vuelta para marcharse de la oficina de Luis en la tarde del día anterior.  Y aun en el suponiendo que se hubiera mantenido callada, el propio Luis había anticipado que Evelyn ya no iba a seguir trabajando allí, lo cual era en sí una forma de comenzar a hacer público lo ocurrido.  Por cierto, el eventual despido de Evelyn me producía una doble sensación: me generaba por un lado, alegría y no era para menos pues ella me había odiado desde el primer momento; su salida de la fábrica, tal vez, podría hacer más fácil mi inserción en el trabajo y la convivencia armoniosa con el resto del personal.  Pero por otra parte la cuestión me generaba un fuerte sentimiento de culpa e inclusive de vergüenza, pues ella se iba por no haber cedido ante los degradantes requerimientos de sus patrones.  Más allá de ello y aun si Luis hubiera dado marcha atrás con la decisión de la que tan convencido parecía el día anterior, estaba también Luciano, quien se había mostrado indignado al enterarse de la paliza y era posible que intercediera a mi favor.  Ninguna de todas esas posibilidades era, a decir verdad, completamente halagüeña para mí, ya que en todos los casos implicaba que la noticia de mi culo al aire recibiendo una paliza se iba a hacer vox populi dentro de la fábrica, llegando incluso a los operarios de planta: en verdad, no conocía a ninguno de ellos más que de vista pero, aun así, la perspectiva de imaginar mi historia en boca de todos ellos sólo me generaba espanto… y, una vez más, vergüenza.
Varias veces vi a Hugo salir de su oficina y entrar en la de Luis; se lo notaba alterado, a decir verdad.  Evelyn, contrariamente a lo que yo podría haber esperado, se presentó a trabajar y estaba ubicada a su escritorio, lo cual significaba que, o bien la decisión de Luis había sido revisada o bien ella aún no había sido formal y debidamente notificada de su despido.  Luego de la primera hora de jornada, sin embargo, Estela se acercó y le pidió que la acompañara en un par de oportunidades; las seguí con la vista y pude comprobar que fueron a la oficina de Hugo; luego Evelyn volvió sola; se la notaba contrariada pero serena.  Un rato después fue nuevamente convocada, pero en este caso a la oficina de Luis, luego otra vez a la de Hugo y cuando volvió lo hizo definitivamente; nadie más vino para llamarla ni tan siquiera le sonó el conmutador. 
Estela también parecía tener una mañana agitada entrando y saliendo de ambas oficinas de manera continua.  El dato curioso: nadie en ningún momento me llamó a mí; la sensación, una vez más, era que poco importaba lo que yo dijese u opinase.  El problema central no parecía ser tanto el castigo a mí aplicado sino más bien un conflicto de jurisdicciones: Hugo (o al menos ésa era la impresión que me daba viendo todo de lejos y sólo guiándome por los movimientos y gestos) no toleraba que Luis se hubiera tomado atribuciones sobre una empleada que, en realidad, era suya.  ¿Debía de ello sacar yo la conclusión de que entonces él me veía como su propiedad?   ¿Como un mueble?  ¿Un objeto?  En todo caso, fuera como fuese, no dejaba de sonar como algo demente el que yo tuviera que refugiarme en Hugo que era quien, en definitiva, me había obligado a practicarle sexo oral en mi entrevista de trabajo y a lamerle el culo en mi segundo día laboral.  Era como si yo necesitase un monstruo para protegerme de otro: me vino a la cabeza la película “Godzilla”.
Luciano estuvo ese día por la fábrica pero no pareció aportar por las oficinas, de lo cual podía yo inferir que no estaba participando abiertamente en lo que se estaba discutiendo o bien que no tenía voz ni voto.  No era desdeñable, sin embargo, la posibilidad de que hubiera sido él y no Evelyn ni Luis quien había iniciado esa mañana la aparente tormenta de dimes y diretes.  Debo confesar que, al verlo a la distancia, un cosquilleo me recorrió; él me sonrió y volvió a guiñarme un ojo, pero no se acercó a mi escritorio como lo había hecho en las dos ocasiones anteriores, lo cual, tengo que admitir, me generó una cierta decepción.  Sin embargo, casi al instante, vi entrar a su esposa y a su hijo, lo cual me clarificó un poco más la situación y el porqué de su comportamiento.  Qué extraño puede ser todo y cuán cambiante: apenas dos días atrás me había sentido aliviada ante la presencia de la esposa de Luciano y hasta la había visto como mi “salvadora”.  De pronto, sin embargo, su presencia me molestaba y hasta me despertaba algo de celo.  ¡Dios!  Me estaba volviendo loca.  Yo, que tenía planes de casarme (aunque postergados), estaba teniendo celos de un hombre que era casado: toda una locura…
Floriana, por su parte, miraba algo extrañada el revuelo que parecía estarse viviendo dentro de la fábrica.  Por lo que aparentaba, nadie la había puesto al tanto ya que un par de veces se me acercó para preguntarme, en voz baja, si sabía qué estaba ocurriendo.  Yo negué con la cabeza y me desentendí, pero me dio la impresión de que luego, alguna de las chicas algo le debió haber dicho y, desde ese momento, dejó de insistirme: quizás, si estaba ahora al corriente de lo que me había ocurrido, no quería hablarlo ni seguirme preguntando para no someterme a una humillación mayor que la que yo había pasado.  ¡Pobre Floriana!  Lejos estaba de pensar que ya, para esa altura, ésa era la menor humillación por la que yo podía llegar a pasar.
Poco antes del receso del mediodía Estela se acercó a Evelyn y le dijo algo al oído.  Luego de ello Evelyn se puso en pie y comenzó a juntar sus cosas; su rostro se mantenía impertérrito aunque ello parecía ser una cáscara, como si por dentro estuviera llena de resentimiento y odio.  La situación era más que clara: la acababan de despedir.  Siento culpa de decir que me alegré.  Y mi culpa tiene que ver, en buena medida, con el hecho de que ella era despedida por no haber accedido a aquello que yo sí: la que había mostrado dignidad y firmeza se estaba yendo, la que se había sometido sin dignidad alguna se quedaba.  Rocío, su amiga, lucía preocupada y compungida; hasta me dio la impresión de que fuera a romper a llorar de un momento a otro.  Habló algunas pocas palabras con Evelyn pero ésta siempre pareció comportarse como si no le diera verdadera importancia al asunto.  “Es lo mejor que me puede pasar”, le escuché decir en algún momento con aire de superación, lo cual aumentó todavía más mis culpas.  Las sensaciones en mí eran contradictorias; Evelyn se despidió del resto de las chicas, incluso de Floriana, pero no se acercó a mi escritorio.  Y aunque pareciera paradójico, yo sentía ganas de ponerme de pie y despedirme para que, al menos, las cosas quedaran bien entre nosotras.  Es que por un lado me alegraba su despido pero por el otro sabía bien que recaerían en mí buena parte de las culpas de ello.  Lo concreto fue que no me animé a saludarla; una vez más demostré cobardía y bajeza; ella se marchó sin siquiera volver la mirada hacia mí.
Alejando fantasmas y culpas volví a concentrarme en mi trabajo, pero no pasó mucho antes de que volviera a escucharse el clásico taconeo de Estela acercándose.  Ya para esa altura y habiéndose marchado Evelyn, su proximidad me producía una cierta inquietud.  ¿A quién vendría a llamar ahora?  ¿Y si era yo?  ¿Qué pasaba si finalmente Hugo había decidido despedirme una vez anoticiado de la reyerta del día anterior?  Estela se plantó entre los escritorios y echó una mirada en círculo hacia todas nosotras.  Aun cuando no hubiera aún dicho nada, cada una de nosotros interrumpió lo que estaba haciendo y se mantuvo en silencio ante la inminencia de que, con toda seguridad, se había ubicado allí para decirnos algo.
“Chicas…- dijo finalmente -.  Tengo que comunicarles que… renuncié”
Las expresiones en los rostros fueron, obviamente, de una gran consternación y una exclamación de asombro brotó al unísono de nosotras.
“¿Cómo que… renunciaste?” – preguntaba Floriana absolutamente boquiabierta y arrugando el rostro.
“Pero… ¿por qué?” – preguntaba Rocío, quien ni siquiera se había recuperado aún del despido de su amiga.
“¿Renunciaste o te despidieron?” – indagó, más incisiva, Milagros.
“Renuncié, chicas… repitió Estela levantando las cejas y asintiendo con pesadumbre -.  Es largo de explicar y no sé si viene a cuento hacerlo en este momento pero… para hacerlo simple digamos que tiene que ver con algo que pasó ayer y con un problema entre Hugo y Luis”
Al igual que ocurría con el resto de las chicas, una gran tristeza se apoderó de mí al ver a Estela de esa forma.  La realidad era que había sido mi superior jerárquico en esa fábrica por muy corto tiempo y, sin embargo, su presencia había significado, para mí, una cierta contención en aquel ámbito; sé que suena extraño decir eso: Estela había sido, después de todo, quien había recortado mi falda, como también quien me había llevado, según el caso, a la oficina de Hugo o de Luis para entregarme en sus garras o incluso quien había hecho de intermediario con Luciano.  Y, sin embargo, su trato amable se había convertido, en esos pocos días, en una cierto “refugio” para mí.  Pero, claro, no dejaba de ser cierto que, ya lo hiciera consciente o inconscientemente (o bien simplemente como parte de su trabajo), Estela había actuado de algún modo como mi “entregadora”, prácticamente envolviéndome como para regalo y colocándome un moño encima para ser disfrutada por aquellos perversos jefes que me habían tocado en suerte.  Y no me cabía ninguna duda de que, precisamente, en ese punto debía estar lo nodal de su renuncia.  Ella era, después de todo, empleada de Hugo, al menos desde el punto de vista formal; no era difícil suponer que, si realmente él se había molestado por lo ocurrido en la tarde anterior, también la habría acusado a ella por entregarme a disposición de Luis.  No la habría despedido, seguramente; se notaba que entre ella y él había una relación bastante estrecha y una gran confianza.  Pero Estela, quizás, no habría soportado el planteo o la acusación…
Todo esto que yo armaba en mi mente era, desde ya, una cadena de suposiciones que se iban ensamblando una con otra y, sin embargo, ya para esa altura yo estaba plenamente convencida de no estar muy lejos de lo realmente sucedido.  Por eso fue que mientras algunas de las chicas (sobre todo Floriana) no paraban de arrojarle preguntas a Estela o de indagar al respecto, yo me sumí en el triste mutismo propio de quien ya ha entendido todo.  Y si Estela no quería ahondar en detalles, eso podía tener que ver, por un lado, con la ética del secreto empresarial pero también con el hecho de no humillarme más de lo que ya había sido yo humillada.
Se despidió muy efusivamente de nosotras y hubo lágrimas en los ojos tanto de ella como de algunas de las chicas, sobre todo de Floriana.  Y en el momento en que la ahora ex secretaria abandonó la fábrica me asaltó una angustiante sensación de soledad y desprotección: de pronto tenía ganas de que Luciano estuviera allí.  De seguro que el hijo de Hugo andaría rondando por algún sector de la fábrica pero yo deseaba tenerlo allí, pues no estando ya Estela, él pasaba a ser ahora casi mi único “protector” dentro de la fábrica; era terriblemente paradójico verlo de ese modo, pero las circunstancias, tan particulares y cambiantes a cada momento, me arrojaban a tal paradoja .  Por suerte Luciano no tardó mucho rato en aparecer: habiendo renunciado Estela, él se movió, por lo menos en aquella tarde y algunos de los días posteriores, como si fuera el secretario.  Un cosquilleo me invadió cuando, en un momento, inclinándose y acercándose a mi oído, me preguntó cómo estaba mi cola.  Otra vez la paradoja y las sensaciones extrañas: la pregunta era terriblemente insolente…y sin embargo me sonó cargada de una gran caballerosidad.  La realidad era que mi trasero se había recuperado bien luego de que él me aplicara el ungüento, pero, no sin culpa, mentí:
“Más o menos – dije, casi en un cuchicheo -.  Es decir…, bastante mejor pero aún duele”
Qué mal me sentí luego de haber dicho eso; el rostro de Daniel se dibujó en mi mente.
“Bien – asintió Luciano -.  Después hablamos entonces”
Y otra vez me hizo ese guiño de ojos que me ruborizaba.  Apenas Luciano se fue, Floriana, desde su escritorio, se estiró lo más que pudo para hablarme cerca del oído.
“¿Qué onda con Luchi, Sole?” – preguntó, con una sonrisa que fusionaba complicidad y curiosidad.
Me ruboricé aún más.
“¡Nada!  ¡Nada, tarada!” – respondí también sonriendo, pero a la vez fingiendo estar sorprendida por la pregunta.
En tanto, Rocío, la amiga de Evelyn, me dirigió desde su lugar una mirada fulgurante.  Aun cuando no dijo nada, sentí en ese momento que era Evelyn quien me miraba a través de sus ojos.  Y era como si dijera “ahora también te vas a voltear a éste”.
Bajé la cabeza, avergonzada.  Cuando levanté la vista nuevamente, ya Rocío estaba nuevamente inmersa en lo suyo.
Respondí varios llamados de clientes y traté de sonar ante cada uno lo más solícita y servicial que fuera posible; tuve bien en cuenta los consejos que me había dado Hugo en aquella entrevista laboral de la cual parecía haber pasado una eternidad.  No tuve, sin embargo, necesidad de recurrir a formas de hablar lascivamente procaces o que implicaran una autodegradación frente al cliente.  Así fue, al menos, hasta que llamó Inchausti, el cliente de Corrientes que había quedado en volver a comunicarse.
“¿Cómo estás, Sole?  Extrañé tu voz…” – me dijo.
“Hola, señor Inchausti.  Yo también extrañé la suya” – mentí, dándole a mi voz un tono amable pero también muy sugerente.
La operación estaba casi hecha; preguntó acerca de las formas de llevar a cabo el pago a través de un “clearing” bancario así como también la forma de entrega, pero en el medio de dichas cuestiones, siempre se le escapaba alguna pregunta referente a detalles como, por ejemplo, cómo iba yo vestida o si me miraban mucho allí en la fábrica; se trataba, desde ya, de una insolencia a todas voces a pesar de lo cual traté de responder siempre lo más amablemente posible y buscando un cierto equilibrio entre “mantenerlo calentito” y manejar la operación con profesionalidad: después de todo se trataba de vender y la realidad era que Inchausti estaba a muchos kilómetros y no iba a verlo nunca.  Volvió a insistir en pedirme el número de celular y volví a negárselo con la mayor cortesía del mundo aun a pesar de los puntapiés que, por debajo del escritorio, me propinaba Floriana.
Poco después de haber colgado el tubo, Luciano volvió a acercarse a mi escritorio; al igual que antes, una sonrisa algo boba se dibujó en mi rostro.
“Hugo no está.  Va a tardar algún rato – me dijo -.  ¿Vamos a la oficina así te aplico eso?”
En efecto, yo había visto unos minutos antes a su padre salir con algo de prisa y notablemente contrariado.  Demás está decir que me puse en pie prestamente apenas Luciano me hizo la propuesta.  Mientras lo acompañaba a la oficina de Hugo, eché un vistazo a las chicas y pude detectar una vez más en los ojos de Floriana ese brillo cómplice y pícaro que tenía cada vez que me preguntaba sobre Luciano.  En Rocío, en cambio, noté un gesto de desprecio que, una vez más, me hizo por un momento sentir que Evelyn seguía allí.  De todas formas, Rocío no era Evelyn: lo suyo nunca iba a pasar de una mirada.
Una vez dentro de la oficina, Luciano volvió a pedirme que levantara mi falda y bajara mi tanga, a lo cual obedecí rápidamente.  Sentir otra vez el contacto de su mano embadurnándome las nalgas con el ungüento fue hermoso: cerré los ojos entregándome al momento mientras me mordía el labio inferior e, involuntariamente, una de mis piernas se flexionaba apoyándose sobre la otra. 
“Una pena lo de Estela…” – dijo él, con pesar y sin dejar de masajearme la cola; fue como un súbito ataque de realidad en medio del goce.
“Sí…- convine -.  La conocí poco pero me caía bien.  ¿Qué… pasó realmente?”
“Simplemente que a mi viejo no le gusta que Luis decida sobre empleadas que no corresponden a su ámbito.  Algo de eso ya te había dicho…”
“Evelyn sí es de su ámbito” – dije asintiendo con la cabeza.
“Claro, en ese caso él es libre de despedirla porque es… o, bueno, era su empleada, pero a vos no tiene por qué golpearte.  No puede dejarte a la miseria tan lindo culito…”
En el momento en que dijo eso sentí que me mojaba.  Otra vez el rostro de Daniel se me cruzó como una sombra; tenía que controlarme.
“Y ahora se han quedado sin secretaria…” – agregué, como para desviar el tema.
“Sí… y no va a ser fácil reemplazarla”
“Qué pena… ¿No tienen siquiera a nadie en vista? ¿Vos no te animás a ocupar ese puesto? – giré la cabeza ligeramente sobre mi hombro con una sonrisa complaciente -.  Se nota que sos muy inteligente y capaz y bien podrías…”
“No, no es lo mío – negó él, firmemente -.  No estoy para oficinas; me gusta estar cerca de los operarios de planta controlándolos… o bien cerca de las empleadas administrativas, je”
Me estampó un beso muy delicado sobre la mejilla al momento de pronunciar su última frase y mi cara se puso de todos colores.
“Y… entonces, ¿no tienen a nadie?” – desvié otra vez el eje de la conversación.
“Mi viejo salió de la fábrica para hablar con alguien pero no sé si será fácil de convencer.   En lo personal, me da la impresión de que la nueva secretaria saldrá de aquí dentro, de la fábrica…”
“¿De la fábrica?  Hmm, ¿quién?”
“Demasiadas preguntas, muchachita – dijo él riendo y con la voz entrecortada en el mismo momento en que uno de sus dedos, de manera en principio innecesaria aunque supuestamente accidental, se deslizaba todo a lo largo de mi zanja.  A mi pesar me arrancó un jadeo; él no pudo haberlo ignorado pero siguió hablando como si nada -.  De todas maneras, puedo adelantarte algo aunque, desde luego, no deja de ser sólo mi parecer.  Yo creo que hay dos candidatas fuertes: una es Floriana…”
“¿Flori?” – exclamé con alegría mientras mi rostro se encendía.
“Sí, Flori, es muy seria, honesta y conocedora del trabajo”
“¡Sí que lo es!  Me pone alegre por ella…”
“Tomalo con pinzas, no es seguro”
“Sí, sí, por supuesto, entiendo.  ¿Y la otra candidata?”
Interrumpió por un instante su masaje sobre mi cola y acercó la boca a mi oreja como para hablarme al oído; parecía no haber necesidad de tal cosa pues no había nadie cerca. 
“La otra se llama Soledad Moreitz” – dijo, propinándome un nuevo beso en la mejilla y retomando el masajeo de mis nalgas que, por unos instantes, había abandonado.
Yo no sabía qué decir; estaba como tonta.  No cabía en mí de la excitación no sólo por lo placentero de su delicado trabajo sobre mi cola sino también por lo inesperado de la noticia que acababa de soltar así, tan de sopetón.
“¿Vas a decirme que no lo habías pensado?” – preguntó.
“N…no, honestamente no… Nunca se me hubiera ocurrido” – respondí yo sin necesidad alguna de mentir.
“Mi viejo quedó muy impresionado por lo eficiente que sos y lo rápido que te acostumbraste a tus nuevas tareas”
Me quedé meditando sobre aquellas palabras en busca de su real significado.  ¿A qué tareas se referiría Hugo?  Me vino a la cabeza aquello que dijo acerca de la necesidad de aprender a lamer el culo del jefe.  ¿Sería que yo lo había hecho tan bien que eso me incluía en la lista de candidatas?  No obstante, la idea de que se pensara en mí para un puesto tan importante se me hacía harto demente considerando que yo me había peleado con Evelyn en las oficinas, pero a la vez había a la vez un plus que jugaba a mi favor: Luciano.
Continuó masajeándome la cola y volvió a deslizar la punta de un dedo por entre mis nalgas, lo cual me hizo descartar de plano que antes lo hubiera hecho por accidente.  Sin embargo, lo extraño fue que, lejos de ofenderme, lo que me hizo me gustó y el pensar que se trataba de una acción deliberada ponía mi excitación por los aires. Supongo que Luciano lo notó ya que insistió en repetir el acto un par de veces más.  Me humedecí.
“Te gusta, ¿verdad?” – preguntó poniendo su boca junto a mi oído.
Me sobresalté y hasta estuve a punto de acomodarme la ropa e irme; algo inexplicable, sin embargo, me detuvo.
“No lo ocultes; se nota que te gusta mucho” –insistió, besándome por detrás del lóbulo de la oreja.
Como cada vez que la culpa volvía a invadirme, el rostro de Daniel me apareció otra vez en la mente. Pero la manera en que Luciano me tocaba era muy especial y, por momentos, me aislaba del mundo, llevándome a un planeta en el que no existía traba ni límite alguno sino que estábamos sólo yo, él… y el placer.  Me devané los sesos pensando qué hacer.  ¿Qué era lo mejor?.  ¿Huir de allí?  ¿Quedarme callada y simplemente dejarlo hacer?  Elegí contestar:
“Sí – dije -, me… gusta mucho”
Luciano rió y me besó en el cuello.  Había hecho conmigo un trabajo perfecto, sutil y maquiavélico al mismo tiempo: me preparó, me calentó, me hizo desearlo… y ahora me tenía entregada en sus manos sin necesidad de dar órdenes.  A diferencia de lo que me había ocurrido con Hugo o con Luis, en este caso yo sí deseaba el contacto.  Y él se daba perfecta cuenta de ello.
Puso ante mis ojos un dedo índice con la punta totalmente embadurnada en el ungüento que me aplicaba.  Una vez que me lo mostró, bajó luego la mano llevándola lentamente hacia mi retaguardia y, súbitamente, sentí el dedo entrándome en el orificio anal.  Un gritito se me escapó de la garganta pero el placer tapaba cualquier sensación de dolor.  El dedo ingresó haciendo círculos y pude sentir cómo se doblaba dentro mío.  Estrellé varias veces uno de mis tacos contra el piso; no podía más de tanta excitación: sólo deseaba ser cogida.
“Nunca te hicieron la cola, ¿verdad?” – preguntó mientras su dedo seguía serpenteando por entre mis cada vez más separados plexos.
La pregunta me hizo sentir mucha vergüenza.  Negué con la cabeza, nerviosamente.
“Mi esposa jamás me entrega esa parte de su cuerpo – continuó él -.  Y eso es algo que me fastidia…”
No había más que decir: sus palabras eran algo más que insinuación; eran lisa y llanamente invitación.  Aun así, yo seguía muda, entregada al inconmensurable placer de dejarlo hacer a su antojo.  En un momento retiró el dedo de mi entrada trasera y lo lamenté en el alma.  Quería que volviera a introducirlo, pero… ¿podía rebajarme al grado de pedírselo?  No hizo falta de todos modos: estaba aún en pleno debate conmigo misma cuando sentí el esponjoso y húmedo contacto de su pene contra mi cola y sólo deseé tenerlo dentro; el rostro de Daniel volvía a dibujarse en mi cabeza pero aparecía cada vez más difuso, como alejándose.  Luciano jugó un poco con su miembro sobre el orificio; luego me tomó por los cabellos y por un brazo y así, con delicadeza pero a la vez imponiéndose como el macho sobre su hembra, me llevó hasta el escritorio de Hugo haciéndome inclinar y apoyar mi vientre sobre el mismo.  Con Daniel jamás me había sentido de ese modo; yo era, en ese momento, una hembra en celo: Luciano me hacía sentir de ese modo.
De cualquier modo, la inminencia de ser penetrada por detrás no dejaba de generarme temor ante lo desconocido.  Y había algo más: al inclinarme sobre el escritorio hasta apoyar mi mejilla detuve la vista en el pomo de la puerta y un súbito terror me asaltó:
“Lu… ciano” – musité.
“¿Sole?”
“¿Q… qué p… pasa si… alguien entra?  No sé, tu esposa, o Hugo…”
“Hugo va a tardar – respondió desdeñoso -.  Y, si por alguna razón decidiera volver antes de tiempo, no pienso de todas formas perderme ese culito precioso – me propinó una suave palmada -, así que correré el riesgo, jeje… En cuanto a mi esposa no está en la fábrica así que podemos trabajar tranquilos”
No agregó nada más ni tampoco me dio a mí tiempo de hacerlo porque su verga ya había comenzado a entrar en mi culo.  Placer y dolor fueron una misma cosa; su miembro avanzaba dentro de mí e, indudablemente, el ungüento que Luciano había aplicado unos minutos antes, estaba facilitando el trabajo.  Clavé las uñas contra el borde del escritorio hasta casi arrancar astillas de la madera en tanto que mi boca profirió un grito ultra agudo que no pude contener a pesar de todo cuanto intenté recordar que estábamos en un ámbito de trabajo y que podía haber gente deambulando fuera de la oficina.  Él me siguió entrando y entrando mientras yo pataleaba y arrojaba manotazos al aire sin poder contener el frenesí que me invadía y me descontrolaba; jamás había vivido algo así.  No era lo mismo que cuando hacía el amor con Daniel, no.  El modo en que Luciano lo hacía era totalmente distinto y si a eso se le agregaba que yo nunca había sido penetrada analmente, la sensación que me invadía era la de ser una hembra tomada por el macho, poseída en el real sentido de la palabra. De pronto sentí que él estaba hablando; giré apenas la cabeza sobre mi hombro para mirarlo por el rabillo del ojo y noté que tenía un celular en la oreja.
“Sí, linda… – decía -, nos estamos arreglando dentro de todo aunque no es fácil porque Estela era irreemplazable… No, no… No, todavía no hay nadie; veremos qué decide mi viejo… ¿Y el enano ése fue al colegio o se hizo el otario?”
Yo no podía creerlo.  Estaba hablando con su esposa y lo hacía con absoluta naturalidad; las palabras ni siquiera le salían entrecortadas.  ¿Podía ser tan morboso de llamarla mientras me cogía por el culo?  Y lo peor de todo fue que su depravada ocurrencia hizo subir bien alto la temperatura de mi morbo porque la situación me excitó.  Mi entrepierna estaba totalmente húmeda y yo sólo quería tocarme.  Al momento de cortar la comunicación con su esposa, Luciano le envió muchos besos y varias palabras edulcoradas.  Jamás dejó de bombearme por el culo y, en todo caso, lo que hizo fue intensificar el ritmo una vez que cortó la llamada.  Ya tenía yo su verga tan adentro que podía sentir sus huevos aplastándose contra mí.
“Llamá a tu novio” – me ordenó, de pronto.
Despegué mi rostro del escritorio y levanté levemente la cabeza; abrí enormes los ojos.
“¿Q… qué?”
“Llamalo, dale… Es muy divertido y muy excitante, vas a ver”
Yo no daba crédito a mis oídos y, por cierto, no podía hacer esa locura que me acababa de ordenar.  Me parecía terriblemente enfermo pero, además, lo cierto era que yo no podría nunca mantener el tono de mi voz así de sereno y natural como lo había hecho él al hablar con su mujer.
“N… no, no puedo hacerlo – dije… -.  Además, dejé mi celular en mi bolso”
Era una excusa, desde ya, y por cierto terminó siendo una mala idea recurrir a ella.
“¿Recordás el número de memoria? – me preguntó sin dejar de penetrarme.
“S… sí – respondí entre jadeos -, pero… ¿por qué…?”
“Llamalo con el mío” – dijo, apoyando su celular sobre el escritorio y haciéndolo deslizar hasta que se detuvo a escasos centímetros de mi rostro.
En ese momento me di cuenta de lo tonta que había sido al decirle que recordaba el número aunque, de todas formas, ni en mi más perverso cálculo hubiera podido yo pensar que Luciano iba a pedirme una locura así.
“Lu… ciano – balbuceé, con la voz entrecortada -.  N…no puedo.  Por favor te p… pido que…”
“Llamalo – insistió -; ya vas a ver cómo el placer aumenta diez veces por lo morboso de la situación-  Cuando estés hablando con él estando ensartada por el culo, te vas a sentir una verdadera puta”
Con gran culpa, tuve que admitir para mí misma que la idea era perversamente atrayente.
“Pero… Luciano – dije -. ¿cómo voy a hacer p… para que no se dé cuenta que…”
“Algo se te va a ocurrir.  Llamalo”
El tono de él era tan firme y concluyente que no me dejaba lugar a opción o, al menos, así lo sentía yo, pero por otra parte y como ya dije antes, la idea me empezaba a despertar mucho morbo.  No fue fácil mover mis dedos sobre el teclado mientras Luciano me seguía bombeando; de hecho, un par de veces me equivoqué y tuve que volver a empezar.  Finalmente logré comunicarme.  Casi se me paró el corazón al oír la voz de Daniel al otro lado:
“Hola…”
“Ho… hola, Dani, s… soy Sole…”
“¿Sole?  ¿Pasa algo?  ¿De qué celular me estás llamando?”
“N… no, no p… pasa nada, mi dulce.  Es que… tenía muchas ganas de hablar con vos”
“Pero… es raro que me llames a esta hora.  ¿No estás trabajando? Y repito, ¿de quién es ese teléfono?”
“El t… teléfono es de un amigo, un compañero de trabajo que me lo prestó de onda acá en la fábrica… – mentí yo y en ese exacto momento sentí una palmadita sobre la nalga en señal de cómplice felicitación -.  Y… simplemente: ¡tenía ganas de oír tu voz, Dani!”
“Pero… es todo muy raro.   Se te nota nerviosa, Sole”
“Es que… no es que esté nerviosa, Dani.  ¡Es que… estoy caliente!  ¡Aaaah!”
Justo en el momento de decirle eso, la verga de Luciano entró en mí incluso mucho más que antes.  Yo ya no podía contener mis jadeos ni evitar que se convirtieran en gritos.  Al otro lado de la comunicación se produjo un momento de silencio; era obvio que Daniel debía estar más que sorprendido.  Cuando volvió a hablar, lo hizo con la voz deliberadamente baja, lo cual era bastante lógico considerando que se hallaba en su ámbito de trabajo.
“Sole…; no entiendo nada, estás loca.  ¿En dónde estás ahora?”
“Estoy… encerrada en un baño; no te preoc… aaah, no te preocupes, nadie me ve ni me oye”
“¿Y… qué estás haciendo?” – preguntó Daniel quien, a juzgar por su tono de voz, debía estar pensando que yo estaba por entero fuera de mis cabales.
“M… me estoy t… tocando”
Nuevamente silencio al otro lado.
“¿Que te estás qué…?” – preguntó finalmente, corroída su voz por la  incredulidad.
“Estoy tocándome, Dani… M… masturbándome…”
Alcancé a oír detrás de mí una leve risita de Luciano; rogué que Daniel no la hubiera escuchado.  Por suerte pareció no ser así.
“P… pero, n… no entiendo, Sole, te desconozco.  ¿Qué…?”
“De pronto comencé a pensar en vos – lo interrumpí -.  Y no pude contenerme; tuve que venir al baño a masturbarme, p… pero… mmm… necesito oír tu voz para hacerlo mejor”
En ese momento Luciano me enterró la verga aun con más fuerza que antes y me hizo soltar un largo y ahogado gemido.  No quería pensar qué cara pudiese estar poniendo Daniel al otro lado de la comunicación.
“Un momento, Sole – dijo -… voy a ir a un lugar donde pueda hablar más en privado”
Tardó unos segundos y volvió al habla:
“Ya está.  Sole, te juro que no logro entender nada”
“No hay que en… tender nada, dulce… Quiero oír de tu voz cosas que me pongan… mmm… muy caliente, más de lo que ya estoy”
Un silencio se produjo al otro lado de la línea mientras Luciano seguía bombeándome por la retaguardia.  Daniel no decía nada, lo cual aumentaba el riesgo de que escuchara, así que fui yo quien habló:
“Dani…, tengo ganas de… t… tener tu pija entre mis p… piernas, ahora…”
“¡Sole! – aulló Daniel desde el otro lado -.  ¡Insisto en que te desconozco!  Ése no es tu lenguaje…”
“Así, así, quiero tu pija, dámela…” – no paraba de repetir yo en lo que era, en realidad, un claro mensaje para Luciano, quien no paraba de penetrarme como una máquina.  Pero fuesen mis palabras para quien fuesen, surtieron efecto: después de tanto insistirle, Daniel se sumó al juego.
“¿Asi que querés mi pija? – preguntó, de pronto, en el teléfono —  Ahí la tenés, atorranta…”
Sonreí.  Ahora era yo quien lo desconocía a él: eso que acababa de decir estaba muy lejos de su estilo.  Aproveché, no obstante, el momento propicio y di rienda suelta a tanta explosión contenida que tenía en mi garganta y en mi sexo:
“Mmmm, así, así, ¡Sí! Más, más… ¡más!”
Excitado al oírme, Luciano incrementó el ritmo de la cogida que me estaba dando y me hizo jadear el doble.  Me vi obligada a soltar el celular aunque lo dejé junto a mi oído y me aferré otra vez con fuerza a los bordes del escritorio.
“Mmmm, ¿así te gusta? – me llegaba la voz de Daniel desde el otro lado de la comunicación -.  ¿Así, putita, así?  ¿La querés más adentro todavía?”
“¡Sí! – aullé -.  ¡La quiero toda adentrro!  ¡Así!  Aaaaah, mmmm, sí, sí, mmmm, sin piedad, sí…. ¡Aaaay! ¡Qué grande y hermosa la tenés!  Mmmm…”
Los gritos que se intercalaban entre mis palabras y jadeos se debían a que Luciano, ya para esa altura, más que penetrarme, me estaba lisa y llanamente perforando.  ¿Hasta dónde era capaz de llevar su verga?  Daniel, por su parte, seguía diciéndome cosas lascivas al teléfono en la ingenua creencia de que era él quien me estaba excitando;  me llevé una mano hacia la vagina y comencé a masturbarme mientras mantenía la cara aplastada contra el escritorio.  El final fue apoteótico: los gritos de Daniel en el celular (¿se estaría masturbando?) se mezclaron con mis gemidos y con los cada vez más cavernícolas jadeos de Luciano, los cuales yo rogaba que no fueran oídos por Daniel.  La sensación de ser una hembra tomada quedó rubricada cuando el tibio líquido invadió mi canal trasero.  Mi último grito, prolongado y lastimero pero también placentero, debió sin dudas haber preocupado a mi novio.
“¿Sole?  ¿Sole? – preguntaba, con claros signos de angustia en la voz -.  ¿Estás ahí?  ¿Estás bien?”
Yo durante algún rato no dije palabra (en realidad no podía) sino que sólo emití jadeos que se fueron espaciando cada vez más en la medida en que iba recuperando, poco a poco, el ritmo de la respiración.  Aun ensartada en el falo de Luciano, me las arreglé para tomar el teléfono y responder:
“Sí, Dani, estoy bien, fue fantástico.  Muaaa, besito, te quiero, dulce”
Y corté la comunicación sin siquiera darle chance a preguntar algo más.  No me sentía en condiciones de hablar ni por el estado en que estaba ni por la culpa que, luego del éxtasis, volvía a hacer presa de mí.  De todas formas, no se podía negar que había vivido un momento fantástico y en eso no le había mentido a mi novio: acababa de tener el mejor orgasmo de mi vida, mal que me pesara… y mal que le pesara a Daniel.
                                                                                                                                                                                         CONTINUARÁ
Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

Relato erótico: “Dos rubias llamaron a mi puerta y les abrí 2” (POR GOLFO)

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2

Sin otra cosa qué hacer y mientras Tomasa metía la vajilla en el friegaplatos, decidí consultar en mi ordenador si alguien había denunciado la desaparición de esa crías. No quise llamar a Manuel, el policía. Preferí mirar si descubría algo en internet antes de ponerlas en bandeja de un desalmado que las reclamara como suyas. Curiosamente lo único que encontré fue una mención a la devastación sufrida en el bosque que los periodistas consideraban inexplicable y que buscando una razón sobre el origen de esa lengua de árboles quemados achacaban a la caída de un pequeño meteoro. 

            ―Serán amarillistas― me dije viendo poco creíble esa explicación. Sospechando en cambio que lo ocurrido se debía deber al accidente de una avioneta cargada con drogas que las autoridades querían evitar dar a conocer. Mientras leía la noticia, pegada a mí, la puñetera chavala no me perdía ojo.

            Mirándola, comenté que dado que se negaba a hablar debía al menos saber su nombre y por ello pegándome en el pecho, le dije que me llamaba Miguel. Tras repetírselo un par de veces y ver que no parecía entenderme, aproveché la llegada de la mulata con su cachorrito albino para acercándome a ella, repetir:

            ―Miguel, Tomasa. Tomasa, Miguel.

            Las rubias parecieron percatarse de lo que quería comunicarles y haciendo un esfuerzo fue la joven de mi empleada la que abriendo los ojos musitó algo parecido a “íel” y a “asa”. El aplauso de la mulata hizo que la mía lo intentara y por vez primera escuché que repetía “íel” y “asa”. Casi con el convencimiento que para esas criaturas esas dos palabras eran las primeras que pronunciaban, di por bueno que me llamaran así y posando mis manos sobre la que tenía a mi vera, quise saber su nombre. Al no dármelo, se me ocurrió decir mía. La preciosa bebita abrió sus labios y pegando la palma en su pecho repitió “ía”.  

            Alentado por ese gran paso, miré a su compañera y dando su lugar a la morena, la bauticé como tuya.

―Ua― musitó feliz de tener un nombre la jovencita.

Riendo a carcajadas, Tomasa puso su mano sobre mi pecho diciendo “Íel”, acto seguido tocó el suyo mientras decía “Asa” y posándola a continuación sobre los de las crías dijo sus nuevos apelativos “Ía” y “Ua”. Las desconocidas con alegría en su mirada la imitaron y alternando entre nosotros repitieron Íel, Asa, Ía y Ua.

Ya pudiendo diferenciarlas pedí a Ía que se acercara y dándole un abrazo le di la bienvenida a la que ya era su casa. La chavala debió de comprender al menos la esencia de mis palabras al reaccionar derramando una lágrima. Al repetir lo mismo con Ua, esta se mostró quizás más emocionada al sentir que era la primera vez que la abrazaba y posando su cara en mi pecho, comenzó a llorar.

―¿Tengo que ponerme celosa?― preguntó con dulzura la cuarentona mientras extendía sus brazos a Ía.

La criatura reaccionó igual que su compañera hundiendo la cara entre los hinchados pechos de la morera y sellando sin saberlo nuestro destino:

«Estas bebitas nos han adoptado como sus padres sin pedir nuestra opinión», sentencié observando la tierna escena preocupado, pero en absoluto molesto.

Nuestro siguiente problema vino al percatarnos de su cansancio e intentar que se acostaran en mi cama, ya que si bien eso nos resultó fácil tumbarlas al ver que nos levantábamos y las dejábamos solas, tanto Ía como Ua comenzaron a berrear temiendo quizás que las abandonáramos.

―Don Miguel, no nos queda más que acompañarlas mientras se duermen― murmuró indecisa por mi reacción mi cocinera.

Aceptando que era así, me quité los zapatos y me tumbé a un lado de la cama. Tomasa comprendió que le acababa de darle permiso de compartir mi cama y despojándose de sus sandalias, posó su cabeza en la almohada al otro extremo. Al acomodarnos, las dos albinas nos abrazaron y pegando sus cuerpos a los nuestros, sonrieron llenas de felicidad.

―Patrón, ¿qué vamos a hacer si el malnacido que las ha tenido cautivas viene y quiere quitárnoslas?― preguntó llena de tristeza buscando mi apoyo.

Sin pensar detenidamente, repliqué:

―Por encima de mi cadáver, se las lleva. Somos una familia.

Comprendí el alcance de mi respuesta cuando con voz tímida, ella contestó:

―Don Miguel, a partir de ahora no me quejaré cuando me llame mujer.

Con esa sencilla pero emotiva frase, la atractiva cuarentona me dio a entender que se entregaba a mí y no queriendo rechazar su oferta, le pedí que intentara descansar y que al día siguiente tendríamos tiempo de hablar. En vez de hacerme caso, acunando a Ua, empezó a canturrear una nana que parecía compuesta exprofeso para la situación que nos encontrábamos:

Los pollitos dicen pío, pío, pío

cuando tienen hambre

cuando tienen frío.

La gallina busca el maíz y el trigo

les da la comida y les presta abrigo.

Bajo de sus alas, acurrucaditos

¡duermen los pollitos

hasta el otro día!

Con su voz dulce resonando en la habitación cerré los ojos mientras meditaba sobre como la llegada de esa dos linduras había trastocado tanto mi vida como la de mi fiel empleada y espoleado por la dulce melodía, me quedé dormido. Reconozco que descansé como un bendito hasta que bien entrada la noche sentí unas manos acariciándome.

Al abrir los ojos contemplé que las dos desconocidas habían conseguido no solo desnudarme sino también a la mulata y que no satisfechas con ello, recorrían con sus dedos nuestra piel. Sin sentirme culpable espié a Ua acariciando el pecho de Tomasa mientras Ía hacia lo mismo con el mío. Cuando de pronto sentí que unos pequeños filamentos que salían de sus uñas se hundían en mi piel. En mi interior asumí por vez primera que esas dos nenas no eran siquiera humanas, pero por inaudito que parezca no me espanté y completamente tranquilo me pregunté qué estaban haciendo y lo que es más importante, qué eran esas criaturas.

Girándome hacia la mulata, advertí que también ella se había despertado y que al igual que yo contemplaba con una calma extraña cómo los extraños apéndices de Ua se incrustaban en su pecho.

―Miguel― sollozó al sentir bajo su epidermis un raro pero encantador escozor.

No pude contestar a su petición de ayuda al experimentar el placer que las insólitas extensiones que salía de Ía estaban provocando en mí.

―Íel no te preocupes soy tu bebé― me pareció escuchar en mi cerebro: ―Estoy devolviéndote tus atenciones.

No me preguntes porqué la creí, pero lo cierto es que una felicidad sin igual se apoderó de mí y alzando la voz, pregunté a la mulata si ella estaba sintiendo lo mismo.

―Ua está hurgando en mí, porque según ella necesito sus cuidados.

La ternura de su voz no pudo evitar que notara que estaba impregnada de deseo y alucinado admiré que tenía los pezones totalmente erectos.

―¿Qué le está haciendo?― comenté al ser que tenía esas incrustadas en mi pecho.

Nuevamente, me pareció escuchar su respuesta en mi mente.

―Mi hermana está reparando el aparato reproductor de su mujer para que pueda darle descendencia, mi Íel.

Intrigado en la naturaleza de esa ayuda, quise saber porque lo hacían y entonces ante mi sorpresa, Ía contestó:

―Fuimos creadas para cuidar de los “¿padres? ¿dueños?” – dudó al comunicarse: ―Esta tarde hemos perdido a nuestros antiguos “¿padres? ¿dueños?” – nuevamente titubeó: ―Pero la luz quiso que no tardáramos en encontrar sus sustitutos y que dándonos vuestro cuidado nos aceptarais como vuestras sanadoras.

Aturdido por sus palabras, pregunté que nos pedirían a cambio y entonces con una pícara sonrisa, ese bello ser respondió:

―Mi “¿padre? ¿dueño?” Ya lo sabes. Al igual que nuestros creadores sellaron el pacto con nuestra especie dándonos su esencia, tú firmaste nuestra entrega al regalarnos tu simiente.

―No hace falta que nos deis nada― contesté todavía pasmado al recordar la forma en que había actuado al ordeñarme. 

―Íel, no lo entiendes. Cuidar de nuestros “¿padres? ¿dueños?” y obtener nuestro sustento de ellos forma parte de nuestra naturaleza ― con una seguridad aplastante replicó mientras deslizaba sus manos por mi pecho.

 Al asumir que quería renovar su pacto miré a Tomasa y ésta sonriendo como si supiera lo que iba a suceder me pidió que diera de beber a nuestras niñas mientras azuzaba a Ua a acompañar a su casi gemela.  Supe por la naturalidad con la que se tomaba el que esas dos bellezas se abalanzaran sobre mi miembro que su “sanadora” le había explicado telepáticamente la clase de sustento que nos iban a exigir y que ella había aceptado.

―¡Dios!― gemí al sentir dos lenguas recorriendo mi pene.

El ataque coordinado de las albinas despertó mi lujuria y fijándome en la humana que tenía a mi lado, comprobé que también ella estaba excitada.

―Mujer, dame un beso― pedí sin saber si me había sobrepasado.

Su respuesta no pudo ser más elocuente y reptando hacia mí, buscó mi boca con una pasión que desbordó mis previsiones y más cuando murmurando a mi oído, me informó que llevaba soñando hacerlo desde que había conocido a su hombre. El deseo que impregnaba su voz me dio la confianza de acariciar sus senos mientras en mi entrepierna las dos jóvenes pugnaban entre ellas en buscar su alimento. La mulata al sentir mis yemas recorriendo sus areolas no se lo pensó y alzándose sobre la cama, me dio de mamar. Ante mi sorpresa, sus negros cantaros se desbordaron llenando mi boca con su leche. El sabor dulzón de ese inesperado manjar avivó mi apetito y en plan desesperado me puse a ordeñarla.

―Come mi niño, come de tu negra― musitó al reponerse de la impresión que también para ella era que sus tetas me pudiesen amamantar.

Sin hacer saber a nuestras sanadoras que habían cometido un error y que las humanas solo producían leche tras dar a luz, seguí recolectando son mi boca la láctea producción que manaba de sus tetas. Supe el placer que la proporcionaba al hacerlo cuando de improviso la sentí correrse y luciendo su alegría tras tantos años sin caricias, mi antigua cocinera y ahora pareja me agradeció el placer que la había brindado, acompañando a nuestras sanadoras en su misión. Tomasa nunca se imaginó al hundir mi pene en su garganta que al hacerlo estaba enseñando el camino a las dos crías y tras sacársela durante un instante para respirar, fue sustituida alternativamente por ellas, que impresionadas por ese novedoso método buscaron con mayor ahínco mi placer. No deseando que esta vez se desperdiciara nada de mi esencia, avisé a las chavalas de la cercanía de mi orgasmo y como dos cachorritas esperando que su dueño les diera de comer, aguardaron ansiosas que derramara su simiente sobre sus bocas sin moverse.

Riéndose de ellas, Tomasa les estaba explicando que pajeándome que con ese movimiento de muñeca podían acelerar la llegada de su sustento cuando de pronto me vi sumido en un orgasmo cómo nunca había sentido. La viuda al ver que mi polla explotaba repartió equitativamente entre ellas mi simiente. Las dos criaturas devoraron golosas mi ambrosia mientras su “¿madre? ¿dueña?” sonreía encantada con el pacto que nos uniría a ellas de por vida. Demostrando cómo había asumido su papel de protectora, esperó a que dejaran mi herramienta inmaculada para preguntar si seguían con hambre. Al contestar ellas afirmativamente con la cabeza, les informó que un hombre sano como yo era capaz de dar más de un biberón y que solo tenían que seguir lamiendo para que me recuperara. 

Ía me miró alucinada y hundiendo sus dedos en mí, preguntó si yo estaba de acuerdo. Esa pregunta disparatada me hizo sospechar de un maltrato y en plan gallego, quise saber por qué cuestionaba las palabras de la mulata.

―El macho de la pareja bajo la cual vivimos amparadas nos tenía racionada su esencia y solo cuando veía que no podíamos aguantar más, accedía a proporcionárnosla.

Dando por sentado que, al limitarles el acceso a su sustento, ese capullo se aseguraba su fidelidad, respondí acariciándola mientras buscaba con la mirada el permiso de Tomasa:

―Conmigo, no tendréis ese problema. Cuando tengáis hambre, decídmelo e intentaré complaceros.

Turbada por mi respuesta, la chavalita se la debió de hacerle llegar a su compañera y ésta metiendo sus apéndices en mí, me hizo saber que siempre tenían hambre. Asumiendo que cualquier hombre estaría encantado de alimentarlas, les pedí que tuviesen cuidado a quien se lo pedían porque si se llegaba a saber su existencia era posible que las encerraran para someterlas a estudio. Mi sincera preocupación las indignó y a través de sus dedos, me hicieron saber que siempre me serían fieles y que les enfadaba que pudiese pensar tan mal de ellas.

―Cuando una sanadora es adoptada por una pareja, es de por vida. Nunca podríamos siquiera plantearnos buscar otro macho que nos alimente― protestó Ua con el completo acuerdo de la otra.

El cabreo de esas criaturas era tal que incluso perdieron las ganas de alimentarse y fue mi buena Tomasa la que ejerciendo de “¿madre? ¿dueña?” les pidió que se tranquilizaran porque mi intención al advertirlas del peligro era motivada al cariño que sentíamos por ellas.

―¿Cariño? No entiendo― asombrada preguntó Ía: ―¿No es eso una forma de amor?

No sé a cuál de nosotros le sorprendió más esa pregunta, pero fue la mulata la que respondió:

―¿Acaso dudáis que daríamos la vida por vosotras? ¿Qué clase de existencia habéis tenido que no creéis que alguien pueda amaros?

Apoyando sus palabras, comenté:

―Aunque no somos ni vuestros padres ni vuestros dueños, nuestro deber es protegeros y quereros. Ya os dije que no necesitábamos que nos dieseis nada a cambio y os pido que nos consideréis como de la familia.

―Íel, ¿por qué dices que no sois nuestros dueños? Fuimos creadas para sanar, no para ser amadas.

Comprendí que se consideraban unos robots incapaces de tener sentimientos y menos de provocar los mismos. No podía hablar sobre su origen al desconocer como habían llegado al mundo, pero convencido de que eran unas niñas indefensas y no unas máquinas, sin alzar la voz, les hice ver su error lanzando un órdago a la grande respecto a los sentimientos de la morena:

―Cuando Tomasa accedió a ser mi mujer, no significó que pasara a ser de mi propiedad, sino que se comprometía a compartir conmigo los años que nos quedan. A igual que no soy su dueño, tampoco lo soy de vosotras. Si permanece a mi lado es porque ella quiere. Lo mismo os pido. Aunque deseo de corazón que os quedéis y que nos dejéis cuidaros, será solo si voluntariamente accedéis. No me sirve, no nos sirve― rectifiqué― que lo hagáis obligadas por una normas que no conozco ni quiero conocer.

―Si no somos vuestras, no lo seremos de nadie― con lágrimas en los ojos respondió Ua.

―Mi amorcito― interviniendo, la morena le dijo: ―Que no seáis de nuestra propiedad no quiere decir que no seáis nuestras… para Miguel y para mí sois un par de mujercitas que queremos tener a nuestro lado, pero sin ataduras. Queremos que os sintáis libres y no esclavizadas.

Tratando de asimilar lo que acababa de oír, Ía murmuró sin levantar su mirada:

―Si para vosotros somos vuestras mujercitas, ¿podemos considerar a Íel nuestro hombre y a ti nuestra mujer?

Aunque había malinterpretado sus palabras, sonriendo, Tomasa contestó:

―Por supuesto, cariño. Seremos una familia.

―¡Qué raros sois los humanos!― sentimos ambos que exclamaban al unísono esas dos bellas criaturas mientras se lanzaban a nuestros brazos.

Descojonado por esa reacción, me puse a hacerles cosquillas. Las chavalitas se quedaron petrificadas al sentir que sus cuerpos reaccionaban y que eran incapaces de dejar de reír. Pero cuando la negra me imitó fue cuando totalmente confundida Ía me pidió a través de sus hebras que parara y que le explicara qué les estaba haciendo.

Por un momento, creí que me estaba tomando el pelo, pero al observar su mirada comprendí que jamás había sentido algo así y sin ocultar mi sorpresa, le pedí perdón si se había sentido molesta.

―Me ha resultado raro el no poder contener la risa― respondió alucinada: ―Era como si no fuera dueña de mis actos.

Asumiendo lo mucho que esas crías tenían que aprender, volví a hacérselas mientras le decía:

―Es un juego que los humanos aprendemos de niños y es otra forma de demostrarnos cariño.

Impactada, se echó a llorar. Al creer que me había pasado nuevamente me disculpé, pero entonces sonriendo me reconoció que su antiguo dueño nunca había jugado con ellas y que no sabía cómo hacerlo.

―Tú imítame― repliqué mientras me lanzaba sobre Tomasa.

La mulata no se esperaba mi traicionero ataque y menos que sumándose a él, las dos nenas se dedicaran a hacerla reír.

―¡Qué rápido aprendéis lo malo!― desternillada comentó mientras se revolvía contra todos.

Al sentir las manos de la mujer, instintivamente cambié de juego y la besé. Ella olvidándose de las criaturas respondió con pasión cuando forcé sus labios y metiendo su lengua en mi boca, me pidió que la amara y sintiendo entre su piernas mi erección, no se lo pensó dos veces. Tomando mi pene entre sus manos, se empaló. A pesar de la rapidez con la que se embutió mi miembro, pude sentir cada uno de sus pliegues forzándose a aceptar esa intromisión y comprendiendo que no estaba acostumbrada a ser amada, decidí esperar antes de abalanzarme sobre ella.

―¡Dios mío!― sollozó la mulata al sentirse llena y con una mezcla se felicidad y de sorpresa volvió a rogarme que la tomara.

Lentamente, comencé a moverme disfrutando de la estrechez de su conducto. Al notar el vaivén de mis caderas, Tomasa me abrazó con sus piernas decidida a no dejar que me separara de ella.

―Disfruta y no pienses― susurré en su oído mientras lentamente iba incrementando el ritmo.

Las chavalas se habían quedado quietas. Y sin atreverse a intervenir,  observaban como nuestras respiraciones y nuestros corazones se iban acelerando. Concentrado en la mulata, no me percaté que parecían deslumbradas al sentirse copartícipes del momento. Sin prestarles atención, me agaché sobre los pechos de Tomasa y comencé a mamar de ellos. El doble estímulo magnificó la calentura de la morena y completamente entregada, chilló de gozo.

―Mi amor, mi hombre, mi vida.

Su grito de felicidad me permitió seguir, sin asumir que con cada una de mis penetraciones disolvía el recuerdo de su infausto matrimonio.

―¡Qué bello es veros amando!― escuché que Ua decía sin perder detalle de lo que estábamos haciendo.

 No caí en que esa exclamación llevaba implícita lo insólito que les resultaba el que dos seres pudieran dar y recibir placer al mismo tiempo. Centrado en lo que hacía profundicé en Tomasa con nuevas y continúas estocadas. Para entonces, los senos de mi recién estrenada pareja estaban en plena efervescencia y al no poder absorber toda su leche, pedí a las niñas que me ayudaran.

―¿Nos estás pidiendo que participemos?― preguntó Ía.

En vez de ser yo quien contestara, fue Tomasa la que lo hizo poniendo una de sus tetas a su disposición mientras decía:

―Sois nuestras mujercitas y nuestro amor debe ser también vuestro.

Indecisa, la joven acercó su boca al manantial en que se había convertido el pezón de la mujer e imitando la forma en que me había visto hacerlo, comenzó a mamar. La expresión de su cara reflejó su sorpresa al saborear ese blanco manjar y haciendo un gesto a su compañera, pidió que también ella lo probara. Ua titubeó antes de posar sus labios en la areola, pero en cuanto bebió las primeras gotas de leche humana, no se pudo reprimir y se lanzó a gozar de ese regalo. Tal era el hambre con el que las chiquillas competían por ese erecto botón que riendo les cedí el otro pecho y mientras mi pareja era dulcemente ordeñada por ellas, busqué con urgencia dar placer a la preciosa viuda. Sobrepasada por ese triple ataque, no tardó en gritar que nos amaba.

Su chillido me alertó de la cercanía de su orgasmo y queriendo compartir con ella el momento con fieras, pero dulces, estocadas incrementé mi acoso.

―Me corro― aulló al sentir que tras tantos años sola formaba parte de una familia y ante mis ojos y los de las dos nenas colapsó de gozo.

El clímax de Tomasa fue el acicate que me faltaba y olvidando que mi semen era el sustento de esos bellos seres, derramé mi esencia en ella. La negra al sentir en su vagina mis descargas se echó a llorar de alegría diciendo que por fin la había hecho mía. No creo que ni Ua ni Ía se dieran cuenta de lo que había sucedido al estar obsesionadas en que no se perdiera nada de la leche que seguía brotando sin parar de los pechos de la morena.

―No puedo más― suspiró la cuarentona al sentir que el placer seguía asolando sus neuronas.

Las chavalas ni la oyeron e involuntariamente contribuyeron a que presa de un nuevo orgasmo Tomasa comenzara a retorcerse sobre las sábanas. Observando el ansia con el que mamaban, permití que saciaran su hambre, aunque con ello mi adorada mulata fuera pasto de las llamas de su propia calentura y solo cuando la vi desplomarse agotada, separándolas de los inacabables cantaros, les pedí que pararan.

Ambas se quejaron al verse despojadas de los senos de la viuda y sin dejar de mirarlos con genuino apetito, preguntaron el porqué. En sus caras adiviné lo que pasaba y riendo señalé que si seguían ordeñando a la mujer la matarían. Lo dije metafóricamente, pero ellas se lo tomaron de manera literal y olvidándose del hambre que sentían, introdujeron sus hebras en ella preocupadas.

Despelotado de risa viendo en sus rostros que no encontraban nada que sanar, les aclaré lo que pasaba y que había querido decir que la pobre Tomasa estaba cansada, pero que al igual que mi pene, los pechos de la morena siempre estarían para ellas.

Ua respiró aliviada, pero fue Ía la que venciendo su timidez comentó que las perdonáramos y que se habían dejado llevar por la sorpresa de que las hembras humanas también fueran capaces de derramar su esencia. Recibí a carcajadas sus palabras y abrazando a las chiquillas les dije que tenían mucho que aprender de la anatomía humana.

Sin entender mi sentido del humor, Ua protestó diciendo que para adoptar la forma humana habían tenido que conocerla y que nada de ella le era desconocido. Obviando la información que me acababa de dar, contesté que si tanto conocían como era posible que no supieran la función que en nuestra especie tenía la leche materna.

Mis palabras las dejaron conmocionadas y entablando un dialogo sordo entre ellas al que no tuve acceso, se debieron hacer la misma pregunta. Tan agotado como Tomasa miré mi reloj y viendo que eran las cuatro de la mañana, les rogué que descansaran y dejaran para mañana sus dudas.

―Amado Íel, ¿me permitirías ser quien se abrace a ti?― con ojos tiernos, susurró Ua en mi oído, temiendo quizás que no quisiera.

Enternecido por esa suplica, le di un azote mientras le decía:

―No te lo permito, te lo exijo mi amada Ua.

Extrañamente complacida con esa ruda caricia, la joven posando su cara en mi pecho cerró sus ojos mientras su compañera se tumbaba junto a la morena.

―¿Mañana podremos desayunar tu esencia?― escuché que me decía.

Pasando mi mano por su cintura, no contesté.

Relato erótico:” La cuñada de mi compañera” (POR ELMISMO)

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LA CUÑADA DE MI COMPAÑERA
La cuñada de mi compañera se llama Mercedes y tiene 33 años, y una hija de 15 años que se llama Ainara, por supuesto esta casada, y su marido Francisco, tiene 37 años.
Son un matrimonio casi perfecto, por que solo cuenta y se hace lo que ella quiere y como quiere.
Mercedes, es una mujer, que va de progre, liberal y sexy. Pero es una autentica caprichosa, que solo disfruta siendo ella el centro de todo y cuando todo se hace según ella quiere y decide, cuando a ella le apetece y como le apetece.
Ya he dicho, es muy sexy, es algo natural en ella, y cuando se esfuerza, es una calienta pollas excepcional; no puedes quedarte indiferente a sus “coqueteos”
Como mujer no esta mal, mide unos 165 cm, cintura de avispa, pechos grandes y culo muy bien formado, piernas largas y torneadas. Guapa de cara con unos ojos claros que ni son grises, ni verdes, ni azules, su color es indefinido, pero oscila entre esas tonalidades y su boca casi grande para el ovalo de su cara, destaca entre unos pómulos muy marcados y una barbilla alargada; resulta sobretodo atractiva.
Viste muy convencional, aunque resulta muy sexy, faldas normales siempre con aberturas, si son amplias, dos y si son estrechas una, que siempre dispone muy estratégicamente, de forma que los ojos se van y están pendientes de la abertura. El pecho y la cintura siempre muy prietos, yo diría que con una o dos tallas menos en el sujetador y los jerséis sobretodo, pero luego siempre por encima, camisa o chaqueta amplia, una o dos tallas mas, de forma que se disimula y solo aparece cuando ella decide mostrarlo. En invierno siempre con zamarras o chaquetas largas o abrigos muy largos bastante amplios; que pocas veces se quita, pero siempre por debajo enfundada en prietas mallas de licra y tops, jerséis o sudaderas muy ajustadas. Muy pocos hombres le negarían un favor, incluso mas de una mujer tampoco.
La miran, o se hace mirar, eso si con gran naturalidad, igual por hombres que mujeres.
Pero como he dicho es muy caprichosa.
Yo soy dominante por naturaleza; de hecho he tenido una relación dominante con mi anterior pareja, mujer ya que estuve casado, aunque ahora mi relación es de lo mas normal. Pero a ella no la puedo aguantar, por que siempre, para conciliar la vida familiar, hay que hacer lo que ella quiere.
No nos resultamos mutuamente simpáticos, por no decir que nos somos claramente antipáticos. Yo lo disimulo todo lo que puedo, pero ella se esfuerza por todo lo contrario. Menos mal que yo, por carácter, paso olímpicamente de mujeres como ella. Y eso a ella la saca de quicio y se esfuerza todo lo posible para machacarme, y hacer evidente que le caigo mal y que soy una mierda; cuestionando mi hombría y dejando entrever que si estoy con su cuñada es por que a ella le doy pena, y yo no tengo otra cosa.
Así después de cuatro años de relación, de esto hace ya 7 años, en Navidades, durante la cena de Nochebuena, surge el contacto o se abre la puerta de la forma mas extraña y antinatural, para que ahora ella se haya convertido en mi sumisa, en mi esclava, que solo hace aquello que yo deseo y le mando o incluso solo le tengo que insinuar.
Por que cuento esto ahora, pues bien, por que lo mismo que antes, cuando una relación de esclavismo o sumisión sexual, llega a los limites mas extremos acaba estallando y haciéndose visible, es decir acabando al ser de conocimiento publico, y teniendo que cambiar de aires, por que todos te dan la espalda, por que has conseguido todo lo que ellos, muchas veces, ni consiguen soñar aunque lo deseen con toda su alma; y por otro lado, aunque desearían ser tus aprendices, están aterrorizados, con la idea de que puedas someter a las mujeres de su entorno mas próximo.
Pues como decía, durante la cena de Nochebuena, a Mercedes, se le ocurrió, hablando de su tío, en aprovechando las fiestas, hacerle una visita y pasar unos días con el.
Su tío vive en Gerona, es soltero y tiene muchísima pasta, tiene una masía en la zona de Roses, hacia las ultimas estribaciones del pirineo que es un primor y un piso esplendido en plena rambla de Gracia en Barcelona. Un hombre mayor, en aquella época ya tenia 77 años.
Y todo surge al decir mi compañera que yo tenia que ir a Barcelona una semana, por motivos de trabajo, la semana siguiente de Reyes.
Se le ocurre la brillante idea de ir a visitar a su tío como regalo de Reyes, y volver con un buen regalo ella.
Hace todos los planes, tema monográfico en la cena; aunque su marido, le dice que el no puede ir por motivos de trabajo, y lo mismo le pasa a sus padres, que son otros de los fieles lacayos de ella; ya que aunque no es hija única ya que tiene dos hermanos, hermano y hermana para los efectos es como si no existieran.
Mercedes a lo suyo, planifica el viaje y sin mas, toda la noche su película. Va a hablar con su tío, y decidirá si sale el día 27 y esta hasta el día 2 de enero, ya que Francisco la ira a buscar el día 31 y pasaran allí la Noche vieja; o ira el día 2 y estará hasta el día 7 de enero, que la ira a buscar su maridito el día 6 que no tiene que trabajar. La niña ya es mayor y su madre, es decir la abuela la cuidara; que hablara con el tío el día de Navidad y cerrara el calendario. Con el tío, no es caprichosa, pero si muy mimosa, dice su madre, ya que el es muy bueno con ella y le hace regalos impresionantes, pero rechaza profundamente a la gente caprichosa.
El día de Navidad, sigue con su película. Ya ha hablado con su tío; el esta ahora y hasta la despedida de año en la masía, ya que le encanta la nieve y esta todo nevado, casi completamente aislado, el en la Masía y el matrimonio que se la cuida en la casita de jornaleros, para cuidarle en lo que se le antoje y cuando se le antoje, que para eso paga, pero sin que le molesten, a su disposición, pero lejos, que ni lo escuchen, ni que les escuche. Así lo describe Mercedes.
Y por supuesto, Mercedes, esta toda contrariada, por que sus planes del día anterior se han estropeado, ya que el acceso a la Masía es en coche, y el tío no se ha ofrecido a ir a buscarla a Gerona. Y el pobre Francisco, no puede trabajar y llevarla, pues desde Santander hasta Gerona ida y vuelta sin parar, no le da, para desde que sale de trabajar volver a la hora de trabajar otra vez.
Ella, yo no se porque, la toma conmigo, como si yo fuera el culpable, solo porque yo digo, que si no puede ser la alternativa A del día anterior, ella ya había previsto la alternativa B también. Así que queda, el 2 de enero se va y vuelve el día 7 y en paz; incluso y de la forma mas inocente digo: que la puede llevar Francisco el día 1 de Enero y así aunque este en la masía el tío, ella puede ir con el, aunque no la valla a buscar a Gerona. Y, por la boca muere el pez, nunca digas nada dándolo por hecho, para que se vuelva irrealizable, ni des algo por desecho, para que sea completamente realizable al instante siguiente.
Hubo de todo, menos tiros, la comida fue mas un funeral que una celebración. Tuvimos que aguantar a la niña, y digo niña, por que y le saco 15 años de diferencia, toda la comida y encima quedarnos a la tarde para consolarla; y todos eran pocos a consolarla, su madre, su hermana, sus cuñadas, mi compañera incluida.
Y como los imposibles, o desgracias no vienen solos, a mi que estaba de vacaciones, el día 27 me llega un correo electrónico cambiándome la fecha del viaje, del 7 de enero, me lo adelantan al 3 de enero, para concluir el día 5 y sino continuar el día 7.
Yo cuando recibo el correo, me pillo un cabreo, ya que me jode las vacaciones navideñas, y además Nieves mi compañera no podrá acompañarme, ya que empieza a trabajar el día 2 de enero.
Cuando se lo digo a Nieves, lo primero que me dices, que no se puede uno reír de las desgracias ajenas, que después se convierten en las nuestras.
Yo que ni entiendo ni me imagino de que va;  me quedo todo extrañado, y le digo de mala leche, ni que lo estuvieses deseando, para quedarte sola a complacer a la borde de tu cuñada. Y ella con una carcajada, me responde: haber si el que va a tener que complacerla eres tu.
La semana, sigue de fiesta, y de putamadre, de compras, de comidas, de cines y de reuniones, no da para mas. Estoy mas relajado cuando estoy trabajando; y eso que me suele decir que con mi trabajo la mayoría, acabarían reventando como una olla exprés sin válvula de escape.
Y llega el gran día, Noche vieja, con los amigos, desde primera hora de la tarde, hasta las 10 de la noche del día de Año nuevo, nos hemos cogido una casa rural en Fuente De, desde el día 30 hasta el día 2.
Primer tropezón, Nieves, me dice que el día 31, ya que no vamos a estar a la noche, el 30 tenemos cena con su hermano y sus suegros.
Segundo tropezón, llegamos a cenar, perdiendo un día con los auténticos amigos, y Mercedes esta de un humor de perros, por que su tío, ha decidido continuar en la masía hasta el día 7 u 8 de enero, disfrutando del aislamiento que es casi total en la masía. Y ella no puede ir, ya que el tiempo es malísimo y Francisco, su marido, no se atreve a llevarla en el coche, y ella tampoco se fía de el, porque es un inútil conduciendo, que se pierde hasta con GPS y además su coche es pequeño y no esta preparado para viajar con este tiempo de temporal.

Tercer tropezón, como el ambiente esta como esta, y viendo como va a estar en Nochevieja y en Año Nuevo, Nieves, me suplica delante de todos que nos quedemos a hacerles compañía, ella sufriendo por su hermano, al imaginarse lo que van a ser esos dos días para el. Comiéndome los cojones y esperando que Nieves reaccione, a mi no se me ocurre otra cosa que decir: lo que quieras cariño, y mirando a Mercedes claramente y a Nieves a la vez, no vallas a enfadarte y me des puerta, haber que va a ser entonces, solo y en la calle, y esto era cierto, ya que vivíamos en casa de Nieves, y sin una mujer que me haga caso, ni siquiera que me mire. Nieves con una sonrisa maquiavélica, y eso fue uno de los desencadenantes de mi comportamiento posterior, dijo, bueno nos quedamos a haceros compañía estos días, para hacerle las fiestas mas alegres a Mercedes y compartir su desengaño.
Cuarto tropezón, durante la cena de Nochevieja, a Nieves, no se le ocurre mejor cosa, que comentar el cambio de mis fechas de viaje al día 3 de enero en lugar del 7 previsto, fastidiándome la semana de vacaciones, el descanso previsto, y lo que mas me fastidiaba a mi que era el romper la planificación hecha. Y todo para consolar a Merceditas, que estaba dándonos la noche, con el desconsuelo de su viaje cancelado.
Se desata la tormenta, y viene la caída en vertical.
El día de Año Nuevo, Mercedes estaba feliz y radiante en la comida, tanto, que le comente a Nieves, tu hermano merece un monumento, menudo polvo que le ha echado a su mujer esta noche, la ha puesto en la gloria, mira que cara trae, y además esta de un cariñoso subido, dando besos a diestro y siniestro, acompañados de dulces palabras; haber si hay suerte y acaba el año como lo empieza. No acababa de decirlo cuando se acerco a nosotros y me planto dos besos en la cara, bueno uno en todo el morro y con boca abierta, debido a mi sorpresa, y a pesar de que de un modo reflejo, yo bese su boca, sorprendiéndola también, en aras a que todo era algo inocente y no premeditado, no dijo nada, ni mostro señal de disgusto.
Nieves se apresuro a decirme que no me podía quejar, que la reina casi me había dado un beso de tornillo, ella no se había dado cuenta de que aunque era una situación fruto de la casualidad, yo de manera refleja, le había dado un carácter sexual profundo, aunque no intencionadamente.
Quinto tropezón, y como colofón de los postres. Mercedes, le pregunta a Nieves, si ella tendría inconveniente en que ella, Mercedes, y yo pasásemos 2 ó 3 días juntos. Y Nieves, de mala pipa, le respondió, le había tocado la fibra mas sensible, que ningún inconveniente, como si era si salir de la cama; que el que podía poner o no inconvenientes era yo
Mercedes, toda cariñosa y muy mimosa, le respondió, en vez de dándose por ofendida, disculpándose y pidiéndole perdón, por la pregunta, mejor dicho, según ella, por la forma de plantear la pregunta. Yo intuí el temporal, la catástrofe y  trate de mediar, diciendo que no tenia importancia, que el destinatario de la puya era yo y que estaba suficientemente acostumbrado para tomármelo a mal.
Mercedes, como si yo no existiera, se levanto de la mesa y se acerco a Nieves y le dio un beso y le hizo cuatro carantoñas, añadiendo, no me he explicado bien, lo que yo quería decir Nieves era:
Si podrías convencer a tu novio, que ya que tiene que ir a Barcelona el día 3, para que me acercara a la masía del tío, que esta entre Camprodon y la Alta Garrotxa, cerca de Figueres y Rosas  y me recoja a la vuelta, el día.
Nieves, muy hábil, pero con algunas personas nunca se es lo suficientemente hábil, le dijo, seguro que ni yo ni el tendríamos ningún inconveniente, pero para ese “pequeño” desvió o rodeo, necesitaríais salir ya, ya que Miguel tiene que estar en Barcelona el día 3 antes de las 10 de la mañana de mañana.
Y la muy zorra de Mercedes, me pregunta, ¿Ya me llevaras?; y añade, yo ya lo tengo todo preparado.
Francisco tímidamente dice, eso es mucho esfuerzo, además el tiempo es de perros, hay un temporal de nieve impresionante, incluso no se si podréis llegar, y a buen seguro que harán falta cadenas.
Y la cosa se complica, Nieves me mira y dice cómplice, a José se le da muy bien la nieve y el frio, los maneja por igual de bien, aquí esta la prueba, y seguro que no tiene ningún inconveniente.
Me coge del brazo y me separa y dándome un beso, me dice en plena boca, llévala por favor, hazlo por mi, dame esa satisfacción, una semana tranquilos todos, y si vienes dentro de 2 semanas mejor que de una, ya te recompensare.
Y como frase lapidaria, me dice y si la jodes bien jodida, eso si que no proteste, no diré nada y te dejare que la jodas todo cuanto quieras, como si quieres embarazarla, esto ultimo era en referencia a que le respondiera a sus pullas, dejándola incluso en ridículo, algo que yo ya le había comentado a Nieves que me gustaría hacerle a Mercedes, y Nieves siempre me respondía con lo mismo, si la jodes y se da por jodida, tu y yo acabamos.
Volví a decir, lo que quieras cariño, y mirando a Mercedes claramente y a Nieves a la vez, no vallas a enfadarte y me des puerta, haber que va a ser entonces, solo y en la calle, y sin una mujer que me haga caso, ni siquiera que me mire. Nieves con una sonrisa maquiavélica, añadió, cariño vete a preparar las cosas y no te hagas de rogar, a ver si la dejas en casa del tío hoy a la noche, que ya se que tu puedes.
Francisco añadió, no creo que podáis llegar a la noche, parar en Vielha, si vas por la Seo de Urgell o en Toulouse o Ax les Thermes si vas por Puigcerda, aunque lo mas seguro seria ir por Perpiñán y Figueras; ya que en los otros sitios no es seguro que tengan los alojamientos abiertos. Por lo que se ve Francisco sabia muy bien de lo que hablaba. Incluso, en un aparte me dio las gracias, diciéndome que se había pasado toda la noche haciendo los planes con Merceditas, bueno la que hacia los planes era ella, hasta la hora de la comida.
Cuando volví listo para salir, eran las 6 de la tarde, Francisco, con unas copas de mas y en un arranque de solidaridad y de compasión hacia mi, me dijo que fuese con mucho cuidado, que la mayor parte del recorrido desde Andorra, no había cobertura de teléfono, y que no le hiciese caso para nada a Mercedes, por que cuando se le metía una cosa en la cabeza era insoportable, que el había lamentado muchas veces, no haberle dado un par de tortas o incluso una paliza, la primera vez que se puso así, para que no fuera costumbre como ahora.
También me pidió perdón , por que no llegaría a Barcelona para las 12, ya que según el era Imposible y que si llegaba para el día siguiente igual era mucho, que seguro que nos quedábamos tirados en mitad de ninguna parte, con la tormenta un par de días, que ese era el pronostico del tiempo. Me recomendó que fuera por Francia, por la autopista de los pirineos, y que hasta la frontera en Bagneres de Luchón o Llivia, tendría “bien” el viaje, ya que los franceses se curraban mucho la zona de esquí, y solo en contados casos los desbordaba la naturaleza. Y volvió a insistir, en que fuera por Perpiñán y Figueres, a pesar de hacer muchos mas kilómetros.
COMIENZA EL VIAJE
Salimos de viaje, con toda la familia despidiéndonos, eran las 18:30.
Mercedes toda simpática, diciendo que íbamos a tener un buen viaje y que llamaríamos si había algo o sino cuando llegáramos.
Nada mas arrancar, se puso a enredar en la radio, y cambio a la música, como todo lo que encontraba, nada le gustaba paso a enredar de nuevo en la radio, despotricando todo el rato y dedicándome comentarios a cada cual mas despectivo e incluso humillante; yo soportando la tentación cada vez mas fuerte de parar y tirarla del coche, incluso, sin gran esfuerzo, tirarla sin parar el coche.
Al cabo de un par de horas y cerca de San Sebastián se durmió, llego la calma, se durmió profundamente, quedando toda despatarrada en el asiento, con el abrigo abierto, y la falda se le fue abriendo poco a poco, hasta mostrar las bragas, la muy cabrona, se había puesto una falda larga con dos aberturas casi, o sin casi, hasta la cintura, que cuando andaba, le permitían exhibir sus largas y torneadas piernas, pero en esa posición desmadejada, lo que permitían era enseñar los muslos y sobretodo la parte baja de sus braguitas, que apenas tapaban su coño, que parecía estar casi rasurado, ya que no se veía, ni un solo pelo en los laterales, a pesar de lo exiguo del triangulito de trapo.
Puse la radio y me relaje, 2 horas después, ya pasado Bayona, tuve que renunciar a oír la radio, y puse música, una música, no se porque, Relajante y romántica, muy sensual; y digo que no se por que, ya que yo conduciendo, siempre pongo música muy rítmica, ya que me ayuda a mantenerme despierto, activo y dinámico, alejando sueño, distracciones y cansancio.
Pero que cierto es que las cosas buenas duran poco; después de pasar Tarbes y llegando a Lannemezan, la ventisca arrecio, casi no se veía la autopista y el piso ya tenia casi 5 cm de nieve, decidí, parar y poner las cadenas, unas cadenas textiles con clavos, muy buenas, que me compre en Suecia, hace un par de años que estuve allí en un trabajo. Pero para eso debía de parar, y a poder ser sin salir de la autopista, porque corría el riesgo que me encontrase con algún coche de la gendarmería, que me aconsejase parar hasta el día siguiente, ya que eran casi las 2 de la madrugada. Y como los males nunca vienen solos, Merceditas se despertó, consciente de su postura, arremetió contra mi diciéndome que era un pervertido, que me iba a enterar, que le iba decir a su marido y a Nieves que me había aprovechado de ella, y que la había tocado mientras dormía. Yo no me había dado cuenta, pero por lo que ella decía, se había puesto cachonda con la música y estaba toda mojada.
Calmada un poco me pregunto, donde estábamos, y que hora era, le dije que estábamos llegando a Saint Gaudens, y que eran casi las 2 de la madrugada. Me dijo que saliéramos en Montrejeau y que iríamos a dormir a Bagneres de Luchón, justo llegábamos al indicador de a 1000m sorti Montrejeau.
Salimos y en el peaje ella se entendió con la del peaje, y esta le dijo que el acceso de Bagneres de Luchón a Vielha, estaba impracticable desde hacia 2 días, que tendríamos que ir por Melles.
La frustración de no poder ir por donde quería, la frustración de no poder hacer lo que le daba la gana, la hizo ponerse insoportable e insultarme sin parar, el tiempo empeoraba y mi malhumor también; a la vez que la carretera se complicaba, impidiéndome darle una buena hostia como respuesta a su actitud. Pero el coche se me iba de un lado a otro de la carretera. Trate de parar en Fos, pero se puso histérica diciendo que si parábamos, no podríamos arrancar, y allí no había ni posada.
Seguimos rumbo a España, en Melles unos cuantos kilómetros mas adelante me salí de la calzada, delante de una casa, llamamos, llamamos en dos o tres puertas mas, pero nadie nos hizo caso. No se como conseguí volver a la calzada y continuar. Seguía el rosario y cada vez peor.
Yo me puse a pensar, que tranquilos se habían quedado todos, ya que nadie se había molestado en llamar, ni para preguntar que tal íbamos, y mi cabeza mas negra, continuaba pensando que bien se quedarían todos, si no volvíamos.
Sin darme cuenta estábamos en la que había sido la antigua frontera, las edificaciones de la Gendarmería, parecían resguardadas de la nieve y con una especie de nave abierta. Se me encendieron las luces a la vez que el coche me daba varios bandazos. Dirigí el coche a la nave, entre y lo detuve, en el fondo, no había nieve y parecía muy iluminado, ya que la luz del coche reverberaba en la pared.
Era una oportunidad única, para poner las cadenas, para poder seguir con un mínimo de seguridad, hasta la primera población española, que seguro que encontraríamos alojamiento hasta que pudiéramos continuar.
Me baje, Mercedes seguía chillando e insultándome, saque las cadenas, así como el gato y demás herramienta, y procedí a poner las cadenas, primero en las ruedas traseras, el coche es un A8 Tracción Total, por eso lo del día anterior con Francisco y la diferencia de coche. Puestas las cadenas en las ruedas traseras, procedo a ponerlas en las ruedas delanteras; entonces me fijo en Mercedes, colocada delante del coche, abierta de piernas, en una postura agresiva y desafiante, que no para de insultarme, con la melena alborotada; y pienso, esta impresionante, que a gusto la violaba ahora y la sometía. Sigo poniendo las cadenas. Ya solo me falta una, suelto la rueda, la rodeo con la tela de la cadena y la cierro, cojo la rueda para poner y se me escapa rodando, tengo que ir a buscarla barios pasos mas allá, al fondo de la nave.
Mercedes, grita mas, gesticula, me insulta y cuando me doy la vuelta con la rueda, lo que veo me deja sin aliento, la polla me causa dolor contra el pantalón, y mi cabeza grita, fállala, viólala, demuéstrale quien manda, menuda hembra mal alimentada tienes delante.
Sigo coloco la rueda, ni le hago caso a mi cabeza, ni le hago caso a Mercedes. Acabo de colocar las cadenas, recojo la herramienta y la guardo.
Me doy cuenta que estoy chorreando de sudor, por que debido al frio, noto el sudor que se esta quedando helado en mi cuerpo.
Rápidamente, abro una maleta y cojo una toalla y ropa interior seca que llevo allí, y cojo también un cobertor, tipo edredón que tengo siempre en el maletero, para cualquier contingencia, picnic, siesta campestre, siesta en el coche en pleno viaje etc.; y miro alrededor y me fijo que hay una pequeña puerta que da a una especie de pequeña habitación.
Cojo la linterna y me dirijo allí para cambiarme. Mercedes sigue con su letanía, cada vez mas enfadada, cada vez mas excitada viendo que no le hago caso.
Estoy desnudo secándome enérgicamente con la toalla, cuando entra Mercedes, no se si me ve o no, pero se calla de pronto; y enseguida se pone a chillar, que no la vaya follar, que no va dejarme que la viole. Me doy cuenta de que tengo la polla como un hierro; me acerco a ella, cuando ella trata de escapar, la cojo de la melena, le doy una bofetada, luego otra; Mercedes, se calla, esta aterrorizada; yo la contemplo en su máxima expresión, al contraluz, parece desnuda, se marca una figura perfecta. La tiro encima del edredón, forcejamos, le arranco  la braga y noto que no esta depilada del todo, le doy una nueva bofetada; y al tratar de escapar ella, teniéndola sujeta del pelo, le doy una palmada en el culo, con todas mis fuerzas, ella se queda quieta, desmadejada, suplicándome que la deje.
Yo le respondo, Merceditas, te voy a follar, por las buenas o por las malas; voy a disfrutar de tu cuerpo y me vas a hacer disfrutar, como desagravio a todo lo que me has hecho sufrir; tu elijes como lo hacemos; si por las buenas, o te muelo a palos primero, y lo hacemos después; Si me vas a dar placer tu disfrutando, o yo disfrutando contigo y a cuenta tuya, y la verdad es que cada vez que te doy una bofetada o zurra, casi me corro; podemos probar cuantas te tengo que dar y donde antes de correrme.
Mercedes, dejo de suplicar, paso a decir que no le haría daño, que ella no se resistiría, pero que por favor no le hiciera daño, ni le dejase marcas. Se tumbo en el edredón y se abrió de piernas en una clara invitación a que la penetrase.
La cogí de un pie le di la vuelta y le volví a dar una zurra en el culo, que a mi me dolió la mano, diciéndole, tu harás lo que yo diga, hasta que me canse, y no te marcare la cara mientras me obedezcas y me des placer,  es lo único que te voy a garantizar; y te vas a desnudar inmediatamente y te sentaras encima de mi polla y te la clavaras hasta que ter salga por la boca.
Mercedes, me dijo, pero estoy seca, me va a doler y no te voy a dar placer. Me levante la levante del pelo y le volví a pegar otra zurra en el culo. La solté y me tumbe boca arriba, y no es por presumir, pero a la luz de la linterna, mi polla, parecía una de esas estacas, que Vlad el Empalador, usaba para empalar a sus enemigos.
En esa guisa, mire a Mercedes y ella sin dudarlo ni un solo segundo, gimiendo y llorando a moco pleno, se dirigió hacia mi, se coloco y se la aboco, se la metió poco a poco, que dolor, era como meterla entre ropa de lo mas áspero, para ella tenia que ser dolorosísimo. Con un grito se la clavo hasta casi el final, a la vez que se levantaba de golpe fruto del gran dolor que debía de haberle producido.
Sin piedad, la sujete delas caderas y se la hundí de golpe de nuevo, pero esta vez completamente, Mercedes aulló, y se la casi saco de golpe, cosa que yo aproveche para volverla a empalar, así, hasta una docena de veces.
Me escocia la polla, que no aguantaba, a ella debía de arderle su coño; así que con ella completamente clavada, con Mercedes chillando como una loca; pare y le dije lo mas cariñoso que pude; Merceditas, si quieres seguimos así un par de horas, hasta que me aburra, o me corra por equivocación, o te la saco y me la mamas, hasta que me corra en tu boca o con ella bien lubricada decida volverte a follar y correrme en tu asqueroso coño. Tu decides de nuevo. Ella tratando de sacarse el hierro que la abrasaba el coño, sin dejar de llorar, me dice que me la chupara, pero que nunca lo ha hecho. Que intentara tragar la corrida, pero que no me corra en su coño, que no toma anticonceptivos, que los ha dejado hace mucho tiempo, por que la hacían engordar. Y que con Francisco solo lo hace con condón, desde que dejo los anticonceptivos hace ya casi 14 años.
La suelto y se arrodilla y me la empieza a mamar, no tiene ni puta idea, de cómo se mama una polla, ni como se da placer a un hombre, pero la chupa y se la mete en la boca. No aguanto el dolor de huevos; este placer hace años que no lo sentía, desde que deje a mi mujer y su familia concretamente.
Lo decido en un instante, lo mismo que decidí follarla, decido someterla.
Le guio la cabeza, le doy instrucciones básicas de cómo chuparla, como dejarla entrar en su boca cada vez mas, guio su cabeza, la acaricio, trato de calmarla, de relajarla, cosa que parece que va consiguiendo, desde que se la quite del coño.
Se la clavo mas profundamente en la boca sujetándole la cabeza; le digo que estoy para correrme, que lo hare en su boca, que si derrama una gota que la próxima corrida se la daré en el coño, y que no será la única; esta aterrorizada con quedarse preñada. Le digo que voy a empezar y que si me muerde en el intento de quitársela de la boca, le daré una paliza hasta matarla. Me meo, poco a poco primero, mas fuerte después, se la clavo profundamente y se la tengo que retirar, por que con las arcadas casi se ahoga.
Ha devuelto, le doy los restos de su braguita para que se limpie. Me siento y la invito a continuar chupando, le retiro la boca y le digo que se siente en ella, acede dócilmente, esta llorando en silencio. La polla se desliza en su interior con mas suavidad de la esperada, sus babas son mas abundantes y ella parece mas relajada. Le como la boca, le como los pechos, mientras entro dentro de ella suavemente, en una postura tan forzada para ella, que no puede hacer casi resistencia.
Comiéndole las lagrimas, le digo, Merceditas, eres una niña consentida, que ni sabe follar, ni sabe mamarla, y que con este amanecer se va a quedar preñada, por que tal y como la tengo, antes de que salgamos de aquí me correré en tu interior media docena de veces y no habrá pastilla del día después hasta después de 24 horas, y probablemente haya alguna corrida mas. Mercedes llora con mas fuerza, y yo termino diciéndole, salvo que como imagino tu culo sea virgen y me lo ofrezcas para taladrar; aunque tengo que decirte que lo de la anterior penetración, no habrá sido nada comparado con lo que te espera.
Me responde, mas en un gemido que en otra cosa, lo que tu quieras.
Mercedes gime, ha notado el crecimiento, que con su respuesta, ha experimentado mi polla en su interior.
 La levanto, extrayendo mi polla de su interior.
La pongo de rodillas, se deja hacer.
Abro sus nalgas, escupo en su ano.
Escupo en su culo.
Escupo en mi polla.
Escupo en mi polla, una, dos , tres veces.
Vuelvo a escupir en su ano, se deja hacer.
Se la acoplo en el agujerito y empiezo a presionar.
Intento clavársela de golpe.
Merceditas aúlla como un perro, cosa que le evita oír mi grito de dolor.
Tanto es mi placer que se la he hundido de golpe en el culo casi hasta la mitad, pero parece que mi prepucio, fuera a romper, por no poder entrar.
Mercedes, grita a voz en cuello, gime chilla, y forceja por soltarse.
Yo sigo penetrando milímetro a milímetro, cada vez mas empalado por la excitación del momento.
Al cabo de no se cuanto tiempo, Mercedes esta desmadejada, no se mueve, quieta y abandonada a mis instintos y deseos; mi polla la ha taladrado completamente y estoy a punto de correrme, derramándole toda mi leche, que tiene que ser mucha, dada la presión de mis huevos, cuando suena su teléfono, suena en su abrigo al lado de nuestras cabezas.
Yo dejo de penetrarle, fijo mi polla en lo mas profundo de su culo dispuesto a regarle los intestinos. Es lo único que se me ocurre.
Mercedes extrae el teléfono del bolsillo, lo mira y dice, es Francisco y son las 8 de la mañana.
Se acaba la llamada.
Mercedes dice: creo que había tenido que haber cogido la llamada.
Yo le agarro los pechos, estrujo sus pezones por primera vez, y le digo; lo que tienes que hacer es dar muestras de normalidad; al menos si quieres salir de esta.
El Placer, con mayúscula, me rompe.
Suena de nuevo el teléfono.
Mercedes responde, diciendo, que quieres a estas horas, empezando una bronca con su marido, que se disculpa apresuradamente, diciéndole de su preocupación.
Yo deslizo la polla, que no he dejado de moverla, de su culo a su coño, y mordiéndole el lóbulo de la oreja, le digo, sigue hablando, que me voy a correr en tu coño puta, te voy a hacer un hijo de puta, en las mismas narices del cornudo de tu marido; y me vacío dentro de ella.
Mercedes sigue la conversación, con suspiros, con su marido, diciéndole que esta muy jodida, mas que jodida, que la situación la desborda como un embarazo y llora suavemente.
Mi polla que se había vaciado y perdido su tamaño, estaba casi fuera despierta y empieza a coger tamaño y volver a introducirse dentro de Mercedes. Y yo le digo: zorra, sigue así que voy por el segundo intento.
Mercedes, sigue desahogándose con su marido, que ni se imagina por lo que ella acaba de pasar, y esta pasando.
Le doy la vuelta, le recojo las piernas, y la penetro lo mas profundo que puedo; esta perfecta, súper lubricada con mi corrida anterior. Le muerdo los pechos y le digo, si no quieres que te arranque los pezones, sigue, sigue hablando hasta que me vuelva a vaciar dentro de ti zorra, que garanticemos un hijo de puta; y me vacío de nuevo dentro de ella.
Le quito el teléfono, me hecho encima de ella y se la meto en la boca, la tengo a reventar, de ganas de mear, juego con su clítoris, y vacío mi vejiga en su boca mientras no paro de jugar con su clítoris.
La dejo, y le digo, vístete, te quiero vestida como una puta, no se cuanto tiempo tendremos que estar aquí, hay medio metro de nieve y encima esta helada.
Te quiero con falda corta y sin bragas; y el mas pequeño de tus sujetadores te lo pones de sostén, es decir, por debajo de las tetas, sujetándolas bien altas y con los pezones en oferta.
Mercedes me replica, que hace mucho frio, que esta casi helada; y me doy cuenta que con el ardor de los polvos ni me he dado cuenta del frio.
La tumbo sobre el capot del coche y le doy media docena de azotes en la nalgas, poniéndoselas a punto de sangre, y le digo eres mi juguete, hasta que salgamos de aquí, así que sufres complaciéndome o te hago sufrir para complacerme.
Entramos en el coche y pongo la calefacción a tope; y le digo ábrete de piernas y mastúrbate, juega con tus tetas y tu coño, que yo lo vea bien.
Son las 10 de la mañana.
Se masturba y enseguida alcanza un orgasmo, me quedo sorprendido, solo acierto a decirle, sigue, ya te diré yo cuando pares; y ante la duda de ella, le retuerzo un pezón de forma brutal, arrancándole un grito bestial.
No se lo piensa y continua masturbándose, segundo orgasmo, tercer orgasmo, cuarto orgasmo, quinto orgasmo, son las 11:00 y caemos rendidos de sueño.
A las 12:00 suena el teléfono y me despierto, estoy de nuevo empalmado y me duelen los huevos, tengo necesidad de vaciar, tanto las pelotas como la vejiga.
Mercedes se despierta y coge el teléfono todavía medio dormida, es su madre.
Me hecho encima de Mercedes y la penetro, ella sigue hablando con su madre, pero Toñi, nota algo raro en su hija y empieza a preguntarle si esta bien y demás zarandajas.
Mercedes esta empapada, mis anteriores corridas pugnan por salir; la obligo a darse la vuelta y la penetro por el culo, le entra mucho mas fácil, mitad por el desfloramiento, mitad por la lubricación; pero todavía se le escapan unos grititos de dolor, y vuelve a llorar, cuando le digo, perra, mas que perra, primero delante de tu marido, te dejas preñar y ahora delante de tu madre, te dan por el culo; no se si disfrutarías mas así comiéndole el coño, a la Toñi, o haciéndole a ella que te coma el coño a ti mientras ofreces su culo. Perra, mas que perra.
Mercedes, me sorprende, replicándole a su madre, como quieres que este, follada, y no solo por el coño, sino mas que nada por el culo y con riesgo eminente de quedarme preñada, aquí en mitad de ninguna parte, con el estomago lleno de leche y siendo un juguete para el placer de alguno.
Yo asustado, se la deslice en el coño y me corrí profundamente, de nuevo dentro de ella.
Y Mercedes continuaba diciéndole a su madre, y a cada minuto que pasa, mas atada, mas sometida, y con mas posibilidades de quedarme embarazada.
Yo estaba a reventar, no podía mas y encima su conversación donde me estaba denunciando, me excitaba mas y mas.
Le dije para de hablar, y trágate la polla, que me acabe de vaciar en tu boca, y que no caiga una gota que te deslomo puta zorra. Que a gusto, se lo hacia también a tu madre, aunque a ella no la podría preñar como a ti; podríamos incluir a tu hermana y preñarla a ella; que es mas inútil que tu, y no vale ni para tener hijos.
Mercedes, con calma y recochineo, le dijo a su madre, espera un momento, que me van a dar de beber ahora y no se me puede caer ni una gota, si no quiero que me rompan.
La ahogue con mi meada, todavía devolviendo, le dijo a su madre, que la tenia que dejar, pues se había derramado la leche y que se tenia que cambiar.
Salió del coche y se puso a cambiar, justo en el momento que un gendarme asomaba la cabeza y nos preguntaba si estábamos bien
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

Relato erótico: “Descubriendo a Lucía (6)” (POR ALFASCORPII)

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8

– Desnudaos – les ordené.

Después de cuanto acababa de ocurrir, los chicos habían perdido cualquier rastro de vergüenza o timidez. Pedro y Luis se deshicieron de sus prendas, y el primero nos guio a ambos al dormitorio de su madre. Los dos entraron, pero yo me quedé a la puerta al ver que Carlos no nos seguía.

– ¿Tú no vienes? – le pregunté-. Cuento contigo – le dije utilizando un tono meloso que ni yo misma sabía que podía tener.

Sabía que con Luis y Pedro ya tendría suficiente. Aunque su juventud e inexperiencia les hiciera correrse con rapidez, su capacidad de recuperación (precisamente por su juventud casi adolescente) era casi igual de rápida. Y aunque ya me hubiese tragado una corrida de cada uno, sabía con certeza (porque yo también había sido un chico de 19 años), que serían capaces de darme unas cuantas más turnándose para regalarme algún orgasmo que aplacara mi fogosidad. Pero este otro chico también me gustaba, y quería saber qué cantidad de placer sería capaz de proporcionarme. Tres mejor que dos, pensaba en aquellos momentos.

– Tengo novia. Irina… – me contestó Carlos subiéndose la ropa y tratando de vestir su desafiante erección.

Me acerqué a él, y viendo que aunque lo deseaba con todo su cuerpo, el chico no quería llegar más allá por un sentimiento de fidelidad. Estuve tentada de contarle la verdad, pero estaba segura de que tarde o temprano la descubriría por sí mismo, y su reticencia me estaba incendiando más de lo que podía soportar. Le deseaba como se desea una fruta prohibida, y tenía que ser mío.

– Te has corrido en mi boca – le susurré eróticamente en el oído-. ¿Ahora no te gustaría follarme? – añadí pegando mi cuerpo al suyo para sentir la dureza de su falo.

– Jodeeerrrr – resopló cogiéndome de la cintura.

Con la punta de mi lengua acaricié sus labios y mis manos volvieron a soltar el único botón de sus pantalones que había abrochado, para hacerlos caer hasta los tobillos.

– Ella no está – seguí susurrándole-, pero yo sí, y estoy deseando que me folles….

Ya no respondió, era completamente mío. Me tomó con violencia y metió su lengua en mi boca hasta la campanilla, dándome un beso apasionado y visceral. Tiré de su ropa interior, y le ayudé a quitarse la camiseta. Se deshizo del calzado y se dejó guiar de mi mano al dormitorio, donde los otros dos esperaban sentados en el borde de la cama. Le dejé tras de mí, acercándome a él para que volviese a cogerme por la cintura mientras mi culito se apoyaba en la dureza de su asta de bandera.

– Ahora sí que os tengo a los tres… – les dije-. ¿Por dónde queréis empezar? – añadí levantando mis brazos para ofrecerles todo mi cuerpo.

A Luis se le había bajado un poco la erección por la espera, pero con esa invitación, se le puso la verga otra vez como una pértiga. Pedro, que había sido el último en darme su leche, ya se había recuperado, y su reacción fue exactamente la misma que la de su amigo.

– Divina juventud – pensé.

Sentí cómo las manos de Carlos recorrían mi cintura desde atrás, mientras apretaba su dureza contra mis nalgas. Sin girarme, yo le cogí por la nuca, y le ofrecí mi sensible cuello para que depositara en él unos besos que me produjeron escalofríos. En esa posición mi culito se restregaba contra su verga, haciéndome sentir toda su longitud y contundencia. Con mis brazos en alto sujetándole la cabeza, mis pechos se mostraban alzados, aún más prominentes de lo que ya eran, y con sus duros pezones marcándose en mi precioso vestido como el colofón de dos magníficas montañas.

Pedro se levantó, y se acercó a mí para poner sus manos sobre mis tetazas y recorrerlas como si fuera una escultura. Luis se le unió, y poniéndose a mi lado derecho, recorrió mi silueta de perfil metiendo una de sus manos entre la cadera de Carlos y mi culito para agarrarme con fuerza de una nalga.

Me sentí en el paraíso del tacto. Seis manos recorrían mi anatomía acariciando todas mis formas para transmitirme una mezcla de agradables y electrizantes sensaciones. Esos chicos me trataban como a una diosa a la que reverenciar, y yo estaba dispuesta a ser su afrodita para que derramasen en mí el néctar y ambrosía que su mortal juventud podía ofrecerme, volviéndome terrenal con el poder de sus pasiones desatadas.

Mientras sus manos acariciaban todas mis curvas memorizando cada una de mis femeninas formas, sus voces alimentaban mi vanidad regalando mis oídos con toda clase de apreciaciones: “Pero qué buena estás”, “qué pedazo de tetas tienes”, “eres preciosa”, “tienes un culito riquísimo”, y un largo etcétera de piropos de chiquillos excitados ensalzando mi anatomía.

Estaba flotando en un cielo de suaves caricias, pero en mi interior me estaba consumiendo en un infierno de rugientes hogueras de lujuria. A pesar de haber mancillado mi boca y garganta con sus orgásmicos fluidos, parecía como si ninguno de los tres jóvenes se atreviera a dar el siguiente paso, como si me fuera a desvanecer siendo tan sólo un sueño que se esfuma cuando trata de alcanzarse. Por lo que tuve que tomar la iniciativa y tirar del borde de la falda de mi vestido para sacármelo por la cabeza. Me quité también el empapado tanguita, pero no me saqué los zapatos, ya que los tres eran más altos que yo y los tacones me propiciaban la altura perfecta para ser más fácilmente accesible. Cogiéndome de una mano, Pedro, que ya había disfrutado de la visión de mi cuerpo desnudo dos días atrás, me hizo dar un giro de 360 grados para que sus amigos se embebiesen de mi desnudez.

Mi coñito estaba tan lubricado que, sin el tanga, mi zumo de mujer excitada corrió por la cara interna de muslos, inundando el dormitorio con su aroma. El inconfundible perfume de hembra excitada pareció sacar de su ensoñación a los tres jóvenes, haciéndoles ver que era muy real, lo que provocó que me atacasen los tres a la vez como si fueran lobos que rodean a su presa. Pedro me atacó desde el lado izquierdo, punzando con su lanza mi cadera mientras con una mano me cogía de una nalga, y con la otra se llevaba mi pecho izquierdo a la boca. Luis me abordó por el lado derecho, me hizo gemir cuando sentí que dos de sus dedos penetraban en mi vulva y exploraban la humedad de mi entrada vaginal mientras su otra mano me sujetaba del hombro, y su boca atrapaba con voracidad el pecho libre. Carlos me atacó por detrás, sujetándome con una mano por la cintura y atenazando la nalga libre con la otra. Se pegó a mí, y colocó la cabeza de su polla entre mis glúteos, empujando para presionarme con ella, abriéndose paso por la raja que tanto la mano de Pedro, como la suya, abrían estrujando mis redondas posaderas.

Estaba totalmente inmovilizada, y no podía más que disfrutar de las múltiples y excitantes sensaciones que estaba experimentando, dejándome hacer. La boca y mano de Pedro exprimían mi pecho izquierdo, y su forma de mamar de él con gula, llenándose la boca con cuanto volumen podía succionar, conseguían hacer que el sensible pezón ardiese y vibrase cada vez que su lengua lo lamía. Como ya ocurriera la vez anterior que había tenido mis pechos a su alcance, el chico mamó como si quisiera extraer de mí la leche maternal. Su fijación por comerse así mis tetas me hizo pensar que tal vez le recordasen a los bonitos pechos de su madre, Alicia, transformando el innato instinto de ser amamantado en un fetichismo sexual que debía satisfacer.

Luis chupaba mi otro pecho con más suavidad, rodeando el pezón con sus labios y lamiendo la erizada cúspide, dándome unas deliciosas y húmedas caricias, Su mano derecha exploraba mi coño, acariciándome la vulva, masajeándome el clítoris y metiéndome la primera falange de un par de dedos a través de mi abertura. Me hacía gemir con sus íntimas caricias, y a la vez me hacía desear con mayor intensidad el ser penetrada con más profundidad, manteniéndome en un placentero limbo.

Carlos me sujetaba por la cintura mientras su otra mano masajeaba mi glúteo derecho. El izquierdo era propiedad de Pedro, quien me lo acariciaba concentrado en saciar su apetito por mis tetas. La verga de Carlos empujaba con su cabeza la raja entre mis nalgas, alojándose entre ellas para darme la magnífica impresión de tener algo duro introduciéndose por mi trasero, lo cual se había convertido en una de mis sensaciones favoritas, especialmente desde la experiencia con mi cuñado. Los dedos de Luis en la parte delantera me hacían moverme con el placer que me proporcionaban, pero ese atrevido ariete que se friccionaba entre mis carnes, era el que me hacía empujar con mi cadera hacia atrás para que su punta incidiese sobre mi angosta entrada. Deseaba que esa polla me empalase por el culo, pero la ausencia de lubricación lo hacía casi imposible, por lo que disfruté de las continuas presiones sobre mi ano mientras mis manos tiraban de su nuca tratando de atraerlo más hacia mí.

Luis abandonó mi pecho dejándome el pezón listo para rayar cristal, sacó los dedos de mi lubricada cueva de placer, y descendió por mi anatomía acariciando mis muslos con sus manos, mientras su legua recorría el valle de mi vientre tomando rumbo sur.

– Essso essssss – susurré-. Que no puedas volver a beber con: “Yo nunca le he comido el coño a una tía”.

Se puso de rodillas en posición de samurái, y yo abrí mis piernas ligeramente, franqueándole el acceso. Sus labios se acoplaron a mis labios mayores besándolos y haciéndome estremecer, y cuando la punta de su lengua se introdujo entre ellos, suspiré de gozo:

– Uuuuuuffffffff…

Se llenó la boca acariciando mi vulva con sus labios mientras su lengua exploraba la entrada produciéndome un delicioso cosquilleo. Lamió la raja arriba y abajo con algo de torpeza (sólo tenía como referencia la exquisita comida que me había hecho mi amiga Raquel), pero al agradarle mi sabor se aventuró a introducirme su escurridizo músculo cuanto pudo, arrancándome un gemido. Su suave lengua cobró vida propia, y empezó a retorcerse en la antesala de mi vagina, con lo que esta le obsequió manando su zumo en respuesta. El chico aprendía rápido.

Carlos recorrió toda mi espalda con sus manos, provocándome un escalofrío que me obligó a arquear la columna incrustándome la punta de su barrena con tanta fuerza, que ésta venció levemente la resistencia de mi pequeño orificio dilatándomelo para asomarse a su interior. Me ardió el ano, y sentí un calambre que me dejó sin respiración por un segundo.

– ¡Joder! – se me escapó, y ante su reacción retirándose asustado, suavicé el tono-. Así no…

– ¡Lo siento! – contestó-, tienes un culito tan rico que no podía pensar más que en follármelo…

– Uuuuummmm– gemí antes de poder contestar.

Luis seguía mejorando su técnica lingual en mi coñito, y Pedro se estaba dando un festín con mis tetazas, moldeándolas con manos de alfarero y alternando succiones y leves mordiscos de un pezón a otro.

– Dessspuéeeessss – dije entre jadeos-. Uuuuufffff, lubricaaaaahhhh…

Los otros dos me estaban consumiendo de gusto y, para mi sorpresa, Carlos se tomó mi sugerencia/orden al pie de la letra. Se arrodilló tras de mí y sentí eróticos mordiscos en mis sensibles nalgas. Sus manos abrieron el camino y su rostro se situó entre mis redondeces para que la punta de su lengua alcanzase a acariciar la suave piel de mi ojal.

– ¿Ummm? – gemí con sorpresa.

Esa lengua en tan recóndito lugar me brindó unas maravillosas cosquillas afanándose en lamer la estrecha entrada, embadurnándola de saliva, y estimulándola de tal modo, que toda mi piel se puso de gallina con mi espalda arqueándose para ofrecerle a Carlos todo mi culito.

Aquellas tres bocas comiéndome como un manjar de dioses me estaban transportando hacia el nirvana. Mi piel respondía febrilmente a las caricias de aquellas escurridizas lenguas y el incesante masaje en mis pechos, acelerándose mi respiración. Cerré los ojos dejándome llevar por las sensaciones, y agradecí al cielo el haberme convertido en una sensual mujer y brindarme la oportunidad de experimentar aquello. El placer recorría cada una de las fibras de mi ser, hasta que se hizo tan insoportable, que alcancé el clímax en el instante en que la inquieta lengua de Luis dio con mi clítoris haciéndolo vibrar con un lametazo.

– Oooooooooohhhhhhh – grité orgásmicamente descargando la tensión sexual que llevaba toda la noche acumulando.

Inundé la boca del cunilingüista con mis cálidos fluidos y agarré a Pedro de la cabeza para separarle de mis pechos, y unir mis labios a los suyos con el irrefrenable deseo de besar y ser besada. Carlos se levantó, y me abrazó desde atrás cogiendo mis liberados pechos mientras su verga se apretaba contra mi culo haciéndome sentir toda su longitud.

Luis abandonó mi vulva y, succionando el labio inferior de Pedro, aparté a éste con dulzura para tomar a Luis y poder degustar de su boca el intenso sabor de hembra orgásmica, satisfaciendo así a lo poco de hombre que quedaba en mí.

– Eres la cosa más deliciosa que he probado jamás – me dijo tras compartir mis propios jugos conmigo.

– ¿Te has corrido? – preguntó Carlos dándome sensuales besos en el cuello.

– Mmmm, sí – le contesté-. Me habéis puesto malísima entre los tres… aprendéis rápido. Ahora sí que me alegro de haberme quedado.

– ¿Entonces, hasta aquí hemos llegado? – preguntó Pedro mostrando decepción.- Yo quiero follarte…

Su decepción me pareció totalmente injusta, puesto que no sólo había podido disfrutar toqueteándome o comiéndome a placer, sino que también había gozado del sexo oral igual que los otros dos. Es más, él ya me había tenido montada sobre él dos días atrás, por lo que ya había obtenido mucho más de lo que jamás habría imaginado. Sin duda, yo no tenía ninguna intención de dejarlo en ese punto. Una vez que me había lanzado, estaba dispuesta a llegar hasta donde pudiese para descubrir mis propios límites, puesto que cada nueva experiencia no hacía más que abrirme puertas hacia nuevos mundos llenos de placeres. Tenía a tres chicos para mí sola, dispuestos a darme cuanto gustase, y era una oportunidad que no debía desperdiciar.

Su ansia por volver a tenerme, por un lado me resultaba halagadora y estimulante, pero por otro, me indignaba el que pudiese pensar que podía disponer de mí cuando quisiera. Aunque yo hubiera fomentado la impresión de que estaba allí para satisfacer sus deseos y los de sus amigos, la realidad era que quien tenía el control era yo. Esos tres yogurines estaban allí para satisfacer mis propios deseos, por lo que tomé la determinación de dejárselo claro.

– Ni mucho menos hemos terminado. Pero tal vez tú seas el menos indicado para exigir nada – le contesté con el autoritario tono de Lucía “La jefa”.

Pedro se sonrojó como un niño al que han echado una reprimenda, y los otros dos le miraron sin entender nada. Su reacción fue exactamente la que esperaba, su rubor me indicó que seguía respetándome.

– Ahora me voy a follar a Luis – continué cogiendo la dura polla de éste-, y Carlos podrá tocarme… pero tú no.

A Luis se le dibujó una enorme sonrisa en los labios, y Carlos asintió apretándome levemente los pechos. El tono rojizo del rostro de Pedro se hizo más patente.

– Y después voy a follar con Carlos – proseguí-, y Luis podrá tocarme… pero tú no.

Luis se relamió y Carlos me dio un excitante y succionante beso en la sensible zona de mi clavícula derecha.

– Sólo podrás mirar – continué-. Y no podrás masturbarte, porque si cumples estas sencillas órdenes, podrás follarme. ¿Entendido?.

– Sí, señora – respondió dando un paso hacia atrás.

Ejercer ese dominio sobre él me resultó de lo más gratificante. Una cosa era que me comportara como una puta, y otra muy distinta que lo fuera. Yo era dueña de mí y de mis actos, y lo que quería hacer era por mi propia voluntad, aunque me dejase llevar por las circunstancias.

– Vamos, lengua juguetona – le dije a Luis-. Quiero montarte – sentencié empujándole sobre la cama.

Se quedó tumbado boca arriba, con las piernas colgando de la cama y la polla erecta esperándome. Me despegué del cuerpo de Carlos y le hice soltar mis pechos cogiéndole la mano para invitarle a seguirme. Subí a la cama colocándome a horcajadas sobre Luis, y cogí su duro miembro para que apuntase hacia mi húmedo coñito. Carlos, desde atrás, se tomó la molestia de quitarme los zapatos para que estuviera más cómoda, lo que le agradecí agarrándole la cabeza para que mis jugosos labios tomasen los suyos dándole un tórrido beso. Y poco a poco me fui dejando caer, viendo la cara de salido que en ese momento tenía el chico que tenía debajo, y sintiendo cómo el que tenía tras de mí me cogía de la cintura para ayudarme a bajar lentamente. La redonda cabeza rosada que me había hecho tragar más leche que ninguna, fue abriéndose paso entre mis pliegues y penetrándome con suavidad para que mi conejito engullera pausadamente la zanahoria, hasta que se la tragó entera.

– Uuuuufffffffff – suspiré de gusto con Luis haciéndome el coro.

Me quedé sentada sobre él, completamente ensartada, disfrutando de esa sensación, y volví a agradecer al cielo el haberme convertido en una mujer.

– No te imaginas la cantidad de pajas que me he hecho imaginándome que una mujer como tú me montaba así – me dijo.

– ¿Ah, sí? – le pregunté levantando los brazos para echar hacia atrás mi melena – ¿Y qué te parece la realidad?.

– Ufffff… ¡Mucho mejor!. Estás tan caliente y mojada… Y las vistas desde aquí son espectaculares… ¡Joder, es que no me puedo creer lo buena que estás!.

– Gracias – le contesté con una sonrisa-. Pero ahora es cuando empieza lo bueno…

Moví las caderas de atrás hacia delante, recreándome en el gustazo de tener una dura polla dentro de mí. El chico gruñó, y mis potentes músculos vaginales se contrajeron apretando esa dureza que les estimulaba. Comencé un suave vaivén hacia atrás y hacia delante, disfrutando del movimiento de esa verga deslizándose en mi interior como una anguila en una gruta, con mis labios mayores frotándose sobre su suave vello púbico.

– Uummmm – gemí mordiéndome el labio.

– Joooodeeeerr, Lucíaaaa… – verbalizó el muchacho atenazando mis muslos.

De pronto sentí cómo unas manos recorrían mi cintura desde atrás, acariciaban mi región lumbar, y proseguían descendiendo para masajear mi culo en suave movimiento. Con la satisfacción de ser penetrada, me había olvidado por completo de Carlos, que permanecía a un paso de la cama.

– No te cortessss, mmmm… – le susurré girando la cabeza hacia él mientras me clavaba la estaca de Luis en lo más profundo – …acércate.

Se acercó aún más quedándose al borde de la cama, y pude sentir el contacto de su glande en mi espalda. Se agachó un poco, y cogiéndome las tetas me metió la lengua en la boca para enredarla con la mía y devorar mis suaves labios con los suyos. Ese chico besaba realmente bien. Sus besos eran eróticos y apasionados, unos besos que aceleraron el ritmo de mis caderas y que saboreé follándome a su amigo. Sus manos acariciaban mis pechos, recorriendo su contorno, sopesándolos, apretándolos, masajeándolos y estimulando mis pezones con sus dedos.

Las manos de Luis recorrieron mis muslos y caderas para, finalmente, cogerme de las nalgas y tirar de mí consiguiendo que el extremo de su falo me punzase en la máxima profundidad.

Mis gemidos se ahogaban en la boca de Carlos, y este liberó mi lengua y labios para oírlos con claridad:

– Ummm, mmmm, ummmm…

Miré hacia mi izquierda, y me di cuenta que, concentrada en mi gozo de follarme a un jovencito mientras el otro le complementaba con caricias y besos, me había olvidado de Pedro. Mi amigo se había sentado en una silla, y contemplaba la escena haciendo un auténtico esfuerzo por no agarrarse el obelisco con el que me apuntaba.

– Muy bien – le dije-. Sigue aguantando y tendrás tu premio.

– Eres mala – contestó -. Verte follar es el mejor espectáculo que he tenido jamás delante… pero no poder hacer nada…

– ¡Oh! – exclamé de gusto al sentir cómo Luis elevaba su cadera taladrándome con su pértiga – . A este ya le queda poco, sé paciente…

Efectivamente, Luis me apretaba del culo con fuerza. Ya no podía soportar la lenta cabalgada con la que yo me estaba deleitando mientras mis músculos exprimían su miembro, y su cuerpo empezó a pedir más intensidad dándome golpes de cadera con los que me hizo botar sobre él.

– Ah, ah, ah, ah – expresé mi placer con interjecciones.

– Lucía, Lucía, Lucía… – apelaba mi empalador.

Su polla me presionaba una y otra vez con un delicioso repiqueteo en el fondo de mi coño, consiguiendo que la sintiese más intensamente para mi propio disfrute. Aunque para mí era demasiado pronto para llegar al orgasmo, él ya estaba a punto.

Carlos seguía aferrándome los pechos, que ahora botaban en sus manos, y comenzó a susurrarme al oído:

– Haz que se corra, haz que se corra, haz que se corra…

Me hizo saber cuánto deseaba follarme apretando su rabo contra mi espalda, aumentando mi deseo de querer follármelo a él también, así que le aparté las manos de mis pechos y se las entrelacé tras su nuca junto a las mías, de tal modo que me estiré completamente arqueando un poco la espalda para apoyar mi cabeza sobre su pecho. Mis tetas se alzaron y botaron libres subiendo y bajando. Aquello fue lo máximo para Luis, mientras mi coño estrangulaba con crueldad la dura barra de carne que se movía en su interior, los ojos del muchacho se llenaron con la contemplación de mi cuerpo respondiendo a su pasión, grabándosele a fuego en el cerebro la imagen y las sensaciones para explotar en una gloriosa corrida.

– Lucíaaaaaaaaaaaaahhhhhh… – gritó.

Sentí un estallido de calor en mis entrañas, y el placer de su leche escaldándome por dentro fue tal, que a punto estuve de irme con él. Pero el polvo en sí había sido corto, y aún necesitaba más para llegar al clímax.

– Cabrón con suerte… – oí que comentaba Pedro desde su silla.

Mi montura bajó la cadera y todo su cuerpo se relajó mientras resoplaba. Me separé de Carlos y me tumbé sobre Luis para darle un dulce beso en los labios.

– Muy bien, tigre – le susurré al oído-. Ahora deja sitio al siguiente.

Me levanté poniéndome a cuatro patas sobre la cama para que el chico saliera de mí. Obedeciendo mi orden, se deslizó hacia el cabecero de la cama pasando todo su cuerpo ante mis ojos. Cuando sus caderas estuvieron a la altura de mis manos, el aroma procedente de su verga llegó a mi olfato estimulándolo. Olía deliciosamente a sexo, y cuando siguió subiendo la vi aparecer, aún erecta y recubierta de mis fluidos y los suyos; no me pude reprimir, y me sorprendí a mí misma acercando mi boca a ella para envolverla con mis labios y succionarla.

– ¡Diosssssss! – exclamó Luis sintiendo la succión como un placer cercano al dolor.

Me saqué la polla de la boca dejándosela limpia y degustando su corrida mezclada con mi jugo. Una delicatesen que satisfizo a mis papilas gustativas.

– ¡Qué tía! – oí exclamar a Pedro.

Carlos esperaba su turno, pero la impaciencia empezaba a adueñarse de él, así que sentí como me tomaba por las caderas y su glande comenzaba a abrirse camino entre mis glúteos. ¡Cómo me gustaba esa sensación!.

Luis por fin salió de debajo de mí y fue junto a Pedro.

– Ha sido la hostia… – le dijo -. Me voy a pasar toda la vida agradeciéndote el que me hayas invitado hoy a tu casa y me hayas presentado a Lucía. ¡Es una diosa!.

– Lo sé… Pero cállate, que ya estoy sufriendo bastante con sólo mirar…

La lanza de Carlos abrió mis nalgas y su punta alcanzó mi ano. Le resultó fácil, aún tenía la rajita húmeda por su saliva, y cuando sentí que presionaba para perforarme el agujerito, me gustó tanto, que tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para reprimirme y no ayudarle yo misma empujando hacia atrás con mi culo para que me lo penetrase salvajemente. Estaba lubricada por su trabajito lingual de antes, y mi ojal estaba relajado por la cabalgada que le acababa de dar a Luis, por lo que me encontraba preparada para una rica enculada, pero mi coñito se había quedado a medias y pedía más polla que le llenase, así que miré hacia atrás y dije:

– Por el culo aún no… Si quieres cabalgar, antes tendrás que aprender a montar…

– ¡Apunta más bajo, chaval! – le dijo Pedro con envidia e impaciencia.

Carlos no dijo nada, es cierto que tenía mi culito a punto y dispuesto, y a pesar de mi negativa podría habérmelo perforado y yo lo habría aceptado con gusto, pero aunque me tenía a cuatro patas, a su entera disposición, su voluntad se doblegó a la mía.

Sentí cómo su glande se deslizaba hacia abajo y encontraba mis abultados labios mayores. Penetró suavemente a través de ellos, y estos lo envolvieron invitándole a continuar con su avance.

– Uuuuffff – suspiró sintiendo la humedad y el roce en su suave piel.

Su cadera sucumbió a la placentera sensación y, con un espasmo reflejo, arremetió repentinamente haciendo que todo el tronco de su dura verga me invadiese, clavándomela entera con un delicioso azote de su pubis en mis nalgas: “¡Plas!”.

– Uuummmm – gemí de puro gusto acompañado de un gruñido suyo -. Eso essss, móntame.

El chico de la novia rusa no necesitaba más indicaciones. Sacó lentamente su sable de la vaina que era mi cuerpo, arrastrando por mi interior su longitud y estimulando con su gruesa punta una rugosa región de mi vagina desconocida para mí, proporcionándome tal placer, que llegué al borde del orgasmo. Los brazos me flaquearon y tuve que apoyar mi cabeza sobre la cama, quedando todo mi coñito expuesto a él para su deleite y el de los dos espectadores que observaban con muda fascinación. Resoplé por la fuerte impresión de esa sobreexcitación tan repentina, y sentí cómo las manos de Carlos subían de mis caderas a la parte más elevada de mi culo en pompa, agarrándome de las nalgas como si fueran unas riendas a las que aferrarse antes de incitar al galope…

Y me arreó. Me dio una embestida con tal violencia que su polla me penetró salvajemente hasta que se clavó en mis profundidades y su pelvis me golpeó el culito, empujándome para que mi cara quedase pegada al colchón mirando hacia los otros dos chicos.

– ¡Aaaaaaaaaaahhhh!h! – grité extasiada.

– Joder, ¡qué bestia! – exclamó Luis mirándome alucinado, con Pedro a su lado mordiéndose los labios y haciendo un sobrehumano esfuerzo por no masturbarse a conciencia.

No tuve tiempo de reponerme, porque Carlos me cogió con ganas y empezó a bombearme el coño repetidamente, a un ritmo tan frenético que me hizo jadear mientras me tenía postrada con mi rostro hundido en la cama, sintiendo cómo su ariete entraba y salía de mi chorreante coñito en endiablado frenesí.

El cabrón follaba como un conejo, y me estaba matando. Mis pechos rebotaban como locos sobre la cama, su cadera golpeteaba mis nalgas mientras sus manos casi me clavaban las uñas en ellas, y su glande repercutía insistentemente en mis adentros, haciendo que mi goce fuera in crescendo hasta hacerme explotar en un brutal orgasmo con el que aullé como una loba en celo en noche de luna llena. El clímax alcanzó unas cotas a las que aún no había llegado, siendo increíblemente intenso, pero a la vez, extremadamente corto.

– Qué pedazo de cabrón – comentó Luis-, ha hecho que Lucía se corra. Claro, como ya se la había dejado yo a punto…

– Calla – le contestó Pedro-, que al final veo que no llego a mi turno. Y yo sí que voy a hacer que se corra…

Carlos no me dio tregua, y siguió follándome al mismo ritmo, reiniciando mi ciclo de placer para ir entonándome nuevamente.

Conseguí hacer fuerza con las palmas de mis manos sobre la cama y pude estirar los brazos para incorporarme y quedarme nuevamente a cuatro patas, guiñándole un ojo a Pedro, con lo cual casi se me derrite. Al levantarme, mis músculos vaginales estrangularon con tanta crueldad la barra de carne que los abría, que mi particular conejito de pilas alcalinas no pudo soportarlo, y se corrió dentro de mí llenándome con su cálido semen en una última embestida que me obligó a esforzarme para no volver a dar con mi cara contra el colchón.

Al sacarme la polla, tuve la sensación de vacío que me indicaba que seguía excitada y necesitaba más para estar completamente satisfecha. El chico se había portado bien, y aunque, al igual que su predecesor, se había corrido bastante rápido, me había provocado un intensísimo aunque breve orgasmo, por lo que ya estaba lista para más, y Pedro estaba mordiéndose las uñas esperando su turno para dármelo. Sin duda, el poder disponer de esos tres casi adolescentes para satisfacerme y complementarse, era un auténtico lujo que debía aprovechar.

Me giré poniéndome de cara a mi jinete, que resollaba mirándome con su instrumento aún erecto a mi alcance, recubierto por nuestros fluidos mezclados. Así que, como ya hiciera con su amigo Luis, no pude reprimirme en degustar esa selecta mezcla de sabores en mi paladar, por lo que me metí toda su verga en la boca haciéndole gruñir mientras se la chupaba, dejándosela totalmente limpia.

Me puse en pie para dirigirme al que me faltaba, mi postre tras un ligero entrante y un buen segundo plato. Al recuperar la verticalidad, sentí cómo el néctar que acababa de paladear sobre la piruleta de Carlos, rebosaba de mi coñito y resbalaba por mis muslos. Tomé al jovencito de la cabeza, y tirando de él hacia abajo le susurré: “Cómetelo”. Obedeció sin dudar, arrodillándose para lamer la cara interna de mis muslos produciéndome un maravilloso escalofrío que se transmitió por toda mi columna vertebral. Recorriendo el rastro dejado por la mezcla de zumos de fruta de la pasión, subió hasta mi carnosa vulva besándola e introduciendo su lengua entre sus pliegues para libar de ella.

– Mmmmmm – gemí.

Tuve que sujetar su cabeza y obligarle a detener su trabajito oral tirando de él hacia arriba, podría hacer que me corriese en su boca, y tenía una dura polla esperando con impaciencia para penetrarme. Se levantó obedeciendo mis deseos.

– Sería un buen esclavo – pensé-, si yo quisiera ser su ama…

La imagen de una explosiva Lucía dominatrix ataviada con sugerentes prendas de cuero negro se materializó en mi mente, y como consecuencia, el resquicio masculino que en ella quedaba, confinado en un oscuro y distante rincón de mi ser, se corrió con sólo contemplarla.

Mis labios fueron al encuentro de los de Carlos, y nuestros sabores se fusionaron en un tórrido beso. Qué bien sabían nuestros orgasmos en su boca, cómo me ponía su forma de besar…

– Lucía – oí la voz de Pedro a mi derecha-. No puedo más, levántame el castigo…

Aparté suavemente a Carlos a un lado, e invité a Pedro a acercarse a mí para ocupar su lugar. Agarré su tremenda erección con una mano, y le susurré al oído para que los otros no lo escuchasen:

– El otro día te follé yo a ti… Ahora quiero que seas tú quien me folle a mí.

– Es lo único que quiero desde que te conocí – me contestó agarrándome del culo con firmeza.

Me atacó con fiereza, atrapando mis suaves labios entre los suyos para devorarlos y meterme la lengua hasta casi tocarme la campanilla. Rodeé su cuello dejándome llevar por su ímpetu, y su cuerpo se pegó al mío hasta aplastar mis pechos contra su pecho e incrustar su asta en mi abdomen haciéndome sentir toda la extensión de su empalmada. Mientras nos besábamos, me restregué contra su mástil, posicionándolo y sintiendo su dureza en mi vulva, hasta que él directamente lo agarró y apuntó con la gruesa cabeza para acariciarme el clítoris con ella y recorrer toda mi entrada embadurnándose con mi jugo. Esa agradable sensación me hacía pedir más de él, aunque no me fue necesario decírselo. Me tomó de un muslo obligándome a levantar la pierna y ponerla sobre su cadera mientras esta empujaba para que su glande penetrase entre mis labios vaginales, alojándose entre ellos. Intentó metérmela entera así, pero la postura lo impedía, así que tiró de mi otro muslo para que me subiese sobre él.

Me colgué de su cuello y él me alzó del suelo abriéndome de piernas y colocándomelas alrededor de su cintura. Aguantó mi peso flexionando ligeramente las rodillas y poco a poco me fue dejando caer para que me deslizase sobre su barra de carne clavándome en ella. Suspiré sintiendo cómo el grosor de su polla expandía las paredes de mi coño, y una carcajada de satisfacción se me escapó al corroborar con mis propias carnes que Pedro tenía una verga más gruesa que la de los otros dos.

– ¿De qué te ríes? – me dijo con el esfuerzo de seguir aguantándome en vilo.

– De lo que me gusta tu gorda polla – le susurré al oído-. ¡Clávamela! – grité para que también lo oyeran los otros dos.

Me dejó caer más y estiró sus piernas para, por fin, ensartarme completamente.

– Uuuummmmm – gemí mordiéndome el labio.

– Joder, tío, se la ha metido de pie – le comentó Luis a Carlos.

– Y mira cómo goza ella – le contestó éste-. Qué cara de gusto…

– A mí ya se me empieza a levantar con sólo ver cómo se muerde el labio… – concluyó Luis.

Me quedé mirando fijamente a los ojos de Pedro, y éste me hizo dar un pequeño salto sobre su lanza, dejándome sin respiración. Él jadeó e intentó repetir el movimiento, pero atenazando mis piernas a sus caderas se lo impedí.

– Me encanta – le dije-. Pero si no nos apoyamos en ningún lado acabarás haciéndote daño en la espalda. Túmbame en la cama y fóllame a gusto.

Sin que saliera de mí, bajé mis piernas por las suyas, pero no pude llegar al suelo, pues era unos diez centímetros más alto que yo, así que seguí colgada de su cuello hasta que, de pronto, me hizo caer sobre la cama y terminé arrastrándole conmigo.

– Aaaaaauuuuhhhh – aullé de gusto.

Sentí todo el peso de su cuerpo sobre el mío aplastándome, pero lo que me hizo aullar fue el magnífico gustazo de su pértiga dando con el fondo de mi gruta. Nos acomodamos, levantándose él con los brazos para dejarme respirar, y empezó a empujarme suavemente con las caderas.

Me encantaba cómo su polla me dilataba y se movía dentro de mí estimulando mi cueva para que ésta acogiese al invasor estrangulando su longitud. Su pelvis me masajeaba el clítoris con cada empujón, proporcionándome destellos de placer que me hacían aferrarme a sus caderas con mis piernas para sentirlo con más intensidad.

Agarré su joven y duro culo, y clavé mis uñas en él, incitándole a que me empujara con más fuerza, que me incrustase su verga más adentro, que me hiciera sentir toda su longitud sacándola casi entera de mí para volver a metérmela a fondo, invitándole a compartir conmigo la deliciosa sensación de toda esa pétrea carne deslizándose por mi cálido interior como una anaconda en su húmedo refugio. Y así le marqué el ritmo de un pausado sube y baja de sus caderas con el que me deleitó haciendo que la gruesa punta de su taladro apareciese de entre mis rosados labios vaginales para volver a perforarme con ella, recorriendo el túnel y frotándose por su paredes hasta tocar fondo y presionarlo.

– Uuuuuummm, aaaaah, uuuuuuummmm, aaaaah… – me hacía gemir y jadear con cada entrada y salida.

Con mis uñas marcándose en la piel de sus glúteos en cada bajada, y relajándose en la subida, le di la pauta que debía seguir para follarme lentamente y que el placer se acumulara en nuestros cuerpos experimentándolo en su máxima extensión. Tras dos polvos más o menos apresurados, quería recrearme en el hecho de ser penetrada, quería sentir claramente la forma del glande entre mis labios y cómo iba entrando lentamente, con mis músculos recibiéndole en una oleada de placenteras contracciones mientras toda la longitud de esa gruesa polla era acogida en mi interior para llenarme.

Pedro estaba demostrando tener más aguante que sus compañeros para poder proporcionarme lo que en ese momento necesitaba. No es que fuera más diestro en el sexo o superior físicamente a los otros, era prácticamente igual de inexperto e impetuosamente joven, pero yo ya tenía claro que ese día se había dado un homenaje manual pensando en mí, y eso estaba propiciando el que pudiera regalarme varias penetraciones tan lentas y profundas, que yo podía disfrutar cada una de ellas individualmente.

Luis y Carlos nos observaban en silencio, sabiendo que el severo castigo al que yo había sometido a Pedro, acatándolo este estoicamente, le concedía el privilegio de tenerme para él solo en ese momento.

Tras un glorioso tiempo de pausado y profundo mete-saca, los dos ya necesitábamos aumentar el ritmo de las penetraciones para empezar a descargar la adrenalina que se había ido acumulando en nuestros cuerpos con ese relajado sube y baja de caderas. El chico se incorporó sentándose sobre sus talones mientras me sujetaba firmemente de las caderas, tirando de ellas sin sacar su miembro de mí. Esto hizo que su músculo hiciera de palanca en mi interior, presionándome en mis más recónditas profundidades con tal intensidad, que me dejó sin aliento por la impresión y el increíble placer que me proporcionó. Estuve nuevamente el borde del abismo, aunque sólo fue un atisbo fugaz.

– Te ha molado, ¿eh? – me preguntó desde las alturas al ver mi cara de sorpresa y gusto.

– ¡Uuuuufffff!, me ha encantado… Por un momento he pensado que podías levantarme con la polla. Ha sido increíble…

– Eres la tía más cachonda que he conocido nunca … ¡Cómo me gusta follarte, Lucía!. Quiero matarte a polvos…

– Pues hazlo – sentencié mordiéndome el labio.

Sujetándome por las caderas, comenzó a manejar mi cuerpo para que su palpitante verga me penetrase una y otra vez, haciendo que nuestros pubis se fusionaran atrayéndome hacia él. La postura hacía que sintiese el golpeteo constante en mi vulva mientras su glande me perforaba hasta el abdomen, por lo que no podía parar de jadear con cada embestida como si estuviese corriendo en una maratón. Era un juguete en su poder, un instrumento que utilizaba para darse satisfacción marcando él el ritmo de las embestidas que a ambos nos hacían vibrar.

Mi culito estaba sobre sus muslos, frotándose adelante y atrás, y mi espalda arqueada de tal modo, que sólo mis brazos, hombros y cabeza permanecían apoyados sobre la cama. Sentía mis pechos bailar como dos grandes masas de gelatina coronadas con puntiagudos pezones que, desde mi perspectiva, se asemejaban a las cumbres del Himalaya apuntando hacia el cielo. Cogí las dos bamboleantes masas, y me las acaricié y masajeé descubriendo que eso exacerbaba el placer y lo extendía por cada fibra de mi cuerpo.

– Joder, cómo me mola cuando las tías se soban así las tetas – oí que comentaba Luis.

Pedro estaba aumentando el ritmo de sus acometidas, atrayéndome hacia él con una violencia y velocidad que me estaban haciendo enloquecer en un maremágnum de gemidos, jadeos e incluso pequeños gritos. Mis manos se afanaban estrujando frenéticamente mis pechos, y las contracciones de mi vagina se sucedían tan rápidamente, que todo mi coño ardía extendiéndose su calor por cada milímetro cuadrado de mi piel en febril delirio. Estaba a punto, estaba tan a punto, que ya necesitaba liberarme de la carga de placer que saturaba todos mis sentidos. El mundo giraba en torno a mí y sentía que me despegaba de la realidad, hasta que, de pronto, Pedro detuvo su vertiginoso ritmo, me dio tres violentas y profundas estocadas, y gritó:

– ¡¡¡Diooooooossssssss, Lucíaaaaaaaaaaa!!!.

Su corrida escaldó mis profundidades, y actuó como un perfecto catalizador para desencadenar la reacción que me elevó hasta los campos elíseos del orgasmo femenino. Sin voz, en mudo grito de satisfacción, mi columna vertebral se contorsionó, y me corrí por tercera vez aquella noche.

Me relajé apoyando toda mi espalda sobre el lecho, y Pedro salió de mí dejándome tumbada. A cuatro patas subió por mi cuerpo, y cuando su polla, aún dura, llegó a la altura de mi rostro, bajó la cadera, me colocó la brillante punta sobre los labios, y me penetró la boca sin contemplación. Degusté la mezcla de fluidos sobre su piel, y al succionar mientras me la sacaba de entre los labios, me obsequió con un leve lechazo que regó mi lengua para alimentar mi recientemente descubierto vicio.

Estaba haciendo realidad las fantasías que como hombre había deseado cumplir con una mujer. Ahora yo era esa mujer, y mi nueva realidad estaba superando con creces a cualquier fantasía.

CONTINUARÁ…

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Relato erótico: “Dos rubias llamaron a mi puerta y les abrí 3” (POR GOLFO)

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Sobre las diez y media, desperté todavía abrazado a Ua. La joven debía de haber amanecido antes y al sentir que me movía, usando su voz en vez de sus hebras, me preguntó si había descansado. Sorprendido de que durante la noche hubiera aprendido a hablar y que lo hiciera con una mezcla de nuestros acentos, respondí que cómo era posible. Luciendo una sonrisa que me dejó embobado, me informó que ambas habían aprovechado las horas para practicar con sus cuerdas vocales.

            ―Tienes una voz preciosa― contesté regalándole un breve pico en sus labios.

            Al igual que cuando le di el azote, ese tierno gesto la cogió con el pie cambiado y abriendo los ojos de par en par quiso que le explicara porque la había besado.

            ―Porque eres preciosa― comenté repitiendo el mismo mimo.

            Sus mejillas se tiñeron de rojo con el piropo y bajando su mirada, avergonzada preguntó si era cierto. Impresionado de que no fuera consciente de su belleza, la atraje hacía mí y forzando su boca, la besé esta vez con pasión. Por un momento que me pareció eterno Ua se quedó petrificada y solo cuando sintió mi lengua jugando con la suya, decidió dejarse llevar. Durante un minuto, compartimos nuestros labios y si no me permití acariciarla, fue por estar convencido de que para esa cría el ser querida era difícil de asimilar.  Supe que estaba en lo cierto cuando dominada por una sensación desconocida no aguantó la presión y se echó a llorar.

―Tranquila, princesa. No pasa nada― entrelazando mis dedos en su pelo, murmuré.

Mi susurro, lejos de amortiguar sus lloros, los incrementó.

―¿Qué le pasa a este cuerpo?― aterrorizada preguntó.

Recordando que la noche anterior ella misma había dejado caer que habían adoptado recientemente la forma humana, comprendí que al hacerlo había sido con todas las consecuencias y que su angustia se debía a no saber reconocer que sentía. Queriendo saber más, le pedí que me dijera qué era lo que había experimentado con el beso.

―Mi respiración se aceleró al igual que mi corazón― respondió sin entender que al adquirir nuestra anatomía también se veía estimulada por los mismas hormonas que nosotros.

Midiendo mis palabras, le informé que esa reacción se debía a que lo que había experimentado era deseo y que debía aceptar que era humana.

―No soy una mujer, soy una sanadora― contestó sobrecogida.

Riendo la miré y acariciando uno de sus pechos, jugueteé con el rosado botón que lo decoraba. El pezón de Ua se contrajo excitado al sentir la acción de mis yemas.

―No es posible― musitó todavía incrédula.

No queriendo asustarla le pedí permiso para metérmelo en los labios. Convencida de su incapacidad de sentir, me lo dio. Dudé si estaba actuando correctamente ya que a pesar de parecer una veinteañera esa criatura acababa de renacer y con sumo cuidado, lamí los bordes de su areola para demostrar mi teoría. El sollozo que brotó de su garganta al notar esa húmeda caricia fue la prueba incontestable de su humanidad.  

―Santa luz― chilló superada cuando tomando el pezón mamé de él.

Su grito despertó a las dos durmientes y deseando que entendieran que no le pasaba nada, les expliqué lo que ocurría.

―Te equivocas, Íel. Debe ser otra cosa. Nunca he oído que una sanadora se vea atraída por su protector. Somos sexualmente inoperantes. Nuestra función no nos lo permite― contestó Ía.

Por alguna razón Tomasa no quiso intervenir ni tomar partido, por lo que nuevamente tuve que ser yo quien sacara a ese bello ser de su error.

―Si tan segura estás, te importa que haga la prueba contigo.

Dando por hecho que no sentiría nada, confiada puso un seno a mi disposición. Antes de metérmelo en la boca, observé que era más grande pero no por ello menos bello que el de su compañera.

―Tienes unos pechos maravillosos― desde el otro lado de la cama, la mulata confirmó mis pensamientos.

El rubor de sus mejillas me azuzó a acercarme y repitiendo la misma operación que con Ua, dediqué unos segundos a impregnar de saliva su pezón antes de abrir los labios. Desde el primer lametazo, la inexperta supo que se había equivocado al suponer que no se vería afectada, Intentando afianzar sus dudas decidí mordisquearlo suavemente antes de ponerme a mamar.

Fascinada y con la carne de gallina, recibió esa caricia como una derrota y echándose a sollozar, me rogó que parara.

―Hazlo Miguel, déjala asumir sus sentimientos― me rogó la morena al sentir como suya la angustia de la chavalilla.

Al ver que obedecía y ejerciendo como madre, Tomasa las abrazó sin decir nada. Sintiendo que mi presencia sobraba, me levanté al baño mientras dejaba a esas dos crías llorando en brazos de la morena. Reconozco que me sentía sucio. En mi paranoia por entender que eran,  las había forzado por encima de sus posibilidades y ahora no sabía cómo actuar. Mi corazón me pedía pedirles perdón, mientras mi cerebro intentaba convencerme de que había hecho lo correcto al revelarles hasta donde llegaba su parte humana. Al final venció mi corazón y hundido volví al cuarto.

Desde la puerta, contemplé a las niñas mamando de la viuda y no queriendo interrumpir ese momento, me senté frente a ellas sin hablar. La imagen no podía ser más tierna, desesperadas por lo que sus cuerpos experimentan se había lanzado a por sustento en un intento de rehuir sus sensaciones. No llevaba más de unos segundos cuando me percaté que involuntariamente las dos albinas comenzaban a restregar tímidamente sus sexos contra los muslos de la morena. Tomasa me guiñó un ojo al darse cuenta y pidiendo con la mirada que no interviniera, se quedó quieta sin moverse mientras notaba que las chavalas iban incrementando la velocidad con la que se auto estimulaban.

  ―Comed y no penséis― les dijo sin dar importancia a la creciente humedad de sus coñitos: ―Os quiero, mis pequeñas.

Desde mi privilegiado puesto de observación, recreé mi mirada en ellas y comprobé sus diferencias. Al igual que sus pechos, el trasero de Ía era más grande que el de su compañera y en contrapartida, Ua poseía un delicado equilibrio que la hacía igualmente atractiva.

«Son un sueño», medité mientras a mis oídos llegaban sus primeros gemidos.

Asumiendo que antes de tocarlas siquiera, debían explorar ellas solas su parte humana, la mujer observó inmóvil la creciente calentura de la crías. Para entonces e incluso para ellas era evidente su excitación y dejando por fin los pechos que las estaba amamantando, buscaron los besos de Tomasa. La viuda no rehuyó sus labios y alternando besos entre ellas, colaboró discretamente en su auto búsqueda.

El erotismo de la escena no me pasó inadvertido y con ganas de unirme a ellas, tuve que hacer un esfuerzo por evitarlo.  Gracias a ello, pude reparar en que Ua estaba al borde del orgasmo y que se ponía a temblar mientras seguía frotando su vulva contra la pierna de su teórica protegida.

―¡Soy una mujer!― gimió descompuesta al sentir que sus neuronas se consumían de placer.

La aceptación de su parte humana por parte de su compañera derritió los reparos de Ía y cayendo hacia atrás, lloró presa de su primer orgasmo. Testigo de su descubrimiento, esperé a que dejaran de moverse para acercarme y sin preguntar nada, las abracé.  Las dos crías recibieron nuestras caricias abochornadas al darse cuenta de que habían recibido un don sin dar nada a cambio y durante un largo rato, siguieron intentando entender y asumir que habían dejado de ser unos seres asexuados y que gracias a los genitales humanos conocían de primera mano lo que era amar.

Al escuchar el rugido de mi estómago, Ua se percató que no había comido nada desde la noche anterior y totalmente cortada, me preguntó porque seguía cuidándolas cuando era notorio que necesitaba alimento.

Acariciando su blanca melena, respondí:

―¿Crees que hay algo más importante para mí que cuidar a mis mujercitas?

Desconcertada por mi respuesta, dos gruesos lagrimones surcaron sus mejillas.

―Nunca creí que un día comprendería lo que realmente quería decir los humanos afirmaban que estaban enamorados, y ahora lo sé. Mi amor por ti solo es comparable a que siento por nuestra Asa.

Y dirigiéndose a su hermana, le preguntó si ella sentía lo mismo. Ía fue todavía más explícita:

―Gracias a vosotros, sé que es el amor y si lo permitís además de ser vuestra sanadora quiero ser vuestra mujer.

Besándola, Tomasa contestó:

―Ya lo eres pequeña hechicera. Tú y tu hermana sois nuestras mujeres y espero que aceptéis a esta anciana de la misma manera.

Riendo las dos chavalas le dijeron que no era vieja, que ellas llevaban viviendo vivido mucho más.

―¿Qué edad tenéis?― pregunté.

 Sin dar importancia al dato, tras calcularlo, Ua nos informó que ambas habían salido de la cuba de fertilización un primero de febrero de hacía ¡ciento noventa y tres años terrestres!

―¡Su puta madre! ¡Sois unas rucas!― exclamó muerta de risa la mulata: ¡Decidme qué crema os echáis que me la compro!

            Sin entender la guasa, comentaron que,  si de verdad quería parecer más joven, ellas podían conseguirlo. Tomasa se quedó pensando y tras darse cuenta de que, si de pronto aparecía por el pueblo sin arrugas, la gente empezaría a chismear y por eso les pidió que se abstuvieran de meterles mano.

―¿Y unos pechos más grandes?― insistieron apelando a la coquetería innata de las mujeres: ―¿O un trasero más firme?

―Eso no me vendría mal, ¿verdad?― comentó mirándome.

―Yo te veo maravillosa como estás― respondí evitando mojarme.

Conociendo a las féminas, mi negrita iba a hacer lo que quisiera y si dejaba caer que la retocaran, me iba a ir como en feria. Por eso permanecí callado mientras esa crías (me resultaba imposible pensar en ellas como unos seres que me quintuplicaban la edad) seguían tentando a la cocinera con distintos retoques, a pesar de saber que sería yo el beneficiado.

Lo malo fue cuando habían acabado de pactar los cambios en la mulata empezaron a conmigo. Acojonado por ser manipulado, solo permití que a través de sus manejos perdiera algo de grasa abdominal.

―¿Y no quieres que te toquemos el sexo? Podríamos hacerlo enorme.

―Ni de coña, me lo dejáis en paz― contesté temiendo convertirme en una especie de Rocky Siffredi.

Interviniendo Tomasa, se atrevió a comentar que dado que tendría que satisfacer dos bocas hambrientas y una mujer ardiente al menos debía permitir que me otorgaran más resistencia. Estaba a punto de mandarla a la mierda cuando, sonriendo un tanto avergonzada, Ía comentó que por ese aspecto no tenía que preocuparse ya que al mejorar mi estado físico y corregir un problema que habían visto en mi corazón, ahora tenía la fortaleza de un chaval de veinte. No supe si cabrearme o agradecérselo. Me habían mejorado, pero… sin mi permiso.

Mi cara debió de ser lo suficientemente elocuente porque entrando al saco, Ua intentó disculpar esa intromisión diciendo:

―Amado Íel, no nos podíamos permitir perderte en solo veinte años, tras las mejoras nos durarás al menos otros ochenta.

Que hubieran multiplicado por cuatro mi esperanza de vida era de agradecer, pero aun así seguía cabreado y de mala leche, contesté que ya hablaríamos porque me urgía una ducha, para acto seguido dejarlas en la habitación.

Ya en el baño, abrí el grifo y mientras esperaba a que tomara temperatura, me puse a pensar lo extraño que era la tranquilidad con la que, tanto Tomasa como yo, habíamos aceptado que no eran humanas sino unos seres de otro planeta.

«Lo lógico es que nos hubiéramos cagado encima y hubiésemos tratado de huir», medité, «en cambio nos pareció hasta normal».

La claridad de que ese planteamiento era acertado y que algo raro había, me hizo saber que de algún modo había actuado en la química de nuestros cerebros para que así fuera.

«Serán preciosas, dulces, encantadoras y demás, pero son unas zorras», dije para mí sin enfadarme.

Dando vueltas al asunto, estaba ya en la ducha cuando escuché que se abría la mampara, al girarme vi que era la mulata.

―Patrón, tenemos que hablar de lo que he hecho― musitó preocupada sin atreverse a entrar.

Que me llamara nuevamente “patrón” en vez de Miguel, me anticipó que lo que iba a escuchar no sería de mi agrado y por eso, decidí comportarme con ella como antes:

―Tu dirás, mujer.

La cuarentona tomó aire antes de decir:

―Siento que me he aprovechado de usted y de su bondad. Debo confesar que siempre me ha gustado y que muchas noches he soñado que entraba en mi habitación. Por ello cuando esta noche Ua estaba arreglando mis problemas, se dio cuenta que no éramos pareja y me preguntó por qué. Al enterarse que secretamente lo deseaba, me dijo que si la dejaba me podía ayudar a conseguirlo.

―¡Qué me hicieron! ¿Me tocaron el cerebro?― exclamé lleno de ira.

Llorando a moco tendido y sin mirarme, contestó:

―No, patrón. Fue a mí. Según ella, con solo un pequeño cambio en mis feromonas, me haría irresistible ante cualquier hombre. Tanto deseaba que usted me hiciera caso, que acepté.

―Además de idiota, eres tonta. Si hubieses querido acostarte conmigo, solo tenías que pedirlo― grité indignado: ―Ahora que eres un afrodisiaco andante, ¿te vas a follar a todo el pueblo?

Usando mis palabras contra mí, preguntó si era verdad eso… que si antes que llegaran nuestras niñas ya la deseaba.

―Siempre has sido una mujer atractiva― musité al ver en sus ojos un hálito de esperanza: ―pero ahora no sé qué decir.

―Sigo siendo la misma negra enamorada de su patrón― sollozando contestó: ―Y si tan asquerosa le resulto, cojo mis cosas y me voy.

La angustia de esa buena mujer me derrumbó y tomándola del brazo, la metí conmigo bajo la ducha.

―No te vas a ninguna parte. Eres una puta, una golfa y una liante, pero quiero que seas mi puta, mi golfa y mi liante― respondí mientras forzaba su boca con mi lengua.

―Soy todo eso y más, mi señor, mi amado Íel― suspiró de alegría pegándose a mí.

El tacto de su piel despertó mi lujuria y cogiendo uno de sus hinchados senos, lo mordisqueé mientras deslizaba mi mano hasta su entrepierna. Al encontrarme sus pliegues llenos de flujo, comprendí que su entrega era total y aprovechándome de ello, decidí dar un salto en esa relación recién estrenada:

―Si te portas bien con tu patrón, a este no le importaría usarte de por vida.

El gemido de deseo que brotó de su garganta al oírme me alentó a continuar:

―Serás mía y solo mía. Y nunca miraras a otro.

―No lo haré― murmuró al sentir uno de mis dedos entrando en su coño.

―No te pondrás celosa cuando alimente a las niñas.

―Nunca, mi señor― gimoteó moviendo sus caderas.

―Te entregaras por completo y no te negaras a nada.

―Nunca podría negarme a mi señor― lloriqueó sintiendo que le flaqueaban las piernas.

Dándole la vuelta, comencé a recorrer sus negros cachetes enumerando sus obligaciones mientras le metía un dedo en el ojete:

―Me entregarás tu culo, tu boca y tu coño. Tu cuerpo por completo.

―Ya son suyos, mi adorado patrón.

Acercando mi glande a sus labios, comencé a jugar con su clítoris haciéndola saber que iba a volverla a tomar e incrustando un par de centímetros mi sexo, mordí su oreja diciendo:

―Tu renovado vientre me dará hijos y compartiré con ellos la leche de tus tetas.

Para la mulata más que una obligación fue una promesa y echándose hacia atrás se embutió toda mi erección diciendo:

―Su negra le dará negritos, mi señor.

―Y, para terminar, me ayudarás a adiestrar a esos seres.

―¿Adiestrar?― preguntó.

Le mordí la oreja diciendo:

―Mi querida Tomasa, ¿no te das cuenta de que si sus cuerpos son capaces de sentir deseo, es nuestro deber el enseñarles a ser humanas? Como mi pareja, deberás ayudarme a convertirlas en nuestras mujercitas en todos los sentidos. ¿Estás de acuerdo?

―¡¡¡Sí!!! Íel…

4

Tras desayunar, nos teníamos que enfrentar a una serie de problemas prácticos. El primero de ellos era su ropa. Revisando el armario de Tomasa, había poco en él que las sirviera. Siendo esta una mujer alta en términos costarricenses, las chavalas la llevaban unos quince centímetros y por ello todos los vestidos que las probamos les quedaban indecentemente cortos.

            ―Tendremos que comprarles de todo― comenté mientras Ía se probaba un sujetador de la mulata y comprobaba que le quedada enorme. Como la diferencia de pecho era todavía mayor en Ua, está ni siquiera lo intentó. Algo parecido ocurría con las bragas, al tener unas caderas menos exuberantes. Dándose por vencidas, Tomasa les cedió unos pantalones que además de ser demasiado holgados, les quedaban cortos.

―Antes de pensar en llevarlas al pueblo, deberíamos pintarles el pelo para darles un aspecto más normal.

Sabiendo que nunca podrían pasar desapercibidas por el color de su piel y antes de hacer algún cambio, decidí explicarle a ella la situación. Las dos crías comprendieron de inmediato el tema y por eso accedieron a que les tiñéramos sus melenas.

―No sería lógico que llevaran el mismo color― murmuré pensando en diferenciarlas y así evitar que parecieran gemelas.

Su apariencia nórdica era determinante a la hora de elegir las tonalidad y por eso sacándoles una foto, usé un programa de ordenador para irles mostrando cómo les quedarían. Lo que nunca me esperé fue que, en vez de elegir por ellas mismas, buscaran en nuestras reacciones cuál se pondrían.

―Yo quiero ese― sentenció Ua al comprobar el atractivo que provocaba en Tomasa la versión pelirroja.

No pude estar más de acuerdo, ese pelo unido a sus ojos azules le conferían una sensualidad casi adolescente. Ía, en cambio eligió un cambio menos drástico.

―Ese color dorado me pega más.

Supe que la razón que la habían inducido era que había leído en mis reacciones la atracción que sentía desde niño por las rubias, pero no lo comenté al no querer poner a prueba los celos de mi antigua empleada. Una vez decididos los cambios en sus melenas, debíamos pensar en una excusa para su presencia en la casa.

―Podríamos decir que son mis sobrinas― dejé caer.

―No, Miguel. Tarde o temprano, la gente sospecharía. Como se dice, más vale una vez rojo que ciento amarillo. Si decimos que son de tu familia y luego la gente descubre que estás con ellas, sería malo a la larga.  Es mejor que se escandalicen desde el principio.

―¿En qué has pensado?― pregunté.

Tomando su tiempo para acomodar sus ideas, mi fiel negra respondió:

―Cuando llegaron a nuestra puerta, pensamos que eran dos turistas que se habían perdido. ¿No es así?

Al ser una pregunta retórica, no respondí y esperé a que continuase.

―Si mantenemos que son dos mochileras que han venido de Europa a disfrutar de sol y playa a las que has dado cobijo, nadie sospechará si luego se quedan indefinidamente como tus amantes. Piense que en el pueblo se murmura que en España eras un tipo importante que ha venido a esconderse aquí huyendo de un lio de faldas. Qué unas mujeres con ganas de pasárselo bien se aprovechen de tu dinero para vivir en este paraíso, sería algo que la gente consideraría normal. Ya lo dicen de mí. Según las habladurías, llevo compartiendo cama y mantel contigo desde el día siguiente que entré a trabajar aquí.

Me quedé con la boca abierta al oír de sus labios los chismes que corrían por el pueblo, pero dando cierta razón a su planteamiento, accedí a presentarlas así.

―¡Pura vida!― exclamé descojonado al saber que si los habitantes de la zona pensaban que era un don Juan cualquier escándalo posterior quedaría amortiguado al asumir que se debía a mi vida licenciosa.

Habiéndonos inclinado por esa opción, debíamos en primer lugar ir a por ropa acorde con su edad y por tintes para el pelo, pero nos encontrábamos con la renuencia de ellas a separarse de nosotros. Seguíamos dando vueltas a cómo hacerlo cuando de pronto escuchamos que un coche se acercaba. Al mirar a través de la ventana, descubrí que el inesperado visitante era el sargento de policía que conocía y no queriendo que se enterara de su presencia, pedí a Tomasa que las escondiera en mi cuarto mientras salía a recibirle.

―¡Qué milagro!― exclamé con dos cervezas en las manos tratando de demostrar normalidad: ―¿A qué se debe tu visita?

El uniformado tomó el botellín con una sonrisa mientras me decía que venía por el incendio del monte cercano. Gracias a mi experiencia en el póker, me mantuve impertérrito mientras le explicaba que había visto la humareda pero que no me había acercado.

―Mejor, está lleno de gente del gobierno― comentó mientras vaciaba su cerveza.

Conociéndole había traído una buena provisión y dándole la segunda, quise que me contara que había pasado para suscitar el interés de la capital.  Manuel haciéndose el interesante, dio un buen trago antes de contarme que como representante de las fuerzas del orden se había acercado el primero a ese lugar y que por eso lo que me iba a contar era de primera mano.

―Me imagino que fue una avioneta la que se estrelló― dije a modo de anzuelo.

El agente sonrió y sin negar esa versión, me explicó que al llegar comprobó que la extensión de bosque dañada era de casi ochocientos metros de largo por cincuenta de ancho y que por ello había notificado el hecho directamente a la base. Tras lo cual me enseñó en su móvil una foto donde se vía un amasijo de hierros.

―Menuda leche se pegaron. Me imagino que no hubo supervivientes― comenté mientras daba buena cuenta de mi cerveza.

―Personalmente lo dudo, pero no hemos encontrado tampoco los cuerpos de sus ocupantes― respondió y pasando a la siguiente imagen, a modo de confidencia, musitó: ―Lo único que se han hallado son restos de lo que parecen ser unos pulpos enormes que llevaban en la bodega.   

No dije nada al observar en la pantalla dos masas informes que el paisano había identificado como cefalópodos. Al ver los cadáveres de los antiguos protectores de las muchachas, me quedé callado horrorizado ya que había dado por sentado que serían parecidos a los humanos. Viendo mi cara de sorpresa, el sargento me contó que al llegar los miembros del gobierno le habían ametrallado con preguntas y que, temiendo alguna infección bacteriológica, le habían hecho multitud de pruebas médicas mientras se llevaban en recipientes sellados esos despojos.

―La fijación de esos tipos con esos bichos me hace sospechar que los ocupantes de ese avión debían de ser traficantes de especies en peligro de extinción.

Sin dar importancia al dato, el hombretón me anticipó que, aunque se estaban centrando en el área que lindaba con el mar, tal y como se estaban comportando los enviados del gobierno era seguro que tarde o temprano pasaran por mi finca a preguntar.

―Gracias por avisar, pero como no les hable de las pencas que están creciendo en mis plataneros no sé qué van a sacar de mí― despelotado contesté mientras le despedía.

Tras decirle adiós, aguardé que desapareciera para acercarme a mi habitación con la intención de comunicarles lo que había averiguado. Al entrar me encontré con que las chavalas habían aprovechado mi ausencia para retocarse físicamente.

―¿Cómo narices os habéis pintado el pelo?― exclamé antes de darme cuenta de que su transformación iba más allá y que además de lucir el tono que habíamos hablado en sus melenas, la palidez de su piel también había desaparecido y ambas lucían un moreno que parecía producto de largas horas tomando el sol.

―¿Verdad que están preciosas?― Tomasa preguntó muerta de risa.

Esos retoques me dejaron sin palabras y mientras las crías exhibían sus renovados atributos ante mí supe que,  si antes ya eran bellas,  con esos cambios se habían convertido en dos diosas que bien podían competir en el concurso de Miss Mundo.

 «Joder, ahora pasaran todavía menos desapercibidas», me dije anonadado.

Ía quiso saber mi opinión meneando su nuevo cabello mientras comparaba su bronceado con el mío.

―Estáis guapísimas― reconocí incapaz de retirar la mirada de ambas.

Su compañera riendo comentó que habían hecho caso a la mulata respecto a lo delicadas que era la piel sin melanina y que por ello habían dotado a sus epidermis con ese pigmento.

―¿Crees que deberíamos hacernos crecer vello púbico?― insistió.

―Ni de coña. Me encanta tal y como los tenéis― susurré impresionado con la facilidad con la que mudaban y entrando en materia, les comenté las fotos que me había enseñado el policía.

―¿Esos seres eran vuestros simbiontes?― pregunté negándome a llamar protectores a esos capullos haciendo referencia a la simbiosis, esa asociación entre organismos de especies diferentes por la cual ambos se benefician.

Metiendo sus hebras bajo mi piel, la ahora rubia buscó en mi mente las imágenes de las que hablaba y tras hallarlas, llorando lo confirmó:

―No pudimos hacer nada por salvarlos. Cuando despertamos tras el accidente, ya estaban muertos y nosotras malheridas. Gracias a los datos que habíamos acumulado durante los años que nuestros “¿padres? ¿dueños?” se habían dedicado a estudiar la tierra, pudimos mudar en lo que ahora somos y así poder sobrevivir en esta atmósfera cargada de oxígeno.

Por su dolor comprendí que sentía que les habían fallado y por eso preferí cambiar de tema, diciendo que debíamos buscar un modo de crearles una coartada por si venían preguntando.

―¿Te refieres a un pasado?― susurró la joven.

―Sí― repliqué: ―Voy a intentar contactar con alguien que os falsifique unos pasaportes, aunque os reconozco que no tengo ni idea cómo hacerlo.

Sonriendo, la espectacular chavala me pidió permiso para entrar en mi ordenador. Sin nada que perder, accedí y encendiéndolo, le pasé el teclado.

―No lo necesito― respondió y sacando los mismos apéndices que usaba para entrar en mi mente, los insertó en la entrada USB.

Me quedé paralizado al ver pasar diferentes webs a una velocidad endiablada mientras me preguntaba si podían pasar por suecas.

―Perfectamente― murmuré sin saber qué se proponía.

―Íel, ¿te gustaría que tus mujercitas tuvieran estudios?― insistió mientras en la pantalla vi que entraba en mis finanzas: ―Sería bueno para poder explicar los consejos que te vamos a dar para que mantenernos no te cueste dinero.

―¿De qué coño hablas?― pregunté mientras observaba que a un ritmo vertiginoso se introducía en las bolsas de medio planeta.

Poniendo cara de niña buena, la pelirroja comentó:

―Sin otra cosa que hacer, aprendimos los rudimentarios esquemas con los que organizáis vuestro mundo y nos resultaría sencillo, transformarte en un hombre riquísimo sin dejar rastro alguno en sus ordenadores.

Estaba a punto de avisarles que no se pasaran cuando de pronto la impresora empezó a escupir papel. Al cogerlo, leí alucinado que en solo tres minutos maniobrando Ía había sido capaz de crearse un pasado tanto personal como académico y que sus nombres “legales” eran Ua Asasson e Ía Ielsson.

―Espero que no te moleste que me haya inspirado en vosotros para nuestros apellidos― comentó con una sonrisa de oreja a oreja.

―¿Hasta qué punto alguien podría descubrir el amaño?― preocupado pregunté.

―Nadie podrá nunca descubrirlo, me he ocupado de ello― soltando una carcajada, la puñetera cría respondió mientras seguía leyendo que mientras ella era la hija de un reverendo y de su mujer ambos ya fallecidos, Ua había pasado su infancia con sus abuelos en un pueblo perdido en las montañas.

            Si ya de por sí eso era increíble, cuando sacó mi historial financiero no supe que decir ya que de alguna forma había conseguido multiplicar por cien mis inversiones.

            ―Chavala, me preocupa tanto dinero a mi nombre― comenté horrorizado por sus implicaciones.

            Sin dejar de reír, pidió que terminara de leer las últimas páginas impresas. Al echarles un vistazo, vi que eran los certificados de varias auditorias que había soportado en las que la Hacienda española había llegado a la conclusión de un origen legítimo de esos fondos.

―Estas auditorias que se remontan a más de diez años.

―¿Te parece poco? ¿Quieres que vaya más lejos?― susurró. 

            Asombrado por lo sencillo que le había resultado meterse en los ordenadores de medio mundo, les pedí que no se pasaran ya que prefería mantener un perfil bajo.

            ―No te preocupes, mi amado Íel. Con nosotras velando por tus intereses, no tienes por qué preocuparte― la ahora pelirroja comentó e incrementando mi desconcierto, me informó que esa misma tarde podíamos ir a la embajada de Suecia a recoger sus pasaportes.

―¿Habláis sueco?― Tomasa que había permanecido en segundo plano preguntó, temiendo quizás que no lo hubiesen previsto. Para demostrar que era así nos echó una parrafada en vikingo, que por descontado queda que no entendimos.

Asumí cómo iba a cambiar mi ya acomodada existencia cuando le dije que era imposible que llegara a su cita ya que San José estaba a más de cinco horas de coche. Sin perder su sonrisa, Ua nos soltó:

―¿Nos vamos ya? Tenemos una avioneta esperándonos en Puerto Jimenez para llevarnos a la capital.

Dándolas por imposibles, no pregunté cómo lo habían conseguido ni cuánto les había costado y dirigiéndome a mi antigua empleada, susurré en su oído si alguna vez había ido a esa ciudad.

―Será mi primera vez― respondió mientras cogía el bolso.

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